

leonnela8@hotmail.com
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Posiblemente ustedes crean en la magia, posiblemente no. Yo en lo personal no creía. Educado como muchos otros, en una educación cristiana tradicional, consideraba todo aquello que se saliera de mis paradigmas como mera superstición, o en caso de existir tales cosas, eran algo prohibido y dañino.
Mi vida era común, con todo la monotonía que ello implica, me dedicaba a mi trabajo de maestro y a perder el tiempo en las cosas propias de la generación del milenio, es decir, a pasar horas en internet sin mas beneficio que el de la fantasía y el autoengaño. He de decir que siempre había sido tímido con las chicas, y tuve muy pocas relaciones que se acercaran a algo amoroso. Perdí mi virginidad como muchos de los desafortunados introvertidos, en un prostíbulo, y he de confesar que por mucho tiempo fueron tales amores pagados, las únicas relaciones sexuales que tenía.
Un día conocí a Daniela, era una rubia hermosa, era mi compañera de trabajo, realmente me gustaba mucho, y con el tiempo surgió entre nosotros una gran empatía. Hasta que por algunos sucesos donde me declaré públicamente enamorado de ella, ella dejó de hablarme, lo cual me sumió en una gran depresión.
En mi estado triste y sumido en el dolor, la realidad fue modificándose, reorganizándose en mi conciencia, y en la desesperación de mi deseo frustrado, busque modos de tenerla. Y cuando todo lo tradicional y racional falla, uno opta por lo heterodoxo, por lo prohibido. Fue entonces cuando comencé a investigar sobre la magia, y comencé a investigar muchos métodos para hacer que Daniela se fijara en mi, no se que funciono de todo lo que hice, pero algo funciono. Daniela se acerco a mi y me pidió perdón, y accedió a tener una relación conmigo, fue una buena etapa, tuvimos una relación por un tiempo, pero antes de que estuviéramos juntos le había surgido una oportunidad para estudiar en el extranjero, era un compromiso que ella ya había asumido, y se fue.
La verdad al principio me sentí triste, y pensé en retenerla con algún medio, pero en verdad sabia que eso era algo que deseaba mucho, así que le deje ir.
Ahora a pesar que ya no le tenia a ella, si tenia aquello que me la trajo. Me dedique a estudiar con mayor profundidad la magia, hasta que me tope con una corriente mágica moderna llamada magia del caos, y su práctica básica y sencilla, pero no por eso menos poderosa, de los sigilos. Lo cual consiste en concentrarse en un deseo, escribirlo, y tomar todas las consonantes de la frase, eliminar las letras repetidas, y con ello hacer un dibujo, un signo, al punto qué tal dibujo exprese el deseo pero que nadie pueda saber su significado, después hay que activarlo, esto se hace alcanzando un estado de gnosis mientras se contempla el sigilo, al cual se puede llegar por medio de emociones fuertes, cansancio extremo, o mi método favorito, por el acto sexual o la masturbación; al final hay que desterrar el deseo olvidándose de él, para lo qué hay que enfocarse en actividades comunes que no tengan que ver con el deseo, como limpiar la casa, o hacer ejercicio.
En un principio estas prácticas no me trajeron resultados inmediatos, así que mientras pedía mis grandes deseos, también pedía otras cosas pequeñas que deseaba pero que no eran muy importantes, para mi sorpresa muchas de las cosas que deseaba se iban cumpliendo. Entre ellas el ser aceptado en la maestría en una universidad importante.
En pocos meses mi vida fue cambiando gradualmente, me fui a otra ciudad a vivir, tuve un buen desahogo económico al recibir una beca por lo que ya no tenia que trabajar, comencé a enfocarme en cosas que disfrutaba hacer. Hasta que los cambios fueron tan enormes que yo mismo me sorprendí. Muchos se preguntarán por que no desee ganar la lotería o que me regalaran un millón de dólares, pues si lo desee, pero como lo mencioné, buena parte del éxito de esta magia del caos, es olvidarse de lo que se desea al menos por un buen tiempo después de realizar el sigilo, y creo que es difícil olvidarse de que querer ser millonario rápidamente. Por lo que pedía cosas que me eran útiles pero que no me obsesionaban, como cuando quería que un profesor llegara tarde, o para tener una nueva computadora, etc., cosas prácticas. Aprovechaba cuando las actividades de la universidad eran muy demandantes para hacer sigilos, deseaba, activaba, y después olvidaba volcándome en mis actividades, esto me ayudo a que bastantes de las cosas que yo quería llegaran a mi vida. Un día aburrido comencé a fantasear con las posibilidades de estas técnicas, recuerdo que veía una serie donde un villano, controlaba las mentes de las personas, y me pregunte ¿si yo pudiera controlar las mentes y las acciones de las personas que haría? Aquello inicialmente se convirtió en una fantasía bastante bizarra, pero me fue gustando mucho la posibilidad, así que como si se tratara de un juego, escribí mi deseo, lo sigilicé y lo activé, después lo olvidé volviendo a mis actividades comunes.
Dicen los estudiosos, que los deseos sigilizados tardan en cumplirse, ya sea tres días, o tres semanas, o tres meses, dependiendo de las condiciones. La verdad a mi se me había olvidado que había pedido aquello de controlar mentes, aquello solo había sido algo momentáneo un juego, una ocurrencia que me cruzó por la cabeza un día y lo sigilicé. Pero tal fue mi sorpresa cuando mi deseo se cumplió.
Era un día normal, tenía una clase por la tarde, la verdad todo aquello era aburridísimo, y mientras veía al profesor simplemente dije en mi mente, ¡ya acaba esto, creo que tienes que ir a embriagarte o a limpiar tu casa, qué se yo, pero ya vámonos! Justo cuando lo pensé el profesor interrumpió su verborrea y dijo:
-Hasta aquí vamos a dejar la clase, nos vemos la próxima semana.
Aquello me pareció una coincidencia. Pero estaba contento, al fin podía librarme de aquello. Mientras guardaba mis cosas, vi de reojo a Estela, una compañera de clases, no es la gran cosa, pero tiene su encanto, es delgada, de rostro fino y cabello castaño, tiene pechos mas bien pequeños, y un trasero redondo y compacto, en pocas palabras es sexy pero sin llegar a ser voluptuosa. Mientras le miraba pensé:
– Sería divertido que te diera comezón en una teta, y que comenzaras a rascarte disimuladamente.
Me distraje cerrando mi maletín, y volví a mirarla, y para mi sorpresa, su mano disimuladamente se estaba rascando una teta por encima de la blusa. Fue entonces que me asombre, comencé a contemplar la posibilidad de que mi deseo se hubiese cumplido, así que ahora pensé:
-Estela, acariciare el trasero.
Para mi sorpresa una de sus manos fue hacia sus nalgas y comenzó a sobarlas, mientras ella seguía concentrada en guardar sus cosas. Aquello fue como un balde de agua fría, realmente ella estaba haciendo lo que yo le estaba ordenando mentalmente. Fue en ese momento cuando mis instintos más profanos salieron a flote y comencé a pensar otros tiempos de cosas, al principio pensé que debía llevarla a la cama inmediatamente, pero la verdad es que tenía hambre, y pensé que sería divertido que comenzara a jugar con ella poco a poco, sin que sospechara nada. Me acerque a ella y le pregunte:
-¿Qué tal estela, que vas a hacer esta tarde?
-Pues, ahora llegando a la casa voy a ponerme a estudiar, gracias a Dios que mi marido hoy sale tarde del trabajo y voy a tener algo de tiempo para ponerme al corriente con las materias.
-Invítame a comer primero –le dije- ya después estudiarás.
-Está bien ¿Qué quieres comer? –me dijo-.
Fuimos por una pizza, al momento de ordenar fue algo gracioso, pues mentalmente le ordene que pidiera la pizza de jamón y peperoni, siendo que ella es vegetariana, y así lo hizo. Mientras comíamos fui ordenándole que comenzará a tener deseos sexuales. Mientras ella mordía su pizza, yo le ordenaba con mi mente que imaginara que estaba me estaba haciendo una felación, y sin darse cuenta de morder la pieza comenzó a lamerla, yo le dije:
-Estela ¿Qué haces lamiendo la pizza?
Ella se sonrojó, y contestó:
-No se que me pasa -ambos nos reímos-.
Ella comenzó a hablarme sobre las clases y yo hacía como que le prestaba atención, en cambio continúe con mis juegos. Mentalmente comencé a decirle:
-Estela, tus pezones se están poniendo muy duros y sensibles, y tu vagina va poniéndose húmeda y caliente, deseosa de que la penetren, de que yo la penetre, comienzas a tener deseos de follar conmigo.
Mientras yo pensaba esto y ella seguía hablando, comencé a notar como se ruborizaban sus mejillas, y como comenzó a agitarse su respiración mientras se retorcía disimuladamente en su asiento. Así que para continuar mi juego, le pregunté:
-¿Qué te pasa Estela, te sientes bien?
-si, estoy bien, es solo que me siento un poco rara.
Solo le sonreí y ella seguía excitándose, así que le dije:
– Oye ya es tarde ¿qué te parece si nos vamos?
-Bien me parece buena idea.
Ambos dejamos la pizzería. Mientras salíamos pude ver como en su entrepierna se iba dibujando sobre sus pantalones una pequeña marca de humedad, lo cual comenzó a ponerme caliente también a mi. Yo en ese entonces no tenia coche y Estela en cambio si, así que le ordenemntalmente:
-ofrécete a llevarme a mi casa.
Inmediatamente después ella me pregunto:
-Oye ¿cómo vas a tu casa?
-Caminando.
-No, cómo crees, yo te llevo, traigo coche.
-Muchas gracias Estela.
Mientras íbamos en el coche le ordene con la mente:
-Estela idea la manera de follar conmigo, realmente estas muy caliente y necesitas que yo te folle, conforme pasa el tiempo te estás excitando más y más.
Mientras conducíamos, notaba como su respiración se agitaba más, y como se desabrochó dos botones de su blusa, mientras se retorcía disimuladamente en el asiento del coche. Al llegar a mi casa ella me dijo:
-Oye, me prestas tu baño, es que creo que bebí mucho refresco.
-Si claro, ven, te muestro donde está.
Pero justo en cuanto entramos a mi departamento y cerré la puerta, ella se abalanzó sobre mi y me plantó un beso en la boca, mientras se iba quitando la blusa. Para ser sincero me tomó por sorpresa, pero me deje seducir por su excitación, la conduje a la habitación y comencé a desvestirla mientras ella seguía lanzando sus besos salvajes a mi boca y cuello. Primero le quite sus pantalones blancos, dejándole en ropa interior. Era la primera vez que le miraba en tal situación, y pude apreciar sus curvas, que generalmente pasaban desapercibidas bajo su ropa. Mientras continuaban los besos comencé a acariciar su piel canela, pasé mis manos por sus antebrazos y fui hacia su espalda, donde desabroché su sostén y se lo quite, dejando al aire los pequeños pero firmes pechos con sus pezones parados y duros. Mientras le acariciaba los pechos con mi mano izquierda, con la derecha fui bajando hasta su entrepierna y sobre su pantaleta comencé a acariciar su vagina, realmente Estela estaba muy mojada. Metí mi mano en su calzón y comencé a masturbarle mientras con mi otra mano seguía acariciandola, ella realmente estaba fuera de sí. hasta que mentalmente le ordene que se viniera. Un líquido blanquecino chorreo mi mano aun dentro de su pantaleta, y al unísono un grito de placer salió de su garganta.
Aquello me excitó mucho, realmente estaba controlando mentalmente a alguien, realmente ella estaba obedeciendo sin saberlo. Ahora era mi turno, le ordené mentalmente que me hiciera una mamada.
Ella se puso de rodillas y desabrocho mi pantalón, sacó mi pene ya duro por la excitación, y sin tardanza se lo introdujo en la boca, y comenzó a chuparlo. Obviamente no lo había hecho antes pues al principio lo hacía de forma aleatoria y sin mucha práctica, pero conforme fue tomando ritmo, aquello realmente me comenzó a dar mucho placer. Aquello realmente me estaba gustando mucho, ver a mi compañera de clases, de rodillas mientras chupaba mi miembro era una vista magnifica, que me hacia sentir poderoso.
No pude aguantar más, así que le tome y la subí a la cama. Allí le quité las pataletas, y mientras ella estaba acostada, abrí sus piernas, y de una sola embestida le metí mi verga en su vagina, la cual se deslizó sin problemas en la húmeda cavidad.
Mis embestidas fueron rápidas, realmente yo estaba muy excitado. Mientras el vaivén de mi miembro en su vagina hacia bailar sus pequeñas tetas, vi su rostro enrojecido por el placer, ella también lo disfrutaba, lo evidenciaban los gemidos los agudos que lanzaba. En ese momento le dije:
-ponte en cuatro patas.
Con mis manos en sus nalgas mientras le follaba, vi su agujerito anal, angosto y seductor. Saqué mi verga de su vagina, bañé uno de mis dedos en sus fluidos vaginales comencé a frotarle su ano, cuando coloqué la cabeza de mi pene, en la puerta de su ano. Ella me dijo:
-Por ahí no.
Yo mentalmente le dije:
-No vas a sentir dolor, solo placer, entrégate por completo, y deja que haga lo que yo quiera contigo.
Poco a poco fui introduciendo mi verga en su angosto culito, mientras que por el espejo veía como ella iba cerrando sus ojos, pero no soltó gemido alguno, no le dolía. Ya dentro de ella, comencé primero con embestidas lentas, pues aquello estaba muy angosto, pero después fui aumentando el ritmo. Mentalmente le ordene que comenzara a masturbarse mientras le follaba por atrás. Ella comenzó a acariciarse la entrepierna, y a medida que yo aumentaba el ritmo y la fuerza de mis embestidas, ella dedeaba con mas fuerza su clítoris.
Hasta que yo ya no aguantaba más, estaba por venirme, así que le ordene que en cuanto yo eyaculara en su culo, ella tuviese el orgasmo mas fuerte y potente de su vida.
Y así fue, cuando mi leche comenzó a bañar su agujero, ella comenzó a retorcerse de placer al vez que seguía masturbándose y soltaba unos gemidos de sincero placer. Saqué mi verga de su ano, del cual también comenzó a salir mi semen bañándole parte de sus nalgas. Aquello fue realmente intenso, y yo estaba agotado, me recosté en la cama, y ella vino y se acurruco a mi lado, y me dijo:
-Nunca había hecho esto.
-¿qué follar?- le dije-.
-No, serle infiel a mi marido.
En ese momento le dije con la mente:
-No te sientas culpable, realmente lo disfrutaste, realmente te gusto, lo mantendrás en secreto, y con tu marido actuarás normalmente, esto va a ser normal para ti, míralo como una buena experiencia más, y disfruta el momento.
Mientras que con palabras le pregunté:
-¿Te sientes culpable?
-No, extrañamente no, -me dijo ella- realmente lo disfruté.
Al decir esto ella se sonrió. Estuvimos ahí tirados en la cama unos minutos, pero yo sabía que ella debía volver a su casa, y la verdad no quería complicarme la vida, así que le ordene mentalmente:
-Tienes que irte, recuerda que debes llegar a casa antes que tu marido.
Ella se levantó juntó su ropa y se fue al baño, allí se vistió y se arreglo un poco y me dijo:
-tengo que irme mi marido puede llegar a casa en cualquier momento y ser mejor que esté ahí.
Me levante, y me vestí, le acompañé a la puerta y ahí la despedí con un beso en la mejilla como si nada hubiera pasado. Ella subió a su coche y se fue.
Cuando ella se fue, es cuando me puse a pensar, pensar en mi nuevo poder, y en las posibilidades que se abrían con él. Era un nuevo comienzo de una nueva vida, en la que yo era el señor y el resto los siervos.
Si desean saber qué pasó después, esperen la publicación de mi siguiente relato.
Continuará…
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Seguimos besándonos apasionadamente, frente a la cama, testigo de nuestro encuentro… y no sé
cómo, pero abrí los ojos, y sin querer mire el reloj, ya era tarde, mi madre ya estaría por volver.
– Tenemos que cambiarnos y arreglar esto… le dije.
Anita al darse cuenta de la hora, se apresuró en pararse, luego se inclinó completamente, para recoger las sabanas, y el camisón que llevaba se deslizo, dejando nuevamente su gran trasero blanco ante mis ojos… aun meloso, con su ano rojito, me dieron ganas de volver clavármela… pero no había tiempo, mi madre llegaría en cualquier momento…
Nos cambiamos y note que tenía cierta dificultad para caminar…
– Oye, estas bien?… pregunte preocupado.
– Me duele un poco… es que me diste muy fuerte… se quejó ella.
– Lo siento, no pude contenerme… me excuse.
– No importa, ya se me pasara…
En ese momento sonó el timbre, ojala que se le pase rápido, pensé… llego mi madre y por suerte no le presto atención a ese pequeño detalle en el escaldado andar de Anita que yo si notaba…
En el transcurso del día todo volvió a la normalidad… así que nos salvamos del peligro. En los días posteriores fuimos más cautelosos, yo no quería tener relaciones diariamente receloso de que le sucediera algo que fuera más grave, ella tampoco era participe de esa idea.
Los días siguientes fueron de veda para mí, pero después intercalábamos días de “estudio” con días de estudio. Tampoco podía descuidar esa parte porque si llegaba a su pueblo sin haber aprendido nada, esto despertaría suspicacias. Aunque era difícil concentrarse con semejante alumna al lado, intentamos sacar provecho a la situación tomándonos breves descansos para disfrutar de algunas caricias.
Después de esa mañana Anita era más cariñosa conmigo, yo en cambio, temía que algún gesto o comentario suyo nos delatara, así que procure no alentar mucho sus muestras de cariño… Mi madre en una ocasión me dijo:
– Parece que tu primita está encantada contigo…
Entonces comencé a sudar frio…
– Ten cuidado, a esa edad las muchachas son enamoradizas… me advirtió.
– No te preocupes, sabré conservarla a distancia… le dije, ufff que cerca estuvo, pensé.
Como les dije procurábamos tener relaciones en las mañanas, porque era más seguro ya que mi madre no estaba… pero una tarde no nos aguantamos y casi fuimos descubiertos…
Estaba aburrido y fui a la cocina a comer algo, cuando vi a mi primita en el suelo, en cuatro patas, encerando el piso… llevaba una pañoleta en el cabello, un polito apretado y con una falda corta que dejaba ver parte de su ropa interior…
Anita meneaba su trasero de una forma armónica que me hipnotizaba, mientras mi verga comenzaba a despertar. Ella me miro y me sonrió, seguro adivinando lo que yo estaba pensando… cuando mi madre entro y yo tuve que hacerme el loco, tome un periódico y empecé a leer… el problema era que el periódico estaba al revés…
– Anita, te he dicho que no es necesario que hagas eso, tenemos una maquina lustradora… dijo mi madre apenada por ver a su sobrina en esas labores.
– Ya se tía, pero es que así queda mejor, además no tengo nada mejor que hacer… le respondió.
Luego Anita volteo momentáneamente, lanzándome una mirada provocadora que hizo que casi me atore con el agua que tomaba y una gotita de leche voto mi verga:
– Bueno, bueno, como gustes ¿te falta algo?… pregunto mi madre.
– Sí, creo que se nos acabó la cera… contesto Anita
– Uyyy, sí… pero esa cera que usamos no la venden por aquí… no importa… ahora te la traigo, tu sigue nomas… ya regreso… dijo mi madre tomando sus llaves.
– Ya tía… respondió feliz Anita.
Escuche como se cerraba la puerta, y vi de reojo a mi primita, que seguía moviendo su lindo rabo, luego comencé a dudar: ¿tendría tiempo suficiente?…
Ella en cambio, me incito más a actuar: se puso totalmente de espaldas, en cuatro y seguía moviendo el trasero, se levantó un poco la falda, se bajó las braguitas y continúo encerando el piso. Al ver que no reaccionaba me lanzo una mirada como diciéndome: ¿Qué esperas?… poséeme…
No necesite mayor estimulo, mi verga ya sobresalía por mi short. Me acerque por detrás y comencé a acariciarla. Ella se hacia la difícil, desentendida y continuaba con su labor… hasta que mis dedos comenzaron a jugar con su conchita, allí se detuvo…
– Ohhh… exclamo sorprendida gratamente.
Anita volvió su rostro, sus mejillas lucían rosadas por el esfuerzo físico, el sudor que mojaba su pecho hizo que sus pezones se endurecieran, y su conchita estimulada por mis dedos se humedecía preparándose para la penetración… yo dirigí mi verga a sus labios vaginales, pero ella puso
su mano en la entrada de su vagina y me dijo:
– No, no, por ahí no… después no tendremos tiempo para el otro… y es más rico por aquí… dijo señalando su ano, que latía ansioso esperando que mi verga entrara.
Me pareció buena su idea, así que comencé a dilatar su ano rápidamente con mi dedo medio, luego metí otro dedo más, Anita gimoteaba…
– Uhmmm… Ohhhh… no es necesario… Uhmmm…. apúrate… solo métemela… me suplicaba.
Haciéndole caso apunte mi estaca contra su ano, que lo recibió con dificultad… sin embargo yo empuje y ella avanzaba hacia mí, hundiéndosela…
– Ouuu… vamos… empújamela más… Ohhhh…
Coloco su cabeza contra el piso, y con sus manos abrió sus generosas nalgas, yo me levante un poco y con mi propio peso se la metí hasta el fondo…
– Ohhhh…. así… Ohhhh como me gusta… como me gusta que me atores así… Uhmmm….
Con todo su enorme y firme trasero levantado, y con mi verga clavándola hasta las entrañas, ella sumisa me recibía suplicante… me sentí fascinado…
– Uhmmm… ¿Qué esperas?… rómpeme el culo… me ordeno prácticamente.
No me hice de rogar y empecé a cabalgarla, tomándola por la cintura manejando su esplendoroso culo, a la vez que le taladraba el ano sin compasión…
– Ooohhhh… assiiii primitooo, mas fuerteee…. asiiii…
Sus hermosas nalgas temblaban con mis penetraciones, ese sonido era música para mis oídos. Ella seguía con la cabeza enterrada en el piso, gimiendo como loca… yo sentía que ya estaba llegando al clímax.
En eso sonó el timbre, era mi madre, ¡mierda! nos iban a descubrir…
– No, no te detengas… sigueee… vamos sigueee… no me dejes así… acábame… me rogaba completamente excitada.
Yo tampoco lo pensé dos veces y seguí perforándole el culo con mayor demencia… Anita casi gritaba de dolor y placer… temí que nos escucharan, ella se dio cuenta también, así que cogió el trapo que tenía en una mano y se lo puso en la boca, con la otra mano me hizo señas para que continuara castigándole el ano… el timbre volvió a sonar.
Con la tensión de ser descubiertos no se me venía, pero terco continúe con mi faena. Ella respiraba con dificultad, sus ojos le lagrimeaban, su cuerpo quería desfallecer, pero no sin antes sacarme hasta la última gota de leche…
El timbre volvió a sonar, entonces la apreté con todo, casi exprimiéndola, creo que le deje clavados mis dedos en su cintura… en ese momento se me venía, ella me hizo una seña para que botara al suelo mi leche… así que saque mi verga en el preciso instante en que un torrente de semen salía.
– Ufff… que rico culo tienes… grite satisfecho.
Anita súper agitada, se puso de rodillas como pudo y se dispuso a limpiarme la verga frenéticamente… llamaron a la puerta de nuevo.
– No hay tiempo para eso… le dije.
– Tienes razón… después me encargo de ti… dijo y me beso la cabeza del pene.
Anita se levantó, se recogió las braguitas y fue a abrir la puerta. Yo me refugie en la escalera que da al segundo piso, esperando el desenlace de lo ocurrido…
– Anita ¿por qué demoraste tanto?… pregunto mi madre ofuscada por la espera.
– Disculpa tía, es que estaba en el baño… fue la excusa que se le ocurrió.
– ¿Y tú primo?… pregunto mi vieja curiosa.
– Ahhh… creo que el… que él está en el segundo piso… me excuso Anita.
– Ese muchacho… seguro está escuchando su ruidosa música…
Entonces mi madre miro al piso, donde yacían restos de esperma…
– Y ¿esto qué es?… pregunto extrañada mi madre.
Si se adivina lo que es, nos jodimos, pensé.
– Esteee… bueno… eso es… es lo último de cera que quedaba… si eso es… explico Anita.
Inmediatamente Anita se agacho y con el trapo que tenía en su mano barrio los restos de semen del piso para evitar que mi madre saque más conclusiones.
– Debe tener mucho tiempo guardada, se ve raro… dijo mi madre desconfiada
– Si tía… lo exprimí al máximo y salió eso… dijo Anita refiriéndose más a mí que a la cera.
– Y hasta huele a cloro… repuso mi madre, en realidad olía a mi semen.
– Ah sí… es que use un poco para desinfectar…
Yo rogaba que mi madre desistiera de sus preguntas, porque Anita cada vez demoraba más en responder, se le acaban las ideas… aparte que lucía más nerviosa…
– En fin hija, aquí tienes más cera… dijo mi madre terminando su interrogatorio.
– Gracias tía…
– Muchacha luces un poco agitada…
– Si… es por el trabajo…
– No enceres con tanta fuerza, no quiero que quedes adolorida… y luego de decir esto mi madre se marchó a la sala.
Ufffff, de la que nos salvamos… me dije. Por suerte la primita no solo tenía ágil el esfínter sino también la mente…
Continuara…
Para contactar con el autor:
Cuando arrancó el coche se dio cuenta de lo rápido que había sucedido todo. Para él había pasado una eternidad, pero apenas había salido el sol cuando llegó al lugar donde Sunday había establecido su cuartel general, en la parte baja de la ciudad.
Hércules pasó por delante del bloque de tres pisos y redujo la velocidad para echar un vistazo. La fachada era de un sucio ladrillo rojo y todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto. En la puerta había tres hombres negros con enormes collares de oro y sospechosos bultos en la cintura. Consciente de que no debía llamar la atención aceleró de nuevo y dobló la esquina.
El edificio estaba aislado de los del resto de la manzana y por los laterales y la parte trasera no había tampoco ninguna vía de acceso. Aparcó el coche en una calle lateral y se acercó al edificio más cercano. Procurando hacer el menor ruido posible embistió la puerta de entrada y la rompió. Subió las escaleras hasta la azotea. El edificio de Sunday era un poco más bajo y podía ver la parte superior dominada por una gran claraboya.
Calculó la distancia, debían ser unos treinta y pico metros de vacio entre él y el edificio de Sunday. Se asomó por el borde un instante, pero no dudó. En su adolescencia, a menudo se escapaba de madrugada de la habitación que tenía en la mansión de sus abuelos para pasarse toda la noche corriendo y saltando en el bosque.
Recordaba como si fuera ayer aquellas carreras persiguiendo ciervos en la oscuridad y adelantándolos a la carrera o recorriendo la finca de un extremo al otro sin tocar el suelo como si fuese una ardilla.
Se retrasó cinco pasos para coger impulso y con una sonrisa cogió carrerilla y se lanzó al vacío. Hacía mucho tiempo que no pegaba un salto así. Se había acostumbrado a ser normal, a no arriesgarse a llamar la atención y lo había hecho tan bien que ya no recordaba la última vez que había hecho algo parecido.
Sintió el aire frío de la mañana golpeándole mientras balanceaba los brazos para estabilizarse en el salto. Sintió los ojos llenarse de lagrimas y una increíble sensación de libertad, cercana a la euforia, se apoderó de él.
Tras dos escasos segundos que le supieron a muy poco, encogió ligeramente las piernas y rodó en cuanto tomó contacto con el suelo de la azotea.
Se incorporó y se sacudió la ropa. Por un instante miró hacia atrás, a la lejana azotea de la que había saltado y casi se le escapó una sonrisa antes de recordar lo que había venido a hacer.
Miró a su alrededor. La azotea estaba totalmente desierta y vacía salvo por las antenas, la chimenea y una claraboya de la que salía un trémulo halo de luz. Se acercó a la claraboya, estaba ligeramente abierta. El primer impulso que tuvo fue dejarse caer por ella y matar a aquellos hijos de puta, pero la razón se impuso y se asomó para saber mejor a que se enfrentaba.
Debajo de él cinco hombres y tres mujeres charlaban y se acariciaban en un gran habitación con una cama redonda de enormes dimensiones por todo mobiliario. Eran tres hombres negros entre los que destacaba uno alto y con el cráneo afeitado que no había abandonado las gafas de sol ni en la penumbra que dominaba la sala; debía ser Sunday. Junto a él había dos negros, uno obeso y otro que parecía una montaña de músculos. Los dos blancos, de pelo oscuro y mirada vacía, tenían aspecto de ser albaneses, matones capaces de hacer cualquier cosa por dinero… o por un buen polvo.
Entre las chicas destacaba una rubia y alta con una melena corta que dejaba a la vista un cuello largo y delgado. Vestía un conjunto de lencería que apenas podía contener unas enormes tetas de origen inequívocamente quirúrgico y que destacaban en un cuerpo esbelto y deliciosamente torneado. La joven estaba tumbada y gemía ligeramente mientras los tres negros la manoseaban de la cabeza a los pies.
Los albaneses estaban cada uno con una prostituta de color, seguramente propiedad de Sunday. Una era gorda, con unas tetas grandes de pezones oscuros y enormes y un culo colosal, redondo y grueso como un queso de bola y la otra era delgada y musculosa como una corredora de atletismo con unas piernas esbeltas y prodigiosamente largas.
Podía haber intervenido en ese momento, pero decidió esperar; sería más fácil acabar con ellos con la guardia baja.
Tumbándose boca abajo se acodó en el marco de la claraboya procurando que no se le viera desde abajo y se dedicó a observar pacientemente.
La rubia ya estaba desnuda, solo conservaba las medias y los zapatos de tacón. Sunday y sus dos colegas estaban frotando sus pollas contra el cuerpo y la cara de la joven que se estremecía y acariciaba los huevos de los tres hombres alternativamente.
Las pollas de los tres negros eran grandes pero la de Sunday era enorme. Hércules tuvo que contenerse al imaginar aquella enorme herramienta torturando a Akanke. Respiró profundamente y observó como la mujer se tumbaba boca arriba con la cabeza sobrepasando el borde de la cama y abría la boca dejando que aquel monstruo entrase en ella. Hércules vio claramente como la punta del glande hacia relieve en la garganta de la joven. Gruesos lagrimones caían de sus ojos haciendo que el maquillaje se corriese, pero la joven no se resistió y cogió las pollas de los otros hombres con las manos comenzando a masturbarlos.
Mientras tanto los dos albaneses se desnudaban y observaban como las otras dos mujeres hacían un sesenta y nueve con la más gorda encima. Cuando terminaron de desnudarse se acercaron y comenzaron a acariciar los cuerpos de las mujeres, el más alto se acercó a la gorda y le dio un sonoro cachete en las nalgas que la mujer saludo con una sonrisa satisfecha.
Hércules fijó su atención en Sunday que seguía metiendo y sacando su polla de la boca de la rubia. Mientras tanto, sus amigos exploraban con rudeza la entrepierna totalmente depilada de la joven. Las muestras de placer de Sunday eran evidentes y a punto de correrse se apartó de la joven dejando que un colega le tomase el relevo. La rubia no se inmuto y siguió chupando la nueva polla con la misma intensidad que la primera.
Cuando se giró hacia los albaneses estos arrastraron a las mujeres sin que cambiasen de postura de forma que la más delgada quedara al borde de la cama y uno de ellos, el más alto, la penetró mientras su compañero se subía a la cama y separando las grandes nalgas de la más gorda la follaba sin miramientos. En otras circunstancias hubiese observado alucinado como las dos mujeres eran folladas con empujones rápidos y secos mientras seguían lamiendo y besando el pubis de su compañera.
A los gritos de las prostitutas negras se unieron los de la rubia al verse elevada en el aire y penetrada por Sunday. Los músculos del hombre se tensaban por el esfuerzo de levantar el cuerpo de la mujer para dejarlo caer sobre su polla. La rubia gritaba al sentir la enorme polla dilatando su coño hasta límites insospechados. Los otros dos hombre se acercaron y uno de ellos se pegó a la espalda de la mujer. Con una sonrisa parcialmente desdentada cogió su polla y la dirigió al ano de la mujer.
La rubia soltó una alarido sintiéndose invadida por ambas aberturas y su cuerpo se crispó unos instantes ante las duras acometidas de los dos hombres, pero se adaptó con rapidez y el intenso placer que sentía hizo que olvidase el dolor. Sin dejar de gemir y jadear, emparedada por dos cuerpos negros y brillantes de sudor alargó la mano y asió la polla del tercero acariciándola con habilidad, satisfecha de ver como hacia gemir de placer a tres hombres.
Mientras tanto los albaneses se seguían follando a las dos negras alternado el coño de una con la boca de la otra, estrujando culos y acariciando y pellizcando muslos.
Con el rabillo del ojo vio como Sunday se tumbaba en la cama con la mujer encima mientras el otro hombre se subía encima de ella para seguir sodomizándola. La mujer abrió la boca para gemir de nuevo, pero se encontró con la polla del tercer hombre. Hércules observó como los tres hombres se turnaban para penetrar a la mujer por todos sus orificios naturales, alternativamente, como tres herreros sobre un hierro al rojo.
La coreografía era tan perfecta que Hércules sospechó que no era la primera vez que hacían aquello. Repentinamente los tres hombres a la vez se separaron y tumbaron a la joven boca arriba mientras se masturbaban. En pocos segundos los albaneses se les unieron rodeando a la joven rubia que jadeaba expectante con el cuerpo cubierto por el sudor de tres hombres.
Con sorprendente coordinación los tres negros eyacularon sobre la cara y los pechos de la mujer mientras que los albaneses lo hacían pocos instantes después. La lluvia de cálida semilla cubrió a la joven que la cogió con sus dedos y se masturbó con ella hasta lograr (o fingir) un intenso orgasmo.
Las otras dos mujeres se acercaron y lamieron el cuerpo estremecido de la joven unos segundos más hasta que hombres y mujeres se derrumbaron juntos en la cama en una confusión de cuerpos brazos y piernas.
Hércules no tuvo que esperar mucho hasta que todos quedaron profundamente dormidos. Sin esperar más tiempo arrancó la claraboya de un tirón y se dejó caer. Los cuerpo salieron despedidos al caer Hércules sobre la cama.
Antes de que supiesen qué diablos pasaba los dos esbirros de Sunday estaban muertos con el cráneo roto. Los albaneses fueron un poco más duros. Acostumbrados a combatir no se dejaron llevar por el pánico y sobreponiéndose a la sorpresa se dirigieron a su ropa entre la que estaban sus armas. Al primero le incrustó la nariz en el cerebro de un golpe mientras que el otro que ya sacaba la pistolera de entre la ropa le lanzó un gigantesco plasma que había adosado a la pared. El hombre se derrumbó inconsciente y Hércules le remató de dos golpes en el cuello.
Mientras tanto, Sunday se había puesto en pie y se encaraba a su agresor.
—No hace falta llegar a este extremo. Podemos llegar a un acuerdo. —dijo el proxeneta— Tengo dinero y mujeres, todas las que quieras.
—La que quería me la has arrebatado. —respondió lacónico. Deberías haber dejado en paz a Akanke. Ahora no hay nada que puedas hacer para compensarlo.
—Lo siento tío, no es nada personal. —replicó Sunday— No podía dejar marchar a la chica. Si lo hubiese hecho, todas las demás hubiesen querido hacer lo mismo…
Mientras hablaba el hombre se había acercado poco a poco y cuando estuvo lo suficientemente cerca le arreó dos brutales derechazos que impactaron en la nariz y el pómulo de Hércules.
Los golpes hubiesen derribado a cualquier hombre, pero Hércules solo giró ligeramente su cabeza. Sunday observó nervioso como su rival había encajado los golpes sin apenas inmutarse. Con un gruñido de frustración se lanzó de nuevo dándole tan fuerte que se rompió la mano, pero con el mismo resultado.
Hércules volvió a encajar nuevos golpes sin aparentes daños y alargando la mano agarró el cuello del chulo y comenzó a apretarlo poco a poco, cada vez más fuerte, observando con deleite como le reventaban los finos capilares de su esclerótica, como sus labios adquirían un oscuro tono violáceo, los pulmones hacían vanos esfuerzos por respirar y los golpes y los forcejeos se hacían más débiles hasta cesar por completo.
Para cerciorarse de que estaba muerto le rompió el cuello y cogiendo la pistola de uno de los albaneses le pegó un tiro en el corazón.
Los hombres que vigilaban la puerta oyeron el estruendo del disparo y entraron por la puerta con las armas en ristre. Hércules los estaba esperando con el arma amartillada de forma que de los cuatro solo uno tuvo la ocasión de apretar el gatillo antes de que Hércules les volase la tapa de los sesos.
Las mujeres que se habían amontonado temblorosas en una esquina salieron a una orden suya cuando finalizó el tiroteo. Súbitamente agotado Hércules se sentó sobre la cama y dejó caer la pistola a sus pies. Ya no quedaba nada más por hacer.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: POESÍA ERÓTICA
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-¡Te voy a dejar seco!-.
El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Patricia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Muertas de risa, no me contestaron y cambiando de posición, las dos mujeres, se pusieron a hacer un delicioso sesenta y nueve.
Amanda se dirigió al trabajo vestida con un vestido azul escotado, el pelo largo suelto y altos tacones. Y las bragas que le dió Susana.
Amanda escuchaba sin objección como su secretaria le estaba diciendo la manera en la que debía trabajar.
Gabriel parece que no quedó muy convencido pero, más allá de echarle miradas de reojo de vez en cuando, la dejó tranquila.
Se puso una ajustada falda negra y una blusa de leopardo con un escote de infarto que dejaba intuir el sexy sujetador que se había puesto. Unos zapatos con un tacón vertiginoso completaban el atuendo.
Amanda estaba en éxtasis. Los vibradores estaban a plena potencia pero, extrañamente eso no era lo que más placer le reportaba… Tener esa polla delante… Estar complaciendo a ese hombre… Era maravilloso… Sentía una sensación de plenitud intensa, lo que hacía que realizase la mamada cada vez con más dedicación. Levantó la polla con la mano, poniendola a lo largo de su cara para poder acceder con comodidad a los huevos del hombre, comenzándo a recorrerlos con su lengua, primero haciendo círculos y luego, avanzando con su lengua desde los huevos, hasta el rosado capullo que tenía delante. Mientras veía la cara de placer del mensajero, se introdujo la punta en la boca, le miró fijamente a los ojos y empezó a introducirse lentamente el falo en la boca, sin apartar la mirada, hasta tener su nariz pegada al abdomen del hombre.
Amanda siguió rendida en el suelo de su despacho el un buen rato más, paladeando el sabor de la corrida que había recibido.
En mi vida había gozado tanto. Si el sexo siempre iba a ser tan intenso como acababa de experimentar, le iba a coger mucho gusto a mi intención de descubrir a Lucía.
Estaba cubierta de sudor, con el cabello alborotado, mi coñito aún húmedo, y mi mano perfumada con el excitante aroma de mis fluidos, así que esforzándome para levantarme de la butaca, me dirigí al baño y decidí probar uno de los pequeños lujos de mi nueva vida: la bañera de hidromasaje.
Relajado, salí de la bañera y me vestí con ropa cómoda para estar en casa: un conjunto deportivo de ropa interior que mantuviese mis pechos sujetos, un top de tirantes, y unas cómodas mallas que me hacían un culito de lo más apetecible.
– Tranquilo – tuve que decirme al verme en los espejos -, no puedes pasarte el día masturbándote…
No eran más que las 8:00 de la mañana, y tenía todo el día por delante, así que decidí dedicarme a mi faceta profesional, poniéndome al día con el trabajo que la nueva Lucía debía continuar y mejorar, puesto que en realidad era eso lo que había deseado al pensar: “Ojalá yo estuviese en su lugar”, y no convertirme físicamente en ella.
Encendí el ordenador portátil del trabajo, y comencé a revisar los archivos almacenados, refrescando la información en mi cabeza ayudado por los recuerdos que conservaba de Lucía. Era muy ordenada y metódica, y la verdad es que tenía ideas brillantes que se plasmaban a la perfección en cuantos trabajos había desarrollado. Realmente, yo había estado muy equivocado. Lucía era una gran profesional y jefa, lo tenía todo perfectamente bajo control, y las decisiones que había tomado no habían sido a la ligera o por capricho, siempre se había basado en un profundo conocimiento de la situación, en la inteligencia, y en la búsqueda de lo mejor para la empresa. Desde esta perspectiva, ya no me parecía errónea su postura en la reunión que mantuvimos el día del fatídico accidente; de hecho, era la postura más acertada, tan sólo le habían perdido las formas, porque como ya he comentado en otra ocasión, Lucía tenía un verdadero problema para empatizar con sus interlocutores. Bien es cierto, que una forma de trato más suave con el cliente, habría facilitado las cosas, y ahí era donde yo podía incidir para ser una Lucía mejor. Tal vez yo no fuera tan brillante como la Lucía original, pero no estaba falto de ideas y conocimientos, y además ahora atesoraba los conocimientos de mi jefa junto con toda su experiencia. La nueva Lucía seguiría siendo la mejor en su trabajo, pero sería más flexible, amable y comunicativa, pues así era yo.
Sonó el teléfono, miré el reloj y vi que ya eran las 10 de la mañana y no había hecho más que revisar algunos archivos, aquella tarea me iba a llevar bastante tiempo. En la pantalla de mi Smartphone de última generación vi que quien me llamaba era María.
– Buenos días – dije al darle al botón de contestar.
-¿No estarás en el trabajo, verdad? – preguntó inmediatamente mi hermana.
Puesto que había asumido que yo ahora era Lucía, ya podía llamarla “mi hermana”. Todos los recuerdos que conservaba sobre ella eran buenos, y me inspiraban un enorme afecto, lo cual se había confirmado la tarde anterior, cuando se la pasó conmigo tras salir del hospital.
– No, no te preocupes – contesté en tono afectuoso-, estoy en casa, voy a tomarme un par de días libres…
– ¿Un par de días?. No deberías volver al trabajo, como muy pronto, hasta el lunes… Y aunque estés en casa, ¿a que adivino qué estabas haciendo?.
– Trabajando… – contesté avergonzado.
-¡Si es que no tienes remedio, chica!. Acabas de tener un accidente que podría haberte costado la vida, y en vez de descansar, estás enfrascada en el trabajo, ¡como siempre!. Ya he dejado a los niños en el campamento urbano (¡es verdad, tenía dos sobrinos de 8 y 10 años!), así que ahora mismo voy a buscarte y nos vamos a comer un buen desayuno y a quemar la tarjeta de crédito, ¿vale?.
María era diez años mayor que Lucía, y cuando sus padres fallecieron en un accidente de tráfico, se ocupó de su hermana pequeña realizando el papel de hermana, madre y amiga, por lo que era la única persona a la que mi jefa hacía caso de verdad.
– Pero es que tengo mucho trabajo, María… – le contesté sin mentirle.
– En veinte minutos estoy ahí, así que más vale que cuando llegue estés esperándome en la puerta – sentenció para acto seguido colgar.
Resignado, dejé el móvil, apagué el ordenador y fui a cambiarme nuevamente de ropa. Si iba a salir de compras con María, con unos vaqueros, un top un poco más “elegante” que el que llevaba, y unas sandalias con un poquito de tacón, serviría. Ya vestida, mi duda surgió con el bolso que debía llevarme. Rebuscando en mis recuerdos, y ojeando el interior del armario donde mis más de veinte bolsos estaban guardados, finalmente escogí una sencilla bandolera veraniega, pequeña y funcional para contener el móvil, monedero, billetero, tarjetero y juego de llaves. Volví a cepillar mi cabello, y echándome un par de gotas del caro perfume que en el coche me había embriagado dos días atrás, me sentí listo para salir.
En el hall del portal me saludó el portero, esbozando una amplia sonrisa al verme:
– Buenos días, señorita, tan bella como siempre.
– Buenos días, Arturo- le contesté hallando su nombre en mi cabeza-, tan halagador como siempre.
Mientras salía a la calle, percibí por el rabillo del ojo cómo miraba mi culito contoneándose con la cadencia de mis pasos. Justo al traspasar la puerta, le dejé al portero una señal de la nueva Lucía, me giré, y le dije adiós con la mano y una sonrisa, mi jefa nunca habría hecho eso.
María me llevó a desayunar a una cafetería cercana a una conocida zona comercial de la ciudad. Aunque ya había desayunado unas horas antes, no les hice ningún asco a unas deliciosas tortitas con chocolate. Lo pasamos bien juntas, y a mi hermana le entusiasmó la idea de un cambio en mi vida para estar menos encerrada en mí misma.
El resto de la mañana lo pasamos recorriendo las tiendas de la zona comercial, probándonos ropa y complementos que a mí me quedaban divinos, y confirmando que a la nueva Lucía también le encantaban esas cosas. Comimos juntas también, y por la tarde, volvimos a un par de tiendas que ya habíamos visitado por la mañana para terminar con un par de vestidos con sus zapatos a juego en mi haber, y un vestido para María que insistí en regalarle como agradecimiento por sacarme de casa para pasar un buen día entre hermanas.
A las 8:00 de la tarde ya me había dejado en casa para ir a buscar a mis sobrinos al campamento urbano.
La casa estaba perfectamente limpia y ordenada, mi “duendecillo mágico” había recogido la ropa que había dejado sobre la butaca del vestidor para lavarla, había hecho la cama, había fregado y recogido los cacharros del desayuno que yo había dejado en el fregadero, había dado un repaso general a todo el piso, e incluso, me había dejado preparado algo de cena en el frigorífico.
Los dos vestidos que me había comprado, bajo consejo de María, eran súper sexys. Se ajustaban a mi silueta como una segunda piel, teniendo uno de ellos un generoso escote recto y una escueta falda que apenas llegaba a la mitad de mis muslos, y el segundo, algo más recatado, sin escote delantero, pero dejando al aire toda la espalda, y con la falda hasta las rodillas, pero igualmente ajustado para remarcar todas mis sensuales formas de mujer. “Póntelos para darte un homenaje”, me había dicho mi hermana guiñándome un ojo con picardía. Los colgué en su armario correspondiente, junto a otros catorce vestidos veraniegos. Guardé también los zapatos, ambos abiertos y con tacón de vértigo, que al probármelos en la tienda comprobé que mi cuerpo sabía perfectamente cómo mantenerse en equilibrio sobre ellos y caminar con elegante sensualidad.
En el armario de los zapatos, vi dos pares de zapatillas, y me apeteció hacer un poco de ejercicio para terminar de agotarme y abrir el apetito para la cena, ya emplearía el día siguiente en continuar estudiando los archivos de trabajo. Me puse ropa deportiva junto a las zapatillas, y me metí en mi gimnasio particular porque, por supuesto, Lucía tenía una habitación exclusivamente dedicada al culto al cuerpo, con una cinta para correr, una bicicleta estática, un banco de abdominales, etc.
Acabé tan agotada, que tras una rápida ducha y un picoteo de la deliciosa cena que la asistenta me había preparado, me acosté para sumirme en un profundo y reparador sueño.
A las 6:30 en punto, el despertador me sacó de mi letargo. Desperté totalmente descansado, y aunque no tenía la verdadera obligación de levantarme, me puse en marcha para aprovechar el día y así estar preparado para volver al día siguiente al trabajo como la nueva Lucía. Tras las rutinas mañaneras, me enfrasqué en el ordenador, estudiando cada archivo como si fuese a tener un examen para el que debía dar el último repaso. A las 11:00 en punto, apareció Rosa, la asistenta, que se sorprendió de encontrarme en casa, y como no tenía ninguna gana de que anduviese pululando por la casa mientras yo trataba de concentrarme, le pedí que me preparase algo rápido para comer y se tomase el resto del día libre con su paga asegurada.
La mañana se me pasó volando, pero fue muy provechosa, habiéndome dado tiempo a repasar todo el trabajo asegurando que con los recuerdos de Lucía, estaba preparado para interpretar el papel de Subdirectora de Operaciones.
Durante la comida recibí un mensaje, era de Raquel, la mejor amiga de Lucía:
– ¡Hola guapa! Acabo de llegar a la ciudad. Tu hermana me ha contado lo que te ha pasado. Tengo la tarde libre, así que puedo pasarme en un rato por tu casa a tomar un café.
Hacía dos semanas que Lucía no veía a su amiga. Por trabajo, se pasaba la vida viajando de un lugar a otro, así que raras veces estaba en la ciudad. Entre mis recuerdos, encontré un verdadero sentimiento de amistad hacia Raquel. No en vano, habían sido compañeras de piso durante tres años en su época universitaria, y así como con otras “amigas” había ido perdiendo el contacto, con Raquel lo había mantenido, siendo junto con su hermana, la única persona con la que tenía verdadera confianza. Si esa iba a ser mi nueva vida, lo primero que debía hacer era conocer todo mi entorno y, la verdad, me apetecía conocer a Raquel por mí mismo y no basarme únicamente en recuerdos ajenos.
– No tengo ningún plan – le escribí-. Y me encantaría verte. Voy preparando el café. Besos.
– En una hora estoy ahí –contestó inmediatamente-. Yo también tengo muchas ganas de verte y que me cuentes. Un besito.
Terminé de comer, recogí y puse la cafetera eléctrica. No podía recibir a mi “nueva” amiga en ropa de estar en casa, así que me arreglé un poco poniéndome un ligero vestido veraniego de tonos alegres, y atándome la melena para hacerme una coleta, que aunque nunca antes me la había hecho, mis habilidosas manos ejecutaron mecánicamente.
Sonó el telefonillo, y al descolgar, oí la voz de Arturo, el portero:
– Buenas tardes, señorita Lucía. Está aquí su amiga Raquel.
– Que suba, por favor –contesté-. Gracias, Arturo.
Tras un par de minutos, sonó el timbre, y ahí estaba Raquel al abrir la puerta. La primera impresión me sorprendió muy gratamente. No me había hecho una imagen mental de ella al indagar en los recuerdos de Lucía, y la verdad es que me resultó muy agradable el encontrarme a una mujer rubia de mi edad (30 años), con el cabello cortado a media melena haciendo bucles para enmarcar su rostro. No era especialmente guapa, debido a una nariz algo más prominente de lo normal, pero sí resultaba atractiva, y esa nariz le daba personalidad. Tenía los ojos de color miel, grandes, muy redondos y expresivos, y una boquita pequeña de sensuales labios rojos. Era de estatura media y complexión delgada, más delgada que yo.
– ¡Hola, preciosa!- dijo dándome dos sonoros besos y un abrazo-. ¡Estás tan espectacular como siempre!- añadió observándome de arriba abajo.
– Gracias- contesté ruborizándome un poco.
– Menos mal que no te ha pasado nada, menudo susto me he llevado cuando he visto el mensaje de tu hermana diciéndome que habías tenido un accidente. No le he dado ni tiempo a escribirme que estabas bien, le he llamado al instante para que me contara…
– Bueno, todo ha quedado en un susto- contesté pensando: “Si tú supieras…”
Pasamos al salón, y tras servir un café con hielo para cada una, le conté lo ocurrido (lo que podía contarle sin que me llamase loca) contestando a sus preguntas. Tal vez con el tiempo, y si alguna vez llegaba a tener el nivel de confianza con ella que había llegado a tener Lucía, le contaría la estrambótica verdad de lo ocurrido.
– Entonces, el chico que iba contigo, es aquel del que me comentaste una vez – dijo Raquel cuando le conté la situación de mi verdadero yo.
– Sí- contesté hallando en los recuerdos de Lucía una conversación en la que le había dicho a su amiga, confidencialmente, que había un chico del trabajo que le llamaba la atención.
-¡Joder!, qué mala suerte…
– Ya… – añadí sintiendo angustia que se reflejó en mi rostro.
Raquel era especialista en quitarle hierro a cualquier asunto y darle la vuelta para eludir las preocupaciones, así que su contestación me dejó descolocado:
– Bueno, al menos no habías tenido nada aún con él, así que a otra cosa, mariposa. ¡Con la de tíos que hay por ahí deseando tener un bombón como tú!.
– Gra-gracias… – conseguí decir.
– Y hablando de tíos… Tras esta experiencia, necesitas que te echen un buen polvo. Sólo voy a quedarme esta noche en la ciudad, ¿por qué no salimos y nos buscamos un par de chulazos que nos alegren el cuerpo?.
– Raquel, mañana tengo que volver al trabajo- le contesté tratando de eludir el tema.
– Cariño, siempre estás igual: el trabajo, el trabajo y el trabajo. ¿Cuánto hace que no echas un polvo?. Necesitas un tío que te dé marcha…
– Te lo agradezco, pero ahora mismo no me interesan los tíos…
Raquel me miró con fascinación, y sonrió como si una luz se hubiese hecho en su interior. Entonces hizo algo que rompió todos mis esquemas: tomó mi rostro entre sus manos, y me dio un suave y dulce beso en los labios que excitó a mi mente masculina, y provocó una descarga eléctrica en mi cuerpo femenino.
Al instante, los recuerdos de Lucía acudieron a mí, y en ellos hallé uno en el que, muchos años atrás, tras una noche de borrachera para celebrar su graduación, las dos compañeras de piso habían experimentado y compartido los placeres del lesbianismo. Para Lucía, aquello había quedado en una simple experiencia más vivida durante su época universitaria, pero para Raquel había supuesto mucho más, iniciándola en el camino de la bisexualidad, y aunque solía preferir estar con hombres, de vez en cuando se daba el capricho de acostarse con alguna mujer que le resultase atractiva.
– Entonces tal vez te interese yo… ¿Recuerdas aquella noche? – me susurró.
– Sí… -contesté denotando la excitación en mi voz.
Sus labios volvieron a fusionarse con los míos, dándome esta vez un beso suave pero más jugoso y erótico que el anterior.
– Todavía sigo deseándote… – volvió a susurrarme.
– Y yo a ti – contestó mi mente masculina verbalizando con voz de mujer.
A Raquel le brillaron los ojos por la excitación, llevaba años deseando repetir aquella experiencia, y yo ahora lo sabía.
Se lanzó impetuosamente sobre mí, nuestros suaves y jugosos labios volvieron a encontrarse, y la punta de su húmeda lengua pasó a través de ellos para acariciar la mía. Aquel contacto me produjo un cosquilleo que arqueó mi espalda y endureció mis pezones hasta el punto de dolor. El sentir un beso de mujer en mi boca, labios y lengua de mujer, era una sensación de lo más excitante, así que me dejé llevar y respondí a su beso con pasión, enredando mi lengua con la suya, apretando mis carnosos labios contra la suavidad de los suyos, devorando su boca como ella devoraba la mía…
Sus manos abandonaron mi rostro y descendieron acariciando mi cuello para posarse sobre mis pechos. Sus pequeñas manos apenas abarcaban la mitad de mis exuberantes senos, y la caricia fue tan placentera que sentí cómo mi coño se humedecía.
– Qué pedazo de tetas tienes… – me susurró-. Yo siempre he querido tenerlas así de grandes y bonitas… – añadió masajeándomelas.
Mis manos fueron a sus pechos, y prácticamente los cubrieron. Eran un par de tallas más pequeños que los míos, pero eran unos pechos bonitos, turgentes y redondeados con sus pezones duros como escarpias. Los masajeé disfrutando su consistencia mientras me lanzaba a invadir su boquita con mi lengua.
Nos besamos apasionadamente, y la costumbre masculina me hizo tomar la iniciativa tumbándola sobre el sofá mientras sus manos comenzaban a acariciar mi estrecha cintura. La miré, y aunque los recuerdos de Lucía me decían que era mi amiga, mi mente de hombre sólo veía una atractiva mujer rubia, muy excitada, y preparada para ser follada sin compasión. Me sentí más mojada aún, el coño me ardía…
Haciéndome incorporar, Raquel tiró de mi vestido para sacármelo por la cabeza y yo, con fuerza, abrí su blusa haciendo saltar los botones. Hábilmente se sacó la falda y se deshizo de los zapatos quedándose en ropa interior para mí como yo lo estaba para ella. Llevaba un conjunto de color champagne (unos días antes no habría sabido diferenciar ese color) con encaje, y le quedaba muy bien. A pesar de su delgadez, Raquel no desmerecía en ropa interior, y pude percibir que su prenda interior estaba tan mojada como la mía.
En aquel momento, eché de menos mi polla para arrancarle las bragas y clavársela hasta el fondo, pero ella me agarró del culo y tiró de mí para tumbarme sobre ella. Nuestras lenguas y labios se recorrieron con húmeda dedicación, y nuestras pieles calientes se sintieron la una a la otra. Mis pechos se aplastaron sobre los suyos, y mi húmedo coño se posicionó sobre el de Raquel. Sus manos recorrían mi culo acariciándolo y apretándolo, me encantaba. Como hombre, esa parte de mi anatomía nunca había sido tan sensible.
Instintivamente, mi cuerpo empezó a moverse sobre el de mi amiga. Nuestros sujetadores se frotaron aplastando nuestros pechos y pezones, y nuestras braguitas se restregaron mezclándose la humedad de ambas, pero necesitábamos sentirnos más. Raquel desabrochó mi sujetador y liberó mis pechos para ella. Los atrajo hacia sí, abriendo la boca e introduciéndose un pezón para chuparlo. Aquello me hizo gemir. Succionó introduciéndose cuanta carne pudo en ella, y mamó con fuerza provocándome un dolor y placer que elevaron mi gemido hasta casi un grito. Yo le di succionantes besos en el cuello, y le quité el sujetador para comerme sus pechos de rosadas y punzantes cúspides. Su espalda se arqueó con las caricias de mi lengua en sus pezones y la succión de mi boca en sus tetas, y giramos para ser ella quien mandara. Me quitó las bragas, se deshizo de las suyas y tumbó su cuerpo completamente desnudo sobre el mío: pechos sobre pechos, vientre sobre vientre, coño sobre coño.
Si un hombre hubiera entrado en el salón en aquel momento, se habría encontrado con una de sus fantasías convertida en realidad: dos hermosas mujeres, una morenaza y una rubita, retozando juntas y dándose placer.
Los pezones de Raquel se clavaban en mis pechos, y pude sentir el calor y humedad de su, completamente rasurada, vulva sobre mis labios vaginales. Su cuerpo se frotó sobre el mío, sintiéndonos la piel. Los labios de su húmeda vagina besaban los de la mía, apretándose con fuerza para transmitir una deliciosa presión a nuestros duros clítoris. Mi amiga, comenzó a descender por mi cuerpo con su boca y manos, devorando mis pechos, acariciando mi ombligo, besando la cara interna de mis muslos… Hasta que sentí cómo sus dedos exploraban mi empapada abertura, separando los labios para acariciar mi botón y hacerme estremecer. Gemí con sus caricias, y de pronto sentí cómo algo suave y mojado comenzaba a acariciar mi clítoris. El contacto de su lengua con tan sensible parte de mi cuerpo hizo que mi espalda se despegase del sofá y mis manos se posaran sobre su rubio cabello. Su boca se adaptó a la chorreante abertura entre mis piernas, y esa divina lengua se coló entre labios mayores y menores para lamer todo mi sexo arrancándome grititos de placer.
La sensación era sublime, el cosquilleo que me provocaba hacía que mi coño vibrase con repetitivas contracciones que bañaban su boca con mis fluidos. Estaba a punto de estallar:
– Mmmmm… Raquel… – gemí.
Mi amiga detuvo su maravillosa comida, manteniéndome en el punto álgido, y subió hasta que sus labios se encontraron con los míos e introdujo su experta lengua en mi boca. Degusté en su paladar el sabor de mujer preorgásmica, el salado gusto de mi coño licuándose por ella, y me encantó.
– Estás deliciosa- me susurró.
– Ahora voy probarte yo a ti- le contesté con una sonrisa y dándole un mordisquito en el labio inferior.
Volví a tomar la iniciativa, giramos y me puse a cuatro patas sobre ella. Besé sus pechos, acariciando sus erizados pezones con la lengua, y con la punta de ésta descendí por todo su cuerpo hasta que llegué a su suave vulva, hinchada, rosada y jugosa como una fruta madura. Mi lengua descendió introduciéndose entre esos carnosos labios y recorrió la abertura desde arriba hacia abajo, acariciando clítoris y labios menores hasta que mis labios se adaptaron para darle un succionante y profundo beso que le hizo gemir:
– Mmmmm. Lucíaaaaa, assssí ssse haceeeee… Aprendesssss rápido…
Introduje mi lengua cuanto pude en su coño bebiendo el salado elixir que manaba para mí. Raquel emitió un gritito de placer y sorpresa. Ella no sabía que, como Antonio, yo ya había comido unos cuantos coñitos y sabía cómo dar placer disfrutando del manjar. Retorcí la lengua dentro de su gruta, haciéndola girar mientras succionaba para no perderme nada de su jugo.
– Diossssss – dijo mi amiga jadeando-, qué buena eressss…
Subí un poco, y ataqué su clítoris atrapándolo con mis suaves labios para chuparlo y acariciarlo con la punta de la lengua imprimiendo velocidad mientras mi dedo índice se introducía en su vagina para acariciarla por dentro.
Raquel estaba a punto de correrse, pero quería que nos corriésemos las dos juntas, así que haciendo un esfuerzo por sobreponerse a los deseos de su cuerpo, agarró mi cabeza y tiró de ella obligándome a subir. Vi fuego en sus melosos ojos, y me llevó hacia ella para beber sus propios fluidos de mi boca.
– Vamos a corrernos juntas – consiguió decir entre jadeos.
Recuperó el control de la situación, haciendo que me tumbase y, girándose, se puso a cuatro patas sobre mí, con su aromático sexo sobre mi cara. Cogiéndome del culo, hundió su cara entre mis piernas, y me clavó la lengua en el coño arrancándome un grito de placer. Yo también agarré su culito, y atrayéndola hacia mí, hundí mi lengua en su coño.
Me comió sin compasión. Su lengua era un torbellino acariciando con fuerza y velocidad mi coñito, metiéndose por la abertura, acariciando las paredes, lamiendo el clítoris… y sus labios succionaban cuanto jugo manaba de mí, apretándose contra mis labios vaginales, abriendo y cerrando la boca… Me hacía enloquecer. Sentía mi sexo en combustión, con sus paredes contrayéndose y relajándose a una velocidad increíble. Las descargas eléctricas recorrían mi espina dorsal, y los pezones me dolían de pura excitación.
Yo le correspondía de igual manera, comiéndome ese chorreante y suave coño como si la vida me fuera en ello. Nuestros gemidos se ahogaban en cálidos fluidos de mujer, y nuestras caderas acompañaban el movimiento de nuestras lenguas contoneándose y apretándose contra las fuentes de tanto placer.
Estaba a punto de correrme, me estaba muriendo de gusto, y era insoportable. Me sentía a punto de explotar, con todo mi cuerpo en tensión, cargada de una energía que necesitaba ser liberada. Aquella boca acoplada a mi sexo me estaba abriendo las puertas del paraíso, y necesitaba cruzarlas… Raquel lo sabía, y aunque ella misma también estaba a punto del orgasmo, levantó sus caderas para liberar mi boca por unos instantes y hundir su lengua cuanto pudo en mi coño succionando con los labios.
– ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhhh!!! – grité cuando toda mi energía se liberó.
El orgasmo fue un terremoto que sacudió todo mi cuerpo desatando una tempestad de sensaciones que me transportaron más allá de donde nunca había llegado.
Raquel siguió bebiendo de mis esencias, prolongando mi placer hasta conseguir que mi espalda se despegase del sofá para abrazarme a sus caderas y besar su sexo clavando mi lengua en él.
– ¡¡¡Ooooooooooooohhhhh!!! – gritó ella en pleno orgasmo.
Mi boca recibió el salado zumo de su orgasmo y lo degusté prolongando su placer como ella había hecho conmigo.
Mi amiga consiguió girarse, y aún jadeante, se tumbó a mi lado.
– Lucía… -me susurró acariciando mi cabello. Eres increíble, una caja de sorpresas…
– Tú sí que eres increíble – contesté-. Mi mejor amiga… -añadí dándole vueltas en la cabeza a ese concepto.
– Y tú la mía… – Raquel se mostró dubitativa por unos instantes-. No puedo negar que en más de una ocasión he soñado con este momento, y me he dejado llevar por el deseo. Eres tan hermosa…
Pude ver en sus ojos un sentimiento de culpa y tristeza que trató de disimular con una sonrisa.
– Me has hecho tocar las puertas del paraíso – le contesté.
Raquel era una buena persona, y una verdadera amiga que quería a Lucía con locura, por lo que empecé a sospechar lo que rondaba en su mente en aquel momento de relax tras la tormenta de excitación desatada.
– Has pasado por una experiencia traumática, y probablemente aún estás confusa por ello… Me he aprovechado de la situación y de tu vulnerabilidad en estos momentos…
– No te sientas culpable, he hecho lo que quería hacer. La confusión no tiene nada que ver con esto…
– Noto algo diferente en ti – sentí cómo el rubor subía a mis mejillas con esta afirmación-, no sé si será transitorio o permanente, pero creo que con lo que acaba de pasar, no te ayudo… Mañana vuelvo a marcharme, y no volveré en quince días… creo que será tiempo suficiente para que ambas pensemos…
– Pero…
– Lucía, te quiero como mi mejor amiga, y no quiero que eso cambie nunca. Deberíamos ver si esto tiene alguna implicación más para ambas, o sólo ha sido un momento de diversión fruto de una experiencia traumática para ti…
– Ya… – contesté adivinando cómo seguiría la conversación, por lo que decidí adelantarme-. Creo que tienes razón, debemos darnos un tiempo para reorganizar ideas…
No podía olvidar que Raquel no era cualquier mujer, un polvo sin más. Era la mejor amiga de Lucía, mi nueva mejor amiga, y no quería destruir eso.
Raquel se levantó y comenzó a vestirse, yo hice lo mismo. Nos miramos, y la capacidad de mi amiga para quitarle hierro a cualquier asunto, afloró de nuevo:
– ¡Pero qué buena estás! – dijo dándome una palmada en el culo-. ¡Y lo mala que eres!.
Ambas nos arrancamos a reír mientras terminábamos de colocarnos la ropa.
Acordamos no volver a hablar hasta que ella volviese a la ciudad, para hacerlo cara a cara y sin tapujos, como las amigas que siempre habíamos sido.
– En quince días nos vemos, preciosa, y veremos si cogemos la opción “A”, “B” o “C” – dijo antes de despedirse.
– ¿Y qué opciones son esas?.
– A: Aquí no ha pasado nada; B: Bueno, ha estado bien y podríamos repetir alguna vez; C: ¿Cuántas veces nos correremos cada vez que estemos juntas?.
Una gran sonrisa se dibujó en su atractivo rostro haciéndome sonreír a mí también con su ocurrencia.
– Estoy segura – dije con total sinceridad -, que si eligiese ahora mismo, sería la opción “C”.
– Yo también elegiría la opción “C” ahora mismo, por eso debemos pensar hacia dónde nos puede llevar todo esto…
Dándome un suave beso en los labios se despidió de mí, dejándome solo con mis pensamientos.
¡Aquella había sido la experiencia más increíble de mi vida!. Me había acostado con mujeres, pero nunca lo había hecho siendo una de ellas, ¡y había sido alucinante!. El hecho de ser yo mismo una mujer, lo transformaba todo en un acto mucho más erótico y excitante, y las sensaciones y placeres que mi cuerpo femenino era capaz de experimentar y proporcionarme, eran sublimes. Sin duda, quería repetir aquello una y otra vez, por lo que la única opción de Raquel para mí, en aquel instante, era la “C”. Pero ella tenía razón, el acostarnos juntas asiduamente, con un lazo de amistad entre ambas fraguado por los años, podría tener otras repercusiones… Si las cosas salieran mal, se destruiría esa amistad que me iba a ser tan necesaria en mi nueva vida, en la que me encontraba solo sin poder compartir con nadie mis verdaderos sentimientos.
– El camino del medio será mi opción – pensé-. Raquel me gusta, y me encantaría volver a tener sexo con ella, aunque sin más complicaciones que algo esporádico. Le propondré la opción “B” que me permitirá experimentar con otras mujeres.
Y esa perspectiva me entusiasmó.
– ¡Resulta que voy a ser lesbiana! – dije en voz alta.
¡Qué equivocado estaba!, y no tardaría en descubrirlo.
CONTINUARÁ…
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– Oooohh… que rico… -susurraba la mujer mientras sus manos se abrazaban de la nuca de X, sus pies de nuevo de punta por el control de los tacones, sus piernas pulsando, sus pezones besados y pellizcados por él.
Damián estaba muy excitado al sentir como aquella joven, lo abrazaba y besaba profundamente.
La petición de la muchacha, por verlo como la tarde anterior, le hizo sentir cierto reparo.Pero deseaba agradecerle a Nuria, todo lo que estaba sucediendo en esos momentos. Se levantó de la cama y de pie, al lado de ésta, comenzó a desabrocharse la camisa. Nuria lo miraba con curiosidad y nerviosismo. Al sacarse la camisa, ella miró su pecho cubierto de vellos canosos. Damián miraba el cuerpo de la joven y sentía su virilidad totalmente inflamada. Nuria separó un poco sus piernas al darse cuenta que Damián buscaba su sexo con la mirada. Vió como él , se desabrochaba el pantalón y se lo quitaba. Ella se dió cuenta que estaba excitado, pues el sexo de aquel señor, se marcaba con claridad bajo la tela del slip. Damián sentía la mirada de aquella joven en su slip. Nadie le había mirado con tanta espectación. Se bajó el slip. Su polla empalmada, estaba a la vista de Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar como la pequeña gemía al mirar su polla.
– ¿Cómo quieres verme cariño? – Damián rompió el silencio preguntando que deseaba la joven.
– Me gustaría verte como ayer, en el sillón – Nuria sentía vergüenza por decir lo que deseaba.
Él se acercó al sillón de la esquina y apartando la ropa de ella, se sentó. Veía a Nuria desnuda. Aún tenía el sabor de su coño en la boca. Mirando entre las piernas de la joven, llevó su mano a su polla y la rodeó con sus dedos. Nuria observaba con verdadera devoción, como el hombre comenzó a masturbarse para ella. No podía apartar la mirada del sexo de aquel señor. Era gordo y sus venas se marcaban en la fina piel de su polla. Miraba los testículos de aquel hombre. Eran grandes y cubiertos por pequeños vellos blancos.
Comenzó a acariciarse el sexo mirando a Damián. Un gemido de ese hombre, le hizo comprender que le excitaba mirarla tocándose. Por primera vez en su vida, se estaba masturbando delante de otra persona. Miraba la polla de aquel hombre y su sexo rogaba ser masturbado más fuerte y rápido.
Damián, vió como Nuria se levantaba de la cama y se acercaba al sillón donde él estaba. Se arrodilló delante de él. Damián había detenido su masturbación al no saber que deseaba la muchacha. La miraba como interrogándola por sus deseos.
– Siga por favor, acaríciese…
Sólo deseaba hacer realidad los deseos de Nuria. Sabía que los deseos de ella, serían los deseos suyos. Siguió masturbándose. La cercanía de la joven hizo aumentar su excitación. Nuria miraba fascinada aquella polla. Se sorprendía al ver el glande amoratado de aquel señor. Brillaba y estaba mojado. Volvió a mirar aquellos testículos. Ahora estando tan cerca, sentía que le excitaba mirarlos.
Damián gimió, cuando sintió la mano suave de Nuria acariciarle los huevos. Se miraron y en sus miradas veían la vergüenza por lo que sentían pero también la excitación. Aquella muchacha le acariciaba con curiosidad los huevos y le hacía gemir. Sintió los dedos de Nuria acariciar la base de su polla. Paró de masturbarse y dejó que ella saciara su curiosidad. Los dedos de aquella joven se deslizaban por su polla. El rostro de ella era de fascinación. Damián sentía la yema de sus dedos recorrer las venas. Gimió cuando Nuria los pasó con delicadeza por su glande. Su polla iba a explotar de placer como esa joven no parara de tocarlo así. Nuria miró la cara de Damián y vió que tenía los ojos cerrados y gemía. Comprendió lo que necesitaba ese señor. A pesar de sus temores por no saber hacerlo bien, agarró aquella polla con su mano y comenzó a masturbarla. Damián se moría del placer que le estaba dando aquella muchacha.
Aquella mano suave le estaba dando el mayor placer de su vida. Nuria aumentó el ritmo.. Jamás había imaginado que le haría una paja a un señor tan mayor y le encantaba hacerlo.Aquella polla estaba caliente y totalmente dura. Nuria llevó su mano libre entre sus piernas y comenzó a tocarse mientras masturbaba a ese señor.
Damián gemía. Podía sentir en su polla la respiración entrecortada de la joven. Nuria gimió al sentir como aquel sexo excitado rozaba su cara. Nunca había tenido tan cerca de su cara un sexo masculino. Masturbaba a ese señor con rapidez. El olor de aquella polla acariciaba su nariz. Era un olor desconocido para ella. Se sorprendió acercando su nariz y oliendo el glande de aquel señor. Le gustaba aquel olor. Damián estaba alterado totalmente por lo que estaba haciéndole aquella muchacha. Nuria no pudo evitar acercar sus labios y besar la amoratada punta de aquel fascinante miembro. Su clítoris estalló de placer al ver el primer chorro de semen salir de aquella polla. Después otro chorro y otro….Nuria miraba fascinada la polla de ese señor correrse, en un orgasmo muy fuerte, provocado por ella.
Se miraron exhaustos y Damián la cogió en brazos. Sus mejillas estaban coloradas. Ninguno de los dos sabía si era por la vergüenza de lo vivido, o por el fuerte orgasmo que habían sentido.
Esta vez, fue él quien acercó su boca a la de ella y ella abrió sus labios. Se besaron. . Damián pensaba hasta ese día, que jamás volvería a vivir de nuevo esa pasión. Nuria mientras lo besaba, pensaba que por fín estaba descubriendo esa pasión que tantas veces había leído y escuchado hablar sobre ella…
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Beatriz se mira en el espejo de su camerino, satisfecha con lo que ve, lista para empezar su trabajo. Aunque ya h
abía cumplido de sobra los cuarenta, la imagen que le devuelve el espejo es el de una mujer en la plenitud de la vida, con un tipo envidiable, el pelo teñido de un rubio apagado como tantas mujeres de su edad, la mirada alegre de ojos claros y grandes, los labios brillantes y voluptuosos. Se mira de frente y de perfil. El vestido ajustado marca unos pechos firmes y generosos. La imagen que da es de una mujer sexy, decidida y tremendamente apetecible. Esto es muy importante, porque ella es presentadora de televisión, y su imagen es apreciada por la audiencia, sobre todo la audiencia masculina, que seguro que está más pendiente del modelito que lleva puesto que de las noticias que cuenta.
Faltaban a penas un par de minutos y Beatriz se sentó en la silla delante de su mesa. A partir de ese momento era solo un busto parlante….nunca mejor dicho. Respiraba un poco más rápido de lo normal. Intentó serenarse. No estaba haciendo nada malo, ya se había puesto ese body otras veces. Pero estaba mucho más excitada que las otras veces que se lo puso, porque lo hacía sabiendo que lo hacía por alguien a quien no conocía, y había dado su palabra de que lo hacía por él. Eso también era fuente de excitación, el saber que estaba entregando así su voluntad, sometiéndose ligeramente a los caprichos de un hombre.
Se levantó un momento, con una idea en su cabeza. Sí, por allí tenía que haber algún micrófono inalámbrico, junto a la mesa de su otra compañera de camerino….Rebuscó por unas cajas, y rápidamente lo encontró. Era un micrófono metálico de color negro, no excesivamente grande, pero aun así de unos 3 o 4 centímetros de diámetro y con una longitud de al menos de 20, además de la alcachofa. Era liso en la superficie, quitando un botón para encenderlo.
En ese momento se abrió la puerta del camerino, y una compañera presentadora con quien lo compartía entró.
– Hola Beatriz- escucho una voz a su espalda-,…me han contado que esta mañana has estado espectacular.
DESCANSO EN LA MONTAÑA ( I )
Es increíble la vista que tiene esta cabaña, estaba parado fuera de ella y podía disfrutar de un panorama sorprendente donde el cielo azul celeste estaba claro y el sol resplandecía, estábamos a principios de Octubre y corrían vientos helados por el cambio de clima, podía ver que a lo lejos en la montañas lejanas que había un cielo cerrado y oscuro, se veía un arcoíris espectacular y colorido además que estábamos rodeados de pinos de gran altura y pocos metros después del claro empezaba la subida de una montaña de unos 200 metros de alto
Solamente había 2 cabañas separadas como a 250 metros de cada una en el espacio sin pinos de medio kilometró de largo y del otro lado se encontraba un lago inmenso que invitaba a reflexionar y donde se podía ver un pequeño embarcadero en la orilla, solamente en helicóptero era la única forma de llegar aquí. Mis tíos habían elegido este lugar para alejarse del bullicio de la gran ciudad y era el lugar ideal aunque a mis primas no les gustaba para nada ya que ellas estaban acostumbradas a la vida de la ciudad con el famoso internet y todas sus redes sociales. Ni cadenas de televisión ni de cable simplemente teníamos el Compact Disc (CD player) para ver algunas películas que habían elegido mis tíos, además la cabaña contaba con un compresor para proveernos de luz
En la otra cabaña aún no había llegado el socio de mi tío con su familia, pero llegarían en la tarde o mañana temprano de acuerdo a sus comentarios
-Miguel ven para que acomodes tu ropa, dijo mi tía
Subí al segundo piso y entré a la habitación que me habían asignado y comencé a colocar la ropa en su lugar, estaba entretenido que no me di cuenta que mi tía se encontraba atrás de mí, me agarro las nalgas por encima del pantalón dándome un pellizco y diciendo
-estás como quieres
Di un jalón hacia adelante por reflejo
-“epa” salió de mis labios
Mi tía salió riendo de mi habitación, al terminar me recosté en la cama pensando en la distribución de la cabaña, tenía tres habitaciones arriba y dos baños, pegado a las escaleras estaba la habitación de mis tíos con su baño, después estaba la de mis primas y al último la mía y entre las habitaciones teníamos el baño con dos entradas, una para cada cuarto
En el piso de abajo estaba la sala con unos sillones muy reconfortantes y un televisor de plasma de 52 pulgadas, la chimenea muy cómoda y caliente, la cocina muy moderna, afuera había una mecedora para dos personas que colgaba del techo y dos sillas muy placenteras junto a una mesita de una madera especial para tomar café por la tarde, estaba un tejaban cubriendo el porche por las lluvias tan intensas que de repente llegaban a caer
A mi tío Ramón le acompañaba su esposa Mercedes, contaban con 45 y 40 años respectivamente, se mantenían en forma en un club donde estaban inscritos he iban continuamente a hacer ejercicio, eran muy atractivos los dos. Él era una persona exitosa con buen cuerpo y muy inteligente además le sobraba el dinero y le gustaba gastarlo con su familia, medía 1.70 metros. Mi tía era de un tamaño de 1.65 de estatura, lo que hacía que se viera más joven, tenía el cuerpo pequeño, pero bien distribuido, con unas piernas fuertes y bien formadas, un trasero atractivo y duro, sus abdominales parecían de piedra por lo bien trabajados en el gym y unos ricos pechos bonitos y graciosos, su pelo largo, lacio y negro que le caía hasta la cintura, bastante guapa mi tía y además era una madre de casa ejemplar que se desvivía por sus dos hijas que parecían niñas y por mí. De repente la veía y me parecía muy coqueta conmigo ¿será pura alucinación?…
Mi prima la mayor se llamaba Minerva (Mine) tenía 17 años, de 1.67 de estatura, era blanca con el pelo negro corto y lacio a la altura de los hombros lo cual la hacía parecer a Natalie Portman, su cuerpo empezaba a desarrollarse ya que tenía unos pechos chiquitos y sus caderas normales, era muy despierta para su edad, piernas largas y flacas y unos pies bellos que me gustaban cuando se ponía sandalias y además en 3 días cumpliría sus 18 años, luego estaba la más chica Mónica (Moni) de 16 años con una estatura de 1.60 metros, ella parecía más niña aún, pero era igual de guapa a su mamá y su hermana, con el cabello a la mitad de su espalda, eran dos pequeñas traviesas que les compraban todo lo que quisieran pero debían de ganárselo con trabajo en la casa y en la escuela, en la cual eran de las mejores estudiantes con buenas calificaciones y competían contra mí para ver quién era mejor en su grado escolar.
Y yo, el típico adolescente de 16 años que vivía con mis tíos, ya que era huérfano de padres porque sufrieron un accidente fatal cuando yo tenía 5 años y solamente mi tío era mi único apoyo en el país, tenía otra tía con dos hijas y un hijo, pero vivían en México y por lo cual casi no tenía contacto, aunque solo hablábamos por Skype.
Yo medía 1.75 metros, no era guapo, pero me defendía, cabello quebrado negro y tupido y un cuerpo regular de deportista de clavados y era muy buen estudiante que mi tío me había regalado un coche por mis magnificas calificaciones del grado escolar que había terminado, los consideraba mis padres y a ellas mis hermanas. Me gustaba jugar basquetbol contra ellas, había una canasta en la entrada del garaje y me sobrepasaba jugando con Mine porque tenía un trasero muy redondo y me gustaba tallarme, también ella se recargaba en mi pelvis para distraerme y a la vez para calentarme porque lo hacía con esa intención. Me decía “niño” para burlarse de mi pero no me podía ganar. También jugaba contra Moni, pero le daba más chanza para ganar, aunque también se frotaba, pero no le tomaba importancia ya que me hacía muy niña, aunque ella no pensaba lo mismo. Quisiera comentar mi afición a contemplar les pies descalzos, pero nunca había existido una excitación el verlos, según creía yo.
En la tarde nos decidimos por ver una película y nos sentamos en los sillones de la sala de la casa, mis tíos en un sillón para dos personas tapados con una cobija y nosotros tres en otro sillón más grande y cubiertos también por una cobija, íbamos a ver una película del 2004 con Denzel Washington (John Creasy), Dakota Fanning (Pita) y Mark Anthony (Papá de Pita) como estelares, la trama era de un ex agente de la CIA, alcohólico, que protege a “Pita” de un secuestro por parte de unos malos policías coludidos con el hampa en la ciudad de México y que al final la rescata, muy buena película.
Total que mientras veíamos la película mis tíos se estaban durmiendo, yo estaba a un lado de Mine, de repente le agarraba la pierna asustándola o ella me las agarraba a mí, varias veces lo hicimos hasta que una vez que lo hice mi mano quedo en la parte superior de sus piernas, acariciando su piernita flaca pero de una piel suavecita, ambas traían un camisón que le llegaba a media pierna pero Moni se dio cuenta que no quitaba mí mano ya que se notaban mis manos por abajo la cobija, lo que hizo fue acostarse sobre nosotros subiendo las piernas arriba de Mine y las mías, haciendo que bajara mi mano de las pierna de Mine, se movió para acomodarse dándose cuenta al poner sus pies sobre de mí de lo excitado que me encontraba, en eso Mine le baja los pies y subía sus manos para ponerlas en mi entrepierna, ahora ella sentía la verga excitada sobre mi pantalón o yo ponía la mano en su entrepierna para sentir lo calientito de ella, era un constante jugar entre ellas y yo hasta que acabo la película.
Nos levantamos a tomar un vaso de leche y unos plátanos como cena y subimos a lavarnos la boca, entro al baño Moni, después yo, pero también entro Mine y empezó a colocarse entre yo y el lavabo, sintiendo mi verga parada en sus nalgas, le empujaba para que no se pudiera lavar la boca riéndonos los dos, dejamos por la paz nuestro “cachondeo” y nos fuimos a acostar, era todo lo que hacíamos jugando. Todos estaban durmiendo, yo me quedé leyendo una novela de ciencia ficción, escuché un ruido que se me hizo extraño y salí a ver, pero no descubrí nada, era alguna de mis primas en el baño, regresé a la cama y me dispuse a dormir ya que eran las 2 de la mañana.
Al otro día bajamos a desayunar, mi tío vestido muy formal y nosotros en pants porque hacia frio pero dentro de la casa había calefacción, fue preparado por mi tía Mercedes y ayudada por Mine, por cierto que mi tía se veía espectacular con sweater blanco y su vestido del mismo color con flores a media pierna, que por cierto se veían bien torneadas y además sus delicados pies calzando unas zapatillas blancas bajitas, en eso estábamos cuando se escuchó el rotor del helicóptero que empezaba a descender, al parar, mis tíos salieron a recibirlos y nosotros nos quedamos en el porche de la casa, los vimos descender, bajo el Señor Mario seguido por su esposa Karina, muy esbelta de pelo rubio hasta la mitad de la espalda, su hija Berenice de 16 años, una niña muy linda y Roberto de 10 años.
Los saludamos con las manos y se fueron a su cabaña a dejar las maletas, después vinieron todos a para saludarnos, yo las bese en un cachete a Karina y a Berenice (Bere), las “güeras” (apodo para las rubias) les decía de cariño y de manos salude a mi amiguito Roberto y a Don Mario, compartimos el desayuno con ellos.
Después nos comentaron que había surgido un problema urgente en su empresa, que tenían que resolver y regresar, que tardarían 2 días en resolverlo o a lo mejor más, después se tuvieron que ir sin perder más tiempo de regreso a la gran ciudad. Mientras no estuvieran ellos dormirían todos en nuestra cabaña. Yo quede como responsable de cuidarlos mientras regresaban, mi tía y Karina se pusieron a conversar en la sala y jugar a las cartas mientras nosotros salíamos a jugar al volibol pero sin red, Mine y yo contra Bere, Moni y Roberto , estuvimos jugando hasta que se cansaron y ya no quisieron seguir jugando, Moni subió a ponerse unos shorts para ir al embarcadero porque la temperatura había subido y estaba más cálido, salió corriendo de la cabaña y se fueron a su cabaña y de ahí directamente al embarcadero, que por cierto se veían muy bien porque habían sacado sombreros de ala ancha para protegerse del sol y Roberto una gorra. Mine y yo buscamos la sombra que daba el porche, nos sentamos en la mecedora y tomando agua de limón que había dejado mi tía en la mesita, empezamos a platicar de la escuela y de las novedades en nuestra vida.
Estuvimos platicando hasta la hora de comer y después de disfrutar una ensalada de verdura y pollo a la plancha, casi todos quisieron ir a tomar una siesta. Yo veía muy rara a mi tía y decidimos quedarnos a ver una película romántica en la sala, fui a la cocina a traer un café para mí ya que mi tía no quiso, en eso vi cuando se quitó las zapatillas y me detuve para admirar sus pies desnudos, chiquitos y muy estéticamente delgados, fui por mi café y regrese, mi tía me pidió un trago nada más, se lo ofrecí y después le dio solo un trago, me encamine al sillón para tres personas puse la taza en la mesita de estar y ella estaba sobándose los pies, unos pies estilizados y delgados, le dije de repente
– suba los pies para darle un masaje, sentándome a su derecha
-bueno, si me apetece un masaje ya que los siento cansados y me molestan un poco
Sonrió muy coqueta y se dio media vuelta hacia mí, se recostó y subió sus piernas hacia las mías dejándome sin aliento porque alcance a verle sus pantis de color azul bajito aunque fue muy rápidamente, después los apoyo en mis piernas, pude contemplar sus hermosas y aterciopeladas piernas, las tenía a mi disposición completamente para mí pero cubiertas muy poco con su vestido blanco pero no importaba, ella voltio hacia la televisión y yo miraba sus piernas suavecitas y fuertes, moldeadas, pero ahora le tocaba sus excitantes pies, delgados, suavecitos y huesudos … pensé el gusto que se daba mi tío, era la primera vez que se las tocaba, comencé con su pie izquierdo, con la mano derecha tomando la parte del tobillo y la mano izquierda la planta de su pie, me movía muy lentamente y aprovechaba para sobar cada uno de los pequeños huesos de su pie, aunque me entretuve de manera especial debajo de sus dedos y encontré su zona erógena porque la escuche gemir, había leído al respecto en una revista de hombres, seguí masajeándolo y repitió sus gemidos muy quedito, relajo más sus pies, le repetí en el pie derecho por un buen rato más. Estaba con verga súper excitado, no se daba cuenta de lo parado que tenía mi fierro.
Mi tía se levanta del sillón bajando sus piernas y me dio un beso en la mejilla de agradecimiento, pero me lo dio casi en los labios, note caliente sus labios
-gracias eres un todo un experto, me dijo
Y me dio un abrazo muy tiernamente por un buen rato hasta que se separó de mí, volvió a acostarse en la misma posición que estaba y seguí masajeando ahora sus pantorrillas sin que me lo pidiera,
-que aprovechado que eres, me dijo sonriendo
-sip, y quisiera darle un masaje completo si me dejara
-ah muy bravo jajaja se rio
-a las pruebas me remito
-igual que le haces a Mine ¿verdad?
– ¿cómo? ¿a Mine nunca le he dado un masaje? le conteste
-pero yo te he visto que le arrimas tu “cosa” ¿no? haciendo como si se agarrara su pelvis
Sentí pena por mí y no le conteste
-pero no estoy enojada y después te digo cuando me das el masaje
-enterado
Me quede pensando cuando nos había visto pero eran muchas las veces que habíamos jugado y de repente me acorde que ni vi la película por estar bien concentrado con los pies de mi tía.
Subió a tomar un baño a su habitación y se puso unos leggins negros, una sudadera blanca y tenis deportivos, bajo para preparar la cena, ya estábamos completos en eso llegaron Karina y sus hijos. Cenamos salmón con verduras y mi tía nos invitó una copa de vino a Mine y a mí, pero aclarándonos que nada más una copa para nosotros ya que éramos menores de edad, se sirvió ella y a Karina también, Moni y Bere también pidieron, pero no les dieron y se hicieron las enojadas, Roberto nada más las veía riéndose.
Después de cenar se tomaron varias copas mi tía y Karina, los niños y yo salimos al porche a platicar, en la mañana mi tío me pidió de favor que me durmiera en el sillón para que Berenice y Roberto pudieran dormir más tranquilos. Todos nos fuimos a dormir, pero antes baje de mi cuarto unas colchas y una almohada para preparar mi “cama”.
Estaba muy tranquilo cuando en la media noche me percate que mi tía bajaba las escaleras, pensé “bajo a tomar agua para la resaca” pero me equivoque, traía un bata larga, se dirigía hacia mí que estaba acostado leyendo mi novela, me miro y apago la lámpara de la sala rodeando el sillón en el que estaba y acercándose me dijo muy despacito
– se me antojo el masaje, pero lo dejamos para otro día ¿no? Por mientras quiero darte un regalo por tus calificaciones de la escuela, hincándose empezó a bajar mi pants
-pero tía que… que… que estás haciendo, le dije asustado
-déjame hacer…
Me quede callado y la deje hacer, deje la novela en el piso
Estaba a la altura de mi cintura, me empezó desabrochar la cinta del pants, después lo bajo junto al bóxer hasta las rodillas y me toco suavemente la verga que estaba casi saliendo de espasmo y en automático se empezó a poner al máximo cuando sentí sus manos que la acariciaban
-quiero mamártela, esta preciosa tu verga y se me antojo más desde la tarde en que me masajeaste los pies, alcanza a ver tu excitación, no sé qué le pasa a tu tío, pero ya no me toca como antes y yo estoy que me derrito…
No dije nada, pero me sorprendió que mi tío no le estuviera dando lo que debería, pero no me importan sus problemas, yo estaba feliz de complacer a mi tía
Lo agarraba fuertemente hasta tenerlo al máximo con el glande todo pelado y brillante, lo masajeo con las dos manos y me encantaba, tenía un pene normal de 18 centímetros, aunque algunas decían que estaba grande, acerco su boca y se comió solo mi cabeza, lo besaba exprimiéndolo suavecito el glande, absorbiendo mi pre venida después siguió mi fierro por los lados ya que estaba un poco gorda, de arriba abajo y me la sostenía con los dedos de la cabeza, hasta mis huevos los sentí humedecidos por su caliente saliva, siguió chupando mi fierro, nada más llegaba a la mitad de mi verga porque que se “atragantaba” y se la sacaba para metérsela otra vez, siguió con sus caricias, cuando miro hacia sus piernas abajo del sillón encontré su mano moviéndose en su entrepierna por arriba de su corta bata, no alcanzaba a ver su vagina pero me la imaginaba, de repente se levantó y quitándose la bata, quedando desnuda, sin pantis y sin brassier, poniendo mi verga tiesa hacia arriba, se colocó con una pierna a mi costado y la otra en el piso, empezó a sentarse en mi verga, despacio disfrutándola y gimiendo con ella, jugando con ella en sus labios vaginales hinchados y mojados, empezó a metérsela
-Ohhh, que rico…
Fue bajando, sintiendo cada centímetro hasta quedar sentada metiéndosela toda, se recostó sobre mí y me beso en los labios, sentí sus pezones sobre mí, era impresionante sentir su calor y lujuria de su cuerpo en mi
-como había deseado este momento Miguel…
-yo también tía y que sabrosa estas…
-me tienes bien enganchada, aghhhh… aghhhh… te siento muy especial dentro de mí, está más gorda que la de tu tío, para tu edad estas muy sabroso
-tu estas bien suculenta, tu cuevita es una maravilla ohhhh… Bocatti di cardenali…
Me mantuve quieto un rato mientras ella se amoldaba a mi verga, empezó con movimientos pélvicos muy despacio todavía estaba acostada sobre mí y mis manos agarrando sus nalgas, que delicioso sentía, mi tía estaba de lujo, de repente levanto su pecho con sus manos subiendo sus nalgas se la saco, se ensarto de nuevo, subía y bajaba a placer, estire las manos para agarrar sus pechos desnudos, estaban duros y bien formados, guau… eran hermosos, cabían en mis manos, primero solo los toque con mis manos y después estaba masajeándolos con fuerza, me encontraba excitado con su cuerpo, pude contemplar la forma en que tenía su vello púbico, un pequeño mechón de pelos adornaba su parte superior de su vagina, de repente me paraba y le besaba sus senos, ella aprovechaba el movimiento para darme un beso apasionado, se movía frenéticamente y alcance a escuchar un quejido fuerte pero puso las manos en la boca tapando los sonidos y sus piernas empezaron a temblar, se recostó en mí y sus pechos en los míos, me daba muchos besos, casi no podía moverme porque no me dejaba
-mi amor… mi amor que sabrosa esta tu verga, no pensé que la tuvieras tan gorda y tan grande, empezó a venirse, aghhhhh…
-tia, como estas de caliente
-aghhhhh… aghhhhh… ohhhhhh… se estaba viniendo rico
-bueno tía, déjeme moverme para disfrutarla, está usted muy buena y apetecible
Empecé a moverme gozándola en todo su esplendoroso cuerpo, empecé con un frenesí diabólico agarrando sus nalgas, empezó a gemir cuando sin querer toque por error su culito, gimió mas al tocarlo y ya no quise mover mi mano de allí, seguí con mi mete y saca y empezó otra vez a temblar tapándose de nuevo la boca gimiendo hasta quedar desfallecida, sentí mi verga que se ponía muy dura y logre una venida grandiosa dentro de su ella que se desbordándose por los lados, quite mi dedo de su culito, quedamos los dos tirados por un rato hasta que se salió mi verga de su interior flácida y cansada, había estado estupendo, el mejor “palo” de mi vida… en ese momento me llamo la atención un movimiento en la escalera y alcance a ver unos pies que iban subiendo, no sé quién era, le pregunte por Karina y me dijo
-está “muerta” por el vino y no se despertará ¿Por qué me preguntas?
-nada más para saber…
Tuvo la preocupación de ponerla “bien peda” (borracha) antes de bajar conmigo y me sonreí, pero ahora era cuestión de investigar quién nos había visto.
Tuvo dos orgasmos grandiosos por lo que me puse a pensar porque mi tío no la satisfacía, me tuvo un rato pensando hasta que la miré que casi se queda dormida en mis brazos, la desperté moviéndola un poco
-debe de subir y no quedarse a dormir aquí, le dije
-está bien, dijo y sonriendo con su pícara sonrisa “tú eres el encargado” dijo, poniéndose la bata y subiendo muy sensual por la escalera y desapareciendo en ella…
Haciéndome sonreír también, me dejo complacido y extenuado. La seguía tratando con respeto a pesar de que lo que había sucedido momentos antes.
Después de esa tarde, mi madre empezó a sospechar algo. Cada vez nos dejaba menos tiempo
solos y nuestros encuentros eran más esporádicos… así se fue terminando el verano y acercándose el momento en que Anita regresaría a su pueblo.
Llego el último día en que Anita estaría con nosotros. En el transcurso de la mañana y la tarde no se dio la oportunidad de que tuviéramos un último encuentro, mi madre la tenía entretenida alistando sus cosas para el viaje y las encomiendas que llevaría de mi padre a su hermano y su concuñada.
Pasaron las horas y mi mal humor aumento, así como la tristeza de ella. Cayo la noche, el tiempo se nos agotaba, ella partiría a la mañana siguiente… así que decidí arriesgarme…
Estaba en mi cuarto intentando dormir, pero no podía. Daba vueltas en la cama buscando una posición que me permitiera descansar. La idea de que la aventura, de esas vacaciones de verano con mi primita, terminara de esa forma no me dejaba conciliar el sueño, sentía que teníamos algo pendiente.
No aguante más… eran más de las 2 de la madrugada, me levante y lentamente me dirigí a mi puerta, sigilosamente abrí mi puerta, mire la puerta del cuarto de Anita y dude:
– Mi mama duerme como piedra, así que no hay problema, pero mi viejo tiene el sueño ligero… aunque esta noche se metió unos tragos viendo un partido de futbol, así que dormirá profundamente… pero con el viejo nunca se sabe… y si me atrapa de nuevo, ahora sí que no tendría una excusa… ¡qué diablos!… algo se me ocurrirá…. me dije justificándome por esa nueva incursión.
Con el corazón en la boca, me aproxime a la puerta de ella, gire la perilla (ufff vamos bien), ingrese lentamente y cerré la puerta con cuidado (listo, estoy dentro)… me disponía a ir a la cama pero… mejor le pongo seguro a la puerta, me dije… así lo hice, procurando no hacer ruido.
Ahora sí… enrumbe a la cama sigilosamente, procurando no tropezar nada que me delate. Una oportuna luna llena iluminaba la noche, y alumbraba el cuarto de mi prima, que dormía, cubierta apenas por una cobija, debido al calor se habrá descubierto, pensé.
Además, como era su costumbre, solo llevaba puesto un polo largo y debajo nada, mi primita era muy calurosa.
Sin hacer ruido y procurando no despertarla, me acurruque detrás de ella… descubrí sus bien formados muslos y sus nalgas. Anita seguía dormida, vaya que tenía el sueño pesado. Libere mi verga que lucía dura, ansiosa por disfrutar nuevamente del cuerpo de esa jovencita.
Dirigí mi pene a la entrada de su vagina y comencé a penetrarla lentamente.
– Pero, ¿qué?… reacciono ella, entre sueños.
Con una mano le tape la boca para que no gritara.
– Tenemos un asunto pendiente… le susurre y le metí gran parte de mi verga.
Ella se contrajo por la sorpresa y ahogo un grito entre mis dedos. Sin darle tiempo a reaccionar empecé a bombearla suavemente para no hacer ruido. Mientras tanto Anita, aun adormecida pero más consciente de la situación, levantaba un poco la pierna para permitir una mejor penetración.
Luego Anita pasó una de sus manos por detrás de su cintura, buscando mi pene. Pensé que quería acomodarse mejor, pero una vez que lo tuvo entre sus dedos, lo apunto hacia su ano… como ya se le había hecho costumbre en esas vacaciones.
No ajeno a sus deseos, y dado que era su despedida, accedí a ubicar mi verga en su pequeño y comelón agujero. Ajuste lo más que pude, hasta que entro la cabeza, y no pudiendo contenerme por la emoción del momento, se la enterré de un empujón casi toda.
– Ouuu… ohhh… exclamo en voz baja.
Anita prácticamente salto de su posición y me clavo sus dientes en mi mano, que aun cubrían su boca. Los dos contuvimos un grito de dolor: yo por mis dedos y ella por su ano tan bruscamente invadido. Era la primera vez que la penetraba así, sin dilatar previamente su arrugado anillo… y ella lo sintió.
Cuando se calmó y su respiración volvió a la normalidad, nuevamente comencé a bombearla lentamente. Ella se estremecía aun del dolor y el placer que le provocaba mi pene en su aun somnoliento cuerpo…
– Uhmmm siii… asiii primito… murmuraba agradecida.
Sus primeros gemidos se ahogaron entre mis dedos, mientras ella misma se dedicaba a masajear sus hinchados pechos, estrujándose sus endurecidos pezones, provocándose más placer. Quito mi mano de su boca y la guio a sus senos, incentivándome a que los acaricie…
– Dame masss… masss fuerteee… por favorrr… me susurraba.
– Pero no grites… le pedí.
– Si, siii… te lo prometo… no gritare… pero dame masss… me suplicaba ella.
Acelere las penetraciones, sus senos saltaban entre mis dedos, sus nalgas se estremecían con cada embestida… ella se mordía los labios para no gritar…
– Ohhhh… siii… asiiii… la escuchaba decir en voz baja.
La cama crujía, por momentos retumbaba, pero no nos importaba. Anita desfallecía de placer, tuve que ayudarla a levantar su pierna para que mi verga la siga penetrando hasta el fondo como ella quería. Mientras seguía pidiendo…
– Asiiii… asiiii primito… rómpeme el culo… ohhh… ohhh…
Llegaba al clímax y yo con ella… hasta que no pude más y le llene las entrañas con mi semen caliente…
– Ohhh… ahhhh… siii… que ricooo… ahhh… uffff…..
Le bese el cuello, ella busco mis labios desde su posición, nos besamos. Con mi verga sema erecta a punto de salir de su ojete quise jalarla hacia mí para besarla más cómodamente, pero ella se opuso:
– No aún no… me dijo aun excitada.
– ¿Por qué?… pregunte
– Quiero que me lo hagas otra vez…
– ¿Perdón?…
Ya me había arriesgado bastante con Anita, entrando al cuarto y a su ano… hasta ahora habíamos tenido suerte que mis viejos no hayan escuchado sus tibios gemidos, ni el sonido de la cama… sin embargo a mi primita no le importaba…
– Házmelo otra vez… me pidió.
Anita se iría en pocas horas a su pueblo, y ella no sabía cuándo nos veríamos de nuevo, cuando la atoraría otra vez como se le había hecho costumbre. Quería una cogida que recordara por mucho tiempo… quería irse satisfecha y con el culo reventado…
– Vamosss.. me insistió.
– Dentro de un rato, aún estoy agitado, y tu también… al menos recupera el aliento… le dije.
– No ahoraaa… por favorrr… dijo rogándome.
Y comenzó a menear su redondo y jugoso trasero suavemente por mi ingle, incitando mis genitales, despertando nuevamente mi instinto sexual, mi pene fue creciendo nuevamente dentro suyo.
– Epaaa… exclame, al darme cuenta que sus movimientos surtían efecto.
– Ya vez, que si puedes… me dijo con cierto tono de sarcasmo.
No solo había despertado a la niña, había despertado también el apetito sexual que tenía con ella y su incipiente gusto anal…
– Tú te lo buscaste… dije en voz baja y nuevamente arremetí contra su ano…
– Ohhh… Ohhhh… siii… asiiii… destrózame el ano….
– Tomaaa…
– Ohhh… hummm… ohhhh…
Rápidamente llego su segundo orgasmo, mientras yo seguía martillándole el trasero…
– Hummm… nooo… esperaaa… que no aguantooo… ohhhh
No preste mucha atención a sus débiles y ahogados gemido… estaba alucinado con su gordo trasero… no podía detenerme, seguía clavándola con fuerza…
– Ahhh… hummm… ayyy… mi anitooo… ouuu…. se quejaba.
– Tú lo quisiste…
– Ohhh… siii… sigueee… pero no tan fuerteee… ahhhh…
Sus tetas bailaban, saltaban… la cama retumbaba, sus exclamaciones eran más fuertes…
– Cállate… que nos van descubrir… le pedi
– Si, si… pero no pares… sigueee… hummm…
La muy glotona venia por su tercer orgasmo y yo me encaminaba a mi segunda eyaculación…
– Ohhh… asiii primito… acabameeee…
– Mierdaaa… que me vengo…
Una nueva explosión de mi leche caliente invadió su pequeña y joven cueva… los dos bañados en sudor (y ella en semen) nos rendimos exhaustos y completamente satisfechos en la cama… no supe más… hasta que…
Hasta que… sonó la puerta… me desperté aturdido… el sol entraba por la ventana… había amanecido…
– Anita, ya es hora de levantarse…
Ella se levantó asustada… ¡Carajo! mi vieja, no puede ser… tanto para que nos descubran el ultimo día, pensé… nuevamente tocaron la puerta.
– Abre un rato la puerta hija… insistió mi fastidiosa madre.
– Ya voy… respondió Anita, mirándome con pánico.
Anita se levantó presurosa y con la sabana manchada por nuestro encuentro nocturno, se limpió los restos de esperma de sus intimidades… giraron la perilla de la puerta, iba a entrar… por suerte le había puesto seguro a la puerta.
– ¡Escóndete!… me susurro, mientras ella ocultaba en el ropero la sabana manchada con mis líquidos seminales.
Me metí debajo de la cama como pude… tocaron la puerta. Ella abrió…
– Muchacha, sí que tienes el sueño pesado… se quejó mi madre.
– Si, tía… es que… decía Anita sin encontrar un pretexto.
– y tu cuarto… tu cuarto huele raro… dijo mi madre desconfiada.
Claro que olía raro, ¡olía a semen!, decía yo para mis adentros… si esta pequeña pervertida me exprimió hasta la última gota…
– Es que… es que… anoche… anoche hacía mucho calor tía… y creo que… creo que sude mucho… repuso mi primita.
– ¿Estás en esos días hija?… pregunto la inoportuna de mi madre.
Mi madre quería saber si los olores eran también producto del periodo de mi prima, de sus días rojos, quizás para corroborar que devolvía a mi prima a su pueblo intacta, bien sellada como vino… verificar tal vez que yo no le haya enseñado más de la cuenta a mi prima…
– Si, también… tía… dijo avergonzada Anita.
– Bueno, abre más la ventana para que se ventile el cuarto…
Estaba saliendo, pero se detuvo… ¡ya me jodi!… titubeo, y luego pregunto:
– ¿Has visto a tu primo Juan?
– No… No le visto… respondió con voz temblorosa.
– Ese muchacho ¿dónde se habrá metido?.
¡Si supiera!, ese muchacho se había metido en muchos lugares que no debía, sobre todo, y muchas veces, en el anito de su primita. También estaría metido en muy, pero en muy serios problemas si descubrían que en ese instante estaba metido debajo de la cama…
– Bueno… no importa… prepárate para el desayuno, en un par de horas regresas a tu pueblo… dijo finalmente mi madre y luego salió.
En esos breves minutos a mí me parecieron horas, creo que perdí como dos litros de agua y envejecí un par de años con la tensión de ser descubierto…
Para disimular, minutos más tarde, tuve que aparecerme por el jardín, vestido con ropa deportiva, con el pretexto que había salido a trotar…
Llego el momento de despedirse, mis padres la dejarían en la estación del autobús, preferí quedarme en casa para evitar alguna suspicacia de último minuto… nos dejaron unos momentos solos:
– Gracias por todo primo… me dijo con una sonrisa triste.
– Cuídate primita… siempre estarás en mi corazón… le dije abrazándola.
– Y tú en mi calzón… me susurro traviesamente al oído, tuve que contener la risa.
– Bueno es hora de irnos… dijo mi padre.
– Adiós Anita…
Luego se marchó, dejándome gratos recuerdos de los momentos que vivimos juntos ese verano…
Continuara…
Para contactar con el autor:
La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.
ALTO CONTENIDO ERÓTICO
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:
Capítulo 1.
A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!
Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.
A eso de las nueve ya estábamos instalados en la habitación del hotel, mientras él se duchaba yo me ponía una blusilla y un cachetero que me producía un cosquilleo al rozar mis labios, lo cual hacia que empezara a apretar las piernas no se si para calmar o para producir mas ganas, pero en cuestión de breves minutos estaba totalmente mojada. Separando mis mulos, acaricie mi clítoris como diciéndole estas a punto de recibir lo quieres…