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Relato erótico: “Travesuras con mi pequeño primito 2 ” (POR LEONNELA)

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Nada me faltaba con mi primito Edwar, disfrutaba de sentirme enamorada y gozaba de  buen sexo; era su maestra sexual, así que le había moldeado a mis gustos, aunque claro no puedo negar sus grandes contribuciones en ese aspecto. Conocíamos los rincones en que nuestros cuerpos se habrían al placer y juntos hicimos realidad las más perversas fantasías. 
El muchacho de 18 años de cuerpo delgado y facciones infantiles se había transformado en un hombre apuesto de 21 años, al que supongo acosaban la chiquillas colegialas, pero ese es un punto que prefería ignorar para evitar atormentarme recordando mis treinta y tantos, aunque claro tenía la ventaja de aun ser atractiva y  desinhibida.
Su época de aprendiz habia quedado atrás; y a más de un despliegue en madurez y en estatura,  también gozaba de un buen desarrollo genital que me hacia disfrutar de buenas estocadas, así, en ocasiones solía perseguirme haciendo gala de su cuerpo y agarrándose la reata con dos manos me decía: primita mira todo lo que tengo para ti…
Eso me ponía realmente cachonda y allí donde estuviéramos nos entraba unas ganas enormes de amarnos, tanto así que lo habíamos hecho en cada rincón del departamento, en la playa, en el campo, en el auto, e incluso en lugares algo públicos, desarrollando una perversa forma de exhibicionismo que  nos hacía gozar intensamente.
Pese a que había trascurrido mucho tiempo juntos, nadie en la familia sospechaba lo que sucedía entre nosotros, puesto que en presencia de los demás yo era simplemente su prima preferida,  aún así aquella tarde nos inquietó un poco la inesperada visita de sus padres, junto con Daniel, y unas enormes maletas que nos dejaron atónitos sin comprender lo que sucedía…
Daniel era el hermano menor de Edwar, el parecido entre ellos era impresionante, con la diferencia que tenía una mirada ingenua y cándida que Edwar  no tenía, ya que siempre fue más arrebatado y despierto. Además el chico era tímido y callado, bastante retraído para sus 19 años, supongo que debido a que sus padres fueron mucho más estrictos con él.
Mi prima nos comentaba que había decidido  inscribir a Daniel en el mismo  instituto que Edwar estudió, aunque claro el no permaneció internado puesto que  siempre vivió en mi departamento. Mientras la charla se desarrollaba, mi primo se mostraba totalmente preocupado, con su mirada quería decirme algo, así que a la menor oportunidad susurró:
_No aceptes que viva con nosotros, será un impedimento para nuestra relación, no podemos dejar que se quede…
Algo confundida seguí la plática, afortunadamente estábamos adelantándonos a suponer cosas, pues nunca tuvieron la intención de que Daniel se quedara a vivir con nosotros, sino que más bien venían a pedirnos que por la cercanía, lo visitáramos en el internado y de ser posible en los fines de semana que él no pudiera viajar a provincia, lo recibiéramos para que no se sintiera tan solo.
Sonreímos aliviados y aceptamos la propuesta ya que así eliminábamos cualquier tipo de sospechas, al fin y al cabo su visita sería tan solo uno que otro fin de semana.
Así fue como empezamos a relacionarnos con Daniel, el tímido  hermano de mi primo consentido. Desde luego los días en que él se quedaba con nosotros manteníamos la distancia apropiada, lo cual contrario a lo que creíamos en un inicio, empezaba a gustarnos muchísimo, pues se generaba un ambiente prohibido, elevando  la adrenalina a puntos en que nos deseábamos con una pasión casi animal.
Un fin de semana en que Daniel se quedó con nosotros, Edwar llegó con una película y una invitación de verla juntos, aquel brillo perverso en sus ojos me llenó de morbo recordando nuestra primera vez…
Por supuesto que acepté la invitación y dejé que mis dos primos invadieran mi habitación y mi cama…
Vestía una blusa corta sin brasier que se acoplaba a mis pechos haciéndolos lucir más grandes de lo que en realidad eran, una falda también corta y holgada que dejaba al aire mis muslos, llevaba el cabello suelto que me hacia lucir aún más femenina y un ligero maquillaje que resaltaba mis rasgos. Caminé sensualmente, sabía que Edwar amaba la insinuación de mis caderas, me miraba de pies a cabeza de ida y venida, lo sabia excitado y ansioso por tenerme a su lado, aun mas cuando la presencia de Daniel, nos ponía realmente lujuriosos.
Apagué la luz y aplaste el play del equipo, ubicándome intencionalmente en medio de mis dos primitos, bastó con recostarme y rozarlo para que Edwar respirara acelerado, mientras Daniel ajeno a nuestras intenciones gozaba de la película.
Protegido por la oscuridad, y aprovechando de estar tras de mí, casi inmediatamente sentí su mano rozando mis senos, lo miré retadora pues aun era muy pronto para empezar a jugar, pero a él pareció no importarle y me dio un pellizco en mis pezones que me hizo dar un brinco, al cual respondí agarrando su pene y propinándole un apretón mas de dolor que de placer, sin embargo al notar que ya lo tenía erecto, se me subió la excitación de golpe.
Me incorporé un poquito arrimándome en Daniel, de forma que con mi cuerpo cubría cualquier toque que mi otro primo me diera, a la vez que echaba mi cola hacia atrás dejando la vía libre para que Edwar tuviera más libertades de manosearme si así lo quería.
Mi faldita se levantó y al no llevar braguitas quedé expuesta a que la mano de mi amante no solo recorriera mi trasero sino que sus dedos se deleitaran en hundirse en mi coñito, uno…dos …tres dedos… vaya que gozaba de sus mañosas formas de tocarme.
Al voltearlo a ver, provocativo lamia sus dedos llenos de mi fluido, los cuales a la menor oportunidad me hacia lamer para aumentarme las ganas.
Daniel reía absorto con la comedia, y esos instantes de su distraimiento yo los aprovechaba  para meter la mano por la bermuda de Edwar que ya se encontraba a medias rodillas, valiéndonos de que estaba cubierto por la colcha.
Se la halaba hacia arriba y luego hacia abajo, como ansiaba que me la metiera, que me propinara aquellas crueles embestidas, pero nos gustaba torturarnos así que seguíamos el juego de excitarnos de manera riesgosa.
Un poco más atrevido se pegaba a mí rozándome con su falo y dejándome sentir al menos su cabecita, vaya que me ponía a mil.
En ocasiones cuando Daniel se dormía, la fiesta continuaba allí junto a él, nos habíamos convertido en amantes del peligro, se zambullía, chapoteando como un pececillo en mi laguna. Me lo metía tan solo hasta el glande, cuando yo necesitaba que empujara hasta el fondo, esa era su estrategia para enloquecerme, negarme lo que era mío, al punto que terminaba rogando que me follara y así lo hacíamos cínicamente junto a mi otro primito.
Otras ocasiones en que Daniel no se dormía o ya no aguantábamos las ganas, me levantaba en dirección al baño, y segundos después con el pretexto de ir a la cocina iba tras de mí. Me arrinconaba contra la taza del inodoro, y ya sin más preludios me propiciaba una de esas cogidas que resultaban realmente excitantes por el temor de ser descubiertos y por las ansias de no aguantar más.
Su pene abría paso por entre mis piernas, queriendo hasta desgarrar mi coñito, golpeaba con tanta intensidad que deliciosos sonidos sexuales armonizaban con nuestra desesperación por corrernos. Me ayudaba a mi misma masajeando mis pechos, ensalivándolos al igual que a mi clítoris, lo cual rápidamente me hacia alcanzar un rico  orgasmo; ya sintiéndome desecha se bajaba a lamer para generarme aun más intensidad en mi delicioso desenlace.
Luego satisfecha de caricias, poniéndome de rodillas procuraba premiarle por el placer que me daba y llenando mi boca con su falo, lo succionaba suave pero firmemente llegando cada vez más al fondo, más mucho más hasta llegar a los limites de mi garganta.
Lamia…succionaba…chupaba….con suavidad y luego con vehemencia hasta que producto de ello jadeaba apretando su pene contra mi boca a la vez que sus manos estrujaban mis cabellos en un intento de coronarme y en una lucha por dejar toda su leche en mi boquita de mujer mala.
Se arrimaba contra la pared como si las fuerzas le faltaran mientras yo lamía su pene hasta dejarlo totalmente limpio…ya sin ganas de caricias volvíamos a la cama ahora sí a prestar atención al argumento de la película.
Así fue como la compañía de Daniel se volvía nuestro mayor afrodisiaco que llevaba nuestra relación a incrementar los riesgos, aprovechandonos de su aparente distraimiento.
Tanta excitación nos producía la sensación de ser descubiertos que muchas noche en las que su hermano dormía en el internado, nosotros fingíamos que el rondaba por la casa y lo hacíamos parte de nuestras fantasías, sin darnos cuenta estábamos iniciando un juego peligroso…
Edwar empezaba a preocuparse por la lencería que yo utilizaba, esto me extrañaba porque escogía las mas sexys para que las usara especialmente los fines de semana en que Daniel estaba, al principio me sentía un poco incomoda de andar toda sensual paseándome por el departamento a la vista de mis dos primos, como si pretendiera generar un aire de morbosidad, pero me quedaba tranquila cuando sentía que los ojos de Daniel aparentemente me ignoraban.
No sentía su mirada en mis muslos, ni aun cuando recostados en la sala, levantaba mis piernas sobre el sillón, ante la mirada mórbida de mi otro primo, ni sus ojos en mis pechos cuando descuidada caminaba en la cocina y el ligero movimiento de mis pechos  mostraban que no llevaba brasier, nada llamaba su atención, ni siquiera mi cintura descubierta dejando ver el camino sinuoso de mi caderas; bárbaro eso estaba preocupante, siempre creí que mi parte posterior con shorcitos cortos que dejaban ver mis cacheticos, eran irresistibles, pero por lo visto no para Daniel, para él no era una mujer sino simplemente su prima.
Debo reconocer que su actitud me generaba dos sentimientos opuestos, me tranquilizaba que no me viera de manera diferente a la que debía, pero a la vez me sentía algo humillada en mi orgullo de mujer pues no lograba llamar su atención y eso me dejaba la duda de si ya no era tan atractiva como antes.
Afortunadamente Edwar estaba allí para darme la seguridad que necesitaba, solía disfrutar de mis primeros pasos de exhibicionista filial con un brillo realmente morboso, desde una esquina me observa devorándome, y extrañamente parecía recrearse de las reacciones de Daniel.
Tantas lecturas de todo relatos, creo que empezaban a ser mella en mi primito, pues empezaba a tener muchas fantasías, que para una pareja normal pudieran salirse de foco.
Reiteraba en decirme que le excitaba mucho, la pasividad de Daniel, y que su mayor fantasía en ese momento era verme actuar como una sensual loba que va en busca de asediar a su presa, me hacía reír con sus ocurrencias, y debo reconocer que me empezó a gustar el juego de coquetear disimuladamente con Daniel en su presencia. A veces estratégicamente se ubicaba tras un mueble, una puerta, o algo que le sirviera de escondite  para fantasear, la excitación se hacía evidente en la carpa que se formaba en su entrepierna, se lo tocaba para mi, mientras yo llevaba a efecto alguna de mis actuaciones de mujer fatal.
Le estimulaba con movimientos sensuales, con miradas insinuosas, y ocultándome de la mirada de Daniel, acariciaba mis pechos hasta que mis pezones saltaran, mi lengua sobre mis dedos fingiendo lamer su falo, chupándolo, apresuraba el movimiento de su mano sobre su pija, un: maaaas tócate maaas dibujado en mis labios sin emitir sonido, le hacía, continuar en aquella masturbación que  me tenía mojada; a veces corría al baño a terminar su tarea y en otras ocasiones me premiaba con una follada increíble a la menor oportunidad que tuviéramos. Bajo esas condiciones como no me iba a gustar seguir su juego.
Así fue como Daniel llego a sospechar de nuestros encuentros, era tímido y retraído pero no tonto, su mirada se había vuelto curiosa, intranquila y ahora incluso parecía disfrutar de mi cercanía…
Un fin de semana sucedió lo inesperado…
Daniel  había salido con unos amigos, así que estábamos en nuestra habitación amándonos con total libertad, el espejo de mi cama me devolvía la erótica imagen de mi cuerpo sobre él, con las piernas separadas y un movimiento de hembra caliente que me hacia brincar sobre su pene invadiéndome a mi antojo, mi cabello caía sobre mi rostro, que a momentos se desfiguraba de placer, mi cuerpo arqueado, mi trasero levantado, llevaban una fuerte carga de sensualidad, que la cara de mi primo parecía disfrutar mas que la rica sensación que mi vagina le daba,  estaba tan cerca de conseguir mi orgasmo, cuando unos pasos silenciosos tras la puerta me cortaron el sublime momento, el temor me hizo querer levantarme, pero Edwar sujetándome por las caderas me dijo:
_Tranquila amor…ya lo sabe…gocemos de sus miradas y …dejémosle disfrutar…
Vaya que el exhibicionismo lo estábamos llevando a niveles más altos, pero me dejé llevar por sus palabras; mis movimientos se volvieron mas intensos como si una inyección de energía corría por mis venas, la imagen de mi primo tras de la puerta tocando sus genitales me ponían tan cachonda…. su respiración agitada…su mirada dulce…su parecido con Edwar…su nerviosismo cuando estaba cerca de mi…tanto así que por un momento olvidé que Edwar era quien me daba caricias y arrancaba mis gritos de placer….
Me ubiqué en cuatro, de forma que Daniel tuviera una vista perfecta, y por el haz de la puerta gozara de verme con su hermanito, me la metía con mucha intensidad, con la misma rabia y con la misma furia con que el otro, se daba manivela sobre su arma, allí estaba yo dándole placer a mis dos primitos.
Al poco rato me vine gimiendo en un orgasmo que me hacia chillar mientras continuaban sus movimientos de cadera; en poco rato el también tuvo un orgasmo que lo dejo tirado en la cama.
Nos besamos, mientras escuchamos los pasos de Daniel dirigiéndose a su habitación
_Tranquila me dijo, hablaré con él,  ya verás que nadie se enterará…ahora solo dime si te gustó….
_Me encantó amor, tanto tanto como a tí…
Lo que nunca le dije es  que mientras me hacía el amor,  extrañamente  el rostro de mi primo Daniel se me confundió con el suyo….
Diablos que me pasaba, de pronto mientras Edwar salía de la habitación, Daniel se metia en mis fantasias, estaba abriendo las piernas mientras pensaba en él, en sus labios que de seguro aún no sabían como dar un buen beso húmedo, en  sus manos sudorosas cuando tenía la oportunidad de tocarme, en sus nervios cuando le plantaba la mirada,  en su  uniforme que me incitaba a ser su maestra…
 Pasé mis manos por mi cuello, dejando que resbalen hacia mis pechos, con pezones sonrosados que se habían levando al oir su nombre, sé que podría ser mi hijo, y ni aun eso detenía mis pensamientos lúbricos.
Vaya perversa en la que me he convertido me dije mientras dejaba de tocar mis pechos que ya estaban duros de tantos estímulos, tan solo es primo y la historia no debe repetirse…o si? 
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:

leonnela8@hotmail.com

 
 
 

Relato erótico: “Magia y Control (I)” (PUBLICADO POR TEOBOSH)

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Magia y control (I)

Posiblemente ustedes crean en la magia, posiblemente no. Yo en lo personal no creía. Educado como muchos otros, en una educación cristiana tradicional, consideraba todo aquello que se saliera de mis paradigmas como mera superstición, o en caso de existir tales cosas, eran algo prohibido y dañino. 

Mi vida era común, con todo la monotonía que ello implica, me dedicaba a mi trabajo de maestro y a perder el tiempo en las cosas propias de la generación del milenio, es decir, a pasar horas en internet sin mas beneficio que el de la fantasía y el autoengaño. He de decir que siempre había sido tímido con las chicas, y tuve muy pocas relaciones que se acercaran a algo amoroso. Perdí mi virginidad como muchos de los desafortunados introvertidos, en un prostíbulo, y he de confesar que por mucho tiempo fueron tales amores pagados, las únicas relaciones sexuales que tenía.

Un día conocí a Daniela, era una rubia hermosa, era mi compañera de trabajo, realmente me gustaba mucho, y con el tiempo surgió entre nosotros una gran empatía. Hasta que por algunos sucesos donde me declaré públicamente enamorado de ella, ella dejó de hablarme, lo cual me sumió en una gran depresión. 

En mi estado triste y sumido en el dolor, la realidad fue modificándose, reorganizándose en mi conciencia, y en la desesperación de mi deseo frustrado, busque modos de tenerla. Y cuando todo lo tradicional y racional falla, uno opta por lo heterodoxo, por lo prohibido. Fue entonces cuando comencé a investigar sobre la magia, y comencé a investigar muchos métodos para hacer que Daniela se fijara en mi, no se que funciono de todo lo que hice, pero algo funciono. Daniela se acerco a mi y me pidió perdón, y accedió a tener una relación conmigo, fue una buena etapa, tuvimos una relación por un tiempo, pero antes de que estuviéramos juntos le había surgido una oportunidad para estudiar en el extranjero, era un compromiso que ella ya había asumido, y se fue.

La verdad al principio me sentí triste, y pensé en retenerla con algún medio, pero en verdad sabia que eso era algo que deseaba mucho, así que le deje ir.

Ahora a pesar que ya no le tenia a ella, si tenia aquello que me la trajo. Me dedique a estudiar con mayor profundidad la magia, hasta que me tope con una corriente mágica moderna llamada magia del caos, y su práctica básica y sencilla, pero no por eso menos poderosa, de los sigilos. Lo cual consiste en concentrarse en un deseo, escribirlo, y tomar todas las consonantes de la frase, eliminar las letras repetidas, y con ello hacer un dibujo, un signo, al punto qué tal dibujo exprese el deseo pero que nadie pueda saber su significado, después hay que activarlo, esto se hace alcanzando un estado de gnosis mientras se contempla el sigilo, al cual se puede llegar por medio de emociones fuertes, cansancio extremo, o mi método favorito, por el acto sexual o la masturbación; al final hay que desterrar el deseo olvidándose de él, para lo qué hay que enfocarse en actividades comunes que no tengan que ver con el deseo, como limpiar la casa, o hacer ejercicio. 

En un principio estas prácticas no me trajeron resultados inmediatos, así que mientras pedía mis grandes deseos, también pedía otras cosas pequeñas que deseaba pero que no eran muy importantes, para mi sorpresa muchas de las cosas que deseaba se iban cumpliendo. Entre ellas el ser aceptado en la maestría en una universidad importante. 

En pocos meses mi vida fue cambiando gradualmente, me fui a otra ciudad a vivir, tuve un buen desahogo económico al recibir una beca por lo que ya no tenia que trabajar, comencé a enfocarme en cosas que disfrutaba hacer. Hasta que los cambios fueron tan enormes que yo mismo me sorprendí. Muchos se preguntarán por que no desee ganar la lotería o que me regalaran un millón de dólares, pues si lo desee, pero como lo mencioné, buena parte del éxito de esta magia del caos, es olvidarse de lo que se desea al menos por un buen tiempo después de realizar el sigilo, y creo que es difícil olvidarse de que querer ser millonario rápidamente. Por lo que pedía cosas que me eran útiles pero que no me obsesionaban, como cuando quería que un profesor llegara tarde, o para tener una nueva computadora, etc., cosas prácticas. Aprovechaba cuando las actividades de la universidad eran muy demandantes para hacer sigilos, deseaba, activaba, y después olvidaba volcándome en mis actividades, esto me ayudo a que bastantes de las cosas que yo quería llegaran a mi vida. Un día aburrido comencé a fantasear con las posibilidades de estas técnicas, recuerdo que veía una serie donde un villano, controlaba las mentes de las personas, y me pregunte ¿si yo pudiera controlar las mentes y las acciones de las personas que haría? Aquello inicialmente se convirtió en una fantasía bastante bizarra, pero me fue gustando mucho la posibilidad, así que como si se tratara de un juego, escribí mi deseo, lo sigilicé y lo activé, después lo olvidé volviendo a mis actividades comunes. 

Dicen los estudiosos, que los deseos sigilizados tardan en cumplirse, ya sea tres días, o tres semanas, o tres meses, dependiendo de las condiciones. La verdad a mi se me había olvidado que había pedido aquello de controlar mentes, aquello solo había sido algo momentáneo un juego, una ocurrencia que me cruzó por la cabeza un día y lo sigilicé. Pero tal fue mi sorpresa cuando mi deseo se cumplió.

Era un día normal, tenía una clase por la tarde, la verdad todo aquello era aburridísimo, y mientras veía al profesor simplemente dije en mi mente, ¡ya acaba esto, creo que tienes que ir a embriagarte o a limpiar tu casa, qué se yo, pero ya vámonos! Justo cuando lo pensé el profesor interrumpió su verborrea y dijo:  

-Hasta aquí vamos a dejar la clase, nos vemos la próxima semana.

 Aquello me pareció una coincidencia. Pero estaba contento, al fin podía librarme de aquello. Mientras guardaba mis cosas, vi de reojo a Estela, una compañera de clases, no es la gran cosa, pero tiene su encanto, es delgada, de rostro fino y cabello castaño, tiene pechos mas bien pequeños, y un trasero redondo y compacto, en pocas palabras es sexy pero sin llegar a ser voluptuosa. Mientras le miraba pensé:

– Sería divertido que te diera comezón en una teta, y que comenzaras a rascarte disimuladamente. 

Me distraje cerrando mi maletín, y volví a mirarla, y para mi sorpresa, su mano disimuladamente se estaba rascando una teta por encima de la blusa. Fue entonces que me asombre,  comencé a contemplar la posibilidad de que mi deseo se hubiese cumplido, así que ahora pensé:

-Estela, acariciare el trasero.

Para mi sorpresa una de sus manos fue hacia sus nalgas y comenzó a sobarlas, mientras ella seguía concentrada en guardar sus cosas. Aquello fue como un balde de agua fría, realmente ella estaba haciendo lo que yo le estaba ordenando mentalmente. Fue en ese momento cuando mis instintos más profanos salieron a flote y comencé a pensar otros tiempos de cosas, al principio pensé que debía llevarla a la cama inmediatamente, pero la verdad es que tenía hambre, y pensé que sería divertido que comenzara a jugar con ella poco a poco, sin que sospechara nada. Me acerque a ella y le pregunte:

-¿Qué tal estela, que vas a hacer esta tarde?

-Pues, ahora llegando a la casa voy a ponerme a estudiar, gracias a Dios que mi marido hoy sale tarde del trabajo y voy a tener algo de tiempo para ponerme al corriente con las materias.

-Invítame a comer primero –le dije- ya después estudiarás.

-Está bien ¿Qué quieres comer? –me dijo-.

Fuimos por una pizza, al momento de ordenar fue algo gracioso, pues mentalmente le ordene que pidiera la pizza de jamón y peperoni, siendo que ella es vegetariana, y así lo hizo. Mientras comíamos fui ordenándole que comenzará a tener deseos sexuales. Mientras ella mordía su pizza, yo le ordenaba con mi mente que imaginara que estaba me estaba haciendo una felación, y sin darse cuenta de morder la pieza comenzó a lamerla, yo le dije:

-Estela ¿Qué haces lamiendo la pizza?

Ella se sonrojó, y contestó:

-No se que me pasa -ambos nos reímos-.

Ella comenzó a hablarme sobre las clases y yo hacía como que le prestaba atención, en cambio continúe con mis juegos. Mentalmente comencé a decirle:

-Estela, tus pezones se están poniendo muy duros y sensibles, y tu vagina va poniéndose húmeda y caliente, deseosa de que la penetren, de que yo la penetre, comienzas a tener deseos de follar conmigo.

 Mientras yo pensaba esto y ella seguía hablando, comencé a notar como se ruborizaban sus mejillas, y como comenzó a agitarse su respiración mientras se retorcía disimuladamente en su asiento. Así que para continuar mi juego, le pregunté:

-¿Qué te pasa Estela, te sientes bien?

-si, estoy bien, es solo que me siento un poco rara.

Solo le sonreí y ella seguía excitándose, así que le dije:

– Oye ya es tarde ¿qué te parece si nos vamos?

-Bien me parece buena idea.

Ambos dejamos la pizzería. Mientras salíamos pude ver como en su entrepierna se iba dibujando sobre sus pantalones una pequeña marca de humedad, lo cual comenzó a ponerme caliente también a mi. Yo en ese entonces no tenia coche y Estela en cambio si, así que le ordenemntalmente:

-ofrécete a llevarme a mi casa.

Inmediatamente después ella me pregunto:

-Oye ¿cómo vas a tu casa?

-Caminando.

-No, cómo crees, yo te llevo, traigo coche.

-Muchas gracias Estela.

Mientras íbamos en el coche le ordene con la mente:

-Estela idea la manera de follar conmigo, realmente estas muy caliente y necesitas que yo te folle, conforme pasa el tiempo te estás excitando más y más.

Mientras conducíamos, notaba como su respiración se agitaba más, y como se desabrochó dos botones de su blusa, mientras se retorcía disimuladamente en el asiento del coche.  Al llegar a mi casa ella me dijo:

-Oye, me prestas tu baño, es que creo que bebí mucho refresco.

-Si claro, ven, te muestro donde está.

Pero justo en cuanto entramos a mi departamento y cerré la puerta, ella se abalanzó sobre mi y me plantó un beso en la boca, mientras se iba quitando la blusa. Para ser sincero me tomó por sorpresa, pero me deje seducir por su excitación, la conduje a la habitación y comencé a desvestirla mientras ella seguía lanzando sus besos salvajes a mi boca y cuello. Primero le quite sus pantalones blancos, dejándole en ropa interior. Era la primera vez que le miraba en tal situación, y pude apreciar sus curvas, que generalmente pasaban desapercibidas bajo su ropa. Mientras continuaban los besos comencé a acariciar su piel canela, pasé mis manos por sus antebrazos y fui hacia su espalda, donde desabroché su sostén y se lo quite, dejando al aire los pequeños pero firmes pechos con sus pezones parados y duros. Mientras le acariciaba los pechos con mi mano izquierda, con la derecha fui bajando hasta su entrepierna y sobre su pantaleta comencé a acariciar su vagina, realmente Estela estaba muy mojada. Metí mi mano en su calzón y comencé a masturbarle mientras con mi otra mano seguía acariciandola, ella realmente estaba fuera de sí. hasta que mentalmente le ordene que se viniera. Un líquido blanquecino chorreo mi mano aun dentro de su pantaleta, y al unísono un grito de placer salió de su garganta.

Aquello me excitó mucho, realmente estaba controlando mentalmente a alguien, realmente ella estaba obedeciendo sin saberlo. Ahora era mi turno, le ordené mentalmente que me hiciera una mamada.

Ella se puso de rodillas y desabrocho mi pantalón,  sacó mi pene ya duro por la excitación, y sin tardanza se lo introdujo en la boca, y comenzó a chuparlo. Obviamente no lo había hecho antes pues al principio lo hacía de forma aleatoria y sin mucha práctica, pero conforme fue tomando ritmo, aquello realmente me comenzó a dar mucho placer. Aquello realmente me estaba gustando mucho, ver a mi compañera de clases, de rodillas mientras chupaba mi miembro era una vista magnifica, que me hacia sentir poderoso.

No pude aguantar más, así que le tome y la subí a la cama. Allí le quité las pataletas, y mientras ella estaba acostada, abrí sus piernas, y de una sola embestida le metí mi verga en su vagina, la cual se deslizó sin problemas en la húmeda cavidad.

Mis embestidas fueron rápidas, realmente yo estaba muy excitado. Mientras el vaivén de mi miembro en su vagina hacia bailar sus pequeñas tetas, vi su rostro enrojecido por el placer, ella también lo disfrutaba, lo evidenciaban los gemidos los agudos que lanzaba. En ese momento le dije:

-ponte en cuatro patas.

Con mis manos en sus nalgas mientras le follaba, vi su agujerito anal, angosto y seductor. Saqué mi verga de su vagina, bañé uno de mis dedos en sus fluidos vaginales comencé a frotarle su ano, cuando coloqué la cabeza de mi pene, en la puerta de su ano. Ella me dijo:

-Por ahí no.

Yo mentalmente le dije:

-No vas a sentir dolor, solo placer, entrégate por completo, y deja que haga lo que yo quiera contigo.

Poco a poco fui introduciendo mi verga en su angosto culito, mientras que por el espejo veía como ella iba cerrando sus ojos, pero no soltó gemido alguno, no le dolía. Ya dentro de ella, comencé primero con embestidas lentas, pues aquello estaba muy angosto, pero después fui aumentando el ritmo. Mentalmente le ordene que comenzara a masturbarse mientras le follaba por atrás. Ella comenzó a acariciarse la entrepierna, y a medida que yo aumentaba el ritmo y la fuerza de mis embestidas, ella dedeaba con mas fuerza su clítoris.

Hasta que yo ya no aguantaba más, estaba por venirme, así que le ordene que en cuanto yo eyaculara en su culo, ella tuviese el orgasmo mas fuerte y potente de su vida. 

Y así fue, cuando mi leche comenzó a bañar su agujero, ella comenzó a retorcerse de placer al vez que seguía masturbándose y soltaba unos gemidos de sincero placer. Saqué mi verga de su ano, del cual también comenzó a salir mi semen bañándole parte de sus nalgas. Aquello fue realmente intenso, y yo estaba agotado, me recosté en la cama, y ella vino y se acurruco a mi lado, y me dijo:

-Nunca había hecho esto.

-¿qué follar?- le dije-.

-No, serle infiel a mi marido.

En ese momento le dije con la mente:

-No te sientas culpable, realmente lo disfrutaste, realmente te gusto, lo mantendrás en secreto, y con tu marido actuarás normalmente, esto va a ser normal para ti, míralo como una buena experiencia más, y disfruta el momento.

 Mientras que con palabras le pregunté:

-¿Te sientes culpable?

-No, extrañamente no, -me dijo ella- realmente lo disfruté.

Al decir esto ella se sonrió. Estuvimos ahí tirados en la cama unos minutos, pero yo sabía que ella debía volver a su casa, y la verdad no quería complicarme la vida, así que le ordene mentalmente:

-Tienes que irte, recuerda que debes llegar a casa antes que tu marido.

Ella se levantó juntó su ropa y se fue al baño, allí se vistió y se arreglo un poco y me dijo:

-tengo que irme mi marido puede llegar a casa en cualquier momento y ser mejor que esté ahí.

Me levante, y me vestí, le acompañé a la puerta y ahí la despedí con un beso en la mejilla como si nada hubiera pasado. Ella subió a su coche y se fue.

Cuando ella se fue, es cuando me puse a pensar, pensar en mi nuevo poder, y en las posibilidades que se abrían con él. Era un nuevo comienzo de una nueva vida, en la que yo era el señor y el resto los siervos. 

Si desean saber qué pasó después, esperen la publicación de mi siguiente relato.

Continuará…

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

teobosh.relatos@gmail.com

  • : Despues de la práctica de la magia del caos, obtuve el poder de controlar las mentes de las personas. Mi primera víctima fue Estela mi compañera de clases.
 

Relato erótico: “El anito de Anita (04)” (POR ADRIANRELOAD)

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Seguimos besándonos apasionadamente, frente a la cama, testigo de nuestro encuentro… y no sé cómo, pero abrí los ojos, y sin querer mire el reloj, ya era tarde, mi madre ya estaría por volver.

– Tenemos que cambiarnos y arreglar esto… le dije.

Anita al darse cuenta de la hora, se apresuró en pararse, luego se inclinó completamente, para recoger las sabanas, y el camisón que llevaba se deslizo, dejando nuevamente su gran trasero blanco ante mis ojos… aun meloso, con su ano rojito, me dieron ganas de volver clavármela… pero no había tiempo, mi madre llegaría en cualquier momento…

Nos cambiamos y note que tenía cierta dificultad para caminar…

– Oye, estas bien?… pregunte preocupado.

– Me duele un poco… es que me diste muy fuerte… se quejó ella.

– Lo siento, no pude contenerme… me excuse.

– No importa, ya se me pasara…

En ese momento sonó el timbre, ojala que se le pase rápido, pensé… llego mi madre y por suerte no le presto atención a ese pequeño detalle en el escaldado andar de Anita que yo si notaba…

En el transcurso del día todo volvió a la normalidad… así que nos salvamos del peligro. En los días posteriores fuimos más cautelosos, yo no quería tener relaciones diariamente receloso de que le sucediera algo que fuera más grave, ella tampoco era participe de esa idea.

Los días siguientes fueron de veda para mí, pero después intercalábamos días de “estudio” con días de estudio. Tampoco podía descuidar esa parte porque si llegaba a su pueblo sin haber aprendido nada, esto despertaría suspicacias. Aunque era difícil concentrarse con semejante alumna al lado, intentamos sacar provecho a la situación tomándonos breves descansos para disfrutar de algunas caricias.

Después de esa mañana Anita era más cariñosa conmigo, yo en cambio, temía que algún gesto o comentario suyo nos delatara, así que procure no alentar mucho sus muestras de cariño… Mi madre en una ocasión me dijo:

– Parece que tu primita está encantada contigo…

Entonces comencé a sudar frio…

– Ten cuidado, a esa edad las muchachas son enamoradizas… me advirtió.

– No te preocupes, sabré conservarla a distancia… le dije, ufff que cerca estuvo, pensé.

Como les dije procurábamos tener relaciones en las mañanas, porque era más seguro ya que mi madre no estaba… pero una tarde no nos aguantamos y casi fuimos descubiertos…

Estaba aburrido y fui a la cocina a comer algo, cuando vi a mi primita en el suelo, en cuatro patas, encerando el piso… llevaba una pañoleta en el cabello, un polito apretado y con una falda corta que dejaba ver parte de su ropa interior…

Anita meneaba su trasero de una forma armónica que me hipnotizaba, mientras mi verga comenzaba a despertar. Ella me miro y me sonrió, seguro adivinando lo que yo estaba pensando… cuando mi madre entro y yo tuve que hacerme el loco, tome un periódico y empecé a leer… el problema era que el periódico estaba al revés…

– Anita, te he dicho que no es necesario que hagas eso, tenemos una maquina lustradora… dijo mi madre apenada por ver a su sobrina en esas labores.

– Ya se tía, pero es que así queda mejor, además no tengo nada mejor que hacer… le respondió.

Luego Anita volteo momentáneamente, lanzándome una mirada provocadora que hizo que casi me atore con el agua que tomaba y una gotita de leche voto mi verga:

– Bueno, bueno, como gustes ¿te falta algo?… pregunto mi madre.

– Sí, creo que se nos acabó la cera… contesto Anita

– Uyyy, sí… pero esa cera que usamos no la venden por aquí… no importa… ahora te la traigo, tu sigue nomas… ya regreso… dijo mi madre tomando sus llaves.

– Ya tía… respondió feliz Anita.

Escuche como se cerraba la puerta, y vi de reojo a mi primita, que seguía moviendo su lindo rabo, luego comencé a dudar: ¿tendría tiempo suficiente?…

Ella en cambio, me incito más a actuar: se puso totalmente de espaldas, en cuatro y seguía moviendo el trasero, se levantó un poco la falda, se bajó las braguitas y continúo encerando el piso. Al ver que no reaccionaba me lanzo una mirada como diciéndome: ¿Qué esperas?… poséeme…

No necesite mayor estimulo, mi verga ya sobresalía por mi short. Me acerque por detrás y comencé a acariciarla. Ella se hacia la difícil, desentendida y continuaba con su labor… hasta que mis dedos comenzaron a jugar con su conchita, allí se detuvo…

– Ohhh… exclamo sorprendida gratamente.

Anita volvió su rostro, sus mejillas lucían rosadas por el esfuerzo físico, el sudor que mojaba su pecho hizo que sus pezones se endurecieran, y su conchita estimulada por mis dedos se humedecía preparándose para la penetración… yo dirigí mi verga a sus labios vaginales, pero ella puso

su mano en la entrada de su vagina y me dijo:

– No, no, por ahí no… después no tendremos tiempo para el otro… y es más rico por aquí… dijo señalando su ano, que latía ansioso esperando que mi verga entrara.

Me pareció buena su idea, así que comencé a dilatar su ano rápidamente con mi dedo medio, luego metí otro dedo más, Anita gimoteaba…

– Uhmmm… Ohhhh… no es necesario… Uhmmm…. apúrate… solo métemela… me suplicaba.

Haciéndole caso apunte mi estaca contra su ano, que lo recibió con dificultad… sin embargo yo empuje y ella avanzaba hacia mí, hundiéndosela…

– Ouuu… vamos… empújamela más… Ohhhh…

Coloco su cabeza contra el piso, y con sus manos abrió sus generosas nalgas, yo me levante un poco y con mi propio peso se la metí hasta el fondo…

– Ohhhh…. así… Ohhhh como me gusta… como me gusta que me atores así… Uhmmm….

Con todo su enorme y firme trasero levantado, y con mi verga clavándola hasta las entrañas, ella sumisa me recibía suplicante… me sentí fascinado…

– Uhmmm… ¿Qué esperas?… rómpeme el culo… me ordeno prácticamente.

No me hice de rogar y empecé a cabalgarla, tomándola por la cintura manejando su esplendoroso culo, a la vez que le taladraba el ano sin compasión…

– Ooohhhh… assiiii primitooo, mas fuerteee…. asiiii…

Sus hermosas nalgas temblaban con mis penetraciones, ese sonido era música para mis oídos. Ella seguía con la cabeza enterrada en el piso, gimiendo como loca… yo sentía que ya estaba llegando al clímax.

En eso sonó el timbre, era mi madre, ¡mierda! nos iban a descubrir…

– No, no te detengas… sigueee… vamos sigueee… no me dejes así… acábame… me rogaba completamente excitada.

Yo tampoco lo pensé dos veces y seguí perforándole el culo con mayor demencia… Anita casi gritaba de dolor y placer… temí que nos escucharan, ella se dio cuenta también, así que cogió el trapo que tenía en una mano y se lo puso en la boca, con la otra mano me hizo señas para que continuara castigándole el ano… el timbre volvió a sonar.

Con la tensión de ser descubiertos no se me venía, pero terco continúe con mi faena. Ella respiraba con dificultad, sus ojos le lagrimeaban, su cuerpo quería desfallecer, pero no sin antes sacarme hasta la última gota de leche…

El timbre volvió a sonar, entonces la apreté con todo, casi exprimiéndola, creo que le deje clavados mis dedos en su cintura… en ese momento se me venía, ella me hizo una seña para que botara al suelo mi leche… así que saque mi verga en el preciso instante en que un torrente de semen salía.

– Ufff… que rico culo tienes… grite satisfecho.

Anita súper agitada, se puso de rodillas como pudo y se dispuso a limpiarme la verga frenéticamente… llamaron a la puerta de nuevo.

– No hay tiempo para eso… le dije.

– Tienes razón… después me encargo de ti… dijo y me beso la cabeza del pene.

Anita se levantó, se recogió las braguitas y fue a abrir la puerta. Yo me refugie en la escalera que da al segundo piso, esperando el desenlace de lo ocurrido…

– Anita ¿por qué demoraste tanto?… pregunto mi madre ofuscada por la espera.

– Disculpa tía, es que estaba en el baño… fue la excusa que se le ocurrió.

– ¿Y tú primo?… pregunto mi vieja curiosa.

– Ahhh… creo que el… que él está en el segundo piso… me excuso Anita.

– Ese muchacho… seguro está escuchando su ruidosa música…

Entonces mi madre miro al piso, donde yacían restos de esperma…

– Y ¿esto qué es?… pregunto extrañada mi madre.

Si se adivina lo que es, nos jodimos, pensé.

– Esteee… bueno… eso es… es lo último de cera que quedaba… si eso es… explico Anita.

Inmediatamente Anita se agacho y con el trapo que tenía en su mano barrio los restos de semen del piso para evitar que mi madre saque más conclusiones.

– Debe tener mucho tiempo guardada, se ve raro… dijo mi madre desconfiada

– Si tía… lo exprimí al máximo y salió eso… dijo Anita refiriéndose más a mí que a la cera.

– Y hasta huele a cloro… repuso mi madre, en realidad olía a mi semen.

– Ah sí… es que use un poco para desinfectar…

Yo rogaba que mi madre desistiera de sus preguntas, porque Anita cada vez demoraba más en responder, se le acaban las ideas… aparte que lucía más nerviosa…

– En fin hija, aquí tienes más cera… dijo mi madre terminando su interrogatorio.

– Gracias tía…

– Muchacha luces un poco agitada…

– Si… es por el trabajo…

– No enceres con tanta fuerza, no quiero que quedes adolorida… y luego de decir esto mi madre se marchó a la sala.

Ufffff, de la que nos salvamos… me dije. Por suerte la primita no solo tenía ágil el esfínter sino también la mente…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 11. Furia Ciega..” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 11: Furia Ciega.

Cuando arrancó el coche se dio cuenta de lo rápido que había sucedido todo. Para él había pasado una eternidad, pero apenas había salido el sol cuando llegó al lugar donde Sunday había establecido su cuartel general, en la parte baja de la ciudad.

Hércules pasó por delante del bloque de tres pisos y redujo la velocidad para echar un vistazo. La fachada era de un sucio ladrillo rojo y todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto. En la puerta había tres hombres negros con enormes collares de oro y sospechosos bultos en la cintura. Consciente de que no debía llamar la atención aceleró de nuevo y dobló la esquina.

El edificio estaba aislado de los del resto de la manzana y por los laterales y la parte trasera no había tampoco ninguna vía de acceso. Aparcó el coche en una calle lateral y se acercó al edificio más cercano. Procurando hacer el menor ruido posible embistió la puerta de entrada y la rompió. Subió las escaleras hasta la azotea. El edificio de Sunday era un poco más bajo y podía ver la parte superior dominada por una gran claraboya.

Calculó la distancia, debían ser unos treinta y pico metros de vacio entre él y el edificio de Sunday. Se asomó por el borde un instante, pero no dudó. En su adolescencia, a menudo se escapaba de madrugada de la habitación que tenía en la mansión de sus abuelos para pasarse toda la noche corriendo y saltando en el bosque.

Recordaba como si fuera ayer aquellas carreras persiguiendo ciervos en la oscuridad y adelantándolos a la carrera o recorriendo la finca de un extremo al otro sin tocar el suelo como si fuese una ardilla.

Se retrasó cinco pasos para coger impulso y con una sonrisa cogió carrerilla y se lanzó al vacío. Hacía mucho tiempo que no pegaba un salto así. Se había acostumbrado a ser normal, a no arriesgarse a llamar la atención y lo había hecho tan bien que ya no recordaba la última vez que había hecho algo parecido.

Sintió el aire frío de la mañana golpeándole mientras balanceaba los brazos para estabilizarse en el salto. Sintió los ojos llenarse de lagrimas y una increíble sensación de libertad, cercana a la euforia, se apoderó de él.

Tras dos escasos segundos que le supieron a muy poco, encogió ligeramente las piernas y rodó en cuanto tomó contacto con el suelo de la azotea.

Se incorporó y se sacudió la ropa. Por un instante miró hacia atrás, a la lejana azotea de la que había saltado y casi se le escapó una sonrisa antes de recordar lo que había venido a hacer.

Miró a su alrededor. La azotea estaba totalmente desierta y vacía salvo por las antenas, la chimenea y una claraboya de la que salía un trémulo halo de luz. Se acercó a la claraboya, estaba ligeramente abierta. El primer impulso que tuvo fue dejarse caer por ella y matar a aquellos hijos de puta, pero la razón se impuso y se asomó para saber mejor a que se enfrentaba.

Debajo de él cinco hombres y tres mujeres charlaban y se acariciaban en un gran habitación con una cama redonda de enormes dimensiones por todo mobiliario. Eran tres hombres negros entre los que destacaba uno alto y con el cráneo afeitado que no había abandonado las gafas de sol ni en la penumbra que dominaba la sala; debía ser Sunday. Junto a él había dos negros, uno obeso y otro que parecía una montaña de músculos. Los dos blancos, de pelo oscuro y mirada vacía, tenían aspecto de ser albaneses, matones capaces de hacer cualquier cosa por dinero… o por un buen polvo.

Entre las chicas destacaba una rubia y alta con una melena corta que dejaba a la vista un cuello largo y delgado. Vestía un conjunto de lencería que apenas podía contener unas enormes tetas de origen inequívocamente quirúrgico y que destacaban en un cuerpo esbelto y deliciosamente torneado. La joven estaba tumbada y gemía ligeramente mientras los tres negros la manoseaban de la cabeza a los pies.

Los albaneses estaban cada uno con una prostituta de color, seguramente propiedad de Sunday. Una era gorda, con unas tetas grandes de pezones oscuros y enormes y un culo colosal, redondo y grueso como un queso de bola y la otra era delgada y musculosa como una corredora de atletismo con unas piernas esbeltas y prodigiosamente largas.

Podía haber intervenido en ese momento, pero decidió esperar; sería más fácil acabar con ellos con la guardia baja.

Tumbándose boca abajo se acodó en el marco de la claraboya procurando que no se le viera desde abajo y se dedicó a observar pacientemente.

La rubia ya estaba desnuda, solo conservaba las medias y los zapatos de tacón. Sunday y sus dos colegas estaban frotando sus pollas contra el cuerpo y la cara de la joven que se estremecía y acariciaba los huevos de los tres hombres alternativamente.

Las pollas de los tres negros eran grandes pero la de Sunday era enorme. Hércules tuvo que contenerse al imaginar aquella enorme herramienta torturando a Akanke. Respiró profundamente y observó como la mujer se tumbaba boca arriba con la cabeza sobrepasando el borde de la cama y abría la boca dejando que aquel monstruo entrase en ella. Hércules vio claramente como la punta del glande hacia relieve en la garganta de la joven. Gruesos lagrimones caían de sus ojos haciendo que el maquillaje se corriese, pero la joven no se resistió y cogió las pollas de los otros hombres con las manos comenzando a masturbarlos.

Mientras tanto los dos albaneses se desnudaban y observaban como las otras dos mujeres hacían un sesenta y nueve con la más gorda encima. Cuando terminaron de desnudarse se acercaron y comenzaron a acariciar los cuerpos de las mujeres, el más alto se acercó a la gorda y le dio un sonoro cachete en las nalgas que la mujer saludo con una sonrisa satisfecha.

Hércules fijó su atención en Sunday que seguía metiendo y sacando su polla de la boca de la rubia. Mientras tanto, sus amigos exploraban con rudeza la entrepierna totalmente depilada de la joven. Las muestras de placer de Sunday eran evidentes y a punto de correrse se apartó de la joven dejando que un colega le tomase el relevo. La rubia no se inmuto y siguió chupando la nueva polla con la misma intensidad que la primera.

Cuando se giró hacia los albaneses estos arrastraron a las mujeres sin que cambiasen de postura de forma que la más delgada quedara al borde de la cama y uno de ellos, el más alto, la penetró mientras su compañero se subía a la cama y separando las grandes nalgas de la más gorda la follaba sin miramientos. En otras circunstancias hubiese observado alucinado como las dos mujeres eran folladas con empujones rápidos y secos mientras seguían lamiendo y besando el pubis de su compañera.

A los gritos de las prostitutas negras se unieron los de la rubia al verse elevada en el aire y penetrada por Sunday. Los músculos del hombre se tensaban por el esfuerzo de levantar el cuerpo de la mujer para dejarlo caer sobre su polla. La rubia gritaba al sentir la enorme polla dilatando su coño hasta límites insospechados. Los otros dos hombre se acercaron y uno de ellos se pegó a la espalda de la mujer. Con una sonrisa parcialmente desdentada cogió su polla y la dirigió al ano de la mujer.

La rubia soltó una alarido sintiéndose invadida por ambas aberturas y su cuerpo se crispó unos instantes ante las duras acometidas de los dos hombres, pero se adaptó con rapidez y el intenso placer que sentía hizo que olvidase el dolor. Sin dejar de gemir y jadear, emparedada por dos cuerpos negros y brillantes de sudor alargó la mano y asió la polla del tercero acariciándola con habilidad, satisfecha de ver como hacia gemir de placer a tres hombres.

Mientras tanto los albaneses se seguían follando a las dos negras alternado el coño de una con la boca de la otra, estrujando culos y acariciando y pellizcando muslos.

Con el rabillo del ojo vio como Sunday se tumbaba en la cama con la mujer encima mientras el otro hombre se subía encima de ella para seguir sodomizándola. La mujer abrió la boca para gemir de nuevo, pero se encontró con la polla del tercer hombre. Hércules observó como los tres hombres se turnaban para penetrar a la mujer por todos sus orificios naturales, alternativamente, como tres herreros sobre un hierro al rojo.

La coreografía era tan perfecta que Hércules sospechó que no era la primera vez que hacían aquello. Repentinamente los tres hombres a la vez se separaron y tumbaron a la joven boca arriba mientras se masturbaban. En pocos segundos los albaneses se les unieron rodeando a la joven rubia que jadeaba expectante con el cuerpo cubierto por el sudor de tres hombres.

Con sorprendente coordinación los tres negros eyacularon sobre la cara y los pechos de la mujer mientras que los albaneses lo hacían pocos instantes después. La lluvia de cálida semilla cubrió a la joven que la cogió con sus dedos y se masturbó con ella hasta lograr (o fingir) un intenso orgasmo.

Las otras dos mujeres se acercaron y lamieron el cuerpo estremecido de la joven unos segundos más hasta que hombres y mujeres se derrumbaron juntos en la cama en una confusión de cuerpos brazos y piernas.

Hércules no tuvo que esperar mucho hasta que todos quedaron profundamente dormidos. Sin esperar más tiempo arrancó la claraboya de un tirón y se dejó caer. Los cuerpo salieron despedidos al caer Hércules sobre la cama.

Antes de que supiesen qué diablos pasaba los dos esbirros de Sunday estaban muertos con el cráneo roto. Los albaneses fueron un poco más duros. Acostumbrados a combatir no se dejaron llevar por el pánico y sobreponiéndose a la sorpresa se dirigieron a su ropa entre la que estaban sus armas. Al primero le incrustó la nariz en el cerebro de un golpe mientras que el otro que ya sacaba la pistolera de entre la ropa le lanzó un gigantesco plasma que había adosado a la pared. El hombre se derrumbó inconsciente y Hércules le remató de dos golpes en el cuello.

Mientras tanto, Sunday se había puesto en pie y se encaraba a su agresor.

—No hace falta llegar a este extremo. Podemos llegar a un acuerdo. —dijo el proxeneta— Tengo dinero y mujeres, todas las que quieras.

—La que quería me la has arrebatado. —respondió lacónico. Deberías haber dejado en paz a Akanke. Ahora no hay nada que puedas hacer para compensarlo.

—Lo siento tío, no es nada personal. —replicó Sunday— No podía dejar marchar a la chica. Si lo hubiese hecho, todas las demás hubiesen querido hacer lo mismo…

Mientras hablaba el hombre se había acercado poco a poco y cuando estuvo lo suficientemente cerca le arreó dos brutales derechazos que impactaron en la nariz y el pómulo de Hércules.

Los golpes hubiesen derribado a cualquier hombre, pero Hércules solo giró ligeramente su cabeza. Sunday observó nervioso como su rival había encajado los golpes sin apenas inmutarse. Con un gruñido de frustración se lanzó de nuevo dándole tan fuerte que se rompió la mano, pero con el mismo resultado.

Hércules volvió a encajar nuevos golpes sin aparentes daños y alargando la mano agarró el cuello del chulo y comenzó a apretarlo poco a poco, cada vez más fuerte, observando con deleite como le reventaban los finos capilares de su esclerótica, como sus labios adquirían un oscuro tono violáceo, los pulmones hacían vanos esfuerzos por respirar y los golpes y los forcejeos se hacían más débiles hasta cesar por completo.

Para cerciorarse de que estaba muerto le rompió el cuello y cogiendo la pistola de uno de los albaneses le pegó un tiro en el corazón.

Los hombres que vigilaban la puerta oyeron el estruendo del disparo y entraron por la puerta con las armas en ristre. Hércules los estaba esperando con el arma amartillada de forma que de los cuatro solo uno tuvo la ocasión de apretar el gatillo antes de que Hércules les volase la tapa de los sesos.

Las mujeres que se habían amontonado temblorosas en una esquina salieron a una orden suya cuando finalizó el tiroteo. Súbitamente agotado Hércules se sentó sobre la cama y dejó caer la pistola a sus pies. Ya no quedaba nada más por hacer.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: POESÍA ERÓTICA

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: ¿Harías un trio con un par de putas como nosotras? (POR GOLFO)

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verano inolvidable2Una de las fantasías que más se repite entre los hombres es la de realizar un trio con dos mujeres pero, si las candidatas son encima dos Sin-t-C3-ADtulo32compañeras de trabajo, se convierte en una obsesión. Aunque suene a sueño masturbatorio de un adolescente y sea difícil de creer: ¡A mí me ocurrió!
Antes de explicaros cómo llegué a realizar esa fantasía, debo presentarme. Soy Manuel Astorga, un tipo normal. Cuando digo que soy normal, quiero decir que no soy un modelo de revista ni un culturista lleno de músculos y  tampoco puedo vanagloriarme de poseer un miembro de veinticinco centímetros. Con dos o tres kilos de más, mi cintura tiene algún que otro Michelin  pero como nunca he podido ni querido vivir de mi cuerpo, eso es algo que me la trae al pairo.  Ni siquiera puedo deciros que poseo una melena cojonuda porque la realidad es que estoy bastante calvo. De lo único que si puedo estar orgulloso es de tener una mente sucia y lujurienta que unida a una profusa labia, me ha permitido acostarme con la gran mayoría de las mujeres que me han interesado.
Llevo dos años trabajando para una empresa y es justamente entre las paredes de sus oficinas donde me he encontrado con dos mujeres que rivalizan conmigo respecto al sexo.  Lidia y Patricia son lo que usualmente llamamos los hombres un par de ninfómanas. Abiertas a experimentar con el sexo, no dudan en traspasar los límites de la moral si ello les reporta placer. Tampoco tienen tabú alguno, con gracia y maestría practican todo tipo de sexo ya sea en solitario, en pareja o en cualquier otra modalidad. Desde que las conozco me han demostrado que nada les está vedado.
¡Le entran a todo!
Pero volviendo al tema que nos atañe, ya me había acostado con ambas con anterioridad a esa pregunta. Para que os hagáis una idea del tipo de mujer que son, os voy a contar mi primera vez con cada una:
Primera vez con Lidia:
Descubrí que esta rubia es una fiera en la cama, un día que la invité a cenar en mi casa. Aunque hasta ese momento nunca nos habíamos enrollado,  esperaba que tras la cena el hacerlo porque no en vano era clara la química que había entre los dos. Lo que no me esperaba fue que una vez vencida la timidez inicial y quizás gracias al vino, Lidia empezara a contarme las distintas anécdotas que le habían ocurrido en su vida desde el punto de vista sexual.
Sin cortarse un pelo y muerta de risa, me explicó sus gustos por el sexo salvaje y las buenas pollas. Aunque no la tenía por una mojigata, hasta ese momento no supe el tipo de zorrón desorejado que era y por eso, a la vez que ella se iba revelando como una rapaz sexual, la empecé a catalogar como francamente apetecible. Es decir, a los pocos minutos de estar charlando, ya tenía ganas de echarla un buen polvo.
Medio en serio y medio en broma, tanteé que de verdad había en lo que me estaba contando, diciendo mientras pasaba sin disimulo una mano por su culo:
-La verdad es que cualquiera que te vea, desearía ponerte mirando a Cuenca.
Sin quejarse por esa caricia no pedida, me respondió:
-¡Ten cuidado! ¡Me caliento rápido!
Su respuesta me dio alas y subiendo por su cuerpo empecé a acariciar uno de sus pechos con mis dedos.
 
Lidia me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mío, dejó que siguiera tocándola. Habiendo recibido su permiso, no tardé en descubrir que debajo de esa falda larga, había un culo duro y bien formado. Los gemidos con los que contestó a mis avances, me dieron la razón y cogiéndola en mis brazos, la llevé hasta mi cuarto. Sin  darle opción a negarse, desabroché su blusa. Bajo un sujetador de encaje rojo, sus pezones me esperaban completamente erguidos. Como un obseso, la despojé del resto de la ropa y separando sus rodillas, pasé mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y sin más prolegómenos, me terminé de desnudar.
 
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Desde la cama, la rubia, pellizcándose los pechos, me dijo que esa no era forma de tratar a una dama. Al ver la cara de deseo que tenía, comprendí que era lo que esa mujer necesitaba y olvidándome que era su compañero de trabajo, le ordené:
-Ponte a cuatro patas-
Lidia se quedó pálida e intentó protestar pero, obviando sus reparos, llegué hasta ella y dándole la vuelta, le espeté:
-Has venido a follar, ¿No es así?-.
-Sí- contestó, en absoluto avergonzada.
-Pues entonces relájate y disfruta- le dije mientras jugueteaba con mi glande en la entrada de su sexo.
La humedad de sus labios me indujeron a forzar su vulva de un solo empujón. La rubia gritó de dolor por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión.
-Eres una guarra-, susurré a su oído, penetrándola una y otra vez.
Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y sin ningún reparo, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.
-Sigue, ¡que me encanta!-, chilló al sentir la dura caricia.
El flujo, que manando de su interior, recorría mis muslos, anticipó su orgasmo y acelerando aún más si caben mis movimientos, no tardé en escuchar como la mujer se corría. Con los cachetes colorados y gritando ordinarieces, me dio a entender que no tenía bastante. Eso fue la gota que colmó el vaso, y cogiendo su espesa cabellera como si de riendas se tratara,  forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió perpetuar su clímax y totalmente desbocada, mi montura me exigió que continuara.
Su calentura era tanta, que no se quejó cuando cogiendo parte del líquido que anegaba su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, introduje en él mi extensión.
-¡Qué cabrón!-, aulló de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por las sabanas intentó separarse.
No la dejé y atrayéndola hacia mí, rellené con mi sexo el interior de la mujer. El sufrimiento  de su culo se convirtió en desenfreno y bramando sin parar, se dejó caer sobre la cama. Nuevamente, la incorporé y metí mi pene hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con mis testículos rebotando en su sexo, no paré hasta que sacándole un nuevo orgasmo, me derramé rellenando con mi simiente sus intestinos.
Agotado, me tumbé a su lado. Lidia al ver mi estado, me abrazó y pasando su pierna sobre las mías, me dijo:
-¿No estarás cansado? ¡Para mí esto solo ha sido el aperitivo!-.
-No-, le confesé sonriendo.
La cría me miró muerta de risa y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó reanimarlo, mientras me soltaba:

-¡Te voy a dejar seco!-.

Primera vez con Patricia:
Si la forma en que me follé a Lidia, da una idea de lo caliente que es, esperad a leer mi vez primera con Patricia. Esta compañera es morena y gordita. Dotada por la naturaleza de unas curvas generosas, para colmo, está permanentemente en celo. Como ambos estábamos en el mismo departamento, solíamos comer juntos pero no fue hasta que un día se me ocurrió contarle que ese fin de semana había triunfado y me había tirado a una negrita, cuando descubrí el furor uterino que escondía.
-¿En serio?- me preguntó y antes que pudiese contestarla, me pidió que le contara como me había ido.
Recreándome en mi conquista, le expliqué que la había conocido en una discoteca y que tras media hora tonteando en mitad de la pista, nos habíamos dejado llevar por la lujuria en los baños del lugar. Sin ahorrar ningún punto y con todo lujo de detalles, le narré nuestro encuentro en ese habitáculo.
-¡Dios! ¡Cómo me gustaría hacerlo algún día!- respondió sin darse cuenta mientras sus pezones la traicionaban bajo la tela de su blusa.
Descojonado y sin saber a ciencia cierta si me iba a llevar una bofetada, la cogí de la cintura y mientras la pegaba a mi cuerpo, le susurré en su oído:
-Vamos al baño-
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Al principio creyó que estaba bromeando pero al darse cuenta que no era así, sus reservas iniciales trasformaron en gozo en gozo al percatarse que, si la llevaba al servicio, era para que cumplir su fantasía. Mientras íbamos hacia allí, todavía no sabía lo hambrienta que estaba esa mujer. Os juro que no me esperaba que esa gordita pegándome un empujón, me metiera a la fuerza al baño de mujeres y que nada más cerrar la puerta, se arrodillara a mis pies.
Actuando como una posesa, me abrió la bragueta y sacando mi pene de su encierro, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve que sentarme en el váter.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
 

El reducido espacio del baño produjo que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Patricia, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, bañó su cara con los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.

Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose frente al espejo, se levantó las faldas y bajándose las bragas, me miró mientras me decía:
-¿A qué esperas? ¡Necesito que me folles!
Levantandome del wáter, me puse a su espalda y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La gordita chilló al disfrutar de mi miembro abriéndose camino por su sexo y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en espejo, se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
 
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Joder!- aulló y encantada con mi brutalidad, me dijo: -¡Fóllame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí pensando que esa gordita estaría saciada.
Patricia no tardó en sacarme de mi error. Al cabo de unos escasos minutos, la vi incorporarse y sin esperar a que yo me recuperara, bajó por mi pecho y dejando un surco húmedo con la lengua, se aproximó a mi entrepierna. En cuanto tuvo a su alcance mi pene todavía morcillón, se lo metió en la boca y con auténtico vicio, lo fue reactivando mientras se volvía a masturbar.
“Esta tía es una ninfomana” sentencié cuando de un empujón, me obligó a sentarme nuevamente en el wáter y poniéndose a horcajadas sobre mí, se volvía a ensartar. Ya empalada, se quitó el vestido dejándome disfrutar por primera vez de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar su celo. Yo mientras tanto, absorto en la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. La morena, usando mi pene como si fuera un machete, se asestó fieras cuchilladas mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Inspirado por su entrega, cogí entre mis dientes sus aureolas mientras le marcaba el ritmo con azotes en su culo. Ella al sentirlo me gritó:
-¡Dame duro!-
Sus palabras me confirmaron lo que ya sabía y por eso tratando de incrementar su morbo, le solté:
-Esta tarde al salir de la oficina, ¡me darás todos tus agujeros!-
La gordita al oír que entre mis planes estaba el darle por culo, rugió de lujuria y sin esperar a que yo tomara la iniciativa, se levantó y poniéndose a cuatro patas, me exigió que la tomara por detrás. Al verla separando con sus manos sus nalgas, me puse a su lado y recogiendo un poco de flujo de su sexo, embadurné con él su ojete.
-¡Cómo me gusta!- bufó mientras colaboraba conmigo, llevando una mano a su sexo.
Viendo la facilidad con la que su trasero aceptaba mis dedos, decidí no esperar y acercando mi glande a su esfínter, con un golpe de mi cadera, la penetré:
-¡Cómo me gusta!- suspiró al sentir a  mi extensión rellenado su conducto.
 
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No me lo podía creer lo puta que era. Desde el primer momento, esa zorra estaba disfrutando y retorciéndose en el estrecho baño, me rogó que no tuviera cuidado:
-¡Rómpeme el culo!
Su confesión abolió todos mis reparos y forzando mi penetración al máximo, me puse a disfrutar bestialmente de la entrada trasera de esa mujer. Sabiendo que no iba a lastimarla, usé, gocé y exploté esa maravilla con largas y profundas estocadas. Mi compañera, que de por sí era una mujer calientea, se contagió de mi ardor  y  apoyándose en el lavabo, gritó vociferando lo mucho que le gustaba el sexo anal. Fue al cogerme de sus pechos para acelerar mis embestidas cuando llegó a mis oídos su orgasmo. Aullando Patricia se corrió pero lejos de estar satisfecha me reclamó que siguiera.
“Es incansable” pensé al saber que con mucho menos la mayoría de las mujeres se hubiese rendido agotada y en cambio esa gorda seguía exigiendo más. Temiendo no estar a su altura, comprendí que debía ser todavía más salvaje y por eso azotando duramente  su trasero, me reí de ella diciendo:
-¡Guarra! ¡Mueve tu puto culo!-
La gorda, completamente dominada por el placer, aceleró el movimiento de sus caderas mientras no dejaba de bramar cada vez que sentía que mi estocada forzaba su esfínter.  La violencia de mi asalto hizo que casi sin respiración, me imploró que la dejara descansar. Su rendición me sonó a gloria bendita y negándome a hacerla caso, le grité:
-¡Primero quiero correrme!-
Que no la hiciera caso y siguiese a lo mío, la sacó de sus casillas y haciendo un esfuerzo sobrehumano, levantó su trasero para facilitar mis penetraciones. Para aquel entonces, era tal el flujo que manaba de su sexo que cada vez que la base de mi pene chocaba contra sus nalgas, salpicaba en todas direcciones mojando mis piernas.
-¡Córrete! ¡Por favor!- gritó.
Aunque deseaba seguir, mi cuerpo me traicionó y descargando mi semilla en su interior, eyacule en su interior mientras le declaraba mi triunfo con un mordisco en su cuello.
-Ahh- chilló mientras se dejaba caer sobre mí.
Satisfecho y exhausto, la senté en mis rodillas y abrazándola, la besé mientras con una sonrisa en los labios, la invitaba esa misma tarde a continuar con nuestro asunto al salir de la oficina. Muerta de risa, me soltó:
-¡Espero que tengas en casa viagra! ¡No soy fácil de contentar!
 
Como comprenderéis, el hecho de que me estuviera acostando con las dos fue algo difícil de mantener en secreto. Lo curioso fue que una vez se enteraron que mi relación con cada una de ellas no era la única, ninguna de esas dos mujeres se enfadó sino que empezaron a competir entre ellas, para ver cuál de las dos era más fogosa en la cama.
Tanto Lidia como Patricia tomaron como un juego el explorar los límites de su sexualidad para luego durante las comidas, reírse entre ellas, contando lo que habían experimentado. Lo creáis o no, ese par sin darse cuenta se fueron introduciendo en un camino sin retorno que llegó a su culmen un día en que al salir de la oficina, estábamos tomándonos unas cañas en un bar.
La rubia estaba contando a la morena que el día anterior, habíamos follado en un cine mientras veíamos una película. Lo erótico de la escena, sacó de quicio a la gordita que excitada por las palabras de su compañera y sin pedirle permiso, me preguntó:
-¿Harías un trio con un par de putas como nosotras?
Os juro que estuve a punto de dejar caer mi copa al oírla pero más aún cuando soltando una carcajada, Lidia insistiendo en la idea soltó:
-Aunque no lo había pensado, me encantaría probarlo.
Más excitado de lo que me gustaría reconocer, creí que me estaban tomando el pelo y por eso en plan de broma, contesté:
-Si queréis, podemos ir a mi casa.
Contra todo pronóstico, pidieron la cuenta de forma que en menos de diez minutos, estábamos entrando por la puerta de mi piso. Aunque ambas sabían a qué íbamos y lo deseaban, se mostraron cortadas en un principio. Mientras les servía una copa, me fijé en mis dos amantes.
Rubia y morena, delgada y gordita, ambas eran dos ejemplares diferentes de mujer y no sabía cuál me gustaba más.
Al comprobar mis sentimientos y descubrir que esa era mi fantasía más que las de ellas, sonreí. Mi sonrisa fue el detonante, acercándose a mí, Lidia empezó a acariciarme la entrepierna. Mi pene respondió a sus maniobras y ya totalmente excitado, las llamé diciendo:
-Venid aquí.
Mis dos niñas respondieron pegándose a mí. Con sus dos coños rozando sensualmente mis piernas, las muchachas empezaron a tocarme con sus manos. Las risas se sucedían, las bromas, los recuerdos de cuando nos conocimos y el calor del alcohol en nuestros cuerpos, terminaron de caldear caldearon el ambiente y acariciando sus traseros, me recreé en ellas mientras les decía:
Que suerte que tengo!, ¡Dos pedazos de mujeres para mí solo!
 
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La mirada pícara de Lidia me avisó que había llegado la hora, por eso no me extraño, que poniendo música la oyera decir:
-¿Quieres vernos bailar?-.
No dejó que contestara y dándole la mano a Patricia,  la sacó a mitad del saló que se convirtió en improvisada pista de baile.
Observé como con su mano, la obligaba a pegarse a ella. Su cuerpo soldándose con el de la gordita, inició una sensual danza. Sus pechos se clavaron en los  de la morena mientras sin ningún pudor recorría su trasero. Excitado por la escena, la ví besarla en los labios antes de quitarle los tirantes que sostenían su vestido mientras, coquetamente me miraba al desprenderse los corchetes que mantenía el suyo. Piel contra piel bailaron mientras con su pierna tomaba posiciones en la encharcada cueva de su compañera. Sabiéndome convidado de piedra no intervine cuando bajando por el cuello, vi la lengua de mi amiga acercándose a la rosada aureola de la morena. Patricia no pudo reprimir un gemido cuando sintió unos dedos colaborando con la boca de la rubia, pellizcar su pezón, e impertérrita aguantó sus ganas al experimentar  que Lidia seguía bajando por su cuerpo, dejando un húmedo rastro sobre su estómago al irse acercando al tanga que lucía entre sus piernas.
Arrodillándose, le quitó la tela mojada y obligándola a abrir las piernas se apoderó de ese sexo que tenía a su disposición. Con suavidad, la vi retirar los hinchados labios del sexo de la morena, para concentrarse en su botón. Fue entonces cuando con los dientes y a base de pequeños mordiscos, la llevó a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos en su larga cabellera, mirándome un tanto cortada , se corrió en la boca de la rubia. Lidia, al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo y profundizando en su tortura, introdujo dos dedos en la vagina. Sin importarle que pensara, gritó su deseo y olvidándose de su papel, levantó a la mujer que le estaba comiendo el coño mientras le decía:
-Eres preciosa.
Desde mi sitio, no pude mas que darle la razón. La piel blanca de Lidia resaltaba su belleza y dominada por la pasión lésbica, su boca disfrutó de un pecho de mujer por primera vez. Aunque para ella  era una sensación rara el sentir en sus labios la curvatura de un seno,  lejos de asquearle le encantó y ya envalentonada, siguió bajando por el cuerpo de su compañera. La rubia dejo que le abriese las piernas y al hacerlo, pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que me indicara el camino.
Nuevamente el sabor agridulce de su coño, era una novedad, pero en este caso fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara sus dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. La rubia recibió húmeda las caricias de la lengua de la gordita sobre su clítoris, y sin pedirle su opinión me exigió que la follase, diciendo:
-Manuel, ¡Quiero ver como penetras a Patricia!.
Los primeros gemidos de Lidia coincidieron en el tiempo con mi llegada a su lado. Mientras la gordita seguía chupando el clítoris de mi amiga, abrí sus nalgas y satisfecho al escuchar un aullido de deseo, le solté un duro azote. Excitada por mi duro trato, pegando un grito, me exigió:
-¡Tómame! ¡Quiero sentir tu verga en mi interior!
Su lenguaje soez espoleó mi lujuria y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, fuí forzándola de forma que pude sentir el paso de toda la piel de mi miembro, abriéndose paso por los labios de su sexo mientras la llenaba.

Lidia exigiendo su parte, tiró del pelo de Patricia y acercando su cara a su pubis obligó que su lengua volviera a introducirse en el interior de su vagina, al mismo tiempo que mi pene chocaba con la pared de la de la gordita. Patricia gimió desesperada al sentir mis huevos rebotando contra su culo. Dotando a mis embestidas de un ritmo brutal, empecé a cabalgarla mientras su boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de la rubia.
Éramos un engranaje perfecto, mi embestidas obligaban a la lengua de Patricia a penetrar más hondo en el interior de su amante y los gritos de Lidia al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque por mi parte. La rubia fue la primera en correrse retorciéndose sobre la mesa y mientras se pellizcaba sus pezones, nos pidió que la acompañáramos. Al oírla, aceleré y cayendo sobre la espalda de la otra mujer, me derramé regando el interior de su vientre con mi semilla. Lo de Patricia fue algo brutal, desgarrador, al sentir mi semen en su interior mientras seguía penetrándola sin parar, hizo que licuándose al sentirlo, chillara y llorara a los cuatro vientos su placer.
Durante unos minutos, nos mantuvimos en la misma posición hasta que ya descansado me levanté y tomándolas de la cinturas, las llevé entre sus fuertes hasta mi cama.
-Lo teníais preparado, ¿no es verdad?- afirmé mientras las depositaba sobre el colchón.
No, ¡Cómo crees!-, rio descaradamente Lidia mientras besaba los labios de la morena.
Sabiendo que era mentira y que antes de ir esa tarde al bar, ese par de zorras ya lo tenían planeado, les solté:
-¡Sois un par de zorras ninfómanas!.

Muertas de risa, no me contestaron y cambiando de posición, las dos mujeres, se pusieron a hacer un delicioso sesenta y nueve.

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Relato erótico: “Cayendo en la red V” (POR XELLA)

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Amanda se dirigió al trabajo vestida con un vestido azul escotado, el pelo largo suelto y altos tacones. Y las bragas que le dió Susana.

Desde el momento en que se las puso estuvo en constante tensión, con la esperanza de que se encendieran en cualquier momento.
“¿Eres tonta?” Pensó “Susana está a mucha distancia de aquí… No creo que esto tenga tanto alcance…”
Pero aún así, la incertidumbre de que podía vibrar en cualquier momento seguía ahí, cada vez más intensamente mientras más se acercaba a su oficina.
Cuando llegó, Susana no había venido todavía, así que entró sin más a su despacho y comenzó a encender el equipo.
No llevaba ni 20 minutos delante del ordenador, cuando una leve vibración la recorrió por dentro.
Susana acababa de llegar. Sabía que su jefa ya estaba en su despacho, así que iba a divertirse un poco. Comenzó a dar pequeñas vibraciones a intervalos largos y poco a poco fue reduciendo la distancia entre estos, así como aumentando la intensidad de la vibración.
Le divertía mucho imaginarse a su jefa dentro de su despacho, cómo se debía estar retorciendo de placer…
Después de unos minutos, pensó que ya tenía suficiente. Se levantó y se dirigió a su despacho.
La situación en la que se encontraba Amanda era estupenda, se había tirado al suelo y, con el vestido levantado estaba retorciendose de placer, intentando aumentar el efecto que los vibradores ejercían en ella. Al ver a Susana, se dirigió rauda hacia ella avanzando a cuatro patas, sabiendo que debía portarse bien si quería su orgasmo.
Amanda se paró de rodillas delante de la secretaria, esperando que le dijera qué quería que hiciese.
– Buenos días pequeña. – Dijo Susana. – ¿Tenías ganas de verme? – Preguntó, levantándose la falda y mostrando el coño que Amanda debía comerse.
Ésta no tardó, apartó el tanga y se comió con fruicción el coño de la chica hasta llevarla al orgasmo. En ese momento, ella también se corrió, no sabía muy bien si por el efecto de los vibradores que manejaba con pericia su secretaria, o por esa extraña razón por la que se corría cuando proporcionaba un orgasmo.
– Que bonita manera de empezar el día… – Comentó la secretaria. – Empieza una nueva semana y va a haber unos cuantos cambios. Has estado descuidando tu trabajo durante la última semana y no podemos permitir eso… Me hiciste cancelar todas tus reuniones y compromisos… Y ya no lo haré más.

Amanda escuchaba sin objección como su secretaria le estaba diciendo la manera en la que debía trabajar.

– Para empezar, la reunión de hoy antes de comer no la voy a cancelar. Tendrás que asistir.
Amanda asintió.
– Y ahora levantate y arreglate el vestido un poco, a estas horas puede entrar cualquiera. – Terminó, guiñandole un ojo a su jefa. – ¿Eres una buena chica?
– Soy una buena chica. – Respondió Amanda, mientras se recomponía el vestido.
Susana salió del despacho pensando lo divertido que iba a ser el día de hoy… Ese fin de semana había instalado una pequeña cámara web en el despacho de su jefa, para ver en qué momento era conveniente activar su juguete y como era su reacción, así que hoy no se perdería detalle.
Amanda pasó una mañana tensa. Estaba todo el tiempo esperando que se encendiesen los vibradores y eso no la dejaba concentrarse. Después de un par de horas, decidió salir a por un cafe para despejarse.
Salió de su despacho ante la mirada de su secretaria y se dirigió a la zona de las máquinas. Estaba sola por los pasillos, aún era pronto para que la gente comenzase a moverse para ir a desayunar.
Llegó a las máquinas y sacó un café con leche. Mientras esperaba, un hombre de mensajería pasó con su carrito lleno de correo por delante de la zona de los cafés y, de repente, una ligera vibración comenzó a recorrer los agujeros de Amanda.
– ¡Ah! – Se le escapó a la mujer, mientras se apoyaba en la mesa debido a la sorpresa.
El hombre de mensajería se paró y la miró, momento en el que la potencia de los vibradores aumentó. Amanda intentó mantener el tipo como pudo.
– B-Buenos díass… – Saludó al hombre, intentando disimular.
– Buenos días. – Contestó educado, siguiendo adelante con su carrito.
En cuanto se alejó, la vibración comenzó a perder intensidad hasta que desapareció completamente cuando perdió al hombre de vista.
Amanda comenzó a tomarse el café tranquilamente hasta que un par de maquetadores del periódico llegaron también a la zona de desayuno, entonces, de golpe, los dos vibradores volvieron a encenderse. Amanda dió un pequeño brinco y, cogiendo su café, se despidió apresurada y salió disparada a su despacho.
La vibración paró mientras andaba, pero suponía que una vez había empezado, Susana continuaría con las descargas, así que tenía pensado entrar en su despacho a disfrutar de su orgasmo con privacidad. Pero no fue así, los vibradores no volvieron a encenderse y Amanda se estaba desesperando.
Una notificación apareció en el ordenador de Amanda. Era el aviso para la reunión que le había avisado la secretaria… Se planteó no ir, pero… No podía hacerlo… Si quería ser una buena chica… (…perra…) Así que agarró su portátil y salió directa a la sala de reuniones.
Susana la vió salir decidida de su despacho y, cuando pasó por delante suya, Amanda la dedico una mirada que mezclaba deseo y súplica… Sabía que llevaba todo el día sufriendo y deseando un orgasmo… Y estaba esperando a ver cuanto tiempo tardaba en darse cuenta de lo que tenía que hacer para conseguirlo…
Amanda entró en la sala de reuniones, había llegado tarde y ya estaba todo el mundo allí. Se sentó al lado de Gabriel, aunque casi no se dió ni cuenta porque nada más entrar, una vibración sacudió su coño, aunque era algo leve y pudo mantener la compostura. Se disculpó por la tardanza y se sentó enseguida.
Por suerte, la reunión era algo rutinario y no tuvo que intervenir. Los corresponsales querían pedir una aplicación que les facilitase el envío de sus artículos desde cualquier parte del mundo, y necesitaban que les aprobasen el presupuesto…
La hora entera que duró la reunión, Amanda se la pasó chorreando… Nada más sentarse se encendió también el segundo vibrador, y continuaron así durante toda la reunión. Era una vibración leve, pero la prolongada duración estaba haciendo su efecto… Amanda estaba acalorada y el resto comenzó a notar que algo le pasaba.
– ¿Te encuentras bien? – Le preguntó Gabriel.
– Si… No… No es nada… No te preocupes… – Contestó Amanda como pudo.

Gabriel parece que no quedó muy convencido pero, más allá de echarle miradas de reojo de vez en cuando, la dejó tranquila.

En cuanto terminó la reunión, Amanda salió disparada y nada más salir por la puerta los vibradores se apagaron de golpe, dejando a Amanda en parte aliviada y en parte insatisfecha.
En vez de ir a su despacho, entró directa al servicio, se lavó la cara y bebió algo de agua para calmarse… Pero no sirvió de mucho… Estaba caliente como nunca…
Se dirigió a su despacho a ver si comer algo la hacía sentirse más calmada pero tampoco sirvió de nada.
En el resto de la tarde no salió de su despacho, y los vibradores no volvieron a encenderse. A medida que pasaba el tiempo, Amanda esperaba con ansia la visita de Susana que se había producido todos los días de la semana anterior pero, después de esperar una hora, la pelirroja no apareció.
Ante la decepción, Amanda se fué de su despacho y se dirigió a su casa. La rutina de los últimos días volvió a repetirse. Baño, portatil, página de contactos, porno… y sobre todo, masturbarse… Estuvo masturbándose toda la tarde y parte de la noche. Introducía los vibradores que se compró en el sex shop en su coño y en su culo mientras en su cabeza no paraba de repetirse a sí misma que no era más que una perra, que necesitaba una buena polla y que si quería ser una buena chica, debía ser obediente…
Los días pasaron de la misma manera, frustrando a Amanda ante la indiferencia de Susana y su constante calentura. Se pasaba los días esperando a que su secretaria entrase por la puerta y la follase hasta reventarla…
Aún con todo esto, ni siquiera había pasado por su cabeza no ponerse las bragas con consoladores. Las llevaba todo el día puestas, desde antes de salir al trabajo hasta volver a llegar a su casa, momento en el que se las quitaba para meterse sus propios consoladores. Había advertido que su culo se había acostumbrado muy bien a estar “relleno”, aceptaba perfectamente los consoladores, lo que causaba en ella una gran satisfacción (…Sólo existes para dar placer…Sólo eres un culo, un coño…)
Así que todos los días los pasaba así, hasta que la tarde del miércoles de esa semana, comenzó a darse cuenta de algo… Parecía que Susana no la hacía caso pero, realmente, estaba completamente atenta a ella… Si lo pensaba un poco, siempre activaba los vibradores cuando estaba cerca de la gente, nunca cuando estaba sola… Ya fuera en la cafetería o en alguna reunión, la secretaria aprovechaba para excitarla. Una vez esa idea apareció en su cabeza, fué fácil comprobarla.
Esa misma tarde antes de salir del trabajo, comenzó a dar vueltas por la oficina y, efectivamente, en cuanto alguien pasaba cerca de ella, los juguetes se ponían a funcionar. Estuvo toda la tarde rondando por los pasillos y salas del edificio sin saber como era capaz Susana de saber quién se encontraba a su lado, pero se dió cuenta de ciertas conductas.
El día terminó y esa noche, mientras se masturbaba ante el ordenador, comenzó a pensar en lo aprendido durante el día. Si la persona que se le acercaba era un hombre, la vibración era más fuerte, aunque también las activaba con mujeres. Además, mientras más cerca estuviese más intensa era la vibración. La cosa no acababa ahí… Se había fijado en que un ligero roce con alguien, una postura sugerente, un pequeño descuido que mostrase algo más de lo que debía… Todas esas cosas hacían que Susana la “premiase”…
Sumida en esos pensamientos le llegó el sueño, decidida a que mañana sería una muy buena chica para Susana.

Se puso una ajustada falda negra y una blusa de leopardo con un escote de infarto que dejaba intuir el sexy sujetador que se había puesto. Unos zapatos con un tacón vertiginoso completaban el atuendo.

Estuvo en su oficina hasta la hora del desayuno y entonces se dirigió a la cafetería. Nada más acercarse a la gente, como esperaba, los vibradores se activaron. Al coger el café, flexionó el cuerpo sin doblar las rodillas, mostrando una vista perfecta de su culo. Los vibradores reaccionaron tal como esperaba, conmfirmando sus sospechas de la noche anterior. El resto de días había cogido el el café y se había marchado a su despacho con la esperanza de que la vibración continuase allí, pero este día sería distinto. Se acercó a tres chicos que estaban en una mesa alta desaunando y se puso a charlar con ellos. Los chicos no se lo creían, ¡Esa despampanante mujer estaba hablando con ellos!
La conversación no era nada fuera de lo normal, que tal iban con el trabajo, si les daría tiempo a acabar sus proyectos a tiempo… Algo trivial, pero lo suficiente como para permitirla provocar algunos contactos desenfadados. Amanda se inclinaba ligeramente sobre la mesa, dejándo su escote a la vista del chico que tenía justo enfrente, o dejaba caer su móvil y, al agacharse, lo hacía acercándo su cara más cerca de lo aconsejable por la decencia al chico que tenía al lado, como si estuviese recorriendo su cuerpo. Las erecciones de los chicos era perfectamente visibles y eso la volvía loca, además de que estaba recimiendo su premio en forma de vibraciones largas y continuadas.
Los chicos estaban a mil, pero les intimidaba tener a una directiva tan importante del periódico en esas actitudes, pensando que estaban haciendo algo mal, así que en cuanto pudieron encontrar una excusa, dejaron a Amanda con un palmo de narices. Dos de ellos, en vez de a su sitio se fueron al servicio… Supuso Amanda que iban a hacerse una paja “a su salud” lo que hizo que se estremeciera de placer. Viendo que ahí de momento no había nada más que hacer, volvió a su despacho.
Al pasar por delante de Susana, esta le guiño un ojo y la sonrió, haciéndola ver que eso es lo que esperaba de ella.
Volvió a pasearse varias veces por la oficina, pero no volvió a tener una oportunidad de “intimar” con nadie de nuevo, así que estaba algo frustrada en su despacho.
TOC TOC.
– Adelante. – Dijo Amanda, algo sorprendida de la visita.
La puerta se abrió tímidamente.
– H-Hola. Traigo un paquete para Amanda González-Del Valle. – Un mensajero asomó la cabeza por el quicio de la puerta.

– Soy yo.

– Su… Su secretaria me dijo que quería recibirlo usted directamente. – Dijo el chico, entrando con un sobre en la mano.
.
En ese momento, los vibradores se activaron a la vez, dejando claras las intenciones de Susana.
– Veamos esa carta. – Dijo Amanda, levantándose y dirigiendose al hombre.
El chico estaba algo cortado delante de la espectacular mujer. Mientras se acercaba al hombre, la vibración aumentaba y Amanda sabía lo que tenía que hacer. Recogió el sobre con demasiada efusividad, agarrando el brazo y la mano del hombre.
– ¡Muchas gracias!. – Dijo, acercándose a él.
– ¡D-De nada!
– ¡Oh! ¿No tiene remitente?. – Amanda aprovechó para rodear al mensajero con un brazo mientras le enseñaba el sobre. Su cara estaba tan pegada a la suya que el hombre podría notar perfectamente su respiración.
“Eres una buena chica” Se repetía constantemente, mientras los vibradores le corroboraban esa sensación.
– Eeeh, parece que no tiene… L-Lo siento, no se de quién es…
– ¡No te preocupes! Seguro que dentro lo explica.
– Seguro que sí… Bueno… Yo… Tengo que… Irme… – Decía azorado el hombre mientras se separaba de Amanda e iba hacia la puerta.
Amanda pudo notar claramente en su sexo como el hombre se alejaba… Los vibradores descendieron de potencia rápidamente… No… No podía permitirlo…
(…Debes obedecer…Sólo existes para dar placer…)
Se acercó rápidamente al hombre y, algo brusca, dió la vuelta al hombre y lo empujó hacia la puerta. El mensajero estaba sorprendido, pero la erección que tenía era obviamente visible. Sin darle tiempo a pensar, Amanda le plantó un húmedo morreo que dejó al hombre estupefacto, pero no le duró mucho… Viendo la actitud de la mujer, se animó pronto. Llevó las anos a su culo, amasándolo con avidez y, rápidamente, una mano se dirigió a sus pechos.
Amanda estuvo rápida, no podía permitir que le tocase los pezones… Ya los tenía mucho mejor, pero aún le molestaban los piercing, así que, sujetando la mano del chico y guiñándole un ojo, comenzó a descender hasta ponerse de rodillas ante él.
El mensajero no se lo creía… Tenía una pedazo de hembra delante de él… ¡De rodillas! Amanda comenzó a desabrochar su pantalón hasta que liberó la durísima polla que escondía bajo ellos bajo presión, tanto, que al ser liberada salió disparada golpeando a Amanda en la mejilla.
– Vaya… Parece que tienes otro paquete que entregarme… – Dijo juguetona, agarrándo el miembro del hombre con la mano y comenzando a pajearlo mientras le daba ligeros lenguetazos en el glande.
(…Tu deber es complacer…Tu deber es obedecer…)

Amanda estaba en éxtasis. Los vibradores estaban a plena potencia pero, extrañamente eso no era lo que más placer le reportaba… Tener esa polla delante… Estar complaciendo a ese hombre… Era maravilloso… Sentía una sensación de plenitud intensa, lo que hacía que realizase la mamada cada vez con más dedicación. Levantó la polla con la mano, poniendola a lo largo de su cara para poder acceder con comodidad a los huevos del hombre, comenzándo a recorrerlos con su lengua, primero haciendo círculos y luego, avanzando con su lengua desde los huevos, hasta el rosado capullo que tenía delante. Mientras veía la cara de placer del mensajero, se introdujo la punta en la boca, le miró fijamente a los ojos y empezó a introducirse lentamente el falo en la boca, sin apartar la mirada, hasta tener su nariz pegada al abdomen del hombre.

Eso fue la gota que colmó el vaso del mensajero, dándose cuenta de que lo que tenía delante era una zorra y dejando de tener el respeto y miedo que tenía por ser una de las directivas más importantes del periódico. Agarró a Amanda del pelo y tirando hacia atras primero para sacar la polla entera, comenzó a follarse su boca con violencia.
(…Sólo eres un objeto…Tu misión es ser usada…Eres un juguete…)
Amanda casi no podía respirar debido a la intensidad con la que le estaba obligando a chupar. El hombre alternaba entre violentos mete-saca con profundas inserciones de su falo. Cuando hacía esto último, mantenía la polla metida hasta el fondo durante unos segundos antes de permitir respirar de nuevo a la mujer.
La intensidad con la que penetraba y el morbo de la situación no permitieron al mensajero aguantar mucho antes de correrse, cosa que hizo completamente dentro de la sumisa directiva. Amanda recibió con placer la descarga, tanto que en cuanto el primer chorro golpeó su garganta, un intenso orgasmo la abordó, descargando de un golpe toda la tensión que llevaba acumulada durante el día.
 
Antes de dejarse caer al suelo para disfrutar de su orgasmo, Amanda procuró dejar completamente limpia la polla de su hombre. En cuanto acabó, cayó rendida al suelo a los pies del mensajero. Éste, sin creerse aún la suerte que había tenido, e intentando evitar cualquier reacción negativa de la mujer por lo que había hecho, guardó su herramienta de nuevo y salió del despacho.
“¿Qué he hecho?”
(…Has sido una buena perra…)
“Una buena perra… Soy… Una buena perra…”
(…Eso es… Eres un objeto… Solo existes para dar placer..)
“Solo… para dar placer”

Amanda siguió rendida en el suelo de su despacho el un buen rato más, paladeando el sabor de la corrida que había recibido.

Cuando se decidió a irse a casa, era bastante tarde ya, entonces se acordó del sobre que le había traido el mensajero, se incorporó y, después de recomponerse un poco el vestido abrió el sobre.
Extrajo un pequeño papel en el que rezaba:
“Disfrutalo.
Firmado: Scarlata”
Y el papel venía adornado con un beso marcado con carmín rojo.
Salió enseguida de su despacho buscando a su secretaria, no sabía realmente si para darle las gracias o para echarle la bronca, pero ya se había ido, es más, la oficina estaba prácticamente vacía.
Amanda recogió sus cosas y se fue a casa pensando en que hoy había sido una buena chica…
El viernes llegó con una mala noticia para Amanda, nada más levantarse le llegó un mensaje de Susana en el que decía que hoy no iba a ir a trabajar, que tenía que ir al médico. La decepción de la mujer era palpable, pero aun así, no se planteó quitarse los consoladores, aunque la dueña de los mandos no pudiese activarlos.
El día se desarrolló algo aburrido. Echaba de menos los juegos de los últimos días… A media mañana se levantó a tomarse un café y, para su sorpresa, al acercarse a uno de los empleados que había desayunando, un escalofrío que nació en su coño la recorrió entera. ¿Qué estaba pasando? (…Sólo eres una perra…) Los vibradores no estaban funcionando… (…Tu misión es proporcionar placer…) Susana ni siquiera estaba en el edificio…
Amanda cogió el café y repitió la jugada del día anterior, sólo para descubrir que aún sin vibración, las sensaciones eran las mismas… A punto estuvo de correrse allí en medio después de estar un rato en contacto con varios chicos… justo antes de que se fueran… Se marchó a su despacho algo frustrada, pensando cómo era posible que le pasase eso, no tenía vibrador ni nada, pero aún así… (…Sólo quieres follar…Sólo necesitas una polla…)
Estuvo dándole vueltas al tema hasta que otra cosa ocupó sus pensamientos: Una notificación de reunión apareció en su ordenador.
Se quedó mirando el mensaje, era una reunión para la semana siguiente… Con el político corrupto… Parece que quería sobornarles, o comprar su silencio o algo… Pues iba listo. Amanda se levantó hecha una furia y fué directa al despacho de Gabriel. Entró sin llamar y, en cuanto entró, se quedó paralizada. Su coño comenzó a chorrear igual que en el desayuno y eso la dejó descolocada…
– ¡Amanda! – Exclamó Gabriel, sorprendido. – ¿Qué ocurre? ¿A qué tanta prisa?.

Amanda estaba confusa… Mientras más se acercaba a la mesa de Gabriel, más cachonda se ponía.

“No… Gabriel no…” (…Eres una perra…Tu opinión no importa…)
– ¿C-Cómo podéis?… ¿Cómo podéis dejaros comprar así?… ¿No tenéis principios?
Amanda no se dirigió a la silla que estaba enfrente de la mesa, en vez de eso, rodeó el escritorio de su compañero y, apoyando una mano en ella, se inclinó ligeramente sobre Gabriel, intentando intimidarlo… O eso creía ella…
El escote de Amanda estaba a plena vista de Gabriel, que se quedó algo sorprendido. Ya había notado que la mujer llevaba un tiempo vistiendo más… descocada, pero tenerlo así… delante…
Amanda se estaba volviendo loca, mientras más cerca estaba más cachonda se ponía. Tenía sensaciones encontradas, por un lado quería matar a Gabriel, por destrozarle la mejor oportunidad de su carrera, pero por otro…
(…Sólo eres un objeto…)
– ¿A-Amanda? ¿Q-Qué estás haciendo?
Amanda se acercó más a Gabriel poniendole las tetas casi en la cara, buscando rozarle con el brazo, con su cuerpo… Forzar un contacto que le reportase placer. Apoyó una mano en su hombro, sintiendo un escalofrío que la recorrió de arriba a abajo.
“¿Qué estas haciendo?”
Gabriel estaba mudo. La otra mano de Amanda, avanzó hacia el pecho del hombre y poco a poco empezó a descender, acariciándole lentamente, disfrutando de los calambres de placer le producía ese contacto. Amanda ya no respondía de sus actos, y aunque hubiese podido hacerlo, seguramente no habría parado… (…Eres un objeto…Perteneces a tu hombre…No teienes elección…)
La mano llegó a la entrepierna de Gabriel, entreteniéndose en su bragueta para después bajar a los huevos, sujetándolos y sopesándolos…
– ¡Basta! – Exclamó Gabriel. Amanda se quedó petrificada. – ¿Qué crees que estás haciendo? Vienes a mi despacho a discutir temas importantes, ¡Y lo único que haces es comportarte como una zorra!
Amanda comenzó a balbucear, apartándose rápidamente de Gabriel.
– ¿Crees que así me vas a convencer de sacar a la luz la información que tienes? ¿Tan simple crees que soy? Ya estás desapareciendo de mi vista antes de que llame a seguridad, ¡Zorra!
Amanda salió a trompicones del despacho, y se dirigió corriendo al suyo. Nada más cerrar la puerta el mundo se le echó encima, ¿Qué acababa de hacer? (…No has sido una buena chica…) No había sido una buena chica… Había acosado a Gabriel… ¡A Gabriel! Había… (…Has decepcionado a tu hombre…) decepcionado… (…Tu deber es dar placer…) tu… misión… ¿Porqué la había rechazado? ¿Acaso no le gustaba? Debería… (…Tienes que ser una buena perra…) debería haberlo hecho mejor… Pero… ¿Qué estaba diciendo? La cabeza le daba vueltas.
Salió de la oficina un par de horas antes… Necesitaba estar sola y aclararse. Al llegar a su garaje tenía una extraña sensación de desasosiego… Seguía pensando que podía… no… que DEBÍA haberlo hecho mejor… Fué hacia la puerta de su casa y la abrió. De repente los vibradores se pusieron en marcha a la vez a tal potencia que Amanda cayó de rodillas al suelo de la impresión. Cuando consiguió recuperarse un poco levantó la cabeza.
– ¡Susana! – Exclamó Amanda con sorpresa.

 

La sexy secretaria estaba de pie, en el recibidor, esperándola.
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Relato erótico: “Alias: La invasión de las zapatillas rojas 4” (POR SIGMA)

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ALIAS:
LA INVASIÓN DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 4.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas y Expedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Por Sigma
Sydney se estiró perezosamente entre las cobijas, aun sentía la satisfacción de su larga sesión de amor por su propia mano la noche pasada.
– Mmmm… oh como lo disfruté -pensó sonriente mientras miraba lánguidamente su alcoba y luego su propio cuerpo sobre la cama, aun llevaba puestas unas medias negras al muslo y sus botines de tacón alto a juego junto con unas pantaletas de encaje estilizadas cuya parte posterior dejaba descubierta la mitad de sus nalgas.
Tras un suspiro recargó su cabeza en la almohada y trató de concentrarse en sus objetivos.
– Vaya, creo que debería seguir investigando las zonas prohibidas del complejo… -pensó brevemente antes de que su mirada se posara en sus piernas- que bien me veo… mmm… Quizás podría tomarme unos minutos más para investigar mis propias zonas prohibidas…
Comenzó a explorar su cuerpo lentamente, deslizando sus esbeltos dedos sobre sus muslos ahora sedosos y morenos gracias al nylon, luego sus suaves  pantorrillas cuya redondez apretó, al llegar a sus esbeltos tobillos sintió la necesidad de apoderarse de ellos con cada mano, dándoles un tirón posesivo, lo que le causó una extraña sensación de placer que la hizo gemir ligeramente.
– Unnnhhh -lanzó su cabeza hacía atrás sorprendida por la respuesta de su cuerpo.
Al tener sus pequeños pies entaconados al alcance comenzó a acariciar sus curvados empeines, sus estilizadas puntas y finalmente los delgados y altos tacones, volviéndose a causar un extraño placer al sujetarlos, forzando sus pies a estar casi de puntas.
– Oooohh -susurró más fuerte de lo que esperaba.
Hasta entonces se dio cuenta de que sus uñas estaban tremendamente largas y pintadas de color negro, no eran ridículas pero sin duda eran mucho más largas de lo que acostumbraba.
– ¿Eh… cuando me dejé crecer las uñas así…? -pensó mientras las examinaba, pero por más que pensó en ello el recuerdo la evadió.
En un impulso se paso los dedos por sus muslos cubiertos de medias, como arañándolos muy suavemente, lo que combinado con su sensible y ya erotizado cuerpo le causó allí mismo un pequeño orgasmo.
– ¡Ooohhh… Diosss…! -exclamó sin poder evitarlo, para de inmediato comenzar a darse placer de manera más profunda.
Con sumo cuidado introdujo su mano derecha bajo las pantaletas y empezó a tocarse suavemente, mientras su mano izquierda acarició una y otra vez sus firmes tetas, pellizcando de vez en cuando sus duros pezones.
– ¡Aaaahh… siiii… me gusta tanto… mis tetitas… ooohhh -gemía suavemente mientras la mano bajo sus pantaletas se movía como un rayo, sacudiendo su lencería locamente- ooohhhhooh… mi coñitooo…!
Para entonces ya ni siquiera se preocupaba del excesivo apetito sexual que últimamente la dominaba. Estaba muy ocupada masturbándose…
– Buenos días Syd… Oh Dios… -escuchó de pronto la operativo, al girar la cabeza vio a su tocaya en la puerta de la alcoba mirándola fijamente, trató de calmarse y sacó la mano de sus pantaletas, pero el ser sorprendida así la hizo sentir como una adolescente atrapada por su madre, la vergüenza y placer al combinarse forzaron su orgasmo…
– ¡Unnnnhhhnnooo… -gimió cerrando los ojos y mordiéndose los labios desesperada por controlarse. Luego se quedó acostada unos segundos tratando de calmarse.
De pronto escuchó cerrarse la puerta y al fin se atrevió a mirar, la doncella se había marchado.
– Dios… ahora como podré verla a la cara -pensó.
Afuera de la alcoba Piernas se había recargado de espaldas en la puerta, su rostro estaba iluminado por una gran sonrisa, luego prácticamente corrió a la sala de estar sobre sus altos tacones, se recostó en un sofá, se levantó la falda, se bajo su tanga y comenzó a masturbarse furiosamente…
– ¿Pero que me pasa? -pensaba la trigueña mientras meditaba avergonzada en la cama- El sexo es lo único en lo que pienso últimamente. Tal vez debería…
En ese momento vio el reloj a un lado de la cama.
– ¡Dios que tarde es… Escorpius debe estar esperando! -de un salto salió de la cama y corrió a la ducha sobre sus inestable tacones.
En segundos se quitó sus botines, medias y pantaletas para ponerse sólo sus zapatillas de baño de plástico, eran unas sandalias color rosa de tacón alto.
– No entiendo por que debo ponerme esto para bañarme, es ridículo -pensó airada pero sin siquiera pensar en desobedecer- todo sea por mantener mi pantalla y cumplir la misión…
Tras equilibrar la temperatura se introdujo bajo el agua con agilidad pero justo entonces sintió que de golpe le faltaba el aliento, cerró los ojos y su boca formó una O.
– Ooohh… ¿Qué pasa?… -el agua tibia al tocar sus pezones y vagina le causaron un escalofrío de placer- estoy taaaan sensible…
Por un instante quedó paralizada, disfrutando la sensación.
– Aaahh… que bien… tal vez podría… -pensó mientras su mano derecha se deslizaba de nuevo hacia su entrepierna- ¡No! ¡Basta! Debo cumplir la misión y para eso debo mantener mi pantalla, debo apurarme.
Comenzó a ducharse con vigor, aunque dando de vez en cuando un gemidito ahogado cuando rozaba sus puntos más sensibles.
En ese momento, sin que ella lo supiera, una cámara oculta estaba enfocándose en el curvilíneo cuerpo de la operativo a través del cristal de la ducha.
El observador de los monitores sonrió ampliamente.
Minutos después Sydney ya se estaba poniendo su uniforme del martes: un minivestido rosa a medio muslo con un amplio escote en V, su cabello recogido en una cola de caballo y sus zapatillas rosas de tacón alto puntiagudas y con una correa con broche de plata cruzando en medio de su empeine.
Entonces tocaron a la puerta.
– Adelante -dijo la apurada mujer.
Entonces entró Dana, la jefa de seguridad. Llevaba un impecable traje sastre negro y el cabello en un severo peinado hacia atrás.
– Hola Bombón -le dijo sonriendo ligeramente. Syd odiaba esos sobrenombres, pero sin saber por que sonrió al escucharlo.
– Hola Dana ¿que se te ofrece?
– Me envía el señor Scorpius… está esperándote desde hace varios minutos en la sala de juntas.
– Si… claro… ya estaba saliendo, gracias -respondió nerviosa mientras se giraba para tomar su libreta y bolígrafo. De reojo alcanzó a ver en un espejo como la rubia miraba atentamente sus largas piernas y glúteos cuando se inclinó. De nuevo no pudo evitar sonreír.
De inmediato salió del cuarto para dirigirse a la sala de juntas.
– Dios, no se que es, pero hay algo en Dana que me da escalofríos cuando me mira así -pensó mientras llegaba a una puerta oculta a lado de la del estudio, llamó y luego entró.
– ¿Por que la demora Sydney? -le dijo con voz severa Scorpius.
– Lo siento señor Scorpius, no volverá a ocurrir…
– Además ya habíamos quedado en que nos tutearíamos.
– Ah, si, lo siento señ… digo Xander.
– Bueno, a cualquiera le pasa. De todos modos llegas a tiempo, tenemos que ver el video sobre los avances de la empresa de este mes -le explicó mientras señalaba al gran televisor plano en la pared y luego a las cómodas sillas ejecutivas colocadas alrededor de una mesa ovalada al otro lado.
– De hecho.  aun eres la primera en llegar de mis empleados de confianza, no me sorprende de tu tocaya, siempre está distraída, pero a Dana la envié por ti.
Entonces pasó su brazo alrededor de los hombros de la espía y la llevó a una de las sillas ejecutivas.
– En todo caso ya puedes sentarte -le dijo el hombre mientras la ayudaba a hacerlo, aprovechando para dar un vistazo a las largas piernas y al suculento escote de la mujer.
– Bien, sigo distrayéndolo… -pensó ella, sin embargo empezó a sentir unas suaves cosquillas recorriendo su cuerpo desde las puntas de sus pies hasta su depilado sexo y sus rosados pezones.
Scorpius se sentó en la silla a lado de Syd y minutos después entraron Dana y su tocaya. Pero en vez de llevar su uniforme negro la morena vestía un ajustadísimo leotardo blanco, unos pantalones cortos y zapatillas de ballet a juego.
La trigueña frunció el seño sorprendida y algo curiosa.
– ¿Y eso? No sabía que ella practicaba ballet.
Después de saludar se sentaron dejando a Syd y a Scorpius sentados en medio. Al oprimir un botón las luces se apagaron y el televisor se encendió mostrando un desfile de modas mientras una voz empezaba a explicar los logros de la casa de modas Xcorpius en el mes.
La operativo observaba atentamente la habitación y el televisor, tratando de reunir información cuando de pronto sintió una cálida mano posándose en su muslo descubierto, era Scorpius. De inmediato la mujer lo volteó a ver con ojos sorprendidos pero él solamente le guiñó un ojo y siguió observando la pantalla.
– ¡Dios, esto es increíble! -pensó ella molesta e impactada- mejor lo detengo antes de que empeore.
Extendió su mano para retirar la de su jefe de su muslo cuando, sin que la trigueña lo viera, Scorpius oprimió un botón de su control y una melodía ultrasónica invadió el cuarto, inaudible, excepto por algunos animales.
Sydney sintió al instante una descarga de placer que la invadió, sus ojos y su boca se abrieron por la sorpresa, sin quererlo su mano se posó en la del hombre e involuntariamente se la apretó.
– Ooooohh… ¿Qué me pasa? -pensó mientras cerraba los ojos- mi cuerpo está cada vez más sensible…
Scorpius empezó a acariciar los muslos de la mujer suavemente, dejándola confundida, quería apartar su mano pero estaba disfrutando su toque. Lo miró y en silencio su boca formó dos palabras:
– Xander… basta…
Pero su objetivo solamente le sonrió y con un gesto de cabeza le indicó que siguiera viendo el video. La trigueña no supo, o no se atrevió, a negarse y lentamente volvió a mirar al frente sin realmente poner atención.
Mientras tanto, bajo la mesa la mano de Scorpius había empezado a apretar posesivamente el esbelto muslo de ella, luego su mano fue subiendo hasta empezar a introducirse bajo su falda.
– ¡Esto es demasiado, tengo que…! -pensaba Syd cuando el tono ultrasónico volvió a aumentar.
– Aaaahhh… -apenas pudo reprimir un gemido mordiéndose los labios y agarrándose al borde de la mesa con ambas manos.
– Oooohhh… pero que… me está haciendo… ooohh… me encanta… ¡No! ¡Concéntrate! -pensó mientras se esforzaba en mirar el televisor y apartarse de Scorpius poniendo sus piernas en el lado más lejano de la silla.
Pero Scorpius le hizo un guiño de complicidad mientras que bajo la mesa chasqueaba los dedos. Al instante Syd sintió como sus rodillas empezaban a subir y bajar levemente a buena velocidad, como en un gesto de nerviosismo. Sus talones se separaban del piso y luego volvían a bajar, hasta que dieron un par de pasos y volvieron a ponerse en contacto con Scorpius.
Lo que este aprovechó de inmediato para empezar de nuevo a acariciar sus muslos.
– ¡Oooohh…! ¿Qué me pasa? ¿Por que no puedo resistirme? Es casi como si mi cuerpo no me obedeciera… -pensó la mujer confundida y avergonzada. Miró a las otras dos mujeres de la habitación, encontrándolas observando absortas el video, luego vio al techo y cerró los ojos.
Escorpius siguió torturándola con caricias como ella jamás había sentido.
De pronto su “jefe” volvió a introducir su mano bajo el vestido de la trigueña, cortándole la respiración por un momento.
De nuevo apartó sus piernas, pero Scorpius le sonrió a la operativo de una forma tan insinuante que la hizo sentir mareada y sin aliento, a la vez que bajo la mesa daba una palmada sobre su propio muslo… Al instante, como si fuera una muñeca de placer programada, las largas piernas de Sydney se levantaron, luego giraron junto con sus caderas y se extendieron rectas y tiesas para finalmente posarse así en el regazo del hombre, casi como si se las entregara.
Con salvaje lujuria Scorpius se lanzó a la tarea de recorrer esas interminables piernas, labor que encontró muy placentera. Con agilidad sus manos recorrieron desde las puntas de las zapatillas al arqueado empeine, sus femeninos tobillos…
Sydney se mordía los labios para no gritar, mientras se aferraba con todas sus fuerzas a la mesa de reuniones como un náufrago a un salvavidas.
– Nnnnnngg… ¿Por que no puedo detenerlo…? -pensaba entre confundida y terriblemente excitada.
Sentía como si sus piernas pulsaran rítmicamente al toque de Xander, a la vez que sus pies, de por si forzados en los altos tacones, se ponían aun más de punta.
– Mmm… que bien se siente…
Scorpius ya estaba acariciando sus curvilíneas pantorrillas, sus deliciosos muslos de nuevo, introduciéndose bajo su falda…
Ella trató de mantener sus muslos cerrados con sus últimas fuerzas, pero un nuevo chasquido de dedos demolió su resistencia. Con un ahogado gemido Sydney flexionó su pierna metiéndola entre los muslos del hombre de forma seductora, la otra pierna se lanzó al extremo opuesto de la silla, dejando su sexo completamente expuesto.
De inmediato una de las manos de su “jefe” se introdujo bajo la falda y más allá, bajo las etéreas, casi infantiles pantaletas rosa de la mujer… explorándola… acariciándola… masturbándola…
– Ooohhh… oohh -gimió en voz baja pero audible.
Las otras dos mujeres voltearon al oír los débiles ruidos y ella apenas alcanzó a poner cara de compostura, pero por dentro sentía que se quemaba en la hoguera del deseo, avivada ahora por la humillación de casi ser descubierta. Finalmente las mujeres volvieron a mirar la pantalla.
– ¡Ooohh… estoy tan caliente! ¿Pero que estoy haciendo… que me pasa…? -pensó antes de recargar su cabeza en el hombro de Scorpius, que aprovechó para hablarle suavemente al oído.
– ¡Como me gustas Bombón! -le dijo sin dejar de acariciarla- Te deseo desde el primer día que comenzaste a trabajar para mi…
– Aaahhhh -gimió muy bajo la trigueña.
– Desde ahora Bombón ponte medias para mi… eso me vuelve loco -remarcó las últimas palabras con una serie de suaves penetraciones de sus dedos en la vagina de ella.
– Siiii… siii… -gimió lo más bajo que pudo al alcanzar el orgasmo, para finalmente desplomarse contra el respaldo agotada.
Sintió entonces como Xander se apoderaba de nuevo de sus ahora débiles piernas y tras ponerlas en su regazo empezó a manipular sus pies, pero ella estaba demasiado atontada para poner atención. Al menos hasta que escuchó un par de metálicos clics bajo la mesa que la hicieron abrir los ojos.
En ese momento terminó el video y se encendieron las luces, a toda prisa la espía bajo sus piernas del regazo de Scorpius y se sentó muy derecha en la silla, el hombre se levantó sonriente y miró a las presentes.
– Muy bien señoritas, espero les haya gustado la información, pueden continuar con sus actividades normales. Sydney voy a necesitar que realices para mi varias tareas en el pueblo, me urgen -le dijo mientras le entregaba una lista de tramites y un sobre con documentos.
– Si Xander… enseguida – respondió aun algo confundida. Las otras mujeres se levantaron para salir y Syd las emuló, pero estuvo a punto de caerse, entonces se dio cuenta de lo que le hizo Scorpius: le había quitado sus zapatillas rosa y le puso unas de color gris satinado con una ancha pulsera al tobillo, punta abierta y tacones plateados escandalosamente altos.
– ¿Pero que le pasa a Xander? -pensó.
– Espero verte pronto Bombón… muy pronto… -le dijo con una sonrisa antes de salir del cuarto. La mujer aprovechó entonces para quitarse el absurdo calzado, o eso intentó pues se encontró con que era imposible, al examinar las zapatillas descubrió que aunque eran sorprendentemente cómodas estaban completamente hechas de un durísimo metal y que las anchas y primorosas pulseras que las mantenían en su sitio era de hecho grilletes, no muy diferentes a los que usaría una esclava en la antigüedad, incluso tenían una pequeña cerradura en la parte de atrás que evidentemente requería una llave para abrirse. Era prisionera de sus zapatillas.
– ¿Y ahora que hago? Esto es absurdo… -pensó brevemente, aunque sonrió al entender lo que le había querido decir Scorpius antes de irse. Si quería quitarse su fetichista calzado tendría que pedírselo a su jefe.
– Hasta pronto Xander -murmuró algo excitada, pero al darse cuenta de ello cubrió su boca con la mano entre confundida, asustada y emocionada.
– ¡Oh Dios! ¡No puede ser…! -pensó casi aturdida- creo que estoy enamorada del objetivo…
Esa misma noche Syd decidió ver a Scorpius, el día había sido largo pues estuvo toda la tarde en el pueblo cumpliendo sus órdenes, lo que no fue fácil con su escandaloso calzado, sentía que todos los hombres, e incluso algunas mujeres, la miraban a cada paso que daba, lo que la avergonzaba a la vez que la complacía. Tras regresar trató de ponerse ropa cómoda pero esas zapatillas trampa la hacían parecer una zorra sin importar que se pusiera. Así que decidió ponerse unos pantaloncillos cortos y una camiseta con escote cuadrado, ambas prendas de algodón gris.
– Debo admitir que están muy bien acolchadas, ni siquiera me duelen las piernas a pesar de lo altas que son -pensó la operativo. No le hubiera molestado dormir con esas zapatillas ya que acostumbraba acostarse así, pero esta vez no había tenido opción, alguien más decidió lo que tenía que usar: su “jefe”. Y eso la volvía loca, ella era muy independiente y quería acabar con esa situación. No permitiría que la atracción que sentía por el sospechoso afectara su libertad de acción.
Finalmente llamó a la puerta.
– Adelante Bombón -escuchó que le decían, así que entró. Scorpius estaba sentado ante su escritorio.
– Buenas noches Xander -le dijo casi con timidez, su resolución ya diluida al estar frente a él- Tenemos que hablar… si te parece bien.
– Encantado Bombón, pasa por favor -le respondió casi con ternura.
Ella entró lentamente y se sentó frente al escritorio, frente a él…
Scorpius la miro con avidez, sus piernas bien expuestas y estilizadas en las zapatillas grises, Casi sin darse cuenta Sydney cruzó sus piernas sensualmente mientras comenzaba a hablar.
– Mira Xander de verdad me atraes pero… no es correcto, tú eres mi jefe y eso no hablaría muy bien de mí.
– Tienes unas piernas espectaculares Bombón, me encantan…
– Ooohh no digas eso, me haces sonrojar… -dijo la mujer tímidamente bajando la vista y sonrojándose levemente- Bueno como te decía, aunque me gustas, esto puede afectar mucho nuestro trabajo y eso no…
– Me encanta la curva de tus senos, me parece el lugar más maravilloso para reposar mi cabeza, son perfectos…
La trigueña se sonrió, aun más sonrojada, y no pudo evitar mirar su propio escote y piernas.
– ¡Dios, mis pezones están marcándose en la camiseta! ¿Que me pasa? -pensó nerviosa y sorprendida- Mmm… mis piernas se ven muuuy bien… ¡Basta, concéntrate Bom… digo Syd!
– Mira Xander -al fin pudo decir la mujer- Por favor, tienes que quitarme estas zapatillas, son demasiado…
– ¿No te gustan? Las elegí especialmente para ti… -le interrumpió Scorpius fingiendo decepción- con ellas tus piernas son aun más bellas, incluso hipnóticas ¿No crees?
Por reflejo Syd las volvió a mirar de reojo, momento que Scorpius aprovechó para oprimir un botón de su control y una sensual melodía empezó a sonar a bajo volumen: Principles of lust de Enigma.
– ¡Ooohh! ¡Qué bien me veo -pensó al instante la operativo al ver sus esbeltos muslos- Mmm… me siento mareada… excitada…
Se recargó en el respaldo del sillón y empezó a deslizar sus piernas sobre el suelo alfombrado, frotando sus muslos uno contra el otro al ritmo de la música. Scorpius se levantó y con calma se acercó hasta colocarse tras ella.
– Muy bien Bombón, eso es, déjate llevar -le susurró suavemente al oído.
– Aaahh -gimió suavemente mientras empezaba a arañar cariñosamente sus muslos sin dejar de moverse- creo que… será mejor… que me vaya… tengo algo que hacer…
– No hace falta, quédate aquí, relájate… -le volvió a susurrar- ¿Qué tienes que hacer?
– No puedo… decirlo…
– Está bien, a mi puedes decírmelo.
– Es que… es algo… íntimo… -casi gimió ella mientras acariciaba uno de sus pezones sobre la camiseta.
– Pero puedes confiar en mi… soy tu jefe… tu amigo…
– Yo… -Sydney aun dudaba. Su otra mano sujetaba firmemente uno de sus propios tobillos.
– Vamos, dilo… confía en mi…
– Confío en ti…
– Otra vez…
– Confío en ti…
– Eso es Bombón… muy bien. Ahora puedes decirme que tienes que hacer.
– Tengo que… darme placer… tocarme…
– Es decir…
– Tengo que… masturbarme… Aaaahhh -al fin dijo la espía con un jadeo.
– Muy bien… pero puedes hacerlo aquí mismo… conmigo…
– No… no debo…
– No pasa nada… ¿Confías en mi?
– Siiii -dijo sonriente.
– Muy bien, entonces sabes que puedes hacer lo que sea frente a mi, lo que sea, soy como tu… médico, soy inofensivo, un amigo muy íntimo.
– No sé… -susurró con ojos entrecerrados, sus piernas se habían extendido y luego abierto en V, los dedos de una de sus manos acariciaban sus labios rojos mientras la otra se había posado en su entrepierna.
– Vamos… dilo para mi…
– Aaahh… eres… inofensivo… íntimo…
– De nuevo.
– Inofensivo… íntimo…
– Bravo Bombón, ahora no te contengas más tócate a placer…
– Oooohhhh… -gimió de nuevo cuando introdujo su mano derecha en sus pantaloncillos y empezó a buscar su propio placer.
Scorpius se sentó satisfecho en el escritorio frente a Syd,  como un espectador de lujo en la primera fila del espectáculo.
La mano de la mujer se movía a todo velocidad bajo los pantaloncillos, tenía los parpados apretados y la boca abierta.
– Aaahhh… Aaaaahhh… -gimió la trigueña mientras se daba vuelta sobre el sillón, quedando apoyada con una mano en el respaldo y sobre sus abiertas rodillas, su otra mano en la entrepierna, la espalda arqueada y sus nalgas  paraditas estaban expuestas a Scorpius.
– Aaaah…. -también empezó a gemir Scorpius que había empezado a masturbarse mientras observaba el espectáculo.
Finalmente la mujer tuvo un brusco orgasmo que la hizo sujetarse y apoyarse en sus propios tobillos sobre el sillón hasta casi caerse.
Al instante Scorpius alcanzó el suyo manchando su piso alfombrado con algunas gotas de semen.
Sydney se derrumbó de frente sobre el respaldo, agotada por un momento, entonces sintió como Xander la ponía de espaldas y la cargaba con facilidad para recostarla en el escritorio.
Como entre sueños la espía escuchó y sintió primero un clic y luego otro cuando sus pies fueron liberados de las zapatillas de metal.
– Ooohh… al fin -pensó con una mezcla de satisfacción y desilusión, para de inmediato sentir como el hombre comenzaba a acariciarle las piernas desde la punta de sus pies, los tobillos, las pantorrillas y hasta sus muslos, luego volvió a empezar para finalmente detenerse en sus caderas y cintura…
– Aaaahhh… me gustas tanto… Xander… -pensaba la mujer aun atrapada en su placer erótico. En ese momento escuchó dos nítidos clics y abrió los ojos para encontrarse con que Xander le había puesto de nuevo las altísimas zapatillas pero antes le había colocado unas medias con liguero de color blanco perlado y unas pantaletas de delicado encaje a juego, eran como unos pantaloncillos muy cortos pero llevaban una abertura a la altura de su vagina y ano para facilitar el acceso sin quitárselas.
– No… por favor… no me hagas esto -le dijo a Scorpius con voz ronca, sus sentimientos divididos entre el enojo, la humillación y la lujuria- eres mi jefe… No es correcto.
Pero sin hacer caso Scorpius se acomodó entre sus piernas y luego de poner sus manos en las caderas de ella la penetró sin encontrar resistencia alguna.
– ¡Uuuunnnnhh! -fue lo único que logró decir como apagada protesta.
Con una mano Xander le sujetó a la trigueña ambas manos sobre la cabeza, con la otra comenzó a acariciarle el clítoris, la cintura, los senos, mientras la penetraba una y otra vez, más y más profundo, al ritmo de la música.
– ¡Ooohhh… ooooh… oooohhhh! -gemía la mujer con cada embestida, mientras Xander se inclinaba y comenzaba a hablarle con dulzura al oído.
– No tiene… nada de malo… nuestra relación… soy tu jefe y es normal… que disfrutemos el uno del otro… lo único importante… es nuestro placer…
– Nooo, por favor -gemía Syd a la vez que rodeaba la cintura del hombre con sus largas piernas, apretándolo y atrayéndolo hacia ella.
El volumen de la canción aumentó más y las piernas de la mujer empezaron a pulsar al ritmo de la música.
– Aaahhh… Aaaahhh -gemía sacudiendo su cabeza de lado a lado.
– Repite… lo que te dije… hazlo para mi -le dijo Xander ya jadeante- ¡Dilo!
– ¡Aaaahhh! No tiene… nada de malo… -empezó casi a gritar con cada embestida- Es normal… que disfrutemos… uno de otro… sólo importa… nuestro placer… ¡Aaaaahhhhh!
– ¡Uuuunnnhh… Siiiiiiii…! -respondió Scorpius con su propio orgasmo al alcanzar el suyo la operativo. Justo entonces la música terminó.
Jadeante y satisfecha Sydney se recostó en el acolchado escritorio, sus sensuales piernas colgando del borde y su cuerpo brillando por el sudor. El hombre la levantó como si fuera una muñeca y la colocó boca abajo sobre el escritorio. Luego sujetó sus muñecas y tras ponerlas en su espalda las enganchó de sus grilletes al cinturón de metal negro con un clic.
– ¿Qué? ¿Pero de donde salieron esos grilletes y el cinturón? -pensó sorprendida mientras miraba sobre su hombro- No los llevaba puestos… ¿O si?…
– Muy bien Bombón, hemos avanzado mucho en tu condicionamiento -le decía Scorpius mientras acariciaba su espalda baja y sus nalgas- Pero para someterte por completo debemos dar el último paso, debes estar totalmente consciente de esto.
– ¿Pero de que hablas Xander? -le dijo Syd ya algo asustada.
Xander oprimió otro botón del control y una nueva canción empezó a sonar a buen volumen: una veloz melodía de música clásica. De inmediato las relajadas piernas de la espía se tensaron y se pusieron rectas, sus pies se pusieron de puntas con la zapatillas aun puestas y comenzó a mover sus glúteos y caderas siguiendo el ritmo.
– ¿Pero que…? -empezó a decir la sorprendida mujer.
– Shhh… Es hora de que recuerdes Bombón… recuérdalo todo…
En ese momento los ojos de la operativo se pusieron brevemente en blanco y al instante siguiente su boca se entreabrió y sus ojos brillaban con ira.
– ¡Maldito bastardo! ¡Infeliz! Le haré pagar, se lo juro -empezó a gritar la mujer libre de los recuerdos implantados.
– Ah Bombón, casi parecería que no hemos avanzado contigo, pero de hecho estás más vulnerable que nunca… -al decir esto X dio un par de palmadas en sus caderas y al instante las piernas, y sobre todo las nalgas, de la espía se lanzaron hacía su captor hasta posarse suavemente en su entrepierna para empezar a moverse rítmicamente contra él, dándole placer.
– ¡No! ¡Basta! -grito furiosa mientras seguía frotándose contra él- ¡Maldito!
Complacido X la sujetó de las caderas, guiándola para aumentar su propias sensaciones.
– Eso es Bombón, mira que bien reacciona ya tu cuerpo a la música.
Syd trató de luchar, de resistir, de detenerse al menos… pero bajo el poder de las zapatillas su cuerpo ya no respondía a otra voluntad que la de X, incluso sus manos lo acariciaban cuando llegaban a tocarlo.
– ¿Y para que inmovilizó mis manos? De todos modos ya no me obedecen… -le dijo a su captor con amargura.
– Bueno, primero por precaución, pues ya demostraste el poder de tu voluntad antes y segundo… mmm… por que me complace verte atada así, indefensa y sometida a mis deseos… nnngg… tal y como hoy ataré tu voluntad, dejando tu mente indefensa y sometida a la mía.
Al decir esto le dio a la trigueña un sonoro azote en la nalga haciéndola dar un gemido.
– ¡Aaaahhhh! -exclamó sorprendida la operativo, pues no lo sintió como dolor sino como una forma distinta de placer.
– ¿Pero que me hicieron? ¿Que hago? -pensó desesperada.
– ¿Ves? Puedo manipular tu mente y tus sentidos a mi antojo, sólo falta aplastar tu voluntad – le dijo su captor con una sonrisa mientras en un rápido movimiento le rasgaba su camiseta para arrancársela.
Pero en lugar de asustarse, la violenta acción sólo erotizó a la espía aun más de lo que ya lo estaba.
– Nnnnnngghh… no… por favor… no puedo estar disfrutando… este abuso – pensó la mujer con deseos de llorar pero excitándose cada vez más en su lugar.
– Bueno… eso fue un… delicioso calentamiento… pero es hora de terminar de condicionarte… de domarte –dijo X de forma decidida, satisfecho.
Todo funcionaba tal como esperaba, la espía casi era suya y pronto lanzaría su nueva línea exclusiva de zapatillas, pronto la usarían las mujeres más importantes del mundo… quizás debería ver la posibilidad de lanzar una colección para el público femenino en general, las posibilidades de esto lo hicieron estremecer de gozo.
Usando dos dedos abrió con delicadeza el hueco de las pantaletas de la trigueña, lo que causó que sus largas piernas se quedaran inmóviles por un momento, los músculos de sus nalgas pulsando con la música rítmicamente, como esperando…
– ¡Al fin serás mía… Bombón! -le dijo con la voz ronca su captor al momento de penetrarla, aprovechando que la música alcanzaba su ritmo y volumen máximos.
– ¡Ooooohhhh! -aulló incontenible la operativo al darse cuenta de que aunque deseaba resistir con todas sus fuerzas, su cuerpo entero se abrió por completo, húmedo y receptivo a X… su macho, como le correspondía a ella, su hembra…
– Oooohh… nooooo… no soy suya… no soy su hembra… -empezó a jadear la mujer débilmente.
– Impresionante… aaahh… aun te queda… resistencia. Bueno… tenemos tiempo… y aun faltan algunos condicionamientos…
– Aaaahhh -susurró la mujer cuando su captor la sujetó de su cola de caballo con una mano obligándola a mirar frente a ella, mientras con la otra la dominaba y guiaba sujetándola de su cinturón de metal.
Enfrente, en la cama de X se encontraban Piernas y Nena, ambas vestidas con minúsculos taparrabos blancos y brassieres como garras, levantando y controlando sus tetas, altísimas zapatillas de metal con grilletes como los de ella.
Sus redondeadas nalgas estaban expuestas mientras se acariciaban entre si, arrodilladas frente a frente, cabalgando cada una el muslo de la otra al ritmo de la música, arqueando sus espaldas y respirando el dulce y profundo perfume de su hermana de esclavitud.
– ¡Mmmm…! Se ven preciosas -susurró Sydney sin poder dejar de mirarlas- me encantan sus cuerpos son tan sensuales… no puedo dejar de amarlos como amo el mío… me vuelven…
– …loca ¿Verdad Bombón? Esos voluptuosos cuerpos te excitan, los deseas… los adoras… como al tuyo… -le susurraba suavemente al oído X.
– …los adoro… oooohhh… como al mío… -repitió la espía con voz jadeante e hipnótica, su mirada nublada por el deseo, sus rojos y húmedos labios  entreabiertos.
X siguió penetrándola una y otra vez de forma tremendamente placentera, dándole suaves azotes en sus firmes nalgas, acariciando sus sedosas piernas cubiertas de medias de un blanco virginal, pellizcando sus ya duros pezones hasta hacerla sollozar de placer.
– ¡Siiiiii! ¡Siiiiii! -respondía ella con entusiasmo ante cada embestida. De pronto sintió como su captor la levantaba de nuevo para girarla y sentarla en su regazo de frente a él.
– Bien Bombón -le dijo sin dejar de poseerla- quiero mirarte a los ojos… cuando al fin rompa tu voluntad…cuando te vuelvas mi esclava…
– Nnnnnggg… -fue todo lo que pudo gruñir como protesta pero sin dejar de moverse arriba y abajo, atrás y adelante, una y otra vez… mientras se entregaba indefensa y deseosa a la voluntad de su nuevo señor.
– Es hora Bombón… ¿Me ayudarás? -le gruño su captor.
– Ooohhh… siiiii…
– ¿Me obedecerás? -mientras decía esto sus esclavas se acercaron y se colocaron a ambos lados del sillón como soldados esperando órdenes.
– Aaaaahh… siiiii…
– ¿Traicionarás a los tuyos?
– Aaahhh… yo… yo…
-¡Debes obedecerme!
– Yo… no se…
X hizo una mueca y a un gesto suyo sus hembras se acercaron.
– ¡Obedece Bombón!
– Yo nnnmmmhh… -balbuceó Syd cuando Piernas aprovechó sus labios abiertos para introducirle rápidamente uno de sus ahora expuestos pezones obscuros, sosteniéndole la cabeza para mantenerla en posición, como una madre amorosa.
– Nnnnnggh… mmmgggh -balbuceó la trigueña antes de empezar a comportarse como un bebé siendo alimentado.
En ese momento Nena liberó las muñecas de la espía de los grilletes en su espalda, sus manos se cerraban y abrían indecisas. Entonces la rubia tomó las manos de Sydney y colocó una en el muslo de la morena, la otra en el tobillo de la propia cautiva arrodillada.
Sin poder evitarlo, la esclava desde entonces conocida como Bombón comenzó a acariciar con lujuria los morenos y deliciosos muslos de su hermana, mientras con la otra sujetaba su propio tobillo de forma posesiva, mientras su macho, su amo, seguía cogiéndosela con salvaje pasión y Piernas le devolvía la libertad a sus rojos labios.
– Mi macho… mi amo… me someto a ti… para siempre… – fue lo primero que dijo con voz ronca y acariciante al verse libre.
Al borde del orgasmo X alcanzó a preguntar:
– ¿Los traicionarás… por mi?
– Si… si… hare lo que quieras… te pertenezco… -gemía Bombón frenética con cada penetración, enloquecida y devorada por la lujuria y el placer. X sonrió complacido al mirarla a los ojos y ver al fin doblegada a la operativo ante su voluntad.
– Mis deseos son… órdenes para ti… -le dijo.
– Siiiii… tus deseos son ordenes para mi… -la mujer estaba al mismo borde del precipicio, solamente necesitaba un último empujón.
– Tu obediencia… es placer…
– Mi obediencia… es placer…
Justo en ese momento Nena llegó desde atrás de Bombón, y en un instante la penetró por el ano con un pequeño consolador doble que ya llevaba puesto, mientras le susurraba al oído nuevas palabras de deseo.
– ¡Siiii! ¡Hace tanto que deseaba hacerte esto primor! –le dijo mientras entraba con facilidad debido al lubricante que previamente le había puesto al juguete.
Bombón sintió que moría de placer, arañó sus muslos, beso apasionadamente a X en los labios, luego miró sobre su hombro mientras sujetaba a Nena de los muslos y la atraía hacia ella, sintiendo una gran plenitud, como nunca había sentido, finalmente tomó con sus manos el rostro de su hermana esclava Piernas y clavando en ella sus ojos le compartió el mejor orgasmo de su vida.
– ¡Te amo… mi Rey… mi Señor… soy tuya… para siempreeeeeeee…! –gritó por fin al derrumbarse inconsciente en los brazos de su macho, acompañada por sus nuevas compañeras de vida.
¿CONTINUARÁ?
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Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (2)” (POR ALFASCORPII)

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2

En mi vida había gozado tanto. Si el sexo siempre iba a ser tan intenso como acababa de experimentar, le iba a coger mucho gusto a mi intención de descubrir a Lucía.

Estaba cubierta de sudor, con el cabello alborotado, mi coñito aún húmedo, y mi mano perfumada con el excitante aroma de mis fluidos, así que esforzándome para levantarme de la butaca, me dirigí al baño y decidí probar uno de los pequeños lujos de mi nueva vida: la bañera de hidromasaje.

Relajado, salí de la bañera y me vestí con ropa cómoda para estar en casa: un conjunto deportivo de ropa interior que mantuviese mis pechos sujetos, un top de tirantes, y unas cómodas mallas que me hacían un culito de lo más apetecible.

– Tranquilo – tuve que decirme al verme en los espejos -, no puedes pasarte el día masturbándote…

No eran más que las 8:00 de la mañana, y tenía todo el día por delante, así que decidí dedicarme a mi faceta profesional, poniéndome al día con el trabajo que la nueva Lucía debía continuar y mejorar, puesto que en realidad era eso lo que había deseado al pensar: “Ojalá yo estuviese en su lugar”, y no convertirme físicamente en ella.

Encendí el ordenador portátil del trabajo, y comencé a revisar los archivos almacenados, refrescando la información en mi cabeza ayudado por los recuerdos que conservaba de Lucía. Era muy ordenada y metódica, y la verdad es que tenía ideas brillantes que se plasmaban a la perfección en cuantos trabajos había desarrollado. Realmente, yo había estado muy equivocado. Lucía era una gran profesional y jefa, lo tenía todo perfectamente bajo control, y las decisiones que había tomado no habían sido a la ligera o por capricho, siempre se había basado en un profundo conocimiento de la situación, en la inteligencia, y en la búsqueda de lo mejor para la empresa. Desde esta perspectiva, ya no me parecía errónea su postura en la reunión que mantuvimos el día del fatídico accidente; de hecho, era la postura más acertada, tan sólo le habían perdido las formas, porque como ya he comentado en otra ocasión, Lucía tenía un verdadero problema para empatizar con sus interlocutores. Bien es cierto, que una forma de trato más suave con el cliente, habría facilitado las cosas, y ahí era donde yo podía incidir para ser una Lucía mejor. Tal vez yo no fuera tan brillante como la Lucía original, pero no estaba falto de ideas y conocimientos, y además ahora atesoraba los conocimientos de mi jefa junto con toda su experiencia. La nueva Lucía seguiría siendo la mejor en su trabajo, pero sería más flexible, amable y comunicativa, pues así era yo.

Sonó el teléfono, miré el reloj y vi que ya eran las 10 de la mañana y no había hecho más que revisar algunos archivos, aquella tarea me iba a llevar bastante tiempo. En la pantalla de mi Smartphone de última generación vi que quien me llamaba era María.

– Buenos días – dije al darle al botón de contestar.

-¿No estarás en el trabajo, verdad? – preguntó inmediatamente mi hermana.

Puesto que había asumido que yo ahora era Lucía, ya podía llamarla “mi hermana”. Todos los recuerdos que conservaba sobre ella eran buenos, y me inspiraban un enorme afecto, lo cual se había confirmado la tarde anterior, cuando se la pasó conmigo tras salir del hospital.

– No, no te preocupes – contesté en tono afectuoso-, estoy en casa, voy a tomarme un par de días libres…

– ¿Un par de días?. No deberías volver al trabajo, como muy pronto, hasta el lunes… Y aunque estés en casa, ¿a que adivino qué estabas haciendo?.

– Trabajando… – contesté avergonzado.

-¡Si es que no tienes remedio, chica!. Acabas de tener un accidente que podría haberte costado la vida, y en vez de descansar, estás enfrascada en el trabajo, ¡como siempre!. Ya he dejado a los niños en el campamento urbano (¡es verdad, tenía dos sobrinos de 8 y 10 años!), así que ahora mismo voy a buscarte y nos vamos a comer un buen desayuno y a quemar la tarjeta de crédito, ¿vale?.

María era diez años mayor que Lucía, y cuando sus padres fallecieron en un accidente de tráfico, se ocupó de su hermana pequeña realizando el papel de hermana, madre y amiga, por lo que era la única persona a la que mi jefa hacía caso de verdad.

– Pero es que tengo mucho trabajo, María… – le contesté sin mentirle.

– En veinte minutos estoy ahí, así que más vale que cuando llegue estés esperándome en la puerta – sentenció para acto seguido colgar.

Resignado, dejé el móvil, apagué el ordenador y fui a cambiarme nuevamente de ropa. Si iba a salir de compras con María, con unos vaqueros, un top un poco más “elegante” que el que llevaba, y unas sandalias con un poquito de tacón, serviría. Ya vestida, mi duda surgió con el bolso que debía llevarme. Rebuscando en mis recuerdos, y ojeando el interior del armario donde mis más de veinte bolsos estaban guardados, finalmente escogí una sencilla bandolera veraniega, pequeña y funcional para contener el móvil, monedero, billetero, tarjetero y juego de llaves. Volví a cepillar mi cabello, y echándome un par de gotas del caro perfume que en el coche me había embriagado dos días atrás, me sentí listo para salir.

En el hall del portal me saludó el portero, esbozando una amplia sonrisa al verme:

– Buenos días, señorita, tan bella como siempre.

– Buenos días, Arturo- le contesté hallando su nombre en mi cabeza-, tan halagador como siempre.

Mientras salía a la calle, percibí por el rabillo del ojo cómo miraba mi culito contoneándose con la cadencia de mis pasos. Justo al traspasar la puerta, le dejé al portero una señal de la nueva Lucía, me giré, y le dije adiós con la mano y una sonrisa, mi jefa nunca habría hecho eso.

María me llevó a desayunar a una cafetería cercana a una conocida zona comercial de la ciudad. Aunque ya había desayunado unas horas antes, no les hice ningún asco a unas deliciosas tortitas con chocolate. Lo pasamos bien juntas, y a mi hermana le entusiasmó la idea de un cambio en mi vida para estar menos encerrada en mí misma.

El resto de la mañana lo pasamos recorriendo las tiendas de la zona comercial, probándonos ropa y complementos que a mí me quedaban divinos, y confirmando que a la nueva Lucía también le encantaban esas cosas. Comimos juntas también, y por la tarde, volvimos a un par de tiendas que ya habíamos visitado por la mañana para terminar con un par de vestidos con sus zapatos a juego en mi haber, y un vestido para María que insistí en regalarle como agradecimiento por sacarme de casa para pasar un buen día entre hermanas.

A las 8:00 de la tarde ya me había dejado en casa para ir a buscar a mis sobrinos al campamento urbano.

La casa estaba perfectamente limpia y ordenada, mi “duendecillo mágico” había recogido la ropa que había dejado sobre la butaca del vestidor para lavarla, había hecho la cama, había fregado y recogido los cacharros del desayuno que yo había dejado en el fregadero, había dado un repaso general a todo el piso, e incluso, me había dejado preparado algo de cena en el frigorífico.

Los dos vestidos que me había comprado, bajo consejo de María, eran súper sexys. Se ajustaban a mi silueta como una segunda piel, teniendo uno de ellos un generoso escote recto y una escueta falda que apenas llegaba a la mitad de mis muslos, y el segundo, algo más recatado, sin escote delantero, pero dejando al aire toda la espalda, y con la falda hasta las rodillas, pero igualmente ajustado para remarcar todas mis sensuales formas de mujer. “Póntelos para darte un homenaje”, me había dicho mi hermana guiñándome un ojo con picardía. Los colgué en su armario correspondiente, junto a otros catorce vestidos veraniegos. Guardé también los zapatos, ambos abiertos y con tacón de vértigo, que al probármelos en la tienda comprobé que mi cuerpo sabía perfectamente cómo mantenerse en equilibrio sobre ellos y caminar con elegante sensualidad.

En el armario de los zapatos, vi dos pares de zapatillas, y me apeteció hacer un poco de ejercicio para terminar de agotarme y abrir el apetito para la cena, ya emplearía el día siguiente en continuar estudiando los archivos de trabajo. Me puse ropa deportiva junto a las zapatillas, y me metí en mi gimnasio particular porque, por supuesto, Lucía tenía una habitación exclusivamente dedicada al culto al cuerpo, con una cinta para correr, una bicicleta estática, un banco de abdominales, etc.

Acabé tan agotada, que tras una rápida ducha y un picoteo de la deliciosa cena que la asistenta me había preparado, me acosté para sumirme en un profundo y reparador sueño.

A las 6:30 en punto, el despertador me sacó de mi letargo. Desperté totalmente descansado, y aunque no tenía la verdadera obligación de levantarme, me puse en marcha para aprovechar el día y así estar preparado para volver al día siguiente al trabajo como la nueva Lucía. Tras las rutinas mañaneras, me enfrasqué en el ordenador, estudiando cada archivo como si fuese a tener un examen para el que debía dar el último repaso. A las 11:00 en punto, apareció Rosa, la asistenta, que se sorprendió de encontrarme en casa, y como no tenía ninguna gana de que anduviese pululando por la casa mientras yo trataba de concentrarme, le pedí que me preparase algo rápido para comer y se tomase el resto del día libre con su paga asegurada.

La mañana se me pasó volando, pero fue muy provechosa, habiéndome dado tiempo a repasar todo el trabajo asegurando que con los recuerdos de Lucía, estaba preparado para interpretar el papel de Subdirectora de Operaciones.

Durante la comida recibí un mensaje, era de Raquel, la mejor amiga de Lucía:

– ¡Hola guapa! Acabo de llegar a la ciudad. Tu hermana me ha contado lo que te ha pasado. Tengo la tarde libre, así que puedo pasarme en un rato por tu casa a tomar un café.

Hacía dos semanas que Lucía no veía a su amiga. Por trabajo, se pasaba la vida viajando de un lugar a otro, así que raras veces estaba en la ciudad. Entre mis recuerdos, encontré un verdadero sentimiento de amistad hacia Raquel. No en vano, habían sido compañeras de piso durante tres años en su época universitaria, y así como con otras “amigas” había ido perdiendo el contacto, con Raquel lo había mantenido, siendo junto con su hermana, la única persona con la que tenía verdadera confianza. Si esa iba a ser mi nueva vida, lo primero que debía hacer era conocer todo mi entorno y, la verdad, me apetecía conocer a Raquel por mí mismo y no basarme únicamente en recuerdos ajenos.

– No tengo ningún plan – le escribí-. Y me encantaría verte. Voy preparando el café. Besos.

– En una hora estoy ahí –contestó inmediatamente-. Yo también tengo muchas ganas de verte y que me cuentes. Un besito.

Terminé de comer, recogí y puse la cafetera eléctrica. No podía recibir a mi “nueva” amiga en ropa de estar en casa, así que me arreglé un poco poniéndome un ligero vestido veraniego de tonos alegres, y atándome la melena para hacerme una coleta, que aunque nunca antes me la había hecho, mis habilidosas manos ejecutaron mecánicamente.

Sonó el telefonillo, y al descolgar, oí la voz de Arturo, el portero:

– Buenas tardes, señorita Lucía. Está aquí su amiga Raquel.

– Que suba, por favor –contesté-. Gracias, Arturo.

Tras un par de minutos, sonó el timbre, y ahí estaba Raquel al abrir la puerta. La primera impresión me sorprendió muy gratamente. No me había hecho una imagen mental de ella al indagar en los recuerdos de Lucía, y la verdad es que me resultó muy agradable el encontrarme a una mujer rubia de mi edad (30 años), con el cabello cortado a media melena haciendo bucles para enmarcar su rostro. No era especialmente guapa, debido a una nariz algo más prominente de lo normal, pero sí resultaba atractiva, y esa nariz le daba personalidad. Tenía los ojos de color miel, grandes, muy redondos y expresivos, y una boquita pequeña de sensuales labios rojos. Era de estatura media y complexión delgada, más delgada que yo.

– ¡Hola, preciosa!- dijo dándome dos sonoros besos y un abrazo-. ¡Estás tan espectacular como siempre!- añadió observándome de arriba abajo.

– Gracias- contesté ruborizándome un poco.

– Menos mal que no te ha pasado nada, menudo susto me he llevado cuando he visto el mensaje de tu hermana diciéndome que habías tenido un accidente. No le he dado ni tiempo a escribirme que estabas bien, le he llamado al instante para que me contara…

– Bueno, todo ha quedado en un susto- contesté pensando: “Si tú supieras…”

Pasamos al salón, y tras servir un café con hielo para cada una, le conté lo ocurrido (lo que podía contarle sin que me llamase loca) contestando a sus preguntas. Tal vez con el tiempo, y si alguna vez llegaba a tener el nivel de confianza con ella que había llegado a tener Lucía, le contaría la estrambótica verdad de lo ocurrido.

– Entonces, el chico que iba contigo, es aquel del que me comentaste una vez – dijo Raquel cuando le conté la situación de mi verdadero yo.

– Sí- contesté hallando en los recuerdos de Lucía una conversación en la que le había dicho a su amiga, confidencialmente, que había un chico del trabajo que le llamaba la atención.

-¡Joder!, qué mala suerte…

– Ya… – añadí sintiendo angustia que se reflejó en mi rostro.

Raquel era especialista en quitarle hierro a cualquier asunto y darle la vuelta para eludir las preocupaciones, así que su contestación me dejó descolocado:

– Bueno, al menos no habías tenido nada aún con él, así que a otra cosa, mariposa. ¡Con la de tíos que hay por ahí deseando tener un bombón como tú!.

– Gra-gracias… – conseguí decir.

– Y hablando de tíos… Tras esta experiencia, necesitas que te echen un buen polvo. Sólo voy a quedarme esta noche en la ciudad, ¿por qué no salimos y nos buscamos un par de chulazos que nos alegren el cuerpo?.

– Raquel, mañana tengo que volver al trabajo- le contesté tratando de eludir el tema.

– Cariño, siempre estás igual: el trabajo, el trabajo y el trabajo. ¿Cuánto hace que no echas un polvo?. Necesitas un tío que te dé marcha…

– Te lo agradezco, pero ahora mismo no me interesan los tíos…

Raquel me miró con fascinación, y sonrió como si una luz se hubiese hecho en su interior. Entonces hizo algo que rompió todos mis esquemas: tomó mi rostro entre sus manos, y me dio un suave y dulce beso en los labios que excitó a mi mente masculina, y provocó una descarga eléctrica en mi cuerpo femenino.

Al instante, los recuerdos de Lucía acudieron a mí, y en ellos hallé uno en el que, muchos años atrás, tras una noche de borrachera para celebrar su graduación, las dos compañeras de piso habían experimentado y compartido los placeres del lesbianismo. Para Lucía, aquello había quedado en una simple experiencia más vivida durante su época universitaria, pero para Raquel había supuesto mucho más, iniciándola en el camino de la bisexualidad, y aunque solía preferir estar con hombres, de vez en cuando se daba el capricho de acostarse con alguna mujer que le resultase atractiva.

– Entonces tal vez te interese yo… ¿Recuerdas aquella noche? – me susurró.

– Sí… -contesté denotando la excitación en mi voz.

Sus labios volvieron a fusionarse con los míos, dándome esta vez un beso suave pero más jugoso y erótico que el anterior.

– Todavía sigo deseándote… – volvió a susurrarme.

– Y yo a ti – contestó mi mente masculina verbalizando con voz de mujer.

A Raquel le brillaron los ojos por la excitación, llevaba años deseando repetir aquella experiencia, y yo ahora lo sabía.

Se lanzó impetuosamente sobre mí, nuestros suaves y jugosos labios volvieron a encontrarse, y la punta de su húmeda lengua pasó a través de ellos para acariciar la mía. Aquel contacto me produjo un cosquilleo que arqueó mi espalda y endureció mis pezones hasta el punto de dolor. El sentir un beso de mujer en mi boca, labios y lengua de mujer, era una sensación de lo más excitante, así que me dejé llevar y respondí a su beso con pasión, enredando mi lengua con la suya, apretando mis carnosos labios contra la suavidad de los suyos, devorando su boca como ella devoraba la mía…

Sus manos abandonaron mi rostro y descendieron acariciando mi cuello para posarse sobre mis pechos. Sus pequeñas manos apenas abarcaban la mitad de mis exuberantes senos, y la caricia fue tan placentera que sentí cómo mi coño se humedecía.

– Qué pedazo de tetas tienes… – me susurró-. Yo siempre he querido tenerlas así de grandes y bonitas… – añadió masajeándomelas.

Mis manos fueron a sus pechos, y prácticamente los cubrieron. Eran un par de tallas más pequeños que los míos, pero eran unos pechos bonitos, turgentes y redondeados con sus pezones duros como escarpias. Los masajeé disfrutando su consistencia mientras me lanzaba a invadir su boquita con mi lengua.

Nos besamos apasionadamente, y la costumbre masculina me hizo tomar la iniciativa tumbándola sobre el sofá mientras sus manos comenzaban a acariciar mi estrecha cintura. La miré, y aunque los recuerdos de Lucía me decían que era mi amiga, mi mente de hombre sólo veía una atractiva mujer rubia, muy excitada, y preparada para ser follada sin compasión. Me sentí más mojada aún, el coño me ardía…

Haciéndome incorporar, Raquel tiró de mi vestido para sacármelo por la cabeza y yo, con fuerza, abrí su blusa haciendo saltar los botones. Hábilmente se sacó la falda y se deshizo de los zapatos quedándose en ropa interior para mí como yo lo estaba para ella. Llevaba un conjunto de color champagne (unos días antes no habría sabido diferenciar ese color) con encaje, y le quedaba muy bien. A pesar de su delgadez, Raquel no desmerecía en ropa interior, y pude percibir que su prenda interior estaba tan mojada como la mía.

En aquel momento, eché de menos mi polla para arrancarle las bragas y clavársela hasta el fondo, pero ella me agarró del culo y tiró de mí para tumbarme sobre ella. Nuestras lenguas y labios se recorrieron con húmeda dedicación, y nuestras pieles calientes se sintieron la una a la otra. Mis pechos se aplastaron sobre los suyos, y mi húmedo coño se posicionó sobre el de Raquel. Sus manos recorrían mi culo acariciándolo y apretándolo, me encantaba. Como hombre, esa parte de mi anatomía nunca había sido tan sensible.

Instintivamente, mi cuerpo empezó a moverse sobre el de mi amiga. Nuestros sujetadores se frotaron aplastando nuestros pechos y pezones, y nuestras braguitas se restregaron mezclándose la humedad de ambas, pero necesitábamos sentirnos más. Raquel desabrochó mi sujetador y liberó mis pechos para ella. Los atrajo hacia sí, abriendo la boca e introduciéndose un pezón para chuparlo. Aquello me hizo gemir. Succionó introduciéndose cuanta carne pudo en ella, y mamó con fuerza provocándome un dolor y placer que elevaron mi gemido hasta casi un grito. Yo le di succionantes besos en el cuello, y le quité el sujetador para comerme sus pechos de rosadas y punzantes cúspides. Su espalda se arqueó con las caricias de mi lengua en sus pezones y la succión de mi boca en sus tetas, y giramos para ser ella quien mandara. Me quitó las bragas, se deshizo de las suyas y tumbó su cuerpo completamente desnudo sobre el mío: pechos sobre pechos, vientre sobre vientre, coño sobre coño.

Si un hombre hubiera entrado en el salón en aquel momento, se habría encontrado con una de sus fantasías convertida en realidad: dos hermosas mujeres, una morenaza y una rubita, retozando juntas y dándose placer.

Los pezones de Raquel se clavaban en mis pechos, y pude sentir el calor y humedad de su, completamente rasurada, vulva sobre mis labios vaginales. Su cuerpo se frotó sobre el mío, sintiéndonos la piel. Los labios de su húmeda vagina besaban los de la mía, apretándose con fuerza para transmitir una deliciosa presión a nuestros duros clítoris. Mi amiga, comenzó a descender por mi cuerpo con su boca y manos, devorando mis pechos, acariciando mi ombligo, besando la cara interna de mis muslos… Hasta que sentí cómo sus dedos exploraban mi empapada abertura, separando los labios para acariciar mi botón y hacerme estremecer. Gemí con sus caricias, y de pronto sentí cómo algo suave y mojado comenzaba a acariciar mi clítoris. El contacto de su lengua con tan sensible parte de mi cuerpo hizo que mi espalda se despegase del sofá y mis manos se posaran sobre su rubio cabello. Su boca se adaptó a la chorreante abertura entre mis piernas, y esa divina lengua se coló entre labios mayores y menores para lamer todo mi sexo arrancándome grititos de placer.

La sensación era sublime, el cosquilleo que me provocaba hacía que mi coño vibrase con repetitivas contracciones que bañaban su boca con mis fluidos. Estaba a punto de estallar:

– Mmmmm… Raquel… – gemí.

Mi amiga detuvo su maravillosa comida, manteniéndome en el punto álgido, y subió hasta que sus labios se encontraron con los míos e introdujo su experta lengua en mi boca. Degusté en su paladar el sabor de mujer preorgásmica, el salado gusto de mi coño licuándose por ella, y me encantó.

– Estás deliciosa- me susurró.

– Ahora voy probarte yo a ti- le contesté con una sonrisa y dándole un mordisquito en el labio inferior.

Volví a tomar la iniciativa, giramos y me puse a cuatro patas sobre ella. Besé sus pechos, acariciando sus erizados pezones con la lengua, y con la punta de ésta descendí por todo su cuerpo hasta que llegué a su suave vulva, hinchada, rosada y jugosa como una fruta madura. Mi lengua descendió introduciéndose entre esos carnosos labios y recorrió la abertura desde arriba hacia abajo, acariciando clítoris y labios menores hasta que mis labios se adaptaron para darle un succionante y profundo beso que le hizo gemir:

– Mmmmm. Lucíaaaaa, assssí ssse haceeeee… Aprendesssss rápido…

Introduje mi lengua cuanto pude en su coño bebiendo el salado elixir que manaba para mí. Raquel emitió un gritito de placer y sorpresa. Ella no sabía que, como Antonio, yo ya había comido unos cuantos coñitos y sabía cómo dar placer disfrutando del manjar. Retorcí la lengua dentro de su gruta, haciéndola girar mientras succionaba para no perderme nada de su jugo.

– Diossssss – dijo mi amiga jadeando-, qué buena eressss…

Subí un poco, y ataqué su clítoris atrapándolo con mis suaves labios para chuparlo y acariciarlo con la punta de la lengua imprimiendo velocidad mientras mi dedo índice se introducía en su vagina para acariciarla por dentro.

Raquel estaba a punto de correrse, pero quería que nos corriésemos las dos juntas, así que haciendo un esfuerzo por sobreponerse a los deseos de su cuerpo, agarró mi cabeza y tiró de ella obligándome a subir. Vi fuego en sus melosos ojos, y me llevó hacia ella para beber sus propios fluidos de mi boca.

– Vamos a corrernos juntas – consiguió decir entre jadeos.

Recuperó el control de la situación, haciendo que me tumbase y, girándose, se puso a cuatro patas sobre mí, con su aromático sexo sobre mi cara. Cogiéndome del culo, hundió su cara entre mis piernas, y me clavó la lengua en el coño arrancándome un grito de placer. Yo también agarré su culito, y atrayéndola hacia mí, hundí mi lengua en su coño.

Me comió sin compasión. Su lengua era un torbellino acariciando con fuerza y velocidad mi coñito, metiéndose por la abertura, acariciando las paredes, lamiendo el clítoris… y sus labios succionaban cuanto jugo manaba de mí, apretándose contra mis labios vaginales, abriendo y cerrando la boca… Me hacía enloquecer. Sentía mi sexo en combustión, con sus paredes contrayéndose y relajándose a una velocidad increíble. Las descargas eléctricas recorrían mi espina dorsal, y los pezones me dolían de pura excitación.

Yo le correspondía de igual manera, comiéndome ese chorreante y suave coño como si la vida me fuera en ello. Nuestros gemidos se ahogaban en cálidos fluidos de mujer, y nuestras caderas acompañaban el movimiento de nuestras lenguas contoneándose y apretándose contra las fuentes de tanto placer.

Estaba a punto de correrme, me estaba muriendo de gusto, y era insoportable. Me sentía a punto de explotar, con todo mi cuerpo en tensión, cargada de una energía que necesitaba ser liberada. Aquella boca acoplada a mi sexo me estaba abriendo las puertas del paraíso, y necesitaba cruzarlas… Raquel lo sabía, y aunque ella misma también estaba a punto del orgasmo, levantó sus caderas para liberar mi boca por unos instantes y hundir su lengua cuanto pudo en mi coño succionando con los labios.

– ¡¡¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhhhh!!! – grité cuando toda mi energía se liberó.

El orgasmo fue un terremoto que sacudió todo mi cuerpo desatando una tempestad de sensaciones que me transportaron más allá de donde nunca había llegado.

Raquel siguió bebiendo de mis esencias, prolongando mi placer hasta conseguir que mi espalda se despegase del sofá para abrazarme a sus caderas y besar su sexo clavando mi lengua en él.

– ¡¡¡Ooooooooooooohhhhh!!! – gritó ella en pleno orgasmo.

Mi boca recibió el salado zumo de su orgasmo y lo degusté prolongando su placer como ella había hecho conmigo.

Mi amiga consiguió girarse, y aún jadeante, se tumbó a mi lado.

– Lucía… -me susurró acariciando mi cabello. Eres increíble, una caja de sorpresas…

– Tú sí que eres increíble – contesté-. Mi mejor amiga… -añadí dándole vueltas en la cabeza a ese concepto.

– Y tú la mía… – Raquel se mostró dubitativa por unos instantes-. No puedo negar que en más de una ocasión he soñado con este momento, y me he dejado llevar por el deseo. Eres tan hermosa…

Pude ver en sus ojos un sentimiento de culpa y tristeza que trató de disimular con una sonrisa.

– Me has hecho tocar las puertas del paraíso – le contesté.

Raquel era una buena persona, y una verdadera amiga que quería a Lucía con locura, por lo que empecé a sospechar lo que rondaba en su mente en aquel momento de relax tras la tormenta de excitación desatada.

– Has pasado por una experiencia traumática, y probablemente aún estás confusa por ello… Me he aprovechado de la situación y de tu vulnerabilidad en estos momentos…

– No te sientas culpable, he hecho lo que quería hacer. La confusión no tiene nada que ver con esto…

– Noto algo diferente en ti – sentí cómo el rubor subía a mis mejillas con esta afirmación-, no sé si será transitorio o permanente, pero creo que con lo que acaba de pasar, no te ayudo… Mañana vuelvo a marcharme, y no volveré en quince días… creo que será tiempo suficiente para que ambas pensemos…

– Pero…

– Lucía, te quiero como mi mejor amiga, y no quiero que eso cambie nunca. Deberíamos ver si esto tiene alguna implicación más para ambas, o sólo ha sido un momento de diversión fruto de una experiencia traumática para ti…

– Ya… – contesté adivinando cómo seguiría la conversación, por lo que decidí adelantarme-. Creo que tienes razón, debemos darnos un tiempo para reorganizar ideas…

No podía olvidar que Raquel no era cualquier mujer, un polvo sin más. Era la mejor amiga de Lucía, mi nueva mejor amiga, y no quería destruir eso.

Raquel se levantó y comenzó a vestirse, yo hice lo mismo. Nos miramos, y la capacidad de mi amiga para quitarle hierro a cualquier asunto, afloró de nuevo:

– ¡Pero qué buena estás! – dijo dándome una palmada en el culo-. ¡Y lo mala que eres!.

Ambas nos arrancamos a reír mientras terminábamos de colocarnos la ropa.

Acordamos no volver a hablar hasta que ella volviese a la ciudad, para hacerlo cara a cara y sin tapujos, como las amigas que siempre habíamos sido.

– En quince días nos vemos, preciosa, y veremos si cogemos la opción “A”, “B” o “C” – dijo antes de despedirse.

– ¿Y qué opciones son esas?.

– A: Aquí no ha pasado nada; B: Bueno, ha estado bien y podríamos repetir alguna vez; C: ¿Cuántas veces nos correremos cada vez que estemos juntas?.

Una gran sonrisa se dibujó en su atractivo rostro haciéndome sonreír a mí también con su ocurrencia.

– Estoy segura – dije con total sinceridad -, que si eligiese ahora mismo, sería la opción “C”.

– Yo también elegiría la opción “C” ahora mismo, por eso debemos pensar hacia dónde nos puede llevar todo esto…

Dándome un suave beso en los labios se despidió de mí, dejándome solo con mis pensamientos.

¡Aquella había sido la experiencia más increíble de mi vida!. Me había acostado con mujeres, pero nunca lo había hecho siendo una de ellas, ¡y había sido alucinante!. El hecho de ser yo mismo una mujer, lo transformaba todo en un acto mucho más erótico y excitante, y las sensaciones y placeres que mi cuerpo femenino era capaz de experimentar y proporcionarme, eran sublimes. Sin duda, quería repetir aquello una y otra vez, por lo que la única opción de Raquel para mí, en aquel instante, era la “C”. Pero ella tenía razón, el acostarnos juntas asiduamente, con un lazo de amistad entre ambas fraguado por los años, podría tener otras repercusiones… Si las cosas salieran mal, se destruiría esa amistad que me iba a ser tan necesaria en mi nueva vida, en la que me encontraba solo sin poder compartir con nadie mis verdaderos sentimientos.

– El camino del medio será mi opción – pensé-. Raquel me gusta, y me encantaría volver a tener sexo con ella, aunque sin más complicaciones que algo esporádico. Le propondré la opción “B” que me permitirá experimentar con otras mujeres.

Y esa perspectiva me entusiasmó.

– ¡Resulta que voy a ser lesbiana! – dije en voz alta.

¡Qué equivocado estaba!, y no tardaría en descubrirlo.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “Maquinas de placer 02” (POR MARTINA LEMMI)

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La alarma automática del tablero del auto, como era habitual cada día, despertó a Jack Reed cuando ya estaba llegando a su lugar de trabajo.  En efecto, apenas entreabrió los ojos pudo ver que el vehículo estaba subiendo por la calle en espiral que rodeaba el edificio de la corporación Vanderbilt en la que él se desempeñaba.  Alrededor el paisaje sólo estaba poblado de las altas torres de Capital City en lo alto sobrevolaba Joy Town, el parque de diversiones volante que se sostenía con suspensores antigravitatorios.  Echó un vistazo hacia su robot conductor y pudo comprobar que, como siempre, hacía su trabajo de acuerdo a los parámetros normales y manteniendo la vista atenta al camino.
“¿Cómo ha dormido, señor Reed?” – le preguntó el androide, con una voz tan fría y sin emoción como cuadraba a un robot.
“B… bien – respondió Jack sin poder ahogar un bostezo y restregándose la cara -. ¿Por qué nivel estamos?”
“Piso cuatrocientos ocho – respondió el androide -.  Restan ciento doce…”
Jack Reed echó un vistazo en derredor mientras trataba de sacudirse la modorra.  El vehículo giraba siguiendo la espiral ascendente y, como tal, los edificios de Capital City danzaban ante sus ojos entrando y saliendo todo el tiempo de su campo visual.  Fue en una de esas tantas visiones fugaces que distinguió a lo lejos una imagen publicitaria en tres dimensiones que coronaba la cima del Coventry Plaza: una hermosa modelo de cabellos negros y ojos algo felinos exhibía su escultural cuerpo en lo que parecía ser un aviso de algún tratamiento contra el envejecimiento corporal; ya la había visto en un par de publicidades antes y, de hecho, cuando el auto giraba hacia el lado opuesto de la espiral podía verla, algo más lejos, sobre la cima de otro edificio.
“¿Quién es la modelo del aviso?” – preguntó Reed.
El robot que conducía giró levemente la vista durante apenas una fracción de segundo y ello fue suficiente para que se oyera dejara oír el chasquido de un lente fotográfico: había registrado la imagen y ahora se dedicaba a procesarla, lo cual demoraría unos pocos segundos…
“Elena Kelvin – respondió, finalmente -; 25 años, nacida en Amberes…”
Siguió luego una detallada descripción acerca de la carrera y la vida personal de la modelo pero la realidad era que Reed ya no escuchaba demasiado; sólo tenía posada su encandilada vista en aquella joven y, de hecho, apena el aviso desaparecía de su campo visual al ir girando el auto en torno al edificio, ya estaba oteando a lo lejos en busca de la otra imagen.  En un momento una de ambas imágenes cambió y fue reemplazada por otra, pero ya se hallaban en el piso quinientos veinte, en donde debía descender del vehículo para ir a su trabajo.
“Estaré aquí a las diecisiete, señor Reed – anunció el robot tal como lo hacía cada día -; que tenga una feliz jornada laboral”
Tras la formal despedida, el vehículo se alejó nuevamente por la espiral ascendente en busca de la azotea, unos ochenta pisos más arriba, en donde los autos subían a una plataforma circular que bajaba a través de un gran hueco en el centro del edificio, llegando a la base en muy pocos minutos: tal plataforma no estaba recomendada para seres humanos debido a lo vertiginoso del ascenso y descenso, razón por la cual era normalmente ocupada por autos tripulados sólo por robots o bien no tripulados en absoluto.  Jack Reed, una vez descendido de su auto, se dirigió hacia su oficina y por el camino sólo pensaba en Elena Kelvin, ya para ese entonces seguramente su próxima invitada al VirtualRoom..
Luke Nolan accionó uno de los comandos en el control remoto y el mini módulo se elevó del suelo: se trataba de una camarilla ínfima que, teleguiada y suspendida en el aire, resultaba muy útil como medio de espionaje.  Alguna vez se había hablado de prohibirlas pero hasta donde Luke sabía, no había avanzado ningún proyecto en tal sentido.  El módulo subió en el aire mientras Luke, control remoto en mano, se encargaba de guiarlo en el ascenso desde su jardín para luego, ya a algunos metros por sobre el suelo, trasponer la verja que separaba su casa de la de los Reed.  Sabía que ya Jack había partido hacia su trabajo y lo único que podría ocurrir era que su robot conductor regresase de un momento a otro para dejar el auto en la casa.  Desde el control activó la pantalla del ordenador y tuvo así una imagen aérea del parque de los Reed.  El pequeño artefacto sobrevoló los cipreses y arbustos y hasta allí no había noticias de ella.
Y de pronto la vio… Allí estaba Laurie, la esposa de Jack Reed que era objeto de todas sus fantasías.  En un momento le dio la impresión de que ella dirigía la vista hacia lo alto, lo cual hizo a Luke temer que se hubiera percatado de la presencia del objeto.  No llegó a determinar si realmente fue así o tan sólo lo traicionó la paranoia, pero por un momento, al ver los verdes ojos de ella dirigidos hacia la cámara, Luke Nolan se sintió pillado como si fuera un niño haciendo una travesura y, aun cuando fuera una locura absoluta, hasta temió ser visto.  Se sobresaltó de tal manera que el control remoto le bailoteó entre los dedos y estuvo a punto de caérsele al piso pero aun así logró retenerlo y pulsar el botón del camuflaje haciéndolo virar a “celeste cielo”: el módulo, como resultado de ello, cambió abruptamente de color para confundirse con su entorno; así, ella no vería más que una sección de cielo y si había realmente visto algo, era probable que lo adjudicara a su imaginación o a algún engaño producido por la luz de la mañana.  Fuese como fuese, habiendo Lauren visto algo o no, lo cierto fue que ella pareció desentenderse rápidamente del asunto.  Saliendo  desde el porche de su casa caminó a través del parque en dirección hacia la piscina, luciendo un sensual e infartante bikini que dejaba al descubierto sus increíbles curvas; su perro robot, mientras tanto, la acompañaba correteando a su lado y sólo se despegaba de ella esporádicamente para echar a correr tras algún pájaro que se hubiera posado en el parque.
Ella llegó hasta la reposera que se hallaba junto a la piscina; el lugar era estratégico ya que quedaba a cubierto de ojos curiosos desde el momento en que se hallaba completamente rodeado de árboles: claro, a prueba de todos los ojos curiosos menos de los de Luke Nolan… El módulo subió un poco hasta trasponer los árboles y luego Luke lo fue guiando con el control remoto para hacerlo descender por entre los mismos tomando los mayores recaudos para que no se quedara enganchado entre el ramaje.  Una vez que el minúsculo artefacto se halló a unos cuatro metros por encima de la reposera sobre la cual la señora Reed retozaba, Luke, pulsando el control remoto, trocó el camuflaje en “verde floresta” de tal modo que la presencia del módulo espía no fuera advertida entre la vegetación.
Así, con el artefacto camuflado y suspendido en lo alto, pudo ver cómo la mujer a la que siempre devoraba con ojos lujuriosos se calzaba unos lentes para sol dedicándose luego a quitarse, primero la parte superior y luego la inferior del bikini…  De ese modo y ante los ojos desorbitados de Luke, aquel cuerpo tan bello como, al menos para él, inasible, quedó expuesto en toda su esbelta y grácil desnudez sobre la reposera.  Se quedó mirando durante algún rato a la pantalla del ordenador con una expresión lindante con la idiotez  y, por un momento, desatendió el mando del módulo, tal fue así que no se dio cuenta que, sin querer, había ido llevando al mismo muy cerca del ramaje y, en efecto, una interferencia parecía estar ensuciando tanto la imagen como la señal sonora.  Maldiciéndose a sí mismo por su estupidez, dirigió el aparato por fuera de las copas de los árboles, teniendo la fortuna de conseguir alejarlo del follaje sin perder el módulo.  Hasta allí y a pesar de sus temores, Lauren no parecía, sin embargo, darse cuenta de nada; permaneció unos veinte minutos echada de espaldas sobre la reposera, ante lo cual Luke no pudo evitar ceder ante la tentación de acercar tanto como le fuese posible el zoom de la cámara: un perfecto plano de aquellos senos tan perfectos invadió la pantalla del ordenador… Cuanto más contemplaba la escultural belleza de esa mujer, menos podía creer que su esposo le prestara tan poca atención o que buscara divertirse con chismes virtuales que eran pura fantasía.  Luke sentía la tentación de hacer descender aun más el módulo hacia ella pero se contuvo ante el temor de que ello delatase la presencia del aparato espía: a su pesar debió, por lo tanto, optar por seguirla observando desde la altura a la que el módulo se hallaba; no pudo evitar tocarse mientras lo hacía…
De pronto ella se volteó sobre la reposera y se echó boca abajo, con lo cual el espectáculo impagable de aquellos senos tan deslumbrantes desapareció para dejar lugar al de un trasero no menos deslumbrante.  Luke aumentó el zoom cuanto pudo buscando que no quedara recoveco en su pantalla sin ser ocupado por tan formidable y perfecto culo, pero la tentación de descender el módulo para ver aún de más cerca seguía siendo demasiado fuerte.  Puso el control en descenso y vio como la pantalla empezaba a ser cada vez más ocupada en su casi totalidad por aquellas dos lomas de perfección que eran ese par de increíbles nalgas.  El artefacto se hallaba ahora a escaso medio metro por encima de ella… Luke intensificó el toqueteo en su zona genital; fue aumentando el franeleo y se dedicó a masajear su miembro, que ya estaba plenamente erecto.  Contemplando la perfección de aquel trasero, se entregó al placer onanista en su máxima expresión: echó la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su silla y tragó una bocanada de aire que luego expulsó con fuerza: intensificó el ritmo de la masturbación entregándose al mismo por completo; cerró los ojos en actitud de solitario goce hasta que un sonido, seco, penetrante y repetitivo le arrancó de su ensoñación.
Aquel sonido era fácilmente reconocible como ladridos, aun cuando denotaran un timbre algo artificial.  Luke abrió los ojos y miró a la pantalla; al hacerlo se encontró con el maldito perro robot quien, habiendo descubierto el artefacto espía, estaba allí,  daba frenéticos saltos que lo ponían, en cada subida, muy cerca de atrapar el módulo entre sus dientes. Maldiciendo y presa de la desesperación, Luke Nolan dio casi un salto en su silla y pulsó, nerviosa y presurosamente, el botón de ascenso, tras lo cual pudo, en efecto, ver cómo el cánido artificial que saltaba en el lugar iba quedando cada vez más abajo y lo mismo ocurría, obviamente, con el hermoso cuerpo de Lauren.  Por fortuna, la reacción de ella no fue inmediata ni mucho menos; seguía echada de bruces sobre la reposera y, en todo caso, se comenzó a remover muy lentamente, dando el tiempo suficiente a Luke para volver a ocultar el módulo entre el ramaje.  Lauren retó y buscó calmar a su perro robot y para cuando se dio la vuelta por completo, ya el módulo flotaba a unos ocho metros del suelo, suficientemente oculto entre los árboles; ella se quitó los lentes y mordió la patita de los mismos en un gesto tan casual como sensual: al hacerlo descubrió una vez más sus hermosos ojos verdes y, arrugando el ceño, aguzó la vista tratando de distinguir qué era lo que motivaba el nerviosismo de su perro robot.  Recorrió con sus ojos las copas de los árboles y en un momento a Luke volvió a parecerle que el módulo había sido descubierto, pero no: ella siguió el recorrido visual con lo cual evidenció que en realidad no veía absolutamente nada llamativo.   Palmeando a su perro, consiguió calmarlo para luego, despreocupada y distendida, volver a echarse boca abajo.  Para alivio de Nolan, todo iba volviendo a la normalidad, aun cuando el perro siguiera con la vista dirigida hacia lo alto y gruñendo de tanto en tanto…  Relajándose, Luke retomó su toqueteo de autosatisfacción: la imagen que tenía en su pantalla, después de todo, seguía siendo igual de estimulante, más allá de que tuviera que conformarse con contemplarla desde una prudencial altura…
              La junta de accionistas no podía apartar sus ojos de la despampanante mujer robot.  Dos cascadas de cabello castaño oscuro, casi negro, enmarcaban un bello rostro de inaudita perfección que lucía unos ojos grises tan llenos de vida que hacían dudar de estar realmente frente a un organismo artificial.
“¿Es… realmente un robot?” – preguntó alguien que, casi con seguridad, tenía esa misma duda.
“Absolutamente , tan real como él – respondió Sakugawa señalando hacia el robot macho -.  Señores, a su derecha tienen al Merobot, de cuya alta eficiencia como amante acaban de tener una cabal demostración.  A vuestra izquierda – señaló hacia la mujer robot recién ingresada – tienen al Ferobot”
“Ferobot… – conjeturó uno de los accionistas mesándose pensativo la barbilla -; supongo que tiene que ver con femenino, ¿verdad?”
“Así es – asintió Sakugawa -.  Merobot: erobot masculino.  Ferobot: erobot femenino…”
“¿Y su… rendimiento sexual es comparable al que acabamos de ver en el…merobot?”
“Absolutamente.  Imaginen, señores, la demanda que vamos a tener de nuestros productos.  El ferobot será la solución para millones de hombres solos pero no sólo eso: también ayudará a muchas mujeres a cumplir sus fantasías lésbicas reprimidas o enriquecerá la vida sexual de los matrimonios dando la posibilidad de incorporar a un tercero sin por eso poner en peligro los votos conyugales o los vínculos de fidelidad.  Además, tanto nuestro modelo masculino como el femenino gozan de algunas ventajas que ningún hombre o mujer de carne y hueso podría tener jamás: en primer lugar, estarán siempre disponibles, independientemente del momento del día o del mes; en segundo lugar, jamás se cansarán y siempre estarán dispuestos para cualquier maratón sexual que sus dueños dispongan; en tercer lugar, no acarrean ni contagian enfermedades, ya que los modelos son inocuos e inclusive cuentan con mecanismos propios para limpieza y erradicación de bacterias o cualquier otro elemento patógeno que pudiese transmitirse por vía sexual; en cuarto lugar, jamás dirán que no; en quinto lugar, garantizan una absoluta reserva; en sexto lugar, no hay riesgos de embarazo ya que ni el Merobot está configurado para ser padre ni el Ferobot para ser madre; por último, ayuda a matar culpas, temores y prejuicios al no tratarse de personas reales”
“¡Los amantes perfectos!” – exclamó alguien.
“Así es.  Y allí no termina la cosa: lo que ustedes tienen en este momento ante sí son modelos estándar.  Pero sabemos que muchas la gente tiene fantasías con personas determinadas, por lo común actores, actrices o modelos que resultan totalmente inalcanzables.  Atendiendo a tal necesidad y demanda, nuestros ingenieros han logrado desarrollar un eficaz método en el cual logramos no sólo copiar e incluso perfeccionar el objeto de deseo original sino además adaptar el cerebro positrónico de tal forma que el robot copie actitudes, gestos, modismos y formas de hablar del mismo…”
“¿Significa eso que el cliente puede, por ejemplo, encargar un Erobot no sólo con el aspecto sino también con la personalidad de, digamos… hmmm, una actriz como Jessica Frenkel o una modelo como Elena Calvin o Tatiana Ulinova?”
“Veo que lo ha entendido bien – respondió Sakugawa sonriendo con satisfacción -.  En efecto, ésa es la idea: demás está decir que los modelos a pedido, es decir aquellos que respondan a determinadas características solicitadas por el cliente, tendrán en el mercado un precio diferente al resto desde el momento en que implican una atención personalizada…”
“Entiendo – intervino un accionista desde el extremo opuesto de la mesa -.  Ahora… ¿podríamos tener una demostración de las aptitudes del Ferobot así como la hemos tenido de las del Merobot?”
Algunas risitas picaronas se levantaron de entre los presentes; Sakugawa, fiel a su estilo, sonrió, a la vez que pulsaba el control remoto que sostenía.
“Ya mismo” – dijo.
Ante la orden aparentemente recibida, la androide echó a andar ante la vista azorada de todos los presentes, quienes al contemplarla, seguían sin poder creer tanta belleza.  Al moverse, su sensualidad quedaba realzada por la gracilidad de sus movimientos: un observador desprevenido jamás la habría tomado por un robot.  Caminó por fuera del grupo de accionistas y se dirigió hacia el que había solicitado la demostración práctica.  Cuando se plantó frente a él y le clavó su inquietante mirada, el hombre, entrado en años, se echó hacia atrás como si hubiera recibido un puñetazo en pleno rostro.  Aquel cuerpo que tenía ante sí era, verdaderamente, difícil de creer en una mujer de carne y hueso, tanto más si se trataba de un androide.
“Pruebe la mercadería, amigo” – le incitó Sakugawa.
El hombre miró de reojo al líder empresarial y luego volvió la vista hacia la mujer robot.  Sus manos se vieron atraídas hacia ese par de magníficos senos como si los mismos hubieran estado dotados de magnetismo; al apoyarse sobre ellos, notó que la textura de la piel no mostraba diferencia alguna con la de una verdadera mujer; de hecho, daba señales de reaccionar ante el contacto y se aplastaba bajo los dedos.  Al tocar los pezones, notó cómo éstos, claramente, se erguían.  No conforme con haberle palpado las tetas, el hombre, sin levantarse jamás de su silla, bajó con sus manos a través del cuerpo hasta calzarla por el talle para luego ir hacia sus caderas: nalgas perfectas, bien firmes.  Siguió luego con sus muslos y se encontró exactamente con lo mismo: los dedos del accionista iban dejando surcos a medida que se hundían en la piel en tanto que podía, a la vez, palpar perfectamente los músculos artificiales de la androide, los cuales se percibían tan firmes como los de una persona que realizase ejercicios físicos con asiduidad.  Sakugawa volvió a pulsar el control remoto y, apenas el Ferobot recibió la orden, se acuclilló ante el hombre y buscó con sus dedos hasta encontrar la hebilla del cinto y el cierre del pantalón; los ojos del sujeto se abrieron enormes y la mandíbula se le cayó, dando a su rostro una expresión.  Con absoluta destreza y pericia, la androide bajó el pantalón del hombre casi sin necesidad de que éste levantase su trasero de la silla y, una vez que el miembro quedó al aire, ella lo atrapó con su boca e inició de inmediato una succión que llevó al hombre a cualquier planeta, puesto que sus pupilas se perdieron entre sus párpados dejándole los ojos blancos en tanto que su boca tragaba tanto aire que daba la impresión de que fuera a asfixiarse por exceso.  El resto de los que allí estaban recomenzó con los gritos, los vítores y los aplausos en tanto que el afortunado no hacía más que manotear el aire tratando de aferrarse a apoyabrazos que no existían.
Una vez que el robot hubo terminado de mamarle el pene, se incorporó sólo durante un instante para acuclillarse nuevamente ante el hombre que se hallaba sentado al lado.  Y así, uno a uno, fue mamándosela a todos los accionistas de  World Robots, no tomándole en ningún caso más de un minuto el conseguir la eyaculación.  Las risas y vítores fueron dejando lugar cada vez más al silencio, a los jadeos o a los aullidos descontrolados en la medida en que nadie podía creer lo que estaba sucediendo ni el estado hacia el que eran transportados.  Cuando hubo terminado con todos los accionistas que se hallaban sentados a la mesa, la androide clavó sus ojos lascivos en la secretaria, quien se ruborizó y miró hacia otro lado con nerviosismo; el Ferobot, sin embargo, no perdió el tiempo: tomándola por la cintura la levantó hasta ponerla de espaldas contra la mesa y, una vez allí, le levantó la corta falda y le quitó (una vez más) las bragas para dedicarse a lamerle su sexo con tal fruición que la muchacha no pudo evitar arrojar un aullido de placer que resonó en todo el recinto, en tanto que su espalda se arqueaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica y sus manos buscaban la cabeza de la mujer robot hasta tomarla por los cabellos.  Si con tal gesto quiso sacársela de encima, no lo demostró: por el contrario, dio la impresión de que empujara aun más la cabeza del androide hacia su sexo y, en efecto, la lengua ingresó aun más en su vagina.  Los ojos de los accionistas presentes no cabían en sus órbitas por la incredulidad ante el inesperado espectáculo extra que estaban disfrutando.  No pudiendo contener su excitación, Geena se llevó las manos al pecho y se dedicó a masajeárselos, en tanto que estiraba una de sus hermosas piernas en el aire y su entrecortada respiración daba cuenta de estar viviendo un acceso de placer supremo.  Instantes después, una explosión de fluidos estallaba sobre la boca y el rostro del androide mientras Geena quedaba extenuada y vencida sobre la mesa, extendidos sus brazos sobre la superficie de la misma y con la falda levantada exhibiendo su desnudo sexo.
El Ferobot, en una actitud que pareció implicar “misión cumplida” caminó unos pasos hacia atrás hasta ubicarse junto al Merobot, quien había permanecido inmóvil e impertérrito durante toda la escena.  Justo en ese momento varios hombres ataviados con uniforme de camareros ingresaron por detrás portando sendos baldes con hielo y botellas de champagne en su interior.
“Hoy es un día histórico no sólo para World Robots, sino para la humanidad – anunció Sakugawa tomando la copa que le tendía uno de los recién ingresados a los efectos de ser servido -; mientras que los inventores de la rueda o los descubridores de la agricultura no tuvieron oportunidad de ser conscientes del valor de sus innovaciones, nosotros sí la tenemos… Señores… ¡salud!”
Carla Karlsten era, para todos, “Miss Karlsten” debido al hecho de que jamás se había casado, pero no sólo eso sino que además tampoco se le había conocido pareja estable.  Aun así, todos sabían de sus movidas y amoríos dentro de las oficinas de la Payback Company en el piso quinientos veinte del edificio Ivory Astoria, en donde se movía prácticamente como ama y señora por su posición jerárquica.  A decir verdad, resultaba algo licencioso llamar “amoríos” a los jueguitos perversos que ella jugaba ya que se trataba más bien de abusos de su situación de poder dentro de la empresa.  Bastaba que llegara un nuevo empleado y que fuera joven y apuesto para que cayera en sus garras, pero ello no implicaba sólo sexo: a Miss Karlsten le gustaba dominar, ordenar, mandar, someter y, como tal, sus juegos eróticos eran tan sólo una prolongación de tales características.  Eran bien conocidas por todos los empleados sus tendencias y preferencias: someter y esclavizar a muchachitos que caían en su red; en ello consistía su diversión.
Jack Reed estaba muy lejos de encajar dentro del patrón de hombre por ella buscado.  Jamás le había prestado demasiada atención en tal sentido; eso, que bien podría haber significado un alivio para muchos empleados, provocaba en él algo de recelo o envidia pero, aun así, fue aceptando su suerte y con los años se fue resignando a que nunca estaría dentro de los “elegidos” por Miss Karlsten.  Entró a la oficina de ella no sin antes llamar ya que, habida cuenta de las actividades secretas que practicaba, interrumpirla durante las mismas bien podía significar una amonestación o un despido.
“Hola, Jack – le saludó ella, sentada a su escritorio -.  ¡Qué cara traes!  ¿Es tu esposa o es el VirtualRoom lo que no te deja dormir?  Je, ten cuidado con ese chisme: puede terminar matándote…”
Él se le quedó mirando: Miss Karlsten era, a todas luces, una mujer atractiva; imponente físicamente, pero muy femenina.  Aquellos ojos marrones inmensos siempre parecían trasuntar la idea de que sabía cosas que sus empleados no y, en definitiva, es en eso en lo que consiste cualquier relación de poder.  Sus cabellos, de tono castaño rojizo, le caían en una corta melena formando bucles por sobre los hombros.  ¿Cómo diablos hacía esa mujer para saberlo todo?  Jack jamás le había comentado acerca de la adquisición del VirtualRoom aunque sí lo había hecho con sus compañeros de trabajo y, como suele ocurrir en toda oficina, los rumores corren.  Pero no era sólo eso: además Miss Karlsten llevaba un riguroso control sobre las actividades de los empleados fuera de su trabajo; en particular tenía acceso a los informes sobre compras y ventas con tarjeta.  Ello, se decía, obedecía a saber si sus pautas de consumo estaban fuera de lo lógico de acuerdo a sus ingresos, lo cual podría tal vez hacer pensar que se estaban quedando con dinero de la compañía de manera clandestina.  Pero, más allá de eso, a Miss Karlsten, le encantaba tener tal acceso y contar con tal información porque eso le permitía jugar con otro factor de poder de los que tanto le gustaban.  Sabía bien que, al sentirse controlados de esa manera, los empleados se sentirían también indefensos, desvalidos y a merced, cosa que a ella le divertía sobremanera.
“De verdad te lo aconsejo – continuó diciendo Miss Karlsten al notar que no había respuesta alguna por parte de Jack Reed -; yo misma lo he probado y… debo decir que no me trajo buenas consecuencias: taquicardia, presión alta, en fin… Yo prefiero las historias reales antes que las de fantasía…”
Cerró su comentario guiñando un ojo y sonriendo.  Jack Reed bien sabía que aquello era pura histeria; no se trataba de una invitación a echarle el seguro a la puerta de la oficina ni mucho menos.  Luego de años trabajando en ese lugar ya conocía suficientemente bien a cada uno y, de manera muy especial, a Miss Karlsten por ser su jefa.  Lo suyo era simplemente un juego de provocación; si él se iba de esa oficina con la idea de masturbarse pensando en ella, eso era suficiente para hacerla feliz.  Él se mantuvo mirándola a los ojos sin dedicarle sonrisa alguna y tratando de mostrarse lo más imperturbable posible.
“¿Qué hay para hoy?” – preguntó, sin emoción alguna en la voz.
“Justo acababa de prepararte esto – le respondió ella, tomando de su escritorio una carpeta electrónica -.  Se trata de un pez gordo, ya que es un empresario importante que ha contraído una deuda bastante gruesa en números con la compañía Tai Wings Air, a la cual ha comprado y alquilado aeronaves durante los últimos cuatro años aun a pesar de que su empresa estaba en rojo y sus acciones caían día tras día.  Si logramos obtener el cobro de esta deuda, en fin, ya puedes hacerte una idea de que nuestro diez por ciento va a ser bastante suculento… Y eso será mejor para todos: para la firma, para mí y para tu comisión…”
Buscando mostrar una actitud profesional e inmutable, Jack tomó la carpeta y, frunciendo el ceño, hizo correr el cursor viendo así los estados de cuenta, balances y obligaciones contraídas por el empresario en cuestión.
“Déjalo por mi cuenta – dijo; Jack era el único en todo el piso que se atrevía a tutear a Miss Karlsten -.  Antes de la noche habrá novedades y te puedo asegurar que en una semana a más tardar tendremos el dinero…”
“Ésa es la actitud que me gusta en mis empleados – enfatizó ella cerrando un puño en el aire -; ojalá todos fueran como tú, Jack.  Los últimos que me han llegado, los más jovencitos, vienen bastante tontitos, aunque… claro, me sirven para otros fines, je…”
Otra vez el guiño cómplice.  Y otra vez Jack Reed prefirió mostrarse imperturbable; la miró sólo durante una fracción de segundo y luego volvió la vista hacia la carpeta.  Cabeceó afirmativamente por un momento y luego se giró.
“Tú también deberías cuidarte… – apuntó él cuando se iba -; los empleados jóvenes pueden ser tanto o más peligrosos que el VirtualRoom.”
Miss Karlsten sólo rió mientras la puerta de la oficina se cerraba y Jack Reed se alejaba.  En ese momento sonó el conmutador y ella contestó:
“Ah, sí… ¿el chico nuevo? – los ojos se le encendieron y el rostro pareció brillar -.  Envíenmelo.  Le tengo algo especial preparado, jeje…”
Cuando Luke Nolan oyó el portón de la casa vecina abriéndose y el auto de Jack Reed entrando, supo que se había acabado el momento de seguir fisgoneando con el módulo espía.  Quien volvía a casa no era, obviamente, Jack, sino su robot al comando del vehículo.  Instantes después podía oír el encendido de la máquina de cortar césped, lo cual evidenciaba que al robot ya se le había asignado una nueva tarea.  Resultaba peligroso, por tanto, continuar con las actividades de espionaje por encima de la verja ya que los ingenios mecánicos y electrónicos suelen reconocer la presencia de sus semejantes; convenía, en virtud de  ello, mantener el módulo a resguardo.  Caminó a través de su parque hasta la verja que daba a la calle y, una vez allí, se encontró con la sorpresiva pero siempre gratificante presencia de Lauren Reed, quien justo salía de su casa muy deportiva, vestida de calzas, musculosa y zapatillas de correr.
“Hola Luke, buen día – le saludó ella con una sonrisa cordial -.  ¿Cómo estás…?”
“B… bien… – tartamudeó él, temblando de la cabeza a los pies como cada vez que se hallaba frente a ella -, bien, bien… ¿Y tú, Lauren?”
“Bien, por suerte…”
“Ah…”.
Lauren bien sabía de la obnubilada obsesión de su vecino por ella; por tal motivo, si bien lo trataba cordialmente, trataba siempre de no darle demasiada conversación.
“Bueno, Luke…, te dejo – le dijo sonriente -; me voy a correr…”
Él asintió estúpidamente con una sonrisa bastante bobalicona dibujada en su rostro y la saludó con la mano mientras su hermosa vecina se giraba y salía a la carrera por la acera.  Fascinado ante tanta belleza y sensualidad, la siguió con la vista hasta que la perdió por detrás de una curva de la calle.  En ese momento se dio cuenta de que tenía una nueva erección.  Se maldijo a sí mismo: ¿tendría que masturbarse nuevamente?
Jack Reed revisó una y mil veces la carpeta electrónica que tenía sobre su escritorio; la conectó al ordenador y, así, fue poco a poco recabando información sobre otras deudas, compromisos o problemas judiciales que pudiesen afectar a las partes interesadas.  Mientras lo hacía, en forma paralela, se dedicaba a hurgar información acerca de Elena Kelvin, la modelo de los avisos publicitarios que, desde hacía sólo un par de horas, se había convertido en la dueña de sus pensamientos.  Así, fue juntando datos referentes a color y largo del cabello, color de ojos, tono de la voz, forma de hablar, gestos, etc.   El plan era configurar un perfil para luego pasarlo a su cuenta y de allí al VirtualRoom, ya que ésa era la forma en que éste trabajaba: a partir de la información que se le cargaba, realizaba luego la fantasía que el usuario deseaba, reproduciendo a la perfección a las personas que éste deseara incluir en la misma.  Inclusive el VirtualRoom permitía mejorar algunas características físicas y, de hecho, Elena Kelvin, a pesar de la belleza y armonía de sus formas, bien podía ser perfeccionada en zonas como senos o glúteos: dicho de otra manera, si no existía la mujer perfecta, el Virtual Room se encargaba de confeccionarla bajo requisitoria y para beneplácito del usuario…
A Jack le daba un poco de pena dejar de lado a Theresa Parker después de lo bien que lo venía pasando “con ella”, aunque…, al pensarlo bien, no había ninguna razón para que la inclusión de Elena en su fantasía significase necesariamente la expulsión de Theresa…  ¿Ambas en una misma fantasía? ¿Por qué no?  ¿Podía acaso imaginar una escena más perfecta que estar, por ejemplo, en una playa acompañado por dos bellezas tan deslumbrantes como la conductora televisiva y la modelo?  Había quienes decían, no obstante, que no era conveniente exigir al Virtual Room cargándole demasiada información: un exceso bien podría atentar contra el artefacto o inclusive contra el usuario y, de hecho, el propio manual de instrucciones recomendaba la confección de fantasías simples, pero… ¿acaso no valía la pena correr el riesgo?
El jovencito se presentó ante Carla Karlsten sin poder ocultar su más que evidente nerviosismo.  La imponente mujer le miraba desde su lugar tras el escritorio con ojos ávidos y lujuriosos mientras su boca lucía una sonrisa que rezumaba algo de malicia aun cuando quería aparentar cordialidad.
“¿Cómo es tu nombre?” – le preguntó.
“Damian Lowe” – respondió el muchacho sin poder evitar bajar la vista hacia el piso; se trataba de un joven apuesto se lo viese por donde se lo viese: cabello corto y castaño, ojos verdes y un físico muy bien formado y proporcionado a juzgar por lo podía verse.  Miss Karlsten lo miró de arriba abajo como chequeando la mercadería y el muchacho tuvo la sensación de que la penetrante vista de aquella mujer le hurgara por debajo de la ropa provocándole un extraño cosquilleo.
“Eres muy lindo, Damian” – dijo ella, relamiéndose, y el muchacho enrojeció -. ¿Edad?…”
“G… gracias, M…Miss Karlsten – tartamudeó el joven -.  Tengo…veintiséis años….”
“Mmm, muy linda edad, te llevo doce – le dijo ella -, pero… vamos a ver mejor ese cuerpecito.  Quítate la ropa…”
El bello joven no pudo reprimir un respingo; superado por la situación, abrió grandes los ojos y miró hacia todos lados buscando vaya a saber qué.
“Vamos – le incitó ella, con expresión divertida y claramente disfrutando de jugar con él -, sin miedo, bebé… Y vete acostumbrando a hacer lo que tu jefa te dice…”
Evidentemente no había salida para el muchacho; la situación resultaba por demás extraña desde el momento en que a cualquier hombre le hubiera gustado recibir una orden como la que él acababa de recibir, sobre todo si provenía de una dama hermosa y muy atractiva como Carla Karlsten lo era, pero había algo indefinible en aquella mujer,  algo que hacía que quien estuviese frente a ella se sintiese inevitablemente poco, reducido a un objeto: algo casi demoníaco…
“S… sí, Miss Karlsten” – musitó, resignado, el muchacho y comenzó inmediatamente a quitarse sus prendas una tras otra para beneplácito y satisfacción de su jefa, quien no paraba de comerlo con ojos que irradiaban tanto voracidad como diversión.
Por pudor, el joven no se desnudó completamente, sino que se dejó puesto el bóxer.  Ello era suficiente, desde ya, para apreciar la belleza de un físico envidiable para cualquier hombre y deseable para cualquier mujer pero no era, desde luego, suficiente para Miss Karlsten…
“Todo – le espetó, imperativa -, quítate todo…”
El muchacho tragó saliva varias veces.
“S… sí, Miss Karlsten…” – aceptó finalmente.
Así, acatando la orden recibida, deslizó hacia abajo el bóxer haciendo de ese modo caer el último velo que protegía su intimidad.  Carla Karlsten enarcó una ceja y frunció la comisura de sus labios denotando haber quedado deslumbrada al contemplar un miembro tan hermoso.
“Un festín para la vista – dictaminó, como si hablara para sí misma; luego adoptó un tono más seco y demandante -.  Acércate”.
El muchacho, tímidamente, caminó alrededor del escritorio los pocos pasos que lo separaban de aquella mujer con aires de emperatriz, llevándole sólo un par de segundos quedar a tiro de sus manos.  Ella, siempre sentada y sin despegarle la vista del formidable aparato sexual, le apoyó las puntas de los dedos por sobre las caderas y le impelió a girarse.  Una vez que tuvo al joven de espaldas a ella, le palpó sus glúteos casi enterrándole las uñas, lo cual provocó que el rostro del jovencito se contrajera de dolor por un instante; luego, la perversa mujer acercó su boca a la cola del muchacho para primero besarlo y luego propinarle un mordisco que obligó a éste a soltar una interjección de dolor.  Ella recorrió cada centímetro de las hermosas nalgas con las palmas de sus manos como si estuviese comprobando la calidad con tacto experto y luego le deslizó una mano por entre las piernas hasta capturar sus testículos; los estrujó y, si bien lo hizo suavemente, fue suficiente para que el joven volviera a experimentar un nuevo sacudón por el dolor.  La mano de Miss Karlsten capturó luego el pene y comprobó que el mismo estaba irguiéndose… Perfecto: una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el semblante satisfecho de ella.  Volviendo a tomar al indefenso muchacho por las caderas, lo giró una vez más hacia sí, con lo cual el miembro erecto quedó ante su rostro luciendo tan magnífico como deseable.  Miss Karlsten no era, por cierto, mujer de perder el tiempo, por lo que rápidamente capturó el glande entre sus labios y se dedicó a lamerlo como si fuera el más apetecible caramelo; en cierta forma, lo era…
Hasta allí, de todas formas, nada de lo que había venido ocurriendo podía hacer que el joven lamentara haber sido convocado por su jefa;  por el contrario, ella trazó varios círculos con su lengua alrededor de la cabeza del pene, para luego dedicarse a mamarlo frenéticamente con tales entrega y frenesí que el joven se sintió catapultado hacia otro mundo.  El novato Damian Lowe comenzó a gritar tan alocadamente que temió ser oído fuera de la oficina; tal riesgo, sin embargo, no parecía preocupar en demasía a Miss Karlsten, ya que no dejaba de mamar por un segundo sino que, por el contrario, hasta parecía acelerar el ritmo.  Sin embargo, cuando el joven sintió que estaba al borde de la eyaculación y que su verga estallaría en una explosión de semen dentro de la boca de su jefa, ésta, sorpresivamente, interrumpió la mamada.  Él  bajó la vista y le miró, entre interrogativo y suplicante: sus ojos parecían implorar a los gritos que ella continuara con lo que había súbitamente interrumpido.  Miss Karlsten, por su parte, sólo le devolvió una mirada radiante de diversión que venía a demostrar y bien demostrativa de lo mucho que disfrutaba de jugar con su ratón como si ella fuese un gato…
Ella se levantó de la silla y, sin quitar por un instante de encima del muchacho su mirada lasciva, caminó alrededor del bello cuerpo del joven deslizando, al hacerlo, las puntas de los dedos por sobre su preciosa y tersa piel.  Una vez que se halló tras él, apretujó su cuerpo contra la espalda del joven y, mientras lo besaba en el cuello, le cruzó las manos por delante del tórax para dedicarse a acariciarle el pecho.  El novato empleadito parecía a punto de estallar y más aún después del modo en que se había visto truncada su eyaculación; por lo pronto, su miembro seguía aún erguido y chorreante en espera de lo que se venía.  Fuese lo que fuese que esperara, seguramente no se correspondió con lo que vino…
Miss Karlsten tomó de un cajón de su escritorio un collar de cuero que cerró alrededor del cuello del muchacho y ciñó con tal fuerza que le provocó un momento de ahogo que ella disfrutó ostensiblemente.  Luego la mujer rebuscó una vez más entre los cajones de su escritorio hasta dar con una fusta, la cual, con un seco chasquido, estrelló contra las nalgas del joven arrancándole una nueva interjección de dolor que fue apenas audible debido al ahogo parcial que el collar provocaba.
“¡Vamos! – le conminó ella, con un nuevo golpe de fusta -.  Hacia aquella puerta…”
Al chico, por supuesto, no le quedó más que obedecer.  La perversa Carla Karlsten lo fue llevando prácticamente a fustazos en la cola a la vez que le sostenía el collar lo suficientemente apretado como apenas permitirle respirar.  Obedientemente y con el rostro contraído por la asfixia y el dolor, el joven marchó hacia donde ella le decía: en efecto, a unos pocos metros a la derecha del escritorio había una puerta que no arrojaba ninguna señal visible acerca de a qué conducía.  Miss Karlsten sólo necesitó, para abrirla, del empellón del cuerpo del muchacho al estrellarse contra la misma.  Una vez que hubieron traspuesto la puerta, el joven echó un vistazo en derredor para encontrarse con una habitación de estética bien oscura en la que predominaban cortinados y alfombrados negros que, por alguna razón, le hicieron erizar el vello de la nuca: el desdichado muchacito experimentó la sensación de haber entrado en una sala de torturas de alguna película sobre la Inquisición.  Grilletes, cepos, potros de tormento, un látigo, una vara, una extraña jaula y muchos otros elementos del mismo estilo poblaban el lugar, pareciendo increíble que a sólo una puerta de distancia hubiese una una moderna oficina equipada y decorada como correspondía a una empresa de primera línea.  Más que haber traspuesto una simple puerta, la sensación era que hubieran hecho un repentino viaje al pasado…
“Por mucho que la tecnología avance – le susurró Miss Karlsten al oído casi como si hubiese leído sus pensamientos -, yo sigo prefiriendo los jueguetes del siglo XVI, jeje…”
                                                                                                                                                                                   CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Alias: La invasión de las zapatillas rojas 5″ (POR SIGMA)

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ALIAS:

LA INVASIÓN DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 5.

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas y Expedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Por Sigma
Bombón despertó al escuchar la suave alarma a lado de su cama, eran las nueve.
– Oh, que temprano -pensó aun adormilada. Estaba acostada boca abajo, sus muñecas con grilletes fijadas al cinto negro a su espalda, sus pies calzados con zapatillas rojas de tacón alto estaban fijados a las esquinas de la cama por medio de suaves cuerdas, de forma que la forzaban a mantener sus piernas abiertas en V.
Le gustaba estar así: vulnerable y disponible para su Señor.
– Mmm… espero que pronto vengan a rescatarme… -pensó justo antes de sentirse confundida mientras tensaba y relajaba un poco sus piernas- ¿Rescatarme? ¿De donde vino esa palabra?
Vestía también una minúscula tanga de color rojo sangre a juego con sus zapatillas de dormir y unas medias de seda blancas con liguero. Los tacones forzando, dominando, sus delicados pies y la sensación de las medias acariciando sus muslos la excitaban incluso mientras dormía. La noche anterior se había despertado al alcanzar un orgasmo entre sueños, últimamente siempre soñaba con actividades muy eróticas en las que era sometida a un amo que disfrutaba su cuerpo sin dudarlo.
– Oooohhh… Que bien se siente -susurró al sentir la caricia de la seda al moverse sobre la cama, pero incapaz de darse placer al estar atada su deseo crecía más y más, sin control.
– Oooohhh… ¿Que no vendrá nadie?… -gimió mientras se retorcía indefensa en la cama- espero que alguien… esté en casa.
Finalmente apareció en la puerta su hermanita Piernas, vistiendo su obligatorio uniforme de doncella erótica.
– Hola Bombón -la saludó con una sonrisa mientras se acercaba- ¿Necesitas ayuda?
-Si… por favor… necesito desahogo…
– Por supuesto Bomboncito -le dijo divertida mientras sacaba del cajón de la cómoda un vibrador plateado- será un placer…
– No… no es lo que… -empezó a decir cuando Piernas simplemente hizo a un lado el delicado elástico de su tanga para introducir de golpe el juguete en su vagina, lo que fue fácil pues estaba terriblemente húmeda.
– ¡Aaaaahhh…! -chilló de sorpresa y placer por el orgasmo mientras arqueaba su espalda.
Se quedó unos minutos disfrutando la sensación, tiempo que la morena aprovechó para limpiar en la habitación.
– ¡Mmm… que bien… que rico se siente! -pensó mareada por el placer. De pronto una cadenciosa música empezó a sonar en las bocinas y el vibrador comenzó danzar en su vagina suavemente, como suaves cosquillas, de forma casi hipnótica.
– Aaahhh… siii… siii… -gimió aun más excitada mientras sus piernas pulsaban siguiendo el ritmo y sus caderas se levantaban y bajaban una y otra vez. Entonces vio a Piernas dirigiéndose a la puerta- ¿Pero a donde vas? ¡Desátame antes!
– Oh, lo siento Bomboncito tengo órdenes de Papito -le dijo aun sonriente- Debo dejarte así.
– No, no lo hagas. Nena llegará en un rato más, si me encuentra así…
– Exactamente, Papito quiere que sus esclavas se pertenezcan entre si y tu te has resistido a Nena demasiado…
– ¡No Piernas! ¡No me hagas esto, te lo suplico! Si me dejas atada así, con la música y con el vibrador a bajo nivel, cuando ella llegue seré una puta en celo, no podré resistirme, haré todo lo que ella quiera…
– Lo siento cariño, son órdenes -dijo mientras salía y dejaba la puerta entreabierta, dejando a Bombón abandonada a su suerte.
Esa noche, tras recuperarse de la  sesión de placer y dominio con Nena, Bombón recibió la orden de presentarse a sus deberes de alcoba con su Rey.
– ¡Oh Dios, es una misión muy importante! No debo fallar… -pensó a la vez excitada y nerviosa como una colegiala mientras se metía al baño. De inmediato se puso su minúsculo bikini azul eléctrico y unas sandalias de tacón alto a juego para ducharse. Se enjabonó sensualmente el cuerpo, casi como si se acariciara, mientras se miraba en el enorme espejo antiempañante del baño.
– Oooohhh… que bien se siente… -pensó con los ojos entrecerrados y sus manos explorándola.
– Que linda vista Bombón…
– ¿Que… -exclamó algo asustada. Era Nena que la observaba recargada en la puerta del baño.
– No Nena, por favor, ya hiciste de mi lo que quisiste esta mañana…
– Y si mal no recuerdo lo disfrutaste tanto como yo, si no es que más…
– ¡Eso fue por que me has estado condicionando a enloquecer de placer con tu toque! -respondió airada y sonrojada la trigueña.
– Soy culpable, pero no te preocupes, Papi me mandó a vestirte y llevarte con él. Tranquila, no te tocaré.

Escuchar eso la tranquilizó. Podría cumplir su misión.

– Pero tu si puedes tocarte -dijo con una sonrisa al apretar el botón de un control en su mano con lo que una melodía rápida empezó a sonar: Hot and cold de Strike.
– Aaahhhh… noooo… -gimió la mujer al empezar a ondular su cuerpo bajo el agua de forma sexy, apoyó sus manos en la pared y empezó a mover las caderas hacia su exclusivo auditorio, dejando que el agua resbalara por todo su cuerpo, acariciándola amorosamente.
– Mmm… muy bien Bombón -le dijo Nena complacida mientras ella se volvía para mirarla de frente y bailaba sobre el suelo antiderrapante de la ducha, abría sus piernas en compás y las levantaba de forma espectacular.
– Nnnnggghh… ¡Basta!… tengo que ver a mi Rey… -dijo al empezar a sentir que de nuevo se excitaba, sus pezones se ponían duros y su vagina se lubricaba.
– ¡Nena! ¡Basta! Ella tiene órdenes…  -resonó la voz de X en las bocinas de la ducha- y tu también…
– Si Papi -dijo la rubia en tono sumiso al apagar la música con el control- Ven Bombón, es hora de vestirte.
Acompañó a su hermana en esclavitud y la ayudó a vestirse: unas pantaletas negras de seda y encaje con adornos de corazones y huecos para un placentero acceso atrás y adelante, un corset de la viuda alegre con los mismos diseños y color, Nena se lo apretó hasta que Bombón apenas podía respirar, dándole la cintura de una diosa del sexo y forzando sus pechos a separarse y levantarse gracias a las medias copas del corset, dejando su escote expuesto, como un dulce o una fruta en un aparador para ser disfrutado por quien le apeteciera.
– Oooooohhh -gimió la trigueña al sentir como Nena apretaba con fuerza las cintas mientras ella trataba de mantenerse en pie agarrada al poste de la cama con ambas manos, confundida sobre si lo que sintió había sido dolor o placer.
En sus piernas llevaba unas medias negras casi transparentes y mantenidas en su lugar por ligas conectadas al borde del corset, en sus pies llevaba zapatillas de charol negro de tacón muy alto y una gruesa cinta cruzando el empeine. Su largo cabello arreglado en un peinado alto para dejar expuesto su esbelto cuello, llamando aun más la atención hacia su delicioso escote.
La rubia pintó los labios de su hermana de un color rojo cereza, de manera que se vieran más gruesos y carnosos, como una fruta jugosa. Sus pestañas habían sido alargadas y una sutil sombra en los parpados le daban a sus ojos un toque de sensualidad casi hipnótica.
Aun llevaba sus obligatorios cinto y gargantilla de metal negro marcándola como esclava y femeninos grilletes en las muñecas.
– ¡Mmm… estoy lista para mi señor…. lista para coger… -pensaba con lujuría Bombón al mirarse al espejo, preparada para sus deberes de alcoba. Casi de forma natural la trigueña empezó a posar tanto para si misma como para Nena que ya estaba desnuda sobre la cama, excepto por sus zapatillas claro, masturbándose con el vibrador mientras disfrutaba el espectáculo. Bombón se inclinaba exhibiendo su escote o arqueaba su espalda parando sus nalgas, mientras deslizaba sus manos con largas uñas rojas por todo su cuerpo, acariciándose, pellizcándose suavemente, finalmente se dio a si misma un sonoro azote en la nalga, lo que hizo explotar a la rubia en un rico orgasmo.
– Ooooohhh… Muy bien… Hermanita…-susurró Nena mientras se humedecía los labios con la lengua.

Bombón salió al pasillo dirigiéndose de inmediato a su señor.

– Oh, maldita Nena, es demasiado dominante, no me gusta… mi único amo es mi señor -pensaba mientras tocaba a la puerta.
– Entra esclava… -fue la respuesta desde el interior.
Dentro estaba X, sentado ante su escritorio, revisando una serie de documentos y estadísticas de la empresa de alta costura Xcorpius. En el interior de la vitrina al fondo del cuarto, estaban las zapatillas rojas originales, pero les faltaban grandes trozos que se usaron para hechizar una buena cantidad de zapatillas y otro tipo de calzado.
Una mascara de esquiar estaba sobre el escritorio y una peluca rubia se encontraba puesta en una cabeza de maniquí.
– Bienvenida Bombón, llegas a tiempo, me hace falta un poco de placer…
– Si mi señor, te pertenezco…
– Así me gusta, ¡En posición esclava!
– Aaaahhhh -gimió de placer la trigueña al arrodillarse, puso sus hombros hacia atrás, sus muslos medio abiertos, sus pies en punta, sus tacones apuntando casi al techo, sus manos sujetando sus tobillos, sometiéndose, su cabeza inclinada en aceptación.
– Muy bien, ahora repasemos tu condicionamiento -dijo mientras oprimía un botón y una lenta melodía empezaba a sonar- ¿Quién eres?
– Soy Bombón… oooohhhh… -casi gruñó de placer mientras sus piernas palpitaban siguiendo el ritmo.
– ¿Qué eres?
– Soy tu esclava… tu odalisca… aaahhh… tu hembra… tu juguete sexual… tu muñeca de placer… aaahhh…
– Muy bien… ¿Cual es tu misión?
– Mi misión es complacerte en todos tus caprichos… oooohhh… tus deseos son órdenes…
– ¿Cuales son tus órdenes?
– Mmm… el placer y la lujuría… pertenecer a mis hermanas… amar mi cuerpo… lucirlo para los demás… lucir mis tetas y mi coñito… Aaaahhh… mostrar mis piernas… estar siempre disponible y lubricada… usar siempre tacones altos… siempre…
– ¿Qué te excita?
– Mi Amo y Señor, me enloquece y excita… Aaaaahh… mis hermanas me excitan… debo masturbarme si estoy sola y me excito… ver mi cuerpo me excita… me gusta mirar mi cuerpo y el de mis hermanas…
– ¿Harás todo lo que te pida?
– Todo… lo que quieras… cuando quieras… oooohhhh… mi cuerpo… mi mente… son tuyos… en la cama y fuera de ella… soy tuya… para siempre… oooohhhh…
– Muy bien Bombón, llegué a pensar que no podría poseerte del todo ¡Ahora mastúrbate para mi!
– ¡Oooohhh… si mi señor…! -dijo la trigueña llena de placer al apretar con más fuerza su tobillo izquierdo mientras su mano derecha se introducía en el hueco frontal de sus pantaletas y empezaba a acariciarse deliciosamente- aaahhh… aaahhh…
– Ahora ya estás lista y justo a tiempo, pues aunque hemos tenido éxito con nuestra exclusiva linea de ropa y calzado necesitamos expandirnos mucho más y para eso tengo nuevas misiones para ti.
– Aaaahhh… si… mi señor… aaaahhh… -gemía mientras sus caderas subía y bajaban siguiendo la música.
– Primero necesitamos llegar a muchas más personas, nos hace falta una patrocinadora por ejemplo, con contactos en el mundo de la moda.
– Si Amo… siiiiii… te escucho…
– En segundo lugar necesitamos un experto en lo sobrenatural pues no he podido duplicar el poder de las zapatillas, he podido imitarlo colocando minúsculos fragmentos de ellas en el calzado de mi elección, pero sólo obtengo ese efecto con los fragmentos de las originales, a este paso pronto no quedará nada de la zapatillas rojas y eso no puedo permitirlo…
– Si mi señor… Aaaaahhhh… ordéname y te complaceré… -casi sollozaba Bombón de la felicidad.
– Sabía que dirías eso Bombón, me complace pero recuerda que en mi presencia no puedes venirte sin mi permiso.
– ¡Oooohhh… por favor Amo… déjame venirme… lo necesito… taaaanto…! -gritó desesperadamente excitada- Nena me torturó… toda la mañana casi sin… dejarme desahogar… aaaahhh…
– Mmm… es verdad… creo que se está volviendo demasiado dominante -dijo con una sonrisa sin dejar de mirar el caliente espectáculo ante sus ojos- eso puede ser peligroso así que en premio a tus avances te daré un arma y te diré un pequeño secreto para vengarte… pero antes ven a mi, entrégate a tu señor… y podrás venirte…
– ¡Si… mi señor! -de un movimiento la trigueña se levantó y de un salto se encontraba sobre el escritorio de X, se le acercó a cuatro patas ronroneando como un gatito, al llegar al borde, con gran elegancia se arrodilló y se inclinó deseando que el mundo entero y sobre todo su señor pudieran asomarse a su apetitoso escote.
– Oooohh… mis pezones… se rozan con el…  terciopelo del corset… están taaaan duros… -pensó por un instante antes de sonreír al descubrir la excitada mirada de X posándose en su reforzado escote, entonces lo animó con voz ronca- siiii… mira mis tetitas… son tuyas… gózalas.
– No tan rápido Bombón… antes baila para mi… baila como lo que eres: mi hembra -dijo excitado el hombre al apretar un botón y una retumbante música empezó a sonar, era rápida y primitiva, salvaje y poderosamente sexual.
– Aaaahhhh… -gruñó al levantarse y comenzar a danzar sobre el escritorio, levantó los brazos al máximo y empezó a mover sus caderas siguiendo el ritmo… atrás y adelante, izquierda y derecha, una y otra vez, sus piernas extendiéndose y encogiéndose, bailando con la mágica habilidad que le daban las zapatillas al borde mismo de escritorio, casi de puntas, parando sus nalgas ante X, como ofreciéndose.
Extendió sus brazos a los lados y flexionó las muñecas hacia arriba con las palmas hacia abajo, luciendo así más femenina al bailar mientras ondulaba su cuerpo y se movía en círculos cada vez más rápido sobre el escritorio, casi de puntas sobre sus tacones, excitándose cada vez más, disfrutando de su propia lujuria mejorada por las zapatillas.
De pronto se detenía y levantaba una pierna bien derecha y tiesa, ofreciéndosela a su amo para su goce, lo que a su vez le daba a ella un inmenso placer cuando su señor le sujetaba la pierna para besar y mordisquear sus tobillos y pantorrillas.
– Aaaaahhh… siiii… -gemía guturalmente con sus rojos labios entreabiertos, sus pupilas dilatadas, sus manos despeinando su cabello mientras bajaba rítmicamente su cuerpo doblando sus rodillas poco a poco- Oooooohhh… que placeeeeer…
– Muy bien Bombón –gruñó evidentemente excitado X mientras liberaba su ya duro miembro del confinamiento de los pantalones- es hora de tomarte… ven a mi…
– Mmm… no mi señor –dijo la trigueña mientras seguía bailando sensualmente- me ordenaste que bailara para ti y eso debo hacer…
– ¿Qué…? –preguntó sonriente el hombre- ¿Cómo te atreves? ¡Ven aquí!
Trató de sujetarla de los tobillos pero con una risita infantil ella lo evadió gracias a la asombrosa agilidad que le otorgaban las zapatillas y se fue al otro lado del escritorio, ahí se puso en cuclillas para comenzar a abrir y cerrar los muslos de forma provocativa sin perder el equilibrio en sus altísimos tacones.
– Te atraparé y te mataré de placer esclava…  -dijo divertido X al lanzarse sobre el gran escritorio tratando de atrapar a su hembra, pero con un encantador y ágil saltito Bombón volvió a esquivar a su captor con una dulce risita, al llegar al otro extremo del escritorio sacó sus senos del corset y sus manos con largas uñas rojas comenzaron a apretarlos y sacudirlos para su amo al ritmo de la música, provocándolo…
– Basta esclava, te entregarás a mi ¡Ahora! –dijo con impaciencia a la vez que se sentaba en la cama y se palmeaba los muslos.
– Nnngghh… aaaaay… -chilló debido al pequeño orgasmo que la golpeó mientras sus piernas la hacían saltar del escritorio a la cama y de ahí en un rápido movimiento se arrodilló con las piernas de su amo entre sus sedosos muslos, viéndolo a los ojos, sujetando su miembro y encargándose ella misma de ser penetrada por su macho- aaaahhh… no es justo…
Siguiendo la música comenzó a subir y bajar, cerrando los ojos y apretando posesiva los hombros de su dueño, mientras este la sujetaba de sus altos tacones para controlarla y hacerla seguir su ritmo, ella no podía, ni quería, resistirse a su voluntad.

– Oooohh… que rico… -susurraba la mujer mientras sus manos se abrazaban de la nuca de X, sus pies de nuevo de punta por el control de los tacones, sus piernas pulsando, sus pezones besados y  pellizcados por él.

– Aaaaahhh… eso es… Bombón… sigue así… -le susurraba al oído su señor con voz entrecortada mientras controlaban el exquisito ritmo al dominar el cuerpo de su esclava por sus tacones y por la música.
Mientras le decía esto soltó los tacones de la mujer para poner sus manos en la cintura de ella, dejándole así más libertad para moverse y elegir su ritmo.
– Nnnnhh… ¿Qué haces?… -preguntó algo decepcionada la trigueña- no sueltes mis zapatillas… me gusta que me controles…
– Lo sé esclava… pero no quiero sólo controlarte… -le respondió a la vez que sacaba algo de una bolsa tras él- te quiero sometida a mi…
Sin dejar de penetrarla le colocó un collarín negro rígido similar a los usados para lesiones de cuello, pero con dos grandes diferencias: estaba bellamente adornado con corazones y forzaba su rostro a mirar hacia arriba, impidiéndole todo movimiento a su cabeza.
Sorprendida, Bombón trató de quitárselo con ambas manos pero a pesar de su apariencia fina era muy resistente.
– Mi señor ¿Que es esto? -balbuceó la mujer algo confundida pero a la vez excitada mientras forcejeaba con el collarín.
Entonces en un rápido movimiento X sujetó las muñecas de su esclava y las llevó a su espalda enganchándolas a la parte de atrás del corset, fijándolas.
– Aaaahhh… -la fuerza del movimiento solamente aumentó su placer.
– Muy bien, casi terminamos… -dijo el hombre al enganchar por medio de una fina pero fuerte cadena las zapatillas al corset, con lo que ya no podía mover sus piernas.
– Oooohh… Mi señor… aaaaahh… ¿Que me haces…? -dijo sin fuerzas, sin aliento, sin poder mirarlo, pero aun más excitada, entonces su macho la sujetó de los tacones y la obligó a moverse más despacio al penetrarla, lentamente, sensualmente, de forma en extremo  placentera por la sensación de estar totalmente vulnerable.
– ¡Aaaaahhh… aaaaahhhh… sigue… sigue…! -gemía con fuerza al ser sometida de esa forma por su amo, prácticamente sin poder moverse, completamente indefensa y dependiente de su señor.
En efecto ya no era una persona, ni siquiera una esclava, se había convertido en un simple pero exquisito objeto de placer para X, y lo peor, por supuesto, es que lo disfrutaba terriblemente…
–  ¡Ooooooohhhh… siiiiii… ! -gritó por el poderoso orgasmo que la golpeó como una explosión. Pero X la obligó a acelerar el ritmo por medio de sus tacones para su propio goce, hasta que Bombón volvió a alcanzar el orgasmo, esta vez  a la par de su señor.
– ¡Aaaaaahhhhh… te amo… mi señor… -gritó de nuevo a la vez que arqueaba su espalda, exhibiendo sus tetas, sus manos se cerraban y abrían en busca de placer, mientras el hombre le daba varias suaves nalgadas que la hicieron vibrar y a sus piernas pulsar a ritmo, a la vez que la salvaje música de tambores terminaba… mientras X se venía profundamente dentro de ella.
– ¡Nnnnnnngggggghhh… ! -gruñó satisfecho de su logro de dominio total sobre la fuerte agente de la CIA- ahora eres mía… para siempre… Bombón…
– Siiiiii… tuya… siempre… -susurró apenas la trigueña al caer desmayada sobre su dueño en la cama, todavía por completo a su merced y sonriendo ampliamente ante tan deliciosa idea.
Nena caminaba molesta por el pasillo hacia la habitación de Bombón vestida todavía con su traje formal del FBI, había tenido una semana difícil eliminando toda evidencia contra Papi, pero al fin tenía un fin de semana completo para descansar, ya quería desahogarse disfrutando de una buena cogida dominando a Piernas o a Bombón.
– Si… eso me relajará. Y pensar que Bombón me acusó con Papi… pero hoy le haré pagar -pensó con una sonrisa.
Finalmente entró sin tocar y la encontró recostada en la cama, vestida sólo con una pequeña bata roja.
– Hola Nena. ¿Como estás? -le dijo con una seguridad que confundió a la rubia. Pero de inmediato se recuperó.
– ¡Silencio zorra! Ahora verás lo que pasa cuando te me opones putita… -dijo al acercarse amenazadora a la cama.
– Oh… no lo creo… -respondió sonriendo mientras levantaba un control y oprimía un botón.
– ¡Aaaaaaahhhh! -gimió de placer Nena al escuchar una sensual melodía en las bocinas, sus pies se habían puesto de puntitas aun con sus tacones bajos del FBI. De inmediato comenzó a bailar poniendo las manos bajo sus senos, levantándolos y apretándolos en una lujuriosa y provocativa exhibición.
– ¿Pero que pasa?… -gruñó mientras bailaba por la habitación dando giros y saltos- No puedes… hacer esto… Papi no…
– Mi señor me otorgó permiso, te has vuelto demasiado dominante, por eso me dio tu control, tengo el encargo de volverte más sumisa para tus hermanas… y te aseguro que será un placer…
– ¡Noooo! -gritó la rubia mientras giraba alrededor de su hermana siguiendo el ritmo.
– Pero antes debo prepararte para jugar… -le dijo al sujetarla de la cintura, guiándola a la cama donde se sentó, ahí Nena se dio la vuelta y empezó a mover sus caderas y glúteos hacia la trigueña, lo que esta aprovechó para sujetar las muñecas de Nena y fijarlas al cinto de metal en su espalda… bajo sus ropas de agente.
– ¿Que? Pero yo no llevo ya esa marca… ¿O si? -se preguntó confundida.
– Exacto hermanita, nuestro señor nos deja siempre nuestra marca de esclavas pero nos hace olvidarlo, eso le divierte…
En ese momento Bombón detuvo la música lo que hizo que la rubia cayera al piso.
– Ahora te pondré el vestuario adecuado…-dijo mientras le mostraba unas prendas.
– ¡No te atrevas!… me las pagarás cuando me libere…
– Para entonces te habrás vuelto demasiado sumisa para enfrentar a tus hermanas, Nena.
– ¡Nooooo! -grito al momento en que un tono musical le puso los ojos en blanco dejándola débil y vulnerable.
Minutos después Nena de nuevo bailaba, esta vez vestida con un coqueto vestido rosa, como de niña pequeña, con encajes y volantes que apenas llegaba a la mitad de sus muslos, en contraste con el infantil vestuario llevaba unas medias rosa de liguero y sus altísimas zapatillas de metal de esclava, sus pies prisioneros del excitante calzado gracias a sus grilletes.
– Ooooohhhh… soy una Nena obediente… ooooohhh… soy una Nena sumisa -gemía tremendamente excitada mientras Bombón le susurraba al oído nuevos comportamientos que la harían más manejable… y mucho más placentera para sus hermanas.
Mientras tanto, un complacido observador disfrutaba el espectáculo en su monitor de seguridad sonriendo ampliamente… Orgulloso de sus logros y los de sus esclavas.
¿FIN?
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Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

Relato erótico: “Miradas… ( 3 )” (POR DULCEYMORBOSO)

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Damián estaba muy excitado al sentir como aquella joven, lo abrazaba y besaba profundamente. La petición de la muchacha, por verlo como la tarde anterior, le hizo sentir cierto reparo.Pero deseaba agradecerle a Nuria, todo lo que estaba sucediendo en esos momentos. Se levantó de la cama y de pie, al lado de ésta, comenzó a desabrocharse la camisa. Nuria lo miraba con curiosidad y nerviosismo. Al sacarse la camisa, ella miró su pecho cubierto de vellos canosos. Damián miraba el cuerpo de la joven y sentía su virilidad totalmente inflamada. Nuria separó un poco sus piernas al darse cuenta que Damián buscaba su sexo con la mirada. Vió como él , se desabrochaba el pantalón y se lo quitaba. Ella se dió cuenta que estaba excitado, pues el sexo de aquel señor, se marcaba con claridad bajo la tela del slip. Damián sentía la mirada de aquella joven en su slip. Nadie le había mirado con tanta espectación. Se bajó el slip. Su polla empalmada, estaba a la vista de Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar como la pequeña gemía al mirar su polla.
– ¿Cómo quieres verme cariño? – Damián rompió el silencio preguntando que deseaba la joven.
– Me gustaría verte como ayer, en el sillón – Nuria sentía vergüenza por decir lo que deseaba.
Él se acercó al sillón de la esquina y apartando la ropa de ella, se sentó. Veía a Nuria desnuda. Aún tenía el sabor de su coño en la boca. Mirando entre las piernas de la joven, llevó su mano a su polla y la rodeó con sus dedos. Nuria observaba con verdadera devoción, como el hombre comenzó a masturbarse para ella. No podía apartar la mirada del sexo de aquel señor. Era gordo y sus venas se marcaban en la fina piel de su polla. Miraba los testículos de aquel hombre. Eran grandes y cubiertos por pequeños vellos blancos.
Comenzó a acariciarse el sexo mirando a Damián. Un gemido de ese hombre, le hizo comprender que le excitaba mirarla tocándose. Por primera vez en su vida, se estaba masturbando delante de otra persona. Miraba la polla de aquel hombre y su sexo rogaba ser masturbado más fuerte y rápido.
Damián, vió como Nuria se levantaba de la cama y se acercaba al sillón donde él estaba. Se arrodilló delante de él. Damián había detenido su masturbación al no saber que deseaba la muchacha. La miraba como interrogándola por sus deseos.
– Siga por favor, acaríciese…
Sólo deseaba hacer realidad los deseos de Nuria. Sabía que los deseos de ella, serían los deseos suyos. Siguió masturbándose. La cercanía de la joven hizo aumentar su excitación. Nuria miraba fascinada aquella polla. Se sorprendía al ver el glande amoratado de aquel señor. Brillaba y estaba mojado. Volvió a mirar aquellos testículos. Ahora estando tan cerca, sentía que le excitaba mirarlos.
Damián gimió, cuando sintió la mano suave de Nuria acariciarle los huevos. Se miraron y en sus miradas veían la vergüenza por lo que sentían pero también la excitación. Aquella muchacha le acariciaba con curiosidad los huevos y le hacía gemir. Sintió los dedos de Nuria acariciar la base de su polla. Paró de masturbarse y dejó que ella saciara su curiosidad. Los dedos de aquella joven se deslizaban por su polla. El rostro de ella era de fascinación. Damián sentía la yema de sus dedos recorrer las venas. Gimió cuando Nuria los pasó con delicadeza por su glande. Su polla iba a explotar de placer como esa joven no parara de tocarlo así. Nuria miró la cara de Damián y vió que tenía los ojos cerrados y gemía. Comprendió lo que necesitaba ese señor. A pesar de sus temores por no saber hacerlo bien, agarró aquella polla con su mano y comenzó a masturbarla. Damián se moría del placer que le estaba dando aquella muchacha.
Aquella mano suave le estaba dando el mayor placer de su vida. Nuria aumentó el ritmo.. Jamás había imaginado que le haría una paja a un señor tan mayor y le encantaba hacerlo.Aquella polla estaba caliente y totalmente dura. Nuria llevó su mano libre entre sus piernas y comenzó a tocarse mientras masturbaba a ese señor.
Damián gemía. Podía sentir en su polla la respiración entrecortada de la joven. Nuria gimió al sentir como aquel sexo excitado rozaba su cara. Nunca había tenido tan cerca de su cara un sexo masculino. Masturbaba a ese señor con rapidez. El olor de aquella polla acariciaba su nariz. Era un olor desconocido para ella. Se sorprendió acercando su nariz y oliendo el glande de aquel señor. Le gustaba aquel olor. Damián estaba alterado totalmente por lo que estaba haciéndole aquella muchacha. Nuria no pudo evitar acercar sus labios y besar la amoratada punta de aquel fascinante miembro. Su clítoris estalló de placer al ver el primer chorro de semen salir de aquella polla. Después otro chorro y otro….Nuria miraba fascinada la polla de ese señor correrse, en un orgasmo muy fuerte, provocado por ella.
Se miraron exhaustos y Damián la cogió en brazos. Sus mejillas estaban coloradas. Ninguno de los dos sabía si era por la vergüenza de lo vivido, o por el fuerte orgasmo que habían sentido.
Esta vez, fue él quien acercó su boca a la de ella y ella abrió sus labios. Se besaron. . Damián pensaba hasta ese día, que jamás volvería a vivir de nuevo esa pasión. Nuria mientras lo besaba, pensaba que por fín estaba descubriendo esa pasión que tantas veces había leído y escuchado hablar sobre ella…

Para contactar con el autor:

davidvigo1973@hotmail.es

 

Relato erótico: “Seducido por la niñera de mis hijos, una ex monja 1” (POR GOLFO)

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Sin título1

Tengo que reconocer que desde que murió mi esposa y aunque me había ocupado de mis dos hijos, también había llevado una vida bastante desordenada.  Durante la semana, los chavales vivían conmigo pero en cuanto llegaba el fin de semana los dejaba en casa de mis padres y me dedicaba a salir de juerga con mis amigotes.  Nunca había sido un adonis y con mis cuarenta y cinco años tampoco tenía el cuerpo de un tío de veinte, pero aun así era raro el sábado en el que una mujer no despertaba en mi cama.
Recuperando el tiempo perdido, me había lanzado a la desesperada a vivir la noche.  Visitaba los locales donde se congregaban las separadas y divorciadas de mi edad a encontrar compañía que me hiciera olvidar lo solo que estaba. Si en un principio me resultó difícil ligar, poco a poco, fui mejorando y al final con solo verla, sabía que historia necesitaba una mujer escuchar para poder llevarla a mi alcoba.
Mi desmadre llegó a tal punto que incluso recibí una sonora reprimenda de mi padre. El viejo me citó en su casa y después de decirme que comprendía que buscara una compañera con la que compartir mi futuro, me soltó una bronca por que ese no era el modo:
-Así no vas a encontrar una esposa, las tipas con las que te acuestas lo único que buscan es un revolcón.
Sus duras palabras, me indignaron y pegando un portazo, salí de su casa.
Mi madre en cambio, fue más sutil y un buen día, me llamó para hablar. Al igual que su marido estaba preocupada por mi “desubicación” y tocándome la fibra sensible me habló de mis hijos:
-Adela y Manuel necesitan una madre y viendo que tú eres incapaz de encontrarla, he decidido ayudarte y que al menos tengan una figura femenina decente en sus vidas y no las pelanduscas como con las que te diviertes.
Descojonado e incrédulo por igual, le pregunté:
-¿Me has buscado una esposa?
-Tú eres tonto- respondió- ¡Estoy hablando de una niñera!
Parcialmente aliviado, dejé que me explicara que tenía una candidata. Por lo visto le habían hablado de una monja que acababa de colgar sus hábitos y que andaba buscando un trabajo:
-Es perfecta. Mientras tú te dedicas a golfear, ella les dará los principios morales que los niños necesitan. Es una chica joven y sana, que creé en la familia y no como esas desvergonzadas con las que sales.
La idea me jodió desde un principio pero no pude negarme cuando mi querida vieja me informó que no volvería a recoger nunca más a los críos a la salida del colegio.
-Mamá, ¡No puedes hacer eso! ¡Son tus nietos!
La muy ladina con una sonrisa en sus labios, contestó:
-Teresa estará encantada haciéndolo…
Me trae a esa mojigata a casa.
Tal y como me había amenazado, mi vieja me trajo al día siguiente a esa mujer. En cuanto la vi entrar con sus ropas holgadas y su tono monjil, me di cuenta que era una mujer muy guapa. Sin rastros de maquillaje, su cara era bellamente dulce. Lo único que me preocupó fue su juventud porque al fijarme en ella, solo pude pensar que podría perfectamente ser mi hija.
“No me jodas”,  mascullé entre dientes, “ya tengo bastante con dos para tenerme que ocupar de una tercera”.
Llevando a mi madre a otra habitación, me quejé de su edad:
-Esa niña es incapaz de educar a mis hijos. Debería seguir en el colegio en vez de estar trabajando.
-Te equivocas- respondió- aunque no lo parezca, Teresa es licenciada en Pedagogía y es perfectamente válida para cumplir su labor. Es mayor de lo que parece…
Interrumpiéndola, pregunté:
-¿Cuántos? Veintidós, ¿veinticuatro?
Soltando una carcajada, contestó que nuevamente me había pasado de listo y que la ex monja acababa de cumplir los treinta.
-No lo parece- reconocí todavía no creyendo sus palabras.
La confirmación de mi error vino de la propia boca de la aludida. Sin que me hubiese enterado,  Teresa había llegado a la habitación llevando de la mano a mi hija. Desde la mitad del salón, me informó:
-Su madre tiene razón, nací en el ochenta y cuatro.
Aunque eso me dejó sin armas, lo que verdaderamente me convenció fue ver a mi chavala con ella.  Más que me pese, Adela es una cría huraña con los extraños. Le resulta difícil entrar en confianza y sabiendo sus pocas dotes sociales, que esa mujer se la hubiera ganado en cuestión de minutos, era una muestra clara de su capacidad.
No teniendo más que decir, le pregunté cuando empezaba. La mujer, sonriendo dulcemente, contestó:
-Había creído que podía empezar hoy. Me he traído toda mi ropa.
La ternura que manaba de su voz, me dejó alelado y ya completamente convencido, le di la bienvenida llevándola hasta la que iba a ser su habitación. La antigua religiosa al entrar, empezó a protestar diciendo que no podía quedarse allí. Creyendo que no le gustaba, me comprometí en pintarla y arreglarla a su gusto pero entonces la muchacha contestó:
-No me ha entendido. Es demasiado. ¿No tiene una habitación más pequeña?
 Me quedé de piedra al escucharla. Me parecía inconcebible que alguien prefiriera un sitio menor. Menos mal que mi vieja intervino y negándose de plano a que la niñera de sus nietos durmiera en el área de servicio.
-Tienes que estar cerca de los bebés.
Sus razones anularon las reticencias de Teresa y dando las gracias, se fue al piso de abajo por su equipaje.  En su ausencia, mi madre susurró en voz baja:
-Lo ves, es perfecta.
No pude contradecirla. Realmente estaba impresionado. Con solo recordar como mi hija huía cuando le presentaban a alguien nuevo, tuve que reconocer su valía. La tal Teresa no solo era podía resultarme útil para la educación de mis críos sino que y en contra de lo que había previsto, no era una amargada con la vida. Donde me había imaginado una solterona de gesto adusto, me encontré una joven dulce y cariñosa.
Por eso, a partir de ese día, Teresa empezó a vivir con nosotros….
Mi vida con Teresa.
La presencia de esa mujer fue cambiando mi vida sin casi darme cuenta. Al comienzo fueron cambios tan sutiles que me pasaron inadvertidos. Desde la muerte de mi esposa, el mero hecho de despertar a los niños resultaba una pelea diaria que provocaba que antes de salir de casa, ya estuviera cabreado.  Con Teresa, eso cambió. No solo se ocupaba ella de sacar de la cama a mis hijos sino que usando artes de magia, conseguía que los enanos se levantaran rápidamente y de buen humor.
Otro ejemplo aún más revelador, fueron las notas de los chavales. Aunque estaban en los primeros cursos de primaria, desde que me quedé viudo, no sobresalían en la escuela por buenos sino por todo lo contrario pero desde que esa monjita se ocupó de acompañarles en sus tareas, cambiaron por completo y empezaron a sacar excelentes calificaciones.
Como un virus, su influencia se fue extendiendo por mi casa sin que hiciera nada por evitarlo. Una noche cuando estábamos en la mesa, mi hijo me preguntó si podía bendecir la mesa. La pregunta del enano me hizo reír y como yo mismo fui educado así, le pedí que lo hiciera él mismo. Con siete años y sin que yo se lo hubiese enseñado, el pequeñajo bendijo la cena diciendo:
-Jesusito cuida de nuestra familia, de papá, de Adela, de Teresa y de mí, para que siempre nos queramos como ahora.
Esa fue la primera vez que oí que incluían a  esa mujer dentro de su universo cerrado pero no la última. A partir de entonces, cualquier plan que se nos ocurriera tenía ella que venir o de lo contrario no les apetecía. Si les preguntaba si querían ir al zoo, los dos pigmeos salían corriendo a buscar a Teresa para contarla que al día siguiente iríamos los cuatro a ese lugar. Si un día les llevaba a cenar a un burguer, rápidamente preguntaban a esa mujer si le gustaba ese tipo de comida. 
En menos de dos meses, esa recién llegada se hizo un lugar en sus corazones y cuando quise reaccionar tenía perdida la batalla. Sin misericordia, fui reemplazado por ella. Si antes corrían a darme un beso por las mañanas, ahora era a Teresa a la que colmaban de caricias. Si anteriormente cuando tenían un problema buscaban mi consejo, desde que esa dulzura llegó a nuestro hogar, ella era quien les resolvía sus dudas.  Daba igual lo que pasara. Si se les estropeaba la consola, acudían a ella. Si necesitaban ayuda para recoger un balón, llamaban a Teresa.
Reconozco que me dejé llevar por la comodidad que eso representaba. Con mis hijos a buen recaudo, me dediqué a mi negocio y a mis juergas. Si ya de por sí las cosas me iban bien en la empresa, al poder dedicarle más tiempo mejoraron y al tener las espaldas bien cubiertas, eso me permitió dedicar más dinero a mis conquistas.
Llevaba casi seis meses con nosotros cuando llegó el verano y teniendo que elegir un lugar donde pasarlo, se me ocurrió preguntar a esa muchacha cuando iba ella a querer que le diera las vacaciones.  Su respuesta me dejó anonadado. Os juro que me quedé de piedra cuando esa criatura, me contestó:
-Había pensado llevarme a los niños a casa de mis padres. Madrid es muy seco y caluroso, les vendría bien el clima de Asturias.
En vez de negarme de plano, su tono tierno y su preocupación por mis retoños, me desarmó y por eso solo pude preguntar donde vivían sus viejos.
-En Barres, un pequeño pueblo cerca de la ría de Ribadeo- contestó y antes de que me diera tiempo a buscar una excusa, prosiguió:  -He hablado con ellos y están encantados de recibirnos a los cuatro en su casa.
Mientras trataba de analizar ese “los cuatro”, llegó Adela y preguntó de qué hablábamos. Al contestarle Teresa que me acababa de decir que podíamos pasar el verano en Barres, mi cría con los ojos como platos, respondió:
-¿Es ahí donde aprendiste a ordeñar una vaca y donde hay esos bosques  que nos has contado?
-Sí- respondió con una sonrisa sin mirarme a la cara.
Mi hija dando saltos de alegría, me rogó que fuéramos hasta esa aldea perdida de la faz dela tierra y por eso, aunque sabía que poca diversión encontraría allí, acepté la invitación. No había terminado de dar mi brazo a torcer cuando ya me había arrepentido al escuchar que esa cría del demonio me lo agradecía diciendo:
– Manuel, ¡No sabes la ilusión que me hace que mis padres conozcan a mis niños!
Oír esas palabras junto con ese “los cuatro” me hizo sentir como un preso en el patíbulo. Lo quisiera o no, esa muchacha había tomado posesión de mi feudo  y sintiéndose parte  de nosotros, hacía y deshacía a su antojo.
“¿De qué va esta cría?”, maldije entre dientes, “es la niñera de mis hijos y se comporta como mi novia.
A raíz de esa noche, todo fue a peor. Teresa se había dado cuenta que me tenía agarrado de los huevos y eso le dio los arrestos suficientes para dar otro paso más en mi reeducación.  Lo creáis o no, eso sí, utilizando una sutil y manipuladora estrategia se puso a cortarme las alas y a recortar mis salidas. Os preguntareis cómo; la muy ladina  usó a mis hijos de un modo tan refinado y perspicaz  que no lo advertí.
Una clara muestra de su nueva táctica ocurrió a los dos días mientras me preparaba para irme de copas. Estaba afeitándome para salir cuando mis dos renacuajos entraron en mi baño con cara de tristeza. Al preguntarles que pasaba, la niña me contestó:
-Papá, como mañana es sábado queríamos que nos llevaras al parque de atracciones pero Teresa nos ha dicho que mejor lo dejemos para otro día porque hoy vas a llegar tarde.
La expresión de sus rostros me quitó las ganas de juerga y cediendo de mala gana, llamé a mis amigos y me excusé inventándome un dolor de cabeza. Desconociendo que era una batalla nuevamente ganada por esa arpía con cara de santa, accedí a llevarles al día siguiente a ese lugar.
Reconozco que me lo pasé como un enano con mis hijos en esas atracciones y creyendo que tendría una nueva oportunidad de desfogarme al siguiente fin de semana, no le di importancia.  El problema fue que a los siete días ocurrió lo mismo. Ya no me acuerdo siquiera de la excusa que esa  bruja usó para desbaratar mis planes, lo cierto es que ese viernes y los siguientes cuatro me tuve que quedar en casa para acompañar a mi parentela al día siguiente.
Acostumbrado como estaba a desahogar mi apetito sexual al menos una vez a la semana, resultó que después de cuarenta y cinco días de abstinencia estaba que me subía por las paredes. Solo veía tetas y culos por la calle. Estaba tan jodidamente caliente que incluso veía guapa a la gorda de mi secretaria.
“Dios necesitó una mujer”, me dije una mañana que me descubrí tratando de adivinar si, bajo la falda que le llegaba a los tobillos, Teresa  tenía un buen par de piernas. “No puedo más”, sentencié y aunque era un miércoles, rompiendo mi norma, decidí que esa noche saldría de marcha.
Habiendo tomado la decisión al terminar de desayunar, llamé a la niñera de mis hijos y le comenté que esa noche no me esperaran a cenar y que llegaría tarde. La muchacha me escuchó en silencio y aunque no dijo nada supe que le había molestado.
“¡Qué se joda!” pensé y sin dar importancia al gesto serio que lucía en su cara salí hacía el trabajo.
Ya en mi oficina, llamé a un par de amigotes y organicé una quedada. Mi llamada les cogió de improviso y ambos se mostraron sorprendidos porque pensaban que mi súbita desaparición solo se podía deber a que me había echado novia.
-¿Novia yo? ¡Qué va!- respondí al segundo, molesto de que me repitiera la misma cantinela- ¡Esta noche me voy a follar a dos!…
Al salir del trabajo me junté con ese par de cabrones y tras un par de copas, nos fuimos directamente a un club de alterne. Nada más llegar la madame hizo pasar a las muchachas y sin saber por qué elegí a una que me recordaba a Teresa. Tras tomarme un par de whiskies con ella, la sucedáneo de mi niñera resultó ser una sosa descarada y dopado como estaba por el alcohol, busqué el alegrar la noche llevándomela a un reservado.
Ya en ese oscuro y tétrico habitación, la putilla me hizo sentarme en la cama y cumpliendo con su trabajo se sentó sobre mis rodillas. Mis manos al recorrer su trasero descubrieron que esa minifalda no mentía y que bajo ella, había un culo duro y bien formado. No me hizo falta su permiso y tumbándola sobre el colchón, desabroché su blusa. Tras un sujetador de encaje negro, sus pezones me esperaban completamente erguidos mientras su dueña no dejaba de gemir como si realmente me deseara. Como un obseso, la despojé del resto de la ropa y separando sus rodillas, pasé mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y sin más prolegómenos, me terminé de desnudar.
Desde la cama, la zorra pellizcándose los pechos me pidió que la pagara antes, rompiendo cualquier encanto. Sabiendo que era justo, saqué mi cartera y pagué su tarifa. Entonces y ejerciendo como su momentáneo dueño, le ordené:
-Arrodíllate.
Ella se quedó pálida e intentó protestar, pero sin hacerle caso, llegué hasta ella y dándole la vuelta, le espeté:
-Te he pagado para follar, ¿no es verdad?-.
-Sí-, me contestó abochornada.
-Pues no te quejes-, le dije mientras me metía en su interior.
La muchacha gritó de dolor por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando mi placer. Cuando se suponía que me iba a encontrar un dilatado y sobre usado chocho, sorprendido  me topé con un sexo estrecho que dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Acostumbrada a ese trato, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión.
-Eres una putita pervertida-, susurré a su oído, penetrándola una y otra vez.
Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y sin ningún reparo, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.
-Sigue, ¡Me encanta!- chilló al sentir la dura caricia.
Contrariamente a lo normal en alguien de su oficio, la joven se excitó al ser usada de ese modo tan canalla y pegando un gemido el flujo que manaba de su interior, anticipó un raro orgasmo. Al oírla, aceleré mis movimientos, de modo que no tardé en escuchar como esa putilla se corría. Con los cachetes colorados y gritando ordinarieces, me dio a entender que no tenía bastante. Eso fue la gota que colmó el vaso, y cogiendo su espesa cabellera como si de riendas se tratara,  forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió perpetuar su clímax y totalmente desbocada, mi montura me exigió que continuara.
Su calentura era tanta, que no se quejó cuando cogiendo parte del líquido que anegaba su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, introduje en él mi extensión.
-¡Qué cabrón!- aulló de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por las sabanas intentó separarse.
No la dejé y sabiéndome su dueño durante una hora,  la atraje hacia mí, rellenando con mi sexo su interior. El escarmiento con el que estaba castigando su culo se convirtió en desenfreno y bramando sin parar, se dejó caer sobre la cama. Nuevamente, la incorporé y metí mi pene hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con mis testículos rebotando en su sexo, no paré hasta que sacándole un nuevo orgasmo, derramé rellenando con mi simiente sus intestinos.
Agotado, me tumbé a su lado. La zorra me recibió en sus brazos y pasando su pierna sobre las mías, me dijo:
-Si quieres repetir, tengo toda la noche.
-¿Cuánto?- pregunté sonriendo.
La cría muerta de risa me miró y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó reanimarlo, mientras me decía:
-¿Trescientos?
Soltando una carcajada cogí nuevamente mi cartera y pagué mientras la chavala se embutía mi verga en su boca.
Todo se desencadena.
Esa  noche era tanta mi necesidad de un buen polvo que no solo me follé a esa guarra otras dos veces sino que al hacerlo me bebí media botella de su whisky y por eso aterricé absolutamente borracho en mi casa sobre las seis de la mañana.
Lo que no me esperaba fue que, sentada en el hall y envuelta en una bata que le parecería anticuada a mi anciana madre, me encontrara a Teresa al llegar. Al verla despierta a esa horas, me preocupé pensando que les había pasado algo a mis hijos y con la voz trabada por el alcohol, pregunté qué había ocurrido.
La muchacha comportándose como una esposa celosa, me contestó:
-¿No te da vergüenza llegar en este estado? ¡Menudo ejemplo para mis niños! ¡Un padre tan borracho que ni puede hablar! ¡Menos mal que están dormidos!
Sus gritos me sacaron de las casillas y cogiéndola del brazo le contesté fuera de mí:
-Mira niña. Lo  que haga yo no es tu problema. Tú eres solo su niñera y yo su padre- ya embalado, no me mordí la lengua y proseguí diciendo: – y mientras consigo una madre que se haga cargo de ellos necesito de tu ayuda, pero no te permito que me sermonees. Aunque me veas como un viejo, soy un hombre todavía joven con necesidades y si para satisfacerlas contrato a una puta es mi jodido asunto, ¡No el tuyo!
Teresa escuchó mi perorata con lágrimas en los ojos y al terminar, me contestó antes de salir huyendo:
-¡Nunca he dicho que sea un viejo!
Mi estado etílico impidió que asimilara el significado de sus palabras y completamente fuera de mí, subí hasta la habitación donde caí hecho una piltrafa sobre la cama.
Al día siguiente me levanté con un dolor de cabeza de los que hacen época pero sobre todo con un sentimiento de vergüenza total al darme cuenta que me había pasado dos pueblos con esa muchacha.
“Aunque se lo merecía, fui muy bestia”, reconocí mientras me duchaba, “solo espero que no me dimita. No sabría que hacer sin ella”.
Al bajar a la cocina, Teresa estaba dando de desayunar a mis enanos. Nada más entrar, me acerqué hasta ella y preocupado por las consecuencias de mi actos le pedí perdón. La niñera sin siquiera mirarme y con tono hosco, me respondió:
-No tiene por qué disculparse, solo me puso en mi lugar y me hizo ver cuál era mi verdadero papel en esta casa.
Sus palabras me dejaron acojonado y si antes creía que era posible que dejara su trabajo, al salir de casa estaba convencido que al volver de la oficina me encontraría con sus maletas en la puerta. Mi preocupación se vio incrementada cuando a la hora de comer, me llamó mi madre hecha una furia.  Sin dar tiempo a defenderme, me acusó de haberla maltratado y de tener muy poco sentido común:
-¿Qué te costaba ser discreto?- preguntó enfadada.
Por mucho que traté de explicarle mi versión, ni siquiera me escuchó y solo tras echarme otra bronca, soltó:
-Teresa quería irse hoy mismo pero he conseguido que te dé otra oportunidad. ¡Por el amor de Dios! ¡Sé un poco cariñoso con ella! ¡Se lo merece!
Aliviado porque no me dejara tirado, al salir de la oficina paré en una tienda a comprar una caja de los chocolates que le gustaban a modo de desagravio. Durante todo el día me había preparado para múltiples situaciones con las que me podría encontrar pero lo que nunca se me pasó por la cabeza, fue que al entrar en casa me encontrara a esa chavala vestida únicamente con un pantaloncito corto y un top jugando con mis hijos en mitad del salón.
Desde la puerta y sin atreverme a respirar, descubrí que Teresa no solo tenía unos pechos de campeonato sino que la naturaleza la había dotado con dos piernas espectaculares.
“¡No puede ser!”, exclamé mentalmente.
Petrificado, comprobé que no solo se había pintado sino que incluso se había cambiado el peinado.
“No parece ella”, sentencié al advertir que durante más de ocho meses me había ocultado su figura de modelo, “¡Está buenísima!”.
Desde el día que la conocí fui consciente que tenía una cara bellísima pero los siniestros trajes que había llevado durante todo ese tiempo, me habían impedido comprobar que además de una cintura de avispa, tenía un culo maravilloso. Sin saber que decir, toqué a la puerta antes de entrar.
Teresa al levantar la mirada y verme con el paquete en mis manos, se incorporó y con una sonrisa en los labios, preguntó:
-¿Son para mí?
Al escucharme decir que sí, se acercó y pegándome un beso en la mejilla, me los arrebató de las manos y dándose la vuelta, les dijo a mis chavales:
-Mirad lo que nos ha traído papá.
Como no podía ser de otra forma, los renacuajos se lanzaron sobre los chocolates mientras yo me sentaba en el sofá tratando de calmarme porque, al darme ese beso, esa condenada cría se había pegado a mi cuerpo dejándome comprobar la dureza de sus pechos.
“Manuel, ¡Tienes quince años más que ella!”, repetí continuamente buscando que se me bajara la calentura que su mero contacto me había provocado. “Encima no sabe nada de la vida. ¡Ha sido monja hasta antes de ayer!” me dije anonadado por la fuerza de mi excitación.
La actuación posterior de esa cría lejos de aminorar el terremoto que sacudía mi cuerpo, solo lo incrementó porque actuando como si fuera algo más que la niñera de mis hijos, se sentó a mi lado y cogiendo una de mis manos entre las suyas, con voz suave, me soltó tuteándome:
-He decidido perdonarte y por eso, he reservado para los cuatro un fin de semana en el hotel de la Manga.
La tremenda erección que dolorosamente crecía en mi entrepierna y el miedo que me daba que ella se percatara de ello, provocó que solo pudiera decirle “gracias” antes de salir huyendo hacia mi cuarto. Ya en mi habitación, decidí darme una ducha pero la acción del agua cayendo por mi pecho no solo no consiguió amortiguar mi desazón sino que la acrecentó hasta límites intolerables.
Todavía no estoy orgulloso de ello pero al salir de la ducha, seguía teniendo mi pene a su máxima expresión e intentando encontrar la tranquilidad que tanto ansiaba, me tumbé en la cama.
No sé cuánto tiempo pasó pero de repente, la imagen de Teresa a mi lado llegó a mi mente y sin poder retener mi imaginación, me vi abrazándola. En mi cerebro, mis dedos se fueron deslizando por su melena mientras ella seguía durmiendo. Con mi corazón bombeando a mil por hora, me vi pegando mi pene a esas dos nalgas que acababa de descubrir. Ella al notarlo se dio la vuelta y luciendo esa sonrisa que tan bien conocía, me soltó:
-¿Qué esperas para follarme?
Desde el primer momento supe que todo era producto de mi imaginación y que la muchacha seguía en el piso de abajo con mis chavales pero, aun así, cerrando los ojos me dejé llevar.
Visualizando  una quimera, la vi desnudarse y antes de que me diera cuenta, la niñera de mis hijos se puso sobre mí y cogiendo mi pene entre sus manos se empezó a empalar mientras me decía:
-¿Acaso no soy más guapa que las putas a las que te follas?
En mi sueño, sentí como mi extensión se hundía hasta el fondo de su vagina y sin poderlo remediar, me corrí dejando las pruebas de mi pecado sobre las sábanas…
Descubro su plan y el de mi madre.
A partir de ese día, la vestimenta de Teresa cambió por completo. Las faldas hasta las rodillas fueron sustituidas por minifaldas, las blusas holgadas por tops y por camisas escotadas, incluso cambió las sandalias tipo monja por zapatos de tacón. Reconociendo que esa transformación me debía haber alegrado, lo cierto es que me preocupó al no entender el motivo.
Pero lo que realmente me trastocó fue el modo de tratarme. Si antes era una mujer dulce pero distante, a partir de esa bronca, la muchacha no paraba de tontear conmigo. El colmo de su descaro ocurrió un día en que mi madre estaba visitando a sus nietos. Obviando su presencia, cuando llegué a casa, se levantó del suelo donde estaba jugando con mis hijos y con una sonrisa en su rostro, me besó en la mejilla mientras me decía:
-Mira lo que me ha regalado Doña Susana- y sin darme tiempo a reaccionar, me modeló el cinturón ancho que llevaba puesto.
Cortado miré a mi vieja, para descubrir en sus ojos el brillo de una extraña satisfacción. Os juro que me extrañó que el único escandalizado por semejante exhibición de piernas fuera yo y mirando de reojo sus adorables muslos, no pude más que preguntarme:
“¿Qué coño pasa aquí?”
La reacción de mi madre debía haber sido la contraria. Por lógica, se debía de haber indignado de semejante comportamiento, no en vano, había seleccionado ella a esa chiquilla por sus rígidas normas morales. Sabiendo que entre esas dos había gato encerrado, aprovechando que Teresa iba a preparar la cena de mis enanos, cogí por banda a mi madre y a bocajarro le solté:
-¿Qué te traes entre manos con la niñera?
En un principio intentó negar lo evidente pero al decirle que no creía que ese cambio de look fuera casualidad, soltando una carcajada, me espetó:
-Se lo dije yo y si te parece mal, te fastidias.
-No entiendo nada. ¿Por qué le has dicho que se vista como una guarrilla? Ese no es tu estilo.
Fue entonces cuando realmente se explicó:
-El otro día Teresa llegó llorando por tu amenaza de echarla de casa…
-¡No fue así!- interrumpí porque eso no fue lo que dije.
-Tú te callas y me dejas terminar- protestó de muy mala leche y como una ametralladora, prosiguió diciendo: -La pobre estaba destrozada porque se había dado cuenta que por primera vez sentía que tenía una familia y  no podía soportar la idea de perderos.
-¿Perder a quién?- pregunté interesado.
-Eso mismo pregunté yo- respondió- y soltándose a llorar, me reconoció que a los tres y que aunque en un principio se había encaprichado con mis nietos, al conocerte en profundidad, se había enamorado de ti.
-No te creo, ¡Es una cría para mí! La llevo quince años.
Bastante cabreada, mi vieja me llevó la contraria diciendo:
-Deja de decir tonterías que ya acabo. Viendo lo destrozada que estaba le pregunté porque no luchaba por ti. La pobre niña creía que nunca la verías como mujer y por eso tuve que acompañarle a comprar ropa. Sé que tuvimos un éxito rotundo o ¿Crees que no me he dado cuenta como la miras?
La confirmación que mi madre se había unido con esa chiquilla con el propósito firme que me sedujera, me terminó de indignar y dejándola con la palabra en la boca, salí del chalet. Durante dos horas, estuve meditando entre echarla de casa o pasar de ella y solo cuando estaba a una manzana de mi hogar, se me iluminó mi cara al decidir:
-Si quiere seducirme, me dejaré seducir. ¡A ver cómo responde cuando sus famosísimas reglas morales choquen contra mi lujuria!
Y siguiendo ese pérfido plan elaborado sobre la marcha nada más entrar, fui a la cocina y sin importarme que mis hijos estuvieran presentes, me acerqué a ella y con tono meloso susurré en su oído:
-Perdona pero no me atreví antes a reconocer frente a mi madre lo guapísima que estás- recalcando mis palabras con un suave magreo sobre su culo.
La pobre ex monja pegó un corto chillido al sentir mi mano recorriendo sus nalgas. Mi plan había sido retirarla de inmediato pero no pude porque al sentir bajo mis dedos su duro trasero, esa sensación me cautivó. “Menudo culo tiene la condenada”, pensé sin dejar de sobarla por lo que tuvo que ser ella, la que disimulando se zafara de mis caricias diciendo:
-Tengo que dar de cenar a los niños.
Había previsto que se enfadara pero contraviniendo mis ideas, advertí en su boca una ligera sonrisa mientras servía la cena. Su alegría lejos de hacerme cambiar de opinión, afianzó mi decisión y mientras miraba el profundo escote de sus pechos, pensé:
“Va a ser divertido jugar con esta mocosa. Si se espanta, será su problema y si consigo doblegarla, disfrutaré aún más”.
Curiosamente, mi insistencia en admirar sus tetas tuvo dos consecuencias, una previsible, la muchacha al percatarse de la caricia de mis ojos se puso como un tomate pero otra impensable: De improviso, vi emerger debajo de su top dos bultos que me hicieron saber que se le habían puesto duros los pezones.
“¡Vaya con la monjita!”, exclamé mentalmente y sabiendo que por esa noche, la pobre chavala tenía suficiente, me concentré en disfrutar de mis dos enanos.
Ya en mi cuarto, me puse a repasar lo sucedido. Aunque mi intención era planear mis siguientes pasos, tengo que confesar que la situación me sobrepasó al recordar el tacto de su culo. Recreándome en su dureza me puse a imaginar a Teresa cayendo en mis brazos durante ese fin de semana que junto a mi madre había planeado.
Sin poder reprimir mi calentura, me vi llevando a los críos a unas clases de natación para acto seguido, irme con ella en la playa. En mi perversa mente, la bella niñera dejaba caer su vestido sobre la arena, luciendo un diminuto bikini que me hizo reaccionar. “Viene con ganas de guerra”, me dije y actuando como tenía previsto, le solté:
-Eres una diosa- para acto seguido rozar con mis yemas uno de sus pezones.
En la vida real, Teresa se hubiese enfadado pero en mi sueño suspiró dejándose hacer y con la respiración entrecortada, se tumbó sobre la toalla a echarse crema. Ya medio excitado, me la quedé mirando mientras sus manos esparcían el  líquido por su escote. Sin retirar los ojos de esa sensual visión, sonreí mientras cogía de la nevera una cerveza. La ex monja fue entonces cuando debajo de mi bañador una enorme protuberancia producto de la excitación que me corroía.
-¿No te estás pasando? ¡Deja de mirarme así!
-No puedo- contesté. –Tienes unos pechos maravillosos.
En mi mente, no quiso o no pudo responder a mi insolencia y tratando de provocarme aún más, dándose la vuelta, me rogó que le esparciera la crema por donde ella no llegaba. No  que decir tiene que lo hice al instante y cogiendo un buen puñado del bronceador en mis palmas, me puse a frotar su espalda.
Teresa al sentir mis dedos recorriendo su cuerpo, cerró los ojos gimiendo calladamente cada vez que sentía que mis yemas se apoderaban de otra parte de su piel. Aunque estaba tumbado en mi cama, en mi mente, mi yo estaba retozando con esa cría en mitad de la playa y cogiendo mi pene entre mis manos, me puse a pajearme mientras soñaba que estaba a punto de llegar a su culo con la crema.
Al toparme con el obstáculo de la parte de abajo de su bikini, en mi sueño pregunté:
-Si sigo más abajo voy a mancharte el tanga. ¿Quieres que siga?
Fue entonces cuando debí caer en que todo era producto de mi imaginación porque en vez de seguir ella, quitándose esa prenda, me pidió que lo hiciera yo. Excitado hasta decir basta, me encontré con sus duras y desnudas nalgas a mi disposición y sin creerme la suerte, recomencé a untar su piel con esa crema.
-Dios, ¡Como me gusta!-berreó al sentir que mis manos se hacían fuertes en su trasero.
La calentura que demostró la cría me hizo ir más lejos y abriendo sus cachetes descubrí, un esfínter sin usar que me dejó impresionado con su belleza. Incapaz de soportar esa tentación recorrí con mis dedos sus bordes, Teresa al experimentar la sensación de sentir esa sutil caricia, comportándose como una puta, cogió sus nalgas entre sus manos y me rogó que no parara.
-Si sigo, no respondo- amenacé sin dejar de toquetear su ojete.
La imaginaria niñera recalcó su disposición poniéndose a cuatro patas sobre la toalla y diciendo mientras se empezaba a masturbar:
-Es todo tuyo.
Azuzando su deseo, terminé de introducirle mi dedo en su culo mientras usaba mi otra mano para pellizcarle un pezón. La muchacha impactada por lo que estaba sintiendo, rugió de deseo diciendo:
-Fóllame.
Al oír su ruego, cogiendo mi pene entre las manos, forcé su entrada de un solo empujón. Ni siquiera me hizo falta moverme: la monjita al sentir su conducto ocupado y mi glande chocar contra el final de su vagina, se corrió pegando gritos. La facilidad con la que mi pene entró en su sexo, me convenció que no era virgen y dando un sonoro azote en su trasero, le solté:
-Eres una puta que va de santurrona. ¡Has follado antes!
-¡No esperarías ser el primero- ladró convertida en perra.
Vengando mi decepción, di a mis caderas una velocidad creciente y mientras esa zorra me pedía más,  apuñalé sin descanso su sexo. Esa mujer respondió a cada incursión con un gemido, de forma que la playa se llenó de sus gritos al son de mis movimientos.
-¡Dios! ¡No pares!- chilló dominada por la lujuria.
La entrega que demostró, rebasó en mucho mis previsiones y cuando le informé que estaba a punto de correrme, me pidió que eyaculara en su interior porque quería quedarse embarazada.
-¡Serás guarra!- indignado le solté en mi sueño.
-Lo soy y ahora, quiero que me preñes.
Decidido a evitar que con eso consiguiera su propósito, cambié de objetivo y sacando mi pene de su sexo, lo coloqué en su culo y de un empujón, se la embutí por completo.
-¡Me duele!-chilló al sentir su ojete violado.

 

Sin compadecerme de ella, la cabalgué sin piedad hasta que derramé mi simiente por sus intestinos. Una vez saciado aunque fuera mentalmente, me di la vuelta en la cama y mientras pensaba en como castigarla, me quedé dormido…
 
 
 

Relato erótico: “Jugando con una presentadora de TV atrevida 1” (POR COCHINITO FELIZ)

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Beatriz se mira en el espejo de su camerino, satisfecha con lo que ve, lista para empezar su trabajo. Aunque ya había cumplido de sobra  los cuarenta,  la imagen que le devuelve el espejo es el de una mujer en la plenitud de la vida, con un tipo envidiable, el pelo teñido de un rubio apagado como tantas mujeres de su edad, la mirada alegre de ojos claros y grandes, los labios brillantes y voluptuosos. Se mira de frente y de perfil. El vestido ajustado marca unos pechos firmes y generosos. La imagen que da es de una mujer sexy, decidida y tremendamente apetecible. Esto es muy importante, porque ella es presentadora de televisión, y su imagen es apreciada por la audiencia, sobre todo la audiencia masculina, que seguro que está más pendiente del modelito que lleva puesto que de las noticias que cuenta.

Le encanta jugar con su público que no llega a ver nunca. Se mete con frecuencia en los foros sobre mujeres guapas, y busca su nombre  y los comentarios que hay sobre ella; las capturas de pantalla, tanto fotos como pequeños videos de cuando da las noticias. Todo eso la excita enormemente, leer los comentarios subidos de tonos, algunos muy bordes y obscenos, sobre lo apretado que llevaba el jersey elástico el otro día, mostrando lo turgente de sus pezones, o un vestido abierto que muestra gran parte de sus pechos, o como se transparenta la blusa insinuando un sujetador de encajes que desata la líbido y las fantasías de sus miles de fans. Sí, le encanta sentirse como un objeto de deseo para tantos hombres, tantos fieles admiradores que se levantan por la mañana para verla a ella.  Es que ella se encuentra, como mujer,  en la cima de su deseo y fantasías sexuales.
Y está dispuesta a satisfacerlas todas.
La última empezó hacía poco. Dentro de las decenas y decenas de usuarios de unos de lo chats, había encontrado uno que le atraía, Alex, por los comentarios, por la manera de escribir, por las cosas que insinuaba que le gustaría ver de ella, que se pusiera tal o cual cosa….Ella simplemente leía, sin participar nunca. En general, tenía que ser muy cuidadosa, pero fantaseaba a veces con darle gusto, por lo menos, a uno de ellos. Además, le encantaban los juegos de roll, y le atraía la idea de someterse a un hombre dominante que la exhibiera.  Así que se dio de alta como usuaria, y chateó  con su admirador secreto un viernes por la noche.
“Hola, Alex. Soy Beatriz”
Al otro lado de Internet, Alex desconfió.
“¿Beatriz,…qué Beatriz….la presentadora?”
“Claro que sí”
“Desde luego que si es verdad, es un sueño lo que me está ocurriendo. Porque llevo años siguiéndote por televisión…pero no sé…”
“Sabes, Alex, me encantan las cosas que escribes sobre mí…y las fantasías que tienes conmigo. Por eso he dado este paso de ponerme en contacto contigo”
 “En Internet se miente mucho….jejeje, a lo mejor hasta eres un tío en vez de una mujer”
“Ya, te entiendo perfectamente. Pero me gustaría que por lo menos me dieras una oportunidad para creerme. Pide tú una prueba”
Alex pensó. Al día siguiente era sábado, y Beatriz solo salía en televisión los fines de semana por las mañanas. Por probar no perdía nada.
“Me gustaría elegir yo lo que te vayas a poner mañana para presentar las noticias”
Beatriz se estremeció de gusto mientras contestaba. Aquello era precisamente lo que ella quería.
“Claro que sí, Alex, tu decides, y yo te complaceré en todo lo que pueda”
Alex, se sonrió lujurioso. Por probar no se perdía nada. Lo más seguro es que fuera un fraude, pero por lo menos había que intentarlo.
“La verdad es que todo lo que te pones te queda tan bien y tan sugerente…”
“Gracias, Alex”
“Pero hay dos o tres cosas que me excitan más que otras…”
“Tú dirás, Alex”
“Tienes unos jersey negros de manga larga, que parecen bodys…”
Beatriz se sonrió. Sí esos bodys era de los más atrevido que se había puesto nunca, y habían provocado oleadas de comentarios dentro y fuera de los chats de Internet. Se los había puesto más bien poco, solo aquellos días que se había sentido más atrevida y calentorra. En general, no le quedaba más remedio que ir vestida de una manera más o menos conservadora, con algún detalle sexy algunas veces. Pero solo con pensar en ponérselos, notaba como se iba empapando.
“¿Cuál de ellos quieres que me ponga, Alex?
“Uno que se te pega como un guante a la piel, pero que es muy, muy escotado, ese que deja ver incluso una peca que tienes entre los dos pechos. Tiene como un pequeño colgante delante, a la altura de los pezones…”
“Ya se cual dices, Alex. Es muy atrevido. Si ese el que quieres, me lo pondré para ti”
“Estupendo. Estaré esperando mañana para verte. Adiós”
“Adiós, Alex. Es un placer para mi poder complacerte”.
Beatriz se quedó pensando, excitaba por lo que acababa de hacer, sintiendo como se le aceleraba el pulso solo con pensar el juego que había empezado con un desconocido. Pero tampoco se quiso preocupar de las consecuencias. En el fondo solo se iba a vestir de manera un poco especial.
Durmió regular esa noche, pensando en su admirador. Como siempre que le tocaba trabajar, se fue todavía siendo noche cerrada a los estudios de televisión. Allí ya había la actividad propia del sábado por la mañana, con gente por los pasillos, personal de administración, cámaras, gente de audio y video…Ella se fue a su camerino, a que la peinaran adecuadamente y recoger las notas de las noticias que tenía que leer. Cuando se quedó sola, fue a las largas perchas donde tenía colgada su ropa para salir en la tele. Muchos trajes de chaqueta, trajes más o menos elegantes, y en una esquina, aquella ropa que solo se ponía en algunas ocasiones más especiales. El corazón se le empezó a acelerar otra vez, cuando llegó a los bodys negros de los que había estado hablando con su admirador.
El que Alex quería, ese con un escote de vértigo, se lo había puesto algunas veces, pocas. Luego había otro body negro que  le llegaba hasta el cuello y no enseñaba nada, aparentemente, porque la tela era tan fina y elástica, que se estiraba muchísimo mostrando con claridad el sujetador que se ponía debajo. El tercero se lo había puesto solo una vez, en un rapto de lujuria exhibicionista, porque era como un simple velo de encaje negro, con finos dibujos geométricos que iban serpenteando por sus pechos, y que intentaban tapar a duras penas sus pezones. Ufff, aquello había sido una locura total cuando se lo puso. Recordó que incluso tuvo que ir al camerino a meterse un consolador bien dentro del coño cuando acabó, para que se le bajara la calentura que le había entrado.
Pero hoy Alex quería el primero de los bodys,  y ella estaba dispuesta a jugar a ese juego morboso con ella. Se puso primero un sujetador, negro también, muy pequeño, que apenas le tapaba los pezones, y le apretara bien los pechos. Tenía que ser así, porque el escote que iba mostrar era enorme. Se puso luego el body, y se lo ajustó bien. De hecho, gracias al sujetador, gran parte de su tetas quedaban a la vista, sin tener que imaginar gran cosa. Apenas había la anchura de un dedo desde donde acaba el material del body a sus pezones.  En vez de pantalón se puso una falda muy corta. Realmente se sentía con ganas de exhibirse.
Se miró en el espejo del camerino, viéndose tan sexy como hacía tiempo que no se sentía. La vagina le mandaba pulsaciones de placer, sabiendo que miles de hombres la verían así, y que lo estaba haciendo además para satisfacer a uno de ellos, entregándole un poco su voluntad y su cuerpo para que lo disfrutara. Respiró hondo, y salió camino del plato, resonado los tacones con fuerza contra el suelo.
En el plató estaba su ayudante de cámara de siempre, y nadie más. Hoy en día todo está muy informatizado.
Beatriz sonrió. Su cámara le dio los buenos días de forma mecánica, y luego se sonrió también. Los dos se llevaban muy bien, trabajando juntos desde hacía años. El cámara la miró  de forma apreciativa, sin poder apartar los ojos del escote de vértigo que llevaba, disfrutando de los ligeros botes de aquellos pechos mientras caminaba su dueña.
– Pero bueno, Beatriz, hoy estás deslumbrante como hacía tiempo que no te veía.
Ella no dejó de sonreír.
– Gracias, hoy me siento contenta y divertida.
– Pues nada a trabajar antes de que se te pase- dijo él guiñando un ojo.

Faltaban a penas un par de minutos y Beatriz se sentó en la silla delante de su mesa. A partir de ese momento era solo un busto parlante….nunca mejor dicho. Respiraba un poco más rápido de lo normal. Intentó serenarse. No estaba haciendo nada malo, ya se había puesto ese body otras veces. Pero estaba mucho más excitada que las otras veces que se lo puso, porque lo hacía sabiendo que lo hacía por alguien a quien no conocía, y había dado su palabra de que lo hacía por él. Eso también era fuente de excitación, el saber que estaba entregando así su voluntad, sometiéndose ligeramente a los caprichos de un hombre.

La luz se encendió y ella sonrió para dar los buenos días a su audiencia. De manera mecánica fue leyendo las noticias en la pantalla de enfrente, sin perder su sonrisa, mientras que su mente estaba realmente puesta en aquel escote escandaloso que llevaba, sintiendo que si se movía mucho, los pezones casi se escaparían y quedarían a la vista. De todas manera, se encontraba tan excitada, que los pezones los tenía duros y puntiagudos, como dos auténticos pitones. Aquello era un círculo sin fin de excitación, porque pensaba en cuantos miles de ojos estarían pendientes de sus pezones y su escote. La sensación de mostrarse indefensa, sin poder ni querer evitar la situación que vivía, la tenía casi al  borde del orgasmo. Con gusto soltaría el bolígrafo con el que jugaba nerviosa y se metería la mano en las bragas para jugar con su clítoris. Su ayudante de cámara la enfocaba, y por los movimientos que hacía, el muy cachondo le estaba haciendo un buen zoom.
Ella se lo había buscado.
Al rato desconectó la cámara que le enfocaba. Ahora tenía media hora de pausa hasta las nueve.
– Beatriz, seguro que hoy subimos las audiencias- le dijo el ayudante con una gran sonrisa mientras salía a tomarse un café-, porque  las noticias eran muy interesantes.
Ella le devolvió la sonrisa pero no dijo nada. Le temblaba un poco el cuerpo, mezcla de la sensación de riesgo y excitación por el atrevimiento de lo que estaba haciendo. En su mesa del plató tenía un ordenador portátil abierto, a un lado, para una emergencia. Sin pensarlo mucho se conectó al chat. Necesitaba hablar con Alex y saber si le había complacido.
“Buenos días, Alex”
Espero unos segundos, sin saber si él estaría conectado. Pero momento después, él contestó.
“Buenos días, Beatriz”
“Espero que te guste el body. Creo que es este él que me pediste que me pusiera”
“Si, es ese, exactamente. Y te queda mejor que nunca…me gusta que seas tan atenta y obediente…”
“Es un placer poder satisfacerte, Alex”
“Pero, Beatriz, ¿sabes una cosa….?”
“Dime, Alex”
“Verás, puede que haya sido una coincidencia, que tú no seas Beatriz, y haya ocurrido que por casualidad ella haya decidido ponerse el body negro con el colgante”
Beatriz se quedó un momento pensado. Sí, aquello era un poco retorcido, pero podía ser verdad.
“Dime Alex, como podría convencerte que se yo soy realmente quien soy”
Durante unos segundos no hubo respuesta. Alex se sonreía. Si era realmente Beatriz, y estaba dispuesta jugar este juego tan excitante, era cuestión de ir pidiendo cosas cada vez más atrevidas, poco a poco, a ver hasta donde ella era capaz de llegar.
“Podrías hacer una cosa…”
A Beatriz se le aceleró más el pulso, sintiendo las hormonas circulando por su cuerpo a toda velocidad.
“Pídeme lo que quieras, Alex”
“Quiero que te quites el sujetador”
Beatriz empezó a sentirse con un calor que le subía desde la vagina por el vientre, hasta los pechos, los hombros y la cara. Aquello era muy atrevido, demasiado. No podía hacer eso, para que la vieran así miles de personas. El material elástico se le pegaría al cuerpo como un guante. El orgasmo que le estaba rondando salió casi a la superficie de su piel. Si decía ahora que no, se acababa aquel juego, si decía que sí, aumentada el juego y la excitación. Se decidió.
“Por supuesto, Alex, iré vestida como tú quieras. Me lo quitaré. Hasta luego”.
“Eso espero. Adiós”
Beatriz miró el reloj, le quedaban todavía unos diez minutos antes de estar otra vez en el aire. Volvió al camerino. Allí se desabrochó el sujetador negro y en un par de movimientos, se lo quitó. Se mordió los labios mientras se miraba en el espejo, tanto de  preocupación como de lo cachonda que se sentía. La forma de sus pechos era perfectamente visible con aquel poquito de tela negra elástica que los cubría. En condiciones normales sus pezones abultarían ligeramente de la tela, pero en aquel estado de excitación, eran dos pitones que querían perforar la tela. Al menos, la tela no se estiraba demasiado y no se traslucía por debajo la piel. Aunque pensó, con un escalofrío de placer, que eso si pasaba con el segundo de los bodys.
Pero aquello que iba a hacer era una locura. Dudó todavía un momento, y dejar que todo volviera a la normalidad. Pero la otra parte de su mente quería todo aquello, sentirse manipulada y exhibida, sentir toda aquella excitación.  Frotó su dedo índice por su entrepierna. Lo que necesitaba ahora mismo era una buena polla allí dentro, o al menos un buen consolador.  Se siguió masajeando, metiendo su mano dentro de las braguitas blancas, buscando su clítoris y su vagina jugosa. Si, aquello era delicioso…. Una señal de alarma se encendió en su cabeza en medio del placer. ¡A penas faltaban un par de minutos para seguir con la noticias….! Casi corriendo salió hacia el plató, con  su  ayudante de cámara ya colocado en su sitio, extrañado que ella no hubiese vuelto.

– Entramos en 5…4…3…2…1….

Beatriz puso como pudo su mejor sonrisa otra vez, sintiendo el calor que la abrasaba por dentro y por fuera.
– Buenos días, bienvenidos a una nueva edición…..
Miraba a la pantalla con lo que tenía que leer, pero junto a la cámara que la enfocaba  estaba el ayudante de cámara, con la boca abierta y los ojos como platos. Beatriz leía sin saber que estaba diciendo, si se equivocaba o lo estaba haciendo bien. Su vagina estaba literalmente inundada, sus pezones, hipersensibles al rojo vivo, sintiendo el roce embriagador del tejido negro contra ellos. La sensación era deliciosa, sentirse así de exhibida delante de aquella lente que estaba llevando un primer plano de su imagen ante miles de ojos que estarían fijos en ella. Y entre miles de ojos, los de aquel Alex que le estaba haciendo sentir todo aquello.
La media hora de noticias se le hizo eterna, pero luego se entristeció que acabara tan pronto. Después de ella, vendría otra compañera a seguir con las noticias.
Beatriz no quiso ni hablar con su ayudante de cámara, medio avergonzada de parecer una mujer fácil y calienta pollas, pero al mismo tiempo eufórica por lo que se había atrevido a hacer. Se fue volando a su camerino.  El numerito que había montado había sido muy fuerte. Allí tenía otro ordenador portátil que no usaba casi nunca. Lo encendió y esperó impaciente a que se conectara a Internet. Rápidamente buscó el chat privado con Alex.
“Hola Alex, espero haberte demostrado que soy realmente yo”
“Sí, si lo has hecho. Me ha complacido mucho. Estas preciosa con ese body…y sin sujetador…realmente le hacen justicia a esos pechos tan hermosos que tienes”
“Gracias, Alex”
“¿Te ha gustado lo que has hecho?”
“Si, me ha encantado, pero estoy hecha ahora mismo un manojo de nervios. No me atrevo ni a salir del camerino, no vaya a ser que el productor me diga algo…aunque siendo un hombre, seguro que no me dice nada malo, sino todo lo contrario”.
“¿Te ha excitado lo que has hecho?”
Beatriz sentía los jugos de su vagina que le chorreaban mientras tecleaba en el ordenador.
“Si, Alex, estoy super excitada…si me vieras ahora mismo…”
“¿Y te ha excitado obedecerme?”
“Si Alex, eso es quizás lo que más me ha excitado…”
“Dime Beatriz, te gusta obedecerme?”
“Si, Alex, me encanta…”
“Me encantaría que te corrieras para mí…ahora”
Eso era lo que Beatriz deseaba más en el mundo ahora mismo. Estaba sentada en una silla, con las piernas separadas y la falda subiéndose hacia las caderas. Inconcientemente se pasa una mano por la tela de las braguitas que cubría su coño.
“¿Tienes algún consolador a mano?”
Jadeando, Beatriz negó con la cabeza.
“No, a veces me llevo alguno en el bolso, cuando voy de viaje…pero ahora no tengo ninguno cerca…”
“Seguro que tienes algo por ahí que pueda servir…”
Beatriz miró a su alrededor. En un camerino hay muchísimas cosas, como si fuera un almacén desordenado.

Se levantó un momento, con una idea en su cabeza. Sí, por allí tenía que haber algún micrófono inalámbrico, junto a la mesa de su otra compañera de camerino….Rebuscó por unas cajas, y rápidamente lo encontró. Era un micrófono metálico de color negro, no excesivamente grande, pero aun así de unos 3 o 4 centímetros de diámetro y con una longitud de al menos de 20, además de la alcachofa. Era liso en la superficie, quitando un botón para encenderlo.

Volvió corriendo a sentarse delante del ordenador. Sin acabarse de creer lo que estaba haciendo.
“Alex, tengo un micrófono”
“Ah, estupendo…Ahora, vas a seguir siendo una chica obediente, ¿verdad?”
El orgasmo que la venía rondando toda la mañana la tenía a punto de caramelo. Habría hecho cualquier cosa ahora mismo, por poder  alcanzar el clímax.
“Claro que sí, Alex. Dime lo que quieres que haga”
“Quítate las bragas”
La orden fue directa y sin contemplaciones.  Beatriz tragó saliva, sintiendo que el juego se volvía más peligroso, más duro…pero más excitante a la vez. Apenas dudó. Se puso de pié, metió las manos por debajo de su minifalda y se bajó las bragas. Cuando se las quitó, vio que estaban empapadas. Se volvió a sentar, con las piernas más separadas todavía, con la sensación deliciosa de su pubis completamente depilado aireándose.
“Ya está, Alex. Las he puesto junto al teclado”
“Muy bien, Beatriz, lo estás haciendo muy bien. Como recompensa por lo sumisa y obediente que eres dejaré que te corras”
“Gracias, Alex”
“¿El camerino tiene pestillo en la puerta?”
Es verdad, pensó Beatriz, podría entrar cualquiera y encontrarla allí haciendo cosas raras. Se fue a levantar, pero se detuvo.
“Si lo tiene, no cierres la puerta con pestillo”
“Si, Alex”
Beatriz miró el micrófono inalámbrico. No se le había ocurrido nunca seriamente darle esa utilidad, pero estaba claro que podía desempeñar perfectamente la función de consolador. Lo acarició con una mano, sintiendo el deseo de meterse algo en la vagina, lo que fuese, incluso ese micrófono, con tal de tener ese orgasmo que la estaba torturando dulcemente. Pasaron unos segundos, luego un minuto, pero el chat estaba en silencio,  sin que Alex escribiera, mientras Beatriz no dejaba de acariciar el micrófono. Impaciente, Beatriz escribió.
“Alex, dime que quieres que haga…”
La respuesta fue rápida.
“Quiero que me pidas permiso para que hagas eso que te está rondando la cabeza”
Beatriz tragó saliva y escribió con cuidado.
“Alex, te pido permiso para coger el micrófono y masturbarme con él”
No podía creer lo que estaba escribiendo.
Alex contestó también con rapidez.
“Por favor…”
Ella se quedó un momento extrañada. Agarrando el micrófono con fuerza.
“¿Por favor?”
“Si, las cosas se piden favor”
“Ahhh. Te lo pido por favor”
“No, no, hazme una frase completa, zorrita”
Beatriz se sintió humillada de que la llamase zorrita, pero incluso eso le gustó. ¿Acaso no era ella eso, una zorrita, con lo que estaba haciendo? Así, que volvió a escribir, y procuró ser más sumisa y directa todavía.
“Alex, por favor, te suplico que me des permiso para meterme este micrófono en el coño, y masturbarme con él hasta correrme”
“Vez, zorrita, como siempre se puede hacer todo mucho mejor. Córrete para mí”
Beatriz se remangó la falda completamente, hasta que se sentó con el culo desnudo sobre la silla, de espaldas a la puerta. Con una mano buscó su vagina y probó con un dedo lo muy lubricada que estaba. Si la vieran ahora así los espectadores….aquello la excitó todavía más. Sin perder tiempo, agarró el micrófono por la alcachofa, y apuntó el extremo inferior hasta la entrada de su coño. Empezó a hacer pequeños giros, apretando más y más, con un movimiento que masajeaba al mismo tiempo su clítoris. Empezó a gemir de placer, mientras el micrófono negro y brillante se iba hundiendo en su vagina. Lo metió hasta el final, hasta que solo asomaba la alcachofa; estaba tan excitada que pensó que incluso con un poco de paciencia, hasta la alcachofa se la podría meter dentro. Se recostó en el respaldo de la silla, de espaldas a la puerta, y puso las piernas separadas encima de la mesa, mostrando su coño a la pantalla del ordenador…si estuviese conectada la webcam….aquel pensamiento disparó todavía más la líbido. Mientras que con el dedo de una mano acariciaba el clítoris, con la otra metía y sacaba el tubo negro en toda su longitud, primero despacio, recreándose, después más y más rápido. En apenas un par de minutos, entre gemidos y el movimiento frenético de sus caderas, llegó el orgasmo a la velocidad del rayo, ese orgasmo que llevaba toda la mañana creciendo dentro de ella. Sin importarle donde estaba ni quien la escuchara, dio un gritito largo y profundo, y el placer absoluto la desbordó, a ráfagas que la iban a metrallando sin piedad de gusto y satisfacción.
Con la respiración entrecortada, las piernas separadas en alto, medio caída en la silla, y el micrófono todavía enterrado en su coño, pensó que era el mejor orgasmo en mucho tiempo.

En ese momento se abrió la puerta del camerino, y una compañera presentadora con quien lo compartía entró.
– Hola Beatriz- escucho una voz a su espalda-,…me han contado que esta mañana has estado espectacular.

Beatriz se quedó paralizada de la sorpresa un momento. De manera instintiva cerró las piernas y se enderezó en la silla. ¡Demonios, el micrófono seguía dentro de su coño!
– Ho-o-o-la –atinó a decir mientras intentaba recomponerse.
Su compañera entró en el camerino y se sentó en una silla  a lado de la mesa. La recién llegada la miró un poco de reojo, sonriéndose por lo bajo.
–  ¿Pero que hacías…? –la miró divertida-. Creo que has caldeado bien el ambiente en el plató…me lo has dejado muy difícil a mí, que me toca dentro de un rato seguir con las noticias.
Beatriz se puso colorada, sin saber que decir, entre el sofoco del orgasmo, el que casi la pillaran y lo que le decía su compañera.
– Si, lo mejor en verano, con los calores, es quitarse algo de ropa- continuó la compañera, haciendo referencia a su salida en el plató sin sujetador.
El color rojo de Beatriz se hizo más intenso.
– Por lo que veo, hoy te sobra mucha más ropa…-la compañera, como quien no quiere la cosa, dejó caer la mirada encima de la mesa de Beatriz. Allí, de manera ostentosa, estaban las braguitas blancas de Beatriz, empapadas de sus efluvios, y reliadas con las prisas por quitárselas.
Beatriz, adquirió una tonalidad de rojo intenso difícil de describir, además de sentirse completamente humillada de haberse dejado sorprender así. Realmente no sabía que decir. Con resignación, cogió sus bragas, las dobló y las puso fuera de la vista. Quería que se le tragara la tierra.
Su compañera se levantó.
– Bueno, tú sabrás lo que tienes entre manos, pero a ver si alguien nos va a llamar la atención por conducta indecorosa…-la compañera le sonrió- aunque de todas maneras, con el tipo tan bonito que tienes es una pena no darle un poco de vidilla de vez en cuando. Por cierto, no habrás visto un micrófono inalámbrico que había por aquí. Me lo prestaron ayer, y lo tengo que devolver….
A Beatriz se le pusieron los ojos como platos, e instintivamente apretó las piernas, sintiendo el palo de metal negro llenado su vagina. Notaba hasta el botón para encenderlo.
– No..no…no lo he visto –dijo con la voz más rara que había puesto en su vida.
Su compañera la miró, también con una mirada incrédula. Muchas cosas pasaban por su mente, viendo a Beatriz tan extraña. No, procuró quitarse de la cabeza lo que se le había ocurrido, y comenzó a buscarlo por el camerino.
Beatriz se concentró en el teclado, nerviosa y angustiada por todo aquello.
“Ya he tenido un orgasmo, Alex. Gracias por dejarme tenerlo. Ha sido maravilloso”
“Me alegro, zorrita”
“Alex, tengo un problema, tengo el micrófono todavía dentro, y mi compañera de camerino lo está buscando…”
“JAJAJAJA. Pues déjatelo dentro”
Beatriz suspiró, se lo temía.
Su compañera encendió mientras su propio ordenador portátil.
– Pues el micrófono tiene que estar por aquí, porque el programa de audio coge la señal de que está encendido.
Beatriz cerró un momento los ojos con desesperación. Aquella pesadilla no acaba nunca. Su compañera hacía clic con el ratón por la pantalla.
– ¿Ves? Está encendido. Le voy a dar a los altavoces.
Beatriz se agitó inquieta en la silla. Por el altavoz del ordenador se escuchó un ruido sordo, de ultratumba. Beatriz se quedó congelada, sin atrever a moverse.
– Pues si, tienes que estar cerca- seguía diciendo su compañera, además este ordenador tiene muy poco alcance inalámbrico, tiene que estar aquí, en el camerino. Anda levántate y ayúdame a buscarlo.
Beatriz negó débilmente con la cabeza.
– Es que estoy acabando de escribir unos mensajes…..
Y se puso a escribir frenéticamente.
“Alex, ¿qué hago?”
“Pues muy sencillo. Está claro que no te lo vas a sacar y se lo vas a dar a tu compañera…”
“Claro que no, Alex”
“Aunque si yo te lo pidiera, ¿lo harías?”
Beatriz se quedó petrificada. El juego y la situación se le estaban yendo de las manos. Aquello sería de una humillación difícil de describir. Sería la comidilla de sus compañeras, sería tan terriblemente embarazoso…y al mismo tiempo era tan deliciosa aquella humillación y tan dulce entregar su voluntad a otra persona…
“Si, Alex, lo haría”
“Sabía que dirías que sí, zorrita. Esto es lo que tú necesitas, alguien que te mande y te someta”
“Si, Alex”
“Anda, levántate y ayuda a tu compañera a buscar”
Beatriz, volvió a suspirar. Pero una nueva clase de excitación la estaba llenando. La excitación de ser descubierta, de sufrir deliciosamente con la angustia de ser descubierta, del miedo a la humillación que sufriría con todo esto..,y era tan dulce como la excitación que le conducía al orgasmo.
Se levantó, con miedo a que el micrófono se le cayera. Caminó despacio, con pasos cortos, apretando bien los muslos.
El ordenador de al lado siguió haciendo gruñidos.
– ¿Ves, lo oyes? Es que tiene que estar por aquí, como si alguien lo estuviera moviendo…
Aquel suplicio duró todavía unos minutos, sin que su compañera dejara de mirarla de reojo de vez en cuando.
– Bueno, pues entonces yo me voy a casa- dijo Beatriz.
“Alex, te pido permiso para irme a casa”- escribió en su ordenador.
“Estupendo, Beatriz…¿tu compañera encontró el micrófono?”
“No, Alex, no lo ha encontrado”
“Que lástima. Mañana por la mañana te diré lo que vas a poner para presentar las noticias”
“Si, Alex, siempre lo que tú quieras. Adiós”
Beatriz se dirigió hacia la puerta, y cogió disimuladamente sus braguitas, mientras su compañera seguía buscando. El bolso no lo tenía allí, sino en la consigna de la entrada del plató, así que las dobló todo lo que pudo y las metió dentro de un puño. Abrió  la puerta, deseando irse de allí. Salió fuera, suspirando aliviada. Pero entonces la puerta se abrió un momento después. La cara de su compañera era de fastidio.
– Beatriz, al salir tú he perdido la señal del micrófono……Lo tienes que tener tú.
Pero Beatriz no llevaba nada en las manos, excepto sus braguitas dobladas.
La cara de su compañera era todo un poema, de incredulidad absoluta, como queriendo mirar a través del tejido de la falda de Beatriz, mirando su entrepierna.
– Te agradecería que me lo devolvieras mañana, apagado para que no se gasten las pilas…y limpio, por favor.

 

Y sin decir nada más se metió otra vez en el camerino, mientras Beatriz, sin habla,  volvía abochornada a su casa.


 

Relato erótico: “Seducido por la niñera de mis hijos, una ex-monja 2” (POR GOLFO)

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Tal y como os relaté en el primer capítulo, mi  madre me buscó como niñera de mis hijos a una ex monja. Teresa que en teoría llegó a mi casa para que sus nietos tuvieran una figura femenina decente en su vida, tras una discusión cambia su forma de vestir y de comportarse conmigo. Cuando antes era todo discreción y rectitud, a partir de entonces se transmuta en una joven coqueta y desinhibida.
Al analizar los motivos de ese cambio, descubro que de acuerdo con mi madre ha decidido seducirme.
Ese fin de semana fue mi perdición.
Al día siguiente, Teresa lucía radiante. Se notaba a la legua que estaba contenta y queriendo que se le quitara ese gesto de la cara, la saludé con un beso en la comisura de los labios mientras mi mano repetía la misma operación que la noche anterior. Pero si hacía unas horas mi magreo la había sorprendido, esa mañana no hizo ningún intento de retirar mis dedos de su trasero y mientras yo seguía acariciándolo, me dijo:
-Cariño, ¿Qué quieres que te prepare de desayunar?
Su tierna respuesta y que para colmo se dirigiera a mí de esa forma frente a mis hijos, me cabreó al darme cuenta que iba a ser una presa dura de vencer y con tono duro, le pedí un café. La muy ladina no se dio por enterada y mientras me lo servía, con voz dulce, me soltó:
-¿Qué te pasó anoche? No parabas de dar vueltas en tu cama- y poniendo un tono pícaro, preguntó: -¿Acaso soñaste conmigo?
Ni siquiera contesté y cogiendo el puñetero café, salí de la casa cabreado por mis pobres resultados. Ya en el coche, decidí incrementar la presión y recordando que en dos días nos íbamos a la Manga, decidí hacer trampas y que la presa fuera ella. Nada más llegar a mi trabajo, cogí el teléfono y cambié la reserva. Teresa había reservado dos habitaciones con dos camas, suponiendo que ella dormiría con Adela en una y en la otra, Manolito y yo pero por la promesa de una buena propina, quedó registrada en el ordenador solo una y encima con cama de matrimonio.
Disfrutando de ante mano de mi venganza, pensé el bochorno que sentiría esa monjita al tener que dormir conmigo y creyendo que se negaría de plano, me puse a planear que le diría a mi madre cuando esa arpía me dimitiera.
Durante el resto de la semana, esperé con impaciencia que llegara el día de irnos. Ajena a lo que le tenía preparado, cada vez era más evidente que iba a la caza y captura mía. Acostumbrada a que aprovechara cualquier oportunidad para pasar mi mano por su cintura o su trasero, ponía su culo en pompa en cuanto me veía.  Cómo lejos de mostrar embarazo, cada vez se ponía más contenta al recibir mis caricias, comprendí que en su fuero interno pensaba que estaba a punto de caer en sus brazos.
Ese viernes, la recogí al medio día con mis hijos a la salida del trabajo. En cuanto la vi, supe que me estaba echando un órdago porque además de venir con un escote de lo más sugerente, me saludó con un breve beso en los labios. Al ver mi cara de sorpresa, se rio de mí diciendo:
-Perdona pero la culpa es tuya por mover la cara.
Asumí directamente que había metido directa y que en su inexperta mente, ya se consideraba casi mi novia.
“Lo lleva claro”, pensé, “menudo chasco se va a llevar”.
Al estar nuestro destino a cuatro cientos setenta kilómetros, decidí ir preparando el terreno y que cada vez estuviera más nerviosa. Por ello en cuanto se ató el cinturón y salimos rumbo a la autopista, posé mi mano sobre su pierna. Nuevamente su comportamiento me descolocó, porque en vez de quejarse, me sonrió y como si fuera algo a lo que estaba habituada, puso la suya sobre mi muslo.
No sé si fue el tacto de su piel desnuda bajo mis yemas o el sentir su palma sobre mi pantalón, pero lo cierto es que el que se puso incómodo fui yo al notar que me estaba empezando a excitar.
“Esta niña está jugando con fuego”, me dije cuando Teresa no contenta con ello, discretamente me empezó a acariciar la pierna.
Sobre estimulado mi pene se alzó bajo mi bragueta, Teresa al ver el enorme bulto que había hecho su aparición de improviso, aprovechó para decirme:
-No sabes lo feliz que soy desde que estoy contigo.
Sus palabras me recalcaron sus intenciones y por algún motivo, no cortaron de cuajo mi excitación sino todo lo contrario. Al imaginar mi vida con ella, sonreí y de pronto empecé a preocuparme por la trampa que le había preparado.
“No puede ser”, me dije al darme cuenta que podía estar enamorado de esa mojigata y acojonado por esos sentimientos, se me hizo eterno el viaje hasta el hotel.
Eran las ocho cuando aparcamos en su parking. Como no podía hacer nada para deshacer mi plan, le pedí que fuera a inscribirnos mientras yo me ocupaba de bajar el equipaje. Deliberadamente me retrasé y por eso cuando me uní a ellos, vi que Teresa discutía con el conserje.
Al llegar a su lado, me miró y supe por su expresión que me había descubierto pero en vez de tomárselo a mal, me soltó:
-Recuerdas que te enseñé la reserva, pues resulta que en el ordenador es diferente y solo tenemos reservados una habitación con cama de matrimonio.
-¿Y qué hacemos?- pregunté haciéndome el inocente.
Con una sonrisa, me contestó:
-Somos adultos y frente a los niños, no creo que intentes violarme.
Tras lo cual meneando su trasero cogió a mi hijos y fue hacía el ascensor dejándome, a mí con el equipaje. La desfachatez con la que se tomó la noticia, me alivió en parte pero también me preocupó porque nunca había previsto realmente compartir la cama con ella. Por eso respiré cuando llegamos a la habitación y comprobé que al menos era una King-size donde íbamos a dormir. Al menos no tendríamos que estar tan pegados.
Después de dejar la ropa, buscamos un restaurante donde cenar. Cómo dice Murphy todo es susceptible de empeorar, cuando íbamos rumbo al que nos habían recomendado, mi hija al ver a unos padres con sus hijos, con voz tierna me dijo:
-Papá, ¿Por qué no podemos ser una familia?
-¿A que te refieres?- pregunté.
-Van todos abrazados.
La bruja de su niñera cogió su sugerencia al vuelo y pasando su mano por mi cintura, le contestó mientras cumplía el deseo de Adela, pegando su cuerpo al mío:
-Cariño, por supuesto que somos una familia. No lo dudes, tu padre me quiere muchísimo- si de por sí su cercanía ya era excitante, ese engendro del demonio incrementó mi turbación llevando mi mano hasta su trasero y susurrando en mi oído, me soltó:-¿o no es verdad?
Conociendo su juego, no pude quedarme callado y murmurando  para que no lo oyeran mis hijos, le respondí:
-Te estás pasando. Luego no te quejes si me paso- y tratando de escandalizarla, proseguí diciendo: -Recuerda que esta noche dormiremos en la misma cama.
Lejos de molestarla mi insinuación, esta tuvo el efecto contrario y soltando una carcajada, contestó:
-A lo mejor soy yo quien te sorprende….
 Sus palabras me confirmaron que de no mediar la suerte, podía caer en mi propia trampa. La ex monja me estaba provocando descaradamente y tal y como se estaban viendo afectado mis neuronas, era previsible que se saliera con la suya. Defendiéndome como gato panza arriba, le di un suave mordisco en la oreja mientras le decía:
-¿Vas a violarme? O ¿Tendré que ser yo quien lo haga? 
Teresa luciendo la mejor de sus sonrisas y mientras dejaba caer su mano por mi culo, me respondió:
-Antes tendrás que pedirme que me case contigo.
La respuesta de esa mujer me dejó estupefacto y separándome bruscamente de ella, comprendí que aunque lo había soltado medio en broma que nos casáramos era su intención desde el principio y que para colmo tenía como socia a mi propia madre.
Durante la cena, tanto ella como yo nos mantuvimos en un incómodo silencio, solo roto brevemente por las preguntas de mis chavales. Se le notaba a la legua que al igual que a mí, la perspectiva de dormir juntos la estaba poniendo nerviosa. Poco a poco, me fue contagiando de su nerviosismo y por eso al llegar a la habitación estaba como un  flan.
Al entrar y aprovechando que Teresa estaba poniendo el pijama a mis hijos, me metí en el baño a cambiarme. Aunque os parezca imposible, me sentía profundamente perturbado por la idea de acostarme en la misma cama y tras asearme un poco salí a enfrentarme con ella.  La escena con la que me encontré no pudo mas que incrementar mi desasosiego porque aprovechando mi ausencia, la muchacha había conseguido que le subieran otro colchón y en vez de obligarme a mí a dormir en él,  estaba acostando allí a mis críos.
Al levantar la mirada y ver mi sorpresa, con voz pícara, me soltó:
-Éramos muchos para una sola cama.
Tras lo cual, cogió una bolsa y se metió con ella al baño. Reconozco que los cinco minutos que tardó en salir, fueron un suplicio para mí pero nada que ver con el estado en que me dejó al verla salir ataviada con un picardía rojo casi transparente.
“¡Diós! !Cómo está!”, exclamé mentalmente al comprobar que lejos de ocultar la belleza de su cuerpo, esa tela la realzaba. Aunque ya sabía que la ex monja tenía un buen par de pechos, nunca imaginé el tener la oportunidad de verlos tan claramente a través del encaje. Era tan tenue la barrera que creaba ese camisón que pude distinguir a la primera el color negro y el tamaño de sus pezones.  
“¡No puede ser!”, pensé babeando al percatarme que producto de la caricia de mi mirada esos dos botones se contraían excitados.
-¿Te gusta?- Teresa me preguntó coquetamente.
-Mucho- respondí  mientras seguía deleitándome con el resto de su cuerpo.
Si su delantera era de infarto, al bajar mis ojos por su anatomía, me encontré con un tanga tan pequeño que no dejó duda alguna de que se había depilado las ingles al completo. Mi curiosidad se vio recompensada porque dando una vuelta completa, la joven me lució su modelito.
“¡Menudo culo!”, me dije al admirar la perfección de sus nalgas.
Duras y respingonas eran el sueño de todo hombre y tenerlas al alcance de mi mano fue más de lo que pude aguantar y acercándome a ella, las acaricié brevemente mientras le preguntaba de qué lado prefería dormir. Teresa sin rehuir mi contacto, respondió:
-Te he espiado dormido muchas noches y como quiero que me abraces, dormiré a tu derecha.
El descaro con el que me reconoció que me había espiado me dejó perplejo por chocar directamente con la idea que tenía de esa mujer pero más aún que me admitiera que deseaba que yo la tomara entre mis brazos. Sin saber que hacer me acosté del lado acostumbrado y esperé a que Teresa se uniera a mí.
La joven se entretuvo tapando a los críos y con ellos ya medio dormidos, se acercó y me susurró mientras se tumbaba en la cama:
-Te doy permiso que me toques pero, si quieres algo más, ya sabes mi precio.
La seguridad con la que me hablo me indignó y sobre reaccionando a su afrenta, le solté:
-¡No estás tan buena!.
Soltando una breve carcajada, me dijo en voz baja:
-Mañana a estas horas estaremos comprometidos.
Cabreado apagué la luz y me dispuse a dormir sin siquiera tocarla. La niñera al notar que me apartaba de ella, se pegó a mí y en silencio, me empezó a desabrochar el pijama:
-¡Qué haces!- exclamé escandalizado de lo que esa bruja con cara de ángel estaba haciendo.
Muerta de risa, me contestó:
-Tu madre me dijo que a lo mejor necesitaba darte un empujoncito- tras lo cual empezó a acariciarme.
Tratando de mantener la cordura, cerré los ojos y me puse a pensar en el trabajo. Desgraciadamente me resultó imposible de concentrarme en otra cosa al sentir sus labios recorriendo mi pecho.
-¡Déjame!- supliqué en voz baja al notar que bajo el pantalón mi pene empezaba a reaccionar.
La maldita de ella  sonrió al percatarse de mi involuntaria reacción y levantando sus ojos me miró. No me costó reconocer en su mirada que esa mujer estaba resuelta a doblegarme pero también y por primera vez, descubrí deseo. Paralizado tuve que soportar el experimentar que obviando mis quejas, Teresa incrementara sus caricias mientras ponía una de sus piernas sobre mí. Al hacerlo, me quedé cortado porque era imposible que no se hubiese percatado de mi erección.
Sonriendo me confirmó que se había dado cuenta al decirme:
-¿No tienes algo que preguntarme?
“Será puta”, pensé al saber a qué se refería justo noté que me empezaba a pajear con su pierna: “¡No le importa que estén mis hijos en la misma habitación!”
Su acoso era tal que intenté separarla de mí pero al irla a empujar, Teresa aprovechó para llevar mis manos hasta su pecho mientras me decía:
-Pueden ser tuyos para siempre.
Os juro que intenté rechazarla pero al sentir la dureza juvenil de sus tetas bajo mis yemas me entretuve un poco más de lo necesario y eso fue mi perdición. La niñera gimió de gusto al notar que dando un suave pellizco a sus pezones firmaba mi claudicación.
-Tócame- ordenó metiendo mi mano bajo su camisón.
Como un zombi sin  voluntad cumplí su mandato recorriendo el borde de su areola. Esta al sentir mi caricia se contrajo poniéndose dura mientras su dueña pegaba su sexo contra el mío y lo empezaba a frotar contra mi erección.
-Ummm- escuché –  ¡No sabía que era tan agradable!
Supe por su cara que  nunca había sentido ese tipo de sensaciones y eso lejos de disminuir mi morbo, lo incrementó al saber que sería yo el primero. Enfrascado en un camino sin retorno, llevé mis manos hasta su culo y empecé a acariciarle las nalgas mientras la ex monjita sollozaba al restregar su clítoris contra mi pene.
-¡Me encanta!- exclamó en voz baja al sentir que su cueva se encharcaba.
Cada vez más rápido y olvidando cualquier recato se movió sobre mí buscando liberar esa rara tensión que se iba incrementando en su entrepierna. La urgencia con la que Teresa ansiaba descubrir el placer me volvió loco y sacando mi miembro de su encierro, le quité el tanga. La niñera haciendo un breve movimiento evitó mi ataque y aprisionando mi pene entre sus piernas, sollozó descompuesta por el placer que la invadía.
-Respétame- me imploró mientras seguía forzando con sus movimientos mi extensión.
Su doble discurso, pidiéndome cordura cuando su cuerpo buscaba exactamente lo contrario, consiguió enervarme y apretando sus nalgas con mis manos, le susurré al oído:
-Vas a ser mía.
Si para mí fue un suplicio el sentir su humedad recorriendo la base de mi pene, para ella, mis palabras fueron la gota que esa mujer necesitaba para correrse y restregando su coño con más fuerza contra mi  verga, se corrió regando con su flujo mis piernas. La fuerza de su orgasmo fue tal que su cuerpo empezó a convulsionar mientras Teresa se mordía los labios intentando no gritar. Supe en ese instante que de no estar mis niños durmiendo en la cama de al lado, esa mujer hubiese dejado salir su excitación con un berrido pero al recordar su presencia buscó mis labios diciendo:
-Amor mío, ¡Bésame!
Respondí con pasión a su beso y mientras mi lengua jugueteaba con la de ella en el interior de  su boca, mi pene no pudo más y descargó mi simiente contra sus muslos. Teresa, al sentir mi eyaculación, sonrió y poniendo su cabeza sobre mi pecho, murmuró:
-Gracias cariño pero, si quieres más, mañana le tendrás que decir a nuestros hijos qué te casarás conmigo.
-¡Jamás!- respondí hecho una furia.
Levantando su cara, me miró diciendo:
-Hasta tú mismo sabes que lo harás- tras lo cual acomodándose a mi lado, se quedó dormida…
El día de mi crucifixión.
Como comprenderéis y sobretodo disculpareis, esa noche apenas dormí. El tener a ese bombón a mi lado sabiendo que sería mío si le prometía unirme a ella de por vida, fue una tentación que impidió que conciliara el sueño. Por eso sobre las ocho de la mañana y viendo que me resultaba imposible seguir junto a ella, me levanté a dar una vuelta por el pueblo. Aunque intenté no hacer ruido, estaba a punto de salir cuando Teresa despertó y desperezándose sobre la cama me preguntó a donde iba.
Cabreado le contesté que a buscar una mujer. La muy guarra, quitando la sabana, me contestó:
-Tú mismo pero recuerda la que te perderías.
Si por la noche estaba preciosa, esa mañana su belleza era dolorosamente insoportable a plena luz y sin contestarla, salí huyendo de la habitación mientras llegaba a mis oídos el sonido de su carcajada. Con la imagen de su cuerpo casi desnudo torturando mi mente, tomé el ascensor.
-No pienso ceder- dije en voz alta sin importarme que dos alemanes viajaran conmigo en ese habitáculo.
Los turistas se miraron entre ellos creyendo que era un loco peligroso y apartándose de mí, buscaron el refugio de una esquina. Con mi sangre hirviendo de ira, me escabullí como pude y salí a la calle. Hoy sé que ya sabía en mi fuero interno que era cuestión de horas que cediera ante esa arpía pero entonces fui incapaz de reconocerlo y buscando que me diera el aire, me puse a desayunar en una terraza.
Ya en la mesa, no pude dejar de recordar el sabor de sus labios y la exquisitez de su cuerpo mientras me tomaba un café:
-Todas las mujeres son unas zorras- mascullé al recordar la actuación de mi propia madre.
Al  cabo de una hora ya me había tranquilizado y asumiendo que podía enfrentarme con ese mal bicho sin sucumbir a sus encantos volví al hotel. El desayuno me sirvió para hacerme la vana ilusión de creer que podría mantenerme firme en mi decisión de no claudicar ante ella pero mi supuesta resolución se desvaneció como un azucarillo al entrar en la habitación.
Nada más cruzar la puerta, oí las risas de mis dos críos en el baño y queriendo ver de qué se reían entré sin llamar a la puerta para encontrarme a Teresa con ellos en el jacuzzi jugando. La imagen de esa mujer desnuda muerta de risa mientras Adela y Manuel la mojaban me resultó además de atractiva, extremadamente tierna y por eso me quedé en silencio observándola. Ese demonio no solo era bellísimo sino que tenía de su lado a toda mi familia.
Teresa, sin ser consciente de que la estaba viendo, se reía mientras devolvía el ataque con el teléfono de la ducha. Desgraciadamente en ese momento, Manolito me descubrió y pegando un grito me pidió que me metiera con ellos dentro de la enorme bañera. La niñera se intentó tapar mientras, avergonzado de mi actuación, me excusaba con el niño diciéndole que estaba vestido. Aunque en realidad lo que me impedía acompañarlos, era que me veía incapaz de no excitarme con esa mujer en pelotas y desapareciendo del baño, les esperé en el cuarto.
Al cabo de cinco minutos, los tres salieron listos para ir a la playa. Fue entonces cuando la ex monja, divertida, me preguntó mientras me modelaba el provocativo bikini que llevaba:
-¿Encontraste lo que buscabas?
No pude ni contestar. Mi ojos se habían quedado prendados en su figura y mi mente solo podía soñar con tenerla a ella y a nadie más.  La visión de su cuerpo apenas cubierto por tres triángulos de tela era tan increíblemente provocadora que me quedé babeando ante ella y tuvo que ser la propia Teresa la que me despertara diciendo:
-Ponte el traje de baño para que podamos ir a la playa.
Mascullando una breve protesta, me fui a cambiar y ya con él, salimos los cuatro rumbo a la playa. La cabrona de la niñera sabiendo que no podía quejarme aprovechó para nada más salir a la calle, pedirme que le pasara el brazo por la cintura diciendo:
-Manuel, recuerda que somos una familia.
La mirada de mis retoños me impidió contestarle una fresca y refunfuñando la agarré de la cintura. Sabiéndome en su poder, llevó mi mano hasta su trasero diciéndome al oído:
-¿No lo echas de menos?
La dureza de su nalga y la suavidad de su piel elevaron mi temperatura de golpe y poniéndome la bolsa con las toallas tapando mi entrepierna, intenté ocultar mi erección. La risa de esa mujer me informó que a ella no había conseguido engañar y con tono sensual, me susurró:
-¿Con qué te vas a tapar en la playa cuando eches crema en mi culito?
Indignado contesté en voz baja intentando que mis chavales no se enteraran:
-Deja de comportarte como una zorra.
Alegremente, esa mujer educada en un monasterio me contestó:
-No soy una zorra sino una mujer que sabe lo que quiere- tras lo cual, disimulando cogió mi pene entre sus manos y dijo: -Seré tu esposa ante Dios y la sociedad pero también si quieres me convertiré en tu puta en la cama.
El breve apretón que pegó a mi miembro con sus dedos estuvo a punto de hacer tropezar. Descojonada, me miró a los ojos con picardía y me dijo:
-He contratado a los niños una clase de vela, así que tenemos toda la mañana para nosotros solos.
Si antes de conocerla alguien me hubiese dicho que recibiría con espanto la noticia de quedarme solo con ese pedazo de hembra, me hubiera reído de él pero os reconozco que en ese instante fue como si un jarro de agua fría cayese sobre mí. Sin nada que objetar, acompañé a mis hijos a sus clases sabiendo que sin ellos iba a ser presa fácil de ese engendro de los infiernos.
Ya una vez ella y yo solos, me preguntó que quería hacer. Temiéndome que si iba a la playa, Teresa cumpliría su amenaza de obligarme a echarle crema, sugerí dar una vuelta por la ciudad.
-¿Así vestida?- su tono jocoso me obligó a mirarla y ella sabiéndose observada se dio la vuelta para que admirara que el enanísimo tanga dejaba al desnudo todo su trasero.
-Comprendo- contesté pero para mi fortuna había a pocos metros un tenderete donde le compré un pareo con el que taparse.
Una vez resuelto ese problema no pudo ni intentó negarse a dar una vuelta y pegándose a mí, riendo me dijo:
-¿Dónde vamos?
La cercanía de esa mujer hizo que retornara mi excitación y tratando de zafarme de su acoso, comencé a andar por el paseo marítimo. Curiosamente el llevar a Teresa colgada de mí lejos de molestarme, me empezó a gustar y paulatinamente fui olvidando el rencor que sentía por ella. Al cabo de los diez minutos de caminata, la joven quiso entrar a una tienda a ver unos trapos. Viendo su sonrisa mientras revisaba la mercancía de ese local, no pude  dejar de pensar en cómo había cambiado esa mujer.
Cuando llegó a mi casa, no le importaba la moda e iba hecha un desastre pero desde la intervención de mi madre, disfrutaba viéndose guapa.
“Realmente está como un tren”, estaba pensando cuando vi que un dependiente se le acercaba y empezaba a hablar con ella.
Si en un principio me pareció normal, no tardé en darme cuenta que el muchacho estaba tonteando descaradamente con ella. Excediéndose en su labor, el maldito crio bromeaba sin parar con ella. Involuntariamente me empezó a cabrear pero el colmo fue cuando señalándome, le preguntó si era yo su padre.
“¡Será cretino!”, maldije mentalmente al muy capullo.
Mi humillación se vio incrementada cuando Teresa, muerta de risa, cogió una de las prendas y me llamó  diciendo:
-Papá, ¿Te gusta?
Ni me digné en contestarla y hecho una furia salí del local. Ya en la calle, me di cuenta que esa sabandija lo había dicho para molestarme y que mi reacción era una victoria más en su haber. Cuando ella salió, mi cabreo en vez de disminuir se incrementó por culpa de un montón de adolescentes que al verla, empezaron a decirle burrada y media mientras Teresa no dejaba de sonreír. Totalmente iracundo, la agarré del brazo y con tono serio, le solté:
-Deja de tontear con todos.
Sonriendo dulcemente, contestó:
-Todavía soy una mujer libre- e incrementando mi enfado se dio la vuelta y dirigiéndose a los chavales, les lanzó un beso.
Ese nutrido grupo respondió al beso con nuevos piropos mientras yo me la llevaba de allí casi a cuestas. La ira me nublaba la mente, me sabía y  reconocía en sus manos y eso no hacía más que incrementar mi enfado. Todo mi ser anhelaba disfrutar de sus caricias y lo que había empezado como un reto, se había convertido en una auténtica necesidad. Lo único que me retenía era la sensación de sentirme un pelele y que a partir de mi claudicación, esa hembra del demonio además de convertirse en mi esposa, se transformara también en mi dueña.
Mi silencio alertó a Teresa del sufrimiento que estaba asolando mi cerebro y cogiéndome de la mano, me llevó hasta el hotel sin que me diera cuenta. Al entrar al Hall, me la quedé mirando al no saber que se proponía. Entonces y imprimiendo un tono dulce a su voz, me dijo:
-Necesito hablar contigo a solas.
Sin quejarme, la seguí hasta la habitación. Una vez allí, me obligó a sentarme en la cama y poniéndose a mi lado, se echó a llorar. Hoy sé que esas lágrimas fueron la gota que colmó mi vaso y creyendo realmente que la cría estaba angustiada, la abracé mientras intentaba consolarla.
Teresa al sentir mis brazos y llorando a moco tendido, me confesó como mi madre la había convencido de seducirme y como al aceptar, no había previsto los problemas que esa solución le iban a acarrear:
-Perdóname que te haya presionado para casarte conmigo pero desde que te conozco, me has hecho sentir viva y necesito ser tuya.
Fue entonces cuando levantando su cara, llevó sus labios hasta los míos y me besó. Ni que decir tiene que respondí con ardor a sus besos y antes de que ninguno de los dos nos percatáramos de lo que estábamos a punto de hacer, nos tumbamos en la cama mientras nuestras manos recorrían sin pudor nuestros cuerpos. La urgencia con la que esa mujer buscaba mis caricias, demolió mis últimas defensas y quitándole la parte superior de su bikini, hundí mi cara entre sus pechos.
Aun sabiendo que me iba a excitar y que era un camino sin retorno, lo hice a un ritmo lento, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Tanteando los acontecimientos, fui acercando mi boca a sus pezones mientras acariciaba con mis manos esos dos monumentos. Eran preciosos, duros al tacto, pero suaves bajo mis palmas. Sus negras aureolas se contrajeron al sentir la acción  mis dedos, de forma que cuando las toqué, ya estaban erectas.
Quizás debía haber recapacitado antes, pero al hacerlo, mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi traje de baño. Por eso, no caí en que la ex monja había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
-¡Qué bella eres!- exclamé al mamar por primera vez de esas maravillas.
Teresa gimió calladamente al sentir mi boca jugueteando con sus pezones y en voz alta, me rogó que la hiciera mía. La necesidad de sus gritos curiosamente me calmó y deslizándome por su cuerpo, me fui acercando hasta su pubis. Ni siquiera me hizo falta ser yo quien le quitara el tanga porque la niñera al experimentar la caricia de mis besos, se excitó de tal manera que fue ella misma la que se desprendió de esa prenda. Tal y como había anticipado, la mujer llevaba su sexo exquisitamente depilado.  
“¡Dios! ¡Qué maravilla!”, pensé al comprobar que su dueña se había afeitado todo el vello dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Pasmado ante tanta belleza, me entretuve acariciando los bordes de su cueva sin hollarla. Mis lento avance fue calentando de sobre manera a Teresa que no paraba de gemir. En un momento dado, cuando mis dedos rozaron su botón del placer como si fuera por accidente, La mujer no pudo más y golpeando con sus puños sobre el colchón me imploró que la tomara.
-Tranquila, mi amor- le dije sonriendo, tras lo cual reinicié mi ataque.
Reconozco que siendo consciente de que su falta de experiencia y de sus rígidos valores morales, me debía de haber detenido pero la tentación de acariciar a ese pedazo de hembra era algo que no pude aguantar y menos cuando al alzar la cara y mirarla, descubrí que la ex monja se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Esa visión fue el banderazo de salida, sin poderme ya retener, acerqué mi cara hasta su entrepierna y sacando la lengua, me apoderé de su clítoris:
-¡No puede ser!- chilló descompuesta mientras separaba las piernas para facilitar mis maniobras.
El sabor agridulce de su coño invadió mis papilas y mientras  recogía parte de su flujo, no tardé en escuchar sus gritos de placer.
-¡Cómo me gusta!
La humedad que manaba de su entrepierna me confirmó que esa ex monja  realmente estaba excitada y prolongando su tortura metí mi lengua dentro de su abertura con cuidado porque al separar sus labios me encontré con su himen intacto. La certeza de que era virgen y que sería yo el primero en hollar su interior, me indujo a ir más despacio mientras mi víctima se retorcía sobre el colchón, presa de una inusitada pasión. Lentamente mis húmedas caricias se hicieron más profundas y más rápidas al son marcado por la respiración entrecortada de la mujer.
Al sentir que se aproximaba su clímax, me concentré en su botón del placer y sustituyendo la lengua por los dientes, empecé a mordisquearlo suavemente. Teresa incapaz de retener el cúmulo de sensaciones que estaba asolando su cuerpo se dejó caer sobre la almohada y pegando un alarido se corrió. Satisfecho y deseando que fuera inolvidable esa primera vez, comí y bebí de su coño mientras ella unía sin pausa un orgasmo con el siguiente. No paré de saborear el flujo que manaba del ardiente río en el que se había transmutado su sexo hasta que su dueña pegando un último chillido se desplomó sobre la cama.
Reconozco que me asusté al ver que se había desmayado y temiendo que le pasaba algo grave intenté despertarla. Por mucho que lo intenté, Teresa tardó unos minutos en volver en sí. Cuando lo hizo, abrió los ojos y me dedicó la más maravillosa de las sonrisas diciendo:
-Ya puedo decir que soy mujer.
La alegría de su cara no disminuyó cuando llamándome a su lado, me pidió:
-Desnúdate, ¡Quiero ser tuya!
La rotundidad de sus palabras me destanteó al recordar que ella misma me había puesto como condición anteriormente el habernos casado y queriendo confirmar ese extremo, le pregunté:
-¿Estas segura?
-Sí, bobo. Para mí, ya soy tu mujer- y recalcando sus deseos llevó sus manos hasta mi pene para darle un pequeño apretón mientras me soltaba: -Sé qué harás lo correcto.
Tras lo cual sin mediar palabra, me besó la cara y sin dejar de hacerlo, bajó por mi cuello, recreándose en mi pecho. Comprendí que no me iba a poder negar y con mi pene totalmente erecto esperé su llegada. La delicadeza con la que se fue deslizando por mi cuerpo me terminó de excitar y babeando ya  totalmente dominado por sus caricias, sentí su aliento sobre mi extensión.  
La ex monja jugueteó con mi miembro unos segundos como indecisa. Supe que no estaba segura de lo que hacer. Cuando estaba a punto de explicarle como se hacía, sentí que sus labios se abrían y como si fuera un chupa-chups empezaba a lamer los bordes de mi glande. La satisfacción que leyó en mi cara, le dio nuevos ánimos y mientras con sus dedos acariciaba mis testículos, se introdujo mi polla en el interior de su boca.
Como comprenderéis, no hizo falta mucho tiempo para que mi sexo alcanzara su máximo tamaño. Al comprobarlo y actuando como posesa, se fue metiendo y sacando mi talle cada vez más rápido. Mis gemidos ratificaron que lo estaba haciendo bien y ya convencida de su pericia, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta el fondo de su garganta.
La placentera sensación  que sentí al ver absorbida toda mi extensión elevó mi excitación hasta límites insoportables y pidiendo que parara, la levanté en mis brazos y la tumbé sobre la cama.  Teresa comprendió lo que iba a suceder y con una mezcla de deseo y de temor, me miró al ver que separando sus piernas acercaba mi pene a su pubis.  
Al hacerlo, vi su himen todavía intacto y cuidadosamente empecé a jugar con él, al saber que esa sería la única posibilidad que tendría de hacerlo porque a partir de ese día, esa tela blanquecina habría desaparecido para siempre. Los primeros gemidos de la mujer no tardaron en llegar a mis oídos.
Retorciéndose como una anguila,  Teresa me rogó que la hiciera mujer. Entonces, levantando sus piernas hasta mis hombros, acerqué la cabeza de mi pene a su sexo y rozando con mi glande su clítoris antes de penetrarla, conseguí que se volviera a excitar entre sollozos. Sabiendo que estaba dispuesta, lentamente superé sin dificultad ese obstáculo, haciéndola mujer. El breve dolor que sintió al ser desgarrada fue intenso pero paulatinamente se fue diluyendo al experimentar el suave vaivén de mi pene en su interior.
Gradualmente fue desapareciendo al irse relajando  sus  músculos y entonces fue cuando aceleré la cadencia de mis incursiones hasta ser un ritmo desbocado. La ex monja, por su parte, no se podía creer como el placer la estaba poseyendo y cerrando sus manos, comenzó a berrear su pasión al comprobar que le faltaba la respiración.
-Por favor, ¡No pares!-.
Sus palabras solo sirvieron para que acelerase aún más mi ritmo y  usando sus pechos como agarre, me lanzara en galope en busca de mi placer. La nueva postura elevó todavía más su calentura y gritando se corrió al sentir que regaba con mi simiente su sexo.  El esfuerzo fue demasiado y se desplomó sobre las sabanas mientras mi pene terminaba de eyacular en su interior. Agotado y desgraciadamente totalmente subyugado por esa mujer, me tumbé a su lado.
Durante unos minutos ninguno de los dos habló. Teresa había cedido a ser mía sabiendo que aunque todavía no habíamos pasado por el altar, había conseguido su objetivo y yo me había olvidado de mis reparos a volverme a casar. Ese extraño silencio, se rompió cuando acercando su boca a mi oído me susurró:
-Cariño, ¿Te importaría la próxima vez usar un condón? No quiero que salir embarazada en las fotos de la boda.
Debí de sentirme ofendido al oírla pero reconociendo que estaba colado por esa mujer, la besé mientras la contestaba:
-¡Ni lo sueñes!, ¡Haberlo pensado antes de quitarte las bragas!.
 
 Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Cuando se divorcian” (PUBLICADO POR KEALOHA)

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CUANDO SE DIVORCIAN

 

DESCANSO EN LA MONTAÑA  ( I )

Es increíble la vista que tiene esta cabaña, estaba parado fuera de ella y podía disfrutar de un panorama sorprendente donde el cielo azul celeste estaba claro y el sol resplandecía, estábamos a principios de Octubre y corrían vientos helados por el cambio de clima, podía ver que a lo lejos en la montañas lejanas que había un cielo cerrado y oscuro, se veía un arcoíris espectacular y colorido además que estábamos rodeados de pinos de gran altura y pocos metros después del claro empezaba la subida de una montaña de unos 200 metros de alto

Solamente había 2 cabañas separadas como a 250 metros de cada una en el espacio sin pinos de medio kilometró de largo y del otro lado se encontraba un lago inmenso que invitaba a reflexionar y donde se podía ver un pequeño embarcadero en la orilla, solamente en helicóptero era la única forma de llegar aquí. Mis tíos habían elegido este lugar para alejarse del bullicio de la gran ciudad y era el lugar ideal aunque a mis primas no les gustaba para nada ya que ellas estaban acostumbradas a la vida de la ciudad con el famoso internet y todas sus redes sociales. Ni cadenas de televisión ni de cable simplemente teníamos el Compact Disc (CD player) para ver algunas películas que habían elegido mis tíos, además la cabaña contaba con un compresor para proveernos de luz

 En la otra cabaña aún no había llegado el socio de mi tío con su familia, pero llegarían en la tarde o mañana temprano de acuerdo a sus comentarios

-Miguel ven para que acomodes tu ropa, dijo mi tía

Subí al segundo piso y entré a la habitación que me habían asignado y comencé a colocar la ropa en su lugar, estaba entretenido que no me di cuenta que mi tía se encontraba atrás de mí, me agarro las nalgas por encima del pantalón dándome un pellizco y diciendo

-estás como quieres

Di un jalón hacia adelante por reflejo

-“epa” salió de mis labios

Mi tía salió riendo de mi habitación, al terminar me recosté en la cama pensando en la distribución de la cabaña, tenía tres habitaciones arriba y dos baños, pegado a las escaleras estaba la habitación de mis tíos con su baño, después estaba la de mis primas y al último la mía y entre las habitaciones teníamos el baño con dos entradas, una para cada cuarto

En el piso de abajo estaba la sala con unos sillones muy reconfortantes y un televisor de plasma de 52 pulgadas, la chimenea muy cómoda y caliente, la cocina muy moderna, afuera había una mecedora para dos personas que colgaba del techo y dos sillas muy placenteras junto a una mesita de una madera especial para tomar café por la tarde, estaba un tejaban cubriendo el porche por las lluvias tan intensas que de repente llegaban a caer

A mi tío Ramón le acompañaba su esposa Mercedes, contaban con 45 y 40 años respectivamente, se mantenían en forma en un club donde estaban inscritos he iban continuamente a hacer ejercicio, eran muy atractivos los dos. Él era una persona exitosa con buen cuerpo y muy inteligente además le sobraba el dinero y le gustaba gastarlo con su familia, medía 1.70 metros. Mi tía era de un tamaño de 1.65 de estatura, lo que hacía que se viera más joven, tenía el cuerpo pequeño, pero bien distribuido, con unas piernas fuertes y bien formadas, un trasero atractivo y duro, sus abdominales parecían de piedra por lo bien trabajados en el gym y unos ricos pechos bonitos y graciosos, su pelo largo, lacio y negro que le caía hasta la cintura, bastante guapa mi tía y además era una madre de casa ejemplar que se desvivía por sus dos hijas que parecían niñas y por mí. De repente la veía y me parecía muy coqueta conmigo ¿será pura alucinación?…

Mi prima la mayor se llamaba Minerva (Mine) tenía 17 años, de 1.67 de estatura, era blanca con el pelo negro corto y lacio a la altura de los hombros lo cual la hacía parecer a Natalie Portman, su cuerpo empezaba a desarrollarse ya que tenía unos pechos chiquitos y sus caderas normales, era muy despierta para su edad, piernas largas y flacas y unos pies bellos que me gustaban cuando se ponía sandalias y además en 3 días cumpliría sus 18 años, luego estaba la más chica Mónica (Moni) de 16 años con una estatura de 1.60 metros, ella parecía más niña aún, pero era igual de guapa a su mamá y su hermana, con el cabello a la mitad de su espalda, eran dos pequeñas traviesas que les compraban todo lo que quisieran pero debían de ganárselo con trabajo en la casa y en la escuela, en la cual eran de las mejores estudiantes con buenas calificaciones y competían contra mí para ver quién era mejor en su grado escolar.

Y yo, el típico adolescente de 16 años que vivía con mis tíos, ya que era huérfano de padres porque sufrieron un accidente fatal cuando yo tenía 5 años y solamente mi tío era mi único apoyo en el país, tenía otra tía con dos hijas y un hijo, pero vivían en México y por lo cual casi no tenía contacto, aunque solo hablábamos por Skype.

Yo medía 1.75 metros, no era guapo, pero me defendía, cabello quebrado negro y tupido y un cuerpo regular de deportista de clavados y era muy buen estudiante que mi tío me había regalado un coche por mis magnificas calificaciones del grado escolar que había terminado, los consideraba mis padres y a ellas mis hermanas. Me gustaba jugar basquetbol contra ellas, había una canasta en la entrada del garaje y me sobrepasaba jugando con Mine porque tenía un trasero muy redondo y me gustaba tallarme, también ella se recargaba en mi pelvis para distraerme y a la vez para calentarme porque lo hacía con esa intención. Me decía “niño” para burlarse de mi pero no me podía ganar. También jugaba contra Moni, pero le daba más chanza para ganar, aunque también se frotaba, pero no le tomaba importancia ya que me hacía muy niña, aunque ella no pensaba lo mismo. Quisiera comentar mi afición a contemplar les pies descalzos, pero nunca había existido una excitación el verlos, según creía yo.

En la tarde nos decidimos por ver una película y nos sentamos en los sillones de la sala de la casa, mis tíos en un sillón para dos personas tapados con una cobija y nosotros tres en otro sillón más grande y cubiertos también por una cobija, íbamos a ver una película del 2004 con Denzel Washington (John Creasy), Dakota Fanning (Pita) y Mark Anthony (Papá de Pita) como estelares, la trama era de un ex agente de la CIA, alcohólico, que protege a “Pita” de un secuestro por parte de unos malos policías coludidos con el hampa en la ciudad de México y que al final la rescata, muy buena película.

Total que mientras veíamos la película mis tíos se estaban durmiendo, yo estaba a un lado de Mine, de repente le agarraba la pierna asustándola o ella me las agarraba a mí, varias veces lo hicimos hasta que una vez que lo hice mi mano quedo en la parte superior de sus piernas, acariciando su piernita flaca pero de una piel suavecita, ambas traían un camisón que le llegaba a media pierna pero Moni se dio cuenta que no quitaba mí mano ya que se notaban mis manos por abajo la cobija, lo que hizo fue acostarse sobre nosotros subiendo las piernas arriba de Mine y las mías, haciendo que bajara mi mano de las pierna de Mine, se movió para acomodarse dándose cuenta al poner sus pies sobre de mí de lo excitado que me encontraba, en eso Mine le baja los pies y subía sus manos para ponerlas en mi entrepierna, ahora ella sentía la verga excitada sobre mi pantalón o yo ponía la mano en su entrepierna para sentir lo calientito de ella, era un constante jugar entre ellas y yo hasta que acabo la película.

Nos levantamos a tomar un vaso de leche y unos plátanos como cena y subimos a lavarnos la boca, entro al baño Moni, después yo, pero también entro Mine y empezó a colocarse entre yo y el lavabo, sintiendo mi verga parada en sus nalgas, le empujaba para que no se pudiera lavar la boca riéndonos los dos, dejamos por la paz nuestro “cachondeo” y nos fuimos a acostar, era todo lo que hacíamos jugando. Todos estaban durmiendo, yo me quedé leyendo una novela de ciencia ficción, escuché un ruido que se me hizo extraño y salí a ver, pero no descubrí nada, era alguna de mis primas en el baño, regresé a la cama y me dispuse a dormir ya que eran las 2 de la mañana.

Al otro día bajamos a desayunar, mi tío vestido muy formal y nosotros en pants porque hacia frio pero dentro de la casa había calefacción, fue preparado por mi tía Mercedes y ayudada por Mine, por cierto que mi tía se veía espectacular con sweater blanco y su vestido del mismo color con flores a media pierna, que por cierto se veían bien torneadas y además sus delicados pies calzando unas zapatillas blancas bajitas, en eso estábamos cuando se escuchó el rotor del helicóptero que empezaba a descender, al parar, mis tíos salieron a recibirlos y nosotros nos quedamos en el porche de la casa, los vimos descender, bajo el Señor Mario seguido por su esposa Karina, muy esbelta de pelo rubio hasta la mitad de la espalda, su hija Berenice de 16 años, una niña muy linda y Roberto de 10 años.

Los saludamos con las manos y se fueron a su cabaña a dejar las maletas, después vinieron todos a para saludarnos, yo las bese en un cachete a Karina y a Berenice (Bere), las “güeras” (apodo para las rubias) les decía de cariño y de manos salude a mi amiguito Roberto y a Don Mario, compartimos el desayuno con ellos.

Después nos comentaron que había surgido un problema urgente en su empresa, que tenían que resolver y regresar, que tardarían 2 días en resolverlo o a lo mejor más, después se tuvieron que ir sin perder más tiempo de regreso a la gran ciudad. Mientras no estuvieran ellos dormirían todos en nuestra cabaña. Yo quede como responsable de cuidarlos mientras regresaban, mi tía y Karina se pusieron a conversar en la sala y jugar a las cartas mientras nosotros salíamos a jugar al volibol pero sin red, Mine y yo contra Bere, Moni y Roberto , estuvimos jugando hasta que se cansaron y ya no quisieron seguir jugando, Moni subió a ponerse unos shorts para ir al embarcadero porque la temperatura había subido y estaba más cálido, salió corriendo de la cabaña y se fueron a su cabaña y de ahí directamente al embarcadero, que por cierto se veían muy bien porque habían sacado sombreros de ala ancha para protegerse del sol y Roberto una gorra. Mine y yo buscamos la sombra que daba el porche, nos sentamos en la mecedora y tomando agua de limón que había dejado mi tía en la mesita, empezamos a platicar de la escuela y de las novedades en nuestra vida.

Estuvimos platicando hasta la hora de comer y después de disfrutar una ensalada de verdura y pollo a la plancha, casi todos quisieron ir a tomar una siesta. Yo veía muy rara a mi tía y decidimos quedarnos a ver una película romántica en la sala, fui a la cocina a traer un café para mí ya que mi tía no quiso, en eso vi cuando se quitó las zapatillas y me detuve para admirar sus pies desnudos, chiquitos y muy estéticamente delgados, fui por mi café y regrese, mi tía me pidió un trago nada más, se lo ofrecí y después le dio solo un trago, me encamine al sillón para tres personas puse la taza en la mesita de estar y ella estaba sobándose los pies, unos pies estilizados y delgados, le dije de repente

– suba los pies para darle un masaje, sentándome a su derecha

-bueno, si me apetece un masaje ya que los siento cansados y me molestan un poco

Sonrió muy coqueta y se dio media vuelta hacia mí, se recostó y subió sus piernas hacia las mías dejándome sin aliento porque alcance a verle sus pantis de color azul bajito aunque fue muy rápidamente, después los apoyo en mis piernas, pude contemplar sus hermosas y aterciopeladas piernas, las tenía a mi disposición completamente para mí pero cubiertas muy poco con su vestido blanco pero no importaba, ella voltio hacia la televisión y yo miraba sus piernas suavecitas y fuertes, moldeadas, pero ahora le tocaba sus excitantes pies, delgados, suavecitos y huesudos … pensé el gusto que se daba mi tío, era la primera vez que se las tocaba, comencé con su pie izquierdo, con la mano derecha tomando la parte del tobillo y la mano izquierda la planta de su pie, me movía muy lentamente y aprovechaba para sobar cada uno de los pequeños huesos de su pie, aunque me entretuve de manera especial debajo de sus dedos y encontré su zona erógena porque la escuche gemir, había leído al respecto en una revista de hombres, seguí masajeándolo y repitió sus gemidos muy quedito, relajo más sus pies, le repetí en el pie derecho por un buen rato más. Estaba con verga súper excitado, no se daba cuenta de lo parado que tenía mi fierro.

Mi tía se levanta del sillón bajando sus piernas y me dio un beso en la mejilla de agradecimiento, pero me lo dio casi en los labios, note caliente sus labios

-gracias eres un todo un experto, me dijo

Y me dio un abrazo muy tiernamente por un buen rato hasta que se separó de mí, volvió a acostarse en la misma posición que estaba y seguí masajeando ahora sus pantorrillas sin que me lo pidiera,

-que aprovechado que eres, me dijo sonriendo

-sip, y quisiera darle un masaje completo si me dejara

-ah muy bravo jajaja se rio

-a las pruebas me remito

-igual que le haces a Mine ¿verdad?

– ¿cómo? ¿a Mine nunca le he dado un masaje? le conteste

 -pero yo te he visto que le arrimas tu “cosa” ¿no? haciendo como si se agarrara su pelvis

Sentí pena por mí y no le conteste

-pero no estoy enojada y después te digo cuando me das el masaje

-enterado

Me quede pensando cuando nos había visto pero eran muchas las veces que habíamos jugado y de repente me acorde que ni vi la película por estar bien concentrado con los pies de mi tía.

Subió a tomar un baño a su habitación y se puso unos leggins negros, una sudadera blanca y tenis deportivos, bajo para preparar la cena, ya estábamos completos en eso llegaron Karina y sus hijos. Cenamos salmón con verduras y mi tía nos invitó una copa de vino a Mine y a mí, pero aclarándonos que nada más una copa para nosotros ya que éramos menores de edad, se sirvió ella y a Karina también, Moni y Bere también pidieron, pero no les dieron y se hicieron las enojadas, Roberto nada más las veía riéndose.

Después de cenar se tomaron varias copas mi tía y Karina, los niños y yo salimos al porche a platicar, en la mañana mi tío me pidió de favor que me durmiera en el sillón para que Berenice y Roberto pudieran dormir más tranquilos. Todos nos fuimos a dormir, pero antes baje de mi cuarto unas colchas y una almohada para preparar mi “cama”.

Estaba muy tranquilo cuando en la media noche me percate que mi tía bajaba las escaleras, pensé “bajo a tomar agua para la resaca” pero me equivoque, traía un bata larga, se dirigía hacia mí que estaba acostado leyendo mi novela, me miro y apago la lámpara de la sala rodeando el sillón en el que estaba y acercándose me dijo muy despacito

– se me antojo el masaje, pero lo dejamos para otro día ¿no? Por mientras quiero darte un regalo por tus calificaciones de la escuela, hincándose empezó a bajar mi pants

-pero tía que… que… que estás haciendo, le dije asustado

-déjame hacer…

Me quede callado y la deje hacer, deje la novela en el piso

Estaba a la altura de mi cintura, me empezó desabrochar la cinta del pants, después lo bajo junto al bóxer hasta las rodillas y me toco suavemente la verga que estaba casi saliendo de espasmo y en automático se empezó a poner al máximo cuando sentí sus manos que la acariciaban

-quiero mamártela, esta preciosa tu verga y se me antojo más desde la tarde en que me masajeaste los pies, alcanza a ver tu excitación, no sé qué le pasa a tu tío, pero ya no me toca como antes y yo estoy que me derrito…

No dije nada, pero me sorprendió que mi tío no le estuviera dando lo que debería, pero no me importan sus problemas, yo estaba feliz de complacer a mi tía

Lo agarraba fuertemente hasta tenerlo al máximo con el glande todo pelado y brillante, lo masajeo con las dos manos y me encantaba, tenía un pene normal de 18 centímetros, aunque algunas decían que estaba grande, acerco su boca y se comió solo mi cabeza, lo besaba exprimiéndolo suavecito el glande, absorbiendo mi pre venida después siguió mi fierro por los lados ya que estaba un poco gorda, de arriba abajo y me la sostenía con los dedos de la cabeza, hasta mis huevos los sentí humedecidos por su caliente saliva, siguió chupando mi fierro, nada más llegaba a la mitad de mi verga porque que se “atragantaba” y se la sacaba para metérsela otra vez, siguió con sus caricias, cuando miro hacia sus piernas abajo del sillón encontré su mano moviéndose en su entrepierna por arriba de su corta bata, no alcanzaba a ver su vagina pero me la imaginaba, de repente se levantó y quitándose la bata, quedando desnuda, sin pantis y sin brassier, poniendo mi verga tiesa hacia arriba, se colocó con una pierna a mi costado y la otra en el piso, empezó a sentarse en mi verga, despacio disfrutándola y gimiendo con ella, jugando con ella en sus labios vaginales hinchados y mojados, empezó a metérsela

-Ohhh, que rico…

Fue bajando, sintiendo cada centímetro hasta quedar sentada metiéndosela toda, se recostó sobre mí y me beso en los labios, sentí sus pezones sobre mí, era impresionante sentir su calor y lujuria de su cuerpo en mi

-como había deseado este momento Miguel…

-yo también tía y que sabrosa estas…

-me tienes bien enganchada, aghhhh… aghhhh…  te siento muy especial dentro de mí, está más gorda que la de tu tío, para tu edad estas muy sabroso

-tu estas bien suculenta, tu cuevita es una maravilla ohhhh… Bocatti di cardenali…

Me mantuve quieto un rato mientras ella se amoldaba a mi verga, empezó con movimientos pélvicos muy despacio todavía estaba acostada sobre mí y mis manos agarrando sus nalgas, que delicioso sentía, mi tía estaba de lujo, de repente levanto su pecho con sus manos subiendo sus nalgas se la saco, se ensarto de nuevo, subía y bajaba a placer, estire las manos para agarrar sus pechos desnudos, estaban duros y bien formados, guau… eran hermosos, cabían en mis manos, primero solo los toque con mis manos y después estaba masajeándolos con fuerza, me encontraba excitado con su cuerpo, pude contemplar la forma en que tenía su vello púbico, un pequeño mechón de pelos adornaba su parte superior de su vagina, de repente me paraba y le besaba sus senos, ella aprovechaba el movimiento para darme un beso apasionado, se movía frenéticamente y alcance a escuchar un quejido fuerte pero puso las manos en la boca tapando los sonidos y sus piernas empezaron a temblar, se recostó en mí y sus pechos en los míos, me daba muchos besos, casi no podía moverme porque no me dejaba

-mi amor… mi amor que sabrosa esta tu verga, no pensé que la tuvieras tan gorda y tan grande, empezó a venirse, aghhhhh…

-tia, como estas de caliente

-aghhhhh… aghhhhh… ohhhhhh… se estaba viniendo rico

-bueno tía, déjeme moverme para disfrutarla, está usted muy buena y apetecible

Empecé a moverme gozándola en todo su esplendoroso cuerpo, empecé con un frenesí diabólico agarrando sus nalgas, empezó a gemir cuando sin querer toque por error su culito, gimió mas al tocarlo y ya no quise mover mi mano de allí, seguí con mi mete y saca y empezó otra vez a temblar tapándose de nuevo la boca gimiendo hasta quedar desfallecida, sentí mi verga que se ponía muy dura y logre una venida grandiosa dentro de su ella que se desbordándose por los lados, quite mi dedo de su culito, quedamos los dos tirados por un rato hasta que se salió mi verga de su interior flácida y cansada, había estado estupendo, el mejor “palo” de mi vida… en ese momento me llamo la atención un movimiento en la escalera y alcance a ver unos pies que iban subiendo, no sé quién era, le pregunte por Karina y me dijo

-está “muerta” por el vino y no se despertará ¿Por qué me preguntas?

-nada más para saber…

Tuvo la preocupación de ponerla “bien peda” (borracha) antes de bajar conmigo y me sonreí, pero ahora era cuestión de investigar quién nos había visto.

Tuvo dos orgasmos grandiosos por lo que me puse a pensar porque mi tío no la satisfacía, me tuvo un rato pensando hasta que la miré que casi se queda dormida en mis brazos, la desperté moviéndola un poco

-debe de subir y no quedarse a dormir aquí, le dije

-está bien, dijo y sonriendo con su pícara sonrisa “tú eres el encargado” dijo, poniéndose la bata y subiendo muy sensual por la escalera y desapareciendo en ella…

Haciéndome sonreír también, me dejo complacido y extenuado. La seguía tratando con respeto a pesar de que lo que había sucedido momentos antes.

  • : Mis tios se divorcian, no puedo creer que haya canbiado de orientacion sexual
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 05” (POR MARTINA LEMMI)

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Miss Karlsten no cabía en sí de la sorpresa ni de la indignación; no lograba dar crédito a sus oídos.  Era tanto su enojo que hasta tironeó inútilmente de los grilletes que retenían sus muñecas aun sabiendo bien que no podían ser abiertos por quien permanecía cautivo.
“¿Qué… estás diciendo?” – masculló, mostrando los dientes y girando la cabeza por sobre su hombro.
“Lo que oye, Miss Karlsten – respondió el androide -; el mandato de mi cerebro positrónico me impide hacer daño a una persona”
“¡No me vengas con tecnicismos absurdos! – vociferó Miss Karlsten, cada vez más contrariada y fuera de sí -.  Yo soy tu dueña y te estoy dando una orden… Tu maldito cerebro posinosecuanto bien te dice que debes obedecerme… ¡Dime que no te compré para que simplemente hagas o dejes de hacer lo que simplemente te venga en gana!”
“No se trata de lo que me venga o no en gana, Miss Karlsten; es mi mandato instalado, son las leyes de Asimov que, al estar jerarquizadas unas por sobre otras, me imposibilitan de realizar ciertas acciones.  La segunda ley reza: un robot debe obedecer las órdenes impartidas por un ser humano en la medida en que tales órdenes no entren en conflicto con la primera ley.  Pues bien, Miss Karlsten, la primera ley, tal como se lo he recordado hace un momento, me impide hacer daño a un ser humano; por ende, se impone en orden de jerarquía por sobre la segunda y ello me impide cumplir con lo que usted me ha ordenado… Le repito que lo siento”
El rostro de Miss Karlsten lucía desencajado y cada vez más de rojo de furia.  Crispaba sus puños y masticaba rabia, mientras maldecía y moría de  ganas de golpear a alguien en caso de poder hacerlo.
“¡Libérame! – ordenó a su androide con sequedad -.  ¡Libérame ya, pedazo de lata!”
La junta de accionistas se hallaba reunida en el piso setenta y cuatro del hotel Robson Plaza pero en esta oportunidad no se trataba de ninguna presentación en sociedad de producto alguno ni  tampoco de ninguna puesta en común sobre posibles estrategias futuras de World Robots.  El hecho de que Sakugawa hubiese pagado la reserva de un piso completo en tan lujoso y prestigioso hotel obedecía esta vez a razones festivas ya que, de hecho, era a tales fines que habitualmente se destinaba ese piso.  Siendo él el principal anfitrión y animador de la fiesta, se ocupó de llegar en último lugar como dándole a su llegada el carácter central que merecía.  La orquesta, de hecho, dejó de tocar apenas él se hubo hecho presente en el lugar y bastó que la música cesara par que el poderoso líder empresarial se subiera a una tarima que hacía las veces de escenario para hablar desde allí a los presentes, los cuales, por cierto, eran todos hombres.
“Señores – anunció -.  Hace apenas semanas tuve el agrado de reunirlos y dirigirme a ustedes para presentarles el lanzamiento mundial de nuestros Erobots.  Hoy, a tan poco de aquel glorioso día, tengo el agrado de oficiar como vuestro anfitrión para lo que nos convoca, que es simplemente festejar el éxito arrasador y absoluto de nuestros androides que han revolucionado totalmente el mercado de consumo elevando el precio de nuestras acciones a valores históricos…”
Un aplauso cerrado coronó sus palabras; Sakugawa, siempre fiel a su estilo, se mantuvo sonriente y cortésmente aguardó a que el mismo mermara para continuar con su parlamento.
“Por lo tanto, señores, este día sólo es de… ¡fiesta!”
Como si sus palabras estuviesen dotadas de poderes mágicos, una pared se abrió por detrás de él apenas las hubo pronunciado y recién entonces se percataron los presentes de que, en realidad, lo que habían tomado por un sólido muro no era otra cosa que un gran telón camuflado el cual, al correrse,  dejó ver a un grupo de empleados que avanzaba hacia el centro del salón llevando sobre ruedas una inmensa torta que tendría unos dos metros de altura por seis de diámetro.  Desde ambos flancos de la misma, se fueron desplegando dos hileras de mozos que, portando bandejas con champagne, se desparramaron por todo el salón ofreciendo a cada accionista una copa con la burbujeante bebida.  Desde algún lado resonó un redoble y alguien se acercó a la torta para tomar una enorme cinta que salía desde un gran moño que coronaba la enorme estructura y llevar el extremo hasta alcanzárselo en mano a Sakugawa quien, agradeciendo con un asentimiento de cabeza, lo tomó entre sus dedos.  El líder empresarial caminó hacia atrás tirando de la cinta y, al hacerlo, la torta se desarmó por los costados con suma facilidad permitiendo que, una vez que los flancos cayeran derribados, un mar de hermosas muchachas quedara a la vista de la concurrencia, la cual lanzó al unísono una gran exclamación de asombro.  Las chicas fueron saliendo del interior de la torta y el sólo verlas era, por cierto, un festín en sí mismo, suficiente como para justificar la presencia de cualquiera en aquel particular evento.  Algunas lucían en bañador, otras en ropa interior o con ligueros, otras daban un look más ejecutivo al estar enfundadas en ajustadísimos vestidos y no faltaban, por supuesto, ni las colegialas, ni las mujeres – gato, ni las enfermeras, ni las diablitas o las mujeres policía;  todas, sin distinción, sólo rezumaban sensualidad por cada poro y llamaban, con su sola presencia, a la lujuria más feroz.  Las había rubias, morochas, castañas, pelirrojas o bien con cabellos teñidos de colores exóticos y extravagantes.  Las había más pulposas, más menudas, más esbeltas o más avasallantes, algunas con más cola, otras con senos portentosos o bien dotadas de magníficas y estilizadas piernas, pero lo cierto era que todas juntas en un mismo lugar constituían un cuadro dotado de tanta belleza que atiborraba y aturdía los sentidos, dando a cualquiera que allí estuviese la sensación de hallarse en el mismísimo paraíso.
“¡Señores! – anunció Sakugawa -.  Con ustedes nuestras invitadas de honor y, en buena medida, protagonistas centrales en el éxito que estamos disfrutando en estos días: las… ¡Ferobots!”
Una nueva exclamación de asombro surgió de entre los presentes quienes, aun después del impacto logrado con el producto que habían lanzado al mercado semanas atrás, no dejaban de sorprenderse cada vez que se hallaban cara a cara con el mismo y  sus ojos eran testigos de la increíble calidad de las réplicas; ni qué decir al verlas juntas y en semejante número.  A medida que las muchachas emergían de la torta se fueron desplegando y yendo hacia los azorados accionistas que las miraban con ojos hambrientos de emociones fuertes; en cuestión de segundos no había uno solo que no tuviera encima de él a algún Ferobot que no paraba de besarlo o de toquetearle los genitales.  Si sólo con tal escena no fuera de por sí suficiente y cuando parecía que ya todas las chicas hubieran salido de la torta, una segunda tanda comenzó a hacerlo y, con ojos que no cabían en sí por el encandilamiento, los presentes vieron surgir de allí a varias de las más conocidas y hermosas actrices, modelos o cantantes del mundo, o mejor dicho… a sus perfectas réplicas, las cuales se fueron arracimando en torno a Sakugawa y se ubicaron sobre él, unas de pie y echándole los brazos alrededor del cuello, otras con una rodilla en el piso y acariciándole la entrepierna.
“¿No recordaste incluir ningún Merobot en la torta?” – protestó, aunque en tono de sorna, un accionista conocido por sus preferencias homosexuales, lo cual motivó la risa generalizada.
“Por supuesto que me acordé de ti” – respondió Sakugawa luego de reír él también.
Como corolario a sus palabras, un hermoso joven de fulminante belleza y atlética contextura se convirtió en el último en salir de la torta: marchaba absolutamente desnudo y luciendo entre sus piernas un espléndido falo que no pudo menos que levantar un coro de murmullos de admiración,  en tanto que el accionista que había hablado instantes antes se relamió lascivamente.
Tal como las cosas estaban dadas, no había necesidad de preguntar cómo seguía la fiesta.  Los hombres se entregaron a la lujuria absoluta en brazos de aquellos robots que, aun a pesar de su artificial condición, lograban lucir sedientos de sexo.  Así, las distintas Ferobots fueron pasando alternadamente por la verga de cada uno de los accionistas, algunos de los cuales se perdieron y hasta desaparecieron en el medio de un mar de piernas, senos y nalgas en el cual no era difícil zozobrar.  Echados sobre los sillones o diseminados a lo largo de las alfombras, los invitados simplemente se entregaron a la pasión y el descontrol de aquella robótica orgía, mientras uno de ellos, de manera muy especial, se encargaba de dar cuenta de la magnífica verga del único Merobot que había en el lugar. 
Sakugawa era uno de los que estaba perdido en aquel océano de belleza y lujuria.  Echado de espaldas sobre la alfombra, dos de las más afamadas y hermosas actrices del cine mundial se dedicaban a lamerle el miembro a un mismo tiempo,  mientras que una de las más celebres y cotizadas top models del mundo se dedicaba a lamerle con fruición los testículos y otra, casi sentada sobre su rostro, le hundía la vulva en la boca haciéndole hasta difícil respirar al empresario: tal escena, claro, bien podía verse como exagerada, ampulosa u orgiástica en exceso, pero en realidad era sólo una más en el contexto del festejo que estaba llevándose a cabo en el piso setenta y cuatro del Robson Plaza…
En medio de tal pandemónium, Geena, la secretaria de Sakugawa, ingresó al salón procedente del vestíbulo en el cual había permanecido hasta el momento: su ropa de ejecutiva pacata y sus lentes desencajaban por completo en aquel mar de lujuria y, al caminar, debía esquivar los manotazos que le arrojaban aquellos brazos que salían de entre una marea humana para tratar de asirla y, casi con seguridad, de sumarla.  Seria y profesional, sin embargo, Geena esquivó con habilidad cada intento pareciendo concentrarse en el motivo que la había llevado hasta allí.  Portando en la mano un “caller”, al cual se advertía claramente encendido, se paró en el centro del salón y giró sobre sí misma mirando en todas direcciones como si buscase a algo o a alguien.  Cuando finalmente logró distinguir a su jefe en medio de aquella demencial barahúnda de sexo colectivo y desenfrenado, caminó prestamente hacia él debiendo, cada tanto, dar saltitos para no pisar a nadie, ya fuera hombre o robot, en aquella ciénaga de cuerpos. 
“Señor Sakugawa – le dijo, inclinándose un poco para que el empresario pudiera verle y oírle por entre las réplicas de actrices y modelos que sobre él se abatían -.  Tiene un llamado…”
“Bien sabes que no estoy para nadie – respondió, desde el piso, el empresario, cortésmente pero a la vez con firmeza -.  A quienquiera que sea, dile que ahora estoy… mmm… muy ocupado…mmmmmmmfff…” – cerró sus palabras enterrando su boca en la vagina de la sensual modelo replicada que tenía encima.
“Lo sé, señor… – se disculpó la secretaria -.  De hecho, se lo expliqué, pero… insiste en que quiere hablar con usted…”
“¿Quién puede ser tan importante como para….mmmmfffffff… merecer que yo quite mi boca de aquí para…mmmmffff… hablarle?”
“Es Miss Karlsten, señor…”
La mención de ese apellido pareció funcionar como un reloj despertador para Sakugawa.
“¿Carla?  ¿Qué le pasa a esa viciosa degenerada?  Pásamela…”
La muchacha le tendió el “caller” que el empresario tomó sin siquiera amagar a levantarse del piso; echó un vistazo a la pantallita para comprobar que el rostro era el de Miss Karlsten y, una vez habiendo comprobado que así era, dispensó a las Ferobots que sobre él se hallaban.
“Les pido que sepan disculparme, hermosas damas – dijo, con total galantería -.  Créanme que en un momento estaré con ustedes… Mientras tanto…hmm… ¡entretengan a mi secretaria!”
Las cuatro réplicas giraron sus cabezas a un mismo tiempo y Geena se sintió como ante un hato de vampiresas sedientas de sangre; sin embargo, lo que aquellos ojos dimanaban no era sangre sino… sexo.  La joven no pudo evitar ponerse nerviosa y miró hacia todos lados; los Ferobots, en un santiamén, se arrojaron sobre ella como aves de presa y, sin más prolegómeno, se dedicaron a desnudarla: en cuestión de segundos y sin solución de continuidad, la habían despojado de la blusa, la falda tubo, el sostén,  las bragas y hasta de los lentes.  Geena, de todos colores, se removía para librarse del mar de manos que se abatía sobre su anatomía pero a la vez luchaba contra una extraña excitación que la llevaba a entregarse al torbellino no sabía si en contra de su voluntad o, más bien, respondiendo a una voluntad oculta y reprimida.  A los pocos instantes, la joven yacía en el piso absolutamente fuera de sí y entregada por completo al éxtasis desenfrenado de dos top models que le lamían los senos, así como a una prestigiosa actriz que le enterraba la lengua en su vagina y a otra más que hacía lo propio pero dentro de su boca y llegándole casi hasta la garganta.
“¡Carla! – saludó, sonriente, Sakugawa mirando a la pantalla del “caller” mientras permanecía ladeado y acodado sobre el alfombrado -.  Primero que nada, quiero felicitarte y agradecerte porque he visto tu nombre entre nuestros clientes VIP y verdaderamente es un gusto y a la vez un honror para nosotros tenerte allí… He solicitado de hecho un descuento especial para ti porque fueron muchas las deudas que hemos logrado cobrar gracias a la Payback… Pero, ¿qué te lleva a llamarme?  Estoy en una reunión importante…” – cerró sus palabras con una mueca mordaz que era todo un guiño para su interlocutora.
“Sí, ya me he dado cuenta de lo importante que es tu reunión – ironizó Miss Karlsten,  con el semblante y el tono de voz notoriamente alterados -.  En cuanto al descuento especial, te lo agradezco, pero el precio que he pagado sigue siendo caro si tu robot no me sirve…”
“¿Hubo algún problema? – Sakugawa enarcó las cejas y su rostro viró hacia una expresión ligeramente preocupada -.  De ser así te recuerdo que tu Erobot está en garantía y que, incluso, si lo deseas, se te puede devolver el dinero en caso de que el equipo no te haya dejado satisfecha o inclusive cambiártelo por uno nuevo sin cargo alguno…”
“Se niega a obedecerme” – le cortó en seco Miss Karlsten; Sakugawa frunció el ceño.
“¿Cómo dices?”
“Lo que oíste…, se niega a obedecerme…”
“Hmm, no debería ocurrir eso: la segunda ley de Asimov lo lleva a obedecerte…”
“Me sale anteponiendo la primera ley…”
“¿Primera ley?”
“Primera ley”
Sakugawa quedó pensativo; levantó por un momento la vista hacia el pandemónium sexual que bullía a su alrededor pero sólo lo hizo por mirar hacia algún punto indefinido, como si buscase alguna respuesta entre el festín de cuerpos danzantes.  Luego bajó nuevamente los ojos hacia el “caller”.
“Pero la primera ley es la que imposibilita a un robot a hacer daño a un ser humano…” – repuso, confundido.
“Exacto… Y allí está el problema…”
El líder empresarial pareció entender súbitamente, tal como lo demostraron sus ojos al abrirse enormes y el asentimiento que hizo con su cabeza.
“Creo que… voy entendiendo, pero… Carla… Comprendo y respeto tus preferencias fetichistas pero… no puedes de ninguna forma pedirle a tu robot que golpee, castigue o torture a ninguno de tus muchachos…”
“No lo he hecho” – repuso, terminante, Miss Karlsten.
Sakugawa pareció aun más confundido que antes, como si la súbita luz que había creído llegar a ver sobre el asunto se hubiera difuminado muy rápidamente.
“Entonces… no estoy entendiendo, Carla… ¿Puedes ser más explícita?”
“Le ordené que me golpeara…”
El tono de la confesión sacudió al empresario e incluso la propia Miss Karlsten, a pesar de la seguridad al pronunciar sus palabras, daba la impresión de haberlas soltado como resultado de una profunda batalla interna en la cual finalmente se había resignado a la derrota.  Para ella era terrible admitir lo que acababa de admitir, pero a la vez su indignación era tan grande que no podía dejar de hacerlo… Sakugawa achinó los ojos un poco más de lo que ya los tenía y parpadeó varias veces a toda velocidad.
“Carla… – dijo -; no sabía que también tenías ese costado…”
“No es de lo que estamos hablando – le interrumpió ella con acritud -.  He comprado un producto y exijo que me satisfaga…”
“Hmm, entiendo, pero…, bien, esto es algo inesperado; debo confesar que me tomas por sorpresa porque no habíamos pensado en la posibilidad de que los Erobots no fueran aplicables a ese tipo de prácticas… Tal como te he dicho y como seguramente él mismo lo debe haber hecho al presentarse, su mandato positrónico no le permite hacer daño a seres humanos…”
“Pues bien, en ese caso déjame decirte que tu producto es imperfecto desde el momento en que no contempla la posibilidad de que, a veces, dolor y placer pueden ir de la mano…”
“Claro, claro,  te entiendo… – decía Sakugawa rascándose la cabeza -.  Mira, el problema es que el robot no tiene forma de unir ambos conceptos ya que para él son contradictorios…”
“¿Y no hay forma de resolver esa contradicción?  ¿No se lo puede adaptar?” – preguntó Miss Karlsten, molesta.
“Hmm, te diría que no.  Es decir: el cerebro positrónico es un sistema en sí mismo; si alteramos una de sus partes corremos riesgo de alterar el todo y en ese caso la compañía no puede hacerse responsable por las fallas del Erobot o las consecuencias que ello pudiera traer… Si buscas una forma de que disocie el… golpearte del concepto de daño, creo que debes apuntar a otro lado…: hacer que lo vea desde la lógica, pero por nada del mundo  tocar sus circuitos…”
“Ahora soy yo quien no está entendiendo…”
“Claro… – dijo el líder empresarial, levantando algo más la voz para lograr hacerse oír por sobre los alocados gemidos de su secretaria,  quien sucumbía ante los cuatro Ferobots que la habían convertido en objeto de festín -.  Los Erobots tienen sensores que detectan la actividad de la mayoría de los neurotransmisores del organismo humano; por lo tanto son capaces de saber cuándo la persona está sintiendo dolor o placer según cuáles sean justamente los neurotransmisores que entren en acción.  Viéndolo desde la lógica, dolor y placer no son para un robot conceptos compatibles ya que ponen en marcha distintos mecanismos orgánicos que son contradictorios entre sí.  Habría que buscar la forma de que el robot viera que no hay incompatibilidad…”
“Pero, ¿cómo podría hacerse eso?”
“Hmm, Carla…, eres lo suficientemente inteligente y perceptiva.  De lo que te estoy hablando es de hacerlo presenciar una demostración práctica: que el robot vea qué es lo que ocurre cuando eres golpeada y que, de ese modo, pueda percibir que estás gozando y no sufriendo…”
“A ver si te entiendo correctamente… ¿Me estás diciendo que tal vez debería dejarme azotar en presencia del robot como para que de ese modo él vea que lo disfruto?”
“Claro, querida… El problema, desde ya, será cómo lograr que el robot se mantenga inactivo durante la demostración ya que la primera ley de Asimov no sólo le impide hacer daño a un ser humano sino también dejar que éste sufra daño por su inacción”
“Hmm, entiendo…” – dijo lacónicamente Miss Karlsten en un tono en el que se mezclaban su azoramiento ante la inusual sugerencia del empresario  y su decepción ante las aparentes limitaciones para llevar a la práctica el plan.
“Otra cosa no puedo decirte, querida Carla… Lo dejo librado a tu inventiva que sé que no es poca, je… Ahora te pido mil disculpas pero debo dejarte y seguir con la reunión… Recuérdalo: si quieres otro androide, no hay problema en cambiarlo aunque, claro está, volverás a tener el mismo problema.  Y si, directamente, no estás conforme con el producto y deseas devolverlo se te reintegrará el dinero por completo”
Sakugawa se despidió cortésmente de Miss Karlsten y notó en la parquedad verbal de ésta claros síntomas de preocupación y desencanto.  Miró en derredor y no pudo evitar sonreír al ver a su secretaria llegando a su tercero o cuarto orgasmo ininterrumpido mientras era llevada al éxtasis más idílico por cuatro hermosas Ferobots.  La vida es para vivirla, se dijo el empresario, en el mismo momento de arrojarse casi como un clavadista  sobre el quinteto…
Desde la charla que mantuviera en el auto con su amigo Ernie, Jack no había dejado nunca de pensar en los Ferobots.  Había, de hecho, recorriendo con su ordenador el sitio de World Robots a los efectos de ver el catálogo y los diferentes modelos.  Se detuvo particularmente en las fichas de presupuesto, las cuales el usuario se encargaba de ir completando con los datos necesarios de tal modo de ir construyendo el androide deseado para, finalmente, obtener un monto estimado.  Como no podía ser de otra manera, llenó dos fichas a las que cargó, obviamente, con los datos de Theresa Parker y Elena Kelvin ocupándose de mejorar los modelos con todo aquello que las hiciera aun más apetecibles de lo que ambas beldades, ya de por sí, eran; así, le aumentó, por ejemplo, el busto a Elena… Sin embargo, cuando la pantalla le arrojó los números, un cierto desencanto le invadió ya cayó tristemente en la cuenta de que el costo era para él bastante prohibitivo, a menos, claro, que pensase en sacar un crédito y en empeñar algunos de sus bienes: sus robots, el conductor y el perro, eran, por mucho que le doliese desprenderse de ellos, potenciales y más que probables artículos de venta.  Ello, claro, sería una decepción para Laureen, pero si se trataba de su esposa, no era ése, ni por asomo, el mayor problema a resolver: lo difícil seguía siendo, desde ya, el convencerla.  Se le ocurrió, al respecto, que la única forma era meter en la cuestión a algún Merobot y, evidentemente, el replicable más adecuado sería ese actor de culebrones que a ella tanto le gustaba.  Jack bien sabía que ya había fracasado la experiencia con el VirtualRoom, con el cual ella había manifestado sentirse vacía tras los “viajes” , lo cual ni siquiera había solucionado el hecho de que el guapo actorcillo fuese parte de los mismos. 
Había, inclusive, otro problema extra: si iba a adquirir dos Ferobots y un Merobot, la situación se haría harto más complicada para la economía hogareña.  Cabía, por supuesto y a los efectos de mantener más o menos conforme a Laureen, la opción de terminar adquiriendo sólo un ejemplar de cada tipo debiendo él, por lo tanto, renunciar a uno de los Ferobots.  Bien, era una posibilidad, pero… ¿a cuál renunciaba?  Por momentos pensaba en descartar la réplica de Theresa Parker pero le bastaba pensarlo para sentir que se desgarraba por dentro ante la resistencia que tal idea le generaba: ¿cómo renunciar a Theresa?  Pensaba entonces, como alternativa, en la posibilidad de dejar de lado a Elena, pero… no, imposible.  Su fantasía erótica sólo se vería satisfecha en la medida en que las incluyera a las dos; no podía volver a conformarse con una sola, no después de haber tenido a su alcance a la hermosa dupla y aun cuando sólo se hubiera tratado de un sueño virtual que, viéndolo ahora en retrospectiva, le resultaba insulso. 
Pensar, pensar, pensar…: eso era lo que tenía que hacer, jugar su movida con inteligencia; debía haber alguna solución para su dilema.  La tecnología le estaba prácticamente sirviendo sus sueños en bandeja; lo único que tenía que hacer era estirar los brazos tomarlos y, en todo caso, armar el mejor plan para llevarlo a cabo sin sacrificar su matrimonio ni su solvencia económica…
No era extraño que Carla Karlsten le convocase a su despacho tal como lo hizo ese día; constituía parte de la rutina de trabajo el que le llamase para solicitarle informes o bien acercárselos, o para darle detalles sobre alguna empresa de la cual había que obtener el pago de una deuda contraída con algún cliente de Payback Company.  Y aunque no fuera ninguna de esas variantes, estaba más que claro que, aun Miss Karlsten hubiese manifestado en infinidad de oportunidades que Jack no era su tipo, ella disfrutaba de hablar con él y lo tomaba como su confidente, sobre todo al momento de desembuchar sus más bajos deseos y pasiones.  Era una relación extraña porque no eran amigos y, de hecho, era dudoso que Miss Karlsten tuviese en su entorno gente a la que llamar así; más aun,en todo momento, Miss Karlsten hacía notar su superioridad jerárquica sobre Jack; y sin embargo, existía una especie de código compartido entre ambos que excedía a cualquier relación entre jefa y subalterno.  Cuando ese día Jack se presentó a la oficina de ella, rápidamente detectó en los ojos y en el semblante de su jefa que el motivo por el cual le había convocado no estaba vinculado a lo laboral.
“Toma asiento…” – le instó ella, secamente.
Jack, en efecto, se ubicó frente a ella, al otro lado del escritorio; le sorprendió, al mirar en derredor, no ver por el lugar a ninguno de los jovencitos que ella usaba para sus servicios del tipo que fuesen.  Cuando la oficina era, como lo era en ese momento, exclusiva para ellos dos, significaba que el tema convocante revestía un carácter diferente a los habituales, por lo cual requería ser tratado de manera privada.  Jack quedó allí, sentado y sin decir palabra, a la espera de que fuera su jefa quien rompiera el silencio producido tras la invitación a ocupar el lugar frente a ella.  La notó extraña: algo dubitativa y alejada de la habitual seguridad que irradiaba y,de hecho, no lo miraba directamente a la cara sino que tenía la vista perdida en algún punto indefinido de la alfombra.
“Bien, al grano – dijo, finalmente, Miss Karlsten, levantando la vista hacia él -.  He hecho una adquisición: un Merobot…”
Jack asintió, enarcando las cejas y frunciendo los labios; su gesto, no obstante, mostraba que no estaba del todo sorprendido.
“Lo sé – dijo, sonriendo -; sé reconocer el logo de World Robots y no es habitual ver pasar en dirección a tu oficina una caja que, sospechosamente, tiene el tamaño justo para llevar un símil humano en su interior… Me sorprendió en su momento porque siempre dijiste que preferías los muchachitos de carne y hueso. ¿Y bien?  ¿Satisfecha?”
“A decir verdad, no… – respondió ella meneando la cabeza -.  Es decir…, el robot responde sexualmente pero… no responde a todo lo que yo espero de él…”
“¡Caramba! No me decepciones que estoy pensando en comprar un par… ¿Y qué es eso a lo que no responde?”
“Le ordené azotarme… y no lo hizo” – disparó a bocajarro Miss Karlsten para, automáticamente, bajar la vista tras sus palabras.  De algún modo, parecía que se había sacado un peso de encima al pronunciarlas.
Jack abrió grandes tanto la boca como los ojos; estirando el cuello en dirección hacia su jefa, se llevó un dedo índice al lóbulo de la oreja y lo empujó hacia adelante como si tratara de oír mejor.
“¿Perdón?…” – preguntó, visiblemente sorprendido pero a la vez imprimiendo a su expresión un fuerte deje de ironía.
“Ya lo oíste; creo que no necesito repetirlo” – fue la lacónica respuesta de Miss Karlsten.
“¿Acaso… te decidiste finalmente a explorar ese costado oculto del cual me hablaste la vez pasada?”
“No te llamé para hablar de ningún costado mío, sino de mis problemas con el robot…”
“Ajá… ¿Y dices que no quiso azotarte?”
“No, no puede hacerlo; por primera ley de Asimov”
“Claro – asintió Jack -; no puede hacer daño a un ser humano…”
“Pero he llamado a World Robots y…”
“¿Te atendieron?” – preguntó él, extrañado.
“No sólo eso – dijo ella y, si bien no sonrió, exhibió la clásica mueca arrogante y triunfal que se apoderaba de su rostro cada vez que tenía oportunidad de hacer gala de su poder e influencias -; hablé personalmente con Sakugawa”
“No te burles de mí…”
“No lo hago; hablé con él…”
“Ajá… – aceptó Jack, cabeceando pensativo -.  ¿Y qué te dijo el samurai?”
“No me dio garantías de que funcione, pero me dijo que tal vez una posible forma de que el robot aceptase azotarme fuera viendo que yo disfruto y gozo con la azotaina…”
Una sonrisa se dibujó en los labios de Jack Reed, recorriéndole todo el rostro.
“Bien, esto se va poniendo divertido… – dijo -.  Ahora, dime, ¿para qué me llamaste?”
Miss Karlsten volvió a mostrarse insegura y dubitativa como al comienzo de la charla; dirigió otra vez su vista hacia el alfombrado y luego hacia los edificios de Capital City que poblaban la vista a través de los amplios ventanales.  Cuando habló, lo hizo como si le costara soltar las palabras y, de hecho, sin mirar a Jack.
“Tú sabes que eres para mí la persona en quien más confío dentro de esta empresa… Pues bien, se me había ocurrido que…”
“Ve al grano de una vez…”
Miss Karlsten se aclaró la garganta; giró la cabeza decididamente y miró a los ojos de su interlocutor.
“Lo que yo pensé, de acuerdo a lo que Sakugawa me sugirió, es que para que la cosa funcione, el robot debería verme siendo azotada y gozando con ello…”
Jack dio un respingo en su asiento; la jefa continuó hablando:
“No puedo exponerme a ser azotada por cualquiera ya que eso implicaría el riesgo de que saliera corriendo a contarlo…”
“Estamos de acuerdo – intervino él -; y convengamos, de hecho, que la poderosa Miss Karlsten siendo azotada es un muy jugoso rumor de corrillo…”
“Así es… Por esa razón he pensado en que lo ideal sería que si voy a ser azotada frente al robot, quien me propine esos azotes fuera la única persona en quien confío en todo este piso…”
Esta vez, más que un respingo, Jack Reed experimentó un violento sacudón en su asiento; se ahogó con su propia saliva y hasta debió tomarse de los apoyabrazos para mantener el equlibrio.
“¿Estoy… escuchando lo que creo escuchar?” – preguntó, desfigurado su rostro por la mueca de sorpresa.
“Jack…, no confío en nadie más…”
Él asintió con la cabeza, como evaluando la situación.  Una sonrisa se dibujó en su rostro por debajo del azoramiento.
“Créeme que es una propuesta interesante, je… Todos esos que se hallan ahí afuera – señaló con el pulgar hacia la puerta por encima del hombro -, estarían más que interesados en hacerte pagar unas cuantas… Pero, bien, creo que ya lo sabes…ése no es mi juego, no es lo que me gusta y, por lo tanto, no estoy seguro de poderte dar lo que quieres o de producir en el robot lo que quieres producir…”
“No es importante lo que el robot perciba en ti sino lo que perciba en mí…”
“Okey… ¿Y tú crees que podrás mostrarte ante él gozando mientras te azoto?  Después de todo, no soy tu tipo y no sé hasta qué punto la situación pueda llegar a excitarte si estoy involucrado en ella”
“Se trata de probar… – dijo Miss Karlsten y, por primera vez durante toda la charla, esbozó una sonrisa -.  Es absolutamente cierto que quizás yo no goce si sé que lo estás haciendo por obligación y sin comprometerte con el placer de azotarme como también lo es que, no siendo tú mi tipo, el efecto estimulador en mí no sea el mismo que pudiera ser con un hombre que me atrajese o bien con el robot mismo.  Pero puedo hacer el esfuerzo: concentrar mis pensamientos, imaginar otra situación, reemplazarte en mi mente por otro, no sé…; hay miles de caminos.  Es sólo cuestión de verlo…”
“¿Y el robot va a permitirlo?” – preguntó Jack levantando una ceja.
Miss Karlsten quedó momentáneamente en silencio.  Casi había olvidado que el propio Sakugawa le había advertido al respecto de la primera ley de Asimov y de sus implicancias en cuanto a que los robots no podían, por inacción, permitir que un ser humano sufriese daño.
“Es cuestión de verlo…” – repitió, simplemente, y bajó la vista hacia su escritorio a la búsqueda de la agenda de trabajo para el día.
Ni siquiera la conmoción por el peculiar pedido de su jefa logró abstraer a Jack de su obsesión por los Ferobots.  Al salir de su trabajo no pudo evitar pasar por uno de los locales de World Robots y, luego de extasiarse con la vista de las réplicas femeninas que le arrojaban sensuales miradas y besos soplados desde las vitrinas, entró para indagar por sí mismo acerca de las condiciones en que podían hacerse los pedidos.  La vendedora que tan cortés y seductoramente lo atendió (¿sería un robot?; llegó a preguntárselo), fue prestando particular atención a su pedido y, en efecto, en la medida en que iba cargando los datos en un ordenador que mostraba los eventuales resultados en pantalla, le iba poniendo al tanto de los costes y presupuestos, los cuales, por cierto y como no podía esperarse de otra forma, no distaban mucho de los que había indagado virtualmente en los sitios de la compañía.
“No son modelos complicados de hacer a pedido – le dijo la vendedora, siempre sonriente y agradable -; de hecho, el de Elena Kelvin lo piden bastante.  Theresa Parker no tanto, pero también nos lo han pedido, lo cual significa que ni siquiera demandarían demasiado tiempo puesto que se pueden usar como base las matrices ya utilizadas antes y, en todo caso, incorporarles los datos necesarios para adosar a cada androide los detalles que usted desease… En cuatro días, a más tardar, tendría los dos Ferobots listos…”
Una vez que le dio a Jack los presupuestos por ambos, éste no pudo evitar sentir una cierta vergüenza al pasar a preguntar por el Merobot, particularmente la réplica de ese actor que tanto encandilaba a Laureen.   La chica, sin embargo, no pareció sospechar  sobre la sexualidad a juzgar por su siguiente comentario:
“Ya veo: hay que dejar también contenta a la esposa, ¿verdad? – dijo, siempre tan sonriente y agradable; Jack la miró preocupado, llegando por un momento a creer que quizás le leyera el cerebro.  Ella pareció notarlo y seguramente a eso se debió su posterior aclaración -.  Es lo que les ocurre a la mayoría de los hombres casados que nos visitan: siempre tienen que llevar algo para sus mujeres… Y ese robot, particularmente, el de Daniel Witt, es también bastante pedido”
La vendedora le hizo, por lo tanto, el presupuesto del pack de tres robots: los dos Ferobots y el Merobot.  Tal como Jack sospechaba e incluso como había estado espiando con su navegador, los costos eran altísimos y ni siquiera ayudaba demasiado el hecho de que World Robots ofreciera un descuento especial cuando el cliente encargaba tres o más androides.  Podía, sí, desprenderse de los dos robots que poseía: conductor y perro eran firmes candidatos a ser considerados prescindibles.  Pero aun suponiendo que se desprendiera de esos y de otros bienes, su tarjeta de crédito no  disponía del cupo suficiente para semejante monto.  Si renunciaba a uno de los robots, posiblemente lograría que la compra entrase, pero…: ¿renunciar a Theresa?  ¿A Elena?  De ningún modo, eran las dos o no era nada…
Al momento de volver a subir a su vehículo, echó una mirada a su robot conductor, quien acababa de poner el mismo nuevamente en marcha para retomar el camino a casa.  Jack bien sabía que era una de las últimas veces en que lo vería hacerlo… Su mente, sin embargo, estaba lejos de allí y su siguiente acto lo evidenció.  Tomando el “caller” llamó a su jefa.  Miss Karlsten se mostró en la pantalla sorprendida ya que no era habitual que él la llamara a tan poco de haber terminado con su jornada laboral.
“Carla… – le dijo, con un deje de picardía en la mirada -.  Te propongo un trato: vas a tener los azotes que quieres recibir delante de tu robot, pero yo necesito que me prestes tu tarjeta de crédito para una compra…”
Cuatro días después, Jack ingresaba en auto a su propiedad como cualquier otro día.  Sin embargo, lo extraño del asunto, y Laureen lo notó, fue que no venía conduciendo su robot como era lo normal a diario.  Ya de por sí, le había extrañado no ver al perro correteando por el parque en todo el día y, de hecho, estaba esperando la llegada de Jack para preguntarle al respecto.
“Jack, ¿has visto a Bite?” – le preguntó ella apenas él descendió del vehículo y casi sin saludarle.  Jack, sin embargo, se mostraba sonriente y despreocupado sin, aparentemente, haber registrado en demasía la pregunta.
En ese momento, la puerta del acompañante se abrió y fue inevitable que Laureen acusara recibo de lo que desorbitados ojos vieron.  Las piernas le flaquearon por un momento y se notó que le tembló la mandíbula: en cuanto logró, siquiera por un momento, despegar los ojos del peculiar visitante, dirigió a Jack una mirada que era sólo interrogación.
“¿No vas a saludar a nuestro visitante?” – le preguntó él, abriendo los brazos en jarras y con una sonrisa de oreja a oreja.
“Jack… – musitó ella -.  No… estoy entendiendo… ¿Qué es esto?  ¿Qué está pasando?”
“¿Así es como me agradeces? – preguntó él, con ofuscación claramente fingida -.  ¿No vas a saludar al muchacho?  Creo que lo conoces…”
“¡Claro que lo conozco! – aulló Laureen, perdiendo la paciencia -.  Es Daniel Witt, el actor que bien sabes cuánto me gusta…, pero…, ¿qué hace aquí?  ¿Vas a explicarme o no?”
Mientras hablaba, el Merobot que imitaba al afamado y sexy actor, iba caminando a través del parque en dirección hacia la joven esposa, imprimiéndole a cada paso que daba una carga sensual tan fuerte como la que irradiaba su mirada, con la cual no paraba de devorar ni por un instante a Laureen.
“Es que… en realidad no es él – aclaró Jack, sonriente y acodado aún contra la puerta del auto -.  Es un Merobot, Laureen… Nuestra nueva adquisición…”
Ella volvió a clavar la vista en los ojos del androide y quedó petrificada.  Había algo en aquella presencia que la inmovilizaba de la cabeza a los pies: algo indefinible pero inconfundiblemente sexual.  Aquellos ojos azules que se le clavaban como puñales de deseo y aquel cuerpo fantástico que lucía enfundado en una remera ajustada y desgarrada como las que solía usar en las series que ella veía en televisión, sumado a esos ceñidos shorts de jean que marcaban bien su bulto: todo era una mefistofélica invitación al placer carnal.  Laureen, más que nunca, comprendió que la voluntad es una cosa… y el deseo… otra.
“Hola, Laureen…” – le saludó el robot y ella sintió un poderoso estremecimiento en cada fibra de su cuerpo.  No sólo era la estocada de oír su nombre pronunciado de labios de Daniel Witt, sino además la forma en que lo había pronunciado, capaz de desarmar a cualquier mujer.
Ella se sintió nerviosa; un convulsivo temblor dominaba todo su cuerpo.
“Bueno, chicas, ya pueden bajar del auto…” – instó Jack a viva voz.
Aunque le costó hacerlo, Laureen desvió la vista por un instante del increíblemente hermoso macho que tenía enfrente.  Su expresión de sorpresa, de todos modos, no mermó un ápice al comprobar que del asiento trasero del auto descendían la conductora televisiva Theresa Parker y la top model Elena Kelvin o, lo que ya para entonces podía suponer, sus perfectas e increíbles réplicas.  Se ubicaron una a cada lado de su esposo: una lo tomó por la mejilla y la otra apoyó un codo contra su hombro.
“Jack… – comenzó a decir Laureen, quien aún no podía salir de la sorpresa -.  No… sé qué es todo esto, pero creo que te estás equivocando.  No me parece que…mmmmmmfffffff….”
No logró terminar la frase porque ya el Merobot la había tomado por la cintura aplastándola contra su formidable pecho al tiempo que le introducía en la boca su roja lengua para besarla con una profundidad que Laureen distaba de conocer.  En un primer momento, pareció como si ella quisiera rehuir el contacto: agitó los brazos y manoteó el aire como si intentara liberarse del abrazo y del beso pero fue se trató sólo de un lapso muy fugaz; pronto se rindió mansamente ante aquella lengua que se confundía con la suya y que parecía moverse dentro de su boca como si tuviera vida propia o como si fuera un órgano sexual; en una más que obvia muestra de entrega, los ojos de Laureen se cerraron.  Una de sus piernas se flexionó doblando la rodilla y la otra se destensó, como cediendo ante la intensidad del momento: ya no había en ella signos de resistencia.
“Dale a Laureen un momento que nunca olvide, Daniel” – ordenó Jack y, en efecto, el robot respondió a la orden con toda prontitud.  Sin despegar ni por un instante sus labios de los de Laureen, se inclinó sobre ella obligándola a arquear su espalda, le cruzó un brazo por debajo de los omóplatos y otro por debajo de los muslos, la cargó en vilo y así, en brazos,  la fue llevando a través del parque en dirección al porche de la casa.  Parecía un flamante esposo cargando a su reciente esposa y llevándola al lecho nupcial para su estreno; de algún modo, quizás eso era…
Viendo la imagen, Jack sonrió pero a la vez no pudo evitar sentir un cierto acceso de celos.  Sin embargo, todo se le pasó rápidamente en cuanto sintió que, sobre la comisura de los labios, le jugaban las lenguas de las réplicas de Theresa y Elena.  Y si eso, de por sí, no era ya motivo suficiente como para ponerse a mil, sólo unos segundos después cada una de ambas llevaba una mano hacia el bulto de Jack y se dedicaba a masajearlo haciendo que el mismo se irguiera y fuera mojando el pantalón a ojos vista.
Desde lo alto, unos metros por encima del muro que hacía de límite a la propiedad de los Reed, un módulo espía se mantenía suspendido observando la escena.  Sólo durante un instante prestó atención a Jack y las muchachas; luego giró el lente y lo enfocó claramente hacia el robot masculino, quien seguía caminando en dirección a la casa llevando en sus brazos a Laureen Reed…
                                                                                                                                                                                         CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “El anito de Anita (05)” (POR ADRIANRELOAD)

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Después de esa tarde, mi madre empezó a sospechar algo. Cada vez nos dejaba menos tiempo solos y nuestros encuentros eran más esporádicos… así se fue terminando el verano y acercándose el momento en que Anita regresaría a su pueblo.

Llego el último día en que Anita estaría con nosotros. En el transcurso de la mañana y la tarde no se dio la oportunidad de que tuviéramos un último encuentro, mi madre la tenía entretenida alistando sus cosas para el viaje y las encomiendas que llevaría de mi padre a su hermano y su concuñada.

Pasaron las horas y mi mal humor aumento, así como la tristeza de ella. Cayo la noche, el tiempo se nos agotaba, ella partiría a la mañana siguiente… así que decidí arriesgarme…

Estaba en mi cuarto intentando dormir, pero no podía. Daba vueltas en la cama buscando una posición que me permitiera descansar. La idea de que la aventura, de esas vacaciones de verano con mi primita, terminara de esa forma no me dejaba conciliar el sueño, sentía que teníamos algo pendiente.

No aguante más… eran más de las 2 de la madrugada, me levante y lentamente me dirigí a mi puerta, sigilosamente abrí mi puerta, mire la puerta del cuarto de Anita y dude:

– Mi mama duerme como piedra, así que no hay problema, pero mi viejo tiene el sueño ligero… aunque esta noche se metió unos tragos viendo un partido de futbol, así que dormirá profundamente… pero con el viejo nunca se sabe… y si me atrapa de nuevo, ahora sí que no tendría una excusa… ¡qué diablos!… algo se me ocurrirá…. me dije justificándome por esa nueva incursión.

Con el corazón en la boca, me aproxime a la puerta de ella, gire la perilla (ufff vamos bien), ingrese lentamente y cerré la puerta con cuidado (listo, estoy dentro)… me disponía a ir a la cama pero… mejor le pongo seguro a la puerta, me dije… así lo hice, procurando no hacer ruido.

Ahora sí… enrumbe a la cama sigilosamente, procurando no tropezar nada que me delate. Una oportuna luna llena iluminaba la noche, y alumbraba el cuarto de mi prima, que dormía, cubierta apenas por una cobija, debido al calor se habrá descubierto, pensé.

Además, como era su costumbre, solo llevaba puesto un polo largo y debajo nada, mi primita era muy calurosa.

Sin hacer ruido y procurando no despertarla, me acurruque detrás de ella… descubrí sus bien formados muslos y sus nalgas. Anita seguía dormida, vaya que tenía el sueño pesado. Libere mi verga que lucía dura, ansiosa por disfrutar nuevamente del cuerpo de esa jovencita.

Dirigí mi pene a la entrada de su vagina y comencé a penetrarla lentamente.

– Pero, ¿qué?… reacciono ella, entre sueños.

Con una mano le tape la boca para que no gritara.

– Tenemos un asunto pendiente… le susurre y le metí gran parte de mi verga.

Ella se contrajo por la sorpresa y ahogo un grito entre mis dedos. Sin darle tiempo a reaccionar empecé a bombearla suavemente para no hacer ruido. Mientras tanto Anita, aun adormecida pero más consciente de la situación, levantaba un poco la pierna para permitir una mejor penetración.

Luego Anita pasó una de sus manos por detrás de su cintura, buscando mi pene. Pensé que quería acomodarse mejor, pero una vez que lo tuvo entre sus dedos, lo apunto hacia su ano… como ya se le había hecho costumbre en esas vacaciones.

No ajeno a sus deseos, y dado que era su despedida, accedí a ubicar mi verga en su pequeño y comelón agujero. Ajuste lo más que pude, hasta que entro la cabeza, y no pudiendo contenerme por la emoción del momento, se la enterré de un empujón casi toda.

– Ouuu… ohhh… exclamo en voz baja.

Anita prácticamente salto de su posición y me clavo sus dientes en mi mano, que aun cubrían su boca. Los dos contuvimos un grito de dolor: yo por mis dedos y ella por su ano tan bruscamente invadido. Era la primera vez que la penetraba así, sin dilatar previamente su arrugado anillo… y ella lo sintió.

Cuando se calmó y su respiración volvió a la normalidad, nuevamente comencé a bombearla lentamente. Ella se estremecía aun del dolor y el placer que le provocaba mi pene en su aun somnoliento cuerpo…

– Uhmmm siii… asiii primito… murmuraba agradecida.

Sus primeros gemidos se ahogaron entre mis dedos, mientras ella misma se dedicaba a masajear sus hinchados pechos, estrujándose sus endurecidos pezones, provocándose más placer. Quito mi mano de su boca y la guio a sus senos, incentivándome a que los acaricie…

– Dame masss… masss fuerteee… por favorrr… me susurraba.

– Pero no grites… le pedí.

– Si, siii… te lo prometo… no gritare… pero dame masss… me suplicaba ella.

Acelere las penetraciones, sus senos saltaban entre mis dedos, sus nalgas se estremecían con cada embestida… ella se mordía los labios para no gritar…

– Ohhhh… siii… asiiii… la escuchaba decir en voz baja.

La cama crujía, por momentos retumbaba, pero no nos importaba. Anita desfallecía de placer, tuve que ayudarla a levantar su pierna para que mi verga la siga penetrando hasta el fondo como ella quería. Mientras seguía pidiendo…

– Asiiii… asiiii primito… rómpeme el culo… ohhh… ohhh…

Llegaba al clímax y yo con ella… hasta que no pude más y le llene las entrañas con mi semen caliente…

– Ohhh… ahhhh… siii… que ricooo… ahhh… uffff…..

Le bese el cuello, ella busco mis labios desde su posición, nos besamos. Con mi verga sema erecta a punto de salir de su ojete quise jalarla hacia mí para besarla más cómodamente, pero ella se opuso:

– No aún no… me dijo aun excitada.

– ¿Por qué?… pregunte

– Quiero que me lo hagas otra vez…

– ¿Perdón?…

Ya me había arriesgado bastante con Anita, entrando al cuarto y a su ano… hasta ahora habíamos tenido suerte que mis viejos no hayan escuchado sus tibios gemidos, ni el sonido de la cama… sin embargo a mi primita no le importaba…

– Házmelo otra vez… me pidió.

Anita se iría en pocas horas a su pueblo, y ella no sabía cuándo nos veríamos de nuevo, cuando la atoraría otra vez como se le había hecho costumbre. Quería una cogida que recordara por mucho tiempo… quería irse satisfecha y con el culo reventado…

– Vamosss.. me insistió.

– Dentro de un rato, aún estoy agitado, y tu también… al menos recupera el aliento… le dije.

– No ahoraaa… por favorrr… dijo rogándome.

Y comenzó a menear su redondo y jugoso trasero suavemente por mi ingle, incitando mis genitales, despertando nuevamente mi instinto sexual, mi pene fue creciendo nuevamente dentro suyo.

– Epaaa… exclame, al darme cuenta que sus movimientos surtían efecto.

– Ya vez, que si puedes… me dijo con cierto tono de sarcasmo.

No solo había despertado a la niña, había despertado también el apetito sexual que tenía con ella y su incipiente gusto anal…

– Tú te lo buscaste… dije en voz baja y nuevamente arremetí contra su ano…

– Ohhh… Ohhhh… siii… asiiii… destrózame el ano….

– Tomaaa…

– Ohhh… hummm… ohhhh…

Rápidamente llego su segundo orgasmo, mientras yo seguía martillándole el trasero…

– Hummm… nooo… esperaaa… que no aguantooo… ohhhh

No preste mucha atención a sus débiles y ahogados gemido… estaba alucinado con su gordo trasero… no podía detenerme, seguía clavándola con fuerza…

– Ahhh… hummm… ayyy… mi anitooo… ouuu…. se quejaba.

– Tú lo quisiste…

– Ohhh… siii… sigueee… pero no tan fuerteee… ahhhh…

Sus tetas bailaban, saltaban… la cama retumbaba, sus exclamaciones eran más fuertes…

– Cállate… que nos van descubrir… le pedi

– Si, si… pero no pares… sigueee… hummm…

La muy glotona venia por su tercer orgasmo y yo me encaminaba a mi segunda eyaculación…

– Ohhh… asiii primito… acabameeee…

– Mierdaaa… que me vengo…

Una nueva explosión de mi leche caliente invadió su pequeña y joven cueva… los dos bañados en sudor (y ella en semen) nos rendimos exhaustos y completamente satisfechos en la cama… no supe más… hasta que…

Hasta que… sonó la puerta… me desperté aturdido… el sol entraba por la ventana… había amanecido…

– Anita, ya es hora de levantarse…

Ella se levantó asustada… ¡Carajo! mi vieja, no puede ser… tanto para que nos descubran el ultimo día, pensé… nuevamente tocaron la puerta.

– Abre un rato la puerta hija… insistió mi fastidiosa madre.

– Ya voy… respondió Anita, mirándome con pánico.

Anita se levantó presurosa y con la sabana manchada por nuestro encuentro nocturno, se limpió los restos de esperma de sus intimidades… giraron la perilla de la puerta, iba a entrar… por suerte le había puesto seguro a la puerta.

– ¡Escóndete!… me susurro, mientras ella ocultaba en el ropero la sabana manchada con mis líquidos seminales.

Me metí debajo de la cama como pude… tocaron la puerta. Ella abrió…

– Muchacha, sí que tienes el sueño pesado… se quejó mi madre.

– Si, tía… es que… decía Anita sin encontrar un pretexto.

– y tu cuarto… tu cuarto huele raro… dijo mi madre desconfiada.

Claro que olía raro, ¡olía a semen!, decía yo para mis adentros… si esta pequeña pervertida me exprimió hasta la última gota…

– Es que… es que… anoche… anoche hacía mucho calor tía… y creo que… creo que sude mucho… repuso mi primita.

– ¿Estás en esos días hija?… pregunto la inoportuna de mi madre.

Mi madre quería saber si los olores eran también producto del periodo de mi prima, de sus días rojos, quizás para corroborar que devolvía a mi prima a su pueblo intacta, bien sellada como vino… verificar tal vez que yo no le haya enseñado más de la cuenta a mi prima…

– Si, también… tía… dijo avergonzada Anita.

– Bueno, abre más la ventana para que se ventile el cuarto…

Estaba saliendo, pero se detuvo… ¡ya me jodi!… titubeo, y luego pregunto:

– ¿Has visto a tu primo Juan?

– No… No le visto… respondió con voz temblorosa.

– Ese muchacho ¿dónde se habrá metido?.

¡Si supiera!, ese muchacho se había metido en muchos lugares que no debía, sobre todo, y muchas veces, en el anito de su primita. También estaría metido en muy, pero en muy serios problemas si descubrían que en ese instante estaba metido debajo de la cama…

– Bueno… no importa… prepárate para el desayuno, en un par de horas regresas a tu pueblo… dijo finalmente mi madre y luego salió.

En esos breves minutos a mí me parecieron horas, creo que perdí como dos litros de agua y envejecí un par de años con la tensión de ser descubierto…

Para disimular, minutos más tarde, tuve que aparecerme por el jardín, vestido con ropa deportiva, con el pretexto que había salido a trotar…

Llego el momento de despedirse, mis padres la dejarían en la estación del autobús, preferí quedarme en casa para evitar alguna suspicacia de último minuto… nos dejaron unos momentos solos:

– Gracias por todo primo… me dijo con una sonrisa triste.

– Cuídate primita… siempre estarás en mi corazón… le dije abrazándola.

– Y tú en mi calzón… me susurro traviesamente al oído, tuve que contener la risa.

– Bueno es hora de irnos… dijo mi padre.

– Adiós Anita…

Luego se marchó, dejándome gratos recuerdos de los momentos que vivimos juntos ese verano…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: “A la luna ” (POR VIERI32I)

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Los médicos estamos acostumbrados, para bien o para mal, a lidiar con la muerte. En el hospital, día a día, noche tras noche, nuestras experiencias terminan transformándonos no en seres inhumanos pero sí en personas más metódicas, calculadoras. Menos emotivas. Porque las emociones conspiran contra esa serenidad necesaria en nosotros. Cuando comencé mis prácticas a los veinticuatro años, veía a un paciente y tendía a ver números, informes, imágenes y exámenes complementarios a su alrededor antes que a una persona. Hacía que todo se me hiciera más llevadero.
Pero todo dio un vuelco cuando conocí a una mujer en una fría tarde en el jardín del hospital. Estaba agotado tras una jornada larga en la sala de pediatría oncológica. Había una pequeña niña ingresada, Anita, que me encandiló con su actitud altanera, sus chispeantes ojos y su sonrisa pícara; siempre conversadora, siempre dialogando conmigo sobre noticias del mundo del fútbol, por más raro que pareciera en una chica. Como yo era el más joven en la sala, me solía reclamar para que me sentara al lado de su cama y la escuchara por largo rato.
Mi supervisora me decía, aguantándose una carcajada, que aquello también era parte de las prácticas.
Pero me jodía tocar la manita de alguien que no había vivido ni un tercio de lo que yo, ver esa inocente sonrisa, casi desconocedora de que había algo dentro de ella que de un día para otro nos la arrebataría. Me tocaba tanto la moral, se me querían destruir los números, informes e imágenes que forjé a su alrededor, que cuando la niña se ponía a dormir debía salir sí o sí a respirar aire puro en el jardín. Era mi terapia diaria para tratar de armarme de valor, de reconstruir mi muralla y volver con todo al rodeo.
Así que un día de esos, sentado en el banquillo, intentando asimilar todo ese vendaval de emociones, tratando de aparentar el hombre que aún no era, se sentó a mi lado una mujer. Y cuando la miré… ¿para qué voy a mentir? Era, por dios, la mujer más hermosa que jamás había visto. ¿Qué? Lo digo en serio. O sea, no era de ese tipo de mujer con el cuerpo tallado tras horas, días, semanas, meses, años y siglos en un gimnasio, que viste provocativa y se remoja los labios todo el rato. No.
Y no es que la cursilería fluya en mí, pero por dios, recuerdo que cuando la vi, todo dentro de mí se resquebrajó: mis números, mis informes, mis reportes, mis exámenes médicos, todo mi murallón fue partido; vaya usted a saber por qué, tal vez por estar emocionalmente destrozado o simplemente porque el café de aquella mañana tenía leche cortada.
Así que allí estaba ella, mirándome, sonriéndome, irradiada por el sol. Preciosa y larga cabellera rojiza, ojos verdes, pecosa; labios finos pero carnosos que esbozaban una pequeña sonrisa de hoyuelos atractivos. Se retiró un mechón de pelo viendo mi cara de idiota. 
—Siempre te veo aquí —dijo risueña—, todo abatido por cinco minutos, hasta que de repente te sacudes la cabeza, te levantas y vuelves a entrar.
Pero yo nunca la había visto. Y me sentía el hombre (¿muchacho?) más imbécil del mundo por no haberla notado entre el gentío, los médicos, los pétalos de flores del jardín que levantaban vuelo e iban y venían erráticos por el lugar. Veía todo eso pero nunca la había notado.
—Eso de sacudir la cabeza me asusta, chico, la verdad… Así que te traje esto.
Me acercó una flor liliácea de cinco pétalos alargados. Era parte de las flores que solían adornar el jardín. La tomé sin saber qué decir pero adentro de mi cabeza las cosas se revolucionaban: “Di algo, por el amor de Cristo, que seguro me cree mudo ya”.
—Te veo y más o menos entiendo lo que acarrea tu trabajo, chico. Esta es una flor conocida como “Malva”, y significa… bueno, básicamente, significa “Sé cuánto sufres”.
Entonces, los engranajes de mi cabeza empezaron a funcionar por fin en el momento que tomé del tallo. Soy lento, sí. Seis veces más lento que el promedio. Donde todos caminan, yo avanzo a saltitos ingrávidos, como si estuviera en la Luna.
—Gracias. Y… lamento haberte asustado, lo de sacudir la cabeza antes de levantarme es una manía que me la voy a sacar.
—A mí me parece gracioso. ¿Eres doctor?
—Practicante médico. ¿Y tú qué haces por aquí?
—Yo… vengo a menudo para ver a alguien especial. A veces, antes de retirarme, me detengo a ver el jardín. No sé quién es la encargada, pero te digo que sabe muy bien cómo hacer contrastes con los colores de las flores. Mira las orquídeas, los claveles, las rosas, los gladiolos… ¡Y las magnolias allí! Es realmente precioso, ¿no crees?
—Bueno —dije mirando el montón de flores agolpados, ese estallido de colores sobre el verde brillante del césped. Realmente yo no tenía ni puta idea de qué me estaba hablando. Para mí eran un montón de flores, bonitas, sí, pero para ella había una obra de arte cuidadosamente gestada—. Sabes un montón sobre flores…
—Tengo que hacerlo. Administro una florería, a dos cuadras de aquí nada más. Se llama “El Jardín”. Si un día quieres regalarle algo distinto a la novia, pásate un rato para comprar algún ramo, ¿sí?
Y se levantó para irse, llevando su cartera sobre el hombro, sacudiendo su cabellera. Solo un pensamiento asomaba. Podía sumirme en un caos mental; pensar en mi siguiente turno, o en mirar el mensaje vibrante que entraba en mi móvil, o incluso en qué frase podría haberle dicho para causar una mejor impresión. Pero nada de eso se me cruzó por la cabeza. Los hombres maquinamos distinto. Yo maquino en la Luna, para variar: 
“Tengo que verla otra vez…”.
A la mañana siguiente fui para charlar con Anita, era mi día de descanso pero aproveché para hacer algo productivo que no fuera ver televisión en un departamento pasado por tres tornados. La niña aún no sabía de la sorpresa que le había preparado: entré a la sala con un balón de fútbol que compré de venida, y tras previo permiso de mi supervisora, que no supe por qué motivos estaba bastante de mal humor, la llevé afuera, hacia el estacionamiento. La idea era jugar a los penales mientras discutíamos de por qué el rendimiento de nuestra selección de fútbol había caído tanto en picado.
Se le iluminaron los ojos y su sonrisa no amilanó en todo el día. Anita era muy buena pateadora y yo pésimo portero. Nuestra improvisada portería era solo la pared del edificio, mientras que los postes lo marcaban un par de pequeñas grietas. No había travesaño.
—Hoy es el cumpleaños de Natalia, ¿no es ella tu supervisora, Pablo? —preguntó preparando el balón en el suelo.
—No me digas. Eso explica esa cara que me ha puesto esta mañana. 
—¡Claro! Está enojada porque ninguno de sus alumnos le ha felicitado.
—¿Debería comprarle algo?
—Tú veras. ¡Allá va!
El remate de Anita terminó por estrellarse en el lado equivocado de la pared. Festejó un gol pese a haberlo fallado. Se lo reclamé. Me lo discutió porque “fue al ángulo”. ¿De qué ángulo hablaba, por Dios? Desistí porque sé que discutir con ella es un caso perdido.
Volvió a rematar cuando la pelota se acercó botando hacia ella. Ese remate sí que fue potente… para alguien de su edad. Pero demasiado elevado. Casi tocó la ventana de una habitación del segundo piso, de hecho. Abrimos los ojos como platos, todo tensos, aunque no pasó a mayores.
—¡La mandaste a la Luna, enana! 
—¡Ufa!… ¡Fue altísimo! En fin… vaya golazo, ¿no?
—Creo que necesitamos una portería de verdad —me reí.
—Oye, Pablo, ¿alguien mandó alguna vez una pelota a la Luna?
—¿Eh? Claro que n… Sí, hubo varios. Roberto Baggio, Sergio Ramos, ¡montones! Pero no es algo que se pueda conseguir con facilidad, así que no vuelvas a intentarlo porque no te va a salir.
Noté, mientras el balón botaba de vuelta hacia ella, que la pelirroja del otro día estaba pasando cerca del estacionamiento. Me miró de reojo y me saludó brevemente. Ni siquiera me di cuenta que Anita ya se estaba preparando para mandar un balonazo directo a mi cara. Nunca supe si fue su intención o solo un acto cruel del destino para hacerme quedar más idiota.
Minutos después, cuando se me pasó el entumecimiento, Anita se acercó abrazando su balón. Levantando la mirada al cielo, me dijo:
—Oye, Pablo… practicaré todos los días para mandarla a la Luna.
—¿En serio? No tiene sentido practicar fútbol para eso…
—Pues lo voy a hacer porque me dijiste que no es fácil.
Anita es muy inteligente aunque a veces no lo aparente. Hay sabiduría en sus palabras. Además supo que yo realmente no estaba del todo con ella; me lanzó el balón con sus manos y se rio de mí cuando en un acto reflejo la atrapé. O bien pudo haberse reído por la marca roja que me dejó en la nariz debido al balonazo que me había propinado.  
—¡Pablo! ¿Estás pensando en esa señora?
—¿Qué señora?
—Hmm… No te hagas. ¡Si está vieja para ti!
—¿¡Qué dices!? No estaba pensando en ella —mentí—. De todos modos, Anita, está difícil la cuestión con ella, ¿no crees?
—Eres tonto por lo que se ve. Si te dije que voy a mandarla a la Luna, lo voy a hacer, por más complicado que sea —señaló el cielo con su índice, sonriéndome. En ese momento se me estaba cayendo la quijada al suelo porque Anita me estaba asustando con esa mezcla rara de niñerías y madurez en su hablar—. Así que yo te pregunto a ti, Pablo… ¿tú también quieres ir a la Luna?
1. ¡Vamos a ir a la Luna! ¡Vamos a ir a la Luna, no porque sea una empresa fácil, sino porque es una difícil! (John F. Kennedy)
En la recepción del local “El Jardín”, una joven de largo pelo castaño y cara aniñada parecía estar metida en algún chat telefónico conforme masticaba un chicle. Carraspeé. Ella seguía inmutable, siempre fija en su móvil.  
—Disculpa —decidí tamborilear el mostrador—. Necesito ayuda.
Levantó la mirada un momento. Sin dejar de escribirle al novio o amiga, me señaló con su mentón un extremo de la tienda, allí donde el sol se colaba por entre las letras de la publicidad en la vidriera, allí donde las largas macetas de barro sobre los estantes lucían repletas de flores de varios colores.
—Habla con Susana, ella te va a atender —hizo un globo con la goma y lo reventó—. Estoy de descanso.
Avancé como pude entre los floreros que colgaban del techo y las macetas que entorpecían mi andar. De espaldas a mí, una mujer parecía hacer algún tipo de manualidad con las flores. Larga cabellera rojiza que caía lisa hasta media espalda, terminando en rulos. Llevaba un vestido blanco, largo. Se enmarcaba una cintura ancha pero atractiva. “Se llama Susana”, pensé. “Es un buen comienzo”.
—Disculpa, ¿Susana?
—Ah, ¿sí? —se giró. Allí cayeron de nuevo todos esos dogmas que forjé a mi alrededor—. ¡Mira quién ha venido! Chico, ¿estás aquí por un ramo para la novia?
—Dios santo…
—¿Qué te pasa?
Era preciosa. Un ángel. Se desbocaba el corazón; me estaba quedando de nuevo como el idiota que no quería proyectarle. Me di una zurra interna para despertarme.
—Susana, tengo un problema.
—¿Problema? Ah, ¿qué pasa con la novia?
—No, no hay novia. Me acabo de enterar que hoy cumple años mi supervisora… Mira, me he olvidado…
—¡Ja! Estás en problemas. ¿Y piensas regalarle flores?
—Nunca he regalado flores. Como dijiste que tu local estaba cerca, pensé en pasar…
Sin dejar de sonreír avanzó hasta un grupo de flores moradas para sacarlas de sus macetas. Limpiaba los tallos y de vez en cuando los medía con la mirada, antes de pasarle tijera. Las nivelaba.
—Tranquilo, te haré un ramo rápido. ¿Ya hablaste con ella?
—Sí, antes de venir aquí… Bueno, simplemente dijo que no pasaba nada. Que no había problemas, que tenía mucho trabajo y que hablaríamos luego.
—¡Pues tienes problemas, te digo!
—Lo sé. Espero que ese ramo funcione.
Tomó luego ramas verdes y fue incrustándolas entre las flores lilas y blancas que había tomado. “Lentisco”, como más tarde lo sabría. Todo lo iba incorporando hábilmente en su puño. Mejor dicho, entre dos dedos. Recortaba los tallos bajo su mano, que formaban una espiral.
—Bueno, hago ramos, chico, no milagros.  
Pasó una cinta gruesa para sujetarlas por la parte superior del tallo, y con un papel de seda color plata, las enrolló y me entregó el ramo de flores más pomposo que haya visto.
—Estas flores moradas se las conoce como Áster. Ideales para pedir perdón. Las flores rosadas son las azaleas, que significa aprecio. Y… estas blancas con fondo amarillo son narcisos. Estas son de mi parte: significa “Buena suerte”. Porque, chico, la vas a necesitar.
—Gracias. Espero que le guste… Por cierto, me llamo Pablo.
—Encantada. Paga a Paola antes de salir, es mi hija. Si te ha ayudado el ramo, espero que vengas a por más.
—Palabra, Susana.
Un par de horas después volví a la tienda. Solo estaba la joven, sentada en donde siempre, absorta en su chat. Levantó la mirada para verme y al instante volver a sus asuntos.
—No aceptamos devoluciones —contestó secamente.
—No he venido por una devolución. He venido para agradecer a tu madre.
—Pues se lo diré. Adiós.
—¿Tratas a toda la clientela así?
Resopló. Yo también.
—Si quieres hablar con ella, fue a la plaza en frente. La vas a ver rápido, está cerca de la fuente de agua, fue para ponerle nenúfares. 
—¿En serio? Mira, ¿me puedes ayudar un poco? Quiero otro ramo. ¿Tú sabes hacer un ramo?
Volvió a levantar la mirada. Oscura ya. Tragué saliva; la hija era aterradora.
—¿Quieres regalarle un ramo de flores a mi mamá?
—¿Hay un problema con eso?
—Yo sé que ella es muy bonita. Pero te cuento que no eres el primero que va tras ella, ni serás el último en ser rechazado. Eso sí, nadie ha cometido la estupidez de regalarle un ramo de flores a una florista.
—¿Pero qué te hace pensar que quiero algo con tu madre? —No, en serio. Primero Anita, ahora la hija. ¿Qué carajo estaba haciendo para llevar mis intenciones tatuadas en la frente?
—Y encima andas con novia y todo, buscando a una mujer mayor… ¿No te da vergüenza?
—¿¡Qué novia!? ¿¡En serio tratas a todos los clientes así!?
—¿Y para quién era el ramo que querías? ¡A los pervertidos los trato así!
—¡Escucha, solo quiero un ramo de flores para agradecerle el detalle que tuvo conmigo!
—¡Ya! ¿Por qué no elijes uno de los que ya está hecho?
La plaza estaba a rebosar de gente. Hombres de oficina, estudiantes, vendedores ambulantes; toda una amalgama de personas dispersas y disfrutando del cielo naranja del atardecer. La mujer estaba sentada en un banquillo cerca de la fuente de agua, no tardé en ubicarla.
Dio un pequeño respingo cuando me senté a su lado. Tal vez no me reconoció y se asustó. No la culpé, solo nos habíamos visto por contados minutos en toda nuestra vida.  
—Mi supervisora está chapada a la antigua, Susana, tu ramo me salvó la tarde —sonreí, acercándole un ramo repleto de flores púrpuras—. Tu hija me ha dicho que estas significan “Gracias”.
La mujer me reconoció y echó a reírse. Era preciosa. Un ángel. Y yo un idiota por regalarle flores a una florista.
—No, los crisantemos no quieren decir eso. Pero gracias.
—… Pues vaya con la hija, al menos debería saber algo del negocio…
—Oh, no te creas. Ella sabe y bastante. Y sabe perfectamente lo que significan los crisantemos en un ramo. Pero muchas gracias por el gesto, Pablo.
—¿Qué… qué significan entonces?
No pudo responderme porque blanqueó los ojos y pareció tambalearse. Cuando le pregunté qué le sucedía tampoco contestó. “¿Los crisantemos exorcizan demonios o qué?”. Eso sí, peligrosamente iba a caerse del banquillo así que la sujeté.
—Ehm… ¿Susana?
Miré para todos lados de la plaza; el gentío no se daba por enterado que esa mujer había caído en mis brazos. Literalmente hablando. Me levanté cargándola. Su cartera rodó por el suelo; brazos y piernas colgaban. Mis números, reportes y exámenes comenzaron a erigirse a mi alrededor. A forjarse para poder entender qué le estaba sucediendo. No había dado muestras de dolor, no había tosido, no hubo señales de vértigo. ¿Pudo ser algo de origen neurológico? ¿Tal vez un problema cardiovascular? ¿Arritmia?
—¡Chico, hay un motel aquí a tres cuadras! —gritó un hombre entre risas.
—¿¡No te da vergüenza!? ¡Podría ser tu madre! —gritó otro.  
—¿¡Qué dices, cabrón!? ¡Se ha desmayado! ¡Una ambulancia, por Dios!
2. Houston, tenemos un problema (Jim Lovell, Apolo 13)
La neurofibrosarcoma schwannoma es un tipo de cáncer de los cientos que vas a encontrar cuando paseas por los pasillos de un hospital como el mío. Es similar al que tiene Anita, peligrosamente cerca del corazón, aunque con variantes. Y era lo que Susana tenía, aunque en la columna vertebral. Deduje entonces que ella no iba al hospital para ver a alguien especial, salvo que “especial” sea el oncólogo. Como yo estaba en el primer año de mis prácticas, me tocaba el departamento onco-hematológico de la sala pediátrica, no la de adultos, razón por la cual nunca la había visto durante sus chequeos de rutina.
Y allí estaba yo, un día después de su desmayo, tratando de entablar conversación con su hija en la sala de espera. Sin móvil en mano parecía más bonita. Pero estaba nerviosa en su asiento, no paraba de tamborilear sus rodillas.
—Paola, ¿desde hace cuánto que tu mamá lo sabe? El tumor… 
—Un año, o casi un año. Lo de los desmayos parecía cosa del pasado tras las sesiones de quimioterapia, pero esto me preocupa un montón. Dios… No lo digas muy alto, Pablo —dijo mordiéndose el labio inferior, mueca preocupada—, pero me alegra que hayas estado allí.
—No pasa nada. Ahora, ¿qué significan las flores de crisantemo?
—¡Ah! ¿No deberías volver a tu trabajo?
—Estoy en mi trabajo. Respóndeme.
—Los crisantemos… Mira, mi mamá hace rato dejó de interesarse en una relación, así que por tu bien te conviene no inmiscuirte. Además —me miró de abajo para arriba—. ¡Creo que tienes mi edad!
—No respondiste mi pregunta. ¿Qué significan los crisantemos?
—¡Qué pesado con el tema! ¿Por qué no te vas a dar un paseo?
—¿¡Así tratas a quien ha salvado a tu madre!?  
—¡Uf, dios! ¡Significa: “No habrá más que amistad”! ¡Pisa tierra, chico!
Era una patochada. Sí, y me eché a reír de la situación ridícula y también para quitarme toda la tensión acumulada de esos días. Al principio la hija no desistía su ceño serio, pero luego esbozó una sonrisa al ver que su madre se estaba acercando a nosotros. Mi cara de idiota otra vez. Mis dogmas al suelo nuevamente.
—Me ha dicho el doctor Guerra —dijo ella, corriendo un mechón de pelo—, que un practicante ha estado muy activo en sus ratos libres, apurando, estudiando y consultando mis resultados.
—Ah, eso. El doctor Guerra no es mi supervisor, pero me sentía en deuda, Susana. Además tu hija se veía muy preocupada.
—Ya veo. Entonces fuiste tú quien dejó ese bonito ramo de crisantemos en la mesita de apoyo, a mi lado, con una nota que decía: “No sé lo que significan, pero no puede ser tan malo”.
—Dios…. —suspiró la hija, blanqueando los ojos.
Y Susana dijo algo que simplemente me volvió a destruir hasta las raíces.
—Bueno, Pablo, parece que quien está en deuda ahora soy yo. Así que estuve pensando, ¿te gustaría venir a cenar en casa?
No me salía la voz. Y para colmo ella sonriéndome con toda la dulzura del mund… de la luna. Me dio un beso en la mejilla para despedirse mientras me decía algo más. No pude escucharla muy claro, solo oía un lejano eco que parecía decirme “Mañana a las ocho”. Su hija, boquiabierta, se levantó y le tocó la frente:
—Paola, ¿me estás tomando la temperatura?
—Obvio, mamá —achinó los ojos—, algo tiene que estar mal si es que lo estás invitando a casa.
La joven la tomó del brazo para llevarla a la salida prácticamente a marchas forzadas. Mi mente, lenta como siempre, solo podía maquinar algo mientras ambas desaparecían entre los visitantes y personal médico. 
Felicidad.
—Pablo, vayamos a jugar a los penales, ya le pedí permiso a Natalia y dijo que sí —Anita, frente a mí, me sacó de mis adentros. Hacía botar su pelota con las manos.
—Anita… Supongo que sí, ¡vamos!
—Por cierto, esa señora pelirroja dijo algo muy gracioso mientras se iba con su hija. Primero, la hija dijo que no entendía por qué invitaba a alguien como tú. Bueno, ella dijo “idiota”, pero lo adorné para que no te sintieras mal.
—¿Eh? ¿Las escuchaste?
—Las seguí, mejor dicho. Para escucharlas.
—No deberías haber hecho eso.
—Pero lo hice, Pablo —se mordió la lengua—. La mamá le respondió: “Mal pensada como siempre, hija. ¿Sabías que nunca nadie me ha regalado flores? La gente cree que por ser florista no las necesito”.
—…
—Parece que ya estamos rumbo a la Luna, Pablo.  
Felicidad.
3. ¡Tenemos despegue perfecto, Houston, hemos despejado la torre!
En invierno, las flores de los árboles de lapacho adquieren colores muy peculiares. Rosadas, blancas y hasta amarillas. Pomposos como son, parecen gigantescos ramos que adornan las calles y plazas. Durante esa noche centelleante, Susana y yo nos encontrábamos caminando por el paseo de esos árboles tan peculiares; el empedrado realmente era pintoresco con todas esas flores revoloteando a nuestro paso.
—Lamento mucho la actitud de Paola. Es muy sobreprotectora. Renunció a sus estudios desde el momento que me diagnosticaron el cáncer y se dedicó a atender tanto a mí como a mi negocio. Cabezona como es, no le pude convencer de hacer lo contrario.
La cena en su casa había sido algo incómoda con la hija haciéndome preguntas cuyas respuestas solo buscaban hacernos ver la enorme diferencia que había entre su madre y yo. Veintisiete años, para ser exactos. Así que la cita continuó afuera con una caminata amena para hablar de trivialidades; cuando me tocó contarle de mis estudios, no me quedó más remedio que hablar de mi paciente preferida durante mis prácticas.
—Anita vive día a día sabiendo que la operación a la que se va a someter no le asegura ningún éxito. Sus posibilidades son escasas, menos del treinta por ciento, pero nunca la he visto llorando, al contrario, cada día la noto más feliz. Creo que es porque sus remates están mejorando…
—Qué brava, creo que la he visto por la sala de radiología alguna que otra vez, abrazando una pelota de fútbol tal osito de peluche. Ojalá yo tuviera esa actitud, sé que las posibilidades de mi operación también son muy escasas —y dejó de caminar, mirando al cielo que cabrilleaba—. Yo me limité a dedicarme completamente a mi florería para paliar un poco esta… incógnita de no saber cuándo me tocará a mí. Cada uno reacciona diferente ante la muerte, ¿no crees? Yo lo hago así, haciendo ramos, forjando tallos a mi alrededor para esconderme. Prefiero no llorar ni hacer llorar a nadie si me toca partir, no sé si me entiendes. Entonces tiendo a cerrarme mucho…  —dijo antes de sentarse en un banco al costado del camino.
—Conmigo no te cerraste, oye —me senté a su lado, recibiendo una sonrisa tímida de su parte.  
 


—Ah, pero tú eres caso aparte, Pablo. Te vi a ti en esa especie de ritual en el jardín del hospital, sufriendo la presencia constante de la muerte, ¿no es así? Es la misma presencia que yo sufro, por eso reconocí tu mirada, esos ojos tuyos son idénticos a los míos, salvo el color, ¡ja! Así que… te regalé esa flor de malva para que sepas que hay gente que te entiende. Yo te entiendo, Pablo, yo también sufro.    
Fue un golazo. A mí, en solo dos meses de prácticas, ya me había tocado experimentar la muerte de más de una quincena de pacientes. Así que, suspirando largo y tendido, le comenté cómo es mi mundo. Cómo aprendí a reaccionar ante la amenaza ineludible de la muerte que pasea sin cesar por los pasillos del hospital.
—Ya veo, Pablo. Así que somos dos personas que parece que se están deshumanizando ante la muerte. Pero mira, heme aquí en una… ¿cita? Impensable para mí. Pero estoy aquí porque te agradezco la intención de ese ramo que me regalaste, agradezco tu preocupación por mí cuando me internaron en el hospital, es algo que solo he notado en mi niña. Esos detalles… pues es muy bonito sentirlo de vuelta de otra persona.
Era increíble. Podríamos estar toda la noche hablando entre el revoloteo intenso de las flores de los árboles de lapacho y el centellear de las estrellas. Los miedos a perder nuestra humanidad y preferir la soledad, la angustia constante que acuchillaba nuestra felicidad, el odio visceral a esa negritud sin forma ni límites donde parecíamos estar abocados. Eso es algo que no lo separa los veintisiete años de diferencia que había entre nosotros.
Entonces, pasaron las horas, cruzó la Luna tras un árbol, y ambos seguíamos encontrando más palabras para expresar ese aquello que ignorábamos pero buscábamos día a día. Palabras para confesar que ambos queríamos encontrar algo que nos volviera a realizarnos como personas.  
—Pablo, siempre es bueno compartir con alguien que no solo entiende sino que vive lo mismo que yo, hace que todo se haga llevadero —dijo mirándome, empuñando sus manos sobre su regazo y mordiéndose los labios en pose tímida—. Escúchame, ¿te importaría salir juntos en otra ocasión?
—…
—¿Pablo?
4- Es un pequeño paso para el hombre… (Neil Armstrong, Apolo 11)
Entonces pasábamos más tiempo juntos. Luego de terminar mis turnos en el hospital, era casi obligatorio ir a “El Jardín” para ayudarle como pudiera, pues la clientela aumentaba al acercarse días festivos. Jamás en la vida pensé que aprendería a hacer ramos, crear contrastes y hasta, más o menos, comprender el significado que encierra cada flor. A veces me salían auténticas obras de arte… pero la mayoría de las veces terminaba arruinándolo. Y todo sería ideal si tan solo la hija no dejara de mandarme mensajes amenazantes a mi móvil desde la recepción (“Pisa tierra, cabrón”), pues no quería discutir en voz alta con su madre presente.
Se hacía usual que yo y Susana charláramos en un rincón de la florería, lejos de la recepción donde su hija, oculta entre los floreros y macetas que colgaban a lo largo y ancho del local, se dedicaba a chatear compulsivamente o atender a los clientes.
—Mañana es el cumpleaños de la señora Saavedra. Su marido, un cliente regular, me ha llamado y me ha pedido un canasto con ramos. Pablo, ¿quieres intentar con el ramo?
—¿Otra vez? Prefiero hacer la entrega, en serio.
—¡Ja! Vamos, haremos uno bonito. Así que agarra las rosas.
Y las ramas de eucalipto. Y el helecho para la cobertura. Y la base. Me los sabía de memoria. Pero nivelarlos, sostenerlos, atarlos. ¡No era lo mío! Aunque Susana tenía una paciencia hasta casi maternal diría yo, porque aún pese a mi torpeza en esas lides, nunca desistía en enseñármelo todo de vuelta, poniéndose a mi lado y ayudándome con el ramo, a veces guiando mis manos con las suyas.
Terminé cortándome con una espina de la rosa mientras limpiaba los tallos. Y no solo una vez. Así de torpe soy. Susana me vio la mano con tres raspaduras y me susurró con un tono jocoso:
—Paola me ha dicho que como vuelvas a lastimarte haciendo un ramo, te despedirá.
—¿Me va a despedir tu hija? Pero bueno, ¿tú no eras la jefa?
—¡Lo soy! Aunque técnicamente, ya no. Hace rato que he pasado el negocio a nombre de mi hija —dijo retomando el ramo—. No es un secreto que Paola te tiene… manía. Así que me dijo que estás en periodo de prueba.
“Periodo de prueba”. Sonreí nerviosamente porque había un doble sentido en aquella frase. En ese momento Susana miró hacia la recepción, comprobando que su hija estaba absorta en su mundo. Me agarró de la mano y miró los trazos rojizos:
—Vaya… Pablo, eres un encanto por venir a ayudarme. Pero seguro es una tortura para ti venir a hacer esto —dijo acariciándome la tímida herida. Agarré su mano con las mías. Yo temblaba. Todo temblaba. Pero si no lo decía iba a reventar, que con ella a mi lado no había angustia ni miedo.
Oteé fugazmente hacia el mostrador para comprobar que su hija no nos estuviera espiando. La chica estaba en su mundo. Nosotros a punto de alunizar.
—De tortura nada. Para mí es un placer… Susana… Y… me-gustaría-pasar-más-tiempo-juntos.
Me faltaba aire; me sobraban latidos. Era demasiado tarde para arrebatar esas palabras que acababa de pronunciar tan torpemente. Me miró con esos ojos que enamoraban y sus labios carnosos, secos; suspiró brevemente; se hizo un silencio corto pero largo.
—Pablo, es muy lindo de tu parte. Mira, sé perfectamente qué pasa aquí. Me alegra haberte conocido, eso no lo dudes. Pero ya tengo edad. A ti te veo al lado de mi hija, aunque no lo creas.
Trágame Luna, que he rebotado. Pero… pero los hombres maquinamos distinto. Cuando la tierra nos quiere tragar, sacamos las garras y buscamos algo de donde sostenernos. Buscamos un último resquicio, una última oportunidad. Arañé la superficie lunar mientras esta me devoraba, el polvo se levantó y una garra se dibujó en ese pálido desierto. “No me tragues, por favor. Haz algo ahora, puta cabeza hueca. No digas cursilerías, no digas “Te amo”, ni “Te necesito”, pero dile algo, por el amor de Cristo”.
—Soy el idiota que le regaló flores a una florista que creía que era inalcanzable como la Luna.
—¡Ja!… ¿La Luna? ¿¡Qué estás diciendo!?  
Silencio. Lentamente era engullido en aquella superficie soledosa. La mano de Susana seguía siempre entre las mías. Pero esta vez ella parecía humedecer sus ojos al tiempo que entreabría la boca.
—Pablo… Dímelo otra vez.
No recuerdo muy bien qué sucedieron en los siguientes cinco minutos. Es decir, sé que nos besamos unos buenos segundos, de esos que duran poco pero parecen durar menos aún de lo especial que se siente, por ser la primera vez que uno saborea a la mujer de sus sueños, por estar humedeciendo esos carnosos labios antes secos. Luego mirábamos hacia la recepción para comprobar que su hija seguía ajena a todo, y nos volvíamos con más fuerza aún. Pero en algún momento la cabeza se me abombó.
Entonces oí un lejano eco. Luego de darme una zurra interna, noté que Susana y su hija estaban discutiendo a gritos en la recepción.
—¡Paola, ve y haz las entregas de los ramos!
—¡Pero, mamá, es mi horario de descanso!
—¡Siempre es tu horario de descanso! Tienes tres ramos y siete canastas que entregar. Están listas en el coche, aquí está la llave.
—¿En serio? Nunca me has dejado conducirlo…
—He cambiado de opinión. ¡En marcha, niña!
—¡S-sí!
Susana volvió junto a mí. No sé cuántas zurras tuve que darme a la cabeza para despertarme y darme cuenta de cuál era mi nueva situación. Parados en medio del local, entre los floreros, pétalos que revoloteaban y ramos que nos ocultaban de ser vistos desde la calle. Susana se sentó sobre su mesa de trabajo, dejando caer pétalos, cintas y helechos a su alrededor.  
—Puede que la tienda ya esté a su nombre, pero habrás comprobado que  aún soy la jefa. Así que pensaba que tal vez debería ser yo quien te evalúe —se mordió el labio inferior, gesto provocativo.
—Pero… ¿A-a-aquí?
—He cerrado el local, y estamos más que bien escondidos —apartó un mechón que le caía en la frente sudorosa—. ¡Qué sofoco! Ven, chico, acércate… Quítame la camisa.
Gracias, Luna, por no tragarme, por reconocer el valor de este pobre diablo de manos casi temblantes. Cedían uno a uno los botones. Se abría la camisa lentamente mientras una dolorosa erección se me hacía lugar bajo el pantalón; es que los senos querían brincar orgullosos. Me tomó de la mano y la posó sobre uno cuando terminé la faena. Era preciosa. Un ángel. Sus ojos lacrimosos, esos labios que reclamaban humedecerse más. Con tono jadeante, susurró:
—¿Te gusta, Pablo?
—¿Tú que crees, Susana?
Tocando mi pierna, comenzó a trepar por ella hasta llegar al terrible bulto que se había formado. Abrió ligeramente su boca mientras bajaba el cierre. Cuánto deseaba volver a saborear esa boca venenosa, cuánto deseaba que me abrigaran con fuerza esa carne mía que luchaba por salir.
—No contestes con otra pregunta. Respóndeme, chico. 
—Oh, dios… Susana… a riesgo de perder mi trabajo en esta florería, confieso que tengo que calmarme en mi departamento cada vez que te veo en esta maldita falda que llevas o ese vestido blanco que sueles ponerte.
—¿Cómo? ¿Será posible? —mi espada ya había sido liberada hábilmente, y su mano la agarraba con fuerza. La contempló unos segundos, acariciándola para mi martirio, y empezó a blandirla lentamente a cada palabra que soltaba— ¿Una-falda-como-la-que-llevo-ahora?
Voló mi bata blanca por el local, quedando enganchado por un florero que colgaba del techo. Susana, siempre sentada sobre la mesa, me tomó de la camiseta y me la quitó rápidamente para manosear mi pecho, besándome, enterrando su lengua en mi boca mientras yo le remangaba su falda hasta la cintura. Al apartarnos ambos, boquiabiertos, saboreando la saliva del otro, me tomó de la cabellera para hundirme en sus pechos y en un sinfín de sensaciones excitantes que solo podía proveer una hiedra venenosa.  
—Pablo, a riesgo de perder a mi empleado favorito, confieso que algunas noches abracé mi almohada con las piernas, soñando a cierto joven.
—¿En serio? ¿Quién es ese jov… —y con fuerza empujó mi cabeza para dirigirla hasta su entrepierna.
El aroma de su sexo me embriagó desde el momento que le quité las braguitas. Acaricié el vientre, pasando los dedos por la pelambrera rojo fuego, suspirando dubitativo frente a esos carnosos labios que parecían reclamarme. Lo había visto un montón de veces en las pelis, debería saber qué hacer, pero ese olor directamente te desarma la razón. Y lento como soy, tardé en reaccionar y comenzar a trabajarla a lamidas. Primero cortas, tímidas, dándole un rápido repaso, pero luego, más confiado, hice pasadas más lentas, fuertes, penetrando con la lengua, hundiéndola toda.
Pasaron los minutos y con ellos mis trazos sobre la húmeda vulva; haciendo un gancho dentro de su gruta, Susana me aprisionó la cabeza con sus muslos. Me atrajo contra ella todo lo que pudo, alcanzando un fuerte y húmedo orgasmo. Apenas pude verla, hundida mi cara en sus carnes, ahogado en sus jugos. A los pocos segundos, la tensión de sus muslos cedió; ahora reposaban sobre mis hombros:
—No puedo creer lo que estoy haciendo con un niño —suspiró con las piernas temblándole.
—Susana… —mis labios estaban pegajosos. Levanté la mirada; la vista era preciosa—. Nunca se lo había comido a una chica…
—¡Ja! Qué divino —se repuso, toda desarreglada, desencajada y colorada. Se levantó de la mesa y me tomó de la mano. Me llevaba al baño o al pequeño depósito, no lo sabía aún, entre los pétalos que revoloteaban a nuestro alrededor. Su falda seguía remangada por la cintura, su camisa toda desabotonada, el taconeo retumbaba; me deleité con la vista de aquella tremenda cola que parecía menearla adrede—. Chico, para todo hay una primera vez, tal vez con los tallos cortados y los números deshechos, nos liberamos más, ¿no crees? Verás… yo nunca le he hecho una mamada a nadie, y pienso cambiarlo ahora.
5-¡Whopiee! Puede que haya sido un pequeño paso para Neil… ¡pero es un paso tremendo para mí! (Pete Conrad, Apolo 12)
—¡Dios mío, dime que esto es una pesadilla, mamá! —vociferó Paola al verme desayunando en su cocina. No me gustan los griteríos a las seis y media de la mañana. Tengo oídos sensibles… ¿Qué? Lo digo en serio—. ¡Dime que este idiota se ha quedado a dormir en el jardín!
—Hija, cálmate, por favor —rogó Susana, en bata de baño, sentándose a mi lado y rodeando mi brazo con los suyos. Era morboso saber que había retazos de mi esencia fluyendo lentamente en su boca, bajando por el esófago hasta su estómago mientras le hablaba a su hija. Y para colmo aún tenía una erección recordando la noche que habíamos tenido en su habitación.
Es que, cuando haces el amor con ella, cuando su interior te abriga, te moja, se contrae y te aprieta, sientes perfectamente cómo te elevas entre las nubes; como si fueras un cohete rumbo a ya sabes dónde, con el sol estallando contra los vidrios de la cabina del módulo. Allá abajo, entre el infinito verde y estrías de ríos, está ella eterna en su belleza, voluptuosa, mirándome, diciendo cosas al oído que te hacen vibrar más que los motores Saturno V en pleno despegue.
Hubo largo silencio en la cocina. Madre e hija se miraban desafiantes, una con los brazos cruzados, la otra acariciándome el brazo.
—¡Pisa tierra, mamá! ¡Tiene mi edad! ¡No va a funcionar!
—¡Tiene veinticuatro, tú veintidós! Además, ¿pisar tierra? ¡Imposible!
—¿Q-qué quieres decir, mamá?
—Bueno, mi niña… ¿Cómo voy a pisar tierra si estoy en la Luna? —preguntó retóricamente, dándome un ruidoso beso en la mejilla.
—Exacto, somos unos lunáticos ya —agregué sorbiendo nuevamente el café.  
—¡Puaj! ¡Ya veo! ¡Felicidades! Ahora, si me permiten, iré al jardín a vomitar…
Mi jornada se había vuelto bastante exigente aunque ya no veía ni sentía necesario ir al jardín para aunar fuerzas; había encontrado mi cura en una hiedra de veneno adictivo. De día, recorría los pasillos de la sala onco-hematológica para realizar chequeos de rutina a los pacientes. De tarde, ayudaba en la florería cuanto pudiera para cumplir con la exigente clientela. No obstante, entre misión y misión, siempre queda tiempo para relajarse y disfrutar viendo cómo una preciosa canica azul se erige en el horizonte lunar.
Mientras apurábamos un canasto en el fondo de la tienda, Susana, enfundada en ese vestido blanco que me volvía loco, dejó el trabajo a un lado y metió su mano en el bolsillo de mi vaquero, acercando unos dedos juguetones peligrosamente a mi entrepierna. No valieron mis tímidas protestas; se me cayeron los tallos y la cinta con las que trabajaba.
Mi primera reacción fue mirar hacia la recepción: Paola charlaba amenamente con grupo de ancianas, ignorando lo que se cocía. Estaba asustado, ¿pero para qué voy a mentir?, terriblemente excitado también.
La mujer bajó el cierre de mi vaquero con la mano libre. Me observó con picardía, susurrándome al oído un crispante “Te acabo de guardar mi braguita. Y ahora quédate callado que te va a encantar esto…”.
Más tarde, cuando Paola había salido para hacer las entregas, su madre se encargó de atender a los clientes, sentada tras la mesa de la recepción. Y yo… oculto bajo dicha mesa, arrodillado entre sus piernas, admiraba la vista como quien ve nuestro planeta desde casi cuatrocientos mil kilómetros de distancia. Ese oasis, esa perla resplandeciente, flotando en medio de la negrura del espacio; levanté la visera de mi casco imaginario para contemplar mejor los detalles, palpando lentamente esos contornos que no fueron explorados por quién sabe cuánto.
—Todo listo, señoras, sus pedidos les llegarán esta tarde.

—Gracias, querida, siempre tan amable… Por cierto, estás sudando mucho —dijo una mujer.
—Pues sí. ¡Encima estamos en invierno! Deberías ver a un doctor, bonita —agregó otra.
—¡Ja! ¡Auch! Créanme que… estoy viendo a uno —respondió entrecortada mientras mi lengua y dedos trazaban gruesas pinceladas sobre el húmedo lienzo.
Aunque no todo podía girar alrededor de Susana. Caía una tarde de arduo trabajo en la que me ofrecí como conductor para ayudar a su hija durante los repartos. Al terminar con las entregas de los últimos canastos en un edificio, nos acercamos al coche y la chica frunció el ceño al ver un ramo de camelias rosadas en el asiento del acompañante.
—No me digas que nos olvidamos de entregar este, Pablo. —Estaba desgastada tras la maratónica sesión de repartos y se recostó por el vehículo—. El trabajo en la florería es más pesado de lo que imaginaba, madre mía.  
—Ah, ese ramo… Sube al coche, vamos. Lo hice para ti —respondí subiendo al vehículo—. Y oye, antes de que lo preguntes: Sí, he comprado las flores.
—¿Un ramo para mí? —levantó sus finas cejas—. ¿Esas camelias?  
—Vamos, entra ya. Significan admiración, ¿no? Sé de los sacrificios que has hecho para cuidar a tu madre y en serio eso es lo que pienso al respecto.
Nos miramos largamente en un momento que no sabría decir si era incómodo o especial, aunque al final decidí inclinarme para abrirle la puerta del acompañante con una carcajada. Estaba bonita así, toda desarmada ante mi inesperado gesto, tratando de atajar una sonrisa para aparentar dureza.  Al sentarse a mi lado, agarró el ramo y lo olió por breves segundos.
—Doce camelias —dijo ella—. En Suiza, si regalas un ramo con flores en pares, estás mostrando desprecio.  
—Pero no estamos en Suiz… Entiendo, Paola —rápidamente me incliné y saqué una flor del ramo.
—¡Ah! Un ramo de flores para mí —dijo mirándolos detenidamente, jugando con los pétalos—. ¡Ja! La gente cree que por ser florista no las necesito. Gracias, Pablo. Además, vaya temporadón en la florería, ¿no? Aunque he terminado agotada, el esfuerzo ha rendido sus frutos.
—Bueno, ayuda que el empleado a tiempo parcial no cobre un peso.
—¡Ja! Mira, me alegra que estés con nosotras —olió el ramo un largo rato. Luego me observó de abajo para arriba con gesto serio—. En verdad que sí, Pablo. Pero si le dices a mi mamá de esto, lo negaré y destruiré tu teléfono.
6-Ha sido un largo camino, pero aquí estamos al fin (Alan Shepard, Apolo 14)
El equipo médico había organizado un partido de fútbol en el estacionamiento, a solo días de las operaciones de Anita y Susana. Reunimos dinero y compramos un par de porterías pequeñas, estilo fútbol sala. El doctor Guerra, mi supervisora Natalia, algunos compañeros de estudios y hasta Susana y su hija se nos unieron en un juego bastante singular en donde Anita era el centro de atención.
—¡Toda tuya, enana! —grité lanzándole un pase de lujos para que ella quedara mano a mano contra el portero contrario—. ¡A la portería, no a la Luna, por favor!
Y de hecho le salió un golazo al ángulo. Cuando la pelota volvió botando hacia ella, ya sabíamos que la reventaría lo más alto que pudiera. Para sorpresa de Anita, todos nos abalanzamos a por ella para festejar el gol en el momento preciso que remató la pelota hacia la Luna.
—¿Eh? ¿¡Pero por qué hasta mis rivales festejan mi gol!? —preguntó en medio del tumulto que habíamos creado.
Mi supervisora, alejándose de todos, escondía el balón bajo su bata blanca.
Minutos más tarde, cuando Susana, su hija y yo estábamos charlando en el jardín del hospital, Anita se nos acercó con la cara visiblemente colorada. De su cuello colgaban varias medallas; por el partido ganado, otra por ser la figura del encuentro, otra por el mejor gol. Pero nada de eso le importaba, solo había una cosa que la tenía en ascuas.
—Pablo… nadie sabe dónde está mi pelota.
—¡No me digas! Recuerdo que la mandaste muy alto antes de que festejáramos el gol —me acaricié el mentón.
—Sí, fue muy alto —aseveró Paola—. La perdí de vista cuando cruzó las nubes.
—¿Nubes? —Anita abrió los ojos cuanto pudo. Miró al cielo boquiabierta—. Pablo… ¡La mandé sin querer! ¡Y lo peor es que se perderá en el espacio, la Luna ni siquiera está arriba!
—No se perderá —se adelantó Susana—. Cuando salga de la atmósfera, la gravedad lunar la atrapará.
—Ah, eso es verdad —afirmó la niña, siempre mirando al cielo—. Espero que caiga en el Mar de la Tranquilidad, aunque no me gustaría borrar las huellas del señor Neil. Es que, Pablo… me encanta el Mar de la Tranquilidad…
Solo cinco días después llegó la fecha de las operaciones para las dos. El doctor Guerra se encargaría de Susana. Mi supervisora Natalia y su equipo se encargarían de Anita. Las operaciones iban a comenzar casi en el mismo horario pero en extremos alejados del hospital. Recuerdo que con Paola, visitamos primero a su madre. Ella, respetando el momento, me permitió entrar primero en su cuarto para poder hablar un rato. 
¿Pero qué íbamos a decirnos Susana y yo que no nos hubiéramos dicho miles de veces ya? Me senté a su lado, tratando de pensar en algo interesante que decirle para abandonar un rato la situación y así evitar desmoronarme. Pero ella me acarició la mejilla y reveló un secreto bastante peculiar.
—Pablo, hace tiempo, en la sala de radiología conocí a una niña. Como me veía triste, se acercaba a mí y charlaba conmigo antes de volver a su habitación. Me contaba a menudo sobre su mejor amigo, un estudiante de medicina en prácticas. Me dijo que sus ojos, tristes y melancólicos, eran idénticos a los míos… salvo los colores. Así que me pidió, un día, que lo comprobara por mí misma y que lo visitara en el jardín del hospital.
Entonces, a la vista de un par de enfermeras, hundí mi cabeza en sus pechos, incapaz de armar una frase, recibiendo las tímidas caricias de sus dedos en mi cabello. Aquella hiedra venenosa había sido mi cura, la razón por la cual ya no era necesario ir al jardín para armarme de valor, la que me hizo recordar cómo era el mundo allá afuera, lejos de los números, exámenes y pruebas médicas; el miedo de perderla terminó destruyéndome todo por dentro, haciéndome preguntar inevitablemente cómo serían las cosas sin ella presente.
—Esa niña es especial. Es nuestro cupido, Pablo. Dale un beso de mi parte.
—Dáselas tú cuando termine la operación, Susana. 
—Hmm. Valió la pena, Pablo. Deshacerme de esos tallos con espinas y conocerte. Porque vi una hermosa persona y un gran amante. Si no vuelvo, no me pienses con lamentos ni dejes que te amarren los recuerdos. Guárdame si quieres, pero sigue viviendo.
Su hija no había aguantado la espera afuera de la habitación y ya estaba a escasos metros de nosotros. Viéndonos con sus ojos rojos a punto de hundirse en lágrimas, observando cómo enredábamos nuestros dedos. Supe que la mayor detractora de mi romance había cedido por fin. Supo ella que ese sufrimiento compartido no lo cambian los veintisiete años que nos separaban.
Recuerdo que cuando Paola y yo por fin llegamos al otro extremo del hospital para despedirnos de Anita, ella molida, yo peor, mi supervisora me perdonó la vida y accedió a dejarnos charlar con ella solo un rato pues ya estaban comenzando los preparativos. Los ojos de la niña chispearon al verme y apretó mi mano con las suyas cuando me acerqué. Con la carita repleta de tubos, se me quebró el corazón.
—Pablo, parece que te entró algo en el ojo —dijo tratando de sonreír—. Oye, ¿volveremos a vernos?
Podía pensar de nuevo en las posibilidades escasas de su operación, pero en ese momento simplemente le di un beso en la frente y le dije que ni lo dudaba. No sé si me habrá entendido del todo bien porque mi voz estaba, literalmente, partida en varios pedazos.
—Bueno, si no vuelvo, quiero que sepas que eres mi mejor amigo.
—…
—Por cierto, ¿llegaste a la Luna, Pablo?
—Sí, la arañé y todo, Anita.
—Eso es bueno. Natalia me ha dicho que me prestará su telescopio cuando esto termine. Quiero ir a la terraza del hospital una noche y ver si mi balón llegó al Mar de la Tranquilidad…—dijo con la voz adormeciéndose poco a poco, cerrando sus ojos. Sus manitas dejaron de apretarme—. Pablo… me encanta el Mar de la Tranquilidad…
Entonces, ¿qué nos quedaba? Pues esperar. Matar horas y quemar minutos con Paola en la sala de espera. Luego compartimos un café en el comedor, tratando de dialogar civilizadamente por primera vez. Comentó que sus amigas le desearon toda la suerte del mundo para ella y su madre… desde la aplicación del teléfono. Fue por eso que tras apagar el móvil, me tomó de la mano y simplemente dijo: “Gracias”.
7-Mare Tranquillitatis
Sé que en las grandes ciudades el cielo nocturno es solamente un manto negro e infinito, apenas con dos, tres… cuatro motas amarillentas que parpadean tímidas. Aquí, más precisamente en la azotea del hospital, aún se puede ver un auténtico espectáculo celestial en las noches más oscuras. Si levantas la mirada en el absoluto silencio, incluso puede parecer que estás flotando en el espacio sideral.
Pero el silencio era un lujo con el que no podía contar esa noche…
—¡Pablo!, creo que lo encontré… Creí que cayó en el Océano de las Tormentas, pero ahora lo veo. ¡Mi balón está en el Mar de la Tranquilidad!
—¿Y lo puedes ver con ese telescopio barato? Mira, Anita, ni con el telescopio más grande del mundo vas a ver un balón en la superficie lun…
—¡Felicidades, Anita, la mandaste a la Luna! —Paola me codeó fuertemente, llevando un pedazo de pizza a mi boca para callarme—. ¡Y para colmo cayó donde querías!
—¡Lo sé! ¡Pablo, mira!
Anita me acercó la mirilla del telescopio. ¿Qué carajo se suponía que tenía que observar? Paola, con ojos asesinos, parecía querer darme un arañazo a la cara así que a regañadientes acepté mirar la Luna.  
—Es… Interesante. Bueno, ¡oye!, creo que lo veo…
—Te-yo-yije —respondió Anita, comiéndose su pizza—. Hum… ¡Está al lado del arañazo que le habías dado!
—¡Ja! ¡Déjame verlo! —otro codazo de Paola para arrebatarme el telescopio.
A veces quiero olvidar a Susana porque he aprendido con ella a desnudar mis debilidades y mostrar mi lado humano, algo que de vez en cuando siento innecesario cuando llevo esta bata blanca. Pero al mismo tiempo no quiero olvidar porque entonces, sin humanidad, siento que los días pasan y pasan sin gracia. A veces quiero que estas letras se desangren y olviden. Y a veces escribo solo para tratar de recordarla mejor. ¿Quién carajo me entiende? Rememorarla, resucitarla en este corazón, jode y se siente bien al mismo tiempo.
—¡Sí que los veo! —Paola calibró la mirilla—. ¡Qué envidia, chicos!
Hoy, ramos de flores rosadas de ciruelo adornan una lápida bañada en flores de lapacho. Dicen, básicamente, “Cumpliré mi promesa”. La de no dejarme amarrar por los recuerdos del pasado y mirar adelante. Mirar arriba, mejor dicho. Allá en el Mar de la Tranquilidad, donde un arañazo se divisa al lado de una pelota de fútbol. Es fácil encontrarlo porque está rodeado de pétalos de varios colores… ¡en serio!
Paola entonces ladeó el telescopio y me observó con gesto tierno. Su sonrisa evocaba a la de su madre, y el tacto cálido de su mano, de sus dedos entrelazándose entre los míos… ¿Para qué mentir? Se me volvía a desbocar el corazón. Se me volvía a acabar el aire.
Miró de nuevo al cielo, apretando fuerte mi mano.
—Pablo… yo también quiero ir a la Luna.
FIN
 
 

“El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!

Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.

 

Relato erótico: “Venganza de hermanita” (POR LEONNELA)

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Te odio!!!Te odio Gisella, odio tu belleza,  tu bondad,  odio que seas perfecta, un día podre lastimarte como tu lo haces conmigo, te cobraré cada lagrima, me vengaré de ti hermanita,…y Rafael es mio lo entiendes!!
Con tristeza doble el papel ya casi descolorido, aquel que años atrás no me atreví a entregar y que escondía mis garabatos mal grafiados cargados de toda la rabia que siendo una jovencita  sentía en contra de mi hermana, por haberme robarme mi primera ilusión. No se porque guardaba esa nota en el bolsillo secreto de mi billetera, quizá porque en el fondo pese al paso del tiempo habían cosas que no le perdonaba y que aun dejaban una arruga de dolor en mis recuerdos.
 Gisella ahora tiene 30, los cinco años que me lleva casi no se le notan, es hermosa, tiene unos bellos ojos claros, la tez blanca sonrosada, herencia de la línea paterna y una cabello castaño que enmarca su carita de porcelana, aquella por la que infinidad de veces sentí verdadera envidia. En contraste yo soy trigueña como mi madre, con ojos café y rasgos mas bien comunes, de sonrisa graciosa y rostro pilluelo, con una larga cabellera ondulada que se mueve al paso de mis caderas, dándome un aire de sensualidad, al que por cierto he sacado buen provecho, pero  aún así,  no hay punto de comparación entre ambas, ella es bellísima y yo, simplemente atractiva.
 Desde la infancia las diferencias fueron crueles,  bastaba una sonrisa suya para que cautivara a todos. Era el orgullo de la simiente de mi padre, no solo por lo linda, sino también por lo dulce y buena, mientras yo era una niña timorata que crecía a la sombra de su belleza y de sus virtudes.
 La etapa de la juventud fue aun mas dolorosa, no había fiesta a la que no fuera invitada, ni chico que no quisiera conquistarla, y odiosamente a demás de todo era una encantadora hermana, por lo que manteníamos una relación normal pese a mi envidia secreta.
 Nadie imaginaba el dolor de sentirme desplazada, simplemente Gisella me ganaba en todo.  Así que, como no podía competir contra ella, decidí no parecerme en nada, opté crear mi propio estilo y ser la otra cara de la moneda, rebelde, libre, atrevida, irreverente, y todo lo que no me recordara su repulsiva perfección.
 De esa forma terminé con la tortura de mis propias comparaciones y aunque ella siempre fue vista como la mejor, había algo en lo que yo le llevaba ventaja, algo en lo que  nunca me ganaría, ella no tenia el alma rencorosa, ni podía ser vengativa como yo.
 El tiempo había pasado, las heridas parecían haber sido sanadas, sin embargo incomprensiblemente me encontraba allí releyendo aquella nota una vez mas y como si quisiera soplar para que se aleje el pasado, me dije: bahh tonterías, solo éramos unas niñas ya es hora de dejar esos recuerdos en el olvido…
_Cuales recuerdos cuñadita?, que es lo que quieres dejar en el olvido?
 No podía creerlo me había sumido tanto en mis pensamientos, al punto de no haber sentido a Rafael cruzar la puerta de la habitación de huéspedes, en la cual estaba instalada desde hace un par de días.
 Ahh … este… tonterías…tonterías mías.
_No deben ser tonterías puesto que estas muy nerviosa, y sentándose en la cama junto a mi murmuró: haber cual es el misterio de mi cuñadita y que es eso tan grave que la acaba de dejar así de pálida.
 Rápidamente guarde la nota en la billetera como si ocultara un secreto.
Me avergonzaba que Rafael  descubriera  aquel rencor contra mi hermana y que uno de los motivos hubiera sido él,  de nada serviría que lo supiera ahora que llevaban varios años de casados, así que procurando cambiar de tema me levanté y dando una vuelta pregunté:
 Estoy lista para la invitación….Que tal me ves?
Me miro de pies a cabeza, deteniéndose en el escote que terminaba en V y que llegaba  casi hasta la cintura, por lo que mis senos aparecían coquetos con la arrogancia de la juventud;  no estaban sujetos por un brasier sino tan solo por un par de tiritas atadas tras el cuello,  convirtiéndose mis pezones en el mejor adorno de aquella tela plateada. La falda negra totalmente ceñida semejaba una piel que marcaba el trasero, empuntado por altos tacones que alargaban un par de muslos, sinvergüenzamente desnudos.
 Giré despacio regalándole el perfil de mis pechos que le mostraban que no hace falta un brasier de copas para  que se encumbre mi blusa, y bastaba un pedazo de tela ajustando mi cola para extraviar su mirada.
 Tomándome de la mano me hizo dar un giro completo: Vaya, cuñadita, lo único que puedo decir es que me encantaría ser tu acompañante, volverás loco a mi amigo, solo espera a que te conozca
 Sonreí, me pareció gracioso su sutil comentario cuando sus miradas fueron mas bien atrevidas, en fin que se puede esperar de un hombre, cuando tiene enfrente  un buen culo.
Satisfecha por sus halagos visuales,  me entretuve en el closet seleccionando una cartera que combinara con mi atuendo…
_Anda, vamos ya estas linda, Gisella está abajo entreteniendo a David, me mataran si demoras mas
 _Espera, espera solo falta la cartera, al poco rato voltee, y en ese instante acabó mi momento de alegría…
 Aprovechando mi distracción Rafael había abierto la billetera y sostenía mi nota  en sus manos…
 _Rafael, que Rafael?, acaso yo????
 _No, desde luego que no!!  …No eres el único Rafael en la ciudad
_Hey, no sabia que sentías algo por mi…siempre te vi como…como…
_No lo digas, ya lo sé,…como la hermanita pequeña de Gisella
Latigueándome con la mirada respondió
_En realidad no, siendo honesto, mas bien no resistía compararlas,  ella blanca tu morena, ella delgada tu curveada, ella dócil, tu rebelde,  ella dulce tu sensual, ella preciosa tu…. preciosa…solo en eso coincidían, y ahora que nos vemos después de tanto tiempo, sigues confundiéndome con antes….
 Reí ante su descaro, vaya joyita que resulto mi cuñado por lo visto no perdía oportunidad de un ligue…
 Me le arrimé coqueta,  zafando un par de botones de su camisa, jugueteé con el  vello rizado  que escapaba de su torso y acercando mis labios casi a la comisura de los suyos susurré:
 _Vamos…dijiste que nos esperan, no?
 Inmediatamente noté como ante mi contacto crecia el bulto en su bragueta, sentía como se desperezaba y se ponía fuerte, duro, palpitante; atrevida me acerque un poquito mas dejando que mis pechos raspen sobre su camisa,  despertando sus tetillas y haciendo que su pene punzara aun mas contra el pantalón…
 _Bueeeno, en realidad ahora que recuerdo bien, dijeron que podíamos tomarnos todo el tiempo del mundo, para nada hay prisa…murmuró mientras su mano me apretaba de la cintura haciendo que su bulto encajara entre mis piernas y dejándome palpar la tamaña erección, que provocó que mi orificio empezara a humedecerse como si se preparara para ser pillado. 
 Me sobajeé contra su pelvis, consintiendo  que su pija chocara contra mi cola y queriendo dejarlo con todo levantado, meneando mis caderas me encaminé hacia el salón principal donde nos esperaban… Sabía  que desde ese instante, era muy probable que me convirtiera en la dueña de sus fantasías, mas aun cuando vería mi cuerpecito deambulando en su residencia por al menos un par de semanas, puesto que acababa de instalarme en la ciudad  y hasta ubicarme, mi hermanita me había ofrecido hospedaje.
 Desde el umbral pude ver a David, el amigo de Rafael, bebía una copa con Gisella mientras charlaban animadamente. Era alto, de contextura media,  no pasaba de 35 años, puesto que era  contemporáneo de Rafael. Tenia cara de chico bueno, e indumentaria también, incluso el reloj que usaba era del tipo clásico; peinado hacia atrás, cuidadosamente afeitado, eso me hacia suponer que quizá también se depilaba las bolas y eso si que es algo fascinante.
 Definitivamente era atractivo el ejemplar con el que mi hermanita me quería emparejar, porque de seguro era su idea, además encajaba perfectamente en sus gustos, un hombre pulcro, atractivo, caballeroso, pero esa facha de chico bueno no terminaba de convencerme mmmm, seguro era de los que no les gustaba besar el cul… diablos, que cosas estaba especulando, si que andaba con los  pensamientos muy crudos.
 Bebimos cocteles hasta muy tarde,  fue una noche de gloria para mí,  con un acompañante de lujo que pese a que procuraba mirarme a los ojos, no podía evitar arropar con sus miradas mis friolentos pezones, y un cuñado que se descontrolaba examinando mis muslos. Ya no me sentía la hermanita fea, creo que por primera vez era el centro de atención aún estando mi hermana, me había convertido en una mujer con la suficiente seguridad y sensualidad como para competir incluso contra su belleza.
 Durante la siguiente semana salí un par de veces con David, podía resultar un buen partido o almenos una buena diversión,  pero no podía dejar de pensar en mi cuñadito, no se  si había despertado la atracción que antes generaba en mí, o tan solo era el medio para un desquite pendiente.
 Lo cierto es que fantaseaba, seguido con él, los coqueteos y los roces disimulados empezaban a dar fruto, y al saberme bien dotada en carnes me permitia el lujo de dejarme ver en prendas sugestivas, que continamente lo tenían agarrando su pieza.
 No puedo negar que también me calentaba, ansiaba  su cuerpo, su lengua en mis pezones y su saliva en mi sexo. Estaba decidido no me reprimiría ante ese capricho, lo quería en mi cama y lo tendría para mi y fue precisamente Gisella quien lo puso en mis manos.
 Había transcurrido mas de una semana desde que me mudé con ellos, tiempo en el cual hallé un departamento acorde a mis necesidades, así que tendría que viajar para realizarlos los tramites fastidiosos que implican la contratación del servicio de mudanza, y siendo que el traslado y las adecuaciones las realizaría aquel fin de semana a mi dulce hermanita se le ocurrió que su Rafa podría acompañarme. Las fichas se movían a mi favor, y conste que no fue mi idea, el destino mismo se estaba encargando de crearme las circunstancias para que me quitara aquella espina del pasado.
 A Gisella no le  pareció mal que  los dos viajáramos el viernes en la tarde de forma que pudiéramos descansar  para el arduo trabajo del fin de semana, ya después ella me ayudaría con la decoración.
 Durante el trayecto se sentía el olor a pecado, las ganas que teníamos de intercambiar fluidos que se hacia evidente en mi mano descansando en su entrepierna y la suya rozando cerca de mis pechos.

A eso de las nueve ya estábamos instalados en la habitación del hotel, mientras él se duchaba yo me ponía una blusilla y un cachetero que me producía un cosquilleo al rozar mis labios, lo cual hacia que empezara a apretar las piernas no se si para calmar o para producir mas ganas, pero en cuestión de breves minutos estaba totalmente mojada. Separando mis mulos, acaricie mi clítoris como diciéndole estas a punto de recibir lo quieres…

 Escuché abrirse la puerta del baño y rápido retire mis dedos de donde los tenía metidos, dicen que para las venganzas hay que tener la cabeza fría pero  yo la tenía caliente muy caliente y no solo la cabeza.
 Salió como le imaginé con el torso desnudo, secándose el cabello, estaba envuelto en una toalla que al ajustarse sobre la cadera hacia que el bulto mostrara una buena magnitud aun estando en reposo,  todo pronosticaba un gran festín.
 Se sentó en el filo de la cama, me miro…le mire…sonrio…sonreí…y terminamos riendo estrepitosamente, ambos sabimos lo que querimos y estabamos alli fingiendo ingenuidad. Subió su mano por mi muslo, hasta encontrarse con la parte baja de mis glúteos, e instantanemente la toalla que lo cubria se elevo producto de la ereccion, su mano zarandeaba  por dentro del cachetero, agarrando de lleno mi trasero, palpando mis carnes hasta hacerme jadear.
 Mientras lo hacia, nuestros labios  se apresaban y a medida que jugaba a penetrarme con su lengua sus dedos exploraban mi orifico, ingresaban y salían al ritmo de su lengua en mi garganta, y así como abría mi boca dándole espacio para que me llenara, desesperada abría también mis piernas.
 Me  quité la blusa dejando mis pechos protegidos tan solo por mi cabello que semejaba una  cortina que los cubría a medias, orgullosa de su rigidez levante mi pelo en una coleta, y arrastré mis senos por su rostro, dejando que su lengua se engolosine en mis pezones, y sus labios los succionen hasta agotarse, bajé por su pecho, dejando el brillo de mi saliva hasta llegar a su pubis, retiré la toalla, y se disparó su pene, en una magnifica erección, no podía menos que contemplar morbosa las venas marcadas y el tono rojizo,  recordando cuantas veces había deslizado mi mirada por su entrepierna, sin haber siquiera percibido ese olor indefinible,  me incliné y absorbí con mis labios las primeras poluciones de su sexo que  tienen aquel sabor que es capaz de convertirme en una cualquiera.
 Tomé su pene de la base y realicé movimientos ascendente que lo hacían expulsar su cadera, y aplastar su antebrazo sobre su frente, pase mi lengua sobre su capullo, lamiendo sobre el frenillo, succionándolo suave, poco a poco me lo fui introduciendo cada vez mas profundo hasta llenar mi boca con toda su herramienta, bajé hasta sus testículos, intentando metérmelos totalmente, mientras hacia que mis manos se balancearan sobre su erección.
 
 

 Me recosté sobre su cuerpo ubicándome casi en cuatro sin abandonar la succión, me agarró por los muslos y me empujó hacia su cara de forma que a medida que yo se la mamaba, él se estrellaba sobre mi vulva introduciéndome su lengua. Sus dedos jugaban en mi orificio al ritmo que yo me la introducía en la boca. Mordía mis muslos, separaba mi glúteo hundiendo su cara en mi coño, llenándose de todo mi olor, su lengua se agitaba desde mis labios hacia mi cola, embadurnándome de su saliva que se mezclaba con mi lubricación, la bebía con fascinación.
 Separó mis labios y atrapó mi clítoris succionando sin consideración, los movimientos de ambos se hacian mas intensos, las palpitaciones en mi sexo me anticipaban una buena corrida, y me abría mas exponiendo mis orificios para ser llenados de  sus besos. Mi pelvis se contrajo, y exploté en un mar de pulsaciones, que como un oleaje mojó su rostro, mientras mi boca aguantando los azotes, recibió el disparo de un gran chorro lechoso. Permanecimos un par de minutos lamiéndonos, limpiándonos dejándonos secos de todos aquellos fluidos que nos arrancaron gemidos de gozo.
 Tumbados en la cama, pícaramente le señale el reloj, y rio a carcajadas, habían trascurrido apenas unos pocos minutos y así tan fácilmente nos habíamos corrido de una manera espectacular.
 Al poco rato bajé, deslizándome entre las sabanas, encontré su pene a un descansando, y me lo introduje en la boca con muchísima más facilidad, era sensacional irlo levantando a punta de besos,  a medida que lo succionaba iba tomando cuerpo y alistándose para una nueva batalla, tenia ganas de ser cogida como se debe, con furia, con energía, esta vez no se me antojaban los besos dulces, ni las caricias tiernas, quería ser embestida como  una perra, con deseo, sin miedos, sin contemplaciones, codiciaba el vaivén de cadera estrellándose en mis sexo sin la menor piedad, sin la suavidad que seguramente le recordaría a mi hermana.
 Mientras chupaba mis pechos su glande punzaba en mi pubis, sentía la humedad y los suaves movimientos que pretendían alcanzar mi orifico, alcé la pierna por encima de su cadera, y tomándolo,  hacía que me rozara mientras su boca continuaba haciéndome gemir con las succiones. Su  glande encontró el camino, penetró rozando mis paredes, empujando suave, apartando mis carnes, y cuando mas ansiosa me mostraba de golpe me lo empujo hasta al fondo, haciéndome gemir. Se subió sobre mí acomodando mis piernas sobre sus hombros, y me azotó con una metida de profundidad, una dos tres veces. Y paraba cuando yo le suplicaba por más, nuevamente ingresaba, dándome una pocas metidas, estaba cerca de alcanzar un nuevo orgasmo y necesitaba que me la clave con mas duración, pero parecía negarse a ello así que levanté un poco mi cadera y lo apreté con mis piernas sin dejarlo escapar, varias punzadas, otra, otra mas, y cuando estaba cerca de correrme, sentí la presión de su cadera empujando contra mi sexo, se detuvo el balaceo, sus jadeos se desproporcionaron, sus puños se apretaron y me llenó de  la típica sensación de ser invadida de leche … se había corrido antes que yo!!
 Sus dedos buscaron rápidamente mi sexo, metiéndomelos con la furia que yo necesitaba, ingresando una y otra vez, luego queriendo provocarme mas sensaciones desparramó mis labios para chupar la sonrozada piel de mis pliegues, brillantes de tanta humedad, magreaba mis pechos a la vez que se zambullia sobre mi abertura estirando mi clítoris, sus dedos abandonando mis pezones se concentraron en deslizarse por mi cola, haciendo círculos sobre mi anillo, y llevando hacia atrás mis liquidos se deleitaba en lubricar la estrechez de mi conducto, me exitaba tanto esa sensación de ser invadida con su dedo, lo sentía agitarse por dentro, abriendo espacio, mientras yo pasaba mis dedos por mi vulva, estrujando mi clítoris lo cual inefablemente me llevó a lograr un orgasmo que me hizo gritar de placer.
 Nos besamos nuevamente, y quedé recostada en su pecho satisfecha, pero sumida en mis pensamientos.
 Que noche!!, deliciosa, no podía negarlo, dos intensos orgasmos, pero algo me dejaba confundida, me parecía insólito que siendo multiorgasmica, y teniendo mucha facilidad para conseguir orgasmos, él se hubiera venido antes que yo. Eso si era extraño, al disimulo mire nuevamene el reloj y confirme que definitimamente era muy extraño….
 En la mañana salimos a hacer los trámites de mudanza, habíamos planeado, pasar el dia juntos y realizar el traslado el domingo, de forma que pudiéramos aprovechar al máximo el fin de semana.
 Lamentablemente se nos pasó un pequeño detalle, las empresas de traslado que visitamos no laboraban los domingos, asi que nuestro planes se hecharon por los suelos y teníamos que volver ese mismo dia, en fin  al menos podía adelantar las adecuaciones.
 A eso de las cuatro de la tarde llegamos a nuestro destino, había que aprovechar al máximo, a los trabajadores, asi que no nos quedó más remedio que echarle manos a la obra. Nos hicieron falta unas herramientas,  por lo que Rafael  me indicó  en que lugar de la bodega las guardaba y me dirigí hacia su casa.
 Abri la puerta, parecía no haber nadie, quizá mi hermana descansaba en su habitación y caminé hacia alla, quería ver si su carita se veía mas linda con el par de cuernos que le habíamos montado, sonreí malévola, no es que la odiara, ni le deseara el mal, solo que la quería a mi manera, abri despacito para no asustarla puesto que nos esperaba al dia siguiente.
 La imagen que vi, no se si me produjo, sorpresa, risa, enojo, envidia, pero allí estaba ella, con su presiosa cabello castaño agitándose, con la carita dulce trasformada en una mueca, y su cuerpo casi convulsionado….
 Estaba ubicada en cuatro, con sus senos bambolenadose al ritmo de las arremetidas que recibia, con su trasero levantado, por la ubicación de perra, y delirante por aquella pieza que le taladraba el coño, que puta era!!, jajaja, mi dulce hermanita resultó más traicionera que yo, sí, doblemente traicionera,  zorra!!! Nos daba una puñalada por detrás, porque quien se la estaba cogiendo  era  David, el amigo de Rafa y  el hombre con el que supuestamente yo empezaba a salir.
 Vaya venganza la mia, me reproché, acostarme con su esposo que resultó demasiado “rápido” y que por lo visto a ella le importaba un carajo!! puesto que allí estaba disfrutando de una buena cogida… él la sujetaba por las caderas, y sus movientos profundos la hacían gritar hasta contorsionarse. Aquel cuerpo atlético, aquellos muslos fuertes, aquel…aquel…intrumento bien dotado,  no hicieron sinó que mojara mis bragas. Cómo no noté lo que había bajo esa carita de niño bueno.
 Su cadera se agitaba, sobre aquel coño mojado, resbalaba y cada dos o tres metidas golpeaba con profundidad haciéndola gemir, sus manos la sujetaban de sus pechos y ella expulsaba su cola hacia atrás como clara muestra de que queria mas, y el se lo daba, se lo daba todo….
 Un calor intenso empezó a calentarme las piernas, pasé mis manos por encima del jen, pero la tela gruesa no me dejaba acariciarme como yo quería, bajé el cierre, metí mis dedos por dentro de mi panti y a medida que él la penetraba yo procuraba hacer lo mismo con mis dedos…
 Definitivamente mi hermanita me obligaba a replantear mi venganza…
PARA CONTACTAR CONMIGO leonnela8@hotmail.com
 

 

 
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