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Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta” (POR GOLFO)

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INTRODUCCIÓN

Antes de contaros como terminé entre las piernas de mi cuñada, debo empezar por cómo llegó a mi vida esa mujer. Nací en una familia de clase media madrileña, normal y corriente, de esas que, aunque vivían bien, al llegar a fin de mes sufrían estrecheces. Nada importante pero mis padres no pudieron darnos ningún lujo ni a mí ni a mi hermano. Todo el dinero sobrante lo dedicaron a nuestra educación, de forma que cuando murieron no dejaron dinero pero si nos legaron una formación de primer nivel.
Yo era el hermano mayor porque nací quince minutos antes que Alberto y aunque no éramos gemelos sino mellizos, nuestro parecido era notable. Ambos fuimos buenos estudiantes y acabamos con nota dos carreras pero ahí terminan nuestras semejanzas, ya que por azares de la vida tomamos caminos muy diferentes.
Mientras yo me enfrascaba en conseguir una futuro profesional que me reportara dinero, mi hermanito como tenía grandes ideales se fue a Asia a trabajar con una ONG. Siempre me había parecido que perdía el tiempo pero como estaba tan involucrado con su labor humanitaria y rara vez venía a España, tuve pocas oportunidades de comentárselo.
Creo que en los últimos diez años, le había visto únicamente tres veces y por eso, aunque le adoraba, mi hermano era un auténtico desconocido. Solo sabía que vivía en Samoya, un pequeño país del sudeste asiático, donde le consideraban un santo y poca cosa más. Ni siquiera me enteré cuando se casó y todavía no se lo perdono. Le importaban más esa pobre gente que su familia.
Siempre pensé que cambiaría y que algún día volvería a Madrid y trabajaría por su futuro pero el destino quiso que no fuera así:
Una mañana recibí una llamada de la embajada de ese país donde me informaron de su muerte hablando de la irreparable pérdida que había sufrido el pueblo samoyano. Tardé en asimilar lo que me decían y cuando reparé que ese cretino estaba hablando de Alberto, me encabroné:
«Soy yo quien ha perdido a mi único hermano», pensé maldiciendo no solo a la ONG sino a todo lo que me sonara a oriental.
Mientras mi corazón se rompía en mil pedazos, el burócrata siguió con su perorata, narrando las virtudes del fallecido para terminar diciendo que el gobierno le había concedido una condecoración póstuma y que querían que yo la recogiese en su nombre. Por lo visto habían previsto un funeral en su honor donde iría hasta el presidente de ese remoto país y habían reservado un vuelo a mi nombre que saldría al día siguiente.
Aunque por mis poros exudaba odio por todo lo samoyano, comprendí que él había dado su vida por ese pueblo y por eso no pude negarme a honrar su memoria. Nada más colgar, fui a ver a mi socio y tras explicarle lo sucedido, le dije que iba a ausentarme durante una semana.
―Manuel, ¡no jodas! Tómate el tiempo que necesites.
Después de agradecerle su comprensión, invertí el resto de la jornada en cerrar asuntos y en ocuparme que en los que siguieran abiertos, alguien los tomara a su cargo, sin saber que, una semana después al volver a España, nada volvería a ser igual.
Triste y sin ganas, llegué esa noche a mi casa. Afortunadamente era soltero y por eso no tuve que aguantar que nadie que intentara compartir mi luto. Cabreado con Dios, con los ángeles y con cualquier ser celestial, cené y me fui a la cama. Como imaginareis, dormí fatal. Me reconcomía el no haber hecho más por ver a Alberto y sabiéndome soló en el mundo, lloré mis penas.

CAPÍTULO 1

Al llegar al aeropuerto, me esperaban un puto amarillo y una zorra de su mismo color que, al verme, dieron grandes y ostentosas muestras de dolor. Reconozco que no les hice ni puñetero caso pero ni siquiera se enfadaron porque debieron pensar que seguía en shock y servicialmente me llevaron al área de autoridades.
Esa fue la primera vez que comprendí la enorme labor que mi hermano había desarrollado porque ese salón estaba destinado a altos cargos de gobierno. Aturdido por el descubrimiento, no me extrañó que al subir al avión, la oriental me acompañara y tras sentarse a mi lado en un asiento de primera, me dijera que iría conmigo a Samoya como traductora.
Al protestar diciéndole que no era necesario, sonrió y con gran ceremonial, me contestó:
―Su hermano es un héroe en mi país. Dio su vida por la justicia y mi gobierno ha considerado que es nuestro deber facilitarle las cosas.
Me callé lo que opinaba de sus putos gobernantes y viendo que no me quedaba más remedio que aguantar su compañía, intenté dormir. La que si lo consiguió fue Loung. Ajena a mi escrutinio, la joven se acomodó encogiendo sus piernas sobre su asiento de manera inconsciente. Su dormitar me permitió observarla con detenimiento. Parecía recién salida de la adolescencia, su pecho todavía no se había desarrollado por completo pero aun así tuve que reconocer que la chavala estaba para mojar pan. Dueña de unos muslos atléticos y de una estrecha cintura lo que realmente me puso bruto fue que gracias a la forzada postura que había adoptado, su falda se le había descolocado, dejando al descubierto tanto el coqueto tanga como el maravilloso trasero que inútilmente trataba de tapar.
«Menudo culo», pensé mientras mi mente luchaba contra la excitación.
En un momento dado, la samoyana se dio la vuelta y entonces mi calentura se vio incrementada exponencialmente al comprobar que se le había desabrochado la camisa y descubrir que nada me impedía contemplar su pecho. Pequeños pero duros, sus senos estaban decorados por dos pequeños pezones de color rosa que me confirmaron su juventud.
Cabreado conmigo mismo, traté de apartar la mirada pero una y otra vez mis ojos volvieron a caer en la tentación hasta que también desde debajo de mi calzoncillo, mi pene exigió que le hiciera caso. Reconozco que estuve a punto de pajearme con ella y que incluso cogí una manta para taparme, pero justo cuando ya iba a sacarme la polla, ella se despertó.
Al abrir los ojos y notar que se le había abierto la blusa, se puso colorada pero entonces también se percató que mi entrepierna estaba extrañamente abultada y poniendo cara de fulana, me preguntó:
―¿Necesita algo de mí?
Fingiendo una tranquilidad que no sentía, le contesté que no pero ella pasando su mano por encima de mi bragueta insistió:
―¿Está seguro?
―Completamente― respondí de mala gana porque sus dedos habían aferrado ya mi extensión y sin cortarse por el resto del pasaje, esa morenita se disponía relajar mi tensión.
Poniendo un puchero, me susurró:
―Me han ordenado que honre al hermano de nuestro benefactor y le aseguro que la idea me resulta muy agradable.
Viéndolo con perspectiva y ya pasado un tiempo, confieso que fui injusto con ella y que si esa chavala no me hubiese recordado el motivo del viaje y quien eran sus jefes, le hubiese dejado proseguir pero fui incapaz y retirándola violentamente a su asiento, le exigí que me dejara en paz. Durante el resto del viaje, Loung se dedicó a tratar de intimar conmigo pero se topó contra una pared, consiguiendo únicamente algunos monosílabos como respuesta.
Ya en la capital de ese país, una enorme limusina de origen chino nos llevó hasta el lugar donde estaban velando a Alberto. Al ver la multitud que hacía cola para rendirle sus respetos, valoré en su justa medida el amor que esa gente sentía por su memoria y ya no pude seguir recriminando a mi hermano que hubiera perdido su vida por ellos.
Una vez en el velatorio, el ataúd con mi hermano estaba cerrado y al pedir que lo abrieran para darle mi último adiós, vi la cara de desconcierto de los empleados. Al preguntarle a mi intérprete que era lo que pasaba, Loung me llevó a un rincón y en voz baja me dijo:
―Aunque oficialmente su hermano murió de un ataque al corazón, fue asesinado por los enemigos de mi pueblo y no conviene destaparlo porque de hacerlo se haría público.
―No comprendo y eso que importa ahora, Alberto está muerto y su labor terminada.
―No es así― respondió la oriental:― si el gentío se entera de que lo mataron, habría una espiral de sangre y sus asesinos habrían conseguido su objetivo: detener las reformas que nuestro gobierno ha emprendido y que su hermano defendía.
Asumiendo sus palabras, no insistí en ver su cadáver y arrodillándome frente a su féretro, recé por él. Desgraciadamente las sorpresas no acabaron allí porque llevaba media hora en ese lugar cuando reparé en una diminuta mujer que lloraba sin consuelo a mi lado. Supuse que debía ser alguien importante en la vida de Alberto, debido tanto a su dolor como al puesto de relevancia que le habían dado y por eso susurrando al oído a Loung, le pregunté quién era.
La chavala me miró y tras reponerse de mi pregunta, contestó:
―Es la esposa de su hermano, Sovann Norondom, su más fiel ayudante y como él, perseguida por los que se oponen a los cambios.
Alucinado por la noticia de que Alberto dejara una esposa, no supe que decir y sin saber cómo, me acerqué a esa mujer y cogiéndola de sus manos, la abracé. Las muestras de cariño no están bien vistas en público y por eso esa morenita se separó de mí y haciéndome una reverencia, me dijo una frase en samoyano que no entendí. Menos mal que Loung llegó en mi ayuda y traduciendo sus palabras, me soltó:
―Es un honor conocer al hermano de mi marido. Su recuerdo no morirá jamás mientras nuestro amor por él siga en nuestra memoria.
Entonces me di cuenta que se esperaba unas palabras mías y por eso en voz alta, respondí:
―Aunque pasen los años y los que le conocimos estemos muertos, sus obras seguirán aquí recordando su vida.
Al traducirlo la muchacha, los presentes asintieron y desde ese momento, me miraron con otros ojos. Quizás me vieron como la reencarnación de Alberto o lo que es más probable, creyeran que iba a continuar su misión. Los hechos que se desarrollaron a posteriori, hicieron inviable esa segunda interpretación aunque yo hubiese querido.
En ese momento, el general Kim hizo su aparición con todo su gobierno y acercándose a mi lado, me saludó diciendo:
―En nombre del pueblo de Samoya, le ruego acepte esta medalla en nombre de Alberto Cifuentes, mártir de los pobres y precursor de la reforma agraria que mi gobierno ha aprobado.
Tras coger la condecoración de sus manos, se sentó a mi lado y dio comienzo el funeral. Durante una hora, fui testigo de una extraña ceremonia en un idioma desconocido y solo cuando ese militar se despidió de mí, comprendí que había finalizado. Aturdido por las muestras de afecto, saludé uno a uno a los presentes mientras su viuda se quedaba en segundo plano. Al no conocer sus costumbres, pensé que eso era la norma y no le di mayor importancia hasta que, ya en el hotel, pregunté por ella a mi asistente mientras me tomaba una copa en el bar.
―Está despidiéndose de sus conocidos pero no se preocupe, mañana como está previsto la tendrá en el aeropuerto.
No me preguntéis porqué pero ese “la tendrá” me mosqueó y tratando de averiguar su real significado, le pregunté a Loung que quería decir. La mujer, tartamudeando, se disculpó diciendo que creía que yo sabía que, para evitar incidentes, Sovann nos acompañaría en nuestro viaje.
―No entiendo― exclamé:― Me estás diciendo que esa mujer viene a Madrid.
Muerta de vergüenza y sin ser capaz de mirarme a los ojos, respondió:
―Así lo ha determinado el presidente. No quiere que su viuda sea un objetivo de los enemigos del estado y ha decidido que Usted se haga cargo de ella.
―¿La está exiliando?
―No pero, por su seguridad, cree que es mejor que no vuelva jamás a pisar nuestra tierra.
Helado, comprendí que ese capullo que había concedido la medalla a mi hermano ante el público, en privado deseaba desembarazarse de esa mujer porque le resultaba un problema. Sintiéndome una puta marioneta, ni me despedí de Loung y con paso firme, me encerré en mi habitación, lamentando mi suerte…

CAPÍTULO 2

Llevaba media hora viendo una película en el canal internacional cuando escuché que alguien tocaba a mi puerta. Al abrir me encontré de frente con mi intérprete que, pegándome un suave empujón, se metió en mi cuarto.
―¿Qué haces?― pregunté al ver que se quitaba un abrigo bajo el cual esa mujer solo llevaba ropa interior.
―¡Desobedecer órdenes!. Voy a hacer algo contrariando a mi rey. En el avión le mentí, tengo prohibido confraternizar. Usted es territorio vedado pero no he podido pensar en otra cosa desde que le vi excitado por mí― respondió mientras se desabrochaba el sujetador.
Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola en volandas depositarla en mi cama. La interprete con sus manos, temblando por el deseo, consiguió quitarme la camisa, antes incluso de que yo terminara de bajarme los pantalones. Poseído por un deseo irrefrenable, me desnudé sin darme tiempo a pensar que es lo que estábamos haciendo.
Sus pequeños pechos eran una tentación demasiado fuerte para que no los estrujara con mis dedos mientras mi lengua recorría sus pezones, por eso lanzándome encima de ella, estaba mordiéndolos cuando sentí que Loung agarrando mi sexo, se lo colocaba en la entrada de su cueva. No le hicieron falta preparativos, llevaba un día excitado por lo que al descubrir la humedad de su sexo, sin contemplaciones, la penetré. Gritó sintiéndose llena, sus uñas se clavaron en mi espalda, y moviendo sus caderas, me pidió que la amara.
Lo que en un principio había sido brutal, de repente se convirtió en algo tierno, y disminuyendo el ritmo de mis embestidas, comencé a acariciarla y besarla. Aun con la diferencia de tamaño, esa asiática y yo estábamos hechos el uno para el otro, mi pene se acomodaba en su cueva como una mano en un guante, y nuestros cuerpos parecían fusionarse sobre las sábanas, mientras ella iba siendo poseída por el placer.
Loung con su metro sesenta de puro sexo resultó ser una mujer muy ardiente. La podía sentir licuándose entre mis piernas cada vez que mi extensión se introducía rellenando su vagina. Poco a poco, fui incrementando tanto el compás como la profundidad de mis estocadas, hasta convertirlo en vertiginoso.
Entonces y sin previo aviso, se aferró a los barrotes de mi cama, y gritando se corrió. La violencia de su orgasmo, y el modo en que vi retorcerse a su cuerpo, me excitaron aún más, y cogiendo sus pechos entre mis manos, me enganché a ellos y sin dejar de penetrarla, le exigí que siguiera.
Mis palabras surtieron el efecto deseado y reptando por el colchón, consiguió cerrar sus piernas teniéndome a mí dentro. La presión que sus músculos ejercieron en mi miembro y sus jadeos rogándome que me corriera, era algo nuevo para mí, y sin poder aguantar más exploté sembrando su interior. Todavía seguía derramándome cuando noté que se me unía y que con sus dientes mordía mi cuello al hacerlo. El dolor y el placer se sumaron y desplomado caí sobre ella, mientras le decía que la adoraba y Loung conseguía el primer clímax de la noche.
―¿Quieres seguir desobedeciendo órdenes?― dije en son de guasa mientras mis dedos se perdían en su pelo negro.
Mirándome sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
―Bobo, no sabe cómo necesitaba sentirme suya.
Increíblemente, después de un polvo, esa samoyana me seguía tratando de usted y respondiendo mentalmente a su pregunta: No, no lo sabía, pero también ella desconocía la propia necesidad que yo tenía de cariño. Esa mujer tenía todo lo que me resultaba enloquecedor. No era su cuerpo, ni su belleza, ni su simpatía, era todo y nada. Su olor, su piel, la manera tan sensual con la que andaba, todo me gustaba.
Estaba todavía pensando en eso, cuando noté como desprendiéndose de mi abrazo, se incorporaba y separando mis brazos, me decía:
―¡No se mueva! ¡Déjeme!
Con los brazos en cruz, la vi bajar por mi cuerpo, mientras sus dedos jugaban con mis vellos. Sabía lo que iba a pasar, y mi sexo anticipándose a su llegada, se desperezó irguiéndose sobre mi estómago. Delicadamente cogió mi extensión con su mano, y descubriendo mi glande, recorrió con su lengua todos sus pliegues antes de metérselo en la boca. Lo hizo de un modo tan lento y tan profundamente que pude advertir la tersura de sus labios deslizándose sobre mi piel, hasta que su garganta se abrió para recibirme en su interior.
Sus maniobras, desde mi puesto de observación, parecían a cámara lenta. Podía ver como sacaba mi sexo para volvérselo a embutir hasta el fondo, mientras mantenía los ojos fijos en mí. Era como si esa mamada fuera lo más importante de su vida, como si su futuro dependiera del resultado de sus caricias y no quisiese fallar. Totalmente concentrada, y mientras me regalaba el fuego de su boca, sus manos se dedicaron a masajear mis testículos, quizás deseando que cuando expulsara mi simiente, no quedara resto dentro de ellos.
Fue como si unas descargas eléctricas que naciendo en mis pies, recorrieran todo mi cuerpo alcanzando mi cerebro, para terminar bajando y aglutinándose en mi entrepierna. Ello lo notó incluso antes que pasara y forzando su garganta como si de su sexo se tratara, metió hasta el fondo mi pene, justo cuando empecé a esparcir mi simiente. Lejos de retirarse, disfrutó cada una de mis oleadas, bebiéndoselas con fruición mientras cerraba sus labios para evitar que parte se desperdiciara. Insaciable, jaló de mi sexo, ordeñándome, hasta que, dejándolo limpio, se convenció que había sacado todo lo que era posible de su interior, entonces y sólo entonces paró y sonriendo me preguntó si me había gustado.
―Por supuesto― respondí extrañado del modo tan dulce que esa mujer me había hecho el amor.
Desgraciadamente, el cansancio y la tensión acumulada consiguieron vencerme y abrazado a esa burócrata infiel, me quedé dormido…

 

Relato erótico : “Las putas de mis profesoras” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Mi nombre es Juan tengo 52 años pero retrocedamos en el tiempo cuando yo tenía 14 e iba a cierto colegio cuyo nombre no diré. En ella era un alumno más y había varios profesores y cada uno enseñaba una materia. Mi profesora favorita se llamaba Mari Carmen y era una madura de buen pero de muy buen ver que iba siempre con ropa ajustada o con mini faldas.
Vamos que te ponía cachondo nada más verla con un par de tetas que era una pasada. Enseñaba naturales y química tendría unos 42 años, morena pelo largo y tenía un cuerpo que era una pasada.
Luego estaba otra profesora jovencita de unos 24 años, hija de un profesor que conocíamos seguramente la había metido por enchufe. Bien educada daba geografía e historia estaba para comérsela, era un poco tímida y se la veía muy educada.
Mi historia comienza cuando estábamos en clase y acababa de explicar la señorita Mari carmen y nos dijo que hiciéramos los ejercicios todo el mundo siguió a lo suyo menos yo que miraba de reojo las piernas de la profesora. Ella llevaba una mini falda y me agachaba discretamente para mirarla las bragas yo pensaba que no me veía y seguí cuando termino la clase y nos íbamos a ir me dijo:
Quédate quiero hablar contigo.
Mientras todos se iban me dijo:

¿Que te crees que no me he dado cuenta que te agachabas y me estabas mirando las bragas con disimulo?

Se equivoca yo es que se me cayó el lápiz.

Se te ha caído en toda la clase me dijo de ella.

No sabía que decir. Ella me dijo:

Dime te gustan mis bragas ya que no paras de mirarlas. ¿Te pongo cachondo ?

Al decirme esas palabras no pude evitarlo y mi poya se puso como una roca.

Ella me vio y me dijo:

Ya veo que te pongo bien caliente, habrá que remediarlo. ¿No te parece? Ven aquí.

Cerró la puerta y se me bajo las bragas dejando un chocho bien depilado y me dijo:

¿Te gusta lo que ves?

Yo trague saliva, no esperaba eso pero estaba bien caliente y me dijo:

Cómemelo

No podía creerlo, tenia a mi profesora con el chocho al aire diciéndome que se lo chupara. Me arrodille y empecé a pasarle la lengua por su chocho bien caliente.

Ella me guiaba despacio me decía:

Sin prisa

Ella suspiraba mientras yo la comía el chocho:

Así cabrón, no pares dame, gusto ya que mi marido ni me mira.

Me cogía la cabeza yo pensaba que me iba asfixiar pero me daba igual estaba en la gloria:

Ahora méteme los dedos en el chocho me decía mientras me chupas ¿te gusta mi chocho?

Me encanta le dije yo.

Pues fóllame con ellos. Ahora cómeme las tetas. ¿ no ha soñado nunca con ellas? veo como me miras cada vez que entro a la clase. Te pongo cachondo si pues entonces demuéstramelo: cómeme las tetas.

Empecé a chupar los pezones mientras la metía los dedos en el chocho. Ella me guiaba ya que yo tenía poca experiencia casi ninguna solo de las revistas que había leído y de las pajas que me había hecho pensando en ella. Suspiraba estaba a punto de correrse mientras la comía las tetas y mamaba y mamaba como si fuera un bebe ella me dijo:

Ahora quiero ver tu poya.

Me baje los pantalones y salió mi poya disparada como un cohete y bien dura.

Ya verás cómo te gusta lo que te voy hacer.

Empezó a mamarme la poya. Estaba en la gloria como la mamaba se la tragaba entera hasta los cojones me dijo:

¿Te gusta hijo de puta como te la chupo yo?

Dije que si

Mi marido no es como yo me dijo . Me gusta ser muy puta en la cama.

Yo alucinaba no me imaginaba nada así.

Ahora te voy a desvirgar. Métemela en el chocho que te voy a follar.

Yo alucine y se la introduje como ella me dijo empezamos a follar despacio me dijo sino te correrás en nada y quiero disfrutar mucho contigo me enseñaba como follar y cuando estaba a punto de correrme la sacaba ella me lo decía era una pasada. Estábamos tan metidos en la follada que no vimos cómo se abría una puerta de la clase y entraba Nuria la profesora de geografía e historia. Se quedó de piedra como si hubiese visto algo imposible nos dijo:

¿Pero que hacéis aquí?

Yo no sabía cómo reaccionar,nos podían expulsar a ella y a mí por enrollarse con un alumno y pillarnos en plena faena cuando mi profesora la dijo:

Espera que te explique.

No hay nada que explicar, eres una puta te estas tirando a uno de los alumnos. Haré que vayas a la cárcel y no puedas trabajar más y a ti se lo diré a tus padres.

Yo no sabía qué hacer en ese momento quería que me tragara la tierra mi profesora la cogió y la otra no se lo esperaba y me dijo:

Métela la poya en la boca. Es la única solución.

Hice lo que me dijo y cogió una cámara que tenía en el bolso y la hizo una foto y la dijo:

Si nos denuncias tú también estarás implicada ósea que más vale que cooperes y hagas lo que te digamos. Te gustara so zorra recatada. De momento cómele la poya y tu no te quejes, cabrón. Tndrás a dos mujeres para ti solo.  el sueño de cualquier hombre.

Yo estaba en la gloria desnudamos a Nuria y echamos esta vez el cerrojo para que no entrara nadie más ya los tres en pelotas seguimos follando la dijo:

Te va a gustar so zorra. Presumes de buena chica cuando lo que necesitas es rabo.  Fóllatela Carlos.

Yo se la metí hasta dentro y empecé a moverme como ella me decía.

¿Te gusta como este cabrón nos folla puta? dilo.

Sssssi sssi me gusta mucho.

Ahora cómeme el chocho guarra y la puso el chocho en la boca para que lamiera.

La otra lamia a lo primero obligada pero después ya no hacia falta ni empujarla ella misma se comía el chocho de la otra mientras me pedía que la follara bien fuerte que era nuestra puta.

La señorita Maricarmen me cogió la poya y me dijo después de chúparmela:

Otra vez quiero que la des por el culo a la zorra esa y después me des por culo a mí.

Empezó a lubricarla con saliva y la preparo el agujero y me cogió la poya y empezó a metérsela a la otra por el culo. La otra chillaba:

Por ahí no por favor, por el coño. Por ahí nunca lo he hecho.

Tranquila guarra, te gustara o puta a lo primero te dolerá un poco pero después no querrás parar y querrás que te rompan bien el culo todos.

Se la metí poco a poco y empecé a moverme y a cogerla de la teta mientras me la follaba por el ojete y ella chupaba las tetas a mi adorada profesora empezó a volverse loca cuando la tenía dentro y me decía:

No la saques dame por culo hasta los huevos joder que gustazo. Quiero estar así siempre y me des por culo siempre y empezaba a correrse como una loca.

Ahora Carlos me toca a mí. Dame bien por culo como te enseñado, lubrica bien el agujero y fóllanos el culo a las dos.

Empecé a follarme a Mari Carmen que gusto mientras la otra la morreaba y la chupaba las tetas y a mí la poya. Hicimos de todo no se cuántas posturas probamos, yo creo que hicimos hasta el kamasultra si es posible con las dos y nos corrimos divinamente. Mis profesoras me dijeron que habían disfrutado mucho y que siempre que quisiera eran mis putas y estaban dispuestas a pasarlo bien. Yo conteste que cuando quisieran pero que quería tirarme a la profesora de párvulos la señorita Pili que estaba de vicio

 

 y era una madura de miedo. Ellas me dijeron que me intentarían ayudar para que me la follase y gozar así los 4.

Si les ha gustado este relato continuo con el próximo como conseguí que me ayudaran mis profes putas a tirarme a la profesora de párvulos la señorita Pili perdonen las faltas de ortografía un saludo

 

 

  • : me castigan por mirar discretamente las piernas de mi profe y luego viene su compañera y terminamos follando todos
 

Relato erótico: “Rosa, la cachonda invisible. (4)” (POR JAVIET)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2ROSA. LA CACHONDA INVISIBLE. (4)

Sin títuloRecomiendo la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Primero quiero agradecer a Copa4519 su comentario, gracias al cual esta historia ha tomado un rumbo distinto, asimismo agradezco a todos mis lectores sus amables comentarios. Gracias amigos.

Nuestra amiga Rosa entró en su casa tras hacérselo con su joven vecino Edu, estaba contenta y si se la pudiera ver nadie dudaría de que se lo había pasado bien pues sonreía de oreja a oreja, estaba más satisfecha y feliz que un gato tras zamparse un ratón, fue entonces cuando se dio cuenta de que algo le chorreaba por la pierna procedente de su chochete, se paso la mano y vio que era el semen del vecino así que sin pensárselo dos veces se lamio la húmeda palma y saboreó aquellos restos del joven, decidió lavarse a fondo y fue al servicio.

Se sentó en el bidet y mientras se lavaba observo el agua de la bañera, no había sacado el tapón después de bañarse y el agua aun esta allí, la toco con una mano sintiendo que estaba fría y vio que estaba algo turbia, se sentía algo sucia pues había sudado un poco mientras montaba a Edu aquella tarde de verano, entonces la idea de darse otro baño en aquel “agua especial” se abrió paso en su mente, se decidió en un instante y abrió el grifo del agua caliente que cayó sobre la que ya ocupaba la bañera, Rosa espero unos minutos y cuando la temperatura del agua le pareció adecuada se metió en ella.

Paró el grifo y se dedicó a lavarse, se tapó la nariz y se sumergió en el agua metiendo la cabeza estuvo sumergida unos treinta segundos, sacó la cabeza y se quedó tumbada relajándose durante un rato, pero algo fallaba no se podía relajar del todo sentía un hormigueo en su vagina, se toco con las manos y se abrió el coñito sintiéndolo hambriento y ansioso, el hormigueo aumentó y ella sin ser consciente de lo que hacia se metió tres dedos dentro, notó el agua dentro de ella mientras agitaba los dedos en su interior, Rosa veía el agua moverse alrededor de su cuerpo pero no podía vérselo, la sensación era morbosa y extraña a la vez, notaba y disfrutaba las caricias que ella misma se proporcionaba, cogió con su otra mano su pecho y se lo llevó a la boca intentando chuparse el pezón pero falló dos veces en su intento al no vérselo, cerró los ojos y se dejo llevar por el instinto acertando a chuparlo a la primera, volvió a abrir los ojos y se masturbó frenética de deseo metiendo y sacándose los tres dedos en su chochete mientras se mordisqueaba el pezón, se corrió brutalmente encorvándose y jadeando como loca, salpicando sin control todo el baño entre sacudidas de su cuerpo trémulo de placer.

Un rato después salió del baño y se secó, vacio y limpio la bañera pues sus padres volverían pronto a casa, se puso unas zapatillas de playa que tenía en la habitación y se dirigió a la cocina, una vez allí se puso los guantes de goma que su madre usaba para fregar y por fin pudiéndose ver las manos se dedico a prepararse la cena viéndose los dedos sin temor a cortarse con un cuchillo.

Ceno una ensalada y un filete pues tenía un hambre de loba, después se fue a su cuarto pensando en cuanto durarían los efectos del baño y por tanto su invisibilidad, estaba algo preocupada por todo lo que la estaba pasando, desde luego los efectos secundarios la estaban convirtiendo en una especie de ninfómana cachonda, desde las once y pico de la mañana hasta ahora, miró el reloj eran las 21:05, habían pasado unas diez horas se había corrido al menos unas diez veces solo con sus manos y tres follándose a Edu su vecino, desde luego hacia tiempo que no se divertía tanto pero eso ¿sería bueno? Ella nunca había sido tan lanzada, Rosa se consideraba una tía normal y cuando follaba se solía correr un par de veces por lo menos, menos con el idiota de pepe un exnovio tan soso en la cama que no la hacía disfrutar y la solía llamar “nevera ambulante” el fue su primer novio y cuando lo dejaron ella se sentía culpable y muy apocada.

Rosa se daba cuenta de que todo había cambiado, se volvía a sentir caliente solo de pensar en los orgasmos que había tenido, pensó en llamar a un amigo e ir a su casa a darle una sorpresa, pero enseguida descartó la idea pues no quería asustarlo ni desvelar a nadie su nueva condición hasta no estar segura de controlarla, se acarició y se noto húmeda pero se detuvo enseguida, la apetecía FOLLAR sin más, pero ¿con quién? De repente la vino a la cabeza un lugar, el club “Deseos” un lugar de intercambio de parejas que había no muy lejos de su casa, andando llegaría en unos 20 minutos además hacía años que tomaba la píldora, podía follar sin preocuparse demasiado.

Se puso solo unas sandalias marrones, pensó que así se verían menos y pasarían desapercibidas, salió así a la calle en cuanto oscureció un poco, era verano y hacía calor así que podría ir desnuda sin enfriarse, mientras andaba por las calles esquivaba gente en las puertas de los bares, se detuvo cerca de un grupito de jóvenes que charlaban de sus ligues y se entero de que Puri la pelirroja del 5º B de la calle perpendicular a la suya, la mamaba de vicio y además se lo tragaba todo, otro muchacho lo confirmaba y además añadía que a Daniela la hermana de la Puri la encantaba que la dieran por el culo y se corría como una perra salida, decidió darle una lección al machito sodomizador y cuando este se puso la mano izquierda en la cadera, Rosa se aproximo al muchacho que haciendo corrillo estaba cerca del sodomizador y le acaricio el culo con una de sus manos, el muchacho dio un salto y se volvió al sodomita diciendo:

– Oye cabròn, a mi no me sobes el culo.

– ¿pero qué dices idiota, quien te va a tocar nada a ti? ¡payaso!

– ¡Payaso yo, maricón gilipollas! A que te doy.

– Tu no me das ni la hora, papanatas.

– ¡te meto pepe, te meto!

La pelea empezó de golpe, aquellos machitos de barrio se daban de hostias a base de bien, ella se alejo riéndose del grupo mientras la pelea se generalizaba a sus espaldas, en otra calle encontró a un marido gritando a su mujer, una joven morena a la que conocía de vista por coincidir en el híper del barrio, el tío no paraba de gritarla y la morena lloraba desconsolada, el hombre decía:

– Que eres una inútil, no sirves para nada ¡zorra! Ni para lavar ni follar ni nada, te vistes como la cerda de tu madre.

Rosa decidió darle al tipo un correctivo y acercándose a él, estiró la mano y desde atrás le cogió los genitales y dio un fuerte tirón hacia abajo a la vez que apretaba el paquete con todas sus fuerzas, aquel pobre animal dio un grito desgarrador y dio un par de saltos gritando antes de caer al suelo retorciéndose de dolor, aquel machote quedo tendido en el suelo gimoteando y llorando de dolor, esperaba que a partir de ahora aquel bobo mostrase más respeto por su parienta.

Se sentía contenta con ella misma, menuda gamberra que estaba resultando la tímida Rosa, mientras caminaba notaba la brisa sobre su piel refrescando su cuerpo y colándose bajo sus axilas y entre sus muslos, una sensación que solo puede sentirse en una playa nudista era ahora disfrutada en medio de una gran ciudad por nuestra amiga. Algo mas allá un grupo de jóvenes se acercaba a ella, eran demasiados para esquivarlos y decidió detenerse cerca de unos contenedores de basura, al pasar a su lado nadie se dio cuenta de aquel par de sandalias marrones al lado de la basura, cuando los jóvenes se alejaron ella se volvió a poner en camino ahora convencida de que en caso de problemas su camuflaje era perfecto.

Finalmente llego a la puerta del club “Deseos” era un lugar discreto, se pegó a la pared mientras esperaba a alguna pareja que quisiera entrar y observo la entrada, una puerta oscura una gran mirilla y un rotulo no muy grande, casi a su lado un botón rojo que supuso haría sonar un timbre en el interior del local, mientras esperaba la asaltaron las dudas ¿debía entrar? No estaba segura pero lo deseaba, la curiosidad la dominaba y ahuyentaba la prudencia, sabía que entraría y luego de un rato viendo que se cocía allá dentro actuaria en consecuencia.

Al rato llegó un hombre de unos 35 años, moreno con entradas en el pelo además lucia un bigote espeso, vestía de sport pantalón caqui y un polo claro el tipo era musculoso y caminaba seguro de sí mismo, parecía peligroso y ella sin saber porque se sintió de golpe excitada, su cuerpo sintió un escalofrió y no necesito tocarse para saberse mojada, el hombre llamó al timbre y enseguida abrió la puerta una morena pizpireta, era sexy y delgada aunque no muy alta, poseía una naricilla respingona ojos verdosos y boca carnosa, medio enseñaba sus pechos firmes bajo el vestido color canela de generoso escote que lucía, la tela del vestido se acababa apenas un palmo debajo de su sexo dejando ver unas piernas firmes, sin duda fruto de muchas horas de gimnasia, ella le saludo cordialmente:

– ¡Pablo, hola cielo! cuanto tiempo sin verte.

– Hola Cristy, sigues tan bonita y guapa como siempre.

– Pero no te quedes ahí soso ¡dame un abrazo!

Ambos se abrazaron con la delicadeza de un choque de trenes, se dieron tal beso que hasta el más tonto del barrio si miraba podía adivinar que eran algo más que amigos, se frotaban de tal manera que al separarse se podía observar sin ninguna dificultad la marca de los pezones de Cristy en el polo de Pablo, además Rosa pensó que lo habían hecho justo a tiempo pues si hubieran seguido solo unos segundos más hubieran ardido ambos debido al frotamiento de sus cuerpos, ella había encendido hogueras frotando dos palos con menos entusiasmo.

– Joder tía que buena estas- dijo él, muy galante.

– Pues me tenias muy abandonada, oye estas guapo.

Pablo saco unos billetes y se los introdujo en el escote diciendo:

– Si lo sé, y cada minuto que pasa lo soy más, ¿a que si?

– Claro que si cariño, anda pasa hoy no tenemos más que seis clientes y el jefe, las tres tías están bien alguna te follaras pero guárdame el ultimo polvo o no te dejare dormir en mi casa.

– Vale cielito tu tranquila que tendrás lo tuyo- dijo él mientras la empujaba hacia dentro sobándola el culete.

Rosa se pego al hombre y entraron al local, la morena cerró la puerta y nuestra protagonista se quedo a un lado observándolo todo, había una pequeña barra de bar donde preparaban las bebidas para después llevarlas a los reservados, Rosa se dispuso a entrar y verlo todo por su cuenta cuando volvieron a llamar al timbre, Pablo se había sentado en un taburete y pedía de beber, Cristy fue a abrir la puerta y dejo entrar a una pareja de mediana edad, debían ser nuevos en el local pues ella les explicaba el funcionamiento de las instalaciones, decidió ir con ellos y así enterarse de todo.

Pasaron a una sala grande detrás de una enorme cortina roja, allí había grandes butacones y mesas además había una pequeña pista de baile donde en aquel momento bailaba una pareja, encontró luces tenues y música suave para crear ambiente, en los butacones estaban las otras dos parejas charlando amigablemente, debían ser habituales del local pues se notaba cierta soltura en sus diálogos y movimientos, la primera pareja la formaba una mujer delgada de unos 40 años y un hombre de similar edad ambos morenos, pillo los nombres al vuelo de la conversación ella se llamaba Carmen y el Dario, la otra pareja era distinta la mujer era más corpulenta sin ser gorda, podía tener unos 35 años, el hombre tenía pinta de chulito y no pasaría de 25 ambos eran rubios y se llamaban Pili Y Joan, la otra pareja seguía bailando y no les prestó atención pues la camarera Cristy les mostraba una puerta, Rosa se acerco a escuchar.

– A esta habitacion la llamamos la polvera grande, como ven todo el centro de la habitación es una gran cama.

Rosa miró y vio una enorme cama de 4 x 6 metros, la camarera seguía explicando que las orgias eran algo común allí, de hecho las dos parejas que hablaban fuera ya la habían solicitado e invitaban a cualquiera que quisiera unírselos, solo tenían que charlar un rato con ellos y conocerse un poco, pero si querían algo mas intimo tenían tres habitaciones mas, con camas de matrimonio de dos metros en cada una, solo tenían que escoger donde y como querían estar, los nuevos asintieron y se dirigieron al salón principal mientras la chica seguía hablando:

– También disponemos de juguetes sexuales, pañuelos y mascaras así como grilletes y látigos por si sus gustos son distintos.

Llegaron junto a las otras parejas, Cristy los presentó la pareja recién llegada la formaban Arantxa y Luis, ella era pelirroja de ojos verdes y buen cuerpo, sin nada exagerado, el era moreno delgado y alto, los bailarines también se habían sentado con ellos y se presentaron Josua y Bea ambos no pasaban de 30 años, el era sudamericano mulato y parecía un profesional del ligue, buen cuerpo acorde con su pareja, Bea era sencillamente una espectacular rubia de pelo muy corto, ojos azules cara de vicio y cuerpo firme, un buen culo bien paradito como decía su novio y unos pechos talla 100 por lo menos.

Los nuevos pidieron bebidas y Cristy fue al bar a recogerlas, entretanto Rosa dudaba en ir a la “polvera” a esperarlos calentando motores o quedarse con ellos en la sala y calentarse mirando al personal, tal vez con su ayuda se calentaran antes… se palpo la vagina y se sintió húmeda y ansiosa de empezar, así que decidió quedarse y jugar a ser traviesa con aquellas parejas.

(CONTINUARA…)

Sigo abierto a comentarios e ideas, dejádmelos en la sección COMENTARIOS al final del texto. Gracias y un saludo.

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javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “Afortunados” (PUBLICADO POR XAVIA)

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AFORTUNADO

No recuerdo nada del accidente. Tampoco sé en qué día vivo. Pero me han dicho que he estado en coma más de dos meses, setenta y dos días exactamente, y que tengo daños irreparables en el cerebro que limitan en más de un 95% mi movilidad, además de afectar a mi capacidad para hablar. Afortunadamente, me han dicho, los daños no han afectado a la parte cognitiva, así que comprendo todo lo que me dicen y, en un período de tiempo que será largo y con la gimnasia físico-mental adecuada, podré recuperar parcialmente mi aparato motor, así como la capacidad de hablar.

¡Afortunadamente, han dicho! Sí, he tenido mucha suerte. No puedo verbalizar ningún vocablo, algo que aprendí a los pocos meses de llegar a este mundo, y soy incapaz de rascarme un brazo si me pica, de hurgarme en la nariz si me sale de los cojones, ni de agarrarme la polla para mear. Pero he tenido mucha suerte, porque mi cerebro sigue trabajando como siempre, podía haber quedado como un vegetal, me han explicado, y gracias al esfuerzo de mi órgano superior que no podrá repararlo todo pero algo podrá remendar, el resto de mi cuerpo podrá obedecer sus órdenes por lo que tarde o temprano dejaré de ser una puta lechuga para convertirme en… un arbusto, tal vez, que mece las ramas o un girasol, capaz de girar el torso.

Así me encuentro cuando vuelvo al mundo de los vivos. Como si esto fuera vivir. He sido afortunado, dicen. ¿Qué sabrán ellos de ser afortunado? Afortunada era mi vida hasta hace dos meses.

Aunque no recuerdo nada del accidente ni de las horas previas, no sé cuántas horas o días han desaparecido de mi memoria, sí recuerdo perfectamente cómo era mi vida antes de verme postrado en esta cama de hospital privado.

Estaba casado con Lola, una mujer atractiva, apasionada, hija de un industrial importante de la ciudad, que comía de mi mano y bebía de la fuente que le pusiera delante, ya me comprendéis, además de serme muy útil en las relaciones sociales pues es el mundo en el que se ha criado.

Tenía mi propia empresa, la sigo teniendo pero si la dejo en manos de mi mujer, Carlos, mi socio, aprovechará la escasa experiencia de mi esposa para hacer con ella lo que le dé la gana. Con ella me refiero tanto a Lola como a la empresa, así que puedo quedarme sin compañía en un santiamén, no sé si también sin compañía femenina.

Pero el trabajo no lo es todo en esta vida, así que estaba a la espera de recibir el Maserati GT plateado que encargué cuando me harté del Audi R8 blanco que he conducido este último año. Dice Lola que ya lo tenemos en el garaje, pero es evidente que la afortunada que lo conducirá será ella.

También recuerdo perfectamente las tías con las que me he liado. Será por estar postrado en esta cama, pero soy capaz de rememorar con una nitidez extraordinaria, ya no las caras de las chicas, algo que suelo olvidar a los pocos días, si no olores, sabores, sonidos. Y os aseguro que han sido unas cuantas durante los últimos meses. Una mulata norteamericana que la chupaba de vicio, sonoramente, una rubia con cara de mojigata que chillaba medio histérica cuando le comías el coño, la hija de Gustavo, un vecino, que debe ser la adolescente más promiscua de toda la urbanización…

El sexo con Lola también lo recuerdo, claro.

Si mi nueva situación ya es desesperante, por no decir deprimente, un persistente dolor de cabeza me acompaña desde que me he despertado. No llega a jaqueca pero son molestos pinchazos que me nublan la vista y enlentecen mis movimientos. Movimientos mentales, claro, porque corporales…

Afortunadamente, la medicación ha ido haciendo su trabajo y con el paso de las horas la cabeza va aminorando los martillazos. No desaparecen, ya me han avisado que aún tardarán, pero acabarán remitiendo, porque he sido muy afortunado.

***

Nunca he estado en la cárcel, ni creo que vaya a ir nunca, menos en mi estado actual, aunque tal vez algún competidor o, incluso, algún ex amigo pueda opinar que lo merezco, pero ¿cómo se le llama a quedar encerrado en un cuerpo que no reacciona? Tetraplegia, dirán. Pues no. No soy tetraplégico porque he tenido mucha suerte y mi espina dorsal no ha quedado afectada de modo irreversible. Es mi cerebro el que debe sanar y ponerse a trabajar. ¡A trabajar! Eso ha dicho la doctora. ¡Hija de puta! Mi cerebro lleva una semana trabajando a destajo, carcomiéndome pues no puedo hacer nada más que ver la televisión, aunque mi vista se cansa a las pocas horas y me mareo, o escuchar de mi familia todas las falsedades que van soltando para animarme. Ni que fuera un crío de cinco años.

Pero esta noche ha pasado algo curioso. Mi memoria se ha vuelto prodigiosa, capaz de recordar detalles nimios, insignificantes, de situaciones que no tenían más enjundia o que directamente había olvidado. Esta desconocida capacidad parece que también está activa mientras duermo, pues he soñado, algo extraño en mí, y lo he hecho con una intensidad que nunca había sentido. Es más, lo de esta noche no ha sido exactamente un sueño. Ha sido el nítido recuerdo del último polvo que pegué con Lola.

No fue una de mis mejores actuaciones. Ya hace tiempo que mis mayores esfuerzos amatorios los ofrezco fuera de casa, pero me había fallado un plan con una modelo que me presentaron en una feria, tenía a Lola a mano y, como otras veces, la utilicé de calmante. Acababa de llegar a casa, más pronto de lo esperado, pero como siempre ella me recibió risueña, entregada. Me serví una copa mientras mi amantísima esposa me preguntaba por la jornada, expectante ante otro de mis relatos adornados de éxito y triunfo. Estaba sentada en el sofá Verzelloni de tres piezas, ladeada, atenta a mi declamación, vestida con aquel salto de cama beige Vogue que le regalé en Navidad ceñido a su espectacular cuerpo, así que detuve el cuento, me acerqué mirándola fijamente y cuando llegué a su altura, pregunté imperativo:

-¿Por qué no me sacas la polla y tú también me demuestras de qué eres capaz?

Me miró sonriente, feliz por sentirse deseada por la sucia mirada del hombre que ama fijada sobre su par de tetas perfectas, contenta por satisfacerme. La sacó y la engulló, con amor, conociendo mis gustos y esmerándose en ello. Me encanta que la niña de papá me deje seco. Pero al poco cambié de parecer, a pesar de que nunca he tenido queja de sus excelsas habilidades. La aparté del biberón, le di la vuelta tomándola de la cintura para tener aquel culo en pompa, con las rodillas al filo del Verzelloni, le levanté el camisón para admirar el par de apetitosas nalgas, le bajé el tanga a medio muslo y embestí, agarrándola de las tetas en un primer momento, del cabello cuando quise babearle la cara.

Lola llegó al orgasmo antes que yo, siempre he pensado que se corre haciéndome feliz, así que cuando sus espasmos se fueron aplacando, salí de su sexo para cambiar de objetivo. Empujé su cabeza hacia abajo, gesto suficiente para que sepa qué quiero, así que antes de que le separara las nalgas, rogó, con cuidado, por favor. Fui con cuidado al principio, hasta que mi excitación y la dilatación de su recto me llevaron a joderla sin misericordia.

El final del sueño me ha despertado, con un compendio de sensaciones completamente sorprendentes. Por un lado, estoy convencido que el sueño ha durado exactamente el mismo tiempo que duró el polvo, ni un segundo más, ni un segundo menos. Por otro, he podido sentir en las yemas de los dedos el tacto de la piel de Lola, la turgencia de sus pechos, la finura de su lacio cabello. He notado perfectamente como mi polla entraba en ella, como era lamida, como rozaba húmedas paredes, el estrecho anillo. También he olido mis fluidos, pero sobre todo los suyos, así como la atmósfera cargada de una sesión amatoria.

Pero lo que más feliz me ha hecho ha sido despertarme con la polla dura como una roca. Así lo he sentido, aunque no puedo confirmarlo pues mis manos son incapaces de apartar la sábana y la oscuridad de la habitación me impedía ver mi hombría enhiesta. Por eso y por el pañal de geriátrico que me decora. El dolor de cabeza, además, parece que va remitiendo y ahora, esperando anhelante que me traigan la mierda de papilla que en el hospital llaman alimento, casi no me molesta.

***

Llevo tres noches seguidas soñando. Ayer fue la rememoración exacta del primer polvo de mi vida, a los dieciséis años, con una pelirroja medio borracha en la playa de S’agaró. Oyéndola esta noche he descubierto que era holandesa. No me di cuenta hace veinte años.

Esta noche he vuelto a sentir los vigorosos labios vaginales de Débora, la catedrática de Economía Social con la que estuve liado mientras yo estudiaba tercero de carrera. No sabía chuparla y tenía las tetas pequeñas, pero su sexo era una trituradora. ¡Qué tiempos aquellos!

Aquí llega Doña Gertrudis. Se llama Rosa, pero le pega más un nombre de institutriz de post guerra. Por edad, pero sobre todo por su gesto serio, su actitud distante y sus maneras de sargento de hierro. Me trae el desayuno del que me hará algún comentario pretendidamente simpático que no me hará ni puta gracia, pero moveré los labios tratando de mostrar una sonrisa. Creo que no llego a tanto pero debo hacer gimnasia muscular, así que por eso lo hago. Me dará de comer como si de un mocoso de un año se tratara, expeditiva, sin apenas cruzar palabra, retirará la bandeja y volverá a los pocos minutos para desnudarme y lavarme. ¡Vaya mierda de trabajo!

La enfermera es lo suficientemente fuerte para mover sola mis 70 kilos de peso, suponiendo que siga pesando lo mismo, así que me tiene desnudo en un santiamén. Ha cerrado la habitación de modo que nadie pueda entrar. Me explicó que lo prefiere así pues es más cómodo y rápido para ella, ya que no tiene que desvestirme y lavarme por trozos. Bien por Rosa, parece que ha descubierto las ventajas económico-logísticas de la cadena de montaje de Henry Ford.

Me dejo hacer, llevo días dejándome hacer, así que me limito a observar cómo trabaja, asintiendo con un leve movimiento de párpados cuando me hace algún comentario. Sí, como en las películas.

Y entonces sucede. Cruza mi mente como un fogonazo. Real como la vida misma, así lo siento aunque no lo es. Estoy completamente desnudo, boca arriba, mientras mi cuidadora me está pasando una esponja húmeda por todo el cuerpo. Ha ido bajando desde el cuello, ha pasado por mi pecho, mi estómago, mis piernas y ahora sube hacia mis partes inertes.

Eso es lo que ven mis ojos. Mi mente ve nítidamente como Rosa, que aún no tiene edad para ser mi madre pero estará cerca de la menopausia si no la ha pasado ya, agacha la cabeza, lame mi miembro de abajo a arriba hasta llegar al glande, lame de arriba a abajo hasta llegar a mis huevos que también son ensalivados, para retornar lentamente a la cabeza de mi mástil y engullirlo.

Abro lo ojos, tanto como mi musculatura facial permite, pero los tengo abiertos. Si me concentro soy capaz de ver la realidad, Rosa pasándome la esponja por los testículos después de haberme abierto un poco las piernas, pero si cierro los ojos, los labios de la madura mujer me están haciendo una mamada al menos tan experta como las de Lola. Es tan real la sensación, que gimo. Mudamente, sin que nadie me oiga, hasta que la voz de la mujer me saca de mi ensoñación.

-Ya estamos aseados, como debe ser, preparados para comenzar un nuevo día. –Entonces, como si por dejar de frotar mi cuerpo apagara un interruptor, el juego acaba.

***

Lola tarda casi una hora en aparecer. Rato que he pasado completamente aturdido. Pensando, tratando de encontrar una explicación a lo sucedido. ¿Tan desesperado estoy que necesito fantasear con la madura enfermera que me cuida? ¿Se trata de alguna variante del síndrome de Estocolmo en su vertiente sexual? Dudo que la doctora se refiriera a esto cuando me exhorta a trabajar la mente, entre otras cosas porque no lo he buscado. Además, el hecho de que haya empezado sin razón aparente y que haya acabado de un modo abrupto, aún me tiene más desconcertado.

Mi mujer entra en la habitación tan alegre como es capaz. Está acostumbrada a esconder sus emociones, pues en los ambientes que se ha movido desde pequeña es necesario, pero la conozco demasiado bien para que me engañe. Si bien es cierto que se va haciendo a la idea y su estado de ánimo va mejorando cada día que pasa.

Me besa y por primera vez mis labios logran darle una forma a mi boca parecida a un beso, algo que ilumina su semblante, por lo que me felicita efusivamente. Tan contenta está que repite la operación varias veces, dichosa. Mi sexto o séptimo beso ya no es tan heterodoxo, así que detiene el ejercicio, sin dejar de congratularme.

Como cada mañana me cuenta qué ha hecho las últimas horas, chismes del vecindario, así como temas del trabajo, de mi empresa, que me demuestran que no tiene ni puta idea y que, como era de prever, Carlos la está manejando como más le conviene. No puedo hacer nada aquí postrado, pero me obligo a retener en mi mente todo lo que me cuenta para estar listo el día que abandone este infierno.

Al rato llegan mis suegros, a los que les cuenta que ya soy capaz de besar, lo que celebran como si hubiera comenzado a caminar, pero la cara del padre de Lola es un poema. Lo ha sido las tres veces que ha venido y preferiría que no me visitara, la verdad, pero no puedo decírselo. No sé el rato que permanecen en el hospital, pero agradezco que se vayan cuando lo hacen.

Entonces sucede de nuevo. Lola se ha sentado en la cama, a mi lado, tomándome de las manos mientras me está contando no sé qué de no sé cuándo ni de no sé dónde. La única ventaja que tiene mi estado es que puedes no estar haciéndole ni puto caso a alguien y que éste no se dé por aludido. Aunque mis ojos hablan por mí, dice mi esposa, pues se te ven más vivos, más expresivos.

Será cierto, si ella lo percibe, pero lo que no sabe es que la visión que acaba de cruzar mi mente es la razón que los ha activado.

Lola está bailando en un local de salsa, sensualmente, provocativamente. No sabía que le gustara este tipo de música pues nunca la he visto bailarla, ni siquiera escucharla. El local está concurrido, lleno sin ser agobiante, por una mayoría de clientes de raza negra o mulatos. Caribeños, supongo, pues es su cultura musical. Un tío muy oscuro de piel, el más negro del antro, se le acerca siguiendo el ritmo. Mi mujer, no sólo no lo rechaza, le sigue el juego entregada, acompasando su baile al de él, cada vez más próximos, cada vez más unidos.

El baile dura un buen rato, al menos resuenan en mi cabeza dos canciones completas que no recuerdo haber escuchado en la vida, aumentando la sensualidad del mismo, entrelazando manos, separándolas para que el hombre la tome de la cintura, de las caderas. Las piernas quedan enlazadas, intercaladas, de modo que un muslo de cada uno roza sin rubor el sexo del otro. Las manos del caribeño descienden desde la cintura hasta llegar a las nalgas de mi fiel esposa, que las detiene en un gesto coqueto, infantil, claramente impostado. La diferencia de altura, le ha obligado a bajar la cabeza para susurrarle al oído lo bien que baila, lo guapa que está, las ganas que tiene de acariciarla. Lola sonríe juguetona, dejándole avanzar pero a pequeños pasos. Se dejará seducir pero no es una chica fácil.

El tonteo sigue un rato hasta que el calor es insoportable. Él le propone salir a tomar el aire. Ella acepta, sabedora que fuera ya no habrá marcha atrás.

Cruzan la pista agarrados de la cintura mientras el desconocido sigue adulándola. Salen al exterior, atraviesan una estrecha terraza menos concurrida que la pista de baile y se adentran en la playa. Ahora ya se están abrazando. Él camina de espaldas, ahora la voltea para que sea Lola la que ande sin ver. Trastavilla, pero los fuertes brazos del negro la sujetan. Ríe divertida, también excitada. Se miran a los ojos. Se besan. Los carnosos labios del hombre abrazan a los de mi esposa que responde entregada. Nota las poderosas manos del joven asiéndola de las nalgas suavemente.

El beso dura una eternidad, tiempo suficiente para que ambas lenguas se conozcan, para que multitud de sabores se mezclen. Al separarse, sus miradas se comunican interrogantes. La respuesta es inmediata. Cogidos de la cintura de nuevo, ladeados, besándose cada pocos pasos, se encaminan hasta el final de la playa donde las rocas los cobijarán. Allí, en penumbra pero sin plena oscuridad, vuelven a besarse, más intensamente, más ansiosamente pues la primera muralla ya ha sido derribada. Mientras Lola toma del cuello a su próximamente amante, éste la aprieta contra sí tomándola de las nalgas. Le encanta sentir las potentes manos acariciándola suavemente.

Es ella la primera en desabrochar un botón. Lleva una camisa clara, de lino. Cuando ha abierto varios ojales sus manos recorren el fibrado torso del hombre, sintiendo su fuerza. Él tampoco se ha quedado atrás. Le ha levantado el vestido, virginalmente blanco también, para acariciar directamente la tersa piel de sus perfectas nalgas. Los besos profundos continúan, hambrientos, pero mantenerlos se torna más difícil pues las respiraciones mutuas se están acelerando.

Tal vez por ello, Lola separa los labios y le ofrece el cuello, que el hombre ataca con fiereza, recorriéndolo, arrancando suaves gemidos a la entregada mujer. Una mano ha abandonado la nalga para recorrer el pecho acariciándolo al principio, sobándolo a continuación. Los labios han descendido desde el cuello hasta el nacimiento del busto que pronto queda visible pues la mano que lo poseía ha bajado la tira del vestido y del sujetador. La lengua lo recorre, descendiendo con decisión, hasta que lame el pezón, lo muerde, lo chupa, lo engulle. Mi mujer gime, profundamente, mientras el negro mama como un niño de leche.

La ha notado varias veces. Bailando, abrazados, rozándola. Ahora quiere tocarla, así que baja la mano derecha, la izquierda sigue acariciando su nuca, hasta notarla en toda su plenitud. Será un tópico, pero este negro tiene una buena polla. La agarra con decisión, la soba de arriba abajo, la mide. Quiere sentirla, quiere quitarle el pantalón y notarla en la palma de la mano. Le desabrocha botón y bragueta mientras él tira del vestido para que caiga al suelo. Afortunadamente las rocas los ocultan pues ha quedado prácticamente desnuda al aire libre.

Como si de una competición se tratara, ambas manos llegan a la meta casi al unísono. Ella ha abierto las piernas para facilitarle el paso, a la vez que el calor de un miembro orgulloso le abrasa la mano. Menuda polla me voy a calzar, piensa. La masturbación es recíproca, suave pero intensa, hasta que ella cede. Siempre le ha resultado fácil llegar al orgasmo, pero la maestría táctil de su amante combinada con la excitación de sobar un miembro descomunal han sido definitivos.

Necesita unos segundos para recomponerse, para volver a acompasar su respiración, para estabilizar las piernas que siguen tiritando, así que se ve obligada a soltar la caliente barra de carne para apartar la oscura mano de su pubis. El hombre la mira satisfecho, orgulloso de la labor desempeñada, expectante ante la recompensa que se merece.

No sólo se la ha ganado. Ella también quiere ver de cerca el trofeo. Le besa, desciende por su cuello, lame su pecho, suciamente, pringándolo, hasta llegar al ombligo donde se detiene para que sus manos liberen definitivamente al protagonista de la velada. Buf, exclama cuando aquella cantidad ingente de músculo, venas y sangre negra casi la agrede. Debería jugar un poco con él, con su impaciencia, pero es incapaz, el ansia le puede. Golosa abre la boca.

¡Se ha acabado el espectáculo! Súbitamente, como si acabara de despertar, le hubieran dado a un interruptor o cortaran la emisión para poner anuncios. Noto mis ojos abiertos como platos, desconcertados, tanto por la nítida visión como por su abrupto final. Hasta que vuelvo a oír a Lola, a mi izquierda, pues se ha levantado de la cama y está rebuscando entre un fajo de revistas de decoración que ha traído.

-Aquí está. –Pasa varias páginas hasta que llega a la meta. Me la tiende, elevada, acercándola a mi cara para que pueda ver un dormitorio de matrimonio de paredes claras presidido por un tatami de nogal con un estante a cada lado, sin duda, incrustados en el propio somier. -¿Qué te parece? ¿Te gusta?

Asiento con los párpados, aunque no sé qué coño me está enseñando. Ella, en cambio, sonríe encantada. Le apasiona la decoración, está suscrita a varias revistas, y desde que nos casamos se ha gastado un dineral en su hobby. Continúa con su charla sobre los cambios que deberemos hacer en casa cuando vuelva, en pocas semanas, afirma, pues deberemos adaptar nuestra habitación a mi estado del que saldré pronto porque ya tiene apalabrado al cuidador-rehabilitador que me ayudará a volver a ser el que era.

Apenas la escucho, ansioso por volver a la visión anterior, pero ésta se ha desvanecido, algo que me tiene completamente pasmado. En ese momento, además, aparece la doctora con Doña Gertrudis, la enfermera, y otro médico más joven.

Desde que el primer día se dieron cuenta que comprendía todo lo que me decían, se comunican conmigo con normalidad, haciéndome preguntas que solamente puedo responder asintiendo. Después de que Lola les cuente radiante mis avances con los labios, me obligan a moverlos para confirmar que mi musculatura comienza a responder a los estímulos. Si pudiera les diría que tengo otro músculo desbocado, pero ni puedo expresarlo ni puedo estar seguro de ello, aunque yo lo sienta duro como una piedra después de la sesión voyeurística. ¿A esto se refiere la gente cuando habla de paja mental? Pero solamente logro sentirme como un puto mono con tanta mueca labial.

En media hora me quedo completamente solo. El equipo médico me ha dedicado más tiempo de lo normal, la abultada factura que debemos estar pagando así lo justifica, y mi mujer ha quedado para comer con Marisa, una amiga, así que se despide prometiéndome volver en un par de horas. También me ha dicho que el Maserati es una gozada.

Durante las tres horas y media que estoy solo, solamente interrumpido por un enfermero nuevo muy joven que me da la papilla, trato de dormirme para volver al sueño, pero no lo logro pues estaba despierto, así que no sirve de nada tratar de soñar. Además, no acabo de comprender de qué se trata.

¿Son simples fantasías de mi subconsciente? No creo, pues Doña Gertrudis no encaja dentro del perfil de las felatrices que yo elegiría y ver a mi mujer liándose con un negro en una playa desconocida tampoco entraría dentro de mis fantasías más recurrentes. Si tengo alguna que incluya a mi mujer, tal vez sea haciendo un trío con su hermana o con la propia Marisa, por ejemplo.

¿Se trata de episodios reales vividos por ellas? Espero que no, pues no me gustaría nada saber que Lola me ha sido infiel. Sé que con mis habituales escarceos no es justo pensar así, pero así lo siento. Aunque descarto rápidamente esta idea pues la enfermera no me ha hecho ninguna mamada desde que me han ingresado, al menos estando yo despierto. Además, creer algo así implicaría que me he convertido en un mentalista capaz de leer las mentes de la gente que me rodea. No digo que me disgustara, pues te otorga un poder casi ilimitado, pero han sido dos episodios que han ido y venido sin yo poder controlarlos.

Y luego están los sueños. Reproducciones exactas de actos pasados, estos sí son reales, rememorados con una nitidez excesiva. Otro hecho inexplicable que para mí significa la cuadratura del círculo.

Al entrar en la habitación, Lola se disculpa por el retraso pues se siente culpable por dejarme solo más rato del previsto, pero ya sabes cómo somos cuando Marisa y yo nos ponemos a charlar y bla, bla, bla. Me besa varias veces, logro corresponderle, y me detalla pormenorizadamente la comida, tanto que me deja planchado y me entra sueño. Baja la persiana para atenuar la luz, sale de la habitación para pedir que no nos molesten pues me he dormido, dice, y vuelve para hacerme compañía.

Logro dormir algo, aunque no demasiado. Cuando me despierto la veo sentada en el butacón de la esquina chateando con el Iphone 6+. Tarda un rato en darse cuenta pero cuando lo hace se levanta cariñosa, abrazándome. Al principio creo que es debido al peso de su cabeza apoyado en mi cuello, pero no es así. He logrado mover el cuello unos milímetros. Lo intento de nuevo. Sí, señor. Otra vez. Mis ojos se encuentran con los de mi esposa, grandes, húmedos, eufóricos, ante otro paso de gigante en mi recuperación. Eso dice ella. Cuando logre dar un paso de pie, ni que sea del tamaño de un ratón, tal vez me sienta un gigante.

Me rodea efusiva hasta que acaba por tumbarse a mi lado, ladeada, mientras me susurra que pronto estaré bien, que recordaremos todo esto como una vieja pesadilla, aderezado con lo mucho que me quiere y me necesita. Me da varios besos en la mejilla y en la oreja, mientras me confiesa las ganas que tiene de que nos acostemos de nuevo. Lamiéndome el lóbulo, me pregunta si no me apetece una mamadita, y posando su mano sobre mi paquete añade, no sabes las ganas que tengo de vaciarte estos huevos que debes tener a punto de reventar.

Y se hace la luz.

Los perfectos pechos de mi amadísima esposa se mecen libres al compás del cuello que se mueve adelante y atrás mientras un oscuro cilindro cárnico la profana. No sólo chupa con ganas. Engulle, saborea, paladea, se relame, tragando con ansia la descomunal polla del negro. No sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, pero vuelvo a ver en la distancia mientras soy incapaz de escuchar las palabras que me susurra cerca del oído.

La mamada dura un rato, un buen rato, el tiempo suficiente para que Lola pueda probar hasta el último poro de aquella piel, testículos incluidos, lamidos con hambre, llegando incluso a testar su garganta, pues quiere saber cuánta polla es capaz de alojar en ella. Un par de arcadas le muestran el tope, pero no se da por vencida. Hasta que lo nota. Las convulsiones del escroto, la retracción de los testículos, el temblor del miembro, señal inequívoca que va a descargar. Bebe golosa el cálido néctar hasta que el manantial se seca.

Ahora es él el que necesita un pequeño descanso, pero ella no piensa darle tregua. No solamente los negros son los mejor dotados. También son los más resistentes y los que más aguantan, se dice a sí misma. Aunque tiene poco tiempo, pues a las doce la carroza se convertirá en calabaza, no piensa desaprovechar la oportunidad de ser empalada por tamaña monstruosidad, así que se incorpora, se da la vuelta apoyando las manos contra la roca para ofrecerse a su dios de ébano. Éste le rompe el tanga, apunta y entra.

Nunca ha sentido nada igual. Nunca ningún hombre la ha llenado como lo está haciendo este desconocido. Nunca ha sentido todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su sexo activadas como en este momento. El orgasmo es brutal, tanto que es interminable, llevándola a una espiral desconocida, de continuos clímax de distinta intensidad, que la hacen temblar, gritar, mientras el joven percute potente.

Para cuando el hombre eyacula en su interior, en su matriz, está segura de ello, no sabe cuántas veces se ha corrido. Sean decenas o sea una sola pero interminable vez, nunca nadie la ha elevado hasta los cielos como este joven negro ha hecho. Pero se separa de él, rápidamente pues las campanas empiezan a sonar anunciando la medianoche.

***

He pasado la noche en blanco. El espectáculo que mi mente me ha brindado protagonizado por mi mujer me tiene alteradísimo. Puedo mover párpados, labios y un poco el cuello, pero siento convulsiones en todo mi ser, pues una nueva idea ha nacido en mi cabeza y me tiene loco.

Tal vez mi subconsciente pueda leer secretos inconfesables de las personas que me rodean. Tal vez, mi mujer se lió con un negro estando yo en coma. Tal vez, la enfermera me hizo una mamada cuando yo aún estaba vegetativo. Tal vez… sí, ya lo sé, soy muy afortunado por poder leer la mente de las personas, pero ¿qué pasa cuando no quieres leerla? ¿O no te gusta lo que ves?

He decidido tomar cartas en el asunto, pues siempre he sido una persona resuelta que encara los problemas de frente. El ataque es la mejor defensa, pienso, así que debo averiguar si ha ocurrido o no. Pero no puedo hablar y mis párpados, por más activos que estén, difícilmente llevarán a mis conversadoras a sacar el tema. A Lola le preguntaría directamente, pero a Doña Gertrudis… también. ¡Qué coño! Soy el cliente y estoy pagando.

Además, la enfermera podría confirmarme que mi miembro es otra parte de mi cuerpo que ya ha renacido. ¿Pero cómo lo hago? No me queda otra que estar muy pendiente de sus movimientos cuando me asee, a ver si mi pene reacciona.

Pero no noto nada cuando lo hace y, forzando el cuello un poco más, lo miro atentamente mientras trabaja. Y no reacciona. Es desesperante, pero lo peor es que tengo que oír de nuevo lo afortunado que soy ante los mínimos avances que mi cuerpo va logrando.

Así estoy, más deprimido que vegetativo, cuando entra Rita, mi cuñada, dos años menor que Lola y con la que siempre he tenido buena relación. Esta mañana, me informa, mi mujer no puede venir pues tiene una reunión con Carlos y unos clientes, no sabe cuáles y su hermana tampoco se lo ha dicho, como tampoco me lo dijo a mí ayer, así que me hará compañía mientras la esperamos.

Su presencia no me incomoda pues es una joven agradable y muy risueña que, en mi estado, tiene la virtud de no mirarme con pena ni incomodidad, pero mi mente está en otros menesteres. También es una mujer decidida, más que Lola, así que lo primero que hace es interesarse por mis progresos y ayudarme a ejercitar mi musculatura para avanzar. Así, igual como me ha pedido la doctora hace escasos minutos, debo mostrarle como muevo los labios y el cuello. No es mucho, pero es más que hace unos días. Lo conseguiré, me anima, pero a este ritmo voy a necesitar años antes de ponerme de pie.

Como si me leyera el pensamiento, me pide que trate de mover manos y pies. Ante mi imposibilidad, opta por la musculatura más pequeña.

-Concéntrate en un dedo de la mano derecha e intenta moverlo. –Lo hago pero es en balde. Entonces toma mi mano, masajeándome los dedos, estirándolos, dejándolos inertes sobre la suya. –Venga, prueba de nuevo.

Concentro toda mi energía en el dedo índice, poniendo todo mi empeño en algo tan simple como levantarlo un milímetro, cuando cambio de dimensión.

El cuerpo de Rita yace, completamente desnudo, sobre un lecho satinado que debe ser de la habitación de un hotel. ¡Qué buena está la cabrona! Tiene un cuerpo muy parecido al de su hermana, aunque le saca una talla de sujetador. Con las piernas completamente abiertas, mira a su amante expectante, ansiosa. Pero no es Gonzalo, su novio con el que lleva años prometida, el que se le acerca. Ni siquiera es un hombre. Una joven rubia, también desnuda, se le acerca gatuna alabando lo guapa que es y el maravilloso cuerpo que muestra.

Se funden en un tórrido beso, en un abrazo que las une como un solo ser, jadeantes, entregadas. La desconocida toma la iniciativa bajando por su cuello hasta aquel par de esculturas que engulle glotona, mientras su mano ha bajado hasta el cuidado sexo de Rita que acaricia diligente. Ésta gime con fuerza, sintiendo su ser profanado por dedos expertos y una lengua hambrienta. Se lamenta cuando la amante abandona sus pezones, pero es momentáneo, pues sus labios han descendido hasta su entrepierna. Si los dedos la estaban llevando en volandas, la lengua la transporta al Paraíso.

¡Dios! Ningún tío se lo ha comido como se lo está comiendo la chica. No pares, no pares, llévame a término, piensa, mientras suspira sonoramente. La compañera no se detiene cuando las caderas empiezan a convulsionarse, al contrario, la sujeta de una nalga para controlarla mientras dedos y boca la hacen rugir poseída.

La rubia asciende de nuevo, permitiéndole recobrar el aliento, lamiendo su estómago, sus pechos, sus pezones, su cuello, hasta besarla de nuevo, profundamente. Sabe a coño, a su coño, el primero que prueba en su vida, algo que la excita más aún si cabe. La morrea con ansia, secándole los labios de flujos femeninos, hasta que la chica se separa, incorporándose, acerca su pubis a su cara y le pregunta:

-¿Alguna vez te has comido alguno? –Rita niega con la cabeza, tímida, cuando oye la orden. –Este será el primero. Cómemelo.

El sabor no le desagrada, aunque la sensación no es la misma que ha tenido al besar su boca pringada. Es intenso, ligeramente ácido y muy viscoso. Nada que ver con comerse una polla, algo que hace más por obligación, convencida que una mujer debe hacérselo a un hombre, que por gusto.

Lamer los jugos que emana la vagina, recorrer los labios hinchados, jugar con el clítoris con la punta de la lengua como le acaba de hacer a ella, le encanta, la excita. Nada que ver con hacérselo a un tío. Esto es una delicia. Ávida, degusta la húmeda flor hasta empaparse de su néctar. Tanto está disfrutando, que cuando la rubia se convulsiona agarrándola de la cabeza para que no se aparte, siente una pequeña descarga en su propio sexo. No es un orgasmo, pero es muy placentero.

La amada se deja caer de lado resoplando, felicitándola por el trabajo hecho. Lo has hecho fenomenal, ¿seguro que era tu primera vez? Asiente orgullosa, besándola de nuevo, ansiosa por recorrer ella también el cuerpo de la chica. Ésta se deja hacer, contenta de someter a una hetero. Aunque le parece que la joven morena que se ha follado es más lesbiana de lo que ella quiere reconocer.

Rita vuelve a la carga. Se siente segura de sus actos, así que busca el segundo asalto. Esta noche será única para ella y la quiere perfecta. Quiere volver a comerse un coño, le ha encantado, y quiere volver a correrse, ha sido la hostia. ¿Cómo será llegar al orgasmo mientras practicas un cunnilingus? Sólo hay un modo de saberlo.

Se tumba invertida sobre la chica rubia, encaja sus piernas alrededor de la cabeza de la joven, introduce la suya entre las de ella y hacen el amor. Estaba en lo cierto. Si hace quince minutos ha llegado al Paraíso, un 69 con otra mujer te lleva a recorrer toda la Galaxia. Es tan potente el clímax que la sacude que acaba completamente mareada. Y feliz.

-¡Lo has logrado! ¡Lo has hecho! –exclama Rita radiante. Abro los ojos automáticamente encontrándome con los suyos que sonríen más que sus labios. –Has movido el dedo. ¿Lo has notado?

Niego con los labios en un gesto extraño que más bien suele expresar desconocimiento, pero ella insiste, apremiándome, venga hazlo de nuevo. Tiene razón, mi dedo índice se eleva la barbaridad de un milímetro. ¡Joder, qué afortunado soy!

Por más que Rita me anime, es una evidencia que he necesitado dos semanas para lograr movimientos mínimos de mi cuerpo. Únicamente mis párpados responden a la velocidad supuesta, aunque los labios cada vez se mueven con menor esfuerzo. Así que ahora, el siguiente paso en mi recuperación será martillear con mi dedo como si clicara un ratón de ordenador.

Pero mi cabeza está en otro sitio. Nunca hubiera imaginado que a la modosita Rita, pues aparentemente siempre ha sido más conservadora que Lola, le chiflaran los bollos. Empieza a gustarme este juego de los secretos, aunque lo de Lola se me ha clavado en el estómago.

Hablando del Rey de Roma, reina en este caso, por la puerta asoma. Preciosa, elegante, guapísima como siempre, aunque mancillada, pienso. Compartimos espacio los tres en que mi mujer se me lanza a abrazarme cuando Rita le comenta el último avance, con qué poco se contenta, pienso, hasta que nos quedamos solos. Comemos juntos, yo la papilla que ella misma me da, ella un menú de hospital, decente en su opinión que a mí se me antoja un manjar de dioses, mientras me cuenta la reunión de la mañana con unos inversores italianos. Por primera vez en varios días, no me alarma lo que me cuenta, pero tengo un mal presagio respecto a ella y Carlos.

***

En tres días no ocurre nada especial. Mi rutina hospitalaria se mantiene inmutable con la salvedad que mis ejercicios gimnásticos van dando sus frutos. Soy capaz de levantar el dedo índice casi un centímetro y mi cuello ya logra girar mi cabeza cuando quiero expresar negación, aunque lo haga a cámara lenta.

Cuando me quedo solo, por las noches, sigo dándole vueltas a mis nuevos poderes. La verdad es que me anima a seguir luchando pues en mi fuero interno me convenzo de que si la información es poder, conocer los secretos inconfesables de la gente de tu entorno te dota de un ascendente sobre ellos con el que puedes someterlos a tu antojo. Y esto, en el mundo de los negocios, es un poker de ases. No, si al final será cierto que he sido afortunado.

Pero no logro controlarlo. No veo lo que quiero, solamente lo que aparece, sin avisar, aunque después de mucho analizarlo, me he dado cuenta que las imágenes surgen cuando la persona me toca. Pero debe ser un gesto sostenido. Así ha ocurrido las tres veces.

Lo incomprensible es por qué no se ha repetido. Doña Gertrudis me lava cada día, pero solamente en uno tuve la visión. Lola no deja de tocarme, acariciarme, de darme la mano ni medio segundo y en cambio no he vuelto a sentir ni ver nada. Debo aprender a dominar mi poder, pero ¿cómo?

Tal vez, mi propio aburrimiento me esté llevando a ver películas donde no hay nada. Tal vez sea mi mente la que está inventando fantasías en un cerebro que está más estropeado de lo que me han dicho. Pero entonces, ¿cómo me explico la perfección del recuerdo, cómo puede ser tan detallado? ¿Y qué hay de los sueños? Cada noche he recordado, soñando, episodios de mi vida amorosa con mayor detalle de lo que percibí en su día, haciéndolo. Tiene que significar algo. Tengo que averiguarlo.

Hasta que me llega otra oportunidad.

Mercedes es mi suegra. Es una buena mujer de la que no tengo ninguna queja. No sé si se parece más a Lola o a Rita. Supongo que ambas tienen características de su madre, una señora de clase alta que ocupa su tiempo entre actos benéficos y encuentros con sus amigas. Se acerca a los 60, así que ya no es ningún bellezón, pero lo fue, sin duda. Aún hoy, conserva un atractivo que ya gustaría poseer a mujeres diez o veinte años más jóvenes. Una vida tranquila y el dinero suficiente para cuidarse le han ayudado.

Ha venido un par de veces por semana en las que se ha mostrado atenta y optimista. Hoy me está dando conversación, sin esperar más respuestas que mis monosilábicos parpadeos, pero sé que le caigo bien, a pesar de no provenir a su círculo social. Su marido, en cambio, siempre ha sido más distante conmigo.

Lola vuelve a estar reunida con Carlos y alguien más, así que esta tarde mi cuñada ha venido acompañada de su madre. No se quedarán mucho, me han avisado, pero Rita atiende una llamada de Gonzalo que está de viaje en Brasil, así que me deja solo con ella un buen rato. El suficiente.

Repite los ejercicios que ha visto en su hija hace unos minutos, masajeándome los dedos de la mano para estimularlos, mientras me va contando chismorreos del barrio. Como hice días atrás, cierro los ojos y me concentro en su tacto. De nuevo, empieza la función.

Mercedes está incrustada en un vagón de metro o tren en hora punta. Me sorprende, pues dudo mucho que una mujer de su posición haya utilizado alguna vez el transporte público durante los últimos cuarenta años. Viste elegante, con un vestido entallado de una sola pieza azul turquesa, zapatos de tacón Manolo Blahnik, es su marca de cabecera, y las elegantes pero discretas joyas doradas que la caracterizan.

El habitáculo está lleno, pero no es agobiante. Ella está de pie, agarrada a la barra vertical que preside la plataforma. El convoy se detiene en una parada que no sé identificar, se apean un par de viajeros pero entran una decena. Ahora está más lleno, tanto que dos manos más se han agarrado a la barra, hombres ambos, pero sigue manteniendo el suficiente espacio para que no se le echen encima.

El tren reanuda su marcha pero extrañamente ya no se detiene, como si la siguiente estación estuviera a muchos kilómetros de distancia. El hombre que tiene a su izquierda mueve la mano que lo sostiene un poco hacia abajo, hasta que roza la de Mercedes. Ella no dice nada. Él aparenta no haberse dado cuenta. La mujer mira al frente, aunque debería llamarle la atención, pero no se atreve. Nota los ojos del individuo clavados en su cuerpo, sucios, recorriéndola. Se siente incómoda pero no intimidada. Un hombre corriente como este no tiene nada que hacer ante una dama como ella.

Pero sí lo hace. Mientras su mano izquierda se posa sobre la suya, oprimiéndola en la barra, la derecha se acerca a su muslo hasta que lo toca. Nota claramente dedos procaces acariciándola, ascendiendo por su extremidad. Sabe que debe pararlo, sabe que debe afearle el comportamiento pues esto es un abuso. Pero es incapaz de reaccionar.

La mano ha recorrido el muslo hasta llegar al nacimiento de su nalga. Esto es demasiado, piensa para sí, pero no lo es para él, que abre la mano y toma toda la nalga, meciéndola, sopesándola. En vez de gritar, de apartarla, de abofetearlo, suspira profundamente ante tamaña osadía. ¡Qué se ha creído este cretino!

Se ha creído, sabe, que la mujer que ha entrado en aquel vagón de metro es tan sucia como él y que no lo detendrá hasta que él, ambos, lleguen a puerto.

La desfachatez del individuo es tal que no se contenta con sobarle la nalga izquierda a conciencia. Cambia a la derecha, vuelve a la izquierda, repite en la derecha, para lo que debe moverse un palmo para acercarse más a la nerviosa mujer.

Siente calor, mucho calor. Su respiración se ha acelerado, sus aún bonitos pechos se han hinchado, su entrepierna se ha humedecido. Siente el aliento del hombre cerca de su oído. Pero no puede evitar separar un poco las piernas cuando la mano del hombre desciende por la parte posterior de su muslo derecho buscando el bajo del vestido. Cuando llega a él, Mercedes se tensa, anhelante aunque temerosa. No debería estar aquí. No es su lugar.

La mano ha atravesado la cabaña. Ahora la siente claramente sobre su piel, ascendiendo. Seguro que la falda también se está alzando, pero mostrar sus piernas a cualquiera que esté al tanto del juego la excita más de lo que la avergüenza. Cuando los dedos llegan a su nalga desnuda se siente morir. Debe reprimir un gemido, que ahoga en su garganta. Los dedos dan paso a la mano entera que vuelve a sopesar la masa aún joven.

Cambia de nalga. Y es entonces cuando el hombre repara en la sucia mujer con que ha topado. No hay ninguna tela que separe ambas carnes, no nota la tira del tanga que esperaba encontrar. La muy zorra ha entrado en el metro sin bragas para que él la sobe a su antojo. Viste como una dama, se comporta como una mujer elegante, pero no es más que una furcia.

El hombre se acerca un poco más a ella, casi sin dejar espacio entre ambos. Se entretiene palpándole las nalgas hasta que decide dar un paso más. Centra la mano para que su dedo corazón se cuele en la raja. Nota el ano pero no se detiene. Continúa hasta que el chapoteo de un coño empapado lo recibe ansioso.

Ahora sí gime Mercedes. Ya no puede evitarlo. Intenta moderarse, ser prudente, pero ¿cómo puedes pedirle prudencia a una zorra que entra en un vagón de metro para ofrecerse al primer pervertido que la asedie?

Abre las piernas un poco, menos de un palmo, suficiente para facilitar la labor del invasor. Este, a través de sus dedos, no se detiene. Acaricia su sexo con calma, introduciendo un dedo, sacándolo, mientras la señora se derrite, gimiendo con ganas, indiferente a los demás viajeros.

No tardará en llegar al orgasmo, lo siente cerca, pero el desencadenante es un gesto aparentemente sutil. La cercanía del hombre ha propiciado que note su aliento cerca de la nuca, cálido, sucio, y que el brazo que lo sujeta a la barra roce ligeramente el poderoso pecho de Mercedes. Tampoco lleva sujetador. Es tan fina la tela que su pezón la atraviesa claramente. Ella gira el torso ligeramente, escasos centímetros, suficientes para que el tenso bíceps del hombre lo roce.

La penetración digital, la masturbación, la está llevando al final del trayecto. La fricción con el enardecido pezón, la hace estallar. Sin poder evitarlo, jadea como una cualquiera mientras sus piernas se tambalean, anegando los dedos del desconocido.

El episodio de mi suegra me deja descolocado. Hay algo que no cuadra en todo esto. No puede ser cierto. Es irreal. El vestido existe, se lo he visto puesto, así como los zapatos, el bolso y las joyas. Pero si ya me parece increíble que la señora Mercedes entre en un vagón de metro, que lo haga sin ropa interior y se deje sobar por un desconocido roza el absurdo.

***

La tercera semana postrado en la cama trae pocas novedades. Físicamente, ya son dos los dedos que puedo mover, gordo e índice, lo que me permite agarrar pequeños objetos con ellos, pero es la mano de Lola lo que más cojo. Otro paso agigantado según la feliz valoración de mi amada esposa, una mierda según mi más atinada percepción. Pero debo seguir escuchando lo afortunado que soy.

Psíquicamente, el avance es distinto. Cada noche sigo soñando, recordando, con una claridad meridiana episodios de mi vida sexual, desordenados, con una atención al detalle que nunca había sentido cuando aún era un ser vivo. Una compañera de universidad que me tiré en el baño entre clase y clase, un polvo rápido con una colega en el despacho del que entonces era mi jefe, un trío con dos clientas en una feria comercial, incluso la primera paja que me hice a los trece años después de que una amiga de mis padres nos visitara y mostrara más canalillo del que mis aceleradas hormonas podían soportar.

Pero no he vuelto a tener ninguna visión. Gertrudis me asea cada mañana con su innata simpatía. Lola, Rita y mi suegra vienen a menudo, me tocan, mi mujer me abraza constantemente y ahora que notamos ambos el tacto del otro, no suelta mi mano ni que le prendan fuego, pero nada de nada. Me tiene muy desorientado. Una parte de mi piensa que he podido ver episodios secretos de la vida de las cuatro mujeres, pero la felación de la enfermera y el viaje en metro de Mercedes no pueden ser reales. Un pensamiento al que me agarro como a un clavo ardiendo pues significaría que mi mujer no me ha engañado. Pero ¿por qué aparecieron? ¿Por qué han cesado?

Por otro lado, han pasado más personas por esta habitación. Tres camilleros, alguno de los cuales también me ha tocado el rato suficiente como para que haya podido ver sus experiencias o recuerdos o lo que sean. Tal vez solamente puedo sentirlo en mujeres. ¿Y la doctora qué entonces? Aunque bien pensado, nuestro contacto físico nunca ha pasado de breves segundos. A diferencia de los enfermeros, no es cariñosa. Los médicos no suelen serlo. A lo mejor, el poder únicamente queda restringido a mi familia. Pero Doña Gertrudis desecha esa teoría.

La quinta semana supone un punto de inflexión importante en mi recuperación. Me trasladan a casa. Nuestra habitación ha cambiado, decorada según la imagen que Lola me mostró semanas atrás. La cama de matrimonio es más pequeña, 1,35cm de ancho cuando la que teníamos era de 2 metros, pero así cabe cómodamente una cama de hospital de estructura basculante pues Lola dormirá conmigo sí o sí, en la misma habitación de momento, juntos en la nueva cama de matrimonio cuando logre ponerme de pie, pues ya no me queda mucho, afirma.

Es cierto que ya muevo ambos brazos, aunque aún no tengo fuerza suficiente para sostener objetos, por más tensos que note mis dedos presionándolos. Ya muevo el cuello con cierta normalidad, así que puedo asentir o arbitrar un partido de tenis, pero las piernas aún no me sostienen. Pero no tardaré mucho, afirma el fisioterapeuta que viene dos horas cada día, pues la columna ya está tomando vigor, dejando de ser una raspa de pescado para convertirse en un tronco, me dice jocoso en una de las sesiones.

-La verdad es que has sido afortunado –sentencia, -pocos viven para contarlo después del accidente que tuviste y los que sobreviven, no se recuperan con la velocidad con que tú lo estás haciendo.

¡No te jode! pienso. Otro con la puta intervención de la Diosa Fortuna. Afortunado no es el que sobrevive gracias a ella, afortunado era yo cuando me follaba a todas las diosas del Olimpo.

Los sueños se mantienen puntuales pero no sé cuánto durarán pues me he tirado a muchas tías en mi vida aunque a experiencia diaria tarde o temprano llenaré el cupo. Ya había olvidado las visiones cuando aparecen de nuevo, en la séptima semana.

Elías, así se llama el fisioterapeuta que me atiende en casa, ha venido un par de veces acompañado de una chica rubia de ojos claros. Debe rondar los treinta años pero su cuerpo es pequeño con pocas formas lo que, unido a una cara de facciones infantiles, la hace parecer mucho más joven, casi adolescente. Sorprendentemente, es una mujer fuerte, capaz de sostenerme de pie obligándome a concentrar toda mi energía en los pies, en los tobillos, en las rodillas, pues estamos a punto de lograrlo, me anima. Su jefe se ha ido, cumplidas las dos horas contratadas, pero la chica ha querido quedarse un rato más pues hoy lograré que des tu primer paso, sentencia.

En eso estamos, de pie apoyado en su hombro, mi cuerpo tenso, recto como un palo, mientras mi cerebro ordena infructuosamente a mis tobillos que se muevan, cuando cierro los ojos y lo veo.

Un callejón oscuro, sucio, con papeles y alguna bolsa tirados por el suelo, cerca de un contenedor gris, de los antiguos. Si no fuera porque pertenecen al mobiliario urbano de Barcelona, el escenario podría ser el de cualquier película americana. Entonces oigo los gritos, agudos pero apagados. Berta, que es como se llama la chica, es arrastrada hacia el fondo del callejón por un hombre alto y delgado. Viste el uniforme blanco, zuecos incluidos, lo que me lleva a pensar que el suceso se produce cerca de la clínica de rehabilitación en la que trabaja. La chica patalea, forcejea con ambas manos tratando de soltarse del abrazo del oso que llega a levantarla del suelo, pero nadie acude en su auxilio. No hay nadie en el callejón ni nadie se asoma a la entrada de éste. Superado el contenedor, el hombre la tira al suelo, violentamente, haciéndola impactar dolorosamente con la espalda contra el pavimento. El golpe la aturde un par de segundos pero basta con notarlo acorralándola de nuevo para que la chica reanude la lucha.

-Estate quieta zorra, si no quieres que sea peor para ti.

Pero ella no obedece. Mueve los brazos descontroladamente tratando de sacarse de encima el apestoso cuerpo de aquel malnacido que la ha inmovilizado sentándose a horcajadas sobre su cintura. Si estuviera un pelín más abajo trataría de soltarle un rodillazo en la entrepierna, pero aunque hace el gesto, su extremidad no llega. Lo que sí asoma es la mano derecha del individuo que ha logrado superar la resistencia de las de la chica y cae con brutal violencia sobre su mejilla izquierda. Su cuello gira automáticamente, por poco su cabeza no impacta contra el suelo, y la cara le arde. El sabor metálico de la sangre le anega la garganta. Debe haberme roto algún diente, es capaz de pensar, mientras nota que los brazos van perdiendo fuerza.

El agresor la amenaza de nuevo, estate quieta si no quieres que te haga daño, mostrándole el puño a escasos milímetros de los ojos, mientras aparta las muñecas de la chica con la mano izquierda para proceder a rajar la bata. Por favor, suplica la joven, cerrando los párpados a través de los que caen las primeras lágrimas.

Al tercer tirón el hombre se da por vencido. El tejido es demasiado grueso y no se rompe con la facilidad que esperaba, así que saca una navaja del bolsillo, cuyo brillo en la oscuridad provoca otro grito de la enfermera acompañado de tópicos ruegos, no me hagas daño, por favor. Pero no la clava en la piel. Prefiere perforar el algodón reforzado que se rasga con suma facilidad detrás del que asoma un sujetador blanco, inmaculado. Cuando el filo del arma se cuela entre los juveniles pechos de la chica para rasgar la prenda interior, ésta junta los codos tratando de evitarlo, pero una mirada amenazante del hombre es suficiente para apartarlos. El tirón es respondido con otro grito que nadie más a parte de ellos dos oye. Sin soltar la navaja, sujeta con dos dedos, las manos del cerdo asqueroso toman los breves pechos amasándolos con agresividad, pellizcándole los rosados pezones.

Desde que asomó el arma, Berta ha cerrado los ojos, incapaz de mirar, evitando sentir como aquel delincuente hace con ella lo que le apetece. No tarda en mover su cuerpo hacia el sur, sentándose ahora sobre los muslos de la joven para cortar también la tela del pantalón. Desciende un poco más, ahora posándose sobre las rodillas para terminar el corte. Por un momento, la chica piensa que ahora es el momento, el escroto del hombre está a tiro de sus rodillas pues ha tenido que incorporarse ligeramente para tirar de la prenda y acabar de rajarla, pero notar el cuchillo tan cerca de su sexo la frena. La aterra fallar y que se lo clave en el corazón de su feminidad.

No ha notado frío cuando le ha arrancado el sujetador, pero cuando su entrepierna queda expuesta nota claramente la corriente de aire que la recorre. El agresor se acomoda entre sus piernas, abriéndoselas para contemplar sediento toda su intimidad, sin que ella oponga la menor resistencia. Que acabe lo antes posible, ruega.

Oye como el hombre se desabrocha la ropa, en un acto interminable, hasta que acomoda su cuerpo al de ella, apunta y, al cuarto empujón, entra. No puede evitar gemir, de dolor, de asco, pero el delincuente le acerca la boca con la que también la agrede.

-Venga zorrita, que te va a gustar.

Afortunadamente, la vagina no está completamente seca, así que la penetración no es tan dolorosa como temía. Tampoco el hombre tiene un pene grande por lo que el trago es físicamente soportable. Otro cantar es la melodía que lo acompaña, una serenata de guarradas casi susurradas que la hieren mucho más que la barra de carne.

-Eso es zorrita, eso es, muévete a mi ritmo. Te gusta, te está gustando. Ningún medicucho te ha follado como yo lo estoy haciendo. Por fin te folla un macho de verdad, eso buscabas en el callejón, ¿verdad? una buena polla que te llene ese coñito de zorra que tienes…

Hasta que no llegan los estertores del orgasmo, el hombre no ceja en su retahíla de caricias verbales. Berta nota claramente los disparos en su interior, acompañados de pequeños gemidos, lastimeros, aunque el hombre los confunda con placer.

Besos en el cuello y lametones en la cara son la última humillación que tiene que padecer, antes de que el hombre la abandone, despidiéndola con un sé que te ha gustado zorrita.

Durante unos minutos se queda inmóvil en el suelo, parcialmente desnuda, desmadejada, notando la semilla de aquel hijo de puta en su interior. Poco a poco se va serenando, recobrando una respiración relajada, abriendo los ojos, mirando hacia la entrada del callejón por si alguien viene en su ayuda. Pero está sola.

Vuelve la mirada hacia el cielo, fijándola en la única estrella que asoma en el firmamento. Sus manos tiran los girones de la bata para taparse, pero cuando lo hace, éstas toman vida propia, soltando la tela y acariciando sus pechos, pellizcándose los durísimos pezones con saña, sintiendo el dolor que le atraviesa el esternón.

Incapaz de apartar la vista de la estrella, su mano derecha recorre su abdomen mientras la izquierda mantiene activos ambos pitones, castigándolos alternativamente. Supera el estómago y recorre el pubis, lentamente pero sin demora, hasta que llega al vértice superior de sus labios vaginales. El dedo índice lo acaricia suavemente hasta superarlo para accionar el clítoris. Una descarga recorre su espina dorsal, del coxis al occipital, arqueándola, separándole las piernas, exponiendo obscenamente su sexo. Como aprendió a hacer en su pronta adolescencia, mientras el dedo gordo se apoya en el pubis y el índice mima el botoncito del placer, los otros tres recorren sus labios de abajo arriba, de arriba abajo, abriéndolos, estimulándolos, hasta que el corazón se adentra en su vagina. Está asquerosamente pringosa, pegajosa, rellena de un flujo invasor mucho más denso de lo habitual.

Su mano izquierda abandona sus mamas para colaborar con la derecha en su expedición. Espera a que los dedos diestros abandonen la cueva para colar los zurdos, pues los primeros viajan por el espacio sórdido de aquel callejón hasta acercarse a los labios de su dueña que se abren y chupan con ansia la ácida semilla del malnacido.

Retornan los derechos mientras los izquierdos son bebidos con creciente ansia. De nuevo los primeros, de nuevo sus mellizos.

La enfermera Berta está estirada en aquel sucio callejón boca arriba, semi desnuda, con las piernas completamente abiertas, moviendo rítmicamente las caderas, mientras la succión de sus grasientos dedos acallan los soeces vocablos que su garganta escupe. Eso es zorrita, te gusta que te folle ¿verdad?, te gusta que te folle un macho, que te trate como mereces, como una zorra… Hasta que el orgasmo la estremece intensamente, curvándola exageradamente, penetrada vaginal y oralmente.

El estrépito me devuelve al mundo real. He caído al suelo, de espaldas. La enfermera está agachada a mi lado, parece que no ha llegado a dar con sus huesos en el suelo, pero trata de levantarme tirando de mí con todas sus fuerzas. Lo logra, sonriente pues he dado el paso.

-Lamento el golpe, pero ha valido la pena –sonríe. Sí ha valido la pena, pienso para mí, pero solamente respondo con otra sonrisa, que cada vez es más amplia.

***

He tardado exactamente 11 semanas en volver a caminar. Llamémosle caminar a mover un pie delante de otro con el cuerpo prácticamente erguido apoyándome en un andador de geriátrico o en un adulto que me hace de muleta.

La semana siguiente logré articular la primera palabra. Lola, eso oyó mi mujer y eso quise decir, pero yo solamente oí dos vocales unidas: oa. La semana 16 fui capaz de ir solo al lavabo, por fin me desembaracé del humillante pañal, y la 18 ya me movía por casa con cierta autonomía.

Eres muy afortunado me repetían todos viéndo moverme como un puto anciano de 115 años, incapaz de sostener una cuchara sin mancharme toda la ropa o de mandarlos a todos a la mierda pues mi lengua no obedece las órdenes de mi cerebro con la efectividad que solía.

Pero soy muy afortunado. Tan afortunado, que además de la lengua, el otro músculo que no ha reaccionado aún es el más importante en cualquier hombre que se precie. El cerebro, sí también, pero me refiero a la polla. Un colgajo inerte que ni siquiera las constantes atenciones de mi mujer, una de las mejores felatrices del mundo, una de las razones por la que me casé con ella, no logra despertar. Cuando la retiro con un gesto y un gruñido que quiere ser una palabra, me mira con aquella tristeza que sólo yo capto, pues la adorna de falsa felicidad, animándome, con frases tan tópicas como que Roma no se construyó en un solo día.

Pero el instinto me avisa de que estoy a punto de perderla. No como esposa, no como pareja. Como amante, pues aunque ella lo niegue, empieza a desesperarse. ¡Qué bien me vendría ahora confirmar que mis visiones son profanaciones de mentes ajenas! Pero el pálpito que surgió en mi interior al poco de despertar del accidente, avisándome que Carlos podía quitarme algo más que la empresa, comienza a intensificarse en mi estómago, señal inequívoca de que el Diablo está al acecho.

No hay mucho que pueda hacer aún, pero al menos pararé el golpe, pienso. Puedo mover brazos, manos y dedos, aunque aún no con demasiada fuerza, pero sí la suficiente para acariciar y masturbar a mi mujer. También puedo usar la lengua así que la semana número 20 Lola estalla en un necesitadísimo orgasmo encajando su feminidad sobre mi cara mientras adopto la versión cómica de Rintintín. ¿Es así como se sentían las tías a las que ponía de rodillas, como perritos falderos?

***

Ha pasado medio año desde mi afortunada vuelta al mundo. Soy capaz de expresar frases pseudo inteligibles, aunque me es casi tan costoso como escribir mis ideas en la tablet. Casi no se me cae comida de la cuchara cuando como, logro pinchar con el tenedor, pero cortar con el cuchillo aún es misión imposible. Al menos soy capaz de agarrarme la polla cuando meo, porque de momento no sirve para nada más. De allí que para mitigar los probables avances de mi socio en su opa hostil sobre mi mujer, que acumula mucha necesidad, me haya convertido en el Yorkshire de mi casa, el perrito comecoños que toda abuela que se precie necesita.

Hoy visitamos a la doctora que confirma que mis procesos son estimables, se nota que siempre has sido muy deportista y te cuidabas, que he sido muy afortunado pues no las tenían todas consigo los primeros días pero que viendo la evolución, mi esfuerzo y el cariño de mi esposa, la mira sonriéndole, tuvieron claro que iba a lograrlo.

La visita dura más de media hora. La doctora va desgranando de dónde venimos, dónde estamos y dónde llegaremos, todo muy filosófico aunque se refiera a mi recuperación, pero yo tengo la mente en otro sitio pues no está comentando nada que no sepa o que no me hayan repetido ya un centenar de veces el equipo médico o los fisios. Lola me sujeta la mano con intensidad, feliz ante cualquier comentario positivo de la galena, pero yo estoy trazando un plan en mi cabeza que sé que va a funcionar. Estoy convencido.

Salimos de la consulta despacio, a mi ritmo, todos sonrientes y asquerosamente educados, pero antes he logrado arrancar a la doctora la promesa de atenderme ante cualquier cambio imprevisto. Parece una nadería, pues se trata de una clínica privada cuyo desorbitado precio les exige satisfacer al cliente hasta límites casi pecaminosos, pero la inteligente mujer capta el tono de mi mensaje pues la recuperación de mi sexualidad ha sido uno de los temas tratados.

Dos semanas después estoy solo en la consulta. He aprovechado que Lola tenía una reunión de trabajo para salir solo de casa, tomar un taxi y presentarme en la clínica sin decírselo. La doctora sí estaba avisada pues concerté la visita directamente con ella, comprendiendo que prefería tratar temas tan espinosos sin mi esposa delante, pues di a entender que su necesidad me presionaba.

-Es habitual que algunos pacientes con graves traumatismos cerebrales tarden más tiempo del esperado en recuperar una movilidad completa de la totalidad de su cuerpo. Suele ser parcial, como en tu caso, pero no tienes de qué preocuparte. No hay daños físicos en la zona y tu cerebro nos ha demostrado tener voluntad de regenerar…

-No van por ahí los tiros –la corto balbuceando más que hablando con el aplomo que solía. Y me tiro a la piscina. –¿Se dan casos de alucinaciones o visiones en lesiones como la mía?

-Pueden… -duda –…el cerebro es aún hoy el gran desconocido del cuerpo humano…

Como me cuesta hablar, prefiero realizar un ejercicio práctico pues estoy convencido que será más esclarecedor, así que, cortándola de nuevo, le pido que se levante y se siente en la silla de mi derecha, la que usó Lola en la anterior visita. Me mira sorprendida pero accede. Al tomarla de la mano, me rehúye automáticamente, incómoda pero le pido calma, pues necesito su contacto para explicarle lo que veo.

Tendría cojones que ahora no tuviera ninguna visión, pues quedaría como un loco ante la mujer, pero mi interior, tanto el subconsciente como el consciente no me van a fallar. Lo presiento.

En pocos segundos se enciende el decorado. Textualmente, pues veo un escenario, adusto, de teatro de barrio o de pequeña sala de cine viejo. Se lo voy relatando a la doctora con la lentitud propia de mi estado pero trato de ser descriptivo. Su mano presiona la mía con intensidad cuando comienzo mi relato.

La mujer está de pie, vestida deportivamente, camiseta amarilla, pantalón corto azul y zapatillas blancas, recogiendo su cabello claro en una cola de caballo. Sobre el escenario solamente hay una colchoneta de gimnasio verde militar muy gastada por el uso, al lado de un potro. La doctora mira hacia la colchoneta con intención de realizar una voltereta o algún ejercicio gimnástico pero se detiene a la espera de las indicaciones del maestro que se acerca cruzando el sombrío patio de butacas. El hombre es alto y corpulento pero no parece el típico especimen de sala de fitness, más bien parece el profesor de educación física de la escuela. Al menos viste un chándal del mismo verde que la colchoneta con el nombre de una congregación educativo-religiosa estampado en la espalda.

Le ordena hacer la primera voltereta, con lo que queda sentada de espaldas a él. Ahora la segunda, hacia mí, lo que la deja sentada de cara al docente. De nuevo hacia adelante, de nuevo vuelve. Así media docena de veces, hasta que la chica se detiene cansada, mirando fijamente al profesor, respirando aceleradamente.

-¿Qué miras? –pregunta el hombre, pues la chica ha levantado la vista pero no la ha posado en los ojos de su interlocutor. La ha detenido más abajo, bastante más abajo, donde asoma un bulto que se ha ido hinchando a medida que ella se retorcía sobre el colchón.

Nada, balbucea, pero el docente impone su autoridad apremiándola a responder. Nada, repite avergonzada, hasta que el hombre baja el elástico del pantalón y le muestra un miembro ancho y muy oscuro.

-Mira qué me has obligado a hacer. Ahora deberás pagar por ello.

Lo siento, suena un hilo de voz, pero ella ya sabe qué debe hacer para compensar al señor profesor. Acerca su cuello ligeramente, sin levantar el culo de la colchoneta, abre la boca y toma su penitencia.

-Basta. –La doctora me ha soltado la mano con violencia, levantándose de la silla escandalizada. -¿Cómo puedes saber eso?

No es fácil calmar a un ser humano que ha visto hurgar en sus secretos más íntimos, pero lo intento. Le explico que desde que desperté, sueño repeticiones exactas de momentos sexuales de mi vida y que en cinco ocasiones, he tenido estas visiones que también parecen recuerdos.

A medida que se va calmando, razona, clavándome aquellos ojos avellana tan intensos que la caracterizan, sin duda valorando qué sé y qué puedo ver. Hasta que me lo pregunta. También quiere saber quiénes han sido las otras cuatro víctimas. Le respondo tratando de calmarla.

-Las visiones son incontrolables para mí. Han venido y se han marchado para no volver jamás, como si solamente tuviera una oportunidad en cada caso. –Me pregunta quién de nuevo. Se lo explico, dejando a Lola para la última pues quiero que comprenda mi inquietud. Comprende que he visto algo referido a mi mujer que no me ha gustado, así que su nerviosismo se va relajando.

-No se trata de ningún recuerdo.

Vuelve a sentarse en la silla y ahora es ella la que me toma de la mano permitiéndome continuar. Me sorprende pero su gesto me deja claro que consentirá la visión hasta el límite que considere apropiado.

La doctora, sentada en la colchoneta, parece más joven debido al atuendo escolar pero las facciones de la cara y el cuerpo son las de la mujer de treinta y largos que está sentada a mi derecha. La penitencia a la que el maestro la ha castigado avanza obscenamente, con calma pero sin pausa, pues la joven alumna conoce su lugar, su cometido y el desempeño esperado. Pronto, los sonidos de succión son acompañados por soplidos masculinos, señal inequívoca que el hombre se acerca a la meta, pero la joven no se detiene. Tampoco pierde el ritmo, ni siquiera cuando los bufidos del gigante anuncian el final del castigo.

La doctora me ha soltado de nuevo, preguntándome otra vez cómo lo hago. No lo sé, respondo sincero. ¿Puedes avanzar en la visión? Tampoco lo sé, repito tomándola de nuevo del brazo.

Entonces la chica oye otros sonidos, más lejanos que los que emite el profesor, pero también intensos, molestos, como el frito de un disco mal grabado que ensucia la canción. Son murmullos. De otros hombres, profesores sin duda que se acercan famélicos a través del patio de butacas. ¿Cuántos serán? ¿Media docena? ¿Una? ¿Dos docenas? Debería detenerse, piensa, hacerle eso a un hombre atenta contra las buenas costumbres de cualquier señorita que se precie, pero hacérselo a varios supera en mucho la indecencia. Pero no puede detenerse. Ese mismo pensamiento la excita con una intensidad malsana. Más cuando el inductor de tamaña tropelía inunda su boca.

Varios hombres la rodean cuando se separa del profesor pero la chica no puede, no debe, repetir el acto recién finalizado con cada uno de ellos. Así que se deja caer de espaldas sobre la colchoneta, expectante a que los hombres tomen la iniciativa. Muchas manos, al menos una docena, la tocan, la soban, hasta que las más atrevidas la desnudan para palpar su piel, para hurgar en su inocencia. La chica se deja hacer abriendo las piernas, excitada, esperando recibir también ella su premio.

El primero que se acomoda entre sus extremidades es el profesor de Literatura. Lo siente entrar, profundo, cálido, mientras las manos de los otros no cesan en sus caricias…

-Estás detallando con una fidelidad casi fotográfica una de mis más íntimas fantasías –anuncia la doctora soltándome para acabar con el espectáculo. La miro sorprendido, como el que sale de un sueño porque han encendido la luz bruscamente. Pero la realmente sorprendida es ella, pues sus ojos abandonan mis ojos para posarse en otra parte de mi anatomía, volver a ascender e invitarme a comprobar mi estado con un gesto de cabeza.

Bajo la mirada, pues noto presión sanguínea en mi pene, sensación que no es nueva para mí que en anteriores ocasiones no ha significado nada, pero el bulto es visible a través del pantalón. La toco, me la agarro por encima de la tela de lana de verano y sonrío feliz. Sí señor, es ella, ha vuelto.

Hago el gesto de levantarme en busca de mi mujer para mostrárselo, ¡qué coño mostrárselo! para ensartarla como solía, cuando la doctora me detiene. Su mano también se ha posado en mi masculinidad, dirige la mía hacia su feminidad, anunciándome que recordar su fantasía más íntima la ha puesto caliente como una perra.

Mi yo de las últimas treinta semanas quiere salir de la consulta pues sería lo correcto. Pero mi yo afortunado, el que no esperaba la intercesión de la Diosa Fortuna sino tirársela a la menor ocasión, decide quedarse pues nunca le ha amargado un dulce y nunca ha dejado escapar una presa, menos si está tan buena y dispuesta como la doctora.

Mis movimientos son lentos, así apenas he logrado desabrocharme el cinturón cuando mi compañera de confidencias se sienta a horcajadas sobre mí con la falda por la cintura y las bragas en el suelo, abriéndome la cremallera y sacándome la renacida barra. Se encaja, dejando caer su peso, repitiéndome lo caliente que la he puesto.

Ella marca el ritmo, lento, profundo, como la mamada que le realizaba al profesor de educación física, ella marca la pauta, desabrochándose la blusa para que el par de perfectas tetas adornadas con un pequeño lunar que he contemplado en la visión queden en mi cara, apetitosas, exuberantes.

-Cuando el profe de Lite acaba de follarme, corriéndose en mi interior, me folla el de Mates que se corre en mi estómago, después el de Filo que lo hace en mis tetas, después el de Lengua, el de Sociales, el de Música –va recitando sin dejar de moverse cadenciosamente, -hasta que estoy tan pringosa que les doy asco, me levantan en volandas y me encajan boca abajo sobre el potro. De espaldas no puedo ver quién me folla, pero noto como el líquido caliente me mancha una nalga, la columna, la otra nalga…

Los suspiros le impiden continuar, su musculatura vaginal aumenta la presión sobre mi pene, gime, y grita suavemente cuando siente mi semen anegar su sexo. No he podido aguantarme, no he sido capaz de retrasarlo, también esto tendré que reaprenderlo, pero no le importa pues al poco rato llega a un orgasmo intenso que la deja desmadejada sobre mi cuerpo.

Sentado en la consulta médica, sosteniendo a la doctora que no sólo me ha devuelto al mundo de los vivos sino que además me ha aclarado qué significado tenían las visiones de mi subconsciente, tranquilizándome, vuelvo a sentirme afortunado.

Pues siento que volveré a mi vida anterior, y ésa y no ésta es la vida de un hombre afortunado.

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Autor de MUJERES IMPERFECTAS

Aquí os dejo el link del primer libro que he autopublicado en Amazon.es por si sentís curiosidad. Son 12 relatos inéditos con un personaje común.

=”MsoNormal” style=”text-align: justify;”>https://www.amazon.es/MUJERES-IMPERFECTAS-episodios-peculiaridades-imperfectas-ebook/dp/B01LTBHQQO/ref=pd_rhf_pe_p_img_1?ie=UTF8&psc=1&refRID=MCH244AYX1KW82XFC9S2

 

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Relato erótico: “Holywood family” (POR MARQUESDUQUE)

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HOLLYWOOD FAMILY

Sin títuloMis padres son actores famosos. Guapos, deseados… ejemplos de lo que llaman con cierta cursilería el sueño americano. Los llamaremos Bret y Angela, para entendernos. Bret es alto, castaño, atractivo… realmente no vale la pena describirlo mucho más porque tampoco sale mucho en la historia. Mi madre, en cambio, tiene un papel principal. Es alta, de labios carnosos, busto generoso, figura esculpida en el gimnasio, color de pelo variable, edad indefinible (¿40 que parecen 30? ¿45 que le permiten interpretar papeles de 35?). En definitiva es toda una “sex symbol”. Mi familia es un poco peculiar. Primero está mi hermano mayor, José, adoptado en España, moreno, alto y atlético. El mediano soy yo, Johnny, el único biológico, rubio y de aspecto delicado. La pequeña, Jenny, adoptada en Méjico, siempre ha tenido problemas de salud. Los medios publicaron, de hecho, que tenía algo grave y contagioso, de lo que se puede morir. Nada más lejos, en realidad está bien, solo es algo débil. Jenny tiene los ojos negros y el pelo oscuro y es toda una belleza.

Puede parecer que por ser el único hijo natural sería el favorito de mis padres. Más bien al contrario. José es el favorito de mama. Fue el primero y siempre han tenido una complicidad especial. Además, él la adora, no necesariamente de la forma habitual entre madre e hijo, si ustedes me entienden… Luego llegué yo, de un modo un tanto incomodo, tras nueve meses de embarazo y un parto doloroso, molestias que mis hermanos no causaron. Mi hermana es la favorita de nuestro padre. No se si por ser chica, por tener la salud delicada o por ser un encanto. Yo, por otro lado, soy el niño mimado del servicio. Teniendo en cuenta que pasamos mucho más tiempo con las criadas que con nuestros padres, no es mala mi situación, pensándolo bien. Con mi hermano sí que he competido alguna vez por el cariño de mi madre (siempre he salido perdiendo) pero con mi hermana no. Nuestra relación es especial, nos llevamos muy bien desde que recuerdo. Ignoro si al servicio le sedujeron mi afabilidad de carácter, la paradoja que siendo el único hijo de su sangre, fuera el menos favorecido por mis padres, o alguna otra circunstancia, pero todos los trabajadores de la casa han sido siempre mis cómplices, especialmente Lucia, la hija de la cocinera, unos 5 años mayor que yo, una chica muy guapa, con la que tuve mis primeras fantasías sexuales (alguna de las cuales se convirtieron en realidad, como luego explicaré).

Desde que recuerdo mi hermano ha estado obsesionado con nuestra madre. Cuando veíamos sus películas, a mi me daba vergüenza mirar sus escenas de amor. José, en cambio, de deleitaba con ellas. Luego le pillaba volviéndolas a ver una y otra vez, en el dvd. También empezó a buscar fotos sexys suyas en internet, tanto reales como “fakes”, con su cara y el cuerpo de otras. Finalmente no tuvo bastante con eso y decidió espiarla desnuda mientras se duchaba o se cambiaba de ropa. Recuerdo cierta ocasión, mi hermano tendría unos 16 años y yo 14. Mama había vuelto de un rodaje de varios meses y llevaba un par de días en la casa. Estaba poniéndose el bañador para bajar a la piscina. Mi hermano la espiaba a ella y yo le espiaba a él. De repente, mama abrió la puerta de golpe y le sorprendió. José murmuraba una excusa sin poder ocultar su visible erección. Ella sonrió, le dio un beso en la mejilla y fue a bañarse sin más comentarios. Si me hubiera pillado a mi me hubiera ganado una buena, pero este cabrón no podía hacer nada mal a sus ojos.

En el colegio, tanto él como yo ligábamos bastante. Somos, modestia a parte, guapos y tener padres famosos nos confiere cierto atractivo, como si perteneciéramos a una especie de aristocracia. Un día, no mucho después del episodio de la piscina, mi hermano se trajo a una novia a casa. Era una compañera de clase, seguramente la más guapa. Se encerraron en su habitación, pero como hacía calor dejaron una rendija abierta. Curioseaba más por aburrimiento que porque esperara ver alguna cosa. Pero la vi. Estuvieron un rato besándose, luego ella le quitó la camisa y le pasó la lengua por el pecho y la barriga hasta los pantalones. Los desabrochó y el pene de mi hermano asomó erecto entre el calzoncillo. La chica (nunca recode su nombre) lo besó dos veces en la punta y se puso a chuparlo. Se notaba que no era la primera vez que lo hacía. Mi hermano cerraba los ojos y se dejaba llevar. En el momento en que su corrida desbordó la boca de la chica creí oírle murmurar: “mama”.

La escena me había dejado bastante cachondo. Al día siguiente invité yo a una amiguita a mi casa, pero no pasamos de besitos. Era la primera vez que me enrollaba con una chica y estaba nervioso. Esa misma noche Lucia me encontró pensativo.

– ¿Qué te pasa campeón? ¿No fue bien con tu amiga?

– No se. Creo que soy un poco torpe besando.

– No seas tonto. Solo te falta algo de práctica. Ven, te ayudaré.

Me cogió de la mano y me llevó a su habitación. Nos reclinamos en su cama y empezó a besarme en los labios.

– Ahora saca un poco la lengua.

Continuamos un rato con la faena. Sabía besar muy bien y al llevar ella la iniciativa yo estaba más tranquilo. Cuando paramos me miró la entrepierna. Mi bulto era considerable.

– Te ayudaré con eso- dijo, y me desabrochó la bragueta. Mi pene salió dando un bote, como el de José con su amiga. Me la cogió con su mano derecha y comenzó a subir y a bajar. Era la primera vez que me la tocaba una mano que no fuera mía. Al cabo de un rato me corrí a borbotones. Sonrió, me dio un piquito y se levantó.

– A que ya estas mejor…

Los meses siguientes mi hermano siguió espiando a mama, masturbándose con su material de Internet y con las películas en que salía ella desnuda o en la que tenía alguna escena de sexo y trayendo de vez en cuando amiguitas a casa. No se hasta donde llegó con ellas porque deje de espiarle. Tenía mis propios asuntos. Con mi compañera de clase me enrollé mejor, días después, pero no pasamos de ahí. Con Lucía repetimos el numerito de su habitación “para que yo practicase”. Después de morrearnos ella siempre me hacía una paja. Al final ya, nada más empezar a besarnos, llevaba su mano a mi paquete y me masturbaba mientras su lengua jugaba con la mía. Poco a poco yo fui siendo más osado y le tocaba las tetas, el culo, incluso entre las piernas. Un día que la manoseaba torpemente en las bragas me dijo: “Quieres que te enseñe a dar placer a una chica” Ese fue el primer día que la masturbe yo a ella. Desde entonces, cada vez que lo hacíamos, la rutina era comernos la boca mientras nos pajeábamos mutuamente. Me encantaba correrme en su mano mientras la besaba y notaba como ella se corría entre mis dedos.

Todo cambió cuando llegó Nancy. Era una enfermera que mis padres contrataron para cuidar de mi hermana en sus accesos de debilidad. Tenía unos 20 años, era alta, rubia y preciosa. ¿Qué puedo decir? Me enamoré de ella como un bendito. Debía tener unos diecisiete años a aquellas alturas y a pesar de mis avances con Lucía y de salir de vez en cuando con alguna amiga de mi edad, seguía siendo técnicamente virgen. Tres o cuatro años de diferencia pueden no parecer muchos, pero en aquellos momentos me parecían insalvables. Cierto que Lucia también era mayor que yo, pero con ella era diferente. Nos conocíamos de toda la vida, había confianza. Además nuestra relación era distinta. Ella tenía sus novios y yo mis amigas. Era un jugueteo sexual, no un enamoramiento. Con Nancy, tan guapa, tan dulce, tan buena con mi hermana… No sabía como acercarme a ella. Hice algún intento de darle conversación ante la mirada desaprobadora de Jenny, que parecía querer decirme que la avergonzaba con mis torpes acercamientos y que no hiciera el ridículo. Mi hermanita, a pesar de sus problemas, se estaba abriendo como una flor y cada día concitaba más comentarios de admiración en quienes la veían. No me di por vencido y traté de coincidir con la joven enfermera a solas, por los rincones de la casa por los que se adentraba, buscando el baño o algo para Jenny. Un día conseguí convencerla de que cenara conmigo a solas, con la excusa de enseñarle los premios de mis padres. Cuando intenté besarla puso la mejilla y me dejó confundido y frustrado. En otra ocasión la invité al cine y al despedirnos ella misma me besó en los labios, como para agradecerme mi caballerosidad. Cuando, en una tercera cita, la llevé a la zona vip de una famosa discoteca a la que pasamos sin hacer cola, se lanzó sobre mí, en el sofá que presidía la sala, frente a la barra y nos enrollamos. Esa misma noche, cuando la limusina familiar paró ante su casa, me invitó a entrar. Pasamos a su habitación en silencio y empezamos a besarnos y a quitarnos la ropa. No era como besar a Lucia o a alguna amiga. Era especial. Parecía que el corazón se me saldría del pecho. Me besó por todo el cuerpo y me bajó los pantalones. Estuvo chupándomela un rato, como una experta. Creía estar en el cielo. Luego, se puso sobre mí, y ella misma dirigió mi pene a su vagina. No tardé mucho en correrme, pero eso a ella no pareció importarle, como si anticipara mi inexperiencia y lo esperara. Seguimos un rato besándonos. Tras unos minutos volvió a chupármela, hasta que se puso dura de nuevo. La segunda vez que lo hicimos estuve yo arriba y duré más. Podía oír el sonido que producía el roce de nuestros cuerpos, sentir el calor de su intimidad contra la mía. Quedamos satisfechos y rendidos. Nunca había sido tan feliz.

Mantuvimos nuestra relación en secreto. Mi hermana notaba algo y no le gustaba. Parecía estar celosa de nuestra reciente complicidad. Era comprensible, Nancy era “su” enfermera y habían trabado una fuerte amistad en los meses que estaban juntas. Que su hermano se metiera por medio, atraído por una cara bonita, podía ser molesto. Otra que percibió algo era Lucia, a la que había dejado de visitar en su habitación, pero elegantemente no dijo nada.

Transcurrieron unos meses de idilio para mí. Observaba a mi hermano ser cada vez más atrevido con mi madre, pero me daba igual. Tenía mi propia obsesión. No obstante, no podía dejar de darme cuenta de que los abrazos de José a mama, cuando volvía de un rodaje o de un viaje solidario, del que siempre temíamos nos trajera algún hermanito, que agrandara aun más la familia, eran más largos de lo necesario, que la manera que se frotaba con ella no era casual y que su forma de buscar un beso en los labios no era por cariño filial únicamente. Cierto día la cogió por detrás, pegó su paquete al culo de ella, la rodeo con los brazos de modo que por abajo le rozaba las tetas y la besó en el cuello. Ella rió, forcejeó para soltarse y premió su osadía besándole brevemente en la boca, beso que él trato de alargar sin conseguirlo. Ni mi padre ni mi hermana se dieron cuenta, pero José estaba terriblemente excitado y si uno se fijaba en el bulto de su pantalón podía advertirlo. La que estoy seguro que sí lo percibía era mi madre, que inexplicablemente no cortaba aquella atracción aparentemente enfermiza, sino que la incrementaba con su pasividad, fingiendo una normalidad que no podía creerse a aquellas alturas. Pero todo aquello, en aquellos momentos, a mi me daba igual. Mi romance con Nancy ocupaba todas mis energías. En su casa o en la mía, que era grande y estaba medio vacía casi todo el tiempo, con mis padres ausentes, conseguíamos momentos de intimidad en que dejábamos libres todos nuestros instintos y teníamos sexo de todas las maneras y en todas las posturas. Hasta que ocurrió aquello.

Un día que había quedado con mis amigos y no con ella, volvía pronto a casa, después de que a uno de ellos se lo llevasen al hospital con un coma etílico. Mi madre estaba rodando, pero mi padre no y descansaba en casa unos días antes de comenzar la vorágine de la promoción. Cuando llegué a la entrada Lucía me recibió con una mirada espantada. Pregunte si le pasaba algo a mi hermana y respondió que no, que dormía. Seguí interrogándola pero se mostró evasiva. Finalmente me contemplo compasiva y dijo: Bueno, es mejor que te enteres. Me cogió de la mano y me hizo acompañarla hasta los aposentos de mis padres. Me hizo una seña para que guardara silencio y me indicó que mirara por la puerta entreabierta. Allí estaban. Nancy y mi padre haciendo el amor. Follando como perros. Había notado a Nancy muy amble con mi padre los últimos días, pero era normal que los empleados fueran deferentes con mis padres y no le había dado más importancia. En la habitación, Nancy cabalgaba sobre mi padre como lo había hecho conmigo solo unos días antes. Quedé abatido. Emprendí el camino a mi habitación seguido por Lucia, que trataba sin éxito de consolarme. Estaba tan bloqueado que ni siquiera podía llorar. No se le podía reprochar nada a mi padre, salvo la infidelidad respecto a mi madre, pues nada sabía de la relación entre Nancy y yo. La traición de ella sin embargo era mayúscula. Parecía obvio que yo ni siquiera le gustaba, todo era una estrategia para acceder al modo de vida de mi familia, a nuestro mundo privilegiado, pero en el que no podías confiar ni enamorarte de nadie. Le había atraído la limusina, los restaurantes caros que no se podía permitir sino en nuestra compañía, la zona vip de las discotecas de moda a las que accedíamos sin hacer cola, los amigos famosos que le presentabamos…

Me tumbé en mi cama y Lucia se tumbó conmigo y me abrazó. Permanecimos así unos instantes. Le toqué la cara y ella me besó en la mejilla. Luego nos besamos en los labios y empezamos a acariciarnos y a besarnos con lengua. Todo parecía indicar que seguiríamos nuestra rutina sexual habitual de antes de la irrupción de la enfermera infiel, es decir una mutua masturbación, pero no. Ella me besó por el torso y el vientre hasta llegar a mi pene que chupó por primera vez, con exquisita delicadeza. Luego se levantó y nos terminamos de quitar la ropa. Nunca habíamos llegado tan lejos. Estaba claro que aquello era algo especial, que difícilmente se podría repetir. Se tumbó sobre mí y nos acoplamos a la perfección. Su cuerpo cayó sobre el mío como un manto y nos besamos mientras mi miembro entraba y salía de su entrepierna. Lo cierto es que cuando terminamos me sentía un poco mejor. Lucia era una gran chica y yo era afortunado por tenerla a mi lado, pero no estábamos enamorados ni íbamos a tener una relación como la que yo había imaginado con Nancy.

Los días siguientes fueron duros. El servició conocía la situación, pero ni mis padres ni mi hermana sospechaban nada. Mi padre creía ser el único amante de Nancy y ella no sabía que yo los había descubierto, aunque debió sospechar algo cuando me negué a hablar con ella y procuré evitar verla. Mi hermana comenzó a intuir que algo iba mal al ver como la rehuía, aunque hasta donde yo sabía, no tenía ni idea de lo nuestro. Tenía claro que no iba a descubrirlos. Simplemente no tenía fuerzas de enfrentar a mi padre ni a ella. No diría nada, me escondería de ambos y dejaría que el tiempo pusiera las cosas en su lugar. Nancy era una buena enfermera para Jenny. Mi hermanita no tenía que pagar por pecados que no había cometido, pecados de su padre y de su hermano.

No tuve que esperar mucho para que la situación diera un vuelco. Mi madre volvió de su película y no tardó en pillar a mi padre con su amante. Uno podría imaginar que con mi madre de vuelta tendrían más cuidado, pero no. Ebrios de orgullo y erotismo, continuaron follando como hasta entonces, confiados en que nadie sabía lo suyo, cuando todo el servicio estaba al corriente desde el principio, como lo habían estado de lo mío con ella. No se como se produjo el acontecimiento, es decir, como se enteró mama. Pero lo hizo. Las escenas en las siguientes jornadas fueron dantescas. Nuestra extraña familia se resquebrajaba. Mi madre echó a mi padre de casa y por supuesto Nancy fue despedida y así desapareció de nuestras vidas como había llegado a ellas: sin avisar. Llegó sin anunciarse y se fue sin despedirse y rodeada de vergüenza. Con el tiempo mis sentimientos hacia ella fueron transformándose y ahora me da pena e incluso me despierta alguna simpatía, acrecentada por el hecho de que trató siempre bien a Jenny. No debe ser fácil resistirse al impulso de tratar de compartir nuestro falso paraíso, nuestro olimpo de belleza, riqueza y fama. Mi hermana se quedó de la noche a la mañana sin acompañante, sin enfermera y sin amiga. Un día la encontré en la piscina sola, con aspecto triste, jugando a tocar el agua con la punta del pie. Llevaba un bikini y estaba preciosa a sus esplendidos 16 años. Para aquel entonces yo ya tenía 18. No pude evitar fijarme en sus pechos incipientes y sus ojos oscuros, bellísimos.

– Imagino que lo de papa y Nancy habrá sido duro para ti- le dije haciéndome el comprensivo

– Y para ti también- respondió, y ante mi extrañeza, añadió- No me chupo el dedo.

Jenny me contó que sospechaba que su enfermera y su hermano estaban liados, hasta que alguien del servició se lo confirmó. Luego, también se dio cuenta en seguida, que mi padre y ella coqueteaban, e imaginó como acabaría aquello.

– Cuando veía que se te caía la baba con ella me ponía celosa, pero no como piensas. No es que temiera que la alejaras de mí, ella era una buena profesional y nunca descuidó sus deberes conmigo, ni escatimó sus atenciones. Temía que ella te alejara a ti de mí. Que ya no volviera a haber la misma confianza, la misma complicidad entre nosotros. Antes nos lo contábamos todo. Ahora es evidente que ocurren cosas importantes en tu vida que me ocultas. Luego temí que te hiciera daño. Te quiero y no quiero que sufras. Podía ver lo que iba a pasar, pero no podía hacer nada por evitarlo. Además también quiero a Nancy en cierto modo. La odio por hacerte daño y destrozar nuestra familia, pero a la vez la quiero, porque es mi amiga y siempre ha sido buena conmigo.

Después de este discurso nos abrazamos. Le dije que la entendía y que procuraría que no nos distanciásemos. Sus pezones se clavaban en mi pecho y cuando me besó en la mejilla, muy cerca de los labios, no pude evitar excitarme un poco. Trate de alejar esa idea de mi mente. Era mi hermanita, yo estaba loco por ella, no podía verla como una mujer…

Mi madre, después de echar a mi padre de casa, se quedó bastante deprimida. De nada sirve ser una de las mujeres más deseadas del planeta si tu marido te pone los cuernos con una rubia más joven. Todos nos volcamos en ayudarla, especialmente, como se podrán imaginar, mi hermano, que se convirtió en su sombra, acompañándola noche y día. En cierta ocasión estábamos viendo la tele, cuando salió una noticia relativa a mi padre y unos rumores que decían que había encontrado consuelo tras su ruptura con mi madre en los brazos de otra mujer. Mama se fue a su habitación, supusimos que a llorar. José y yo fuimos tras ella, pero él se me adelantó, como no, y yo quedé en un segundo plano, sin llegar a entrar en la habitación, pero viendo perfectamente lo que ocurría y sin ser visto, ni, por lo que ocurrió, deduzco, recordado tampoco. Mi madre lloraba y mi hermano (su hijo) la consolaba: “Eso debe ser mentira, papa esta loco si prefiere a esas putitas que a ti. Tú eres perfecta. Eres la mujer más hermosa del mundo.” Y diciendo esto le secaba las lágrimas y la besaba en las mejillas. Ella se tranquilizó, le acarició la cara y le besó en los labios. Lo había hecho otras veces, incluso delante nuestro y de papa, como muestra de cariño, pero esto parecía diferente. Lo volvió a hacer deteniéndose, alargándolo más que de costumbre. Por primera vez era ella la que lo prolongaba y no él. Los besos pasaron a ser con lengua. No podía creer lo que estaba viendo. Sin embargo me estaba excitando. No podía evitarlo. José estaba paralizado. Lo que tantas veces había soñado se estaba haciendo realidad ante sus ojos. Mama se estaba desnudando. Era aun más guapa que en las películas. Yo me quería ir de allí, quería dejar de contemplar aquella aberración, pero no podía. En lugar de eso me la saque y empecé a meneármela. Era un espectáculo terrible pero exquisito. Verlo me dolía, pero nunca había estado tan empalmado, nunca la había tenido tan dura. Mi hermano había reaccionado y estaba besando los pechos de mi madre, los que me habían dado de mamar a mí, pero no a él. Parecía que ahora se estaba desquitando. Ella le subió la cara para que la mirara a los ojos y comenzaron a besarse como amantes un rato más. Después ella le desnudó a él y se puso a chuparle la polla, como lo había hecho aquella amiguita algunos años antes, mientras él soñaba que era su madre, la gran actriz, la que lo hacía. Ahora sí era ella, ahora podía susurrar su nombre, podía gritar “mama” mientras se corría sin miedo a ser descubierto en su obsesión, sin miedo a ser descortés con su compañera y lo más importante, siendo verdad. José tomó la iniciativa por primera vez y la interrumpió antes de correrse. Volvieron a besarse, a comerse la boca como si ninguno de los dos se lo terminara de creer, como para demostrarse que aquello era real. Luego él bajó con su boca por el cuello de ella, la besó por todo el cuerpo, hasta llegar a sus piernas. Esquivó el monte de Venus y la besó en los muslos. Ella jugueteaba con los pies, tocándole el miembro con la planta, tratando de agarrarlo entre el pulgar u los otros dedos. Finalmente él empezó a comerle el coño. Parecía que era diestro en esas lides porque mi madre prorrumpió en gemidos cada vez más evidentes. Cuando terminó, con ella estremeciéndose, escaló por su cuerpo hasta su boca y volvieron a besarse mientras trataba de colocar su pene a la entrada de su vagina. Ella lo detuvo un momento, como pensando por última vez si quería dar ese paso. “¿Si Woody Allen puede, por qué yo no?” la oí murmurar y la polla de mi hermano entro en el coño de nuestra madre sin ningún impedimento. “Mama, te quiero”, gritaba él sin el menor reparo. “Yo también a ti cariño”, respondía ella emocionada. Estuvieron un rato en la posición del misionero, luego se dieron la vuelta y quedó ella encima. Todo el rato se besaban y se decían cuanto se querían. Tras unos minutos mi madre se puso a cuatro patas y él la montó sin piedad. “Espera y verás” le dijo ella y sacándosela de la entrepierna se la frotó por el culo esparciendo los jugos que la impregnaban. Antes de que me quisiera dar cuenta mi hermano le estaba dando por culo a nuestra madre. No tardó mucho en correrse gritando “mama”. Ella solo respondía “cariño, cariño…” Lo raro del caso es que también yo murmuraba lo mismo mientras eyaculaba en mi mano: “Mama, mami, te quiero…”

Aquel episodio me consternó. No solo había visto a mi hermano hacer “aquello”, sino que yo mismo, el hijo biológico de mi madre, me había masturbado viéndolo. Pese a mis promesas de sinceridad no podía contarle eso a Jenny. Simplemente no habría sabido por donde empezar. Sí se lo conté, sin embargo a Lucía.

– Valla con el niño, tirándose a su mama.

– No te parece increíble.

– Bueno, en realidad no son madre e hijo… técnicamente.

– Es la única madre que ha conocido.

– Tampoco dramaticemos, los empleados os hemos cuidado mucho más que vuestros padres, que casi nunca estaban. Desde ese punto de vista, es más incesto lo que hacemos nosotros a veces, que lo que han hecho ellos.

– Pero esa obsesión con ella… es enfermizo.

– No me seas mojigato. Tu mismo has dicho que te excitaste viéndolo, y era tu madre de verdad. Ángela es una de las mujeres más bellas del mundo. Es lógico que al chico se la ponga dura. Además ese tipo de cosas pueden pasar. Tu hermanita lleva toda la vida colgada contigo.

– Vamos, no te burles de mí.

– Te lo digo en serio. ¿No me digas que nunca te has dado cuenta? Menudos celos cogió cuando lo de Nancy. Menos mal que nunca ha sabido lo nuestro. Habría dejado de dirigirme la palabra.

– Pero son celos de otro tipo. Le molesta que una novia no me deje tiempo para estar con ella. No es algo sexual.

– ¿Qué no? ¡Que ingenuo eres! ¿No te has dado cuenta como te mira?

La conversación con Lucía me había dejado más confuso que antes de hablar con ella. No terminaba de creer lo de mi hermanita. Me parecía sencillamente inconcebible. Y sin embargo…

Las siguientes semanas fueron igual de desconcertantes. No sé si José y mi madre volvieron a hacer aquello y, sinceramente, en aquellos momentos no quería saberlo. Cada vez que veía a mi madre tenía que hacer esfuerzos para no ponerme cachondo, lo cual era muy molesto. No podía ver a mi hermano sin recodar lo que había pasado, ni ver a Jenny sin recordar lo que me había dicho Lucía, lo que probablemente era peor. Es frecuente que si intentas no pensar en una cosa, acabaras pensando en eso todo el rato. Eso me pasaba con mi familia, particularmente con Jenny, a la que adoraba, pero a la que nunca antes había visto como a una mujer con deseos sexuales (ni mucho menos hacia mi). Inevitablemente empezaba a fijarme en ella, en su pelo, en sus labios, en sus pechos, en su culo. Era bellísima, muy sexy. Costaba no quedarse embelesado con su sonrisa, con su figura… Cuando bromeaba conmigo, cuando me abrazaba, cuando la sorprendía mirándome o me sorprendía a mi mismo mirándola a ella… las piernas, el escote… En esas ocasiones me azoraba y me pasaba como con Nancy cuando llegó a la casa.

Un buen día, Jenny, que presumía de contármelo todo, me confesó que le gustaba un chico de su clase. Quedé en parte celoso y en parte aliviado. Entendía que era lo mejor, que probablemente Lucía se equivocaba. Y, entonces ¿por qué me dolió tanto aquella conversación? ¿Por qué tuve que hacer un esfuerzo para que no se me notara compungido ante la noticia? Quien sabe… Después de aquello pensé que lentamente todo volvería a la normalidad. Me equivocaba.

Unos días después de la confesión de mi hermanita llegó enrabietada a casa. Tiró los libros y se fue a su habitación. Yo, que era el único que había presenciado la escena, la seguí. La encontré llorando. Me acerque y le pregunté que pasaba. Por lo visto el pipiolo que le gustaba había dado crédito a un rumor vertido por la prensa, según el cual, la mala salud de Jenny se debía a una enfermedad mortal y contagiosa de la que había sido infectada antes de nacer por su propia madre biológica. El cretino, por miedo a que se la pegara, había echado a correr en cuanto la había visto. Traté de tranquilizarla, de explicarle que ese tío era idiota, que otros mejores la aguardaban, pero ella estaba inconsolable.

– Ningún chico me besará nunca.

– Vamos, eres preciosa, seguro que hay docenas haciendo cola.

– Solo dices eso porque eres mi hermano.

– De eso nada. De hecho, si no fuera tu hermano te intentaría besar yo mismo.

– Dices eso porque sabes que no tendrás que hacerlo.

No me pude aguantar. Le levanté la cara, le sequé de lágrimas la cara y la besé en los labios. Ella se quedó desconcertada. Ya no lloraba y me miraba con extrañeza. Se acercó a mí y me besó ella. Pronto nos enzarzamos en una lucha furiosa con nuestras bocas y nuestras lenguas. Cuando nos tranquilizamos murmuró: gracias. Gracias a ti cielo, le respondí.

Iniciamos una relación extraña y muy romántica. Sabía por experiencia que al servicio no se le escapaba una y no quería que se enteraran, ni siquiera que sospecharan algo. Dar esquinazo a mi madre y mi hermano era mucho más fácil: bastante tenían con lo suyo. Delante de otros nos comportábamos de un modo totalmente normal. Procurábamos que ni siquiera nos delataran las miradas. Cuando nos quedábamos solos, en cambio, nos encerrábamos en su cuarto o en el mío, tomando todas las precauciones para no ser descubiertos, y estábamos un rato besándonos. Al principio solo era eso, besarnos como adolescentes, que al fin y al cabo, casi era lo que éramos, particularmente ella. No fue hasta algunas semanas después que decidimos dar el siguiente paso y fue a iniciativa suya. Estábamos besándonos y ella notó mi exagerada erección. Como la cosa más natural, me la sacó y se quedó mirándola. La manoseó un poco y comenzó a masturbarme preguntando si lo hacía bien. Lo hacía muy bien. Me corrí en su mano.

Otro día, después de comernos las lenguas un rato, acercó su boquita a mi entrepierna y me desabrochó la bragueta. Me parecía increíble que mi hermanita me fuera a hacer una mamada. No era una experta, era la primera vez que lo hacía, pero a mi me gustó como si me la chupara un ángel. En cierto modo así era. Cuando acabó decidí devolverle el favor. La desnudé lentamente, me detuve a lamerle los pechos, esos senos incipientes con pezones duritos. Luego baje hasta sus muslos. Los besé complacido adivinando lo que hallaría entre ellos. Jenny gemía y me arrullaba los cabellos mientras mi lengua se abría paso en su rajita. Dibuje el alfabeto entre las paredes de su vulva y moje mi boca con sus flujos. Fue una experiencia tremenda sentirla palpitar ante mis lametones. Cuando acabé ella me abrazó rendida y volvimos a besarnos durante varios minutos. “Quiero perder la virginidad contigo” me confesó en un susurro. “Claro cariño, cuando tu quieras” me limité a contestar.

El día escogido nos aseguramos de estar solos en la casa. Ni padres, ni hermano, ni servicio, ni amigos. Nadie. Colonizamos, por primera vez, la habitación de nuestros padres. Donde yo podría haber sido engendrado (claro que también podría haberlo sido en cualquier otro sitio, cualquier habitación de la casa, cualquier habitación de hotel). Donde había espiado a mama y a José consumar el mismo acto que íbamos a consumar nosotros ahora. Tumbados en la ancha cama nos desnudamos y comenzamos a besarnos. La besé por todo el cuerpo. Era preciosa. Nunca me cansaba de admirarla, ni de acariciarla, ni de pasar mi lengua por su piel. De nuevo me la chupó un rato, pero esta vez se detuvo antes de que me corriera. Me senté en la cama y ella se sentó sobre mí. Un poco de resistencia, una punzada de dolor que percibí en ella por sus gestos involuntarios y ya… a partir de ahí placer. En esa postura podíamos besarnos mientas su cuerpecito subía y bajaba sobre el mío y sus tetas me rozaban el pecho. En un momento dado perdí el equilibrio y caí despaldas y ella conmigo, pero no por ello dejamos de hacer el amor, no por ello dejamos de follar. Dimos un par de vueltas entre risas, a ver quien quedaba arriba. Finalmente quedé yo y así seguimos amándonos un rato más. Para acabar de puso a cuatro papas y se la clavé hasta el fondo, golpeando con mi pelvis su culo a cada embestida. Me derrumbé sobre ella y giró su cara para que la pudiera besar mientras nos corríamos al unísono. Sentía mi lengua en la suya, mis manos en sus pechos, sus nalgas sobre mis muslos y mi pene en su vagina, mi polla en su coño. Sobre las sabanas unas gotas de sangre. Te quiero, murmuré en su oído. Yo también, respondió ella.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “Las putas de mis profesoras y una mas” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Primero darles las gracias por publicar mi relato continuo con el siguiente como les prometí:
Como saben en el anterior relato nos enrollamos mis profesoras y yo y follábamos siempre que podíamos. Quedábamos en su casa cuando su marido no estaba y estaba de viaje o en el caso de mi otra profesora cuando no quedaba con su novio y le daba una excusa que la dolía la cabeza o que estaba cansada etc.
Hacíamos auténticas guarradas follando los tres y las hacia disfrutar muchísimo ya que a Maricarmen su marido ni la miraba y a Nuria su novio era normalito ni la daba por el culo como yo. Solo chuparla y follar y claro se envició a tomar por el culo la verdad era alucinante. Las metía la poya, probábamos de todo clase de posturas y hacia que se besaran entre ellas y follaran entre ellas, que se volvían locas cuando hacían la tijera ósea chocho contra chocho mientras alternativamente me chupaban la poya pero sigamos.
Yo quería como les dije follarme a la profesora de párvulos, la Srta. Pili, de unos 42 años, media melena, era una madura de buen ver y muy moderna y muy simpática. Vamos de esas maduras que te ponen cachondo cuando las ves y te da morbo y te follarías.
Ellas me dijeron que me ayudarían aunque yo no sabía cómo. Mari Carmen tuvo una idea dijeron que la invitarían a tomar café a su casa y mientras hablaban con ella las una la distraía y la otra la echaba un afrodisiaco en el café, una especie de mosca española que habían comprado que te subía unos calores que no veas ya que ellas lo habían probado antes. Lluego no podía resistirse solo era cuestión de tiempo ponerte cachonda.
Yo estaría escondido en el armario y cuando todo eso pasar saldría con mi poya y se la introduciría en el chocho sin ya poderse resistir. En fin seguimos con el plan, la invitaron a tomar café a Pili y aceptó encantada ya que a ella les gustaban hablar de sus cosas. Ya estaba escondido en el armario pero mirando por el ojo de la cerradura mientras Nuria la distraía Maricarmen echaba la gotas en el café.
Poco a poco, Pili empezó a tener calor y a quitarse ropa dijo que calor hace aquí has puesto la calefacción a tope no porque dijeron las otras:
-No sé qué me pasa pero tengo mucho calor.
-Pues ponte cómoda estás en tu casa.
Se quitó la blusa y dijo:
-De verdad no te importa.
-Que no mujer ponte cómoda.
Se quitó pantalones pero seguía teniendo mucho calor:
-No sé qué me pasa
Le dijo mari Carmen:
-A lo mejor es te estas poniendo cachonda.
-Que tonterías dices como dices eso.
Maricarmen la beso en la boca.
-Que haces – dijo pero no resistió.
Nuria la quitó las bragas y terminó de desnudarla y la comió el chocho. Pili empezó a suspirar y decir:
-Qué gusto, no pares… no sé qué me pasa pero no pares mari
Carmen dijo:
-Tú lo que necesitas es una buena poya que te folle. Estas más salida que el pico una mesa, so puta.
-Cómo puedes decir eso.
-Porque estas empapada, so guarra y nosotras tenemos la solución…. Carlos sal aquí.
Yo salí con la poya como una piedra de dura del armario donde me escondía. Ella se quedó blanca pero estaba tan caliente que no se resistió cuando le metí la poya en la boca para que me la mamara y empezó a mamarla como si se le fuera la vida en ello.
Ya desnudas Nuria y Maricarmen empezaron a morrearse y a comerla el chocho. Pili suspiraba de gusto mientras yo la daba mi poya. Por si las moscas Maricarmen había puesto cámaras de grabación escondidas por si tenía malas ideas Pili y pretendía denunciarnos pero sigamos.
-Qué gusto qué polvo.
-Lo ves puta como necesitabas rabo como nosotras.
-Si dame poya, no pares fóllame- decía Pili- como te llames.
Ella solo me conocía de vista ya que no sabía mi nombre por no estar en su clase.
-Me llamo Carlos puta y a partir de ahora te voy a follar y formaras parte de nosotros. Como estas así que mámame los huevos y el ojete.
-Ya verás cariño te vas hartar de poya como nosotras – le decían las compañeras- darla por el culo a esta puta como a nosotras.. Ya verás como la gusta.
Total la preparé el ojete y se la metí despacio. Su marido nunca se lo había hecho y Pili estaba en la gloria mientras las otras se follaban entre ellas y se metían consoladores en el culo y en el chocho. Las otras empezaron a decir:
-Fóllatela queremos ver como te la follas a esa puta caliente.
Me comieron la poya las dos Nuria y Maricarmen y me la pusieron más dura todavía y s ela metí a Pili en el chocho.
-Si si fóllame hijo puta. Cabrón que gusto mi marido no me folla así, más quiero más.
-Nuria cómela las tetas mientras tu Maricarmen morrearla.
Pili se volvía loca pedía poya a todas las horas y mientras las otras aparte de follármela las metían los consoladores-
-Dime que eres mi puta.
-Si si si soy tu puta. Desde ahora me podrás follar cuando quieras igual que a esas pero no pares de darme poya. Mi marido me tiene muy necesitada.
-Toma guarra- le decía -cómeme la poya. Me voy a correr cabronas poner vuestras bocas. Habrá para todas- y solté mi lefa.
Todas como buenas zorras se pelearon por ellas y empezaron a besarse y a pasarse la leche de sus bocas yo estaba que no podía más mientras ellas empezaron a besarse y a follarse entre ellas.
Una pasada.
Luego se corrieron y quedamos para otro día seguir follando. Pili me dijo que había disfrutado mucho y que quería repetir siempre que quisiera. Fue una puta más para mi colección.
Espero que le guste si les gusta y lo publican les contaré como conseguí tirarme al resto de mis profesoras una tal señorita Charo en clase de segundo.

  • : sigo follando con mis dos putas profesoras y me ayudan para tirarme a pili la profesora de párvulos y hacer un cuarteto
 

Relato erótico: “Inmigrante” (POR AMORBOSO)

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Soy inmigrante en este país. Nací en Johannesburgo, ciudad de Sudáfrica, cercana a Pretoria, la capital. Tengo 32 años, soy muy alto, mido 2,10 metros, herencia de mis bisabuelos. Él, un guerrero Masái que se casó con una mujer médico alemana que había ido a su poblado como misionera. Su hijo estudió también medicina en Alemania y volvió casado con otra alemana. Luego emigraron a Sudáfrica. Todos eran muy altos.

Mi padre, también muy alto, estudió medicina en España y se casó con una compañera de la facultad de medicina, de origen americano, que coincidieron en los finales de la carrera, volviendo ambos, al terminar los estudios, a Johannesburgo.

He estudiado en dos universidades americanas y una española. Soy doctor en ciencias químicas, biología y biomedicina. Durante mis estudios, he trabajado en algunas de las más importantes empresas y laboratorios americanos, que me proporcionaban los suficientes ingresos, para que, junto a las becas deportivas, pudiese mantenerme totalmente, sin ayuda de mis padres.

Al terminar, volví a mi casa para poner en práctica mis conocimientos, encontrándome que, en mi país, no hay prácticamente nada sobre ello, y menos en biomedicina, que es mi pasión.

Cuando mis padres decidieron ir a las zonas donde el ébola estaba más activo, decidí que me marcharía yo también. Ir a Estados Unidos, no me llamaba mucho, pero fui para probar y fue una experiencia poco gratificante. Más tarde, mis padres fallecieron víctimas de la enfermedad, aproveché que tuve que volver a Johannesburgo para dejar el trabajo que no me gustaba.

No tengo problemas económicos, porque mis padres me dejaron una herencia, que si bien no era multimillonaria, si era importante y estaba invertida en sitios donde obtenían buena rentabilidad.

Desde pequeño y durante muchos años, pasaba mis vacaciones en España, en casa de amigos de mis padres, donde hice grandes amistades, tanto entre los hijos de éstos como con otros conocidos y que fueron los que me convencieron para venir y dejar mi soledad.

Entré en el país con un visado de turista, que limitaba mi estancia a 6 meses. Mi intención era casarme con alguna mujer que se aviniese a ello y adquirir la nacionalidad. Gracias a mi altura y corpulencia, no tardé mucho en encontrar trabajo de relaciones públicas en una discoteca a la que acude gente de nivel medio alto y entre 20 y 40 años, por supuesto, sin contrato de trabajo.

Y aquí empieza mi historia, la que quiero contar. Ah!, se me olvidaba, el rugby y el taekwondo me han dado una corpulencia no excesiva y una elasticidad cuando me muevo, que junto a una cara que gusta a las mujeres, me hace tener mucho éxito entre ellas.

Ya en las universidades no tenía problemas para llevarme compañeras a la cama y ahora, en este lugar, mucho menos. Raro es el día que no me llevo a casa a una u otra. O a la oficina, donde tenemos preparado un hueco para follarnos a las que se ponen a tiro.

El jefe, al verme ya desde la primera vez, me encargó de la seguridad y hacer de relaciones públicas, animando a la gente, sobre todo mujeres, a beber, bailar y volver otro día. Esto me permitía buscar entre ellas a una posible candidata a un matrimonio temporal.

Frases como: “No conocerás a alguna que esté dispuesta a casarse conmigo para conseguir la nacionalidad”, “Estarías dispuesta a hacerlo, para divorciarnos en unos meses” , “Podríamos llegar a un acuerdo económico”, “Podría calentarte en la noches frías”, sobre todo a solteras mayores o viudas, muchas de las cuales habían catado mis 25 centímetros.

A los cinco meses, seguía sin encontrar pareja, incluso me anunciaba en las páginas de contactos con fines matrimoniales, pero nada.

Desde el principio de mi estancia, venían con cierta periodicidad un grupo de cuatro amigas, todas cercanas a la treintena, que gustaban de beber mucho, bailar mucho y calentar a los hombres mucho, para luego irse solas a su casa.

De mis conversaciones con ellas, me enteré de que Marisa, una rubia teñida, de buenas tetas y mejor culo, muy machacada en gimnasio y que no me hubiese importado follarme, estaba casada con un gestor administrativo, al que no le gustaban mucho esas salidas “de amigas” y que por eso se iban temprano (una o dos de la madrugada). Lo ayudaba en su despacho en un horario bastante cómodo entre las 10 y las 17 horas.

Sonia, buen cuerpo, también de gimnasio, pero menos espectacular que Marisa, casada con un director de banco.

Marta, casi gemela de Sonia, amigas porque los maridos trabajaba en la misma sucursal y secretaria a media jornada en una empresa de importación de no sé qué.

Y por último, Ana, soltera, no fea, pero tampoco guapa, del montón. Con el pelo cortado a lo chico, que perjudicaba su imagen en lugar de beneficiarla, seca, parecía estar siempre de mala leche, a la que prestaba atención solamente por cortesía.

Prácticamente terminado mi quinto mes de estancia y justo cuando empezaba mi trabajo, nada más abrir la sala, entró un tipo de esos que te hacen preguntarte “¿Qué hace aquí, si no pega con nada?”

Vi cómo se dirigía al camarero más cercado, le decía algo y éste señalaba hacia mí. Lo primero que pensé es que se trataba de alguien que venía a anunciarme que debía volver a mi país, y me dispuse a capearlo como pudiese.

-¿Jomo Metzler? –Es mi nombre. El apellido lo tomó mi abuelo de su madre cuando fue a estudiar a Alemania.

-Sí, yo soy. ¿Qué desea?

-Soy Alfredo Martín, abogado. ¿Me permite unas preguntas?

-Usted dirá.

-¿Es usted Jomo Metzler, de Johannesburgo, Sudáfrica, hijo de…, estudios en…, etc., etc.?

Me quedé alucinado. Sabía mis notas, los sitios donde había vivido, con quién, hasta los partidos de rugby que había jugado, los campeonatos de taekwondo que había ganado.

Tuve que confirmarle todos ellos, aunque algunos no tenía ni idea de si eran correctos. Sabía más de mí que yo mismo. Tras confirmarlo, preguntó:

-¿Está usted buscando una esposa con intención de conseguir la nacionalidad española?

Eso me mosqueó. Pensé que era un inspector de algo

-¿Por qué me pregunta eso?

-Porque tengo una oferta que hacerle. ¿Le interesa que hablemos?

Le dije que sí y lo llevé hasta la oficina, mucho más discreta que la sala, donde me expuso el motivo de su visita.

-Mi cliente me envía para concertar con usted un matrimonio. Al igual que usted, ella tiene necesidad de contraer matrimonio, aunque por causas distintas.

-Y qué causas son esas. No me estará metiendo en un lío.

-No, no se preocupe. Todo es legal. Su abuelo, fallecido recientemente y con el que no mantenía muy buenas relaciones a pesar de que vivía con él, la ha nombrado heredera de su fortuna, al ser huérfana desde muy joven. Pero para recibir la herencia, debe de cumplir una serie de condiciones.

-La primera, que ya está cumpliendo, es que tiene que trabajar en el negocio para cobrar un sueldo y poder vivir gratuitamente en la casa familiar, debiendo ser evaluada cada seis meses en su trabajo y por tanto su continuidad en la empresa.

-La segunda es que debe casarse antes de dos años de la apertura del testamento, y ahí entra usted. Mi cliente le hace la siguiente oferta. Si se casa con ella, recibirá una paga mensual de mil euros, limpios, sin ningún tipo de gasto, y compatible con su trabajo. El contrato durará seis meses, hasta la siguiente evaluación, donde ella, si la pasa, quedará libre y si no y si le sigue interesando, negociaremos un nuevo contrato con las instrucciones del notario.

-Podrá vivir en su vivienda habitual o en la vivienda adjunta a la casa de ella, en este caso gratis, durante el tiempo que dure el matrimonio y dos meses más para que busque nueva vivienda.

-No tendrán contacto entre ustedes, salvo el estrictamente necesario en salidas sociales o familiares, que son pocas, y las de la boda y visitas al notario.

-No buscará acercarse a ella ni forzarla a relaciones. Si se pasa lo más mínimo, será acusado de acoso o violación, terminará el contrato y será expulsado del país o encarcelado.

-Además…

-Mire, no siga. Acepto. No puedo dejar pasar la oportunidad. ¿Cuándo es la boda?

-Puesto que acepta, firme estos documentos, que son el contrato de separación de bienes y su renuncia a pedir indemnizaciones, los documentos para del divorcio, sin fecha por el momento y algunos otros documentos legales, porque no me ha dejado decirle que le tramitaremos la nacionalidad española desde mi despacho, sin coste para usted.

-Hoy es lunes y la boda podría ser el próximo lunes en los juzgados. Si me da su número de teléfono le indicaré cual en un par de días y le confirmaré todo. ¿Alguna pregunta?

-Pueeeessss… ¿Cuándo conoceré a la novia?

-El día de la boda, si no es necesario antes. Y preséntese con traje y corbata.

Y así quedó todo. Yo seguí trabajando, aunque en una situación extraña. Mi mente estaba divagando sobre mi futura esposa, a la que imaginaba de mil formas, desde la más guapa y sensual, hasta las más horrorosa y cutre.

Recibí la información de la boda. Podía llevar a dos o tres familiares o amigos, la boda era a las 14 horas, exigiendo puntualidad, y luego habría una comida en un famoso restaurante.

Yo acudí con mis dos amigos de correrías, con los que compartía piso y, algunas veces mujeres, para que actuasen de testigos. No sabía si existía algún familiar mío, por parte de mis abuelos.

Llegamos muy pronto y nos sentamos a esperar entre bromas y elucubraciones sobre mi futura esposa. Estaban al tanto de las circunstancias y se alegraban de que por fin podría dedicarme a la profesión para la que estaba preparado, aunque eso significaría el tener que separarnos.

Estábamos mirando a la puerta de entrada, viendo pasar a unos y otros, cuando aparecieron Marisa, Sonia, Marta y Ana, perfectamente vestidas y arregladas. Lo que menos esperaba.

Marisa estaba preciosa. A la luz del día era más impresionante que en la semioscuridad de la discoteca. Su vestido verde, ajustado a sus curvas y por encima de la rodilla, sus altos zapatos de tacón, su peinado terminado con un precioso sombrero Desee que no estuviese casada y fuese ella con la que me iba a casar. Las demás, también estaban muy bien.

-Hola, ¿Qué os trae por aquí? –Pregunté a Marisa.

-JAJAJAJAJAJAJA Lo mismo que a ti. –respondió.

-Vienes a alguna boda.

-JAJAJAJAJAJAJA Siii, a la tuya.

-Pero… Si no os había dicho nada.

-JAJAJAJAJAJAJA Qué torpe eres. Venimos de parte de la novia.

-¿Sabéis quién es?

-JAJAJAJAJAJAJA –La carcajada fue general, excepto Ana, que solo sonrió.

-Por supuesto. ¿Tú todavía no? No te preocupes, que ya falta poco.

En ese momento, llegó el abogado y estábamos saludándonos cuando nos llamaron para entrar a la sala. Mientras las mujeres terminaban de hablar con el abogado, nosotros entramos para ir a nuestros sitios.

En la sala había numerosas sillas ordenadas en filas y separadas por un pasillo de entrada. Había cuatro más al frente, delante de un pequeño estrado. Uno de mis amigos me acompañó hasta mi sitio, sentándome en el centro y dejando a mi derecha dos sitios libres, sentándose mi amigo en la de mi izquierda.

Si no hubiese estado sentado, seguramente me hubiese caído al suelo cuando Ana se sentó a mi lado y Marisa al otro.

Ana contenía la sonrisa, pero para Marisa era imposible. Aunque intentaba ocultarlo, se le escapaba de vez en cuando, y en todo momento, su cuerpo no dejaba de agitarse. Me volví ligeramente, para encontrarme con que Marta y Sonia estaban igual que Marisa.

Estaban sentadas en el lado del pasillo detrás de la novia, y el abogado detrás de mí.

Apareció el Juez, echó su discurso, nos hizo las preguntas de rigor, preguntó si llevábamos anillos. Yo dije que no. Ni lo había pensado. Pero el abogado se acercó he hizo entrega de un par de anillos nuevos. El de ella, le iba perfecto, el mío se me caía si no lo sujetaba. Por fin, nos declaró marido y mujer y firmamos los papeles.

A la salida, las mujeres nos echaron arroz y como no sabía el por qué, me explicaron que era una costumbre para atraer la suerte y la abundancia a la nueva pareja.

De ahí fuimos a tomar unas cervezas y descubrí que el abogado era muy buen conversador, y que junto a Marisa, Marta y Sonia, hicieron que el tiempo pasara rápido y de forma amena. Solamente Ana permanecía como apartada, con escasas intervenciones y sonrisas casi forzadas ante las frases y comentarios hilarantes.

La comida en el mismo tono, alargándose la sobremesa, para terminar en la discoteca, donde las obsequié con barra libre, que mis amigos aprovecharon al máximo, desapareciendo de mi vista durante toda la noche.

Inicié un baile con Ana, y luego estuve bailando con Marisa, Marta y Sonia, sobre todo con la primera, hasta altas horas de la madrugada. Al principio, bailes muy separados, luego nos fuimos aproximando. Marisa se daba vueltas y frotaba su culo contra mi polla, consiguiendo que rápidamente se me pusiese dura. En cuanto la sintió, ya daba igual el ritmo de la música. Echaba manos a mi culo y se apretaba bien, obligándome a poner mis manos por encima de sus hombros o su culo.

Cambiaban de vez en cuando con Marta y Sonia, que no se apretaban de forma tan escandalosa, pero también les gustaba sentir mis 25.

Ya cerca de las cuatro de la madrugada, anuncié que me iba a mi casa, pues al día siguiente volvía a trabajar y tenía que estar descansado. Marisa dijo que ella también se iba y que, puesto que iba a tomar un taxi, me acercaba a mi casa. Marta y Sonia dijeron que se venían con nosotros, pero Marisa les dijo que mejor acompañasen a Ana.

Ana, por su parte, me dijo la primera frase del día:

-Si quieres, mi casa tiene un ala independiente que está preparada para ti.

A lo que le contesté.

-Gracias. Te lo agradezco mucho. Cuando tenga empaquetadas mis cosas, me cambiaré.

Y cogiendo a Marisa suavemente por la cintura, salimos de allí, camino de mi casa. Cuando llegamos, pagó el taxi y se bajó conmigo.

-¿Dónde vas? ¿Vives por aquí?

-No, yo vivo en el otro lado de la ciudad. Tira para arriba, que hace rato que lo estoy esperando.

-¿No tienes que ir pronto a casa?

-Hoy he dicho a mi marido que me quedaría con Ana, por si intentabas acercarte a ella. Pero date prisa que no puedo más.

No me hice rogar y subimos a nuestro piso compartido. Mis amigos no estaban todavía. Se lanzó sobre mí, comiéndome la boca mientras me quitaba la chaqueta, me iba desabrochando la camisa, los pantalones y deshaciendo el nudo de la corbata. Yo hacía lo mismo con la cremallera de su vestido y el broche del sujetador, al tiempo que la empujaba hacia mi habitación.

Caímos sobre la cama, pero me puse en pie inmediatamente para dejar caer toda mi ropa en un instante y terminar de sacarle el vestido a ella y las bragas.

Desnudos ambos, nos ubicamos juntos en la cama acostados de lado, siguiendo con nuestros besos, mientras la abrazaba y le hacía sentir la presión de mi polla, ya dura de nuevo, contra su vientre.

Llevó su mano hasta ella y la frotó con la palma y dedos mientras decía:

-Mmmm. Estoy deseando sentirla dentro de mí. Bailando se notaba de buen tamaño, pero en directo es impresionante. Nunca había tenido una así. Pero no pienses mal, no he sido infiel a mi marido muchas veces.

Mis manos recorrieron su cuerpo tocándole los duros pezones, acariciándolos, jugando con ellos e incluso pellizcándolos. Luego pasaba a sus pechos, de tamaño ligeramente mayor que lo que abarcaba mi mano, y bajando hasta acariciar sus muslos por fuera , intentando volver por su interior, mientras ella se giraba hasta ponerse boca arriba, para permitirme llegar hasta su entrepierna, separándolas mientras me iba acercando a su centro.

Mi boca atacó sus pezones, que habían quedado libres, lamiendo y chupando con ganas, hasta que, poco a poco, fui bajando para llevar mi boca a su coño recorriendo con mi lengua los bordes de su raja, abiertos y húmedos,

Levantaba su pelvis para intentar dirigir mi lengua al punto que a ella le interesaba y que yo impedía que alcanzase. Sin embargo, ese gesto me vino bien para meterle primero un dedo y luego dos en su encharcado coño y moverlos dentro y fuera hasta que alcanzó su orgasmo en menos de un minuto, gimiendo con fuerza y alzando más su cuerpo.

Mientras se relajaba, mi lengua seguía su recorrido, dando vueltas por la parte que mi mano me permitía y que quedaba limitada a algo más de la zona de su clítoris. En cuanto se relajó un momento, puse mis labios sobre su clítoris y primero con mi lengua y luego succionándolo, volví a excitarla de nuevo. Varias veces me pidió:

-Por favor. Métemela ya. La necesito dentroooo.

Pero la ignoré, hasta que su coño fue otra vez un mar de líquidos. Entonces, cuando me lo volvió a decir, tomé un preservativo del cajón, me lo puse y fui metiéndosela despacio.

-Pfff. Pfff.

Soplaba mientras sentía como la iba llenando. No me detuve hasta que no pude meterla más. Todavía quedaba algún centímetro fuera. Esperé a que se acostumbrase…

-Ufff. Me siento llena. Nunca había tenido algo tan enorme.

-¿Ni tu marido ni los amantes tienen algo parecido?

-Todas han sido muy normalitas. La de mi marido casi ni me acuerdo, viene tan agotado a casa que se va a la cama directamente, bastantes noches hasta sin cenar, sobre todo cuando tiene que quedar con clientes, que muchas veces hacen que llegue de madrugada.

Ya más relajada, empecé a moverme, sacando y me tiendo mi polla despacio, pero empujando al llegar hasta el fondo, consiguiendo que al poco nuestras pelvis chocasen, dejando oír el plas, plas del choque, solamente apagado por los gemidos y frases de ella, que no callaba.

-Uhaaauuuu. Cómo la siento.

-Siiii. Sigue, sigue.

-Ohoooo. Me voy a correr otra vez

-Siii. No pareess. Me corroooo. Ahaaaaaaaaaaa.

A pesar de su corrida, yo no paré y seguí machacando su coño. Me arrodillé entre sus piernas, levanté su cuerpo colgándolo poniendo sus piernas sobre mis hombros, y coloque mi dedo junto a su clítoris para dar vueltas a su alrededor, bien próximo a él.

Metía mi polla con fuerza y eso hacía que mi dedo presionase más, como si golpease, para luego sacarla despacio.

Seguía lanzando las mismas frases repetitivas, añadiendo de vez en cuando:

-Jodeeerr, Cabróoonn. Me voy a correr otra veeeez.

No se las veces que se corrió, pero fueron bastantes. Cuando yo estaba listo para correrme, le avisé:

-Yo estoy a punto también. Voy a correrme ya.

-Siiii. Córrete. Hazme llegar contigo.

Aguanté un poco, aceleré los movimientos y ataqué directamente su clítoris. No tuve que esperar nada. Pronto dijo:

-Siii. Me corrooo. Córrete conmigo. Lléname de leche.

Le hice caso y me corrí. Fue una corrida larga, proporcional al tiempo que había estado follándola. No le hice caso en lo de llenarla de leche. Se la saqué y retiré el preservativo, luego fui al baño, lo tiré, me lavé y volví junto a ella.

Estaba boca abajo y parecía dormida, pero cuando me acosté junto a ella, giró la cabeza y me miró con una sonrisa en los labios. Acaricié su espalda hasta llegar a su culo, lo que le producía gratos estremecimientos. Así estuvimos un buen rato.

Más tarde, me puse a recorrer con besos su espalda con intención de follarme su culo. Ella alargó su mano y tocó mi polla, dura otra vez.

-¿Ya estás en forma otra vez? Yo estoy que no puedo más. Nunca me había corrido tantas veces. De hecho, solamente una vez por polvo. Tampoco había disfrutado de una polla como la tuya ni tanto rato…

Entonces miró el reloj de mi mesita y dijo:

-Huy, las cinco y media. Me voy. Aún llegaré antes de que mi marido se levante.

-¿Y si está despierto?

-Le he dicho que me quedaría con Ana por si acaso, para que no intentases aprovecharte de ella. Le diré que hemos estado hablando y bebiendo y como tú te has ido a tu casa, no era necesario quedarme más y me he vuelto a casa.

Riéndome, la tomé de la mano, tiré de ella y nos fuimos a la ducha juntos, donde volví a acariciarla y a dejar que mi polla pasease por su raja. Volvió a calentarse y pretendió echar el último, pero en venganza por lo anterior, le di una palmada en el culo y la mandé a vestir.

 

Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (2)” (POR LUCKM)

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herederas3El Domingo a las 9 de la mañana sonó el timbre, era mi putita.

Sin títuloYo- Hola Eva, no habíamos quedado a la hora de la siesta? no queremos que tus padres…

Eva- Se fueron al pueblo, a buscar algunas cosas que se habían dejado, no volverán hasta la noche, escuche como quedaban con sus amigos. Les dije que tenia que estudiar. Solo tengo que ir a la misa de doce por si preguntan al cura.

Yo- Jajaja, pareces ansiosa, y que quieres a estas horas?. – Me miro con cara de picara.

Eva- Follar?

Yo- Jajaja, si, se dice así. – Ella seguía en la puerta, vestía unos pantaloncitos cortos verde y una camiseta con algo de escote, se distinguían sus pezones duros y que no llevaba sujetador. Le hice una foto con el móvil para mi colección.

Yo- Bien, vamos, tengo que ir a comprar. – Ella me miro contrariada.

Eva- Bueno, espera que suba a cambiarme.

Yo- No, quiero ver como calientas pollas.

Eva- Pero en el barrio…

Yo- Tranquila, vamos al corte de Callao, no te reconocerá nadie.

La hice entrar un momento, me senté en el sofá y la hice acercarse. Le baje un poco los pantaloncitos hasta ver su coño, se notaba el calor que desprendía y con un rotulador escribí sobre su coño PUTITA, se los volví a subir, cogí las llaves del coche y salimos. Ella estaba nerviosa.

Eva- Nunca salí a la calle sin suje…

Yo- Tendrás que acostumbrarte. Quiero que descubras el poder que tienes sobre los hombres.

Llegamos al centro comercial, subimos por las escaleras mecánicas hasta la sección de jóvenes, ella me miro extrañada. Eran las nueve y media, no había casi nadie. Los dependientes no tardaron ni dos minutos en avistar a mi joven acompañante y vinieron corriendo, mirando disimuladamente sus tetas que se balanceaban al mas mínimo movimiento.

Dependiente- Hola, puedo ayudarles?

Yo- Si, quisiéramos algo de ropa de verano para la niña, ya sabe como crecen a estas edades, se le va quedando pequeña de un año para otro. – El dependiente sonrió aguantándose varios comentarios todos ellos inadecuados seguro. Eva estaba cada vez mas roja, trataba de no moverse, había notado que cuando sus jóvenes tetas se movían todos los ojos iban directas a ellas sin ningún pudor.

Dependiente- Que tipo de ropa?

Yo- Camisetas y pantaloncitos de esos bajos que llevan ahora, tiene un bonito cuerpo, le gusta lucirlo con el calor. – El dependiente nos acerco a una zona donde había montones de perchas con lo que le había dicho. Le di las gracias al dependiente y le dije que le avisaríamos.

Eva- No creo que mi papa le guste esta ropa…

Yo- Ni que me chupes la polla, pero no se lo diremos verdad?

Ella sonrió, escogió un par de cosas. eran del tipo un poco elástico. Me miro esperando mi aprobación.

Yo- No putita, sabes lo que pasara si te pones eso?

Eva- Que se marcara mucho.

Yo- el que?

Eva- Mi cuerpo.

Yo- El que?

Ella me miro sabiendo lo que esperaba.

Eva- Mis tetas.

Yo- Y que mas?

Eva- Mi coño.

Yo- Bien, ya sabes como me gusta que hables.

Eva- Estoy muy mojada, vamos a tu casa por favor.

Yo- Todavía no. – Le escogí dos o tres cosas y fuimos a los probadores mientras le decía…

Yo- La idea putita es insinuar, calentar, nunca enseñar, es mucho mejor que imaginen que que vean tu raja marcada. Eso es de putas.

Eva- Y no es lo que soy?

Yo- No, eres una mujercita, que seas una puta para mi no quiere decir que lo seas con los demás, al menos en ese sentido, aunque si vas a aprender a calentar pero con cierta elegancia, ya veras. La hice parar en el pasillo y le hice un par de fotos mas. Dentro del probador la hice desnudarse despacio mientras le sacaba mas fotos, cuando se quito la camiseta casi no puedo contenerme, su pechos me volvían loco. Seguí jugando con ella poniéndose los modelitos… posando para mi con la mejor de sus sonrisas, sacando pecho, jugando con sus pezones… Cuando termino la hice quedarse desnuda, cogí la ropa incluyendo la suya e hice el ademan de salir.

Eva- Mi ropa por favor.

Yo- No, te quedaras aquí desnuda un rato, así aprenderás a confiar en mi.

Eva- Pero, no puedes hacer eso, desnuda en una tienda sin móvil, en el centro de Madrid, y con esto escrito sobre…

Yo- Sobre que?

Eva- Sobre mi coño.

Yo- Claro que puedo – Salí y la deje allí, escuche como ponía el pestillo. Me di una vuelta por la sección de jovencitas durante 15 min. El dependiente me miraba extrañado mirando los probadores pensando en entrar seguro. Cogí un par de prendas mas y fui con Eva.

Ella me abrió muy nerviosa.

Eva- Creí que no volvías.

Yo- Jajaja putita, como iba a dejarte aquí?, quieres tu ropa?

Eva- Si.

Yo- Bien, a partir de ahora tendrás que hacer alguna guarrada u ofrecerte a hacerla siempre que quieras algo de mi.

Eva- Quieres follarme aquí?

Yo- No, eso luego, quiero que me chupes la polla, y hazlo bien por que después me limpiare la polla con tu camiseta, si dejas el mas mínimo rastro de semen saldrás de aquí con la camiseta manchada y te pasaras la mañana por el centro comercial para que todos puedan ver lo guarrilla que eres se arrodillo y metio mi polla en su boca. La hice ponerse de lado al espejo. Se veía sus tetas colgando, su carita de niña buena con mi polla en la boca, su culito un poco levantado…

Yo- Mira en lo que te estas convirtiendo – Ella se vio reflejada, par un momento de chupar pero luego siguió mientras se miraba… empezó a jugar con sus tetas estrujándolas.

Yo- Umm, que guarra eres, me encanta. – ella chupaba y chupaba… yo empecé a hacerle fotos, en cuanto vio el móvil paro de chupar y sonrió a la cámara, con la polla a dos cm de su boca.

Yo- Te gusta eh?

Eva- Me encanta, córrete por favor, quiero tu leche…

Yo- Un placer, chupa mas fuerte y acaricia muy suave mis huevos así saldrá mas…

No pude aguantar mucho mas, empecé a correrme, ella literalmente absorbía mi polla. Cuando termine apretó suavemente mi polla para que salieran las ultimas gotas…

Yo- Bien putita, ahora lame toda mi polla y mis huevos, déjalos completamente limpios.

La tuve así unos cinco minutos, era una delicia ver su larga lengua rosadita sobre mis pelotas y mi polla, empecé a empalmarme otra vez así que la pare.

Yo- Suficiente.

Le di dinero al salir de los probadores y le dije que fuera a pagar sola, había ya tres dependientes juntos, sin duda sabían lo que había pasado, nos habíamos tirado mas de 45 minutos para dos pantalones y dos camisetas. Ella ya no se cortaba, ando hacia ellos con total normalidad mientras ellos le miraban las tetas al acercarse, pago con su mejor sonrisa de niña buena. Luego vino hacia mi.

Yo- Desayunaste putita?

Eva- Mas bien si – guiñándome un ojo.

Yo- Jajaja, no, digo el otro desayuno.

Fuimos a la cafetería, yo necesitaba un café, mientras desayunamos charlamos como dos buenos amigos.

Eva- Me encanta todo esto.

Yo- Te gusto el semen?

Eva- Es raro, es fuerte pero me gusta, antes pensé que me iba a dar mucho asco cuando lo veía en fotos pero ahora estoy deseando chupártela otra vez.

Yo- Bien, por que en cuanto empieces las clases les dirás a tus padres que entras una hora antes, bajaras a mi casa y me despertaras con una buena mamada, quiero correrme en esa boquita todas las mañanas mientras me tomo el café, que por cierto, prepararas tu.

Eva- Sera un placer, no hay problema con la hora, salen de casa a las ocho menos algo, hay tiempo.

Yo- Bien, y sácame una copia de las llaves de tu casa.

Eva- Por?

Yo- Confianza putita, ya te dije que tendrías que confiar en mi al 100%. Eres mi puta, mi perra, tus tetas y tu coño son de mi propiedad, todavía no lo entendiste?

Eva- Cada vez que dices esas cosas me mojo mas todavía.

Yo- Ahora te follare ese coñito virgen, pero antes vamos a un sitio. La hice pasar a un baño y limpiarse lo de PUTITA, le costo un rato pero al final salió.

Eva- No había quien lo quitara.

La lleve a un centro de depilación que había unas plantas mas abajo, le dije que le depilaran completamente el coño, lo quería como el de una niña, le di dinero y quede con ella una hora mas tarde.

Eva- Que vergüenza, creo que la chica era les, llamo a una amiga para que la ayudara. Me dieron luego una crema para que no se me irritara y me la dieron las dos por turnos, creo que me corrí.

Yo- Jajaja, vamos, donde quieres perder la inocencia?

Eva- Creo que esa ya la perdí.

Yo- Si, dime.

Eva- En la cama de mis padres.

Yo- Que puta eres, donde tu papi deja mal follada a mama?

Eva- Era la cama de mi abuela, creo que ella perdió la virginidad en ella, y mi mama también, es justo no?

Yo- Si, seguro que tu padre esta de acuerdo que a su princesita se la follen en la misma cama, le llamamos y se lo preguntamos?.

Eva- Mejor no – Dijo riendo.

Llegamos a casa, subimos a mi casa a por mi cámara de video, quería inmortalizar el momento.

La hice desnudarse completamente y sentarse frente a la cámara, le indique lo que debía decir.

Hola mama, hoy es el día, ya se que tu esperabas que fuera virgen hasta casarme pero después de leer tu diario decidí que no quería lo mismo, follar a escondidas, con ropa puesta… si, lo leí, lo siento, no lo escondiste muy bien. El diario no esta, ya lo habrás descubierto, se lo di a Carlos, si, el vecino. El que papa y tu amablemente invitasteis a casa, por cierto, gracias. Esta cinta estará en su lugar, cuando la veas puedes enseñársela a papa, o bajar a pedirle tu diario, a partir de ahí es cosa tuya. Te dejo, necesito su polla, desde ayer me usa como quiere y no puedo parar, ya aprendí muchísimas cosas y me tiene chorreando todo el día, me hace decir cochinadas, chupársela, tragar su semen, y hoy, hoy va a meter su enorme polla en mi rajita, mira, me hizo depilarmela completamente.

Se levanto enseñando su cuerpo desnudo, hasta ese momento solo enfocaba a su carita, aumente el encuadre para captar toda la cama. Ella se tumbo de lado hacia la cámara, sus tetas se extendieron sobre su cuerpo… su rajita se veía completamente húmeda, me agache y le di unos lametazos… Ella agarro mi cabeza separándomela de su coño.

Eva- Por favor, eso luego, necesito tu polla, ya, dentro de mi.

Puse mi polla en su coño, mojado, moviendo la punta del capullo por su rajita hasta encontrar su agujerito. Ella cerro los ojos, jadeando un poco.

Yo- No, abre los ojos, quiero que veas quien te esta follando, quien mete su polla en tu coño por primera vez…

Ella los abrió, yo empuje un poco notando como entraba la cabeza de mi polla, ella abrió los ojos y me miro… seguí empujando, estaba empapada… notaba como su coño iba abriendo paso a mi polla, estaba apretado pero notaba como iba cediendo, no se la notaba nerviosa, llegue a su himen, intacto, que delicia, no me detuve… empuje un poco mas y ella abrió mas los ojos, la boca emitiendo un jadeo y clavo sus uñas en mi espalda, seguí… mi polla entro hasta el fondo, note mis huevos contra su coño. Me quede quieto un minuto. Empecé un mete saca muy despacio, la sacaba del todo y la volvía a meter, ella cada vez jadeaba mas, fui aumentando el ritmo clavándosela cada vez mas fuerte, la cogí por las rodillas subiéndoselas a la altura de los hombros para que mi polla entrara mas profundamente. Ella empezó a correrse, seguimos así un rato. Se corrió varias veces entre jadeos, y un si, si mas, por favor… no pares… que polla… Me corrí, como hacia años que no hacia, note mi semen saliendo hacia su coño desde lo mas profundo de mis huevos, como la inundaba, como su coño ya muy mojado se mojaba mas todavía con mi semen… caímos derrengados en la cama, ella busco mi boca y me beso con fuerza, nos abrazamos… le notaba su respiración agitada, su pechos contra mi…

Eva- Gracias – susurro en mi oído.

Saque mi polla y se agacho a lamerla, la fue dejando completamente limpia…

Sonó el teléfono de la mesilla.

Eva- Si?

– Papa? ah hola!.

Nada, me quede un poco dormida estudiando.

Mientras hablaba me acerque y agarre sus tetas jugando con las dos suavemente

– No, todavía no fui, voy a la de la una.

– Si, sin falta,

Te quiero, un beso.

Colgó, a mi verla hablando con papi me la había puesto dura otra vez.

Eva- Y ahora?

Yo- Lo sabes.

Eva- Mi culo – dijo mirándome con miedo.

Yo- Exacto.

Eva- Me dolerá?

Yo- No, un poco solo, estas muy relajada, lo note al desvirgarte.

Eva- Si, no se por que, estoy muy tranquila.

Yo- Bien, pues enseñémosle a mama como su niña recibe polla por el culo.

Ella miro la cámara con sorpresa, se había olvidado de ella. Sonrió.

Eva- Bien, que hago?

Yo- Ponte a cuatro patas mirando a la cámara, hazte una cola en el pelo para poder sujetarte, querré ver luego tu cara y tus tetas moviéndose.

Eva- Algún lubricante?

Yo- Tal y como chorrea tu coño con ese sobrara.

Empecé a meterle dos dedos en el coño recogiendo sus jugos y metiéndole primero un dedo en el culo, luego dos, tuve que darle un azote para que relajara el culito….

Yo- Bien putita, sabes que va ahora?

Eva- Si

Yo- que?

Eva- Me vas a desvirgar el culo?

Yo- Con?

Eva- Esa polla que adoro.

Me puse tras ella y le clave la polla en el coño para lubricarla bien…

Yo- Quien llamo antes?

Ella me miro.

Yo- Quiero que hables mientras te enculo, me gusta, te hará sentir mas puta, aparte de estar follando en la cama de papa estas grabándolo y ahora quiero que hables con mi polla en tu culo.

Eva- Mi papa.

Coloque mi polla en la entrada de su ano y empuje un poco, le costo entrar pero al final metí la punta.

Eva- uy, duele un poco.

La ignore y seguí empujando.

Yo- Y que quería papa de su niña?

Eva- Que fuera a misa.

Yo- Ah, claro, eso es bueno, y que hacéis allí?

Eva- Rezar, escuchar al cura. – Su voz temblaba.

Yo- Ah, pues no decepcionemos a papi, reza algo, un padre nuestro.

Eva- Como???

Yo- Veras, empieza, si paras te hundiré la polla de una sola vez y te dolerá bastante mas, mientras sigas rezando lo haré poco a poco.

Ella empezó….

Eva- Padre nuestro….

Seguí clavándosela, despacio, ella seguía con voz temblorosa… a veces paraba y le apretaba las tetas, sacándole la polla un poco como preparándome para clavársela del todo y enseguida seguía…

Cuando ya estaban 3/4 partes dentro se callo, le apreté las tetas… ella se giro y me miro…

Eva- Clávamela, vamos!! hasta el fondo!!

Me reí, y de un fuerte empujón hice lo que me pedía. Ella aulló, yo la saque rápidamente y se la volví a clavar hasta el fondo, volvió a aullar, volví a sacársela….

Eva- Dios!! como duele!!, no pares!!! follame el culo cabrón!!! eres un puto pervertido, aquí enculando a una pobre niña!!, joder que gusto!!! que polla!! me encanta!! mas!! mas fuerte!!! reviéntamelo cabronazo!!!!- se revolvía– Aullaba no paraba de hablar – Cabrón, mi culo, me lo vas a reventar!!! sigue!!! follamelo, que no me pueda sentar en una semana!!! – Seguí enculandola mas y mas hasta que no pude mas y me corrí. Ella se dejo caer en la cama, se saco despacio la polla del culo y se quedo un rato tranquila…

Eva- Joder, que polvo.

Yo- Si, estas echa toda una putita.

Eva- Y ahora?

Yo – Pues ahora me limpiaras la polla como siempre.

Eva- de mi culo? me da un poco de asquito.

Yo- me da igual.

Ella se agacho y lamiendo me la dejo otra vez impecable.

Yo. – Bien, ahora a misa putita.

Eva- Voy a ducharme

Yo- No, quiero que vayas con todos tus agujeros rebosando de leche. Y ponte unas bragas de esas grandes de tu madre, que se empapen bien de tus jugos y mi semen.

Ella fue a un cajón cogió unas que me parecieron enormes…

Eva- Creo que no será suficiente, me chorreara por las piernas.

Yo- Bien, ponte una falda larga.

Eva- Ok

Fue a su habitación y al rato apareció vestida como una niña recatada, se agacho y me dio un beso en la polla.

Yo- Ven después a mi casa, tendré preparado el cd para que lo dejes en el escondite de tu mama junto con sus bragas.

Bueno, una vez mas agradeceré todos los comentarios, mail y votos. Espero que os guste, como siempre quien quiera que me agregue

Skype luckmmm1000

Mail: luckm@hotmail.es

 

Relato erótico: “MI DON: Ana – Retorno al paraiso (30)” (POR SAULILLO77)

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Volvíamos a casa andando, Ana y yo, agarrados de la mano, con ella vibrando aun, atardecía sobre nuestras cabezas refrescando algo el cargado ambiente de final del verano en una cuidad como Madrid, un selva de cemento y acero que te ahogaba a mas de 40 grados al sol. No podíamos evitar reírnos, sobretodo Ana, estaba como en un sueño, gracias a su desfachatez había logrado algo increíble, que nos mudáramos a la casa, casi palacio, de Eleonor, viviríamos con ella unos meses hasta que todo el papeleo de abogados acabara y ella pudiera regalarme la casa, casi era irreal, pero una vez que Yasmine cedió comprensiva, Eleonor no solo quería, si no que deseaba compensarme por todo el esfuerzo y valentía que derroché, en quitarle a su marido maltratador de encima y dejarla con una fortuna y propiedades casi inagotables, no solo era eso, aparte sentía en el fondo de mi ser que ella quería devolver esa casa a la vida, llenarla de jolgorio y juventud, para volver a ser feliz, convertir esa cárcel de oro que había sido durante años, en un hogar.

Al llegar a casa hablamos apenas unos minutos entre nosotros en el cuarto hasta aclarar las cosas y salir a dar la noticia al resto, Lara se mostró indiferente, o ilusionada, hasta que la dijimos que ella no vendría con nosotros y se quedaría en el piso, se enfadó tanto que se levantó y se fue a su cuarto a llorar. Manu se mostraba feliz y hacia bromas de mal gusto, de las que me suelen gustar, sobre como habíamos conseguido convencerla, conocía a Eleonor, había sido el sueño erótico de toda la pandilla de críos que jugábamos en el parque. Teo no podía evitarlo, lamentaba que me fuera del piso, era mi amigo, pero en el fondo de su alma deseaba perderme de vista, o mejor dicho, que Alicia me perdiera de vista. Alicia se mostraba contrariada, casi culpable, de forzarme a irme, y en cierto modo lo era, pero quité hierro al asunto todo lo que pude, hable de la pareja, de una evolución, de intimidad y de una convivencia compleja. Para pulir asperezas los invité a cenar a un restaurante, durante varias fases de la cena y le paseo de después, Alicia y sobretodo Lara quisieron hacerme cambiar de idea, una prometía que no se metería en mi vida y la otra que follaría mejor si la daba tiempo, como si ese fuera el problema, desde que volvieron de Granada Lara se había encargado de recuperar el tiempo perdido con ahínco y devoción, pero la decisión era irrevocable, así que se pusieron con Ana a tratar de convencerla a ella, pero su determinación era la misma que la mía, o mayor, la idea de vivir en esa casa la seducía demasiado, solo el hecho de dejar a Lara sola la hacia dudar, había abandonado a los pocos amigos que había hecho aquí por estar con nosotros, pero en el fondo era la que queríamos, que Lara tuviera que volver al mundo real y hacer su vida lejos de nosotros.

Luego charlé con Teo a solas mas de 1 hora, me abrazó muy fuerte y me dio las gracias, no pregunté por que, lo sabia, Teo era muchas cosas pero no era tonto y me conocía desde los 8 años, entendió que lo hacia por ellos, por el y por mantener su relación, no hizo falta decirlo. Eso si, le di una buena charla sobre lo que acaba de pasarme con Eleonor y su marido, no iba a permitir que les pasara eso, si me iba era para que, si había alguna oportunidad para que volvieran a ser la pareja feliz de antaño, lo volvieran a ser, debía dejar de beber de mas, dejar de discutir con ella y dejarse de jilipolleces de niñato ahogado en celos, le dejé claro que si las cosas seguían mal, aunque ya no hubiera “otros problemas”, lo dejaran de una vez, por que ni Alicia ni el eran felices así, hasta le dejé leer entre lineas que si no rectificaba me llevaria a Alicia de su lado. De nuevo me daba cuenta de que no tenía derecho o jerarquía alguna para decirles como vivir su vida, pero de nuevo lo estaba haciendo, quería que mi “sacrificio” sirviera para algo.

Quise contenerme al llegar a casa, y logré que mi rabo se mantuviera durmiendo hasta altas horas de la mañana, Lara dormía en su habitación y yo lo hacia agarrado a la cintura de Ana pegando a mi pecho a su espalda con mi polla hibernando entre sus muslos, oliendo su larga melena con su aroma a coco, me reconfortaba y me tranquilizaba mas que cualquier otra cosa del universo. El ruido de la puerta me alertó, levanté la cabeza para ver como la silueta de Lara se adentraba en la habitación y se tumbaba a mi espalda, poniéndome sus tetas desnudas en ella, acariciándome mi fuerte brazo, dando besos largos y lentos en mi nuca, de esos en que los labios se quedan pegados a la piel.

-LARA: si te vas a ir, quiero que follémos, quiero sentir tu fuerza y tu polla partiéndome hasta que muera.

-YO: lo hacemos por tu bien, no puedes venir.

-LARA: eso me queréis hacer pensar, pero yo solo te deseo a ti y que me quieras.

-YO: a mí nunca me podrás tener, ¿no lo entiendes aun? solo puedo ofrecerte sexo, Ana es la única a la que amo, siempre serás el 2º plato y para follar, me caes bien pero no te amo, te mereces algo mejor que eso.

-LARA: ¿y no tengo yo derecho a decidir?- en el fondo la sensación de superioridad que desprendían mis palabras me pateaba el estomago, si ella quería, Ana me dejaba y yo deseaba sus tetas de vez en cuando, ¿por que cortarlo?

-YO: lo tienes, al igual que yo, y hemos decidió que no vengas con nosotros, tu decides, si quieres hacer una vida real, hacer amigos, tener novios que solo tengan ojos para ti y que te traten como debe ser, o si quieres seguir siendo un mero divertimento………

-LARA: lo haré, si no vivo contigo iré a diario, me tendrás a tu disposición.- sus gestos buscando con la mano mi polla mentida entra las piernas de Ana terminaron de despertar a mi novia.

-ANA: ¿que hacéis?

-YO: Lara insiste en seguir con esto, incluso aunque ya vivíamos separados.

-LARA: déjame, es mi vida, quiero decidir.

-ANA: eres una zorra incansable, no sabes lo que te pierdes al tener una relación de verdad con un hombre, te conformas con las migajas que te dejo, das pena………- sopesó sus palabras -…………. si quieres seguir siendo nuestro juguete, adelante, ya bastante nos hemos quitado ya por lo buena gente que es Raúl.

Esas duras palabras no hicieron mas que hacer brillar la cara de Lara que haciendo fuerza me puso boca arriba y agarrando mi polla, medio tiesa ya por su caricias, masturbó chupando el glande de forma animada, no pude negarme a dejarla hacerlo, tenia un calentón desde que habían vuelto increíble, casi mes y medio sin follar después de todo lo pasado, en cuanto me enseñaban una teta estaba como una moto y las follaba sin parar durante horas, incluso cuando solo me tiraba a Lara, una vez tuvimos que llamar a Ana para que volviera de donde estuviera y terminara la faena, en 1 hora fundí a Lara con la bestia todo el tiempo, y necesita algo mas que un chica inconsciente para acabar.

Esa vez no fue distinta, al instante de chupármela se puso enorme, mas grande de lo que la había tenido desde hacia tiempo, notaba como me iba a reventar una vena o algo, ya no había vuelta atrás, cogí de la cintura a Ana y me la puse abriera de piernas en la cara, apartando el tanga y lamiendo su coño caliente, tirando con mi boca de sus labios mayores y sacándola el clítoris hinchado de su escondite, mientras uno de mis dedos volvía a hacer un agujero en su ano, que se había cerrado algo de no pasar por allí en un tiempo, haciendo que Ana, que estaba algo adormecida, se despertara de golpe con un orgasmo animal y brusco. Lara a su vez ya jugaba golosa engullendo rabo por doquier, sin dejar de mover sus manos y llegando a hacer una cubana deliciosa, era increíble sentir como sus tetas aprisionaban mi rabo y aun así le daba para besar y lamer el glande cuando salía a respirar de entre sus montañas. Antes de correrme, tumbe de lado a Ana y nos besamos con pasión, entrelazando las lenguas, y metiendo mi mano entre sus nalgas dando tirones del hilo del tanga para hacerla temblar, agaché mi mano hasta agarrar de la nuca a Lara y atraerla hacia mi pecho, tumbada al otro lado y repitiendo la operación de Ana, tirando tan fuerte que las dos prendas intimas, que se fueron elevando hasta dejarme sus tetas en la cara, mala comparación para Ana, pero me dediqué gustoso a aquellos 4 senos, besándolos y lamiéndolos, tirando con los dientes de los duros pezones de Lara, algo que la volvía loca.

Ambas se besaban por encima de mi, mientras sus manos iban a mi polla y la acariciaban al unísono, Ana fue la 1º en notar los espasmos previos a correrme y se fue a chuparme la polla para recibir su dosis caliente, casi se atraganta, tenia tal acumulación que 2 semanas después de su vuelta seguía eyaculando cantidades industriales, pero se tragó todo dejándola limpia y continuando hasta tenerla tiesa de nuevo, como decía, no tardé ni un minuto debido a mi calentón, le había dedicado a los pezones de Lara todo ese tiempo y a meter mi mano en su coño que sin ropa interior rezumaba fluidos, metiendo un dedo en su interior. Casi ensayado, ambas pasaron una pierna por encima mía, casi queriendo ser penetradas a al vez, rememorando la 1º vez que tuve a Lara encima, Ana detrás y Lara delante. Sin mas Ana se empaló hasta el fondo soltando un alarido que ahogó en el cuello de Lara, le amasa los pechos desde taras casi si poder sostenerlos en las manos y dejándome vía libre ara atacar con la cadera, que aferrándome a sus muslos, comenzó a penetrar y salir sin descanso elevando el ritmo poco a poco, yo no había que tener cuidado con ellas, ya no, saqué la bestia y me folle a Ana tan ferozmente que las dos caían sobre mi pecho, temblando de orgasmos Ana y de impaciencia Lara, , mas de 30 minutos hasta que Ana pedía un respiro con los ojos, casi sin pensarlo en el gesto de sacarla la hundí en Lara por sorpresa, haciéndola arquear espalda dejándome sus tetas en la cara, las agarré como premios y comiendo los pezones con ansia, mientras ahora era ella quien recibía mi ira, no pude evitar desatarme y en 20 minutos hacerla desmayarse al romper en un orgasmos que soltó tantos fluidos que me dio la sensación de que me meaba encima.

Se acabó ser bueno, la dejé a un lado medio ida y me lancé a por Ana que esperaba ansiosa su turno, la cuadré a 4 patas y la metí de golpe hasta la base, quiso gritar, pero la sensación le hizo un nudo en la garganta, la abracé con fuerza y volví a acelerar, notando su interior abrirse, dejando paso a una gloria que solo un hombre puede lograr follando desatado, sujeté de las caderas y golpeaba con la pelvis en su trasero sin descanso, llevándola a su serie de orgasmos. Cuando se corría como una fuente la dejaba 2 minutos de aire, mientras le acariciaba cada milímetro de piel, para volver a arremeter, seguimos ese juego 1 hora desahogando y corriéndome en su interior, dando lo mejor de mi al final como siempre, sintiendo como los espasmos en el pene daban cabezazos en su interior, encharcado en sudor me tumbé boca arriba, al instante Lara se me echó encima recuperada montándose en m de nuevo, no tardó en sacarme la 3º erección, la puse boca abajo tumbada en la cama, estirada, y penetrándola, era una de las formas de no metérsela entera y no hacerla daño, desde atrás su trasero hacia de tope, me recosté sobre ella pegando mi pecho a su espalda y la metí lentamente haciendo vivar y reír de nervios a la muchacha, arrodillándome dejándola entre mis piernas y moviendo mi cintura con descaro, Lara se agarraba a las sabanas mientras gimoteaba, soportando gustosa aquel pequeño ejemplo de lo que era capaz, me contuve un poco, y solo saqué a la bestia al final, cuando Lara se retorcía entre convulsiones. Ana se tumbaba de lado a nosotros mirando y sonriendo al ver a Lara soltar lagrimas de gozo, creo que disfrutaba al ver sufrir a Lara, abandoné a Lara cuando ya no me oponía resistencia, volviendo a Ana, que ya andaba jugando con su ano sabiendo que era lo siguiente. Tumbaba boca arriba se abrió de piernas, me posesioné entre ellas y apretando el glande, brillante de los fluidos de Lara, en su ano, fui abriéndola poco a poco, notándolo, casi como al desvirgaba de nuevo, pero mucho mas fácil, metiendo lo suficiente como para crear espacio y sacándola para darla un respiro. La repetición actúo sobre Ana que notaba claramente su piel contraerse al penetrar, moviendo su cintura a la vez que la mía, mordiéndose el labio con fuerza mientras se echaba la almohada a la cara para acallar sus gritos, no soporté demasiado aquella presión, me estaba corriendo antes de darme cuenta.

Agotado caí sobre Ana, besándola jadeante, mientras ella retomaba la compostura al notar mi polla decrecer en su interior hasta salirme, me dormí como hacia semanas que no dormía, unas 9 horas, al despertar no vi a Ana, pero si a Lara que estaba casi en la misma poción en que la había dejado, medio ida y con el culo enrojecido aun, con un empalme de narices que tenia, viendo como ella giraba la cara sonriente y mirándome lujuriosa, casi arrastrándose se me puso encima, besándome con pasión moviendo su lengua de forma rápida y húmeda, la di un buen azote en el culo antes de levantarme e irme al baño asearme, pero después de orinar seguía empalmado, estaba caliente como las primeras veces que follaba con Eli en el gimnasio, sin pensarlo demasiado fui a la cama, vi a Lara relamiéndose al verme desnudo con la polla apuntándola, quería quitarme a Lara de encima pero ella quería seguir detrás de mi, pues la iba a dar un escarmiento.

La cogí, me la subí encima montándola a horcajadas sobre mi y pegándola a una pared, me rodeó con las piernas, sonriendo casi sin fuerzas, sabia que no se salvaría de mi, jugué con su tetas y sus sensibles pezones mientras daba golpes con mi rabo en su coño humedecido de saber lo que se le venia encima, aun sin saberlo de verdad, sin mucho problema moví su cintura hasta meterla media polla de golpe, para luego seguir hundiendo de forma lenta y caliente mi verga en su si interior, quería llegar hasta rozar la pared del útero haciéndola brincar de dolor, totalmente roja y congestionada.

-LARA: aimns, sácala un poco.- comencé mi idea desesperada.

-YO: ¿como vas a seguir siendo un juéguete si no puedo disfrutar plenamente de ti?.

-LARA: no puedo hacer nada para que puedas metérmela mas adentro, por favor, hasta ahora no te ha importado.- se erguía apoyándose contra mi.

-YO: hasta ahora te tenía algo de respeto, pero si vas a ser solo sexo, y con eso te conformas, no pienso darte cuartel, no eres una persona, eres carne con agujeros y si no me divierto dejaras de serlo.- tenia la firme intención de acabar con Lara, y si ella no quiera, la forzaría a dejarme.

-LARA: ¿y que puedo hacer?- se estremecía.

-YO: dame tu culo, quiero follarte por detrás, allí no hay pared que te haga daño si te la meto toda.

-LARA: estas loco, ni siquiera hemos empezado con tus dedos.

-YO: eso se arregla fácil.- bajé mi mano a su ano y jugué con el un rato, viéndola como disfrutaba.

-LARA: pro favor, no seas así, yo solo quiero……….

-YO: que te folle, lo dejaste claro anoche, y si solo es eso, lo harás como a mí me gusta, o se acabó – apreté contra su ano fuertemente haciéndola abrir los ojos y gritar al notar mi dedo índice entrando en su ano.

-LARA: para, me duele, no seas bestia.- cerraba los ojos mientras forcejeaba lentamente.

-YO: soy una bestia, te voy a abrir el culo ahora mismo y te la voy a meter hasta el fondo, si no me dejas, se terminó- no se por que estaba siendo tan agresivo con ella, pero la verdad me daba igual, según movía el dedo en su ano iba haciendo menos presión.

-LARA: no quiero.

-YO: no me importa que no quieras, eres tú la que se empeña en ser una zorra a mi servicio, así os trato a las zorras.

No hubo mas palabras, sus piernas se abrieron queriendo bajarse pero mi fuera era demasiado y tampoco podía moverse, aun estando empalada por el coño, mi dedo hurgaba curioso mientras le comía su cuello y sus pezones, temblaba de notar como un 2º dedo buscaba acomodo en su ano y una lagrima cayó de su mejilla al sentirlo dentro, no la dejé gritar tapándole la boca con la mía, a la vez que mi cintura estaba follándosela con un ritmo lento y amplio que la obligó a levantar una pierna y rodearme con ella para sentir mas placer y así compensar el ardor de su ano. Para cuando metí el 3ºdedo ya no había dolor, o si lo había le daba igual, volvió a subir ambas piernas y rodearme con ellas, aceptando de buen grado ser follada animadamente por el coño mientras 3 dedos la violaban por detrás, estaba gozando ahora, y eso me calentaba mas, fui aumentando el ritmo de mi pelvis hasta amartillarla contra la pared y sacarla varios orgasmos, pero cuando mis dedos se movían en su ano se abrazaba a mi y gemía en silencio, soportando de forma estoica, viendo como sus tetas botaban a ritmo y ella ni se molestaba en agarrarse a mi cuello, se apoyaba contra la pared. A los 10 minutos rompió a llorar con un orgasmo que me obligó a sacarla de su coño por la presión de sus emanaciones al salir, sus piernas se abrieron del espasmo y cayó al suelo temblando, no la di cuartel, iba a descubrir cuanto de malo había en mi, quería asustarla para alejarla de mi, la levanté y la estampé contra la pared de cara a ella, saqué su cintura y sin preámbulos dirigí mi polla a su ano, quiso moverse pero no la di opinión, de un fuerte golpe la ensarté haciéndola gritar del dolor 1 sola vez, de forma larga y que se fue apagando lentamente, la cogí de la nuca tirando de su cara hacia atrás besándola de forma descortés.

-YO: te voy a partir en dos.- no era una amenaza ni una frase para calentar, solo un aviso de lo que iba a ocurrir.

Agarré su cintura, convencido de lo correcto que era, y si piedad ni compasión, recordando a Zeus, saqué a la bestia, comenzando con ritmo lentos al notar como Lara se estremecía al notar el mas leve roce, a los 2 minutos dejo de gritar, algo que hizo que Ana volviera a la habitación preocupada.

-ANA: ¿que la haces?

-YO: estoy estrenado el culo a esta zorra, si va a ser mi juguete la quiero toda.

-LARA: Ana por dios, dile que se quite de encima, sácala de mi, me arde, déjale que te la meta a ti por dios, para esto.- su suplica era conmovedora, pero la mierda de Ana era de consentimiento y complicidad, disfrutaba con eso.

-ANA: es lo que pediste anoche, si no lo puedes soportar ríndete, pero si te quedas soportaras esto y mas, adelante amor, folla ese ano como si fuera el mío.

No necesitaba su consentimiento, pero lo hice, Ana sacó un móvil nada mas llegar y gravó toda la escena, incluyendo una vez que me la saqué de su ano documentando el tremendo agujero hecho, como emanaba sangre de su ano y como mi polla, manchada de ella, volvía a entrar violentamente. El ritmo que sus gemidos de dolor y muecas se fueron volviendo mas ásperos, mi fuerza desmesurada ante ella la hacia rebotar contra la pared con sus tetas, y eso solo la hacía recibir de golpe mi rabo partiéndola, ahora si, metida entera, cada golpe, era mas atroz que el anterior, en algunos momentos se ponía de puntillas, pero estaba muy cansada, se mantenía en pie por que la inercia de mi cinética le impedía otra cosa, hasta que me fui a correr, allí me desaté, los golpes elevaban a Lara por el alto de la pared, rozando sus pezones por ella, un orgasmo anal que probó por 1º vez, hacía minutos que ya no le dolía y si disfrutaba de aquello. Las ultimas embestidas fueron largas y fuertes, al penetrarla la levantaba un palmo del suelo dejándola así un par de segundos hasta dejarla bajar al sacarla, coincidiendo con los chorros de esperma llenándola el ano. Al separarme de ella la sujeté para que se viera su culo rezumando sangre y semen, dándola un azote, o varios, hasta que la solté, con cuidado la ayudé, por que descendió a plomo, con los ojos abiertos, la boca desencajada e ida, con espasmos en su ano que la hacían doblarse de dolor.

-ANA: vaya, y así sin mas, podías haberme avisado y así lo tendría todo gravado.- dejó el móvil.

-YO: lo siento, me he levantado animado y quería dejarle las cosas claras antes de irnos pasado mañana.

-ANA: pobre, la has dejado muerta, esto no lo va ha olvidar nunca.

-YO: esa es la idea, así se lo pensara mejor si quiere volver a tenerme entre sus piernas, vamos a desayunar me ha entrado hambre.

Sin mas me puse algo y salimos de allí dejándola tirada en el suelo, Ana seguía queriendo ser la reina del enjambre, y le gestaba que yo fuera su azote, ya no solo de Lara, si no que sonrío al ver que Alicia entró detrás de nosotros a ver a Lara, estabamos los 4 solos, con Manu y Teo trabajando, los gritos de Lara habían llamado su atención.

-ANA: ¿por que lo has hecho? – ya desayunando yo con Ana jugueteando entre mis brazos.

-YO: ya te lo he dicho, quería dejar las cosas claras.

-ANA: a mi no me engañas, las has matado con toda la intención de asustarla, ¿no la quieres en la nueva casa?- me sentí como un libro abierto.

-YO: tiene que hacer su vida, y si tiene que odiarme para que lo haga, así sea.

-ANA: ¿y si le ha gustado?

-YO: pues me la seguiré tirando, era mi última bala, si después de esto, sigue detrás de mi, se merece eso al menos.

Pasó una semana, en la que hicimos la mudanza, gracias al coche en un par de viajes todas nuestras cosas estaban ya en casa de Eleonor, al coche y a la inestimable ayuda de un Teo más ilusionado por verme salir de esa casa que Ana o yo por dejarla. A su familia fue fácil convencerla del cambio, no estaban muy contentos con que su niña estuviera en un piso de estudiantes, e irse a vivir a la casa de una amiga adinerada de mi madre, les apreció mejor idea, el problema fue mi familia, mi padre me daba la chapa de la responsabilidad después de haberme ido de casa, mi hermana me criticaba duramente por aprovecharme de la confianza de esa mujer, con lo mal que lo estaba pasando después de su divorcio, y mi madre, que ya sabia lo de Ana, y sospechaba de Lara, solo podía pensar en que la siguiente seria Eleonor, pobre, si supiera que ya había compartido mas tiempo tumbado que de pie con ella…- se podía ocultar la verdad a mi madre, no mentirla, un consejo que me enseñó mi padre – Al final mantuvimos una charla entre mi madre, Eleonor y yo, o mas bien una charla entre ellas a la que yo acudí. Eleonor supo exponerle todo de forma clara y sentimental, de madre a madre, alabando a su hijo, comentando lo bien educado, lo gran hombre, lo mucho que la había ayudado y el tremendo apoyo que le había dado durante el tiempo previo al divorcio y después. Con lo cual no mi madre no pudo negarse, es sorprendente lo fácil que es convencer a una madre, solo tienes que convertir lo que quieres en un halago a la educación que le ha dado a sus hijos, y podrás hacer lo que quieras. Eso si, mi madre no era tonta, ni mucho menos, se dio cuenta del artificio, sabiendo que en el fondo, aunque fuera verdad, solo le regalaban el oído, pero de nuevo se vio ante una situación ante la que no podía hacer nada, le gustara, o no, era independiente y Ana también.

Para los que tengan mejor memoria y ubicación espacial, ya se harán una idea, para los que no, hago una ligera descripción del piso, tomando como referencia la ubicación inicial desde la que hablo, la entrada.

Era un ático de 2 pisos, la entrada era a la parte de abajo, un gran hall que daba al salón, amplio con una serie de sillones y mesas decorándolo de cara a la pared de la derecha donde estaba del mueble de la TV, equipos de música y libros, a cada lado del mueble una puerta que daba a la cocina, enorme también con comedor incluido. A la izquierda unas escaleras de estilo moderno que subían al 2º piso, debajo de las escaleras un cuarto de invitados con baño propio, y de frente a la entrada, al otro lado del salón, grandes puertas corredizas de cristal tapadas por altas cortinas, que daban a una terraza gigante con la piscina, ocupaba todo el ancho del piso, desde la pared mas alejada de la cocina hasta la otra punta de la habitación de invitados, casi 25 metros de largo y 10 de ancho, en la zona mas cercana a las puertas correderas había un espacio con hamacas, barbacoa, una mesa con varias sillas coronadas con una sombrillas y demás utensilios de piscina, el suelo de madera rodaba toda la piscina, siempre con 2 metros de césped de margen respecto al borde de la piscina, y ocupando el espacio entre el agua y un gran muro de 3 metros que rodeaba toda la parte exterior. La parte de arriba eran otras 3 habitaciones, con la parte del techo del salón, siendo una sala de cine, esta vez con un equipo de home cinema de cara a la pared que daba a la piscina, a la derecha, encima de la cocina, un cuarto de matrimonio, enorme, a un lado con un armario mas grande que nuestra habitación anterior, baño incluido con jacuzzi, y al otro lado un pequeño balcón que daba a la piscina, a la izquierda habían dividido una habitación idéntica en 2, una se quedo el baño y un armario mas pequeño y la otra una habitación sencilla con el balcón.

Ana la pobre alucinaba al verla los primeros días, fueron de lo mas cordiales, Eleonor dormía sola en la habitación grande de matrimonio de arriba, Yasmine y su novio, cuando estaban, en la de arriba a la izquierda que tenia baño, y Ana y yo dormíamos en la de invitados abajo, donde había estado espiando unas 3 semanas antes, todo era lujo, buenas palabras y cortesía, tenían un jardinero para el poco césped de la terraza, un limpiador de piscinas que venia a diario, una señora de la limpieza, que también era colombiana, de unos 55 años pequeña y arrugada, Luz María, Luz para todos, parecía muy amiga de Eleonor, no me sorprendía ya que probablemente seria la única con la que tenia contacto social, la señora al verme me abrazó como lo hizo Yasmine al enterarse de mi aportación en quitarse de encima al marido. Venia por las mañanas y a la hora de comer, hacia la comida y dejaba lista la cena, la compra la hacía ella, y la enviaban domicilio cada 2 o 3 días. Si querías podías vivir a todo tren sin salir de aquella casa ni mover un solo músculo por mantenerla.

Si bien no me gustaba quedarme encerrado todo el día, la piscina era un gran desahogo, las 2 parejas de jóvenes manteníamos a Eleonor distraída y feliz, volviendo a sentir vida en casa, sin la amenaza de su marido, y salíamos al parque o a dar vueltas, algo que a Eleonor la fascinaba, siempre había salido de casa en contadas ocasiones, todas como mucho al parque donde jugábamos de críos para hacer vida social con el resto de madres, cenas en grandes restaurantes, reuniones de padres en el colegio, y poco mas. Salir al cine, comer comida basura, ir a un bar, tomar un helado en un atardecer sentados en el parque del retiro, ir al Zoo o al parque de atracciones………… era como llevar a un cría de 4 años que veía todo por 1º vez, pero era una señora que rozaba los 39 años, esbelta, elegante, vestida siempre de forma exquisita y con unas curvas de infarto, el hecho de no ir vestida con un traje, un vestido ajustado o una camisa con falda larga de vuelo, arreglada y con tacones, era inconcebible, aun así Ana y Yasmine la hicieron salir vestida con algo de sus ropas, mucho mas juveniles y alegres, y a decir verdad, muchas de la prendas le quedaban mejor a ella que a las jóvenes, unos leggins, un top ajustado que dejaba ver el ombligo, unos vaqueros ceñidos o alguna blusa escotada, en zapatillas y sin tacones ni zapatos altos, andaba raro sin ir de puntillas, todo el quedaba de cine, y eso solo teniendo en cuenta que salvo las tetas, todo era suyo, su cara madura no aparentaba mas de 30 años y su cuerpo desnudo que ya conocía, lo recordé al verla en biquini de nuevo, ya fuera en casa o trayéndola a las visitas dominicales de la familiar a la piscina municipal, casi la da un sock de felicidad al ver a tanta gente, mi madre la trataba casi como una hermana y cuidaba de ella, la primera vez fue a la piscina con un bañador grande, tacones y sombrero, rodeada de un pareo enorme, pero mi madre la animo a ir en biquini alegando que enseñara piel para encontrar marido pronto entre risas, su cuerpo podía pasar por una de 25, y sin pisar un gimnasio, mas de uno se quedaba tonto mirándola entrar o salir del agua, esa mujer estaba ideada por dios para el pecado, si las 3 iban vestidas de forma similar, había que fijarse mucho para ver que era la madre de Yasmine, y no su hermana mayor.

Si bien, algún que otro roce de mas hubo entre Yasmine y yo, rememorando viejas épocas, era feliz con su novio, y a las semanas de instalarnos, salieron de viaje, no sabían por cuanto ni a donde, iban a ver mundo, eso nos dejó a Ana y a mi solos con Eleonor, a 1 mes de volver a la universidad, pero no por ello menos felices, disfrutaba siendo una buena anfitriona, Ana viviendo su propio cuento de hadas y yo follándomela de forma desatada, sin Lara de por medio, que decidió quedarse en la casa de estudiantes tras el bestial estreno anal que la di, Ana soportaba todo el peso de mi furia, y lo hacían muy bien, su forma de moverse era demencial y como suelo decir, presentaba batalla durante gran parte del sexo, bestia incluida, se puede decir que cuando follaba con ella, era mas bestia que Raúl, y aun así me costaba casi 2 horas, y 2 o 3 eyaculaciones, dejarla mansa como un corderillo, y aguantaba mucho mas, yo podía seguir follándomela a menor ritmo entre desvanecimientos o relajaciones de su parte, como hacia mi leona, pero no tenia la misma gracia o morbo, cuando ella se rendía en la pelea, era correrme y fin. ¿Me contenía?, si, llevaba 4 meses follándome a Ana y Lara juntas, y ahora solo tenia a Ana, si analizamos objetivamente, si, no vaciaba el deposito. ¿Lo necesitaba? Rotundamente no, pese a que alguna vez me quedaba con ganas de mas, de una 4º vez, quedarme abrazado a su cuerpo sudoroso sincronizando las respiraciones, entre risas y besos, era tan placentero o mas, que otro polvo.

Muy de vez en cuando, íbamos al piso de estudiantes, montaban una cena especial o una tarde de juegos y risas, salíamos a bailar con ellos, pero luego cada uno a su casa, no se si fue el irme o no, pero Manu me contaba que Teo y Alicia estaban mucho mejor pasadas 3 semanas de la mudanza, ya habían encontrado a otra estudiante encantada de pagar la miseria de 400€ por una habitación de buen nivel, Manu se pasó a la que dejamos, por tener baño propio, así que un piso con baño compartido por solo otra chica, Lara, a 10 minutos de la universidad, por esa miseria, no fue demasiado difícil, era una chica bastante mona, rubia, de ojos claros, y buen físico, creo recordar que era de Canarias, por su acento, se llamaba Naira, y la verdad, con Alicia hizo muy buenas migas, era muy fácil llevarse con ella, extrovertida y alegre queriendo hacer amigos rápido.

Yo la verdad es que me cansaba mucho de estar en casa sin hacer nada, así que me volví un poco manitas, con Luz la ayudaba con la casa y la comida, me sentía culpable, nunca había tenido criados, y de la cena directamente me ocupaba yo, al igual que del césped, no se, era mi forma de “pagar el alquiler”, aprendí a limpiar la piscina y todo, podíamos echar al jardinero y al de la piscina, pero solo quería aprender de ellos, si iba a ser mi casa querría saber como funcionaba. Con el paso de los días la emoción bajo un poco y nos tirábamos horas hablando con Eleonor, su historia era mucho pero de lo que pensaba.

Nació en un barrio muy pobre de una ciudad de Colombia, no recuerdo el nombre, su madre trabajaba en una fabrica por casi nada de dinero y su padre las abandono siendo crías, a su madre, a ella, y a su hermana, 10 años menor, Liliana, la 1º noticia de ella que tenia, subsistían pidiendo en la calle y sin llegar a confirmármelo, decía que su madre ganaba dinero como podía, supuse que prostitución, a lo que iban abocadas ellas, cuando cumplió los 16 años ya parecía toda una mujer y había muchos hombres que ansiaban estrenarla, la situación era desesperada, no paso por que su marido apareció en escena, un niño mayor que ella, que se bajaba del coche del rico de su padre al ver a niñas jugar, con el paso de las semanas esos niños se enamoraron y cuando cumplieron la mayoría de edad se casaron a hurtadillas, el padre del crío le hizo firmar muchos papeles que el ni miró, era un 1º amor que creían que quedaría para siempre, y después de unos años de felicidad allí, se mudaron a España para tener a su hija, Eleonor no quería dejar a su familia pero no la dejaron traérselas, prometiéndola que las darían una buena vida allí siempre que fuera una esposa fiel y devota, y con esa amenaza la tuvieron engañada casi 10 años, si, le daban algo de dinero a su Madre, pero ni casa ni cuidados, vivían en una choza y Liliana se había metido en líos al no poder tener una vida mejor, y meterse en líos en Colombia era peligroso. Cuando se enteró Eleonor y habló con ellas entró en cólera, pero su marido, ya no era aquel joven enamorado, si no un incipiente hombre de negocias que se estaba labrando un nombre. No se si lo sabia o no lo quiso decir, pero nos comentó que dejó de tratar de contactar con su familia al saber que su madre murió de un tiro en un robo, nunca se atrevió a preguntar si fue su marido el que ordenó la muerte.

Y tu te quejas por que te va lento el wi-fi, que cosas, ¿no?.

Los días iban pasando y el calor apretaba, fue inevitable vivir prácticamente en la piscina para los 3, y ver a Eleonor en biquinis minúsculos me recordaba por que me la había trabajado junto a su hija, Ana se percató y volvió a poner esa sonrisa picarona, se daba cuenta de que me la ponía dura ver a Eleonor en top less tomando el sol o en el agua, sus pechos hechos a golpe de bisturí, como balones de rugby erigidos y coronados por pezones del tamaño de pilas, eran una delicia, Ana pensó que seria verla las tetas así que igualó al apuesto quedándose en top less igual, eso le costó mas de un disgusto a la hora de follar, la destrozaba el ano cuando me ponía demasiado caliente, allí donde la pillara. Al final me preguntó si me quería tirar a Eleonor de nuevo, no obtuvo respuesta, y eso en si, era una respuesta. Si, quería volver a follárme a esa MILF latina que me la ponía como el mármol, con su forma de hablar y comportarse, pero no quería que Ana comenzara a trabajarla como había hecho con Lara y con Alicia, ¿o si? Era diferente, con ella ya había pasado, pero hora la veía con otros ojos, conociendo su historia, no era solo sexo, era una mujer que me atraía, no la quería, pero me fascinaba.

-ANA: sabes, ya van un par de veces que Eleonor me insinúa cosas.

-YO: ¿el que?

-ANA: cosas, no se, como que como nos va en la cama, o que si lo llevo bien…….

-YO: solo quiere ser cortés, ya sabes como es.

-ANA: pues yo creo que quiere follarte – estaba cogiendo mi manía de hablar de forma grotesca.

-YO: ya estamos, ¿es que todas las mujeres quieren follar conmigo?

-ANA: pues si, y la que diga que no miente, o es tonta.

-YO: no quiero otra Lara dando lastima por un polvo, y menos ella, después de lo que ha pasado.

-ANA: es feliz contigo aquí.

-YO: con nosotros.

-ANA: no, a mi me trata con cariño y afecto, a ti te ama, lo veo en sus ojos, como te mira cuando cree que estáis solos, o como le brillan los ojos cuando te ve semidesnudo, la forma en que te acaricia o agarra de la mano mientras habláis.

-YO: es el carácter latino, se siente cómoda así.

-ANA: no eres tan bobo como para pensar eso.- tenia razón, yo también había visto indicios o señales, las primeras eran repeticiones del 1º día que me la tiré, saliendo a provocar a la piscina, masajes, pasarme las tetas por la espalda, jugar y meter mano……..luego paso a competir con Ana, vestían de forma similar, tomaban el sol en top less y tanga, iban por casa semi desnudas y el eterno truco de la mujer, mientras un tío esta apoyado contra la pared, ellas se recuestan sobre el hombre, su pecho u hombro, pegándose de lado la cintura al paquete del tío, ese me lo enseñó Eli, lo suelen usar las mujeres cuando quieren disimuladamente saber el tamaño de una polla, sin necesidad de tocar o palpar.

-YO: ¿y que quieres que le haga?, no se ira hasta dentro de unos meses.

-ANA: lo que tu quieras, por mi podemos meterla en nuestra cama.- la miré con ojos hastiados mientras ella sonreía.

-YO: ¿es que no te cansas nunca?

-ANA: el que no te cansa eres tú, ya he notado que algunas veces te quedas a medias, y si yo no puedo completarte, puedo dejar que ella me ayude.

-YO: ¿quieres otra esclava?, eso no pasara, no con ella.

-ANA: no tiene por que ser otra esclava, solo te digo que a mi no me importa.

-YO: eres una novia bastante rara.

-ANA: y por eso me quieres – tenia razón de nuevo, siendo dulce y cariñosa, tenia su punto oscuro que cada día crecía, notaba como hasta lograba manipularme alguna vez, era un libro abierto para ella, y ella para mi, sabia que mas de una vez fingía desvanecerse antes de tiempo, ahora entendía el por que.

-YO: me vas terminar dando un disgusto.

-ANA: ¿entonces quieres que te la preparare?, no me costara convencerla y así sabrá que yo estoy conforme.- la idea de que ya lo tuviera pensado me gustó.

Pensé seriamente si hacerlo o no, estabamos en la piscina Ana y yo, flotando como 2 hojas, mirándonos a los ojos, con Eleonor metida dentro de casa, la veíamos pasar por el salón de vez en cuando, había aprendido a dejar de ir tan arreglada, iba casi siempre con un camisón, pero cuando hacia calor salir en biquini y después en top less, iba así por la casa, solo en bragas o en tanga, pero siempre con tacones y bien peinada y maquillada. De vez en cuando se asoma a saludar o nos comentaba si queríamos algo, creo que quería pillarnos follando en el agua, más de una vez lo hizo, y quería repetir.

-YO: esta bien, pero esta vez lo haremos a mi modo, ¿queda claro?- asintió echándose a mis brazos, aun hoy no entiendo como a una cría que se moría de celos si me miraban 4 o 5 chicas por la calle o alguna se acercaba a bailar o charlar conmigo, luego la hacia feliz que me follara a otras.

-ANA: tú mandas, como lo hacemos.

-YO: te voy a follar aquí y ahora en la piscina, vas a gritar, y hacerla venir, cuando nos vea quiero que la mires a los ojos, no hables ni digas nada, solo mírala, gime, grita y pon cara de disfrutar sufriendo.

-ANA: eso no será nada difícil, lo haces cada vez.- metió su mano en mi bañador.

-YO: vale, pero tú no dejes de mirarla, y me susurras al oído lo que hace.

Sin mas le quité la parte de abajo del biquini a Ana, desenlazando los cordones y tirándolo contra la puerta de cristal haciendo ruido, hice lo mismo con mi bañador, solo llevaba el grande sin sujeción para la piscina de casa, ambas ya sabían del tamaño de mi polla y era una estupidez disimular e ir incomodo. Me subí a horcajadas en al agua a Ana y la dejé recostarse sobre la orilla contraria a la puerta, quedando de cara a ella y yo de espaldas, su mano ya tenia mi polla dura, me rodeó con la piernas encajándose toda mi verga, me apoyé contra el bordillo y fui sacando todo miembro y volviendo a meter de forma lenta, para durar mas con Ana me pasaba así los primeros 10 minutos, haciendo el amor mas que follar, luego desataba el infierno, esa vez fue igual. Ana al inicio gemía de forma falsa, exagerada y gritando a la puerta entre abierta, pero a los 20 minutos su gemidos ya eran familiares, sentía mi cuerpo vibrar con el agua, y como la taladraba sin descanso a una velocidad reducida por la resistencia del agua, algo que la calentó aun mas, casi se podía notar el agua hervir a nuestro alrededor, buscaba los labios de Ana pero esta no se estaba quieta, buscando posiciones cómodas, pero la incomodidad se le estaba generando yo abriendo el coño bajo el agua, sus giros de cuello con su larga melena húmeda me encantaban.. En uno de los descansos que la concedía gentilmente Ana me miró de reojo sonriendo.

-ANA: esta en al puerta, escondida detrás de la cortina.

-YO: ¿que hace?

-ANA: nada, apenas la veo la cabeza y una teta.- mencionar sus pechos me enervó, saqué a la bestia.

Sacaba a Ana del agua con cada golpe de cintura haciéndola quedar como un muñeco de trapo, gritando obscenidades, reales pero dirigidas a los oídos de Eleonor, según me iba relatando Ana en algún descanso, se había asomado algo mas y ahora su cabeza sobresalía por la puerta, estaba mirando relamiéndose y con una mano frotándose por encima del biquini. Allí me desaté, sacándola varios orgasmo a Ana que se revolvía ya sin dar indicación alguna, solo gozando de que la levantara medio metro del agua con cada embestida, mientras me comía sus tetas, 30 minutos después estallé con una corrida que hundí hasta el fondo del interior de Ana que gritó despavorida al sentir el semen caliente llenándola la pared del útero, rebajando la intensidad y dando ya solo algún leve giro de cadera mientras Ana volvía del cielo de Madrid, me besó tiernamente, susurrando al oído.

-ANA: Eleonor esta abierta de piernas en una hamaca metiéndose 4 dedos en el coño.

-YO: ¿la has mirado a lo ojos?

-ANA: ¿estas loco? Si por poco no me desmayo, como para andar fijándome, animal.

-YO: pues ahora hazlo.

Subí a Ana al bordillo y al abrí de piernas, metiendo mi cabeza en su coño, la pilló desprevenida, mientras succionaba mi propio semen y los fluidos de Ana metiéndole 2 dedos y rozando su clítoris y el punto G, la repetía que la mirara, Ana se despistaba con facilidad de su deber, abriendo y cerrándose de piernas, rodeando mi cabeza con sus piernas y agarrándome del cabello, gemía como si le estuvieran marcando como al ganado, aun así cumplía, la veía mirar a Eleonor lujurioso, soportando mis caricias y mis besos en su vulva, sin decir nada, me iba informando.

-ANA: se ha corrido ya varias veces…………… sigue masturbándose………………joder, ha cogido el bote de crema y se lo esta metiendo entero,…………….dios ahora se mete 3 dedos en el ano si parar de follarse con el bote.

Hasta yo oía a Eleonor de fondo gemir poseída, pero no me di la vuelta nunca, cuando Ana no soportó mas, la dejé venirse en mi cara comiéndome todo lo que salió ella, para luego subir por su cuerpo y besarla apasionadamente, quedándome encima de ella.

-ANA: se ha ido ya, me ha visto mirarla claramente.

-YO: quédate aquí, y no entres, pase lo que pase, hasta que no venga a buscarte.

-ANA: no podría aunque quisiera, estoy agotada.- me acariciaba al cara feliz, dándome un suave corto beso.- a por ella, tigre.

Salí del agua con la polla a reventar, la descomunal comida de coño a Ana solo me había despertado mas ansias, y ya había roto a Ana en la 1º de la tanda, me había desquitado con ella para que Eleonor se viera forzada a mostrarse, me metí en la casa desnudo, agachándome a recoger algo, con mi cuerpo húmedo de sudor y agua, brillante, marcando músculo, y la polla de 30 centímetros como un radar buscando un coño que follarse, dando cabezazos contra mi vientre, nunca la había pensado pero mi polla desafiaba a la física, su peso era considerable, pero la sangre congestionada la hacia ponerse tan dura que siempre se quedaba como una barrera de paso bajada, cuando estaba a morirme estando yo de pie, apuntaba al cielo.

Eleonor paso hacia la cocina algo abrumada sin darse cuenta de mi presencia, salía de nuestro cuarto, supongo que del baño para refrescarse, se paró en mitad del salón y se giró al verme, sus ojos casi se salen de las órbitas, conocía mi polla, pero ahora mi físico era diferente, antes solo era corpulento, ahora era una estatua de Miguel ángel, y el conjunto la hizo quedarse embobada mordiéndose el labio, reaccionó a los 20 segundos, sacudiéndola cabeza y corriendo a la cocina dando golpes en el suelo con los tacones, la seguí, al verme entrar detrás de ella se volvió dándome la espalda mirando hacia la encimara de la cocina.

-ELONOR: perdone, no quería quedarme mirándolo así.

-YO: no te ruborices mujer, no es nada que no hayas visto ya, o sentido dentro de ti.

-ELEONOR: no hombre, ahora esta usted mucho mas hombretón, mire que cuerpo.

-YO: gracias, la verdad es que no hago nada de ejercicio, bueno, salvo follar jajajaja.- sonrió nerviosa negándose a girarse, di un par de pasos haca ella, cada uno la hacia mirar de reojo tiritando.

-ELEONOR: discúlpeme de nuevo, no debí quedarme mirándolo, y mas desnudo, por favor, póngase algo.

-YO: no quiero, la verdad, siempre me ha gustado la sensación de ir desnudo en esta casa, me trae buenos recuerdos contigo.- se estremeció al notar mi mano en su espalda.

-ELEONOR: por favor, no haga esto, es un hombre feliz con su mujer – se derritió al sentir mi polla recaer en su trasero separando aun mas sus nalgas de lo que hacia el hilo del tanga.

-YO: soy feliz con ella, y aparte soy feliz con usted, eres una mujer hermosa que rivalizara con la mismísima Venus.

-ELEONOR: ay papi no me hable así, no tengo nada que hacer contra Ana, es mucho mas joven y guapa que yo.

-YO: lo es, pero aun así no puedo evitar tener erecciones de solo pensar en volver a hacerte el amor.- la rodeé con un brazo pegando su cintura a mi polla palpitante, con gesto reflejo llevó una de sus manos a mi nuca, que pegó mi cara a su cuello.

-ELEONOR: no sabe lo que dice, solo soy una vieja divorciada, yo ya no estoy para esos juegos.- estampé de un fuerte golpe en la encimara, delante de sus ojos, el bote de crema solar que hacia minutos se había estado metiendo en el coño, aun cálido de su interior, abrió los ojos llevándose una mano a la boca sorprendida.

-YO: creo que no, Ana te ha visto y tu a ella, ¿verdad?

-ELEONOR: si, lo lamento, no quise……….- la corte metiéndola la mano entre las piernas y palpando el biquini que emanaba calor y humedad.

-YO: no lo lamentes, saber que aun me deseas me ha hecho muy feliz, Ana esta convencida de que aun no das la talla, y yo la he dicho que si, que eres un loba en la cama y que volverías loco a cualquier hombre.- frotaba mi mano notando como se abría una de sus piernas dándome paso.

-ELONOR: por dios, pare, no lo soporto mas, llevo días masturbándome sin control solo de oírlos, al verlos casi me da un ataque, no sea malo.- baje mi pelvis hasta que mi polla saltó como un resorte entre sus mulos asomando por delante de ella, la apreté las piernas para cerrar sus muslos sobre ella y que sintiera mi polla abriéndola los labios mayores a través de la tela impregnada en fluidos.

-YO: ¿es esto lo que deseas?

-ELEONOR: mamasota que linda verga, que gigantesca la tiene, , si, deseo que me vuelva a llevar al cielo montada en usted, pero echo mas aun de menos que un macho me haga suya, me haga feliz, sea fuerte y cuide de mi, que sea mi hombre, como lo fue marido en su día y como fuiste tu con mi hija y conmigo, eso no puede ser, usted ya tiene novia.

-YO: ¿y si ella quiere compartirme? ¿Usted se negaría?

-ELEONOR: ¿por que querría compartir a un macho como usted, con una vieja como yo?

-YO: ¿por que querría una hija como la suya? Tú has compartido a tu hija conmigo, ahora Ana quiere compartirme contigo, y yo ardo en deseos de ser tu macho, tenerte entre mis brazos y hacerte temblar de placer.- Su cintura se movía instintivamente.

-ELEONOR: ay virgen santa, ¡¡QUE VERGA!!- bajó una mano a mi polla, con los ojos cerrados, sobresalía tanto que daba para acariciar el glande y parte del tronco y atravesarla de lado a lado, la sujetaba fuerte y su cintura se frotaba como si fuera una barra fija de metal contra ella.- solo de pensar en usted abriéndome de nuevo se me nubla la mente, ¡¡SI, CARAJO, ÁBRAME, HÁGAME SUYA!!

No necesitaba mas, le bajé con dificultad el tanga, tan pegajoso en su coño que hice fuerza, la empujé contra la encimera sacando la cintura y colocando el glande contra su coño, el cual acariciaba y separaba labios con una mano, mientras la otra fue a una de sus operadas, duras y evocadoras tetas, una vez sujetada fui apretando, lentamente abriendo paso a paso, el 1/3 lo paso gimiendo de placer, el 2/3 abría la boca sonriendo, el ultimo tramo gritó fuerte golpeando el suelo con uno de sus tacones.

-ELEONOR: ¡¡¡DIOS MIO, QUE PEDAZO DE VERGA, GRACIAS DIOS, MÁTENME, POR TODOS LOS ANGELES DEL CIELO, QUE DELICIA, COMO ME LLENA!!!- me sacó una sonrisa su alarido, ni que estuviera pensado.

La verdad es que si ella estaba disfrutando con ello, yo no lo estaba pasando peor, su calor interior y su fuego eran diferentes, no mejor o peores, diferentes, y eso me atraía, su forma de moverse, hablar y contonearse, como ejemplo, ahora mismo había encogido una pierna y la tenia de tal manera que hacia de acordeón contra mi cuerpo, apoyada en la encimera, queriendo así mantener ella cierto control sobre la penetración, generando resistencia.

Me dio igual, suave y lentamente la polla salía de ella, oyendo como crepitaban los fluidos al salir, para volverla a hundir igual de despacio, provocando un temblor interno en ella, repetí la operación mas de 5 minutos, sacándola toda y metiéndola toda, a un ritmo pausado y desquiciante, pero no quería abrumarla ni dominarla, quería hacerlo de forma cariñosa y tierna. Ella aceptaba con gusto, rebajando sus gritos un poco, pero al sentir mi polla llenarla su mirada, reflejada en el microondas, la delataba, estaba gozando como una perra, mi mano acariciaba su clítoris mientras mis dedos pellizcaban unos pezones que se habían puesto duros y enormes, echaba de menos la sensación de tenerlos entre los dedos, Lara por ejemplo, tenia algo mas de tetas, naturales y con alta sensibilidad, pero los de Eleonor eran todavía mas deseables, gran trabajo del cirujano Fui subiendo el ritmo paulatinamente a partir de ahí, la sacaba tibiamente pero la hundía de golpe, haciendola gemir de aguante y dar pequeños saltitos, hasta que el ritmo ya no le daba tiempo, se agarró a lo que pudo y sacó el culo hacia atrás queriendo soportar aquello, eso solo provocó que mis acometidas golpearan con mas fuerza, de forma mas certera, mas profundo y directamente sobre su punto G, a los 20 minutos rompió con un orgasmo que la hizo fallar las piernas, se sujetó al mármol de la encimera para no caerse, eso no había hecho mas que empezar, volví al ataque, ahora levantándola y pegando su espalda a mi pecho, abrazándola fuerte y aumentando el ritmo hasta el máximo de Raúl, agarrándola de sus senos, oyendo los golpes secos y continuos de mi pelvis azotando sus nalgas que vibraban al son. Estalló en varios orgasmos seguidos durante los siguientes 15 minutos, maldiciendo y bendiciendo a la vez entre gemidos gritos y suspiros, palabras Colombianas que no entendía pero que me sonaban calientes y excitantes. Paré de golpe, eso la hizo confundir, movía su cadera buscando más.

-YO: voy a correrme pronto, cuando lo haga, quiero que me la chupes, deja que mi semen llene tu boca, pero no te lo tragues, iras con Ana a la piscina y te besaras con ella, compartirás mi semen y jugaras con el, así sellareis el pacto.

-ELEONOR: si, lo que usted quiera, pero siega.

Me iba a correr así que la di un pre-estreno, saqué a la bestia los 5 minutos finales, no se lo esperó, ya la conocía, pero le quedó grande, por poco se desmaya, tenia la boca abierta y los ojos cerrados, babeando sin control sobre la encimera gimiendo de forma continua, balbuceando palabras ininteligibles, la saqué de su interior en un ultimo orgasmo que la hizo caer al suelo, agarrando mi polla y llevándosela a la boca encantada, tragado medio rabo sin miramientos, con sus manos buscando su premio, que recibió en 5 latigazos en la boca, tan posesa estaba que se lo tragó.

-YO: eso no es lo que te había pedido.

-ELOENOR: lo siento, tendremos que volver a sacar mas……- me miro a los ojos, mientras engullía mi polla flácida, y con fuego en ellos, sonreí ante su treta.

La dejé volver a ponérmela dura un par de minutos, comiendo rabo como en sus mejores tiempo, disfrutando como repasaba todo el tronco con su lacios y como trabajaba mis huevos, chupándolos y besando la base de mi miembro mientras su mano era la expresión de la velocidad, masturbando el largo de mi falo. Una vez tiesa la ofrecí mi mano para ayudarla a levantarse, cuando se ponía de pie tiré de ella hasta subírmela encima, me rodeó con las piernas, besándonos con pasión, su torso se movía al ritmo que neutras lenguas se cruzaban, la sujeté de las nalgas y me fui andando con ella subida hacia la piscina, donde Ana ya estaba recuperada, tomando el sol completamente desnuda, tirada en el césped, al vernos venir se puso en pie sonriendo, acercándose hasta acariciar la espalda de Eleonor, que me miraba a los ojos avergonzada, pero dispuesta a todo.

-YO: mira peque, al parecer Eleonor quiere seguir donde lo dejamos, ¿que te parece?

-ANA: una gran idea, es una gran mujer.

-ELONOR: no sean malos, yo no quiero ser una molestia…- la cerré la boca metiéndola la legua hasta el fondo.

-YO: tu deseas esto tanto como yo, y Ana esta convencida de que no aguantarás mas que ella, ¿verdad peque?- la dejé botando para que Ana siguiera el hilo.

-ANA: es verdad, no quiero faltarte al respeto, pero Raúl es mucho para una mujer tan mayor como tu.- si no tuviera a Eleonor por medio la hubiera dado un beso a Ana, me leía la mente, quería despertar su orgullo latino.

-ELONOR: mi niña, usted ya sabe que yo fui suya antes que usted, no le extrañe que mi cuerpo soporte mas de lo que se cree.- había caído, y Ana seguía ganándose mi afecto.

-ANA: ¿tu?, jajaja no me hagas reír, seguro que era tu hija la que soportaba a mi hombre, y tu te deshacías como un azucarillo al sentir su polla abriéndote – podía notar la mano de Ana separando mi rabo se la vulva de Eleonor y como la acariciaba el coño desde atrás, Eleonor se mordió el labio cerrando los ojos al sentirlo.

-YO: ya la he dicho que no era así y que tú follas muy bien, pero no me cree, ¿se lo demostramos? , asintió sonriendo.

Me giré hacia las hamacas, donde pase una pierna por encima de una de ellas y me senté, dejando a Eleonor recostarse sobre el largo de la hamaca, Ana se puso cerca, la atraje de un brazo y sin saber que hacer esperó a que la cogiera de la cintura, apenas pesaba mas de 67 kilos, la levanté de la cintura solo con los brazos y la elevé por encima de mi colocándola encima de nosotros, se abrió de piernas entendiendo mi idea y la dejé caer lentamente hasta sentarse sobre la cintura de Eleonor, ante su atenta mirada, la acaricié y besé por donde pude, la di un largo beso y la pedí que fuera a por Eleonor.

Se recostó sobre ella, acariciándola, Eleonor temblaba al sentir sus manos tocarla, la miraba inquieta, poco a poco Ana fue besando su cara, su cuello y sus senos, alucinó, como era normal, con el tamaño de sus pezones, era casi antinatural, peor los chupó encantada mientras a Eleonor se le escapaban suspiros de placer, Ana hacia bien su trabajo, yo apenas metía y sacaba mi polla del interior de Eleonor, disfrutaba acariciando y azotando el culo de Ana, que se movía clamando una penetración, con cuidado la saqué de la colombiana y la hundí despacio en el coño de la granadina, se el cortó la respiración unos segundos, se aferró a la hamaca y besaba a Elonor sin cesar, atrayéndola con la lengua a un juego perverso.

Me sujeté a las caderas de Ana y comencé a follarla de forma animal, esperé que sus gemidos la cortaran el juego con Eleonor, veía de refilón como ambas sostenían los ojos, mirándose fijamente cuando Ana solo era capaz de quedarse quieta y recibir, pero era solo una pose, cuando rompió el 1º orgasmos y retomo aliento, entró en modo batalla, girando su cintura de forma endiablada, podía estar 10 minutos marcando el ritmo ella sola, era maravilloso verla competir conmigo, y Eleonor quiso ser mas que una espectadora, sujetó a Ana, besaba y repasa cada centímetro de piel de Ana, centrándose en sus pezones y sus senos. Tras varios orgasmos seguidos, Ana cedía el ritmo.

-ELEONOR: vamos ni niña, aguante.- sonó a órdago y eso picó a Ana que retomo el control unos minutos mas, pero de nuevo cedió y esta vez eclosionó en un orgasmo descomunal, se acariciaba el clítoris mientras todos sus fluidos caían sobre Eleonor, que se masturbaba levemente para no perder comba.

-ANA: serás cabrón, me vas a matar como sigas así.

Sin hacerlas caso, acaricie el coño de Eleonor para advertirla, era la siguiente, la hundí hasta el fondo sin lograr sacarla un mero gritó, estaba ocupada con los labios de Ana, agarré la hamaca, iba a por todas, saqué a la bestia. Es una frase hecha o repetida, pero podía sentir como la partía en dos, los primeros 10 minutos aguantó como pudo, pero yo no bajaba el ritmo, tenia la posición idónea y estaba bien plantado, aparte, de lo mas cachondo que recordaba nunca, no me hacían falta descansos, y eso era demoledor para ellas. Ana me miraba de reojo asombrada de mi brío, levantaba el culo cabalgando la hamaca, besaba su culo cuando podía. Eleonor volvía a tener la boca abierta y unos hilos de baba caía por los lados, miraba como Ana se retorcía sobre ella mirándola lujuriosa, de vez en cuando hablaba, decía algo que solo Ana oía. A la media hora de reventar su coño y ver como se corría sin parar, tuve que bajar el ritmo, mas que nada, la hamaca iba dando botes por el suelo de la terraza y nos íbamos de cabeza al agua, logré clavar una pata de la hamaca en el césped para fijarnos un poco, para volver a arremeter con fuerza desmesura, estaba encendido, a punto de correrme, no se de donde saqué aun mas velocidad, o solo intensidad, algo crujió, en un par de embestidas mas la pata clavada en el césped cedió y se astilló provocando que la hamaca cediera unos centímetros. Ana reía al notar como me iba a correr, tiró hacia atrás la cintura hasta sacármela y masturbar fuerte ante la mirada ida de Eleonor, su cara era de horror, con los músculos de la pelvis dando tirones bajo la piel, eyaculé como un caballo, salpicando el cuerpo de Eleonor, con Ana asegurándose de que no se desperdiciaba una sola gota.

Yo estaba bufando, roto de cansancio, sudando y ardiendo por dentro, me senté, mirando como Ana lamía el semen caliente del cuerpo de Eleonor y luego lo compartían en la boca, la misma idea que se me había ocurrido a mi lo estaba haciendo ella por que si, devolviendo a Eleonor al mundo, respondiendo con besos suaves y entrelazando lenguas con mi simiente brotando de un boca a la otra.

-ANA: pues si que tiene aguante, mis respetos.- Eleonor sonreía levemente, aun reponiéndose de sofocón, respirando tan fuerte que la oía inspirar.

Sin decir una palabra me metí en el agua, me sentía como si fuera un hierro candente en agua fría, me quedé flotando, en una especie de relajación extra-sensorial, tratando de recomponerme yo también, las veía de rejo, Ana seguía comiendo mi semen de su cuerpo, lamiendo como si fuera un helado el sudor de Eleonor, que la acariciaba lentamente la cabeza. Había vuelto a pasar, volvía a estar en esa casa con una madura y una joven, parecía inevitable que pasara, y en el fondo, me alegraba, iba a disfrutar como un condenado, no ya de 1, si no de 2 de mis mujeres preferidas.

CONTINUARA……………………… PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
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Relato erótico: “La Fábrica (38)” (POR MARTINA LEMMI)

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verano inolvidable2No quedó, por lo tanto, más remedio que volver a mis labores con el consolador retráctil inserto Sin títulootra vez en el ano para mi dolor e incomodidad; ello sumado a que mi cola aún seguía caliente por la paliza que Micaela me había propinado la noche anterior, razón por la cual creo que no necesito decir que, prácticamente, trabajé de pie durante el resto del día, agregándoseme así dolor de espalda y cervical a mis padecimientos.

Al terminar el turno y tal como lo había anticipado, Evelyn me llevó en el auto a elegir ropa para el evento; por suerte, dejó previamente en su casa a Rocío o, de lo contrario, hubiera yo sufrido humillación por partida doble como venía siendo costumbre. Y en cuanto a lo de “elegir” era, por supuesto, relativo y, en todo caso, siempre estuvo más que claro que sería Evelyn quien elegiría y no yo; de hecho, yo di por descontado que en esta oportunidad no me pediría opinión en absoluto y, en efecto, así terminó siendo.

Fuimos a una tienda de ropa algo más selecta y, en parte, me alegró no tener que regresar a ese local donde tanto me conocían y donde habían sido testigos privilegiados de mi degradación; al menos, se trataba de un lugar al que nunca había concurrido y ello redujo en parte la vergüenza: en parte, claro, ya que, como era de prever, Evelyn se encargó de exponerme una y otra vez haciéndome entrar y salir de los vestidores y probándome todos los modelitos que le vinieron en gana. Descartó rápidamente aquellos que no terminaran en falda lo suficientemente corta e insistió, ante las vendedoras, en que yo debía asistir a un evento en el cual era imprescindible que mostrara lo más posible para atraer a potenciales clientes. Las empleadas, claro, me miraban algo desorientadas al no entender cuál era el ascendente o el grado de control que Evelyn ejercía sobre mí, pues veían sobradamente que yo allí no cortaba ni pinchaba, sino que saltaba a la vista que yo estaba enteramente sujeta a lo que sobre mí decidiera Evelyn. Optó finalmente por una combinación de blusa, chaqueta y falda corta en varios tonos de gris preponderantemente oscuro y de lo más elegantes, además de, y como no podía ser de otro modo, dejar al descubierto mis piernas ya desde apenas por debajo del final de la cola. Al momento de pagar, alguien le aclaró que ya habían llamado de la fábrica y que, por lo tanto, el gasto estaba arreglado; es decir que, y tal como Evelyn le había ordenado a Luciano, éste se había encargado de solucionar el tema del gasto en mi indumentaria.

Allí no terminó la cosa, sino que luego me llevó a comprar calzado y, como no podía ser de otra manera, me eligió unos zapatos con taco de aguja sobre los cuales era casi una tortura caminar. Luego pasamos por una casa de lencería y se encargó de comprarme unas medias con ligueros, caladas llenas de detalles muy finos y sensuales; se encargó, también, de comprarme ropa interior. Esto último me desorientó un poco y así lo evidenció mi expresión; Evelyn, por supuesto, no tenía por qué aclararme nada acerca del porqué de sus decisiones, pero en este caso lo hizo, supongo que para hacer más fuerte mi humillación, ya que habló en voz lo suficientemente alta como para ser oída por los empleados.

“Tenés que pensar que ahí va a haber tipos que te van a querer ver sin ropa – explicó, sin prurito alguno -… e incluso, que te van a querer coger. Necesitás, por lo tanto, estar presentable… y apetecible”

Las empleadas miraban incrédulas e intercambiaban, cada tanto, fugaces miradas entre sí, claramente sorprendidas por la escena que presenciaban y las palabras que oían. Mi incredulidad no era menor, y no porque me sorprendiesen el tono o la actitud menospreciativa por parte de Evelyn hacia mí, sino porque de sus palabras se desprendía, casi como una inferencia lógica, que yo iba a estar disponible para servir a los bajos apetitos de esos potenciales clientes, a los cuales no paraba un momento de hacer referencia. Me vino a la memoria el recuerdo de Inchausti, aquel cliente de Corrientes que me cogió por todo orificio habido y por haber. Un estremecimiento me recorrió el cuerpo y estuve a punto de ensayar alguna tímida protesta o, más bien, alguna pregunta al respecto, pero, en lugar de ello, preferí bajar la cabeza y aceptar:

“Está bien, señorita Evelyn… Lo entiendo perfectamente”

Ya en casa de ella, me hizo probar nuevamente todas las prendas y caminarle enfrente una y otra vez para comprobar cómo me veía. Me miraba de arriba abajo con ojos que parecían casi expertos, pero a juzgar por la expresión de su rostro, se la veía satisfecha; asintió varias veces como si se felicitara a sí misma por su buen gusto al vestirme. Luego me llevó ante un espejo a los efectos de que me viera yo misma; se ubicó a mis espaldas y me cruzó un brazo por delante de mi estómago mientras apoyaba su mentón sobre mi hombro y me hablaba muy cerca de la oreja:

“¿Y qué tal? – preguntó, surcado su rostro por una sonrisa de oreja o oreja -. ¿Cómo te ves?”

La muy hija de puta, ahora sí, me pedía opinión; no lo había hecho, antes, claro, para humillarme lo más posible ante el personal de los distintos locales que habíamos recorrido, pero ahora que no había nadie alrededor, me consultaba mi parecer. En otro contexto, que ya para ese entonces sonaba a lejanísimo pasado, la hubiera mandado a la mierda, pero en el nuevo estado de cosas que ella había impuesto en mi vida, no podía hacerlo de ninguna manera ni tan siquiera manifestar una opinión negativa; en otras palabras, su pregunta no admitía más que una sola respuesta y ella lo sabía mejor que nadie: se trataba, simplemente, de un aditivo más dentro del pérfido juego al que ella me sometía. Y, por otra parte, viéndome en el espejo, tenía yo que admitir que me veía tremendamente deseable y sexy; al falda, bien ceñida al talle, realzaba perfectamente mi silueta y la franja de muslo que se dejaba ver entre el borde de la misma y el final de las medias constituía, a todas luces, una invocación al deseo: sí, me veía condenadamente sensual, por lo cual decir cualquier otra cosa sería faltar a la verdad:

“Me… veo muy atractiva, señorita Evelyn… – balbuceé -; es obvio que tiene usted un… muy buen ojo para la ropa… y un finísimo gusto”

“Je, muchas gracias – dijo ella con absoluta falsedad, pues sabía de sobra que mis palabras surgían como resultado de la obligación. -. Sí, es cierto que te ves muy atractiva: casi diría que me produce un poco de envidia, jiji… Y así de atractiva es como mañana te van a ver todos esos clientes y empresarios, que no sólo te van a devorar con los ojos sino que además van a querer perforarte la ropa con la vista para ver qué hay debajo; y no conformes con ello, quizás hasta decidan comprobarlo por cuenta propia y al tacto…”

Cada una de sus palabras sonaba mordaz, pero también ominosa, intimidatoria; mientras hablaba, iba deslizando una mano por debajo de mi cortísima falda y me acariciaba la cola, en obvia analogía con lo que, supuestamente, viviría yo al día siguiente. Inclusive me propinó un pellizco juguetón, lo cual me significó aun más dolor en la nalga, pero también me excitó en contra de mi voluntad; tanteó el consolador, lo cual funcionó como la excusa perfecta para que yo le hiciese una pregunta que, para ese entonces, comenzaba a carcomerme.

“S… señorita Evelyn…”

“¿Sí, nadita?”

“Le pido disculpas p… por el at… revimiento, pero q… quisiera, o m… mejor dicho, m… me gustaría s… saber si mañana y pasado voy a tener el…”

“¿Esto dentro del culito?” – completó la pregunta Evelyn, al tiempo que le daba al objeto un empujoncito y me provocaba un doloroso respingo.

“S… sí, señorita Evelyn… Eso mismo es lo que quisiera… perdón, m… me gustaría saber”

Evelyn rio y me dio un mordisquito en la oreja.

“No, perrita – dijo, finalmente, para mi alivio -; esta noche lo vas a tener instalado, claro, pero a partir de mañana te voy a dispensar de eso por dos razones: en primer lugar, porque quiero que te pares bien, que estés envarada y fantástica para representar bien a la empresa; no se te vería bien doblada o caminando mal…”

Hizo una pausa; hasta allí lo que había dicho era de una lógica impecable y, por otra parte, me tranquilizaba enormemente: no podía, realmente, pensar en la tortura de tener que estar moviéndome en ese evento y sonriendo a cada tipo que se me acercase si, al mismo tiempo, tenía que hacer enormes esfuerzos para que no se notase que tenía un elemento extraño en el culo. Pero por otro lado, y por lo que ya para entonces la experiencia me enseñaba, había que temblar cada vez que Evelyn hacía una pausa al hablar; su segunda razón aún no había sido expuesta y, por lo tanto, me intrigaba e inquietaba sobremanera.

“En segundo lugar… – dijo, al cabo de un rato, adoptando un tono aun más malicioso y sibilante -, quiero que tengas el culito desocupado por cualquier cosa”

No explicó más que eso, claro. Me quedé a la espera de que agregara algo pero no lo hizo, sólo de sádica que era. Ella bien sabía que con eso que había dicho. yo pasaría a carcomerme por dentro tratando de imaginar para qué tendría que tener el culo desocupado. Y, a la larga, por mucho que lo pensase, todos los cálculos parecían conducir a lo mismo: debía tenerlo desocupado por si… alguien quería ocuparlo…

Una vez que me liberó de su perverso abrazo desde atrás, me obligó a desnudarme, es decir, me hizo volver a la posición de perra que, después de todo, yo tenía en su casa. De hecho, me hizo ponerme a cuatro patas y así fue como quedé en el centro de la sala. Se alejó taconeando para, al cabo de un momento, regresar y arrojar un montón de papeles y volantes sobre el piso, justo bajo mi vista.

“Vas a tener que estudiarte y aprenderte esto durante la noche – me espetó -:es el versito que les vas a tener que vender a esos tipos mañana en el hotel, hablando de la eficiencia, las bondades de la empresa y bla, bla, bla… Cuanto más aprendidito lo tengas, más convincente vas a ser, aun cuando, y eso está más que claro, lo que menos van a hacer esos tipos es oírte”

“Entiendo, señorita Evelyn – dije, con la vista clavada en los papeles -. ¿Debo… llevarlos a la cucha?”

“No, taradita – me reprendió, provocando que mi sexo se humedeciera ante el insulto -: allá afuera no hay buena luz y, además, quiero estar segura de que te sabés bien la letra antes de dejarte ir a dormir”

Todo estaba más que claro: tenía que leerlos y aprenderlos allí, como estaba, a cuatro patas. De otro modo, ¿por qué razón iba ella a arrojar los papeles bajo mi rostro? Así lo hice, sin chistar: los fui leyendo uno por uno y recitando luego con los ojos cerrados hasta que no quedara bache alguno en el parlamento que yo debía decir. La propia Evelyn se encargó de evaluarme cada tanto, tomando los volantes y caminando por la habitación con la vista fija en ellos mientras yo los recitaba; toda vez que fue necesario, me corrigió e, inclusive, varias veces me hizo recomenzar. De a ratos se iba a beber algo o, simplemente, desaparecía sin que yo supiera en dónde estaba; al cabo de algún momento, siempre volvía y, varias veces, caminó alrededor de mí en círculos, lo cual no dejaba de inquietarme. Fue en uno de esos giros en torno a mí cuando, de repente, se detuvo a mis espaldas; espié de reojo por encima del hombro y pude comprobar que me estaba mirando la cola con detenimiento.

“Mica te dio realmente fuerte – dictaminó, finalmente -: voy a tener que aplicarte una crema allí porque no está bueno que los clientes vean la mercancía golpeada o abollada”

Si algo faltaba para terminar de hacerme sentir un objeto era un comentario como ése: ¡Dios! Mercancía: así era como estaba yo conceptuada ahora. Por otra parte, y de manera paradójica, la sugerencia de untarme con alguna crema me provocó una fuerte excitación, ya que me remitió a los días en que Luciano me aplicaba ungüento en la cola para mitigar el dolor por las palizas recibidas. Evelyn fue hacia el cuarto de baño y regresó con un pomo; instantes después me untaba la cola: no lo hizo mal en absoluto y, de hecho, me excitó, pero… no era Luciano.

“S… señorita Evelyn…” – comencé a decir, mientras ella aún me estaba aplicando la crema sobre las nalgas.

“¿Sí, nadita?”

“Us… ted recién hacía referencia a Mica… ela…”

“Sí, te dejó la cola como un tomate machucado. ¿Qué pasa con ella?”

Tragué saliva; ignoraba si estaba dentro de lo permitido el preguntar lo que tenía en mente: sin embargo, tomé coraje y lo hice:

“Espero, señorita Evelyn, que me… sepa disculpar por mi pregunta si la considera fuera de lugar, pero… ¿qué va a pasar conmigo en caso de que Micaela sea… reincorporada?”

Evelyn soltó una ligera risita.

“¿Te preocupa?” – preguntó.

“S… sí, señorita Evelyn; es que… verá… en este momento es mi trabajo y…”

“Era el suyo antes: de Mica” – me replicó, tajante.

Su respuesta me descolocó: parecía dejar entrever que, en efecto, la idea era que Mica volviera a recuperar el puesto que yo ocupaba desde su despido.

“Sí, seño… rita Evelyn; lo sé y… lo comprendo, pero… ¿qué va a ser de mí una vez que…?”

“Eso nadie lo sabe” – contestó, con absoluta frialdad la colorada.

Otra vez tragué saliva. Ella y yo teníamos una especie de pacto: ¿era posible que lo hubiera olvidado o era que, simplemente, se hacía la distraída al respecto y pensaba desconocerlo?

“¿S… seré… despedida, señorita Evelyn?”

“Procuraremos que no”

La respuesta, si bien parca, me tranquilizó un poco, aunque la expresión “procuraremos” no me daba, a decir verdad, demasiada confianza; y las cosas, de todos modos, no me terminaban de cerrar: no había lugar para ambas en la administración… Si Mica regresaba a su puesto, ¿qué sería de mí?

“No… entiendo bien, señorita Evelyn” – dije, llena de confusión.

“¿Qué cosa?”

“Pues… si Micaela vuelve a la fábrica y toma mi lugar… entonces, ¿adónde iré yo a…?”

“No me hagas preguntas que aún no puedo responder” – me cortó, tajante, la colorada, al tiempo que parecía darle los últimos toques de ungüento a mi cola y, tal como pude ver en el espejo, retrocedía unos pasos para ver desde algo más lejos cómo me había quedado.

“Bien – dictaminó -; no es una crema mágica, claro está, pero luce siquiera un poco mejor y, de todas formas, va a ir haciendo su efecto a medida que pasen las horas. Creo que te voy a volver a embadurnar mañana antes de salir”

Evelyn se había desentendido por completo de la cuestión Micaela, desviando claramente el tema. Lo peor de todo era que, en este caso, ni siquiera daba la impresión de hacerlo deliberadamente o a los efectos de hacerme sentir inferior, sino más bien como si ya fuera algo natural que mi presente o mi futuro en la fábrica importaban realmente poco.

Tal como había dicho que lo haría, no me dejó ir a la cucha (¡Dios: qué expresión!) hasta tanto no me hubiera aprendido bien mi letra y se encargó, personalmente, de evaluarme y comprobar que así fuese. Al igual que lo hiciera la noche anterior, hizo entrar a los pichichos y tuve que dormir afuera, desnuda, con un consolador inserto en la cola y en una casilla que olía asquerosamente a pelo canino.

Y al otro día tuve que ir al evento: conforme a lo que ya parecía una rutina establecida, Evelyn me retiró el consolador a los efectos de que pudiera cumplir con mis necesidades; la novedad, en todo caso, fue que esta vez, para alivio mío y tal como lo había anticipado, no volvió a colocármelo. Me obligó a ducharme y luego me llevó hasta la fábrica, desde donde una combi nos llevaría con rumbo capital a mí y a algunos más que iban en representación de la fábrica; pocos, por cierto: Hugo Di Leo, Luciano Di Leo, Evelyn (en su calidad de secretaria) y yo, más tres operarios del servicio técnico que se encargarían de hacer algunas demostraciones prácticas y exponer material. Hasta donde recordaba, cuando me habían mencionado por primera vez lo del evento en el hotel, se había hablado de un par de chicas que irían en representación de la empresa. Por el contrario, todos, salvo Evelyn, eran hombres, lo cual implicó que, vestida como yo estaba, no me despegaron los ojos de encima durante todo el viaje; sólo Luciano se hacía algo el distraído, lo cual seguramente tenía que ver con el hecho de que Evelyn lo vigilaba de cerca: no dejaba de ser paradójico si se consideraba que el día anterior ella me había hecho mamarle la verga, pero la impresión era que esa nueva versión de Luciano no era capaz de levantar una sola ceja sin autorización de su dueña y señora: relación rara la que tenían; él no se comportaba en ningún momento como novio de Evelyn y, de hecho, en ningún momento del viaje los vi abrazados o haciéndose arrumacos. No era ése el estilo de Evelyn, quien más bien tenía a Luciano como su juguetito.

En cuanto a Di Leo padre, pareció renovar el interés en mí después de varios días, ya que en un momento se sentó a mi lado y no paró de llenarme de lisonjas y piropos bastante desagradables; incluso me apoyó la mano sobre la pierna, allí donde se ofrecía blanca y deseable la franja de muslo entre falda y medias; el muy cerdo hizo referencia a los “buenos momentos” que ambos habíamos vivido en la fábrica, lo cual, por cierto, dejaba afuera, ya fuese por omisión o por elección, la cogida que me había dado en el baño del local de fiestas durante la celebración de mi boda: de ese modo y descartado eso, cabía suponer que su referencia a los “buenos momentos” sólo podía remitir a las oportunidades en que yo le había mamado la verga o bien lamido su asqueroso culo. Evelyn, desde su butaca, nos echó una mirada y se sonrió…

El lugar del evento era un hotel a todo lujo, de ésos en los que jamás en mi vida hubiera pensado en ingresar: fastuosos alfombrados, lujosas cortinas, impactantes tapizados y montones de banderas de todo el mundo a la entrada para dar imagen de prestigio internacional: parecía casi una contradicción que allí se fuera a hablar sobre herrajes industriales. Fuimos de los primeros en llegar y luego lo fueron haciendo los representantes de otras empresas. Experimenté una satisfacción típicamente femenina al advertir que las empleadas de las otras firmas me devoraban con los ojos aun más que los hombres pero que, a diferencia de lo que ocurría con éstos, sus ojos sólo dejaban traslucir antipatía, odio e, incluso, envidia: por primera vez, me alegré del modo en que Evelyn había decidido vestirme. Aprovechando la prontitud de nuestra llegad, armamos nuestro stand justo en el centro del gran salón del hotel: un sitio privilegiado, pues pareció como si el resto de los stands se alinearan en círculo alrededor de nosotros; más a mi favor: si ya era el centro de las miradas, ahora ocupaba también el centro del espacio.

De a poco fueron llegando los asistentes, los cuales iban mostrando al entrar las invitaciones que, tanto nuestra fábrica como las demás, les habían hecho llegar en su debido momento. Pronto nuestro stand acaparó toda la atención y yo, debo decirlo, era la principal razón de ello, lo cual provocó en mí una extraña mezcla de vergüenza y orgullo. En cuanto a Evelyn, se la pasó yendo de un lado a otro del hotel y haciendo sociales junto a Hugo y, por supuesto, a Luciano, quien la seguía a todas partes como un perrito faldero; viéndolos a la distancia, la misma situación se repetía una y otra vez: Evelyn hablando con algún cliente y Luciano, un poco por detrás, mirando al piso y hablando sólo cuando ella, al parecer, lo presentaba.

Por mi parte, a cada cliente que se acercó, le fui recitando la letra que tan bien me había aprendido en la noche anterior; creo que logré hacerlo de un modo convincente, fluido y para nada forzado. Sin embargo, y ya Evelyn me lo había anticipado, cuando yo miraba a la cara de los tipos para quienes exponía, percibía a las claras que lo que menos hacían era escucharme. Los más me miraban las piernas y, muy particularmente, dirigían la vista a esa sugerente franja de blanco muslo; otros, más osados, me escudriñaban el pecho con poco disimulo y los menos, aun más atrevidos, giraban a mi alrededor mirándome de arriba abajo pero, al parecer, poniendo especial atención en mi cola. Hasta allí, no era nada distinto de lo que ya se me había adelantado que ocurriría y, por lo tanto, traté de concentrarme en continuar con mi parlamento como si nada ocurriese.

En un momento, Evelyn se acercó y permaneció a mi lado, cruzada de brazos y escuchándome como si fuera un cliente más; quedaba bien claro que me estaba evaluando; en cuanto se produjo un instante en el cual no hubo nadie más alrededor, me depositó una mano sobre la cola.

“Sacá más culito – me dijo, al oído y de manera sibilina -; la idea es que, al verte, no puedan pensar en otra cosa más que en cogerte”

Metí hacia adentro la espalda y me encorvé hasta adoptar la postura que ella me exigía. Sonrió conforme y se retiró; apenas lo hizo, se me acercó un tipo de barba y traje que, aunque joven (no parecía pasar de los treinta y cinco años) distaba mucho de ser atractivo: de hecho era muy bajito y, si bien no daba para considerarlo enano, no pasaba del metro cincuenta. Fiel a mis instrucciones, le saludé amablemente y con la mejor de las sonrisas; él me correspondió de manera bastante parca, apenas con un asentimiento de cabeza. Mesándose la barba, se dedicó más bien a escrutarme de arriba abajo. La situación me incomodó, así que opté por lo sano: ¿qué esperaban de mí?: pues que explicara a los clientes las ventajas y productos de la empresa; bien, a mi trabajo entonces. Comencé con el parlamento que tan bien tenía estudiado, pero estaba claro que el tipo, lo que menos hacía era oírme. Su actitud no difería de la de tantos que antes habían pasado por el stand y, sin embargo, detectaba yo en sus ojos algo más perverso y lascivo, lo cual me quedó confirmado cuando me giró en derredor con los ojos clavados fijamente en mi cuerpo mientras yo no detenía mi alocución, pero comenzaba a tartamudear. Lo temido por mí, terminó ocurriendo; al igual que, momentos antes lo hiciera Evelyn, ésta vez fue el tipo quien apoyó su mano sobre mi cola, pero de un modo mucho menos sutil: me estrujó las nalgas como si estuviese comprobando la calidad. No decía palabra, sólo palpaba y testeaba; me sentí impulsada a dar un paso hacia adelante para huir del repugnante contacto pero, sabiendo que mis instrucciones apuntaban a dejar satisfechos a los clientes, opté por permanecer en mi sitio y, en cambio, tratar de disuadirlo de seguir adelante con lo que hacía:

“S… señor – musité, aclarándome la voz -: le… suplico que… se ubique…”

“Buena carne, bien firme” – dictaminó, como si me ignorase por completo, y puedo asegurar que su voz me sonó como la más asquerosa del mundo.

En busca de auxilio eché un rápido vistazo en derredor, pero no había nadie a quién recurrir: Evelyn se hallaba a lo lejos hablando con alguien y, al parecer, totalmente absorta en lo suyo y sin darse cuenta de nada; y, por otra parte: ¿podía esperar ayuda de ella? Miré de reojo hacia los operarios que exhibían y explicaban los productos y las muestras, pero también ellos parecían concentrados en sus labores y ninguno daba visos de percatarse de algo. Mientras tanto, el tipejo, desde atrás, no retiraba la mano de mi cola sino que, por el contrario, se dedicaba ahora a recorrerla e, incluso, comenzaba a hurgar por debajo de la falda, lo cual no le implicaba demasiado esfuerzo considerando lo breve de la misma. Crispé los puños y un temblor recorrió todo mi cuerpo: ¿debía someterme a eso? ¿Era parte de mi “acuerdo”? Casi al borde de las lágrimas, cerré los ojos y, simplemente, dejé que el tipo siguiera haciendo lo suyo; fue, en ese momento, cuando ocurrió algo inesperado…

Una suave pero sensible corriente de aire sobre mi mejilla fue denotativa de que alguien había pasado a mi lado a la carrera sin que yo llegara a verle; una mezcla de confusos sonidos se dejaron oír a mis espaldas, lo cual motivó que, abriendo los ojos, me girara sobre mis tacos y diera media vuelta para comprobar qué era lo que sucedía. La escena con la que me encontré estuvo muy lejos de cualquiera que pudiera esperar: el tipo bajito que hasta un momento antes palpaba mi cola, yacía ahora sobre la alfombra, reclinado sobre un codo y tratando de reincorporarse tras haber sufrido, al parecer, una violenta caída como producto de un empujón, puesto que, incluso, se hallaba a unos dos metros de mi posición. De soslayo, pude ver que a mi derecha había alguien de pie y no hacía falta ser demasiado deductiva para caer en la cuenta de que debía ser, obviamente, el responsable del empujón que me había sacado de encima a ese petiso grasiento. Lo sorprendente fue que, al girar la cabeza más decididamente para dilucidar de quién se trataba, me encontré con… mi esposo… o tal vez ex esposo: Daniel…

El impacto que me produjo la sorpresa fue tan grande que di un paso hacia atrás e incluso trastabillé, sin saber cómo logré mantenerme en equilibrio sobre esos incómodos tacos aguja. Entretanto, el tipo que yacía en el piso, hacía esfuerzos por volver a ponerse en pie; sus movimientos eran torpes y remitían a los que hace un escarabajo cuando ha quedado con las patas hacia arriba; así y todo, consiguió poner una rodilla sobre el alfombrado y, con una expresión que lucía entre azorada y desencajada, comenzó a levantarse. No logró hacerlo: Daniel le propinó un puntapié a la altura del hombro, con lo cual volvió a caer sobre sus espaldas mientras no paraba de maldecir.

Yo, que seguía sin entender nada, miraba con ojos desorbitados a Daniel, sin saber todavía si alegrarme o lamentarme por su intervención, ya que su presencia allí sólo servía para complicar las cosas.

“¿C… cómo es que… entraste acá?” – le pregunté, pero la realidad era que a Daniel se lo veía más concentrado en el tipejo que yacía en el piso y en evitar que volviera a intentar levantarse. Parecía, de hecho, preparado para propinarle un nuevo puntapié, tal vez a la mandíbula; la cosa, sin embargo, no pasó a mayores, ya que, en ese preciso momento, se presentó en escena Evelyn, gritando desencajada…

“¿Qué está pasando acá?” – vociferaba, al parecer no anoticiada aún de la presencia de Daniel en el lugar.

“Este… s… señor… s… se p… propasó conmigo – expliqué, de manera entrecortada, pero a toda prisa, al punto de olvidar el tratamiento que debía dar a Evelyn al dirigirme a ella – y… Daniel apareció aquí y…”

En ese momento los ojos de Evelyn se inyectaron en rojo y todo su rostro pareció encenderse en furia como si fuera una fiera salvaje a la que han molestado; se giró a Daniel, y esta vez sí, saltó a la vista que lo reconoció.

“¿Daniel? – masculló, casi mordiendo las sílabas del nombre al pronunciarlo; desvió la vista hacia mí sin que desapareciera de sus ojos el mínimo destello de ira -. ¿Y qué carajo está haciendo acá este imbécil?”

Yo temblaba de la cabeza a los pies; la mirada de Evelyn era como un taladro atravesándome.

“N… no lo s… sé, s… señorita Ev…”

“¿Lo invitaste? – rugió la colorada -. ¿Yo te digo que te lo saques de encima y, por el contrario, le cursás una invitación?”

“¡N… no, señorita Evelyn! – imploré, llevándome una mano al pecho – ¡J… juro q… que no lo hice! ¡No tengo la menor idea de cómo pueda…”

“No fue ella – me interrumpió Daniel, hablando por primera vez -. Yo, por mi cuenta, conseguí una invitación”

Su intervención, al menos, sirvió para que Evelyn me quitara de encima esos ojos lacerantes y, en cambio, girara la vista hacia él; ello no implicó, sin embargo, que la visceralidad abandonara la expresión de su rostro.

“Eso no es posible – sentenció Evelyn, sacudiendo la cabeza -. Yo misma me dediqué a organizar…”

“Floriana – le interrumpió Daniel, girando la vista hacia mí luego de pronunciar ese nombre -: fue Flori quien me consiguió una”

Claro: mi ex amiga, la que, en su momento, me había servido de puente para entrar en la fábrica pero que, luego, se había terminado acostando con Daniel para “consolarlo”; no era de extrañar, incluso, que se siguieran viendo. De algún modo, las piezas encajaban algo más, pues era posible que Floriana se hubiese llegado a quedar con algunas invitaciones apenas el evento fue programado o bien que tuviera el código de acceso al sitio restringido desde el cual las mismas habían sido impresas. También a Evelyn parecían empezar a cerrarle las cosas, a juzgar por el modo en que asentía con la cabeza y alzaba una ceja:

“Esa puta de mierda – dijo, entre dientes -. Claro: ¿quién otra podría ser? Suerte que ya no la tenemos en la fábrica”

Mientras tanto, el jaleo alrededor era cada vez mayor y no era para menos a la vista de lo ocurrido. Unos tipos de seguridad del hotel ayudaban al caído a ponerse en pie y, a la vez, buscaban contenerle para que no saltara como una fiera encima de Daniel, pues el sujeto no paraba de insultar ni de arrojar puñetazos al aire. Otros dos llegaron prestamente y tomaron a Daniel por las axilas mientras alguien que, al parecer, lucía uniforme de conserje o algo por el estilo, llegaba para, con la mejor amabilidad posible ante las apremiantes circunstancias, preguntar qué era lo que ocurría.

“¡Este sujeto me golpeó!” – vociferaba el tipejo, mientras los dos gorilas que lo sostenían procuraban evitar que lograse zafárseles; se lo veía tan enloquecido que, pequeñajo y todo como era, hasta parecía posible.

“¿Quién es usted? – preguntó el conserje, echándole una mirada penetrante a Daniel -. ¿Representa a alguna empresa?”

“Soy el esposo de la señora – respondió Daniel, sonando sorprendentemente sereno, casi como si supiera que su causa era justa y que, por lo tanto, las autoridades del hotel intervendrían a su favor -. Y este… sorete la estaba manoseando”

“¿Es verdad que es su esposo?” – preguntó el conserje, girándose hacia mí y mientras su expresión revelaba que aún no terminaba de acomodarse al vértigo de los sucesos.

“S… sí – respondí, tímidamente -; o… lo era: no lo sé…”

“¿Están divorciados?” – indagó el conserje, frunciendo el ceño y seguramente confundido por lo ambiguo de mi respuesta.

A mi pesar, tuve que negar con la cabeza y, si bien mantuve la vista baja al responder, no me fue difícil imaginar la mirada recriminatoria que me estaría echando Evelyn, quien ya me había cuestionado el no haber todavía puesto en marcha, al menos, una separación legal, siendo que el poco tiempo transcurrido desde la boda no hacía viable aún el divorcio en sí.

“No… – musité -. No… lo estamos”

Espiando por debajo de la ceja, pude ver la sonrisa de satisfacción de Daniel, quien, presumiblemente, estaría disfrutando como una pequeña victoria el hecho de que yo hubiese admitido la vigencia del vínculo conyugal. Tal vez, supondría, ello le daría aún más fundamentos a su intempestiva intervención en la escena del manoseo. En tanto, el conserje nos miraba alternadamente a uno y a otro.

“Bien – dijo, finalmente -; de todas maneras, sus problemas conyugales no nos conciernen y el hecho de que sean marido y mujer no avala la intromisión violenta…”

El rostro de Daniel se trasfiguró; su fugaz sensación de haber pasado a ganar la partida parecía diluirse.

“¡Pero… es mi esposa! – vociferó y se retorció, provocando que el personal de seguridad que lo sostenía debiera redoblar sus esfuerzos para mantenerlo atrapado -. Y además… ¡es abuso! ¿No hay, acaso, normas legales al respecto?”

“Soledad – intervino Evelyn, quien, de modo muy astuto, elegía de pronto llamarme por mi nombre por conveniencia y exigencia de las circunstancias -. ¿Este señor te tocó contra tu voluntad?”

Como toda pregunta que salía de sus labios, no admitía más que una única respuesta; y la muy zorra sabía bien que si yo, de algún modo, admitía que la cosa había sido consensuada, no cabía ya discusión al respecto cualquiera fuese el vínculo que me uniera con Daniel.

“No… señorita Evelyn – negué, con la cabeza gacha -: yo… lo dejé que me tocara”

“¡Sole!” – aulló desesperadamente Daniel, quien seguía luchando inútilmente por liberarse de sus captores.

“¿Y por qué dejaste que te tocara? ¿Porque te gustó?” – indagó Evelyn, sacando a relucir su filo más humillante.

“Sí… – admití con vergüenza -, sí, señorita Evelyn. Me… gustó que me tocara”

“¡Ella no está hablando por cuenta propia! – gritaba Daniel, desesperado -. ¿No se dan cuenta acaso de que, simplemente, ella la está haciendo decir lo que quiere que diga?”

Evelyn lo ignoraba por completo y, si no lo hacía, se comportaba como si así fuese; se volvió hacia el tipejo que me había manoseado, quien parecía aún lucir enfadado, aunque algo más tranquilo.

“En nombre de la empresa – le dijo la colorada, apoyándose la mano en el pecho -, lamentamos mucho que haya tenido que vivir este incidente. A propósito – su tono era exasperante de tan fingidamente amable -: ¿podemos hacer algo por usted?”

“Claro que pueden – barbotó el tipo, sin ningún tapujo y presto a sacar provecho de la situación -; de hecho, yo estaba a punto de pedir a esta muchacha para llevarla a una habitación en el momento en que ese desquiciado apareció”

Di un respingo, en tanto que Daniel se sacudió nuevamente.

“¡Hijo de mil putas! – vociferaba -. ¡Sorete! ¡Degenerado de mierda!”

“De parte de la empresa no hay ningún inconveniente al respecto – dijo Evelyn con una sonrisita que me resultó, a todas luces, infinitamente odiosa -. Tenemos una habitación ya asignada por el hotel para ese tipo de menesteres”

“Así es – apuntó el conserje -: la veintinueve”

Yo no cabía en mí de la incredulidad. Se hablaba de mí como un objeto sin ningún poder de decisión. No era, desde ya, que eso me sorprendiese viniendo de Evelyn, pues la colorada y sus amigas habían convertido en costumbre tal degradación. Lo increíble del asunto, en este caso, era que también las autoridades del hotel parecían comportarse como si fuera lo más natural del mundo que los clientes quisieran llevarse a la cama a las promotoras de las empresas.

“Entonces Soledad lo acompañará a la habitación veintinueve – concluyó Evelyn poniendo las palmas de las manos hacia arriba y encogiéndose de hombros -. No hay nada más que hablar”

El tipo, como no podía ser de otra manera, sonrió con satisfacción, aun cuando todavía se lo notase ofuscado por lo ocurrido.

“Bien – intervino el conserje -; yo me encargaré de que los lleven a la habitación. En cuanto a este señor – señaló en dirección a Daniel -, sáquenlo de aquí ya mismo, pues no tiene nada que hacer en este lugar y, de hecho, sólo provoca disturbios”

Los dos grandotes tironearon de las axilas de Daniel arrastrándolo fuera del círculo de personas que se había formado en el stand. Daban pena sus inútiles forcejeos para liberarse mientras se lo iban llevando.

“Un momento…” – espetó el hombre bajito, ya liberado por quienes lo sostenían debido a que estaba visiblemente más calmado.

Los dos gorilas que arrastraban a Daniel se detuvieron; el tipejo caminó hacia ellos y se plantó ante mi esposo, con las manos a la cintura. Tanto el conserje como el personal de seguridad, y todos en general, lo miraban expectantes y con curiosidad.

“El hecho de que este sujeto sea el esposo de esta chica es algo que resulta muy interesante y también estimulante” – apuntó, luego de estudiar a Daniel durante un rato como si estuviese elucubrando un plan en su perversa mente.

“¿Perdón…?” – preguntó Evelyn, quien lucía tan confundida como el resto.

El hombrecito hizo otra larga pausa, al parecer más por estar cavilando que por estar jugando con el suspenso, efecto este último que, de todos modos, conseguía.

“Me gustaría que lo lleven también a la habitación. ¿Sería eso posible?” – espetó, de pronto, girando la vista hacia el conserje, quien dio un respingo, claramente sorprendido.

“¿A… la habitación?” – preguntó, lleno de confusión y frunciendo el entrecejo.

“Quiero que vea lo que voy a hacer con su esposa” – dijo ladinamente el tipejo mientras me dedicaba una mirada que, de tan pervertida, me obligó a bajar la vista nuevamente.

Una exclamación de asombro brotó al unísono de todos. Daniel estaba rojo de furia pero, ahora, parecía haberse quedado mudo, tal el grado de la sorpresa recibida. Miré con desesperación a Evelyn; una vez más, pretendí aferrarme ingenuamente a ella, pues no sé por qué se me ocurrió que, en ese momento, era la única persona que allí podía parar ese desquicio. Sin embargo, el desencanto se apoderó de mí al comprobar que el rostro de Evelyn iba virando poco a poco desde la sorpresa hacia el entusiasmo; los ojos y las mejillas se le iluminaron, lo cual daba la pauta de que la idea, tras haberla pensado durante unos segundos, le resultaba atractiva. Miró al conserje:

“Yo creo que se puede – dijo, asintiendo y frunciendo la boca -; ¿por qué no?”

El conserje caviló durante algunos segundos y luego se encogió de hombros:

“Si ustedes así lo disponen, pues entonces no es cosa mía. Eso sí: no me hago responsable por las reacciones violentas que este señor pueda tener una vez dentro del cuarto; es decir, puedo encargarme, sí, de que el personal de seguridad esté allí para retenerle, pero… si se les llegara a zafar…”

“No va a hacerlo – apuntó Evelyn, sonriente -; mire lo que son estos roperos; en todo caso, que vayan los cuatro…”

Sentí como si me clavaran una nueva estocada en mi dignidad. ¿Los cuatro, había dicho? En otras palabras, ¿estaba dando su aval para que un tipo desconocido y asqueroso me cogiera en una de las habitaciones del hotel teniendo, por lo menos, a cinco personas como espectadores? Uno de los cinco, por cierto, era mi esposo, lo cual no constituía un dato menor…

“Está bien – convino el conserje, haciendo una seña a los otros dos hombretones, quienes hasta un momento antes cumplieran con la tarea de mantener inmovilizado al hombre bajito -. Acompáñenlos…”

A pesar de las protestas y forcejeos de Daniel, los cuatro roperos se lo llevaron, prácticamente a la rastra, en dirección hacia el ascensor, mientras la escena era seguida con la vista por el repulsivo tipejo que continuaba con las manos a la cintura. Luego éste se volvió hacia mí y me miró del más asqueroso modo que se pudiera llegar a imaginar, justo antes de acercárseme y, con total impunidad, volver a apoyarme una mano sobre la cola.

“Vamos, hermosa – me dijo; juro que se le podía oír el crepitar de la saliva entre los dientes -. No hagamos esperar a tu esposo”

Con terror, miré al resto, pero a juzgar por los rostros, tanto del conserje como de Evelyn, estaba más que claro que no había lugar para protesta alguna. Por el contrario, ella hizo un movimiento con los ojos como conminándome claramente a marchar hacia la habitación.

“No te preocupes por el stand – dijo, cuando yo ya caminaba con el tipo llevándome prácticamente asida por la cola -. Yo me encargo hasta que regreses…”

CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “La chica de la curva 2” (POR ALEX BLAME)

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Sin títuloAfortunadamente el día siguiente era sábado y no tenía que trabajar. No me apresuré suponiendo que Brooke estaría agotada por la aventura de la noche anterior y tome un café en la terraza mientras admiraba el sol brillando sobre la oscura superficie del lago. Eché un último vistazo al reloj y vistiéndome a toda prisa cogí el coche y me dirigí a la casa rural.

—Hola, Justina. —saludé a la vez que la mujer me abría la puerta— ¿Ya se ha levantado nuestra amiga?

—Acaba de hacerlo hace veinte minutos. Íbamos a desayunar. ¿Te apetece unirte a nosotros?

Lo más característico de la casa Justina era su familiaridad. Los huéspedes que se alojaban en ella eran tratados como uno más de la familia y Justina se comportaba como una abuela atenta y cariñosa. A Algunos les chocaba, a otros les divertía, pero a muy pocos les desagradaba. Yo lo achacaba a que solo habían tenido un hijo con el que nunca habían acabado de entenderse, que vivía en Australia y venía a visitarlos de pascuas a ramos.

Ayudé a la mujer a poner la mesa mientras ella hacía un desayuno pantagruélico. En pocos minutos la mesa estaba repleta de platos con huevos revueltos, tostadas de mantequilla casera con miel o mermelada, un poco de bollería y embutidos variados.

Pocos segundos después apareció Brooke con la cara fresca y el pelo revuelto.

—¡Hola Juan! —le saludó ella sorprendida y complacida de verme.

—Hola Brooke —respondí yo volviendo a usar mi apolillado inglés— ¿Has dormido bien?

—¡Buf! Hacía tiempo que no dormía tan bien. Ni un solo ruido a parte de los grillos en toda la noche y esta mañana me he levantado y al asomarme al balcón veo la luz del sol reflejada en las aguas del lago y las montañas nevadas al fondo… espectacular.

—La primera vez que vine aquí sentí exactamente lo mismo. Me enamoré del lugar y me instalé aquí. —dije yo recordando la primera vez que visité el lugar acompañado de Helena.

—Por cierto me acaban de llamar los de las empresa de alquiler. —dijo Brooke sentándose a la mesa y atacando los huevos revueltos con entusiasmo— Ya tienen el coche en ese pueblo… ¿Cómo se llamaba?¿Vaecila?

—Valdecilla. —le corregí yo— Estupendo, que esperen un rato mientras desayunamos y luego te llevo para que lo recojas.

No nos apresuramos y degustamos el delicioso desayuno tranquilamente. Brooke probó todo lo que Justina le ofreció y dejó especialmente limpio el plato de los embutidos. Durante todo el desayuno no paró de preguntar por los nombres de todo lo que comía o le llamaba la atención en el vetusto comedor. También se esforzó por aprender algunas frases en castellano y cuando fueron a por el coche se despidió de Justina con un “hasta luego” bastante decente.

Llegamos a Valdecilla en unos minutos dónde nos esperaban dos hombres con un coche y cara de pocos amigos. Imaginé que les había sacado de la cama para llevar un coche a un pueblo perdido en las montañas de Zamora un sábado por la mañana. Uno de ellos se adelantó y le ofreció las llaves a Brooke mientras yo examinaba el estado del automóvil. Tras unas pocas palabras de disculpa ambos hombres se subieron a otro coche y se alejaron del pueblo con un chirrido de ruedas como única expresión de disgusto.

—Bueno, al fin tienes un coche y parece que este tiene todo en orden. —le dije abriéndole la puerta del conductor —Si quieres te acompaño a recoger tus cosas y luego te guio hasta la entrada de la autovía. Solo tienes que seguir la A-52 durante tropecientos quilómetros hasta que encuentres los indicadores que pongan Sevilla, no tienes perdida.

—Gracias, has sido muy amable. Pero como no tengo prisa y me ha gustado tanto este lugar que creo que me voy a quedar unos días. Si no te molesta, me gustaría abusar un poco más de tu amabilidad y pedirte que me enseñes este sitio tan encantador. —dijo Brooke con una sonrisa capaz de derretir un glaciar.

La sonrisa y los ojos azules de la joven me subyugaron de tal manera que solo pude responder con un breve balbuceo y un asentimiento de cabeza.

Volvimos a la casa rural con mi cabeza hecha un revoltijo intentando interpretar aquella enigmática mirada y aquella taimada sonrisa. ¿Era solo un gesto coqueto para conseguir que hiciese de guía o era algo más? Era una mierda. Nunca había sido demasiado perceptivo para esas cosas. Entre el trabajo y la ruptura con Helena apenas había salido por ahí en los últimos meses y estaba bastante desentrenado. Mientras circulaba por la estrecha carretera no podía dejar de evocar la imagen de Brooke haciendo el gesto una y otra vez, intentando descifrar su significado con el mismo resultado que todos los que intentaban descifrar la sonrisa de la Mona Lisa.

Cuando llegamos a la casa rural, Justina nos estaba esperando a la puerta. La sonrisa de la mujer cuando le dije que Brooke estaba encantada con el lugar y que se quedaría unos cuantos días más no fue tan difícil de interpretar. A pesar de ser una buena mujer, no pudo evitar un chispazo de alegría y avaricia al contar con aquella joven americana unos cuantos días más derrochando dólares en su establecimiento.

Dejamos a la casera haciendo las cuentas de la lechera y nos dirigimos hacía el lago. El día era claro y luminoso pero un viento fresco proveniente de las montañas rizaba la superficie del agua y nos recordaba que estábamos solo en el principio de la primavera.

Brooke se acercó a la orilla y respiró el aire limpio y fresco con fruición. Contempló las aguas desde la orilla mientras se abrazaba el torso solo cubierto por un fino jersey de lana.

Yo observaba su figura y sus largas piernas envueltas en unos vaqueros ajustados. La tentación de acercarme y abrazarle por la espalda fue tremenda pero al final me quedé un par de metros tras ella esperando en un segundo plano, dejándole disfrutar del paisaje.

Tras unos segundos, me acerqué hasta ponerme a su lado y cogiendo una piedra plana la hice saltar sobre la superficie del lago. Eso pareció sacarle de su estado de contemplación y tras un corto suspiró sugirió caminar un rato.

Con un gesto de conformidad le indiqué un camino que recorría la orilla del lago para luego internarse por la ribera de un arroyo en dirección a la montaña.

Hombro con hombro, caminamos por la estrecha vereda al sol del mediodía mientras Brooke charlaba de cosas intrascendentes y comentaba todo lo que le llamaba la atención. Yo respondía a sus preguntas maravillado de lo mucho que había mejorado la fluidez de mi inglés tras unas pocas horas de charla con la joven.

El camino se hizo más estrecho y sombrío al empezar a bordear el arroyo. Sauces y abedules se amontonaban en la orilla buscando la humedad y se hacían cada vez más ralos hasta desaparecer a pocas decenas de metros de la corriente. Poco a poco la pendiente se hizo más fuerte y la conversación murió sustituida por la respiración agitada debido al esfuerzo.

Tras un poco más de un quilómetro de ascensión, dejamos el sombrío arroyo y guie a Brooke rodeando una enorme roca hasta un mirador.

Con los ojos aun entrecerrados por el cambio de luminosidad, nos apoyamos en la barandilla y observamos el lago que destellaba por efecto de la luz del sol trescientos metros más abajo.

—Es impresionante—dijo Brooke cuando se le hubo normalizado la respiración.

—Sí, impresionante —repliqué yo desviando la mirada hacia el rostro de la joven que miraba abstraída mientras el viento agitaba su brillante melena rubia.

Brooke sacó el móvil de su bolsillo e hizo unas cuantas fotos ignorante de que a su lado observaba cada uno de sus gestos.

—Todavía no me has dicho a que te dedicas tú. —dijo ella mientras deshacían el camino de vuelta a la casa rural.

—Soy enólogo. Lo siento pero no sé como se dice en inglés. —respondí sorprendido por la pregunta.

—¿Enolojo?

—Soy experto en la elaboración y el análisis del vino.

—¡Ah! un catador de vinos.

—No exactamente—le corregí yo.—Mi profesión engloba todo lo que rodea a la fabricación, asesoro a los bodegueros para ayudarlos a elaborar un vino de la máxima calidad posible. Saber catar los vinos es solo una de sus facetas.

—Ah entiendo. Parece un trabajo fascinante. Aunque confieso que casi no sé nada de vinos.

—¿Te apetece que te de una pequeña clase de iniciación? Podemos ir de tapas esta noche por Zamora y de paso te doy una pequeña lección.

—Mmm me parece estupendo. —dijo Brooke acercándose a la puerta de la casa.

—Entonces está hecho. Paso a recogerte a las siete y media. —dije echando un vistazo al reloj.

—Muy bien hasta luego entonces. —se despidió recompensándome con una espléndida sonrisa y desapareciendo en el interior de la casona.

Las nubes se arremolinaron con el correr de la tarde, amenazando con descargar una tormenta. Cuando pasé a recoger a Brooke, el cielo era de un color gris plúmbeo y el ambiente estaba cargado de ozono y estática pero no llegó a caer una sola gota de agua.

Brooke apareció con una blusa sencilla y unos vaqueros que se ajustaban a su cuerpo como una segunda piel. Completaba el conjunto con unos tacones vertiginosos y una gabardina gris. Al mirar su sonrisa me fije en su cara limpia y fresca con solo unos pequeños toques de maquillaje para realzar su belleza natural.

La saludé un poco envarado sin saber muy bien qué hacer y tras un momento de duda le di dos besos como haría con cualquier amiga. Una pequeña descarga de estática chasqueó al contactar con su mejilla haciéndonos dar un respingo. Tras abrirle la puerta y dejarla dentro del coche tomé el volante y nos pusimos en marcha.

Cuarenta minutos después estábamos en Zamora. Dejamos el coche en el parking y nos internamos en la zona de vinos, no sin antes dejar que Brooke echase un vistazo a la catedral. Tuvimos suerte y estaban dando misa con lo que pudimos colarnos y echar un vistazo por dentro. No pude evitar sonreír al ver la cara que puso al contarle que aquel edificio tenía casi novecientos años.

—Ya sé que a ti te parece normal —susurró un poco mosqueada— pero el edificio más antiguo que hay en mi país no llega a la mitad y dudo que cualquiera de ellos vaya a durar tanto.

Me disculpé y salimos de allí rumbo a mi bar de tapas favorito. El mesón La Catedral no era tan antiguo, aunque los vecinos decían que llevaba allí hacía más de trescientos años y las gruesas vigas de madera negras por el humo y el paso de los años así lo atestiguaban. El resto del local había sido renovado varias veces pero siempre con la intención de crear un lugar cómodo y acogedor. No había ni luces chillonas ni muebles de Ikea, todo era de sólida madera maciza y lo más importante, el vino era bueno y la comida aun mejor.

En cuanto entramos en el establecimiento, el aroma y la comida de los expositores nos hizo salivar a ambos. Me acerqué a la barra y saludé a Albino, el dueño del local. Como siempre, me correspondió con efusividad aunque esta vez sin apartar la vista de mi acompañante.

El local no estaba demasiado lleno aun, así que pudimos escoger una mesa tranquila. Le pedí a Albino un par copas de un vino joven y una tabla de embutidos ibéricos. En menos de un minuto el camarero nos trajo un par de copas de un vino del Bierzo y la tabla de embutidos.

—Adelante , estoy preparada para mi primera lección de cata. —dijo Brooke levantando la copa.

—Lo primero que tienes que saber es que la copa se coge por el tallo. Solo con eso en la mayoría de los sitios darás el pego.

—¿Así? —pregunto ella observando cómo cogía la copa y haciendo lo mismo— ¿Y por qué?

—Por varias razones, primero que no calientas el vino y segundo que te permite manejarla mejor para poder observar sus características al no dejar huellas en el cáliz. —respondí yo girando e inclinando la copa entre mis manos para demostrárselo.

—Entiendo, ¿Y ahora qué? —volvió a preguntar expectante.

—Bien, lo primero que se analiza es el color.

—¡Ah! Sí es lo que hace la gente cuando levanta la copa hacia la luz…

—Y lo hace mal—le interrumpí yo— El color se debe determinar inclinando la copa hacia adelante sobre una superficie blanca. Coge una servilleta.

Brooke siguió mis instrucciones obediente mientras con un gesto le pedía Albino que me trajese una copa de vino de la casa.

—A mi me parece rojo sin más.

—Hay un pequeño truco, no es muy fino, pero sirve para poder ver la diferencia. Coge una gota de tu vino y ponla sobre la servilleta.

Una pequeña gota color rojo cereza se extendió por el papel. A continuación puse una gota del vino de la casa para que pudiera compararla con el rojo más violáceo de este.

—Ya veo, parece mentira —dijo Brooke sorprendida.

La mujer escuchó con interés mi lección y permaneció abstraída mientras le enseñaba a observar los ribetes la intensidad y el aspecto.

—Ahora analizamos el aroma. —dije metiendo la nariz en la copa y aspirando los aromas que subían del vino. —luego agitamos la copa y volvemos a oler el vino…

Brooke se mostró bastante avispada y a pesar de no tener aromas para que pudiese comparar logro identificar algunos de los más fuertes sin dificultad. La parte que más le costó, como a todos los principiantes fue la vía retronasal. Brooke agito el vino en su boca y lo tragó con una risa traviesa sin lograr identificar ningún aroma nuevo.

—Por último se analiza el sabor—dije levantando la copa para dar un nuevo trago— volvemos a coger un trago y lo agitamos en la boca. En una cata deberíamos escupirlo si no queremos terminar bolingas perdidos, evidentemente. Analizamos si es dulce o ácido, si pica o tiene burbujas, si es áspero o te deja una sensación de sequedad en la boca y su grado de alcohol aproximado.

—¿La sensación de aspereza que te queda en la boca, es el cuerpo? —preguntó ella al terminar de catar el vino de la casa.

—No, eso es la astringencia, la mejor forma de evaluar el cuerpo es observar la persistencia de la sensación que te deja el vino al pasar por la garganta, mientras más tiempo persista mayor es el cuerpo…

La noche se paso en un plis mientras le enseñaba a Brooke los rudimentos de la cata del vino , probando vinos de distintas denominaciones para que pudiese diferenciar distintos sabores y aromas acompañados de sabrosas tapas.

Con el transcurso de la noche cambié el vino por la cerveza sin alcohol mientras ella seguía “comentando ” vinos y comiendo tapas fascinada.

A eso de las doce comenzó a sentirse satisfecha y no queriendo que el primer recuerdo que me llevase de ella fuese una borrachera , le sugerí volver a casa. Debí imaginar que tramaba algo cuando accedió sin oponer ninguna resistencia.

En el viaje de vuelta Brooke apoyó la cabeza en mi hombro y simuló dormitar mientras yo conducía lo más suavemente posible. Casi una hora después, cuando entrabamos en Valdecilla Brooke despertó y se estiró como una gata satisfecha.

Aprovechando un stop la joven se acercó y dándome un suave beso en los labios me preguntó:

—¿No vas a invitarme a tu casa?

La pregunta me pilló totalmente fuera de juego. En ningún momento había pensado que podía llegar más allá de ir una noche de tapas con aquella impresionante joven. Brooke aprovechó mi desconcierto y volvió a besarme. Esta vez no se conformó con rozar mis labios y se abrió paso con su lengua invadiendo mi boca con el dulce aroma del vino.

Tardé un instante más en reaccionar pero finalmente cogí a la joven por la nuca y le devolví el beso con ansia. Sin darnos respiro seguimos besándonos suavemente pero con intensidad hasta que un coche dándonos las luces nos devolvió a la realidad.

Arranqué y giré a la derecha alejándome de la casa rural. Quince minutos después estábamos en la entrada de mi casa. El chalet no era muy grande, pero instalado en la ladera que daba a la orilla norte del lago disfrutaba de unas vistas espectaculares. Yo no lo hubiese construido de aquella manera, pero era la ilusión de Helena y le dejé hacer, al final tuve que darle la razón y concluir que sus líneas bajas y modernas y su revestimiento de piedra y madera combinaban perfectamente con el paisaje circundante . Cuando se fue, me pareció increíble que lo hubiese dejado. Siempre pensé que aquella casa le importaba más que cualquier otra cosa en su vida.

Cuando Brooke salió del coche no pudo evitar un gesto de admiración. Le dejé curiosear un par de minutos y luego me acerqué a ella tímidamente. Mis manos contactaron con su cara. Acaricié sus mejillas con delicadeza y observé su cara con detenimiento antes de volver a besarla suavemennte.

No me apresuré. Dejé que los aromas y el sabor de la joven me impregnasen y colmasen todo mi cuerpo de sensaciones.

—De un color cereza apagado, —dije separándome y acariciando los labios de la joven —con ribete color tierra. En nariz despliega un intenso aroma floral con pinceladas de jazmín y madreselva… —continué acercando su nariz al cuello de Brooke y aspirando el dulce aroma que emanaba de su ser.

El cuerpo entero de la joven se estremeció cuando mis labios recorrieron su cuello y su mandíbula para terminar cerrándose de nuevo sobre su boca.

—En boca es dulce, sedosa y elegante, con un carácter fino que persiste largamente en el paladar…

Brooke me interrumpió volviendo a besarme de nuevo esta vez con ansia, no me sorprendí y la cogí en brazos introduciéndola en la casa y devolviendo el beso con entusiasmo.

Desde que lo había dejado con mi ex, no me había sentido con fuerzas para tener otra relación con una mujer, ni siquiera una fugaz. En ese momento sentí como toda esas necesidades largamente aplazadas volvían de golpe amenazando con paralizarme.

Mientras desnudaba a Brooke, recuerdos de mis noches con Helena me asaltaron. El cuerpo joven y esbelto de Brooke, tan parecido y tan distinto del de mi ex, me turbaba y a la vez me excitaba.

A pesar de mis intentos por ocultarlo, Brooke debió notar algo y con una sonrisa tranquilizadora tomo la iniciativa colgándose de mi cuello y besándome con intensidad. Su boca se desplazó por mi cuello y abriendo mi camisa, me besó y arañó el pecho a medida que bajaba hasta mi cintura.

Con manos expertas me soltó el cinturón y me desabotonó los pantalones dejando al descubierto mi pene erecto sobresaliendo parcialmente de mis calzoncillos.

Paralizado observé como con una sonrisa Brooke cogía mi polla entre sus manos acariciándola con suavidad.

Y ese fue el momento más embarazoso de la noche. Los largos meses sin haber tenido relación con una mujer me pasaron factura y me corrí en cuestión de segundos .

—Dios, lo siento… —dije avergonzado retirando con torpeza restos de mi semen del cuerpo desnudo de Brooke— He debido batir algún record.

—Tranquilo, no es la primera vez que me pasa. —dijo ella riendo— No te preocupes, conozco el remedio.

Antes de que pudiese reaccionar se introdujo mi pene en la boca y comenzó a chupármelo con fuerza. Cerré los ojos y me concentré en la avalancha de sensaciones que me asaltaron. Su boca y su lengua eran suaves, húmedas y cálidas. Mi miembro revivió casi instantáneamente mientras Brooke mordisqueaba mi miembro y recorría con su lengua las gruesas venas que se marcaban en su piel. Con un suspiro de placer ayudé a Brooke a incorporarse y la deposité sobre la cama.

La joven abrió sus piernas largas y delgadas dejándome a la vista su sexo . Lo tenía totalmente depilado . Me acerqué y lo rocé con suavidad con uno de mis dedos. Brooke gimió y movió sus pelvis instintivamente.

Introduje uno de mis dedos en su coño mientras acariciaba y besaba el interior de sus muslos tersos y calientes. Brooke gimió y tensó su cuerpo disfrutando de cada caricia. En pocos segundos tenía el sexo de la joven en mi boca. Tirando de su pubis con suavidad expuse el clítoris a las caricias de mi lengua sin dejar de penetrarla con los dedos de forma que no tardó en correrse.

—Yo tampoco he tardado demasiado —dijo ella gimiendo y estrujándose los pechos electrizada.

Yo apenas oí lo que decía saboreando los flujos que escapaban de su sexo. Una vez pasaron los últimos relámpagos de placer, aparté mi boca de su pubis y recorrí su cuerpo poco a poco. Mordisqueé sus caderas, introduje mi lengua juguetona en su ombligo y chupé sus pezones haciendo que se hincharan excitados. Cuando llegué a su cuello Brooke gemía de nuevo excitada y se abalanzó sobre mi comiéndome a besos.

Cuando me di cuenta ella estaba sobre mí restregándose anhelante contra mi polla. Incapaz de contenerme un segundo más guie mi polla a su interior.

Brooke dio un largo gemido y apoyando sus manos sobre mi pecho comenzó a mover sus caderas .

No sé que me excitaba más, si los movimientos cada vez más rápidos y apremiantes de sus caderas o la visión de la joven con sus pechos temblando excitados y su cara girada hacia al techo crispada por el placer.

Tras un par de minutos, me erguí y la abracé estrechamente mientras ella no paraba de moverse en mis brazos. No podía dejar de besarle y mordisquearle. Con suavidad la giré y me monte encima con mi polla aun en su interior.

Sujetando sus muñecas por encima de su cabeza la besé de nuevo. Brooke rodeó mi cintura con sus piernas mientras yo la penetraba. Nuestros cuerpos se juntaban y se separaban con un ruido húmedo, cada vez más rápido, hasta que el cuerpo de la joven se tensó y combó bajo mi cuerpo asaltado por el orgasmo.

Yo seguí follando aquel cuerpo hermoso, vibrante y resbaladizo por el sudor unos pocos minutos más hasta vaciarme totalmente en su interior. Jadeante me dejé caer sobre ella disfrutando de su contacto y de su calor. Satisfecho besé su cuello una vez más antes de darme cuenta de que la estaba aplastando y tumbarme a su lado. Besé una vez más su cuello sabía a sexo y a sal.

Hubiese fumado con gusto un cigarrillo, pero era algo que me había prometido dejar después de la separación, así que puse mis manos en la nuca y me quedé mirando al techo mientras Brooke se giraba para quedarse dormida sobre mi pecho agradeciendo que la oscuridad ocultara mi sonrisa de idiota.

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alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Gabriela… una adorable mujer casada 14 (vRD)” (POR ROGER DAVID)

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Gabriela… una adorable mujer casada 14

Ya habían transcurrido tres días desde la última y acalorada aparición de don Pedro por la casa de nuestra adorable Gabriela, la rubia recién se comenzaba a reponer psicológicamente de la brutal agresión por parte del despreciable vejete hacia su integridad tanto psicológica como física.

La aun temerosa ex casada, quien esa mañana de día sábado llevaba puesto un simple vestido hogareño color crema con suaves tonalidades floreadas el cual protegía sus curvas, se encontraba sentada en uno de los confortables sofás de su salita con una de sus soberanas y doradas piernotas subida una sobre la otra al momento de estar en forma pensativa sirviéndose un vaso de leche, y ella otra vez se daba a meditar en todo lo que le estaba sucediendo desde que había roto su relación con don Cipriano, y lo desastroso que había sido todo eso (con la vieja Ernestina incluida).

Sus pocas amistades estaban desaparecidas incluyendo a Lidia, su familia no deseaba saber nada de ella como bien ya todos sabemos por el solo hecho de haberse enterado en la escandalosa forma en que ella, Gabriela, había terminado su matrimonio, ni mencionar de que ellos también supieron los pormenores de como Cesar la había sorprendido manteniendo relaciones sexuales entusiasmadamente en su lecho conyugal con un viejo extraño y de lo más ordinario.

En la mente de la rubia también se sumaba su fracasado intento de conseguir un trabajo en la empresa del señor Martínez, su ex jefe, quien ni se la había pensado aquel día para hacerle ver burdamente que él también quería cogérsela a cambio de darle un puesto en su empresa. Gabriela no entendía como aquel hombre supuestamente profesional y con altos estándares de educación podía pensar que ella su ex secretaria iba a ir y acostarse así como así con él, -ella solo había hecho el amor con dos hombres en su vida, se decía, es decir: con su ex marido y con don Cipriano, aunque su mente en el acto le machacó que ahora también estaba en su lista un tercer integrante y que este era el ordinario de don Pedro, por lo que inmediatamente se dijo: –y bueno… con don Pedro también… también se había acostado, pero con él NO había hecho el amor… con él solo… solo se había a… acostado… -se volvió a repetir, -este último solo había tenido buena suerte con ella, solo eso.

Junto con lo último y como para coronar todo lo anterior la contrita rubia creía entender que su asqueroso y suertudo casi cuñado, gracias a las cuatro ocasiones en que ya se habían acostado este estaba casi convencido que podía tener sexo con ella a la hora que a él se le ocurriera solo porque se la había cogido un par de veces, -se decía la rubia, –¿Cómo se le podía ocurrir a don Pedro tal cosa?, -terminó preguntándose al mismo tiempo que le daba un último sorbo al vaso de leche con sus sensuales y rojos labios al momento en que se ponía de pie para ir a dejarlo a la cocina, diciéndose que ella no tenía ningún tipo de vínculo con aquel miserable, lo que había pasado entre ellos solo había sido sexo como amigos debido a su rompimiento con don Cipriano, -solo había sido eso y nada más que eso…, -pensó finalmente en su convulsionada mente en forma malhumorada, además que ya tenía decidido que apenas se apareciera aquella piltrafa de hombre por su casa le pediría las llaves de su camioneta y le diría unas cuantas verdades debido a lo ocurrido entre ellos en la última visita por parte del vejete en la cual se la había casi-violado estando este último totalmente alcoholizado.

Sin embargo a todo lo anterior la rubia Gabriela en muchas oportunidades en esos últimos tres días se daba a cuestionarse a ella misma sabiendo al nivel de descaro en que había llegado en el momento que decidió “acostarse” por las buenas y sin compromisos con el hermano de don Cipriano ( y con todo lo que la famosa palabra “acostarse” implica, sobre todo cuando un hombre y una mujer se “acuestan”, además que por culpa de esto mismo el ordinario de don Pedro se la había violado por detrás).

El fuero interno de la ex casada le aclaraba una y otra vez que al contrario de estar haciendo las cosas bien como ella siempre quiso lo único que estaba logrando era comportarse como una verdadera fulana al estar cometiendo las mismas estupideces de siempre, aun así otra parte de su mente no aceptaba tildarse a ella misma en tan baja condición por lo que la rubia para no seguir torturándose se daba a ponerse a pensar en otra cosa, demás está decir que en esos días nuestra rubia tenía todo el tiempo del mundo para meditar en la acción de su parte de ya haberse revolcado con dos hombres distintos y que no eran su marido.

Debido a lo anteriormente expuesto la deseable ex casada en aquellos momentos, aunque antojable como siempre y en la soledad de su casa, estaba de muy mal humor ya que seguía siendo atacada por los centenares de recuerdos de todas aquellas escandalosas escenas de sexo desvergonzado que mantuvo por más de un año con ambos mecánicos, claro que con el segundo habían sido en pocas ocasiones y en un corto lapso de tiempo, experimentando por primera vez una extraña vergüenza de ella misma, además de sentirse de lo más cabreada por lo nefasto del curso de su vida en ese último mes, mientras que en forma autómata otra vez estando sentada en la salita se daba a revisar su celular desprovisto de contactos, en su conciencia buscaba una y otra vez la fórmula para poder reestablecer el curso de su vida, esto rondaba en su mente desde el mismo día en que don Pedro se la habida violado sin ni siquiera saludarla primero, pero también existía una idea principal que se formaba en su mente y que ella misma se encargaba en disipar por razones que solamente ella entendía, pero su situación era tan delicada que ya no le quedaba de otra.

Desde aquel lejano día en el Pie Grande en los momentos en que la misma Gabriela había despachado a Cesar de su vida por las razones que ya todos sabemos, esta era la primera vez que la rubia en su desesperada situación se daba a pensar en su matrimonio y en su marido: ¿Qué habría sido de ellos si ella no hubiese conocido a don Cipriano? ¿Estaría aun casada con Cesar? ¿Cómo estaría él en estos momentos? ¿Cómo estaría Jacobo, su nenuco? ¿Este último, su hijo, la extrañaría de la misma forma en que ella lo hacía?

Gracias a estas últimas dudas nuestra espectacular hembra en la soledad de su hogar echó a volar su mente en miles de recuerdos evocando gratificantes momentos familiares que en sus mejores tiempos habían calado hondo en su corazón, entre ellos estaban: el día de su casamiento con Cesar; o también la tremenda felicidad que sintió el día en que supo que iba a ser madre por vez primera; por supuesto también estaba el nacimiento de Jacobo su verdadero nenuco, y así tantas otras lindas felicidades que ella irresponsablemente había tirado al bote de la basura solo para largarse con un viejo mecánico con el único argumento de que este poseía un pene más grande que el de su legítimo marido.

–¡¡Oh Dios!! ¿Que hice…? ¿¡porque lo h… hi… hiceee!?, -exclamó Gabriela de pronto con su bello rostro ahora con facciones neuróticas debido a la súbita lucidez de su verdadera situación, esto debido a que otra vez su conciencia le indicaba que ella más que amor por don Cipriano lo que había sentido era meramente pura calentura, y la verdad era eso mismo, esta era la segunda vez que la ex casada caía en cuenta del tremendo error cometido contra su familia al haberse calentado con la verga de un hombre mucho mayor que ella y casado al grado de largarse con él abandonándolo todo, la primera vez que lo pensó y lo sintió fue cuando la habían echado de la sala del hospital para darle el pase a la legitima esposa de un vejete recién infartado.

La quebrada rubia quien en un momento dado dejó el teléfono en la pequeña mesita de centro que adornaba la sala se sintió la mujer más sola y desafortunada de este mundo a sabiendas que se lo merecía, de sus ojos caían amargas lágrimas de verdadero dolor, estaba sentada con sus dos hermosas piernas doradas muy juntitas una de la otra, y con sus codos apoyados en ellas, su dorada cabellera rubia caían en cascada hacia adelante tapándole se rostro de Diosa desdichada, esta era la primera vez que ella lloraba evocando a su familia, por su pequeño Jacobo había llorado mucho en otras ocasiones, pero por lo que era verdaderamente su familia y por la vida que había abandonado incluyendo a Cesar esta era la primera vez que lo hacía.

Una hora después de tan dolorosos momentos la rubia por fin se decidía a realizar para ese mismo día lo que había pensado tras largos momentos de recapacitación, claro que esta idea y tal como se dijo hace un rato ya desde hacían tres días atrás se habían estado formando en su mente, justo del momento después de haberse quedado con toda su ropa hecha jirones, y bien violada por don Pedro en el living de su casa.

Aún era temprano así que tomó lo único que le estaba quedando del dinero que le había dejado su ex casi cuñado en su última visita y junto con ello un juego de llaves de emergencia que tenía en el mueble de su habitación, primero iría a realizar algunas compras al mercado para luego concretar lo que tenía pensado.

La bella Gabriela con aquel sencillo vestido primaveral de color crema con tirantes en sus hombros el cual también dejaba ver solo el inicio de sus apetitosos senos, y tras haberse retocado delicadamente su cutis borrando todo rastro de sus recientes lloriqueos salió de su casa a realizar las compras para los próximos días, además de saber que tomar un poco de aire fresco le ayudarían a ordenar las ideas para lo que tenía pensado hacer para ese mismo día.

Ya en el mercado la ex casada quien ya se sentía algo más serenada no dudó en avanzar entre medio de las muchas personas que lo atestaban para dirigirse a paso seguro al puesto de verduras que ella ya bien conocía, y no lo hizo por nada en particular, lo hizo solo por costumbre, esta era como la cuarta vez que ella compraba en ese mismo local.

En el momento en que Gabriela llegó al puesto mencionado se dio cuenta que ahí estaba el mismo viejecillo insolente que la atendía desde siempre, vio con algo de asco como este no estando al tanto de que ella se acercaba se escupió a las manos para luego sobárselas y que desde una vieja camioneta feriante descargaba un tremendo saco de papas que lo triplicaba en tamaño, la rubia olvidándose de sus recientes aflicciones se preguntó en el acto de que como era posible que aquel hombre de tan precarias condiciones físicas tuviera las fuerzas para cargar semejante saco patatero, lo vio trasladarlo desde la camioneta cargada con todo tipos de verduras y llevarlo hasta su puesto, en medio del trayecto este mandó otro asqueroso escupo amarillento que impactó a casi un metro de donde estaba ella de pie.

El viejo feriano por su lado en el mismo momento en que escupía levantó un poco la vista percatándose de la presencia de una escultural mujer rubia recordándola en el acto, por lo que quiso hacer el intento de detener su faena para halagarla ordinariamente olvidándose de su cargamento, pero no le quedó más remedio que avanzar otro par de metros y descargar el saco en una de las superficies de madera de su puesto.

El moreno y ennegrecido hombrecillo, tanto por el sol como por la tierra de sus patatas y verduras, una vez que vació el saco de papas en el tablero de su local en el acto se quedó embobado mirando a tan fantástica hembra.

El ajado cuerpo y la cara morena y arrugada de aquel viejo sudaban a mares a esas horas de la mañana, este se mantenía con una sonrisa mitad sorpresa y mitad calentura dándose a analizarla no creyéndose que después de su última tanda de leperadas aquel monumento de mujer volviese a comprar a su humilde negocio feriano, y casi se cagó en los mismos pantalones cuando vio que aquella hermosa rubia lo miraba con esa sensual y placida sonrisa con la que él ya en varias ocasiones se había masturbado en el baño de su casa a escondidas de su mujer, recordándola e imaginándose que bañaba aquel bello y afable rostro sonriente con su amarillento y hediondo semen.

El viejo verdulero, aunque trabajador y bueno para negociar con todo tipo de verduras, en realidad era un hombre de lo más vulgar y falto de educación, su nivel de ignorancia era tan grande que al tener a Gabriela con su escultural cuerpazo ante su lujuriosa mirada el juraba de guata que a la rubia esa le había encantado su tanda de palabras con doble sentido, pensaba además que de seguro esta era una de esas tantas putingas que andan faltas de verga y que iban al mercado a calentar a los feriantes a cambio de rebajas en las compras, a su puesto llegaban muchas y él bien lo sabía pero ninguna se le acercaba a ella ni en lo más mínimo ya que veía claramente que esta era una hembra de infarto, con un trasero carnoso, muy bien hechito y bien parado, -¡Ahhhh…!, y con esas tetas grandotas que estaban para desinflárselas a chupetones, ni mencionar esas doradas y soberanas piernotas que eran mejores que las de una modelo según el mismo comprobaba en forma ocular al estar imaginándoselas abiertas de par en par, o en otras palabras sencillamente estaba tasándola corporalmente a su total antojo y en forma de lo más degenerada.

Mientras esto ocurría en el puesto de verduras mencionado en los locales aledaños los otros feriantes, incluidos ayudantes y clientes como siempre, todos tasaban a la rubia con miradas y sonrisas facinerosas comentándose entre ellos de lo muy buena que estaba la hembra esa, algunos de estos ya sabían de la existencia de aquella imponente mujer, y se habían enterado por los mismos resecos labios del viejo verdulero quien en su momento les narró detalladamente sobre la última conversación que había tenido con ella en la oportunidad en que había comprado en su local.

Y en efecto, en el carro en que se vendía pescado que estaba justo al frente del puesto de verduras el pescadero limpiaba y fileteaba unos jureles para una vieja con su ansiosa mirada alternando entre los pescados y ante tan idílica visión en el puesto de su suertudo colega, lo hacía como si estuviese mirando el mejor partido de la Copa del Mundo, solo eran las viejas dependientas de otros locales y mujeres que compraban las que no notaban la presencia de nuestra suculenta Gabriela.

En tanto en el puesto de verduras la mejor venta del día para verdulerillo ya comenzaba:

–Buenos días señor… venía por unas poquitas verduras…, -le saludó Gabriela con esa suave y melodiosa voz femenina que tanto la caracterizaban, a la vez que le hacía el pedido.

El viejo feriano quien se sentía el hombre más feliz de la tierra y estando de lo más caliente al tener en su local a semejante amazona de ojos azules, aunque muy puta para sus cosas según él, no dudó en comenzar con sus recargados halagos y zalamerías lujuriosas, lo anterior lo pensaba porque ahora estaba seguro que a la rubia le habían encantado sus palabrotas de la otra vez, y de seguro que la muy zorra orita venía por mas, pensaba en forma desequilibrada, por lo que no tardó en ponerse manos a la obra:

–Jeje… buenos días mi reina, ps… no faltaba más, vamos y dígame en que puedo atenderla hoy día mi amorcito… jijiji…, -el viejo se la estaba comiendo de pies a cabeza en forma descarada, sus ojos se habían resquebrajado y enrojecido producto de una sinigual excitación que desde hacían años no experimentaba en su arrugado y greñoso cuerpo, ni siquiera el ultimo día en que la había visto cuando le ofreció los pepinos se había sentido tan caliente.

–Véndame por favor dos lechugas y 01 kilo de tomates… solo eso por hoy, -le contestó la rubia semi ruborizada por la osadía de aquel viejecillo moreno y de dientes amarillentos que la trataba como su “amorcito”.

Mientras el salido verdulero seleccionaba dos de sus mejores lechugas para aquella preciosidad decidía que esta era una muy buena oportunidad para medir el terreno, quizás se la podría llevar para adentro de su tienda y ganarse por parte de aquella hembra una muy buena mamada de verga si él le ofrecía que se llevara un par de bolsas llenas de lo que ella quisiera, además que esa rubia no se había hecho ningún problema en volver a su tienda después de haberle dicho casi abiertamente que se masturbara con los pepinos que él le había regalado la vez anterior, -este delicado anillito anda en busca de un grueso dedo vergal, jejeje…, de seguro que el otro día se quedó caliente conmigo después de todo lo que le dije… por algo vino a mi local habiendo tantos otros en este mercado… su papayita debe estar hecha agua deseando mi verga… jeje, –se decía y reía para sus adentros en su cachambrosa mente.

–¿Algo más mi niña hermosa?, -le consultó aun sin atreverse a realizar su indecorosa propuesta, pero con todo lo anterior bulléndole en su cabeza y con la calentura hasta casi saliéndosele por los ojos.

El excitado y atrevido feriano al momento de pasarle a la rubia la bolsa con las dos lechugas mantuvo su mano puesta en la de ella por un espacio de tres segundos como mínimo, se la sintió tan suavecita y delicada que en ese mismo instante sintió moverse su instrumento viril entre medio de sus entierrados pantalones de mezclilla amenazando con comenzar a parársele, y así era, esto al ya creer sentir esa suave manita masajeándole la verga.

–Un kilo de tomates como le dije…, -Gabriela le contestó con nerviosismo al sentir esa mano reseca y toda partida tocar la suya por lo que rápidamente se la retiró a la vez que se daba a buscar dinero para cancelarle al muy fresco vejete, claro que en su mente no figuraba ni en lo más mínimo de lo que estaba ocurriendo debajo de la cremallera del pantalón del osado verdulero.

El viejo por su parte y estando en aquel erótico estado con aquella tremenda mujer caía en cuenta que ella buscaba en su bolso hasta la última moneda para poder pagarle el pedido, por lo que cada vez más se convencía de no estar tan lejos de sus lujuriosas apreciaciones.

–Ps… ¿porque no se adentra más para acá y los elige Usted misma mi cielito lindo?

Obviamente con tal ofrecimiento por parte del feriano este deseaba tener a Gabriela lo más al interior de su puesto posible, una vez que ya estuvieran en acuerdo la dejaría esperándolo en el rincón de su carpa según pensaba, justo atrás de las cajas de plátanos mientras él iba a decirle al gordo que vendía sandias y melones que le mirara la venta mientras él se desocupaba de aquel ardiente tramite con esa tremenda mujer que le había caído desde el cielo, el vejete ya daba por hecho que le iba a resultar con ella.

–¿¡Los puedo elegir yo misma!? -le consultó Gabriela otra vez sonriente y con algo de entusiasmo en su voz, estando muy ajena a las aprovechadoras intenciones de aquel estropajo de hombre aunque en su manita aún tenía la sensación callosa que le dejó la mano del viejo.

–¡Ps…! ¡Si…! ¡¡Pásele… pásele!!

El osado viejo a la vez que le invitaba a pasar más hacia el interior de su puesto miraba en todas direcciones a sabiendas de la envidia que estaba ocasionando entre sus compañeros de labores quienes estaban al pendiente de lo que él hacía con aquella mujer de cuerpo exquisito.

Por otro lado una muy desprevenida Gabriela que otra vez estaba al tanto de la exagerada galantería de aquel hombrecillo no dudó en adentrase hasta donde estaban los cajones de los tomates y otros con alcachofas estos tapaban a la entretenida rubia de su cintura para abajo al igual que al verdulero, este último mientras la deliciosa hembra tanteaba los rojos frutos con sus delicadas manitas no podía quitar su viciosa mirada de aquel empinado trasero, el vestido color crema de la rubia se ajustaba muy bien en su cintura haciendo ver su cuerpo aún más esplendoroso de lo que ya era, fue en eso que el vejete ya no se aguantó más y se acercó a ella quedando solo a centímetros de sus antojables formas femeninas.

El verdulero quien aún no degustaba nada de lo que las atrayentes curvas de aquella Diosa le ofrecían se sintió estar en el mismo jardín del Edén, el fresco aroma floral que provenía del cuerpo de la rubia casi lo hechizaron, sus ojos abiertos como platos estaban ahora clavados en el nacimiento de aquellas dos protuberancias de suave carne según él veía, nunca en su vida había observado tan de cerca un par de tetas tan grandes y tan apetecibles, con esto el viejo estaba totalmente fuera de sus cabales así que ya deseando meterse con ella lo más pronto posible a la parte de atrás de su puesto para que lo deslecharan quiso en el acto realizar la transacción con aquella hembra de ensueño:

–Oiga mi Reina… ps… ps… tengo una cosita que decirle…, -el ansioso viejo mientras le hablaba la miraba a su cara con sus ojos casi saliéndoseles de sus orbitas, y con sus arrugadas manos puestas en posición depredadora, tal como lo hace una bestia el momento antes de abalanzarse contra su tierna y desprevenida presa para devorársela, este creía saber que si esa rubia se decidía a mamársela en la parte de atrás de su puesto a cambio de unas cuantas verduras en muy poco tiempo ambos terminarían acostados en algún motel, pero Gaby por su parte y no estando al tanto de todo lo que ideaba la lujuriosa mente del verdulero solo se daba a examinar y tantear los tomates no imaginando ni en lo más mínimo el alterado y caliente estado psicológico de este.

–Pues dígame don… soy toda oídos…, -le contestó una carismática Gaby quien de un segundo a otro lo miró a su fea cara, ella dado a su personalidad no le daba mucha importancia que aquel vejestorio estuviese tan cerca de su cuerpo y mirándola de una forma de lo más extraña, (o puede ser también que ella ya estaba acostumbrada a que todo tipo de vejestorios la miraran así), de hecho sabía que ese atrevido hombre la estaba mirando más de lo normal y no veía nada de malo en ello, claro que al tenerlo tan de cerca y al estar viéndolo ahora frente a frente esta era la primera vez que la rubia se fijaba, al estar el viejecillo con su bocota abierta, en un llamativo diente amarillento y cariado que resaltaba de los demás en un extremo de su mandíbula inferior, sus demás piezas dentales, o lo que quedaban de ellas, también se veían notoriamente con caries y corroídas, y de lo muy reseca que tenía su arrugada cara morena a pesar de estar sudando, seguramente esto era debido al exceso de sol y al polvo de sus patatas, como tampoco le dio importancia a la hediondez de cuerpo desaseado que expelía el vejete, seguro era por trabajar desde tan tempranas horas, lo justificaba otra vez la radiante rubita.

–Ps… es que te vi rebuscando dinero en tu bolso… y me di cuenta que no andas con mucha lana por estos días…, jijiji…, -reía nerviosamente su ajado interlocutor, por lo que Gabriela en el acto cambió el semblante de su rostro ya que le extrañó un poco el curso de la conversación por parte del viejo.

–¿Porque… p… porque me dice eso…?, -le preguntó extrañada y siempre mirándolo a su fea cara y a sus ojos negros, su diente amarillento sobresalía de sus resecos labios cuando el viejo cerraba su boca, pero el verdulero ya no estaba para darse tantas vueltas en el asunto:

–Ps… tú ya lo debes adivinar mi reina…, -le dijo de una el viejo respirando pesada y profundamente debido al verse asaltado por un acelerado estado de presión sanguínea, su verga ya se había enderezado hacia arriba haciendo presión contra el cierre de su pantalón, pero este seguía en su caliente cruzada: –¿Qué tal si vamos para atrás de mi tienda y le das una buena mamada a mi verga… mira que hiciste que se me parara?, a cambio de eso yo puedo dejar que te lleves todas las cosas que tú quieras de mi local… ¿qué dices?

La rubia de un segundo a otro se quedó pasmada con tal proposición, ¿acaso últimamente todos los hombres con los que ella se cruzaba estaban locos?, ¿cómo se le podía ocurrir a ese viejo flaco y asqueroso que ella le iba a realizar una felación por unas cuantas verduras?, -este sí que estaba chiflado pensó con escándalo al momento de seguir mirándolo directamente a su arrugado rostro de depravado según veía ahora, aun así y debido a la sorpresa del momento solo atinó a volver a preguntarle en forma entre cortada y con las facciones de su cara escandalizadas:

–¿Q… Que… que me está diciendo?

El viejo le respondió al instante, ya casi adivinaba la suavidad de esa rosada lengüita que el notaba de a momentos cuando la rubia le hablaba rodeándole su morado glande mientras esos carnosos labios rojos le estuviesen friccionando la circunferencia de su verga en forma apretada.

El viejo ya estaba salido y no iba a guardar compostura en hacerle ver a la rubia lo que él ya tanto deseaba de ella:

–¡Lo que tú escuchas mamacita…! ¡Se nota a la legua que tú eres una de esas putas buena para la verga y que andas en busca de una como la mía…!

–¿Q… Que… que… -Gabriela otra vez le iba a preguntar semejante estupidez, pero el viejo no la dejó terminar:

–¡No sabes las ganas que tengo de meter mi mano por debajo de tu vestido y manosear este tremendo culo que te cargas…! ¡Vamos! ¿Qué dices… vas a mamármela?, por ahora solo me conformo con una buena chupada de verga y para más adelante le veremos que otras cositas tienes para convidarme, Jejeje, -diciéndole eso ultimo el viejo verdulero no se aguantó más de tanta tentación y posó una de sus flacuchentas manos entierradas en el suculento trasero de la rubia, este lo sintió con la dureza de una esponja recién comprada y de una suavidad enloquecedora a pesar que lo sobaba solo por encima de la tela del vestido.

Gabriela ahora sí que se quedó petrificada, si bien ella se había percatado que ese despojo de hombre que le estaba tocando y tanteando cierta parte de su cuerpo era un pelado de nacimiento debido a las tremendas leperadas que le dijo la última vez que estuvo en su puesto, nunca se imaginó que el muy descarado ahora se iba a dar a manosearla delante de toda esa gente que pululaba en el mercado a esas horas de la mañana y proponiéndole semejantes disparates.

La rubia automáticamente soltó la bolsa con tomates y llevó una de sus delicadas manitas a la parte de atrás de su cuerpo con la única intención de sacar esa mugrienta mano con pepas de zapallo pegadas que le estaba magreando su trasero.

–¡¿Que hace…?! ¡Saque su mano de ahí que puede venir alguien!, -le dijo con cara de espanto debido al atrevimiento del verdulero, su tono de voz era de desesperación.

–¡Ya! ¡Ya no te hagas la santa conmigo cosita rica!, ¡si mira nada más… te cargas unas nalgotas de lo más antojadizas!, ¡si por mi fuera te las estaría sobando y lamiendo por una noche entera… incluyendo tu ojete… ese te lo estaría chupando hasta sacarte todo lo tuyo!, ¡jejejejee!, ¿¡qué dices…!? ¿¡Nos vamos para allá atrás de la tiendita a que me mames la verga por un buen pedido de verduritas!?

La asustada Gabriela le respondió en el acto:

–¿¡Y Usted que se cree que soy yo para venir a decirme tantas asquerosidades!?…, -la mente de nuestra asustada Gabriela a pesar de la conmoción del momento igual le había graficado a lo que se refería el viejo feriano con eso “de sacarle todo lo de ella” al momento de lamerle su orificio posterior, –¡ya déjese de estupideces y saque su mano de ahí…!, -la rubia también miraba en todas direcciones con cara de asustada dándose cuenta que eran muchas las miradas masculinas que veían maliciosamente lo que le estaba sucediendo por debajo de los cajones tomateros, más el viejo ese no dejaba de sobarle las nalgas.

–¡Ps… yo creo que tú solo eres una putita sedienta de verga como ya te dije antes…! ¡De seguro que estuviste una noche enterita metiéndote por la zorra los pepinotes que te regale la otra vez…! Jejeje… se te nota por la forma en que te vistes… y que más encima te vienes a meter aquí al mercado con la sola intención de andar calentándonos a diestras y siniestras para que te hagamos una rebajita en los productos…, así que ya no hagas más teatro y vete a la parte de atrás a esperarme, yo voy y vu…

El viejo no alcanzó a terminar de decir lo que él quería, ya que Gabriela al notar que ese miserable hombre no tenía ninguna intención de dejar de manosearla y al estar escuchando las mismas leperadas que le decían toda clase de viejos desde que se había venido a vivir a esos barrios, con su otra mano tomó firmemente un atado de alcachofas y le asestó con esta una no menor cantidad de alcachofazos que impactaron en la fea cara del deplorable vendedor de verduras quien se vio en la obligación de volver a la realidad y retirar su mano de aquel loable trasero que había estado palpando a su total antojo.

–¡¡ ¿Que se cree viejo asqueroso…?!! ¿¡De dónde sacó que puede venir y tocarme como si yo fuese una cualquiera…!?

–Ps… ps… ¡yo creo que tú eres mejor que una cualquiera, y que tu suave almejita no se debe haber hecho ningún tipo de problema en tragarse esos pepinos que te regalé el otro día¡, ¡¡jajajaaa…!!, -le contestó el viejo quien a la vez soltaba una risotada, aunque ya casi adivinaba que todo su plan se acababa de ir a la mierda, aun así prefirió seguir diciéndole vulgaridades para no desaprovechar el momento, –Dime que acaso no te gustó todo lo que te dije la otra vez en doble sentido… porque me di cuenta que tu si lo entendías perfectamente…

–¡¡Pues pensó mal y usted no se dio cuenta de nada… yo no sé de qué me habla!! –Le aclaró la rubia en el acto y en forma enérgica, aunque sabía que el viejo no estaba lejos de todo lo que decía, además que no iba a dejar que este se saliera con la suya, aun así y con todo, sus azules ojos no pudieron evitar cruzarse con una notoria protuberancia alargada en el sector de la entrepierna del viejo cayendo en cuenta que a este se le había parado mientras la manoseaba por lo que rápidamente sacó su vista de ahí antes que el feriano se diera cuenta de su furtivo análisis –¡¡Y para que le vaya sabiendo…, -una desesperada Gabriela se la pensó como tres veces antes de soltársela, hasta que por fin se la dijo, –…para que Usted sepa… que yo… yo soy una mujer casada y decente…!! ¡¡Y no una cualquiera como ya le dije…!! -la panorámica ocular de la rubia no podía dejar de visualizar la notoria masculinidad del vendedor de verduras mientras le decía lo último.

El muy entretenido feriano se dio cuenta que todos sus amigos estaban mirando en forma burlona aquel engorroso altercado al interior de su puesto por lo que quiso en el acto salir del embrollo, claro que en un momento del alegato creyó haber visto que aquella despampanante mujer que se defendía como podía igual se había dado unos segundos para mirarle su erección, esto lo enorgullecían, por lo mismo quiso terminar en las buenas con la rubia:

–Jejeje… que tal si mejor me pagas los tomates y desp…

–¡¡Ps no le pago nada…!! ¿¡Que se cree!? -le contestó la más enfurecida rubia a la vez que lo empujaba para mantener a ese degenerado lo más lejos de ella, claro que no pudo alejarlo mucho debido a sus escasas fuerzas femeninas.

El aún muy excitado y a la vez entretenido verdulero que estaba bañado con hojas de alcachofa en todo su oscuro cuerpo y sobre todo en la cabeza vio a la aireada hembra tomar la bolsa de lo que ella le había pedido inicialmente y como pasó ella por delante de él en forma altiva, y justo en el momento en que pensaba que la ofuscada hembra ya se retiraba no pagándole el pedido la vio que dio media vuelta y que otra vez se le aproximaba:

–¡¡Deme permiso!! -le exclamó Gabriela aun mirándolo con expresión de ira en su rostro…

–Ps… ps… no faltaba más mi Reina…, -el viejo junto con hacerse a un lado para que no le volvieran a pegar vio como la bella mujer después de volver a pasar delante de él agarró las dos bolsas anteriores en una sola mano, con la otra llenó rápidamente otra bolsa con paltas y finalmente vio de cómo la muy fresca se apoderaba de cuatro atados de alcachofas bajo el brazo.

–¡¡Y no soy su reina…!! ¿¡Me escuchó!? -le dijo finalmente nuestra Gaby antes de retirarse otra vez, pero ahora bien abastecida con la mercancía del sorprendido viejo a quien no le pago nada de lo que se llevaba.

–Si… si… ps… ¡¡vuelva cuando quiera caserita…!! ¡¡¡Usted puede llevarse todo lo que quiera de este humilde “negocito”…!!! ¡¡¡Jijiji!!! -le contestó agarrándose su paquete cuando se refería a su “negocito”, esto se lo dijo en el momento exacto antes de que la rubia diera media vuelta, y así vio Gabriela al viejo agarrándose el paquete pero iba tan enrabiada que prefirió retirarse lo antes posible de ese puesto y no seguir discutiendo con ese asqueroso hombre, al feriano ni le importaba que aquella delicia de mujer tomara de su verdadero negocio todo lo que ella quisiera, solo se daba de mirar bien y devorarse ocularmente todos aquellos atributos femeninos que se iban alejando, atributos que él erróneamente había pensado que iba a degustar aquel día.

Gabriela se retiró totalmente ofuscada de aquel sector del mercado entre las fuertes risotadas de los feriantes amigos del verdulero quienes vieron y sacaron conclusiones de todo lo que ocurrió en el sector de los cajones tomateros, la rubia mientras se alejaba moviendo rápidamente sus deleitosas curvas escuchaba las burlas que le gritaban al atrevido vejete:

–¡Wena viejo putero…! ¡¡Te salió salvaje la yegua esa…!! ¡¡¡¡jajajaaa!!!!

–¡¡¡Jajajaaa…!!! ¡¡¡De que se ríen tropa de pajeros… para que le sepan que esa yegua como ustedes dicen es mi nueva esposa… y me vino a hacer una escenita de celos…!!! —¡¡¡Jajajajaaaa!!! -les respondió el viejo verdulero a carcajada limpia y mirándolos a todos con sus ojos saltones, a este no le afectaba ni en lo más mínimo las burlas de sus amigos, y así también se daba cuenta la rubia que aireada y todo aun escuchaba las risas y las burlas de esos hombres mientras se alejaba.

–¡¡¡Si…!!! ¡¡¡Estaba bien buenota… una verdadera potranca!!! ¿¡De donde la sacaste!?

–¡¡¡jajajaja!!! –¡¡¡jajajaja!!! –¡¡¡jajajaja!!! -eran las multitudinarias risotadas de los viejos feriantes que habían presenciado aquella inusual y caliente escena, lo hacían con sus miradas puestas en las sugerentes formas de aquella fantástica hembra que se iba alejando bien abastecida con los productos de uno de ellos.

Finalmente la rubia Gabriela se alejó furiosa del lugar en donde otro aprovechado viejo la había manoseado escuchando todas esas risotadas y de cómo a ella otra vez la tildaban de yegua y potranca los amigos de este, hasta que finalmente abandonó el mercado y llegó a su casa.

Ya estando la ex casada algo más tranquila por lo sucedido recientemente en el mercado se dio a poner las verduras en el refrigerador y con solo ver los cuatro atados de alcachofas con las otras bolsas que le robó al descarado verdulero su aireado estado anímico se intensifico aún más notándose en su rostro, esto al recordar la expresión sonriente y depravada del entierrado hombrecillo mientras este le manoseaba su trasero, y de cómo este se agarraba el paquete diciéndole que ella se podía llevar lo que quisiera de aquella parte de su cuerpo, pensando finalmente que por lo menos aquella incómoda situación vivida le había servido para ahorrar los pocos pesos que le iban quedando, claro que cuando recordó también ese llamativo bulto alargado e imaginar lo que podría existir ahí debajo de la tela del entierrado pantalón su rostro en el acto adquirió una extraña seriedad, por lo que prefirió dedicarse a lo suyo y a olvidarse de lo sucedido en el mercado.

Pero ahora venía la parte en la cual ella no tuvo tiempo para pensar en su paseo al mercado, mas ya estaba decidido, se dijo para sí misma en un momento en que se encontraba de pie ante el espejo del baño de su casa mirándose entre vanidosa (claro que vanidosa en el buen sentido de la palabra) y preocupada al mismo tiempo.

Estando ya más seria y algo nerviosa, otra vez se dio a maquillar suavemente su cutis, luego cepilló sus largos cabellos rubios y semi rizados, una vez que se sintió conforme con su cometido y ya lista nuestra rubia y casada Gabriela se disponía nuevamente a salir de su casa pero ahora con un destino mucho más particular que al de esa mañana, ahora iría a visitar a su familia tal como lo había estado pensando en esos últimos tres días, a su verdadera y única familia.

El taxi que abordó Gaby en la esquina de su casa no demoró más de 30 minutos en dejarla solo a tres cuadras del edificio en que se encontraba su antiguo hogar, minutos en que la ex casada solo se dio a pensar en cómo sería aquel incomodo momento en que ella llamara a la puerta del departamento en donde gracias a Lidia sabía que aún vivía Cesar con el pequeño hijo de ambos, la nostalgia de aquella triste mañana antes de ir al mercado otra vez se apoderaba de su persona, y sus demonios internos nuevamente comenzaban a hacerla flaquear.

Miles de dudas habían llenado la mente de una muy arrepentida Gabriela en los minutos que duró el viaje en taxi:

¿Cesar al verla le cerraría la puerta en sus narices debido a como ella lo trató en la última ocasión en que se vieron? ¿La tildaría de puta lujuriosa tal como una vez ya lo había hecho cuando este la sorprendió desnuda y manteniendo relaciones sexuales empeñosamente en su propio lecho matrimonial con un hombre mayor? –¡No!, -se respondía para ella misma con su atractivo pero serio rostro puesto fijamente en la ventanilla de los asientos traseros del taxi, diciéndose también que Cesar no era así, él era un caballero y no un ordinario como los últimos viejos con los que ella equivocadamente se había involucrado desde que abandonó a su verdadera familia, incluyendo también a ese asqueroso vendedor de verduras que aparte de manosearla la había mirado como a una cualquiera, además que recordaba claramente que su amiga le había dicho que Cesar aún estaba enamorado de ella, que fue él mismo quien se lo había confesado según las palabras de la propia Lidia.

Por otro lado y que no era un detalle menor la prohibición extra judicial que existía la cual indicaba que ella no podía acercarse a su hijo radicaba en que ella no podía exigir su custodia, o que lo fuese a buscar para salir con él por el día, pero no decía nada de no poder ir a visitarlo por un par de horas, y si Cesar aun la amaba como dijo Lidia quizás… quizás…, -una muy dubitativa Gabriela no se atrevió a pensar más allá de lo que su mente estaba formulando.

Todas esas apreciaciones eran las que seguían atacando la agitada conciencia de Gabriela al momento de ella estar solo a cuadra y media de donde había vivido hace ya más de un año junto a los suyos, sus pasos eran temblorosos y el corazón le latía desbocadamente, estaba solo a minutos de volver a reunirse con su Jacobo y con Cesar pensaba en su convulsionada mente mientras seguía avanzando hacia su edificio con sus piernas casi dormidas y no sintiéndolas debido a su alterado estado.

–Tranquila Gabriela… tranquila… debes pensar muy bien lo que le vas decir a Cesar para que podamos arreglar nuestra situación, – iba pensando la ex casada cuando ya cruzaba las rejas del condominio de edificios donde había vivido antes de la tragedia que ella misma se había buscado.

Todo esto revolucionaban los sentidos de la decidida ex casada quien pretendía para ese mismo día reparar en algo el error cometido contra su familia, hasta que cuando ya estaba próxima a la frondosa plazoleta que existía antes de llegar a la entrada de su edificio la muy sorprendida rubia quedó paralizada por la viva imagen de su pequeño hijo que se encontraba en los juegos de la citada plaza, solo eran metros los que los separaban.

Ahí estaba Gabriela parapetada tras un automóvil respirando agitadamente sin tener el valor suficiente para encontrarse con los suyos, su hijo estaba solo a unos metros de donde estaba escondida, desde su posición veía nítidamente a su pequeño Jacobo tras más de un año de ausencia en el hogar por parte de ella, notaba que su amado retoño estaba un pelito más grande de cómo ella lo había dejado, sentía una tremendas ganas de salir corriendo de su escondite para ir a abrazarlo y llenarlo de besos tal como ella lo hacía en los tiempos aquellos, de pronto y como si todo eso fuese el mejor de los milagros creyó ver que su pequeño cruzaba su mirada con la de ella, en eso lo sintió gritar con entusiasmo y venir corriendo hacia ella:

–¡Mamá…! ¡¡mamitaaa…!!

Un muy dichosa Gabriela salió de su escondite aun con lágrimas de emoción en sus azules ojos, y se dio a esperar el ansiado abrazo de su hijo, y tal como se dijo, eran muchas las lágrimas de felicidad que corrieron por sus mejillas, sabía que Cesar la comprendería y todo ese entuerto que ella misma había ocasionado lo superarían, no le importaba que no fuera inmediatamente, total tendrían todo el tiempo del mundo para hacer las paces, pero lamentablemente todo se le descalabró de un segundo a otro cuando sus azulados ojos vieron en forma horrorizada que su amado hijo Jacobo se lanzaba a los brazos de otra mujer que no era ella y que este, su hijo, la trataba como “Mamá”.

La paralizada Gabriela quien otra vez se ocultó detrás del automóvil para no ser vista vio en forma estupefacta que no a más de 3 metros de donde estaba ella escondida una extraña mujer que nunca en su vida había visto era la que tapaba de besos a su hijo, y que a un lado de ella estaba parado Cesar su ex marido mirando muy sonriente la supuesta y filial escena familiar, fue en eso que la rubia los escuchó hablar:

–Jacobo… despídete de tu “madre” que tu abuela ya está esperando…, -dijo Cesar obviamente dirigiéndose al pequeño.

Gabriela sintió que la estaba atravesando un rayo, o sea, ¿el muy descarado de Cesar ya había encontrado una madre sustituta para su hijo? ¿Y que había con lo dicho por Lidia hace no más dos meses atrás?, Gaby vio que también justo un poco más atrás de Cesar la señora Romina esperaba junto a un taxi a su nieto, a la vez que la escena continuaba entre la extraña mujer y su retoño:

–Jacobito pórtate bien con tu abuelita, en tu mochila puse tus juguetes y tu nueva revista de “Los Increíbles”, -le decía aquella mujer recién aparecida a su hijo, según lo que escuchaba Gabriela.

En eso la quebrada ex casada vio cómo su pequeño besaba a su supuesta madre para luego salir corriendo hacia donde estaba su abuela esperándolo con la mochila en una de sus manos, de un momento a otro, nieto y abuela abordaron el taxi y simplemente desaparecieron de aquella escalofriante escena para la rubia.

Gabriela sintió unas tremendas ganas de salir de su escondite e ir a poner en su lugar al muy estúpido de Cesar por la semejante idiotez que estaba cometiendo, y de verdad que lo deseaba hacer, ¿Cómo se le podía ocurrir dejar que Jacobo llamara madre a otra mujer que no lo era?… ¡Si ella era su madre por Dios!, -se decía Gaby al borde del llanto.

Pero más choqueada aun quedó la rubia cuando vio que la pareja que estaba viendo justo al frente de ella una vez que vieron desaparecer el taxi se abrazaron uno frente al otro, con las manos de Cesar puesta en la cintura de ella y que esta última ubicaba las suyas en los hombros de Cesar, luego y como si todo estuviese sucediendo en cámara lenta se prodigaron un suave beso en la boca en señal de amor mutuo, para después sencillamente caminar lentamente y abrazados hacia la entrada del edificio en donde la impactada ex casada los vio desaparecer.

Gabriela se quedó boquiabierta y sin ser capaz de mover ni un centímetro de su loable cuerpo preguntándose de ¿qué hacía esa mujer con su familia? si ella… ella misma era la verdadera madre de Jacobo y no esa estúpida aparecida, ella aún era la legitima mujer de Cesar, todo esto alteraban su mente y sus sentidos, pero cuando al llevar su vista a un costado de donde estaba plantada vio que a solo metros de su ubicación estaba parado don Carlos Bernabé mirándola con una maliciosa sonrisa.

El viejo conserje se encontraba en esos momentos con un manguera en sus manos regando las plantas de uno de los jardines de la plaza, y junto a él estaban también tres viejas vecinas del edificio, los cuatro cuchicheaban entre ellos y las viejas solo se daban a mirarla de pies a cabeza en forma despectiva y como si Gabriela les diera asco, o al menos así lo percibía la rubia.

A la desdichada ex casada otra vez no le quedaba de otra, disimuladamente intentó secar sus lágrimas de los ojos con los nudillos de una de sus manitas, luego tomó un poco de aire y estiró en forma inconsciente su vestido y dio media vuelta emprendiendo dignamente su retirada hacia la salida del condominio de edificios, claro que por dentro sabía de la humillación que estaba viviendo al haberse encontrado con semejante situación y que para colmo había sido vista por el conserje y gentes de su antiguo edificio.

Más de 10 cuadras caminó la rubia en forma pensativa y autómata, ni siquiera podía recordar la cara de aquella extraña mujer que con toda seguridad debía estar viviendo con Cesar en su propio hogar, o el que fue su hogar se decía seguidamente, además de estar casi segura que los muy sin vergüenzas habían enviado a Jacobo con su abuela para ellos poder acostarse y hacer sus inmundicias sin que nadie los molestara, -¡pero por Dios que descarado e irresponsable era Cesar!, -se decía de a momentos una destrozada Gabriela sin ni siquiera ponerse a pensar en todo lo que había hecho ella cuando solo hace poco más de un año había sido ella misma quien hubo destruido su matrimonio y su familia al haberse calentado con don Cipriano, eso por ahora no figuraba en su mente.

Una hora más tarde la devastada ex casada aún se mantenía dubitativa pero ahora en la soledad de su hogar.

Estando sentada en su living analizaba una y otra vez lo sucedido a la entrada de su antiguo edificio, junto con esto ya se fumaba el tercero de los arrugados cigarros que se le habían quedado a su cuñado en su última visita.

La rubia no sabía qué hacer ni que pensar, su fugaz intento de ir a hacer las paces con su ex marido se habían ido al tarro de la basura con todo lo presenciado en las cercanías del que fue su hogar, aun le quemaba el alma recordar como su propio hijo trataba de mamá a otra mujer que no lo era, y lo segundo, eso de ver a Cesar besándose con otra que no era ella le enervaban los sentidos, y así estuvo otra hora más en donde no podía sacar de su cabeza aquellas enloquecedoras imágenes, de pronto también se preguntaba que a ella ¿qué le importaba con quien se anduviera revolcando Cesar?, si a ella lo único que le interesaba era su hijo, pero a los minutos otra vez se preguntaba si ellos después de haberse besado… ¿se habrían ido a acostar?, la rubia no quería admitirlo, pero aunque según ella le daba lo mismo, la situación igual le molestaba, y claro su mente le indicaba claramente que el Cesar con esa puta que se había buscado con toda seguridad se habían ido a coger después de deshacerse de Jacobo.

Fue que estando la rubia preocupada por todo lo anteriormente descrito cuando sintió el zumbido de su celular adentro de su bolso, rápidamente lo sacó y pudo comprobar de quien se trataba, obvio, era don Pedro, Gabriela le contestó con desgana:

–¿Diga?

Al contrario de Gabriela el viejo se notaba de muy buen humor:

–¡Hola mi putita de tetas grandototas y llenas de lechita solo para mi… Jejeje… tanto tiempo!, ¡Por fin pude reparar ese maldito motor! ¿Cómo la ves rubia…? ¡Jejeje!

–¡Ah mire Usted…! y… ¿Qué quiere ahora?, -le consultó la rubia secamente, con todo lo vivido ese día y por la forma en que la trató el viejo en su última visita lo último que deseaba Gabriela era ponerse a platicar de la vida con aquel miserable hombre.

–¿Cómo que qué quiero…? ¡¡Pues te quiero a ti yeguaaa…!! -el viejo en el acto cambio de humor, no le gustaba que la que había sido hembra de su hermano le contestara de esa forma, además que ahora ya casi la veía de su propiedad.

Gabriela cerró sus ojos en señal de molestia, ya hasta le cargaba que la trataran de yegua, aun así quiso de forma inmediata decirle a ese detestable vejete cuál era su postura después de que este la tomó como si ella fuese cualquier cosa:

–¡Oiga! ¡Escúcheme bien… porque hora soy yo quien le hablara a Usted…! ¡después de lo que me hizo la última vez que vino yo no quiero que nunca más me…

Don Pedro quien había estado pensando en las posibilidades de cómo le contestaría la rubia después de él habérsela casi violado no la dejó seguir hablando, además que él sabía que seguirían cogiendo hasta que él se aburriera, ni decir que también estaba convencido que la rubia esa era adicta a la verga, y más aún cuando le mostraban una de muy buen tamaño:

–¡¡¡Cállate zorraaaa…!!! -le bufó el mecánico como bestia a través del teléfono, por lo que Gaby tuvo que separar el dispositivo inalámbrico de su oído, luego siguió escuchando la aguardentosa voz de su ordinario cuñado que estaba casi gritando desde el otro lado de la línea, -¡¡¡y no me salgas con ese tipo de mamadas…!!! ¡¡¡Uno te llama para ver cómo estas y tú te pones de lo más pesada con uno…!!!

Pero Gabriela aún se mantenía en su misma postura inicial y por ahora no estaba dispuesta a bajar la guardia:

–¿¡¡Y como quiere que lo trate después de lo que me hizo…!!?

–¡¡No chingues rubia…!! ¿¡¡Y qué fue lo que supuestamente te hice yo a ti… puta…!!? ¡¡Mira que no me acuerdo!! -el vejete ahora también ya se estaba calentando con solo escuchar el alegato de la rubia.

–¿¡Oiga… acaso no le da vergüenza más encima preguntarlo!? ¡No se haga el menso… porque yo sé muy bien que Usted lo sabe…!

–¡¡Ahhh claro…!! ¡Tú te refieres a cómo te dejaste encular como una verdadera perra caliente la última vez en que nos vimos! ¿¡Verdad putona…!?

Gabriela aunque no le gustaba acordarse sabía que en aquella ocasión finalmente ella había aceptado la cogida anal con el viejo sin ningún tipo de problemas y con ella gozando como una descerebrada, aun así eso no la convertían en una perra caliente como decía ese viejo desgraciado, sin embargo no pretendía que este tomara ventaja en la conversación, pero con tan solo recordar las miles de sensaciones que la invadieron cuando este se la dejaba ir por atrás aquel día le hicieron ponerse a la defensiva y a comenzar a bajar la guardia casi sin darse cuenta:

–O… Oiga… eso… eso no fue así… y Usted muy bien lo sabe… Usted… Usted me forzó a hacerlo por esa parte… Usted me… me… vi… vio… violó…, -le soltó a sabiendas que el vejete algo tenía de razón en sus últimas palabras, a la vez que este mismo se encargaba de dejárselo bien en claro:

–¡¡Jjejejeje…!! ¡Tú sí que eres una zorra de lo más desvergonzada rubia!, ¿acaso se te olvida como terminaste enculandote tu sola en mi verga mientras rebotabas sobre ella… y que casi nos quedamos pegados cuando estábamos haciéndolo en el suelo de tu casa…? ¡¡Jaja!!

Un incómodo silencio se hizo en la línea telefónica, y al mecánico de la feria eso le encantaba ya que esto significaba que Gabriela no tenía demasiados argumentos para defender su postura, y de hecho no los tenía, hasta que nuevamente el vejete la escuchó hablar:

–Eso… eso que Usted dice no fue así… y si p… piensa…

Pero don Pedro no le daría pie para que la casada se defendiera, además que ya notaba como ella le hablaba en forma entre cortada:

–¡Claro que fue como yo lo dije estúpida… recuerda que tú eres una puta muy buena para la verga… así que ya no te hagas…! ¡Ahora escúchame bien… yo llegaré como en dos horas a tu casa, y tenme preparada la delantera que hoy sí que la ocuparemos… y si te portas bien y me la meneas rico así como tú sabes capaz que nuevamente te la deje ir por el culo!, jejejee…

–¿¡Q… qué… que diceee!?, -Gabriela lo había escuchado y entendido claramente, comprendía que su viejo cuñado ahora pretendía tener sexo con ella de la forma normal, ya que eso de querer este que ella le tuviera preparada la delantera significaba solo una cosa y esto era que ahora deseaba metérsela por la vagina, esa sola parte de la conversación la pusieron de lo más nerviosa, pero de ese nerviosismo rico que siente una persona cuando sabe qué tal vez hará algo malo, sumándole que le ofrecían nuevamente perforarla por detrás, en tanto el viejo y aprovechador mecánico continuaba haciéndole ver sus cachambrosas intenciones.

–¡Lo que me escuchas yegüita… hoy sí que te probaré ese rico tajo que te cargas un poco más abajo de tu ombliguito!! Jejeje… Ahhhh… y espérame de lo más buenota… porque antes de acostarnos te sacaré a tomar unas chelas bien heladitas por ahí, para después volver a la casa y enchufártela así como te dije…

Pero Gabriela no sabía a cómo reaccionar ante las aprovechadoras pretensiones de su casi cuñado, sus verdaderas intenciones de negarse a todo lo que quisiera ese asqueroso hombre con ella imperaban férreamente en su mente, pero en ese mismo instante fue un rico hormigueo vaginal el que la llevó a subir una de sus loables piernotas sobre la otra a la vez que contraía su puchita sintiendo bien rico ahí dentro y como si en cualquier momento le fuese a salir un poquito de agüita caliente de esa parte, eso era lo que estaba sintiendo la sorprendida rubia y todo gracias a las groseras palabrotas de don Pedro, sobre todo esta oración: –“recuerda que tú eres una puta muy buena para la verga…”.

Estando con su teléfono pegado en su oído y con estas nuevas e improvisadas sensaciones en cierta parte de su cuerpo nuestra ex casada se dio a seguir intentando negarse a lo que don Pedro claramente deseaba, en tanto las exquisitas sensaciones en su vagina la obligaban a cambiar de postura en el sillón en el cual estaba sentada, o de a momentos bajaba su pierna para luego subir la otra en donde el rico hormigueo en vez de menguar se intensificaba sobre todo cuando ella contraía su vagina a sabiendas de lo que iba a sentir haciéndolo, aun así se dio a contestarle:

–¡Ay no lo sé…! La… la verdad que yo pensaba que nosot…

–¡¡No me interesan las pendejadas que tú pienses sobre nuestra relación…!! -le cortó el viejo otra vez en forma enérgica y gritándole, –¡Escúchame bien puta… tú solo espérame con la zorra bien olorosita porque esta noche antes de ocupártela también vamos a salir…! ¡Llego en dos horas más…! -y sin más el vejete sencillamente le cortó la llamada.

Es importante destacar que don Pedro estaba desesperado por ver lo más pronto a Gabriela, y su apuro no era tanto por volver a encamársela ya que él creía saber que la rubia en la situación que se encontraba seguiría siendo su mujer por todo el tiempo que él lo quisiera, su apuro ahora iba mucho más allá, don Pedro sabía que lo plazos se iban venciendo y que la vieja Ernestina llegaría dentro de una semana máximo, por lo mismo tenía que de una u otra forma convencer a Gabriela que se prostituyera para él, y había escogido esta misma noche para hablar de negocios con ella, o al menos dar el punta pie inicial del singular negocio que él tenía en mente en donde la rubia iba a ser la principal protagonista, sin mencionar que la sola idea de ver a semejante hembra “trabajando” en la esquina del callejón escogido para tal efecto lo calentaban y lo prendían a mil.

Gabriela estando totalmente ajena de las siniestras pretensiones económicas de su casi cuñado en forma estupefacta vio cómo su teléfono se apagaba al haberse cortado la comunicación pensando en las últimas palabras de don Pedro, este anunciaba su llegada y quería salir con ella quizás para adonde, además entendía que el muy sinvergüenza también deseaba cogérsela por delante, según le había dicho, y todo para esa misma noche, y al aun tener en su mente la viva imagen de ver a Cesar con otra mujer y que ya era un hecho que ellos estuvieran viviendo juntos llevaron a que su mente otra vez le hiciera “click”, ya que la rubia en forma apurada se levantó de su asiento a la vez que consultaba el reloj mural, don Pedro llegaría cerca de las 7 pm, luego de eso se dirigió a su habitación, le habían pedido que estuviera de lo más buena posible, y eso era lo que ella haría, Cesar no se iba a salir con la suya.

Ya en su solitaria recamara la rubia en forma nerviosa buscó en su armario uno de los vestidos más ajustados de los que tenía ya que recordaba claramente que así le gustaban a ese otro viejo que estaba entrando en su vida, sumado a que ella recordaba muy bien que ya en una ocasión este mismo le había dicho que con uno de estos deseaba lucirla delante de sus amigos, por lo que optó por un ajustadísimo vestido negro muy parecido al que se había puesto en la fallida salida anterior cuando lo había amamantado y en donde habían preferido acostarse en vez de salir a servirse algo, ella sabía del efecto endemoniado que este le daría ese vestido a las formas de su cuerpo.

El exquisito vestido elegido por Gabriela ya estaba tendido sobre la cama listo para su uso, este era abotonado desde la altura de su ombligo para arriba por la parte frontal hasta el nacimiento de sus senos, y se ajustaba deliciosamente en la parte de su cintura, este dejaba ver una buena parte de sus bien torneados muslos, claro que no en forma exagerada.

De un momento a otro y en forma apurada pero siempre femenina para sus cosas nuestra rubia se desnudó para luego irse a la ducha, ya que don Pedro le había pedido que estuviera olorosita para cuando el llegara a buscarla, literalmente una perdida Gabriela estaba siguiendo al pie de la letra lo que le habían solicitado, y es que por lo sórdido y enajenante que fue para ella la situación vivida aquella tarde a la salida de su ex edificio donde vivió con Cesar, esto sencillamente le estaban haciendo olvidarse de todo lo que había pensado después de la última visita de aquel caliente vejete.

Gabriela estaba totalmente desnuda mientras se duchaba y enjabonaba todas las curvas de su cuerpo, sus rubios cabellos estaban todos llenos de espuma debido a la gran cantidad de shampoo con que a ella le gustaba tonificarlo, mientras el agua espumosa recorría cada centímetro de su dorada piel.

A los 10 minutos de relajante ducha la rubia creía no estar segura de lo que estaba haciendo, y tal como se dijo, en los tres últimos días ella se había juramentado que nunca más volvería a ser la mujer de su casi cuñado y ahora debido a los sucesos recientemente acaecidos ella estaba bajo el agua totalmente desnuda y preparándose para él, o sea, estaba haciendo todo lo contrario a lo que se había dicho.

Habían momentos de mediana lucidez en que Gabriela se decía que esta vez ella no caería tan fácilmente en las falacias de ese asqueroso hombre, si hasta le daban ganas de salir rápidamente de la ducha para ponerse algo de ropa e irse a cualquier lugar en donde el viejo no pudiera encontrarla, para luego y de un momento a otro sentir en su cuerpo esa cómplice sensación de disfrutar el hacer algo que no se debe hacer, pero en el fondo de toda esta situación era que el fresco recuerdo estampado en su mente de Cesar abrazado frente a frente con otra mujer y besándose de la misma forma de cómo si ellos fuesen la viva imagen de una tarjeta postal del día de San Valentín en el mejor de los atardeceres, solo eso la estaban llevando a cometer otra de las mismas estupideces de siempre.

En todo ese lapso de tiempo en donde eran muchos los sentimientos encontrados que atacaban la conciencia de la ex casada ella ya terminaba de enjuagar su curvilíneo cuerpo por tercera vez consecutiva, luego estuvo otros 10 minutos cepillándose los dientes con abundante crema dental siempre estando bajo la ducha disfrutando del agua caliente, y cuando ya pensaba en cerrar la llave para proceder a secarse, algo en su mente le daba vueltas, don Pedro claramente le había dicho que esta vez lo harían por la delantera, o al menos así le había entendido Gabriela, pero ella aún no estaba segura en dejarlo a que se lo hiciera, y mientras más pensaba la confundida rubia en todo eso, fueron esas mismas ideas las que la llevaron a recordar lo dicho por el ordinario vejete en una de sus últimas incursiones sexuales: “–Me pregunto… ¿cómo te verías encuerada y con el tajo que te cargas entre medio de tus piernotas totalmente depilado?, creo que sería una maravilla…”.

Y no era que Gabriela quisiera sorprender a su cuñado en lo más absoluto, ni siquiera estaba segura si se acostaría con él o no, sino que esto que estaba pensando ahora lo haría nada más que por curiosidad ya que ella nunca antes se la había depilado para nadie, además que sabía muy bien que ella estaba mucho más buena que la mujerzuela esa con la cual su ex marido ahora se revolcaba, su mente era un caos.

Claro estaba que todo lo vivido aquel día aportaban a que nuestra casada se fuese perdiendo cada vez más, en su mente imperaba un mar de confusiones y pensamientos contradictorios, así que ya casi sin pensársela y no midiendo consecuencias para ella corrió la cortina de la ducha y con su manita tomó el bolso que en su interior contenía cosméticos y otros artilugios femeninos en donde ella tenía guardada una máquina de afeitar de esas rosaditas, o sea… ya lo había decidido, se la iba a depilar, o más bien dicho… se afeitaría su vagina tal como lo deseaba don Pedro, pero sin ánimos de prestársela según ella.

Estando ya la rubia aun desnuda pero lista y dispuesta para hacer lo que tenía pensado elevó una de sus bien formadas piernotas a uno de los cantos de la tina y la abrió lo suficiente como para llevar a cabo esa endemoniada tarea, (su imagen desnuda de mujer y con una de sus piernas abiertas era tan endemoniada como la misma tarea) para luego proceder a esparcir una gran cantidad de espuma de jabón en su bajo vientre en donde cubrió todo su triangulo vaginal, y ya sin pensársela más comenzó con aquel enloquecedor y vanidoso ritual femenino.

La rosada máquina de afeitar tomada delicadamente por una de las manitas de Gabriela se deslizaba suave por su dorada piel vaginal una y otra vez, todo esto con ese característico sonido de filamentos sesgando aquel precioso e íntimo césped femenino, también repasando en incontables ocasiones por la sensual zona de la pelvis en donde la rosada máquina de afeitar junto con raspar eróticamente su piel también retiraba de esta en forma impecable a modo de rastrillo numerosos pelitos dorados y encrespaditos.

Las hojas repasaban y cortaban todo a su paso seguidas veces en forma suave en distintas partes del punto vaginal, y luego otra vez por la pelvis que a los pocos minutos de labor por parte de la rubia esta ya estaba casi despoblada de sus bellitos dorados.

En aquel exquisito rito femenino al interior del baño aparte del sonido del agua corriendo también se escuchaba el suave golpeteo de la máquina de afeitar contra el canto de la tina en donde Gabriela dejaba caer sus bellitos dorados, estos a medida que caían a la superficie de la tina se fueron por el desagüe en forma de remolino con el agua que seguía corriendo, para luego volver a pasársela por la vagina y sobre todo repasándose la pelvis la cual a estas alturas ya lucía totalmente desprovista de pelos, la única intención de Gabriela era eso mismo, es decir: dejársela tal cual como luce la vagina de una muñeca de goma, o como la tiene una nena antes de la pubertad.

Fueron más de 15 minutos en donde la rubia estuvo ocupándose solo de su triangulo de amor, hasta que finalmente cuando dejó la máquina de lado junto al shampoo y la jabonera se la enjuagó en reiteradas ocasiones quedándole su cosita totalmente peladita y bien brillante por el efecto del agua y la luz del baño.

Ya estaba hecho, se la había afeitado completamente y en forma impecable.

En el momento en que Gabriela ya se encontraba en su habitación y recién duchada se dio a secar con meticulosidad su desnudo y delineado cuerpo, luego de hacerlo procedió a encremar su piel poniendo mucho cuidado cuando lo hacía en la parte de sus pechos, ya que estos estaban otra vez rebosantes de leche debido a que ya hacía casi una semana que no amamantaba a nadie, (pero por ahora no entraré en ese tipo de detalles), posteriormente a eso también se aplicó crema una y otra vez en la suave superficie de su vagina recién rasurada, y no conforme con ello también se puso en esta todo tipo de lociones y aceites para aumentar su suavidad para luego y finalmente volver a encremarsela, la rubia ni se imaginaba que con su pretenciosa acción femenina si algún pobre mortal fuese a disfrutar de ella (de su vagina) esa noche este con toda seguridad iba a enloquecer de desesperación por devorársela con solo olérsela.

Luego de eso la rubia se ubicó desnuda como estaba frente al espejo, y con sus manos puestas en sus caderas procedió a mirarse en forma presuntuosa desde su ombligo para abajo en distintas posturas, una vez conforme de cómo había quedado su depilado triangulo se dio a secar sus rubios cabellos con el secador eléctrico, su potente imagen desnuda era enloquecedora, sobre todo cuando ya sentada en su tocador comenzó a cepillar su pelo con delicadeza, deseaba verse impecable.

Una vez de haber terminado de cepillar sus cabellos rubios nuestra Gaby puso atención en su ropa interior, sin pensársela mucho optó por un diminuto conjunto de ropa interior de color negro y de finos encajes, la ex casada sabía que con ese color no se le iba a transparentar nada por sobre el vestido, una vez puestos en su cuerpo este lucía infernalmente soberbio, daban ganas de ir y comérsela así tal como estaba, pero claro que estos singulares detalles no los notaba la suculenta rubia, para ella todo eso era lo más normal del mundo al verse en aquellas condiciones, eso todos lo sabemos.

Hasta que finalmente y una vez que terminó por embutir su soberano cuerpazo en el ajustado vestido negro antes mencionado, con mucho cuidado fue ajustando botón por botón hasta la misma altura de sus hinchados senos que por muy llenos de leche que estuvieron para nada lucían desproporcionados a su cuerpo, recordemos también que su vestido le llegaba hasta un poquito más arriba de sus dos pedazos de muslos enseñando una buena parte de ellos claro que sin llegar al escándalo, para finalmente calzarse unas pequeñas sandalias con correas negras de mediano taco.

Gabriela una vez que maquilló suavemente su rostro como ella siempre lo hacía caminó cadenciosamente hasta el living de su casa de donde recogió la cajetilla de cigarros y el cenicero llevándolos hasta la mesa del comedor, (ahora ni siquiera recordaba que hace solo un año atrás ella condenaba el mal hábito del tabaco), luego de eso en forma muy delicada corrió una de las sillas en donde depositó su curvilínea anatomía a la vez que encendía otro cigarrillo a sabiendas que aún faltaban como 20 minutos para que llegara el muy sin vergüenza de su casi cuñado.

La rubia estaba muy bien sentadita y fumaba con expresión de seriedad pensando quizás en qué tipo de cosas. En aquellas sublimes condiciones femeninas en donde otra vez estaba con una de sus piernas subida una sobre la otra lucía sencillamente perfecta, su ajustado y estirado vestido negro (que como bien sabemos era casi 2 tallas menos de su actual número) se moldeaba en sus carnes tan prodigiosamente que mostraba su figura tal cual como era esta cuando ella estaba sin nada de ropa, este realzaba demencialmente las llamativas curvas que ella criminalmente se cargaba.

Pero el ensimismamiento de la rubia fue abruptamente interrumpido en el momento que sintió abrirse la puerta que daba a la calle, era don Pedro que ya llegaba, Gabriela lo miró detenidamente de pies a cabeza hacia el umbral de la puerta abierta, el viejo venía con su mejor pinta de salida, ahí estaba parado mirándola con su sonrisa depravada, la ex casada era testigo de que este otra vez vestía su desgastada camisa plomiza que supuestamente era blanca la cual tenía todo el cuello molido y con restos de mugre, con los mismos pantalones con los que se había ido y calzando sus viejos zapatos negros.

El viejo con solo encontrarse con semejante imagen femenina quedó prácticamente con la lengua afuera, la rubia esa sí que se veía radiante y como una verdadera reina de belleza sentada en su trono con aquel minivestido de una sola pieza que había escogido, junto con calentarse con el solo hecho de estar mirándola, su mente a raíz de todo lo que venía pensando de hace días ya le indicaba todo el dineral que iban a ganar sus bolsillos solo en un poco lapso de tiempo más, y esto era cuando ya la estuviese abiertamente explotando sexualmente.

–Estoy lista…, -fue lo primero que dijo la ex casada a su casi cuñado mirándolo fijamente a la cara una vez que este abrió la puerta principal de su casa y luego de haberlo analizado de pies a cabeza.

–Así me doy cuenta reinita, Jejeje, te ves muy putona así como estas vestidita…, -le fue diciendo el vejete a la vez que se acercaba a ella y rodeaba la silla analizándola con malsana perversión, –entonces… ¿nos vamos?, -dijo este una vez de haber terminado su ardiente análisis, su verga ya sentía muchas sensaciones placenteras gracias al sentido de la visión.

–Como Usted quiera…, -le contestó la rubia aun con desgana en el tono de su voz al momento en que se ponía de pie y tomaba su bolso desde la mesa, cuando lo hacía con una de sus manitas arregló su semi ondulado pelo rubio por detrás de una de sus orejitas, pero el vejete no prestaba por ahora atención a esos interesantes detalles, todos sus sentidos estaban puestos en el cuerpazo de semejante potra, sobre todo en ese culo amplio, bien hecho y respingón, este era perfecto, don Pedro se preguntaba y se decía que ¿como el muy idiota de su hermano pudo haberla descuidado tanto?, –¡¡si la muy putilla de María no le llegaba ni a los talones a este monumento de hembra!!, -fue lo último que pensó en los momentos en que ya hacían abandono de la casa.

A los pocos minutos Gabriela y don Pedro ya habían abordado la camioneta de la rubia, obviamente y como debe ser era el vejete quien manejaba con toda propiedad como si él ya fuese el dueño del vehículo.

–Y entonces… ¿para dónde me va a llevar?, -le consultó Gabriela aun con el semblante serio en su rostro y mirando al viejo mientras este conducía, la rubia por enésima vez se encontraba sentada con una de sus piernas una subida sobre la otra, quedando la suavidad de una de ellas muy cerca de la mugrienta mano de don Pedro que estaba puesta en la palanca de cambios.

El viejo por su parte solo la miraba en forma deseosa alternado su ardiente mirada hacia su cara y esas tremendas piernotas que estaban solo a centímetros de su alcance, hasta que con sonrisa depravada y a la misma vez que le hablaba posó su mano derecha en el suave muslo de la rubia:

–No lo sé aun… ps… da lo mismo… que tal si nos vamos a tomar unas chelitas por ahí…, -le contestó mientras se daba a acariciar la suave extremidad inferior de tan potente mujer, el vejete en esos deliciosos momentos caía en cuenta que las veces anteriores en que había estado con ella (y no precisamente paseando en camioneta) no se había dedicado a saborear y sentir tan exquisitos manjares que nos proporciona la vida cotidiana al tener al alcance semejante ejemplar de mujer, esto solo por la imperiosa ansiedad en que había sucumbido por cogérsela el también, y obviamente tomar de su leche materna.

Por otro lado Gabriela se quedó atónita mirando fijamente la mano del viejo y como esta comenzaba a acariciarle el muslo desde la mitad de este hasta su rodilla en forma rasposa.

A pesar de que la rubia estaba plenamente consciente de que ellos dos ya habían intimado sexualmente en un par de ocasiones, de igual forma ella pensaba que este no tenía el derecho de llegar y tocarla como si ambos fueran novios o algo parecido, ella nunca se lo había dado, lo que había ocurrido entre ellos era toda culpa de don Cipriano y no de ella, se decía, y la forma en que este otro vejete asqueroso la estaba tocando, como si la cosa fuese llegar y llevar, no dejó de molestarla, incluso sintió el impulso de quitar ella misma esa mugrienta y pelada mano de su pierna, sin embargo y gracias a los extraños acontecimientos ocurridos en el transcurso de aquel día sencillamente llevó su mirada hacia la ventanilla y lo dejó, total sabía que al momento en que el viejo quisiera algo más lo frenaría en seco y le diría unas cuantas verdades, verdades que no alcanzó a decirle por teléfono en la tarde porque este mismo no la había dejado, solo se limitó a seguir con la conversación:

–Ay no, cervezas sí que no, con todo lo que me ha ocurrido últimamente prefiero beber algo más fuerte…, además que con las cervezas una queda muy hedionda.

Don Pedro se quedó sorprendido con la respuesta de Gabriela, y en el acto se lo hizo saber, su mano después de haberse saciado en esas suavidades ya estaba de vuelta en la palanca de cambios:

–Ahhh… no mames… pero si mira nada más, te… te estas volviendo una bebedora muy ruda… Jejeje… ¿quién lo iba a creer?

–¿Qué cosa…? -le consultó Gaby en el acto ya que verdaderamente no sabía a qué se refería el viejo.

–Que te gustan las sensaciones fuertes ps rubia, conozco a pocas mujeres que se dan a los tragos duros.

–Nunca he sido buena para beber, solo es cuestión de gustos, la cerveza me sabe muy amarga, además que me da sueño, -en el tono de voz de Gabriela aun predominaba la desgana, al contrario de la de don Pedro que cada vez se entusiasmaba más de acuerdo al desarrollo de la conversación, según él la noche aquella era muy prometedora.

–Que vas a preferir mi yegua… ¿un wisquicito… o un aguardiente?, -le consultó el ansioso vejete, quien ya se veía sentado con ella al interior del boliche de mala muerte al cual la llevaba bebiendo a la par y como dos grandes amigos.

–Oiga si me invitó a salir al menos llámeme por mi nombre y no así como Usted dice…, -en el tono de voz de Gaby cada vez se notaba más el cabreo, incluso ya hasta se estaba comenzando a arrepentir de haber salido con el mal hablado de don Pedro.

–¿Y cómo quieres que te diga…? -le consultó el viejo en forma inmediata, –¡¡si para mi eres una tremenda yegua!! ¡¡Sobre todo así como andas vestida!! ¿O prefieres que te diga mi Potranca? ¡¡pero si te gusta también te puedo llamar Puta!! O… ¡¡Perra caliente…!! ¡¡Jajajaja!! ¿Cuál prefieres…?

–¡¡Me llamo Gabriela, Usted bien lo sabe…!!, -la ofuscada rubia ya estaba deseando que llegaran a un semáforo en rojo para ella bajarse del vehículo e irse para cualquier parte, su viejo cuñado otra vez se estaba poniendo pelado y de lo más odioso.

–¡Ps…! ¡Elige como prefieres que te llame… ya que para mí tú solo eres eso!, Jejeje: ¿¡Yegua… Puta… o Perra caliente!?, yo no voy a llamarte por tu nombre, si es muy largo… quizás a lo más te puedo decir “rubia”…. ¡¡¡Jajaja!!!, -termino riéndose don Pedro, le encantaba decirle peladeces a esa rubia puta que conoció gracias a su hermano recién fallecido.

–Dígame como Usted quiera, me da lo mismo viniendo de Usted…, -le dijo finalmente Gaby ya abandonándose a su suerte, total solo serían un par de tragos y luego tomaría su camioneta y se largaría.

Don Pedro que no era tonto se daba cuenta del estado de animo de la hembra, así que optó por comportarse un poco ya que él sabía que el resultado de sus pretensiones económicas dependían de lo que ocurriera esa noche entre él y la rubia, además que otra vez posó su mano en la pierna de Gabriela y ella solo se limitó a seguir mirando por la ventanilla, eso por ahora era bueno pensó el vejete, muy bueno.

Una vez que llegaron a destino don Pedro estacionó la camioneta de Gabriela en una calle apenas iluminada pero si muy concurrida por todo tipo de personas debido a la gran variedad de locales de entretención nocturna, entre estos habían restoranes, Pubs, y alguno que otro cabaret, locales de muy baja calaña, casi todos eran antros bailables, claro que la mayoría de estas personas que pululaban a esas horas en aquel sector eran hombres en grupos que a la vista saltaba que estos andaban buscando algún local nocturno que ya estuviese en pleno funcionamiento, las miradas de muchos de ellos ya habían dado con la impactante figura de una sensual rubia que en esos mismos momentos se paseaba con un viejo tomada del brazo seguramente también buscando un lugar de entretención según entendían estos.

La festiva callejuela en cuestión estaba ubicada en un viejo y descuidado barrio capitalino, la ex casada aunque miraba en todas direcciones en forma asombrada solo se limitó a caminar en silencio y algo temerosa a un lado del vejete, fue eso mismo lo que la llevó a agarrarse del brazo de este, nunca en su vida había estado en un sector como ese, sus azules ojos veían sorprendidos que en cada local que pasaban en su interior existía ambiente de lo más pachanguero, claro que también se daba cuenta que como todavía era temprano estos aun lucían casi vacíos, solo eran los mozos de los distintos locales quienes deambulaban en su interior barriendo los pisos, bajando las sillas de las mesas, o limpiando vasos para luego ubicarlos en las mesas.

Don Pedro por su lado iba con una sonrisa de oreja a oreja al estar al tanto que apenas dejaron el vehículo aparcado eran muchas las miradas masculinas que se comían el ejemplar de mujer al cual él llevaba tomada desde la cintura y con ella asida férreamente a su brazo.

En tanto la rubia si bien caminaba naturalmente y sin proponérselo mejor que una modelo de pasarela, su estado psicológico era de nerviosismo total, ella nunca se había paseado en algún lugar público con un viejo de tales características, y menos en una calle con harta gente paseándose por sus veredas, por lo que rápidamente cayó en cuenta que con don Cipriano su mundo solo había sido entre su casa y el Pie Grande, salvo la oportunidad en que habían ido al banco y al parque cuando ella le cedió todo el dinero ahorrado por Cesar y por ella.

Fueron como tres cuadras en que la rubia tuvo que aguantar miradas obscenas de viejos horribles que a todas luces se notaba que andaban en busca de acción por esos barriales, otras miradas eran de sorpresa ya que también eran varias las parejas entre hombres y mujeres que miraban sorprendidos como a ella la llevaba abrazada un hombre de lo más asqueroso, y así era.

Hasta que al llegar a una esquina y doblar por esta la inusual pareja ingresó por fin a un antiguo boliche sub urbano que el vejete de vez en cuando frecuentaba.

El local escogido por el vejete era amplio y de lo más anticuado, los mozos que atendían las mesas eran esos típicos señores con panzas prominentes y que usaban chaqueta blanca y corbatín negro tipo humita, claro que en el blanco de sus chaquetas se notaban visiblemente manchas de comida, de vino tinto ya seco y de otros tipos de mugres, aun así el local este era muy frecuentado ya que los precios eran módicos tanto en comidas y tragos, además de tener una pista de baile al medio de las mesas, en resumen se podría decir que este local era un restorán de esos bailables y supuestamente familiar pero de muy bajo presupuesto.

Ya al interior del local antes mencionado Gabriela se dejó llevar por don Pedro, el vejete optó por ubicarse en los asientos de la barra del bar, eran muy pocas las mesas que estaban ocupadas según veía la asombrada rubia una vez que ya estuvo ubicada en la citada barra, la fuerte música de cumbias retumbaba en todo el lugar, por lo que el viejo cuando quiso hablarle tuvo que acercar su asiento muy junto al de la rubia para que ella pudiese escucharlo.

–Ok… orita que ya estamos bien ubicados ¿decidiste que vas a beber?, -le preguntó don Pedro a Gabriela mientras ella no se cansaba de inspeccionar ocularmente el ordinario antro en que la habían metido, a la vez que se sentía un poco invadida por la persona de don Pedro que estaba muy apegado a su cuerpo, pero sin llegar a tocarse.

–Yo creo que un aguardiente estaría bien…, -le dijo finalmente Gabriela sin pensársela mucho.

La persona que atendía la barra era una señora gorda que también estaba encargada de la caja, esta una vez que recibió el pedido por parte del viejo simplemente se dedicó a seguir ordenando su lugar de trabajo ya que sabía en que en muy poco rato el lugar ya estaría repleto de gentes, no sin poner atención en la extraña pareja que se había ubicado en su barra.

–Oye rubia… si aún te encuentras enojada conmigo por lo del otro día… lo que pasa es que me había bebido…

Don Pedro necesitaba si o si calmar a Gabriela, ya que en todo el trayecto la había notado cortante, al igual que en las primeras ocasiones en que se había dado a abordarla cuando recién la conoció, ahora más que nunca necesitaba que ella entrara en confianza con él, pero en esta oportunidad fue la ex casada quien no lo dejo terminar de hablar.

–¡No es solo por eso…! -Gabriela junto con interrumpirlo sacó una servilleta del dispensador que estaba sobre la barra y comenzó a doblarla en la misma superficie del largo y grasiento mesón para luego posar el vaso con aguardiente que le habían servido sobre esta, el viejo notó en el acto una extraña expresión nostálgica en su rostro, por lo que rápidamente se dio a intentar sacar provecho de la situación.

–Ah… ¿no es solo por eso? ¿Entonces porque andas con cara de perra envenenada?

Gabriela al instante lo miró con la misma expresión furiosa con la que lo venía mirando desde el minuto exacto en que el viejo se había aparecido por la puerta de su casa momentos antes, aun así sabía que ella no lograría nada con hacerle ver de lo muy ordinario que era este, así que se la dejó pasar y le contestó:

–Pues ese último día que estuvo en mi casa se lo iba a decir… pero usted llegó todo borracho… y me t… tomó a la fuerza… después hizo lo que tenía que hacer conmigo y luego simplemente se fue…, -Gabriela junto con decirle lo anterior tomó su vaso de alcohol y se lo bebió hasta la mitad, luego lo dejó en la superficie y se quedó mirándolo (al vaso) fijamente haciéndolo girar con sus delicados dedos.

Don Pedro no perdía detalle de aquella extraña conducta de la rubia, a la vez que le repasaba ocularmente su imponente figura, sus curvas eran resaltantes al estar viendo a semejante hembra sentada junto a la barra del bar, y para colmo otra vez la veía con una de sus potentes piernotas una subida sobre la otra, ;).

–¡A si…! ¡¡Jejeje…!! ¡¡Si me acuerdo… pero entonces cuéntame…!! –le dijo el ordinario mecánico después de haberla estado repasando ocularmente, incluso ya le estaban bajando las ganas de ir a cogérsela lo antes posible, pero lo primero era lo primero se decía para sí mismo y conteniéndose sus ardientes deseos, –¿cuéntame cuál es el real motivo del porque andas tan odiosita!?, Jejeje, -ahora se lo preguntaba de esa forma porque ya creía entender que su enojo no era por la bestial enculada que la había puesto la última vez en que se habían visto, o al menos así se lo estaba entendiendo a la rubia.

Y don Pedro no estaba tan lejos de sus apreciaciones ya que era la misma rubia quien se lo iba confirmando debido al curso de la conversación:

–Ps… Porque… porque me ha ido mal en todo…, -le soltó de una al inicio de su conversación, –he intentado que las cosas me resulten… sin embargo todo lo que hago me sale mal… ¿me entiende ahora?, -la rubia se lo quedó mirando fijamente con sus azules ojos tras su acongojada respuesta.

–Ahhh mira que cosas… sí, sí creo entender lo que te ocurre pero no estoy muy seguro, explícame un poco más cómo es eso…, -le contestó el vejete a la vez que se empinaba una botella de cerveza de medio litro y tras darle unas palmaditas en su reluciente muslo, claro que en la tercera palmada no pudo evitar sobárselo un poquito para después retirarla y ocuparse de su cerveza, eso ultimo lo hizo para marcar su terreno ya que el vivaz vejete estaba al tanto de que ya al local estaban entrando todo tipo de personas , y eran varias miradas masculinas que le estaban mirando a su rubia.

Gabriela si bien puso atención a como su casi cuñado otra vez le tocaba una de sus piernas, en esta nueva oportunidad también se la dejó pasar ya que notó que ahora el viejo lo hacía como para darle ánimos a que ella se siguiera explayando en su pesar, y era eso mismo lo que ella necesitaba, necesitaba que alguien la escuchara, por lo que siguió hablándole:

–Bueno Usted ya sabe… lo que ocurrió con su hermano, si me pateo como si yo fuera cualquier cosa, el día en que terminó conmigo me sentí igual que una colilla de cigarro botada y pisoteada en el suelo después de que se la fuman…, -don Pedro la escuchaba atentamente, y la ex casada seguía con su desahogo de emociones: –Luego intenté ir a buscar trabajo y nada… y lo otro… lo otro mejor ni se lo cuento…, -junto con decir lo último la rubia se terminó la otra mitad de su vaso, mientras lo hacía sus ojos estaban llorosos y don Pedro así también lo veía, claro estaba que eso “otro” de lo que se refería Gabriela era lo sucedido en la entrada de su ex edificio.

–Oye rubia… ¿y qué es eso “otro” que no me quieres decir…? vamos dilo… mira que estamos en confianza.

Gabriela otra vez se lo quedó mirando, notó que al menos esta vez la llamó por rubia y no con otro de sus ordinarios apelativos, esto la hizo sentirse un poco más segura, por lo que decidió narrarle al vejete lo sucedido en su última salida.

Por otro lado y ajena a la conversación entre Gabriela y don Pedro, la vieja que los atendía en el acto puso otro vaso con aguardiente frente a la rubia, atendiendo a la señal de “otro” que hizo con sus manos el hombre que la acompañaba, la mujer entendía que ambos estaban enfrascados en una conversación muy seria, pero le llamaba mucho la atención la tremenda diferencia que existía entre ellos, además de notar que la mujer de dorados cabellos que también era muy atractiva en las dos oportunidades en que le había servido el vaso le devolvía una agradable sonrisa de agradecimiento para luego cambiar la expresión de su rostro a seriedad absoluta mientras le hablaba al horrendo hombre que la acompañaba, la señora sabía que este era otro de los tantos viejos ordinarios que frecuentaban el local en que ella trabajaba, pero en sus años de laburo nunca se había topado con una situación parecida, es decir que ingresara a ese tipo de local una mujer de características tan atractivas con un viejo de lo más asqueroso y que hablaran con tanta familiaridad, –Si esta niña pareciera ser de esas que dan el pronóstico del tiempo en la televisión, -pensaba la vieja para sus adentros, -incluso hasta creyó ver que en un momento el viejo ese había osado a tocarle una pierna y que ella por su parte ni se había inmutado, -eso… eso era de lo más extraño se decía la mujer para luego volver a inmiscuirse en sus propios asuntos.

En tanto entre Gabriela y don Pedro la conversación seguía fluyendo en forma espontánea, al menos así era para nuestra casada quien era ella misma la que se comenzaba a explayar al saberse escuchada:

–Lo que pasó… lo que pasó es que quise ir a ver mi hijo… bueno también a mi marido y adivine que…

–¿¡No chingues rubia… y que cosa ocurrió cuando fuiste a realizar semejante mamada!? –le bufó don Pedro al percatarse de lo interesante que se estaba poniendo todo eso con la rubia

Gabriela luego de pensársela si en confiarle al vejete sus aflicciones se decidió y le narró con lujo de detalles lo ocurrido a la entrada de su ex edificio, el vejete por su lado la escuchaba con atención y le hacía preguntas sobre los detalles, hasta que al final de lo narrado por la rubia se dio a darle a conocer lo que él pensaba sobre aquel asunto.

–¡No me digas… y en que mierda estabas pensando cuando se te ocurrió que ese maricon te iba a estar esperando!, ¡lógicamente a él también le dan ganas de culear…! ¡¡Jajajaja!! ¡¡Aunque este sea reducido de verga!! ¡¡¡Jajajaja!!!, -fue todo lo que tuvo para decir don Pedro después de haberla escuchado y terminar riéndose de ella y de su situación.

–¡No sea ordinario Don…! ¡Cesar es tan ingenuo que ni siquiera se debe imaginar las verdaderas intenciones de esa mujer…! -Gabriela aun lo miraba con semblante de aflicción en su rostro mientras le contestaba.

–¡Ahhh… mira!, ¿y cuáles crees tú que serán las verdaderas intenciones de esa puta?

Mientras la conversación llegaba a este punto Gaby ya iba en su tercer vasito de aguardiente y el local poco a poco se había ido llenando de gente, al menos las distintas mesas ya estaban casi todas ocupadas, igualmente los demás asientos de la barra del bar, estos eran ocupados por hombres que se daban a beber y a recrear la visión con semejante pedazo de mujerón que también bebía en la misma barra.

A estas alturas y gracias al alcohol en su mente la rubia ya se mostraba con más naturalidad estando ajena a todas esas ardientes miradas que en esos mismos momentos ya se la devoraban imaginándola desnuda, pero ella estaba bien inmiscuida en la conversación con el vejete:

–No lo sé, yo creo que ella solo desea burlarse de él, quizás herirlo… ella no es la madre de Jacobo… yo soy su mamá…

Don Pedro junto con bajarse otra botella de cerveza hasta la mitad se repasó sus labios para retirarse la espuma, luego de eso se dio a seguir aconsejándola:

–Mira rubia, yo no soy bueno para parlotear sobre estas chingaderas… pero creo que desde un principio tu causa ya estaba perdida…, -el viejo intentó por todos los medios poner algo de seriedad en sus palabras, ya que esto también le servía para sus insanas intenciones.

–¿Y por qué me dice eso?, -le consultó la desprevenida rubia quien ahora también se había cambiado a la cerveza para no embriagarse tan rápidamente, aunque el alcohol ya comenzaba a estimular ciertos sentidos tanto psíquicos como físicos en su exquisito organismo, claro que ella aun no lo notaba.

–Ps… porque fuiste tú misma quien lo mandó a la verga, ¿o ya se te olvido?

El viejo la miraba fijamente esperando las reacciones de Gabriela, ella por su parte solo deseaba salir del paso ante los dichos de su viejo casi cuñado:

–Si… si… p… pe… pero ya estaba enamorada… yo estaba enamorada de su hermano… solo fue por eso…

–No rubia… tú no te enamoraste de nadie tal como ya te lo he dicho… tú simplemente te calentaste… te calentaste con mi hermano y sencillamente los mandaste a todos a la verga… eso fue lo que ocurrió, ya es hora que vayas aceptando eso…

Como ya se dijo anteriormente, nuestra casada ya llevaba en su cuerpecito 3 vasos de aguardiente y una cerveza, fue esto mismo lo que la llevó a encontrarle cierto sentido a las aclaratorias palabras de don Pedro, por lo que solamente se dio a preguntarle mientras lo miraba fijamente a su fea cara:

–¿U… Usted cree? ¿Usted cree que solo fue eso?

–Claro que sí, pero ya dejémonos de pendejadas y dediquémonos a beber, esta es tu noche rubia…, -le exclamó el vejete al oído debido a la fuerte música imperante.

–¡Si…! ¡Es verdad!, ¡Usted tiene razón… ese mal agradecido no vale la pena!, -le exclamó Gabriela de la misma forma refiriéndose a su marido, lo hizo acercando sus rojos labios al oído de su casi cuñado al momento de hablarle.

–¡¡Si rubia!! ¡¡Ese pobre maricon no vale la pena…!! -don Pedro veía desde su posición como la rubia se sonreía plácidamente a la vez que cerrando sus ojos se llevaba la pequeña botella de cerveza a sus labios: –¿de qué te ríes ahora…?, -le consultó rápidamente el viejo:

–Es que le sale gracioso de la forma en que Usted lo dice…

–¿A qué te refieres?

–Eso… eso que Usted dice sobre mi ex marido…

–¡¡Ahhh Jejeje!! ¡¿Qué es un pobre maricon…?! ¡¿Es eso…?!

–¡Solo eso…! ¡Le sale gracioso…!

–Ps… dilo tú misma rubia, eso te hará sentir bien contigo misma… vamos inténtalo…

Don Pedro a estas alturas ya deseaba comenzar a medir el estado mental de la rubia, aun así Gabriela no estaba tan bebida como para caer en aquel juego:

–¿¡Que cosa!? -le consultó a sabiendas de que el viejo ese deseaba que ella se burlara de su marido, aun así y aunque ella no fuera a decirlo la situación igual le entretenía, pero don Pedro continuaba en su afán:

–¡Que el maricon de tu marido no vale la pena…! ¡Vamos dilo!, -le exigía don Pedro quien también estaba entretenido con todo eso.

–¡Jijiji! ¡Ay sí! ¡Mi marido… no vale la pena…!

–¡Pero dilo como corresponde…! ¡Di que es un maricon y que no vale la pena!, ¡¡Jejeje!!

La rubia se lo quedó mirando sonriente, expresión muy distinta a la que tenía cuando el vejete hizo su aparición aquella tarde, hasta que por fin le contestó:

–¿Cómo se le ocurre que yo voy a decir una idiotez como esa sobre mi marido?, -le contestó ahora la rubia mirándolo con un enojo pícaro en su rostro.

–Ps… porque lo es y punto…, -al caliente de don Pedro ya hasta se la había parado la verga con solo imaginar a la rubia burlándose de su marido.

–Bueno… dejémoslo que es un tonto por todo lo que está haciéndome…

El vejete puso atención en lo último dicho por Gabriela, pensó que la muy descarada se estaba haciendo la víctima y culpando a ese otro pobre hombre de toda su situación siendo que había sido ella misma la única responsable y quien la había cagado desde el principio, por lo que decidió dejar su juego de palabras para un rato más, ahora existía una razón más importante que lo convocaba:

–¡Bueno… que sea como tú lo digas rubia…! ¿Otro traguito?

–¡¡Claro que si… pero también pídame un jugo de naranja mire que estoy un poquito mareada… necesito bajar las revoluciones un poco o yo no respondo!, ¡jijiji!

Y claro, si bien Gabriela no estaba borracha, si estaba un poco mareada, y su último dicho no era porque fuera a perder los sentidos debido al alcohol ingerido, sino que lo había dicho porque ya se sentía bastante bien, o más bien dicho es que nuestra casada ya estaba en buena onda y de lo más relajada, si es que así se podría describir su nuevo estado anímico.

Por su lado don Pedro también lo notaba así, fue por eso que el calculador vejete la sacó de la barra de donde estaban y se la llevó a una mesa que se encontraba un poco más apartada del ambiente festivo del restorán, cuando lo hacían el mecánico no dudó en tomarla de su mano para guiarla entre medio de las muchas personas que ya atestaban el festivo local de cenas bailables, a lo que Gabriela tomando esa acción como un gesto de amabilidad por parte del viejo solo le correspondió y se dejó llevar, el mecánico tenía el ego subiéndole a mil debido a estar al tanto de todas esas miradas por parte de sus congéneres que presenciaban en forma de envidiosa lujuria de cómo él llevaba tomada de su mano a una hembra de cuerpo espectacular.

Una vez que llegaron a la apartada mesa el viejo sabía que ahí podrían hablar un poco más tranquilos y con más privacidad, sobre todo por la enloquecedora proposición que le haría a la rubia, así que ya estando en la citada mesa con los tragos más el jugo de naranja, y ya sin tener la necesidad de estar casi gritándose en los oídos el siniestro vejete decidió iniciar su treta:

–Oye rubia… ¿sabes? Hay un asunto del cual necesito hablarte…

–Dígame… le escucho…, -le contestó Gabriela llevándose la bombilla del vaso de jugo a sus labios, ambos estaban ahora sentados frente a frente y separados solamente por la superficie de la mesa con los tragos antes señalados, a la rubia aquel extraño asunto del que deseaba hablarle don Pedro le hacían sentir curiosa.

–Escúchame bien… mira que este asunto es importantísimo y se trata de tu misma situación…, -una malévola sonrisa mezclada con algo de nerviosismo lujurioso se dibujaba en el ajado rostro del mecánico.

–¿¡De mi situación… y es muy importante!? -la rubia junto con hacer la pregunta había soltado la bombilla de sus labios, para luego de preguntar devolverla a estos y seguir disfrutando de su jugo que lo sentía bastante bueno y refrescante.

–Ps… si

–Dígame entonces…, -le volvió a decir Gaby a la vez que realizaba el mismo procedimiento anterior con sus labios y la bombilla del jugo.

–En vista de que te ha ido mal en todo y que necesitas generar recursos para estabilizarte he… he estado pensado en un trabajo para ti…, -le soltó el vejete de una, pero siempre midiendo el terreno que estaba pisando, por nada del mundo quería que la rubia le armara un escándalo en público como ya en una ocasión lo había hecho, en aquella oportunidad lo ridiculizó en el mercado y delante de muchas personas.

–¿Un trabajo para mí?, -ahora Gabriela se puso un poco más seria, sus doradas cejas se habían inclinado hacia arriba producto del aumento de curiosidad y demostrando también con esto seriedad en el asunto, por lo que dejó el vaso de jugo en la mesa esperando que el vejete continuara con su propuesta, su mente aun no imaginaba el tipo de trabajo que estaban a punto de proponerle.

–Exacto… pero más que un trabajo es un negocio, ambos seríamos socios y ganaríamos mucha lana… ¿me sigues?

La ex casada como que ya comenzaba a intuir algo extraño en todo ese asunto, pero su curiosidad también iba en aumento, ya en otras oportunidades don Pedro le hablaba de emputecerla, pero siempre se lo dijo en los momentos en que estaban manteniendo relaciones, por lo tanto la rubia al estar ahora con él en otro contexto no lo asociaba para nada:

–¡Usted y sus cosas!, pero dígame… ¿de qué se trataría ese negocio…?

El viejo junto con mirar en todas direcciones para asegurarse de que nadie los estaba escuchando tomó un poco de aire y quiso decírselo en su propio idioma:

–Ps… solo mírate rubia, si eres la tremenda yegua… o sea… una hembra espectacular, y que podrías estar en las altas esferas… te cargas un culazo y unas tetas trem…

En vista de todas esas palabrotas la casada lo quiso frenar en seco, a pesar de que hasta el momento se sentía entretenida con la invitación de su cuñado no estaba dispuesta a permitirle que la insultara:

–¡Oiga! ¿Me quiere hablar algo serio… o ya va a empezar con sus ordinarieces? –su bello rostro cuando le hablaba estaba entre serio y sonriente ya que notaba la desesperación del vejete.

–OK… Ok… tranquila mi reina… la verdad de todo es que este asunto es muy serio, -el ordinario mecánico traspiraba, y como ya se dijo por nada del mundo quería espantar a esa suculenta rubia así que intentó por todos los medios medir sus palabras, –lo que quiero decir es que tú eres una mujer de lujo, te gastas un cuerpazo espectacular y de Diosa… si ni siquiera se nota que ya hayas traído un chamaco a este mundo, ¿ahora lo vas entendiendo?

–¡No…! ¡No le entiendo…! –le respondió Gabriela en el acto, y la verdad era esa, lo único que pasó por su mente fue recordar los tiempos en que don Cipriano le había pedido que trabajara de edecán para promocionar el Pie Grande, por lo tanto su curiosidad se mantenía intacta, –¿Qué tiene que ver todo eso que me dice con el trabajo que me dijo…?

Don Pedro comprendió que ya debía largársela sin tapujos, para que la rubia le entendiera de una:

–Ps sí que tiene que ver pues rubia, y orita te explico con más detalles para que me entiendas clarito, con todo eso que te cargas en tu cuerpecito eres el mejor sueño húmedo de que cualquier hombre en esta vida… no importando cual sea su estrato social…, -el viejo tomó aire para luego seguir explicandole, –o sea… quien te vea o sepa que tú tienes una tarifa para prestar lo tuyo se deslomaría trabajando con tal de tener el dinero suficiente para pasar un rato contigo en una cama por lo menos una vez a la semana, y si es que no es más…, -el viejo mecánico notaba que la rubia ahora lo escuchaba atentamente y en silencio, por lo que siguió explicándole las ventajas económicas que ambos tendrían con ese trabajo si es que ella se atrevía a ejercerlo: –…si aceptaras mi propuesta tendrías la suerte de atender muchos clientes por las noches considerando todo eso que tienes en tu cuerpo… imagina ese dineral que estamos perdiendo en este mismo minuto… ¿lo entiendes ahora?

Gabriela quedó estupefacta por lo que sus oídos acababan de escuchar, claramente le estaban ofreciendo que ejerciera la prostitución, y como es lo normal en este tipo de situación, ella quería estar más que segura:

–No…, c… creo que aún no lo estoy entendiendo… por favor sea un poco más específico… ¿¡que tendría que hacer yo en una cama a diario y con esos hombres para ganar todo ese dineral que Usted dice…!?

–Ps… ps… si esta clarito… lo que te quiero decir es que abiertamente te metas a puta… que te dediques a la prostitución pus rubia… -el facineroso vejete creía darse cuenta que esa ex casada lo miraba al parecer con interés por todo lo que él le estaba diciendo por lo que siguió con su explicación siendo lo más representativo posible: –Estoy segurísimo que tu serías muy buena en este tipo de oficio… si eres una mujer con mucho talento para dedicarse a eso… además que no requerirá mucho esfuerzo de tu parte, solo debes abrirle las piernas a cualquier vato que tenga el dinero suficiente como para metértela, luego te aguantas un rato hasta que este se desleche al interior tuyo y ya…

Tras unos segundos de silencio que para el viejo fueron eternos la rubia se dio a darle su respuesta, y lejos de enojarla esa insólita proposición que graficó en su mente mientras su cuñado le explicaba los pormenores le hicieron caer en un repentino estado de jocosidad, la indecente propuesta del vejete y la por la desvergonzada forma en que este se la argumentaba no le causo más que risa.

–¡¡¡Jijiji jijiji…!! ¿¡Cómo se le ocurre proponerme semejante estupidez…!? ¡¡¡Jijijiji!!! ¡Yo ni loca haría eso…! ¡¡¡Jijijiji!!! -terminó riéndose Gabriela a la vez que tomaba la botella de aguardiente que el vejete había pedido a la mesa y se servía en el pequeño vasito de esos que existen para tal efecto, se lo bebió de un solo toque, aunque risueña y todo la enloquecedora propuesta de igual forma la pusieron nerviosa, pero ella estaba segura de lo que le estaba diciendo al aprovechador de su ex cuñado.

Don Pedro quien no esperaba tal reacción por parte de la rubia le contestó extrañado y algo molesto mientras vaciaba una botella de cerveza de las grandes en un vaso:

–Ps… yo no lo veo tan enajenante… y no sé de qué te ríes… además que yo creo que tu naciste para eso…

Gabriela después de beberse el aguardiente tomó otra vez su vaso con jugo de naranja, la conversación la tenía nerviosa pero también entretenida:

–¿Así que Usted cree eso de mi…? ¿Y porque lo dice…? Jijiji…

El vejete cada vez se ponía más específico para llevar aquella descarada conversación con la rubia, y ella parecía estar en la misma sintonía del vejete:

–Ps… ps… se nota como te pones cuando uno te coge…

Gabriela lo miraba siempre risueña y cada vez se impresionaba más por las comprometedoras salidas de ese vejete, no estaba muy segura a cómo reaccionar, lo que si era es que se la estaba pasando de lujo con todas las estupideces que le hablaba su cuñado con ella siguiéndole la corriente:

–Jiji… ¿cuándo me cogen…? -le preguntó otra vez divertida, –¿y cómo se supone que me pongo cuando me hacen eso?

–Ps… ps coges exquisito rubia… -el viejo junto con ir hablándole se echó con ambos brazos cruzados en el borde de la mesa en señal de lo muy importante que era para él aquella conversación, –mira, yo en mi vida he estado en la cama con muchas viejas y la gran mayoría han sido putas… y ninguna sabía culear ni menearse sobre la verga como tú lo haces a la hora de coger…

–¿A si…? Jijiji ¡Mire Usted! ¿Y qué más? jijiji, -la rubia quien estando ahora apoyada en sus codos y con su barbilla posada en sus manitas era quien se estaba burlando del vejete, no le importaba que este dijera cosas íntimas de ella, y como ya se ha visto, la conversación lejos de espantarla la tenían muy entretenida, por su lado el mecánico seguía en su osadía de poder convencerla y dársela vuelta:

–Entiende esto rubia… las prostitutas comunes y corrientes no se tragan el semen de un hombre así como así, pero las pocas que son como tú, que por lo demás son muy escasas de encontrar van y se lo zampan como si tuviesen sed y hambre al mismo tiempo…, y eso es muy bien pagado en este tipo de trabajo que te estoy ofreciendo, claro que nuestros precios si lo hicieras solo en la forma normal serían re baratos, con esa estrategia de negocio captaríamos muchos clientes y tú siempre tendrías mucha chamba… ¿¡qué dices!? ¿¡¡Aceptas SI o NO!!?

–¡¡¡Jijiji jijiji…!!! -reía otra vez Gabriela sin poder contenerse y tapándose la cara al estar escuchando los insólitos argumentos que tenía ese viejo con tal de hacerla caer en algo tan burdo como de convertirse en una prostituta barata, pero ya era suficiente de escuchar tantos disparates juntos así que recomponiéndose en su silla e intentando ponerse algo más seria se dio a decirle a su cuñado como era la situación al menos por parte de ella:

–Oiga… ya calmémonos un poquito y cuando hable hágalo un poco más bajo mire que lo pueden a escuchar…

–Vale rubia… pero dime… ¿cuál es tu respuesta final? –le preguntó don Pedro con ilusión, ya hasta se la imaginaba en el callejón asignado paseándose solamente en portaligas y estrechándole el paso a eventuales clientes que anduvieran de a pie para negociar con ellos… o acercándose también en forma sensual a los automovilistas enseñándoles lo de ella para tentarlos…, -en tanto la casada ya le daba su respuesta final:

–¿¡Mi respuesta final!? Pero si ya se la dije, mire terminemos esto lo más pronto posible y escúcheme bien…, -Una sonrosada Gabriela, mitad por el alcohol y mitad por la misma situación, se inclinó hacia adelante para poder hablarle al vejete en voz baja y no ser escuchada por alguien más: –Yo el otro día le dije claramente que solo me he acostado fuera de mi matrimonio con su hermano y con Usted… no podría hacerlo con cualquier otro hombre… y menos por dinero… ¡Así que mi respuesta final es NO!, ¡¡No!! Y… ¡¡¡No…!!! ¡¡¡Eso nunca…!!! ¿¡¡Está claro!!?

Junto con aclararle su postura la rubia volvió a su anterior posición y le puso un poco de aguardiente a lo que quedaba de su jugo de naranja, pero el vejete insistía:

–Ps… si yo fuera tú me la pensaría, no sabes el dineral que hay ahí afuera esperando por tus agujeros…, Jejeje…

A Gabriela le llamaba la atención la forma en que el vejete insistía como si lo que le estaba proponiendo fuese algo de lo más normal del mundo, pero a pesar de lo insólita que era la indecente propuesta además de lo pelado que era el vejete para ejemplificar, aun así se animó a hacerle una pregunta que la tenía intrigada con respecto a lo que el viejo deseaba para ella:

–Oiga… y esto se lo voy a preguntar solo por curiosidad eh… para que no piense que me está interesando eso q… que me dijo… p… pero en el caso que yo le hubiese aceptado su… su…, -la ex casada no encontraba las palabras apropiadas para referirse al ofrecimiento de su cuñado con la endemoniada propuesta de que ella abiertamente se prostituyera, –s… su asunto ese que me dijo… de haber sido así… ¿cuál sería su parte en… en… bueno Usted ya sabe… e… en el “negocio”?

La cara del vejete resplandeció como si se hubiese ganado la lotería, la rubia estaba dando una pequeña muestra de interés en el asunto que los convocaba según lo que él notaba, y algo era “algo” por mínimo que fuera se dijo para sí mismo y en el acto, así que no haciéndole caso a su ultima aclaración se dio a darle su respuesta como si ya estuviese dando por hecho que ambos serían socios:

–¡¿Mi parte?! ps… yo pasaría a ser algo así como tu representante, además de manejar tu cartera de clientes…, Jejeje, -le dijo a la misma vez que se llevaba a su bocota un espumeante vaso de cerveza siempre mirándola atentamente.

Para nuestra Gabriela la conversación que estaba llevando con don Pedro era demencial, aun así encontraba muy poca la participación del vejete en un trato como ese encontrando que este era un aprovechador, y así se lo hacían saber sus labios a su supuesto socio:

–¿Solo eso haría Usted…?

–Ps… ps… también vas a necesitar seguridad rubia, -le dijo el viejo después de pensarla rápidamente, –trabajando conmigo te aseguro que no te ocurrirá nada malo en las noches que dure tu turno…, además que si algún cliente quisiera algo especial… no sé… algo fuera de lo común como beber leche directamente de tus tetas por ejemplo, en ese caso ahí estaré yo para asesorarte en cuanto debes cobrarle… vamos… ¿qué dices? ¿Te atreves… a trabajar para mí?, piensa en todo ese dineral que nos espera…

Gabriela junto con sonreírse debido al arsenal de idioteces que le respondía su cuñado pensó que ya era hora de hacerle ver a este cuál era su verdadera postura a lo que le estaba solicitando:

–¡Absolutamente NO!… que se pierda todo ese dineral que Usted dice, no me interesa para nada su ofrecimiento… además que Usted es un exagerado, -mientras le decía lo último la rubia lo miraba fijamente para ver la reacción del vejete, sin embargo aún se mantenía algo sonriente, pensaba además… ¿que podría ella esperar de un viejo tan vulgar y pelado como lo era el chiflado de su casi cuñado?

Con semejante respuesta por parte de Gabriela, el viejo y aprovechador mecánico cayó en un momentáneo estado de frustración, preguntándose en forma mal humorada ¿en que habría fallado si el notó en un momento que ella estaba interesada?, sin embargo no estaba dispuesto a demostrarle debilidad a la rubia e intentó seguir la conversación de la forma más normal posible:

–¿Porque me dices que soy un exagerado?

–Porque no todos los hombres de este mundo son como Usted… solo por eso…

En tanto la conversación que se desarrollaba en la mesa que ocupaban Gabriela y don Pedro, en ese mismo momento y muy cerca de ellos iba pasando un mozo con una bandeja vacía, don Pedro le hizo señas para que este se acercara, el mozo así lo hizo:

–Tráeme tres cervezas grandes, y otro jugo de naranja para la dama, -le ordenó en forma tosca el vejete.

El mozo acató en el acto la orden y se dispuso a ir a buscar el pedido no sin antes pegarle una buena repasada ocular al pedazo de mujerón que acompañaba al viejo ese que le había hecho el pedido.

Por su parte Gabriela sintió algo raro en su mente al ser ella misma testigo de las últimas palabras utilizadas por su cuñado al referirse a ella: “y otro jugo de naranja para la dama…”.

–No te entiendo…, -le dijo el vejete devolviéndola a la realidad después de haber hecho el pedido, este se refería a lo último dicho por la rubia, por lo que ella tuvo que rápidamente ordenar las ideas en su cabeza para no perder el hilo de la plática:

–Claro que no me entiende porque Usted es uno de esos hombres que gustan de pagar dinero para poder tener sexo con mujeres que nunca podrán tener, pero no todos los hombres son así… eso se lo aseguro…

Ahora era el vejete quien miraba a la rubia con su característica risa burlona, obviamente era por lo que le estaba diciendo Gabriela en aquellos momentos, y no se aguantó para darle su respuesta a lo que ella decía:

–Ps… ¿qué me acuerde? Yo no te he pagado un solo peso por cogerte por ambos lados, si hasta te has comido mi propio semen, y tú sí que estas de infarto rubia, así que mejor no hables tantas mamadas juntas además que si yo quiero orita mismo te arrastro a los baños y te culeo tirada de espaldas en el piso aunque patalees, Jejeje, yo sé que tú igual te dejarías y a la larga terminarías culeando conmigo como toda una perra caliente, Jejeje… ¿verdad…?

Solo con esas palabras el vejete puso en jaque a una locuaz Gabriela, y esta misma sonrojándose aún más de lo que ya estaba, e imaginando la escandalosa escena de estar ella siendo cogida por don Pedro en un espacio público la llevaron a rápidamente expresarle:

–¡Don Pedro… que cosas dice! ¿Cómo se le ocurre que yo voy a dejarle a que Usted me lo haga en los baños…? -le dijo en forma incrédula y sonriente al mismo tiempo, a la vez que miraba de soslayo en todas las direcciones posibles por temor a que alguien hubiese podido escuchar semejantes palabrotas.

–Ps… yo sé que te gustaría, quizás tendría que abofetearte un poco, pero como ya te dije… yo sé que igual terminarías cogiendo y dejándote coger Jejeje…

Las salidas y calentonas situaciones que exponía el vejete calaban hondo en la sensualidad de la ex casada, ya que con solo imaginarse a ella cogiendo con el viejo en los baños de aquel local la llevaron a recordar que ella en esos mismos momentos se encontraba con su vagina totalmente depilada, tal como una vez le dijo don Pedro que deseaba saborearla, lo que la llevaron a preguntarse cómo se pondría su cuñado con tan solo vérsela una vez que se la llevara a los baños, o de las ganas que le pondría este al acto sexual una vez que ya estuviesen acoplados a sabiendas del estado de su íntimo triangulo traedor de vida.

Mientras pensaba en todo lo anterior Gabriela solo se dio mirar a su cuñado de reojo, sonriente y adentrando sus rojos labios por el nerviosismo en que la ponía el vejete, mientras tanto el aprovechador mecánico continuaba presionándola y poniéndola a prueba:

–Contéstame rubia… ¿te dejarías culear en los baños?

La ex casada quien seguía mirando en forma cohibida al viejo haciendo extrañas gesticulaciones con sus rojos labios a la vez que tímidamente paseaba su lengüita por ellos demostrándole su nerviosidad no sabía qué respuesta darle con eso de que si a ella le gustaría que se la cogiera en los baños, en eso sintió en su vagina una leve sensación de cosquillas placenteras, lo que la llevaron a rápidamente a recomponerse y a decirse a ella misma que por nada del mundo se podía dar el lujo de estar excitándose con todas esas leperadas que le hablaba el vejete, ella nunca se dejaría que se lo hicieran en un lugar público, y menos en los baños de un local de medio pelo en donde ya habían muchas familias cenando inocentemente.

Pero la verdad era que el viejo sí que ya la tenía excitada con todas sus palabrotas y situaciones escandalosas que le exponía, así que Gabriela otra vez mirando en todas direcciones para asegurarse de que nadie hubiese escuchado al pelado de su casi cuñado quiso salir de inmediato del paso:

–Ehhhh… Ehhhh… C… claro que no me gustaría, además que tampoco me dejaría a que me lo hiciera… b… bu… bueno pero Usted se está desviando de la conversación… lo que le dije… o sea…, -la rubia estaba de lo más nerviosa y ya se sentía algo jugosa, –yo… yo me r… re… refería a los hombres en general… n… no… no todos son como Usted dice…

–¡Claro que todos somos iguales rubia…! -contra atacó don Pedro en el acto, él estaba al tanto del estado de esa ex casada, aun así decidió dejar sus tentativas al margen ya que por ahora sus intenciones con la rubia eran otras, por lo que siguió intentando convencerla: –una cosa es que en ciertas ocasiones nos hagamos los pendejos, y la otra es como somos verdaderamente por dentro…, unos más que otros claro… -terminó diciéndole con convicción.

Gabriela estando ya más calmada rápidamente retomó el hilo de esa inusual plática:

–Mmmm… ahora soy yo quien no le entiende, explíquemelo…

–Ps… por ejemplo y para que le sepas… en este mismo local hay muchos cuates que ya deben pensar que tú eres mi puta, jejejeje, -el vejete le dijo eso con orgullo ya que así la sentía, para él esa rubia ya era su putita personal por la sencilla razón de saber que se podía acostar con ella cuando le viniera en gana, claro que Gabriela a pesar de su reciente acaloramiento momentáneo estaba lejos de sentirse de esa forma, por su parte lo otro ocurrido entre ellos solo había sido por casualidad.

–No… eso no es así… solo los hombres ordinarios como Usted piensan de esa forma, -volvió al ataque Gabriela.

–Claro que lo es rubia… Mira y esto es para que tú misma te des cuenta y saques tus propias conclusiones eh… la cosa es que todos estos vatos que ya te han visto conmigo juran que eres una de estas putillas que andan en busca de verga en este tipo de locales, Jejeje, y si es que ellos tuvieran la más mínima oportunidad de cogerse a una yegua como tú sencillamente lo harían… por las buenas… por las malas o simplemente pagando unos buenos pesos con tal de sentir en sus vergas tu sabor propio… si ya te lo dije… eres una puta espectacular…

La rubia escuchó atentamente cada una de las palabrotas del vejete, con sus apelativos ofensivos contra su persona y todo, sin embargo siguió con la conversación con la mayor naturalidad del mundo:

–¿¡Todos!? ¿¡No lo creo!? También existen los hombres decentes para que lo sepa.

Era increíble notar como Gabriela le dejaba pasar una y otra a don Pedro, que este la tildara de puta o de yegua ya era casi algo normal en el transcurso de la conversación, en tanto el viejo seguía con su singular disertación:

–A ver… mira, esto es solo un ejemplo eh… para que no me mal interpretes… ¿me sigues?

–Le sigo…, -le contestó la rubia con el nuevo vaso de jugo de naranja en una de sus manitas.

–¿Puedes ver a ese pendejo que está parado en la barra justo a unos metros de nuestra mesa?

Gabriela llevó su mirada a la barra y dio con la figura de un hombre de entre 25 y 30 años quizás, muy bien vestido y que se notaba que dedicaba a su contextura unas buenas horas a la semana de gimnasio.

–Si lo veo… ¿y que hay con él…? -le consultó la rubia a su cuñado.

–Luego te digo, antes dime… ¿qué opinas tú de él? O sea… ¿cómo lo encuentras como macho?… ¿te gusta?

–Mmmm… no lo sé… tendría que conocerlo primero… ¿pero porque me pregunta eso? –la ex casada ya se estaba asustando.

–Solo contéstame rubia… ¿a simple vista… te gusta un maricon como ese…? o más bien dicho… ¿le prestarías la concha a la primera a ese cuate si él te lo pidiera?

Nuestra Gabriela luego de mirar con el ceño fruncido demostrando preocupación al aborrecible rostro sonriente de su cuñado y después de volver a estudiar al galán en cuestión le dio su parecer a don Pedro:

–Mmm… es atractivo si… ¡pero eso no significa que en una noche yo voy a ir y acostarme con él…! ¡Y menos por dinero por si se le está ocurriendo algo…!

–No, no es eso… ps… lo que pasa es que ese vato desde hace rato que se anda haciendo el bonito alrededor de nuestra mesa, de seguro que está planeando algo para plantarte unas buenas cachas para esta misma noche, ¿lo habías notado?

Y en efecto el susodicho desde hacían unos buenos minutos que había dado con el espectacular cuerpo de una rubia natural como a él le gustaban, y al verla sentada junto a un viejo que a la legua se notaba que no estaba a la altura de ella se daba a ponerse en posturas varoniles para ver si aquella tremenda hembra lo veía y se decidía a ir a beberse un trago con él a la primera señal que le hiciera, lógicamente para después irse a pasarlo bien a otro tipo de local donde existieran camas.

Pero en la mesa, Gabriela ya le daba su respuesta a don pedro:

–No… no me había dado cuenta… y ¿porque hace todo eso?, – la ex casada preguntaba lo anterior por que también se daba cuenta de que el osado galán de vida nocturna se ponía en posturas varonilmente recargadas obviamente para llamarle la atención a alguien y ese alguien era ella.

–Lo hace porque se siente seguro de sí mismo, por lo que veo es un cazador de hembras nato, y piensa que si tú lo miras a la mínima señal que te haga tal vez tú podrías pararte de esta mesa e ir a pasarlo bien con él… o sea… te quiere culear, Jejeje… ¿Cómo eres tan pendeja que no te das cuenta?

–¡Pero yo no voy a ser eso…! ¡si ni siquiera sé quién es…!, -Gabriela miraba al galante varón en forma extrañada mientras le hablaba al vejete, nunca se había percatado de las estupideces que hace un hombre cuando anda cazando hembras según le decía su vejete amigo, si todo eso era de lo más patético para ella.

La rubia estaba en eso cuando se percató que el susodicho la miraba y le hacía un gesto con la cabeza como invitándola a que se fueran a otra parte, nuestra Gaby reaccionó en el acto haciéndoselo saber a don Pedro: –Oh Dios… c… creo que ahora me está mirando… se dio cuenta que estamos hablando de él… y me hizo señas…, -la ex casada con espanto llevó su mirada en sentido contrario de donde estaba el dichoso varón que en esos momentos juraba que esa hembra que ya a todas luces había dado con sus pectorales debía estar botando al estropajo de hombre que la acompañaba para luego ir a ofrecerle sus curvas tal como lo hacían todas.

–Jejeje tú no te preocupes rubia, tú estás conmigo ahora… ¿quieres que me lo despache…?

–¡Sí! ¡Haga algo!, ¡debe estar pensando que yo quiero algo con él, lo digo por la forma en que mira para acá…!

–Ps… espérame un tantito…

Gabriela vio con estupor como el tosco y viejo mecánico se puso de pie y con su guata caída y todo fue directamente hacia donde estaba su fugaz pretendiente. Desde su posición vio que ya ambos discutían, y que el viejo junto con hablarle lo miraba con su aborrecida sonrisa burlona a la vez de respirar agitadamente, en eso vio que el galán de un momento a otro cambio de postura y que su cara parecía estar preocupada por algo, a los segundos emprendió la retirada hacia la salida del local hasta que se perdió de vista, don Pedro ya estaba casi de vuelta y venía rascándose la guata.

–Te lo dije rubia… esos son solo maricones que no valen la pena, Jejeje, el muy pendejo me dijo que él no se iba si no eras tú quien se lo pedía, decía estar seguro que tu querías irte con él porque que lo había notado en tu mirada, -fue lo que le dijo el mecánico una vez de vuelta y ya sentado a la mesa.

–¡Pero eso no es así…! ¡Si yo estaba hablando con Usted… yo no me iría con un hombre que apenas conozco y eso Usted bien lo sabe…! -Ni Gabriela entendía del porque le estaba dando tantas explicaciones al asqueroso de don Pedro, el asunto era que la rubia por algún extraño motivo sentía que debía respetarlo en cierto sentido, si era su ex cuñado.

–Lo se rubia… yo sé que tú no me harías eso… yo voy a que ese tipo de pendejos son de los que se creen que pueden cogerse a cualquier vieja de buen ver, y como tu cumplías corporalmente con sus expectativas de culeo me vi en la obligación de decirle un par de cositas que le podrían ocurrir si es que no se iba, jejejeje

–Ay gracias Don… de verdad que ese hombre me puso incomoda solo en un rato…, -junto con decirle lo último la rubia en forma natural posó sus dos manitas en las rasposas manos del vejete en clara señal de agradecimiento.

Luego de un momento y estando don Pedro ya al tanto del sincero gesto de Gabriela este ya estaba otra vez con un vaso de cerveza en la mano, su ajada expresión era de cómo si estuviese filosofando sobre la situación recién ocurrida, en eso le habló a su rubia sin hacerle caso a las palabras de agradecimiento por parte de ella a pesar de haber sentido esas suaves manitas sobre las suyas:

–Pero… ¿sabes? Ese vato se creía estar muy seguro de sí mismo, pero también creo que ahora al saber que tiene cero posibilidades de cogerte por sus propios medios…. con gusto pagaría unos cuantos pesos por disfrutar de tu cuerpo y de todas tus cositas por una hora, Jejeje.

Gabriela quien aún miraba en dirección por donde se había perdido el vencido galán pero si escuchando atentamente la aguardentosa voz de su ex casi cuñado en forma espontánea preguntó:

–¿¡Usted cree que él los pagaría!?

La rubia hizo la pregunta casi sin pensársela. Es que tal como lo expresaba el vejete y la forma en que exponía sus viciosos puntos de vista la iban envolviendo en un extraño y prohibido estado emocional que la llevaron a desear saber a ciencia cierta si ese hombre realmente estaría dispuesto a pagar dinero por acostarse con ella por una hora.

–¡¡Si pues… si lo creo…!!, -le contestó don Pedro en forma eufórica ya que nunca imaginó una pregunta como esa por parte de la rubia, sintiendo en su cerebro como nuevamente se reactivaba la vena que unía su sistema nervioso con su verga, lamentablemente para él la rubia rápidamente recuperó la cordura:

–Pero yo… ¡yo no me acostaría con él…! ¡Ni por dinero… ni por nada…! ¡Ya se lo dije…!

El vejete de igual forma con tan solo escuchar la pregunta de Gabriela este ya casi resoplaba de calentura por todo lo que estaba sucediendo, su verga ya estaba semi erecta y desprendía pulsantes gotas de moquillo debajo de sus calzoncillos y pantalones, pero sabía que debía calmarse, la conversación con la mujer que probablemente le haría ganar dinero iba mejor de lo que había pensado en un momento, por lo que se dio a calmarla para no perder el pequeño tramo avanzado:

–¡Si…! tranquila zorrita, si era solo un ejemplo para que me entendieras…, -aun así don Pedro en su fuero interno comprendía que “SI” había dado un pequeño paso en la mente de la rubia, un paso pequeño… pero significativo.

–Aun así… yo… yo creo que los hombres decentes si existen…, -continuó defendiendo su postura nuestra Gaby, –no como ese tipejo con sonrisa de ganador que ya hasta me da asco, -le dijo también para salir del paso claramente refiriéndose al hombre recién despachado, por otro lado ella sabía que había sido indiscreta con su última pregunta.

–No seas pendeja para tus cosas… te digo que no existen… si tú misma ya lo viste… ps…, -el mecánico tras su respuesta terminó moviendo su cabeza en forma negativa debido a la porfía de esa rubia.

A pesar de lo anteriormente sucedido nuestra Gabriela de igual forma se sentía algo cómoda en la compañía del vejete, los grados de alcohol en su mente… o que su cuñado la haya tratado de dama hace un rato cuando este hacía el pedido, y que además este mismo haya sacado la cara por ella en aquel boliche con un hombre que claramente se había equivocado con su persona lentamente la estaban llevando a depender de su ex casi cuñado al menos por esa noche, y no era que Gabriela estuviese desesperada por ir a acostarse con él, es más… esa idea no figuraba para nada en su mente a pesar de que este la ponía nerviosa con todas sus palabrotas y situaciones que le inventaba, pero tal como ya se dijo la rubia simplemente se sentía cómoda en la compañía del viejo, algo así como segura, tal como en alguna oportunidad la había hecho sentir su hermano, algo parecido a eso pero también distinto de alguna forma, y así se notaba por lo desenvuelta que se notaba para continuar la conversación con su cuñado:

–Escúcheme don… ahora yo le mostraré otro ejemplo para que Usted vea que no está del todo en lo correcto…

–A ver… ¿y cuál sería tu ejemplo?

–Aquí mismo en este local… hay muchas mesas en donde hay familias completas cenando, por lo que yo veo esos esposos son todos hombres serios que no piensan como Usted o como ese flaco que Usted acaba de solicitarle que se retire.

–¿¡Estas segura de lo que dices rubia!? -esa pregunta más parecía una amenaza debido a como se lo preguntaba el viejo, pero eso a Gabriela por ahora no le preocupaba.

–Claro que si… si ninguno de ellos me ha mirado, como tampoco miran a las demás mujeres que están en las otras mesas, y eso es claramente porque respetan a sus esposas y a sus hijos… ¿se da cuenta?, ahora es Usted quien pierde, estamos empatados, -le dijo otra vez sonriente.

–No te han mirado a destajo solo porque andan acompañados, además que las otras mujeres no están a la altura de una yegua como tu… pero no sabes los efectos que crearías en ellos si les hicieras creer tener un mínimo de posibilidad de tener algo contigo, ahí verías tu misma lo que es capaz de hacer un hombre con solo creer tener una mínima posibilidad de encamarse a coger contigo, Jejeje, incluso hasta pagando…

Gabriela se iba confundiendo cada vez más con aquella conversación, en su sub consiente no sabía si sentirse alagada o enojarse por cada vez que el vejete la trataba de yegua o cuando hablaba poniéndola a ella en la condición de puta, o también refiriéndose a lo muy buena que era ella cuando se la cogían y así muchas cosas más, el punto era que a estas alturas la balanza en su mente se inclinaba más hacia lo primero que a lo segundo, pero aun así en su persona aun prevalecía la cordura, eso sí que lo tenía muy claro y así también se lo hacía saber a su cuñado:

–No… no lo creo tan así… solo lo dice para salir de paso y para no reconocer que esta vez yo tengo la razón.

La mente del mecánico trabajaba aceleradamente, le gustaba que la conciencia de la rubia estuviera medianamente lucida, así era más entretenido se decía, por lo que rápidamente comenzó a urdir una maquinación lujuriosa para tentar la suerte esperando que la rubia cometiera un error y la puso en ejecución en forma inmediata:

–¿¡quieres apostar…!?

–¿Apostar? ¿Y cómo apostaríamos…?

–Escucha rubia… y para que no te asustes… yo por ahora no te voy a mandar a hacer nada de lo que tú no quieras, esto es solo para que tú misma compruebes el efecto que crea el poder de tu cuerpo en la mente de un hombre.

Gabriela se dio unos segundos a analizar las últimas palabras del vejete, eso de que “por ahora” no la iba a mandar a hacer nada de lo que ella no quisiera significaba que quizás después en alguna ocasión si lo haría, pero lo otro que dijo sobre “el poder de su cuerpo y sus efectos en la mente de un hombre” le gustó un montón haciéndole sentirse bien hembra para sus cosas, entendía que el viejo ese le estaba diciendo literalmente que ella era toda una mujer y en todas sus letras, ineludiblemente todo esto también le hacían sentirse bien yegua, ya que a estas alturas ese apelativo era significado de estar bien buena, su baja autoestima que sintió en todo ese último tiempo, desde que la habían humillado en el hospital donde estuvo hospitalizado don Cipriano, subió hasta la estratosfera con solo escuchar esa simple oración, claro que en el buen sentido de la palabra. De la misma forma como que ya le estaban comenzando a gustar todas esas peladeces que le hablaba su cuñado, estas lentamente la iban trasladando a un agradable estado emocional sintiéndose además bien conectada con aquel aborrecible vejete y todas sus falacias, todo eso la indujo a pensar en tal vez aceptar la apuesta del viejo, además que este mismo había dicho que por ahora no la iba a mandar a hacer nada de lo que ella no quisiera, así que tras analizar las elogiosas palabras del mecánico la confundida rubia se dio a contestarle quizás en forma un poco coqueta:

–Jijiji… creo que Usted ya va a empezar con sus cosas de acostamientos y prostitutas… no le digo que vaya a aceptar apostarle, pero de ser así… ¿cómo sería su jueguito?, -le contestó finalmente.

–Ps simple… elegiré a cualquiera de esos hombres que andan cenando en familia, de esos decentes como tú dices, y tu parte será ir a sentarte a una mesa cercana de cualquiera de ellos y mirarlo…, -Gabriela lo miraba atentamente escuchando aquel insólito juego que le estaban proponiendo, el viejo continuaba, –solo tienes que mirarlo y cuando estés segura de que este sabe de tu presencia y te mire sonríele, solo bastará con eso, ahí verás cómo se empezaran a desencadenar situaciones cuando el pobre bastardo crea tener una mínima posibilidad de tenerte encuerada y abierta de piernas en una cama, Jejeje… ¿te atreves a jugar?

A pesar del confortable estado emocional recientemente descrito de la ex casada ella no pudo dejar de escandalizarse por el atrevido juego que le estaban proponiendo:

–¿M… me… me está pidiendo que le haga creer a un desconocido que me iré a acostar con él? ¿Es eso?, -ahora sí que la rubia comenzó a ponerse nerviosa de verdad.

–Exacto…, -le respondió don Pedro con vehemencia a la vez que la miraba bebiendo cerveza de un vaso, –Pero tranquila, esto será algo así como un experimento, ¿acaso no decías que aún existen hombres serios y decentes?, ps… ahorita saldremos de las dudas… Jejeje…

–¿¡Pero… pero yo no me iré a acostar con nadie… verdad!?

–Jejeje… ahí está la vitamina de todo este asunto rubia… tú dices estar muy segura que todos estos vatos son de muy buenos sentimientos y que respetan a sus familias, te reto a apostar que si es así nunca más te vuelvo a hablar de estos temas y asunto olvidado, pero si el pendejo se atreve a dejar de lado a su familia no importándole nada para irse a entretener contigo… tu deberás acceder a ir a acostarte con él si es que te lo pide, Jejeje, siempre y cuando le cobres o saques algún partido de ello, el cual compartiremos, claro…, ahí comprobarás tu misma que todos los hombres somos iguales, Jejeje.

Don Pedro se daba cuenta de cómo temblaban las manitas de la rubia en el momento de explicarle las lujuriosas condiciones de su apuesta, ya que quizás debido a que cosa la rubia se estaba sirviendo ella misma otro vasito de aguardiente y se lo llevaba a sus labios en forma temblorosa, el viejo seguía estimando que iba muy bien encaminado.

–¿¡C… cómo se le ocurre que yo voy a apostar algo como eso!? –Gabriela junto con contestarle se bebió de un toque la mitad de su trago, y luego otro poco de jugo de naranja y así iba dosificando.

–A ver… ¿de qué te preocupas tanto rubia?, si solo será un juego el cual tu ganarás según lo que me decías, sino servirá también para que veas los efectos que le produces a un hombre cuando lo calientas, Jejeje

Gabriela quien en su momento siguió mentalmente los pasos de ese inusual juego no supo porque se le aceleró el corazón, eso… eso era endemoniado, pero no sabía porque motivos mientras más lo pensaba más interesante le parecía el atrevido juego del cual ella estaba segura que iba a ganar y que nada de eso que decía el vejete iba a suceder, el hombre que escogiera don Pedro para tal experimento quizás se extrañaría a lo más, pero nada más que eso.

–¿Qué me dices finalmente… juegas?, -en los ojos del vejete ya brillaba el fulgor de la calentura, la perversión y el interés económico.

La rubia seguía pensando que el juego propuesto por el viejo era de lo más vicioso, además que ella nunca había hecho algo parecido, ni siquiera en sus tiempos de estudiante en donde los pretendientes le llovían pasó por su mente tentar intencionalmente a un hombre con su femineidad, pero ahora sí que se la estaba pensando, el peligroso juego ideado por don Pedro la atraían misteriosamente, solo eran ciertas convicciones de su personalidad la que la detenían y así se lo hacía saber al vejete:

–¡Ay no lo sé…! ¡¡No sé…!! ¡¡Yo estoy segura de lo que digo… pero si le apuesto sería como jugar con los sentimientos de las personas y eso no me gusta!! -le dijo sonrojada y mordiéndose el labio inferior cuando le daba su respuesta.

–Dices eso solo porque sabes que yo tengo la razón… además que…

–¡Está bien… e… e… entro al juego!, -le cortó de una la ex casada a la vez que seguía confirmándole, –P…pe… pero solo lo haré para demostrarle que Usted está rotundamente equivocado, todos los hombres no son como Usted dice, claro que tengo una sola condición…

–¡Jejejeje…. como tú quieras rubia…! ¿Y cuál es esa condición?

Don Pedro rebosaba de alegría calenturienta ya deseaba ver en primera fila de cómo esa hembra se las daría de zorra con un pobre desgraciado, además que estudiaría la situación para ver hasta qué punto era capaz de llegar esa lujuriosa rubia a la hora de calentar a un macho.

–Yo misma escogeré a la persona… si no es así, entonces no hay juego…, -Gabriela en un punto de aquella endemoniada conversación con su cuñado pensó que este era capaz de haber estado de acuerdo con algún otro hombre para probar si tal vez ella cometía algún error, pero se sabía dueña de la situación, si era así tal como ella lo pensaba don Pedro no iba a querer jugar y le cambiaría la conversación, pero la respuesta del vejete otra vez la pusieron en jaque, ni mencionar que su corazón le empezó a latir desbocadamente:

–¡Ok…! ¡Que sea así como dices…! entonces ¿a qué vato de todos estos vas a escoger?

La muy nerviosa rubia se terminó su vaso de jugo con aguardiente para digerir lo que le estaba ocurriendo, fue ahí cuando supo claramente que la cosa iba en serio, incluso la última y sencilla pregunta de su cuñado con eso de que ella iba escoger a un hombre le hicieron confundirse, no sabía si realmente entrar al juego tal como se había comprometido solo hace unos segundos, o retirarse y darse por perdedora, pero todo esto se diluyó de su mente cuando sin darse cuenta ya estaba analizando todas las mesas para escoger al candidato, de un momento a otro ya estaba nerviosa total, sus azules ojos veían que todos esos hombres que andaban acompañados por sus familias eran todos muy parecidos y ya algo entrados en años, no sabía por cual decidirse para realizar el experimento ideado por su mal hablado cuñado, este mismo esperaba la resolución de la rubia con la calentura a cien por hora y alterándole los sentidos ya que veía que era la misma rubia quien se estaba ofreciendo para ir a comportarse como toda una fulana con un pobre hombre que ella por primera vez veía en su vida, así lo veía él.

–Ya… Ya lo escogí…, -respondió finalmente Gabriela tragando un pequeño cumulo de saliva al mismo tiempo que miraba a su horrendo cuñado.

–Jejeje… ¿y cual se supone que fue el “afortunado”?

–¿¡Qué “afortunado” ni que nada!? –aclaró al instante la rubia ya que entendía que su cuñado al referirse como afortunado al hombre que ella escogiera, este afortunado podría obtener algo por parte de ella en el ámbito sexual, y eso sí que no sucedería, por lo que siguió aclarándole al vejete como serían las cosas, — ¡esto es solo un juego el cual yo ganaré…! yo solo lo entusiasmaré un poco, pero ya verá que el señor que escogí no hará nada de lo que Usted dice al estar con su esposa y su familia a un lado de él…

–¡Si claro…! Jejeje… entonces… ¿Cuál?, -don Pedro estaba más que entusiasmado, deseaba ver a esa putita jugando ahora ¡¡¡ya!!!

–¿Ve a ese señor que está a la izquierda de ese pilar?, -le consultó la rubia en forma disimulada.

–¡Sí! ¡Lo veo…! ¡Es algo pelón creo!, ¡Mmmmm… y al parecer anda con su esposa y su hija por lo que veo!, Jejeje… -junto con decir lo último ahora era el vejete quien se había cambiado al aguardiente, la necesitaba para equilibrar sus niveles.

–E… Ese m… mis… mismo…, -le contestó Gabriela nerviosamente al constatar que este había dado con el personaje escogido.

–¡Ps estamos…! entonces levanta ese trasero y ve a comportarte como toda una zorra con él… ya verás lo que ocurrirá…

–No creo que vaya a pasar nada… Usted perderá…, -le iba diciendo la rubia junto con tomar su pequeño bolso aprontándose ya para ir a acercarse a su víctima.

–Ya lo veremos rubia… ya lo veremos… cualquier cosa que necesites me envías un mensaje, así que ten tu teléfono a mano, así nos comunicaremos, Jejeje…

Gabriela dándose ánimos e intentando calmarse levantó todas sus exquisitas formas, una vez ya de pie y siempre mirando en todas direcciones (quizás en forma temerosa debido a lo que estaba a punto de realizar) tragó de su dulcecita saliva y se encaminó a una mesa cercana a la del hombre que ella estaba dispuesta a ir a torear con la sola intención de demostrarle a don Pedro que el respeto de un hombre por su mujer y hacia su familia aun si existía.

Antes de continuar la narración de lo que iba a suceder con Gabriela (en lo que quedaba del transcurso de aquel día y en los inicios del siguiente) es importante aclarar que para nuestra confundida rubia y en su conciencia ninguno de los actos que estaba a punto de realizar le hacían presagiar que para esa misma noche estas imprudentes acciones y el no tan inocente juego de su cuñado se podrían desvirtuar y quizás hacerle cometer otro gran error en su vida, uno aún más grande y mucho más significativo que los ya cometidos pudiéndola tal vez marcar en forma negativa esa misma noche y para el resto de su existencia.

Continuará

 

Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (4)” (POR LUCKM)

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Al día siguiente amanecí bastante pronto, con la polla como un palo, mientras me servia Sin títuloun café revise las nuevas cámaras del piso de arriba. Se veía a la niña y a la madre durmiendo placidamente, ambas desnudas en sus camas. Cogi las llaves y subí, entre en su casa y me puse a hacer el desayuno. A los cinco minutos apareció Eva frotándose los ojos, iba completamente desnuda como le había ordenado. Me miro sorprendida pero me ayudo a prepararlo después de un largo y húmedo beso.

Eva – Iba a bajar en breve, tenia ganas de mi desayuno mañanero.

Yo – Jajaja, ya me imagino el hambre que tienes putita.

Empezamos a desayunar y apareció mama, tb iba desnuda, ella no se sorprendió, solo se acerco, me beso y me acaricio la polla suavemente. Fue hacia la cocina…

Yo – Donde vas mama puta?

Ana – Iba a coger una taza.

Yo – No, ponte en el extremo de la mesa, túmbate sobre la mesa con los brazos extendidos, cogiendo los bordes. Voy a encularte.

Ana – No, por favor, eso debe doler mucho.

Yo – Que va, bueno si, pero te acostumbraras, una buena puta tiene que usar todos sus agujeros.

Ana – Pero…

Yo – Pero nada, Eva, coge las bragas de anoche y méteselas en la boca.

Eva se levanto y se acerco al salón, las bragas que llevaba su madre la noche anterior. Volvió y después de darle un besito en la mejilla a su mama se las metió en la boca, costo un poco, eran muy grandes.

Yo – Ves mama, ya tienes desayuno, esas bragas tienen mi semen, los jugos del coño de tu niña y los tuyos de anoche, seguro que las empapaste bien antes de que te las quitara.

La mama gruño un poco pero mantuvo su posición mientras nos veía desayunar a su hija y a mi.

Yo – Y bien cariño? Como se te plantea el día?

Eva – Pues tengo un examen y mi novio va a darle por el culo a mi mama.

Yo – Y eso te gusta?

Eva – Mucho. No se por que pero si, me encanta. Cuando tenga un novio será tan guarro como tu?

Yo – No creo, pero todo es buscar. Dentro de poco te pondré a follar todos los fines de semana, te quiero muy usada.

Eva – Por que?

Yo – Simplemente me gusta la idea, veo esas adolescentes monísima todos los fines de semana, guapísimas. Siempre quise verlas follar como unas putas. Lo que me recuerda, en tu nuevo colegio, hazte amiga de las mas guapas, las usaremos mas adelante.

Eva – Claro, si lo hiciste con mama y conmigo seguro que puedes con alguna de las mojigatas de mis compañeras, y me encantaría verlas con una polla en la boca.

Yo – Ves, a mama tb le encanta, le da igual lo que le diga a su niña con tal de tener su ración de polla. Verdad mama?

Ana asintió con la cabeza, me levante y me acerque a ella, le acaricie el coño.

Yo – Joder, la puta de tu madre tiene el coño chorreando cariño.

Sonó el teléfono, Eva se acerco al aparato.

Eva – Es papa.

Yo – Quien?

Eva – El cornudo.

Yo – Pues cojéeselo.

Acerque mi polla al culo de Ana y empecé a apretar, tenia su agujerito muy cerrado. Me acerque a su oído.

Yo – Procura abrir el culo o te quito la mordaza y el cornudo de tu marido te va a oír aullar puta.

Ella se relajo un poco y mi polla empezó a entrar poco apoco, Eva hablaba con su padre

Eva – Hola papi, que tal? Y eso que llamas tan temprano?

Seguí empujando, mi polla iba ya por la mitad, era un gustazo desvirgar el culo de una mama. Agarre sus tetas mientras seguía clavando mi polla

Eva – No papa, esta en la ducha. Si, estamos muy bien, te echamos de menos, cuando vuelves?.

Eva me miraba mientras enculaba a su madre, ella se acariciaba su coño, me encantaba esa rajita adolescente, sin un pelo, se la veía sus jugos brillar desde donde estaba…

Eva – Esta noche? Que bien!!

Mi polla entro por completo, la madre emitió un jadeo se relajo, empecé a sacarla y meterla despacio para abrir bien su culo.

Eva – Si papa, estudie el examen de hoy.

Seguí empujando cada vez mas rápido, quería correrme, cuando note que la leche subía de mis pelotas la saque y se la clave en el coño de un golpe, mi leche salía disparada, notaba como me vaciaba dentro de su coño. Me acerque a su oído.

Yo – Joder, que puta eres, creo que te preñe con tu marido al teléfono, quieres que te preñe puta?

Ella movió afirmativamente la cabeza. Le di la vuelta, la tumbe abierta de piernas sobre la mesa, hice un gesto a eva para que le pasara el teléfono, cuando Ana se vio con el aparato cerca se saco las bragas de la boca y empezó a hablar con su marido.

Ana – Hola cariño!, que tal el trabajo?

Ana – Si, nosotras también te añoramos.

Me acerque a Eva y le dije que acariciara a su madre, de arriba abajo.

Empezó tocándole las piernas, yo negué con la cabeza, me acerque y agarrre las tetas de Ana bien fuerte, las solté, Eva me imito, agarre su coño metiéndole un dedo dentro, Eva iba pillando la idea y ya no se cortaba.

Ana – Si cariño, rezamos todas las noches.

Se iba poniendo nerviosa con la sobada, Eva no tenia compasión, parecía fascinada con el coño de su madre, tras meterle un par de dedos se los llevo a la boca y los chupo. Ana la miraba con los ojos abiertos como platos.

Metí un par de dedos en el coño de Eva y se los acerque a su madre.

Ana – Si cariño, no para de estudiar.

Se los metí en la boca, ella intento girar la boca pero le di un pequeño bofetón y la abrió. Los chupo unos segundos y siguió hablando. Mi polla estaba dura otra vez, le dije a Eva que se tumbara sobre su madre, cuerpo con cuerpo, sus tetas se tocaban.

Ana – Cielo, tengo que dejarte para ayudar a Eva antes de ir al cole.

Metí mi polla en el coño de Eva, hasta el fondo, vi como su espalda se ponía tensa y aguantaba un gemido.

Ana – Si, yo también te quiero, besos.

Ana – Joder, que cabron eres!!

Yo – calla puta y abraza a tu hija, quiero que sientas su cuerpo mientras me la follo.

Seguí hundiendo mi polla en su joven coñito, ella ya no paraba de gemir. Ana la abrazaba, muy fuerte, le gustaba sentir las tetas de su niña frotándose con las suyas, bajo una mano hacia su coño y empezó a masturbarse.

Yo – Eva, abre la boca, quiero que babees como una perra, vamos, babéale la cara a tu mami.

Ana se masturbaba cada vez mas fuerte, Eva gemía una y otra vez…

Eva – Te gusta mi novio mama? Es una maravilla verdad?

Ana – Si cielo, ojala yo hubiera tenido uno así.

Eva – Por favor, correte en mi boca, necesito mi leche calentita por las mañana.

Saque la polla del coño de Eva y me senté en un sofá, tanto empujar me tenia molido.

Yo – Bien, putas, venir aquí. Ana, cojéeme los huevos con una mano y la polla con la otra, mastúrbame para alimentar a tu niña, tu Eva, pon la boca en mi capullo, tu mama me va a ordeñar los huevos para ti.

Ana puso todo su esmero, Eva succionaba fuerte mi capullo, se la veía hambrienta. Al final no pude aguantar, Eva trago, todo, y estuvo un par de minuto mas succionando para terminar de dejarla bien limpia.

Bien putitas, una a clase y la otra a trabajar. Ana, pasa por casa al volver, esta noche recibirás a tu marido con el culo bien abierto y lleno de leche.

Ana – Si amo.

Yo – Y tu putita, invita a tus amigas a subir después de clase, les daré un vistazo por cam y ya te diré cuales me gustan.

Eva – Me encantaría estar en misa y ver a varias de mis compañeras sabiendo que sus coños están chorreando tu semen.

Yo – Lo veras putita, y con sus papas al lado, como tu.

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Bueno, espero que os gustara, por favor votar, es la manera de saber si voy bien o no… Sigo encantado de que me mandéis mail o me agreguéis.

Luckm@hotmail.es

skype: luckmmm1000

 

Relato erótico: “Rosa, la cachonda invisible. (5)” (POR JAVIET)

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ROSA, LA CACHONDA INVISIBLE. (5)

Sin títuloAntes de nada, me disculpo por el largo tiempo pasado desde la publicación del anterior capitulo, procurare que no se repita, a veces las musas no inspiran lo suficiente,

Recomiendo la lectura de los episodios anteriores, para una mejor comprensión del texto.

Rosa pasó al servicio e hizo sus necesidades, lavándose a fondo en el bidet que allí había y después de secarse volvió al salón, la camarera Cristy hablaba con Paco su jefe y barman del local, después de haber llevado las bebidas encargadas a las mesas, allí se sentó en uno de los sillones libres y sin dejar de observar a las otras parejas se descalzó y oculto las sandalias, ahora era totalmente invisible así que armándose de valor decidió acercarse y contribuir a calentar a sus futuras parejas sexuales.

Se acercó y observo cómo se intercambiaban las distintas parejas, charlando entre ellas bebían y bailaban ajenas a su presencia, poco a poco los cuerpos se rozaban calentándose en aquel ambiente tan propicio, Rosa se situaba cerca de todos y al tiempo que miraba iba pasando las yemas de los dedos por los cuerpos de todos, hombres y mujeres eran rozados sin distinción, suspiraba en el oído de Luis para acto seguido hacerlo en el del rubio Joan, después acariciaba suavemente un pezón de Pili notando como se le ponía tenso de deseo, la situación se ponía ardiente cuando entro Cristy diciendo:

– Bien señores y señoras, prácticamente ya está todo dispuesto y solo falta saber si van a necesitar a alguien más, casualmente tenemos otro cliente pero ha venido solo y necesita ser invitado por alguien para unirse a ustedes, les presento a Pablo.

El susodicho entró en el salón, el hombre fuerte moreno y con bigote enseguida fue aceptado como uno más del grupo, Bea no podía dejar de observarle y enseguida se dedico a bailar con él, mientras Carmen y Darío charlaron entre ellos para finalmente dirigirse Darío a Cristy diciendo:

– De acuerdo, le aceptamos en el grupo ¿Tiene ya lista la habitación grande?

– Si ya esta lista – respondió Cristy – cuando quieran pueden pasar todos, en el armario del fondo tienen los “extras” pañuelos, látigos, capuchas, esposas, etc.

El grupo en pleno se dirigió a habitación grande cuya cama de 4 x 6 metros seria el lugar elegido para la orgia, algunos fueron a curiosear en el armario del fondo y sacaron de los cajones varias cosillas, después se desnudaron todos y metieron sus ropas en las perchas de la parte superior de dicho armario.

Darío como anfitrión puso una condición, las mujeres llevarían pañuelos en los ojos o capuchas en la primera ronda y los hombres en la segunda, así nadie sabría seguro quien follaba o chupaba a quien, Carmen su pareja aceptó con una condición, dos personas “ciegas” serian esposadas en cada turno, así serian usados por los demás e incluso azotados, la selección sería por sorteo para evitar favoritismos, además Cristy estaba invitada a entrar y participar, Pablo sería el encargado de azotar a los seleccionados y tirarse a quien quisiera como pago, hombres y mujeres aceptaron tras alguna duda.

Cristy sacó las capuchas del armario y se las enseño a todos, eran de cuero negro y se metían por la cabeza, hasta el cuello donde se abrochaban con una correa delgada, ella se puso una para que viesen como quedaba, parecía un casco y solo dejaba al descubierto media cara, desde la mitad de la nariz hasta debajo de la mandíbula, el cuero de la máscara bajaba por las mejillas para unirse finalmente en una banda en el cuello cerrándose con la ya mencionada correa delgada, la zona de los ojos era de la misma pieza de cuero y no permitía la visión, por ultimo en la zona de los oídos tenía un par de agujeros para que la “victima” pudiera oír las ordenes, además la misma mascara tapaba el pelo de la persona que lo llevaba.

A todos les gustaron las mascaras y decidieron usarlas, sortearon a las dos mujeres que las llevarían en esta primera tanda, Carmen la cuarentona delgada y Bea la espectacular rubia de pelo corto fueron las afortunadas, ávidas de empezar el juego se dejaron poner las capuchas y sus manos fueron esposadas por delante, Pablo fue el encargado de hacer todo el trabajo pues al no tener pareja y ser el más grande se le dio el papel de “verdugo” Cristy le dio una fusta, indicándole que aquel que no pusiera el debido entusiasmo debía ser azotado.

Cristy dijo a su oído en voz baja:

– No seas animal, no son masocas sino clientes normales, si les das muy fuerte no volverán.

Rosa cada vez más cachonda observaba los preparativos desde un rincón, acariciándose el coñito mientras los demás tomaban posiciones, sus muslos y sus manos ya estaban empapadas de flujos.

Las dos encapuchadas fueron obligadas por Pablo a sentarse en lados opuestos y mas largos de la gran cama de 4 x 6 metros mientras los demás acababan de organizarse.

Darío dijo:

– Creo que es justo que yo no toque hoy a mi parienta, me dedicare a Bea y a las demás, Josua haz lo mismo y dedícate a todas excepto a tu mujer ¿estás de acuerdo? El citado Josua acepto encantado.

Pilar dijo:

– Arantxa y yo lo hemos hablado y estamos de acuerdo en hacernos un 69 para animaros, ¡verdad nena!

Arantxa contesto: – muuuy de acuerdo, pero creo que será mejor si todos llegamos al mismo compromiso ¿estamos todos de acuerdo en que nadie folle con su pareja y si con todos los demás?

– SI dijeron casi a la vez todos.

Entonces intervino Cristy diciendo:

– iBién, entonces Arantxa y pilar al centro de la cama y al tema ya! El resto sois cinco tíos, menos el marido de cada encapuchada, toca cada una a cuatro penes que nuestras gallinitas ciegas van a empezar mamando, contare hasta 30 y daré una palmada, será la señal para que metáis vuestros miembros en la boca de una de ellas, cuando volváis a oír la palmada la sacareis y dejareis que otro entre y disfrute, entre tanto tenéis un descanso para cambiar de mujer o masturbaros, el que se haga el remolón para abandonar la mamada recibirá tres azotes, ah y no olvidéis lo siguiente, el primero en correrse será encapuchado en la siguiente ronda, entendido si ¡pues adelante!

Los hombres ya estaban tomando posición, situándose en dos grupos de pie ante ambas mujeres enmascaradas a ambos lados de la larga cama, cuando sonó la palmada “plas” Bea y Carmen habían oído el plan y no se asustaron cuando todo comenzó, Bea recibió el pene de Joan totalmente erecto entre sus labios y lo chupó con ganas, Carmen recibió el de Luis que aun estaba a medio empalmar pero había sido el más rápido en llegar a ella, la mujer demostró su experiencia lamiéndolo repetidamente y chupándolo a conciencia, consiguiendo rápidamente una erección brutal y de buen tamaño, sonó otra palmada “plas” oyéndose la voz de cristy:

– ¡cambio de pareja!

Darío ocupo el lugar de Joan en la boca de Bea y Josua relevó a Luis en la de Carmen, ambas chuparon ávidamente aquellos dos garrotes de carne, entretanto Pablo sin dejar de mirar todo lo que ocurría en la sala, puso su gran miembro (el mejor de la sala) en manos de Cristy para que esta no se aburriese mientras contaba, ella le hizo una señal para que siguiera controlando a los demás y cogió con sus manos aquella verga haciéndole una paja lenta para marcar el ritmo mientras contaba, 1 piel abajo, 2 piel arriba 3 abajo 4 arriba… 30 arriba, soltó las manos y dio una palmada diciendo:

– ¡cambio de pareja!

Carmen dejo escapar el miembro mulato de Josua que fue inmediatamente reemplazado por Joan y mamado con arte y muchas ganas por aquella hembra caliente que abierta de piernas se acariciaba la vagina y el clítoris con sus esposadas manos, Bea mientras se tironeaba ella misma de los pezones notó que salía el miembro de Darío de su boca y entraba rápida y ansiosa la verga de Luis, la mujer caliente de veras casi la mordió al emprender una chupada ansiosa del miembro, Carmen aflojo el ritmo al correrse debido a sus propias manos, pero sintió que Joan la sujetaba la cabeza y se movía follándola la boca rápidamente entre jadeos.

Al mismo tiempo, cuando Cristy fue a coger de nuevo el miembro de Pablo tras dar la palmada, recibió un fustazo suave en las manos, el hombre guio su pene entre los labios de la morena diciendo:

– A veces hablas demasiado, cuenta mejor así.

La tomó del pelo e introdujo el prepucio en su boca, haciéndola mover la cabeza una y otra vez no muy rápido arriba y abajo, en esta ocasión al llegar a treinta Cristy no dijo nada, ni se detuvo en sus movimientos, con la boca llena de carne y saliva solo separó sus acariciadores dedos de los huevos de él , dio una palmada y volvió a empezar 1… 2…3…

En la cama rodeadas de gente que disfrutaba y suspiraba, Pilar estaba tumbada con las piernas abiertas, sobre ella en la postura del 69 Arantxa la pelirroja chupaba y era chupada en el chochete, las caras de las dos mujeres estaban empapadas de flujo y saliva procuraban hacer lo mismo que recibían dándose placer mutuamente, cuando una lamia la vagina de la otra recibía a cambio la lengua vivaracha de la otra en sus labios internos, si esta pasaba a chupetearla el clítoris, la otra le respondía con similar caricia, el ritmo se fue acelerando progresivamente entre suspiros y gemidos hasta que Arantxa metió dos dedos en el chochete empapado de Pilar, penetrándola e iniciando un rápido movimiento de pistón dentro y fuera de ella mientras la mordía suavemente el clítoris, sin importarla las salpicaduras de flujo que la salpicaban la cara, Pilar se retorció de gusto y entre gimoteos se aferro al culo de Arantxa que estaba sobre ella, lo asió y tiro hacia debajo de él al mismo tiempo que subía la cara, estampándola contra el abierto y chorreante chochete de la pelirroja, chupándolo e introduciendo la lengua todo lo que pudo repetidas veces, entre jadeos la rebaño por dentro sin parar, notando ambas el placer que las envolvía y las hacia alcanzar el orgasmo una y otra vez.

Nuestra amiga Rosa, permanecía en el rincón apoyada en la pared, se masturbaba con la mano derecha en el coñito mientras se magreaba los pechos con la izquierda, contemplaba la orgia que se desarrollaba en la habitación pero aun no se decidía a intervenir, esperaba el momento adecuado.

Tras varias palmadas y cambios, la competición de mamadas acabó bruscamente cuando Josua hábilmente chupado por Carmen dio un gemido y gritó:

– Siiii zorraaaa toomaaaa leecheee.

Descargando una abundante corrida en la boca de la cuarentona, ella tragó lo que pudo pero un poco de esperma, salió de su boca cayendo en sus pechos donde ella misma se lo froto diciendo:

– Siempre viene bien un poco de leche corporal, gracias cielo.

Cristy se levanto de la cama y dijo:

– Bien Josua, ya sabes que serás uno de los dos tíos encapuchados en la siguiente ronda, ahora las mujeres seréis penetradas por los tíos presentes, excepto como recordareis por sus propias parejas, Pablo únete a Luis Darío y Joan y empezad.

Carmen y Bea, hartas de estar sentadas se tumbaron la gran cama, Pilar y Arancha dejaron de hacer el 69 y esta última se tumbó pues la molestaban un poco las rodillas debido a la posición en que había estado, por su parte Pilar la grandota hizo lo contrario, poniéndose a cuatro patas se situó al borde de la cama ofreciendo su empapado conejo mientras decía:

– A ver, tu grandullón ¿te llamas Pablo verdad? Méteme esa cosa grande ¡venga!

Pablo estaba encantado de obedecerla, en dos pasos se sitúo tras ella y la metió toda su hombría en aquel chochete empapado, dándola viajes a buen ritmo pero no demasiado rápidos para durar más en aquella vagina, que le encajaba como un guante.

Los demás hicieron otro tanto, Arantxa fue penetrada por Darío que veía como Carmen su mujer se abría de piernas para ser penetrada por Luis con mucho entusiasmo, Bea recibió también con alegría un pollazo en su chochete, al estar enmascarada no sabía que se trataba de Joan, pero soltó un suspiro de satisfacción al ser por fin penetrada, todos se movían y el placer se adueñaba de la habitación, los senos eran acariciados y chupados, los sexos penetrados y casi todos estaban disfrutando de la orgia.

Cristy miro a Josua diciéndole:

– Vale campeón, túmbate en la cama y mientras te recuperas de la corrida chúpame el chochete.

El se tumbo en la cama dejando sus rodillas colgando del borde, creyendo que ella le montaría un 69 pero no fue así, Cristy subió a la cama y se arrodillo sobre su cara, le puso el chochete en la cara y se inclinó hacia delante, para chupar los pechos grandes de Bea la rubia espectacular, mientras esta recibía las acometidas del miembro de Joan.

Cristy sobo los grandes pechos y tras chupar un pezón a Bea se incorporo para decir:

– No sé si olvidé deciros, que el siguiente tío que se corra será el segundo encapuchado en la siguiente ronda, así que tíos aflojad un poco el ritmo y disfrutemos todos y todas a tope.

Rosa vio como Cristy volvía rápidamente a su tarea de mamar pezones mientras la comían el chichi, pero también vio otra cosa, Josua el mulato bailarín de cuerpo firme y algo cachas que la comía voraz el chochete, no podía verla al tener la cara contra aquel pubis, además nadie se ocupaba de su cimbreante y semierecto miembro, ella se decidió por fin y se acercó poniéndose de rodillas al lado del muchacho que con las piernas colgando fuera de la cama se comía un coño.

Ajeno a los deseos de Rosa, Josua estaba encantado chupando aquel jugoso chochete depilado y tremendamente húmedo, cuando notó en su rabo una sensación maravillosa, se lo estaban mamando… y coomoo, quien fuera lo hacía estupendamente, intento ver quien era pero entre la poca luz y el pubis de la chica no podía ver nada, decidió seguir a lo suyo y disfrutar.

Rosa había metido el miembro semierecto en su boca y lo chupeteó con ganas… con muchas ganas, pues mientras lo hacía seguía masturbándose con sus dedos, estaba cachonda y salida prácticamente descontrolada de deseo, solo podía pensar en correrse de una vez, necesitaba urgentemente un orgasmo… rápido y bien grande.

Tras chuparlo y mamarlo durante un par de minutos, el miembro de Josua estaba enorme y mojado cuando lo saco de su boca, lo deseaba muy dentro de ella así que volvió a chupetearle el prepucio mientras se metía los dedos en la vagina agitándolos velozmente, se volvió a sacar el miembro de la boca dejando una buena capa de saliva sobre él y se levanto, puso una pierna a cada lado de las de el dándole la espalda y retrocedió al mismo tiempo que flexionaba las piernas, la punta rojiza del miembro rozo su ansiosa y chorreante vagina, ella pensó “ allá vamos”

Josua alucinaba con la mamada que recibía, el procuraba comerse el clítoris de Cristy con la misma intensidad aunque sabía que no era ella la autora de su placer, la sintió correrse sobre su boca. El flujo y las contracciones del orgasmo le llenaron la boca y sintió…algo distinto, ya no le chupaban el miembro, ahora la sensación era… distinta ¿un coño estaba sobre su polla?

Rosa se clavo el miembro, la entrada fue rápida pues la lubricación era excesiva, Rosa boto sobre aquel rabo como una loba en celo, dentro y fuera, dentro y fuera, muy rápido pues no podía pararse por fin… lo tenía dentro, meció las caderas notándolo ajustarse y siguió dentro y fuera, no fueron más de veinte botes los que dio clavándose aquella polla cuando nuestra recalentada protagonista empezó a correrse entre jadeos:

– Siiii maasss jooodeeer, maaasss siiiii ooohmmm siiiii.

Siguió saltando y empalándose, se lamia los labios resecos por tantos suspiros, apenas estaba reponiéndose cuando la fallaron las piernas y cayo sentado de pleno sobre el miembro clavándoselo hasta las mismas pelotas y corriéndose una segunda vez al sentirse totalmente rellena de dura carne caliente, entre gemidos de gusto solo atinaba a mover sus caderas en circulo entre contracciones vaginales y temblorosos suspiros.

Rosa aun se estaba intentando relajar, cuando sintió que cristy se movía hacia ella reculando mientras decía:

– ¡Joder Josua como me has comido el coñito, que gozada! Ahora prepárate que te voy a montar.

Rosa solo tuvo tiempo de desmontarlo y dar dos pasos tambaleándose, se giró y vio como el conejito de Cristy se zampaba el miembro aun empapado de sus propios jugos de un solo golpe, comenzando a follarlo con un desmedido entusiasmo, vio la cara de el mirando en su dirección sabiendo que alguien se lo había follado pero sin poder verla, se apartó de ellos un poco y contemplo la escena de todos jodiendo en la gran cama, aun estaba cachonda y eligió a su siguiente víctima.

Las violentas acometidas que Joan le daba a Bea la impulsaban fuera de la cama, tenía la cabeza casi colgando, solo apoyaba la nuca en el colchón, así que Rosa no se lo pensó demasiado aun estaba caliente y deseando disfrutar mas así que se acercó a la encapuchada boca de Bea, apoyo las rodillas en el colchón y arrimo su coñito a la nariz y la boca de la rubia tetona,

Bea se había corrido muchas veces con aquel miembro insaciable taladrándola y quien fuera que la había comido los pechos, había perdido la cuenta de cuantos orgasmos llevaba, noto sobre su boca un chochete y pensó que era la misma que le había comido las tetas pidiéndola que le devolviera el favor, así que ni corta ni perezosa se puso a ello, sacando la lengua y comenzando a chupar el chochete que tenia encima, sin importarla no verlo por culpa de la capucha.

Rosa se dejaba chupar el clítoris y la rajita, la viciosa lengua la recorría sin parar una y otra vez por su empapado coñito para volver al mismo sitio, su clítoris era chupado y mordisqueado una y otra vez por aquella mujer jadeante que a su vez estaba siendo follada sin parar, nuestra amiga no tardo en correrse en la boca viciosa y lamerona de aquella hembra y mientras se recuperaba del placer, miro a su alrededor y vio a todos jodiendo sin parar.

Dario y Arantxa eran los más cercanos a ella, el miembro del hombre no era muy grande pero estaba duro como el hierro, recordó que antes de empezar la orgia le había visto tomarse algo, una pastilla o algo así por lo que dedujo que tenia marcha para rato, Arantxa era toda ella gemidos y contoneo de caderas con aquella tranca yendo y viniendo en su interior, no dejaba de gozar y se apretaba los pechos con las manos, parecía no poder parar de correrse.

Efectivamente eso era lo que la estaba ocurriendo, era multiorgasmica y a esa altura de orgia y hábilmente follada prácticamente empalmaba un orgasmo con el siguiente, Luis su marido lo sabía y no dejaba de mirarla desde el otro lado de la cama mientras de rodillas metía su duro miembro en Carmen la otra enmascarada, esta recibía sus empellones con deleite y muchos gemidos de placer pues aparte del miembro de este sentía algo más.

Pablo seguía metiéndosela a Pilar por el chochete desde atrás, de cuando en cuando daba un fustazo en el bonito y firme culete de aquella hembra grandota, le gustaban las tías grandes y fogosas aunque no hacía ascos a ninguna pero esta le gustaba y no dejaba de meterle su poderoso miembro.

Pilar se vio impulsada hacia delante por los fuertes pollazos de pablo y acabó con la cara cerca del vientre de Carmen, viendo como el miembro de Luis penetraba aquel chochete ante sus ojos, así que sin cortarse acomodó la postura para poner allí su boca, chupo la entrada de aquella húmeda vagina y el clítoris, al notar aquella lengua a un lado de su rabo Luis dejo de mirar a Arantxa e hizo lo que cualquiera, saco el miembro del chochete que follaba y lo metió en la boca de Pilar, esta lo acogió con ganas ya que aun no lo había probado, lo mamo gustosa durante un minuto más o menos, luego su propietario lo sacó para volver a metérselo a Carmen en su ahora ansioso chochete que volvió a ser lamido por Pilar, siguieron así un rato y cada varios embates el cambiaba de agujero.

A la derecha de Rosa se encontraban Josua y Cristy, esta última con cara de vicio y gritando de placer se corría otra vez mientras cabalgaba frenética al mulato que no dejaba de tironearla de los pezones mientras la empalaba, por ultimo y debajo de ella Bea seguía comiéndola el chochito con ganas y mucha pasión, tenía la cara empapada de de flujo por su anterior corrida y lo hacía tan bien que supo que no tardaría en hacerla llegar de nuevo, al otro extremo de la rubia Joan estaba en las ultimas estocadas, gemía sin parar mientras la metia su miembro, dio seis envites mas antes de ponerse rígido y exclamar:

– Me corroooo siii yaaaa, meeee corroooooo.

Eyaculo en el interior del acogedor y caliente chochete de Bea, esta se corrió a su vez al sentirse llena de esperma caliente y en pleno éxtasis mordisqueo el clítoris de Rosa, que a su vez descargó entre temblores y gemidos una gran corrida en la boca de aquella apetitosa y jadeante zorrita.

Nuestra protagonista atinó a levantarse aun suspirando de placer de la cara de Bea y reculando se apoyo en la pared, desde allí vio como acababa aquella primera parte de la orgia que se desarrollaba a su alrededor, Luis notó que se corría y saco el miembro del chochete de Carmen, sin dudar lo introdujo en la boca ansiosa de Pilar y ahí eyaculo varios fuertes chorros que la llenaron la boca y pese a que esta intentaba tragarlos, tal era la cantidad que no pudo evitar que se la desbordara un poco, cayendo sobre el vientre y la vagina de Carmen.

Josua fue el siguiente, pero el avisó entre jadeos que se corría, Cristy dio un pequeño salto desmontándose del miembro y dejándoselo a lo largo de la raja de su culete, los fuertes chorretones de esperma soltados por el mulato cayeron sobre la espalda de la chica como una cálida lluvia blanca.

Dario se incorporo un poco y saco su verga del chochete de Arantxa, lo hizo justo a tiempo para cogérsela con la mano y apuntar al vientre de ella, varios chorretones de espeso líquido la salpicaron desde la vagina hasta debajo de los pechos, todo su vientre y abdomen quedaron cubiertos de leche calentita.

Pablo dejo de follar desde atrás a Pilar y sacó el miembro tumefacto de aquel chochete que se acababa de correr saboreando en su boca el semen de Luis, hizo sentarse a la mujerona mirándole mientras se masturbaba ante su cara y finalmente eyaculo ante ella, empapándola totalmente la cara y dejándola el miembro en sus labios entreabiertos, Pilar no necesitó indicaciones y engullo lo mas que pudo de aquel miembro, chupándolo y tragando todo lo que aun podía darla sin limpiarse la cara hasta acabar.

Rosa no podía dejar de mirar, aun seguía caliente con lo que había visto pero la naturaleza se hizo sentir y notando que tenía que ir al servicio salió de la habitación, se fue pensando que mientras se limpiaban un poco y organizaban la segunda parte, le daría tiempo de sobra para orinar y asearse.

Estaba ligeramente equivocada pero eso ya lo veremos…

CONTINUARA.
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javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 2” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 3

A la mañana siguiente, Loung me despertó con un beso. Creyendo que quería reanudar lo ocurrido, la abracé pero ella rehuyendo mis caricias y con lágrimas en los ojos, me informó:
―Don Manuel, nunca se repetirá. He cometido un error porque ahora me va a ser más difícil cumplir con mi deber porque cada vez que le mire, querré ser suya y sabré que es imposible.
―No te entiendo― respondí enojado― creí que habías disfrutado.
―Y disfruté pero a partir de hoy, habrá otra mujer en su casa― dijo mientras huía llorando de la habitación.
En ese instante, no la comprendí y creyendo que una vez en Madrid tendría oportunidad de repetir cuando esa joven estuviera lejos de Samoya, decidí no perseguirla por el hotel.
Al bajar al hall. Loung se había puesto la careta de burócrata y con gesto serio, me saludó.
―Su automóvil está listo para llevarle al aeropuerto. Me han informado que su cuñada ya nos está esperando en la sala de espera.
Ya había asumido que tendría que cargar con esa desconocida y comprendiendo que no era culpa suya, enfoqué todo mi odio contra su gobierno. Lo que no me esperaba fue que al llegar, mi cuñada estuviera escoltada por un par de policías y su actitud me hizo saber que no se iba de buen grado. Por eso, aprovechando que nos dejaron un minuto, a solas, le dije que no se preocupara porque yo me ocuparía de que no le faltara nada.
―Siento ser una carga― respondió casi llorando con un marcado acento:― como el único varón que considero de mi familia, le debo respeto y procuraré servirle en lo que pueda siempre que me permita seguir con la labor de su hermano desde España.
No comprendiendo el alcance de sus palabras, le recalqué que mi casa sería la suya y que por supuesto estaba que podría continuar la obra que Alberto había empezado. La viuda sonrió al oírme pero no dijo nada porque los agentes habían vuelto y temía que nos oyeran.
Su silencio me permitió observarla. Aunque la raza oriental no era especialmente de mi agrado, tuve reconocer que ese metro cincuenta albergaba todo lo que un hombre puede soñar. Guapa y con un cuerpo proporcionado, su sonrisa era cautivante. A nadie que se fijara en ella, le pasaría inadvertido que esa mujer era una belleza.
«Alberto tuvo siempre buen gusto», pensé al verla caminar con paso felino por los pasillos del aeropuerto y maldiciendo mis pensamientos, me recriminé por pensar que su viuda tenía un buen polvo.
Curiosamente, Loung se mantuvo a distancia mientras estábamos en suelo samoyano pero en cuanto se hubieron cerrado las puertas del avión, se arrodilló frente a ella y en su idioma, le soltó una parrafada que no entendí. Sovann al percatarse que no lo comprendía, le dijo:
―En español, el hermano de mi marido debe de enterarse quien soy.
Loung se disculpó y ya en castellano, repitió:
―Princesa, el gobierno actual no representa al pueblo. Considéreme su leal súbdita, juro dar mi vida por usted.
―Loung Sen, tu padre me hizo llegar tu deseo de servirme y en agradecimiento a su fidelidad, desde este momento te acepto como mi secretaria personal.
Entonces lo comprendí todo. El rey, su tío y el presidente se habían desecho de un miembro de la familia real discordante en silencio y sin armar revuelo, por eso tantas facilidades y tantos honores. Querían que su pueblo jamás supiera de su exilio. De esa forma, mandándola con su cuñado a Madrid, evitaban rumores y sobre todo manifestaciones de apoyo.
Escudriñando las conversaciones con mi hermano, recordé que Samoya era una monarquía electiva y que al morir el rey el consejo de sabios decidía su sustituto. Sentí un escalofrió al pensar que mi cuñada sin duda debía ser la favorita del pueblo y viendo la mala salud del actual monarca, la mandaban exiliada a la otra punta del globo.
Sin saber que decir ni que hacer, guardando un escrupuloso respeto pregunté:
―Su alteza, ¿cómo debo llamarla?
Luciendo una de sus mejores sonrisas, esa monada me contestó:
―¿Cuñada? ¿Sovann? Me da igual siempre que me tutees. Alberto ya me alertó de que su hermano mayor era un poco estirado.
Su respuesta me hizo reír y sin importar que Loung estuviera presente, le cogí la mano mientras le decía:
―Creo que seguiré llamándote Princesa.
―Como quieras, pero en España sonará raro que en la intimidad llames de esa forma a tu cuñada― y entornando los ojos dijo con picardía:― Pueden suponer que el cariño que te mostraré es de otra índole.
Aunque vi que Loung se enfadó por la ocurrencia, a mí, su broma me hizo gracia y más animado me senté en mi asiento. Sovann y su secretaria aprovecharon las catorce horas del vuelo para establecer la estrategia de oposición que desarrollarían y antes de que me diera cuenta habían concertado una rueda de prensa en mi casa. Aunque reconozco que me abrumó todo aquello, decidí cumplir con la palabra dada y no dije nada de que usaran mi vivienda como su base. Aterrorizado porque no me cabía duda de que mi hermano había sido asesinado por ser el marido de esa disidente, traté de conciliar el sueño.
Desde que conocí a esas dos mujeres, mi vida se vio trastocada y prueba de ello fue que al llegar a Barajas, en la puerta del avión nos recibió un comandante de la Guardia Civil que tras una breve presentación, nos informó que desde el ministerio del interior le habían encomendado ser nuestro escolta en España.
―Comprendo que quieran proteger a la princesa pero ¿considera necesario una presencia permanente en mi casa? ― protesté al oír que iba a haber apostados dos secretas en el jardín de mi chalet.
―Por supuesto― respondió el militar: ―Tanto usted como la señora pueden ser objeto de un atentado y es mi misión evitarlo.
No tuve que ser un genio para entender que cada vez que saliera, un policía iría pegado a mis talones y lamentando mi perdida independencia, me hundí en un mutismo incómodo del que solo salí cuando la viuda, me cogió de la mano y susurrándome al oído, me dijo:
―Lo siento. Sabré compensarte.
En ese instante, no supe el modo tan genuino con el que, transcurridos unas pocas horas, esa mujer cumpliría su promesa.
Asumiendo mi papel de comparsa, recogí mi maleta así como el nutrido equipaje de mi cuñada y sumisamente me subí en el automóvil que habían puesto a nuestra disposición mientras un policía se llevaba mi audi cargado con nuestra ropa. Al llegar al chalet, ya nos esperaban los agentes que iban a encargarse de nuestra protección y pidiendo permiso, empezaron a instalar multitud de cámaras y otros artilugios que ni quise preguntar su objeto. Antes que me diera cuenta, me invadieron el garaje dejándolo prácticamente inutilizable, ya que habían decidido ubicar ahí la central desde espiarían todo lo que ocurriera en el perímetro.
Pero el colmo fue al entrar en “mi” despacho y encontrarme que Loung se lo había adjudicado y por eso, cabreado y arrepentido de haberle ofrecido mi casa, me fui a mi habitación. Tan enojado estaba que ni siquiera me quité los zapatos al tirarme en la cama para ver la televisión, pero ni siquiera mi alcoba fue un refugio porque a los cinco minutos de estar allí, llegó Sovann y al ver que no me había descalzado, dulcemente me regañó y me dijo:
―Manuel, necesito tu ayuda. ¿Dónde vamos a recibir a la prensa?
―Usa el salón del fondo, entre las sillas y los sofás puedes meter a más de treinta personas. Lo sé porque he hecho muchas fiestas y me consta que caben.
―Pero ¿no me vas acompañar?― musitó bajando sus pestañas― Cómo hermano de Alberto debes de estar a mi lado.
Su mirada de auxilio me desarmó y bajándome del colchón, me comprometí no solo a ayudarla a preparar el salón sino a servirle de apoyo durante la entrevista. En ese momento creí que mi presencia allí iba a ser testimonial pero en unas horas descubrí cuan equivocado estaba.
Aunque su secretaria llamó a unos compatriotas, el trabajo fue arduo y completamente agotado, a las tres decidí que basta y cogiendo a mi cuñada del brazo, le dije que tenía hambre y que la invitaba a comer.
―No tenemos tiempo para salir a comer. ¿Por qué no llamas para que nos traigan algo?
―Si te quieres quedar aquí es tu problema, Princesa, yo me voy.
Sin dar su brazo a torcer, me pidió que le trajera algo a la vuelta. Hundido en la miseria, dejé que un poli me llevara a un centro comercial y allí di rienda suelta a mi tensión poniéndome tibio en un mexicano. Al terminar pedí unos tacos vegetarianos para llevar y volví a mi antigua pacifica casa.
En la puerta, me esperaba mi cuñada de mal humor pero en cuanto me vio dulcificó su gesto y cogiendo la bolsa de la comida de mi mano, me dijo suavemente:
―Querido, me he tomado el atrevimiento de elegirte la ropa que debes llevar durante la rueda de prensa― y anticipándome la sorpresa que me iba a llevar, me explicó: ―Piensa que nuestras fotos serán vistas por mi pueblo y debes aparecer como merece tu rango.
―¿Mi rango?― exclamé.
―¡Sí! ¡Soy su princesa! Y como estoy bajo tu amparo, tú también debes aparecer ante sus ojos como miembro de la realeza.
Sin comprender su cultura, decidí seguirle la corriente pero al entrar en mi habitación y ver que sobre la cama un traje ceremonial de su país, me cagué en sus muertos. Hecho una furia, me duché con mi cabeza dando vueltas por el lío en el que me había metido. Una vez seco, me quedé mirado la puñetera vestimenta y sin saber por dónde empezar, llamé a Loung en mi ayuda.
La jodida chavala se rio al ver mi problema y sin quejarse, me ayudó a vestirme. Como comprenderéis ver a la mujer que me había tirado la noche anterior de rodillas frente a mí, mientras me abrochaba el pantalón, me pareció muy morboso y presionando su cabeza contra mi sexo, le pregunté si no quería repetir:
―Don Manuel, no insista. Lo de anoche fue un error.
Más afectada de lo que sus palabras reflejaban, esa muchacha se dio prisa en terminar, tras lo cual, desapareció corriendo por las escaleras. Solo y alborotado, me miré en el espejo. Tardé en recobrarme al ver la imagen reflejada del grotesco individuo disfrazado de Marajah oriental que era yo. Es que no faltaba ni el dorado chuchillo que, en las novelas de Salgari, eran el símbolo del poder. Estuve a punto de mandar todo a la mierda cuando mi queridísima cuñada apareció por la puerta:
―Estás guapísimo― dijo y con lágrimas en sus ojos, exclamó llorando:―¡Cómo te pareces a mi marido! No es solo por tu altura, tienes el mismo porte regio del que me enamoré.
―¿Este traje es de mi hermano?― pregunté sin llegarme a creer que Alberto hubiera consentido en llevar esa cursilería.
―Sí, es con el que se casó conmigo.
Sentí urticaria al pensar que era su “smoking de boda” y por eso le pregunté si no tenía otro.
―Lo siento. Es el único con el suficiente empaque para la ocasión.
Ajeno a lo que se me avecinaba, me compadecí de su dolor y acepté bajar vestido así. No os podéis imaginar la vergüenza que sentí al recibir a los periodistas de esa guisa y sentado en mi sillón mientras mi cuñada permanecía a mi lado con una mano apoyada en mi hombro. Perdonad pero no os he contado que Sovann iba también con un vestido típico de su país de seda salvaje rosa y adornando su pelo, portaba una pequeña diadema en forma de corona. Los reporteros gráficos aprovecharon nuestro posado para hacernos multitud de fotos y solo cuando ya estaban todos, dio comienzo la rueda de prensa.
La princesa, mi cuñada, tomó la palabra y después de hacer una alabanza al rey y al mierda de su presidente, habló de la labor de su difunto marido y prometió que seguiría con más fuerza luchando por el bien de su pueblo. En su corto discurso, no reparó en críticas contra el actual gobierno y señaló las dificultades y penurias que sufrían los campesinos y pobres en su país.
Al terminar, me miró con complicidad pero no le devolví la mirada porque estaba encabronado de que hubiera loado a su tío, el monarca, el mismo que la había exiliado. En mi fuero interno, supe que era una cuestión política pero aun así, me enojó su servilismo.
Hasta allí todo fue normal pero lo grave fueron las preguntas. El primero en preguntar fue un periodista de “El País” que obviando la presencia de mi cuñada, directamente me preguntó:
―Don Manuel, ¿es cierto que su hermano murió de un infarto o por el contrario fue asesinado?
Antes de responder, sentí la mano de mi cuñada apretando mi hombro, avisándome de que mantuviera la versión oficial.
―Que quede claro, Alberto Cifuentes murió como vivió, sirviendo al pueblo que lo acogió como suyo― respondí sin aclarar nada.
El reportero no se quedó satisfecho y repreguntó.
―¿De qué murió su hermano?
―Ya se lo he dicho, cuando el corazón de mi hermano dejó de latir, su alma seguía luchando por los pobres.
Viendo que no iba a sonsacarme ningún titular y menos le iba a confirmar el motivo de su fallecimiento, pasó el micrófono a otro periodista. Este empezó siendo más diplomático y dirigiéndose a mi cuñada, le inquirió sobre su permanencia en España.
―Tanto Manuel como yo, viviremos en este país mientras nuestro rey lo considere oportuno – y dando por terminada la respuesta, dijo: ―Otra pregunta.
Me quedé de piedra cuando me incluyó a mí en sus planes pero empecé a sudar tinta cuando el mismo tipo le preguntó:
―Entonces ¿confirma la información de palacio?
―¿Cuál?― respondió Sovann con tono duro.
―Según el portavoz del rey, después del periodo de luto y siguiendo las costumbres de su pueblo, usted se casará con el hermano de su marido.
―Sí, es cierto. Aunque suene extraño bajo la óptica occidental, la familia real samoyana sigue a rajatabla el levirato y su gente así lo espera. Tanto Manuel como yo hemos jurado seguir la labor de Alberto y poner nuestras vidas al servicio de nuestro pueblo.
La cara que debí de poner debió ser un poema pero manteniendo el tipo, me quedé callado aunque en mi fuero interno, deseara estrangular con mis manos tanto a la princesa como a su secretaria.
No me habían hablado del “pequeño” detalle que según su cultura, si un marido moría sin hijos, su hermano estaba obligado a casarse con la viuda.
Como comprenderéis, el resto de la rueda de prensa me dio igual, solo deseaba que terminara para pedirle explicaciones a esas dos serpientes con forma de mujer. Desgraciadamente para mí, las preguntas se prolongaron durante una hora. Hora en la que mi teóricamente prometida se dedicó a esbozar las medidas que tomaría en el caso de ser nombrada reina sin citarlo. Estrictamente eran consejos para el actual rey pero ningún observador avispado dejaría de comprender que esa iba ser su línea de gobierno.
«¡Aunque sea una arpía, es inteligente!», tuve que reconocer al oírla.
Al terminar la rueda de prensa, todavía me tocó acompañar a la princesa hasta la puerta y ahí despedir a los medios. Nada más irse el último y como Loung había desparecido, me encaré con la princesa y cogiéndola, le exigí explicaciones:
―¡Me haces daño!― protestó― Suéltame y podré explicarte.
Fue entonces cuando advertí que llevado por la ira le estaba retorciendo su brazo, avergonzado, la solté, momento que ella aprovechó para ir a mi despacho y sacar de su bolso una carta.
Tras depositarla en mis manos, me dijo:
―No te dije nada porque Alberto me aconsejó no hacerlo. Me habló de tu terquedad pero también de tu sentido del honor y que de llegar este momento, harías lo correcto. Si no me crees: ¡Lee el mensaje de mi marido!
Mirando el sobre que me había dado, reconocí la letra de mi hermano y urgido de explicaciones, la leí:
Manuel:
Si estás leyendo esto, significa que he muerto. Llevo temiendo un atentado dos años y por eso me he anticipado y te he escrito esta carta. Tómala como mi testamento. No dejo bienes, nunca me han importado, pero te dejó algo más importante que es una misión.
Como ya habrás descubierto que me he casado y que mi esposa es la princesa sovann. Siento que te enteres así pero no te dije nada porque no quería ponerte en la mira de sus enemigos.
Nuestro matrimonio fue por amor pero no puedo olvidarme de que mi esposa representa el futuro de su pueblo. Solo ella será capaz de sacar de la edad media a su país y llevarlo al siglo xxi. Por eso, te pido que le ayudes aunque eso signifique tu sacrificio.
Sacrificio inevitable, porque ninguna mujer puede acceder al trono sin estar casada y el día que yo falte, serás tú el único con el que podrá hacerlo. ¿recuerdas las veces que, de niños, nos intercambiábamos los papeles?. Te pido eso:
“Toma mi lugar”.
Un hermano que te adoraba en vida
Alberto.
Releí su carta un montón de veces porque me costaba creer que mi hermano estuviera de acuerdo con esa locura. Cuando hube asimilado sus palabras, me escandalicé al saber que de acuerdo con sus ideales una vida solo tenía sentido si se tenía una misión y que obviando mi opinión, me legaba la suya.
«¡Quién cojones se creía para joderme así!», maldije mientras me guardaba el papel en el bolsillo.
Sovann, que se había mantenido en silencio, me preguntó:
―¿Vas a cumplir su deseo? ¿Puedo considerar que seguirás su lucha?
Traicionando las bases de lo que había sido mi existencia hasta en ese momento, no pude negar a mi hermano muerto ese último favor y por eso, indignado, respondí:
―Sí, pero no esperes que me meta entre tus piernas. Eres la viuda de mi hermano y aunque firmemos un papel, seguirás siéndolo.
La mujer sonrió y habiendo obtenido mi promesa, me dejó solo…

CAPÍTULO 4

Me sentía una marioneta, un puto muñeco sin voluntad que se movía siguiendo los designios de un titiritero. Mi destino estaba marcado y sabiendo que me sacrificaría por un pueblo que detestaba, salí de mi chalet y me fui a un bar a ahogar las penas. Pero ni siquiera pude hacer eso tranquilamente al tener a escasos metros la presencia del escolta encargado de protegerme.
―¡Mierda!― mascullé entre dientes apurando el whisky que me había pedido y volviendo a casa.
Al llegar como si fuera mi ama de llaves, Loung me recibió en la puerta. Tras preguntarle por la princesa, su secretaria me informó que se estaba cambiando para la cena.
―¿Cena?
―Sí, unos importantes miembros de la colonia samoyana en Madrid han preparado un convite para celebrar su compromiso.
Eso fue la gota que derramó el vaso. Le lancé una mirada de odio y subiendo los escalones de dos en dos, llegué a la habitación de invitados y sin llamar, abrí la puerta para encontrarme a Sovann totalmente desnuda, peinándose frente al espejo.
―Perdón― exclamé al verla de esa guisa y retrocediendo el camino, estaba a punto de irme cuando la escuché decir:
―No te vayas. Dime a qué has venido.
Sorprendido observé que poniéndose en pie, la viuda de mi hermano me miraba tranquilamente y sin importarle que la estuviera viendo en pelotas, esperaba mi respuesta. Respuesta que tardó en llegar porque olvidándome de quien era, mis ojos recorrieron su minúscula anatomía sin recato.
Era impresionantemente bella, dotada por la naturaleza de unos pechos adorables, en su cuerpo no había ni gota de grasa y para colmo, su delgada cintura hacía resaltar aún más su soberbio trasero. Juro que no fue mi intención pero no pude dejar de recrear mi mirada, observando tanto los negros pezones que decoraban sus senos como el recortado pubis que esa mujer lucía.
Sé que se dio cuenta de mi admiración y del modo tan poco filial con el que la miraba pero no se enfadó y poniendo una sonrisa en sus labios, me volvió a preguntar que quería. Aturdido al sentir que bajo mi pantalón tenía un traidor que se había puesto duro, solo fui capaz de preguntar a qué hora y como debía de estar vestido para la cena.
Mi cuñada, entornando sus ojos, respondió:
―Querido, nos esperan a las nueve. Te he dejado un smoking en la cama― y poniendo cara de no haber roto un plato, preguntó: ―¿Te parece que me recojas a las ocho y media?
Cómo me urgía huir de esas cuatro paredes, le contesté que me parecía bien y cobardemente, salí despavorido hacia mi cuarto. Nada más cerrar la puerta y tal y como iba vestido, me metí bajo la ducha pero ni siquiera el agua fría pudo calmar el calor que me abrasaba y maldiciendo mi falta de honor, liberé la tensión de mi entrepierna masturbándome mientras me imaginaba a esa pequeñita berreando entre mis brazos.
Mi mente, como si fuera una premonición, se llenó de imágenes de pasión donde la viuda de mi hermano se arrodillaba a mis pies y cogiendo mi pene entre sus labios, sellaba nuestro pacto anti natura. Reconozco que por mucho que intenté combatir el deseo, esa oriental y su diminuto cuerpo me habían calado hondo y derramando mi simiente sobre la ducha, me corrí pensando en ella.
Al vestirme, la vergüenza me golpeó con ferocidad y maldiciendo la lujuria que me había dominado, me juré que nunca más. Jamás volvería a mirar a mi cuñada como mujer y menos ahora que sabía que aunque solo fuera a los ojos del mundo, Sovann sería mi esposa legal. Desgraciadamente, todas mis buenas intenciones cayeron en saco roto al verla salir. Enfundada en un traje negro totalmente ceñido `pero sin escote, ese demonio parecía un ser angelical. La arpía, modelándome, me preguntó que le parecía su vestido con el único propósito de molestarme.
―Estas bellísima― respondí― Pareces la reina mala, solo espero no estar presente cuando te conviertas en bruja.
Muerta de risa y en absoluto ofendida, me miró y señalando el enorme bulto de mi entrepierna, me respondió:
―Te equivocas, de ser un personaje de cuento sería Blanca Nieves y tú, el cazador. Eso que tienes ahí: ¿qué es?: ¿El cuchillo con el que vas a matarme?
Me sonrojé al saber que se había percatado de mi excitación y tapándome las vergüenzas, contesté con tono duro.
―Mi cuchillo nunca se clavará en tu cuerpo.
―Ya veremos― contestó soltando una carcajada, tras lo cual, haciendo a un lado mi humillación me cogió del brazo y alegremente, me sacó del chalet.
Ya en el coche, mi cabeza no dejó de dar vueltas al no comprender qué sentido tenía que esa mujer tonteara tan descaradamente con el hermano de su marido, cuando apenas llevaba siendo viuda una semana. Mirándola de reojo, me sorprendió ver que estaba llorando y sin apenarme de sus lágrimas de cocodrilo le pregunté el motivo.
―Me recuerdas a Alberto y aunque sé que es lo que él deseaba, por cumplir con mi deber siento que le estoy traicionando.
―Disculpa pero no te sigo.
Desconsolada, la mujer se abrazó a mí mientras me decía:
―No puedo ser tu esposa de pega, necesito un heredero que reine después de mí y por eso sé que debo seducirte, aunque opines que soy una puta.
Indignado pero sin ser ajeno a que esa mujer me trastornaba, me recriminé por no haberlo pensado: Las monarquía se perpetúan con hijos y si esa mujer estaba convencida de que iba a reinar, necesitaría tenerlos. La sola idea de que fuera mi simiente la que la preñara, me hizo abrir la puerta y vomitar. Mi reacción incrementó su llanto y olvidándose del chofer, me preguntó gritando:
―¿Tan vomitiva me encuentras?
Juro que no encuentro una explicación lógica a lo que hice pero, al oír su queja, la cogí entre mis brazos y la besé. Ella, tras la sorpresa inicial, respondió a mi caricia y pegándose a mí, dejó que mi lengua jugueteara con la suya mientras mis manos recorrían su cuerpo.
Esa fue la primera vez que palpé la firmeza de sus pechos y solo la imposibilidad física, de desnudarle el dorso, evitó que, al igual que en un sueño, me comiera sus pezones. Dejándose llevar por la calentura, me acarició por encima de la bragueta y eso rompió el encanto, al recordar a mi hermano.
Realmente no sé si fue ella o por el contrario yo, quien se separó pero lo cierto es que avergonzados y mirando cada uno por la ventanilla, ni nos dirigimos la palabra durante el resto del trayecto. Ya en el hotel donde iba a tener lugar el banquete, mientras se bajaba del automóvil, me dijo con dolor:
―Tenemos que respetar los tres meses de luto.
Dudando si su sufrimiento era por la traición o por sentirse atraída por mí, la seguí por las escaleras de entrada. Adoptando un aire regio, mi supuesta prometida me cogió del brazo y con paso firme entró en el salón. Supe que debía cumplir con mi papel de consorte e imitándola fui saludando uno a uno a los presentes. Aun acostumbrados al modo de vida occidental, esos miembros prominentes de la colonia nos hacían una genuflexión mientras le miraban con auténtica devoción.
«Es una autentica líder», pensé mientras la valoraba en silencio, «sabe que su pueblo la necesita y dará su vida por conseguirlo».
La velada discurrió con júbilo, sus súbditos mostraron alegría desbordante celebrando el compromiso de su princesa y tras tres horas de continuas felicitaciones, Sovann la dio por terminada diciéndome:
―Querido, estoy cansada, ¿podemos irnos?
Su voz me reveló que realmente estaba agotada y pasándole mi brazo por la cintura, la saqué del hotel. En el coche, mi cuñada apoyó su cabeza en mi pecho y se quedó dormida. Mientras volvíamos a casa, me la quedé observando y con el corazón encogido, comprendí que me atraía a lo bestia. Supe que no era lógico, que era inmoral, que me consumiría en el infierno pero me dio igual, prefería una condena eterna a defraudar a la mujer que tenía en mi regazo.
Al llegar, sin despertarla, la cogí entre mis brazos y con ella a cuestas, subí hacia su cuarto. Allí la deposité en la cama y tras quitarle los zapatos, la tapé y aprovechando que estaba traspuesta, le di un tierno beso en los labios.
Ya me marchaba, cuando la oí susurrar:
―Manuel, no te vayas. Necesito que me abraces.
Tumbándome a su lado, pasé mi brazo por su cuerpo y acercándola al mío, me quedé quieto. Ella al sentir mi caricia, se dio la vuelta y devolviéndome el beso, me dijo:
―La mejor forma de honrar a tu hermano es ser tu mujer― y sin esperar mi respuesta, me desabrochó los botones de mi camisa.
No pude rechazarla y menos cuando habiendo desnudado mi dorso, empezó a besarme el cuello mientras sus manos recorrían mi pecho. Lentamente la princesa fue tomando posesión de su reino, bajando por mi pecho y concentrándose en mis pezones. Nunca creí sentir tanto placer con el mero hecho de que esa monada recogiera entre sus dientes mis aureolas pero lo cierto es que cuando se puso a horcajadas sobre mí, mi pene ya lucía una dolorosa erección bajo mi pantalón.
Olvidándome de mis prejuicios, me terminé de desnudar, momento que mi cuñada aprovechó para sin quitarse el vestido, coger mi falo entre sus manos y apuntando a su sexo, empalarse con él. Me sorprendió no encontrarme con el obstáculo de sus bragas porque estaba seguro que no tuvo tiempo de habérselas quitado y por eso cuando la cabeza de mi glande chocó contra la pared de su vagina y antes que se pusiera a cabalgar, le pregunté si había salido sin ellas de casa:
―Sí― gimió― llevo cachonda toda la noche pensando que alguno de mis súbditos descubriera que no llevaba ropa interior.
―¡Serás Puta!― exclamé partido de risa.
―Sí, soy una puta. Fui la zorra de tu hermano y a partir de hoy, seré tu perra― gritó levantándose para acto seguido dejar que mi polla resbalara en su interior.
Su confesión lejos de calmar mi deseo, lo incrementó y desgarrando su ropa, la desnudé para por fin apoderarme de esos pechos que me había dejado alelado. Cogiendo sus negros pezones entre mis dientes, dejé que se empezara a mover. Sovann, gimiendo como una descosida, me pidió que no dejase de morderlos y retorciéndose con mi pene incrustado en su sexo, dio a sus movimientos un suave compás.
―Me encanta sentir tu plebeya polla en mi real coño― aulló muerta de risa mientras aceleraba sus caderas.
Busqué una respuesta acorde a su burrada y mientras le daba una sonora nalgada, le contesté:
―Pues yo siempre he deseado azotar el trasero de una princesa para luego cuando lo tenga calentito follármelo y así decir que le he dado por culo a la monarquía.
―Si prometes darme duro quizás la próxima semana te deje cumplir tu deseo.
Totalmente desbocado y soñando de veras en poseer ese pandero, le pregunté porque teníamos que esperar una semana:
―Querido, porque estoy en mis días fértiles y quiero quedarme embarazada.
Escandalizado, exclamé:
―¿De qué hablas?
La mujer, sin dejar de bombear sobre mi pene, respondió:
―Piénsalo, es ideal. Si me quedo preñada, podemos hacer creer que es de Alberto y con un hijo en mi vientre, no tendrías que casarte conmigo. Ambos ganaríamos. Tú no tendrías que sacrificar tu vida y yo sería una reina viuda.
Ni siquiera me paré a pensar que era una solución inteligente y furioso, por el modo tan brutal con el que esa guarra me había manipulado, me deshice de su abrazo y mentándole la madre, salí huyendo de su habitación. Al llegar a mi cuarto, no me sentí a salvo de sus siniestras maniobras hasta que cerrando la puerta, me aislé.
«Menuda hija de perra», sentencié al recordar lo sucedido.
Esa puta me había seducido, no porque se sintiera atraída por mí sino porque vio en mi semen una escapatoria a la condena que para ella suponía las costumbres de su pueblo. Sin ser capaz de pensar coherentemente, decidí que si Sovann quería reinar tendría que humillarse a mis pies y aceptar ser mi mujer.
Todavía el día de hoy, no entiendo mi postura: yo no quería casarme y su país me la traía al pairo y sé que fue mi orgullo de macho herido el que me obligó a enfrentarme a ella.
Esa noche, con un extraño frenesí, me masturbé soñando que esa princesita llegaba desnuda a mi cama, rogándome que la hiciera suya. En mi imaginación, me vi separando las nalgas de mi cuñada y sin esperar a relajar su esfínter, dándole por culo hasta que rendida de placer me imploraba que me casara con ella.

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (15)” (POR JANIS)

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CAZADORLa historia de un culito chino.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloCalenda dejó de ensortijarse el cabello con el índice de su mano izquierda y desconectó su móvil. Sin ser conciente de ello, sonrió y miró las luces de Manhattan, al otro lado del puente de Brooklyn.

― ¿Era Cristo? – le preguntó May Lin, atareada en freír trocitos de pollo en la sartén.

― Si, el pobre está destrozado…

― Te gusta ese chico, ¿verdad?

― ¿A mí? – Calenda hizo un exagerado gesto de sorpresa, llevándose una mano al pecho. — ¿Por qué lo dices?

― Por la sonrisa que se te ha quedado en la cara – señaló la chinita con la paleta.

― No. No sé… Es agradable, divertido y muy comprensivo, pero…

― Es enano.

― ¡May! – se escandalizó la venezolana.

― No es por burlarme, pero es la verdad. Parece un ratoncito…

― Si, bueno… pero resulta encantador, ¿no?

― No lo puedo negar. A veces me dan ganas de estrujarlo entre mis brazos.

― Tampoco exageres, es casi de tu tamaño.

― ¡Le saco algunos centímetros y, seguramente, cinco kilos de peso! – exclamó May Lin, poniéndose de puntillas, como para afirmar aún más su superioridad.

― Vale, vale – se rió Calenda. – Tienes razón.

May Lin parecía una cría, con su cuerpo delgado y casi sin pecho, de apenas metro sesenta.

― Solo pienso en ti, amiga. ¿Qué diría la prensa si le viera aferrado a tu cintura? – le preguntó la chinita.

― ¡Bufff! – Calenda ya había pensado en ello. Las sátiras cubrirían las páginas de sociedad. Pero era tan injusto… Cristo era un cielo.

Calenda se levantó del sofá y se dispuso a ayudar a su compañera de piso, poniendo la mesa. Sus largas piernas quedaron de manifiesto al moverse. Llevaba puesta una vieja camisa de hombre que tapaba el estrecho culotte que solía llevar en casa, dejando sus morenas piernas al aire.

Puso dos platos y los cubiertos, así como dos vasos y una botella de agua fría. Sacó un poco de pan y cortó varios trozos con el gran cuchillo, que dispuso en una panera. Rebuscó algunas servilletas de papel y no encontró.

― Mañana tenemos que ir de compras – comunicó a su amiga.

― Vale.

Abrió el cajón de la mesa y sacó dos servilletas de hilo. May repartió el contenido de la sartén en ambos platos. La chinita era quien se ocupaba de cocinar, en las pocas ocasiones en que decidían hacerlo. Calenda no sabía ni hacer una ensalada.

― Mmm… que bien huele – exclamó la morena olisqueando su plato.

― Pollo salteado con verduras, y regado con limón y brandy – recalcó May Lin.

― ¡A comer!

Durante los cinco siguientes minutos, solo se escucharon los sonidos propios de deglutir y mordisquear, ambas chicas atareadas en saciar sus estómagos.

― A ver, Calenda… ¿Cristo te ha dicho algo? ¿Se te ha insinuado o declarado? – preguntó May de repente.

― No, que va. Hace apenas veinte días que lo han dejado. Creo que Cristo aún tiene esperanzas de recuperarla. Siempre me ha dejado claro que amaba a Chessy, que estaba muy a gusto con ella.

― ¿Entonces?

― No sé. Soy yo, creo… no estoy acostumbrada a que un tío sea tan agradable conmigo, tan atento…

― Joder, tía…

Calenda se encogió de hombros, como quitándole importancia.

― Me siento muy conectada con él, pero no sé el motivo. Como ya te he dicho, es encantador y una dulzura de chico, pero…

― Es como un peluche, ¿no? – aventuró May.

― ¡Si! ¡Exacto! Me produce una fuerte empatía, como si tuviera que protegerlo del mundo, pero no me… pone. No me atrae sexualmente.

― Ya veo. Es como un “pagafantas”.

― No seas mala, May – le advirtió Calenda.

― Si lo que quieres es acariciarle la cabeza, llorar en su hombro, y que te saque a pasear, es un “pagafantas”.

Las dos se rieron con ganas.

― Pero tienes que reconocer que es un “pagafantas” guapo – declaró Calenda.

― Eso si. Guapo y listo, y nada tímido.

― Entonces, no es un “pagafantas”. Habrá que buscarle otro apodo – negó la venezolana.

― ¿Qué tal “ositopeluche”?

Nuevas carcajadas se elevaron en el apartamento.

― Bueno – dijo Calenda, limpiándose una lágrima –, por el momento está jodido. No creo que le interese una nueva relación. Perder a Chessy le ha destrozado.

― Se rumorea que todo empezó con una serie de intercambios – murmuró May Lin.

― ¿Intercambios? Pero… los sudafricanos son hermanos… — balbuceó Calenda, demostrando que no sabía nada del asunto.

May Lin levantó las manos, en una muda pregunta.

― ¡Que fuerte, si eso es cierto! – dijo Calenda, con un suspiro.

― De eso te puedes enterar cuando quieras… Pregúntale a Cristo.

― ¡Cotilla!

― ¡A mucha honra!

― ¿Intercambios? Joder… Cristo con Kasha.

― ¿Te molesta, Calenda?

― No, más bien me sorprende. Kasha es un pedazo de mujer.

― ¿Cómo tú? – inquirió la chinita, con una malvada sonrisa.

― ¡May!

― Es cierto. Es toda una hembra, al igual que tú, y ha aceptado a Cristo… ¿Sigues considerándolo un “ositopeluche”?

― Eres una zorra, May Lin – susurró Calenda, llevándose las manos a las sienes.

La chinita dejó escapar una tenue risita. Era como el mismo demonio tentando.

― ¿Has sentido algo parecido por un hombre? – le preguntó Calenda, de sopetón, acallando la risita.

May lin se levantó de la mesa y recogió los platos, sin comentar nada más. Su rostro se mantuvo hermético. Calenda, sorprendida por el brusco cambio de su amiga, observó como la chinita dejaba los platos en el fregadero. Representaba la inocencia más pura, con aquel pantaloncito corto y una camiseta con jirafas y cebras abrazadas.

― May, te he contado mis más ocultos secretos. Te hablé de mi padre y de cómo me ha tratado… te hablo de mis dudas sobre Cristo, pero nunca me has hablado de ti, de tu familia… ¿Por qué?

Con asombro, Calenda comprobó que May Lin se secaba las lágrimas que empezaban a correr por sus mejillas. Se apoyaba con una mano en el borde del fregadero y le daba la espalda, intentando ocultar sus emociones. Calenda se puso en pie y la abrazó por el vientre, con suavidad.

― May… perdóname si he dicho algo indebido. Me preocupas, cielo. Cuéntame qué te ocurre, por favor… confía en mí – susurró Calenda a su oído, dándole cortos besitos en el cuello.

May elevó una mano y le acarició la mejilla. Se giró cuanto pudo y la besó dulcemente sobre los labios. Después, aferró su mano y tiró de Calenda hasta el sofá. Se sentaron las dos, frente a frente, con las manos unidas.

― Está bien, Calenda – le dijo la chinita con dulzura, mirándola directamente a los ojos. Aquellas pupilas, de oscuro centro y bordes color miel, la atraparon sin remedio. – Esto no se lo he contado a nadie, nunca. Pero confío totalmente en ti y te mereces conocerme…

________________________

“Soy ciudadana americana. Nací aquí, en Nueva York, en Chinatown, concretamente. Sin embargo, no conocí a mis padres, ni he sabido nunca nada de ellos. Me crió una mujer a la que siempre he llamado abuela, pero dudo que sea pariente mía. Regentaba uno de los camuflados salones de masajes de Chinatown.

Crecí con otros niños del barrio, y jugué a los tradicionales juegos. Fui a la escuela, como otros tantos niños chinos, y aprendí las tradiciones y costumbres de mi pueblo. Abuela era bastante estricta, pero justa. Yo era una niña obediente y sumisa, agradecida porque ella me cuidaba.

Entonces, un día, abuela me dijo que debía empezar a aprender el arte milenario del masaje, que ya era suficientemente mayor para ello. En realidad, tenía doce años. Cada día, cuando regresaba de la escuela, tenía que cumplir con una tarea que abuela me había preparado.

Al principio, había una mujer enseñándome, aconsejándome. Entre las dos, atendíamos a uno de los clientes de abuela. Le bañábamos en una gran tina de madera, con cazos de agua caliente y esponjas naturales. Después, se pasaba a una camilla sobre la que se tumbaba y le masajeábamos todo el cuerpo, con aceites naturales.

Tardaron poco en dejarme sola. De esa forma, aprendí el arte del masaje erótico y me acostumbré a la piel de los hombres. Un solo cliente, por la tarde, y entonces podía hacer mis tareas del colegio y cenaba. Un cliente cada día.

Ninguno de aquellos clientes tenía permitido tocarme, ni yo me desnudaba tampoco. Solo era una niña haciendo masajes; unos masajes en los que mis manitas ganaban cada vez más experiencia.

Abuela me observaba y me daba consejos sobre los masajes, pero también sobre los hombres. Hasta años más tarde no pude comprender que me estaba evaluando; comprobaba mi aptitud y mi obediencia. Yo nunca me quejaba, ni me negaba a nada. Era atenta y callada con los clientes, perfecta para lo que ella quería: reservar mi virginidad para venderla bien cara.

Cuando cumplí catorce años, abuela me llevó a casa de un hombre maduro. Me lo presentó como Maestro Fong. Hablaba muy suave y era muy cortés. Entonces, abuela se marchó, dejándome allí. Me asusté, pero no osé preguntar nada. El Maestro Fong me sentó en un sofá y pasó sus dedos por mi cara, diciendo que era muy hermosa y angelical. Me informó que, durante una semana, viviría allí con él y que no podría ir a la escuela.

Aquella misma tarde, el Maestro Fong me llenó el culito de aceite e introdujo una pequeña bola que dejó allí varias horas. Llegó un momento en que debía ir al baño urgentemente, así que me la saqué e hice mis necesidades. Me gané un buen castigo. Me azotó las nalgas con una caña de bambú, diciéndome que no debía sacarme la bola bajo ningún pretexto. Si necesitaba ir al baño, le preguntaría a él o me aguantaría como fuese. Aprendí la lección rápidamente.

Durante esa semana, fue introduciendo más bolas, hasta cinco, de ese tamaño. Después, cambió de tamaño, aplicando uno mayor. Sentía las bolas moverse en mi recto y debía hacer fuerzas para que no se salieran. Tenía todo el día el ano echando fuego, irritado por el ensanche. El dolor en si no era demasiado, un poco al principio, cuando me introducía las bolas, pero desaparecía al poco rato. En aquel entonces, no era conciente de lo elástica que es una niña en estas cuestiones.

Los dos últimos días de mi estancia en aquella casa, me los pasé en la cama, siendo sodomizada por el Maestro Fong. Me había ensanchado a placer y llegó el momento de probarme. Al principio, lloré y pataleé, pero no sirvió de nada, salvo para recibir otra tanda de azotes con el bambú. Su pene me horadaba como si fuese mantequilla, sin prisas, con un ritmo constante. Al igual que con las bolas, el dolor desaparecía a medida que mi esfínter se acoplaba al intruso.

El Maestro quedó contento cuando comprobó que ya no me quejaba y que soportaba sus envites, así que me regaló mi primer orgasmo. Con dedos expertos, acarició mi virginal clítoris y no hizo caso alguno a mis primeros espasmos, conduciéndome a una explosión de placer que no podía aún entender. ¿Qué me había hecho y cómo?, me preguntaba, intentando recrear la experiencia con mis propios dedos.

En esos dos días de pruebas, me estuvo recompensando con lo mismo, varias veces al día, hasta tenerme en vilo, tumbada sobre la cama, anhelando que entrara en la habitación.

Abuela vino a por mí y me exploró, abriendo mis nalgas. Quedó satisfecha y me dio un suave cachete. Volvimos a casa y retomé la rutina de acudir al colegio, pero, al regresar, el cliente que me esperaba no solo pretendía tomar un baño y un masaje, sino que pretendía petarme el culito. Siempre un solo cliente al día.

Aquel primer cliente no fue tan amable como el Maestro Fong. No acarició mi clítoris, sino que se limitó a meter su polla hasta el fondo. Tampoco es que fuera nada del otro mundo. Por lo visto, quedó muy satisfecho y así se lo dijo a abuela. Ella fue quien me recompensó. Después de cenar, cuando ya había hecho todas mis tareas, me llevó a su dormitorio y esa noche dormí con ella. Fue su lengua la primera que tocó mi inflamado clítoris, haciéndome retorcerme y chillar de gusto. Esa noche, aprendí a calmar a una mujer y a degustar sus fluidos. La abuela no era ninguna belleza, pero yo ansiaba la recompensa.

Los clientes se sucedían, uno al día. Abuela no permitía que me tocaran más que el culito. No sé la clase de amenaza o advertencia que les hacía a aquellos hombres, pero ninguno intentó algo más. Aprendí a tocarme yo misma mientras se hundían en mi culito, consiguiendo correrme casi siempre segundos antes que los clientes. Aquellos placeres que me hacían temblar, solo servían para aumentar las ofertas que le hacían a abuela por mi virginidad.

Sin embargo, uno de esos habituales clientes tenía otros planes para mí. Se llamaba Jon-Tse y era un hombre con una permanente sonrisa falsa en la cara. En cada ocasión, antes de traspasarme el ano con su miembro, me decía que estaba más bonita a cada día que pasaba. Se trataba de un manager muy activo, que llevaba tanto luchadores, artistas, como putas. Pensaba que una cara tan bonita como la mía se iba a desperdiciar y embrutecer si la abuela me hundía en la prostitución. Según él, había mejores formas de ganar dinero conmigo.

Aún no sé cómo consiguió convencer a abuela, pero el caso es que compró los derechos de mi explotación. Toda mi documentación seguía estando con abuela, pero me marché con él.

Me dejó a cargo de Tamisho, una señora japonesa de mediana edad. Era una entrenadora de geishas que se había traído de Japón. Ella se encargaría de pulir mis modales y afirmaría mi actitud. No me retiró totalmente de que los hombres me sodomizaran, pero si redujo considerablemente su número. Tenía uno o dos por semana, en citas concertadas con antelación, y olían bastante mejor que los que me traía abuela. No eran chinos, sino blancos y algunos, pocos, negros. Por lo que podía observar, eran hombres poderosos, de bienes, que me trataban bien, con respeto.

Mi estancia con Tamisho me sirvió para aprender innumerables maneras para agradar a los hombres. Las ponía en práctica con mis citas y también con Jon-Tse, quien se convirtió pronto en mi amante más asiduo. Aunque nunca me dijo el motivo, Jon-Tse mantuvo la misma política que abuela. Mantuvo mi virginidad intacta. Tanto él como sus clientes, se conformaban con mi elástico y bien entrenado culito. Era capaz de tragarme cualquier tamaño y ya empezaba a gozar de mi esfínter.

Con Tamisho, aprendí cuanto me faltaba sobre las artes sáficas. Metidas las dos en la cama, me hablaba de cuanto podían gozar dos mujeres con un consolador, a la par que me introducía uno en el culito. La verdad es que esa mujer me hacía berrear como ninguno de los clientes.

Jon-Tse fue quien me introdujo en el mundillo de la publicidad. Muchos de sus ricos clientes me contrataron como modelo para sus negocios. La dulzura de mi rostro y mi semblante me hicieron destacar como fotomodelo juvenil. En apenas un par de años, aparecí en vallas y afiches en los estados de Nueva York y New Jersey. Eso hizo mi rostro conocido y aún más reclamado para la publicidad. Quizás eso fue lo que convenció a Jon Tse para no dejar que nadie me desvirgara, pues según sus propias creencias, mantenía mi espíritu en alza. A medida que el negocio publicitario se incrementaba, empezó a retirarme de los encuentros amorosos. Me decía que mi rostro y mi apostura juvenil cada vez tenían más demanda. Ya solo dejaba que los muy ricos y poderosos me tuviesen, cuando se encaprichaban del culito de la niña china.

Hice una campaña para Benetton cuando tenía dieciséis años de edad, y, como resultado, una ambiciosa fiscal del estado se encaprichó de mí, lo que acabó llevando a Jon-Tse a la ruina y a la cárcel. Juliette Dobrisky, la susodicha fiscal, se convirtió en mi nueva protectora. Estaba casada y era madre de dos niños, pero construyó una vida paralela para mí. Me sacó de Chinatown y me instaló en un pequeño apartamento, en Queens. Tenía una cuenta de gastos, iba al instituto, y disponía de un nuevo agente que me buscaba trabajos cada vez mejores.

La prostitución se había acabado para mí y me dediqué, por completo, a calentar la cama de la fiscal. Juliette era una mujer fuerte y dinámica, pero también hermosa y romántica. Junto a ella, comprendí que las mujeres me atraían mucho más que los hombres, que me llenaban de amor y pasión. Los hombres solo habían sido bestias lujuriosas que me usaron a placer, como un simple objeto.

Juliette era idílica, aunque disponía de poco tiempo para mí. Era muy paciente en la cama, buscando siempre mi placer, colmándome de atenciones. A veces, salíamos a pasear o al cine. En ocasiones, parecía que me tratara como a una hija, en vez de ser su amante. Me enamoré de ella completamente, a pesar de la diferencia de edad. Es la única persona, en mi vida, por la cual lo dejaría todo. Pero, como todo idilio, tuvo un final. El partido convenció a Juliette para presentarse a senadora. A ese nivel, nuestros encuentros pronto serían descubiertos por sus contrincantes políticos. Tuvimos que terminar nuestro romance.

Para entonces, yo había cumplido los diecinueve años y mi carrera como modelo ascendía con fuerza. No podía dedicarme a pasarela por mi baja estatura, pero mi cuerpo juvenil y mi cara de niña adorable seguían siendo muy requeridos en publicidad fotográfica. Vallas, carteles, afiches de autobuses, y, sobre todo, libretos publicitarios a nivel nacional, se nutrían de mi belleza. Hace un par de años, mi agente firmó una cesión con Fusion Models Group, que me ha conseguido buenos contratos. Desde lo de Juliette, no he mantenido ninguna relación sentimental. Es algo que no se me apetecía, aunque he compartido este piso con algunas chicas. Pero, finalmente, llegaste tú, Calenda. He vuelto a disfrutar de esa ansiedad que crece en el vientre, con la que sientes delicadas alas de mariposa en el estómago. No solo eres mi compañera y mi amiga, sino que eres la única persona en la que confío para contar todo esto.

A mi pesar, me he enamorado de ti, Calenda.”

_______________________________________________

Calenda apretó con fuerza la mano de May Lin. Se sentía desbordada por la historia que había escuchado. Ella, mejor que nadie, sabía el dolor y la impotencia que significaba todo aquello. A pesar de la escasa inflexión en la voz de la chinita, Calenda sabía lo que debía haber sufrido. Cuantas noches en blanco, entre lágrimas, cuanta angustia sufrida sin contar con el apoyo de una madre, de un adulto en el que confiar. ¿Cómo lo había soportado?

Calenda, que creía que a ella le había pasado lo peor del mundo, fue conciente de que no era la única en ser desgraciada. ¿Cómo May Lin había soportado oírla hablar de sus desventuras? Su compañera tenía que haber hecho de tripas corazón mientras la escuchaba. ¿Y cómo no se había dado cuenta de los sentimientos de la chinita? Eso era lo más grave. Habían compartido cama, más de una noche, y jugado al placer entre ellas, pero ahora comprendía que, para May, era algo mucho más profundo.

Totalmente conmovida, Calenda abrió sus brazos, brindando a su amiga el abrazo que necesitaba. May Lin se dejó acunar, emocionándose con el calor humano. Calenda besó la coronilla de May, oliendo el fino cabello cortado en capas. No sabía cómo, pero May siempre llevaba su pelo perfecto, como si el viento y los roces no la afectaran. Su casquete estilo Cleopatra, con las puntas largas por delante, cayendo sobre sus pechos, siempre lucía igual. Ella sabría cuanto tiempo le dedicaba a tal menester.

― Lo siento mucho, cielo – susurró Calenda. – Siento mucho que te haya pasado todo eso…

May Lin estalló en un quedo sollozo amortiguado. Se aferró aún más al sinuoso cuerpo de su amiga, como si quisiera fusionarse. Calenda la arropó con sus brazos, tratando de apaciguar los escalofríos que recorrían su cuerpo.

― Ya está, pequeña, ya está. Ahora todo está bien… estoy contigo…

May suspiró. Su amiga la llamaba pequeña, cuando, realmente, la china era tres años mayor que la venezolana. Esa era la historia de su vida. Todo el mundo la consideraba una niña, una joven indefensa y sin experiencia. La mayoría de las veces, esa impresión venía genial, ayudándola en su trabajo y otros asuntos. Pero, en otros casos, como en ese momento, no la ayudaba, sino que la reprimía.

Calenda la consolaba y trataba de protegerla de la crudeza de la vida. Sin embargo, de las dos, May Lin era, sin duda, la más fuerte y la más decidida. Solo que, en aquel momento, había sucumbido a una emoción que llevaba un tiempo anidando en ella.

May Lin no había querido reconocer que sentía algo profundo por Calenda. Se lo había callado, atesorando los momentos de dulzura que existían entre las dos como sucedáneo. Sin embargo, escuchar a Calenda confesarle que sentía algo por Cristo, la había puesto frenética, sucumbiendo a la presión.

La chinita no quería abandonar los brazos de su compañera, más que nada para no tener que mirarla. La vergüenza y un fuerte pudor llenaban su mente. Le había contado, de un tirón y sin mirarla, lo más escabroso de su vida: sus pecados y su debilidad. Calenda mecía su cuerpo sobre el sofá. Su espalda golpeaba suavemente contra el respaldo y sus abdominales volvían a impulsar su cuerpo hacia delante, mientras acariciaba la nuca de su amiga abrazada. Siseaba levemente, intentando que May Lin dejara de llorar, mientras su mente rememoraba signos y detalles que se esclarecían al momento.

Desde que ella entró por la puerta del apartamento, May Lin se desvivió por atenderla, por agradarle, y Calenda no supo ver a qué era debido. No se sentía mal por desatar esa pasión en su amiga. Ella misma la hubiera aceptado si lo hubiese sabido antes. De hecho, meter a May en su cama era lo mejor de convivir juntas, pero no se sentía enamorada de ella. Esa era una palabra de fuerza mayor, que Calenda no había usado ni conocido en su vida. Nunca se atrevió a sentir algo suficientemente poderoso hacia una persona, salvo la enfermiza sumisión que despertaba su padre en ella. ¡Gracias a Dios que estaba en la cárcel!

― Calenda – susurró May Lin, alzando sus ojos — ¿me quieres?

Era la pregunta que la venezolana esperaba y temía.

― Claro que si, mi vida – musitó a su vez. – Eres mi amiga y mi compañera. Te quiero muchísimo.

― Pero… ¿me amas, Calenda?

Calenda la separó de su cuerpo para poder fijar sus ojos en ella.

― Ahora mismo, eres la persona a la que más quiero de mi vida. No sé si ese es el amor que esperas, o si puedo llegar a amarte aún más. El tiempo lo dirá…

― Con eso me conformo, Calenda – sonrió May Lin, atrapando la nuca de su amiga para acercar sus bocas.

El beso se convirtió en algo sensual, largo, y profundo. Cuando se separaron, ambas estaban rojas y jadeantes. Los delicados dedos de May se atareaban sobre los botones de la camisa de Calenda. Ésta sintió como sus pezones hormigueaban, poniéndose duros y sensibles, con solo ese minúsculo roce. Ella misma atrajo la cabeza de la chinita sobre uno de sus senos, en cuanto quedó al aire. Se le escapó un fuerte siseo cuando la boquita asiática mordió delicadamente su firme pezón. Unas manos casi infantiles se apoderaron de sus espléndidos pechos, sobando y pellizcando, haciéndola estremecerse. May Lin sabía muy bien cómo torturar los senos, hasta arrancarle aullidos.

May cambió la boca de pezón, mordisqueando el vecino. Pellizcó y estiró el que había abandona, muy mojado, con tal fuerza que Calenda gimió de dolor, pero no se quejó de otra forma. May Lin parecía frenética, seguramente debido a su confesión. Dedos y boca atormentaban sin cesar los pechos de su compañera, esas tetas con las que soñaba cada noche.

Acabó de quitarle la camisa y su boca descendió, en busca del profundo ombligo. Por su parte, Calenda tironeó de la camiseta de May, intentando sacarla por encima de su cabeza, pero la joven no hacía nada por ayudarle, demasiada ocupada con mordisquear su piel, lo cual impedía dejar su torso desnudo.

Como si tuviera una única misión entre ceja y ceja, May Lin bajó el culotte de su amiga, deslizándolo por sus largas piernas. Cuando Calenda quiso responder con una caricia más íntima, May le apartó la mano y le dijo:

― Déjame hacer… ya tendrás tu momento…

La obligó a tumbarse en el sofá, colocándole una mano sobre un hombro. Desnuda, Calenda se tumbó boca arriba y se abrió de piernas ante una mínima presión. Los dedos de May resbalaron sobre el depilado pubis, ocasionando un largo y divino escalofrío en el cuerpo de Calenda. También notó como su vagina se humedecía, respondiendo a las caricias. Los pequeños dedos la penetraron con tanta dulzura que apenas los notó. Otros dedos aletearon sobre sus sensibles ingles, haciendo que subiera más las rodillas. Su torso se alzaba con un ritmo rápido y potente.

― Mmmmmm…mmmmmmmmmm… – gimió cuando una lengua traviesa reemplazó los dedos en su vagina.

May Lin besó aquella encantadora vagina como si fuesen los labios de la boca, deslizando su lengua en su interior. Para ella, no existía otro coño tan hermoso y sabroso como el de su compañera de piso. Era precioso, de labios mayores abultados y cerrados, así como una pequeña prominencia en su Monte de Venus, que lo hacía particularmente mullido. Le encantaba comérselo y estaba dispuesta a hacerlo mucho tiempo. Endureció su lengua y traspasó la vulva, buscando una penetración más profunda. Calenda daba pequeños saltitos sobre sus posaderas, respondiendo a lo que le hacía sentir aquella lengua.

― DIOSSSSSS…

May Lin sonrió al sentir la exclamación. Notaba como las caderas se movían, arqueando el cuerpo, ondulando el vientre. Calenda bailaba al son que tocaba la lengua de May Lin. Ésta estaba hecha una bola entre las piernas de su amiga, como un pequeño duende travieso que estuviera libando de una tierna flor. Su cuerpo de niña, enfundado en el corto pijama, casi se ocultaba tras las piernas flexionadas de su compañera.

Calenda colocó sus manos a cada lado del rostro de May, incrementando su presión sobre su entrepierna. Boqueaba como un pez, completamente alterada por la eficiente lengua. Ambas se miraron, sin que Calenda soltara su carita. La observó pasar la lengua por toda su vagina, poniendo una carita de vicio tremenda. Mientras lamía, no dejaba de mirarla. Por un momento, la venezolana tuvo una especie de epifanía. Aquel rostro de rasgos infantiles, de manifiesta inocencia engañosa, se convertiría en su confidente secreta, en su máximo cómplice, unidas por el vicio y el placer.

― Ay, May… May… no puedo más – jadeó Calenda, alzando sus caderas. — ¡Tengo fuego en el coño!

May Lin no contestó, pero se lanzó a succionar el hinchado clítoris con fuerza. El cuerpo de Calenda se contrajo y, con un chillido, empezó a correrse salvajemente. Parecía una yegua encabritada, cuyos movimientos espasmódicos no lograban arrancar de su lomo la avispada y pequeña jinete que la montaba.

― Déjalo ya… aparta, May… me estás matandooooo… — jadeó Calenda, apartando la boca de su amiga, que parecía haberse pegado a su clítoris.

May Lin sonrió y se relamió, limpiando los jugos que manchaban su barbilla. Se acostó al lado de su desnuda amiga, quien trataba de recuperar el fuelle, y se abrazó a ella.

― Quiero pedirte un favor, Calenda.

― Lo que desees, cariño – exhaló las palabras junto al aire de sus pulmones.

― Es sobre mi vergonzoso secreto… De vez en cuando, tengo la necesidad de una polla en mi culito…

― ¿Quieres un hombre? – se asombró Calenda.

― ¡NO! Te quiero a ti entre mis nalgas.

― ¿Cómo? Yo no…

May saltó del sofá y marchó a su habitación. En cinco segundos regresó con un grueso pene de látex, dispuesto sobre un fino arnés.

― Ah, eso – comprendió la morena.

― Si, tonta – se rió la chinita. – Quiero que te lo pongas y me folles el culo, sin contemplaciones. ¿Lo harás?

― Te aseguro que vas a chillar, mi vida – exclamó Calenda, poniéndose en pie y dándole la mano a su amiga.

Las dos caminaron hacia el dormitorio de Calenda. Una vez allí, Calenda se colocó el arnés y May Lin se desnudó totalmente. la primera pasó sus dedos por el coño de la segunda.

― Joder, como chorreas – exclamó.

― Estoy muy excitada – susurró May.

― ¿Puedo preguntarte quien te desvirgó?

― Fue Juliette – contestó la chinita, subiéndose a la cama, de bruces.

Sus pequeñas nalgas quedaron expuestas, redonditas y separadas. May Lin la miró por encima del hombro. Se llevó una mano al clítoris, pellizcándolo. Sin palabras, se ofrecía a su amiga, quien no sabía muy bien cómo actuar.

― ¿Lo quieres ya en el culito? – le preguntó.

― Primero en el coñito, para humedecer bien el consolador – dijo con voz de niña.

Calenda clavó las rodillas sobre la cama, aferró el tieso falo de caucho con la mano, y lo apuntó sobre la oquedad adecuada. May Lin se abrió de piernas y levantó las nalgas, abriendo el camino. Con cuidado, Calenda se deslizó en el interior. May Lin bufaba y se quejaba. El grueso y falso pene tenía dificultad en entrar.

― ¡Eres muy estrecha! – masculló Calenda, comprobando que le estaba haciendo daño.

― ¡No importa! ¡Sigue! ¡FÓLLAME DURO!

Calenda empujó y empujó, entre resuellos de ambas, hasta introducir todo el consolador en la vagina de la chinita. May Lin aullaba y culeaba, todo a la vez, aferrada a la sábana con dos puñados.

― Cielo, May… te estoy rajando, por Dios. ¿Cuántas veces has hecho esto?

― No… ha entrado… nada en mi… coñito… desde que… Juliette… se fue – gruñó con esfuerzo.

― ¡Estás loca!

― Quería que… fueses tú la primera… mi princesa…

― Gracias, cariño.

― Ahora… ya está bien mojado… ahora mételo en el culo…

― Pero… no está dilatado.

― Me gusta así… ¡duro! ¡Hazlo!

Con solo apretar la nalga con un dedo, el esfínter se abrió, bien entrenado. Calenda comprobó que aquel culito dilataba todo lo que quisiese, con solo apretarlo. La mucosa rosada aparecía a la luz, entre gemidos de la chinita. Era un ano precioso, cultivado y bien cuidado, al que debían haber usado cientos de veces, dada su ductilidad. Calenda introdujo el glande de un solo golpe, arrancando un hondo gemido de gozo, que se convirtió en un aullido al deslizar el restante consolador.

― Puta, está todo dentro – exclamó Calenda, hirviendo de deseo.

― Si… lo noto hasta el f-fondo… dame fuerte, cariño…

― ¡Te voy a sacar toda la mierda! – Calenda se sentía frenética.

― ¡SSSIIII!

La venezolana apretó los dientes y empezó a embestir con los ojos vidriosos. Lo hacía rápido y fuerte, llegando lo más adentro que podía, entre cortos jadeos. May Lin movía las nalgas cuanto podía, intentando rotarlas para obtener así mejor fricción, pero los embates de su amiga la clavaban al colchón.

― Aaaahhhhaaaa… ¡Así, así! ¡Clávame todo! – le chilló la chinita, girándose lo que pudo y colocándose una mano sobre la nalga. La abrió mientras siseaba. – Mira como entra. Me estás clavando al colchón, mi vida… ¡Soy tuya! ¡Haz conmigo lo que quieraaaaas!

Calenda, enloquecida, le metió dos dedos en la boca, acallándola, mientras las embestidas empezaban a descolocarla a ella también. Los falsos testículos que colgaban del falo consolador golpeaban su vulva y clítoris. La rápida cadencia y su propio ímpetu la estaban llevando al clímax. May Lin empezó a correrse en ese preciso momento, azotándose ella misma una nalga con fuerza. Su melenita se desparramaba sobre la cama, deshecha por una vez. Emitía cortos grititos con cada estremecimiento que agitaba su cuerpo.

― ¡TOMA, PUTITA! ¡CÓRRETE! – exclamó Calenda, cayendo sobre la espalda de la chinita, dejándose llevar por su propio orgasmo, el cual la dejó sin fuerzas.

La una sobre la otra, se cogieron de las manos, mirándose a los ojos mientras las últimas ondas de placer surcaban sus espaldas, diluyéndose en un sentimiento mitad romántico, mitad melancólico.

― Te quiero… — susurró May, a la par que su amiga le sacaba el falo de plástico del culito.

― Yo quiero volver a follarte – gruñó Calenda, poniendo los pies en el suelo.

― ¿Ah si? – sonrió la asiática.

― Si, pero esta vez de frente. Quiero mirarte esa expresión de puro vicio que pones. Quiero escupirte en la boca mientras te corres.

― Ay… como sabes excitarme, mi vida.

― Pero primero, tengo que lavar esta polla. Está demasiado manchada de tus heces…

Moviendo rotundamente sus potentes caderas, Calenda se dirigió hacia el baño. Tirada sobre la cama, May Lin suspiró de felicidad… la noche aún no había terminado.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “La chica de la curva 3” (POR ALEX BLAME)

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3

Sin títuloCuando Brooke se despertó yo estaba de pie, desnudo, mirando por la galería las tranquilas aguas del lago. Silenciosamente se acercó por detrás y me abrazó.

—Un centavo por tus pensamientos.

—Primero tendría que desenmarañarlos para poder contártelos. —respondí yo acariciándole lo brazos cubiertos con un fino vello rubio.

—¿Cuál es el problema?

—No sé. En realidad ninguno. Solo que…

—¿Dudas haber estado a la altura? —preguntó Brooke divertida.

—Oh no, no es eso. En realidad sé que no puedo competir en capacidades atléticas con tus compañeros de trabajo, sí algo sé de las mujeres es que para vosotras, el sexo es mucho más que un mete saca con un tipo que parece un búfalo. Es más, lo que me preocupa es que no sé si he actuado bien. Desde que Helena y yo lo dejamos, hace seis meses, no había estado con una mujer y creo que me he dejado llevar por la excitación del momento. No quiero que pienses que no te respeto por el hecho de dedicarte a ese trabajo. —respondí turbado.

—Seis meses, no está mal, eso son como treinta años de abstinencia en una mujer —dijo ella riéndose—No entiendo como no me despertaste otras tres veces esta noche para volver a follarme. Puedes estar tranquilo, hacía mucho tiempo que no tenía una velada tan especial con un hombre y el sexo fue el colofón.

—Sí, sobre todo cuando me corrí como un adolescente salido a la primera caricia. —dije yo recordando avergonzado.

—Oh deja de fustigarte, ¡Cómo sois los hombres! Para mí fue tierno y halagador, y una vez se te pasó el apuro fuiste un amante hábil y atento…

En ese momento no pude evitarlo, me di la vuelta y besé esos labios dulces y sonrientes. Brooke suspiró sorprendida aunque un segundo después estaba devolviéndome el beso con urgencia. Esta vez no hubo ropa que quitar así que en pocos segundos estábamos haciendo el amor de nuevo.

El resto del domingo fue una especie de vorágine. Desayunar, follar; comer, follar; paseo, follar; cenar, follar; follar, follar…

Todo lo bueno se termina, aquel fin de semana se esfumó en un instante y el lunes a las siete de la mañana sonó el despertador de nuevo. Refunfuñando y con mis músculos quejándose por el intenso ejercicio del día anterior me levanté de la cama dejando a una mujer preciosa durmiendo desnuda en mi cama.

El agua caliente me ayudó a despejarme y a relajar mis músculos atenazados por las agujetas. Brooke se coló un par de minutos después en la ducha.

—¿Te vas? —pregunto ella cogiendo un poco de jabón en la palma de su mano y extendiéndomelo por la espalda.

—No tengo más remedio. Hoy tengo que visitar cuatro bodegas. Si no me apuro, llegaré a casa a medianoche.—respondí yo dejando que las manos de Brooke me rodearan la cintura y enjabonaran mi pubis y mi culo.

—¿Pero no te irás antes de haber quedado bien limpio, verdad? —dijo ella mordisqueándome el hombro.

Brooke no me dejó responder y con sus manos increíblemente suaves siguió enjabonando mi pecho y mi vientre a la vez que pegaba su cuerpo desnudo contra mi espalda. En pocos segundos volvía a estar empalmado. Intenté girarme para besarla pero ella me lo impidió y siguió bajando con sus manos.

Mi polla se bamboleaba erecta y hambrienta pero Brooke la dejó a un lado y comenzó a enjabonarme los huevos con suavidad hasta que todo mi bajo vientre hormigueó de deseo. Agachándose me besó y mordisqueó el culo. Con suaves empujones me obligó a inclinarme y a separar un poco mis piernas.

Me sentí un poco inseguro en una posición un tanto femenina. Esta vez fui yo el que se dejó hacer. Con el agua corriendo por mi espalda Brooke cogió mi polla y empezó a masturbarme con suavidad mientras con su boca y su lengua me chupaba los huevos.

Poco a poco fue retrasando sus labios y su lengua hasta llegar a mi ano. En un primer instante me sentí incómodo pensando estupideces, pero la maestría de Brooke con sus manos y su lengua me hicieron olvidar todos los tabúes y me limité a disfrutar hasta que me corrí.

Brooke se apartó y al fin pude darme la vuelta para besarla. Su cuerpo brillaba con el agua que corría por su cuerpo haciendo su belleza irresistible. Esta vez fui yo el que se puso tras ella. Cogiendo champú le eché una generosa porción sobre su pelo y lo froté hasta que toda su cabellera estuvo cubierta de espuma. Con toda la delicadeza que pude le lavé el pelo, metiendo mis dedos entre su cabellera y masajeándole el cuero cabelludo.

Tras lavarle el pelo bajé mis manos y acaricie sus pechos, su cuerpo cálido y resbaladizo volvió a excitarme y mis besos se hicieron más ansiosos e insistentes. Le di la vuelta y me arrodillé frente a ella. Acerqué mi boca a su Monte de Venus y lo besé.

Brooke dio un respingo, separó sus piernas y adelantó su pubis. Embriagado por su calor me agarré a sus caderas y recorrí su vulva con mi boca mordisqueando y lamiendo, sintiendo como el cuerpo de ella se estremecía con cada caricia.

Incapaz de contenerme más me erguí y poniendo a Brooke de cara a pared le penetré. Brooke soltó un gemido y apoyándose en los azulejos comenzó a mover las caderas al ritmo de mis empujones. Mis manos recorrieron su pechos acariciando y pellizcando sus pezones con suavidad.

El coño de Brooke abrazaba mi polla y vibraba con cada embate, mis manos fueron bajando por su espalda hasta llegar a su culo. Agarré sus cachetes y tire hacia mí. Al hacerlo vi la estrecha abertura de su ano y juguetón quise devolverle el placer. Recorrí suavemente la sensible piel que lo rodeaba para a continuación penetrarlo con mi dedo pulgar.

El dedo enjabonado entró con facilidad provocando un largo gemido. Yo excitado, aumenté la fuerza de mis penetraciones mientras movía mi dedo con suavidad en su ano. Brooke empezó a jadear con más fuerza y separó un poco más sus piernas deseosa de que la penetrase más fuerte y más profundo.

—Un momento —dijo ella con la voz entrecortada por el placer— déjame a mí.

Cogiendo un generoso puñado de gel se separó y embadurnó mi polla con él. A continuación se volvió a dar la vuelta y dirigió mi miembro hacia su culo. Mi polla resbaló con suavidad en el estrecho conducto, un pequeño quejido de incomodidad me refrenó y empujé suavemente en su interior hasta que los quejidos cesaron.

Mientras apoyaba una mano en la pared, con la otra, Brooke empezó a masturbarse hasta que los quejidos fueron sustituidos por gemidos de placer. Poco a poco comencé a moverme con más violencia disfrutando de la estrechez y el calor del culo de Brooke. En pocos instantes estaba agarrado a sus caderas penetrándola con todas mis fuerzas haciendo que todo el cuerpo de la joven se conmoviera con mis andanadas. Segundos después Brooke se corrió. Inmediatamente me separé y me agaché para acariciar y besar su sexo y su culo intentando prolongar su placer.

Con Brooke aun jadeante introduje mi polla entre su piernas y me dedique a meterla y sacarla de entre sus muslos hasta que pocos segundo después eyaculé.

Después de volver a lavarnos el uno al otro, salimos del baño, desayunamos juntos y me fui a trabajar.

—No hace falta que te diga que estás en tu casa. —le dije dándole una copia de las llaves.

Con una sensación de tristeza dejé a aquella diosa desnuda diciéndome adiós desde la puerta mientras yo entraba en el coche rezongando y me alejaba a toda pastilla intentado que la espera fuese lo más corta posible.

La verdad es que nunca dejaré de pensar que soy tonto del culo. Pasé todo el puñetero día pensando en ella. Debía de estar en mi naturaleza eso de colgarme por las mujeres. Cualquiera en mi lugar, después de tener una relación como la que había tenido con Helena y le hubiesen dejado tirado de aquella manera, no pensaría en las mujeres nada más que para un polvo rápido y un adiós muy buenas. Pues no, yo me tenía que volver a enamorar como un maldito gilipollas y encima esta vez la relación era ya imposible desde un principio. ¡Estupendo!

Al mediodía llegué a la bodega de los Grisma. Era una pequeña bodega familiar en la orilla derecha del Duero y les tenía un especial afecto porque habían sido los primeros en contratarme. Echamos un vistazo rápido al vino y en cuanto terminamos los dueños insistieron en que me quedase a comer.

—Una buena carne y un mejor vino. —dije yo cuando hubimos terminado.

—Más te vale porque tú eres en parte culpable. —dijo Genaro, el cabeza de familia, un hombre alto y delgado a punto de jubilarse.

—Sí, lástima que no me hagas un poco más de caso, podrías tener un vino excelente. —respondí yo insistiendo en la discusión que tenía con él cada vez que iba a la bodega.

—Y yo te entiendo amigo, —replicó el con una sonrisa y una palmada en mi hombro— pero yo no quiero un vino que se parezca a los demás. Desde hace generaciones venimos haciendo el vino de esta manera. Sé que me tengo que adaptar a los nuevos tiempos y los nuevos métodos de elaboración pero creo que el valor de mi marca es el valor de la tradición y quiero mantener los aromas y los sabores lo más fieles posibles a los originales…

Genaro siguió hablando y yo contestaba y le decía que lo entendía intentando convencerle de mis puntos de vista pero hoy tenía la mente en otro sitio y el bodeguero no tardó en darse cuenta.

—¿Estás bien? Te noto un poco distraído.—preguntó Genaro mirándome con atención.

—No, todo va bien, de veras. Solo que anoche no dormí muy bien y estoy un poco cansado.

—¡Oh! Déjalo en paz Genaro ¿No ves que está enamorado? —dijo Elvira su mujer como quién no quiere la cosa.

Elvira no era una mujer muy habladora pero con un par de frases me había dejado desnudo. Yo me puse colorado, Genaro se rio, Luis, su hijo de veintipocos años se rio, Elvira se rio y yo terminé riendo para no parecer gilipollas.

—¡Joder! —Exclamó el bodeguero—Solo tenías que decirlo. Ve al sofá del salón y échate una siesta. Seguro que te has pasado toda la noche matando a polvos a la afortunada. Ya era hora hombre, desde que dejaste a tu mujer te veía cada vez más tenso y triste. Hoy te noté algo raro en cuanto entraste en casa, pero si no llega a ser por mi mujer no me hubiese dado cuenta que era porque volvías a estar encoñado.

Fueron apenas veinte minutos, pero dormí como un bebe y me levanté con las pilas totalmente cargadas. Me despedí de los Grisma y visité las bodegas que me faltaban procurando entretenerme lo mínimo indispensable de manera que cuando llegué a casa eran poco más de las ocho y media de la tarde.

En cuanto aparqué el coche en la entrada, Brooke salió de por la puerta. Estaba preciosa con un vestido de punto y unas bailarinas. Me saludó al veme salir del coche y se lanzó sobre mí abrazándome. Yo le devolví el abrazó y hundí mi nariz en su cuello aspirando el aroma de su piel y de su pelo.

—Hola Juan, me he aburrido mucho sin ti —dijo Brooke separándose y poniendo morritos.

Yo me limité a asentir embobado mientras observaba a la joven intentando grabar en mi mente cada uno de sus lunares y cada uno de sus movimientos.

—Deja de mirarme como un pervertido y vamos dentro, la cena esta lista. —dijo Brooke cogiéndome de la mano y guiándome al interior de la casa.

Había puesto la mesa con mantel, servilletas e incluso unas velas que ni siquiera sabía que había. En el centro me esperaba una ensalada de arroz de aspecto delicioso.

—No es gran cosa, pero en el pueblo no hay mucha variedad y temía coger el coche para ir a la ciudad y acabar en Sevilla esta vez.—dijo ella un poco insegura.

—Tiene una aspecto increíble —dije quitándome la americana y sentándome a la mesa.

Brooke se acercó y me sirvió una generosa porción de ensalada antes de servirse y sentarse a su vez.

—¿Qué tal te ha ido el día? —preguntó Brooke.

—Bien, bien. —dije dando un bocado pensativo.

—¿Pasa algo? —preguntó ella.

—No, que va… Es solo que había perdido la costumbre de que alguien me esperara con la cena en la mesa y me siento un poco raro.

—¿Cómo era tu Ex?

—Caprichosa, terca, lunática, aguda, mentirosa…

—La amabas—sentenció Brooke.

—Con toda mi alma —repliqué yo—y me ha costado un montón olvidarla.

—¿Qué fue lo que pasó?

—No sé, creo que se aburrió de mí. —respondí yo tratando de ser sincero— Al principio todo era nuevo y mágico. Yo trabajaba y ella pintaba. Decidimos establecernos aquí y ella puso todo su empeño y toda su energía en hacer la casa perfecta para nosotros y mientras hubo algo que hacer en la casa todo fue bien. Pero cuando la casa se terminó se quedó un poco como si no tuviese objetivo. Yo me pasaba muchas horas fuera de casa, incluso más que ahora y la pintura no era suficiente. Este lugar es precioso pero un poco solitario, supongo que no aguantó y se marchó dejándome la casa y la hipoteca.

—¿Lo supones?

—Sí, porque en realidad nunca recibí una explicación, un día volví y ya no estaba. Cogió sus cosas y desapareció. Le llamé por teléfono pidiéndole una explicación pero me dijo que no lo entendería y me colgó llorando, suplicándome que no le volviese a llamar. —respondí yo aun con un deje de amargura en la voz.

—¿Has vuelto a saber algo de ella?

—Hace un par de meses me encontré con una hermana suya por casualidad. Me dijo que vive en Francia y que tiene un nuevo novio.

—Que historia más triste, —dijo Brooke sentándose en mis rodillas y metiendo la mano por dentro de mi camisa— será mejor que haga algo para animarte.

Quince minutos después estaba en la cama abrazando su cuerpo desnudo mientras ella cabalgaba en mi regazo subiendo y bajando con suavidad, sin dejar de mirarme a los ojos. Esos ojos azules me miraban con tal intensidad y abandono que sentía que me estaba haciendo el amor con ellos. Nos dimos la vuelta. Con mi cuerpo sobre ella envolvió mi cintura con sus piernas y agarrándome por el pelo me obligó a sumergirme en aquellos dos lagos azules. La presión de mi cuerpo y el rítmico golpeteo de nuestros sexos acabo en un orgasmo tan intenso e intimo que me conmovió.

Nos separamos jadeando y sudando y nos quedamos casi inmediatamente dormidos.

Inevitablemente sentí como aquella mujer me atrapaba con su sensualidad. Por la noches hacíamos el amor, por el día pasaba el tiempo pensando en ella mientras trabajaba.

Finalmente llegó el día de la despedida. En realidad recuerdo muy bien que recibí la noticia con una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que al día siguiente estaría a diez mil quilómetros de distancia, probablemente no volvería verla en mi vida y pronto solo sería la mujer que encontré en la decimoquinta curva. ¿O no?

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Relato erótico: “La napolitana” (POR MARQUESDUQUE)

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LA NAPOLITANA

Sin títuloHola, me llamo Marina. Tengo 38 años, estoy casada y tengo un hijo de 16. Aunque mi marido es un poco simple y algo repetitivo en la cama, es viril y buena persona. Soy feliz en mi matrimonio y me considero sexualmente satisfecha. Quiero, tanto a mi marido como a mi hijo, y nunca había pensado en tener una aventura fuera de mi relación conyugal.

Mi marido y yo pensamos que era importante que nuestro hijo supiera idiomas. Como inglés ya sabe todo el mundo y el chico tampoco era muy estudioso, decidimos que estudiara italiano, que se parece al español y podía ser fácil para él. Para completar su aprendizaje establecimos contacto por Internet con una familia italiana cuya hija estudiaba castellano, y nos pusimos de acuerdo para que nuestro hijo pasara allí un mes en verano, alojándose en su casa, y la niña pasara un mes con nosotros aprendiendo español.

El primer día de Agosto mi marido fue a recoger al aeropuerto a nuestro hijo y a la chica, una napolitana, según las cartas del chaval, preciosa, de su misma edad. Las vacaciones de verano las pasábamos en un chalet en la playa de una localidad costera española. Cuando mi marido llegó con nuestro hijo y la chica, pude ver que no exageraba en la correspondencia. La chica era un bellezón. Morena, de ojos negros, con un gran tipo. Hola, se presentó, me llamo Lucia (lo pronunció Luchia de una forma encantadora) Su sonrisa brillaba iluminándolo todo. Cuando me giré vi a mi marido y a mi hijo babeando con caras de idiotas.

Debo confesar que la primera impresión que me causó la napolitana no fue del todo favorable. Ella era amable, especialmente conmigo, se ofrecía a ayudarme con frecuencia y soportaba sin enfados las miradas de embeleso de todos los hombres que se la cruzaban, mi marido y mi hijo incluidos. Que fuera un encanto era tal vez lo que me ponía tan nerviosa. Eso y que todos los hombres a su alrededor pareciesen haberse vuelto lelos de repente. Yo era la más guapa de mi grupo de amigas y estaba acostumbrada a ser la “abeja reina” en las reuniones sociales. Iba al gimnasio, hacía dieta y me mantenía todo lo guapa que podía, de modo que los hombres todavía se giraban para verme pasar. De repente, esta belleza adolescente me recordaba que me estaba haciendo mayor, que pronto llegaría a los cuarenta y que nuevas generaciones reclamaban el trono.

Y el caso es que su conducta era en todo momento intachable, aceptaba los cumplidos con una sonrisa, no tenía malas caras para nadie, se comportaba como una chica normal, como si ignorase el efecto que causaba en los hombres. Jugaba con mi hijo como si fuera su hermano, fingía encontrar interesantes las batallitas que mi marido le relataba, simulaba no darse cuenta de los ojos clavados en ella cuando se ponía el bikini para ir a la playa… y a la vez tampoco coqueteaba con nadie y era más atenta conmigo que con ninguno de sus admiradores, a pesar de mi antipatía en un principio.

Poco a poco me fui rindiendo a la evidencia: la chica era un cielo y yo una bruja. La verdad era que me había ganado y no podía negarlo. Cierto día estábamos en la playa luciendo unos bikinis muy sexys. Por supuesto todos los hombres de alrededor estaban extasiados mirándola. Ella se apretaba a mi como buscando protección. Allí estaban mi marido, mi hijo, nuestros vecinos de al lado y un par de amigos de mi hijo. A todos cayéndoseles la baba. Trataban de convencerla de que los acompañara a la piscina. Ella se negaba argumentando que, como yo, prefería el mar. Yo sabía que no tenía, en realidad, preferencia alguna, simplemente escogía estar conmigo que la trataba como a una persona normal, ocasionalmente, incluso, con brusquedad, a estar rodeada de pelotas que la trataban como a una diva, papel con el que no parecía sentirse a gusto. Que eligiese mi compañía a la de sus aduladores, y eso que entre los amigos de mi hijo había algún chico bastante guapo, aumentó mi simpatía hacia ella.

Cuando nuestros acompañantes se cansaron de insistir y se fueron a la piscina, rodeé a Lucia con mis brazos y la bese en la mejilla. Ella agradeció mi gesto, que parecía sellar la paz definitiva entre nosotras (a decir verdad, nunca había habido guerra) y me abrazó jubilosa. Sus pezoncitos erectos a través del bikini rozaron mis pechos. Le di una palmada en el culo y le dije: Ala, vamos al agua. En el mar jugamos un rato. En un momento dado me rodeo la cintura con las piernas y me abrazó de frente. Ya te tengo, le dije siguiendo la broma. Estaba preciosa, con el pelo mojado y sus senos tratando de escapar del bikini. Pensé que esa situación, para mi normal, habría hecho las delicias de los chicos que la cercaban minutos antes. Entonces, ella me besó rápidamente en los labios y escapó nadando hasta la orilla. Quedé azorada en el agua. De pronto tenía calor y los pezones duros. Me recompuse y fui a la orilla. Ni ella ni yo comentamos el tema.

Durante todo el día estuve pensando en lo sucedido. ¿Qué había pasado en el mar? ¿Era todo un juego o había algo más? ¿Era un beso de cariño como cuando yo le había besado la mejilla? ¿Había sido premeditado o un mero accidente? ¿Sería la niña lesbiana? Peor aún ¿lo sería yo? Porque no podía fingir que no me había excitado. Había quedado toda mojada y no solo por el agua del mediterráneo. Todavía me ponía caliente cuando me acordaba. Eso podía ser fruto de una sugestión erótica, razoné yo, al ver a todos los tíos cachondos por ella. Traté de recordar la última vez que besé a una mujer de esa manera. No debía ser mucho mayor que Lucía. Tenía una amiguita en el instituto, empezábamos a salir con chicos y teníamos miedo de no besar bien, así que ella me propuso practicar entre nosotras. Al principio me daba un poco de reparo, pero ella me convenció. Visto con perspectiva, creo que ella era declaradamente bisexual y solo intentaba seducirme, pero yo era muy inocente entonces. Empezamos a besarnos y poco a poco le fuimos cogiendo el gusto. Fueron los primeros besos con lengua que di. Luego los ensayaba con mis ligues masculinos con éxito. Durante varios meses mi amiga y yo seguimos “practicando” aunque era obvio que no lo necesitábamos. Aprovechábamos cualquier ocasión para quedarnos a solas y enrollarnos. Nunca pasamos de ahí. Al acabar el curso cada una fue a veranear a un sitio y luego a universidades distintas. Nos vimos alguna vez más, pero ya no hicimos nada. Poco a poco fuimos perdiendo el contacto. No había vuelto a pensar en aquello desde entonces. Siempre lo consideré un “affaire” de juventud sin mayores consecuencias. Desde entonces mi vida sexual se centro en los hombres. Tuve un par de novios, perdí la virginidad con uno de ellos, conocí a mi marido, me casé, tuve un hijo… nunca se me ocurrió que podía excitarme con una mujer de nuevo, ni mucho menos una mucho menor que yo.

Con el paso de las horas me fui tranquilizando. Un calentón lo tiene cualquiera. La chica era una monada y ver a tantos bobos locos por ella sin duda me había afectado. En cuanto a ella, aunque el hecho de que fuera lesbiana y yo le gustara explicaría muchas cosas, era mucho más probable que el beso no fuera intencionado o no significara nada. Sin duda había buscado mi mejilla y se había encontrado con mis labios por casualidad. Solo era un gesto de afecto y yo le estaba dando demasiadas vueltas. Además, aunque fuera lesbiana, seguro que preferiría a una chica de su edad antes que a una vieja (desde su punto de vista) como yo. Reforzada por estas ideas me olvidé del tema.

Al día siguiente Lucia me llamó al baño antes de irnos a la playa. Se estaba probando bikinis y ninguno le convencía. Cuando llegué casi me da un infarto. Allí estaba ella, con el bikini en la mano y las tetas al aire. Con la mayor naturalidad. De nuevo noté húmeda la entrepierna y esta vez no tenía la excusa del mar. Ninguno me sienta bien, ojalá tuviera tu delantera, me dijo con modestia no se si real o fingida. Cierto que yo tenía un poco más de pecho, pero ella era una adolescente y no necesitaba más para volver a todos los hombres locos… y no solo a los hombres. No seas tonta, le dije, tienes unas tetitas preciosas. Gracias, respondió ella sonriendo, pero seguro que este bikini te sienta mejor a ti. Pruébatelo. Lo hice procurando que no se me notara el nerviosismo. Las dos éramos chicas, no había motivo para que no nos cambiáramos juntas. Cuando dejé mis tetas al aire ella me sorprendió de nuevo. Alargó las manos y me las cogió. Ves, tú las tienes más grandes, te sienta mejor todo. Me quedé paralizada. No sabia que hacer. Lucia me frotaba los pezones con los pulgares. Tragué saliva y contesté: Eso son chorradas, tienes a todos los tíos enamorados de ti. Entonces ella me soltó los senos (por fin) y me cogió las manos, para llevárselas a los suyos. Eso era peor, ahora era yo la que la palpaba a ella. Las mías son más pequeñitas. Parezco un chico. Rebelada por su auto desprecio le espeté: Eres la chica más bonita que he visto nunca. Ella sonrió y me soltó las manos, pero inexplicablemente yo no le solté las tetas. Volvió a cogerme las mías y las dos estuvimos unos instantes como en trance metiéndonos mano. Mi marido me llamó y eso rompió el hechizo. Nos pusimos cada una nuestro bikini y salimos del baño.

Después del episodio de las tetas no sabía que pensar. Aquello era lo más cerca que había estado de serle infiel a mi marido… ¡y con una chica a la que doblaba en edad! Aunque al principio todo había transcurrido de un modo natural y podía interpretarse de muchas maneras, el final no dejaba dudas: Había habido un roce erótico entre las dos y no se podía negar. Lo que no sabía era lo que iba a pasar a continuación.

Pasé las horas siguientes intentando que no se me notara el desconcierto. Afortunadamente, tanto mi marido como mi hijo estaban demasiado ocupados adorando a la diosa del panteón latino como para reparar en mis cambios de humor. Esa misma tarde decidí coger el toro por los cuernos y hablar a solas con Lucia. La encontré en su habitación (la habitación de invitados donde la habíamos alojado) sentada en la cama.

– Lucia, cariño, te apetece que hablemos de cosas de chicas – le dije sentándome junto a ella.

– Claro Marina – respondió pegándose a mi – desde esta mañana no hemos podido estar solas.

– Bueno, de eso quería hablarte. Aquello… fue un poco loco, ¿no? – podía notar su calor sobre el blando colchón, sin darme cuenta me había cogido la mano.

– Oh, te has sentido incomoda por mi culpa. Lo siento.

– No te preocupes. Lucia, en Italia ¿tienes novio? – por primera vez pude ver que con esta pregunta la incomoda era ella y no yo.

– No

– Pero tendrás muchos chicos detrás. Eres una chica muy bonita – mientras decía esto le apartaba el pelo de la cara. Tenía una cara preciosa. El rubor le sentaba bien.

– Los chicos no me interesan. Quiero decir… – casi había confesado su homosexualidad y estaba avergonzada por ello. Me inspiró ternura.

– Tranquila cielo – la interrumpí para echarle un cable – todas hemos tenido problemas con los hombres en un momento u otro. Cuando tenía tu edad me horrorizaba no besar bien. A veces practicaba con mis amigas. ¿Quieres que tú y yo practiquemos un día? – no podía creer lo que acababa de decir. Estaba seduciendo a la Napolitana como mi amiga me había seducido a mi 20 años antes. Aquello era lo que había ido a evitar y yo misma lo estaba provocando. ¿Qué me pasaba? ¿Cómo podía estar haciendo aquello?

– ¿De verdad? – se limitó a contestar ella. Como impulsada por un resorte dirigí mis labios a los suyos y la besé. Tardó un poco en reaccionar pero cuando lo hizo fue como un dique que se desborda, me abrazó y caímos tendidas sobre la cama comiéndonos las bocas. Su lengua asomó como una viborilla y ahí perdí del todo el control. Estuvimos varios minutos así. Cuando acabamos nos echamos a reír.

– Tengo que preparar la cena – le dije como despedida y salí de su cuarto.

Durante la cena y en los días siguientes pude observar un espectáculo singular. Caída la mascara del prejuicio y especialmente sensibilizada por los acontecimientos recientes, me di cuenta de lo que había estado delante de mis narices toda aquel tiempo. Lucia no solo era lesbiana sino que estaba colgada conmigo. ¿Qué por qué una adolescente me prefería a mí que a las chicas de su edad? Eso era un misterio. La misma cara de embeleso con la que mi marido y mi hijo y todos los hombres que la rodeaban, la miraban a ella, era la que ponía ella por mí. Y no solo desde los besos, había sido así desde el principio. Desde que había llegado a mi casa. Todos los galanes intentaban enamorarla y ella solo quería estar con el ama de casa. Era enternecedor.

Cruzábamos miradas de complicidad y deseo ante la ignorancia de los presentes. Se sonrojaba ante mis halagos, como ignoraba los de los demás. Un roce de manos o un beso en la mejilla adquirían un significado especial. Esa noche busque a mi marido para hacer el amor. Lo había evitado desde su llegada del aeropuerto. En el fondo creo que era una venganza inconsciente, una manifestación de mis celos por como miraba a la niña. No quería tener sexo con él sabiendo que pensaría en ella. Ahora, sin embargo, la que pensaba en ella era yo. Tenía que sacarme la calentura de alguna forma y esa parecía la más lógica. Curiosamente, esa noche tuve más la sensación de serle infiel a Lucia con mi marido, de la que había tenido de serle infiel a él con ella cuando nos besamos en su habitación o cuando nos tocamos las tetas en el baño.

Transcurrieron varios días en que no pasó nada. El erotismo entre ella y yo habría podido cortarse con un cuchillo. Supongo que un cierto sentimiento de culpa y el miedo a ser descubiertas, si nos dejábamos llevar de nuevo, nos contuvo. Cierto día mi marido programó una excursión para los chicos a un pueblo cercano. Quería que mi hijo y la italiana vieran un monumento de notable belleza en su opinión. Yo ya lo había visto en varias ocasiones así que me libraba. Además tenía cosas que hacer en la casa. Pensé que un día entero sin ver a Lucia me vendría bien. No andar todo el día excitada por primera vez desde el beso en el mar sería un descanso. Despedí a mi marido con un beso en los labios y a mi hijo y a la napolitana con uno en la mejilla. La chica me abrazó con fuerza como si no me fuera a ver en mucho tiempo. Nada más lejos de la realidad. Aún no hacía media hora que se habían ido cuando pude ver por la playa a Lucia, tan bella como siempre, regresar a casa. Cuando llegó a mi altura, ante mi mirada interrogante, se limitó a frotarse la tripa y afirmó: No me encontraba bien. Les he dicho que siguieran ellos, que yo volvería a casa sola. Te dolía la barriguita, le dije yo, interpretando su gesto. Ella sonrió por respuesta. Era obvio que se había escaqueado para que nos quedáramos a solas. Hacía tiempo que nadie se tomaba tantas molestias por mí. Adiós a lo de pasar un día sin excitación sexual. Le devolví la sonrisa, nos cogimos de la mano y entramos a casa.

Ambas sabíamos lo que iba a pasar, pero no había especial prisa en que pasara. Terminé de limpiar mientras ella me ayudaba con los cristales. Cuando acabamos nos bañamos en la piscina. Nada más zambullirnos me rodeó con las piernas por la cintura, como había hecho en el mar unos días antes. ¿Podemos seguir practicando lo de los besos? Preguntó con voz de niña inocente. ¿Qué la ultima vez no te quedó claro? Respondí haciéndome la tonta. Sin más preámbulos empezamos a besarnos como si nos fuera la vida en ello. Apretaba sus labios, sorbía su saliva, acariciaba su lengua con la mía. No sé el tiempo que estuvimos así pero debieron ser varios minutos. Estamos solas, no hace falta que lleves esto, le dije, quitándole la parte de arriba del bikini. Sus tetas aparecieron gloriosas entre el agua. Entonces tu tampoco, contestó quitándomelo a mi. Al abrazarnos de nuevo nuestros pezones se juntaron. La besé en el cuello y fui bajando hasta los objetos de mi deseo. Llevaba desando chuparlas desde el magreo en el baño. Nunca lo había hecho, pero sabía como me gustaba que me las lamieran a mí y así lo hacía yo. A juzgar por los gemidos de Lucia era buena en ello. Le rodeaba la aureola del pezón con la lengua y luego succionaba ligeramente. Después pasaba al otro pecho, lo cubría de besitos y volvía a empezar. Mis dedos se deslizaros por la entrepierna de mi diosa que se abrió toda ella a mis roces y caricias. Por fin ella tomó la iniciativa y después de meterme la lengua en la garganta de un morreo bajo la boquita y me chupo los senos con pasión. Se notaba que ella también llevaba tiempo deseando aquello. Me daba mordisquitos y lengüetazos, mientras, su mano imitó la mía y apretó mi vagina, frotándome el clítoris. Estuvimos besándonos y masturbándonos anta que ambas nos corrimos. Fue muy intenso. Exhaustas y felices salimos de la piscina.

Comimos desnudas para estar más cómodas. Hacía calor así que no fue un problema. Lucía no paraba de reírse y de decirme lo guapa que era y lo que le había gustado desde el principio. Me sentí halagada. Después de comer nos tumbamos juntas a dormir la sienta, aunque como imaginareis no dormimos mucho. Nos acariciamos por todo el cuerpo mientras nos besábamos. Ella se frotaba el coño en mi muslo y pronto yo encajé mi pierna alrededor de la suya para hacer lo mismo. Estuvimos masturbándonos así un rato, luego abrimos las piernas como formando unas tijeras y nos restregamos los conejitos uno contra el otro. Al borde del éxtasis paré y comencé a besarla por todo el cuerpo. Le lamí los pies, las piernas, la cara interna de los muslos, el culete tan perfecto que tenía y, finalmente, el chochito. Lo degusté con parsimonia. Ni en el momento de mayor pasión con mi amiga en la adolescencia se me hubiera ocurrido tal cosa. Simplemente nunca antes había sospechado que me pudiera gustar comerme un coño, sin embargo allí estaba, chupándoselo a esa chica como si fuera el más alto manjar, como si me fuera la vida en ello. Sus gritos de placer me indicaban que estaba disfrutando. Lamía su clítoris, lo succionaba y luego metía la lengua en su vulva para moverla de un lado a otro. Pronto la noté corriéndose en mi cara.

Necesitó unos instantes para recuperarse. No dejamos de acariciarnos en todo el tiempo. Lentamente fue besándome en la cara, los labios, el cuello, las tetas, la barriga, deteniéndose en el ombligo, jugueteó con mi vello púbico, hasta comerme la entrepierna como no lo ha hecho ningún hombre. La paciencia, el cariño, la entrega con que lo hizo están aún en mi recuerdo. Cuando estallé en el mayor orgasmo de mi vida y mojé su boca, ella escaló por mi cuerpo hasta que nuestros labios se unieron en un beso que pareció no terminar nunca.

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jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (16)” (POR JANIS)

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El dulce aroma de una mujer.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloChessy dejó las llaves del apartamento dentro del pequeño cesto africano. Allí se encontraban otras, lo que significaba que Hamil estaba en casa. Sonrió y le llamó, camino de la cocina. Un gruñido le contestó desde la balconada del oeste.

Abrió el frigorífico y tomó un botellín de agua, del cual apuró medio de un trago. La mañana estaba siendo anormalmente calurosa para el mes de octubre. Dirigió sus pasos hacia la balconada cerrada con aluminio y cristal. Hamil pasaba allí buena parte de las mañanas, si no debía acudir a la agencia. Había instalado un bien surtido gimnasio allí; una compleja máquina de remo, un banco de pesas y otro para flexiones. Era el reino de su chico, pues ella prefería el Tai Chi y el ejercicio al aire libre. Mudarse al apartamento de Hamil la había acercado al Central Park más que nunca; su novio vivía en el sur de Harlem.

― Hola, amor – saludó ella, besándole en la sudorosa mejilla.

Hamil, tumbado en el banco de pesas, gruñó como respuesta, flexionando los brazos bajo el peso que estaba moviendo. A los ojos de Chessy, estaba para comérselo, con aquellos pectorales que se hinchaban por el esfuerzo, por la tensión en sus musculosos y bien definidos brazos, por el acre olor de su sudor… Encima, Hamil solo llevaba puestos unos boxers holgados de seda, de un verde agua, que insinuaban más que tapaban.

Hamil soltó la barra con las pesas en su soporte, se irguió y le arrebató el botellín de agua de las manos, apurándolo. Levantó su cuerpo del banco y abrazó la cintura de su chica, lamiéndole el cuello. Chessy se acurrucó contra él, sin importarle que estuviera recubierto de sudor.

― Creía que no vendrías para almorzar – musitó Hamil, con la boca aún pegada a la piel del cuello.

― Así era, pero el último cliente anuló la cita y me encontraba en el Upper, así que…

Chessy había sido totalmente sincera con Hamil sobre su trabajo, desde el principio. Su novio la convenció para abandonar aquellos clientes “especiales” y dedicarse exclusivamente a los masajes terapéuticos. Al disminuir sus gastos –había dejado su apartamento en el Village- y estando cubierta por Hamil, Chessy podía permitirse una reducción de clientela mientras conseguía una nueva lista de clientes “normales”.

Chessy había aprendido la lección con Cristo: los secretos no eran buenos.

― Está bien. Me ducho y salimos a almorzar algo – le dijo Hamil, con un último beso.

― No, que va. Solo tengo un cliente esta tarde. Voy a cocinar algo… comeremos aquí.

― Está bien, como quieras.

Minutos más tarde, mientras hervía el agua con la pasta, Hamil y ella se afanaban, codo a codo, en trocear los elementos de una ensalada. Sin levantar la vista, Chessy le preguntó:

― ¿Has estado en la agencia esta mañana?

― Me pasé a firmar una cesión de imagen y no sé qué más. Ni siquiera entré. Alma me tenía preparados los papeles. Sin duda, Kasha estaría allí.

Chessy asintió sabiendo que, desde la ruptura sentimental de los mellizos, la Dama de Hierro Priscila redactó unos horarios que garantizaban que no coincidieran en la agencia. Incluso si la campaña necesitaba fotografías de los hermanos juntos, el fotógrafo se las ingeniaba para hacer montajes con el PhotoShop. Hamil dejó de trocear tomate y la miró de reojo.

― He visto a Cristo – musitó.

― ¿Cómo está? – preguntó ella, con un suspiro.

― Pues… creo que bien. Me saludó y todo.

― Mejor.

A pesar de aquella contestación, Chessy notó el doloroso pellizco en su bajo vientre. Aún se sentía culpable. Sabía perfectamente que le había hecho daño al gitanito, aunque no conocía el alcance. Cristo se negaba a hablar con ella, después de lo ocurrido. Chessy solo podía recurrir a amistades comunes para saber de él.

Jamás pensó que sentiría algo así por Hamil, ni por nadie. En realidad, Chessy se sentía muy a gusto con su relación con Cristo, aunque no se pareciese en nada a su hombre ideal. Pero cuando apareció el sudafricano en su vida, un impulso primario se apoderó de ella, de sus terminaciones nerviosas, de sus mismas células. Hamil era todo cuanto ella había soñado desde pequeña, su amor idealizado, su pareja perfecta. Era el arquetipo con el que soñamos inconscientemente, la carne que anhelamos cuando traspasamos la pubertad. Chessy no pudo sustraerse a la tentación que su propia mente organizaba y se vio arrastrada por ese impulso.

Eso no quitaba que se sintiera como una perra traidora, una vil buscavidas sin escrúpulos. Había noche en que la culpa la despertaba, haciendo subir la bilis por su garganta. Sabía que no era amor lo que había sentido por Cristo. No, el verdadero amor lo había descubierto junto a Hamil, pero, en suma, se parecía bastante. Confianza, admiración y empatía, eso definía mejor sus emociones hacia el gitano, junto con un buen pellizco de morbo. Como pensaba, se parecía bastante al amor.

No estaba segura de los sentimientos de Cristo, pero, a poco que se pareciesen a los suyos, sabía que le había machacado el ego, el amor propio, y la autoestima. Esperaba que para un superviviente como Cristo, no fuera algo demasiado duro de superar. En verdad que le deseaba lo mejor y rezaba, a pesar de su ateismo, cada noche para que encontrara pronto alguien que la reemplazase.

― ¿Sabes si se comenta algo de que salga con alguien? – preguntó de repente.

― Chessy… déjalo ya – la miró Hamil con fijeza.

― Solo pregunto si has escuchado algo entre las chicas.

― Se lleva bien con Calenda, ya sabes, pero ni siquiera salen a tomar algo. Se limitan a charlar en la agencia. Además…

― ¿Qué?

― Calenda es una chica fuera de escala. No creo que Cristo tenga algo que hacer, más que servir de…

― ¿Mascota? ¿Bufón? – inquirió ella con dureza.

― Bueno, algo así, si – acabó él, apartando la mirada.

― ¡Cosas más raras se han visto!

Hamil no quiso contestar y buscó un bol para juntar todo cuanto habían troceado.

― Tienes razón – reconoció Chessy, tras unos minutos. – Cristo es una eminencia y un tipo súper gracioso, pero no es suficiente para una mujer como Calenda… ¡Joder! ¡Me siento tan mal, Hamil!

― Lo sé, pequeña, lo sé – le susurró él, abrazándola. – Pero solo el tiempo puede curar esa herida, tanto en ti como en él.

Aquellas palabras dispararon un recuerdo en la mente de Chessy. Unas palabras parecidas le fueron dichas años atrás, con un tono diferente y en una ocasión distinta, pero intentando taponar una herida casi idéntica.

“Solo el tiempo cura esas heridas, Jule, pero tienes que construir un muro alrededor para protegerte.”

_____________________

La granja estaba ubicada en la esquina noroeste del estado de Connecticut, justo a caballo entre las fronteras estatales con Massachussets y New York, en una pequeña localidad agrícola llamada Canaan. Pertenecía, desde hacía casi doscientos años, a los Nodfrey, una familia procedente de Noruega. Desde la creación de Canaan, siempre hubo un Nodfrey en el consejo municipal. A finales del siglo XX, la relevancia de la familia Nodfrey había descendido bastante. Las deudas contraídas y la mala gestión de su último patriarca, habían traído malos tiempos para la granja. Aún así, Cedric Nodfrey disponía de una vasta propiedad que rendía sus frutos cuando se le prestaba atención, y de una amante señoritinga en el pueblo. Su esposa, Marjory se hacía la desentendida con el tema. Prefería dedicarse a su verdadera vocación, los animales. Era la veterinaria de la comarca, con una excelente consulta y una aún mejor clientela. Nunca fue una mujer familiar y demasiado cariñosa. Optó al matrimonio por puro interés y, tras parir tres hijos, decidió que había cumplido lo suficiente.

En los treinta años de matrimonio de la pareja, Nassia, la hija mayor, llegó rápidamente, antes del segundo aniversario. Ambos cónyuges estuvieron orgullosos de su hija, que pronto demostró poseer una envidiable salud. Cedric insistió en tener otro hijo cuanto antes, a ver si conseguían la parejita, pero su esposa se negó en redondo. No deseaba parir de nuevo, y menos con tanta rapidez.

Tardó casi diez años en dar su consentimiento. Nassia era una niña rolliza y rubia cuando Chardiss llegó berreando a este mundo. Le pusieron el nombre del abuelo paterno, muerto en la Segunda Guerra Mundial. Tarde pero bienvenido, pensó su padre. Estaba contento y se ocupó de mimar al nuevo hijo, su heredero.

Ocho años después, como consecuencia de una excelente celebración de Navidad, Marjory alumbró su último retoño, casi a regañadientes, por lo que le llamó: Julegave (regalo de Navidad en noruego) como broma particular.

Jule, como era llamado por toda su familia, era un alma cándida. Rubio total, como buen escandinavo, y con los ojos del color del cielo de verano, siempre seguía los pasos de su hermano Char, quien, a sus dieciséis años era el encargado, mal le pesara, de cuidar de su hermanito menor. Sus padres estaban casi todo el día fuera, dedicados a sus asuntos, y tras las clases, Char tenía que cargar con Jule.

Gracias a Dios, el niño era un ser callado y observador, bastante sometido al carácter mimado y engreído de Char. Este había obtenido todo cuanto quiso, durante su infancia, de sus atribulados padres, quienes trataban así de redimir sus culpabilidades propias. Char estaba orgulloso de conseguir hacer cuanto le viniese en ganas y, en muchas ocasiones, presionaba aún más, tratando de averiguar sus límites.

Justo en ese momento, Char observaba atentamente lo que su hermanito estaba haciendo, inclinado entre las piernas de su primo Elroy. Los tres se encontraban en el granero de la granja, recostados sobre grandes balas de paja. Elroy, de casi veinte años, mantenía sus pantalones en los tobillos y empujaba suavemente la cabecita de Jule, ocupado en chupetearle la polla. No tenía apenas experiencia, pero ponía toda su alma en ello, impulsado por el temor que le tenía a su hermano.

― ¿Ves cómo podía hacer que te la chupara? – se rió Char, acomodándose él mismo la polla bajo su pantalón. Se estaba excitando con lo que estaba sucediendo en el granero.

― Dios, que boquita tiene el niño… ¿Piensas pagarme así cada vez que te traiga algo de maría?

― Si tú quieres… por Jule no hay problema… ¿verdad, putito?

Elroy levantó la cabeza del chiquillo, tomándole por el pelo. Dos hilos de baba unían los suaves labios de Jule con la gorda cabeza rojiza. El niño se relamió, las mejillas encendidas y surcadas por las lágrimas.

― ¿Tienes algún problema con hacerle una mamada al primo?

Jule negó con la cabeza, las manos apoyadas en las piernas desnudas de su primo camello. Estaba aún dolorido por el guantazo que Char le había soltado cuando se negó a hacerle caso. La proposición le había tomado por sorpresa y no la acababa de entender. Como se quedó estático y con gesto de sorpresa, su hermano le abofeteó con fuerza y le puso de rodillas. Su malévolo primo, con una risita, se bajó la bragueta ante su cara.

Jule se había preguntado por qué Elroy le había estado manoseando minutos antes. Le pellizcaba las nalgas y le manoseaba, hasta meter un par de veces los dedos en su boca. Aunque molesto, Jule se quedó quieto, no queriendo llamar la atención de su hermano mayor, el cual se molestaba mucho por ello.

Cuando aquella cosa cabezona y gorda quedó expuesta ante sus ojos, no sabía qué es lo que debía hacer. Nadie le explicaba nada. Char le gritaba y Elroy solo se reía. Su primo la restregó contra su cara, pasándola sobre los labios, contra su naricilla, hasta que, instintivamente, abrió la boca. Elroy, gruñendo, la apalancó contra sus dientes.

― ¡Ni se te ocurra morder! – masculló.

En un par de ocasiones, su primo le dejó sin respiración, ahogándole al introducir todo aquel órgano en su garganta. Jule escupió, tosió, se atragantó, pero Elroy parecía pasárselo de miedo, aumentando sus risotadas. Las babas llenaban su boca, obligándole a tragárselas o a dejarlas caer sobre la paja.

Tras preguntarle aquello, su primo le obligó a meterse en la boca su “cosa”.

― Sigue, putito, ya estoy cerca – susurró.

Tras unos minutos, Elroy le apretó la cabeza aún más contra su regazo y las babas se incrementaron en el interior de su boca, haciéndose densas y blanquecinas. Jule escupió todo en el suelo mientras su primo jadeaba y le miraba, los ojos entornados.

― Si le educas bien, este niño será una mina de oro – suspiró Elroy, subiéndose los pantalones.

― Es una idea – respondió Char, liándose un porro.

Elroy se marchó y ambos hermanos se quedaron solos y en silencio, frente a frente. Jule no dejaba de escupir, intentando quitarse el sabor salado de la boca, y Char le miraba ensoñadoramente, entre volutas de humo de marihuana.

― ¿Qué te parece ir de acampada este fin de semana? Tú y yo solos, en el bosque – sugirió Char.

Jule se encogió de hombros. Nunca había ido de acampada. Podría ser guay… El pobre no tenía ni idea de lo que le esperaba.

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Jule recogió una nueva brazada de leña que llevó hasta el montón. Estaba anocheciendo, tenía que darse prisa con la leña. Escuchó risotadas lejos, entre los árboles. Hacía ya dos años cuando Char le trajo, por primera vez, de acampada a ese mismo sitio, pensó. Su primer acampada, su desfloramiento. Torció el gesto al recordar el dolor. Su hermano no fue muy delicado. Estuvo dos días dándole por el culito, enseñándole a chupar y otras cosillas guarras. Le costó una semana poder sentarse.

A partir de ahí, comenzó una nueva vida para él, una vida de esclavo. Cada vez estaba más encadenado a lo que Char le obligaba a hacer. Ya no era temor, sino algo más indefinible lo que le arrastraba. Según una conversación que escuchó entre Elroy y otro chico, la palabra que usó su primo para referirse a él era “precoz”. La había buscado en el diccionario y se refería a algo temprano, prematuro, que sucedía antes de lo previsto. Eso no le dijo nada. Sin embargo, en una segunda búsqueda, encontró una definición más ajustada.

“Niño que muestra cualidades y actitudes propias de una edad más madura. Ej.: Mozart tuvo un talento precoz para la música.”

¿Si era precoz, cual era su talento? ¿El sexo?

Sabía que había algo en él que no era normal, que aceptaba todos aquellos juegos con demasiada facilidad. A pesar del daño o de la humillación a la que era sometido por Char o sus amigos, acababa sintiéndose orgulloso de ser él quien los acababa satisfaciendo. En algunas de las ocasiones y según con quien, Jule disfrutaba de las atenciones de los chicos mayores. Sin embargo, eso le hacía caer cada vez más en una dependencia enfermiza, sobre todo desde que él mismo había comenzado a correrse. Aún no disponía de un miembro como los que tenían los chicos grandes, pero ya expulsaba leche y le daba placer cuando lo meneaba rápido con dos dedos. En verdad, Jule solía perder la cabeza tras experimentar un buen orgasmo, encoñándose con su amante durante cierto tiempo, lo cual le condicionaba a seguirle el juego.

Recogió el montón de leña cuando escuchó la voz de Char llamándole. En el claro se levantaban cinco tiendas redondas. Los chicos habían preparado una hoguera entre los dos troncos caídos. Era una acampada tradicional, solo de chicos; Char y cuatro de sus amigos. Jule sabía por qué cada uno se había traído su tienda: querían intimidad para follárselo.

No era la primera vez. Desde que su hermano lo entregó a Elroy, aquella tarde, en el granero, lo había seguido haciendo con todos sus amigos, sacando siempre ventaja. Aunque aquellos chicos no fueran gays, parecía que ninguno de ellos tuviera problemas en yacer con un chiquillo guapo y sin vello aún. Jule accedía a todo, en silencio, sin protestas, tratando de recibir los menos castigos posibles. La verdad es que tampoco le disgustaba el asunto, siempre que no fueran violentos. Normalmente, no había problema siempre y cuando no corrieran el alcohol o las drogas.

― ¡Aquí está el nene! – exclamó John, un pelirrojo pecoso.

― ¿Solo traes eso? – le increpó su hermano, señalando la brazada de leña que apenas podía abarcar.

― Déjale, Char, trae lo que puede – le acalló Seth, el mayor de todos ellos.

Nick Gothing, el chico de los pelos largos y rubios, no dijo nada, concentrado en avivar la hoguera. A Jule le parecía guay, pues era vocalista de un grupo de rock del condado vecino. Montando la última tienda, Black Jack, un mulato grueso y callado, les ignoró.

― ¿Cómo lo hacemos con él? – preguntó Nick, atrapando la brazada del niño.

― Nos lo jugaremos después de la cena – contestó Char. – Un turno de una hora cada uno.

Jule tragó saliva. Le daba la impresión de que iba a ser duro.

― ¿Sin favoritismos? – preguntó John.

― Por puro azar.

― Bien – la mayoría se relamió.

Los chicos cenaron, ansiosos, y las cartas pronto estuvieron entre sus manos. Jule les contemplaba, sentado al lado de su hermano. Seth fue el primero en ganarle. Sabía jugar muy bien al póker. Después Black Jack tuvo una mano increíble y le miró con lujuria. Su hermano Char fue el tercero en conseguirle, y, tras él, John el pelirrojo y por último Nick.

― Hasta dentro de una hora – expresó Seth, levantándose del tronco en el que estaba sentado y alargando la mano hacia Jule.

El niño la atrapó y le siguió mansamente hacia la tienda. Sorprendentemente, Seth era el único amigo de su hermano con el que no había tenido relaciones completas. Se la había chupado un par de veces, una en el cine y la otra en la piscina de Mickael, pero nada más. Seth le imponía, le ponía nervioso. Era serio y parecía distante.

Entraron en la tienda a gatas y Seth le dijo que se desnudara, mientras él hacía lo mismo. El joven tuvo que reconocer que aquel chiquillo era guapo, realmente hermoso. Era como un querubín de piel clara y pelo muy rubio, sin un solo ápice de vello en todo el cuerpo. Poseía unos ojos increíbles, azules claritos, y sus facciones eran las de una niña. Su erección se hizo evidente cuando se sacó el pantalón.

Jule estaba de rodillas, ya desnudo, con los ojos bajos, esperando. Por un momento, Seth se sintió tentado de empujarle y petarle el culo, excitado por su aparente sumisión y aceptación. Pasó una mano por la entrepierna del chiquillo, tocando su delgado pene ya empinado. En pocos meses, esa dulzura de pollita se convertiría en todo un pene, duro y grandioso, seguro, se dijo el chico. Pero, por el momento, era una delicia para sobar y acariciar.

― Vas a chupármela, ¿verdad? – le preguntó, atrayéndole contra su pecho.

― Si – asintió Jule, muy bajito.

Le dejó acomodarse mientras su boca buscaba el pene erecto de Seth. Este gimió al sentir aquellos labios suavísimos y cálidos enfundar su polla, con exquisito cuidado. Se notaba la experiencia del chiquillo; había chupado más pollas que helados, seguro. Los sonidos bucales pronto llenaron el interior de la tienda de lona. La polla de Seth estaba llena de babas, como resultado de una de esas mamadas guarras que Jule había aprendido a hacer. El joven acarició la nuca y los flancos del chiquillo, hasta llegar a sus esbeltas nalguitas.

Introdujo el dedo índice en el estrecho ano, previamente humedecido con saliva. Jule gimió y agitó el trasero.

― ¡Joder con el puto niño! ¡estás deseando que te empitone! – estalló Seth, alzando la cabeza de Jule y atrayéndole contra él.

Le hizo abrirse de piernas, sentándole sobre su regazo. Los pies de Jule se cruzaron a su espalda y le echó los brazos al cuello. Así abrazados y sin dejar de mirarle, Seth maniobró con su polla, dilatándole el ano hasta meter una buena parte. Las fosas nasales del niño aleteaban y un gemido escapaba de sus entreabiertos labios. Tenía los ojos casi cerrados y sus párpados se agitaban. En la penumbra de la tienda, Seth no puso distinguir sus rubias pestañas, pero las imaginó.

― ¿Empujo más? – susurró Seth.

El crío asintió y ofreció sus labios para que la boca de su amante se acoplara. Seth saboreó unos labios y una lengua que nadie distinguiría de los de una mujer mientras su polla entraba hasta el límite, fuertemente apretada por aquel ano divino.

Antes de la hora límite, Seth estaba tumbado, debidamente limpio, y mantenía al chiquillo desnudo contra él, con un brazo alrededor de sus hombros. No quería dejarle marchar antes de la hora porque eso significaría para los demás que el chiquillo lo había vaciado totalmente. Seth sonreía, acariciando un suave pezón de Jule.

Cuando la alarma de su móvil sonó, Seth le puso a cuatro patas y, tras una amistosa palmada en las nalgas, le dejó salir gateando de la tienda. Jule se irguió una vez fuera, desnudo en la noche. Los chicos le miraron desde la hoguera. Notó el brillo de sus ojos.

― Te espera en su tienda – le comunicó su hermano.

Pisando con cuidado, Jule fue hasta la última tienda en montar y apartó la tela de la entrada. Black Jack estaba tumbado desnudo, sonriente. Jule conocía la tremenda polla que gastaba el gordo mulato.

― Ven, pitufo, súbete encima de mí – le invitó Black Jack.

La piel broncínea del chico estaba tirante en su vientre y pecho, debido a su obesidad. Trepar sobre él era como montar sobre duros almohadones. El olor a macho excitado llenó las fosas nasales del crío.

Al mulato le encantaba besarle, aunque le había prohibido comentarlo con los demás. Jule lamió aquellos gruesos labios y dejó que le mordisquearan los suyos. Tras eso, Jule descendió su boca hasta apoderarse de uno de los grandes senos del chico. Lo apretó con una mano, llevándose a la boca el pezón. Black Jack gimió al sentir los dientecillos.

― Vamos, date la vuelta – susurró el mulato.

― ¿Ya? – preguntó tragando saliva.

― Ya sabes que tiene que ser ahora, que aún no está del todo tiesa. Después estará muy grande y te dolerá mucho – le explicó el chico, ayudándole a girarse.

Jule quedó a horcajadas sobre el gran estómago del chico, dándole la espalda y apoyando sus manos sobre las dobladas rodillas de Black Jack. Este tomó una gran mochila, que estaba pegada a la lona, y la puso de almohadón en su espalda. De esa forma, podía mantener la cabeza erguida y el pecho. No quería perderse nada del espectáculo.

El niño tomó la morena polla con las manos. Aquella herramienta medio rígida sobresalía por todas partes. Completamente tiesa, al menos mediría veintidós centímetros y era gorda. Dejó que el dedo de Black Jack le impregnara el culito de un frío gel lubricante y luego él mismo tomó el tubo, llenándose las manos y untando todo el miembro con suaves frotamientos.

Black Jack gimió bajo la fricción y Jule se decidió a cabalgar aquel monstruo. Nunca había conseguido introducirla del todo. Llegaba a un punto en que el dolor le enloquecía y tenía que abandonar. Apretó los dientes al sentir el grueso glande abrirse camino. Se aferró a las morenas rodillas, quedando como colgado, con el culito levantado y tragando polla.

― Te veo dispuesto hoy, Jule – se rió Black Jack. — ¿Te la meterás entera?

Jule no respondió pero siguió deslizando miembro en su interior, muy despacio, reprimiendo los gritos de dolor como podía. Bufaba y se agitaba; gemía y se retorcía, hasta que estalló en un sollozo. Las lágrimas bajaron en cantidad, intentando lavar el dolor.

― Ya está, déjalo – le indicó su amante, dándole una sonora palmada en una nalga.

Con un suspiro de alivio, Jule alzó su culito, abarcando tan solo la mitad de la polla de Black Jack. Entonces, empezó a cabalgar en serio, sin que el mulato se moviera lo más mínimo. Tras unos minutos, Black Jack sacó su polla del ano del chiquillo y lo frotó contras sus prietas nalgas, corriéndose allí con un fuerte chorro, que repartió con la mano por toda la espalda de Jule.

― Ya sabes lo que tienes que hacer…

Jule descendió y se colocó de bruces en el suelo de la tienda, metiendo su cabecita rubia entre las piernas dobladas del mulato. La lengua del chiquillo se paseó entre las nalgas del gordinflón, sin hacer caso del acre aroma que surgía de allí. Mientras estimulaba el oscuro esfínter, intentando que se abriera, sus manitas se apoderaron de los colgantes testículos. Los acariciaba, los lamía cada vez que apartaba la boca del ano de Black Jack, y se los metía en la boca, con ansias. El majestuoso pene se reponía como consecuencia de estas caricias.

Black Jack gruñía y se agitaba, acariciando el suave pelo rubio de aquella cabecita. Cuando el miembro estuvo bien erguido, Jule abandonó sus caricias anales y dejó caer un pegote de gel lubricante sobre su pecho. A continuación, el niño comenzó a frotarse contra el rígido y grueso pene. Sus manos, sus brazos, el pecho y el cuello pronto quedaron impregnados de aquel gel. Black Jack tomó al niño de la cintura, dominando su frotamiento. A cada pasada, Jule sacaba la lengua y lamía lo que podía del miembro, paladeando el sabor a menta del gel lubricante. “El columpio”, lo llamaba el mulato. Y así, tras un buen rato, se corrió por segunda vez, salpicando el rostro de Jule.

Antes de salir fuera, Black Jack le repasó con una toalla, limpiando su espalda, su esbelto torso y su cara. Jules jadeaba, muy excitado por los dos encuentros. Nadie se había preocupado de él, de su necesidad.

― Vamos – le dijo Char, levantándose de delante de la hoguera.

Siguió a su hermano hasta la tienda que ambos compartían.

― ¿Te han hecho correrte? – le preguntó su hermano.

― No.

― ¡Que hijos de puta! – pero su sonrisa indicaba que le parecía bien. – Yo haré que goces, hermanito. ¿Te apetece que nos frotemos las pollas hasta vaciarnos?

― ¿De verdad? – Jule no podía creer que su hermano le diese esa oportunidad.

― Claro. En la mochila hay aceite – le indicó mientras se desnudaba.

El chiquillo encontró el frasco y en cuclillas se aplicó una capa a todo su vientre y entrepierna. Char se tumbó, sin dejar de mirarle. Jule hizo lo mismo con los genitales de su hermano y se tumbó al lado, sobre la colchoneta. Ambos yacieron de costado, mirándose encarados. Jule tomó la mano de su hermano y la pasó por su pubis lentamente, indicándole lo que deseaba. Su pequeño pene creció de inmediato, muy motivado.

― ¿Te han follado bien, verdad? – le preguntó Char, mirándole a los ojos.

El niño se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos. El pringado pene de su hermano tocó el suyo, frotándose muy lentamente.

― ¿Se las has chupado?

― Si.

Un nuevo roce, ascendente, extenso, duro. Jule se estremeció largamente.

― ¿Si te lo pidiera, harías esto todos los días, con quien te dijera? – le preguntó su hermano mayor, con un extraño tono de voz.

― Si, lo haría – le contestó tras pensarlo unos segundos.

― ¿Por qué?

― Porque te quiero, Char…

Y se abrazó a él, uniendo totalmente sus penes embadurnados. Char lo apretó contra sí, girando hasta quedar boca arriba. Jule le besó profundamente, con una devoción total. Notó como el niño se frotaba más fuerte, con urgencia. No solo se frotaba con su penecito, sino con toda la entrepierna, con el pubis, con la cara interna de los muslos, y hasta con la parte baja del ombligo. Se corrió besando las mejillas de su hermano. Unas gotas de esperma casi líquido quedaron prendidas en el vello púbico de Char.

Le dejó descansar unos minutos, mientras le acariciaba el pelo y le mordisqueaba el cuello. Luego, lo puso boca abajo, metió una mochila bajo el lampiño pubis para levantarle las nalgas, y lo penetró lentamente, mientras pensaba en cómo ganar más dinero con su hermanito. Llevaba tiempo dándole vueltas a prostituirle.

El encuentro de Jule con el pelirrojo John estuvo marcado por el vicio más extremo. De todos los amigos de Char, John era el más raro y depravado. El chico de pelo rojizo no se la metía jamás, ni se dejaba chupar, pero era capaz de resistir numerosas pajas. Era como si temiera contagiarse conlo que hubieran dejado atrás sus colegas. Jule había aprendido a hacerle pajas de distintas maneras, con una mano, con las dos, con los pies, con los muslos, desde delante, desde atrás…

En la hora en que estuvo en su tienda, le hizo tres pajas. La primera con su axila derecha. Tras untarla bien de aceite, se la folló como si fuera un coñito. La segunda con las dos manos, desde atrás, abarcándole la cintura. La tercera usando solo que los pies. Mientras le hacía todas aquellas gayolas, John le instaba a que le contara lo que hacía cada día en el colegio, sus tareas, a qué jugaba con sus compañeros… Como colofón, John se puso de rodillas y se orinó en su boca, llenando buena parte del suelo de la tienda.

Dando arcadas y escupiendo, Jule se guardó las lágrimas y entró en la última tienda. Le gustó que Nick fuera el último. Se llevaba bien con él y le gustaba lo que solía hacerle. A Nick le gustaba tocar y lamer, todo con gran exasperación. Le estaba esperando desnudo y de rodillas. Siguió las indicaciones y se colocó de igual forma, delante de él, mirándole. Nick tomó una de sus manos y se llevó un dedo a la boca, lamiéndolo completamente hasta humedecerlo bien. Entonces, cambió de dedo. Uno por uno, los fue degustando y lubricando. Luego cambió de mano.

Tras unos buenos diez minutos, se pasó a los pies, en donde se atareó mucho más, saboreando el aroma del sudor. Jule ya estaba muy nervioso de nuevo. Aquel juego le gustaba muchísimo, más sabiendo que no había problemas con Nick. Notó como la lengua masculina subía por la cara interna de una de sus piernas, sin prisas, dejando un reguero de saliva. Descendió de nuevo por la otra pierna, tras acariciar largamente su imberbe escroto, lo que le hizo retorcerse.

Nick le obligó a girarse, ofreciéndole su trasero. Se ocupó de las nalgas, de su esfínter, se afanó sobre los riñones y escaló por su columna. Nick tenía especial debilidad por los hombros y el cuello, donde estuvo largo tiempo, atrayendo al chiquillo y dejando que apoyara su espalda sobre su torso. Sus dedos acariciaron el ombligo, al pasar hacia delante. Pellizcaron suavemente sus pezones y, finalmente, se introdujeron en la jadeante boca del niño.

Tras sensibilizar totalmente su cuerpo, Nick pidió que Jule se subiera sobre él y adoptara la posición del 69 y le hizo obtener dos cortos orgasmos antes de eyacular él mismo.

Cansado, regresó a la tienda de su hermano. No quedaba ningún chico a la vista. Su hermano estaba durmiendo desnudo, con el saco de dormir abierto y echado por encima, como si fuese un cobertor. Se acurrucó delante de él, dándole la espalda. Char alargó el brazo y lo aferró por la cintura. En sueños, metió su hinchada polla entre las piernas de su hermanito y así se durmieron los dos.

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Ned asomó un ojo por una de las destrozadas ventanas del viejo rancho. No se escuchaba nada, ni música, ni ronquidos. No había querido llamar a la policía porque sospechaba quienes eran los chicos que habían montado aquella estruendosa fiesta la noche anterior. El rancho estaba lo suficientemente lejos de su pequeña granja como para que no le importase el ruido. Pero era una cuestión de principios y, además, debía asegurarse de que todo era cómo sospechaba. Menudo chasco si descubría que había sido una misa negra y no un guateque juvenil…

El viejo rancho llevaba abandonado más de treinta años, pero la estructura de piedra de la casa principal aún se mantenía en pie, por lo que muchos chicos de la comarca la utilizaban para sus “reuniones”. En otros tiempos, Ned ni siquiera se hubiera molestado en echar un vistazo, pero, desde el año pasado, disponía de mucho tiempo libre. Ahora, las pequeñas cosas insignificantes exacerbaban su curiosidad. Así que había salido de buena mañana, con su inseparable bastón, a curiosear sobre la movida nocturna.

Apenas amanecía cuando llegó ante el inseguro porche del rancho. Descubrió varias botellas vacías tiradas entre los crecidos matojos del exterior. Pisó la madera con cuidado y se acercó a la primera ventana, arriesgando una mirada. Pintadas en las paredes de cemento, vasos de plástico tirados por doquier y más botellas vacías. Había colillas por todas partes, unas de cigarrillos comerciales, otras más caseras.

Ned sonrió, recordando su propia juventud. No era tan viejo. Había cumplido el segundo año de su cincuentena y, poco a poco, estaba recuperando su forma física de nuevo, tras el accidente.

Entró en la destartalada casa de piedra y cemento, recorriendo con cautela sus habitaciones. Menuda juerga se pegaron anoche aquí, se dijo. Las escaleras que llevaban al piso superior parecían haber soportado un bombardeo, con más agujeros que una esponja natural. Por un momento, se negó a utilizarlas, pero su conciencia le dijo que si hacía algo, había que hacerlo bien. Pisó con cuidado, apoyándose en el bastón y no en la rota balaustrada. Alarmantes crujidos le acompañaron hasta que sus pies se posaron en el piso superior. Suspiro, aliviado.

Le vio, al asomarse en la primera habitación. Estaba tirado en el suelo, de bruces sobre una raída manta, desnudo. Pensó que podía estar muerto. Una sobredosis, una disputa… pero, al acercarse, percibió que era demasiado joven como para estar allí. Se arrodilló a su lado y giró el cuerpo. Respingó al ver sus rasgos. ¡Era un niño! ¡No tendría ni quince años!

Aliviado, le escuchó gemir muy bajito. Al menos estaba vivo. Las marcas sobre su cuerpo eran evidentes y múltiples. Tenía moratones en ciertas partes, como las nalgas, las caderas, los muslos, el pecho y el cuello. También tenía un ojo a la funerala y un feo golpe en la sien. Según su experiencia, aquellas eran señales de una violación agresiva.

Sacó el móvil de su bolsillo y estaba a punto de marcar el número de Emergencias, cuando el chico abrió los ojos.

Le miró aturdido y giró la cabeza, abarcando su entorno. Se notaba que estaba confuso.

― Tranquilo, pequeño. Voy a llamar a una ambulancia para que te recoja. Ya verás como se soluciona todo – le dijo Ned, inclinándose sobre él.

― N-no…

Su voz surgió ronca, carrasposa. Tosió y tragó saliva, aclarando la voz.

― No, por favor… nada de ambulancia – imploró.

― Pero… estás herido. Hay que moverte…

― Se lo ruego, por favor… no puedo ir al hospital… ayúdeme a levantarme – le pidió, tendiéndole una mano.

Ned le ayudó a ponerse en pie y lo sujetó de los hombros cuando estuvo a punto de caerse de nuevo.

― G-gracias… solo necesito un momento…

Y, en verdad, pareció recuperar su aplomo en cuanto inspiró unas cuantas veces. Ned le contempló, mientras se apoyaba en la pared. Sin duda era un niño. Lampiño, rasgos infantiles, genitales sin desarrollar aún. Era de estatura mediana y poseía unos rasgos perfectos, muy femeninos, bajo sus rubios cabellos desordenados.

― ¿Cómo te llamas?

― Jule Nodfrey…

― ¿Nodfrey? ¿De la granja Nodfrey?

― Si, es de mis padres.

Era toda una sorpresa para Ned, quien había estado en aquella granja unos años atrás para tratar al dueño de una fuerte lumbalgia. El hombre recogió la manta del suelo y la echó sobre los hombros del chiquillo.

― ¿Qué ha pasado?

― Hubo una fiesta. Mi hermano mayor y sus amigos la organizaron. Vinieron unas chicas de Ashley Falls… — respondió el chiquillo, haciendo memoria.

― ¿Y dónde está tu hermano? ¿Cuántos años tiene?

― No lo sé. Chardiss tiene diecinueve años.

― ¡La madre que me…! – exclamó el hombre. — ¿Cómo puede haberte abandonado aquí?

Jule se encogió de hombros y se envolvió mejor en la manta.

― Todas esas marcas de tu cuerpo… te forzaron, ¿verdad?

El niño rehuyó la mirada y se mordió el labio, enrojeciendo.

― Soy fisioterapeuta y he trabajado en hospitales. Conozco esas señales y sé que no fue un solo tipo el que participó…

Las lágrimas brotaron incontenibles de los ojos del chiquillo. Los regueros lavaron parte de sus mejillas, arrastrando churretes de polvo y otras sustancias. Jule se dejó caer hasta el suelo, la espalda contra la pared, hasta quedar sentado, sollozando.

― Está bien, está bien. Vamos, cálmate – le dijo, acercándose para calmarle. Se arrodilló a su lado, limpiándole las lágrimas con un pañuelo de lino que sacó del bolsillo.

― Por eso no puedo ir a un hospital… acusarán a mi hermano – balbuceó entre hipidos.

― ¡Pero tienes que hacerlo! Ya sé que es un mal trago para tu hermano, pero saldrán los culpables y…

El niño le miró con desesperación, como si Ned no entendiera nada de lo que sucedía.

― No puedo, de verdad… él también es culpable – confesó de una vez.

Las cejas de Ned se alzaron tanto que parecieron querer salir disparadas. ¡Era inaudito!

― ¿Tu hermano te ha…?

Jule asintió, escondiendo la cabeza en el hueco de su codo.

― ¡Joder! ¡JODER! – exclamó con furia Ned, asustando al chiquillo, quien volvió a llorar. — ¿Y tu ropa?

Jule se encogió de hombros, sin levantar la cabeza.

― Me desnudaron abajo…

― Ven, vamos a buscarla.

Descendieron con más cuidado aún. Ned no se explicaba cómo habían montado una fiesta allí, sin ningún miramiento, y no había sucedido desgracia alguna. Bueno, si que había sucedido, pensó girándose hacia el niño que venía detrás de él. Tras buscar por todas partes, no encontraron más que la camiseta destrozada del chiquillo. Sin embargo, por una de las ventanas de la parte trasera, Ned percibió entre la hierba una suela. Eran las zapatillas deportivas de Jule. Al menos, podría caminar.

― Póntelas. Iremos a mi casa. Está cerca. Es la granja vecina. Me llamo Ned Grayson – se presentó el hombre, pasándole el brazo por encima de los hombros cubiertos con la raída manta.

― Gracias, señor Grayson.

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La pequeña granja Grayson –casa de campo, la llamaba Ned- estaba en el camino del autobús escolar. Jule pronto tomó la costumbre de bajarse allí, saludar a Ned, y volver a casa andando a través de los campos cultivados. En muchas ocasiones, cuando el tiempo no acompañaba y tenía más prisa, Ned le llevaba en su coche o bien en la ruidosa moto quad Triliton que guardaba en el cobertizo.

El hecho es que, a raíz de aquella fiesta, Jule se fue apartando de Char y de sus amigos, quienes también parecían algo avergonzados. Ganó confianza con Ned, aquel hombre lisiado y jubilado que sabía de muchísimos temas. Se encontraba a gusto con él, en su casa, en el cobertizo transformado en gimnasio, o bien paseando.

Finalmente, Jule acabó contándole lo sucedido en la fiesta. Le confesó que llevaba unos años siendo el esclavo sexual de Char, que su hermano le había desvirgado, que lo cedía a sus amigos, como recompensa o pago, que le prostituía con algunos hombres mayores de la comarca… y que, en aquella fiesta, tras emborracharse y drogarse, su hermano y sus amigos le violaron por turnos, sin miramientos. Ned no comprendía la necesidad de Jule de ser aceptado, de humillarse ante esos chicos, pero le brindó toda su ayuda, y el chico, que la necesitaba, estuvo muy agradecido.

En casa, las cosas entre Char y Jule estaban muy tensas. Al día siguiente de la fiesta, cuando el chiquillo le recriminó a Char lo sucedido y, sobre todo, el dejarle abandonado en el viejo rancho ruinoso, se ganó una dura bofetada. “¡A ver si creces de una vez!”, le espetó su hermano.

Aquel golpe fue la gota que colmó el vaso. No le debía absolutamente nada al cabrón de su hermano. Fue Ned quien le ayudó, quien le guardó el secreto e, incluso, le comprendió. Aquello le hizo abrir los ojos y renegar del enfermizo trato de su hermano. Decidió que no cedería más a las manipulaciones de Char, y, con la ayuda de su nuevo mentor, recopiló una serie de pruebas sobre los abusos de su hermano. El chantaje funcionó a la perfección. La amenaza de denunciarle al sheriff apartó a Char de su camino, de una vez por todas.

Jule llamó a la puerta de la “casa de campo” pero nadie contestó. Llamó a Ned en voz alta, y el hombre le respondió desde el cobertizo. Jule corrió hasta allí y se deslizó entre los batientes de la gran puerta. En el interior reinaba una deliciosa penumbra agujereada por miles de pequeños haces luminosos, procedentes de los numerosos agujeros de la centenaria estructura de madera. Ned, vistiendo un holgado kimono blanco, realizaba una forma del estilo Yang en 37 cuadros, con una fluidez casi perfecta, aún teniendo su cadera débil.

El hombre, al verle, abandonó el ejercicio de Tai Chi y le saludó, indicándole que se acercara. Jule se quitó las deportivas y se colocó a su lado, iniciando la forma de nuevo. Tan solo conocía los siete primeros cuadros de la forma, pero imitaba lo mejor que podía a Ned, quien se movía con parsimonia y relajación, bordando sus movimientos.

A Jule le gustaba ese arte. Le relajaba muchísimo y ganaba mucho en equilibrio. Según le había contado Ned, aprendió Tai Chi de un viejo maestro quiropráctico, en California. A medida que iba conociendo a aquel hombre, Jule descubría que tenían más cosas en común.

Ned no parecía interesado en obtener su cuerpo, ni insinuaba lo más mínimo. Le hacía sentirse seguro y a salvo, equilibrado, y, sobre todo, feliz como el niño que era.

― Muy bien – le alabó Ned al acabar el ejercicio. – Vas tomando su esencia.

― Gracias. Me hace sentirme bien.

― Es energía curativa la que se canaliza con estos movimientos.

― ¿Tu cadera mejora?

― Si, pero por mucho que sane esta energía, no puede sustituir la prótesis que llevo – se rió Ned, secándose el rostro con una pequeña toalla.

― ¿Qué te pasó?

Ned le miró, algo reacio, pero, finalmente, con un suspiro, se decidió.

― Tuve un grave accidente de automóvil el año pasado. Me he quedado sin fuerzas en una mano y con la cadera izquierda destrozada.

― Vaya, lo siento. Por eso ya no sigues dando masajes, ¿verdad?

― Si, ya no tengo fuerzas ni estabilidad suficiente. Me han jubilado anticipadamente y con lo que me ha pagado el seguro, tengo para vivir. Pero no solo perdí mi trabajo en ese accidente…

Jule notó enseguida la tristeza en su voz. Se mordió una uña, esperando a que continuara.

― Mi esposa y mi hija murieron en él.

Jule tomó la mano del hombre y la acarició suavemente, dándole ánimos, Ned le miró y sonrió, agradeciéndoselo.

― ¿Cuántos años tenía tu hija?

― Nancy acababa de cumplir trece años.

― Lo siento mucho, Ned – le dijo el chiquillo, al abrazarle.

― Gracias. La verdad es que ocuparme de ti y de tus problemas, me viene muy bien para evadirme de mis recuerdos – le contestó el hombre, palmeándole un hombro. — ¿Qué pasa con tus padres? ¿Les has hablado de mí?

Jule negó con la cabeza y apartó la mirada.

― ¿Por qué no?

― No les importo.

― Vamos, eres su hijo. ¡Claro que les importas!

El niño volvió a negar con más fuerza.

― Nunca están en casa. Char es quien ha cuidado de mí desde que me acuerdo. Papá siempre anda de un lado para otro, con sus maquinarias, con sus jornaleros, y bajando al pueblo cada noche. Para él es suficiente con tener un heredero, mi hermano Chardiss.

― Es muy duro lo que dices – musitó Ned.

Jule alzó uno de sus hombros y siguió:

― Mamá nunca me ha querido. Eso lo sé desde que Char me contó la anécdota de mi procreación. Me puso de nombre Julegave, que en noruego significa “regalo de Navidad” y es la única que usa el nombre completo. Me llevo casi veinte años con mi hermana mayor, así que no creo que fuera un hijo esperado y deseado. Su consulta de veterinaria es más importante que yo. Nassia, mi hermana, está casada y vive a120 kilómetrosde aquí. Nos vemos tres veces al año y no tenemos ninguna confianza. Es más como una tía lejana o algo así.

― Empiezo a comprender tu extraño apego hacia tu hermano y el por qué has aguantado sus humillaciones – dijo Ned, caminando hacia la puerta.

Caminaron hasta la casa y Ned se dio cuenta de que el chiquillo quería hablar más, pero que le costaba sincerarse.

― ¿Has merendado? – le preguntó al entrar en casa.

― No – contestó con una gran sonrisa.

― ¿Tostadas con crema de cacahuetes?

― ¡Siii!

Ned puso pan a tostarse y sacó la mantequilla de cacahuetes, así como un tarro de miel. Se sentaron a la mesa. La tostadora escupía las rebanadas y ellos las untaban, tras meter otras en la ranura. De esa forma, devoraron cuatro rebanadas cada uno.

Chupándose los dedos, Ned preguntó:

― ¿Qué hay de tus experiencias homosexuales?

― ¿Cómo? – preguntó el niño, pillado por sorpresa.

― ¿Qué sientes al tener esas experiencias con chicos mayores? ¿Sientes repulsión? ¿Temor? ¿Te sientes impulsado a obedecer? Me has contado lo que has hecho, pero no cómo te sientes…

― No sé… nunca lo he pensado seriamente. Creo que un poco de todo…

― Pero, ¿te disgusta? ¿Lo odias o qué?

― Pues… no – acabó respondiendo tras pensarlo. – Me disgusta ser obligado o utilizado como un animal… un esclavo… pero el acto en si no me molesta.

Ned le contempló con fijeza.

― O sea, hacer el amor con un hombre no te resulta violento. ¿Es eso?

― Exacto.

― ¿Y si se trata de tu hermano? Sé sincero, por favor.

― Estoy muy enfadado con él pero reconozco que le he dicho que le quiero en varias ocasiones, después de estar juntos. La verdad, ahora que lo pienso, es que los he querido a todos, en algún que otro momento.

― ¿A todos? ¿Quiénes?

― A todos con los que me he acostado.

― Dependencia emocional… – musitó Ned, tapándose los ojos, abrumado.

― ¿Qué?

― Nada, hablaba para mí mismo… Intenta explicar un poco como es ese sentimiento de amor…

― Pues no sé, los quiero cuando me hacen feliz.

― ¿Feliz de qué manera?

― Cuando me hacen gozar.

“¡Coño con el niño!”

― ¿Ya sientes placer?

― Si, a veces.

― Veamos… en el futuro, cuando seas algo más mayor, en la universidad, digamos… ¿te ves besando a un hombre? ¿Te gustaría?

― Si, ¿por qué no?

― Entonces, ¿te sientes gay?

― No lo sé… creo que no…

― ¿Eh? Explícate.

Jule pasó un dedo por la superficie de la mesa, recuperando un pedacito de mantequilla con un dedo, la cual se llevó a la boca. Levantó la mirada y clavó sus ojos azules en Ned. Después volvió a bajarlos y sus mejillas se ruborizaron.

― No me siento un chico cuando estoy con ellos – murmuró.

Ned acercó su cabeza, creyendo que había escuchado mal. Jule lo repitió.

― Creo que me siento como una niña, aunque no estoy seguro. No tengo forma de comparar.

― ¿Por qué piensas eso?

― Porque me dejo llevar por lo que siento. Ellos no son así. Solo quieren satisfacerse como sea. Yo nunca he sido como los demás chicos del colegio. No me gustan los deportes, ni los coches. Cuido mucho de mi persona, siempre que puedo me peino bien y procuro coordinar mi ropa… como una chica, ¿no?

― Pues si.

― He sacado del desván ropa vieja de mi hermana, de cuando tenía más o menos mi edad, pero pesaba el doble que yo, así que no me está nada bien. Pero me he probado algunas cosas de mi madre…

― ¿Cómo te ves?

― Creo que con el pelo largo, parecería una niña. Me veo guapa… guapo, quiero decir.

― Es cierto. Tienes rasgos muy femeninos. Mira, creo que tienes ciertas tendencias gay, aunque no deberían aparecer hasta tu desarrollo, pero puede que sea un desarreglo hormonal. Puede que tengas un exceso de genes femeninos… qué sé yo…

― A veces, pienso que si fuera una chica guapa, me respetarían todos. No me habrían usado de esa forma – se mordió el labio al decirlo.

― Solo el tiempo cura esas heridas, Jule, pero tienes que construir un muro alrededor para protegerte.

El niño le miró sin comprenderle.

― Si quieres verte como una chica, yo puedo ayudarte. Tengo un armario entero lleno de ropa de mi hija Nancy. Creo que te sentaría bien. ¿Subimos? – dijo Ned con una sonrisa.

_________________________________________________________________

Para Ned fue una especie de catarsis ayudar a su amiguito. Por primera vez en casi un año, pudo abrir el armario de su hija y tocar su ropa sin acabar llorando sobre la cama. Aunque Jule era más joven que su hija Nancy, casi tenían las mismas medidas. Cuando vio al niño probarse el primer vestido, asumió que prácticamente era una niña. Tan solo su forma de moverse le traicionaba. Pero hubo algo más que se metió bajo la piel del hombre. Ver todos aquellos vestidos conocidos, de repente animados sobre el cuerpo de Jule, le hizo sentir la enfermiza ilusión de que su hija había vuelto a la vida.

Tarde tras tarde, hizo subir a Jule al dormitorio de su hija y probarse diferentes vestidos y conjuntos. Además, animaba a Jule a moverse y comportarse como una niña. Le compró una peluca rubia, en melenita y de buen pelo, con la que el niño quedó encantado. Pulió sus maneras, enseñándole buenos modales de señoritas, cómo expresarse con corrección, y cómo comportarse ante la gente.

Para que los padres de Jule no notaran que su hijo bajaba el rendimiento por sus constantes visitas, le ayudó con los temas escolares, mejorando en mucho su labor académica. A cada día que pasaba, Jule estaba más encantado con aquel juego. Siempre apostaba con Ned que si quisiera, podía salir a la calle vestido de niña y nadie lo sospecharía.

Cada vez más obsesionado con disponer de nuevo de una hija, Ned tomó la decisión de suministrar en secreto, las dosis de estrógenos y andrógenos necesarios para detener la pubertad masculina de Jule. Ni siquiera se paró a pensar que podría resultar peligroso modificar a esa edad el cuerpo del niño. Solo quería llegar a perfeccionar más su imagen femenina.

Las hormonas cortaron de raíz su desarrollo como hombre, justo en sus inicios. Los procesos hormonales que le deberían haber llevado hacia una masculinidad, quedaron suprimidos y su latente parte femenina fue potenciada bruscamente, en una etapa del desarrollo muy temprana.

Al pasar los meses, los resultados fueron cada vez más visibles para Ned. El rubio vello de Jule no florecía en su rostro, sus formas se redondeaban y se estilizaban en puntos concretos, sus rasgos infantiles pasaron a convertirse en belleza realmente femenina, de tal forma que no aparecieron rasgos netamente masculinos, como la nuez de Adán o la prominencia de su mandíbula.

Ned se contagió del entusiasmo de su joven amigo/alumno y acabó atrapado y seducido por el propio concepto. Le compró ropa holgada para disimular su nuevo cuerpo en casa e incluso se presentó ante sus padres, con la excusa de ampliar sus aptitudes académicas. Las notas escolares de Jule habían subido y si ahora quería aprender otras cosas con un profesor particular, ellos no se iban a oponer. cuantas más actividades extraescolares tuviera, menos les molestaría. Ese fue el pensamiento de sus queridos padres. Cuando Ned no pudo enseñarle más sobre mujeres, lo presentó a varias amigas suyas, antiguas clientes muy discretas y muy solícitas, que se tomaron el asunto como un reto. Se encargaron de adoctrinar perfectamente a Jule; en particular, a pensar y reaccionar como una verdadera mujer.

Todas estas lecciones, estos cambios corporales y psicológicos, reafirmaban el carácter de Jule, pero también cambiaban su comportamiento. Los chicos del colegio empezaron a llamarle sarasa y su padre tuvo un par de charlas serias con él, en casa, pero nada de eso consiguió cambiar su motivación. Jule estaba decidido en convertirse en mujer. De hecho, se sentía mujer desde hacía tiempo. Solo quedaba un mero escaparate que modificar y cada día que pasaba los cambios eran menos.

Ned, quien desde la muerte de su esposa, no había estado con más mujeres, se vio totalmente seducido por la nueva imagen de Jule, a medida que el juego de convertirle en una chica se hacía más intenso.

Ned nunca se vio atraído por Jule como chico, pero en cuanto le vistió con las ropas de su hija, su mente se desequilibró un tanto. Aunque no se parecía en nada a Nancy, Ned le empezó a tratar como si fuese ella.

― Llámame papá – le pidió un buen día. Jule sonrió mientras tironeaba del borde de la faldita que llevaba puesta, y asintió. Haría cualquier cosa por Ned, por muy extraña que fuese.

Una tarde en que ambos salieron de compras, Ned se introdujo en el probador. Con el rostro contraído, lo empujó de bruces contra la pared, le levantó la faldita y le bajó las braguitas. Se la coló por el culo sin miramientos. Jule acalló sus quejidos como pudo. Intuía que algo había saltado en la mente de su mentor, que no era él mismo, pero se dejó follar largamente, muy a gusto.

― Gracias, papá – le dijo suavemente cuando Ned se corrió en su interior. El hombre estalló en lágrimas.

Jule se acostumbró cada vez más a salir vestido de chica. Salía a merendar con Ned, de compras con sus maduras amigas, y daba el pego en todas partes. Incluso su personalidad florecía cuando se comportaba como mujer. En cuanto a Ned, solía follarle solamente cuando estaba vestida de chica y ni siquiera le quitaba la ropa, pero siempre insistía en que le llamara papá.

Jule llevaba una doble vida que se estaba volviendo cada vez más complicada. Por una parte, intentaba esquivar a su verdadera familia, totalmente descontento con ella; por otra, estaba su floreciente personalidad femenina, cada vez más compleja y definida. Su relación con Ned era su auténtica tabla de salvación. El maduro cincuentón volcaba en aquella nueva personalidad femenina todo cuanto no pudo enseñarle a su hija, en especial, su experiencia en técnicas fisioterapéuticas, mejoradas con sus conocimientos quiroprácticos orientales. Todo ello sucedió antes de su mayoría de edad.

Cuando Jule cumplió los dieciocho años, Ned le acompañó al juzgado, en donde adoptó legalmente el nombre de Clementine, Chessy para los amigos, y se independizó totalmente de su familia. Por entonces, ya hacía un par de años que no utilizaba ropa de hombre, ni actuaba como tal.

_____________________

― Chessy…

― ¿Si? – exclamó ella parpadeando y regresando a la realidad.

― Tu mente se había ido – la besó Hamil fugazmente. — ¿Dónde estabas?

― Recordaba un buen amigo, casi un padre…

― No sé mucho sobre ti, cariño. ¿Cuándo me vas a poner al corriente?

― Cuando me sienta preparada, cielo. Tengo toda una historia para contar, seguro.

Mientras comprobaba que la pasta estaba en su punto, Chessy se dijo que mañana sería un buen día para visitar la tumba de Ned, en el cementerio de Canaan. Murió de cáncer año y medio atrás y ese fue el verdadero motivo que ella se decidiera a venir a Nueva York e instalarse en el Village. Tenía que demostrarse que Ned la había preparado muy bien para arrastrar el dulce aroma de una “mujer”.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Por ayudar a un amigo 3” (POR XELLA)

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Lorenzo estuvo un par de días deambulando como un fantasma. No sabía que hacer, no quería hablar con la policía por miedo a las represalias, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados… Entonces pensó en ella, ¿Como no se le había ocurrido antes? Si alguien podía tirar de la manta y descubrir algo era ella, Ana Castor.

Concertó una cita lo más discretamente posible, están nervioso, muy nervioso, pero ella accedió a ayudarle.

A partir de ese momento Lorenzo se sintió algo mas liberado, por lo menos sentía que había hecho algo para liberar a su familia, no se había quedado de brazos cruzados mientras esos cabrones se aprovechaban de la situación.

Todas las semanas recibía e-mails con instrucciones de cómo debía actuar en el congreso, si había votaciones o deliberaciones, él solo era un muñeco que decía lo que le indicaban que dijera. De vez en cuando le hacían entregar algún maletín o algún sobre a otros diplomáticos. No quería saber en que más asuntos estaba metida esa gente…

Un par de veces a la semana, Marcelo aparecía por su casa con Helen, así Lorenzo podía comprobar que estaba en perfecto estado, aunque el precio a pagar era ver como ese cabrón se follaba a su mujer con la complicidad de ésta. Helen y él siempre habían tenido una buena vida sexual, incluso habían realizado algunos juegos extravagantes, pero la manera en que se entregaba a ese hombre, la sumisión con la que lo hacía era algo que no podía soportar. Ver como alguien encula a tu mujer mientras es ella misma la que separa sus nalgas para facilitarle la tarea… La única razón por la que aguantaba era por la pequeña esperanza de que su amiga Ana le ayudase a recuperar a su familia… Tenía que hacerlo, se había enfrentado a investigaciones peliagudas en su trabajo como periodista… Tenia que hacerlo…

Y de pronto todo se rompió.

Dejó de tener noticias de Marcelo, o de Xella Corp. Al principio respiró aliviado, pero cuando estuvo más de una semana sin saber de Helen empezó a preocuparse. No sabía como contactar con aquél hombre. Intentó llamar a Ana pero tampoco era capaz de localizarla.

Estuvo tres semanas histérico, a punto de acudir a la policía, y entonces recibió un nuevo e-mail. “Gracias por el regalo” rezaba en el asunto, en el cuerpo un escueto “La próxima vez lo pagarás caro” y un vídeo adjunto.

Se estremeció, ¿Le habían descubierto? ¿Le habrían hecho algo a su familia, o a Ana? Tenía miedo de ver el video, pero a la vez había algo en su cabeza que le obligaba a verlo.

Lo abrió.

Primero apareció unas frases sobre fondo negro.

“Tienes que aprender a obedecer”

“No intentes jugar con nosotros”

“La próxima vez no seremos tan benévolos”

Después el fondo se difuminó y apareció Ana Castor, su amiga, en medio de una sala de la misma manera en la que se encontró a su mujer con Marcelo, simplemente con tacones, medias, una mordaza y un collar.

¿Que había hecho? ¿Por qué había tenido que meterla en este lío? Ahora era una víctima mas de esos depravados…

Una música de fondo comenzó a sonar, parecía la banda sonora de una película porno, y cuando vio a su mujer aparecer por un lado del plano supo que era exactamente eso lo que iba a ver: iba exactamente igual que Ana salvo por un pequeño detalle, llevaba a la cintura un arnés con una enorme polla de plástico.

Comenzó a faltarle el aire mientras veía como Helen se acercaba a su amiga y comenzaba a acariciarla, mientras ésta hacia lo mismo con su mujer. Las manos de ambas subían y bajaban lentamente, con pausa pero con decisión, recorriendose de arriba a abajo.

Realmente el vídeo parecía una película porno de verdad, tanto la música como los planos, que se acercaban y alejaban, mostrando el detalle, la caricia, el suspiro… Pudo ver como la mano de su mujer se introducía con seguridad en el coño de Ana, que estaba perfectamente depilado. Las mujeres estaban entrelazadas en una sensual danza que no pudo menos que excitar a Lorenzo que, incluso a pesar del odio y la rabia que sentía, no pudo evitar ni obviar la enorme erección que la escena que estaba viendo le producía.

Helen desabrochó la mordaza de Ana y, contrariamente a lo que imaginaba Lorenzo, no era una bola de goma y ya está. El lado que tenía introducido el la boca tenía la forma de una polla que debía llegarle por lo menos hasta la campanilla.

La periodista se inclinó hacia delante, con las piernas rectas y se separó las nalgas, permitiendo que Helen le introdujera la polla que acababa de sacar de la boca de su amiga en el culo.

La escena se mostraba en la película con total detalle, mostrando un primer plano de la penetración anal. Seguidamente, Helen obligó a Ana a arrodillarse ante ella, y a comenzar una profunda mamada de la polla de plástico que llevaba puesta.

Lorenzo estaba sufriendo, se sentía culpable de la excitación que estaba experimentando, Ana tenía un cuerpo espectacular, al igual que su mujer a pesar de la diferencia de edad, y verlas a las dos juntas en esa actitud sería un sueño para cualquier hombre… Pero no se podía quitar de la cabeza la razón de por qué se encontraban en esa situación, estaba claro que no eran ellas mismas.

Salió de sus pensamientos al ver como Ana se colocaba a cuatro patas ante su mujer que, tras extraer la mordaza de su culo y volver a colocarsela en la boca, comenzó a sodomizar a la periodista.

El hombre no aguantó más, sacó su polla y comenzó a masturbarse ante la erótica escena.

Lo que Helen comenzó con delicadeza, en pocos minutos se convirtió en un brutal mete-saca en el que su cadera bombeaba furiosamente el culo de Ana. Los gemidos de ésta se oían de manera ahogada a través de la mordaza, pero estaba claro que lo estaba disfrutando. La cámara pasó a un primer plano de su cara desencajada, para después abrir plano y mostrar las soberbias tetas de la mujer, bamboleándose al ritmo que marcaba Helen.

Los gemidos de Ana se hicieron más fuertes, apoyó la cara en el suelo para facilitar que Helen la follase más profundo y a los pocos segundos explotó en un intenso orgasmo

Lorenzo se corrió a la vez, manchando el teclado de su ordenador, mientras la pantalla mostraba como la polla de Helen salía del culo de Ana, dejando tras de sí el enrojecido ojete abierto de la periodista.

Las mujeres se levantaron y se fueron a un lado de la sala, arrodillándose ahí la una junto a la otra. Se quedaron inmóviles.

“Ya ha terminado” Pensó Lorenzo, sintiéndose culpable de haberse corrido con las imágenes.

Pero entonces comenzó a sonar una especie de campanillas. No se veía nada en pantalla, Ana y Helen estaban quietas… Era como los cascabeles de un gato…

Un escalofrío recorrió la espalda de Lorenzo, una idea asaltó su mente y no podía sacarla de allí…

Los cascabeles sonaban más cerca, y por un lado de la imagen aparecieron dos enormes negros completamente desnudos, andaban con seguridad hacia el centro de la sala, con sus enormes rabos bamboleándose de forma obscena mientras andaban.

Cada uno de estos hombres llevaba una cadena y, al final de cada cadena…

Los temores de Lorenzo se hicieron realidad, su mundo se vino abajo, más aun de lo que ya estaba. Al final de las cadenas, avanzando a cuatro patas como meras mascotas, se encontraban Lydia y Nuria, sus hijas.

El hombre lanzó un grito de rabia ante la pantalla, mientras la cámara hacía un recorrido detallado mostrando el estado de las chicas. Estaban totalmente desnudas, exceptuando, si es que se puede considerar vestimenta, unas pequeñas orejas de gato y una cola del mismo animal que llevaban introducidas en el culo, gracias a un pequeño plug.

También averiguó de donde salía el ruido de cascabeles, y no era de otro sitio que de los pezones de sus hijas, ahora agujereados y decorados con las pequeñas campanillas.

Sus hijas gateaban tras los negros de manera felina, como si llevasen toda la vida desplazándose de aquella manera.

Cuando llegaron al centro de la sala los hombres soltaron las cadenas a las chicas.

– Dadle un buen espectáculo a vuestro padre, – sonó una voz por los altavoces. – que aprenda a no volver a hacer lo que no debe.

Inmediatamente las chicas agarraron cada una una polla y comenzaron a acariciarla y lamerla para poner a los hombres a tono, recreándose especialmente en las pelotas. La cámara comenzó a mostrar los planos como si fuese el punto de vista de los negros, dando la impresión de que cada vez que les miraban a los ojos, estaban mirando a su padre. Lorenzo veía anonadado las expresiones de lujuria en su mirada. Quería vomitar.

Entonces la cámara le mostró una imagen que, a su pesar, se quedó grabada a fuego en su retina: su pequeña Lydia tenía la boca enterrada bajo las pelotas de su negro, de tal manera que la polla de éste estaba apoyada en todo su esplendor sobre la cara de la chica. Su melena rubia contrastaba con el oscuro color del rabo que cada vez estaba más duro.

La cámara enfocó a Nuria, que ya engullía como una posesa la polla del negro, intentando sin éxito tragársela entera. El sonido de su garganta hacía ver que se esforzaba, pero no era capaz de introducirse semejante rabo. Entonces una mano se apoyó en su nuca y, suavemente empezó a ayudar a la chica a tragar cada vez un poquito más. Lorenzo empezó a marearse, ¡Quien la estaba ayudando era su propia madre!

El negro comenzó a acariciar sus tetas, con la complicidad de la mujer mientras al lado se estaba dando una escena similar, esta vez con Ana ayudando a Lydia.

El hombre que estaba con Nuria y Helen profirió un pequeño grito, que fue la señal para que la madre se arrodillarse junto a la hija mientras el negro se masturbaba sobre sus caras. Una enorme descarga cayó sobre ellas mientras competían por ver quien de las dos se llevaba la mayor parte del pastel.

El grito del otro hombre inició las mismas acciones, siendo esta vez la cara de Ana y Lydia las que eran cubiertas con su abundante semen.

La cámara se separó y comenzó a alejarse, mostrando mientras la imagen se fundía en negro como las cuatro mujeres comenzaban a limpiarse las unas a las otras con la lengua.

Lorenzo no se podía mover siquiera. Lo único que deseaba era acabar con todo, tirarse de la ventana, pegarse un tiro, o…

Ring Ring. Descolgó.

– ¿S-Si?… – Casi no tenía voz

– Espero que haya disfrutado del vídeo.

– Hijo de…

– Y también espero que haya aprendido la lección. Debo admitir que gracias a su desliz tenemos una bella componente más de nuestro pequeño grupo de zorras, así que en cierta manera le doy las gracias. No se preocupe, ya ha visto que la tratamos tan bien a ella como a su mujer e hijas, están todas encantadas con la nueva incorporación. Pero no se equivoque… Esto sólo ha sido un advertencia, si vuelve a irse de la lengua o a desobedecer, acabaran todas clavadas en una pica.

Y después de decir eso, simplemente colgó.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
Paramiscosas2012@hotmail.com

 
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