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“Defendiendo el buen nombre familiar de un intruso” Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:

Unos disturbios en el barrio de Totenham cambiaron su vida, aunque Jaime Ortega no se entró hasta diez años después cuando a raíz de un desdichado accidente le informaron de la muerte de Elizabeth Ellis, la madre de un hijo cuya existencia desconocía.
Tras el impacto inicial de saber que era padre decide reclamar la patria potestad, dando inicio a una encarnizada guerra con Lady Mary y Lady Margaret Ellis, abuela y tía del chaval. Desde el principio, su enemistad con la menor de las dos fue tan evidente que Jaime buscó la amistad de la madre y mas cuando descubre que esa cincuentona posee una sexualidad desaforada.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES primeros capítulos:

1

Esa tarde de agosto bien podría haber sido como cualquier otra, si no llega a ser por los disturbios que sacudían Londres y más concretamente el barrio de Tottenham donde vivía. Acostumbrado a una vida apacible en su Madrid natal, Jaime Ortega jamás había sentido tanto miedo. La orgía de violencia que recorría las calles le había hecho encerrarse en su apartamento al temer que su color de piel le hiciera objeto de las iras de los manifestantes.

Los disturbios habían empezado a raíz de la muerte de un haitiano de raza negra a manos de la policía y mientras las autoridades consideraban el hecho como algo fortuito, sus paisanos la consideraban un asesinato racista y por ello clamaban justicia. Tal y como suele suceder en ese tipo de tumultos, una vez prendida la mecha, los elementos más extremistas aprovecharon la circunstancia y convirtieron esa justa protesta, en una espiral de sangre y fuego que amenazaba la vida y el patrimonio de muchos inocentes.

Desde la seguridad de su ventana, observó como la turba no contenta con romper escaparates y quemar los automóviles aparcados en las aceras, se había lanzado a atacar a la única patrulla que se había atrevido a salir a recorrer ese distrito.

―Se va a armar― exclamó al ver que habían cercado a un policía y que el agente había sacado su pistola, temiendo por su vida.

El sonido de un tiro retumbó en sus oídos justo en el momento en que descubría a una mujer blanca intentando entrar en un edificio cercano. Durante unos segundos dudó que hacer, pero comportándose como un cretino irresponsable, decidió ofrecerle su ayuda a pesar de que con ello ponía en peligro su propia vida.

Bajando los escalones de dos en dos, llegó a la puerta y abriéndola, llamó a la mujer que seguía intentando abrir la suya. Era tal el estruendo que producían los manifestantes al gritar que fue imposible que le oyera y cometiendo por segunda vez una tontería, salió por ella mientras a su alrededor se sucedían las carreras y las cargas policiales.

La desconocida estaba tan nerviosa que al verle llegar pensó que la iba a asaltar y como acto reflejo se puso a pegarle con el bolso. Viendo que la turba se acercaba peligrosamente donde estaban, tomó una decisión desesperada y sin medir las consecuencias, se la echó al hombro y salió corriendo de vuelta hacia su portal.

Como no podía ser de otra forma, la mujer protestó y durante el trayecto, intentó zafarse, pero no lo consiguió y por ello al depositarla en el suelo, empezó a gritar como una loca, suponiendo quizás que iba a violarla.

«¡Esto me ocurre por imbécil!», pensó y mientras se daba la vuelta para subir a su piso, le dijo a la desconocida: ―Será mejor que espere a que se vaya esa gente antes de salir― tras lo cual se metió en el ascensor.

Fue entonces cuando esa mujer cayó en la cuenta de que no era un asaltante sino un benefactor y muerta de vergüenza, le dio las gracias por sacarla de la calle.

Jaime ni siquiera se había dignado en contestar, pero de reojo vio que un grupo de violentos estaban intentando entrar en su edificio y sin pensárselo dos veces, tiró del brazo de la desconocida y la metió en el ascensor, justo en el instante en que la puerta caía hecha añicos.

Sin dirigirle la palabra al llegar a su piso y tras cerrar con llave, aseguró la puerta poniendo una barra de hierro para hacer palanca mientras a su lado la mujer permanecía tan callada como asustada.

―Hay que llamar a la policía― dijo considerando que esa barrera no aguantaría mucho si esos energúmenos decidían forzarla.

Desgraciadamente el número de emergencia estaba totalmente saturado y a pesar de los múltiples intentos para comunicar la precaria situación en la que se encontraban, solo consiguió dejar un recado en el contestador.

«¡Mierda! ¡Ya están aquí!», masculló entre dientes al escuchar voces en el pasillo y haciendo una seña, rogó a la aterrada mujer que mantuviese silencio. Ésta le hizo caso y durante cerca de cinco minutos, ninguno de los dos emitió ruido alguno que pudiese llamar la atención de los alborotadores.

Eso le permitió observarla sin que se sintiera intimidada:

«Es casi una niña», sentenció valorando el desmesurado pecho con el que la naturaleza había dotado a esa mujer y solo cuando ya no escuchaba ruido alguno, se atrevió a ofrecerle un café.

―Mejor un té― respondió casi susurrando.

Acostumbrado a los diferentes acentos de Inglaterra, Jaime comprendió que esa rubia pertenecía a la clase alta por el modo en que entonaba sus palabras y eso le sorprendió porque ese barrio era de clase obrera.

«¿Qué cojones estará haciendo aquí?», pensó, pero asumiendo que tendría tiempo de enterarse, decidió no preguntar y calentar el agua con el que hacer la infusión que le había pedido.

―Te debo una disculpa.

―No te preocupes― replicó mientras disimuladamente admiraba el trasero de su invitada, cuyo pantalón no conseguía ocultar el magnífico culo que escondía en su interior.

Sabiendo que pasaría junto a esa preciosidad unas cuantas horas antes que la policía consiguiera reestablecer el orden, se puso nervioso y al poner en sus manos el té, se presentó. Por un momento, la cría dudó si decirle su nombre y cuando finalmente le dijo que se llamaba Liz, bromeando con ella, Jaime le contestó:

―Estás en mi casa y en español tu nombre es Isabel.

Esta al captar que estaba de guasa, le replicó:

―Estamos en Inglaterra y por lo tanto seré yo quien te llame James.

Que optara por la vertiente formal de su nombre en vez de elegir la de Jimmy, confirmó sus sospechas de que su invitada era una pija.

El griterío proveniente del pasillo les alertó nuevamente de la proximidad de esos matones. Durante un instante se quedaron mirándose sin saber cómo actuar ni qué hacer.

―Acompáñame― susurró a la muchacha al escuchar que los alborotadores estaban tirando la puerta de un piso vecino.

No tuvo que repetir su sugerencia, Isabel temiendo por su propia seguridad le siguió hasta su cuarto y solo cuando le vio abrir la ventana, preguntó por sus intenciones.

         ―Estoy buscando una vía de escape por si esos cabrones consiguen entrar― contestó mientras comprobaba que fuera posible alcanzar la escalera de emergencia.

Afortunadamente, el acceso era sencillo y previendo que debía hacer algo para tener tiempo de reacción en caso necesario, atrancó con muebles la puerta de la habitación.

―Esto resistirá al menos un par de minutos― satisfecho comentó tras comprobar su resistencia y más tranquilo, se sentó en una silla mientras le ofrecía a Liz que tomara asiento sobre la cama.

Temporalmente a salvo, la muchacha se echó a llorar y por ello le pidió que se callara porque no era conveniente hacer ruido. Los propios nervios de la rubia provocaron que, en vez de obedecer, incrementara el volumen de sus lloros. Temiendo que la turba los escuchara, no le quedó otra que soltarle un tortazo para que se tranquilizara.

Liz enmudeció por la sorpresa y fue entonces cuando Jaime aprovechó para decirle al oído mientras la abrazaba:

―Perdona, pero estabas llamando la atención. Tenemos que permanecer en silencio.

Acariciando su mejilla con la mano, insistió en la necesidad de estar callados. Ella comprendió que había hecho lo correcto y levantando su mirada, dijo en voz baja que lo sentía y que no volvería a dejarse llevar por la histeria. Incomprensiblemente, ese guantazo había disuelto todos sus recelos y buscó el contacto con ese desconocido apoyando la cabeza sobre su pecho.

Jaime palideció porque contra su voluntad el olor de esa mujer provocó que sus hormonas se pusieran en funcionamiento mientras en su interior comenzaba a florecer una atracción brutal por ella. Solo haciendo un verdadero esfuerzo, consiguió repeler las ganas de besarla. Eso sí, lo que no pudo fue que bajo el pantalón su pene despertara y luciera una erección que, afortunadamente, pasó desapercibida.

―Deberías intentar dormir. La noche será larga― susurró en su oído mientras delicadamente la tumbaba sobre las sábanas.

Sus palabras lejos de tranquilizar a la muchacha incrementaron sus temores y cuando quiso separarse de ella, con lágrimas en los ojos, Liz le pidió que siguiera abrazándola. Jaime, avergonzado, disimuló como pudo el bulto de su entrepierna y se tumbó junto a ella…

2

Durante más de dos horas, permanecieron abrazados, pero no pudieron descansar al temer que en cualquier momento la turba volviera y que para salvar sus vidas tuvieran que huir de su momentáneo refugio. Quizás la más nerviosa era Liz, no en vano era consciente que, de caer en manos de esos sujetos, su destino no sería halagüeño. En el mejor de los casos la matarían por ser blanca y en el peor, ¡también!, pero tras usarla para satisfacer sus más oscuros apetitos.

«Esos malditos me violarían», meditó mientras agradecía a Dios haber encontrado a un hombre como Jaime que no la veía como un pedazo de carne.

Lo que esa mujer desconocía era que en ese preciso instante el hombre, entre cuyos brazos se había cobijado, estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no excitarse nuevamente ya que, por la postura, tenía una visión casi completa de su escote y estaba seguro de que a poco que ella se moviera iba a dejar uno de sus pezones al descubierto.

En un momento dado, la joven apoyó su cabeza en el pecho de su compañero de infortunio y llorando desconsolada, se pegó a Jaime buscando consuelo mientras éste se afanaba en arrullarla. La ausencia de actividad permitió que poco a poco Liz fuera calmándose hasta que contra todo pronóstico cayó profundamente dormida. Lo malo fue que tal y como estaba abrazada, su benefactor no podía moverse sin correr el riesgo de despertarla.

Al sentir la suave piel del muslo de la chavala rozando el suyo, se empezó a poner nervioso, imaginando que no tardaría en darse cuenta del tamaño que nuevamente había alcanzado su pene.

«Si se despierta, va a notar que estoy empalmado», pensó al sentir la presión que involuntariamente ejercía la vulva de la muchacha sobre su erección.

 A la desesperada intentó cambiar de postura, pero la rubia no le dejó separarse e instintivamente buscó su contacto provocando con ello que el hierro ardiente, en que se había convertido ya la virilidad de Jaime se incrustara irremediablemente entre sus pliegues.

«No puede ser», se lamentó este al sentir el calor que manaba del sexo de la desconocida y que, debido a ello, de forma lenta pero inexorable su miembro había alcanzado su máximo tamaño.

Si antes sentía que le iba a resultar difícil no excitarse, ahora sabía que era imposible y resignado, tuvo que hacerse a la idea que ese suplicio se iba a prolongar todo el resto de la tarde o al menos hasta que esa cría se despertara.

La situación no hacía más que empeorar porque cuando Jaime intentaba alejarse del cuerpo de la muchacha, ella se pegaba más a él encajando su pene más en su interior. Si no llega a ser inconcebible, Jaime hubiera afirmado que lo estaba haciendo a propósito y no pudiendo hacer nada por evitar empalmarse, acabó por quedarse dormido abrazado a ella.

Liz se percató en seguida de que su benefactor se había quedado dormido y a pesar de que le seguía extrañando que no hiciera ningún intento por aprovecharse de ella, tuvo que reconocer que estaba disfrutando de la dulce presión que esa miembro totalmente tieso ejercía sobre su clítoris.

«¿No me encontrará lo suficientemente atractiva para dar ese paso?», se preguntaba mientras trataba de contener la tentación de moverse.

Acostumbrada a que los hombres babearan por ella, le resultaba raro y excitante que ese extranjero no hubiese aprovechado que supuestamente estaba dormida para meterla mano y más aún cuando ella tenía claro que le costaría rechazar al dueño de semejante aparato.

«Algo así no se encuentra todos los días», dijo para sí mientras inconscientemente movía sus caderas intentando calmar su creciente calentura.

Para su desgracia, ese movimiento incrementó exponencialmente el deseo que sentía y antes que pudiera evitarlo, sintió que su coño se anegaba.

«Voy a mojarle el pantalón», temió al sentir que la humedad desbordaba los límites de sus pliegues y empapaba ya el leggings que llevaba puesto.

La razón le pedía que se separara de él, pero su naturaleza fogosa que tanto le había costado ocultar la azuzaba a seguir disfrutando del roce de ese enorme tronco.

«Dios, ¡qué bruta me tiene!», sollozó en silencio mientras movía lentamente su sexo sobre la verga del desconocido.

Se sentía una enferma, pero por mucho que quería dejar de restregarse contra él, no podía. Tras seis meses sin novio, esa hermosa polla era una tentación irresistible.

«Debe tenerla llena de venas», dijo para sí mientras en su mente, imaginaba que se agachaba y devoraba la virilidad que se escondía entre sus piernas.

La mera idea de que algún día pudiera observar esa belleza al natural le azuzó a incrementar la presión con la que estrujaba ese falo contra su sexo y antes de darse cuenta de lo que se avecinaba, sufrió los embates de un silencioso, pero igualmente placentero orgasmo.

«No me puedo creer que me haya corrido», pensó lamentándolo únicamente por lo que Jaime pudiese pensar de ella, «creerá que soy una fulana».

Tal y como había temido, al sentir que tenía el pantalón mojado, el hombre se despertó, pero, por suerte para la rubia que seguía haciéndose la dormida, pensó que la mancha de su pantalón se debía a la revolución hormonal que Liz había provocado en él y que su presencia era resultado de que, en mitad de un sueño, había eyaculado sobre su calzón.

«¡Qué vergüenza!», exclamó mentalmente mientras se escabullía hacia el baño, «solo espero que Liz siga dormida hasta que se le seque la ropa» …

3

Llevaba disimulando más de media hora, cuando de pronto escuchó su teléfono sonar y temiendo que atrajera la atención de los violentos, Jaime se levantó asustando a cogerlo.

No pudo evitar emitir un suspiro de alivio al enterarse que era la policía londinense devolviendo su llamada. La alegría le duró poco porque tras preguntarle su nombre y el de todos los que estuvieran con él en la casa, la telefonista le comunicó que deberían mantener la calma y seguir encerrados porque les estaba resultando difícil reinstaurar el orden.

― ¿Sabe lo que me está pidiendo? ― exclamó acojonado― ¿Es consciente de lo que le ocurriría a la muchacha que está conmigo si cae en manos de esa chusma? ¡Joder! ¡Es una rubia preciosa! ¡La violarían antes de matarnos! ¡Necesito que la saquen de aquí!

La empleada intentó tranquilizarlo, pero lo único que consiguió fue enfadarlo más hasta que viendo que no iba a conseguir nada, se despidió de él diciendo que le mandaría ayuda lo más rápido que pudiera.

― ¿Qué te han dicho? ― Liz preguntó desde la cama.

―En pocas palabras, que tenemos que buscarnos la vida. La situación debe ser peor de lo que pensábamos porque según esa inútil, la policía no puede hacer nada por nosotros― contestó mientras repasaba sus opciones.

No tuvo que esforzarse mucho para comprender que básicamente solo tenía una alternativa y era atrincherarse en ese cuarto hasta que llegara la ayuda porque la idea de subir a la azotea era todavía mas arriesgado que quedarse ahí. Habiendo decidido que permanecerían ahí, se planteó temas mas mundanos como la comida. Como lo poco que tenía en la casa, estaba en la cocina, no quedaba más alternativa que retirar momentáneamente los muebles que había colocado en la puerta para ir por las provisiones.

Tras explicárselo a la mujer, comenzó a desmontar la improvisada barrera intentando no hacer ruido para no alertar a nadie de su presencia.  A los cinco minutos y después de haber recolectado comida para un par de días, volvió a colocarla en su posición original mientras Liz le observaba sin perder detalle.

― ¿Tienes hambre? ― preguntó pensando que el interés de la chavala se debía a su estómago vacío.

Sonriendo, contestó:

― ¿Realmente me ves preciosa o solo lo decías para conseguir ayuda?

Jaime tardó unos segundos en caer en que hablaba de su conversación con la policía y sin ganas de reconocer que la hallaba sumamente atractiva, insistió en sí quería algo de comer. La rubia soltó una carcajada al percatarse de la incomodidad que había provocado en él y queriendo profundizar en la brecha que había descubierto, se acercó:

―No me has contestado… ¿te parezco bonita?

Esa pregunta le pareció de lo mas inoportuna y con voz seria, le recordó la difícil situación en la que estaban y que debían de concentrarse en sobrevivir. La sensatez de Jaime alentó el carácter travieso de Liz y sin medir las consecuencias, lo miró en plan coqueto mientras se pegaba a él.

― ¿Qué coño haces? ― preguntó más excitado que molesto al sentir la presión que la entrepierna de la rubia ejercía contra su sexo.

Sin dejar de frotarse contra él, sonriendo contestó:

―Agradecerte el haberme salvado.

Liz al comprobar que sus maniobras estaban levantando y de qué forma el miembro del joven, se vio dominada por el deseo. Sin pedir su opinión, se arrodilló ante él y llevando las manos a su bragueta, lo liberó de su encierro. No contenta con ello, se puso a lamer el pene mientras comenzaba a juguetear con sus testículos.

La maestría de la rubia haciéndole esa inesperada mamada le tenía impresionado y por ello no opuso resistencia cuando con un suave empujón, le obligó a sentarse sobre la cama.

― ¡Qué ganas tenía de conocerte! – comentó mirando la erección y acercando su cara a ella, comenzó a restregarla contra sus mejillas.

Momentáneamente, el joven se olvidó del peligro en que se hallaban y no hizo ningún intento por pararla cuando sacó la lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de su glande. Es más, dejándose llevar, separó sus rodillas y acomodándome sobre el colchón, la dejó continuar. Liz al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, lo miró sonriendo y besando su pene, le empezó a masturbar.

Jaime no dudó en protestar al sentir que usaba las manos en vez de los labios, pero la chavala haciendo caso omiso a su queja, incrementó la velocidad de la paja mientras le decía que le diera de beber porque tenía sed. Nunca se esperó que una niña bien le hiciera semejante petición y menos que llevando la mano que le sobraba entre sus propias piernas, la rubia cogiera su clítoris entre los dedos y lo empezara a torturar.

Por eso no supo que decir cuando observó a esa preciosidad postrada ante él mientras masturbaba a ambos y menos cuando sin necesidad de que él interviniera, Liz se vio sacudida por un brutal orgasmo y poseída por una extraña necesidad, le gritó de viva voz:

― ¡Córrete en mi boca!

Acogiendo como propio el deseo de esa mujer, descargó casi de inmediato en su interior la presión que acumulaban sus huevos mientras, pegando un grito de alegría, la rubia intentaba no desperdiciar ni una gota de la simiente que estaba vertiendo en su garganta.

Para su deleite, en cuanto terminó de ordeñar su miembro, esa mujer se le volvió a sorprender porque decidida a someterlo, se sentó encima de sus rodillas.

― ¡Espero que te gusten! ― exclamó con los pechos a escasos centímetros de su cara y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se bajó los tirantes del sujetador y con una sonrisa en los labios, lo miró mientras iba liberando sus senos.

Aunque los había visto a través de su escote, tuvo que admitir que en vivo y en directo sus pezones eran aún más maravillosos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando su entrega, esa mujer rozó con ellos los labios de Jaime sin dejar de ronronear.  

A pesar de que lo que realmente le apetecía era abrir la boca para con los dientes apoderarse de esas bellezas, Jaime prefirió seguir quieto como si esa demostración no fuera con él, temiendo quizás que, si colaboraba con ella, la rubia perdiera su interés en él.

Esa ausencia de reacción, lejos de molestarla, fue incrementando poco a poco su calentura y hundiendo la cara del hombre entre sus pechos, maulló en su oreja:

―Necesito que me folles.

Para entonces su pene había recuperado la entereza, presionando la entrepierna de la rubia, la cual, imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra él mientras incrustaba el glande del muchacho entre los pliegues de su vulva. Solo la barrera que representaban sus bragas impidió que la penetrara.

― ¡Me encanta que te hagas el duro! ― rezongó mientras se retorcía al sentir cada vez más mojado el coño y moviendo su pelvis de arriba y a abajo a una velocidad pasmosa, le avisó que estaba a punto de correrse.

Jaime no la creyó porque no en vano hacía menos de tres minutos que se había corrido y por eso pensó que estaba actuando cuando sus débiles gemidos se convirtieron en aullidos de pasión.

En otro momento no hubiera soportado esa tortura y hubiese liberado su tensión follándosela, pero sabiendo que podían oírlos, le tapó la boca con las manos mientras esa loca se corría.

― ¡Dios! ― intentó gritar al sentir que su sexo vibraba dejando salir su placer: ― ¡Me estás matando!

―Quieres callarte y quedarte quieta, nos vas a descubrir― le chilló molesto.

A pesar de su queja, la rubia siguió frotando su pubis contra él durante un par de minutos hasta que dejándose caer sobre su pecho se quedó cómo en trance mientras la mente de Jaime se sumía en el caos. Aunque estaba orgulloso por haber sabido mantener el tipo y no entregarse a la lujuria, le cabreaba pensar que había perdido la oportunidad de tirarse a esa monada y mas cuando viéndola desnuda a su lado, no podía hacer otra cosa que observar el dibujo con forma de corazón que llevaba tatuado en mitad de la nalga.

Para su desesperación poco le duró la tranquilidad ya que en cuanto hubo descansado unos minutos, esa inconsciente le soltó:

―Todavía no me has follado.

Trató de hacerle ver que era una locura, pero ella, poniendo cara de zorrón, se quitó el tanga y sentándose a horcajadas sobre él, comenzó a empalarse lentamente. La parsimonia con la que lo hizo permitió a Jaime disfrutar del modo en que su extensión iba rozando y superando cada uno de los pliegues de esa cueva que le recibía empapada.

― ¡Qué estrecha eres! ― murmuró al sentir cómo iba envolviendo su tallo y cómo dulcemente lo presionaba.

Entregada a su lujuria, Liz no cejó hasta que el glande de su momentánea pareja tropezó con la pared de su vagina y sus huevos golpearon su trasero. Entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre él sin dejar gemir al hacerlo.

Sus sollozos recordaron a Jaime el sonido de un cachorro llamando a su madre, suave pero insistente. Y olvidando cualquier rastro de cordura, apoderándose de sus pezones, los empezó a pellizcar entre los dedos.

―Cabrón, no pares― Liz murmuró al sentir como los torturaba estirándolos cruelmente para llevarlos a su boca y gritó su excitación nada más notar la lengua de su benefactor jugueteando con su aureola.

La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que, habiendo resbalar su cuerpo contra él, intentaba incrementar su calentura.

La cueva de la muchacha se anegó totalmente, empapando las piernas de Jaime con su flujo al sentir que los dientes de él se hundían en la piel de sus pechos mientras con las manos se afianzaba en su trasero.

―Córrete por favor― berreó de placer, demostrando que estaba disfrutando y mucho.

Jaime supo que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando sus manos en los hombros de la joven forzó la profundidad de su cuchillada mientras se licuaba en su interior.

Las intensas detonaciones de su pene llenaron de blanca semilla la vagina de la muchacha y juntos cabalgaron hacia el clímax. Pero justo cuando agotado y satisfecho, Jaime besaba por primera vez a Liz, la habitación pareció estallar en mil pedazos.

Todavía seguían abrazados cuando una horda de encapuchados entró en la habitación, atravesando la puerta.

― ¿Quiénes son? ― queriendo proteger a Liz, Jaime preguntó.

El que debía ser el líder, ni siquiera se dignó en contestar y dirigiéndose a la muchacha que parecía menos nerviosa que su acompañante, comentó:

―Su padre desea que nos acompañe. ¡Este barrio no es seguro para usted!

Aunque literalmente era una propuesta, en realidad era una orden. Sin esperar que la chavala reaccionara, tiraron de ella y tal y como llegaron desaparecieron de allí. Jaime intentó evitarlo, pero lo único que consiguió fue que la culata del arma de uno de esos desconocidos le rompiera un par de muelas…


Relato erótico “Mi esposa y la partida de póker”. (POR MARIANO)

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MI ESPOSA Y LA PARTIDA DE POKER
Cuando llamé a Silvia, mi mujer, para decirle que la tradicional partida de Póker del viernes la teníamos que celebrar en nuestra casa, sabía que no le iba a gustar. Siempre jugábamos en casa de Andrés, el dueño de le empresa en la que trabajo, pero ese día era imposible hacerlo allí.
Como me imaginaba, a mi esposa le disgustó que la sesión de cartas tuviera que celebrarse en nuestra casa, lo noté claramente en su voz cuando se lo anuncié, pero seguramente no quiso contrariarme y no puso pega alguna.
A Silvia no le gustaba Andrés. Habíamos coincidido con él en algunas salidas y ella me había dicho que en más de una ocasión le había pillado mirándola a escondidas, en especial a sus tetas, y que siempre le daba la impresión de que la desnudaba con la mirada. Yo nunca me había percatado de tal circunstancia, e incluso, en mi opinión, él había mostrado con frecuencia signos de galantería que mi mujer había cortado de raíz con una actitud altiva y hasta a veces grosera. Andrés no se había casado y a sus 47 años disfrutaba de una vida de plena libertad, apoyada por una buena economía. Además era un tío delgado y alto, cerca del 1,80, de ojos azules y pelo canoso. Físicamente se mantenía bien pues hacía mucho deporte.
A la hora convenida se presentó Andrés acompañado de los otros dos invitados. Uno de ellos, que ya había participado en alguna sesión, era Juan, un andaluz de unos 50 años, que ya lucía una notable calvicie y una gorda barriga, muy simpático y bastante campechano. El otro participante era desconocido para mí y Andrés me lo presentó como Lucas. Era un hombre muy delgado, de pelo algo largo y oscuro, nariz aguileña y ojos negros y penetrantes, en el que destacaba el color aceitunado de su piel, demostrando una ascendencia claramente de origen gitano.
Los tres saludaron a Silvia, Andrés con un beso, pues ya la conocía, y los otros dos dándole respetuosamente la mano. Ella devolvió el saludo y tras desearnos suerte en la partida se fue a la salita de estar a ver la tele.
El juego se iba desarrollando con normalidad entre vasos de whisky, bromas, chistes y el constante parloteo de Juan y Andrés, mientras que Lucas participaba poco de las risas y chirigotas manteniendo un rictus más serio y concentrado en el juego.
Tras casi tres horas de timba y cuando ya ésta tocaba a su fin tuve la suerte de ligar una escalera de color máxima y, emocionado por la suerte que había tenido, hice una apuesta considerable. Cuando Andrés contestó subiendo aún mas su apuesta los nervios se apoderaron de mí y sin dudarlo doblé la apuesta suya y él respondió aumentándola de nuevo. La situación se había vuelto tensa y todos estábamos concentrados en lo que estaba aconteciendo en la mesa.
En ese momento apareció Silvia para decirnos que se iba a dormir pero, detectando la emoción que allí se respiraba, se acercó a mi lugar. Yo acababa de lanzar una nueva y más fuerte apuesta. Andrés, tras pensárselo un poco sacó un cheque bancario y escribió en él una cifra: 30.000 Euros. La apuesta era demasiado para mi y comenté que no podría cubrirla.
En ese momento Silvia, que ya había visto mis cartas y también el cheque de Andrés, me susurró al oído:
No puedes abandonar ahora. Tienes unas cartas sin duda ganadoras.
Silvia, no tenemos tanto dinero. Si pierdo tendríamos que pedir un préstamo y luego pagarlo, y no estamos en condiciones de afrontar eso – le contesté, e iba ya a anunciar mi decisión final cuando ella, de nuevo al oído, me dijo:
Espera, ese dinero nos vendría de perlas, ya sabes, es una oportunidad única que no podemos rechazar.
Mi mujer se había metido de lleno en la partida. Ella en esos días andaba detrás de reformar varias zonas de la casa, algo a lo que yo siempre me había negado por cuestiones monetarias. Pero Silvia es una mujer perseverante, y busca siempre la manera de conseguir lo que se propone. En esos momentos veía la puerta abierta para conseguir su objetivo.
Como yo seguía dudando aunque me inclinaba por rechazar el envite, me dio un nuevo apretón en el hombro empujándome a aceptar. Cuando, con un mar de dudas, negué con la cabeza ella me miró enfadada y, tras unos segundos, se dirigió directamente a Andrés:
¿Aceptarías mi coche para cubrir la apuesta?
Andrés, sin inmutarse, contestó:
Silvia, yo ya tengo varios coches. ¿Qué interés puedo tener en el tuyo?
Ya claro, tú tienes mucho dinero. Dudo que tengamos algo que ofrecerte.
En ese momento Andrés concentró su mirada en mi esposa, primero mirándola directamente a los ojos y luego descendiendo la vista a su busto que se realzaba desafiante bajo la blusa encarnada. Por primera vez noté en él esa mirada lujuriosa que tantas veces me había señalado Silvia y que yo me negaba a creer.
Silvia captó lo que Andrés le decía con los ojos y, sin pensárselo, se lanzó al ruedo.
Está bien, para igualar tu apuesta estoy dispuesta a entregarme a ti. Si aceptas y ganas seré tuya durante el resto de la noche. Si pierdes nos quedaremos con tu cheque.
Los cuatro nos quedamos de piedra ante el anuncio de mi mujer.
Un momento – balbuceé yo, y cogiendo a Silvia del brazo la giré hacia mí y le dije al oído:
¿Estas loca o qué? Como se te ocurre hacer semejante apuesta.
Cariño, no hay peligro alguno. Tienes unas cartas imposibles de superar y sé que Andrés la aceptará aunque se arriesgue a perder ese dinero.
Reconozco que estaba confundido, mi mujer tenía razón en cuanto al hecho de que mis cartas eran maravillosas, pero en el póker que nosotros jugábamos, y desconozco si en el real es también así, no había una combinación de cartas insuperable. La escalera de color máxima, en teoría invencible, sólo podía ser superada por una escalera de color mínima. Es una regla que impide que nadie pueda sentirse seguro de ganar por muy buenas que sean sus cartas.
Andrés, ya repuesto de la sorpresa inicial y frunciendo el ceño, se dirigió a nosotros dos:
¿Estáis seguros de lo que acabáis de proponer? – y tras un breve silencio añadió:
Voy a hacer como que no he escuchado nada por si os lo queréis pensar mejor.
La patata caliente estaba de nuevo en nuestro tejado, pero Silvia estaba convencida, quizás demasiado, de la victoria y, mirándome fijamente, asintió levemente con la cabeza, lo suficiente para que yo me percatara de que quería seguir adelante. Su mente ya estaba planificando todas las cosas que iba a hacer con el dinero y yo sabía que si me negaba a seguir adelante me lo recriminaría en el futuro. Con un hilo de voz y un nudo en la garganta confirmé que mantenía la apuesta.
El envite estaba echado. Observé como Juan escondía la mirada hacia la mesa soltando aire, mientras que Lucas, serio e impasible como siempre, observaba a Andrés que era el siguiente que tenía que hablar.
Andrés repasó unos segundos sus cartas hasta que levantó la mirada hacia a Silvia que se mantenía a mi lado contemplando mis naipes. Debo reconocer que mi esposa es una mujer guapa, luce una melena lisa de color castaño natural, sus ojos son de color verde botella, con pestañas largas y cejas no demasiado pobladas, también de color castaño, como su pelo. Su boca, cuyo labio inferior es muy carnoso, y una nariz ligeramente achatada completaba unas facciones en su rostro dulces y redondeadas.
La mirada de Andrés era fija y penetrante y en ese momento si me pareció que la estaba desnudando con ella. Caí en la cuenta de que mi jefe ya tenía arriesgado su dinero antes de que nosotros contra apostáramos. No había para el riesgo añadido, pero se le ofrecía la oportunidad de gozar de un auténtico bombón y supe que no iba a rechazar semejante invitación.
Efectivamente, tras unos segundos que parecieron horas, Andrés se dirigió a mí:
Está bien, acepto. Si ganas te quedarás con el cheque y los 30.000 Euros. Si pierdes tu esposa será mía el resto de la noche y se someterá a mis deseos. Te toca enseñar tus cartas.
Silvia me acarició el hombro en señal de satisfacción y yo empecé a mostrar mi jugada: 10, J, Q, K y As de diamantes. Juan no pudo evitar soltar un “Guauu” de sorpresa y hasta Lucas hizo una pequeña mueca de admiración, pero Andrés se mantuvo impasible y empezó a mostrar las suyas: 2, 3, 4, 5 de corazones. Miró a Silvia una vez mas y pasándose la lengua por los labios enseñó la última carta que le quedaba, el As de corazones.
Mi corazón dio un vuelco mientras contemplaba, absorto, las dos tiras de cartas sobre la mesa. Juan observaba con incredulidad, Lucas se rascaba nerviosamente la nariz y Andrés me miraba con una media sonrisa. La baza era suya, su escalera batía a la mía. Entonces valoré el alcance de la apuesta. Silvia iba a ser suya y, de pronto, me vino la imagen de él follándosela. Me apareció una opresión en el estómago.
Cuando alcé la mirada hacia Silvia la vi sonriendo nerviosamente y sólo al ver mi rostro se dio cuentas de que algo iba mal.
¿Qué pasa? ¿Has ganado, no? Tu escalera es mayor que la suya – dijo con toda confianza y seguridad.
Yo ya no podía ni hablar, y fue Juan el que replicó a mi mujer:
La escalera mínima es la única que supera la máxima. Son las reglas del Póker. ¿No lo sabías? Andrés ha ganado la apuesta.
Silvia me miró y yo asentí con la cabeza confirmando las palabras de Juan. Cuando ella miró a Andrés, éste la contemplaba embelesado. Los ojos de él le decían que había ganado e iba a disfrutar de ella plenamente lo que quedaba de noche. Mi esposa no pudo evitar sonrojarse ante la fija mirada de Andrés y yo volví a imaginármelos follando.
El silencio se apoderó del salón hasta que la propia Silvia con claros signos de nerviosismo lo interrumpió:
Mira Andrés, te pagaremos los 30.000 euros de la apuesta y todo zanjado ¿De acuerdo?
Andrés contestó con toda la tranquilidad:
Os di la oportunidad de echaros atrás y no lo hicisteis: Apostasteis fuerte y tengo intención de cobrar. No te haré ningún daño, te lo prometo, pero a partir de este momento vas a estar a mi entera disposición. – y tomó su vaso de whisky, dio un sorbo y se puso a juguetear con las cartas que esa noche le habían obsequiado con un triunfo totalmente inesperado
Sus palabras me golpearon de nuevo pero sobretodo afectaron a mi esposa a la que sentía respirar junto a mí muy agitada. Fue Juan quien levantándose rompió la tensión que se mascaba en el ambiente:
Bueno chicos, creo que por hoy ya está bien, voy a llamar a un taxi y me vuelvo a casa; ¿Vienes Lucas? –
Antes de que Lucas respondiera intervino Andrés:
Donde vais a encontrar un taxi a estas horas de la noche. Os he traído yo y os volveréis conmigo – y dirigiéndose de nuevo a Silvia, añadió:
No vamos a tardar mucho en lo que tenemos que hacer ¿Verdad Silvia?
Apareció en ella un claro semblante de rabia, y dándose la vuelta se dirigió sin mediar palabra hacia la cocina. Andrés sonreía viendo la reacción de mi esposa. El enfado de Silvia le estaba dando sin duda un añadido morbo a lo que él ya tuviese pensado hacer con ella.
Me levanté y también yo fui a la cocina. La encontré ligeramente reclinada sobre el fregadero con un vaso de agua en la mano y muy pensativa.
¿Por qué no me dijiste que podíamos perder? – me dijo cuando me acerqué a ella.
Creía que conocías las reglas. Además fuiste tu quien hizo la apuesta sin consultármelo.
¿Y si me niego a cumplir lo pactado?
Es mi jefe y sabes que puede ponernos en problemas. Ya has oído que tiene que llevar a casa a los otros dos. Te echará un polvo rápido y todo habrá terminado.
Hablarle así a Silvia estaba siendo una pesadilla porque de mi mente no desaparecía la imagen de ella con Andrés follándola salvajemente.
Está bien, espero que tengas razón – y tras terminar el vaso de agua se dirigió de nuevo al salón. En su serio semblante se denotaba la turbación que le producía el saber que en pocos minutos estaría en los brazos de otro hombre.
Cuando regresamos al salón nuestros tres invitados se habían servido otra copa. Juan y Lucas estaban sentados en uno de los dos sofás, mientras que Andrés trasteaba junto a la cadena de música entre los Cds de música. Silvia, excusándose, se dirigió al aseo principal de la casa y yo, tras coger mi bebida me senté, cada vez más nervioso, entre Juan y Lucas.
Este último se me acercó y me dijo al oído:
No entiendo como has consentido en entregar a una mujer tan espléndida como tu bella esposa. No te enfades, pero reconozco que me hubiera gustado tener yo las cartas de él – y tras su comentario se echó un sorbo de whisky a la garganta.
No tuve ganas de contestarle en ese momento. Sabía que tendría que intentar conversar con ellos mientras Andrés se llevaba a mi mujer a una de las habitaciones para hacerla suya. La bebida no calmaba mi boca seca y sabía que la espera iba a ser interminable.
Andrés eligió finalmente un Cd y una música suave comenzó a brotar de los altavoces. Se sentó en el otro sofá y, con su copa en la mano, esperó el regreso de Silvia, el inesperado premio que le había ofrecido una inocente partida de póker.
Al cabo de un rato, en el que reinó un absoluto silencio, ella regresó al salón. Silvia es muy coqueta y se había arreglado para recibir a nuestros visitantes. Estaba preciosa con su falda beige tableada que le llegaba a la altura de las rodillas y la blusa color carmesí cuya apretura hacía resaltar sus pechos. Unos zapatos negros de medio tacón completaban su figura. No sabía la causa, pero me parecía mas guapa que nunca y a Andrés le debía parecer lo mismo pues se la comía con la mirada.
Silvia se quedó junto a la puerta de entrada al salón, quieta y avergonzada, esperando el temido momento en el que Andrés fuera a buscarla.
Finalmente él se levantó, nos indicó que cogiéramos de la mesa de centro nuestras copas y la apartó a un lado. Luego se aproximó al lugar donde ella estaba y le cogió la mano, pero cuando todos esperábamos que abandonaran el salón, apagó la luz principal dejando sólo la de la pantalla de mesa situada en la esquina de la ele que formaban los dos sofás de nuestro salón. Con la vista puesta en Silvia comentó en voz alta:
Vamos a bailar un poquito. La música nos relajará.
Agarrando a Silvia por la cintura, la atrajo hacia él y empezaron a bailar, justo delante de nosotros tres. Silvia le puso sus brazos en los hombros y, mirando hacia el suelo, empezó a moverse al compás de la melodía. El ambiente de luz tenue existente y la calidez de la melodía creaban realmente un efecto relajante y a todos nos vino bien, sobretodo porque Silvia y Andrés empezaron a bailar simplemente como amigos.
Pero a Andrés debía hacérsele muy difícil mantenerse bailando a distancia de Silvia sabiendo que ésta estaba a su entera disposición y poco a poco comenzó a arrimar su cuerpo al de ella. Mi mujer ya se lo esperaba y no puso obstáculos al acercamiento. Cuando los dos cuerpos se rozaron finalmente, Silvia encogió ligeramente su pelvis. Sin duda Andrés tenía su pene en erección y ella ya lo había notado.
La escena fue calentándose por momentos, buscando él la mayor proximidad a mi esposa y reculando ella para evitarlo. Me pareció que Andrés había perdido de vista el hecho de que estábamos nosotros allí contemplándolo todo y, sin reparo alguno, bajó sus manos de la cintura al trasero de mi mujer, apretándolo contra su entrepierna sin que ella pudiera ya separarse. Cuando les vi totalmente juntos pensé que era preferible marcharnos, pero tanto Juan como Lucas contemplaban embelesados el baile, de modo que no dije nada.
Cuando Andrés comenzó a recoger con sus dedos la tela de la falda de Silvia y está empezó a deslizarse hacia arriba ella paró e intentó apartarse para protestar:
¿Qué haces? ¡Aquí no, delante de ellos no!
Andrés la miró y sin contestar la atrajo de nuevo hacia él. Ella intentó rebelarse separándose de nuevo:
¡Basta ya! – le reprendió con seriedad.
La categórica respuesta de él nos sorprendió a todos:
Me apetece seguir aquí y no me importa que ellos estén delante, además así podrán ver como cobro mi apuesta. Si quieren irse que lo hagan. Tú sigue bailando.
Y apretándola de nuevo contra el comenzó de nuevo a recoger entre sus manos la falda que había caído cuando ella se había apartado. Cuando al girar Silvia nos ofreció la parte posterior de su cuerpo la maniobra de Andrés ya había dejado al desnudo la mitad de sus muslos. Medio giro después los ojos de Silvia se encontraron con los míos y noté en su mirada el ruego de que abandonáramos el salón.
Tanto Juan como Lucas me miraron esperando que me levantara para irnos, pero mi cabeza no hacía más que pensar en esos momentos en las palabras de Andrés. Lo lógico era abandonar el salón para no ver lo que se avecinaba, pero por otro lado era evidente que podía ser peor imaginármelo sin saber nunca la auténtica realidad. Además quedarme me ofrecía la gran ventaja de poder ver las reacciones de Silvia. Miré a mis dos acompañantes y luego giré de nuevo la vista al frente. El siguiente encuentro con los ojos de mi mujer reflejaban su despecho por mi actitud de mirón.
Andrés se iba excitando por momentos y no tardó en terminar de subir la falda enrollando la tela en la cintura. Apretándose aún más a Silvia puso sus dos manos sobre las bragas y empezó a recorrer su trasero por encima de ellas. La comenzó a besar en el cuello y en el siguiente giro sus manos trasladaban los extremos de las bragas hacia el centro de sus nalgas. Un giro más y éstas aparecían ya como si fueran un tanga, mientras que Andrés pellizcaba y manoseaba la suave piel de los cachetes desnudos de su trasero.
Él buscó besar la boca que se escondía en el rostro agachado de mi avergonzada mujer. Le costó conseguirlo pero ella, resignada, al final tuvo que ceder. Cuando sus lenguas se entrelazaron él se encendió aún más, pero, sorprendentemente, a los pocos instantes dejó de besarla y separándose un poco de ella se quedó quieto durante unos segundos. Luego se aproximó de nuevo a mi mujer y poniéndole las manos en los hombros la giró, lentamente, media vuelta. Volvió a apretarse contra ella y comenzó a bailar de nuevo haciendo notar a Silvia su erección, esta vez en el trasero. Ella sintiéndose frontalmente observada por completo por nosotros volvió a agachar avergonzada el rostro mientras que Andrés, tras pasarle sus manos por los pechos, sobre la blusa, las bajó y metiéndolas directamente bajo la falda, que frontalmente aún cubrían la mitad de los muslos, empezó a subir hacia su coño.
Cuando Silvia notó los dedos de Andrés pasearse por su vulva sobre la braga instintivamente se encorvó, lo que originó que el erecto miembro de él se apretara por completo al culo de ella. Andrés paró de nuevo y exclamó:
No puedo mas, me pones a tope, tengo que follarte.
Con celeridad se bajó la cremallera del pantalón sacando al exterior una polla erguida y de buen tamaño. Silvia, medio encogida y con un hilo de voz volvió a protestar:
Por favor, no lo hagas aquí. Vamos a una habitación.
No puedo esperar más, te deseo, tengo que metértela ya.
Y acercando su picha al trasero de mi mujer, comenzó a apartar la braga para poder abrirse paso hacia el coño de ella. Silvia le dijo entonces:
Ten cuidado, no tomo pastillas y podría quedarme embarazada.
Andrés dudó unos instantes y mientras con una mano se masturbaba bajó la otra al bolsillo trasero de su pantalón. Con habilidad maniobró en la cartera con una sola mano para extraer un preservativo que agarró entre sus dientes. Guardó de nuevo la cartera y tras romper el envoltorio ajustó el condón a su verga. Se la meneó un par de veces más y se arrimó de nuevo a Silvia apartando de nuevo la braga y buscando la entrada de su cueva. No le fue fácil por la posición de ambos y por tener ella las piernas cerradas, pero tras tantear varias veces le introdujo su inflamado cipote y apretó su cuerpo al de ella. Silvia no estaba excitada y se quejó por la rápida penetración que le dolió. Andrés bombeó un par de veces y se frenó en seco con claros rasgos de sufrimiento en su rostro. Tras mantenerse parado unos segundos dio un golpe de caderas hacia delante que empujó a mi esposa hacia el sofá vacío, haciendo que apoyara sus manos sobre el respaldo. Continuó follándosela unas pocas veces y resoplando se pegó a ella con un último empujón. Se estaba corriendo. Entonces entendí la causa de su urgencia y sus paradas. Su grado de excitación era tal, que no podía aguantar mucho tiempo sin venirse. Eso me extrañó, pues la idea que tenía de Andrés y de su forma de vida no coincidía con lo que acababa de pasarle.
Cuando sus espasmos terminaron Andrés se retiró de dentro de ella, exclamando que había sido maravilloso. Sin embargo, pese a sus palabras, le noté contrariado por lo que le había pasado. En el fondo los tres espectadores estábamos decepcionados. Todo había ido muy deprisa y en realidad él apenas había podido gozar del sensual cuerpo de Silvia. La calidez del ambiente y las expectativas que se abrían invitaban a una sesión de sexo morboso, pero la eyaculación precoz de Andrés parecía haber roto el encanto de la situación.
Andrés sacó su miembro de ella y se sentó en el sofá. Silvia abandonó su incómoda posición y se sentó junto a él. Sus expresiones eran muy distintas. Mi mujer escondía su cara entre las manos, avergonzada por haber sido jodida, y más aún en mi presencia y en la de los dos individuos que había conocido esa misma noche. Andrés por su parte con los brazos sobre el respaldo del sofá, y con la vista al techo, recuperaba el resuello tras su rápida corrida. La música seguía sonando pero ninguno teníamos claro que hacer a partir de ese momento. El propio Andrés fue el primero en reaccionar y quitándose el preservativo lo cogió por la abertura entre los dedos y se dirigió a Silvia, que estaba a su lado:
Toma Silvia, tira esto a la basura.
Ella apartó las manos de su rostro para ver a qué se refería él. Cuando vio el presente que le enseñaba hizo una mueca de repugnancia y dijo:
No pretenderás que sea yo quién lo haga. ¿Por qué no lo tiras tú?
Andrés la miró extrañado y con una maliciosa sonrisa alzó el condón que contenía su reciente eyaculación a la altura de los ojos de ella. Entonces comenzó a acercárselo lentamente.
¿Qué haces? – protestó -¡Para ya!
El ni se inmutó y continuó acercándole el globito. Silvia comenzó a recular en el sofá hacia el extremo mas cercano a nosotros a le vez que él se estiraba para acercarse cada vez más a mi mujer. Llegó un momento en que ella quedó medio tumbada y recostada sobre el brazo del sofá, sin poder retroceder más. Andrés amplió su sonrisa, situó el condón justo encima de su rostro y le preguntó socarronamente:
¿Qué pasa Silvia? ¿No te gusta?
¡Eres un asqueroso! – contestó ella
Vamos. No te enfades, al fin y al cabo esto es obra tuya.
Silvia cerraba los ojos, pero los abría de inmediato ante el desconocimiento de lo que pretendía hacer Andrés. Él movía con ritmo pendular a escasos centímetros de su cara el transparente envoltorio que contenía su leche recién derramada y cuya consistencia podíamos observar pese a la tenue luz de la pantalla que iluminaba la habitación.
Luego, mientras lo mantenía sujeto por la abertura, cogió la base con los dedos de lo otra mano y empezó a subirla para ponerlo en posición horizontal. Silvia adivinó la intención de Andrés y de inmediato se cubrió la cara con ambas manos, aunque eso no podía evitar, si era el deseo de Andrés, que la mojara.
Vamos Silvia ¿de verdad que no quieres tirarlo tú por el inodoro? Puedo manchar el sofá si se me derrama aquí mismo.
Andrés empezaba a mostrar un aspecto desconocido para mí. Se estaba mostrando soez y grosero con mi mujer, algo que no encajaba en la opinión que yo tenía de él. Estaba cada vez mas convencido de que su temprana corrida, y encima delante de nosotros, le había realmente afectado y lo estaba pagando con ella. Intenté librar a Silvia de su suplicio dirigiéndome a él:
El baño está junto a la puerta de entrada. – y con un gesto y una fingida sonrisa le di a entender que acabara con eso.
Andrés fijó su vista en mí durante unos segundos, con desafío, pero yo no cedí y finalmente se incorporó y salió del salón con su preservativo en la mano.
Tanto yo como mis dos acompañantes intuíamos que el polvo no había sido suficiente para Andrés y no nos movimos. Silvia, en cambio, debió pensar que la apuesta estaba cobrada y una vez recuperada del susto, adecentó su ropa y, sin atreverse a mirarnos, se levantó para irse. Al llegar a la puerta se topó con Andrés que regresaba, ahora ya con las manos vacías.
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “Entrenador de putas 6” (POR BUENBATO)

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Era tal como me lo imaginaba, ahí estaban los tres sobre la cama de Ignacio y, para variar, teniendo sexo. La escena parecía saludarme, el culo completamente abierto de Lucia me apuntaba mientras, agachada encima de Ignacio, le practicaba una mamada bastante interesante. También Gina me mostraba sus preciosas nalgas mientras entre sus piernas la cabeza de mi buen amigo le provocaba orgasmo tras orgasmo con su lengua. Ninguno me vio, ni ninguno parecía haber notado mi presencia; el sueño, desde luego, se me quitó y aquella escena inevitablemente terminó por provocarme una erección inmensa, quizás por lo poco que me esperaba semejante y tan erótica situación.
Ambas eran muy pero muy lindas, con mucho mejor cuerpo que Rocío aunque sin aquel aire de ternura y simpatía que aquella daba. Eran, entre las dos, más bien, una especie de par de amigas tan hermosas como alocadas. Sabía que Ignacio se había acostado varias veces con una de ellas, Lucia, pero jamás me hubiese esperado esto.
Sin embargo, a pesar de ser muy amigas, ambas tenían marcadas y también, por qué no, atractivas diferencias.
Lucia era, por decirlo en una palabra, voluptuosa; debía medir casi un metro setenta y tenía unos senos enormes, realmente grandes que solía, por lo regular y como aquella noche, esconder en la mayor medida posible con camisetas grandes, también tenía un culo grande y redondo que en ese instante, completamente abierto, lucia precioso. Tenía piel clara y su cabello, castaño claro y hasta los hombros, era rizado y visiblemente descuidado, lo que le daba un aspecto verdaderamente sexy a mi punto de vista. Tenía unos ojos bonitos, negros, y unas cejas delgadas y remarcadas. Su boca parecía pequeña en aquel cuerpo pero me gustaba.
Gina, por su parte, era otra cosa. Parecía una especie de modelo de ropa para pubertas. Era bajita, como de un metro cuarenta. Ni siquiera nos llegaba a los hombros a Ignacio o a mí. Sin embargo eso no parecía afectarle para nada. Era delgada, y cualquiera hubiese dicho que se trataba de una niña de doce años de no ser por su par de tetitas bien redondas y marcadas y un trasero encantador escoltado por unas nalgas preciosas que difícilmente podía ocultar. Era morenita clara y su cabello oscuro le iba bien con sus ojos oscuros. Tenía la cara muy fina y un cabello largo y lacio. Esa era pues, la combinación que Ignacio se había conseguido, ¿cómo lo hizo?, no tengo la menor idea.
De primera no supe que hacer, me parecía una situación compleja. Por un lado tenía la verga bien erecta y el culo de Lucia parecía perfecto para saciarme. Por el otro lado me pregunté si mi repentina aparición no las pondría nerviosas o, peor aún, acabara con aquella situación. Sin más ni más decidí arriesgarme. Me saqué toda mi ropa y, antes de entrar en aquel grupo, pasé antes por un frasco de gel lubricante que tenemos para momentos como este. En este caso no me interesaba tanto follarme el coño de Lucia sino que quería ir directamente al ojo rosado de su ano que parpadeaba como sediento. Sabía de antemano, por parte de lo que Ignacio me había contado, que Lucia estaba bien acostumbrada a tragarse penes por el culo.
Sin mayor aviso me subí de un salto a la cama y solo hasta entonces advirtieron mi presencia. Mis manos directamente se dirigieron al culo de Lucia y lo alzaron.
– Mira nada más quien llego. – exclamó Pablo sonriendo, asomándose con las nalguitas de Gina sobre su frente.
Gina volteó sonriente sin dejar de restregar su coño en la cara de Ignacio que lucía feliz de la vida.
– Deja ahí malandrín – bromeó Lucia.
No le hice mucho caso, y comencé a manosearla desde el ano hasta su coñito. Me pregunté si aun continuaban en estado de ebriedad, parecía que si aunque también noté cierta señal de lucidez en sus voces que me hizo pensar en que ya no estaban tan influenciados por el alcohol. No pensé más en aquello, Gina seguía, con movimientos de lo más sensuales, rozando sus labios vaginales con la lengua y cara de Ignacio quien no perdía tiempo y apretujaba las nalgas de nuestra compañera de clases mientras Lucia, nuestra otra compañera, mamaba con cariño el pene de mi amigo. Me di a la tarea entonces de unirme de lleno a aquel inesperado banquete y dirigí mi boca al coñito ya húmedo de Lucia; comencé a chocar mi lengua con su coño y me concentré más que nada en su clítoris lo que la volvía loca, seguí así por un par de minutos hasta que le provoqué su primer orgasmo de la noche.
– Bien hecho Pablo – dijo Gina desde su posición, mientras nos miraba volteando la mirada – estás haciendo que mi amiga la pase bien.
Aquello de tener una espectadora me pareció muy lindo, así que para no aburrirla decidí pasar a lo siguiente. Succioné todos los jugos que pude del coño mojado de Lucia e inmediatamente posicioné mi boca junto a la entrada de su culo y escupí los fluidos ahí. Metí un dedo para probar y entró con facilidad, lo que dio a entender que aquellos eran muy buenos lubricantes. Seguí metiéndole el dedo y ella parecía entender muy bien porque la muy zorra elevó su culo y abrió no sé como el ojo de su ano.
– Dale Pablo – dijo Lucia totalmente jariosa – te estás tardando.
Volteé hacia Gina y comprobé que nos seguía mirando. Tomé mi ansiosa verga y apuntándolo hacia el culo de Lucia se lo inserté de un golpe; se tensó pero muy poco tomando en cuenta de que aquel era un esfínter acostumbrado a ser taladrado. Sentí cierta diferencia en aquel ano, era apretado como todos pero daba la sensación de ser más acogedor con mi pene, comencé a bombear y ciertamente era mucho más sencillo acribillar aquel culo.
– ¡Dale Pablo! – gritó Lucia y ciertamente no parecía la misma voz de ebria de hacia un rato y era también notable que, aunque acostumbrado a las vergas, aquel culito aun se volvía loco con cada embestida.
Lucía seguía mamando la verga de Ignacio pero de momento se detenía para intentar soportar el placer de mi falo que le taladraba el culo. Yo me sentía realmente cómodo en aquel ano y a Gina parecía llamarle mucho la atención pues, cuando no estaba al borde de un orgasmo causado por la lengua de Ignacio, volteaba de vez en cuando a observar cómo me follaba a su amiga.
De pronto Gina cambió su posición y se agachó sobre el cuerpo de Ignacio y comenzaron a besarse, yo seguía bombeando el ano de Gina. Con aquella nueva posición podía ver con mayor amplitud el culo de la pequeña Gina, tenía una vagina muy rosada, quizás por el contraste de su piel morena, y un ano muy apretado y con pliegues muy oscuros que enseguida comencé a desear. Seguía besando a Ignacio pero me deleitaba a mí alzando aquel culito tan encantador.
De pronto Ignacio pareció comentarle algo al oído de Gina y en seguida esta se enderezo y giro mirando hacia su amiga que seguía engullendo aquella verga. Entonces Gina detuvo la cabeza de Lucia, como evitando que escapara, mientras Ignacio comenzó a bombear su verga dentro de la boca de la chica, básicamente se estaba follando a Lucia por la boca y esta parecía extrañada pero no mostró mayor resistencia. De pronto el orgasmo de Ignacio rellenó la boca de Lucia con su semen.
– Idiotas – dijo Lucia con una ligera sonrisa – no tenían que hacer eso para tragarme esa leche.
Entonces Gina cambió su posición, girando y llevando su linda boca hacia el falo de Ignacio; este recibió el culo de Gina a lengüetazos mientras la chica le hacia una limpieza al pene que aun chorreaba un poco de semen.
Lucia y yo también cambiamos de posición, ella se recostó de lado y alzó una pierna de modo que yo, recostado de tras de ella, seguía bombeándola mientras mi verga era apretujada por sus nalgas; esto debía acelerar un poco el proceso porque momentos después mi leche estaba ya chorreándose por el ano de Lucia quien seguía tambaleando su cabeza con otro orgasmo más.
– Carajo Pablo – dijo Lucia, mostrándome sus dientes incisivos en su pervertida cara – tu leche está muy caliente.
Saqué mi verga de su ano y noté el coño mojado de la chica, seguía cansada de sus orgasmos pero con mi mano comencé a magrear su coñito lo que a la larga le provocó un orgasmo más, la chica estaba muy caliente y parecía encantada con aquella velada.
– ¡Dios Pablo! – dijo en pleno orgasmo – me estas volviendo loca.
Deje aquel coñito y entonces pensé en limpiarme mi pene para que Lucia le diera un buen masaje con aquella boquita. Caminé hacia el baño.
– ¿A dónde vas? – me detuvo la voz de Gina mientras gateaba hacia mí sobre la cama.
– Voy a lavarme – le respondí mientras ella se sentaba sobre la orilla de la cama.
– Espérate – dijo – todavía te falta algo – de pronto se recostó y alzó sus piernas hasta pegarlas lo más posible a su cuerpo, de modo que su culito quedó totalmente expuesto.
Mi verga se puso erecta de inmediato y más aun cuando un dedito de Gina señalaba directamente hacia el ojo de su esfínter.
– ¡Gina! – gritó Lucia – ¿tú?, creí que nunca lo habías hecho por ahí.
– Nunca lo he hecho – respondió Gina.
Toda aquella situación provocó que mi pene se erigiera de inmediato. Más aun cuando Lucía, recalcando lo zorra que podía llegar a ser, se agachó y dirigió su lengua al culo de su amiga y comenzó a lengüetear la entrada del ano.
Para contactar con el autor:

buenbato@gmx.com

Relato erótico: “Verano del 44” (POR ALEX BLAME)

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El bombardeo duraba ya cuarenta y cinco minutos. Los obuses caían cada vez más cerca rociándolos con tierra y metralla.

-Baja la cabeza idiota. –le dijo al chico a la vez que empujaba su casco hasta el fondo del pozo de tirador. –Y sigue practicando con el cañón de la MG, dentro de un rato nuestra  vida dependerá de lo rápido que lo hagas.
-A sus órdenes  Feldwebel  March  -respondió el chico cogiendo el arma y el cañón de repuesto con sus manos temblorosas.
-No, así no. Con los guantes ignífugos estúpido, y repite los pasos en voz alta.
El bombardeo seguía sin interrupción, cuando acabase, los rusos volverían a asaltar sus trincheras y un montón de tipos anónimos se masacrarían unos a otros  de nuevo por el capricho de dos cerdos bigotudos. Kurt intentó ponerse lo más cómodo posible en el fondo de la estrecha trinchera  e intentó relajarse un poco alejando su mente de aquel infierno, con los estallidos de los proyectiles y la  cantinela del  joven recluta de fondo:
-1º Abrir el cerrojo y bloquearlo.
-2º Girar cerrojo del cilindro hacia la derecha y hacia adelante.
-3º Coger el cañón y tirar hacia atrás y hacia fuera del revestimiento.
-4º Introducir el cañón nuevo hasta el fondo y colocarlo en el lugar de alineación.
-5º Tirar del cerrojo hacia atrás y a la izquierda.
Con el tiempo, se las había arreglado para poder aislarse de los estampidos,  el olor a cordita y  a carne corrompida. Sin mucha dificultad, su mente se alejó  y voló de nuevo a casa, a su último permiso. Una casa que con cada batalla estaba un poco más cerca de él, un poco más cerca de  la muerte.
 Está de nuevo, durmiendo entre  sábanas limpias, al lado de Greta, con Fritz gorjeando al lado en su cuna. Un agudo chillido les despierta, Kurt, descolocado se incorpora inmediatamente y busca un refugio entre las tinieblas de la habitación, su mente sólo piensa en Sturmoviks  y Katiushas. Greta se levanta y con una mano sobre su pecho le obliga  a acostarse de nuevo. Kurt obedece y la observa levantarse y acercarse al pequeño bulto berreante. Lo saca de la cuna con delicadeza  llevándolo entre sus brazos y sentándose en un pequeño sofá. Los ojos de Kurt ya habituados a la penumbra observan a Greta bajarse un tirante del camisón mostrando un pecho blanco, grande y tenso, cargado de leche. Fritz se agarra con ansia al oscuro pezón y chupa. Greta le sujeta la cabeza y levanta la mirada. Sus ojos  azules se sorprenden al cruzarse sus miradas. No está acostumbrada a tenerle a su lado. Sonríe y se ruboriza ligeramente. Fritz ajeno a todo chupa golosamente la vida que le proporciona su madre. Greta comienza a cantar suavemente  una antigua canción campesina. Aquella pequeña granja de Silesia es un  oasis en la guerra, por el momento.
Durante mucho tiempo habían deseado tener un hijo sin éxito, ahora  que lo habían conseguido se preguntaba qué sería de él con el enemigo cada vez más cerca. Había visto las burradas que habían cometido las SS y no se hacía ninguna ilusión de que el ejército rojo no fuese a vengarse.
Greta se baja el otro tirante y cambia al bebe de pecho sin parar de cantar, ajena a sus oscuros  pensamientos. Su cuerpo ya no es tan esbelto ni elástico como cuando se casaron, pero  la edad y la maternidad   han suavizado los ángulos de su cara y ha hecho que sus curvas sean más rotundas y femeninas. Kurt la desea,  no hacen falta palabras para que Greta se dé cuenta de ello y se incorpora dando a su hijo pequeños golpecitos en la espalda. Dos sonoros  eructos después Greta deposita al pequeño en la cuna. Está dormido antes de que Greta termine de arroparlo.
Greta se acuesta  de lado y apartando la sábana acaricia el pecho de Kurt distraídamente. Con una sonrisa mete la mano bajo el calzoncillo y coge su polla erecta masturbándole suavemente mientras le besa.  Kurt responde al beso mientras acaricia los suaves rizos de ella. Sus labios se separan el tiempo justo para mirarse a los ojos. La mirada de ella es dulce y apaciguadora, la de él es oscura y melancólica.
-¿Qué están haciendo contigo, mi amor? –pregunta ella sin esperar una respuesta.
Sin responder,  Kurt se quita los calzoncillos y se tumba sobre ella. La besa de nuevo con suavidad pero profundamente intentando fijar entre sus recuerdos el sabor a fruta y a especias de su boca. Greta separa ligeramente las piernas y se deja hacer sin apremiarlo, intentando reprimir su excitación. El suave tejido del camisón y los movimientos de las caderas de Greta acarician su polla devolviéndole a la realidad y haciendo a Kurt consciente del deseo de su mujer. Con lentitud, saboreando cada gesto, levanta la falda del camisón y la penetra lentamente hasta que todo su pene está envuelto por el calor y la suavidad húmeda del coño de Greta.
Greta suspira  y  abraza el cuerpo duro de Kurt mientras él se mueve dentro de ella.  Con cada penetración se muerde los labios para ahogar los gritos de placer. Recuerda como antes de la guerra el sexo era apresurado y escandaloso, pero no lo echa de menos, solo echa de menos los gestos despreocupados y alegres de Kurt.
Kurt disfruta tanto del sexo de Greta como de sus uñas hundiéndose en su espalda o el aroma de su cuerpo. Baja la cabeza y le besa los pechos a través del encaje de la combinación. Greta se baja los tirantes, Kurt se los lame con cuidado intentado no irritar aún más los pechos doloridos por el amamantamiento, pero Greta los estruja excitada y le acerca los pezones a la boca.  Kurt los chupa, unas pocas gotas de leche salen del pezón inundando su boca con un sabor denso y dulce.    Greta gime y aprieta su cuerpo aún más contra el de él.  Kurt empuja más rápido y más fuerte, los muelles del somier crujen y Greta jadea y le pide más.  Kurt se separa y con el sabor de su leche en la boca mete la cabeza entre las piernas de Greta.
El cuerpo de Greta se crispa entero al sentir los labios de Kurt sobre su sexo. Abre sus piernas y cerrando los ojos disfruta de la boca de su marido lamiendo y chupando su sexo haciéndola olvidarse de todo haciéndola olvidarse de un mundo en llamas.  A punto de correrse se da la vuelta y levantando el culo y separando las piernas le invita a entrar de nuevo  en ella. Kurt la penetra, esta vez con rudeza, azuzado por el deseo. Greta da un respingo pero aguanta firme las embestidas de Kurt  agarrándose a las sábanas y disfrutando de aquel miembro duro y caliente moviéndose en su interior. Kurt no puede aguantar y se corre dentro de Greta sin parar de empujar hasta que momentos después  ella se paraliza, tiembla y grita incapaz de reprimirse.
Agotados y sudorosos se acuestan y con su pene aun dentro de ella se quedan dormidos.
La mañana les sorprende en la misma postura en la que se acostaron rendidos, la luz se filtra por los postigos  iluminando tenuemente la habitación. Sobre una silla, en la esquina está el uniforme de artillero de Kurt.
-No vuelvas.
-¿Qué no vuelva dónde? –pregunta Kurt aunque sabe de sobra la contestación.
-Al frente, esta vez tengo un mal presentimiento.
-Como siempre que marcho tras un permiso. –rezonga Kurt.
-Escucha, podríamos irnos, ponte ropa de paisano, nos esconderemos en Dresde con mi tía Dora. La ciudad apenas ha sido bombardeada. Allí estaremos seguros hasta que termine la guerra.
-Por nada del mundo te pondría en peligro a ti o a la familia. ¿Sabes lo que os harían si me pillaran escondido? A mí solo me fusilarían pero vosotros acabaríais colgando de una farola con un cartel al cuello.
-¡Me da lo mismo!  -grita Greta con lágrimas en los ojos. –Te amo, no quiero que te vayas, no quiero que mueras,  no quiero que Fritz crezca sin padre, prefiero morir contigo…
Kurt la interrumpe con un abrazo, ella desesperada intenta soltarse. Kurt imperturbable la sujeta mientras ella le golpea y le araña hasta convertirse en un bulto inerte y sollozante entre sus brazos.
Fritz se ha despertado de nuevo  y vuelve a aullar pidiendo comida de nuevo…
El súbito y atronador silencio que se produjo al terminar el bombardeo le sacó de sus ensoñaciones.
-Vamos, coloca el arma en posición. –le ordenó al recluta. –empieza el baile.
El joven recluta aún impresionado de estar  todavía vivo tras el monstruoso bombardeo tiró de la MG, desplegó el trípode e intentó reparar el maltrecho parapeto. Mientras tanto Paul y Hermann se acercaban con más cintas de munición.
-Hijo, puedes mearte y cagarte encima pero no dejes de cambiar el cañón.
En ese momento los rusos salieron gritando de sus refugios, estimulados por el vodka y las Nagan de los comisarios, atacando las posiciones alemanas  oleada tras oleada. Kurt las segaba con su sierra circular, con eficiencia y profesionalidad. Ráfagas cortas de veinte disparos. Cada siete ráfagas  el joven recluta cambiaba el cañón a la vez que repetía de nuevo la  misma cantinela:
-Primero abrir el cerrojo y bloquearlo…
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alexblame@gmx.es

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Noche de putita.” (POR INDIRA)

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Antes que empezar mi relato quiero agradecerles infinitamente a todos aquellos que me han mandado sus fotos, mensajes, deseos, etc. Los invito a que valoren mis relatos si todos los que me escriben valoraran en la página ya tendría muchas valoraciones, me gusta, me prende saber de ustedes.
Este relato no tiene mucho que sucedió y fue con una persona que conocí por correo electrónico de aquí, de todorelatos.
Recibo al día muchos, mucho correos y no todos alcanzo a contestar como debiera, a veces me llaman la atención algunos comentarios y me detengo en ellos más que en otros pero siempre contesto todos.
Los que me han leído y seguido saben que no hay nada que más me excite en este mundo que sentirme muy puta, saberme puta, que me traten como tal, y esos mensajes que a veces parecen subidos de tono son con los que más me entretengo también quiero que sepan que detesto las faltas de ortografía, así que si un correo las tiene simplemente lo paso por alto.
Escribo aquí uno de los que recibo que me prenden de solo leerlos y aunque parece mentira esta persona en particular no ha querido conocerme en persona, ¿por qué? No lo sé, yo ya le dije que quiero conocerlo.
Hola putita linda espero te encuentres bien y que sigas igual de buena mamita, en verdad no me canso de ver tu culito y tus hermosas tetas y lo que buenísima estas putita mmmm que rica, me encantaría ver tu puchita ver si la tienes peludita o rasuradita, ver tu clítoris en fin toda tu panochita digna de una puta como tú.
Espero que tengas un buen inicio de semana lleno de sexo y que te dejen más que satisfecha de tanta lechita amor, que disfrutes como te maman el culito, que te cojan con la lengua tu culito wwuuuuaaauuuu seria fabuloso y me imagino que has de tener una boquita de mamadora que dejas las vergas brillositas de saliva mmmmm que rico putita
Este y muchos otros mensajes me llegan al correo, gracias por las fotos y las palabras de aliento, en verdad me prende mucho saber todo lo que harían, ahora si al relato.
Noche de puta.
Había recibido ya varios correos de él,  Jorge me escribía a menudo y lo que me gustó en él es su modo particular de decirme las cosas, dominante, sin faltas ortográficas y decidido, compartí mi teléfono y a veces me mandaba fotos de sus chicas, cuando se la mamaban en el preciso momento en que lo estaban haciendo, UFF, se antojaba como no. Mandaba videos y las hacia decir en ellos “Indira mira de lo que te estás perdiendo, mmmm, deliciosa, está muy rica, ¿quieres?”  Cuando decía todo eso la chica abría la boca y se devoraba la verga de Jorge, muy rico, me presumía que tenía una deliciosa verga en la boca, él daba, no pedía, eso me gusto y yo daba con mucho gusto, le respondía con fotos y correos subidos de tono.
Recuerdo que la primer semana de Diciembre me mantuvo caliente de lunes a viernes con mensajes y videos, este tipo cogía casi a diario y cuando no, se masturbaba y me mandaba fotos, algo que me gusto y les platicaré fue el Jueves 4 de Diciembre, recuerdo me mando fotos estando yo en la oficina, como me calenté bastante busqué algo para frotarme en él, tome un plumón gordo y lo puse en mi asiento, me movía sobre él para sentir algo, solo lograba calentarme más, cruzaba las piernas para sentir el roce “humano”.
Le comenté lo que sucedía por whatsapp a la vez que le enviaba una foto del plumón, él me hizo preguntas de mi lugar de trabajo, cuantos compañeros hombres había, como era mi oficina, etc. Por eso supo del nuevo chofer, un chico de unos 24 años flaco, muy atento y muy lindo.
El chofer estaba a la disposición de nosotras y de algunos empleados para realizar mandados de oficina además de poder llevarnos a algún lugar si no queríamos manejar o por lo complicado que es el tráfico y encontrar estacionamiento en esta ciudad enorme del DF.
Jorge me pidió que me tocará debajo de los calzones, que le mostrara mis dedos llenos de jugos, ay dios como me calienta recordarlo, estando en mi escritorio disimuladamente metí mi mano bajo mi vestido y me talle con los dedos sobre el calzón, me llevé los dedos a la nariz y olía bastante a sexo, a panochita, fresca, rica, ansiosa por ser devorada.
Me paré a acomodar algo de mi librero por lo que me di la vuelta y metí bajo mi vestido la mano, agarre completa mi panochita y me metí dos dedos, estaba muy húmeda, moví rápido mis dedos  produciéndome un placer increíble, el clásico sonido, plash, plash, plash de cuando se meten los dedos un una vagina abierta, mojada y caliente.
Es excitante tocarte en un lugar no permitido, me he masturbado varias veces en la oficina a la “vista” de todos, uff, me tengo que contener para no gemir como puta, este relato lo estoy escribiendo en mi oficina por ejemplo y cada qué puedo bajo la mano para sobarme la panochita o me acaricio las tetas con los antebrazos.
Saqué los dedos de mi interior, estaban mojados, oliendo a sexo, les tome una foto para mandársela a Jorge.
El me respondió.
–          Dices que eres muy olorosa ¿no es así?
  • Aja
–          ¿Cuantos dedos te caben en la puchita mami?
  • Ahorita como estoy la mano completa yo creo papi
–          Jaja, te metería el puño para sentir tus jugos putita
  • Hazlo, mándame foto de ti, estoy caliente
–          Mejor aprovechemos esa calentura, ¿harías algo por mí?
  • Lo que quieras, tu mandas.
–          Quiero que vayas al baño y te masturbes, con ambas manos, que saques jugos, que te los embarres en las manos, NO termines, solo te tocaras y calentarás al máximo, luego sales y tomas una carpeta con documentos para decirle a tu chofer que les saque copias, asegúrate de dejar muy impregnado tu olor en la carpeta.
  • Mmmm se le va a antojar
–          Es la idea, que tenga la duda si es olor a sexo o no, tú sabrás que seguramente olerá esa carpeta y sabrás que es tu olor, tus fluidos, posiblemente se haga una en tu honor, será el comienzo de la tortura hacia él, nunca sabrá quién eres en realidad, una puta.
  • Está bien lo haré pero aún haré algo mejor, lo llevaré al almacén, tengo que sacar unos documentos viejos, allí el podrá oler cuanto quiera y podrá ver un poquito, solo un poquito. Ya regreso …
Ese día me calenté mucho y no terminé, en la noche me masturbé pero eso nunca es suficiente para mí, el chico de la oficina es más atento conmigo, me lleva fruta, me trata muy bien y yo solo deje que me oliera un poco y le restregué mi culo y las tetas “accidentalmente” al mover cajas y al pasar por estrechos pasillos del almacén, quería que me cogiera pero me contuve, nadie conocido lo va a volver a hacer, nadie.
El sábado a las 4 de la tarde me llegó un mensaje de él con una foto al Whatsapp:
–          Tengo la verga parada, jugosa y deseando que la tuvieras entre tus piernas. Acompañada de una foto, se veía brillosa, larga, grande, UFF.
  • Se ve rica, le respondí.
–          ¿Qué harás hoy putita? Ya fueron muchos correos y fotos y creo que es tiempo de dar el siguiente paso.
  • Uff, mi entrepierna se mojó solo de imaginarlo, No sé, respondí, ¿quién te dijo que quiero llevarlo al siguiente nivel?
–          No me lo has dicho pero sé que se te antoja porque eres una mujer muy caliente y todo el día estás en busca de aventuras con gente que no te pueda reconocer. Además eres una putita deliciosa que merece ser cogida varias veces no por uno, si no por más tipos.
  • Llevaba 6 días exactamente sin que alguien me lo hiciera, 6 días para mi es mucho y tenía las ganas a flor de piel así que respondí lo más cuerdo que una mujer caliente puede responder ante algo así: ¡ Donde y a qué hora !
–          Así me gustan las mujeres, putitas, calientes y sin prejuicios, ¿por dónde estás?
Después de intercambiar algunas charlas respecto a nuestras ubicaciones nos quedamos de ver en el bar de una plaza cercana a donde vivo, ya había ido algunas veces allí, es un lugar bonito, oscuro, con cierta privacidad y hay mesas de billar para pasar el rato.
  • En tres horas te veo allí.
–          Sale, voy a llevar a unos amigos eh, para que te luzcas.
  • ¿Okeeeey? Mi entrepierna palpitaba de la emoción, manos a la obra.
Cuando quiero hacer locuras tengo que mantener mi mente ocupada pensando en sexo por lo que lo primero que hice fue abrir correos que recibo y calentarme leyéndolos, fantasías de algunos de ustedes que me hacen mojarme, no puedo evitar siempre que puedo meterme un dedito y tocarme los senos.
Me metí a bañar, me tocaba por todos lados, estaba ardiente, muy ardiente, me puse un vestido cortito apenas unos 5 dedos debajo de mis nalgas, era pegado de tela elástica color rojo, la parte de arriba era un poco holgada con un escote en triángulo que al agacharme se me verían mis tetas colgadas y parada con el ajuste del sujetador de encaje rosa se me veían muy ricas, soy talla 34B, tacones altos y unas bragas coquetas de encaje rosas (adoro el encaje y muchas gracias a los que me han enviado unos jueguitos coquetos y se los he regresado ¡olorosos!), dos pulseras en la mano derecha, un collar con un dije, aretes largos, me maquillé muy bien y metí dos tangas en mi bolsa.
Antes de salir me vi al espejo, me veía muy bien, toda una niña fresa y muy puta que va al antro en busca de algún macho que se la coja como lo que es, una puta.
Tomé un abrigo y vi una tarjeta en una mesita, una tarjeta de un taxista, de uno de los muchos que me han llevado y traído y que alguna vez he dejado que alguno me coja, me faje o me vea.
No recordaba bien quien era pero le marqué, en 25 minutos estaba allí por mí, era un vochito y como saben aquí en el DF les quitan el asiento de adelante para que el pasaje suba atrás al tener solo dos puertas, tenía en el centro el clásico espejo enorme con el cual veía completamente el asiento trasero.
Al subir volteó completamente para verme “pasar” al asiento trasero al sentarme la mini se subió y dejo ver por completo mis piernas y un triangulito coqueto, crucé las piernas y se me alzó más el vestidito y aunque no se distinguía del todo se podía ver un poco sombreado mi calzón.
–          Le di la dirección y me dijo, ¿te acuerdas de mí?
  • Ups, no, le dije, solo vi tu tarjeta y te marqué.
–          Ah, bueno yo te traje hace no mucho tiempo a tu casa, venías un poco tomada, te ayude a salir del taxi y a entrar a tu casa.
  • Ahh ¿sí? – Debió ser una de mis tantas salidas en que regreso un poquín tomada y muy cogida pensé.
  • No recuerdo la verdad pero gracias, porque eres de confianza te he marcado de nuevo, seguro que te fuiste después de dejarme en casa ¿verdad?
–          Claro, solo te lleve a la puerta, traías un vestido amarillo y no traías ropa interior.
  • WoW, – comencé a recordar vagamente ese día, recuerdo que me ayudaba y a la vez me tocaba las tetas accidentalmente pero también recuerdo que no pasó nada con él, solo eso, lo que no recuerdo es porque no pasó nada …
–          ¿Recuerdas?
  • Claro, no sé cómo agradecerte lo de ese día, – si es que había algo que agradecer porque con la sobada de tetas seguro que ni la dejada me cobró.
–          Ya lo has hecho al llamarme, con solo volver a verte me conformo, estuve esperando tu llamada durante casi un mes, después me resigne y hoy de la nada me marcas.
  • Qué lindo, me llamo Indira, – al hacerlo me voltee hacía el y pudo ver un poquito de mi calzón y obviamente todas mis largas piernas blancas las veía con lujuria por el retrovisor.
–          Mucho gusto Indira.
  • Lo recorrí, un poco más bajo que yo, calvo pero no viejo, como unos 37 o 40 años por mucho.
  • Estaba caliente, acaba de leer correos y sabía a lo que iba así que ¿por qué no empezar desde ahora? Me resbalé un poco en el asiento y eso hizo que mi vestido se subirá más aún, sentía mis nalgas en el asiento y por el frente obviamente se me veía todo y mi vista se posó en la ventana.
–          Indira, sabías que estas hermosa, sé que te lo han dicho muchas veces antes pero quería que supieras que desde ese día no puedo dejar de pensar en ti, estabas tan sexy, tan, mujer, no sé cómo decirlo, estabas como para comerte ese día.
  • Ah, ¿solo ese día? – Haciendo un movimiento como posando, él tuvo que voltear a verme y me vio todo, la falda arriba enseñando mi calzón de encaje, mis tetas paradas y grandes y una sonrisa de diablilla que sé que los vuelve locos.
–          No bueno hoy estás espectacular, pero yo tenía en mente ese día porque es el único que te he visto.
  • ¿Y qué me viste? – jaja lo ponía en jaque con mis preguntas.
–          No bueno, era inevitable no ver nada, puesto que no traías sostén y se transparentaba todo, además que tu vestido era muy pequeño, si vi, pero nunca me aprovecharía.
  • Pues que mal, – deberían ver su cara, como diciendo “puta madre que pendejo” jaja
–          ¿Tú me quieres volver loco verdad? Según yo actúe bien al no intentar nada contigo ese día puesto que estabas tomada, eran casi las 6 de la mañana y te veías muy cansada, y ahora me dices ¿QUE MAL?
  •  – jaja
  • La verdad no me acuerdo bien de ese día, me pudiste haber violado y seguro no te decía nada, pero que bueno que eres un chico respetuoso.
–          ¿Que bueno? Ya me arrepentí, jaja
  • Jaja, reí también.
Platicamos todo el camino de cosas sin sentido pero algo que me agradó mucho de él fue su sentido del humor, me hacía doblar de la risa con sus ocurrencias,  todo el camino estuvimos risa y risa, obvio nunca me cubrí por lo que todo el tiempo le enseñaba mi calzón, mis piernas y como me doblaba de risa veía la redondez de mis tetas. Nunca dejo de verme el retrovisor no sé cómo no chocamos.
Casi sin darme cuenta ya estaba en la plaza a donde iba, se metió y le dije que era en el tercer piso, subió por el estacionamiento techado, ya saben semi oscuros y solitarios, se estacionó en un cajón pegado a la pared muy cerca de la entrada, yo comencé a acomodarme la ropa.
–          Te ves hermosa así no la subas
  • Jaja, no me voy a bajar así
–          ¿A qué hora sales?
  • No sé, vine con unas amigas pero en caso de que me tenga que regresar a casa te prometo que te llamo.
Acomodé mi ropa y vi el taxímetro, 119 pesos creo, comencé a buscar en mi bolsa y me detuvo la mano diciéndome que no era nada. (Que lindos son los taxistas con mujeres exhibicionistas ¿no?, rara vez me cobran)
Sentí su mano sobre mi muñeca, rasposa, me encantan las manos rasposas, él no era feo y yo estaba caliente como casi siempre, acomodé mi pelo, le sonreí y le dije “gracias” a la vez que intentaba dar un primer paso para salir a la puerta.
Me vio a los ojos, era rara la situación, tensa ahora, como que ambos queríamos algo más pero él no daba el paso, ni la situación se prestaba.
Bajo rápidamente para abrirme la puerta, se pasó al frente y yo caminé hacia la puerta, él la abrió y tuve que salir semi agachada con el vestido acomodado pero de frente me vio bastante mis tetas, como se estacionó cerca a otro vehículo el espacio era reducido, la puerta no abría completamente y al salir quede muy pegada a él, casi me aprisionó con su brazo derecho, se pegó lo más que pudo al otro vehículo y al pasar le embarré las tetas y con su mano izquierda abajo pudo rozar mis piernas.
Me voltee y le planté un beso de despedida en la mejilla, su mano quedaba a la altura de mi puchita así que al pegarme a él pudo sentirla ligeramente, me había calentado un poquito la situación y le dije, te marco más tarde para que me lleves.
Caminé hacia la entrada moviendo mi culito sabiendo perfectamente que él me veía de espaldas, todavía antes de entrar voltee y el seguía allí parado, le dije “bye” con la mano y me metí.
Caminé hacia el bar, estaba 30 minutos retrasada, los que pasaban al lado mío se volteaban completamente para verme por atrás, eso me calienta mucho, que me vean con descaro, que se les antojen mis nalgas, mis tetas, mi boca.
Entré al bar, la “hostest” me pregunto si ya me esperaban, le dije que seguramente sí. En eso recibo una llamada al móvil, era él.
–          Hola mi amor, ¿Dónde andas?
  • En la entrada, ¿en qué mesa estás?
–          Ya te vi.
Alcé la mirada y estaba en la parte de arriba, subí a donde estaba y como me lo advirtió por teléfono estaba con dos amigos.
Hola le dije plantándole un beso en la mejilla e hice lo mismo con los otros dos que se pararon a saludar.
Eran unos tipos muy lindos, educados y muy simpáticos, tomamos varias copas, me preguntaron mil cosas, bromeaban, jugábamos a retos, preguntas o beber, en fin la verdad me la pase de lujo con ellos, en cada oportunidad que tenían me tomaban del antebrazo, ponían una mano en mí pierna, si nos parábamos por algo ponían su mano en mi cintura rodeándola, en fin me tenían a punto con tanto toqueteo.
En el bar había un billar y comenzamos a jugar, yo traía el pelo suelto y me estorbaba este para jugar correctamente, recordé una de mis películas favoritas donde una chica jugando billar se alza el vestido y se quita las pantie enfrente de dos chicos para amarrase el pelo con ellas dejando alucinados a los tipos, dejo aquí un link donde pueden ver la escena (https://www.youtube.com/watch?v=Cioh-bV6Ew8).
Mi cabeza pensó en el momento en que la chica de la peli lo hacía y se me ocurrió recrear la escena, me detuve, deje el taco recargado en la mesa y frente a mis tres chicos me alce el vestido lo suficiente para tomar de ambos lados mi pantie, al hacerlo se me veía más de la mitad de ella por él frente, la bajé seductoramente cuidando siempre que me vieran, uno de ellos no pudo evitarlo y se agarró el paquete, tomé mi pantie la moví en círculos con una mano y me dispuse a ponérmela de liga en el cabello, ahí estaba yo, en una vestido sexy sin bragas frente a 3 chicos, y ellos sabían que no traía nada debajo de la tela delgada del vestido.
Tomé de nuevo mi taco y me lo metí entre las piernas y le puse “tiza”, con el movimiento parecía que lo estaba montando, mis amigos no sabían que hacer, si mirarme con descaro o hacerse los desatendidos ya que en todo momento yo los veía a los ojos, mis tetas estaban hinchadas de la calentura y mi pezón se marcaba sobre el vestido, uffff.
Continuamos jugando un buen rato, me hice un poco la que no sabía mucho del juego, ya saben los chicos se ofrecen a enseñarle a una, hicimos equipos de dos y mi “pareja” en cuestión me “ayudaba” agarrando el taco conmigo y por supuesto refregándome su verga en mi vestido delgado sintiendo mis nalgas casi casi al natural, mi panochita estaba ya muy húmeda con esos arrimones, se peleaban el derecho de ser mi compañero puesto que me “ayudaban” muy bien.
Tenía a los tres con la verga bien parada, podía sentirlo a través de mi vestido, mis tetas casi se salían cuando me agachaba a realizar un tiro y así mantenía a todos contentos, el que me ayudaba por atrás y los que veían por el frente.
A veces los tiros me quedaban complicados y tenía que agacharme de más, al hacerlo sacaba las nalgas y el vestido se me alzaba mucho, si nadie me ayudaba se sentaban en las sillas de atrás para intentar verme el culo, imagino que alguna vez si me lograron ver el comienzo de la panochita con mis poses.
Tenía a mis amigos muy felices y yo estaba super caliente, ya tenía varias copas de más, pusieron música movida y uno de ellos me invitó a bailar, me solté el pelo dejando mi calzón en la mesa, bailamos en un rinconcito, yo bailaba muy sexy restregando mis nalgas a él y él obviamente agradecía poniendo su mano en mi vientre sin moverla, así cuando me agachaba sobaba mis tetas, de frente me le restregaba y el metía su pierna entre las mías, mi panochita y su piel solo estaban separadas por la tela de mi vestido y de su pantalón, su verga estaba durísima y al bailar hacíamos movimientos muy eróticos, un vaivén delicioso, si no hubiera tela entre nosotros fácilmente me pudiera ensartar su rica verga.
Los demás también bailaban conmigo, a veces uno por uno a veces de dos en dos, ya me metían mano descaradamente, siempre encima del vestido, sobaban mis nalgas, mi puchita, mis tetas, mi vientre, lamian mi oreja, mi cuello y yo tocaba sus vergas encima del pantalón, uno de ellos tenía una muy gorda, muy rica, ya estaba encharcada de abajo, los que han leído mis otros relatos saben que soy una mujer muy olorosa de muchos fluidos, sentía como escurrían mis jugos y como no traía calzones los sentía un poco en mi piel fuera de mi puchita, las escenas ya eran muy subidas de tono para el lugar por lo que Jorge propuso ir a otro lugar más “íntimo” para seguir la fiesta.
Pagaron la cuenta y salimos rápidamente, el lugar estaba bastante lleno y al pasar varios tipos me veían con descaro y otros más atrevidos me rozaban con los dorsos de las manos, me encanta ser el centro de atención así que me movía lo más puta que podía, en eso recordé que había dejado mi calzón en la mesa y les pedí que me esperaran un momento, ya estábamos en la puerta de salida y me regrese de nuevo pero esta vez sola por lo que muchos tipos se atrevieron a más sobre todo al darse cuenta que no decía nada.
Al pasar un negro alto me tomó de la cintura y me dijo: Pásale mamita al momento que me daba el paso tenía yo que restregarle mi culo en su verga, uff, que rico, otros se me embarraban, yo estaba realmente caliente y al llegar a la mesa ya estaban sentados dos tipos y estaban tomándole foto a mi calzón, los enfrente y les dije, lo olvidé con cara de pícara.
Ellos se quedaron con la boca abierta al ver mi atrevimiento y sin más me los puse frente a ellos que no dejaron de verme la entre pierna, al ponérmelos me embarre todos los flujos que tenía escurridos en mi panochita y eso me calienta mucho, sentirme mojada.
Intentaron invitarme una copa pero les dije que algún otro día, insistieron pero me di la vuelta y de nuevo pase por los toqueteos encantadores de desconocidos.
Por fin llegué de nuevo a la puerta de salida con mis tres amigos dispuesta a todo, estaba muy caliente y quería, necesitaba una buena cogida.
Al entrar al vehículo me abrieron la puerta y me senté atrás con Mario, era una camioneta muy bonita, amplia, avanzaron hacia un motel conocido de la ciudad,  en el camino Mario me venía fajando y nos besábamos de lengua muy rico, me metía mano y me sobaba las tetas, ya había bajado parte de mi vestido y me metía mano bajo el sostén, los otros dos estaban ansiosos y decían que se arrepentían de no haberse ido atrás.
En un semáforo se nos emparejó otro coche con 3 adolescentes que tocaron el claxon y aplaudieron al verme semi desnuda, todo reimos y ellos sacaban la cabeza de su auto para “ver”, Mario bajo el vidrio trasero y me presumió mientras me dedeaba sobre el calzón empapado, yo mordí mi labio y veía a los otros chicos quienes gritaban “chichis pa la banda” y sin más baje mi sostén y les mostré mis tetas, redondas, paradas, blancas y con mis pezones parados, Mario me hizo a un lado el calzón y me metía los dedos, y ahí estaba yo con mi cara de puta mostrándome a esos adolescentes, antes de que terminara el alto se me ocurrió regalarles mi tanga ya que me había excitado bastante que me vieran de puta, me la saque despacio, me limpié todos mis fluidos y extendí la mano para aventárselas.
Ellos agradecieron, la olieron y se la embarraron en el pantalón como cogiéndola, uy, estaba yo muy caliente, Mario también se calentó mucho ya que tenía la verga bien dura y el pantalón le estorbaba, como poseída le desabroché el pantalón y se la saque a través del bóxer, uy, se veía deliciosa, ya ansiaba una en mi boquita y sin más me agache a darle una mamada súper ensalivada, me la metía hasta adentro mientras él me dedeaba por atrás.
Me comí su verga un buen rato, me decía cosas que me excitaban como: que puta eres, Jorge nos había contado de ti pero nunca le creímos, te encanta la verga perrita, me daba nalgadas, me pegaba con su verga en la cara, me jalaba de mis cabellos para meterme su verga completa hasta hacer horcadas, como me encanta eso, sentir una verga hasta adentro de la garganta mientras me insultan, no sé porque me prende mucho que me digan guarradas.
Me zafe de su instrumento y sin más me le monté, a él ni tiempo de reaccionar le dio, cuando se dio cuenta ya estaba yo abierta de piernas encima de él intentando meterme su verga en mi puchita, cuando intentó reaccionar dijo: ehhh, espera puta me falta el condón, en ese momento yo ya tenía más de la mitad de su verga a dentro y me movía como putita, solo me agarró las tetas y me jaló hacia abajo ensartándome completa, yo le gemía en el oído diciéndole cosas:
–          que rico papi, cógeme, soy tu puta, ahhh, que grande, así así papi, métemela, ahhh, ay papi, si, si, dámela, estaba realmente muy muy caliente
El me respondía dándome nalgadas y diciendo que era una puta: ¿te gusta sentir la leche adentro verdad putita?, estas bien abierta pinche puta, mientras metía un dedo aparte de su verga en mi panochita.
Me encanta sentirme llena, el tamaño de su verga gorda más un dedo extra me hacían llegar al cielo, nos movíamos los dos muy rico, eso más la súper calentura que traía hicieron que me viniera por primera vez, ay, que rico, lo recuerdo y se me encharca
Gemí como puta, como perra en celo: si papi, lléname de tu lechita, ¡preñame! Soy una puta, me encanta la verga, soy una puta, siiii, asiiii, dame, ahhh, ahhhhh, ahhhhhh, movía me pelvis para meterme aún más todo, el mordía mis pezones fuerte y lamía mis tetas.
Eres bien puta, ¿cuantas vergas se ha comido esta panocha tan abierta puta?, no pude responder la pregunta con certeza puesto la verdad es que no sé, pero le respondí algo aproximado sabiendo que le calentaba mi putería: No sé papi, más de mil diferentes tal vez, me encanta coger con desconocidos, que me usen, que me llenen de leche así como tu…
El no aguanto más y me inundó literalmente de lechita, sentía una gran gran cantidad de semen, sentía como se inflamaba su verga y me aventaba los chorros de lechita adentro de mi mientras me decía: que puta, eres, que puta eres, te voy preñar zorra, siguió aventándome chorros de leche, conté más de 5, vaya que si venía cargado pensé.
Me seguí moviendo encima de él, con él rendido, su tamaño comenzó a encogerse y yo sentía mi pepa jugosa así que me zafé de él, puse mi mano en mi panochita para no manchar el asiento con el semen que salía de mí, recolecté lo que pude y me lo tragué frente a todos.
Los otros dos vieron la escena con lujuria, sus miradas decían todo, los bultos en sus pantalones más.
Mierda, dijo Jorge, hay retén adelante, tendremos que rodear, Emilio, que así se llamaba el otro tipo le dijo espera, me paso para atrás mientras, jaja rieron los otros dos.
Me senté en medio, Mario tenía la verga de fuera y estaba reposando su venida, Jorge continuó de chofer mientras Emilio me metía mano por mis tetas, me acosté hacia  atrás con Mario para limpiar su verga, nunca me ha gustado dejar mal arreglado el lugar de trabajo jaja.
Al recostarme sobre Mario de espaldas le entregué todo el frente a Emilio, subí mi piernas sobre él y el me empezó a dedear, al principio se cortó un poco porque sentía la lechita de su amigo, pero luego metía sus dedos y me los daba a lamer y yo gustosa lamía, después comenzó a lubricarme el culito con el semen, me volvió la calentura, tenía el vestido en la cintura, ya no tenía sostén ni calzones por lo que estaba prácticamente desnuda, la verga de Mario comenzó a reaccionar de nuevo y yo la lamía gustosa.
En eso sentí en mis piernas una nueva verga, larga, fresca, que rico, la quería adentro, me di la vuelta para mamar la de Mario poniéndome en 4 dándole total libertad al otro que hiciera de mi culito y mi panochita lo que quisiera, él no lo dudó ni un momento, se sacó el pantalón y se acomodó detrás de mí, sacó de un condón pero yo agarre su pito con mi mano y me lo metí de golpe, él se quedó con el condón en la mano mientras yo me movía hacia atrás metiéndome su verga en la panocha.
Vaya putita dijo, yo me movía hacía atrás para meterme toda esa verga en la puchita, sentirla, es delicioso, mamando y siendo penetrada es lo máximo, Emilio no duró mucho imagino que por la calentura que ya traía y se derramó dentro de mí, me llenaron de nuevo la panochita de leche rica, yo me sentía llena de adentro de tanta lechita que sacaba.
Con su pene aún duro, porque no se le bajo la calentura jalaba semen hacia mi culito y metía la cabeza de su pene en él, que rica sensación, por fin llegamos al motel, Jorge nos dijo, calmaditos que ya llegamos.
La camioneta tenía vidrios entintados así que imagino que no se veía mucho de afuera hacia adentro pero aún así nos quedamos sin movernos, yo con la boca llena de pito y con la cabeza de mi amante ocasional dentro de mi culito.
Al cerrar la puerta del garaje del motel Emilio me la metió completa por el culito, me tomó de sorpresa por lo que pegué un gritito, ayyy.
Rentaron una suite muy linda con alberca en el medio, yo bajé de la camioneta ensartada por Emilio, él era más chaparrito que yo pero hacía pesas por lo que me cargó sin problemas, me llevó literalmente ensartada de mi culito adentro, los demás rieron por la escena.
Al entrar me quite el vestido quedando completamente desnuda y me recargaron en el potro del amor que había en la habitación, Emilio ahora si me dio por el culo bien rico mientras Mario se sentaba en el potro poniendo su verga a la altura de mi boca y tetas por lo que le hice una rusa exquisita, tenía a los dos en el cielo, recibía nalgadas y bofetadas con verga bien rico, estuvimos así unos 5 minutos cuando Jorge suplico porque le dejaran algo mientras se metía a la alberquita.
Me zafé de mis machos y caminé hacia Jorge quien me esperaba jalándosela sentado en la alberca, yo me agache a mamársela hasta ponérsela muy dura, me abrí de piernas cosa que me encanta y me la metí en la panochita, me movía encima de él muy rico, en círculos, los otros dos estaban ya dentro de la alberca también sentados jalándosela viendo la escena.
Jorge me lamía las tetas y me mordía los pezones, yo gemía como perra en celo en su oído: ¿esto querías papi? ¿Querías tenerme encima de ti como una putita? Cógeme, dame más papi, soy tuya, estoy ardiendo, quiero más. En verdad estaba muy caliente, soy una nena muy muy putita que no se llena fácilmente.
Les propuse un juego, quería que me la metieran lo más que pudieran así que el que se viniera me pagaría, todos rieron y estuvieron de acuerdo, de esta manera los monté uno a uno y cuando ellos sentían que se iban a venir me zafaban y me iba con otro, el primero que se viniera tendría que pagar 500 pesos.
Pase por todos varias veces, me ponían de espaldas de frente, me la metían por el culo, me dedeaban, me nalgueban, se las chupaba, me golpeaban con su pene, uno por uno me cogían, estuvimos así como 20 minutos cuando Emilio comenzó a bufar dentro de mí, me vas a dejar seco mami, me decía mientras me apretaba las tetas fuerte y yo no dejaba de moverme encima de él y gemirle al oído, se vino bien rico y yo también, me zafé y me pase con otro, así con la pepa llena de lechita, a estas alturas ya no les daba asco simplemente me recibían y me la metían hasta el fondo, además eran amigos, pasé de nuevo por los otros dos y al regresar con Emilio para mi sorpresa aún la tenía muy parada, WoW, ¿dos venidas y aun como fierro?
Antes de montarme encima de él le dije que me pagara, señalo su pantalón y al esculcarlo encontré un paquetito de pastillas azules, jaja, descubrí su secreto pero no dije nada, me metí una a la boca con un trago de refresco y le di una a Mario y a Jorge, ellos se dieron cuenta de la pastilla pero lo aceptaron.
Ya estaba un poco cansada de cabalgar tanto así que me sequé y me acosté en la cama y les dije que quien quisiera podía pasar a visitarme y así lo hicieron, nuevamente recibí uno a uno pero esta vez yo recostada en la cama, era muy rico y placentero, solo cerré mis ojitos y sentía cuando uno entraba, se estaba un rato, me cogía, se movía me mordía las tetas, me lamia los pezones, me dedeaba y así hasta que se venía dentro de mí, luego se salía y entraba otro más, para mi esa es una experiencia única, me recuerda a la primer vez que hice eso con tres o cuatro amigos, estaba tomada por eso no me acuerdo muy bien cuantos, jiji, pero me cogieron toda una noche en la prepa, fue delicioso.
No sé cuántas veces se vinieron, tal vez 5 o 6 cada uno, pero fueron más las que se metieron en mí, perdí la cuenta pero fueron muchísimas, las pastillas fueron una excelente elección, mi panochita, mi culito y mis tetas ya me dolían pero como buena soldada mientras la lucha siga yo seguía poniendo de mi parte y sobre todo “mis partes” jaja.
A veces me daban dos al mismo tiempo o los tres, uno por atrás y otro por delante, ya nadie me besaba eso sí, mi boca debería oler a bastante semen de todo lo que tragaba y chupaba, mi panochita y mi culito eran un poema, escurrían semen, me escurrían por las piernas y mis nalgas, me sentía sucia, usada, una puta en toda la extensión de la palabra.
Nos dieron las 5 am, yo me quedaba dormida por ratos y me despertaba una verga en mi panochita, solo sonreía y aprisionaba con mis piernas el hombre que me la estaba metiendo, me tomaron videos, fotos, grabaron mis gemidos, etc.
De repente sentí mucho escozor en mi vagina, un ardor rico, y al darme cuenta me estaban metiendo dos vergas en mi panochita, me la abrían muchísimo y eso me calentó de inmediato, gemí como loca, me abrieron las piernas como nunca, sentir dos, es delicioso, me encantó muchísimo, se movían y se apretaban entre ellas  y al mismo tiempo hacían una presión muy grande dentro de mí, me vine delicioso, saque muchísimos fluidos, entre el mar de semen que tenía adentro y la extrema calentura que me hicieron sentir con sus dos penes dentro me vine muchísimo.
Ahora si estaba agotadísima, mis amantes igual, me quedé profundamente dormida, escuche que se iban pero yo preferí quedarme, se despidieron de mí y me dejaron dinero para el taxi.
Me desperté a eso de la 1 de la tarde, me dolía todo, la vagina la tenía hinchada, el culito me ardía, uf, vaya cogidota que me dieron pensé.
Me metí a bañar, me vestí nuevamente, no encontré mi sostén, pero si me puse un calzón puesto que siempre traigo en la bolsa. Mi vestido estaba hecho una piltrafa, arrugado y manchado de semen supongo.
Pedí un taxi, al verme el taxista me pregunto si estaba yo bien, imaginen mi cara de desvelo y resaca con un vestido en esas condiciones, marcando mis tetas ya que no traía sostén, creo que pensó que me violaron o algo así, jaja, todo de maravilla le dije con una sonrisa pícara.
En el camino me venía viendo las piernas y tetas, solo me recosté y deje que mirara, me quería hacer platica pero yo venía muerta y se lo hice saber, solo me dijo, ok, entiendo, hoy estas muy cansada pero ¿me podrás decir cuánto cobras?, la verdad me gustaste, no es muy común encontrar a prostitutas tan buenas me dijo, a lo mejor te marco y nos vemos.
Jaja, hasta puta pensó que era, respondí: 2,500, no me alcanza dijo, pero juntaré este fin de mes.
Ni modo, junta y me marcas le dije, vi un marcador de CD debajo de su estéreo, me saqué las bragas frente a él  pudo verme todo, apunté mi número en ellas y se las di.
Cuando gustes papi, obvio no me cobró la dejada.
 
Me sentía la más puta de todas las putas.
 
 
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Relato erótico “Mi esposa y la partida de póker 2”. (POR MARIANO)

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MI ESPOSA Y LA PARTIDA DE POKER (2)
¿Dónde vas con tanta prisa? – Dijo Andrés.
¿Y lo preguntas? Ya has tenido lo que querías. Me voy a dormir – Silvia contestó con decisión.
Él cortó su retirada cogiéndola por el brazo. De nuevo esa sonrisa maliciosa, nueva para mí, volvió a mostrarse en su semblante.
No, no. ¿Crees que ya estoy satisfecho? Lo de antes ha sido sólo ha sido un aperitivo. Anda, ven conmigo – y llevándola del brazo la situó frente a nosotros y nos preguntó:
¿Qué os parece lo que he ganado esta noche? Bueno Mariano, tú ya lo sabes, no es necesario que me contestes, pero vosotros dos… ¿que opináis? ¿No os parece magnífica?
Lucas simplemente hizo un gesto de asentimiento. A Juan en cambio se le notaba muy incómodo. Ni se atrevía a alzar la mirada. Lo mismo le pasaba a Silvia, que permanecía ahora de pie inmóvil y expectante ante los desconocidos planes de Andrés sobre ella.
Juan, ¡mírala! ¿No es un auténtico bombón?
El hombre, viendo que comenzaba a ser el punto de atención de los presentes,
se sentía aún mas azorado.
Bien, creo que tendré que convencerte.
Andrés se situó detrás de Silvia y llevó ambas manos a su cintura. Luego las adelantó a la altura del botón mas bajo de su blusa. Soltó los botones, uno a uno, menos el más alto, el que entallaba sus pechos bajo la blusa carmesí. Luego deslizó sus manos hacia los laterales de su falda encontrando con una de ellas la cremallera que hizo descender con parsimonia para jugar después con sus dedos con el corchete que en esos momentos era lo único que sostenía la prenda adherida a la cintura de ella. La mano libre la llevó al botón aún sin desabrochar de su blusa.
Creo que deberías mirar esto, Juan – le reiteró esperando que prestara atención.
Ya teníamos todos claro lo que iba a suceder y observé que Lucas no perdía detalle esperando poder admirar en breve el cuerpo de Silvia mientras que ella temblaba ante la vergonzante inminencia de su desnudez.
Juan no pudo aguantar más tiempo la tensión y finalmente posó su mirada sobre mi mujer justo en el momento en que Andrés desabotonaba el único botón de la blusa que quedaba. La prenda, libre de toda sujeción, se desplegó dejando brevemente a la vista su sujetador de color crema, justo el tiempo que empleó ella para alzar sus manos y cubrirse. Pero Andrés también soltó el corchete de la falda y está resbaló sin piedad a los pies de Silvia que de inmediato también usó una de sus manos para tapar la zona de su sexo.
Pese a los esfuerzos de mi mujer por cubrirse todos podíamos ya admirar la belleza de su cuerpo casi al desnudo. Andrés la giró hacia si mismo obligándola a alzar la cara con un suave empujón en su barbilla. Le susurró algo y ella, bastante indecisa, bajó sus manos.
Mientras la miraba directamente a los ojos, le apartó la blusa y maniobró en el cierre de su sostén hasta liberar por completo sus pechos. Luego, sin dejar de mirarla a los ojos, agarró sus bragas y comenzó a hacerlas descender por los muslos hasta que éstas terminaron de caer por si mismas dejándonos ver de nuevo sus preciosas nalgas. Una vez que la tuvo desnuda, Andrés, embelesado, fue recorriendo con la mirada todos los rincones del cuerpo de ella que aparecían a su vista. Apaciguado su ardor inicial, ahora se tomó su tiempo para contemplarla tranquilamente en toda su desnudez. Después se dirigió a nosotros:
– ¡Ufff….! – ¡Tenéis que ver esto!
Sujetándola de los hombros la fue girando hasta situarla de cara a nosotros tres, para dejarnos contemplar la belleza de su cuerpo. Sus piernas eran firmes, fruto del trabajo de gimnasio que diariamente hacía, sus caderas voluptuosas y marcadas. Sus pechos, voluminosos, iniciaban a caer por el peso para después remontar hacia arriba con unas curvas pronunciadas culminadas por las aureolas y unos pezones rojos pequeños y puntiagudos. Su coño era prominente, tapizado por una hermosa y arreglada mata de pelo castaño oscuro que dejaba entrever los pliegues de su raja.
La belleza natural de su cuerpo, la inocultable vergüenza que seguía reflejándose en su rostro y el morbo de estar siendo el objeto de la encandilada mirada de los cuatro hombres que allí estábamos constituía el marco perfecto para producirnos una tremenda erección. Yo mismo nunca había visto a Silvia tan directamente desnuda, pues ella procuraba siempre evitarlo e incluso hacíamos el amor a oscuras.
Andrés seguía sonriendo orgulloso de mostrarnos lo que había ganado.
– Bueno Juan ¿Qué te parece?
Juan soltó un hondo suspiro antes de contestar:
– Yo….., no tengo palabras. – y pareciendo haber perdido de golpe todo la timidez antes demostrada y sin importarle que yo estuviera delante, se dirigió ya directamente a mi esposa diciéndole que era preciosa.
Pero ella ni miraba ni sentía. Estaba totalmente aturdida por el cariz que estaban adquiriendo los acontecimientos
Andrés dio un nuevo giro de tuerca a la situación y empezó a animar a Juan:
Vamos Juan, seguro que estás empalmado a tope. Deja que veamos lo que escondes bajo tus pantalones.
Juan miraba a un lado y a otro sin saber qué hacer. Estaba sumamente excitado y casi sin darse cuenta empezó a tocarse su entrepierna por encima del pantalón.
Andrés ya se lanzó directamente al ruedo y cogiendo a Silvia por la cintura la acercó hacia Juan instándola a arrodillarse sobre el sofá a ambos lados de las piernas de él. Aún reticente, Silvia obedeció los deseos del que esa noche era su dueño y se echó sobre Juan apoyando su desnudo coño justo sobre la oculta erección del hombre. Para él eso era demasiado y con dificultades se bajó la bragueta y extrajo su henchida polla al exterior. Tenía un buen tamaño, sin exagerar, y era de piel muy blanca lo que contrastaba con el rojo capullo que la coronaba.
Andrés ya había preparado otro preservativo, de un color verde llamativo, y se lo ofreció a su amigo. Juan torpemente se colocó la protección y de inmediato se escurrió en el sofá buscando la penetración de su verga en el coño de Silvia.
A los pocos instantes se volvía a representar una escena con altas dosis de morbo: tenía a mi mujer casi frente a mí mientras Juan, sentado a mi lado, se la empezaba a follar con rítmicos golpes de cadera hacia arriba. Y lo más curioso es que lejos de importarme mi excitación iba en aumento. Juan continuó sus movimientos un par de minutos más, ocultando y descubriendo alternativamente el verde envoltorio de su blanca verga mientras jodía con fuerza el coño de Silvia, que, manteniendo los ojos cerrados, se dejaba follar aceptando los designios de mi jefe. Entonces él aferró con sus manos los imponentes pechos de mi esposa y, mientras emitía una especie de quejido continuo, su cuerpo comenzó a convulsionarse de un modo tal que todos nos asustamos temiendo que le pasara algo malo, hasta que el mismo Juan nos sacó de dudas:
– ¡Ayyy, me corro, me corro, por Dios! – y mientras anunciaba con voz quejosa su corrida, sus convulsiones se incrementaron aun más, transformándose a continuación en un temblor, salpicado de espasmos, que se fue apaciguando conforme terminaba el brutal orgasmo que había obtenido tirándose a Silvia.
Juan salió entonces del estado medio hipnótico en el que se encontraba y, apartando a Silvia, se puso de pie tapándose su polla y exclamando:
¡Virgen de la Macarena! ¿Qué he hecho? Mi esposa no me lo va a perdonar jamás. ¿Qué le voy a decir?
Andrés intentó tranquilizarle y le pidió el preservativo para tirarlo. Juan le entregó el condón mecánicamente, mientras permanecía de pie, absorto en sus pensamientos, tanto como la propia Silvia que, incapaz de levantar la vista, permanecía a su lado con las manos cubriendo su pubis y sin tener claro que hacer a partir de ese momento.
Pero quien si debía tenerlo claro era Lucas. Sentí como el sofá se movía a mi derecha cuando él se levantó y con su habitual semblante serio se dirigió con decisión hacia mi esposa. Con una de sus manos le alzó la barbilla obligándola a mirarle a los ojos. Silvia, como yo, debió notar en los ojos de Lucas el deseo de éste de poseerla al igual que habían hechos los otros dos jugadores. Mantuvo la mirada hasta que Lucas, acariciándole las mejillas, acercó su rostro al de ella para besarla. Lucas paseó repetidamente sus labios por los de ella, y me pareció que fue mi propia mujer la que los entreabrió para dejarle paso, pero el beso fue interrumpido por Andrés a su regreso al salón.
Vaya, vaya, Lucas. Veo que a ti también te ha puesto cachondo mi premio. Silvia, no te quejarás, estás siendo la atracción de la noche.
Lucas interrumpió el beso y miró brevemente a Andrés esbozando una forzada sonrisa. De inmediato volvió a poner su atención en Silvia, la agarró de la cintura y la sentó en el sofá justo a mi izquierda. Se arrodilló a sus pies y tras cogerle las manos las apartó de su coño que celosamente cubrían. Daba igual mi presencia, estaba claro que todos habían asumido que Silvia estaba a disposición de ellos tres. Mi esposa y yo nos miramos brevemente, justo antes de que Lucas comenzara a separarle las piernas mientras acercaba el rostro a su sexo. El rubor volvió a aparecer en ella cuando los dedos de Lucas acariciaron suavemente su vello púbico antes de recorrer sus labios vaginales y separarlos para dejar asomar su clítoris. Lo masajeó unos instantes y acercó aun más su rostro al coño de Silvia hasta posar la boca en él. No me cabía duda de que era la primera vez que Silvia recibía semejante atención en esa parte de su cuerpo, a mí jamás se me había pasado por la mente practicar sexo oral con ella.
Juan y Andrés se habían acoplado de nuevo en el otro sofá y yo seguí observando a mi mujer notando como su inicial incomodidad se iba transformando mientras Lucas movía su lengua por toda la raja de su chocho, chupándolo y aprisionando con los labios el clítoris, hasta que observé cómo ella, aún esforzándose por no dar señal de excitación alguna, sufrió un par de sintomáticas contracciones de placer antes de que él abandonara su labor. Era evidente que las maniobras de Lucas habían hecho que ella, aún sin quererlo, se excitara.
Al ponerse en pie, Lucas recibió de Andrés el correspondiente preservativo, se bajó la bragueta de su elegante pantalón marrón y sacó una verga de color tan aceitunado como el resto de su piel, circuncidada y de un notable grosor. Apenas ajustado el condón, levantó las piernas de Silvia, separándolas, y se echó sobre ella introduciéndole sin dificultades su gruesa polla en el coño, que sin duda estaba mojado por la saliva de Lucas y por sus propios fluidos de excitación.
Apenas empezado el bombeo en el interior del sexo de mi esposa, Lucas le acarició las tetas con ambas manos mientras intentaba de nuevo besarla en la boca. Silvia debió darse cuenta de que besar a ese hombre mientras la follaba podía hacer que su excitación llegara a cotas peligrosamente evidentes, dada mi presencia, y le esquivó, procurando que el placer no se apoderara de ella, manteniendo los ojos cerrados y las manos sobre el asiento del sofá, mientras simulaba muecas y quejidos de fingido desagrado cada vez que él empujaba introduciendo su lanza en lo más profundo de su cueva.
Reconozco que, pese a que un tercer tío se la estaba follando esa noche delante de mí, los esfuerzos de Silvia por resistirse a gozar me agradaron y más cuando éstos concluyeron con éxito en el momento en que Lucas tensaba su cuerpo y con apenas un suave gemido se corría gozando del voluptuoso cuerpo de mi esposa.
Cuando Lucas abandonó el cuerpo de mi mujer, ella y yo intercambiamos una mirada que dejaba translucir su sentimiento de triunfo, con la creencia de que todo había terminado, y mi convencimiento de que eso no iba a ser así y de que algo iba a cambiar en nuestra vida sexual a partir de esa noche.
Al volver a prestar atención a mis invitados noté que Andrés no se encontraba en el salón, que Juan seguía perdido en sus pensamientos sentado en el otro sofá y que Lucas, relajándose, se había acercado al equipo de música y escudriñaba entre los Cds.
Silvia, intentando exponer lo menos posible su cuerpo desnudo, se deslizó del asiento del sofá en el que había sido follada consecutivamente por Juan y Lucas y, gateando, buscó su ropa que se amontonaba en la alfombra, allí donde la había dejado Andrés al desnudarla. Su movimiento mientras, arrodillada, se alejaba de mi posición en el sofá, me permitió contemplar su culo balanceándose y el nacimiento, asomando entre los pelos, de la raja de su coño allá donde terminaba la de su trasero. Fue la segunda visión para mí nueva, y excitantemente turbadora, de la desnudez de mi mujer.
Cuando estaba a punto de recoger su ropa, Andrés entró de nuevo al salón con una botella de champán en las manos. Al ver a Silvia en esa posición sonrió lascivamente y le conminó a sentarse, desnuda como estaba, y acompañarnos a tomar una copa de cava. Las protestas de mi mujer no sirvieron de nada y finalmente se sentó junto a mí intentando de nuevo proteger todo lo que podía, con sus brazos y manos, su cuerpo desnudo. Debo reconocer que el contraste entre ella, espléndidamente desnuda, y los cuatro hombres, que permanecíamos totalmente vestidos, ofrecía una situación altamente morbosa. Todos, menos ella, sabíamos que Andrés tenía más proyectos para esa noche.
Andrés propuso un brindis por Silvia y todos fuimos apurando nuestras copas mientras mi jefe seguía alabando a mi esposa y alardeando de la suerte que estaban teniendo todos esa noche. Después se acercó de nuevo a ella y, tomándola de la mano, la levantó y la atrajo hacia él. Le acarició con ambas manos el culo mientras su boca se dedicaba a lamerle alternativamente los pechos, centrándose en sus pezones que reaccionaron a las caricias endureciéndose. Silvia se mantenía quieta con la vista hacia el techo y los brazos colgando hacia el suelo, dejando que Andrés la manoseara de nuevo a placer.
Este cogió una de sus manos y la llevó hacia el bulto de su polla sobre los pantalones. Silvia reaccionó negativamente e intentó apartar la mano, pero Andrés se mantuvo firme y la apoyó de nuevo sobre su erección, apretándola e iniciando una suave frotación. Fue retrocediendo hacia el sofá hasta sentarse en él y obligando a Silvia a arrodillarse a sus pies, instándola a que continuara acariciándole el bulto de su polla. Con evidente torpeza ella siguió frotando un rato sobre el pantalón hasta que Andrés le pidió que le sacara la polla al exterior y le masturbara. Silvia negó con la cabeza, dándole a entender que no estaba dispuesta a seguir adelante, pero la fija y seria mirada de Andrés le convenció de que parar en ese instante, después de haber sido ya follada esa noche por los tres jugadores, era una tontería. Se aplicó en bajar la cremallera del pantalón, metió la mano en su interior y, tras maniobrar un rato, la sacó junto con la verga de Andrés a la que sujetaba con sus dedos índice y pulgar.
Andrés reiteró sus deseos de que se la meneara y Silvia inició el movimiento con los dos dedos con los que le asía la polla. Entonces él le cogió la mano y le mostró cómo quería que la envolviera con toda la palma de la mano. Silvia reanudó la masturbación mientras Andrés comenzaba a suspirar de gusto mientras su polla iba creciendo de tamaño. Era ya evidente lo que iba a pasar a continuación. Andrés se bajó los pantalones y slips hasta los tobillos y, agarrando con ambas manos la cabeza de mi esposa, fue acercando el rostro de ella hacia su entrepierna. Silvia luchó contra la intención de Andrés de que se la chupara, y es que mamársela era ya demasiado para ella.
Ambos porfiaron un rato, y parecía que Andrés iba finalmente a renunciar, pero en ese momento Lucas, completamente desnudo, se acercó a Silvia y se arrodilló detrás de ella, cogiéndola de las nalgas. Ella se giró observando al hombre gitano que la estaba de nuevo manoseando. Lucas acercó su cara al trasero de mi mujer y de nuevo su lengua se apoderó del coño de Silvia que reaccionó con un respingo al sentir la calida sensación sobre su vulva. Le chupó por completo no solo la raja del coño, sino también la del culo lo que de nuevo le produjo varias contracciones de placer mientras, inconscientemente, aceleraba la paja que le hacía a Andrés.
Lucas abandonó la maravillosa tarea y poniéndose en pie, introdujo por detrás su picha en el coño de Silvia que permanecía arrodillada masturbando cada vez con más énfasis a mi jefe. El gitano empezó un lento bombeo que se fue acelerando cada vez más, mientras sus manos se habían ya apoderado de las dos tetas de Silvia que colgaban al aire por la posición en la que ambos se encontraban. En esta ocasión mi esposa no pudo contenerse. La postura en la que se la estaba follando Lucas era la que mas le gustaba y estaba claro que el hombre debía agradarle o sabía excitarla muy bien. Silvia comenzó a gemir suavemente mientras sus piernas comenzaban a dar signos de debilidad ante la furiosa follada que Lucas le propinaba. Los síntomas de un cercano orgasmo de Silvia se fueron acentuando y Andrés aprovechó la calentura de ella para conseguir finalmente arrimar el rostro de mi mujer a su polla y, sustituyendo la mano de ella por la suya propia, dirigir e introducir el glande entre sus labios entreabiertos. Silvia, concentrada en el gusto obtenido por la impetuosa follada de Lucas, apenas se percató de que tenía en su boca un pedazo de polla y succionó el capullo de Andrés, quien sí comenzó a suspirar mas profundamente con la excitante sensación de sentir su picha en la boca de mi bella esposa.
Finalmente Silvia no pudo aguantar más y sus gemidos se convirtieron en una mezcla de quejidos y gritos hasta que sus rodillas se doblaron en el momento en que el orgasmo apareció en ella. Mientras se corría Silvia, inconscientemente, comenzó a chupar con frenesí la polla de Andrés quien, sorprendido, apenas tuvo tiempo de sacarla de tan estupendo agujero donde iba a correrse sin remedio si ella seguía mamándosela.
Consiguió a duras penas evitar la eyaculación y también Lucas se retiró sin venirse, dejando a Silvia hecha un trapo a los pies de Andrés mientras se serenaban sus sentidos después del orgasmo alcanzado.
Miré a Juan y observé en él claras muestras de incredulidad ante lo acontecido. Seguramente no esperaba que Silvia pudiera tener un orgasmo y debo admitir que a mí también me había sorprendido y, sobretodo, molestado que se corriera con un hombre al que ni conocía. Pero la más sorprendida era la propia Silvia que, confundida y azorada por lo que había pasado, ahora no se atrevía ni a levantar la mirada.
En cambio Andrés estaba en su salsa, había conseguido evitar una nueva e inesperada eyaculación precoz y, sonriente, se incorporó anunciando un nuevo brindis por el orgasmo de mi mujer. Se despojó de toda la ropa, tal y como había hecho Lucas, y cogiendo a Silvia la sentó en el sofá. Recibí una furtiva mirada de mi esposa en la que me quería dar a entender que le disculpara, que no había podido evitar lo que había pasado. Pero ella no sabía que yo mismo, pese a mi enfado, estaba totalmente empalmado y que también había estado a punto de correrme viendo como se la follaba Lucas mientras ella se la chupaba a Andrés.
Andrés comenzó a llenar de cava las copas dejando para el final la de Silvia. Apenas unas gotas cayeron en la de mi esposa antes de que se vaciara la botella. Juan se ofreció a compartir con ella el contenido de su copa, pero Andrés, que mantenía un rictus sonriente, le dijo que no se preocupara, que él lo arreglaría.
Salió del salón, ante la extrañeza general, volviendo al poco rato y escondiendo algo en una mano detrás de su espalda desnuda. Le dijo a Silvia que alzara su copa y entonces nos enseñó lo que escondía. Traía los tres condones que creíamos estaban en la basura y los mostraba orgullosamente. Con la otra mano acercó uno de ellos a la copa de mi esposa, que, estupefacta e incapaz de reaccionar, vio como derramaba el esperma recogido en el condón dentro de su copa de cava.
Hizo lo mismo con el segundo de los preservativos y cuando cogió el tercero, el de color verde que se había puesto Juan, nos lo acercó sin poder evitar dirigirse a él para preguntarle cuando se había corrido por última vez, y es que el preservativo mostraba una abundante eyaculación. Juan, ante la risa de Andrés, a duras penas pudo contestar que hacía más de seis meses. Cuando lo vació en la copa de Silvia, su contenido alcanzó una notable cantidad de semen, ya bastante licuado, que llenaba mas de dos tercios de la misma.
Andrés pidió brindar por el orgasmo alcanzado por mi mujer y todos levantamos nuestras copas menos Silvia que, aturdida, miraba su copa repleta de la lefa de los tres hombres que esa noche se la habían tirado consecutivamente. Todos dimos un sorbo a nuestras copas y Andrés se dirigió a Silvia animándola a hacer lo mismo. Yo estaba convencido de que ella no lo iba a hacer y en efecto ella reaccionó depositando la copa a sus pies. Entonces Andrés le dijo que si no lo hacía consideraría que la apuesta no estaría cobrada.
Silvia me miró suplicando que intentara sacarla de esa situación, como había hecho anteriormente, pero no fui capaz de decir nada. En realidad, y no se si por el propio cabreo que yo tenía después de su orgasmo, sentía una excitante comezón interior ante la posibilidad de observarla bebiéndose la leche de los tres varones que me acompañaban. Entonces ella, tras lanzarme una mirada llena de rabia, cogió la copa del suelo y, tras contemplar de nuevo su contenido, la aproximó a sus labios, dudando que hacer.
Andrés y Lucas, totalmente empalmados, se la meneaban ante la incertidumbre de Silvia en apurar el semen recogido en la copa. Juan también se tocaba sobre los pantalones y yo, totalmente excitado, prefería no tocarme por miedo a correrme.
Tras unos segundos de espera, Silvia posó sus labios sobre la copa y la inclinó lentamente, con lo que el líquido comenzó deslizarse en dirección a su boca. Cuando la leche alcanzó su labio superior, hizo una mueca de asco y puso de nuevo la copa en posición vertical. Volvió a contemplar lo que debía beberse y unos segundos después, tras obsequiarnos a todos los allí presentes con una mirada llena de ira, aproximó de nuevo la copa a sus labios y de un solo trago, sin saborearlo, se echó a la garganta todo el semen allí acumulado. No pudo evitar un par de arcadas que la obligaron a toser varias veces, pero, una vez repuesta, puso la copa sobre la alfombra y volvió a mirarnos, esta vez de una manera desafiante.
Nuestra sorpresa era total, sobretodo la mía, pues aún no podía creerme que mi escrupulosa esposa se hubiera llevado a la garganta la leche de los tres invitados. Pero Andrés no tardó en reaccionar y, sonriendo aun más lascivamente, se aproximó a ella sin dejar de menarse la polla. Cuando estuvo justo frente a ella le dijo:
Vaya Silvia, creo que nos has desconcertado a todos. No pensaba obligarte a beberte la copa, era sólo un juego. La pregunta que ahora me hago es hasta donde eres capaz de llegar.
CONTINUARA
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Sustituí a su esposa en la cama de mi tío. (POR GOLFO)

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Mi nombre es Elena y soy una estudiante de medicina de veintidós años. Mi vida sería como la de cualquier otra si no llega a ser porque actualmente caliento las sábanas de mi tío. Muchos se podrán ver sorprendidos e incluso escandalizados pero soy feliz amando y deseando a ese hombre.

Si quiero explicaros como llegué a acostarme con el tío Manuel, tengo que retroceder cuatro años cuando llegué a Madrid a estudiar.  Habiendo acabado el colegio en mi Valladolid natal, mis padres decidieron que cursara medicina en la Autónoma de Madrid y por eso me vi viviendo en la capital. Aunque iba a residir en un colegio mayor, mi madre me encomendó a su hermana pequeña que vivía también ahí. La tía Susana me tomó bajo su amparo y de esa forma, empecé a frecuentar su casa. Allí fue donde conocí a su marido, un moreno de muy buen ver que además de estar bueno, era uno de los directivos más jóvenes de un gran banco.
Desde un primer momento, comprendí que eran un matrimonio ideal. Guapos y ricos, estaban enamorados uno del otro. Su esposo estaba dedicado en cuerpo y alma a satisfacer a la tía. Nada era poco para ella,  mi tío la consentía y mimaba de tal forma que empecé sin darme cuenta a envidiar su relación. Muchas veces desee que llegado el momento, encontrara yo también una pareja que me quisiera con locura.
Para colmo, mi tía Susana era un bellezón por lo que siempre me sentí apocada en su presencia. Dulce y buena, esa mujer me trató con un cariño tal que jamás se me ocurrió que algún día la sustituiría en su cama. Aunque apreciaba en su justa medida a su marido y sabía que destilaba virilidad por todos sus poros, nunca llegué a verlo como era un hombre, siempre lo  consideré materia prohibida. Por eso me alegré cuando me enteré de que se había quedado embarazada.
Esa pareja llevaba buscando muchos años el tener hijos y siendo profundamente conservadora, Susana vio en el fruto que crecía en su vientre un regalo de Dios.  Por eso cuando en una revisión rutinaria le descubrieron que padecía cáncer, se negó en rotundo a tratárselo porque eso pondría en peligro la viabilidad del feto. Inútilmente la intenté convencer de que ya tendría otras oportunidades de ser madre pero mis palabras cargadas de razón cayeron en saco roto.
Lo único de lo que pude convencerla fue de que me dejara cuidarla en su casa. Al principio se negó también pero con la ayuda de mi tío, al final dio su brazo a torcer.  Por esa desgraciada circunstancia me fui a vivir a ese chalet del Viso y eso cambió mi vida. Nunca he vuelto a dejar esas paredes y os confieso que espero nunca tenerlo que hacer.
La tía estaba de cinco meses cuando se enteró y viéndola parecía imposible que estuviera tan mal y que el cáncer le estuviera corroyendo por dentro. Sus pechos que ya eran grandes, se pusieron enormes al entrar en estado y su cara nunca reflejó la enfermedad de forma clara su enfermedad. Al llegar a su casa, me acogió como si fuera su propia hermana y me dio el cuarto de invitados que estaba junto al suyo. Debido a que mi pared pegaba con la suya, fui testigo de las noches de dolor que pasó esa pareja y de cómo Manuel lloraba en silencio la agonía de la que era su vida.
Gracias a mis estudios, casi  a diario le tenía que explicar cómo iba evolucionando el cáncer de su amada y aunque las noticias eran cada vez peores, nunca se mostró desánimo y cuanto peor pintaba la cosa, con más cariño cuidaba a su amor. Fue entonces cuando poco a poco me enamoré de ese buen hombre. Aunque fuera mi tío y me llevara quince años, no pude dejar de valorar su dedicación y sin darme cuenta, su presencia se hizo parte esencial en mi vida.
A los ochos meses de embarazo, el cáncer se le había extendido a los pulmones y por eso su médico insistió en adelantar el parto. Todavía recuerdo esa tarde. Mi tía me llamó a su cuarto y con gran entereza, me pidió que le dijera la verdad:
-Si lo adelantamos, ¿Mi hijo correrá peligro?
-No- contesté sin mentir – ya tiene buen peso y es más dañino para él seguir dentro de tu útero por si todo falla.
Indirectamente, le estaba diciendo que su hígado no podía dar más de sí y que en cualquier momento podría colapsar, matando no solo a ella sino a su retoño. Mi franqueza la convenció y cogiéndome de la mano, me soltó:
-Elena. Quiero que me prometas algo….
-Por supuesto, tía- respondí sin saber que quería.
-….si muero, quiero que te ocupes de criar a mi hijo. ¡Debes ser su madre!
Aunque estaba escandalizada por el verdadero significado de sus palabras, no pude contrariarla y se lo prometí.  “La pobre debe de estar delirando”, me dije mientras le prestaba ese extraño juramento porque no en vano el niño tendría un padre. Un gemido de dolor me hizo olvidar el asunto y llamando al médico pedí su ayuda. El médico al ver que había empeorado su estado, decidió no esperar más y llamando a una ambulancia, se la llevó al hospital.
De esa forma, tuve que ser yo quien le diera la noticia a su marido:
-Tío, tienes que venir. Estamos en el hospital San Carlos. Van a provocar el parto.
Ni que decir tiene que dejó todo y acudió lo más rápido que pudo a esa clínica. Cuando llegó, su mujer estaba en quirófano y por eso fui testigo de su derrumbe. Completamente deshecho, se hundió en un sillón y sin hacer aspavientos, se puso a llorar como un crio. Al cabo de una hora, uno de los que la trataban nos vino avisar de que el niño había nacido bien y que se tendría que pasar unos días en la incubadora.
Acababa de darnos la buena noticia, cuando mi tío preguntó por su mujer. El medico puso cara de circunstancias y con voz pausada, contestó que la estaban tratando de extirpar el cáncer del hígado. Sus palabras tranquilizaron a Manuel pero no a mí, porque no me cupo ninguna duda de que esa operación solo serviría para alargarle la vida pero no para salvarla.
La noticia del nacimiento de Manolito le alegró y confiado en la salvación de la madre me pidió que le acompañara a ver al crío en el nido. Os juro que viendo su alegría, no fui capaz de decirle la verdad y con el corazón encogido acudí con él a ver al bebé.
En cuanto lo vi, me eché a llorar porque no en vano sabía que ya se le podía considerar huérfano:
“¡Nunca iba a llegar a conocer a su madre!”
En cambio su padre al verlo no pudo  reprimir el orgullo y casi a voz en grito, empezó a alabar la fortaleza que mostraba ya en la cuna. Tampoco en esa ocasión me fue posible explicarle el motivo de mi llanto y secándome las lágrimas, sonreí diciendo que  estaba de acuerdo.
Como os podréis imaginar cuatro horas después apareció su médico y cogiendo del brazo al marido de la paciente, le explicó que se habían encontrado con que el cáncer se había extendido de forma tal que no había nada que hacer. Mi tío estaba tan destrozado que no pudo preguntar por la esperanza de vida de su mujer, por lo que tuve que ser yo quien lo hiciera.
-Dudo que tenga un mes- contestó el cirujano apesadumbrado.
La noticia le cayó como un jarro de agua fría a su marido y hundiéndose en un doloroso silencio, se quedó callado el resto de la tarde. Os juro que se ya quería a ese hombre, el duelo del que fui testigo me hizo amarlo más. Nunca había visto y estoy segura que nunca veré a nadie que adore de esa forma a su mujer.
La agonía de mi tía Susana iba a ser larga y por eso decidí exponerle a mi tío que durante el tiempo que me necesitara allí me tendría y que por el cuidado de su hijo, no se preocupara porque yo me ocuparía de él.
-Gracias- contestó con la voz tomada- te lo agradezco. Voy a necesitar toda la ayuda posible.
Tras lo cual se encerró en el baño para que no le viera llorar. Esa noche, dormimos los dos en la habitación y a la mañana siguiente, una enfermera nos vino a avisar que Susana quería vernos.  Al llegar a la UCI, Manuel volvió a demostrar un coraje digno de encomio porque el hombre que saludó a su mujer, era otro. Frente a ella, no hizo muestra del dolor que sentía e incluso bromeó con ella sobre el próximo verano.
Su esposa, que no era tonta, se dio cuenta de la farsa de su marido pero no dijo nada. En un momento que me quedé con ella a solas, me preguntó:
-¿Cuánto me queda?
-Muy poco- respondí con el corazón encogido.
Fue entonces cuando cogiéndome de la mano me recordó mi promesa diciendo:
-¡Cuida de nuestro hijo! ¡Haz que esté orgullosa de él!
Sin saber que decir, volví a reafirmar mi juramento tras lo cual mi tía sonrió diciendo:
-Manuel sabrá hacerte muy feliz.
La rotundidad de su afirmación y el hecho que el aludido volviera a entrar en la habitación hizo imposible que la contrariara. Mi rechazo no era a la idea de compartir mi vida con ese hombre sino a que conociéndolo nunca nadie podría sustituirla en su corazón.
Mi vida con Manolito.
A los dos días, nos dieron al niño. Siendo sano no tenía ningún sentido que estuviera más tiempo en el hospital por lo que tuvimos que llevárnoslo a casa mientras su madre agonizaba en una habitación. Todavía recuerdo esa mañana, Manuel lo cogió en brazos y su cara reflejó la angustia que sentía. Compadeciéndome de él, se lo retiré y con todo el cariño que pude, dije:
-Tío, déjamelo a mí. Tú ocúpate de Susana y no te preocupes, lo cuidaré como si fuera mío hasta que puedas hacerlo.
Indirectamente, le estaba diciendo que yo lo cuidaría hasta que su madre hubiese muerto pero lejos de caer en lo inevitable, ese hombretón me contestó:
-Gracias, cuando salga Susana de esta, también sabrá compensarte.
No quise responderle que nunca saldría y despidiéndome de él, llevé al bebe hasta su casa. Durante el trayecto, pensé en el lio que me había metido pero mirando al bebe y verlo tan indefenso decidí que debía dejar ese tema para el futuro. Acostumbrada a los recién nacidos por las prácticas que había hecho en Pediatría neonatal, no tuve problemas en hacerme con todo lo indispensable para cuidarlo y por eso una hora después, ya cómodamente instalada en el salón, empecé a darle el biberón.
Eso que es tan normal y que toda madre sabe hacer, me resultó imposible porque el chaval no cogía la tetina y desesperada llamé a mi madre. Tal y como me esperaba mientras marcaba, se rió de mí llamándome novata y ante mi insistencia, me preguntó:
-¿Por qué no intentas dárselo con el pecho descubierto?-
Al preguntarle el por qué, soltó una carcajada diciendo:
-Tonta, porque al oír tu corazón y sentir tu piel, se tranquilizará.
Su respuesta me convenció y quitándome la camisa, puse su carita contra mi pecho. Ocurrió exactamente como había predicho, en cuanto Manolito sintió mi corazón, se asió como un loco del biberón y empezó a comer. Lo que no me había avisado mi madre, fue que al sentir yo su cara contra mi seno, me indujo a considerarlo ya mío y  con una alegría que me invadió por completo, sonreí pensando en que no sería tan desagradable cumplir la promesa dada.
Una vez se había terminado las dos onzas y al ir a cambiarle ocurrió otra cosa que me dejó apabullada. Entretenida colocando el portabebé, no me percaté que había puesto su cabeza contra mi pecho y el enano al sentir uno de mis pezones contra su boca, instintivamente se puso a mamar. El placer físico que sentí fue inmenso (no un orgasmo no penséis mal). La sensación de notar sus labios succionando en busca de una leche inexistente fue tan tierna que de mis ojos brotaron unas lágrimas de dicha que me dejaron confundida.
No sé si obré mal pero lo cierto es que a partir de entonces después de cada toma, dejaba que el bebé se durmiera con mi pezón en su boca.
“Es como darle un chupete”, me decía para convencerme de que no era raro pero lo cierto es que cuanto más mamaba ese crio de mis pechos, mi amor por él se incrementaba y empecé a verlo como hijo mío.
Lo que no fue tan normal y lo reconozco fue que ya a partir del tercer día, me entraran verdaderas ganas de amamantarlo y obviando toda cordura, investigué si había algo que me provocara leche. No tardé en hallar que la Prolactina ayudaba y sin meditar las consecuencias, busqué estimular la producción de leche con ella.
Mientras esto ocurría, mi tía agonizaba y Manuel vivía día y noche en el hospital solo viniendo a casa durante un par de horas para ver al chaval. Dueña absoluta de la casa, nadie fue consciente de que me empezaba a tomar esa medicina. A la semana justa de nacer, fue la primera vez que mi niño bebió la leche de mis pechos y al notarlo, me creí la mujer más feliz del mundo. No sé si fue la medicina, el estímulo de mis pezones o algo psicológico pero la verdad es que mis pechos no solo crecieron sino que se convirtieron en un par de tetas que rivalizaban con los de cualquier ama de cría.
Mi producción fue tal que dejé de darle biberón y solo  mamando de mis pechos, Manolito empezó a coger peso y a criarse estupendamente. El primer problema fue  a los quince días de nacido que aprovechando que su madre había mejorado momentáneamente, Manuel decidió bautizarle junto a ella. La presencia del padre mientras le vestía y las tres horas que estuvimos en el Hospital, provocaron que mis pechos se inflaran como  balones, llegando incluso, a sin necesidad de que el bebé me estimulara, de mis pezones brotara un manantial de leche dejándome perdida la camisa. Sé que mi tío se percató de algo por el modo en que me miró al darse cuenta de los dos manchones que tenía en mi blusa, pero creo que no quiso investigar más cuando ante la pregunta de cómo me había manchado, le contesté que se me había caído café.
La cara con la que se me quedó mirando los pechos, no solo me intranquilizó porque me descubriera sino porque percibí un ramalazo de deseo en ella. Lo cierto es que más excitada de lo que me gustaría reconocer, al llegar a casa di de mamar al que ya consideraba propio y tumbándome en la cama, no pude evitar masturbarme pensando en Manuel.
Al principio fue casi involuntario, mientras recordaba sus ojos fijos en mi escote, dejé caer una mano sobre mis pechos y lentamente me puse a acariciarlos. Mis pezones se pusieron inmediatamente duros y al sentirlos no fui capaz de parar. Como una quinceañera, me desabroché la blusa y pasando mi mano por encima de mi sujetador, empecé a estimularlos mientras con los ojos cerrados soñaba que era mi tío quien los tocaba.
Mi calentura fue en aumento y ya ni siquiera pellizcarlos me fue suficiente y por eso levantándome la falda, comencé a sobar mi pubis mientras seguía imaginado que eran sus dedos los que se acercaban cada vez más a mi sexo. Por mucho que intenté un par de veces dejarlo, no pude y al cabo de cinco minutos, no solo me terminé de desnudar sino que abriendo el cajón de la mesilla, saqué un consolador.
Comportándome como una actriz porno en una escena, lamí ese pene artificial suspirando por que algún fuera el de él y ya completamente lubricado con mi saliva, me lo introduje hasta el fondo mientras me derretía deseando que fuera Manuel el que me hubiese separado las rodillas y me estuviese follando. La lujuria me dominó al imaginar a mi tío entre mis piernas y uniendo un orgasmo con el siguiente no paré hasta que agotada, caí desplomada pero insatisfecha. Cuando me recuperé, cayeron sobre mí los remordimientos de haberme dejado llevar por esos sentimientos mientras el objeto de mis deseos estaba cuidando a la mujer que realmente amaba y por eso no pude evitar echarme a llorar, prometiéndome a mí misma que eso no se volvería a repetir.
Tratando de olvidar lo ocurrido, intenté estudiar algo porque tenía bastante dejadas las materias de mi carrera. Llevaba media hora enfrascada entre los libros cuando escuché el llanto de mi bebe y corriendo fui a ver que le pasaba. Manolito en cuanto le cogí en brazos, buscó mi pezón y olvidándome de todo, sonreí dejando que mamara.
-Voy a ser tu madre aunque tu padre todavía no lo sepa- susurré al oído del niño mientras mi entrepierna se volvía a encharcar.
La muerte de mi tía
Lo inevitable ocurrió dos semanas después. El menguado cuerpo de mi tía no pudo más y una mañana mientras su marido la tenía cogida de la mano, mi tía murió. Al estar presente, fui testigo del desmoronamiento total de Manuel. Llorando en silencio, se quedó sentado en la silla de esa habitación de hospital dejándome a mí que me ocupara de todo lo relativo con el entierro.
Lo primero que hice fue como es lógico llamar a mi madre y explicarle que su hermana pequeña había fallecido para acto seguido ponerme en contacto con la funeraria.
Al día siguiente, la enterramos en el cementerio de la Almudena. Fue una ceremonia triste porque la tía dejaba al irse un vacío inmenso en todos los que habíamos tenido la dicha de conocerla. Viendo la comitiva, comprendí que quienes realmente la iban a echar de menos eran su marido y su hijo recién nacido. El primero porque acababa de perder a su compañera y el segundo porque jamás llegaría a conocer a su madre.
Tras la ceremonia, Manuel seguía en shock. No quería irse del cementerio y por eso mi padre y unos amigos tuvieron que forzarle a irse a casa. Por mi parte, el dolor de su perdida se multiplicaba por mil porque no sabía si mi tío me iba a seguir dejando que me ocupara de Manolito. No solo lo quería sino que consideraba que el bebé me necesitaba.
Gracias al destino, mientras iba hacia la casa en el coche con mi madre, me dijo:
-Hija, sé que no es tu problema pero me gustaría que te quedaras con el tío para ayudarle con el niño.
-Mamá- respondí- por mí no hay problema pero debe ser él quien me lo pida. Es su casa y es su hijo.
Mi madre, ajena a los sentimientos que sentía por el viudo de su hermana, se quedó pensando y contestó:
-Le diré a tu padre que hable con él.
Juro que si no llega a estar presente, hubiera dado saltos de alegría porque con la ayuda de mis viejos era casi seguro que mi tío aceptara. Aun así esperé nerviosa su decisión ya que no las tenía todas conmigo. Al cabo de dos horas, vi como mi padre se llevaba a Manuel a otra habitación y sabiendo que se estaba decidiendo mi futuro entre esas cuatro paredes, me quedé sentada frente a su puerta mientras en mi interior se acumulaban las dudas.
Diez minutos más tarde, mi padre me llamó y haciéndome pasar, me pidió que me sentara. Frente a mí, Manuel seguía llorando desconsolado, por lo que tuvo que ser mi viejo quien tomara la palabra:
-Hija, tu tío y yo hemos hablado. Como bien sabes, su hijo es un bebé y necesita muchos cuidados. Cómo tú has sido quien le ha estado cuidando desde que nació y ahora mismo, su padre necesita ayuda: te pedimos que te quedes hasta fin de curso en esta casa.
Tuve que reprimir mi cara de felicidad al escuchar sus palabras y adoptando un tono tierno, contesté:
-Papá, estaré encantada de ayudar y por mis estudios no te preocupes, sabré compaginarlos con… –estuve a punto de decir el papel de madre pero rectificando, continué diciendo- su cuidado.
Mi tío levantó su cara y mirándome a los ojos, solo pudo decir:
-Gracias- tras lo cual se volvió a hundir en la desesperación.
Incapaz de ejercer de anfitrión, tuve que asumir yo esa función y durante el resto de la tarde, atendí a todos los que venían a dar el pésame. Solo desaparecí dos veces, para dar de mamar a mi niñito. Curiosamente al hacerlo, algo en mí cambió y ya sin ninguna duda, supe que ese niño era mío.
“Soy su madre” pensé mientras su boquita mamaba de mi pezón.
Manuel me sorprende dando de mamar.
Las siguientes dos semanas, fueron una mezcla de dolor y de esperanza en esa casa. Mientras Manuel deambulaba perdido de un lado a otro sin ser capaz de ocuparse de nada y con el duelo a cuesta, se iba afianzando mi amor por él y por su hijo. Como con mi tío no se podía contar, poco a poco me fui haciendo con el mando de su hogar, hasta el grado que el servicio me preguntaba a mí y no a él, asumiendo que yo era la jefa.
Mi tiempo lo dividía entre la carrera, Manolito y Manuel. Reconozco que supe adaptarme: por las mañanas antes de salir rumbo a la universidad, hacía como si preparaba el biberón del enano cuando en realidad con un sacaleches rellenaba dos frascos con el que la criada iba a alimentarlo durante mi ausencia. Al llegar, revisaba la casa y obligaba a comer a mi tío, llegando incluso a regañarle para que lo hiciera, tras lo cual, me encerraba en mi habitación con el bebé, alternando su cuidado con mis estudios. Con el pestillo echado, cogía al crio entre mis brazos y le daba de mamar frente a un libro.
Pero un día en el que el metro se había retrasado y en el que mis pechos me dolían por no haber sido vaciados, llegué a casa y cogiendo a mi chaval, no tomé la precaución de cerrar la puerta mientras le daba de mamar. Os juro que no lo hice a propósito y por eso fui la primera sorprendida cuando descubrí a mi tío mirándome desde la puerta.
Su reacción fue de sorpresa al ver a su hijo aferrado a mis pechos y sin saber cómo actuar, no dijo nada y cerró la puerta. Asustada, me abroché la camisa y casi llorando, fui a verle con Manolito entre mis brazos. Lo encontré en el salón poniéndose una copa. Al verme entrar, me pidió que me sentara y con voz tranquila, preguntó:
-¿Cómo es posible?
Aterrorizada, le mentí:
-Tío, ¡No te enfades! Debió de ser algo psicológico. Sin desearlo, desde que empecé a cuidar a tu hijo, mis pechos comenzaron a producir leche y sabiendo que se criaría mejor, decidí darle de mamar sin consultarte.
No sé si me creyó pero valorando mis palabras y viendo lo sano que estaba su retoño, dio su visto bueno diciendo:
-¿No te importa?
Aunque sabía a qué se refería me hice la tonta.
-¿El qué?
-Dar el pecho a un niño que no es tu hijo.
-Para nada- contesté: -Le quiero como si fuera mío.
La rotundidad de mi contestación, le quitó argumentos y sabiendo que era lo mejor para el bebé, cambió de conversación diciendo:
-Elena, creo que ya es hora de que vuelva a trabajar. ¿Crees que serás capaz de ocuparte tú de la casa?
Sonreí al escucharlo y pensando que ya llevaba tres semanas haciéndolo, le contesté:
-Vete tranquilo a la oficina. Cuando vuelvas cada tarde, estaremos Manolito y yo esperándote en casa.
Mis palabras escondían un significado que no le pasó inadvertido porque mi tío comprendió que había algo más que cariño de sobrina y a partir de ahí, empezó a mirarme de otra forma. 
El continuo contacto hizo el resto. Por las mañanas, me levantaba antes que él y cuando por fin salía de su cuarto, se encontraba con su desayuno servido y a mí deseando complacerle. Al retornar del trabajo, le acompañaba a dar una vuelta con el niño como si fuéramos marido y mujer. Cualquiera que hubiera visto paseando y riéndonos por la calle, jamás hubiese dicho que él era mi tío y yo su sobrina.
Al llegar a casa mientras me ocupaba del niño, mi tío preparaba la cena como un matrimonio más. La diferencia llegaba cuando a la hora de ir a la cama, Manuel se dirigía a su cuarto, dejándome sola en mi habitación. Sin darnos cuenta, pasé a formar parte de su vida y poco a poco, la barrera que suponía el hecho de ser la sobrina de su esposa, se fue diluyendo a base de pequeños detalles.
Un roce aquí, una caricia allá. Manuel se comportaba como un crío, tanteando mi interés pero con miedo a ser rechazado. Mientras tanto, yo estaba cada vez más enamorada y más decidida a qué ese hombre fuera mío.  Empecé a vestirme con camisones sugerentes, mientras cenábamos. Sé que mi tío se dio cuenta pero por las miradas que echaba de vez en cuando a mi escote, comprendí que no le importaba.
La manera en que me miraba no era la de un familiar y no queriendo prolongar esa absurda situación en la que ambos deseábamos ir más allá, una mañana aproveché que estaba desayunando para dejar caer mi café sobre mi camisón. Al oírme gritar, se levantó de su silla y cogiendo una servilleta, me ayudó. Juro que me encantó sentir por vez primera sus manos sobre mis pechos, aunque solo fuera para secar mi ropa.
-¿Te has quemado?- preguntó viendo que mordía mis labios.
Incapaz de confesarle que lo que realmente estaba ardiendo era mi entrepierna, separé la mojada tela de mi escote y poniendo cara de dolor, contesté:
-Un poco, ¡Me escuece!
Mi tío se quedó fijamente mirando los abultados pechos que disimuladamente mostré y casi temblando, se separó de mí. Os confieso que me encantó descubrir que su pene se había puesto duro, bajo su pantalón y prolongando su embarazo, le pedí que me trajera una crema.
Manuel obedeció mi ruego y buscó en el botiquín algo contra las quemaduras. Al dármela, haciendo como si realmente me urgiera, me empecé a untar con ella los senos. La cara de deseo que puso al ver como esparcía el ungüento por mis pezones, me convenció de que faltaba poco para ser suya.
El siguiente paso a que por fin sustituyera a su esposa por completo, lo dio Manuel después de cenar.  Estábamos viendo la tele cuando escuché por el micro que el bebé lloraba en su cuna. Levantándome le informe:
-Tiene hambre.
Y fue entonces cuando medio avergonzado, me pidió que le diera de mamar frente a él:
-Te parecerá escandaloso pero me gustaría ver como lo hace.
Me quedé paralizada pero con el coño encharcado, al imaginarme a mi tío contemplando la escena. Tras unos momentos de confusión, fui a por el niño y volviendo a sentarme en el sofá, me saqué un pecho y dejé que mamara mientras Manuel no se perdía detalle de cómo lo hacía. Sentir su mirada mientras el crío se aferraba a mi pezón, me fue calentando y por eso tuve que reprimir los gemidos cuando al cabo de cinco minutos, me corrí en silencio. No hizo falta que me tocara, la caricia de sus ojos sobre mi pecho fue suficiente para que me fuera excitando y mordiéndome los labios, llegara a un dulce y tierno orgasmo. El bulto que se escondía bajo su pantalón, me confirmó que él también se había visto alterado pero bien por el duelo que todavía sentía o bien los prejuicios de que yo fuera su sobrina, evitaron que diera el siguiente paso.
Con el bebé con el estómago llenó, me cerré la camisa y le llevé hasta su cama. La vergüenza de haberme corrido frente a él, me llevó a encerrarme en mi cuarto y sacando mi consolador del cajón donde lo guardaba, me masturbé pensando en ser suya.
Todo se acelera.
A partir de esa noche, se convirtió en un ritual que al terminar de cenar fuera a por el niño y que en presencia de mi tío le diera el pecho. Ambos sabíamos lo que ocurriría a continuación. Manuel se sentaría frente a mí y se pondría a observar cómo desabrochándome el vestido dejaría caer un tirante, tras lo cual,  cogería mi pecho y mirándole a los ojos, pondría mi pezón en la boca del  bebé.
Todas y cada una de esas noches, me excité al sentir la caricia de su mirada y en silencio me corrí mientras él me veía hacerlo cada vez más alterado. Ninguno jamás comentó nada de lo que sucedía y siguiendo el guion de ese acuerdo tácito, al terminar de mamar me levantaba y me iba corriendo a mi cuarto. Sé que Manuel se debía suponer que era lo que yo hacía posteriormente pero nunca dijo nada aunque en sus ojos era evidente la atracción que sentía por mi cuerpo.
Ya no me escondía. En cuanto se iba el servicio, desaparecía mi ropa de niña buena y me quedaba casi desnuda, en su presencia. Había decido a  seducirle pero por mucho que me exhibía ante él y comprobaba en su mirada, que me deseaba, no se decidía. Sabiendo que era una guerra en la que tenía que hacer que mi amado enemigo se fuera olvidando de su mujer, no desesperé.
“¡Serás mío!”
Fue una noche cuando Manolito se puso a llorar pidiendo su leche  y en la que como estaba realmente cansada no me enteré, cuando todo se aceleró. Al oír los gritos del crío, mi tío se despertó y entrando en mi cuarto con él en sus brazos, me lo acercó. Estaba tan dormida que le cogí al niño y tumbada en la cama, me puse a darle de mamar.
Su padre, sin pedirme permiso, se tumbó a mi lado y mirando cómo el crío se aferraba a mi teta, con voz tierna, me dijo:
-Es precioso.
Sonreí al verle apoyar su cabeza en la almohada y sin importarme su presencia, terminé de alimentar al bebé.  Después de cambiarle el pañal, me giré y descubrí que Manuel se había quedado dormido y decidida a no desaprovechar la oportunidad, me tumbé junto a él. Mi tío no se enteró y siguió durmiendo, por lo que pude pegarme a su cuerpo que era lo que llevaba meses deseando.
No sabía cuánto tiempo pasó pero de repente, noté que me abrazaba y mee acariciaba suavemente el cabello. No queriendo romper ese momento, seguí haciéndome la dormida, disfrutando de su caricia. Sus dedos se fueron deslizando por mi melena e intentando no despertarme, se separó un poco. Como si siguiera soñando protesté y me pegué a él con los ojos cerrados. Al sentir su pene ya duro presionando contra mis nalgas, me creí morir pero me mantuve quieta para no descubrir que estaba despierta.
Mi tío se mantuvo expectante durante unos segundos y entonces, noté como separaba la parte de arriba de mi camisón.  No queriendo asustarlo, no me moví. Deseaba darme la vuelta y dejar que me hiciera suya pero no debía anticiparme. A los pocos minutos, volví a notar sus manos abriendo mi bata. Excitada, mantuve los ojos cerrados mientras su mano se deslizaba por mi escote y suavemente abarcaba mi pecho.
El pezón que dos horas antes había dado de mamar a su hijo, recibió su caricia ya duro. Tuve que morderme los labios para evitar que un aullido saliera de mi garganta pero no pude evitar que mi cuerpo temblara de deseo levemente. Y cuando sentí que presionando su pene contra mi culo, Manuel empezaba moverse un poco, creí morir de felicidad.
La calentura que recorría su cuerpo le hizo ser menos precavido y aunque temía que me despertara, me agarró una teta mientras un gemido salía de su garganta. Para entonces, mi corazón parecía salirse de mi pecho: quería darme la vuelta y decirle que me hiciera suya pero el miedo me lo impidió. Pero al sentir que bajando su mano, me levantaba el camisón dejando mi culo al aire y sus dedos acariciando mis nalgas, no pude más y pegándome a él, suspiré de placer.
Asustado, se separó de mí y salió de la cama. Comprendiendo que nunca se volvería a sobrepasar si dejaba que se fuera, me incorporé y le pedí:
-Manuel, ¡No te vayas!
La sonrisa de mis labios y el amor con el que le miré, terminó de barrer sus prejuicios y volviendo a mi lado, me besó. Abrí mi boca y deje que su lengua jugara con la mía, mientras una de sus manos me acariciaba los senos. Ya lanzada, me terminé de desnudar y poniendo mi  pecho en su boca, dejé que el padre mamara como su hijo había hecho tantas noches.
-¡Te quiero!- exclamé al sentir su lengua en mis aureolas.
Si cuando el bebé se alimentaba, mi cuerpo se estremecía de ternura, al notar la boca de mi tío succionando de mis pechos, me volvió loca y pegando un grito, le imploré que necesitaba ser suya. El que hasta ese momento me consideraba su sobrina dejó que su mano se fuera deslizando por mi piel hasta llegar a mi trasero. Al sentir sus yemas acariciando sin pudor mis nalgas, noté que mi coño rebosaba de placer y pegando su sexo al mío, insistí en que me tomara.
Manuel al ver mi necesidad, sonrió y con delicadeza separó mis rodillas. Consciente de que no había marcha atrás, me miró como pidiendo permiso. Confirmé mi disposición con mi mirada, tras lo cual mi querido y amado tío, se agachó entre mis piernas.
Suspiré al sentir su lengua aproximándose a su objetivo y como una cerda en celo, le rogué que se diera prisa. Acostumbrado a su esposa y conociendo que una mujer disfruta más cuanto más lento la aman, contrariando mis deseos, se entretuvo jugueteando con los bordes de mi botón antes de conquistarlo. Completamente cachonda, presioné con mis manos su cabeza forzando el contacto de su boca contra mi entrepierna. Al percibir mi calentura, decidió prolongar mi sufrimiento y ralentizando sus maniobras, incrementó mi angustia:
-Te lo ruego: ¡Fóllame!- grité fuera de mí- ¡Me urge ser tuya!
Fue entonces cuando compitiendo con su boca, mis dedos se apoderaron de mi clítoris y me empecé a masturbar. Con su meta ocupada, me penetró con la lengua y saboreando mi flujo, se percató  de que estaba a punto de correrme. Decidido a explotar mi excitación, pasó un dedo por mi esfínter y lo empezó a relajar con suaves movimientos circulares. Al experimentar el triple estímulo, no resistí más y retorciéndome sobre las sábanas, llegué al orgasmo dando tantos alaridos que temí que mis berridos despertaran al bebé.
-¡Me corro!- aullé como posesa.
Azuzando mi deseo, terminó de introducirle su dedo en mi culo mientras usaba su lengua para recoger parte del fruto que manaba de mis interior.
-¡No puede ser!- chillé al sentir que una a una mis defensas se iban desmoronando ante su ataque y temblando sobre la cama,  dejé un charco, señal clara del éxtasis que la tenía subyugada.
Metiendo y sacando su lengua de mi interior, El tío consiguió una victoria aplastante y solo cuando con lágrimas en los ojos le supliqué me  tomara, solo entonces, cogiendo su pene entre las manos, y mientras miraba a los ojos, forzó mi entrada de un solo empujón. Ni siquiera le hizo falta moverse: al sentir mi conducto ocupado y su glande chocando contra la pared de mi vagina, me corrí y clavando mis uñas en su espalda, le exigí que me follara.
-¿Te gusta sobrina?- preguntó al sentir mi flujo recorriendo sus piernas.
-Siiiiii, ¡Tío! Llámame como quieras pero ¡No dejes de follarme!- ladré convertida en perra.
No tardó en hacerle caso y dando a sus caderas una velocidad creciente, apuñaló sin descanso mi sexo. Dominada por la lujuria respondí a cada incursión con un gemido, de forma que mi cuarto se llenó de mis gritos.
-¡Dios! ¡No pares!- chillé.
La entrega que le demostré, rebasó en mucho sus previsiones y viendo que estaba a punto de eyacular en mi interior le pedí que no lo hiciera porque podía quedarme embarazada.
-¿No es eso lo que quieres?- pregunté pellizcándome un pezón- ¿No te gustaría darle un hermano a Manolito?
-¡Sí!- le grité y obviando el escándalo que provocaríamos si me preñaba, dejé que sembrara mi fértil sembrado con su simiente.
Mi último orgasmo, el más intenso, coincidió con el suyo. Mi coño se convulsionó alrededor de su polla, la cual sin la debida protección lanzó dentro de mí cañonazos de placer. Agotada y sin poder moverme, me quedé abrazada a mi amado tío, mientras mi mente soñaba con que me hubiese dejado embarazada.

 

Relato erótico: “Mis yeguas y yo” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Manoli vestía pantalón vaquero, que sin ser ajustado  le dejaba marcado el trasero. Una marca de carne bajo la tela, que en cambio era a fuego bajo mi bragueta.
Arriba lucía su escote. Su eterno escote, delicioso fruto de los Dioses; ¡oh!, ¡quien al probarlo sintiera el edén en sus labios!. ¡oh, libre de mí!.
Escote con más guerra que bandera a la que defender. Más insinuación que bulto. Más deseo de querer mostrar algo de lo que carecía. No muy pechugona es Manoli, como pueden imaginar mis queridos lectores. No muy pechugona, pero sí guerrillera. Y pongo a Dios por testigo que sus pechos siempre me parecieron más grandes. Diosa Manoli, que me hace jurar en vano. Maldita puerca presumida.
Siempre maquillada. Luchando contra la edad que tan mal consideraba. Pero a sus treinta y seis años la percibía como un delirio. Su imagen taladraba mi cerebro en el momento de correrme en la muchas de mis pajas.
Al despertar pensaba en ella y mi pene entraba en erupción. Cuando mi mujer no estaba en la cama siempre me follaba a la almohada pensando en Manoli.La Diosa, la puerca.
¿Qué quien es Manoli?. Es mi cuñada. Bueno, la cuñada de mi mujer. La mujer de uno de sus hermanos. Dicen que el morbo por las cuñadas es tan previsible como superficial. ¿Y qué quieren sus mercedes que le haga?. ¿Me coloco un cilicio?, ¡si ni siquiera sabrán qué es!, ¡Ignorantes!.
Sí, soy tan simple que a mis treinta años me masturbaba a menudo pensando en mi cuñada seis años mayor que yo. Sí, soy tan absurdo y predecible que imaginaba que era a ella a quien follaba cuando lo hacía a mi mujer.
Cuando llegue al infierno que Satanás me castigue, o lo que es peor, que me mande al cielo, donde no se hacen felaciones. Pero en vida hasta que no fui un cabrón no conseguí nada. Y la puerca,la Diosa, de Manoli es uno de mis mayores logros, y el primero. Y ahora mismo ni se pueden hacer una idea de lo que estoy queriendo decir. De todos modos, dudo mucho que lo cuente todo. Así que insúltenme, menosprécienme queridos borreguillos. Puede que sea un fantasma, puede que no. ¡Qué más da!. Si ven a Manoli díganle que he muerto, que no hay más después de lo que he experimentado a partir de ella.
Como decía: Manoli vestía pantalón vaquero y escotazo de color verde bajo su chaquetilla vaquera. Su pelo como siempre, media melena rubia y ondulada. Delgada, como las serpientes amantes del perro de Satanás. Algo digna, pues entró en casa con sus hijos y marido (hermano de la que siempre me follo pensando en otras).
Su dignidad es una de las primeras cosas que más me maravillaron. Manoli es bastante digna en apariencia y buena gente. No tiene una conversación inteligente pero no le hace falta. Suele ser agradable en el trato. Muchas veces hemos quedado las dos familias para cenar y tomar unas copas. Siempre me ha maravillado la facilidad con la que mi mente ha sabido descifrar y eliminar esa pequeña capa de dignidad que porta. Les juro que es tomar un par de copas cerca de ella y rápido dejas de verla como una madre y mujer. Y empiezas a verla como una hembra.
Los animales le llaman celo. Los humanos le llamamos pornografía. Pero Manoli siempre me soltó, intuyo que sin querer, gotitas de su ser carnívoro que se quedaron muy impregnadas en mi delirio.
Para colmo siempre con tacones. Para colmo siempre aparentando llevar tanga. Para colmo nos veíamos muy a menudo. Y encima yo soy un cabrón obsceno.
Muchas noches pasó lo que aquella. Mientras el alcohol corría yo me fijaba en ella y en su hija. Me imaginaba con ambas en la cama y me relamía. Pero me centraba más en ella, no quiero problemas con la justicia. En la falsa apariencia de sus pechos. En su pelo rubio. En su cara de putilla, no lo he dicho pero Manoli tiene cierta cara de putilla. En su forma de menear las caderas cuando andaba, algo incomodada por los tacones. ¿serás presumida? (pensaba). Si como mejor luce una hembra es a cuatro patas sobre la cama……
Aquella noche se fue con su familia. Y yo follé con desmesura a mi mujer. Le pedía coletillas y faldas de colegiada. Imaginaba a Manoli con la ropa de su hija.
Una de esas noches, animado por el calor del verano. Animado por la maldita forma en la que aquella mujer me provocaba ¿sin saberlo?. Animado por el alcohol que había ingerido hasta ese momento, entre las tres y las tres y media de la madrugada. Y, sobre todo, animado por un poco de cocaína comprada para la ocasión que había tomado en la clandestinidad del baño. Me acerqué a Manoli, la cual fumaba en la terraza del ático en el que vivimos. Mientras mi mujer, su hermano y su hija (los niños ya dormían) jugaban a gritos a un puñetero juego de mesa.
La noche era tranquila y agradable. La luna casi llena, en cuarto menguante. Ni una pizca de brisa. Manoli con pantalón pirata y camisa escotada. Mi polla congelada en su grandeza. Su cuerpo digno de ser mimado……
Le dije que cuando tenía pensado dejar de fumar. Ella me respondió que al acabar el verano. Mientras me reía falsamente me apoyé en la barandilla junto a ella.
Le dije que no podía estar dejando de fumar toda la vida, que si de verdad quería hacerlo, esa era el mejor momento. Ella sonrió y dio dos caladas fuertes al cigarro. Luego lo tiró a la calle encendido.
Me dijo que había sido testigo de sus dos últimas caladas. Yo me reí más falsamente aun, entre otras cosas porque no me lo creía. Me giré un poco hacia ella y le miré de arriba abajo y otra vez hacia arriba. Ella seguía más o menos sonriente cuando regresé a su cara.
Noté algo extraño en su semblante. Ella estaba bastante bebida, como yo. Noté que se abría una pequeña grieta en el cementado de mis puercas y desesperadas esperanzas de guapo pajillero. (porque, joder, soy guapote, no me vean como el gordo, gafado y feo pajillero).
Una pequeña ráfaga de brisa me empujó. Como el suicida que va hacia un puente tentado de tirarse y que lo hace sabiendo que lo mejor es no tirarse…..
Le dije que a ver cuando me dejaba darle la follada que tanto merecía y que tanto tiempo llevaba deseando
Ella se calló y se fue adentro. Ni rió ni se enfadó. Ni me habló ni me volvió a mirar. Volvió dentro, yo fui detrás. Seguimos jugando en familia un rato, apurando las últimas copas.
Cuando se fueron nos despedimos uno a uno, como es habitual. Al despedirme de ella, me metió algo en el bolsillo del pantalón.
Cuando la puerta del hogar, desmembrado hogar, se hubo cerrado, yo me introduje en el cuarto de baño y saqué del bolsillo un pequeño papel.
 “Llámameme el lunes por la mañana”
Salí del baño desnudo y muy empalmado. Mi mujer casi dormía. La desperté y sobé un rato. Me dijo que no tenía ganas. La azoté fuerte, me incorporé y le follé la boca. Hasta el final. Ella soltó varias arcadas de fatiga, pero empezó a mamar con ansia. Me corrí en su boca. Me acosté sin decir nada.
Me levanté con mi cuñada Manoli en mente. El domingo transcurrió con mi cuñadita Manoli en mente. Nunca un día se me hizo tan largo. Antes de acostarme no voy a decir quien tenía en mente cuando me masturbé; porque podría tener problemas con la justicia, a pesar de su casi legal edad.
Mi voz pudo sonar temblorosa. Despierto desde antes del amanecer, esperé hasta una hora más lógica para llamar.
Fue seca y directa. Me dijo que su marido trabajaba durante toda la mañana, que dónde podríamos quedar. La cité en casa de mis padres. Bueno, en casa de mi madre; pues se divorciaron años atrás. Mi madre trabajaba fuera de la ciudad y solo estaba de jueves a domingo.
En dos horas nos veríamos allí.
Aproveché para quemar energías en el gimnasio. Me duché y fui a casa de mis padres. Una casa céntrica y más o menos grande. Tomé algo de alcohol y puse música clásica de fondo para relajar mis sentidos. Manoli fue puntual.
Con la puerta abierta tardó varios segundos en entrar, como si se estuviera planteando arrepentirse. La saludé con la buena voluntad de siempre.
Vestía más recatada que de costumbre. Fuimos al salón y me senté en el sofá. Ella soltó el bolso sobre una silla y se sentó a mi lado.
Manoli – Creo que tenemos que hablar.
Asentí con una nerviosa sonrisa. Le hice señas a mi bebida, no me salían muchas palabras. Ella negó con la cabeza, rechazando mi invitación a tomar algo.
Manoli – ¿Qué pretendes?
Estaba guapa. Pantalón vaquero blanquecino y rebeca amarilla sobre camisa verde. Zapatos cómodos y el pelo sobre sus hombros, tipo casual.
Yo – No tienes por qué estar aquí. Puedes irte. Haremos como si no nos hubieramos visto. Sigamos como siempre.
Guardó silencio. Yo bebí lo que me quedaba. Mi polla empezaba a pedir fiesta. Me contuve en no saltar sobre ella y violarla si fuera necesario.
Manoli – No he traído nada para ponerme cómoda. Pensé que no acabaría entrando, pensé que no llamaría a la puerta siquiera; vine por una absurda curiosidad….
Yo – Si quieres ponerte más cómoda podemos ver en el armario de mi madre.
Respiró nerviosa al nombrar a mi madre.
Manoli – Tu madre es rubia como yo. ¿te atraigo por eso?.
Yo – Me atraes por muchas cosas.
Se incorporó hacia mí hasta que sus labios quedaron a las puertas de mis oidos.
M –  Tráeme lo que desees de su armario.
Seleccioné un antiguo camisón. Color naranja con ribetes blancos, algo dado de sí por el escote. Corto, a mi madre le llega una cuarta por encima de sus rodillas, y más o menos eran igual de altas. En alguna ocasión he pensado en cómo sería montármelo con la que me parió, vistiendo ella ese mismo camisón. Lo cogí sin dudar y se lo di a mi cuñada.
Y – Aquí tienes.
Ella lo cogió y entró en uno de los baños. Yo, con más nervios de los que hubiera deseado, bebí algo más de alcohol directamente de la botella. Al regresar al salón, desde la cocina, me la encontré de pié en mitad del pasillo.
Ante mi una Diosa. Descalza, mostrando su baja estatura que tan bien disimula con sus habituales tacones. Sin abultar el escote, con su caída natural de pechos bajo el camisón. Pequeñitos pero bien puestos. Con dos pequeñas aureolas sonrosadas asomando por el borde del escote del viejo camisón dado de sí. El pelo suelto y su mirada silenciosa y simpática. Ante mi Manoli en su verdadero esplendor.La Diosade carne que era, no la que ella intentaba mostrar engañándose.
M – ¿Me queda bien?. No relleno el escote.
Y – Mi madre las tiene mucho mayores. Pero a ti no te hacen falta, estás perfecta Manoli.
Rió deliciosa.
Manoli – Bueno nene, espero que seas un buen chico y no hagas enfadar a mamá.
Sonriente, vino lentamente hacia mí. Por lo visto le gustaba el juego de personajes, intentaba hacer de mi madre. Me dejé llevar. Me guió lentamente hacia la habitación de mis padres. Cuando llegamos a la cama de matrimonio me empujó. Me quedé sentado a los pies de la cama.
Se arrodilló a los pies de la cama. Yo me adentré un poco en ella, situándome en los medios. Ella me desvistió el busto y dejó deslizar su lengua por mi cuidado pecho. Sus pelos se interponían ante mis ojos. No podía verla, solo de vez en cuando su lengua lamer mis pezones y mi piel. Se deslizó lentamente y se detuvo en desabrocharme la bragueta. Se levantó y me sacó los pantalones. Luego retiró los calzoncilos.
M- Guau. ¿ya la tienes así?. Pobrecito que tiene pupita.
Se arrodilló de nuevo. Esta vez se cuidó de que su trasero quedara al aire. Para ello lo levantó muchísimo y dejó caer el camisón de mi madre hacia su cuerpo. Desde mi posición podía ver su hermoso culo con la misma ansia con la que un alpinista divisa la próxima, pero aun distante, cima del everest. Sus muslos eran más gruesos de lo que aparentaban vestida. El camino perfecto para el culo más sabroso que he probado jamás. ¿Adivinan de quien es el coño que más dulce y entrañable me ha resultado?. Una pista, no es el de Manoli ni el de mi mujer. ¿Otra pista?. Como sois…..en aquel momento aun no había probado ese coño por primera vez.
Agarró la polla, la cual estaba ya lista para entrar en acción. Sin apenas masturbarla la metió en su boca con celeridad. Como no queriéndome defraudar. Fue una mamada gustosa pero no muy relajante. No mantuvo bien el ritmo; sin duda estaba nerviosa. Tal vez más nerviosa que yo, la notaba agobiada por que me gustara. Ello me relajó y me infundó personalidad.
Cuando ya tuve bastante, decidí que había terminado esa mediocre mamada. Me incorporé y la besé de rodillas sobre la cama. La estrujé contra mi cuerpo. Dócil, su cuerpo se adaptó al mío con facilidad. Tenía un abrazo muy agradable y besaba bastante bien. Le estrujé las nalgas, algo blanditas, y las tetas. Pequeñitas. Las busqué, dejándole caer el camisón. Eran como dos pequeñas peras dulces y maduritas. Preciosas, a pesar de no ser grandes, y sobre todo deliciosas.
La coloqué boca abajo. La abrí de piernas y le lamí coño y culo. De nuevo coño, otra vez culo. Metí la lengua en el ano. Como les puedo resumir ese momento: Delicatessen.
No podía esperar más. Y ella supo entenderlo. Se clavó un poquito a cuatro patas sobre la cama y se abrió el coño con los dedos, extendiendo su mano por debajo de su cuerpo hasta llegar al sexo.
M – Vamos. Desahógate.
Entré con facilidad e inicié una buena follada. Fue una muy agradable sorpresa los agradables quejidos con los que acompañaba la penetración. Voz muy pornográfica y con el volumen justo para que pudiera escuchar algún vecino o vecina. Me encanta que alguien sepa que se está follando. Y si es vecina mucho mejor.
Se movía como buena perrilla. Sin duda quería agradarme, pues a veces resultaba exagerada. Sonreí contento por aquella hembra, que se esforzaba en agradarme. Le azoté en las nalgas a modo de premio, que ella me agradeció moviéndose con extrema calidad de adelante hacia atrás, golpeando su trasero contra mi vientre. Muy buena follada esa que me dio mi cuñada Manoli. Sin duda me demostró ser una hembra de calidad. Tal vez algo ansiosa. Se ve que solo folla con un hombre habitualmente.
Terminé corriéndome en su cara. Intenté no manchar su bello pelo. Pero creo que le entró un poco en los ojos.
Nos despedimos dándonos un besito en la mejilla. Como siempre.
Me asomé al balcón para ver como se iba calle arriba. Ahí va la manuelita, pensé. Con su andar de siempre, su pelo de siempre, su apariencia de siempre. Pero ya, por fin, habiéndomela follado. Y puedo jurarles que esta hembra vale mucho. Merece la pena conocer a mujeres así. Ante hembras como Manoli, uno se quita el sombrero y se saca el pollón.
Nota del autor:
 Este relato es la primera parte de una serie de aventuras que tuve en mi verdadero despertar sexual. Esta relación fue la primera. Pero no contaré todas las experiencias. Quien quiera algunos detalles que voy a omitir que me agregue al Messenger.
No obstante, creo necesario recordar que todo esto es ficción ante vuestros ojos. No trato mostrar la realidad de lo que cuento; entre otras cosas porque sería jugar con fuego.
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
caballerocapagris@hotmail.com

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 


Relato erótico:Mi tío me entrega para mi placer a una sumisa.(POR GOLFO)

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Segunda parte de Sustituí a su esposa en la cama de mi tío.
 
 
Para los que no se hayan leído el primer capítulo, mi historia es un poco complicada. Me llamo Elena, estudio tercero de Medicina y soy la mujer con la que mi tío comparte su cama.
No penséis mal de Manuel, no creáis que es un degenerado que abusó de mí. Todo lo contrario, es el hombre más maravilloso del mundo que mientras su mujer estaba viva nunca le fue infiel ni siquiera con el pensamiento. Y si actualmente estamos juntos, se debe a que fui yo quien lo sedujo.
Para mí, mi tío es mi marido y su niño, no es mi primo sino mi hijo, porque al igual que ya viudo me metí en el lecho de su padre, desde que nació Manolito, he sido yo su madre.
Como comprenderéis nuestra relación no había sido fácil, porque él no había dejado nunca de echar de menos a su esposa y yo me había tenido que comer mis celos de la difunta porque si Manuel se enterara algún día, nunca lo hubiese entendido.
Por otra parte, estaba mi madre. Que si bien en un principio había confiado en mí y en el viudo de su hermana,  ya no lo tenía claro y andaba con la mosca detrás de la oreja. Aunque aceptaba e incluso ella misma había sido la culpable de que viviera con él durante el periodo universitario, no comprendía el motivo por el que también le acompañaba de vacaciones.
-Mamá, no puedo dejar solo a Manolito, me necesita- respondía cada vez que insistía.
Por supuesto, nunca le dije que cuando llegaba Manuel a casa, le recibía casi desnuda y él invariablemente me poseía en mitad del salón o dado el caso que me encontrara cocinando, contra la lavadora. Nos daba igual donde. Al vernos, nuestras hormonas entraban en acción y tanto él como yo, nos veíamos lanzados a renovar de manera brutal esos votos que nos prometimos una noche de madrugada.
Nuestra sexualidad era tal que, para nosotros, siempre estábamos experimentando cosas nuevas. Nuestro mayor placer era descubrir una nueva postura con la que dar rienda a nuestro amor y cuando ya habíamos agotado las diferentes variedades del Kamasutra, decidimos buscar en los sitios más insospechados el morbo con el que seguir afianzando nuestra relación. Lo que nunca supuse fue que encontraríamos el aliciente definitivo para quitarnos nuestras máscaras un día en que, por motivos de estudios, vino a casa una amiga de la universidad.
María, se llamaba la muy zorra y de virgen solo tenía el nombre porque como os comentaré era una puta desorejada que en cuanto vio a mi Manuel lo quiso para ella. Por el aquel entonces, la consideraba únicamente una amiga mas y aunque sabía que vivía con mi tío, nunca le conté que era mi hombre.
Llevábamos  encerradas estudiando desde la mañana, cuando cerca de las nueve de la noche, llegó Manuel a saludarnos. María, al verlo se quedó pálida y por eso nada más cerrar la puerta, me soltó entusiasmada:
-¡Qué bueno está! ¿Ese es tu tío?- y sin prever mi reacción, exclamó: -¡Le echaba un polvo!
Os juro que me encabronó su confesión y tratando de calmarme, le pedí que siguiéramos estudiando, pero ella insistiendo, me dijo:
-¿Sabes si tiene novia?
-No tiene- respondí enfadada sin mentir porque yo no me consideraba su novia sino su mujer.
Mi media verdad le dio ánimos y dejándome con la palabra en la boca, desapareció de la habitación aludiendo a que tenía que ir al baño. Aunque lo dudéis, la creí pero al cabo de cuarto de hora de no volver, fui a ver que le pasaba. Al llegar a la cocina, me la encontré tonteando con mi tío y quise matarla:
“Zorra, Puta, furcia, fulana, pendón, pelandusca, mujerzuela”
Todos los apelativos a su clase pasaron por mi mente pero cómo no podía montar un escándalo y que se enterara de nuestra relación, tuve que quedarme callada y con una sonrisa, reclamarle que me había dejado sola. Tras pedirme perdón, mintió diciendo que se había acercado por un vaso de agua pero que se había quedado hablando con Manuel.
Mi tío que, además de ser mi marido no oficial, me conocía plenamente, supo que estaba celosa y siguiéndole el juego a esa guarra me dijo que, ya que tenía la cena lista, dejáramos de estudiar y descansáramos un poco. Traté de balbucear una excusa pero poniendo tres platos, nos invitó a sentarnos. Maria, sin llegarse a creer su suerte se  sentó a su lado y por eso me tuve que conformar con sentarme enfrente.
“Será perra” mascullé entre dientes al observar a esa muchacha coqueteando con mi hombre.
Con todo el descaro del mundo, la morena babeaba riéndole las gracias. Su acoso era tan evidente que Manuel me guiñó un ojo al ver a mi compañera reacomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó  más, María al comportarse como una puta barata o  mi tío, que disfrutando de mi cabreo, la alentaba riéndole las gracias.
En un momento dado, me encontré a ese putón manoseándole por debajo de la mesa. Aunque Manuel solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, me resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
Hecha una furia, me senté en mi silla mientras le fulminaba con los ojos. Fue entonces cuando provocándome a las claras, le informó a mi amiga de que se había manchado de salsa su blusa.  María que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón de mi tío poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Aunque el lamparón  era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Muerto de risa, Manuel llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente.   La zorra de mi amiga no pudo evitar pegar un gemido al sentir esa dulce caricia y pidiendo perdón, se levantó a limpiarse la blusa. Reconozco que estuve a punto de saltarle al cuello pero mirándome a los ojos, mi tío me prohibió que lo hiciera.
Esperé a que mi compañera saliera del comedor para echarle en cara su comportamiento pero entonces Manuel acercándose a mí, me besó mientras me decía:
-¡Vamos a jugar un poco con esta incauta!
Sé que debí negarme a colaborar pero su promesa de que luego me haría el amor así como el leve toqueteo de su mano en mi entrepierna, consiguieron hacerme olvidar mis reparos y con mi cuerpo en ebullición, esperé a que volviera.
Al volver del baño, María nos informó involuntariamente de que estaba cachonda. Debajo de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que su dueña se había visto afectada por ese pellizco. Si bien había sido algo robado y no pedido, dejó claro nada más sentarse de que no le había resultado desagradable porque no solo pegó su silla a la de mi tío sino que olvidándose de mí, llevó su mano a las piernas de Manuel.
Curiosamente, si antes me había enfadado su acoso, desde que mi hombre me había dicho que quería jugar con ella, sus ataques no hacían más que calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó su pantalón, el pene que también conocía se estaba empezando a poner duro. Tratando de disimular, me concentré en la comida pero confieso que me resultó imposible no echar un ojo a esos dos.
El zorrón de mi amiga que con descaro masturbaba a Manuel por encima del pantalón, se quedó de piedra cuando mi tío se bajó la bragueta y sacando su miembro al exterior le obligó a continuar llevando su mano hasta allí.  Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que los descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de mi hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Para entonces, mi sexo estaba anegado y disimulando saqué mi móvil y me puse a hacer fotos bajo el mantel porque una vez se hubiese ido esa zorra, quería verlas con Manuel y así, rememorar lo ocurrido.  Estaba analizando, el sudor que recorría la frente de mi compañera, cuando percibí en sus ojos nuevamente la sorpresa.
“¡Está bruta!” sentencié al percatarme que su desconcierto se debía a que mi tío le había metido su mano en la entrepierna y que la muchacha no se había opuesto.
Comprendí que si permanecía allí,  iba a resultar más difícil que esa puta se dejara llevar por la lujuria y por eso les dije que iba a hacer el café.
-Tardaré cinco minutos- les informé para que María creyera tener la oportunidad de dar rienda suelta a su calentura.
Saliendo del comedor, me escondí tras la puerta para espiarles. Tal y como había previsto, esa puta en cuanto se quedó sola con mi tío dejó de disimular y berreando separó sus rodillas para dar vía libre a las caricias de mi amado. Me sentí incomoda de espiarles, pero en vez de volver no hacerlo, busqué una posición donde observarles sin que me vieran.
Manuel fue consciente de que al otro lado de la puerta les miraba, y profundizando en la calentura de mi amiga, le pidió que le enseñara los pechos. María, creyendo que yo estaba en la cocina, sensualmente se desabrochó la camisa, permitiendo que mi tío disfrutara de sus melones. Mi hombre recorrió con las yemas de sus dedos sus negras areolas y tras aplicarles un duro correctivo con sendos pellizcos, le dijo:
-¿A qué esperas?
María supo a qué se refería y poniéndose a cumplir sus deseos se arrodilló entre sus piernas. Desde el pasillo, vi como esa zorra se arrodillaba y desabrochándole los pantalones, sacaba de su interior su sexo. No me podía creer lo que estaba viendo, esa dulce mujer que siempre se había hecho la estrecha, estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de mi marido. Lo hizo con exasperante lentitud y por eso mi propia almeja ya estaba mojada, cuando sus labios, se toparon con su vientre.
Como si estuviera viendo en vivo un show porno, casi pego un grito mitad celoso y mitad vicioso, cuando comprobé que esa muchacha era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo su pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras volvía agravarles, llevé una mano entre mis muslos y empecé a masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme cuando una vez había ensalivado la verga de mi amado, esa zorra extrajo su pene de la boca y sonriendo, le pidió permiso para seguir mamándosela.
-Sigue, puta.
Mi amiga no se vio afectada por el insulto y ante mis ojos, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Tal y como siempre ocurría cuando era yo quien lo hacía, no tardé en admirar que la polla de mi tío estaba en todo su esplendor.
“¡Qué bella es!” no pude más que sentenciar al observar esa polla que tanto placer me había dado.
Para entonces, María había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Manuel, me impulsaron a coger entre mis dedos mi hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar mi calentura.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo a mi hombre, me consiguió alterar de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en mi coño en un intento de anticipar mi orgasmo mientras mi amiga se concentraba en comerse esa maravilla de pene que tenía a su disposición.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo ver como ese putón se la comía a Manuel.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de mi sexo, saqué mi cabeza para observar mejor esa mamada. Mi tío al verme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de mi hasta entonces amiga contra su entrepierna.
Fue entonces, cuando tenía la verga completamente inmersa en la garganta de la muchacha cuando me pidió en voz alta, si le dejaba follársela.
-Sí- respondí descubriendo ante mi compañera que había sido testigo de todo.
María, avergonzada, se quedó paralizada e intentó disculpar su actuación pero mi hombre cortó de cuajo su explicación, levantándola del suelo y sin darle tiempo a negarse, se puso a desnudarla mientras yo me acercaba.
Nunca creí que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Sentándome en una silla, me seguí masturbando mientras Manuel la ponía a cuatro patas sobre la alfombra. La morena, completamente acalorada, dejó que le quitara las bragas. La aceptación por mi parte de su lujuria venció sus reparos y pegando un grito, rogó a mi tío que se la follara. Mi hombre no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.
El chillido que pegó esa morena me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que mi tío tenía entre sus piernas y tratando de humillarla le solté acercando mi silla:
-¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que esa muchacha se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer.  Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que mi amiga cogió con su boca mi clítoris.
Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Manuel seguía machacando otra vez su cuerpo  con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
Manuel al oir mi alarido, incrementó sus incursiones mientras le exigía a nuestro partenaire que buscara mi placer, diciendo:
-Hazle que se corra.
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, la morena introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, se los llevó a la boca consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar el ritmo de mi amado hasta extremos increíbles y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de mi compañera, me corrí sobre la silla. María que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara en sus ataques. Manuel satisfecho con su entrega, le dio un azote.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
Mi tío obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara pero entonces Manuel decidió darme mi lugar y dejándola tirada en mitad del comedor, me cogió entre sus brazos y me llevó hasta nuestra cama.
Ya estaba saliendo de la habitación, cuando se giró y viendo que la cría seguía postrada en el suelo, le dijo:
-Acompáñanos.
Mi compañera sonrió al poder seguir siendo participe de nuestra lujuria y con genuina alegría nos siguió por el pasillo. Mi tío, nada mas depositarme suavemente sobre el colchón, se dio la vuelta y sentando a María en una esquina de la cama, le soltó:
-Como te habrás dado cuenta, Elena es mi única mujer. Si quieres disfrutar entre nuestras sábanas debes ser aceptar que tu papel será secundario.
Contra toda lógica, mi hasta entonces amiga nos confesó no solo que era bisexual, cosa que ya sabíamos, sino que disfrutaba siendo usada. No comprendí al principio a qué se refería y por eso interviniendo, le pedí que se explicara. Manuel soltó una carcajada al comprender mi inopia y antes de que María revelara su condición, me explicó:
-Es sumisa.
Hasta entonces lo único que sabía de esa práctica venía a través de lo que había leído en algunos relatos pero os reconozco que la perspectiva de tener una a mi disposición, me hizo mojarme e imprimiendo un tono duro a mi voz, le pregunté:
-¿Estás dispuesta a obedecerme?
La muy zorra adoptando la postura de esclava del placer, contestó:
-Sí, ama.
Con la espalda totalmente recta y los pechos erguidos, María esperó mis órdenes. Alucinada, observé que mi compañera de universidad dejaba patente su sumisión con sus rodillas separadas y sus manos apoyadas en los muslos. Buscando verificar su promesa, le pedí que me besara en los pies.
Sabiendo que era una prueba, María no tardó en acercarse a mi cama y con los brazos a su espalda, acercó su boca a mis pies. Os juro que al sentir sus labios en mis dedos, me excité como pocas veces antes y ya imbuida en mi papel, le dije:
-Quiero que me los chupes mientras veo como mi hombre te da por culo.
Ni que decir tiene que esa sucia puta se metió los dedos de mis pies en su boca mientras Manuel satisfacía mi morbo separándole los cachetes. Al hacerlo y meter un dedo en su ojete, descubrió que nunca había sido usado.
-¿Será tu primera vez?- preguntó extrañado.
-Sí. Nunca me lo han hecho- respondió con su voz teñida de miedo y de deseo.
Que esa cría pusiera a nuestra disposición un culo virgen, me hizo compadecerme de ella y por eso le pedí a mi tío que tuviera cuidado pero para su desgracia, Manuel tenía otros planes y sin hacer caso a mi sugerencia, puso su glande en ese estrecho orificio y de un solo empujón lo desvirgó. El estremecedor grito con el recibió su ataque, lejos de perturbarme me enloqueció y cogiéndola de la melena la obligué a comerse nuevamente mi sexo.
De esa forma, mientras mi hombre cabalgaba sobre su culo, mi primera sumisa se dedicó a satisfacer mi lujuria. Mi orgasmo no tardó en llegar y recreándome en el placer que me daba el tenerla como esclava, mientras mi cuerpo convulsionaba en su boca, exigí a Manuel que siguiera tomándola. Afortunadamente, eran demasiadas las sensaciones acumuladas en él y por eso se corrió rellenando sus intestinos antes que el daño fuera demasiado grave.
María al sentir el semen de mi tío, lloró de alegría al saber que aunque no le había dado tiempo a gozar, no iba a tardar en sentirlo y sin esperar a que se lo dijéramos, se deshizo de su acoso y dándose la vuelta, empezó a limpiar su pene con la lengua:
-¿Qué haces?- preguntó mi tío al ver el modo en que recogía en su boca los restos de su pasión.
-Prepararlo para que satisfaga a mi ama- contestó como si fuera algo aprendido desde niña.
Esa frase me anticipó algo a lo que no tardé en acostumbrarme: Esa cría había decidido que para ella iba a ver jerarquías. En primer lugar estaba yo, su ama y Manuel, aunque era su superior, lo consideraba así porque era el hombre con el que compartía mi lecho.
Soltando una carcajada, la ordené:
-Límpialo bien y luego quiero que chupes mi ojete, porque tengo ganas que Manuel me tome por detrás.
-Así, lo haré- respondió increíblemente alegre.
Abrazando al que consideraba mi marido, susurré en su oído:
-Esta zorra nos va a dar mucho placer.
Muerto de risa, me besó y mientras María se afanaba en cumplir mis deseos, se dedicó a acariciar mi pecho, diciendo:
-¡Dile que se dé prisa! A mí también me urge usar tu culito.
Desde el suelo, mi compañera sonrió al comprender que desde ese día tenía un ama que la haría alcanzar nuevas cuotas de placer.

Relato erótico: “Mis yeguas y yo. Madre no hay más que una.” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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Lo reconozco, tengo un problema con la bebida. Con la bebida y con Chopin. El alcohol porque me ha hecho follar más que un sí quiero, Chopin porque me relaja antes y después de casi todo.
Nos hicimos amantes casuales. La casa de mis padres sirvió de cuartel general; y las prendas de mi madre se acabaron convirtiendo en el testigo tangible de una fantasía que acabó siendo enfermiza. La puerca de Manoli me acabó empujando a un abismo del que no quise saber demasiado en el pasado; y al que solo me asomaba en los sueños secretos de alguna paja mal parida.
Ella se me adelantó. Tardé en atreverme en nombrar a su hija, aunque a veces me mordiera la lengua. Pero ella empezó a nombrarme a mi madre bastante a menudo. Se pensó que era mi gran fantasía secreta, y su insistencia acabó consiguiendo que lo fuera. Muchos de los polvos que echamos acabaron siendo sesiones fantasiosas de madre-hijo; en la que ella proponía escenas cotidianas, para cada cual seleccionaba ropas diferentes de su armario. Muchas de las cuales no solían quedarles bien, pues es más delgada y menos pechugona.
Sin yo quererlo se hizo brotar un deseo oculto en mi interior, como si de una sesión psicológica se tratara. Lo cierto es que consiguió que deseara follar con mi madre. Empecé a pensar bastante en ella. Curiosos días: cuando follaba con mi mujer imaginaba a Manoli y cuando follaba a Manoli imaginaba a mi madre. Ni el cuerpo de mi mujer se parece al de Manoli, ni el de mi cuñada se asemeja al de la que me parió.
¿Aun se preguntan por qué tengo un problema con el alcohol?. Me hace canalizar mi mente cabrona y obscena. Pero sin la ayuda de mi cuñada no podría jamás haber montado a la segunda de mis yeguas, en este caso más jaca que yegua: La jaca de mi madre.
No se me ocurre mejor forma de continuar el relato que describiendo a mi madre con más o menos profundidad. Ruego perdón a mis inmejorables y orgullosos lectores por la simple redacción de un científico metido a escritor por culpa de su polla.
Con todos ustedes la yegua de mi madre:
“ Mechas rubias sobre fondo castaño oscuro. Pelo un poco más allá de los hombros. En el momento de catarla por primera vez, no hace demasiado tiempo, contaba con cincuenta y cuatro años.
Guapa, siempre lo fue. La madurez le fue transformando su aspecto sin dejar nunca de serlo. Caderas amplias, sensación producida en parte por su estatura de en torno al metro sesenta. A pesar de sus caderas y sus amplios pechos, piensen entre una cien y una ciento diez, no es una mujer gorda. Enemiga de la báscula siempre trató de mantener su peso en una cifra lógica. El relleno que produce en su imagen sus caderas y trasero, así como sus grandes senos, le otorgan un aura de voluptuosidad importante. Con lo que su porte de hembra hace de ciertas imperfecciones manifiestas virtudes.
Además es una mujer gustosa de captar cultura, simpática sin excesos y algo reservada.”
Una copa de Ron y la polonesa número 5 de Chopin, me hicieron decidir que quería intentarlo, a pesar de todo lo que tenía que perder, mientras esperaba a Manoli para otra de nuestras sesiones.
Cuando le dije a Manoli que quería que me ayudara a intentar algo con ella, se emocionó de la mejor forma que se puede emocionar un ser humano: excitándose de sobremanera. Cuando acabamos de follar empezamos a idear un plan.
Teníamos claro que ella nunca aparecería como tal, es decir como mi cuñada Manoli. A pesar de que se sentía muy excitada con la idea de provocar que un hijo se lo montara con su madre, tenía una dignidad social y familiar intachable y AUN sin mancillar. Le preocupaba mucho la discreción. Maldito de mi que quería perderla con alguien así. Saliese bien o mal, estaba destinado a cambiar mi relación con mi madre para siempre.
Con lo que decidimos que su ayuda, sin la cual no me plantearía nada, sería desde el más absoluto anonimato. Todo sonaba a alocado pero poco a poco le fuimos dando forma al plan.
Decidimos que la mejor forma es entrar de lleno en materia, al fin y al cabo no queríamos rodear la fortaleza, sino buscar la mejor forma de saltarla. Manoli agregaría a mi madre a una red social privada, de la que yo sabía que mi madre formaba parte.. Para ello se crearía una cuenta nueva para una personalidad inventada. Ella sería Sofía, una mujer de cincuenta años. Amante del incesto; la cual lo practicaba ocasionalmente con uno de sus hijos.
Tirábamos la caña sin cebo y éramos conscientes de ello. Queríamos preservar el anonimato y ver si mi madre moría el anzuelo o no. Si el pez tenía hambre, bingo, en caso contrario recogeríamos lentamente la cuerda dando opción al pez de poder morderlo, hasta que no la molestáramos más, haciendo desaparecer la caña para siempre.
La idea es que Manoli, o mejor dicho Sofía, habría visto la dirección de correo de mi madre en un foro sobre incesto, y le agregaba para compartir ideas, experiencias y deseos.
Ese era el inicio del plan, ni más ni menos. La caña tirada sin cebo. A partir de ahí a improvisar. A soñar.
Manoli se iría encargando de mandarme por correo todas las conversaciones que tuviera con mi madre. Delegaba en ella toda la iniciativa. Ella me haría el trabajo previo; si funcionaba me tocaba actuar a mí.
Un lunes de octubre por la mañana recibí el primer correo de mi cuñada. Asunto: “M”. como habíamos acordado.
La conversación había sido la tarde-noche del domingo. Mi mujer y yo habíamos estado almorzando en casa de mi madre. Ella se fue hacia su ciudad de trabajo tras la merienda. Sin duda al llegar a su casa se habría conectado a Internet y ahí había visto a Sofía por primera vez.
Por motivos básicos de privacidad llamaré a mi madre Leonor. Las conversaciones, eso sí, las trascribo tal cual me las envió mi cuñada:
Sofía: Hola. Buenas tardes.
Leonor: Buenas tardes. ¿Nos conocemos?.
S: Lo siento, antes que nada debería haberme presentado. Me llamo Sofía. Parece ser que frecuentamos el mismo foro en Internet. Si no te importa, te he agregado para poder charlar con alguien en concreto. No conozco a nadie en este mundo, me vendría bien una amistad.
L: Lo siento, no sé de qué me hablas. Debes haberme confundido con otra persona.
S: Imposible agregué el correo que vi.
L: Pero, ¿de qué foro me hablas?, no estoy subscrita a ninguno.
S: Vaya, pues esto es embarazoso. Tal vez alguien te gastó una broma. Lo siento no quería molestar….
L: Tranquila. Dime, ¿por qué te supone una situación embarazosa?
S: Verás, es un foro sobre Incesto. Ya sabes…..
L: Sí. ¿Acaso eres un crío con ganas de hacerse el gracioso?.
S: No, lo siento. Te juro que soy sincera, es tu dirección de correo la que está en ese lugar. No pretendía molestarte. Ahora mismo te dejo en paz. Mil perdones.
L: No pasa nada…… ¿pero acaso estás interesada en esos temas?.
S: Bueno,…. Sí,…….bastante. De hecho desde hace algún tiempo mantengo una relación…
L: ¿Con quién? Si puede saberse.
S: Con uno de mis hijos.
L: Dios mío.
S: Lo siento no pretendo ofender a nadie. Ya te dejo en paz.
L:……………espera.
S: Dime.
L: No quería ser maleducada, pero me has sorprendido. Mi nombre es Leonor, tengo cincuenta y cuatro años. ¿Y tú?.
S: Sofía, cincuenta. Mi hijo tiene veintiséis. Dime Leonor, ¿tienes hijos?.
L: Uno, de treinta. Pero no creas que puedo ayudarte mucho en lo que quieres. Jajaja. No tengo esas experiencias.
S: jejejeje. Guau tienes un yogurín en casa.
L: No vive conmigo.
S: ¿Y tu marido?.
L: Tampoco, hace tiempo que afortunadamente no tengo marido. Tengo una curiosidad. ¿Por qué te fijastes en tu hijo?.
S: Es el único que sigue en casa de los tres. Yo también soy divorciada. Supongo que siempre me sentí atraída por el amor en familia. Le he dado una educación abierta, él lo ve como algo normal; una filosofía de vida. Por eso entré en ese foro, para compartir experiencias. Soy consciente de que es algo mal visto por la sociedad, pero no le hacemos daño a nadie.
L: Muy normal no es, ¿no crees?.
S: Depende de cómo se mire.
L: ¿y cómo hay que mirarlo para que algo tan antinatural parezca normal?.
S: Bueno, Leonor, como te he dicho es una filosofía de vida; todo en esta vida es según se mire. Para mí es una forma más íntima y sincera de expresarme ante mi hijo. Una forma de compenetrarme, de seguir sintiéndolo carne de mi carne. Somos muy discretos, no lo sabe absolutamente nadie, porque a nadie le importa. De puertas para fuera somos solo madre e hijo, pero de puertas para adentro somos algo más. Nos conocemos y compenetramos a la perfección. Yo le doy todo el amor que tengo dentro y él me corresponde dócil y fiel. Además, que leñe, ¿no es verdad que siempre nos preocupamos de lo que puedan encontrar fuera de casa?, pues antes de que prueben cualquier carne en mal estado por ahí yo le doy solomillo del bueno en casa.
L: jajajaj, amiga Sofía, estás muy mal. Pero no me acabas de convencer ¿eh?.
S: Bueno, además es sexo fácil y del bueno. Con un joven fogoso. Y cuando yo quiera.
L: por ahí vas mejor, jajajajajaja
S: jejejejeje. No pretendo convercerte, solo te trasmito mis sensaciones y gustos. Pero oye que si quieres experimentar y ver si te atrapa como a mí, tienes un hijo en una edad perfecta.
L: nooooo. Tengo que irme; al final me voy a reir contigo ya verás. Saludos y hasta otra.
S: Adios.
Sonó el teléfono, era Manoli. “qué haces?”. Le respondí que masturbarme con su hija, que era lo más justo después de sus intenciones de adulterar a mi madre. Se quedó sería, tuve que decirle que era broma.
“Creo que hay opciones, joder creo que puedo conseguirlo. La única pena es no poder asistir a ese espectáculo madre-hijo”.
Reí y reí, nervioso y excitado. Me comentó que la primera toma de contacto había sido positiva, al menos no había salido corriendo. Yo le di la enhorabuena por su disertación sobre las bondades del incesto; como si fuera una ciencia oculta el tirarse la polla (o el coño, según se vea) que se tiene más a mano. Realmente es volver a las cavernas.
Pero ella estaba ilusionada y excitada ante la perspectiva. Tanto que me hizo ir a recogerla con el coche y acudir de nuevo a casa de mis padres. Donde me hizo un pase de modelitos de mi madre, antes de pincharse en mi tranco y botar como una perra desquiciada.
El alcohol me hacía preso de sus cadenas ramificadas.  A veces bebía en el silencio de la madrugada, con mi mujer dormida, y alucinaba como queriendo escuchar los acordes del polaco universal, estando el tocadiscos apagado.
Los días transcurrían vacíos. A veces me llegaban correos de los progresos que Manoli hacía con mi madre y yo me masturbaba con mi mente en nubes de miel y sal. Decidí que necesitaba desconectar un poco, necesitaba dejar el hogar durante unos días. Así que me inventé un curso sobre física cuántica en una ciudad lejana, el cual era pagado por la universidad para formar un poco más a sus investigadores, de los cuales yo soy uno.
De hecho acudí a esa ciudad, con el billete de avión y la estancia en un lujoso hotel ya reservada. La única diferencia es que solo necesitaba desconectar; sentirme preparado para algo difuso; sin duda mi mente empezaba a prepararse para el sexo con mi madre: yo no era consciente de ello pero algo en mi interior conectó un extraño botón para ello.
Se lo dije a Manoli la cual me sorprendió que no le sentara bien eso que hacía.Pero me daba igual, las yeguas están para obedecer al dueño. Y yo, le guste o no a mi cuñada, soy su dueño; y doy fe que es buena Yegua, tanto en el campo de trote como en la cuadra. Y ahora la necesitaba en la cuadra, trabajando ampliar el consorcio equino en un ejemplar más. Y vaya ejemplar.
Estuve de miércoles a domingo. Cuatro noches en un hotel de cinco estrellas. Me seguían llegando correos de Sofía. El proceso era lento, apenas hablaban de incesto. Pero conversación tras conversación se iba notando el final que irremediablemente se aproximaba. Tengo que reconocer que mi cuñada se lo estaba currando muy bien, y con mucha inteligencia iba predisponiendo a mi madre a tener sexo conmigo. Me sorprendía como mi madre iba entrando en el aro poco a poco. Me sentía bien y nervioso.
Me dediqué a pasear por la ciudad por las tardes y dormir por las mañanas, cuando se suponía que estaba en el curso. Las primeras noches, tras haber hablado con mi casa, pedía la cena y luego estaba hasta el alba bebiendo y navegando por Internet. Para la noche del viernes decidí buscarme una puta por la red. La necesitaba madura, para imaginar que era mi madre, aunque el cuerpo me la pedía jovencita como la hija de Manoli. Encontré a un encanto de mujer rusa, Aliana, de unos cincuenta años. Bastante cara para no ser de lujo. Pero me sirvió. Pedí sus servicios las dos últimas noches. Desde las dos de la madrugada, para darme tiempo a estar bien bebido, hasta las ocho de la mañana.
Tengo que reconocer que lo pasé en grande con ella. Era muy simpática y le gustaba mucho hablar. Además era bastante guarreta y eso lo agradecí, a veces superaba mis exigencias; aprendí bastante de esa profesional del amor. Hay que entrenar fuerte para que nada sorprenda durante el partido.
Ya en casa me sentía mejor con las pilas recargadas. El ritmo de ver a mi amante cuñada disminuyó, también porque ella se estaba volcando de sobremanera en lo que la tenía ocupada en sus ratos de ama de casa.
Nunca olvidaré el momento en el que, un sábado de primeros de diciembre por la tarde, me llegó un mensaje al móvil. “Ya tienes a la puta de tu madre disponible. Cuando estés solo lee el correo. De nada, Manoli. Borra este mensaje.”
Mi primera reacción fue de enfado. Mucho hablar de discreción y me manda este mensaje al móvil. La segunda reacción fue de excitación. Si me lo había mandado era porque necesitaba decirlo cuanto antes. Y eso daba muy buenas perspectivas de que efectivamente habría hecho muy bien su trabajo. Durante la cena, sin haber leído aun el correo electrónico, experimenté, por primera vez en mi vida, la verdadera sensación de que en pocos días podría estar follando con mi madre. Me sentía extraño pues mi relación con ella era la misma de siempre, nunca habíamos hablado nada. ¿Cómo se suponía que podría tirármela más temprano que tarde?.
Un intenso ardor en el vientre me hizo dejar de cenar. Me disculpé diciendo que me encontraba mal del estómago. Me levanté, cogí el portátil y me encerré en el despacho con la excusa de trabajar un poco antes de acostarme. Pasados unos quince minutos desde que entré, permanecía de piedra ante el portátil. Era plenamente consciente de que el trabajo de la perra de mi cuñada había finalizado, y que sí yo no la cagaba, en unos días el nombre de mi madre figuraría el segundo en la lista de mis yeguas verdaderas.
Esta es la conversación que mi cuñada tuvo con mi madre; y tras la cual me dejó a mí el peso de la operación y el camino bastante allanado:
L: Hola.
S: Hola Leonor, cariño. ¿Cómo te va?.
L: Mal, tendría que haberte dejado ir el día que nos conocimos.
S: jajajaja. ¿Por qué?.
L: Me has hecho fijarme en chavales de la edad de mi hijo.
S: Eso es normal, mujer. Con nuestra edad aun estamos en plena forma para satisfacer a jóvenes. Nuestra experiencia, además, es un grado que les gusta. Pero oye, que a mi hijo no te lo presto.
L: jaja, tranquila mujer. Ya ves, todo se une en la vida. A lo mejor eres una especie de ángel mandado desde el cielo para hacerme abrir los ojos y no enterrarme con cincuenta y cuatro años. Desde que me divorcié no he tenido ninguna aventura con nadie; y no me he planteado siquiera conocer a hombres. Y una tiene sus necesidades. A lo mejor, intento tener algún amigo.
S: Te invito a ello, estás en una posición inmejorable para disfrutar de la vida.
L: El problema es que no sé cómo conocer a chicos así. Por Internet es más difícil de lo que pensaba, y no me veo entrando en discotecas.
S: Quien algo quiere algo le cuesta. Tira de hilos, a lo mejor atraes un pececillo fogoso.
L: Muy graciosa, no es fácil.
S: No creo que haga falta que te diga que tienes a un hijo de treinta….
L: ¡Pero qué dices!, yo no podría….
S: No digo que hagas nada. Te digo que indagues. Me consta que a muchos jóvenes les atraen sus madres, estoy descubriendo que es algo más habitual de lo que parece. Leonor, si de verdad quieres algo así yo creo que es perfecto; mi experiencia así me lo dice.
L: ¡Qué fácil lo ves todo!
S: Mi consejo es que si verdaderamente quieres, pruebes a ver qué opciones tienes. Invítale a cenar solo a él, ponte guapa…. Algo provocativa, utiliza tus armas. No te lances a ciegas, tantea el camino. Si ves que él está por la labor acelera un poco más, pero sin llegar nunca a decir nada para que no haya arrepentimientos en caso de negativa. Déjale claro, sin decirle nada, que si él quiere te tendrá. No tienes nada que perder y mucho que ganar.
L: ufffff no puedo creerme que me plantee hacer esto. Tengo que irme.
Me vi el lunes con Manoli. La cosa estaba clara, ella seguiría hablando con mi madre habitualmente bajo el personaje de Sofía, pues además se estaban haciendo amigas. Pero poco más podía hacer por mí. Ahora dependía de que mi madre diera el siguiente paso.
Tras hacer un rato el amor, Manoli me pidió poder estar presente de alguna forma. No físicamente, pero si podría grabar algo en el caso de que mi madre diera el primer paso. Yo le dije que ni de coña, que era jugar con fuego. Ella me perjuró que solo sería para verlo en mi compañía. Que yo podría guardar las grabaciones en secreto y encriptadas.
Solo necesitó una mamada gloriosa y el dejar que la meara encima para convercerme. Cuando una de mis yeguas se porta bien yo soy bueno con ellas.
El jueves, mientras trabajaba, recibí una llamada. “mama”, descolgué nervioso.
“Hola hijo, te pillo ocupado?”.
“No mamá, dime”
“he pensado que puedes venir a cenar el sábado a casa”
“Perfecto, se lo diré a …..”
“no, prefiero que vengas tú solo. Es acerca de la herencia de mi padre. Tengo una pequeña duda legal…”
“pero no se si podré ayudarte”
“No quiero que venga nadie más porque es cosa familiar. Tu ven y dame tu opinión sobre algo, no me acaba de cuadrar”.
“Está bien, estaré allí sobre las diez”
“Hasta el sábado”
Aturdido dejé de hacer lo que estaba haciendo. Me fui al baño y me masturbé. No daba crédito, me sentía algo mareado, necesitaba una copa.
Compré tres pequeñas cámaras. Coloqué una en el salón camuflada en la lámpara, apuntando al sofá. Por si acaso. Las otras dos estarían en el cuarto de matrimonio de mis padres. Una tras una muñeca de porcelana de la mesilla de noche, apuntando hacia la cama. Y la otra la tendría en mi abrigo, el cual dejaría sobre un pequeño escritorio que hay al lado de la ventana; desde el que se tiene una perspectiva inmejorable de la amplia cama.
A continuación llamé a mi cuñada y le pedí que fuera a verme allí.
Cuando se lo conté me abrazó y me dio un largo morreo. Estaba emocionada y excitada. Se sentía útil, la puerca dela Manoliútil… quien se lo iba a decir. Me despedí de ella, no quise follarla. Necesitaba estar muy caliente el sábado, no haría nada hasta entonces.
Decidí no hacerme ilusiones y andar con pies de plomo. “Joder”, pensé, “es algo personal. Necesito tener una buena sesión de sexo con mi madre”. Decidí no dudar en el momento que lo viera claro. Pero me prometí no dar un paso en falso antes.
Lo tenía todo preparado, todo menos yo. Nunca se está preparado para algo así. No me lo acababa de creer y hasta que no sucediese no sería verdad. Todo o nada, el sábado a partir de las diez tendría la respuesta a ello.
Le dije a mi mujer la mentirosa verdad: que iba a cenar con mi madre y a solucionarle un problema legal familiar. Añadí que luego tomaría algo con algún amigo y que llegaría tarde. Ella quedó conforme.
Pantalón vaquero y camiseta blanca de manga corta, ceñida al busto de gimnasio. Y un abrigo para el frío de diciembre. Así me presenté en la puerta de la casa de mi madre. Tras respirar profundamente pulsé el timbre.
Al abrir, mi madre me recibió con una dulce sonrisa. Un beso en cada mejilla. Me quité el abrigo y lo dejé sobre el perchero de la entrada. Ella me acarició el brazo, hice fuerza para que lo encontrara duro y fuerte.
Madre – Vienes muy fresco, vas a resfriarte. Subiré un poco el aire acondicionado.
Me ofreció una cerveza, ella tomaba otra, se quedó en la cocina acabando de ultimar la cena, me ofreció que esperase en el salón.
Me senté ante la tele algo decepcionado. Vestía en chándal, cómoda de estar por casa. Quizá llevaba demasiadas expectativas, quizá mi mente había hecho el tonto. De repente oí su voz desde la puerta del salón, asomaba su cabeza.
Madre – La cena ya está lista, cenemos y luego te comento lo de la herencia. Antes voy a cambiarme. Hasta ahora.
Hijo – No hay problema, aquí espero yo. Si me quieres dejar esos papeles mientras les puedo ir echando un vistazo.
Madre – No te preocupes, eso luego, ahora disfruta de la cerveza.
A penas pude escuchar el taconeo por el pasillo cuando de repente entró en el salón. Cualquiera con gusto por las maduras se hubiera quedado perplejo ante lo que vieron mis ojos. Tuve que reaccionar, se e había comprado ropa nueva para la ocasión, y había tenido un exquisito gusto en elegir algo sexy y elegante a la par; sabiendo aprovechar sus virtudes a la perfección. Si Manoli hubiera estado presente me habría hecho señas de a por ella. Sin duda buscaba guerra. Sin duda se había vestido para acabar follando; y solo estábamos ella y yo.
Tuve que pestañear y beber un buen trago de cerveza para despertar del shock.
Mi madre aparecía ante mí con zapatos de tacón rojos y medias negras. El color negro de las medias parecía no acabar nunca; justo al final un dedo de carne en la zona superior de sus muslos. Justo ahí empezaba la parte inferior de un minúsculo traje de una sola pieza. Color rojo con estampados en gris y verde. No exagero si digo que solo había menos de una cuarta de tela entre su cintura y las medias, las cuales no iban con encaje y se divisaba perfectamente el final de ellas en la parte superior de los muslos.
El traje le abarcaba bien todo el ancho de caderas, sin quedársele más apretado por ningún sitio, como si se lo hubieran hecho a medida para la ocasión. La cintura no se apretaba, dejando a sus caderas mejor ubicadas. Y se remataba en un escote monumental. Con los pechos muy levantados y un escandaloso canalillo apretado entre los dos melones.
Vestía pidiendo guerra de tal manera que lo más correcto era habernos puestos a follar sin mediar palabra. Pero el miedo de ser madre e hijo y la vergüenza que en ese momento teníamos ambos de estar deseando algo tan prohibido, hizo que tomáramos al menos la decencia del teatrillo previo que nuestra vida merecía.
Cenamos poco y sano. Algo de pescado y verduras. Con vino blanco. Tras la cena nos sentamos en el sofá del salón y bebimos algo mientras ella sacaba los papeles.
Se puso justo a mi lado y se cruzó de piernas. Ahora el trozo de muslo entre las medias y el vestido había crecido, sentía su coño respirar a mi lado, estaba justo ahí. Me preguntaba de qué color serían las bragas.
Empezó a hablar, no sin antes colocarme el escote bien a vista, para cerciorarse si me fijaba en él.
Madre –  Es una tontería, pero como ves….. aquí. No dice claramente que entre los hermanos nos dividimos la finca del pueblo.
Hijo – Hace casi un año que murió el abuelo. Creo que es hora que lo abordéis. No creo que el tito y las titas pongan pegas. Lo mejor es que vayáis a un abogado y zanjéis el tema. Os recomiendo vender y repartir. Tengo entendido que es lo más lógico y justo; sobre todo en un caso como este en el que el testamento no zanja el asunto de forma clara.
Su cuerpo olía a la colonia de siempre. Perfume de mama, el que tengo en la pituitaria desde niño. Pero su cuerpo se me presentaba como algo novedoso; sin duda nunca visto así. Era un cuerpo que se hacía necesitar, la necesitaba. Necesitaba a mi madre, de una forma en la que nunca la había necesitado. Ella nunca me falló, así que tenía claro que tampoco iba a fallarme esa noche. Es una sensación extraña que no se muy bien explicar, pero que la percibí esa noche por primera vez. De repente no tuve nervios, de repente no me sentía excitado de la forma obscena con la que abordo a Manoli. Es como si entre ambos se hubiera extendido una cubierta química de seguridad y confianza. Además percibía que mi madre sentía lo mismo. No hacía falta decir nada. No había miedos, ni temor. Había amor. El amor que se empezó a gestar cuando yo era parte de ella; y ahora llegaba a nuestros corazones de la forma animal más natural y pura.
Ella dejó los papeles sobre la mesa y me estrechó en sus brazos. Me colocó la cabeza entre sus pechos, sobre el canalillo, y me acarició la mejilla y el pelo. Yo la abrazaba por la cintura.
Madre – ¿Estás bien cariño?
Hijo – Estoy mejor que nunca mamá.
Entonces ella bajó la cremallera del vestido y se desabrochó el sujetador que sostenía muy altos los pechos. Yo estuve algo apartado mientras lo hacía. Ante mí cayeron las sandías más dulces y perfectas del jardín del edén. Con pezones oscuros y exageradamente grandes. Ella me acunó de nuevo en sus regazos. En esta ocasión aproveché para lamer los pechos de mamá. Los acaricié y ensalivé. No había prisas, el tiempo se había detenido; el tiempo, mejor dicho, no existía. Porque el amor materno filial es atemporal, eterno, único, divino y profundo.
Madre – Antes de irte, ¿acompañarías a mama un rato en su cama?
Hijo – No hay prisas. Si quieres duermo contigo esta noche. Mi mujer no sabrá nada, muchos sábados duermo en casa de un amigo. Me tiene dicho que si dan las seis de la mañana ni me moleste a aparecer por casa.
Madre – Esa mujer tuya. Creo que no sabe entenderte.
Hijo – A veces pienso que no. No me merece ¿no crees mama?
Madre – Estoy segura de ello. Ven a mi cama hijo. En ellas estarás a gusto. Mañana es otro día, ¿vale?
Hijo – Ojalá tarde mucho en llegar mañana, te necesito.
Como pueden ver mis estimados lectores, soy un cabrón de aupa. Capaz de hacerme el corderito más inocente del mundo para follarme a mi madre y grabarlo. Con la excusa de coger el móvil y apagarlo coloqué la chaqueta sobre la mesita de escritorio de la habitación de mis padres. Aproveché que mi madre entró un momento en el baño para colocar las dos cámaras a gusto. Grabarían unas cuatro horas, y serían silenciosas al terminar. Todo un lujo de quinientos euros cada una. Todo sea por tener feliz a mi yegua Manoli. Aunque ahora me disponía culminar toda una pieza de caza de coleccionista. La jaca de cincuenta y cuatro años de mi madre.
Sonó la puerta del baño, mi madre venía a mi encuentro. Me senté en la cama y puse otra vez la cara de niño bueno, de corderito que nunca ha roto un plato. De marido incomprendido………….
Se sentó a mi lado y se quitó los tacones. Una tenue luz de esquina iluminaba toda la habitación. Sus pechos seguían al aire, eran inmensos. Me contuve en no propasarme, todo a su tiempo, ahora a ser buen nene.
Ella me abrazó y me atrajo otra vez hacia sus senos. Yo los volví a lamer de forma detenida y suave. A lo más que me atreví fue a agarrarlos apretándolos un poco, y sopesarlos.
Madre – ¿te gustan los pechos de mama?
Hijo – Son muy grandes y dulces.
Madre – Son tan tuyos como míos. Tu único alimento durante ocho meses.
La abracé y le besé la mejilla. Luego deslicé un poco la lengua por su cuello, ella gimió.
Madre – Métete en la cama. ¿Quieres?
Asentí con la cabeza. Antes de hacerlo me quité la camiseta y los pantalones. Me acosté solo con los calzoncillos. Ella me miró complaciente, sonriendo dulce y queda. Con mirada de madre y pupilas de tigresa en celo.
Se puso en pie ante la cama ya conmigo dentro. Lentamente levantó las piernas y se quitó las medias ante mis narices. Luego dejó caer el vestido, debajo no tenía nada. Se quedó unos segundos de pie para que pudiera verla. Su triángulo parecía cuidado y con pocos pelos. Sus caderas y traseros eran muy amplios y mucho más bellos de lo que hubiera jurado.
Apartó las mantas y se tumbó a mi lado.
Madre – Ahora mama va a hacerte algo con mucha dedicación y cariño. Espero que sepas entender el amor y devoción que voy a derramar en mis actos. Espero no molestarte, solo se trata de pasar un buen rato. ¿Estás seguro que quieres que sigamos?. Este es el momento de echarnos atrás, hijo mío.
Hijo –  Deseo estar en esta cama hasta el amanecer. Deseo sentir tu calor. Mama te deseo.
“Esta perra no me conoce, me habla como si tuviera quince años”. Pensé.
Me acarició y metió su mano bajo el calzoncillo. Me besaba los bíceps, el cuello y el pecho. Su mano empezó a moverse algo torpe bajo mi ropa interior. Su mano estaba sobre mi polla erecta. Cuando la agarro me miró algo sorprendida, tal vez no la esperaba en ese estado. Estuve tentado de decirle que suelo tenerla así cuando una hembra de semejante calibre me metía en su cama, pero prefería seguir siendo el niño bueno de mamá, al menos de momento.
Le facilité la labor, eso sí, quitándome los calzoncillos. Mi polla, enorme, quedó suspendida en el aire entre las sábanas. Ella, ahora con mejor acceso, la empezó a masturbar lentamente mientras seguía besándome.
Madre – ¿Así voy bien?. ¿te gusta?.
Hijo – Me encanta el calor de tus manos.
Siguió así demasiado rato. Empezaba a pensar que no iba a ir mucho más lejos. Tal vez estaba aun atemorizada por que me sintiera molesto. Yo estaba repleto. Con su cuerpo pegado al mío, su piel me resultaba suave y flexible. Su lengua me daba mucho calor. Temeroso de que todo quedara en una paja y un beso de buenas noches, decidí tomar cartas en el asunto. Había que empezar a pasarlo en grande. Madre e hijo, mujer y hombre, en la misma cama. La hembra merecía la pena.
Me incorporé y me coloqué a los pies de la cama. La abrí de piernas sin decir nada. Ella se acomodó, respiraba agitada. Le abrí el coño con las manos, era bonito, grande y cuidado. Le pasé la lengua de arriba abajo. Noté como ella respondía estremeciéndose. Lo lamí así durante un rato, como un león que lame la piel de su presa antes de comerla. Luego busqué el clítoris y meneé la lengua con desparpajo y constancia. Ella gemía queda, y me agarraba la cabeza. Ninguno decíamos nada, pues no hacía falta. Le metí uno, dos y hasta tres dedos mientras mi lengua continuaba su trabajo. No era un coño delicioso pero estaba por encima de la media.
Al rato me incorporé y nos miramos a la cara. Joder, es mi madre. Mitad vergüenza, mitad excitación. Ella me miraba seria, aparentemente excitada y sorprendida por mi cambio de actitud e iniciativa. Ahora estaba bajo mi dominio, lo sentía. Era una presa fácil al fin y al cabo: una mujer de edad y necesitada. ¿Cómo no me había percatado de eso antes?. Eternamente agradecido a Manoli.
Le sonreí, ella me correspondió con otra sonrisa. Su cara me lo decía todo, estaba en mi poder. Siento cuando eso es así y me gusta la sensación de superioridad. Estaba confiadísimo y el hecho de que la perra de turno fuera mi madre no hacía más que aportar un extra de excitación.
Me levanté sobre la cama y me agaché en cuclillas sobre su cara mientras me masturbaba. Le agarré un poco por la mejilla.
Hijo – veamos lo bonita que tienes la boca por dentro, mamá.
Ella la abrió mostrándome los dientes y la campanilla. Yo saqué todo el capullo y se lo metí en la boca. No quise de momento ir más adentro, esperé a ver cómo respondíala Yegua.Ella, mansa, movió la lengua alrededor del capullo. La saquñe y la metí de nuevo, ahora ella ya la recibió con la lengua fuera. De nuevo otra vez, ahora más profunda. Mi polla estaba considerablemente grande. Esta vez la metí entera y toqué con la garganta habiendo metido tres cuartas partes de ella. Ella resistió estoicamente el taladro de carne que le llegó, aunque tuvo ciertas arcadas.
Luego se libró de esa postura y se incorporó. Me tumbó en la cama y me agarró de nuevo la polla. Esta vez no se lo pensó ni media vez. Fue hacia ella y se la metió en la boca, dejándome el culo a su alcance. Yo se lo azoté repetidas ocasiones hasta dejarlo muy rojo. Ella, mientras, lo movía lentamente en un movimiento de balancín. Se estaba empezando a soltar, sabía que esta yegua iba a responder así. Casi lloro de la emoción; me emociona que me salgan bien las yeguas. Y madre no hay más que una.
El resto de la mamada, bastante buena por cierto, estuve metiéndole el dedo índice de mi mano derecha en el ano, lentamente. Cuando se levantó y dejó de mamar, lo tenía casi entero dentro. Se lo saqué y ella se apresuró a lamerlo. Tras lamerlo se me quedó mirando.
Madre – ¿va todo bien amor?
Hijo – Irá mejor cuando mi mama se suba a cabalgarme un rato.
Madre – Si amor. Espero estar a la altura.
Hijo – Te quiero mama. Yo también espero que lo estés.
Me miró algo avergonzada, sin duda no esperaba mi respuesta. Mi tono de voz habñia cambiado por completo. Sin duda le estaba dejando claro que era su hijo y mi amor hacia ella siempre será infinito. Pero en ese momento era un hombre muy caliente, con una grandísima hembra (todo hay que decirlo) en la cama. Y quería tener una follada grande e inolvidable.
Se subió y se agarró a mis manos sobre la almohada. Medio me tenía prisionero en esa postura. Se clavó y empezó a moverse lentamente. Su cuerpo, maduro y voluptuoso, se movía con mucha naturalidad. Al subir, dejaba sus pechos en mi cara, momento que acostumbraba para lamerlos cuanto podía. Al bajar, los restregaba por mis pechos y luego los lamía con su pequeña lengua cálida y húmeda.
Estuvo así un rato. Luego me soltó las manos y las apoyó en mis costillas. Ahí empezó una follada sostenida a medio ritmo. Menos gustosa pero muy agradable, y ante la que me podía sostener mejor sin correrme. Lo hacía considerablemente bien, gemíamos al compás. Cuando nos mirábamos me sonreía de forma cómplice y dulce. Pero cuando dejaba de hacerlo su cara se transformaba en una más viciosa y excitada.
Metió una marcha más. Se colocó erguida, con su cuerpo formando un ángulo de noventa grados con el mío. Ahí empezó a refregarse muy fuerte. Yo, desde abajo, hice lo que pude moviéndome hacia arriba en cada envestida suya. Me estaba viendo superado y no me quería correr tan pronto, detuve la follada.
Se vino hacia mi y nos acariciamos un rato. Volví al montañoso mundo aparte de sus melones. Ahora, al sabor dulce de su piel se le sumaba el salado del sudor. Otorgando a mis sentidos toda una sesión de aromaterapia madre-hijo.
Hijo – mamá, estas muy rica
Madre – que cosas más bonitas me dices amor. Te quiero.
Hijo – Eres la mejor mujer con la que he estado nunca. Quería que lo supieras.
Madre – Me alegro. No sabes lo que me llena de orgullo oírte decir eso.
Hijo –  Quiero follarte a cuatro patas, mamá
Madre – Pensé que no ibas a pedírmelo nunca. Vamos mi niño.
Se colocó a cuatro patas. Los muslos amplios y el culo grandioso. Las rodillas bien clavadas y su cara apoyada en la almohada. Se le veía un cuerpo muy pequeño desde atrás. Me quedé un rato observándola, mientras me masturbaba lentamente y le daba unos azotitos.
Ella empezó a moverse ansiosa.
Madre – Vamos nene, enséñame que eres capaz de hacerle a tu madre cuando se pone así.
Guardé silencio, de nuevo la azoté. Ella gemía como si ya la estuviera follando.
Madre – Vamos cabrón. Fóllame.
Sonreí placentero. La tenía justo donde quería.
Hijo – Así me gusta, buena jaca. Eso es mamá.
Madre. Ummmmm si. Soy tu jaca. Mátame hijo de puta, clávamela hasta matarme.
Hijo – Buena yegua eso es. Antes prométeme que serás mi yegua de aquí en adelante.
Madre – Seré tu yegua. Fóllame ya nene.
Hijo – Así me gusta mamá, que seas buena hembra. Estoy orgulloso de ti.
Me coloqué detrás y la taladré con fuerza y velocidad. Me concentré en darle una follada monumental. Y tengo que decir, no sin orgullo, que lo conseguí. Aguanté más de lo que hubiera firmado antes de follarla así. Ella gemía como una loca y arqueaba su espalda de arriba abajo, y hacia los lados; como poseída por el demonio. Era le prueba definitiva, la doma oficial de mi nueva yegua. La azoté fuerte y terminé agarrándola por los hombros, literalmente encima de ella, corriéndome con fuerza dentro de su coño.
El chorro de semen fue brutal. Cuando acabé de escurrir la última gota me tumbé a su lado. No dijimos nada. En parte por pudor por lo que había pasado.
Desconozco en qué momento me quedé dormido. Cuando me desperté olía a café y tostadas. Mi madre estaba en la cocina preparando el desayuno.
Hijo – Buenos días.
Madre – Buenos días amor.
Me besó en la mejilla. Desayunamos en silencio, no sabía muy bien qué decir. Ni siquiera sabía si arrepentirme de todo.
Cuando desayunamos ella recogió los restos y vino hacia mí. Dejo caer el viejo camisón naranja que se había puesto al levantarse. Ante mí de nuevo toda su desnudez y su belleza. Pero más bellos y dichosos fueron mis oídos cuando ella abrió la boca.
Madre – Hijo mío, aquí tienes a tu yegua, móntame un rato antes de irte.
Nota del autor:
Al final he contado más detalles de los que en principio pensaba acerca de la doma y conquista de mi segunda yegua. Como pueden ver es ni más ni menos que mi madre.
Sigan pendientes, mis queridos pajilleros, porque próximamente os presentaré a la tercera de las yeguas a las que he tenido la suerte de follar lo más cabronamente que he podido. Aunque también narraré algunas nuevas aventuras con las yeguas que ya conocéis.
Recordad:
Yegua número 1 : Manoli. Mi cuñada (mujer del hermano de mi novia)
Yegua número 2 : Leonor. Mi madre.
¿Alguna idea de quien puede ser la tercera?.
Os quiero, tontines.
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
caballerocapagris@hotmail.com

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Erika Garza: secuestro y descenso al Infierno” (POR RAYO MC STONE)

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Siguiendo el jueguito, Erika, melosa: Recuerdas la primera vez, perrito….gustándole el hecho de estarse diciendo palabritas soeces…Pues esta perrita quiera que te la culees así, para lo cual se paró y cachondamente fue a ponerse al borde de la cama en sus cuatro patas y ponerle el nalgatorio para movérselo coquetamente y decirle: Ven putitooo, o ¿Qué? ¿No puedes coger como hombre? Ya retándolo.
Don José presto de pie detrás de ella se la volvió a ensartar con todo, ahhhhhhh, asiiiiiiii fue la exclamación de la pérdida Erika que se reculeaba y movía como locomotora…el frenético mete-saca inicio de nueva cuenta: plac, plac,plac, plac el choque de pieles era tremendo, los gemidos de ella y la voz ronca de él emitiendo especies de gruñidos, los senos se bamboleaban maravillosamente, la cama crujía con todo…así siguieron….
Cerca de ahí, el Padre Iñigo ya quería terminar con su recorrido al piso de enfermos terminales dando los últimos oleos, quería ver a solas a la exquisita y elegante Erika, no sabía el motivo, pero algo de corazonada y de inquietud  tenía, de porque ella se había dirigido de una manera muy evidente para él, con nervios al piso nuevo, además de que no le gusto la manera en que el oficial y el tipo desaliñado que estaban al pie de las escaleras se le quedaron viendo como babosos extasiados cuando aquella subió las escaleras de manera cadenciosa luciendo su tremendo nalgatorio. Todavía tenía tiempo para largo en sus diligencias, guardaba esperanza de encontrarla, aunque no era muy probable, seguramente se le olvido recoger algo y ya se habría retirado del Hospital. Cerca estaba de acertar en su intuición.
El gordo albañil no daba crédito a la culeada que le estaban y se estaba propinando esa rica mujer, él no sabía quién era en realidad, era ignorante por completo de su identidad, así que mucho menos sabía quién era el viejo canoso, pero fuerte, que le estaba dando la ensartadota de pie y de a perrito a esa rubia imponente…ya se había venido desde hace rato atrás, pero ya recuperado seguía jalándole el pescuezo al ganso.
¿Quierrresss venirrtttee yaaaa? Uffffffffm, hujmmmmm,,dalllee perrrooo….dammeme fuerrttte, esooo querriiiass cabrrrónnn , soyyy tuyyayaa…ahhhhhh, hummmmmm Erika ya movía de lado a lado su hermosa caballera, estaba a punto de llegar a un orgasmo más….el viejo José se la siguió culeando con todo, tal como hace aproximadamente una hora y media atrás cuando se pusieron de acuerdo, sin palabra de por medio cuando descorrieron el plástico que cubría esa cama que era testigo ruidoso de su primer copula infernal, infiel  e incestuosa.
Ambos llegaron a un glorioso éxtasis juntos y aunque pareciera increíble por primera vez para la agraciada hembra llegar junto a su hombre  al orgasmo…era su primera vez de esta manera, siempre ella era la que llegaba a la cúspide del acto y luego el varón en turno. Ufffff seguía aprendiendo.
El grito que puso su suegro y las palabras que musito acabaron por derrumbar cualquier atisbo de arrepentimiento: graccacciaassss, errresss unnnn cabrrrónnnn.
Ambos cayeron cuan largos eran en la cama para empezar a besarse con furia, como queriendo aprovechar aún las mieles de ese éxtasis momentáneo, de ese instante feliz que proporciona el orgasmo. Se fundieron en un abrazo apasionado, ya libres de todo atisbo de arrepentimiento súbito.
Mientras eso pasaba, el Padre Iñigo, terminando ya sus labores sacerdotales se dirigió a la escalera que conducía al piso nuevo, una vez que llego a la estancia escucho una radio prendida en una especie de oficina que se encontraba semi abierta.
Toc,toc, toc sus nudillos inmaculados que no habían conocido trabajo humano de carácter manual, tocaron con ligereza la puerta, nadie contesto, por lo que atreviéndose abrió la puerta, no había nadie en la estancia, solo el ruidito que hacían varios monitores de control en los cuales se podían ver diferentes lugares del Hospital. El sacerdote curioso paso su mirada por cada uno de los monitores. Su habilidad para los equipos modernos se notó al empezar a manipular para ir pasando de estancia en estancia, para casi dar un brinco y gritar cuando el monitor con una claridad increíble le dejaba ver como su rica rubia benefactora estaba en una cama individual en un impúdico e infernal abrazo con un hombre que no alcanzo a ver de primera instancia. Estaba completamente desnuda, solo sus zapatillas negras sobresalían en ese curvilíneo y sudoroso cuerpo de diosa nórdica, en un momento dado que los azarosos y combativos cuerpos giraron casi se desmaya de la impresión al ver que el hombre, no era otro, que el suegro de esa infiel pecadora.
A punto de desfallecer, pero con una actitud que no entendió, manipulo poniéndose unos auriculares para escuchar como si el mismo demonio le susurrará en sus castos e ingenuos oídos, como una voz ya no angelical, ni de arrepentimiento, sino una voz femenina caliente, eminentemente sensual que casi le quemaba: Ayyy, dioosos, Josseeee eres un semenntalal grande, ya esttass listtoo?…la tecnología lo ponía en la misma situación que le narro esa hembra de cuando empezó su calvario sexual, ahora deseosa, ….él mismo sintió como su pene se erectaba con una fuerza que incluso le dolió…reaccionando regreso a cerrar con seguro la puerta y aún más orando porque nadie llegara a este lugar que asemejaba al inframundo, pero del cual estaba deseoso de observar y escuchar.
Escucho como el suegro Don José: Claro que si gatita, ya vez de lo que te habías perdido, aunque no creo que sea tu primera vez, putona…yo soy muy fuerte, estoy muy sano, jajaja
Erika con una calma voz y denotando una sinceridad pasmosa: Darling, para mí fue la primera vez que me vengo con mi hombre, ¿Por qué? ¿Ya eres mi hombre? Recuperando un tanto la compostura de estar hablando con groserías, ¿Te gusto?, Realmente ¿soy tan hermosa para ti?
Un experto viejo como Don José sabía que era el momento de afianzar su conquista definitiva y sabedor de la psicología femenina, fue coherente en su acto tierno de pasarle su mano por el bello rostro de su nueva mujer, no era tiempo de ser vulgar ante semejante monumento, sino de denotar elegancia y clase: Claro que sí, si bien sabes que eres mi delirio, mi todo, no habrá ya hombres para ti, para eso me tienes a mí y yo ya no tendré otra mujer más en el mundo…prepárate, porque este segundo round será más intenso…los hombres maduros a estas alturas duramos más, pero es mejor, jejeje
Erika, pensó para sí: si en el primero mostro una dureza y firmeza de joven, además de durabilidad, reconoció que se volvía a sacar la lotería en este terreno, en esta demanda nueva que su cuerpo y su ser le exigía.
Pero claro, que te caliente que te diga lo putita que eres, ¿verdad, culona? ¿cierto? ¿Erika?
¡Si mi cielo, mi rey!, pero no abuses, que ya platicaremos largo y tendido de tu forma de negociar y de ser, la rubia no quitaría el dedo del renglón en querer modificar la fuerte, pero áspera y en algunos puntos turbia personalidad de su verdadero “marido”, pero dime…¿Qué me vas  a hacer, ahora?, Por favoorrr enseñanmmmeee, sorprenddemeeee…ahora si melosa, coqueta, caliente, cachonda, suspirando y exhumando sexo por todos los lados e incluso haciendo que ese sentimiento cristalizará la emoción recóndita de otro voyeur, además del albañil, el sacerdote Iñigo estaba a punto de iniciar una nueva carrera sin retorno, la carrera del pecado y la desesperanza por la lucha entre lo que aprendió que es bueno y lo que no.
El viejo José, sin esperar más se sentó boca arriba en la cama, recargando su espalda en la pequeña estructura metálica del respaldo de la misma y en parte en la pared para lo cual se colocó las almohadas atrás y hacer un perfecto ángulo de 90°: Ven chiquita, siéntate de frente a mí y cabalga a tu señor, se una furiosa amazona…
Erika felina, obediente, sumisa, vencida, conquistada, pero feliz, plena, gozosa fue a sentarse frente a él pasando sus bellas y largas piernas a los costados y de un seguro sentón meterse la fuerte virilidad de su macho cabrío, empezando un nuevo suave sube y baja, así como un movimiento ondulatorio con su sagrado nalgatorio, giraba y se sentaba con seguridad, la seguridad que ofrece la certeza de saber que va a gozar y él otro también: hummmmm, riccoocooo, as´siiiiisss, cabrrrrónnnn  macchhioooo, nunca había probado esta variación de la monta, de esta manera sus senos que se bamboleaban se rozaban y friccionaban con el fuerte y viril pecho de su nuevo domador, que usaba manos y boca para no dejar milímetro de piel y sobre todo de sus senos de erotizar al extremo.
Iniciaba de nueva cuenta, el segundo “palo”, las palabras, murmullos y gemidos tenían al gordo albañil en su segunda furiosa puñeta y en un trance en donde no sabía ni donde estaba ya, no cuidándose de que en cualquier momento su compañero, el guardia podría aparecer y al juvenil sacerdote Iñigo con los colores subidos y la verga a punto de estallar.
Ayyyyyy, hummmmmm, gluppp,,pacccc,paacc, ttocccc, toocccc Erika estaba otra vez en ese su vicio nuevo, sentía con claridad en su intimidad como ese glorioso trozo de carne sin hueso le prodigaba mil sensaciones, en sus pezones , en sus nalgas, en sus muslos, brazos, en fin en cada una de las partes que ese pulpo humano le exaltaba.
Su sentido del tacto estaba a mil, ya que era tocada por todos lados, nalgas, muslos, pies, pantorillas, cara, brazos, espalda, todo lo que ese hombre sentado y que con agilidad y sapiencia excitaba y lo sentía muy bien: ayyyyyy que ricocoooooo, siguueee Joseee, papppitotol, sooooyyyyy tuyyyaya, hazammemee lo queueu quierrrasss….pero no dejes de hacer estoooooo.
El sentido del gusto lo tenía en nivel alto,  cuando se besaba con furia con ese exquisito sabor a menta y a hombre superior que proyectaba el viejo José…el ssabor de su propio sudor, un sudor diferente a cuando se ejercita, este en definitiva sabía muy bien…ayyyyyy, hummmmm, ppapapapiiii, yaaaaaa. Este sabor, este  gusto, cuando sin querer intercambiaba su saliva con la de él. Ahhhhhh, mmmaiiaiaaamiiitaaa queee bienenen te mueeveess, ereress unnaa yeguuaaaa calienenenteee, el hombre ya también estaba fuera de sí, simplemente el mejor palo de su vida, nadie lo había cabalgado de esa manera, simplemente porque era una mujer que lo había conquistado desde hace muchos años y por la cual había esperado toda su vida.
Erika estaba exaltada en el sentido de la vista al ver la cara de su suegro en un éxtasis y en un atisbo de ¿gratitud?, como cuando metes gol y sabes que tuviste mucha fortuna, al verse ella misma cabalgando ya como una experta y mover su cabeza de un lado a otro ante el influjo poderoso de esta droga, del sentimiento de sentirse mujer, de sentirse deseada, ella misma se maravillaba de lo fuerte de sus muslos y de la agilidad de cintura que denotaba, se veía sus pezones totalmente erectos, hasta veía como sus vellitos rubios estaban como hojas de trigo que se mecen ante un fuerte viento. No había nadie que los turbara, estaba tan concentrada que perdió de vista que en una esquina de la estancia había una cámara, a ella, la visual, la que siempre se preciaba de revisar todo, la experta en diseño, se le paso de largo ese pequeño detalle, la adrenalina de jugar con fuego, le hacía cometer errores básicos. Un error que más tarde pagaría con creces.
Su sentido del oído estaba a más no poder, le gustaba la voz quebrada de su macho que le decía más que las palabras que emitía, que era ella la diosa para este hombre, descubría que tenía un ego grande, le gustaba ser alabada y sentirse la reina…ese hombre con sus palabras, pero más con su lenguaje no verbal le gritaba: eresss mi diossaaa….mi ciiielellooo, seguía aprendiendo…le gustaba obedecer, sentirse sometida, pero una vez que actuaba lo que le pedían, le gustaba saberse dominadora al fin, ese hombre había esperado 13 años…y ahora ahí estaban ellos dos, familiares políticos poniéndose una refriega de aquellas….palaccc, placcc, pllaccccc, sus sollozos, gemidos y las palabras de él hacían un todo coherente,,,,este era el mejor sexo, todos los anteriores lo fueron, pero este es aquí y ahora….uffff, ¿cómo sería ahora su vida como amante de su suegro? Se propuso hacerlo un buen hombre, un mejor hombre, que no tuviera esos rasgos que le desagradaban, su sentido de intuición no llego a atisbar pero ni de cerca, la lección que Dios estaba a punto de darles a los cinco involucrados en esto: ellos dos, el albañil, el sacerdote y también el guardia de piso.
Su sentido del olor completaba el juego de los seis sentidos…el sudor suyo y el de él, su perfume y la colonia de él se intercalaban en una mezcla perfecta, armoniosa, como la jineteada que le estaba dando a ese primero odiado hombre y ahora en una resignación dichosa el tan anhelado amante que necesitaba, el tan buscado potro, varón que la tomara y le hiciera la faena como es debido.
Ya su cara tenía cabellos pegados de su rubia cabellera producto del sudor, del calor que emanaban esos cuerpos. De pronto le volvió a sorprender como este hombre con una fuerza inaudita era el que se la metía hasta el fondo, estando así mostraba la potencia de sus piernas y de su cintura para ser ahora él quien la levantara incluso:ayyyyyyy, ppppaaapiiii, darrrliiiiingggg queueee meeee haceeesss…..
Excusa decir que el albañil sentía que estaba bajando de peso a un ritmo de la velocidad de la luz, ya había intentado entrar, moviéndose sigilosamente, pero la puerta tenía seguro, no quería violentar, tenía varios negocios en el Hospital, por lo que no quería perder su chamba de albañil, que solo era una “tapadera” a sus verdaderos y siniestros negocios con medicinas, médicos, enfermeras, pacientes y con todos lo que se dejaran.
Mientras que el sacerdote Iñigo ya se había derramado por primera vez en su vida de manera consciente, ya que suele tener sueños húmedos, de los cuales nunca quiso indagar de qué venían, sin tocarse expulso una buena cantidad de semen que por la vestimenta que usaba quedaba oculta y ya su pene amorcillado empezaba de nueva cuenta a ponerse duro….el sacerdote sintió una fuerte descarga y un alivio tal que se asustó de esta experiencia carnal. Era tal su nerviosismo que prefirió salir ya despavorido de ese lugar, su remordimiento inmediato es comprensible, por lo cual no razono que debía borrar el grabado automático que se hace en esos equipos y que de no pasar nada se va borrando de día a día…no tomó esa precaución para proteger en un momento dado a la rubia pecaminosa, pero su estado de shock era tal que solo pensó en salir corriendo de ese lugar, su mente y su alma estaban en el caos total.
Ya no vio que el suegro Don José tomaba un respiro con sutileza y le decía a su nuera: Linda, potra, nalgona date ahora vuelta y ensártate tú misma por atrás. Erika ya había intuido eso, su sexto sentido estaba preparando, sabe que la monta por atrás es aún más rica, la fuerza y rapidez con que el pene entra a su intimidad es más profunda de esa manera, ya lo intuía y había fácilmente acertado.
¿Asiiiiiiiií?…la sumisa y ladina Erika se giró para estar en la misma posición pero dándole la espalda a su viejo y meterse ahora muy lentamente el envarado palo de su suegro y dejarse caer muy despacito, saboreando milímetro a milímetro como ese prodigador de encantos le entraba y como ya otra vez en su habilidad de pulpo humano le tomaba con sus dos manazas sus senos para de ahí impulsarla en una forma acompasada respetando su decisión de meterse de a poquito su pico, lo cual enervo a la hembra que buscando darle placer se lo acabo de meter y pasar de inmediato a un enculamiento propio con más fuerza, era otra nueva posición para ella….ahhhhhhhh, asiiii entrrraaaa mpasssssss, quueueue diablloooo uuyy  pillllooooooe ereesssss, cabrororonciiioootot.. yayyaayayayyyy
La hembra estaba a punto de llegar a otro orgasmo pleno…mientras a las afueras del hospital…
El sacerdote ya estaba en la calle, casi corriendo dándose un buen golpe de frente con el oficial de piso, lo reconoció de inmediato…como buen orador en eventos masivos, era un muy buen fisonomista: ¿Qué le paso padre? Jajajja reaccionando con humor el policía, que hasta la gorra de oficial perdió…¡Parece que hubiera visto usted al Diablo en persona!, Perddooonn,  es que llevo prisa…el sacerdote Iñigo se fue caminando despavorido, no usaba carro, tratando de dar la imagen sincera y bien intencionada de su parte de ser coherente con su ministerio religioso, tal cual el Papa Francisco actual.
En el piso nuevo del hospital ardía la infidelidad, infidelidad que como llegó terminaría, cosas de la vida, del destino, de Dios o del diablo, quien sabe…Erika noto un cambio casi imperceptible en la voz de su suegro que le estaba pegando una culeadota de campeonato, solo alcanzo a escuchar: graccciasss  diooss y de pronto se apagó esa viril voz, así como las manazas cayeron de inmediato en la cama al lado de sus muslos, sentía la dureza del pene, pero ya no hubo movimiento alguno, se le hizo raro, siguió ella misma metiéndose esa poderosa daga, pero después de unos largos segundos  también sintió que ya no tenía la misma firmeza…por lo que preguntando: ¿Darlinngg? El silencio fue la respuesta…se viro para asustada ver que su suegro estaba como desmayado…lo empezó a mover, pero no obtuvo respuesta, su capacitación en esos casos, dada su condición de mujer rica y candidata a ser secuestrada o violentada surgió para de inmediato proceder ya toda nerviosa a revisarle los signos vitales, sin embargo, su nuevo hombre, su antes “odiado” rival, su padre político estaba muerto, así es, muerto por completo, murió con las botas puestas, en plena faena…cumpliendo su tan anhelada meta, meta que alcanzo pero que de manera efímera se le fue…¿Castigo divino? y ¿para los dos? Ya que ella conocía el cielo y placer y lo perdía de súbita forma y él, pues él, ya no está más…gritando, más de angustia y de no saber qué hacer, puso a temblar al único testigo, el albañil, que en su aparentemente limitada mente no supo que hacer de momento, más que asomarse por lo inesperado del hecho, ya de pie por completo y asustado cruzar ahora si su mirada perdida por los momentos de lujuria vistos a todo color, con la de la mujer que horrorizada lo veía, la cual en ese acto visualizo también el pequeño haz de luz que tintilleaba en la cámara de la esquina, signo evidente de que estaba en funcionamiento….Noooooo….el grito que dio es porque se le vino todo encima, su mente privilegiada le hizo ver que ahora el peligro es que se supiera su infidelidad a todas luces….no por el gordo sujeto que de inmediato capto no sabía ni que pasaba, pero sí de la evidente grabación que se hizó….Pendejjajjaa, fue el grito que ahora exhalo, mismo que el gordo escucho….Disoosososo, noooo otra vezzzz…supo que tenía que recuperar la grabación y que su suegro no se podía quedar en este lugar, sería mucha coincidencia que la podía relacionar con su estancia en el lugar…esto último ya no lo razono tanto, así que tenía que decidir rápido…para así desnuda como estaba hacerle señas al gordo para que entrara…
El otro, evidenciando su patrón cultural de clase baja, obedecer de inmediato…ella se vistió rápido y fue a abrir el seguro de la puerta.
¿Qué paso?, para cuando llego a la estancia, la rubia ya se había calzado su vestido y su brasier, su tanga estaba inservible y se la guardo en el bolsillo, al revisar el pantalón de su suegro, se dio cuenta que este tenía un frasco de viagra, cabrón viejo, seguramente se había tomado una, con razón a su edad tenía tanto aguante. Ciertamente, el suegro había adquirido el hábito de tomarse de vez en vez una de las famosas pastillitas azules, para potencializarse aún más, pero en sí, pues el destino ya había elegido su momento de partir de este mundo. Lo estaba vistiendo de manera rápida y segura. Tenía que salir bien librada de esta circunstancia cruel y paradójica.
Mira, me tienes que ayudar, tenemos que llevarlo a su carro y llevarlo a otro sitio, sin que nadie se dé cuenta…
Faltaba más jefecita, claro que si….esta el  elevador del personal que no se usa todavía, por ahí me lo puedo bajar, a que cabrón viejo, murió de puro gustazo…perdón, pero es que te puso una cogidota bien a gusto, a que no patrona, lo bueno es que murió bien feliz…Si es re bonito culear así, yo tuve una morrita llamada Evelin, que vieras, es tan parecida a ti y le ponía unas que si vieras …hasta parecen hermanas, pero ella mucho más joven, ejemmm…no es que estés muy grande, pero ella era una chiquilla…y tú eres toda una mujer.
Erika supo que este no sabía quién era el viejo, por lo que se aventuró: Es mi esposo pobrecito, pero necesito que este en otro lugar, ya vez trámites de seguros y esas cosas, que seguramente no entiendes, ¿verdad?, ¿Señor…?
Bien dicen que las apariencias engañan, ese albañil, era el de los llamados mexicanos multi habilidades o multi oficios, no sabía quién era ella, ni él, pero de algo estaba seguro, este muerto no era su esposo…esta suculenta y monumental vieja estaba mintiendo….
Claro, claro,,  pero me tienes que decir dónde está el carro, me tendrás que ir guiando…Erika hacía cálculos, en cualquier instante podía llamar a Esteban el cual había sido asignado a otra actividad junto al guardia de su marido por ser varios empresarios lo que irían a jugar golf,  ella no sabía acerca del guardia personal de su suegro, ojala se haya aventurado a dejarle libre a este, el día o la tarde, no estaba para minucias, tenía que tomar decisiones ya…
Si claro, claro,,,¿Señor….?, ¿señor…?
Disculpa linda, soy Don Pedro…mucho gusto, perdón no puedo evitar decirte que eres todo un mujerón…ya vez en suerte me tocó verlos en su último quite, jaja…tu disculparás, jajaja…Sin más, sorprendió a la confusa Erika que vio como con facilidad para su estatura y gordura, se lo coloco en sus hombros como si fuera un costal de azúcar…te sigo preciosa…
A Erika no le quedo de otra que acomodar el lugar, procurando limpiar con su exquisita pañoleta todos los signos de que hubiera estado en el sitio y sin dejar de mirar a la cámara, gesto que no pasó desapercibido para Don Pedro cuya mente trabaja a mil para sacar partido de este inusitado evento de todas a todas. Una vez que termino paso al lado del gordo, se dio cuenta que en realidad no era tan chaparro como aparentaba, más bien su postura lo hacía ver así, casi estaba de su pelo, solo que ella con zapatillas le sacaba altura.
Empezó a caminar delante de él, volteando a ver y preguntarle: ¿Hacia dónde está el elevador…? Tu sigue caminando hacia donde termina el pasillo…te sigo…Erika sintió de inmediato la mirada del tipo y solo en ese momento se le prendió el chick de que este ya la había visto como Dios la trajo al mundo y en pleno agasaje con el difunto…Ufffff…que increíble experiencia…no entendía como no sentía gran pesar, pero rápido proceso y entendió que en el calor del sexo, no discernía que en realidad no es que odiara al suegro, pero tampoco era de su agrado, solo había sido sexo y al calor de ello, ya no razonaba, una vez enfriada se dio cuenta que por eso no sentía lo que experimento con Roger con quien si convivio y a quien llego a amar.
Bajaron al estacionamiento, la mujer manipulo la llave maestra del lujoso auto del suegro para darse cuenta que si se encontraba abajo, primer punto a favor, al parecer la suerte empezaba a correr de su lado….lo pusieron, de tal manera que no se podía ver, esos grandes y largos autos permiten eso y más…El guardia personal de su suegro, no estaba por ningún lado, uf otro punto a su favor.
Ok, otro detalle importante, tenía que resolver y el más importante: el video que seguramente estaba en la sala de control…
Estaba dudosa, no quería pedirle más ayuda al sujeto…pensaba irse en el auto del suegro y de ahí irse a su casa, ya le pediría a Esteban que viniera por su coche argumentando que se había retirado de lugar con alguien más…pero el sujeto se puso a su nivel intelectual:
¿Necesitas recuperar la grabación diaria de la sala, chiquita? Las palabras le entraron una a una en su cabeza, tal y como si un pene le penetrará lentamente en su intimidad, este Don Pedro estaba en todas, no sería tan fácil deshacerse de él.
Tu sola  no podrás, a esta hora el guardia, un tal Felipe que se las da muy muy porque su anterior chamba era ser el prestanombres de un empresario dueño del famoso Zanzíbar, haciéndole creer a medio mundo que él era el dueño de ese y otros turbios negocios…menudo tipejo, engaño un buen tiempo a muchos, ja pero no a mí…estará en la sala de control, pero pierde cuidado, mi reina, él nunca revisa nada, ha de estar en su siesta…regresa a esta hora de su comida y ya está cerca de salir de su horario. Pero tendré que distraerlo para recuperar el video, necesitare de tu ayuda. Él no va a dejar la caseta a no ser que sea una poderosa razón, le encantan las viejas, perdón las mujeres, así que tu serías una muy buena razón para que se saliera, pero si no es así, tendrías que ver como tu solita entrar y quitarle la grabación. Chiquita, por eso necesitas ayuda…el viejo parecía super convencido de lo que dijo.
Don Pedro capto de inmediato que esa diosa rubia se puso más nerviosa al escuchar el nombre del Zanzíbar, ¿será que lo conocía?
Una duditativa Erika: Entonces, ¿vamos a la cabina de control?, ¿cuál es el plan?
Mira linda, vamos, con cualquier pretexto sacas al buey de Felipe de la caseta, mientras yo obtengo el video, me llevo el coche con el muertito, mientras tú me sigues y ya está…ahí te entrego la grabación y todos contentos, ¿no crees?
A Erika ya le empezaba a chocar el tonito que empleaba el tal Don Pedro y más cuando le decía: “linda, chiquita”…Pues sí, vamos, vamos.
Oiga y muchas gracias por todo esto.
No te preocupes ya veremos, ya veremos, seguro de llevar el control Don Pedro le dijo: Sígueme preciosa, pensando ya que era lo que le diría a su compinche, ya que vivían juntos temporalmente en casa de Felipe y eran socios de turbios negocios en este Hospital. Don Pedro era lo que se dice un nómada, ya que encontraba trabajos temporales, incluso había estado trabajando con una feria de juegos que viajaba por todo el país.
Hola Felipe, ¿Qué te has hecho?, Mira aquí la Sra. quiere que un oficial la acompañe a revisar su carro en el estacionamiento de abajo…es que tiene problemas, ¿verdad linda? Yo no puedo porque no se de esas cosas y se me ocurrió que tu podías ayudarla en todo.
Si Sr. Don Felipe, ¿me puede acompañar para revisar?…
Carajo, Pedro, si ya sabes que casi es mi salida, demostrando su falta de espíritu de cooperación, aunque recomponiendo ante la posibilidad de estar cerca de esa hermosa hembra, aunque se extrañó de que su compinche le hablará con tanta familiaridad y que no quisiera pegárseles, ya sabía que a ese desdichado le encantaban las viejas y más una como estas…sin duda había gato encerrado, pero acepto, para ver que le sacaba al viejorrón.
Adelante estimada Sra.  Erika, vamos al estacionamiento, en silencio se dirigieron al lugar…una vez que llegaron, la suerte se le volteó por completo a la rica mujer, ya que sus nervios la traicionaron cayéndosele al suelo las llaves del auto de su suegro haciendo que se activara la alarma, por lo cual queriendo verse amable y diligente el oficial Felipe las recogió y se dirigió hacia el lujoso Mercedes pensando que era el auto del mujerón rubio, para que al llegar e intentar apagar la alarma viera que en el asiento trasero se encontraba el cuerpo inerte de un hombre…Oiga, ¿Qué le paso?
Nada, nada, está un poco mal…
¿Qué quiere que le cheque? Ehhhhh, pues es que precisamente no estaba funcionando la alarma, pero ya ve, ya funciono, jejeje…muchas gracias Don Felipe, ya puede regresar a su trabajo.
Bueno Sra. Erika, pues fue un gusto poder ayudarle.
El tal Felipe estaba muy extrañado de todo este comportamiento, así que se retiró, pero solo subió un piso por el elevador, para bajar por otras escaleras y observar cómo llegó su gordo camarada casi corriendo al auto Mercedes que por alguna extraña razón no había abordado la mujer que además nerviosa volteaba para todos lados.
Hablo por la radio con su oficial del siguiente turno para notificarle que todo estaba tranquilo y ya se retiraba.
Vio que la mujer se retiraba hacia otro lado, por lo que decidido se lanzó al Mercedes para abordar al albañil. Pudo ver que la mujer se dirigía hacia una camioneta Audi…
Mostrando agilidad, ya que él estaba en forma física, llego de improviso ante su socio de turbios negocios en el Hospital, subiéndose de manera sorpresiva en el carro, al notar el nerviosismo de Pedro, ¿Qué onda? ¿Qué está pasando aquí? …y este Sr…al voltearlo, casi brinca de la impresión, se trataba de su viejo patrón, Don José Treviño, trabajó muchos años con él, de hecho llegó a ser hasta su prestanombres, del último trabajo lo corrieron por culpa de dos viejas buenísimas que armaron un desmadre en su bar, era el Gerente del Zanzíbar…había quedado dolido con su jefe y ahora aquí delante de él, indefenso, pero no reaccionaba ante las zarandeadas que le daba, ¿está muerto?
Es que su esposa me pidió ayuda para moverlo de aquí, por lo del seguro…no pudo evitar que su socio tomara  la caja del video, ¿Y esto? ¿Es un video? ¿Qué está pasando aquí, Pedro? Y esa vieja no es su esposa, es su nuera, es la famosa y millonaria Erika Garza.
¿Quuueee? La respuesta de Pedro todavía inquieto más  a Felipe, que ya por radio hablaba con el otro oficial, preguntando si todas las grabaciones en tiempo y en forma estaban en la grabadora.
¿Por qué hay un espacio que se borró de la memoria, Pedrito?, ya Felipe se olía que algo chueco estaba pasando, ¿Qué es lo que trae este video? ¿Tiene que ver con el suegrito muerto?
Mira Felipe, podemos beneficiarnos de esto, la cabrona vieja estaba culeando con su suegro cuando este se murió…ya no tenía caso ocultar la información. Sabía que en un enfrentamiento el violento Felipe le pondría en su madre con facilidad.
Don Pedro: Lo que ella quiere es que llevemos el carro con el muertito fuera de aquí para que no se le relacione con su visita al Hospital y que le devuelva el video.
Don Felipe: Jajajja, si serás buey Pedro, de esta nos vamos a hacer millonarios, mira, tú síguele la corriente, vamos a dejar el carro más o menos cerca de mi casa, a la vieja la secuestramos y le metemos caña hasta cansarnos, claro que su familia va soltar billete por ella…jajajaja nos hemos sacado la lotería, si serás pendejo, me hubieras dicho desde un principio, esta vieja se caga de dinero.
Mira tú pégale pa´l barrio, yo me voy con ella en su carro, luego te vienes al carro y nos encargamos de llevarla a la casa, uno de los dos se tendrá que quedar con ella, mientras el otro se lleva el carro para otro lado para destantear y hacer la llamada a su familia…no va haber de otra, tu eres muy buey para eso, así que te quedas con ella y esperas mi regreso…pa que veas que soy cuate, tú serás el primero en culeartela, pero después ya seré yo solito eh…jajajaj me la dejas lista, cabrón. Jálale para el cerro, no debemos quedar tan cerca de la casa, jajaja ya te decía yo que fue bueno correr a los pinches vecinos de al lado y de frente, así nadie se percatara de que metemos a este viejón a la casa. Ahora acompáñame para que les expliques que los voy a ayudar.
Erika prefirió no manejar, el tal Don Felipe, le causo un temor inmediato, además se veía muy dominador sobre el otro sujeto, no sabía que tendría que hacer una vez que dejarán el carro en otro lado y como recuperar el video que ya traía este sujeto. Sabía que algo le pedirían, ojala el dinero lo pudiera resolver, estaba metida en un gran pedo y no sabía que pasaría. Tenía muy oculto su celular en su bolso para que en determinado momento le marcara la señal clave a Esteban en caso de peligro inminente. El celular estaba preparado para casos extremos. Tenía que jugar con cuidado, rápido vio que eran dos tipos de cuidado. Aunque tendría que ver en qué momento lo podía utilizar.
Pues que le paso a tu suegro, lindura.
Otra vez, le choco a Erika la forma en que este sujeto se refería a ella, pero no tenía de otra más que soportarlo y ver en que instante podría tener el video. Sabía que un buen dinero lograría el silencio de ellos, y que no se atreverían a ir contra ella sin pruebas en firme. Sería su palabra contra la de ellos, por eso la importancia de dejar el carro con su suegro en otro sitio y no hubiera relación con su estancia en el Hospital.
Una vez que llegaron a un sitio despejado, sin casa alrededor que se le hizo conocido cuadras atrás, ya que era una colonia después de donde vivía Roger, solo que más cercano a las montañas que rodean el Río Santa Catarina que surca a través de la ciudad de Monterrey, vio que el gordo sujeto llamado Don Pedro acomodo a su suegro en el sitio del chofer y limpio todas las posibles huellas y corriendo llego a donde estaban ellos.
Bien, bien Don Peter…le dijo un regocijado Don Felipe, que se había salido del carro teniendo en su mano el video.
Bueno mamita, ya está el primer encargo, ahora tu pinche Pedro amarra a esta vieja muy bien…
¡Pero que se creen pendejos, que pretenden!, una asustada y nerviosa Erika se replegó, pero no pudo evitar debido a lo sorpresivo del mensaje que el tal Pedro la sujetara con fuerza de sus brazos.
¡Mira pendeja!, ¡No estamos para juegos!, ¡Te estamos secuestrando!, ¡óyetelo bien, tu esposo o se entera de todo el desmadre este o suelta el billete por ti!, y para darle mayor realce al hecho darle una fuerte bofetada a la hembra que medio alcanzo a esquivar, plaaaaccc se escuchó en ese sórdido paraje…Erika en su estado de medio shock por la muerte del suegro había bajado la guardia en demasía, nunca le paso por su mente aún con rastros de ingenuidad, que estos dos querrían sacar partido de todas a todas.
Así que subiéndote al carro y tu buey tápale los ojos y llévatela atrás, que no se vea, tu sabes cómo hacerle, órale cabrón a trabajar que de esta dejamos de trabajar en los pendejos negocios que podemos hacer.
Don Felipe con sus dedos le indicio a su socio que guardara silencio, prendió el equipo de sonido, Erika venía escuchando su canción favorita de la película Verano del 42…uttaa madre que es esto, pinches gringos me tienen hasta la madre…de un manotazo el tal Felipe cambio a la radio para poner una estación de narcocorridos, que son canciones de estilo norteño alabando las peripecias de esos desgraciados malvivientes, pero que desafortunadamente son del gusto de muchas personas en el país e incluso en otros países.
Mientras tanto Erika estaba amarrada de sus brazos por detrás, con su misma pañoleta tapándole los ojos y sintiendo de inmediato como el otro desgraciado le empezaba a meter mano de lo lindo en todos sus muslos, en su privilegiado nalgatorio, su vestido ya estaba muy arrugado, el sujeto emitió un pequeño gemido de excitación al darse cuenta que no llevaba panty por lo que también le empezó a dedear en su vagina.
El trayecto se le hizo largo a ella, corto a él, que maravillado sentía la firmeza, blancura y delicia de esa piel blanca dorada, de esas curvas, le metió mano a placer…Erika estaba realmente asustada y al parecer había dormido sus sensaciones ya que en ningún momento sintió placer alguno, aunque presentía que eso no podía mantenerse de esa forma. Su mente ágilmente elucubraba el cómo podría llegar a su celular y enviarle el mensaje a Esteban o como desactivar a estos dos, sabía que aunque son hombres y son dos los podía someter.
Sale cabrón, llegamos, que bueno que está oscureciendo, así fácilmente metemos a la vieja, mira ahí viene la pinche chismosa de la esquina…deja que entre a su casa. Primer punto para Erika, el lugar no tenía cochera. Estaba equivocada, si tenía, pero el viejo Pedro se tenía que bajar para abrir la puerta manualmente.
Sale pendejín, ya abre la puerta…Erika pensó que la meterían cargándola, pero con zozobra se dio cuenta que el auto entraba a una cochera. Escucho como se cerró.
Orale, cabrona, a bajar esas nalgotas, placcc, el cabrón de Felipe le metió dos sonoras nalgadas.
Ella ya había manipulado la atadura de sus manos que al ser con una de sus pañoletas era fácil de quitar para alguien capacitado como ella, rápido accionó una de sus manos para atinarle un fuerte puñetazo al rostro de Felipe que sorprendido reculo hacia atrás, cabrona vieja era fuerte…pero al voltear para tratar de también de descontar al otro, Don Pedro la recibió con un fuerte golpe al abdomen y un fuerte bofetadón al rostro que le entró de lleno, con lo cual trastabillo para que Don Felipe la sujetará de los brazos…Don Pedro demostró que también estaba dispuesto a todo, por lo que le soltó otro fuerte golpe a mano abierta al rostro, placccc…la cabellera rubia de la hembra se movió al fuerte impacto.
Quieta perrita, no te quieras pasar de lista, no estamos jugando, entiéndelo somos expertos en esto. Eso no era cierto, pero tenían que demostrar que estaban a cargo.
Don Felipe la soltó pero le apunto con su pistola: Bien zorra de lujo, te vas a quedar con Don Pedro y tu cuidado y la lastimas, jejeje ya sabes a que me refiero…Haber dame los teléfonos de tu marido…y tú quítale todas sus pertenencias y júntalas. Voy a llevar el carro al centro de Monterrey y a hacer la primera llamada. Esto ira de a poco, así que acostúmbrate a tu nuevo macho, porque de aquí  sales muerta o viva, pero bien cogida…el tal Felipe se le acercó y le planto un beso amasando con sus dos manos las nalgas. Erika no correspondió para nada, pero no podía hacer nada por el momento. Esperaría que él se fuera para ver que podía hacer con el viejo gordo de Don Pedro, por un lado estaba bien que se quedará con él, parecía ser el más débil de los dos. Ah y me llevo el video conmigo, es mi seguro, cuidadito y si la dejas escapar he pendejete, dándole una especie de coscorrón a Don Pedro.
Don Felipe se fue de inmediato con su camioneta Audi. Don Pedro con una voz que de verdad le causo frío: Ahora si lindura, vamos a acabar lo que no terminaste con el muertito…jajaja
Ni se te ocurra tocarme, viejo asqueroso.
Jajaja, mira o me las das por las buenas o te voy a poner una madriza que no te vas a poder levantar ni para ir a cagar.
Ya dijo tu jefe que no me lastimaras.
Jajaja, ese buey no es mi jefe, a poco crees que lo voy a obedecer, mientras te entreguemos viva o muerta y recibamos el dinero, me vale madre si te tengo que matar para al menos echarte un palo como dios manda, por vida de Dios que buena estas…
Y tú crees que yo me voy a dejar buey, poniéndose en guardia Erika
Jajajaj, no es necesario que peleemos, crees que soy tan pendejo como parezco…jajaja a poco creías que solo tendría un video, yo sabía que corría riesgo de que el pinche metiche de Felipe se involucrará, créelo que lo quise evitar, pero en realidad estaba difícil, para recuperar el video teníamos que pasar sobre él. Es más a mí no se me había ocurrido lo del secuestro, porque no sabía quién eras, el dinero nunca me ha importado, pero ya estando en esto, pues qué caray. Mira, enseñándole su celular, en donde se veía como el gordo sujeto guardaba en un cuartucho del Hospital en un locker que tenía otro celular con fotos de ella copulando con Don José, él cabrón le había tomado fotos y también se veía como con mucho cuidado guardaba un video. Jajaja a ese cuarto solo entra un verdadero idiota, el pobre Chido  que en realidad si es albañil y nunca abriría ese locker…así que ese es mi as bajo la manga, jajaja ni el pendejo de Felipe se imagina esto y no sabe la sorpresa que le espera cuando regrese, jajajaja. Tú podrás, si eres lista, regresar  sana y salva a tu casita, pero bien cogidota como se ve que te encanta, , pero si no, te voy a destruir, lo que está en ese video es suficiente hasta para que te relacionen con la muerte del viejo y toda tu vida se desmoronaría…jajajaja Ya le hable a la pendeja chiquilla de Evelyn que hará las llamadas necesarias en cuanto yo se lo indique o no sepa de mí…jajajaja…Te acuerdas que te dije que me ando cogiendo un mujerón como tu pero más joven…pues ella misma es mi seguro de riesgo, jajaja
Así que por las buenas o por las malas, ¿Cómo prefiere la Sra. elegante que me la coja? Anda si bien que te encanta la verga, bien que te vi como gemías como putona con el viejo, nadie sabrá de esto y yo te devuelvo tu vida y todos contentos, eso sí cogeremos como conejos estos días, ¿Qué tal? Mira si me ayudas desmadramos al Felipe y así solo te tendrías que acostar conmigo…
Erika tragaba saliva, pinche cabrón si tenía evidencia, aunque el video no fuera copia, las fotos del celular eran muy evidentes, pinche viejo panzón si la tenía agarrada de las manos y contra la pared. Tenía que ganar tiempo. ¡Bueno! Así con esos datos, la cosa cambia. Pero dame chance de comer algo y de bañarme, estoy muy sucia. Evito hablar de la ayuda para que Felipe quedará fuera de la jugada, pero atisbo que en el divide y vencerás, tendría un rayo de esperanza para salir de este problemón.
No le hace, pero ni creas que te voy a dejar a solas, así que vente vamos a bañarnos juntos y luego comemos, jaja no nos vayamos a poner mal. Aquí vivimos los dos, pero ese pendejo no sabe cocinar, ni nada. Aquí el chingón soy yo…mira vamos pa el cuarto, ahí está el baño…Erika obediente, resignada a su suerte siguió al ufano gordo. Una vez que llegaron el tipo le paso una toalla toda rancia, raída y húmeda…uffff que asco se dijo para si la elegante y rica hembra…Mira pobrecita tu vestido ya está todo arrugado, uta mira lo único que puedo darte es un uniforme de las chivas de un cabrón sobrino que dizque juega futbol…le aventó un short color oscuro, entre azul marino y negro ya desgastado y una playera a rayas verticales rojas y blancas y un promocional  de Bimbo, al parecer el sobrino era delgado, ya que las prendas eran pequeñas, al menos estaban limpias…vente chiquita vamos pa la regadera, vamos entrando en calor, jejeje
Erika pensaba que podría descontar a este sujeto y esperar al otro para también librarse de él y en la primera oportunidad que tuviera marcar de su celular en la llamada clave a Esteban. Calculaba que ya serían como las 8 de la noche y que el tal Felipe tardaría unas tres hora y media en regresar…a esa hora había mucho tráfico hacia el centro de Monterrey y en lo que regresaba…tiempo suficiente para desarmar al gordo.
Sabedora del poder de su cuerpo y ya con la cabeza fría lentamente se empezó a despojarlo, así como de su brasier y zapatillas para enervar al sujeto, su magnetismo haría que el otro sucumbiera, se descuidará y ella lo descontaría.
Fiuuuu, fiiuuu estas buenísima cabrona…el gordo ya también desnudo y dejando ver que su herramienta viril ya estaba totalmente erecta…Erika de soslayo primero se asqueo del enorme vientre que el sujeto tenía, nunca había visto un cuerpo de esas características, además de estar muy velludo, pero sin evitar un sorpresivo susto al ver que el pene de ese sujeto era gordo, largo y curvo como el de su amiga Natalia, pero de mejores proporciones…un escalofrío le recorrió por la espalda, sabía que un miembro de ese tipo mucho más delgado y menos largo le había hecho ver el cielo y las estrellas, este le podría dar aún más, ¿quizás? Se puso colorada, por el solo hecho de pensar en eso…
Todo esto no pasó desapercibido para el zorro de Don Pedro que intuía que esa mujer buscaría que se descuidará para someterlo, pero le tenía sorpresitas para ese posible evento.
El gordo con  unas viejas chanclas fue a por ella, la cargo con facilidad y le susurro con calentura al oído: No tengo otras chanclas, así que en la regadera no te puedes mover mucho o te resbalarás, el piso es viejo y muy traicionero, no queremos que salgas lastimada, plantándole un beso, ella con tibieza reacciono, quería dejar que se confiará.
En la regadera, el debidamente calzado y ella ciertamente se resbalaba, por lo que decidió que allí no podría hacer nada, tuvo que dejar que el sujeto prácticamente la bañara y le metiera mano por todos lados, desgraciado tipo sabía usar sus manos muy bien…sus pezones además del agua fría, ya que no había caliente, por los magreos de él, estaban ya paraditos, le serrruchó con ganas la vagina, le metió sus dedos gruesos llegando de inmediato a su clítoris que también ya estaba durito…tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no gemir…ese viejo gordo la estaba calentando, ella en una decisión más bien de higiene que de calentura, le lavo a profundidad la verga, pensaba que si se la manipulaba manualmente quizás eyaculara precozmente, lejos estaba de eso, en el fondo le agrado palpar esa dureza y bajar y subir con su mano por la grosura y largura del pene …supo en ese momento que tenía que pararlo antes de que quisiera encularla, ya que de lo contrario acabaría por sucumbir ante el deseo de su cuerpo. El gordo no ocupo mucho tiempo, sabía que la vieja estaba retrasando el momento inminente en que se la cogería, pero sonrió triunfal cuando ella no pudo reprimir un leve gemidito…ayyyyy y mucho menos un sonoro hummmm, pero muy cachondo cuando la puso contra la pared y le dio unas cinco nalgadas bien puestas en ese nalgatorio imponente.
La volvió a cargar, toda escurriendo de agua y la aventó en la cama, presentía lo que vendría.
Erika: Okey, está bien, déjame darte un masajito, para ponernos más cómodos, ahora que estas limpio, hueles muy bien…
Don Pedro, sabedor por donde venía la cosa: Claro mamita y se puso boca arriba.
Erika: Ponte boca abajo para que te de masajito en la espalda, ¿cómo ves?
Don Pedro: Claro, lo que tú quieras putita.
Erika empezó a darle un masaje en los hombros, estaba a horcajas y desnuda sobre el desnudo cuerpo del sujeto…cuando vio que el otro con los ojos semicerrados y con una sonrisa porcina que dejaba salir salivilla de sus labios, busco aplicarle una llave en uno de sus brazos, pero no pudo, él otro de inmediato reacciono y con una fuerza no entendible a su anatomía, más bien fue él quien la desarmo volteándola de inmediato.
Don Pedro: Sabía que intentarías esto, y le planto un fuerte bofetadón que si llego a lastimar a la mujer que sintió de inmediato el calorcillo de su propia sangre, pero yo también soy muy bueno para los chingadazos y eso que nunca que fui a clase de Karate y esas mamadas, mi escuela es la calle, cabrona…así que si quieres por las malas, por las malas será, te lo advertí pendeja…con una maestría inusitada la inactivo de sus brazos con sus propias piernas, por lo cual el pene curvo ondeaba fuerte en la cara de la hembra que vio como de debajo de las almohadas el tipo sacaba unas cuerdas…Jejejeje siempre estoy preparado, no serás la primera ni la última, pero eso si tú, la gran Erika Treviño y Evelyn serán mis trofeos mayores a la fecha, por cierto, ¿Qué edad tiene tu hija o hijo?, porque tienes hijos, ¿verdad?
Erika forcejeaba, se maldecía, no había podido llevar a la práctica tanta teoría y entrenamiento en defensa personal.
El tipo le amarro las manos a los barrotes de la cama, esa cama crujía a cada movimiento y mas ya que la cabecera era de esas viejas que tienen barrotes como de metal dorado que golpeaba contra la pared. Ya estaba inmovilizada, ahora ni siquiera tendría chance de hacer la llamada de su celular.
Jajaja, que bonita te ves toda encueradita…ni modo chulita, ¿no que querías comer?, pues vas a comer pero verga, y ahora le empezó a dar de bofetadas pero con su virilidad…el fuerte olor que desprendía esa herramienta masculina le causo un extraño sentimiento de agrado a la mujer…pero se resistiría.
Al ver que seguía pataleando, Don Pedro con su propio cuerpo se posó sobre ella, con lo cual inmovilizaba a la rubia de sus piernas con sus propias piernas, ya que ciertamente era más fuerte que ella, y le empezó a succionar cuál si fuera bebe recién por amamantar esos enormes senos y duros pezones que de inmediato se erizaron y se pusieron más grandes y duros ante el diestro trabajo que le prodigaban…el gordo no hablaba solo mamaba como becerro…la mujer solo emitía quejas ya que seguía luchando, así estuvieron buen rato.
El hombre se fue bajando poco a poco para prodigar mismo tratamiento en el plano y bello vientre de la mujer que ahora estaba dominada de sus piernas por los brazos del sujeto que no perdía el tiempo para pasar sus manotas por las partes de pierna que podía tocar.
Erika acostumbrada a comer y no malpasarse, ya sufría los estragos de no ingerir alimentos, la sesión con su suegro y todo esto, le empezaban a bajar la guardia, ya no tenía fuerzas para seguir pataleando o quitarse de encima al viejo gordo, estaba casi de su mismo tamaño, pero a pesar de su obesidad era más fuerte.
Ahhhhhhhhh, no pudo refrenar el fuerte gemido cuando su secuestrador le introdujo su lengua en su vaina que ya empezaba a ponerse muy húmeda…ahora el sujeto la tenía presa de sus piernas con sus fuertes brazos y tenía hundida su cara en su intimidad.
Un rato largo le pareció a Erika la mamada que le estaban poniendo, tuvo que cerrar fuertemente su boca y tragarse algo de su sangre que escurría aún por su boca para refrenar los gemidos que su ser le pedía, empezó a llorar en silencio ya que se daba cuenta que sería violada por primera vez en su vida, pero sabía que lo gozaría…su mente no aceptaba que su cuerpo se viera vencido…gran paradoja.
Sin que se diera cuenta dejo de patalear, relajando sus piernas con lo cual implícitamente aceptaba que ahí se la encularían….hummmmmmmmm, ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy, ayyyyyyyyyyyy, quueeeeeeee
Un fuerte orgasmo le llego, le habían chupado sus senos a más no poder, le habían practicado un oral a más no poder, le habían metido mano a más no poder,  lo lógico era que llegará a ello…quedo desmadejada, dejándose hacer por el turbo hombre que la tomo de su espalda.
Ven siéntate, déjame atenderte como la reina que eres, le dijo el viejo, ayudándola a ponerse sentada, para lo cual tuvo que manipular el amarre, pero sin soltarla, se ve que era hábil con ello.
Erika quedo ahora sentada, pero amarrada de sus puños a los barrotes de la cama, con lo cual su espalda no quedaba por completo repegada a la cabecera.
¿Tenías hambre? Pues ahora vas a comer ñonga…haber abra su boca pendeja y a mamar y cuidadito con que salgas con una mamada, porque no te la acabas.
Erika tenía ante sí esa enorme verga, el sujeto ahora estaba de pie frente a su boca, sin remedio abrió su boquita para tratar de mamársela, pensó que si le metía ganas podría hacerlo venir y ganar tiempo, por lo que empezó a hacer su trabajo lo mejor que podía.
Asiiiii, perriiitaaa biennn que te encanntta la reattaaaa….ahhhhhhh, putttaaaaa a mmmarrmmmamaarrrr
Erika estuvo así un buen rato, al estar recién limpiada la verga, no le desagrado en nada su sabor, al contrario el sentir esa dureza le mantuvo la calentura, afortunadamente no podía gemir al estar ocupada en tan noble tarea para las mujeres, de lo contrario Don Pedro se hubiera ufanado aún más y sus palabras serían más contundentes…
Ahhhhh, eresss una experta mamadora….te encanta la reata, ya verás que tu solita vas a pedir verga.
Un buen rato estuvo mamando caña de ese viejo gordo, el primer sujeto que contra su verdadera voluntad tenía que realizar tal faena.
Ahhhh….quietecita, ya….es momento de dártela.
Una sollozante Erika: No por favor, por favor no me hagas nada….mira yo puedo ver que  te den todo el dinero que quieras, pero no me hagas nada.
Jajja, de esta nadie te va a salvar, así que chilla y grita con todo, nadie te va oír, no hay vecinos cerca.
Erika pensando que podría aún desarmarlo: Pero desamárrame, me duelen mucho los brazos, ¿sí? Te juro que ya no intentare nada.
Cierto, es incomodo como estás, déjame ver…El viejo Don Pedro ya desamarraba una de las manos pero se la paso por detrás a la mujer y se la amarro a la otra mano por detrás, misma operación a efectuar con la otra, por lo que de todos modos quedo aún más desprotegida…mami, ni te creas por un momento que creo en tus palabras, pinches viejas son bien ladinas y claro que tú lo eres…pero de qué vas a pedir verga, de eso me encargo yo.
Acto seguido la acostó boca abajo colocándole una gran almohada por debajo a la altura del nalgatorio, quedando totalmente expuesta a lo que quisiera el sujeto hacer.
Estando así las cosas, empezó a darle una mamada de culo y vagina de dios padre, la lengua avasalladora, caliente, rasposa, larga e intrusa invadió con todo los dos recintos sagrados de toda mujer…las manos y boca  tampoco estaban quietas, ahora con mayor libertad dada la posición Don Pedro se estaba dando un verdadero festín de carne femenina, los senos ya mostraban visibles huellas del manoseo y de las caricias llenas de lascivia, los pezones estaban que estallaban de lo excitados que estaban, los fluidos de la rubia eran bastantes y vastos…la boca del hombre dejaba escurrir parte de ellos, cuando metía sus dedos estos salían empapados…aun así, la hembra mordió las sucias sabanas para no evidenciar que ya jadeaba con todo, simplemente era un tratamiento que tarde que temprano lograría despertar todo su animal sexual.
Ahora Don Pedro pasaba su erecta virilidad por ambas rajaduras…ahí ya la hembra no pudo aguantar más el olor a humedad y suciedad que las sabanas proyectaban a su fina nariz y ya prefiriendo respirar mejor separo su boca, pero más que nada para gemir a todo pulmón, ya no podía soportar más el calentamiento que con maestría ese viejo y feo sujeto le estaba haciendo, el hecho de no verlo cara a cara en lugar de disminuir su calentura, la aumento al no ver al feo tipo, ya no le importo nada y empezó a gemir y sollozar con todo…gemir de calentura y sollozar por reconocer que no podía separar su cuerpo de su mente, era una violación inminente pero la gozaría cual si fuera una verdadera puta hambrienta de carne…..hummmmmmm, ayyyyyyyyyy, hummmmmmmm, hummmmmmmm, hummmmmmmmm, hummmmmmmm, ayyyayayyayyayya
Su mente prevalecía al no emitir palabra alguna, pero sus gemidos ya eran de que estaba lista para ser empalada, pero el sabio viejo de Don Pedro la seguía atormentando con su pene, manos, boca, su misma panza que se la refregaba en todo el cuerpo y que resultaba del agrado de la hembra ya que  sentía como si la estuvieran masajeando con rodillos, hasta eso, la protuberancia del hombre debido al exceso en el comer y en el beber resultaba un afrodisiaco tangible….hummmmmmmm, ayyyyyyyyyy la hembra gemía con todo, sus sollozos ya disminuían, pero no daba su brazo a torcer.
Unas cuantas palabras soeces y una  pregunta fue el detonante de lo que seguiría: Ya vez mamacita, bien que te gusta, te mueves, retuerces y gimes como la vil callejera que eres, pinche vieja rica, todas son iguales, les encanta la reata, mamita, ¿Quieres que te la meta? ¿Quieres que te coja? Y seguía pasando su gruesa verga por los pliegues del hoyito del culo abriéndolo y por el de la humedecida vagina que hasta parecía quererlo succionar ya.
Una vencida, humillada, lagrimeante Erika en una voz susurrante solo alcanzo a decir: siiiiiiiii.
¡Si, que! pendeja, cambiando de actitud el hombre dominador para pasar con furia el pene por esos orificios femeninos…no te escucho, pídelo como toda hembra caliente.
Siiiiii quiieirrooroo queee meee laaa metaasssssss
¡Que te meta que!
Metemememee tu   verggoootttaaaaa, yayaaaaaaa
Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy, brutootoooooooooo el cabrón se la dejo ir por el hoyo negro chiquito de un solo golpe…..ayyyyyyyyyyyyyyyyyy Ella pensaba que se la iba a meter por su vaina, pero el desgraciado se fue por el otro lado, aunque estaba dilatado, pero no como para recibir tremendo monstruo de víbora….ayyyyyyyyyyyyyyyyyy saacaccaaaaaa dueleleleeel, arddeeeeeeee
Placcc, palcccc las nalgadas sonoras que un desquiciado y furibundo Don Pedro le puso a ambos cachetes de la hembra resonaron en el cuarto….el sonido de las arremetidas era muy fuerte haciendo golpear con todo los barrotes metálicos  de la cabecera…clarito vio Don Pedro como su pene salía con restos de sangre, le había roto unos vasitos sanguíneos del recto a la mujer…ella lloraba y gemía de dolor, pero de a poco sus gemidos cambiaron de tono por unos evidentemente de placer y hasta le pareció sentir como se arremolinaba y empezaba a mover sus caderas al ritmo salvaje de la copula que le estaban metiendo…..ayyyyyyyyyyyyyyyyy, hummmmmmmmmmm, hummmmmmmmmmmmmmm
¿Te gusta nalgona?, Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Jajaja, ya vez nos la vamos a pasar bien rico….
Se la estuvo empinando un buen rato…pero dejo de culearla en un momento dado, se salió del cuarto sin decir nada, Erika escuchaba que algo hacía en la otra estancia. La casa era pequeña y podía oír que algo manipulaba, seguramente le tendería una trampa a su socio, luego regreso y vio como atrancaba el cuarto por dentro. Prendió la radio, era una vieja estación de amplitud modulada (AM) que de inmediato reconoció como la preferida de Roger…con tristeza se acordó cuando escuchaba dicha programación con el negro Luis…esto no se asemejaba en nada a ello, estaba siendo violada y aunque estaba gozando con ese pene grueso, largo y curvo era contra su voluntad, con miedo vio que Don Pedro la volteo para ponérsela ahora de frente a la cama y como con parsimonia se colocaba sus piernas en sus hombros, le empezó a pasar de nueva cuenta el vergón ahora por su rajadura…así estuvo buen rato y de repente le magreaba los senos e incluso la besaba, besos que le quemaban y a los cuales muy a su pesar correspondía con pasión salvaje.
Lo peor es que el tipo ni siquiera hablaba mucho como para convencerla, solo como ahora que le preguntaba una torturante ocasión más: ¿Qué quiere la rica Sra. Erika Garza? Heeee
Erika volvía a sollozar quedamente, pero ya sin fuerza de voluntad, gemir cachondamente: Piiiincheeee caaaabroooooón sígueeeeeme coooogieeeendoooo con esa cosoooota queeee tieeeeenes…
¡Qué cosas dice la Sra. elegante! Pida las cosas con decencia…jajaja
Erika que ya estaba cerca del orgasmo, suplicando le dijo: Porrr favorrr Donnn Pedrrroo metammee su vergagaa
Jajajaja, ya vez te dije que tu solita pedirías verga, pues ahí te vaaa…..que se la deja ir con todo por su rajadura, en esa posición el curvo, ancho y largo pene le entro con todo a la rubia…de nueva cuenta y por primera vez ese gordo y feo sujeto se la estaba beneficiando a base de bien por su intimidad….placa, plac, palccc,,,,le estaban dando con todo, duro y constante….calculo que apenas había transcurrido unos cincuenta minutos, todavía tardaría en llegar el otro sujeto….los ruidos de la violación se conjugaban con los de la canción…Mijares y Lucero entonaban “El privilegio de amar”….Continuara
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“Becaria y sumisa de un abogado maduro” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Julia, una joven estudiante de derecho, se entera que el más prestigioso bufete de abogados de Barcelona anda contratando becarios. Decidida a no perder esa oportunidad, se presenta en sus oficinas y gracias al escote que lucía, consigue que Albert Roser, el fundador de ese despacho, la contrate como su asistente.
La muchacha es consciente de las miradas nada profesionales de ese maduro, pero eso no la hace cambiar de opinión porque en su interior se siente alagada y excitada. No en vano, desde niña, se ha visto atraída por los hombres entrados en años y con corbata.

A partir de ahí,  SE SUMERGE en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

INTRODUCCIÓN.

El inicio de esta historia se desarrolla en el piso treinta y seis de la torre Agbar, el rascacielos más famoso de Barcelona, dentro de uno de los bufetes de abogados más importante de todo el estado. Josep Lluís Cañizares, uno de sus socios llevaba todo el día estudiando una denuncia contra uno de sus clientes y por mucho que intentaba encontrar una vía con la que este saliera inmune, le estaba resultando imposible. Por ello desesperado, decide ir a ver a su jefe. Como tantas veces al entrar en su despacho comprobó que enfrascado en sus propios asuntos y que por ello no le hacía caso:
―Albert, el pleito de la farmacéutica no hay por dónde cogerlo. Son culpables y sería un milagro que no les condenaran.
Su superior, un hombre de cincuenta años y acostumbrado a lidiar con problemas, levantó su mirada y pidió que le explicara el porqué.
Josep era el más joven de los socios del despacho y sabía que su puesto seguía en el alero. Cualquier tropezón haría peligrar su carrera y por eso tomando asiento, detalló las evidencias con las que tendrían que lidiar en el juicio.
Después de diez minutos de explicación, el cincuentón se ajustó la corbata al cuello y de muy mal humor, soltó:
―Serán imbéciles, ¡cómo es posible que hayan sido tan ineptos de dejar pruebas de ese vertido!
La rotundidad de los indicios haría que el caso tuviera un desenlace previsible y funesto. Su colaborador tenía razón. ¡Era casi imposible que su cliente se librara de una multimillonaria multa!
― ¿Qué hacemos? Se lo decimos y que intenten pactar un acuerdo.
Albert Roser, tras meditar durante unos minutos, aclaró su voz y respondió:
―No es planteable por sus consecuencias legales. Además de la multa, todo el consejo terminaría en la cárcel. ¡Hay que buscar otra solución! ¡Esa compañía es nuestra mayor fuente de ingresos!
Fue entonces cuando medio en broma, su subalterno respondió:
―Como no compremos al fiscal, ¡estamos jodidos!
Sus palabras lejos de caer en saco roto hacen vislumbrar una solución en su jefe y soltando una carcajada, respondió:
―Déjame pensar, seguro que ese idealista tiene un punto débil. En cuanto lo averigüe, ¡el fiscal es nuestro!

Mientras eso ocurría, a ocho kilómetros de allí, Julia Bruguera, una joven estudiante de último curso, estaba jugando al tenis en el Real con una amiga. Para ella, ese selecto club era un lujo porque no se lo podía permitir al no tener trabajo ni visas de conseguirlo. Por eso cada vez que Alicia la invitaba, dejaba todo y la acompañaba.
No llevaban ni cinco minutos peloteando cuando sin darle importancia, la rubia comentó:
―Por cierto, mi padre me ha contado que en un bufete andan buscando una becaria para que trabaje con ellos.
― ¿Cuál? ― preguntó la morena francamente interesada.
―Si te digo la verdad no lo sé, pero espera que le pregunto.
Tras lo cual, cogiendo su móvil, llamó a su viejo. Julia esperó expectante mientras su amiga tomaba nota del nombre y de la dirección.
―Se llama Roser y asociados, están en la Torre Agbar.
Al escuchar de boca de Alicia que el despacho que andaba buscando abogadas en prácticas era ese dijo a su amiga que se acababa de acordar que tenía una cita y poniéndose una camisa, se fue directamente a casa para cambiarse.
«Ese puesto tiene que ser mío», sentenció y sin dejar de pensar en las oportunidades que ese puesto le brindaría para un futuro, tomó la Diagonal.
Veinte minutos después estaba aparcando frente a su casa en un barrio de Esplugas de Llobregat. Ya en su piso, sacó de su armario el único traje de chaqueta que tenía al saber que la vestimenta era importante en todas las entrevistas.
«Ese lugar debe estar lleno de ejecutivos con corbata», se dijo mientras involuntariamente se excitaba al pensar en todos esos expertos abogados con sus trajes.
Mientras se retocaba frente al espejo, la morena advirtió que se le notaban los pezones a través de la tela y por un momento dudó si cambiarse, pero desechó esa idea al imaginarse a su entrevistador entusiasmado mirándola los pechos.
«Joder, estoy bruta», reconoció mientras salía rumbo a ese despacho.
El tráfico estaba imposible esa mañana y por eso no fue hasta una hora después cuando se vio frente al imponente edificio.
«¡Quiero trabajar aquí!», pensó al entrar al Hall y comprobar que estaba repleto de ejecutivos.
Sabiendo que si se quedaba ahí observando a los miembros de esa tribu iba a volver su calentura, buscó un ascensor y tras marcar el piso donde iba, se plantó frente a la recepcionista. La mujer habituada a que aparecieran por ahí todo tipo de personas, la miró de arriba abajo y le preguntó que deseaba:
―Vengo por el empleo de becaria.
Educadamente, sonrió y le respondió:
―Señorita, siento decirle que ya no está disponible.
El suelo se desmoronó bajo sus pies al ver sus esperanzas hundidas. Durante unos segundos estuvo a punto de llorar, pero sacando fuerzas de su interior, rogó a la cuarentona que al menos la recibiera alguien de recursos humanos para poder darle su “ridiculum vitae”.
Por fortuna, justo en ese momento pasaba uno de los miembros del bufete que habiendo oído la conversación se paró y preguntó que pasaba:
―Una amiga me dijo esta mañana que tenían un puesto en prácticas, pero por lo visto llego tarde.
El socio le echó una mirada rápida y tras admirar la belleza de sus piernas y el sugerente escote que lucía, le pidió que pasara a su despacho.
― ¿Disculpe? ― preguntó la muchacha sin entender a que venía esa invitación.
― ¿No has venido por un trabajo? ― respondió― El de becaria está ocupado, pero no el de una asistente que me ayude con todo el papeleo ― y tomando acomodo en su sillón, hizo que la morena se sentara frente a él.
Mientras Julia no se podía creer su suerte, Albert Roser cogió el curriculum y lo empezó a leer sin dejar de echar con disimulo una ojeada a la cintura de avispa de la cría:
―Veo que tienes poca experiencia.
La morena se sintió desfallecer, pero como necesitaba el trabajo contestó:
―Realmente no tengo ninguna, pero ganas no me faltan y sé que podría compatibilizar el puesto que me ofrece con el máster que estoy terminando…― nada más decirlo se dio cuenta que había metido la pata y consciente de las miradas de ese maduro cambió su postura con un cruce de piernas para que ese tipo pudiera admirar la tersura de sus pantorrillas mientras rectificaba diciendo: ―…no tengo problema de horario y estoy dispuesta a trabajar duro todas las horas que hagan falta.
Albert embelesado por las piernas que tan claramente esa muchacha exhibía respondió:
―No pagamos mucho y exigimos plena dedicación.
―No hay problema― replicó la joven mientras con descaro separaba sus rodillas en un intento de convencer a su entrevistador regalando la visión de gran parte de sus muslos ―mis padres me pagan el piso y gasto poco.
Aunque realmente no la necesitaba el cincuentón decidió que si bien esa preciosidad puede que no sirviera como abogada al menos decoraría la oficina con su belleza y si como parecía encima se mostraba tan dispuesta, pudiera ser que al final sacara en claro un par de revolcones en la cama.
Por eso sin pensar en las consecuencias, respondió:
―Mañana te quiero aquí a las ocho.
Sorprendida por lo fácil que le había resultado el conseguir el puesto, Julia le dedicó una seductora sonrisa y tras despedirse de su nuevo jefe, moviendo su trasero salió del despacho.
Al despedirla, Roser se quedó mirando esas dos nalgas bien paradas y duras producto de gimnasio y mientras intentaba concentrarse en los papeles, no pudo dejar de pensar en cómo sería la cría como amante:
― ¡Está buena la condenada!
Ya sin testigos, cogió el teléfono e hizo una serie de llamadas preguntando por el fiscal, pero no fue hasta la séptima cuando un amigo le insinuó que ese tipo estaba secretamente enamorado de la secretaria de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Esa confidencia dicha de pasada despertó sus alertas y queriendo saber más del asunto, preguntó quién era esa mujer:
―Marián Antúnez. ¬
Al escuchar el nombre le vino a la mente la espléndida figura de esa pelirroja. Durante años cada vez que la había ido a ver a su jefe, había babeado al observar el estupendo culo de su ayudante. Las malas lenguas decían que era corrupta pero como nunca había tenido ningún motivo para comprobarlo, no tenía constancia de si era cierto.
«Tengo que hablar con ella», se dijo y tomando el toro por los cuernos, llamó al tribunal en el que trabajaba y directamente la invitó a comer.
La mujer acostumbrada a todo tipo de enjuagues comprendió que ese abogado quería proponerle algo y por eso en vez de aceptar una comida prefirió que fuera una cena. Su interlocutor aceptó de inmediato y quedaron para esa misma noche.
Al colgar, Albert sonrió satisfecho porque estaba seguro de que un buen fajo de billetes haría que ese bombón obligara a su enamorado a plegarse a los intereses de la farmacéutica….

CAPÍTULO 1

Con un sentimiento ambiguo Julia llegó a su apartamento. Por una parte, estaba contenta e ilusionada por haber conseguido un trabajo, pero por otra se sentía sucia por el modo en que lo había conseguido. Sabía que su futuro jefe no se había decantado por ella gracias a sus notas y que el verdadero motivo por el que le había ofrecido el puesto era por el exhibicionismo que demostró mientras la entrevistaba.
«No me quedaba más remedio», se disculpó a sí misma por usar ese tipo de armas, «pero una vez allí podré convencerle de que no soy solo una cara bonita».
Al recordar cómo se le había insinuado y la mirada de ese maduro recorriendo sus muslos mientras trataba de disimular conversando con ella, avivó el ardor que sentía entre las piernas desde entonces.
«Joder, ¡cómo ando!» se lamentó reconociendo de esa manera la calentura que experimentó al sentir los ojos de ese cincuentón fijos entre sus patas. Y no era para menos porque sabía que era algo que no podía controlar. Cuando sentía que un hombre la devoraba con la mirada, sus hormonas entraban en ebullición e invariablemente su coño se mojaba.
«Necesito una ducha», se dijo al sentir que nuevamente entre sus piernas crecía su turbación.
En un intento por sofocar ese incendio, se quitó el traje que llevaba y ya desnuda, abrió el grifo para que se templara mientras en el espejo comprobaba que, a pesar de sus esfuerzos, llevaba los pezones erizados.
«Tengo que aprender a controlarme», pensó molesta al meterse en la ducha y tener que aceptar mientras el agua caía por sus pechos que no podía dejar de pensar en ese tipo que sin ser un don Juan la había puesto tan caliente.
Reteniendo las ganas de tocarse, se lavó el pelo tratando de hacer memoria de la primera vez que se sintió atraída por alguien como él.
«Fue en clase de filosofía del derecho mientras don Arturo nos explicaba que el monopolio de la violencia era una de las características de los estados modernos», concluyó mientras rememora que estaba embobada oyéndole cuando de pronto empezó a sentir por ese enclenque una brutal atracción que la dejó paralizada.
«Joder, ¡cómo me puse!», sonriendo recordó su sorpresa al sentir que le faltaba la respiración mientras el catedrático explicaba a sus alumnos los enunciados de Max Weber y como entre sus piernas comenzó a sentir una desazón tan enorme que solo pudo calmarla en el baño y tras dos pajas.
Esperando que la mascarilla hiciera su efecto, cogió la esponja y echándole jabón, comenzó a frotar su cuerpo mientras a su mente le venía la conversación que había tenido con un amigo que estudiaba psicología. El cual, tras explicarle su problema, sentando cátedra sentenció que sufría una variante rara del síndrome de Stendhal por la que, en vez de verse afectada por la belleza artística, ella se veía obnubilada por los discursos inteligentes.
El olor a vainilla que desprendía su gel favorito no colaboró en tranquilizarla y con una excitación renovada, se dio cuenta que involuntariamente estaba pellizcándose los pezones en vez de enjabonarlos.
―Buff― exclamó en la soledad de la ducha al no poder controlar sus dedos que traicionándola estaban presionando duramente las negras areolas que decoraban sus pechos.
Incapaz de contenerse, tiró de su pezón derecho mientras dejaba caer su mano entre sus piernas. Mirándose en el espejo semi empañado, vio cómo dos de sus yemas separaban los pliegues de su coño y buscaban entre ellos, el pequeño montículo que formaba su clítoris erecto.
La imagen la terminó de alterar y subiendo una pierna al borde de la bañera, concentró sus caricias en ese lugar sabiendo que una vez lanzada no podría parar.
«¡Dios!», gimió descompuesta al sentir como sus dedos se ponían a torturar el hinchado botón con una velocidad creciente.
Temiendo llegar antes de tiempo, salió de la ducha, se puso el albornoz y casi si secarse se tumbó en la cama donde le esperaba su amante más fiel.
― ¿Qué haría sin ti? ― preguntó al enorme vibrador de su mesilla.
Tomándolo entre sus manos, lo acercó hasta su boca y sacando su lengua empezó a recorrer las abultadas venas con las que el fabricante de ese pene de plástico imitaba las de un pene real.
―Te quiero mucho, mi amor― le dijo viendo que ya estaba lo suficientemente lubricado con su saliva para que al terminar no tuviese su coño escocido.
Separando sus piernas, jugueteó con esa polla sobre su clítoris mientras se preguntaba si su jefe tendría algo parecido. Soñando que era así, cerró sus ojos y se puso a imaginar que al día siguiente era el glande de ese maduro el que en ese momento estaba presionando por entrar dentro de ella.
― Jefe, soy suya― gritó en voz alta al irse incrustando lentamente esa larga y gruesa imitación en su interior.
La lentitud con la que lo hizo le permitió notar como los labios de su vulva se veían forzados por el consolador y como tantas veces, esperó a tenerlo embutido para encenderlo y sentir así la dulce vibración tomando posesión de ella como su feudo. En su mente no era ella la que daba vida al enorme trabuco, sino que era el ejecutivo el que lo hacía moviendo sus caderas de adelante para atrás.
No pudo más que incrementar la velocidad con la que se empalaba al escuchar desde su sexo el chapoteo que su querido amante producía cada vez que lo hundía entre sus piernas y con un primer gemido, dejó claras sus intenciones de llegar hasta el final.
«Llevo meses sin sentirme tan perra», pensó para sí al imaginarse que su futuro jefe se apoderaba de sus pechos y mientras se regalaba un buen pellizco, lamentó haber dejado en el cajón las pinzas con las que en ocasiones especiales castigaba sus pezones.
―Estoy en celo― murmuró al sentir que su cuerpo temblaba saturado de hormonas y mordiéndose los labios, incrementó el ritmo con el que su amado acuchillaba su interior.
―Joder, ¡qué gusto! ― sollozó con los ojos cerrados al imaginar al maduro derramando su simiente por su vagina y con esa imagen en el cerebro se corrió…

CAPÍTULO 2

Mientras dejaba su flamante Bentley en manos del aparcacoches, Albert Roser dudó al ver la suntuosidad del edificio modernista donde desde hacía un par de décadas estaba ese restaurant, si no se había equivocado al elegir el Windsor para esa cita. Porque no en vano además de saber que al menos tendría que desprenderse de un par de cientos de euros, el ambiente romántico de su terraza podía ser malinterpretado por esa mujer y creyera que sus intenciones eran otras.
Pero tras sentarse en una mesa al borde de la Carrer de Còrsega, decidió que, si llegaba el caso, haría el esfuerzo de acostarse con ese monumento de rizada melena roja:
«Lo que sea por el bien de mi cliente», hipócritamente resolvió pidiendo a Jordi León, el sommelier, que le aconsejara un vino.
― ¿Ha probado lo último de Molí Dels Capellans? Su Trepat del 2014 es excepcional.
―No y viniendo de usted, ese caldo debe ser algo digno de probar― estaba diciendo cuando su acompañante hizo su aparición a través de la puerta.
La recordaba atractiva pero esa noche la señorita Antúnez le pareció una diosa. Enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a más de una, era impresionante. Y como buen observador, el delicado tejido completamente entallado a su cintura realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que no le pasó inadvertido.
«Joder, ¡qué buena está!», murmuró mientras se levantaba a saludarla, «no me extraña que ese cretino esté colado. ¡Es preciosa!».
La pelirroja consciente de efecto que producía en el abogado y que los ojos de su cita no podían dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, sonrió y con una sensualidad estudiada, se acercó y lo besó en la mejilla mientras le agradecía la invitación.
―Las gracias te las debería dar yo… no todos los días tengo el lujo de cenar con una belleza.
Bajando la mirada como si realmente se sintiera avergonzada, respondió:
―Exagera, aunque siempre es agradable escuchar un piropo de alguien como tú.
Aunque por sus palabras nada podía hacer suponer lo zorra que era, Albert supo que esa la mujer descaradamente se estaba exhibiendo ante él. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo, al colocarse la servilleta sobre las piernas, se agachó de manera que le regaló un magnifico ángulo desde el que contemplar su pecho en todo su esplendor.
Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creyó incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo su pantalón crecía un apetito sin control.
«Tengo que tener cuidado con esta arpía», Albert se repitió para que no se le olvidara el motivo por el que estaba ahí.
Del otro lado de la mesa, Marián estaba dudando que le gustaba más, si la magnífica merluza de pincho con asado de alcachofas que estaba sobre su plato o la cara de merluzo con la que ese alto ejecutivo la devoraba con los ojos y como no lo tenía claro, decidió preguntar por la razón de esa cena.
El cincuentón no se esperaba ese cambio de tema y más cortado de lo que le gustaría estar, contestó:
― ¿Extraoficialmente?
―Por supuesto― con tono dulce respondió mientras anudaba uno de sus dedos en su melena.
―Suponga que tengo un cliente al que un joven fiscal está metiendo en problemas y me entero casualmente de que ese idealista está secretamente enamorado de una mujer tan atractiva como ambiciosa.
Esa descripción no molestó a la pelirroja, la cual tampoco necesitó que le dijera el nombre de ese admirador para saber que estaba hablando de Pedro y mirando a los ojos a su interlocutor, contestó:
―Hipotéticamente hablando, si esa dama estuviera dispuesta a ayudar a su cliente, ¿qué tendría que hacer? Y ¿qué recibiría a cambio?
La franqueza con la que directamente se ofrecía a colaborar a cambio de dinero le confirmó que no era la primera vez que esa belleza participaba en ese tipo de acuerdos y tal y como había hecho ella, el abogado midió sus palabras al contestar:
― ¿Te he contado lo común que es que en un juzgado desaparezcan las pruebas? Conozco un caso en el que una caja llena de muestras de agua desapareció del despacho de un fiscal y cuando la parte defensora pidió un contraanálisis, se desestimó todo el expediente por la imposibilidad de contrastar los resultados del fiscal.
Habiendo lanzado el mensaje, Albert se puso a comer mientras su pareja hacía cálculos porque con solo esa información había averiguado de qué teman se trataba porque no en vano la última noche que había follado con Pedro, ese encanto no había parado de hablar de la multa que le iba a caer a una farmacéutica francesa.
«Una comisión lógica es del cinco por ciento y sobre veinte millones, estaríamos hablando de un kilo», pensó mientras producto de su avaricia los pezones se le ponían erectos bajo la tela.
Como buena negociadora, dejó transcurrir los minutos sabiendo que la espera empezaría a poner nerviosa a su contraparte y ya en el postre, tomando la mano de Albert entre las suyas, comentó:
―Sabes cariño, ayer estuve viendo en internet un apartamento en las Ramblas. Era precioso, luminoso y con unos ventanales enormes. Lo único malo era el precio, el dueño quería dos cientos mil de arras y otros ochocientos al firmar la escritura.
―Me parece un poco caro― respondió el abogado intentando negociar.
Entonces ante su sorpresa, la estupenda pelirroja le cogió la mano y poniéndola sobre sus piernas desnudas, con cara de putón desorejado, contestó:
―Ya sabes el boom inmobiliario, lo único bueno es que en la oferta se incluía la cama y no te haces una idea de lo maravillosa y suave que es.
―Lo supongo― contestó con su pene totalmente erecto al sentir la tersura del muslo que estaba acariciando y mientras intentaba calmar la comezón que tenía, llamó al camarero y le pidió una botella de cava con el que brindar.
Haciéndose la tonta y mientras separaba las rodillas dando mayores facilidades a los dedos que recorrían su piel rumbo a su sexo, preguntó que celebraban.
― ¿Necesitamos un motivo? Pues imaginemos que consigues el dinero― y levantando su copa, exclamó: ― ¡Por tu nueva casa!
Marián sonrió al oír ese brindis y cerrando el acuerdo con un beso en los labios, permitió que las yemas de ese cincuentón tomaran al asalto el fortín que escondía entre las piernas.
Durante un minuto, la pelirroja disfrutó del modo en que Albert la masturbaba en público hasta que sintiendo que faltaba poco para que se corriera, decidió que era suficiente anticipo y retirando la mano del abogado, le dijo que esperaba noticias suyas tras lo cual y sin mirar atrás desapareció por la puerta.
«¡Será puta!» murmuró entre dientes el cincuentón mientras pedía una copa para dar tiempo a que el bulto de su pantalón no fuera tan evidente.
Saboreando el whisky de malta comprendió que a pesar de ese abrupto final la noche había resultado un éxito porque podía asegurar a su cliente una sentencia favorable a sus intereses siempre y cuando se aviniera a pagar dos millones de euros.
«Uno para mí y otro para esa zorra», se dijo mientras se imaginaba sodomizando a la pelirroja en un hotel. Lo malo fue que, al hacerlo, su calentura lejos de amainar se incrementó y pidiendo la cuenta, decidió que al salir iba a ir al burdel de siempre donde una putita conseguiría apaciguar su incendio.
Veinte minutos después, estaba entrando en el discreto chalé convertido en tugurio. La madame, Alba “la extremeña”, lo recibió con unos abrazos reservados solo para los grandes clientes y sin que tuviera que pedir, mandó a la camarera que le pusiera un Macallan.
Apenas había acomodado su trasero cuando las putas empezaron a desfilar frente a él. Albert, conocedor experimentado de ese ambiente, decidió esperar a que todas las mujeres hubiesen modelado para tomar una decisión. Por su presencia pasaron rubias, morenas y pelirrojas, españolas y extranjeras, jóvenes y maduras, pero por mucho que miraba, no conseguía que ninguna de esas bellezas le motivara.
«Hoy necesito algo especial», se dijo sabiendo que, si al final no elegía a ninguna, vendría la dueña del lupanar a ofrecerle su ayuda.
Como había previsto, “la extremeña” al ver que no estaba satisfecho con el ganado, se acercó y como una enóloga aconsejando a un cliente sobre un cava, le preguntó qué era lo que esa noche necesitaba.
El abogado le confesó la calentura que llevaba y el motivo de esta.
―Necesita desahogarse― sentenció la madame y sin cortarse un pelo, preguntó: ¿le apetece un culo al que castigar? La chica en sí no es gran cosa, me la ha mandado un amigo para que le ponga tetas y la enseñe.
― ¿Es plana?
―Como una tabla y aunque apenas la he probado, puedo decirle que es una perra con mucho futuro. Según su dueño, ¡acepta de todo!
―Tráela para ver si es lo que ando buscando.
―No se va a arrepentir― respondió la extremeña, dejándole con un par de exuberantes putas para que le hicieran compañía mientras tanto.
A los cinco minutos, la madame apareció por la puerta con una castaña de pelo largo que en un principio le repelió. Delgada, sin culo ni tetas parecía un espantapájaros.
Estaba a punto de rechazar la sugerencia cuando se percató que, con esas gafas rojas, la aprendiz le recordaba a una jueza con la que había tenido varios fracasos.
«Parecen gemelas», dijo para sí mientras volvía a florecer en él el odio que sentía por la magistrada.
Mientras tanto, la puta permanecía de pie sin ser capaz de siquiera levantar la mirada. La vergüenza que demostraba enfadó a la dueña del lupanar. Sin importarle la presencia del cliente y a modo de reprimenda, descargó sobre su culo un sonoro y doloroso azote.
―Sonríe, puta.
La novata sin nombre intentó sonreír, pero lo único que consiguió fue que en su cara se formara una extraña mueca. Ese gesto debería haber ahuyentado a cualquier interesado. Pero ese no fue así en el caso del cincuentón porque su pene reaccionó como un resorte al ver que, tras el castigo, los negros pezones de la fea aquella lucían totalmente erizados.
―Me la quedo― sonriendo informó a la dueña― pero necesitaría una habitación discreta.
―Por eso no se preocupe, tenemos una insonorizada― y dirigiéndose a la castaña, le ordenó que llevara al cliente a la numero seis.
Una zorra con experiencia se hubiese colgado del hombre que había pagado por ella, pero demostrando nuevamente que era una novata, se adelantó permitiendo que el abogado examinara su exiguo culo.
«Apenas tiene donde agarrar, mejor», relamiéndose reconoció porque su víctima así sufriría más.
Ya en el cuarto que le habían asignado, fue realmente la primera vez que se puso a examinar la mercancía y tras una decepción inicial al observar el bosque frondoso que tenía por coño, vio el cielo al separarle las nalgas y descubrir un rosado e incólume agujero.
«Esto no me lo esperaba», reconoció mientras introducía bruscamente una de sus yemas en el interior de ese ojete.
El grito de la novata confirmó sus sospechas y sin retirar su dedo, le soltó un primer mandoble con el ánimo de relajar a la castaña y que no estuviera tan tensa.
La actitud sumisa del monigote aquél lo envalentonó y añadiendo una segunda yema, siguió jugando con él mientras la muchacha se dejaba hacer consciente de no poder negarse.
―Ábrete de piernas― totalmente excitado el cincuentón exigió.
Las rodillas de la mujer se separaron para permitir las maniobras del cliente, el cual usando su otra mano bruscamente le introdujo dos dedos en su sexo y de esa forma descubrió que la que creía una mojigata, estaba disfrutando al comprobar que su cueva estaba empapada con el flujo que manaba de su interior.
El pene de Albert ya le pedía acción y por ello dándola la vuelta, le exigió una mamada. En silencio, la castaña se arrodilló y abriendo la bragueta, liberó la extensión del abogado.
Este satisfecho se sentó en el sofá y abriendo las piernas, la ordenó que se acercara. La muchacha con lágrimas en los ojos y de rodillas, se acercó a él con la mirada resplandeciente. El cincuentón supo de esa forma que iba a ser una buena mamada aún antes de sentir como la boca de la fulana engullía su pene.
Tal como vaticinó, era una verdadera experta. Su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio del glande, antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder su capullo, mientras las manos acariciaban los testículos del cliente.
La reacción de este no se hizo esperar y alzándola de los brazos la sentó sobre sus piernas, ordenando a la castaña que fuera ella quien se empalara. La oculta cueva entre tanto pelo le recibió fácilmente demostrando que la novata estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior.
Como no sabía ni quería saber su nombre, llamándola puta, le ordenó que se moviera. El insulto provocó que esa apocada e insípida mujer se volviera loca y para sorpresa de Albert, le rogara que siguiera humillándola mientras sus caderas se movían rítmicamente.
«¡Joder con la fulana!», pensó el abogado a sentir que la castaña había convertido los músculos de su chocho en una extractora de esperma que lo estaba ordeñando.
Ya sobrecalentado, desgarró el picardías que llevaba puesto, dejando al descubierto unos pechos que daban pena, pero cuyos pezones le miraban inhiestos deseando ser mordidos. Cruelmente tomó posesión de ellos con los dientes hasta hacerla daño mientras que con un azote la obligaba a acelerar sus movimientos.
―Gallo desplumado, ¡muévete o tendré que obligarte! ― le dijo al oído.
Demostrando lo mucho que le ponía la humillación, su sexo era todo líquido cuando, con la respiración entrecortada por el placer, obedeció moviendo sus caderas.
―Así me gustan las putas, calladas y obedientes― le susurró mientras con los dedos pellizcaba cruelmente sus pezones.
Satisfecho por la ausencia de respuesta, premió a la fulana con una tanda de azotes en el trasero mientras ella no dejaba de gritar de dolor y excitación.
Hasta entonces todo discurría según Albert deseaba, pero cuando la informó que la iba romper el culo, la castaña intentó huir de la habitación y eso le enervó todavía más.
Con lujo de violencia la agarró y la lanzó en la cama. La novata completamente aterrorizada no pudo evitar que su cliente cogiera su corbata y con ella atara sus muñecas mientras fuera de sí le gritaba:
―Te voy a enseñar quien manda.
La ira reflejada en los ojos de ese cincuentón provocó que histérica se riera y eso empeoró las cosas porque llevándola hasta el cabecero, este la inmovilizó anudando un extremo de esa prenda a una de sus barras.
Albert ya no era Albert sino un ser sediento de sangre porque para él esa mujer aglutinaba a todas las que en algún momento lo habían despreciado o causado algún mal.
Por ello sin preparar su trasero, le separó las nalgas, apuntó con su escote y de un solo embiste, la empaló brutalmente. Los chillidos de dolor que surgieron de la garganta de su acompañante le sonaron a música celestial y azuzado por esa seductora melodía, no paró de insultarla y de azotarla con la mano abierta.
Su víctima creyó que iba a morir en manos de ese ejecutivo y sabiendo que si quejaba iba a encabronar a ese maldito, con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que continuara esa locura. Para entonces el abogado la había empezado a cabalgar agarrado de sus pechos y aunque sabía la barbaridad que estaba haciendo, lejos de calmarlo, eso lo estimulaba.
Es más, al sentir que un brutal orgasmo se aproximaba, incrementó la velocidad de su ataque hasta inundando todo su intestino, eyaculó dentro de ella. Sus gemidos de placer y los gritos de dolor del mamarracho se unieron en una sinfonía perfecta que al final consiguió apaciguar a la bestia.
Por eso al sacar su miembro cubierto de sangre y mierda, se sintió satisfecho y dejando el dinero sobre la mesilla se fue mientras la puta lloraba, rota por la mitad, sobre la cama.
Ya en su coche, recordó descojonado que además de no saber su nombre, tampoco la había oído hablar:
―A esto se le llama una noche perfecta. ¡Una zorra callada y obediente!

Relato erótico: “Running” (POR SARAGOZAXXX)

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Running

Las primeras oleadas de buen tiempo comenzaban a hacer presencia en mi ciudad, señal de que debía comenzar a poner en marcha mi particular operación bikini. Al contrario que en otros años opté por ir a correr al parque en vez de apuntarme a un gimnasio. Estaba cansada de los moscones habituales de esos centros, y preferí practicar running al aire libre.

Por suerte en mi ciudad existe un parque bastante bien equipado para estos menesteres, al que acude gran cantidad de gente dispuesta a practicar y entrenar sus deportes favoritos al aire libre. Además, al estar relativamente cerca de una universidad, es habitual ver entrenar a mucha gente y numerosos equipos de muy diversas modalidades.

Sin duda el escenario ideal para mis pretensiones, puesto que además de ponerme en forma, me gustaba ver hombres correr en sus pantaloncitos cortos y ropa deportiva. Si hay algo que me pone es un tío enfundado en sus mallas marcando un buen paquete. A veces no puedo evitar fijarme en cómo se desplazan sus miembros de un lado a otro dentro de sus mallas. Es algo hipnótico para mi. Para colmo, esta clase de hombres suelen cuidar sus cuerpos, y cada uno en su estilo tienen su puntito que me pone.

Supongo que a ellos les pasará lo mismo, por eso me compré alguna que otra malla bien ceñida a mi cuerpo, pantaloncitos cortos, junto con camisetas ajustadas en la parte superior que resaltasen mis pechos. Ya os imagináis como os digo.

Recuerdo cuando me probé las prendas deportivas frente al espejo que me hicieron sentir divina. Incluso llegaban a marcarse algo mis labios vaginales a través de las apretadísimas mallas. Sabía que más de uno se fijaría en esa parte de mi cuerpo a la menor oportunidad, y sólo la idea de andar provocando al personal de esa manera hacía que comenzase a mojar mis bragas.

Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara, tengo treinta y un años, y estoy felizmente casada desde hace varios años con mi marido. Tenemos un niño en común al que adoro por encima de todas las cosas en este mundo, sin duda es lo mejor que me ha dado mi querido esposo, con el que últimamente nuestras relaciones sexuales son más bien escasas. Él se mata a trabajar para que lleguemos a final de mes, viaja mucho, y cuando regresa a casa dice estar muy cansado. Yo en cambio me considero una mujer muy “curiosa” sexualmente  hablando, y a veces no encuentro en mi marido lo que deseo.

Si quieres, puedes saber más sobre mí si consultas mi blog, allí hay colgada alguna foto mía, espero que te guste:

saragozaxxx.blogspot.com.es

A lo que íbamos…

Recuerdo la primera tarde que acudí al citado parque. Como estaba algo lejos de mi casa decidí desplazarme en coche, de esta forma podía dejar en el interior del auto todo aquello que no me fuese imprescindible para hacer ejercicio, y tan solo debía guardar la llave del coche en el bolsillito del interior de mis mallas. Como digo no tenía que llevar objetos innecesarios salvo el móvil que amarraba a mi antebrazo y los cascos para escuchar música mientras corría.

Me lo tomé como una primera toma de contacto, no quise forzar la máquina y me propuse disfrutar de las sensaciones y del esfuerzo. Incluso me bajé una aplicación para el móvil que te decía los kilómetros recorridos, la velocidad media, las pulsaciones, las calorías gastadas…, vamos que estaba como una niña con juguete nuevo.

Reconozco que me costaba respirar y encontrar el ritmo al principio, pues estaba algo desentrenada de un largo invierno sedentaria en casa. Aún así las primeras sensaciones fueron muy agradables. Podía notar las miraditas de cuantos hombres me cruzaba en mi camino, e incluso podía sentir algunos que otros ojos como si los tuviese clavados en mi culo. Me hizo gracia, y debo reconocer que todo ayudaba a continuar y esforzarme un poco más.

Tras la primera ronda al parque, unos veinte minutos corriendo a una media de diez kilómetros por hora según el móvil, pude ver que había un par de zonas habilitadas con aparatos como si de un gimnasio se tratase. Había espalderas, bancos para hacer abdominales, bicicletas estáticas, bancos de pesas, máquinas de remo,…etc., y sobre todo elípticas.

Siempre me han gustado mucho las elípticas, pues además de modelar mis piernas realzan mis glúteos. Así que decidí probar con esta máquina, una sesión de otros veinte minutos y luego vuelta a realizar otra tanda de running antes de retirarme a casa. Para primer día no estaba nada mal, total una horita de entreno.

Al día siguiente me dolía todo, pero no estaba dispuesta a renunciar. Esos días hacía buen tiempo para la fecha del año en la que nos encontrábamos y quería aprovecharlos al máximo. Además, al igual que el día anterior no quería perder la oportunidad de recrearme la vista contemplando a una treintena de machos atléticos sudados y marcando paquetorros en sus mallas. ¡¡Hay que ver cómo me ponen!!.

Los primeros días parecía un partido de tenis, que si mira ese que paquete marca, que si mira el otro que piernas mas peludas en sus pantaloncitos cortos, que si mira ese el ritmo que lleva, debe follar como los conejos,… y cientos de pensamientos semejantes que abordaban mi mente con mi marido lejos de casa mientras corría por el parque.

De nuevo regresé a casa con la satisfacción de saber que conservar y lucir tipo bien merece un esfuerzo para el cuerpo y un regocijo para la vista.

Con el paso de las tardes me dí cuenta que la mejor hora sin duda para satisfacer mis expectativas era al final de la tarde, justo antes del anochecer. Era cuando más machos aparecían sudando en la misma calzada que yo, moviendo sus paquetes de un lado a otro al ritmo de sus piernas. Supongo que por qué era la hora en que terminaban de salir de sus trabajos, de las oficinas, o de las clases en la universidad en el caso de los más jóvenes.

Recuerdo una tarde en la que sin darme cuenta pasé corriendo al lado de un grupo de muchachos que al parecer entrenaban a rugby.

.-“Que no me entere yo que ese culito pasa hambre” gritó uno de ellos mientras se giraba al verme cuando pasé al lado suyo.

“Si tú supieras” pensé yo nada más oírlo.

Me pareció algo vulgar y a la vez muy halagador, la situación más parecía propia de un obrero de la construcción que de un universitario. Me hizo pasar algo de vergüenza porque el resto del grupo se detuvo a contemplarme, pero aún con todo debo reconocer que le sentó muy bien a mi autoestima el piropo recibido.

Como estas se sucedieron alguna que otra anécdota más, que contribuían a que cada tarde saliese más contenta a correr. De hecho esperaba durante todo el día que llegase el momento de ir a hacer running con impaciencia. Creo que incluso llegué a obsesionarme con la idea.

Por otra parte cada día mejoraba mis tiempos y mi estado de forma. Pocos hombres podían seguirme el ritmo. En numerosas ocasiones pude adivinar como más de un gallito que otro trataba de seguirme a unos metros de distancia para disfrutar de la visión de mi culo, y a los que me encantaba dejar atrás para mayor de mi satisfacción.

Me decía a mi misma que aguantarían lo mismo follando que corriendo, y sentía cierto orgullo al descartarlos como amantes por su poco aguante.

El caso es que una tarde, mientras realizaba mi sesión diaria en la elíptica, no pude evitar fijarme en un hombre más o menos de mi edad, que comenzó a realizar ejercicios en las espalderas situadas prácticamente enfrente de la máquina en la que yo estaba.

Marcaba un paquete impresionante, sobretodo cada vez que doblaba las piernas haciendo sus ejercicios. Me quedé embobada como una tonta contemplando el bulto de su entrepierna. Además el tipo tenía un puntazo que estaba para hacerle un favor. Vestía como me ponen los tipos que salen a hacer deporte, con mallas y camiseta ceñida que le marcaban abdominales. Tampoco tenía pintas de ser el típico chulito de gimnasio, pero estaba claro que le gustaba cuidar de su cuerpo.

Estaba absorta en mis pensamientos cuando nuestras miradas se cruzaron un par de veces. Al principio no le dí mucha importancia, supuse que era normal que se fijase en mí. Pero con el paso del tiempo advertí que sus miradas eran tan insistentes como las mías. Yo no soy de las que reculan y continúe mirándolo descaradamente mientras él practicaba sus ejercicios y yo los míos.

La alarma del móvil sonó avisándome de que había concluido mi tiempo de preparación en la elíptica y que debía ponerme a correr otra vez según mi entrenamiento diario.

Me sonreí cuando advertí que aquel hombre al que no le faltaba atractivo dejaba sus ejercicios y se incorporaba a correr detrás de mí manteniendo cierta distancia.

Estaba claro que quería verme el culo. En esos momentos pensé:

.-“Tendrás que sudar para disfrutar de la visión de mi culo” y tratando de retarlo reconozco que aceleré cuanto pude el ritmo.

La gran mayoría de tipos se habrían quedado atrás hacia tiempo con el ritmo que me impuse, y sin embargo podía comprobar en cada curva, que mi eventual perseguidor se mantenía a la misma distancia detrás de mí. A los diecinueve minutos, el móvil comenzó a avisarme de que entraba en el último minuto de entreno, justo cuando iniciaba la mayor recta del circuito, así que decidí esprintar todo cuanto mis piernas daban de sí. Para mi sorpresa nada más acelerar el ritmo mi perseguidor comenzó a hacerlo también, incluso me pasó como una exhalación cuando yo me paré tratando de respirar totalmente exhausta por el esfuerzo.

Pude ver como se perdía en la distancia. Y tuve que reconocer que además de un buen paquete, el tipo tenía mucho más aguante que yo.

“Ese sí que debe follar bien” pensé al verlo alejarse en la distancia.

Al día siguiente sucedió prácticamente lo mismo que el día anterior, cuando llegó la hora de mi sesión en la elíptica, reconocí al mismo tipo de ayer que ya estaba realizando sus ejercicios, esta vez sobre el banco de abdominales. No supe que pensar, lo cierto es que no lo miré mucho. Tenía cierta vergüenza por haberlo mirado tan descaradamente el día anterior. No pensé que pudiéramos coincidir otras veces, tal vez me pasé. Al abandonar la tanda y comenzar a correr, de nuevo me siguió detrás a unos metros. Estaba desconcertada. ¿Qué se proponía?, pensaba mientras corría.

Esta vez decidí reducir el ritmo, lo lógico sería que me pasase, pero no fue así, el tipo continuaba detrás de mí todo el rato prácticamente a la misma distancia. Decidí correr a mi ritmo y no darle más importancia, pero lo cierto es que logró ponerme algo nerviosa, pues siempre me seguía manteniendo la distancia.

La escena se sucedió igual durante unos pocos días más. Al llegar a la zona de gimnasia él ya estaba allí como esperándome. No dejaba de mirarme. Llegué a la conclusión de que le gustaba y me esperaba intencionadamente. De alguna forma se convirtió en un pequeño admirador. Me costó un par de días atreverme a mirarle de nuevo a los ojos, pues he de decir que por primera vez en mucho tiempo me sentía intimidada por sus miradas. No suelo ser mujer que se amedentre en este tipo de situaciones, pero debo reconocer que aquel hombre me atrapaba con sus ojos. Por suerte la cosa no pasaba de miradas el uno al otro, y he de decir que enseguida fui yo también la que quise disfrutar de la visión del cuerpo de aquel tipo y de su llamativo paquete. Además con el paso de los días incluso me gustó exhibirme un poco para él. Se convirtió en una especie de juego para mí.

Así se sucedieron los días, todo transcurrió igual durante un par de semanas hasta que un día pude comprobar cómo se incorporaba a correr detrás de mí durante la primera sesión de running. Supongo que ya se habría percatado que no uso ropa interior bajo mis mallas. Ese día para mi asombro, tuve que contemplar como transcurridos los primeros veinte minutos del tiempo de correr, y llegado el momento de dirigirme hacia la zona de gimnasia, el tipo me adelantó en los últimos metros al sprint para llegar antes que yo a la elíptica. Se me quedó cara de boba contemplando incrédula como practicaba los ejercicios que me tocaba realizar a mí en su lugar sobre la máquina.

.-“Perdona, ¿vas a estar mucho tiempo?” le pregunté algo enfada por su actitud infantil cuando llegué a la máquina.

.-“Será un placer cedérselo, señorita” apuntilló con un particular acento sudamericano mientras descendía de la máquina para ofrecérmelo entre gestos de galantería.

Era la primera vez que intercambiábamos dos palabras y para nada me esperaba ese acento en su voz. Me quede francamente sorprendida. El tipo se puso a realizar sus ejercicios de abdominales mientras me devoraba de nuevo con la vista. Esta vez me fijaba en él tratando de adivinar su procedencia. No parecía ni cubano, ni argentino, ni mexicano por el acento. ¿Qué más acentos podía conocer?. No sabría muy bien precisar. Me fijé en su aspecto, su apariencia me despistaba, ¿de dónde podía ser con ese acento?.

El caso es que se me pasó el rato tratando de adivinar su misteriosa procedencia mientras nos observábamos mutuamente. Lo que no me sorprendió es que cuando transcurrieron los veinte minutos de mi entrenamiento en la máquina, se incorporase a la carrera unos metros detrás de mí como todos estos días atrás.

Yo me lo tomaba como un juego, aceleraba o aminoraba el ritmo a mi antojo, y él siempre permanecía detrás como un guardaespaldas. Sin quererlo ese día nuestra relación había dado un pequeño salto, pues a partir de entonces llegado el momento de la gimnasia siempre intercalábamos alguna que otra palabra.

.-“Buenas tardes” me decía al verme.

.-“Buenas tardes” le respondía sin mucha más conversación.

.-“Hoy hace buen día” otras veces me hablaba del tiempo.

.-“Si, más calor que ayer” le contestaba con pocas palabras.

Desde luego se mostró un tipo totalmente educado y correcto para conmigo en todas las ocasiones.

Así transcurrieron algunos días más sin mucho más que señalar. Aunque reconozco que cada vez pensaba más en él, incluso antes de salir de casa escogía mi ropa de deporte tratando de llamar su atención. Me miraba más en el espejo, y mimaba cada pequeño detalle tratando de captar las miradas de mi guardaespaldas particular. Nunca pensé en serle infiel a mi esposo, simplemente me gustaba coquetear y sentirme deseada. Una pequeña travesura y nada más. Hasta que un día…

Lo recuerdo perfectamente, amenazaba lluvia y viento cuando salí hacia el parque, la humedad ambiental hacía más difícil el piso y la visibilidad. Las inclemencias del tiempo no lograron aún con todo que desistiera de mi particular operación bikini y del esperado encuentro con mi admirador.

Al dar la primera vuelta al parque ya pude advertir que era menos gente que otros días los que practicaban sus deportes. Comenzaban a caer unas tímidas gotas de lluvia que hacían que la práctica del deporte al aire libre no fuese tan agradable.

Al llegar la hora en la zona de gimnasia no hubo sorpresas, y como todos los días seguía aguardándome  mi particular guardaespaldas como yo lo llamaba. El caso es que al ser una zona de tierra y no asfaltada, debí llenarme la suela de las deportivas de barro. Cuando comencé a correr las sensaciones eran molestas y desagradables, por lo que ese día quise terminar cuanto antes. Así que recortaba cada esquina y el recorrido de mi vuelta. Al llegar a una zona de césped no fue menos y también quise acortar un poco el recorrido.

.-“Con esa rubia me iba a correr yo todos los días” escuché que gritaba el simpático tipo de otras ocasiones del equipo de rugby, con acento de recochineo en sus palabras, cuando pasé a su lado recortando recorrido.

Ese día no estaba de humor, y para mi desgracia me volteé con la intención de lanzarle una mirada intimidatoria al gracioso de turno, con tan mala suerte que entre el barro, el césped húmedo por la lluvia, y el mal giro, el destino quiso que resbalase y cayese al suelo provocando encima las risas estúpidas del resto del equipo que contemplaban la escena.

.-“La rubia ha caído rendida a tus encantos” escuché decir a otro gracioso.

Todo sucedió en un momento. Yo estaba airada y enfadada conmigo misma por haberme caído de forma tan torpe, pero sobretodo cabreada por haber hecho caso del estúpido comentario. Debía haberlo ignorado. Ahora estaba medio magullada en el suelo, pero sobretodo dolorida en mi orgullo por las risas que escuchaba.

.-“¿Estás bien?, ¿puedo ayudarte?” escuché el particular tono de voz de mi guardaespaldas que se ofreció a ayudarme a ponerme en pie. Sin duda había contemplado toda la escena al correr detrás mío.

.-“Gracias” dije mientras le daba la mano para incorporarme con su ayuda.

Al ponerme en pie pude darme cuenta que llevaba un raspón en la rodilla, mis mallas se habían roto en esa zona y además sangraba ligeramente. Para colmo al intentar andar  me dolía el pie una  barbaridad. Trataba de caminar pero me punzaba bastante en el tobillo cuando lo intentaba.

Mi guardaespaldas advirtió mi dolor al tratar de andar y me dijo:

.-“Calma, vayamos despacito hasta ese banco” dijo señalando un asiento de madera que había a unos metros al otro lado de la calzada. Me hizo indicaciones para que pasase mi brazo por encima de su hombro al mismo tiempo que él me cogía de la cintura y me ayudaba a caminar.

Yo en esos momentos solo podía pensar en el dolor que sufría cada vez que apoyaba mi pie. Con cierta dificultad logramos alcanzar el banco en el que pude sentarme a serenarme y calmar mis nervios.

.-“Gracias” le dije de nuevo al que apodaba de guardaespaldas mientras me sentaba en el banco.

.-“No hay de qué mujer” respondió de nuevo con su particular acento mientras se situaba con una rodilla postrada en el suelo delante de mis pies, y hacía el propósito de quitarme la deportiva del pie dolorido.

.-“¿Qué haces?” le pregunté al ver sus intenciones.

.-“Tranquila, soy fisioterapeuta” dijo tratando de transmitirme cierta confianza “déjame que le eche un vistazo, me temo que se te está inflamando el tobillo”. Yo contemplé sin ser capaz de reaccionar como me quitaba la deportiva y procedía a extraer también mi calcetín.

.-“Tienes unos píes muy bonitos” dijo nada más vérmelos.

Me desconcertó su comentario acerca de mis píes, pues estaban sudados e incluso algo malolientes. Ni tan siquiera me había pintado las uñas. Tras sus palabras mi guardaespaldas comenzó a mover a un lado y al otro el tobillo observando mis gestos de dolor al hacerlo.

.-“¿Te duele cuando hago esto?” me preguntó al tratar de mover de una forma concreta mi articulación.

.-“Si, bastante” dije realizando evidentes muecas de dolor que se reflejaban en mi rostro.

.-“En cambio dime que no te duele si hago esto otro” preguntó al tiempo que cambiaba el tipo de movimiento.

.-“No, así no tanto” dije algo más relajada.

.-“Me temo te has hecho una luxación en el maléolo, la cosa parece algo seria. Deberías ponerte hielo cuanto antes” pronosticó mirándome a los ojos desde su posición.

Yo no supe qué hacer ni que decir en esos momentos.

.-“Un esguince de tobillo” dijo tratando de aclarar los tecnicismos. Yo continuaba cariacontecida. El tipo en cambio me devolvía la mirada arrodillado a mis pies.

.-“Ohps” dijo incorporándose justo delante de mí “no me he presentado todavía, mi nombre es Rafael, pero puedes llamarme Rafa si lo prefieres”.

Juro que al quedar en pie justo delante mía mientras yo permanecía sentada en el banco, y a pesar de la situación, no pude fijarme en otra cosa que ese inmenso paquete bajo sus mallas a la altura prácticamente de mis ojos y a apenas unos centímetros de mi boca. Quedé como embobada a pesar del dolor.

Creo que él se dio cuenta de a donde se dirigía mi mirada.

.-“Si quieres puedo acercarte hasta dónde quieras” se ofreció caballerosamente interrumpiendo mi embelesamiento.

.-“Gracias, te lo agradezco, me duele muchísimo” dije tratando de ponerme en pie “tengo el coche aquí cerca” le dije señalando la dirección.

.-“Aún no me has dicho tu nombre” me preguntó una vez estuve incorporada.

.-“Perdona. Soy una desconsiderada. Mi nombre es Sara” dije acercándome a él para intercambiar los rigurosos besos de presentación.

.-“Encantado Sara” dijo al tiempo que me daba los dos besos para acto seguido agacharse a recoger mi zapatilla y mi calcetín. Se apresuró a meter éste dentro de la deportiva casi al mismo tiempo que me la entregaba en la mano.

Acepté que se hubiese agachado a recoger la zapatilla pues todavía estaba descalza de un pie en medio del parque.

Una vez le retiré mi deportiva, Rafael me levantó inesperadamente pasando un brazo por detrás de mis hombros y el otro por detrás de mis rodillas, alzándome en volandas entre sus brazos sin que pareciese que mi peso le supusiese el menor esfuerzo. Desde luego el Rafa estaba fuerte en comparación con mi marido que apenas podía levantarme.

.-“¿Dónde te llevo?” me preguntó una vez me acomodó entre sus brazos.

.-“Oh, es hacía allí” dije algo acomplejada aún por su maniobra, señalando el parking dónde había aparcado. Me agarré rodeando su cuello con mis brazos temerosa de caer.

.-“No quisiera causarte ninguna molestia” le dije después de que diese los primeros pasos conmigo en brazos.

.-“No es ninguna molestia, es todo un placer” me dijo sonriente con su misterioso acento.

Durante el trayecto en volandas pude comprobar la fuerza de sus biceps, la rigidez de sus abdominales, pero sobretodo pude apreciar el olor de su cuerpo. A pesar de estar evidentemente sudado desprendía un olor corporal que me resultó agradable. Creo que todas mis feromonas de hembra en celo estallaron nada más olerlo como macho. Además, era lo más romántico que habían hecho por mí en mucho tiempo. Por unos momentos recordé las escenas de la película “El guardaespaldas” en que la Whitney Houston era rescatada por el Kevin Costner de forma similar.

Estaba claro que el tipo no era tan guapo como el Costner, pero me daba igual en esos momentos. El caso es que se había portado como un caballero, había sido atento conmigo, amable y educado. Había pasado de ser mi guardaespaldas a ser una especie de superhéroe, de salvador particular.

Como el coche estaba algo lejos, y con el transcurso del tiempo, el cansancio en Rafael hizo que sus brazos decayesen un poco, y para mi sorpresa la parte más baja de mi culo comenzaba a rozarse con sus partes en cada paso. Yo estaba colorada de vergüenza por el particular roce entre nuestros cuerpos. Su miembro rozaba con mi culo sin que él pareciese percatarse de nuestro contacto. Quise pensar que se hallaba concentrado en el esfuerzo que le suponía llevarme en brazos.

.-“Ya está, hemos llegado” dije algo nerviosa en cuanto llegamos al parking, “mi coche es ese de ahí” pronuncié apuntando a mi pequeño utilitario.

.-“¡Qué casualidad!” exclamó Rafael, “está aparcado justo enfrente del mío” dijo señalando con la vista un lujoso mercedes estacionado frente al mío. Y tras pronunciar sus palabras me dejó junto a la puerta del copiloto de mi coche.

Sus ojos se clavaron en mi cuerpo cuando comprobó el lugar del que sacaba las llaves para abrir la puerta. Seguramente trató de adivinar el color de mi ropa interior, pero no la encontró a pesar de su atenta mirada, y creo que tuvo en ese momento una primera sospecha de que no llevaba ninguna prenda más en mi cuerpo salvo  mis mallas. Eso sí, enseguida se apresuró a ayudarme para que pudiera sentarme sobre el asiento del copiloto.

Antes de que pudiera hacer o decir nada alienada por el dolor, pude contemplar como Rafael se dirigía hacia el maletero de su coche y rebuscaba algo en su interior.

Regresó con un botiquín de esos de emergencia y de nuevo se arrodilló a mis pies con la intención de sanar mi tobillo. Al abrir su botiquín pude comprobar que llevaba un montón de utensilios con propaganda de laboratorios y cosas así. Entre otras cosas llevaba lo que al parecer y según me explicó era una bolsa de frío instantáneo de un solo uso.

Yo flipaba con el invento, pues al presionar en el centro de la bolsa se activaba el frío, que lograba alcanzar hasta diez grados bajo cero de temperatura según sus explicaciones cuando le pregunté. Sentí alivio cuando Rafael la ajustó a mi tobillo. Luego procedió a vendármela, empleó para cortar las gasas unas tijeras de esas tipo quirúrgicas, y me transmitió la confianza suficiente al pensar que se trataba efectivamente de un fisioterapeuta bastante profesional y muy bueno por cierto.

.-“Será, mejor que te cure esa herida también cuanto antes” dijo observando mi raspón en la rodilla mientras permanecía agachado a mis píes, “podría infectarse” dijo al tiempo que extraía un bote de iodo de su botiquín con la clara intención de desinfectar la herida.

Mis mallas estaban rasgadas a la altura de la rodilla e incluso comenzaban a pegarse con mi sangre y alguna piedrecita. Rafael me hizo señas para que me subiese las mallas por encima de la articulación a medio muslo despejando la zona, supongo que tratando de no mancharme, pero estas no cedían más y me era imposible recogerme las mallas como pretendía.

Tras varios intentos, ni corta ni perezosa opté por coger las tijeras quirúrgicas con las que Rafael cortase antes las vendas, y realicé una pequeña incisión en la parte inferior de mis mallas con la intención de que estas se abriesen un poco, y cediesen por encima de la rodilla. Pero para sorpresa de ambos, mis mallas se abrieron de par en par como la carrera de una media, desnudando el muslo de mi pierna por completo hasta que alcanzó la única costura en el elástico superior en la cintura, evidenciando que no llevaba ropa interior y dejando a la vista gran parte mi ingle en ese lado.

Los ojos de Rafael se abrieron como platos sorprendidos por la inesperada carrera de mis mallas que además de demostrar que no llevaba prenda interior, dejó adivinar que llevaba bien depilada la zona más íntima de mi cuerpo. Por suerte reaccioné a tiempo tapándome yo misma con las manos en zona tan comprometida mientras se me escapaba una risa tonta.

Rafael por su parte tomo el iodo y unas gasas, y procedió a lavar y desinfectar la rodilla afectada como si nada hubiera visto, aunque sus manos reflejaban el nerviosismo que de repente invadió su cuerpo.

.-“Ya está” dijo tras vendarme ligeramente también la rodilla, y acto seguido se incorporó enfrente mío.

De nuevo su abultado paquete quedó a escasos centímetros de mis ojos. Era inevitable por mi parte no mirarlo. Rafael, volvió a darse cuenta de mi inexcusable miradita a sus partes, todavía nervioso se retiró de nuevo hasta su coche y regresó con lo que parecía un pantalón de chándal de esos de algodón, tipo unisex.

.-“Ten, será mejor que te pongas esto por encima” dijo ofreciéndome la prenda.

.-“Gracias” dije sin haberme percatado antes de ponerme en pie de que a poco se me ve todo de nuevo, pues mis mallas habían quedado desechas. Rafael se volteó gentilmente al adivinar que en algún momento de recolocarme el pantalón de su chándal se me abrirían las mallas de par en par. Y de hecho así fue, al ponerme el pantalón tuve que soltar la tela de las mallas y estas se abrieron del todo desnudando mi zona pélvica, menos mal que Rafael estaba vuelto de espaldas y creo que no vio nada.

.-“No creo que puedas conducir así hasta tu casa” me dijo mirándome por el retrovisor lateral del coche mientras yo me ponía su chándal. Esta vez, no tuve tan claro que no me hubiese visto, de nuevo me puse colorada como un tomate.

.-“Ya me las apañaré como pueda” le dije tratando de evitar que se molestase en ofrecerme más ayuda.

.-“Deberías dejar que te lleve a casa” insistió por su parte.

.-“No hace falta de verdad, muchas gracias” traté de hacerle desistir.

.-“Insisto, no es ninguna molestia” y mientras decía estas palabras cruzaba por delante del morro de mi coche en dirección al asiento de mando.

.-“No tienes porque molestarte” le dije una vez más resignada a lo evidente mientras me acomodaba en el asiento de copiloto de mi propio coche.

A decir verdad no me hacía mucha gracia que se tomase tantas molestias, ni que supiese donde vivo y muchos otros detalles que seguramente deduciría durante el trayecto.

.-“Usted dirá” dijo el tal Rafael en plan taxista una vez se sentó al volante, puso el coche en marcha, y me miró expectante. No me quedó más remedio que indicarle mi dirección.

Así supo que vivía en un adosado en una zona residencial de la ciudad relativamente pudiente, a que se dedicaba mi marido y a qué me había dedicado yo antes de quedar en paro. Supo que mi marido viajaba mucho por su profesión y averiguó de esta manera que no habría nadie en casa cuando llegásemos. Supongo que también dedujo que pasaba largas horas sola en casa, aburrida, sin más entretenimiento que disfrutar y cuidar de mi cuerpo.

Por su parte me dijo su procedencia y de dónde venía su acento. Tal y como pensaba venía del otro lado del charco, sus abuelos eran españoles que emigraron para allá. Eso lo explicaba todo. Lo cierto es que parecía muy buena persona y la conversación durante el trayecto transcurrió de lo más amigable.

También me comentó que se vino para España a realizar sus estudios como fisioterapeuta, aquí se enamoró de una chica durante su época universitaria, y que luego lo dejó partiéndole el corazón. Aunque según me dijo sirvió para darse cuenta de que en realidad estaba enamorado de España en general y de las españolas en particular.

Antes de acabar la carrera encontró trabajo en prácticas en una prestigiosa clínica, y desde entonces no había dejado de trabajar.

Todo cuanto decía de las españolas eran alabanzas, que si somos muy buenas cocineras, que si somos muy guapas, que si muy ardientes y apasionadas en la cama… y como de tonto no tenía un pelo, aprovechaba la más mínima ocasión para piropearme y tratar de adivinar cómo era yo en realidad. Aunque creo sinceramente que le daba más o menos igual el cómo fuese, me miraba como si lo único que le importase fuese mi cuerpo, y todo lo demás fuera una excusa para cortejarme y llevarme a la cama, cosa que por otra parte digamos que  me agradaba e incluso lograba ponerme un poco.

.-“Las españolas suelen tener una mirada muy profunda y cautivadora” comentó en una de las ocasiones.

.-“Supongo que habrá de todo” le respondí yo haciéndole ver que no todas éramos iguales.

.-“Mírate tú misma, por ejemplo, tienes unos ojos muy bonitos” aprovechó la conversación para hacerme sentir halagada mientras conducía mi auto.

.-“Gracias” le dije “tú también los tienes muy bonitos” traté de devolverle el cumplido.

Al fin llegamos a casa, no me quedó otra que indicarle dónde estaba el mando a distancia que abría la puerta del garaje para que metiese el auto dentro de la cochera. Fue inevitable que me acompañase hasta el salón, aprovechó para agarrarse a mi cintura con la excusa de ayudarme a caminar. No paró hasta dejarme con el píe en alto, en reposo, en el mismísimo sillón de mi casa.

.-“Gracias estoy muy bien así” le dije una vez estuve acomodada en el sillón.

.-“¿Dónde tienes algún calmante?” me preguntó por los medicamentos que pudiese tener por casa.

.-“Oh, en el cajón del armario del baño” le dije indicándole la puerta del aseo en la misma planta baja de mi casa.

Luego se excusó retirándose al servicio señalado. Debo reconocer que estaba algo nerviosa por meter a un extraño en casa de manera tan inesperada. Una oye muchas cosas en las noticias y siempre mantienes la alerta y cierta tensión en estos casos. Sobretodo cuando escuché que zarceaba con el grifo del baño y se demoraba en salir.

.-“¿Ocurre algo?, ¿estás bien?” pregunté a gritos desde el sillón en el salón algo tensa por la situación.

Fue entonces cuando pude escuchar que se abría la puerta del baño y Rafael se presentaba en medio del salón con su camiseta empapada y con el torso desnudo.

.-“Creo que la he hecho buena” dijo con cara de apenado “la camiseta estaba manchada de sangre y he tratado de aclararla un poco, pero me temo que ha sido peor el remedio que la enfermedad” concluyó enseñándome su camiseta totalmente mojada entre sus manos.

Yo apenas pude reaccionar, estaba totalmente embobada contemplando su torso desnudo que marcaba unas tabletas de chocolate por abdominales como nunca había visto antes a un hombre. Al menos nunca tan cerca, y así en vivo, al alcance de la mano. En esos momentos era como un dios griego en mi salón. Creo que incluso hice el ademán de intentar acariciárselos. Se los hubiese tocado con mucho gusto, pero aguanté la tentación.

.-“Siento haberte manchado” dije excusándome nerviosa por la visión de su cuerpo, “veré si te puedo dejar alguna otra camiseta de mi esposo. No puedes salir así a la calle, pillarás un pasmo”, y dicho esto me dirigí renqueante en dirección al cuarto de la lavadora a ver si le podía prestar alguna camiseta de mi marido.

.-“Creo que ésta te podrá estar bien” dije acercándole la camiseta elegida cuando regresé al salón.

.-“Está bien gracias” dijo nada más ponérsela a pesar de que le estaba algo pequeña y le marcaba un poco las formas de su cuerpo. “Por cierto, tenías algún que otro antiinflamtorio en el cajón, me pareció ver diclofenaco, sería conveniente que te tomases uno” dijo mientras yo lo miraba embobada como movía sus sensuales labios al hablar mientras se vestía, yo bajaba mi vista a la vez que él su camiseta hasta su concluir la acción simultánea en su tremendo paquete.

Tras la maniobra y su recomendación se produjo un tenso silencio entre ambos durante unos segundos. Yo lo contemplaba anodadada de que un cuerpo pudiese tener tantos músculos, y él en cambio no dejaba de devorarme con la vista.

.-“Bueno pues nada” dije nerviosa y algo sonrojada.

.-“Bueno pues nada” repitió él como un tortolito.

.-“Será mejor que te vayas” dije evidentemente nerviosa por la situación “aún tienes un rato hasta que llegues hasta tu coche y se te hará tarde” traté de disimular mi estado.

.-“Si eso es, será mejor que me vaya” dijo dirigiéndose hacia la puerta de salida.

.-“Espero que pronto volvamos a correr juntos” dijo por última vez al despedirse bajo el umbral de la entrada.

.-“Ya también espero volver pronto a corrernos juntos” me traicionó la lengua trabándose evidenciando mis pensamientos “perdón, quería decir que también espero que volvamos pronto a correr juntos” corregí mi error articulando a duras penas a la vez que me ponía roja como un tomate.

Nada más cerrarle me apoyé de espaldas contra la puerta. “¿Qué me estaba pasando?” pensé, “¿qué son todas esas mariposas revoloteando en mi estomago?”.

No daba crédito a lo que me estaba sucediendo, me acababa de comportar como una adolescente en pleno estallido de hormonas. Aquello era una tontería carente de todo sentido. Yo era una mujer casada, aquel tipo  no dejaba de ser un autentico desconocido del que apenas sabía nada, y debía alejar de mi mente a toda costa todos los pensamientos impuros que se amontonaban en mi cabeza, impidiendo que pensase con cierta lucidez y coherencia.

Los días se sucedieron como una auténtica condena durante el tiempo que el doctor me recomendó reposo. Permanecía encerrada en casa sin poder salir ni siquiera a la calle, sobretodo los primeros días. Hasta la compra tuve que hacer por internet y pedir que me la trajesen a casa. Vamos, un completo aburrimiento.

Aproveché para leer unos cuantos libros que había empezado y que no había terminado. Me aburría de ver la tele, escuchar la radio, y navegar por internet.

Al menos tenía más tiempo para cuidar de mi cuerpo, ya sabéis, bañitos de espuma relajantes, con música e incienso, velitas, sales de baño y aceites esenciales en el agua y en el ambiente. Tuve tiempo de hacerme la manicura y la pedicura, de exfoliar mi piel, de combatir a base de cremas sus defectos, de hidratar mi cuerpo, hacerme la cejas, mimar el pelo, los dientes, dar volumen a los labios,… en fin, todas esas cosas que nos gusta cuidar a las mujeres.

Debo confesaros que entre tanto aburrimiento, solita en casa, con mi marido de viaje, y el hecho de prestar más atención a mi cuerpo que de costumbre, hizo que durante esos días me tocase en más de una ocasión. Al principio ocurría sin querer, sin buscarlo, por aburrimiento, comenzaba mimando mi cuerpo y la cosa terminaba como si nada, pero con unos ricos y ansiolíticos orgasmos. Con el paso del tiempo y el hastío de estar tanto tiempo sin salir de casa hizo que acariciarme surgiese casi como una necesidad diaria para evadirme.

No podía evitar pensar en mis sesiones de running, en la visión de los paquetes de los tíos moviéndose de un lado a otro dentro de sus mallas, en las piernas peludas y fuertes que veía, pero sobretodo terminaba pensando en Rafael y su poderoso cuerpo. Era inevitable que en algún momento que otro se colase en mis fantasías más secretas.

Imaginaba que me poseía en pie entre sus brazos. Era algo con lo que siempre había fantaseado, que un hombre fuerte y musculoso me hiciera, poseerme suspendida en el aire. Supongo que debido a que es algo imposible de que suceda con mi marido dada su complexión física. Ahora en cambio, era muy fácil ponerle cara a mi poseedor en tan sufrida postura.

También fantaseaba con la posibilidad de hacerlo en algún que otro banco del parque. Era curioso, las primeras veces que lo imaginaba el banco estaba oculto a la vista del resto de transeúntes, pero con el paso de los días esta fantasía fue evolucionando y al final me gustaba imaginar que me poseía expuesta en un banco a la vista de cuantos paseaban por el parque, y que incluso algún que otro anciano y deportista se masturbaba delante de mí tal y como había visto en días anteriores en cientos de videos circulantes por internet de esos de playas nudistas y parques.

Otra de las fantasías que más o menos me gustaba repetir era imaginar que Rafael me ataba a alguno de los árboles y me poseía de esa manera. Algo tipo bondage y cosas así, y con lo que tanto me gusta fantasear desde siempre. Solo que esta vez, supongo que cansada y aburrida de ver páginas de internet convencionales, buscaba algo nuevo con lo que estimular mi mente. No sé vosotras chicas pero a mí siempre me ha ido un poco el rollo bondage, exhibicionista y porque no decirlo también el tema voyeur, al menos en fantasías. Así que inevitablemente durante estos días navegaba por páginas con estos y otros temas fetiche.

Pero como digo, gracias a estos pequeños ratos se pasaron los días en las ausencias de mi esposo. Habrían transcurrido unos cuantos días desde el fatídico accidente cuando recuerdo perfectamente aquella mañana. Salía de darme mi ducha diaria y me embadurné el cuerpo de las correspondientes cremas hidratantes, reafirmantes, anti estrías, revitalizantes, y demás. Yo misma me sorprendí de encontrarme tan dispuesta  esa mañana, sobre todo tras lo ocurrido la noche anterior en la que comencé a navegar de madrugada por internet y terminé masturbándome otra vez como una loca. Esa mañana sabía que sería algo especial nada más darme crema por los pechos,  estos estaban muy sensibles debido a la traca de la noche anterior. Me fijé en que mi pubis llevaba un tiempo algo descuidado y decidí rasurármelo por completo.

“Así está mucho mejor” pensé tras examinarme frente al espejo totalmente afeitada sentada sobre la tapa del bidé. Cuando llegó la hora de hacerme la pedicura creí entender los estímulos de mi cuerpo…

Tenía las piernas flexionadas sobre la misma tapa para alcanzar a verme los píes. Lo cierto es que mis pies nunca me habían parecido especialmente sexys, es más, creo que como a todas las mujeres es la parte que menos nos gusta de nuestro cuerpo.

Sin embargo la noche anterior comencé navegando por internet curioseando páginas que tratasen acerca de la dolencia en mi tobillo. Cosas del estilo como recuperarse antes de una lesión de este tipo y temas parecidos. Buscaba ejercicios para favorecer el movimiento del tobillo, y consejos al respecto. Pero ya sabéis como son estas cosas que una página te lleva a otra, y esta a otra, hasta que alcanzada la madrugada terminé visionando páginas acerca del fetiche que tienen algunos hombres sobre los píes de las mujeres.

Era algo que nunca había logrado entender, pero esa noche cientos y cientos de imágenes de hombres adorando los pies de hermosas y no tan hermosas señoritas, martillearon mi mente logrando penetrar en mi subconsciente.

Sonreí al recordar como comencé acariciándome la noche anterior, como tantas otras veces sin querer al principio, sentada en el sillón del despacho de mi marido, frente al ordenador. Sucedió más o menos como siempre, al principio me toco los pechos por encima de la tela de mi pijamita mientras veo las imágenes que ponen a trabajar mi imaginación. Con el paso del tiempo y los estímulos, mis manos buscan el contacto directo de mis pechos. Si la cosa va por buen camino termino deslizando mi mano por debajo de los pantaloncitos del pijama, por el interior de mis braguitas, hasta masajear mi clítoris y hacerme algún dedo. La mayoría de las veces me corro algo aprisa de esta manera sentada frente al ordenador. En cambio otras, si la imaginación ya está disparada siento la necesidad de tumbarme sobre la cama a culminar lo empezado.

Anoche mi imaginación no solo estaba disparada, sino que estaba desbordada. Tuve la imperiosa necesidad de tumbarme en la cama a estimular con inusual frenesí  mis zonas más erógenas.

Recordé el momento en el que Rafael me desnudó el pie de mi deportiva tras la caída, el instante en el que arrodillado a mis pies en el banco del parque se deshacía de mi calcetín, venerando mis pies, tal y como acababa de ver en cientos de imágenes en la pantalla del ordenador. A esas alturas dos de mis dedos entraban y salían de mi coñito a toda velocidad mientras con la otra mano torturaba mis pezones, temblando y chillando de placer al ritmo de mi imaginación.

La noche anterior tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida imaginando que acariciaba el paquete de Rafael con mi píe desnudo por encima de sus mallas de deporte mientras él me inspeccionaba la zona dolorida. Podía sentir con toda precisión en mi mente, cómo mis dedos del pie palpaban su polla a través de la tela. La visión de su hermoso paquete enfundado en sus mallas se repetía una y otra vez en mi cabeza. Pero cuando de verdad me corrí fue cuando imaginé que a través de la tela de sus mallas apreciaba un miembro tan grande como mis píes. Yo calzo un treinta y nueve, lo que serían más de veintitantos centímetros de polla.¡¡Madre mía!!. Me corrí tan solo de pensar que la situación podía darse de verdad, ni tan siquiera había necesitado imaginar que me penetraba para correrme, y todo gracias a la recién sensibilidad explorada en mis pies.

En tiempo real y fuera de imaginaciones, esa mañana estaba sentada totalmente desnuda recién salida de la ducha sobre la tapa del bidé, y con el recuerdo de la noche anterior recorriendo mi mente, así que fue inevitable que mi cuerpo reaccionase al mimar cada dedo de mis pies. Además de mis manos, el mismo frio de la tapa estimulaba las sensaciones que percibía mi cuerpo en esos momentos. Como estaba con las piernas flexionadas, me recliné un poco más hacia delante para buscar nuevos estímulos y rozar mis pechos contra mis propias piernas. Me gustó jugar con la punta de mis pezones y mis rodillas, rozándose de esta manera dos partes de mi anatomía que nunca antes habían estado en contacto de manera tan juguetona, y todo ello a la vez que me acariciaba la planta de uno de mis pies extendiendo la crema hidratante.

Había leído que algunas mujeres son capaces de conseguir el clímax estimulando adecuadamente la planta de sus píes. Creo que lo llamaban el síndrome del píe orgásmico. Estudios científicos aseguran que algunas mujeres pueden alcanzar el orgasmo a través de sus píes. Consultando libros de reflexología oriental corroboraban que las teorías occidentales podían ser correctas, y yo, que soy muy dada a experimentar cosas nuevas quise probar. Además, leí un artículo en una revista que decía que siete de cada diez hombres eran atraídos por los pies femeninos. Mi marido sin duda era de los tres que faltaban en el estudio.

Advertí que a la vez que mantenía mis piernas flexionadas podía estimular mi clítoris con el talón de mis pies. Todo ello provocaba sensaciones nuevas en mi cuerpo. Era raro para mí estimular el clítoris con mi talón, era como un dedo gordo, torpe y áspero de la mano de un hombre, lo que lograba excitarme aún más. A la vez mis pechos se rozaban contra mis rodillas, y aún tenía libres mis manos para acariciarme por el resto de mi cuerpo. Inevitablemente una fue a parar a mis pechos y la otra a mi entrepierna.

Podía verme desnuda frente al espejo del baño sentada sobré la tapa del bidé, con una pierna flexionada tratando de estimular mi clítoris con el talón del píe, a la vez que refrotaba un pecho contra la rodilla y pellizcaba el otro con una de mis manos. Los dedos de la mano restante comenzaban a entrar y salir de mi interior. Podía verme con una cara de zorra frente al espejo en esa posición que lograba excitarme hasta límites desconocidos, al contemplarme a mi misma en posición tan indecorosa frente al espejo. Pensé en el imbécil de mi esposo, en qué pensaría si me viese de esa manera, no sería capaz de entenderlo, sería una pérdida de tiempo tratar de explicárselo. Nunca comprendería que estaba tan, tan, tan necesitada. Porque en el fondo era eso lo que veía reflejado en el espejo, una mujer desesperada hasta el punto de excitarse al más mínimo roce.

Enseguida los dedos que hurgaban en mi interior se aceleraron paralelamente a la proximidad de mi orgasmo. Mi mente y mi cuerpo ya estaban desbordados, de nuevo me imaginaba acariciando con mi pie la polla de Rafael a través de sus mallas. Incluso tuve que morderme en la rodilla para no chillar y alertar a los vecinos debido al placer que experimenté en los primeros espasmos de mi orgasmo cuando…

¡Ding, dong! Llamaron a la puerta.

“Maldita sea no puede ser” pensé.

¡Ding, dong, ding dong, ding dong! insistían en llamar al timbre de la puerta.

“No, ahora no, por favor, justo ahora no” el sonido del timbre logró interrumpir mis pensamientos y las sacudidas de mi cuerpo.

¡Ding, dong, ding, dong!. Continuaban llamando al timbre enérgicamente.

Ya no podía concentrarme, y tuve que parar lo que estaba haciendo, aplazando muy a mi pesar mi orgasmo para otra ocasión.

Por la hora supuse que sería mi madre. ¿Quién si no podía ser tan inoportuna a media mañana?. Además solo ella solía llamar de esa manera tan insistente a la puerta. Así que me anudé el albornoz a la cintura, y bajé a abrirle la puerta tal y como estaba, con el pelo aún húmedo, bueno… el pelo y algo más.

Para mi sorpresa nada más abrir la puerta de casa me encontré un tipo de traje y corbata. Yo me esperaba muy segura a mi madre, y no me lo podía sospechar.

.-“Hola” dijo el personaje, “tenía una visita  aquí cerca y pensé que podría pasar a entregarte esto” dijo ofreciéndome una camiseta entre sus manos. Su particular acento al hablar me puso en alerta.

Era la camiseta de mi esposo y que le presté a Rafael el día del accidente. Entonces lo reconocí por su tono de voz, se trataba del mismísimo Rafael. No lo había reconocido hasta entonces con el traje y la corbata puestos, estaba tan distinto a como lo recordaba. No me lo esperaba y me costó reaccionar.

.-“Perdona si te he molestado” dijo esperando a que reaccionase y temiendo que me hubiese pillado en un mal momento al verme con el albornoz puesto.

.-“¿Guardaste mi camiseta?” preguntó con su característica entonación sudamericana, como tratando de recuperar su prenda.

.-“Oh no, no molestas, para nada, simplemente acabo de salir de la ducha, pasa, pasa, pasa un segundo, enseguida te la bajo” le dije titubeando sin salir de mi asombro, y abriéndole la puerta de casa para que pasase al interior.

.-“Puedes esperarme aquí bajo, la tengo arriba” le dije mientras le hacía indicaciones para que pasase hasta el salón de casa en la planta baja y me diese tiempo de subir por su prenda.

Al subir las escaleras me percaté que sin querer me había puesto de nuevo colorada como un tomate. No era para menos, el tipo que hace unos segundos  me estaba proporcionando uno de los mejores orgasmos de mi vida tan solo con la imaginación, estaba ahora de cuerpo presente en el salón de mi casa.

Cuando regresé del piso de arriba, Rafael me esperaba sentado tímidamente en el tresillo del salón.

.-“Ten, me tomé la molestia de lavarla y plancharla” dije al tiempo que le entregaba su camiseta.

.-“Oh, muchas gracias, no tenías porque haberte molestado” replicó él.

.-“No ha sido ninguna molestia, todo lo contrario” dije mostrándole agradecimiento.

.-“Veo que andas mucho mejor de cómo te dejé” pronunció acto seguido tras observar como había subido y bajado las escaleras.

.-“Mucho mejor” le sonreí al recordar el fatídico día “por cierto…, no te he ofrecido nada ¿quieres tomar algo?, no sé… ¿un café, una cerveza, un refresco…?” le pregunté por educación, aunque realmente lo que trataba era de retenerlo un poco en mi casa. Creo que inconscientemente quería estar un rato más con él, su presencia me era agradable, y la educación al ofrecerle algo un simple pretexto para gozar de su presencia.

.-“Pues mira, sí, un refresco me sentaría bien, si no es inconveniente” replicó aflojando levemente el nudo de su corbata “está haciendo mucho calor hoy” trató de justificarse, aunque los dos sabíamos que se trataba de una excusa por parte de ambos para estar un ratito juntos.

Yo marché a la cocina por un par de refrescos, a mi regreso me senté junto a él en el tresillo dejando las bebidas sobre los posavasos de la mesita central. Rafael le dio un largo trago a su coca cola, se notaba que tenía la garganta reseca, luego me dijo:

.-“Se me hacía raro no verte haciendo ejercicio por el parque” pronunció sin mirarme a los ojos, evitando la mirada.

.-“A mí también, no creas, tengo unas ganas locas por volver a correr, aunque no te lo creas he engordado” dije imitando a mi invitado y dando otro trago a mi refresco.

.-“Mujeeer, tú estás muy bien. No necesitas adelgazar, se te vé muy hermosa. Ya quisieran otras.” Se le notó entusiasmado hablando de mi cuerpo, y dicho esto trató de cambiar de conversación. ”Pero dime… ¿Qué te ha dicho tu médico?” me preguntó interesado en desviar el tema.

.-“Mañana tengo hora en su consulta, me dijo que pasase a los quince días y cumplen mañana. Lo cierto es que me vinieron muy bien tus recomendaciones, sin duda han ayudado a recuperarme.  Espero que me dé el alta médica” traté de explicarme emocionada ante la idea de volver a correr a su lado.

.-“¿Me dejas que le dé un vistazo a ese tobillo?”  preguntó al tiempo que se levantaba del sillón para quitarse la chaqueta y recogerse los puños de la camisa casi a la vez que se aflojaba del todo el nudo de su corbata.

Con tanta decisión por su parte me fue imposible contrariarlo.

.-“¿Por qué no?” murmuré, y antes de que pudiera negarme Rafael estaba a mis pies observando detenidamente el tobillo, igual que cuando me atendió en el coche en el parking.

.-“Dime si tienes alguna molestia al hacer este movimiento” me preguntó a la vez que estiraba mi pie.

.-“No, ya no” le dije orgullosa de mi recuperación.

.-“¿Y ahora?” preguntó de nuevo a la vez que forzaba la posición a un lado y al otro.

.-“La verdad es que ya no me duele” dije observando a Rafael que acariciaba mis pies con suma delicadeza arrodillado ante mí. Me llamó la atención el mimo y el cuidado que ponía cada vez que sus manos entraban en contacto con mi piel.

.-“Esto tiene muy buena pinta, pronto volveremos a correr juntos por el parque”. Pronunció con su particular acento a la vez que acercaba su maletín para extraer lo que parecía una pomada de su interior.

Yo lo miraba embobada, la situación se estaba desarrollando muy parecida a como tantas veces había imaginado en mis momentos más íntimos. Cambiaba un poco el escenario y los ropajes, pero el acto era prácticamente el mismo.

Aproveché esos momentos de desconcierto para observarlo detenidamente. No podía explicarme lo que ese hombre provocaba en mí, pero lo cierto es que me gustaba tenerlo allí, con su cuerpazo y su acento postrado ante mis pies. No pude evitar fijarme en su paquete tras el pantalón de tela. Lástima que ahora no llevase las mallas, le sentaban tan, tan, tan, pero que tan bien.

Su mimo, su cuidado, su atención al tocarme, provocaban que de alguna manera me hiciera sentir especial. Y aunque yo era una mujer casada y decente, era inevitable que su presencia me fuese algo más que agradable, despertando en mí sentimientos que creía adormecidos. Quise retener esos momentos en mi memoria sabiendo que luego me traerían tan buenos recuerdos como los que ya había disfrutado. Al menos esa era mi única intención.

Rafael por su parte puso un poco del gel terapéutico en sus manos y comenzó a darme la pomada en el pie accidentado, el pie izquierdo. Era como una de esas cremas relajantes con efecto refrescante. Agradecí con una sonrisa que estuviera dispuesto a darme un pequeño masaje, aunque al mismo tiempo una sensación como de vergüenza se apoderaba de mi. Aparte de estar aún tan solo con el albornoz puesto, como la gran mayoría de las mujeres considero que los pies no es una zona espacialmente sexy de mi cuerpo, y a la hora de la verdad estaba un poco abochornada. Menos mal que había tenido tiempo de dedicarles cuidados y estaban presentables.

Además me sentía algo intimidada ante el hacer de Rafael. No era habitual en mí dejarme llevar por las circunstancias, siempre me ha gustado dominar la situación, y en cambio, aún en mi propia casa Rafael estaba llevando con resolución la iniciativa. Él por su parte, como leyendo mis pensamientos dijo:

.-“Tienes unos píes muy bonitos” y una vez terminó de expandir la crema en el pie izquierdo pasó a extender más crema sobre el otro pie.

.-“Gracias” dije algo cohibida por sus caricias y la situación.

Reconozco que era la primera vez en mi vida que un desconocido me acariciaba lo pies de esa manera. Además Rafael no mostraba ningún tipo de pudor a la hora de extenderme la crema, como si disfrutase de lo que estaba haciendo. Muy parecido a como había imaginado tan solo hace unos momentos antes de la interrupción.

.-“Posiblemente los píes más bonitos del mundo” dijo esta vez mirándome fijamente a los ojos desde su posición como queriendo decir algo más. Yo no me podía creer lo que escuchaba, incluso pensé que sería fruto de mi imaginación y que aquello no podía estar sucediéndome. Unas mariposas comenzaban a revolotear de nuevo en mi estómago. ¿Pero qué me estaba pasando?.

.-“Eso se lo dirás a todas” quise coquetear con él mientras cerraba meticulosamente los laterales de mi albornoz sobre mis piernas tratando de llamar su atención  y él permanecía arrodillado a mis pies.

.-“No en serio, tienes unos píes muy bonitos, y mira que veo unos cuantos al cabo del mes” hizo un breve silencio para tragar saliva y luego continuar diciendo “además ahora con esta crema te olerán muy bien” dijo al tiempo que acercaba ambos píes a su nariz inhalando su aroma, como quien no quiere la cosa, con mucha naturalidad y simpatía, pero sin duda en un gesto osado por su parte, que interpreté como toda una declaración de intenciones.

Hace tan solo unos días que acababa de leer “El Alquimista” de Paulo Coelho, y lo que decía su autor, eso de que todo el universo conspira para que suceda aquello que deseas. No podía creerlo pero estaba sucediendo. ¿Tanto lo había deseado?.

.-“No sé cómo te pueden gustar los píes” le pregunté jugueteando y tratando de adivinar sus intenciones mientras observaba cómo procedía a masajear mi píe lastimado.

Sin habérselo pedido me estaba dando un quiromasaje relajante en toda regla.

.-“Dicen mucho de una mujer” pronunció al tiempo que comenzaba a acariciar mi pie desde el tobillo hasta la punta de los dedos.

.-“Ah siií, ¿y qué dicen los míos?” pregunté dejándome llevar por la curiosidad y sus caricias.

.-“Por ejemplo, veo que no tienes durezas, eso quiere decir que usas el zapato adecuado. Seguramente porque te gusta cambiar de zapatos con frecuencia” me dijo mientras continuaba masajeando el primer pie arrodillado ante mí.

.-“Es verdad”, dije yo “si pudiera tendría una habitación llena de zapatos” le confesé una de mis debilidades entre alguna risa por parte de ambos.

.-“Es normal” dijo ahora él, “todas las mujeres suelen sufrir de los píes y por eso os gustan tanto los zapatos” dijo concentrado en su tarea.

.-“Nunca lo había visto de esa manera” le respondí dejándome llevar en cada movimiento de sus manos.

.-“Por eso es difícil encontrar una mujer a la que le guste que le adoren los píes” dijo levantando la vista para mirarme una vez más fijamente a los ojos.

Sabía que me quería transmitir algo con su mirada y no podía creérmelo. “Tranquila Sara, seguro que son imaginaciones tuyas, estás tan alterada que te gustaría que sucediese de verdad, pero no son más que imaginaciones tuyas” pensaba mientras me dejaba llevar por las sensaciones del masaje. “Además, eres una mujer casada que se debe a su marido, y una cosa son las fantasías y otra muy distinta la realidad. Así que olvídate de hacer o de decir ninguna tontería. Deja que termine y se vaya cuanto antes” trataba de razonar en mi cabeza. “Una vez fuera de casa te imaginas lo que quieras, y continúas con tu vida” pensaba, y llegué a la conclusión que lo mejor sería cerrar los ojos y  recostarme un poco sobre el sillón tratando de relajarme.

Pero su última mirada continuaba martilleando mi mente impidiendo que me relajase del todo. Una lucha entre mis pensamientos y mis sensaciones  comenzaba a librarse en mi interior. Yo hacía todo lo posible por abandonarme a sus caricias y tratar de relajarme.

Aún con los ojos cerrados como estaba, no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Estaba casi segura de que pretendía decirme algo más, y que por el contrario le daba como vergüenza. Como dudando de dar un primer paso del que luego arrepentirse. Trataba de adivinar lo que me quería decir al mismo tiempo que sus manos lograban que cada pasada me relajase un poco más. De nuevo concluí que  lo mejor sería dejar de pensar, relajarme y aprovechar el masaje que me regalaba aquel pedazo de profesional que tenía arrodillado ante mí.

Rafael friccionaba ahora con energía en el lateral de mi pie. Lo cierto es que poco a poco, caricia a caricia, estaba rebajando mi tensión. Luego realizó movimientos circulares con su puño en la planta. Yo continuaba con los ojos cerrados abandonada a las ricas sensaciones que me producía. Rafael continuaba masajeándome el pie a la vez que yo me relajaba cada vez más y más con sus maniobras.

Hacía un rato que el silencio se había adueñado de la situación. El hacía y yo me dejaba hacer. Ya no pensaba en nada, mi mente hacía un rato que estaba en blanco, abandonada por completo a las sensaciones que transmitía mi cuerpo.

Desperté de mi estado de ensoñación cuando Rafael cambió del pie lastimado al pie derecho, comenzando a acariciar con sus manos mi otra extremidad. Aunque ese píe estaba perfectamente, advertí que repetía los mismos movimientos que hizo anteriormente y de nuevo me relajé dejándole hacer. Era la primera vez en mi vida que me masajeaban los píes a conciencia y desde luego era muy placentero.

.-“Sabes…” me dijo ahora a media voz. ”Existen diversos tipos de técnicas”. Pero aunque él trataba de hablar, era yo quien forzaba un silencio entre los dos, tan solo de vez en cuando afirmaba con la cabeza por simple educación.

.-“Mm, mm” asentía, dándole a entender que me gustaba lo que hacía.

.-“Existe el llamado masaje maya, el masaje tántrico, también están el masaje japonés, el masaje brasileño,…” sus palabras quedaron en suspense al hacerse totalmente evidente que apenas lo escuchaba en mi estado.

Y es que era inevitable no abandonarse ya del todo a sus caricias. Al principio me acariciaba el pie desde el tobillo hasta la punta de los dedos, luego se centró en el talón durante un buen rato. A continuación le dedicó tiempo a cada uno de los dedos de mi píe. Presionaba en su base para luego estirarlos. De nuevo hizo presión con su puño sobre el arco para acto seguido buscar con sus dedos en los puntos clave de mi planta.

.-“Uhhhm” que rico gemí esta vez con los ojos cerrados sin poderlo evitar mientras Rafael continuaba con sus caricias. Era evidente que estaba ya entregada, rendida a su masaje.

Fue el turno de pasar de la planta del pie al tobillo. Realizó pequeños movimientos circulares alrededor de la articulación. A esas alturas yo estaba en la gloria. Realizó unos cuantos movimientos más que apenas recuerdo debido al estado de relajación en el que me encontraba. Mi mente hacía tiempo que estaba en blanco.

De esta forma se entretuvo un rato más antes de pasar a masajearme el gemelo comenzando desde detrás de mi rodilla. Fue en el momento de notar sus manos acariciando mis piernas, cuando abrí los ojos un instante alertada por su tacto en esa zona de mi cuerpo.

Creí morirme de vergüenza al regresar de mi estado de ensoñación y cruzar por unas décimas de segundo nuestras miradas.

Sin querer había estado abriendo y cerrando mis piernas inconscientemente al son de las caricias de Rafael, y aunque era un leve movimiento fruto de la relajación en la que había caído, había sido lo suficiente como para dejar que las puntas de mi albornoz resbalasen por mis piernas y dejar que éste estuviera confusamente entreabierto. Sorprendí a Rafael desde su posición a mis píes mirando descaradamente en dirección a mi pubis.

Abrí mis ojos apenas un instante y los cerré de nuevo muerta de vergüenza, sin saber cómo reaccionar, ni qué hacer, ni qué decir.

“¿Me estará viendo algo?” pensé mientras me refugiaba de sus furtivas miradas cerrando los ojos con fuerza tratando de disimular mi estupor.

“Sara, deberías cerrar las piernas” pensaba abochornada.

“Ya pero si lo haces ahora te dejarás en evidencia” trataba de pensar en encontrar una solución honrosa a la situación.

“Tranquila mujer, no hagas nada que te delate, además, llevas el albornoz abrochado, seguro que son imaginaciones tuyas, seguro que no ha visto nada” trataba de consolarme mientras mi mente se debatía sobre el correcto proceder en ese tipo de situaciones.

“Ya, pero… ¿y si me está viendo todo desde su posición?, ¿qué pensará de mi?. Pensará que soy una descarada”, mi cabeza no dejaba de dar y dar vueltas a lo que me había parecido ver y no me resignaba a aceptar.

“Piensa Sara, piensa” me repetía mentalmente “piensa una excusa para parar toda esta locura”.

De nuevo me sorprendió el contacto de las manos de Rafael en mis piernas interrumpiendo mis pensamientos.

Sin poder hacer nada para impedirlo las manos de Rafael sobrepasaron mi rodilla para comenzar a extenderme crema sobre el muslo de mi pierna. Había estado tan concentrada en mis temores, que apenas había prestado atención a las caricias de Rafael. Ya había concluido con mi gemelo, y ahora pretendía continuar masajeando mi muslo. Para colmo podía notar como comenzaba a humedecerse mi entrepierna. Yo misma podía reconocer el olor procedente de mi zona más íntima y personal. Sin querer, me estaba poniendo cachonda con sus caricias, mis temores y su presencia.

Inevitablemente mi cuerpo se tensó al contacto de sus manos en mi piel en esa zona de la pierna, tan solo reaccioné cerrando los ojos con más fuerza, aprisionando los cojines del sillón entre mis puños, y muy contraria a mi voluntad dejándole hacer. Rezando porque terminase de una vez y se marchase de casa.

Rafael al ver mi reacción aprovechó para subir un poco más con sus manos embadurnadas en crema por toda la parte alta de mis muslos. Yo me refugiaba  tras mis ojos cerrados con fuerza, hasta el extremo de quedar reflejada una mueca de resignación en mi rostro. Los cojines del sofá estaban ya deformados de la fuerza con la que los estrujaba.

Él aprovechó a esparcir la crema de sus manos deslizándolas incluso por debajo de la tela de mi albornoz. Cada vez que repetía la maniobra lo hacía un poco más arriba, despacio, sin prisa, observando mis reacciones ante su osadía. Cada vez más atrevido dada mi pasividad. Yo consentía en silencio cada centímetro que avanzaba. Estaba segura de que podía notar mi tensión, mis dudas y mis súplicas. Lo sabía y así me lo hizo saber.

.-“Tranquila, relájate, si estas incómoda por la posición puedes apoyar tu pie en mi” dijo al tiempo que cogía mi pie derecho sutilmente en su mano, y lo dejaba descansar en sus pantalones sobre su mismísima entrepierna, como quien no quiere la cosa, como siempre, con naturalidad. Dejándome muy claro que le agradaba el contacto supuestamente involuntario entre mi pie y sus partes aún por encima de la tela de su pantalón.

¡Dios mío aquello no podía ser cierto!. Podía apreciar la dureza de su miembro con mi pie a través del pantalón. ¡Era tal y como había imaginado!. La sentía tan solo en estado morcillona y ya podía notarla desde mi talón hasta la punta de mis dedos.

“No, no, no, no, no, no, no esto no puede estar sucediendo” me repetía en mi cabeza una y otra vez como un mantra.

Creo que dí un respingo y todo sobre el sofá al notar el inesperado contacto de mi pie y su entrepierna. Es que era tal y como había fantaseado tantas veces con anterioridad, y aún con todo continúe inmóvil con los ojos cerrados y estrujando absurdamente entre mis manos los cojines del sillón. Estaba desesperada tratando de relajarme inútilmente.

“Dios mío por favor que termine todo esto”. Rezaba mentalmente porque todo aquello llegase a su fin.

Rafael aprovechó mi desconcierto para deslizar sus manos hasta la parte más alta y tierna de mis muslos, dónde la piel es más suave, rozando incluso de una sutil pasada con el torso de sus manos mis labios vaginales.

Los labios de mi boca se entreabrieron al unísono de la caricia, dejando escapar un tímido suspiro, a la vez que mi pelvis comenzaba a describir pequeños circulitos acompasando la maniobra de Rafael. Estaba claro que en esos momentos era incapaz de parar la situación.

“No por favor, que se pare, que se pare, que se pare…” repetía mi cabeza paralizando mi cuerpo.

Estoy segura de que Rafael me observaba y disfrutaba del momento, y así aprovechó para deslizar sus manos de nuevo por toda mi pierna, hasta rozar otra vez en una nueva pasada con el torso de sus manos mis labios vaginales. Ya no quedaba ninguna duda,  me había acariciado en mi parte más íntima y yo permanecía inmóvil, impasible ante los hechos, incapaz de negarme a nada, aferrada al sillón como única salvación, estrujando inconscientemente los cojines de alrededor como si eso fuera a detener las claras intenciones de Rafael. Para colmo mi humedad y mi olor me delataban.

Antes de que pudiera suspirar de nuevo si quiera, Rafael aprovechó para deslizar sus manos de nuevo por toda mi pierna hasta rozar esta vez con la yema de sus dedos por mis labios vaginales. La búsqueda del contacto por su parte fue totalmente intencionada.  No me quedó otra para disimular que morderme los labios conteniendo los gemidos de placer inevitables.

La maniobra se repitió un par de veces más. Rafael pudo comprobar mi estado de dejadez antes sus incursiones, creo que incluso pudo apreciar la humedad  y el calor que desprendía mi parte más íntima. Estaba siendo todo ya muy descarado.

De repente se detuvo en sus caricias sorprendiéndome de nuevo.

Juro que sucedió todo muy deprisa para mí.

Continuaba postrado a mis pies, y en esa posición aprisionó con una de sus manos mi pie que descansaba en su entrepierna contra su miembro, mientras con la otra mano levantaba mi otro pie hasta su boca.

Pude comprobar sin ninguna duda ya la dureza de su miembro aplastado contra mi pie izquierdo, mientras abría los ojos para contemplar incrédula como Rafael introducía el dedo gordo de mi pie derecho en su boca y comenzaba a chuparlo con auténtico fervor.

Quise chillar, pararlo, detener tan extraña situación, todo era raro y complejo a la vez, y en cambio… no hice nada, estaba completamente alucinada.

Para colmo en su maniobra, tiró de mi cuerpo de tal forma que quedé sentada en el borde del sillón, al subir mi pierna hasta su boca mi albornoz se abrió de par en par descubriendo ante su vista mi pubis rasurado, quedando mi zona más íntima totalmente expuesta ante él en esa posición.

Sus ojos se abrieron como platos al advertir mi desnudez, aunque para mayor aún de mi sorpresa los cerró enseguida tratando de concentrarse en el aroma que desprendía  mi pie y en chupar con auténtica devoción cada uno de mis dedos.

Yo lo miraba estupefacta, no sabría cómo describir la situación. ¿Qué clase de pervertido era?. Por una parte me sentía deseada hasta límites insospechados antes para mi, por otra no sabía que pensar de todo lo que estaba sucediendo.

Creo que era esto último lo que paralizaba mi cuerpo, una situación tan inesperada como deseada.

Una cosa estaba clara, aquel personaje estaba más interesado en lamerme el pie que en devorar otras partes expuestas de mi cuerpo, y eso que comenzaba a acariciarme levemente tratando de fijar su mirada en otra zona muy distinta de mi anatomía. Debo confesar que me sorprendía cada uno de sus movimientos más que el anterior, logrando que permaneciese inmóvil, observando y dejándome hacer. No podía creer que aquel hombre estuviese más interesado en chupar mis pies, que mis pechos, mi culo, la boca, o mi conejito. Ciertamente era desconcertante y de eso se aprovechaba.

Al fin parece que se dio por satisfecho y comenzó a besarme por el empeine y alrededor del tobillo sin dejar de mirarme a los ojos, se recreó subiendo por mi pierna con tímidos besitos, me besó por el interior del muslo hasta llegar a mi coñito. Se entretuvo en besarme alternando de una pierna a otra, pasando por el pubis. Se deleitaba besando mi rasurada zona y respirando mi aroma más profundo de mujer. Todo ello sin prisa, con calma, sin perderse mi rostro de vista, disfrutando de mi pasividad y gozando con mi desesperación que iba en aumento.

Yo estaba ansiosa porque sucediese lo inevitable ya a esas alturas. Mi pubis se movía en tímidas circunferencias al ritmo de su provocación. Mis pechos subían y bajaban al ritmo de mi respiración entrecortada. Un calor sofocante inundaba mi cuerpo. Mi corazón latía acelerado. Ambos sabíamos que habíamos superado el punto de no retorno, y ya no había vuelta atrás. Suplicaba mentalmente porque terminase con esa tortura a la vez que mi cuerpo respondía cada vez más a sus estímulos.

Rafael parecía adivinar mi lucha interna tras mis ojos cerrados a cal y canto, y al fin pude notar su lengua recorriendo de abajo arriba mi parte más íntima, separando mis labios vaginales, a la vez que su saliva se mezclaba con mis fluidos que esperaban impacientes por manar al exterior. Mí perfume más íntimo se apoderó de la estancia. Pasó su lengua muy despacio, observando mi reacción, degustando mi sabor y mi aroma. Mi cuerpo tembló de excitación.

Aunque en esos momentos me hubiera gustado sentirme la única mujer en el mundo a la que hubiese poseído ese portento de hombre, por su habilidad y por sus maneras, no tuve ninguna duda de que lo había hecho un montón de veces con anterioridad.

.-“Uuuhmmm” no pude evitar gemir al notar su lengua explorando en mi interior a la vez que pensaba que Rafael era un autentico sinvergüenza. Era incuestionable que eso se lo hacía a muchas de sus clientes. Me agitaba inquieta por lo que pudiera hacerme. Temía perder el control. Estaba claro que aquel extranjero del otro lado del atlántico sabía proporcionar placer a una mujer.

“Menudo cabrón”, pensé “¡Qué bien lo hace!, seguro que esto se lo ha hecho a otras muchas” deduje de su maestría. Pero en esos momentos me importaba un carajo, es más, por alguna extraña razón lograba que acrecentase mi excitación. Supongo que era parte de su encanto. Estaba inmersa en una nube de placer y me daba todo igual, llegados a ese punto tan solo quería acabar con el malogrado orgasmo de hacía un rato en el baño había sido interrumpido.

“Este cabrón se ha sabido aprovechar” pensé antes de cerrar los ojos y acomodarme en el sillón dispuesta a disfrutar lo mío. A esas alturas tenía claro que él quería complacerse con mi cuerpo y yo exprimir el suyo. Quise que mis piernas descansasen cada una sobre los hombros de Rafael. Estaba decidida a gozar lo máximo posible de aquella aventura. Seguramente nunca tendría otra oportunidad igual. Así que lo agarré del pelo y retuve su cabeza entre mis piernas. Lo necesitaba, necesitaba correrme fuese como fuese.

.-“Eso es, uuuhmm me gusta, me gusta mucho lo que me haces cabrón, cómemelo” susurré mientras le revolvía el pelo entregada a disfrutar del cunnilingus que me estaba haciendo.

Rafael por su parte se esmeraba en su proceder. Al principio recorría de abajo arriba mis labios vaginales, lamiendo mis fluidos que emanaban a borbotones. Luego localizó mi clítoris con la punta de su lengua y procedió a estimularlo de abajo arriba, de un lado a otro y con movimientos circulares. Su lengua tililaba alrededor de mi clítoris sin parar. Aquel tipo estaba logrando emputecerme como nunca antes hubiera imaginado que me dejaría llevar.

No os lo vais a creer pero lo que más morbo me daba en esos momentos era notar el contacto de sus orejas y su barba prisionero entre mis muslos. Bueno eso, y el hecho de que mi marido nunca me había devorado antes de esa manera.

Ya no aguataba más, estaba a punto de correrme y así se lo hice saber a Rafael.

.-“Para Rafael, me corrroooh” grité a la vez que aprisionaba aún más su cabeza con fuerza entre mis piernas y me aferraba con mis manos al pelo de su cabeza. Nada más informarle de mi estado Rafael me dio un par de mordisquitos en mi clítoris que me enloquecieron hasta límites insospechados para mí.

.-“Para, para, para por favor, quiero que me folles” dije totalmente fuera de mi, deseosa por correrme siendo penetrada. Pero Rafael no hizo mucho caso y continúo afanado degustando mi esencia de mujer más profunda.

.-“Para por favor, quiero que me folles, oyes. Quiero que me la metas” imploré esta vez tratando de impedir que continuase agitando mi cuerpo a un lado y a otro.

Rafael se detuvo, me miró a los ojos desde su posición, y sin dejar de tener en todo momento contacto visual entre los dos se incorporó y se puso poco a poco en pie. Se sonreía y se relamía en todo momento sin dejar de observarme de manera lasciva.

Yo lo miraba muerta de vergüenza, en mi interior sabía que lo que acababa de pedirle no estaba nada bien, era una mujer casada. No debía haberle pedido tal cosa, es más, debería pedirle que se marchase, pero en esos momentos necesitaba correrme, mi cuerpo tenía urgencia, estaba desesperada y él lo sabía.

Rafael me leía siempre el pensamiento, y se incorporó para ponerse en pie justo delante mío. Se sonrío al comprobar el pánico que reflejaba mi rostro mientras se desabrochaba el pantalón  a escasos centímetros de mi cara. Se tomó su tiempo. Se regocijaba con la expresión angustiada de mi rostro. Yo en cambio me mordía los labios temerosa por lo que estaba a punto de suceder. Se quitó deprisa la camisa antes de dejar caer sus pantalones  y colocarlos a mi lado en el sillón. Creo que con esta maniobra buscaba intencionadamente la proximidad de su entrepierna a mi cara.

¡Dios mío! Mostraba un bulto insultante escondido tras sus calzoncillos de Kelvin Clain. Creo que llegué incluso a babear con la boca abierta. Y era eso precisamente lo que él quería: que mantuviese la boca abierta.

.-“Quieres verla, ¿verdad?” pronunció disfrutando al comprobar mi impaciencia.

Asentí con la cabeza al tiempo que yo misma tiraba hacia abajo de sus calzoncillos desnudando ante mis ojos su descomunal miembro, el cual rebotó como un resorte ante mi vista.

Juro que nunca había visto nada igual. En esos instantes me pareció la más hermosa del mundo, me pareció gruesa, larga, dura, bien descapullada. Podían verse sus venas entre el poco pelo a su alrededor. Seguramente se depilaba o recortaba los pelillos. Su piel era algo más clara en esa zona que en el resto del cuerpo, lo cual centraba mi atención. Me llamó la curiosidad el color morado-rojizo de su capullo.

No pude resistirme, deseaba tenerla en mis manos, sopesar su tamaño entre mis dedos, necesitaba acariciarla e inevitablemente así lo hice. Rafael miraba orgulloso como relucía el anillo de compromiso en mi mano alrededor de su verga. Sabía perfectamente de mi lucha interna entre el deseo y la razón, y se sentía ganador.

Nada más asirla pude comprobar cómo daba un pequeño respingo y aumentaba aún más si cabe en su tamaño. Me costaba rodearla entre mi dedo pulgar e índice, Sin duda mucho más grande que la de mi marido. Una bocanada de su olor penetró por mi nariz, y de repente supe que quería tenerla dentro de mí. Sentí un deseo irrefrenable por gozarla en mi interior.

Rafael en cambio tenía otras intenciones, y antes de que volviese a suplicarle que me follase, me sorprendió sujetando mi cabeza entre sus manos y haciendo fuerza por restregar mi cara por su polla. Estaba claro lo que pretendía y lo que quería.

Hubiese preferido que me penetrase de una maldita vez, y sin embargo accedí a introducirme aquella monstruosidad en la boca. Debo decir que nunca había sido muy partidaria de practicar sexo oral con mi marido, era algo que no me complacía especialmente con mi esposo. En cambio en esta ocasión estaba decidida a darme a mi misma una oportunidad para tratar de disfrutar de la felación e intentar satisfacer a mi amante, así que no opuse resistencia, abrí mis labios para recibirla.

Después de saborearla como un cucurucho le dí un beso mientras lo miraba desde mi posición a los ojos. Luego la lamí de abajo arriba unas cuantas veces sin perder en ningún momento el contacto visual entre los dos.  Deduje de su expresión que le gustaba que lo mirase mientras se la chupaba y así lo hice en todo momento. Tras un rato en esa postura decidí introducírmela de nuevo en la boca para jugar con la punta de mi lengua en su glande.

.-“Joder Sara que bien la chupas” exclamó Rafael al comprobar los movimientos de mi lengua en su miembro. Saqué en claro por su comentario que tenía motivos para compararme con otras amantes. Posiblemente serían más de las que me gustaría saber.

Quise demostrarle que era la mejor y me esmeré todo lo posible. Se la devoraba ensimismada en mi posición. Todavía estaba sentada sobre el borde del sillón y Rafael en pie enfrente mío. Perseguí llevar la iniciativa, así que agarré su miembro con una de mis manos y comencé a meneársela a la vez que mi boca chupaba tratando de acompasar el ritmo. Rodeé con la otra mano su cuerpo hasta agarrarme a la musculosa nalga su culo. Era la primera vez en mi vida que tocaba el culo desnudo de un hombre que no era mi marido, y hasta el trasero de este tío me parecía duro y poderoso a mi tacto.

Me aferré a su nalga notando como lo apretaba con cada espasmo que experimentaba su polla en mi garganta. Quedaba claro que estaba a punto de correrse en mi boca, y eso era algo que no deseaba. Así que me detuve para mirarlo a los ojos desde mi asiento.

Menuda carita de zorra que debí poner al interrumpir la maniobra. Esta vez era Rafael quien mostraba desesperación en su rostro y me gustó saber que era yo quien tenía la sartén por el mango, nunca mejor dicho.

.-“Pero ¿qué haces zorra?. No pares. ¡Continúa!” espetó Rafael al tiempo que hacía fuerza con sus manos por sujetar mi cabeza y restregar mi rostro contra su polla tratando de que continuase chupándosela.

Resonó en mi mente el hecho de que me llamase zorra, fue como la voz de alarma en ese momento de lo que sucedería más tarde, pero ni tan siquiera mi instinto de mujer podía detener en esos momentos las prioridades más urgentes de mi cuerpo.

.-“Fóllame” supliqué contemplando su rostro desde mi posición al borde del asiento con su polla de por medio.

Rafael dejó de sujetarme la cabeza.

.-“Fóllame, por favor” imploré de nuevo al tiempo que abría mi albornoz de par en par exhibiéndome enteramente desnuda ante él, y reclinándome sobre el sillón.

.-“¿A qué estas esperando?, campeón” dije abriendo mis piernas todo cuanto pude, y acariciándome los pechos ante él “quiero que me la metas” dije al tiempo que trataba de chuparme yo misma uno de mis pezones con la lengua intentando provocarlo.

Rafael se sacudió la polla ante mí un par de veces antes de arrodillarse en el suelo.

.-“Joder Sara, menudo cuerpazo tienes” pronunció al tiempo que apuntaba la punta de su polla contra mis labios vaginales.

.-“Eso es, métemela”, dije al tiempo que yo misma cogía su polla con mi mano y la acoplaba entre mis pliegues más íntimos ayudándole en la labor.

No se lo pensó dos veces, Rafael empujó antes de que le dijese nada. Me la clavó de un solo empentón, sin miramientos, sin esperas ni contemplaciones.  Incluso me lastimó un poco.

.-“Aaaayyy” tuve que chillar de dolor al sentir como me penetraba de manera tan brusca. Aún no había ni lubricado ni dilatado lo suficiente.

Por un momento creí desgarrarme por dentro al notar cómo semejante polla se abría camino a la fuerza dentro de mí, podía apreciar toda su dureza friccionando acaloradamente mi interior, barrenando y separando literalmente mis paredes vaginales.

A Rafael pareció agradarle lo ceñida que podía notar su polla en mi interior, empujó de nuevo en un segundo golpe de riñón, y esta vez pude concebir como alcanzaba las paredes más profundas de mi interior.

.-“Aaaaayy” grité de nuevo al sentirme profundamente penetrada.

Supongo que Rafael confundió mi alarido de dolor con placer, y por eso se agarró con ambas manos a mi cintura comenzando a moverse a un ritmo frenético en busca de su propio placer. A mí en cambio me estaba costando dilatar y disfrutar.

Pretendí detener su ritmo imperante, lo rodeé con mis piernas en su cintura tratando de evitar ese ímpetu tan violento contra  mi cuerpo. Incluso lo arañé en la espalda, cosa que aún lo excitó más. Por unos momentos era todo como un forcejeo en silencio, yo trataba de acompasar los ritmos y él de imponer el suyo.

No dejábamos de mirarnos a la cara el uno al otro. Él gozaba con mi resistencia, mis ganas, mi desesperación y mi cara de súplica que le gritaba en silencio que no, que así no, que no lo estaba disfrutando. Le imploraba con los ojos porque me esperase. Se me notaba concentrada en tratar de extraer el máximo placer alcanzable con cada embestida suya. Placer que por otra parte me costaba arrancar y el muy cabrón lo sabía.

No lograba entender su actitud y eso me desesperaba aún más. Era como si se tratase de una absurda competición entre los dos por alcanzar primero el orgasmo. Rafael se sabía con ventaja, y yo le suplicaba con la mirada que por favor me esperase, que necesitaba algo más de tiempo. Resignada por alcanzarle, comencé a acariciarme mientras él me penetraba. Rafael me observaba orgulloso.

No podía creer que aquel cabrón buscase correrse en mí y punto. Tenía que haber algo más. Hasta ahora siempre se había comportado como un caballero y uno como un auténtico hijo de puta, y pese a todo, Rafael no dejaba de mirarme a la cara en todo momento disfrutando tanto de mi cuerpo como de mi desesperación.

Yo trataba de acariciarme exasperada por su actitud ambicionando alcanzar mi orgasmo antes que él. Mi clítoris estaba encharcado de fluidos y mis dedos resbalaban al tratar de mimarlo como merecía. Para colmo, el furor de sus asaltos golpeando mi cuerpo impedían el estímulo de mis dedos en los momentos más precisos. Era prácticamente imposible masturbarme con ritmo.

Hubo un momento en el que acepté con resignación que todo aquello no había salido como esperaba, me sentí derrotada, mal conmigo misma, e incluso llegué a retirarle la mirada a mi amante girando la cabeza.

Rafael me agarró de la barbilla con su mano y me giró el cuello para establecer de nuevo el contacto visual entre ambos.

.-“Mírame Sara, quiero que me mires” dijo al tiempo que me sujetaba por el cuello y embestía con más intensidad, más fuerza y más violencia. Entonces lo entendí todo perfectamente.

En ese instante podía leer en sus ojos claramente sus pensamientos: “Menuda puta más buena que me estoy tirando”. Porque eso es lo que era en esos momentos para él: una puta, un cuerpo en el que correrse y nada más. Para nada le importaban en esos momentos mis sentimientos, ni todo lo que estaba arriesgando en mi vida, ni mis necesidades como mujer. Cosas elementales para mí como el sentirme amada y querida, y cosas por el estilo. Tan solo era otra puta con la que acostarse. Una más en su lista. ¡Qué tonta había sido!. Me había engañado como a una adolescente. Mis ojos se enrojecieron a la vez que mis pensamientos.

Pude apreciar su mirada clavada en mis pechos que rebotaban al ritmo con el que él me cogía. Yo en cambio no podía dejar de pensar: “vamos cabrón, córrete cuanto antes y acaba con esto”. Así lo expresaba el brillo lacrimoso de mis ojos.

No me lo podía creer, mi sueño se estaba convirtiendo en una pesadilla. Tuve que aguantar unos veinte o treinta embistes más humillada de esa manera ante su atenta mirada. Y pese a todo, no podía evitar acariciarme yo misma tratando en vano de consolarme.

Hasta que pude comprobar los espasmos de su polla en mis entrañas. Inevitablemente abrí unos ojos como platos.

.-“No, dentro no” dije alarmada ante la posibilidad de que se corriese en mi interior. “Lo que me faltaba” pensé.

Pero mi amante hizo caso omiso a mis palabras y continuó culeando en busca de su propio placer.

.-“No, no, no, no, no, no, no, no, noooh” traté de hacerle entender que la situación no me estaba gustando.

Empecé a retorcerme con el cuerpo y las caderas tratando de que se saliese de mi interior, pero era un tipo bastante fuerte que me retuvo bien sujeta. Incluso lo golpeé un par de veces con mis puños en su pecho, pero era todo en vano.

Me detuve al notar las sacudidas de su pene en mi interior y como un líquido caliente y espeso me inundaba por dentro al mismo tiempo que mi amante bufaba como un mulo sobre mis pechos.

Tras un par de golpes de riñón más Rafael dejó de moverse. No me lo podía creer. No solo el hijo de puta no me había dado placer y esperado, sino que además se había corrido dentro.

Él en cambio me miró a la cara satisfecho por doble motivo. Por una parte había alcanzado su orgasmo con mi cuerpo, y por otra parecía regocijarse con mi enfado por lo que acababa de hacer.

.-“¿Ya?” le pregunté cabreada.

.-“Ya” respondió él satisfecho al tiempo que ambos podíamos apreciar como su polla perdía dureza en mi interior.

Yo lo miré expectante esperando por ver lo que se hacía. Esperaba que me sorprendiese de alguna manera. Todavía tenía la falsa esperanza por que volviese a ponérsele dura.

.-“Joder Sara, que suerte tiene tu marido” dijo al tiempo que salía de mi.

Yo lo miré indignada. Era un auténtico imbécil.

.-“¿Qué haces?” pregunté incrédula sin acertar a entender que todo hubiese terminado de esa manera y con la ilusión aún en mi alma de que hiciese algo por ayudar a que me corriese.

.-“Tengo una visita y no quiero llegar tarde” dijo al tiempo que recogía su pantalón de mi lado en el sillón y comenzaba a vestirse.

.-“¿Y yo qué, cabrón?, ¿piensas dejarme así?” le supliqué a la vez que comenzaba a acariciarme evidenciando mi desesperación y necesidad por correrme como fuese.

.-“Tal vez en otra ocasión preciosa, pero ahora tengo prisa” respondió a la vez que se ponía la camisa observando cómo me tocaba delante de él.

.-“No me lo puedo creer. ¿Te vas a marchar?” le pregunté a la vez que me masturbaba desesperada tratando de hacerle entender que tan sólo necesitaba una pequeña caricia por su parte.

.-“Tengo prisa, ya me he entretenido bastante” pronunció al tiempo que comenzaba a abotonarse la camisa y contemplaba con satisfacción como me masturbaba en su presencia totalmente exasperada.

.-“Eres un autentico hijo de puta” le increpé al escuchar su cínico comentario.

.-“Lo siento” dijo, “espero que pienses en mi cuando termines con lo que estás haciendo” pronunció regocijándose por la situación tan humillante a la que me estaba sometiendo.

.-“Eres un cabrón que no sabes follar como es debido” le espeté  en vano tratando de herirlo en su orgullo masculino, y con la intención de que regresase. Pero él continuaba impasible abotonándose la camisa.

.-“Maricón, no eres más que un maricón de mierda” Trataba de ridiculizarlo a la vez que lo insultaba, pero la que realmente estaba siendo vejada y humillada por la situación era yo y ambos los sabíamos.

.-“Caray Sara, no decías eso hace un rato” dijo con una sonrisa de oreja a oreja en su cara contemplándome.

.-“Quédate, tócame al menos, haz algo por favor” supliqué abandonada con los ojos cerrados y dispuesta a proporcionarme yo misma el placer que tanto necesitaba.

.-“Tal vez otro día” dijo mientras terminaba de abotonar su camisa.

Esta vez cerré los ojos concentrada en masturbarme y correrme de una maldita vez. Me importaba un bledo lo que ese imbécil pudiera hacer o ver, necesitaba correrme y en eso estaba. Introduje un dedo en mi interior, pero apenas podía notarlo. Necesité introducir un par de dedos en mi dilatada vagina para apreciar la fricción.

.-“Estas preciosa” dijo observando con asombro como extraía mis dedos y ambos podíamos contemplar atónitos el viscoso líquido blanquecino resbalando por mis dedos.

.-“Otro día probaré tu culito” pronunció ahora al tiempo que se daba la media vuelta y se despedía.

.-“Ni lo sueñes” espeté indignada por su actitud al tiempo que volvía a introducirme los dedos para agitarlos desesperadamente.

.-“Me quedaría a ver cómo te masturbas, pero tengo prisa” dijo ya de espaldas en dirección a la salida. Me costó escuchar sus palabras ahogadas tras el chapoteo de mis dedos entrando y saliendo.

.-“Ven aquí y folláme cabrón” grité por última vez al escuchar cómo abría la puerta de mi casa.

.-“Otro día preciosa, otro día” pronunció medio burlándose al tiempo que cerraba la puerta tras de sí.

Me sentía humillada, utilizada, engañada, y mal conmigo misma. Y en cambio no podía dejar de masturbarme pensando en lo que acababa de pasar. Para mi propia sorpresa, mi cuerpo comenzó a convulsionarse de placer. No sabría como describir la situación, pero mi gozo era mayor cuanto más pensaba en lo humillante que había sido todo para mí. Era como si me sintiese más mujer cuanto más habían abusado aquel macho de mi cuerpo para satisfacerse. Ineludiblemente mi cuerpo explotó en un maravilloso orgasmo. Incluso tuve que gritar de placer y morderme la boca para apaciguar mis alaridos que seguramente se oirían desde el exterior de la casa. Creo que nunca había experimentado nada igual. Un breve instante, que puso todo  mi cuerpo a temblar de placer.

Así terminó todo. Cuando mi cuerpo se recuperó mi alma no pudo evitar llorar. No sabría concretar si de gozo o de tristeza, pues estaba confundida por lo que me acababa de suceder.

Al día siguiente cuando acudí al médico tuve que pedirle la pastilla del día después por si acaso, y me alegré enormemente cuando me comunicó el alta para poder hacer running de nuevo. Estaba impaciente por volver a correr por el parque.

Besos,

Sara.

Relato erótico: “Mamá descubre que mi tío y yo tenemos una sumisa” (POR GOLFO)

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Tercer capítulo de “Sustituí a su esposa en la cama de mi tío”.
Mi relación con mi tío era cada vez mejor, no solo era mi macho y el hombre en el que me podía apoyar sino que también sabía mantenerse en segundo plano cuando me apetecía jugar con  mi sumisa. María que, hasta un mes, solo era mi compañera de universidad, ahora vive con nosotros y como la obediente mujer que es, cuando llega de clase se cambia de vestido y se pone el uniforme de criada.
Todavía recuerdo el día que se lo hice. Como me resultó imposible encontrar uno que combinara elegancia y sensualidad, por eso tuve que comprar el típico de sirvienta antigua y arreglarlo. Mis retoques fueron mínimos: la larga falda quedó convertida en una minifalda que me permitiera disfrutar de sus piernas nada más verla e incrementé la longitud de su escote para que si nos apetecían sacarle las tetas, no tuviéramos que desabrochar ningún botón.
Acababa de terminar de coser, cuando escuché a Manolito llorar. Al mirar la hora, comprendí que lo que tenía el niño era hambre y sacándolo de la cuna, me puse a darle de mamar. El niño ya tenía nueve meses de edad y aún seguía dándole el pecho porque cuando ese crío se apoderaba de mi pezón, me hacía sentirle totalmente mío.
Esa tarde me senté con él en el salón porque quería esperar que María llegara para entregarle mi regalo. La morena no tardó en llegar y cuando lo hizo, seguía con mi niño al pecho.
Tal y como habíamos quedado, de puertas afuera, éramos amigas pero dentro de mi casa, esa muchacha debía mostrarme respeto. Por eso, tocó la puerta y pidiéndome permiso, se arrodilló a mis pies para mirar como el niño se alimentaba. Desde que descubrió que de mis pechos manaba leche, buscó limpiar ellas las gotas que mi chaval dejaba al terminar. Si para mí, era un placer criar a la antigua a mi primo, para ella, era una obsesión servirme.

Os reconozco que sentirla a mi lado mientras Manolito mama, me excitaba porque cuando el bebé dejara en paz mi pezón, vendría la boca de esa mujer a sustituirlo.


-Tienes un regalo- le dije al verla postrada a mis pies y mostrándoselo, le exigí que se lo probara.
María sonrío al ver de qué se trataba y cogiéndolo quiso ir a su habitación a probárselo pero con un breve gesto, le informé de que quería ser testigo de cómo se lo ponía.
Aun antes que empezara a desnudarse, comprendí por el brillo de sus ojos que mi sumisa estaba excitada. Dócilmente se puso en mitad del salón y con la lentitud que sabía que me gustaba, se empezó a desabrochar la blusa. Botón a botón la fue abriendo, dejándome disfrutar de cada centímetro de su escote. Una vez terminó, se despojó de ella, pudiendo por fín comprobar que bajo su sujetador, María ya tenía los pezones duros.
-¿Estas cachonda?- pregunté al advertir que le costaba respirar.
-Sí, ama- respondió sin dejar de desnudarse.
Llevando sus manos a su espalda, abrió el cierre de su brassier y tirando de él dejó libres sus senos.

-Date prisa, puta. ¡No tengo todo el día!- le dije ya acalorada y con ganas de verla vestida con ese uniforme.

María, al oír mi orden, supo que me estaba excitando y con la satisfacción de estar cumpliendo con su deber, se despojó de su falda, bajándola aún más tranquilamente por sus caderas. Al quitársela pude admirar que tal y como le había mandado esa mañana, en vez de bragas llevaba un cinturón de castidad, protegiendo mi propiedad.
-Tráeme las llaves- le pedí porque me urgía verla desnuda.
Mi sumisa, fue hasta mi bolso y me las trajo. Con verdadera ansia, abrí el candado para quitarle el siniestro aparato y aprovechando mientras se lo desprendía, pasé mis dedos por su sexo. Juro que me encantó descubrir que esa zorra lo tenía encharcado y sintiendo que bajo mi propia falda, ocurría lo mismo le ordené que acercara porque quería olerla.
Sumisamente puso su coño a mi disposición y tal como le había enseñado, con los dedos separó sus pliegues para que pudiera valorar si lo tenía como a mí me gustaba. Nada más acercar mi nariz a su entrepierna, fui testigo de la forma tan rápida con la que esa zorra se excitaba conmigo porque ante mis ojos, su sexo se anegó y derramando lágrimas de flujo, estas recorrieron sus piernas.
Satisfecha le pedí que me cogiera a Manolito. La morena lo sostuvo con cuidado porque sabía que ese crío era mi propiedad más valiosa y sin poderse ni mover, tuvo que soportar en silencio que con mis dos manos, le abriera sus nalgas para verificar que el plug anal seguía en su sitio. Al comprobar que no se lo había quitado, le di a modo de premio un sonoro azote en uno de sus cachetes y volviendo a coger a mi chaval, le ordené que se pusiera el uniforme.
Con celeridad, se vistió y tras hacerlo, bajando la cabeza me preguntó si estaba satisfecha. Al mirarla, comprobé que su belleza quedaba resaltada por esa ropa y deseando que Manuel, mi tío, estuviera ahí para verla, le dije:
-Para ser una piltrafa, no estas mal.
Como sabía que había pasado mi examen, sonrió deseando que llegara su recompensa. Usualmente si se portaba bien le dejaba que después de limpiarme del pecho los restos de leche, hiciera lo mismo entre mis piernas. La propia María era consciente de que se había vuelto una adicta de mi coño y mi peor castigo era cancelar su ración diaria de él.
-El niño ya ha terminado, cámbiale y vuelve.
Con celeridad, cumplió su cometido y colocando a Manolito en su cuna, volvió  a la habitación. Ya desde la puerta, se agachó y vino hacia mí, de rodillas y maullando como una cachorrita. Aunque me gustó la forma en que me informaba de las ganas que tenía de saborear el fruto de mis pechos, para entonces ya era una necesidad sentir sus labios en mis pezones y por eso le mandé que empezara.
María ni siquiera me respondió con palabras y pegándose a mi silla, comenzó a lamerme desde mis hombros hasta el cuello. La sensación de sentir su lengua acercándose por mi cuerpo era brutal y mientras mis areolas se ponían duras, bajo mis bragas mi sexo era ya un lago de deseo. Mi sierva no hizo ningún comentario cuando percibió las contracciones de mis muslos y recreándose en mi escoté, me despojó de mi sujetador, mientras yo sentía que esa tarde iba a obtener mucho placer de su boca.
Dejando mis pechos al descubierto, acercó su boca a ellos y con tono suave, me pidió permiso para empezar.
-¡Hazlo! ¡Puta!
Era tal mi calentura que en cuanto acercó su lengua al primero de mis pezones, mis dos pechos empezaron a manar leche. María al verlo y sabiendo lo mucho que me disgustaba que se desperdiciara, se lanzó a tratar de contener esos dos torrentes. Con las mejillas empapadas, bebió de mis tetas sin darse cuenta que su urgencia me estaba poniendo bruta y que el modo en que intentaba beber toda mi producción me estaba llevando al borde del orgasmo,
-Tráete un vaso- le exigí al advertir que la leche caía en cascada por  mi estómago.
Asustada por fallarme, salió corriendo y en vez de traer lo que le había pedido, trajo dos tazones. Su error  resultó mejor porque cogiendo uno de ellos, su tamaño le permitió mamar de un seno mientras la producción del otro rellenaba el recipiente.
-Soy una vaca lechera- dije al comprobar que la leche recién ordeñada ya cubría la mitad del tazón.
Sonriendo, mi sierva respondió:
-Sí, ama pero me encanta.
Al irla a reprender porque nadie la había permitido hablar, descubrí que tenía toda la cara empapada y muerta de risa, le dije que dejara mis pechos y se concentrara en mi sexo.
-Pero ama, se va a desperdiciar….- contestó estupefacta.
-Por eso no te preocupes- contesté cogiendo el otro tazón y poniéndolo en el pecho libre.
Comprendiendo que no podía negarse a cumplir mis exigencias, se arrodilló entre mis piernas. Al verla en esa posición tan servil pensé que iba a ver saciada mi deseo con celeridad pero, en vez de ello, se dedicó a recorrer con su lengua mis pantorrillas mientras miraba con cara descompuesta su meta. Me sentí tan íntimamente observada que se me incrementó mi calentura e inundando la habitación con el olor de su celo, me quedó quieta esperando sus siguientes movimientos. Como una zombie controlada por sus hormonas, se vio impelida a acercar la cara a mi sexo. Ese aroma penetrante le llamaba e incapaz de negarse, introdujo su lengua en mi coño.
Mis gemidos le dieron la seguridad que le faltaba y abriendo con dos dedos mis labios, dejó al descubierto mi fijación. Con toda la parsimonia del mundo, lamió y mordió mi clítoris. Las carantoñas de su boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreó el enorme flujo que brotaba de mi manantial secreto. Ya poseída por la lujuria, su lengua recogía a borbotones mi néctar mientras con su mano se empezaba a masturbar.
Demasiado caliente para contenerme, le exigí que se atiborrara de mí. Su lengua penetró en mi interior  asolando mis defensas. No solo violentó mi gruta, sino que aprovechándose de mi flaqueza, sus dedos acariciaron los bordes de mi ano. Me sentí paralizada al percibir que su índice se introducía arañando mi anillo. Totalmente empapada, me dejé hacer. Sentir que mis dos hoyuelos eran tomados al asalto fue superior a mis fuerzas y gritando, me vacié en su boca.

Todavía no me había repuesto del orgasmo cuando al levantar mi mirada, vi que Manuel nos observaba desde la puerta. Sus ojos reflejaban satisfacción pero entonces se fijó  en los vasos rellenos con mi leche que todavía portaba en mis manos:
-¿Y eso?- me preguntó.
Muerta de risa, me levanté y dándoselos, le dije:
-Son para ti.
El cabrón de mi tío los cogió y llevándoselos a la boca, empezó a beber de la leche de su sobrina, diciendo:
-Cariño, cada día  tu leche es más dulce.
Os juro que al verlo disfrutar del producto de mis pechos, me volvió a excitar y pasando mi mano por su bragueta, descubrí que la escena que involuntariamente le habíamos brindado, lo tenía también alborotado. Como María se había portado bien, decidí premiarla y por eso, levantándola del suelo, apoyé su cuerpo contra la mesa mientras le preguntaba a mi tío:
-¿Te apetece usarla?
Mi hombre sonrió y levantándole la falda, recorrió sus nalgas con las manos. Mi sumisa al sentir las yemas de Manuel acariciándole el trasero no pudo reprimir un gemido. Al percatarse de que la zorra tenía su chocho encharcado, no se lo pensó dos veces y sacando su pene, la penetró de un solo golpe.
Eso fue el preludio. Durante toda esa noche, tanto yo como mi marido seguimos gozando de María. Aunque nuestra relación a tres bandas no es lo habitual, os juro que no me arrepiento y es más os tengo que confesar que tanto mi tío como yo disfrutamos gustosos de la carne tibia de nuestra amante sin pensar en el futuro.
Todo se complica al venir mi madre de visita.
Nuestra idílica existencia donde mi tío, Manolito y yo formábamos junto con María una peculiar familia, se trastocó sin remedio un día que mi madre decidió visitarnos  previo aviso. El azar quiso que mi sumisa se encontrara sola en casa y creyendo que era yo quien volvía de la universidad, salió a recibirla vestida de uniforme.
Os podréis imaginar la cara con la que se quedó mi madre al verla ataviada con tan poco discreta vestimenta pero obviando el tema, le preguntó por mí:
-La señora todavía no ha vuelto- contestó María dándose cuenta del percal en que se había metido: -Debe estar a punto de llegar.
Tras lo cual la llevó al salón y le preguntó si quería algo mientras esperaba. Mi progenitora con la mosca detrás de la oreja, le contestó un café. Preparárselo le dio la oportunidad de coger el teléfono y de llamarme. Al explicarme que la había pillado vestida así me dejó helada y anticipando mi vuelta, fui a su encuentro.
Al llegar a casa, dejé mis libros en el recibidor y casi temblando, la busqué. Cuando la vi, estaba jugando con Manolito que con cerca de un año ya empezaba a balbucear. El chaval en cuanto me vio vino gateando llamándome mamá. Como para mí era algo normal, no me fijé en la cara de mi propia madre que entornando los ojos, me preguntó un tanto escandalizada:
-¿Te llama mamá?
Supe que tenía que darle una explicación y optando por la más sencilla, riendo contesté:
-Pues claro. Para Manolito, soy su madre.
Mi respuesta no le satisfizo e insistió:
-Y a tu tío, ¿No le molesta?
Tratando de mostrar una tranquilidad que no sentía, le respondí:
-Piensa que soy la única figura materna que tiene y Manuel lo asume con normalidad.
-Ya veo- contestó en absoluto convencida, tras lo cual me informó que tenía unos asuntos que resolver en Madrid y si se podía quedar en la casa:
-Por supuesto, siempre serás bien recibida aquí- dije sin percatarme de que en teoría esa era la casa de mi tío y llamando a María le pedí que llevara su equipaje a mi cuarto para que durmiera allí mi madre.
Al irse la supuesta criada, francamente mosqueada, me preguntó:
-¿Y esta niña no debería ir mas vestida?
Soltando una carcajada, le mentí:
-Más bien, ¡Con ese uniforme parece una puta! El problema es que es nueva y la anterior era mucho más bajita.
Mi contestación la tranquilizó y uniéndose a mi risa, respondió:
-Deberías comprar uno de su talla, tu tío es viudo y no vaya a ser que teniendo la tentación en casa, se nos eche a perder.
Dándole la razón, le prometí que al día siguiente iría a por uno y cogiéndola del brazo, la llevé a la cocina para que me contara como estaba mi padre. Dos horas después llegó Manuel que alertado por nosotras ya sabía de la presencia de su antigua cuñada y actual suegra en la casa. Disimulando la besó en la mejilla y sentándose a nuestro lado, se unió a nuestra charla. Lo malo fue que una vez transcurrido unos minutos se relajó y me pidió:
-Cariño, ¿Puedes traerme una copa?
“¡Será bruto!” pensé al oír el apelativo pero sin darle importancia para que mi progenitora no se diera cuenta, me levanté a cumplir sus deseos. Mi madre que de tonta no tenía un pelo, se olió que nuestra relación iba más allá de lo típico entre tío y sobrina y entrando directamente al trapo, le preguntó:
-¿Cómo llevas la ausencia de mi hermana?
Manuel supo por dónde iba a discurrir esa conversación y anticipándose, le respondió:
-Todavía la echo de menos pero gracias a tu hija, su perdida me resulta más llevadera.
Mi llegada evitó que siguiera con su interrogatorio y quedándose con las ganas, guardó el resto de sus preguntas para cuando estuvieran los dos solos. Supe por las caras de ambos que había interrumpido algo serio y no queriendo que dicha conversación se reanudara, les informé que la cena ya estaba lista.
Al entrar en el comedor y sentarnos, el ambiente se tornó aún más tirante al decirme la tonta de María:
-Ama, ¿Le importa que empiece a servir por su madre?
“Joder”, pensé, “¡Estoy rodeada de brutos!, al advertir la cara de mi madre al escuchar de los labios de la criada la forma en que se había dirigido a mí y como no podía hacer nada al respecto, le contesté:
-Por favor.
Aunque no dijo nada, se la quedó mirando tratando de averiguar el sentido de tamaño respeto porque ese apelativo podría ser disculpado por un origen hispano pero en la boca de una española escondía un significado que debía indagar. Me quedó clarísimo que albergaba dudas cuando aprovechando que la teórica sirvienta estaba en la cocina, preguntó:
-Y a esta niña, ¿Dónde la habéis encontrado?
Estaba a punto de inventarme una historia cuando escuché a mi tío decir:
-Es compañera de universidad de Elena y debido a que sus padres se encuentran en mala situación económica, al enterarse de que necesitábamos una criada, le preguntó si podía optar ella al puesto.
“Definitivamente, hoy Manuel tiene el día espeso”, me dije al comprender que mi madre no se creería que una chavala española y encima universitaria fuera tan respetuosa con alguien de su misma edad y formación por lo que decidí intervenir diciendo:
-Al aceptarla y como parte de un juego, se dirige siempre a mí recalcando que si en la universidad somos compañeras aquí es nuestra empleada.
-Entiendo- contestó nada convencida.
El resto de la cena transcurrió sin novedad y al irnos a la cama, por primera vez en un año, no disfruté de las caricias de mi tío sino que tuve que compartir con mi madre la habitación. El colmo fue que cuando ya estábamos las dos acostadas, me dijera:
-Esa criada es un poco rara.
-¿Porque lo dices?- pregunté.
-No sé- me confesó. –Cuando le das una orden, te mira como a un ser superior.

Tratando de cortar esa conversación, le dije riendo que eran imaginaciones suyas tras lo cual, me di la vuelta y me hice la dormida.

Si de por sí era complicado todo se torna embarazoso al descubrir mi madre la naturaleza de María.
Al día siguiente como tenía prácticas, me desperté temprano dejando a mi madre todavía dormida. Mientras me tomaba un café, llegó a la cocina mi tío que tras preguntarme donde andaba su cuñada, me contó lo cerca que había estado la noche anterior de confesarle que éramos pareja.
Asustada, le pedí que no lo hiciera porque no sabía cómo iba a reaccionar. Mi respuesta totalmente lógica, le cabreó y hecho una furia, me preguntó:
-¿Te avergüenzas de mí?
-Para nada, mi amor. Pero dame tiempo.
Comprendí lo mucho que le había dolido al verle partir hacia su oficina sin ni siquiera despedirse, dejándome sola. Tras recapacitar sobre el asunto, decidí que esa misma tarde le iba a explicar a mi madre que estaba enamorada de Manuel y él de mí y con ese pensamiento reconcomiéndome la mente, salí rumbo al hospital.
Si ya de por sí eso era harto complicado, a las dos horas, una llamada de María me hizo saber que esa conversación era urgente pero que el contenido de la misma iba a ser diferente. Os preguntareis el porqué:
Es muy sencillo, mi madre había descubierto el carácter sumiso de María y para colmo ¡Se había aprovechado de él!
Todavía me parece imposible  pero estaba en un descanso tomándome un bocadillo, cuando escuché que mi móvil sonaba. Al cogerlo, vi que era mi sumisa quien me llamaba y contestándole, le pregunté si todo iba bien.
-Ama, lo siento. ¡La he traicionado sin querer!- me contestó histérica desde el otro lado.
Su nerviosismo era tal que tuve que esperar a que se desahogara llorando antes de poder preguntarle qué había ocurrido. Os juro que mientras escuchaba sus lloriqueos pensé que se había ido de la lengua y que le había reconocido a mi madre de que era la mujer de Manuel pero lo que escuché me dejó aún más aterrorizada.
-Ama, ¡Su madre sabe que soy su sumisa!
-¡Explícate!- le respondí separándome del resto de mis compañeros.
La muchacha con la respiración entrecortada, me contó que al despertarse mi madre le ordenó que le diera de desayunar y que al hacerlo, había derramado el café sobre sus piernas.
-¿Y?- pregunté sin saber cómo eso le había llevado a confesarle nuestra particular relación.
-Le juro que fue algo instintivo. Al darme cuenta de que la había manchado, le pedí perdón y me arrodillé a limpiarla. Le prometo que yo no hice nada malo pero cuando le estaba secando con un trapo sus muslos, su madre me cogió de la melena y me ordenó que lo hiciera como si fuera usted.
-¿Y qué hiciste?
-Su tono me recordó al suyo y por eso no pude evitar cumplir su orden.
 Tras lo cual me explicó que usó su lengua para retirar los restos del café de las piernas de mi madre. Alucinada por lo que me estaba contando, no pude más que quedarme callada mientras me decía que mi madre al sentir su boca había separado sus rodillas y le había ordenado que siguiera.
-¡No me jodas!- respondí estupefacta al escuchar de sus labios que mi carácter dominante era una herencia materna y decidida a averiguar hasta donde habían llegado le  azucé a que continuara.
-Ama, me da mucha vergüenza pero su madre llamándome zorra, me llevó al baño y allí me obligó a bañarla.
Ya curada de espanto e interesada en cómo había terminado todo, escuché que después de secarla se la había llevado a la habitación y entre las mismas sábanas en la que habíamos dormido, mi madre le había exigido que calmara el ardor que sentía entre las piernas.
-¿Me estás diciendo que mi madre te obligó a hacerle el amor?
-No, ama- contestó reanudando su llanto- su madre: ¡Me violó!
-¡No te entiendo!- exclamé escandalizada.
La muchacha, sin dejar de llorar, me contó que la mujer que me había dado a luz, la había tumbado en la cama y obligándola a ponerse a cuatro patas, la había sodomizado usando sus dedos mientras le azotaba el culo con un cepillo.
-No te creo- respondí con esa imagen torturando mi mente, sin darme cuenta de que interiormente me estaba empezando a excitar.
Al oírme, María intentó defenderse diciendo:
-Le juro que es verdad, es más, usted misma podrá comprobarlo al ver las señales de sus mordiscos.
Su sinceridad me dejó pasmada y tratando de que esa agresión no tuviera consecuencias, le pedí que no fuera a la policía. Fue entonces cuando con voz dulce, Maria me demostró hasta donde llegaba su sumisión por mí porque en vez de quejarse, me dijo:
-No pensaba hacerlo. Usted me ha enseñado quien soy y le debo mi vida.
Antes de colgar, me explicó que mi madre le había prohibido contarlo pero que ella no me podía fallar una vez más y por eso me lo había dicho. Al escuchar su tono amoroso, comprendí que esa morena me quería y por eso, no pude más que pedirle que la disculpara. Mi sumisa se quedó en silencio durante unos segundos para acto seguido preguntarme:
-Si lo vuelve a intentar, ¿Qué hago?
No supe que contestar y tratando de averiguar que había sentido porque no en vano mi madre solo había repetido lo que yo y mi tío hacíamos todas las noches, pregunté:
-¿Has disfrutado?
Sé que si hubiera estado enfrente de ella hubiese visto que se ponía colorada pero como la tenía del otro lado del teléfono, solo puede oír que me contestaba con voz avergonzada:
-Sí pero menos que cuando es usted la que me toma.

Su respuesta me tranquilizó pero comprendiendo que tenía que aclarar ese asunto con mi madre, dejé todo y directamente volví a mi casa.

Me encaro con ella.
Mientras me dirigía hacía el piso que compartía con mi tío, me puse a recapacitar sobre lo sucedido y aunque os parezca imposible fue cuando como cayendo el velo que hasta entonces me nublaba los ojos, descubrí que desde niña había sabido que mi madre era una dominante.
Aunque en relación con mi padre se comportaba con una dulzura total, cuando era con el servicio o con sus propias amigas su carácter era despótico y reflexionando, comprendí que yo era su igual. Con Manuel, mi tío, me comportaba como la mejor y más empalagosa de las esposas pero con María se me había revelado mi faceta de domina.
“¡Qué curioso!”, pensé anticipando nuestro encuentro, “nunca me ha hablado de ello pero de alguna forma me lo enseñó desde niña”.
La certeza de que compartíamos esa cualidad, me tranquilizó de formar que cuando llegué a casa, ya sabía que le iba a decir. Aun así cuando crucé la puerta de mi hogar y la vi cómodamente sentada en el salón, me volví a poner nerviosa. Mi madre ajena a lo que se le avecinaba, me saludó alegremente sin apartar su mirada de la revista que ojeaba.
-¿Desde cuándo lo sabes?
Por mi tono adivinó a qué me refería y por eso dejando lo que estaba leyendo en la mesa, me miró diciendo:
-¿El qué? ¿Qué te acuestas con tu tío o qué eres una dominante?
-Ambas dos- respondí sorprendida por su franqueza.
-Respecto a lo segundo desde que eras una cría y en lo que concierne a Manuel, lo supuse desde el momento que te quedaste a vivir con él cuando murió mi hermana.
-No te entiendo.
Mi madre entonces acercándose a mí, tomó mi mano y me hizo una confidencia que marcaría mi futuro en adelante.
-La mayoría de las mujeres de nuestra familia viven esa dualidad. Por un lado necesitan del cariño de un hombre pero se desarrollan plenamente al poseer y disfrutar de una sumisa a su antojo. Cuando tu tía falleció comprendí que podías ser feliz con Manuel porque él aceptaba nuestra peculiaridad y por eso te pedí que le ayudaras.
Alucinada comprendí que no solo sabía de nuestra relación sino que la había fomentado pero también descubrí que mi tío me había mentido al no contarme lo de su esposa.
-¿Quieres decir que la tía también era una domina?
-Sí, hija y como sé lo difícil que es encontrar a un hombre que lo comprenda y lo acepte, me pareció ideal no dejarlo escapar y que fuera tu pareja.
Con un torbellino asolando mi mente, me senté y directamente le pregunté:
-Entonces, ¿Papá lo sabe?
-Si te refieres a mi orientación, por supuesto y  disfruta de mis conquistas.

Pero si lo que quieres saber es si conoce vuestra relación, la respuesta es no.

En ese momento, María entró a ver si necesitábamos algo y como de nada servía seguir disimulando, le pedí que me diera un masaje en los pies. La pobre muchacha sin saber qué hacer, se arrodilló y me descalzó. Su cara reflejaba su desconcierto y por eso poniendo mis dedos en su boca, le dije:
-Obedece.
Mi tono duro la convenció y obedeciendo empezó a lamerme los pies mientras seguía hablando con mi madre. Haciendo como si no existiera y dirigiéndome a mi progenitora le pregunté si actualmente tenía una sumisa.
-Claro hija. Una vez descubrimos nuestra faceta, las sumisas llegan a nosotras como las moscas a la miel. Exactamente no sé cómo funciona pero esas perras andan buscando una dueña y al vernos sienten una atracción irrefrenable de ser nuestras.
Cómo no me había contestado, insistí. Mi madre soltando una carcajada me reveló su identidad diciendo:
-¿Te acuerdas de Isabel, la vecina y de doña Manuela, tu antigua profesora?
Muerta de risa comprendí que la buenorra del sexto y la zorra de mi maestra eran sus perras y ya excitada, me quité las bragas y le pedí que me lo contara mientras María se apoderaba de mi sexo.
La excitación de mi madre al observar a mi sumisa comiendo mi coño no me pasó inadvertida y recreándome en el morbo que me daba el que ella fuera testigo, le insistí en que me contara como se le habían presentado esas dos zorras.
Orgullosa de ver que había heredado su perversión, me confesó:
-Con Isabel fue algo natural, desde que se mudó al edificio descubrí que era una sumisa por la forma en que me miraba cada vez que nos cruzábamos en el portal pero como por el aquel entonces tenía otra puta, no le hice caso hasta que un día que andaba cachonda, le obligué a comerme el chocho en mitad del ascensor.
Esa imagen no solo me calentó a mí sino que a mis pies María se vio afectada e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, me informó de su calentura. Fue entonces mi madre me preguntó:
-¿Puedo usar a tu puta?
El brillo de sus ojos era tal que no pude negarme y tirando de María se la puse entre sus piernas. Mi sumisa asumió su deber y separando las rodillas que había puesto a su disposición, se dedicó a satisfacer mis exigencias.
Sé que muchos no lo comprenderéis y que incluso os sentiréis escandalizados, pero en ese momento me pareció normal compartir con mi madre los servicios de esa morena y levantándome del sofá, saqué de un cajón de la cómoda una arnés con el que usualmente me follaba a mi propiedad. Tras ajustármelo en la cintura y mientras lo embadurnaba con el flujo de María,  le pedí que me explicara cómo se había agenciado a mi profesora.
-Eso fue más curioso y en gran parte gracias a ti- respondió pegando un gemido al sentir que la morena le había metido dos dedos en el interior de su vulva.
-No te entiendo- le dije porque esa madura era una zorra implacable que tenía acojonada a toda la clase.
Mientras introducía mi pene postizo en el sexo de mi sumisa, me contestó diciendo:
-Tus compañeros puede pero tú no le tenías miedo. Y fue al ver como la manejabas a tu antojo y como ella se derretía al cumplir tus caprichos cuando descubrí su faceta.
-No fastidies- ya destornillada de risa y mientras empezaba a mover mi cintura, quise averiguar el momento exacto en que la había sometido.
Mi madre que para entonces ya estaba presa de la lujuria y sin importarle que opinara, se pellizcaba los pezones teniendo a la morena entre sus piernas, me confesó:
-Fue un día que me llamó para quejarse de tu comportamiento. La muy zorra quería que te echara la bronca por el modo en que manipulabas a sus pupilos pero salió escaldada de esa reunión porque nada mas cerrar la puerta, la besé y sin darle tiempo a reaccionar la obligué a comerme el chumino.
El modo tan vulgar con el que se refirió a su sexo, me hizo saber que estaba a punto de correrse e imprimiendo una mayor velocidad a las incursiones con las que me estaba follando a Maria, le pregunté:
-¿Te lo comió mejor que mi perra?
-Mucho mejor- respondió mientras se retorcía – ¡Tu sumisa tiene mucho que aprender!
Mi menosprecio y el de mi madre, lejos de perturbarla, la calentaron aún más y mientras intentaba mejorar la forma en que satisfacía a mi progenitora, empezó a gemir de placer producto de la cercanía de su orgasmo. Satisfecha por su obediencia y fidelidad, le di un azote y jalándola del pelo, le informé que se podía correr. María al obtener mi permiso pegando un alarido llegó a su climax, derramando su flujo por doquier.
Mi madre, que hasta entonces se había estado reteniendo, dio un grito y uniéndose a mi sumisa, se corrió. Fue alucinante escuchar sus gemidos compitiendo con los de mi sierva y ya totalmente necesitada de sentirlo yo también, exigí a María que me satisficiera. La muchacha al oírme, me ayudó a quitarme el arnés y viendo que me ponía a cuatro patas, entendió a la primera que era lo que necesitaba.
No tuve ni que pedírselo, en silencio se colocó el aparato y sin esperar ninguna orden, me penetró con él. Os juro que al principio sentí vergüenza de que mi madre observara a mi putita poseyéndome pero en cuanto ese pene de plástico rellenó mi conducto me olvidé de todo y berreando como en celo, le exigí que continuara. También os tengo que reconocer que no tardé en correrme y que cuando lo hice, pegué los mismos gritos que mi madre y mi sumisa dieron escasos minutos antes.
Al terminar, me dejé caer en la alfombra agotada. Fue entonces cuando mi madre, me ayudó a volver al sofá y una vez me había repuesto, me dijo:
-Hija, esta noche duerme con tu hombre, no es bueno que se quede solo.
Su tono me reveló que quería algo más y por eso le pregunté:
-¿Qué más quieres?
-Ya que va a estar ocupada, ¿Me prestarías a tu sumisa?
Soltando una carcajada, accedí.

Relato erótico: “el Mister” (POR ALEX BLAME)

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Te preguntas por esta racha de éxitos que parece no tener fin y te contaré que todo empezó aquel  día hace cinco años  gracias a aquel viejo cuervo gritón.

Nadie que no haya estado  ahí abajo recibiendo una soberana paliza lo entendería. Al final del primer tiempo nos ganaban por tres  a cero, no nos habíamos acercado al área contraria ni una sola vez y si no llega a ser por el portero que paro varios goles cantados, hubiese sido la debacle.

Cuando entramos en el vestuario  cabizbajos y arrastrando los pies el viejo ya estaba allí, de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho. Vestía unos vaqueros desteñidos por el uso y  un jersey de lana grueso de cuello alto y color verde botella horrible, pero lo que más destacaba de su atuendo eran unas vetustas gafas de carey con unos cristales más gruesos que los del papamóvil y que hacía que sus ojos pareciesen tan grandes como los de una piraña.

-¡Miradme a los ojos, coño! –grito el entrenador  con todas sus fuerzas. – ¿Se puede saber que puñetas habéis estado haciendo hay fuera?  

-Lo siento míster, hacemos lo que podemos –intento defendernos Julio, el capitán.

-¡Si hicieseis lo que os he indicado ahora estaríais machacando a esos macacos! –Dijo el entrenador encendiendo un cigarrillo, haciendo caso omiso de los cientos de carteles repartidos por todo el estadio –A esos inútiles les ha caído la lotería con vosotros.

– ¿Qué podemos hacer? –pregunto Julio, el único que se atrevía a hablar.

-Podría daros una nueva táctica. Podría llenar esa pizarra que tengo detrás de mí de garabatos y flechas, pero la verdad es que no hay nada que corregir porque ninguno de vosotros y tú el que menos, se ha ajustado a lo que os había ordenado que hicierais. –Respondió el entrenador señalando con el pitillo humeante al capitán –Todos tenéis culpa de lo que está pasando pero tú el que más. Tú tienes que ser la prolongación de mis gritos en el campo. Corrige posiciones y grita, cojones. Que todos te escuchen y te respeten.

-Y vosotros malnacidos –se volvió dirigiéndose al resto – dejad de lloriquear como eunucos y echadle un par de cojones. Es vuestra primera final y por mis santos huevos que la vais a ganar.

-Pero míster eso es imposible…

-¡Imposible! – Le interrumpió el entrenador con un gesto de enojo–También creeréis que es imposible cuando meéis sangre después de los próximos entrenamientos que os voy a programar como perdáis este partido.

-Son tres goles…

-Os contaré una historia que quizá os convenza de que nada es imposible, pandilla de nenazas:

Corría el año 61,  yo acababa de cumplir los diecisiete años y Pamela los veinte. Era hermosa y digo hermosa de verdad, no como los espantapájaros de ahora, todo morros y huesos. Su piel mulata era de color caramelo y sus ojos eran grandes y oscuros.  Vosotros diréis vaya mierda de historia pero dejad que os cuente que Pamela era la hija de un Capitán de la base aérea americana de Torrejón. Yo la veía todos los días, desde el campo de futbol improvisado,  pasear al otro lado de la valla de la base. Normalmente ni me hubiese mirado, pero aquel día  acabábamos de meter un  gol y el barullo que montamos le sacó de sus pensamientos y nos miró con curiosidad. Y dio la casualidad de  que ahí estaba yo, en primera fila, alto y delgado como un esparrago con la pelota debajo del brazo y la mirada de trascendencia que pone un delantero cuando acaba de meter un gol que sabe que le conducirá irremisiblemente a la victoria.

Cuando cruzamos nuestras miradas noté en ella un destello de interés. Dejando caer la pelota para que los compañeros siguieran jugando me acerqué a la valla que nos separaba.

-Hola, soy Luis ¿y tú? –dije encendiendo un Peninsular para hacerme el interesante.

-Yo… soy Pamela. –respondió ella con un español vacilante y cargado de acento yanqui.

-¿Te gusta el futbol? –pregunté yo más para evitar que se fuera que por verdadero interés.

-No sé, en mi país… no juegan al football así.

-¿De dónde eres?

-Nací en Mobile, Alabama pero mi padre es piloto de aviones de…  ¿Cómo se dice? ¿Cargo? 

-Aviones de carga,  -respondí yo mientras paseábamos uno a cada lado de la valla.

-Eso,  aviones de carga –repitió ella para sí misma – hemos cambiado tanto de destino que no sé muy bien de dónde soy…

El caso es que estuvimos charlando y caminando hasta que  un muro de hormigón de tres metros y medio de alto que nos obligó a separarnos.

Al día siguiente, como todos los días Pamela paso por delante de nosotros pero esta vez se paró un rato y estuvo estudiando nuestras evoluciones por el campo con mucho interés. Cuando  no pude contenerme más  abandoné el juego y me acerqué a ella. Iba a encender mi Peninsular cuando ella me pasó medio paquete de Luckys a través de la valla. A pesar de intentar disimular, ella no pudo evitar reírse ante la cara de adoración que puse al ver aquellos cigarrillos, los mismos  que Rick fumaba mientras pensaba en Paris. Cogí uno, lo encendí, aspiré el humo suave y aromático y echamos a andar.

Así pasaban los días,  jugaba al futbol mientras la esperaba, ella aparecía y luego paseábamos cada uno a un lado de la alambrada. Cuando llegábamos al muro nos despedíamos y cada uno iba por su lado.

Finalmente una semana después a base de vender parte de los cigarrillos que ella me daba conseguí reunir lo suficiente para invitarla a un refresco en una cantina cercana. Fue entonces cuando ella me dijo que no podía salir del recinto de la base y que yo no podía entrar sin una autorización previa que ninguno de los dos podría conseguir.  Yo le repliqué,  totalmente convencido, no como vosotros,  que tenía ganas de ver la base por dentro y que ya me las arreglaría para entrar.

La verdad es que no fue tan complicado.  Pronto averigüé por mis propios medios que la base se dividía en dos partes, la zona militar en la cual ni necesitaba ni podría entrar con los medios de los que disponía y la zona residencial con la seguridad mucho más relajada y a la que entraban algunos españoles para proporcionar a los americanos ciertos servicios que necesitaran. Un cartón de Marlboro del economato de la base para que el repartidor de periódicos habitual contrajese una oportuna gripe y otro para que su jefe me contratara, permitió conseguir un pase de acceso restringido a la zona residencial. El pase era sencillo tenía mi nombre y una foto y no especificaba ni la tarea a desarrollar ni el tiempo que podía quedarme en el recinto, así que el mismo día que conseguí  el pase quede con Pamela para ir a la última sesión  del cine de la base.

 La zona residencial era un pequeño pueblo de calles dispuestas en forma de damero con una treintena de casas unifamiliares con jardincito para los oficiales y varios bloques de pisos de cinco alturas para el resto de la tropa y el personal administrativo. En el centro rodeada por los bloques de pisos había una plaza con un  cine, una bolera, la cantina y el economato.

Cuando llegué a las puertas del cine Pamela ya me esperaba con una sonrisa y una falda de tubo oscura, en la marquesina había un gigantesco cartel con el perfil de hitchcock y la carátula de Psicosis.

Los americanos tenían la costumbre de acostarse muy temprano así que en la sala había media docena de personas. Nos sentamos en la última fila y esperamos en un silencio incómodo a que se apagasen las luces.

Curiosamente la única parte que recuerdo de aquella proyección es la escena de amor del principio, escena que los españoles tardarían diez años en poder ver.  Acostumbrado a la censura,  aquella corta escena que no revelaba apenas nada me puso como una moto, y por la mirada de Pamela a ella también.  Consciente de que era mi oportunidad y sobreponiéndome a la intimidante presencia de Pamela, la miré a los ojos y le acaricié la cara con mis manos. Ella sonrió de nuevo haciendo resplandecer sus dientes como perlas en la oscuridad de la sala. Con lentitud, disfrutando del momento,  acercamos nuestros rostros y nos besamos.

No era la primera vez que besaba a una chica, en realidad eso de ligar se me daba bastante bien en aquella época,  aunque no os lo creáis, pero nunca había estado con una mujer mayor que yo y evidentemente con mucha más experiencia y eso era a la vez excitante y turbador. Pamela segura de lo que hacía introdujo su lengua en mi boca explorándola y dejando en la mía un ligero sabor a Coca Cola. Yo, un poco intimidado al principio, le devolví el beso un poco incómodo sin saber muy bien qué hacer con mis manos. Pamela juguetona se separó y aparento ver la película con interés. Anthony Perkins estaba dando la bienvenida a la protagonista evidentemente en un inglés que yo no entendía. De vez en cuando le hacia una pregunta a Pamela para enterarme un poco de la historia y  poco a poco nos fue absorbiendo. La verdad es que ya no recuerdo muy bien quien abrazó a quien cuando el cuchillo de Norman atravesó la cortina de la ducha , lo único que recuerdo de aquel momento eran los generosos pechos de Pamela apretándose contra mi mientras la volvía besar. En esta ocasión ni siquiera el genio de Alfred ni los chirridos de los violines de Bernard Hermann consiguieron distraer nuestros labios ni nuestras manos.

Cuando salimos del cine entre el magreo y el inglés no tenía ni puñetera  idea de lo que le había pasado a esa nenaza llorona de Norman. Intente invitar a Pamela a tomar una Coca Cola pero como pude ver con evidente desilusión la cantina ya estaba cerrada.

Ya estaba resignado a irme a casa a pelármela como un mono cuando cogiéndome de las manos Pamela me pregunto si quería que la tomáramos en su casa.

La casa de Pamela era uno de los pequeños chalets de la zona de oficiales,  blanco amplio y con un coqueto jardín. La casa por dentro era la más limpia y moderna que jamás había visto pero cuando entramos a la cocina y vi la gigantesca nevera Westinghouse  me quedé de una pieza. De aquel gigantesco armario saco Pamela un par de Coca Colas heladas. Yo que nunca había visto cosa igual, me acerqué al  infernal ingenio y con un gesto divertido Pamela me invitó a saciar mi curiosidad. En la parte de abajo había una serie de baldas de plástico llenas a reventar de carne,  lácteos,  pan de molde, refrescos y cerveza y arriba había un cajón herméticamente cerrado. Cuando lo abrí y una corriente ártica salió de aquel cajón tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no parecer un memo. Pamela, que ya se había divertido bastante cerró la puerta de la nevera y con el descorchador de la puerta abrió los dos refrescos. Mientras me daba una a mí cogió la suya e inclinando la cabeza comenzó a beberla de un trago. Yo, hipnotizado, me quede mirando su cuello largo y moreno  tragando el refresco, sin poder evitar acercar mi mano y acariciarlo. Ella paró y me sonrió ahogando un chispeante eructo.

Con un suave empujón me sentó en una silla mientras encendía la radio. Tenía sintonizada la emisora de la base y la voz de Sinatra se filtraba entre crujidos y crepitaciones. Pamela comenzó a tararear la canción mientras se desabrochaba los botones de la blusa.

Yo en la silla me revolví expectante, sin poder creer en mi suerte.   Incapaz de quedarme quieto un segundo más, me aproxime y la ayudé a despojarse de la ropa interior hasta que estuvo totalmente desnuda ante mí. Contrariamente a lo que me esperaba se paró allí, delante de mí, orgullosa de su cuerpo y satisfecha del efecto que provocaba en mí. Yo no podía apartar los ojos de sus pechos firmes y exquisitos con los pezones pequeños y negros, ni del triángulo de suave vello rizado que cubría su pubis.  Se giró con deliberada lentitud, dejando que mis ojos se deslizasen por su larga melena negra su culo firme y potente y sus piernas esbeltas.

Cuando me acerque por su espalda y la abracé noté como todo su cuerpo hervía y vibraba de deseo. Me apreté contra ella y besándole el cuello aproxime mis manos a sus pechos sopésanoslos y acariciando los pezones con suavidad.

Pamela dándose la vuelta me dio un largo beso mientras me quitaba la camisa y me desabrochaba los pantalones. Cuando deslizó su mano en el interior de mi pantalón y palpo mi gigantesca erección sonrió satisfecha.  Después de desnudarme se apartó y disfrutó de mi incomodidad dando una vuelta completa a mí alrededor y rozándome con la punta del dedo.

Cuando terminó, sin mediar palabra, se arrodillo y se metió mi polla en la boca.  Yo no era virgen de aquellas pero jamás me habían hecho nada parecido así que, cuando ella empezó a acariciarme la polla con sus labios jugosos y su lengua inquieta no pude contenerme y apenas me dio tiempo a apartar mi miembro de su boca antes de correrme. Impotente y avergonzado vi como mi leche se derramaba  entre sus pechos y resbalaba poco a poco por su cuerpo.

Estaba a punto de salir corriendo como vosotros ahora pero ella divertida cogió un poco de mi corrida con un dedo y sin dejar de mírame a los ojos se la llevó a la boca juguetona. 

Yo totalmente descolocado no sabía muy bien que hacer pero consciente de que lo único que no debía hacer era quedarme parado  la levante en volandas y la senté sobre la mesa besándola con una furia vengadora y magreando y pellizcando todo su cuerpo.

¡Bendita juventud! En tres minutos volvía a estar empalmado mientras que ahora necesito un par de pastillas azules para que se me ponga morcillona…

Mmm ¿dónde estaba? ¡Ah, sí! Sin miramientos, aún un poco enfadado conmigo mismo la tumbe sobre la mesa. La botella de Coca Cola vacía rodo y calló al suelo sin llegar a romperse mientras introducía mi mano entre sus piernas. Su sexo ya estaba húmedo y caliente y cuando mis dedos entraron en su interior Pam dio un respingo y gimiendo de placer abrió sus piernas anhelante. El contraste de color oscuro de su piel con el del interior de su vagina era espectacular y nunca ningún coño me ha vuelto a parecer tan bonito. Excitado por la visión empecé a meter y sacar mis dedos de su sexo cada vez más deprisa mientras con mis labios acariciaba y besaba su pubis.

Entre jadeos y exclamaciones tipo ¡Oh my god! Pamela estiro el brazo y me indico uno de los cajones de la encimera. A regañadientes me separé de ella y lo abrí, sin saber que quería saque varios objetos mientras ella negaba divertida hasta que finalmente acerté al coger una caja de condones. Yo un adolescente de un país ultracatólico no tenía ni idea de que era aquello, así que se la di y la deje hacer. Pam, incorporándose,  arrancó el envoltorio con los dientes y con suavidad cogió mi pene y deslizó el preservativo por toda su longitud. 

Sin darme tiempo a pensar cogió mi pene y me guio hasta su coño. Mi polla se deslizó en su interior acompañada de un largo gemido de satisfacción de la muchacha.  Durante un instante nos quedamos parados, mirándonos a los ojos con mi polla caliente y dura como una estaca alojada hasta el fondo en su vagina. Sin apartar los ojos empecé a moverme en su interior con golpes duros y secos. Ella respondía apretándose contra mí, gimiendo y arañando mi espalda como una gata en celo. Recuperada la confianza seguí penetrándola con fuerza mientras manoseaba sus pechos y exploraba todos sus recovecos con mi lengua haciéndola gemir y gritar desesperada.

Me separé y con un tirón la saque de la mesa y le di la vuelta. Me aparté un poco para admirar aquel cuerpo oscuro, brillante y jadeante. Pam apoyó sus brazos en la mesa y poniéndose de puntillas comenzó a balancear el culo grande y prieto lentamente intentando atraerme. No me hice esperar y separando sus piernas le metí de nuevo mi polla hasta el fondo.

-Mmm, me gusta –dijo ella jadeando y poniéndose de puntillas. –dame más, please.

Consciente de que Pam estaba casi  a punto de correrse la cogí por las caderas y empuje con todas mis fuerzas hasta que note como todo su cuerpo se tensaba y vibraba mientras soltaba un gemido largo y  primitivo cargado de placer y satisfacción.

Con delicadeza Pam me cogió la polla,  se la saco de su coño aún vibrante y rebosante de los jugos producto del orgasmo y me quito el condón. Mi polla aún estaba dura y se movía en sus manos espasmódicamente cuando se la metió de nuevo en la boca. Esta vez estaba preparado y disfruté del interior cálido y aterciopelado de su boca y su lengua. Pam sorbía y lamía mi miembro  subiendo y bajando a lo largo de él sin darme tregua. Cuando intenté apartarme de nuevo para correrme ella mantuvo mi polla dentro de su boca. Loco de placer le metí la polla hasta el fondo de su boca y me corrí salvajemente.  Cuando aparté mi pene ella tosió y escupió parte de mi leche. 

Con un movimiento casual le acerqué mi refresco mediado que ella apuró de un trago.

-¿Qué pasó luego? –Preguntó  Rubén –rompiendo el silencio que se había adueñado del vestuario.

-Lo importante no es que pasó después mono salido –respondió el Míster –lo importante es que después de un inicio desastroso, me recuperé le eché huevos y terminé follándomela cuatro veces aquella noche. Y eso es lo que tenéis hacer  vosotros ahora cuando salgáis al campo. –Dijo mirando el reloj –Quiero que los once salgáis al campo y deis por el culo a esos maricones al menos cuatro veces. ¿Entendido? Ahora a jugar.

Cuando saltamos al campo  más que enchufados, estábamos empalmados. Nos dirigimos al centro de nuestro terreno y nos abrazamos formando una piña. Cuando nos separamos nos fuimos cada uno a nuestro puesto y nos plantamos exudando una tranquilidad  y una confianza que desconcertó al equipo contrario.

A los tres minutos el capitán, con un tiro desde fuera del área les metió el primero. Cuando los contrarios colocaron el balón en el centro del campo su gesto era de contrariedad.

Cuando a los diez minutos les metimos el segundo, su gesto era de incertidumbre. Su capitán, el mejor jugador del equipo contrario, intentó calmarlos y hacerles tocar la pelota para  cambiar el ritmo del partido, pero nosotros respondimos con dos tiros al palo y un balón que consiguió rechazarlo el portero in extremis cuando toda la grada ya cantaba el gol.

Entonces  nos dimos cuenta. Casi a la vez,  miramos todos hacía la grada, donde la multitud hervía con la emoción de la remontada. Cualquiera diría que en esos momentos sólo veíamos rostros de niños emocionados, pero lo único que veíamos en realidad era mujeres en éxtasis… jóvenes saltando haciendo que sus pechos subiesen y bajasen…

Fue Julio el que con un par de gritos nos sacó de ese estado de despiste general para seguir asediando la portería contraria.

El empate llegó en el minuto setenta y dos y con él los nervios y los reproches en el equipo contrario. Nosotros nos dedicábamos a presionarlos contra su portería y a rondarlos como  lobos alrededor de un ciervo herido. Ellos impotentes rechazaban balones e intentaban salir a la contra sin ningún éxito.

En el minuto ochenta y tres, Rubén,  con una internada de  por la banda derecha penetró  en el área y me dio el pase de la muerte a dos metros escasos de la portería. El estadio se caía con el cuatro tres. El equipo contrario era el que miraba al suelo ahora. Su capitán y su entrenador desesperados, intentaban poner orden y animar a un equipo que ya se había rendido.

La batalla estaba ganada pero no estábamos dispuestos a hacer prisioneros y con el enemigo rendido fusilamos otras dos veces al portero contrario dejando el marcador en un humillante seis a tres.

La recogida de la copa fue apoteósica, los aficionados gritaban y cantaban extasiados el himno del Club haciendo temblar los cimientos del estadio. El presidente de la federación nos felicitó y comentó alguna de las jugadas con nosotros mientras repartía las medallas. Cuando el entrenador recibió la medalla, le preguntaron cómo había conseguido levantarnos la moral, él, con la colilla medio apagada colgando del labio inferior sonrió y se encogió de hombros sin decir nada.


Relato erótico: “Mi esposa y la partida de póker (y 3)” (POR MARIANO)

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MI ESPOSA Y LA PARTIDA DE POKER (y 3)

Andrés, sin dejar de masturbarse con una de sus manos, agarró con la otra uno de los hombros de mi mujer. Manteniéndola sentada, la separó del respaldo del sofá y la atrajo hacia él, hasta que su rostro estuvo a escasos centímetros de su rabo. Silvia observó brevemente la polla babeante de Andrés y luego dirigió su mirada a los ojos de mi jefe, con el mismo aire de desafío mostrado con anterioridad. Andrés aceleró los movimientos de su mano sobre la polla y por unos instantes pareció que iba a terminar de hacerse la paja sobre el rostro de ella, pero la mirada altiva de Silvia debió hacerle recapacitar y se paró. Acercó la punta de su capullo a los labios de Silvia y lo restregó suavemente por ellos, impregnándolos de líquido preseminal. Silvia se limpió con la mano los labios y levantó de nuevo su fría mirada a Andrés, quién meditaba qué hacer a continuación.

Mi jefe le tomó la cara con las manos y, tras acariciarle repetidamente las mejillas, se dispuso a besarla. Andrés tanteó con su lengua sobre los labios de mi esposa, hasta que ella los abrió permitiéndole el paso y él aprovechó para besarla con pasión, moviendo la lengua con fuerza en el interior de su boca. Echó su cuerpo hacia el de ella obligándola a recostarse de nuevo sobre el respaldo del sofá y le separó las piernas lo suficiente para dejar al descubierto la raja de su coño y dirigir allí su tranca. No tardó demasiado en acoplarse e introducirle el nabo en su totalidad moviéndose despacio, tomándose el tiempo necesario para no incurrir de nuevo en el error de una corrida prematura.

Luego dirigió sus besos a las tetas de Silvia que, pese al disgusto que le provocaba ser jodida por Andrés, notó como sus pezones se erizaban con el jugueteo de la lengua del macho sobre ellos. Cuando Andrés llevó sus dedos al clítoris de mi mujer y lo frotó repetidamente, acompañando la follada, ésta tuvo que esforzarse en reprimir la creciente excitación que iba sintiendo. La suerte para ella era que Andrés también estaba próximo al climax y por ello, al poco rato, él le sacó la polla, se medio incorporó y empujó a Silvia por los hombros hacia abajo, arrastrándola desde el respaldo al asiento del sofá.

Cuando la tuvo incómodamente tumbada de cuerpo para arriba sobre el asiento, se arrodilló sobre éste y llevó su picha al perfecto canal que separaba sus dos grandes tetas. Las agarró con ambas manos, ocultó entre ellas su miembro y moviendo de arriba abajo los dos globos mamarios comenzó de nuevo a masturbar su polla con ellos.

 

Joder Silvia, vaya par de tetas que tienes. Me dan ganas de echártelo todo entre ellas, pero aún no ha llegado el momento.

¡El momento de qué, cerdo! – Silvia le contestó – ¿Aún no has tenido bastante?

Pronto lo verás, querida, y los demás también.

 

Andrés abandonó el desfiladero en el que su polla estaba a punto de explotar y agarrando a Silvia de las caderas tiró aun más de ella hacia abajo, mientras él se arrodillaba en el suelo. Con esta maniobra consiguió que ella quedara sentada en el suelo con la espalda apoyada en la base del sofá y la cara recostada sobre el asiento. Acercó su verga al rostro de Silvia y comenzó a restregarla por todos los rincones de éste. Luego le acercó a la boca la punta del nabo y con tres pequeños golpecitos le invitó a abrirla. Vi cómo mi esposa le miraba con rabia y sin ánimo de obedecer, pero otros tres golpes más fuertes sobre sus labios le convencieron de que era estúpido negarse.

Cuando Silvia entreabrió la boca, Andrés empujó y le metió más de la mitad de su aparato, iniciando una nueva masturbación, meneándose la parte de la polla que aún sobresalía. Silvia puso de manifiesto su desagrado cuando sintió las gotas de líquido preseminal que desprendía el capullo de Andrés conforme este se pajeaba cada vez más rápido, pero en ningún momento se la mamó, dejando que todo lo hiciera él, a quien parecía no importarle la actitud pasiva de ella

Tras unos minutos de continuada masturbación, acompañada de suspiros y gemidos por parte de Andrés, él saco la picha de la boca de Silvia y sin dejar de pajearse, se dirigió a ella.:

 

Sabes Silvia, desde que te conocí tu belleza me dejó prendado, pero siempre has tenido conmigo un comportamiento altivo y grosero. Esa forma de tratarme hizo cambiar mis iniciales e inocentes fantasías sexuales contigo hasta desear cosas bastante más perversas que un simple polvo. Últimamente mis mejores pajas me las he hecho pensando en que me la pelaba sobre tu cara hasta correrme sobre ella. Nunca pensé que esto pudiera ocurrir, pero aquí estamos los dos, haciendo realidad mis fantasías.

Eres un cerdo asqueroso y salido.

Tienes razón Silvia, soy un guarro y un salido que te va a llenar la boca y la cara de lefa caliente. Vamos, ¿a qué esperas? Abre la boca.

¡Adelante cabrón, termina de una puta vez!

 

Silvia abrió su boca y Andrés le metió de nuevo buena parte de la polla acelerando el movimiento de su mano sobre la parte que aún sobresalía y suspirando cada vez con más intensidad. Tras un minuto de furiosa masturbación y medio gimiendo exclamó:

 

Joder, te voy a embadurnar de leche. Voy a disfrutar de la mejor corrida de mi vida.

 

Un ronco grito acompañó el inicio de su eyaculación que, pese al anuncio hecho por Andrés, pilló por sorpresa a Silvia que en cuanto sintió el esperma en su boca apartó la cara hacia un lado escupiéndolo con fuerza y liberándose de la polla. A Andrés no le importó, sujetó la cabeza de Silvia con la mano libre y dirigió cada nuevo chorro de leche hacia una parte distinta del rostro de mi esposa. Una vez culminada la eyaculación restregó con su propia verga el semen acumulado esparciéndolo por la cara de Silvia: Luego, tambaleándose, se incorporó y se sentó en el otro sofá sujetándose el pene, aún chorreante y con el semblante repleto de satisfacción. Había completado una deliciosa venganza y era evidente que había disfrutado muchísimo con lo que le había hecho a Silvia.

 

Increíble, ha sido increíble, mucho mejor de lo que esperaba. Y tú ¿qué tal Silvia? ¿Te ha gustado mi leche?

 

Silvia, con la cara toda pringosa, se sentó de nuevo en el sofá, a mi lado y le objetó con sorna:

 

Seguro que es tan asquerosa como tú. ¿No has visto que la he escupido? Apenas he tenido que probar su sabor.

 

Andrés replicó:

 

¿No quieres reconsiderarlo? Aun puedes hacerlo, tienes la cara llena de esperma.

 

En ese momento Juan, que estaba en el sofá junto al exhausto Andrés, se levantó torpemente y se dirigió hacia Silvia. El bulto en sus pantalones era tan evidente que cuando ella le vio acercarse saltó con brusquedad:

 

– ¿Qué? ¿Tú también quieres hacerme lo mismo?

 

Pero Juan sacó un pañuelo de su bolsillo y balbuceó:

 

No. Yo sólo venía a ofrecerte un pañuelo para que te limpies la cara.

 

Silvia hizo un gesto como pidiendo perdón y le dejó que él mismo le limpiara todos los restos de semen. Una vez terminada la tarea Juan se quedó parado frente a ella admirando su cuerpo desnudo, pues Silvia ya ni se preocupaba por taparse.

De inmediato Andrés retomó la voz cantante de la situación, dirigiéndose a mi esposa:

 

¿Has visto lo galante que ha sido Juan? ¿No crees que deberías recompensarle de algún modo?

 

Silvia lanzó primero una furiosa mirada a Andrés, para concentrarse después en el hombre que tenía ante ella, y que inconscientemente, mientras se deleitaba observando sus curvas, se frotaba con la mano en la entrepierna. Andrés intervino de nuevo:

 

– ¿Tu que crees, Juan? ¿No te mereces un premio? ¿Una mamadita?

 

Juan, cada vez más turbado, contestó con un hilo de voz:

 

– No se. Jamás me lo han hecho y no estoy seguro de que me guste.

– ¿Nunca te la han chupado? Eso no puede ser. Tienes que probarlo. Te aseguro que es delicioso.

– Pero yo estoy a cien y podría venirme en su boca y eso es algo que no quiero hacer, es demasiado… sucio. Yo prefiero hacerlo cómo antes, en su coño.

– Pues ya no hay condones, pero tú no te preocupes, deja que te la mame y si notas que te vas a correr, te la follas por el coño y te sales cuando te llegue.

 

Andrés se dirigió de nuevo a Silvia:

 

Vamos Silvia, chúpasela un poquito. Dale esa satisfacción, deja que lo pruebe.

 

Silvia me miró, cómo no dando crédito a lo que oía, pero yo, deseoso en el fondo de que se la mamara también a Juan, asentí levemente, cómo dando la razón a Andrés. Con un pequeño gesto me dio a entender que todos estábamos locos, pero era evidente que ya ni mi esposa tenía tabúes y acercó sus manos a las del tembloroso Juan y las apartó del bulto de sus pantalones. Maniobró con el cinturón, el cierre y la cremallera de sus pantalones para permitir bajárselos hasta la mitad de los muslos. Sus largos calzoncillo de líneas verticales azules fue la siguiente prenda que Silvia le bajó a la misma altura. La polla de Juan apareció, entre una despoblada mata de pelos muy largos y completamente tiesa, ante sus ojos. Me pareció bastante más gruesa que la primera vez que la vi esa noche, seguramente porque su excitación en ese momento era mayor. Volvió a sorprenderme el contraste entre el blanquecino color de su tronco y el rojizo de su glande medio descubierto.

Juan permanecía quieto, sin saber muy bien qué hacer, y fue la propia Silvia la que cogió su polla y con mucha suavidad terminó de descapullarlo, mientras él se estremecía al sentir el contacto de la palma de la mano de mi mujer sobre su dura verga. Cuando ella echó su cuerpo hacia atrás, para apoyar su espalda en el respaldo del sofá, tiró de la polla de Juan obligándole a acercarse y finalmente a poner sus rodillas sobre el asiento a ambos lados de los muslos de ella. Silvia deslizó un poco su cuerpo por el respaldo hasta que el cipote de Juan estuvo a la altura de su boca y luego con un nuevo y ligero tirón la acercó a sus labios.

Cuando engulló el glande en su boca el hombre cerró los ojos, pero cuando se metió en la boca la mayor parte de la picha y, esta vez sí, empezó a mamársela, Juan emitió un gruñido de satisfacción y empezó a suspirar. Era, sin duda, la primera vez que Silvia hacía una mamada, pero también era la primera vez que Juan la recibía. Se la estuvo chupando un rato hasta que empezó a mover rítmicamente los labios subiendo y bajando por el tronco de su cipote cuyo grosor hacía que la piel se moviera al mismo compás, originando un efecto masturbatorio que posiblemente ni la propia Silvia quería, pero que Juan seguro que agradecía, pues le estaba produciendo un gusto impensable, tanto que, instintivamente, apoyó sus manos sobre la parte alta del respaldo del sofá y comenzó a mover su cuerpo, al principio muy ligeramente, siguiendo el vaivén de la mamada de mi mujer.

Las sensaciones placenteras de Juan se fueron incrementando y eso hizo que sus movimientos de riñones de adelante a atrás a se intensificaran y que él comenzara a olvidarse de sus opiniones morales ante la posibilidad de correrse entre los labios de Silvia, mientras su polla asumía el mando de la situación, follándose a mi esposa por la boca, con creciente ímpetu.

Llegó un momento en que la fuerza de la follada era tal que Silvia, intuyendo lo que podía pasar, intentó apartarle poniendo sus manos sobre el pecho del hombre que ya estaba fuera de sí. El intento de mi mujer fue inútil y las exclamaciones de placer de Juan inundaron el salón hasta que su cuerpo empezó a sufrir las convulsiones que ya habíamos visto antes y que anunciaban su inminente orgasmo.

 

¡Ay Dios, esto es increíble! – pudo exclamar justo antes de que los temblores de su cuerpo aparecieran al empezar a correrse.

 

Silvia se dio cuenta de que Juan le iba a inundar la boca de esperma e intentó zafarse del pollón pero esta vez no tuvo escapatoria. El temblor de Juan empujaba sin parar su grueso cuerpo contra el rostro de Silvia aplastándolo contra el respaldo del sofá y mi esposa comenzó a recibir en su boca la eyaculación del hombre. Como el grosor de la polla de Juan impedía a Silvia escupir la leche que el vomitaba, intentó retenerla entre sus mofletes que se fueron hinchando. Dado el tiempo de abstinencia de él, y pese a haberse ya corrido una vez, la corrida fue larga y copiosa y en medio de la misma, entre tosidos y arcadas, ella tuvo que tragarse el líquido mientras Juan seguía soltando leche.

Finalmente cesaron los temblores y Juan culminó su éxtasis, pero mantuvo su cuerpo aún apretado sobre mi mujer un buen rato hasta que ella le empujó y él se retiró con su pene ya en clara decadencia. Los aplausos de Andrés resonaron en el salón.

 

¡Sí señor! ¡Ha sido genial! Ya te lo advertí Juan. Una buena mamada es deliciosa y veo que la has disfrutado de verdad.

 

Juan retrocedió hasta el mueble, intentando recuperar la compostura y la cordura.

 

¡La virgen! Ha sido la corrida mas intensa que he tenido en mi vida – y mirando a Silvia se excusó:

Lo siento Silvia, ha sido superior a mí, no he podido evitarlo. Cuando empezaste a pajearme con los labios me descontrolé. Te agradezco el maravilloso momento que me has hecho pasar.

 

Silvia sonrió sinceramente a Juan y le dijo:

 

No te preocupes, no pasa nada. Me alegro por ti que lo hayas disfrutado.

 

Luego se levantó y, tras mirarme brevemente con una expresión que nunca antes había visto en ella, se dirigió, contorneándose como una puta, hacia la silla en la que Lucas había contemplado el espectáculo sin dejar de acariciarse su oscura y circuncindada verga. Aunque prácticamente ya no había nada que pudiera sorprenderme esa noche, no me esperaba las palabras que dirigió al hombre gitano mientras le miraba fijamente a los ojos:

 

¿Y tú qué, Lucas? ¿No quieres que también te la chupe?

 

Y se acercó aún más a Lucas mirándole la polla con descaro y claras muestras de deseo, inclinando su cuerpo con clara intención de metérsela también en la boca, pero él se levantó y la alzó también a ella, puso sus dos manos sobre el trasero de mi mujer atrayéndola hacia él. Sus manos se pasearon por las nalgas de Silvia, abrieron sus cachetes y sus dedos se introdujeron repetidamente por la raja del culo, acariciando el agujero de su ano. Lucas y Silvia se besaron con auténtica pasión.

Ella no se mantuvo quieta y, mientras seguían besándose, acarició con una mano la espalda tersa del gitano y con la otra le imitó palpándole y pellizcándole repetidamente el delgado trasero aunque sin rozarle la raja del culo.

Yo ya había asumido que ese hombre producía un efecto devastador en la sexualidad de mi esposa y no me importaba, al contrario me excitaba, aún más si cabe, el abierto comportamiento de ella hacia él.

Lucas puso una vez más a mi esposa a cuatro patas, justo frente a mí, y empezó a lamerle una y otra vez el orificio anal, acudiendo, de vez en cuando, al vaginal. Se incorporó y apuntó con su sable totalmente tieso al trasero de ella. Cuando su polla empujó sobre las paredes de entrada de su ano, Silvia, sorprendida, se giró, pero pese al dolor que la penetración le producía, no rechistó e intentó disfrutar de algo que sexualmente era para ella totalmente novedoso.

Lucas consiguió, con mucho esfuerzo, introducirle buena parte de su cipote en el ano y se movió lentamente, sin llegar a conseguir al principio que Silvia se relajara lo suficiente para gozar de la sodomización. Sin embargo el gitano mantuvo pacientemente durante bastantes minutos la lentitud de sus embestidas hasta que su polla se acopló al canal del recto de mi mujer y empezó a entrar y salir de él sin dificultades. Los gemidos de Silvia le indicaron que ella empezaba a gozar de la verga en su culo y para excitarla aún más llevó una de sus manos a su coño acariciándole el clítoris, mientras incrementaba la fuerza con lo que le taladraba el culo.

Cuando parecía inminente el orgasmo de Lucas, y puede que también el de mi esposa, Andrés se les acercó, de nuevo con la polla en completa erección y le susurró algo al hombre. Lucas se salió, alzó a Silvia y ocupó su lugar tumbado en el suelo. Sin dejarla mirar hacia atrás, donde Andrés esperaba masturbándose, la instó a cabalgarle. Silvia bajó su cuerpo sobre el de Lucas y escondió la polla dentro de su coño. No tuvo ya tiempo para subir. El capullo de Andrés la sorprendió abriéndose paso con ímpetu en su ojete que tan abiertamente, y sin saberlo, había dejado expuesto a la vista del odiado hombre. Mi jefe empujó y le metió la tranca sin muchos problemas, tomando el mando de la follada/enculada con enérgicos golpes de riñón. Ensartada entre los dos hombres y follada duramente por ambos, Silvia ya ni protestó por la rudeza de Andrés, abandonándose al placer que le producían los movimientos de las pollas en sus dos canales. Andrés, en medio de los jadeos y gemidos de los tres, no quiso reprimirse:

 

¡Joder Silvia! Darte por culo es lo único que me faltaba estaba noche. Y ya veo cómo disfrutas mientras te partimos en dos. Estás hecha una auténtica zorrona.

 

Andrés no aguantó mucho tiempo sintiendo la estrechez del canal anal de Silvia y anunció su corrida:

 

Me voy a correr otra vez. Toma mi leche. Guardátela en ese precioso culo.

 

Jadeando, Andrés se corrió por tercera vez esa noche dentro de mi esposa y luego, medio desfallecido, abandonó el cuerpo de Silvia y volvió a sentarse junto a Juan.

Parecía que era lo que Lucas esperaba, pues apenas se quedó sólo con ella, la volteó girándola boca arriba, se agarró a sus pechos y le penetró de nuevo por el coño, iniciando un furioso mete-saca que mi esposa sin duda agradeció mientras todos sus sentidos se revolucionaban para llevarla a la cima del placer.

Una mezcla de gritos y gemidos acompañaron el orgasmo de Silvia que aprisionaba con sus piernas y brazos el cuerpo de Lucas sobre ella mientras éste se la follaba a placer con potentes embestidas y sin parar de acariciarle y chuparle los pezones. Fue una corrida brutal de mi esposa, pero ella, fuera de sí, quería más y separó la boca de Lucas de sus pechos y de nuevo le besó con furia y pasión. Lucas respondió acelerando aún mas sus envites mientras el sudor recorría la mayor parte de su cuerpo, hasta que sintiendo la proximidad de su venida se incorporó y abandonando el coño de mi mujer empezó a meneársela dispuesto a correrse sobre aquel.

Entonces Silvia le agarró con ambas manos de la cintura y le instó a reptar hacia su pecho. Lucas aceptó la invitación y, arrodillado, se movió hasta colocar ambas rodillas a la altura de sus pechos. De inmediato envolvió su polla entre las tetas de Silvia y se masturbó con ellas durante un par de minutos. Silvia volvió a instarle a subir su cuerpo aún mas arriba y Lucas, a regañadientes, abandonó la cubana que se estaba haciendo, situando ya sus rodillas a la altura del cuello de ella. Cuando mi mujer tuvo la estaca de Lucas a su alcance, se apoderó furiosamente de ella y bajándola la restregó repetidamente sobre su cara sin cesar de pajearle, luego la observó con detenimiento, cómo si quisiera descubrir todos los secretos, para ella desconocidos, que pudiera tener una polla. Su lengua se concentró sobretodo en la base del capullo, pasándola con reiteración sobre la zona del frenillo, algo que, a tenor de los gestos de su cara, a Lucas le debía resultar maravilloso. Luego se la metió en la boca y se la mamó con ganas, acariciándole con una de sus manos los huevos. La mamada era tan enérgica que iba a llevar a Lucas a correrse sin remedio, pero él no debía querer hacerlo aún, pues consiguió sacar la verga del húmedo recinto que la albergaba y, reptando un poco más, tapó con sus cojones la boca de Silvia.

Mi mujer, cada vez más encendida no se lo pensó y empezó a chupar con frenesí las pelotas del gitano que ahora se masturbaba más lentamente. Lucas bajó su otra mano hacia el chocho de Silvia y volvió a acariciarle el clítoris con su habitual maestría. Las lamidas de Silvia comenzaron a ser acompañadas por gemidos de placer e inconscientemente sus manos se posaron de nuevo sobre las nalgas de él, empujándole aun más hacia ella. Lucas, viendo el estado de frenesí de ella, decidió aventurarse aún más y reptando nuevamente puso su ojete a la altura de la boca de mi esposa, permaneciendo quieto y esperanzado en una reacción positiva de ella, mientras le masturbaba el coño con más intensidad. En efecto no tuvo que esperar mucho, pues Silvia subió su rostro lo suficiente para apoyar sus labios en el esfínter de Lucas quien al sentirlos sobre su ojete se estremeció y empezó a moverse de arriba a abajo consiguiendo que los labios de Silvia se pasearan por toda la raja de su culo. Cuando ella empezó a manipular con la lengua su ano, Lucas se derritió y empezó a pelársela con más fuerza.

Desde mi posición, con incredulidad, veía perfectamente los vericuetos que la lengua de mi esposa efectuaba entre los pelos negros del culo del gitano y como se introducía repetidamente en el interior de su oscuro agujero.

A punto de correrse, Lucas bajó su posición y Silvia aprovechó para apoderarse de inmediato de su polla, metiéndose la mitad en la boca mientras le pajeaba con fuerza. Lucas comenzó a gruñir sintiendo como la leche estaba a punto de subirle por el tronco de su picha. Cuando el cuerpo del hombre se tensó, Silvia le soltó la polla y la engulló por completo dentro de su boca dispuesta a ordeñarle toda la leche que tenía en los cojones. Lucas finalmente aflojó la tensión y empezó a descargar su semen en la boca de mi mujer, entre continuos espasmos de placer. Al sentir la leche caliente Silvia, con un gemido gutural acentuado, pues tenía la boca ocupada, también se corrió. De nuevo fue un orgasmo pronunciado mientras recibía, esta vez con auténtico deleite, la lefa de nuestro invitado.

Cuando Lucas pudo incorporarse volvió a sentarse en la silla, dejando a Silvia tumbada sobre la alfombra. Todos nos dimos cuenta de que el esperma que había escupido Lucas seguía en su boca y ella jugaba con su lengua moviendo el preciado líquido por todos los rincones. De repente se puso de rodillas sobre la alfombra justo frente a mí, mirándome con una sonrisa llena de lascivia. Entonces abrió la boca y me mostró por unos instantes la nata de semen que había batido saboreando el esperma de Lucas, tragándosela a continuación. Se relamió, abrió la boca y permaneció inmóvil, suplicando con la mirada lo que yo, en el fondo, estaba deseando hacer.

 

¿Será posible? ¡Esta mujer es una auténtica furcia! Vamos Mariano, ¿Qué estás esperando? Creo que tu mujer no ha tenido bastante y necesita más.

 

La voz de Andrés me hizo reaccionar. Notaba el dolor en mis testículos originado por la prolongada erección que me había causado la sesión de sexo de mi esposa con mis tres colegas de juego. Me levanté y saqué al exterior mi endurecido cipote y lo posé sobre la lengua que Silvia, golosamente, apoyaba sobre su labio inferior, esperando una nueva ración de leche. Apenas tuve que meneármela un par de veces para que el placer se apoderara de mis sentidos y dejara escapar, a borbotones, toda la leche que tenía acumulada en mis huevos. Silvia la recibió, la saboreó como había hecho antes con la de Lucas y se la tragó, dando así por concluida una noche de inimaginable sexo para ella y todos nosotros.

Éramos conscientes de que todos, esa noche, de una u otra forma, habíamos ganado la apuesta. Los tres hombres se habían tirado y habían gozado de mi esposa a placer, y Silvia y yo habíamos descubierto una faceta en nuestra vida sexual que seguramente nos iba a marcar positivamente para siempre.

Por cierto, el lunes siguiente Andrés me entregó el cheque de 30.000 euros, aunque no me correspondía, y yo, por supuesto, lo cogí. Mañana viernes hay una nueva timba de póker, esta vez en casa de Andrés, y yo estoy convencido de que, enseñándole el cheque a Silvia, no tendré muchos problemas en convencerla de que me acompañe a la partida.

FIN

Relato erótico: “Dos mujeres y la espada de Damocles” (POR GOLFO)

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Capitulo uno. Conozco a Claudia y a Gloria.
La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:
“Hola soy Claudia.
Tus relatos me han encantado.
Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.
Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya”.
Estuve a punto de borrarlo, su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras.
Si quieres ser mía, mándame una foto” .
Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.
Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.
Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.
No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días. 
El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.
-Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?-.
La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.
Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.
No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla.
“Amo:
Espero que no le moleste que le llame así.
Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.
 
Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de un autor de internet llamado GOLFO, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.
En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.
Casi sin esperanzas, entré en su pagina http://www.todorelatos.com/perfil/39902/, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.
Contra todo pronostico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en como sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.
Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.
Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.
GOLFO, soy virgen, pero jamás encontrará usted en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.
GOLFO, sé que usted podría ser mi padre, pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mi, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse.”
La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la ultima ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.
Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.
La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.
Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.
Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.
-No te entiendo-, le escribí en el teclado de mi ordenador.
Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.
-Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú, los instaláis, crearías una línea punto apunto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje-.
-Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger-.
-Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla-.
Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.
La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.
Clarificando mis ideas al final escribí:
“Claudia:
Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.
No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.
Tu amo.”
Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.
Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.
Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.
Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.
Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.
Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.
La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.
¿Me estará escribiendo a mí?, pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.
Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía.
“¿Qué quiere que haga?, ¿quiere que me desnude?-, me contestó.
Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.
-¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?-, le escribí.
-Amo, es que me excita el que usted me mire-.
Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.
No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.
Tu primer orgasmo conmigo-, le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo, –Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte-.
Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo-. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.
-Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo-.
Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.
 
Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.
Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.
Son preciosos, ¿verdad?-, me dijo sacándome de mi ensimismamiento, –la pena es que crecen-.
Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.
-Si-, le respondí, –cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden-.
Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.
Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:
Fernando Gazteiz, y ¿Usted?-.
Gloria Fierro, encantada-.
Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:
-¿Me aceptas un café?-.
Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.
Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:
Chanel número cinco-.
La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:
Fernando, eres una caja de sorpresas-.
Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.
Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?-, me dijo al despedirse.
Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…-, me quedé callado al no saber como pedírselo.
-¿Y?-.
-Que me des un beso-.
Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpo, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.
-¡Para!-, me dijo riendo,-deja algo para mañana-.
Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:
-No me falles-
Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.
Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en como sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.
Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus póster de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.
Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.
Guapísima, con un cuerpo de locura-, le contesté.
-Cabrón, me estás tomando el pelo-.
-Para nada-, y picando su curiosidad le escribí,- No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam-.
-No jodas-.
-Es verdad, aunque todavía no he jodido-.
-¿Pero con gritos y todo?-.
-Me imagino, por lo menos movía la boca al correrse-.
-No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha!. Si le das habilitas la comunicación oral.
Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:
-¿Y tú por que lo sabes?, ¿Es así como espías a tus alumnas?-.
Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga, y al cabo de medía hora la vi entrar.
La vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.
Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.
-¿Por qué lloras?, princesa-, oyó a través de los altavoces de su ordenador.
Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.
-¿Es usted, amo?-, preguntó al aire.
Si, y no me gusta que llores-.
-Pensaba que estaba enfadado conmigo-.
-Ya, no-, una sonrisa iluminó su cara al oírme, -¿Dónde has ido?-.
-Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde –.
Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.
-¿Te gusta oírme?-, le pregunté, sabiendo de antemano su respuesta.
-Si-, hizo una pausa antes de continuar, -me excita-.
Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Su pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.
-Desabróchate los botones de tu camisa-
El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.
Enséñamelos-, le dije.
Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas eran el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.
Ponte de pie-.
No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.
-Desnúdate totalmente-.
Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.
Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella-.
Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.
Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.
Imagínate que estoy a tu lado, y que son mis manos las que te acarician-, le dije sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.
Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.
Despacio-, le ordené,- comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final-.
Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.
-Mi mano esta bajando por tu estomago-, le ordené mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo.
-Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo-.
Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.
-Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti-, le ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.
La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imagino que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.
-Dime lo que sientes-, le exigí.
-Amo-, me respondió con la voz entrecortada,-¡estoy mojada!, casi no puedo hablar…-.
Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.
Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.
-Ahora, ¿qué te pasa?-
-Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue-, me dijo con la voz quebrada.
Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:
-¿Cuándo es tu cumpleaños?-
-El martes-, me respondió ilusionada.
Entonces ese día nos veremos, mañana te diré como y donde-.
Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…
Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo ,el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.
Capitulo dos. Gloria.

Me desperté con una resaca tan espantosa que tardé al menos media hora en abrir las persianas. Todo me dolía, debía de haber sido terrible la borrachera de la noche anterior porque al mirarme al espejo, mis ojos estaban completamente rojos.
Nunca aprenderé-, pensé al echarme el colirio,-bebo demasiado-.
Sabía cual era la causa, al contrario de mis amigos con pareja, no había nadie que me parara, que me dijera hasta aquí, y por eso cuando empezaba a beber, no paraba hasta que dejaba seca Escocia. Siempre me ocurría igual, al servirme la primera copa decía “ésta nada más”, pero antes de terminarla, ya estaba pidiendo la segunda.
Medio repuesto, abrí el grifo de la bañera y mientras se llenaba, me fui a la cocina a ponerme un café doble. Debí de pensar que una buena inyección de cafeína me vendría estupendamente. Cuando ya volvía con la taza en la mano, vi el portátil en el salón.
-¿Qué estará haciendo?-, me pregunté mientras lo cogía.
Antes de sumergirme en el agua, encendí el ordenador, dejándolo sobre el bidé, de forma que podía ver la pantalla desde la tina. Como siempre tuve que esperar, primero aparecía el logo de windows, tras lo cual y durante un par de minutos se iban actualizando y abriendo los diferentes programas y antivirus. Cada día se me hacía más pesada la espera.
Había colocado el programa espía en el menú de inicio, de manera que no tuve que tocar nada para que automáticamente apareciera la habitación de Claudia. Me estaba enjabonando las piernas cuando vi como la pantalla temblaba y aparecía durmiendo. La muchacha, únicamente vestida con unas braguitas, dormía a pierna suelta, ajena a que la estaba observando. Su belleza y juventud se realzaban con el sueño. Hacía calor en Madrid, y ella para refrescarse había retirado las sábanas, dejándome estudiar sus curvas sin ningún impedimento.
Mira que estás buena-, dije en alto sin darme cuenta.
Desperezándose del otro lado, se incorporó diciendo:
Buenos días, amo, me fascina gustarle-.
-No sabía que estabas despierta-, le contesté medio cortado.
Riéndose me dijo que llevaba un rato, pero que por pereza, no se había levantado. Su risa era franca, Claudia se reía sin turbarse, con la boca abierta y enseñando los dientes, no como normalmente hacen las niñas bien, ladeando la cabeza y tapándose los labios, pensando que es eso lo que nos gusta a los hombres.
-¿Dónde está?, oigo ruido de agua-.
Dándome un baño-.
Poniendo cara picara y haciendo como que corría a acompañarme me dijo:
-¿Me invita?, prometo frotarle dulcemente la espalda-.
Solté una carcajada, está niña tenía algo que me volvía loco. Y siguiendo con su broma, le dije:
-Pon la bañera y llévate ahí la cámara-.
Frunció el ceño al oírme, y pidiéndome perdón, me contestó que no podía que el cable era muy corto y no llegaba. Se le notaba apenada por no poder seguir con el juego, y tratando de contentarme, me preguntó si me podía complacer con otra cosa.
Tardé unos momentos en responderle, me apetecía verla bañándose, imaginado que estaba allí conmigo, y tras pensarlo mejor, le dije:
No, vístete y sal a comprar una webcam con conexión bluetooth, asi no me podrás poner la excusa que no te llega. Para esta tarde quiero que la tengas-.
-Se lo prometo-, me contestó levantándose y vistiéndose en el acto.
Desilusionado por habérmelo perdido, me desentendí de ella, al recordar que en menos de dos horas había quedado con Gloría. Tenía tiempo suficiente, pero como quería estar como un pincel, me di prisa en terminar.
Siempre me ha gustado dar una buena impresión y por eso tras afeitarme, me acicalé con cuidado. Es mentira, eso de que los hombres no son coquetos, yo lo soy, y no me da vergüenza reconocerlo. Detenidamente elegí mi vestuario, la mujer con la que me iba a encontrar era toda una señora, por lo que debía ir elegante, pero sin parecer que iba de boda. Por eso me incliné por una chaqueta sport beige, y unos pantalones claros.
Al terminar, me miré al espejo.
-Estoy buenísimo-.
Y con el ánimo insuflado de nuevos bríos, salí a la calle. Hacía un día soleado, todo me sonría, y canturreando recorrí el trayecto hasta el parque. El Retiro estaba abarrotado, parecía como si todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo en ir a pasear por él, esa mañana. Los caminos estaban repletos de gente, parecía Gran Vía a las siete de la tarde. Con disgusto observé que el banco, donde había conocido a Gloria, estaba ocupado.
Preocupado por que no quería que ella pensara que había faltado a la cita, permanecí dando vueltas cerca de allí.
Estaba viendo a unos saltimbanquis actuar, cuando alguien me tapó los ojos. Supe que era ella, su olor era inconfundible.
-Hola, preciosa-, le dije.
-¿Cómo sabías que era yo?-.
-¿Cómo sabías que me refería a ti?, con lo de preciosa, le contesté muerto de risa.
Haciéndose la indignada, hizo un puchero, y entornando los ojos me respondió:
-Pensaba que yo era la única-.
Su actitud falsamente dolida volvió a hacerme reír, y agarrándola del brazo, le pregunté que quería hacer.
Eso es una proposición indecente-.
-¿Por qué?-, no sabía a lo que se refería.
Sonriendo me contestó:
A una dama no se le puede hacer una pregunta, cuya única respuesta sea algo indecoroso-.
Me maravilló la inteligencia de su contestación, usando el doble sentido y sin decirlo claramente, me abría las puertas. Más seguro de mi mismo, me fijé en ella.
Gloria venía de manera informal, con un vestido con tirantes, bastante veraniego que le quedaba estupendamente. Lo ligero de su tela, hacía que se le pegase al cuerpo, realzando sus formas, pero sobretodo haciendo que mi mirada se concentrase en sus pechos. Su escote sin ser exagerado, dejaba entrever un profundo canal que dividía unos senos grandes y firmes, que no necesitaban de un sujetador para mantenerse en su sitio. Definitivamente, estaba muy buena. Las sandalias que llevaba con su gran tacón, dotaban a sus piernas de una belleza espectacular, que concordaban perfectamente con el moreno de su piel.
Me estaba excitando sólo con mirarla. Creo que ella se dio cuenta, porque un poco avergonzada me preguntó que quería comer. Solté una carcajada, y abrazándola de la cintura, le respondí:
-No deberías hacer a un caballero una pregunta cuya única respuesta sea ¡a ti!-
Ese fue el detonante, el inicio de una larga sesión de bromas e insinuaciones, que continuaron durante la comida y que nos fue preparando para lo que ambos sabíamos que iba a ocurrir. Nadie que no estuviera en la conversación se hubiera podido dar cuenta que tras las indirectas, se iba caldeando el ambiente. A veces un roce de nuestras manos sobre el mantel, en otras su pierna rozando la mía como si fuera por error, me decían que estaba dispuesta, pero como esa mujer me gustaba, no sabía como plantearle que la deseaba. Por eso, no me decidía y tuvo que ser ella quien, cuando le pregunté si quería un café, me respondió:
-Sí, pero en tu casa-.
Afortunadamente, y previendo terminar en mi apartamento, la había llevado a un restaurante en Serrano, que estaba a la vuelta de mi casa, de tal forma que no tardamos ni cinco minutos en entrar por el portal. Con los nervios a flor de piel, abrí la puerta del ascensor, cediéndole el paso. Al entrar en el estrecho cubículo y quedar nuestros cuerpos a menos de dos palmos de distancia, sonriendo me susurró al oído:
-¿Qué esperas para besarme?-
Sin importarme que algún vecino se escandalizara de pillarnos como dos adolescentes metiéndonos mano, la agarré de la cintura y pegándola a mi cuerpo, empecé a besarla. La mujer dejándose llevar por el deseo, me recibió ansiosa, restregando su pubis contra mi sexo, mientras me desabrochaba la camisa.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas, abrir mi apartamento y depositarla en mi cama. Con sus manos consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseídos por un deseo irrefrenable, nos desnudamos sin darnos tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus enormes pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Gloria agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No nos hicieron falta preparativos, llevábamos horas tonteando y calentándonos por lo que sin contemplaciones la penetré al sentir sus piernas abrazándome. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer. Gloria resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo, y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitó aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mi dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me viniera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Gloria conseguía su segundo clímax de la tarde.
-¿No veníamos a por un café?-, le dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su cabellera.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Bobo, no sabes como necesitaba sentirme querida-.
No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
No te muevas, déjame-.
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis pelos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
-Mucho-, le respondí, debía haber sido más elocuente, explicarle que me había llevado a una cotas de placer inexploradas por mí, pero cuando quise decírselo, ella poniendo un dedo en mis labios, me calló diciendo.
-Me divorcié hace cinco años, y eres mi primer hombre desde entonces, no hables, sólo abrázame-.
Saciados momentáneamente, nos quedamos tumbados un rato sin decir nada, sólo nuestras pieles fundidas hablaban. Me sentía rejuvenecido, vital, contento de forma que reaccionando a sus caricias el deseo volvió a mi mente, pero entonces sonó su movil, y el encanto se rompió.
Gloria se apresuró a contestar, y tras discutir con la persona que había al otro lado, puso un gesto compungido y me explicó que tenía que irse.
-No puedes dejarme así-, protesté.
Acercándose a la cama, mientras se vestía me dio un beso, diciendo:
-¿A que hora llegas a casa?-.
-¿Mañana?, a las ocho-.
-Aquí estaré-.
Viendo que no valía la pena discutir, la acompañé a la puerta, sin poder creer la mala suerte, pero ilusionado por saber que mañana la iba a volver a ver. Nos besamos al despedirnos, y viendo como cogía el ascensor, cerré la puerta. Todavía desnudo, fui la nevera a por una cerveza, y apesadumbrado, con el ánimo por los suelos, volví a mi habitación a ponerme algo de ropa.
Estaba poniéndome un pantalón, cuando de pronto escuché a través de los altavoces del ordenador a Claudia diciendo:
-Amo, ¿por qué me ha hecho escuchar eso?-.
Entonces me di cuenta que no lo había apagado y que la muchacha nos había oído mientras hacíamos el amor. No lo había hecho a propósito, al contrario no me podía creer el fallo tan enorme que había tenido. ¿Cómo era posible que hubiese sido tan bruto?, ¡ahora la muchacha sabía que tenía una mujer con la que compartía la cama!. Tardé unos momentos en contestarle, debía de buscar una excusa convincente, o si no todo se podía ir al traste.
-Quería que supieras que no eres la única-, le respondí esperando que se lo creyera.
Llorando me respondió que podía haberla avisado, por que había sufrido pensando que su amo se había olvidado de su promesa de hacerla mujer, pero que al final se había excitado con los gritos de placer de la mujer. Su sinceridad y entrega junto con la calentura que me había dejado Gloria al irse tan apresuradamente, me hizo decirla, quizás pensando que era mejor tenerla cuanto antes, que viniera a mi casa al día siguiente.
Pero… Amo, ¡Mañana ha quedado con esa guarra!-, me contestó medio mosqueada.
-No es ninguna guarra-, protesté, aunque tenía razón en lo del lunes, por lo que improvisando le expliqué, –te estaba queriendo decir que quiero verte a las dos, y así tendremos tiempo suficiente antes que la otra llegue-.
Nada más terminar supe que había metido la pata, lo del trabajo no era problema, era fácil buscarme un motivo para ausentarme, pero era muy peligroso el acostarme con dos mujeres con tan poco tiempo entre medias y más si lo iba a hacer en la misma cama. “Estoy gilipollas”, pensé, pero aun así le di mi dirección, antes de enojado cerrar el puto ordenador.

Capitulo tres. Claudia.

Casi no pude dormir esa noche, estuve dando vueltas a la cama sin poder conciliar el sueño, por lo que iba a pasar al día al día siguiente. En mi mente se mezclaba la excitación de lo desconocido, iba a conocer a Claudia en persona, con el miedo a perder a Gloria, si se enteraba. Era como si atado a dos caballos, cada uno de ellos tirara en dirección contraria, despedazándome al hacerlo.
Al terminarme de bañar y mientras me afeitaba, me miré al espejo. Debajo de los ojos, dos oscuras ojeras delataban mi cansancio. “Estoy hecho una pena”, pensé al enjuagarme la cara, “será mejor que me apuré”.
Desde el propio coche, llamé a Clara, mi asistenta, una mujer de pueblo, gorda y fea, pero encantadora que llevaba más de diez años trabajando para mí. Le expliqué que tenía visita, y que necesitaba que me dejara comida tanto para la comida como la cena.
-Jefe, se le acumula la faena-, fue su escueta respuesta, la señora me había pillado al vuelo, no en vano me conocía como nadie y era ella quien siempre arreglaba mis desaguisados. No sería la primera vez, que al limpiar el apartamento se encontrara unas bragas o las sábanas manchadas tras una velada de pasión.
Tenía que planificar cuidadosamente mi jornada, por lo que nada más llegar a mi despacho, informé a mi secretaria que cancelara todas mis citas posteriores a las doce, por que no iba a poder ir trabajar esa tarde. Por la forma en que me miró, adiviné que ella también me había cazado.
“Joder, ¡que mala fama!”, dije para mis adentros, mientras salía la mujer de la habitación.
Estaba molesto, me jodía que todo el mundo pensara que era un golfo sin remedio. Sabía que la culpa la tenía yo, no en vano nunca había ocultado mis conquistas, e incluso había hecho alarde de ellas, obligándolas a recogerme a la salida del trabajo. Como solterón era una forma de espantar los chismes y bulos en los que se dudaba de mi sexualidad, no es que tuviera nada contra los homosexuales, pero prefería que nadie se confundiera y pensaran que perdía aceite, tras esa fachada de hombretón.
La mañana transcurrió como cualquier otra, pura rutina. Presupuestos que revisar, facturas que autorizar, cheques que firmar. Y, yo, mientras tanto mirando que el reloj no paraba de avisarme que quedaba menos para conocer a la muchacha. Dando carpetazo a todos mis asuntos, decidí irme a las doce y medía, quería estar listo cuando Claudia apareciera.
Afortunadamente no había tráfico, y era poco más de la una cuando abrí mi piso. El aroma a comida recién hecha inundaba el apartamento, por lo que lo primero que hice fue airear, no me gustaba llegar a un sitio y que se me impregnara los olores en la ropa. Luego revisé que todo estaba en su sitio, la mesa puesta, la cama hecha, pero ante todo que mis juguetes estuvieran al alcance de mi mano, por si los necesitaba.
La media hora restante me la pasé pensando en como tenía que tratarla, no podía olvidar que era virgen y que aunque lo que la motivaba era el aspecto brutal de mis relatos, debía al menos la primera vez intentar no ser excesivamente duro. La primera experiencia es importante y marca de por vida.
Todos mis planes se fueron al traste en cuanto le abrí la puerta. Al hacerla pasar, me encontré con que la muchacha no sólo venía peinada al estilo afro, con múltiples trenzas, sino que o bien había tomado rayos uva o se había maquillado con un color muy oscuro. Si tenía sospechas de que es lo que ocurría , no tuve ya ninguna duda, cuando se quitó la gabardina, al ver que venía disfrazada de Meaza, la criada negra de mis relatos.
Vestida únicamente con la túnica etíope que había descrito en ese relato, pasó al salón sin hablar, lo que me hizo saber que quería actuar como la protagonista. Realmente estaba preciosa, con sus pechos al descubierto y ese aire de inocencia que había sabido adoptar. La poca tela que la cubría me dejaba ver todas sus piernas e incluso el inicio de sus nalgas.
Por gestos, le hice saber que me iba a duchar. No es que lo necesitara, sino que si íbamos a ser fieles a la historia, ahí es donde debía comenzar nuestro idilio. Bastante excitado, me metí en la bañera, sabiendo que en cuanto saliera ahí iba a estar mi sumisa. El duchazo fue rápido, era un juego, por lo que tras mojarme un poco, salí a encontrarme con ella.
Me esperaba arrodillada en el suelo , a esperando.
-Sécame-
Sus ojos me dijeron que necesitaba servirme, y por eso alzando mis brazos esperé que se levantara, y que con la toalla corriera por mi cuerpo secándome. Con sus ojos cabizbajos, incapaz de sostener mi mirada , fue recorriendo mi cuerpo con sus manos. No me contestó con palabras, su respuesta fue física, olvidándose de sus prejuicios, bebió de las gotas que poblaban mi piel, antes de secar cuidadosamente toda mi piel. Sin que ella hablara ni yo le dijera mis deseos, fue traspasando los tabúes normales, pegando su cuerpo a mis pies.
Pude notar como se derretía al verme desnudo, y como sin que yo se lo pidiera empezó a besarme en los pies, deseando complacerme. La humedad de su lengua, recorriendo mis piernas fue suficiente para excitarme, de manera que al llegar a mis muslos, mi pene ya se alzaba orgulloso de su caricias. Nada le importaba y dejándose llevar por la lujuria, se saltó el guión que tenía preparado, acercando su boca a mi sexo con la intención de devorarlo. No le prohibí hacerlo. Sus labios se abrieron besándome la circunferencia de mi glande, antes de introducírselo. De pié en mitad del baño, vi como paulatinamente mi miembro desaparecía en su interior.
Claudia se creía Meaza, suspiraba como había relatado que hacía mi criada cuando me practicaba el sexo oral. Pero entonces recordé que en mi cuento, yo me sentaba y ella se empalaba al malinterpretar mis intenciones. Me apetecía penetrarla pero debía de tener más cuidado al saber que tenía su himen intacto, por eso levantándole del suelo la llevé a la cama.
Tumbándola sobre el colchón, saqué una crema hidratante y empecé a untarla por su piel. Ella no opuso resistencia. Por vez primera le acaricié lo pechos. Eran enormes en comparación con su delgadez, sus rosadas aureolas se erizaron en cuanto sintieron mis yemas acercándose. Cogiéndolos con mis dos manos sopesé su tamaño, apretándolos un poco conseguí sacar el primer gemido de su garganta. Entusiasmado por su calentura, procedí a pellizcarlos, esta vez sus jadeos se prolongaron haciéndose más profundos.
Estaba dispuesta, recorriendo con mi lengua los bordes de sus senos, bajé por su cuerpo para encontrarme un pubis depilado, no me sorprendió que se hubiese dejado un pequeño triangulo y separando sus labios, me apoderé de su botón. Mientras mordisqueaba su clítoris aproveché para meterle un dedo en su vagina, encontrándomela totalmente empapada, y moviéndolo con cuidado para no romper su virginidad, empecé a masturbarla.
Su placer no se hizo esperar y reptando por las sabanas, la muchacha intentaba profundizar en su orgasmo, mientras yo bebía el flujo que manaba de su interior. Sus piernas temblaban y su cuerpo se retorcía al experimentar como mi lengua la penetraba, y licuándose en demasía, comenzó a gritar en un idioma inteligible.
Fue entonces cuando la vi preparada y colocando mi sexo en su entrada, jugueteé unos instantes antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveche para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Gimió desesperada al sentirse desgarrada. Su himen roto sangró un poco, y su dueña derramó unas lagrimas, sintiéndose llena. Esperé a que se tranquilizara, y iniciando un lento movimiento fui sacando y metiendo mi falo en su cueva. Claudia estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Te gusta Meaza?-, le pregunté siguiendo el juego,-para ser una virgen inexperta te mueves excelentemente-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los barrotes de mi cama, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó, y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene, chocando mi glande contra la pared de su vagina. La oí gritar al sentir que mis huevos rebotaban contra su cuerpo, pero no me importó, y viendo que se acercaba mi orgasmo, me agarré a su cuello, apretando. La falta de aire, la asustó y tratando se zafarse, buscó escaparse pero de un sonoro bofetón paré sus intentos. Indefensa, mirándome con los ojos abiertos, me pedía piedad, pero cuando Claudia creía que no iba a soportar el castigo, su cuerpo respondió, agitándose sobre la cama. Fue increíble, rebotando sobre el colchón se deshizo en un brutal orgasmo, que coincidió con el mío, de forma que su flujo y mi simiente se mezclaron en su interior mientras ella se desmayaba.
Al principio creí que seguía actuando pero al ver que no se recuperaba, me empecé a preocupar. La muchacha permanecía con la mirada ausente, mientras su pecho jadeando trataba de respirar. Fue entonces cuando me di cuenta de que le ocurría. Lo había escuchado de boca de algún amigo, pero nunca había estado con una mujer cuyo clímax se prolongara durante minutos. Claudia no estaba desmayada sino que su orgasmo continuaba, dejándola incapacitada para nada más. Abriéndole las piernas vi como seguía manando su placer, manchando las sábanas, y sabiendo que no podía hacer nada para que parase, la dejé tumbada mientras iba a limpiarme los restos de sangre que manchaban mis piernas.
Desde el baño, escuché un grito desgarrador que en otros casos me hubiera aterrado, pero en cambio sonreí al saber que era el final de su tortura, y volviendo al cuarto mientras me secaba las manos, le pregunté:
-¿Tienes hambre? -, la entonación de mis palabras, medio en broma medio en serio la hizo sonreír, e incorporándose en la cama me respondió:
Amo, si se refiere al sexo por ahora estoy servida, pero ahora mismo le preparo la comida-.
Su voz sonaba satisfecha. Alegremente se levantó y colocándose el vestido corrió a la cocina. Se notaba que había disfrutado de su primera vez. Mi ego de hombre se infló al observar su alegría y se lo hice saber dándole un azote en el trasero al pasar.
La muchacha había preparado sólo un sitio en la mesa, quería seguir jugando, pero se había equivocado al ponerse la ropa. El vestido seguía anudado a su cuello, y ahora al pertenecerme, según las costumbres etíopes, debía de estar sujeto solamente a las caderas.
-Meaza-, le grité jalándole del brazo,- Eres mía y sólo las putas una vez que tienen dueño, siguen comportándose como solteras-.
Cayó rápidamente en su error, y acomodándose correctamente su ropa, se arrodilló pidiéndome perdón.
Levántate el vestido-, le ordené.
Supo que iba a castigarla, pero aún así adoptando la postura de sumisa se arremangó la tela dejándome ver su trasero desnudo. En silencio, me acomodé detrás de ella, y abriéndole las nalgas, comprobé que no me había mentido y que también era virgen analmente. Su entrada trasera estaba totalmente cerrada, su color rosado y lo estrecho de su conducto estuvo a un tris de obligarme a tomarla allí mismo, pero decidí que no era el momento y dándole un azoté le pregunté:
-¿Sabes el porqué?-.
-Si, amo-, me respondió casi llorando, pero sin hacer ningún ademán de evitarlo.
Mis manos cayeron repetidamente sobre su piel. Claudia me había pedido ser mi sumisa y yo la había aceptado, por eso no se quejó al recibir la reprimenda sino que lo consintió como parte de su adiestramiento. Sólo paré al percibir que su piel tomaba el color rojizo que me desvelaba que era suficiente. En cuanto terminé, la oí decirme llorando:
-No volveré a fallarle-.
Apiadándome de ella, la levanté del suelo y poniéndola en mis rodillas, la besé. Al sentir sus labios en los míos, me di cuenta que era la primera vez que la besaba. Lo que en un inicio fue un beso dulce, se tornó posesivo al percatarme de su total entrega, pegando su pubis a mi sexo, buscó calentarse frotándolo sin parar. Mi pene que hasta ese momento se mantuvo en letargo, se despertó con sus maniobras y bajándome los pantalones, separé su piernas, dejando que se empalara.
Sufrió al forzar su entrada, la falta de costumbre y lo brutal de su primera experiencia le habían rozado por completo, pero ella olvidándose del dolor que sentía, se acomodó encima mío, introduciéndose lentamente toda mi extensión. Gimió al notar como mi grosor separaba sus labios, destrozándola, pero sintiéndose deseada comenzó a moverse suavemente. Era preciosa, sus ojos negros me miraban con lujuria como exigiéndome que fuera suyo, mientras sus pechos rebotaban contra el mío, al compás de sus embistes. Me encantaba sentir sus pezones clavándose contra mí, y su cuerpo temblando por mis caricias. Poco a poco su resistencia fue desapareciendo y su sexo aceptaba mi intrusión con mayor facilidad.
-¡Amo!-, me susurró al percibir los primeros signos de placer recorriendo su columna. ¡Dios mio!, gritó al notar que su sexo se licuaba. ¡Me corro!,gimió desesperada cuando recibió las primeras descargas. ¡Le necesito!, dijo al sentir que era mía.
Todo su ser se estremeció admitiendo mi dominio, no sólo era su sexo, su vida, su mente y su alma se fundieron en un ardiente magma que desbordando su propia epidermis se alzó grandiosa mostrando su sumisión.
Su sexo envolvía el mío con una inhumana calidez, y mientras se derretía gimiendo, mi virilidad golpeaba las paredes de su gozo, consiguiendo que su clímax alcanzara cotas impensables. No pude soportarlo más, y cogiendo sus dos pechos y usándolos como ancla los mordí buscando mi propia excitación. Convertida en un volcán, explotó vertiendo su entrega en un erupción sin par. El sudor que recorría su cuerpo era una leve expresión de la caldera que quemaba su interior, y chillando a los cuatro vientos se fundió entre jadeos y gemidos de placer.
Claudia no pudo reprimir su orgasmo y clavando su uñas en mi espalda, se desplomó exhausta sobre mis rodillas. Su peso muerto en mis piernas, se cerró presionando mi sexo. Tanto estímulo desbordó mi apetito y usando sus pezones como biberón, me corrí reclamando a mi hembra.
Eres una maquina-, le dije cuando conseguí reponerme.
Claudia se abrazó a mí, gimoteando.
-Amo, gracias,- todo su cuerpo siguió temblando durante una eternidad, tras lo cual me expresó su gratitud diciendo: –No sabe lo que he soñado este momento-.
La ternura de su entrega casi me hizo olvidar el tiempo, pero al levantarnos de la silla, y entrar en la cocina, vi el reloj.
La cinco de la tarde…., habían pasado tres horas sin darnos cuenta mientras nuestros cuerpos disfrutaban pero ahora la realidad me recordaba que no había comido y que se acercaba nuestra despedida. Con mi casa hecha un desastre, y mi estómago rugiendo del hambre, tenía poco tiempo para organizar la llegada de mi segunda invitada.
-¿Comemos?-, le pregunté mientras me levantaba.
Claudia se dio cuenta del problema y soltando unas lágrimas, me contestó:
-¡Viene la guarra!-.
Estuve a punto de abofetearla, pero lo genuino de nuestra experiencia me lo impidió y abrazándola le dije:
-Si, pero no te preocupes, tu eres especial y nadie puede cambiarlo-.
Dolida, lloró , y mirando a su alrededor, incapaz de protestar, se vistió en silencio. La había llevado al cielo y bruscamente le había lanzado de bruces a la tierra. No me dijo nada, aunque sabía a la perfección de su dolor.
Usada y despreciada, deseada y desdeñada en cuestión de minutos, sabía cual era su papel y poniéndose la gabardina me pidió:
-Quiero volverle a ver-.
Era tanta su angustia , que me vi obligado a decirle que no te tenía que dudar que la necesitaba y que mi agenda era suya, de manera que era ella quien tenía que decirme cuando quería verme.
Mis palabras consiguieron reanimarla y levantando su mirada me respondió mientras cerraba la puerta:
-¿Mañana?-
Sonriendo le respondí:
-Si, pero al las diez. ¡Tengo que trabajar!-.
Capítulo cuatro. De las dudas al paraíso.
Tres horas parece mucho pero apenas tuve tiempo de comer un poco, ducharme y quitar todos los rastros de la presencia de Claudia antes de que llegara Gloria. Lo principal era mi cuarto. Tras hacer la cama y darle una pasada al baño, me concentré en revisar que nada pudiera delatarme. Cuando ya salía convencido que tenía todo bajo control, se me ocurrió mirar bajo la cama, y tirado en la alfombra, había un pendiente. No recordaba habérselo visto a la muchacha puesto, es más estaba casi convencido que no llevaba, pero cuidando no dejar ninguna prueba, lo guardé en un cajón.
El salón no tenía problema, casi no habíamos pasado por allí, por lo que tras airearlo un poco, decidí que ya estaba bien y que podía sentarme a esperar.
Gloria llegó con media hora de adelanto, venía enfadada, por lo visto había tenido bronca en casa, y había preferido irse a seguir discutiendo.
Tranquila-, le dije mientras le daba un beso de bienvenida,-Te sirvo una copa y me cuentas-.
Sentándose en el sofá, me empezó a explicar cual había sido la razón de su cabreo, por lo visto al llegar a su casa, se había encontrado con las camas deshechas y la ropa tirada, ni su madre ni su hija se habían dignado a hacerlo antes de salir esa mañana. Me pareció una nimiedad, una tontería pero no se lo dije. Lo malo ser madre es que tienes que luchar a diario con lo trivial, y eso termina cansando. Por eso preferí cambiar de tema:
-Tu madre, ¿vive contigo?-
Si, desde que se quedó viuda-, me respondió, no sabía que se le había muerto el viejo. Por lo visto, su padre había sido un alto directivo del banco popular, al que la presión y el estrés le habían jodido el corazón y tras varias intervenciones se había quedado en el quirófano.
Lo siento-
-No te preocupes pasó hace cinco años-.
Recordar su muerte, le había puesto triste. Y tratando de rehacerse, levantó la copa, brindando conmigo, con tan mala suerte que se le cayó encima, empapando su blusa.
-Lo has hecho a propósito-, le dije riendo.
-¿Por qué lo dices?-, me preguntó.
-Porqué así no te queda más remedio que quitártela para secarla-.
Soltó una carcajada, y poniéndose de pie me soltó que era yo, quien tenia que desabrochársela. Verla insinuarse de esa forma, me confirmó lo que pensé al tomarme un viagra hacía un rato, iba a tener faena y dos mujeres en una sola tarde era mucho para un cuarentón como yo. Botón a botón, fui descubriendo su piel. Gloria no pudo reprimir un jadeo, al sentir que le quitaba el último.
Tengo que hablar con Alberto Ruiz Gallardón-.
Lo absurdo de mi frase, la mosqueó.
-¿Para qué?-, me preguntó, sin saber a que venía lo de hablar con el alcalde de la ciudad.
Porque no es lógico que tus pechos no sean un monumento de Madrid, y que no aparezcan en todas las guías turísticas-.
Eres tonto-, me contestó encantada por el piropo. Ninguna mujer es inmune a una alabanza y más cuando se hace con inteligencia, – Pues aunque no te lo creas, ligo poquísimo-.
-Tienes razón, no me lo creo-.
Ese fue el final de nuestra conversación . Cerrando su boca con un beso, la abracé. Como la primera vez, Gloria no pudo aguantar el tipo, al notar a mi mano recorriendo su trasero, se lanzó como una loba contra mí, despojándome de mi camisa con urgencia. Bajo esa fachada de señora bien y tradicional, se escondía una mujer ardiente. No me hice de rogar y tumbándola en el sofá, le quité el tanga negro, descubriendo que se había depilado totalmente.
¿Te gusta?, ¡lo hice por ti!-, me susurró al ver mi desconcierto.
-Me encanta-, podía haber hecho un discurso, pero en vez de eternizarme con loas y cumplidos, me interné entre sus piernas a probar su sabor.
Mi lengua recorrió todos su pliegues, antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera empapado. Sabía que le gustaba el sexo duro, no en vano conservaba la señal de sus uñas en mi espalda, pero jamás se me hubiese ocurrido pensar que al mordisquearle allí abajo, se pusiera como loca, y me pidiera que fuera más brutal. Sus palabra exactas fueron:
Muérdeme con fuerza-.
Apretando con mis dientes, le hice retórcerse de dolor, pero antes de que dejara de gritar ya se había corrido, mojando la tapicería. Ya totalmente excitado, le metí dos dedos dentro de su vagina, mientras seguía torturando su sexo con mi boca. Esta vez no se quejó sino que usando sus manos, separó sus piernas dándome vía libre a hacer con ella lo que quisiera. Viendo que le gustaba no dude en introducir un tercer y hasta un cuarto, no obteniendo de ella más que gemidos de placer, por lo que envalentonado forcé su ya dolorida cueva con los cinco dedos a la vez. En esta ocasión el grito fue brutal, con lágrimas en los ojos, me pidió que esperara.
-¿Quieres que te los saqué?-, pregunté pensando que me había pasado.
-No, pero déjame que me acostumbre -.
Paulatinamente, su vagina se fue dilatando, hasta que la resistencia a mi avance cedió y me encontré con toda mi mano en su interior. Su reacción fue inmediata, gimiendo de gozo, me rogó que continuara, que nunca se lo habían hecho. Envalentonado, cerré mi puño dentro de ella, y tal y como se hace en la películas porno, hice el intento de sacarlo. La brutalidad de mi acto, la enervó y sin darse cuenta llevó sus propias manos a sus pezones, torturándolos. Toda la seriedad y decencia que le enseñaron desde niña, se evaporó al ritmo de su orgasmo y gritando como posesa, me pidió mientras se corría por segunda vez, que la tomara.
Mi sexo totalmente empalmado me pedía acción, pero tuvo que esperar a que la mujer se recuperara porque aunque me pedía que continuara al sacar mi mano, me di cuenta que era imposible por lo dilatado de su sexo. Mientras volvía a su estado natural, me dediqué a recorrer su cuerpo con mis manos, ella sobrexcitada no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas, se acercaban o acariciaban uno de sus puntos sensibles. Si ya me había dejado gratamente sorprendido su calentura, al pasar distraídamente mis dedos cerca de su entrada trasera, me alucinó. Suspirando y con la voz entrecortada por la lujuria que la dominaba, me musitó:
-Quiero dártelo pero me da miedo-.
Un poco asustado por la responsabilidad, pero entusiasmado por ser quien hoyara por primera vez su esfínter, la besé:
-Tu me dices cuando paro-.
Tenía que hacérselo con cuidado, si para ello tenía que usar toda la noche, lo haría, pensé mientras abría el cajón de la mesita de noche, de donde saqué un bote de crema. Gloria me encantaba y no quería joder nuestra relación con un mal polvo, por eso abrazándola por detrás, acaricié sus pechos tranquilizándola. Su reacción fue pegarse a mí, de forma que mi pene entró en contacto con su hoyuelo.
-Túmbate boca abajo-, le pedí al darme cuenta de su urgencia.
Obediente, se tumbó dándome la espalda. Y poniéndome a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado, comencé a darle un masaje. Fue entonces, cuando realmente percibí hasta donde llegaba su calentura. Parecía por sus gritos, que mis manos la quemaran. No dejó de suspirar implorando que siguiera mientras mi lengua recorría su espalda. Todo en ella era deseo. El sudor que surcaba su espalda, no era nada en comparación con el flujo que manaba de su sexo. Totalmente anegada, me pidió que la desvirgara cuando mis manos separaron sus dos cachetes.
Ya había visto lo inmaculado de su esfínter con anterioridad, pero de pasada, nunca me había puesto a observarlo con detenimiento. Totalmente cerrado y de un color rosa virginal, me resultó una tentación irresistible y acercándome a él, comencé a transitar por sus rugosidades.
Por favor-, me dijo agarrándose a los barrotes de la cama.
Su ruego me excitó, y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, bajó su mano masturbándose. Su completa entrega me permitió que cogiendo un poco de crema entre mis dedos, pulsase su disposición untándola por los alrededores. No encontré resistencia a mis caricias, al contrario ya que la propia Gloria separando sus nalgas facilitó mi avance. Cuidadosamente unté todo su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.
Jadeó al sentir como forzaba sus músculos pero no se quejó, lo que me dio pie a irlo moviendo en un intento de relajarlos. Poco a poco, la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.
Tranquila-, le dije sabiendo que si le hacía caso, la iba a desgarrar.
Sin decirle que iba a hacer, le introduje un segundo, mientras que con mi mano libre le acariciaba su sexo. La reacción de la mujer a mi incursión no se hizo esperar y levantando el trasero, gimió desesperada. En esta ocasión encontré menos oposición señal de que iba por el buen camino. Si continuaba relajándola, iba a sufrir menos, por lo que me mantuve firme haciendo oídos sordos a sus ruegos, metiendo y sacando mis dedos. Tanta excitación tuvo sus consecuencias y retorciéndose sobre las sabanas se corrió. Ese fue el momento que aproveché para ponerla a cuatro patas y con delicadeza jugar con mi pene sin meterlo en su interior.
Era increíble como su cuerpo reaccionaba a mis caricias. Completamente en celo, movía sus caderas buscando que la penetrara, pero en vez de ello sólo consiguió calentarse aún más. De manera que apiadándome de ella, le exigí que dejara de moverse y poniendo mi sexo en su esfínter, le introduje lentamente la cabeza. Gloria mordió sus labios intentando no gritar, pero fue en vano, el dolor era tan insoportable que chilló pidiéndome una pausa.
Aunque lo había previsto, no por ello dejó de sorprenderme que en vez de apartarse, la mujer decidiera pasar el mal trago rápidamente, presionando mi incursión al echarse hacia atrás. Su maniobra provocó que mi pene entrara por entero en su interior desgarrándola cruelmente. Gritando me exigió que la sacara, diciéndome que no podía aguantar esa tortura, pero supe que si le obedecía jamás iba a poder volver a hacer con ella el sexo anal, por lo que agarrándome de sus pechos, evité que consiguiera zafarse de mí.
Esperé a que se desahogara insultándome, tras lo cual le dije que se relajara. Paulatinamente me hizo caso, de forma que su dolor se fue diluyendo al acostumbrarse a tenerme dentro de ella. Cuando supuse que estaba lista, empecé a moverme lentamente. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le pedí que se masturbara. Al igual que antes la violencia le excitó y un poco cortada me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis penetraciones y entonces ella gritando me aclaró que quería más azotes. Eso fue el detonante de la locura, marcándole el ritmo con mis golpes sobre su trasero, fuimos alcanzando un velocidad brutal mientras ella no dejaba de gritar su calentura.
La fiereza de nuestros actos no tuvieron comparación con los efectos de su orgasmo, porque cayendo de bruces sobre el colchón, Gloria empezó a temblar al sentir que mi extensión se clavaba en su interior mientras ella de derramaba en un clímax bestial. Fue alucinante escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, coincidiendo con mi propia culminación.
Mi cuerpo dominado por la lujuria, se electrizó al percatarme que la mujer estaba disfrutando y sin poder retener más mi explosión, regué con mi simiente sus intestinos mientras ella se desplomaba sobre la cama. La nueva postura me dio más bríos, y aumentando mis envites conseguí vaciarme por entero, llenando de semen el, hasta esa noche, casto conducto.
Derrumbados por el esfuerzo permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos. Tiempo que aproveché para pensar en que esa mujer me volvía loco, y en la suerte que había tenido al encontrármela.
Eres un cabrón-, me dijo.
Asustado, pensé que se había enfadado por la forma en que la forcé.
Lo siento-, alcancé a responderle.
Levantándose, me miró diciendo:
-Me has violado, te pedí que pararas y no lo hiciste-, y cuando ya pensaba que me estaba mandando a la mierda, la oí decir, –ahora, no podré dejar de pensar…. en cuando volverás a hacerlo-.
Estaba insultantemente feliz, me había tomado el pelo. Sin llegármelo a creer, la abracé besándola . Ella me respondió acurrucándose entre mis brazos, mientras me susurraba que la dejase descansar por que luego se vengaría. Y con esa promesa, nos quedamos dormidos.
Esa noche, Gloria se quedó conmigo. Fue un acuerdo tácito, ni yo la invité ni ella me lo pidió, sino que salió natural, ambos estábamos tan a gusto que ninguno dudo en hacerlo. Fueron largas horas de pasión mezcladas con ternura y risas. Era como si nos conociéramos de toda la vida. Nadie que hubiese visto como nos compenetrábamos, hubiera creído que nos conocíamos sólo desde hace cuarenta y ocho horas antes. La noche salió perfecta, por eso en la mañana cuando nos despedimos me dio pena mentirle al decirle que no podía quedar con ella ese día. Como no podía decirle que había quedado con otra mujer, me inventé que tenía una cena de amigotes.
-No bebas mucho-, fue lo único que me dijo. No era un reproche, parecía como si realmente le importase.
Tuve que retenerme para no decirle que volviera esa tarde, pero el miedo a no poder localizar a Claudia y que se me juntaran las dos, me hizo recapacitar y decirle solamente que no se preocupara que iba a ser niño bueno.
Su sonrisa al decirme adiós, me torturó toda la mañana. No pude dejar de pensar que era la primera vez que alguien me importaba y que le había pagado con una infidelidad. Hasta a mi mismo me sorprendió el usar esa palabra. Infidelidad. Y con un sabor agridulce me di cuenta que estaba colado por esa mujer. Me resultó imposible el concentrarme, mientras el cuerpo me pedía llamarla, el cerebro me decía que no fuera insensato, ya que esa era la mejor forma que me descubriera. Por eso las horas fueron pasando con una lentitud exasperante, mientras se me acumulaba el trabajo.
Al mediodía, recordé que era el cumpleaños de Claudia, y pensando que era una buena forma de distraerme, me fui a un gran almacén a comprarle su regalo. No tardé en encontrar lo que quería. Una vez pagado y con él en la bolsa, estaba convencido que esa misma noche iba a hacer uso del sensual body de raso negro que le compré. La suavidad de su tejido, hizo que me imaginación volara y ya con la mente ocupada me olvidé de Gloria, de mis sentimientos de culpabilidad, quedando sólo la imagen de la muchacha vestida con ese atuendo.
En la oficina todo se complicó, no vi el modo de escaparme por lo que tuve que esperar hasta casi las nueve de la noche para liberarme, de modo que al salir de mi despacho me di cuenta que casi no me quedaba tiempo para llegar a casa antes de que la muchacha llegara. Conduciendo como un loco, llegué con apenas un cuarto de hora de adelanto, por lo que cuando escuché el timbre, apenas me había dado tiempo a cambiarme.
Al abrir la puerta, me encontré a Claudia totalmente empapada y llena de barro. Tardé unos segundos en darme cuenta que venía disfrazada de Carmen la protagonista de otro de mis cuentos. Hacía más de seis meses que había escrito “Descubrí a mi secretaria…”, pero recordaba a la perfección la trama de la historia. En ese relato, los ladridos de mi perro me sacaban de casa para descubrir a mi asistente en estado de shock y por mucho que intenté que reaccionara fui incapaz.
Sabiendo de antemano mi papel la metí dentro, no me apetecía que mis vecinos pensaran que le había hecho algo. Directamente, la llevé a la ducha mientras no dejaba de pensar en las variantes que le podía dar a la historia. Como actriz era excelente, con la mirada ausente y tiritando realmente uno podía creer que estaba ida.
El agua caliente al caer sobre su pelo, empezó a arrastrar el barro que la cubría. De nada me iba a servir hablarla, esa noche no iba a tener mucha conversación. Por lo que sentándola en la bañera, fui a buscar un poco de ropa seca para después. Al volver seguía en la misma posición que le había dejado, con el chorro cayendo sobre su cabeza y las pierna cruzadas.
-Tengo que hacerte entrar en calor-, le dije en voz alta mientras la ponía de pie.
Realmente estaba preciosa sin maquillaje, pensé al verla con el pelo mojado. Claudia se había puesto para la ocasión un espléndido traje, que le daba el aspecto de una yuppie de una multinacional. La blusa de encaje al mojarse, trasparentaba por completo, dejándome observar la rotundidad de sus pechos. Sus pezones reaccionaron cuando le quité la chaqueta, poniéndose duros y erguidos.
Me estás poniendo bruto– le susurré.
En la historia, la desnudaba fuera de la ducha, pero decidí alterar el guión y hacerlo bajo el agua. Como no quería echar a perder mi ropa, me desnudé antes de entrar con ella, dejándome sólo los boxer a cuadros que me había puesto. Uno a uno fui desabrochando los botones de su camisa. Era una gozada verla inmovil mientras hacía aflorar su canalillo.
-Mi secretaria es una putita indefensa-.
Mi pene ya se alzaba orgulloso, cuando le quité la blusa por completo. Desnuda de cintura hacía arriba seguía ausente.
-Que preciosidad-, le dije sopesando sus senos con mis manos.
Sin poderme aguantar, pasé mi lengua por sus bordes esperando que la muchacha reaccionara. Pero no pude sacar ni un gemido de su garganta. Eso me dio la idea, ya que era un juego, resolví jugar, iba a conseguir que Claudia dejara de actuar. Teniéndolo clarísimo, le bajé la falda, descubriendo que el tanga de esa noche, además de minúsculo era de color rojo como el de la protagonista.
Has pensado en todo-, le dije mientras se lo quitaba.
Teóricamente debería de secarla y llevarla a mi cuarto pero en vez de ello, le puse las manos sujetándose a la pared y me arrodillé bajo la ducha. Improvisando separé su labios, y acercando mi boca a su sexo, empecé a mordisquear su clítoris mientras acariciaba su trasero. Su sabor consiguió enervarme, y sin darle tiempo a reaccionar, la puse a cuatro patas, penetrándola. La calidez de su cueva al presionar mi miembro, contrastaba con el mutismo de su dueña, por mucho que aceleré mis movimientos fue imposible oír nada.
-¡Con que eso quieres!-, grité mientras salía de la ducha. Bastante picado, totalmente excitado y sin haberme podido correr, resolví que esa niña no me iba a ganar. Quisiera o no, iba a hacerla hablar. Dejándola sola, empapada y desnuda me fui a poner una copa.
Eso me dio tiempo de pensar en mi siguiente paso. Carmen sólo se desenmascaró a la mañana siguiente, mientras yo desayunaba. Si Claudia conseguía mantenerse en su papel hasta esa hora me había ganado, por lo que debía de idear algo que le hiciera fracasar. Mi imaginación nunca me había fallado, y esa no iba a ser la primera vez, por lo que al volver a su lado ya había ideado más de cinco perversas formas de vencerla.
Nuevamente entré con ella en la bañera, La muchacha seguía agachada por lo que sólo tuve que abrirle la boca, para empezar mi venganza. Cogiendo mi pene entre mis manos, se lo incrusté en su garganta. Sonreí al ver que no reaccionaba, debía de pensar que quería que me hiciera una mamada, pero no era ese mi plan. Sin avisarle, empecé a orinar en su interior. Claudia, sin alterarse, comenzó a bebérselo, tragándose todo mi orin sin emitir ni una sola queja.
Por primera vez, la duda de un posible triunfo de ella y mi consiguiente derrota afloró en mi mente. Echo una furia la saqué del baño y la llevé a mi habitación pero en vez de ponerle una película, la tumbé en la cama, atándola a sus barrotes.
Uno a cero-, pensé mientras aferraba sus tobillos.
Cogiendo mi teléfono hice una llamada. Una niña no me iba a vencer, y menos con ayuda. Mi segundo plan requería tiempo, por lo que mientras llegaba decidí aprovechar la espera, pasando al siguiente. Claudia me dijo al conocerme que quería ser mi sumisa, que deseaba que lo la moldeara, pues iba a tener la oportunidad de demostrarlo.
Lo primero que hice fue fijar bien los grilletes. Ya con la seguridad que no se iba a poder escapar, pasé mis manos por su sexo, encontrándomelo completamente anegado.
La muy perra está disfrutando-, me dije mientras le separaba los labios e introducía un enorme consolador en su interior.
No esperaba ninguna reacción, por lo que no me sorprendí al percatarme que seguía impertérrita. Especulé con meterle otro por su entrada trasera, pero el recordar que era virgen disipó mis dudas, iba a ser mi miembro quien hoyara por primera vez su rosado agujero. En vez de ello, cogí unas pinzas de la ropa con las que torturé sus pechos, colocándoselas en los pezones. Creí escuchar un gemido, pero al voltear a mirarla, sus cara no reflejaba el mínimo disgusto.
Tranquila, hay mucho tiempo-, le musité al oído, mientras le mordía el lóbulo.
Por experiencia sabía que era cuestión de minutos, el que el dolor y el placer le hiciera reaccionar, por lo que yendo a mi bar, me rellené la copa. Tenía que reconocer que era un adversario formidable, tras esa fachada de niña buena se escondía una mente al menos tan sucia como la mía. Cogiendo el cubo de los hielos y una vela, volví a su lado.
-¿Sabes para que es esto?-, le pregunté mientras encendía la mecha.
No me contestó. Su gallardía me llenó de orgullo, pero no era momento para sentimentalismos, era una guerra y en la guerras no hay cuartel. Acercando la vela a su cuerpo, derramé unas gotas sobre su estómago. Dio un respingo al sentir su quemazón, pero soportó admirablemente el castigo. Pasando el hielo, por la quemaduras conseguía un doble efecto, por una parte estas no dejaban marca y encima el contraste de temperatura debía ser insoportable. Estuve más de cinco minutos torturándola y cuando ya creía que no le afectaba, percibí como se corría en silencio, sin moverse pero empapando las sábanas con su flujo.
-Esto no sirve-, y recapacitando le saqué el consolador de su sexo. Al hacerlo fue como una catarata que se precipitó por el colchón, dejando a su paso un húmedo rastro.
“Tendré que esperar”, me dije a mi mismo, y buscando que no se enfriara empecé a meterle y sacarle el dildo, mientras le retiraba las pinzas. Fue entonces cuando escuché que mi ayuda tocaba la puerta. Tranquilamente, salí del cuarto a abrir a los refuerzos.
-¡Cuánto tiempo!-, me soltó Patricia al entrar con Nicolás al piso, –explícame que es eso tan importante que no me podía perder-.
Paty era una amiga de la infancia, bisexual, con la que había tenido algo más que escarceos. A sus cuarenta años, seguía conservando una figura envidiable producto de largas horas de gimnasio, y unos pechos perfectos que se los debía a la generosidad de su último marido. Nicolás era su actual pareja, según ella la lengua más maravillosa de la creación.
-Cariño deja que antes te dé un beso-, le dije abrazándola y masajeando su duro culo.-Te tengo una sorpresa, estoy adiestrando a una sumisa, y su lección de hoy es mantenerse imperturbable mientras una mujer la posee-.
Una sonrisa apareció en su cara, y tras pensárselo unos momentos me preguntó:
-Y ¿Nicolás?-.
-Por si fallas-.
Sin más demora, la llevé a mi cuarto, dejando a su pareja en el salón. Sabía que Claudia nunca había estado con una mujer, y menos con una tan experta como mi conocida, por lo que esperaba o que se negara o que reaccionara a sus caricias. Mi amiga al ver como le había preparado a la muchacha, al percatarse que debido a las ataduras la tenía a su entera disposición, se dio la vuelta diciéndome:
-No fallaré y ¡Gracias!-.
Ahora sólo tenía que esperar, y en plan mirón, acerqué el sillón a la cama y me senté a observar. Era algo nuevo, el estar de convidado de piedra mientras Patricia se desnudaba. “Se nota que acababa de llegar de la playa”, pensé al ver el dorado de su piel. Bailando en frente de su víctima se fue despojando de su ropa y lo hizo con una sensualidad tan pasmosa, de forma que antes que acabara, yo al menos, estaba excitado. Claudia, en cambio, si lo estaba no lo demostró.
Está bien educada, lo vas a tener difícil-, le grité a la mujer, picándole el amor propio.
-Nunca te he defraudado-, me respondió mientras acercaba su lengua a los pechos de la muchacha.
Estos se erizaron al contacto, poniéndose duros. La reacción de Claudia la envalentonó y sin ningún recato se apoderó de ellos mamando mientras le acariciaba el resto del cuerpo. “Es una maestra”, tuve que reconocer al fijarme de la manera tan experta que tomaba los indefensos pezones de la niña entre sus dientes, y como su boca succionaba hambrienta. Con el deseo de lo prohibido, su mano completamente ensortijada recorrió su estómago acercándose al depilado sexo. La muchacha no hacía ningún ademán. Vi como cambiándose de posición, Paty le separó los labios probando del néctar que ya manaba de su cueva.
-¡Está riquísimo!-, le alcancé a escuchar antes de que, usando su lengua como si fuera un micro pene, la penetrara.
Desde mi sillón, la perspectiva no podía ser más excitante. Veía el culo moreno de mi amiga meneándose al compás de una masturbación mientras se lo comía por entero. Era alucinante, el estudiar la maestría con la que recorría sus pliegues, teniendo en primer plano un exquisito trasero, que me llamaba para que lo tomara a la vez. Poco a poco, el sudor fue recorriendo el pecho de Claudia, y su cueva anegándose bajo el atento dominio de Patricia, y ésta sabedora de los efectos que sus caricias estaban provocando, decidió dar un paso más introduciéndole un dedo en su ano.
-Con cuidado-, le grité informándole que eso era mío.
-Sólo te lo estoy preparando-, me contestó riéndose pero sin dejar de masajearlo.
A estas alturas, nuestra víctima ya se derretía. Sus piernas temblaban al ritmo de su orgasmo, pero de su garganta no salía ningún ruido.
-Es dura, pero yo más– me dijo mi amiga al percatarse que se corría sin moverse.
La velocidad con la que mamaba su coño se incrementó a la par que su calentura, y cogiendo el consolador de la sabanas, me pidió que lo usara en ella, para motivarla aún más. Haciéndole caso me senté al lado de las dos mujeres, y cogiendo el aparato le separé las nalgas de la cuarentona forzando su entrada trasera. Su esfínter estaba educado, por lo que entró hasta el final sin esfuerzo.
Ya sabes lo que me gusta-, exclamó mientras se separaba el trasero.
Claro que lo sabía, no en vano había disfrutado de ese culo muchas veces. Metiendo y sacando con rapidez el consolador empecé a azotarle. Cada vez que mi mano golpeaba sus cachetes, su lengua se introducía en la vagina de Claudia, consiguiendo que los gritos de mi amiga se mezclaran con los de mi azotes.
La temperatura de nuestros tres cuerpos llegó a su punto máximo cuando soltando el pene artificial, y asiendo el mío con las manos le pedí que se aproximara al borde de la cama que ya no aguantaba más y que iba a poseerla.
Fue entonces cuando vencí, porque con la voz entrecortada por el orgasmo que la consumía oí decir a mi sumisa:
-A ella no, amo, ¡a mí!-.
Fue su fracaso, incapaz de ver que tomaba a otra, prefirió perder a sufrir siendo ella una mera observadora.
-Suéltala y prepárame su culo– , le exigí a Paty alzando la voz.
Como si ella fuera la verdadera sumisa, me obedeció poniendo de rodillas sobre el colchón a Claudia con los brazos hacía delante de manera que su trasero quedaba a mi alcance.
-¡He dicho que me lo prepares!-.
Mirándome entendió lo que quería y separándole las nalgas forzó su entrada con la lengua.
-¡Que gusto!-, gritó Claudia a sentir hoyado su agujero. Al no tener que refrenarse, no dejó de jadear y gemir de gusto mientras Patricia se lo relajaba. Mi amiga, muy alborotada, no se límitó a su esfínter sino que apropiándose de su coño, usó su mano para penetrarlo también.
Colocándome a su lado, estaba a punto de desvirgarla analmente cuando escuché a mi amiga decir:
-Te importa que pase Nicolás, ¡es que estoy muy bruta!-.
Solté una carcajada dándole permiso pero advirtiéndole que se lo montara sobre la alfombra. Levantándose de la cama, abrió la puerta. No tardamos en escuchar como entraba. Su presencia asustó a Claudia, que alucinada por su tamaño me preguntó:
-¿Que hace aquí?-
-Era mi plan alternativo-, le contesté mientras acariciaba la cabeza del fiel sabueso, explicándole que era el verdadero amante de Patricia que cansada de tanto fracaso sentimental había hallado la felicidad en las caricias caninas del animal. Aprovechando su desconcierto forcé su entrada con mi pene, introduciéndolo de un sólo arreón.
-¡Que cabrón!-, me dijo mientras sentía como se desgarraba su trasero.
Capítulo cinco. Todo se complica. La espada de Damocles.
Ese fue el inicio de una noche memorable. Patricia, tras aliviarse con su fiel “amigo”, se dio cuenta que sobraba, y sin despedirse nos dejo que continuáramos con nuestra pasión. Hicimos el amor, jodimos, follamos, nos reímos , incluso elucubramos sobre mis siguientes relatos, sobre que papel o que actitud le gustaría a Claudia representar. Fue realmente una velada inolvidable, en la que ya no éramos amo y sumisa sino dos amantes que se entregaban sin límite a la pasión. Agotados, nos quedamos dormidos, abrazados, sin darnos cuenta.
El sonido estridente del despertador nos devolvió a la tierra y de que forma. Claudia, al abrir los ojos, sonriendo me pidió un beso. Se la veía preciosa con el pelo despeinado y unas ojeras que me recordaban lo poco que la había dejado dormir.
-¿Cómo está mi querido amo?-, me dijo todavía medio dormida.
-Muy bien, mi querida esclava-.
Era un juego, interpretando unos papeles que habíamos traspasado, nos besamos y acariciamos mientras nos despejábamos. Creyéndose caballo ganador, quiso aprovechar su ventaja diciéndome:
-Amo, ¿verdad que prefieres pasar la noche con tu sierva?-.
Si me hubiese callado no hubiera pasado nada, pero mi ego me hizo preguntarle, esperando que su respuesta fuera un piropo o algo parecido.
-¿A qué te refieres?-
-Ya sabes, ayer dormiste con la guarra. ¿Quién es mejor?-, mi cara de sorpresa la malinterpretó, y tratando de aclararlo, prosiguió diciendo, –Ella salió de aquí a las siete, y en cambio ahora son las ocho, ¿eso debe de significar algo? o ¿no?-.
Mi reacción fue brutal, agarrándola del brazo, la zarandeé gritando que quien se creía para espiarme, que la que ella llamaba “guarra” era una dama, y que la verdadera puta era ella, que como hembra en celo se me había ofrecido. Claudia se dio cuenta que había metido la pata. Trató de justificarse diciendo que lo sabía porque me había vuelto a dejar el ordenador encendido.
-Eso es mentira, búscate otra excusa por que fue lo primero que apagué cuando te fuiste-, le respondí indignado, -¡Vístete! Y ¡vete!, no te quiero volver a ver-.
Con lágrimas en los ojos, se levantó, se sabía culpable, y sin hablar se vistió con la cabeza gacha. Sólo al salir por la puerta de mi apartamento se volvió diciéndome:
Fernando, eres mío y yo soy tuya. Eso no lo puedes cambiar. Verás como tarde o temprano nos volveremos a ver y entonces sabrás que no podrás evitar que vuelva
-¡Jamás!-, le contesté, cerrándole la puerta en las narices.
La desfachatez de la chica profetizando que volvería arrastrándome como un perrito en su busca terminó de cabrearme. Nunca me había gustado que me controlaran y menos una muchachita recién salida de la adolescencia. Hecho una furia me metí bajo una ducha de agua fría, tratando de calmarme pero fue en vano, nada ni nadie podía evitar que mi sangre hirviera al recordarlo.
La mañana fue un suplicio. No dejaba de mortificarme, diciéndome que la culpa la tenía yo por liarme con una niña. Lo que realmente me molestaba era que antes de enrollarme con ella, ya sabía que eso no podía salir bien. Mi estupidez era total, había creído que podía compatibilizar dos relaciones tan distintas, asumiendo que Claudia poseía una madurez que jamás podría tener una joven de su edad.
Sólo me calmé sobre la una, cuando recibí la llamada de Gloria, preguntando como me había ido mi noche loca.
-Muy bien-, le respondí tratando que no se notara mi enfado, –lo clásico en una cena de amigotes, alcohol, charlas y chistes sobre mujeres-.
-¿Me has echado de menos?-
-Mucho-, y tratando de cambiar de tema le pregunté: ¿Comes conmigo?-
Me contestó que si, pero que le resultaba imposible antes de las tres.
-No hay problema-.
Tras lo cual quedamos en vernos en Amparo, un restaurante muy conocido de Madrid que está en la calle Jorge Juan. Su llamada cambió mi humor al darme cuenta que no todo estaba perdido y que me había quedado con la mejor, una mujer de mi edad, que además de estar buenísima, era un encanto y con la cual podía compartir algo más que sexo.
Mirando el reloj, calculé que tenía una hora y media, por lo que me lancé en picado a resolver los problemas de la oficina, y por primera vez desde que había llegado, realmente rendí en el trabajo. Con todo los asuntos encauzados, salí de mi despacho alegre por irla a ver, pero al llegar a la calle, me surgió una duda:
-¿Me estará espiando?-.
Observando hacia ambos lados traté de descubrir si Claudia, estaba por los alrededores, no me apetecía que al llegar al restaurante, me montara un espectáculo. Afortunadamente no estaba y ya más tranquilo pero sin dejar de estar alerta, me dirigí adonde habíamos quedado.
Gloria entró al local hablando por teléfono. Se la veía contenta, vestida de manera informal, estaba guapísima. Divertido vi como todos los ejecutivos, que poblaban el lugar, se daban la vuelta para observarla al pasar. Eso alivió mi maltrecho ego, y recibiéndola con un beso, le solté un merecido piropo.
Con una risa franca y ojos coquetos, me agradeció el halago. De esa forma, empezó el mejor rato que he pasado en mucho tiempo. Bromas y carantoñas, con una mezcla de picardía, se sucedieron durante dos horas, tiempo durante el cual no recordé a Claudia. Sólo al pagar, temí que al salir nos encontráramos con ella, por lo que adelantándome a la mujer que estaba conmigo, revisé que no estuviera plantada fuera del local, lista para reclamarme. Nuevamente no la encontré, y pensando que estaba paranoico, me calmé.
“Tranquilo”, me dije deseando que tuviese razón y que la Niña se hubiese olvidado de mí.
Aduciendo que tenía prisa, me despedí de Gloria, quedando para el día siguiente. Le extrañó mis prisas, pero poniendo una mueca, me dijo en plan de broma, que se pasaría toda la noche llorando mi ausencia. Estuve a punto de mandar todo a la mierda y pedirle que nos viéramos esa misma noche, pero recapacitando que era no mejor el arriesgarse, le solté:
-Yo en cambio, sentiré tu cuerpo al lado mío, mientras duermo-
Menos mal que no cedí, porque al llegar a mi oficina, tenía un email de Claudia en el que me preguntaba como me había ido comiendo con la “guarra”. Fuera de mí, abrí el programa espía que me permitía ver y hablar con ella en su cuarto, quería cantarle las cuarenta y exigirle que dejara de seguirme. No pude, no estaba en su casa pero asustado leí el mensaje que me había dejado garabateado en un papel:
Amo, ¡vuelva!, ¡le extraño!-
Realmente la chavala esta loca, se había obsesionado conmigo y me iba a resultar imposible librarme de ella, sólo ignorándola. Debía de pensar como convencerla que me olvidara y que se enrollara con un chico de su edad, porque sino lo conseguía iba a mandar al traste mi relación con Gloria. Analizando detenidamente el asunto, creí encontrar la solución, ella me había encontrado y encaprichado por mis relatos, por lo que debía ser por esa vía por medio de la cual iba a escaparme de esa pesadilla.
Esa noche, nada más llegar a casa puse manos a la obra. Debía de ser mi mejor relato, mi mejor historia. Muchas veces empecé y muchas tuve que borrar lo que había escrito, nada me convencía. Pero como a las doce me llegó la inspiración, me había emperrado en pensar en un jovencito como mi sustituto, pero a Claudia lo que realmente le gustaban eran los maduros como yo, y que mejor que la figura de un catedrático para reemplazarme. Un profesor que le estuviera dando clase, esa era la clave. Alguien con poder, que estuviera a su alcance y por el que tuviera respeto, sólo así podría librarme de ella.
Entusiasmado por la idea, me dediqué por entero a la faena. No debía de personalizar ni describir a mi recambio, para que fuera ella misma la que le pusiera nombre y cara.Más o menos a las tres terminé y tras releerlo quedé convencido que era mi mejor escrito.
El argumento era sencillo. En la universidad, Claudia estaba asistiendo a una clase, cuando se da cuenta que su maestro la mira con deseo. Nunca se había fijado que ese tipo no dejaba de recorrer con sus ojos su cuerpo, y excitada decidió conquistarle. Por eso aprovechando la hora de tutoría se plantaba en su despacho.
Iba preparada, en el baño se había despojado del tanga y antes de entrar había desabrochado su blusa. El resto era lo típico. El profesor se percataba de la forma que ella se le insinuaba e indignado le había llamado al orden, pero en vez de echarle para atrás, su rechazo le había espoleado, desnudándose por completo. En mi relato, Claudia amenazo al docto catedrático con acusarle de haberla violado sino la tomaba en ese mismo instante. El pobre tipo, incapaz de negarse por miedo al escándalo, se la tiró sobre su mesa, no una sino muchas veces, consiguiendo que la muchacha se corriera y gracias al placer obtenido se olvidara del viejo que la había desvirgado.
Encantado por el resultado, lo publiqué en todorelatos. Después de eso, dormí como un niño seguro de que había acertado. A la mañana siguiente revisé mi email, y al no haber recibido ningún otro mensaje de ella, pensé que quizás había acertado. Durante todo el día no tuve noticias de ella, ni siquiera tuve la sensación de que me espiaban pero aún así al recoger a Gloria en el portal de su casa, en vez de llevarla a mi apartamento, alquilé una habitación en el Ritz .
-¿Y eso?-, me pregunto al ver que entrábamos al establecimiento.
-Es mi fantasía, llevar a la mujer que adoro al mejor hotel de Madrid-
Mi respuesta le satisfizo, y besándome en la boca, mientras cerrábamos la puerta de la habitación, me dijo que era un romántico empedernido. Sólo os puedo contar que durante esa velada, terminé de enamorarme de Gloria. No sólo fue pasión, fue aventura ternura y mucho, pero mucho, sexo. Al desayunar, tumbados en la cama, se lo dije. Ella al oír que la amaba, se echó a llorar diciendo que la había hecho la mujer más feliz del mundo porque ella sentía lo mismo por mí.
Sólo la tenue amenaza de Claudia, evitó que yo también fuera el hombre más feliz de la tierra, pero algo me decía que al igual que Damocles, tenía sobre mi cabeza una espada sujeta por un sólo hilo, y que en cualquier momento se iba a romper, destrozando a su paso mi felicidad.
Jodido por la angustia, volví a mi oficina sin pasar por casa. Con el traje y la camisa del día anterior, me pasé todo el día revisando cada cinco minutos mi Outlook, esperando una mensaje que no quería recibir. Al no llegarme ninguno, creo que llegué a creerme que había tenido éxito, pero al llegar a casa y abrir mi portátil, ahí estaba. Cinco escuetas líneas que me hundieron en la depresión.
-Gracias, Amo. He hecho lo que usted me ha pedido. Me he tirado a mi maestro de termodinámica, el pobre viejo ha disfrutado como un perro, tenía que haber visto como aullaba al correrse en mi coño. Estoy esperando el siguiente relato, prometo cumplir lo que me ordene. Postdata: ME HA PUESTO MATRÍCULA, pero aún así, sigo odiando a la Guarra –
La muy lunática había malinterpretado mi historia. Había supuesto que era parte del juego, una forma de congraciarse conmigo, sin olvidar el rencor que sentía por Gloria. Sin saber que hacer, me serví la primera copa de muchas, y no cejé hasta, que totalmente borracho, caí desplomado sobre la cama.
Al despertar, la cabeza me estallaba. El alcohol de la noche anterior me estaba pasando factura, mientras no dejaba de pensar en como podía afrontar el problema. Tras mucho pensar y recapacitar no hallé otra salida que decir a Gloria una parte de la verdad. Por eso nada más llegar a mi trabajo la llamé, pidiéndole que se tomara la tarde libre porque quería hablar con ella de un tema importante.
Iba a echar un órdago y por eso la cité en mi casa. Después de hablar conmigo era irrelevante si Claudia nos sorprendía, por que iba a confesarle todo. Previendo que era una puesta arriesgada, ya que de salirme mal perdería a una mujer que me volvía loco, pero que si me iba bien significaría que el asedio al que estaba sometido no tendría importancia, decidí reforzar mi posición comprándole un regalo. No sé si mi estado de nervios influyó en mi decisión pero salí de mi oficina directo a una joyería.
Comiéndome la uñas histérico perdido, esperé su llegada. Debía suponerse algo, porque en contra de lo usual en ella, no me besó al entrar. Sin atreverme a entrar directamente al tema, le puse un vermut, sentándola en el salón.
-¿Qué es eso de lo que querías hablarme?-, me preguntó nada más acomodarse en el sillón.
-Dos cosas-, le respondí muy nervioso,- primero y antes que nada confesarte algo, y segundo si me perdonas pedirte otra cosa-.
Mi cara debía ser un poema porque poniéndose muy sería esperó que empezara en silencio. Sabiendo que ya no me quedaba otra, entré directamente al trapo contándole una media verdad, que antes de conocerla a ella, había entablado amistad con una mujer muy joven con la que había tenido un romance y que tras dejarla no dejaba de acosarme.
-¿Acosarte?-
Si, no puedo moverme sin que sepa mis pasos-
-Entonces sabe que estamos juntos-, me dijo enfadada.
Si y he querido avisarte, porque está loca y cualquier día nos monta un espectáculo-.
La perspectiva de ser abochornada en público la molestó, y levantándose de su asiento recorrió el salón sin decirme nada. Estaba tratando de asimilar las novedades y debía de hacerlo sola, por eso esperé a que ella diera el siguiente paso.
-Dime-, me ordenó más que preguntarme, -¡Aclárame!, ¿Fue antes de conocerme y ya la has dejado?-
-Si-, no le informé que me seguía acostando con la loca cuando ya lo hacia con ella.
Tras meditarlo unos instantes, mirándome a los ojos, respondió:
Pues entonces que se vaya a la mierda-, estaba tan enfadada que no le importó ser vulgar, y sin dejar su tono, me preguntó: –Y ¿que coño quieres pedirme?-.
Sacando de mi bolsillo un estuche, me arrodillé a su lado.
-¿Quieres casarte conmigo? -.
Esta vez si que la sorprendí. Abriendo el paquete, sacó el anillo y poniéndoselo en su dedo índice, vi que le caían unas lágrimas.
Estás trastornado, apenas nos conocemos– me contestó y cuando ya creía que se iba a negar me dijo: -Debes de atraer a toda las chifladas, porque si quiero. ¡Si quiero casarme contigo!-.
-¿Estás segura?-, no creía en mi suerte.
-Si, tonto-, me respondió lanzándose a mis brazos.
Con cuarenta y dos años, nueve meses y tres días me até por vez primera una soga alrededor del cuello, pero eso sí, una cuerda que al posar sus pechos contra mi cuerpo hizo que mi virilidad reaccionara al contacto, y cogiéndola en volandas, la llevé a la cama.
La urgencia con la que le desnudé fue brutal, sin importarme que se desgarrara su ropa. Ella estaba igual, ni siquiera me dejó terminarme de bajar los pantalones cuando su boca ya se había apoderado de mi sexo. Parecía como si mi oferta la hubiese poseído, porque sino no se entiende que sin haberla tocado, su cueva estuviera ya empapada de flujo, ni que sin preliminares se incrustara mi pene en su interior. Gritó al sentir como mi extensión chocaba contra la pared de su vagina y arañándome en la espalda, me chilló que era mía.
Su entrega me excitó y asiéndome a sus pechos, comencé a cabalgarla. Mis penetraciones no podían ser más profundas, al notar que mi estomago chocaba contra su pubis y que mis huevos golpeaban sus nalgas. Sus jadeos fueron convirtiéndose en berridos a la par que su calentura subía de nivel, hasta que sintiendo que se le acercaba el orgasmo, aulló tan alto que creí que se iban a enterar los vecinos.
Sin dejarla descansar, la seguí apuñalando consiguiendo alargar su éxtasis, mientras buscaba mi propio placer. Este tardó en llegar pero al arribar fue una explosión que me absorbió por completo, nublando mi mente mientras anegaba su estrecha abertura con mi simiente.
Tumbados en la cama, estábamos descansando cuando me preguntó:
-¿Cómo la conociste?-
-¿A quien?-, le respondí.
A la loca-
Un poco asustado, decidí decirle la verdad, que en mis ratos libres era escritor erótico y que “la loca” era una de mis admiradoras. Lejos de enfadarle le interesó esa faceta, e indagando más en ella, me pidió que le dejara leer mis relatos. En un principio me negué, ya que al escribir dejaba volar mi imaginación y describía verdaderas salvajadas, pero fue tanta su insistencia, que tuve que ir a por el portátil, y mostrarle mi historias.
Sentada en la cama, en silencio se pasó más de media hora leyendo relato tras relato, hasta que dejando a un lado el ordenador, me miró diciendo:
-No me extraña que tengas admiradoras, es de lo más caliente que he leído nunca-.
Su piropo me halagó, pero no quedó allí, por que me rogó que quería que le escribiera una historia para ella. Quería decirle que no, porque me daba miedo repetir el mismo error, pero me dio corte, no fuera a pensar que había otro motivo, y por eso le dije que en dos semanas tendría su historia. Se me erizaron los pelos de todo mi cuerpo al oír su respuesta:
-Y si te parece cuando ya la tengas , podemos jugar a que soy tu protagonista-.
Me quedé mudo, y asintiendo con la cabeza, me juré a mis mismo que jamás tendría su relato.
Afortunadamente, cambiando de tema me dijo que tenía hambre, por lo que aproveché para decirla que la invitaba a cenar en un restaurante. La atmósfera de mi piso se había vuelto agobiante. La idea le atrajo pero al vestirnos se dio cuenta que le había desgarrado la blusa por lo que le tuve que prestar una camisa. Aunque ella es alta, yo soy enorme, y por lo tanto al ponerse mi ropa le quedaba gigantesca.
-Mejor me voy a casa-, me contestó apenada.
Si quieres nos quedamos aquí-.
-No, tengo que pensar como le voy a contar a mi familia lo nuestro. Aunque ya hace cinco años que me divorcié y mi ex es un perfecto cretino, no quiero hacerles daño-.
Tenía un motivo de peso, y sabiendo que no la podía hacer cambiar de opinión, ni siquiera lo intenté. Me daba pena pero no podía hacer nada por evitarlo, por lo que aún sintiéndolo mucho, la acompañé hasta la puerta. No había terminado de cerrarla, cuando escuché el sonido de entrada de un correo, y sabiendo quien era, fui a abrirlo.
Cabreado lo leí:
-¿Otra vez con la guarra?-
Era el colmo, y fuera de mis casillas le contesté, lo más hiriente que pude, diciendo:
Claudia, no volveré contigo, entérate. Te aconsejo que en vez de seguirme te compres un enorme consolador y cada vez que te apetezca espiarme, te lo metas en el coño o en el culo y te másturbes hasta que se te pasen las ganas-.
Y dándole al send, esperé su contestación. No tardó nada en llegar, me había escrito:
-Lo haré frente a mi cámara web para que mi amo disfrute viendo como se corre su sierva-.
Era imposible dialogar con ella, pensé mientras cerraba el portátil apenado. La pobre muchacha estaba perturbada, y parte de la culpa era mía al despertar con mis relatos la bestia que tenía dentro. Lo bueno era que al ya saber Gloria de su existencia, realmente era poco lo que podía hacer para joderme. Un chantaje es efectivo sólo cuando el motivo de la coacción permanece en secreto. A un homosexual se le puede chantajear si no ha salido del armario, pero difícilmente le puedes presionar si ya es vox populi su tendencia. Por eso, la actitud de Claudia que antes me producía una gran desazón, lo único que esta vez me provocó fue un sentimiento de frustración por no haber podido convencerla.
Y pasando página, decidí salir a cenar, ya que no tenía nada en casa. Como nunca me ha gustado estar sólo llamé a un amigo, de manera que al cabo de tres horas, llegué a casa bien comido y mejor bebido, ya que tras la cena fuimos directamente a un pub, a seguir con la juerga. Eso me sirvió para olvidarme de todo, y con un alto grado de alcoholemia dormir como un bebé.
Al día siguiente estaba en plena forma. Completamente soleado, sin una nube en el cielo, parecía una copia exacta de mi ánimo, alegre y satisfecho. La vida me sonreía. Nada más llegar a mi oficina, me enfrasqué en el trabajo, rindiendo por vez primera en una semana. La larga lista de asuntos pendientes fue desvaneciéndose a la par que trascurría la mañana. Hasta mi propia secretaria se quedó extrañada de mi recién recuperada diligencia.
-¿Qué te ocurre?-, me preguntó viendo que no paraba de resolver problema tras problema, -¿te has dopado?-.
No le podía contar la verdad, y en vez de ello, la abracé diciéndola que la veía estupenda.
-Tú te has tomado algo-, me dijo mientras cerraba la puerta de mi despacho.
Ya metido en la rutina, ni siquiera salí a comer, y como a las seis de la tarde al no quedarme nada que resolver, recordé que no había llamado a Gloria en todo el día. Tardó en contestarme , pero cuando lo hizo su voz sonaba a felicidad.
-¿Cómo te fue con tu familia?-.
-Mejor imposible, todos en casa habían notado que salía con alguien y recibieron la noticia con agrado. Hasta mi madre me dijo que ya era hora que rehiciera mi vida-.
-Me alegro cariño, ¿te parece que cenemos para celebrarlo?-.
-Claro, ¿dónde vas a invitar a esta dama?-
No lo había pensado, pero improvisando recordé que había un restaurante típico en Cava Baja, que me encantaba.
-¿Te gusta Lucio?-.
-Si-, me respondió,- nos vemos ahí-.
El resto de la conversación fue acerca de cómo le había ido, y lo mucho que sentía haberme dejado sólo la noche anterior, comprometiéndose a resarcirme por ello. Tuve que cortar la llamada por que me pasaron un mensaje del gran jefe, que decía que quería verme para discutir unos proyectos, de manera que estuve ocupado hasta las ocho y media.
Saliendo de la oficina, el tráfico era caótico por lo que decidí ir directamente al lugar donde habíamos quedado al no darme tiempo de pasar por mi casa.
Como siempre, el dueño estaba en la entrada recibiendo a los comensales. Lucio es quizás uno de los hombres más entrañables que conozco, atlético de corazón y salido de las clases más bajas, se afanaba por hacer agradable la estancia de la gente en su local. Normalmente, me dan una mesa en la planta baja pero ese día estaba lleno, y sintiéndolo mucho me dijo que sólo me podía ofrecer una en el primer piso.
-No hay problema-, le contesté mientras ordenaba a un camarero que me llevara a mi lugar.
Lo que en un principio no era más que una tasca, se había convertido a lo largo de los años en un lugar de culto de la noche madrileña. No era raro ver cenando entre sus cuatro paredes a políticos de todo signo o a artistas famosos. Por eso no me extrañó, reconocer a varios personajes de la farándula disfrutando de los tradicionales huevos rotos, que tanta fama le habían otorgado al restaurante.
Acababa de sentarme, cuando espantado vi aparecer subiendo la escalera a Claudia. Y esperando que fuera casualidad nuestro encuentro traté de disimular, creyendo que a lo mejor no me veía. Pero el alma se me cayó al suelo cuando como si fuera ella, la persona con la que había quedado, tuvo la caradura de acomodarse en mi mesa.
-¿Qué coño haces aquí?-, le pregunté enfadado.
-Amo, vengo a cenar con usted-, me respondió sonriendo malévolamente. La seguridad de su respuesta me espantó, y alzando la voz, le dije que hiciera el favor de levantarse, que ella y yo ya no teníamos nada en común.
-Se equivoca otra vez, ¿Recuerda que me hizo escuchar como le hacía el amor a la guarra?-.
-Fue un error, Claudia, lo admito, pero por favor, no montes un drama y vete-.
-No voy a montar ninguna drama, esa noche reconocí a mi oponente-.
Confuso, le pregunté:
-¿La conoces?-.
Soltó una carcajada antes de responderme:
-Claro, ¿como no voy a reconocer la voz de mi madre?-, su cara reflejaba su completo dominio de la situación y tras soltarme esa bomba, me dijo riendo: – Mañana, terminaremos de hablar en su casa mientras me posee, ¿No querrá que la Guarra se entere que se anda tirando a su hija?-.
Me quedé helado, me tenía en sus manos y tratando de que entrara en razón, apelé a su cordura diciéndole:
Pero, ¿No te das cuenta que le he pedido a tu madre que se case conmigo?-.
-Si y me encanta. Así le tendré a usted más cerca-.
En ese momento, vimos llegar a Gloria, por lo que ambos cambiamos de conversación. Mi novia nos vio sentados conversando y sin saber de lo que hablábamos me dijo al darme un beso:
-Disculpa la encerrona, pero mi hija insistió en conocerte-
-Mama-, soltó la muchacha, –Ahora comprendo por que te gusta tanto. ¡Está buenísimo!-.
La risa cómplice de las mujeres no me hizo gracia. Estaba enamorado de una de ellas, pero la que realmente me tenía cogido por los huevos era la otra. Tener a dos bellas hembras a su entera disposición era el deseo de todo hombre, pero en este caso no era agradable saber que en cualquier momento una palabra de la menor, podía mandar al traste toda mi felicidad. Y hecho polvo, vi que no tenía escapatoria y menos al sentir que un pie desnudo, que sabía que no era el de Gloria, me estaba acariciando la entrepierna y para colmo, contra todo pronóstico, que me estaba excitando.
-Vamos a ser muy felices-, dijo Claudia y mirándome a los ojos, recalcó, –cuando Fernando sea el hombre de nuestra casa-.
Posdata:
Tengo que hacer mención y agradecer a tres personas:
A Claudia por mandarme el email que me dio la idea.
A Moonlight por picarme con sus comentarios
Y a LunaAzul de grupobuho.com , por ser ella mi musa. La mujer en la que me inspiré para describir a Gloria.

Relato erotico: “Un yate repleto de mujeres (1 y 2)” (POR BUENBATO)

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Kimberly no la pasaba tan mal. A sus 22 años ya era conocida por todo el mundo, desde París a Nueva York como la Bella Australiana, la joven rica cuyo padre había hecho una fortuna en el negocio ganadero. La particularidad de Kimberly era que, en lugar de las fiestas y los convivios sociales, prefería arrear el ganado por los pastizales australianos.

A su padre le molestaba que su hija peligrara en aquellos largos viajes pero, dado su amor de padre, no se atrevía a contradecirla. Tras dos semanas de pastoreo, Kimberly leía una novela romántica en su tienda de campaña, ella y sus dos capataces se encontraban a solo un dia de la ciudad, el fin del viaje, cuando de pronto un deseo recorrió el cuerpo de la chica. Sin pensarlo dos veces salió de su tienda y respiro el aire frio de la noche y miró las estrellas, la noche era tan luminosa que podía ver claramente al capataz en turno que, montado en su caballo, cuidaba tranquilo al ganado que dormitaba apacible.

Kimberly sonrió y se dirigió a la tienda de campaña de los capataces, entró sin hacer el menor ruido y miró al otro capataz que dormía profundamente. La chica, rubia y hermosa, comenzó a desvestirse, siempre andaba en pantalones de cuero y camisas; ni siquiera con la vestimenta masculina podía esconder su belleza femenina. Totalmente desnuda se agachó y comenzó a desabrochar el pantalón del capataz. Comenzó a bajarlo hasta que este se despertó, se asustó un poco pero no pudo contener una erección inmediata provocada por la lengua de la chica que mojaba hábilmente su verga.

– ¡Señorita Kimberly! – dijo el capataz – estamos muy cerca de la ciudad, alguien podría vernos.

– No te preocupes – dijo Kimberly , sonriente mientras lengüeteaba el pene erecto del capataz – te aseguro que nadie nos vera.

El capataz no pudo más que ceder y comenzó a desabrocharse la camisa, Kimberly terminó de sacarle el pantalón y, apenas este se acomodó, se abalanzó sobre él. La verga del capataz entró con suma facilidad en el excitado coño de la chica. Kimberly disfrutaba cada embestida y se dejaba caer para insertarse hasta el fondo aquel falo. Ofrecía sus senos enormes al capataz que no dudaba en besarlos y chuparlos. Las nalgas de la Bella Australiana retumbaban en cada movimiento y su ano comenzaba a dilatarse, muy a tiempo porque el segundo capataz ya se había cerciorado de aquel evento y no dudo en unirse. Al poco rato, el segundo de los capataces se deshacía rápidamente de su ropa mientras Kimberly separaba sus nalgas, ofreciéndole su rosado esfínter.

El primero de los capataces no paraba de follarse a su patrona mientras el segundo de ellos lambia y babeaba el ano de la muchacha; sin más, dirigió su verga a la entrada y la insertó hasta la mitad, provocando que Kimberly se retorciera de placer. Poco a poco siguió entrando aquella verga hasta que por fin pudo tomar el mismo ritmo que el primer capataz y ambos se unieron de manera sincronizada en llenar de placer a la rubia. La chica se llenaba de orgasmos mientras sus capataces manoseaban su suave piel. Siguieron algunos minutos hasta que ambos capataces descargaron su semen en los orificios de su patrona.

Kimberly estaba tan satisfecha como fuera de si; embriagada de placer pidió al capataz que se pusiera de pie y les provocó a ambos una nueva erección. Arrodillada, comenzó a chupar las vergas de sus capataces mientras sentía el semen, aun caliente, chorrear entre sus nalgas y piernas, masajeó y chupó aquellos penes hasta que les provocó una nueva descarga de semen que succionó y tragó con gusto y así, sin mediar palabra alguna, tomó sus prendas, se puso de pie y salió a la fría noche hacia su tienda; Kimberly sonreía feliz de la vida.

A la tarde siguiente por fin arribaron a la ciudad y Kimberly saludó a sus padres y a sus hermanas y se dirigió inmediatamente al baño. Durante la cena, uno de los mayordomos recordó las cartas que le habían llegado a Kimberly durante su viaje y al finalizar la cena se las entregó. Kimberly busco entre esas la única que le interesaba: la de Madame Rosé; la encontró y la leyó. Como todas las cartas de Madame, esta era igual de corta y directa:

“Kimberly, querida, el velero está listo y las invitadas han recibido ya esta carta. ¿Es acaso que ya no nos acompañaras? Espero tu respuesta, mi niña, te esperamos. Con amor, Madame Rosé.”

Kimberly sonrió, no lo pensaría dos veces. A la mañana siguiente se alistaba ya, se embarcó en un buque y se dirigió a Estados Unidos. Algunas semanas después arribó a California, Estados Unidos, y fue recibida por, justamente, las tres principales organizadoras de aquel viaje que seguramente marcaria historia. Ahí estaban Madame Rosé, por supuesto, y la Baronesa Michelle y Miss Jennifer.

El proyecto del que tanto se hablaba fue sintetizado por Miss Jennifer: “lo que queremos dar a conocer, querida, es que, ese viejo mito de que causa mala suerte una mujer en el mar, desaparezca, y que mejor que un viaje transpacífico en velero tripulado solo por mujeres para dejarlo claro, ¿no crees Kimberly?”

A Kimberly le entusiasmaba aquel viaje y no tuvo que decirlo para dejar claro que aceptaba participar. Aun faltaba una semana para que el velero estuviese listo. Las tres mujeres eran viudas y adineradas y habían decidido aquel proyecto como algo simple; ahora, sin embargo, tenían en su tripulación a la valiente Kimberly; a Gina, una experta en navegación alemana y a Tiffany, una conocida viajera estadounidense que conocía varios idiomas y cultura. Por las demás se encontraban las hijas de Madame Rosé; Maggie, la dulce sobrina de la Baronesa y las hijas de Miss Jennifer. Desde luego también irían algunas sirvientas.

A la semana siguiente el viaje estaba listo y, sin importarles el escándalo provocado por aquel “patético viaje”, como era llamado entre la alta sociedad, las mujeres subieron al enorme velero de veinticuatro metros de eslora que conduciría Gina, suficientemente grande para un viaje de hasta un mes. Otro velero más pequeño, con más provisiones, acompañaría al velero grande durante todo el viaje.

La ruta que se seguiría era un viaje hacia la ciudad australiana de Brisbane, con una única escala en las islas Hawái para recoger provisiones. Los veleros partieron a principios del año de 1914 y el viaje prometía ser relativamente sencillo.

El velero más grande, Women, tenía un aspecto hermoso y era bastante muy veloz para su época, había sido financiado por las tres señoras y era bastante cómodo para transportar a sus doce ocupantes. El velero más pequeño, Little Girl, media tan solo diez metros de eslora y llevaba provisiones tanto de alimentos como agua. Tan solo llevaría a cuatro tripulantes: Kimberly, Tiffany y a las ayudantes de esta ultima: Susan y Kayla.

Kimberly se sentía fascinada por el porte de Tiffany, acompañada siempre por sus extrañas pero ciertamente bellas ayudantes, quizás por lo poco usuales que eran las personas de color para ella; por otro lado, Tiffany le parecía una rubia muy impactante además de hermosa, sentía una gran admiración por aquella mujer que había decidido viajar por todo el mundo. De cierta forma Tiffany le parecía un gran ejemplo a seguir y era un gran honor para ella el hecho de viajar juntas. Y así, alejándose de la costa, Kimberly sonreía al saber que era parte de una gran aventura.

Susan y Kayla prepararon con gran maestría el velero, no solo eran obedientes sino que mostraban una gran disciplina. Mientras Kimberly las miraba de reojo escuchaba la plática de Tiffany; ella le contaba de los grandes viajes que había hecho y esto le fascinaba a Kimberly.

En el otro yate, Charlotte y Juliete, las hijas de Madamé Rosé, no paraban de platicar con Maggie; del otro lado, Paula y Sandy, las hijas de Miss Jennifer, no paraban de preguntarle a las gemelas hindúes acerca de los rasgos y pormenores de aquellas lejanas tierras.

Mientras tanto, la Baronesa Michelle, Miss Jennifer y Madame Rosé, disfrutaban del viaje. Conduciendo se encontraban la hermosa alemana, Gina, y Lionel, la sirvienta africana de Madame Rosé.

La tarde cayó y, en el Little Girl, Kimberly disfrutaba manejando por fin el yate. Afuera le acompañaba Susan. Kimberly se sentía al principio incomoda por que una chica negra tan joven le estuviese guiando en manejar el yate pero pasado un rato comenzó a sentirse en confianza con la muchacha de apenas diecisiete años.

Kimberly sintió sed y dejo encargado el timón a la muchacha. Bajó las escaleras verticales y se dirigió hacia la recámara del yate, bajó los escalones pero antes de abrir la puerta alcanzó a escuchar un ruido y guardo total silencio. Se asomó por la ventanilla y alcanzó a ver las figuras de Kayla y Tiffany pero la figuró increíble lo que había sospechado ver; sin hacer ruido se dirigió a estribor y se agachó para poder ver a través de una ventanilla.

Kimberly se sorprendió, sobre el camastro se encontraba hincada, y completamente desnuda, Tiffany mientras bajo su vientre se guardaba la cabeza de su sirvienta negra, Kayla. La joven de diecinueve años mordía y lambia el coño de su patrona mientras esta, completamente excitada, restregaba su panocha húmeda sobre la cara de la negra. Tiffany se retorcía de placer y acariciaba extasiada sus tetas; Kayla, por su parte, se metía discretamente un dedo en su coñito rosado.

Tiffany se puso de pie y, recargándose en la cama sobre sus brazos, abrió sus piernas lo más que pudo. Kayla se puso inmediatamente de pie y busco algo en un buró. Kimberly pudo advertir entonces la belleza de ambas, especialmente el fascinante cuerpo de la chica negra. Kayla tenía un culo respingón y redondo, tal y como había escuchado hablar sobre las mujeres de color; además, sus tetas firmes y redondas, coronadas con unos pezoncitos rosas y tiernos, destacaban aun más la figura de la hermosa chica de diecisiete años.

Del buró Kayla extrajo una especie de roca o mineral muy liso, color negro. Kimberly estaba extrañada y no entendía nada, pero de pronto comprendió: aquel objeto tenia la forma de una larga y gruesa verga. La australiana jamás había visto una escena como aquella y se ruborizó al sentir que todo eso le excitaba. Se sintió extraña al sentirse atraída por la escena pero lo estaba disfrutando. Dentro, Kayla se puso de rodillas y dirigió sus carnosos labios a la entrada del ano de Tiffany quien despegaba sus nalgas con sus manos, ofreciendo su esfínter.

Kayla besó apasionadamente aquel asterisco mientras su mandamás mientras esta se tambaleaba su cabeza por el placer de sentir aquellos labios en esa zona tan sensible. Tiffany sonreía extasiada cuando de pronto sintió el placentero lengüeteo de Kayla, la negra empujaba su musculo lingual abriéndose paso por entre los pliegues de aquel cada vez más dilatado ano. Afuera, Kimberly estaba completamente mojada, su coño parecía rogarle por unos labios que lo chuparan y masajearan. No tardo en llevar su mano a su entrepierna y comenzar a escarbar entre la tela de su ligero vestido hasta lograr masajearse su húmeda panocha.

Kayla seguía explorando con su lengua el ano de Tiffany. De pronto su mano se dirigió al suelo y exploró debajo del camastro de donde saco una cubeta. Al escuchar el ruido de la cubeta, Tiffany subió al camastro y abrió sus nalgas lo más que pudo, ofreciendo completamente su ano. Kayla sumergió objeto negro en forma de verga, que en realidad se trataba de una poca común pieza de muy bien pulida obsidiana, en la cubeta. Con el dildo de obsidiana húmedo, la negrita dirigió la punta hacia el ansioso ano dilatado de Tiffany. Aunque el dildo entraba con relativa facilidad, la rubia no paraba de gritar de placer; también Kayla estaba muy excitada pues los dedos de su mano izquierda no paraban de entrar y salir de su coño. Afuera Kimberly también se masturbaba mientras la noche caía. Adentro, Kayla ya realizaba el ir y venir de aquel dildo mientras la rubia se retorcía de placer.

Tras unos minutos de alocados orgasmos, Tiffany se puso de pie, totalmente satisfecha y puso de pie a la negrita para después acostarla sobre el camastro y, sin más, dirigió su cara directamente al urgido coño de Kayla. La negrita pareció respirar de alivio al sentir los labios de Tiffany en su excitada concha. La raja rosada de la negra estaba tan mojada que la rubia aprovechó para beber sus ricos jugos. Kayla estaba totalmente entregada a su patrona que la llenaba de placer con su hábil lengua y sus experimentados labios. De vez en cuando la negrita se retorcía de placer mientras sus jugos resbalaban entre sus nalgas y su clítoris era besado apasionadamente por los labios de Tiffany. Afuera, Kimberly se había provocado ya dos orgasmos y solo entonces comprendió la situación y se puso de pie inmediatamente para regresar con Susan. Subió las escalerillas y llego con Susan que seguía guiando apaciblemente la embarcación, ignorante de lo que sucedía abajo. Kimberly no solo se quedó con sed sino que también quedo un tanto excitada pero, más que nada, impresionada por lo que había presenciado aquella noche

Relato erótico: “Hermana… mia ” (POR ALEX BLAME)

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El trabajo que habían hecho con Maya había sido perfecto, apenas se notaban las terribles heridas que había sufrido en el accidente. Lamentablemente nada podría devolverla a la vida. Ahora estaba disfrutando de la gloria de Dios. En ese momento, deseaba estar con ella más que cualquier otra cosa en el mundo, pero tanto ella como su hermana gemela tendrían que esperar para volver a estar juntas.

Siempre habían hecho una pareja chocante, parecían las dos caras de una estatua de Juno, ella siempre contenida, paciente y reflexiva mientras que Maya que siempre se autoproclamaba, medio en broma, medio en serio, como la gemela mala, era impulsiva y extrovertida.

Aún recordaba el día que le dijo que había sentido la vocación. La muerte de sus padres en un plazo de seis meses,  en vez de alejarla, le acercó aún más a Dios y a su misericordia, pero Maya no lo entendió así y estalló como una erupción volcánica, le llamo idiota santurrona y dejo de hablarla durante meses, pero finalmente lo aceptó y estuvo presente el día que tomó los votos. Desde ese momento, aunque apenas se veían, mantenían contacto diario por  email. Así se enteró de su primer novio, el aviador, de su segundo novio el submarinista, de su tercer novio el geo… Ella le felicitaba cuando se enamoraba y le consolaba y daba gracias a Dios porque su querida hermana se hubiese librado del patán de turno.

Hasta que una vez perdida la cuenta y la esperanza, apareció Salva. En un principio le pareció otro zumbado más. Piloto profesional, corría en carreras de resistencia y conducía un corvette en las 24 horas de Le Mans. Pero a pesar de la velocidad y el riesgo, el primer día que lo conoció en un pequeño restaurante cerca del convento, resulto ser sorprendentemente equilibrado, inteligente y sensible. Además era un hombre extremadamente atractivo, incluso ella sintió una ligera sensación de apremio en las ingles cuando lo vio por primera vez. Dieciocho meses después estaban casados; aquel día, Dios le perdone, se emborrachó con el vino blanco y lloró como una magdalena. Fueron años felices, la carrera de Salva iba viento en popa, en el campeonato del mundo de resistencia conducía un Ferrari oficial y había logrado ganar dos veces Le Mans en la categoría LMP-2. Maya, mostrando un fino olfato para los negocios, se había convertido en su representante y hacía poco le había conseguido una plaza en el segundo equipo de Le Mans  de Audi mientras escurría el bulto cada vez que la hermana le preguntaba cuando iba a ser tía.

La entrada de Salva en el tanatorio interrumpió el hilo de sus pensamientos. Su robusto cuerpo se apoyaba en una muleta y su rostro magullado reflejaba un profundo dolor, tanto físico como espiritual.

Todos los presentes se callaron y le miraron fijamente, unos con compasión, otros acusadoramente. Antes de que la situación se volviese incomoda de verdad, ella se adelantó y le abrazo con fuerza. Aquel cuerpo  fuerte y decidido intento resistir pero enseguida se puso a temblar y le devolvió el abrazo en medio de profundos sollozos.

-Lo siento Mía… perdón… hermana Teresa, -dijo sin soltarla –es mi culpa, yo conducía, no sé cómo pudo pasar, yo, yo…la niebla…  debí ir más despacio…

La inconexa explicación se vio interrumpida por un nuevo acceso de llanto, ella no pudo contenerse y ambos lloraron abrazados ante los ojos tristes y anegados en lágrimas de los presentes. Podían haber pasado unos segundos o mil años. El tiempo permanecía suspendido mientras los brazos magullados la rodeaban con tenaz desconsuelo. Finalmente se dio cuenta de la situación y le separó suavemente mientras Salva se disculpaba con torpeza.

-No tienes que pedirme perdón Salva, un accidente es un accidente. –dijo la monja sin soltarle las manos para no perder el contacto –y no debes torturarte pensando en lo que podrías haber o no haber hecho. El pasado no se puede cambiar y es la voluntad de Dios que ahora mi hermana este junto a él en el cielo. –continuó intentando que no le temblara demasiado la voz. –Conozco… conocía a Maya tan bien como a mí misma y sé que lo que desearía es que la recordases pero también que continuases con tu vida y con tu carrera. Tienes que ser fuerte, tienes que amarla y recordarla, pero la mejor forma de honrarla es rehacerte y no dejarte caer en la depresión. La vida también es una carrera de resistencia y debes  rezar y confiar en que Dios te ayudará. Él siempre tiene un plan para todo, aunque lo parezca, la muerte de Maya no es una muerte sin sentido.

-Quizás tengas razón pero ahora mismo no puedo pensar en nada y cada vez que cierro  los ojos sólo veo su rostro  ensangrentado e inerte… ¿Por qué no fui yo? ¿Por qué no se llevó a mí? –dijo Salva comenzando a sollozar de nuevo. –Soy yo el que se juega la vida todos los días a trescientos kilómetros por hora…

-Ya sé que es una perogrullada, pero los caminos del Señor son insondables… -replicó la monja volviendo a darle un corto abrazo.

La conversación entre los cuñados contribuyo a rebajar la tensión y la incomodidad entre los presentes que se acercaron a ambos ya sin ánimo de juzgar nada ni a nadie.

El resto del velatorio, la ceremonia y la cremación transcurrieron en un ambiente de dolor y recogimiento. Salva se mantuvo en pie, estoico, aguantando el dolor apoyado en su muleta y ayudado por Sor Teresa en los momentos en que tenía dificultades para desplazarse.

Finalmente  dieron sepultura a sus cenizas y la gente fue despidiéndose y alejándose discretamente hasta que quedaron ellos dos solos frente a la tumba cubierta de flores. La niebla, la misma niebla que había contribuido al accidente se movía por efecto del viento creando sombras y difuminando el paisaje en la creciente oscuridad.

-¿Te vas esta tarde? –Pregunto Salva rompiendo el silencio.

-No, tengo un billete de tren para mañana por la noche. Tengo una habitación reservada en el centro…

-Oh, no, de eso nada, quiero que vengas a casa, aún sigo considerándote de la familia. Además querría pedirte un último favor. No sé muy bien qué hacer con la ropa de Maya. Me preguntaba si podrías ayudarme a empaquetarla y supongo que tú sabrás como darle  buen uso.

-De acuerdo, que haríais los hombres sin nosotras –dijo Sor Teresa mientras comenzaban a caminar lentamente en dirección al coche abrazados por una densa niebla que lo cubría todo.

La casa de Salva era una pequeña edificación sin pretensiones en las afueras de la ciudad. Constaba un edificio principal de una planta y cien metros cuadrados con enormes ventanales y un garaje casi tan grande como la casa con espacio para tres o cuatro coches.

Al entrar en el jardín Ras salió a recibirles moviendo la cola alegremente ajeno al drama que le rodeaba. Olisqueó a Sor Teresa con curiosidad y tras informarse detenidamente se dirigió al coche y dio varias vueltas alrededor como esperando que saliese alguien más. Salva le llamó y después de recibir unas caricias, el joven labrador se alejó de ellos sin dejar de mover el rabo.

Sor Teresa nunca había estado allí y cuando entró en la casa, le maravilló la luminosidad de su interior que contrastaba con la frialdad de la piedra y la oscuridad del convento. El pequeño hall daba paso a un enorme salón dominado por un ventanal y una enorme chimenea. A la derecha se abrían dos puertas, que,  por lo que le había contado Maya en sus correos, debían ser la cocina y el baño, quedando la única habitación de la casa tras la última puerta al fondo del salón.

-Dormirás en la habitación, ya he cambiado las sabanas –dijo Salva indicándole la puerta del fondo –yo dormiré en el sofá.

-No te preocupes por mí, yo dormiré en el sofá.

-De eso nada, eres mi huésped, además ahí está la ropa de Maya. Así podrás empaquetarla sin que te moleste. –replicó Salva cogiendo el ligero equipaje de la monja con la mano libre e hincando la muleta en la moqueta mientras se dirigía al dormitorio.

El dormitorio era amplio y luminoso con una enorme cama, una mesita y un sofá de lectura de cuero donde descansaba su bolso y  una novela de un escritor alemán que no conocía. A la derecha, un vestidor daba paso a un baño moderno y de colores discretos.

La monja entro en la habitación y sin darse cuenta de lo que hacía se sentó en la cama. Inmediatamente sintió que la calidez y comodidad del colchón le envolvían y le invitaban a tumbarse y descansar tras aquel día tan duro. A la vez, saber que era allí donde su hermana muerta dormía, reía, lloraba y hacía el amor, le producía una intensa tristeza. Entendía por qué Salva le había cedido la habitación.

Finalmente tras unas cortas explicaciones Salva le dejó allí mientras iba a cocinar algo para cenar.

Cuarenta minutos después Salva le despertó. Se había quedado dormida sin darse cuenta. El largo viaje desde el convento y las emociones del día le habían dejado exhausta. Con un pelín de desconcierto se levantó del edredón y siguió el renqueante cuerpo del hombre hasta la cocina.

El color blanco de los muebles salpicado con toques de colores vivos en los tiradores y encimera le daban a la cocina un aire alegre y desenfadado. Se sentó a la mesa en la que Salva había dispuesto dos servicios separados por una ensalada de aguacate de un aspecto delicioso.

-Como ya es algo tarde supuse que te apetecería algo ligero –dijo salva sirviéndole ensalada –espero que te guste.

-Muchas gracias me encantan las verduras, las comemos en el convento casi constantemente, estas también son caseras como las nuestras. ¿También tenéis un huerto?

-En realidad viajamos tanto que, aunque nos lo planteamos, no podíamos atenderlo adecuadamente así que se las compramos a unos vecinos. Son un matrimonio de ancianos que  consiguen un pequeño sobresueldo para complementar su pensión vendiendo huevos y hortalizas. Todo delicioso y superfresco. Creo que somos sus mejores clientes, nunca regateo los precios con ellos y ellos siempre apartan para mí los mejores productos. Lo único que hay de supermercado es la ensalada es el aguacate.

-Por cierto, ahora que estamos solos ¿Cómo debo llamarte? Teresa, Sor Teresa, hermana Teresa…

-Basta  con que me llames hermana. –replicó ella mirándole a los ojos.

La cena transcurrió en un apacible silencio. Tras la ensalada, a pesar de sentirse satisfecha se permitió el pecadillo de comer un poco de helado de chocolate que Salva le ofreció de postre. Hacía más de un lustro que no probaba algo tan delicioso. La cara de la hermana fue tan expresiva que por un momento Salva sonrió.

-Es curioso ella ponía exactamente la misma cara cuando comía algo sabroso. –dijo Salva con la mirada perdida.

-A pesar de esto –replicó Sor Teresa cogiéndose el hábito –seguíamos siendo hermanas gemelas, teníamos multitud de gestos y manías comunes. No sé si te has fijado alguna vez la peculiar manera que teníamos de lavarnos las manos, levantándolas hacia arriba como cirujanos antes de coger la toalla, el ser diestras para todo menos para hablar por teléfono… en fin siempre creímos parecernos tanto que cuando empezamos a pensar en chicos  temíamos  enamorarnos del mismo tipo… y ya ves, al final no fue así y yo me quede con el mejor -dijo tocándose la sencilla alianza que le habían dado al tomar los votos.

Salva no contesto y se quedó mirándola, a pesar del hábito podía ver en aquella mujer los ojos oscuros, la fina línea de la mandíbula, los dientes blancos y regulares, los labios rojos y gruesos que tantas veces había besado… Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no alargar la mano y acariciar la cara de la monja… la cara de Maya. Consciente de repente de la incomodidad de la hermana se levantó y se apresuró a recoger la mesa. Ella también se levantó y le ayudó a meter los platos en el lavavajillas. Trabajaron en silencio y terminaron rápidamente.

-Bueno, creo que me voy a retirar. –Dijo ella mientras se secaba las manos –mañana me espera un día muy agitado si quiero tenerlo todo listo antes de coger el tren.

-¡Oh!  Por supuesto, tu como si estuvieras en tu casa. Y una vez más gracias por todo. No sé cómo hubiese podido sobrellevar todo esto sin ti. –dijo Salva dándole un corto abrazo – Que descanses.

-Si Dios quiere. –dijo la monja mientras se dirigía a la habitación.

Cuando entró finalmente en la habitación se sentía emocionalmente exhausta, afortunadamente cuarenta y cinco minutos de oraciones y meditación le ayudaron a relajarse y seguramente el mullido colchón haría el resto. La ensalada estaba rica pero como en el convento no usaban sal sentía la boca seca así que  fue hacia la cocina para tomar un vaso de agua fresca. La casa estaba oscura y en silencio así que se desplazó a tientas suponiendo que Salva ya estaría durmiendo, pero al llegar al salón le vio a través de los ventanales sentado en las sillas del porche acariciando al perro y con una botella de glenfiddich mediada y un vaso con hielo al lado.

Se quedó parada mirando a su espalda, estuvo a punto de acercarse y soltarle un sermón sobre el alcohol y sus peligros, pero decidió que no era el momento y se retiró a su habitación con su vaso de agua en silencio.

Se desnudó, se puso el tosco camisón que usaba a diario y se acostó. Después de una hora de dar vueltas en la cama se dio cuenta de que aquella noche no iba a dormir mucho, así que decidió levantarse y ganar tiempo empezando a  empaquetar la ropa de su hermana.

No sabiendo por dónde empezar abrió el primer armario de la derecha  y comenzó a sacar ropa de invierno. La clasificaba en montones listos para empaquetar la mañana siguiente cuando Salva le diese las cajas.

Cuando llegó al zapatero no pudo dejar de preguntarse cómo sería su hermana capaz de pasar un día entero encaramada en aquellos tacones. Picada por la curiosidad cogió unos zapatos negros con unos tacones particularmente altos y se los puso. Cuando se puso en pie, casi perdió el equilibrio. Instintivamente enderezo la espalda y tenso sus glúteos para adaptarse al cambio del centro de gravedad. Dio dos pasos cortos y quedo frente al espejo, de repente su culo y su busto destacaban a pesar del informe camisón. Ruborizada aparto la mirada y continuó con el trabajo.

Siguió sacando prendas. Maya siempre había tenido un gusto exquisito para la ropa, todo lo que sacaba de los cajones era precioso y de excelente calidad. De vez en cuando cogía un vestido o un jersey y lo apoyaba contra su cuerpo mirándose al espejo e imaginándose con ella puesto.

Cuando abrió el cajón de la lencería se quedó parada meditando. Finalmente pensó que sería la última vez en su vida que podría sucumbir a la vanidad y se quitó el camisón y la sencilla ropa interior que llevaba puesta. Sin dejar de pensar en cómo se lo iba a explicar al cura que la confesaba desde hacía casi diez años escogió un sencillo conjunto de corpiño y tanga de raso negro. El conjunto le apretaba un poco. A pesar de ser prácticamente iguales, la relativa inactividad del convento hacía que sintiera los pechos un poco aprisionados en el conjunto que, por lo demás, era increíblemente cómodo  y suave. Recordó el bolso y revolviendo en su interior encontró rimmel y pintalabios. Se volvió hacia el espejo y se pintó los ojos y los labios. Estaba ensimismada observando como el conjunto y  su pelo negro, largo y encrespado contrastaba con su piel extremadamente pálida y sus labios gruesos y rojos cuando oyó un fuerte golpe proveniente del salón.

Sin pensarlo se puso una bata de seda que colgaba del armario y anudándola descuidadamente en torno a su cintura salió tan rápido como los tacones se lo permitían en dirección al salón.

En el suelo del salón Salva se debatía intentando levantarse sin dejar de agarrar la botella de whisky casi vacía en su mano izquierda. La monja se apresuró en la oscuridad a echarle una mano a Salva. Estaba acostumbrada a lidiar con personas enfermas y disminuidas físicamente así que la mayor dificultad consistía en mantener el equilibrio con los tacones mientras tiraba de un poco cooperativo Salva.

En cuanto lo puso en pie se dio cuenta del problema; Salva estaba bastante borracho. Antes de que volviese a caer se hecho un brazo de Salva sobre sus hombros, mientras le quitaba con habilidad la botella de la mano. En tres rápidos pasos acabaron cayendo blandamente sobre el sofá. El cuerpo de salva cayó encima del suyo inmovilizándola. Al intentar moverse para salir de debajo de aquel cuerpo, la ligera bata de seda resbalo abriéndose y dejando la parte inferior de su cuerpo a la vista. Salva se quedó mirando sus piernas largas y esbeltas y cuando sus ojos subieron hasta su entrepierna la monja se sintió tremendamente vulnerable, primero porque por primera vez en su vida un hombre le  observaba  con lascivia y después porque fue consciente de como los pelos rizados, largos y negros de su pubis superaban incontenibles  la escueta capacidad del tanga.

Antes de que pudiese taparse, Salva ya tenía su mano entre sus piernas. Su primer instinto fue sacudirle un bofetón, pero en vez de eso soltó un gemido y se puso rígida cuando las manos de él avanzaron y le rozaron el tanga con suavidad.

-¡Oh, Dios! –Exclamó Salva súbitamente consciente -¿Qué estoy haciendo? Lo siento tanto… Yo no… -dijo intentando retirar las manos.

Pero algo en el cuerpo de Teresa había despertado finalmente y relámpagos de placer irradiaban de entre sus piernas hacia todos los puntos de su cuerpo electrizándolo. La monja cerró sus piernas para impedir que él retirase sus manos y mirándole a los ojos deshizo el nudo del cinturón abriendo poco a poco el resto de la bata.

-No, no puedo. –Dijo Salva sin retirar la mano del cálido sexo de la mujer –eres la hermana teresa…

-Hoy no soy sor Teresa, hoy soy Mía. –se oyó decir la monja a si misma mientras le besaba.

Fue como si las compuertas de un embalse cedieran ante una tormenta. La lengua de Salva se introdujo en su boca abrumándola por un momento con el fuerte aroma a roble y vainilla del whisky pero el deseo volvió abrirse paso y le devolvió el beso con violencia mientras con su mano le acariciaba la mejilla magullada.

Sin dejar de besarle se sentó a horcajadas. Salva metió sus manos por debajo de la bata para abrazarla y apretar su cuerpo contra él.

Era como si estuviese en terreno conocido, era el cuerpo de Maya pero no lo era. Era más pálido, más generoso, más blando. Sus pechos pálidos y grandes surcados por finas venas pujaban por escapar del corpiño. Atraído por ellos, bajo un tirante y tirando de la copa hacia abajo dejo uno de ellos al descubierto para acariciarlo. Los pezones se erizaron inmediatamente arrancando a Mía un gritito de sorpresa. Salva le estrujo el pecho con la mano y se metió el pezón en la boca chupando con fuerza.

Mía grito de nuevo y arqueó la espalda retrasando las manos para desabrocharse el bustier. Con un gesto de impaciencia se quitó la bata y el corpiño, quedándose totalmente desnuda salvo por el minúsculo  tanga.

Salva se paró y se quedó mirando. La luz de la luna atravesaba el ventanal y le daba al cuerpo pálido y sinuoso de Mía una textura casi fantasmal. Salva acercó sus manos al cuerpo de Mía recorriendo las marcas que había dejado la ropa interior en su piel.

Consciente del deseo de Salva, se levantó y dejó que él la observase a placer. Mía siempre había sido consciente de la belleza de su cuerpo, así que después de lustros intentando disimular sus curvas, se sentía un poco rara exhibiéndolo de esa manera. Por otra parte, por primera vez veía en los ojos de un hombre un deseo salvaje por poseerla que le excitaba tremendamente. Con todo su cuerpo palpitando, sus pechos ardiendo por los chupetones de Salva y el tanga húmedo por su apremio, se inclinó y le quitó los pantalones dejando a la vista, lo que a ella le pareció una erección enorme. Intentando no parecer intimidada, Mía aparto el calzoncillo y cogió el pene entre sus manos. Estaba húmedo y caliente como su sexo pero duro como una estaca.

Las manos de Mía acariciando su polla  sacaron a Salva de su ensimismamiento y con un movimiento brusco la cogió entre sus brazos y la deposito en el sofá bajo él. Mía le recibió separando sus piernas para acogerle, besándole de nuevo y desabotonándole la camisa.  Salva se quitó la camisa con un leve gesto de dolor mostrándole a Mía un aparatoso vendaje en torno a las costillas. Mía no pudo evitar recorrer con sus manos las vendas y el oscuro verdugón que le había hecho el cinturón de seguridad en el amplio pecho.

-Debe de doler –dijo Mía notando la cálida presión del pene de Salva sobre su tanga.

-La vida es dolor –replico Salva apartando el tanga y aprovechando el despiste de ella para romper su virgo. –pero también es placer.

Mía apenas noto el  ligero tirón y el   escozor. Solo sentía el miembro de Salva deliciosamente duro y caliente moviéndose en su interior. Nunca había sentido nada parecido. El peso del cuerpo desnudo de Salva sobre ella cada vez que se dejaba caer para penetrarla. Su pene abriéndose paso en su interior, hasta el fondo de su vagina, provocándole un placer tan intenso que no era capaz de reprimir los gemidos.

Dándose un respiro Salva se apartó un poco y con dos fuertes tirones le quitó el tanga a Mía.  Aparto  con las manos el abundante vello púbico y acarició su sexo con los labios. Mía, grito y alzó su pubis deseando aquellas húmedas caricias. Entre jadeos no paraba de pedir más a lo que Salva respondió introduciéndole los dedos en su coño y masturbándola hasta que llego al orgasmo.

La descarga del orgasmo cortó los jadeos de Mía hasta dejarla sin respiración, todo su cuerpo se crispo y tembló durante unos segundos mientras una intensa descarga de placer lo recorría. Toda su piel ardía y se contraía mientras Salva seguía masturbándola haciendo que el efecto se prolongase. Finalmente los relámpagos del orgasmo pasaron aunque aún seguía excitada.

Salva no necesitaba preguntárselo, sabía perfectamente que ella seguía excitada y agarrándola por la cintura le dio la vuelta de un tirón y le separo las piernas. Cogiendo la polla con la mano empezó a acariciar su sexo con la punta del glande. Con suavidad recorría la abertura de su sexo rebosante de los jugos del orgasmo y continuaba hacía delante presionando su clítoris haciéndola estremecer.

Mía separo aún más sus piernas y se agacho un poco más intentando atraerle de nuevo a su interior. Salva reacciono retrasando su pene y acariciándole el ano con él. Mía se asustó  un poco, aunque la caricia era placentera no estaba segura de querer hacerlo, pero confiaba totalmente en Salva así que cerro los ojos le dejo hacer.

Salva con una sonrisa notó el placer y la incomodidad de la mujer así que se demoró un poco más en sus caricias antes de volver a penetrar su coño con un golpe seco. Al notar el pene en su vagina Mía gimió y se relajó acompañando los embates de Salva con el movimiento de sus caderas.

No sabía si estaba en el cielo o en el infierno. En esos momentos sólo sentía como Salva le penetraba cada vez más rápido y con más fuerza mientras sus manos parecían multiplicarse acariciando sus pechos y sus caderas hasta llevarle de nuevo al éxtasis.

Segura de que Salva estaba a punto de correrse también, se separó y se arrodilló ante el tirando de su pene. Con timidez empezó a acariciarlo con sus manos y sus pechos arrancando roncos gemidos de la garganta de Salva. Torpemente se metió la punta de la polla en la boca y la chupó  hasta que Salva la apartó en el momento en que notaba como un jugo caliente y espeso salpicaba sus pechos y escurría entre ellos hasta quedar atrapado por la maraña de su pubis.

Satisfechos se tumbaron abrazados y desnudos  en el sofá. Cuando Mía se durmió aún sentía el calor de la semilla de Salva sobre su vientre.

Por el interior sin airbag ni cachivaches electrónicos sabía que estaba en un coche antiguo aunque el salpicadero de madera y la palabra fulvia que destacaba cromada en la parte del acompañante no le decía nada. Al volante estaba Salva que conducía el coche con gesto sereno en una noche oscura y con una espesa niebla. Maya parecía dormir con la cabeza apoyada en el cristal. Salva conducía por aquella carretera estrecha y revirada con prudencia y aplomo, sin salirse de su carril ni siquiera en las curvas más cerradas. Tras unos minutos llegó a una curva especialmente cerrada y sin visibilidad y tirando del freno de mano dejo el coche cruzado en medio de la estrecha calzada. Con el brusco movimiento del coche la cabeza de Maya oscilo bruscamente y fue entonces cuando pudo ver el gran golpe que tenía en la cabeza y los ojos de su hermana que la miraban sin ver. Sus labios temblaron un poco justo antes de que Salva le pegase de nuevo la cabeza contra el cristal, pero –Mía ya sabía lo que su hermana quería decir ¡AYUDAME!

Apenas repuesta de la sorpresa vio como unas luces pugnaban por rasgar la espesa cortina de niebla que cubría la carretera mientras se acercaban a la curva. El conductor del autobús, sin tiempo para reaccionar sólo pudo cruzar los brazos en una postura defensiva mientras impactaba contra el lateral del coche con un estrepito de cristales rotos.

El autobús, un viejo cacharro pintado de color verde casi había partido el pequeño cochecito por la mitad pero lo peor se lo había llevado la zona del acompañante, su hermana yacía muerta atrapada entre los hierros con una mano extendida hacia ella, suplicando…

Despertó bruscamente jadeando y cubierta de sudor. Salva ajeno a todo aún dormía y roncaba suavemente. Mía se levantó escalofriada y se dirigió a la ducha, confusa por la pesadilla.

Mientras el agua caliente resbalaba por su cuerpo llevándose con ella las esencias de la noche anterior Mía intentaba quitarse de la mente las imágenes de la pesadilla pero en vez de eso una sombra de duda comenzaba a crecer en su interior.

Ni la ducha, ni volver a vestir el hábito, ni la hora y media de rezos y meditación lograron terminar con aquel estremecedor desasosiego.

Cuando Salva despertó incómodo y resacoso la hermana Teresa le recibió en la cocina con un abundante desayuno. Él intentó disculparse por lo pasado la noche anterior pero ella le respondió que la culpa no era sólo suya y  era ella la que estaba sobria y la que podía haberlo parado y no hizo nada para hacerlo. Salva más tranquilo pero aún incapaz de mirar a los ojos a la monja termino el desayuno y le dio las cajas a sor Teresa para que empaquetase la ropa.

La mañana transcurrió apaciblemente, ella doblando y embalando ropa mientras él trasteaba en un jardín bastante descuidado.

Cuando se sentaron a comer la monja incapaz de contener más su desasosiego le pregunto:

-Sé que es muy duro para ti, pero también era mi hermana y necesito saber cómo murió. Cuéntame lo que pasó, por favor.

-No hay mucho que contar en realidad. Era una noche un poco aburrida con la niebla y el frio así que decidimos ir a una fiesta que había en un pueblo a diez quilómetros, al otro lado de ese monte. –Empezó Salva con evidente desgana – Subíamos tranquilamente el pequeño puerto, ni siquiera iba deprisa por culpa de la niebla así que no puedo explicarme todavía como perdí el control. El caso es que  a punto de coronar hay una curva a la izquierda, la más cerrada de todas y cuando la tomé note como la parte de atrás derrapaba y evitando todos mis intentos de enderezarlo el coche se quedaba cruzado en la carretera y se me calaba. Íbamos en un Lancia antiguo sin ayudas electrónicas y con todos los sentidos puestos en intentar arrancarlo sin ahogarlo no me di cuenta lo que se nos acercaba y … sólo me di cuenta del autobús un par de segundos antes de que impactara contra la parte derecha del coche.

-A partir de ahí todo se vuelve negro y lo siguiente que recuerdo es la cara de incomodidad del médico justo antes de decirme que Maya había muerto. –termino Salva con un hilo de voz.

La hermana Teresa escuchó con atención sin interrumpirle y recurriendo a toda su fuerza de voluntad para  contener el escalofrío que recorría su espalda. Mientras comía los últimos bocados intentaba racionalizar inútilmente todo aquello.

Tras terminar y ayudar a recoger la cocina a Salva se retiró a la habitación y se puso a rezar como nunca lo había hecho. Jamás se había sentido tan confusa y desconsolada. ¿Era el sueño un mensaje de su hermana o era sólo una casualidad? ¿Era Salva un asesino? No  podía creer que ese hombre aparentemente tan dulce fuese capaz de asesinar a nadie a sangre fría.

Rezó toda la tarde esperando una respuesta pero Dios no habló.

Terminó de empaquetar las cosas de su hermana y llamó un taxi. A pesar de los intentos de Salva por llevarla, la hermana se negó y le recomendó que descansara. Cuando se despidieron Salva confundió con incomodidad el miedo y la confusión de la monja.

-A la estación –le dijo Teresa al conductor mientras se despedía.

Cuando diez minutos después llegaron a la estación de autobuses estaba tan ensimismada que casi no se dio cuenta de la confusión del chofer.

-Perdone, quizás ha sido culpa mía por no especificarlo, pero me refería a la estación de trenes.

-¡Oh! Disculpe madre. Yo también debí preguntar. Enseguida estamos allí, no se preocupe. –dijo el chofer engranando la primera marcha.

-¡No! Espere, déjeme aquí de todas formas. –dijo la monja sintiendo que al fin Dios le había contestado.

Sor Teresa se apeó del taxi y cogiendo su pequeña maleta y agradeciendo a Dios se dirigió a información.

-Disculpe señorita, sé que no es frecuente pero puedo hacerle algunas preguntas sobre uno de sus choferes.

-Depende de cuales sean las preguntas –respondió la azafata con un guiño cargado de rimmel.

-Sólo quería hablar con un chofer que se vio envuelto en un accidente mortal hace un par de días.

-¿Para qué? –pregunto la azafata frunciendo el ceño. –no parece periodista.

-No, no creo que este sea su uniforme –replicó la monja intentando romper el hielo.

-Desde luego –dijo la azafata con una sonrisa rojo chillón. –Manolo, andén nueve. Si se da prisa podrá pillarlo antes de que embarquen. Yo no le he dicho nada madre.

Cuando llego al andén vio a un tipo gordo con un espeso mostacho al pie de un vetusto autobús pintado del mismo verde que el del sueño. Después de que pasase el escalofrío la monja se acercó al hombre que fumaba su puro abstraído.

-Si va a Grajales equipaje a la izquierda, si va a Vilela por la derecha. –dijo el hombre sin apartar el puro de sus labios.

-¡Oh! Perdone, pero no es eso, sólo quería hacerle un par de preguntas sobre el accidente que tuvo.

-Disculpe madre pero ¿Cuál es su interés? –preguntó el chofer más afligido que mosqueado.

-Soy hermana de la víctima.

-¡Ah! Lo siento madre, ¿Qué es lo que quiere saber? –dijo el hombre temiéndose la respuesta.

-¿Cómo ocurrió el accidente?

-Fue haciendo el recorrido. -comenzó apagando el puro contra la carrocería del autobús – Era de noche y la niebla era bastante espesa. Iba puntual así que me lo estaba tomando con calma, pero me encontré el cochecito en el medio de la peor curva y aunque intente reaccionar los frenos de estos cacharros no son precisamente de última generación así que les embestí con bastante fuerza para volcarlos de lado. Salí inmediatamente del autobús e intenté ayudarlos pero estaban atrapados y no pude hacer más que llamar a emergencias. Al conductor no lo veía pero la chica murió en el acto, tenía un fuerte golpe en la cabeza y no respiraba ni tenía pulso. No sabe cuánto lo siento. Le acompaño en el sentimiento madre.

-Muchas gracias. Ahora está en un lugar mejor. Una última pregunta, ¿sabe que coche conducían?

-Mejor que eso, le voy a enseñar uno igual –dijo el chofer cogiendo su Smartphone y tecleando furiosamente. –Era un Lancia Fulvia de principios de los setenta. Ahí tiene –dijo alargándole el teléfono.

Cuando la monja miró la pantalla vio un pequeño y bonito deportivo de dos plazas y tracción trasera. Fue pasando las fotos hasta que una foto del interior la dejo helada. El mismo salpicadero de madera y las mismas letras cromadas del sueño estaban ante ella…

-Una pregunta más ¿Se fijó en los ocupantes antes del accidente?

-No sé, ocurrió todo muy rápido, fue apenas un suspiro…

-Cierre los ojos y vuelva a aquel momento. ¿Que vio a través de la ventanilla del Lancia?

-Mmm… Sólo pude ver a la pasajera que era la que estaba de mi lado. Estaba dormida, con la cabeza apoyada contra el cristal. Ahora recuerdo que pensé que debía estar bastante incómoda con el cuello tan estirado. Es terrible, tienes un accidente mortal y lo que piensas en ese momento es en torticolis. –dijo el hombre visiblemente azorado.

-Ya sé que es difícil, pero no se sienta culpable, son accidentes porque son imprevisibles e inevitables, que Dios le bendiga y no le haga pasar nunca más por un trago semejante.

-Gracias madre –respondió el hombre sintiéndose extrañamente reconfortado.

Cuando salió de la estación tuvo que sentarse un momento en un banco abrumada. Como era posible que todos los detalles que había comprobado del sueño coincidiesen con lo que había pasado. ¿Por extensión podía dar por hecho el resto de detalles que no podía comprobar o todo esto era una broma del diablo? Mientras más información obtenía, más confundida estaba. Pensar en Salva como en un asesino le parecía inconcebible pero mientras más datos obtenía más culpable parecía. Tenía la sensación de estar aún dormida envuelta en una terrible pesadilla.

Pero ahora que había llegado hasta allí no iba a detenerse hasta conocer toda la verdad. Se levantó del banco y se puso a caminar sin rumbo fijo mientras meditaba cual debía ser su siguiente acción. Sus pasos la llevaron ante una iglesia y sin pensarlo entró. La atmosfera fresca y silenciosa enseguida le envolvió serenándola. La iglesia estaba completamente vacía salvo por la  La Virgen que le miraba con el Niño en sus brazos desde lo alto de un sencillo retablo cubierto de pan de oro. Se sentó en uno de los bancos y rezó a La Virgen durante unos minutos ajena al mundo exterior.

Al salir de la iglesia, una hora después, ya tenía un plan.

Buscar a una persona era  más difícil que antes. Cuando era adolescente sólo tenía que coger una guía telefónica y conseguía los datos sin problemas pero ahora había poca gente con línea fija y había tantas empresas proveedoras que no era práctico tener una guía por cada uno. Lo que sí seguía siendo igual es que nadie se atreve a negarle una respuesta a una mujer con hábito.

Afortunadamente sus padres aún vivían en el mismo sitio que cuando eran amigas y le proporcionaron la dirección de Vanesa aunque ya no se acordaban de ella. Recordaban las dos simpáticas gemelas que eran las mejores amigas de su hija, pero después de tanto tiempo no recordaban sus caras.

Vanesa era una adolescente alta, desgarbada y extremadamente inteligente. Durante aquellos años las tres habían sido inseparables y por las cartas de Maya la monja, sabía que seguían siendo intimas amigas y mantenían una estrecha relación.

Con la esperanza de que Maya le hubiese contado algo a Vanesa que le ayudara a comprender un poco mejor aquella situación se plantó ante la puerta de   la vieja amiga.

Cuando Vanesa abrió la puerta le costó reconocer a su vieja amiga. La chica alta y desgarbada se había convertido en una mujer elegante y atractiva ayudada por unos pequeños retoques quirúrgicos aquí y allá. Vanesa en cambio la reconoció al instante y le dio un fuerte abrazo mientras rompía a llorar incapaz de contener sus emociones. Una vez hubo pasado el acceso de llanto Vanesa le invitó a pasar y se sentaron en la cocina delante de sendos vasos de té verde.

-Siento mucho lo que le ocurrió a tu hermana –comenzó Vanesa –desde que éramos niñas era mi mejor amiga. Era un gran apoyo y con su eterno optimismo me ayudaba siempre en los peores momentos.

-Sé que manteníais una relación muy estrecha y que es una gran pérdida para ti –replicó sor Teresa –pero quiero que sepas que a pesar de la distancia que imponen mis obligaciones sigo considerándote mi amiga y que si me necesitas te ayudaré en todo lo que este en mis manos.

-¡Uf! ¡Que tonta! Tu pierdes a tu hermana y en vez de consolarte me dedico a llorar y a contarte más penas –dijo Vanesa limpiándose con un clínex.

-Ambas hemos sufrido una gran pérdida. No será fácil vivir sin Maya. Fue todo tan repentino que apenas me lo puedo creer.

-Tienes toda la razón, apenas puedo creerlo, la semana pasada estábamos riendo y contándonos banalidades  en esta misma cocina y ahora está…

-Con Dios –terminó la monja cuando a Vanesa se le corto la voz por la emoción.

-Sí, eso, con Dios.

-Perdona si me meto donde no me llaman, pero no pude evitar ver que ayer en el tanatorio no te acercaste a Salva en ningún momento…

-Ese tipo no me cae bien. –Le interrumpió Vanesa tajante – Al principio me pareció el marido perfecto pero luego vi que no era trigo limpio. Tiene algo que hace que cualquier mujer se sienta automáticamente atraída por él. Y él se aprovecha de ello. Incluso intentó liarse conmigo y cuando se lo conté a Maya se enfadó muchísimo y casi nos cuesta nuestra amistad. Aún a estas alturas no sé si lo hizo porque le atraía o porque  quería separarnos. Afortunadamente, Maya al fin abrió los ojos y nuestra relación no se resintió.

-¿Cuándo ocurrió aquello?

-Fue hace ocho meses aproximadamente. –respondió Vanesa percibiendo el súbito interés de la monja.

-¿Notaste algo raro en la pareja desde aquel momento?

-Claro que sí. Maya no iba tan a menudo a las carreras con Salva. Hasta aquel día eran inseparables pero últimamente se quedaba los fines de semana en casa y aprovechábamos para ir juntas por ahí de compras, al cine, lo que fuese. Se la veía preocupada y por lo que me contaba los fines de semana eran un oasis de paz en medio de una tormenta de discusiones continuas.

-¿Estaba muy deteriorada su relación con Salva?

-Bastante, Maya sospechaba de sus constantes salidas Después de meses de continuas discusiones y gritos, hace quince días Maya me dijo que iba a divorciarse, que no aguantaba más.

-¿Alguna vez mostró alguna herida o contusión? –pregunto Sor Teresa intentando parecer casual.

-No, pero hubo dos ocasiones en las que dejamos de vernos durante diez días. Según ella por culpa de una gripe, pero cuando me ofrecí a visitarla y llevarla un caldo de pollo ella me rechazo nerviosa, como si tuviese algo que ocultar.

-Entiendo.

-¿Sabes algo que yo debería saber?

-Yo…

-No lo intentes las monjas no tenéis suficiente práctica en eso de mentir.

-Aún no tengo ninguna prueba…

-Lo sabía, quién puede creer que un tipo acostumbrado a conducir bestias de setecientos caballos no pueda controlar un cochecito que tiene desde su juventud –le interrumpió Vanesa de nuevo. –y que casualidad que ocurre en la peor curva de todo el puerto en el momento en que pasa el autobús de una línea regular.

-El destino…

-El destino, ¡Una polla!… Perdón madre. –exclamo Vanesa inmediatamente arrepentida.

-Sea o no una casualidad, con Maya incinerada no tengo ni una prueba sólida.

-De todas maneras déjaselo todo a la policía y no intentes ninguna tontería, Salva es un tipo peligroso…

Tras unos momentos de silencio Sor Teresa decidió cambiar de tema y mientras apuraban el té ya casi frío recordaron viejas anécdotas de su infancia. Antes de despedirse con un fuerte abrazo Vanesa le hizo prometer que no haría ninguna tontería y la monja se lo prometió con la certeza de que era una promesa que no iba a poder mantener.

Cuando salió de la casa de Vanesa sólo le quedaba una cosa que hacer. Cogió un autobús que le llevó al centro y tras preguntar a tres personas finalmente dio con la jefatura de tráfico.

Las oficinas estaban situadas en el entresuelo de un edificio de los años setenta. Unas escaleras estrechas y oscuras conducían a unas oficinas enormes pero aun así atestadas de gente.

Se dirigió a información y un amable funcionario le señalo la ventanilla correspondiente recordándole que debía sacar un número en una pequeña máquina dispensadora.

Afortunadamente las colas más nutridas eran la de los permisos y la de las multas. Tras veinte minutos de espera le llego su turno y se acercó a la ventanilla.

-Buenos días, ¿En qué puedo ayudarle hermana? –le preguntó una funcionaria de aspecto cansado.

-Buenos días hija, vera uno de los ancianos de la residencia era pasajero en un autobús que se vio implicado en un accidente hace unos días. El caso es que en un primer momento estaba perfectamente pero  ha empezado a quejarse del cuello y cuando hemos ido al médico nos ha dicho que todo es consecuencia del accidente. El hombre está empeñado en reclamar a la aseguradora y quiere  una copia del atestado. Me da a mí que es más por aburrimiento que por otra cosa, pero me resulta tan difícil negarles nada…

-Rellene esta solicitud y abone treinta euros en caja. Necesito la fecha y la vía y el punto quilométrico del accidente. –dijo la mujer interrumpiendo la bonita historia que había estado elaborando durante la travesía en autobús.

Cumplimentó el formulario y tras abonar los treinta euros se puso de nuevo a la cola. Tras otros veinticinco minutos de espera la mujer sacó unos cuantos folios de la impresora los selló y se los entregó recibiendo un “Dios le bendiga” a cambio.

El atestado era bastante detallado. El informe de la guardia civil no aportaba nada nuevo. Aparentemente el accidente había ocurrido tal como  le habían contado y como el suelo estaba húmedo no había apenas marcas de frenazos que pudieran contradecir lo que Salva le había contado. Pero lo que realmente le interesaba era el informe judicial. Como había sido mortal, un juez se había personado en el lugar y había realizado un informe detallado. En esencia se limitaba a certificar lo que los guardias habían plasmado en su informe, pero afortunadamente aquel juez, no sé si por rutina, o llevado por una corazonada había hecho un registro del automóvil siniestrado. En la lista de objetos que habían encontrado no estaba , tal como esperaba. Para cerciorarse decidió hacer una visita al teniente de la guardia civil que firmaba el atestado.

El cuartel de la guardia civil era aún más viejo. Cuando entró le informaron de que el teniente Ribas estaba de servicio y no volvería hasta la tarde. Como disponía de tiempo y se dio cuenta de que no había comido nada desde el desayuno decidió comer algo. Enfrente del cuartel había una pizzería en la que dio buena cuenta de una pizza prosciutto una ración de pan de ajo y una coca cola light.

Con el estómago lleno, se dirigió a un parque cercano y sentándose en un banco se dedicó a meditar y a observar las palomas.

Cuando volvió de nuevo al cuartel el teniente ya había sido avisado y estaba esperándola. El guardia la recibió vestido de calle e impecablemente afeitado. Era un tipo alto y fuerte, pelirrojo y de ojos claros fríos y duros pero la trato con una educación que hacía tiempo que no veía.

-¿En qué puedo ayudarla madre? Preguntó el guardia con curiosidad.

-Es por el accidente del autobús el otro día, según el atestado fue usted el que realizó la investigación.

-En efecto madre, un desgraciado accidente, no pudimos hacer nada por su hermana.

-¿Cómo sabe que era su hermana? –pregunto la monja.

-No se los demás compañeros, pero la cara de una mujer muerta no la olvido de un día para otro y usted es su viva imagen. –respondió el guardia.

-Tengo entendido que el juez realizó una investigación…

-En efecto, ya había empezado cuando llegó el juez.

-¿Había algo que le diese mala espina? –preguntó la hermana Teresa.

-No y sí. En realidad estaba todo en orden, demasiado en orden. El coche en la peor curva en la situación perfecta, en el momento exacto… Lo hice por precaución, por instinto y finalmente no encontré nada que me hiciese sospechar que no había sido un accidente.

-¿Puedo hacerle un par de preguntas?

-Por supuesto hermana, dispare.

-Hizo una lista de todos los objetos que había encontrado en el coche y en la cuneta. –Dijo la monja mostrándole el atestado – ¿Encontró el  bolso de mi hermana?

-Ahora que lo dice no lo encontré por ninguna parte.

-Una última cosa; ¿Estaba mi hermana maquillada?

-No la examiné a conciencia pero por lo que recuerdo ni siquiera llevaba los labios pintados. –Respondió el guardia frunciendo el ceño  –Madre, ¿Hay algo que deberíamos saber?

-¡Oh! No, simple curiosidad. Es sólo que no encontramos el bolso de mi hermana por ninguna parte. –replicó sor Teresa intentando ser convincente.

-No le voy a robar más tiempo, muchas gracias por todo y que dios le bendiga. –dijo la monja intentando cortar la conversación ante el súbito interés del guardia.

-Gracias hermana, ¿quiere que le llamemos un taxi?

Cuando subió al taxi ya no le quedaba ninguna duda. Sólo le quedaba una última pregunta y sólo Salva podía contestarla. Con un plan perfectamente delineado en la cabeza le dijo al taxista que la llevase al centro.

No entraba en Zara desde que tenía catorce años. El aspecto de la tienda no había cambiado demasiado; las mismas paredes blancas, los mismos colgadores metálicos, la música suave, las dependientas discretamente uniformadas y las mismas colas quilométricas en las cajas. Cuando entró, empleados y clientes le dedicaron una corta mirada de curiosidad y enseguida volvieron a sus quehaceres contribuyendo a mantener la sociedad de consumo. La ropa sí que había cambiado y ahora también vendían zapatos y todo tipo de accesorios.

Sin perder tiempo escogió un traje sastre de color negro y unos zapatos de tacón del mismo color y una blusa blanca semitransparente con escote en uve. Camino de los vestuarios se encontró con la sección de lencería donde cogió un sencillo conjunto lycra negro. A pesar de los años transcurridos no había perdido el ojo para la ropa y todo lo que probó le sentaba como un guante.  Antes de dirigirse a la caja eligió un pequeño bolso plateado y se dispuso a hacer cola.

Sobre el mostrador al lado de la caja había una serie de artículos de cosmética, estuvo a punto de pasarlos por alto pero un pintalabios de color azul petróleo oscuro llamó su atención y le dio una idea. Pagó y le pidió permiso a la cajera para cambiarse en los probadores, a lo que ésta accedió un poco alucinada. De camino paso por la sección masculina y cogió una camisa y aparentando observarla con detenimiento le quitó los clips que la mantenían sujeta y doblada en torno al cartón.

Por segunda vez en veinticuatro horas estaba desnuda frente a un espejo, pero esta vez no se paró a contemplarse, se vistió rápidamente y se puso los vertiginosos tacones introduciendo el uniforme en la bolsa. Se perfiló las pestañas con rimmel  y se pintó los labios. El color azul oscuro destacaba en la tez pálida y limpia de la hermana dándole un aspecto casi sobrenatural. Termino su cambio de look recogiendo su melena en un apretado y tirante moño que sujeto con los clips que había cogido de la camisa.

Cuando la mujer salió del probador el único rastro que quedaba de la hermana Teresa era una bolsa llena de ropa gastada abandonada en una esquina.

A pesar de estar frente a la puerta, casi se esfumo ante sus narices. De no ser por que como hombre que era, se paró a hacerle una radiografía completa, no se hubiese dado cuenta de que era ella. Mientras la seguía por el centro comercial hacía la salida se preguntó como una monja podía caminar  con tanta naturalidad y estilo con aquellos tacones. A pesar de que  había comprobado los datos de la hermana, le costaba pensar en ella como en una monja cada vez que su culo se  meneaba y vibraba  al ritmo de aquellos tacones.

Mientras se acercaba a la  salida, Mía no podía evitar pensar en la ropa que había dejado en el probador. Cada paso que daba y se alejaba de ella sentía que se alejaba un poco más de sor Teresa, del convento, de sus hermanas… de Dios. Dándole vueltas  a la sobria alianza que le unía a Dios y a la congregación repasaba todo lo que le había ocurrido en su vida y sentía que había llegado a un punto de inflexión en su vida. Desde que se enteró de la muerte de su hermana y salió del convento, en lo más profundo de su alma sabía que  que iba a ser  muy difícil que volviera. No es que hubiese perdido la fe en Dios, pero la temprana muerte de su hermana a la que estaba indisolublemente unida le apremiaba  a experimentar y a vivir la vida por las dos, para las dos.  Hurgando en el pequeño bolso sacó la cartera y conto el dinero que le quedaba; Aún tenía para una última cena.

Eligió un bar restaurante de aspecto discreto y semivacío y se sentó en una mesa dispuesta a cenar y dejar pasar el tiempo hasta que llegase el momento adecuado. Cenó una menestra de verduras bastante buena y una zarzuela de pescado bastante congelado, mientras masticaba lentamente notaba como todos los parroquianos que entraban se le quedaban mirando un par de minutos y luego se volvían hacia su plato. Tras dar cuenta de una porción de tarta de chocolate y una menta poleo de dirigió a la barra y pidió un gin-tonic. Nunca lo había probado pero el calor de la ginebra le reconforto y le tranquilizo los crispados nervios.

Un tipo se le acercó y decidió charlar con  él para pasar el rato, cuando le preguntó a que se dedicaba y después de pensarlo le dijo que trabajaba para una O.N.G. Por suerte llegó la hora justo antes de que se pusiese demasiado pesado, así que se despidió rápidamente y salió a la calle a buscar un taxi.

La noche era clara pero muy fría, el conductor le aconsejó que cerrase las ventanillas pero después de un tercer intento infructuoso se limitó a encogerse de hombros y conectar el asiento calefactable del Mercedes. Mía se limitaba a acercar la cabeza y las manos a la corriente de aire helado que entraba por la ventanilla trasera sin decir nada.

Cuando llegó a la casa de su hermana la cancela estaba abierta y sólo Ras apareció silenciosamente a saludarla. Llamó al timbre y esperó sin resultado alguno. Tuvo que volver a hacerlo tres veces para conseguir oír algún ruido en el interior. Cuando apareció Salva ante la puerta con la mente nublada por el estupor alcohólico Mía se le echo encima:

-¿Por qué? –preguntó Mía entrando en la casa.

-¿Maya? –dijo Salva reculando confundido sin cerrar la puerta siquiera.

Salva adelantó su mano incrédulo sin poder dejar de mirar la tez pálida y los labios azules de la mujer. Cuando su mano tocó la cara helada de Mía la retiró como si quemara y ella aprovechó para cogerle la cara con sus manos heladas e imitando la voz de Maya volvió a preguntar:

-¿Por qué?

-Yo, no, no quería, fue un accidente…

-Así que un accidente que parece un asesinato y un asesinato que parece un accidente…

-No lo entiendes cuando empezamos a discutir y tú me lanzaste el florero –replico Salva con la lengua pastosa. –yo reaccione instintivamente y te lance el trofeo, con la intención de romper algo y descargar tensión pero te di con el justo en la sien. El crujido del hueso fue horrible e inequívoco.

-Y en vez de llamar a emergencias lo resolviste tú sólo.

-Compréndelo. –Dijo asustado –No podía permitirme un escándalo y un juicio, no ahora que estoy tan cerca de…

-Que Dios se apiade de tu alma. –dijo Mía arrepintiéndose inmediatamente.

-¡Mía! ¡Eres tú! ¡Puta! –dijo Salva súbitamente despejado.

Con un rápido empujón la acorraló contra la pared y le agarró por el cuello. Con la mano libre metió su mano por dentro del pantalón de mía y le apretó su sexo con fuerza. Los dedos de Salva resbalaron sobre la lycra que cubría su sexo despertando en la mujer flashes de lo ocurrido la noche anterior.

-Nunca había oído de un fantasma con el chocho caliente.

-Entrégate Salva –dijo Mía con un hilo de voz –permite que mi hermana descanse en paz…

Salva apretó un poco más el cuello de mía y la levanto a pulso contra la pared. Mía, con la punta de los zapatos apenas rozando el suelo y estrellas en el fondo de sus ojos, alargo el brazo y le dio  un flojo golpe en el tórax.

Salva se dobló por el dolor en las costillas rotas y dio un paso atrás permitiendo a Mía tomar una deliciosa bocanada de aire.

-Zorra acabaré contigo como lo hice con tu hermana –dijo propinándole un bofetón tan fuerte que acabo con Mía por el suelo y manando sangre de sus labios.

Sin darle tiempo a levantarse Salva cogió el pesado de trofeo de bronce y lo enarbolo por encima de su cabeza como un leñador, dispuesto a terminar su trabajo de un golpe…

-¡Teniente Ribas de la Guardia Civil! ¡Salvador Peña queda detenido por el asesinato de Maya Vela! –Gritó el teniente sosteniendo su Beretta reglamentaria en la mano derecha –suelte eso y apártese de esa mujer o le pego un tiro.

Aprovechando el desconcierto de Salva Mía se apartó a gatas para ver como este se quedaba quieto y miraba el trofeo en su mano durante unos segundos para finalmente dejarlo caer en la moqueta.

Envuelta en una manta y sentada en la parte trasera de una ambulancia mientras una enfermera le curaba la herida del labio, Mía no podía dejar de pensar en cómo su vida había cambiado en cuarenta y ocho horas… para siempre.

-¿Cómo se encuentra? –preguntó el joven teniente mientras se acercaba.

-Algo magullada, pero gracias a usted perfectamente.  Apareció en el momento justo, un segundo más y estaría muerta.

-En realidad la he estado observando todo el día desde que me hizo aquellas dos preguntas. Parece mentira que no cayese en ello, pero en fin ya sabe cómo somos los hombres, a pesar de verlo continuamente, hasta ahora no había sido realmente consciente de que ninguna mujer saldría de fiesta sin su bolso y menos sin un mínimo de maquillaje.

-Deberían tener más mujeres en el cuerpo.

-¿Me está pidiendo trabajo? Porque por lo que veo a dejado su viejo uniforme…

La conversación se vio interrumpida por el paso del coche que llevaba a Salva a comisaría. Del  otro lado del cristal no vio culpabilidad, sólo ira y resentimiento.

 

 

 

“Cambridge no cree en semidioses: Un ex seminarista en la catedral de las Ciencias” Libro para descargar (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO)

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SINOPSIS

Louise Riverside y Fernando Neira unen nuevamente sus talentos para contarnos una historia de seres fantásticos y dioses ambientada en la Inglaterra de nuestros días y donde Manuel Parejo, un ex seminarista, llega a la universidad de Cambridge a cursar estudios de posgrado sin saber que vería zarandeadas sus creencias.
Una vez entre los muros de esa prestigiosa institución, la presencia de Naya, una compañera de residencia, le hará conocer por primera vez el amor y el deseo físico al hacerse su novia. Cuando todavía no se había repuesto de que una mujer lo mire como hombre, una de sus profesoras se muestra interesada por él.
Novicio en esas lides después de una vida monacal, nuestro protagonista descubre que su súbito atractivo se debe a Bhagavati, la diosa en la que cree su amada, y tratando de conciliar su religión con lo que le está pasando, busca en compañía de esas dos bellezas una explicación.
Todo se complica cuando entra en su vida Akina, una monada oriental…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:  


Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES primeros capítulos

1

Una mañana fría de otoño y con mi maleta a cuestas, planté mis pies en el patio principal del Trinity College. La magnificencia de ese lugar hacía más patente mi provincianismo y consciente de mis carencias, observé la estatua de Enrique VIII que presidía su gran puerta. No pude más que sonreír al ver la afrenta que unos estudiantes del siglo XIX habían hecho al sustituir su cetro por la pata de una silla, afrenta que el rector de entonces había dejado estar por sus evidentes simpatías republicanas y cuyos sucesores tampoco habían repuesto al considerarlo parte de la historia de la universidad.

            «La ciencia por encima de la política», medité mientras buscaba en el mapa donde estaba la secretaría para registrar mi llegada y que me asignaran una residencia donde vivir mientras durara mi estancia en esa ciudad. Entre mis virtudes no estaba ni está el ubicarme y hastiado de mi falta de orientación, pedí ayuda a un grupo de estudiantes que aprovechando una resolana tomaban el sol entre esos muros.

―Admisiones está en el área oeste― contestó escuetamente uno de ellos.

La fortuna quiso que me la señalara con su dedo porque de no ser así su información me hubiese resultado completamente inservible y dando las gracias, me dirigí con mi equipaje a ese lugar.

«¿Qué coño hago aquí?», me dije apabullado por sus paredes de piedra negra mientras deseaba nunca haber salido del pueblo perdido en mitad de Palencia donde había nacido y donde todavía vivían mis padres.

Era y me sabía pueblerino. Por eso todavía no comprendía el haber aceptado la oferta de esa universidad para estudiar el master en ciencias aplicadas que impartía, cuando apenas había salido de mi provincia un par de veces.

«Fue mi viejo el que me empujó a aceptar», pensé parcialmente agradecido pero aterrorizado.

Y es que a pesar de no haber terminado primaria y ser un próspero agricultor que hubiese deseado que me ocupara de sus tierras, al llegar a la adolescencia me envió al seminario menor donde su hermano cura era profesor para que me educara.

―Los agustinos tienen el mejor colegio de la provincia y el saber es la mejor herencia que te puedo dar― recuerdo que decidió contra la voluntad de mi madre, aunque en su interior temía que me convirtiera en sacerdote.

De mi estancia allí guardo, además de mis mejores amigos, un grato recuerdo y reconozco que fui feliz a pesar de la escasa calefacción y de las maratonianas jornadas en las que no solo me obligaron a estudiar las asignaturas de secundaria y de bachillerato, sino también teología, latín y griego por si al final tenía vocación de servicio y seguía mis estudios en el seminario episcopal.

El sacerdocio me tentó, pero mi verdadero amor eran las ciencias. A mitad del último curso mi tío, que para entonces era el director, en una dura conversación me informó que no contaban conmigo porque sabían que nunca me realizaría como persona tras la sotana negra de un fraile agustino.

―Tu mundo está ahí fuera. Tienes un cerebro privilegiado, pero Dios no te ha llamado a su servicio. Es menor que vayas a la universidad. La iglesia necesita seglares doctos y con fe que sepan compaginar la ciencia con sus enseñanzas― fue el resumen de esa charla en la que hablando en plata me echó de la orden en la que me había educado.

Confieso que caí en una especie de depresión al no saber qué iba a ser de mi vida. Había planeado estudiar una carrera bajo el paraguas de San Agustín y tuvo que ser nuevamente mi viejo el que me impulsara a seguir, al decirme lo que ya sabía:

―Hijo, mi hermano tiene razón y no solo por tu predilección por la física. O crees que no me he dado cuenta de cómo miras a las mozas. El celibato no está hecho para ti. Termina tus estudios, búscate una novia, cásate y sé feliz.

Los siguientes cuatro años los pasé levantando la mirada de los libros solamente para hacer ejercicio. Actuando de anacoreta, mi rutina fue ir a clase, explotarme en el gimnasio y la mesa del colegio mayor donde estudiaba hasta altas horas de la noche. Tanta dedicación rindió sus frutos. Con veintidós años y número uno en las carreras de física y química, me convertí en profesor asociado de la universidad palentina.

Reconozco que estaba cómodo en ese puesto. Mi vida era sencilla y mis gastos mínimos. Aunque estaba mal pagado, conseguí ahorrar y tras tres años de docente, comprendí que debía dar un salto y hacer un master o un doctorado. Asumiendo que mi curriculum era estupendo, escribí a las universidades más prestigiosas de Europa, aunque en mi interior temiera que al final acabaría como doctor de alguna institución española. Para mi sorpresa, el Trinity College se mostró interesado y me ofreció una beca parcial para estudiar ahí. Beca a la que sumando mis ahorros me permitía vivir modestamente mientras durara.

― ¿Your name? ― escuché que me decían, sacándome de la ensoñación.

―Manuel Parejo― contesté mientras extendía a la secretaria una carpeta con mi inscripción.

La funcionaria revisó los documentos y tras echar un vistazo a mi solicitud en el ordenador, me informó que el departamento de admisiones me había buscado alojamiento en el Angel Court. Confieso que me alegró oírlo al saber que esa residencia estaba ubicada a espaldas del edificio donde me encontraba, pero más aún cuando me recalcó que habían tomado en cuenta mi petición de compartir la habitación con otra persona.

«Me ahorro una pasta», suspiré dadas las exorbitantes tarifas semanales que una individual supondría para mi maltrecha economía y firmando la retahíla de papeles que me puso enfrente, salí campante hacía mi nueva morada. Los quinientos metros de caminata no menguaron en absoluto mi ilusión y por ello al llegar frente a esa hospedería no me importó que sus muros fueran de ladrillo ni lo deteriorado de su aspecto.

«Espero que mi compañero de cuarto sea discreto y que no monte juergas todas las noches», me dije recordando la fama de bebedores empedernidos de los ingleses.

Al entrar en el que sería mi hogar durante los siguientes años, me alegró comprobar que su interior sin ser lujoso era suficiente y ya con la llave en mi mano, me dirigí hacía mi habitación. Abriendo su puerta, descubrí que no había nadie en su interior y como sobre una de las camas había un portátil, me apropié de la que estaba libre. Estaba todavía desempacando la ropa cuando un ruido me hizo girar y me encontré cara a cara con una especie de neandertal de dos metros.

― ¿Manuel? – al ver que asentía, se presentó como Hans Bülter con un marcado acento alemán.

 El animal aquel resultó ser un tipo encantador que me ayudó a colocar las exiguas pertenencias que había traído en las baldas de mi armario y no contentó con ello, me animó a acompañarlo al “lunch” para así presentarme al resto de los estudiantes allí alojados. Aunque no me apetecía nada, comprendí que no debía ser huraño y accediendo a su invitación, le seguí hasta el restaurante de la residencia. Ahí comprobé que no desentonaría entre esos “nerds” cuando, tras las pertinentes presentaciones, la conversación rápidamente se centró en la última publicación de Nature donde incluían entre los diez investigadores más importantes de nuestros días al polémico científico chino He Jiankui.

―Es una vergüenza― alzando su voz mi compañero señaló: ―Ese capullo se cree Dios. Me parece que, en vez de ser alabado, debía ser enjuiciado por atreverse a modificar los genes de unos bebés con el único objeto de su gloria personal.

Esa posición era la mía debido en gran parte a mis creencias religiosas, pero asumiendo que al ser nuevo era mejor mantener un perfil plano, me quedé callado observando. La gran mayoría de los contertulios opinaba diferente y creía que la ciencia debía de progresar sin que las cuestiones morales fueran un parapeto. Ese pensamiento tan en boga en nuestro siglo me causaba resquemor al saber que sin ese freno y llevándolo hasta el extremo, la ciencia genética podía crear los perversos instrumentos que dividieran a la humanidad entre hombres y superhombres.

Estaba a punto de intervenir cuando Naya Prabhu, una monada de origen hindú señaló ese peligro y puso de ejemplo el sistema de castas tan presente todavía en su país.

―Si siendo genéticamente iguales existen esas barreras sociales, imaginaos lo que ocurriría si los ricos pudiesen encargar bajo carta su descendencia. Olvidaros de que solo pidieran hijos libres de enfermedades hereditarias, exigirían que fueran más inteligentes, más guapos y fuertes que los demás.

La certeza de ese planteamiento y la intensidad con la que lo expuso hizo dudar a muchos, pero ese no era mi caso dado que concordaba con ella y mientras el resto de los ahí reunidos se lanzaba a discutirlo, yo me dediqué a observarla totalmente embobado:

«Es preciosa», me dije recorriendo con la mirada su pequeño pero atractivo cuerpo. Y no era para menos, dotada por la naturaleza de unos atributos visibles a pesar del recatado Sari que llevaba puesto, lo más impresionante de ella eran los ojos negros que dotaban a sus rasgos de una profundidad que jamás había visto.

Ajena al minucioso examen al que la estaba sometiendo, la joven defendió sus ideas con brillantez y mientras yo caía metafóricamente a sus pies, al cabo de unos minutos inclinó el sentir mayoritario hacia sus posiciones.

― ¿Tú qué opinas? ― mirándome preguntó al ser el único que no había hablado.

Acomodando mis ideas, contesté:

―No seré yo el que demonice las investigaciones tendentes a descubrir y emplear los genes con el objeto de prevenir enfermedades. Pero coincido contigo en que habría que legislar para impedir que en nombre de la ciencia se acepte como ético el eugenismo. Considero un peligro que se utilice el genoma como medio para crear o mejorar las razas porque eso conllevaría una dictadura como nunca se ha visto en la historia de la humanidad. Nunca estuve de acuerdo con la sofocracía, el gobierno de los sabios que pregonaba Platón y menos lo estaría con el poder que adquirirían esos superhombres genéticamente modificados sobre el resto de los humanos.

―Perdona Manuel, ¿cuál es tu especialidad? Creía que habías dicho que eras físico― dijo alucinada al escuchar que incluía a ese filósofo griego en mi exposición.

Habituado a que la gente se extrañase con mis conocimientos más allá de las ciencias, repliqué muerto de risa:

―Soy físico y químico, pero me considero ante todo enciclopédico y no limito mi saber a ninguna materia… todas me interesan.

El respeto que intuí en su mirada me hizo ruborizar y volviendo a mi mutismo inicial permanecí al margen de la discusión hasta que el camarero con la comida la dio por terminada y los hambrientos se lanzaron sobre sus viandas como si realmente estuviesen buenas, cuando en la realidad parecían elaboradas por un cocinero militar.

«Es comida cutre de rancho», aludiendo a la que antiguamente servían en la mili, pensé haciendo verdaderos esfuerzos por tragar el mejunje que tenía en mi plato.

Supe que no era el único que pensaba que estaba asqueroso cuando la hindú me insinuó que le gustaría otro día ir conmigo a comer a otro sitio y así seguir con la conversación. Colorado hasta decir basta, accedí a acompañarla el viernes después de clase a un restaurante mientras mi mente no asimilaba que una mujer como aquella deseara conocerme mejor.

Su propuesta no pasó desapercibida a Hans y aprovechando que la morena se levantaba por agua, me susurró al oído que parecía que había impresionado a Sor Naya.

― ¿Es monja? ― pregunté alucinado por el pequeño porcentaje de sus compatriotas que eran cristianos.

―No― desternillado respondió el teutón: ―La llamamos así porque nadie ha conseguido acercarse a ella más allá de lo académico. Consiente de su belleza, alza una muralla infranqueable ante el ataque de cualquier incauto que intente algo romántico con ella.

Engullendo otro trozo de ese potingue, me quedé pensando en mí y en mi reluctancia a todo lo sentimental:

«En lo físico no le llego a los zapatos, pero en lo raro seguro que la gano», murmuré entre dientes sin reconocer a mi nuevo amigo que con veinticinco años jamás había estado con una mujer…

2

Esa misma tarde, todos los recién ingresados en esa universidad teníamos un acto con el rector, o como le llaman ahí con el Master, que actualmente desempeñaba Sally Davies una eminencia en medicina. Sabiendo que estaban también invitados el resto de los alumnos, pregunté a Hans si me acompañaba:

―Ese coñazo solo lo soportan los nuevos por obligación y los interesados en quedarse como profesores en un futuro, por interés. Como todavía no hemos empezado las clases, si quieres te espero en el pub― declinando el ofrecimiento, el enorme rubio contestó.

Solo y con un cuaderno bajo el brazo, me encaminé hacia el salón de actos. Para mi sorpresa éramos apenas una treintena los ingenuos que nos habíamos reunido ahí para escuchar las palabras de bienvenida de esa mujer. Mi timidez me hizo sentarme en quinta fila sin nadie a mi alrededor y desde ahí reparé en que al igual que yo, la gente se había distribuido por los asientos sin formar grupos.

«Se nota que son nuevos», me dije al no ver a nadie charlando.

Acababa de abrir mi cuaderno cuando vi que Naya entraba y que, tras dar un vistazo a la concurrencia, se dirigía hacia mí. No me había repuesto de ello cuando me preguntó si podía sentarse a mi lado.

―Por supuesto― respondí levantándome.

A la recién llegada le hizo gracia mi reacción y posando su mano brevemente en la mía, rogó que tomara asiento luciendo una sonrisa que hizo palpitar aceleradamente mi corazón. Con el recuerdo de sus dedos ardiendo en mi palma, me senté y miré hacia el estrado temiendo que si la miraba esa monada advirtiera la atracción que sentía por ella.

―Cuéntame, ¿qué posgrado vas a cursar? ― perturbando el poco entendimiento que me quedaba, quiso saber.

―Un master en Ciencias aplicadas, pero exactamente hasta que no conozca a mi tutor no sé en qué― reconocí.

― ¿Quién va a ser el profesor que te dirija? ― insistió interesada.

―Harry Bell― respondí mientras evitaba mirarla a los ojos al saber que corría el riesgo de hundirme en ellos.

Mi respuesta le hizo gracia y mientras el grueso de los profesores entraba en el salón, acercó su cara a mi oreja y me susurró que entonces no veríamos a menudo ya que ese catedrático la había nombrado su ayudante. No supe discernir si eso era una buena noticia o por el contrario funesta al oler el aroma que desprendía y que reconocí como jabón de niños. Asumiendo que venía recién duchada, no pude más que visualizarla desnuda bajo el agua y por vez primera en muchos meses, esa imagen me excitó.

―Siempre es bueno conocer a alguien― contesté temblando como un flan.

Mi nerviosismo no le pasó inadvertido y no queriendo incomodar, se quedó callada el resto del acto. Eso me permitió atender a la rectora y reconozco que me interesó su charla porque haciendo un homenaje a su antecesor Sir Gregory Winter, tras los típicos saludos, centró su discurso en la evolución del estudio de los anticuerpos en la medicina. Siempre me había gustado la forma en que nuestro cuerpo reaccionaba a los patógenos externos, por ello entusiasmado atendí y disfruté del novedoso planteamiento que el antiguo rector había plasmado en sus escritos.

Al terminar la muchacha me preguntó que me había parecido esa conferencia.

―Solo alguien muy inteligente es capaz de resumir en media hora la obra de toda una vida― respondí realmente impresionado por el análisis realizado por la señora Davies.

―A mí también me maravilla esa mujer― confesó para a continuación decirme si me apetecía un café.

Dudé si aceptar ya que había quedado con Hans, pero al enterarme que íbamos al pub donde sin lugar a equivocarme ese alemán llevaría unas cuantas pintas de cerveza me quedé sin excusas y accedí.

Al llegar al local el destino quiso que mi compañero estuviera enfrascado en una partida de dardos y desconociendo cuál era su mesa, nos sentamos en la única vacía donde ella se pidió una coca cola y yo un café.

― ¿Qué hace un español tan lejos del sol? ― me preguntó a modo de entrada.

―Morirme de frio― haciendo aspavientos de que estaba helado, repliqué.

―Te comprendo. Aunque llevo cinco años aquí, todavía no me he acostumbrado a su cielo encapotado ni a su permanente llovizna― dijo quejándose también ella del clima inglés.

Esa confidencia me permitió imitarla:

― ¿Qué hace una hindú tan lejos de casa?

―Huir de mis padres― riendo contestó: ― En la India, me sentía encorsetada por mi etnia y no me quedó más remedio que venir a Gran Bretaña.

Algo me dijo que esa mujer debía de pertenecer a una de las castas privilegiadas y metiéndome en donde no me llamaban pregunté si era chartria o vaishia. Mi pregunta la cogió desprevenida y en vez de contestar, me dijo cómo era posible que las conociera.

―Ya sabes, soy una enciclopedia andante― recordando la conversación en la que nos habíamos conocido, respondí.

―Pues te equivocas completamente― riendo encantadoramente comentó: ―Soy Nair.

― ¡Una adoradora de serpientes! ― exclamé sin poder contener mi lengua haciendo referencia a que ese minúsculo grupo adoraba como guardiana de su clan al reptil que los católicos identifican con el pecado original.

 Mi exabrupto no la molestó y riendo me reconoció que era así, pero que no me preocupara dado que estaba prohibido el tener cualquier tipo de animal en la residencia y que en su familia llevaban generaciones sin practicar el Sambandam.

―Ahí me has pillado, no sé qué es― confesé atolondrado al ver su pícara mirada.

―Mi estimado amigo reconoce su ignorancia― resaltó y sin dejar de sonreír, me explicó que era un tipo de matrimonio informal por el cual las mujeres de su etnia tenían permitido tener varios maridos: ―Los ingleses lo prohibieron, pero aun así en el campo se sigue haciendo.

Esa información cuadraba con lo que sabía de ellos y dado que eran de las pocas sociedades donde se regían por matriarcados y donde la mujer era la que daba el linaje, solo se me ocurrió decir que llegado el momento no me importaría que mis hijos se apellidaran como ella. Me arrepentí nada más decirlo. Pero Naya en vez de tomárselo en plan tremendo, con sus mejillas coloradas, me respondió que todavía era pronto para una oferta como esa y que, de ir en serio, antes de nada, debía de recibir la aceptación de su gurú.

Juro que no sabía dónde meterme al darme cuenta de que en mi desconocimiento había propuesto matrimonio a esa preciosidad el mismo día en que nos había conocido y lo que era más importante, que no había rechazado de plano la idea.

―Dime cuándo y dónde me vas a presentar a tu maestro espiritual― lanzando un órdago a la grande musité no muy seguro de su respuesta   

―Para aceptar ser tu premika, debo conocerte antes― con rubor dibujado en su cara, respondió mientras tomaba mi mano.

Alucinando por ese gesto, reservado únicamente a los más cercanos de la familia o a los novios en su educación, supe que no le desagradaba la idea y al contrario de lo que hubiese hecho con una occidental, me abstuve de besarla y únicamente entrelacé mis dedos en los suyos.

― ¿Sabes que en mi pueblo todo el mundo supondría que estamos prometidos si nos ven así? ― insistió sin soltarme.

― ¿Te importa?

―No. Al contrario, me gusta― con una coquetería innata, susurró y mientras miraba mi reacción, prosiguió: ―Es la primera vez que a un hombre lo siento tan cercano.

Nuevamente me dieron ganas de unir mis labios a los suyos y solo el conocer lo impúdica que resultaba esa costumbre para los hindúes, evitó que la besara. En su lugar, retiré la mano y llevándola a su mejilla, la acaricié sin prever que ese honesto mimo provocara su turbación y me dijera que no eran decente que dos novios se mostraran tan cariñosos en público.

Me quedé petrificado al comprender que ya se consideraba mi novia, pero aún mucho más al observar bajo su sari que dos pequeños montículos la delataban y que lejos de molestarla, con ese mimo se había excitado. Por eso regalándole una última caricia, le pedí permiso para volverla hacer cuando estuviésemos solos.

―No tengo que darte lo que ya es tuyo― musitó con una mezcla de alegría y de vergüenza mientras me tomaba nuevamente de la mano.

En ese momento, Hans llegó quejándose de lo tramposos que eran los ingleses y preguntando si quería algo de beber. Dando su lugar a Naya, la dije si tenía prohibido el alcohol. Al contestar que no, pedí un whisky.

― ¿No vas a pedir otro para tu adorada fiance? ― usando la denominación francesa que los británicos habían adoptado como propia, comentó.

El gigantón se dio la vuelta al oírla y viendo que tenía sus dedos entre los míos, soltó una carcajada diciendo:

―No me puedo creer que, en unas pocas horas, Manuel haya conseguido los que los demás llevábamos intentando desde que llegaste a la pérfida Albión.

―Tuvo que llegar un caballero y no un patán― desternillada de risa, alzó orgullosamente nuestras manos dejando de manifiesto que no le importaba que su círculo cercano supiera lo nuestro.

            Hans en vez de quejarse por el insulto, se rio y me rogó que nunca le pidiera que le presentara a su hermana dado mi éxito con las féminas.

―Puedes hacerlo, Manuel sabe de lo que es capaz una Nair celosa si siente que ha sido traicionada.

 No tuvo que decir nada más, con eso bastaba. Sabía por los libros de historia lo belicoso que había sido su pueblo durante la conquista de la India por los británicos y que estos solo habían conseguido apaciguarlos al incorporar a todos los hombres de su etnia al ejército inglés. Pero por si no me había quedado claro, Naya acercó sus labios a mi oído y me dijo:

―No me gustaría que en un futuro no pudieses darme descendencia.

Con mis huevos encogidos tras esa nada sutil amenaza, contesté que no se preocupara al ser yo hombre de una sola mujer. Su cara se iluminó al escucharlo y cerrando mi boca con un dedo, me informó que mientras nos íbamos conociendo tenía prohibido intimar con otra.

El que usara el verbo intimar y no coquetear reveló que se refería sexualmente y sin reconocer que era virgen, le prometí no hacerlo asumiendo que, si en veinticinco años nunca había estado en la cama con una mujer, era imposible que bajo la estricta supervisión que suponía iba a efectuar sobre mí lo hiciera.

Posando su cabeza en mi hombro, susurró:

―Estoy deseando que nos quedemos solos y así volver a sentir tus yemas recorriendo mi mejilla.

Lamenté haber pedido las copas, por lo mucho que me apetecía hacerlo…

3

Ya en la residencia, la acompañé hasta su puerta y viendo que no había nadie por los pasillos, tímidamente la abracé. Naya no solo se dejó rodear entre mis brazos sino poniendo su cara en mi pecho, se pegó a mí con fuerza mientras me decía que no pensara nada malo de ella, pero que necesitaba sentir mi contacto. Confieso que no supe cómo actuar cuando de repente noté que, sin levantar su cara, comenzaba sutilmente a restregar su cuerpo contra el mío.

―Soy inmensamente feliz de haber sido la primera en advertir la mirada honesta que se escondía tras tus gafas― murmuró mencionando mi miopía.

La actitud de la hindú me sorprendió y más cuando descaradamente buscó mi excitación frotando mi entrepierna con su sexo. Quizás por eso, bajé mi mano por su espalda:

―Un hombre no puede tocar a una mujer hasta que su gurú se lo permita― me rogó mientras ella intentaba incrementar mi incipiente erección con lentos pero constantes movimientos de su cadera.

Anonadado porque esa ley no le afectara a ella, únicamente murmuré que, si seguía rozando así mi virilidad, terminaría corriéndome.

 ―Eso quiero y anhelo― replicó con su respiración entrecortada prueba irrebatible de que también ella se estaba viendo afectada por esas imprevistas, pero deseadas, maniobras.

―Estás loca― susurré mientras le acariciaba la mejilla al saber que era lo único que no me estaba vedado.

Al sentir mis yemas recorriendo su cara, sollozó y con más fuerza, restregó su pubis contra mi dureza mientras me imploraba que no fuera flor de un día y que al día siguiente ella siguiera siendo mi premika.

―Eres todo lo que un hombre puede desear― con sinceridad contesté al percatarme de los sentimientos que esa monada hacía aflorar en mí sin importarme que ese nombre solo se pudiera usar con los ya comprometidos.

Mis palabras la azuzaron más si cabe. Mirando a su alrededor, descubrió una silla y me obligó a sentarme en ella.

― ¿Qué vas a hacer? ― pregunté al ver que se subía a horcajadas sobre mí.

―Satisfacer a mi amado novio y que esta noche solo sueñe conmigo― declaró mientras hacía resbalar mi pene entre sus piernas.

Esa posición hizo que, a pesar del sari, sus pechos rebotaran contra mi cara y deseando hundirla entre ellos, comprendí que si lo hacía ella lo vería como una perversión y por ello preferí cerrar los ojos.

―Diosa escucha a tu hija y permite que este hombre sea digno de ti― escuché que rezaba mientras seguía masturbándonos a ambos sin que yo pudiese hacer nada por favorecerlo.

De improviso, Naya se corrió dando un largo y prolongado gemido.

―Gracias, Devi por apiadarte de tu sierva― rugió mientras su placer se filtraba a través de la tela mojando mis pantalones.  Tras lo cual y sin importarle mi erección, riendo se bajó de la silla y desde la puerta de su habitación, dijo que me vería al día siguiente al tiempo que me lanzaba un beso con la mano.

Con un cabreo de narices y un calentón de las mismas proporciones llegué al cuarto que compartía con el teutón. Este al verme entrar, me atosigó a preguntas respecto a mi secreto porque en su vida había visto algo igual.

―No te entiendo – respondí.

Creyendo que mi respuesta era una forma de salir por la tangente, Hans rectificó y directamente me preguntó si la había hipnotizado. Al comprender que podía ir en serio, me escandalicé y con ganas de partirle la cara a pesar de su tamaño, repliqué que si me creía tan inmoral de hacer algo así.

―Perdona, pero es que jamás había visto un cambio así en una persona. Conociendo la mala leche con la que reaccionaba cuando alguien tonteaba con ella, hicimos apuestas al terminar de comer sobre si antes del fin de semana te iba a dar una cachetada o por el contrario se iba a mostrar magnánima y solo te montaría un escándalo.

― ¿Tú por cuál apostaste?

―Por el bofetón― descojonado respondió.

― ¿Nadie creyó en mí?

Sonriendo, contestó a mi pregunta:

―Si tu madre hubiese conocido a Naya antes que tú, tampoco ella hubiese apostado por ti.

― ¿Tan borde era con sus pretendientes? ― insistí sin reconocer en la mujer que describía a la dulzura hecha carne que para mí representaba Naya.

―La obsidiana siendo el material más filoso del mundo natural, es una aprendiz al lado tu novia en lo que respecta a dar cortes.

―Exageras― mascullé totalmente incrédulo.

―No lo hago. Si quieres mañana te presento a Pierre, un francés al que le lanzó un cubo de agua por encima por decirle lo guapa que estaba una mañana. O a John, uno de sus compañeros al que ridiculizó en mitad de la clase tras cometer el pecado de regalarle una rosa roja el día de San Valentín. Lo creas o no tu preciosa novia sacaba las uñas y arañaba en cuanto sentía que invadían su espacio… No comprendí que te invitara a comer cuando por menos ella hubiera saltado al cuello del que se lo propusiera, pero menos aún su cara de alegría en el pub cuando os vi haciendo manitas.

Admitiendo que nada ganaba al mentir, supe que esas anécdotas eran ciertas y eso me hacía más difícil el comprender tanto su comportamiento como el mío propio.  Si ella había evitado cualquier acercamiento antes de conocerme, mi caso era todavía más extraño. No solo no había coqueteado con ninguna, sino que había hecho todo lo posible para que no lo hicieran conmigo hasta llegar ella.

«He permanecido encerrado en mi caparazón», me dije mientras rememoraba las caricias que habíamos compartido y que chocaban frontalmente con lo aprendido en el seminario.

 Temblando de miedo al sentir que estaba traicionando mis creencias, hallé consuelo en una reflexión de su santo fundador:

“Ama y haz lo que quieras. Si guardas silencio, hazlo por amor; si gritas, hazlo por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; si la raíz es el amor profundo, de tal raíz no se pueden conseguir sino cosas buenas”.

Con esas frases en la mente, me fui a la cama y cerrando los ojos intenté dormir. Por extraño que parezca después de tantas emociones, no tardé en conciliar el sueño, pero fue una vana ilusión ya que en seguida mi cerebro me jugó una mala pasada y me vi soñando con una serpiente que se acercaba a mí.

Curiosamente no sentí miedo mientras observaba cómo se iba enroscando en mi cuerpo. Su tacto suave me recordó a Naya y quizás por ello, sentí su mortal abrazo como algo deseable sin importarme que al presionar mi pecho me estuviese asfixiando.

― ¡Diosa! ― murmuré entre sueños rememorando el grito de la hindú al correrse.

El aire comenzó a fluir en mis pulmones al invocarla mientras sus anillos dejaban de comprimirme y como si estuviera dotada de manos, la deidad me comenzó a acariciar. Contra mi voluntad, el roce de su piel despertó mi miembro dormido.

―Mi heraldo― escuché que siseando me decía acercando su cabeza a mi cara.

La voz del reptil era la de Naya y sin comprender lo que ocurría, fui testigo de su transformación. Las verdes pupilas de la serpiente se fueron oscureciendo y alargándose adoptaron una forma humana que no recocí. Fue al menguar su mandíbula mientras sus pómulos crecían cuando las semejanzas me hicieron saber que me hallaba ante ella.

―Ámame – me exigió.

Sin importarme que su cuerpo siguiera siendo el de un reptil, comencé a recorrer sus anillos con mis dedos para descubrir que ahí donde la tocaba, las escamas desaparecían convirtiéndose en piel.

―Tómame― insistió mientras ante mi asombro le empezaron a crecer unos diminutos brazos, brazos con los sin esperar a alcanzar su tamaño, me acariciaron el pecho.

La dulzura de ese ser, mitad serpiente mitad mujer, al tocarme me terminó de excitar y cuando de su cuerpo brotaron dos duros y oscuros pechos, llevé mi boca a ellos.

―Adórame― silbó la diosa al ver que mamaba de ella.

Como su más ferviente lacayo, sentí que mi deber era amarla y con más ahínco lacté de esos senos que en mi mente eran los de mi premika.

―Soy Bhagavati, no mi sacerdotisa― revelando quien era, murmuró mientras su lengua bífida jugaba en mi oreja.

Aunque nunca había oído su nombre, comprendí que me hallaba frente a la deidad que los Nair veneraban y sintiéndola como algo mío, busqué en ella los besos que Naya me había vetado. Al contrario que la hindú, la diosa no rehuyó mis labios y mientras la besaba, noté cómo se abría un orificio en uno de sus anillos y cómo ese mitológico ser introducía mi pene en él.

El sueño se convirtió en pesadilla al desaparecer la parte humana y verme amando únicamente a la serpiente.

―Por favor― grité aterrorizado con ese acto contra natura.

Las risas del ofidio resonaron en mi cerebro mientras esparcía mi simiente en su interior…

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