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Relato erótico: “De plebeyo a noble 6 – Rescatados (final)” (POR AMORBOSO)

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Así estuvimos tres o cuatro meses, pues perdimos la cuenta al resultar inútil hacerlo si nos acordábamos de actualizar el calendario un día cada tres o cuatro.

Sobre ese tiempo, salimos Jessy y yo a dar la vuelta a la isla (ya sólo salía con ella) cuando encontramos el cuerpo de un hombre sobre la arena, que al acercarnos pudimos comprobar que estaba vivo, aunque muy mal. Estaba helado y con gran cantidad de agua en su cuerpo. Le hice soltar toda el agua que pude y lo abrigamos con todo lo que teníamos, permaneciendo ambos uno a cada lado de él, dándole calor con nuestro cuerpo.

Cuando recuperó la temperatura, hice unas parihuelas y lo subimos en ellas, llevándolas yo de un extremo y arrastrando el otro, quedando libre Jessy para prestarle atención. Por la arena no era difícil llevarlo, pero por las rocas, tenía que ayudarme.

Ya en el campamento, fue atendido por las mujeres durante varios días en los que la fiebre lo dominaba. Cuando ya pensábamos que iba a morir, desapareció la fiebre y en pocos días se encontró lo suficientemente bien como para moverse por todos los sitios.

Ante este hecho, recomendé a todas que se pusiesen alguna prenda encima, hasta que conociésemos mejor al hombre. Hasta yo me puse una.

Nos enteramos de que se llamaba Tasos y era marinero en un barco hundido durante una tormenta. Que consiguió asirse a unos maderos y que las corrientes le habían traído a la isla.

Su físico no era muy agraciado, bajo, gordo de barriga prominente, calvicie superior y pelo largo hasta los hombros del que le salía por los lados y bajo la coronilla. Le faltaban dientes, y los que le quedaban estaban negros, se adornaba con una nariz aguileña y su cuerpo estaba cubierto de pelos negros a corros.

A él le había asignado un pequeño cobertizo que hicimos en su momento pero que lo teníamos en desuso, y desde donde observaba el trajín nocturno en mi choza.

Durante bastantes días, no hubo problemas. Colaboró en las tareas de pesca, recogida de fruta y arreglos de nuestro campamento. También salí con él a varias vueltas a la isla, donde recogimos mucha madera que dejamos secando.

Como casi toda ella se encontraba en el primer tramo, hicimos varios viajes para llevarla al campamento, que dejamos aprovisionado para mucho tiempo.

Un día, me encontraba preparando una pequeña presa en el hilillo de agua que era nuestro río para acumular más cantidad cuando oí fuertes gritos.

-Maldita puta. Estate quieta que vas a saber lo que es un hombre, no ese maricón de mierda con el que os acostáis cuando él quiere.

-Zassss. Zasss –Se oían golpes.

-No, por favor. No me pegues…

En ese momento estaba intentando sujetar uno de los apoyos en los que se enganchaban los laterales y dudé un momento entre dejarlo o sujetarlo antes de ir a ver lo que ocurría.

-AAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG.

El grito me decidió, solté todo, que cayó y se desmoronó y fui corriendo a la playa para ver qué pasaba.

Cuando llegué, Rachel estaba, tumbada en el suelo, las ropas rasgadas, con la cara ensangrentada y con este elemento sobre ella, con los pantalones bajados y violándola.

Salté sobre él y lo agarré del pelo, tirándo fuertemente hacia atrás. Aunque al principio ofreció resistencia, terminó separándose de ella y revolviéndose contra mí, se puso en pié, con los pantalones en los tobillos y amagó un puñetazo que esquivé con facilidad. No en vano había practicado la lucha, aunque hacía tiempo que no lo hacía, pero seguía en forma gracias al trabajo diario.

Le solté una patada en los cojones, que si llega a pillarle de lleno, lo mata directamente, sin embargo, le pilló con las piernas cerradas y solo fue un golpe frontal, que aunque doloroso, no es lo mismo que si le hubiese dado de lleno. No obstante, el golpe hizo que se doblase por el dolor, recibiendo un puñetazo en la barbilla que lo echó al suelo sin sentido.

Mientras habían aparecido todas las mujeres y entre todas la tendieron primero y luego yo la llevé hasta su lecho donde lavaron sus heridas y la dejaron descansando.

Como era cerca de medio día, nos pusimos a comer y en ello estábamos cuando apareció Tasos con un cuchillo en la mano y medio corriendo y renqueando hacia mí, a la vez que murmuraba “Maldito cabrón. Te vas a acordar, pero en el otro mundo…” y cosas parecidas.

Cuando llegaba ya a mi lado, me puse de pie, tomé su brazo con rapidez elevándolo al tiempo que le daba la espalda, haciendo que el brazo quedase más alto sobre mi hombro y bajándolo de golpe con intención de partírselo.

No lo conseguí, pero el terrible dolor que le produjo, le hizo soltar el cuchillo. Un nuevo giro con el puño preparado me permitió darle otro en su mejilla que hizo crujir su mandíbula y al apartarme, le volví a soltar otra patada en los cojones, con mejor fortuna, que lo hizo caer redondo al suelo totalmente sin sentido.

-¿Lo has matado? –Pregunto Jessy.

-Todavía no…

Até sus manos a la espalda y los pies juntos, mientras tomaba una decisión.

-¿Alguna de vosotras está dispuesta a ser su pareja o queréis compartirlo entre varias?

Todas dijeron que no.

Eso planteaba unos grandes problemas: si todas se acostaban conmigo y ninguna con él, íbamos a estar en peleas continuas. También implicaba que correríamos riesgos. Las peleas y ataques podrían derivar en muertes intencionadas o accidentales. Y sobre todo, el riesgo lo corría yo. Para él, lo mejor sería deshacerse de mi, por lo que podría matarme en cualquier momento que me encontrase distraído o durmiendo.

Decidí que no iba a vivir el resto de los días con la espalda pegada a un árbol y las noches con un ojo cerrado y otro abierto.

Cuando terminamos de comer, preparé la mochila de viaje, mientras todas me miraban expectantes.

-¿Vamos a salir a dar otra vuelta ahora? –Preguntó Jessy extrañada.

-No, solamente voy a llevar a Tasos a otro lugar de la isla y le prohibiré venir por aquí si no quiere que lo mate.

Cuando me volví, vi que me estaba mirando con gran odio que se veía reflejado en sus ojos y cara, también vi que me había oído.

-Pero es tarde ya. ¿No sería mejor que salieseis mañana? –Dijo Caitlin.

-Cuanto antes me libre de él, mejor para todos. Podría soltarse y atacarnos a cualquiera.

Solté la cuerda de sus pies y se la até al cuello. Lo hice levantarse y partimos. Durante todo el camino no paró de insultarme, rogarme y hasta proponerme que no tocaría a ninguna si le dejaba mirar solamente. No le hice caso

Estuvimos andando toda la tarde y parte de la noche, aprovechando la luna, hasta que consideré que estábamos lo suficientemente lejos para que no se nos oyera. Entonces, me desvié hacia la espesura y me preparé el cuchillo y un machete, que utilicé para ir abriendo camino varios metros entre la maleza.

Cuando me pareció suficiente, me giré con rapidez y clavé el cuchillo en el pecho de Tasos, a la altura del corazón. Sólo tuvo tiempo de mirar sorprendido el mango sobresaliente de su pecho y levantar su mirada hacia mí, que ya estaba preparado otra vez.

-Lo siento, amigo, pero eres tú o yo.

Y descargué el machete con fuerza sobre su cuello, cortándolo hasta la mitad o algo más. Cayó al suelo como un pesado objeto.

Me retiré a un lado, busqué un sitio donde colgar la hamaca y dormí hasta el día siguiente. Cuando desperté, cubrí el cadáver con arena y piedras, comí algo y volví al campamento, al que llegué a media tarde.

Me preguntaron, pero solamente contesté que lo había dejado lejos y que no volvería.

Todavía pasaron como unos dos meses más, hasta que una mañana vimos un barco en el horizonte. Rápidamente encendimos la hoguera que teníamos preparada y la estuvimos alimentando con todo lo que pudiese producir más humo y más fuego.

El barco vino hacia nosotros y ancló cerca de la costa, arriando un bote que trajo a varias personas hasta nosotros, que nos habíamos reunido en la playa para esperarlos con el corazón en un puño por la emoción, la alegría de que venían a rescatarnos y un cierto miedo de no saber si serían buena o mala gente.

Nuestra alegría se desbordó cuando vimos que en el bote venía Peter haciéndonos gestos con las manos, a los que respondíamos con gritos, saltos y agitar de manos también.

Cuando desembarcaron, la madre y las hijas se abrazaron a un hombre, ya mayor, al que no conocía y que adiviné era el marido y padre por las lágrimas que derramaban todas. Iba escoltado por un negro enorme y un blanco demasiado pálido para mi gusto y muy amanerado.

Peter y yo nos fundimos en un abrazo emocionado, sobre todo por mi parte, que no podía decirle una sola palabra porque mi garganta estaba cerrada, como las de las mujeres, según contaron más tarde.

Rachel, tímidamente y llorando, se fue acercando a nosotros hasta que abrimos los brazos para que se uniese a nosotros. Luego, ya más tranquilos, fueron las presentaciones y una sustanciosa comida con víveres del barco y frutas y pescado nuestro, durante la cual Peter contó su historia.

Salieron de la isla sin problemas los cuatro. Cuando llevaban como medio día de viaje, les pilló algo de viento y la mar se puso bastante picada, sacudiendo la barca, aunque aguantó bastante bien. Allí perdieron a la tutora.

-Si, ya vi que te habías deshecho de ella. Apareció su cadáver en la playa.

Todas me miraron extrañadas, pues no les había informado de este hecho, pero Peter me rebatió.

-No, no le hice nada. Hubo un momento en que tuvimos muy mala mar, con grandes olas y con temor a que nuestra balsa no aguantase. Ella anduvo moviéndose por la balsa, a pesar de mis recomendaciones y de los vaivenes. De repente escuché sus gritos entre el ruido de las olas, pero no podía dar la vuelta si no quería que nos ahogásemos todos si nos pillaba una ola de costado. Tenía que mantener la balsa frente a las olas, que aunque no eran grandes, si podía destrozarnos. En mi descargo, también tengo que decir que las chicas no me avisaron en ningún momento, aunque tampoco tengo muy claro si fueron ellas las que la ayudaron a caer.

Transcurrida la comida, plagada de risas y anécdotas, cargamos el barco con todo lo que habíamos recogido de valor en estos años, joyas, un montón de barriles llenos de monedas y un cofre con unos papeles que resultaron ser pagarés por varios miles de libras y abandonamos la isla.

Una vez elevadas anclas y con proa a nuestro destino, vino corriendo Caitlin para avisarme de que nos habíamos olvidado de Tasos.

-No te preocupes-le dije- él está descansando…, y qué mejor lugar que ese. –Y no le di más explicaciones, pero ella debió de imaginar lo que pasaba.

De los días siguientes, tengo pocos recuerdos, aunque si los más importantes. Peter tenía alquilada una casita pequeña, donde nada más desembarcar, llevamos todo lo acumulado durante los años de la isla. Hicimos recuento de la mitad de lo que habíamos recogido y nos encontramos con más dos millones de libras en monedas, billetes y pagarés, sin contar el resto de barriles con monedas, que repartimos a medias.

Al día siguiente envié un mensajero anunciador de mis intenciones y fui a casa de Jessy a pedirle formalmente su mano a su padre, acompañado de una buena botella de whisky. Me recibieron en una gran sala, donde el padre estaba sentado en un sillón y Caitlin en uno doble junto a él. Cuando el mayordomo salió, me invitaron a sentarme junto a ella, en el espacio libre. No tuve ningún problema con la petición. Me la concedió encantado y empujado por su mujer. Lo celebramos con la botella de whisky, de la que mi futuro suegro dio buena cuenta casi en su totalidad.

En la misma petición manifesté el deseo de Peter y mío de adquirir tierras, a lo que me informó de unas concesiones cercanas, pendientes de asignar propietarios y que, en nombre del gobierno, nos las cedía al precio oficial de 1 libra, siempre que las explotásemos al menos durante 25 años, cosa que acepté sin dudar.

Cuando mi futuro suegro terminó la botella, se puso a alabar, con voz pastosa, las tierras, el ganado, la familia, sus maravillosas hijas, su mujer hasta que poco a poco fue bajando la cabeza y se quedó dormido soltando potentes ronquidos.

Caitlin no perdió tiempo. Se abalanzó sobre mí, desabrochó mis pantalones y liberó mi polla, que solamente vio la luz un instante, porque se la tragó entera de una sola vez.

-MMMMMMM Estabas con ganas eh! –Le dije.

Se sacó la polla de la boca, lo justo para decirme:

-No sabes cuantas, pero me voy a desquitar.

-¿Y si no llego a traer la botella?

Se separó un poco de mí y, señalando la repisa de las bebidas dijo:

-Tenía preparadas esas dos.

Y siguió chupándomela y poniéndomela como una piedra. Cuando la tuve totalmente dura, la hice levantarse y la llevé hasta una mesita redonda, donde dejaban el correo y algunas otras cosas, que fueron al suelo directamente, para acostarla boca abajo sobre ella y remangar faldas y refajos, echándolos por su cabeza.

No llevaba calzones ni nada, A mi disposición quedaron su culo y su coño, brillante hasta los muslos de los líquidos de su excitación.

Froté mi polla, recorriendo su raja de un extremo a otro, un par de veces, pero ella directamente me interrumpió diciéndome:

-Vamos, métemela ya. Estoy caliente desde que esta mañana me han anunciado que venías. No pierdas más tiempo.

Sin esperar más, se la metí de golpe hasta que nuestros cuerpos chocaron. Ella emitió un gemido de placer y dolor por la rápida dilatación, siendo ella la que empezó a mover su cuerpo atrás y adelante para follarse, sin esperar a que yo lo hiciera.

Unos azotes en su culo volvieron a hacerla gemir y detenerse, pasando a ser yo el que se movía dentro de un coño cada vez más rezumante.

Poco después se corría con fuertes espasmos y un grito que acalló los ronquidos de su marido. Tras unos segundos, la saqué para metérsela por el culo, aprovechando la abundante lubricación. La apoyé en su ano y fui empujando despacio, a pesar de que entraba con mucha facilidad. Una vez toda dentro, empecé a moverme con suavidad, y llevé mi mano a su coño donde unas veces metía un poco los dedos y otras acariciaba su clítoris, al tiempo que también aceleraba mis movimientos.

De vez en cuando, dejaba caer un buen churretón de saliva para seguir moviéndome con comodidad, aunque ella no se quejó en ningún momento. Y no solo eso, sino que pedía más y más.

Un buen rato después y creo que con un par de orgasmos más, anuncié mi corrida inminente, pidiéndome que aguantase un poco más por que estaba a punto. Aguanté como pude hasta que me anunció su corrida, acompañándola con la mía.

Tras unos segundos de relajo, yo me subí los pantalones que estaban en mis tobillos y ella se acomodó faldas y refajos.

Ambos salimos de la habitación como si nada y Caitlin mandó llamar a Jessy para que la informase del resultado de la entrevista y pasear por los alrededores de la casa como una pareja de novios normal, siempre a la vista de los criados para evitar maledicencias.

En ese paseo, fijamos las visitas a su casa y las salidas de ella a caballo hacia puntos de encuentro más íntimos.

Cuando volví casa, informé a Peter de la adquisición, imaginando que la concesión sería de unos pocos acres de tierra, donde podríamos hacernos casas y vivir, mientras adquiríamos otros terrenos donde criar ganado.

Cuando nos enteramos de lo que habíamos comprado, casi nos desmayamos del susto. ¡Más de 20.000 acres cada una! ¡Eran mayores que muchos condados de Inglaterra! Las habíamos elegido al azar y la mía resultó algo más grande que la de Peter.

Estaban separadas por otra gran finca, perteneciente a Mr. Mcgregor, un hombre autoritario, de nariz ancha y roja, jugador, borracho, putero y pendenciero. Casado con una mujer delgada y plana, con una cara angelical que pocas veces dejaba entrever las penas y disgustos de su matrimonio.

Los Mcgregor tenían una hija de unos 17 años, a la que el padre tenía totalmente sometida y del que recibía algunas de las palizas de las que conseguía escapar su madre. Hablándolo con Peter, comentamos que sería un buen partido para él, pues era la heredera del terreno entre ambos, prácticamente tan grande como los nuestros, y podría tener una de las más grandes fincas de allí.

Al principio, Peter alegó la diferencia de edad, pero después de hablarlo, considerar las ventajas y hacerle ver que también había diferencia de edad entre nosotros y las pupilas, sin que fuera un problema para acostarnos con ellas, cambió de opinión y se propuso cortejarla.

Como buenos futuros vecinos, pasamos a visitarlos una mañana, cerca de mediodía, para presentarnos y entablar buenas relaciones. Mcgregor, que ya llevaba alguna copa, nos presentó y obligó a comer con la familia, empujándonos con fuertes palmadas en la espalda y los hombros que nos hacían a avanzar más rápido para evitar que nos partiese algún hueso.

Durante la comida, sentados en el extremo de una larga mesa, fuimos atendidos por la madre, Martha y la hija Eloise, pues como nos comentó nuestro anfitrión, no consentía que los criados lo hiciesen, porque la obligación de las mujeres era estar a disposición de los hombres y servir la mesa.

Cuando nos despedimos, besamos las manos de ambas mujeres. Como puestos de acuerdo, yo primero besé la mano de la hija y Peter la de la madre, cambiando después y permaneciendo Peter más rato de lo normal sujetando la mano de la hija, mientras alababa su belleza con la sonrisa más seductora.

Los nervios de la muchacha evidenciaron que había hecho efecto, lo que nos hizo marchar con alegría, al ver que había posibilidades.

El momento del cortejo fue un mes después, en la fiesta de anuncio de mi compromiso con Jessy. Como es normal, todas las familias importantes de la zona estaban invitadas a la fiesta, incluidos los Mcgregor, durante la cual, tanto Caitin y Jessy, que estaba informadas de todo, como yo, estuvimos pendientes del matrimonio. Yo sacando a bailar a la madre, ellas con el padre, a pesar de los múltiples pisotones, con breves descansos cuando lo acompañaban junto a su padre para que bebiesen juntos.

Pronto ambos hombres se retiraron a una de las salas dela casa para dar buena cuenta de un par de botellas y quedarse dormidos en los sillones.

La madre, libre de su marido y agasajada por mí, Caitlin y Jessy, que la llevaban de uno a otro de los corrillos que formaban las otras mujeres, donde podía escuchar los cotilleos del momento y participar sin ser importunada por su marido, estaba radiante de alegría, eufórica más bien, incluso más que si hubiese bebido.

Con todo esto Peter tuvo vía libre para cortejar a Eloise, que no tenía la más mínima oportunidad de escapar.

Una mujer maltratada por un padre que tampoco la dejaba relacionarse con nadie, que por tanto no tenía amigos entre los hombres de la sociedad, y acosada por un hombre guapo como Peter y con facilidad de expresión para adular y conquistar, no le quedó más remedio que rendirse cuando, acabando la fiesta, le pregunto si le daba permiso para pedirle a su padre la autorización para visitarla.

Según me contó después, no le salían las palabras, y tuvo que asentir con la cabeza. Tras la declaración y aprovechando que se habían situado fuera de la vista de todos, la tomó de la mano, se la besó y, aprovechando la cercanía, dejó otro beso sobre sus labios.

Ella, sofocada, vino corriendo hasta el grupo donde se encontraba su madre con otras mujeres y yo.

-¿Qué te pasa, que estás tan sofocada? –Le preguntó.

– … Es que he bailado mucho…

La fiesta terminaba ya y uno de los invitados, amigo de la familia, fue a buscar a los maridos durmientes que salieron poco después dando tumbos. Durante la espera, Martha y Eloise cuchichearon en un aparte, echando miradas fugaces a Peter.

Al día siguiente enviamos a un criado con una nota para el padre, solicitando que Peter fuera recibido con la intención de pedir relaciones con la hija. El padre aceptó, pues le habíamos caído bien, porque éramos familia del Gobernador, teníamos mucho dinero y grandes extensiones de tierra. Lo que se dice un buen partido.

No sé lo que le contó, pero fijaron fecha de la boda para seis meses después. Pero la alegría duró poco, pues una semana después, el gobernador anunció la boda de Diana con un viejo rico y tan borracho como los demás de 75 años. Viudo hacía años, había hecho una gran fortuna negociando con todo, legal o no, y que quería una mujer que le diese un hijo.

El disgusto de la muchacha fue tremendo. Estuvo varios días llorando, hasta que, entre su hermana y yo, pudimos convencerla de que a un hombre tan mayor, no tendría que aguantarlo mucho y sería la heredera de su fortuna. Mientras, podría formar parte más activa en nuestros juegos de cama.

-¡Pero tendré que darle un hijo! -Alegó

Dudábamos que se le levantase, por lo que le propusimos que fuésemos Peter o yo quienes la dejásemos embarazada. Por fin asumió su futuro y todo volvió a la normalidad.

El día de mi boda llegó y la pequeña iglesia se llenó de gente importante de la ciudad y otra venida desde sitios lejanos. El vicario que nos casó ni se quién era, ni de qué religión, ni lo he vuelto a ver.

Se celebró una fiesta por todo lo alto en la finca del gobernador. A la salida de la iglesia nos esperaba un carruaje descubierto para llevarnos hasta ella, donde nos montamos mi flamante esposa, sus padres y yo.

De camino, nos cruzamos con una cordada de presos que acababan de llegar e iban pasando por mi lado, sin que les prestase atención. De repente, uno de ellos, saltó al carruaje, echando sus manos a mi cuello e intentando ahogarme.

Su debilidad y mi mayor fuerza me permitieron retirar sus manos sin esfuerzo y sin que llegara a hacerme daño. Los guardias se abalanzaron sobre él y lo redujeron a culatazos con sus fusiles.

Cuando estaba en el suelo, sin sentido, el oficial ordenó que le clavasen las bayonetas hasta que muriese. Entonces lo miré y supe que lo conocía. Era el carcelero de Southampton. Extrañado por su presencia, pedí que no lo matasen y que lo encerrasen porque quería interrogarlo. El gobernador convirtió mi petición en orden y se lo llevaron mientras nosotros seguíamos nuestro camino.

Cuando llegamos ya estaban la mayoría de los invitados. Comimos, bailamos, hubo juegos para damas y caballeros, cenamos, bailamos y seguimos bailando hasta agotarnos.

A altas horas de la noche, nos escabullimos y nos fuimos a lo que sería nuestra casa temporal, pues había mandado construir una casa pequeña, de madera, para vivir mientras nos construían la nuestra, mucho más grande, de tres plantas, la superior para el servicio, la intermedia para las amplias habitaciones y la inferior, con grandes salones que nos permitiesen dar fiestas y otros más pequeños y más acogedores para diario, además de la cocina.

Cuando llegamos a nuestra casa, Rachel nos recibió levantada. Nos había estado esperando despierta hasta entonces. La mandé acostarse, abracé a Jessy y entre besos y caricias, la llevé hasta la habitación. Nos detuvimos un momento en la puerta para darnos un largo beso. Al separarnos, echó mano a mi pantalón, notando mi polla dura ya como una estaca. Jessy me tomó de la mano y riendo me arrastró hasta la cama.

-Pensaba ser yo el que te trajese hasta aquí, pero parece que tienes prisa en estrenar nuestro matrimonio.

-Por lo que he tocado hace un momento, más bien parece que seas tú el que tiene prisa.

Nos besamos. Primero con suavidad, pero poco a poco fuimos incrementando la pasión, hasta que mis manos empezaron a soltar sus botones.

-¿Desea la señora que le ayude a quitarse el vestido?

No me había dado cuenta, pero Rachel había entrado tras nosotros y esperaba cumplir con su misión de doncella personal de mi flamante esposa.

-Sí, le dije, ve desnudándola.

Y seguí besándola, sujetando su cara para evitar la ligera oposición inicial, mientras la doncella soltaba enganches y cintas a su espalda.

Cuando ya estaba en ropa interior, me desnudé yo y terminé de quitarle las últimas prendas. La abracé y caímos sobre la cama. Estuve un rato besándola y disfrutando con las caricias a su cuerpo, pasando mi mano por su cuello, sus hombros, su costado, sus brazos, sus muslos, su cuerpo desde su pubis hasta el borde de sus pechos. Luego me dediqué más a fondo a su excitación.

Colocado sobre ella, con sus piernas abiertas y mi polla sobre su vientre, cambié sus labios por su oreja, bajé por su cuello sin dejar de besar cada milímetro, mientras mi mano estrujaba su pecho. Recorrí su hombro, bajé por su canalillo a tiempo que bajaba también mi cuerpo y mi polla quedaba apoyada en su coño. Su respiración era agitada, y sus manos no dejaban de acariciar mi pelo.

Mientras mi mano seguía acariciando su pecho, fui besando el otro, recorriendo su contorno en círculos cada vez más pequeños hasta llegar a su pezón donde, además de depositar mi beso, abrí mis labios para darle un ligero toque con la lengua que le arrancó un gemido.

De ahí pasé a darle el mismo tratamiento al otro pecho, cruzando con mis besos el valle que los separa. Mientras ella hacía movimientos con la pelvis para que mi polla recorriese su raja, cosa que yo evitaba todo lo que podía.

Chupé sus pezones y lo fui lamiendo alternativamente, arrancando gemidos de deseo y más movimientos de su pelvis. No dejé sus pechos hasta que consiguió colocar bien mi polla, señal de que se estaba abriendo. Entonces continué mi camino bajando hasta su coño, al que di un primer repaso recorriendo los bordes, bajando por un lado, subiendo por el otro para meterle un recorrido central de arriba abajo y de abajo arriba con rápidos lengüetazos durante el trayecto.

-Mmmmm. Siiii. Sigueeee. –Decía entre gemidos.

Puse bajo su culo un par de almohadones para levantar su pelvis y sujeté sus piernas bien dobladas y abiertas. Su coño y debajo su ano, quedaron expuestos a mi vista y se ofrecían palpitando al ritmo de las contracciones pélvicas de su dueña.

No me hice esperar mucho, y me lancé a lamer desde su clítoris a su ano, donde deposité abundante saliva. Subí a su clítoris de nuevo, lo rodee con mis labios y lo chupé y lamí. Ella gemía muy fuerte y pedía más.

-Mmmmmmm. No pareees. Ohhhh. Siiii.

Bajé varias veces recorriendo toda su raja, metiendo la lengua en su coño y mojando su ano, para luego subir de nuevo a su clítoris, hasta que ya no pudo más y cuando se lo estaba chupando empezó a gritar.

-No pareees. Me voy a correeer. Más fuerte, más, máaasss. Siii. Me corrooo, me estoy corriendoooo.

Yo dejé su clítoris cuando acabó su corrida, pero seguí pasando la lengua desde la base hasta meterla en su vagina todo lo que podía, hasta que volvió a recuperar la excitación. Entonces dejé que apoyase sus talones sobre mi espalda y dejando que siguiera bien abierta, volví a lamer y chupar su clítoris, al tiempo que metía dos dedos en su coño y la follaba con ellos. Sus gemidos eran tan fuertes que parecía casi gritos.

Retiré mi boca de su clítoris para sustituirla por mi pulgar, con el que lo frotaba en círculos a distintas velocidades, extrayendo más gemidos de ella.

Me pareció oír eco en ellos, y cuando miré por la habitación vi que Rachel se encontraba a los pies de la cama, con la mano bajo sus faldas, masturbándose furiosamente. No dije nada y seguí con mis manipulaciones sobre Jessy, consiguiendo que se volviese a correr poco después.

Cuando se recuperó, intenté metérsela por el coño, pero estaba muy sensible y tuve que desistir. Pero ella se puso a cuatro patas y me ofreció su culo, moviéndolo en círculos ante mí. Ensalivé bien mis dedos y eché más saliva sobre su ano, para ponerme a dilatarlo con suavidad, un dedo, dos, tres. Mientras se dilataba, hice una señal a Rachel para que me la chupase y ensalivase bien.

Una vez dilatado, procedí a metérsela con calma.

-Agggg Duele un poco, pero me gusta.

Detuve mi avance y le iba a preguntar si lo dejaba cuando insistió.

-Pero no pares, hazlo con cuidado, pero no pares.

Y seguí avanzando hasta que entró entera y me detuve a esperar. Ella misma fue moviendo su cuerpo adelante y atrás para ir follándose, al tiempo que me decía:

-Muévete de una vez. Dame fuerte.

Comencé mis movimientos entrando y saliendo, entre tanto, Rachel se metió desde atrás entre mis piernas para ir lamiendo y chupando mis huevos, cada vez que sacaba la polla.

Jessy llevó la mano a su coño y noté que se lo acariciaba. Primero con suavidad, pero poco a poco fue creciendo en ritmo, transmitiendo a su vez fuertes sensaciones a mi polla. Cuando anunció su corrida, ya estaba preparado para hacerlo en cualquier momento, por eso, sus gritos coincidieron con los míos en un orgasmo común

-Aaaaaaahhhhh. Siiii. Me corroooo.

-Aaaaaaahhhhh. Siiii. Yo tambieeeen.

Rachel se retiró rápidamente y nosotros caímos rendidos en la cama. Hice una señal para que se retirase Rachel y nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente, fue una boca la que me despertó, lamiendo y chupando mi pene. Era Jessy, que cuando consiguió ponerla dura, se subió encima de mí y ella misma se empaló y empezó a moverse en una cabalgada unas veces con movimientos circulares de cintura y otras moviendo la pelvis atrás y adelante conseguía unas veces rozar su clítoris contra mi pelvis y otras el roce continuo de mi polla cuanto entraba o salía.

Acaricié sus tetas, froté sus pezones, recorrí su cuerpo y acaricié su culo, que tanto me gustaba, mientras ella me iba llevando al orgasmo. No obstante se corrió dos veces antes de que le anunciase que estaba a punto y pidiese que la esperase para corrernos juntos más tarde.

Ese día fuimos a casa del gobernador, donde comimos todos juntos, incluido Peter y por la tarde, mientras las mujeres se encerraban en una habitación para hablar, los tres nos fuimos hasta el cuartel para interrogar al ex carcelero. Nos llevaron hasta su celda, donde se encontraba encadenado de pies y manos, pero que permitían su movilidad. Nada más verme, volvió a abalanzarse sobre mí gritando:

-Maldito cabrón, hijo de puta. Por tu culpa estoy aquí…

Cuando llegó a mi altura le solté en plena cara, el puñetazo que llevaba preparado, haciéndolo caer al suelo, sangrando profusamente por la nariz.

-Te haré unas preguntas y quiero que contestes rápido y con la verdad. Si abres la boca para otra cosa que no sea responderme, vas a pasar un mal rato. ¿Me has entendido?

-Zii –Contestó sujetándose la nariz para evitar el sangrado.

Le pregunté por lo que había ocurrido al marcharnos y contó que nada más irnos, su esposa mandó a la hija que contuviese la hemorragia con un paño, mientras avivaba el fuego y ponía al rojo el atizador.

Cuando lo estuvo, cauterizó su herida y el perdió el sentido.

-Dezpedte cuato diaz despuéz, zin polla, zin huevos. ¡Maddito hijo de puta. Te matadé aunque zea lo utimo que haga!

Toda la conversación se produjo con las dificultades propias de pronunciación al tener la nariz tapada. En respuesta a su salida de tono, le di una fuerte patada en las tripas que lo hicieron doblarse de dolor.

-Te he dicho que solo respuestas. Si quieres más, ya sabes lo que tienes que hacer. ¿Por qué estás aquí?

-Al principio mi mujer se comportaba normalmente conmigo. Me decía que no le importaba si no podíamos hacer el amor plenamente, que se conformaba con que le siguiese comiendo el coño y follándola con los dedos, pero poco a poco fue gustándole cada vez menos hasta que llegó un momento que dejamos de hacerlo.

Un día, le quité a un preso un medallón de oro y decidí regalárselo a ella cuando iba a salir de la prisión, vi por la ventana que ella salía de casa. Dudé entre esperar para dárselo o ir a buscarla y cuando decidí ir, ella ya había avanzad mucho.

La seguí, pero antes de alcanzarla entró en la posada. Cuando entré yo, no la vi y cuando pregunté al posadero, me dijo la habitación donde estaba y que lo hacía en compañía de un oficial de la guarnición militar.

Entré en tromba encontrándolos desnudos, cogí lo primero que encontré, que fue el sable del oficial y los traspasé a los dos con él. Al oficial le llegó al corazón y murió en el acto y a mi mujer le traspasó el pulmón y aún vivió algunas horas. A mí me detuvieron, me juzgaron y enviaron aquí.

Cuando terminó su historia, decidí comprarlo y enviarlo a mi finca, donde su misión es recibir cualquier polla que quiera encularlo. Estuvo encadenado al principio, pero luego asumió su situación y ahora disfruta siendo la puta de los obreros.

Los días fueron pasando y dos meses después se celebró la boda de Diana. El viejo fue tan desconfiado que, antes de la boda, mandó a unas mujeres a comprobar su virginidad, porque quería una mujer pura.

Durante la fiesta procuramos que bebiese, y antes de irse a la cama con su esposa, Jessy le ofreció una última copa que llevaba mezcladas unas gotas de un fuerte somnífero, mientras nosotros nos escondíamos en su habitación.

Cuando entraron, la llevó directamente a la cama, se desnudó él y más que desnudarla a ella, le arrancó la ropa. Se acostaron y la estuvo besando y acariciando, sin darse cuenta de los gestos de asco que hacía ella, esperando que se le pusiese dura.

Al no conseguirlo, la cogió del pelo y llevó su cabeza hasta su maloliente polla y la estuvo chupando entre arcadas hasta que consiguió una dureza suficiente. Entonces la hizo acostarse y abrirse de piernas para colocarse entre ellas y metérsela sin ninguna preparación.

No hizo más que colocarse y apuntar su polla con la mano, cuando empezó a cerrar los ojos, dejándose caer sobre ella, aplastándola con su peso y poniéndose a roncar desaforadamente.

-Por favor, ayuda. Quitadme a este cerdo de encima.

Enseguida salimos Peter y yo y se lo quitamos de encima.

-Joder, como huele. Además de alcohol, no se ha debido lavar en años.

-Pues si queréis algo asqueroso, tenéis que chuparle esa mierda de polla. Huele y sabe a orines y suciedad.

Dejamos entrar a Jessy, que venía con una botella y cuatro vasos, y le dimos una buena dosis para quitarse el mal sabor de boca.

Nos pusimos a besarla y acariciarla, uno a cada lado, quedándose Jessy mirando. Mientras yo me dedicaba a un pecho, Peter atendía al otro y ambos alternábamos para compartir su boca. Cuando empezó a gemir, Jessy se situó entre sus piernas y empezó a comerle el coño.

Al momento estaba gimiendo de placer y poco más tarde se retorcía de gusto. Pronto sujetó la cabeza de Jessy contra su coño mientras alcanzaba su primer orgasmo. Ella misma impedía que Jessy se separase, para que siguiese comiéndole el coño y mantener su excitación.

Cuando sus gritos y gemidos avisaban de la proximidad de un nuevo orgasmo, pedí a Peter que se la follase. Dudó al principio entre ser él el primer que la desvirgara o que fuera yo, pero le dije que era mi cuñada y que como éramos familia, le correspondía a él.

Jessy se retiró y Peter ocupó su lugar. Se arrodillo ante ella y puso una almohada bajo su culo. Con el coño más levantado y aprovechando que tenía lo tenía encharcado de flujo y saliva, puso su polla a la entrada y fue metiéndola poco a poco. Yo alternaba entre sus pechos y Jessy se puso a pasar la lengua por su clítoris y la polla de él.

-Mmmm. Qué apretadita está. –Comentó.

Cuando encontró el obstáculo de su himen, pidió que nos aplicásemos más a fondo y se la clavó con un golpe de riñones.

Diana emitió un grito de sorpresa y dolor, que volvió a ser de placer al empezar a moverse. Dos orgasmos después, Peter se corrió en su coño coincidiendo con el tercero de ella. Mantuvo su polla dentro hasta que quedó totalmente flácida. Ella quedó rendida sobre unas sábanas manchadas por su virginidad perdida y la lefa que escurría de su coño, por lo que decidimos marcharnos, no sin antes lavar bien la polla del viejo cerdo y darle instrucciones para que le hiciese beber mucho durante el día siguiente y el otro para que, al llegar la noche, estuviese dormido. Al tercero, tenía que prohibirle la bebida hasta media tarde con la excusa de que si no, no rendía en la cama.

Entre el viaje a nuestra casa y desahogar nuestra calentura, era cerca de mediodía cuando nos quedamos dormidos.

Dos días después, repetimos la operación. Ella lo llevó a la cama con la bebida complementada con las gotas de somnífero correspondientes, y nos abrió cuando estaba dormido. Repetimos la operación, la excitamos entre los tres, y cuando se corrió, Peter la folló por el coño, solo que añadimos algo más, la pusimos boca abajo y volvimos a excitarla de nuevo, al tiempo que dilatábamos su culo.

Cuando estuvo preparada, la mojé con un par de envestidas en su coño para ponerla en su ano e ir metiéndola poco a poco. La follé despacio, mientras acariciaban sus tetas y su coño. Jessy estaba muy excitada, y al darse cuenta Peter, me pidió permiso con su mirada y tras dárselo, se dedicó a comerle el coño hasta que le sacó dos orgasmos.

También Diana se corrió un par de veces, casi seguido a las de su hermana, hasta que le dije que le iba a llenar el culo de leche y se corrió de nuevo, siendo seguida por mí a los pocos segundos.

El viejo aceptó que cuando estaba bebido, rendía más que un joven en la cama, aunque no se acordase de nada, pero las sábanas manchadas y su pollita reluciente le hacían creer que se había portado mejor que a los 20 años.

Esta escena se repitió todos los días, hasta que Diana anunció que estaba embarazada de dos faltas. Después de a nosotros, se lo dijo al feliz cornudo, que se fue al club a celebrarlo y tardó una semana en volver. Y encima borracho hasta la inconsciencia.

A partir de entonces, Diana prohibió relaciones al vejete de su marido, con la excusa de podría malograrse el embarazo y perder a la criatura. Así, fue Peter el que la visitaba de vez en cuando, mientras el marido estaba emborrachándose.

El cornudo no llegó a conocer a su hijo. Falleció mes y medio antes del parto, ahogado con uno de sus propios vómitos, una noche de borrachera hasta la inconsciencia.

Entre unas cosas y otras, llegó la fecha de la boda de Peter, celebrada por todo lo alto durante el día y en la intimidad por la noche. A los pocos días, me contó que su esposa era sumamente obediente. Hacía cualquier cosa por extraña, rara o cualquier otra cosa que pudiese parecer.

Le había dicho de participar en sesiones de sexo con nosotros, y había aceptado, si era lo que él quería.

A los nueve meses de estar casados, Eloise dio a luz un bebé. Un precioso y grande varón, que su orgulloso padre nos ha ido mostrando cada vez que podía. Ahora, mientras espero a que sea mi mujer la que dé a luz a mi heredero, porque las mujeres que entienden de esto dicen que es niño y muy fuerte y grande por las patadas que da, voy acabando este relato, que empecé después de la boda de Peter, porque quiero enviarlo a Londres para que lo conviertan en un libro.

Termino ya, porque me acaban de anunciar que he sido padre de una preciosa niña. Si no continúo, espero que le haya gustado a quienes lo lean, y comprendan que si son valientes y arriesgan, y sobre todo, si tienen un amigo que les ayude, pueden triunfar en la vida y llegar a donde quieran. Tampoco me importaría que me enviasen comentarios sobre mi libro y su valoración

John Smit

 

Relato erótico: “la nueva asistenta 3” (POR XELLA)

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Silvia se había puesto el despertador para despertarse antes que su ama. No quería comenzar el día con una azotaina.
Se acercó gateando a la cama y apartó lentamente las sábanas. Ivette estaba completamente desnuda. La visión de su cuerpo y el pensamiento de lo que iba a hacer hizo estremecer a Silvia (¿Durante cuanto tiempo tendré que hacer esto?).
Acercó su boca al coño de su ama y comenzó a lamer, lentamente, acariciando cada pliegue de su raja, saborenado, a su pesar, un sabor qe empezaba a agradarle. Los ligeros gemidos que emitía Ivette indicaban que comenzaba a despertarse, así que
aumentó el ritmo.
Mientras se tomaba su “desayuno” Silvia no podía dejar de pensar que le depararía el día. En las dos anteriores jornadas su vida había dado un vuelco, pero no estaba segura de estar descontenta con ello. Nunca había estado tan cachonda en su vida, y nunca había tenido unos orgasmos tan intensos. Se le venía a la mente la idea de que a lo mejor no era tan malo seguir así… (¿Que no sería tan malo? ¡Soy una esclava!).
Ivette interrumpió sus pensamientos sujetando su cabeza y corriendose sobre su boca. Como parece que era habitual, siguió lamiendo durante un rato hasta que Ivette pensó que era suficiente.
– Veo que te has adaptado a tu papel esclava. ¡Posición de inspección!
Silvia se levantó rapidamente y se colocó en la postura requerida. Ivette rodeó su cuerpo, observandola.
– Parece que las marcas de los azotes van desapareciendo… Espero que haya sido suficiente para que aprendas tu lugar, si no, no dudaré en volvertelos a hacer, y esta vez no serán sólo 15…
Ivette comenzó a toquetear con el plug anal de Silvia. Ésta soltó un quejido. Llevaba toda la noche con ello puesto y le dolía el culo.
– Espero que te hayas acostumbrado bien. Más tarde te pondrás uno más grande. Voy a dilatar ese ojete poco a poco. Dentro de un tiempo me pedirás tu misma que te dé por el culo… Vamos a la cocina, quiero desayunar algo.
Silvia caminó detrás de Ivette hasta llegar a la cocina. Cuando llegó, se puso automáticamente a hacer el desayuno.
– Hazme un café esclava, tu tomarás esta infusión nada más, quiero que hagas una dieta especial que yo supervisaré. – Dijo, tendiendole un sobrecito con las hierbas de la infusión.
Mientras la esclava preparaba el desayuno, Ivette sacó dos cuencos de perro. Uno lo lleno de agua, el otro lo dejó al lado. Una vez estuvo preparada la infusión, vertió el contenido en el cuenco que quedaba libre.
– Ese es tu lugar perra, hasta que te ordene lo contrario no volverás a usar las manos para comer. Lo harás de rodillas, como la perra que eres.
Silvia se resignó. Se arrodilló y se bebió la infusión como pudo. Ivette sonreía satisfecha. Se estaba acoplando a todas sus peticiones sin rechistar, además a partir de ahora, gracias a las drogas que iba a suministrar a la esclava a través de la infusión que acompañaría todas sus comidas sería más fácil. Esa droga, aumentaba las sensaciones de placer y haría más
fácil y llevadero el aprendizaje de su nuevo rol.
– Tienes la ropa preparada en el salón, esclava. Te quiero preparada en 10 minutos. – Dijo Ivette
– ¿V-Voy a salir mistress?
– Claro que vas a salir imbecil, ¿No te dije que seguirías yendo al gimnasio? Y ahora ¡corre! No quiero que me hagas esperar. ¡Ah! Te permitiré no llevar el plug anal. – Silvia respiró, aliviada. – En su lugar llevarás esto en el coño.
Ivette tendió a Silvia una cuerdecita con un par de bolas atadas. ¡Quería que llevase unas bolas chinas!. Nunca había usado unas, pero sabía cómo funcionaban… Con el movimiento del gimnasio estarían estimulándola en todo momento…
Silvia llegó al salón y vió la ropa que le tenía preparada. Se quedó paralizada. Eran unas mallas que casi casi parecían unas bragas de lo pequeñas que eran, un tanga de hilo y un top cortisimo… ¡Y no había sujetador! Con ese top se notaría perfectamente que no llevaba nada, ¡No podía salir así!
– Ehh… Mistress… No… No puedo salir con esto… Por favor…
– ¿Estás diciendo que no quieres obedecerme, perra? ¡Si no quieres salir con esto, saldrás sin nada! Tu eliges.
Silvia agachó la cabeza y comenzó a quitarse la escasa vestimenta que llevaba. Cuando extrajo el plug anal, sintió un vacío en su culo que la dejo una sensación extraña… Estaba aliviada de quitarselo, pero… No era tan desagradable…
Empezó a introducirse las bolas chinas una a una, sólo para darse cuenta de que le era sencillísimo, ¡Estaba empapada!
Cuando estuvo completamente vestida y se miró al espejo se asustó, ¡No podía salir así! Pero… sabía que no tenía otra opción…
– Perra, después llamaré al gimnasio y preguntaré por tí, como me digan que no has ido, lo lamentarás…
Y con esas, Silvia salió de casa camino del gimnasio.
Mientras Silvia estaba fuera, Ivette comenzó a repasar su plan. Todo estaba saliendo perfecto. Silvia estaba comiendo en la palma de su mano y los pocos conatos de rebeldía que había tenido los había cortado de raíz con los castigos físicos. Silvia no tenía ni idea, creía que había tenido mala suerte, que una serie de casualidades le habían ido en contra y se había generado esta situación. Nada más lejos. La esclavización de Silvia estaba prevista desde hace tiempo…
Ivette, en realidad, no era una asistenta. Era una “empleada” de una corporación que, entre muchas otras cosas se ocupaba de capturar y domar a esclavas y esclavos, ya fuese para uso propio de la organización, o por algún pedido expreso de sus socios o clientes. Sus métodos eran muy variados, desde chantaje, hipnosis, drogas, modificación del pensamiento hasta nanorobots, cirujías y otras prácticas algo más oscuras…
Peter había tenido “problemas” con esa corporación y comenzaron a ir detrás de él. Para salvar su culo, Peter les puso en bandeja de plata a su esposa… Llevaban varios meses planeandolo ya. Todo empezó cuando contrataron a Ian en la casa, un cuerpo irresistible para que la madura mujer cayese en la tentación. Ian también formaba parte de la corporación pero, a diferencia de Ivette, él era un esclavo. No le costó mucho hacer que Silvia mordiera el anzuelo, al poco tiempo se la estaba llevando a la cama. El paso que significaría el comienzo de la fase final para la captura de Silvia era la contratación de Ivette.
Desde entonces, la asistenta había medido sus jugadas perfectamente y además, Silvia se había mostrado más predispuesta de lo que esperaban. Esa zorra sería una esclava estupenda…
En el gimnasio, Silvia no podía soportarlo… Cuando entró en el gimnasio se dió cuenta de que las miradas de deseo y envidia que le dedicaban normalmente hombres y mujeres había cambiado… Ahora eran… otra cosa… Era desprecio y chanza. La gente pensaba que iba como una puta y ella no podía negarlo… También lo pensaba…
Las bolas chinas estaban haciendo su trabajo y simplemente con el camino hasta el gimnasio la tenían con una calentura extrema. Pensaba que el más ligero roce haría que se corriese allí enmedio. Se le ocurrió la idea de meterse al vestuario y dejar pasar el tiempo, en un par de horas volvería a casa e Ivette no se enteraría de nada, pero no sabía porqué, la idea de contrariarla la asustaba… Era imposible que se enterase pero, ¿Y si lo hacía? Lo pagaría caro…
Comenzó haciendo ejercicios de pecho. Tenía que coger dos abrazaderas y moverlas haciendo un arco hacia delante. No le pasaban desapercibidas las miradas de los hombres, sus pechos sin sujetador debían ser un reclamo espectacular para ellos. No le gustaban esas miradas, la hacían sentirse sucia… y caliente… No sabía porqué reaccionaba así, ¡Se odiaba a sí misma!
Esas miradas la hacían sentirse como la puta que parecía… A ella, que siempre le había gustado llevar las riendas en temas sexuales, le estaban pasando ideas nuevas por la cabeza. Se imaginaba forzada por aquellos hombres, indefensa, dominada. Y eso le gustaba. Estaba descubriendo nuevos pensamientos que nunca había tenido… y le gustaban. Se imaginaba de rodillas, en el suelo en… posición de ofrecimiento… mientras notaba como una polla durísima comenzaba a taladrarla. La follaba duro, no la daba tregua y cuando miraba a su dominante compañero era… ¡Ivette!
Abrió los ojos de golpe, ¡Todo el mundo la miraba! Se le había ido la cabeza, y entre la caentura de las bolas chinas y de la situación se había dejado llevar. Estaba sudando. Se levantó y se secó con la toalla. Se dirigió a la otra punta de la sala y fue a las máquinas de correr. Estaban algo apartadas, así que podría evitar las miradas de la gente.
Cuando empezó a correr algo la sobresaltó. El ritmo de la carrera ¡Hacía que las bolas chinas intensificasen su efecto! Dios… No iba a poder aguantar… ¡Estaba muy caliente! Se bajó de la maquina y se fué a mojarse la cara. Se miró al espejo y se vió a si misma roja como un
tomate. ¿Que iba a hacer? Le daba miedo irse pero no podía volver a salir ahí…
Cinco minutos después, Silvia se iba del gimnasio mirando al suelo, andando lo más rápido posible para irse de allí.
– Vaya vaya… – Dijo Ivette colgando el teléfono. – Así que esa pequeña zorra ha huido…
Inmediatamente, subió a la habitación a preparar el castigo de su esclava.
Cuando Silvia entró a casa, todas las luces estaban apagadas. Había estado escondida cerca de su casa antes de entrar para hacer tiempo y que no se notase que había evitado el gimnasio. Estaba convencida de que Ivette no se enteraría.
– ¿Hola? ¿Mistress? – Preguntó tímidamente Silvia.
Comenzó a avanzar lentamente. Cuando llegó a la cocina, vió a Ivette sentada a la mesa, esperandola.
– ¿Que haces con esa ropa, perra? ¿No te dije cual era la vestimenta que deberías llevar en casa? – Espetó Ivette
– P-Perdón Mistress, ahora mismo me cambio. – Dijo Silvia, que no había previsto aquello.
Subió directa a su cuarto y cuando llegó a la puerta se quedó helada. ¡Un completo arsenal de bondage estaba distribuido por toda la habitación! Había correas, latigos, fustas, dildos… ¡Incluso había argollas en el techo! Estaba asustadísima, ¿Como había llegado a esto?
Cuando fue a retroceder para salir de la habitación se encontró de bruces con Ivette, que inmediatamente le dió un bofetón que la tiró al suelo.
Antes de que Silvia pudiese reaccionar, Ivette ya le había puesto unas argollas en las manos y otras en los pies. Tirando de unas cuerdas, y a través de unas poleas, las argollas comenzaron a hacer que Silvia se incorporase, quedando sujeta en forma de x en medio de la habitación,
de espaldas a la puerta. Silvia vió que Ivette llevaba un cuchillo en la mano y comenzó a gritar. Otro bofetón la hizo callar.
Con el cuchillo, Ivette arrancó la ropa de Silvia, dejándola sólo con las bolas chinas.
– ¿Que tal en el gimnasio, esclava? No parece que la ropa esté muy sudada… ¿Has acabado tus ejercicios? – Preguntó Ivette, agarrando a Silvia de la cara.
– N-No, mistress. – Contestó la mujer, aterrorizada.
PLAFF.
– ¿Cómo te atreves a desobedecerme? ¿Creías que soy estúpida? ¿Que podrías engañarme?
– No, yo no..
– !Calla! – Ivette recogió el tanga de Silvia. Estaba empapado. Obligando a su esclava a abrir la boca se hizo tragar. Con él en la boca, introdujo un ballgag, asegurándolo con unas cintas en la parte de atrás de la cabeza.
– Mmmmm – Gimoteaba Silvia. Sus propios flujos le llenaban la boca.
– No quiero oir ni un ruido, zorra. Vas a recibir un castigo tal que no se te ocurrirá volver a desobedecerme.
Ivette había colocado cámaras alrededor de la habitación y comenzó a encenderlas. Cogió una cámara digital y comenzó a hacer fotos ella misma, desde todos los angulos. Fotografió al detalle cómo le iba extrayendo las bolas chinas una a una y como, poco a poco, comenzó a introducirle un nuevo plug anal, algo más grande que el anterior. Para acabar, colocó un antifaz a Silvia. No poder ver haría que sufriese psicológicamente al no saber lo que estaba haciendo la dominatrix.
Cogió una fusta y, rodeándo a su esclava, comenzó a repartir azotes por igual entre sus pechos y su culo. Silvia se agitaba y gritaba con cada golpe, pero la mordaza impedía que los gritos se escucharan.
Media hora de azotes después, el cuerpo de Silvia estaba lleno de marcas rojas y la esclava estaba derramando lagrimas. Ivette apartó la mordaza y preguntó:
– ¿Has tenido suficiente?
– Ss-si, mistress… Por favor… Más no… Haré lo que quieMPpfff. – Ivette introdujo de nuevo el tanga y la mordaza en la boca de Silvia.
– Todavía no hemos acabado con la sesión. Ahora voy a recolocarte.
Ivette comenzó a atar y desatar las cuerdas de Silvia, colocándola con el culo en pompa sobre la cama, con los brazos bajo el cuerpo y atados a las cuerdas de los tobillos. Estaba inmobilizada.
La dómina comenzó a jugar con el plug anal, provocando un pequeño atisbo de placer a la esclava después de la azotaina recibida.
El plug entraba y salía del culo de Silvia con facilidad. Su ojete rosado se adaptaba perfectamente al falo de plástico que la chica deslizaba suavemente dentro y fuera de él. Parece que a Silvia tampoco le desagradaba nada el tener su culo lleno, poco a poc empezó
a gemir, ignorando que hace escasos dos minutos había recibido una paliza con la fusta.
DING DONG
Silvia quedó paralizada, del susto, su ojete se cerró y atrapó el plug dentro de él, Ivette lo dejó dentro.
– ¡Parece que ya ha llegado el pedido que he realizado!. – Dijo Ivette con un tono alegre.
La chica salió de la habitación y dejó a Silvia sola, atada y con los ojos tapados. La señora de la casa estaba sufriendo, ¿Quién había venido? No podía ser Peter… No podía entrar nadie y verla así…
Oyó la puerta cerrarse y poco después Ivette entró en la habitación. La oyó dejar una caja en un lado.
– Ya que ayer hice limpieza en tu armario, te he comprado algo de vestuario. Más apropiado para tu nueva condición.
Silvia se tranquilizó un poco… Parece que el mensajero había dejado el paquete y se había ido… La mujer relajó el ojete, dejando a Ivette proseguir con su cometido. Estaba dispuesta a dejarse llevar por el placer que la consumía. Llevaba todo el día deseando
correrse… ¡Nunca había estado tan cachonda! ¡Estaba enferma!
– Como comprenderás, yo no he pagado nada de la compra. – Continuó Ivette. – Así que… tendrás que hacerte cargo del pago. – Extrajo el plug de un tirón. Un sonoro BLOP salió de su culo cuando se quedó vacío y su ojete abierto fue objeto de varias fotos más.
Unas manos grandes agarraron a Silvia de las nalgas, que después del castigo estaban demasiado sensibles. Soltó un grito, mitad por el dolor mitad por la sorpresa. ¿Quién era?
– Venga chico, es toda tuya. Espero que te sirva como pago.
Una enorme polla entró de golpe en el culo de Silvia. ¡Era enorme! ¡La iba a partir por la mitad! Lo que Silvia no sabía es que el dueño de esa polla era Ian. Ivette le había traido para seguir entrenando la sumisión de Silvia, además de su culo.
Ivette le quitó la mordaza a Silvia y se tumbó delante de ella, llevando su cabeza a su coño la obligó a comérselo, tarea en el que la esclava se afanó con ganas. Los gemidos comenzaban a llenar la habitación, Ivette estaba disfrutando del trabajo de su esclava
y Silvia de la sodomización del extraño mensajero.
Ivette levantó ligeramente el culo ofreciendo a su esclava el culo, en vez de el coño. Silvia dudó un segundo, al notar el diferente sabor, pero ahora mismo no estaba en condiciones de razonar. La lengua de la mujer jugueteaba con el agujerito de su ama e Ivette lo disfrutaba, estaba haciendo un buen trabajo con ella, sería un gran ejemplar de esclava.
– Ahora te voy a quitar las ataduras perra. – Dijo Ivette separandose de Silvia. – Pero te voy a dejar el antifaz. Si intentas quitartelo o hacer algo raro el castigo de antes te parecerá un juego de niños. ¿De acuerdo esclava?
– Si mistress. – Contestó Silvia, alterada por la tremenda sodomización que le estaban proporcionando.
Ian sacó la polla de golpe, dejando a Silvia con una sensación de vacío en su culo y se pusó a retirarle las ataduras.
– Ahora vas a tratar a nuestro amable repartidor con mucha amabilidad, ya sabes a que me refiero. Tienes que pagarle el servicio. Primero ponte de rodillas y abre la boca. Exclamó Ivette.
Silvia obedeció.
– Saca la lengua. – Ordenó la joven.
Ivette no perdió detalle con la cámara de la postura de Silvia y de cómo la enorme tranca negra de Ian se iba acercando a sus labios.
Al notarla, Silvia comenzó a lamer el glande, y poco a poco a juguetear con él dentro de su boca. Hizo caso omiso al sabor de la polla después de estar en su culo.
Ian puso una mano en la nuca de la esclava, guiándola en su labor. Poco a poco se la tragaba más adentro hasta que consiguió introducirla toda.
Las manos de Silvia se acercaban a su coño, ¡Estaba cachondísima!
– ¡Ni se te ocurra masturbarte esclava! Solo podrás correrte cuando yo te dé permiso.
A una señal de Ivette, Ian apartó la polla de la boca de Silvia, que quedó durante unos segundos en una graciosa posición, intentando mamar el aire. Ian se tumbó en la cama boca arriba.
Móntale esclava. – Dijo Ivette, guiándola sobre el jardinero.
Silvia, reconociendo el terreno con las manos, se sentó de golpe sobre la polla que tenía debajo, insertándosela de un golpe. ¡Necesitaba sentirse llena de polla!
Comenzó a cabalgar como una loca. Sacaba la polla casi hasta el final y volvía a metersela de golpe. A este paso no tardaría en correrse… Pero no debía…
Ivette estaba haciendo un book estupendo. Silvia lo estaba dando todo.
Cuando Ian estaba a punto de correrse levantó a la esclava y volviendola a poner de rodillas se vació sobre su cara y sus tetas. Silvia, con la boca abierta, recibía sin inmutarse toda la corrida del negro. Deseando correrse ella también. ¡Necesitaba correrse!
Estas serían las mejores fotos. Silvia con la boca abierta y la cara llena de semen.
– ¿Crees que has pagado la deuda esclava?
– Lo que usted considere, mistress. – Ivette se sintió complacida por la respuesta.
– Entonces hemos terminado. Vistete y date una ducha, tienes pinta de cerda con el semen por la cara.
– P-Pero… Mistress… Yo…
– ¿Que quieres zorra?
– N-Necesito correrme… Por favor… Mistress…
– ¿Quieres correrte? Tendrás que hacerlo tú misma. Metete esta polla por el culo hasta que te corras. – Dijo, tendiendole una enorme polla de plástico.
Silvia, al agarrarla se tendió inmediatamente sobre el suelo y se la insertó de golpe en el culo, iniciando una follada desesperada por correrse. No tardó mucho, con el calentón que tenía en seguida comenzó a gritar de placer, corriendose por primera vez gracias a su culo.
Silvia quedó tendida en el suelo.
– ¡Ni se te ocurra esclava! ¡Cada orgasmo que te sea permitido debe ser agradecido debidamente! Si no, supongo que no querrás seguir teniendolos…
Silvia, se levantó inmediatamente, temerosa de no volver a correrse en un tiempo por el enfado de su ama y se arrodilló a lamer las botas a su ama.
Ivette ordenó a Ian que se marchase. Unos minutos después ordenó a Silvia que era suficiente, apagó las cámaras y ordenó a su esclava darse una ducha y asearse. Cuando terminó, le introdujo el nuevo plug más grande que había preparado.
 
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
http://losrelatosdexella.blogspot.com.es/
 

 

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 4” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7. MARÍA ME ENTREGA A LA PEQUEÑA AUNG.

Cómo no podía soportar la idea de no haber sabido que mi esposa albergaba en su interior una sumisa, intenté que una copa me diera la tranquilidad que me faltaba. Y bajando al salón, fui al mini bar y me puse un whisky. Para mi desgracia ese licor que tanto me gustaba, en aquella ocasión me resultó amargo.
«¿Por qué nunca me habló de ello?», me pregunté y revisando nuestra vida en común, traté de hallar algún indicio que me hubiera pasado inadvertido y que a la vista de lo sucedido diera sentido a ese cambio radical.
Haciendo memoria nada en su comportamiento me parecía en consonancia con lo que me acababa de revelar porque a pesar de ser una mujer abierta en lo sexual, nunca había mostrado preferencia por el sexo duro y menos por la sumisión.
Al no hallar respuesta en nuestra convivencia, solo había dos opciones. O bien antes de conocerme había contactado con ese mundo, cosa que me parecía extraño, o bien al ejercer como dueña y señora del destino de las birmanas se había visto sorprendida por el placer que esas crías obtenían al saberse cautivas de unos extraños.
Esa segunda posibilidad era la que mayores visos de verdad pero después de mucho cavilar comprendí que a efectos prácticos me daba igual cuál de las dos fuera la cierta porque el problema seguía ahí:
¡María se sentía sumisa y yo no sabía cómo afrontarlo!
Esa realidad me colocaba nuevamente en una disyuntiva: o la dejaba por no ser capaz de aceptar, como decía Aung, que mi esposa se hubiese convertido en una esclava de corazón, o apechugaba con el nuevo escenario y complacía sus deseos ejerciendo de su dueño. Como divorciarme no entraba en mis planes, asumí que tendría que aprender a controlar y a satisfacer no solo a ella sino también a las dos orientales. Para ello y dada mi inexperiencia preferí informarme en internet pero toda la información que saqué me parecía cuanto menos aberrante al no ver exigiendo algo que no estuviera yo dispuesto a probar en carne propia.
Abatido y con la enésima copa en la mano, volví a mi cuarto con la esperanza que todo hubiese sido una broma pero en cuanto asomé mi cara por la puerta comprendí que lejos de ser algo pasajero, era algo que había llegado para quedarse.
―¿Qué es esto?― quise saber al ver a las tres desnudas arrodilladas al lado de mi cama.
Actuando de portavoz de tan singular trio, Mayi me soltó:
―Nosotras querer vivir juntas vida con Amo. Amo no poder hacer diferencias y Aung quejarse Amo no tomar.
El alcohol me hizo tomarme a guasa ese paupérrimo español y recordando la promesa que le había hecho a mi esposa, repliqué imitando su habla:
―Amo no poder follarse a Aung porque María no poner en bandeja.
Dudo que las birmanas entendieran mi respuesta pero por supuesto que mi mujer sí y demostrando nuevamente que quería que la tratara como a ellas, contestó:
―Esa promesa se la hizo a alguien que ya no existe por lo que no tiene que cumplirla.
Cabreado, repliqué:
―Me da igual que sus viejos puedan reclamarla, o me la entregas tú o me niego a desvirgarla.
Aceptando que estaba dándole su lugar, mi mujer no se tomó a mal mi negativa y cogiendo de la mano a la oriental, dijo con voz segura:
―Aunque no soy nadie para entregarle lo que ya es suyo por derecho, aquí está esta hembra para que la haga suya.
No sé qué me impactó más, si la expresión de angustia de la oriental por temer que la rechazara o la resignación de María al depositarla en mis manos. Afortunadamente en ese instante algo me iluminó y ejerciendo la autoridad que ella misma me había dado, me tumbé en la cama y exigí que Mayi y María se mantuvieran al margen mientras la tomaba.
Ninguna de las nativas entendieron mi orden y tuvo que ser mi esposa la que dando un postrer beso como su dueña a la morena, le dijera:
―Nuestro amo te espera.
Aung no entendió que con ese breve gesto María le estaba informando que había aceptado desvirgarla y con ello romper el último lazo que le ataba a su pasado. Aterrorizada por mi posible rechazo, permanecía de pie en mitad de la habitación casi llorando.
Lo cierto es que estuve tentado de mantener su zozobra pero como de nada me iba a servir, dando una palmada sobre el colchón, la llamé a mi lado.
―Ve a él― insistió María a la muchacha.
Enterándose por fin que iba a hacer realidad lo que tanto tiempo llevaba esperando, la birmana se agachó ante mí y con la voz entrecortada por la emoción, sollozó:
―Nunca antes hombre, Aung tener miedo.
Reconozco que me pareció rarísimo que esa chavala se mostrara temerosa de entregarse a mí cuando yo mismo había sido testigo de la forma en que mi esposa la había sodomizado y mientras se acercaba a mí, decidí que al igual que había hecho con su compañera, esa primera vez debía de ser extremadamente cuidadoso para que evitar que una mala experiencia la hiciera odiar mis caricias y levantando mis brazos, le pedí que se acercara.
Con paso timorato, cubrió los dos metros que nos separaban. Viendo su temor, no pude menos que compadecerme de ella al saber que había sido educada para entregarse al hombre que la comprara sin poder opinar y sin que sus sentimientos tuviesen nada que ver.
«Pobre, lleva toda vida sabiendo que llegaría este día», medité.
Ajena al maremágnum de mi mente, Aung se tumbó junto a mí sin mirarme. La vergüenza que mostraba esa criatura me parecía inconcebible y más cuando apenas media hora antes, no había tenido problema en hacerme una mamada.
«No tiene sentido», me dije mientras tanteaba su reacción pasando mis dedos por su melena.
Ese pequeño y cariñoso gesto provocó una conmoción en la birmana, la cual pegó un gemido y ante mi asombro se pegó a mí diciendo:
―Aung no querer volver pueblo, Aung querer amo siempre suya.
La expresión de su mirada me recordó a la de Mayi y cayendo del guindo, aprehendí algo que había pasado por alto y que era que para ellas era algo connatural con su educación el enamorarse de su dueño porque así evitaban el sentirse desgraciadas.
Queriendo comprobar ese extremo, acerqué mis labios a los suyos y tiernamente la besé. El gemido que pegó al sentir ese beso ratificó mis sospechas al percibir que con esa caricia se había excitado y con el corazón encogido, pensé:
«Mientras mi esposa quiere que la trate como una esclava, ellas se engañan al entregarse a mí soñando que son libres».
Conociendo que se jugaba su futuro y que debía complacerme, buscó mis besos mientras su pequeño cuerpo temblaba pensando quizás que podía rechazarla al considerarla culpable del cambio de María.
«Parece una niña», maldije interiormente sintiéndome casi un pederasta al verla tan indefensa y saber que su futuro estaba en mis manos.
―¿No gustar a mi dueño?― preguntó al ver que no me abalanzaba sobre ella como siempre había supuesto que haría el hombre que la comprara.
―Eres preciosa― contesté con el corazón constreñido por la responsabilidad. Aunque conocía su urgencia por ser desvirgada y evitar así que sus padres volvieran a venderla, eso no me hizo olvidar que realmente no se estaba entregando libremente sino azuzada por el destino que le habían reservado desde que nació.
Al escuchar mi piropo como por arte de magia se le pusieron duros sus pezones haciéndome saber que con mi sola presencia esa morenita se estaba excitando. No queriendo asustarla pero sabiendo que debía de poseerla sin mayor dilación, decidí que al igual que hice con su compañera iba a tomarla dulcemente. Y olvidándome de comportarme como amo, pasé mi mano por uno de sus pechos a la vez que la besaba. La ternura con la que me apoderé de su boca disminuyó sus dudas y pegando su cuerpo contra el mío, susurró en mi oído:
―Aung siempre suya.
La seguridad de su tono y la aceptación de su futuro a mi lado me permitieron recrearme en sus pechos y con premeditada lentitud, fui acariciando sus areolas con mis yemas. La alegría de sus ojos me informó que iba por buen camino y más cuando sin esperar a que se lo pidiera se sentó sobre mis muslos mientras me volvía a besar.
Su belleza oriental y el tacto templado de su piel hicieron que mi pene se alzara presionando el interior su entrepierna. Ella al sentir esa presión sobre sus pliegues cerró los ojos creyendo que había llegado el momento de hacerla mía.
―Aung lista.
Pude haberla penetrado en ese instante pero retrasándolo delicadamente la tumbé sobre las sábanas. Ya con ella en esa posición, me quedé embobado al contemplar su belleza casi adolescente tras lo cual se reafirmó en mí la decisión de hacerlo tranquilamente mientras María y la otra birmana observaban atentas como me entretenía en acariciar su cuerpo.
Que tocara cada una de sus teclas, cada uno de sus puntos eróticos, en vez de usar mi poder para violarla fue derribando una tras otras las defensas de esa morena hasta que ya en un estado tal de excitación, me rogó con voz en grito que la desvirgara. Su urgencia afianzó mi resolución y recomenzando desde el principio, la besé en el cuello mientras acariciaba sus pantorrillas rumbo a su sexo. El cuerpo de la oriental tembló al sentir mis dientes jugando con sus pechos, señal clara que estaba dispuesta por lo que me dispuse asaltar su último reducto.
Nada más tocar con la punta su clítoris, Aung sintió que su cuerpo se encendía y temblando de placer, se vio sacudida por un orgasmo tan brutal como imprevisto. Sus gritos y las lágrimas que recorrían sus mejillas me informaron de su entrega pero no satisfecho con ese éxito inicial, con mi lengua seguí recorriendo los pliegues de su sexo hasta que incapaz de contenerse la muchacha forzó el contacto de mi boca presionando sobre mi cabeza con sus manos.
Para entonces ya no me pude contener y olvidando mi propósito de ser tierno, llevé una de mis manos hasta su pecho pellizcándolo. La ruda caricia prolongó su éxtasis y gritando de placer, esa morena buscó mi pene con sus manos tratando que la tomara. Su disposición me permitió acercar mi glande a su entrada mientras ella, moviendo sus caderas, me pedía sin cesar que la hiciera mía.
―Tranquila, putita mía – comenté disfrutando con mi pene de los pliegues de su coño sin metérsela.
Sumida en la pasión rugió pellizcándose los pezones mientras María me rogaba que no la hiciera sufrir más y que me la follara.
―Tú te callas― cabreado contesté por su injerencia― una esclava no puede dar órdenes a su amo.
Mi exabrupto hizo palidecer a mi mujer y sollozando se lanzó en brazos de Mayi, la cual la empezó a consolar acariciando sus pechos. La escena me recordó que entre mis funciones estaba satisfacer a la tres y por eso, obviando mi cabreo exigí a esas dos que se amaran mientras yo me ocupaba de la morena.
Volviendo a la birmana, ella había aprovechado mi distracción para cambiar de postura y a cuatro patas sobre las sábanas, intentaba captar mi atención maullando. Al verla tan sumida en la pasión, decidí llegado el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior. Aung gritó feliz al sentir su virginidad perdida y reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas para acto seguido volver a correrse.
La humedad que inundó su cueva facilitó mis maniobras y casi sin oposición, mi tallo entró por completo en su interior rellenándola por completo. Jamás había sentido el pene de un hombre en su interior y por eso al notar la cabeza de mi sexo chocando una y otra vez contra la pared de su vagina, se sintió realizada y llorando de alegría chilló:
―Aung feliz, Aung nunca más sola.
Sus palabras azuzaron a mi cerebro a que acelerara la velocidad de mis movimientos pero la certeza que tendría toda una vida para disfrutar de esa mujercita me lo prohibió y durante largos minutos seguí machacando con suavidad su cuerpo mientras ella no paraba de gozar. La persistencia y lentitud de mi ataque la llevaron a un estado de locura y olvidando que como debía comportarse una mujer de su etnia, clavó sus uñas en su propio trasero buscando que el dolor magnificara el placer que la tenía subyugada mientras me exigía que incrementara el ritmo.
Esa maniobra me cogió desprevenido y no comprendí que lo que esa muchacha me estaba pidiendo hasta que pegando un berrido me rogó:
―Aung alma esclava.
Conociendo la forma en que esas mujeres se referían al sexo duro, no fue difícil traducir sus palabras y comprender que lo que realmente me estaba pidiendo es que fuera severo con ella. Desde el medio de la habitación, su compañera ratificó el singular gusto de la muchacha al gritar mientras pellizcaba los pechos de mi mujer:
―María y Aung iguales. Gustar azotes.
No sé qué me confundió más, que Mayi se atreviera a aconsejarme sobre cómo tratar a su amiga o la expresión de placer que descubrí en María al experimentar esa tortura. Lo cierto fue que asumiendo que esa noche debía complacer a la birmana, tuve a bien tantear su respuesta a una nalgada.
Juro que me impactó la forma tan rápida en la que Aung ratificó que eso era lo que deseaba y es que nada más sentir esa dura caricia se volvió a correr pero esta vez su orgasmo alcanzó un nivel que creía imposible y mientras su vulva se convertía en un géiser lanzando su ardiente flujo sobre mis piernas, se desplomó sobre el colchón.
María, que hasta entonces había permanecido callada, me incitó a seguir aplicando ese correctivo a la que había sido su favorita al decirme:
―Recuerdas un documental que vimos sobre el modo en que los leones muerden a las hembras mientras las montan, ¡eso es con lo que esa zorra sueña!
Asumiendo que era verdad dada su actitud, la agarré de los hombros y mientras llevaba al máximo la velocidad de mis embestidas, mordí su cuello. Mi recién estrenada sumisa al disfrutar de mi dentellada se vio sobrepasada y balbuceando en su idioma natal, se puso a temblar entre mis brazos.
Fue impresionante verla con los ojos en blanco mientras su boca se llenaba de baba producto del placer que la tenía subyugada y fue entonces cuando supe que debía de eyacular en su interior para sellar mi autoridad sobre ella. Por ello, llevé mis manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, busqué mi placer con mayor ahínco.
Mayi desobedeciendo dejó a María tirada en el suelo y acercándose a donde yo estaba poseyendo a su amiga, murmuró en mi oído:
―Aung fértil, Amo sembrar esclava.
No me esperaba que entre mis prerrogativas estaba el fecundar a las chavalas pero pensándolo bien si como dueño podía tirármelas, era lógico que se quedaran preñadas y con la confianza que ese par de monadas iban a darme los hijos que la naturaleza me había negado con María, sentí como se acumulaba en mis testículos mi simiente y dejándome llevar, eyaculé desperdigándola en su interior mientras la oriental no paraba de gritar.
Habiendo cumplido con su destino Aung se quedó transpuesta y eso permitió a la otra birmana buscar mis brazos y llenándome con sus besos, me dijo en su deficiente español mientras intentaba recuperar mi alicaído pene:
― Mayi amar Amo, ¡Mayi primera hijos Amo!

CAPÍTULO 8, PROMETO HACER MADRE A MARÍA

La terquedad de ese par ofreciendo sus úteros para ser inseminados apenas me dejó dormir al asumir que, si les daba rienda libre, esas birmanas me darían un equipo de futbol.
¡Me apetecía tener un hijo pero no una docena!
Pensando en ello, me levanté a trabajar sin hacer ruido para no despertar ni a mi esposa ni a las birmanas pero cuando siguiendo mi rutina habitual entraba al baño para ducharme, María se despertó. Y entrando conmigo, abrió el agua caliente y me empezó a desnudar.
―¿Qué haces? ¿Por qué no sigues durmiendo?― comenté extrañado.
Luciendo una sonrisa, contestó:
―Me apetecía ser la primera en servir a mi dueño.
No pude cabrearme con ella por seguir manteniendo esa farsa al comprobar la alegría con la que había amanecido, ya que normalmente mi esposa no era persona hasta que se había tomado el segundo café. Por ello haciendo como si no la hubiese oído, iba a quitarme el calzón cuando de pronto María se arrodilló frente a mí y sin esperar mi opinión, me lo bajó sonriendo.
La expresión de su rostro fue suficiente para provocarme una evidente erección, la cual se reafirmó cuando en plan meloso me obligó a separar las piernas mientras me decía:
―Por esto me levanté antes que ellas. Tu leche reconcentrada de la noche será para mí.
Y sin más prolegómeno, sacó la lengua y se puso a lamer mi extensión al mismo tiempo que con sus manos acariciaba mis testículos. Impresionado por esa renovada lujuria, no dije nada y en silencio observé a mi mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca.
A pesar de haber disfrutado muchas veces de su maestría en las mamadas, me sorprendió comprobar que ese día su técnica había cambiado haciendo que sus labios presionaran cada centímetro de mi miembro dotando con ello a la maniobra de una sensualidad sin límites. Y comportándose como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Para acto seguido empezar a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar mi verga dentro de su boca.
No contenta con ello fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en ingenio de hacer mamadas que podría competir con éxito con cualquier ordeñadora industrial.
Viendo lo mucho que estaba disfrutando, extrajo mi polla y con tono pícaro, me preguntó si me gustaba esa forma de darme los buenos días:
―Sí, putita mía. ¡Me encanta!
Satisfecha por mi respuesta, con mayor ansia se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
―¡Dios!― exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y sabiendo que no se iba a mosquear, le avisé que quería que se lo tragara todo.
La antigua María se hubiese cabreado pero para la nueva ese aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa.
No tardó en obtenerla y al notar que mi verga lanzaba las primera andanadas en su garganta, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca. Era tal la calentura de mi esposa esa mañana que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
―¡Estaba riquísimo!― y levantándose, insistió: ―Esas dos putitas no saben lo que se han perdido por seguir durmiendo.
Muerto de risa, repliqué:
―Déjalas dormir, ahora quiero hablar contigo.
Por mi tono supo que no iba a reprocharle nada y totalmente tranquila, me pidió que charláramos mientras me ayudaba y dándome un suave empujón, se metió conmigo bajo el chorro de la ducha. Sus pechos mojados me recordaron porque me había casado con ella y mientras bajaba por su cuello con mi boca, le recordé una conversación que habíamos tenido hace unos meses sobre la conveniencia de contratar un vientre de alquiler.
―Me acuerdo que eras tú quien no estaba convencido― comentó con la respiración entrecortada al notar mi lengua recorriendo sus pezones.
Asumiendo que cuanto mas cachonda estuviera menos reparos pondría a mi idea, la di la vuelta y separando sus nalgas, me puse a recorrer los bordes de su ano. Ella nada más experimentar la húmeda caricia en su esfínter, pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse mientras me decía:
―¿Por qué me lo preguntas?
Sin dejarla respirar, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.
―¡Qué delicia!― chilló apoyando sus brazos en la pared.
Cambiando de herramienta, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo mientras dejaba caer:
―Ya no somos unos niños y creo que es hora que seamos padres, ¿qué te parece?
El chillido de placer con el que contestó no me dejó claro si era por la pregunta o por la caricia y metiendo mi dedo hasta el fondo, comencé a sacarlo al tiempo que insistía en lo de tener un hijo.
―Sabes que yo no puedo― respondió temblando de placer.
Dando tiempo a tiempo, esperé a que entrara y saliera facilidad, antes de incorporar un segundo dentro de ella y repetir la misma operación. El gemido de mi esposa al sentir la acción de mis dos dedos en el interior de su culo me indujo a confesar:
―Tenemos a nuestra disposición dos hembras fértiles que no pondrían problemas en quedarse embarazadas.
Durante un minuto se lo quedó pensando y con su cabeza apoyada sobre los azulejos de la pared, movió sus caderas buscando profundizar el contacto mientras me decía:
―¿A cuál de las dos preñarías antes?
La aceptación implícita de María me hizo olvidar toda precaución cogiendo mi pene en la mano comencé a juguetear con su entrada trasera.
―Me da igual, pienso que lo lógico es que tú la elijas― contesté mientras forzaba su ojete metiendo mi glande dentro.
Al contrario que la noche anterior, mi esposa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, me soltó:
―¡Dejemos que la naturaleza decida!
Intentando no incrementar su castigo, me quedé quieto para que se acostumbrara a esa invasión y mientras le acariciaba los pechos, insistí:
―Imagínate que se quedan las dos, ¡menuda bronca!
Pero entonces María, al tiempo que empezaba a mover sus caderas, me contestó:
―De bronca nada, ¡sería ideal!― y con la cara llena de felicidad, gritó: ― Esas putitas me harían madre por partida doble.
Impresionado con lo bien que había aceptado mi sugerencia, deslicé mi miembro por sus intestinos al ver que la presión que ejercía su esfínter se iba diluyendo y comprendiendo que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer para ser sustituido por el placer, comencé incrementar la velocidad con la que la empalaba.
―Ahora mi querida zorrita, calla y disfruta― y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas.
Como por arte de magia, el dolor de su cachete la hizo reaccionar y empezó a gozar entre gemidos:
―¡Quiero que mi amo preñe a sus esclavas!― chilló alborozada ―¡Necesito ser madre!
Como la noche anterior, mi señora había disfrutado de los azotes, decidí complacerla y castigando sus nalgas marqué a partir de ese instante mi siguiente incursión. María, dominada por una pasión desbordante hasta entonces inédita en ella, esperaba con ansia mi nueva nalgada porque sabía que vendría acompañada al momento de una estocada por mi parte.
―Si así lo quieres, ¡te haré madre! Pero ahora, ¡muevete!
Mis palabras elevaron su calentura y dejándose llevar por la pasión, me rogó que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. La suma de todas esas sensaciones pero sobre todo la perspectiva de tener un hijo terminaron por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. Al escuchar cómo me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotados, nos dejamos caer sobre la ducha y entonces mi esposa se incorporó y empezó a besarme mientras me daba las gracias:
―¡No sé qué me ha dado más placer! Si el orgasmo que me has regalado o el saber que por fin has accedido a darme un montón de hijos.
―¿Cómo que un montón? Solo me he comprometido a intentar embarazarlas una vez y eso a no ser que tengamos gemelos, son dos.
Descojonada, María contestó:
―Esas pobres niñas son jóvenes y sanas, ¿no crees que sería una pena desperdiciar sus cuerpos preñándolas una sola vez?…

golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Acosado por mi jefa, la reina virgen” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 2
-Manuel, la jefa quiere verte-, me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina-

¿Sabes que es lo que quiere?-, le pregunté, cabreado.

-Ni idea pero está de muy mala leche-, María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.

“Mierda”,  pensé mientras me dirigía a su despacho.

Capítulo uno.

Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa.  Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.

El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países.  Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser.  Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser mas humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
-¿Se puede?-, pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
-Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica-.
-Se imagina bien-, le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
-No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes-, me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
-A mi despacho, a estudiar-, respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
-Sabes quien es Valentín Pastor-.
-Claro, el magnate mexicano-.
-Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente-.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
-Entonces, ¿Cual es el problema?-.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
-Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre-.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
-¿De cuanto estamos hablando?-
-Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros- 
-¡Joder!-, exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
-Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes-.
-¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?-.
-Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente-.
-Alicia, disculpe… ¿de que me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo-.
-Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja-.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
-Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?-.
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:

-Ya la conoces, seré yo quien te acompañe-.

Capítulo dos.
 
Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
-No te preocupes, jamás lo descubrirá-.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
-Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media-, me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y   esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
-Gracias-, me respondió, -ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores-.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
-Buenos días-, me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
-¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?-.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
-¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata-.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún mas grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
-Seguro que es frígida-, murmuré.
-No lo creo-, me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, -tiene pinta de ser una mamona de categoría -.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome  a él, le contesté:
-No sabe, usted, cuanto-.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.
Capítulo tres.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada mas acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
-Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada mas llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma-.
-Duerma-, le contesté,- yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
-Orfidal. Lo uso para poder descansar-.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue,  cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo el porqué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto mas intentaba no pensar en ella, mas obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Que maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrarió que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
-Despierta-, escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
-Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión-.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha,  recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía  el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
-Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted-, le dije abochornado.
-¡No!-, me contestó cabreada,- recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato-.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
-Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar-.
Como no tenía mas remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
-Estás muy guapo de etiqueta-.
 Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
-Espero que no se te suba a la cabeza-.
-No se preocupe, sé cual es mi papel-, y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí  permiso para esperarla en el salón.
-Buena idea-, me contestó.- Así, no te tendré fisgando mientras me cambio-.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
-Don Valentín-, le dije extendiéndole mi mano, -soy Manuel Pineda-.
-Encantado muchacho-, me respondió, dándome un apretón de manos, -vamos a  servirnos  una copa-.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
-Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá-.
-De acuerdo-, le contesté,- pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo-.
-De acuerdo, te espero en mi despacho-.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí  huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones mas importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escandalo.
-¿No me vas a presentar a tu novieta?-, preguntó Don Valentin al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
-Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia-.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
-Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado-.
-Ya sabe, Don Valentín,  que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra-.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
-Me puedes acompañar al baño-.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del  salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
-Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección-.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
-Y ¿porqué no me esperaste?.
-Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión-.
-Cierto, pero aún así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena-.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada mas empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mio al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón.  Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
-Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices-.
-Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero  Manuel me tiene muy desatendida-.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
-Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado-.
-Ya será para menos-, dijo el magnate-, tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar-.
-Si-, le contesté, -en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos-.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
-Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí-.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio.   Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada mas cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
-Con que uso pantalón para esconder mis huevos-, de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
-Dame tus manos-.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
-Toca. Soy, ante todo, una mujer-.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión. 
Todavía no comprendo como me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
-Hazme tuya pero, por favor, trátame bien-, y avergonzada, prosiguió diciendo, -Soy virgen-.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue mas observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos  callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
-Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol-.
-Pero-, me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,-¡quiero hacerlo!-.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
-¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame-.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.
Capítulo cuatro.
Esa noche, me costó conciliar el sueño, mi mente no dejaba de rememorar lo sucedido y el tener a mi jefa, completamente desnuda en mis brazos, tampoco facilitó que me durmiera. Como no podía ser de otro modo, me reconcomía el no haber aprovechado mi oportunidad y que quizás a la mañana siguiente, la dulce niña hubiera desaparecido dejando paso a la hija de puta de siempre.
Sin darme cuenta, me quedé completamente dormido por lo que al menos en lo que a mi respecta, no hay nada que reseñar hasta que a la mañana siguiente, me desperté solo en la cama. Nada mas abrir los ojos y ver que no estaba en la cama, pensé que mis mas negros augurios se habían hecho realidad y que ese día no solo me quedado sin trabajo, sino que además había dejado escapar viva a la mujer mas bella de todas las que se habían cruzado en mi camino.
Cabreado por mi idiotez, me levanté y como recordé que, esa mañana, habíamos quedado con Don Valentín en ir a pescar, me puse un polo y un traje de baño, para acto seguido bajar a desayunar.
Al llegar al comedor, Alicia estaba charlando animadamente con nuestro anfitrión y su novio. Nada mas verme, se levantó de la mesa y dándome un beso en la mejilla, disimulando, murmuró:
-Lo de anoche, ¡no ha ocurrido!. Tenemos que disimular y que el negocio siga adelante-.
-De acuerdo-, le respondí.
“Menuda puta”, pensé mientras me sentaba a la mesa, “esta zorra se ha arrepentido”.
Sabiendo que, además de que no iba a tener otra oportunidad con ella, me había quedado sin curro, empecé a meditar sobre mis siguientes pasos y sobre todo quien podría estar interesado en contratarme.
Notando que estaba ausente, Don Valentín, preguntó:
-Muchacho, ¿te preocupa algo?-.
Sin darme tiempo a contestar, mi jefa acariciando mi pierna y poniendo cara de enamorada, respondió:
-¡Que va!, le cuesta despertar después de una noche movidita, pero verá que después de un café estará en pleno rendimiento-.
Todos mi poros me exigían que saliera de allí pero, como el cobarde que soy, solo sonreí. La muchacha viendo que había pasado el peligro y sin retirar su mano, comentó en voz alta que estaba deseando montarse en un barco porque nunca la había llevado en uno.
-Eso se arregla en cuanto termine Manuel-, contestó el magnate.
Viendo que me estaban esperando, me tomé el café de un sorbo. Al levantarme, como si realmente fuéramos novios, Alicia me agarró de la cintura y riendo, se pegó a mí como una lapa. Como no me quedaba más remedio que disimular y como ya no tenía nada que perder, no dejé de acariciar su trasero mientras nos dirigíamos hacia el barco. 
En el muelle, nos esperaba un enorme yate de último modelo con más de treinta metros de eslora y varios pisos.  Dulce, la novia del magnate ejerciendo de anfitriona nos lo enseñó. Me quedé alucinado al comprobar que tenía todas las comodidades pero aún más cuando al llegar a un coqueto camarote, vi encima de la cama mis pertenencias. Cayendo en mi cara de asombro, nos explicó que como conocía a su hombre y que en el mar se volvía obsesivo, no quería que estuviésemos incomodos si decidía prolongar la jornada de pesca.
Mi jefa al oírlo se sentó al borde de la misma, y haciendo como si probara la cama, dio un par de botes mientras decía:
-Ojala nos quedemos, nunca he hecho el amor en el mar-.
No contesté a su descaro con una bordería porque había gente presente pero esperé a que salieran para decirle en voz baja y con todo el rencor del mundo:
-Doña Alicia. Una cosa es disimular y otra comportarse como una puta-.
La mujer, sonriendo, dio la callada por respuesta y agarrándome nuevamente de la cintura, me llevó donde estaban los dueños del barco.
Don Valentín estaba ordenando al capitán que zarpara y que se dirigiera hacia el este, ya que, allí, había observado un cardumen de atunes y por lo tanto sería muy fácil que nos encontráramos con un Marlin. Como no tenía ni idea de que clase de pez era ese, puse cara de ignorancia. Alicia, reparando en ello, me aclaró que era el mas grande de los peces espadas.
-Ya sabes, un bicho cuyo frente competiría con tu pene-.
Semejante ordinariez, hizo las delicias de los presentes pero, a mí, me sentó a cuerno quemado, por lo que siguiendo con su estilo soez, le solté al oído:
-Pues anoche, no te quejaste del tamaño-.
-No debe de ser muy grande, porque ni lo noté-, me respondió en absoluto afectada por mi falta de respeto.
Mordiéndome un huevo para no cachetearla, me acerqué a la barra del bar y me puse una cerveza. Ella, siguiéndome, dijo mientras con descaro toqueteaba mi culo:
-No bebas mucho que sino, luego, no funcionas-.
Gracias a que Dulce llegó en ese momento, no le canté lo que opinaba de la puta de su madre y del cornudo de su padre. En menos de media hora, había conseguido sacarme de mis casillas, borrando cualquier afecto que la noche anterior hubiese podido adquirir por esa mujer.
-Salgamos a la cubierta-, nos pidió la mulata.
Obedeciendo, pero con la mala leche reconcomiéndome por dentro, fui detrás de ella. Había decidido que aunque esa zorra no me echara, el lunes presentaría mi dimisión. En la cubierta, Don Valentín estaba preparando la caña y los anclajes del asiento desde el cual se pescaba ese enorme animal. Incapaz de ayudarle, me senté a su lado. Al menos así, además de hacerle compañía, me libraba un rato de la maldita presencia de mi jefa.
El viejo, agradeció el hecho que le acercara una cerveza y dándome un consejo, me dijo que tenía que atar mas corto a mi novia.
-Hijo, si la dejas libre, se te va a subir a las barbas. Hazme caso, parece una buena niña pero debe de saber quien es el hombre-.
Como no podía decirle que esa zorra con cara de niña buena era mi jefa, asentí y cambiando de tema le pregunté por la pesca del Marlin. Le debí tocar el tema exacto porque la siguiente hora se pasó explicándome como era la lucha con ese animal y como debía de hacer para conseguir sacarlo  del mar. Mientras tanto, las dos mujeres charlaron animadamente a la sombra de una sombrilla. No habían dado todavía las once, cuando despojándose del pareo, Alicia me informó que iba a tomar el sol y me pidió que le echara crema.
Al llegar a su lado, se tumbó de espaldas y desabrochándose el sujetador, dijo a la mulata:
-No sabes las manos que tiene mi novio-, y dirigiéndose a mí, se insinuó diciendo:-embadúrname entera, soy muy blanca y si no me quemo-.
Sabiendo que no quedaba mas remedio, le empecé a extender la crema por la espalda y piernas pero al llegar a su trasero, no me pareció correcto hacerlo en frente de Dulce. Ella, al notar que no le daba protector en sus nalgas se quejó, por lo que no puede negarme.
La muy cabrona, sabía que estaba pasando un mal rato y para hacerme sentir todavía mas jodido, abrió sus piernas para que tuviera acceso a todo su trasero. Enfadado, fui mas allá de lo que me pedía y tras darle un buen sobeteo a sus nalgas, empecé a tantear su esfínter. Por primera vez en la mañana, se calló sin decir nada, por lo que, envalentonado y echando un buen chorro de crema en mi mano, jugueteé con su ano mientras charlaba animadamente con la mulata que ajena a mis maniobras y al tapar su visión con mi cuerpo, no veía que mi dedo se introducía en el interior de mi jefa.
Contra todo pronostico, mi victima no se quejó y relajando sus nalgas, me dejó seguir haciendo. Cuando ya entraban tranquilamente dos dedos en su interior, decidí que ya era bastante y cambiando de objetivo, pasé a su sexo. No me extraño descubrir que estaba mojado y, haciendo a un lado el breve tanga, torturé su clítoris hasta que mi querida jefa se corrió silenciosamente en  mis dedos. Una vez conseguido mi objetivo, le di una sonora nalgada y con voz autoritaria, le ordené que nos trajera dos cervezas.
Sonrojada y humillada, se levantó y al cabo de dos minutos, llegó a donde estábamos pescando con una bandeja llena de cervezas. Cogiendo dos, le mandé que volviera a meter todas en el refrigerador para que no se calentaran. Se notó por su cara que nadie en su vida le había tratado así y echa una furia, se llevó el restante al interior.
Al volver, Dulce, que tomaba el sol en top-less, vio que ella seguía con la parte de arriba de su bikini, le preguntó si no quería quitárselo:
-No muchas gracias, me da vergüenza y además a Manuel no le gusta que lo haga-.
-No seas tonta-, respondí, -quítatelo, estamos en confianza y si quieres te vuelvo a echar crema-.
Ante esa sugerencia y sabiendo que si me emperraba, iba a volver a darle un nuevo repaso, se lo quitó diciéndome que no hacia falta que ella podía.
-Así me gusta, muchacho, que sepa quien manda-, me dijo el viejo mientras bebía la cerveza que le había traído mi supuesta novia.
Por primera vez, la tenía en mis manos y no pensaba dejar escapar la presa, por lo que cuando vi que se había acomodado en la tumbona, me bebí de un trago lo que restaba en la botella y le pedí que me trajera otra.
Su cara era un poema, estaba indignada pero aún así sabiendo lo que nos jugábamos con ese negocio, llegó sonriendo. Al coger la cerveza, le agarré de la cintura y sentándomela en las rodillas, le di un beso. Ella incapaz de zafarse de mi abrazo, se relajó y dándome un beso en la mejilla, preguntó a Valentín acerca de su vida.
Éste, animado, empezó a contarnos sus duros inicios y como poco a poco fue teniendo éxito. Cuando mas interesado  estaba en el relato, noté que la mano de la arpía cogía entre sus dedos mi sexo y sin que nadie se percatara, empezó a menearlo. La muy perra se estaba divirtiendo, pegando su torso desnudo al mio, evitaba que nuestro contertulio fuera consciente de que me estaba masturbando. Comprendiendo que no podía hacer nada para evitar su venganza y sobre todo deseando que llegara a buen puerto, me relajé disfrutando del momento.
Pero que equivocado estaba si creía que ese era su plan porque cuando mi jefa notó que me iba a correr, se levantó y nos dijo que se iba a por otras dos cervezas que las nuestras se habían calentado. Dejándome a mí, hirviendo y con el mástil apuntando al cielo.
Afortunadamente en ese momento, sentí que algo había picado y al tirar de mi caña, comprendí que era grande. Asustado le pedí consejo al dueño de barco, el cual dejando su asiento se acercó y me dijo que dejara que mi presa se cansara antes de intentar recoger mucho el sedal. No tardé en descubrir que era un Marlin el que había picado mi anzuelo. La siguiente media hora fue una de las más emocionantes de mi vida pero cuando conseguí subirlo al barco, estaba agotado. A mi lado, Alicia parecía estar orgullosa de mí pero, cuando me felicitó, comprendí que no era así, porque me susurró:

-Disfruta que es lo único que vas a pescar este fin de semana-.

 
Capítulo cinco.
Como estaba cansado después de la lucha con el animal, dejé que fuera el anfitrión, quien pescara y tranquilamente me puse a disfrutar de mi cerveza, pero me resultó imposible porque aprovechando que la mulata se había ido a su camarote y que el viejo estaba disfrutando con su afición, Alicia se tumbó frente a mí y pasando su mano por el cuerpo, empezó a pellizcarse los pezones.
Una vez había captado mi atención, metió una mano dentro de su bikini y sacándome la lengua, empezó a juguetear con su sexo. Verla casi desnuda, masturbándose y sabiendo que su  único objetivo era el calentarme, me enervó pero aun así no fui capaz de retirar la mirada de su cuerpo. Se estaba comportando como una atentica zorra e imitando la actuación de una actriz porno sacó sus dedos y acercándolos a su boca, los chupó mientras me guiñaba un ojo.
Alicia, que en un principio lo hacía para molestarme, se fue calentando y cambiando de postura, se puso a cuatro patas, dejándome observar no solo como se corría sin necesidad de mí, sino obligándome a ser consciente de la maravilla de mujer que había perdido. Una vez hubo terminado y caminando como una autentica puta en celo, se acercó a donde estábamos y metiendo sus dedos en mi boca, me dio a probar de su flujo, mientras decía:
-Os dejo, voy a ver a Dulce-.
Por segunda vez en esa mañana, esa zorra me dejó  con la miel en los labios y completamente excitado.
Gracias a que mi acompañante era un hombre inteligente y con una conversación divertida, mi cabreo se fue diluyendo en las docenas de cervezas que consumimos  mientras Don Valentín se hartaba de sacar peces para después de una desigual lucha devolverlos al mar. Al cabo de dos horas y quizás ya cansado por el gran numero de capturas, me preguntó sino tenía hambre. Con un breve gesto de cabeza, asentí y sin mas preámbulos, entramos en el salón.
Sobre la mesa, los marineros habían dispuesto un gran número de viandas. El sr. Pastor gruñó con satisfacción al probar uno de los aperitivos y gritando, llamó a su novia. Ésta no se hizo esperar, llegando acompañada de Alicia. Me quedé pasmado al verlas entrar, ambas se habían cambiado y  venían luciendo unos vestidos de lino, casi transparentes, que mas que ocultar los encantos de ambas, descaradamente provocaban que cualquier hombre presente deseara tenerlas entre los brazos.
-¡Que guapa!-, piropeó Don Valentín a Dulce,-estás para comerte-. Y sin importarle lo mas mínimo nuestra presencia, la besó con pasión.
Yo, por mi parte, ni me fijé en su actitud. Mis ojos estaban contemplando la belleza de mi jefa, ensimismado en como la delgada tela  dejaba traslucir su figura.
-¿Y a mí, no me dices nada?-. preguntó Alicia mientras se  daba una vuelta para que pudiese observar que debajo del vestido, no llevaba ropa interior.
-Estás bellísima-, tuve que reconocer.
Encantada por haber conseguido sacarme un halago, se acercó y en voz baja, me susurró:
-Verás pero no catarás-.
Debió de ser por la calentura no satisfecha o por el alcohol ingerido que cogiéndola de la cintura, forcé sus labios y manteniéndola entre mis brazos, le contesté:
-Antes que acabe el día, te habré hecho mía-.
Lejos de enfadarse, pasando su mano por encima de mi bañador, me sonrió.
“Ésta calientapollas, no me creé capaz”, pensé, “pero se equivoca”.Con  la decisión ya tomada, me senté a la mesa.
Dulce, actuando como la señora, fue sirviendo a cada uno su plato pero, cuando llegó a mí, Alicia le pidió que dejara que fuese ella la que me sirviese. Temí que me hiciera alguna trastada y por eso no la perdí de vista pero, en contra de lo que había supuesto, su actitud hacia mí parecía haber cambiado o nuevamente estaba actuando.
“¡Me estaba mimando!”
 Al terminar de comer, Don Valentín nos sugirió que tomáramos la copa en los sofás. No hallé ningún motivo para negarme por lo que le acompañé, sentándome en el que tenía enfrente.
Lo que no estaba en el guion fue que, sin preguntar, mi jefa se me acurrucara encima y apoyando su cabeza en mi pecho, se quedara dormida mientras yo hablaba con nuestro anfitrión. Él, al percatarse de que la muchacha se había quedado transpuesta, me dijo:
-Llévala a la cama. Nos vemos luego-.
Cogiéndola en mis brazos, la llevé al camarote y tras depositarla en la cama, ya me disponía a salir por la puerta, cuando oí que la muchacha me pedía que no me fuera. Extrañado, le pregunté que era lo que quería..
-¡Que cumplas tu palabra!, necesito ser tu mujer-, me dijo llorando,
-¿Se puede saber, de que coño vas?-, le contesté sacándome todo el rencor que llevaba acumulado. -Esta mañana al despertarme, te habías ido. Luego me dices que olvide lo ocurrido y después llevas todo el día comportándote como una autentica puta-.
Tardó en contestarme y cuando lo hizo, su respuesta me dejó helado por lo inesperado:
-Te crees muy macho pero no entiendes a las mujeres. ¡Llevo años enamorada de ti! Pero, para entregarme a tus brazos, necesitaba que aunque no me ames, al menos reconocieras que me deseas-.
No pudiendo asimilar sus palabras, salí huyendo hacia el salón, pero a mitad de camino, me di cuenta que desde que la conocí estaba subyugado por su inteligencia y que si durante todo ese tiempo la había soportado, era porque aunque no lo supiera, la quería. Dando la vuelta, entré en el camarote y le dije:
-Elige que prefieres, ¿A tu empleado  o a tu hombre?-.
Tras unos instantes, dando un salto, se acercó y riendo, contestó:
-Sin ninguna duda: ¡A mi hombre!-.
Deslizando el vestido por sus hombros, la desnudé. La sonrisa y el deseo que desprendía en ese momento hacía aún mas apetecible la belleza de esa mujer. Alicia, al notar que mi cuerpo respondía con una erección a la visión de su cuerpo desnudo, se rio y quitándome la camisa, me ordenó que la desvirgara.
-No habíamos quedado que no querías un empleado-, le dije mientras la tumbaba en la cama. –Ni se te ocurra ordenarme nada, pídemelo-.
La muchacha, al oir que la regañaba, se puso de rodillas y mientras me bajaba el traje de baño, me contestó:
-Tienes razón-, y tras guiñarme un ojo, dijo,-¿podría el dueño de este magnifico pene, poseer a ésta, su servidora?-.
Riendo su ocurrencia y mientras ella tomaba posesión de mi sexo con su boca, respondí:
-No solo te voy a desvirgar. Si te portas bien, quizás hasta deje que te vengas a vivir conmigo-.
Esas palabras le sirvieron de acicate  y usando su garganta como si se tratara de su sexo, se lo introdujo poco a poco hasta que sus labios tocaron la base de   mi pene.
-Serás virgen, pero haces unas mamadas de escandalo-, solté al percibir que, totalmente fuera de sí, acariciaba mis testículos mientras aceleraba las maniobras de su boca.
Mi querida jefa no tardó en advertir que me iba a correr y avisada de que su actuación dependía que tuviéramos futuro como pareja, cuando exploté, no dejó que nada de mi semen se derramara. No me podía creer que esa mujer tan estirada, no solo se tragara toda mi eyaculación sino que posteriormente, con su lengua me limpiara mi sexo sin protestar.
Cuando ya creía que me iba a dejar descansar, me rogó que me tumbara a su lado y  poniéndose entre mis piernas, buscó reactivar mi maltrecho aparato con su boca. ¡No tardó en conseguirlo!. La cría al observar mi erección, sonrió y poniéndose de rodillas frente a mí, sin hablar, me rogó que la tomara.
Sabiendo que era lo que esperaba de mí, me puse a su lado y pasando mi lengua por su sexo, separé sus labios y con agrado, escuché como gemía. Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo su cuerpo ansiaba ser tomada, por lo que, aproximando mi glande jugué con su clítoris mientras ella no dejaba de suspirar excitada.
Quería que su primera vez fuera especial y por eso, cuidadosamente introduje mi pene en su interior, hasta encontrarme con su himen.  Sabiendo que mas allá, le iba a doler, esperé que ella se sintiera cómoda. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.
Dio un grito, al sentir como su tela se rompía y que de pronto, mi pene la llenaba por completo. Yo, por mi parte, estaba ansioso de comenzar a moverme pero antes de hacerlo, le di tiempo para que se relajara. Una vez comprendí que ya podía, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. La muchacha que hasta entonces se había mantenido expectante, me pidió que acelerara el paso mientras con su mano, acariciaba su botón del placer.
Los gemidos de placer de Alicia me hicieron incrementar mis embestidas y sin piedad, fui apuñalando su  interior con mi estoque. Mi victima no demoró en correrse sonoramente, mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor. Si ya era eso suficiente aliciente, mas aún fue verla pellizcando sus pezones sin misericordia.
-¿Te gusta que te folle?-, pregunté al sentir que por segunda vez, la muchacha llegaba al orgasmo.
-Si-, gritó sin acordarse de que estábamos en un barco y que la gente podía oírnos.
Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de la muchacha  no se hizo esperar y berreando, me pidió que la usara sin contemplaciones. Oirla tan entregada, me hizo preguntarle:
-¿Quién eres?, mi jefa o mi puta-.
-¡Quien tú quieras!, tu puta, tu amante o tu mujer-, respondió echa una loca.
Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior, a la vez que le decía:
-La tres, mi puta, mi amante y mi mujer-.
Rendido caí sobre el colchón. Alicia, satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza en mi pecho, esperó que descansara en silencio. Esa tarde, no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus demonios y por fin, se sentía una mujer. Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  pregunté como se sentía.
-De maravilla-, respondió y sabiendo que en ese momento, no podría negarle nada, dijo: -¿Qué tal me he portado?-.
-Muy bien-, contesté sin pensar mi respuesta.
Mi amada jefa, poniéndose encima de mi, me soltó:
-Lo suficiente para que al volver, me vaya a vivir contigo como prometiste-.
-¡Serás zorra!-, dije, azotando su trasero. –Sí, siempre que prometas comportarte igual todas las noches-.
-No solo haré eso, sino que todas las mañanas te juro que llegarás relajado a trabajar-, respondió con sus manos mientras buscaba repetir la faena.
Maravillado por el ímpetu de la cría, me dejé hacer y cuando ya tenía nuevamente mi pene en su interior, susurrando en su oído, le comenté:
-Será difícil. En la oficina, seguirás siendo la jefa pero ten cuidado o tendré que  castigarte al llegar a casa-.
-No tendrás queja de mí, pero ¿no has pensado que mi casa es más grande que la tuya?-.

Solté una carcajada al escucharla. Alicia, aunque estuviera enamorada, seguía siendo la misma que siempre. Pero me gustaba así, por lo que sin explicarle la razón de mi risa, me apoderé de uno de sus pechos, mientras me decía:

“O tengo cuidado, o  volveré a ser su perrito faldero”.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

Relato erótico: “Descubriendo el sexo 5a PARTE” (POR ADRIANAV)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Los pensamientos de Andrea:

Sin títuloDespués de haber estado gran parte del día juntas, Rosa me preparó los contenedores con la comida para Arturo y los muchachos (como ella les llamaba a pesar que eran mas o menos todos de la misma edad). Las tenía llevar al plantío en una mochila antes que se hiciera

Una vez terminada esa tarea, Rosa y yo nos despedimos y comencé mi caminata. Como iba a tener un buen tiempo a solas, me puse a repasar la locura de eventos que había pasado mi vida en tan poco tiempo.

Mis padres en la capital esperaban una visa que nos daría la oportunidad de conseguir una vida con mas posibilidades de progresar que en esta mugrosa villa miseria. Mi tío nos iba a dar vivienda en un apartamento extra que tenía vacío en una ciudad vecina a Nueva York. Esta idea de solo pensar que sucedería pronto, me hacía sonreír. Iba a poder tener amigos de mi edad e ir a un colegio en omnibus o cerca. No como aquí que caminaba casi cuarenta y cinco minutos para llegar a la escuela. Mi segundo pensamiento se concentró en estos días. Había perdido mi inocencia en cierta forma y me entusiasmaba hasta el punto de que me hacía sentir más mujer, como que había crecido de golpe. Descubrir la sexualidad había sido algo que marcaba una etapa muy importante de mi vida… lo sabía. Arturo me había enseñado el gran paso de una forma muy placentera. ¡Lo había disfrutado a tal punto que me hacía feliz haber sentido a un hombre dentro de mi! Pero no era que él me había gustado, no. No me parecía atractivo, es bastante mayor, podía ser mi abuelo. Luego de haber analizado esta parte llegué a la conclusión que lo que me gustaba era su sexo, su miembro, el único que había sentido dentro de mi cuerpo. Pero estaba empezando a imaginarme lo mismo en otros hombres y me causaban la misma excitación.

Y ahora, lo que me había pasado con Rosa al principio me causó confusión. Pero luego de analizarlo también, me di cuenta que al final todo se trataba de lo mismo: sexo. Aunque yo no lo había disfrutado de la misma forma que con un hombre, no me desagradaba para nada. Es decir, que se había despertado una nueva Andrea dentro de mí, una Andrea con nuevas fronteras, con deseos carnales, con ganas, cambiando los juegos infantiles para algo que me resultaba más atractivo y más disfrutable. Hasta los pensamientos me cambiaban y lograba vivir imaginaciones con una fantasía más próxima a la realidad. Cosas que tenía la posibilidad de sentirlas si buscaba la oportunidad.

Por ejemplo, ahora iba en camino a un lugar con gran expectativa pensando que iba a poder sentir otra vez algo que me llenaba totalmente de felicidad porque sabía que dependía de mi hacerla realidad. Sabía que los hombres estan listos para ello cuando una mujer lo propone. Y eso solo ya me excitaba, me hacía sentir escozor entre las piernas a punto de mojarme sin tocarme.

Y cuando todo esto iba pasando por mi mente, lo inesperado. ¡Empezó con una llovizna que en pocos minutos fue creciendo en intensidad hasta convertirse en una lluvia bastante fuerte! Pensé en regresar para buscar refugio en un lugar lleno de árboles que había pasado hacía unos minutos apenas. Estaba convencida que había avanzado más de medio camino. Además de mi dependía que hoy cuatro hombres trabajadores se alimentaran bien. No lo dudé un segundo más y alejando mi mente de la negatividad continué como si nada estuviera pasando.

Pasaron alrededor de quince minutos en esa intensidad y así como llegó se fue. Finalmente había parado pero yo estaba ensopada de pies a cabeza. Mi camiseta, el short, los interiores, las medias y los zapatos estaban ensopados. En el camino habían charcos de agua y lodo que incomodaban más mi caminata. Así pasé unos diez minutos más y cuando estaba sintiendo cansancio por el peso de la mochila y la ropa mojada, divisé el plantío de maíz. No veía a nadie cerca de la carretera hasta que llegué a la senda de entrada hacia la casita donde pasaban la noche durante la cosecha. Aquí los charcos eran mayores y debía desviarme en varias oportunidades lo cual aumentó más el peso de mis zapatos con la acumulación de lodo. Ya no daba más. Tenía ganas de sentarme a descansar un rato y cuando ya estaba casi decidida, ¡divisé la torre de agua con el molinete! Sonreí al empezar a ver el techo de la casa y luego la entrada.

En la puerta me quité los zapatos para no ensuciarles con lodo el piso y abrí. Me encontré con Luis Eduardo que terminaba de ponerse una camisa. Los dos nos sorprendimos.

– Hola Andrea!

– Hola!

– Déjame ayudarte con la mochila -dijo apurándose a ayudar a quitármela.

– Gracias! Ya estaba bien cansada.

– Pero… estás ensopada niña!

– Si, me agarró el chaparrón a medio camino.

– La verdad que eres valiente haber llegado hasta aquí con este tiempo.

– Es que no quise regresarme cuando empezó a llover porque les traía de comer y no sería justo dejarlos sin comer.

– Gracias Andrea. Además de hermosa tienes un corazón muy lindo.

Dejó la mochila en la mesada de la cocina.

Luis Eduardo debería tener unos cuarenta años creo. No soy muy buena en eso pero es menor que Arturo. Es bajito, con aspecto de ser fuerte. Tiene una cara bondadosa pero cuando sus ojos se entrecierran hay algo de picardía en ellos. Lo había notado la vez pasada cuando estaba charlando con Arturo el día que vine. Tiene el pelo con muchos rulos y abundante. Con la barba crecida de unos cuatro o cinco días que no se afeita. Su boca es fina que la hace más agradable por esos dientes blancos que se asoman cuando sonríe. Cuello grueso. Manos muy maltratadas con uñas cortas pero un tanto manchadas por la cosecha a pesar de que usan guantes. Estaba vestido con unos pantalones anchos para mayor comodidad mientras trabajan y la camisa de franela para protegerse de vientos un poco fríos cuando va anocheciendo.

Cuando se dio vuelta me dijo caminando hacia mi con sus vivarachos ojos y sonrisa muy agradable:

– Tienes que quitarte esa ropa, está ensopada. ¿Tienes qué ponerte?

– No, no traje nada mas.

– Dejame ver… -dijo cambiando de rumbo para buscar entre su ropa.

Sacó una toalla y una camiseta que me ofreció con una sonrisa amistosa.

– No te va a quedar muy justa, pero te va a servir para que entres en calor y tengas algo seco para ponerte -me dijo midiendola en mi cuerpo- Pero si quieres caliento algo de agua para que te laves un poco. ¿Quieres?

– Bueno… si. Tengo algo de frío.

Tenía las piernas completamente manchadas de lodo y los pies habían cambiado de color! Miré alrededor como algo curiosa y le pregunté:

– ¿Dónde están los demas?

– Ni bien paró la lluvia volvieron a la cosecha. Yo me tuve que cambiar porque estaba más lejos y para llegar hasta aquí me ensopé. Hice lo mismo que tu vas a hacer y me siento muy repuesto ahora. Hazlo, créeme que te vas a sentir bien.

Mientras me hablaba estaba calentando el agua en un contenedor grande que tenía su propio fuego de leña por debajo. Me señaló una palangana grande en el medio de la sala.

– Por suerte el fuego se mantenía encendido y se me hace más rápido poder calentar más el agua. Ahora te ayudo si quieres. Te metes allí y te pongo el agua.

No entendía cómo iba a hacer porque pensé en que pretendía que me desnudara asi nomás. Debe de haber leído el gesto en mi cara porque enseguida agregó:

– Oh, no te sientas mal. Pensaba que te metieras con tu camiseta y el interior y de paso lo lavas para luego colgarlas para que se sequen. Yo te puedo dejar a solas, no hay problema.

Me sonreí pensando que mi mente había sido más mal-intencionada que la de él. Creí que buscaba verme desnuda.

– Esta bien Luis Eduardo, gracias. No tienes que irte.

– Bien. Si quieres quítate el short y te metes. Yo voy agregando baldes con el agua tibia. ¿Si?

– Si.

Me quité el short y las medias y me metí en la palangana. Él me miraba y yo lo miraba para estar preparada cuando me tirara el agua. Cuando se aproximó me recogí un poco el pelo con las manos y empezó a echarme el agua lentamente en la nuca. Recibí esa agua tibia con mucho placer porque finalmente mi cuerpo volvía a su temperatura normal poco a poco. Fue a buscar más y me trajo también un jabón.

– Toma, si quieres lavarte un poco también.

– Gracias -le dije mientras seguía llenando el tanque.

Cuando el nivel llegaba a mi cintura dejó de traer agua.

– ¿Esta bien asi? ¿Te sientes mejor?

– ¡Si! Ahhh… -levanté mi cabeza disfrutando mientras mi mano mantenía el pelo recogido.

El se sentó en un banquito bajo al lado mío:

– Mira, yo me tengo que ir. Pero cuando termines no te preocupes de desagotar la palangana, yo lo hago cuando regresemos.

– Bueno, gracias -dije asustándome cuando el jabón se me resbala y cae dentro.

– Ja, ja, ja! -se rió Luis Eduardo

Yo miraba dentro tanteando con una sola mano porque no quería soltar mi pelo. No quería que se mojara porque no tenía cómo secarmelo rápido.

– ¿No lo encuentas? -dijo metiendo la mano dentro -¿te ayudo?

Me encogí de hombros como afirmando. Buscabamos los dos y él lo encontró casi debajo de mi entrepierna.

– ¡Aquí está!

– Ja, ja, ja, gracias… -dije mirándolo nerviosa al sentir su mano en mi piel tan cerca de mi intimidad.

Otra vez esa mirada pícara se reflejaba en sus ojos sonrientes.

– ¿Te ayudo? -dijo pasándome el jabón en la pierna mas cercana a él, a lo largo en dirección a mi pie,

Me sonreí nerviosa y bajé la vista. Sus ojos me atraían la atención y el contacto de su mano acariciándome con el jabón me estaba gustando mas de lo que debería ser. La situación parecía tomar otra forma en mi mente. El calor que me volvía y me hacía sentir relajada. La tranquilidad del lugar y el ruido del agua resultaban un aliciente. No sé qué me pasaba.

Al bajar la vista me dí cuenta que la camiseta mojada no dejaba nada de mis pechos ocultos. Los pezones se veían clarísimos asi como la aureola. Se marcaban como si no existiera la tela de mi ropa.

Cuando su mano regresaba del pie hacia arriba, levanté mi mirada y encontré sus ojos fijos en mis tetitas. Me miró y nos sonreímos los dos a la vez. Yo con verguenza. Él con deseos. Mi mano seguía sujetando el pelo y la otra posada al borde de la tinaja. Su mano llegaba al destino que sin quererlo me hacía entrecerrar los ojos. Bajé la cabeza inmediatamente para que esa sensación no fuera descubierta, pero no pude. Uno de sus dedos llegó adonde más deseaba que llegara.

Levanté la cabeza apoyando la nuca en el borde y quedé con la boca entreabierta a punto de gemir acompañándolo con un movimiento de mi pecho hacia adelante. Ardía de deseos.

Ahora esa mano volvía a alejarse hasta la rodilla pero yo no abandonaba mi posición. Respiré profundo por la nariz y cuando la mano volvió a subir, esta vez fue mas decidida y la palma completa cubrió mi vulva. En ese momento abrí los ojos otra vez y tenía su cara muy cerca. Le sentía el aliento. Mi boca se abrió automáticamente junto con mis piernas ante un movimiento de su mano que otra vez paseaba la palma de arriba hacia abajo. Y cuando volví a cerrar los ojos, el calor de sus labios presionó los míos y mi lengua saltó para juntarse a la suya. Estaba totalmente fuera de control otra vez!

Esa mano llegó al borde del elástico de mi interior y sin el menor esfuerzo venció la resistencia resbalando por la carne y los vellos púbicos hasta la entrada de mi entrepierna. Una vez pasó hacia arriba otra vez, de regreso el dedo del medio de su mano bajaba presionando entre los labios de mi vulva que no puso ninguna resistencia a que lo fuera metiendo. Sus labios se apretaban más a mi boca y poníamos más fuerza en el contacto de los labios y en los movimientos de nuestras cabezas de un lado a otro, dandole la oportunidad a nuestras bocas para comernos uno al otro. Levanté la pelvis como pude cuando dos dedos se colaban dentro de mí. Gemí en su boca. Solté me pelo y sin hacerme caso, mi mano descontrolada fue a parar a su entrepierna. Se la toqué por encima de la ropa. Estaba durísima y peleaba por salir del pantalón.

– Asi… tócamela asi…

– ahhh… -fue mi respuesta a su movimiento de los dedos en continuo de afuera hacia adentro de mi vulva.

Me ayudó con su mano a desabrocharse y ni bien la sacó fuera me llevé una sorpresa al tocarla. ¡Era mucho mas gorda que la que conocía! Quería mirar pero no lo hice. No quería que ese momento cambiara de energía.

– Asi…! Pajéame…!

– ¿Asi? -le dije mientras mi mano subía y bajaba.

– Si! Asiii! Qué rico me lo haces!

Y volvimos a comernos las bocas. Ahora con más desespero. Su mano me quitó el interior del todo y se levantó del banquito. Me ayudó a levantarme y me quitó la camiseta. Mis pezones lo apuntaban durísimos a lo que no se hizo esperar y me los empezó a chupar. Le abracé la cabeza mientras mis dedos se colaban en su cabello con lentitud. Su boca me hacía sentir ese deseo de que no se detuviera chupándome toda. Pasaba de uno al otro pezón y abría la boca para meterse toda la aureloa entre los labios. Su lengua se paseaba por todo alrededor dejandome las tetas ensopadas de su sabrosa saliva caliente. Ahora mis dos manos y diez dedos le revolvían el cabellos y apretaban su cabeza con un poco más de presión para que me chupara con más insolencia.

Sus manos bajaron hasta mi trasero y agarrándome por las nalgas me levantó en el aire. Su pantalón cayó totalmente al piso y así, parado, sin apoyo atrajo la entrada de mi vulva hacia esa arma dura y erguida que buscaba su víctima. Lo ayudé abrazándolo con mis piernas y colgada con mis brazos alrededor de su cuello. Sus manos me obligaban a avanzar mi pelvis hasta que la punta de esa gruesa y dura carne intentaba penetrarme. Hubo un poco de resistencia porque mi pequeña entrada no había dilatado lo suficiente todavía. Seguimos intentando moviéndonos. Yo subía mi pelvis hasta donde podía, resbalándome hacia abajo y sintiendo esa poderoza verga que resbalaba entre los labios de mi conchita.

Me prendí de sus labios otra vez besándolo con más furia y empujé como pude hasta que la cabeza se esa pija venció la entrada. Me dolió un poco pero él me balanceaba de arriba a abajo con las manos en mis nalgas todavía hasta que las subió a mi cadera y me empujó con fuerza. En ese momento resbaló hacia adentro y me penetró toda de una sola embestida!

– “¡Qué gruesa la tiene…!” -pensé, comparando la situación con la de Arturo.

Mi orificio estaba muy estirado. Sentía un poco de incomodidad en los tendones de donde se abren las piernas. Me quedé abrazada y quietita como si me hubiera paralizado con ese dolor.

– ¿Te duele? -me preguntó.

– Si…! Bastante!

– Cálmate, no quiero que te sientas mal. Quedémonos quieto por un ratito y vas a ver como te acostumbras a mi verga.

– Bueno… -se me salía una lágrima y después otra. Pero eran lágrimas de dolor mezcladas con deseos incontrolables de que me cogiera. Me gustaba este hombre. Me gustaba cómo se había desarrollado este momento tan lindo…

Pasamos así un par de minutos sin dejar de besarnos. Nuestras bocas totalmente mojadas por la saliva que nuestras lenguas emanaban, por abrir las bocas lo más grande posible a cada chupada de labios.

– ¿Todavía te duele mucho?

– No, ya no tanto…

Me moví como pude. Quería sentir. Quería que me ayudara. Y él caminando y sosteniéndome con sus manos en mi trasero, me apoyó la espalda contra la pared y aprovechó a sacarla un poco y volver a penetrarme.

– ¿Asi la puedes aguantar ahora?

– Asihhh… siihh! -gemí.

– Qué rica tienes esa conchita Andrea…!

Lo miré sonriéndole con los ojos y me abalancé contra su boca otra vez. Me encantaba besarlo. Ahora más que estabamos tan apretados de la pelvis. No cabía ni un papel entre nosotros. La tenía muy adentro en esa posición. Me gustaba. Le sentía los testículos contra el orifico de entrada de mi trasero. Se salió un poco y volvió a penetrarme con fuerza. La posición mía contra la pared con las piernas en alto alrededor de su cintura le permitían entrar hasta lo más recóndito de mi vagina. Poco a poco nos empezamos a mover y fuimos aumentando la velocidad. El deseo de coger llegaba a un punto tan desesperado que parecíamos dos furiosos contendientes peleando uno con el otro por sentirse lo más adentro posible.

– Te voy a dar mi leche! -me gritó- ¿la quieres?!!!

– Si!!! Damela!!! -me atreví a gritarle yo a él.

Una embestida más fuerte que las demás seguida de una pausa. Luego otra embestida con otra pausa y sentí el calor dentro de mi cuerpo.

– Tómala! ¿La sientes?

– Siiiiihhh!!! Ahhhh….! Siiihh!

– Te estoy llenando la concha! Qué divina la tienes!

– Llénamela!

Me desconocía. No me importaba decirle cosas. Quería que me hablara sucio y yo quería hacer lo mismo con él. Y le dije:

– ¿Te gusta?

– Me encanta cogertela!

– No pares! Sigue cogiéndome por favorrrr…!!!

Tenía miedo que no me dejara terminar, pero no me defraudó. Siguió moviendo su verga dentro de mí hasta que me llegaba la explosión de emoción que me daba un orgasmo insolente, un orgasmo que me hacía temblar las caderas y restregarle la vulva muy fuerte contra su pelvis, de arriba a abajo con desespero y gritando mis gemidos tan alto como podía. No lo podía soltar. Mi orgasmo era interminable y todo mi sistema nervioso se volvía loco. La piel se me erizaba y mi boca buscaba seguir chupándole la suya. En pocos segundos mis empujones y restregones eran más espaciados hasta que empecé a calmarme.

Mi mejillas hervían. Entre las piernas sentía deslizarse un poco de semen mezclado con mis jugos orgásmicos. Me transportó hasta el borde de una de las camas y me depositó sacandome la pija lentamente. Finalmente salió toda como escupida por mi vulva, con un poco más de semen derramándose en la frazada de la cama y un poco en el piso.

Sorprendentemente Luis Eduardo se arrodilló levantándome las piernas y me empezó a chupar. Sentía un deseo enorme de ser cogida otra vez. Quería más y él también. Se dio media vuelta y me puso a horcajadas sobre su boca. Me chupó arrastrándome con sus manos en mis nalgas a lo largo de toda mi conchita. No daba crédito del deseo que otra vez me despertaba. Siguío pocos segundos más y otra convulsión me hizo sacudir hasta que caí en otro orgasmo largo apretandole la cara con mis piernas y restregándome en su boca. Él chupaba deliciosamente, su lengua me penetraba y me desesperaba. Otra vez, poco a poco me fui abandonando. Lentamente recobraba mi conciencia normal, volvía a tener un poco más de control. Nos quedamos así por unos minutos. Se puso a la altura de mi boca y le chupé los labios, le pasé la lengua y disfruté de toda esa mezcla de semen con mi venida.

– Bien Andrea! Posees una calentura muy grande. Eres divina cogiendo también. ¡Qué rico como me hiciste gozar!

Me sonreí mirándolo a los ojos.

– Me doy cuenta que te gusta mucho la verga, verdad?

Y me volví a sonreir hasta que lancé una corta carcajada nerviosa.

– Bueno. Me tengo que regresar al campo. Anda, termina de vestirte y trata de secar tu ropa en la estufa de leña.

Luis Eduardo se vistió y antes de irse me dio un abrazo con un beso en la boca.

– Nos vemos mi linda.

– Chau -le dije en punta de pie para llegar a sus labios otra vez.

Se fue y me puse en la tarea de arreglar todo como pude. Vacié la tinaja balde a balde y finalmente me dediqué a preparar la comida para calentarla cuando llegaran.

Me tiré en la cama y quedé dormida mientras pensaba lo rico que me había hecho sentir Luis Eduardo. Pensé en lo que me había dicho Rosa acerca de los hombres que me miraban con deseo. Me di cuenta que de mí dependía que estas cosas sucedieran con quien yo quisiera. EN cierta forma yo ponía las reglas.

– ¿Qué estará haciendo Rosa? ¿Habrá llegado a la ciudad?

Y al rato mis pensamientos se fundieron en un sueño quedándome dormida.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA
adriana.valiente@yahoo.com

 

“El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!

Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.

 

Relato erótico: “La buena niña 3” (POR LUCKM)

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LA OBSESION 2La puta se va a acordar de ti esta noche.

Se abrió las piernas y fue recogiendo el semen que salía de su coño con el cepillo, luego lo limpio un poco con la lengua y fue a dejarlo a su sitio.

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Opinar por favor, y votarlo así lo lee mas gente, es la manera de saber si voy bien.

Si alguien quiere agregarme yo encantado

karlos__1980@hotmail.es

Se recomienda leer primero los anteriores, espero que os guste, si es así votar por favor, así lo lee mas gente y se que os gusta. Encantado de que me agregue quien quiera darme su opinión.

http://www.todorelatos.com/relato/79991/

http://www.todorelatos.com/relato/85687/

http://www.todorelatos.com/relato/86597/

Sin títuloA la una de la madrugada del Domingo se conecto Eva al msn.

Eva – Hola amo

Yo – Hola putita.

Eva – Tengo lo que me pidió!

Yo – ¿?

Eva – A mis amigas…

Yo – jajaja, no creí que lo hicieras, las grabaste?

Eva – No, no pude, no se como hacerlo. Pero tengo un programa en el ordenador que dispara fotos cuando alguien pasa por delante y lo active 😀 Además fui haciéndolas fotos con el móvil según podía… pensaban que estaba escribiéndome whatsapp con el capullo del otro día.

Yo – Conecta la cam que te vea zorrita.

La activo, estaba con un pijama un poco infantil, una especie de camiseta larga con tirantes y cuatro botones delante bastante separados…

Yo – Menuda pinta de inocente que te gastas en casa zorra.

Eva – Es lo que a papa le gusta amo.

Yo – Duerme papi y mami?

Eva – Si

Yo – Entonces ya no eres su niña, eres mi guarra, desabróchate los botones que al menos lo parezcas.

Eva – Es peligroso! Y si entran!?

Yo – Asómate y asegúrate que duermen y obedece zorra.

Salió del cuadro un momento, volvió, se sentó y mirándome fue soltándose los botones despacio. Luego separo el escote, sus tetas no se veían enteras pero asomaban.

Yo – Mucho mejor zorra.

Eva – Gracias supongo.

Yo – Ahora veamos como traicionas a tus mejores amigas.

Eva – No lo diga así.

Yo – Jajaja, vas a enseñarme sus tetas y sus coños no? Eso es una traición a lo grande, eres una guarra.

Eva – pero solo por que me lo ordeno.

Yo – Y por que te encanta obedecer verdad? Eres una guarra o quieres seguir siendo la niña buena de papi.

Eva se quedo mirando un momento…

Eva – No se por que me pongo mala cuando me habla.

Yo – Por que eres una guarra, mi guarra, mira elige, no me mandes las fotos y cierra esto y no te molestare mas, o…

Eva – O sigo siendo su guarra?

Yo – Si, ves, elige, la buena niña de papi o mi zorra.

Eva – Claro, y seguirá follandose a la puta de Tina.

Yo – Si, tu puedes salir con tus amigos al cine y que te toquen los pechos con las manos llenas de palomitas… ir al museo con papi o abrazarlo con ese pijama de sosa que me llevas mientras veis una peli.

Eva – Estoy mojada!

Yo – Eso responde a la pregunta no?

Me empezaron a llegar avisos de envió de fotografías.

Yo levántate, súbete la mierda de pijama ese y bájate las bragas despacio, quiero ver tu raja.

Ella se levanto, cuando estaba con las bragas por las rodillas…

Yo – Pásate los dedos por el coño.

Llegaron 5 fotos, le di a abrirlas todas. Salían 3 chicas en el dormitorio que estaba viendo, todas bastante pijas. Eva iba ya en bikini, ellas una con vaqueros y un top blanco y la otra con una falda vaquera y un top rojo que le marcaba perfectamente unas hermosas tetas, tb llevaba unas gafas de esas de pasta negras que le daba mucho morbo.

Yo – siéntate y chupate los dedos mirándome.

Empezaron a saltar mas avisos de envió.

Eva se chupo los dedos.

Yo – A que saben guarra?

Eva – A coño, a que va a saber.

Yo – Sabe a hembra guarra, al coño de mi cerdita.

Eva – Jijiji, si eso tb! Le gustan mis amigas?

Yo – Me encantan, menudas ubres que se gastan.

Eva – Si, son hermanas, luego se las vera bien.

Yo – Cuantas fotos hiciste?

Eva – Unas 100 entre el móvil y el ordenador, hice que se quedaran un rato desnudas hablando de pechos y de depilación para que las viera bien.

Yo – Jajaja, que buena amiga eres!

Eva – A que si!

Yo – Pásamelas por skype, puedes enviarlas todas de golpe y bajan poco a poco, por el msn es muy lento y vas a tener las manos ocupadas.

Eva – Voy!

Entro y le dio a enviar.

Yo – Sigue masturbándote zorra, que te vea bien, lúcete, quiero ver a la niña de la casa.

Eva subió los pies al escritorio, abrió las piernas y se echo un poco atrás, veía su coño con el pijama subido hasta la cintura, metió una mano y saco una de sus tetas.

Se acariciaba el pezón con una mano y con la otra su raja.

Yo – No te corras todavía guarra, cuéntame de ellas, entre otras cosas con quien follan.

Seguían llegando fotos, se las veía hablar, la del top blanco se lo quito junto con un bonito sujetador, tenia dos enormes tetas, era mas fea que la otra pero sus ubres lo compensaban.

Eva – Pues la de las tetas mas grandes es marta, no tiene novio aunque va con varios chicos a la vez, 3 , creo que solo folla con uno mayor, de unos 25, a los otros dos solo se la chupa.

Escribía con una mano, la otra estaba entre sus piernas. Su cara de vez en cuando se tensaba de gusto.

Yo – No puedes dejar de masturbarte cerda? Un respeto, papi esta al otro lado de la pared.

Eva – no, o puedo amo, déjeme seguir porfi.

Yo – Esta bien, pero no te corras aún, sigue…

Eva – La otra se llama cristina, sale con un cachas de esos de bar, no la folla muy bien pero ella esta enamorada, creo que es todavía mas puta que su hermana. Aunque se contiene.

Eva –Joder, me voy a correr, puedo amo?

Yo – No, saca la mano del coño y juega con el agujero de tu culo.

Eva puso cara de contrariada pero obedeció.

La de Rojo se quito el top y la falda, luego las bragas, llevaba el coño completamente depilado su hermana la imito y tb se bajo las bragas, ella llevaba el coño con algo de pelo aunque muy arreglado.

Yo – Ummm, me encanta ver a tus amiguitas en pelotas.

Eva – Se las follara tb?

Yo – Nunca se sabe, si lo hago querrás verlo verdad? Ver como las montan como unas perras.

Eva – Ummmm si, siempre quise ver al gorila que sale con Cristina follarsela, debe ser como un perro.

Yo – Jajaja, que guarra eres!

Unas fotos mas tarde Eva tb se desnudo del todo, se las veía cogerse las tetas y hablar.

Yo creo que ya llegamos a donde hablasteis de tetas.

Eva – Pues luego pasamos a coños amo! 😀

Efectivamente, al poco salía Eva sentada en la cama abriendo las piernas como enseñándoselo, Cristina ponía una pierna en una silla y explicaba algo tb, tenia un coño precioso. Marta tb se toco su coño peludo.

Yo – Que decía las de las ubres?

Eva – Que ella tb se lo iba a depilar completamente por probar.

Yo – Muy bien, vuelve a tu coño zorra, córrete para mi.

Eva puso cara de alegría, abrió mas las piernas y empezó a sobarse mas fuerte el coño. Se frotaba la raja y se metía los dedos, se saco la otra teta, finalmente se subió el pijama hasta el cuello, la veía mover el culo hacia atrás y hacia delante. Sus tetas se movían, los pezones resaltaban como dos piedras, ella los estiraba, estrujaba y los soltaba. Al final se corrió con la boca bien abierta aguantándose un grito.

Yo – Chúpate la mano cerda. Me gusta que tu boca sepa y huela como tu coño.

Eva – Si amo

Pasaron un par de minutos.

Yo – Bien – Mas tranquila guarra?

Eva – Mucho, le llegaron todas?

Yo – Si, muy buenas, eres una buena puta.

Eva – Espere que faltan las del móvil.

Me paso 20 fotos mas, mejores que las del ordenador, en ellas se veía a las dos zorras mucho mas de cerca y con mucha mas calidad, se apreciaba cada lunar, sus pezones, en una salía la de las ubres inclinada, sus grandes tetas colgaban…

Yo – Muy bien zorrita, estas son todavía mejores.

Eva – Verdad!?

Las ultimas eran de las dos hermanas en la piscina posando en plan bien. Se lucían en bikini:

Eva – Las hice posar para ud, se que le gusta el contraste, si esas dos guarras supieran que las iban a ver en pelotas un pervertido!

Yo – jajaja, si, y que era su propia amiga las que las traicionaba….

Eva – me puse muy caliente haciéndolas, no es normal!

Yo – Yo te diré lo que es normal.

Eva – si, como es mayor no? Jijiji

Yo – Y tu dueño.

Eva – Siiiii, soy su perrita!

Bueno, hora de irse a dormir, que mañana tienes cole, por cierto, que móvil es?

Eva – Un iPhone.

Yo – Entra en configuración y…

Eva – Y con eso vera instantáneamente todas las fotos que haga?

Yo – Si.

Eva – joder….

Yo – Mañana a medio vestir hazte una con las bragas bajadas y las tetas por fuera del suje, luego otra ya vestido da para el cole, quiero ver lo que los tíos desearan ver mañana, además así empezaras el día pensando en que eres mi zorra. Me llegaran para el desayuno.

Eva – Alguna mas?

Yo – Si, alguna de la familia desayunando, al llegar a clase… tu día… quiero observarte.

Eva – Ok, lo hare.

Yo – Buenas noches perrita –

Eva – buenas noches amo!

El Lunes decidí quedarme en casa a trabajar, a las 9:15 me llego un mensaje de Tina.

Tina – “casi vomito anoche al usar el cepillo! Y mi marido estaba al lado”

Yo – Lo hiciste?

Tina – No! Tuve que seguir!

Yo – Jajaja, te limpiaste los dientes delante del cornudo con mi lefa? Que guarra eres!

Tina – Volviste a mi casa solo para eso?!?

Yo – No, para algunas cosas mas. Donde estas?

Tina – En casa, tenia nauseas esta mañana! De lo que me hiciste hacer seguro!

Yo – O de tu estado, vete tu a saber… Ven a mi casa.

Tina – Mierda! Tu no trabajas?

Yo – Solo emputeciendo guarras como tu.

A los cinco minutos llamo a la puerta, venia con un vestido de verano de esos de dos tirantes y poca tela.

Yo – Pasa…

Me senté frente a mi ordenador gire la silla y la dije que se acercara.

Yo – Arrodíllate – Lo hizo-

Le baje los tirantes y salieron sus gordas tetas a relucir.

Yo – Nada de sujetadores guarra.

Se lo quite de golpe y se lo saque por la cabeza.

Yo – metete debajo de la mesa y chúpame las pelotas, despacio, no hay prisa, a que hora viene el cornudo?

Tina – No lo llames así! A las 8 de la tarde.

Yo – Perfecto, tenemos todo el día. Trabaja mucho para que tu vivas bien no zorra?

Tina – Si, mucho!

Yo – bien, espero que seas agradecida!

Tina – Lo soy!

Yo – Bien, a lamer guarra.

La mesa era de cristal, la veía pasar la lengua por mis huevos con resignación. Conecte el disco quien el que había copiado su ordenador y empecé a curiosear.

Yo – Bonito el viaje a Praga zorra, se os ve felices, ella me miro con cara de horror.

De que te sorprendes, ayer aparte de follarme a Eva en tu cama me copie tu ordenador.

Tina – Que!!??

Le cogí la cabeza y le metí la polla en la boca, ella lloraba.

Yo – por que te pones así cerda? Que mas voy a encontrar!?

Tina – TODO!!!

Tina – Mi marido es un maniático, lo guarda todo, ordenadísimo!

Yo – Jajaja, que mas hay?

Tina – Pues nuestras fotos desde los 15, quizás de antes… viajes… fotos juntos y con amigos… todos los mail que nos mandamos desde siempre con todo tipo de confidencias… fotos intimas… algún video…

Yo – Follando?

Tina – Si, en algún viaje… la noche de bodas…

Yo – Jajaja, que majo el cornudo.

Tina – Si, le mataría!

Yo – Bien, puedes hacer dos cosas, o te pasas aquí hasta las 19:45 follando y chupándome la polla o me haces un tour por el ordenador del cornudo, follamos un rato y a las 12 estas libre para ir a comprar pañales para el bebe.

Tina – Menuda mierda de trato.

Yo – Es verdad, prefiero tenerte en pelotas todo el día por aquí chupando tragando y follando.

Tina – Esta bien!

Yo – Una cosa mas, te referirás a tu marido como “el cornudo! Y me darás las gracias por las cosas que te diga y que te haga.

Tina – además de perra apaleada?

Yo – Si, ok?

Tina – Que mas da? Ok.

Mientras que me la chupaba un poco mas active la cam del ordenador pero escondí el programa, tape el indicador de cam encendida con un postid y le dije que subiera.

La senté en mis rodillas, estaba medio desnuda con las tetas fuera. La agarre una teta.

Yo – Gracias por darme la clave del ordenador del cornudo putita.

Ella me miro con odio-

Tina – De nada –

Yo – Bien, que hacemos ahora?

Tina – Un tour no? No quieres que te enseñe lo que el tiene en el ordenador?

Le pellizque fuerte un pezón.

Tina – Lo que el cornudo tiene de toda nuestra vida? Toda nuestra vida intima?.

Yo – Y me lo vas a enseñar tu guarra? Todo?

Tina no entendía nada pero siguió – Si, se lo merece por guardarlo –

Seguí jugando con sus tetas a manos llenas. Ella abrió una carpeta.

Tina – Estas sonde l verano que nos liamos, tenia yo 15 y el 18.

Yo – buenas tetas, te follo ese verano?

Tina – No, solo me las intentaba tocar, estaba muy salido el muy cerdo.

Yo – Y tu a el?

Tina – Yo? Era de lo mas inocente!

Yo – No me lo creo!

Tina – Bueno, a el no, pero un chico que vino de Barcelona fue mi primera mamada, y me sobo los pechos todo lo que quiso!

Yo – Jajaja, que guarra, el lo sabe?

Tina – El cornudo? No, ni loca.

Yo – Y a el cuando se la chupaste?

Tina – El verano siguiente.

Yo – Fue el segundo?

Tina – No, el 4.

Yo – jajaja, y el piensa que la primera polla que tragaste era la suya?

Tina – Si, claro!

Yo – Pobre idiota!

Metí la mano en su coño, estaba empapado, le quite las bragas. Ella abrió otra carpeta… yo le sobaba el coño. Me enseño varias fotos mas, de ellos juntos, noches de fiesta, su grupo de la playa…

Paso al verano siguiente, me saco una foto de ella vestida muy mona con unas trenzas, piel muy morena y un traje negro muy bonito.

Tina – Esta noche me desvirgo el cornudo.

Yo – Hay fotos de eso?

Tina – Ni loca!

Yo – Eso fue el verano siguiente? También erais pareja?

Tina – Si, el cornudo y la puta.

Yo – Puta? Por?

Tina – Chupe, 6 pollas mas ese verano, y después de esa noche dos tíos mas me follaron!

Yo – Y el cornudo?

Tina – No le deje, fue muy torpe, me hizo daño.

Yo – y los otros dos?

Tina – Uno fue un desconocido, iba borracha, el otro mi vecino de arriba, le decía al cornudo que mi padre me ponía hora dos horas antes de la real y me follaba todos los días en la terraza de arriba, me obligaba a tragarme la leche como tu.

Yo – peor ambos sabemos que te encanta!

Tina – Sssssss, que no se entere el cornudo

Yo – Jajaja – la levante un poco y puse la polla en la entrada de su coño.

Yo – Quiero follarte, puedo?

Tina – ahora pides permiso?

Yo – Jajaja, quiero que me lo pidas guarra.

Tina – Esta bien, por favor, follame.

Yo –Quieres que te llene el coño de semen un tío que no es tu marido?

Tina – Cerdo, si, quiero tu semen en mi raja, quiero sentir como te corres dentro de mi, es eso lo que quieres oír verdad cerdo?

Le metí la polla despacio, su coño estaba empapado.

Yo – Bien sigue.

Tina que mas quieres saber?

Yo que edad tenia tu folla amigo?

Tina – 27 creo.

Yo – Uno de 27 follandose a una niña de 16, que guarra eras no?

Tina – Todas los buscamos mayores y que sepan, no te engañes!

Yo – Y tu novio? Lo tenias a pan y agua?

Tina – No, se la chupe un par de veces, después de mucho suplicar, era lamentable, sobarme las tetas… algún dedo.

Tina – Algunos días dejaba que me calentara a tope, luego me iba a casa y buscaba a mi amigo para que me follara.

Yo – Mira la buena novia! Sigue…

Tina – Estas son de mi Erasmus en Munich.

Yo – y esos rubios?

Tina – Mis compañeros de piso.

Yo – Solo?

Tina – No!

Yo – Seguías con el cornudo?

Tina – Si, fue a verme varias veces, mira – Me enseño varias fotos del cornudo con los rubios, en un botelleo en el piso, en una cervecería el en el centro y los otros abrazándole, viendo un partido de futbol.

Yo – Te follaron los tres verdad?

Tina – Todas las noches durante 8 meses.

Yo – Todas?

Tina – Se ponían de acuerdo para que uno de ellos estuviera sin novia cada noche, yo debía ir a su dormitorio al dormirse los otros dos con sus respectivas.

Yo – Que organización!

Tina – Organización? Me hicieron un calendario!, lo tenia encima de la cama! Y al lado una lista donde debía apuntar lo que hacia con cada uno cada día, así el siguiente miraba veía que hacia tiempo que no me enculaban y se ponía a ello.

Yo – jajaja, ellos te desvirgaron el culo?

Tina – Si, Mark, lo hizo bien la verdad.

Yo – El cornudo te folla el culo?

Tina – No, le da asco.

Yo – Jajaja, levántate y clávatela en el culo.

Ella levanto las caderas sacándose mi polla que estaba empapada, apunto al agujero de su culo y se dejo caer poco a poco.

Tina – Ufff! Duele!

Yo – Vamos putita, hasta el fondo-

Tina – Hace mucho que nadie usa este agujero, ten paciencia!

Poco a poco se la fue metiendo, finalmente entro toda, ella sudaba, estaba tensa.

Tina –Quédate quieto un poco por favor, deja que me acostumbre.

Yo – Esta bien, como consiguieron follarte esos tres?

Tina – Mark me sedujo, un día que llegue trompa otro de ellos se metió en la cama y yo pensé que era el, por la mañana Mark nos pillo y nos despertó, no pude negarlo, tenia llenas las tetas de semen del otro tio y el estaba ahí borracho perdido con la polla al aire.

Yo – Que paso?

Tina -Mark lo saco de la habitación, volvió y me enculo como a una perra, cuando el otro despertó lo llamo e hizo que me follara otra vez pero sobria, a partir de ahí la cosa fue sola… el tercero se entero y se apunto. Hasta se organizaron para follarme a diario!

Yo – y cuando iba el cornudo?

Tina – Todos eran encantadores, ellos con sus novias y yo con el cornudo. Aunque le hacían ir a comprar comida o bebida y ahí aprovechaban para follarme a diario tb.

Yo – Menudo Erasmus!

Tina – a que si! Lo pase fatal a la vuelta, estaba acostumbrada a tres pollas para mi sola.

Yo – Creo que tu confesión nos va a llevar mas tempo del esperado.

Tina – si, eso me temo! Te importaría follarme? Contárselo a alguien me a puesto mala, y tu polla en mi culo no ayuda!

Yo – Pídemelo, pero bien, como una guarra bien educada.

Tina – Que cerdo eres! Por favor, follame mi culito, hace tiempo que no siento una buena polla en mi agujerito y lo necesito!

Yo – Y el cornudo?

Tina – Que se joda!

Me imagine la reacción de Eva cuando viera aquello, se iba a volver loca!

Yo – Bien. Pero quiero ver tu cara mientras te enculo.

Tina – Como?

Puse el monitor en negro – ven – nos levantamos con mi polla en su culo, pasamos detrás de la silla y la empuje hacia delante, sus tetas colgaban y su cara reflejaba en la pantalla, lo que ella no sabia es que además…

Yo – Asi zorra!

Tina – Dios! Tienes ideas para todo!

Yo – Jajaja – Saque mi polla del todo y se la clave de un solo golpe.

Tina – Ahhhh!! Despacio por dios!

Yo – Ni de coña puta! Eres mi guarra y te follo como quiera!

Volví a sacársela del todo y a metérsela otra vez hasta el fondo.

Tina – Dios!! Si!! Follame el culito.

La cogí fuerte de la cola que llevaba para hacerla levantar su cara, la veía descomponerse de dolor y gusto cada vez que se la clavaba.

Yo – Que guarra eres como me gusta tu culo de cerda!

Segui empujando, tirándola del pelo y llamándola de todo. Ella tampoco se cortaba…

Tina – si, follame el culito cerdo!! Así!!! Ahhhh!!! Dios que puta soy!!! Yo quería ser una buena esposa!!

Yo – Menuda mierda de buena esposa guarra!

Tina – Si, soy una mierda! Pero me encanta tu polla!!

Así seguimos un rato hasta que note que ya me iba a correr.

Yo – Me corro guarra, donde quieres mi leche?

Tina – En mi coño de puta! Vamos, llénamelo!! Eres el único aparte del cornudo que me lo llena de semen desde hace 5 años!!

Saque la polla y se la clave en el coño que era literalmente un pantano, empuje y empuje hasta que al final empecé a llenarla de semen. Ella se corrió a la vez, le agarre las tetas bien fuerte.

Yo – de quien eres puta?

Tina – Tuya!

Se marcho al poco rato después de algunas caricias, ella sentada encima mía besándome toda la cara, los dos sentados en la silla.

Tina – Es increíble como me pones….!

Yo – Jajaja, vamos a disfrutar mucho guarrilla

Tina – si, eso parece!

Se marcho, a los 10 min me llego un mensaje.

“a que no sabes con que recogí lo que dejaste en mi coño! Esta noche me acordare de ti mientras estoy con el cornudo”

****************************

Opinar por favor, y votarlo así lo lee mas gente, es la manera de saber si voy bien.

Si alguien quiere agregarme o escribirme…

luckm@hotmail.es

skype: luckmmm1000

 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Lorena 2” (POR MARQUESDUQUE)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Cuando cumplí los 18 me fui a vivir a casa de Rita. María y Julio me ayudaron en la mudanza. ¿De Sin títuloverdad te parece bien que viva con tu hermana?, le pregunté a mi “cuñada”, recordando que en mi casa había tenido que fingir que iba a compartir piso con una amiga por aquello de repartir los gastos, para evitar una tragedia. Claro, tú la haces feliz y eres un encanto. Rita tiene suerte. Dicho esto me cogió por la cintura y me dio un sonoro beso en la mejilla. Había que ver que diferentes eran nuestras familias. Los críos esperaban en casa, Sandra, la mayor, de apenas unos meses más que su primo, José, el hijo de Rita, el niño de mis ojos, y Javi, al que María y Julio acababan de adoptar. Cuando completamos la mudanza acostamos a los niños y cenamos todos juntos. Me sentía feliz. Cuando nos despedimos Rita besó en la boca a su hermana y su cuñado, como tenían por costumbre. Julio me besó en la mejilla, pero María me dio un piquito en los labios también, cosa que no solía hacer. No me importó, eso quería decir que nuestra confianza aumentaba, que ya era como de la familia. Durante la cena me había fijado que llevaba un escote muy seductor. María era una mujer preciosa y carismática, de pelo castaño rizado, ojos oscuros y curvas sinuosas.

¿En tu familia siempre os habéis saludado con un beso en los labios?, le pregunté a Rita. ¿Estás loca? Cuando mi padre estaba en casa éramos una familia conservadora, como la tuya. Cuando nos abandonó… bueno, las cosas cambiaron… no de golpe, al principio sufrimos mucho. Luego llegó el desenfreno sexual, Julio se acostó con mi madre, luego con María, luego conmigo, esa época fue un poco loca… recuerdo una película porno que mi padre se dejó, solía verla con María. Sonará un poco raro, pero era de las pocas cosas que teníamos de papa, aunque la pornografía no sea lo que te debe recordar a un padre, je, je… La escena que más nos gustaba, que veíamos una y otra vez, era un trío de dos actrices con un tío. Ya sabes, un pene gigante y cuatro tetas de silicona, pero que las tías se dejaran follar por un tío y a la vez se besaran entre ellas me ponía. Entonces no sabía por qué. Una vez… ya habíamos comenzado el tonteo con Julio, pero las dos éramos vírgenes aún, estábamos viendo la película y, no recuerdo quien tomó la iniciativa, pero de pronto con una manos nos estábamos masturbando y con la otra nos tocábamos las tetas… fue brutal.

La historia me dejó tan cachonda que esa noche tuve tres orgasmos en su boca. Imaginar el despertar al sexo de las dos hermanas, masturbándose juntas, rozando la barrera del incesto, tocándose, ayudándose a llegar al orgasmo, me ponía a mil. Desde entonces cada vez que veía a María recordaba la historia y me excitaba. Ella, además, estaba muy afectuosa conmigo y me abrazaba y besaba a la menor ocasión. Una vez que trajinábamos las tres en la cocina de su casa, preparando la comida, una mañana de domingo en que habíamos quedado a comer con a familia, la ayudé con la ensalada y para agradecérmelo me dio un beso en los labios, esta vez más intenso que otras. Pero que preciosa eres, dijo como en broma. Eh, que es mía, saltó Rita agarrándome por la espalda. Bueno, pero puedes compartirla, dijo María frente a mí. Al fin y al cabo yo compartí a mi marido contigo. Eso es verdad, tuvo que conceder mi novia. Parecía que no hablaban en serio, pero, ¿cómo saberlo? Yo estaba entre las dos, con las tetas de Rita pegadas a mi espalda y sus brazos rodeándome y con su hermana ante mí, muy cerca, aun con el sabor de sus labios en los míos. Que hablaran de mi de esa manera me excitaba muchísimo. Está bien, dijo mi “dueña”, puedes darle un besito, y añadió en mi oído, como en un susurro: ¿quieres que te de un besito? Yo asentí y María me besó. Este fue un morreo en toda regla. Nuestras lenguas se juntaron mientras su hermana me sobaba las tetas desde atrás. Julio pregunto si ya estaba la comida, nos separamos y seguimos a lo nuestro. Ellas parecían muy tranquilas y risueñas, yo anduve como en una nube, torpe y con el chocho hecho pepsicola todo el día. Esa noche no dejé a Rita en paz durante horas, pidiéndole una lamidita tras otra para calmarme.

Unas semanas después Rita me anunció que tendríamos una noche de chicas con su hermana. Después de lo que había pasado no se qué significaba eso exactamente. Julio se quedaría con los niños y saldríamos por ahí, hasta ahí estaba claro, pero, ¿sería una inocente fiesta de amigas o habría algo más? No me atreví a pedirle más explicaciones y me limite a dar mi consentimiento. Esa noche nos pusimos guapas, fuimos a cenar a un restaurante y a bailar a una discoteca. Hablamos de cosas banales, de trabajo, de los niños… y de sexo, siempre terminábamos hablando de eso. En la disco comenzamos modositas, pero poco a poco nos fuimos desatando. Varios chicos nos tiraron los trastos, pero los rechazamos amablemente. Distinto fue cuando nos encontramos con el ex novio y ex alumno de Rita. Me lo presentaron y hablamos un rato. Cuando se fue comenzó lo más fuerte. Nos pusimos a hacer el baile de las falsas-verdaderas lesbianas. Rita comenzó a besarme y yo le devolví el beso. Luego se besaron las hermanas, no un beso casto ni fraternal, se comieron la boca como dos amantes. Se notaba que ya lo habían hecho otras veces. Me excité muchísimo mirándolas. Estaba acostumbrada a las locuras de Rita, por eso la amaba, mi vida se había convertido en una desde que la conocía y era indudablemente mucho más feliz que antes, pero esto me sorprendía de nuevo. La idea de que las hermanas se lo montaran me atraía y asustaba a un tiempo. Cuando acabaron María vino hacia mí. Estaba claro lo que quería y, a decir verdad, aunque me moría de miedo, yo quería lo mismo. Nos besamos apasionadamente. Rita bailaba a nuestro lado. Nuestras bocas se devoraban. Seguimos con bailes sexis y morreos todas con todas un rato, después salimos de allí y cogimos el coche. Rita conducía y María me arrastro con ella al asiento de atrás para enrollarnos mientras tanto. Volvimos a comernos las bocas y nos metimos mano mientras Rita nos decía que le guardáramos algo. Llegamos a casa y fuimos derechas al dormitorio. Las hermanas me desnudaron besándome por todo el cuerpo. No me lo podía creer. Era una locura, pero era maravillosa. Me chuparon cada una un pecho, como compitiendo por ver quién lo hacía mejor. Rita era más diestra, pero María tampoco se las apañaba mal y el morbo que me daba que estuviera allí era superior a todo. Mi chica me agarro las tetas por detrás, como el día del primer beso con María en la cocina, pero esta vez sus tetas desnudas frotaban mi espalda sin oposición y me besaba el cuello. Su hermana me besó como aquel día, acariciando mi lengua con la suya y pegando sus pezones a los míos. Después de morrearnos un rato bajó la lengua por mi vientre hasta mi vello púbico. Rita me acariciaba la entrepierna con la mano derecha mientras con la izquierda seguía restregando mis senos y su lengua iba de mi cuello a mi mejilla, de esta a mi oreja y de ahí a mi boca. María me besó las piernas, luego la cara interna de mis muslos, mis ingles y, finalmente, comenzó a lamerme el coño con entusiasmo. ¿Disfrutas cariño?, me susurró mi amor al oído. Mucho, respondí entre jadeos. Pues ahora veras, amenazó, y bajó la lengua por mi espalda, besándola y lamiéndola hasta que llegó a mi culo. Allí estaba yo, con las hermanas entre mis piernas, una por delante y la otra por detrás, haciéndome disfrutar. Era maravilloso. Acariciaba sus cabellos mientras me metían la lengua por los dos agujeritos a la vez. Supongo que allá abajo ellas se masturbaban la una a la otra mientras chocaban sus pechos y me lamian a mí, no podía verlas bien. Cuando me corrí entre jadeos, con el orgasmo más fuerte que recordaba haber tenido nunca, treparon por la cama hasta tener sus caras junto a la mía. Estuvimos un rato besándonos las tres y acariciándonos el cuerpo. Descansamos unos minutos y Rita me pidió al oído que le comiera el coño a su hermana. Obedecí como una niña buena, poniéndome a ello con el mayor entusiasmo, procurando que disfrutara tanto como lo había hecho yo. Mientras, ellas se besaban y se chupaban las tetas, y Rita le susurraba: ¿te gusta hermanita, te gusta como mi nena te come el chochito? Me encanta, respondía María, me está volviendo loca. Mi chica la abandonó entonces para acercar la boca a mi coño y mi culo y chuparlos alternativamente, frotándome el clítoris con los dedos a la vez. Así me corrí por segunda vez al mismo tiempo que María. Rita se desplomó sobre mi y mientras nos besábamos la masturbé como yo sabía que le gustaba. Su hermana nos miraba sonriente. Cuando terminé con la pajita quedé con los dedos mojados y noté el olor a sexo que inundaba la habitación.

Unos días después a Rita le sonó el móvil: ¿Sí?… hola… a mí también me gustó verte… no sé si sería una buena idea, estoy con alguien… sí, yo también te echo de menos, ja, ja, ja, sí también echo un poco de menos las pollas, pero lo que tengo vale la pena… bueno, vale, te llamaré si cambio de idea, un besito…

¿Quién era?, pregunté enseguida. Mario, respondió, mi ex. ¿Y qué quería?, volví a preguntar. Ella se rió. Pues un polvete supongo, pero tranquila, no voy a quedar con él. Lo normal hubiera sido haber dejado las cosas ahí, pero en nuestra vida ya nada era normal. ¿Y por qué no?, me sorprendí a mi misma diciendo. Es obvio que te apetece. Te dije que podías salir con hombres si querías, con tal de que no me cambiaras por uno. ¿No te acuerdas? Ella me miró extrañada. Sí, me acuerdo, pero aunque pueda, no quiero hacer nada que te haga sentir mal. Sonreí ante esa respuesta y la besé. Te gustan los hombres, tarde o temprano querrás estar con uno, tú misma lo dijiste. No podía creer lo que me estaba escuchando a mi misma proponer. Mejor ahora, luego vuelves y me lo cuentas con detalle. Mientras le decía esto mi mano se había colado en sus bragas. ¡Eres imposible! Me besó y nos reímos. Tal vez solo quiera hablar, sugirió. Sí, y que más, respondí, y reímos de nuevo.

El día de la cita de Rita con Mario, ya no estaba tan segura de que fuera una buena idea. Estuve a punto de volverme atrás y pedirle que no fuera varias veces, pero me contuve. Se arregló como para las grandes ocasiones y nos despedimos con un beso. Estaba guapísima. Mientras la veía marchar pensé que podía estar perdiéndola, pero también era posible que gracias a esto estuviéramos más unidas, que ella sabría que estar conmigo no la obligaba a renunciar a nada, que yo haría lo que fuera para hacerla feliz, como ella me había hecho a mí. Al cabo de un rato sonó el timbre. Al principio creí que era ella, que se había arrepentido, y no me sorprendió darme cuenta que me alegraba por ello. Cuando abrí la puerta, me decepcionó comprobar que no era ella sino su hermana. Hola María. Hola, Rita me pidió que me pasara a hacerte compañía. No hacía falta, pero pasa. La verdad es que no me vino mal que alguien me distrajera de mis pensamientos. Inevitablemente acabamos hablando del trío lésbico de unos días antes. Nunca me habían atraído mucho las mujeres, me soltó, quiero decir que no me repugnan, mi hermana te habrá contado cómo nos masturbábamos juntas viendo la escena del trío, pero me gustan más los hombres, sin embargo contigo no se qué me pasa, que me pones cachondísima… eres tan preciosa… Gracias, murmuré algo sonrojada, entonces ella se me acercó y me besó en los labios. No sé que me paso, pero me lancé sobre ella y le metí la lengua hasta la garganta. Fuimos a la cama y nos desnudamos. Eres tan preciosa, volvió a decir. Tú también eres muy guapa, respondí con sinceridad. Me besó por todo el cuerpo. Para no excitarle mucho las mujeres parecía entusiasmada por estar en mi cama. Llegó a mi coño y me acarició el clítoris con la lengua. No era tan experta como su hermana pero también lo hacía muy bien y me daba muchísimo morbo. Me giré hasta tener su chocho a la altura de mi boca y la retribuí. Fue un sesenta y nueve tremendo. Era extraño tener sexo sin que Rita estuviera presente. Hasta ahora vinculaba el placer sexual a mi relación con ella, pero últimamente parecía como si eso estuviera cambiando. Seguimos retozando en la cama hasta que nos dormimos.

La voz de Rita me despertó a la mañana siguiente: ¿Os lo habéis pasado bien?

¿Y tú?, respondí desafiante. La escena era totalmente la del descubrimiento de un adulterio, su hermana y yo semidesnudas en la cama y ella de pie mirándonos, pero no había tensión, más bien nos miraba divertida, como si todo lo hubiera planeado ella, cosa que, por otra parte, era lo más probable.

Yo particularmente me lo he pasado de muerte, intervino María, muy tranquila. Muchas gracias por una noche maravillosa, me dijo dándome un beso de tornillo que me dejo sin respiración, tras lo cual se levanto, como si la situación fuera la más natural del mundo, le dio un piquito en los labios a su hermana y comenzó a vestirse.

En respuesta a tu pregunta, sí, me lo he pasado bien, pero estaba deseando volver a verte, me preocupaba como estarías, pero veo que estas esplendorosa. Mientras Rita decía esto, María terminaba de vestirse y nos dejaba murmurando: Julio debe estar preocupado, es tardísimo. Viéndonos solas Rita sonrió y se tumbó sobre la cama a mi lado.

– Buenos días – dijo bajito y me besó despacio.

– Buenos días – respondí – ¿Entonces ese semental te ha metido la polla? – pregunté poniendo vocecita de niña buena.

– Sí, hasta el fondo, era algo que echaba de menos.

– Seguro que acabas por dejarme por uno – volví a la carga.

– No digas tonterías. Y tú no iras a enamorarte de mi hermana – contraatacó ella.

– No – respondí convencida – Ella me da mucho morbo, pero te quiero a ti.

– Pues eso es lo que me pasa a mí con los hombres – explicó ella – Me dan mucho morbo, pero te quiero a ti – Y me besó de nuevo.

– ¿Y qué es lo que te da morbo de los hombres? ¿Qué te metan la pollita? – dije riendo y con vocecita cachonda.

– Sí – aclaró ella – y chupársela – ¿Quieres que te cuente lo que he hecho con Mario? – Sí – respondí en seguida

– Pues mira, primero estuvimos un rato besándonos – y comenzó a besarme mientras lo contaba – Luego me besó por el cuello, por las tetas. Yo le saque la polla, y comencé a chupársela, mira, así… – entonces me puso los dedos índice y corazón de la mano derecha tiesos, como si fueran una polla empalmada y se puso a chuparlos, enseñándome lo que había hecho con el chico – Hazlo ahora tu – me dijo poniendo ella los dedos igual. Yo la imité lo mejor que pude y le hice una buena mamada simulada – mmm, muy bien – siguió diciendo – a continuación me metió la pija en el chochito – y me metió los dedos en la entrepierna como si fueran una polla que intentase penetrarme. Me estuvo masturbando así un ratito mientras me susurraba obscenidades al oído que me ponían aún más cachonda. Luego se puso sobre mí, como en la postura del misionero, y frotamos nuestras vaginas como si ella fuera un hombre. Mientras, me besaba y nuestras tetas se rozaban todo el tiempo. Tuve un orgasmo fantástico.

Las siguientes semanas volvimos a la normalidad. Tuve sexo con su hermana un par de veces más en los siguientes años, y ella quedó con hombres en alguna ocasión, pero nunca significó nada y siempre volvimos a estar juntas sin ningún problema. Los niños crecieron y la atípica familia que formamos se consolidó

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Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 5” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 9, LES OFREZCO LA LIBERTAD

Estaba terminando de vestirme cuando las dos morenitas se despertaron y al comprobar que se habían quedado dormidas, se levantaron de inmediato con cara de asustadas. Reconozco que me hizo gracia la vergüenza de esas niñas al saber que no solo no me habían ayudado a bañarme sino que en pocos minutos iba a bajar a desayunar y que no habían preparado nada.
―Perdón amo― repetían al unísono mientras se ponían la ropa.
Mi esposa no pudo soportar la risa al verlas tan preocupadas y tratando de tranquilizarlas, les dijo que ella se había ocupado de mí. Sus palabras lejos de aminorar su turbación, la profundizó más y prueba elocuente de ello fue cuando cayendo de rodillas frente a mí, Aung me pidió que no las vendiera.
El temblor de su voz al hablar me recordó el siniestro destino al que las mujeres pobres de ese país estaban acostumbradas. Personalmente me parecían inadmisibles tanto la esclavitud como que ante el mínimo fallo temieran por su futuro. Cuando ya no corrieran riesgo, tendría que sentarme con ellas y decirles que eran libres pero mientras y quitando hierro al asunto, comenté:
―Si algún día dejáis de ser mías no será porque os he vendido sino porque os habré liberado.
Por su mentalidad medieval al escucharme las muchachas se vieron de vuelta a su pueblo. La mera idea de retornar a la pobreza les provocó un terror quizás superior al de ser vendidas y entre lágrimas me rogaron que antes las matase.
«¿Ahora cómo les explico que jamás las dejaría desamparadas?», murmuré para mí al ver su angustia.
Menos mal que mi esposa, más conocedora de sus costumbres, intervino gesticulando mientras les decía:
―Nuestro amo debería azotaros por dudar de su bondad. Cuando dice liberaros, no significa echaros de su lado porque está pensando en daros la oportunidad de engendrar uno de sus hijos y no quiere que tengan una madre esclava.
Me entró la duda de si habían entendido al verlas discutiendo entre ellas en su idioma pero entonces Mayi, sin levantar la mirada del suelo, preguntó:
―¿Nosotras dar hijo a Amo, nosotras libres, nosotras vivir con Amo y María?
―Así es― respondí y observando que no decían nada, les aclaré: ―Sí, seréis libres pero viviréis conmigo.
Mi respuesta impresionó a esas mujeres, las cuales sin llegárselo a creer volvieron a hablar acaloradamente entre ellas.
«¿Ahora qué discuten?», me pregunté al comprobar que a pesar de estar alegres había algo que no comprendían.
Tras un intercambio de palabras, Aung respondió:
―Nosotras felices dar hijo amo. No cambiar Amo. Aung y Mayi amar Amo. Nosotras no querer libres.
«¡La madre que las parió!», exclamé mentalmente al comprobar la dificultad de cambiar una educación y unos valores que habían mamado desde crías. Como suponía que que tardaría años para hacerlas pensar de otra forma, pegando un suave azote en el trasero de Aung, le pedí que se fuera a prepararme el desayuno.
Con una alegría desbordante, la morenita salió corriendo rumbo a la cocina. Mayi se acercó a mí y poniendo su culo en pompa, me soltó sonriendo:
―¿Amo no querer Mayi?
Descojonado comprendí que deseaba ser tratada de la misma forma que a su amiga pero entonces poniéndolas sobre mis rodillas, le solté el primero mientras le decía que era por no haberme preparado de desayunar y un segundo por ser tan puta.
La risa con la que esa birmana recibió mis rudas caricias me confirmó que para ellas era una demostración de cariño y lo ratificó aún más cuando desde la puerta, girándose hacia mí, afirmó:
―Amo bueno con Mayi, Mayi dar mucho amor y muchos hijos Amo.
Estaba todavía traduciendo al español esa jerga cuando escuché a María comentar:
―Esas dos putitas están enamoradas de ti… ¿me debo poner celosa?
Esa pregunta en otro tiempo me hubiera despertado las alarmas pero en ese momento me hizo reír y cogiendo a mi mujer del brazo, la coloqué en la misma postura que a la oriental y con una cariñosa nalgada, le informé que para mí siempre ella sería mi igual aunque en la cama la tratara como una fulana.
―Siempre te he amado pero todavía más al comprenderme, mi deseado y malvado dueño― contestó luciendo una sonrisa de oreja a oreja: ―Seré tu esposa, tu puta y lo que tú me pidas pero nunca, ¡nunca! ¡Me dejes! ¡Y menos ahora que hemos incrementado la familia con dos monadas!
Me extrañó oír que ya consideraba a esas chavalas parte de nuestra familia y meditando sobre ello, comprendí que si interpretábamos de una forma liberal nuestra relación con Mayi y con Aung, al comprarlas habíamos unido su destino al nuestro con todo lo que eso conllevaba. Por eso medio en guasa, medio en serio, repliqué:
―Amor mío. Lo queramos creer o no, esas dos son nuestras mujeres y tanto tú como yo somos de ellas.
Insistiendo en el tema, me soltó:
―¿Quién te iba a decir que a tu edad ibas a tener tres mujeres deseando hacerte feliz?
Descojonado, respondí:
―¿Y a ti? No te olvides que mientras esté en el trabajo, las tendrás solo para tu gozo y disfrute.
Tomando al pie de la letra mi respuesta, radiante, contestó:
―No te prometo no aprovecharlo pero primero que limpien la casa. ¡No puedo ocuparme de ella yo sola!
―No me cabe duda que hallarás un término medio― de buen humor recalqué y tomándola de la mano, bajamos juntos a desayunar con nuestras dos mujercitas…

CAPÍTULO 10, LAS BIRMANAS TRAEN BAJO SU BRAZO UN TESORO

Esa noche al volver del trabajo, me topé con un montón de novedades. La primera de ellas fue cuando las orientales me recibieron luciendo la ropa que María les había comprado. Aunque estaban preciosas por lo visto había sido una odisea el conseguir que aceptaran que mi esposa se gastara ese dineral en ellas (una minucia en euros) pero aún más que se la probaran en la tienda y no en casa.
―No te lo imaginas― me contó― ¡les daba vergüenza entrar en el vestidor ellas solas!
Bromeando, contesté:
―Pobrecita, me imagino que las tuviste que desnudar.
Viendo por donde iba, contestó:
―No te rías pero ese par de putas creyeron que buscaba sus caricias e intentaron hacerme el amor tras la cortina.
La escena provocó mi carcajada y al preguntar cómo las había hecho entrar en razón, María murmuró en voz baja:
―¡No me hacían caso! Ya me habían sacado los pechos y no me quedó más remedio que amenazarlas con que iban a dormir una semana fuera de nuestra cama para que me dejaran en paz.
Desternillado de risa, me imaginé el corte que pasaría al salir y por ello acariciando su trasero, la respondí:
―Yo también lo hubiese intentado.
María rechazó mis caricias y haciéndose la cabreada, me soltó:
―Pero eso no fue lo peor. Saliendo de ahí, las llevé a un médico para que les hiciera un chequeo para confirmar que están sanas. Lo malo fue que se negaron de plano a que un hombre que no fueras tú, las tocara. Como en ese hospital no había una doctora, ¡tuvimos que buscar otro donde la hubiera!
Dado que ese reparo era parte de su cultura no me pareció fuera de lugar su postura y pasando por alto ese problema, la pregunté por el resultado.
―Quitando que les faltaba hierro, ese par nos enterraran. Según la doctora que les atendió las mujeres de su zona son famosas por su longevidad y…― haciendo una breve pausa, exclamó: ―… ¡la cantidad de hijos!
La satisfacción que demostró al informarme de ese extremo me preocupó y más cuando al mirar a las orientales, verifiqué que me miraban con una adoración cercana a la idolatría. Temiendo las consecuencias de ese conclave femenino, me acerqué al mueble donde teníamos las bebidas para servirme una copa.
Fue entonces cuando mi futuro con esas arpías quedó en evidencia porque mientras casi a empujones Aung me llevaba hasta el sofá, su compañera ayudada por mi esposa me puso un wiski.
―Nosotras cuidar― murmuró la morena en mi oído.
Decididas a hacerme la vida más placentera, la tres se sentaron en el suelo esperando a que les diera conversación. Viéndome casi secuestrado en mi propia casa, no me quedó más remedio que hablar con ellas y recordando que apenas conocía nada de las birmanas, les pregunté por su vida ante de llegar a nuestra casa.
Así me enteré que provenían de una zona remota del país que durante centurias había sido olvidada por el poder y donde la pobreza era el factor común a sus habitantes. Curiosamente en el tono de las dos no había rencor y asumían el destino de sus paisanos como algo natural.
Sobre su vida personal poca cosa pude sacarles, excepto que habían dejado la escuela para ir a trabajar al campo a una edad muy temprana. Al escuchar sus penurias y que tenían que recorrer a diario muchos kilómetros para ir a trabajar, María las comentó si consideraban que su vida había mejorado desde que estaban en nuestra casa.
Tomando la palabra, Mayi contestó:
―En pueblo, no saber que ser de nosotras. Amo y María buenos. Con Amo felices, Amo dar placer, Amo no pegar y cuidar.
Esta última frase me indujo a pensar que al menos la más pequeña de las dos había sufrido abusos físicos e intrigado pregunté:
―¿Qué pensasteis cuándo os dijeron que dos extranjeros iban a compraros?
Bajando su mirada, se quedó callada y al comprobar que no se atrevía a contestar, miré a su compañera.
Aung, con sus mejillas coloradas, contestó:
― Temer burdel como amigas pueblo. Nunca ver hombre o mujer blanco, nosotras pensar tener cuernos.
La confirmación que los prostíbulos eran un destino frecuente en la vida de sus paisanas me conmovió pero como describió con gestos la supuesta cornamenta de los europeos me hizo gracia y rompiendo la seriedad del asunto me reí.
Mayi al comprobar que nos lo habíamos tomado a guasa, señalando los pechos de mi esposa, añadió:
―María dos cuernos enormes.
La aludida poniendo sus tetas en la cara de la pícara muchacha, me recordó que el día que llegaron a nuestro hogar se habían quedado impresionadas por su tamaño. El gesto de mi mujer fue mal interpretado por la birmana y pensando que María quería que se los tocara, empezó a desabrocharle la camisa.
―¡Cómo me gusta que estas zorritas estén siempre dispuestas!― rugió mi señora al sentir los pequeños dedos de Mayi en su escote.
Mi sonrisa animó a la birmana, la cual sin dejar de mirarme, sacó su lengua a pasear y se puso a mamar de esos cántaros mientras me decía:
―Mayi amar María ahora, Amo hacer hijo después.
La devoción y el cariño con la que esa cría buscaba mi aprobación a cada uno de sus actos me corroboraron la felicidad con la que aceptaba ser mía y queriendo premiarla, acaricié su mejilla mientras le decía:
―No hay prisa, tengo toda la vida para embarazarte.
Haciéndose notar, Aung llevó sus manos hasta mi bragueta y mientras buscaba liberar mi sexo, susurró en plan celosa:
―Amo olvidar Aung pero no preocupar, yo mimar Amo.
Descojonado la tomé entre mis brazos y levantándola del suelo, forcé sus labios con mi lengua. El enfado de esa morena se diluyó al sentir mis besos y pegando su cuerpo al mío, me rogó que la tomara al sentir que la humedad anegaba su cueva.
El brillo de sus ojos fue suficiente para hacerme saber que esa niña se sabía mía y que obedecería cualquier cosa que le pidiera. La sensación de poder que eso me provocaba no fue óbice para que dándola su lugar, le preguntara cómo quería mimarme.
Sin responder, me bajó los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, susurró ruborizada:
―Beber de Amo.
Tras lo cual se arrodilló frente a mí y cogiendo mi sexo en sus manos, lo empezó a devorar como si fuera su vida en ello.
―Tranquila― repliqué al notar la urgencia con la que había introducido mi pene en la boca.
No me hizo caso hasta que con los labios tocó su base. Entonces y solo entonces, presioné con mis manos su cabeza forzándola a continuar con la mamada. Su rápida respuesta me hizo gruñir satisfecho al advertir la humedad de su boca y la calidez de su aliento. Su cara de deseo me terminó de calentar nuevamente y recordando que debía preñarla, la di la vuelta y al subirle la falda, advertí que no llevaba bragas.
«¡Venía preparada!», reí entre dientes mientras comenzaba a jugar con mi glande en su sexo.
La birmana estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, se agachó sobre el sofá. Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso decidí que no hacían falta más prolegómenos.
No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Aung moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―Fóllatela mi amor y hazme madre― gritó fuera de sí María al observar la violencia de mi asalto.
Girándome, comprobé que Mayi estaba devorando su coño y sin tener que preocuparme por ella, empalé con mi extensión a la morena, la cual tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Dale caña, sé que le gusta― me azuzó mi esposa mientras los dedos de la otra oriental acariciaban el interior de su coño.
Mi mujer estaba fuera de sí pero como tenía razón la obedecí y con un pequeño azote sobre las nalgas de Aung, incrementé la velocidad de mis ataques. La reacción de la muchacha fue instantánea y moviendo sus caderas, buscó con mayor insistencia su placer.
―Ves, a esa putilla disfruta del sexo duro― María chilló descompuesta.
Sus palabras me sirvieron de acicate y sin dejar de machacar el pequeño cuerpo de la birmana con brutales penetraciones, fui azotando su trasero con sonoras nalgadas. Aung al sentir mis rudas caricias, gritó que no parara mientras no paraba de gritar en su idioma lo mucho que le gustaban.
Aunque no me hacía falta traducción, escuché a Mayi decir:
―Querer Amo más duro.
Mirándolas de reojo, sonreí al reparar en que se había puesto un arnés con el que se estaba follando a mi esposa.
«Aquí hay varias a las que le gusta el sexo duro», sonriendo sentencié mientras aceleraba la velocidad de mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope.
Aung sentir mis huevos rebotando contra su sexo se corrió. Pero eso en vez de relajarla la volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Mucho placer― chilló al sentir que su cuerpo colapsaba y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre sillón.
Al correrse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que no podía dejarla escapar viva, descargué toda la carga de mis huevos en su interior.
A nuestro lado y como si nos hubiéramos cronometrado María llegó al orgasmo al mismo tiempo, dejando a la pobre Mayi como la única sin su dosis de placer.
La diminuta oriental no mostró enfado alguno y quitándose el arnés, se acercó a mí buscando mis caricias. Desgraciadamente, mi alicaído pene necesitaba descansar y aunque esa mujercita usó sus labios para insuflarle nuevos ánimos, no consiguió reanimarlo.
―Dame unos minutos― comenté al comprobar su fracaso y no queriendo que nadie hiciera leña de mi gatillazo, le pedí que me hiciera un té.
La muchacha al escuchar mi orden, parloteó con su compañera en su lengua tras lo cual salió corriendo rumbo a la cocina. No habían pasado ni cinco minutos cuando la morenita volvió con una tetera y mientras me lo servía, me informó que iba a probar un té muy especial que solo se encontraba en su pueblo.
Juro que antes de probarlo tenía mil reticencias porque no en vano me consideraba un experto en ese tipo de infusiones. Pero resultó tener unos delicados aromas frutales que me parecieron exactos a una variedad que había probado en China, llamada tieguanyin, y que por su precio solo había podido agenciarme unos cien gramos.
«No puede ser», exclamé en mi interior y sin querer exteriorizar mi sorpresa, la pregunté si le quedaba algo sin usar.
―Una bolsa grande. Pero si querer más, yo conseguir― contestó.
―Tráela― ordené y mientras ella iba a su cuarto, fuí al mío a buscar el lujoso embalaje donde guardaba mi tesoro.
«Es imposible», me repetí ya con ese carísimo producto bajo el brazo, « en el mercado minorista de Hong Kong se vende a mil euros el kilo».
Cuando Mayi volvió con esa bolsa papel, puse un puñado del suyo y uno del mío sobre una mesa. Os juro que comprobar que el aroma, la forma, la textura y el sabor eran el mismo, se me puso dura y ¡no figuradamente!
Asumiendo que esas crías conocían a la perfección el té que sus paisanos producían no quise influir en ellas y señalando las dos muestras, les pedí su opinión. Las birmanas ajenas al terremoto que asolaba mi mente, tras probar el té que yo había traído con cara triste se lamentaron que hubiese comprado a algún desalmado un producto tan malo.
―¡Explicaros!― pedí desmoralizado.
Aung con voz tierna me informó que siendo de la misma variedad, el mío estaba seco y que debía hablar con el que me lo había vendido para que me devolviera el dinero.
―Está seco― repetí y sin llegarme a creer que la fortuna me sonriera de esa forma, pregunté a las muchachas a cuanto se vendía el kilo.
―Caro, muy caro. Tres mil Kyats la bolsa.
Haciendo el peor cambio posible, eso significaba dos euros por lo que metiendo gastos exagerados y pagando aranceles, puesto en Hong Kong saldría a menos de veinte euros.
―¿Me darías un poco? Quiero enviárselo a un amigo― deje caer como si nada pensando en mandárselo a un contacto que había conocido en mi viaje.
Poniendo la bolsa en mis manos, Mayi contestó:
―Lo nuestro es suyo.
Para entonces Maria se había coscado que algo raro pasaba y en voz baja me preguntó qué era lo que ocurría. Abrazando a las dos birmanas, respondí:
―Si tengo razón, ¡el valor de esa bolsa es mayor a lo que pagaste por estas monadas!
No hace falta comentar que al día siguiente y a primera hora mandé por correo urgente doscientos gramos de ese té al mayorista que conocía porque de ser la mitad de bueno de lo que decían las dos muchachas podía hacer millonario, ya que según ellas la finca que lo producía era de un noble venido a menos y que debido a su mala situación económica era fácil engatusarle que me vendiera unas dos toneladas al mes de ese producto.
Dando por sentado que de estar interesado, el capullo de mi conocido iba a aprovecharse de mí, pensé:
«Si me ofrece trescientos euros por kilo y me cuesta veinte, ganaríamos más de medio millón de euros al mes».
Siendo miércoles, no esperaba que lo recibiera antes del viernes y eso me daba tiempo para desprenderme de los trescientos mil euros en acciones que había comprado cuando antes de volar a ese país vendí mi casa en Madrid. Reconozco que me resultó duro dar la orden a mi banco por si mis esperanzas eran un bluf y todo eso resultaba ser el cuento de la lechera. Aun así las vendí y esa misma mañana, mi agente me confirmó que tenía el dinero en mi cuenta.
Mientras tanto me ocupé de investigar la precaria situación del dueño de esa finca y por eso antes de recibir la llamada del Hongkonés, sabía que ese tipo estaba totalmente quebrado y que el terreno que dedicaba al cultivo de esa variedad era de unas treinta y cinco hectáreas.
«¡Su puta madre! Según los libros la producción media es de tres toneladas año por hectárea», pensé dándole vueltas al tema y haciendo números la cifra que me salía era tan descomunal que me parecía inconcebible.
Por eso cuando el viernes antes de ir a trabajar, el chino me llamó interesado y sin tener que ejercer ningún tipo de presión me ofreció cuatrocientos euros por kilo, supe que había hallado mi particular mina de oro.
―Recoged todo. ¡Nos vamos a vuestro pueblo!― dije a las asombradas crías.

 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (05)” (POR ADRIANRELOAD)

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cuñada portada3Tras esos recuerdos y los sentimientos de culpa que me aquejaron, no solo a mí, también Sin títuloa Mili por lo que veía. Era evidente que debíamos hablar. Nos sentamos en la sala e inicie la conversación que nos habíamos evitado.

Parece que esta situación se nos esta yendo de las manos… le dije, pero no podía apartar mi vista del escote de su blusa.

Si, creo que si… respondió.

Más allá de los encuentros que hemos tenido y de una reciente amistad, nunca hemos tenido un acercamiento mas romántico, por decirlo así, como una pareja normal… agregue, intentando no mirar sus senos, parecían imanes.

Parece que lo nuestro se basa en “eso”… me dijo haciendo referencia al sexo y confirmando mi teoría.

¿Quieres a Javier?… le pregunte para rematar la idea.

Si, bueno, si no fuera así no seria su enamorada… repuso y me devolvió la pregunta: ¿Quieres a tu enamorada?

Si, la quiero, es la primera relación que realmente me dolería perder… le dije y la mire fijamente.

¿Estas seguro?… la forma en que me tomas… no, se me hace dudar de lo que dices… repuso mirándome intensamente.

Hace unos minutos en el taxi estaba seguro de que era lo correcto, ahora con ella frente a mí, no estaba seguro de nada, intentaba estarlo. El cuerpo de Mili, su forma angustiada de preguntar, ese brillo en sus ojos… pero Viviana no se merece esto, me repetía ingenuamente olvidando mi condición mortal, de ser imperfecto.

Si, estoy seguro… conteste fríamente, luego agregue: tal vez encuentres que permitiéndole a Javier hacértelo (por el ano)… disfrutes tanto, como conmigo… sentencie, me sentí como un idiota enviándola a ese mujeriego, pero era su enamorado, ella lo eligió, así como yo elegí a Viviana.

Tal vez sea cierto… quizás si tu se lo haces de la misma forma a tu enamorada encuentres eso que le falta a tu relación… dijo con cierta resignación, devolviéndome el golpe.

Bueno, aclarado esto, creo que podremos trabajar tranquilos… le dije, mintiéndome mas de la cuenta. Prefería llamarle a un taxi, dudaba de mi fortaleza frente a sus atributos físicos.

Si, esta bien, pero… ¿podrías prestarme tu baño?, creo que necesito una ducha… me dijo un poco avergonzada.

La lleve al baño del segundo piso, estaba cerca de mi cuarto y del cuarto de lavado. No quería arriesgarme a que mis padres, si regresaban temprano de su reunión, nos encontraran con esas fachas.

Bueno, era obvio que nuestros encuentros en el baño de la facultad habían dejado más de una huella en sus intimidades, así como en su ropa. Ofrecí meter su ropa y la mía a la lavadora.

Por la puerta del baño me alcanzo su ropa. Camino al cuarto de lavado imaginé que Mili estaría desnuda, con su fenomenal cuerpo siendo acariciado por el agua de la ducha.

Me quite mi ropa, me puse algo mas ligero, un short y un t-shirt, luego metí la ropa de Mili con la mía en la lavadora. En segundos pude ver como nuestras prendas se revolvían en el agua… quizás era un presagio de lo que sucedería con sus dueños.

Danny… me alcanzas una toalla… le escuché gritar a Mili.

Vaya, tan rápido se baño, generalmente las mujeres demoran mas en estas tareas… pensaba mientras le llevaba la toalla. Quise dejar la toalla sobre la puerta, para evitarme la visión y la tentación de sus firmes curvas… pero…

Esta abierto… pasa…

Habrá intuido mi dubitación en la puerta del baño. Aun escuchaba el ruido de la ducha, así que ingrese pensando que ella aun se bañaba. Así era, a través del vidrio opaco pude ver parcialmente distorsionadas sus formas. Hasta su reflejo es digno de armarme una erección… pensaba mientras la sentía mi miembro crecer.

Te la dejo sobre el sanitario… le dije y me dispuse a huir.

En mi camino de regreso observe una toalla limpia en el colgador, me detuve un rato. Seguramente Mili no habrá visto esta toalla ¿o si?, si es así ¿Por qué me haría traer esta otra?. Muy pronto obtendría algunas respuestas.

Escuche el sonido de la puerta de la ducha deslizándose, voltee instintivamente. Mili con su bronceado cuerpo bañado por el agua, sin cubrirse en lo absoluto, sus deliciosos melones al aire, dándome la bienvenida, su aun enjabonado y velludo pubis.

Gracias… dijo sonriéndome coquetamente. Seguro noto la reacción que su imagen causo en mi.

No hay por que… dije, me di vuelta y retome mi fuga.

Solo una cosa mas…

¿Si?

Ayúdame con mi espalda… no llego… me dijo mostrándome al jabón.

Como no reaccione, se volteo un poco para enfatizar su pedido, su espalda no estaba enjabonada, tampoco sus firmes muslos, esa deliciosa raja…

Vamos… que no te voy a morder… me dijo animándome.

Le devolví la sonrisa que me brindaba, el problema era que yo si podría morderla… Sentí que había vuelto la Mili coqueta, la chica provocativa que conocía, aquella menos desinhibida, la que inspiro nuestro primer encuentro. Había enterrado a la Mili dubitativa de las últimas horas que me dejaba las decisiones a mí, ahora ella quería equiparar las acciones.

Me estiro la mano ofreciéndome el jabón, lo tome y ella se puso de espaldas. Intente no bajar mí vista para no caer en tentación, sabia como lucían las nalgas de Mili… solo que…

Un poco mas abajo… me dijo juguetonamente.

¡Maldición!, Me esta tentando, seguro quiere ponerme a prueba. Averiguar si aquella negativa mía a continuar con nuestra “relación” era realmente cierta, quizás su ego femenino no podía entender como yo podía resistirme a sus llamativos encantos. Tal vez se estaba tomando una revancha por lo que le hice en el baño de la universidad, o quizás simplemente quería usarme para vengarse de Javier por su descuido hacia ella.

Intente no distraerme más en estos pensamientos que harían que permaneciera más tiempo cerca a ella y a su juego de seducción. Así que finalmente accedí a su pedido, deslizando el jabón por su espalda, enjabonando más de la cuenta y tratando de mantener mí vista sobre sus hombros.

Hasta que el jabón no pudo bajar mas, ¿Tan grandes son sus deliciosas nalgas?… pensé, no resistí, quise comprobarlo. Vaya si que lo son… las contemple, redondas, carnosas y firmes… se me fue el aliento… y también el jabón… termino en el piso de la ducha.

Mili se dio cuenta, tal vez sonrió al notar lo sucedido. Su jueguito estaba surtiendo el efecto esperado en mí.

No te preocupes, yo lo recojo… me dijo.

Luego se inclino completamente, dándome la espalda, en 4, sus jugosas nalgas se abrieron permitiéndome ver su pequeño ano. Estuvo en esa posición el tiempo que creyó necesario para hacerme sucumbir. Después lentamente volvió a su posición original… giro lentamente y me dio el jabón.

Ay… mírate… el agua te esta salpicando… estas todo mojado…

Bueno… si… dije dándome cuenta, pero por sobre todo tenía una vigorosa y llamativa erección.

Ven… báñate conmigo… me dijo sonriendo y haciéndome un espacio para entrar.

Atónito por aquella audaz propuesta no atine a reaccionar… claro que mientras la enjabonaba había fantaseado con esa idea ¿Quién no lo haría?… pero no que ella me lo propusiese.

Vamos… ya dije que no te voy a morder… insistió juguetonamente jalándome de un brazo.

Esta bien…

No digan ni piensen nada, lo se…

Me quite el short, el t-shirt, mi endurecida verga apuntaba mi camino… tenia la estupida esperanza de que el agua fría de la ducha terminara por someter esa rigidez…

Ya vez… esta mejor así… me dijo coquetamente.

Nuevamente me ofreció el jabón. Lo tome y seguí enjabonando su espalda, mis manos guiadas por mi morbo, pasaron por debajo de sus brazos, hasta sus senos… se endurecieron… me acerque casi abrazándola por detrás, mí endurecida verga se desvió en su espalda… sentí su respiración agitada, luego visiblemente excitada me dijo:

No, ahí no… continúa en la espalda… mas abajo… me pidió.

Seguí su sugerencia, a estas alturas ni saliendo agua helada de la ducha se iba a poder amainar mi erección. No me cohibí de mirar sus voluminosas nalgas, ahora las tocaba con más libertad, tanto que ella se estremeció, me hizo soltar nuevamente el jabón.

Otra vez me acerque a Mili, pensando que ya no tenía sentido enjabonarla, quería lubricar sus intimidades. La abrace por detrás, no me rechazo. Aun de espaldas, volvió un poco el rostro para verme, me beso con ansiedad desde su incomoda posición, yo le acaricie sus hinchados senos. Sintió nuevamente mi verga en su espalda, era evidente que quería sentirla en otro lado… mas abajo.

No te preocupes, yo lo recojo… me dijo en clara alusión al jabón.

Intuía lo que se venia, aquella sugerente maniobra que tiro al suelo mi moral, que mando de vacaciones a mi conciencia. Me aleje para darle espacio a su provocativo accionar.

Aquella seductora inclinación ponía fuera de combate a cualquier atisbo de remordimiento. La aprecie desde sus bien formadas pantorrillas, sus carnosos muslos, sus abultadas pero firmes nalgas… no había marcha atrás, solo hacia delante.

Sin pensarlo, la tome de la cintura. Ella sabia lo que se venia así que dejo de lado la absurda búsqueda del jabón. Así, inclinada abrió mas las piernas y sus manos se apoyaron en los bordes de la ducha. Estaba lista para soportar mi incursión.

Apunte mi verga hacia su ano, que impacientemente latía. Empuje, su esfínter se abría placidamente mientras ella temblaba de placer…

Ohhhh…siiii…

Seguí empujando, notando como ella tercamente resistía desde su posición, no retrocedía. Continué empujando sin avanzar mucho… hasta aquí me lo permite su estrechez, pensé… a partir de aquí necesitamos ayuda… pensé.

Al lado mío había un pequeño altillo con shampoos y esos aceites especiales para jacuzzies, tome el que me pareció más jabonoso y lo unte en nuestros genitales…

No me digas que ya… gimió a manera de protesta, pensando que había eyaculado precozmente.

No, es solo un poco de ayuda… le dije.

Sentí que emitía un suspiro de alivio, quería acallar ese cosquilleo en su interior. Al percatarse de mi nueva arremetida, un temblorcillo recorrió su columna, sintiendo dicho líquido escurrirse, lubricar su estrecho agujero. Sabia que ahora si mi verga le iba entrar hasta la raíz…

Si, ahora si… pidió ansiosa.

Así fue, sin mayor oposición de su arrugado anillo le fui insertando toda mi tiesa verga. Una vez que la tuvo toda dentro arqueo la espalda, su cuerpo se contrajo saboreando ese empalamiento.

Su goloso ano latía en mi pene, degustando su dureza, comiéndose cada centímetro de su rígida musculatura.

Ay que placer… exclamo agradecida.

No tuvo que decir mas, inicie mi cabalgata, alejando y atrayendo su abultado trasero. Imponía mí ritmo con mis manos sujetando su estrecha cintura. Al parecer ella sintió que no era suficiente para sus apetitos, que la gentileza de mis suaves y armónicos movimientos no estaba acallando su picazón.

Más… más… mételo más… mas duro… pidió lujuriosa.

Incremente mis arremetidas, con el agua bañándonos el sonido de sus nalgas rebotando en mi ingle era cada vez fuerte.

Plosh… ploshhh…

Al parecer le encantaba el eco que esto producía en mi ducha, el morbo la invadía, sus gemidos se mezclaban con estos sonidos.

Ahhh… ahhhh… ahhh…

Ya no tenia que sujetarla de la cintura, con una mano sobre su espalda la guiaba, ella misma iba y venia con mayor rapidez, encontrándose siempre con mi recia respuesta que la alejaba, obligándola a empujar su nuevamente su prominente trasero contra mi ingle. Me deleitaba viendo su cuerpo estremecerse, sus nalgas temblar con cada penetración, escuchando sus gemidos y pedidos, casi ruegos:

Así… así… más fuerte… pedía enloquecida de placer.

Hasta que sintió que su posición era incomoda: agachada, con sus manos aferradas a los bordes de la ducha. Mi ímpetu la había hecho avanzar, su cabeza casi chocaba con la pared. Entonces, conocedora de que no faltaba mucho para su orgasmo, decidió disfrutarlo en una mejor posición, que le permitiera profundizar estas emociones.

Se levanto un poco, arqueando la espalda, sus brazos ahora se apoyaban en las manecillas de la ducha (aquellas que controlan el agua). Abrió más las piernas, para que también sus redondas nalgas se abrieran y me permitieran castigar su ano con mayor vehemencia.

Mi verga ahora entraba hasta la raíz, solo faltaba que le insertara mis testículos…

Si… si… asi… Danny asiii… Ohhh… ahhh… ahhh…

No sabia si yo la estaba usando para satisfacer el apetito sexual que su cuerpo me despertaba, para colmar mis instintos carnales, o si ella me estaba usando para acallar los suyos, para vengarse de Javier y su desinterés por ella, o para vengarse de mi, para probarme que no podía resistirme a sus atributos… invadido por estos sentimientos comencé a cabalgarla con furia… la estaba partiendo y ella lo estaba sintiendo…

No tan fuerte… No… ahhh… uhmmm… ahhhh…

Me aferre a su cintura, atrayéndola hacia mi lo mas que pude, sus deliciosas nalgas también se abrieron lo mas que pudieron. Toda mi rabia se fue disipando a medida que mi verga expulsaba su blanquecino líquido. Este torrente la lleno completamente, alucine que mi leche saldría por el otro lado, por su boca… boca que mantenía abierta, su cuerpo en extremo rigor saboreaba este nuevo orgasmo.

Uhmmmmm….

Sus manos en violento espasmo se aferraban a las manijas del agua, con cada borbotón de esperma, su columna se contraía. Hasta que un temblorcillo final indicaba que ya había pasado, su cuerpo lo había disfrutado, y ahora exhausto no podía mantenerse en pie.

Intento apoyarse en las manillas, pero estas cedieron, su mano resbalo, haciendo girar la llave del agua caliente…

Auuu… exclamo adolorida al sentir el agua quemándola.

Quizás era una señal, un aviso de que merecíamos arder en el infierno por nuestras continuas infidelidades… por nuestra deslealtad hacia nuestras parejas formales…

La jale hacia mí, con mi verga semidura aun dentro suyo fue algo doloroso a lo que no preste mayor atención, puesto que el agua caliente también me estaba salpicando.

Nos refugiamos en el otro extremo de la ducha. Solo entonces pude desencajarle mi maltrecha y adolorida verga.

Lo siento… me dijo cariñosamente.

Yo no… le dije.

Entendiendo que no me arrepentía de aquel placentero encuentro, Mili me dio un jugoso beso. Luego me abrazo, apoyando su cuerpo desnudo y mojado contra el mió.

El agua seguía corriendo y yo no podía luchar contra la corriente… Estaba perdido, lo había intentando pero había fracasado clamorosamente… era obvio que no podía resistirme a ella…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: “De discreta vecina a puta desorejada” (POR GOLFO)

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JEFAS PORTADA2Tania

Sin título1Las oportunidades que te da la vida llegan muchas veces de donde menos te las esperas. Este es el caso que os voy a contar hoy, cómo cayó en mis manos una preciosa mujer de veinte y cuatro años. La muchacha en cuestión, llegó a Madrid y a mi vida por un cúmulo de casualidades. En primer lugar tengo que agradecer que la multinacional americana de publicidad, donde ella trabaja, hubiese decidido reubicar las oficinas centrales en España a Madrid. Tania, al ser la encargada de una de las cuentas principales de esta compañía, no tuvo mas remedio que trasladarse con todas sus pertenencias desde su Barcelona natal. La segunda casualidad es que después de cinco años viviendo en un piso, su superior se comprara un chalet en las afueras y viendo que no tenía donde vivir, le aconsejase quedarse con el piso que él tenía para alquilar. Y la tercera fue que además yo viviese al lado de ese coqueto apartamento.
Todavía recuerdo, el día que vino a visitarlo. Era un sábado en la mañana sobre las diez, cuando sonó el timbre de mi casa. Medio dormido por los excesos de la noche anterior, abrí el portal y sin muchas ganas, salí a a ver quién era. Tania, venía acompañada por su jefe. Al verle y debido a que durante esos cinco años, habíamos establecido una estrecha amistad, en gran parte motivada a que ambos estábamos sin pareja, le saludé efusivamente, olvidándome momentáneamente de la mujer:
-¿Qué es de tu vida?, pedazo cabrón-, le pregunté a Rodrigo porque llevaba un mes sin hablar con él.
-¿Así me recibes?-, contestó sonriendo, – además de un golfo, eres un pésimo vecino-.
-Vete a la mierda. No puedes quejarte de lo bien que te traté. Cuando llegaste a Madrid, no tenías a nadie con quien ver siquiera un partido del Barsa y fui yo quien te tuvo que presentar a gente con la cual salir-.
-Eres un geta. Si no llega a ser por mí, estarías todavía llorando por la zorra de tu ex -, respondió y dándose cuenta que a su lado, completamente callada, estaba su empleada y posible inquilina, me la presentó.
Al girarme, vi a una mujer de aspecto aniñado que difícilmente había roto un plato. Rubia, bastante alta y vestida como monja, la muchacha no llamaba la atención. Y para colmo resultó ser  extremadamente tímida, cuando la saludé con un beso, se sonrojó como si no estuviera acostumbrada a que un hombre invadiera su espacio vital. No tuve que ser un lince para darme cuenta que, al contrario que Rodrigo, esa cría iba a ser una vecina discreta.
-¿Qué querías?-, pregunté.
-Solo saludarte e invitarte a tomar una cerveza- respondió mi amigo abriendo la puerta del piso que tenía en alquiler.
Sin hablar, La mujer entró al interior del apartamento y con paso cansino, fue recorriendo las distintas habitaciones y solo cuando terminó, se dio la vuelta diciendo:
-Me lo quedo-.
-Ya te dije que era una monada, verás que se vive muy bien aquí. Además tienes la oficina a cinco minutos andando-, contestó mi amigo.
No le costó cerrar el acuerdo y cuando ya nos íbamos a tomar una cañas, la mujer le pidió que aunque, en teoría, el contrato no empezaba a contar hasta la siguiente semana, si ese lunes podía a empezar a meter sus cosas.
-Por supuesto-, respondió encantado de, en esta época de crisis, alquilar.
Y metiéndome donde no me llaman, le dije:
-Ya sabes que si necesitas algo, estoy en el de al lado-.
-Lo tomaré en cuenta-, dijo sin ser capaz de mirarme a los ojos.
“Menudo coñazo de tía”, pensé mientras se iba, “espero que ni se le ocurra llamarme, seguro que es un muermo insoportable”.
Tal y como dijo, ese lunes llegó un camión de mudanzas con sus enseres, de forma que sin hacer casi ruido, la mujer entró a vivir sin molestar a nadie. Durante los siguientes dos meses, la vi en contadas ocasiones y cuando si de casualidad me la encontraba en el ascensor, era yo quien tenía que saludarla porque ella, mirando al suelo, evitaba cualquier contacto.
Todo ello cambió, un miércoles que previendo que iba a organizar una fiesta en mi casa y con ánimo de evitar que se quejara del ruido, toqué a su puerta. Tania salió vestida con un pijama y poniendo cara de sorpresa, me preguntó qué era lo que quería. Yendo al grano, le expliqué que ese viernes iba a dar una copa en casa y que si quería podía pasarse a tomar una copa.
-Te agradezco la invitación. ¿No necesitas que te ayude?, soy buena cocinera y cómo no conozco a nadie en Madrid, tengo tiempo de sobra-, contestó y por primera vez, la vi sonreír.
-No, gracias. Al ser un desastre, he contratado un catering- y despidiéndome de ella, le recordé cuando era:- Te espero el viernes a las nueve y media-.
Al día siguiente, acababa de llegar del trabajo cuando escuché que alguien llamaba a mi puerta y al abrir me encontré con Tania. Extrañado al verla, me reí y le dije que se había equivocado de día y que la fiesta era al día siguiente.
-Lo sé pero como ayer me dijiste que eras una calamidad en la cocina, he pensado en traerte algo de cena-.
Mi cara debió de ser de órdago, no me lo esperaba, pero viendo que traía un par de bandejas, decidí no hacerle un feo y dejándola pasar, le pregunté si quería algo de beber. La muchacha me respondió que no y preguntándome donde estaba la cocina, me informó de que quería calentar la comida.
Completamente cortado, se la enseñé. Sin darme tiempo a reaccionar, la muchacha se apropió de la habitación y me dijo que porque aprovechando que ella estaba ocupada, no me relajaba y me tomaba una copa, que ella me avisaría cuando estuviese lista.
Ni que decir tiene, que me causó una extraña sensación su actitud pero viendo que no me quedaba más remedio de hacerle caso, me puse un  whisky y sentándome en un sillón, esperé a que terminara. Diez minutos escuché que salía de la cocina y entraba al comedor. Al ir a ver qué coño hacía, me la encontré colocando la mesa para dos.
-Deja que la pongo yo-, dije bastante azorado. Ya era bastante morro que ella cocinara.
-De eso nada. Tú descansa-, respondió quitándome de la mano los cubiertos que había sacado de un cajón.
Traté de protestar, pero ella insistiendo, me dijo que la dejara, que le encantaba ocuparse de todo. No sé si fue el corte que tenía o, por el contrario, si fue su cara de alegría lo que me terminó de decidir, pero el hecho es que volviendo al salón, la dejé terminar.
Al cabo de un rato, me pidió que pasara. Al volver al comedor, me llevé la sorpresa que no solo había sacado la vajilla de lujo sino que había decorado la mesa con un par de velas.
La situación no podía dejar de ser más ridícula. Una mujer con la que apenas había cruzado unas palabras, se había metido en mi casa y sin darme opción me había preparado la cena sin dejar que la ayudara.
“¡Que tía más rara!”, mascullé mentalmente mientras me sentaba en mi sitio.
Saliendo de la cocina, me sorprendió que fuera uno de mis platos preferidos el que había preparado y no creyendo en las casualidades, nada más sentarse le pregunté:
-¿Cómo sabías que me encantan las cocochas?-
-Me lo dijo Don Rodrigo-, contestó sin darle importancia.
Sin saber a qué atenerme, empecé a cenar sin hablar. Me dio mala espina que hubiese preguntado a su jefe, no en vano mi amigo era un tío muy especial y algo me decía que el haber alquilado el piso a ella tenía alguna motivación extra. Al dar el primer bocado, todas mis prevenciones desaparecieron, estaban riquísimas y levantando mi mirada del plato, la felicité:
-Son las mejores que he probado en mucho tiempo-.
-Gracias-, respondió ruborizada, -como te dije soy una estupenda chef pero casi no tengo oportunidades de demostrarlo. Por eso me he tomado la libertad de venir sin avisar-.
Y no atisbando las consecuencias que tendrían mis palabras, le solté:
-Con manjares como este, siempre serás bien recibida en mi casa-.
Soltando una carcajada, me contestó que tomaba nota. El resto de la cena resultó muy agradable. Tania, una vez vencida la timidez, se mostró como una muchacha encantadora, dotada a la vez de una conversación inteligente. Poco a poco, el ambiente se fue relajando, dejándome percibir que tras las ropas de mojigata, esa mujer era apetecible. Con cerca de uno setenta de altura y unos pechos bien puestos, decidí que no me importaría darme un homenaje con ella. Ya interesado, le pregunté por su vida y así fue como me enteré que su novio la había dejado al venirse ella a Madrid.
-Debió ser duro-, dije tratándola de consolar.
-Para nada, llevábamos mucho tiempo sin hablar. Carles no tenía el carácter que yo necesitaba-.
-Mujer, es comprensible. A tu edad, lo normal es que te guste la juerga. Hiciste bien en terminar, si era un celoso-, contesté creyendo que ese era el motivo de la ruptura.
-¡Era al contrario!-, protestó, -nunca me recriminó nada, todo lo que hacía le parecía bien-.
-¿Entonces?-.
-No sé. Quizás el problema sea mío. Yo necesito a mi lado a alguien que sepa lo que quiere y que no tenga miedo de tomarlo-.
Al oírla fue como si por primera vez la viera y mirándola con otros ojos, me di cuenta que detrás de ese disfraz, tenía en frente a una mujer hambrienta.  Y arriesgándome a un tortazo, dejé caer:
-Menudo idiota. Yo no soy así-.
-¿Estás seguro?-, respondió mordiéndose involuntariamente sus labios.
-Sí. Hace mucho tiempo que dejé de ser un crio-, y acercándola a mí, forcé su boca con mi lengua.
La muchacha me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mido, dejó que la acariciara. Mis manos al recorrer su trasero descubrieron que debajo de esa falda larga, había un culo duro y bien formado. No me hizo falta su permiso, cogiéndola en mis brazos, la llevé hasta mi cuarto y sin  darle opción a negarse, desabroché su blusa. Bajo un sujetador de encaje negro, sus pezones me esperaban completamente erguidos mientras su dueña no dejaba de gemir de deseo. Como un obseso, la despojé del resto de la ropa y separando sus rodillas, pasé mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y sin más prolegómenos, me terminé de desnudar.
Desde la cama, Tania, pellizcándose los pechos, me dijo que no era correcto lo que estábamos a punto de hacer. Comprendí que era lo que esa mujer necesitaba y olvidándome que era su vecino, le ordené:
-Ponte de rodillas-
Ella se quedó pálida e intentó protestar, pero sin hacerle caso, llegué hasta ella y dándole la vuelta, le espeté:
-Has venido a que te folle, ¿no es verdad?-.
-Sí-, me contestó abochornada.
-Pues no te quejes-, le dije mientras me metía en su interior.
Tania gritó de dolor por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión.
-Eres una putita pervertida-, susurré a su oído, penetrándola una y otra vez.
Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y sin ningún reparo, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.
-Sigue, ¡que me encanta!-, chilló al sentir la dura caricia.
El flujo, que manando de su interior, recorría mis muslos, anticipó su orgasmo y acelerando aún más si caben mis movimientos, no tardé en escuchar como la mujer se corría. Con los cachetes colorados y gritando ordinarieces, me dio a entender que no tenía bastante. Eso fue la gota que colmó el vaso, y cogiendo su espesa cabellera como si de riendas se tratara,  forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió perpetuar su clímax y totalmente desbocada, mi montura me exigió que continuara.
Su calentura era tanta, que no se quejó cuando cogiendo parte del líquido que anegaba su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, introduje en él mi extensión.
-¡Qué cabrón!-, aulló de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por las sabanas intentó separarse.
No la dejé y atrayéndola hacia mí, rellené con mi sexo el interior de la mujer. El sufrimiento  de su culo se convirtió en desenfreno y bramando sin parar, se dejó caer sobre la cama. Nuevamente, la incorporé y metí mi pene hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con mis testículos rebotando en su sexo, no paré hasta que sacándole un nuevo orgasmo, me derramé rellenando con mi simiente sus intestinos.
Agotado, me tumbé a su lado. Tania me recibió en sus brazos y pasando su pierna sobre las mías, me dijo:
-Eres un mierda, ¿no te da vergüenza haber abusado de mí?-.
-No-, le confesé sonriendo.
La cría me miró muerta de risa y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó reanimarlo, mientras me soltaba:
-A mí tampoco, ¿repetimos?-.
El día de la fiesta.


Eran las seis y media de la mañana, cuando el ruido de las cacerolas me despertó. Extrañado de que alguien estuviera trasteando a esas horas en la cocina, me levanté a ver lo que pasaba. Al abrir la puerta, vi a Tania preparando el desayuno. Ataviada únicamente con un delantal,  estaba moviendo el culo al ritmo de la música que salía de sus cascos. Embebida cocinando, no se había percatado de que la observaba.
Era acojonante, la pazguata de los últimos dos meses, tenía un cuerpo de infarto. Sus piernas largas y contorneadas, estaban coronadas por un estupendo trasero con forma de corazón.
“Está buena,  la cabrona “, sentencié mientras pasmado repasaba su anatomía. Su pelo rubio barría su estrecha cintura al vaivén de la canción. Por mucho que busqué un pero, no lo encontré. Más excitado de lo normal, me acerqué a ella y dándole un azote, la saludé.
Al darse la vuelta, me sonrió y dejando lo que tenía en sus manos, se pegó a mí, diciendo:
-¿Cómo has dormido?-.
-Mal, la puta de mi vecina no me ha dejado descansar-, contesté mientras acariciaba las duras nalgas de la mujer.
Tania al sentir mis manos sobre su piel, dio un respingo y restregando su sexo contra mi pierna, susurró:
-No debió de ser para tanto. Recién despertado y tu pene sigue en pie de guerra-, soltó mientras recogía entre sus manos mi extensión y sin más prolegómeno, se agachó, diciendo: -Tendré que hacer algo al respecto-.
Desde mi posición, observé como la cría empezaba con su lengua a recorrer los pliegues de mi glande antes de que su boca se abriera, absorbiendo mi sexo en su interior. Todavía me costaba asimilar que esa tímida chavala se hubiese transformado en una viciosa, cuando sentí sus manos acariciando mis huevos. Era acojonante, si llego a estar con los ojos cerrados, bien podría haber supuesto que era su sexo donde se metía y sacaba mi falo. Imprimiendo un ritmo inusual, esa mujer se lo embutía hasta la garganta para acto seguido casi expulsarlo de su boca, dejando que sus dientes mordisquearan levemente el prepucio antes de introducírselo nuevamente.
-Eres una guarra-.
-Siempre lo he sido, lo único es que no lo sabías-, me contestó.
-Ya veo-, le dije al ver que, tras la breve pausa, se lo volvía a enterrar hasta el fondo.
Los mimos con los que estaba siendo tratado mi sexo, elevaron mi lujuria al máximo y temiendo explotar antes de tiempo, le pedí que se tranquilizara. Haciendo caso omiso a mi pedido, llevó su mano a su entrepierna y separando sus labios, empezó a masturbarse. Hasta las papilas de mi nariz, llegó el olor que emanaba de su vulva, aroma a hembra ávida de caricias que necesitaba correrse. Levantándola del suelo, le di la vuelta y posándola sobre la mesa, la penetré con suavidad sacando de su garganta el primer gemido de esa mañana. Su interior estaba totalmente empapado, de manera,  que sin ningún impedimento mi sexo campeó libremente por su conducto.
-Me encanta-, gritó al percibir que aceleraba mis movimientos.
Restregando sus pechos contra el mantel, mi vecina se corrió aullando como una loba por el placer que la embargaba. Su entrega era máxima, dando a sus caderas un meneo exagerado, buscó que me derramara en su cavidad. Afortunadamente sus maniobras no consiguieron el efecto deseado y alucinado, fui testigo de cómo su cuerpo convulsionando sobre la mesa, se retorcía mientras su dueña chillaba sin parar.
-Córrete, no aguanto más-, me imploró con la respiración entrecortada.
Cogiendo sus pechos, incrementé la velocidad de  mis embistes, prolongando su gozo. Nada se puede comparar en esta vida a la sensación de poseer a una mujer y por eso, embragándome de su emoción, sentí que naciendo de mis entrañas el placer me dominaba. Traté de controlarme pero Tania al sentir que mi orgasmo era inminente, me mordió en el brazo.
Su mordida fue el detonante, y gritándole al oído, me vacié en el interior de su vagina. No contenta con ello, no paró de moverse hasta que consiguió ordeñar completamente mi miembro y entonces, deshaciéndose de mi abrazo, se dio la vuelta, diciendo:
-Solo espero que ahora que conoces mi secreto, no lo aproveches para decirle a Rodrigo que me suba el alquiler-.
Solté una carcajada al oír su descaro y cogiendo su boca con mis dientes, le devolví el mordisco, tras lo cual, me separé de ella y le solté:
– Lo pensaré después de desayunar-, y viendo lo que me había preparado, no pude dejar de expresarle mi preocupación: -Si cocinas como follas, voy a engordar-.
-Lo hago mucho mejor, pero no te inquietes que te haré sudar lo que te comas-, respondió contoneando el trasero.
Como había pavoneado, el desayuno era digno de un rey, de forma que durante quince minutos ni siquiera hablé y solamente cuando me terminaba el café, le informé que en la fiesta habría al menos un par de amigas con las que solía acostarme.
-No te preocupes, no soy celosa. Pero si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela-.
-¿No me jodas que le das a las dos aceras?-, pregunté imaginándome ya un trio.
-Nunca he estado con una mujer, pero no por ganas, sino por falta de oportunidad y sé que teniéndote a ti de vecino, no tardaré en descubrir a qué sabe  un coño-.
El desparpajo con el que manifestó su disposición, me hizo reír y prometerle que esa noche, intentaría que una de mis amigas terminara con los dos en la cama.
-¿Lo harás por mí?-, me dijo relamiéndose por anticipado.
-Sí, pero te costara algo-.
Poniendo cara de pícara, me preguntó en que iba a consistir su pago.
-Poca cosa, esta noche, vendrás sin bragas-.
Sonrió al enterarse del precio y, recogiendo el desayuno, se despidió de mí con un beso. Al irse por la puerta, tuve que reconocer que tendría que devolverle el favor a Rodrigo:
“Seguro que no tiene ni puta idea de la clase de mujer que me ha mandado”, pensé mientras decidía no decírselo. “ésta es para mí”.
 
Durante todo el día, no pude sacarme de la cabeza a mi vecina, solo saber que estaba dispuesta a que esa noche hiciéramos un trio me tenía sobre excitado. Ni siquiera los problemas del día, consiguieron que mi mente dejara de torturarse, pensando acerca de a cuál de mis amigas debía de proponerle el plan. No lo tenía claro, aunque varias eran unas guarras de cuidado, ninguna de ellas se había revelado como bisexual y por eso al aterrizar en casa, seguía en el mismo dilema.
El servicio de catering que había contratado llegó a la hora programada y mientras retiraban un par de mesas y ordenaban las bebidas, me metí a bañar. Bajo el agua, mis dudas, en vez de menguar, se acrecentaron y temiendo fallarle, me vestí para la fiesta.

Los invitados fueron llegando a cuenta gotas y como no podía ser de otro modo, tuve que servir de anfitrión. Al hacerlo no me di cuenta del paso del tiempo y al mirar mi reloj y ver que marcaba las diez y media, pensé que mi vecina se había arrepentido.

“Otra vez será”, mascullé entre dientes, desilusionado.
Metiéndome en la fiesta me olvidé del asunto hasta que vino mi amigo Pedro y separándome de un grupo con el que estaba charlando, me dijo al oído:
-En la puerta, te buscan-.
-¿Quién?-, le pregunté extrañado por su actitud.
-Un pedazo de rubia-.
Al levantar mi mirada, me quedé helado. Tania se había puesto para la ocasión un escotado vestido de cuero negro y subido a unos zapatos de tacón, que dejaban canijos al noventa por ciento de los hombres del festejo. Babeando me acerqué y ella, sin cortarse en absoluto, depositó un beso en mis labios mientras me preguntaba si estaba guapa.
-Preciosa-, tuve que confesar.
Sonrió a mi respuesta y susurrando, me dijo:
-Cómo me sentía rara sin bragas, me las he puesto…. en el cuello-.
Tardé en asimilar sus palabras y no lo hice hasta que me percaté que la cinta roja que llevaba anudada, era un tanga.
-Tendré que castigar tu desobediencia-, le dije con voz seria.
-Eso espero-, respondió pasando su mano por mi entrepierna, -vengo cachonda-.
Temiendo ser observado, la cogí del brazo y fui presentándola a mis amigos. Los murmullos de los hombres de la fiesta me confirmaron lo que ya sabía, que no era otra cosa que mi vecina estaba como un tren. Lo que no me esperaba era que varias de las mujeres posaran sus ojos en ella, devorándola.
“¡Coño!”, me dije sorprendido al ver que María y Gabriela, dos de las mujeres con las que había compartido cama, se acercaban a ella y entablaban conversación. ”¿Serán lesbianas?”.
Sabiendo que pronto saldría de dudas, pedí dos copas y acercándole una a Tania, me incorporé al grupo de esas tres.  Comportándose como una diosa, mi vecina fue trasmitiendo simpatía y soltura mientras apuraba su copa.  Las tenías embobadas, sin darse cuenta, las dos muchachas estaban flirteando con ella sin importarle que estuviera yo presente.
En un momento dado, María le preguntó algo al oído y soltando una carcajada, la rubia contestó en voz alta para que todos se enteraran:
-No salimos juntos, ¡solo nos acostamos!-. y obviando el rumor de mis mejillas, soltó: -Aunque admira mi cocina, prefiere mi conejo-.
Sus dos contertulias se contagiaron de la geta de mi vecina y provocando aún más mi vergüenza, le preguntaron cómo lo preparaba.
-Hasta ahora al natural, pero le he prometido dárselo a probar en tortilla-, respondió buscando en sus ojos la reacción de las mujeres.
Debió de ver algo en los de Gabriela, porque llevándola a la mitad del salón, se puso a bailar con ella, dejándome solo con la otra. Un tanto desilusionado por la elección porque María era mucho más guapa y mejor amante, traté de darle conversación pero me fue imposible. Atolondrados por su belleza, los dos nos quedamos mirando como mi vecina movía su cuerpo a son de la música. Descaradamente, estaba exhibiéndose ante nuestra atenta mirada mientras su partenaire hacía esfuerzos en seguirla en su sensual baile.
-No me puedo creer lo buena que está-, dije sin darme cuenta.
-Ni yo-, escuché decir a María, la cual se ruborizó al percatarse que involuntariamente se había traicionado.
Asumiendo que la admiración de mi amiga tenía una clara connotación sexual, me hice el loco y le pregunté si quería algo de beber.
-Te acompaño, necesito una copa-.
Haciendo señas al camarero le pedí dos whisky con cocacola. Durante el tiempo que tardó en volver con nuestras bebidas, mi amiga fue incapaz de contenerse y disimulando volvió a observar a mi vecina, la cual al verse objeto de su mirada, le lanzó un beso.
Al tener su copa en la mano, de un solo trago se la bebió y pidiéndole otra al camarero, me preguntó:
-¿Desde cuándo la conoces?-.
-Dos meses más o menos. Vive en el piso de al lado-, le aclaré.
María, venciendo sus reparos, insistió:
-¿Es verdad que os acostáis?-.
-Sí, ahí donde la ves-, dije forzando que volviese a admirarla, -hace lo que yo le pido. Si le dijera de participar en un trio, lo haría-.
-Comprendo-, contestó mordiéndose los labios.
En ese momento, llegó Tania a nuestro lado y alegremente se abrazó a nosotros mientras decía:
-Ya me he deshecho de esa pesada-, y viendo la cara de la mujer, preguntó: -¿de qué hablabais?-.
Ante la mirada estupefacta de mi amiga, respondí:
-Le estaba explicando a María que, si te pidiera que hiciésemos un trio, lo harías-.
-Por supuesto-, contestó dándome un beso, -si para sentirte otra vez, tengo que compartirte, no dudaría en hacerlo-.
Totalmente apabullada por sus sentimientos, mi amiga nos pidió si podía sentarse. Tania cogiéndola del brazo, la llevó hasta el sofá y sentándose a su lado, me pidió que hiciera lo propio. La pobre María nada pudo hacer en cuanto comenzó su acoso. Mi vecina, en cuanto me senté, se quejó del calor y abriéndose un poco el escote dejó entrever el inicio de sus pezones. Mi amiga no se esperaba que ese espectáculo de mujer cogiera su mano y pasándola por su pecho, le pidiera que comprobase que estaba sudando. Instintivamente cerró sus piernas, presa de la excitación que le produjo la tibieza de su piel. Al percatarme, posé mi palma en sus rodillas y llevando mi boca a su oreja, mordí suavemente su lóbulo mientras le decía:
-¿Quieres conocer un secreto?-.
-Sí-, respondió manteniendo su vista fija en la rubia.
-Esta mañana le pedí que viniera sin bragas-.
-No te creo, primero me insinúas un trio y ahora me dices esto. ¡Me estáis tomando el pelo!-, refutó con una mezcla de deseo e indignación.
-Es cierto, mira-, Tania susurró a su oído y antes que ella pudiese decir nada, le giró la cabeza. Una vez fijada su atención de la mujer, disimulando fue levantando su vestido y separando las rodillas, le mostró que estaba equivocada: -Lo ves, no llevo nada-.
Violentando aún más a María, subí mis dedos por su pierna  y en voz baja le pregunté si quería tocarlo.
-¿Puedo?-, escuché que respondía.
Tania no esperó mi contestación y pegándose a la perpleja mujer, llevó su mano a la entrepierna mientras le decía:
-Me tienes cachonda perdida-, y robándole un beso, le musitó: -Si quieres más, tendrás que esperar a que termine la fiesta-.
La cara de mi amiga era un poema, debatiéndose entre la vergüenza y la excitación, quitó sus dedos del sexo de la rubia y levantándose del sofá, me preguntó dónde estaba el baño:
-Primera puerta a la derecha-, señalé.
En cuanto la vimos partir, mi vecina me miró y soltando una carcajada, alegre, me insinuó:
-¡Esa putita va directa a masturbarse!-.
Riendo le confirmé que yo era de la misma opinión y cogiendo uno de sus pezones entre mis yemas, lo apreté mientras le soltaba:
-Creo que esta noche, te vas a empachar… de conejo-.
-Eso espero-, respondió.
Justo entonces, llegó mi amigo Pedro para pedirle bailar. La rubia me pidió mi autorización. Comprendiendo que la nuestra no era una relación cerrada, le dije que fuera. Al escuchar de mis labios que tenía permiso, se le iluminó la cara y acercándose a mí, me hizo una confidencia:
-No te preocupes, soy una zorra de una sola polla-.
La burrada me hizo reír y llamando al camarero, le pedí otro whisky.
Estaba apurando mi copa, cuando mi amiga llegó del baño y sentándose a mi lado, me preguntó dónde estaba Tania:
-Bailando con Pedro-.
La buscó con la mirada y al descubrir que estaban en la mitad de la pista y que en ese momento, Pedro le estaba metiendo mano descaradamente, se sonrojó. Creí descubrir un ligero tono de indignación en su pregunta:
-¿No te importa?-.
-¿Porque habría de importarme?, déjala que se divierta. Esta noche seremos nosotros, los que se acuesten con ella-.
Asintiendo, se puso a llorar. No comprendí el motivo de su llanto pero tratando de reanimarla, la abracé. Ella al sentir mi consuelo, buscó mi boca y respondiendo con una pasión desmedida, me besó. Dejándome llevar, la pegué a mí y acariciándola por encima de su vestido, me encontré con que, debajo de la tela, dos duros bultitos la delataban. ¡Estaba excitada!.
-¿Qué te pasa?, le pregunté.
-Deseo hacerlo, pero nunca he estado con otra mujer-.
Su respuesta me dejó anonadado, puesto que había supuesto, viendo como le atraía mi vecina, que era bisexual. Tras unos breves instantes de confusión, posé mis labios en los suyos y acariciándole la mejilla, la tranquilicé:
-Tania tampoco. Sera vuestra primera vez. Estoy seguro que lo vas a disfrutar-.
Le costó asimilar mis palabras, ella creía que la otra mujer tenía experiencia. Al cabo de un minuto, leí en su cara su determinación aún antes de escuchar de su boca la confirmación:
-¿Te puedo pedir un favor?-.
-Claro-.
-¿Podrías estar presente?. Necesito sentir que estás a mi lado-.
-¡No me lo perdería por nada del mundo!-, contesté soltando una carcajada.
El resto de la velada, la pasamos juntos los dos mientras Tania se dejaba manosear por mis amigos. El descaro de mi vecina  con los demás hombres era tal que dos llegaron a insinuarle si esa noche podían acostarse con ella. Los pobres se quedaron con las ganas porque la rubia, muerta de risa, contestó a ambos, para hundirles más en la miseria, que esa noche era yo el único que hombre que posaría las manos en su piel.
Los invitados desaparecieron en manada al ver que el catering recogía las bebidas, de forma que eran las dos y media de la madrugada, cuando despedí al último en la puerta. Al volver al salón, me encontré a las dos muchachas muy nerviosas, incluso Tania estaba acojonada de lo que iba a ocurrir. Llamándolas a mi lado, las abracé al son de la música. Los tres unidos bailamos pegados, dejando que poco a poco nuestras mentes se fueran acostumbrando a la idea. Como os podéis imaginar, el baile fue transformándose lentamente en un roce de cuerpos hambrientos y fue la propia María la que levantando su cara, me besó, dando rienda suelta a nuestra pasión. Mi vecina que ya venía caliente de los continuos magreos recibidos, empezó a desabrocharme la camisa y uniéndose a ella, la morena la ayudó, de manera que me quedé con el dorso al descubierto, mientras ellas seguían con sus vestidos.
Sabiendo que de las dos, Tania era la más dispuesta, separándola un poco, le exigí que se desnudara. Ella se bajó la cremallera y sensualmente fue despojándose de la ropa sin dejar de bailar. Con satisfacción, advertí que su striptease no dejó indiferente a María sino que, involuntariamente, ésta se quedó parada, babeando de deseo, al disfrutar de lo que estaba viendo. Aprovechando su calentura, besé su cuello mientras le bajaba los tirantes del vestido. La muchacha gimió al sentir que me apoderaba de sus pechos mientras veía por vez primera la belleza al desnudo de la rubia. Continuando con el guion prestablecido, Tania se acercó y pegando su cuerpo al de la morena, la empezó a besar.
María estaba tan enfrascada en la unión que ni siquiera se percató que bajándole el coqueto tanga negro que portaba, la había terminado de desnudar.  Decidí no intervenir todavía y alejándome unos metros, me puse a observar a las mujeres. Pecho contra pecho y coño contra coño, las dos reanudaron el baile de apareamiento. Con sus piernas entrelazadas, sus manos no pararon de acariciar el cuerpo de su rival, elevando la fiebre que en ese instante les dominaba.
No quité ojo a la morena, cuando venciendo sus reparos, con la lengua cogía una de las rosadas aureolas que tenía a su disposición.
-Me encanta-, oí gemir a mi vecina antes de que asiendo con sus manos su otro pecho, lo pusiera en la boca de la ya completamente alborotada mujer.
Al ver que lejos de sentir aversión por estar mamando otros senos, estaba disfrutándolo, María me miró y con voz entrecortada, me pidió:
-¿Podemos ir a la cama?-.
Cogiéndolas del brazo, no me hice de rogar y llevándolas a mi cuarto, mientras me desnudaba, dejé que se tumbaran sin entremeterme. Ya sobre las sábanas, Tanía se puso encima y bajando por su cuello, fue derribando sus defensas, mientras la morena no dejaba de suspirar. Cuando sintió que se apoderaba de sus pechos, casi llorando, me rogó que me pusiese a su lado. Al hacerlo, cogió mi mano y la apretó.
-Disfruta-, le dije al ver que cerraba los ojos.
Tanía, ajena a lo que estaba sintiendo, siguió su andadura y dejando un húmedo rastro con su lengua, se aproximó al depilado sexo de la morena. Ésta gimió cuando los dedos de la rubia separaron sus labios y aunque unas lágrimas brotaron de sus ojos, no dijo nada al sentir que el apéndice de la rubia jugueteaba con su clítoris. Mi vecina no pudo reprimir un suspiro al saborear por vez primera el coño de una mujer y poseída de un fervor casi religioso, buscó con su boca el placer de su compañera. Viendo que lo necesitaba, acaricié los pechos de la morena y, mientras le daba un suave pellizco a uno de sus pezones, la besé. La respuesta de la muchacha fue inmediata. Dando un quejido, se corrió sobre las sabanas.
La rubia no se quedó satisfecha e introduciendo un par de dedos en el interior del sexo de mi amiga, prolongó el éxtasis de mi amiga mientras con la otra mano se empezaba a masturbar. Alucinado, fui testigo de cómo el cuerpo de la muchacha convulsionaba sobre la cama, al experimentar los estertores de un prodigioso  orgasmo. A voz en grito, forzó el contacto, apretando el rostro de la rubia contra su entrepierna. Sus chillidos se convirtieron en alaridos cuando cambiando de postura, Tanía entrelazó sus piernas con las de ella, restregando el coño contra su indefensa vulva. 
Nunca había presenciado una unión semejante y menos colaborado en ella. Absorto las acariciaba, mientras las dos mujeres temblaban al sentir la humedad de la otra frotando la suya propia. Dominada por un frenesí asombroso, el cuerpo de Tania vibró al percibir los síntomas del placer y forzando aún más su postura, se metió los dedos del pie de la morena en la boca. La oí explotar dando puñetazos contra el colchón. Su entrega provocó que María saliera de su abrazo y llevando su boca a la entrepierna de la rubia, empezara a lamer su sexo.
Incapaz de mantenerme al margen, me puse detrás de mi amiga y mientras ella daba buena cuenta del flujo de mi vecina, posé la cabeza de mi glande en la entrada de su vagina. Ella al sentir el contacto, me rogó que la tomara. No pude desoír su pedido y de un solo empujón, rellené su conducto. Gritó alborozada e imprimiendo mayor velocidad a su lengua, recogió hambrienta el maná que brotaba de Tania.
Jurando con palabrotas, mi vecina se volvió a correr y deslizándose por las sabanas, buscó la boca de la morena. Ésta recibió sus labios con alegría y moviendo su trasero, me imploró que acelerara. Mis penetraciones se volvieron salvajes y con mis huevos rebotando en su sexo, la asesté fieras cuchilladas. No tardé en sentir su flujo recorriendo mis muslos y preso de la pasión, al comprender que se acercaba mi propio orgasmo, le mordí en el cuello. El maltrato de mis dientes sobre su piel, fue la gota que le faltaba para estallar y desplomándose sobre la rubia, se dejó llevar por el placer. No quedando más que yo, cogí sus caderas y forzando cada una de mis embestidas, me derramé en el interior de su vagina.
Exhausto, me tumbé en la cama con una a cada lado. Las muchachas se abrazaron a mí, mientras descansaban.  Se las notaba satisfechas y alegres por la experiencia pero cuando ya creía que se iban a dormir, Tania me susurró al oído:
-Esto no se ha acabado-, y poniendo cara de viciosa, alzó la voz para continuar, -Me ha encantado que me dieras un coño para jugar, pero ahora necesito sentir: ¡la polla de mi vecino!-.
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“UNA EMBARAZADA Y SU DINERO, MIS MEJORES AFRODISIACOS” Libro para descargar (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2Sinopsis:

Descubrir que una embarazada y yo somos herederos de una fortuna, reavivan mi alicaído libido. Con 42 años, las mujeres habían pasado a un segundo plano hasta que me enfrenté a ese cuerpo germinado. Los pechos, el culo de Ana y su dinero se convirtieron en mis mejores afrodisíacos

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo uno

 

Como a muchos hombres de mi generación, el estrés continuado durante años producto del trabajo me había llevado a una inapetencia sexual. Aunque sea duro reconocerlo, no me considero un bicho raro al confesaros que, con cuarenta y dos años, las mujeres habían pasado a segundo plano en mi vida. Sin ser un eunuco, ya no eran mi prioridad y prefería una buena comilona con un grupo de amigos tras un partido de futbol a un revolcón con la putita de turno. Siendo heterosexual convencido y probado, era consciente de la belleza de determinadas mujeres que revoloteaban a mi alrededor pero me consideraba inmune a sus encantos. Simplemente no me apetecía perder mi tiempo en la caza y captura de una de ellas.
Lo más curioso de asunto es que todo lo que os he contado antes cambió con la persona menos indicada y en las circunstancias más extrañas. Os preguntareis cuándo, cómo y con quién se dio ese cambio. La respuesta es fácil:
“Con mi prima Ana, al verla embarazada y en Filipinas”.
Como en tantas historias, todo comenzó por un hecho fortuito y en este caso luctuoso: la muerte de un tío. Evaristo, el difunto era un familiar que después de la guerra había organizado las maletas y se había ido al extremo oriente en busca de fortuna. En mi caso, solo lo había visto una vez y eso hacía muchos años. Por eso me sorprendió la llamada de un abogado, avisándome de su muerte y de que me había nombrado heredero.
No creyendo en mi suerte, le pregunté cuanto me había dejado. El letrado me contestó que no lo sabía porque esa encomienda era un encargo de un bufete de Manila del que ellos solo eran representantes. De lo que sí pudo informarme fue que al lunes siguiente se abriría el testamento en sus oficinas con las presencia de todos los beneficiarios.
―¿Hay más herederos?― molesto pregunté.
El tipo al otro lado del teléfono notó mi tono y revisando sus papeles, respondió:
―Son dos. Usted y Doña Ana Bermúdez.
Así me enteré que mi prima Ana era la otra afortunada.
«Es lógico. Somos sus parientes más cercanos», pensé al recordar que ese hombre era el hermano de nuestro abuelo.
A pesar de haber perdido el contacto con ella, me tranquilizó saber con quién iba a tener que compartir lo mucho o lo poco que nos había legado ya que Ana siempre me había parecido una persona bastante equilibrada. Por ello, confirmé mi asistencia a la apertura del testamento y anotándolo en mi agenda, me desentendí de ello.

La cita en el bufete.
He de reconocer que una vez en casa, fantaseé con la herencia y me vi como un potentado a cargo de una plantación de tabaco al hacer memoria que el tal Evaristo se vanagloriaba de la calidad de los puros que elaboraba en esas tierras mientras gastaba dinero en el pueblo sin ton ni son, con el objeto de restregar a toda la familia su éxito.
«Quién me iba a decir que iba a disfrutar del dinero que ese viejo ganó con tanto trabajo», ilusionado medité al caer en la cuenta que el bufete al que iba a ir era uno de los mejores de Madrid y por ello asumí que el legado debía de ser importante.
Por ello, intenté contactar con Ana para conocer de antemano cuál era su sentir en todo ello, pero me resultó imposible porque increíblemente nadie que conocía tenía su teléfono.
«¡Qué raro!», me dije tras darme por vencido, «es como si hubiese querido romper con todo su pasado». No dando mayor importancia a ese hecho, la mañana en que iba a conocer cuál era mi herencia, ve vestí con mis mejores galas y acudí a la cita.
Tal y como era previsible, las oficinas en que estaban ubicado ese despacho de abogados destilaban lujo y buen gusto. Quizás por ello, me sentí cortado y tras anunciarme con la recepcionista, esperé sentado que me llamaran tratando de pasar desapercibido. Al salir de casa creía que mi vestimenta iba acorde con la seriedad de la reunión pero, al llegar a ese sitio, deseé haberme puesto una corbata.
«Esto está lleno de pijos», mascullé cabreado asumiendo que me encontraba fuera de lugar. Si ya me consideraba inferior, esa sensación se incrementó al reconocer a mi prima en una ricachona que acababa de entrar por la puerta. Envuelta en un abrigo de visón y con peinado de peluquería, Ana parecía en su salsa. Si yo había dado mi nombre y poco más, ella se anunció exigiendo que la atendieran porque tenía prisa.
«¡Menuda borde!», pensé al escuchar sus malos modos.
Levantándome de mi asiento, me dirigí a ella y saludé. La frialdad con la que recibió mis besos en sus mejillas me confirmó que en esa altanera mujer, nada quedaba de la chiquilla inocente que había sido y por eso volví a sentarme, bastante desilusionado. La diferencia de trato, me quedó clara cuando a ella la hicieron pasar directamente a un despacho.
«A buen seguro, Ana es la beneficiaria principal y yo en cambio solo recibiré migajas», sentencié mientras intentaba mantener la tranquilidad.
Enfrascado en una espiral autodestructiva esperé a que me llamaran. Afortunadamente la espera duró poco ya que como a los cinco minutos, uno de los pasantes me llamó para que entrara a la sala de reuniones. Allí me encontré con cuatro abogados de un lado y a mi prima del otro. No tuve que ser un genio para leer en su rostro el disgusto que le producía mi presencia.
«Debió pensar que ella era la heredera universal de Evaristo», comprendí al ver su enfado.
No queriendo forzar el enfrentamiento que a buen seguro tendríamos en cuanto nos leyeran el testamento, pregunté cuál era mi sitio. El más viejo de los presentes me rogó que me sentara al lado de ella y sin dar tiempo a que me acomodara, comenzó a explicar que nos había citado para darnos a conocer el legado de nuestro tío.
―Corte el rollo, ¿cuánto me ha dejado?― fuera de sí, le recriminó mi prima.
Su mala educación no influyó al abogado que, con tono sereno, le contestó que no sabía porque antes tenía que abrir el sobre que contenía sus últimas voluntades.
―Pues hágalo, no tengo tiempo que perder.
El sujeto, un auténtico profesional, no tomó en cuanta la mala leche de mi familiar y siguiendo los pasos previamente marcados, nos hizo firmar que en nuestra presencia rompía los sellos de ese paquete. Os juro que para entonces se me había pasado el cabreo al ver el disgusto de esa zorra y gozando a mi manera, esperé a que el abogado empezara a leer el testamento.
Tras las típicas formulas donde se daba el nombre de mi tío y el notario declaraba que a pesar de su edad tenía uso pleno de sus facultades, fue recitando las diferentes propiedades que tenía en vida. La extensa lista de bienes me dejó perplejo porque aunque sabía que mi tío era rico nunca supuse que lo fuera tanto y por ello, cuando aún no había terminado de nombrarlas, ya me había hecho una idea de lo forrado que estaba.
«¡Era millonario!», exclamé mentalmente y completamente interesado, calculé que aunque solo recibiera un pequeño porcentaje de su fortuna me daría por satisfecho.
Ana se le notaba cada vez más enfadada y solo pareció apaciguarse cuando el letrado empezó a leer las disposiciones diciendo:
―A mi adorada sobrina, Doña Ana Bermúdez, en virtud de haber dedicado sus últimos años a cuidar de mí…― la cara de mi prima era todo satisfacción pero cambió a ira cuando escuchó que decía― …le dejo el cincuenta por ciento de mis bienes.
Durante unos segundos, mantuvo el tipo pero entonces fuera de sí empezó a despotricar del viejo, recriminándole que ella era la única que se había ocupado de él.
El abogado obviando sus quejas, prosiguió leyendo:
―A mi sobrino, Manuel Bermúdez, como único varón de mi familia le dejo el otro cincuenta por ciento siempre que acepte cumplir y cumpla las condiciones que señalo a continuación…―os juro que mi sorpresa al saberme coheredero de esa inmensa fortuna fue completa y por eso me costó seguir atendiendo― …Primero: Para hacerse cargo de la herencia, debe vivir y residir en mi casa de Manila durante un mínimo de dos años desde su aceptación. Para ello, su prima Ana deberá prepararle la habitación de invitados o cualquier otra de la zona noble.
«La madre tendré que vivir con esa engreída», pensé.
El abogado siguió diciendo:
―Segundo: Deberá trabajar bajo las órdenes de la actual presidenta de mis empresas durante el mismo plazo.
No me quedó duda de quién era esa señora al ver la cara de desprecio con la que Ana me miraba.
―Tercero: La aceptación de su herencia deberá hacerse ante mi notario en Manila dando un plazo de quince días para que lo haga. De negarse a cumplir lo acordado o no aceptar la herencia, el porcentaje a él asignado pasará directamente a su prima Doña Ana Bermúdez.
Esas condiciones me parecieron fáciles de cumplir teniendo en cuenta que estaba hasta los huevos de mi trabajo como simple administrativo en una gran empresa y por eso, nada más terminar el abogado dije:
―¿Dónde hay que firmar?
El sujeto se disculpó y me recordó que según el testamento debía hacerlo en Filipinas y ante la ley de ese país. Dando por sentado que tenía razón ya me estaba despidiendo cuando escuché a mi prima que con tono duro decía:
―¿Nos pueden dejar solos? Manuel y yo tenemos que hablar.
Los abogados previendo que iba a producir una confrontación entre nosotros, desaparecieron por arte de magia.
Al quedarnos únicamente ella y yo en esa habitación, Ana se quitó el abrigo de pieles y dejándolo sobre uno de los sillones, se dio la vuelta y me soltó:
―¿Cuánto quieres por renunciar a todo?
La dureza de sus palabras me pasó desapercibida porque en ese momento mi mente estaba en otro planeta porque al despojarse de esa prenda, me permitió admirar la sensual curvatura de su vientre y la hinchazón de su busto.
«¡Está embarazada!», concluí más excitado de lo normal al recorrer con mi mirada su preñez.
Aunque siempre me habían parecido sexys las barrigas de las mujeres esperando, os tengo que confesar que cuando descubrí su estado, algún raro mecanismo subconsciente en mi interior se encendió y puso a mis hormonas a funcionar.
«¡Está buenísima!», pensé mientras por primera vez la contemplaba como mujer. Olvidando su carácter, me quedé prendado de esos pechos que pugnaban por reventar su blusa y contra mi voluntad, me imaginé mamando de ellos.
Mi “querida” prima creyó que mi silencio era un arma de negociación y sacando la chequera, con la seguridad de alguien acostumbrado a las altas esferas, me preguntó:
―¿Con medio millón de euros te sentirías cómodo?
Ni en mis sueños más surrealistas hubiera creído que de esa reunión saldría con esa suma pero para desgracia de esa pretenciosa, mi cerebro estaba obcecado contemplando el erotismo de sus curvas y nada de lo que ocurriera en esa habitación podría hacer que me centrara tras haber descubierto unas sensaciones que creí perdidas.
«Esta puta me pone cachondo», alucinado determiné al notar que mi sexo se había despertado tras meses de inactividad y que en esos momentos lucía una erección casi olvidada.
―Entonces, un millón. ¡No pienso ceder más!― subrayó cabreada.
Su ira, lejos de hacerla menos deseable, incrementó su erotismo y ya sumido en una especie de hipnosis, fui incapaz de retirar mis ojos de los pezones que se podían vislumbrar bajo su blusa.
«Debe de tenerlos enormes», medité mientras soñaba en el paraíso que significaría tenerlos a mi alcance, «daría lo que fuera por mordisquearlos».
―¡Solo un idiota rechazaría mi generosa oferta!―chilló ya descompuesta.
Su insulto exacerbó mi fantasía e imaginando que era mía, me vi sometiéndola. Ninguna mujer me había provocado esos pensamientos y por ello me intrigó que tras años de sexualidad aletargada, esa preñada me hubiese inyectado en vena tanta lujuria.
«¡Me la ha puesto dura!», sonreí.
Mi sonrisa nuevamente fue malinterpretada y tomada como una ofensa. Ana, dio por declarada la guerra y llena de ira, me soltó:
―No tienes idea de lo hija de puta que puedo ser. Te conviene aceptar mi oferta. Filipinas es mi terreno y si vives conmigo, ¡te haré la vida imposible!
Esa nada sutil amenaza tuvo el efecto contrario. Mi prima me la había lanzado con la intención de acobardarme pero al saber que viviría con ella, hizo que todas las células de mi cuerpo hirvieran de pasión.
―Ya veremos― respondí y dando por zanjado el tema, me acerqué a ella.
Ana se quedó de piedra cuando ya a su lado y mientras me despedía, susurré en su oído:
―Por cierto, nunca me imaginé que mi primita se había convertido en una diosa.

Quemo mis naves.
Saliendo de los abogados, decidí irle a decir adiós a mi jefe. Tras diez años de esclavitud y explotación en sus manos, ese capullo se merecía que alguien le cantara las cuarenta. A muchos os parecerá una locura quemar las naves de esa forma pero, asumiendo que lo mínimo que iba a sacar era el millón de euros que me había ofrecido, me parecía obligado hacerle saber a mi superior lo mucho que le estimaba.
Por eso cuando llegué a la oficina, sin pedir permiso, entré en su despacho y subiéndome a su mesa, me saqué la polla y le meé encima. Tras ese desahogo y mientras ese mequetrefe no paraba de chillar, recogí mis cosas y dejé para siempre ese lugar.
«¡Qué a gusto me he quedado!», pensé ya en la calle al recordar la cara de miedo que lucía ese cabronazo mientras le enchufaba con mi manguera. Acostumbrado a ejercer tiránicamente su poder, Don José se había quedado reducido a “pepito” al verme sobre su escritorio verga en mano.
Ya más tranquilo me fui a casa e indagando en internet, confirmé con la copia del testamento en mi mano que las posesiones de mi tío Evaristo se podían considerar un emporio:
«Estoy forrado», resolví tras verificar que formaban el segundo mayor holding de ese país.
Curiosamente mientras pensaba en esa fortuna que me había caído del cielo, no fueron solo mis neuronas las que se pusieron como una moto sino antes que ellas, mis hormonas. Dentro de mis calzones, mi pene se había despertado con una dureza comparable a la sufrida al ver las tetas de mi prima.
―¡Me pone cachondo la pasta!, muerto de risa, exclamé.
Juro que solo el saber que apenas tenía dinero para comprarme el billete de avión a Manila, evitó que saliese corriendo a un putero a descargar mi tensión con una hembra de pago. En vez de ello, abriendo mi bragueta, saqué mi hombría de su encierro y me puse a pajear pensando en Ana, en esas tetas que no tardarían en tener leche y en su estupendo culo.
―¡Esa puta será mía!― determiné en voz alta al recordar su sorpresa cuando le comenté lo buena que estaba.
Soñando que el desconcierto con el que recibió mi piropo fuera motivado por una debilidad de su carácter que me diera la oportunidad de seducirla, me imaginé poniendo mi verga entre las tetas de esa soberbia. En mi mente, mi adorada prima se comportó como una zorra y actuando en sintonía, me hizo una cubana de ensueño mientras soportaba mis risas e insultos.
Estaba a punto de sucumbir a mi deseo cuando de improviso sonó el timbre de mi puerta. Disgustado por la interrupción, acomodé mi ropa y fui a ver quién había osado interrumpirme. Al abrir, me encontré con una oriental. La desconocida, al verme, se presentó como la secretaría de mi prima y sin mayor prolegómeno, me informó que su jefa le había pedido que se pusiera a mis órdenes para que me ayudara con los preparativos de mi marcha.
Con la mosca detrás de la oreja, la dejé pasar. Esa criatura debía tener instrucciones precisas porque nada más pisar mi apartamento, me preguntó dónde tenía las maletas y qué ropa quería llevarme.
―¿A qué se debe tanta prisa?― pregunté.
Sin mostrar ningún signo de preocupación, la filipina contestó:
―Como futuro vicepresidente tiene a su disposición el avión de la compañía y Doña Ana ha preparado todo para que usted salga rumbo a Manila en tres horas.
Ese cambio de actitud y que esa guarra sin alma facilitara mi ida, me mosquearon. Sospechando que quizás buscaba un acercamiento como estrategia de negociación, interrogué a la muchacha donde recogeríamos a mi prima.
―La señora ya está de vuelta en otro avión. No quería esperar a que termináramos con su equipaje y me ha pedido que sea yo quien le acompañe.
Su tono meloso despertó mis alertas. Tratando de encontrar un sentido a todo aquello, me fijé en la muchacha y fue al percatarme de su exótica belleza cuando caí del guindo:
«Mi prima la ha mandado para que me seduzca».
Ese descubrimiento en vez de molestarme, me hizo gracia y sin cortarme en absoluto, me dediqué a admirar a la cría mientras recogía mi ropa.
«Hay que reconocer que tiene un polvo», zanjé tras recorrer con la mirada su esbelto cuerpo. Teresa, así se llamaba la mujercita, parecía sacada de una revista de modas. Guapa hasta decir basta, sus movimientos irradiaban una sensualidad que no me pasó inadvertida.
«¡Más de uno!», decreté al descubrir que tenía un culo con forma de corazón cuando la vi agacharse a cerrar la primer maleta. «Joder, ¡cómo estoy hoy!», protesté mentalmente mientras trataba de ocultar la erección entre mis piernas.
La incomodidad que sentía se incrementó exponencialmente al notar que esa cría se había dado cuenta de lo que ocurría entre mis piernas y se ponía roja.
«Parezco un viejo verde», refunfuñé en silencio avergonzado y desapareciendo de mi habitación, fui a la cocina a tomar un vaso de agua aunque no tenía sed.
Consideré esa huida como una sabia retirada porque era consciente que en el estado de excitación en que estaba, cualquier acercamiento por parte de ella terminaría en mi cama. Lo que no sabía fue que Teresa usó mi ausencia para revisar los cajones de mi cuarto y que durante ese examen, encontró mi colección de películas porno.
«Menudo pervertido», me reconoció posteriormente que pensó al deducir por su contenido que las asiáticas eran una de mis fantasías.
Curiosamente ese hallazgo, la satisfizo aunque su jefa le había prohibido expresamente cualquier acercamiento conmigo. Sus órdenes eran únicamente el convencerme de acudir cuanto antes a filipinas.
―Es un muerto de hambre. Fuera de su entorno conseguiré que firme la renuncia― fueron las escuetas explicaciones que le dio.
Para desgracia de Ana, esa muchachita era ambiciosa y al conocer mi debilidad por su raza, no tardó en decidir que la iba a aprovechar a su favor. De forma que ajeno a las oportunidades que se me estaban abriendo sin saberlo, la mente de Teresa se puso a elucubrar un plan con el que seducirme.
«Maduro, soltero y solo, no tardará en caer entre mis piernas», sentenció mientras se veía ya como mi futura esposa. «Si consigo enamorarle, me convertiré en una de las mujeres más ricas de mi país».
Por mi parte, en la soledad de mi cocina, mi excitación no me daba tregua y a pesar de mis intentos, seguía pensando en esa jovencita.
«Aunque está buenísima», sentencié al sentir mis hormonas en ebullición, «no debo caer en la red que Ana me ha preparado».
Desconociendo que iba a producir un choque de trenes, y que mi deseo se iba a retroalimentar con su ambición. Levanté mi mirada al oír un ruido y descubrí a Teresa apoyada contra el marco de la puerta. La perfección de sus formas y la cara de putón desorejado de la muchacha echaron más leña al fuego que ya consumía mis entrañas.
―Ya he terminado― comentó con tono dulce al tiempo que hacía uso de sus impresionantes atributos femeninos en plan melosa.
Reclinando su cuerpo contra el quicio, esa cría se exhibió ante mí como diciendo: “soy impresionante y lo sabes”.
Reconozco que mis ojos estaban todavía prendados en su piel morena cuando ella incrementando el acoso a la que me tenía sometido, me dijo:
―Todavía faltan un par de horas para que salga nuestro avión. ¿Le importa que me dé una ducha?
No tuve que quebrarme mucho la cabeza para comprender que se me estaba insinuando y por un momento estuve a punto de negarle ese capricho, pero entonces y ante mi asombro, Teresa dejó caer uno de los tirantes de su vestido mientras insistía diciendo:
―Me siento sudada y me vendría bien para refrescarme.
Os juro que antes de darme tiempo de reaccionar, ese bellezón de mujer deslizó el otro tirante e impresionado solo pude quedarme admirando cómo se me iban mostrando la perfección de su curvas mientras su ropa se escurría hacía el suelo.
«¡Es una diosa!», exclamé mentalmente mientras todo mi ser ardía producto de la calentura que esa criatura había suscitado en mi cerebro.
Si su rostro era bello, las duras nalgas que pude contemplar mientras la muchacha salía rumbo al baño me parecieron el sumún de la perfección.
«Tranquilo, macho. ¡Es una trampa!», me tuve que repetir para no salir detrás de ella.
Todo se estaba aliando en mi contra. Si esa mañana alguien me hubiera dicho que estaría en ese estado de excitación solo cuatro horas después de haber despertado, lo hubiera negado. La preñez de mi prima había avivado el deseo que creía olvidado, la pasta de la herencia lo había intensificado pero lo que realmente me convirtió en un macho en celo fue esa cría cuando, llevando como única vestimenta un tanga negro, me preguntó desde el pasillo:
―¿No me va a acompañar?
Mis recelos desaparecieron como por arte de magia y acercándome a ella, me apoderé de sus pechos mientras forzaba los labios de esa joven con mi lengua. La pasión que demostró, me permitió profundizar en mi ataque y olvidando cualquier tipo de cordura, le bajé las bragas.
―¡Qué maravilla!― clamé alucinado al encontrarme con su depilado y cuidado sexo.
Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, Teresa no solo estaba buena sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Estaba todavía pensando que hacer cuando esa filipina pegando un grito se abalanzó sobre mí e me bajó los pantalones.
Sobre estimulado como estaba, no hizo falta nada más y cogiéndola entre mis brazos, de un solo arreón la penetré hasta el fondo. La cría chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida, diciendo:
―Hazme el amor.
Cabreado por mi rápida claudicación y por el hecho que mi adversaria creyera que me había vencido, la contesté:
―No voy a hacerte el amor, voy a follarte― tras lo cual moviendo mis caderas, hice que la cabeza de mi pene chocara contra la pared de su vagina sin estar ella apenas lubricada. Mi violencia y la estrechez de su conducto hicieron saltar lágrimas de sus ojos pero su sufrimiento solo consiguió azuzar mi deseo.
Sin importarme su dolor ni siquiera esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Sus aullidos al sentirse casi violada con cada incursión, me alebrestaron y ya convertido en un animal, seguí machacando su coñó con mi verga. Durante largos minutos, su cuerpo fue presa de mi lujuria hasta que contra toda lógica, Teresa consiguió relajarse y comenzó a disfrutar del momento.
Supe que algo había cambiado en su interior cuando el cálido flujo que brotó de su sexo me empapó las piernas. Fue entonces cuando me percaté que esa cría se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco. Su rostro ya no mostraba dolor sino placer e involuntariamente colaboró con mi infamia abrazándome con sus piernas.
―Eres un salvaje― musitó saboreando ya cada una de mis penetraciones.
No me podía creer la excitación que me corroía, siendo ya cuarentón no di muestra de serlo al tener izada entre mis brazos a esa mujer sin dejar de aporrearla con mi miembro. Con renovada juventud, continué follándomela en volandas mientras en su cuerpo se iba acumulando tanta tensión que no me cupo duda que iba a tener que dejarla salir con un brutal orgasmo. Sin estar cansado pero para facilitar mis maniobras, la coloqué encima de una mesa, sin dejarla descansar. La nueva posición me permitió disfrutar con sus pechos. Pequeños como el resto de su se movían al ritmo que imprimía a su dueña. Teresa, cada vez más abducida por el placer, olvidó sus planes y berreando, imploró mis caricias. Respondiendo a sus deseos, los cogí con mi mano, y extasiado por la tersura de su piel morena, me los acerqué a la boca.
La oriental aulló como una loba cuando notó mis dientes adueñándose de sus pezones y totalmente fuera de si, clavo sus uñas en mi espalda. Sé que buscaba aliviar la tensión que acogotaba su interior pero solo consiguió que esos rasguños incrementaran mi líbido y ya necesitado de derramar mi leche dentro de ella, me agarré de sus tetas y comencé un galope desenfrenado, usándola como montura.
Para entonces, mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. El brutal ritmo que adopté hizo que mi verga forzara en demasía su interior de forma que cuando exploté dentro de su cueva, mi semen se mezcló con su sangre y mis gemidos con sus gritos de dolor. Agotado y ya satisfecho, me desplomé sobre ella pero Teresa, en vez de quejarse, siguió moviéndose hasta que su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el tremendo clímax que le había hecho tener.
―No puede ser― chilló dominada por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo y con lágrimas recorriendo sus mejillas, me reconoció que le había encantado antes de quedarse tranquila.
―Vamos a la cama― dije en cuanto se hubo recuperado un poco.
La muchacha, al oírme, sonrió pero tras pensárselo me dijo con voz apenada:
―Me encantaría pero tenemos que coger un vuelo.
Sintiéndome Superman, besé sus labios y le pregunté:
―¿Cuántas horas tarda el viaje?
―Catorce― respondió alegremente al intuir mis intenciones.
«Tiempo suficiente para seguir follando», me dije y dando un azote sobre su trasero desnudo, le comenté que se había quedado sin ducha.
La cría muerta de risa, contestó:
―No me importa, en el avión hay un jacuzzi ¡para dos!

 

Relato erótico: “Atraído por……3, mi negra me consigue otra criada” (POR GOLFO)

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cuñada portada3Meaza dormía a mi lado. Todavía no se había dado cuenta que estaba despierto, lo que me dio la oportunidad de Sin títulomirarla mientras descansaba. Su belleza negra se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba observarla, sus largas piernas, perfectamente contorneadas, eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de gimnasio y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor. Cuando la conocí, se lanzó a mis brazos, sin saber si era una caída por un barranco, sin importarle el poderse despeñar, ella quería estar conmigo y no se lo pensó dos veces. Tampoco meditó que iba a significar para su familia, que yo fuera blanco, y cuando su padre la repudió como hija, mantuvo su frente alta, y orgullosamente se fue tras de mí.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda. Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. Anoche, había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad, pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, no había gota de grasa. Meaza era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
La muchacha, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Te deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la que se excitaba, y quizás por eso me sorprendió, que sin pedírselo, y sobretodo sin casi prolegómenos, Meaza levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que su dueña forzaba la penetración con sus caderas, y lo soltaba relajando sus músculos, al sacarlo. Nuestros cuerpos fueron alcanzando su temperatura, mientras nuestra pieles se fundían sobre el colchón.
Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida sierva?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana. “Primer orgasmo de los múltiples que conseguiría esa mañana”, pensé mientras le mordía su hombro. Mis dientes, al clavarse sobre su negra piel, prolongaron su clímax, y ya, perdida en la lujuria de mis brazos, me pidió que me uniese a ella.
-Tranquila-, le contesté dándole la vuelta.
El brillo de sus ojos denotaba su deseo. Meaza me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-No, mi amo, ¡soy tu puta!-, me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina. No fue por dolor, al contrario se sentía llena, cuidada, y agradeciéndoselo a mí, su dueño, sensualmente llevó sus manos a sus pechos y pellizcándolos, me dijo:
-Amo, si soy buena, me premiarías con un deseo-.
-Veremos-, le contesté acelerando mis incursiones.
Sabía que fuera la que fuera su petición, difícilmente me podría negar, y más cuando dándome como ofrenda sus pechos, me los metió en mi boca, para hacer uso de ellos. Sus aureolas casi habían desaparecido al erizársele los pezones. Duros como piedras, al torturarles con mis dientes, parecieron tomar vida propia y obligaron a la mujer a gemir su pasión.
-¡Muévete!-, le exigí al notar que mi excitación iba en aumento.
Obedeciéndome, su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que la regase con mi semen, que ya no podía aguantar más. Muchas veces había oído hablar de la eyaculación femenina, pero nunca había experimentado que una mujer se convirtiera en una especie de geiser, lanzando un chorro fuera de su cuerpo, mientras tenía clavado mi miembro en su interior. Por eso, me quedé sorprendido y sacando mi pene, me agaché a observar el fenómeno.
Justo debajo de su clítoris, su sexo tenía un pequeño agujero del que salía a borbotones un liquido viscoso y transparente. Me tenía pasmado ver que cada vez que le tocaba su botón del placer, volvía a rugir su cueva, despidiendo al exterior su flujo, por lo que decidí probar su sabor.
Lo que sucedió a continuación no tiene parangón. Mientras mi lengua se apoderaba de sus pliegues, Meaza se hizo con mi pene, introduciéndoselo completamente en la boca y usando su garganta como si fuera su sexo, comenzó a clavárselo brutalmente. Yo, maravillado por mi particular bebida, busqué infructuosamente secar el manantial de su entrepierna y ella, masajeando mis testículos, se lo insertaba a la vez hasta el fondo.
Con mi sed, totalmente satisfecha, me pude concentrar en sus maniobras. Estaba siendo el actor principal de una película porno, la negrita era un pozo de sorpresas, cogiendo mi mano se la llevó a la nuca para que le ayudara. Fue entonces, cuando sentí que me corría y presionando su cabeza contra mi sexo, en grandes oleadas de placer me derramé en el interior de su garganta. Meaza no se quejó, sino que absorbió ansiosa mi semen, y disfrutando realmente siguió mamando hasta que dejó limpio todo mi pene, y viendo satisfecha que lo había conseguido, me miró diciendo:
-¿Le ha gustado a mi amo?-
Solté una carcajada, era una descarada pero me volvía loco. La negrita se hacía querer y lo sabía, por lo que dándole un azote le dije que me iba a bañar.
Debajo de la ducha, medité sobre la muchacha, no solo era multiorgásmica, sino que era una verdadera maquina de hacer el amor, y lo mejor de todo que era mía. Todavía recordaba como la había conocido, y como entre ella y Maria habían planeado tomarme el pelo. Su plan falló por un solo motivo, Meaza se había enamorado dando al traste toda la burla.
Saliendo de la ducha, me encontré a la mujer preparada para secarme. Su sumisión era algo a lo que podría acostumbrarme, pero aún era algo que me encantaba sentirla siempre dispuesta a satisfacerme hasta los últimos detalles. Levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Fernando-, me dijo mientras me secaba,-¿me vas a conceder mi deseo o no?-.
Tenía trampa, y por eso le pregunté cual era antes de darle mi autorización. Arrodillándose a mis pies, me miró con cara de pícara, y me contestó:
-Mi amo es muy hombre, y necesito una ayudante-.
La muy ladina, me quería utilizar para sus propios propósitos, lo supe al instante, pero la idea, de tener dos mujeres a mi disposición, me apetecía y sabiéndome jodido le dije:
-¿Tienes alguien en mente?-
Sonriendo, me respondió:
-María puede ser una buena candidata, siempre que no te moleste-.
Mi buena sumisa estaba usando sus dotes, sabiendo que no me iba a negar, ya que de esa forma mataba dos pájaros de un tiro, me vengaba y la satisfacía. Me reí de su cara dura, y besándola le exigí que quería desayunar.
-Lo tiene en la mesa, ya servido, como cada mañana, mi querido amo, y el día que no lo tenga: ¡castígueme!-.
……………………………………………………………………..
El trabajo en la oficina me resultó monótono, por mucho que intentaba involucrarme en la rutina, mi mente volaba pensando en que sorpresa me tendría esa noche, mi querida negrita. Desde que apareció en mi puerta hace varios jornadas, se había ocupado de que mi vida fuera cada vez más interesante y divertida.
Era parte de su carácter, no podía evitar el complacerme, según me había confesado, en realidad, pensaba que había nacido para servirme, y que ya no tenía sentido su existencia sin su dueño. Meaza podía parecer dócil, y lo era, pero recapacitando me convencí que detrás de esa máscara de dulce sumisión, estaba una manipuladora nata. “Tiempo al tiempo”, pensé, “ya tendré muchas oportunidades de ponerla en su sitio, pero mientras tanto voy a seguirle la corriente”.
A la hora de comer, me había llamado pidiéndome que no llegara antes de las nueve de la noche, que la cena que me iba a preparar tardaba en cocinarse. La entendí al vuelo, y por eso al terminar decidí irme a tomar una copa al bar de abajo.
En la barra, me encontré con Luisa y su gran escote. Treinteañera de buen ver, que en varias ocasiones había compartido mi cama.
-¿Qué es de tu vida?, ¡golfo!, que ya no te acuerdas de tus amigas-, me dijo nada más verme. Coquetamente me dio dos besos, asegurándose que el canalillo, entre sus dos pechos, quedara bajo mi ángulo de visión.
-Bien-, le contesté parando en seco sus insinuaciones. Si no me hubiera comportado de manera tan cortante, la mujer no hubiese parado de mandarme alusiones e indirectas hasta que le echara un polvo, quizás en el propio baño del lugar.
-Joder, hoy vienes de mala leche-, me contestó indignada, dándose la vuelta y yendo a intentar calmar su furor uterino en otra parte.
Una medio mueca, que quería asemejarse a una sonrisa, apareció en mi cara, al percatarme que algo había cambiado en mí. Antes no hubiese desaprovechado la oportunidad y sin pensármelo dos veces, le habría puesto mirando a la pared .En cambio, ahora, no me apetecía. Solo podía haber una razón, y, cabreado, me dí cuenta que tenia la piel negra y rostro de mujer.
Sintiéndome fuera de lugar, vacié mi copa de un solo trago, y saliendo del local me di un paseo. El aire frío que bajaba de la sierra me espabiló y con paso firme me fui a ver que me deparaba mi negrita.
Me recibió en la puerta, quitándome la corbata y la chaqueta, me pidió que me pusiera cómodo, que como había llegado temprano, la cena no estaba lista. Sonreí al ver, sobre la mesa del comedor, la mesa puesta. Sabía que era buena cocinera, ya que había probado sus platos, pero al ver lo que me tenía preparado, dudaba que fuera capaz de terminar de cenar y encima desde la cocina, el ruido de las cacerolas me decían que todavía había más comida.
Esperando que terminara, me serví un whisky como aperitivo. Mucho hielo, poco agua es la mezcla perfecta, donde realmente puede uno paladear el aroma de la malta.
-¿Te gusta tu cena?-, me preguntó desde la cocina.
Antes de contestarle me acerqué a ver en que consistía, y como había aliñado los diferentes manjares. Sobre la tabla, yacía María. Se retorcía al ser incapaz de gritar por la mordaza que le había colocado en la boca. Cada uno de sus tobillos y muñecas tenían una argolla con cadenas, dejándola indefensa. Meaza se había ocupado de inmovilizarla, formando una x, que podía ser la clasificación que un crítico gastronómico hubiese dado al banquete.
Sobre su cuerpo, estaba tanto la cena como el postre, ya que perfectamente colocada sobre sus pechos una buena ración de fresas con nata, esperaban ser devoradas.
-Me imagino que la vajilla, no es voluntaria-, le contesté mientras picaba un poco de pollo con salsa de su estómago.
-No, se resistió un poquito-, me dijo, saliendo de la cocina.
Me quedé sin habla al verla, en sus manos traía un enorme consolador, de esos que se usan en las películas porno, pero que nadie, en su sensato juicio, utiliza. Con dos cabezas, una enorme para el coño, y otra más pequeña para el ano.
-¿Y eso?-
-Para que no se enfríe la cena-, me soltó muerta de risa mientras se lo incrustaba brutalmente en ambos orificios.
El sonido del vibrador poniéndose en marcha, me hizo saber que ya era hora de empezar a cenar, y acercándome a mi muchacha, le informé:
-Solo por hoy, te dejo comer conmigo-, y poniendo cara de ignorante, le pregunté:- ¿Cuál es el primer plato?-.
Señalándome el pubis depilado de María, me dijo:
-Paté-.
-Haz los honores-
Orgullosa de que su amo le dejara empezar, recogió un poco entre sus dedos, y acercándolo a mi boca, me susurró:
-Recuerda que siempre seré la favorita-.
-Claro-, le respondí dándole un azote, –pero, ahora mismo, tengo hambre-.
El trozo que me dio no era suficiente, por lo que cogiendo con el cuchillo un poco, lo unté en el pan, disfrutando de la cara de miedo que decoraba la vajilla. Realmente estaba rico, un poco especiado quizás motivado por la calentura, que contra su voluntad, estaba experimentando nuestra cautiva.
-Termínatelo-, le ordené a Meaza.
La negrita no se hizo de rogar y separando los pliegues del sexo de mi amiga, recogió con la lengua los restos. Dos grandes lágrimas recorrían las mejillas de María, víctima indefensa de nuestra lujuria. En plan perverso, haciendo como si estuviese exprimiendo un limón, torturó su clítoris, mientras recogía en un vaso parte de su flujo.
-Prueba tu próxima esclava-, me dijo Meaza, extendiéndome el vaso.
En plan sibarita, removiendo el espeso líquido, olí su aroma y tras probarlo, asentí, confirmándole su buena calidad. Conocía a Maria desde hace cinco años, pero siempre se había resistido a liarse conmigo, diciéndome que como amigo era genial, pero que no me quería tener como amante. Y ahora, era mi cena involuntaria.
El segundo plato, consistía en el guiso de pollo en salsa, que había picado con anterioridad, por lo que cogiendo un tenedor pinché un pedazo.
-Te has pasado con el curry-, protesté duramente a mi cocinera.
-Lo siento, amo-.
Era mentira, estaba buenísimo, pero así tenía un motivo para castigarla. Nuestra presa, se estaba retorciendo sobre la mesa. Aterrada, sentía como los tenedores la pinchaban mientras comíamos, pero sobre todo, lo que la hacía temblar, era el no saber como y cuando terminaría su tortura.
-No te parece, que esta un poco fría-, me dijo sonriendo Meaza, y sin esperar a que le contestara, conectó el vibrador a su máxima potencia.
Como si estuviera siendo electrocutada, María rebotó sobre la tabla, al sentir la acción del dildo en sus entrañas, y solo las duras cadenas evitaron que se soltara de su prisión. El sudor ya recorría su frente, cuando sus piernas empezaron a doblarse por su orgasmo. Y fue entonces, cuando mi hembra, apiadándose de ella, se le acercó diciendo:
-Si no gritas, le pediré permiso a mi amo, para quitarte la mordaza-.
Viendo que no me oponía y que la muchacha asentía con la cabeza, le retiró la bola que tenía alojada en la boca.
-Suéltame, ¡zorra!-, le gritó nada más sentir que le quitaba el bozal.
-¡Cállate!, que no hemos terminado de cenar-, dijo dándole un severo tortazo.
Desamparada e indefensa, sabiendo que no íbamos a tener piedad, María empezó a llorar calladamente, quizás esperando que habiendo terminado nos compadeciésemos de ella y la soltáramos.
Su postre-, me dijo señalando las fresas sobre sus pechos.
-¿Cuál prefieres?-.
No me contestó hablando sino que agachándose sobre la mujer, empezó a comer directamente de su seno. Era excitante el ver como lo hacía, sus dientes no solo mordían las frutas sino que también se cernían sobre los pezones y pechos de María, torturándolos. Meaza tenía su vena sádica, y estaba disfrutando. Nuestra victima no era de piedra, y mirándome me pidió que parara, diciendo que no era lesbiana, que por favor, si alguien debía de forzarla que fuera yo.
Sigue tú, que no me apetecen las fresas-.
La negrita supo enseguida que es lo que yo deseaba, y dando la vuelta a la mesa, empezó a tomar su postre de mi lado, de forma que su trasero quedaba a mi entera disposición. Sin hablar, le separé ambas nalgas y cogiendo un poco de nata de los pechos de María, embadurné su entrada, y con mi pene horadé su escroto de un solo golpe.
-¡Como me gusta!, que mi amo me tome a mi primero-, soltó Meaza, mientras se relamía comiendo y chupando el pecho de la rubia.
No sé si fue oír a la mujer gimiendo, sentir como el dildo vibraba en su interior, o las caricias sobre su pecho, pero mientras galopaba sobre mi hembra, pude ver que dejando de llorar, María se mordía los labios de deseo. “Está a punto de caramelo”, pensé y cogiendo de la cintura a mi negra, sin sacar mi extensión de su interior, le puse el coño de la muchacha a la altura de su boca.
Meaza ya sabía mis gustos, y separando los labios amoratados de la rubia, se apoderó de su clítoris, mientras metía y sacaba el enorme instrumento de la vagina indefensa. Satisfecho oí, como los gritos de ambas resonaban en la habitación, pero ahora me dije que no eran de dolor ni humillación sino de placer, y acelerando mis embestidas, galopé hacía mi propia gozo.
Éramos una maquinaria perfecta, mi pene era el engranaje que marcaba el ritmo, por lo que cada vez que penetraba en los intestinos de la negra, ésta introducía el dildo, y cuando lo sacaba, ella hacía lo propio. Parecíamos un tren de mercancía, hasta los gemidos de ambas muchachas me recordaban a la bocina que toca el maquinista.
La primera, en correrse, fue mi amiga, no en vano había tenido en su interior durante más de medía hora el aparato funcionando y cuando lo hizo, fue ruidosamente. Quizás producto de la dulces caricias traseras del dildo, una sonora pedorreta retumbó en la habitación, mientras todo su cuerpo se curvaba de placer.
Tanto Meaza como yo, no pudimos seguir después de oírlo. Un ataque de risa, nos lo impidió, y cuando después de unos minutos, pudimos parar, se nos había bajado la lívido.
-¿Qué hacemos con ella?-, me preguntó, señalando a María.
Bromeando le contesté:
O la convences, o tendremos que matarla, no me apetece ir a la cárcel por violarla-.
-Quizá sea esa la solución-, me dijo guiñándome un ojo,- ¿Tu que crees?-
La muchacha que hasta entonces se había mantenido en silencio, llorando, nos imploró que no lo hiciéramos jurando que no se lo iba a decir a nadie. Realmente estaba aterrorizada. Aunque nos conocía desde hace años, esta vertiente era nueva para ella, y tenía miedo de ser desechada, ahora que nos habíamos vengado.
Yo sabía que mi negrita debía de tener todo controlado, por eso no pregunté nada, cuando soltándola de sus ataduras, mientras la amenazaba con un cuchillo, se la llevó a mi cuarto. Durante unos minutos, me quedé solo en el salón, poniendo música. Estaba tranquilo, extrañamente tranquilo, para como me debía de sentir, si pensaba en las consecuencias de nuestros actos.
 salió de la habitación. Se la veía radiante al quitarme de la mano mi copa, y de un trago casi acabársela.
-Perdona, pero tenía sed-, me dijo sentándose a mi lado.
-¿Como está?-, le pregunté tratando de averiguar cual era su plan.
-Preparada-.
-¡Cuéntame¡-
-¿Recuerdas las cadenas de mi pueblo?-.
Asentí con la cabeza, esperando que me explicase.
-Pues como ya te conté, aunque su origen era para mantener inmovilizadas a las cuativass, las tuvieron que prohibir por la conexión mental, que se crea entre el amo y la esclava. Nos vamos a aprovechar de ello. María, después de probarlas, será incapaz de traicionarnos-.
La sola imagen de la muchacha atada, con las manos a la espalda y las piernas flexionadas, en posición de sumisa, provocó que se me alteraran las hormonas y besando a mi hembra, le dije que ya estaba listo.
Abrazado a su cintura, fui a ver a nuestra víctima. Meaza había rediseñado mi cuarto, incluyendo en su decoración motivos africanos, y otros artilugios, pero lo que más me intrigó fue ver a los pies de la cama un pequeño catre, de esparto, realmente incomodo, aunque fuera en apariencia. Al preguntarle el motivo, puso cara de asombro, y alzando la voz, me contestó que no pensaba dormir con su esclava.
-¿Tu esclava?-, le dije soltándole un tortazo, -¡será la mía!-.
Viendo mi reacción, se arrodilló, pidiéndome perdón, jurando que se había equivocado, y que nunca había pensado en sustituirme como amo. Cogiéndola de sus brazos, la levanté avisándola que ahora teníamos trabajo, pero, que luego, me había obligado a darle una reprimenda.
Indignado, me concentré en María. Sobre mi cama, yacía atada de la manera tradicional, pero acercándome a ella, descubrí que las cadenas con la que estaba inmovilizada, no eran las que yo había comprado, sino otras de peor calidad. Éstas eran plateadas, y las otras, doradas. “Debe de haberlas comprado esta mañana”, pensé al tocarlas.
La pobre muchacha nos miraba con ojos asustados. Nuevamente, llevaba el bozal y por eso cuando enseñándome el genero, Meaza azotó su trasero, lo único que oí, fue un leve gemido.
-Quítale la mordaza-, ordené a mi criada.
Mientras la negra se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a mi amiga acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no se preocupara, pero que ella era la culpable de lo que le había pasado, al intentar hacerme una jugarreta. No se daba cuenta, pero las cadenas estaban cumpliendo a la perfección con su cometido, ya que además de mantenerla tranquila, poco a poco, la iban sugestionando, de manera que nada más sentir que ya podía hablar, me dijo:
Suéltame, si lo que quieres es hacerme el amor, te juro que te lo hago, pero libérame-.
Sonreí al escucharla, y bajando mis manos por su cuerpo, le contesté:
Te propongo algo mejor, te voy a acariciar durante dos minutos, si después de ese tiempo, me pides que te suelte, te vistes y te vas-.
La muchacha me dijo que sí, con la cabeza. Meaza estaba esperando mis ordenes, haciéndole una seña, le dije que empezara. Poniéndose a los pies de la cama, comenzó a besarle las piernas, mientras yo me entretenía con el cuello de la niña, de forma que rápidamente cuatro manos y dos bocas se hicieron con su cuerpo. Los pezones rosados de la rubia me esperaban, y bordeando con mi lengua su aureola, oí el primer gemido de deseo al morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta?-.
-Si-, me dijo con la respiración entrecortada.
Mi criada estaba a la altura de sus muslos, cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis. Separando sus dos nalgas, ordené a Meaza que me lo preparara. Su lengua se introdujó en la vagina, justo en el momento que mi amiga se empezaba a correr, gritando su placer y derramándose sobre las sabanas.
Aproveché su orgasmo para preguntarle si quería que la hiciera mía.
Llorando de gozo y humillación, me respondió que sí. Yo sabía la razón, pero no me importaba que ella no fuera consciente de estar sometida por la acción de las cadenas, lo realmente excitante era el poder, por lo que retirando a la negrita, me acomodé entre sus piernas y colocando mi pene en la entrada de su cueva esperé…
Su sexo, ya totalmente inundado, se retorcía, intentando que mi glande entrara en su interior.
-Ponte delante-, le dije a Meaza.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de María pero sin forzarla a que se lo comiera. Viendo que estábamos ya en posición agarré las cadenas, y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su coño. Mi amiga jadeo al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión, ya totalmente erecta, la tenía en su antesala.
-¿Quieres que siga?-.
Ni siquiera me respondió, cerrando sus piernas, buscó el aumentar su placer, sin darse cuenta que al hacerlo violentaba aún más su postura, y gimiendo de dolor y gusto, se entregó totalmente a mí, gritando:
-Por favor, ¡hazlo!-.
Apiadándome de ella, la penetré de un golpe tirando de su cuerpo para atrás, hasta que la cabeza de mi glande rozó el final de su vagina, momento que Meaza aprovechó para obligarla a besarle su sexo. A partir de ahí, todo se desencadenó y la lujuria dominando su mente, hizo que sus barreras cayeran, y que su lengua se apoderara del clítoris de la negra, mientras yo la penetraba sin piedad. No tardó en correrse, y con ella, mi criada. Los jadeos y gemidos de las mujeres eran la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer, y agarrando firmemente las cadenas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñalaba su sexo impunemente, las cadenas tiraban de su columna, y ella indefensa, se retorcía gritando su sumisión, mientras ajeno a todo ello, solo pensaba en cuando iba a notar el placer del esclavista. La primera vez que lo experimenté fue algo brutal, nada de lo que había sentido hasta ese momento se asemejaba, era el orgasmo absoluto. Durante siglos, en Etiopía habían estado prohibido por el poder de sugestión, y su uso estaba limitado. Lo que me había parecido una exageración, tenía una razón, y no la comprendí hasta que sacudiendo mi cuerpo, empezó a apoderarse de mi una sensación de triunfo, que me obligaba a seguir montando a María, sin importarme que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual. Con su espalda, cruelmente doblada, y su coño, totalmente empapado, se estaba corriendo entre grandes gritos. Era como si estuviera participando en una carrera suicida, incapaz de oponerse, se retorcía en un orgasmo continuo, forzando mis penetraciones con sus caderas, mientras la tensión se acumulaba en su interior. La propia Meaza colaboraba con nuestra lujuria, masturbándose con las dos manos.
La escena era irreal, la negra reptando por el colchón mientras yo empalaba a María. De improviso, sin dejar de moverme, me vi dominado por el placer, como si fuera un ataque epiléptico, comencé a temblar sobre la muchacha, y explotando me derramé en su cueva. Durante un tiempo difícil de determinar, para mi mente solo existían mis descargas, todo mi ser era mi pene. Era como si las breves e intensas oleadas de semen fueran el todo, hasta que cayendo agotado, me desplomé sobre la muchacha. Por suerte estaba Meaza que evitó que le rompiera las vértebras al retirarme de encima de ella.
Tardé en recuperarme, y cuando lo hice, la imagen de la negra retirando las cadenas a una María, con baba en la boca y los ojos en blanco, me asustó.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo el estado lamentable de mi amiga.
Se ha desmayado, demasiado placer-, me contestó.
Los minutos pasaron angustiosamente, y la rubia no volvía en sí. Ya estábamos francamente nerviosos, cuando abriendo los ojos, reaccionó. Lo primero que hizo fue echarse a llorar, y cuando le pregunté el porqué, con la respiración entrecortada, me respondió:
No sé como no me había dado cuenta que te amaba-, y alzando su brazos en busca de protección, prosiguió diciendo,-gracias por hacérmelo ver-.
Todo arreglado, no quedaba duda de que sería imposible que nos traicionara, pero quedaba la última prueba, y levantándome de la cama, les dije a mis dos mujeres:
-La que me prepare el baño, duerme conmigo esta noche-.
Ambas salieron corriendo, compitiendo en ser la elegida. Era gratificante el ver la necesidad de servirme que tenían, pensé mientras soltaba una carcajada.
 

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CAPÍTULO 8, PROMETO HACER MADRE A MARÍA

La terquedad de ese par ofreciendo sus úteros para ser inseminados apenas me dejó dormir al asumir que, si les daba rienda libre, esas birmanas me darían un equipo de futbol.
¡Me apetecía tener un hijo pero no una docena!
Pensando en ello, me levanté a trabajar sin hacer ruido para no despertar ni a mi esposa ni a las birmanas pero cuando siguiendo mi rutina habitual entraba al baño para ducharme, María se despertó. Y entrando conmigo, abrió el agua caliente y me empezó a desnudar.
―¿Qué haces? ¿Por qué no sigues durmiendo?― comenté extrañado.
Luciendo una sonrisa, contestó:
―Me apetecía ser la primera en servir a mi dueño.
No pude cabrearme con ella por seguir manteniendo esa farsa al comprobar la alegría con la que había amanecido, ya que normalmente mi esposa no era persona hasta que se había tomado el segundo café. Por ello haciendo como si no la hubiese oído, iba a quitarme el calzón cuando de pronto María se arrodilló frente a mí y sin esperar mi opinión, me lo bajó sonriendo.
La expresión de su rostro fue suficiente para provocarme una evidente erección, la cual se reafirmó cuando en plan meloso me obligó a separar las piernas mientras me decía:
―Por esto me levanté antes que ellas. Tu leche reconcentrada de la noche será para mí.
Y sin más prolegómeno, sacó la lengua y se puso a lamer mi extensión al mismo tiempo que con sus manos acariciaba mis testículos. Impresionado por esa renovada lujuria, no dije nada y en silencio observé a mi mujer metiéndose mi pene lentamente en la boca.
A pesar de haber disfrutado muchas veces de su maestría en las mamadas, me sorprendió comprobar que ese día su técnica había cambiado haciendo que sus labios presionaran cada centímetro de mi miembro dotando con ello a la maniobra de una sensualidad sin límites. Y comportándose como una autentica devoradora, se engulló todo y no cejó hasta tenerlo hasta el fondo de su garganta. Para acto seguido empezar a sacarlo y a meterlo con gran parsimonia mientras su lengua no dejaba de presionar mi verga dentro de su boca.
No contenta con ello fue acelerando la velocidad de su mamada hasta convertir su boca en ingenio de hacer mamadas que podría competir con éxito con cualquier ordeñadora industrial.
Viendo lo mucho que estaba disfrutando, extrajo mi polla y con tono pícaro, me preguntó si me gustaba esa forma de darme los buenos días:
―Sí, putita mía. ¡Me encanta!
Satisfecha por mi respuesta, con mayor ansia se volvió a embutir toda mi extensión y esta vez no se cortó, dotando a su cabeza de una velocidad inusitada, buscó mi placer como si su vida dependiera de ello.
―¡Dios!― exclamé al sentir que mi pene era un pelele en su boca y sabiendo que no se iba a mosquear, le avisé que quería que se lo tragara todo.
La antigua María se hubiese cabreado pero para la nueva ese aviso lejos de contrariarla, la volvió loca y con una auténtica obsesión, buscó su recompensa.
No tardó en obtenerla y al notar que mi verga lanzaba las primera andanadas en su garganta, sus maniobras se volvieron frenéticas y con usando la lengua como cuchara fue absorbiendo y bebiéndose todo el esperma que se derramaba en su boca. Era tal la calentura de mi esposa esa mañana que no paró en lamer y estrujar mi sexo hasta que comprendió que lo había ordeñado por completo y entonces, mirándome a la cara, me dijo:
―¡Estaba riquísimo!― y levantándose, insistió: ―Esas dos putitas no saben lo que se han perdido por seguir durmiendo.
Muerto de risa, repliqué:
―Déjalas dormir, ahora quiero hablar contigo.
Por mi tono supo que no iba a reprocharle nada y totalmente tranquila, me pidió que charláramos mientras me ayudaba y dándome un suave empujón, se metió conmigo bajo el chorro de la ducha. Sus pechos mojados me recordaron porque me había casado con ella y mientras bajaba por su cuello con mi boca, le recordé una conversación que habíamos tenido hace unos meses sobre la conveniencia de contratar un vientre de alquiler.
―Me acuerdo que eras tú quien no estaba convencido― comentó con la respiración entrecortada al notar mi lengua recorriendo sus pezones.
Asumiendo que cuanto mas cachonda estuviera menos reparos pondría a mi idea, la di la vuelta y separando sus nalgas, me puse a recorrer los bordes de su ano. Ella nada más experimentar la húmeda caricia en su esfínter, pegó un grito y llevándose una mano a su coño, empezó a masturbarse mientras me decía:
―¿Por qué me lo preguntas?
Sin dejarla respirar, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follarla con ella.
―¡Qué delicia!― chilló apoyando sus brazos en la pared.
Cambiando de herramienta, llevé una de mis yemas hasta su ojete y introduciéndola un poco, busqué relajarlo mientras dejaba caer:
―Ya no somos unos niños y creo que es hora que seamos padres, ¿qué te parece?
El chillido de placer con el que contestó no me dejó claro si era por la pregunta o por la caricia y metiendo mi dedo hasta el fondo, comencé a sacarlo al tiempo que insistía en lo de tener un hijo.
―Sabes que yo no puedo― respondió temblando de placer.
Dando tiempo a tiempo, esperé a que entrara y saliera facilidad, antes de incorporar un segundo dentro de ella y repetir la misma operación. El gemido de mi esposa al sentir la acción de mis dos dedos en el interior de su culo me indujo a confesar:
―Tenemos a nuestra disposición dos hembras fértiles que no pondrían problemas en quedarse embarazadas.
Durante un minuto se lo quedó pensando y con su cabeza apoyada sobre los azulejos de la pared, movió sus caderas buscando profundizar el contacto mientras me decía:
―¿A cuál de las dos preñarías antes?
La aceptación implícita de María me hizo olvidar toda precaución cogiendo mi pene en la mano comencé a juguetear con su entrada trasera.
―Me da igual, pienso que lo lógico es que tú la elijas― contesté mientras forzaba su ojete metiendo mi glande dentro.
Al contrario que la noche anterior, mi esposa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando sintió que se la había clavado por completo, me soltó:
―¡Dejemos que la naturaleza decida!
Intentando no incrementar su castigo, me quedé quieto para que se acostumbrara a esa invasión y mientras le acariciaba los pechos, insistí:
―Imagínate que se quedan las dos, ¡menuda bronca!
Pero entonces María, al tiempo que empezaba a mover sus caderas, me contestó:
―De bronca nada, ¡sería ideal!― y con la cara llena de felicidad, gritó: ― Esas putitas me harían madre por partida doble.
Impresionado con lo bien que había aceptado mi sugerencia, deslicé mi miembro por sus intestinos al ver que la presión que ejercía su esfínter se iba diluyendo y comprendiendo que en poco tiempo el dolor iba a desaparecer para ser sustituido por el placer, comencé incrementar la velocidad con la que la empalaba.
―Ahora mi querida zorrita, calla y disfruta― y recalcando mis deseos, solté un duro azote en una de sus nalgas.
Como por arte de magia, el dolor de su cachete la hizo reaccionar y empezó a gozar entre gemidos:
―¡Quiero que mi amo preñe a sus esclavas!― chilló alborozada ―¡Necesito ser madre!
Como la noche anterior, mi señora había disfrutado de los azotes, decidí complacerla y castigando sus nalgas marqué a partir de ese instante mi siguiente incursión. María, dominada por una pasión desbordante hasta entonces inédita en ella, esperaba con ansia mi nueva nalgada porque sabía que vendría acompañada al momento de una estocada por mi parte.
―Si así lo quieres, ¡te haré madre! Pero ahora, ¡muevete!
Mis palabras elevaron su calentura y dejándose llevar por la pasión, me rogó que la siguiera empalando mientras su mano masturbaba con rapidez su ya hinchado clítoris. La suma de todas esas sensaciones pero sobre todo la perspectiva de tener un hijo terminaron por asolar todos sus cimientos y en voz en grito me informó que se corría. Al escuchar cómo me rogaba que derramara mi simiente en el interior de su culo, fue el detonante de mi propio orgasmo y afianzándome con las manos en sus pechos, dejé que mi pene explotara en sus intestinos.
Agotados, nos dejamos caer sobre la ducha y entonces mi esposa se incorporó y empezó a besarme mientras me daba las gracias:
―¡No sé qué me ha dado más placer! Si el orgasmo que me has regalado o el saber que por fin has accedido a darme un montón de hijos.
―¿Cómo que un montón? Solo me he comprometido a intentar embarazarlas una vez y eso a no ser que tengamos gemelos, son dos.
Descojonada, María contestó:
―Esas pobres niñas son jóvenes y sanas, ¿no crees que sería una pena desperdiciar sus cuerpos preñándolas una sola vez?…

CAPÍTULO 9, LES OFREZCO LA LIBERTAD

Estaba terminando de vestirme cuando las dos morenitas se despertaron y al comprobar que se habían quedado dormidas, se levantaron de inmediato con cara de asustadas. Reconozco que me hizo gracia la vergüenza de esas niñas al saber que no solo no me habían ayudado a bañarme sino que en pocos minutos iba a bajar a desayunar y que no habían preparado nada.
―Perdón amo― repetían al unísono mientras se ponían la ropa.
Mi esposa no pudo soportar la risa al verlas tan preocupadas y tratando de tranquilizarlas, les dijo que ella se había ocupado de mí. Sus palabras lejos de aminorar su turbación, la profundizó más y prueba elocuente de ello fue cuando cayendo de rodillas frente a mí, Aung me pidió que no las vendiera.
El temblor de su voz al hablar me recordó el siniestro destino al que las mujeres pobres de ese país estaban acostumbradas. Personalmente me parecían inadmisibles tanto la esclavitud como que ante el mínimo fallo temieran por su futuro. Cuando ya no corrieran riesgo, tendría que sentarme con ellas y decirles que eran libres pero mientras y quitando hierro al asunto, comenté:
―Si algún día dejáis de ser mías no será porque os he vendido sino porque os habré liberado.
Por su mentalidad medieval al escucharme las muchachas se vieron de vuelta a su pueblo. La mera idea de retornar a la pobreza les provocó un terror quizás superior al de ser vendidas y entre lágrimas me rogaron que antes las matase.
«¿Ahora cómo les explico que jamás las dejaría desamparadas?», murmuré para mí al ver su angustia.
Menos mal que mi esposa, más conocedora de sus costumbres, intervino gesticulando mientras les decía:
―Nuestro amo debería azotaros por dudar de su bondad. Cuando dice liberaros, no significa echaros de su lado porque está pensando en daros la oportunidad de engendrar uno de sus hijos y no quiere que tengan una madre esclava.
Me entró la duda de si habían entendido al verlas discutiendo entre ellas en su idioma pero entonces Mayi, sin levantar la mirada del suelo, preguntó:
―¿Nosotras dar hijo a Amo, nosotras libres, nosotras vivir con Amo y María?
―Así es― respondí y observando que no decían nada, les aclaré: ―Sí, seréis libres pero viviréis conmigo.
Mi respuesta impresionó a esas mujeres, las cuales sin llegárselo a creer volvieron a hablar acaloradamente entre ellas.
«¿Ahora qué discuten?», me pregunté al comprobar que a pesar de estar alegres había algo que no comprendían.
Tras un intercambio de palabras, Aung respondió:
―Nosotras felices dar hijo amo. No cambiar Amo. Aung y Mayi amar Amo. Nosotras no querer libres.
«¡La madre que las parió!», exclamé mentalmente al comprobar la dificultad de cambiar una educación y unos valores que habían mamado desde crías. Como suponía que que tardaría años para hacerlas pensar de otra forma, pegando un suave azote en el trasero de Aung, le pedí que se fuera a prepararme el desayuno.
Con una alegría desbordante, la morenita salió corriendo rumbo a la cocina. Mayi se acercó a mí y poniendo su culo en pompa, me soltó sonriendo:
―¿Amo no querer Mayi?
Descojonado comprendí que deseaba ser tratada de la misma forma que a su amiga pero entonces poniéndolas sobre mis rodillas, le solté el primero mientras le decía que era por no haberme preparado de desayunar y un segundo por ser tan puta.
La risa con la que esa birmana recibió mis rudas caricias me confirmó que para ellas era una demostración de cariño y lo ratificó aún más cuando desde la puerta, girándose hacia mí, afirmó:
―Amo bueno con Mayi, Mayi dar mucho amor y muchos hijos Amo.
Estaba todavía traduciendo al español esa jerga cuando escuché a María comentar:
―Esas dos putitas están enamoradas de ti… ¿me debo poner celosa?
Esa pregunta en otro tiempo me hubiera despertado las alarmas pero en ese momento me hizo reír y cogiendo a mi mujer del brazo, la coloqué en la misma postura que a la oriental y con una cariñosa nalgada, le informé que para mí siempre ella sería mi igual aunque en la cama la tratara como una fulana.
―Siempre te he amado pero todavía más al comprenderme, mi deseado y malvado dueño― contestó luciendo una sonrisa de oreja a oreja: ―Seré tu esposa, tu puta y lo que tú me pidas pero nunca, ¡nunca! ¡Me dejes! ¡Y menos ahora que hemos incrementado la familia con dos monadas!
Me extrañó oír que ya consideraba a esas chavalas parte de nuestra familia y meditando sobre ello, comprendí que si interpretábamos de una forma liberal nuestra relación con Mayi y con Aung, al comprarlas habíamos unido su destino al nuestro con todo lo que eso conllevaba. Por eso medio en guasa, medio en serio, repliqué:
―Amor mío. Lo queramos creer o no, esas dos son nuestras mujeres y tanto tú como yo somos de ellas.
Insistiendo en el tema, me soltó:
―¿Quién te iba a decir que a tu edad ibas a tener tres mujeres deseando hacerte feliz?
Descojonado, respondí:
―¿Y a ti? No te olvides que mientras esté en el trabajo, las tendrás solo para tu gozo y disfrute.
Tomando al pie de la letra mi respuesta, radiante, contestó:
―No te prometo no aprovecharlo pero primero que limpien la casa. ¡No puedo ocuparme de ella yo sola!
―No me cabe duda que hallarás un término medio― de buen humor recalqué y tomándola de la mano, bajamos juntos a desayunar con nuestras dos mujercitas…

CAPÍTULO 10, LAS BIRMANAS TRAEN BAJO SU BRAZO UN TESORO

Esa noche al volver del trabajo, me topé con un montón de novedades. La primera de ellas fue cuando las orientales me recibieron luciendo la ropa que María les había comprado. Aunque estaban preciosas por lo visto había sido una odisea el conseguir que aceptaran que mi esposa se gastara ese dineral en ellas (una minucia en euros) pero aún más que se la probaran en la tienda y no en casa.
―No te lo imaginas― me contó― ¡les daba vergüenza entrar en el vestidor ellas solas!
Bromeando, contesté:
―Pobrecita, me imagino que las tuviste que desnudar.
Viendo por donde iba, contestó:
―No te rías pero ese par de putas creyeron que buscaba sus caricias e intentaron hacerme el amor tras la cortina.
La escena provocó mi carcajada y al preguntar cómo las había hecho entrar en razón, María murmuró en voz baja:
―¡No me hacían caso! Ya me habían sacado los pechos y no me quedó más remedio que amenazarlas con que iban a dormir una semana fuera de nuestra cama para que me dejaran en paz.
Desternillado de risa, me imaginé el corte que pasaría al salir y por ello acariciando su trasero, la respondí:
―Yo también lo hubiese intentado.
María rechazó mis caricias y haciéndose la cabreada, me soltó:
―Pero eso no fue lo peor. Saliendo de ahí, las llevé a un médico para que les hiciera un chequeo para confirmar que están sanas. Lo malo fue que se negaron de plano a que un hombre que no fueras tú, las tocara. Como en ese hospital no había una doctora, ¡tuvimos que buscar otro donde la hubiera!
Dado que ese reparo era parte de su cultura no me pareció fuera de lugar su postura y pasando por alto ese problema, la pregunté por el resultado.
―Quitando que les faltaba hierro, ese par nos enterraran. Según la doctora que les atendió las mujeres de su zona son famosas por su longevidad y…― haciendo una breve pausa, exclamó: ―… ¡la cantidad de hijos!
La satisfacción que demostró al informarme de ese extremo me preocupó y más cuando al mirar a las orientales, verifiqué que me miraban con una adoración cercana a la idolatría. Temiendo las consecuencias de ese conclave femenino, me acerqué al mueble donde teníamos las bebidas para servirme una copa.
Fue entonces cuando mi futuro con esas arpías quedó en evidencia porque mientras casi a empujones Aung me llevaba hasta el sofá, su compañera ayudada por mi esposa me puso un wiski.
―Nosotras cuidar― murmuró la morena en mi oído.
Decididas a hacerme la vida más placentera, la tres se sentaron en el suelo esperando a que les diera conversación. Viéndome casi secuestrado en mi propia casa, no me quedó más remedio que hablar con ellas y recordando que apenas conocía nada de las birmanas, les pregunté por su vida ante de llegar a nuestra casa.
Así me enteré que provenían de una zona remota del país que durante centurias había sido olvidada por el poder y donde la pobreza era el factor común a sus habitantes. Curiosamente en el tono de las dos no había rencor y asumían el destino de sus paisanos como algo natural.
Sobre su vida personal poca cosa pude sacarles, excepto que habían dejado la escuela para ir a trabajar al campo a una edad muy temprana. Al escuchar sus penurias y que tenían que recorrer a diario muchos kilómetros para ir a trabajar, María las comentó si consideraban que su vida había mejorado desde que estaban en nuestra casa.
Tomando la palabra, Mayi contestó:
―En pueblo, no saber que ser de nosotras. Amo y María buenos. Con Amo felices, Amo dar placer, Amo no pegar y cuidar.
Esta última frase me indujo a pensar que al menos la más pequeña de las dos había sufrido abusos físicos e intrigado pregunté:
―¿Qué pensasteis cuándo os dijeron que dos extranjeros iban a compraros?
Bajando su mirada, se quedó callada y al comprobar que no se atrevía a contestar, miré a su compañera.
Aung, con sus mejillas coloradas, contestó:
― Temer burdel como amigas pueblo. Nunca ver hombre o mujer blanco, nosotras pensar tener cuernos.
La confirmación que los prostíbulos eran un destino frecuente en la vida de sus paisanas me conmovió pero como describió con gestos la supuesta cornamenta de los europeos me hizo gracia y rompiendo la seriedad del asunto me reí.
Mayi al comprobar que nos lo habíamos tomado a guasa, señalando los pechos de mi esposa, añadió:
―María dos cuernos enormes.
La aludida poniendo sus tetas en la cara de la pícara muchacha, me recordó que el día que llegaron a nuestro hogar se habían quedado impresionadas por su tamaño. El gesto de mi mujer fue mal interpretado por la birmana y pensando que María quería que se los tocara, empezó a desabrocharle la camisa.
―¡Cómo me gusta que estas zorritas estén siempre dispuestas!― rugió mi señora al sentir los pequeños dedos de Mayi en su escote.
Mi sonrisa animó a la birmana, la cual sin dejar de mirarme, sacó su lengua a pasear y se puso a mamar de esos cántaros mientras me decía:
―Mayi amar María ahora, Amo hacer hijo después.
La devoción y el cariño con la que esa cría buscaba mi aprobación a cada uno de sus actos me corroboraron la felicidad con la que aceptaba ser mía y queriendo premiarla, acaricié su mejilla mientras le decía:
―No hay prisa, tengo toda la vida para embarazarte.
Haciéndose notar, Aung llevó sus manos hasta mi bragueta y mientras buscaba liberar mi sexo, susurró en plan celosa:
―Amo olvidar Aung pero no preocupar, yo mimar Amo.
Descojonado la tomé entre mis brazos y levantándola del suelo, forcé sus labios con mi lengua. El enfado de esa morena se diluyó al sentir mis besos y pegando su cuerpo al mío, me rogó que la tomara al sentir que la humedad anegaba su cueva.
El brillo de sus ojos fue suficiente para hacerme saber que esa niña se sabía mía y que obedecería cualquier cosa que le pidiera. La sensación de poder que eso me provocaba no fue óbice para que dándola su lugar, le preguntara cómo quería mimarme.
Sin responder, me bajó los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, susurró ruborizada:
―Beber de Amo.
Tras lo cual se arrodilló frente a mí y cogiendo mi sexo en sus manos, lo empezó a devorar como si fuera su vida en ello.
―Tranquila― repliqué al notar la urgencia con la que había introducido mi pene en la boca.
No me hizo caso hasta que con los labios tocó su base. Entonces y solo entonces, presioné con mis manos su cabeza forzándola a continuar con la mamada. Su rápida respuesta me hizo gruñir satisfecho al advertir la humedad de su boca y la calidez de su aliento. Su cara de deseo me terminó de calentar nuevamente y recordando que debía preñarla, la di la vuelta y al subirle la falda, advertí que no llevaba bragas.
«¡Venía preparada!», reí entre dientes mientras comenzaba a jugar con mi glande en su sexo.
La birmana estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, se agachó sobre el sofá. Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso decidí que no hacían falta más prolegómenos.
No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Aung moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―Fóllatela mi amor y hazme madre― gritó fuera de sí María al observar la violencia de mi asalto.
Girándome, comprobé que Mayi estaba devorando su coño y sin tener que preocuparme por ella, empalé con mi extensión a la morena, la cual tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Dale caña, sé que le gusta― me azuzó mi esposa mientras los dedos de la otra oriental acariciaban el interior de su coño.
Mi mujer estaba fuera de sí pero como tenía razón la obedecí y con un pequeño azote sobre las nalgas de Aung, incrementé la velocidad de mis ataques. La reacción de la muchacha fue instantánea y moviendo sus caderas, buscó con mayor insistencia su placer.
―Ves, a esa putilla disfruta del sexo duro― María chilló descompuesta.
Sus palabras me sirvieron de acicate y sin dejar de machacar el pequeño cuerpo de la birmana con brutales penetraciones, fui azotando su trasero con sonoras nalgadas. Aung al sentir mis rudas caricias, gritó que no parara mientras no paraba de gritar en su idioma lo mucho que le gustaban.
Aunque no me hacía falta traducción, escuché a Mayi decir:
―Querer Amo más duro.
Mirándolas de reojo, sonreí al reparar en que se había puesto un arnés con el que se estaba follando a mi esposa.
«Aquí hay varias a las que le gusta el sexo duro», sonriendo sentencié mientras aceleraba la velocidad de mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope.
Aung sentir mis huevos rebotando contra su sexo se corrió. Pero eso en vez de relajarla la volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Mucho placer― chilló al sentir que su cuerpo colapsaba y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre sillón.
Al correrse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que no podía dejarla escapar viva, descargué toda la carga de mis huevos en su interior.
A nuestro lado y como si nos hubiéramos cronometrado María llegó al orgasmo al mismo tiempo, dejando a la pobre Mayi como la única sin su dosis de placer.
La diminuta oriental no mostró enfado alguno y quitándose el arnés, se acercó a mí buscando mis caricias. Desgraciadamente, mi alicaído pene necesitaba descansar y aunque esa mujercita usó sus labios para insuflarle nuevos ánimos, no consiguió reanimarlo.
―Dame unos minutos― comenté al comprobar su fracaso y no queriendo que nadie hiciera leña de mi gatillazo, le pedí que me hiciera un té.
La muchacha al escuchar mi orden, parloteó con su compañera en su lengua tras lo cual salió corriendo rumbo a la cocina. No habían pasado ni cinco minutos cuando la morenita volvió con una tetera y mientras me lo servía, me informó que iba a probar un té muy especial que solo se encontraba en su pueblo.
Juro que antes de probarlo tenía mil reticencias porque no en vano me consideraba un experto en ese tipo de infusiones. Pero resultó tener unos delicados aromas frutales que me parecieron exactos a una variedad que había probado en China, llamada tieguanyin, y que por su precio solo había podido agenciarme unos cien gramos.
«No puede ser», exclamé en mi interior y sin querer exteriorizar mi sorpresa, la pregunté si le quedaba algo sin usar.
―Una bolsa grande. Pero si querer más, yo conseguir― contestó.
―Tráela― ordené y mientras ella iba a su cuarto, fuí al mío a buscar el lujoso embalaje donde guardaba mi tesoro.
«Es imposible», me repetí ya con ese carísimo producto bajo el brazo, « en el mercado minorista de Hong Kong se vende a mil euros el kilo».
Cuando Mayi volvió con esa bolsa papel, puse un puñado del suyo y uno del mío sobre una mesa. Os juro que comprobar que el aroma, la forma, la textura y el sabor eran el mismo, se me puso dura y ¡no figuradamente!
Asumiendo que esas crías conocían a la perfección el té que sus paisanos producían no quise influir en ellas y señalando las dos muestras, les pedí su opinión. Las birmanas ajenas al terremoto que asolaba mi mente, tras probar el té que yo había traído con cara triste se lamentaron que hubiese comprado a algún desalmado un producto tan malo.
―¡Explicaros!― pedí desmoralizado.
Aung con voz tierna me informó que siendo de la misma variedad, el mío estaba seco y que debía hablar con el que me lo había vendido para que me devolviera el dinero.
―Está seco― repetí y sin llegarme a creer que la fortuna me sonriera de esa forma, pregunté a las muchachas a cuanto se vendía el kilo.
―Caro, muy caro. Tres mil Kyats la bolsa.
Haciendo el peor cambio posible, eso significaba dos euros por lo que metiendo gastos exagerados y pagando aranceles, puesto en Hong Kong saldría a menos de veinte euros.
―¿Me darías un poco? Quiero enviárselo a un amigo― deje caer como si nada pensando en mandárselo a un contacto que había conocido en mi viaje.
Poniendo la bolsa en mis manos, Mayi contestó:
―Lo nuestro es suyo.
Para entonces Maria se había coscado que algo raro pasaba y en voz baja me preguntó qué era lo que ocurría. Abrazando a las dos birmanas, respondí:
―Si tengo razón, ¡el valor de esa bolsa es mayor a lo que pagaste por estas monadas!
No hace falta comentar que al día siguiente y a primera hora mandé por correo urgente doscientos gramos de ese té al mayorista que conocía porque de ser la mitad de bueno de lo que decían las dos muchachas podía hacer millonario, ya que según ellas la finca que lo producía era de un noble venido a menos y que debido a su mala situación económica era fácil engatusarle que me vendiera unas dos toneladas al mes de ese producto.
Dando por sentado que de estar interesado, el capullo de mi conocido iba a aprovecharse de mí, pensé:
«Si me ofrece trescientos euros por kilo y me cuesta veinte, ganaríamos más de medio millón de euros al mes».
Siendo miércoles, no esperaba que lo recibiera antes del viernes y eso me daba tiempo para desprenderme de los trescientos mil euros en acciones que había comprado cuando antes de volar a ese país vendí mi casa en Madrid. Reconozco que me resultó duro dar la orden a mi banco por si mis esperanzas eran un bluf y todo eso resultaba ser el cuento de la lechera. Aun así las vendí y esa misma mañana, mi agente me confirmó que tenía el dinero en mi cuenta.
Mientras tanto me ocupé de investigar la precaria situación del dueño de esa finca y por eso antes de recibir la llamada del Hongkonés, sabía que ese tipo estaba totalmente quebrado y que el terreno que dedicaba al cultivo de esa variedad era de unas treinta y cinco hectáreas.
«¡Su puta madre! Según los libros la producción media es de tres toneladas año por hectárea», pensé dándole vueltas al tema y haciendo números la cifra que me salía era tan descomunal que me parecía inconcebible.
Por eso cuando el viernes antes de ir a trabajar, el chino me llamó interesado y sin tener que ejercer ningún tipo de presión me ofreció cuatrocientos euros por kilo, supe que había hallado mi particular mina de oro.
―Recoged todo. ¡Nos vamos a vuestro pueblo!― dije a las asombradas crías.

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Relato erótico: “Libertad es lo que perdí esa noche” (POR GOLFO)

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me darías

Soy un soltero empedernido que nada mas salir de la universidad creó su propia empresa . Valoro Sin título1mi libertad en la medida que me permite disfrutar de independencia, no dependo de nadie y lo que es mas importante, nadie depende de mí, por lo que decido donde cuando y como tomarme mis vacaciones, en que gastarme el dinero, donde invertir o que ahorrar.
Esa había sido mi máxima hasta la noche en que la conocí.

Después de un duro día en el trabajo, decidí irme a tomarme unas copas con Pepe, un golfo empedernido que era amigo mío desde la infancia. Era una fría noche de invierno en Madrid, por lo que antes de salir de mi apartamento tuve la precaución de abrigarme bien. Solo la personas que han vivido en esta ciudad, conocen como afecta el viento helado de la sierra cuando sopla con fuerza, trayendo una caída brusca de las temperaturas.

Habíamos quedado en un restaurante del Pardo, pueblo famoso por haber sido la residencia de Franco, pero que exceptuando al Palacio ha sufrido durante las últimas décadas una degradación brutal gracias a las inmobiliarias.
El tráfico era horrible, al normal en un día de viernes se le unía el colapso que provocó la visita del nuevo Presidente francés. Desesperado tuve que aguantar más de tres cuartos de hora de atasco para recorrer siete kilómetros, por lo que Pepe ya me estaba esperando sentado en la mesa y con dos copas de ventaja.

Lejos de estar enfadado por la espera, me recibió muerto de risa, comentándome que eso era justo castigo por quedar allí, que había que ser idiota por no caer en la cuenta del día al hacer la reserva. Le di toda la razón, tanto la carretera de la Coruña como la del Pardo están permanentemente paradas, pero no me esperaba algo parecido. Estaba todavía disculpándome cuando se sentó en la mesa una rubia de mas de un metro setenta de altura, que por su acento supe que era extranjera.

-Como estaba solo, invité a Johana a sentarse, ¿ No te importa?-, me dijo guiñándome un ojo. Ese era el motivo de su buen humor, mientras me esperaba, el muy cabrón había ligado.

-Para nada-, respondí, en realidad me jodía el que hubiera sido él quien la hubiera conocido, no la muchacha, que era toda una ricura, grandes pechos, cintura pequeña y unas piernas de infarto.

Resultó ser danesa, una ejecutiva de Microsoft destinada en España que había caído de casualidad en el restaurante, después de haber visitado el palacio. Como no podía ser de otra forma, Pepe la había engatusado con su galantería antes de que yo llegara, no tuve ninguna oportunidad de robársela, por lo que terminando de cenar me disculpé diciendo que estaba cansado, aunque lo que no me apetecía era ser la carabina de mi amigo.

Con dos copas de más, me subí en mi coche con la firme intención de proseguir la juerga en otro sitio. La lluvia y el frío eran impresionantes, los limpias no llegaban a despejar el agua del parabrisas, por lo que tuve que reducir la marcha no fuera a tener un accidente. No sé si fue el alcohol o la mala visibilidad, pero en vez de tomar la primera salida, me equivoqué y seguí carretera adelante. Cinco minutos mas tarde, dándome cuenta que me había equivocado quise rectificar, perdiéndome totalmente. Borracho y desorientado, me empecé a preocupar cuando caí en que había dejado de ver el resplandor de la luces de la capital, no siendo posible que me hubiese alejado tanto. Para colmo de males mi BMW recién sacado del taller empezó a fallar, dejándome tirado en mitad de la nada.

No sabía que hacer, fuera estaba cayendo el diluvio universal, pero dentro del habitáculo del coche hacía un frío endemoniado y mi móvil no servía. Lo que tenía claro es que no me iba a adentrar en la oscuridad, para empaparme, por lo que sacando una manta que tenía en el maletero, me dispuse a esperar que se hiciera de día.

No llevaba mas de diez minutos, acurrucado debajo de la manta cuando oí un ruido cerca de lugar donde había aparcado, pensando que era un animal, cerré los pestillos de la puerta, buscando una falsa seguridad que no sentía. Eran sonidos de pasos acercándose, acojonado por la situación me atreví a mirar por la ventanilla, buscando su origen, descubriendo que a una mujer desnuda en medio del páramo.
Durante unos segundos, titubeé si ayudarla o no, pero la poca humanidad que me quedaba hizo que saliera del coche y fuera en su busca. La lluvia me caló de inmediato, por lo que sin mediar palabra cogí a la muchacha del brazo, metiéndola en el coche.

-¿Qué te ha pasado?-, le pregunté mientras la envolvía en la manta.

-Frío, mucho frío-, me balbuceo contestándome.

Estaba congelada, los labios tenían esa tonalidad amoratada, primer síntoma de congelación, su pelo negro estaba totalmente cubierto por una costra de barro como si hubiera arrastrado por el suelo. Sabiendo que tenía que hacer algo o la muchacha se me moría, me quité el abrigo, poniéndoselo encima, mientras intentaba arrancar el vehículo.

Afortunadamente arrancó a la primera, por lo que retomé la carretera, y tras diez minutos buscando el camino, me encontré otra vez en la carretera del pardo. Durante ese tiempo mi inesperada acompañante no dejó de toser, y creyendo que lo mas prudente era llevarla a un hospital, me dirigí al Clínico. Aparqué directamente en urgencias, y cogiéndola en brazos, me metí directamente sin esperar a que saliera un enfermero a por ella. Las urgencias estaban atestadas pero viendo el estado de la mujer, me abrieron paso y rápidamente empezaron a atenderla. El problema vino después cuando al pedirme rellenar sus datos, expliqué la situación en la que la había hallado y el recepcionista no creyéndose nada, llamó a seguridad.

El policía atentamente escuchó mi versión de los hechos, y al igual que el empleado del hospital no pudo o no quiso creérsela. Según él no tenia ni pies ni cabeza, el que no la conociese, que la hubiera encontrado en medio del campo, y para colmo en un lugar que no podía determinar, por lo que esposándome, pidió al médico de guardia que le hicieran una exploración para determinar que no había sido violada. Por ser buen samaritano tuve que aguantar el estar detenido durante mas de dos horas, hasta que el sanitario determinó que no había sido objeto de ningún tipo de violación y que la muchacha confirmara mi versión.

Ya me iba cuando el propio agente se acercó disculpándose y informándome que la mujer quería hablar conmigo para agradecerme su ayuda. Ya había malgastado la noche entera, por lo que no me importaba el perder cinco minutos más, le contesté. Estaba vistiéndose, cuando llegué a su cuarto, los médicos le habían dado el alta, y prestándole ropa la mandaban para casa. Al verla me sorprendió no solo lo recuperada que estaba, sino la belleza de sus facciones. Era una morena preciosa, que llevaba con una elegancia innata el mono que le habían dado, pero lo que mas me impactó de ella, fueron sus ojos negros. Eran enormes y con una dulzura que hubiera conquistado al mas frío de los hombres, que por supuesto no era yo.

-Gracias-, fue su escueta frase de agradecimiento pero fue suficiente para mí. Su voz profunda me terminó de cautivar, nunca me había impresionado una mujer como ella, por lo que no debió extrañarme que de pronto le dijera si podía llevarle a su casa.

-Sácame de aquí-, me contestó.

No fue una pregunta, sino una orden, como la que se le da a un inferior en el ejercito, pero no me molestó en lo mas mínimo, al contrario no podía creerme mi suerte, por lo que con ella asida por el brazo, salí del hospital siendo el hombre mas feliz del mundo, sobretodo al observar como el genero masculino con el que nos cruzábamos me miraba con envidia. Era una mujer de bandera, que al verla caminar se adivinaba la seguridad con la que afrontaba la vida.
Mi coche seguía donde lo había dejado, y acercándome le abrí galantemente la puerta, pero ella sorprendiéndome me pidió la llaves. Jamás se lo dejo a nadie y menos a alguien que acabo de conocer, pero no pude negarme por lo que me senté en el asiento del copiloto, sin rechistar.

-¿Dónde vives?-, me soltó a bocajarro.

-Abascal 40-, le contesté, sin pensarlo dos veces.

Encendió el motor, y arrancando violentamente se dirigió hacia mi casa. Durante todo el trayecto no me dirigió ni una sola mirada. En cambio, yo no pude dejar de mirarla, admirando sus rasgos, parecía sacada de una revista, bella, gélida como un témpano y distante.
Poco antes de aparcar , tratando de iniciar una conversación le pregunté su nombre.

-Eso no importa-, me dijo mientras estacionaba en un hueco en frente de mi piso,-puedes darme el que tu quieras-

“Joder, ¡que tía mas rara!”, pensé mientras me empezaba a arrepentir de haberle ofrecido mi ayuda. Temblando como un flan, abrí el portal dejándola entrar. Tomamos el ascensor en silencio, y en silencio entramos a mi apartamento. Nada mas hacerlo, me pregunto donde estaba el baño, que quería ducharse. Se lo dije como un autómata, esa mujer me dominaba por lo que agradecí que me dejara solo en el salón. “Necesito una copa”, estaba loco al dejar que una extraña tomara posesión de mi vida, sin que yo hiciera nada por evitarlo. Me serví un whisky, esperando que saliera. El sonido de la ducha retumbaba en mis oídos y sin poder evitarlo me imaginé a la mujer enjabonándose, y el agua recorriendo sus pechos antes de caer sobre la bañera. Me vi con ella compartiendo el estrecho espacio, mientras le besaba sus labios.

Salió del baño, envuelta en una toalla, su pelo negro aun mojado le confería un aspecto gatuno, era una pantera a punto de alimentarse, una cazadora y yo su presa. Me dijo que dejara la copa, manifestando su disgusto por que estuviera bebiendo, y acercándose a mi, me cogió de la mano.

-Vamos a la cama-, volvía a exigírmelo, era como si fuera mi obligación, como si nada le importara mi opinión o mis ganas. Sus manos me desnudaron con rapidez, mas que quitarme la ropa, me la arrancó y de un empujón me tumbó en la cama. Estuve a punto de negarme, pero entonces dejó caer la tela que la envolvía dejándome ver el cuerpo mas impresionante que me hubiese podido siquiera imaginar.

Todos mis recelos desaparecieron cuando dándome un pecho, me obligó a chupárselo. Era la dádiva de una diosa a un mortal. Me entretuve recorriendo con la lengua el borde de su pezón, mientras ella se acomodaba encima de mi, y sin preparativos se introdujo mi miembro en su cueva. Me hizo daño al hacerlo, la falta de lubricación provocó que sintiera cada uno de sus pliegues como una tortura, que fuera como si dentro de ella miles de pequeños dientes me rasgaran todo mi sexo. No le importó, y como quien se mete un consolador, empezó a montarme sin freno.

Los músculos internos de ella, me apretaban y soltándome en una perfecta sincronía, era como si me estuviera ordeñando, como si lo único que buscara era recoger mi simiente, sin darle ninguna importancia a lo que yo pensara. Su cabalgar se incrementó de improviso, y por vez primera mi pene se deslizaba con mayor facilidad dentro de ella, dejó de ser un experiencia traumática para convertirse en gozosa, su excitación se me contagió y cambiando de postura apoye su espalda contra la cama, abriéndole las piernas para facilitar mis acometidas.

Por su respiración entrecortada supe que se le acercaba el climax, el olor a hembra me llegaba por todos lados, cuando me envolvió la humedad de su venida. Gritó como poseída, al sentir como su cuerpo explotaba, y arañándome me dio permiso para que yo también terminara. Su orden desencadenó que mi cuerpo derramara dentro de ella en breves pero intensas sacudidas de placer toda la frustración de la noche, y cayendo sobre ella me corrí.

No había terminado de correrme cuando ya tenía mi pene en su boca, buscando el reanirmarlo, increíblemente lo consiguió sin esfuerzo y nuevamente poniéndose a cuatro patas, me exigió el introducírselo en su vagina. Se lo introduje de una sola vez, la cabez de mi glande chocaba en esa posición con la pared de su vagina, pero no hubo queja, sino que con palabras soeces me incitaba a penetrarla con violencia. Me agarré de sus pechos usándolos como soporte, y desbocado seguí con mi misión. Ya nada me podía parar, era un objeto deseoso de seguir dándole placer, mientras ella conseguía multiples orgasmos. Quise sacarla y que me la chupara pero se negó, quería que me corriese dentro de ella, por lo que continué mecánicamente sacando y metiendo mi pene en su vulva., sintiendo como temblaban sus piernas, disfrutando de su conquista.
Por segunda vez mi cuerpo regó el suyo, al notarlo aceleró sus movimientos sacándome hasta la última gota de semen.
Satisfecha, se tumbó en la cama y girándose me miró diciendo:

-No se te ocurra irte, necesito diez minutos para comprobar algo-, y acto seguido se levantó al baño. No supe que hizo todo ese tiempo, pero al volver alucinado comprobé que algo había cambiado, su estómago antes liso, mostraba la curva incipiente de embarazo, sus pechos habían crecido y sus pezones, habían perdido el color rosado, trasmutando en oscuro.

Parándose en frente de mi, como solo lo hacen las mujeres embarazas, me enseñó el resultado de mi deseo. Me debí desmayar, por que no recuerdo nada mas, hasta que me desperté por la mañana. Sobre mi cama, un bebé lloraba de hambre, y sobre mi almohada, una concisa nota:

“Cuida de nuestra hija”.

Desde entonces, vivo por ella, cuidando y protegiendo al producto de mi calentura con un ser que no alcanzo a descubrir su verdadera naturaleza, del que no sé siquiera su nombre y que me encontré una fría noche en el pardo. A mi dulce hija le di el nombre de lo que había perdido, “Libertad”.

 

Relato erótico “Despertar” (POR XELLA)

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Se despertó confusa. No recordaba donde estaba ni qué hacía alli. Intentó moverse y se dió
cuenta que no podía, estaba atada con unas correas en una especie de camilla.
Sobre ella unas luces que la deslumbraban y no la dejaban ver bien el resto de la sala en la
que se encontraba. Distinguía unos monitores al lado de la camilla y una mesa con lo que parecía instrumental de algún tipo. También parece que tenía algún tipo de suero inyectado en el brazo.
¿Que estoy haciendo aquí? Pensó. Parece que no era capaz de hablar.
Entonces oyó pasos que se acercaban. Una puerta se abrió y entraron dos hombres con bata blanca.
– …casi completado, todo sigue los plazos marcados. – Conversaban entre ellos.
– Nos están pidiendo resultados ya, necesitan pasar a la siguiente fase del tratamiento.
Se acercaron a ella, ignorando que estaba despierta y le cambiaron la bolsa del suero.
– No se preocupe, estará lista a tiempo, la fase 2 podrá comenzar en un par…
Sus ojos comenzaron a cerrarse.
Comenzó a tener sueños extraños. Eran completamente distintos unos de otros. En unos, era un hombre un distinguido empresario, en una vida acomodada y casado con una mujer de bandera. Eran sueños tranquilos, felices. En otros, era ella misma. Pero esos sueños no tenían nada que ver con los del hombre. En ellos siempre se encontraba en situaciones de alto contenido sexual, cuando no estaba follando directamente.
Iba recuperando la consciencia de vez en cuando, pero sus periodos de lucidez no duraban mucho. Al poco tiempo aparecía alguien para cambiarle la bolsa de suero y volvía a dormirse inmediatamente. En cuanto perdía la consciencia, los sueños se producían de nuevo.
Volvía a ser el hombre, veía que intentaba huir asustado mientras unos hombres le asaltaban. Una mujer iba con ellos.
– ¡Tu mujer o tu hermana!
Parecía que le gritaba.
– M-Mi mujer. – Contestaba él.
Entonces volvía a ser ella.
Estaba moviendose a cuatro patas. Estaba desnuda y alguien tiraba de ella con una correa que llevaba atada al cuello a través de un collar. La llevaba a través de un pasillo hasta una sala llena de gente. Había hombres y mujeres, todos vestidos, de pié, mirandola.
– Aquí la tienen. Preparada para la sesión de hoy.
Entonces el mundo se desvanecía en una nube de pollas que tenía que tragarse, coños que tenía que lamer, semen que la cubría entera, y placer, mucho placer.
No sabía cuanto tiempo llevaba allí, sólo sabía que cada vez que se despertaba la volvían a dormir, y que aquellos sueños tenían que tener algún sentido…
Poco a poco, los sueños del hombre iban siendo cada vez menos frecuentes, y sus horas de vigilia las ocupaban los sueños de mujer.
En ellos, siempre estaba envuelta en orgías, con hombres y mujeres, la follaban, la humillaban,
pero siempre acababa corriendose como una perra. Se sentía bien con esos sueños, la hacían sentirse en paz consigo misma.
La siguiente vez que se despertó, una mujer iba con los hombre. Le resultaba familiar pero no sabía porque.
– ¿Cómo va el acondicionamiento? – Preguntaba la mujer.
– Excelente. Casi ha olvidado todo lo concerniente a su antigua vida. La aceptación de su nueva personalidad es total y le falta poco para asimilarla por completo.
– Estupendo. Es hora de pasarla a la siguiente sala.
Cambiaron de nuevo la bolsa de suero y entre brumas, vió como empezaban a trasladarla a algún nuevo lugar.
Otra vez era el hombre. Estaba hablando con una joven.
– Entonces, ¿Sólo con darles a mi mujer se acabarán todas mis deudas?
– Exacto. Nuestra corporación es generosa y accede a no tener represalias con usted si nos entrega a su esposa. Si está de acuerdo, comenzaremos a trazar el plan de actuación.
– Estoy de acuerdo.
Era de nuevo la mujer. Estaba follando con un hombre. Bueno, más bien el hombre la estaba follando a ella. Estaba de rodillas con la cara en el suelo y el culo en pompa mientras un hombre de color la penetraba el coño con violencia. No podía pensar, el placer que estaba recibiendo era inmenso.
Unos instantes después, alguien levantaba su cabeza tirandola del pelo y la ofrecía una nueva polla para chupar. Sin dudarlo, se la metió en la boca. El mete saca violento por delante y por detrás era brutal. Estaban acompasados, la penetraban los dos a la par mientras ella no podía aguantar de puro extasis.
Volvió a despertarse. Esta vez estaba más lucida.
Se encontraba sentada en una especie de sillón. Tenía un ballgag en la boca y dos vibradores la penetraban el culo y el coño.
Delante suya, tenía varias pantallas en las que una mujer que se parecía mucho a ella, era dominada por distintas personas. En una pantalla era follada por varios hombres, en otra, una mujer sentada sobre su cara la obligaba a lamerle el ano. Incluso había una en la que a cuatro patas estaba recibiendo las embestidas de un perro, y parecía que estaba disfrutando.
Los vibradores que tenía insertados la tenían en un estado de calentura intensa pero, cuando iba a correrse, se apagaban. Parece que quien quiera que la tuviese allí, no quería permitir que se corriera.
Así pasaron varios días en los que los sueños se alternaban con sesiones de imagenes con ella de protagonista. Todo lo que veía era sexo. Por todas partes. El único descanso que tenía era cuando soñaba con el hombre, y cada vez era menos frecuente.
La siguiente vez que entró la mujer a la sala, se dirigió directamente a ella.
– ¿Que tal vas putita? Ya eres practicamente nuestra…
Ella la miró sin saber exactamente a qué se refería.
– Debes estar muy caliente… ¿Quieres correrte?
Comenzó a asentir con la cabeza, NECESITABA correrse.
– Entonces, chúpale la polla a mis compañeros y trágate su lefa. Si lo haces bien y les dejas complacidos, te permitiré correrte.
Ni siquiera se lo pensó. Se levantó, dandose cuenta de que desde que la pusieron en la nueva sala, en ningún momento había estado atada y se dirigió como un rayo al primer hombre.
Agarró su polla con avidez, tragándosela entera, comenzando una mamada profunda, sin pausa. Se la metía entera y se la sacaba entera. No recordaba haber hecho nunca una mamada, pero no sabía porqué, parece que le salía natural. a los pocos minutos, el primer hombre se derramó sobre su boca.
El segundo hombre no la dejó hacer lo mismo. En este caso fué él el que la aggaró de la cabeza y empezó a follarse su boca con violencia. No sabía como podía resistir sin vomitar, pero ahí estaba, recibiendo entera la polla de aquél hombre hasta que éste se corrió sobre su cara. Diligente, comenzó a recoger con sus dedos el jugo de aquella polla y a llevarselo a la boca.
El tercer y último hombre era más relajado. Al igual que el primero, éste la permitió llevar ella el ritmo pero cuando llegó la hora de correrse, la agarró del pelo apartádo su cara y se corrió en el suelo.
Sin razonar y debido a que si quería su orgasmo tenía que tragarselo todo, comenzó a lamer el suelo allí donde se habíacorrido el hombre hasta dejarlo reluciente.
Cuando acabó se acercó a la mujer.
– Muy bien perrita. – Dijo ésta. – Te has merecido tu premio.
Pulsando un botón, una puerta se abrió. En ella había una mujer rubia, de rodillas con las manos a la espalda.
– ¡Silvia! Esta señorita se ha ganado su premio, ven aquí y cómele el coño hasta que se corra.
La mujer se acercó gateando hasta ella. Llevaba un collar de perro al cuello con una chapita de identificación, pero no alcanzó a ver lo que ponía. Tampoco le importaba. Se tumbó en el suelo de inmediato y se abrío de piernas para darle acceso a su coño. Estaba ansiosa por correrse.
Cuando aquella mujer comenzó a juguetear con su coño, no aguantó mucho, corriendose en su boca hasta tres veces.
– Ya es suficiente.
Al decir esas palabras, la chica con el collar de perro paró y volvió a cuatro patas a su rincón, quedándose allí.
– Ya casi estás preparada Irina. – Dijo, dirigiendose a ella. – Mañana tu acondicionamiento habrá terminado. No volverás a recordar nada de tu antigua vida y te dedicarás en cuerpo y alma a nosotros.
¿Irina? ¿Ese era su nombre? No lo recordaba…
Volvieron a colocarla en el sillón, con sus vibradores y sus pantallas y al poco tiempo volvió a dormir.
Esta vez, su sueño se centró exclusivamente en el hombre. La extraño porque hacía tiempo que no soñaba con él.
Estaba llegando a su casa, después de un viaje de empresa y estaba nervioso. Su plan había funcionado y hoy era el último día. No sabía si le dejarían disfrutar de su esposa antes de llevarsela, pero por lo menos le dejarían
verla.
Eso le ponía cachondo. Imaginarse a su esposa como una esclava…
Cuando llegó a su casa vió a su esposa y quedó extasiado. Estaba amordazada y atada. Desnuda.
Su polla se puso dura al momento. Se acercó a ella y comenzó a decirle algo que no llegaba a entender.
Poco después, Ivette, por detrás, le dió un pinchazo en el cuello y quedó totalmente inconsciente.
Irina se despertó.
Esta vez no estaba en el sofá. Tampoco estaba desnuda. Llevaba un conjunto de lencería sexy con unos tacones altísimos. Llevó las manos a su cuello sólo para notar como, al igual que la otra mujer, llevaba un collar de perro con una chapita.
Se dió cuenta que había un espejo en la sala y, de repente, cayó en la cuenta de que no se acordaba de su aspecto físico. Sabía que la mujer de los videos y los sueños era ella por alguna extraña razón, pero no lograba recordarse.
Cuando estuvo frente al espejo se quedó asombrada. el conjunto de lencería que llevaba, los tacones y el collar hacían una estampa impresionante. Se acercó para intentar ver lo que ponía en la chapita.
Irina
PET GIRL
Propiedad de XC
Leyó.
No sabía que significaba y le daba un poco igual. Al verse en el espejo, se dió cuenta de que algo le asomaba por detrás. Se dió la vuelta y vió que llevaba una cola de animal… Parecía que le habían metido un plug anal que llevaba una cola de zorra colgando. No se molestó en quitárselo, no la desagradaba.
Entonces la puerta se abrió.
La mujer que había estado en su sala varias veces entró y se acercó a ella.
– ¿Ya estás despierta perrita? Bien. Tu condicionamiento ha terminado, ya estás preparada para tu nueva vida. Ahora me acompañarás a la presentación delante de la directiva de la compañía y les demostrarás todo lo que has aprendido.
Irina no sabía qué contestar a eso. La mujer se acercó y le enganchó una correa en el collar.
– A cuatro patas esclava. De ahora en adelante te desplazarás así a no ser que se te diga lo contrario.
Irina obedeció sin rechistar. La mujer la sacó de la habitación y la condujo a través de un largo pasillo. Irina no tenía ni idea de a donde la llevaba, pero ni siquiera se le pasaba por la cabeza la idea de desobedecer.
Cuando la mujer se paró frente a una puerta, Irina se sentó sobre sus rodillas, a su lado.
Ha respondido perfectamente al condicionamiento… Pensó la mujer.
Cruzaron la puerta.
Una sala amplia apareció ante ellas. Y no estaba vacía. Un montón de hombres y mujeres estaba en ella, sentados en sillas, esperándoles. La imagen del sueño que tuvo Irina hace unos días cruzó su mente… Y su coño comenzó a humedecerse… Pero había una diferencia. En un
centro de la sala, había un estrado y, a un lado de éste, la mujer que hizo que se corriera se encontraba de rodillas, mirando al suelo.
Avanzaron hasta ese estrado e Irina se quedó arrodillada a un lado. La mujer que la llevaba

comenzó a hablar.

– Buenas noches. Me alegra veros a todos aquí y espero que salgan satisfechos de lo que vean.
– Después de la espera por fin hemos visto resultados con nuestras nuevas técnicas, por un lado está Silvia. Dijo señalando a la otra mujer. – Era una mujer que no hacía absolutamente nada que no fuese preocuparse por sí misma hasta que la hicimos
ver la luz…
– Por otro lado el hombre que una vez intentó traicionarnos, ya no es tal. Gracias a las nanomáquinas y al condicionamiento ahora es una nueva perrita dispuesta a servir a todos nuestros propósitos. Su transformación es completa. No hay rastro de que alguna vez
fuese un hombre. Las nanomáquinas rehacen en ADN del individuo y lo modifican a nuestro antojo.
– Además, durante la transformación, se ha bombardeado al objetivo con imagenes, videos, sonidos, sueños y recuerdos nuevos para moldear su nueva personalidad.
– Esta nueva técnica supone un avance espectacular que facilitará nuestras nuevos encargos.
– Y ahora, para que vean las nuevas habilidades de nuestras nuevas perras les van a dar un pequeño espectáculo y después, podrán disfrutar de ellas a su antojo.
Diciendo esto chascó los dedos y Silvia comenzó a gatear hasta Irina. Cuando se fijó bien, vió que llevaba entre las piernas un arnés con una enorme polla de plástico. Su sola visión hizo que su entrepierna se estremeciese.
Al llegar a su lado se puso en pie y, dirigiendo la polla con su mano, la acercó a la boca de Irina. Sin que nadie le dijese nada ya sabía lo que había que hacer. Comenzó a lamer el falo, como si fuese de verdad, jugueteando con él, recorriendolo con la lengua.
Imaginandose que de un momento a otro esa polla le iba a llenar la boca de leche.
Mientras mamaba, le llegó el inconfundible olor de humedad que producía el coño de Silvia. No sabía porqué le resultaba tan familiar, como si ya lo hubiese olido más veces…
Unos momentos después, Silvia, agarrándo la cabeza de Irina, comenzó a follarla violentamente la boca, metiéndole la polla hasta la garganta. A Irina, lejos de disgustarle, ese trato la gustaba, le encantaba que la forzasen.
Silvia apartó la polla de la boca de Irina y, tirando de la correa la obligó a ponerse de rodillas, con el culo en pompa, mostrándoselo al público de la sala.
Irina, sintiendose observada, se separó las nalgas para mostrar a la gente lo cachonda que estaba. Entonces, con su objetivo a punto, Silvia introdujo el enorme consolador de un golpe dentro del culo de la chica, que dejó escapar un grito de sorpresa.
Esta vez no hubo suavidad en ningún momento. La enculada fue violenta desde el primer momento. Los jadeos de Irina se confundían con los de Silvia, debía tener un consolador en la parte interior del arnés, pensó Irina.
A Irina le estaba volviendo loca la sodimización. Entre el placer que le daba y el tiempo de abstinencia sexual que sufría se estaba volviendo loca. Cuando estaba a punto de correrse, la maestra de ceremonias detuvo a Silvia, que inmediatamente sacó el falo del culo de Irina con un sonoro PLOP.
– Ya basta. Habéis tenido suficiente follada entre vosotras y es hora que le demostréis a nuestros invitados de que sois capaces de primera mano. Sólo podréis correros si es follandoos a alguno de nuestros invitados y espero que les dejéis satisfechos a todos.
De repente un montón de manos comenzaron a tocar el cuerpo de Irina. Lo que siguió a continuación fue una nube de placer que invadió su cuerpo. Todo el mundo folló cada uno de sus agujeros, con pollas de verdad o con consoladores, tuvo que comer coños y pollas por
igual, y se corrió muchísimas veces.
Su cuerpo ni siquiera le respondía. Hacía lo que la gente la obligaba a hacer sin rechistar. De vez en cuando, se cruzaba con Silvia y entonces se montaban un pequeño juego lésbico, o le limpiaba el semen que recorría su cuerpo con la lengua.
Apartada de todo, Ivette, la maestra de ceremonias, sonreía satisfecha. Su trabajo había sido impecable. Esas dos perras habían sellado su destino sin poder hacer nada por evitarlo.
Ahora eran esclavas para dar placer a los demás.
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Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 11, ESA FINCA Y MAS COSAS PASAN A SER MÍAS

Tardamos día y medio en llegar a su aldea. Durante el trayecto, María y yo tuvimos que hacer uso de todas nuestras armas para tranquilizar a las birmanas porque se temían que las lleváramos de vuelta para devolverlas a sus padres. Solo se serenaron cuando mi esposa les advirtió que si alguien les preguntaba qué era lo que hacíamos ahí, debían de contestar que su nuevo amo las amaba tanto que había pensado en comprar una casa en el pueblo para que estuvieran cerca de su familia.
―No necesitar, nuestra familia Amo y María― contestaron casi a la par.
Mi esposa que sabía cuál era el propósito real del viaje, replicó alzando la voz:
―Obedeced sino no queréis que os dejemos ahí.
Esa amenaza fue suficiente y mientras nos acercábamos a nuestro destino, las muchachas no hacían más que repetir:
―Amo comprar casa pueblo, Amo querer nosotras.
Tanto lo repitieron que terminaron creyéndoselo y si antes de subir al todo terreno ya me miraban con adoración, cuando llegamos a la tierra que les vio nacer era tal su entrega que me consta que hubieran dado su vida por mí si hubiese sido necesario. Sin darme cuenta afiancé en sus mentes la idea que las amaba cuando les pedí que me llevaran directamente a donde vivía el noble dueño de la finca que venía a ver.
Mis esperanzas de agenciarme con la finca decayeron al vislumbrar desde lejos la magnífica hacienda de ese sujeto, pero al irnos acercando y comprobar el mal estado del jardín y el desconchado de esas paredes, comprendí que para un alguien quebrado le sería imposible asumir el coste de mantener ese palacio. Sin revelar mis siguientes pasos, pedí a las birmanas que me dijeran el nombre del vecino que más odiase ese sujeto y tras decírmelo, lo apunté en un papel.
Ya dentro del terreno colindante, tanto Mayi como Aung me rogaron que aparcara el coche lejos de la entrada pero obviando su consejo, lo dejé justo enfrente de la escalinata.
Tal y como esperaba, el orgulloso tipo salió hecho una furia a echar a los intrusos. Durante unos tres minutos, nos chilló que nos fuéramos pero lejos de hacerle caso mantuve una sonrisa en mi rostro y cuando se calló, le pedí a Mayi que me tradujera.
―Estimado señor, me podría informar cómo puedo encontrar donde vive este señor― dije dando el nombre que había apuntado: ―Tengo negocios que tratar con él.
Temblando la morenita tradujo mis palabras a ese energúmeno y este con muy mala leche, me preguntó cuáles eran esos negocios.
―He pensado en venirme a vivir a esta zona y me han dicho que su finca es la mejor del pueblo.
―Tonterías― respondió a través de su paisana― ¡la mejor es la mía!
―No lo dudo pero no sé si tengo dinero suficiente para comprar mantener y renovar un edificio tan grande y en tan mal estado. Me imagino además que debe de tener que necesitar mucha de servicio― contesté y haciendo gala de un desinterés que no tenía, insistí en que me dijera como ir a la otra finca porque aunque no lo conocía, mis asesores habían establecido cual sería un precio justo y parecía que él estaba de acuerdo.
―¿Qué precio?― casi gritando preguntó.
―Doscientos millones de Kyats― respondí.
Esos cien mil y pico euros debieron resultarle una cifra apabullante porque se sentó al decírsela mi acompañante. No me pasó inadvertida su avaricia pero aún más cuando tras pensárselo brevemente y cambiando su tono, nos invitó a pasar a tomar un té dentro de su mansión.
«Ese dinero ha despertado su interés», me dije mientras ejerciendo de anfitrión, el noble nos llevaba a través de un enorme salón decorado en demasía y que dejaba ver que había tenido días mejores.
Tal y como había previsto no entró directamente al trapo sino que me empezó a interrogar por ese interés en comprar tierras en esa zona. Siguiendo el guion preestablecido, señalando a las muchachas, respondí:
―Mis dos concubinas echan de menos el pueblo donde nacieron y por eso he decidido adquirir una casa de campo por los alrededores.
Fue en ese momento cuando el birmano las reconoció y soltando una carcajada, cometió el primer error al burlarse de ellas diciendo:
―Vestidas con esas ropas, sus putitas parecen unas señoras.
Hasta entonces pensaba ofrecerle un trato justo pero que se atreviera a insultar a mis “mujeres” me indignó y me juré que si podía estafar a ese capullo, ¡lo haría! Pero no queriendo exteriorizar mi enfado, repliqué como si fuéramos colegas de toda la vida:
―La que nace puta muere puta y tú como señor de toda esta zona, me imagino que te habrás agenciado un harén con las mejores zorritas.
Al traducir, observé que por el color de sus mejillas Mayi estaba avergonzada por el modo en que me había referido a ella pero aun así transmitió fielmente mis palabras.
La respuesta de ese impresentable, ratificó mi mala opinión de él porque sin medirse en absoluto contestó:
―Alguna tengo pero como salen muy caras de mantener, prefiero pagar a una profesional para que me haga una mamada.
Disimulando reí su ocurrencia mientras interiormente estaba alucinado que fuera tan cretino de reconocer implícitamente que estaba arruinado y probando por primera vez el té que me había ofrecido, me percaté que no era el que se producía en su finca sino el típico negro Earl Gray.
―¡Está muy bueno!― exclamé bastante desilusionado y directamente pregunté si era de sus tierras.
―No, desgraciadamente esta delicia se da por debajo de los mil metros y mi heredad está a mil seiscientos.
―¿Y qué variedad produce?― pregunté tratando de saber hasta dónde llegaba su ineptitud.
―Una local que mi abuelo trajo de China porque se adapta muy bien a este terreno― y tratando de mostrar la razón de mantener esa elección, prosiguió: ―mientras otros agricultores tienen problemas para vender su producción, yo no. La gente de la zona me la compra y así no tengo que preocuparme de buscar intermediarios.
―Eso es lo que ando buscando― respondí― una finca que no me cause quebraderos de cabeza.
Viendo la oportunidad de difamar a su supuesto rival, el muy tonto replicó:
―Pues entonces debe replantearse su primera opción porque la finca en la que está interesado vende toda su cosecha en la capital y mi vecino tiene que hacer continuos viajes para conseguir que no se le acumule en sus almacenes. En cambio, si quiere podemos visitar los míos para que pueda comprobar que solo tengo unas ocho toneladas que es lo que produzco en un mes.
Casi me da un infarto porque de ser así, los beneficios que conseguiría solo vendiendo sus existencias eran el doble de la cifra que había dejado caer y tratando de no parecer ansioso, le pregunté si él vendía.
―Aunque mi familia lleva generaciones aquí, por un buen precio todo se vende― contestó viéndose rico.
María que hasta entonces había permanecido callada, expresó su preocupación por el estado ruinoso de la mansión. Su disgusto no le pasó inadvertido al noble y viendo que se le podía ir el negocio, me ofreció que fuéramos a dar una vuelta por sus tierras.
Aceptando su sugerencia, pregunté a Mayi cuál de las dos conocía mejor la finca. Al contestarme que las dos habían trabajado en ella desde niñas, le pedí que nos acompañara y junto a ella, acompañé al dueño hasta su coche. El decrépito Land―Rover en el que nos montamos fue una muestra más de sus dificultades para llegar al fin de mes y con una sonrisa, me subí en el asiento del copiloto.
Las dos horas del recorrido me sirvieron para hacerme una verdadera idea de lo que iba a comprar y de la cantidad de trabajo que tendría para devolver a esa hacienda el esplendor de épocas pasadas. Casi al terminar y comprobar que el noble no me había mentido respecto a la cantidad de té depositado en los almacenes, directamente hablé con mi contacto en Hong―Kong y cerré el precio en trescientos noventa euros por kilo.
Me constaba que el chino se estaba aprovechando de mí pero ese acuerdo me daba casi trescientos mil euros de beneficio con los que podría comprar esa finca sin tener que depender de mi hucha. Hucha que necesitaría para modernizar y reparar todos los desperfectos que había visto durante la visita, los cuales lógicamente hice ver a mi anfitrión.
Mis continuas quejas acerca del estado de su heredad había menoscabado las esperanzas del sujeto y por eso cuando ya de vuelta a su mansión, le pregunté cuanto quería por toda la finca incluyendo tanto la casa principal como las caballerizas, el muy imbécil me pidió menos de doscientos mil euros.
―Eso es muy caro― contesté y haciendo una contra oferta, le ofrecí diez mil menos.
Los ojos de ese tipejo se iluminaron al escucharla y cerrando el acuerdo, únicamente me preguntó cómo sería el pago:
―Al contado, le pagaré en el momento que estampe su firma ante notario.
Sintiéndose rico, me informó que debido a la hora era imposible que su abogado tuviese los papeles listos pero que al día siguiente, no habría problema en formalizar la venta.
―Perfecto― contesté, tras lo cual le pedí que me informara de un hotel donde pudiésemos hospedarnos esa noche.
El noble se temió que podía escapársele el negocio si nos íbamos y por ello me ofreció que nos quedáramos en su casa porque no en vano, al día siguiente sería nuestra. Como no podía ser de otra forma, accedí y reuniéndonos con María y la otra birmana, les informé del acuerdo.
Mi esposa conocedora de lo que eso implicaba se lo tomó con alegría pero en cambio las dos orientales estaban impactadas con el hecho que su dueño iba a convertirse en el propietario de esa heredad. El mejor ejemplo fue Aung que cayendo de rodillas ante mí, llorando me pidió que no la comprara.
―¿Por qué?― pregunté.
Sollozando, murmuró:
―No nos merecemos que la compre solo por hacernos felices.
No pude más que sonreír al comprender que esas dos realmente se habían tragado que lo hacía por ellas y no queriendo sacarlas del error, muerto de risa, respondí:
―Los hijos que me deis correrán por estos jardines y no se hable más.
Como había quedado con nuestro anfitrión a tomar una copa por eso dejando a María que se ocupara de acomodar nuestro equipaje con la ayuda de las dos crías, me dirigí a la biblioteca. Juro que me quedé sin habla al entrar en el lugar por la inmensidad de la colección de libros que atesoraba y viendo que el momentáneo dueño de todo eso me esperaba con un whisky en la mano, caí en la cuenta que me iba a resultar imposible conversar con él. Estaba pensando en volver por Mayi cuando desde un rincón, escuché que me daban la bienvenida en un perfecto inglés.
Al girarme, descubrí que quien me había saludado era una belleza local de unos veinte años. Por su lujoso vestido supe que esa impresionante birmana debía ser la concubina de ese sujeto y conociendo el poco valor que en esa cultura se daba a la mujer, le pedí que me pusiera otro whisky mientras saludaba a su marido.
La muchacha ni repeló y sirviendo uno bien cargado, se acercó a donde estábamos sin presentarse.
―¿Necesita algo más?― preguntó.
―Sí, que nos sirvas de traductora― dije y sin esperar su respuesta, di a mi anfitrión las gracias por haberme hospedado con lo que iniciamos una agradable conversación durante la cual tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no admirar a su concubina.
Tocamos varios temas casi todo ellos mundanos hasta que sintiéndose en confianza, el noble me preguntó si tenía hijos. Al contestarle que no porque María era estéril, el sujeto me miró alucinado y no pudo evitar preguntar por qué no la había repudiado.
―No hace falta porque ha aceptado reconocer como suyos los hijos que me den sus paisanas― respondí a sabiendas que para él podía resultar una afrenta que pusiera a Mayi y a Aung a su altura.
Al serle traducidas mis palabras, el noble se mostró extrañado pero no por la causa que creía, sino porque hubiese decidido dar mis apellidos a esa hipotética descendencia y por eso, insistió:
―¿Me está diciendo que sus bastardos van heredar su riqueza y no otro familiar suyo cuando usted muera?
―Así es, pienso reconocer a todos y cada uno de los hijos que tenga con ellas.
No supe interpretar el brillo de sus ojos al escuchar la versión de mi frase en su idioma y menos que bebiéndose la copa de un trago, comentara que aunque eso era muy liberal por mi parte, él no podría pero que al menos eso garantizaba que mi dinero fuera a caer en manos de un extraño. Tras lo cual volvió a meterse en mi vida al preguntar si tenía pensado incrementar mi harén. Su mujer tartamudeó al tocar un tema tan delicado pero aun así lo tradujo.
―No es algo que me haya planteado― contesté y mirando a la preciosidad que nos servía de intérprete, dije en plan de guasa: ― Todo depende de si encuentro una candidata que me guste.
La atracción que su mujer provocaba en mí no le pasó inadvertida pero lejos de enfadarse, el noble venido a menos se dedicó a loar al sexo femenino de su país, obviando mi supuesta desgana:
―Hace bien en elegir Birmania como lugar para buscar esposa, nuestras mujeres además de bellas son fieles y sumisas, no como las tailandesas que solo buscan el dinero. Cuando una birmana acepta unir su destino a un hombre, este puede dormir tranquilo sabiendo que nunca se irá con otro.
Que mirara a su mujer mientras lo decía me pareció de mal gusto porque era una forma de afianzar su dominio sobre ella y por ello traté de cambiar el tema, preguntando por el origen de esa biblioteca.
―Mis antepasados eran hombres ilustrados y como creían que la única forma de prevalecer en el poder era por medio de la cultura, gastaron gran parte de su fortuna en darle forma.
Comprendí la crítica tácita a sus predecesores de su discurso y tratando de ser agradable, repliqué:
―Pues es magnífica, sería un orgullo el ser depositario de tal herencia.
Curiosamente, la interpreté me sonrió antes de empezar a traducir a ese paleto lo que había dicho y eso me espoleó a recorrer con mi mirada su estupendo culo.
«Menudo cabrón está hecho el viejo», sentencié valorando positivamente la beldad de su mujer mientras me imaginaba como sería en la cama.
―¿Le interesa comprarla?― fue su respuesta.
Estaba tan ensimismado mirando a la muchacha que tardé en comprender que se refería al conjunto de libros.
―Todo depende del precio y no creo que pueda pagar lo que usted se merece por desprenderse de esta joya― respondí sin darme cuenta que al mirar a los ojos a su mujer mis palabras podían malinterpretarse.
Solo cuando observé que se ponía roja, comprendí mi metedura de pata. Afortunadamente, el marido no se dio cuenta de las dificultades que tuvo a la hora de traducir mi respuesta del inglés.
―Por eso no se preocupe, podremos llegar a un acuerdo― respondió pensando quizás en que iba a sacar un buen dinero de ese montón de libros.
Yo ni siquiera lo escuché porque mis ojos estaban prendados de los pequeños montículos que habían hecho su aparición bajo la blusa de nuestra intérprete.
―¡Quién los lamiera!― murmuré entre dientes al imaginar mi lengua recorriendo esos pezones.
No supe si me había oído porque de haberlo hecho, disimuló muy bien y no dijo nada. De lo que estoy seguro es que esa morena era consciente del modo en que la estaba devorando con la mirada y por raro que parezca ¡parecía contenta con ello!
En ese momento aparecieron en escena mi esposa con mis dos birmanas y mientras María se quedó embobada mirando a nuestra acompañante, Mayi y Aung saludándola comenzaron a charlar animadamente con ella.
―¿Quién es este pibón?― me preguntó mi compañera de tantos años sin ningún rastro de celos.
―Creo que es la putita del capullo este― en voz baja susurré al ver que la aludida nos miraba de reojo.
―Luego preguntaré a nuestras zorritas porque si también está en venta no me importaría que la compraras― en plan descarado replicó mientras se relamía pensando en poseer algo tan bello.
―María le estás cogiendo el gusto a ser lesbiana― descojonado recriminé a mi mujer sin revelar que a mí me ocurría lo mismo.
―Cariño, la culpa es tuya por traerme a este país― dijo sin rastro de arrepentimiento.
La risas de Aung y el color del rostro de Mayi me hizo darme cuenta que yo era el tema de la conversación entre ellas y haciendo una seña llamé a la risueña.
―¿De qué hablabais?― quise saber.
Aung contestó:
―Thant preguntar nosotras felices con amo. Nosotras contestar mucho placer y mucho amor con Amo y con María.
Que fueran tan indiscretas y que llamaran por el nombre a esa mujer me llamó la atención pero antes que pudiera seguir interrogándola, nuestro anfitrión me cogió del brazo y llamando a la tal “Thant”, me soltó:
―Lo he pensado bien y como después de vender la hacienda me iré a vivir a la capital, quiero que usted se quede con todo el mobiliario incluyendo esta biblioteca.
Dando por hecho que eran antigüedades y que podría sacar un buen redito con ellas revendiéndolas en Madrid, le pregunté el precio que pedía. El tipo le explicó a la muchacha que era lo que quería y contrariamente a lo ocurrido hasta entonces, Thant se puso a discutir con su marido.
Viendo esa discusión, pregunté a Aung qué ocurría y esta con una sonrisa, me soltó:
―Thant querer incluir hija en precio.
Me quedé horrorizado porque dada la edad de esa mujer, su hija debía ser un bebé pero entonces con una sonrisa Thant expuso las condiciones, diciendo:
―Valora en cincuenta millones el conjunto pero si me acepta como concubina y se compromete a que los hijos que yo le dé hereden esta finca, está dispuesto a aceptar que le pague solo treinta millones.
Al darme cuenta de mi error al suponer que era su esposa y escuchar que ella misma se ofrecía como moneda de cambio, casi me caigo de espaldas. Confieso que durante unos segundos no supe que decir y cuando al fin pude articular palabra, pregunté directamente a la muchacha los motivos por los que se entregaba a mí voluntariamente.
La bella oriental con tono seguro contestó:
―Mi padre no ha sido capaz de mantener la herencia de mis antepasados y es mi deber intentar mantener su legado para mis hijos.
―¿Solo por eso?― insistí.
Sin ocultar para nada lo que realmente sentía, esa preciosidad replicó:
―Usted es un hombre fuerte y atractivo al igual que su esposa y el resto de sus concubinas. Prefiero ser su cuarta esposa y disfrutar bajo su mando que la primera en manos de un hombre que mi padre elija.
Interviniendo, María dijo en mi oído:
―Acepta porque si la producción de este lugar es lo que supones, tendremos suficiente dinero para compensar al resto de nuestros hijos…― para en plan putón terminar diciendo: ― …y además me muero por echarles el diente a los pechitos de esa monada.
La burrada de mi anterior recatada esposa me hizo reír y extendiendo un cheque, cerré acuerdo con el padre de mi nueva novia mientras recreaba mi mirada en los ojazos de su retoño.
Con el dinero de ese trato en su mano y la seguridad completa que al día siguiente recibiría el correspondiente a la finca, me dio un abrazo mientras decía:
―Querido Yerno, hoy en la noche en esta casa se celebrará una fiesta durante la cual le haré entrega de mi más adorado tesoro.

 

Relato erótico: “Mundo de alegría (1)” (POR BUENBATO)

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dueno-inesperado-1Nota del autor:

Bueno, estoy tratando de subir varias series más o menos al mismo tiempo. Tengo el problema de que tiendo a ser incapáz de mantenerme en un solo asunto, de modo que me es más sencillo ir trabajando sobre varias historias. Espero les agraden y agradezco mucho su paciencia, como siempre, sus comentarios son de suma utilidad y bienvenidos.

Mundo de alegría, al menos en la primera entrega, empieza algo lento en cuanto acción, pues es más explicativo del contexto de los personajes; pero creo que la paciencia será bien recompensada.

Saludos.

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PRÓLOGO.

sin-tituloA su alrededor, sobre los estantes en las paredes, las viejas muñecas de Julieta parecían observar en silencio la escena que se desarrollaba en la recamara. Eran las seis de la tarde, afuera hacía un calor insoportable pero dentro la temperatura, calor o frio, parecían haber dejado de existir. Tampoco el tiempo daba señales.

Julieta y Joel se fundían en un beso que había durado minutos; él estaba recostado sobre la cama, con ella sobre él. Desnudo de su torso, Joel disfrutaba las suaves caricias que las manos de la chica regalaban a su piel. Cuando terminaron, se miraron durante cinco segundos, antes de que la chiquilla soltara en risas. Joel acarició su rostro, antes de que esta se alejara, deslizándose hacia abajo.

Con serenidad, la chica desabrochó los pantalones y los deslizó, desnudándolo. Con un cuidado ceremonial Julieta liberó la erecta verga de Joel, que descansaba completamente endurecida bajo las suaves telas de sus calzoncillos.

Julieta se puso de pie, y con paciencia descalzó al hombre, y dobló sus pantalones para colocarlos con cuidado sobre una de las sillas del cuarto. Regresó, colocándose suavemente sobre la cama; Joel se sentía en el cielo, mientras miraba como aquel ángel regresaba para sostener cuidadosamente su falo antes de llevárselo a la boca.

La fresca boca de Julieta masajeaba el glande del hombre, lo hacía con tal delicadeza que Joel ni siquiera estaba seguro de si aquello era la lengua de la chica o algún extraño efecto del viento. Por su mente corría el deseo de atraer a la chica hacía él y clavarle su falo erecto hasta el tope; deseaba escuchar las arcadas de la chiquilla, mientras le azotara la cabeza contra su entrepierna, pero ni siquiera se atrevía a tocarla. En vez de ello, Joel permaneció inmóvil, dejando que la chica hiciese lo que quisiera con él.

Julieta era menuda y tierna, se movía con una ligereza gatuna que sorprendía a muchos, tenía unos largos, lisos y hermosos cabellos rubios. Su nariz era perfecta, sus labios gruesos y suaves, su rostro ovalado tenía por encima una frente amplia. Sus cejas eran medianamente pobladas, tan rubias como su cabello. Pero lo mejor – o peor – eran sus ojos, enormes y redondos, tenían un hermoso color grisáceo que era imposible de ignorar y más aún para quien los disfrutaba en medio de una felación.

Ella le había dicho que se había vestido especialmente para él; llevaba una blusa de red roja, con la que se distinguía su clara piel bajo la tela, con mangas largas pero con el vientre descubierto. Era obvio que debajo de aquella blusa, nada más cubría sus pechos.

Debajo, unas bragas blancas de algodón, le daban un aspecto natural y desinteresado. Sus hermosas piernas estaban desnudas, y finalmente sus pies lo habían recibido dentro de unas rojas zapatillas de aguja.

El cuarto era color rosa, las ventanas del cuarto estaban despreocupadamente abiertas y la luz del atardecer iluminaba de lleno aquel ambiente. La clara piel de Julieta se pintaba hermosamente con el crepúsculo, mientras su boca hacía aparecer y desaparecer lentamente el pene de su compañero. Joel aún permanecía incapaz de moverse.

Hacía minutos que había dejado de pensar en la posibilidad de que alguien, o peor, el propio Sr. Galloso los descubriera. Había caído inerte en los encantos de la muchachita, la hija menor de su jefe y protector.

La chica sacó el falo de su boca y dirigió una preciosa sonrisa a Joel antes de desaparecer hacia abajo. Entonces los testículos de Joel disfrutaron de los suaves besos y caricias que los labios de Julieta proporcionaban. A veces se metía uno entero a la boca, y otras veces dibujaba su circunferencia con la lengua. De pronto subió de nuevo, recorriendo con su lengua el interior de su tronco; terminó el recorrido dándole un dulce beso a la cabeza del pene cuando de pronto Joel se puso de pie.

Tanto placer había sido más que suficiente para aquel hombre. Tomó a la chica por la cintura y la colocó en su lugar; ahora era ella quien, recostada sobre su espalda, miraba divertida a Joel desvistiéndole sus calzones.

El hombre deslizó estos hasta las rodillas de la chiquilla. Su cocho precioso y sin vello yacía desnudo entre las piernas de la chica. Con una mano, Joel separo las piernas de Julieta y las alzó, de manera que ella tuvo que abrazar sus rodillas mientras el sujeto se escurría, dirigiendo su boca hacia el manjar que le esperaba entre las piernas de la chica.

En aquella posición, Joel se deleitó con el manjar que aquel coñito representaba. Húmedo, suave y rosado, aquello era aún más fascinante que besarle los labios del rostro a aquella muchacha angelical.

Una cosa llevó a otra, y pronto las piernas de Julieta comenzaron a vibrar de placer mientras la boca del hombre no se detenía en su afán de masajear su entrepierna. La chica sintió perder el conocimiento mientras su mente se nublaba con el placer de aquel orgasmo.

Dejándole un respiro, Joel se sentó sobre la orilla de la cama mientras Julieta se recuperaba. Un minuto después, ella se incorporó, sentándose junto a él. Un semblante serio apareció en su rostro.

– Joel – dijo, con una voz tan suave y dulce que Joel apenas lo percibió – hoy quiero hacerlo.

Joel la miró, con una interrogante en su rostro.

– Me refiero a hacerlo, quiero que lo hagas – insistió la chica

– No creo que sea buena idea – murmuró Joel, como si alguien pudiera escucharlos.

La chica miró unos segundos el suelo, parecía pensativa. Pero insistió.

– Te lo pido por favor – continuó, mientras su voz comenzaba a ennudecerse – Es que realmente quiero hacerlo.

– ¿Sucede algo? – preguntó Joel.

– No sucede nada.

– Tú papá…

– No es eso, sólo que quiero hacer esto.

– Creo que no es correcto.

– Mi papá ha hecho cosas peores – recriminó – Que tú no quieras me hace sentir mal. ¿No me qui…?

– No empieces. Es sólo que no entiendes.

– ¿Qué tengo de malo?

– Nada.

La discusión continuó un par de minutos más, y Joel la perdió miserablemente. Recostó de nuevo a la chica, mientras con su mano abría cuidadosamente sus piernas. Julieta no era virgen, y él lo sabía, pero aún así la trataba como si estuviese a punto de desflorarla.

Era la primera vez que la penetraría; en el fondo, siempre había esperado el momento de que aquello sucediera, pero ahora se sentía extrañamente incapaz de imaginar siquiera lo que estaba a punto de realizarse.

Dejó que su instinto tomara el control, pues la razón sólo lo hacía sentir una culpa cegadora. Su erecto falo se dirigió al borde de la cálida entrada del coño de Julieta, mientras esta lo miraba fijamente, seduciéndolo con sus hermosos ojos grises.

Lentamente, pero sin detenerse, la verga de Joel penetró a Julieta, abriéndose paso entre los apretados labios vaginales de la chiquilla. Joel estaba tan excitado que sabía que aquello no duraría mucho; se arrodilló sobre la cama, alzando a la chica sobre él. Pronto, sin dejar de penetrarla, ambos quedaron en unión de loto, y Julieta no desaprovechó para besar a Joel mientras este deslizaba su falo suavemente dentro de ella.

Aguantó aquello durante poco más de cinco minutos, antes de que la excitación prolongada tuviera sus efectos. Entonces su cuerpo se endureció, mientras por su próstata comenzaba a correr una copiosa cantidad de espesos líquidos.

La chica suspiro, y besó su pecho suavemente mientras sentía la calidez de aquellos jugos cayendo dentro de sí. Gemía suavemente, tratando de no olvidarse de respirar.

Mientras su esperma manaba hacía el cálido coño de la chiquilla, Joel cerraba los ojos, mientras su barbilla sudorosa, descansaba sobre la cabeza de Julieta. Era incapaz de imaginar que aquella tarde sería la última vez que la vería en mucho tiempo.

JOEL I

La lengua de Joel descendía sobre la espalda de Mireya, la chica hacía descender su vestido violeta de hombros descubiertos al tiempo que los labios del hombre se desplazaban tras de sí. Pero este la detuvo, pues prefirió alzarle el vestido para descubrir sus bragas blancas.

Besó el coño de la chica a través de la humedecida tela de la ropa interior, y olió el aroma de excitación de la chica.

La chica era una actriz secundaría de una película juvenil estrenada hacía un par de meses; la película había tenido éxito, y ahora la chica – y su madre – deseaban un papel más protagónico para la joven artista.

Su propia madre la había traído, yéndose en seguida, como quien entrega una ofrenda a sus dioses. Joel la recibió en la puerta, y no dudó en saludarla con un despreocupado apretón de nalgas frente a la señora, sólo para conocer la reacción de esta. No solía comportarse como un patán, pero tampoco era muy afecto a los padres o madres que presionaban a sus hijos para entrar en aquella clase de mundo de la que él mismo había tratado de salir, durante años, sin los mejores resultados.

Cuando se quedaron solos, Joel le invitó un vaso de agua a la chica y la actualizó en las noticias que tenía respecto a su papel en un nuevo programa juvenil.

– Hasta tendrán grupo musical – reveló Joel – Espero que sepas cantar.

La chica lo escuchaba encantada, de obtener ese espacio, sin duda se haría famosa cantando o actuando, o ambas cosas.

Aunque joven, sus anchos hombros y su gran altura la hacían parecer mayor. Sus largas y hermosas piernas se coronaban con un culito respingón que evidenciaba varias horas de gimnasio.

Su rostro no era el más agraciado, tenía una nariz extraña y una cabeza relativamente pequeña, con una gran frente que trataba de ocultar con su largo y frondoso cabello castaño oscuro. Joel sabía que la chica necesitaría siempre de un gran trabajo de maquillaje para lucir bien en pantalla.

Joel era un agente de talento, especializado en los contenidos infantil y juvenil; llevaba más de diez años en aquel ámbito, y se había ganado la fama de lograr colocar siempre a las jóvenes estrellas en papeles más protagónicos. Seis de sus anteriores representadas ya eran completamente famosas, y varias más de ellas seguían en pie de lucha en el inestable mundo de la farándula.

De modo que la visita de Mireya a casa de su representante no era más que la continuidad de la estructura de favores sexuales a cambio de oportunidades de fama que regía en todo aquel ámbito y al que Joel había terminado más que acostumbrándose.

Cuando ambos terminaron sus bebidas, Joel le hizo una seña a Mireya para que se acercara. La chica lo hizo con una sonrisa nerviosa, y al poco tiempo estuvo de nuevo al alcance de las hábiles manos del hombre.

Ahora, colocada en cuatro sobre la cama, la chica ofrecía su culo a los labios y nariz que inspeccionaban tras ella. Sentía la nariz de Joel olfateando su coño y la piel de sus nalgas; un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando las cálidas manos del hombre tomaron sus bragas por los costados y las comenzaron a deslizar hacía abajo, en segundos, la húmeda concha de la chica se asomaba bellamente y a merced de aquel sujeto.

– Estás completamente mojada – murmuró Joel

– Sí – suspiró la chica, quién de pronto sintió como las manos y el cuerpo de Joel se alejaban por unos segundos, sólo para sentir de nuevo sus manos, con más fuerza, colocándose sobre sus caderas,

Joel deslizó las bragas de la chica hacía abajo, sólo lo suficiente para que su falo pudiera abrirse paso a través de sus nalgas y entrara con relativa facilidad en la estrecha entrada de la muchacha.

Mireya se mordió el labio mientras sentía cómo lentamente aquel pedazo de carne la atravesaba hasta su totalidad.

Joel se detuvo cuando la penetró por completo, y aguardó un momento para sentir como su pene endurecido palpitaba dentro de su representada, al mismo tiempo, sus manos deambulaban sobre el torso de la esbelta chica, concentrándose de pronto en sus pechos, que desnudó con cierta desesperación para tenerlos por completo en sus manos.

A Mireya aquello estaba lejos de molestarle; aunque la diferencia de edades parecía abismal, sabía que podría haber sido peor. Después de todo, Joel era bastante bien parecido, un agasajo comparado con los viejos, feos y obesos productores de cine y televisión con los que también tenía que vérselas.

Una vez que el interior de la chica se relajó, Joel inició un lento meneo. Poco a poco, sus movimientos de mete y saca se fueron convirtiendo en rápidas embestidas que aumentaban tanto su intensidad como los gemidos de la chica.

El celular de Joel sonó de nuevo, y aunque intentó alcanzarlo la chica no se lo permitió, en vez de ello se abalanzó sobre él, haciéndolo caer de espaldas sobre la cama.

En cuclillas, sobre Joel, se clavó el erecto falo, y saltó divertida sobre este. Las risas no tardaron mucho en convertirse en profundos gemidos de placer, y Joel se olvidó por completo del teléfono para concentrar sus manos en las tetas medianas y suaves de la chica.

Era el tercer encuentro de ese tipo que tenía con la chica, y era la primera vez que la veía así. Los primeros habían sido con una chiquilla tímida e insegura, hacía casi un año, con una experiencia nula en aquel ámbito.

La chica no tardó en ser víctima de sus propios movimientos, y se detuvo en seco sólo para apretujar los hombros de Joel, que le sostuvo por la cintura para mantenerse dentro de la chiquilla mientras esta disfrutaba de su clímax.

La chica sonrió, mirándolo, y tratando de recuperar el aliento, también Joel respiraba aceleradamente, no porque se hubiese corrido sino por el ajetreo de la propia chica.De pronto el teléfono celular sonó de nuevo. Joel suspiró, con cierta molestia, aunque supo que era mejor saber de qué se trataba.

Se hizo a la chica a un lado y se puso de pie, su verga brillaba embadurnada por los jugos de la chica. Se acercó de un salto a la mesita, justo a tiempo para contestar.

– ¿Bueno?

– ¿Joel?, soy yo, ¿cómo estás?

Era Ignacio. Ignacio era, por alguna misteriosa razón, uno de los mejores amigos de Joel. A pesar de eso, ambos parecían haber tenido una suerte completamente distinta; mientras que Joel había tenido un éxito total en el mundo del espectáculo, Ignacio luchaba para sobrevivir económicamente tras un divorcio que le había dejado devastado.

Se habían conocido hacía años, cuando Ignacio presentó a un joven Joel a diversos productores de teatro, en el tiempo en que Ignacio era un prominente bailarín y coreógrafo.

Sin embargo, un accidente de tránsito había provocado un coma de un mes a Ignacio, y posteriormente más de cuatro meses en hospitalización, debido a una complicación neuronal que terminó en una costosa cirugía que le salvó la vida al tiempo que se la arruinaba financieramente.

Años después terminaría por divorciarse de su ex mujer, quien se llevaría la mitad de sus bienes junto a un hombre completamente desconocido, dejando a Ignacio y a su pequeña hija, a quien la madre ni siquiera se tomó la molestia de exigir la tutela, solos. Ninguno de los dos había vuelto a saber nada de ella.

– Estoy bien Ignacio, gracias, ¿tú cómo estás?

Joel le hizo señas a la chica para que se acercara.

– Bien Joel, gracias. Fíjate que logré inscribir a Fernanda a un casting, no sé si sepas de una telenovela que se va a llamar “Ciudad de la alegría”.

La chica se puso de pie y avanzó hacía él.

– Sí, he escuchado sobre eso, me parece que el nombre es sólo del proyecto, tentativo.

Joel colocó su mano sobre el hombro de la chica, indicándole que se arrodillara.

– Sí, bueno. Te quería preguntar qué tanto sabes de ese proyecto, no sé si puedas apoyar de alguna manera a Fernanda.

La chica, sin necesidad de alguna otra orden, se llevó aquel falo a la boca, que se endureció por completo entre sus labios.

– Francamente, Ignacio, no estoy muy inmerso en ese proyecto. Sólo sé algunas cosas. – mintió

– Yo creo que sí, Fernanda no quedó tan mal en el casting inicial, pasó el primer filtro.

– ¿De verdad?

Joel frunció los labios; Fernanda no tenía muchas esperanzas, pues ya una de las candidatas – y su madre, desde luego – habían tenido un trato con la producción de dicho proyecto. La chiquilla seguiría la vieja tradición y conseguiría el estelar a punta de folladas.

– Fíjate que no pudimos ver a las otras candidatas, las tienen por números, pero si vimos la puntuación. Me preocupa que, aunque Fernanda consiguió el tercer lugar de diez, la que quedó en primer lugar si nos lleva por varios puntos.

“¿Y cómo no?”, pensó Joel, la chica tendrá que chupar muchas vergas para pagar esa puntuación.

– Creo que eso dice mucho Ignacio – respondió Joel, cuidando sus palabras con su amigo – por lo general esas puntuaciones, aunque no son definitivas, difícilmente se modifican. Podría ser muy complicado que Fernanda…

– Oye, Joel, no me digas eso, es decir, ¿no existe alguna manera de hablar con alguien?

– Es una decisión de un jurado, Ignacio, tú sabes bien cómo es esto, depende de la opinión de los productores.

– Me dijeron que el productor principal es un tal señor Galloso.

“Viejo loco y pervertido”, sonrió Joel, mientras empujaba con firmeza la cabeza de Mireya hacia su verga.

– Lo conozco, es productor de muchas…

– Sí, lo sé, por eso me gustaría platicar con él.

– No creo que exista manera…

– ¡Vamos Joel!, sé que lo conoces, tan solo necesito que me permitas hablar con él, sólo para saber que tan probable…

Joel comenzó a sentirse estresado, no sabía cómo explicarle que, aún reuniéndose con el Sr. Galloso, Fernanda no tenía posibilidad alguna. A menos claro que…pero ni siquiera debía considerarlo.

– ¡Ignacio!, por favor, créeme cuando te digo que es imposible.

– Joel – dijo Ignacio, con una extraña serenidad – No soy tonto, sé lo que sucede, y Fernanda y yo estamos dispuestos a competir…a competir de esa manera.

Joel tragó saliva.

– Creo que no te entiendo – mintió de nuevo, pero con menos convicción.

– Yo diría que sí, Joel. Seamos francos, no te preocupes por ocultármelo, si Fernanda tiene que hacer eso que sabes que se debe hacer, te aseguro que estamos dispuestos.

– Es que…

– ¡Por favor! ¿Necesitas que sea más específico?

– Es que realmente no te entiendo. Me gustaría saber de qué me estás hablando. – dijo, simulando una risa confusa.

“¿Cómo rayos se ha enterado?”, pensó. Se llevó la mano a la cabeza mientras escuchaba el relato de su amigo, acerca de cómo se había enterado del funcionamiento de aquel sistema de selección de actrices.

– ¿Entonces te pusiste a investigar y espiar a los productores?

– Sólo algunas cosas, en realidad no sé ni siquiera quien es la otra chica, pero sé que quien sea está haciendo eso. Y su madre lo sabe, o la obliga, no lo sé. Y los productores parecen estar muy satisfechos con eso.

“Me imagino”, pensó Joel.

– Bueno Joel. Yo te puedo asegurar…

– Sólo necesito que me ayudes, sólo una entrevista, para saber qué posibilidades tiene Fernanda. No tienes nada que ocultarme, y yo no tengo nada qué revelar a nadie. ¿Me entiendes?

Joel quiso saber si aquello era una especie de amenaza, pero prefirió no indagar en los pensamientos de Ignacio. Miró a Mireya, quien mirándolo indagadora, pero sin dejar de chupar, parecía haber notado el malestar de Joel.

Aumentó la intensidad de sus movimientos a fin de tranquilizarlo, y aquello funcionó de cierta manera. Joel no tardó en sentir que aquello estaba por terminar y tomo él mismo su falo, mientras la chica, de rodillas y con la boca bien abierta, se preparaba para recibir su corrida.

– Hablaré con el Sr. Galloso – resolvió Joel, mientras su mano apuntaba su falo hacia la chiquilla.

– Te lo agradeceré realmente, Joel. ¿Qué día crees que pueda ser?

Pero Joel no respondió, un silencio inundó el auricular, emitió un quejido ahogado que Ignacio no alcanzó a interpretar. Sobre la abierta boca de Mireya, los brotes de esperma de Joel caían gentilmente, mientras unas cuantas gotas erráticas salpicaban su rostro y su pecho.

Atrajo de nuevo a la chica, quien terminó su faena limpiando el pene de su representante, que iba perdiendo lentamente su dureza, pero sin perder del todo su tamaño.

– Supongo que sabes lo difícil que es que me pidas esto, Ignacio, más para ti que para mí. – rompió el silencio con una voz entrecortada por el placer, una clara molestia y los nervios, todo junto.

– Tú no te preocupes por eso, Joel, sólo necesito una cita.

Joel suspiró.

– No será una cita Ignacio, deben ir preparados.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “Teniente Smallbird 4ª parte” (PUBLICADO POR ALEX BLAME)

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SOMETIENDO 55

Sin títuloSmallbird se despertó de nuevo con resaca, haciendo que esa mañana se confundiese con las anteriores. Desayunó uno de los donuts que había sobrado de la tarde anterior y se había traído a casa de la comisaría y una cerveza sin alcohol. Dos cigarrillos después ya se sentía humano y después de tender la ropa que llevaba tres días en la lavadora subió a la Ossa dispuesto a empezar una nueva y tediosa jornada laboral.

El comisario debía de tener una reunión importante porque no estaba en su oficina cuando el detective llegó . Eso le había evitado un engorroso informe en el que más o menos tendría que decir que seguían en ello. Esperaba que para cuando llegase al menos hubiese una lista de sospechosos.

Los chicos estaban todos enfrascados en la búsqueda de sospechosos en guarrorelatos así que se fue a su despacho sin entretenerles y les dejó hacer.

Llevaba un par de horas deambulando por la página web revolviendo entre relatos comentarios y listas de autores cuando recibió un Wasap de Fermín diciendo que tenía novedades. Harto de la atmósfera opresiva de la comisaría no le dejó que le contase lo que había averiguado por teléfono y le dijo que iba a hacerle una visita. Como siempre que iba solo, cogió la Ossa y se deslizó a toda velocidad por las calles casi desiertas a aquella hora del día llegando al Anatómico en poco más de ocho minutos.

Fumó un par de cigarrillos, tosió un par de veces y entró en el gris edificio con paso rápido y decidido. Recorrió los pasillos una vez más, intentando imaginar en qué estado le tocaría llegar allí en un futuro cada vez menos lejano. Ya fuese víctima de un tiroteo y llegase allí con una sobredosis de plomo, cayese aplastado con su moto bajo el camión de la basura de forma que tuviesen que enterrarlo con la Ossa o llegase en pequeños trocitos victima de la bomba de un yihadista, lo único que quería era una muerte rápida. Nada de largas y dolorosas enfermedades.

Entró en el despacho tras golpear la puerta con los nudillos, sin esperar respuesta y se encontró a Fermín jugando a Plants vs Zombies en el móvil.

—Qué, ¿Sigue sin haber trabajo? —dijo el teniente a modo de saludo.

—Es increíble, pero llevo una semana que parezco el protagonista de Torchwood, —dijo Fermín sin apartar los ojos del smartphone—está muriendo tan poca gente que voy a tener que aprovechar las neveras para enfriar cervezas.

—Tranquilo ya te llegará todo el curro de golpe. —replicó Smallbird— Dijiste que tenías algo para mí.

—Sí , ha llegado el informe del laboratorio. —dijo alargando una fina carpeta que había sobre el escritorio— Bromuro de pancuronio.

—Bromuro de panqué…—dijo Smallbird abriendo la carpeta— Creí que ya conocía todos las drogas que un gilipollas podía conseguir, pero esta es nueva.

—El señor Blame tenía alcohol, coca, éxtasis y Viagra en su venas, pero con mucha diferencia la mayor concentración era de bromuro de pancuronio, es un relajante muscular muy fuerte derivado del curare.

—¿El veneno de los indios del amazonas?

—Ese mismo. —dijo el forense dejando el móvil por fin con un gesto de contrariedad.

—Vale, así que tengo que buscar un tipo moreno, bajito, desnudo, con el pelo cortado en redondo y una cerbatana en la mano.

—O un tipo con bata blanca. —replicó Fermín.—Es una droga utilizada en cirugía para relajar los músculos y hacer las intervenciones más sencillas. En ocasiones se usa también como anticonvulsivante o en casos graves de epilepsia, pero no se suele hacer fuera del ámbito hospitalario, por el riesgo de pasarse con la dosis y producir una parada respiratoria.

—¿Cómo lo administró?¿Con un dardo?

—Por lo general la vía elegida es la intravenosa. Volví a examinar el cadáver buscando el punto de inyección pero no lo logré, supongo que el asesino utilizó alguno de los cortes para enmascararlo.

—Entiendo. ¿Algo más?

—Hay muchas drogas con las que puedes incapacitar a una persona, pero no hay tantas que lo hagan y esa persona siga siendo totalmente consciente y tenga la misma percepción del dolor. —dijo Fermín.

—Así que esto es algo muy personal. El asesino no solo quería cargarse al señor Smallbird, también quería hacerlo sufrir durante horas.

—Si no se le hubiese ido la mano, probablemente durante casi un día entero.

—¿Se necesita receta para conseguir esa droga? —preguntó Smallbird revisando por encima el resto de la bioquímica de Blame sin entender ni papa.

—Se necesita receta, en efecto, pero al no tener un uso, digamos recreativo, no está tan controlada como los opiáceos, así que el que la consiguió puede no haber dejado demasiado rastro.

—¿Cómo pudo administrarle el asesino una inyección intravenosa a la víctima sin que esta se opusiese? —preguntó Smallbird confundido. —Blame no era un tipo canijo precisamente.

—No lo sé, para eso estás tú, —dijo Fermín con una sonrisilla que venía a decir jódete— yo solo te doy las piezas, eres tú el que tiene que montar el puzle.

—De acuerdo, gracias por todo. —dijo el detective dándole la mano al forense— Por cierto, procura que esta vez esto no sea de dominio público.

—No te preocupes, estoy tan cabreado como tu comisario. Ya sé quién fue y le he puesto a organizar los archivos de los años ochenta, pero eso es todo lo que puedo hacer, es tan funcionario como tú y como yo. Todos los que han visto ese informe están advertidos, la próxima vez los denunciaré aunque me cueste el puesto.

Salió del despacho del forense y desanduvo el camino pensativo. ¿Cómo demonios le pones a un tipo una inyección intravenosa contra su voluntad? Lo más fácil sería noquearlo y luego pincharlo o ¿Había logrado convencerlo para que se prestase voluntariamente? ¿Podría haberle convencido de que se trataba de una nueva droga que no se podía perder?

El sol de primera hora de la tarde le deslumbró al salir de los oscuros pasillos de la morgue y le recordó que no había probado bocado desde el desayuno. Encendiendo un cigarrillo giró sobre si mismo situándose y se dirigió a la cafetería de la complutense para comer el menú del día.

De vuelta en la comisaría se reunió con el equipo en la sala de conferencias dónde esperaban todos para informarle.

—Bien, —empezó Smallbird— empezaré yo si no os parece mal. He investigado a cuatro de los autores que me enumeró Vanesa y Carpene Diem parece prometedor.

—Yo busqué entre los comentarios de los relatos de Blame y encontré varios. Descarté a los de fuera de España y me quedé con Carpene Diem, Matoapajas, Capacochinos y Malvado retorcedor de pezones. —dijo Carmen.

—Capacochinos también lo tengo yo —dio López— y también a Matoapajas.

El resto de los detectives siguieron añadiendo nombres a un lista que terminó siendo de cerca de una docena y empezaron a analizarlos uno a uno .Empezaron por los menos probables descartando rápidamente a los dos primeros ya que apenas habían recibido un par de comentarios y habían optado por no responder. El siguiente era un tal Trancadeveinte que había descubierto Gracia haciendo búsquedas entre los comentarios con un programa que había creado la noche anterior.

—Aunque no es un escritor muy prolífico y Blame comentó solo dos o tres, si abrís cualquiera de sus relatos, veréis que son extremadamente violentos —dijo Gracia abriendo el perfil y eligiendo un relato al azar que inmediatamente se proyectó en la pantalla para que todo el mundo pudiera leerlo.

El relato se titulaba Crónicas de Zoork : el ataque de la reina de las Magas Zorra.

El tal Zoork era un anciano mago, decano de una antigua sociedad de magos en el reino de Cernuria. Una de sus más aventajadas alumnas había tenido una grave desavenencia con su maestro, había desaparecido en un reino vecino durante cinco años y había vuelto convertida en la jefa de un clan de guerreros que había entrado en su hermandad a traición matando a casi todos sus integrantes.

Pero el anciano que estaba de viaje se libró y cuando se enteró de la traición juró vengar a sus condiscípulos. Fue matando uno a uno a todos los componentes del clan mientras la bruja huía hasta que acorralada en el claro de un bosque decide defenderse:

Desde la última vez que la había visto, la joven delgada y desgarbada se había convertido en una mujer esplendida alta, delgada, con una melena negra y brillante como el pelaje de un narguik. Sus pechos grandes y turgentes se adivinaban a través de la vaporosa túnica de color índigo que portaba y sus manos finas y blancas sujetaban una peligrosa varita de los artesanos de Kentai.

—Veo anciano que te subestimé dejándote con vida.—dijo la joven enarbolando su varita— Pero ahora verás lo mucho que he aprendido sin tu asfixiante presencia.

La joven puso el cuerpo en tensión pero el anciano arrugado y encorvado estiró el brazo con un gesto de condescendencia y con un suave murmullo le arrancó a la hechicera la varita de sus manos.

Podía decirse mucho de la joven, pero no que careciese de redaños. Desarmada optó como último recurso obtener la energía que necesitaba del poder acumulado en los tatuajes que recorrían su cuerpo, pero el gran Zoork ya lo estaba esperando y se adelantó a la joven.

—Por el poder del gran Reorx, —dijo el mago levantando sus entecos brazos en medio del claro agitado por la tempestad— por la ira de Tautona… por la insaciable sed de venganza del gran Kraga yo invoco el poder de los antiguos para que así se castigue la traición de esta oscura hechicera…

Las sarmentosas manos del anciano comenzaron a brillar cada vez más hasta volverse incandescentes y antes de que la hechicera pudiese completar su hechizo, dos tentáculos resplandecientes rodearon muñecas y tobillos de la joven elevándola un metro y medio en el aire y separando sus extremidades.

La joven se resistió todo lo que pudo y el gran Zoork disfrutó viendo los músculos de las piernas de la joven tensándose hasta casi romperse intentando deshacerse del mortal abrazo de la magia de su antiguo mentor.

Los tentáculos crecieron y se extendieron por los miembros y el torso de la joven hasta cubrir todo su cuerpo. Con un grito de rabia el anciano pronunció las últimas palabras del hechizo y el calor se que emitían los tentáculos fue tan intenso que la fina tela de los ropajes, el vello y la capa externa de la piel de la hechicera se volatilizó.

El anciano mago aspiró el olor a pollo quemado y se cercioró de que todos los tatuajes de la joven se habían volatilizado con la capa externa de su piel dejándola totalmente indefensa ante él. El mago retiró los tentáculos y mientras recogía la varita de la joven del suelo con dificultad, admiró su sensual cuerpo, ahora totalmente libre de vello salvo por su espectacular melena y su piel irritada y sensible como la de un herida acabada de cicatrizar.

El gran Zoork se incorporó y usando el poder de la varita hizo un sencillo movimiento haciendo que el cuerpo de la joven se arquease y estirase hasta que todas las articulaciones crujieron al borde de la dislocación.

-Ahora, puta, vas a experimentar la justicia del gran Zoork. —dijo el mago dando un nuevo estirón a las articulaciones de la joven, que se tuvo que morder el labio hasta hacerlo sangrar para evitar un grito de angustia.

Tras unos segundos, el mago aflojó un poco la tensión en el torso y los brazos, pero mantuvo la presión sobre las esbeltas piernas de la joven de manera que quedaron totalmente abiertas dejando su sexo expuesto ante la visión del mago que se abrió distraídamente la túnica profusamente adornada con los emblemas de su casa.

Con un gesto de su varita el anciano bajo el cuerpo de la joven hasta que estuvo a su alcance y acarició la sensible piel y los tensos muslos de la joven arrancándole por fin un grito de dolor.

—Así me gusta no te reprimas. —dijo él dando un par de palmadas a la joven que prorrumpió en nuevos gritos de dolor y angustia.

Zoork se acercó a la joven y aspiró el aroma del sexo joven y limpio. Sin apresurarse, el anciano introdujo en el coño sus dedos fríos y sarmentosos. La joven dio un respingo y aguantó como pudo la exploración notando como las largas uñas del anciano mago arañaban inmisericordes el delicado interior de su vagina.

Zoork se apartó y se quitó la túnica dejando a la vista una polla tan grande como la pitón reticulada que formaba parte del emblema de su hermandad. Con lentitud el anciano se acostó en el suelo en un lugar donde hierba era más mullida y fragante.

A continuación con un golpe de varita acerco el pubis de la joven totalmente abierta de piernas hasta su polla enhiesta y cuando lo tuvo a su alcance lo dejó caer de golpe sobre su polla ensartándola hasta el fondo de una sola vez. La joven pegó un alarido al notar como todo su coño se abría y distendía dolorosamente para acoger el formidable pene del mago.

Sin darle tregua y sin dejar de mantener su cuerpo tenso y arqueado, levantó a la joven con la varita repetidas veces para luego dejarla caer con todo su peso. Los gritos fueron sustituidos por jadeos a medida que la joven se iba cansando. El mago con una sonrisa maligna dio un golpe de varita y dejó a la joven suspendida a unos pocos centímetros de su pubis con las piernas abiertas y media polla de él en su coño.

Con un golpe seco en una de sus piernas, la joven ingrávida tuvo que soportar la polla del mago mientras ella giraba a toda velocidad en torno a ella. El mareo le hizo gritar hasta quedarse ronca.

Por fin el mago se separó y le dio una tregua liberándola de sus invisibles ataduras. La joven cayó al suelo a cuatro patas, temblando y con su rosada piel brillante de sudor .

Zoork observó el cuerpo bello y derrotado de la joven, jadeando ruidosamente intentando coger aire y lo acarició con suavidad. Por primera vez la joven experimentó placer cuando el anciano le acaricio su culo y su sexo y gimió casi sin querer.

Tras la corta tregua el mago volvió a penetrar a la joven, que esta vez gimió enardecida por las caricias. En su mente ella pensó que si lo hacía bien, quizás aquel anciano no acabase con su vida así que cerró los ojos y comenzó a retorcer su cuerpo abandonándose al placer.

El mago tuvo que reconocer que aquella joven era deliciosa y que era un pena tener que matarla pero los espíritus de sus hermanos no descansarían hasta que ella estuviese tan muerta como ellos.

Sin dejar de penetrarla el mago acercó la varita a su pubis y con un rápido hechizo la convirtió en un nuevo pene tan largo y grueso como el original.

La hechicera se puso tensa cuando un segunda polla penetró en su culo rompiéndoselo de un solo empujón pero estaba tan excitada que apenas sintió dolor.

Con una intensa satisfacción, el mago vio como la joven retenía el aire un momento para a continuación relajarse y recibir las dos pollas con gestos de intenso placer. Zoork siguió empujando dentro de los delicados orificios de la joven hasta que todo su cuerpo se tensó en un bestial orgasmo. Con un sencillo hechizo el anciano prolongó el orgasmo de la hechicera a la vez que hacía crecer los dos miembros en su interior aplastando órganos y triturando huesos.

La joven murió casi sin darse cuenta mientras el orgasmo recorría todo su cuerpo enervándolo.

El anciano se separó por última vez de la joven y cogiendo las dos pollas eyaculó sobre su cuerpo inerte.

“La venganza está cumplida” pensó el hechicero con un gesto vacio abandonando el cuerpo de la joven a las alimañas.

Todos apartaron la vista del relato a la vez y cuando Gracia vio los comentarios entendieron porque consideraba a Trancadeveinte un serio candidato:

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-12-08 11:14:21

El típico relato de brujería carente de toda originalidad salvo en la sádica manera en la que lo acabas. He leído todos tus relatos y he llegado a la conclusión de que tienes un serio problema de personalidad, así que contrariamente a lo que le aconsejaría a cualquier otro, te animo a seguir escribiendo estos bodrios si con eso conseguimos que no salgas a la calle a violar ancianitas.

Trancadeveinte (ID: 3450018419)

2014-13-08 19:34:24

Créeme sabandija, si alguna vez violo a alguien será a ti con un hierro al rojo rodeado de alambre de espino. Si me das tu dirección y numero de teléfono podemos quedar cuando quieras mamoncete.

Alex Blame (ID: 1418419)

2014-13-08 19:54:41

Ja Ja, Buen intento. Pero te prometo que cuando me sienta solo y necesite un soplapollas diciéndome estupideces al oído y acariciándome con amor te daré mi número encantado.

Tras terminar de leer el largo intercambio de insultos y amenazas de muerte todos quedaron de acuerdo en que el señor Trancadeveinte se uniese a Carpene Diem en la lista de candidatos.

Siguieron trabajando toda la tarde hasta que reunieron una lista de ocho sospechosos. A Carpene Diem y Trancadeveinte, se unieron Matoapajas, un joven bastante imaginativo pero que no sabía apenas de sintaxis y ortografía; Capacochinos, un tipo que decía escribir únicamente experiencias propias con pibones y mujeres famosas y que se cabreó muchisimo cuando Blame le llamó fantasma; Fiestaconcadáveres, elegido por su afición morbosa por los asesinatos y la violación de fiambres; Deputacoña, una tipa que solo escribía escenas de sexo sin más, pero que ambientaba en entornos hospitalarios lo que junto a los insultos que había intercambiado con Blame le animó a Smallbird a incluirla; Grancoñóncolorado, una joven a la que Blame maltrato únicamente por escribir solo historias de lesbianas y Rajaquemoja, una mujer que escribía bien y era bastante original, que era muy tímida al nombrar las partes pudendas pero nada tímida a la hora de poner precio a la cabeza de Blame cuando se reía de ella.

—Bueno ahora que tenemos un punto de partida empecemos a investigar a esa gente. —dijo Smallbird encendiendo un pitillo.—Gracia, quiero que entres en la página y averigües los datos de esas personas a ser posible sin dejar huellas.

—No hay problema. Lo haré esta noche en casa en mi ordenador y me encargaré de que la intrusión sea indetectable.

— Camino, tú ponte en contacto con el administrador de la Web y pídele esos datos. Tardará un día pero así podremos trabajar con los datos que nos consiga Gracia y cuando alguien nos pregunte podremos decirles que los hemos obtenido legalmente.

El teniente se sentó y se quedó en la sala apurando el cigarrillo mientras los detectives desfilaban camino de casa tras un largo día de trabajo.

Estaba a punto de ponerse la cazadora y marchar él también, cuando vio el comisario pasar ante él y entrar en su oficina. No le apetecía nada, pero sabía que el hombre necesitaba noticias así que cogió la carpeta que le había dado el forense y la lista de sospechosos y pasó sin llamar.

Empezó con el informe del forense para terminar luego con la lista de sospechosos. Negrete no le interrumpió pero puso cara de escepticismo.

—¿De veras crees que uno de esos pajilleros mentales es nuestro hombre?

—Tiene que serlo. No se me ocurre ningún otro sospechoso y el detalle de que las ochenta y ocho puñaladas sean las mismas que relatos tenía la víctima para mi es definitivo. Debe haber algún tipo de conexión.

—De acuerdo pero no pienso decirle a la alcaldesa que estamos persiguiendo a una pandilla de pervertidos hasta que tengas un sospechoso. —dijo el comisario hurgándose los dientes con una uña— Date prisa, por Dios, me he pasado todo el día esquivando a la alcaldesa.

— Mañana sabré dónde buscar a los sospechosos y nos pondremos manos a la obra.

—Estupendo ahora vete y descansa un poco, te lo has ganado.

 

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 6” (POR ADRIANAV)

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UNA EMBARAZADA2El punto de vista de Arturo:

Sin títuloArturo divisó a Luis Eduardo que regresaba de la casita. Se había cambiado de ropa. Ese chaparrón nos había obligado a correr para refugiarnos. Daniel y Antonio se salvaron porque al estar más cerca de la casa no se mojaron, llegaron antes del chaparrón.

Cuando Luis Eduardo pasa por mi lado me dice:

– ¿Sabes que llegó Andreita con la comida que envió Rosa?

– Si. Sabía que venía.

– Pobrecita, llegó ensopada porque la agarró la lluvia a medio camino.

– ¿Le diste algo de ropa seca?

– Si. Una camiseta que le llega casi a las rodillas! Ja, ja, ja. Y de paso le ayudé con la tinaja para que se diera un baño de agua caliente. ¡Qué linda se ha puesto esa nena…!

Ni le pregunté el porqué de su comentario. Me lo imagino. Conozco a Luis Eduardo desde muy jovencito. Nos hicimos muy amigos de él desde que llegamos a la villa. Es al que siempre invitamos a comer cuando regresamos del campo. Poco a poco fui descubriendo que es un enfermo sexual y que no deja escapar oportunidades.

Rosa, -mi mujer- también lo descubrió “accidentalmente”. Desde que nos mudamos, él me hablaba mucho de mi mujer. Me decía cosas como: “Tienes mucha suerte, tu mujer es la más linda de la villa. Tiene un cuerpo muy atractivo”. Y se interesaba en hacerme preguntas de cómo la había conocido y demás. Hasta que un día me preguntó si era buena en la cama y entramos en el tema de la sexualidad con más profundidad.

Desde que conocí a Rosa fuimos muy sinceros en la rutina diaria. Y así fue que llegamos a decirnos sin tapujos las cosas que deseamos en la vida de cama. Primero fantaseábamos con amigas y amigos, a veces con familiares y hasta con gente que apenas conocíamos. Luego deseamos convertir algunas en realidad.

Desde el principio nos sentimos muy enamorados el uno del otro y eso nos daba una estructura matrimonial muy firme. Por esa razón es que no nos costó nada poder dar el paso. Y todo se inició con Javier, uno de mis mejores amigos a quien le confié que lo utilizábamos en nuestras conversaciones durante el sexo, algo que se había convertido en costumbre y punto de calentura.

Normalmente lo invitábamos a comer en nuestro humilde apartamento de apenas dos habitaciones que teníamos en la ciudad, antes de mudarnos a la villa. No había nada más que la cocina con una mesa y cuatro sillas, el dormitorio y el baño. No teníamos sofá ni había lugar para tenerlo. Javier todavía hoy, vive a unos veinte minutos de ese apartamento, y tiene un negocio que está apenas a una cuadra y media. Él fue quien me había dado el dato de que se había liberado ese apartamento cuando estábamos buscando donde vivir y yo lo alquilé de inmediato.

Luego de la confesión que le hice a Javier se lo comenté a Rosa y ese día terminamos de hacer el amor hablando de cómo ella quería que se lo hiciera nuestro amigo. Tengo muy claro que tanto él como ella se sentían atraídos fisicamente desde que los presenté. Siempre los dos por separado me hablaban de alguna virtud física que el otro poseía. Creo que eso fue lo que me provocó mencionar a Javier de vez en cuando durante nuestras sesiones se sexo.

Pero ante la inminente próxima reunión en la que sabíamos todos a que los nos íbamos a enfrentar, Rosa quedó tan excitada que al día siguiente pasó por el negocio para hacer las compras de lo que se necesitaba en la casa y lo invitó a “una picada” tipo aperitivo cuando cerrara el almacén. Ella misma me contó que la respuesta de Javier no se hizo esperar y que al despedirse ella le dio un beso en la comisura de la boca, cosa que aprovecharon para abrazarse arrimando la pelvis un poco más de lo acostumbrado y que definitivamente estaba claro que se estaban permitiendo sentir mas de lo normal. Me confesó que los dos inconscientemente buscaron posicionarse para sentir el lugar perfecto donde presionarse mutuamente un par de veces y que definitivamente la había calentado mucho sentirlo. Pero como entró gente no pudieron seguir y se regresó a casa.

A las siete de la noche, luego de cerrar el negocio, Javier llegó como había prometido y traía dos botellas de vino. A pesar de que nosotros estábamos conscientes de lo que podía pasar, teníamos un poco de nervios mezclado con excitación. Durante toda la tarde nos besamos más que de costumbre mientras ella preparaba la comida, nos abrazábamos cada vez que teníamos oportunidad y cuando nos duchamos nos mimoseamos como dos jóvenes en pleno período hormonal. Rosa estaba vestida normalmente, aunque la camiseta era cerrada dejaba ver bien lo redondo de sus pechos. Es una parte de su cuerpo tan atractiva como su trasero. Se puso una falda cortita y bien suelta que le resaltaba ese par de piernas tan lindas que tiene y se le levantaba un poco de atrás por la curva de sus nalgas tan paraditas, cada vez que caminaba a buscar las cosas para servirnos. Javier la miró un par de veces sin poner demasiada atención para no incomodarme, y para romper el hielo comenté:

– ¡Dime si esa falda no le queda intensamente deliciosa! Mírala bien y dime ¿no te parece atractiva?

Rosa se dio media vuelta y riéndose divertida, volvió a girar con más fuerza levantando la cadera y dejando ver un poco sus nalgas cubiertas por un calzón blanco que apenas le cubría la mitad.

– No hay dudas! -dijo Javier soltando la risa también.

Ella se volvió a girar con los brazos en la cintura en pose de modelo y nos guiñó un ojo como continuando con la broma.

Nos quedamos en silencio mirándola en su ir y venir a la mesa y se puso a tararear una canción sin letra.

Puso varios platitos con quesos, jamón, aceitunas y unos pastelillos pequeños de espinacas, tres copas y una botella de vino. Por los nervios o la expectativa, mientras charlábamos, sus grandes ojos casi azabache estaban más vivaces que nunca… más inquietos que nunca. Inconscientemente, cada vez que tomaba un sorbo de vino se pasaba la lengua en los labios de un lado al otro. Se reía con nervios y hablaba con ansiedad. Opté por acariciarle la pierna por debajo de la mesa para relajarla un poco y según me comentara después, eso la hizo relajar y controlar más el nerviosismo. Me sonrió. Así pasó el tiempo y nos bebimos una botella y media del vino que mi amigo había traído.

En un momento dado todos quedamos en silencio. Parecía que no se nos ocurría otro tema. Me pareció que Javier entraba en un momento de incomodidad por no saber qué decir y solo se me ocurrió decir algo en forma de chiste y también un poco en serio:

– ¿Qué les parece si nos vamos a sentar al living?

Todos miramos alrededor como buscando algo inexistente y nos reímos a carcajadas por la ocurrencia. No había ni siquiera otro rincón donde sentarse.

– Vamos -dije estirándole la mano a Rosa. Los dos nos levantamos y nos dirigimos al cuarto sentándonos en la cama. Desde allí llamé a Javier que se había quedado sin saber qué hacer:

– Ven Javier. Este es el sofá en esta casa! -y volvimos a reír.

Se levantó de la mesa y vino hacia nosotros. Se sentó al lado de Rosa. Otra vez se hizo silencio hasta que finalmente halé a Rosa de los hombros y caimos quedando los dos de espaldas. Poniéndome de lado le di un beso prolongado que ella me respondió muy fogosamente, mientras mi mano subía levantándole la falda hasta descubrir sus interiores. Javier del otro lado se recostó poniendo un codo al lado de la cara de Rosa mirando como nos besábamos. Mi mano se posó entre las piernas de mi esposa provocando que sus piernas se abrieran un poco como una autómata y gimió. Separamos los labios al instante en que mi mano continuaba un camino ascendente levantando la camiseta hasta descubrir sus pechos aprisionados por el sostén. Bajé la cabeza queriendo encontrar mi mano con la boca y mis dedos comenzaron a quitarle esa prisión del pecho. Buscaba el broche del corpiño que me separaba de sus deliciosos pezones y al levantar la vista vi que la mano de mi esposa buscaba la nuca de Javier y lo empujaba dandole valor para que la besara. Juntaron las bocas y vi la lengua de ella encontrando la de mi amigo hasta que sellaron los labios en un beso con mucha sensualidad.

Debo confesar que había pensado bastante en este momento. Creí que podía sentir algo de celos o rechazo cuando se hiciera realidad, pero contrario a todos esos pensamientos, verlos me produjo más deseo, más sensualidad y se me endureció la pija en un instante.

Después de liberar sus pechos me metí un pezón en la boca y empecé mi tarea de chuparlo y provocar su endurecimiento con mi lengua bien húmeda. Escuchaba el sonido de sus bocas y de sus lenguas mezclándose y desde la posición que me encontraba aprisionando uno de sus pezones, vi la mano de Rosa caminando en dirección a la bragueta de Javier. Buscaba apoderarse de su verga y él movía su cadera ayudándola con esa movida. Entonces sentí una exclamación de Rosa con los ojos muy abiertos en forma de sorpresa y sin despegar sus labios de los de él:

– ¡Qué grande que la tienes!

Y yo intervine contestándole

– Si. No te dije nada para que tu misma lo descubrieras…

– ¡Me encanta! -y juntando las dos manos lo empezó a pajear.

Entonces Javier habló por primera vez:

– Uy Rosa… despacio que me tienes a punto desde hoy en la tarde.

– mmmhh… ¿Te gustó mucho verme?

– Hace tiempo que me gusta verte…!

– Me di cuenta cuando me abrazaste en la despensa… pero no me había dado cuenta que te gustaba tanto.

– ¡Me encantas, mira como me pones!

Las manos de mi esposa seguían haciendo su tarea lentamente, con paciencia. De vez en cuando se pasaba la lengua por las palmas de las manos y seguía. Javier empezaba a gemir y le decía:

– … despacio linda, porque de lo contrario me puedes sacar la leche muy rápido. Me tienes muy caliente…!

– No… -contestó Rosa- no voy a dejar que se desperdicie asi nomás. La quiero adentro…

Su tono era mimoso y con tanto deseo que escucharlos hablar con tanta sexualidad aumentaba mi calentura! Jamás habría pensado que me gustaría tanto que se la cogiera alguien más enfrente de mi. Lo que habíamos hablado entre ella y yo durante nuestras sesiones de sexo privado no se arrimaba a esta realidad. Tanto ella como yo volábamos de calentura en este momento!

Dirigí mi mano hacia abajo y empujé el elástico de su calzoncito. Me ayudó levantando la cadera y luego se quitó el resto ni bien pudo engancharlo con el pie. Él hizo lo mismo y se quitó el pantalón y el calzoncillos así como estaba, sin pararse. Parecía que no quería abandonar esa posición. Le dije a mi mujer:

– Déjame sacarte la camiseta mi amor.

– Si mi amor, quítamela!

Tuvo que soltar la verga de Javier para levantar los brazos y permitirme terminar de desnudarla. Él no esperó nada y mirándole las tetas con deseo, comenzó a descender pasándole la lengua por el cuello y el pecho hasta atrapar un pezón con su boca. Ella me miró por primera vez desde que habíamos empezado y me sonrió con sus ojos como agradeciéndome. Mantenía la boca entreabierta respirando con profundidad y un poco agitada. Sus pechos subían y bajaban a cada bocanada de aire y me dijo en voz baja y caliente:

– Me encanta mi amor…! Bésame aquí! -ordenó dándome direcciones mientras separaba más las piernas abriéndose los labios de la vulva con los dedos.

Me levanté ubicándome a los pies de la cama arrodillado y abriéndola con una mano en cada pierna le planté mi boca y comencé a morderle bien delicadamente el clítoris. Gimió más alto que antes y su mano atrapó mi cabeza empujándome más contra ella. Me mojaba toda la cara. ¡Estaba totalmente ensopada! Le metí la lengua empezando a saborearla y mirando hacia arriba vi a Javier que se ubicaba encima de su cara, con su pija en la mano apuntándole a la boca. Ella no se hizo esperar y la abrió como pudo. Rosa intentaba metérsela entre los labios ayudándolo con sus manos, pero apenas le entraba la cabeza. Pensé que no iba a poder meterse mucho mas. Javier era famoso por el tamaño de su pija y es perseguido por muchas mujeres por esa razón. Tiene el tronco muy grueso y la cabeza tipo hongo que la hace ver más exageradamente grande que el resto. Lo único que se escuchaba de mi esposa eran sonidos guturales imposibles de descifrar. Pero se le notaba en la cara que disfrutaba como una loca. Rosa a veces se tomaba su tiempo para sacarla manteniéndola frente a sus ojos y se detenía a mirarla, luego mojaba los labios con su lengua y volvía a introducírsela en la boca sin dejar de masturbarlo en ningún instante. Ella sabe demasiado bien como chupar la verga, es uno de sus mayores placeres. Su boca la utiliza tan bien que hace sentir a un hombre como si estuviera metiéndosela entre las piernas. Unos minutos más y quitándosela de la boca dijo:

– Javier… me duele la mandíbula de chupártela… -y poniendo los ojos y los labios sonrientes agregó- …pero me encanta!

Quité mi boca de su vulva y para que descansara la boca le dije:

– Métesela Javier que esta mujer arde de ganas por tenerla adentro!

Y sin hacerse esperar ni un segundo Javier tomó posición entre sus piernas.

– ¿La quieres ya? -le dijo morbosamente con su pedazo de carne duro en la mano.

– Si!! Dámela!!

Entonces le dije a mi amigo:

– Mira que es bien estrecha. Métesela despacio para que disfrute…

Y lentamente arrimó ese miembro exageradamente grande hasta tocar los labios de la resbalosa vagina. Ella entrecerró los ojos, abrió la boca con un gemido y sus manos lo ayudaron abriéndose los labios de la vulva.

Yo me lancé a besarle la boca para disfrutar con ella de ese momento tan rico que estábamos por pasar.

Javier, considerando mi pedido, le resbalaba su cabeza de arriba hacia abajo y presionaba de vez en cuando. Yo bajé mi mano para tocarle el clítoris y darle más emoción a esa cogida que le iba a dar mi amigo y por los ojos de ella me di cuenta que había empezado a penetrarla.

– Uuuyy… -fue todo lo que Rosa pudo exclamar.

Se la volvió a sacar y a meter lentamente varias veces.

– ¿Te duele? -le pregunté

– No! Solo que se me estira demasiado… Aagh…! -fue lo último que pudo decir cuanto Javier empujó otro pedazo.

Ella se quedaba quieta, esperando con expectativa y temor al dolor. Otra vez Javier intentaba penetrarla y Rosa me dijo que sentía que se le inyectaban los ojos de sangre y no sabía hasta cuando podría aguantar.

– No se la metas toda todavía Javier. Dale tiempo. Deja que se le dilate un poco más…

Rosa me acarició la cara con sus dedos y volvió a sonreír en agradecimiento a mi preocupación. Sus ojos brillaban emotivos y calientes a la vez. En un par de minutos se animó a mover las caderas lentamente y se fue animando hasta que gimió y le dijo:

– Métemela mas!

Yo quité mi dedo del clítoris. Me estaban casi aplastando la mano. Ella levantó las piernas un poco intentando recibirlo hasta el fondo. Él empujó suavemente otra vez y ella volvió a gemir mirándome a los ojos con la boca abierta para tomar aire y dijo:

– ¡Ay… como me llena!

Javier le abrazó la cadera y le metió el resto. Rosa volvió a mirarme con cara de morbosidad y logró balbucear:

– ¡La tengo tan adentro mi amor…!

– Disfrútalo mi cielo…

Poco a poco empezaron a moverse con mas ritmo. Mi amigo finalmente tenía a mi mujer totalmente penetrada y gozando. Me paré para dejarlos solos y contemplarlos. Todo el ambiente empezaba a oler a sexo. Mientras se la cogía se miraban a los ojos con deseo y se sonreían uno al otro. Mi mujer le atrapó la cabeza con sus manos en el cabello y lo atrajo hacia su boca. Ahora no solo movían sus caderas cogiendo sino que se besaban como si fueran novios en un estado de calentura total. Ella empezó a menear sus caderas con mas furia y dejando de besarlo me miró con la boca abierta. Sonriéndome gesticulaba con la boca sin hablar, tratando de decirme “cómo me coge… que rico!”

Yo le sonreí mientras me pajeaba viéndolos. Todo el dormitorio se confabulaba con ese momento. ¡Era puro sexo! Y un grito de Rosa me llamó la atención mientras yo me seguía masturbando. Le llegaba un orgasmo imparable, desesperado, intentando tomar más velocidad con sus caderas a pesar del peso de Javier encima suyo.

– Asi! Asi! No dejes de moverte! Cógeme duro! Asssiiihhh….! Se movía con desesperación levantando la pelvis, y de golpe hizo una pausa, abrió la boca bien grande y gritó:

– Aaaahhh…! Qué ricoooo! -y seguía levantando la pelvis en convulsiones espaciadas pero violentas.

– Asiiii… no pares…. asiiii!

Javier ya estaba inconsciente de todo lo que le rodeaba empezó a bombearla con una fuerza e indolencia tan brutal que creí que la iba a lastimar.

– Estas tan caliente y la tienes tan apretadita que me estas haciendo acabar demasiado rápido! Aguanta!

Pero ella no estaba dispuesta a parar. Creo que había perdido todo el control de la cintura para abajo. Lo abrazaba con una fuerza desmedida como para que no se la sacara ni un milímetro.

– Ay si! Échamela adentro! Dámela mi amor!

Y Javier levantando el cuerpo con sus manos apoyadas en las caderas de Rosa le gritó:

– Toma!!! -Y convulsionaba también- Toma, toma, toma! -le repetía a cada empellón. Empezó a soltarle chorros de semen varias veces.

– Ahhh…. siento tu leche caliente en mis entrañas! Asi, lléname mi vida. Lléname!

Yo parado al lado de ellos no daba crédito a la violencia con que se estaban cogiendo. Se pegaban con desespero desmedido restregándose las pelvis en todas direcciones. Siguieron un buen rato en eso hasta que dejaron de hablar y solo se concentraban en los movimientos nada más. De a poco fueron bajando la intensidad hasta que quedaron mirándose a los ojos. Javier bajó la cabeza y la volvió a besar con delicadeza y deseo.

Yo no podía más. La calentura de verlos era insoportable y el ambiente tan cargado no permitió que me aguantara. Me acerqué a la boca de Rosa con la pija en la mano y le dije:

– Chúpamela!

Y agarrándola con su mano giró la cabeza y se la metió en la boca.

No me hice esperar al sentir la boca caliente y su lengua mojada. Se la metí una vez, dos veces y a la tercera sentí que la esperma avanzaba y el primer chorro lo recibió dentro de la boca. Un segundo chorro lo recibió con la boca abierta para no derramarla y el tercero fue a parar al cachete. Cerró la boca y tragó.

– Ay… qué rico mi cielo…!

Finalmente abrí los ojos y la escena era insoportablemente caliente.

Javier seguía teniendo su verga dentro de la vagina de Rosa mirando como me había vaciado en su boca mientras me retiraba. Se abrazaron y empezaron a besarse pegajosamente.

– Me encanta tener tu verga adentro -le susurró ella a mi amigo. Volvieron a besarse.

Me fui al baño dejándolos solos y lo demás es otra historia.

Esa fue la primera vez que experimentamos el sexo compartiendolo con alguien.

A lo lejos se divisaba la figura de Luis Eduardo que había llegado a su puesto. Ya se encontraba cortando las cañas con la hoz. Él también fue parte de otra de nuestras aventuras. Recordar esto me calentó hasta el punto de tenerla muy dura. Pensé en Andreita, estaba allí, apenas a cinco minutos…

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adriana.valiente@yahoo.com

 

 
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