
El día siguiente comenzaron los entrenamientos. Era despertado todos los días a las seis de la mañana y tras el desayuno ya le estaba esperando Afrodita con unas ceñidas mayas y escueto top desafiando el frío mañanero.
Los primeros días los dedicaron a evaluar sus funciones físicas, velocidad, resistencia, agudeza visual e inteligencia. Al principio Hércules intentó disimular sus capacidades tal y como sus madres le habían aconsejado siempre, pero Afrodita lo sabía todo y le obligó a emplearse a fondo.
Tras la evaluación, ambos llegaron a la conclusión de que no necesitaba adiestramiento en cuestiones de lucha cuerpo a cuerpo, pero Afrodita le señaló que no era invulnerable y le enseñó a manejar armas de todo tipo, especialmente las de tipo personal. En pocos días consiguió ser un experto en el manejo de pistolas, fusiles y rifles de francotirador.
—Pensarás que ya estás preparado, —dijo Afrodita cuando la parte física del adiestramiento hubo concluido— pero aun queda la parte más importante, durante los siguientes días te enseñaré a desenvolverte en distintos ambientes desde los barrios más bajos hasta la alta sociedad…
—¿Y qué te hace creer que no puedo hacer esas cosas yo solo? —replicó Hércules— Ya sabes que mi abuelo es una de las personas más ricas del país.
—En efecto —respondió ella— pero hace tiempo que está alejado de las esferas de poder y el pertenecer a una familia como la tuya no te garantiza que seas admitido automáticamente en esos círculos reducidos. Yo haré que eso te resulte más fácil.
—Bien, ¿Y por dónde empezamos?
—¿Qué te parece por las mujeres? —dijo Afrodita— Eres un hombre fuerte y atractivo. Y eso puede ser una herramienta muy útil con las mujeres.
—¿Ahora es cuando me vas a contar que los niños no vienen de París…?
—Algo parecido, en este trabajo te vas a tener que valer de todos los trucos que tengas a tu alcance para cumplir tus misiones y seducir mujeres es uno de ellos.
—¿Y me vas a decir qué es lo que les gusta a las mujeres?
—Soy una mujer, es normal que pueda hablar de ello con cierta autoridad.
—De acuerdo. —dijo Hércules sentándose— Soy todo oídos.
—Lo primero que tienes que saber que el principal órgano erógeno en la mujer es este —dijo Afrodita señalándose la cabeza.
—¿El cabello? —preguntó él con sorna.
—Vamos Hércules, no seas infantil. Sabes perfectamente de lo que hablo. Por muy moderna e independiente que sea una mujer a todas nos encanta que nos halaguen, eso sí, sin pasarse. Mantener el equilibrio en la fina línea que separa el halago de la adulación es un arte que debes aprender y lamentablemente en eso no puedo ayudarte demasiado.
—¿Y entonces en que puedes ayudarme?
—Te contaré que es lo que sentimos las mujeres al hacer el amor para que puedas aprovechar esos conocimientos. Ahora calla y escucha.
—En realidad no somos tan diferentes de los hombres. Cuando vemos un hombre que nos gusta nos sentimos atraídas por él, igual que vosotros aunque no lo demostremos tan visiblemente. En general preferimos que nos traten con delicadeza, nos gustan los mimos y las caricias antes de entrar en faena, ahora te voy a contar un par de secretillos.
—Eso espero, porque hasta ahora no me has contado nada que no sepa o por lo menos suponga.
—Las mujeres no somos como las actrices porno, no nos corremos chupándoos la polla o haciéndoos una cubana, no nos gusta que intentéis sincronizar Radio Nacional con nuestros pezones y tampoco nos gusta que nos frotéis el clítoris como si estuvieseis sacándole el brillo a la plata.
—Es cierto que tenemos un punto G en la pared superior de nuestra vagina, una pequeña zona casi inapreciable, salvo porque cuando nos la acariciáis nos volvemos locas. Para encontrarla normalmente necesitáis que os digamos donde está porque, en esto, cada mujer somos un mundo.
— Pero el punto G y el clítoris no son los únicos lugares que nos producen un intenso placer En el fondo de la vagina hay dos zonas, son el cérvix y los fórnices vaginales, si los estimulas suavemente nos producen un intenso placer y son particularmente utiles porque también se estimula la producción de secreciones que lubrifican el canal vaginal. El punto A, que está entre el cérvix y el punto G y el punto U en los alrededores de la uretra también son especialmente sensibles.
—Joder, creo que voy a tener que tomar apuntes. Se te van a acabar las letras del alfabeto.
—Usa tus dedos y posturas adecuadas, —continuó Afrodita ignorando la interrupción— estimula estos puntos con suavidad y conseguirás que cualquier mujer se vuelva loca de placer.
—En general estamos más dotadas para el sexo que vosotros, al contrario que vosotros, tras el orgasmo volvemos a estar preparadas para continuar. Normalmente no tenemos un periodo refractario como vosotros o es muy pequeño. Por otra parte, todas somos capaces con un poco de entrenamiento de ser multiorgásmicas y al igual que vosotros, somos capaces de eyacular.
—Habla con nosotras antes, durante y después del acto. Averigua lo que nos gusta y no te cortes, háznoslo.
—El sexo anal puede ser placentero, pero no lo hagas a lo bestia. Tomate tu tiempo para lubricar y dilatar el esfínter, eso permitirá que el dolor sea mínimo y se eviten accidentes. Trátanos con respeto, incluso con el sexo duro hay límites. Si nos llevas hasta él sin sobrepasarlo, haremos lo que quieras por ti.
—¿Y eso es todo? —preguntó Hércules con aire cansino.
—Básicamente sí. Ahora practicaremos unas cuantas posturas especialmente placenteras para nosotras y verás por qué lo son.
Hércules se quedó paralizado, con los ojos abiertos, como un ciervo ante los faros de un coche. Afrodita le miró con una sonrisa malévola y le indicó con un dedo que se acercara. Finalmente el joven se acercó y se plantó frente a ella sin poder evitar echar un vistazo a su cuerpo enfundado en uno leggins negros y un escueto top que no dejaba nada a la imaginación.
Flashes de la noche de su llegada con Afrodita desnudándose y acariciandose asaltaron su mente, teniendo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no empalmarse.
Fingiendo no darse cuenta Afrodita le invitó a tumbarse:
—Empezaremos por la más básica, la fusión, —dijo sentandose sobre Hércules—probablemente la habrás experimentado más de una vez. Permite una penetración profunda y al tener nosotras el control nos resulta especialmente placentero.
Hércules se limitó a asentir mientras su profesora le golpeaba suavemente el pubis con su sexo.
—Si te sientas conmigo encima, hacemos la medusa, esta permite las caricias y los besos en nuestras principales zonas erogénas, pechos, labios, cuello, muslos… Es una de mis preferidas para iniciar la relación sexual. —dijo ella frotandose de nuevo contra Hércules que ya había renunciado a luchar contra su erección— Como ves puedo excitar a mi pareja acariciando su glande con mi clítoris y decidir cuando dejo que me penetre…
Hércules aguantó la tortura como mejor pudo. Deseó arrancarle la ropa a esa belleza y follarla. Demostrarla que el sexo duro y apresurado tambien podía ser placentero.
Sin hacer caso, la mujer se separó y se tumbó de lado indicando a Hércules que se colocase a sus espaldas.
—La postura de la somnolienta, también es muy placentera. Me penetras desde atrás y yo retraso la pierna y rodeo tu cintura con ella, así tu tienes acceso a mi clitoris y mis pechos. —dijo cogiendo sus manos y obligandole a entrelazarlas con las suyas de modo que las plamas de Hercules tocaran el dorso de sus manos y acariciandose a continuación las ingles y los pechos para demostraselo— ¿Ves?
—Sí ya veo. —respondió él con la voz ronca y desesperado por tener los pechos y el coño de aquella mujer tan cerca pero tan lejos.
Sin darle tregua, Afrodita se puso en pie, se recolocó los leggins que se habían incrustando en la raja de su sexo y le ordenó que se sentase en una silla.
Apenas se hubo sentado, ella se colocó encima y rodeando el cuello de Hércules con sus brazos comenzó a dar saltitos sobre su erección, mirandole a los ojos con una mirada aprentemente inexpresiva.
—Esta se llama la doma y siempre ha sido una de mis favoritas nos permite acariciarnos y besarnos, en fin muy tierna, Y con solo darme la vuelta tienes acceso de nuevo a mi clitoris. —dijo volviendo a coger sus manos y a acariciarse el sexo.
Hércules creía que iba a enloquecer, pero Afrodita no se dio por enterada y a continuación se puso a cuatro patas señalandole que la postura del perrito era una de las preferidas por todas las parejas y que se podía continuar con el tornillo.
—Ves me tumbo bocarriba y giro mis caderas poniendo las piernas juntas a un lado. Tu de rodillas me penetras presionando mi clitoris y penetrandome profundamente…
Justo cuando creyó que no podría aguantar más Afrodita se levantó y se colocó la ropa. Hércules supiró y se levantó más lentamente dejando que su erección se fuese extinguiendo como un conato de incendio que no acaba de prosperar.
—Ahora tratemos otros asuntos, —dijo Afrodita sonriendo satisfecha por el mal rato que le había hecho pasar a aquel joven y abriendo a la puerta y franqueando el paso a dos tipos que aparentaban un sexo indefinido.
—¡Oh! !Por Dios! ¿Qué es esto? Jamás había visto una melena semejante, está totalmente estropajosa. —dijo el más viejo y delgado con voz afectada—¿Cuánto hace que no te aplicas una mascarilla nutritiva? —añadió tocando su pelo con dos de sus dedos, como si se tratase algún tipo de alga pútrida y maloliente.
Sin dejar de parlotear dio instrucciones al otro hombre que, con gesto resuelto, arregló y cortó el pelo de Hércules, le aplicó mascarillas y le afeitó cuidadosamente la barba.
Tras varias horas de tratamiento no se reconocía a sí mismo. Los siguientes días, como si se tratase de My Fayr Lady, Afrodita le instruyó en la manera de comportarse en sociedad con qué tipo de personas debía tratar y de cuales huir y la mayoría de sutilezas que un hombre vulgar no entendería y todo amante del arte y la literatura debía conocer.
Un día, tras un entrenamiento, el director se le apareció como por ensalmo y le cogió delicadamente con el brazo.
—He seguido tus avances con interés. —dijo el anciano con voz cascada— Afrodita opina que ya estás preparado. Y tú, ¿Te sientes en condiciones de acometer tu primera misión? ¿Quieres comenzar a redimir tus delitos?
—Estoy preparado.
—Perfecto. —dijo deslizando un sobre en la mano de Hércules y abandonándole sin despedirse.
Ya en su habitación, con un leve temblor en sus manos, abrió el sobre. En él había un dossier sobre una mujer. Observó la foto. Tez olivácea, rostro atractivo aunque un poco descarnado, de pómulos altos y ojos grandes y oscuros. Su nariz era recta y respingona y sus labios gruesos y jugosos.
Apartó la foto y leyó el dossier con interés. Para ser la primera misión no le parecía demasiado difícil.
***
—¿Se puede saber que haces con ese aspecto de viejo carcamal? ¿ Y quién es ese hombre al que está ayudando tu hija? —Dijo Hera interrumpiendo su observación.
—Vamos, ya me demostraste que lo sabes de sobra. —respondió Zeus fastidiado.
—Te recuerdo que hicimos un pacto para no interferir con los humanos…
—Que tú mediante subterfugios has roto. —le interrumpió su marido.
—¡Eres un cerdo! —estalló Hera— ¿Cómo te atreves a acusarme de nada mientras tu andas fornicando con humanas igual que un burro salido?
—No lo entiendes, no he tenido más remedio, mujer. Aparta ya de una vez esa desconfianza patológica. No tientes la suerte.
—Entonces permíteme entenderlo. ¿Por qué ayudas a ese joven después de haber cometido esos horribles crímenes? —preguntó ella indignada.
—Porque lo necesitamos. Nuestro pacto nos ata de pies y manos y no puedo reuniros a todos y solventar nuestras rencillas a tiempo para salvar a la humanidad. Así que he tenido que valerme de subterfugios y de la ayuda de Afrodita, que como nadie la toma en serio, puede moverse con más libertad.
—¿De qué demonios hablas?
—Hablo de la caja. Una humana está a punto de encontrarla y necesitamos que alguien la detenga.
—¿La caja? ¿Te refieres a esa caja que le regalaste a Pandora? ¿Y qué importancia tiene? Ella la abrió y ya liberó todos los males del mundo. Además, Epimeteo la enterró en un lugar, lejos del alcance de cualquier hombre.
—Sí, bueno. No todos los males fueron liberados, Pandora cerró la tapa antes de que se liberase el peor de todos. El que acabará con la humanidad entera. Y el gilipollas de Epimeteo la enterró profundamente, pero no pudo evitar jactarse de lo que tenía y dejar pistas por todas las Cícladas. Ahora una humana con vastos recursos está sobre la pista y es como un perro con un hueso. —replicó Zeus echando chispas por los ojos— Y ahora no puedo intervenir directamente ya que alertaría a Hades y este intervendría ansioso por tener un montón de nuevos inquilinos en el averno.
—Maldito seas, tú y tus jueguecitos. —dijo Hera sin poder ocultar su satisfacción— Siempre actuando sin pensar y ahora la vida de millones de inocentes pende de un hilo.
—¿Guardarás el secreto? —preguntó Zeus fastidiado por tener que pedir un favor a su mujer.
—Está bien. No se lo diré a nadie e intentare despistar a Hades. ¿Llegará a tiempo tu hijo para evitar este desastre?
—Eso espero, Hera. Aun tenemos algo de margen y Afrodita le está entrenando bien. Un par de misiones y estará listo. Confía en mí.
—Si me diesen un dracma por cada vez que he escuchado esa frase…
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO TRANSEXUALES
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alexblame@gmx.es
Hola mi nombre es Esthela, soy una chica de 21 años que estudia la universidad. Soy delgada de piel clara, ojos cafés y tengo el cabello rizado de color café. No soy para nada despampanante, mido 156cm y no tengo muchas pompis; a pesar de ello tengo unos pechitos que si bien no son muy grandes son redondos y muy sexis.
Este año empezare otro semestre mas de mi carrera y necesito un lugar donde hospedarme. Originalmente no soy de esta ciudad, mi familia vive en otra y no puede acompañarme por lo que me toca vivir sola.
A una semana de empezar las clases encontré un departamento que a pesar de ser un poco caro, cuenta con muchas comodidades como: refrigerador, estufa, aire acondicionado, dos cuartos y dos camas. A pesar de que pienso vivir sola uno de los cuartos pienso convertirlo en un estudio para mis trabajos. El lugar es un edificio y el departamento que pienso rentar se encuentra en el quinto piso. Eso me agrada por que al ser el último piso nadie me molestara con ruidos en el techo.
Rápidamente hice el contrato con don Albino y le pague un adelanto con el dinero que había ahorrado de mi trabajo de verano. Al firmarlo me llevo al departamento que seria mi próximo hogar. Mientras subíamos las escaleras don Albino me pregunto que si que estudiaba y por qué una niña tan bonita vive sola. Sentí halagador su comentario y le comente mi situación y de mi familia. De pronto salió un tipo de uno de los departamentos y se nos quedo mirando mientras subíamos las escaleras. Cuando llegamos a donde él le pregunto a dos Albino
-Buenas tarde Albino, ¿Qué tenemos por aquí, nueva vecina?
-Que tal Martin. Si será nuestra nueva vecinita… Mientras lo decía pude notar una sonrisa en Martin y en don Albino pero no le tome importancia.
-Oh ya veo. Pues espero que te sientas como en casa nena. ¿En que cuarto estarás?
Como no sabia el número del cuarto me encogí de hombros, pero don Albino le contesto que mi depa seria el 69.
-Oh. Vaya número que te toco nena, así que serás la nena del 69. Mucho gusto, espero ser un buen vecino para ti. Me extendió la mano y me sonrió. Se la estreche y pude notar que era un poco rasposa.
Cuando por fin terminamos de hablar, subimos dos pisos más y llegamos a mi departamento. Tenía todo lo que el cartel decía, además, era amplio para ser un simple departamento, los cuartos no eran muy grandes pero igual se veían cómodos y el baño tenía una tina, así que cuando estuviera muy estresada ya sabía como me relajaría.
Cuando vimos completamente el depa, don Albino me comento que el cuarto del lavado estaba en el sótano del edificio y el tendedero en la azotea, me entrego las llaves y me dijo que disfrutara de mi estancia en el departamento, le di las gracias y cuando estaba apunto de irse, note que me hecho una mirada discreta pero muy completa sobre mí. Cuando por fin se fue, eche una ultima mirada, cerré la puerta y regrese a mi ciudad por todo lo que traería.
Faltando un día para empezar el semestre, volví a mi nuevo departamento, pero esta vez con toda mi ropa y algunas cosas para decorar. Un amigo de la carrera me ayudo a traerme la televisión, una mesa y todo lo que pudiera ser indispensable para poder vivir cómodamente. Al cabo de 4 horas había limpiado y acomodado todo. El departamento se veía hermoso y muy juvenil, justo como me lo había imaginado. Tome un baño en la tina y me metí a la cama para dormir cómodamente.
El resto de la semana fue agobiante, batallaba con el camión en las mañanas y a veces no llegaba a tiempo a la primera clase. Los maestros nos presionaron demasiado a pesar de ser la primera semana y casi siempre llegaba ya a oscuras a mi casa. No les miento, llegaba súper cansada y tener que subir las escaleras se me hacia un martirio.
El viernes por ejemplo de lo cansada que andaba solo alcance a llegar al segundo piso y me quede ahí sentada un buen rato. Cuando estaba a punto de pararme escuche que alguien subía las escaleras. Ni siquiera me pude parar cuando Martin había llegado hasta donde me encontraba.
-Pero mira nada mas que tenemos aquí. Si es la nena del 69. ¿Qué haces sentada en la oscuridad? –me dijo bromeando
-Hola vecino. Estoy descansando, no pude subir mas escalones, ando muy cansada. –le conteste
-Menos mal que eh pasado justo a tiempo para ayudarte pequeña. Si quieres puedo llevarte cargando.
-no se moleste, yo creo que ya puedo subirlos, pero cuando me disponía a subir uno de los escalones, mi pierna derecha se puso débil y caí de pompis en el escalón.
-ya vez preciosa, mejor te llevo.
-no en serio no se moleste… pero antes de que terminara de decir mi frase, Martin me tomo de las piernas y de la espalda y me llevo hasta el quinto piso. La verdad me daba mucha pena, nunca antes me habían cargado así.
Cuando llegamos, Martin me bajo lentamente y mientras lo hacia sentí como una de sus manos se deslizo hasta mis pompis. Rápidamente sentí un escalofrió y di un pequeño salto, pero trate de disimular como si se debiera a otra cosa. Nos despedimos y rápidamente me metí a mi departamento.
Ya adentro tire mi bolso donde guardo mis cuadernos en el sillón. Lentamente me fui quitando los zapatos, el pantalón y la blusa desde la puerta hasta mi cama, quedando únicamente en ropa interior. Me tire en la cama y rápidamente me quede dormida.
Cuando desperté aun era de noche, mire el reloj que tengo al lado de la cama y este marcaba las 12 de la noche. Trate de volver a mi sueño, pero el calor me espanto el sueño, pensé que seria buena idea darme un baño para refrescarme e intentar dormir después. Tome mi bata y fui al baño, abrí la llave de la regadera, el chorro de agua era frio y salía con presión. Me quite la bata y mi ropa interior de color negro para introducirme debajo del chorro de agua.
El agua estaba exquisita, deje que el agua me mojara toda y que mi pelo se remojara por completo. Me quede unos momentos disfrutando del chorro de agua y después comencé a enjabonarme los brazos, mis pechitos, mi pancita, mi sexo, mi cabello rizado, en fin, todo mi cuerpo.
Abrí de nuevo la llave del agua y esta comenzó a tumbar todo el jabón de mi cuerpo. De repente unos chorros de agua golpearon exactamente mis pezones, instantáneamente sentí un escalofrió en todo mi cuerpo. Rápidamente me quite del chorro de agua y puse mis manos en mis pechos. Instantáneamente pude sentir como mis pezones se ponían duritos.
Me quede quieta un momento en la bañera y me quede pensando que nunca había sentido algo así. Aun a mis 22 años sigo siendo virgen. Nunca eh tenido la necesidad de tener relaciones, ni mucho menos me eh llegado a masturbar. Las únicas sensaciones que eh experimentado es cuando las sabanas rosan mis pezones o cuando a veces roso mi sexo con la toalla o mis dedos. Siempre eh tenido el temor de salir embarazada o contraer una enfermedad por causa del sexo.
Después de un buen rato dentro de la bañera, salí de ella y comencé a secarme con la toalla. Seque un poco mi cabello y mis risos habían desaparecido. Siempre pasa lo mismo después de bañarme, pero ya después se forman solitos. Me puse mi bata de baño y comencé a lavarme la boca para dormir bien a gusto.
De pronto escuche un fuerte golpe proveniente de la puerta de mi casa y en un instante, las luces se apagaron. Todo eso me tomo por sorpresa, pero después pensé que quizás un transformador de la luz exploto y por eso se fue la luz. No le tome mucha importancia, me enjuague la boca y Salí del baño. Cuando Sali al pasillo, se veían las luces de la calle prendidas y cuando empecé a sospechar, sentí que alguien me observaba desde la oscuridad, cuando estaba apunto de meterme a mi cuarto sentí que algo me rodeo la cintura y de pronto me pusieron algo en la cara. Inmediatamente me sentí muy débil y la vista se me oscureció.
Cuando abrí los ojos, me dolía la cabeza, -como si tuviera una resaca de fin de semana- todo estaba oscuro aun, solo un poco de luz de la calle entraba por las cortinas de la ventana. Poco a poco me fui recuperando, estaba acostada en lo que parecía mi cama, pero no recordaba como había llegado a ella. Tenía mis brazos estirados para atrás, cuando quise acomodarlos algo me lo impedía. La desesperación comenzó a apoderarse de mí cuando de pronto escuche que algo se movía.
-Por fin despiertas bombón. Empezaba a creer que quizás me había excedido.
-¿Quien anda ahí? ¿Que esta pasando?
-Oh no te preocupes nena. Pronto sabrás que esta pasando.
De pronto escuche rechinar una silla y pude notar que una sombra oscura se acercaba hacia mi.
-No te acerques. Aléjate de mí. Auxiliooooo… -comencé a gritar.
-jajajajajaja no te molestes en gritar, ya es muy noche y nadie te va a escuchar preciosa.
Se puso a un lado de mí y de inmediato sentí como su mano entraba y se deslizaba por la abertura de mi bata. Comenzó a tocar uno de mis pechos y a masajearlos lentamente.
-OHH… no llevas ropa interior… -me dijo- pero yo no le conteste. Apenas había salido del baño y no tuve tiempo para ponérmela.
De pronto dejo de toca mi pechito y comenzó a frotar mis pezones con la yema de sus dedos. Sentí un leve escalofrió como el de la bañera y comencé a temblar un poco.
Después de ponerme duritos los pezones comenzó a apretarme uno de mis senos. Cuando lo hizo sentí un ligero espasmo en todo mi pecho, como si algún musculo se me contrajera repentinamente.
-NNH… AHH… deje salir unos leves sonidos de mi boca. Estaba sudando y no sabía porque.
Al parecer noto mis ligeros espasmos y temblores. Porque comenzó a frotar mis pezones haciendo círculos con su dedo y después me apretaba otra vez. Mientras lo hacia con su otra mano comenzó a frotar con su dedo mi muslo derecho. Las contracciones de mis músculos cada vez eran mayores. Repentinamente comenzó a deslizar su mano por debajo de mi bata, hasta llegar a mi sexo.
-tampoco traes bragas. Eres una exhibicionista…
Solo… ignóralo… me dije a mi misma.-
-Ummm que rico… no ahí rastro de ningún bellito en tu conchita… eres toda una putita…
Saco su mano de mi conchita para después abrir un poco la abertura de abajo mi bata, saco mis pechitos que se encontraban cubiertos por mí bata y los dejo al aire. Después de haber hecho todo eso coloco su mano en mi pelvis y con su dedo comenzó a presionar mi vulva y con su otra mano mis pechos.
-NN… FU… su dedo comenzó a deslizarse por toda mi conchita y rápidamente comencé a temblar. Al darse cuenta, acerco su rostro al mio, quiso darme un beso pero voltie la cara y lo que hizo fue lamer mi oreja. Me sentía tan asustada y tan débil que no sabia que pensar.
Su dedo cada vez se movía mas rápido… y de la sensación me tome de uno de los tubos del respaldo -woow nena, que rápido te mojas- me dijo con tono de burla. Eres increíble. Para ser tan bajita tienes unos senos deliciosos, ni grandes ni pequeños y redonditos. Cuando los vi por primera vez se me antojaron. De pronto me empezó a apretar mis pezones con sus dedos. –NHH… KH… HAH…- solamente me limitaba a decir. No quería contestarle, no se lo merecía. Pero la sensación que experimentaba me ocasionaba hacer esos sonidos.
-NN… HAAH!!- inmediatamente sentí como su dedo me penetro y mientras lo movía dentro de mi conchita, comenzó a besarme y chuparme mis pechitos.
Los espasmos comenzaron a llegar uno tras otro, comencé a temblar un poco más y las contracciones de mis músculos las sentía en mis piernas y brazos. Cerré por un momento mis ojos y me mordí el labio inferior para evitar escapar un gemido. Era una sensación increíble, nunca la había sentido. A pesar de que yo no quería sentir todas estas sensaciones, mi cuerpo me traicionaba y se entregaba a ellas.
Lentamente empezó a meter y sacar su dedo de mi conchita, sentí como que algo salía de mi cintura y recorría la parte de en medio de mi espalda hasta la cabeza. La piel se me puso chinita e inesperadamente deje salir el gemido más rico del mundo. El extraño gozo de mi gemido por que comenzó a chuparme los pechos demasiado rápido ocasionando que el placer aumentara.
Estaba perdida en ese mar de sensaciones nuevas y deliciosas. A pesar de que sabia que no era la forma en que hubiera querido estaba poco a poco entregándome a sus perversiones.
-Que rica eres perra, estas bien sabrosa, tus tetas saben exquisitas, tus pezones son fabulosos… mmm… ahh… -comenzó a morderme los pezones- ya están duritos putita… ya estas bien caliente… desde el día en que te vi con albino… te empecé… a desear…
Cuando escuche eso, se me vino a la mente mi vecino, ¡MARTIN! Entre la mescla de placer y lo que escuche no podía pensar con claridad, no podía creer que mi vecino, ese viejo cuarentón, me estuviera haciendo todas esas cosas.
-Martin, déjeme por favor, no me haga esto… se lo suplico… le dije. De pronto dejo de chuparme las tetas y de penetrarme con su dedo.
-Así que me escuchaste, Esthela… bien… así por lo menos sabrás quien fue el primero en cogerte de todos.
-espere ¿Qué dijo? Le pregunte incrédula a lo que mis oídos escucharon.
Se quito de encima de mí y con sus manos me tomo de las rodillas. –Ahora llego el momento de que me hagas cosa perrita. Dicho eso me abrió las piernas y haciendo un último esfuerzo por mantener mi dignidad intacta, trate de patearlo. Mis esfuerzos fueron en vano, me sujeto muy bien de las piernas e inmediatamente sentí algo caliente en mi conchita. Me quede paralizada, fue cuando entendí que estaba a punto de penetrarme con su verga.
Cerré mis ojos tratando de pensar en algo agradable cuando de pronto sentí como entraba su verga lentamente en mí.
-Kuh… fue lo que pronuncie en ese momento. En mi mente pensaba en lo que algunas amigas me habían contado de su primera vez, me dijeron que dolía mucho y yo estaba asustada por que me fuera a doler bastante.
Después de un bufido de Martin sentí como me envistió tratando de meter más su verga en mí. –GH UH… deje escapar de mi boca. Rápidamente comencé a temblar y la cama comenzó a crujir.
-así que no eres virgen pequeña Esthela… creí que batallaría para meterte todo mi paquete, pero entro fácil. Creo que fue por lo mojada que estas. No lo podía creer, según yo soy virgen, nunca había tenido relaciones, no sabia como entender eso que me decía. De pronto sentí que empezó a embestirme lentamente y comencé a sentir las mismas sensaciones de cuando me metía y sacaba su dedo pero mucho más fuertes.
-Que rico se siente mi amigo dentro de ti pequeña, esta contento de poder visitarte… escuchaba que Martin me decía, pero yo estaba como en trance, con la mirada perdida. Cuando me penetro me quede muy quieta, como si fuera solo una muñeca.
Poco a poco fui sintiendo más y mas esa sensación de excitación en todo mi cuerpo, mi respiración era rápida, mi cuerpo temblaba un poco más y tenia ganas de gemir para poder dejar salir todas esas sensaciones, pero no quería darle ese gusto. Sin embargo, Martin me tomo de los pezones y comenzó a pellizcármelos, no pude aguantar más y le regale un mejor gemido que el de hace poco.
CAPÍTULO 24: EL NUEVO PLAN DE ALICIA:
– Sí, ahí… así me gusta… sigue por ahí – gemía Alicia.
Yo obedecía sus instrucciones sin dudar, aunque, después de haberle comido el coño al menos 50 veces, sabía perfectamente qué botones pulsar para que mi amante disfrutara al máximo. Sin embargo ella siempre me decía cómo debía hacerlo; le encantaba dar órdenes.
Esa tarde estábamos en su casa, concretamente en el salón. Ella ni siquiera se había desnudado, limitándose simplemente a subirse la falda hasta la cintura, quitarse las bragas y despatarrarse en el sofá.
– Cómemelo – me dijo simplemente.
Y yo obedecí al instante.
Como siempre, me esforzaba al máximo en darle placer a aquella mujer, en ese momento, su coño era todo mi mundo, ardiente, jugoso, delicioso… mi lengua serpenteaba entre sus labios, recorriendo y lamiendo la trémula carne, haciéndola gimotear de placer.
Sin embargo, mi mente estaba en otra parte.
No sabía qué pasaba conmigo; cuando por fin tenía lo que más había ansiado, tampoco me sentía satisfecho. Me faltaba algo. Y no estaba seguro de qué era.
Tenía en mi vida a dos bellas mujeres, ambas me querían, a su manera y yo las quería a ellas. Vale que una de ellas vivía engañada… y quizás fuera eso lo que me molestaba.
Lo cierto es que estaba cansado de esa situación. En el fondo, sabía que había llegado el momento de tomar una decisión, coger el toro por los cuernos y…
– Joder, qué puta está hecha Tatiana – dijo en ese momento Alicia – Fíjate, sin tener que decirle nada…
Durante un segundo, saqué la cara de entre los muslos abiertos de mi amante y eché un vistazo a la tele, comprendiendo enseguida a qué se refería Ali.
Alicia estaba visionando el montaje en dvd que yo había realizado de nuestra última aventurilla exhibicionista. Ese era uno de los motivos de nuestro encuentro de esa tarde; que ella pudiera ver por fin el vídeo editado de nuestra última excursión.
Bastó una simple ojeada para comprender el motivo del comentario de Ali, no en vano había visto esas mismas imágenes decenas de veces mientras las manipulaba en mi ordenador. Como no necesitaba verlas para saber qué acontecía en la pantalla de la tele, volví a hundir el rostro entre los acogedores muslos de Alicia, mientras ella, por su parte, me dejaba bien claro quién mandaba allí simplemente presionando mi cabeza con la mano, apretando mi cara contra su coño.
– Tú a lo tuyo – dijo simplemente.
Y como siempre había hecho desde que la conocía… obedecí.
La verdad es que no me importaba demasiado no poder ver el vídeo. Lo tenía muy visto. Y no sólo eso, también sucedía que no me excitaba demasiado, pues no podía quitarme de la cabeza la impresión de que Tatiana disfrutaba cada vez menos con nuestros juegos y no me gustaba demasiado ver su expresión en la pantalla.
Aunque yo me decía que era únicamente una impresión, pues, de no ser así, el comportamiento de Tati esa tarde hubiera sido más que extraño.
Sin poder evitarlo, me puse a recordar la tarde en que grabamos esas imágenes, unos días atrás en el parque. Nuevamente el plan era idea de Ali y, como casi siempre, la prota de la peli iba a ser Tatiana.
Ella no protestó; se limitó a escuchar lo que Ali proponía (¿ordenaba?) y a mostrarse dispuesta a ello. No sé por qué, pero en ese instante recordé la conversación que había quedado pendiente entre ambos la tarde del asalto a Claudia, pero claro, no era el momento para preguntarle por ello, así que tomé nota mental de hacerlo más tarde (olvidándome por supuesto de hacerlo).
En esa ocasión, el plan no era demasiado elaborado. Se trataba únicamente de alegrarle la tarde a algún afortunado chaval.
Lo preparamos todo conforma a las instrucciones de Ali. Ocultamos un par de cámaras en unos lavabos públicos que había en un lugar discreto del parque, concretamente en uno de los retretes, mientras yo me escondía con el portátil en el de al lado, para poder recibir bien la señal de las cámaras, sirviendo además como eventual guardaespaldas por si la cosa se desmadraba.
Alicia, por su parte, se encargaría de filmar unas cuantas tomas en el exterior, usando una pequeña videocámara que yo le había prestado.
La cosa fue sencillísima. Tati, tal y como habíamos acordado, se vistió bastante sexy, con un vestido estampado de generoso escote, con falda por encima de la rodilla, medias negras (bragas no, gracias) y una gabardina, llevando puestas por supuesto unas gafas espía.
En ese parque y a esas horas de la tarde (sí, sí, horas en las que yo debería haber estado trabajando, lo sé) se juntaban por allí muchos grupos de chavales para charlar un rato con los amigos. Ya sabes a los que me refiero, a esos que se sientan directamente en el respaldo de los bancos y ponen los pies sobre el asiento, supongo que porque no saben muy bien cómo se usa una silla…
Pues bien, tras un rato de observarlos con disimulo, Alicia (obviamente no iba a ser Tatiana) escogió a uno de los grupos de chavales. Según me dijo luego, los eligió porque no tenían mala pinta y, sobre todo, porque no había ninguna chica en el grupo.
Tras recibir la indicación de Alicia, Tati se acercó a los chicos, quienes, según se puede ver en las imágenes, se quedaron mirándola sorprendidos. Aunque esa sorpresa no fue nada comparada con la que recibieron a continuación.
– Si alguno tiene cinco euros, estoy dispuesta a enseñarle el coño – les dijo sin tapujos mi novia.
No, no hay audio de la conversación, pero basta con ver las caras de asombro de los jóvenes para entender que Tatiana siguió las instrucciones de Ali a pies juntillas.
Tras soltar la bomba, Tati se limitó a darse la vuelta y a caminar sin prisa pero sin pausa hacia los servicios donde yo esperaba escondido. Los chicos, tras unos instantes de duda, se pusieron de repente a cotorrear entre ellos, hablando con visible nerviosismo.
Por fin, uno de ellos se armó de valor y, dando un salto, se bajó del banco y caminó en pos de mi novia. Segundos después le siguieron todos los demás, mientras Ali lo grababa todo a escondidas.
Finalmente llegaron a su destino, los servicios públicos. Habíamos escogido ese lugar porque estaban un tanto apartados y no venía mucha gente. De hecho, en el rato que llevaba yo allí escondido no había entrado ni una sola persona.
Mientras se acercaba, Tati me avisó usando uno de los micros de que ya estaba la cosa en marcha, respondiéndole yo que podía entrar sin problemas, pues no había nadie.
Tatiana, al llegar a la puerta, se detuvo un segundo para mirar atrás, no sólo para asegurarse de que los chicos la seguían (como si hubiera alguna duda sobre eso) sino también para que vieran que entraba en el baño de caballeros, no en el de señoras.
Escuché desde mi escondite cómo se abría la puerta del baño y enseguida se escuchó la voz de Tatiana pronunciando mi nombre, confirmándome que era ella quien acababa de entrar. Segundos después percibí como los chicos entraban también en la sala, aunque en ese momento no pude precisar cuántos eran los acompañantes de mi novia.
Puse las cámaras a grabar y me quedé esperando, en tensión. Pero, cosa rara, más que excitado sexualmente me sentía nervioso, preocupado por si alguno de aquellos niñatos perdía el control e intentaba propasarse.
– Bien. ¿Quién quiere ser el primero? – escuché que decía Tatiana.
El chico en cuestión debió levantar la mano o algo así, en silencio, pues no escuché respuesta alguna.
Se oyeron unos pasos y, de repente, se abrió la puerta del retrete de al lado, por lo que por fin tuve imágenes en pantalla.
Tati, muy seria, entró la primera y, con un gesto de la mano, invitó al primer adolescente a reunirse con ella. Sin embargo, justo cuando el visiblemente nervioso chico iba a entrar, Tati le puso la mano en el pecho deteniéndole en seco.
– ¿Y los 5 euros?
Me sorprendió su tono, tan tranquilo y sosegado que no parecía ella. Al parecer, a medida que se sucedían nuestras aventurillas, Tatiana iba ganado en aplomo y confianza.
El joven, todo aturrullado, rebuscó en sus pantalones hasta encontrar un billete arrugado, que entregó a la chica, que dio un paso atrás, permitiéndole reunirse con ella en el estrecho habitáculo, cerrando la puerta tras de sí.
Me costó ahogar una carcajada cuando la cara de acojone del chaval apareció en la pantalla del portátil. Se veía bien a las claras que esa era la primera vez que iba a ver el tesoro que una chica oculta entre las piernas. Y uno de calidad suprema, por cierto.
Escuché cómo Tatiana le decía que estuviera tranquilo, que no iba a pasar nada, mientras yo me reía en silencio pensando que lo que el chico querría era que en realidad pasara algo.
Tatiana, no sé si inspirada por la postura de los chicos en el banco, bajó la tapa del water (que por cierto olía a gloria bendita) y, sacando un paquete de pañuelos del bolsillo de la gabardina, colocó varios encima de la cisterna, para poder usarla de asiento.
Cuando lo tuvo listo, se subió de pie en la tapa del water y, dándose la vuelta con cierta dificultad, se las ingenió para quedar sentada encima de la cisterna, con los pies apoyados en la tapa.
El chico, todo cortado, no se había atrevido a decir ni mú, limitándose a permanecer con la espalda apoyada contra la puerta del retrete, dejando que Tati se encargara de todo. Por si quedaba alguna duda, el ver cómo el chico se echaba todavía más para atrás cuando Tati se subió en el water (poniéndole el culo en pompa frente a la cara) en vez de hacia delante, me confirmó todavía más que el chaval no tenía experiencia alguna en aquellas lides.
– ¿Estás listo? – escuché que preguntaba Tatiana desde mi escondite, mientras veía como el chico asentía vigorosamente.
Y Tati no se hizo de rogar. Agarrando la falda de su vestido, tiró de ella hacia arriba, revelando ante los ojos del afortunado chaval el impresionante espectáculo que la ropa ocultaba.
Tati se había puesto un sexy liguero negro, con las medias a juego, pero había prescindido obviamente de las bragas, con lo que enseguida el alucinado chico se encontró de bruces con aquello que había venido a ver.
Nuevamente me reí en silencio al ver cómo el chaval se quedaba mirando boquiabierto entre las piernas bien separadas de la chica, que por primera vez desde que había empezado la aventurilla parecía estar ligeramente avergonzada, lo que acentuaba todavía más el morbo de la situación.
El muchacho, completamente sin habla, se quedó mirando extasiado el chochito de mi novia, sin atreverse a respirar siquiera, los ojos como platos, literalmente llorando a fuerza de obligarse a no parpadear.
Tati le dejó recrearse con el espectáculo cuanto quiso, no le metió prisa ni nada, consiguiendo que los cinco euros del muchacho fueran los mejor gastados de toda su vida.
En la toma que filmaban las gafas de Tati podía ver perfectamente adonde apuntaba la mirada de mi chica, lo que me permitió comprobar que el muchacho tenía a esas alturas una empalmada de campeonato.
Lo curioso fue que, el chico, al darse cuenta de su estado, no intentó sacar provecho alguno de la situación. Cuando se dio cuenta de que Tati le estaba mirando con todo el descaro el bulto del pantalón, el pobre se puso coloradísimo, balbuceó unas palabras que no entendí y salió del retrete, poniendo punto y final al show.
Por los ruidos y bromas que le dirigieron sus amigos, comprendí que había abandonado el lugar como alma que lleva el diablo, sin duda en busca de un sitio más solitario donde poder dar alivio a sus ardores.
Mientras tanto, Tati, que se había puesto bien el vestido un segundo antes de que su invitado abandonara el habitáculo, indicó a los que quedaban que el siguiente podía pasar.
Ali, mientras tanto, esperaba en el exterior, según me dijo luego excitadísima por la situación, además de bastante frustrada por estar perdiéndose el espectáculo en directo. Pero claro, su presencia fuera era imprescindible, vigilando por si alguien se acercaba a los servicios, para poder avisarnos y abortar la misión.
El siguiente chaval penetró en el retrete, cerrando tras de sí. Estaba tan acojonado como el otro.
La situación se repitió casi punto por punto, quedándose el chico alucinado admirando el tierno coñito de mi novia, que se sujetaba la falda en alto como si fuera una tímida quinceañera enseñándole el conejito a un chico por primera vez. No sé si ese aire de inocencia era real o fingido, pero lo cierto es que resultaba tremendamente erótico.
Y aún así, yo tenía mis dudas sobre si estaría allí obligada o no.
Sin embargo, esta vez Tati introdujo cambios en el guión. No sé si excitada por las libidinosas miradas de los jóvenes, o quizás compadeciéndose de su evidente falta de experiencia, la muy guarrilla aumentó el premio a recibir a cambio de los 5 euros.
– Si quieres masturbarte, puedes hacerlo – escuché boquiabierto desde mi escondite.
Esta vez el alucinado fui yo. Me quedé atónito mirando la pantalla donde, tras un par de segundos de duda, pude ver cómo el afortunado chico se sacaba la polla del pantalón en menos de un segundo, comenzando a pajearse con entusiasmo, sin dejar ni un instante de recrearse la vista con el coñito de Tatiana.
Ella, por su parte, le dedicó una deliciosa sonrisa al joven y, sin decir nada, se abrió todavía más de piernas, llevando una mano a su coñito, separándose bien los labios con los dedos, mientras sus lindos ojos miraban con atención la juvenil polla que era masturbada con frenesí.
Al ver aquello, el chaval no pudo más, alcanzando un rápido y devastador orgasmo. Tati, que le vio venir desde lejos, se mostró sumamente habilidosa, pues quitó con rapidez los pies de la tapa del water y la alzó, permitiendo al pobre zagal descargar sus pelotas directamente en la taza.
– Buen chico – le dijo Tati cuando su polla dejó de vomitar semen, supongo que agradeciéndole que no hubiera tomado la iniciativa de dirigirle un par de buenos disparos.
Pero claro, si yo había escuchado perfectamente a Tatiana ofreciéndole al chico la posibilidad de hacerse una paja a su salud, lo mismo habían hecho los que esperaban fuera, por lo que el siguiente visitante entró en el retrete con 5 euros en una mano… y una tremenda erección en la otra.
Pero Tati no se inmutó, limitándose a esperar que la puerta se cerrara para enseñarle el coño al chaval. Éste duró todavía menos, corriéndose como un animal en menos de un minuto.
Como ves, no le faltaba razón a Ali al decir que Tatiana estaba hecha una puta mientras veía el vídeo en su salón. Un poco golfa sí que era. Y yo, la verdad, estaba más cabreado que caliente a esas alturas. Casi estaba deseando que alguno intentara propasarse para hacerle pagar el pato.
El siguiente fue un visto y no visto. Pagó, entró, le echó un vistazo entre las piernas a mi novia y salió escopetado de allí. Ni un minuto. Tati miró directamente a la cámara, sabiendo que yo la estaba viendo y se encogió de hombros haciendo un delicioso mohín que me hizo sonreír. Me sentí un poco mejor.
Aunque no lo supe hasta después, el siguiente era el último de la pandilla. Escuché como los chicos hablaron algo entre ellos, pero no alcancé a entenderles. Lo que sí quedó claro es que, poco después, todos abandonaron el lugar.
Todos menos el último.
En cuanto se reunió con Tati, pude percibir perfectamente que aquel sí que tenía experiencia con mujeres. Y no era de extrañar, pues he de reconocer que era un tipo atractivo.
El aplomo con que se comportaba mostraba a las claras que no iba a alucinar como sus amigos únicamente por ver un coño, así que inmediatamente me puse en tensión, pues, de todos ellos, si alguno iba a dar problemas iba a ser sin duda aquel chico.
Sin embargo, no fue exactamente así.
El chico, como todos, pagó religiosamente los 5 euros a Tatiana, con lo que ella inmediatamente volvió a subirse la falda y a enseñar el coño.
Sin embargo, tras un rápido vistazo, el joven volvió a clavar sus ojos directamente en los de Tati, mirándola con fijeza. En la pantalla aparecía un primer plano de su rostro, con lo que parecía que en realidad estaba mirándome a mí.
– Ay, ay, ay… – pensé en silencio, dispuesto a ponerme en marcha a la menor indicación por parte de Tati.
Pero no pasó nada, pues se limitó a mirarla simplemente, en silencio, hasta que noté que ella empezaba a ponerse un poquito nerviosa.
– Eres guapísima – escuché como le decía el chaval a mi novia.
– Gracias – respondió ella tratando de mantener la compostura.
– No entiendo como una chica tan guapa como tú se dedica a estas cosas.
– No soy puta, si es a eso a lo que te refieres – dijo Tati con un ligero brillo de furia en la mirada – Esto no es más que un juego. Lo hago porque me excita.
– ¿Te excita enseñarle el coño a la gente?
Tatiana tardó unos instantes en contestar.
– Sí. ¿Y qué pasa? – dijo poniéndose a la defensiva.
– Nada. Me parece perfecto. Pero entonces deduzco que ahora mismo estás muy excitada, pues se lo has enseñado a cinco tíos.
Nuevo silencio de mi novia. Yo estaba en tensión, dispuesto a saltar como una víbora sobre el inquietante chaval.
– Sí. Estoy excitada – reconoció ella alzando la cabeza, orgullosa.
– Me alegro.
Y entonces lo hizo. Con un elegante gesto, el chico llevó la mano hacia delante, metiéndola entre los muslos abiertos de mi novia.
Ella dio un respingo por la sorpresa, mirando anonadada al tío que acababa de meterle mano en el coño y le acariciaba entre las piernas con toda la parsimonia del mundo, como si aquello fuera algo de lo más corriente y moliente.
Yo ya me disponía a salir de mi escondite y a meter la cabeza del cabrito aquel directamente en el desagüe, cuando escuché la voz de Tatiana con tono sorprendentemente firme.
– Vaya, no se te da nada mal. Se ve que no es el primer coño que tocas. Me gustan los hombres con experiencia.
Lo supe. Aquellas palabras estaban dirigidas a mí. Me estaba diciendo que me estuviera quieto. Que dejara que aquel mamón le tocara el coño.
Y lo hice. Sabía que a Alicia aquello iba a encantarle.
Así, durante los siguientes minutos, tuve que tragarme la rabia mientras veía en la pantalla del portátil cómo un chico de 17 o 18 años le hacía una paja a mi novia encerrados en un sórdido retrete, mientras la ira y los remordimientos hacían presa en mi alma.
Por fortuna, el chico se conformó con masturbarla. Cuando Tati se corrió por fin, hizo un ligero intento de acercamiento, pero ella le dejó bien a las claras que el show había terminado y él, muy educadamente, le dio las gracias y se marchó.
Alicia estaba que se moría por saber los detalles y ver el vídeo, pero, argumentando que me dolía la cabeza (lo que era verdad) logré que nos dejara irnos a casa, prometiéndole que en un par de días podría verlo ya montado.
El trayecto a casa fue bastante silencioso. No fue hasta que llegamos a nuestra calle que me animé a dirigirle por fin la palabra a mi novia.
– Te lo has pasado bien, ¿eh? – le dije en tono apagado.
– ¿Tú no? – respondió ella si hacerme mucho caso.
– Parecías una puta, dejando que el tío ese te sobara el coño – le espeté tratando de herirla.
– Y tanto. Mira, si hasta he cobrado y todo.
Mientras decía eso, Tati se metió la mano en el sostén y sacó de allí un puñado de billetes arrugados, devolviéndolos enseguida a su sitio tras enseñármelos.
Aquel gesto, unido al frío tono de sus palabras me dolieron mucho más que lo que había pasado en el retrete.
Por eso no disfruté mucho mientras montaba el vídeo. Por eso mi cabeza estaba en otro sitio mientras le comía el coño a Alicia.
……………………..
A pesar de todo, logré que Alicia se corriera. Se lo pasó de lujo aquella tarde, disfrutando del sexo oral mientras se calentaba viendo el vídeo de su última ocurrencia.
Después follamos; era inevitable, pues si no, las pelotas me hubieran estallado sin duda, pues una cosa era estar pensando en otra cosa y otra muy distinta no excitarse mientras se explora entre los muslos de una diosa terrenal.
– Ali, tenemos que hablar.
Decidí echarle huevos al asunto. Teníamos que aclarar las cosas de una vez. Así que, una vez estuvimos tumbados desnudos en su cama, todavía recuperándonos de la tórrida sesión de que habíamos disfrutado, reuní los suficientes arrestos para ponerle fin a aquella historia.
– Claro, Víctor. ¿De qué quieres hablar? – me dijo incorporándose.
Respiré hondo y se lo solté. Mis dudas, mis frustraciones, se lo dije todo. Que no me parecía bien lo que estábamos haciendo con Tatiana, que no me parecía que aquella relación nos estuviese llevando a ninguna parte, que a veces me sentía más como su esclavo que como su amante…
Y una vez más, mis palabras no parecieron pillar por sorpresa a Ali, que, como había hecho anteriormente, se apresuró a reconocer su culpa, desarmándome.
– Lo sé – dijo sentándose en la cama – Tienes razón. Me descontrolo con todo este asunto y al final, la que siempre acaba pagando los platos rotos es Tatiana. Te juro que no me doy cuenta, me propongo cortarme un poco con ella… pero poco a poco voy pidiéndole cada vez más…
– No. En realidad lo que haces es pedírmelo a mí, sabiendo que Tati no va a decirme que no a nada.
Un ligero brillo de furia refulgió en su mirada, pero desapareció inmediatamente, por lo que no le di importancia.
– Sí. Es verdad – concedió – Pero yo… no te creas que no en pensado en todo esto…
– Lo sé, Ali – asentí – Pero no creo que pueda seguir así mucho más. Me siento mal por lo que estoy haciéndole a Tati, me siento mal por lo que le hacemos cuando estamos los tres juntos… y me siento mal porque comprendo que esta relación no lleva a ninguna parte…
Joder. No estaba mintiendo. Me sentía como una mierda. Estaba a punto de cortar con ella. Pero bastaba con alzar un poco la mirada y verla, allí desnuda y sudorosa, sentada en su cama, mostrándose ante mí sin el menor asomo de rubor o vergüenza, para que todas mis convicciones se tambalearan.
Entonces llegó su inesperada respuesta.
– En eso te equivocas – dijo simplemente.
– ¿A qué te refieres? – pregunté sin entender.
– A lo de que esta relación no lleva a ninguna parte. Eso no es verdad.
El corazón me dio un salto en el pecho. No acababa de creerme lo que Ali había dicho. O quizás era que se refería a otra cosa.
– Lo he pensado mucho, Víctor – dijo tomando mis manos con las suyas – Y me he dado cuenta de que es contigo con quien quiero estar. Voy a romper mi compromiso.
No podía creerlo. Allí estaba. Lo que había deseado tanto. Pero entonces, ¿por qué me sentía tan inquieto?
– Me da igual el dinero. Sé que contigo seré feliz. Si tú estás dispuesto, podemos estar juntos.
– ¡Alicia! – exclamé abrazándola con fuerza.
Y follamos otra vez.
……………………………………….
– Estás muy serio – me dijo Ali un par de horas más tarde, después de una ducha reparadora.
– Que va – mentí – Te aseguro que me siento muy feliz.
– No me mientas. Estás pensando en Tatiana.
Miré a Ali fijamente. Tenía razón, estaba pensando en ella.
– Lo siento. No puedo evitarlo – concedí – Estoy imaginándome cómo decírselo. Todavía me acuerdo de la otra vez. Lo pasó fatal. Y esta vez es definitivo. No quiero hacerle daño.
– Lo comprendo. Aunque, creo que esta vez no la vas a pillar tan de sorpresa.
– ¿Cómo? ¡Bah! No creo que Tati sospeche nada de lo nuestro. Piensa en todo lo que ha luchado por mantener nuestra relación a flote. Te considera algo así como una amiga con ciertos “derechos” pero…
– Ja, ja, ja – se rió Ali – Madre mía Víctor, no puedo creer que seas tan inocentón.
– No te sigo – contesté un poco molesto.
– A ver, hijo. Creo que hay un par de cosas que aclararte.
– Dime – dije con seriedad.
– Primero, tienes que comprender que Tati no es ni mucho menos tan tonta como tú te crees.
– Yo no creo que… – dije indignado.
– No, no, no lo niegues – dijo ella interrumpiéndome – Te aseguro que, por muy discretos que te creas que hemos sido…
– Te digo que Tatiana no sospecha nada…
– Y yo no te estoy diciendo que sospeche – dijo Ali con una sonrisa enigmática en los labios – Te digo que ella SABE perfectamente lo nuestro.
Me quedé callado. Mirándola. No podía creerlo, pero pensándolo bien… la frialdad, el distanciamiento de Tati… ¿Sería verdad? ¿Sabría que, a pesar de lo mucho que había hecho por seguir a mi lado yo había terminado traicionándola? Aquello explicaría muchas cosas…
– ¿Y cómo estás tan segura? – pregunté.
– Porque lo sabe… gracias a mí.
Me quedé atónito, sin habla. No podía creer lo que acababa de escuchar.
– ¿Cómo? Se… ¿Se lo has contado?
– No exactamente – dijo ella con tranquilidad – Decirle… no le he dicho nada. Pero lo sabe desde el primer día, de eso no me cabe ninguna duda…
– ¿Qué? ¿Cómo?
– Ay, hijo, no seas tonto. ¿Recuerdas nuestra primera vez, en el sex-shop?
Asentí muy lentamente, sin ser capaz de articular palabra.
– Esa noche… Yo llevaba el micro. Y ella uno de los auriculares.
La comprensión se abatió sobre mí de forma devastadora. Todo lo que había pasado en las últimas semanas, todas las mentiras, todas las precauciones… para nada. Lo único que había logrado era hacerle cada vez más daño a Tatiana…
– Pero, ¿cómo has podido…? ¿Por qué…?
– Venga, Víctor. No te hagas el ofendido. No dirás que no lo has pasado bien últimamente. Estabas deseando meterte en mi cama y yo simplemente…
– Entonces, ¿a qué vino todo el cuento de que mantuviéramos el secreto? ¿De que no le dijera nada a Tati?
– Pues, si te soy sincera… No quería que ella dejara de participar en nuestros juegos. Disfruto mucho con ella y, digas lo que digas, a ti te pasa lo mismo. Y te aseguro que ella también lo pasa muy bien y si no…
– No. Ella participaba en esto porque pensaba que así me quedaría a su lado. Ella…
– Ella se metió en un retrete con un chaval y dejó que le metiera mano en el coño. Y te aseguro que yo no le dije que lo hiciera. Ella ha participado en todos nuestros juegos y se ha puesto cachonda como una perra. Ella no terminó follándose al chico del probador simplemente porque no se lo pedí. No te equivoques, Víctor. Tatiana es una mujer hecha y derecha a la que le gusta mucho el sexo. No es la pastorcilla inocente que tú te crees que es. Esa es la imagen que ella da cuando está contigo, porque sabe que eso es lo que esperas. Lo que a ti te gusta.
– Yo no…
– Y por eso a veces tienes dudas cuando estás conmigo. Yo no soy fácil, me gusta dominar y ser la que lleve la voz cantante, no voy a comportarme jamás distinta de como soy. Y piénsatelo bien, amiguito, si quieres estar conmigo es lo que va a tocar a partir de ahora. Después podrás decir de mí que soy muy puta, te lo concedo, pero no que te pillara por sorpresa cómo soy.
No sabía qué decir ni cómo responder. No me importaba que Ali pretendiera estar al mando de la relación, ya la conocía lo suficiente para saber cómo era. Pero, que me hubiera engañado y, sobre todo, que le hubiera hecho daño a Tatiana…
– No tengo dudas – sentencié – De verdad deseo estar contigo. Nunca he querido una pareja que se muestre sumisa, ya sabes que, precisamente eso es lo que menos me gusta de Tati. Pero creo que has hecho mal en engañarme y lo único que has logrado es hacerla sufrir.
– ¡No digas más tonterías! – me soltó un poco enfadada – Te repito que ella no es como crees. Ya me has oído decir mil veces que es una golfa de cuidado. ¡Y puedo demostrártelo!
– ¿Cómo? Te has vuelto loca.
– En absoluto. Me he acordado de algo que me dijo Iván.
– ¿Iván? ¿El del sex-shop?
– No. El Terrible – dijo Ali haciendo gala de su exquisita paciencia – Pues claro que el del sex-shop.
– ¿Qué te dijo?
– Que si nos apetecía participar en un gangbang amateur.
– ¿En un qué? – el término me sonaba, pero no estaba muy seguro.
– Un gangbang. Una especie de orgía, sólo que hay una sola mujer y un montón de hombres. Unos miran y los otros… follan.
– ¿Quieres que Tatiana…? – exclamé atónito.
– ¿Por qué no? Te apuesto lo que quieras a que, una vez en situación, participará encantada. Mira, si tú te encargas de llevarla al local el próximo sábado, yo lo organizo todo con Iván.
– ¿Estás hablando en serio?
– Pues claro. Tú no le digas nada de que vas a romper con ella todavía. Simplemente dile que vamos a hacer alguna cosa en el sex-shop el sábado por la noche. Verás como, en cuanto esté en faena, no podrá resistirse y follará como una loca. Así te darás cuenta por fin de qué clase de chica es.
– Alicia, no creo que…
– Además, Iván me dijo que, si participábamos, nos llevaríamos una buena comisión. Los tíos que participan en estas cosas pagan una pasta y luego Iván se encargará de vender el vídeo. Por lo visto se pagan auténticas burradas por estas cosas si son auténticas. Y piensa en lo que disfrutaremos después, viéndolo nosotros…
– Pero todo esto es una locura. ¿Y si ella no quiere? Sería prácticamente una violación. Hacer que un montón de tíos se la follen…
– No seas estúpido. Ya verás como participa con gusto. Y además, si por algún asomo la cosa se complicara, piensa que tenemos un montón de vídeos comprometedores de ella. ¿Qué va a hacer?
No me salían las palabras.
– Vamos, Víctor. Cuando veas cómo es en realidad no dudarás tanto en cortar con ella. Y luego podremos estar juntos…
– Sí. Supongo que tienes razón – asentí.
– Una última vez. Te prometo que, después de esto, seremos una pareja normal. Bueno, normal no, una pareja de exhibicionistas… pero solos… tú y yo.
Alicia me besó y yo le devolví el beso, con furia, con pasión. Ella tenía razón, teníamos que hacerlo una vez más y luego podría por fin disfrutar de la vida en pareja. Sin más mentiras, sin más manipulaciones.
Ya tenía claro lo que tenía que hacer…
Y me decidí.
…………………………
Los siguientes días fueron frenéticos. Me dediqué en cuerpo y alma a cumplir las instrucciones de Alicia casi al pie de la letra. Sólo hice unos pequeños cambios para mejorar el conjunto.
Tal y como me sugirió, no le dije ni pío a Tatiana, tratando de comportarme como siempre para que no sospechara nada. Ella seguía mostrándose un poco fría conmigo, pero ahora ya no me preocupaba pues conocía el motivo.
Lo único que le comenté fue que íbamos a quedar el sábado por la noche con Alicia, que tenía una nueva idea en mente que le iba a encantar. Ella asintió sin mucho entusiasmo, pero no me importó en absoluto.
La verdad es que la idea del gangbang me atraía. Podía comprobar por fin si la chica era tan puta como había ido descubriendo poco a poco o si todo serían imaginaciones mías. Sería muy excitante verla follando con otros tíos, mientras otros muchos (yo incluido) miraban. Me parecía super morboso.
Estaba más que decidido. Lo tenía todo clarísimo.
Me pasé un par de veces por el sex-shop, para ultimar detalles con Iván. Allí descubrí (cosa que no me sorprendió lo más mínimo) que Ali venía maquinando todo aquello desde algún tiempo atrás; no fue para nada fruto de la improvisación de la otra tarde.
Iván me tranquilizó bastante, diluyendo las pocas dudas que yo aún pudiera tener. Me aseguró que era requisito imprescindible que todos los hombres que iban a participar en aquello presentaran un informe médico impoluto, en cuanto a que no padecían ningún tipo de enfermedad infecto contagiosa ni ETS, lo que me serenó muchísimo.
Yo, por mi parte, le expuse mis ideas, introduciendo un par de cambios que esperaba fueran una sorpresa para Alicia, para que disfrutáramos todavía más.
Algo de dinero cambió de manos, pues lo que yo proponía suponía una ligera subida del presupuesto, pero lo pagué con gusto, convencido de que a Ali le iba a encantar.
Iván, que al parecer no era la primera vez que participaba en algo como aquello, me aseguró que todo estaba bajo control y que sin duda mis deseos se verían plenamente satisfechos.
Así que nos citamos el sábado por la noche. Todo estaba listo.
…………………………..
Y llegó el sábado. Yo estaba deseando que sucediera, que saliera todo como lo había planeado. Y después estaría por fin con la chica de mis sueños, mi pareja ideal.
Ali estaba ya en el local cuando llegué, esperándome tomando una copa tranquilamente con Iván, con el que intercambié un discreto saludo.
Ella me recibió con un beso, profundo, húmedo, sin importarle la presencia de Iván, que nos miraba divertido.
– ¿Está todo dispuesto? – le pregunté al hombre cuando los ardientes labios de Ali liberaron los míos.
– Por supuesto – asintió él – La duda ofende. Soy un profesional. Todo listo. Cámaras, audio… todo preparado. Y los clientes están todos aquí ya. ¿No te has fijado que la tienda está bastante concurrida?
– Perfecto.
– ¿Y Tatiana? ¿Has hablado con ella? – preguntó Ali tratando de disimular su ansia.
– Tranquila preciosa – dije guiñándole un ojo – Te aseguro que nuestra víctima estará aquí justo a tiempo.
Seguimos charlando unos minutos con tranquilidad; al menos Iván y yo, pues Ali no conseguía ocultar su impaciencia, mirando continuamente su reloj y moviendo una pierna con nerviosismo.
Nos tomamos otra ronda de copas, que Iván preparó personalmente en la sala anexa. Ali se bebió la suya casi de un tirón.
Justo entonces miré a Iván y entonces él echó un vistazo a su móvil, que estaba sobre el escritorio y dijo:
– Creo que nuestra “víctima” está ya preparada.
– ¿Ya ha llegado Tatiana? – exclamó Ali levantándose de su asiento de un salto.
– Vamos – dijo Iván señalando hacia la puerta.
Ali sonrió, entusiasmada y me abrazó con fuerza, besándome.
Con una sonrisa de oreja a oreja, la chica salió del despacho, deseando ver cómo un montón de tíos se follaban a Tatiana, demostrándome así que ella tenía razón y mi novia era en realidad una golfa.
– Estoy cachondísima – me susurró al oído mientras caminábamos por el pasillo de regreso a la tienda.
Entramos en la habitación y esta vez sí que me fijé en que la tienda estaba llena de gente. Debía haber allí 10 o doce tíos sin contar con los empleados del local. Y todos se comían con los ojos a la chica, cachondos y excitados, muertos de ganas de que la cosa se pusiera por finen marcha.
Las puertas del local estaban cerradas, aislándonos por completo del exterior. Ya no había marcha atrás, ahora sólo quedaba comprobar si me había equivocado o no. Si la mujer era tan puta como sospechaba o estaba en un error…
Todo salió a pedir de boca.
Que nosotros tres entráramos en la habitación fue algo así como el botón de encendido de la acción. De pronto, vi cómo uno de los tipos, que sin duda estaba ya que no podía más, se sacó la polla de la bragueta y empezó a pajearse lentamente, acercándose a la chica que todavía no le había visto.
Enseguida, un segundo y un tercero le imitaron y por fin nuestra pobre víctima se percató de lo que estaba sucediendo. Rápidamente, la chica volvió el rostro hacia mí, mirándome a los ojos con una expresión de sorpresa tal que creo la recordaré toda mi vida.
Pero, cosa extraña, no me conmoví en absoluto. No me importó leer la traición en su mirada, la decepción. Habíamos pasado tantas cosas juntos… y todo para terminar de aquella manera.
La joven se volvió, asustada por primera vez, consciente por fin de que de allí no salía sin que se la follaran. Por fin el primer macho llegó hasta ella y, sin pensárselo dos veces, le agarró una teta por encima de la blusa.
La chica trató de zafarse, dándole un empellón, pero sólo logró que el tío se pegara todavía más, estrujando la tremenda erección contra su muslo.
– No… déjame. Aparta tu asquerosa cosa…
Trató de empujarle nuevamente, pero no logró nada, pues un segundo tipo la agarró por los brazos y, atrayéndola hacia sí, le hundió la lengua hasta la tráquea, ahogando de esa forma sus protestas.
Poco a poco, todos los hombres la rodearon. Uno se envalentonó y, mientras el otro seguía comiéndole la boca a la chica, él aferró una de sus muñecas y, tirando de ella, logró que la cálida manita se cerrara sobre su erecta polla, obligándole a masturbarle. Ni un segundo pasó antes de que otro le imitara usando la otra mano.
Yo estaba muy excitado. Alicia tenía razón, aquello era fantástico.
– Víctor – logró balbucear la chica logrando librarse por un segundo de los insidiosos labios que la besaban – No…
Ni caso le hice. Alicia tenía razón. Era una puta.
El tipo volvió a apoderarse de sus labios, devorándole de nuevo la boca. Un par de manos atrevidas se colaron rápidamente bajo la falda, levantándosela hasta la cintura, permitiéndonos a los que sólo mirábamos deleitarnos con las torneadas piernas adornadas con medias y liguero.
Una mano, más insidiosa que las demás, se coló rápidamente dentro de las bragas de la chica, empezando a acariciarle vigorosamente el coño. Y no debía de hacerlo del todo mal, pues pronto noté que los muslos empezaban a separarse poco a poco, dejándole franco el acceso.
Enseguida la liberaron de las bragas. Uno de los tíos las deslizó hasta los tobillos y sus compañeros, para facilitar la tarea, literalmente levantaron en vilo el cuerpo de la chica para que pudiera quitárselas.
Aprovechando que ya la tenían levantada, la tumbaron y, muy despacio y sin dejar de sobarla por todas partes, la depositaron de espaldas sobre el suelo. Entonces se abalanzaron como lobos. Los botones de la blusa salieron despedidos en todas direcciones y el sostén no tardó en reunirse con ellos, arrancado literalmente de cuajo.
Sólo pude vislumbrar sus pechos un segundo, pues enseguida se apropiaron de ellos, chupándolos y estrujándolos con frenesí, pero me bastó para constatar que tenía los pezones duros como rocas. Ali tenía razón. Era una puta.
En ese momento me di cuenta de que apenas podía ver el cuerpo de la chica, pues estaba completamente tapado por los hombres que literalmente se la estaban comiendo. Lo único que podía verse era un pie, que había perdido el zapato y asomaba entre la maraña de cuerpos y las manos, que eran mantenidas en alto por dos tipos que las obligaban a empuñar sus pollas como si se tratara de remos.
Tras unos minutos de caricias y chupeteos, los hombres decidieron subir las apuestas. De no ser porque Iván me había explicado que el orden estaba decidido previamente (previo pago de suculentas cantidades) no habría creído posible que aquella jauría humana no se peleara por el honor de ser el primero.
De hecho, fue precisamente al tipo que primero se había sacado la polla a quien correspondía el honor. De rodillas en el suelo, se situó justo entre las piernas de la chica, que eran mantenidas bien abiertas por dos voluntariosos colaboradores. Sin más preámbulos, sujetó las esculpidas caderas de la joven y, obligándola a levantar un poco el trasero, la empitonó de un viaje, provocándole un gritito de sorpresa y placer.
Sin embargo, no tuvo tiempo de quejarse demasiado, pues rápidamente el hombre que más había pujado por obtener los favores de sus cálidos labios hizo uso de su prerrogativa y, sin perder un segundo, le hundió la polla hasta la garganta, provocando que a la chica se le saltaran las lágrimas y empezó a follarle la boca con gran entusiasmo.
Mientras tanto, los otros dos afortunados seguían usando las manos de la mujer para masturbarse, resoplando y disfrutando como locos.
El turno era riguroso y los hombres, con experiencia en aquellas cuestiones, se repartieron el botín como buenos hermanos. Cuando los primeros se hubieron corrido (el primero pegándole unos cuantos buenos lechazos en las tetas, mientras que el otro se vaciaba a conciencia directamente en su garganta), le tocó el turno al que había comprado su culo.
Entre todos le dieron la vuelta a la chica, colocándola a cuatro patas. El tipo se colocó en posición y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, la mujer se encontró con una buena dosis de rabo insertada por donde nunca brilla el sol.
La pobre boqueó sorprendida, abriendo muchísimo los ojos y dibujando una “o” perfecta con sus carnosos labios. Grave error. Pues la circunstancia fue aprovechada por otro de los rabos que revoloteaban por allí para colarse entre ellos y meterse hasta su tráquea.
Qué espectáculo, follada a la vez por delante y por detrás. De repente me moría de ganas por disfrutar del vídeo con mi novia.
Siguieron así durante un buen rato. Probaron mil posturas, sandwich incluido, con una polla en el coño y otra simultáneamente en el culo. Hasta cinco pollas a la vez se las apañó para manejar la muy golfa. Culo, coño, manos y boca fueron usados a placer. Incluso alguno llegó a colocarla en su sobaco y usarlo para masturbarse, aunque yo, personalmente, no acabo de encontrarle la gracia a eso.
A uno se le ocurrió la idea de meterle a la vez dos pollas en el coño, pero tuvieron que desistir, pues ya era demasiado exigirle a la muchacha.
¿Y ella? Tal vez no me creas, pero te juro que es verdad (además, está en vídeo y puedes comprobarlo). Tras resistirse unos minutos, en cuanto empezaron a juguetear dentro de sus bragas se puso cachonda como una perra y colaboró en todo aquello con gran entusiasmo.
No sé si fue que, cuando comprendió que de allí no escapaba sin que se la follaran, pensó que lo mejor era aprovechar para pasar un buen rato o simplemente fue que poco a poco fue cogiéndole el gusto a la cosa. No sé. Lo cierto es que Alicia tenía razón: era una puta del carajo.
Y yo, por mi parte, te prometo que tuve que hacer bastantes esfuerzos para resistir y no acabar echándole un buen polvo de despedida. Pero no lo hice. No sé, no me pareció bien. Total, si ya había decidido cortar con ella y no volver a verla nunca más, me pareció que follármela iba a ser como aprovecharme de ella. Tonterías mías.
Iván tampoco participó. Aunque se veía que ganas no le faltaban. Creo que, si no lo hizo, fue porque en el fondo al tío le daba un poco de asco tanto semen empapando el cuerpo de la chica. Y total, ella iba a estar disponible a partir de ese momento y con todo lo que él sabía de sus gustos… no le iba a costar nada llevársela al catre.
El espectáculo siguió bastante rato. Tanto que al final me cansé y decidí marcharme. Ali en cambio estaba extasiada y no quería irse aún. No me importó, la dejé allí divirtiéndose.
Para no tener que abrir la puerta de la tienda salí por la de atrás, que el propio Iván me enseñó. Nos despedimos con un apretón de manos y él me aseguró que, en cuanto tuviera listo el vídeo, me llamaría para darme mi copia.
Conduje tranquilamente hasta casa. A partir de ese momento, mi vida tendría sentido.
CAPÍTULO 25: FINAL:
Entré tranquilamente a casa, tarareando una canción que había estado escuchando en la radio.
Dejé las llaves en la mesita del recibidor y colgué la chaqueta. Respiré hondo y, con paso firme, entré en el salón.
– Hola cari – saludé a Tatiana, que estaba sentada en el salón, viendo la tele sin mucho interés.
– Hola – respondió ella sin mirarme siquiera.
Aquella frialdad. Me dolió. Había que ponerle remedio.
– Tatiana. Tenemos que hablar – dije sentándome a su lado.
Ella alzó la mirada, mirándome con tristeza.
– Vale. Por fin te has decidido – dijo incorporándose un poco.
La miré con ternura. Dios, ¿cómo había podido estar tan ciego?
Bruscamente, me arrodillé en el suelo frente a ella. La pillé de sorpresa, provocando que diera un respingo. Se quedó mirándome boquiabierta, sin saber qué decir.
– Tatiana. Lo siento. He venido esta noche a pedirte perdón. No sabes cuánto me arrepiento de cómo te he tratado. Entenderé perfectamente que no quieras saber nada más de mí, he sido un mierda, pero, si estás dispuesta a perdonarme, te juro que a partir de hoy empezaré a tratarte como mereces.
Tatiana me miraba alucinada, sin atinar a cerrar siquiera la boca. Desde luego, aquello no era ni por asomo lo que Tati esperaba que iba a suceder.
– ¿Có… cómo? ¿Qué quieres decir? – balbuceó.
– Te pido perdón, Tati. Sé que sabes lo mío con Alicia. El otro día me confesó lo del micrófono la noche del sex-shop. Te juro que no lo sabía. Pero eso no es excusa. Dejé que creyeras que, mientras participaras en nuestros juegos, seguiríamos juntos. Y en ese momento no era así. Yo quería tener lo que no podía, sin darme que cuenta de que, lo que ya tenía… era lo que siempre había deseado.
– Víctor…
La tomé por las manos y, para mi infinito goce, Tati no las retiró, permitiéndome estrecharlas con las mías.
– He comprendido por fin quien es Alicia. Es un mal bicho, una puta dominante y manipuladora, que nos ha estado usando a ambos para su disfrute. Ella sólo ama a una persona… a sí misma y no se detiene ante nada para obtener lo que quiere.
Tatiana me miraba en silencio.
– Pero no me arrepiento de haberla conocido. La verdad es que le estoy muy agradecido, pues gracias a ella he comprendido cuales eran en realidad mis sentimientos. Bastó con que ella te amenazara para que yo…
– ¿Amenazarme? – preguntó Tati extrañada.
– Sí. Tengo mucho que contarte.
Y lo hice. Se lo conté todo. Sin omisiones. Estuvimos hablando toda la noche sin parar. Al final le conté lo que había preparado Alicia esa noche para ella en el sex-shop.
– Cuando me lo propuso, se me cayó por fin la venda de los ojos y pude ver por fin cómo era ella. Es un monstruo. No sé cómo se le ocurrió. Supongo que pensaba que me tenía tan hechizado que no me importaría hacerte daño. Pero no, en cuanto me sugirió esa locura, me di cuenta de que antes la mataría que permitirle que te hiciera más daño. Entonces se me ocurrió que era mejor idea todavía c
onvertirla en la víctima de su propio plan.
– ¿Y lo has hecho? – exclamó Tatiana alucinada.
– Y tanto que lo he hecho. Espero que no me odies por haber caído tan bajo. Pero es que sentía que tenía que hacérselo pagar. Intentar hacerte eso a ti…
Tatiana me besó. Y yo sentí que me moría de felicidad.
– Hablé con Iván y le expuse mi idea. Me costó una pasta convencerle, además de renunciar a todos los beneficios que el numerito del sex-shop iba a generar. Total, no había mucho riesgo, pues como muy bien me dijo Ali refiriéndose a ti, tenemos “un montón de vídeos comprometedores de ella”, así que poco iba a poder hacer. Y la hicimos caer en su propia trampa.
– ¿En serio?
– Y tan en serio. Aunque, para asegurarnos un poco más, Iván se encargó de echar una buena dosis de afrodisíaco en las bebidas que le sirvió esta noche. Para que estuviera bien a tono.
– ¿Y ha follado con todos?
– Bueno… ha follado con todos y, hasta donde yo sé, es posible que todavía siga follando – dije, aunque eran ya más de las seis de la mañana.
– Increíble.
– Y tanto. Ya te he dicho que no me arrepiento de haberla conocido, pues me ha permitido comprender mis verdaderos sentimientos por ti. Pero, si llego a saber la clase de zorra manipuladora que era…
– Y eso que hay cosas que no sabes – me dijo Tati – El otro día me confesó que había usado el vídeo que grabamos con su jefa para obtener un “sustancioso aumento” y un puesto de trabajo mucho mejor. Por lo visto, le comentó a Claudia que sabía lo de Saúl y le enseñó el vídeo…
– Me imagino el resto. Aunque la verdad no me pilla de sorpresa. Siempre pensé que haría algo así.
Nos quedamos callados unos instantes, mirándonos.
– Pero todo eso es secundario ahora. Para mí es historia. Un capítulo de mi vida que se cierra. Lo que quiero saber… no, lo que necesito saber… es qué tengo que hacer para que me perdones, para compensar lo mal que te lo he hecho pasar y todo el daño que te he hecho…
Tatiana posó uno de sus encantadores dedos en mis labios, obligándome a callar.
– Shiist. No sigas. No es necesario. Desde que conocí a Alicia comprendí que iba a ser mi rival por ti y me decidí a luchar. La verdad es que creía que te había perdido y por eso es cierto que lo he pasado muy mal.
– Tati, yo…
– No. Déjame hablar. Quise hablarlo contigo, pero me faltó el valor. No sé, no quería dejar de estar a tu lado y tenía miedo de que, si te decía que sabía la verdad, se acabara definitivamente y la eligieras a ella en vez de a mí.
Comprendí que tenía toda la razón.
– Me has sido infiel y me ha dolido. Pero tú y yo no somos para nada una pareja típica y, sabiendo lo que sabemos el uno del otro, somos conscientes de que nunca va a ser así. Lo que lamento es que, si te hubieras atrevido a confesarme antes las cosas que te atraían, te aseguro que habría participado con gusto en ellas.
– Pero Tati. Ni en mil años habría imaginado que tú estarías dispuesta. Que tendría tanta suerte como…
– Pues la tienes. He de confesarte que, superada la vergüenza del principio, lo he pasado bastante bien con estas aventurillas. Y, ahora que vamos a estar los dos solos… disfrutaré mucho más.
Me sentí feliz. La besé con entusiasmo.
– Y ahora, si quieres que te perdone… – dijo.
– Lo que quieras.
Tatiana no dijo nada. Se puso en pié y, aferrando mi mano, tiró de mí conduciéndome al dormitorio.
Gracias Alicia. Me has descubierto el camino a la felicidad.
CAPÍTULO 26: EPÍLOGO:
– Bueno. Y esa es la historia – sentencié tumbado en el diván – A partir de ese punto ya sabes qué pasó perfectamente. Los jefes se reunieron conmigo y tuve la suerte de que se creyeron mi cuento de que estaba con depresión, así que, en vez de despedirme como me merecía, me permitieron conservar mi trabajo a cambio de recibir terapia.
Alcé la vista hacia Martina, mi psiquiatra, con la que llevaba celebrando sesiones más de un mes. Al principio, me había mostrado comedido, un poco avergonzado de estar allí, pero, como no sabía muy bien cómo fingir depresión, acabé por contarle la verdad con pelos y señales.
– Espero que todo esto quede entre nosotros, ya sabes, lo de la confidencialidad entre médico y paciente…
– Que sí, pesado. Ya hemos hablado de eso veinte veces. No puedo revelar el contenido de las sesiones a nadie…
– Me alegro.
– El problema no es ése. Tu empresa me ha contratado para tratarte de una depresión. Y tú de deprimido, nada de nada.
– ¿Y dónde está el problema? Tú simplemente escribe un informe diciendo que he superado mis traumas y que estoy oficialmente curado. Se lo tragarán sin problemas. De hecho, el último mes no he faltado ni una vez al trabajo y mis cifras han vuelto a ser las de antes. Los jefes están ahora muy contentos conmigo… y contigo, por ser tan buena terapeuta.
Le guiñé un ojo a Martina, dedicándole una cálida sonrisa. Me deleité unos segundos admirándola, la verdad es que estaba muy buena. Morena, pelo liso siempre eficientemente recogido, buenas tetas, piernas esbeltas… y cuando se levantaba de su asiento y me permitía echarle un vistazo a su culito… ufff.
– Ya. Si al final está claro que voy a tener que hacer eso – dijo ella mirándome por encima de sus gafas – total, no creo que seas una “amenaza para ti ni para nadie de tu empresa”. Y estás más que listo para hacer tu trabajo…
– ¡Bien! – exclamé interiormente sin decir ni mú.
– ¿Y Alicia? ¿Supiste algo de ella?
– A través de Iván. A ella no he vuelto a verla. Sé que sigue con sus planes de boda con el político gay y en su trabajo. No tengo el menor interés en volver a verla.
– ¿Detecto ira reprimida?
– No. Profundo desinterés. Iván me contó que, cuando se recuperó del gangbang montó un poco de escándalo, pero bastó con recordarle los vídeos que teníamos de ella exhibiéndose en el metro, en el cine, en el parque… para que dejara de dar el coñazo. Eso sí, tuvo que pagarle su parte de los beneficios del vídeo.
Martina se quedó callada un momento, calibrando lo que acababa de decirle.
– Y hablando de otra cosa. ¿Qué tal te va con tu novia?
– Con mi prometida en realidad – respondí sonriendo.
– Vaya. Felicidades.
– Gracias. Considérate invitada a la boda.
– No has respondido a mi pregunta.
Volví a sonreírle.
– Me va genial. Ahora que no hay secretos entre nosotros, he comprendido que ella es en verdad mi media naranja. Mi mujer perfecta.
– ¿En serio? No sé, por lo que me cuentas, Tatiana se muestra demasiado sumisa, demasiado ansiosa por complacerte…
– Eso se acabó – dije – Bueno, no se acabó. Sólo que ahora es mutuo. Ahora ella propone cosas y las hacemos (no me refiero sólo al plano sexual) ahora sí que siento que tengo pareja y no una criada.
– Me alegra oír eso. ¿Y el sexo?
– Abiertos a todo. Estamos probando mogollón de cosas nuevas. Hemos seguido con el exhibicionismo, claro, pero ahora probamos con todo. ¿Te acuerdas de la pareja que conocí con Alicia en el restaurante?
Martina consultó unos segundos su libreta.
– Saúl y Gemma – dijo cuando localizó el dato.
– ¡Eso! Pues hemos probado el intercambio de parejas. Les mandé al mail una foto de Tatiana y te aseguro que el tal Saúl no puso pegas al cambio de chica. Nos juntamos un fin de semana en una casa rural. Qué hartón de follar.
– Te veo muy motivado.
– ¡Pues claro!
Martina se removió inquieta en su asiento. No era la primera vez que sorprendía en ella esa actitud. Ya había notado que, cuando me interrogaba en cuestiones de sexo, me sonsacaba tantos detalles como podía.
La verdad es que me encantaban las sesiones de terapia. Al principio pasaba un poco de vergüenza, pues cuando empezaba a narrar mis aventuras exhibicionistas, lo normal era que acabara teniendo una erección.
Durante las primeras sesiones me esforzaba por disimular, sentándome y cruzando las piernas, pero un día sorprendí la mirada curiosa de mi guapa terapeuta escrutando mi paquete y a partir de ese momento no hice esfuerzo alguno por esconder mis empalmadas.
Y también noté, con gran regocijo, que pasadas las primeras sesiones, mi atractiva psiquiatra empezó a usar falda en lugar de pantalón, lo que encontré… muy sugerente.
– Ahora somos una pareja liberal – continué – La verdad es que temo el día en que Tati me diga que le apetece follarse al guarda de seguridad, pero qué le voy a hacer.
– Claro, al fin y al cabo tú te follaste a Alicia durante semanas – soltó Martina sin poder contenerse.
Enseguida se calló, ruborizándose, plenamente consciente de que su comentario había rebasado la línea de lo políticamente correcto.
– Bueno… – dijo ruborizada, clavando la vista en su cuaderno y pasando las hojas con nerviosismo – En realidad, no hemos atacado para nada el origen de tus problemas. No hemos buscado donde están las raíces de tus tendencias exhibicionistas…
– Ni falta que hace. Yo soy muy feliz dando rienda suelta a mis impulsos. No necesito que me “cures” de ellos.
– No… Lo que quiero decir… Bueno…
– Dígame, doctora, que hay confianza.
Ella me miró un segundo antes de continuar.
– Verás, Víctor. Durante las últimas semanas me has ofrecido un relato… permíteme que te diga que un tanto inverosímil.
– ¿Inverosímil?
– Sí. No sé, a veces me ha dado la impresión de que… era una historia inventada. Que me estabas contando una trola para pasar el trámite de la terapia a que te obliga la empresa y que, en el fondo, todo eso no es verdad…
No pude evitar sonreír. Sabía perfectamente a donde quería ir a parar mi querida doctora.
– Vaya. O sea que, en realidad, no te has creído que yo sea exhibicionista. Que todo ha sido un rollo para mantenerte entretenida…
– Bueno…
– Por fortuna existen pruebas en vídeo. Y estaré encantado de enseñártelos cuando quieras…
– Claro – dijo ella coloradísima – Po… podrían ser de interés desde el punto de vista médico…
– Podría traer alguno a la próxima sesión. Aquí tienes DVD ¿verdad?
– Sí. Por supuesto.
– Aunque, pensándolo bien, tampoco hace falta esperar tanto… Podría enseñarte algo ahora mismo…
– ¿Llevas algún vídeo en el móvil? – exclamó ella estirando el cuello mirándome con avidez.
– No. Lo cierto es que no. Pero tampoco hace falta.
Lentamente, llevé la mano a la bragueta y la abrí muy despacio, mientras los bonitos ojos de la terapeuta se abrían como platos y me miraban sin pestañear mientras mordisqueaba sin darse cuenta su bolígrafo…
Gracias Alicia. Ahora sí que soy feliz.
FIN
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Mi nueva vida estaba resultando de lo más satisfactoria. En sólo una semana ya había tomado completamente las riendas, y aunque mi nueva condición había propiciado algunos cambios en mí, seguía siendo la misma persona, sólo que con algunos objetivos y gustos diferentes debidos a las circunstancias.
Pasé un par de días tranquilos en los que me centré en hacer bien mi trabajo, aportando nuevas ideas que mi jefe, Gerardo, alabó por resultarle refrescantes y cuya puesta en práctica obtuvo su visto bueno. Eso sí, en ningún momento omitió los piropos no centrados únicamente en mi ingenio. Acepté sus zalameras palabras alabando mi belleza con una sonrisa y dando capotazos como los que Lucía siempre había dado utilizando respuestas como: “Qué cosas dices”, “Tú que me miras con buenos ojos”, etc. Respuestas tontas y prefabricadas con las que dar el asunto por zanjado para cambiar inmediatamente de tema encauzándole nuevamente en la faceta profesional.
Con el paso de los días, las “compañeras” con las que tomaba el café de media mañana, fueron mostrándose menos reticentes conmigo. Poco a poco conseguí que dejasen de verme únicamente como “La jefa”, para empezar a verme como una más de ellas. Esto se convirtió en algo realmente importante para mí, puesto que debido a la ajetreada vida laboral, no tenía más tiempo para relacionarme con otras mujeres. A María, mi hermana, era casi imposible verla entre semana, y Raquel, mi única amiga, estaba a cientos de kilómetros y aún faltaba una semana para que volviese a la ciudad. Necesitaba hacer nuevas amigas, porque aunque ya me sentía una mujer con sensaciones y gustos propios, tenía mucho que aprender sobre la forma de sentir y pensar de las mujeres, a pesar de que ya tenía todos los recuerdos vividos por la Lucía original. Aunque mi masculinidad había sido recluida a un profundo rincón de mi interior, aún seguía pensando como un hombre en muchos aspectos, lo que a la larga podría causarme conflictos con mi entorno, por lo que el hacer nuevas amigas en las que reflejarme podría ser una cuestión de supervivencia. Sabía que la mayoría de mujeres de la empresa me consideraban asquerosamente perfecta: joven, guapa, inteligente y con éxito, pero no podía culparlas por ello, porque era la impresión que Lucía siempre había dado. Tenía que esforzarme para suavizar esa percepción que tenían de mí y que fuesen más tolerantes para conocerme como persona.
El jueves al salir de trabajar, volví a acercarme al hospital. Esa vez sí que pude estar a solas con Antonio, y aunque realmente ya no tenía angustiosos sentimientos que necesitara exteriorizar, resultó gratificante contarle todas mis experiencias a aquella persona tumbada en la cama cuya interlocución era inexistente. El hecho de confesarle a alguien la pequeña aventura con mi cuñado, me sirvió para relativizar el sentimiento de traición a mi hermana. Como le dije al yacente cuerpo de Antonio, al fin y al cabo sólo había sido sexo, esporádico e instintivo, sin sentimiento alguno, por lo que no habría que darle mayor importancia y no debería considerarse una traición hacia María.
Una vez liberada por completo del sentimiento de culpa, no dudé en relatar los detalles de lo ocurrido, haciendo especial énfasis en las maravillosas sensaciones experimentadas, recordándolo todo con una sonrisa en los labios y una humedad en mi tanguita que me obligó a quitarme la chaqueta por el calentón. También le relaté lo vivido con “nuestro” antiguo amigo el mismo día que nos encontramos en ese mismo lugar, consiguiendo que los recuerdos aumentasen mi excitación hasta el punto de que, cuando quise darme cuenta, ya estaba acariciando mi entrepierna por encima del ligero pantalón de traje que llevaba. Tuve que contenerme para no meterme en el cuarto de baño y masturbarme a gusto, a lo que ayudó la súbita entrada de una enfermera para cambiar la bolsa de suero. Al volver a salir, vi su media sonrisa al darse cuenta de cómo mis pezones se marcaban en mi blusa, y el sentimiento de vergüenza consiguió apagar definitivamente mi fuego.
Más sosegada, seguí hablándole al inmóvil cuerpo, cambiando completamente de tema para explicarle mis sensaciones en el trabajo y mis impresiones con el puesto que ahora desempeñaba. Incluso, una vez cogida carrerilla, le relaté las pequeñas cosas del día a día que iba descubriendo en mi proceso de aprendizaje siendo Lucía. Fue una tarde genial para mi salud mental.
Al día siguiente, durante la pausa del café, dos de las compañeras con las que ya asiduamente bajaba a la cafetería, empezaron a hablar de salir esa noche, puesto que era viernes. Eran las dos más jóvenes del grupito, rondarían ambas en torno a los 28-30 años. Me apeteció muchísimo la idea de salir de copas y a bailar (acababa de descubrir que me gustaba bailar) con mujeres de mi edad. La experiencia sería muy enriquecedora, además de divertida, y tampoco tenía ningún otro plan. Estuve tentada de auto-invitarme, pero lo pensé mejor. Estaban empezando a conocerme, pero yo aún seguía siendo su jefa y ciertas reticencias son difíciles de disipar, y si ellas no me lo proponían, debería darles más tiempo para ganarme su confianza y que ellas mismas tuvieran ganas de quedar conmigo fuera del entorno laboral.
Al volver a encerrarme en mi despacho, el sentimiento de soledad me abrumó, era el mismo sentimiento que encontré en los recuerdos Lucía, una soledad que en mi vida anterior nunca había sentido. La imagen de una persona no se podía cambiar de un día para otro, por lo que debía ser paciente y ya conseguiría hacer amigas destruyendo el cascarón en el que mi antecesora se había encerrado.
Un mensaje en mi móvil me sacó de mis pensamientos. No tenía almacenado el número en la agenda, aunque me era conocido:
– Hola, Lucía, soy Pedro. Supongo que te acordarás de mí, porque yo sí que me acuerdo mucho de ti.
– Hola, Pedro. ¿Hay novedades sobre Antonio? – le contesté inmediatamente sintiendo un vuelco en el corazón.
– Tranquila, no hay nada nuevo. Te escribo por si te gustaría quedar esta noche.
Era de esperar, el chico aún estaba en una nube por lo que había pasado entre nosotros. Él era un caramelito para mí pero, dejando a un lado falsas modestias, yo era un auténtico festival de alta repostería para él, y su valentía natural y las hormonas le habían lanzado a intentar la quimera de tenerme una segunda vez.
– Pedro, eres un encanto, pero no te di mi número para esto – le contesté-. Comprenderás que entre tú y yo hay una gran distancia en casi todo, y hay cosas que sólo pasan una vez en la vida.
– Ya, ya, cuento con ello. En realidad, como tenemos un amigo en común, y charlamos tan a gusto el otro día, quería proponerte venir a pasar un rato conmigo y mis amigos y echarnos unas risas…
Sentí curiosidad, la verdad es que me había quedado con ganas de hacer algo de vida social para aquella noche, y puesto que había dejado para más adelante la opción de quedar con las compañeras del café, tal vez tendría la oportunidad de relacionarme con otras personas, aunque sólo fuera un rato para no sentirme tan sola. Pedro me caía muy bien, y el crear una nueva amistad con él siendo Lucía, me podría servir para no desconectarme completamente de mi vida anterior. A través de él podría saber sobre mis padres sin tener que fingir ante ellos.
– Explícate – le contesté.
– Alicia (mi madre) no estará este fin de semana, así que he quedado con dos colegas para que se vengan a tomar algo tranquilamente a mi casa. Sé que podemos parecerte unos críos, y seguro que tendrás otros planes, pero si quisieras venirte, seguro que lo pasas bien.
– Ya veo…
– Venga, Lucía, di que sí. Me encantaría conocer mejor a una amiga de Antonio, y seguro que les caes genial a mis colegas y ellos te caerán bien.
Me estaba convenciendo, aunque la compañía de unos chicos casi adolescentes no era precisamente la que buscaba, podría ser divertido. Sin embargo, una duda asaltó mi cabeza:
– No les habrás contado nada del otro día, ¿no? – le pregunté.
– No, no, claro que no. Eso es para mí, y ya me has dejado claro que en eso se quedará. Sólo les he dicho que conocí a la amiga de un amigo y que me gustaría invitarte. Por ellos, encantados, y además también se vendrá la novia de uno.
Sabía que Pedro era un chico sincero, así que no dudé de su palabra. Finalmente acepté su invitación, y tras darme la dirección de su casa, que por supuesto yo conocía perfectamente, quedamos para las 10 de la noche.
Al salir del trabajo pasé por una tienda, no podía presentarme en casa de Pedro con las manos vacías, y puesto que sabía perfectamente que la velada consistiría en tomar copas en su casa, decidí comprar una botella de buen whisky de malta para los chicos (estaba casi segura de que beberían whisky barato igual que yo había hecho a su edad), y una botella de un buen y dulce ron añejo para poder tomarme yo una copa sin que me destrozase el estómago.
Tras una hora de ejercicio en mi gimnasio particular y una rápida cena, me duché y arreglé para acudir a casa de Pedro. Al abrir el armario de los vestidos de verano, el primero que vi era uno de los que me había comprado con María, el que no había estrenado, y me pareció una buena ocasión para hacerlo. Al ponérmelo, no recordaba que fuera tan ajustado, era como una segunda piel de color negro que envolvía mi silueta desde mis pechos, con un generoso escote recto, hasta casi la mitad de mis muslos. Tuve, incluso, que cambiarme la ropa interior, puesto que las dos prendas se marcaban en la tela dando una fea impresión. Uno de los cambios en mi forma de pensar desde que era Lucía se me hizo patente en aquel momento: como hombre, nunca me habría dado cuenta de ese detalle, sin embargo, ahora me parecía importantísimo el estar siempre perfecta, fuese cual fuese la ocasión; por lo que me puse un mínimo tanga negro y preferí prescindir del uso de sujetador. El vestido proporcionaba la sujeción justa para que mis pechos se mantuvieran en su sitio formando un bonito y generoso busto sin parecer que rebosaba por encima de la tela. Me calcé un par de zapatos con un buen tacón y miré el resultado en el espejo. Me vi, simplemente, espectacular. Demasiado espectacular para el plan que tenía por delante, pero lo cierto es que me apetecía estrenar el vestido y no tenía ninguna otra ocasión en mente para hacerlo. Estaba increíblemente sexy, con mis curvas envueltas en la fina tela para dibujar con precisión mi silueta. El escote formaba un balcón al que cualquiera querría asomarse, con un bonito canalillo entre ambos pechos. Mis glúteos se veían firmes, redondeados y duros, y la corta falda junto con los tacones me hacían unas piernas kilométricas. El negro del vestido y los zapatos contrastaba con mi piel, y al ser mi cabello del mismo color, hacía que mis azules ojos destacasen confiriéndome una penetrante y felina mirada. A pesar de la explosividad de la prenda elegida, y su sensualidad, esta me quedaba elegante, no haciéndome parecer una puta mostrando carnaza. Mostraba, pero sugería más que mostrar, y en parte por eso me había costado el dineral que había pagado por él.
A pesar de que la casa de Pedro sólo estaba a una parada de metro de mi casa, pedí un taxi. Aunque mi intención era la de quedarme allí sólo el tiempo de tomarme una copa, preferí no coger el coche, y para volver pediría otro taxi, puesto que no era aconsejable que una mujer como yo tomase el metro sola a partir de ciertas horas.
Pedro me abrió la puerta de su casa con una sonrisa de oreja a oreja. Me dio dos besos y no trató de ocultar cómo me miraba de arriba abajo con un resoplido:
– Estás de infarto – me dijo.
– Gracias. He traído un par de cosas – le contesté cambiando de tema.
– Genial, pasa, ya han llegado los demás – dijo cogiendo las dos botellas.
Al entrar en aquella casa los recuerdos de mi vida anterior invadieron mi mente. Recuerdos de juegos de niños, de películas, de partidas de videojuegos, de explicaciones de matemáticas…. Pero sobre todos ellos, el recuerdo de Alicia, aquella guapa madre soltera que me había dado el mayor regalo de mi vida.
Cuando entramos en el salón, los dos chicos que estaban allí sentados se levantaron como un resorte, y en sus rostros vi el reflejo de la impresión que les produje, se quedaron ojipláticos. Tenían la misma edad que Pedro, y no esperaban encontrarse con una mujer como yo más que en las fotografías que solían mirar en sus ordenadores. Mi amigo me los presentó como Luis y Carlos, compañeros suyos en el primer curso de la universidad.
– ¿No iba a venir una chica también? – pregunté al ver que la única presencia femenina era la mía.
– Sí – contestó Carlos-, mi novia. Pero al final le ha tocado ir a trabajar esta noche.
– Vaya, ¿en qué trabaja?.
– Es camarera, y aunque tiene turno de mañana, algunas noches de fin de semana le toca hacer unas horas.
– Pues ya lo siento, me hubiese gustado conocerla a ella también.
Luis y Carlos ocuparon los sillones, y yo me senté en el sofá junto a Pedro y frente a ellos, de tal modo que tuve que cruzar pudorosamente las piernas dándoles una buena vista del firme muslo que quedaba por encima. Qué recuerdos me traía ese sofá…
Mi amigo les enseñó las botellas que había llevado, y con una ovación hacia mí, dejaron las copas que acababan de servirse para ponerse “mi” whisky mientras Pedro me servía galantemente el ron tras preguntarme qué me apetecía.
Como era de esperar por la novedad, fui el centro de la conversación, de tal modo que relaté cómo había conocido a Pedro y la historia de nuestro amigo común. Percibí cómo escuchaban cada una de mis palabras como si estuviese entonando una bella melodía, extasiados contemplando y siguiendo cada uno de mis gestos como si quisieran memorizar cada detalle de mí. Estaba empezando a acostumbrarme a producir ese comportamiento en cuantos hombres me rodeaban, pero en aquellos chicos, debido a su juventud, era especialmente marcado.
Supe que eran compañeros de clase estudiando la misma carrera que yo había hecho (Pedro había decidido estudiar la carrera aconsejado por mí), por lo que la conversación fue muy fluida con continuas preguntas sobre mi trabajo que no me importó contestar. Entre trago y trago, la timidez inicial se fue disipando, y poco a poco la conversación fue tornándose más amena con bromas y anécdotas que me hicieron reír. También supe algo más sobre aquellos chicos, como que Luis era una especie de genio informático (aunque estuviese estudiando otra cosa), y que Carlos, a pesar de llevar tan sólo un mes saliendo con su novia, estaba totalmente colado por ella.
La verdad es que me sentí cómoda con aquellos chicos. Con una copa delante, apenas se notaba la diferencia de edad, y yo conocía perfectamente su forma de pensar y sus inquietudes, pues eran las mismas que yo había tenido cuando era un chico de su edad. Pero cuando terminé mi copa, decidí que era el momento de marcharme. Ya había hecho la suficiente vida social, había afianzado un principio de amistad con Pedro, y me había divertido.
– Venga, quédate un rato más, Lucía – me dijo mi amigo cuando me levanté-. Es muy pronto y lo estamos pasando bien.
– No te vayas – dijeron los otros dos a coro.
– Podríamos jugar a “Yo nunca” – añadió Luis iluminándosele el rostro.
– ¿“Yo nunca”? – pregunté picándome la curiosidad.
– ¡Buena idea! – exclamó Pedro.
Me explicó que se trataba de un juego para beber, y sobre todo, para conocer mejor a quienes participaban. La dinámica era sencilla: todos teníamos nuestra bebida, pero no se nos permitía beber hasta que el juego dictase que debíamos hacerlo. Para beber, y por turnos, cada uno debía hacer una afirmación real que empezase con “Yo nunca…”. Si el resto de participantes sí que habían realizado esa acción, debían beber. El juego se basaba en la sinceridad, en las ganas de ingerir alcohol, y en tratar de averiguar cosas sobre los compañeros.
Me pareció divertido, y puesto que viviendo como Lucía sólo tenía algo más de una semana de experiencias, pensé que saldría airosa consiguiendo emborrachar a esos tres muchachos para marcharme serena a casa habiéndome reído con ellos. Me senté y Pedro me sirvió otra copa.
– Empiezo yo con algo suave – dijo Carlos-: Yo nunca he montado en globo.
Luis fue el único que levantó su copa y dio un trago.
– Suave, pero ya has ido a pillar – le dijo a su compañero-. Los dos sabíais que el verano pasado me regalaron un viaje. Me toca: Yo nunca he matado un pájaro con el coche.
– ¡Qué cabrón eres! – exclamó sonriendo Carlos mientras levantaba su copa.
– Yo nunca he trabajado en una oficina – dijo Pedro guiñándome un ojo.
– Has ido a tiro fijo, ¿eh? – le dije sonriéndole para dar un trago.
Era mi turno. Por un momento estuve tentada de decir algo que sabía de él, pero como se suponía que no podía conocerlo, preferí lanzar una afirmación que pudiese implicarles a los tres y que fuera real teniendo sólo en cuenta mi nueva vida:
– Yo nunca he jugado con la Play Station.
Los tres bebieron de sus copas, y me reí un rato mientras trataban de convencerme que debía probarlo.
El juego prosiguió, turno por turno, lanzándose pequeñas puyas entre ellos hasta que Luis se dio cuenta de que yo no había vuelto a beber más que con la afirmación de la oficina.
– Yo nunca he tenido un coche propio – dijo tanteándome.
Fui la única que bebió, y los chicos intercambiaron miradas con las que acordaron sin palabras ir a por mí. Con afirmaciones sobre el piso, el trabajo, o incluso prendas femeninas, consiguieron hacerme beber todas las veces. Empecé a sentir los efectos del alcohol, había olvidado por completo que mi resistencia a la bebida se había mermado considerablemente desde que era Lucía, y entré en un estado de alegría desinhibida con el que me uní a las carcajadas del resto cuando Carlos bebió ante la afirmación: “Yo nunca me he puesto unas bragas”, lo que tuvo que explicar contándonos la loca historia de cómo cuando era pequeño su madre le puso un día unas braguitas de su hermana como castigo por haber estado escondiendo los calzoncillos usados en un cajón.
Al ver que llevaba varios turnos sin dejar de beber, se “apiadaron” de mí, y el tema de la ropa interior acabó derivando en el terreno sexual.
– Yo nunca me he hecho una paja pensando en la novia de un colega – dijo Carlos.
Los otros dos bebieron, y ante la mirada inquisitiva de Carlos, ambos se encogieron de hombros. El atisbo de tensión desapareció cuando Pedro afirmó: “Tío, tu novia está buena”, con lo que acabamos riéndonos los cuatro.
– Yo nunca me he hecho una paja pensando en una profesora – dijo Luis.
Pedro y Carlos bebieron y explicaron que en sus respectivos institutos habían tenido alguna profesora que, a pesar de no ser especialmente atractiva, les había puesto hasta llegar a ese punto.
– Yo nunca me he hecho una paja pensando en la madre de un colega – dijo Pedro.
Luis y Carlos se miraron y ambos bebieron.
– ¡Joder, lo sabía! – exclamó Pedro con indignación-. Sois unos cabrones.
Los aludidos se encogieron de hombros y con un: “Tío, tu madre está buena” que soltó Carlos imitándole, acabamos riéndonos los cuatro nuevamente.
– Si vosotros supierais – pensé moviendo el culito sobre el mismo asiento en el que ocho años atrás Antonio había probado los encantos de Alicia.
Tal vez fuera por el efecto del alcohol, o por tanto mencionar sus masturbaciones, o por la evocación al recuerdo de mi estreno con la madre de Pedro, pero empecé a sentirme excitada.
– Así que os gustan las mujeres mayores, ¿eh? – les dije.
– Joder, es que si son como la madre de Pedro… – contestó Carlos.
– Dejemos ya el tema de Alicia – dijo el aludido contrariado.
En aquel momento me resultó curioso que Pedro se refiriese a su madre por su nombre, en lugar de por “mamá” o “madre”, pero entonces recordé que desde que el chico entró en la adolescencia, siempre la había llamado así, supuse que era una especie de acto de rebeldía que había mantenido en el tiempo.
– O mejor – intervino Luis-, si esas mujeres mayores son como tú, ya ni te cuento – añadió mirándome.
Los otros dos resoplaron al unísono sonriéndome, y entonces me di cuenta de que a los tres se les marcaba ligeramente la entrepierna. Ellos también estaban excitados, y no era por hablar de masturbaciones o de Alicia, era por mí y yo lo sabía. ¡Cómo me gustaba provocar eso!.
– Sois encantadores – les dije con una sonrisa haciendo un cambio de postura y cruce de piernas del que no perdió detalle ninguno de los tres.
Me sentí tan bien siendo el centro de sus deseos, que quise seguir jugando con ellos.
– Yo nunca he follado con una chica borracha – les solté.
Los tres levantaron sus copas y bebieron.
– ¡Vaya! – dije-, ¿es que las chicas de vuestra edad no saben mantener las piernas cerradas cuando beben?.
Los cuatro nos reímos, y acabaron confesándome que los tres se habían estrenado así en fiestas de pueblos. Pensé que tenían un curioso denominador común, y así fue como me enteré de que Pedro sólo había tenido dos precipitadas experiencias antes de conocerme a mí.
– Tendré que tener cuidado de no emborracharme… – dejé caer mirándoles seductoramente.
Los tres rieron con nerviosismo, sabía que eso les había terminado de poner las pollas como barras de acero, y ese pensamiento consiguió acalorarme.
– Yo nunca le he comido el coño a una tía – prosiguió Carlos con el juego tratando de sacarles información a sus amigos.
Fui la única que bebió, y los tres chicos se quedaron atónitos mirándome.
– Bueno – dije entre risas-, hay que probar de todo en esta vida…
En aquel momento, los paquetes en las entrepiernas de los tres se me hicieron tan evidentes, que sentí cómo mis pezones se endurecían en respuesta.
– Joder, Lucía – dijo Carlos-, ¡eres la bomba!.
Le sonreí, le guiñé un ojo y le pregunté:
– ¿Y tú no se lo has comido a tu novia?, ¡pobrecita!.
Los otros dos se partieron de risa.
– Bueno, es que aún no he tenido la oportunidad… – contestó avergonzado y arrepintiéndose de haber sacado el tema llevado por la euforia etílica.
Luis acudió en su rescate, y para que su amigo no se sintiera tan mal, afirmó de repente:
– Yo nunca he tenido la polla dentro de la boca de una tía.
Pedro fue el único que bebió de su copa mirándome de reojo, lo que los otros no percibieron exclamando un: “¡Qué cabrón!” al unísono. En cuanto a mí, esa evocación aumentó mi excitación, haciéndome sentir los pezones tan duros como para atravesar mi bonito vestido mientras mi tanguita se humedecía. Sabía que en ese momento estaba marcando pezones y que los tres chicos se estaban dando un festín mirándome las tetas, lo cual aceleraba mis pulsaciones.
– ¿Tampoco te la ha chupado tu novia? – le pregunté nuevamente a Carlos con sorpresa.
– Es que… – contestó volviéndole la vergüenza- Sólo llevamos un mes… Aún no hemos hecho nada más que enrollarnos… y no quiero presionarla…
– Es que está buena y no quiere que se le escape – intervino Luis entre risas.
– Él también está bueno – contesté yo confesando sin querer mis pensamientos-. Seguro que ella también lo está deseando… Yo lo desearía…
En ese momento me di cuenta de que me estaba dejando llevar por el alcohol y la excitación. Ninguno de los tres chicos estaba nada mal, siendo Pedro el más atractivo. Aun así, en cualquier otra circunstancia me habrían parecido unos pre-adultos sin más, en los que no habría centrado mi atención; sin embargo, en aquel momento de ligera embriaguez, las duras pollas que adivinaba bajo sus pantalones me estaban incendiando.
– A lo mejor tendría que tener yo una charla con tu novia – le dije a Carlos catapultada por los efectos del alcohol-. ¿Cómo se llama?, ¿en qué bar trabaja?,
– Se llama Irina – me contestó atropellado por mi ímpetu.
– ¿Irina? – le pregunté resultándome familiar tan particular nombre.
– Sí, es que es rusa. Trabaja en un pub del centro llamado “El Dandy”.
¡No me lo podía creer!, aquello era el colmo de la casualidad. “El Dandy” era el pub de aquel tipo que había conocido y con el que había tenido mi primera experiencia sexual con un hombre desde que era Lucía. Al instante supe por qué me resultaba familiar el nombre de la novia de Carlos:
– “Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca rusa de 18 años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas. Es adicta a desayunar mi leche calentita… Jejeje, ya sabes…”- resonó en mi cabeza la voz del dueño del pub.
Parecía que el destino hubiese cerrado otro círculo entorno a mí, y lo tomé como una especie de señal. Sentí lástima de Carlos, llevaba un mes saliendo con una chica que le gustaba de verdad y aún no había tenido sexo con ella por no querer forzar la marcha, y resultaba que yo sabía que esa chica tenía la afición de practicarle una felación a su jefe todos los días. De hecho, sospeché que aquella noche la “famosa” Irina no estaba trabajando en el pub, sino más bien estaba trabajándose a su jefe, lo que avivó aún más la hoguera de mi lujuria.
– Ya que Irina está trabajando – le dije a Carlos poniéndome en pie ante él-, a lo mejor necesitas liberarte un poco.
El chico me miró de arriba abajo con los ojos como platos y la entrepierna a punto de reventarle el pantalón. Los otros dos estaban igual.
– ¿A qué te refieres? – preguntó casi en un susurro.
Le sonreí, y me mordí instintivamente el labio como si quisiera refrenar mi deseo, pero este ya era irrefrenable. Estaba cachonda, y me sentía justiciera. Me apetecía comerme la polla de ese chico, como su novia hacía cada mañana con su jefe, y darle la satisfacción de engañarla como ella hacía con él.
Me arrodillé ante él, y acaricié sus piernas y el duro paquete que yo había provocado.
– Joder, Lucía – me dijo resoplando-, no juegues conmigo…
– No estoy jugando – le susurré-, quiero comerme tu polla… – añadí desabrochándole el pantalón.
Oí cómo los otros dos resoplaban. Pedro sabía lo que era encontrarse en esa situación, y ahora no perdía detalle. Luis, en el sillón contiguo al de Carlos, tenía una privilegiada vista de cuanto ocurría, y sonreía incrédulo sujetándose la entrepierna. Yo le devolví la sonrisa guiñándole uno de mis azules ojos, y por la expresión de su cara, vi que casi consigo que se corra.
Bajé un poco el pantalón de Carlos y el calzoncillo, lo justo para ver la rosada cabeza de su verga y parte del tronco. Se veía tan apetitosa, que me relamí los labios y la besé suavemente.
– Por favor, Lucía – suplicó el muchacho-. Tengo novia… no quiero ponerle los cuernos… – añadió poniéndome las manos sobre los hombros.
– ¿No quieres que te la chupe un poquito? – le pregunté en tono meloso.
– Me pones malísimo… pero no puedo…
– Joder, Carlos – le dijo Luis poniéndose en pie indignado-. Tienes a la tía más buena que he visto nunca dispuesta a hacerte una mamada… ¿y lo vas a rechazar?. Ojalá yo tuviera tu suerte…
Vi el rostro de Carlos enrojecido de excitación y vergüenza, y aunque sabía que su novia se la estaba dando con queso, yo no era quién para decírselo. Y tampoco le iba a forzar a hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, por lo que me eché un poco hacia atrás dispuesta a levantarme. Pero al girar mi cara hacia la izquierda, me encontré con el exagerado paquete de Luis ante mí. Tenía otra joven verga a mi alcance, para mí sola, y tenía tanta hambre de degustar una, que no dudé en girarme sobre las rodillas, y desabrochar ese otro pantalón para tirar de él y de la ropa interior dejándoselo en los tobillos. El falo de Luis se presentó ante mí como una estaca, tieso y duro, con su punta humedecida por la excitación. No era especialmente impresionante en tamaño, pero su aspecto era tan apetecible que me la metí en la boca deslizándola por mis húmedos labios hasta que llegó a mi garganta.
– ¡Oooohhhhhh! – gimió Luis sin salir de su asombro.
Sentí cómo el músculo latía contra mi lengua, y me di cuenta de que el chico estaba tan excitado que los latidos se estaban convirtiendo en espasmos. La calidez, humedad y suavidad de mi boca le impresionaron tanto, que la joven próstata se disparó como un arma cargada sin seguro. Apenas tuve tiempo de retirar el glande de mi garganta cuando se corrió. Invadió el fondo de mi boca con ardiente y densa leche que tuve que tragar inmediatamente para no ahogarme. Conseguí sacármela un poco más para ponerla sobre mi lengua, y siguió eyaculando borbotones de lefa que me llenaron con su sabor. Luis gruñía, y su polla seguía vaciándose en mi boca. Era una corrida abundante y espesa, deliciosamente abundante y espesa. Su gusto, aunque muy parecido al que dos días antes había paladeado de Pedro, era ligeramente distinto, y también me gustaba. Tragué cuanto pude, pero fue inevitable que parte rezumara por la comisura de mis labios y resbalase hasta mi barbilla. Aquel muchacho se estaba corriendo como un caballo, y en sus últimos espasmos pude disfrutar de su elixir durante unos segundos antes de tragarlo.
Le solté, y limpiándome los labios y la barbilla con los dedos para relamerlos deleitándome con el sabor y la textura de ese exclusivo néctar, vi cómo el chico se desplomaba sobre el sillón.
– Eres más rápido que el rayo – le dije con una pícara sonrisa.
– Yo… – dijo avergonzado pero resoplando de satisfacción.- Tu boca… Ha sido lo mejor de mi vida…
Sentí mi tanguita empapado con mis jugos. Estaba claro que me excitaba sobremanera el que se me corrieran en la boca. Así que miré a Carlos con cara de zorra hambrienta. Este tenía los ojos fuera de las órbitas. Su glande, desnudo por mí, ahora brillaba húmedo por la excitación de lo que acababa de presenciar.
– Ahora sí que quieres, ¿verdad? – le dije girándome nuevamente hacia él.
No pudo articular palabra, sólo asentir con la cabeza. Agarré su duro músculo para liberarlo de la presión de la ropa, y lo succioné hasta la mitad. Ya tenía suficiente experiencia como para saber que los tentadores jovencitos apenas aguantaban unas pocas chupaditas antes de explotar. Y así fue, que tras un par de succiones arriba y abajo con mis labios deslizándose por su tronco, sentí cómo Carlos se derramaba sobre mi lengua. Su semen también tenía un último y sutil gusto distinto al del anterior, con lo que descubrí que cada hombre tenía un sabor característico, tal vez debido a la alimentación. Pero el sabor predominante era el agridulce y salado sabor a leche de hombre al que estaba empezando a hacerme tan adicta como parecía serlo Irina, la novia rusa de aquel chico. Con la boca nuevamente llena de polla y candente y denso esperma, saboreé sin poder evitar que una de mis manos se colara bajo mi falda para acariciarme el húmedo tanga.
Me tragué toda la corrida dando más chupadas con las que obtuve cálidos chorros del delicioso elixir de aquel chico, mamando de la verga para extraer la última gota, momento en el que sentí cómo una mano acariciaba mi culo. Dejé mi golosina con su dueño extasiado, y al girar la cabeza vi que la mano que acariciaba mi culo era la de Pedro.
– ¿Te has olvidado de mí?- me dijo sonriéndome.
-¿Tú también quieres correrte en mi boquita? – le pregunté poniendo cara inocente situando el dedo índice sobre mi labio inferior.
– Si no estás llena ya…
– Aún tengo hambre, y he dejado el postre para el final – le contesté agarrando su paquete.
Se quitó todas las prendas inferiores, y me ofreció ese magnífico músculo que ya había probado dos días atrás. Tenía la esperanza de que esta vez me durase un poco más el caramelo, así que preferí tener una postura más cómoda para realizar la felación a conciencia. Le pedí a Carlos que se levantara, y este me dejó su sitio para que me sentase en el sillón mientras Pedro se situaba delante de mí poniendo nuevamente su mástil a la altura de mi boca.
Luis y Carlos observaron cómo el rosado glande de su amigo se posaba en mis labios y estos lo recibían acogiéndolo y haciéndolo entrar entre ellos.
– Esto es mejor que ver a una actriz porno en una peli – oí que decía Luis.
– Lucía está más buena y es mucho más elegante que esas actrices – le contestó Carlos.
Oír aquello me encantó, y quise darles un buen espectáculo a ambos haciéndole una mamada a Pedro que resultase muy visual, para lo cual succioné lentamente la polla tirando de ella hacia mi boca y hasta que tocó mi garganta. Mi amigo suspiró, y por el tono supe que esta vez sí que iba a aguantar un poco más. Me la saqué lentamente, chupando con suavidad hasta que la punta apareció nuevamente de entre mis labios.
– Jooodeeeeer… – dijeron los tres chicos al unísono alimentando mi lascivia.
Tomé nuevamente el glande, y le propicié unas chupadas cortas utilizando únicamente los labios, haciéndolo entrar y salir repetidamente entre ellos para que su punta incidiese contra mi lengua con suaves toquecitos que acariciaban la rosada piel, como si estuviese probando un polo de hielo demasiado frío para comerlo entero. Después, hice que aquella herramienta de placer penetrase en mi boca absorbiendo cuanta longitud de duro músculo cupo en mí. Lo envolví con mi paladar, lengua y carrillos, y lo succioné mientras me lo sacaba dejándolo impregnado de mi saliva.
– Lucía – me dijo Pedro resoplando-, si lo haces así vas a hacer que me corra tan rápido como estos dos…
– Quiero que tu leche me llene la boca como ya lo ha hecho la suya – le contesté viendo por el rabillo del ojo cómo los otros dos no perdían detalle con sus miembros nuevamente erectos.
Volví a comerme el duro rabo de Pedro, y sabiendo que los otros dos miraban con atención, ladeé ligeramente la cabeza, coloqué mi negro cabello tras la oreja para despejarme el rostro, y empecé a chupar haciendo que el glande incidiese contra el interior de mi carrillo derecho; de tal modo que los tres chicos podían ver cómo cada vez que esa lanza perforaba mis labios, su punta se adivinaba en mi perfil mientras mi azulada mirada se clavaba en los ojos de los dos espectadores. Se me hacía la boca agua, y puesto que así no podía tragar mi propia saliva, esta salía de entre mis labios embadurnando el ariete que los penetraba produciendo un característico sonido: “Slurp, slurp, slurp…”
Estaba tan cachonda, que ya iba a por todas. Mientras chupaba la dureza de Pedro, mi mente no dejaba de darle vueltas a la idea de que ya no tenía suficiente con hacerles una mamada a cada uno. Tenía a tres apetecibles jovencitos con sus instrumentos tiesos por mí y para mí, y quería follármelos, necesitaba follármelos. El ver a los otros dos chicos observándome con sus inhiestas vergas, no hacía más que hacer más apremiante ese deseo. Así que volví a la posición de engullir, y succioné esa rica polla con fuerza, oprimiéndola con mi boca, penetrándome hasta casi tocar la garganta, mamando con movimientos de mi cabeza hacia delante y hacia atrás como si me fuera la vida en ello, ejerciendo toda la presión de la que mis carnosos labios eran capaces, imprimiendo una velocidad que me convirtió en la más voraz de las felatrices.
– Aaah, Lucía, aaaah, aaaaahhhh, aaaaaaaaaaahhhhhhh, Lucíaaaaaahhh… – gimió el beneficiario de mi glotonería.
Sentí las palpitaciones, ya le tenía a punto, pero no me detuve.
– También se va a correr dentro – oí que decía Luis.
– Esta tía es increíble – comentó Carlos.
– ¡¡¡Y se lo va a tragar todoooooooohhhhhhh!!! – gritó Pedro explotando.
Mi boca volvió a inundarse de leche hirviendo, el delicioso semen de Pedro que se estrelló contra mi paladar mientras su glande lo empujaba hacia mi garganta. Tragué la primera y más generosa eyaculación, y seguí autofollándome la boca con esa pétrea polla mientras convulsionaba escupiendo lechazos dentro de la cavidad, sintiendo cómo el denso y cálido fluido estimulaba mis papilas gustativas resbalando por mi lengua para, finalmente, verterse a través de mi garganta. Fue la menos abundante de las tres corridas que acababa de tomarme (seguramente ese mismo día se había pajeado pensando en mí), pero me resultó la más deliciosa siendo la de sabor más dulce de las que había probado. Decidí dejarles un imborrable recuerdo a los tres sacándome la verga de la boca para que su último estertor y eyaculación fuese sobre mis enrojecidos labios recibiendo el esperma con un beso. El blanco néctar se derramó sobre mis labios, impregnándolos con su brillo, recorrió el carnoso labio inferior, y fluyó por las comisuras de mi boca. Me separé de la fuente del lechoso manjar, y miré a los tres chicos que me contemplaban maravillados. Me relamí la corrida con la punta de la lengua, y me llevé hacia la boca con un dedo lo que había resbalado hasta mi barbilla:
– Uuummmmm – gemí degustando.
– Uuuufffff – resoplaron los tres.
Me puse en pie, y con una sonrisa miré a los tres chicos con sus prendas inferiores en los tobillos. Las pollas de Luis y Carlos me apuntaban, mientras la de Pedro languidecía. No dejaban de estar cómicos, pero mi lujuria de incontrolables hormonas femeninas recorriendo mis venas, no me permitía más que verlos como objetos de deseo.
Estaba sedienta, así que le di un último trago a mi copa, y poniéndome con las manos sobre las caderas, dije:
– Bueno, chicos, ahora ya no podéis decir: “Yo nunca he tenido la polla en la boca de una tía”… – ¿Ahora qué queréis hacer?.
– “Zorra revienta-braguetas” – dijo en mi cabeza el vestigio masculino que me quedaba-. Y lo que me gusta serlo – le contesté.
– Podríamos ir a la cama de Alicia… – sugirió Pedro con Luis asintiendo con la cabeza.
Estaba en plena combustión interna, empapada, con los pezones como pitones de morlaco, con tres yogurines para mí sola, el regusto de sus corridas en mi paladar, y el morbo de utilizar la cama de aquella que me había desvirgado cuando yo era un chico como aquellos tres… Estaba dispuesta a todo cuanto surgiese.
CONTINUARÁ…
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Me pone super cachonda el cabrón de mi vecino 2.
Mi desesperación creció de manera exponencial al saberme en sus manos y aunque sabía que la manera en que ese maldito me dosificaba sus caricias era con el objeto de volverme loca, no pude evitar que cómo un tsunami mi calentura alcanzara unos límites ridículos.
Fundidas nuestras pieles por la fuerza de nuestra pasión nos lanzamos al galope. Rozando nuestros coños con un frenesí sin igual, compartimos la humedad de nuestros sexos mientras como si estuviéramos lejos de la civilización, no dejábamos de gritar. El escándalo de nuestros gritos debía de oírse en toda la planta y aun así, no sentí ningún reparo porque de esa manera estaba haciendo partícipe a José, mi vecino, que también yo tenía compañía.
Tras lo cual, nos dejó allí tiradas sabiendo que al día siguiente ni Alicia ni yo podríamos evitar estar allí puntuales.
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y rápidamente me puse de pie y regrese a mi depa lo mas rápido posible.
La mañana transcurrió muy bien, limpie todo el desorden que tenia y tendí mi ropa en la azotea del edificio. Ya por eso de las doce del medio día, subí a quitar mi ropa y ahí se encontraba Alberto haciendo lo mismo. Cuando me vio me saludo de nuevo y comenzó a platicar conmigo. Me conto que trabajaba como camarógrafo, que tenia 48 años, que le gustaba el futbol, en fin, varias cosas, yo solo me limitaba a escucharlo. Hasta que de pronto me dijo:
–Esthela, sé que no nos conocemos muy bien, pero, sino es mucha molestia, podrías preparar un poco de comida para mi. Yo no soy bueno en la cocina, de eso se encarga mi esposa, pero… ya viste lo de esta mañana…
-La verdad no se si pueda… tengo cosas que hacer ahorita –le conteste, pero aun así no dejaba de insistir.
–Por favor Esthelita, no seas malita, ayuda a este pobre viejo… -Ok, esta bien, nomas dejo mi ropa y voy a su departamento.
Baje a mi depa y deje mi ropa en la cama, cerré con llave y baje a su departamento, al llegar toque la puerta y me invito a pasar. Lo primero que note fue todo el desorden; latas de soda y cerveza tiradas en el suelo, bolsas de frituras y otras golosinas en la mesa o regadas en el piso, ahora entendí porque discutían tanto.
–Disculpa el desorden Esthelita, mi esposa no limpio antes de irse. Pero pasa a la cocina y ve que puedes hacer.
Sentí un poco de lastima por su esposa pero al menos ya había tomado una buena decisión al irse. Mire lo que había en el refrigerador y a pesar de que la mitad del refrigerador estaba lleno de cervezas pude encontrar lo necesario para hacer una comida decente.
Mientras preparaba la comida, Alberto se puso a limpiar. Después de una hora terminamos al mismo tiempo y nos sentamos a comer. Estuvimos platicando otro buen rato y ahora me toco hablar a mí: Le conteste puras preguntas que el me hacia: que estudiaba, que era de otra ciudad, que no tenia novio, etc.
De pronto sonó mi celular, era una de mis amigas, hablaba para invitarme a salir. Platicamos un poco y nos pusimos de acuerdo para la hora, colgamos y le dije a Alberto que me tenía que retirar, me dio las gracias por la comida y me acompaño a la puerta.
Cuando salí, pude notar que me metió algo en la bolsa de atrás de mi pantalón. Cuando me voltie me dijo con una sonrisa, esto es para que te diviertas esta noche y sin decir mas cerro la puerta. Cuando llegue a mi depa saque rápido lo que me había metido, era un condón envuelto en un billete. Me dio risa el detalle del preservativo pero el dinero lo acepte bien.
En el tiempo que faltaba para la hora acordada me puse a alistar mi ropa, había decidido usar una blusa azul con rayas, acompañada de una mini falda negra y unas zapatillas negras. De la ropa que había dejado en mi cama saque un brasier azul y mi tanguita negra de la mañana. Me metí a bañar y cuando salí del baño comencé a cambiarme. A las 8:30 pasaron por mí y fuimos a pasear, bailar y cenar.
Después de pasarla muy bien fui la primera a la que dejaron, eran alrededor de las dos de la madrugada cuando llegue al edificio donde vivía, desgraciadamente alguien había cerrado con llave la puerta del edificio y para rematar no tenia llave. Sin embargo, a los 10 minutos de no saber que hacer llego un carro, del cual se bajo Alberto. Cuando llego hasta donde estaba me miro y me pregunto: -Preciosa, que haces aquí sola a estas horas
–Hola, me quede afuera, la puerta esta cerrada y no tengo llave.
–Pues que mal, pero estas de suerte por que yo si tengo la llave –me dijo y sin más la abrió y pudimos pasar.
Mientras subíamos las escaleras me pregunto como me había ido, que si utilice el regalo que me había dado, a lo cual le conteste que solo el dinero. Cuando llegamos al piso donde él vivía me invito a pasar y acompañarlo con unos tragos, sin embargo no me gustaba mucho la idea
–Vamos Esthela, unos tragos y ya, te gusta el tequila, la cerveza…
–Ok, esta bien –De mala gana acepte, pero solo porque se me antojo un poco de tequila.
Me senté el la barra y sirvió dos shoot de tequila, le di un trago pequeño mientras Alberto se lo tomo de un trago.
–Vamos Esthela, tómatelo de golpe
–no me los tomo de golpe.
–Anda preciosa, yo creí que sabias tomar –me dijo. Y como no queriendo, me tome de golpe lo que me quedaba.
La sensación fue un poco amarga y Alberto se burlo por la mueca que hice. –Vez no pasa nada mamita… Anda tomate otro junto conmigo. –Me dijo mientras me serbia otro shoot. –a la cuenta de 3. 1… 2… 3. –y sin mas me pase otro shot completo.
Cuando sentí lo caliente del tequila en mi garganta comencé a marearme, pero trate de disimular un poco, sin embargo, Alberto se dio cuenta cuando me puse de pie ya que por poco me caigo.
–Apoco ya te mareaste Esthelita, que poco aguantaste –me dijo. Me tomo del brazo y me sentó en el sillón.
–lo siento, es que ya había tomado un poco de cerveza con mis amigas. –le conteste.
Cerré mis ojos por que la luz de la sala me molestaba. Alberto se sentó enfrente de mí y escuchaba hablaba pero no entendía muy bien lo que decía. Me quede un buen rato sentada con los ojos cerrados y de pronto sentí que Alberto se sentó a un lado de mi. No decía nada, solo se sentó a un lado de mí.
De pronto sentí que puso su mano en mis muslos y comenzó a acariciarlos lentamente, pegue un leve grito cuando lo sentí y quise abrir los ojos pero la luz me lo impedía. –Pero que esta haciendo –le grite –Shhh preciosa, solo déjate llevar –me decía mientras deslizaba su mano por debajo de mi minifalda.
Inmediatamente volvieron a mi mente los momentos que tuve con Martin hace dos semanas, ocasionando que sudara frio. Alberto acerco su boca a mi cara y comenzó a decir
–Vamos Esthelita, eres la chica del 69, acaso ¿no sabes cual es tu misión?
-¿Qué misión? ¿De que estas hablando? Le pregunte asustada.
–Parece que Martin nada mas se dedico a cogerte y no te explico nada.
-¿Martin? ¿Cómo sabes que…? –Estaba a punto de terminar mi pregunta cuando de pronto sentí los dedos de Alberto en mi conchita. Por instinto o por susto abrí mis piernas, situación que fue aprovechada por Alberto para continuar tocándome.
Sentada en el sillón y con sus dedos tocando mi conchita por encima de mi tanguita, hice un esfuerzo para ponerme de pie, pero Alberto me lo impedía. Con su otra mano puesta en mi pierna impedía que me levantara del sillón.
–parece que este es mi día de suerte, mi esposa se fue, conocí a la que será la nueva putita del edificio y por si fuera poco seré el segundo de todos en cogérsela. Me la pusiste muy fácil Esthela, cuando cruzaste la puerta de mi departamento hace unos momentos supe que no saldrías de aquí sin antes haberte pegado una buena cogida.
–Eres un desgraciado, como te a través a… -y de pronto sentí sus labios en los míos y pude sentir el asqueroso aliento alcohólico de Alberto. Trataba de quitármelo de encima pero me sujeto con su mano el rostro para impedírmelo. Fue el beso mas asqueroso que había tenido y me pareció eterno. De pronto Alberto me tomo con sus manos la cabeza y comenzó a movérmela. Cuando dejo de movérmela, me soltó y me dijo;
–Te quieres ir, intenta salir. –Sin pensarla dos veces me puse de pie pero sentía que todo me daba vueltas, cuando quise caminar tropecé con la mesa de la sala y caí al suelo. Escuche las carcajadas de Alberto y de pronto sentí que me levantaba y me llevaba a algún lado.
De pronto me soltó y caí en lo que parecía una cama, al parecer estaba oscuro así que abrí los ojos, pero no podía ver nada. Trate de incorporarme pero no podía por que aun me sentía muy mareada y sentía que todo me daba vueltas. Comencé a sentir que Alberto me quitaba los tacones. Después de haber logrado quitármelos comencé a sentir como sus manos masajeaban mis piernas y estas se perdían por dentro de mi vestido. Comencé a gritar pero recordé que la última vez que me paso algo similar no había funcionado.
-¿Que es lo que quiere? ¿Por favor déjeme en paz? –le decía entre sollozos.
–Vamos Esthelita, no te pongas así, deberías de disfrutar el momento, de que sirve que te pongas triste, igual te voy a coger. Mejor déjate querer y disfruta de la cogida que te voy a dar.
Y dicho eso me saco la tanguita rápidamente, mi minifalda le costó un poco sacármela pero igual lo logro y mi blusa y me brasier no fueron muy difíciles tampoco. Sus palabras resonaron en mi mente y al no tener otra alternativa deje de pelear. No le tomo ni dos minutos en dejarme completamente desnuda. Sin perder tiempo se fue directo a mi conchita y comenzó a chupármela salvajemente.
Me quede completamente quieta, sintiendo como su lengua húmeda recorría cada parte de mi rajita. Me tomo de mis pompis y comenzó a apretármelas con sus manos hasta el punto de encajarme sus uñas. -NNH… AHH… -exclame. Mientras Alberto seguía muy ocupado con mi conchita. Sin embargo después de probarla suficiente se incorporo y prendió la luz del cuarto. Pude notar que estaba desvistiéndose porque podía ver un poco, pero aun asi la luz me molestaba así que mejor decidí no abrirlos y quedarme quieta hasta que la apagara de nuevo.
–mmmm!! Que rica te vez desnudita Esthelita… Tu piel clara brilla con la luz… mmmm… que deliciosa te vez!! Que ricas tetas tienes, redonditas y sabrosas, tus piernitas, delgaditas y bien formadas, mmmm… me encanta tocarlas –Me decía mientras me las sobaba con sus manos…
-Me encantas amor, desde que te vi esta mañana en el lavado, con ese pelo enchinado me mataste preciosa, deseaba cogerte ahí mismo, encima del lavado… Pero ahora te tengo en mi cama y te voy a pegar la mejor cogida de tu vida.
Sin decir más se puso encima de mí y comenzó a chuparme los pechos. Lo hacia lentamente, de tal forma que pudiera sentir lo suficientemente bien su lengua en mis pezones.
–AHH… NNH… -gemía mientras lo hacia. Al escucharme comenzó a apretarme con su mano mi otro pechito y de vez en cuando me pellizcaba el pezón. Comencé a excitarme de inmediato, pero no quería que se diera cuenta. Quería por lo menos hacer que batallase, pero fue inútil, al poco tiempo llevo sus dedos a mi conchita y pudo notar lo húmeda que estaba.
–Así que ya estas caliente mi amor, ufff… que putita eres y mira que apenas te probé la rajita y saboree tus tetas. –Pero lo que no sabía es que empezó por lo que considero mis puntos débiles. Al igual que con Martin, me puse húmeda cuando me hizo lo mismo que Alberto.
Volvió a sumergir su cara en mi entrepierna y con su lengua empezó a extraer los líquidos que había producido y a calentarme más.
–ahhh!!! Están deliciosos amor… tus juguitos estas muy sabrosos… más sabrosos que los de mi esposa… mmm… –Y siguió chupando mi conchita.
-HAH!… AHN… basta… por favor… bast…a… me… estas… ma…tand…o. –le decía mientras ponía mis manos en su cabeza. Pero Alberto no me hacia caso, al contrario siguió chupando mas rápido y fuerte hasta que por fin comencé a correrme.
–AHHHH…NH HN!! -sentía como la lengua de Alberto se movía mas rápido dentro de mi y extraía todo el flujo que había producido.
Cuando por fin me paso el orgasmo me quede muy quieta respirando, de pronto Alberto dejo de chupar mi sexo y me dijo.
–Eres una chica súper fácil de complacer. Pero que tan buenas eres complaciendo. –me pregunto. Y acto seguido se acostó a un lado de mí y me dijo.
–Te toca chupármela. –No captaba lo que me decía “chupársela a él” pero como… –Anda preciosa, solo mira como esta, necesita un poco de diversión… mire hacia donde me decía y pude ver su verga. Flácida pero larga. –Anda corazón, hazme feliz, hazme sentir lo que yo te hice sentir hacer unos momentos.
No sabia que hacer, tenia miedo de hacer lo que me pedía, no quería hacerlo, me sentiría como una puta si lo hacia.
–anda Esthela, te estoy esperando. –me grito. Y sin pensarla dos veces me baje de la cama y me puse de pie. Lo mire a los ojos y después mire a la puerta. Camine hacia ella y cuando estaba apunto de llegar Alberto me dijo.
–si te quieres ir será inútil, la puerta solo yo la se abrir. –Pero yo no iba hacia la puerta, toque el interruptor y las luces se apagaron. Volví lentamente hacia la cama y cuando por fin me subí a ella comencé a buscar con mis manos el pedazo de Alberto. Cuando por fin lo toque me hinque cerca, me puse un mechón de pelo que me estorbaba por detrás de la oreja y lentamente fui bajando mi cabeza hasta que mis labios tocaron la punta de su verga.
El corazón me latía muy rápido, cerré mis ojos y lentamente fui metiendo su pene en mi boca. Un gemido por parte de Alberto me indico que le gusto la sensación de tener su verga dentro de mi boquita, lentamente y como no queriendo la cosa comencé a meterlo y a sacarlo lentamente. De vez en cuando recorría con mi lengua toda la punta, ocasionando que Alberto temblara levemente.
Por algún motivo que no conocía, una parte de mi le gustaban esos temblores que le ocasionaba a Alberto. Y con cada temblor, seguía chupándosela mas rápido. De pronto escuche un ruido y abrí los ojos. No podía mirar la cara de Alberto pero podía ver un punto rojo que se movía enfrente de mí. Sin dejar de chupar seguía mirando fijamente ese punto rojo que no sabia que era hasta que decidí seguir con lo mio.
Poco a poco la verga de Alberto fue perdiendo flacidez y comenzó a ponerse muy dura. Comencé a chupársela mas rápido, parecía como si estuviera poseída y de pronto Alberto me tomo de la cara y me saco su pedazo de la boca. Escuchaba como su respiración muy agitada y de pronto me recostó en la cama, me tomo de las piernas y me dijo.
–Hiciste un buen trabajo con tu boquita, déjame recompensarte. –Y sin decir más me metió su verga por mi conchita. Por lo mojada que estaba su verga entro de inmediato. Estando recostada boca arriba Alberto comenzó a penetrarme en una posición que me dijo se llamaba el misionero.
El ritmo que llevaba Alberto no era conciso, cambiaba de lento a rápido y viceversa, lo cual ocasionaba que no me acostumbrara a la situación, sin embargo, a los minutos eso ya no importaba, puesto que comencé a excitarme demasiado. Escuchaba como Alberto bufaba. –Ahh… sii… eso… que rica tu concha… ummmm… es perfecta… me decía mientras me cogía. Estaba súper excitada, me dolían los pezones de lo excitada que estaba y pronto comencé a gemir. –AHH… NH AH AH Alberto se dio cuenta de mi situación y comenzó a darme mas duro. Cuando estaba apunto de alcanzar un segundo orgasmo, Alberto dejo de cogerme y se recostó a un lado de mí tratando de tomar aire. –vaya… me canse… eres difícil de complacer… ufff… ahhh…
Después de un tiempo Alberto seguía sin pronunciar ninguna otra palabra. Cuando por fin creí que ya todo había acabado y ya podía irme a mi casa Alberto se puso de pie y prendió la luz. Cuando lo hizo la luz me lastimo los ojos y los cerré de inmediato. Cuando por fin pude ver mire a Alberto desnudo acomodando unos objetos. Cuando se dio la vuelta pude ver el tamaño de lo que hace unos momentos tenia dentro de mi boca. Quede sorprendía y asustada por el tamaño de su sexo. Pronto volvió a la cama y me ordeno ponerme en cuatro. Pero no quería obedecer, ya quería terminar todo esto e irme a mi departamento, pero al ver que no le hacia caso me tomo del pelo haciendo que por instinto me pusiera en la posición que el deseaba. –Que es lo que quieres ahora –le pregunte temerosa. –Ahora Esthela, vamos a probar tu culito. Me contesto mientras me acariciaba los pompis. –Según Martin, tu culito aun esta sin estrenar, así que vamos a estrenarlo.
De pronto sentí que metía sus dedos en mi rajita y los movía en círculos, instantáneamente sentí que mis piernas perdían fuerza y por un instante pude ver como sus dedos estaban empapados de mis juguitos. Después de eso, los llevo hasta la entrada de mi culito y uno por uno me los metió. Sentí un espasmo intenso acompañado de un dolor agudo.
–Vaya, si que lo tienes apretadito Esthelita, pero con la ayuda de tus juguitos me pedazo entrara fácilmente.
–Espere por favor, no siga, me duele… por favor… y sin hacerme caso puso su mano en mis pompis y lentamente me fue penetrando. Mientras lo hacia ahogue un grito en el colchón de la cama. Alberto me tomo de las caderas y lentamente fue penetrándome. Después de lo que parecía una eternidad de dolor por fin me acostumbre a tener su verga en mi culito, pero para entonces estaba exhausta.
De pronto sentí que sacaba su verga y con sus manos me abría los pompis, sentí su peso en mis piernas, como si se sentara encima de mí y enseguida pude sentir como me la metía por mi conchita. Puso sus dos en mis pompis y lentamente empezó con el mete y saca. Me sentía agradecida de que no siguiera por mi culito pero ahora no me quedaba de otra más que dejarme llevar.
Dejo de sobarme los pompis y puso sus manos a un lado de mí para apoyarse en la cama y poderse acomodar. Yo mientras, me encontraba recostada boca abajo, casi en la orilla de la cama y concentrando todo mi peso en mis brazos con la cabeza ligeramente arriba. Alberto volvió a sentarse encima de mis muslos y puso su mano en la parte baja de mi nuca. Comenzó a cogerme lentamente. Después sentí como con su boca me mordía el cuello y de pronto me tiraba el cabello hacia enfrente.
–AHH…MMM… gemía. Y de pronto comenzó a tirar de mi cabello.
–AHHHH…NH HN!! … MMMM -decía mientras aumentaba la velocidad.
Sin aviso alguno comenzó a embestirme muy fuerte y rápido, ocasionando que me empezara a excitar.
– AHH AHH… AHH… MMMM…-gemía con cada embestida que me daba.
De pronto el peso de Alberto ocasiono que quedara completamente recostada en la cama y mi cabeza quedara colgando de la cama. Trataba de levantarme pero Alberto pesaba demasiado y con sus embestidas menos podía.
–NHH NHH NHH AHH.. Hasta que Alberto paro de inmediato.
Veo que te esta gustando, putita… tus gemidos son la provocación que necesito para seguir dándote mas fuerte. Pero al ver que no le respondía comenzó de nuevo. FAP, FAP, FAP… se escuchaba, al momento que Alberto me cogía.
–MMMM… AH… NH… -eso es preciosa, gime, muéstrame que te gusta la forma en que te cojo. Sentía el golpe de sus embestidas en mis pompis y como estas temblaban cada ve que su pelvis chocaba con ellas. –NHH AHH… NNHH UMMMM… Una vez mas Alberto dejo de embestirme y de pronto sentí como su lengua se introducía en mi conchita. Sentí unos espasmos deliciosos y como estos recorrían mi espalda.
Me quede quieta sintiendo todo ese placer y deje que mi cabeza colgara de la cama. Un momento después Alberto continuo de la misma forma que le principio.
–Estas bien rica putita… que rico te estoy cogiendo… tenia años sin coger tan rico… ni con mi esposa había cogido así de rico… ummmm… eres la mejor nena que se a hospedado en el 69 hasta ahora. –y sin decir mas comenzó el mete y saca.
La excitación comenzó a apoderarse de mi cuando Alberto comenzó a darme muy rápido. –UMMM… AH… AH UJUM… UMMM… AH AH-mientras gemía, Alberto me tomo del cabello y jalo de él, se recostó encima de mi espalda y siguió con lo suyo. Sentía como si me estuviera montando y mi cabello fueran las riendas con las que me controlaba.
De pronto escuche un gran gemido por parte de Alberto y sentí como algo caliente me llenaba por dentro. Alberto se estaba corriendo dentro de mí, sentía como su verga disparaba chorros de semen y estos chocaban con las paredes de mi conchita. De pronto Alberto se salió dentro de mi y me giro de tal forma que quedara boca arriba. En un instante chorros de semen comenzaron a caer en mi cara y mis pechos.
–si eso preciosa, siente la lechita caliente que te estoy dando… ummmm sii que rico, ver tu carita llena de mocos… ummmm. –al cabo de unos segundos Alberto se tranquilizo y se recostó a un lado de mi. Yo por otro lado tenía mi carita y mis pechos llenos de semen.
Al cabo de un rato Alberto se quedo dormido y fue cuando aproveche para salir de su departamento. Al ver que no se escuchaba ningún ruido en el edificio, tome mi ropa y subí al quinto piso desnuda, debido a que el cuarto y el quinto piso no tienen luz en los pasillos. Abrí la puerta de mi departamento y me metí enseguida cerrando con seguro de inmediato. Tire la ropa en la sala y me fui directo a la bañera a quitarme todo el semen que Alberto descargo en mi.
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El dossier no decía mucho de la mujer. Se llamaba Francesca Lobato y cantaba en un sórdido club de las afueras. No tenía antecedentes de arrestos, pero el club en el que trabajaba era famoso por ser un lugar de encuentro de las mafias chinas.
Los servicios secretos habían puesto el club bajo vigilancia, y sospechaban que usaban a las mujeres como correo para pasar secretos industriales y militares, el problema es que eran extremadamente cautos y no sabían exactamente como lo hacían, ni cual era la mujer que lo hacía.
Tras unos meses de vigilancia habían restringido las sospechosas a cuatro mujeres. Una de ellas era especialmente prometedora. A principios de mes, nunca el mismo día, la mujer llegaba al trabajo con un bolso especialmente grande y salía a la hora del cierre con el bolso más abultado de lo normal.
Su misión era seducir a la mujer y hurgar en el contenido del bolso hasta encontrar el material, fotografiarlo y dejarlo todo en su sitio para detenerla posteriormente en caso de que resultase ser lo que esperaban.
Revisó el resto de las hojas del informe. Estaba claro que habían hecho un extenso trabajo de documentación, aunque curiosamente, la mayoría de la información era bastante reciente, no había apenas nada que tuviese más de cinco años de antigüedad.
Observó de nuevo la foto y se preguntó que ocultaban esos ojos grandes enmarcados por unas pestañas largas y rizadas. ¿Por qué no había datos anteriores? ¿Cómo haría para acercarse a ella?
Se acostó en la cama mirando al techo pensativo. Era su primera misión y no quería cagarla. Aunque dudaba mucho que aquello mejorase su estado de ánimo, estaba dispuesto a cumplir las misiones que le encomendasen. Al menos no tenía que matar a nadie, no quería empezar su nueva vida como había terminado al anterior.
Se acercó al teléfono y estuvo tentado de llamar a sus madres, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarse de nuevo a ellas. Volvió a colgar el aparato y se quedó mirando al techo, con la mente en blanco, hasta que se quedo dormido.
Aquel garito era bastante más acogedor por dentro de lo que parecía por fuera. La iluminación era suave y la música disco de los ochenta y noventa no estaba demasiado alta, solo lo suficiente para que las bailarinas semidesnudas que se agarraban a las barras, contorsionando sus cuerpos, pudiesen seguir el ritmo.
Entre el público había bastantes individuos de aspecto oriental que veían evolucionar a las mujeres con lujuria y esperaban ganarse su favor a base de introducir billetes entre las tiras de sus tangas.
Hércules se dirigió a la barra, pidió un Glennfidich con hielo y acodado en ella esperó a que Francesca saliese al escenario que ocupaba el fondo del establecimiento.
Antes de su actuación tuvo que fingir interés en una torpe imitación del baile de Flashdance por parte de una rubia cuya enorme pechuga estaba más dotada para usar los pechos como los flotadores de un hidroavión que para realizar los relativamente complicados pasos de un baile moderno. Todo quedó compensado cuando el agua cayó sobre la mujer haciendo que la camiseta revelase el tamaño real de los pechos y erizase unos pezones de tamaño titánico.
Cuando se hubieron apagado los silbidos y los aplausos, la mujer se retiró dejando que un operario recogiese el agua del suelo con una fregona.
Pidió otra copa mientras observaba como el hombre dejaba la fregona y cogiendo un micrófono presentaba a Francesca. Después de describirla como la heredera de Sade y ensalzar su belleza se retiró para dejar paso a la mujer que aparecía en ese momento en el escenario.
Llevaba un vestido rojo de lentejuelas cruzado en la cintura con un escote en v estrecho y profundo. La falda era larga y tenía una raja en el lado derecho que le llegaba casi hasta la cintura y se cerraba justo en la cadera con un bordado plateado.
Hércules observó el pelo largo, negro y ligeramente ondulado que reposaba sobre su hombro izquierdo, tapando aquella parte de su pecho. La mujer se inclinó para saludar y sus pechos se movieron pesados y jugosos evidenciando que no llevaba sujetador.
El público aplaudió hasta que la cantante, con un ligero mohín de sus labios gruesos y rojos como la sangre, les invitó a callar y comenzó a cantar. Su voz era suave y acariciadora, pero Francesca le añadía un toque grave y ligeramente ronco que hacía que la canción de Sade tuviese un punto más sensual.
Apenas se movía, pero sus ojos recorrían la sala con intensidad haciendo que cada hombre presente se sumergiese en la melodía y creyese ser el protagonista. Durante unos instantes calló y dejó que el saxofonista que la acompañaba se marcase un solo. La melancolía del instrumento llenó la sala haciendo que todo el mundo se sintiese embargado por una profunda emoción.
Francesca fijó el micrófono al pie y acariciándolo con unas manos de dedos largos y suaves comenzó a cantar de nuevo, esta vez meciéndose suavemente, sin dejar de envolver con sus manos el aparato y acercando sus labios sensualmente hasta casi tocar la superficie cromada, dejando que la raja de su vestido se abriese dando a los presentes una visión de unas piernas largas y morenas encaramadas a unas sandalias de tacón alto.
Hércules bebió el resto del whisky de un trago mirando a la mujer fijamente a los ojos a pesar de que sabía perfectamente de que ella no le podía ver, cegada como estaba por los focos.
Cuando la canción terminó se impuso un silencio que se prolongó un instante antes de que la parroquia prorrumpiese en una sonora aclamación.
Hércules dejó el dinero sobre la barra y se escabulló antes de que las luces volvieran a encenderse.
A la mañana siguiente se dirigió al domicilio de Francesca, que figuraba en el informe y aparcó dos puertas más abajo su coche alquilado. Como esperaba, Francesca no se levantó hasta tarde y hacia el mediodía la vio salir del portal vestida con uno vaqueros, una sencilla blusa y calzando unas bailarinas. Abandonó la terraza del bar de la esquina en el que había pasado buena parte de la mañana y la siguió calle abajo. Tras unos doscientos metros dobló una esquina y entró en un supermercado.
Hércules entró a su vez y cogió un carrito. Paseó por los pasillos y eligió varios productos al azar mientras la buscaba. Finalmente la encontró en la sección de congelados. Se colocó a su lado y hurgó con interés entre las terrinas de helados mientras la observaba de reojo.
Era la primera vez que la observaba de cerca, aun en bailarinas era casi tan alta como él. Llevaba el pelo atado en una apretada cola de caballo dejando a la vista una tez morena y tersa, sin apenas arrugas o imperfecciones. Dos grandes aros de oro colgaban de sus orejas y una pequeña piedra en la aleta de su nariz junto con sus ojos grandes y ligeramente rasgados le daban un aire exótico y un inconfundible atractivo.
—Una mujer tan bella merece algo más que una comida congelada. —dijo Hércules mientras fingía inspeccionar una terrina de stracciatella.
—¿De veras? —preguntó ella con una sonrisa escéptica mientras metía una pizza y un par de cajas de canelones.
Su voz ronca y sensual, y la forma pausada de hablar hizo que Hércules sintiese como crecía su excitación.
—Pues claro, hay un montón de comida prefabricada sin tener que comerla ardiendo por fuera y hecha un témpano de hielo por dentro.
Sabía que no era una respuesta muy inteligente, pero había conseguido que ella le mirase por fin y rápidamente detectó en sus ojos una chispa de interés. Continuó charlando con ella y haciendo chistes malos sobre la comida preparada mientras elegían productos de los estantes.
Francesca hablaba poco y escuchaba lo que Hércules decía con una sonrisa irónica, pero se dejaba guiar por el supermercado en un tortuoso circuito por los distintos pasillos del establecimiento. Finalmente Hércules se presentó y le invitó a tomar algo en una terraza.
La mujer miró el reloj frunciendo el ceño pero finalmente aceptó y le sugirió el local dónde había pasado la mañana. Hércules fingió un poco de embarazo y le dijo que en aquel bar había hecho un simpa hacía poco para forzarla a elegir otro.
Finalmente acabaron en la terraza de una cafetería a un par de manzanas de allí. El calor del mediodía empezaba a ser intenso así que Hércules pidió una caña mientras ella pedía una cola sin hielo.
Fingiendo inocencia le dijo que se le iba a calentar muy rápido el refresco. Ella respondió que tenía que proteger su garganta ya que era cantante. Hércules aprovechó para interrogarla y mostrar su admiración. Inmediatamente le preguntó dónde podía ir a oírla cantar. Ella, al principio quiso negarse a contárselo, lo que le dio indicios de que quizás se avergonzaba un poco del lugar donde cantaba, pero al final terminó confesándolo.
Tras apurar las bebidas, Hércues pagó la cuenta y se despidieron con dos besos. El cálido contacto con su piel provocó otro pequeño chispazo como si la atracción creciente entre ellos se descargase con el contacto.
—¿No me vas a pedir el número de mi móvil? —preguntó ella al ver que él se daba la vuelta dispuesto a alejarse de ella.
—¿Para qué si ya sé dónde encontrarte? —respondió Hércules girándose y despidiéndose de ella para a continuación seguir su camino.
Aquella misma noche se presentó en el local de nuevo. Había cambiado de indumentaria. Se había puesto uno de los trajes de Armani del armario y se había llevado un Porsche Cayenne del garaje de La Alameda.
Esta vez había elegido un lugar cerca del escenario para poder ver a la mujer más de cerca y que ella pudiese verle a él. Francesca no tardó en salir de nuevo. Esta vez llevaba un vestido de seda de corte oriental color marfil con una raja en el lateral tan vertiginosa como la del día anterior.
Antes de que comenzasen los primeros acordes y la luz volviese a cegarla, la mujer exploró el lugar con la mirada y no tardó en localizarle. Con un sonrisa se acercó al micrófono y comenzó a cantar Sweetest Taboo. Al contrario que en otras ocasiones, la mirada de Francesca casi no se apartó del lugar donde estaba Hércules mientras acariciaba el micrófono posesivamente.
La canción terminó y el público rugió unos segundos antes de volver su interés de nuevo a las bailarinas. Francesca bajó del escenario y repartió algunos besos y confidencias con empleados y clientes hasta que por fin llegó a él.
—¿Te ha gustado? —pregunto ella sin poder disimular su interés por la respuesta.
—Has estado fantástica, derrochas tanta sensualidad que me han entrado ganas de lanzarme al escenario y hacerte el amor allí mismo, delante de todo el mundo.
La cantante sonrió satisfecha durante un instante pero su gesto se volvió rápidamente entre ansioso e inseguro.
Notaba que estaba a punto de echarse atrás así que Hércules se adelantó y mientras acariciaba su pelo negro y sedoso le preguntó a qué hora terminaba.
Francesca dudó, estaba claro que había algo que parecía sumirla en la indecisión. La mano de Hércules se desplazó por su cara y rozó los labios de la mujer recorriendo la abertura de su boca acabando por convencerla.
—Tengo otra actuación dentro de una hora y habré terminado. —respondió ella con un ronco suspiro.
Charlaron un rato más y él la invitó a una copa de Champán antes de que se retirara a prepararse para la siguiente actuación. Cuando salió de nuevo al escenario, Hércules había abandonado el local. Francesca lo buscó entre el público sin éxito así que terminó sumida en un mar de dudas.
Al salir se encontró con el joven apoyado en el todoterreno con una sonrisa traviesa consciente de que ella, por un momento, había dudado que se hubiese quedado a esperarla.
Con un “estúpido” se introdujo en el Cayenne dejando que el hombre cerrase la puerta. El acogedor interior y el olor a cuero se mezclaron con el aroma del perfume del hombre aumentando su excitación. Mientras se dejaba llevar, no le importaba dónde, Francesca pensaba en el siempre crítico momento de descubrir su secreto.
Odiaba ser así, odiaba tener que pasar por aquel trago cada vez que conocía a un hombre que le interesaba. Nunca sabía lo que pasaría. En ocasiones había terminado muy mal y viendo los músculos que amenazaban con romper el traje de Armani de Hércules un escalofrío recorrió su espalda.
Hércules la llevó a un pub del centro. Pidieron un par de copas y charlaron, la música estaba tan alta que les obliga a acercar la boca a la oreja del otro para poder entenderse y él lo aprovechó rozándola con sus labios y sus dientes mientras le hablaba.
Tras unos minutos Hércules no se contuvo más y abrazando a la mujer por la cintura le besó el cuello y la mandíbula. Francesca suspiró excitada, pero a pesar de todo Hércules notó cierta resistencia. Ignorando las indecisiones de la mujer la abrazó y la besó en la boca, explorándola con suavidad y saboreándola sin apresurarse, mientras sus manos acariciaban su espalda.
Sin dejar de besarla deslizó las manos por la resbaladiza seda del vestido hasta agarrar su culo apretándolo y acercando sus caderas contra él, deseoso de que ella pusiese sentir la erección que ocultaban sus pantalones.
—No, aquí no. —dijo Francesca apartándose sofocada como si las caderas de Hércules le quemaran.
Hércules estaba tan excitado que hubiese ido al mismo infierno con aquella mujer. Asiéndola por la cintura la llevó fuera del ruidoso pub y la guio hasta el todoterreno. Antes de arrancar se inclinó sobre ella y la besó mientras acariciaba el muslo que asomaba por la raja del vestido. Ella suspiró y le apartó diciéndole que le llevase a un sitio más íntimo.
Aun tenía las llaves de su viejo apartamento así que la llevó allí. Cuando abrió la puerta la imagen de Akanke recibiéndolo con una sonrisa le asaltó haciéndole vacilar. Francesca lo notó y para evitar unas preguntas que no quería responder se lanzó sobre ella y acorralándola contra la pared la besó con violencia. La mujer sorprendida respondió al beso con la misma ansia dejando que las manos de Hércules estrujaran con violencia sus pechos a través de la seda del vestido.
Abrazándose y tropezando avanzaron hacia el dormitorio. Por el camino Francesca fue quitándole hábilmente la ropa hasta que cuando llegaron a la cama Hércules se vio totalmente desnudo.
Aquel hombre tenía el cuerpo de un héroe griego. Sus músculos se marcaban bajo su piel incitándole a arañarlos y mordisquearlos. Lo tumbó sobre la cama y tras ponerse encima de él le besó durante unos instantes antes de comenzar a recorrer su cuerpo con su boca, sabia a sal y a perfume. Mordisqueó sus tetillas haciéndole suspirar y fue bajando por su vientre, acariciando con sus uñas cada uno de los abultados músculos antes de llegar a su pubis.
Levantó la vista y con una sonrisa traviesa cogió el tallo de su polla con una mano. Sin dejar de mirarle levantó el miembro y lamió su base para continuar con sus huevos. Hércules suspiró de nuevo dejándole hacer y acariciándole suavemente el cuello.
Poco a poco, con desesperante lentitud fue avanzando por el tronco de su polla hasta que al fin llego a su glande. Lo recorrió juguetona con la punta de su lengua, rozándola con sus dientes, sintiendo como crecía por momentos.
Sin aguantarse más lo rozó ligeramente con sus labios antes de abrir la boca y meterse la polla dentro. Dejándose llevar comenzó a chuparla primero suavemente, luego con más fuerza subiendo y bajando por aquel mástil palpitante y sintiendo como todo el cuerpo de Hércules se estremecía y sus músculos se contraían debido al intenso placer.
Había llegado la hora de la verdad. El momento que más odiaba, pero si lo retrasaba más sabría que no sería capaz. Ese chico le gustaba de verdad y lo deseaba con todo su ser. Esperando que los estremecimientos de miedo los interpretara como excitación se puso en pie y se desabrochó los botones que tenía el vestido en el hombro izquierdo.
Intentando librarse de la desagradable sensación de vulnerabilidad que sentía al descubrir su secreto, se bajó la cremallera del vestido quedando desnuda salvo por un culotte delicadamente bordado y las sandalias de tacón.
Sintió los ojos de él clavados en sus pechos redondos, del tamaño de pomelos con los pezones pequeños y erectos por su intensa excitación. Le miró un instantes a los ojos antes de inclinarse para bajarse el culotte. Se incorporó con las piernas muy juntas dejando que observara el pelo oscuro y rizado que cubría sus piernas.
Respiro hondo y cerrando los ojos separó las piernas.
Mudo de sorpresa, Hércules observó como de su entrepierna caía un pene semierecto. Francesca se quedó quieta esperando, con los ojos cerrados y temblando de la cabeza a los pies. Por un momento no supo qué hacer, se quedó petrificado, pero luego se centró en la misión y hasta agradeció que fuese tan diferente a Akanke. Eso le ayudaría a apartar las constantes comparaciones entre las dos mujeres de su mente.
Se levantó y se acercó a Francesca que seguía esperando con la cabeza baja y los ojos cerrados. La mujer, al sentir su presencia, se puso rígida y tembló expectante. Hércules adelantó la mano y acarició su mejilla con suavidad. Francesca reaccionó defensivamente ante el contacto hasta que se dio cuenta de que era una caricia, se relajó y abrió los ojos.
Las manos de Hércules rozaron sus labios antes de introducirlos en su boca. Sintió como los chupaba con fuerza envolviéndolos con su densa y cálida saliva. Al fin relajada, Francesca se dio la vuelta y apoyando las manos sobre un viejo tocador separó las piernas.
Hércules acarició los muslos de Francesca y separó sus cachetes introduciendole con suavidad los dedos embadurnados en su propia saliva en el ano. La mujer soltó un ronco gemido mientras dejaba que Hércules explorara y dilatara su esfínter.
Los gemidos y los estremecimientos de Francesca hicieron que su deseo creciese. Con suavidad acercó la punta de su polla al oscuro y estrecho agujero y con delicadeza la penetró. El calor y la estrechez del culo de Francesca eran deliciosos. Poco a poco comenzó a meter y sacar el miembro de las entrañas de la mujer, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, viendo la cara de intenso placer de ella en el espejo.
Asiendo su melena empujó con todas sus fuerzas mientras Francesca se agarraba con desesperación al tocador para no perder el equilibrio.
Dándose un descanso Hércules tiró de su melena y obligó a la artista a volver la cabeza para besarle de nuevo el cuello la mandíbula y la boca. Cuando se separaron, ella soltó un gemido de insatisfacción al sentir como escapaba el miembro de su culo.
Dándose la vuelta lo besó desviando la atención de Hércules de su miembro semierecto y lo tumbó en la cama. Dándole la espalda se ensartó su polla de nuevo con un largo gemido. Deshaciéndose de las sandalias coloco piernas y brazos a ambos lados del cuerpo de Hércules y comenzó a subir y bajar cada vez más rápido mientras su polla erecta se balanceaba golpeando su vientre.
El placer volvía a ser intenso y apenas se dio cuenta cuando las manos de Hércules agarraron su miembro y comenzaron a sacudirlo con fuerza mientras se corría en su culo. El calor de la semilla del joven unido a sus caricias hicieron que no pudiese contenerse más y se corriese derramando su semilla sobre su propio vientre.
Durante esos instantes sintió una intensa felicidad que pronto se vio disminuida por la sensación de no sentirse una mujer completa.
Hércules apartó a Francesca con suavidad y se tumbó de lado, abrazando su cuerpo para quedarse casi inmediatamente dormido.
Los días siguientes fueron una vorágine de sexo. Hércules la atosigaba y buscaba su contacto constantemente, haciendo el amor una y otra vez hasta que ella rendida y dolorida le pedía una tregua.
Él insistía en ir a todas sus actuaciones fingiendo no poder separarse de ella ni un minuto hasta que por fin un día la llevó al trabajo y observó que llevaba el bolso que aparecía en las fotos del dossier. Era tan grande que bromeó preguntándole qué diablos llevaba allí dentro. Francesca consiguió ocultar bastante bien la tensión cuando escuchó la broma, pero a Hércules no le pasó desapercibida.
No volvió a hablar del tema durante toda la noche y cuando llegaron al piso le hizo el amor consiguiendo que se corriera dos veces y acabara durmiéndose totalmente exhausta.
En total silencio, cogió el bolso y se lo llevó a la cocina. Una vez allí, en la oscuridad, lo abrió descubriendo varios fajos de documentos. Los inspeccionó y los fotografío con el móvil antes de volver a colocarlos en su interior, junto con un diminuto dispositivo de localización por GPS.
Dos días después unos hombres se encargaron de llevársela. Nunca la volvió a ver.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: SEXO CON MADUROS
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Saco su miembro, tomó mi cara obligándome a abrir mi boca y comenzaron a caer sus disparos de semen, yo cerré los ojos y sentí los chorros, sentí un liquido caliente y viscoso en mis ojos, nariz y boca. El sujeto me trataba peor que a una puta haciendo cosas que no haría ni por dinero. El luego de terminar de humillarme dijo -¡¡Yaaa, ahhh ahora si Laura has quedado bien cogida y bañada de semen como vos querías!! Yo como pude lo mire con odio de muerte, el sonrío y siguió burlándose diciendo -¡¡Te vez linda con tu cara llena de leche!! Luego fuimos al baño donde me limpio la cara y los restos de semen de mi pelo. Luego me llevo a mi pieza, y seleccionó un pantalón rosado bien ceñido al cuerpo con una mini tanga roja y una remerita ajustada de varios colores, luego me dijo -¡¡Que rica estas!! ¡¡Laura me gusta mucho tu culo y tus tetas bien paraditas, parece mentira que te acabo de culiar!! Yo pensaba lo mismo parecía mentira como yo una mujer soltera de 33 años, linda con un cuerpo envidiable había caído en sus manos, en las manos de un gordo baboso y sucio, que debería haber sido un sueño algún día tocarme y poseerme y que ahora lo había logrado.
Hola soy Vivian, tengo 34 años, realmente siempre me encanto la independencia, es por eso que me independice de mis padres aunque ya tarde tuve que hacerlo, aunque estaba viviendo con una amiga, decidimos cambiarnos por separado, yo conseguí un lindo departamento a muy bajo precio a unas cuadras de mis padres, era hermoso el departamento. Tengo que aclarar que soy muy atractiva, demasiado, o sea en realidad mi cuerpo tuvo mucho que ver mis años de gimnasio, ya que siempre quise mantener todo en su lugar. Junto con mi cabello rubio bien claro y suavemente enrulado. Mis ojos color miel y grandes, mis pechos bien erguidos, desafiantes, incitan, mi perfecta cola, bien parada, resaltada por la ropa que me coloco realmente es tan notorio que es inevitable las miradas continuas cuando ando por la calle, obvio seguidas de mis buenas piernas, no pasan desapercibidas, realmente mis medidas quedaron en 90-55-93.
No sabia que hacer, llegamos al departamento y vi por el espejo que se trataba del mendigo, el que me sujetaba desde atrás fuertemente, entonces ya dentro del departamento me dijo al oído con su asquerosa y mal oliente voz -¡¡Tranquila gatita, me parece que no entendés. Estoy acá porque te vengo a coger toda la noche, me tenés loco yegua, te quiero romper el culo!! ¡¡Te cagabas de risa de mí y me mostrabas tu rico culito, pero ahora lo tengo en mis manos!! Y metió su asquerosa mano en mi hermosa cola. Yo estalle en llantos al escuchar sus aberrantes intenciones, el miedo me sobrepaso no sabia q hacer lloraba desesperada, el me dijo al oído nuevamente -¡Si gritas te mato a golpes! Y luego me empujo fuertemente, cuando estaba por gritar me dio un cachetazo fuertísimo, y otro así me dejo mas muerta de miedo sin saber que hacer, solo llorar. Luego me tomó fuertemente del brazo con su enorme y áspera mano, mientras me decía
-¡¡No te quisiera asustar mas, pero te digo que te lo voy a romper, porque estoy desesperado por penetrarlo, te voy a bombear peor que por la concha!! Yo cerré los ojos, y pedí un milagro, pero no iba a llegar, puso una de sus manos sobre mi espalda y me apretaba contra el colchón y con la otra empezó a dirigir su enorme y asqueroso miembro hacia mi cola. Empezó a empujar, sentía el calor de su miembro detrás mío, hasta que sentí que la cabeza de su miembro empezaba a romper mi orificio para entrar, solté un grito fuertemente con desesperación -¡¡Noooooo, pará hijo de puta que no entra!! ¡¡AAahhhhhyyyy!! Pero el seguía metiendo ese enorme miembro sin compasión y yo seguía gritando desaforadamente de dolor -¡¡Sacala turro degenerado, aaaayyyyyyyyy!! El maldito enfermo nuevamente como antes empujó violentamente, haciéndome ver las estrellas del terrible dolor, le daba trompadas al colchón mientras abría toda la boca buscando desesperadamente aire. Parecía que me iba a morir, cuando metió todo su miembro en mí, con su boca en mi nuca me dijo burlándose -¡¡Sentila bien yegua que te va a quedar el culo bien abierto!! Y comenzó a meter y sacar violentamente.