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Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (5)” (POR LUCKM)

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herederas3Eva se marcho a casa y yo me quede charlando con su madre.

Yo – Bueno, te veo encantada con todo esto.

Ana – Si, debería sentir asco de mi misma pero me da igual, mi niña se lo pasa como una loca y yo también la verdad, mientras no se sepa.

Yo – Jeje, hoy subiremos el nivel.

Ana – No puede ser, me marido regresa justo hoy.

Yo – Exacto. Bueno, deja de hablar y ven a chuparme la polla.

Ella se acerco, se arrodillo y cogiendola con la mano empezó a lamerla.

Ana – Puedo preguntar algo?

Yo – Claro.

Ana – entiendo las cámaras en casa, es morboso que siempre te puedan ver, pero por que nos sigues grabando cuando follamos? Obviamente estamos sometidas, no necesitas chantajearnos.

Se metió la polla en la boca y la fue sacando despacio mientras sorbía bien fuerte.

Yo – Me gusta tener una colección porno de dos pijas como vosotras, y además se que cada video que hacemos os sentís mas putas. Cuando aparece la idea en vuestras cabecitas de volver a tener una vida normal pensáis en los videos y sabéis que el único camino es ser todavía mas guarras, verdad?.

Ana – Si, la verdad es que si.

Yo – Además tu ya eres una guarra, pero tu niña todavía no. Cuando se enamore me la follare mientras me lo cuenta, antes de su primera noche con el me la follare también, veré como lo hacen la primera vez. Cuando se case igual me la follo también la noche de bodas, igual hasta la preño yo.

Ana – Pensé que igual esperabas y te casabas tu con ella.

Yo –Tampoco es mala idea, pasaríamos unas navidades estupendas.

Ana – Ufff, si, no quiero ni pensarlo.

Yo – Bueno, va siendo hora de ir a trabajar, termina la mamada.

Ella empezó a chupar mas fuerte, acariciaba mi polla con una mano y masajeaba los huevos con la otra. No pude aguantar mucho, cuando noto que me corría pego sus labios a mi capullo como una ventosa y sorbió todo mi semen según salía. Luego me lo enseño con unos ojitos de guarra que eran increíbles y lo trago. Se levanto.

Ana – Joder, nunca pensé que llegara a gustarme tanto comer polla y tragar semen…

Yo – Si, la de cosas que aprendemos jeje.

Deje una cosa sobre la mesa y le di unas sencillas instrucciones para la noche.

Pase el día en la oficina de lo mas relajado, tener dos putas tan bien dispuestas la verdad resultaba una maravilla.

Llegue a las seis a casa y puse las cam para ver a mis putitas.

Ana estaba con su marido y otra pareja en el salón de su casa. Tenían la misma pinta que ellos, el algo mayor, trajeado, ella una señorona cubi$erta de ropa hasta el cuello y con unas perlas bastante gordas. Hablaban de las niñas. Sonreí, que poco había tardado mi putita en ponerse a trabajar. Puse la cam de su habitación. Estaba en su mesa estudiando con una chica morena, tenia una larga melena rizada y se intuían unas buenas tetas.

Estaban charlando.

Eva – Jo, que tostón de trabajo, esa profe y yo no vamos a llevarnos muy bien.

Laura – Jejeje, si, es un poco pesada. Bueno ya lo terminaremos. Que haces hoy?

Eva – Nada, mis padres no me dejan salir demasiado, tu?

Laura – Creo que nada, lo malo de vivir donde vivo es que salir es difícil, y mi padre no quiere que coja un taxi sola.

Eva – Pues estamos bien las dos. Oye, por que no te quedas a dormir. Están mis padres así que no pondrán pegas, y hay otra cama debajo de la mía.

Mientras decía eso miro fijamente donde estaba escondida mi cam, y sonrío.

Laura – No se.

Eva – Bueno, da igual, hace un mes que solo hablo con mis padres, estoy muy saturada.

Laura – Bueno, vale, preguntemos.

Las vi salir y escuche la charla, pusieron cara de buenas y tras prometer que saldrían a dar un paseo y que a las diez y media estarían en la cama ambos padres cedieron. Ana miro a su hija con curiosidad, sabia lo que tramaba.

Sin títuloSe dirigieron a la puerta y salieron de la casa. Escuche un rato la conversación de los padres pero me aburrí así que le mande un sms a mi putita para que me llamara desde cuando estuviera sola. No tardo ni diez minutos.

Eva – Te gusta amo?

Yo – Si, es muy mona, justo lo que quería, consigue que se duche y después…. Ah y antes de subir a tu casa…

Al cabo de una hora llamaron a la puerta. Entro con su amiga.

Eva – Hola Carlos – Y me dio dos besos- Esta es mi amiga Laura – ella se quedo en la puerta no muy segura de deber entrar en casa de un desconocido.

Eva – Tranquila Laura, es amigo de mis padres.

Laura – Ya, perdona, me tienen prohibido estar con hombres a solas y menos en su casa.

Eva – Bueno, no estas sola con el verdad? Estoy yo, además mis padres están justo arriba.

Ella la miro y se decidió a entrar, le di dos besos también a ella cogiendola por la cintura, note como se ponía tensa.

Eva me miro con cara de picara.

Eva – Necesito un favor.

Yo – Dime.

Eva – Nos darías algo de alcohol, Laura se queda en casa y vamos a hacer una fiestecita.

Laura – Pero yo no bebo.

Eva – Tranquila, arreglaremos eso.

Yo – ok, pero que no te pille tu padre.

Me acerque al mueble bar, saque una botella de tequila sin abrir y se la di. Ella la copio rápidamente y la metió en su bolso. Me dio un beso en la mejilla y salieron. Puse las cam del piso de arriba, las vi entrar en casa, los padres de Laura ya no estaban.

Jorge le dio un beso a su hija.

Jorge – Uff, como oléis a tabaco. Donde fuisteis?

Eva – A tomar una coca a un bar papa.

Jorge – Pues ducharos por favor, odio ese olor.

Laura – Lo siento, no me traje ropa.

Jorge – No te preocupes, Eva tiene ropa de sobra, mas de la que necesita la verdad.

Casi subo a besar al padre.

Entraron en la habitación de Eva, Laura puso el pestillo. Eva se acerco y lo quito.

Eva – No te preocupes, mi papa jamás entraría en mi habitación sin avisar diez minutos antes que iba a venir, me da que el tuyo tampoco.

Laura se rio.

Laura – Si, creo que se lo que dices, seguimos siendo su princesitas. No quieren ver que crecimos.

Eva – Exacto, y parece que las dos crecimos bastante bien.

Eva se saco el polo que llevaba.

Eva – A veces me parecen muy grandes – dijo mirándose el pecho.

Se acerco a un armario y lo abrió.

Eva – Coge lo que quieras, menos la ropa que hay al fondo del cajón de la ropa interior. Esa es mejor que no – Y le guiño un ojo-

Eva se quito la falda y en ropa interior se dirigió a su baño, dejando la puerta entornada.

Cuando se escucho el agua correr Laura se dirigió al armario y abrió el cajón de la ropa interior. Era una delicia ver a Eva ducharse, procuraba enjabonarse muy despacio, sus tetas, su coño, y siempre se metía un par de dedos en su coñito para mi deleite. Mientras, Laura sacaba la ropa que yo le compre a Eva y la examinaba con cara de sorpresa. Cuando escucho que el agua dejaba de correr volvió a guardarla rápidamente. Eva salio del baño con una toalla en su cabeza y otra envolviendo su cuerpo. En la habitación dejo caer la toalla y completamente desnuda empezó distraídamente a buscar que ponerse. Laura la miro sorprendida.

Laura – Te lo depilas?.

Eva – Si, es una gozada verlo así, y esta suavecito, me encanta. – Se paso un dedito por su rajita mientras lo decía.

Laura cogio la ropa que había elegido y fue al baño. Entro y cerro la puerta, me encantaba, iba a ver algo que ningún hombre había visto nunca. Ella se desnudo despacio, examinando el baño mientras lo hacia, miro con sorpresa la ducha, no había cortina, yo le había ordenado a Eva que la tirara días atrás.

Cuando se soltó el sujetador supe que me la tenia que follar, sus tetas eran mas grandes que la de Eva, en unos años se echarían a perder pero en ese momento eran una maravilla, grandes, duras, unos pezones oscuros, pequeños. Después vinieron sus bragas, grandes, y cutres, como las que Eva y su madre usaban antes. Asomo una mata de pelos negros, rizados. No se lo cuidaba mucho, se notaba, paso los dedos por la melena de su coño mirándose al espejo, comparando seguramente con el de Eva. Se hizo una cola en el pelo y se puso uno de esos gorritos para no mojarse el pelo, verla con los brazos arriba, sus grandes tetas me dio una imagen que tardare mucho en olvidar. A continuación se ducho. Se vistió antes de salir, Eva estaba desnuda, se estaba pintando las uñas de los pies. Al ver salir a laura se vistió a toda prisa, se puso una larga falda sin nada debajo un suje y una camiseta.

Laura – No olvidas algo?

Eva – Jejeje, nop, me gusta ir así, sobre todo con papa en casa.

Laura – Por?

Eva – Nunca eres mala? Tanta represión… tengo que escapar por algún sitio.

Laura – Estas loca.

Eva – Vamos, ahora me dirás que ni te masturbas cuando nadie te ve.

Laura – Nunca!

Eva – Jajaja, pues debes despertarte en mitad de la noche mojadita bastante a menudo.

Laura se puso roja y miro el suelo.

Eva – Vamos, quítatelas tu tb.

Laura – No.

Eva se acerco a ella, metió las manos bajos un falda, bastante mas corta que la que había elegido ella y se las bajo. Laura la miro sorprendida pero la dejo hacer. Nada mas quitárselas y tirarlas a un rincón llamaron a la puerta y entro la madre.

Ana – Vamos niñas, dejar de hablar y a cenar.

Salieron las tres Laura seguía roja. Durante la cena Eva forzó la cosa para que su padre hablara todo el rato con Laura, ella estaba azorada, se notaba que no paraba de pensar en su expuesto coño. Vi como Ana cumplía mis instrucciones y le echaba un par de pastillas machacadas a su marido en el postre. Las niñas se fueron a su dormitorio, Eva cogio una jarra de agua y unos vasos. Jorge no tardo en empezar a bostezar y se fue a su habitación, espere 15 min

Nada mas llegar a su habitación Eva Puso un par de copas, con la de Laura mucho mas cargada que la suya y se quito la ropa del todo, luego saco un par de minúsculos camisones y se puso uno tendiéndole el otro a Laura.

Laura se quito la ropa tratando de ocultar su coño.

Eva – Duermes con suje?

Laura – No, lo siento, me daba vergüenza.

Eva – Si quieres cambiarte en el baño – dijo sonriendo.

Laura la miro un poco desafiante.

Laura – No, no hace falta – Se quito el suje frente a Eva y a mi, todo sea dicho.

Eva – Jo, son preciosas.

Laura – Gracias.

Y se puso el camisón. Pusieron un poco de música y empezaron con las copas.

Eche un vistazo a la cam del dormitorios de los padres y viendo que estaba todo en orden subí entrando silenciosamente hasta su dormitorio. Una vez cerrada la puerta yo no se nos oía fuera. Instale el Portátil con sonido para ver a las dos zorras, una cámara extra de video y bese a Ana que estaba esperando con cara de nerviosismo.

Ana – Esto es muy fuerte.

Yo – Pues ya veras. Desnúdate y desnúdale a el.

Ella se quito la ropa a toda prisa, quitarle la ropa a el fue mas complicado, estaba nerviosa.

Ana – Seguro que no se despertara?

Me acerque, le di dos bofetadas a Jorge y le dije

Yo – Eh, Jorge, hace días que me follo a tu mujer y a tu niña, no te importa verdad?

Le cogi la cabeza moviéndosela como si dijera no e imitandos su voz – No, por favor, un placer, dales duro, son un par de zorras.

Yo – Ahora juega con su polla.

Ella se acerco y se puso a tocarla, al instante s puso dura como un palo.

Ana – Nunca se la había visto así, siempre lo hacíamos a oscuras tapados.

Yo – Tranquila, esta noche no se le bajara, aparte del somnífero le diste una viagra, la va a tener dura un buen rato. Ahora ven, te voy a enseñar a la nueva puta.

Le puse un par de fotos que había sacado del video de antes en las que se veía a Laura completamente desnuda.

Ana – Como esta la niña.

Yo – Ya te digo.

Ana – Te la vas a follar?

Yo – Si, Ahora chupame la polla delante del cornudo de tu marido, que vea lo guarra que es su señora mientras veo como trabaja la zorra de su hija.

Ana – Ummm, encantada. – Se arrodillo y empezó a chuparmela.

Eva estaba en la habitación con Laura, la botella había bajado bastante. Se reían como tontas, a Laura se le notaba bastante la borrachera, Eva disimulaba y le iba sacando las confesiones que me interesaban. Que si se despertaba caliente muy a menudo, que fantaseaba con un amigo, y al final que si, que se pasaba un dedito por su rajita de vez en cuando. Apenas quedaban un par de dedos en la botella.

Eva – Pues deberías probar con el coño bien depilado.

Laura – Ya, pero como lo hago, me da vergüenza ir a un sitio de esos, tu como te lo hiciste?

Eva – Jajaja, esa historia ya te la contare otro día.

Laura – Por?

Eva – hay secretos inconfesables

Laura – Pero yo ya te conté que a veces me masturbo, que puedes esconder?

Eva – Mucho, mucho mas, – dijo guiñándole un ojo.

Laura – No jodas, el vecino!!!! Carlos no? Pero es mucho mayor que tu.

Eva – Jajaja, si, mejor que sepan, digo yo, además no te confirme nada.

Laura – Vamos, cuéntamelo porfi,

Eva – No, ahora somos muy amigas pero si nos peleamos lo podrías contar en el cole y me meterías en problemas.

Laura – Pero quiero saberlo, como puedo hacer que me lo cuentes.

Eva – Ummm, coge tu móvil.

Laura lo cogio, y ahora?

Eva se levanto se quito el camisón y con los brazos detrás de la cabeza….

Eva – Hazme una foto.

Laura – Para?

Eva – Yo te hare otra, si alguna de las dos cuenta lo que se diga en esta habitación la otra podrá vengarse de la peor manera posible.

Laura se quedo pensando.

Laura – Mucho peligro.

Eva – Si, es como lo de la cena sin bragas, me excitan estos juegos, a ti no?

Laura – Ummm Así si que tendremos que ser las mejores amigas, vale.

Laura saco su foto y se levanto quitándose el camisón. Eva le hizo su foto y gruño.

Eva – No queda bien, con lo linda que eres ese matojo es horrible.

Laura – Ya, que podemos hacer?

Eva simulo pensar un momento dijo, – espera aquí.

Salio de su habitación y entro en la de sus padres encontrándose la escena de su madre chupandomela, su padre empalmado y yo viéndolas a ambas.

Eva – Joder, que morbo.

Se acerco y me beso.

Eva – Amo, te voy a entregar a esa puta para que te la folles bien follada.

Yo – No esperaba menos de ti, chupasela un poco a tu papi, mami esta ocupada con mi polla.

Eva – Joder!!

Se acerco a la cama, copio la polla de Jorge y se la introdujo en la boca acariciándole los huevos. Empezó a subir el ritmo, se notaba lo que quería, en un par de min logro se que se corriera, se trago toda su leche y nos miro.

Eva – No pude contenerme.

Ana – No me puedo creer que mi niña probara la leche de mi marido antes que yo.

Yo – Jajaja, por? Te falta mas de la que te doy?

Ana – Ni de broma, me gusta la tuya, es solo que….

Yo – Ya, bueno, Eva, a trabajar, tu amiga se aburre. – Miramos los tres el monitor, Laura estaba tumbada de espaldas en la cama con los pies en el suelo y se estrujaba las tetas.

Eva – Jo, parece que se va poniendo a tono, voy corriendo.

Entro en el baño de sus padres, copio unas cosas y se fue a su habitación. Al entrar pillo a laura en pleno magreo de tetas. Laura se corto y trato de levantarse, pero Eva de un suave empujón se lo impidió.

Eva – Tranquila, yo también acaricio las mías.

Laura – pero es que…

Eva – Es que nada, somos las mejores amigas recuerdas, lo que pase aquí no sale de aquí. Bebe un poco – dijo tendiéndole la botella.

Laura dio un largo trago y siguió tumbada. Eva metió una toalla bajo su culo.

Laura – jajaja, que haces?

Eva – Voy a dejarte el coñito como el mío.

Laura – No me puedo creer esta noche.

Eva – Ya veras que bonito queda.

Laura – Y me contaras lo de tu vecino?

Eva – Con pelos y señales, bueno, sin pelos jejeje

Eva se puso a trabajar. Unto de crema el coño de su amiga y empezó a afeitarla muy despacio, mientras la hacia acariciaba su coño delicadamente. Al poco laura solto un gemido.

Laura – De verdad no te importa si yo…

Eva – Jejeje, no, juega con ellas, tranquila.

Eva fue afeitándola y masturbándola, laura cada vez estaba mas caliente, jugaba con sus tetas y pezones mientras gemía. Eva termino de afeitarla pero siguió hasta que Laura se corrió.

Laura – Uff, ya?

Eva – No, espera.

Se levanto, fue al baño y copio una toallita, la mojo y volvió a su sitio, con mucha delicadeza la fue pasando por el coño de su amiga dejándoselo completamente limpio. Cogio su móvil y le hizo varias fotos desde distintos ángulos.

Laura – No era solo una?

Eva – Si, pero me encanta verte asi, estas preciosa.

Laura – Gracias.

Eva – Tengo que hacer algo, me dejas?

Laura – Ya a estas alturas que mas da, cuéntame lo del vecino….

Eva se sentó a sus pies y acariciándole el coño le contó una versión ligh de la historia, centrándose en la visita al corte ingles y en algunas cosas mas, la primer vez que se la metí… Mientras acariciaba el coño de su amiga. Laura se corrió pero Eva no paro, empezó a meterle los dedos, Laura gemía y gemía. En un momento Eva ya no aguanto mas y pego la boca a los labios del coño de Laura, Laura dio en respingo y trato de apartarle la cabeza pero Eva siguió chupando hasta que Laura cedió y volvió a tumbarse y dejarse hacer. Eva continuo chupando, haciendo que se corriera otra vez en su boca. En ese momento entro la madre haciéndose la indignada, con su gordo camisón de esposa decente.

Ana – Dios mío!! que pasa aquí!!?

Laura la miro con cara de pánico, intento taparse pero de un bofetón ana la dejo inmóvil, ni te muevas maldita zorra, pervirtiendo a mi niña!!!

Laura – No yo no! Fue ella!!

Ana – Mi niña no hace estas cosas pervertida – Cogio la botella de tequila y el móvil de Eva que estaban sobre la cama, examino las fotos. – Voy a llamar a tus padres ahora mismo, veras cuando vean esto –

Laura – No! Por favor! – empezó a llorar.

Ana – Como que no?, te invitamos como si fueras de la familia y tu conviertes a mi pobre niña en una puta.

Laura – No, mi padre no, me matara.

Ana – Pues espera a que le enseñe esto a Jorge, te echaran del colegio, todo el mundo vera tus fotos, te llamaran puta por la calle. Espera aquí y ni se te ocurra vestirte.

Laura lloraba en un rincón, Eva hacia como que ponía cara de preocupada.

Laura – Dios, que voy a hacer ahora?

Eva – Hay una solución, pero no se si te gustara.

Laura – Cual? Lo que sea, de verdad, lo que sea.

Eva – Estas segura? Será duro?

Laura – Pero que es?

Eva – Tiene que ver con o que te dije antes, lo que pase en esta casa no se sabrá, pero pasaran cosas, muchas.

Laura – No me importa, hare lo que sea para que mis padres no se enteren.

Eva – Bien, ven aquí, ponte de espaldas.

Eva rápidamente ato sus brazos a la altura de los codos, así su pecho salía mas.

Laura – Pero que haces?

Eva – Dijiste lo que sea no?

Laura – Si – bajo la mirada.

Bien, ahora ponte de rodillas con las rodillas separadas que se vea bien tu coño.

Laura – Pero esto para que?.

Eva – Calla, cuando venga mi mama dile que estas dispuesta a lo que sea.

Laura – Pero.. por favor…

Ana entro en ese momento.

Eva – Mama, laura reconoce que es una zorra y dice que hará lo que sea.

Ana – No puedo despertar a tu padre, tomo una pastilla para dormir.

Ana miro a Laura.

Ana – Tiene un buen cuerpo la zorra esta. Es fácil decir lo que sea pero luego se rajara y sabrá demasiado de nuestro secreto.

Laura – No, de verdad, lo que sea, no diré nada, nunca, pero por favor, mis padres no.

Ana – Seguro? Se acabara tu vida de niña inocente, pasaras a ser la hembra de un tio, su zorra, te follara cuando y por donde quiera.

Laura – Su marido?

Ana – Jajaja, esta no se entera de nada Eva.

Laura – El vecino, ud tambien se acuesta con el vecino?

Ana – Acostarse no es el termino exacto, ya lo averiguaras.

Laura – De acuerdo, me acostare con el si es lo que hace falta.

Ana – Haras bastante mas que eso. Véndale los ojos!

Eva se los vendo, la hicieron levantarse. Entraron en el dormitorio donde estaba yo, me acerque, agarre sus tetas.

Laura – Quien es? Es tu padre? Carlos?

Seguí estrujándoselas en silencio.

Eva – Dijiste que querías saberlo todo no?

Laura – Si, pero no me imagine esto.

Me senté y la hice sentarse sobre mi, notaba mi polla contra su rajita, estaba mojada de antes. Acaricie su coño y sus tetas, yo estaba desnudo, ella lo notaba y estaba nerviosa. Le hice una señal a Ana, se desnudo completamente se agacho y empezó a lamer su coñito mientras que yo lo habría con los dedos. Laura empezó a excitarse. Seguimos hasta que se corrió. Eva jugaba con la polla de su padre. Le quite la venda a Laura. Lo primero que vio fue a la madre de Eva comiéndole el coño.

Laura – Pero que es esto?

Luego miro hacia delante y vio a Eva jugando con la polla de sus padre.

Laura – Sois unos pervertidos!!

Eva – Si, y yo te engañe, no quería ser tu amiga, mi amo me dijo que quería una putita como yo y yo se la traje. Laura lloraba y se corría a la vez, Ana parecía poseída, tragaba y tragaba los jugos de la niña.

Ana – Joder, esta zorra no para de correrse.

Eva – Estas disfrutando verdad zorrita?

Laura – Si, cabrona.

Eva – Recuerdas lo que dijimos, que nos haríamos fotos para que tuviéramos que guardar nuestros secretos?

Laura – Si.

Mi novio es un poco mas perfeccionista pero servirá, el grabo toda nuestra charla, mira.

Puse el ordenador, salio ella en la ducha, sus confesiones, y Eva comiéndole el coño después de afeitárselo, salía revolviéndose en la cama, estrujándose las tetas, era indescriptible la escena.

Eva – Bien, ahora te cuento lo que va a pasar. Yo me voy a follar a papi y tu a mi novio. Después mama recogerá el semen de los dos de nuestros coños y te lo dará para que lo tragues.

Laura – Joder!

Yo – Pero tienes que decir que si quieres hacerlo, no te obligamos a nada, puedes vestirte y marcharte.

Laura – Y que pasara con las fotos y el video?

Yo – Todo el mundo lo ver, serás la virgen mas puta de Madrid,

Laura – No puedo dejar que eso pase.

Yo – Y que piensas hacer?

Laura – Follar!, todo lo que queráis!!

Levante a Laura y la acerque a Eva, de rodillas, hasta que casi se tocaban, me coloque en posición. Ana cogio mi polla y la puso justo en la entrada del coño de Laura. Después cogio la polla de su marido y la apunto a la raja de su niña. Eva miro a Laura.

Eva – Cogeme las tetas.

Solté a laura, ella levanto sus manos y agarro los pechos Eva con saña, eva dio un suspiro de gusto, la imito agarrando bien fuerte las tetas de Laura y apretando con fuerza. La miro y le dio un morreo. Ana había cogido la cámara y gravaba la escena buscando lo mejores planos.

Eva – Eres mi mejor amiga, te quiero.

Laura capto la señal.

Laura – Yo también te quiero, siempre seremos amigas.

Eva – Joder, me esta entrando Laura, la polla de mi padre, en mi coño, nunca pude ni imaginarlo.

Laura – A mi me la esta metiendo carlos, noto como mi coño se abre y su polla va entrando. Duele un poco pero su polla esta tan caliente.

Eva dio un fuerte empujón y se la clavo entera. Dio un grito, miro a su madre.

Eva – Mira mama, mírame, mira como me follo esta polla que nunca te hizo disfrutar.

Ana aguantaba la cámara como podía y se masturbaba como una loca.

Eva – vamos, ahora tu, clávatela tu misma, Carlos no empujara mas quiere que lo hagas tu, conviértete en su puta como mi mama y yo, seremos sus putas las tres, es nos dará toda la polla que necesitemos y nos convertirá en unas guarras.

Laura – No puedo, por favor. No se como paso esto.

Empezó a llorar.

Ana – Pues es simple, hasta hace unas horas eras un dulce de niña, estudiosa, adorada por sus padres y ahora eres una hembra salida y muy caliente, o crees que no vemos tu coño chorrear sobre la polla de Carlos?

Laura – Pero esto no esta bien!

Ana – Quizás, estas en una habitación viendo como Eva se mete la polla de su padre mientras te mete mano, estas sobre la polla de un tio que acabas de conocer, hasta las putas hablan mas con sus clientes antes de meterse sus pollas. Ah, y ese tio va a reventarte el coño y dejarte lista para ser follada como la hembra que eres.

Laura – Dios!

Ana – Jajaja, dios te dio ese cuerpazo, acaso creías que era para que un panolis como mi marido se lo follara durante 20 años a oscuras? Créeme, esto te va a gustar mucho mas.

Laura empezó a empujar lentamente, mi polla entraba, notaba la tensión de su coño pero iba abriéndose, su himen se rompió y al final di con mis pelotas en su culo, ella jadeo.

Laura – Ya esta, ya tienes lo que querías, Ahora follame.

Empecé a empujar y a empujar, ella jugaba con las tetas de Eva, Eva con las suyas, Eva botaba sobre la polla de su padre. Agarre el culo de Laura y empecé a empujar mas fuerte, quería correrme en ese coñito, Eva cabalgo mas fuerte a su padre. Note como me corría. Eva me miro.

Eva – Dios Carlos, noto su leche en mi coño, me esta preñando, dios!!

Ambas se corrieron devorándose las bocas, estrujando sus tetas y notando como nuestra leche llenaba sus coñitos. Caí a un lado, mi polla fue saliendo del coño de Laura, ella se quedo inmóvil. Ana corrió, puso los labios pegados al coño Laura y sorbió llenándose la boca con mi semen, Cuando se dio cuenta de que estaba todo le dio una palmada a laura en el muslo para que se apartara. Eva ocupo su lugar, me sonrío y note como hacia fuerza con los músculos de su coño, su madre hacia ruidos mientras sorbía. Cuando termino tumbaron a laura, ella me miro, y abrió la boca. Ana se inclino sobre ella, puso una mano sobre su pecho y la beso pasándole todo el contenido de su boca. Estuvieron besándose dos minutos, al final se separaron. Ana se tumbo de lado sobre ella jugando con su pecho. Eva se acerco y abriéndole las piernas puso su cara de lado sobre su coñito y lo acaricio suavemente. Las tres me miraron, sonrieron.

Ana – Amo, necesito una polla.

Yo – Pues ahí tienes la de tu marido. Follatelo como una puta, restriégale las tetas y el coño por la cara, insúltalo, diviértete mientras tu niña ve follar a sus padres.

Ana salto sobre su marido y se metió la polla de un golpe, jadeaba y babeaba sobre la cara de el, le decía que era una zorra, que le diera polla, que la preñara.

Laura los miraba sorprendida.

Ana – Que miras zorrita, este cabron me dejo con las ganas durante años.

Eva se acerco a mi y se puso a jugar con mi polla. Laura la miro y se acerco también.

Eva – Mira Laura, esta es la polla que adoro.

Laura – Encantada.

Yo – Jajaja, cuando estés aquí debes olvidar tus modales, métetela en la boca.

Laura obedeció, Eva le fue dando indicaciones mientras veía a sus padres follar. Ana se corrió al cabo de un rato.

Ana – Joder, a este no se le baja la empalmada.

Yo – Laura, follatelo.

Laura subió a la cama, y de espaldas a nosotros empezó a apuntar a la polla de Jorge.

Yo – No, de cara a nosotros, que te veamos follarte a papi.

Laura se dio la vuelta, se puso en cuclillas sobre el y empezó a metérsela, poco a poco se la metió entera. Después empezó a botar, sus tetas se movían arriba y abajo, ella empezó a gemir. Eva se levanto, copio la cámara y la enfoco.

Eva – Que linda es mi amiga que se folla a mi papa. Te gusta la polla de mi papa Laura?

Laura – Si.

Eva – Si que?

Laura – Si, me encanta la polla de tu papa – dijo jadeando.

Eva – Eres muy guarra, es la segunda polla que te metes hoy.

Laura – Si, soy una guarra!

Me levante y me subí a la cama y me acerque a ella. Le metí la polla en la boca.

Yo – Vamos, ahora vas a saber lo que es que te llenen de leche por todos lados.

Ella empezó a chupar, no lo hacia muy bien pero lo intentaba. Ana se acerco por atrás y metiendo la cabeza entre mis piernas empezó a lamer mis huevos. Note que me corría, puse una mano en la cabeza de Laura para que no se la sacara y me corrí. Ella hizo algún ruido pero trago, un poco semen salio por sus labios, jorge se corrió al mismo tiempo. Y ella entre fuertes espasmos y gemidos, callo de lado sobre la cama y Eva y Ana se lanzaron a devorara cualquier resto de semen. La lamieron de arriba abajo, sobre todo sus grandes tetas, parecían fascinarlas.

Nos quedamos un rato tirados los tres, Eva consiguió que me empalmara otra vez y no paro hasta que me la folle mirando a su amiga y contándole las cosas que las solía hacer. Cuando me corrí se levanto, Ana se acerco a ella para comerle el coño los restos de mi corrida.

Yo – No.

Ana – Como?

Yo – Queda alguien que no trago todavía.

Eva – No te atreverás.

Yo – Yo no, tu si, Ana, ábrele la boca al cornudo. Eva, siéntate en cuclillas sobre su boca, y mastúrbate. Que pruebe los jugos del coño de su niña.

Eva tardo dos segundos en hacer lo que le pedía. Se masturbo con rabia hasta que termino, permaneció dos minutos haciendo fuerza con el coño para que saliera todo lo que tenia dentro. Al apartarse Ana ocupo su lugar.

Ana – Este cabrón nunca me lo comió, ahora se va a enterar a que sabe.

Ella tardo un rato, hasta que no se corrió dos veces no se aparto. Los tres miramos a Laura.

Laura – Supongo que no hay opción.

Se puso en la misma posición y mirándome fijamente se masturbo.

Di por terminada la sesión, vi como cambiaban las sabanas y le ponían el pijama a Jorge. Al terminar nada daba a entender lo que había pasado allí. Me fui a la habitación de las niñas, me metí en la cama de Eva, les indique que se ducharan y s metieran en la cama conmigo. Los tres desnudos nos dormimos. Por la mañana Eva me despertó con su habitual mamada. Ana entro a mitad de la mamada. No dijo nada hasta que me corrí. Laura se despertó en ese momento, tardo unos segundos en recordar la noche anterior, cuando le vi en la cara que había recordado le di un largo y húmedo beso mientras le tocaba las tetas, hasta que se relajo y acepto que era mía.

Ana – Jorge se esta despertando, se duchara y saldrá.

Yo – Bien, pon el desayuno para todos.

Cuando Jorge salio de la habitación me encontró desayunando con su mujer y las niñas.

Jorge – Carlos?

Yo – Hola, me comentaron ayer que llegabas hoy y subí a saludarte, un poco temprano me temo, lo siento, pero Ana insistió en que me quedara a desayunar, ya sabes que mi nevera no es comparable con la vuestra.

Jorge – Pues a ver si hay algo bueno, tengo un sabor de boca terrible.

Yo – No dormiste bien?

Jorge – Si, como una piedra. Pero no se, tengo mal sabor de boca.

Yo – Bueno, tomate algo a ver si se te quita.

Jorge – Vale, luego podemos ir misa, te vienes?

Yo – Que va, estoy cansado, yo dormí poco.

Jorge – Saliste?

Yo – No, – le guíe un ojo – tu me entiendes.

Jorge se indigno mirando a su mujer y las niñas.

Jorge – Bueno bueno, desayunemos.

Sonreí, mire a Laura, le guiñe un ojo y me puse un poco mas de café.

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Bueno, espero que os gustara, por favor votar, es la manera de saber si voy bien o no… Sigo encantado de que me mandéis mail o me agreguéis. Un saludo a mis nuevas amigas, saber que las mujeres tambien los disfrutan es muy satisfactorio.

Luckm@hotmail.es

skype: luckmmm1000

 

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 3” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 5

No habían dado las ocho de la mañana, cuando escuché que se abría mi puerta y todavía somnoliento, observé a mi cuñada entrando con una bandeja con mi desayuno en mi cuarto. Haciéndome el dormido, cerré mis ojos creyendo que al verme roncando esa arpía volvería por donde había llegado, ya que, no me apetecía hablar con ella. Lo que no me esperaba fue que dejando la bandeja sobre la mesa, esa puta acercara una silla a la cama y se sentara en ella.
―¡Cómo te pareces a tu hermano!― susurró sin querer, tras lo cual, la oí suspirar. Entreabriendo los ojos, descubrí que esa mujer, al suponer que seguía durmiendo, se había empezado a acariciar.
Vestida con un camisón que se transparentaba todo, observé que bajo la tela sus pezones se habían puesto duros con mirarme y a su dueña con las rodillas separadas mientras su mano toqueteaba con disimulo su sexo. Lo erótico de la situación hizo que bajo las sábanas mi pene se pusiera morcillón y totalmente espabilado, siguiera fingiendo sin perder detalle de los movimientos de mi cuñada.
Incapaz de retenerse, Sovann se sacó un pecho y cogiendo entre sus yemas la aureola, lo empezó a pellizcar mientras con su otra mano separaba los pliegues de su vulva y en silencio daba inicio a una pausada masturbación. Sus dedos torturaron su ya inhiesto clítoris con rapidez como temiendo que el hombre que yacía a su lado se despertara. Poco a poco su calentura fue subiendo en intensidad hasta que con suaves gemidos, se dio la vuelta y posando su pecho sobre el asiento, levantó su culo y abriendo sus nalgas, se introdujo un dedo en su interior.
Reconozco que mi pene se puso como una roca al disfrutar, yo, de la visión de su ojete rosado a escasos centímetros de mi cara y solo el corte de que ella supiera que había estado atento mientras satisfacía sus necesidades, evitó que al verla correrse no me levantara y la tomara allí mismo.
Una vez había conseguido que su cuerpo disfrutara, la vi acomodarse el camisón y mientras salía de la habitación, escuché que me decía:
―Manuel, espero que te haya dejado tan caliente como tú me dejaste anoche. Ahora desayuna que, en una hora, me tienes que presentar a tu socio.
«¡Será guarra!», exclamé mentalmente al percatarme de que había sido objeto de su burla.
Mi cuñada se había masturbado frente a mí, consciente de que la observaba. Comprendí que lo había hecho como castigo a mi huida de la noche anterior pero, aun así, me sacó de las casillas la facilidad con la que esa princesita era capaz de manipularme.
Decidido a no dejarme vencer con tanta facilidad, me levanté y sirviéndome un café, me metí a duchar. Bajo el chorro y mientras el agua fría calmaba el ardor de mi entrepierna, planeé mi siguientes pasos, convencido de que aunque ese engendro del demonio estuviera acostumbrado a ese tipo de conjuras palaciegas, le plantearía cara y saldría victorioso.
Mis nuevos ánimos me duraron poco porque al ir bajando por las escaleras, vi a Sergio charlando animadamente con mi cuñada y en sus ojos descubrí que estaba hipnotizado por sus encantos.
―¿Cómo estás colega?― dije coloquialmente tratando de que esa zorra supiera que ese hombre era ante todo mi amigo.
―Cabreado de enterarme por la prensa de que te casas― respondió sinceramente pero babeando y sin dejar de mirar a la puñetera princesa.
Aprovechando el momento, me acerqué a mi prometida y posé mis labios en los suyos mientras le acariciaba sin disimulo el culo:
―Ya sabes que siempre he tenido éxito con las chinitas― respondí conociendo el odio que los samoyanos sentían por ese país con el que tantas veces habían guerreado.
Mi dulce cuñadita absorbió mi insulto sin quejarse y luciendo la mejor de sus sonrisas, nos llevó al despacho y sentándose en “mi” sillón, dijo:
―Querido, debería explicarte un poco de historia pero no he citado a Sergio para eso. Por favor, siéntate.
Encantado de haber descubierto un punto flaco en ese témpano de hielo, me senté y simulando atención, la miré. Sovann esperó a que mi socio se acomodara en su asiento y poniendo gesto serio, soltó:
―Señores, ¡hablemos de negocios!― tras lo cual, profesionalmente, nos dio unos papeles y sin esperar a que los leyéramos, dijo: ―Os acabo de entregar la lista de las empresas europeas con intereses en mi país, quiero que me concertéis una cita con todos ellos.
―¿Para qué?― protesté por lo que consideraba una injerencia en mis asuntos.
Poniendo cara de inocente, mi prometida contestó:
―¿Tú que crees? ¡Para ganar dinero! Toda multinacional que quiera seguir trabajando en mi país cuando yo reine, deberá pasar por caja. Con mi ayuda, os haré inmensamente ricos y de esa forma, tanto tú como Sergio financiaréis mi asalto al poder.
―¿De cuánto estamos hablando?― preguntó mi socio interesado.
―Calculo que el primer año nos embolsaremos cien millones, menos los cincuenta que necesitaré, cada uno de vosotros ganará unos veinticinco.
De esa sencilla forma, esa puta se apropió de mi empresa. Como un virus, silenciosamente y sin hacer ruido, se iba apoderando de todo lo que era mío; primero fue mi hermano, luego mi casa y en ese momento, comprendí que al igual que la compañía que tanto me había costado levantar, yo también caería irremediablemente en sus obsesivas garras. Si ya eso fue duro, más humillante fue oír a Sergio entusiasmado por el promisorio futuro que esa arpía nos ofrecía.
―Alteza, me pondré a ello― respondió y cuando ya se iba, dándose la vuelta, dijo: ― Felicidades por la boda.
Sovann esperó a que mi amigo se fuera para soltar una carcajada:
―Como te prometí no seré una carga― y acercándose a mí, me susurró al oído: ―¿Te ha gustado mi regalo?―
Supe que se refería a mi extraño despertar y por eso, le grité:
―¿A qué coño juegas?
Mi cuñada, haciendo caso omiso a mi cabreo, se sentó en mis rodillas y posando su cara en mi pecho, me respondió dulcemente:
―Ya que no quieres dejarme embarazada, tengo que pensar en mi futuro y que mejor forma de hacerlo que convertir a mi futuro esposo en millonario. Tu hermano nunca quiso que nos aprovecháramos de mi puesto pero, como eres diferente, contigo no me hará falta disimular.
―¿Y tu pueblo? ¿Y tus ideales?― exclamé intrigado.
―Samoya necesita progresar y si llegó a ser su reina, me ocuparé de ello. Pero como comprobarás soy una mujer práctica y pienso hacerme una hucha por si no se cumplen mis deseos.
―Eres una zorra materialista― contesté pensando en lo engañado que había estado mi mellizo con su mujercita.
Esta, llevando su mano a mi entrepierna y mientras se acomodaba sobre mí, se rio y dijo:
―Lo soy y después de hablar de dinero, ¡necesito follar!
Descojonado por su descaro, le arranqué la blusa y cogiendo un pezón entre mis dedos, lo acerqué a mi boca mientras le decía:
―Si mi chinita quiere follar, tendré que hacer el esfuerzo.
Mi dulce y desinteresada cuñada no pudo reprimir un gemido al sentir mi lengua jugueteando con su aureola pero, antes de perder el control, me susurró:
―Como me vuelvas a llamar chinita, ¡te corto los huevos!
Sonreí al escucharla pero omitiendo mi respuesta, me concentré en las dos preciosidades que esa mujer ponía a mi disposición y mientras ella me bajaba la bragueta, me dediqué a mordisquearlas. Al pasar mi mano por debajo de su falda, descubrí que tampoco ese día llevaba bragas y cogiendo su trasero entre mis manos, apreté sus duras nalgas.
―Lo tienes enorme― protestó al intentarse introducir sin más mi falo.
Aunque estaba excitada, seguía teniendo el coño seco y apiadándome de ella la cogí entre mis brazos y depositándola sobre la mesa, le separé las piernas:
―Ten cuidado, todavía no estoy lubricada.
―Eso se puede arreglar― contesté mientras me quedada extasiado al contemplar la belleza de su sexo y sin esperar su permiso, separé sus labios.
Mi princesa suspiró al sentir mi lengua aproximándose a su objetivo y como una cerda en celo, me rogó que me diera prisa. Acostumbrada a mandar, protestó cuando contrariando sus deseos, me entretuve jugueteando con los bordes de su botón antes de conquistarlo y completamente cachonda, presionó con sus manos mi cabeza contra su entrepierna. Al percibir su calentura, decidí prolongar su sufrimiento y ralentizando mis maniobras, incrementé su angustia.
―Te lo ruego: ¡Fóllame!― gritó fuera de sí― ¡Me urge tenerte dentro!
Fue entonces cuando compitiendo con mi boca, sus dedos se apoderaron de su clítoris y se empezó a masturbar. Con mi meta ocupada, la penetré con la lengua y saboreando su flujo, percibí que estaba a punto de correrse. Decidido a explotar sus flaquezas, pasé un dedo por su esfínter y lo empecé a relajar con suaves movimientos circulares.
Ella, al experimentar el triple estímulo, no resistió más y retorciéndose sobre el tablero, llegó al orgasmo dando tantos alaridos que temí que sus berridos llegaran a los oídos de los policías del garaje. La que sé que se enteró de todo fue Loung porque la vi observándonos desde la puerta con una mezcla de deseo y envidia en sus ojos.
―¡Me corro!― aulló como posesa, ajena a la intromisión de su secretaria.
Azuzando su deseo, terminé de introducirle mi dedo en su culo mientras usaba mi lengua para recoger parte del fruto que manaba de sus entrañas y digo parte, porque para el aquel entonces su sexo se había convertido en un ardiente geiser del que brotaba sin control su placer.
―¡No puede ser!― chilló al sentir que una a una sus defensas se iban desmoronando ante mi audaz ataque y temblando sobre la mesa, dejó un charco, señal clara del éxtasis que la tenía subyugada.
Metiendo y sacando mi lengua de su interior, conseguí una victoria aplastante y solo cuando con lágrimas en los ojos me suplicó que la tomara, solo entonces, cogiendo mi pene entre las manos, y mientras miraba de reojo a la otra mujer, forcé su entrada de un solo empujón. Ni siquiera me hizo falta moverme: Sovann al sentir su conducto ocupado y mi glande chocar contra el final de su vagina, volvió a correrse y clavando sus uñas en mis nalgas, me exigió que la follara.
―¿Te gusta mi chinita?― pregunté al sentir su flujo recorriendo mis piernas.
―Síííí, ¡Cabrón! Llámame como quieras pero ¡no dejes de follarme!― ladró convertida en perra.
No tardé en hacerle caso y dando a mis caderas una velocidad creciente, apuñalé sin descanso su sexo. La mujer respondió a cada incursión con un gemido, de forma que mi antiguo despacho se llenó de sus gritos y su fiel súbdita fue testigo de la claudicación de su princesa. Llorando la vi marchar.
―¡Dios! ¡No pares!― chilló mi cuñada absolutamente dominada por la lujuria.
La entrega que me demostró, rebasó en mucho mis previsiones y cuando le informé que estaba a punto de correrme, me pidió que no eyaculara en su interior porque podía quedarse embarazada.
―¿No es eso lo que quieres?― pregunté pellizcándole un pezón.
―Si pero no ahora. Si me preñas antes de que nos casemos, no podré retenerte.
―Por eso no te preocupes. Aunque es reversible, ¡tengo la vasectomía hecha!― respondí soltando una carcajada mientras sembraba con mi inocuo semen su fértil sembrado…

CAPÍTULO 6

Para los que no estén al tanto de mi vida, me permito presentarme. Soy Manuel Cifuentes, un empresario español que un día al morir mi hermano, descubrió su cuñada era una princesa oriental y al que los azares del destino, le jugaron una mala jugada. Debido a las leyes monárquicas samoyanas, si mi cuñada quería reinar, debía de casarse conmigo. Cuando me enteré, me enfadé pero de alguna forma esa preciosa mujer de diminuta estatura pero gran inteligencia consiguió involucrarme en esa locura y ahora estaba comprometido con ella.
Si ya eso es suficientemente extraño, más aún es que habiéndonos convertido en amantes, vivamos en la misma casa con su secretaria, Loung, una joven de su país. Antes de saber que en Samoya, se regían por el Levirato y que a toda mujer viuda y sin hijos se le exigía contraer matrimonio con el hermano de su marido, me acosté con ella y ahora cada vez que la veo rondando por la casa, deseo volverlo a hacer.
Celos y malas caras.
Desde que Loung nos pilló haciendo el amor en el despacho, evitaba mi compañía. Decidida a no fallar a su jefa, fruncía su ceño y se escabullía cada vez que yo llegaba. Su insistencia por evitarme solo conseguía incrementar el morbo que me causaba la idea de volvérmela a follar y por eso cada vez que podía, teniéndola presente, acariciaba a mi cuñada, la princesa.
Mi cuñada, ajena a los sentimientos de su secretaria, era de naturaleza fogosa, por no decir que era más puta que las gallinas o que le gustaba más el fornicar que a un niño un caramelo.
Solo necesitaba sentir que le acariciaba el culo para que, dejando lo que estuviera haciendo, me pidiera que la tomara allí mismo. Sin importarle donde ni cuando, esa viuda siempre estaba sin bragas y dispuesta. La había poseído en casi todas las habitaciones de la casa y haciendo un recuento, me di cuenta que el único sitio en el que no me la había tirado, era en el cuarto que usaba su secretaria.
Decidido a subsanar ese error, acababa de llegar a comer un medio día, cuando me encontré a la princesa en mitad del pasillo y dándole un beso, la cogí entre mis brazos y sin darle tiempo a opinar, la tiré sobre la cama de Loung.
―¡Vienes bruto!― exclamó al ver que me desnudaba.
―Sí, cuñadita― respondí mientras me quitaba los pantalones.
Como me imaginé, al ver mi pene erecto, esa mujer no se pudo aguantar y gateando hasta mí, me pidió que le dejara hacerme una mamada sin meditar donde estábamos. Conociendo a la mujer de mi hermano, me puse en dirección a la puerta y así, si Loung nos descubría, la zorra de mi cuñada no se enteraría.
Incrementando el deseo de Sovann, cogí mi sexo con una mano y meneándolo hacia arriba y hacia abajo, lo puse a escasos centímetros de su cara. Satisfecho, observé que la muy puta se relamía los labios y antes de metérsela en la boca, susurró con satisfacción:
―Me encanta lo cerdo que eres. Antes de conocerte, me tenía que masturbar a todas horas pero ya no me acuerdo de la última vez que lo hice.
De rodillas y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos. De pie sobre la alfombra, vi como mi cuñada abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Obsesivamente, sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta. No pude reprimir un gruñido de satisfacción al ver a su secretaria espiando desde la puerta y presionando la cabeza de la viuda, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, Sovann obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que era, mi dulce y puta cuñada apretó sus labios, ralentizando mi penetración hasta que sintió que la punta de mi pene incursionó hasta el fondo de su garganta, iniciando entonces un mete saca delicioso que hizo brotar de mi boca un gemido.
―Qué rico la mamas, ¿no te gustaría que la estrecha de tu secretaría nos viera?― pregunté sin dejar de mirar a la susodicha.
Ignorando la presencia de la muchacha, mi princesa llevó una mano a su entrepierna y se empezó a masturbar mientras me contestaba:
―¡Se asustaría!― gritó muerta de risa –Esa zorrita debe ser frígida o lesbiana. ¿No te has dado cuenta que te huye?
Mirando a la cara a su secretaría, insistí:
―Si quieres la seduzco y te la meto en la cama.
Ante la sorprendida joven, mi cuñada berreó y antes de proseguir con la mamada, me suplicó que lo intentara:
―Nunca he estado con una mujer, pero enloquecería si esa monada me dejara comerle el coño mientras tú me follas― soltó antes de tragando saliva, volver a adorar mi miembro.
Reí al observar que Loung huía escandalizada y aprovechado su espantada, me concentré en mi cuñada. Levantándola del suelo, le quité el vestido y apoyándola sobre la cama, la penetré de un solo empujón. Sovann, aulló al sentir su conducto invadido pero no se apartó sino que imprimiendo a sus caderas una sensual agitación, me rogó que la siguiera tomando.
Cogiendo sus pechos y usándolos como agarré, clavé mi estoque sin pausa. Noté que la guarra estaba sobreexcitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo. Forzando su entrega, aceleré mis movimientos. La velocidad con la que mi pene la embistió fue tan brutal que, por la inercia, mis huevos revotaron contra su clítoris una y otra vez, por eso, no fue raro oír sus chillidos y que retorciéndose sobre las sábanas, esa puta se corriera. Dejándome llevar, eyaculé en su interior mientras mi mente planeaba el modo en que sometería a la otra fulana.
Agotado, me tumbé a su lado. Momento que la esposa de mi hermano aprovechó para subirse encima de mí y mientras intentaba reavivar la pasión, preguntarme con voz incrédula:
―¿De verdad no te importaría compartirme con Loung?
―No― respondí pellizcándole un pezón –Sería un placer darla por culo mientras ella te hace una mamada.
―¿En serio? ¿Harías eso por mí?
Su insistencia me reveló que mis palabras habían despertado su lado lésbico y mientras mis dedos le pellizcaban un pezón, le prometí poner a esa monada en su cama.
―¿Cómo quieres que te ayude?― preguntó mientras se volvía a empalar con mi sexo.
―Desaparece esta tarde de casa. No sé si tendré que atarla pero esta noche cuando vuelvas, ¡cenarás conejo!
Mi promesa la desbordó y bramando sin control, buscó nuestro placer mientras se imaginaba saboreando el chocho de esa muchacha. Después de media hora y habiendo descargado mis huevos varias veces, decidimos comer y al entrar en el comedor, observamos que Loung estaba sentada en su sitio con caras de pocos amigos.
Muerto de risa por saber lo que se le avecinaba a la pobre, me senté junto a ella y mientras charlaba tranquilamente con mi cuñada, la princesa, dejé mi mano sobre su pierna. La cría se puso roja e inmediatamente pero sin hacer aspavientos intentó retirar esos dedos que la estaban acariciando por debajo de la falda, pero por mucho que insistió, mis yemas siguieron recorriendo su piel.
Claramente asustada y temiendo en todo momento que su jefa se enterara, empezó a sudar sin saber qué hacer. Era evidente que no podía montar un escándalo pero si no actuaba era quizás peor y por eso tras mucho meditar, decidió callarse y aguantar el chaparrón.
A la zorra de mi cuñada no le había pasado inadvertida mi maniobra y disfrutando cada momento, continuamente le preguntaba por temas de trabajo y así hacerle aún más difícil el trance. Su inacción me dio alas y subiendo por sus muslos, mis dedos se fueron acercando a su sexo. Loung, en un vano intento por eludir lo inevitable, cerró las piernas pero no pudo impedir que levantándole la falda, mi mano se introdujera en su entrepierna.
Al contrario que su jefa, la jovencita usaba bragas y por eso antes de sortear ese último obstáculo, me entretuve acariciando su monte a través de la tela. Cuando sintió la primera caricia en su botón, me miró con odio pero no se movió. Sé que en su interior deseaba estrangularme pero su cuerpo la traicionó y abriendo el grifo, su vulva se encharcó mientras unas lágrimas de vergüenza intentaban aflorar en sus ojos.
No me compadecí de su suerte y separando su tanga, deslicé dos dedos por debajo y obviando el sufrimiento de esa niña, me apoderé de su clítoris. La vi estremecerse al experimentar el suave pellizco que le di y incrementando su angustia, la fui masturbando mientras al otro lado de la mesa, mi cuñada le decía:
―Loung, estoy muy preocupada por ti. Te veo pálida, ¿Te ocurre algo?
Sin poderle gritar que el cerdo de su prometido estaba abusando de ella, sonrió y con la voz entrecortada por el placer que yo le estaba imponiendo, respondió:
―No, princesa. Solo estoy cansada.
Y coincidiendo con sus palabras, introduje mis dedos en su coño, lo que terminó de asolar su última defensa. En silencio, la muchacha se corrió dejando un charco bajo sus piernas. Por mucho que intentó que no se notara, fue evidente porque su cuerpo tembló inconscientemente mientras lo hacía.
Humillada y colérica, pidió permiso a su jefa para ausentarse y pegándome una patada por debajo de la mesa, nos dejó.
La princesa esperó un periodo razonable y cuando ya Loung no podía escucharla, soltando una carcajada, exclamó:
―No te follo ahora mismo porque te he prometido desaparecer, pero te juro que me ha puesto a mil ver como masturbabas a esa zorrita.
―¿Quieres probar su flujo?― contesté levantándome de la silla y metiendo mis dedos impregnados del aroma de la cría en su boca.
Mi cuñada lamió con desesperación mi mano, intentando absorber la esencia de la muchacha y antes que me diera cuenta, ya me había bajado la bragueta y quería repetir faena. Separándome de ella, le di un azote y descojonado le informé que tenía que irse y dejarme solo con nuestra víctima. Poniendo un puchero, dio un beso a mi polla y cogiendo su bolso, desapareció de la casa…

 

Relato erótico: “La chica de la curva 4” (POR ALEX BLAME)

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portada criada24

Sin títuloAl día siguiente me desperté e inconscientemente alargué un brazo buscando su cuerpo. Una sensación de soledad, una sensación muy conocida, me asaltó de nuevo. Me incorporé en la cama y a duras penas aguanté la tentación de desayunar un poco de vodka. Afortunadamente tenía que trabajar y me vestí y salí de casa tan rápido como pude obligándome a no pensar en ello.

Y cuarenta y ocho horas después, al llegar a casa, sufrí la maldición de internet. Estaba cenando tranquilamente cuando recibí el Wasap.

“Acabo de llegar a casa. Estoy casi muerta después de cuarenta horas de viaje. Gracias por unas vacaciones inolvidables. Te quiere, Brooke”

¡Joder! ¡Mierda! ¿Qué significaba todo aquello? ¿Y ese te quiere? ¿Me echaría de menos? Lo poco que había avanzado en olvidar aquel episodio de mi vida se esfumó. Le respondí con un lacónico “ha sido un placer, descansa un poco y mañana estarás como nueva” acompañado de un par de caras sonrientes, deseando que volviese a su vida y me olvidase… o eso creía.

El resto de la semana no volví a tener noticias de ella y yo me tranquilicé un poco. Tomando el viejo dicho de un clavo con otro se quita al pie de la letra, decidí llamar a Julio y salir el viernes a tomar unas copas y ver como se daba la noche.

Julio era un tipo majo. Era representante de una marca de productos fitosanitarios. Lo había conocido en una charla sobre nuevos herbicidas y desde aquel día habíamos mantenido una relación de amistad cordial, aunque discontinua, debida a los continuos viajes de ambos.

Ese viernes tuve suerte y Julio estaba en León así que cogí el coche y nos encontramos en el Barrio Húmedo. Julio me recibió en la plaza mayor con un par de cervezas de ventaja. La noche estaba bastante animada y ambos lo pasamos bien entrando a universitarias aunque sin demasiado éxito. El alcohol y los cuerpos jóvenes y ligeros de ropa me ayudaron a olvidar por lo menos fugazmente a Brooke y entretenerme un rato.

La noche se alargó y a eso de las cinco de la mañana Julio me llevó a un pub en el que me aseguró que ligaríamos fijo… y no se equivocaba. El ambiente era un poco disipado, decorado al estilo de los años ochenta, oscuro y ruidoso. La música de Alaska se intercalaba con la de Dinamita Pa los Pollos y viejas canciones de Camilo Sesto.

La parroquia estaba conformada por divorciados y solteros empedernidos en busca de relaciones rápidas y sin complicaciones. En poco más de media hora había rechazado un par de mujeres. Julio no fue tan remilgado y en diez minutos ya se estaba largando por la puerta del brazo de una rubia rellenita y muy guapa.

Yo me quedé acodado en la barra con mi whisky y estaba a punto de irme cuando vi a la pelirroja entrar en el local. Carla llevaba un vestido de color rojo, ajustado y que le llegaba justo por encima de las rodillas. No esperé a que se acercase ningún moscón e indiqué al camarero que le invitase a ella y a sus amigas a una copa de mi parte.

La mujer aparentaba unos treinta y pico muy bien llevados y su vestido no realzaba una figura rotunda y unos pechos grandes y tiesos. En cuanto el camarero le dio la copa y le dijo por quién estaba invitada se acercó a mí con una sonrisa de loba que hizo que mis huevos hormigueasen. Cuando estuvo más cerca pude ver sus labios gruesos y rojos ligeramente retocados por la cirugía pero sin llegar a ser exagerados. Se presentó y nos dimos dos besos el aroma de su cuerpo consiguió excitarme aun más. Charlamos un rato, una charla banal de la que apenas si recuerdo nada. Solo recuerdo los ojos verdosos, la melena pelirroja y rizosa, la piel morena de solárium y las piernas largas enfundadas en medias negras. Con el paso de los minutos el bar se fue vaciando y nosotros nos fuimos acercando. Una mano en el hombro simulando quitar una mota de polvo, una boca que se acerca a una oreja para susurrar algo… Finalmente me atreví y rocé su cuello con mis labios provocando en ella un ligero escalofrío. Mi roce se convirtió en un beso húmedo y devorador. Nuestros labios se juntaron y comenzamos a besarnos con lujuria. Con mis manos recorrí su cuerpo y no pude evitar comparar sus formas más redondas con las más esbeltas de Brooke.

Cogiéndome de la mano me guio por el pub casi desierto hasta los baños. En cuanto entramos por la puerta le empujé contra la pared y besé su cuello, amasando sus pechos grandes y tiesos a través de la tela del vestido. Carla gimió y se agarró a mi cabellera. Volví a besarla y con gesto apresurado le retiré el tirante del vestido dejando uno de sus pechos a la vista. Era grande y tieso con el pezón pequeño y oscuro.

—¿Te gustan? —preguntó la mujer realmente interesada en mi respuesta— Con mi segundo hijo se me cayeron un poco así que decidí operármelos.

—No parecen operados —dije yo estrujándolos y sopesándolos como si estuviese tratando de averiguar si los melones estaban maduros.

Antes de que intentase decir alguna otra chorrada le chupé y le retorcí uno de esos pequeños pezones haciéndole soltar un gritito de disgusto.

Carla intentó protestar pero mis manos ya habían bajado hasta sus piernas y le estaba arremangando la falda del vestido. Bajé la vista y pude ver unas piernas largas y bronceadas enfundadas en unas medias que le llegaban al muslo y sujetas con un ligero profusamente bordado. Mis manos recorrieron el borde de sus caderas y recorriendo las trabillas del liguero con mis dedos acabé en el interior de sus muslos. La mujer pareció dudar un momento pero yo ya no podía parar y avancé con las manos entre sus piernas hasta llegar a su sexo y cubrirlo con ellas.

La mujer dio un respingo pero en cuestión de segundos noté como su cuerpo reaccionaba a mis caricias y el sexo humedecía su tanga. Sin dejar de explorar su boca y sus pechos introduje mi mano por dentro de su tanga y le acaricié su pubis recorriendo su vulva con mis dedos.

Carla gimió de nuevo, se retorció al notar como mis dedos invadían su interior y clavó su uñas en mi pecho. En un instante, sin dejar de retorcerse y jadear, me abrió la camisa y me acarició el pecho y los pezones.

Escapando de las garras delgadas y cuidadosamente arregladas me arrodillé y metí mi cara entre sus piernas.

—¡Uff! ¡Sí! ¡Como lo necesitaba! —dijo la mujer separando sus caderas de la pared y abriendo sus piernas bronceadas para facilitar mi acceso a su coño.

No me hice esperar y apartando el tanga recorrí la raja de su sexo con mi lengua. Su calor y humedad me excitaron y tirando de las trabillas del liguero la atraje hacia mi envolviendo su pubis y su sexo con mi boca sin dejar de mover mi lengua como una serpiente enfurecida.

Carla tensó sus muslos y gimió agarrada a mi cabellos sonriendo y disfrutando a pesar de la incómoda postura. El tanga me molestaba y se interponía continuamente entre mi boca y el sexo depilado de la mujer, así que llevado por la lujuria tire de él hasta arrancárselo. Una estrecha marca roja apreció en sus caderas allí donde la tira del tanga había mordido su piel. Las besé con suavidad acallando sus protestas para a continuación erguirme.

Sin dejar de acariciarla la cogí en volandas y la subí al lavabo con mi erección entre sus piernas. Con precipitación Carla me sacó el cinturón y abrió mis pantalones sacando mi polla del interior de mis calzoncillos. Con una sonrisa fue ella ahora la que acaricio y sopeso mi erección acercándola a su sexo pero desviándola cada vez que intentaba penetrarla. Su sexo estaba abierto y caliente y yo no pude contenerme más, aparté sus manos y le metí mi verga de un solo empujón. El cuerpo entero de Carla se estremeció como si hubiese estado esperando ese momento durante siglos. La mujer se agarró a mis caderas con su piernas mientras yo empujaba en su interior, entonces cerré por un momento los ojos y la imagen de Brooke sustituyó a la de la mujer.

—¿Pasa algo? —preguntó al ver que había parado por un instante.

—No, no pasada nada—respondí estrujando uno de sus pechos con violencia mientras volvía a asaltarla.

La sensación de estar follándome a una mujer cuando realmente deseaba estar con otra con todas mis fuerzas era nueva para mí, así que al sentir que mi excitación disminuía tiré de Carla dándole la vuelta, le separé las piernas y agarrando sus caderas volví a penetrarla. Cerrando los ojos imaginé que la mujer que jadeaba y gemía intentando mantener el equilibrio con sus altos tacones era Brooke y no aquella pelirroja de cuerpo rotundo.

Tras un par de minutos los gritos y los jadeos de la mujer se hicieron más intensos. Saqué mi polla de su coño y acaricié su vulva con ella.

—¡Eh! No por ahí no —dijo ella moviendo sus caderas enfurruñada cuando acaricié la entrada de su culo con mi glande.

A pesar de que lo deseaba me limite a tocar y presionar sobre el esfínter sin llegar a penetrarlo para a continuación cogerla por el cuello y entrar en su coño con todas mis fuerzas. Carla gritó y apoyó las manos sobre el alicatado mientras con cada empujón su cuerpo se elevaba ligeramente en el aire.

Rodeé su cintura con un brazo mientras dejaba el otro ciñendo estrechamente su cuello y seguí penetrándola hasta llevarla al clímax. La mujer soltó un grito estrangulado y su cuerpo se quedó rígido durante un instante atenazado por el orgasmo.

Tras unos segundos Carla, aun jadeante, se separó arrodillándose y metiéndose mi polla en la boca. Cerré los ojos pero no era lo mismo, su lengua era más torpe su boca menos experimentada. A pesar de todo el calor y la suavidad de su boca hicieron su trabajo y tras unos segundos me separé y eyaculé varios chorros de leche sobre su cara y sus pechos.

La mujer cogió mi polla y la chupó un poco más alargando unos segundos mi placer, para a continuación levantarse, limpiarse un poco y volver a colocarse el vestido.

Yo me limité a mirar a Carla con cara de póquer mientras esta se recomponía el maquillaje. Cuando terminó se quitó el tanga que aun tenía enredado en torno uno de sus tobillos y me lo metió en el bolsillo de la camisa.

—Me ha encantado.—dijo ella apuntando un número de teléfono en un papel—Llámame si vuelves por aquí.

Carla salió del baño contoneando las caderas ignorante de que no era ella a quién tenía en la cabeza.

Salí de aquel antro ya casi desierto con un sabor amargo en la boca. En vez de sacar el primer clavo ahora tenía la sensación de tener dos profundamente clavados.

—¡Mierda! —grité con rabia mientras tiraba el tanga y el número de teléfono a una papelera.

Llegué a casa la tarde siguiente con una sensación amarga. Echaba de menos a Brooke y estaba claro que andar echando polvos por ahí no me iba ayudar. Intenté sacarla de mi cabeza razonando. Era una actriz porno. Se dedicaba a follar profesionalmente. ¿Cómo podía saber lo que pasaba por su cabeza cuando hacía el amor con ella? Una relación con una mujer así sería difícil si no imposible y eso sin contar los nueve mil quilómetros que separaban nuestras respectivas vidas.

Seguí así hasta bien entrada la noche pero no conseguí quitármela de la cabeza. Genaro tenía razón, estaba encoñado.

Estaba bebiendo un Whisky con hielo intentando no pensar en nada más cuando llegó un wasap.

“Hola Juan”

“Hola Brooke, ¿Que tal la vuelta al trabajo?”

“Liada en la oficina”

“¿También tenéis papeleo?”

“Oh, no, simplemente tuve una escena en la que hacía de secretaria”

“Ah” respondí yo aliviado de que el wasap no transmitiese mi escaso entusiasmo.

“Te he echado mucho de menos”

No, no, no sigamos por ahí pensé yo.

“Bueno sé que probablemente habrás seguido con tu vida pero quiero que sepas que no era broma cuando te dije que habían sido unas vacaciones inolvidables. Quizás podrías venir a pasar las tuyas a Malibú”

Afortunadamente existían los emoticonos y le envié unas cuantas caras sonrientes con los mofletes colorados intentando ser lo más impreciso posible. Tenía la cabeza hecha un lio.

Al ver mi respuesta Brooke no insistió y cambió la conversación a cosas más rutinarias hasta que me deseo buenas noches y se despidió.

Me acosté aun sabiendo que no iba a dormir. Mi cabeza daba vueltas sin parar. Brooke era todo lo que podía desear pero se dedicaba a follar por dinero. Si me hubiesen dicho antes de que todo esto iba a pasar, hubiese dicho que esas mujeres no eran más que putas y no las tocaría ni con un palo y ahora estaba pensando seriamente en recorrer medio mundo tras una de ellas.

El hecho de ser la primera mujer que me había gustado después de que Helena me dejase lo hacía todo más confuso. No sabía si mi cuelgue por aquella chica era por lo cañón que estaba, por lo bien que follaba, por lo joven que era, por que era la primera tras la separación o porque realmente era la mujer de mi vida.

Cada vez que encontraba una razón para olvidarme de aquella relación el recuerdo de Carla esforzándose en complacerme mientras yo estaba pensando en Brooke desbarataba todos mis razonamientos.

Al final después de sopesar pros y contras no conseguí decidir nada. Los contras ganaban claramente, pero cada vez que parecía estar a punto de tomar una decisión los ojazos azules me miraban intensamente desde mi recuerdos haciéndome olvidar todo salvo los ratos de intensa intimidad que había pasado con ella.

Sin dejar de darle vueltas al asunto me fui sumergiendo poco apoco en un agitado sueño.

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alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Rosa, la cachonda invisible. (6)” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Sin títuloRosa salió de la habitación grande, fue al servicio y se sentó a orinar, a continuación se lavó y refresco un poco mientras recordaba los orgasmos que había tenido mientras le comían el coñito, estaba agusto pero le apetecía muchísimo una polla dentro de ella, estaba recordando como cabalgo a Josua cuando escucho una voz en la entrada del local, se levanto y saliendo del servicio fue a mirar.

Vio que la barra del bar a la entrada del local tenia la luz apagada, pero allí al fondo se veía el resplandor de una pantalla de televisión, se acercó y vio a un hombre mirando la pantalla y masturbándose, debía de ser Paco el encargado del local y barman, ella le vio de refilón cuando entró pero apenas le hizo caso, ahora miraba como este se masturbaba viendo en la pantalla lo que hacían los demás en la “polvera grande”.

Aquel tío moreno y gordito debía llevar mucho tiempo mirando la pantalla porque casi en seguida se tensó y se corrió en su mano soltando unos pequeños gemidos, instantes después se dirigió rápido al servicio de caballeros en el trayecto casi la rozó al pasar, Rosa le esquivo a tiempo pues afortunadamente para ella, el hombre no podía verla, el se limpio un poco y orinó después se giró hacia el lavabo y se soltó el cinturón bajándose un poco los pantalones, se lavó el miembro y los genitales sin ser consciente de que nuestra amiga invisible no le quitaba ojo.

Rosa tomó la decisión enseguida se lo follaría aquí y ahora, estaba decidida a pasárselo bien y aunque el miembro era de un tamaño normalito y el tipo era del montón, al menos seria durante un ratito solo suyo sin interrupciones ni estorbos.

Ella apagó la luz del servicio y empujo la puerta entrando y cerrándola a su espalda diciendo:

– Tranquilo tío, te he visto y sé lo que hacías solito, siéntate en la taza y déjame hacer.

Paco sintió como ella le empujaba suavemente, el hombre se sentó mientras palpaba un cuerpo de mujer, suave y caliente, aparentemente por lo que podía palpar estaba muy bien formado, buenas tetas redonditas y además vibrante y deseoso de sexo, ella se acuclillo ante él y cogiéndole el miembro con la mano izquierda se lo llevó a la boca, comenzando a chuparlo ávidamente mientras con su otra mano se acariciaba la vulva que ya se empapaba de nuevo, notando en su boca el tenue sabor aun reciente del semen de aquel hombre que rápidamente recuperaba la erección.

Paco el barman gordito, estaba aun sorprendido e intentó decir algo:

– Oye espera ¿Quién eres? No te conozco.

Ella se saco el erecto miembro de la boca para decir:

– Solo cállate y disfruta o me largo y te quedas a medias ¿vale? Si me haces feliz repetirás, si no… te arrepentirás.

Rosa volvió a meterse el miembro en su ávida boquita, lameteo bien el glande y succionó jugando con los labios, arriba y abajo todo el mástil mientras se sobaba la rajita ella misma, tenía el chochete empapado de flujo y el clítoris hinchado parecía salir al encuentro de sus dedos, pero su cuerpo no la pedía paja, la pedía que se empalara toda ella en aquel duro miembro ¡ya!

Sacó la polla de su boca, dejando una buena cantidad de saliva en ella e incorporándose se coloco a horcajadas sobre el hombre, flexionando las rodillas y metiéndose en su chochete de un solo golpe toda su hombría, el era de tamaño normal unos 15 Cm, pero a la hembra ansiosa y cachonda que era Rosa en aquel momento, le pareció que se clavaba toda ella en un poste, jadeó de placer y sin dejar de botar sobre aquella polla exclamo:

– Siii jodeme, dame mas polla cabrito, asiii mas siiigue.

Paco respondía a sus acometidas como podía, la chupaba las tetas y daba mordisquitos a los pezones de aquella hembra caliente que suspiraba entre sus brazos mientras saltaba sobre su rabo, el respondía a sus frenéticos saltos con certeros caderazos impulsando su miembro dentro del empantanado coño de la hembra febril y ansiosa que lo montaba. Ella estaba tan cachonda que solo duro unas minutos follando a aquel ritmo tan rápido, entonces se noto llegar al orgasmo y su cuerpo se tensó notando las oleadas de placer que la recorrían, su corrida llego y ella entre jadeos exclamó:

– Meeee voyyy, me corroooo, noo parees por favor meee estoy corriendooo.

Pero Paco no quería parar, la sintió correrse mojándole las pelotas mientras el la mordía los pezones, la sintió tensarse y luego relajarse entre espasmos de placer y entonces la abrazó fuerte presionándola contra su cuerpo y dijo:

– Voy a levantarme nena, cógete fuerte a mí con los brazos y las piernas que te voy a dar lo tuyo.

El se levantó agarrándola del culo para que no se cayera, ella se sujetó a el con las piernas y los brazos, el miembro del hombre seguía en su interior, el se giro un poco y la apoyó en la pared mientras la arremetía bombeando con ansia su miembro en el chochete de Rosa como queriendo clavarla a la pared, ella le mordía los labios sintiéndose bien follada sin tocar el suelo y totalmente a su merced y capricho, la polla entraba y salía de su lubricado coño cada vez más rápido, ella sin tiempo de relajarse tras el orgasmo volvía a notar el placer recorriéndola el cuerpo, haciéndose más grande e intenso a cada vergazo que el daba.

– Mas cariño, dame mas, fuerte asiii nene sigue.- decía rosa, sintiéndose flotar de placer. – Me voy a correr otra vez carii… si sii siii ya viene siiiii me corroooo, no pareeees me corooooo.

Su cuerpo se agitaba y estremecía de gusto, se abrazaba fuerte al hombre mientras temblaba de gozo corriéndose sin parar de gemir y sollozar.

A el no le faltaba mucho para correrse cuando ella le hizo soltarla y salir de su acogedor chochete, Rosa se puso de rodillas entre la pared de azulejos y las piernas de Paco, engulló la polla con un gesto de vicio que le hubiera hecho correrse allí mismo de haberlo visto, al estar a oscuras el hombre solo sintió como su miembro se colaba entre las ansiosas fauces de aquella mujer tan viciosa, ella ansiosamente le propinó tal mamada que el pobre gordito no tuvo tiempo de decir nada excepto:

– Si tiaaa joder, quee buena eres maaamando, meee vooooyyy.

Le dio tiempo a meter los dedos entre el pelo corto y rubio de Rosa, inmediatamente eyaculó en la garganta de la chica entre temblores de piernas y oleadas de placer, uno tras otro los chorros de esperma la llenaron la boca bajando hacia su estomago y haciendo que sacase aquella manguera de sus labios para poder respirar, los últimos restos cayeron en su barbilla y cuello resbalando hacia sus pechos, disfruto oyéndole gemir mientras se descargaba sin dejar de rebañar los restos de leche del prepucio.

Un pensamiento acudió a la mente de nuestra protagonista: “Tengo que verme, quiero ver cómo queda o cae esta leche por mi cuerpo”

Dijo en voz alta a Paco:

– No te muevas ni enciendas la luz, ahora vuelvo.

Rosa salió del baño de caballeros y pasó al de mujeres, encendió la luz y se miró al espejo, quedaba semen en su cara y en su boca así como en su cuello y en la parte superior de sus pechos pero no vio nada mas, parecía estar ahí colgado pues ella no aparecía, solo veía ese esperma flotando pero nada más, su cuerpo no estaba a la vista así que abrió la boca y miró, vio la leche en su lengua pero sin verla aun sabiendo que estaba allí, la movió y solo vio esperma flotando y como haciendo olas, se sintió inquieta e incluso un tanto excitada por lo que veía y como se sentía.

Bebió agua del grifo y se limpio con papel higiénico los salpicones y restos de esperma que tenía en cara y pechos, una vez limpia volvió al servicio de caballeros y habló con Paco el barman gordito que había cumplido y no había encendido la luz:

– Bueno ¿Qué, te ha gustado

– Claro que me ha gustado tía, ¿Quién eres?

– Bueno yo me llamo Rosa ¿y tú?

– Yo soy Paco el medio dueño y barman del negocio, encantado de conocerte.

– Bien Paco te veré otra vez y follaremos pero las condiciones son las mismas, sin luz ¿te interesa?

– Si me interesas mucho ¿sabes que follas y mamas de puta madre, cuando te veré?

– Un día de estos, tu tranquilo que se dónde encontrarte pero recuerda, a oscuras o pasare de ti ¿vale?

– Vale tía… vale Rosa, como quieras.

– Eso está mejor, ahora vuelvo a la habitación a divertirme con los demás, intenta adivinar quién soy.

……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..

Rosa volvió a la “polvera grande” encontrándose con la segunda ronda de la orgia en marcha, apenas entrar en la sala vio a Pablo metiéndole el miembro a Carmen en su chochete con movimientos lentos pero profundos, haciendo que disfrutara cada centímetro de carne que se hundía en la hembra totalmente abierta de piernas cuyos pies descansaban en los hombros del macho, ella jadeaba con los ojos cerrados disfrutando además al sentir como el amasaba sus tetas.

A continuación encontró sobre la cama a Cristy y Arantxa haciendo un 69, Cristy la morena estaba debajo de la pelirroja de ojos verdes, recibía su lengua en el interior de la vagina en un movimiento circular que la rebañaba todo el interior de esta y la llevaba rápidamente al paraíso del placer, entre suspiros entrecortados intentaba devolver a su pareja el placer recibido, Cristy tenía toda la cara y la boca llena de una mezcla de saliva flujo vaginal y esperma, a consecuencia de que como recordareis en la primera parte de la orgia Joan se había corrido dentro de la multiorgasmica Arantxa, esta aceptó encantada la petición de Cristy de saborearlos a los dos a la vez y ahora con la boca llena de ambos sabores no podía dejar de chupar el clítoris de su amiga, ambas siguieron chupándose y lamiéndose entre gemidos y orgasmos, prácticamente ajenas a la orgia que seguía a su alrededor.

Los siguientes que encontró formaban un cuadro, Luis masturbaba y lamia el chochete de Bea mientras Pilar le chupaba el miembro con ganas y cada poco le hacia una garganta profunda, metiéndoselo hasta tocar con su lengua las pelotas del afortunado, entretanto Pilar notaba como su culo y vagina eran lamidos y penetrados por Dario cuya lengua y dedos se movían como serpientes en la zona genital de la hembra grandota, finalmente Bea sujetaba con sus dedos la erecta polla de Dario para mantenerle el prepucio descapullado para mamarlo suavemente, conservaba mucha saliva en la boca para facilitar la succión y lo metía y sacaba muy lentamente, el resultado para el hombre era atroz, era como meterla en un tarro de mermelada caliente y sacarla lentamente, Dario estaba en la gloria del gustazo que recibía a cada movimiento, como ya he mencionado del chochete de Bea se ocupaba Luis completando el cuadro.

Rosa se acercó al final de la gran cama, allí estaban los dos encapuchados de esta ronda, estaban ¿castigados? Por correrse los primeros en la ronda anterior, aun con la capucha puesta ambos reconoció a Josua y Joan además no llevaban puestas las esposas, el primero estaba tumbado en la cama con su erecta verga enfundada en un condón y profundamente metida en el ano del segundo, Joan el rubio chulito de unos 25 años, estaba de rodillas con la polla tiesa y caído de espaldas sobre el pecho del primero recibiendo sus acometidas entre gemidos, ella se acerco y rodeo la cama para verlos mejor y contempló como el miembro del mulato Josua iba y venía dentro del orto del rubito, este sentía la lengua del otro en el cuello y las manos acariciándole el cuerpo y sus tetillas mientras el mismo Joan se meneaba la verga expuesta.

Rosa vio allí su gran oportunidad, subió a la cama y se colocó sobre los dos enmascarados abierta de piernas todo lo que pudo, su coñito ¡cómo no! Estaba chorreando ante el espectáculo que veía en la habitación, flexionó las piernas y bajó su vientre hasta rozar con sus labios vaginales el prepucio de Joan, le aparto la mano y flexiono las rodillas.

Joan gimió de placer en parte debido a la gruesa polla clavada en el y que no dejaba de taladrarle el culo y por otra parte por la sensación que le producía aquel coño rozándole el prepucio para acto seguido comerse enterita su polla, sintió una vagina mojada rodeándole el pene y estrujándoselo.

Rosa se había clavado en aquel miembro sin apenas pensárselo dos movimientos y todo dentro, agitaba sus caderas de lado a lado y mecía su vientre adelante y atrás en cada salto que daba, usaba los músculos de su vagina para extraer todas las sensaciones de placer posibles a cada vaivén que daba o recibía, se dejó llevar por la lujuria y cayó hacia delante besando y mordisqueando las bocas de los dos hombres sin ser apenas consciente de quien era cada uno, ella se ensartaba botando sus caderas en círculos, ellos daban caderazos arriba y abajo sin pausa, Josua dentro de Joan y este dentro de Rosa una y otra vez, la cama ayudaba en los rebotes y pronto los tres cuerpos solo fueron una única masa sudorosa y jadeante de placer, las penetraciones eran profundas y cada vez mas rápidas, las manos de Joan se agarraban a sus pechos bien formados, ella mordisqueo los labios de Josua y al separarse un poco para tomar aire entre jadeos, se encontró con un beso espectacular con lengua y todo por parte de Joan que no paraba de agitarse dentro de sus entrañas, mientras el pene del mulato lo impulsaba aun mas en cada rebote hasta dentro de la matriz de nuestra protagonista, provocando finalmente el tan deseado orgasmo de la rubia, la zona genital de los tres se empapo completamente de flujo cuando ella se dejo ir y se corrió salvajemente entre fuertes gemidos, el movimiento no se detuvo apenas mientras ella decía:

– Mas dadme más, mariconazos machotes miooos, dadme maaas asiii asiiiii seguiiid maaas.

Alguno de los otros miro hacia ellos pero no hicieron caso pues seguían ocupados divirtiéndose, Dario había puesto a Bea a cuatro patas y se la metió en su chochete desde atrás, la penetración fue bien recibida entre suspiros de placer y siguieron follándose sin detenerse, Luis monto sobre Pilar en la postura del misionero, la rubia le abrazo y se meneo al ritmo que el marcaba sin parar de moverse y prácticamente clavándola al colchón entre suspiros de una y jadeos de la otra.

Entretanto Rosa medio mareada por la intensidad de su orgasmo se abrazo a Joan para no caerse, sorprendida recibió otro beso muy intenso de este metiéndola la lengua y jugando con sus boca mientras la sujetaba la cara con las manos, desde abajo las manos de Josua encontraron sus bonitas tetas y las acariciaron suavemente, ella solo podía hacer una cosa botar sobre ellos, agitó sus caderas y las removió como un vendaval sobre el miembro que tenia alojado en su interior, seguidamente inicio un ritmo salvaje arriba y abajo metiéndose y sacándose la polla dentro de su chochete, aquello se deslizaba solo pues desde su vagina bajaba una marea de flujo mojando penes y pelotas, todo se deslizaba fácil y rápidamente para mejor goce de los tres, el miembro de Josua aumento su cadencia de penetración en Joan y este de rebote en la rubia de encima, el siguiente orgasmo de Rosa no se hizo esperar y fue como un mazazo, vio estrellas y todo su cuerpo temblaba como poseída, su cuerpo se arqueo de placer y jadeo de gusto como pudo pues Joan no paraba de besarla, ellos seguían moviéndose y ella apenas recuperada solo atino a moverse quitándose de encima y desclavándose para caer de lado en la cama, oyendo a Joan decir:

– ¡No ahora no, estoy a punto…!

Rápidamente Rosa se giró y cogió con ambas manos el miembro pajeandolo al tiempo que metió el tumefacto prepucio en la boca donde este sin pausa empezó a eyacular, ella lo tragó todo según salía sin pensar, chorro tras chorro era engullido sin que nada se desperdiciase, cuando dejó de salir el blanco esperma ella limpio el miembro con su boca mientras miraba el otro miembro que aun se agitaba en el culo de Joan.

Rosa se acercó a la cabeza del rubito y le dijo:

– Levántate, apártate y déjame a mí que aun tengo sed, voy a quitarle el condón.

Joan se levanto y girándose se puso de rodillas entre las piernas de Josua, entretanto Rosa había quitado con un par de tirones el preservativo manchado de restos (Imaginároslo si queréis) tirándolo al suelo, ella se acerco y metió el prepucio en la boca y un dedo de la mano izquierda en el ano del mulato mientras metía dos dedos de la derecha en su propio coñito agitándose el clítoris frenética sin dejar de mamar aquel gran trozo de carne entre sus labios, mientras tanto Joan arrodillado masturbaba el tallo del pene de josua rápidamente con las dos manos procurando no machacar con sus movimientos de puño los labios de aquella desconocida mamona, la corrida no tardó en llegar y la boca de Rosa se llenó al instante de semen que la rebosaba sobre los dedos de Joan y ayudando al pajote que este realizaba sin detenerse enviando oleada tras oleada de caliente leche a la ansiosa y tragona garganta de nuestra amiga, que se corrió de nuevo mientras tragaba como podía aquella cantidad de liquido espeso entre sus propios jadeos de gusto, mientras las salpicaduras producidas por las manos del rubito la manchaban la boca y las mejillas de blancos restos

Entretanto los demás llegaban al final de sus respectivos polvos, Pablo tras hacer que Carmen se corriese cuatro veces decidió cambiar de pareja, propuso cambio a Dario el cual asintió y le cedió el conejito de Bea que fue inmediatamente desocupado y vuelto a rellenar, en esta ocasión por la Gorda polla de Pablo el cual empezaba a bombear con entusiasmo, Dario vio a las dos chicas que hacían el 69 desde hacía un buen rato y llevaban mogollón de corridas, así que se acercó y metió su duro cimbel en el caldoso coñito de Cristy, Arantxa no tardo en sentirse atraída por aquel trozo de carne que se colaba en su amiga y decidió lamer el trozo que en cada viaje quedaba expuesto, ante el gusto extra que recibía el hombre decidió cambiar de estrategia, cada quince envestidas que daba en aquel chochete, sacaba el miembro y lo introducía en la boca de la multiorgasmica que lo chupaba un ratito para luego volver a metérselo a Cristy otra vez.

Carmen y Pilar se abrazaron y se besaron, pecho contra pecho y coño contra coño, acoplaron sus piernas de tal modo que Luis de rodillas entre ambas pudiera meter el miembro en los dos chochetes, primero el de arriba (Carmen) allí se hundía y daba una doce3na de envites y sacándolo lo movía hacia abajo y entraba en la otra (Pilar) donde repetía la operación, los gemidos y jadeos llenaban la habitación que olía a sexo, el sonido de chapoteos era continuo, sin hacer el mas mínimo caso a los dos tíos encapuchados (y su oportuna visitante) siguieron a lo suyo un buen rato hasta que…

Pablo clavaba literalmente a Bea en la cama, sus golpes fuertes y potentes la hicieron alcanzar varios orgasmos, llevaba no menos de cuatro cuando él se corrió en su interior, cayendo sobre ella mientras el esperma rebosaba abundantemente del chochete de la maciza rubia.

Luis tampoco tardo mucho en acabar, Carmen y pilar eran dos veteranas que sabían bien como estrujar con las paredes internas de sus vaginas a un macho, alcanzaron dos orgasmos cada una y el pobre Luis solo pudo controlarse lo bastante para eyacular a medio camino entre aquellos dos ávidos coños, embadurnando de leche ambos y salpicando los vientres unidos de ambas mujeres.

Dario estaba gozando como pocas veces, jodía a Cristy mientras contemplaba su bonito trasero agitándose y era regularmente mamado por Arantxa, esta no paraba de disfrutar pues la lengua de la primera seguía paseándose por su vagina sin parar, había perdido la cuenta de cuantas veces se habían corrido ambas pues los jadeos no paraban de escucharse, sintiendo que se correría enseguida el hombre no lo dudó, sacó el instrumento del coño de Cristy haciéndolo entrar en la viciosa boca de la multiorgasmica Arantxa que debía llevar unas veinte corridas a juzgar de cómo se estremecía de gusto cada pocos minutos, alcanzaba en ese instante la veintiuno mientras era lamida por Cristy, menos de treinta segundos después en aquella boca succionadora bastaron para que alcanzara el clímax, se corrió a chorros mientras ella se estremecía entre convulsiones y temblores producidos sin duda por su propia corrida, Dario creyó que le vaciaban la vida a chorros y cayó de bruces sobre las chicas medio desmayado por la intensidad del orgasmo, las dos chicas deshicieron el 69 y abrazándose se besaron apasionadamente, en sus bocas se mezclaban los sabores de flujos, salivas y restos del esperma de su amante.

Rosa vio como había acabado la orgia, al menos aquella parte, pues ignoraba si continuarían un poco mas o no, ella estaba cansada pues el día había sido largo e intenso así que decidió irse a casa, salió de la habitación y a la salida vio a Paco dormido tras la barra del bar, salió del local recogiendo sus zapatillas del lugar donde las había ocultado a la entrada y se encaminó a su casa satisfecha por sus aventuras, andanzas y un mogollón de orgasmos que habían hecho de aquel día el más intenso y feliz de su vida.

(Continura…)

Bueno amig@s, sigo abierto a ideas y sugerencias para esta historia, si queréis dejádmelas junto a los comentarios que hagáis, sean buenos o malos serán bienvenidos por este humilde autor, perdonad las faltas de hogthojraphia que encontréis y por favor sed felices.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “Jane VI” (POR ALEX BLAME)

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Sin títuloLo bueno de la lluvia era que los mosquitos habían desaparecido, lo malo era que no se había sentido totalmente seca desde que empezó a llover. La lluvia llegaba todas las tardes puntualmente y lo empapaba todo. Ni siquiera el techo improvisado que Tarzán construía todos los días encima de su nido resistía durante mucho tiempo la intensa cortina de agua. Mientras duraba el chubasco aprovechaba para enseñarle los rudimentos del inglés al salvaje y éste se mostraba como un alumno aplicado. En pocos días sabía nombrar casi todo en su entorno y pronunciar frases simples. Eso sí, había sido incapaz de hacerle comprender el concepto del pasado y el futuro. Debido a su convivencia con los animales, sólo vivía y entendía el tiempo presente y sus tiempos verbales se reducían al infinitivo.

Cuando cesaba el chaparrón, normalmente ya entrada la noche, Tarzán hacía un nuevo nido con ramas y hojas más o menos secas y se dormía abrazado a Jane. La joven agradecía el calor que el hombre le proporcionaba pero la excitación que sentía al verse envuelta en aquellos brazos fuertes e ingenuos la sumía en sueños confusos calientes y preñados de culpabilidad.

Los días amanecían cargados de una bruma espesa que lo volvía a empapar todo y que no despejada hasta bien entrada la mañana. Cuando finalmente el sol ganaba la batalla, todos aprovechaban para subir a la parte más alta de la bóveda forestal para tomar el sol y secarse un poco. Al principio Jane se sentía torpe, sus pies reblandecidos por la humedad y acostumbrados a unas botas que no había vuelto a ver desde su baño, le torturaron durante unos días hasta que finalmente se endurecieron y pudo avanzar al ritmo de un chimpancé de seis días de edad.

También consiguió asir una liana por primera vez. Afortunadamente había tomado la precaución de hacerlo sobre el estanque y la consecuencia de no poder soportar el peso de su cuerpo con los brazos sólo fue un refrescante chapuzón.

Al mediodía las nubes empezaban a levantarse y era el momento en que toda la tropa bajaba y se dirigían al árbol más cercano cuya fruta hubiese madurado. Jane seguía a Tarzán por la espesura y él la ayudaba en los lugares difíciles. Cuando llegaban al árbol en cuestión, Tarzán hacía un nido sencillo en diez minutos y exhibiendo una agilidad y una fuerza comparables a la de cualquier otro simio recogía fruta y la traía al nido dónde la comían juntos.

Esos momentos eran los más activos del día. Todos los chimpancés querían los mismos frutos que obviamente eran los más maduros, pero en la mayoría de los casos la competencia se resolvía sin problemas. Los mejores se los quedaban Idrís, Shuma un viejo macho y Tarzán. En ocasiones dos chimpancés se querían apropiar del mismo fruto y se ponían agresivos. La primera vez que vio el revuelo que formaron dos de ellos se asustó, pero luego cuando vio que dos hembras se acercaban a ellos y se ofrecían para copular, se quedó de piedra. El efecto fue instantáneo, los dos machos se agarraron a las hembras se las follaron con apresuramiento y evidentes muestras de placer y se largaron dejando el fruto colgando del árbol*.

Pronto Jane se dio cuenta que las hembras controlaban y dirigían al grupo sutilmente por medio del sexo. Cada vez que surgía un problema o había un brote de agresividad ellas intervenían convirtiendo el episodio en una fugaz y vocinglera orgía. Cuando esto ocurría lanzaba una mirada a Tarzán y veía en él un rastro de decepción ya que en el fondo desde joven había sabido que era distinto y nunca podría participar de esas divertidas reuniones de comunidad. En esos momentos Idrís no tardaba en aparecer y lo reconfortaba con una larga sesión de espulgamiento.

La relación entre Tarzán e Idrís era tan íntima que cuando el hombre aprendió la palabra madre y la señaló no tuvo ninguna duda de lo que quería expresar. La vieja mona siempre estaba cerca de él y trataba de protegerle cuando surgía un problema aunque ya no fuese necesario. Esa actitud no pudo dejar de recordarle a su querido padre empeñado en tratar a Jane como si aún tuviera siete años.

Mientras veía a Tarzán interaccionar con sus compañeros de tribu como uno más no podía dejar de preguntarse de dónde podía haber salido.

Kampala era una población pequeña que había crecido en torno a un fuerte que la compañía de África oriental había construido a las orillas del lago Victoria. Al estar a Casi mil doscientos metros de altura el clima no era tan opresivo, aunque en la época de lluvias las calles se convertían en un mar de barro salpicado de pequeñas casas y chozas más o menos ruinosas y atestadas.

El centro de la ciudad lo ocupaban diminutas mansiones ocupadas por funcionarios y militares y el único hotel de la ciudad y por extensión de toda Uganda. Patrick había agradecido la invitación de Lord Farquar para que pasase en su mansión todo el tiempo que quisiese, pero la había declinado amablemente. En pocos días se había dado cuenta de que aún sentía la presencia de Jane en la mansión y no lo podía soportar.

El hotel, sin ser gran cosa, era el mayor edificio de la ciudad por detrás del fuerte, el palacio del gobernador y la iglesia del reverendo Wilkes. Tenía ocho habitaciones y estaba regentado por la viuda del que había sido el primer comandante del fuerte. Como habría hecho su marido, regentaba el establecimiento con mano de hierro y mantenía a sus huéspedes sujetos a una férrea disciplina. Los clientes debían presentarse puntualmente a las comidas y estaba terminantemente prohibido fumar en otro lugar que no fuera el gran salón que había habilitado para ello. Su rostro adusto y curtido por el sol africano reflejaba el fuerte carácter de la mujer, que no tenía ningún reparo en echar la bronca a cualquier inquilino que llegase borracho a altas hora de la noche o que intentase colar una prostituta en su cristiano hogar.

El resultado era que el Hotel Reina Victoria era el único lugar de paz y orden de toda África oriental. Patrick tomó posesión de una amplía habitación en el ala este con vistas al lago Victoria. Con frecuencia se apoyaba en la balaustrada del balcón y se quedaba mirando la ingente masa de agua meditando sobre su futuro sin llegar a ninguna conclusión. Lo único que le causaba algún placer era coger un guía y salir de caza durante todo el día.

Casi siempre daba con algo apetecible que ofrecía a la Sra. Bowen a cambio de la habitación.

En la época de lluvias había poco movimiento y sólo compartía el hotel con un funcionario de agricultura y con la mujer de un sargento que servía en el fuerte. Las veladas nocturnas las compartía con el funcionario, en silencio, con un vaso de ginebra y un puro. Mr. Hart no era muy hablador pero estaba muy bien informado y era un hombre más inteligente de lo que parecía. Con su rostro cuidadosamente afeitado su cuerpo enjuto y sus gafas redondas y pequeñas tenía aspecto de ratón de biblioteca.

Más por educación que por necesitar su compañía Patrick le había invitado esa tarde a acompañarle a una cacería pero el hombre había declinado la oferta alegando que no era un hombre de acción, aunque no dejó de agradecerle la mejora que había sufrido el menú del hotel desde que Patrick estaba alojado.

La tarde era oscura y lluviosa como todas las anteriores, pero eso no detuvo a Patrick que cogió su rifle envuelto en una bolsa de hule y se encontró con Mbasi que le esperaba preparado para marchar a la sabana. El hombre le esperaba pacientemente bajo la lluvia y le guiaba en busca de presas sin hacer preguntas. Mbasi no sabía que lo único que él quería era tener la mente preocupada en cualquier cosa que no fuera Jane y no le importaba. No tenía ni idea de que cada vez que acertaba en el corazón de una pieza él sonreía recordando a los dos facinerosos que había ejecutado en la aldea. Eso le daba un poco de paz, pero al día siguiente tenía que volver a salir de caza, tenía que volver a matar.

Con la práctica y el paso de las semanas había aprendido a seguir un rastro y no necesitaba al pistero, pero lo seguía llevando por precaución ya que en cualquier momento podía ocurrir un imprevisto y un par de manos y ojos de más podían significar la diferencia entre la vida y la muerte. Mbasi se mantenía en un discreto segundo plano, contento con la espléndida paga que Patrick le abonaba al final del día y sólo intervenía para corregir a Patrick las raras veces que éste se equivocaba.

Se dirigieron al oeste alejándose de las orillas pantanosas del lago y se internaron en una pequeña meseta que se elevaba sobre la planicie circundante. El suelo estaba más seco y firme y avanzaron con más rapidez. Patrick no sacó el rifle de su funda hasta que tuvieron a una manada de cebras a la vista. Los dos hombres se quedaron parados mientras los animales miraban en derredor olisqueando el ambiente nerviosos. Afortunadamente la lluvia ahogaba sus ruidos e impedía que su olor llegase hasta los animales por lo que la aproximación fue fácil. Se pararon a unos ciento treinta metros y se tumbó preparado para disparar.

Las cebras parecieron presentir algo ya que levantaron la cabeza y miraron dirección a los hombres. Fue ese el momento que eligió un viejo león solitario para lanzarse sobre los animales desde el lado contrario. El ataque fue fulminante y en unos segundos una cebra estaba pataleando inútilmente en el suelo mientras el león buscaba su garganta con sus mandíbulas.

El resto de los animales huyeron en estampida mientras el viejo león comenzaba a comer el hígado de su víctima. Patrick levantó el rifle y apuntó al león dispuesto a cobrarse ese trofeo pero Mbasi con un toque en el brazo le señaló un tumulto a la izquierda y le dijo por señas que esperara.

De entre la espesa cortina de agua surgieron tres hienas acompañando su llegada con sus típicas risas.

El león levantó la cabeza y rugió con fuerza tratando de intimidarlas, pero estás no se dejaron amilanar y se acercaron al cadáver aún caliente. Ante la irada sorprendida de Patrick vio como tres hienas se atrevían a disputarle la presa a un león de más de doscientos kilos.

-¿Cómo han llegado tan rápido? –pregunto Patrick en un susurro.

-Su olfato es finísimo, y son muy inteligentes bwana. No me extrañaría que hayan estado siguiendo al león para arrebatarle la comida.

-¿No van a esperar a que termine el león? Yo creí que eran unos cobardes carroñeros.

-No bwana, en realidad comen de todo, aunque es verdad que no desdeñan ningún cadáver por podrido que esté, arrebatan la caza a otros depredadores e incluso cazan ellos mismos aprovechando las horas más oscuras de la noche.

Mientras los dos hombres hablaban, las hienas habían flanqueado al león y comenzaron a acosarle aprovechando la superioridad numérica. El león se revolvía e intentaba alcanzar alguna pero los bichos le esquivaban fácilmente. Tras unos diez minutos de acoso y unos cuantos dolorosos mordiscos en los cuartos traseros el león se rindió y abandonó la presa.

Patrick no disparo al león, ya no le parecía un trofeo tan majestuoso. Con un gesto de resignación recogió el arma y acompañado por Mbasi tomo el camino de Kampala.

-Nunca hubiese creído eso de las hienas, todos los libros de zoología que he leído están equivocados.

-Los libros no son útiles Bwana, Mbasi no necesita leer para conocer la naturaleza. –dijo orgulloso. –Las hienas son animales muy inteligentes. En algunos lugares incluso llegan a un acuerdo con los hombres, que les entregan su basura y sus cadáveres a cambio de que no les ataquen a ellos o a su ganado.

-¿Algo así como si fueran perritos? No me lo creo.

-Incluso unos pocos han conseguido domesticarlas con la ayuda de unas pociones secretas.**

-¡Cuentos de viejas! –exclamó Patrick despectivo.

-También hubiese dicho lo mismo de lo que acaba de ver si no hubiese sido usted testigo Bwana. –replicó el guía con una sonrisa dentuda.

Después de tres noches encerrados en el camarote sudando, gimiendo, chupando, mordiendo y acariciando, habían subido a cubierta y estaban disfrutando de la puesta del sol tropical tumbados en sendas hamacas. Avery no se podía imaginar de dónde podía haber salido esa furia sexual pero no recordaba haber disfrutado nunca tanto del sexo. Mili era una amante experta y complaciente y su cuerpo joven y exuberante le hacía olvidar durante sus sesiones de sexo maratonianas la pérdida de Jane, pero el resto del tiempo sólo pensaba en su niña, en los ratos buenos y no tan buenos que le había hecho pasar…

-¿Estás bien, Avery?

-Oh si sólo estaba pensando…

-En Jane, -le interrumpió Mili cogiéndole de la mano y apretándosela con cariño –yo también pienso a menudo en ella. Lo pasábamos tan bien juntas, era todo vitalidad. Pero hay que seguir adelante la vida es demasiado corta y Jane querría que disfrutases de ella al máximo.

-Sí, Jane disfrutaba de todo lo que la vida podía proporcionarle. Sus estallidos de furia eran formidables pero nunca la veía enfadada por mucho tiempo, decía que estar enfadado era una pérdida de tiempo, que no se ganaba nada con ello. –Dijo Avery –Aún recuerdo la rabieta que pilló cuando le dije que te iba a traer para que fueras su dama de compañía. Dos días antes la había pillado en el establo besándose con el mozo de cuadra.

-Entre repentinamente en el establo y allí vi a ese joven rufián metiéndole la lengua hasta el gaznate, sobando a mi niñita y haciéndola jadear de deseo. El chico era mayor de edad y sólo las súplicas de Jane impidieron que llamase a la policía. Aquel día tuve una bochornosa charla sobre el sexo con mi hija. Creo que me aturullé tanto en mi explicación que la pobre salió de la biblioteca más confundida de lo que lo estaba antes de entrar. –Continuó Avery con una sonrisa nostálgica – Afortunadamente tuve la genial idea de traerte a casa. La bronca fue monumental, tengo que decir que en buena parte fue culpa mía, hasta ese momento jamás había impuesto mi voluntad y se lo tomó como un atentado contra su libertad. Lo curioso es que tres días después se acercó a mí y me dio las gracias. Creo que hasta ese momento no se había dado cuenta de lo sola que se sentía en la mansión.

-Me acuerdo perfectamente del día que llegue Hampton house. Me costó ganármela un tiempo pero cuando vio que la diferencia de edad entre nosotras no era un obstáculo y se dio cuenta de que no estaba allí para vigilarla sino para evitar que hiciese algo de lo que pudiese arrepentirse toda la vida, me aceptó y me quiso como a una hermana. Espero que no sufriese mucho. –Dijo Mili compungida –No puedo dejar de pensar en ella, allí sola, en medio de la espesura, rodeada de animales salvajes dispuestos a despedazarla.

-No hables de eso por favor –dijo Avery con la voz entrecortada –hablemos de cosas divertidas. Es la mejor forma de recordarla.

-Lo siento pero estoy tan triste por ella que necesitaba compartirlo…

-Lo sé, lo sé, querida. –dijo apretando su mano cálida y suave y besándosela.

Los labios de Avery se demoraron más de lo normal y bastó el aliento del hombre y el calor de su boca para provocar el deseo de Mili. Él se dio cuenta de cómo el suave bello del brazo de Mili se erizaba y se sintió complacido y excitado a la vez. Con una mirada pícara, Mili metió la mano por debajo de la manta que lo abrigaba de la fresca brisa del ocaso y comenzó a acariciarle el paquete. Avery miró nervioso alrededor pero le dejo hacer a la mujer.

Le abrió los botones y le bajo la bragueta con habilidad y con una sonrisa juguetona comenzó a acariciarle el miembro duro y caliente. Mientras jugaba con el pene de Avery arrancándole roncos suspiros de placer Mili sentía que estaba perdiendo el control. Se estaba enamorando de aquel hombre y eso no había entrado en sus planes, eso no le gustaba. Mientras le pajeaba fantaseaba con tenerle otra vez dentro empujando salvajemente y haciéndola vibrar. Con una mueca de sus labios deseó que ese viaje no terminara nunca. Cuando llegasen a Inglaterra Avery recobraría la cordura y embarazada o no, volverían a ser amo y sirvienta y no estaba segura de poder soportarlo. Lo que le había parecido una buena idea al principio, darle un hijo para poder quedarse en Hampton house como ama de llaves y tener una vida desahogada ahora no le parecía tan buena… Ahora lo quería todo.

Avery tomo el gesto de Mili como una invitación y la besó. La lengua de él interrumpió sus cavilaciones y cogiéndole de la mano le levantó y le guio de nuevo al camarote.

 

Relato erótico: “Inmigrante” (POR AMORBOSO)

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El miércoles posterior a la boda, recibí una llamada del abogado avisándome de que el sábado daba Ana una fiesta de presentación a la familia y que debía asistir. Cuando pregunté de por qué no me lo decía ella, me dijo que pasaba de todo. Que la estaba organizando él para evitar que la familia realizase preguntas no deseadas o revolviese ante los tribunales por la herencia.

El abuelo tenía dos hermanos, ya fallecidos, con dos hijos cada uno. De los cuatro sobrinos, uno murió joven sin hijos, otro se casó pero no tiene hijos y los otros dos, uno tiene hijo e hija y el otro, dos hijos y una hija. Todos estaban deseosos de que Ana no consiguiese la herencia para ser ellos los herederos.

Le pregunté qué debía decirles y me contestó que nos habíamos conocido por una página de contactos donde yo buscaba esposa y ella marido, que nos habíamos gustado y nos encontrábamos muy afines y nos habíamos casado. Que de la herencia me había enterado después y del resto de preguntas sobre mi vida y familia, que dijese la verdad.

La cena y fiesta era en un lujoso restaurante de la ciudad a las 9 de la noche. Yo debía pasar por su casa a las ocho para ir juntos y me avisó que, además de la familia, estarían las amigas que ya conocía y sus maridos, para que me sintiese más acompañado.

Ajusté los cambios de horario con los compañeros y el sábado a las ocho en punto, perfectamente vestido con mí esmoquin, llamaba en el tercer piso de la casa que me había dicho el abogado. Toda la casa pertenecía a la herencia del abuelo. Él se había reservado la tercera planta toda entera y era donde vivía hasta su muerte, teniendo el resto alquilado. Me abrió una muchacha con uniforme de doncella, que se me quedó mirando unos segundos con admiración.

Yo, al ver que no hablaba, le dije:

-Buenas tardes, vengo a buscar a Doña Ana.

Cuando se recuperó, me preguntó directamente:

-¿Don Jomo? ¿Es usted Don Jomo?

-Sí, yo soy.

-La señora ha dejado dicho que la espere en el salón. Que puede tomar lo que quiera con total libertad, o pedírmelo si no lo encuentra. –Me dijo mientras me guiaba.

Solamente tomé agua. Tras una breve espera de tres cuartos de hora, salió ella. Antes, el suave sonido del roce de prendas, detenido cerca de la puerta, me anunció que me estaba observando antes de entrar.

Llevaba un vestido negro, largo hasta los pies, con un escote delantero que llegaba casi hasta el ombligo, cruzado por una cinta, justo bajo las tetas , que impedía que se saliesen o mostrar más de lo debido. Un collar de perlas, imagino que buenas, pendientes a juego y un bolso pequeño y negro, ultimaban su conjunto. En sus manos, un anillo con piedras brillantes, seguro que diamantes y el de casada en la otra.

¿Que qué tal estaba? Psché. El pelo tan corto no la favorecía y los colores de labios y uñas, de color negro también, no me gustaban. El hecho de estar casada y tener más dinero, no la había mejorado.

-Ya estoy. Siento haberte hecho esperar.

-No te preocupes, porque ha merecido la pena. Estás preciosa. –Le dije, como cumplido por un lado y para que no fuese a cambiarse y me tuviese un par de horas más esperando.

-Muchas gracias, eres muy amable.

-¿Nos vamos? –Continué.

-Sí, vámonos. ¿Quieres conducir mi coche?

-Prefiero que no. Todavía no tengo homologado mi carnet de conducir en España. Es una cosa que quiero hacer en los próximos días, y tampoco sé dónde está el restaurante. Si quieres conducir tú, bien, si no, vamos en un taxi.

-Mejor en taxi. Con estos zapatos no puedo conducir. –Dijo mientras me enseñaba unos zapatos negros de altísimo tacón.

Se notó más cuando, al cogerse de mi brazo, quedó su frente casi a la altura de la mis ojos, siendo que el día de la boda apenas me llegaba a la boca. Llegamos al restaurante quince minutos después de la hora prevista, y ya estaban todos allí esperándonos.

Me fueron presentando a la familia, todos tratados como abuelos, tíos y primos. No recuerdo nada de ninguno, excepto de sus dos primas, de 26 y 24 años. Dos bellezas esculturales que me hicieron lamentar el no haberlas conocido antes o ser alguna de ellas la nieta del abuelo.

Los maridos de las amigas, me trataron con amabilidad, pero no podían ocultar su desprecio hacia mí, como si me consideraran un negro africano de algún poblado salvaje de la selva al que le acaban de quitar el taparrabos y vestido para la fiesta. Al final, se quedaron haciendo corrillo, hablando y echándome fugaces miradas seguidas de comentarios por lo bajo, que los hacían reír con fuertes carcajadas.

Los mayores hicieron muchas preguntas sobre nosotros y sobre mi vida, quedando impresionados por mi currículum. Ana no debía de saber nada, porque ponía cara de ignorancia, mezclada con maliciosas sonrisas hacia sus familiares.

Más tarde, pasamos al comedor, donde la cena transcurrió con normalidad, si exceptuamos el comportamiento de los maridos de las amigas, que no pararon de soltar gritos del tipo “Vivan los novios” y “Que se besen los novios” entre comentarios, risas y vasos de vino.

Acabada la cena, hubo baile, que inauguramos mi mujer y yo. Me comentó que bailaba muy bien, a lo que contesté que era una de las cosas que se aprendían en colegios y universidades americanas. También la alabé a ella por lo bien que seguía mis pasos.

Luego bailé con las tías, más tarde con las amigas, de las que Marisa, en último lugar, se encargó de ponérmela bien dura. Llevaba un vestido, corto, negro, de tirantes, con una chaquetilla torera que se había quitado para bailar, y mostrando los tirantes y parte de un sugerente sujetador. Cuando más caliente estaba, interrumpió nuestro baile una de las primas jóvenes que debía de estar mirando y que, en una de las aproximaciones, se me acercó demasiado y pudo comprobar la dureza de mi bulto.

Al terminar de bailar, me excusé y me fui al baño. El baño de caballeros era una habitación alargada, en la que, a la derecha, estaba un lavabo de pila doble, con un expendedor de toallitas de papel, seguido de los urinarios para hombres, y al otro las cabinas.

Al momento, se abrió la puerta y volví la cabeza al notar que no había movimiento, encontrándome a la prima en la entrada, mirando directamente a mi polla, que se veía perfectamente al estar algo separado del urinario.

Al mirarla dijo:

-Perdón, me he equivocado de baño. Pensaba que era el de señoras.

Pero no se movió hasta que vio que terminaba, entonces se dio media vuelta y cerró la puerta. Estaba secándome las manos cuando volvió a abrirse la puerta, y entró Marisa en tromba, arrastrándome hasta una de las cabinas y cerrando la puerta.

Seguidamente, bajó mis pantalones y calzoncillos, bajó la tapa del inodoro y me hizo sentar, todo eso en un momento, sin darme tiempo a reaccionar. A lo que me quise dar cuenta, se había subido la falda y se estaba empalando en mi polla. Venía preparada, pues no llevaba bragas y el sujetador ya suelto.

Había perdido algo de dureza, pero inmediatamente volví a estar a pleno rendimiento.

Me puse a magrear sus tetas con torpeza, pues sus frenéticos movimientos metiendo y sacando mi polla impedían la permanencia de sus pezones en mi boca. Los dos íbamos muy calientes, por eso, no tardé más de diez minutos en correrme, mientras que a Marisa le conté dos orgasmos.

Cuando me corrí, esta vez en su interior y sin condón, ella se levantó, se arregló la ropa un poco y salió corriendo, dejándome con la polla goteando todavía. Me lavé como pude, me vestí correctamente y salí de allí, encontrándome con Ana que iba buscándome porque ya se iban algunos de los parientes y querían despedirse.

-¿Dónde estabas? Te he estado buscando por todas partes.

-En el baño. Creo que algo me ha sentado mal, ha debido ser una copa de vino que me han obligado a tomar, y como no tengo costumbre…

Me miró de forma un tanto rara, pero no dijo nada. Me tomó de la mano y fuimos a despedir a los que se marchaban. El marido de Marisa se había quedado dormido en la mesa y los de las otras dos, no se tenían de la borrachera que llevaban.

Ellas habían hecho un aparte y Marisa les estaba contando algo que debía ser sobre mí, ya que les pillé alguna vez mirándome.

Cuando las primas se marcharon, se despidieron ambas con un beso en la comisura de mis labios, una a cada lado y tanto ellas como sus padres, nos desearon mucha felicidad.

Cuando nos quedamos solos, ofrecí a Ana el tomarnos una última copa, que aceptó, así pudimos tener unos momentos de intimidad, mientras nos tomábamos unos gin-tonics.

-¿Cómo tienes pensado nuestro futuro como pareja? –Le pregunte.

-Nosotros, como pareja, no tenemos futuro, en menos de seis meses revisarán nuestra situación, me haré heredera y nos divorciaremos. A partir de ahí, seremos dos desconocidos.

-¿Y nuestras relaciones?

-Si te refieres al sexo, no tendremos relaciones de ningún tipo. Puedes irte a la cama con quien quieras. Lo único que te pido es que seas discreto y no se entere nadie. Otras relaciones serán las mínimas y generalmente, procura que sea a través del abogado.

Hasta terminar la bebida, seguí hablando con ella sobre su familia, que los esperaba más ariscos, pero que me habían resultado amables, etc., etc. Aproveché para preguntar a qué se dedicaban sus tíos, que tenían sus propios negocios, qué hacían sus primos, trabajaban en el negocio de los padres, unos vagos con estudios sin terminar y colocados en puestos de dirección que no servían para nada ni intervenían en el funcionamiento de la empresa. Y por fin, lo que más me interesaba, sus primas. Tampoco habían terminado sus estudios. Su trabajo era el gimnasio, las tiendas de ropa cara y las salidas hasta el amanecer o el mediodía siguiente. Estuvo saliendo con ellas hasta que falleció el abuelo y se había casado conmigo.

-Son unas putas. Todas las noches que salíamos, tenía que irme a casa sola, y aunque no lo creas, la muerte del abuelo me afectó bastante, a pesar de la mala relación que teníamos. La soledad me angustiaba y por eso dejé de salir con ellas. ¿No se te han insinuado?

-No sé qué decirte, cuando he bailado un poco con la mayor, que no recuerdo su nombre…

-Cristina. –Me dijo ella.

-Eso, Cristina, parece que se apretaba y frotaba un poco conmigo, pero ya hemos dejado de bailar y no me ha dicho nada, sin embargo tanto ella como tu otra prima…

-Carmen. –Volvió a ilustrarme.

-Eso, Carmen, al marcharse me han dado un beso en la comisura de los labios, y no me ha parecido casual.

-Si, como te he dicho, son muy putas. Es posible que no tarden en llevarte a la cama.

-Te importaría.

-No, pero preferiría que fuese cuando estemos divorciados, para evitar los comentarios entre la familia.

Una vez enterado de lo que me interesaba, continué con preguntas y respuestas menos importantes, para mantener la conversación. A pesar de su sequedad habitual y lo ácida con su familia, era agradable a la hora de conversar y el tiempo se nos pasó volando.

Al terminar, me preguntó si quería que me llevase a casa en su taxi, pero rechacé la oferta y me fui en otro.

Las semanas siguientes fueron bastante normales. Venían las cuatro por la discoteca, a veces un día, otros dos en la misma semana, invitándolas yo a las bebidas, y dándoles un poco de conversación. Marisa me citaba para follar, pero siempre le ponía excusas del trabajo. También Sonia y Marta intentaban resultarme más agradables, lo que me daba una cierta idea de sus intenciones.

Pasó el primer mes y cobré mi segunda paga de manos del abogado, que pasó a incrementar los ahorros, puesto que el sueldo de la discoteca ya me daba para vivir y ahorrar algo.

Ese mes, uno de mis compañeros de piso se iba a vivir con su novia y el otro a trabajar a otra ciudad, por lo que me quedaba solo en el piso. Como no me apetecía buscar nuevos compañeros, le pregunté al abogado si seguía en pie la oferta de vivienda, confirmándomelo e informándome que la propia Ana le preguntaba todas las semanas si sabía cuándo me iba a mudar.

En dos mañanas hice mi mudanza. Mi nueva casa era parte de la de Ana. Era un apartamento con entrada independiente en el mismo rellano y comunicado por el interior con el resto de la vivienda mediante una puerta cerrada. Su uso era como vivienda de invitados, y constaba de dos dormitorios, un baño, cocina y salón de estar con televisión, equipo de música y bar bien surtido.

No coincidía con Ana en las entradas y salidas. Ella trabajaba de día y yo de noche. No hablábamos ni nos molestábamos, la puerta era una barrera infranqueable. Ninguno de los dos teníamos interés por el otro, pero mi vida mejoró en el sentido de que me hacían la limpieza y la cama, tenía la nevera llena y comida preparada cuando me levantaba a medio día.

En la discoteca, mis días festivos los tenía entre semana, durante tres semanas seguidas, y un fin de semana en la que hacía la cuarta. Unos guardaba fiesta sábado y domingo y otros viernes y sábado.

Ese mes lo pasé haciendo gestiones en mi tiempo libre y follándome en la oficina a la que caía por allí. Atendí a las cuatro amigas cuando venían los viernes, invitando como siempre a las consumiciones. Marisa estaba cada vez más insinuante, las otras dos, expectantes y Ana… indiferente.

El sábado del primer fin de semana que estaba en mi nuevo domicilio me tocaba fiesta. Serían sobre las 11 de la mañana cuando llamaron insistentemente a la puerta. Cuando conseguí despertarme y darme cuenta de que era el timbre, me puse unos pantalones, porque duermo desnudo, y fui a abrir.

Me encontré con la sorpresa de que era Marisa la que llamaba, y que nuevamente empezó avasallando. Cerró la puerta y me llevó de la mano directamente al dormitorio, mientras me decía:

-Vamos rápido. Tenemos quince o veinte minutos antes de volver a casa. Le he dicho a mi marido que iba a mirar para ver si encontraba un vestido que necesito.

Rápidamente, se quitó la camisa y la falda, quedando totalmente desnuda. Cuando la dejó en la silla donde había dejado el bolso, vi que de este asomaban las bragas y tirantes del sujetador.

Se lanzó sobre mí a besarme y frotarse, mientras me decía:

-No aguantaba más. Después del otro día, nada es igual. Necesito follar contigo más que el aire para respirar.

Intentó llevarme a la cama, pero yo quería otra cosa. Puse mis manos sobre sus hombros e hice presión hasta que se arrodilló ante mí.

-No me gusta. No he querido hacerlo nunca. Ni siquiera a mi marido.

-Pues vístete y vete. A mí no me gusta que me manipulen y utilicen. Si quieres follar hoy, será a mi manera, como yo quiera y hasta que yo quiera.

-No sé si sabré, pero voy a intentarlo.

Se quedó parada, esperando, hasta que le dije:

-¿A qué esperas? Quítame los pantalones y sácamela.

No tuvo problemas para quitármelos, pero se quedó parada mirando mi polla semi-erecta

-¿Que tengo que hacer?

-Métela en la boca y chúpala como si fuera un helado o un caramelo, también puedes pasarle la lengua a lo largo y lamer el borde del glande…

-No sé hacerlo, me da asco.

O me haces una buena mamada o ya te estás largando y dejándome en paz.

La excitación le podía más que el asco. Cogió mi polla y la empezó a dar besos, dando a la vez pequeños toques con la lengua.

Poco a poco fue pasando su lengua más tiempo y disminuyendo sus besos, hasta que probó a meterse el glande en la boca.

-Así vas bien, pero tienes que metértela entera.

Probaba a meterlo y sacarlo, intentando que cada vez entrase un poco más, aguantando arcadas y náuseas.

Intentaba chuparla como si fuera un helado, tal y como le había indicado, pero no pasaba de meterse poco más del glande. Cogí su cabeza y la obligué a meterse cada vez más trozo, en sucesivas envestidas. Por fin, entre arcadas y gemidos de asco, le entró hasta más de la mitad.

La metía, la dejaba un par de segundos y la volvía a sacar, repitiendo la operación hasta que dejó de tener arcadas, entonces la dejé que continuase sola.

-Hmmm, ¡sí! …así, así, sigue así. Lo haces muy bien. ¡¡Trágatela toda!! – Le decía para animarla.

Me doblé ligeramente para alcanzar sus pezones y acariciarlos rodeándolos con mi dedo y aprisionándolos. Marisa, que ya venía sobreexcitada, añadía gemidos de placer a los ruidos de succión y hacía que incrementase el ritmo.

Yo sentía cómo mi polla llegaba hasta el fondo y la volvía a sacar, como si usase la boca como un coño y se estuviese follando ella misma.

De repente detuvo su acción por un momento para sujetarla con su mano por la parte que quedaba fuera y extrajo el resto de su boca hasta que sólo el glande quedó aprisionado entre sus labios y dejando de succionar.

Movió su cabeza metiendo y sacando el borde del glande de su boca, al tiempo que lo recorría con la lengua. Luego se la sacó totalmente, la recorrió varias veces con la lengua en toda su longitud, terminando con besos en la punta que se llevaron el líquido preseminal que salía y volvió a seguir chupando.

No era ni de lejos la mejor mamada, pero me estaba dando mucho morbo verla arrodillada ante mí, chupándomela, mientras recordaba las risas de su marido y los otros a mi costa.

Solo de pensar que volvería con él y le daría un beso o que se acostaría con él dejando que metiese su polla donde yo me había corrido antes, me llevó al climax. Sujeté su cabeza para meterla bien adentro y me corrí con ganas, haciéndole tragar hasta la última gota.

Fue una magnífica corrida. No solamente por el hecho en sí de correrme, sino por las connotaciones que lo acompañaban. Notaba como salía toda mi leche y como se vertía dentro de su garganta y boca en los intentos que hacía para retirarse y que yo volvía a compensar con más presión sobre su cabeza

Cuando la saqué, ignoré la nueva sesión de arcadas, y babas con restos de mi corrida que caían sobre sus pechos y la tomé como si fuese una pluma para depositarla sobre la cama, lanzándome entre sus piernas para comerle el coño con ansia.

Náuseas y babas se le calmaron de inmediato. Se puso a gemir y luego a gritar, siendo ella ahora la que presionaba mi cabeza contra su coño, aplastando mi nariz contra su clítoris, mientras mi lengua entraba todo lo que daba de si, a la vez que la agitaba pidiendo que no parase y que siguiera .

Crucé mis brazos sobre los suyos para alcanzar sus pechos, acariciarlos nuevamente y frotar sus pezones, ahora erectos y duros como piedras. Su coño era un manantial. Su flujo y mi saliva escurrían por su perineo y ano hasta la sábana, donde formaban ya una gran mancha.

Poco después se corría incrementando sus gritos de placer, que confié en que no fuesen escuchados por los vecinos, pero un vistazo a la puerta, donde se encontraba la criada con una bandeja, que desapareció inmediatamente, me hizo darme cuenta de que por lo menos una persona se había enterado.

Con todo esto, mi polla seguía dura, así que, en cuanto terminó su corrida y me soltó, la agarré de los tobillos, la abrí bruscamente de piernas y la arrastré hacia mí. De un solo empujón le clavé toda mi polla en su coño, donde entró como si fuese un vaso de agua, de lo mojada que estaba.

-Ohhhh Me vas a reventar. No seas tan brusco.

No le había entrado toda, aunque más que la primera vez, pero fui moviéndome despacio y rápidamente se adaptó a mi tamaño.

Entonces fue cuando empecé a machacarla con ganas.

-Ohhh. Siiii. Cómo me gusta. Más fuerte. Rómpeme el coño con ese pollón.

Yo seguí dándole sin parar, mientras la besaba y acariciaba su pecho, hasta que alcanzó su segundo orgasmo. Entonces la hice ponerse a cuatro patas, levantando bien el culo, para volver a clavarla en su coño.

Nuevamente me pareció ver algún movimiento en el pasillo, al otro lado de la puerta, pero no le presté mucha atención.

Conseguí sacarle un nuevo orgasmo, pero no me detuve y me puse a acariciar su ano con mi dedo, echando saliva y frotando en círculos, a la vez que hacía presión para meterlo. Estaba muy apretadito, señal de que nunca había sido usado. Al rato, entraba y salía de su ano con la misma facilidad que mi polla de su coño.

-No puedo más. Necesito descansar. –Me dijo.

-Aguanta un poco más. Yo estoy a punto de correrme. Acaricia tu clítoris. Quiero correrme a la vez que tú.

Los movimientos de su mano rozaban mi polla en sus entradas y salidas, llevándome a borde del placer que ya de por si estaba próximo.

-Me corroooo. –Le anuncié.

-Siiii. Yo tambiéeeen. -Me anunció al sentir mi corrida en su interior.

Unos segundos después, caímos sobre la cama, ella agotada y yo satisfecho y cansado.

Miré hacia la puerta y no vi nada. Debió de ser la criada otra vez, porque Ana tenía que estar en la empresa y nunca venía a comer, y por la hora y el haberla visto con la bandeja, la criada debía haber traído la comida.

-¡Dios mío!, tengo que irme inmediatamente. Que le digo ahora a mi marido. Llevamos casi dos horas y cuarto aquí.

Y salió corriendo al baño. Volvió corriendo, sacó las bragas y el sujetador del bolso y se los puso con rapidez, se vistió, repasó su maquillaje y se marchó con un “te llamaré”.

Me quedé en la cama y dormí media hora más. Luego fui a la cocina, donde extrañamente, todavía no estaba la comida, por lo que me fui a la ducha con la intención de comer algo fuera, pero conforme salía secándome, oí golpes en la puerta que comunicaba ambas casas y después de ponerme la toalla a la cintura, abrí la puerta, que no estaba cerrada.

-Perdone señor, le traigo la comida.- Me dijo la sirvienta, roja como un tomate.

-Pasa, pasa. Cuando vengas, no es necesario que llames. Entra con toda confianza.

-Sssi, Gracias, señor.

Para confirmar mis ya más que claras sospechas, le pregunté.

-¿Ha venido la señora a comer?

-No, señor, no vienen ningún día.

Estaba claro que había sido ella también la segunda vez.

La seguí hasta la cocina, admirando su culo y sus movimientos, algo que ella debió de sospechar. Sea por eso o por lo visto anteriormente, se le notaba nerviosa mientras dejaba todo preparado para mi comida.

Le anuncié que me iba a vestir mientras ella terminaba y cuando volví, ya se había marchado.

 

Relato erótico: “Mi primera vez con Marce” (PUBLICADO POR SWEETCAT)

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UNA EMBARAZADA2hola me llamo beth esto sucedió cuando tenia 22 conocía a Marce en la universidad, ella es una morena de buen culo Sin títulopocas tetas pero bieN formadas, un cabello largo y con rulos en las puntas, de mediana esatatura, yo soy blAnca mido 1,70 soy talla de 36B de brasier y tengo un buen culo redondo como sano y me gusta hacer deportes

Estando en clases de calculo matricial me toco formar equipo con marcela

con su novio porque sabía q el la engañaba le dije no se pusiera así que no lo creía pero ella me decía q si q ella había visto el mensaje en el tlf de el, yo fui a la cocina busque una botella de vino le serví una copa y le dije q se tranquilizara, empezamos a beber y yo seguía escuchandola, de pronto me dijo que porque no colocaba música y no se en que momento comenzó a bailar en el media de mi sala y me invitaba a que bailará con ella yo me sentía extraña y sabía q era por el vino ya que no era de beber tanto, de pronto me abrazo y mé dijo debes de soltarte más debo reconocer q para ese entonces no sabía a que se refería de pronto se pego a mi espalda y me tocó las tetas, yp no sabía si era por el alcohol o si de verdad estaba pasando y me las amasaba muy rico, de pronto se voltio y comenzó a chuparmelas yo sentía q iba a morir me puse muy roja, luego subió a desde mis tetas hasta mi cara me dio lametazos x el cuellos hasta llegaría mi boca allí nuestras lenguas se entrecuzaron y comenzamos a devorarnos con las lenguas, ella no me quitaba las manos de las tetas y yo le agarraba el culo, así duramos un rato hasta q me dijo no aguantó más vamos al cuarto.
Cuando entramos en mi cuarto empezó a desnudarme poco a poco y mientras lo hacía me iba dando besos x todo el cuerpo luego hizo q me sentará en la orilla de la cama y empezó a quitarse la ropa bailando, yo estaba anonadada no podía creer lo q estaba pasando, se desvistio luego se puso ahorcajadas encima de mi y metía su lengua en mi boca con sus manos en mi cuello y agarraba la espalda, luego me hizo q me acostaba y empezó a besarme todo el cuerpo hasta llegar a mi clítoris me daba pequeños mordiscos yo sentía q estaba en la gloria luego comenzó a meterme un dedo y me seguía chupando la concha yo estaba super húmeda ya iban 2 dedos y me hizo q me volteara abrió mis nalgas y empezó a lamerme el culo su lengua entraba y salía y hasta q me hizo explotar en un super orgasmo.
Luego me dijo ahora quiero q me hagas sentir, empecé a besarla y fui bajando por su pecho se me ocurrió ir a la cocina y buscar vino y colocarle en el cuerpo por poco e iba lamiendo hasta llegar a su clítoris ella me decía así sigue así, cuando llegue a su vagina se me ocurrió meterle la botella y llenarla de vino y así me la fui comiendo ella gritaba y me decía así Eli sigue así dios todos sus jugos estaban en mi boca sentí como se le erizaba la piel y así fue compa supe q iba acabar seguí con mi lengua y con mis dedos hasta q me acabo en la boca, luego nos abrazamos y nos besamos nos quedamos dormidas……
Espero que les guste mi relato es la primera vez hoy en día tengo 36 años y ambas estamos casadas más sin embargo una vez al mes nos encontramos y nos divertimos juntas

  • : con su novio porque sabía q el la engañaba le dije no se pusiera así que no lo creía pero ella me decía q si q ella había visto el mensaje en el tlf de el, yo fui a la cocina busque una botella de vino le serví una copa y le dije q se tranquilizara, empezamos a beber y yo seguía escuchandola, de pronto me dijo q porque no colocaba música y no se en que momento comenzó a bailar en el media de mi sala y me invitaba a que bailará con ella yo me sentía extraña y sabía q era por el vino ya que no era de beber tanto, de pronto me abrazo y mé dijo debes de soltarte más debo reconocer q para ese entonces no sabía a que se refería de pronto se pego ai espalda y me tocó las tetas, yp no sabía si era por el alcohol o si de verdad estaba pasando y me las amasaba muy rico, de pronto se voltio y comenzó a chuparmelas yo sentía q iba a morir me puse muy roja, luego subió a desde mis tetas hasta mi cara me dio lametazos x el cuellos hasta llegaría mi boca allí nuestras lenguas se entrecuzaron y comenzamos a devorarnos con las lenguas, ella no me quitaba las manos de las tetas y yo le agarraba el culo, así duramos un rato hasta q me dijo no aguantó más vamos al cuarto. Cuando entramos en mi cuarto empezó a desnudarme poco a poco y mientras lo hacía me iba dando besos x todo el cuerpo luego hizo q me sentará en la orilla de la cama y empezó a quitarse la ropa bailando, yo estaba anonadada no podía creer lo q estaba pasando, se desvistio luego se puso ahorcajadas encima de mi y metía su lengua en mi boca con sus manos en mi cuello y agarraba la espalda, luego me hizo q me acostaba y empezó a besarme todo el cuerpo hasta llegar a mi clítoris me daba pequeños mordiscos yo sentía q estaba en la gloria luego comenzó a meterme un dedo y me seguía chupando la concha yo estaba super húmeda ya iban 2 dedos y me hizo q me volteara abrió mis nalgas y empezó a lamerme el culo su lengua entraba y salía y hasta q me hizo explotar en un super orgasmo. Luego me dijo ahora quiero q me hagas sentir, empecé a besarla y fui bajando por su pecho se me ocurrió ir a la cocina y buscar vino y colocarle en el cuerpo por poco e iba lamiendo hasta llegar a su clítoris ella me decía así sigue así, cuando llegue a su vagina se me ocurrió meterle la botella y llenarla de vino y así me la fui comiendo ella gritaba y me decía así Eli sigue así dios todos sus jugos estaban en mi boca sentí como se le erizaba la piel y así fue compa supe q iba acabar seguí con mi lengua y con mis dedos hasta q me acabo en la boca, luego nos abrazamos y nos besamos nos quedamos dormidas...... Espero que les guste mi relato es la primera vez hoy en día tengo 36 años y ambas estamos casadas más sin embargo una vez al mes nos encontramos y nos divertimos juntas
 

Relato erótico: “MI DON: Ana y Eleonor – Llegan las fiestas (31)” (POR SAULILLO77)

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Todo cambió a partir de ese instante, conmigo tumbado flotando en el agua, mirando el atardecer en el cielo de Madrid, oyendo de fondo como Ana jugueteaba con una Eleonor que trataba de recomponerse aun del toro bravo que la acababa de destrozar, ambas reían, yo solo pensaba, estaba convencido de que me lo iba a pasar bien con esas 2 fieras, no había impedimento moral, ético o de respeto que lo impidiera o nos molestara en absoluto. Eleonor lo quería, lo había buscado desde que nos pidió que viviéramos juntos, estoy convencido, la idea de tenerla de nuevo, se me pasaba por la cabeza a diario y Ana al notarlo, me lo concedió, queriendo continuar con nuestros juegos.

Pero yo no quería eso, esta vez no, si Lara para mi merecía algo mas, Eleonor por descontado, no era otra cría a la que iba a asuntar si me desbocaba, era un mujer adulta y madura, con un cuerpo de MILF, a la que me había follado durante meses con su hija, si bien era su macho, o así me gritó infinidad de veces durante el resurgimiento del sexo entre nosotros, la relación era diferente, quería que fuera diferente y deseaba que lo fuera, no tenia que ganarse un sitio en mi cama, ya lo tenia. Absorto en mis pensamientos, noté como el nivel del agua variaba, miré a un lado para ver a Ana en el agua, casi sujetando en vilo a Eleonor, ayudándola a caminar hacia la piscina, pese a estar desorientada y confusa, sus tobillos no cedieron nunca ante sus tacones, los cuales dejó a un lado antes de meterse lentamente en la piscina tambaleándose.

-YO: ¿que hacéis?

-ANA: Eleonor esta ardiendo, quiere darse un baño refrescante, y así calmarse un poco.

-ELEONOR: si mi papi, estoy ardiente y me quema todo.- balbuceaba mas que hablar, palabras y expresiones poco refinadas para lo que solía ser.

-YO: ¿y es buena idea meteros en el agua conmigo? – ambas sabían que sus cuerpos húmedos no eran mas que una provocación.

-ANA: se lo he dicho, pero dice que le da igual, de todas formas, yo quiero mas.- la miré atónito, pero luego comprendí,, había estado 1 hora asesinando figuradamente a Eleonor, sin tocar a Ana mas que algún beso fugaz en su trasero, por excitante que fuera, Ana tenia un apetito voraz que no se saciaba mirando.

-YO: me vais a llevar a la tumba, estoy muerto.

-ANA: haberlo pensado antes.- tenia razón.

Antes de darme cuenta tenia a Ana acariciándome la espalda, me había agarrado de los hombros por detrás y me mantenía flotando, soportando mi liviano peso en el agua, ya que fuera de el no podría ni soñando, dándome algún beso en el hombro susurrándome lo caliente que estaba, y lo mucho que le había gustado verme así de “animal” con Eleonor, sabia por mis comentarios que Eleonor no era ninguna boba de coño cerrado, y aun así verme desquiciado abriéndola, admirando en 1º plano la cara de Eleonor le había hecho sentirse………¿orgullosa de mi?. Me dio varias vueltas mientras veía a Eleonor chapotear distraída, realmente su cara roja y congestionada clamaba por enfriar sus ánimos, Ana me arrastró hacia una zona menos profunda, notando como mi peso crecía al acercarnos, una vez allí no me quedó otra que ponerme en pie en el agua, quedando con la cintura aun sumergida, Ana también de pie detrás mía, acariciaba mi basta espalda y mis grandes brazos, desde allí Eleonor no podía verla, mi corpulencia la hacia desaparecer a sus ojos, los cuales se clavaron en mi, de nuevo no quiero presumir, pero la descripción correcta es que parecía, o me veía como un dios griego, esculpido por los amantes del físico perfecto, mi torso marcaba unos pectorales casi antinaturales y el vientre era firme y contundente marcando los músculos bajo al piel, con el agua resbalando por mi torso y mi mirada penetrante. Hechizó a Eleonor, si no lo estaba ya, que fue nadando hasta mi.

Ana pasó los brazos por mi cintura bajando sus manos a mi rabo, que permanecía a la espera, llevaba 3 horas y media follando con 3 corridas, un hombre tiene sus limites, pero aquel descanso de unos 20 minutos en el agua hizo milagros, mientras notaba sus dedos acariciar el largo de mi tronco, con la cara llena de lujuria y pasión de Eleonor, nadando despacio hacia mi, hizo magia, y mas que eso, la sonrisa picarona de Ana tras de mi al verla venir, terminó de ponérmela de nuevo como una estaca, las caricias por debajo del nivel del agua tuvieron que subir hasta por encima de ella, mi polla se erguía orgullosa como un farro en mitad del océano.

-ANA: ves como aun puedes, te subestimas, ¿verdad Eleonor?

-ELEONOR: claro que si preciosa, este hombretón podría derivar edificios con su virilidad.- de golpe no me pareció tan cansada e ida, su mirada brillaba como las de un gato en la noche, su media sonrisa me confirmó una idea en mi cabeza, la risa de Ana la hizo evidente.

No se cuanto ni se desde que momento, pero ambas estaba aliadas, no me atrevo a decir cual fue el instante de su acuerdo, ¿desde que las dejé en la hamaca?, ¿desde que Ana me concedió el ir a por Eleonor?, ¿desde que vivíamos allí? ¿O puede que antes?, incluso antes de mudarnos, que Ana a mis espaldas hubiera maquinado con Eleonor para quedarnos con esa casa a cambió de cederme a su hombre. No lo pregunté a ninguna de las 2, podría decir que me daba igual la respuesta, tenia lo que deseaba en ese momento, pero no era así, la realidad es que temía la respuesta, ¿en que fracción del tiempo me habían embaucado?, si es que lo habían hecho, quizá solo eran imaginaciones mías, prefería pensar eso, y lo mas importante, dejar que lo pensaran ellas, por ahora.

La verdad sea dicha, cuando Eleonor se metió mi miembro en la boca, deje de pensar, y solo acepté que durante un buen rato iba estar ocupado. Ana acariciaba mi pecho y mi vientre, besando mi espalda con esmero, pero palidecía ante las acometidas del cuello de Eleonor, que se alojaba mas de media polla en la boca aguantando las arcadas, haciendo que el agua a su alrededor vibrara a su ritmo, no usaba las manos , las tenia apoyadas en el fondo de la piscina, solo su boca, la cual movía con pasión, me provocaba placer, pero a estas alturas, sin un ritmo de manos continuo, eran solo preliminares, la dejé convencerse de que hacia un buen trabajo, que lo hacia, unos minutos de gloria, en que Ana recorría mi cuerpo con sus manos y sus senos, se fue ladeando hasta quedar a mi lado, allí mis manos invadieron su piel, la pegué a mi y hundí mis dedos en su trasero, buscando su coño ardiente, mientras la besaba con ira contenida, poco le duró la sonrisa en la cara, mis hábiles dedos hurgaron, buscaron y encontraron su clítoris y su punto G, era como buscar un botón en el mando a distancia con los números desgastados de tanto tiempo en la mano, ni lo miras, no hace falta , ya sabes donde están los botones.

Eso encendió a Ana que levantó una pierna y rodeó mi culo con ella, permitiendo que la follara con las falanges, mientras mi otra mano se divertía con uno de sus pechos, el otro apretado contra mi dorso, se frotaba haciéndome sentir el pezón clavándose en mi costado. Estuve así media hora, con Eleonor no logrando nada pese a sus esmeros con la boca, y haciendo que Ana se estremeciera, mirándome fijamente a los ojos, sonriendo con la boca abierta, suspirando al notar como oleadas de sensaciones la llenaban el cuerpo naciendo en su vulva. No paré hasta notarla contraerse para evitar una sacudida que la pariera la columna al correrse, la solté y la di un empujón cariñoso que la hizo hundirse en el agua. Para cuando salió del agua y fijó la vista ya tenia a Eleonor de pie, de espaldas a mi, contra la pared de la piscina, y buscando su coño para martirizarlo.

-ANA: hey, no es justo, me toca a mi.- reí al verla cruzarse de brazos como una niña consentida.

Ni la contesté, solo apreté mi glande hasta ver como se introducía en el coño de Eleonor que temblaba al notar como la iba abriendo de nuevo, aun tenia el coño en carne viva y allí estaba yo otra vez, pero ahora con mas rabia, ya no tenia que convencerla con palabras dulces y juegos mentales, ya era mía, y yo suyo, y ambos nos conocíamos demasiado bien como para andar con estrecheces. La hundí tan dentro de ella que hasta la separé las nalgas para seguir penetrándola esos centímetros finales, Eleonor se puso de puntillas y gritó.

-ELEONOR: ¡¡DIOS MIO, GRACIAS MI SEÑOR, GRACIAS POR ESTA VERGA TAN DESCOMUNAL!!! – me acerqué a su oído levemente, sabiendo de sus devotas palabras cuando follábamos

-YO: dios no te va llenar tu coñito ardiente, el no te va a follar hasta que te desmayes, yo si, a quien debes estar agradecida, es a mi.- mis palabras la hicieron vibrar, se encorvó para besarme, la piel se le enfrió y se puso de gallina ante mi atrevimiento.

-ELEONOR: hazlo.

La pobre se arrepintió enseguida, sin duda en mi determinación, saqué a la bestia, por poco se sale de la piscina los primeros 5 minutos de mis acometidas, al estar medio fuera del agua, no había resistencia, fue diabólico, tenia que agarrarla y volverla a meter en la piscina, no articulaba palabra, solo gemía con la boca abierta en forma de O, dando golpes al césped que rodeaba al piscina con la palma de la mano. Fui alternado sujetarme al bordillo con agarrarme a su tetas, pero el ritmo no bajo, nunca, a los 10 minutos rompió en un orgasmo colosal, se movía tanto que parecía epiléptica, pero aferrando bien los brazos a sus 2 lados no había escapatoria, estaba ligeramente enfadado, lo pagué con ella, al 3º orgasmo, pasados 20 minutos mas, se desvaneció, cayendo redonda medio cuerpo sobre el césped. Ana contemplaba tan gloriosa demostración, como seguía golpeando en su trasero aun en su cuerpo medio inerte, se movía algo pero solo pedía piedad, sin atreverse a mas.

Estaba encendido de nuevo y ya solo me clamaría correrme, en ese estado Raúl era tan peligroso como Zeus, salí del agua ardiendo, tendí mi mano a Ana que la cogió sonriendo, de un tirón no solo la saqué del agua si no que me la monté encima, hábilmente me rodeó con las piernas, besándonos desaforadamente, me di la vuelta y la estampé contra la fría pared de cemento que nos separaba del resto del mundo y de una caída de 60 metros, busqué con ansia su coño y la penetré violentamente, pero Ana solo se mordió el labio de gusto alzando la cabeza, me abrazó y sabiendo que no tenia nada que hacer me dejó atornillarla contra el muro, no es que sacara a la bestia, es que no la había guardado, golpeaba tan fuerte mi pelvis que oía a Ana quejarse del rebote contra la pared, pero no evitó que sus emanaciones me bañaran las piernas según su mente se nublaba, sus ojos se tornaban en blanco, apenas respirando, y yo aun no sentía ganas de correrme en absoluto.

Tuve compasión, y lo digo en serio, la bajé al suelo y la empujé de espaldas a mi, de cara a la pared, la cogí de las manos y las elevé por encima de las cabezas hasta tenerla casi colgando estirada contra la pared, busqué su ano con mi dedos, lo abrí un poco y a continuación la ensarté hasta el fondo, ahora si, sacando un grito que hizo ladrar a algún perro cercano, ¿compasión? Si, si hubiera seguido por el coño hubiera durado 1 hora más, la estrechez y el frote de su ano siempre me acortaban los plazos. Eso no me clamó, solo me volvió aun más loco, sentir como gritaba contra la pared mordiéndose el brazo para acallar un poco sus lamentos, gimiendo desconsolada al notar mi barra ardiente forzarla por detrás hasta derretirla. Sentí como un mordisco en la pierna, pero estaba por correrme y no iba a parar, no pude dedicarle mis 5 minutos finales de frenesí, me dolía la pierna y me encontraba mal, pero no paré hasta levantarla por la pared llenándola de semen, los chorros los sentía llegar al estomago de Ana, que hacia rato no emitía sonidos. Al sacarla vi sangre en mi pene, y a Ana hacerse una bola en el suelo, tiritando y agarrándose el culo como si se le fuera a caer.

Me fui corriendo al baño, cojeando más bien, y vomité varias veces, mareado y con un sudor frío, me calmé, me dio por vestir a las chicas, ambas idas, ponerme algo yo y llamar al samur, me encontraba fatal, y la pinta de ellas no era mejor. Diagnostico, Eleonor deshidratación severa y agotamiento, la que mejor parada salió, Ana igual, sumándole un desgarro anal leve, y yo ruptura en el cuádriceps de 4 centímetros de la pierna izquierda y corte de digestión derivado de un esfuerzo físico extremo. Me eché a llorar al relatárselo a los médicos, dios sabe que no hay que mentirles nunca. Me sentía culpable, y lo era, pero no sabia hasta que punto, Eleonor se recuperó rápido y la dieron el alta el mismo día, me fue a ver y me dio un beso en la mejilla, comportándose como una madre preocupada, pero con una sonrisa de oreja a oreja. A mi con la radiografía, unos sueros, me mandaron masajes, cremas y un par de semanas de reposo hasta que se curara el músculo, con un fuerte vendaje de compresión, fuimos a ver a Ana, tumbada en la cama del hospital, volví a llorar, entré con miedo a su reacción, al verla con un pañal que le habían puesto casi me derrumbo, se giró levemente con la cara adormecida de un ligero sedante que le habían puesto.

-YO: ¿estas bien peque?

-ANA: si, me dicen que no es nada grave, un par de días aquí y para casa, pero que ande con cuidado unas semanas y no fuerce, jajaja- su actitud me tranquilizó.

-YO: os pido perdón, no me supe contener, debí pararlo.

-ELEONOR: no sea bobo, sabíamos donde nos metíamos.

-ANA: claro que si, es un accidente, no pasa nada, no es culpa tuya.- lo era, pero es lo que se suele decir.

-YO: de verdad que lo lamento, me odio a mi mismo, ojalá no tuviera esta monstruosidad de polla. – la enfermera que andaba de fondo soltó una leve carcajada, al tratarme ya cuchicheaban entre ellas sobre mi.

-ANA: no te martirices, en un par de semanas como nuevos, y seguimos donde lo dejamos.

-YO: ¿estas loca?

-ANA: si, lo suficiente como para que me desgarres el culo, y seguir queriéndote.- me pidió un abrazo que no pude negarle.

Volvimos a casa Eleonor y yo, dejando a Ana en observación un par de días mas, la relación era fría y distante, me costó una semana volver a ser yo, una vez que las veía a ambas normales y sonrientes andar por casa como si nada. Obviamente nada de sexo durante 3 semanas, y no es que no quisiéramos, contrataron a una fisio que venia a darme los masajes, pero al final me los daban ellas con sus indicaciones, y mi polla, inactiva varios días seguidos, era un volcán que al mínimo roce salía a pasear, la lesión era tan cerca de la ingle que la fisio insistía en que fuera sin ropa interior y mas de una vez la toalla diminuta que ponía para taparme, iba subiendo según mi empalme, y al final terminaba cediendo, caía y dejaba mi polla dura a su vista, la 1º vez que la vio no se contuvo y me la empezó a chupar, no le importo nada, ni que Ana estuviera delante riéndose de lo mal que la chupaba, casi no le entraba en la boca, era una mujer morena de unos 34 años, algo regordeta, con sus 1,70 de altura andaría por los 79 kilos. Gracias a masturbaciones leves y comidas de polla lentas de parte de las 3 mujeres, Eleonor Ana y la fisio cuando no estaban las otras 2, o estando Ana, me mantenían cuerdo, la habían dado permiso para ello y yo se lo agradecí montándola como a una yegua el ultimo día, no duró ni media hora, con Ana masturbándola de lado mientras la hundía mi polla en su coño cerrado.

Ni nos cobró las ultimas sesiones y se fue feliz dándome su numero de teléfono, lo metí en el cajón del números de todas, las enfermeras que nos atendieron, la chica que traía la compra del super y me vio desnudo pasando por delante de ella, la vecina de enfrente que llamó a la puerta para saber que eran esos gritos y al abrir Eleonor, vio de fondo como me follaba a Ana y a la fisio, las chicas de mi trabajo, la encargada y las otras 2 chicas monas……etc. No se por que los guardaba, no los necesitaba, pero me parecía una falta de respeto hacia ellas no hacerlo, y así mantenía a Ana a raya con los celos.

Durante esas semanas me dio por pensar, sobretodo en la cama, aunque nuestras cosas estaban en la habitación de abajo, dormíamos los 3 en la cama de Eleonor, tiraron la vieja cama de su marido y compramos una cama enorme, de 3×3 metros, nos daba para dormir yo y mi corpulencia, Eleonor y sus curvas, el cuerpo de Ana mas menudo, y aun nos sobraba cama por todos lados. Mas de una noche le tuve que pedir a alguna que me la chupara, dormíamos desnudos por el calor, sin sabanas ni nada, y tener a esas 2 hembras al lado no era bueno para mi, llegaba a salirme de la habitación y darme una chapuzón en la piscina al aire libre a las 4 de la mañana. Como decía, pensaba mucho, al inicio en mi descontrol, Ana aun tenia magulladuras en el culo, la espalda y las tetas, de aplastarla contra aquella pared de cemento. ”Heridas de guerra” decía.Luego mi pensamiento fue cambiando, y volví a caer en que aquellas 2 mujeres se llevaban muy bien, exageradamente bien, y me recordó la sensación de que estaban aliadas, y ahora si me interesaba pensar en ¿desde cuando y con que fin? Podía ser desde hacia poco y con el único fin de follárme a las 2 sin problemas, pero mi instinto, ese que te inculcan las madres, de tener cuidado y andar con pies de plomo, me llamaba, aunque desechaba la idea, Ana era mi amor, mi vida, pero se había convertido en una chica peligrosa, le había enseñado demasiados trucos, Eleonor era candidez en persona, era dulce, amable y agradable, a la vista y al oído, tan buena gente que la idea de que Ana la manipulara a mis espaldas se me pasaba a menudo por la cabeza, ella sola no era nada, pero era muy maleable.

Fui abandonando ideas según me iba recuperando, y volvíamos a follar, 1º con Eleonor, la mas entera, las primeras veces solo estaba quieto y la dejaba hacer, y os lo juro, esa mujer sabia mover las caderas, me sacaba la 1º corrida sin dificultad y la 2º ya era una temeridad, desmontaba exhausta y terminaba el trabajo con la boca, junto a Ana. Aguardamos un tiempo prudencial hasta volver a tener relaciones sexuales con Ana, pero una vez empezadas, su coño era lujuria, y con el paso de los días volvió a abrirse el culo ella sola ante mis reticencias, pero yo era un consolador, estaba quieto y las dejaba hacer.Volvían a estar en forma, y yo no podía con ambas, no en ese estado, di gracias a dios por que terminó el verano y Ana regresó a la universidad, al menos tenia las mañanas para ocuparme en exclusiva de Eleonor, lo cual aprovechaba para ir cogiendo tono, y bien que lo disfrutamos, sin llegar a ser como con Ana, debo reconocer que follar con Eleonor era una delicia, y no solo follábamos, mas de un vez me descubrí haciéndola el amor, parece lo mismo pero no lo es, la formas, las palabras, las caricias y los ritmos eran diferentes, y me gustaba.

En una de esas mañanas ella insistió en que la abriera el culo de nuevo, desde la ultima vez que me la follé antes de irme con Ana, no se lo había abierto nadie, así que se cuadró a 4 patas y la hundí en su Ano, muy sencillo ante una hembra de ese calibre, pese a la inactividad sus caderas abiertas, del embarazo y nacimiento de su hija, no otorgaban menor resistencia, y si mucho placer, clavó las 20 uñas en la cama cuando mi 2º corrida la llenó hasta casi hacerla sacar semen por la boca, estaba recuperando el tono. Esa misma tarde nos acostamos los 3 en la cama, con el cuidado de esas fechas, ellas sin querer tocarme mucho, pero me sentía fuerte, me recosté de lado y acaricié a Ana hasta que mi rabo se perdió entre sus piernas, la estaba follando y a gran velocidad, sus alaridos despertaron a Eleonor, que sonreía ante el regreso de su macho, por 1º vez en un mes me atreví a sacar a la bestia sedienta de carne de su cueva, y acudió encantada a la cita, destrocé a Ana en menos de 40 minutos, lo di todo, del ultimo empujón la saqué de la cama, y sin importarme mucho lo que la ocurría, ataqué a Eleonor, ya abierta de piernas masturbándose, la hundí hasta el fondo de su coño húmedo, y ya no gritaba o se sorprendía, tenia la misma cara de lujuria que ponía Ana, fui perforando sin descanso hasta notarla desvanecerse en un sin fin de orgasmos durante la hora que tardé en correrme en su interior, pero al tumbarme algo cansado deseando acavar, ya tenia a Ana encima de nuevo, frotándose hasta ponérmela dura de nuevo, lo que yo quería y lo que quería mi pene eran cosas diferentes. Sin mucho cuidado, me montó a horcajadas metiéndose mi miembro por el ano, era increíble, era como si haberse roto algún vaso sanguíneo del recto ahora su anal fuera mas sencillo, y lo aprovechó, ella sola me sacó la 2º corrida en media hora, donde esta vez era yo al que le costaba mantener la batalla, tuve que llevar mis manos a su coño y acariciarla bien el clítoris para llevarla al éxtasis. Cuando me creía a salvo con Ana tumbada encima de mi sudando y riendo por igual, Eleonor saco mi polla del culo de Ana y la engulló hasta ponérmela tiesa, “maldita traidora” le gritaba a mi entrepierna, estaba agotado y ella seguía levantándose de la lona. Eleonor empujó a Ana para hacerse sitio y metérsela por el coño, acariciando y tonteando con Ana mientras me follaba ella a mi, yo no podía moverme, solo estaba allí como espectador, toda mi energía se concentraba en mantener mi polla tiesa, y no se cuanto duró, me pareció una eternidad, hasta que Eleonor logró sacarme con gran esfuerzo el 3º de la tarde, me dio lo justo para girarme y tirarlas a la cama juntas, riendo y besándose, saboreando con sus dedos el sabor de los fluidos de sus vaginas, manchadas de emanaciones y semen.

Fue cuando me di cuenta de mi error garrafal y primario, ellas 2 eran demasiado, y si quería continuar con la relación de ambas, no podía volver a ser yo solo, ambas demandaban una capacidad física que yo no tenia, ni en ese momento, ni antes de la lesión, y solo de follar, aunque fuera fuerte y marcara músculo, no aguantaba, a 1 si, incluso a 1 de ellas y a otra no muy entrenada, ¿pero a esas 2 bien entrenadas y fogosas?, imposible.

Pasados 3 meses follando juntos ambas querían tanto de mi que tuve que hacer lo que nunca quise, me odié a mi mismo para siempre y fui al lugar al que me juré que nunca iría…………..a un gimnasio.Ya había ido al de Eli, pero eso fue 1 mes y como recuperación para mi lesión en el pie, aunque entrené de todo menos el pie, ahora acudí a un gim cercano a casa y pagué porque me pusieran a tono, no quería ser una maquina musculosa artificial incapaz de girarse para limpiarse el culo, lo dejé claro, necesitaba resistencia física y ejercicios aeróbicos, centrados en la resistencia, la potencia y la fuerza ya las tenia. Lo 1º que me dijeron es que tocaba correr, odio correr, y mas si es solo por el simple hecho de correr, si lo hacia jugando al fútbol o a algún deporte, me lo pasaba bien, ¿pero correr sin mas? Aburrido y agobiante. Aun así con un grupo por las tardes salíamos a correr, luego hacíamos bici estática y clases de fortalecimiento del músculo, no para hincharlo si no para hacerlo fuerte y elástico, resistente. Cambié algo mi dieta descuidada, no mucho, solo mejoraba los nutrieres y consumía mas calorías de las buenas, las que te dan energía y no las que se pegan a tus venas, no me cuidaba en absoluto hasta ese momento.

Sorprendentemente, al mes y medio de estar allí, mi capacidad física no solo llegó al punto previo, si no que mejoró, era de los mas en forma del gimnasio, con mejores capacidades en resistencia, fortaleza y duración, cuando me empeño en algo soy imparable, había gente mucho mas preparada que llevaba años entrenando, pero no les andaba lejos. Como me advertían, el ejercicio se volvió adictivo, según sabia, el ejercicio físico continuado, genera endorfinas, una de esas sustancias dopantes del cerebro, que te hace sentir feliz y contento. Por lo tanto, yo, el gordo que odiaba correr, que detestaba al capullo de las 6 de la mañana que salía a correr cuando yo volvía de fiesta y se había prometido no ser un payaso de gim nunca, ahora se sentía mal si un día no podía salir a correr o iba al gim. Dejé de ir pasados 3 meses, 1º por que me decían que allí no hacia nada, si no empezaba con trabajo de aparatos y ganar musculatura, lo cual un monitor se afanaba por convencerme, podía seguir con mis rutinas en casa, 2º , por que la ropa ajustada y ceñida del gim no favorecía en nada pasar desapercibido, pese a llevar los slips, era inevitable que se me marcara el pedazo de polla con el movimiento, con mi facilidad de amistades, el monitor se reía conmigo, hacíamos bromas, el nº de mujeres que salían a correr con nosotros había aumentado desde que iba con ellos, el nº de mujeres que cambió su horario para coincidir conmigo era asombroso, incluso 2 monitoras esculpidas por el ejercicio andaban detrás de mi, Ana me acompañaba alguna vez, dejó de ir por que las miradas de todas la ponían encendida de celos, y eso solo envalentonó a unas cuantas que trataron de acostarse conmigo, la mas tímidas me daban su numero, derecho al cajón en casa, “necesito un cajón mas grande” sonreía al meter cada día 2 o 3 papelitos. Las mas osadas se exhibían sin pudor delante de mi, se peleaban por hacer pareja de ejercicios conmigo en los calentamientos o tomar mejores posiciones ante mi mirada, me acompañaban luego en la salida, casi raptándome a tomar café, cuando odio el café, pero no las quería hacer el feo, alguna me caían bien, otras no, pero me regalaban tetas aprisionadas sudorosas o culos envasados al vacío, eran un aperitivo, había un par hasta a las que las metía mano en los ejercicios, claramente además, solo eran juegos para mi, juegos inevitables, por muy enamorado de Ana que estuviera, si te piden ayuda en un tirón en el glúteo de una mujer de 35 años que pasaría por una de 16, metida en una prenda elástica 2 tallas mas pequeña, sin ropa interior y marcando el sudor, y lo que no es el sudor, pues vas y la ayudas. Nunca paso de allí, y eso que ver a una de la monitoras duchándose a ultima hora, cuando iba yo solo, “equivocándose de baño” repetidamente, y seguir acariciando su cuerpo con el agua delante de mi, me daba para mas de una infelicidad, pero me resistía, sabia que lo que tenia en casa era mejor, y mas aun cuando se lo contara, Eleonor se reía, Ana se ponía roja de rabia, y luego en la cama se reafirmaba.

Un monitor me dio una tabla de ejercicios y consejos para seguir en mi casa, salir a correr o en bici, me compré una maravilla de 500€, eso lo podía hacer por la calle, con unas simples series por la mañana, de no mas de 20 minutos, mantenía el tono físico logrado de sobra. No es que ahora fuera una maquina, había cientos en el gim con más músculos que yo, alguno daba grima de lo grande y lo tonto que era. Como repetía, mi físico no cambió casi nada, menos grasa acumulada y músculos mas fibrados, pero de aspecto idéntico, era por dentro, me notaba mas ligero, mas ágil, mas rápido y mas veloz, y todo ello hacia que mis esfuerzos me costaran mucho menos, antes al correr 10 minutos seguidos tenían que llamar a emergencias, ahora podía estar hora y media sin notar demasiado el esfuerzo, o hacer 30 kilómetros en bici, según me dijo el monitor, tenia el molde físico para hacer lo que me diera la gana, supongo que buscaba que me quedara mas tiempo, pero no podía evitar creérmelo, 1,92 de altura, 90 kilos y un índice de grasa corporal rozando el mínimo, ahora me importaban esas cosas, espaldas anchas y fuertes, grandes dorsales, vientre en relieve marcando la tableta como nunca pensé que era posible, unos pectorales descomunales, brazos fuertes y torneados, y lo mejor de todo, mis piernas, los gemelos los tenia que trabajar mas, pero los muslos, eran un obra de arte, grandes, fuertes, tensos y fibrados, de futbolista, de velocista, al andar o correr retumbaban como las tetas de Ana, pechos de adolescente, firmes y bien colocados, que ceden al movimiento lo justo para temblar y recuperar su posición inicial rápidamente. 17 años soportando mi gran peso, y otros 2 años follando sin parar apenas, en 3 meses estaba que podía presentarme a unas Olimpiadas, y no hacer el ridículo, en bastantes disciplinas.

Eso si, me lo guardé, volvíamos a follar como antes, las seguía dejando pensar que me mataban las 2, y aunque era cierto, a partir de la 3º corrida yo me notaba aun con fuerzas, pero me contenía, iba a ser un regalo, ellas me notaban mas contento y feliz, las dudas y miedos si disiparon, había sido un trauma que para Navidades quedó como un recuerdo lejano. No puedo describir todas como merecen, serian mas de 10 relatos, y tampoco una que resumiera todas, podíamos arrancarnos a follar en cualquier momento, cualquier día y entre cualquiera de los 3, Luz, la cocinera – limpiadora, nos pillaba la mitad de los días follando, en la piscina, las habitaciones o la cocina, me había visto el rabo mas veces que mi madre, pero su actitud era jovial y divertida, gastándome bromas sobre mi “cacharro”. Eleonor disfrutaba de las mañanas, tenia ganado ese terreno ante Ana que tenia que irse con cara tediosa a la universidad, entre besos, roces, caricias y sexo podía estar 6 horas con ella en la cama hasta que Ana volvía, allí le dedicaba la tarde a ella mientras Eleonor salía a dar una vuelta, quedaba mucho con mi madre últimamente, le gustaba volver a tener vida social activa. Por las noches era demoledor, con las 2 en la cama, daba igual quien fuera, saltaba un chispa y los 3 cedíamos a la pasión, la bestia, aquel animal arrollador que sentía que podía matar a cualquiera, no era nada para ellas 2, la conocían de sobra y disfrutaban de ella, no recuerdo un día entero de noviembre en que no me follara sus 2 coños, sus 2 anos y sus 2 bocas, cada día.

Vivía en el paraíso, y ellas también, tenían a un hombre que las follaba como un dios, y las trataba con dulzura, amor y cariño, Ana era mi novia, pero miraba recelosa como Eleonor se ganaba mis carantoñas también, era incluso mas dulce y amable que Ana, su forma latina de hablar y moverse me atraía, mas que Ana, era la novedad, supongo, y sentía en mi interior como algo crecía hacia ella, se lo comentaba a Ana, que no muy contenta, lo achacaba a imaginaciones mías y al saber hacer de Eleonor. En una de las noches mas frías de diciembre, acercándonos a Navidades, ya arropados y con prendas de abrigo de noche, después de estar casi 4 horas haciendo el amor con ambas, hablamos de las fiestas, de lo aburridas que serian con solo nosotros, o lo sola que estaría Eleonor en esa casa si nos íbamos a celebrarlo con amigos y familia, con Yasmine fuera dándose un festín de cultura con su novio por medio mundo, las ultimas noticias eran que andaban cruzando China. Así que se me ocurrió, que en vez de celebrarlo cada cual en su casa, las cenas y demás podíamos hacerlo en familia, pero luego montar una fiesta en el ático, Ana accedió, a Eleonor casi le da algo de la ilusión, un fiesta en su casa, casi podía oír sus pensamientos en la cabeza organizándolo todo mientras sonreía.

La idea fue sencilla y fácil de llevar a puerto, Navidades la pasaríamos en casa de mi familia, venían la madre y la abuela de Ana a verla desde Granada, invité a Eleonor a nuestra fiesta familiar a la que acudió encantada, pero fin de año seria la gran noche, la fiesta seria en casa de Eleonor, o mi casa, no sabia como llamarla, la mas grande y ostentosa, Eleonor insistió en que la dejáramos pagar a un servicio que los asistiera toda la noche, y estos insistieron en que para tener la casa lista, la cena no se podía producir allí para darles tiempo a tenerlo preparado, así que con algo de ayuda decidimos hacer la cena de fin de año en la casa de estudiantes, era grande y tenia un salón enorme, allí cabríamos todos de sobra y con una gran cocina, mi madre y alguna otra se animaron a preparar la cena de todos, incluyendo familiares de cada uno de los presentes, mi familia y la de Ana, Eleonor, y los estudiantes, hasta invitamos a Luz, la sirvienta y a su marido e hijos. Después de la cena tocarían las campanas de fin de año y sus 12 uvas tradicionales en España, después un descanso con preparativos y a la 1 de la mañana empezaría la fiesta en casa de Eleonor, ¿que podía salir mal?

Llegó las Navidades y antes de salir hacia casa de mis padres le tuve que pedir a Eleonor que su pusiera algo mas recatado, su escote de vértigo y sus caderas al aire con unas transparencias podrían provocar cosas indeseables, como que mi padre sufriera un ataque, o peor, que mi madre le pillará mirándola y los matara ella misma. Con ir como solía ir siempre, bastaba, pese aprender a amar los placeres de la comodidad más que de la belleza, su forma de vestirse era siempre como para ir a un cóctel de alta alcurnia. La cena fue un escándalo de diversión, por 1º vez en mucho tiempo era Raúl y nada mas, echaba de menos a mi familia, las riñas con mi hermana, las broncas de mi madre y el pasotismo severo de mi padre, lo recuperé en una sola noche, regresando a ser la persona que era antes de la operación, y me gustó la sensación, gastando bromas, riendo, hablando y rememorando. Mi madre se olía la tostada, desde el 1º día al irme a vivir al ático, sospechaba que me follaba a Eleonor, y no solo a Ana, y esa noche lo pudo confirmar, anteriormente os dije que mi madre , como todas, casi desarrollo un detector de mentiras, era tremendamente audaz a la hora de leer entre líneas y ver lo que nadie veía, y las miradas de cariño y afecto de Eleonor y mías no pasaron desapercibidas, en privado me rugió como una leona a su cachorro, solo la sonreía y le decía que era feliz, ¿que mas podía querer para su hijo?. Desde ese día mi madre miró con otros ojos a Eleonor, pero de eso ya os hablaré. Cenamos, reímos, bailamos, jugamos e hicimos el tonto hasta altas horas de la mañana, fui a por churros con chocolate para todos al amanecer, en el coche de Eleonor, bueno, en uno de ellos, ella no tenia carnet y tenia una flota de vehículos impresionante, usábamos un coche alemán grande carisimo y forrado en piel. Nos acostamos a eso de las 8 de la mañana en mi viejo cuarto, mis cosas del piso de estudiantes se quedaron allí, entre otras mi vieja cama, por la propia seguridad de todos, dormí solo en el salón, alejándome lo mas posible de ellas. Por la mañana aparecieron un montón de regalos de la nada, nos gustaba esa sensación y jugábamos a colocarlos mientras el resto dormía, hubo de todo, mi familia me regaló sobretodo ropa, Ana un reloj y Eleonor sin mas me dio las llaves del coche, con los papeles a mi nombre a falta de mi firma. Traté de negarme a recibirlo, pero ya estaba hecho, le habían concedido ya la propiedad de varias casas y coches y me lo regaló, un coche de unos 50.000€, el que me compré con Teo lo tenia el, ya que siempre usábamos el de Eleonor, así que, la di las gracias y la susurré al oído palabras de agradecimiento.

Quedé en ridículo , estaba tratando de no meter mano a los 40.000€ que me quedaban en el banco de Madamme, y mi sueldo no daba para lujos, detalles a mi familia, Ana recibió un juego de pulseras, collar y pendientes de plata, a Eleonor no sabia que darla, con mínimo 50 millones a su disposición, ¿que le das a una mujer así? no se me ocurrió nada mejor que una bonita foto de Ella y su hija, enmarcada en un bello marco, aquella tontería la hizo romper a llorar de felicidad.

Según llegamos a casa, después de comer con la familia, Eleonor se me echó encima y me besó con mayor pasión de la que jamas la había notado, “me has dado el mejor regalo de todos, una familia”, fueron sus ultimas palabras en mas de 4 horas en que me tuve que contener por no desatarme con ella, Ana casi ni participó, no aguantaba la ferocidad de ambos. Ya pasada la tarde y algo mas descansado, dejé a Eleonor en la cama sonriendo pero agotada, aun jadeaba horas después de acabar, retorciéndose entre las sabanas sudorosa. Ana estaba abajo con los morros largos, la di mimos y caricias hasta que sonrió un poco, no le gustaba nada que Eleonor la superara en la cama, pero objetivamente era así, como sospechaba, casi 6 meses de follar con Eleonor a diario la tenían bien entrenada, y siendo sinceros, era mas mujer que Ana, sus caderas y su forma de moverse eran naturales, no aprendidas como Ana, y su aguante era mejor, presentaba batalla mas tiempo y me sacaba erecciones con mayor facilidad. Ana lo sabia y no le gustaba, mas de un berrinche de celos me montó, pero tan cierto era que Eleonor era mejor en la cama, como que yo amaba a Ana solamente, lo de Eleonor era diferente, casi como fraternal, me sentía responsable de ella. Podría haber zanjado el asunto, pero el duelo de divas en la cama me estaba volviendo loco, y con 20 años no las iba a detener, solo gozar.

Fin de año, esa fecha mágica, la noche previa llevé a Ana y Eleonor a la puerta del sol de Madrid, donde cientos de personas se agolpan para hacer un ensayo de las campanadas del día siguiente, gente que estará con sus familias y no podrá hacerlo, ya había ido alguna vez con amigos así que las preparé bien, solo es un ensayo, pero muy peligroso, las risas, los festejos y el alcohol llenaban las calles antes de llegar a la plaza, la sidra corría por todos lados según llegaba la hora y adentrarse en la plaza era criminal, zapatos cómodos, bien abrigadas por el frío y con los objetos de valor metidos por dentro de las prendas. Jamas había visto brillar unos ojos como cuando vi a Eleonor disfrutar de aquel caos, con gente bebida o drogada apretujada una contra otra, controles policiales que no daban a basto, cánticos y gritos, chicas desmayadas sacadas a hombros……….Fuimos las 2 y yo, junto a Teo, Manu, Alicia, Lara y la compañera de piso nuevo, la canaria Naira, que alucina tanto o mas. Suelo coger el rol de guardaespaldas, no bebo y soy muy corpulento, además me gusta, así que saqué de encima algún borracho que se pasaba de la raya apretándose contra alguna de mis acompañantes, a uno le retorcí la muñeca, estaba metiéndole yo la mano en el culo a Ana cuando otra mano que no era mía se puso encima de mis dedos, un beso de Ana me templó los nervios al darse cuenta de cómo giraba la mano de aquel viejo verde, que se reía a la vez que se le endurecía el rostro del dolor, bebido pero listo al elegir un culo que palpar, pese a mis recomendaciones, Ana iba con un abrigo corto y una falda elástica ceñida a media pierna y unas medias térmicas, con el roce de la gente, y mas de la gente resabida, se le subía constantemente la falda. Al llegar a casa pasada la media noche dejé a Eleonor abajo, se había pasado con el alcohol, el tramo del garaje a casa la llevé en brazos al no poder andar con sus tacones, ni sin ellos, al dejarla en el sofá se quedó frita a los pocos minutos.

Ana andaba juguetona, con su rival fuera de juego tendría toda la noche para ella, y asi fue, me dedicó un leve baile erótico, verla quitarse esa falda me volcó el corazón, no se por que, la había follado y visto desnuda mas tiempo que vestida, pero verla desnudarse me excitaba. Me levanté a por ella, la cogí con firmeza pero ternura y la fui besando hasta arrinconarla contra una pared, mis manos recorrieron todo su cuerpo desnudándola la poco ropa que quedaba, besando la piel según aparecía, su vientre se erizó al sentir mis labios, casi ni recordaba el tiempo que no lo usaba con ella, me arrodillé entre sus muslos y ella levantó un pierna pasándomela por encima del hombro, dejándome su coño ofrecido, fue un placer sentir y oler su calor, apenas lo rocé tembló y río nerviosa, según mi boca iba rozando y chupando sus labios mayores, su cuerpo se retorcía como anguila, me agarró del pelo como si fueran las crines de un caballo y movía su cadera levemente para dejarme mejor posición, mi lengua curiosa rebuscó hasta encontrar el clítoris hinchándose, trabajé su piel con cuidado casi ceremonial, y eso solo encendía mas a Ana, que gemía de gusto, lo sabia la veía revolverse el pelo de pasión y darme pequeños tirones de mi cabello cuando la excitaba demasiado cortándola la respiración, se repitió un par de veces hasta que mis dedos empezaron a hurgar en ella, eso la volvió loca y se corrió a los minutos. Me fui elevando por su cuerpo desnudo besando cada zona, cuando llegué a su pecho, mamé de sus pezones como si fuera un recién nacido, Ana se apoyó en la pared y me rodeó con las piernas cuando subí todo mi cuerpo para besar su labios jadeantes, quedando colgada de mi, como me gustaba, su mirada era deseo, sus ojos destellaban aquel verde escondido en ellos, suena tópico pero fue su mirada la que provocó mi erección, golpeando su trasero como pidiendo paso, fue ella misma la que hizo fuerza para elevarse y dejarla paso en su interior, tan abierto lo tenia que no hacia falta dirigir, se dejó caer levemente para sentir como la llenaba despacio, gemía mirando al cielo, besándome casi recordando que yo estaba allí cambien de vez en cuando. No me movía, su cintura y sus brazos lo hacían todo, alternaba cabalgar al mejor estilo, con giros de cadera, su 2º y 3º orgasmo casi me la sacan de encima. Ahora me apoyé yo contra la pared y moví mi cintura, pidiendo mi turno, Ana no cedía, reía burlona, volví a arremeter, sacándola un grito de placer, al 3º arreón Ana se quedó quieta con los ojos en blanco mordiéndose el labio.

Era mi señal, ataque con todo, no tenia reparo alguno ya con sacar a la bestia y desatarla, muchas veces, antes de mi paso por el gim, la bestia salía escaldada de aquellas 2 mujeres, pero ahora solo estaba 1 y el animal era mas fuete que antes, su solo inicio hizo que Ana me abofeteara sonoramente sacándome una sonrisa ante su poco daño, mirando como Ana ponía la boca de forma extraña, sacando los labios haciendo el mono, mientras me miraba fijamente respirando al ritmo de mis acometidas. Yo apretaba laos labios para generar más tracción y velocidad. Ana desistió de su ejercicio de aguante a los 10 minutos, y se dejó llevar al paraíso, se corrió mas de 5 veces , 2 de ellas como una fuente antes de desistir de aquello, podía notar su suplica en los ojos antes de correrme, pero le di la pequeña sorpresa, subí el listón al máximo con mis músculos trabajados y la rematé 5 minutos finales en que creo que se desmayó y volvió en si de la impresión, sus pechos ya no podían seguir la inercia de mi cadera, casa uno botaba al son que podía, los chorros de semen elevaron a Ana sobre los cielos, gritando y maldiciendo, abriéndose de brazos contra la pared arañando la pintura. Agarré a Ana que reía alterada, sin fuerzas, la dejé en la cama con suavidad, mirándome con los ojos abiertos, sorprendida, hasta yo lo estaba, en mi 1º corrida había destrozado a Ana, algo nada, nada, nada fácil. Su pelvis se contraía con espasmos que la hacían recordar mi verga en ella.

Eleonor entró en la habitación, totalmente borracha con solo un zapato en la mano y una teta fuera, pidiendo su turno, no quería, estaba muy borracha, hasta me dijo que no se me olvidara el condón, cuando llevaba meses follándomela a pelo de mil maneras, la di un par de besos mientras la desvestía, y la ponía uno de sus picardías, en invierno Ana volvió a sus corpiños elásticos, el edredón y yo era suficiente calor hasta para una friolera como ella, mientras que Eleonor y sus corpiños de alto encaje la hacían la competencia, generalmente por que solía llevar el corpiño solamente. Nos dormimos profundamente, por la mañana comimos algo y planeamos el día, me dijeron que después de media noche querían ir a casa antes que yo para darme una sorpresa, accedí antes de marcharme, me fui con mi traje, el de Eric, me lo había probado y me quedaba horriblemente mal ajustado, así que llamé a Eli que se alegró de oír mi voz y me dio el numero de Paula, la ayudante de Eric con grandes pechos, que se pasaría por el taller para echarle un ojo. Las avisé a ambas de mi flirteo previo con Pau, fue llegar, verla fuera del taller y saber que iba a pasar algo, estabamos a 4 grados en la capital, a las afueras donde estaba el taller a unos 0 grados con viento frío y sin rastro del sol, y aun así acudió al coche con un escote grotesco, embutidas las 2 tetas en un cuero que soportaba de milagro, y al andar detrás de ella un pantalón ceñido de piel, contoneándose gustosa, había perdido algún kilo sobrante, seguía quedando mas que quitar pero estaba mejor de lo que la recordaba y sus enormes tetas me llamaban, la muy ”tímida” abría una puerta y se quedaba en mitad del marco para obligarme a pasar por delante de ella rozándola, a la 3º me quedé plantado notando sus pechos en mi vientre, levantó su mirada enrojecida mordiéndose el labio al notar mi polla flácida sin slips marcándose en su muslos.

-YO: ¿hemos venido a arreglarme el traje o a follar?- se sonrojó aun más, su mirada brillaba en la oscuridad del taller.

-PAU: lo que tu quieras.- muy lejos quedaba ya nuestro 1º encuentro, analizándola fríamente como me enseñó Eli, como seguía haciendo en mi mente aunque sin llevarlo a cabo, solo por diversión, ahora no tenia a un chiquillo avergonzado delante, si no un hombre capaz y viril.

-YO: solo he venido por el traje- me agaché a besar sus labios apretándola aun mas contra el marco de la puerta – y puede que me folle tus tetas, pero no pasaremos de ahí, soy un hombre comprometido.- se le torció la vista desilusionada, podía pensar que quizá si me calentaba mucho, o usaba alguna treta………… pero mis ojos y mi voz no temblaban, era un témpano de hielo que la hizo comprender que no había mas.

Me desnudé por completo, dejado mi esbelto y trabajado cuerpo ante ella, casi olía su coño rezumar al verme, me tomó las medidas siendo lo mas profesional que pudo, aprendió de Eric a coger bien las medidas, Eric estaba de gira por medio mundo, desde que mi traje le devolvió al 1º plano en la fiesta de Eli, no paraba de trabajar. Pau, uso el viejo turco de pegarse las tetas juntando los brazos ante mi, botando, para calentarme, pero no hubo respuesta, mas que una leve sonrisa de mi parte. Mas triste, cogió las medidas y se fue con el traje a arreglarlo, cuando volvió y me lo puso casi me caigo al suelo, era un guante otra vez, como el día que lo estrené, pero aun mejor, yo era mejor, tenia mejor cuerpo y mas atractivo, el traje lo hacia ver, solo con verme sentí orgullo de mi y mi trabajo en el gim, tan agradecido estaba que cuando me lo quité empotré a Pau contra el suelo y la rompí al ropa para comerme las tetas, reía sin parar ante mi ferocidad, eran los pechos mas grandes que había tenido nunca en las manos, eran mas grandes aun que los de Lara, pero al ser mas mayores y de mas edad ella, caían, tumbada no se notaba nada, metí mi polla tiesa entre ellos después de jugar unos minutos con ellos, y literalmente me follé sus tetas, le daba golpes con el glande en la barbilla, por mucho que apartara el rostro, seguí un buen rato acelerando hasta correrme, todo el semen fue a su cara, sentí poder sobre ella en su mirada, que suplicaba sexo, y me aproveché.

-YO: vas coger las medidas de hoy y vas a hacer unos cuantos trajes más para mí, diferentes pero del mismo estilo, dile a Eric que son para mí, o no le digas nada, tu sabrás, pero si no me cobras nada puede que cuando los recoja te folle como dios manda.- sintió casi como un perro obediente.

Me vestí cogí el traje y me fui dejando a Pau limpiándose la cara, me fui a comer a casa de mis padres, así al acabar les llevaría a la casa de estudiantes, llevando a la familia y las cosas que utilizaría mi madre para la cena. Además, yo no bebo, era mejor opción para retener a mi padre, que si bebía, y que no cogiera el coche, nunca bebió de más, pero los controles de alcoholemia son estrictos. Mi madre y mi hermana fueron vestidas normal, pero con bolsas y maletas con ropa y maquillajes para la fiesta, mi padre salió como siempre, la verdad, siempre ha estado arreglado con cualquier tontería que se pusiera encima, y marchamos hacia la casa de estudiantes, otro ático, pero esta vez menos lujoso, estaba lleno de gente, casi no se podía pasar, entre grupos de amigos y familiares, saludos risas y conversaciones, hasta las 7 de la tarde, allí mi madre , como no, cogió la batuta de la cocina y nos sacó a patadas de allí a todos menos a alguna madre que también quería colaborar, acatando sin saberlo el oficio de ayudante de cocina, la forma de hablar y comportarse de mi madre en esas cosas eran irrevocables, ella mandaba, sabia hacerlo de forma cómica y cariñosa, pero lograba que se hiciera lo que ella quería. Fue llegando mas gente aunque ni sabíamos donde los íbamos a meter, a la hora de la cena casi 40 personas, no se como entramos todos en el salón, creo que mi madre tiró un muro o algo, no era posible, pero así era, apretados como sardinas, pero la mesa puesta y todos sentados, Ana se fue con Alicia y Lara, yo con los chicos y Eleonor con el grupo de madres, casi ni nos cruzamos en toda la noche, mas que alguna mirada fugaz, o algún beso robado a Ana lejos de miradas curiosas, su familia estaba allí y no sabían nada de lo nuestro. La cena una bendición que saco aplausos a las cocineras, aquello le hacia sentir mas orgullo a mi madre de lo que hubiera sentido al verme sacarme un doctorado. Reímos, vibramos, charlamos comimos hasta reventar, llegando a la hora final, las 12, con sus campanadas en la TV, tragando y atragantándose con las uvas, los gritos, los petardos y fuegos artificiales de las calles, sentí unas ganas enormes de romper una mesa y cruzar el salón para besar a Ana, que me miró sabiéndolo, y mi madre nos miró a ambos pidiendo cautela. Nos hicimos fotos, nos dimos saludos, algún beso de mas y recogimos la cocina entre varios, charlé con Teo, las cosas iban mejor con Alicia, pero seguían sin ser como antes, la relación entre Alicia y el nunca volvería a ser igual, y ahora lo sabían.

Las mujeres desaparecieron, todas encerradas en grupos en los cuartos con baño, dándose duchas rápidas, vistiéndose y maquillándose, Ana y Eleonor se despidieron cortésmente antes de irse, las salí a despedir al ascensor, donde besé a Ana con ternura y a Eleonor con pasión, ambas se quejaron, les iba a estropear el maquillaje y el peinado que se habían ido a hacer a una esteticista aquella mañana. Al volver mi madre tuvo que limpiarme el carmín de la cara antes de generar preguntas, esperé con calma que un baño se quedara libre, queda feo, pero había comido demasiado y tenia unas ganas de ir al baño a hacer aguas mayores increíbles, evacué y me di una ducha limpiadora. ”Casualente” 5 de las chicas mas monas y solteras del grupo entraron descuidadamente cuando me duchaba o me estaba secando desnudo, la 1º me asusté, la 2º increpé, a partir de ahí solo me dejaba comer con los ojos, la helena mayor de Alicia, la estudiante de canarias, la madre de Teo, la hija de Luz la sirvienta y otra señora que no se quien era, alguna tía o cuñada de alguien que conocía, 3 me pillaron desnudo con el rabo fuera y las otras se quedaron mirando mi cuerpo, mientras me tapaba, descaradamente, no recuerdo el orden. Solo se que al salir de allí tenia un par mas de números y notitas en mi ropa, la que me sorprendió no fue la de la canaria, si no la de la hermana de Alicia, una chica que ya apareció en la mudanza, Mara, una mujer 5 años mayor que yo, habíamos tenido mucho trato en el pasado, pero era una persona seria, mandona, algo borde y desagradable de carácter, quizá por eso salía con nosotros los amigos de su hermana pequeña, por que no tenia amigos de su edad, nuestra relación siempre había sido un desastre, yo era abierto, atrevido, grotesco y evidente, mientras que ella era una mujer cauta, vergonzosa e introvertida, eso chocaba contra mi forma de ver la vida, creo que nos caíamos bien, pero jamas pensé que se interesaría por mi. Ahora tenia una nota suya diciendo que la llamara cuando quisiera charlar, si, ya………….charlar. Guardé las notas para llevarlas al cajón rebosante de mi cuarto, y me vestí con el traje, volvió a sonar la puerta, me giré pensando en quien seria esta vez, pero al ir sonar la puerta me calmé, era mi madre preguntando cuanto tardaría, que estaban todos listos ya, que cabrones, metiendo prisa, apenas llevaba 10 minutos en el baño, y alguna se había tirado 50 minutos repeinandose. Mi madre me vio con el traje a medio poner y se quedó maravillada por como me quedaba, os comenté, creo, que había sido costurera.

-MADRE: avísame cuando vayas a salir, quiero hacerte unas fotos.- salió disparada riéndose, siempre hacia eso, quería tener documentado cada detalle relevante de nuestras vidas.

Avise con tiempo, y sabiendo que mi madre ya habría dado la noticia, y estarían todos o esperando mi salida o con cámaras en la mano, salí de golpe con pose de modelo, sacando las carcajadas de todos, comencé a andar exagerando los movimientos y poniendo poses de afeminadas, abrochando y desabrochando la chaqueta del traje, había risas si, pero mas de 1 de 2 y de 3 mujeres aplaudían con la boca abierta y alguna se mordía el labio o se relamía, me fijé en Mara, la hermana de Alicia, la cogí la mano y la besé con caballerosidad ante los vítores de Manu y Teo, ella reía por fuera pero sus ojos castaños echaban chispas. Antaño tal ejemplo de desvergüenza y tontería, la hubiera hastiado, pero ahora le encantaba, que falsa es la gente dios mío.

Salimos a tropel a las calles, los petardos y los fuegos artificiales asustaban a la gente, los gritos y cánticos que salían de las casas llenaban el corazón de felicidad, que absurdo que un cambio de dígito en el calendario mueva tanto, las calles abarrotadas de gente vestida de fiesta acudiendo a citas y locales, algún coche pitando de jolgorio, mirando como alguna chica de nuestro grupo, o de otros, iba demasiado atractiva para ir por la calle cerca de la 1 de la mañana del 1 de enero, a 1 o 2 grados, con mini faldas, escotes y de mas vestidos, que por no arrugar, iban sin abrigo, le cedí mi abrigo a la canaria, su cuerpo acostumbrado al calor tropical de su tierra y su vestido amarillo con la espalda al aire la estaban haciendo tiritar aunque no le faltaban 2 o 3 muchachos que la daban su calor. Hice lo propio con ni chaqueta, se la iba a dejar a Alicia que estaba en una situación similar, pero Teo respondió antes, creo que como correspondía, asi que mi chaqueta fue a parar a Lara, dios, la echaba de menos, mas sus palabras afiladas que sus pechos, iba con un traje azul cielo sin sujetador y estaba por matar a alguien clavándole sus pezones. Mi madre iba bien arreglada y con su abrigo, pese a que muchas se pusieron a un lado de mi brazo para cogerme y ayudar a estabilizarse con sus tacones y protegiéndose del viento, mi madre no me soltó del otro brazo, me dio una colleja soltando un par de quejidos con sorna para sacar unas sonrisas al resto, diciéndome que me iba a coger un resfriado o algo, pero sabia que yo siempre he sido de sangre caliente, emanaba calor en mitad de aquella noche fría, con el abrigo ya sudaba, y aunque notaba el aire en mi cara y mis manos, sin la chaqueta aguantaba bien.

Eramos como unos 30 en el grupo, Ana y Eleonor se adelantaron, y varios familiares se fueron a casa después de las 12, entre ellos la familia de Ana, algo por lo que di gracias a los cielos, podría besarla cuanto quisiera en la fiesta. Al llegar a su casa nos esperaba una serie de mayordomos o algo así, se encargaron de recoger prendas y bolsos, organizándonos para subir en grupos al ático, los conocía, les había visto trabajar unos días antes por casa, los 4 ascensores grandes no daban abasto, yo me quedé el ultimo cuidando de que todos entraran, guardando mi abrigo y recogiendo la chaqueta con las gracias de Lara, que la olfateaba mirando con ojos pícaros y sacando pecho, últimamente se le había pasado el susto de su estreno anal tan brutal, y me llamaba o se ponía cariñosa cuando iba al piso.

Al subir con mi madre y un par mas de personas en el ultimo grupo, mi madre me beso en la mejilla y me pidió que me comportara, era mi casa le repliqué, por eso mismo, sentenció ella. Al, llegar arriba había un jaleo enorme en el pasillo, gente riendo y charlando mientras un camarero servia copas de champan o sidra, todos iban pasando por la puerta de la casa, abierta de par en par, con Eleonor a un lado saludando a todos y un gorila de 2 metros al otro, no sabia que hacia allí, seguridad, pero nos conocíamos todos, o eso creía, me asombré al ver como Eleonor mandaba sacar de allí a unos 4 o 5 chicos, que yo no conocía, y por lo visto nadie de allí, habían visto fiesta, gente pasar y no tendrían mejor plan que intentar colarse, al menos se llevaron una copa de sidra fría. Todos entraron ante los saludos de Eleonor con una sonrisa enorme, forzada o no, parecía real, estaba ilusionada con aquella multitud en su casa y la alegría se percibía en su mirada. Los últimos en entrar éramos mi madre y yo, al gorila le dijo que éramos tan jefes de la fiesta como ella y que nos hicieran caso en todo. Nos dio paso, con mi madre agradeciéndole el esfuerzo con la fiesta y ella agradeciendo por su hijo, yo, entró por puerta dejando a mi madre en manos de alguna amiga suya, y salió entornando la puerta, se giró sobre si misma y me miró.

-ELEONOR: ¿que? ¿Te gusta? – se dio una vuelta sobre si misma sonriendo dejando que el vuelo hipnotizara al gorila, preguntaba por su vestido..

Cambié la pose rígida por mi yo real, la abracé y besé con pasión, me apartó rápido riendo, retocándose el borde de los labios, no era para menos, si normalmente iba vestida de fiesta de forma elegante y con clase, esa noche podría haber seducido a Zeus, su peinado y su maquillaje algo sobrecargado ya los había visto en al cena, un ligero recogido del pelo desde la frente hasta su nunca, con un broche fino y brillante, dejando caer todo el pelo alisado por lo hombros y su espalda, se lo estaba dejando largo, me gustaba así y ella lo sabia, con 2 hilos de cabellos cayendo por cada uno de sus lados de la cara, algo ondulados, un carmín rojo intenso, una sombra de ojos negra y mas maquillaje del que necesitaba, parecía de porcelana. El vestido era un conjunto blanco, palabra de honor, no había tela hasta sus pecho, allí una línea recta marcaba todo el vestido hasta los brazos, una ligera curva en el escote, con una mangas recortadas dejando los hombros al aire que iban hasta sus muñecas, con unas alas uniendo las mangas con el vestido, que en si, era un tubo blanco que en la piernas se ensanchaba con una ligera obertura en una pierna izquierda, dejando ver la pantorrilla, un vuelo muy natural y algo de cola del vestido, con unas medias lunas de tela trasparente en las costillas dejando ver los costados, con la tela opaca tapando sus senos, la parte central de su vientre y volviendo a ensancharse en la cintura, con unos tacones blancos como la nieve virgen.

Entré a ver la casa detrás de ella, no pudiendo apartar la vista de su cintura, el vestido se ajustaba a su cadera que casi ponía notar la línea del hilo del tanga hundido en la carne, llevaba tanga, sin duda, se le ceñía al culo que no había otra opción, o se le marcarían las bragas de forma horrenda. Lo único que me apartó la vista de ella fue un saludo de Manu, atacando una mesa con canapés de gambas y aperitivos, sonreí y comenzó la música, fuerte y atronadora, la tuvieron que bajar para poder oírnos entre nosotros, recorrí la casa entera saludando y charlando con la gente, pero no veía a Ana, repasé todo las estancias de abajo, incluida la piscina, la habían techado y puesto una hoguera para calentar la zona siendo climatizada el agua, ni en la cocina, ni en el cuarto, donde pillé a una camarera tirándose a un muchacho que no reconocí. Solo me quedaba el piso de arriba, estaba cerrado con un hombre en lo alto de las escaleras, menos grande que el de la puerta pero con una mierda intimidante, subí con la firmeza que las palabras de Eleonor me dieron, pero cuando subía me frenó.

-GORILA: no se puede pasar arriba.

-YO: si, perdona, soy Raúl, vivo aquí y………- me miró extrañado.

-GORILA: ¿eres tu Raúl?, ¿el novio de Ana?- asentí.- lo siento, veras, la señorita Ana esta en el cuarto grande, y ha dicho que no pase nadie, incluido usted, sobretodo usted, recalcó.- me sorprendí.

-YO: ¿ha dicho por que?, ¿se encuentra mal?- el tipo me sonrió.

-GORILA: tranquilo esta bien, creo que quiere dar una sorpresa a todos.- respiré aliviado.

Bajé mirando de reojo la puerta del dormitorio, tratando de adivinar que pretendía, se me ocurrían ideas, quizá algún vestido nuevo, o a lo mejor un numerito con baile, tal vez hasta una canción dedicada….no, Ana era muy vergonzosa para eso, solo a mi se me ocurrirán tales cosas y mas aun realizarlas, así que disipé las ideas y bajé a disfrutar de la compañía, encontré en Manu un buen apoyo para conversar y reír, veía a Lara, Alicia, Mara (su hermana), incluso a Naira o la hija de la sirvienta, todas juntas, vestidas con ropas elegantes y provocativas, y a un coro de chicos a los que a la mitad ni conocía, acechándolas, me extrañó no ver a Teo pero la rato apareció de la nada, algo tocado ya de la bebida, fui a charlar con el y se le notaba, quería disimular, inútil, con toda la ropa movida y despeinado, como si llevara días de fiesta, con el aliento apestando al alcohol con el habla lenta y ronca. Desistí por que en ese estado daba igual que le dijera, y le llevé con Alicia para que le echara un ojo, a su vez busqué a Eleonor que charlaba animadamente con un grupo de madres y padres, ellas sonreían, alguna por la bebida la fiesta o por cortesía, otras con una sonrisa falsa que denotaba ira, sin duda la que provocaba que sus maridos se la comieran con los ojos, aun con sus esposas delante, gracias a dios mi padre se fue a la piscina y encontró a un par de hombres adultos con los que charlar, si mi madre lo viera babeando le montaba un numero, le importaba lo mismo que a mi que el resto mirara una escena, nada. Charlé con ellos distrayéndoles un rato, los mayores de 35 años se me dan genial desde siempre, y no se por que, pero es así, algún roce o caricia se me escapaba hacia Eleonor, pero poco mas.

Eran ya casi las 2 de la mañana y la fiesta estaba en todo lo alto, me preocupaba la tardanza de Ana, que no bajaba, pero el DJ comenzó a poner músicas de baile y ante la soledad, casi todas las mujeres de la casa pedían bailes, en grupos como carne en el super, deseando que algún hombre las sacara a bailar, cualquiera, me di cuenta de mi torpeza, igual que muchos chicos allí, yo antes no me hubiera dado cuenta, las miraría sonrojado o disimuladamente apreciando su belleza, pero sin atreverme a decirlas nada por mero pánico, y ahora, mirándolas y analizándolas, me parecía violentamente obvio que aquellas mujeres iban en busca de un hombre, y que aceptarían a cualquiera con tal de dejar el banquillo, y separarlas del grupo de solteronas. Aun así la 1º a la que invité fue a mi madre, se lo debía, y andaba por la cocina mandando al organizador del catering como se debían hacer las cosas, mi señora madre nació con alma de general, sonrió y aceptó el baile encantada, haciendo el bobo a cada cual mas, y llamando al resto de gente a animarse a bailar, solo hacen falta un par de locos haciendo el ridículo, para que el resto lo haga, en el fondo todos desean bailar, pero a mucha gente le da vergüenza que la vean haciendo el tonto, pero si ya lo están haciendo otros, como que se desinhiben. Al rato Eleonor pido paso y mi madre se lo concedió, antes de alejarse abracé y levanté medio palmo del suelo a mi madre dándola besos en la mejilla, es una señora algo rechoncha pero no me costó nada, se alejó roja de la risa y con mirada de orgullo. El baile con Eleonor parecía igual de inocente que el de mi madre, pero no lo era, para nada, nuestros ojos conectaban y saltaban chispas, mi mano en su espalda en algún movimiento lento acariciaba, no solo se posaba, y bajaba peligrosamente cerca de su trasero, sus senos elevados como montañas se hundían en mi pecho, y mas de una vez una de sus piernas se metía entre las mías rozándose con picardía sobre mi polla.

-ELEONOR: jamas te podré agradecer tanto, mira la casa, esta viva.

-YO: como no te estés quieta me lo vas a agradecer antes de lo que piensas.

-ELEONOR: con mucho gusto sacaría a todos a empujones para que me hicieras tuya.- su mirada era fuego, rocé su mejilla con mis labios en busca de su oído.

-YO: si sigues acariciado con tu pierna no habrá tiempo de sacarles antes de que te ensarte con mi verga.- se estremeció cerrando los ojos, por algún motivo que dijera “verga”, palabra que me pegó, en vez de cualquier otra, la encendía muchísimo, eso unido a que mi amenaza no era en vano, o quizá si, pero ella realmente creía que me la follaría delante de todos y me daría igual.

Por suerte el baile acabó antes de que se me pusiera dura, ya la tenia despertándose y marcándose levemente en el traje, algo que no paso desapercibido para muchas que hicieron cola para ir detrás de la otra mientras bailaba con ellas, no le negué a nadie el baile, solo a Alicia, y el contoneo de Mara, su hermana, fue el mas caliente de todos, se puso de espaldas y me pasó su buen culo por toda la polla, riendo asombrada, la chica seria y brusca estaba caliente como una gata en celo, casi podía oírla maullar pidiendo que sexo, las canciones se volvían mas juveniles y movidas, el horrible reggeton hizo aparición y con el los bailes subidos de tono. Yo estaba harto de crías acaloradas, quería a mi novia, me eché a un lado y hablé con Alicia, para disculparme por no cederla el baile, me miró como si no la hubiera molestado, restándole al asunto, pero estaba triste, Teo estaba borracho de nuevo y pasaba de ella, o peor, cuando la hacia caso se ponía muy tonto, casi tenia lagrimas en los ojos, y la hice reír un poco con tonterías.

Charlando con ella la pista de baile se animó Eleonor y otras chicas estaban dándolo todo, habían montado una especie de pasillo y desfilaban a cada cual mas sexy y provocativa, los tíos aplaudían a la que le gustara mas, los senos de Lara y Eleonor fueron de los mas aclamado, Mara se movía bien pero no tenia tantas curvas y la canaria dio un recital de belleza paseándose, todos reían y disfrutaban de ese espectáculo, había una porra o una especia de jurado que ponía notas, hasta que de repente se hizo el silencio, solo sonaba la música de fondo y todos se callaron salvo alguna risa o voz que se fue apagando, se daban la vuelta para mirar la escalera a mi espalda, me giré sin comprender nada hasta que vi a Ana en lo alto de la escalera, ayudada del gorila a bajar el 1º escalón, mientras con la otra mano se sujetaba a la barandilla. No era para menos, la imagen debió de aturdir a más de uno, a mí no, me resultaba familiar.

Ana iba preciosa, como en la cena, un peinado completamente liso, con la raya a un lado dejándole un hombro al aire y un flequillo ligeramente ondulado que el cubría medio rostro hasta terminar con un leve recogido detrás de la oreja, un ligero maquillaje, sobretodo en los ojos, una sombra oscura con ligeros verdes esmeralda que resaltaban sus ojos, y pintalabios rojo gránate, tan oscuro que solo de cerca apreciabas el rojo, iba con la pulsera, el collar y los pendientes de plata que le había regalado en Navidades, y pese a no pegar mucho, la gargantilla que no se quitaba nunca, unos tacones negros altos, de los que ella odiaba pero que la estilizaban de una manera insuperable, y lo mejor, el vestido, era el de las 3 V que se compró en el retiro de fin de semana a la sierra, aquel negro ceñido y ajustado, tan atrevido que rozaba lo estrambótico, pero solo lo rozaba. Un escote en forma de V que bajaba hasta el ombligo dejando ver sus pechos en gran parte, otra V de sus hombros al inicio de las caderas por la espada y otra V invertida desde la cintura izquierda que llegaba a medio muslo donde se abría todavía mas con un vuelo hasta el tobillo derecho, aprecié unas ligeras medias, pero sin sujetador, ni lo necesitaba ni el vestido lo permitía, brillando los bordes de las V con destellos plateados.

Era la definición de la belleza, la sensualidad, el atrevimiento y la piel tersa y juvenil, la miraba atónito, desde el retiro a la sierra no se lo había vuelto a ver, le daba mucha vergüenza que la vieran así en publico, y casi me había olvidado de el, pero allí estaba, delante de todos, con el puesto y con algún sonoro “ohhh” de fondo, sabiendo que todos la miraban, saludó con la mano sonriendo tratando de que el rubor no se apoderara de ella, trató de bajar el 2º escalón pero casi se tropieza, soltó la mano del gorila y se cogió con clase el vuelo del vestido para seguir bajando aferrándose bien a la barandilla y con el sonido del golpe de los tacones retumbando por encima de la música, que hasta parecía haber bajado el volumen hipnotizada por el movimiento de los senos de Ana botando dentro del vestido, amenazando fugarse del interior de la tela. Recuperé el sentido antes que nadie, mirándola y riéndome al observarla bajar y como todos la miraban como si fuera una alienígena, creo recordar que sonó un copa rompiéndose en el suelo, muy teatral. Acudí a recoger a mi dama en los escalones finales teniendo que apartar a algún mirón de más, Ana me localizó y sonrío abrumada, extendí mi mano para ayudarla a bajar al suelo y una vez allí hinqué una rodilla ante ella.

-YO: mi señora.- sonrío ante mi gesto galante.

-ANA: mi señor- se inclinó levemente en una reverencia.

-YO: me temo que hoy vuestra belleza no es solo mía.- me levanté clavándole los ojos en los suyos- no podría soportar tamaña carga.- sonrío abriendo la boca.

-ANA: ambos sabemos que eso no es cierto, pero se agradece el cumplido.

-YO: ¿si tuvierais el honor de concederme este baile?

-ANA: como gustéis.- ¿como podía ser tan perfecta de pillar al vuelo el tono de la edad media y continuar la broma?, aquella mujer era un regalo del cielo.

Levanté mi brazo para ofrecérselo de apoyo, agarró con firmeza y se sujetó la cola del vestido, acudimos al centro de la pista, donde todos aun nos miraban, silbé y el DJ, con el que ya había hablado antes, puso una canción, la del baile de la bella y la bestia, me parecía la mas adecuada, y entre alguna voz de ternura y risas, bailamos lentamente bien agarrados como si fuéramos príncipe y princesa, el resto se nos fue uniendo perdiendo letalmente el estado de hipnosis en el que parecían haber entrado.

-YO: sabes, había un concurso de belleza entre las chicas.

-ANA: ¿si? ¿Y quien ha ganado?

-YO: no lo se, cuando has bajado tu se ha ido todo a la porra.- sonreí ante lo irrisorio del asunto, y ella conmigo, daba igual que todas estuvieran arregladas y vestidas de formas finas elegantes y sensuales, Ana las había pasado por encima como un tren de mercancías a un coche de juegue.- ¿por que has tardado tanto?

-ANA: llevo vestida así desde la 1, no me atrevía a salir, ¿que van a decir de mí?- se acurrucó sobre mi pecho

-YO: los hombres entre si dirán que eras la mas guapa de la fiesta, eso como poco y siendo educados, a sus mujeres les dirán que no eras para tanto si no quieren dormir en el sofá hoy, las mujeres te criticaran indistintamente, vas a darlas conversación durante días, y alguna te odia ahora mismo. ¿Te importa?

-ANA: ahora que estoy contigo, no.- la besé tiernamente, olía a coco, como siempre, y sus labios sabían mejor que nunca.

Al separarme de ella se rió nerviosa perdiendo el paso, y me paso los dedos por los labios limpiándome el carmín, la noche fue avanzando y ahora con Ana a mi lado, fuimos dando tumbos por toda la sala, hablando y charlando con todos, mi madre nos mataba con la mirada, a Ana con solo verla así, y a mi cada vez que la besaba o la acariciaba entre mis brazos, temía que alguien se fuera de la lengua. Las bebidas, la comida y los bailes fueron haciendo mella, la gente estaba a otros asuntos y una vez comprendido que yo esa noche no estaba disponible, las mujeres fueron cediendo antes los chicos que les parecían mas monos, casi todos se fueron de allí del brazo de alguien del sexo opuesto, algunos quisieron follar en la habitación pero ya estaba ocupada por otra pareja, incluso había una pareja follando en la cama y otra en el baño. Todas menos alguna, Lara entre ellas, que andaba danzando con Naira, la estudiante canaria, hasta que esta se fue con un amigo de Manu, Lara se quedó allí, perdida, obrando a mi alrededor, podía percibir el olor vainilla en ella, el que cuando era mi juegue la dije que se pusiera, sin duda Lara iba detrás mía de nuevo y ya le debía dar igual que la destrozara el culo la ultima vez. Hasta mi hermana, algo puritana, se fue con una especie de amigo – novio suyo al que invitó. La casa se vaciaba pasadas las 6 de la mañana, había un servicio de coches y choferes abajo contratados por Eleonor para llevar a la gente a sus casas y evitar problemas de multas o alguna gresca que se suelen producir por esas fechas de madrugada. Yo mismo llevé a mis padres a casa a las 4 y media o así, al despedirme mi madre me pidió que hablara con ella al día siguiente, no sabía por que. Al regresar Eleonor andaba sentada en el sofá riendo al hablar con un hombre que iba detrás de ella, le tenia dándole un masaje en los pies, al verme mi guiñó un ojo, Ana estaba en la parte de arriba apoyada en la barandilla mirando como había quedado la casa y como un par de camareros recogían todo, subí con ella y la di un beso en el hombro para saludarla, estaba cruzada de brazos frotándose, en el piso de arriba hacia algo mas de frío, así que le puse mi chaqueta, la envolvió como un manto cálido y la olió como si la transportara a un lugar maravilloso, me apoyé con cuidado en la barandilla colocándome detrás de ella, mirando como limpiaban.

-YO: ha sido una buena fiesta.

-ANA: si, ojalá fuera así siempre.

-YO: ¿todos los dios 31 de diciembre y 1 de enero?, seria divertido.

-ANA: no bobo, hablo de la gente, parece feliz, aunque no lo sean.

-YO: yo lo soy, contigo.- sonrió levemente.- ¿y tu?

-ANA: pues claro que si, pero a veces pienso que es demasiado bonito, y que se va a romper en cualquier momento, Eleonor me dice que así era su marido antes, y mírala ahora, encamada con un chaval que podría ser su hijo.

-YO: no soy como su marido.

-ANA: nadie lo es al principio.- se giró agarrándome la cara.- te quiero, pero jamas me hagas daño así, por favor.- su mirada era sincera, pero no entendía sus palabras, no comprendía por que ahora tenia esos pensamientos, jamas le había dado motivos.

-YO: jamas te haría daño, te quiero y si tu me quieres no tienes nada que temer de mi.- sonrió aliviada.

-ANA: lo se.- me besó con ternura, nos interrumpió un camarero.

-CAMARERO: disculpe, al parecer hay una pareja en el cuarto de abajo aun y tenemos que limpiar, no queremos entrometernos, usted podría…….. – pedía clemencia, su cara estaba cansada y agotada, deseando irse a casa, accedí a bajar para solucionar aquello.

Al entrar vi a una pareja en la oscuridad follando, hablaba pero no me hacían caso, encendió al luz y vi a Teo, del susto apagué la luz gritando disculpas, cerré la puerta, al parecer Alicia no estaba tan triste como para no follarse a Teo de esa manera, sonreí aliviado cuando al ir a coger las escaleras vi aparecer a Alicia por la puerta de la entrada, me quedé helado, si venia de la calle Teo no se la estaba follando a ella, acudí a su encuentro blanco como la leche.

-ALICIA: hola, perdona que vuelva, pero es que no encuentro a Teo, me fui antes que el, no quiera irse y todavía no ha vuelto, va muy borracho y temo que el pase algo, ¿le has visto?- se me rompía el corazón de oír su verdadera preocupación por su novio sabiendo que este estaba teniendo sexo con alguna en la habitación de unos metros mas allá.

-YO: si, creo que andaba por aquí, le he visto en alguna habitación, mira arriba- no la mentía, pero no quería decirla toda la verdad y necesita tiempo para pensar.

Subió y habló con Ana, revisando las habitaciones, yo respiré profundamente y entre en la habitación de abajo, una de las chicas de la fiesta se estaba colocando el vestido de pie, iba tan bebida que ni se dio cuenta de mi presencia al pasar a mi lado para irse, no la reconocí, creo que era la hija de alguna amiga de Eleonor, Teo se quedó tumbado boca arriba medio vestido y con la polla fuera manchada de semen, una ira contenida me llenaba, podía montarle un polla sacarle a rastras y evidenciar su infidelidad ante Alicia, pero eso solo causaría dolor, le vestí con algo de su ayuda, no mucha, mientras el me repetía que no dijera nada, al borde del coma etílico. Salí y me aseguré de que la muchacha se había ido, avisé a Alicia de que le había encontrado bien y a salvo, dormido abajo, respiró aliviada y viendo su estado le dejó allí dormir la mona, estaba enfadada con el. Se volvía a casa, la acompañé, no podía dejarla irse sola a esas horas y en coche no era nada, estaba muy enfadada y pese a beber, totalmente lucida. Dirigí la conversación un poco, para que viera que si no era feliz lo dejaran, con lagrimas en los ojos me dijo que tenia razón y que lo iban a hablar cuando se recuperara, la di un fuerte abrazo y la vi entrar en casa ante de volver, mi intención era ir directo a por Teo y darle de bofetadas hasta que se despertara, pero borracho no me haría caso alguno, cerré la puerta de abajo y le dejé dormir hasta el día siguiente, para que no se fuera sin hablar conmigo.

Con todo ya recogido y limpio, todos los trabajadores se fueron, dejando para el día siguiente lo que quedaba por colocar, Ana y Eleonor estaban en el piso de arriba sentadas en el sofá que había entre las habitaciones, Ana aun arropada por mi chaqueta y adormilada, Eleonor abrazándola como una madre, me sonrió al verme.

-ELEONOR: la niña esta muy dormida y cansada.

-YO: habrá que llevarla a la cama.- la cogí de un brazo y la levanté sin mucho esfuerzo, se abrazó a mi cuello.

Con cuidado la llevé a una de las habitaciones pequeñas y la desvestí con cuidado, tapándola con las sabanas, al ir a quitarle mi chaqueta se aferró a ella como si le fuera la vida en ello, algo tocada por la bebida, la dejé así, al salir Eleonor me miraba como si fuera un padre acostando a su hija.

-ELEONOR: ahora ya no queda nadie más que usted y yo.- algo bebida pero mucho mas lucida de lo que me quería hacer ver, puso sus manos en su caderas en jarra riendo, mientras encorvaba le pecho de forma sensual.

-YO: si, es una pena, yo aun tengo engrías para más fiesta.- avanzaba hacia ella con paso firme y lento.

-ELEONOR: pues si usted aguanta, yo mas, ¿que le parece si bajamos a proseguir el baile donde lo dejamos?- señaló el salón.

-YO: que es mucho trabajo bajar a bailar con usted, solo para volver a subir a meterte mi verga hasta las entrañas.- la rodeé con mis brazos ante su cara de ofensa falsa.

-EEONOR: oiga, que yo soy una señora, no soy tan fácil.

-YO: como usted quiera – besé su cuello lentamente, mientras ella me rodeaba el cuello con los brazos, apretando nuestros cuerpos hasta sentir como sus pechos se elevaban sobre mi cuerpo y mi polla palpitaba en sus muslos.

-ELEONOR: no sea malo, concédame ese deseo.

-YO: solo por que eres tu, y por lo bien que follas.- la susurré al oído.- solo pensar en ti me eriza la piel.- halagos vacíos, no tanto, pero no los decía por que los sintiera, si no por calentarla.

De un giró la agarré y la subí encima mía en brazos, como había llevado a Ana a la cama, bajé las escaleras con ella así viéndola reír ante mi poderío, besándome con pasión. La dejé posarse levemente en el suelo y tarareando alguna canción comenzamos a movernos, sus dos manos encogidas entre nuestros pechos y su cabeza recostada contra mi barbilla, conmigo abrazándola por completo con mi cuerpo y mis brazos, acariciando su espalda con suavidad, pasamos no menos de 10 minutos así, hasta que levantó la vista y me miró con un brillo especial en los ojos.

-ELEONOR: ¿como puede ser que este tan locamente enamorada de ti? – la pregunta me pilló desprevenido, nadie había hablado de amor entre nosotros.

-YO: ¿me quieres?- pregunté por ganar segundos.

-ELEORNO: ¿no es evidente?

-YO: yo creía que solo eran juegos, pasión y lujuria.- mentí.

-ELEONOR: para mi no, ya no, te quiero, estoy perdidamente enamorada, y me duele que no te hayas dado cuenta, pero mas aun que me lo permita yo.

-YO: siento si esto se me ha ido de las manos, ¿pero por que no te no puedes permitir?

-ELEONOR: por que te saco mucha edad mi niño, soy una mujer adulta y madura, debería estar con hombres de mi edad, prepararme una vida larga con ellos, no ser tu perra.

-YO: no eres mi perra.

-ELEONOR: ya, eso dices, ¿pero me quieres?- me pillo sin respuesta de nuevo.

-YO: claro que te quiero.- me miró sin creerme.

-ELEONRO: quizá me tengas aprecio o cariño, pero no me amas, no como a Ana, ¿verdad?- el silencio la dio la razón.

-YO: no puedo evitar sentirme atraído por ti, mi pequeña reina, pero mí corazón es de Ana, es suyo, y si bien puedo compartir mi cuerpo con las 2, no puedo hacer lo mismo con mi amor.- sollozaba ante la sinceridad cruda de mis palabras.

-ELEONOR: y es por eso que me odio, por saber que nunca me amaras así, y seguir en este juego cruel.- se alzó para besarme.- por que la amas así y a mi no, hago el amor mejor que ella, lo sabes.

-YO: es cierto, pero tú eres más mujer que ella, apenas una veinteañera, y te ha costado mucho trabajo superarla.

-ELEONRO: pero soy mejor, ¿acaso eso no es suficiente?.

-YO: no, mi colombiana, quizá si no la hubiera conocido a ella antes, quizá si en otra vida hubiéramos coincido, pero no estamos en un mundo perfecto, no puedo ofrecerte algo que no es tuyo, ni tu puedes pedirme que te lo de, sabiendo que no te pertenece.

Nos miramos a los ojos, quería trasmitir firmeza pero me dominaban las emociones, no quería perderla, pero tampoco darla esperanzas, la saqué una lagrima que corría su rímel, sonrió al sentirse vulnerable, de golpe me besó de nuevo, repetidas veces, tantas que ya eran besos largos y pasionales con lengua y agarrándonos las cabezas para no alejarnos mucho el uno del otro, las cremalleras sonaron, sus manos acariciaban mi slips por encima y la mías bajaban por su espalda junto al cierre del vestido, nos fuimos calentando hasta que de un tirón le rompí las alas del vestido blanco para bajárselo y comerme sus maravillosas tetas y sus pezones como postes de carretera, rompió a reír.

-ELEORNOR: que bruto eres, acabas de romper un vestido de 10.000€- la miré con desidia mientras me sacaba un pecho de la boca.

-YO: ¿si quieres paro?- rió asintiendo que de parar nada, rasgué el vestido aun mas ferozmente hasta arrancárselo de encima, quedó solo con un tanga diminuto color carne y los tacones, y el vestido hecho jirones en el suelo.

Ella me besó apasionadamente mientras me desvestía, mis manos se fueron directas a su senos los pellizcaba con agilidad, se separó lo justo para dejarme cierta libertad para desnudarme por completo.

-ELEONOR: vamos a darnos un baño.

De forma erótica se giró y movió su culo ante mi mirada, con obscenidad se agachó para quitarse el tanga, solo llevar los slips por los tobillo evití que la ensartara allí mismo, la tenia como una piedra y esta vez no me iba a contener en absoluto, se soltó el pelo dejándolo caer para que bamboleara con sus andares, se paró en el borde de la piscina y torció un poco la mirada llamándome a su encuentro. Sin dejar mas de un segundo la abracé por detrás, besando su cuello y sus hombros, mi polla ya sobresalía entre sus muslos como si fuera ella la que tenia pene, abriendo sus labios mayores y sacándola un gemido al notar mis manos en sus senos, la quise ensartar allí mismo, pero la di la vuelta, lamí sus pezones hasta que imploro sexo, la subí encima mía a horcajadas y la penetré con suavidad, pero sin cesar hasta hundirme en ella por completo, besándonos fui andando hasta la zona de la escalera y fui metiéndonos en el agua con cuidado, hasta tener medio cuerpo hundido, allí ella misma se movía follándome, girando sus caderas y agarrándome la cara para ganar apoyo, su ritmo era lo máximo que el agua le permitía, y bastó con 20 minutos para llegar al orgasmos que buscaba, uno dulce y cálido, mis manos repasaban todo su cuerpo, incluyendo meter mis dedos en su ano, a los 15 minutos el 2º orgasmo la hizo temblar y dejar de moverse, no podía mas, allí empecé yo apoyándome contra la pared de la piscina mi pelvis inició movimientos lentos y amplios que se tornaban mas rápido con cada ida y vuelta, besando y mordiendo su cuello, ella solo clamaba a dios con cada eclosión de sensaciones en su interior, entre medias respiraba bocanadas de aire, clavándome las uñas largas y adornadas en la espalda, 10 minutos después me corrí sintiendo como me vaciaba. Esto no había sido mas que el principio, Eleonor se desmontó y besó mi pecho con clama, acariciando mis músculos, bajando su boca hasta hundirse en el agua y chupármela debajo del agua, no estaba muy por debajo así que salía de vez en cuando a coger aire para seguir un buen ritmo, una vez dura de nuevo, se volvió a montar encima mía de cara rodeándome con las piernas y ensartándose sola, volví a acelerar sacando a la bestia de forma simultanea, arrollé como un toro bravo, en media hora tuvo mas de 5 orgasmos brutales cada uno mas animal que el anterior me hizo sangre en la espalda con sus uñas mientras bramaba obscenidades, se movía convulsa perdiendo el ritmo de las embestidas pero gozando como loca, echándose hacia atrás y volviendo a recaer sobre mi besándome de forma desordenada, mas de 20 minutos así hasta volver a correrme haciéndola gritar como un cochinillo.

Se bajó y nado con torpeza hasta el bordillo se sujetó tratando de salir elevándose, un grave error, me dejó su trasero totalmente ofrecido, según me acercaba estaba a una altura perfecta para follárme su ano, hundí mi cara entre sus nalgas, separándolas y lamiendo el ano metiendo 1,2,3,4 dedos consecutivamente hasta tenerla lista, ella quería pedir clemencia pero no la deseaba, al sentir mi rabo abriéndola el culo gritó tanto que me asustó, solo su cólera pidiendo que siguiera me saco del susto, la fui metiendo tan lentamente por la presión que pensé que se desmayaba, pero mordiéndose el puño aguantó hasta tenerla dentro, luego solo fue arrancar la moto y darla con todo. Ya por la 3º corrida, antes estaría medio muerto, pero ahora, estaba tan fresco, me follé su culo hasta hacerlo estar rojo de los golpes de mi pelvis y los azotes que la daba, el agua salpicaba, la acariciaba el coño metiéndola la mano entre las piernas, ella golpeaba el césped con rabia al sentirse superada por un animal indómito, tras 2 orgasmos anales se desvaneció cediendo terreno hasta ser un trozo de carne mas que suspiraba entre estocadas, al ir a correrme mi ira me llenó y la agarré de la tetas poniéndola de pie y acelerando hasta casi sacarnos de la piscina a golpes de cintura, Eleonor se reactivó ante aquello unos instantes lo justo para sentir como mi semen caliente se derramaba en su recto. Sus manos temblorosas buscaron mi nuca.

-ELEONOR: no hay mujer que pueda con usted, es la perfección hecha amante, me da igual que no me ames, mientras me haga el amor así.

-ANA: eso, puedo prometértelo siempre.- tenía fuerzas y energías para más, lo sabia, y Eleonor lo notaba, su cuerpo y sus gestos eran de temor a otra ronda más.

En brazos la saqué del agua, apenas podía caminar, la subí en brazos a la cama y allí la acosté, fui a mirar a Ana que dormía como un tronco, y baje a beber algo y comer de las sobras de los canapés, al volver a la habitación Eleonor estaba de rodillas en la cama mirándome lujuriosa.

-YO: ¿aun quieres más?

-ELEONOR: todo lo que mi hombre pueda darme.- asentí ante tal gesto, ella se agacho quedando a 4 patas llamándome con el dedo.- hacia menos de 10 minutos estaba rota y ya estaba en pie.

Me tumbé en la cama y me puse encima totalmente estirada, me encanta esa posición, sentir sus pechos aplastados contra mi y mi verga creciendo entre sus piernas, cuando estuvo tiesa se abrió de piernas cabalgándome y se elevó para meterse la polla hasta el fondo, casi se corre de nuevo solo al sentir eso, apoyada en mi pecho quiso moverse pero su cuerpo no le respondía mas de 2 minutos seguidos, la tumbé sobre mi besándola, levanté la cadera plantando los pies, en la posición mil veces estudiada, Eleonor me miró acongojada, y desate el infierno, mi polla entraba y salía en su totalidad sin parar de acelerar, oía el sonido de mis testículos golpeando de forma constante, se le arqueó la espalda de tal forma que podía notar el pelo de su cabeza rozándome los muslos, luego caía rendida a mi pecho con todo el pelo a un lado agrandemos de la mandíbula, besando cuando su cuerpo se lo permitía, pero cada pocos minutos se corría de forma grosera, la posición inclinada hacia que sus fluido cayeran por mi pelvis y pecho, apenas se rozaba el clítoris rompía en otro orgasmo, lo sabia y aun asi repetía, era insaciable, llegó un punto en que pensé que no podría con ella, pero era la 4º corrida de la noche, tarde casi 1 hora en venirme y al notarlo di el resto, todo, quería probarme, ver hasta donde me daba el ejercicio del gim. Del espasmo que la dio casi sale disparada contra la pared de la cabeza de la cama, a tuve que sujetar rodeándola con los bazos con fuerza para que no saliera rebotada, eso solo la mató aun mas, recibiendo en estático un sin fin de penetraciones, el orgasmo que tuvo se dividió en varios seguidos y cayó redonda ante mi, solo sus ojos demostraban que aun estaba allí, eso y su boca abierta como para meter una bola de bolos. Al estallar en su interior el semen inundó su interior haciéndome notar como caía caliente por mi tronco. Al salirme de ella una fuente de semen y fluidos salió de ella, que parecía hacer fuerza para sacar todo aquello de dentó, a la 4º convulsión se cayo de bruces a mi lado, respirando de milagro y durmiéndose al instante. La di un beso en la frente y me fui a la cama con Ana, acostándome a su lado abrazándome de forma subconsciente.

Me despertó el sonido de la puerta, Ana seguía dormiría como una marmota, y al levantarme vi a Eleonor acostada igual de dormida, bajé a abrir, eran los de la fiesta que venían a recoger los últimos trastos, les abrí, subieron varios hombres y una mujer que se echó a reír al verme, estaba desnudo y con mi empalme mañanero, joder, no me había dado cuenta, en esa casa ir desnudo era lo normal para mi, me fui a poner algo, y abrí la puerta de la habitación de abajo, donde estaba Teo aun dormido en la misma posición en que le dejamos Alicia y yo, me enfadé de golpe al recordar su infidelidad, le quise despertar pero si seguía borracho era inútil, le dejé allí y fui a la cocina a comer algo, cerca de la 1 de la tarde, mientras los operarios recogían los equipos de música y las mesas la chica limpiaba y organizaba la cocina, me miraba de reojo, solo me había puesto unos pantalones cortos, mi cuerpo la atraía y haber visto mi polla que ahora se marcaba en la pernera de la prenda flácida después de acudir al baño, la hacia sonrojarse, me animé a charlar un poco con ellos, hasta ayudándolos. Sacando una mesa vi a Teo salir de la habitación con una resaca enorme, me disculpé con los operarios y me fui a por el, le agarré del brazo y le arrastré a la piscina.

-YO: ¿se puede saber que coño haces?- me miró cegado por la luz del día, ubicándose.

-TEO: hola tío, ¿que pasa?- le sacudí del brazo.

-YO: ¿que pasa? Que ayer le pillé follándose a una desconocida, mientras Alicia te buscaba preocupada.- se abrió de ojos sorprendido.

-TEO: dios, ¿que dices, volvió? suéltame.- ordenaba confuso.

-YO: ¿no te acuerdas? Lo mismo es eso, ibas tan borracho que no podías ni ponente en pie.- tiró de su brazo apartándose de mí.

-TEO: ¡y a ti que coño te importa!

-YO: me importa por que es mi casa, mi fiesta, eres mi amigo y ella tu novia, la tuve que engañar para que no te pillara.

-TEO: no te lo pedí.

-YO: no hacia falta, ¿o acaso querías que te pillara?- callaba enfurecido.- ¡te estoy hablando!, ¿es que no te acuerdas de lo que te dije cuando me mude aquí?

-TEO: si eres mi amigo ten la puta boca cerrada.

-YO: la tender pero no por ti, si no por ella, esto la destrozaría, se acabó, vas a cortar con ella.

-TEO: déjame en paz, no te incumbe.

-YO: lo harás, o ella se enterara de todo, y no me causa placer, pero lo haré.

-TEO: ¿me harías eso a mi?- casi suplicó, sabia que mi determinación en estos asuntos era firme.

-YO: te lo has hecho tu solo, el Teo que yo conocía no es el borracho resacoso que tengo delante, jamas engañaría a Alicia con una cualquiera y menos me pediría que lo ocultara, no eres ni la sombra de quien eras.- su mirada irradiaba odio.

-TEO: mientes, es solo una excusa, amas a Alicia y me la quieres arrebatar, siempre lo he sabido.- se echó encima mía enfurecido, le solté una bofetada que le pillo desprevenido y le hizo tambalearse.

-YO: si hubiera querido hace meses que estaría tirándomela delante de tus narices, pero me fui de esa puta casa para alejarme de ti y de ella, por el respeto que te tenia y que has perdido, me fui para que pudierais ser felices de nuevo ¿y así me lo pagas? ¡¿Acusándome?! – agachó la cabeza sabiendo lo cierto de mis palabras.

-TEO: tío, perdóname, no la digas nada, por favor, mejoraré, no se que me paso.- me agarró del brazo implorando.

-YO: te di la oportunidad cuando me fui del piso, te lo advertí, te dije que si no cambiabas me la llevaría, y no lo has hecho, sigues igual, no te entiendo, ¿que se supone que ha hecho ella para merecerse tu desdén?

-TEO: tu, tu eres lo que la pasó, maldito el día en que nos mudamos, desde entonces no puedo evitar los celos, ella te mira y te desea, lo se, y yo no se que hacer, me odia y yo a ella, por que no lo hablamos pero lo sabemos.

-YO: pues la solución es simple, déjala, si os sentís así es inútil prolongar la agonía, ya fuero yo u otro no podéis seguir así, por que os hacéis daño. .- nos sentamos en la tumbonas.

La conversación se calmó un poco, Teo lloró ante mí, la había querido mucho pero ya no sentía eso, incluso antes de la mudanza sabia que las cosas no iban bien, esperaban que irse a vivir juntos lo arreglaría, pero solo lo estropeo. Me vestí y le acompañe a casa, no se de donde, pero por toda la casa encontré papeles con números de teléfono y notas para mi, las 4 camareras, de casi todas las solteras de la fiesta, de algunas con novio y de 1 casada, hasta una del cocinero que se encargo del catering, todas al cajón. Me despedí de Teo con un fuerte abrazo, y me fui a casa de mis padres, con algo de resaca comimos algo y reímos por la fiesta, mi hermana llegó cambien sobre esa hora de donde fuera que paso la noche, ya era mayorcita para saber lo que hacia, la tarde paso con todo echándose una siesta menos mi madre y yo que nos quedamos charlando en el salón como me pidió de noche.

-YO: ¿y por que querías hablar conmigo?

-MADRE: nada, es solo que……….¿como te va con la nueva casa?- eso no parecía demasiado importante.

-YO: mama, ¿dime que quieres?.

-MADRE: es solo que, ayer hablando con Eleonor y luego con Ana, en grupo o a solas, no se, las vi raras.- sacudí la cabeza.

-YO: ¿raras? ¿Que quieres decir?

-MADRE: no lo se, quizá no sea nada, es solo que me dio una sensación rara, no me fío de ellas.

-YO: pero si es Ana, mi novia y Eleonor tu amiga, no pueden ser más dulces y cariñosas.

-MADRE: lo se, y por eso te lo digo ahora, algo las pasa, comentarios o ciertas miradas, he visto algo en sus ojos que no me gusta, traman alguna cosa.- reí sonoramente.

-YO: no vas a lograr alejarlas de mi mama, no con esta tontería.- me cogió de la mano y me miró fijamente.

-MADRE: no es eso cariño, no habla una madre frustrada por que su hijo no la hace caso, te habla una madre preocupada por su hijo, esas traman algo y tu eres demasiado bueno como para verlo.

La negué mil veces y ella se mostraba igual de preocupada, le resté al asunto antes de irme, me beso en la mejilla abrazándome con cariño, antes de despedirse recordando sus palabras. El viaje de vuelta lo pasé con el debate mental, mi madre se equivocaba, Ana era dulce y cariñosa, me amaba, y yo a ella, podía tener una picardía inculcada por mi, pero poco mas, Eleonor era aun mas mansa, un corderillo fácil de manipular, ninguna tenia motivos para ocultarme nada, casi me reía solo al negarme esa idea, pero algo en mi anterior se revolvía, a lo largo de toda mi infancia, mi madre nos ha advertido a todos, mi padre, mi hermana y a mi, sobre cosas o personas, y nunca, nunca jamas había fallado, su detector de mentiras y su radar protector me había demostrado palpablemente que si ella decía peligro, tenias que estar atento.

CONTINUARA………………..

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Relato erótico: “Emputeciendo a una jovencita (6)” (POR LUCKM)

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Pasaron unos días en los que Eva bajaba religiosamente a tomar su desayuno. Ana bajaba cada vez que podía pero le Sin títulogustaba mas que subiera yo y me la follara en su cama de casada. Decía que cuando dormía por la noche con el cornudo olía mi sudor, semen y sus jugos mezclados y se sentía como una guarra. Jorge me saludaba amablemente cuando coincidíamos en el ascensor pero estaba un poco mas frío que de costumbre. Un día le pregunte

Yo – Buenos días Jorge.

Jorge – buenos días.

Yo- podemos charlar un momento?

Jorge- Claro, dime.

Yo – No, nada, que últimamente te noto extraño, os cogí aprecio a ti y a tu familia y odiaría que algo te hubiera molestado.

Jorge – Sinceramente?

Yo – Si.

Jorge – Bueno, tu comentario del otro día sobre tu noche anterior…

Yo – Te molesto?

Jorge . Si, nosotros mantenemos por tradición esos temas escondidos a la niña, no queremos que le entren ideas en la cabeza antes de tiempo.

Yo – Antes de tiempo? antes de que se case quieres decir?

Jorge – Si, exacto.

Yo – Si, ya me di cuenta de que es un poco inocente. Pues disculpame, no volveré a hacer comentarios al respecto delante de la niña.

Jorge – Ni delante de la madre te lo ruego, esas cosas no le gustan nada.

Yo – Claro, a ella no le gusta nada? – recordé el chapoteo de su coño cuando se la metía os va bien…? bueno, tu ya sabes…

Jorge – Ese no es un tema que me apetezca discutir en publico.

Yo – No, claro, disculpa, no era mi intención meterme donde no me llaman.

Jorge – Ya, bueno, no es para tanto supongo. No se, cuando nos acostamos es como si ella ya no quisiera… se queda quieta, inmóvil…

Yo – Ya, y si ponéis una peli, libros, juguetes…

Jorge – Estas loco? seria pecado, solo quiero sentir que me desea un poco, nada mas.

Yo – Bueno, dicen que las mujeres no necesitan eso no?

Jorge – Si, eso dice mi confesor, que ellas no lo necesitan, quizás sea mejor así, viviré mas tranquilo con las dos indiferentes a esos temas.

Yo pensaba en Ana bramando para que le rompiera el culo mientras Eva le chupaba el coño.

Con la cara mas inocente de mi repertorio le respondí – Si, será mejor así supongo.

Jorge – Ah, aclarado el tema te quería comentar otra cosa. A la niña no le va bien la informática, te importaría darle unas clases?

Yo – No se, ando un poco liado.

Jorge – Te pagaría claro.

Yo – Francamente, lo que me preocupa no es eso.

Jorge – Y que es?

Yo – Pues que como acaba de ser obvio tenéis profundas creencias. No creo que que la niña este sola en casa de un hombre os resulte de agrado, te aprecio como a un amigo y por nada del mundo querría que nada te molestara otra vez.

Jorge – No lo había pensado. Podrías darle las clases en casa.

Yo – Buff, tengo mis equipos abajo con todo lo que necesito.

Jorge – Y si se las dieras a dos juntas? quizás su amiga Laura también necesite, o mi esposa.

Yo – Bueno, eso seria otra cosa, siempre y cuando eso te hiciera sentir mas tranquilo.

Jorge – Claro, ahora mismo llamo al padre de Laura y a mi mujer a ver que les parece.

Yo – Y a Eva.

Jorge – No, ella solo tiene la obligación de obedecer.

Yo – Bueno, pues ya me dirás algo.

Y nos despedimos… Le mande un sms a Eva. “Muy bien putita, tu idea esta dando un magnifico resultado”. A los dos min contesto. “Ummmm, quieres decir que podras follarme todas las tardes y mi padre te pagara por ello?”. “Si, y a mama y tu amiga tb”. “joder!”.

Laura me llamo al cabo de un rato.

Laura – Hola Carlos.

Yo – Hola putita.

Laura – Que es eso de las clases? me acaba de llamar mi mama que la llamo la madre de Eva encantada con la idea.

Yo – Jajaja, fue idea de tu amiguita, quería mas polla y tramo esa estratagema, lo tuyo vino solo la verdad, hay que ver lo retorcidas que os volvéis con el coño húmedo.

Laura – No quiero, no hay manera de dejar esto? ya tienes a Eva y a su madre para tus perversiones.

Yo – Ya, es cierto, pero es que me encantan tus tetas y ese coñito tan apretado.

Laura – Pero no esta bien.

Yo – Bueno, eso es relativo, por la cara que tienes cuando te la meto tampoco parece que te desagrade tanto.

Laura – No es eso, claro que me gusta, es natural, es otra cosa.

Yo – El que?

Laura – Nada .

Yo – Vamos, hay confianza.

Laura – No se.

Yo – Desde que me corrí en tu cara la primera vez hay confianza.

Laura – Me gusta cuando… bueno… tu sabes…

Yo – Vamos, cuando que? se clara, sabes que me gusta.

Laura – Cuando me follas.

Yo – Entonces?

Laura – Es que lo que mas me gusta no es eso.

Yo – Y que es?

Laura – No sabría decirlo.

Yo – Yo te lo diré, lo que mas te gusta es que te use, que te obligue, portarte como una pervertida, con tu amiga, su madre… engañar a tu papi dejandole pensar que eres una inocente criatura mientras sabes que eres una puta come pollas.

Laura – Ummmm

Yo – jajaja, es eso no?

Laura – Por como tengo las braguitas ahora mismo diría que si.

Yo – Bien, todo aclarado pues, procura sacar mala nota en informática de momento, así será mas fácil. Ah, y pasate a medio día por casa, tengo ganas de follarte.

Laura – Con Eva?.

Yo – No, sola.

Salí de la oficina a la una corriendo hacia casa. Cuando llegue y subí allí estaba ella sentada en los escalones junto a la puerta de mi piso. Tenia puesto un uniforme, el pelo recogido en un moño sujetandolo con un lápiz. Mi polla se puso dura de inmediato. La hice pasar.

Yo – Desnudate.

Laura – No podemos hablara antes?

Yo – Solo hablaremos cuando estés desnuda así tendrás mas claro que eres una hembra delante de un hombre que puede follarte cuando quiere.

En ese momento sonó su móvil.

Yo la cogí de la mano y la puse frente a un espejo.

Laura – Si? papa? y me miro pidiendo un momento.

Le quite la chaqueta, desabroche su falda

Laura – No, salí del colegio para hacer unas fotocopias aprovechando la hora de comer.

Desabroche su camisa, su grandes tetas aparecieron sobre saliendo de un inocente sujetador blanco. Ella me miraba nerviosa en el espejo, se veía a si misma medio desnuda.

Laura – Que te llamo el padre de Eva?

Solté el sujetador y baje sus bragas hasta el suelo, subí despacio pasando las manos por su culo hasta llegar a sus tetas.

Laura – No se papa, no me va muy bien la asignatura pero tanto como unas clases.

Jugué con sus pezones y pase unos dedos por la raja de su coño, estaba empapado.

Laura – no es eso, es que no os quiero costar mas dinero y Carlos no creo que sea barato.

Yo moví la cabeza negando y sonriendo mientras la miraba y lamia su cuello, le solté el pelo.

Laura – Esta bien, cuando empezamos?

Le metí un dedo por el culo, ella lo apreto fuerte pero no consiguió evitar su entrada… suspiro mientras notaba como movía el dedo abriendo su culito.

Laura – Esta bien, hablare con Eva para que me diga cuando empezamos papa. Si, yo también te quiero, un beso.

Colgó, lanzo el móvil sobre un sofá, se giro y me beso, metiendo su lengua hasta el fondo de mi boca y pegando su cuerpo al mío, frotandolo.

Yo – Muy bien, enteraos de lo que valen las clases de informática, les cobrare mas caro por supuesto, por follaros claro.

Laura – Cabron, le vas a cobrar a mi padre por follarte a su niña.

Yo – Es peor lo del de Eva, me pagara por follarme a su niña y a su mujer.

Laura – Ummm, que morbo, eres un cerdo.

Yo – Eso parece.

Me separe de ella contemplandola.

Yo – Bien, ya puedes irte y marcharte si quieres.

Laura – Como??.

Yo – Tienes la opción, si te marchas ahora no volveré a molestarte. Podrás volver a tu vida de virgen que tanto te gusta.

Laura – Y no me chantajearas?

Yo – No, si no dices nada de Eva y su madre no.

Laura – Que cabrito, y que? ya esta? me quedo sin eso que tienes que me gusta tanto?

Yo Sonriendo -, el que?

Laura – Tu polla!

Yo – Si, puedes buscarte algún jovencito imberbe que te sobe las tetas en algún parque.

Laura – Y si no quiero? me gusta mucho mas lo que me das.

Yo – jajaja, lo que te doy?. Pues tendrás que ser mi puta igual que Ana y Eva, para siempre, aunque te ennovies o te cases, tu coño tu culo y tu boca siempre estarán disponibles para mi. Serás mi hembra, para usarte a mi gusto. Te follare, haré los jueguecitos que quiera contigo, tu simplemente obedecerás y te correrás haciendolo.

Laura – No lo puedo decir después? te necesito dentro.

Yo – Dentro? donde?

Laura – En mi coño.

Yo – Pues decide, ahora no te follare, quiero que tu amiga sea testigo de tu respuesta esta tarde. Ponte a cuatro patas – conecte el portátil enfocando un sillón y le di a grabar. – Bien, ahora ven muy despacio, como un gatito, quiero que se vean esas tetas moviendose, como cuelgan… después ponte el pelo de manera que se te vea bien la cara, lameme las pelotas y luego mi polla hasta que me corra en tu boca. Me desnude de cintura para abajo y me senté. – Procura que no me manche, tengo que volver a la oficina. – Ella empezó a moverse. me miraba a los ojos, veía esa cara de niña con mirada de puta en celo y me encantaba, veía sus tetas moverse desnudas… Sonó el móvil, era un numero desconocido. Ella se paro, le hice un gesto para que siguiera acercandose.

Yo – Si?

Ella levanto mi polla y empezó a lamer mis pelotas muy suave con la punta de la lengua.

Yo – Ah!, el padre de Laura? claro que me acuerdo.

Ella me solto la polla y se alejo. Acerque la mano a su cabeza y la atraje bien fuerte indicando que siguiera, ella volvió a empezar. Levante el culo para que lamiera un poco mas abajo entre mi culo y mis pelotas.

Yo – Si, Jorge me comento algo esta mañana.

Yo – Claro, no, no seria mucha molestia mientras que sean mas clases fijas y cortas de una hora por ej para no perder toda la tarde.

Ella lamia mis pelotas muy suavemente metiendoselas en la boca. Yo le acariciaba el pelo.

Yo – Si, creo que mas clases y menos tiempo es mejor para aprender, luego puedo ponerles deberes para casa.

Yo – Un ordenador para Laura? si, tengo un amigo con una tienda, no seria problema.

Yo – Sin cam? por? es útil para las clases, resolver dudas y esas cosas.

Laura empezó a meterse mi polla en la boca chupando bastante fuerte, le sujete la cabeza para controlar la velocidad y que no se emocionara.

Yo – Ah, los pervertidos, no se preocupe la puedo bloquear con software para que no pueda usarla mas que con su amiga Eva y conmigo si tuviera alguna duda.

Yo – Ok, un buen equipo entonces, serán unos 1500¤

Laura ya tenia mi polla metida hasta la garganta, se la veía casi tan encantada con la mamada como yo. Note que no me quedaba mucho para correrme.

Yo – Estricto? claro sin problema, así que es algo rebelde. – La mire – ella bufo con mi polla en la boca – no se preocupe, seguro que la hacemos entrar – aprete su cabeza para que le entrara la polla hasta la garganta sujetandola allí unos segundos. – en vereda con los estudios.- Sonreí mirandola. Su cara estaba roja pero se notaba que se se estaba divirtiendo. Me despedi del padre

Yo – Bueno, encantado, ya le avisare cuando tenga el ordenador, un saludo y encantado. –

Agarre con las dos manos a Laura de la cabeza y empece a follarme su boca empujando las caderas, ella babeaba y hacia ruiditos. Al final me corrí abundantemente en su boca, ella no despegaba los labios y aspiraba, notaba como iba tragando… Al final se la saco de la boca, fue dando lengüetazos a lo largo de toda mi polla y mis pelotas dejandola completamente limpia, recogió sus braguitas del suelo y me las paso por la polla secandola suavemente. Me miro mientras recogía un poco de semen de sus labios con los dedos y se los metía en la boca.

Laura – Es verdad lo que decía Eva.

Yo – El que?

Laura – Que al final esta rico – Y me guiño un ojo.

Yo – jajaja, que guarrilla estas echa, vas a tener ordenador nuevo.

Laura – lo malo es que comparto habitación con mi hermana.

Yo – umm, no lo sabia, que edad tiene?

Laura – 24

Yo – esta bien?

Laura – Si, creo que si, tiene un buen culo y unas bonitas tetas.

Yo – Estupendo, me gustara veros a las dos desnudas.

Laura – Serás cerdo, es mi hermana!

Yo – Y? Si eres mi puta no hay hermanas o amigas que valgan, recuerda que estas aquí por tu mejor amiga.

Laura – Si, es cierto, Eva no tuvo muchos escrúpulos.

Yo – Como se llama tu hermana?

Laura – Rosa, ah, ella es rubia, pelo corto.

Yo – Guapa?

Laura – No, es bastante fea, y es una pena por que tiene un cuerpo muy bonito, siempre lleva unos sujetadores horribles, ya la veras – añadió sonriendo. – Creo que esta bastante salida, cuando cree que esto dormida la oigo masturbarse en su cama, y alguna vez en el baño.

Yo – Bueno, vistete, sin bragas, dejalas en el mueble de la entrada que se vean bien al entrar.

Laura – no me vas a follar?

Yo – No, solo me folló a las que quieren ser mis putas.

Laura – pero las bragas…, si me pillan sin ellas me expulsaran. No sabría como justificarlo.

Yo – Y dale con discutir.

Me levante, cogí un rotulador de punta gorda, negro. Me acerque a su coño y escribí justo donde empezaba su rajita, CARLOS.

Yo – Así no tendrás que explicar nada, si alguien lo ve sabrá que significa.

Laura – Ufff

Yo – Bien, ahora vete a clase. Esta tarde ven con Eva, si llevas todavía eso escrito y no coges tus bragas al entrar y te marchas sin despedirte de mi ni de Eva, dejara de ser tu amiga por cierto. Sabré que si quieres seguir mis reglas.

Laura – cuales son?

Yo – ya lo sabes, te usare cuando y como quiera, estarás siempre disponible y cachonda como una perra en celo, eso no te costara mucho, y no habrá novios maridos padres o hermanas que estén por encima de mi. Tu y mi polla firmareis un contrato. Aparte de eso harás una vida completamente normal, podrás seguir pareciendo una santita a los ojos de tu familia y amigos. Pero los dos sabremos que eres una puta.

Laura- Bueno, ok, me marcho, pero me dejas fatal.

Yo – jajaja, es lo que tiene hacerse la estrecha.

Ella salió, yo pare, mire la grabación a ver si salía la parte en que hablaba de su hermana, salía perfectamente, se veía su cara y se la escuchaba describirla…

Volví corriendo a la oficina, no daba abasto con tanto estres. Por la tarde volví a casa, llame a un amigo encargandole el ordenador con la mejor cam del mercado con micrófono incorporado. La mejor opción fue uno con la cam en el monitor, así no podrían desconectarla.

Por la tarde volví a casa, me duche y puse en la tele la escena de ese medio día, quería que Laura fuera consciente de lo guarra que parecía. Llamaban a la puerta, abrí, era Ana.

Ana – Hola Carlos, no me puedo creer lo de las clases. el cornudo de mi marido te esta dando hasta tiempo para que nos folles.

Yo – Si, ya decía yo que era un tipo muy amable. Por cierto, cuando folles con el simula disfrutar un poco y luego abrazale agradecida. Nada exagerado.

Ana – por?

Yo – No preguntes.

Ana – si Amo – Yo no la obligaba a llamarme asi pero la excitaba hacerlo cuando le daba ordenes.

Ana cogió las bragas de Laura y las olió.

Ana – Ummm, paso Laura por aquí?

Yo – Si, ahora vendrá con Eva para entregarse voluntariamente.

Ana – Jajaja, estas muy seguro de que lo hará.

Yo – No tiene muchas opciones ahora que ya lo probo, masturbarse a oscuras en su habitación o echarse un novio con la que no pueda ser tan puta como conmigo para que no la tachen de guarra.

Ana – Si, algo parecido a lo mío.

Yo – Bueno, dame un beso en la polla y marchate, me están dando ganas de encularte y quiero estar en forma cuando lleguen.

Ella se arrodillo, me bajo el pantalón de pijama y se la metió en la boca, se puso golosa, empezó a devorarla, le aparte la cabeza.

Yo – Un beso putita, ahora no te toca.

Ella sonrío, le dio un beso mas y me subió el pantalón.

Ana – nunca pensé que mi niña me dejara sin polla.

Salió de la casa. yo tuve que contenerme para no cascarmela alli mismo.

Pasaron unos 10 min y llegaron Eva y Laura.

Eva – Hola Amo.

Yo – Hola putita.

Laura – Hola

Yo – Hola

Eva entro en el salón y se desnudo mientras veía la escena en el televisor.

Eva – Quien lo hubiera dicho hace una semana eh?, que guapa te ves. A los chicos de clase les encantaría verte así, te miran con hambre en clase.

Laura miro la tele, a mi y sus bragas sobre la mesa. Dudo un segundo, volvió a mirar la tele y se desnudo, sobre su coño todavía se veía mi nombre.

Yo – No es mala idea, quizás uno de estos días si sigue con nosotros, que parece que si, no Laura?.

Laura – Si amo.

Yo – Jajaja, pero que guarra eres.

Laura – Si amo.

Eva se acerco, me bajo los pantalones y me acaricio la polla.

Eva- joder amo, no se como me puede gustar tanto esta polla.

Yo – Por que eres una guarra igual que tu amiga.

Eva – Si, lo soy.

Yo – Y bien Laura, entonces cuentanos que es lo que quieres y a que viniste esta tarde.

Laura – A que me folles.

Yo – Mal!

Laura – A que me folléis?.

Yo – Mal!

Laura – ummm, quiero ser tu puta.

Yo – Vas mejor pero mal todavía. Metete los dedos a ver si así te inspiras.

Me senté en un sofá con Eva a mi lado acariciandome la polla y los huevos suavemente. Laura se acerco. Eva se levanto rápidamente y cogió la cámara enfocando la escena y guiñandome un ojo dijo.

Nunca se sabe amo, quizás un día su marido y sus hijos quieran ver esta escena.-

Yo – jajaja! es cierto, no Laura?

Laura – Si amo.

Yo – Bien, sigue.

Ella empezó a acariciar su clítoris.

Laura – Por favor, quiero que me folles y ser tu puta.

La mire sin decir nada jugando con mi polla dura como un palo.

Laura – estoy muy salida amo, tengo estas tetas y este coño, los chicos me miran y yo me caliento, soy muy guarra? no lo se pero quiero que un tío me monte y eres el único que conozco que sabe como me gusta. Por favor, quiero una polla para mi, quiero ser tu puta, tu perra, quiero que me uses, que me folles el coño, el culo, la boca, lo que quieras, quiero tu semen caliente ummmmm. y si para eso tengo que estar disponible cuando mi amo quiera lo estaré, me dan igual mis padres, mi hermana, mis amigos, novios, solo quiero tu polla amo. Y haré lo que me ordenes para conseguirla.

Yo – Muy bien, mejoraste mucho, ahora ven y follate tu misma.

Ella se acerco con los dedos en su coño, mojandose los labios con la lengua, puso las rodillas en el sofá y cogiendome la polla se la paso por su rajita mirandome con duda.Afirme con la cabeza. Ella empezó a metersela muy despacio, jadeo un poco. Su coño ardía. Siguió clavandosela, jadeo, dio un empujón y le entro entera, dio un gritito. Empezó a sacarsela del todo y volver a clavarsela completamente. Jadeaba mas y mas fuerte, le agarre las tetas, me encantaban esas tetas adolescentes, firmes… duras… moviendose al ritmo de la follada.

Yo – Me encanta tu cara guarra, se te va toda la estuopidez de niña pija en cuanto yienes una buena polla dentro.

Laura – Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!!!!! Me encanta!!!! follame cabron!!!

La agarre del culo y empece a clavarsela mas duro.

Yo – Esto es lo que quieres guarra!!??

Laura – Siiii, follame!! y luego si quieres me das por el culo!!! o por la boca!!, me da igual pero no pares de follarme nunca por favor!!

Se notaban los espasmos de su orgasmo que llegaba….

Laura – Joder!! Dios!!! que gusto!!! Gracias Eva!! gracias por esto!! gracias por todo!!

Y se corrió entre fuertes espasmos, costaba sujetarla, sus gritos debían oírse en la portería, yo empece a correrme también, notaba como entraba mi semen en su joven coño, como se mezclaba con los jugos de su coño. Nos fuimos relajando, ella empezó a darme besos por toda la cara, siguió así unos segundos y luego se separo, me miro – Gracias amo – y me metió la lengua en la boca… siguió unos segundos, mi polla se salió de su coño, ella de repente saco su lengua y emitió un jadeo, sus pechos se pusieron duros entre mis manos,,, mire hacia abajo y allí estaba mi otra perrita lamiendo con hambre todo lo que salía del coño de Laura, me sonrío.

Eva – Me encanta esto amo, esta riquísimo!!! – Siguió lamiendo y tragando como una niña golosa. No paro hasta lograr que Laura se corriera, luego no contenta con eso se metió mi polla en la boca y tampoco paro hasta que se la llene de lo que tanto la gustaba. Terminamos los tres tirados en el suelo, desnudos yo acariciaba su pechos y ellas me acariciaban a mi o entre ellas con una gran tranquilidad.

Laura – Y ahora que amo? que pasara?

Yo – Acabamos de empezar.

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Bueno, espero que os gustara, por favor votar, es la manera de saber si voy bien o no… Sigo encantado de que me mandéis mail o me agreguéis. Un saludo a mis nuevas amigas, saber que las mujeres tambien los disfrutan es muy satisfactorio.

Luckm@hotmail.es

skype: luckmmm1000

 

Relato erótico: “Memorias de una jovencita (vRD)” (POR ROGER DAVID)

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(Estimados lectores el presente relato “Memorias de una jovencita 1 vRD” es un texto anónimo datado de los años 1700-1800 (leí por un lado que pertenecía a la época llamada Victoriana), es decir, es lo mismo que leer “Las Memorias de una Pulga” de un escritor anónimo que según yo imagino fue escrita por el mismísimo Márquez de Sade o similar, claro que cambié muchas palabras y a lo mejor alteré una que otra escena fogosa con la sola intención de aumentar mi propio morbo, lo demás está intacto a como lo dejó quien lo escribió quizás en que siglo, este será publicado en dos partes, la segunda la publicaré dentro de esta misma semana, acá se las dejo y para los que nunca la hayan leído espero que la disfruten, recalco este texto NO es de mi autoría (Llevo 75 páginas escritas de Gabriela 14, pero aún me falta como para que quede para su publicación. Saludos))
“Memorias sobre una jovencita 1 vRD”
(Memorias de una pulga)

Nací, pero no sabría decir cómo, cuándo o dónde, y por lo tanto debo permitirle al lector que acepte esta afirmación mía y que la crea si bien le parece.
Otra cosa es asimismo cierta: el hecho de mi nacimiento no es ni siquiera un átomo menos cierto que la veracidad de estas memorias, y si el estudiante inteligente que profundice en estas páginas se pregunta cómo sucedió que en el transcurso de mi paso por la vida, o tal vez he debido decir mi brinco por ella, estuve dotada de inteligencia, dotes de observación y poderes retentivos de memoria que me permitieron conservar el recuerdo de los maravillosos hechos y descubrimientos que voy a relatar, únicamente podré contestarle que hay inteligencias insospechadas por el populacho, y leyes naturales cuya existencia no ha podido ser descubierta todavía por los más avanzados científicos del mundo.
Oí decir en alguna parte que mi destino era pasarme la vida chupando sangre. En modo alguno soy el más insignificante de los seres que pertenecen a esta fraternidad universal, y si llevo una existencia precaria en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que hago una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen otros seres de otros grados en mi misma profesión.
Pero mi creencia es que persigo objetivos más nobles que el de la simple sustentación de mi ser por medio de las contribuciones de los incautos. Me he dado cuenta de este defecto original mío, y con un alma que está muy por encima de los vulgares instintos de los seres de mi raza, he ido escalando alturas de percepción mental y de erudición que me colocaron para siempre en la cúspide de la grandeza en el mundo de los insectos.
Es el hecho de haber alcanzado tal esclarecimiento mental el que quiero evocar al describir las escandalosas escenas que presencié, y en las que incluso tomé parte. No he de detenerme para exponer por qué medios fui dotada de poderes humanos de observación y de discernimiento. Séales permitido simplemente darse cuenta, a través de mis elucubraciones, de que los poseo, y procedamos en consecuencia.
De esta suerte se darán ustedes cuenta de que no soy una pulga vulgar. En efecto, cuando se tienen en cuenta las compañías que estoy acostumbrado a frecuentar, la familiaridad con que he conllevado el trato con las más altas personalidades, y la forma en que trabé conocimiento con la mayoría de ellas, el lector no dudará en convenir conmigo que, en verdad, soy el más maravilloso y eminente de los insectos.
Mis primeros recuerdos me retrotraen a una época en que me encontraba en el interior de una iglesia. Había música, y se oían unos cantos lentos y monótonos que me llenaron de sorpresa y admiración. Pero desde entonces he aprendido a calibrar la verdadera importancia de tales influencias, y las actitudes de los devotos las tomo ahora como manifestaciones exteriores de un estado emocional interno, por lo general inexistente.
Estaba entregada a mi tarea profesional en la ya muy bien formada y blanca pierna de una jovencita de alrededor de 18 años, el sabor de cuya sangre todavía recuerdo como exquisita, así como el aroma de su… Mmm… pero estoy divagando.
Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñas atenciones, la hermosa jovencita, así como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como es natural, decidí acompañarla.
Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el oído, y pude ver cómo, en el momento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de la chica en cuestión una hoja doblada de papel blanco. Yo había percibido ya el nombre Bella, bordado en la suave medía de seda que en un principio me atrajo a mí, y pude ver que también dicho nombre aparecía en el exterior de la carta de amor. Iba con su tía, una señora alta y majestuosa además de muy buen ver corporalmente, con la cual por ahora no me interesa entrar en relaciones de intimidad.
Bella era una preciosidad de apenas 18 años, y de figura perfecta. No obstante su juventud, sus dulces senos en flor empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel era tan suave que parecía de terciopelo. Bella ya sabía, desde luego, cuáles eran sus encantos, y erguía su cabeza con tanto orgullo y coquetería como pudiera hacerlo una reina. No resultaba difícil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirigían los jóvenes, y por sobre todo también los hombres ya más maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostros se volvieron a mirar a la hermosa Bella, manifestaciones que hablaban mejor que las palabras de que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazones masculinos.
Sin embargo, sin prestar la menor atención a lo que era evidentemente un suceso de todos los días, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañía de su tía, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diré que la seguí, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzaba una de sus exquisitas piernas para cruzarla sobre la otra con el fin de desatarse las elegantes y pequeñísimas botas de cabritilla.
Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar una de otra sus delineadas pantorrillas, Bella se quedó viendo la misiva plegada que yo advertí que el joven había depositado secretamente en sus manos.
Observándolo todo desde cerca y cuando la chica ya se había despojado de toda su ropa para cambiársela, pude ver las curvas de esos hermosos muslos que se desplegaban hacia arriba hasta las ligas que usaba, firmemente sujetas, para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reunían con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de una delicada hendidura color durazno, que apenas asomaba por entre los escasos pelitos que desde hace muy poco tiempo jaspeaban aquella deliciosa zona.
De pronto Bella dejó caer la nota que le habían entregado en secreto, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también:
“Esta noche, a las ocho, estaré en el antiguo lugar”. Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer tenían un particular interés para ella, puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa.
Se había despertado mi curiosidad, y deseosa de saber más acerca de las andanzas de aquella interesante jovencita, lo que me proporcionaba la agradable oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no salí del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita.
Bella se volvió a vestir con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jardín que rodeaba la casa de campo donde moraba, fui con ella.
Al llegar al extremo de una larga y sombreada avenida la muchacha se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que tenía que encontrarse.
No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se había puesto en comunicación con mi deliciosa y núbil amiguita.
Se entabló una conversación que, sí debo juzgar por la abstracción que en ella se hacía de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, tenía un interés especial para ambos.
Anochecía, y estábamos entre dos luces. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se mantenía entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua.
–No sabes cuánto te quiero, Bella -murmuró el joven en un momento dado, sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los temblorosos labios que ella ofrecía.
–Sí, lo sé -contestó la criatura con aire inocente, algo que era común el ella. –¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de oír esa canción.
Bella agitaba inquietamente sus lindos pies en señal de nerviosismo, y se veía algo meditabunda.
–¿Cuándo me explicarás y enseñarás todas esas cosas divertidas de que me has hablado?, -preguntó ella por fin, dirigiéndole una mirada en la cual se entremezclaba la nerviosidad y el candor, para volver luego a clavar la vista en el suelo.
–¡Ahora! -repuso el joven. –Ahora, mi querida Bella, que estamos a solas y libres de interrupciones. ¿Sabes, Bella? Ya no somos unos chiquillos. -La chica asintió con un movimiento de cabeza. –Bien; hay cosas que los niños no saben, y que los jóvenes como nosotros no sólo deben conocer, sino también practicar.
–¡Válgame Dios! -dijo ella, muy seria a la vez que intentaba imaginar el asunto ese que le decía el joven que la acompañaba, eso que al parecer ellos debían practicar.
–Sí… -continuó su compañero. –Hay entre los que se aman asuntos secretos que los hacen felices, y que son causa de la dicha de amar y ser amado… además que es algo muy rico.
–¡Dios mío! -exclamó otra vez Bella. –¡Qué sentimental te has vuelto, Carlos! Todavía recuerdo cuando me decías que el sentimentalismo no era más que una patraña.
–Así lo creía mi amor, hasta que me enamoré de ti, -replicó el joven.
–¡Tonterías! -repuso Bella. –Pero sigamos adelante, y cuéntame lo que me tienes prometido.
–No te lo puedo decir si al mismo tiempo no te lo enseño, -le contestó el joven Carlos que también estaba nervioso total. –Estos conocimientos sólo se aprenden observándolos en la práctica.
–¡Anda, pues! ¡Sigue adelante y enséñame! -exclamó la ansiosa joven, en cuya brillante mirada y ardientes mejillas creí descubrir que tenía un total interés de la clase de instrucción que demandaba.
En la impaciencia de aquella esplendorosa adolescente había un no sé qué cautivador. El joven cedió a este atractivo y, cubriendo con su cuerpo al de la bella damita en aquel rustico banco, acercó sus labios a los de ella y la besó embelesado.
Bella no opuso resistencia; por el contrario colaboró devolviendo las caricias de su amado.
Entretanto la noche avanzaba; los árboles desaparecían tras la oscuridad, y extendían sus altas copas como para proteger a los jóvenes contra la luz que se desvanecía.
De pronto Carlos se deslizó a un lado de ella y efectuó un ligero movimiento. Con la natural oposición de parte de Bella quien no estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones y menos que invadieran su cuerpo, el joven como pudo pasó su mano por debajo de las enaguas de la muchacha, y no satisfecho con el goce que le causó tener a su alcance sus medias de seda, intentó seguir más arriba, y sus inquisitivos dedos entraron en contacto con las suaves y temblorosas carnes de los muslos de la muchacha, las manos claramente iban subiendo hacia su parte más íntima.
El ritmo de la respiración de la chica se apresuró ante este poco delicado ataque a sus encantos. Estaba sin embargo muy lejos de resistirse; indudablemente y para quien hubiese estado observando todo apuntaba a que a la joven al parecer le placía el excitante jugueteo que le estaban enseñando, además de ya creer saber la parte exacta de su cuerpo a la cual iban las manos de su joven compañero.
–S… si… sigueee…, –murmuró. –Te lo permitoooo…
Carlos con solo verla murmurando con sus ojos cerrados no necesitaba otra invitación. En realidad se disponía a seguir adelante, y captando en el acto el alcance del permiso, introdujo su mano más hacia adentro de aquellos perfectos muslos.
La complaciente muchacha luego de pensarlo mordiéndose su labio inferior abrió sus muslos no con mucha seguridad cuando él metió su mano entre ellos, y de inmediato los dedos del dichoso jovenzuelo alcanzaron las delicadas suavidades de la tela que protegían la tan delicada y virgen hendidura de la cual era poseedora la jovencita.
Durante los diez minutos siguientes la pareja permaneció con los labios pegados, besándose y olvidada de todo. Sólo su respiración denotaba la intensidad de las sensaciones que los embargaba en aquella embriaguez de lascivia.
Carlos sintió un delicado objeto que adquiría rigidez bajo sus ágiles dedos y bajo de la suave tela de la prenda íntima de la chica, y que sobresalía de un modo que le era desconocido.
En aquel momento la joven Bella cerró sus ojos, y dejando caer su cabeza hacia atrás se estremeció ligeramente, al tiempo que su cuerpo devenía ligero y lánguido, y su cabeza buscaba apoyo en el brazo de su amado.
–¡Oh… C… Carlos… se siente tan… tan r… ri… coooo! –murmuró. –¿Qué… qué es esto que me estás haciendo…? –le consultó a raíz de las deliciosas sensaciones le estaban proporcionando.
El muchacho no permaneció ocioso, pero habiendo ya explorado todo lo que le permitía la postura forzada en que se encontraba, se levantó, y comprendiendo la necesidad de satisfacer la pasión que con sus actos había despertado, le rogó a su compañera que le permitiera conducir su mano hacia un objeto querido, que le aseguró era capaz de producirle mayores sensaciones que las que le había proporcionado con sus dedos.
Nada renuente, Bella se asió a un nuevo y delicioso objeto y, ya fuere porque experimentaba la curiosidad que habían despertado en ella, o porque realmente se sentía transportada por deseos recién nacidos, no pudo negarse a llevar de la sombra a la luz el erecto objeto de carne de su amigo.
Aquellos de mis lectores que se hayan encontrado en una situación similar, podrán comprender rápidamente el calor puesto en empuñar la nueva adquisición, y la mirada de bienvenida con que acogió su primera aparición en público.
Era la primera vez que Bella contemplaba un miembro masculino en plena manifestación de poderío, y aunque no hubiera sido así, el que yo podía ver cómodamente no era de muy buen tamaño, pero para la chica era más que suficiente. De acuerdo a lo anterior lo que más le incitaba a profundizar en sus conocimientos a la curiosa y linda muchachita, o más bien dicho lo que le llamaba la atención de sobremanera era la blancura del tronco y su roja cabeza, de la que se retiraba la suave piel cuando ella ejercía presión.
Carlos estaba igualmente enternecido. Sus ojos brillaban y su mano seguía recorriendo por encima de la suave tela el juvenil tesoro del que había tomado posesión. Mientras tanto los jugueteos de la manecita de su amada sobre el juvenil miembro con el que había entrado en contacto habían producido los efectos que suelen observarse en circunstancias semejantes en cualquier organismo sano y vigoroso, como el del caso que nos ocupa.
Arrobado por la exquisita presión de la suave manita, los dulces y deliciosos apretones, y la inexperiencia con que la jovencita tiraba hacia atrás los pliegues que cubrían la exuberante fruta, para descubrir su roja cabeza encendida por el deseo, y con su diminuto orificio en espera de la oportunidad de expeler su viscosa ofrenda, el joven estaba enloquecido de lujuria, y Bella era presa de nuevas y raras sensaciones que la arrastraban hacia un torbellino de apasionada excitación que la hacía anhelar un desahogo todavía desconocido.
Con sus hermosos ojos entornados, entreabiertos sus húmedos labios, la piel caliente y enardecida a causa de los desconocidos impulsos que se habían apoderado de su persona, la tierna chiquilla era víctima propicia para quienquiera que tuviese aquel momento la oportunidad y quisiera lograr sus favores y arrancarle su delicada rosa juvenil.
No obstante su juventud, Carlos no era tan ciego como para dejar escapar tan brillante oportunidad. Además su pasión, ahora a su máximo, lo incitaba a seguir adelante, desoyendo los consejos de prudencia que de otra manera hubiera escuchado por parte de su padre.
Encontró palpitante y bien húmedo el delicado centro femenino que se agitaba bajo sus dedos; contempló a la hermosa muchacha tendida en el banco en una elocuente invitación al deporte del amor, observó sus hondos suspiros, que hacían subir y bajar sus senos, y las fuertes emociones sensuales que daban vida a las radiantes formas de su joven compañera.
Las suaves y bien torneadas piernas de la muchacha estaban expuestas a las apasionadas miradas del joven.
A medida que iba alzando cuidadosamente sus ropas íntimas, Carlos descubría los secretos encantos de su adorable compañera, hasta que sus ojos en llamas se posaron en las atrayentes y bien puestas formas femeninas que se ubicaban en las blancas caderas y el vientre palpitante de la hermosa chica.
Su ardiente mirada se posó entonces en el centro mismo de atracción, en el triángulo de seda blanca que protegía la íntima hendidura de la joven apenas escondida al pie de un precioso monte de Venus el cual se adivinaba, apenas sombreado por el más suave de los vellos.
El cosquilleo que le había administrado, y las caricias dispensadas al objeto codiciado, habían provocado el flujo de humedad que suele suceder a la excitación, y Bella ofrecía una frágil rendija que antojábase un durazno, bien rociado por el mejor y más dulce lubricante que pueda ofrecer la naturaleza.
Carlos captó su oportunidad, y apartando suavemente la mano con que ella le agarraba el miembro, se lanzó furiosamente, sobre la reclinada figura de ella.
Apresó con su brazo izquierdo su breve cintura; abrazó las mejillas de la muchacha con su cálido aliento, y sus labios apretaron los de ella en un largo, apasionado y apremiante beso. Tras liberar a la chica de sus lujuriosos manoseos íntimos con una de sus manos le corrió la prenda interior hacia un lado y posó su joven y erecto pene en la entrada de amor que la joven ofrecía, junto con ello trató de unir los cuerpos lo más posible en aquellas partes que desempeñan el papel activo en el placer sexual, esforzándose ansiosamente por completar la unión.
Bella sintió por primera vez en su vida el contacto mágico del órgano masculino con los labios de su rosado orificio. Tan pronto como percibió el ardiente contacto con la dura cabeza del miembro de Carlos se estremeció perceptiblemente, y anticipándose a los placeres de los actos venéreos, dejó escapar por primera vez en su vida una pequeña muestra de su susceptible naturaleza.
Carlos estaba embelesado, y se esforzaba en buscar la máxima perfección en la consumación del acto sexual.
Pero la naturaleza, que tanto había influido en el desarrollo de las pasiones sexuales de Bella, había dispuesto, que algo tenía que realizarse antes de que fuera cortado tan fácilmente un capullo tan tempranero.
Ella era muy joven, inmadura, incluso en el sentido de estas visitas mensuales que señalan el comienzo de la pubertad y sus partes, aun cuando estaban llenas de perfecciones y de frescura, estaban poco preparadas para la admisión de los miembros masculinos, aun los tan moderados como el que, con su redonda cabeza intrusa luchaba en aquel momento por buscar alojamiento en ellas.
En vano se esforzaba Carlos presionando con su excitado miembro hacia el interior de las delicadas partes de la adorable muchachita.
Los rosados pliegues del estrecho orificio resistían todas las tentativas de penetración en la mística gruta. En vano también la linda Bella, en aquellos momentos inflamada por una excitación que rayaba en la furia, y semi enloquecida por efecto del cosquilleo que ya había resentido, secundaba por todos los medios los audaces esfuerzos de su joven amante.
La membrana era fuerte y resistía bravamente. Al fin, en un esfuerzo desesperado por alcanzar el objetivo propuesto, el joven se hizo atrás por un momento, para lanzarse luego con todas sus fuerzas hacia adelante, con lo que pretendía abrirse paso taladrando en la obstrucción, y adelantar la cabeza y parte de su endurecido miembro en el sexo de la muchacha que yacía bajo él.
Bella dejó escapar un pequeño grito al sentir como intentaban forzar la puerta que conducía a sus secretos encantos femeninos, pero lo delicioso del contacto le dio fuerzas para resistir el dolor con la esperanza del alivio que parecía estar a punto de llegar.
Sin embargo, y por muy extraño que pueda parecer, ninguno de nuestros amantes tenía la menor idea al respecto, pues entregados por entero a las deliciosas sensaciones que se habían apoderado de ellos, unían sus esfuerzos para llevar a cabo ardientes movimientos que ambos sentían que iban a llevarlos a un éxtasis.
Todo el cuerpo de Bella se estremecía de delirante impaciencia, y de sus labios rojos se escapaban cortas exclamaciones delatoras del supremo deleite; estaba entregada en cuerpo y alma a las delicias del inminente coito del cual ella pretendía ser protagonista. Sus contracciones musculares en el arma que en aquellos momentos estaba a punto de ensartarla, el firme abrazo con que sujetaba el contorsionado cuerpo del muchacho, la delicada estrechez de la húmeda funda, ajustada como un guante la cual él deseaba romper, todo ello excitaba los sentidos de Carlos hasta la locura.
El joven intentaba hundir su instrumento hasta la raíz en el cuerpo de ella, y por más que empujaba no podía avanzar, estaba dado de lleno de empezar a recoger la cosecha de sus esfuerzos.
Pero Bella, insaciable en su pasión, también deseaba la completa unión que le ofrecían, entregándose al ansia de placer que el rígido y caliente miembro le prometía, estaba demasiado excitada para interesarse o preocuparse por lo que pudiera ocurrir después. Poseída por locos espasmos de lujuria, se apretujaba contra el objeto de su placer deseando que este entrara en ella y acogiéndose a los brazos de su amado, con apagados quejidos de intensa emoción extática y grititos de sorpresa y deleite, dejó escapar una copiosa emisión de líquidos vaginales que bañaron en su totalidad el endurecido miembro del joven Carlos.
Tan pronto como el joven pudo comprobar el placer que le procuraba a la hermosa Bella, y advirtió el caliente flujo que tan profusamente había derramado sobre él, fue preso también de un acceso de furia lujuriosa. Un rabioso torrente de deseo pareció inundarle las venas. A su instrumento poco le faltaba por adentrarse por completo en el joven cuerpo de la chica, solo era el glande el que por ahora se encontraba mellando e intentado forzar el resistente himen de ella. Echándose hacia atrás el joven extrajo el ardiente miembro de aquella inmaculada entrada de amor para volver a acomodarlo en esa parte con claras intenciones de hundirlo por completo. Sintió un cosquilleo crispante, enloquecedor. Apretó el abrazo que le mantenía unido a su joven amante, y en el mismo instante en que otro grito de arrebatado placer se escapaba del palpitante pecho de ella, sintió su propio jadeo sobre el seno de Bella, mientras derramaba en su vientre (de ella) y en parte de sus ropas un verdadero torrente de vigor juvenil.
Un apagado gemido de lujuria insatisfecha escapó de los labios entreabiertos de Bella, al sentir en la suave piel de su estómago parte de aquel caliente derrame de fluido seminal. Al propio tiempo el lascivo frenesí de la emisión le arrancó a Carlos un grito penetrante y apasionado mientras quedaba tendido con los ojos en blanco, como el acto final de aquel frustrado drama sexual.
El grito fue la señal para una interrupción tan repentina como inesperada. Entre las ramas de los arbustos próximos se coló la siniestra figura de un hombre que se situó de pie delante de los jóvenes amantes.
El horror heló la sangre de ambos.
Carlos, escabulléndose del joven cuerpo femenino que estuvo a punto de ser su lúbrico y cálido refugio, y con un esfuerzo por mantenerse en pie, retrocedió ante la aparición, como quien huye de una espantosa serpiente.
Por su parte la gentil Bella, tan pronto como advirtió la presencia del intruso se cubrió el rostro con las manos, encogiéndose en el banco que había sido mudo testigo de su reprimido goce, e incapaz de emitir sonido alguno a causa de un inmenso horror, se dispuso a esperar la tormenta que sin duda iba a desatarse, para enfrentarse a ella con toda la presencia de ánimo de que era capaz.
No se prolongó mucho su incertidumbre.
Avanzando rápidamente hacia la pareja culpable, el recién llegado tomó al jovencito por el brazo, mientras con una dura mirada autoritaria le ordenaba que pusiera orden en su vestimenta.
–¡Muchacho imprudente! -murmuró entre dientes. –¿Qué hiciste? ¿Hasta qué extremos te ha arrastrado tu pasión loca y salvaje? ¿Cómo podrás enfrentarte a la ira de tu ofendido padre? ¡Si mira nada más… estuviste a punto de partirle la concha a esta pobre criatura! ¿Cómo apaciguarás el justo resentimiento de tu familia cuando yo, en el ejercicio de mi deber moral, le haga saber el daño causado por la mano de su único hijo?
Cuando terminó de hablar, manteniendo al joven Carlos todavía sujeto por la muñeca, la luz de la luna descubrió la figura de un hombre de aproximadamente 55 años, alto, gordo y más bien corpulento. Su rostro, francamente moreno y tosco, resultaba todavía más duro por efecto de un par de ojos brillantes que negros como el azabache, lanzaban en torno a él adustas miradas de apasionado resentimiento. Vestía hábitos clericales, cuyo sombrío aspecto y limpieza hacían resaltar todavía más sus notables proporciones musculares y su sorprendente fisonomía, Carlos estaba confundido por completo, y se sintió egoísta e infinitamente aliviado cuando el fiero intruso se volvió hacia su joven compañera de goces libidinosos.
–En cuanto a ti, infeliz muchacha, sólo puedo expresarte mi máximo horror y mí justa indignación. Olvidándote de todos los preceptos de nuestra santa madre iglesia, sin importarte el honor, has permitido a este perverso y presuntuoso muchacho que pruebe la fruta prohibida. ¿Qué te queda ahora que te has comportado como una verdadera meretriz del tugurio más barato del poblado? Serás escarnecida por tus amigos y arrojada del hogar de tu tío, tendrás que asociarte con las bestias del campo, y como Nabucodonosor, serás eludida por los tuyos para evitar la contaminación, y tendrás que implorar por los caminos del Señor un miserable sustento. ¡Ah, hija del pecado, criatura entregada a la lujuria y a Satán! Yo te digo que…
El extraño había ido tan lejos en su amonestación a la infortunada muchacha, que Bella, abandonando su actitud encogida y levantándose, unió lágrimas y súplicas en demanda de perdón para ella y para su joven amante.
–No digas más —siguió, al cabo, el fiero sacerdote. –No digas más. Las confesiones no son válidas, y las humillaciones sólo añaden lodo a tu ofensa carnal. Mi mente no acierta a concretar cuál sea mi obligación en este sucio asunto, pero si obedeciera los dictados de mis actuales inclinaciones me encaminaría directamente hacia tus custodios naturales para hacerlas saber de inmediato las infamias que por azar del destino he descubierto.
–¡Por piedad! ¡Compadézcase de mí! -suplicó Bella, cuyas lágrimas se deslizaban por unas mejillas que hacía poco habían resplandecido de placer.
–¡Perdónenos padre! ¡Perdónenos a los dos! Haremos cuanto esté en nuestras manos como penitencia, -aportó ahora el arrepentido joven. –Se dirán seis misas y muchos padrenuestros sufragados por nosotros, se emprenderá sin duda la peregrinación al sepulcro de San Engulfo, del que me habló el otro día. Estoy dispuesto a cualquier sacrificio si perdona a mi querida Bella.
El sacerdote impuso silencio con un ademán. Después tomó la palabra, a veces en un tono piadoso que contrastaba con sus maneras resueltas y su natural duro.
–¡Basta!, -dijo. –Necesito tiempo. Necesito invocar la ayuda de la Virgen bendita, que no conoce el pecado, pero que, sin experimentar el placer carnal de la copulación de los mortales, trajo al mundo al niño Jesús en el establo de Belén. Pasa a verme mañana a la sacristía, Bella. Allí, en el recinto adecuado, te revelaré cuál es la voluntad divina con respecto a tu pecado. En cuanto a ti, joven impetuoso, me reservo todo juicio y toda acción hasta el día siguiente, en el que te espero a la misma hora.
Miles de gracias surgieron de las gargantas de ambos penitentes cuando el padre les advirtió que debían marcharse ya. La noche hacía mucho que había caído, y se levantaba el relente:
–Entretanto, buenas noches, y que la paz sea con vosotros. Su secreto está a salvo conmigo hasta que nos volvamos a ver…, -dijo el padre antes de desaparecer.

Curiosa por saber el desarrollo de una aventura en la que ya estaba verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable Bella, me sentí obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no molestarla con mis atenciones, no fuera a despertar su resistencia y a desencadenar un ataque a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven.

No trataré de describirles el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo transcurrido desde el momento en que se produjo el enojoso descubrimiento del padre confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la sacristía, con el fin de decidir sobre el sino de la infortunada Bella.

Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquella parte de la iglesia a la cual le habían citado y llamó.

La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral. A un signo del sacerdote Bella entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón. Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos. El padre Ambrosio lo rompió al fin para decir:

–Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija mía. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual que conduce al perdón divino. -Al oír aquellas bondadosas palabras Bella cobró aliento y pareció descargarse de un peso que oprimía su corazón.

El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo sofá acojinado hecho de roble:

–He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija mía. Durante algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente llegué a poseer, –el sacerdote hizo una pausa, y Bella, que sabía muy bien el severo carácter de su tío, de quien además dependía por completo, se echó a temblar al oír tales palabras.

Tomándola de la mano y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él, mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre:

–Pero me dolía pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, y pedí a la Virgen Santísima que me asistiera en tal tribulación… ella me señaló un camino que al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las consecuencias que acarrearía el que el hecho llegase a conocimiento de tu tío. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta.

Bella, aliviada de su angustia al oír que había un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su padre espiritual. La jovencita estaba arrodillada a sus pies. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella.

Un tinte de color enrojecía las mejillas del alterado cura, y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Sus sudadas manos temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su penitente, pero no perdió su compostura. Indudablemente su espíritu estaba conturbado por el conflicto nacido de la necesidad de seguir adelante con el cumplimiento estricto de su deber, y los tortuosos pasos con que pretendía evitar su cruel exposición.

El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia, y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia. Bella reiteró la seguridad de que sería muy paciente, y de que obedecería todo cuanto se le ordenara.

Entretanto resultaba evidente que el sacerdote era víctima de un espíritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionados y ardientes labios.

El padre Ambrosio atrajo más y más a su hermosa penitente quien tuvo que avanzar de rodillas el poco trayecto que los separaba, hasta que sus lindos brazos descansaron sobre sus piernas y su rostro se inclinó hacia abajo con piadosa resignación, casi sumido entre sus manos.

–Y ahora, hija mía… -siguió diciendo el santo varón, –ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa. Hay espíritus a quienes se ha confiado el alivio de aquellas pasiones y exigencias que la mayoría de los siervos de la iglesia tienen prohibido confesar abiertamente, pero que sin duda necesitan satisfacer. Se encuentran estos pocos elegidos entre aquellos que ya han seguido el camino del desahogo carnal. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto.

Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descendían de los hombros de la muchacha hasta su cintura, el padre susurró:

–Para ti, que ya intentaste probar el supremo placer de la copulación, está indicado el recurso a este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el pecado cometido, sino que se te permitirá disfrutar legítimamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que en todo momento encontrarás en los brazos de sus fieles servidores. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores ilícitos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor por la contemplación… o mejor dicho, Bella, por la participación en ellas… de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermosa persona tiene que provocar.

Bella oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de sorpresa y placer. Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar? El piadoso sacerdote no dejándola pensar rápidamente se puso de pie y también la levanto a ella, luego acercó su complaciente cuerpo hacia ella, y le estampó un largo y cálido beso en sus rosados labios.

–Madre Santa…, -murmuró Bella estando muy sonrojada, sintiendo cada vez más excitados sus impetuosos instintos de sensualidad juvenil. –¡Es demasiado para que pueda soportarlo! Yo quisiera… me pregunto… ¡no sé qué decir!, -fue lo que dijo después de ser liberada de aquel efusivo beso en la boca.

–Inocente y dulce criatura. Es misión mía la de instruirte. –le dijo el sacerdote tomándole su carita con sus dos peludas manazas, –En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización de los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo.

El padre Ambrosio luego de liberar su rostro cambió de postura retrocediendo tres pasos para poder admirar de una mejor forma lo que creía ya tener a su disposición. En aquel momento Bella advirtió por vez primera su ardiente y deseosa mirada en los momentos que la miraba de pies a cabeza, y casi le causó temor descubrirla.

También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba en la parte frontal de la sotana del padre santo. El excitado sacerdote apenas se tomaba ya el trabajo de disimular su estado y sus intenciones. Tomando a la hermosa muchacha entre sus brazos otra vez la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su voluminosa persona, y la atrajo fuertemente para entrar en contacto cada vez más íntimo con su grácil figura. Al cabo de un rato y consumido por la lujuria, perdió los estribos, y dejando a Bella parcialmente en libertad, abrió el frente de su sotana y dejó expuesto a los atónitos ojos de su joven penitente y sin el menor rubor, un miembro cuyas gigantescas proporciones, erección y rigidez la dejó completamente confundida.

Es imposible describir las sensaciones despertadas en la joven Bella por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento. Su mirada se fijó instantáneamente en él, al tiempo que el padre, advirtiendo su asombro, pero descubriendo que en él no había mezcla alguna de alarma o de temor, se acercó a ella y lo colocó tranquilamente entre sus manos.

El entablar contacto con tan tremenda cosa se apoderó de Bella un terrible estado de excitación. Como quiera que hasta entonces no había visto más que el miembro de moderadas proporciones del joven Carlos.

Tan notable fenómeno despertó rápidamente en ella la mayor de las sensaciones lascivas, y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manitas se acercó a él embargada por un deleite sensual verdaderamente extático, aunque de pie la jovencita sentía la necesidad de arrodillarse nuevamente, aun así se mantuvo de pie:

–¡Santo Dios! ¡Esto es casi el cielo! —murmuró Bella sin soltar el inmenso miembro del cura y sin dejar de mirárselo, ni ella misma sabía por qué pronunciaba esas palabras. –¡Oh, padre, quién hubiera creído que iba yo a ser escogida para semejante dicha!

Esto era demasiado para el padre Ambrosio. Estaba encantado con la lujuria de su linda penitente y por el éxito de su infame treta.

(En efecto, él lo había planeado todo, puesto que facilitó la entrevista de los jóvenes, y con ella la oportunidad de que se entregasen a sus ardorosos juegos, a escondidas de todos menos de él, que se agazapó cerca del lugar de la cita para contemplar con centelleantes ojos el combate amoroso).

El aprovechador sacerdote rápidamente tomó el ligero cuerpo de la joven Bella, y colocándola sobre de espaldas sobre el sofá en el que estuvo sentado él momentos antes levantó sus torneadas piernas para quitarle sin preámbulos su fina prenda interior, y separando lo más que pudo sus complacientes muslos, contempló por un instante la deliciosa hendidura rosada que aparecía debajo del blanco vientre.

Luego, sin decir palabra, avanzó su rostro hacía ella, e introduciendo su impúdica lengua tan adentro como pudo en la húmeda vaina se dio a succionar tan deliciosamente, que Bella, en un gran éxtasis pasional, y sacudido su joven cuerpo por espasmódicas contracciones de placer, eyaculó abundantemente una buena porción de líquidos íntimos, emisión que el santo padre engulló cual si fuera un flan.

Siguieron unos instantes de calma con Bella reposando sobre su espalda con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza caída hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el lujurioso proceder del reverendo padre. Su pecho se agitaba todavía bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanecían entornados en lánguido reposo.

El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenecía, no se habían borrado por completo no obstante su temperamento fogoso, y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal, y de deseos tan violentos que caían fuera de lo común, había aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación.

Ya es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha. El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza lo identificaba con la imagen física y mental del sátiro de la antigüedad.

Pero Bella sólo lo conocía como el padre santo que no sólo le había perdonado su grave delito, sino que le había también abierto el camino por el que podía dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente tenía fijos en su juvenil imaginación.

El osado y viejo sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema que había puesto en sus manos lujuriosas una víctima de tan atrayentes características físicas y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven, y el evidente deleite con que se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se disponía en aquellos momentos a cosechar los frutos de su superchería, y disfrutaba lo indecible con la idea de que iba a poseer todos los delicados encantos que la dulce jovencita podía ofrecerle para mitigar su espantosa lujuria.

Al fin era suya, y al tiempo que se retiraba de su cuerpo tembloroso, conservando todavía en sus labios la muestra de la participación que había tenido en el placer experimentado por ella, su miembro, todavía hinchado y rígido, presentaba una cabeza reluciente a causa de la presión de la sangre y el endurecimiento de los músculos.

Tan pronto como la joven Bella se hubo recuperado del ataque que acabamos de describir, inferido por su confesor en las partes más sensibles de su persona, y alzó la cabeza de la posición inclinada en que reposaba, sus ojos volvieron a tropezar con el gran tronco musculoso que el padre mantenía impúdicamente expuesto, que no se parecía en nada a lo que le había enseñado el joven Carlos solo hace un par de días.

La aun alterada chica pudo ver el largo y grueso mástil moreno, y la mata de negros pelos rizados de donde emergía, oscilando rígidamente hacia arriba, y la cabeza en forma de huevo que sobresalía en el extremo, roja y desnuda, y que parecía invitar el contacto de su mano, la chica contemplaba aquella gruesa y rígida masa de músculo y carne, e incapaz de resistir la tentación se incorporó otra vez de rodillas ante el sacerdote y se la tomó de nuevo entre sus manos.

La apretó, la estrujó, y deslizó hacia atrás los pliegues de piel que la cubrían para observar la gran nuez que la coronaba. Maravillada, contempló el agujerito que aparecía en su extremo, y tomándolo con ambas manos lo mantuvo, palpitante, junto a su cara a la misma vez en que le hablaba:

–¡Oh… padre! ¡Qué cosa tan maravillosa! –Exclamó, –¡Qué grande lo tiene! ¡Por favor, padre Ambrosio, dígame cómo debo proceder para aliviar a nuestros santos ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan!

El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, pero tomando una mano de ella con la suya le enseñó a la inocente muchacha cómo tenía que mover sus dedos de atrás y adelante en su enorme objeto, su otra manita hizo que se la posara en sus testículos para que se los sobara. Su placer era intenso, y el de Bella no parecía ser menor. Siguió frotando el miembro entre las suaves palmas de sus manos, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer, y si por lo tanto tenía qué seguir actuando tal como lo hacía.

Entretanto, la gran verga del padre Ambrosio engordaba y crecía todavía más por efecto del excitante cosquilleo al que lo sometía la jovencita.

–Espera un momento… si sigues frotándolo de esta manera me voy a correr… -dijo por lo bajo el ardiente sacerdote. –Será mejor retardarlo todavía un poco.

–¿Se va a correr, padrecito? , -inquirió Bella ávidamente. –¿Qué quiere decir eso?

–¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión!, -exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder así envilecerla.

–Correrse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de fluido blanco y espeso del interior del instrumento que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe.

Bella recordó a Carlos y su éxtasis, y entendió enseguida a lo que el padre se refería.

–¿Y este derrame del líquido blanco que Usted dice le proporcionaría alivio, padre?

–Claro que sí, hija mía, y por ello deseo ofrecerte la oportunidad de que me proporciones ese alivio bien hechor, como bendito sacrificio de uno de los más humildes servidores de la iglesia.

–¡Qué delicia! , -dijo Bella, –Por obra mía correrá esa rica corriente, y es únicamente a mí a quien el santo varón reserva ese final placentero. ¡Cuánta felicidad me proporciona poderle causar semejante dicha con el derrame del líquido blanco!

Después de expresar apasionadamente estos pensamientos la jovencita inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume difícil de definir pero que la atraía considerablemente por lo que depositó sus húmedos labios sobre el extremo superior de aquella grandiosa y varonil herramienta, cubrió con su adorable boca el pequeño orificio que esta tenía en la punta, y luego besó en tres oportunidades y ardientemente el reluciente glande sin que nadie se lo pidiera.

–¿Cómo se llama ese fluido?, -preguntó Bella después de lo besos, alzando una vez más su lindo rostro.

–Tiene varios nombres…, -replicó el santo varón, –Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija mía, lo llamaremos de tres formas… leche… mocos o semen…

–¿Leche… mocos o s… semen?, -repitió Bella inocentemente, dejando escapar las eróticas palabras por entre sus dulces labios, con una unción que en aquellas circunstancias resultaba natural.

–Sí, hija mía, esos son sus nombres. Por lo menos así quisiera que lo llamaras tú, de cualquiera de esas tres formas. Y enseguida te inundaré con esta esencia tan preciosa.

–¿Cómo tengo que recibirla? -preguntó Bella, aun pensando en Carlos, y en la tremenda diferencia relativa entre su pequeño penito y el gigantesco instrumento peneano que en aquellos instantes tenía ante sí.

–Hay varios modos para ello, todos los cuales tienes que aprender. Pero ahora no estamos bien acomodados para el principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente debemos sustituirlo por otro medio más sencillo, así que en lugar de que descargue esta esencia llamada leche en el interior de tu cuerpo, teniendo en cuenta que la suma estrechez de tu hendidura provocaría que fluyera con extrema abundancia…,

–¿Copulación permitida padre?, -le interrumpió la chica quien escuchaba atentamente, y es que ella quería saberlo todo, –¿Así se le llama a eso que quisieron hacerme el otro día?

–Se le puede llamar así mi dulce chiquilla, pero cuando nosotros nos refiramos a ese exquisito acto carnal sencillamente le llamaremos culear… o coger… el que más te guste a ti dependiendo del estado en que te encuentres cuando te lo esté haciendo, pero por ahora empezaremos con algo mucho más sencillo… con la fricción por medio de tus obedientes dedos hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión del líquido blanco. Llegado ese instante, a una señal mía tomarás entre tus labios lo más que quepa en ellos de la cabeza de este objeto, hasta que expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente, esa será la forma en que por ahora recibirás la “leche”.

Bella, cuyo lujurioso instinto le había permitido disfrutar la explicación hecha por el confesor, y que estaba tan ansiosa como él mismo por llevar a cumplimiento el atrevido programa, manifestó rápidamente su voluntad de complacer.

Ambrosio colocó una vez más su enorme y dura tranca en manos de Bella, y la chica excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que tenía asido entre ambas manos con verdadero deleite, la joven se dio a cosquillear, frotar y exprimir el enorme y tieso miembro, de manera que proporcionaba al licencioso cura el mayor de los goces.

No contenta con friccionarlo con sus delicados dedos, la jovencita, dejando escapar palabras de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza a sus rosados labios, y la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua la deliciosa eyaculación que le habían prometido.

Esto era más de lo que el santo varón había esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar una discípula tan bien dispuesta para el irregular ataque que había propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se disponía a inundar la boca y la garganta de la muchachita con el flujo de su poderosa descarga.

Ambrosio comenzó a sentir que no tardaría en correrse, con lo que iba a terminar su placer. Era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada.

La superabundancia parecía estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos habían sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente. Fue en estas circunstancias que la dulce Bella había emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos torrentes de semen que hasta el momento no había experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansiosa estaba de administrar, la hermosa doncella deseaba la consumación de su labor, y el derrame de la leche que le había ofrecido el buen padre.

El exuberante miembro engrosaba y se enardecía cada vez más al interior de su ya muy acuosa boca, a medida que los excitantes labios de Bella apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio. Sus blancas manos lo privaban de su dúctil piel, o cosquilleaban alternativamente su extremo inferior.

Dos veces retiró Ambrosio la cabeza de su miembro de los rosados labios de la muchacha, incapaz ya de aguantar los deseos de correrse al delicioso contacto de los mismos.

Al fin Bella, impaciente por el retraso, y habiendo al parecer alcanzado un máximo de perfección en su técnica, presionó con sus labios con mayor energía que antes el tieso dardo. Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen padre. Sus piernas se abrieron ampliamente a ambos lados de su penitente. Sus manos se agarraron convulsivamente a la cabeza de la joven. Su cuerpo se proyectó hacia delante y se enderezó:

–¡Dios santo! ¡Me voy a correr!, -exclamó al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente víctima.

Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos su gruesa verga, por efecto de la provocación de la jovencita, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido.

Bella, comprendiendo por los chorros que uno tras otro inundaban su boca y resbalaban garganta abajo, así como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que ella había provocado, siguió succionando y apretujando hasta que, llena de las descargas viscosas, y semi asfixiada por su abundancia, se vio obligada a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro mientras ella se tragaba todo el caliente liquido masculino depositado en su boca.

–¡Madre santa!, -exclamó Bella una vez que pudo tragárselo todo, cuyos labios y cara estaban inundados de la leche del padre. –¡Qué placer me ha provocado beberme su leche! Y a usted, padre mío, ¿no le he proporcionado el preciado alivio que tanto necesitaba?

El padre Ambrosio, demasiado agitado para poder contestar nuevamente tomo ubicación en el gran sofá acojinado, atrajo a la gentil muchacha hacia sus brazos, y comprimiendo sus chorreantes labios los cubrió con húmedos besos de gratitud y de placer.

Transcurrió un cuarto de hora en reposo tranquilo, que ningún signo de turbación exterior vino a interrumpir a la pareja mientras descansaban con sus cuerpos muy cerca uno del otro. La puerta estaba bajo cerrojo, y el padre había escogido bien el momento.

Mientras tanto Bella, terriblemente excitada por la escena que hemos tratado de describir, había concebido en su mente el extravagante deseo de que el rígido miembro de Ambrosio realizara con ella la misma operación que había sufrido con el arma de moderadas proporciones de Carlos, pero que esta vez le entrara.

Pasando sus brazos en torno al robusto cuello de su confesor, le susurró tiernas palabras de invitación, observando, al hacerlo, el efecto que causaban en el instrumento que adquiría ya rigidez entre sus piernas:

–Usted me dijo que la estrechez de esta hendidura…, -y Bella colocó la ancha mano de él sobre la misma, presionándola luego suavemente, -le haría descargar una abundante cantidad de leche o de mocos de esos que Usted tiene. ¿Por qué no he de poder, padre mío, sentir el derrame de su precioso liquido blanco dentro de mi cuerpo por la punta de esta cosa roja cuando ya me esté culeando?

Era evidente lo mucho que la hermosura de la joven Bella, así como la inocencia e ingenuidad de su carácter, inflamaban el natural deseo sexual del sensual del sacerdote. Saberse triunfador, oírla hablar por primera vez desde que la conocía todo tipo de vulgaridades por esos exquisitos labios rojos, tenerla absolutamente impotente entre sus manos, la delicadeza y refinamiento de la muchacha, todo ello conspiraba al máximo para despertar sus licenciosos instintos y desenfrenados deseos. Era suya, suya para gozarla a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su terrible lujuria, y estaba lista a entregarse a la más desenfrenada sensualidad.

–¡Por Dios hija, esto es demasiado!, -exclamó Ambrosio, cuya lujuria, de nuevo encendida, volvía a asaltarle violentamente ante tal solicitud, –Dulce muchachita, no sabes lo que pides. La desproporción es terrible, y sufrirás demasiado al intentar coger conmigo…

–Lo soportaré todo… -replicó Bella, –con tal de poder sentir esta cosa terrible dentro de mí, y gustar de los chorros de leche que ella depositará dentro de mí.

–¡Santa madre de Dios! ¡Es demasiado para ti, Bella! ¡No tienes idea de las medidas que esta poderosa máquina adquiere una vez hinchada, adorable criatura…! ¡¡Nadarías en un océano de semen espeso y caliente!! ¿¡Eso es lo que quieres!?

–¡Oh padrecito! ¡Qué dicha celestial! ¡Sí! ¡Deseo ahogarme en todo ese mar de semen que Usted me dice!

El viejo sacerdote ya sabía que la chica desde hace un rato ya ocupaba distintos términos de los que le había enseñado para referirse a lo que estaban haciendo, esto ya era demasiado:

–¡¡Desnúdate Bella!! ¡¡Quítate todo lo que pueda entorpecer nuestros movimientos, que te prometo serán en extremo violentos cuando ya estemos culeando de lleno!!

Cumpliendo la orden, Bella se despojó rápidamente de sus vestidos, y buscando complacer a su confesor con la plena exhibición de sus encantos, a fin de que su miembro se alargara en proporción a lo que ella mostrara de sus desnudeces, se despojó de hasta la más mínima prenda interior, para quedar tal como vino al mundo.

El padre Ambrosio quedó atónito ante la contemplación de los encantos que se ofrecían a su vista. La amplitud de sus caderas, los juveniles senos recién terminados en desarrollo, la nívea blancura de su piel, suave como el satín, la redondez de sus nalgas y el poderío de esos firmes muslos, el blanco y plano vientre con su adorable monte, y por sobre todo, la encantadora hendidura rosada que destacaba debajo del mismo, asomándose tímidamente entre sus ingles, hicieron que él se lanzara sobre la joven con un rugido de lujuria.

Ambrosio atrapó a su víctima entre sus brazos. Oprimió su cuerpo suave y deslumbrante contra el suyo. La cubrió de besos lúbricos, y dando rienda suelta a su licenciosa lengua prometió a la jovencita todos los goces del paraíso mediante la introducción de su gran aparato en el interior de su vagina.

Bella acogió estas palabras con un gritito de éxtasis, y cuando su excitado estuprador la acostó sobre sus espaldas sentía ya la anchurosa y tumefacta cabeza del pene gigantesco presionando los calientes y húmedos labios de su pequeño orificio virginal.

El santo varón, encontrando placer en el contacto de su pene con los juveniles labios de la apretada vagina de Bella, comenzó a empujar hacia adentro con todas sus fuerzas, hasta que la gran nuez de la punta se llenó de humedad secretada por la sensible vaina. La pasión enfervorizaba a Bella. Los esfuerzos del padre Ambrosio por alojar la cabeza de su miembro entre los húmedos labios de su vagina en lugar de disuadirla la espoleaban hasta la locura, y finalmente, profiriendo un débil grito, se inclinó hacia adelante y expulsó el viscoso tributo de su lascivo temperamento.

Esto era exactamente lo que esperaba el desvergonzado cura. Cuando la dulce y caliente emisión inundó su enormemente desarrollada vergota, empujó resueltamente, y de un solo golpe introdujo la mitad de su voluminoso apéndice en el interior de la hermosa muchacha, destrozándolo y rompiendo todo a su paso.

Tan pronto como Bella se sintió empalada por la entrada del terrible miembro en el interior de su tierno cuerpo, perdió el poco control que conservaba, y olvidándose del dolor que sufría rodeó con sus blancas piernas las espaldas de él, y alentó a su enorme invasor a que se la cogiera y a no guardarle consideraciones, la jovencita estaba casi poseída por la lujuria.

–Mi tierna y dulce chiquilla, -murmuró el lascivo sacerdote. –Mis brazos te rodean, mi verga está hundida a medias en tu vientre. Pronto serán para ti los goces del paraíso.

–Lo sé; la siento en mi interior. No se haga hacia atrás y empuje más hacia adentro; deme su delicioso instrumento hasta donde más pueda… culéeme como Usted bien dijo…

–Toma, pues. Empujo, aprieto, pero estoy demasiado bien dotado para poder penetrarte fácilmente y así comenzar a cogerte. Tal vez te reviente… pero ahora ya es demasiado tarde pequeña… Tengo que poseerte… o morir.

Las partes de Bella se relajaron un poco, y el buen padre Ambrosio pudo penetrar unos centímetros más. Su palpitante miembro, húmedo y desnudo, había recorrido la mitad del camino hacia el interior de la jovencita. Su placer era intenso, y la cabeza de su instrumento estaba deliciosamente comprimida por la vaina de Bella.

–A… Adelante, padrecito… E… Estoy en espera de toda esa leche que me prometió…

El confesor no necesitaba de este aliento para inducirlo a poner en acción todos sus tremendos poderes copulatorios. Empujó frenéticamente hacia adelante, y con cada nuevo esfuerzo sumió su terrible aparato más adentro del indefenso cuerpo de la jovencita, hasta que por fin, con un golpe poderoso y de un momento a otro se lo enterró hasta los testículos en el interior de la estrecha vaina de Bella.

Esa furiosa introducción por parte del brutal sacerdote fue más de lo que su frágil víctima, animada por sus propios deseos, pudo soportar. Con un desmayado grito de angustia física, Bella anunció que su estuprador había vencido toda la resistencia que su juventud había opuesto a la entrada de su miembro, y la tortura de la forzada introducción de aquella masa borró la sensación de placer con que en un principio había soportado el ataque.

Ambrosio lanzó un grito de alegría al contemplar la hermosa presa que su serpiente había mordido. Gozaba con la víctima que tenía empalada con su enorme ariete. Sentía el enloquecedor contacto con inexpresable placer. Veía a la muchacha estremecerse por la angustia de su violación. Su natural impetuoso había despertado por entero. Pasare lo que pasare, disfrutaría hasta el máximo.

Así pues, estrechó entre sus brazos el desfallecido cuerpo de la hermosa muchacha, y la agasajó con toda la extensión de su inmenso miembro:

–Hermosa mía, realmente eres incitante. Tú también tienes que disfrutar. Te daré todo ese semen del que te hablaba. Pero antes tengo que despertar mi naturaleza con este lujurioso cosquilleo… Bésame Bella, ponte a coger conmigo y luego la tendrás… y cuando mi caliente leche me deje para adentrarse en tus juveniles entrañas, experimentarás los exquisitos deleites que estoy sintiendo yo… ¡Apriétame la verga Bella con tu pucha! ¡Déjame también empujar, chiquilla mía! Ahora entra de nuevo, ¡Ohhh…! ¡Ohhhh…!

Ambrosio luego de estar cogiéndosela por unos buenos minutos se levantó por un momento y pudo ver el inmenso émbolo ensangrentado a causa del cual la linda hendidura de Bella estaba en aquellos momentos extraordinariamente distendida a causa del reciente desvirgamiento. Firmemente empotrado en aquella lujuriosa vaina, y saboreando profundamente la suma estrechez de los cálidos pliegues de carne en los que estaba encajado, empujó sin preocuparse del dolor que su miembro provocaba, y sólo ansioso de procurarse el máximo deleite posible.

El detestable cura no era hombre que fuera a detenerse en tales casos ante falsos conceptos de piedad, en aquellos momentos empujaba hacia dentro lo más posible, mientras que febrilmente rociaba de besos los abiertos y temblorosos labios delirantes de la pobre Bella.

Por espacio de largos minutos no se oyó otra cosa que los jadeos y sacudidas con que el lascivo sacerdote se entregaba a darse satisfacción, y el “chfrtss-chfrtss” de su inmenso pene cuando alternativamente entraba y salía del sexo de su bella penitente.

No cabe suponer que un hombre como Ambrosio ignorara el tremendo poder de goce que su miembro podía suscitar en una persona del sexo opuesto, ni que su tamaño y capacidad de descarga eran capaces de provocar las más excitantes emociones en la joven sobre la que estaba accionando.

Pero la naturaleza hacía valer sus derechos también en la persona de la joven Bella. El dolor de la dilatación se vio bien pronto atenuado por la intensa sensación de placer provocada por la vigorosa arma del santo varón, y no tardaron los quejidos y lamentos de la linda chiquilla en entremezclarse con sonidos medio sofocados en lo más hondo de su ser, que expresaban su deleite.

–¡Padre mío! ¡Padrecito…, mi querido y generoso padrecito! Empuje, cójame… empuje que puedo soportarlo… Lo deseo y ya se la aguanté… Estoy en el cielo… ¡El bendito instrumento tiene una cabeza tan ardiente! ¡Oh, corazón mío! ¡Ohhh… Ohhh! ¡Madre bendita…! ¿¡Qué es lo que siento!?

Ambrosio veía el efecto que provocaba en la desnuda muchacha. Su propio placer llegaba a toda prisa. Se meneaba furiosamente hacia atrás y hacia adelante, agasajando a Bella a cada nueva embestida con todo el largo de su miembro, que se hundía hasta los rizados pelos que cubrían sus testículos. Al cabo de un rato, la chica no pudo resistir más, y le obsequió a su arrebatado violador una cálida emisión que inundó todo su rígido miembro.

Resulta imposible describir el frenesí de lujuria que en aquellos momentos se apoderó de la joven y encantadora Bella. Su desnudo y curvilíneo cuerpo se aferró con desesperación al fornido cuerpo del sacerdote, que agasajaba a su voluptuosa y angelical anatomía con toda la fuerza y poderío de sus viriles estocadas, y lo alojó en su estrecha y resbalosa vaina hasta los testículos. Pero ni aún en su éxtasis Bella perdió nunca de vista la perfección del goce. El santo varón tenía que expeler su semen en el interior de ella, tal como Carlos lo había hecho pero por fuera, y la sola idea de ello añadió combustible al fuego de su lujuria.

Cuando, por consiguiente, el padre Ambrosio pasó sus brazos en torno a su esbelta cintura, y hundió hasta los pelos su larga y gruesa verga de semental en la apretada y recién desvirgada conchita de Bella, para anunciar entre suspiros que al fin llegaba la leche, la excitada muchacha se abrió de piernas todo lo que pudo, y en medio de gritos de placer recibió los chorros de su emisión en sus órganos vitales.

Así permaneció él por espacio de dos minutos enteros, durante los que se iban sucediendo las descargas, cada una de las cuales era recibida por Bella con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones a la misma vez que buscaba con su resbaloso tajito hacer mas perfecta su unión con esa grotesca vergota que tenía ensartada.

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No creo que en ninguna otra ocasión haya tenido que sonrojarme con mayor motivo que en esa oportunidad. Y es que hasta una pulga tenía que sentirse avergonzada ante la corrupta visión de lo que acabo de dejar registrado. Una muchacha tan joven, de apariencia tan inocente, y sin embargo, de inclinaciones y deseos tan lascivos. Una persona de frescura y belleza infinitas; una mente de llameante sensualidad convertida por el accidental curso de los acontecimientos en un activo volcán de lujuria.

Muy bien hubiera podido exclamar con el poeta de la antigüedad: ‘¡Oh, Moisés!”, o como el más práctico descendiente del patriarca: “¡Por las barbas del profeta!” No es necesario hablar del cambio que se produjo en Bella después de las experiencias relatadas. Eran del todo evidentes en su porte y su conducta.

Pero volvamos a mis observaciones directas en lo que concierne a la linda Bella. Si bien a una pulga no le es posible sonrojarse, sí puede observar, y me impuse la obligación de encomendar a la pluma y a la tinta la descripción de todos los pasajes amatorios que consideré pudieran tener interés para los buscadores de la verdad.

Podemos escribir “por lo menos puede hacerlo esta pulga”, pues de otro modo estas páginas no estarían bajo los ojos del lector y eso basta.

Transcurrieron varios días antes de que Bella encontrara la oportunidad de volver a visitar a su clerical admirador, pero al fin se presentó la ocasión, y ni qué decir tiene que ella la aprovechó de inmediato. Había encontrado el medio de hacerle saber a Ambrosio que se proponía visitarlo, y en consecuencia el astuto individuo pudo disponer de antemano las cosas para recibir a su linda huésped como la vez anterior.

Tan pronto como Bella se encontró a solas con su seductor se arrojó en sus brazos, y apresando su gran humanidad contra su frágil cuerpo le prodigó las más tiernas caricias. Ambrosio no se hizo rogar para devolver todo el calor de su abrazo, y así sucedió que la pareja se encontró de inmediato entregada a un intercambio de cálidos besos, y reclinada, cara a cara, sobre el gran sofá acojinado a que aludimos anteriormente.

Pero Bella no iba a conformarse con besos solamente; deseaba algo más sólido, por experiencia sabía que el padre podía proporcionárselo. Ambrosio no estaba menos excitado. Su sangre afluía rápidamente, sus negros ojos llameaban por efecto de una lujuria incontrolable, y la protuberancia que podía observarse en su hábito denunciaba a las claras el estado de sus sentidos.

Bella advirtió la situación, ni sus miradas ansiosas, ni su evidente erección, que el padre no se preocupaba por disimular, podían escapársele. Pero pensó en avivar mayormente su deseo, antes que en apaciguarlo.

Sin embargo, pronto demostró Ambrosio que no requería incentivos mayores, y deliberadamente exhibió su arma, bárbaramente dilatada en forma tal, que su sola vista despertó deseos frenéticos en Bella. En cualquier otra ocasión Ambrosio hubiera sido mucho más prudente en darse en el gusto, pero en esta oportunidad sus alborotados sentidos habían superado su capacidad de controlar el deseo de regodearse lo antes posible en los juveniles encantos que se le ofrecían.

Estaba ya sobre su cuerpo. Su gran humanidad cubría por completo el cuerpo de ella. Su miembro en erección se clavaba en el vientre de la chica, cuyas ropas estaban recogidas hasta la cintura. Con una mano temblorosa llegó Ambrosio al centro de la hendidura objeto de su deseo; ansiosamente llevó la punta caliente y carmesí hacia los dispuestos y húmedos labios.

Empujó, luchó por entrar, y lo consiguió. La inmensa máquina vergal entró con paso lento pero firme. La cabeza y parte del miembro ya estaban dentro. Unas cuantas firmes y decididas embestidas completaron la conjunción, y Bella recibió en toda su longitud el inmenso y excitado miembro de Ambrosio. El estuprador yacía jadeante sobre ella, en completa posesión de sus más íntimos encantos.

Bella, dentro de cuyo vientre se había acomodado aquella vigorosa masa masculina, sentía al máximo los efectos del intruso, cálido y palpitante.

Entretanto Ambrosio había comenzado a moverse hacia atrás y hacia adelante. La ardiente jovencita trenzó sus blancos brazos en torno a su cuello, y enroscó sus lindas piernas enfundadas en seda sobre sus espaldas, presa de la mayor lujuria jamás sentida, y así se lo hacía saber a su amante:

–¡Ohhh amor… qué delicia es la que siento! , -murmuró Bella besando arrolladoramente sus gruesos labios. –¡Empuje más… ricoooo! ¡¡Todavía más!! ¡¡Ohhh…, cómo me fuerza a abrirme, y cuán… cuan largo es! ¡¡Cuán cálido…!! ¡¡¡Cuan… oh… oh!!! -Y soltó un caliente chorro de su almacén en respuesta a las embestidas del hombre, al mismo tiempo que su cabeza caía hacia atrás con sus ojos cerrados y su boca se abría en el espasmo del orgasmo.

El sacerdote se contuvo e hizo una breve pausa. Los latidos de su enorme miembro anunciaban suficientemente el estado en que el mismo se encontraba, y quería prolongar su placer hasta el máximo.

Bella por su parte y en su delirante estado de placer comprimió el terrible dardo introducido hasta lo más íntimo de su persona, y sintió crecer y endurecerse todavía más, en tanto que su enrojecida cabeza presionaba su juvenil matriz.

Casi inmediatamente después su pesado amante, incapaz de controlarse por más tiempo, sucumbió a la intensidad de las sensaciones, y dejó escapar el torrente de su viscoso líquido, mientras la chica le hacía ver lo mucho que le gustaba que le hiciera todo eso:

–¡Ohhh, el semen viene de Usted! -gritó la excitada muchachita, –¡Lo siento a chorros…! ¡Ohhh, de… deme mas… másss! ¡¡Derrámelo en mi interior…, empuje más, no me compadezca…!! ¡¡Ohhh, otro chorro de lecheee!! ¡¡Cójame… empujeee!! ¡¡¡Desgárreme si quiere, pero eche en mi interior todos sus mocos!!!

Antes hablé de la cantidad de semen que el padre Ambrosio era capaz de derramar, pero en esta ocasión se excedió a sí mismo. Había estado almacenado por espacio de una semana, y Bella recibía en aquellos momentos una corriente tan tremenda, que aquella descarga de semen parecía más bien emitida por la verga de un caballo, que la eyaculación de los órganos genitales de un hombre.

Al fin Ambrosio desmontó de su cabalgadura, y cuando Bella en forma temblorosa se puso de pie nuevamente sintió deslizarse una corriente de líquido caliente y pegajoso que descendía por sus suaves muslos.

Apenas se había separado el padre Ambrosio aun con su verga goteante cuando se abrió la puerta que conducía a la iglesia, y aparecieron en el portal otros dos sacerdotes. El disimulo resultaba imposible.

–¡Ambrosio!, -exclamó el de más edad de los dos, un hombre que andaría entre los 50 años. –Esto va en contra de las normas y privilegios de nuestra orden, que disponen que toda clase de juegos privados han de practicarse en común.

–¡Cójansela entonces…! -refunfuñó el aludido. –Todavía no es demasiado tarde… Iba a comunicarles lo que me había conseguido cuando…

–Cuando la deliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigo nuestro…, -le interrumpió el otro, apoderándose de la atónita Bella al tiempo que le hablaba a su colega, e introduciendo su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentar los suaves muslos de ella, se dio ahora a hablarle a la chica:

–Lo he visto todo al través del ojo de la cerradura…, -le susurró el bruto a su oído, –No tienes nada qué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.

Bella recordó las condiciones en que se le había ofrecido consuelo en la iglesia, y supuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tanto permaneció en los brazos del recién llegado sin oponer resistencia.

En el ínterin su compañero había pasado su fuerte brazo en torno a la cintura de Bella, y cubría de salivosos besos las mejillas de ésta. Ambrosio lo contemplaba todo estupefacto y confundido. Así fue como la jovencita se encontró entre dos fuegos, por no decir nada de la desbordante pasión de su posesor original.

En vano miraba a uno y después a otro en demanda de respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba. A pesar de que estaba completamente resignada al papel al que la había reducido el astuto padre Ambrosio, se sentía en aquellos momentos invadida por un poderoso sentimiento de debilidad y de miedo hacia sus nuevos asaltantes.

Bella no leía en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto que la impasibilidad de Ambrosio la hacía perder cualquier esperanza de que el mismo fuera a ofrecer la menor resistencia.

Entre los dos hombres la tenían emparedada, y en tanto que el que habló primero deslizaba su mano hasta su rosada vagina, el otro no perdió tiempo en posesionarse de sus redondeadas nalgas.

Entre ambos, a Bella le era imposible resistir.

–Esperen un momento… -dijo al cabo de un rato Ambrosio, –Sí tienen tanta prisa por poseerla cuando menos desnúdenla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretenden hacerlo… –Desnúdate Bella, -siguió diciendo, –Según parece, todos tenemos que cogerte y de una u otra forma también compartirte, de manera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseos comunes. En nuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, y tu tarea no será en modo alguno una sinecura, así que será mejor que recuerdes en todo momento los privilegios que estás destinada a cumplir, y te dispongas a aliviar a estos santos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabes cómo suavizar culeando con ellos también.

Así planteado el asunto, a la jovencita no le quedaba más alternativa. Bella se despojó de todas sus ropas y quedó de píe y desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó un murmullo general de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacía ellos.

Tan pronto como el que había llevado la voz cantante de los recién llegados el cual evidentemente parecía ser el Superior de los tres, advirtió la hermosa y juvenil desnudez que estaba ante su ardiente mirada, sin dudarlo un instante abrió su sotana para poner en libertad un largo y anchuroso miembro muy parecido al de Ambrosio, tomó en sus brazos a la muchacha, la puso de espaldas sobre el gran sofá acojinado, brincó sobre ella, se colocó entre sus lindos muslos, y apuntando rápidamente la cabeza de su rabioso campeón hacia el suave orificio vaginal de ella, y empujó hacia adelante para hundirlo por completo hasta los testículos.

Bella estando tendida de espaldas y con sus piernas abiertas al máximo dejó escapar un pequeño grito de éxtasis al sentirse empalada por aquella nueva y poderosa arma. Para el hombre la posesión entera de la hermosa muchacha suponía un momento extático, y la sensación de que su erecta verga estaba totalmente enterrada en el cuerpo de ella le producía una emoción inefable. No creyó poder penetrar tan rápidamente en sus jóvenes partes, pues no había tomado en cuenta la lubricación producida por el flujo de semen que ya había recibido por parte de su subordinado.

El Superior, no obstante, no le dio oportunidad de reflexionar, pues se dio a atacar con tanta energía, que sus poderosas embestidas desde largo produjeron pleno efecto en el cálido temperamento de la violada jovencita, y provocaron casi de inmediato la dulce emisión.

Esto fue demasiado para el disoluto sacerdote. Ya firmemente encajado en la estrecha hendidura, que le quedaba tan ajustada como un guante de seda, tan luego como sintió la cálida emisión dejó escapar un fuerte gruñido y descargó con furia.

Bella disfrutó el torrente de lujuria de aquel hombre, y abriendo las piernas cuanto pudo lo recibió en lo más hondo de sus entrañas, permitiéndole que saciara su lujuria arrojando las descargas de su impetuosa naturaleza.

Los sentimientos lascivos más fuertes de la chica se reavivaron con este segundo y firme ataque contra su persona, y su excitable naturaleza recibió con exquisito agrado la abundancia de líquido blanco que el membrudo campeón había derramado en su interior. Pero, por salaz que fuera, la chica se sentía exhausta por esta continua corriente, y por ello recibió con desmayo al segundo de los intrusos que se disponía a ocupar el puesto recién abandonado por el superior. Pero Bella quedó atónita ante las proporciones del falo que el sacerdote ofrecía ante ella. Aún no había acabado de quitarse la ropa, y ya surgía de su parte delantera un erecto miembro ante cuyo tamaño hasta el padre Ambrosio tenía que ceder el paso.

De entre los rizos de rojo pelo encrespado emergía una blanca e inmensa columna de carne, coronada por una brillante cabeza colorada, cuyo orificio parecía constreñido para evitar una prematura expulsión de sus jugos. Dos grandes y peludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cual comenzó a hervir de nuevo la sangre de Bella, cuyo juvenil espíritu se aprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate:

–¡Ohhhh padrecito! ¿Cómo podré jamás albergar tan tremendo instrumento dentro de mi personita? -Preguntaba acongojada, –¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté moviéndose dentro de mí? Temo que me va a dañar terriblemente…

–Tranquila hija mía… mira que tendré mucho cuidado cuando lo vaya metiendo… Iré despacio… Ahora estás bien preparada por los jugos de estos dos santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.

Bella tentó con sus manitas en forma deseosa la gigantesca verga antes de que se la metieran. El sacerdote era endiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecían las de un Hércules. La muchacha estaba poseída por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombre sólo servía para acentuar su deseo sexual. Sus manos no bastaban para abarcar todo el grosor del inmenso miembro. Sin embargo, no lo soltaba; lo presionaba y le dispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez, el terrible falo que estaba tanteando parecía una gran barra de acero caliente entre sus suaves manos.

Un momento después el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tan caliente como el padre, luchaba por empalarse ella misma con aquella terrible arma.

Durante algunos minutos la proeza pareció imposible, no obstante la buena lubricación que ella había recibido con las anteriores inundaciones de su vaina y al cabo de un rato, con una furiosa embestida este nuevo cura introdujo por fin la enorme cabeza de su verga y Bella lanzó un terrible grito de dolor.

Otra arremetida y otra más… otro grito y otra feroz arremetida… y otra… y el infeliz bruto, ciego a todo lo que no fuera darse satisfacción, seguía penetrando.

Bella gritaba de angustia pegándole combos débiles con sus pequeñas manitas en el peludo pecho colorín de su salvaje violador, y hacía esfuerzos sobrehumanos por deshacerse de este. Otra arremetida, otro grito de la víctima, y el degenerado sacerdote penetró hasta lo más profundo en su interior. Bella junto con recibírselo entero y hasta las bolas se había desmayado.

Los dos espectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principio estar prestos a intervenir a favor de la torturada jovencita, pero al propio tiempo daban la impresión de experimentar un cruel placer al presenciar aquel brutal espectáculo. Y ciertamente así era, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés que pusieron en observar el más minucioso de los detalles cuando el Padre Clemente se dejaba caer con fuerzas desmedidas en el frágil cuerpo de la desmayada joven, y de cómo esos incontables centímetros de gruesa verga animal y resbalosa se perdían entre los delicados pliegues vaginales de la hermosa víctima.

Correré un velo sobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquel salvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y bella muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvida descarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolver la vida a la pobre muchacha.

El fornido padre había descargado por dos veces en su interior antes de retirar su largo y vaporoso miembro, y el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con ruido acompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera. Cuando por fin Bella se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado que los abundantes derrames en sus delicadas partes hacían del todo necesario, lavado que fue presenciado por los tres aprovechadores sacerdotes quienes opinaban entre ellos mientras la observaban de los atrayentes atributos físicos de la chica quien por momentos y mientras se lavaba la vagina agachada los miraba de soslayo y ahora con algo de vergüenza.

Se sacaron algunas botellas de vino, de una cosecha rara y añeja, y bajo su poderosa influencia Bella fue recobrando poco a poco su fortaleza.

Transcurrida una hora, los tres curas consideraron que la aun desnuda jovencita que se encontraba tendida en el sofá mirándoles a la espera de lo que quisieran hacerle había tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presentar síntomas de que deseaban volver a gozar de su belleza.

Excitada tanto por los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivos compañeros, la chica quien se mantenía ante ellos tal cual como Dios nos la envió a este mundo comenzó a extraer de debajo las sotanas los miembros de los tres curas, los cuales estaban evidentemente divertidos con la escena, puesto que veían que la joven otra vez no daba la menor muestra de recato alguna.

En menos de un minuto Bella tuvo a la vista los tres grandes y enhiestos objetos. Los besó y jugueteó con ellos, aspirando la rara fragancia que emanaba de cada uno, y manoseando aquellos enardecidos dardos con toda el ansia de una consumada y barata prostituta.

–Déjanos cogerte otra vez…, -exclamó piadosamente el Superior, cuya verga se encontraba en aquellos momentos en los labios de Bella siendo succionada con devoción.

–¡Amén! —cantó Ambrosio.

El tercer eclesiástico permaneció silencioso, pero su enorme artefacto amenazaba al cielo.

Bella fue invitada a escoger su primer asaltante en esta segunda vuelta. Eligió a Ambrosio, pero el Superior interfirió.

Entretanto, aseguradas las puertas, los tres sacerdotes se desnudaron, ofreciendo así a la mirada de la joven Bella tres vigorosos campeones que parecían estar en la plenitud de la vida. Armados cada uno de ellos con un membrudo dardo que, una vez más, surgían enhiestos de su parte frontal, y que oscilaban amenazantes.

–¡Uf! ¡Vaya monstruos! —exclamó la jovencita, cuya vergüenza no le impedía ir tentando, alternativamente, cada uno de aquellos temibles aparatos.

A continuación la subieron a una gran mesa en donde la dejaron tendida de espaldas y bien abierta y recogida de piernas, y uno tras otro succionaron sus partes nobles, describiendo círculos con sus cálidas lenguas en torno a la húmeda hendidura colorada en la que poco antes habían apaciguado su lujuria.

Bella se abandonó complacida a este juego, y abrió sus piernas cuanto pudo para agradecerlo a la misma vez que cuando se la lamian ella misma se la abría con dos de sus deditos.

–Sugiero que nos lo chupe uno tras otro, –propuso el Superior.

–Bien dicho… -corroboró el padre Clemente, el pelirrojo de temible erección. –Pero hasta el final… yo quiero cogérmela una vez más.

–De ninguna manera, Clemente…, -dijo el Superior. –Ya te la cogiste dos veces; ahora tienes que pasar a través de su garganta, o conformarte con nada.

Bella quien otra vez estaba de pie a un borde de la mesa donde fue lamida entera no quería en modo alguno verse sometida a otro ataque de parte de Clemente, por lo cual cortó la conversación por lo sano poniéndose de rodillas ante Clemente y asiendo su voluminoso miembro lo introdujo lo más que pudo de él entre sus lindos labios.

La muchacha succionaba suavemente la gran verga del padre Clemente hacia arriba y hacia abajo de la azulada nuez, de a momentos le pasaba su fresca y suave lengüita desde los testículos hasta el glande, y cuando se la volvía a introducir en la boca se la mamaba cual ternerita recién nacida, haciendo pausas de vez en cuando para contener lo más posible en el interior de sus húmedos labios aquel poderoso aparato. Sus lindas manitas intentaban cerrar alrededor del largo y voluminoso tronco, y lo agarraba en un trémulo abrazo, mientras ella contemplaba cómo el monstruoso pene se endurecía cada vez más por efecto de las intensas sensaciones transmitidas por medio de sus toques linguales.

No tardó Clemente ni cinco minutos en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos, para acabar expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta de la muchacha a quien le mantenía su cabeza aprisionada contra su apéndice con el único objetivo que nada de lo que estaba soltando desde sus testículos se perdiera por los aires.

Un momento antes de la eyaculación de Clemente había sido la misma Bella quien retiró la piel del dardo para facilitar la emisión del chorro hasta la última gota. El fluido de Clemente entonces era tan espeso y cálido como abundante, y chorro tras chorro derramó todo el líquido proveniente de sus bolas en la boca de ella. La excitada jovencita se lo tragó todo.

–He aquí una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mía… -dijo el Superior cuando a continuación Bella tras haber gateado desnuda hasta la ubicación del sacerdote ahora había aplicado sus dulces labios a su ardiente miembro. –Hallarás en ella mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difíciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente, le dijo mirándola hacia abajo con sus dos manos puestas en la cabeza de ella, mientras la chica no paraba de succionarle la verga.

–Me someteré a todas las pruebas, padrecito…, -replicó la muchachita una vez que liberó el miembro de cura superior de su boca, –Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseos de los buenos padres, -luego de eso cerró sus ojos y volvió a introducirse entre medio de sus labios el grueso pene del sacerdote.

–Así es, hija mía, y recibe por anticipado la bendición del cielo por tu obediencia a nuestros más insignificantes deseos, mientras te sometas a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.

Dicho esto, tomó a la muchacha entre sus robustos brazos y la llevó una pequeña y baja mesa de centro, colocándola en esta en 4 patas, de manera que dejara expuestas sus desnudas y hermosas nalgas a los tres santos varones.

Seguidamente, colocándose detrás de su víctima, apuntó la cabeza de su tieso miembro hacía el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Bella, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su cerrado orificio posterior, de manera novedosa y antinatural.

–¡¡Ohhh Dios… diossss!! —Gritó Bella casi en el acto, –¡¡No es ése el camino…!! ¡¡Me lastimaaa…!! ¡¡Por favor…!! ¡¡Oh, por favorrrrr…!! ¡¡¡Ahhhh… padrecitooo…!!! ¡¡¡Tenga piedad!!! ¡¡¡Ohhh…!!! ¡¡¡Está entrandoooo…!!! ¡¡¡Compadézcase de mí…!!! ¡¡¡Madre santaaaa…!!! ¡¡¡Me mueroooo…!!!

Estas dos últimas exclamaciones le fueron arrancadas por una repentina y vigorosa embestida del Superior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta la raíz. Bella sintió que se había metido en el interior de su cuerpo hasta los testículos por una parte no habilitada para ello sintiéndose literalmente partida en dos.

Pasando, el Superior, su fuerte brazo en torno a sus caderas, se apretó contra su dorso, y comenzó a restregarse contra sus nalgas con el miembro insertado tan adentro del recto de ella como le era posible penetrar. Las palpitaciones de placer se hacían sentir a todo lo largo del henchido miembro, y Bella mordiéndose los labios, aguardaba los movimientos del macho que bien sabía iban a comenzar para llevar su placer hasta el máximo.

Los otros dos sacerdotes veían aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lenta masturbación sin perder detalle de aquel violento enculamiento.

El Superior, enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina, accionó en torno a las nalgas de Bella una y otra vez hasta que, con una embestida final, llenó sus entrañas con una cálida descarga. Después, al tiempo que extraía del cuerpo de ella, su miembro, todavía erecto y vaporeante, declaró que había abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosio que la aprovechara.

Ambrosio, cuyos sentimientos en aquellos momentos deben ser mejor imaginados que descritos, ardía de deseo. El espectáculo del placer que habían experimentado sus cofrades le había provocado gradualmente un estado de excitación erótica que exigía una categórica satisfacción.

–¡¡De acuerdo!! –Gritó, –¡Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con tu robusto centinela el de Venus!

–Di mejor que con placer legítimo… -repuso el Superior con una mueca sarcástica, –Sea como dices, me placerá disfrutar nuevamente esta estrecha hendidura…

Bella yacía todavía sobre su vientre, encima del lecho improvisado de madera, con sus redondeces posteriores totalmente expuestas y ensangrentadas, más muerta que viva como consecuencia del brutal ataque anal que acababa de sufrir. Ni una sola gota del semen que con tanta abundancia había sido derramado en su rosado nicho había salido del mismo, pero por debajo su vagina destilaba todavía de esta la mezcla de las emisiones venéreas de los tres sacerdotes.

Ambrosio la traslado como un objeto inerte al gran sofá acojinado. Fue colocada a través de los muslos del Superior y frente a él. Bella se encontró otra vez con el llamado del todavía vigoroso miembro contra su colorada vagina la cual fue la encargada de encaminar la verga hacia su mismo interior, hundiéndose poco a poco sobre él hasta que al fin le entró totalmente y hasta la raíz.

Pero en ese momento el vigoroso Superior pasó sus brazos en torno a su cintura, para atraerla sobre sí y para luego abrirle con sus dos manos sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansioso miembro de Ambrosio, que se encaminó directamente hacía la ya bien humedecida y pequeña abertura entre esas dos perfectas lomas de carne que lo estaba esperando y que su superior le abría para ser aprovechada por él.

Hubo que vencer las mil dificultades que se presentaron ya que la jovencita en un principio no se dejaba, pero al cabo de unos buenos minutos el lascivo Ambrosio se sintió enterrado dentro de las entrañas de su víctima.

Lentamente comenzó a moverse hacia atrás y hacia adelante del bien lubricado canal. Retardó lo más posible su desahogo. Y pudo así gozar de las vigorosas arremetidas con que el Superior embestía a Bella por delante.

De pronto, exhalando un profundo suspiro, el Superior llegó al final, y Bella sintió su sexo rápidamente invadido por la caliente leche.

No pudo resistir más y se vino abundantemente, mezclándose su derrame femenino con los de sus asaltantes.

Ambrosio, empero, no había malgastado todos sus recursos, y seguía manteniendo a la linda muchacha fuertemente empalada.

Clemente no pudo resistir la oportunidad que le ofrecía el hecho de que el Superior se hubiera retirado para asearse, y se lanzó sobre el regazo de Bella para conseguir casi enseguida penetrar en su interior, que ahora estaba otra vez literalmente bañado de viscosos residuos seminales. Con todo y lo enorme que era el monstruo del pelirrojo, Bella encontró la manera de recibirlo y durante unos cuantos de los minutos que siguieron no se oyó otra cosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de placer de los dos combatientes y también los de la joven doncella asaltada.

En un momento dado sus movimientos se hicieron más agitados, los dos hombres estaba de pie dándole a la chica por sus dos lados con ella bien levantada entre ellos. Bella sentía como que cada momento era su último instante. El enorme miembro de Ambrosio estaba insertado en su conducto posterior hasta los testículos, mientras que el gigantesco tronco de Clemente otra vez estaba a punto de echar cúmulos de espumeante semen en el interior de su joven vagina.

La joven era sostenida en el espacio aéreo por los dos hombres, con sus bellas piernas bien abiertas y bien flexionadas y formando una M en el aire, y sustentada por la presión, ora del frente, ora de atrás, como resultado de las embestidas con que los sacerdotes introducían sus excitados miembros por sus respectivos orificios.

Cuando Bella estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y la tremenda rigidez del bruto que tenía delante, que éste estaba a punto de descargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que el gigantesco pene enviaba en viscosos chorros.

–¡Ahrgggg…! ¡¡Me corrooo!!, -gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior matricial de Bella, con gran deleite por parte de ésta.

–¡¡A mí también me llegaaaa!! -gritó ahora Ambrosio, alojando más adentro su poderoso miembro, al tiempo que lanzaba un buen chorro de semen dentro de los intestinos de Bella.

Así siguieron ambos vomitando el prolífico contenido de sus cuerpos en el interior del de la linda jovencita, a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluvio de goces.

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Cualquiera puede comprender que una pulga de inteligencia mediana tenía que estar ya asqueada de espectáculos tan desagradables como los que presencié y que creí era mi deber revelarlos. Pero ciertos sentimientos de amistad y de simpatía por la joven Bella me impulsaron a permanecer aún en su compañía.

Los sucesos vinieron a darme la razón y, como veremos más tarde, determinaron mis movimientos en el futuro.

No habían transcurrido más de tres días cuando la hermosa joven, a petición de ellos, se reunió con los tres sacerdotes en el mismo lugar.

En esta oportunidad Bella había puesto mucha atención en su “toilette”, y como resultado de ello aparecía más atractiva que nunca, vestida con sedas preciosas, ajustadas botas de cabritilla, y unos guantes pequeñísimos que hacían magnífico juego con el resto de las vestimentas.

Los tres hombres quedaron arrobados a la vista de su persona, y la recibieron tan calurosamente, que pronto su sangre juvenil le afluyó al rostro inflamándolo de deseo.

Se aseguró la puerta de inmediato, y enseguida cayeron al suelo los paños menores de Ios tres sacerdotes, y Bella se vio rodeada por el trío y sometida a las más diversas caricias tanto en sus juveniles senos como en su vagina y trasero, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamente desnudos y amenazadores.

El Superior fue el primero en adelantarse con intención de gozar de la joven.

Colocándose descaradamente frente a ella la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besos sus labios y su rostro. Bella estaba tan excitada como él y correspondió en el acto.

Accediendo a su deseo, la muchacha se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos su exquisito vestido el cual era ajustadísimo en su curvilínea complexión sobre todo en su estrecha cintura, también conservó sus medias de seda y sus lindos zapatitos de cabritilla. Así se ofreció a la admiración y al lascivo manoseo de los tres padres pero ahora tendida de espaldas sobre la alfombra de aquel despacho clerical, quedándose con su exquisito vestido subido hasta su cintura la cual mostraba su precioso ombliguito, y con sus perfectas piernas enfundadas en seda bien flexionadas y bien abiertas.

No pasó mucho antes de que el Superior, sumiéndose deliciosamente sobre su recostada figura, se entregara por completo a sus juveniles encantos, y se diera a calar la estrecha hendidura, con resultados evidentemente satisfactorios.

Empujando, prensando, restregándose contra ella, el Superior inició deliciosos movimientos, que dieron como resultado despertar tanto su susceptibilidad como la de su joven compañera. Así lo revelaba su miembro, cada vez más duro y de mayor tamaño.

–¡E… Em… Empujeee! ¡Ohhh! ¡empuje más hondo padrecitooo…! -murmuraba Bella en los momentos en que se la estaban cogiendo en el suelo del despacho.

Entretanto Ambrosio y Clemente, cuyo deseo no admitía espera, trataron de apoderarse de alguna parte de la muchacha. Clemente puso su enorme miembro en la dulce mano de ella, y Ambrosio, sin acobardarse, se ubicó arrodillado al otro lado del cuerpo tendido y llevó la punta de su voluminosa verga a sus delicados y rojos labios.

Al cabo de un momento el Superior dejó de asumir su lasciva posición.

Bella se alzó sobre la alfombra. Ante ella ya se encontraban los tres hombres, cada uno de ellos con el miembro erecto, presentando armas. La cabeza del enorme aparato de Clemente estaba casi volteada contra su craso vientre.

El vestido de la chica continuaba recogido hasta su cintura, dejando expuestas sus piernas y muslos, y entre éstos la rosada y lujuriosa fisura, en aquellos momentos enrojecida y excitada por los rápidos movimientos de entrada y salida del miembro del Superior.

–¡Un momento! -ordenó éste último, –Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa criatura nos tiene que dar satisfacción a los tres, por lo tanto es menester que regulemos nuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques que desencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, pero como Ambrosio se corre como un asno, y llena de humo todas las regiones donde penetra, propongo pasar yo por su panocha. Desde luego, Clemente debería ocupar el tercer lugar, ya que con su enorme miembro ahora sí que puede partir en dos a esta tierna muchacha, y echaremos a perder nuestro juego.

–La vez anterior yo fui el tercero, -dijo Clemente, –No veo razón alguna para que sea yo siempre el último. Reclamo el segundo lugar.

–Está bien, así será…, -declaró el Superior, –Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.

–No estoy conforme…, -replicó el decidido eclesiástico…, –Si tú vas por delante, y Clemente tiene que ser el segundo, pasando por delante de mí, yo atacaré la retaguardia, y así verteré mi ofrenda por otra vía.

–¡Háganmelo como mejor les plazca! –Aportó Bella, –Lo aguantaré todo… pero, padrecitos míos, dense prisa en comenzar.

Una vez más el Superior introdujo su arma, inserción que Bella recibió con todo agrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y luego de estar cogiendo por lo menos unos 20 minutos en el piso de aquella oficina la chica recibió en lo más profundo de su vagina incontables chorros de ardiente eyaculación, disfrutando de la corrida con verdadera pasión extática de su parte.

Seguidamente se presentó Clemente. Su monstruoso instrumento se encontraba ya entre las suaves piernas abiertas de la joven Bella. La desproporción resultaba evidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, y la chica también sabía que si se la podía con esa vergota, tras de varias tentativas violentas e infructuosas el buen padre Clemente consiguió introducirse y comenzó a profundizar en las partes de ella con su miembro de mulo.

No es posible dar una idea de la forma en que las terribles proporciones del grotesco miembro de aquel hombre excitaban la lasciva imaginación de Bella, como vano sería también intentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartada y distendida por el inmenso órgano genital del padre Clemente.

Después de una lucha por metérsela que se llevó por diez minutos completos, Bella acabó por recibir aquella ingente masa de carne hasta los testículos, que se comprimían contra su ano.

Bella aun estando en el suelo se abrió de piernas lo más posible, y le permitió al bruto que gozara a su antojo de sus encantos.

Clemente no se mostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó media hora en poner fin a su goce por medio de dos violentas descargas.

Bella las recibió con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de su parte con los espesos derrames del lujurioso padre.

Apenas había retirado Clemente su monstruoso miembro del interior de Bella, cuando ésta cayó en los también poderosos brazos de Ambrosio, este la tomó como si ella fuese un objeto manipulable, rápidamente la puso de pie e hizo que se apoyara con sus dos manitas en una silla.

De acuerdo con lo que había manifestado anteriormente, Ambrosio dirigió su ataque a las nalgas las cuales abrió con sus dos manazas, y con bárbara violencia introdujo la palpitante cabeza de su instrumento entre los tiernos pliegues del orificio trasero.

En vano batallaba para poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevo asalto, no obstante la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y el inconveniente que representaba el que se encontraban de pie.

Pero Ambrosio no era fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que en uno de sus ataques consiguió alojar la punta del pene en el delicioso orificio.

Con una vigorosa sacudida consiguió hacerlo penetrar unos cuantos centímetros más, y de una sola embestida el lascivo sacerdote consiguió enterrarlo hasta los testículos.

Las hermosas nalgas de Bella ejercían un especial atractivo sobre el lascivo sacerdote. Una vez que hubo logrado la penetración gracias a sus brutales esfuerzos, se sintió excitado en grado extremo, por lo que empujó el largo y grueso miembro hacia adentro con verdadero éxtasis, sin importarle el dolor que provocaba a la joven con tal dilatación, él solo deseaba poder experimentar la delicia que le causaban las contracciones de las delicadas y juveniles partes íntimas de ella.

Bella lanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutal violador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo, pasando sus forzudos brazos en torno a su breve cintura, y consiguió mantenerse en el interior del vibrante cuerpo de Bella, sin cejar en su esfuerzo invasor.

Paso a paso, empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, sin que Ambrosio dejara de tenerla empalada por detrás. Como es lógico, este lascivo espectáculo tenía que surtir efecto en los espectadores. Un estallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudir el vigor de su compañero, cuyo rostro, rojo y contraído, testimoniaba ampliamente sus placenteras emociones.

Pero el espectáculo despertó además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se consideraban insatisfechos.

En su caminata, Bella había llegado cerca del Superior, el cual la tomó en sus brazos, circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a mover su miembro dentro de las entrañas de ella, cuyo intenso calor le proporcionaba el mayor de los deleites.

La posición en que se encontraban ponía los encantos naturales de la enculada jovencita a la altura de los labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándose a succionar en la húmeda rendija.

Pero la excitación provocada de esta manera exigía un disfrute más sólido, por lo que, tirando de la muchacha para que también fuera bajando su cuerpo, al mismo tiempo que él tomaba asiento en su silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamente dentro del suave vientre de ella.

Así, Bella se encontró de nuevo cogiendo entre dos fuegos, y las fieras embestidas del padre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridos esfuerzos del padre Superior en otra dirección.

Los dos hombres nadaban en un mar de deleites sensuales, ambos se entregaban de lleno en las deliciosas sensaciones que experimentaban, mientras que su víctima, perforada por delante y por detrás por sus engrosados miembros, tenía que soportar de la mejor manera posible sus excitados movimientos.

Pero todavía le aguardaba a la hermosa joven otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clemente pudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamado por la pasión, se montó en la silla por detrás del Superior, y tomando la cabeza de la pobre Bella depositó su ardiente arma en sus rosados labios. Después avanzando su punta, en cuya estrecha apertura se apercibían ya prematuras gotas, la introdujo en la linda boca de la muchacha metiéndosela hasta el tope de su garganta, mientras hacía que ella con su suave mano le frotara el duro y largo tronco que quedaba afuera.

Entretanto Ambrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante por el Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción trasera del padre, sentía aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación. Empero, Clemente fue el primero en descargar, y arrojó un abundante chaparrón en la garganta de la pequeña Bella. Le siguió Ambrosio, que, echándose sobre sus espaldas, lanzó un torrente de leche en sus intestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz.

Así rodeada, Bella recibió la descarga unida de los tres vigorosos sacerdotes.

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Tres días después de los acontecimientos relatados en las líneas precedentes, Bella compareció tan sonrosada y encantadora como siempre en el salón de recibimiento de su tío.

En el ínterin, mis movimientos habían sido erráticos, ya que en modo alguno era escaso mi apetito, y cualquier nuevo semblante posee para mí siempre cierto atractivo, que me hace no prolongar demasiado la residencia en un solo punto.

Fue así como alcancé a oír una conversación que no dejó de sorprenderme algo, y que no vacilo en revelar pues está directamente relacionada con los sucesos que refiero. Por medio de ella tuve conocimiento del fondo y la sutileza de carácter del astuto padre Ambrosio.

No voy a reproducir aquí su discurso, tal como lo oí desde mi posición ventajosa. Bastará con que mencione los puntos principales de su exposición, y que informe acerca de sus objetivos. Era manifestó que Ambrosio estaba inconforme y desconcertado por la súbita participación de sus cofrades en la última de sus adquisiciones, y maquinó un osado y diabólico plan para frustrar su interferencia, al mismo tiempo que para presentarlo a él como completamente ajeno a la maniobra.

En resumen, y con tal fin, Ambrosio acudió directamente al tío de Bella, y le relató cómo había sorprendido a su sobrina y a su joven amante en el abrazo de Cupido, en forma que no dejaba duda acerca de que había recibido el último testimonio de la pasión del muchacho, y correspondido a ella.

Al dar este paso el malvado sacerdote perseguía una finalidad ulterior. Conocía sobradamente el carácter del hombre con el que trataba, y también sabía que una parte importante de su propia vida real no era del todo desconocida del tío.

En efecto, la pareja se entendía a la perfección. Ambrosio era hombre de fuertes pasiones, sumamente erótico, y lo mismo suceda con el tío de Bella. Este último se había confesado a fondo con Ambrosio, y en el curso de sus confesiones había revelado unos deseos tan irregulares, que el sacerdote no tenía duda alguna de que lograría hacerle partícipe del plan que había imaginado.

Los ojos del señor Verbouc hacía tiempo que habían codiciado en secreto a su sobrina. Se lo había confesado. Ahora Ambrosio le aportaba pruebas que abrían sus ojos a la realidad de que ella había comenzado a abrigar sentimientos de la misma naturaleza hacia el sexo opuesto. La condición de Ambrosio se le vino a la mente. Era su confesor espiritual, y le pidió consejo.

El santo varón le dio a entender que había llegado su oportunidad, y que redundaría en ventaja para ambos compartir el premio. Esta proposición tocó una fibra sensible en el carácter de Verbouc, la cual Ambrosio no ignoraba. Si algo podía proporcionarle un verdadero goce sexual, o ponerle más encanto al mismo, era presenciar el acto de la cópula carnal, y completar luego su satisfacción con una segunda penetración de su parte, para eyacular en el cuerpo del propio paciente.

El pacto quedó así sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto (la tía de Bella era una dama acomplejada que no salía de su habitación), y Ambrosio preparó a Bella para el suceso que iba a desarrollarse.

Después de un discurso preliminar, en el que le advirtió que no debía decir una sola palabra acerca de su intimidad anterior, y tras de informarle que su tío había sabido, quién sabe por qué conducto, lo ocurrido con su novio, le fue revelando poco a poco los proyectos que había elaborado. Incluso le habló de la pasión que había despertado en su tío, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejor manera de evitar su profundo resentimiento sería mostrarse obediente a sus requerimientos, fuesen los que fuesen.

El señor Verbouc era un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los cincuenta años. Como tío suyo que era, siempre le había inspirado profundo respeto a Bella, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritaria presencia. Se había hecho cargo de ella desde la muerte de su hermano, y la trató siempre, si no con afecto, tampoco con despego, aunque con reservas que eran naturales dado su carácter.

Evidentemente la jovencita no tenía razón alguna para esperar clemencia de su parte en una ocasión como tal, ni siquiera que su pariente encontrara una excusa para ella. No me explayaré en el primer cuarto de hora, las lágrimas de Bella, el embarazo con que recibió los abrazos demasiado tiernos de su tío, y las bien merecidas censuras. La interesante comedia siguió por pasos contados, hasta que el señor Verbouc colocó a su hermosa sobrina sobre sus piernas, para revelarle audazmente el propósito que se había formulado de poseerla.

–No debes ofrecer una resistencia tonta, Bella, -le explicó su tío, –No dudaré ni aparentaré recato. Basta con que este buen padre haya santificado la operación, para que posea tu cuerpo de igual manera que tu imprudente compañerito lo gozó ya con tu consentimiento…

Bella estaba profundamente confundida. Aunque sensual, como hemos visto ya, y hasta un punto que no es habitual en una edad tan tierna como la suya, se había educado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo y repelente carácter de su pariente.

Todo lo espantoso del delito que se le proponía aparecía ante sus ojos. Ni siquiera la presencia y supuesta aquiescencia del padre Ambrosio podían aminorar el recelo con que contemplaba la terrible proposición que se le hacía abiertamente. Bella temblaba de sorpresa y de terror ante la naturaleza del delito propuesto. Esta nueva actitud la ofendía.

El cambio habido entre el reservado y severo tío, cuya cólera siempre había lamentado y temido, y cuyos preceptos estaba habituada a recibir con reverencia, y aquel ardiente admirador, sediento de los favores que ella acababa de conceder a otro, la afectó profundamente, aturdiéndola y disgustándola.

Entretanto el señor Verbouc, que evidentemente no estaba dispuesto a concederle tiempo para reflexionar, y cuya excitación era visible en múltiples aspectos, tomó a su joven sobrina en sus brazos, y no obstante su renuencia, cubrió su cara y su garganta de besos apasionados y prohibidos.

Ambrosio, hacia el cual se había vuelto la muchacha ante esta exigencia, no le proporcionó alivio; antes al contrario, con una torva sonrisa provocada por la emoción ajena, alentaba a aquél con secretas miradas a seguir adelante con la satisfacción de su placer y su lujuria.

En tales circunstancias adversas toda resistencia se hacía difícil. Bella era joven e infinitamente impotente, por comparación bajo el firme abrazo de su pariente. Llevado al frenesí por el contacto y las obscenas caricias que se permitía, Verbouc se dispuso con redoblado afán a posesionarse de la persona de su sobrina. Sus nerviosos dedos apresaban ya el hermoso satín de sus muslos. Otro empujón firme, y no obstante que Bella seguía cerrándolos firmemente en defensa de su sexo, la lasciva mano alcanzó los rosados labios del mismo por debajo de la prenda interior de la chica, y los dedos temblorosos de su pariente separaron la cerrada y húmeda hendidura, fortificación que defendía su recato.

Hasta ese momento el padre Ambrosio no había sido más que un callado observador del excitante conflicto. Pero al llegar a este punto se adelantó también, y pasando su poderoso brazo izquierdo en torno a la esbelta cintura de la muchacha, encerró en su derecha las dos pequeñas manos de ella, las que así sujetas la dejaban fácilmente a merced de las lascivas caricias de su pariente.

–Por caridad… -suplicó ella inmovilizada y jadeante por sus esfuerzos, –¡Suéltenme! ¡Esto es demasiado horrible! ¡Es monstruoso! ¿¡Cómo pueden ser tan crueles!? ¡Estoy perdida!

–En modo alguno estás perdida linda sobrina… -replicó el tío, –Sólo despierta a los placeres que Venus reserva para sus devotos, y cuyo amor guarda para aquellos que tienen la valentía de disfrutarlos mientras les es posible hacerlo.

–¡¡He sido espantosamente engañada…!! —Gritó la espantada chica, al estar poco convencida por esta ingeniosa explicación, y así continuó haciéndoselos ver, –¡¡Lo veo todo claramente…!! ¡¡Qué vergüenza!! ¡¡No puedo permitirles eso… no puedo!! ¡¡Oh, no… de ninguna manera!! ¡¡Madre santa!! ¡¡Suélteme, tío!! ¡¡Ohhh!! ¡¡Ohhh!!

–Estate tranquila sobrina, tienes que someterte. Sí no me lo permites de otra manera, lo tomaré por la fuerza. Así que abre estas lindas piernas; déjame sentir el exquisito calorcito de estos suaves y lascivos muslos; permíteme que ponga mí mano sobre este divino vientre… ¡Estate quieta, loquita! Al fin eres mía. ¡Ohhh, cuánto he esperado esto, Bella!

Sin embargo a lo anterior, la jovencita ofrecía todavía cierta resistencia, que sólo servía para excitar todavía más el anormal apetito de su filial asaltante, mientras Ambrosio la seguía sujetando firmemente.

–¡Ohhhh, qué hermosas nalgas! -exclamó el señor Verbouc, mientras deslizaba sus intrusas manos por los aterciopelados muslos de su pobre sobrina, y acariciaba las suaves redondeces de sus posaderas, –¡Ah, qué glorioso coño! ¡Ahora es todo para mí, y será debidamente festejado en el momento oportuno!

–¡¡Suélteme! —Gritaba Bella, –¡¡Ohhh…!! ¡¡¡Ohhh!!! -Estas últimas exclamaciones surgieron de la garganta de la atormentada muchacha mientras entre los dos hombres la forzaban a ponerse de espaldas sobre un sofá próximo. Cuando cayó sobre él se vio obligada a recostarse, por obra del forzudo Ambrosio, mientras el señor Verbouc, que había levantado los vestidos de ella para poner al descubierto sus piernas enfundadas en medias de seda, y las formas exquisitas de su sobrina, se hacía para atrás por un momento para disfrutar la indecente exhibición que Bella se veía forzada a hacer ya que este mismo el momento antes de ser arrastrada por Ambrosio le había arrancado su pequeña prenda íntima.

–¡¡Tío…!! ¿¡Estás loco!? –Le gritó Bella una vez más, mientras que con sus temblorosas extremidades luchaba en vano por esconder las lujuriosas desnudeces exhibidas en toda su crudeza, –¡Por favor, suéltenme!

–Sí, Bella, estoy loco, loco de pasión por ti, loco de lujuria por cogerte, por disfrutarte, por poseerte y saciarme con tu cuerpo. La resistencia es inútil. Se hará mi voluntad, y disfrutaré de estos lindos encantos; en el interior de esta estrecha y pequeña funda.

Al tiempo que decía eso, el señor Verbouc se aprestaba al acto final del incestuoso drama. Desabrochó sus prendas inferiores, y sin consideración alguna de recato exhibió licenciosamente ante los ojos de su sobrina las voluminosas y rubicundas proporciones de su excitado miembro que, erecto y radiante, veía hacia ella con aire amenazador.

Un instante después se arrojó sobre su presa, firmemente sostenida sobre sus espaldas por el sacerdote, y aplicando su arma rampante contra el tierno orificio, trató de realizar la conjunción insertando aquel miembro de largas y anchas proporciones en el cuerpo de su sobrina.

Pero las continuas contorsiones del lindo cuerpo de Bella, el disgusto y horror que se habían apoderado de la misma, y las inadecuadas dimensiones de sus no maduras partes, constituían efectivos impedimentos para que el tío alcanzara la victoria que esperó conseguir fácilmente,

Nunca deseé más ardientemente que en aquellos momentos contribuir a desarmar a un campeón, y enternecida por los lamentos de la gentil jovencita, con el cuerpo de una pulga, pero con el alma de una avispa, me lancé de un brinco al rescate. Hundir mi lanceta en la sensible cubierta del escroto del señor Verbouc fue cuestión de un segundo, y surtió el efecto deseado. Una aguda sensación de dolor y comezón le hicieron detenerse.

El intervalo fue fatal, ya que unos momentos después los muslos y el vientre de la joven Bella se vieron cubiertos por el líquido que atestiguaba el vigor de su incestuoso pariente. Las maldiciones, dichas no en voz alta, pero sí desde lo más hondo de su ser, siguieron a este inesperado contratiempo. El aspirante a violador tuvo que retirarse de su ventajosa posición e incapaz de proseguir la batalla, retiró el arma inútil.

No bien hubo librado el señor Verbouc a su sobrina de la molesta situación en que se encontraba, cuando el padre Ambrosio comenzó a manifestar la violencia de su propia excitación, provocada por la pasiva contemplación de la erótica escena. Mientras daba satisfacción al sentido del acto, manteniendo firmemente asida con su poderoso abrazo a Bella, su hábito no pedía disimular por la parte delantera del estado de rigidez que su miembro había adquirido.

Su temible arma, desdeñando al parecer las limitaciones impuestas por la ropa, se abrió paso entre ellas para aparecer protuberante, con su redonda cabeza desnuda y palpitante por el ansia de disfrute.

–¡Ohhh siiiii! -exclamó el otro, lanzando una lasciva mirada al distendido miembro de su confesor.

–He aquí un campeón que no conocerá la derrota, lo garantizo —dijo el Padre Ambrosio, y tomándolo deliberadamente en sus manos, se dio a manipularlo con evidente deleite.

–¡Qué monstruo, Bella, míralo! ¡Cuán fuerte es y cuán tieso se mantiene!, -le decía el tío vilmente a su ahora asustada sobrina.

El padre Ambrosio se levantó, denunciando la intensidad de su deseo por lo encendido de su rostro, y colocando a la horrorizada joven en posición más propicia, llevó su roja protuberancia a la húmeda abertura, y procedió a introducirla dentro con desesperado esfuerzo.

Dolor, excitación y anhelo vehemente recorrían todo el sistema nervioso de la joven víctima de su lujuria a cada nuevo empujón que le mandaban. Aunque no era esta la primera vez que el padre Ambrosio había tocado entradas como aquélla cubierta de musgo que poseía, el hecho de que estuviera presente su tío, lo indecoroso de toda la escena, el profundo convencimiento, que por vez primera se le hacía presente, del engaño de que había sido víctima por parte del padre y de su egoísmo, fueron elementos que se combinaron para sofocar en su interior aquellas extremas sensaciones de placer que tan poderosamente se habían manifestado otrora.

Pero la actuación de Ambrosio no le dio tiempo a Bella para reflexionar, ya que al sentir la suave presión, como la de un guante, de su delicada vaina, se apresuró a completar la conjunción lanzándose con unas pocas vigorosas y diestras embestidas a hundir su miembro en el cuerpo de ella hasta los testículos.

Siguió un intervalo de refocilamiento bárbaro, de rápidas acometidas y presiones, firmes y continuas, hasta que un murmullo sordo en la garganta de Bella anunció que la naturaleza reclamaba en ella sus derechos, y que el combate amoroso había llegado a la crisis exquisita, en la que espasmos de indescriptible placer recorren rápida y voluptuosamente el sistema nervioso; con la cabeza echada hacia atrás, los labios fruncidos y semi abiertos y los dedos crispados, su cuerpo adquirió la rigidez inherente a estos absorbentes efectos, en el curso de los cuales la ninfa derrama su juvenil esencia para mezclarla con los chorros evacuados por su amante.

El contorsionado cuerpo de Bella, sus ojos vidriosos y sus manos temblorosas, revelaban a las claras su estado, sin necesidad de que lo delatara también el susurro de éxtasis que se escapaba trabajosamente de sus labios temblorosos.

La masa entera de aquella potente arma, ahora bien lubricada, trabajaba deliciosamente en sus juveniles partes. La excitación de Ambrosio iba en aumento por momentos, y su miembro, rígido como el hierro, amenazaba a cada empujón con descargar su viscosa esencia.

–¡¡¡Ohhhh, no puedo aguantar más!!! ¡¡¡Siento que se me viene la leche, Verbouc!!! ¡¡¡Tiene usted que culearla!!! ¡¡¡Su sobrina es deliciosa…!!! ¡¡¡Su almeja me ajusta la verga como un guante!!! ¡¡¡Ohhh!!! ¡¡¡Ahhhh!!! ¡¡¡Oh!!! ¡¡¡Oh!!!

Más vigorosas y más frecuentes embestidas, un brinco poderoso, una verdadera sumersión del robusto hombre dentro de la débil figurita de ella, un abrazo apretado, y Bella, con inefable placer, sintió la cálida inyección que su violador derramaba en chorros espesos y viscosos muy adentro de sus tiernas entrañas.

Ambrosio retiro su vaporeante miembro con evidente desgano, dejando expuestas las relucientes partes de la jovencita, de las cuales manaba una espesa masa de secreciones trasparentes y a veces blancuzcas.

–Bien…, -exclamó Verbouc, sobre quien la escena había producido efectos sumamente excitantes, –Ahora me llegó el turno, buen padre Ambrosio. Ha gozado usted a mi sobrina bajo mis ojos conforme lo deseaba, y a fe mía que ha sido bien violada. Ella ha compartido los placeres con usted; mis previsiones se han visto confirmadas; puede recibir y puede disfrutar, y uno puede saciarse en su cuerpo. Bien. Voy a empezar. Al fin llegó mi oportunidad; ahora no puede escapárseme. Daré satisfacción a un deseo largamente acariciado. Apaciguaré esa insaciable sed de lujuria que despierta en mí la hija de mí hermano. Observa este miembro; ahora levanta su roja cabeza. Expresa mi deseo por ti, Bella. Siente, mi querida sobrina, cuánto se han endurecido los testículos de tu tío. Se han llenado para ti. Eres tú quien ha logrado que esta cosa se haya agrandado y enderezado tanto, eres tú la destinada a proporcionarle alivio. ¡Descubre su cabeza, Bella! Tranquila, mi chiquilla; permíteme llevar tu mano. ¡Oh, déjate de tonterías! Sin rubores ni recato. Sin resistencia. ¿Puedes advertir su longitud? Tienes que recibirlo todo en esa caliente rendija que el padre Ambrosio acaba de rellenar tan bien. ¿Puedes ver los grandes globos que penden por debajo, Bella? Están llenos del semen que voy a descargar para goce tuyo y mío. Sí, Bella, en el vientre de la hija de mi hermano.

La idea del terrible incesto que se proponía consumar añadía combustible al fuego de su excitación, y le provocaba una superabundante sensación de lasciva impaciencia, revelada tanto por su enrojecida apariencia, como por la erección del dardo con el que amenazaba las húmedas partes de Bella. El señor Verbouc tomó medidas de seguridad. No había en realidad, y tal como lo había dicho, escapatoria para su joven sobrina.

Se subió sobre su cuerpo y le abrió las piernas, mientras Ambrosio la mantenía firmemente sujeta. El violador vio llegada la oportunidad. El camino estaba abierto, los blancos muslos bien separados, los rojos y húmedos labios del coño de la linda jovencita frente a él. No podía esperar más. Abriendo los labios del sexo de su sobrina, y apuntando la roja cabeza de su arma hacia la prominente vagina, se movió hacia adelante, y de un empujón y con un alarido de placer sensual la hundió en toda su longitud en el vientre de la enloquecida chica.

–¡¡Ahhhhhhhh…!! ¡Ohhh, Dios! ¡Por fin estoy dentro de ella!, -chillaba Verbouc, –¡¡Ohhhhh!! ¡¡Ahhhh!! ¡¡Qué placer!! ¡¡Cuán hermosa es… es… es muy ricaaaaa!! ¡¡Cuán estrecho!! ¡¡Como aprieta!! ¡¡¡Ohhh!!!

El buen padre Ambrosio sujetó a Bella más firmemente. Esta hizo un esfuerzo violento, y dejó escapar un grito de dolor y de espanto cuando sintió entrar el turgente miembro de su tío que, firmemente encajado en la cálida persona de su víctima, comenzó una rápida y briosa carrera hacia un placer egoísta.

Era el cordero en las fauces del lobo, la paloma en las garras del águila. Sin piedad ni atención siquiera por los sentimientos de ella, atacó por encima de todo hasta que, demasiado pronto para su propio afán lascivo, dando un grito de placentero arrobo, descargó en el interior de su sobrina un abundante torrente de su incestuoso fluido. Una y otra vez los dos infelices disfrutaron de su joven víctima por el transcurso de toda una larga tarde. Su fogosa lujuria, estimulada por la contemplación del placer experimentado por el otro, los arrastró hasta la insania.

Bien pronto trató Ambrosio de atacar a Bella por las nalgas, pero Verbouc, que sin duda tenía sus motivos para prohibírselos, se opuso a ello. El sacerdote, empero sin cohibirse, bajó la cabeza de su enorme instrumento para introducirlo por detrás en el sexo de ella. Verbouc se arrodilló por delante para contemplar el acto, al concluir el cual, con verdadero deleite, se dio succionar los labios del bien relleno coño de su sobrina.

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Aquella noche acompañé a Bella a la cama, pues a pesar de que mis nervios habían sufrido el impacto de un espantoso choque, no por ello había disminuido mi apetito, y fue una fortuna que mi joven protegida no poseyera una piel tan irritable como para escocerse demasiado por mis afanes para satisfacer mi natural apetito.

El descanso siguió a la cena con que repuse mis energías, y hubiera encontrado un retiro seguro y deliciosamente cálido en el tierno musgo que cubría el túmulo de la linda Bella, de no haber sido porque, a medianoche, un violento alboroto vino a trastornar mi digno reposo.

La jovencita había sido sujetada por un abrazo rudo y poderoso, y una pesada humanidad apisonaba fuertemente su delicado cuerpo no sin antes arrancarle y destrozarle su camisola de dormir dejándola completamente desnuda. Un grito ahogado acudió a los atemorizados labios de ella, y en medio de sus vanos esfuerzos por escapar, y de sus no más afortunadas medidas para impedir la consumación de los propósitos de su asaltante, reconocí la voz y la persona del señor Verbouc.

La sorpresa había sido completa, y al cabo tenía que resultar inútil la débil resistencia que ella podía ofrecer. Su tío, con prisa febril y terrible excitación provocada por el contacto con sus aterciopeladas extremidades, tomó posesión de sus más secretos encantos y presa de su odiosa lujuria adentró su pene rampante en su joven sobrina quien luchaba en el lecho con sus piernas forzosamente abiertas haciendo la poción del misionero.

Siguió a continuación una furiosa lucha, en la que cada uno desempeñaba un papel distinto. El violador, igualmente enardecido por las dificultades de su conquista, y por las exquisitas sensaciones que estaba experimentando, enterró su tieso miembro en la lasciva funda de su sobrina, y trató por medio de ansiosas acometidas de facilitar una copiosa descarga, mientras que Bella, cuyo temperamento no era lo suficientemente prudente como para resistir la prueba de aquel violento y lascivo ataque, se esforzaba en vano por contener los violentos imperativos de la naturaleza despertados por la excitante fricción que amenazaban con traicionarla, hasta que al cabo de un rato, con grandes estremecimientos en sus miembros y la respiración entrecortada, se rindió y descargó su derrame sobre el henchido dardo de su tío que tan deliciosamente palpitaba en su interior.

El señor Verbouc tenía plena conciencia de lo ventajoso de su situación, y cambiando de táctica como general prudente, tuvo buen cuidado de no expeler todas sus reservas, y provoco un nuevo avance de parte de su gentil adversaria. Verbouc no tuvo gran dificultad en lograr su propósito, si bien el combate sexual con su sobrina pareció excitarlo hasta el frenesí, ambos seguían en la misma posición en que habían comenzado, con el tío encima del desnudo cuerpo de su sobrina pero ahora con ambos moviéndose acompasadamente y buscando el máximo de sincronización. La cama se mecía y se cimbraba, la habitación entera vibraba con la trémula energía de sus lascivos movimientos de coito; ambos cuerpos se encabritaban y ahora rodaban, convirtiéndose en una sola masa.

La injuria, fogosa e impaciente, los llevaba hasta el paroxismo en ambos lados. El daba estocadas, empujaba, embestía, se retiraba hasta dejar ver la ancha cabeza enrojecida de su hinchado pene junto a los rojos labios de las cálidas partes de Bella, para hundirlo luego hasta los negros pelos que le nacían en el vientre, y se enredaban con el suave y húmedo musgo que cubría el monte de Venus de su sobrina, hasta que un suspiro entrecortado delató el dolor y el placer de ella.

De nuevo el triunfo le había correspondido a él, y mientras su vigoroso miembro se envainaba hasta las raíces en el suave cuerpo de ella, un tierno, apagado y doloroso grito habló de su éxtasis cuando, una vez más, el espasmo de placer recorrió todo su sistema nervioso.

Finalmente, con un brutal gruñido de triunfo, descargó una tórrida corriente de líquido viscoso en lo más recóndito de la matriz de ella. Poseído por el frenesí de un deseo recién renacido y todavía no satisfecho con la posesión de tan linda flor, el brutal Verbouc dio vuelta al cuerpo de su semi desmayada sobrina, para dejar a la vista sus atractivas nalgas.

Su objeto era evidente, y lo fue más cuando, untando el ano de ella con la leche que inundaba su sexo, empujó su índice lo más adentro que pudo. Su pasión había llegado de nuevo a un punto febril. Encaminó su pene hacia las rotundas nalgas, y encimándose sobre su cuerpo recostado, situó su reluciente cabeza sobre el pequeño orificio, esforzándose luego por adentrarse en él.

Al cabo consiguió su propósito, y Bella recibió en su recto, en toda su extensión, la vara de su tío. La estrechez de su ano proporcionó al mismo el mayor de los placeres, y siguió trabajando lentamente de atrás hacia adelante durante unos 20 minutos por lo menos, al cabo de cuyo lapso su aparato había adquirido la rigidez del hierro, y descargó en las entrañas de su sobrina torrentes de semen caliente y viscoso, luego de eso descargó su ardiente esencia masculina por la fisura delantera tres veces más en aquella noche, con la completa y dócil participación colaborativa de ella.

Ya había amanecido cuando el señor Verbouc soltó a su sobrina del abrazo lujurioso en que había logrado saciar su pasión, por lo cual se deslizó exhausto para buscar abrigo en su frío lecho. Bella, por su parte, ahíta y rendida, se sumió en un pesado sueño, del que no despertó hasta bien avanzado el día. Cuando salió de nuevo de su alcoba. Bella había experimentado un cambio que no le importaba ni se esforzaba en lo más mínimo por analizar. La pasión se había posesionado de ella para formar parte de su carácter; se habían despertado en su interior fuertes emociones sexuales, y les había dado satisfacción. El refinamiento en la entrega a las mismas había generado la lujuria, y la lascivia había facilitado el camino hacia la satisfacción de los sentidos sin comedimiento, e incluso por vías no naturales. Bella, casi una chiquilla inocente hasta hacía bien poco, se había convertido de repente en una mujer de pasiones violentas y en una hembra de lujuria incontenible.

Continuará

 

Relato erótico: “Viviana 8” (POR ERNESTO LOPEZ)

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Viviana 8-

Sin títuloSonó el teléfono y me sobresaltó, sólo escuche “vení ya”

Abrió la puerta totalmente desnuda, antes de que entre me dio un larguísimo beso en el palier, me tomo de la mano, me llevó al dormitorio, había prendido unas velas, había una botella de champan y dos copas preparadas.

Me desnudó suavemente pero con prisa, se arrodilló y la chupo un poquito, en cuando estuvo bien dura me hizo acostar y se montó de inmediato. Mientras subía y bajaba a lo largo de mi pija comentó: “hoy quiero que sólo cojamos, como si fuéramos novios bien calientes”

– “ Te extrañe tanto que estoy dispuesto a hacer lo que me pidas, sea lo que sea”

– “ Estuve los 10 días esperando este momento, aunque no creas. Cumplí lo que me pediste y nunca acabé con el cornudo, pero para hacerlo mejor y castigarme, tampoco me hice la paja”.

– “¿Quiere decir que en todo este tiempo no acabaste ni una vez????”

– “ Sólo durmiendo que no lo podía evitar, tuve algunos sueños eróticos, casi siempre con vos y me despertaba mojada, pero nunca por mano propia”

– “Sos una diosa, te voy a coger toda la noche en agradecimiento”

– “Eso espero, igual para recuperar los polvos perdidos va a tener que ser más de una noche” respondió riendo.

A los pocos minutos terminamos juntos el primero de la noche, se salió de mi, puso una copa debajo de su vagina y juntó parte de mi semen y sus jugos, la completó con champan, sirvió la otra sin “aditivos”, brindamos por el reencuentro.

Le conté que yo también había tenido mi abstinencia, aunque cogí una vez y me hice algunas pajas tuve mucho menor actividad de lo habitual, no me motivaba nada.

Me miró muy dulcemente y me agradeció, “entonces apurémonos que somos dos los que necesitamos garchar mucho”. Bebimos nuestras copas , se puso en cuatro y me pidió que se la meta por el culo, no me hice rogar.

Así seguimos toda la anoche, de a ratos descansábamos un poco aprovechando para charlar y beber un poco y en cuanto estaba otra vez en forma seguíamos cogiendo, pero sólo eso, sin dolor ni humillación, puro sexo.

En un momento que estaba un poco cansado me acordé del vibrador que había comprado, me puse el pantalón, los zapatos y bajé a mi departamento a buscarlo. Fue igual que darle un juguete a una nena, casi llora por el gesto, abrió el envase y se lo metió en la concha inmediatamente comenzando a masturbarse, pensó que era un simple consolador.
Sin decirle nada lo puse en marcha y se volvió loca. “es maravilloso, muchísimas gracias!!!”
A eso de las 4 de la madrugada ya habíamos disfrutado bastante y estaba con algo se sueño, le propuse: “ me voy a casa así dormimos un rato y estamos con fuerza para seguirla en la mañana”

Ella tenía ganas de seguir, pero sabía lo que pasaba después y me dio la razón, le di un tierno beso y bajé a mi departamento.

Todavía dormía cuando sonó el timbre, abrí y tenía el mismo tapado de nuestro primer encuentro, fui a la cocina a preparar el café y al volver al living estaba tal cual la primera vez, con medias negras, portaligas y un broche en cada pezón; me pareció genial el gesto y le dije: Yo también te tengo regalos”.

La llevé al dormitorio y le mostré los ganchos para colgarla y para sujetarla a la pared que había instalado, los equipos de estimulación eléctrica que armé y las muñequeras y tobilleras que había comprado junto con el vibrador.

Estaba feliz, allí nomás quiso probar todo, le puse los brazaletes y tobilleras de cuero y la amarré a la pared, quedando con los brazos para arriba, estirados, parada sobre sus tacos con las piernas bien abiertas, conecté un cable con el extremo pelado y se lo di para que lo sostenga en su mano, de esta forma podía soltarlo interrumpiendo la sesión si lo deseaba; para el otro polo escogí un electrodo de acrílico con una esfera de bronce en su extremo.

Conecté ambos al equipo de radio frecuencia, acerqué la esfera a sus tetas y saltaron unas hermosas chispas violetas, pegó un grito más de sorpresa que de dolor, seguí recorriendo su cuerpo con la bolita a pocos milímetros de su piel, deteniéndome en la partes más sensibles, pezones, axilas, clítoris, labios vaginales, ano, lengua. Me detuve para preguntarle como íbamos, “bien hace cosquillas pero no duele”.

Subí al máximo la potencia del equipo y seguí con mi tarea, ahora las chispas eran mucho más largas y dejaban en el aire un típico olor a ozono, Viviana lo disfrutaba, en ningún momento amagó soltar el cable.

Decidí probar con otro equipo, sin soltarla de sus amarres le introduje el electrodo redondo hecho con un caño en su concha y puse dos clips cocodrilos en sus pezones, ahora no podía interrumpir la diversión. Conecte estos cables al equipo que permitía variar el período y la intensidad poniéndolo a funcionar a un cuarto de su potencia.

Con este aparato se noto un mayor efecto, el cuerpo de Viviana se sacudía solo sin que ella pudiera impedirlo, en poco tiempo pidió: “subilo más”

– “¿ Más seguidas las descargas o más fuertes?”

– “Las dos cosas”

Dupliqué la intensidad llevándola al 50 % y apuré un poco la frecuencia, su cuerpo tenía espasmos más fuertes, creo que si no hubiera estado atada se hubiera caído, nuevamente llegó su sutil pedido: “ ponelo al máximo de una buena vez, ¿o sos puto que no te animás?”

Pensé para mis adentros que jamás me trataba así, lo hacía para forzarme a hacer algo que no me convencía demasiado. Igualmente le di el gusto, subí la tensión al máximo, pego un grito que me asustó pero en seguida me tranquilizó, con voz temblorosa dijo: “discúlpame, pero la primer descarga fuerte me hizo acabar inesperadamente, creo que me oriné un poco incluso”
Efectivamente había un pequeño charco a sus pies; la deje un par de minutos más disfrutando del juguete nuevo, lo apagué saque el electrodo de su concha chorreante y allí aun atada contra la pared se la metí de una, tuvo un nuevo orgasmo ni bien le entró, en poco tiempo le llenaba con mi leche su vagina mientras ella seguía orgasmando sin parar.

La solté y traje una copa para que en ella depositara sus líquidos, así lo hizo junto con un poco de pis. Se lo di a beber, me agradeció mientras se relamía, luego se tiro al piso a lamer lo que había ensuciado.

Cuando terminó con su tarea se levantó y preguntando “¿ahora me vas a colgar del techo?”

Intenté hacerlo pero no era tan fácil como parecía, las sogas eran finas y no podía levantarla por completo, así que opté por levantar sólo sus piernas abiertas, quedando con el cuello y la cabeza apoyados sobre la cama. Era una buena posición, uní sus muñequeras en su espalda y así tenía acceso a sus tetas y todos sus agujeros.

Tomé una larga regla de madera que había conseguido recordando la que usaba su mamá, con ella le di un buen rato en el orto hasta dejárselo bien colorado. Después de este precalentamiento me entretuve pegándole justo en la concha con una varilla de caña tacuara, siguiendo luego por las tetas que recibieron igual tratamiento. Ella sólo emitía suaves gruñidos, disfrutando cada uno de los golpes, no me hubiera extrañado que siguiera en un orgasmo continuo.

Cuando estaba en lo mejor interrumpí la paliza, sin soltarla se la metí hasta la garganta y acabé inmediatamente. Ya aliviado me puse a orinar en su boca de a chorritos, para que pudiera ir tragando sin mojar la cama, vacié la vejiga que estaba bien llena, no había meado desde que me levanté.

La solté y nos fuimos a la cocina a tomar un café, contenta por los chiches nuevos preguntó:

“¿Dónde compraste el vibrador y las muñequeras?’”

– “ En un negocio especializado, es otra sorpresa que tengo para vos”

– “ Buenísimo, ¿podremos ir mañana?”

– “ Esperá que llamo y te confirmo”

Hablé con Verónica y quedamos para el día siguiente bien temprano, cuando se lo transmitía a Viviana se alegró mucho, “ me costará esperar hasta mañana”…

Continuará

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amoernesto@yahoo.com.ar

 

Relato erótico: “Mi cuñada, además de princesa, resultó muy puta 4” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 7

Sabiendo que debía dar tiempo para que su indignación se convirtiera en odio, me fui al salón y me serví una copa. Planeando mis siguientes pasos, mi única pregunta era si tendría que forzarla o por el contrario, como fruta madura esa chavala caería en mis brazos. Fue la propia Loung, la que despejó mis dudas entrando en tromba en la habitación:
―¿La princesa?― preguntó nada mas verme.
―Se ha ido― respondí sin mirarla y cogiendo un libro de la estantería.
La secretaria creyó que era el momento de pedirme cuentas y enfrentándose a mí, dijo:
―Es usted un degenerado― tras lo cual me lanzó una bofetada. Bofetada que no llegó a su destino porque previéndola, le agarré sus brazos inmovilizándola. ―¡Suélteme!, ¡Maldito!― protestó intentando zafarse de mi abrazo.
Reteniéndola con dureza, la fui acercando a mi cuerpo y cuando ya la tenía pegada a mí, le agarré su cabeza y la besé. Loung quiso patearme e incluso pegarme, pero sus intentos resultaron infructuosos y forzando sus labios, metí mi lengua en su boca. Noté que la joven se debatía entre el deseo y el odio pero cuando comprendió que nada podía hacer, respondió con pasión a mi beso.
―¡Esto no está bien!― dijo con el último resquicio de fortaleza.
―Eso es mentira― contesté con voz dulce –Tú fuiste mi mujer antes que ella. ¿O no te acuerdas que te entregaste a mí?
―Si pero fue un error― gritó desolada al sentir que la empezaba a desnudar.
Cogiendo uno de sus senos entre mis manos, acerqué mi boca a su pezón y lo empecé a lamer mientras el sentido del deber de la secretaria se iba disolviendo. Al pasar al otro pecho, Loung no pudo evitar que de su garganta surgiera un gemido y pegando su sexo al mío, exclamó:
―Usted pertenece a la princesa. ¡Va a ser su marido!
―¡No te equivoques! Legalmente puede que sí, pero yo elijo con quién comparto mi cama y eres tú la que me trae loco.
El patriotismo y la lealtad que había jurado a su futura soberana, le hizo protestar y mientras presionaba su vulva contra mi pene, llorando me contestó:
―Sería traición.
Aprovechando que estábamos solos en la casa, la cogí entre mis brazos y subiendo por la escalera, la llevé al cuarto que compartía con la princesa. Una vez allí la deposité en la cama y tumbándome junto a ella, la empecé a acariciar mientras la desnudaba.
Su cuerpo me pareció todavía más atractivo que la primera vez. De piel más morena que su jefa, esa cría era el sumun de la belleza. De cuerpo enjuto, sus bonitos pechos cabían en mi boca pero lo mejor era que su breve cintura se expandía formando un espectacular trasero. Lentamente, le fui quitando el vestido y al bajarle las bragas, descubrí que por algún motivo esa muchacha se había depilado el coño después de haberla masturbado.
Separándole las rodillas, extasiado, me quedé contemplando su sexo con sorpresa. En ese instante supe que aunque fuera la última cosa que hiciera en mi vida, debía de saborear su coño y mientras me agachaba entre sus piernas, la oí decir avergonzada:
―Me depilé para usted.
Fue entonces cuando comprendí que el enfado de esa mujercita había sido un paripé y que antes de venir a recriminarme, ya había decidido ser otra vez mía. Disfrutando de su entrega, saqué mi lengua y jugueteando con su clítoris, saboreé su aroma a hembra necesitada. Ella al experimentar mi húmeda caricia, gimió y abriendo sus piernas de par en par, me dijo:
―Soy suya aunque eso signifique mi deshonra.
Recogiendo su turbación con mis dedos, la penetré mientras con mis dientes seguía dulcemente torturando su botón. La muchacha abducida por la pasión, me rogó que la tomara y al ver que sus ruegos caían en saco vació porque seguía comiendo su entrepierna, con sus piernas me aprisionó y moviendo sus caderas, tiró de mí hacia ella.
Con absoluta maestría, Loung consiguió colocar mi miembro en su entrada y con una expresión de lujuria en su cara, insistió en que la follara. Haciéndola caso, paulatinamente fui penetrándola. La lentitud con la que mi pene se fue introduciendo en ese coño casi adolescente, me permitió disfrutar del roce de sus pliegues mientras mi extensión se iba abriendo camino. Rememorando nuestra primera vez, en esta ocasión su conducto me pareció todavía más estrecho y no queriendo forzarla, al sentir que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, esperé a que se acostumbrara.
―¡Fólleme!― aulló retorciéndose sobre las sábanas.
Decidido a que fuera lo más placentero posible, inicié un suave vaivén con mi cuerpo que poco a poco fue relajando su sexo. Sollozando de placer, la oriental me rogó que siguiera y mientras yo aceleraba mis movimientos, ella llevó las manos a su pecho y sin rubor se empezó a pellizcar.
En ese instante recordé la dulzura que me había mostrado en su país y queriendo devolvérsela, retiré sus dedos y los sustituí con mi boca. Al succionar sus pezones, la cría se volvió loca y retorciéndose sobre el colchón se corrió dando gritos, momento que aproveché para darle un suave mordisco en una de sus aureolas.
―¡Me encanta!― chilló descompuesta y completamente subyugada por el placer que estaba asolando su cuerpo, me pidió que le mordiera un poco más fuerte.
Al incrementar la presión de mis dientes, Loung gritó como posesa y tiritando entre mis piernas, vi como su orgasmo se unía a otro sin pausa. Su entrega me informó de su gusto por el sexo duro y sin dejar de morder su pezón, le di un azote en el trasero. Nuevamente, mi amante aulló al sentir mi palma castigando su culo y sin esperar a que le soltara otro, dando un grito me exigió que se lo diera.
Dominado por la pasión, alterné las penetraciones con las nalgadas, de forma que mi habitación se llenó de gritos de sumisión desbordada mientras la tensión se iba acumulando en mi entrepierna.
―¡Soy su esclava!― exclamó al experimentar el enésimo éxtasis que asoló esa tarde su frágil cuerpo y con absoluta devoción, buscó mi placer abriendo y cerrando los músculos de su vagina.
La confirmación de su entrega fue el estímulo que necesitaba mis huevos para explotar, regando su interior con mi simiente y cogiéndola entre mis brazos, la penetré brutalmente, levantando y dejando caer su peso sobre mi estoque. Loung llorando de alegría, recibió mi esperma y tras comprobar que me había vaciado, se dejó caer sobre la cama.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras trataba de descansar, la muchachita se abrazó a mí y poniendo su cara en mi pecho, empezó a sollozar calladamente.
―¿Qué te ocurre?― pregunté al ver su sufrimiento.
La chavala secándose las lágrimas que recorrían sus mejillas, se incorporó y con su rostro lleno de angustia, me contestó:
―Don Manuel, ¿qué voy a hacer? He jurado lealtad a la princesa pero mi cuerpo es suyo y moriría si no me permitiera servirle.
Con cuidado, elegí mis palabras y tras editar unos instantes, le pregunté:
―Sé que has prometido dar tu vida por mi cuñada pero por otra parte, sabes que eres mía. ¿No es así?
―Sí― contestó antes de echarse a llorar.
Acariciando su pelo, la besé y calmándola, le dije:
―Ambas cosas no son incompatibles. Desde hoy, al igual que Sovann eres mi mujer y entre todos buscaremos una solución.
―No le entiendo― contestó con voz ilusionada.
―Seremos tres en esta cama. Como oíste desde la puerta, la princesa ya me ha dicho que le gustaría hacerte el amor y solo espero que a ti no te importe, corresponderle.
―Señor, me dejaría despellejar si eso supusiera que ser suya. No soy bisexual pero si usted me ordena que lo sea, lo seré― con una dulce y esperanzada sonrisa, respondió.
―Lo serás y yo disfrutaré con ello.
―Pues si ese es su deseo, dígale a la princesa que acepto ser de los dos.
―No, bonita― contesté soltando una carcajada – ¡Serás tú quien se lo diga!

CAPÍTULO 8

Sovann llegó poco antes de cenar. Como no tenía nada que hacer se dedicó a comprar media calle Serrano y así darme tiempo a que pudiera ejecutar nuestro plan. Al llegar a casa y ser yo quien le abría la puerta, creyó que había fallado y poniendo un puchero, me preguntó cómo había ido.
―Siento decirte que ya no tienes secretaria.
Recibió la noticia con pesar y dándome las cinco bolsas que traía, me pidió que le contase lo que había pasado. Decidido a putearla, la llevé hasta el salón y mientras le servía una copa, ella no dejó de interrogarme.
Cada vez más nerviosa, se puso a recriminarme que seguramente me había excedido y profundamente preocupada, me explicó que esa niña era hija de uno de los hombres más importantes de su país. Interiormente muerto de risa, dejé que se explayara y cuando hubo soltado todo lo que tenía dentro le dije:
―¡Me subestimas! Te he dicho que ya no tienes secretaria, no que haya fallado― y llamando a Loung, esperé que entrara en la habitación para rectificarle: ―A partir de hoy, tienes una dulce amante. Será tu súbdita de día y nuestra mujer de noche.
Creo que mi cuñada no alcanzó a oír mis últimas palabras porque tenía suficiente con babear al ver que la cría llegó vestida únicamente con un trasparente camisón y que al ponerse a su lado, la besó en los labios, diciendo:
―Alteza, espero que no le moleste que su prometido me haya convencido de ofrecerme a usted como su pareja.
Mi putísima cuñada no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de la muchacha.
Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre los senos de su princesa, abrió la boca y empezó a mamar. Alucinada, vio la lengua de Loung recorriendo sus aureolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de su empleada fueran bajando por su cuerpo pero cuando advirtió que la muchacha se acercaba a su sexo, le entraron dudas.
―¡Déjala!― le dije al oído y para forzar su calentura, abriéndole las nalgas jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Loung en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de la niña, le rogó que continuara. Nuestra recién estrenada amante separó con sus dedos los pliegues de la princesa y con los dientes, se puso a mordisquear el botón de la mujer.
Mi cuñada que hasta ese instante no había disfrutado del amor carnal de una fémina, sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, la chavala me miró pidiendo instrucciones:
―Tú sigue― ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sovann, empapándolos bien, tras lo cual, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras su dueña no paraba de gozar.
La princesa vio asaltados sus dos orificios y temblando, me informó que se iba a caer. Organizando la escena, tumbé a Loung en el suelo, puse a Sovann a cuatro patas con el coño en la boca de su sumisa empleada y colocándome detrás, le informé que le iba a dar por culo:
―¡A qué esperas! ¡Mi amor!― chilló descompuesta.
En ese momento, no caí que me había llamado “amor” y no “querido” como solía hacer porque estaba ocupado en darle placer. Seguro del calor que nublaba su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré.
Mi cuñada gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal y entonces ocurrió algo no previsto, Loung saliendo de su entrepierna, se dio la vuelta y cogiendo la cabeza de su princesa entre sus manos, las dos mujeres se fundieron en un sensual beso, tras lo cual y mientras la consolaba, oí que le decía:
―Deje que su futuro marido disfrute poseyéndola, después le juro que yo me ocuparé de su adolorido culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la princesa y desbordada por el cariño que esa niña le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño mientras yo seguía machacando su intestino con mi pene. Loung con rubor se colocó frente a ella y separando las piernas, le dejó ver su pubis.
―¡Qué bello es!― exclamó mi cuñada al contemplar el sexo depilado de la cría y sin poderse reprimir, probó por vez primera su sabor.
Sé que le debió de gustar porque pegando un grito, me rogó que la follara más despacio para que ella pudiera comerse ese manjar con tranquilidad. Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de la princesa separando los pliegues de la chica antes de con la lengua saboreara el adolescente clítoris.
Tampoco Loung le hizo ascos porque su jefa no llevaba ni un minuto devorando su coño cuando berreando como una posesa, se corrió. Sovann sorprendida por la profundidad de su orgasmo, intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su paisana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba a su amante que completamente desbordada no dejaba de gritar de placer. La visión de esas dos mujeres disfrutando, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi cuñada.
―¡Así!, ¡Sigue! ¡Más fuerte!― reclamó descompuesta la muy guarra al sentir mi extensión acuchillando su interior
Decidido a liberar la presión de mis huevos, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi adorada prometida se desgarrara por dentro pero esa mujer que nunca dejaba de sorprenderme, en vez de quejarse, ordenó a su nueva amante que me ayudara.
―¿Qué quiere que haga?― preguntó indecisa la muchacha.
―Nuestro hombre necesita más ritmo, márcale el compás con azotes en mi culo.
Loung dudó en obedecer, para ella esa mujer iba a ser su reina y no se veía capaz de golpearla aunque fuera ella quien se lo pidiera, por lo que tuve que intervenir, diciendo en voz en grito:
―¡Hazlo! ¡Obedece a tu dueña!
Temblando, le soltó una nalgada y al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de su princesa, con más confianza y más fuerza le dio el segundo. No satisfecha, Sovann le exigió que continuara. La muchacha pidiendo perdón por anticipado se dedicó en cuerpo y alma a satisfacer los deseos de mi cuñada. Tengo que aclarar que no solo lo cumplió su cometido fielmente sino que extralimitándose le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí.
Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado, la futura soberana se corrió sobre la alfombra. Al dejarse caer, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando su ojete, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
―Dios― grité al sentir que mi verga explotaba regando su intestino y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Nuestra nueva amante con una sonrisa en sus labios, nos ayudó a levantarnos y cogiéndonos de la mano, nos llevó hasta el cuarto. Una vez allí, con un cariño casi religioso, nos tumbó en la cama y en silencio se retiró sin decir nada. Tanto Sovann como yo nos quedamos extrañados de su actitud pero como estábamos cansados, nos abrazamos y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido.
―¿Te ha gustado?, princesa― pregunté mientras la acariciaba tiernamente.
―Sí, mi amor― respondió con la voz todavía entrecortada –Tengo el culo amoratado pero tengo que reconocer que he disfrutado como una perra. Te parecerá duro lo que te voy a decir y no me alegro de que mi marido esté muerto, pero desde que te conocí me has revelado aspectos míos que no conocía.
Al escucharla, me quedé pensando en ello y tras meditarlo, comprendí que a mí me ocurría lo mismo. Mi querida cuñada me había hecho olvidar el dolor por la muerte de mi hermano y mis futuros años quería pasarlos con ella y con Loung. Por primera vez, estaba colado y era de ellas dos, por eso y cuidando mis palabras, le pregunté:
―¿Y cómo acoplaremos a esa zorrita en nuestra vida?
Soltando una carcajada, Sovann me besó antes de contestar:
―Entre nuestras piernas, ¿dónde va a ser?
Aunque no nos habíamos dado cuenta, Loung había vuelto portando una bandeja con la cena y al escuchar que la incluíamos en nuestros planes, la dejó sobre la mesa y alegremente, preguntó:
―¿Mis dos dueños quieren ya cenar? O ¿prefieren que esta zorrita les canse un poco más?
Haciendo un hueco entre nosotros, la llamé diciendo:
―Ven aquí que mi futura esposa no ha oído tus berridos cuando te tomo.
―Con su permiso, Alteza― sonriendo, contestó y pegando un salto, se encaramó sobre mí.
Sovann, muerta de risa por la desfachatez de la cría, la besó y susurrándole al oído, le informó que tenía la intención de devolverle todos los golpes que le había propinado. Soltando una carcajada, Loung se giró y dijo:
―Princesa, con gusto, recibiré su escarmiento y de esa forma, su prometido sabrá que a partir de hoy tiene dos putas en la cama dispuestas a complacerle…

 

Relato erótico: “Secreto de familia: José” (POR MARQUESDUQUE)

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herederas3Era lo que siempre había deseado, y sin embargo…

Sin títuloTenía aún sus palabras frescas en mi memoria. Recordaba la belleza de sus labios al pronunciarlas, el rubor en sus mejillas ante mi sorpresa al oírlas, su mano cogiendo la mía para tranquilizarme… y, sobre todo, el beso de despedida, el instante en que esa legüilla se coló en mi boca. Porque ella había sido siempre mi amor platónico. Descubrí la sexualidad espiándola mientras hacía el amor con mi madre, fue la imagen mental de mis primeras masturbaciones, un modelo de belleza y de erotismo para admirar. Siempre había soñado poder poseerla, y, ahora que se presentaba la oportunidad, simplemente no sabía que decir. Acababa de recuperarme de la noticia de que mi novia y prima es, en realidad, mi hermana, cuando me entero de que la amante lesbiana de mi madre pretende que tengamos un hijo… mi vida es complicada.

Será mejor que lo explique más despacio: Mi madre es una profesora de secundaria bisexual, que vive, desde antes de nacer yo, con una ex alumna lesbiana preciosa, de la que, desde niño, he estado, en cierto modo, enamorado. Recientemente he sabido que mi padre, del que nunca había oído hablar, es, en realidad, mi tío, el esposo de la hermana de mi madre, y padre de mi prima Sandra, con quien perdí la virginidad, y de la que también estoy, de cierto otro modo, enamorado, a pesar de ser mi hermanastra. Sí, ya lo sé. Mi vida es complicada.

Empecemos otra vez. Mi padre conoció a mi madre y a mi tía en el colegio y, en seguida, se puso de novio con mi tía. Años después se casaron y tuvieron a mi prima. Mi madre, por su parte, había tenido amantes, hombres y mujeres, pero quería tener un hijo y no tenía pareja en ese momento. Como todos eran muy liberales, no se les ocurrió otra cosa más que el marido de su hermana la preñase. Hay que entender que, por aquel entonces, mis tíos practicaban el intercambio de parejas y mi padre y mi madre ya se habían acostado antes con el consentimiento de mi tía. Estando, por tanto, mi madre, embarazada de mí, gracias a las atenciones de mis tíos, conoció a Lorena, una de sus alumnas. Se enamoraron y comenzaron a vivir juntas. Desde pequeño, yo asumí como normal no tener papa, sino dos madres lesbianas, o, mejor dicho, una madre y su pareja mujer, bastante más joven que ella y con la que de inmediato forje una relación de complicidad muy especial. Además estábamos muy unidos a mis tíos y mi prima, hasta el punto de formar una gran familia, y ser mi prima Sandra mi compañera habitual de juegos. Luego vino mi primo Javi, el hermano de Sandra. El ambiente que respirábamos era muy abierto respecto al sexo, nos veíamos desnudos sin vergüenza, nos saludábamos con un besito en los labios, ocasionalmente mi madre tenía romances con alumnos o con otros ligues sin que eso pareciera importarle a Lorena ni enturbiara su relación…

En estas circunstancias se produjo mi descubrimiento de la sexualidad, con dos grandes protagonistas: Sandra y Lorena. Con Sandra siempre me unió una gran relación, puede decirse que además de mi prima fue siempre mi mejor amiga. No me imagino un futuro lejos de ella. Nuestra confianza es absoluta. Ambos nos llevamos también bien con Javi, hasta el punto que acostumbramos a ir los tres juntos a todas partes, pero el entendimiento entre ella y yo es especial. Su hermano lo sabe y lo respeta, aunque a veces le puedan los celos. Todo lo relativo al sexo que fuimos aprendiendo en nuestros años adolescentes lo fuimos comentando y compartiendo. Ella es una chica guapísima: alta, castaña, con el pelo largo, buen tipo… mis amigos babean cada vez que la ven, en especial Manolo, mi mejor amigo. Es un buen tipo, pero no tiene suerte con las chicas. Cada vez que ve a Sandra se vuelve loco. El caso es que cada chico que le gustó a ella o cada chica que me gustó a mí, cada película con alguna escena subidita de tono que vimos, cada roce accidental con alguna persona que nos excitara, todo lo hablábamos y lo poníamos en común. Ella era perfectamente consciente de mi adoración por Lorena. Esto a veces la ponía celosilla, pero ellas también se llevaban bien, y pronto se le pasaba. Lorena representaba mi ideal de belleza femenina. No sé como mi madre pudo ligarse a un bombón así, pero la envidiaba a cada minuto. Parecía una diosa nórdica, rubia y de ojos azules. Su sonrisa era de esas inolvidables, capaz de iluminar una habitación. Cada vez que mi madre y ella se acariciaban, se besaban o se hacían arrumacos delante de mí, empezaba a picarme el pajarito. Era una sensación extraña, porque una de ellas era mi madre, pero no podía evitarlo.

A partir de cierto momento aprendí a identificar cuando iban a hacer el amor. El acaramelamiento, las caricias, los besitos, todo me indicaba que esa noche iba a pasar. La mujer de mis sueños iba a estar en la habitación de al lado desnuda, excitada, siendo tocada, tocando a otra mujer… que casualmente era mi madre, siendo lamida, lamiendo… era demasiado para mí. Me masturbaba en mi habitación tratando de imaginar lo que hacían. Al final, una noche, debía tener 16 años, no aguanté más y reuní valor para espiarlas. Me acerqué sigilosamente, muerto de miedo a ser descubierto. La puerta estaba entreabierta. Como he dicho, en mi casa hay mucha confianza y es difícil ver puertas cerradas. Solo con oír los gemidos me empalmé. A penas me atrevía a acercar la naricilla al marco de la puerta. Veía la escena con un solo ojo, forzando el ángulo. Mi madre y Lorena se besaban apasionadamente mientras se masturbaban. En un alarde de gallardía estiré el cuello para verlo bien. Creía que la polla me iba a estallar en el pijama. Me la cogí y empecé a meneármela con fuerza. Lorena le estaba chupando las tetas a mi madre. Esas tetas de las que alguna vez mamé de pequeño. Luego fue bajando la lengua, besándola por todo el cuerpo, hasta llegar a su entrepierna. Mi madre, tumbada sobre la cama, mirando al techo y jadeando, le acariciaba los cabellos rubios como el oro a su amante y mi musa mientras ella la lamía a placer. Estuvieron así un rato hasta que mi madre pareció saciada y se sentó sobre la almohada. Lorena reptó sobre ella, hasta estar frente a frente, para continuar besándose. Mi mama le acariciaba el coño, entre tanto, frenéticamente. No dejó de meter y sacar su dedo hasta que Lorena se contrajo y pareció explosionar. Ambas cayeron exhaustas sobre las sabanas y yo me alejé en silencio con mi mano derecha mojada y pegajosa.

Ni que decir tiene que me faltó tiempo para contárselo a Sandra. Escuchó fascinada mi relato sin interrumpirme, salvo para decir que no ahorrara detalles. Espié alguna vez más a mi madre y a Lorena amándose. Cada vez era más osado y disimulaba menos mi presencia, envalentonado por mi éxito y seguro de que no me pillarían. Llegué a coger tanta confianza, que una noche que Sandra se quedó a dormir en mi casa la dejé acompañarme a mirarlas. Aquella noche fue especial. Estaba más pendiente de las reacciones de mi prima que de disfrutar yo el espectáculo. Ella estaba nerviosa, como yo el primer día. La notaba temblar mientras la cogía de la mano para confortarla. En la habitación mama le comía el coño a Lorena, que estaba especialmente guapa, como si fuera consciente que tenía espectadores y le gustara lucirse.

Las semanas siguientes coincidió que, cada vez que Sandra dormía en mi casa, cosa que ocurría con bastante frecuencia, así como que yo durmiera en la suya, Lorena y Rita, que así se llama mi madre, tenían fiesta. Yo cada vez acababa más caliente, con más ganas de repetir con Sandra lo que habíamos visto. Mis pajas tenían a Sandra y a Lorena como grandes protagonistas. Hacía tiempo que había dejado de ver a mi prima como a una hermana y la estaba viendo como a una mujer. Todo eso estalló la noche que vimos la peli cachonda en su casa con Javi. En aquella ocasión me tocaba a mí quedarme a dormir con ellos. En la habitación estuvimos hablando los tres de cómo sería besarse con lengua y tener sexo con alguien. Estaba deseando que Javi se durmiera para pasarme a la cama de Sandra a hacernos confidencias. Estaba seguro que ella sentía lo mismo que yo y que algo pasaría entre nosotros. Cuando la figura de su hermanito permaneció inmóvil y su respiración se hizo regular, me deslicé hasta donde estaba mi prima y nos besamos. Fue el primer beso para ambos. Aunque en mi familia es normal saludarnos con un piquito y, en nuestros juegos infantiles habíamos besado en los labios a algún compañerito en alguna ocasión, este era el primer beso de verdad, romántico, con lengua… Estuvimos enrollándonos un rato hasta que nos dormimos.

Pasaron unos meses antes de dar el siguiente paso, un tiempo en que estuve nervioso, incapaz de pesar en algo que no fuera ella. Cuando conseguíamos quedarnos solos nos besábamos con pasión, pero no llegábamos más allá, como si tuviéramos miedo de cruzar alguna línea. Ese día Sandra se quedaba a dormir en mi casa, Lorena achuchaba mucho a mi madre, lo que quería decir que habría festival. Pero esta vez sería diferente. No solo habría sexo en una habitación. Llegado el momento observamos la escena lésbica en silencio, con más atención de lo habitual, como si después tuviéramos que repetirlo todo. Cuando nos retiramos a mi habitación busqué su entrepierna dispuesto a hacer lo que tantas veces había visto. Me encantó el sabor del coño de mi prima. Luego ella me la chupó a mí. Fue increíble notar sus labios inexpertos pero voluntariosos rodeándome el miembro, su lengua acariciando su base, mi eyaculación desparramándose en su boca.

A partir de ahí repetíamos siempre que podíamos. Ella era consciente de mi fascinación por Lorena y parecía no importarle. A veces cuando me la chupaba me hacía cerrar los ojos y me ordenaba pensar en Lorena. Luego se bebía mi semen sin dejar gota, cosa que, según creo, casi ninguna mujer hace. Lorena me deslumbraba, pero eso no me hacía querer menos a Sandra. Alcanzar la intimidad sexual con ella era maravilloso. La adoraba y la echaba de menos cada minuto que no estábamos juntos. Todo marcho bien hasta que mi prima quiso hacer público lo nuestro. No se le ocurrió otra casa que contárselo a su padre. Y ahí vino la noticia bomba. Mi madre me llamó un día y me dijo que había hablado con mi tío. Sabía lo que hacía con Sandra y no iba a reñirme, pero había algo que debía saber. Lo que me dijo me dejó consternado. Siempre me había preguntado quien era mi padre, pero como una mera curiosidad, estaba contento con la vida que llevaba. No esperaba que eso cambiase mi vida. Saber que mi tío era, en realidad, mi padre, no solo tenía las implicaciones familiares obvias, sino que en este caso, dado lo que estaba haciendo con su hija, convertía mis primeros escarceos amorosos en un incesto. No era lo mismo enrollarme con mi prima que con mi hermanastra.

Las 24 horas que pasaron hasta que hable con Sandra fueron las más angustiosas de mi vida. Me había dado cuenta de que, más allá de mis sentimientos por Lorena o por cualquier otra mujer en el futuro, amaba a Sandra. Odiaba que nada pudiera interponerse entre nosotros, no imaginaba una vida sin ella. Podía aceptar que estuviera con otros hombres, igual que yo podía querer estar con otras mujeres en un momento determinado, pero no que estuviéramos alejados el uno del otro. Lo que no sabía era lo que estaría pensando ella. Temblaba al pensar que esto pudiera haberla asustado, que las cosas pudieran cambiar entre nosotros sin remedio. Afortunadamente no fue así.

El día de mayor incertidumbre de mi vida terminó en la noche en que perdí la virginidad con Sandra, que a su vez la perdió conmigo, es decir, en la mejor noche de mi vida. Recuerdo sus lágrimas, la emoción al comprender su decisión, la pasión con que nos unimos. Desde entonces nuestro noviazgo fue público y aceptado por nuestras familias. A nuestros amigos se les hacia raro, y eso que nos tenían por primos. Si hubieran sabido la verdad no sé lo que habrían pensado. Al único que no le sorprendió la noticia fue a Manolo, que conocía, siquiera fuera superficialmente, mis sentimientos y que no tuvo rubor alguno en confesarme su envidia. Más problemas tuvimos con Javi, que temió sentirse desplazado y no reaccionó demasiado bien. No obstante, con paciencia y cariño, Sandra lo fue reconquistando. En cierta ocasión estábamos en su casa viendo la tele los tres y Sandra y yo nos besamos. Si queréis hacerlo os dejo solos, dijo su hermano con fastidio y se levantó para abandonar la habitación. Ella lo agarró, impidiéndoselo, y le dijo con buen humor: vamos, ven aquí y bésame tú también, no te pongas celoso. Lo atrajo hacia ella con tal fuerza que el chico cayó sobre su hermana en el sofá conmigo al lado. Se besaron en los labios con más sensualidad de la que solían en sus saludos cotidianos. Después Sandra me cogió a mi también y me desequilibró de manera que quedó tumbada en el sofá con los dos encima. Un besito para ti, dijo besando a su hermano, otro para ti, dijo besándome a mí, y, ahora, uno entre vosotros, afirmó intentando que nos besáramos cogiéndonos las caras. Déjate de mariconadas, protestó su hermano, forcejeando, y yo no pude estar más de acuerdo. Entre tanta tontería el chico tenía una evidente erección que rozaba contra las piernas de su hermana. Par de salidos, murmuró ella con vocecita de niña buena, queréis violar a vuestra hermanita. Le dimos un par de besitos más y nos recompusimos. Javi anunció tener que ir al baño y se alejó. Yo le hice un gesto a Sandrita dando a entender que iría a masturbarse. Que va, pervertido, rechazó ella la idea, solo estábamos de cachondeo.

Los meses siguientes fueron de continua luna de miel. Hacíamos el amor en su casa o en la mía sin oposición alguna de nuestros padres. Entre tanto mi amigo Manolo seguía siendo virgen. Yo le contaba detalles de mi vida sexual con Sandra, por la confianza que le tenía, sin entrar en detalles familiares complicados, obviamente, y él se volvía loco. Como coincidíamos los tres bastante en el instituto y yo invitaba a Manolo a veces a mi casa, donde también podían encontrarse, Sandra había desarrollado cierta amistad también con él y le caía simpático. Como ella y yo nos lo contábamos todo, estaba al corriente de mis conversaciones con mi amigo y de la atracción que ejercía sobre él. A ella no le gustaba especialmente, pero tampoco le desagradaba, y al saber la veneración que sentía él por ella lo miraba con mejores ojos. Un día que estábamos los tres en el instituto, se despidió de mí con un beso, para irse a clase y, al ver la carita de cordero degollado de Manolo, se le acercó y le dijo: toma, para que no te pongas celoso, y le besó también a él en los labios. Sin esperar respuesta se fue a clase, dejando a mi amigo estupefacto. Que, le dije yo dándole un puñetazo flojito en el hombro, no te podrás quejar. El pobre no pudo ni balbucear una respuesta.

En otra ocasión Sandra me llamó para quedar. Le dije que no podía porque estaba con Manolo en mi casa y se iba a quedar a dormir, pero que viniera ella también si quería. Así lo hizo y de este modo coincidimos los tres. Mi madre y Lorena habían salido. Después de cenar Manolo me preguntó que donde íbamos a dormir. Yo le dije que mi prima y yo en mi habitación y él en la de invitados. ¿No se molestará tu madre si se entera? No, respondí yo. Ella está de acuerdo. Entonces se me ocurrió de repente una maldad:

– ¿Te gustaría vernos?

– ¿Qué?

– ¿Te gustaría mirar?

En un par de minutos nos pusimos de acuerdo para que Manolo nos espiara follando a Sandra y a mí. El pobre no se lo podía creer. Cuando me fui con ella se lo conté todo. En teoría era algo que hacíamos a espaldas de ella, pero yo no podía ocultarle nada. Pensé que me costaría un poco convencerla, pero no fue así, mi prima-hermanastra se mostró encantada desde el principio, incluso me sugirió que dejáramos un poco más de luz para que nos viera mejor y que cambiáramos de postura, para que tuviera mejor perspectiva de su cuerpo. También evitó mirar hacia la puerta entreabierta para que mi amigo no se sintiera sorprendido. Fue un polvo magnífico. Saber que Manolo nos miraba, que estaría ahí masturbándose con la escena, como hacía yo cuando espiaba a mi madre con Lorena, fue algo que nos encendió a los dos.

Mi idilio con Sandra no me impedía seguir admirando a Lorena. Ella siempre había sido afectuosa conmigo, pero desde que mi relación con mi medio-hermana se había hecho pública parecía especialmente cariñosa, abrazándome y besándome a la menor ocasión. El piquito con el que normalmente nos saludábamos en la familia se había convertido, en su caso, en un besazo en toda regla, la mayoría de veces, y cualquier excusa era buena para achucharme y restregarse conmigo. Claro que todo podía ser mi imaginación calenturienta. Haberme pasado toda la vida deseándola podía tener ese efecto sobre mis percepciones. Algunas cosas, sin embargo, eran difíciles de ignorar. Cierto día estábamos los dos solos viendo la tele. Mi madre había quedado con un ex alumno, con el que, en su momento, había tenido una aventura, para tomar algo. Eso quería decir que era posible que se acostara con él. Mama y Lorena tenían una relación abierta, en la que esas cosas podían pasar, sin mayores consecuencias. Bien es cierto, por otra parte, que siempre era mi madre la que echaba canitas al aire. Lorena se quedaba en esas ocasiones algo melancólica, pero nunca protestaba. En la tele unas modelos guapísimas desfilaban. ¡Qué chicas tan sexis! Afirmó ella con sincera admiración, tal vez fantaseando con alguna de ellas. A mí me gustas más tú, se me escapó decir, sin un ápice de exageración. Ella sonrió, me atrajo hacia sí y me besó dulcemente en los labios. Noté sus tetas clavarse en mi pecho y su mano rozarme el culo, como distraídamente. Si todos los hombres fueran como tú, me cambiaba de bando. Y, tras decir esto, continuó viendo la tele como si tal cosa. Cuando me levanté para ir a la cocina, minutos después, aún me temblaban las piernas y mi erección, en la que ella no se había fijado, todavía no había cedido.

Sandra parecía colaborar en esta estrategia para volverme loco. Cada vez que estaba con Lorena se mostraba especialmente cariñosa y besucona con ella. Hacía tiempo que en nuestros momentos de intimidad no se la mencionaba, estando como estábamos centrados en el descubrimiento de nuestros cuerpos, pero cuando las veía abrazarse y restregarse sus pechos la una con la otra no podía evitar ponerme cachondo. Un día Sandra y yo estábamos besándonos en la cocina de mi casa cuando entro Lorena. Hola parejita, saludó. ¡Lorena! Gritó mi prima y se lanzó a su cuello. ¿A que mi novio es el más guapo del mundo? Preguntó con voz de niña pequeña después de besarla en la mejilla. El más guapo y el más bueno, respondió ella, y añadió: se merece un beso. Y asiéndome por la cintura me acercó a ella hasta que mi paquete, en pie de guerra desde que había empezado a besar a Sandra, rozó su pierna, y me besó como solía. Tienes razón, afirmó mi novia (últimamente nos gustaba llamarnos así) y me besó también, rozando con su lengua la mía en este caso. Después se besaron ellas, como continuando la broma. Fue un beso bastante sensual, prácticamente se comieron los labios, aunque no llegue a apreciar si hubo lengua. Por supuesto, en aquellos momentos, creía que la polla se me iba a salir del pantalón. Cuando Sandra y yo estuvimos a solas le pregunté qué a que había venido eso. ¿Estás celoso? Se limitó a responder con picardía y no volvimos a hablar de ello.

Así pasaron los meses. Sandra, que era un año mayor que yo, terminó el instituto y comenzó a ir a la Universidad, con lo que nos veíamos menos. No obstante, nuestra relación seguía igual. Cierto día, poco después de mi 18 cumpleaños, Lorena, a la que había notado nerviosa todo el día, me preguntó si podíamos hablar y me acompañó a mi habitación. Una vez allí, nos sentamos en la cama, me cogió de la mano y me dijo:

José, quiero hablarte de algo muy serio. No quiero que te asustes y, si no te gusta lo que te voy a decir, no pasa nada, se que quieres a Sandra, y me gustaría que nada cambiase entre nosotros. (Se la veía un poco nerviosa). La vida es un cúmulo de experiencias y hay algunas que aún no he tenido y me gustaría experimentar. Sabes que tenía 16 años cuando conocí a tu madre, que te llevaba a ti en la tripa, y que desde entonces no he estado con nadie más. No lo he necesitado realmente, tu madre me llena por completo, en todos los sentidos, pero igual que ella necesitó ciertas cosas para sentirse mujer, yo también las necesito. Me gustaría ser madre, tener un hijo. Creo que es algo maravilloso, que me estoy perdiendo. En el terreno sexual… bueno, siempre me han gustado las mujeres. Cuando conocí a tu madre estaba muy confusa. Ella me ayudó a aceptarme a mi misma y a disfrutar de mi cuerpo. Últimamente empiezo a preguntarme como sería estar con un hombre, que debe sentirse al ser penetrada por un pene. No sé si mi devoción por tu madre ha sido por la atracción que siento por las mujeres o por huir de los hombres. En los últimos meses me he sorprendido excitándome con un chico. Es la primera vez que me ocurre y pienso que no debería dejar pasar la ocasión. (Yo, en aquellos momentos, no entendía porque me estaba contando todo eso a mí). Sé que a ese chico le gusto, pero tiene una relación y es muy joven… Le quiero mucho y no me gustaría que nuestra relación cambiara. ¿Me entiendes?

Pues no, balbucee yo. Ese chico eres tú, prosiguió ella. No me imagino acostándome con otro hombre que no seas tú. Tú eres el único varón que no veo como alguien amenazante, el único con el que he podido bajar la guardia. Sé que amas a Sandra, pero creo que a mí también me quieres un poquito. Quiero que hagamos el amor, quiero acostarme por primera vez con un hombre contigo, de hecho… quiero que tengamos un hijo.

¿Qué tengamos qué? Murmuré yo sin poderlo creer. Sé que es una gran responsabilidad, explicó ella. Por supuesto yo me ocuparía de todo. Tu solo tendrías que implicarte lo que quisieras, lo que te pidiera el cuerpo en cada momento. Ya sé que es una locura. Si no quieres lo entenderé perfectamente. Te aseguro que no me enfadaré. Si quieres que nos acostemos, pero no tener el niño, por ahora, tampoco hay problema. De aquí unos años, cuando puedas estar preparado, lo volvemos a hablar. El sexo no es un chantaje para lo del bebé. Tampoco tienes porque estar de acuerdo en que hagamos el amor. Sé que tu relación con Sandra es muy bonita. También sé que, aunque siempre te he gustado, porque todos nos hemos dado cuenta que llevas años colgadillo por mí, ha sido algo platónico. Si no quieres arriesgar nuestra relación con el sexo también lo entenderé. Si te sientes raro, sabiendo que soy la pareja de tu madre, y prefieres que no demos ese paso, no hay problema. Puedes negarte con toda libertad.

Yo… no sé qué decir… no sé que pensaran Sandra y mi madre… tartamudee yo como un pardillo. No te preocupes por eso, dijo ella. Ya he hablado con las dos y están de acuerdo. Solo si tú quieres, claro. No me hubiera atrevido a pedirte esto a espaldas de ellas, las respeto demasiado… y las quiero. A ellas les parece bien, si te lo parece a ti. Solo quieren nuestra felicidad. Piénsatelo sin prisas, ¿vale? Cuando quieras hablamos.

Y entonces vino el beso, el primer beso con lengua de mi amor platónico. El beso que tantas veces había soñado. Me lo dio con la mayor dulzura y salió de mi cuarto dejándome perplejo. ¿Qué iba hacer yo ante su propuesta? ¿Estaba preparado para acostarme con ella? Ese había sido siempre mi sueño erótico, pero si lo hacía todo podía cambiar entre nosotros. Peor aún: ¿Estaba preparado para ser padre? Todo era muy raro, pero en mi familia siempre lo era y no nos había ido mal. En los días siguientes hable con mi madre y con Sandra. En efecto, ambas habían hablado antes con Lorena y estaban de acuerdo. Creo que Lorena necesita esto, me dijo mi madre, y que a ti te gustaría. No te sientas presionado para hacerlo si no quieres. Si te decides, creo que podría ser muy bonito, pero solo si te sientes a gusto con la idea. Decidas lo que decidas me parecerá bien. Os quiero mucho a los dos.

Sandra me dijo algo parecido: Esto es lo que siempre has querido. No me perdonaría privarte de ello por unos celos tontos. Sé que me quieres y que siempre estaremos juntos. No me importa que también estés con ella. Sé lo especial que es para ti. Yo también la quiero mucho, es maravillosa. Solo te pido una cosa, silo hacéis… ¡ven corriendo a contármelo!

Así que allí estaba yo, dispuesto a hablar con Lorena para comunicarle mi decisión… solo que no tenía ni idea de lo que iba a hacer. El resto de la familia nos había dejado solos para que pudiéramos hablar tranquilos… o lo que se terciase. Estuve nervioso durante toda la cena. Cuando terminamos el postre sentí que no podía dilatarlo más. Y de repente lo vi claro. Lorena, será un honor tener un hijo contigo. Su cara se iluminó con la mayor de las sonrisas y saltó sobre mi cuello. Empezamos a besarnos. Mi nerviosismo se trocó en excitación al darme cuenta que tenía entre mis brazos a la mujer más bella que conocía y a la que más había deseado a lo largo del tiempo. Había tomado una decisión y, en cierto modo sentía que todo iría bien. Mi lengua luchaba con la de ella en nuestras bocas. Tambaleándonos llegamos al sofá y caímos sobre él. Ella reía y me contagió su optimismo. Nos besábamos y nos metíamos mano. Todo era como había soñado tantas veces. En un momento dado me paro, se levantó y me llevó a la cama de la mano. La misma cama en la que la había espiado haciendo el amor con mi madre tantas veces. Empezó a quitarse la ropa despacio. En nuestra casa el ambiente es bastante liberal, así que ya la había visto desnuda alguna vez en el baño, a parte de mis sesiones voyeristas, pero esto no tenía nada que ver. Contemplar tan de cerca como se quitaba la ropa, como descubría para mí ese cuerpazo, sin tener que ocultarme o mirarla de refilón, aquello me perecía el paraíso. Un ángel desnudo me miraba con deseo y alargaba la mano para tocarme y para desnudarme a mí. Nos comimos las bocas un rato más y pasé a chupar esos senos que tantas noches me habían inspirado. Bajé con la lengua por su cuerpo hasta llegar al monte de Venus y me dispuse a comerle el coño como le había visto hacer a mi madre tantas veces. No esperaba hacerlo tan bien como ella, pero tenía práctica con Sandra y confiaba en hacerla disfrutar. Por la forma en que gemía y en que juntaba las piernas alrededor de mi cabeza juraría que lo conseguí. Cuando acabé su sonrisa era aún más resplandeciente. Lo haces muy bien, me dijo. Sandra es una chica afortunada. Yo nunca se la he chupado a un chico. Será mi primera vez. Espero no hacerlo mal.

Pues no, no lo hacía mal. Lo hacía muy bien. Me la chupó con un cariño infinito. Me la meneaba, besaba la punta, se la metía en la boca, la lamía como un helado. Cerré los ojos y recordé cuando mi primita me la chupaba y me decía que imaginara que era Lorena quién lo hacía. Ahora no tenía que imaginarlo. Era real. Tuve que frenarla para no correrme en su boca. Quería estar en condiciones de penetrarla por primera vez, de que el mío fuera el primer pene en invadir su vagina. Se la fui metiendo despacio. Mi madre le había metido varios dedos en sus relaciones a lo largo de los años y no me costó tanto como cuando desvirgué a Sandra. En un visto y no visto estaba cabalgando sobre ella. Nos besábamos, nos mordíamos, cambiábamos de postura, nada parecía suficiente para disfrutar de un momento tan especial. Terminó ella sobre mí, sus pechos sobre el mío, mis manos en su culo, nuestras lenguas frotándose y mi semilla finalmente derramándose en su interior.

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Este relato es el segundo de la saga “Secreto de Familia” el primero: “Secreto de Familia: Sandra” lo podéis encontrar aquí: El siguiente: “Secreto de Familia: Manolo” se publicará en 2 o 3 semanas en la categoría “Hetero: primera vez”, no obstante estos relatos son auto conclusivos y pueden leerse de manera autónoma o en cualquier orden. Gracias a todos por vuestra atención y vuestros comentarios.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico: “Rosa, la cachonda invisible. (7)” (POR JAVIET)

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portrait of a young student hidden behind a chalkboard

Rosa la cachonda invisible (7)

Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Sin títuloSentada en la cama Rosa se desperezaba después de dormir un montón de horas, cuando miró el reloj vio que eran las 19:28, había dormido más de 14 horas desde que volvió a casa desde el club donde había tomado parte activa (pero que muy activa) en una orgia con completos desconocidos, la verdad es que no se arrepentía de nada pues lo había pasado francamente bien y tenido mogollón de orgasmos, volvió a casa feliz y apenas tocar la cama se quedó dormida profundamente.

Había luz de sobra en la habitación, se quedó mirando el espejo que tenía delante y era realmente la puerta de su armario, viendo su cama revuelta y junto al reloj despertador la lámpara de la mesilla “jo, sigo invisible” pensó. Efectivamente su imagen no aparecía reflejada, de hecho y dada la postura que tenia, no debería ver la mesilla al taparla con su propio cuerpo pero ¡ahí estaba! La veía nítidamente, empezaba a preocuparse por los efectos tan duraderos de su invisibilidad, llevaba día y medio así y aunque le estaba sacando partido al tema, tenía una cierta intranquilidad y deseaba volver a ser visible para al menos tener una idea clara de los efectos de aquel mejunje.

Salió de la habitación y miro por la casa, era pronto y sus padres aun no habían llegado así que decidió darse una ducha, bajo el agua su mente seguía dándole vueltas al tema mientras se enjabonaba por todas partes, unos minutos después y mientras se secaba estaba pensando en las proporciones de “GEL H22” y otras sustancias que había añadido al baño, estaba bastante segura de poder repetir la fórmula y además tenía la botella de agua de dos litros cogida del baño y guardada en la nevera, con ayuda de sus padres podría analizarlas y volver a ser invisible cuando se lo propusiera, lo que la tenia intranquila era la duración de la invisibilidad y de sus calenturientas y lubricas secuelas.

Salió del baño llevando solamente sus zapatillas, sentía una sensación cálida renacer en su entrepierna, además la empezaba a doler la zona lumbar como cuando estaba a punto de venirla la regla, procuro no pensar en ello y se dirigió a la cocina para desayunar algo, aunque a esa hora sería mejor decir merendar, pero que mas daba tenía hambre y no le extrañaba después de tanto ejercicio hecho el día anterior, sacó de la nevera los restos de la comida y se los zampó a gusto. Seguidamente y tras lavar los platos, tomo las pastillas que habitualmente usaba para los dolores menstruales y dejo una nota a sus padres “voy a salir y volveré tarde, no me esperéis a cenar, os quiero mucho” dejándola en la mesa de la cocina y seguidamente volvió a su habitación segura de no ser molestada.

Sentada en la cama ante el espejo y sintiéndose de nuevo caliente, decidió aprovechar el tiempo para hacer un experimento y salir de dudas, toda la noche anterior había querido saber que podía verse cuando un miembro la penetraba, abrió el ultimo cajón de su mesilla y aparto sus camisones quedándose mirando sus vibradores, tenía tres el primero era blanco y parecía un misil con rayitas longitudinales, el segundo era de látex color carne y parecía un pene autentico con sus venas y todo media 20 Cm y era un poco mas grueso que el anterior, el tercero era su preferido indiscutible y fiel compañero de baños, el delfín azul (leed el primer capítulo) así que sin más demoras se dispuso a iniciar su experimento particular.

Tomó el blanco y se giró hacia el espejo solo se veía el vibrador, algo difuminado en la zona donde lo sujetaba con la mano, procedió a agarrarlo con ambas manos unidas como empuñando una pistola, observando como la parte central del vibrador casi desaparecía, convirtiéndose en una difuminada mancha grisácea contrastando vivamente con el color blanco de la base y la punta aun visibles del mismo.

Dejo el vibrador blanco en la cama y tomó el de color carne, repitió la operación de antes con él y descubrió que la parte sujeta por sus manos prácticamente desaparecía, llego a la conclusión de que con más de 5cm de carne rodeando un objeto este se difuminaba casi totalmente, dedujo que cuanto más dentro del cuerpo estuviera menos se distinguiría hasta llagar a ser imposible verlo.

Rosa estaba más que dispuesta a comprobarlo, sentada como estaba se dejo caer de lado y se inclinó un poco apoyando su mano izquierda en la cama, sujetó el vibrador de color carne asiéndolo por la base con su mano derecha y lo dirigió a su boca, Rosa entreabrió sus labios y paso su lengua por el prepucio de látex humedeciéndolo, notaba el deseo invadiéndola y sus pezones se la erizaron de inmediato, sintió su chochete empaparse al tiempo que su boca se llenaba de saliva.

Se introdujo el miembro de látex en la boca, sus cálidos labios envolvieron el rojizo capullo presionándolo y aflojando alternativamente mientras la mano lo empujaba suavemente dentro de su mojada y ansiosa boquita, cuando tenía como la mitad dentro de la boca miró de reojo al espejo, vio medio aparato en el aire como flotando, unos 8 Cm eran visibles fuera de su boca, le seguían unos 5 Cm cada vez mas difuminados y borrosos, el resto hasta los 20Cm de longitud total del vibrador eran invisibles pero estaban allí, ella los notaba contra la campanilla y sobre su lengua que jugueteaba contra el ahora invisible prepucio.

Jugueteo un poco con el miembro de látex, la forma de polla real que tenia la agradaba mucho y verse chupándolo la calentaba cada vez más, probó a metérselo mas y fue sacándolo mientras lo lamia sin parar envolviéndolo con su lengua y llenándolo de saliva, el resultado siempre que se miraba era el mismo, aquellos 5Cm borrosos permanecían difuminados justo a la entrada, se metiera lo que se metiera.

Sudorosa y jadeante, cachonda perdida nuestra amiga Rosa decidió pasar al siguiente nivel: su coño, y por dios, la ciencia, la pura curiosidad o lo que fuera, que iba a disfrutar todo lo que pudiera del experimento. Dejándose caer en la cama y abriéndose de piernas, su mano izquierda localizo el clítoris encontrándolo largo e hinchado de deseo, al tacto parecía un pistacho y deslizo repetidamente sus dedos sobre el acariciándolo gozosamente entre gemidos de placer.

Se sacó el vibrador chorreante de la boca y se lo paso por los labios externos de la vagina empapada, allí usando la mezcla de saliva y flujo vaginal como lubricante, fue recorriéndolos con el prepucio apretando un poco y colocando el aparato a lo largo de ellos, entonces activó el botoncito de vibrar y se sintió atravesada por ondas de placer, sintiendo su clítoris acariciado además de sus labios recorridos por oleadas de vibraciones intensas, Rosa gimoteaba temblando y suspiraba sin poder parar, apretando entre sus muslos al invasor y todo su cuerpo se tensó y arqueó en un orgasmo largo, tremendo y maravilloso, tembló y jadeo placenteramente con los ojos cerrados sin darse cuenta de un hilillo de saliva, que resbalaba de su entreabierta boquita mientras su cuerpo se relajaba.

Unos minutos después, aun cachonda pero más relajada decidió seguir experimentando, se puso de rodillas en la cama mirando de frente al espejo, las piernas entreabiertas para facilitar sus manejos “científicos” dejó a un lado el vibrador usado y cogió el blanco, lo mojó con saliva guiándolo a continuación a su mojado coñito, allí lo fue introduciendo solo un poco en su caliente cueva, apoyo la base del juguete en la cama y se fue dejando caer sobre el, Rosa solo veía la parte blanca que quedaba fuera de ella, el aparato desaparecía completamente al entrar en su coñito, se dio cuenta de que allí había más grosor de piel y musculo que aquellos 4 ó 5 cm de las manos, se levantó con el aparato dentro y acercándose al espejo sin dejar de observar fue cambiando de postura, se colocó de lado y se giro poco a poco hasta completar un circulo completo, tocó el botón del mango e hizo funcionar el vibrador en su interior mientras lo empujaba suavemente, hasta que estuvo totalmente dentro de su cuerpo.

¡Nada! No se veía nada, pero lo sentía todo ¡y de qué manera! Apretó las piernas para que no se saliese el vibrador y con ambas manos se acaricio los pechos, los amasó y tironeo de los pezones cerrando los ojos dejándose llevar por el placer, sintiéndose de maravilla suspiraba sin dejar de mover sus manos por sus pechos en un magreo hecho suavemente pero a conciencia, con el vientre atravesado por vibraciones intensas y los pezones erizados bajo sus dedos, su cuerpo se estremecía de gozo cuando decidió que quería tener una gran corrida.

Así que volvió a la cama y cogió el vibrador de látex, lamiéndolo viciosamente mientras volvía a colocarse de rodillas pero esta vez frente al cabecero con barrotes de esta, colocando la almohada entre sus piernas así de rodillas y perniabierta como estaba se sacó el vibrador blanco empapado de flujos del coñito, para ser rápidamente sustituido por el más grueso y realista de látex, suspiró de placer mientras entraba lubricado por su saliva en la funda chorreante de flujos que era en aquel momento su coño, activándolo seguidamente y poniéndolo a vibrar en su interior.

Acto seguido volvió a coger el blanco aun vibrando y cubierto de flujo, dirigiéndolo a su esfínter y empujándolo suave pero decididamente, consiguiendo que penetrara unos centímetros en su culo, se sentó sobre la almohada empujando ambos vibradores dentro de ella, el blanco moviéndose según entraba en su culo la dolía un poco, pero era mucho más el placer que sentía con aquella doble penetración.

Agarrándose con las manos a los barrotes del cabecero, inicio el bamboleo con la pelvis insertándose más dentro ambos juguetes en su coño y culo, dando saltitos y meciéndose perdiendo paulatinamente el control cuanto más placer sentía, al poco sus manos soltaron los barrotes y volaron a sus pechos estrujándolos y sobando sus pezones sin piedad, su cuerpo saltaba cada vez más rápido atravesado por las vibraciones el grosor de ambos dildos en su interior, toda ella se estremecía y arqueaba de un placer incontrolado e intenso.

Rosa llegó, ¡y vaya si llego! Fueron varios orgasmos consecutivos los que sintió, corriéndose entre gritos y gemidos como si el gustazo recibido partiendo de su vagina y ano le subiese por el cuerpo y los pechos hasta reventarla en el cerebro, con el cuerpo arqueado y agitando la cabeza por el placer, con los ojos en blanco y el cuerpo estremecido no se dio cuenta del tiempo que disfrutó ni el número de corridas que su cuerpo consiguió, su cuerpo cayo de lado en la cama entre temblores, ella apagó los vibradores y los sacó de su interior tirándolos a un lado mientras se quedaba muy quieta relajándose abrazada a su almohada, ahora empapada de flujos vaginales.

Mientras tanto en el pasillo, Susana la madre de Rosa estaba dudando si había oído ruidos en la habitación de su hija, llegó a casa después del trabajo en el laboratorio y al pasar a la cocina vio la nota que ella había dejado diciendo que salía y volvería tarde, fue a su habitación para ponerse cómoda y tras desnudarse, se puso su pantaloncito corto gris y su camiseta de tirantes roja que tanto gustaban a Ramón, su marido y compañero de trabajo en el laboratorio que hoy llegaría algo más tarde pues estaba liado experimentando con un gel recién descubierto, estaba tan obsesionado que hasta se había traido una muestra a casa.

Entonces creyó escuchar ruido y unos grititos en la habitación de su hija, salió al pasillo y ahí estaba dudando si entrar o no entrar, finalmente llamo a la puerta y entro en la habitación, no había nadie pero olía raro como a sexo y la cama estaba revuelta, pero si hasta se notaba en las sabanas la forma que había dejado su hija, pensó en echarla la bronca cuando volviera a casa, cuantas veces la había dicho que fuera más ordenada con su habitación, entro y abrió la ventana para que se ventilase todo el olor, fue a salir y vio algo blanco en el suelo se agacho y recogió el vibrador algo sucio, ¡joder! Desde que la niña perdió el trabajo estaba comportándose rara y algo desanimada pero esto ya era demasiado, se sentó en la cama de golpe y fue a caer sobre una de las piernas de rosa que no pudo evitar un gemido de dolor:

– Ayyy mira donde te sientas, mama – dijo Rosa inconscientemente.

Susana dio un respingo y saltó de la cama, pegándose a la pared y buscando con la mirada a su hija por la habitación sin verla, el susto había sido tremendo estaba pálida y el corazón la iba a 1000.Rosa se tiró de la cama por el lado opuesto a su madre, allí cogió la sabana y se la echó encima cubriéndose con ella, la madre se quedo mirando aquel bulto que surgía del otro extremo de la cama de su hija y decía:

– Mama no te asustes, ha pasado algo y necesito tu ayuda.

A todo esto siguió un buen rato de confusión y preguntas que seguramente os aburrirían, bastara con decir que Rosa le conto a su madre como se había vuelto invisible, lo del baño que la cambio, la botella que guardaba en la nevera con agua para analizar, y su aumento de apetito sexual, la madre la tacho de inconsciente pero su instinto científico pudo más que otras consideraciones, de momento ocultarían a Ramon lo que había pasado, ella se ocuparía de las pruebas y la cuidaría, charlaron casi una hora hasta que oyeron la puerta de la calle y Susana dijo:

– Bien ahora recuerda que tú no estás en casa, no hagas tonterías para no despertar sospechas, mañana no iré a trabajar y seguiremos hablando del tema a ver cómo te podemos hacer visible de nuevo, ahora descansa.

– Vale mama, te quiero.

– Y yo a ti, ahora tranquilita y a descansar.

Susana se reunió con su Ramon y los oyó hablar mientras cenaban, luego se fueron a la cama y finalmente todos pudieron dormir pero…

Aquella noche pasaron cosas, a Rosa la bajó la regla y como todos sabemos, el cuerpo de la mujer se auto regula por su propia naturaleza, o tal vez fue la medicación que tomó, tal vez fue solo la casualidad y los efectos del baño simplemente pasaron solos, el resultado final es que a la mañana siguiente y bañada por la clara luz del amanecer que entraba por su ventana, Rosa despertó gloriosamente bella, desnuda y visible en su cama.

*****FIN DE LA PRIMERA PARTE.*****

Bueno amig@s, le daremos a Rosa unas pequeñas y bien ganadas vacaciones, se que el tema da para mucho mas y tengo en mente unas cuantas situaciones morbosillas que seguramente os gustaría leer, (algunas con una sola mano) pero se necesitaba el componente de la complicidad, ¿porque no meter más personajes que pudieran ser invisibles? pensadlo… una pareja echando un polvo en la hierba del campo de futbol durante el concierto de… ahí a la vista de todo el mundo pues el evento es retransmitido a nivel mundial, o algo tan simple como follar en un autobús medio lleno sin que nadie a tu alrededor os vea pero si os oiga… animando al personal.

Tal vez os parezca bien dejarme algunas ideas en la sección comentarios, que sepáis que la de Ramon y Susana, Junto con Rosa y Edu, todos invisibles haciendo una orgia en la playa de Benidorm en pleno mes de agosto a las 3 de la tarde y con todo abarrotado de veraneantes, ya se me ha ocurrido a mí.

Tampoco tengo ni quiero tener la exclusiva de gente invisible, los que se animen y quieran hacer algo parecido, serán leídos gustosamente por todos, estoy seguro y especialmente por mí.

Ahora en serio, gracias por vuestra atención y vuestros amables comentarios, sed felices y recibid un fuerte abrazo.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (17)” (POR JANIS)

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New York Mercedes-Benz Fashion Week.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloCristo se quedó apabullado, al penetrar en el interior de las grandiosas carpas instaladas en el Bryant Park, junto a la Biblioteca Pública de Nueva York, en la Quinta Avenida. Como venía siendo habitual, en la segunda semana de setiembre, se celebraba la New York Mercedes-Benz Fashion Week, o Semana de la moda de la temporada primavera-verano. Dos eventos de este tipo se organizaban al año: uno en febrero, en el Lincoln Center, con la temporada otoño-invierno, y otro a finales de verano, en el céntrico parque muy cercano a Times Square.

Y este último evento había atrapado de lleno a nuestro gaditano, volviéndole casi del revés.

La agencia participaba de lleno en varios de los desfiles, concretamente con Carolina Herrera, Nicholas K, Jason Wu, y Lacoste. Así que todo el mundo estaba de los nervios y miss P. reclamó la presencia de Cristo, in situ, con una temprana llamada telefónica, justo antes de que saliera del loft para dirigirse al trabajo. Sin saber para qué era necesitado, nuestro gitano dejó el apartamento de su tía, comprobando que Zara ya no estaba en él. Sin duda habría salido muy temprano para Bryant Park, pues participaba en la primera pasarela. No tomó ningún transporte, pues el parque no estaba lejos, apenas a diez manzanas de casa.

Pero como hemos dicho, sus ojos se abrieron enormemente cuando le hicieron pasar al interior de las carpas, tras que le colgaran del cuello una acreditación plastificada con su foto. Se la quedó mirando durante unos segundos, antes de cruzar el umbral vigilado por personal de seguridad, preguntándose si no habían encontrado otra foto más cutre que ponerle. Sin embargo, se olvidó de esos nimios detalles al ser engullido por el maremagno que existía bajo la gigantesca lona.

A punto de atropellarle, varios tipos con monos de electricistas, pasaron portando rollos de cable, focos y escaleras de mano. Se podían ver varias cuadrillas de estos montadores, repartidas por todo el perímetro y afanados, sobre todo, con los montantes que cubrían la enorme pasarela ovalada central. Otros tipos sobresalían, aquí y allá, de un vasto mar de sillas, a las cuales vestían con lujosas fundas ocres. Una chica, con tablilla electrónica en las manos y micrófono sobre uno de sus oídos, no cesaba de dar indicaciones y órdenes a escasos pasos de él, deprisa pero sin apenas inflexión en su voz. Diversos tipos trajeados charlaban cercanos a un lateral levantado de la lona, por donde no paraban de entrar largos percheros con trajes.

Tuvo que apartarse porque dos empleados desliaban una larga alfombra celeste, separando las sillas en distintos segmentos. Cristo se vio perdido, sin saber donde acudir, pero antes de que se pusiera a llamar a su máma, Alma vino a su rescate. Le tomó por un brazo y lo arrastró hacia la parte del fondo mientras lo asaetaba a preguntas.

― ¿Dónde te habías metido? Miss P. lleva un buen rato preguntando por ti. Vamos, están esperándote en el basckstage. ¿Es tu primera Fashion Week? Pobrecito. Ya te acostumbraras…

Una carpa anexa. Otro umbral con seguridad. Un nuevo mundo. El backstage. La zona donde se gestaba toda la magia, donde las modelos esperaban, cual enjauladas fieras del Coliseo romano, a ser liberadas ante el ansioso público que admirará su pelaje desde la distancia segura. Si en la carpa exterior había actividad y bullicio, en la zona de camerinos era como una trinchera bajo ataque de la Primera Guerra Mundial. Aunque Cristo había asistido a varias sesiones, allá en la agencia, no había presenciado jamás tal actividad, ni nunca accedió a los camerinos privados. Él se asomaba, si le dejaban, a alguna sesión de fotos y punto; no tenía ni idea de cuanto implicaba la preparación. Tampoco vio jamás tanta tía o tío bueno junto, porque allí dentro no existía diferencia de sexo, solo belleza y percha.

Los asistentes de peluquería estaban liados, en ese momento, con las cabelleras de las modelos que cubrirían el primer desfile, dispuesto para el mediodía. Grandes rulos, pinzas, y coleteros se aferraban a sus bellas crines coloreadas. El ruido de los secadores reinaba, con comodidad, sobre todos los demás. Las chicas aprovechaban su obligada quietud, sentadas ante el espejo, para desayunar. Mordisqueaban magdalenas y bizcochitos sin azúcar, junto con grandes sorbos de sus tazones de café o infusión.

¡Vaya mierda de desayuno! Con lo buena que está una torrija con vino y miel, coño. Así están siempre, “enmayás”…, pensó Cristo, paseando su mirada de un lado a otro, mientras Alma seguía tirando de él. Esquivaron un cámara y un fotógrafo, ambos autorizados para grabar los distintos pasos internos del evento, que se asemejaban a francotiradores letales, dispuestos a captar la mueca más sutil.

De pronto, se detuvieron frente a uno de los espejos. En él, se reflejaba el bellísimo rostro de Calenda. La peluquera estaba peinándole dos altas coletas que surgían de la parte superior de los laterales de su cabeza. Coletas de niña buena. Calenda le sonrió a través del espejo, guiñándole un ojo. Inclinada sobre su oreja derecha, Priscila le daba instrucciones en voz baja. La modelo dejó de mirar a Cristo y prestó atención, asintiendo.

Cristo carraspeó para hacerse notar y miss P. levantó la cabeza, mirándole.

― Ah, Cristo, ¡que bien que hayas llegado! – exclamó, aferrándose a su brazo y conduciéndole hacia el final de la línea de tocadores.

― Usted me llamó…

― Si, si… necesito que tomes una de las furgonetas y vayas hasta Nueva Jersey – le dijo, tomándole por sorpresa.

― ¿A Nueva Jersey? ¿Para qué? — casi dejó escapar un gallo.

― El furgón que nos trae los zapatos y complementos está detenido allí, por un piquete de sindicato, junto al túnel Holland.

― ¡Pues que suba hasta el túnel Lincoln!

― El acceso a ambos túneles está controlado por la huelga de camioneros. Debería subir hasta el puente de George Washington y bajar por Harlem, con lo que no llegaría a tiempo – explicó la mujer, algo desesperada. – Necesito que vayas y traslades su carga. Tengo que revisar los complementos, a lo sumo en un par de horas…

Cristo se pasó una mano por la cara. No tenía ni idea de conducir y si se agenciaba un chofer, no tenía ninguna seguridad que los piquetes no le dejaran en la cuneta a él también.

― ¿Lo intentaras, Cristo?

Se devanó los sesos buscando una posible salida. ¿Quién podría tener influencia en una situación así? ¿A quién respetarían en una carretera? Una ambulancia, por supuesto. Un camión de bomberos, o una patrulla de carretera… pero él no conocía a gente en esos puestos, aún no… De repente, sonrió y sus ojos se iluminaron. ¡Una grúa! ¡Nadie se metía con las grúas, cojones, y él si conocía a quien tuviera una grúa!

― Deje que llame a un amigo, miss P. – levantó un dedo mientras sacaba su móvil.

La Damade Hierro le contempló marcar y alejarse un paso.

― ¿Spinny? ¿Qué pasa, tío?

― …

― Nada. Necesito un favor.

― …

― ¿Podrías enviar una grúa a Nueva Jersey, por el túnel Holland? Necesito rescatar una furgoneta que nos trae zapatos y bolsos para las modelos.

― …

― Si. Al menos la carga, colega, que estamos aquí parados. Lo antes posible.

― …

― Claro, por supuesto. Tendrás libre acceso para ver los yogurines.

― …

― Venga. Te envío los datos al móvil. Te esperamos.

Priscila le miraba con intriga, los nervios a flor de piel.

― Mi amigo sabe lo que debe hacer. Recuperara la carga y estará aquí lo antes posible. La familia de Spinny tiene mano con la gente del sindicato. Posiblemente, si yo hubiese ido, me habrían dejado en la cuneta – le explica Cristo.

― Entonces… ¿está solucionado?

― Salvo hundimiento del túnel, creo que si – bromeó el gitanillo.

― Gracias, muchas gracias. Esto no lo olvidaré.

― No ha sido nada, Priscila.

― Bien, a otro asunto. Las niñas están muy nerviosas, ¿sabes? ¿Qué puedes ofrecerles sin que pierdan la cabeza?

En esta ocasión, Cristo se quedó con la boca abierta, totalmente anulado por la sorpresa.

― ¿Ofrecerles? No entiendo…

― Vamos, Cristo, ¿no creerías que no me enteraría de tus chanchullos? He hecho la vista gorda porque no has tocado drogas, ni sustancias peligrosas. Siempre es bueno tener acceso al mercado negro, ¿no? – le comentó ella, sonriéndole con cinismo.

― Bueno, es que… yo no… ¡Joder! – acabó exclamando, sin saber qué decir.

― Algo de Diazepan o algún tranquilizante suave les vendría genial. ¿Puedes conseguirlo ahora?

― Si, en media hora, más o menos – contestó él, rindiéndose a la presión de la mujer.

― Pues a ello, campeón.

________________________________________________________

Los aplausos atronaron la pasarela, el público puesto en pie. El desfile de Carolina Herrera resultó ser todo un éxito esa temporada. Tanto las modelos como la diseñadora realizaron el paseíto de costumbre, ramo de flores acunado entre los brazos.

Cristo, atisbando detrás de las bambalinas, suspiró con alivio. La jornada había resultado ser dura y complicada. Miss P. le llevó hasta el límite, intentando solucionar los fallos que otras personas cometieron, pero, como buen facilitador, estuvo a la altura de cuanto le pidió o necesitó. A su lado, el rojizo Spinny no cesaba de balancearse sobre un pie u otro, deseoso de que las chicas volviesen ante sus espejos para desnudarse. Había encontrado un sitio desde donde espiar sin ser advertido. El joven no pedía otra recompensa más que satisfacer su vena de voyeur, y, en verdad, se lo había ganado. Cumplió lo prometido y los accesorios de Fand y Goutier fueron rescatados de las garras de los sindicalistas, llegando al Bryant Park a tiempo.

Sabiendo de qué pie cojeaba su colega, Cristo le permitió que se perdiera por el backstage, durante un par de horas. Suficiente para tenerle contento. Sin embargo, los asuntos en litigio siguieron apareciendo y Cristo tuvo que batallar duro. Tras suministrar a las chicas varias cajas de tranquilizantes, tuvo que ocuparse del equipo de sonido. Por lo visto, una vía de altavoces se acoplaba y la empresa a cargo remoloneaba para cambiarlos a tiempo. Luego, tuvo que pelearse con los pases de prensa y supervisar la labor de seguridad en la entrada secundaria. Todo esto, teniendo a miss P. sobre su hombro a cada cinco minutos. Agobiante, en verdad.

Cuando el público pasó a la degustación, en otra carpa más pequeña y totalmente abierta, todo el personal de la agencia se relajó. A solas y sin presión, las chicas se quitaron los trapitos que cubrían sus cuerpos y los afeites de sus rostros, mientras comentaban entre ellas las anécdotas del desfile, lo cual convirtió el amplio camerino en una gran jaula de gallinas cotorras.

Cristo, con un rápido ademán, le quitó a su amigo el móvil, para que no hiciera fotos comprometedoras, y se acercó a su jefa.

― Bueno, creo que, al final, todo ha salido bien – suspiró.

― Si, Cristo. Es algo que llevaremos de ventaja mañana – contestó ella, palmeándole un hombro.

― ¿Mañana?

― ¡Por supuesto! Tenemos pases toda la semana. El de mañana es nocturno. Las chicas que han participado hoy descansaran, pero otras compañeras tomarán su relevo. Solo disponemos de dos semanas al año en Nueva York. ¡Hay que aprovecharlas!

― ¿Con eso quiere decir que los modelos no vienen pero nosotros si?

― Exacto.

― No es justo – torció el gesto, haciendo reír a su jefa.

― ¡Vamos, ánimo! Todo esto está renumerado como horas extras y habrá dos días de descanso para el personal de apoyo.

― Un trabajo relajado me dijeron… ¡Una leche!

― ¿Cómo? – parpadeó Priscila al no entender lo que murmuraba el chico.

― Nada, jefa, nada.

― Hoy has hecho un magnífico trabajo, Cristo. Has salvado a la agencia en varias ocasiones. Lo tendré en cuenta.

― A mandar.

Aprovechó la llegada de Alma, con cierta documentación que la mujer debía atender, para acercarse a las chicas, quienes habían formado pequeños corrillos. Aún algunas estaban en ropa interior o portaban livianas batas. El sol de setiembre calentaba el interior de la lona, colocado perpendicular en el cielo. Una script entró para darles el aviso de que les quedaban diez minutos para que nuevas modelos necesitasen el backstage para prepararse. había un nuevo desfile a media tarde, en esa misma carpa. Los otros dos complejos de lona dispuestos sobre la hierba del parque tenían sus propios horarios y personal.

Su prima Zara estaba acabando de retirar la capa refractante que hacía brillar su rostro y su largo cuello. Su deliciosa piel café con leche brillaba ahora de forma natural. Sentada e inclinada hacia delante, para observarse mejor en el espejo, mantenía sus largas piernas cruzadas, en una pose descuidada y elegante. Pocas chicas podían cruzar de esa forma las piernas, pensó su primo. El batín rosado caía a ambos lados de su cuerpo, abierto y suelto, dejando ver el ancho sujetador deportivo.

― Has estado magnífica, prima – la felicitó y Zara, con una risita le abrazó, atrayendo el menudo cuerpo del hombre contra ella.

― Muchas gracias, Cristo.

Cristo, con un suspiro, aspiró el penetrante perfume de su prima, que le traía visiones de cuerpos desnudos y entrelazados, de imágenes prohibidas y excitantes.

― ¿Vamos a almorzar a “Tammy’s”? – le preguntó ella.

― ¿No tienes que aparecer por la recepción o algo?

― No, que va. Ya acudiremos a alguna fiesta nocturna. Es Candy la que tiene que hacer acto de presencia.

― Pa ezo es la jefa.

― Exacto – contestó Zara, riéndose. – Hoy vamos a comer juntos, primito.

― Ya estamos con el cachondeito. No soy ningún niño, coño.

― Para mí siempre serás mi primito, mi único primito – ironizó ella, besándole la mejilla. – Anda, ve a preguntar a Calenda y May si se apuntan, golfo.

― Está bien.

Tammy’s, en la plaza Lexington, era una cafetería clásica de Nueva York. Llevaba abierta ochenta años, en manos de la misma familia, de raíces italofrancesas. A pesar de estar situada en una zona “in” de Manhattan, su clientela era de rancia tradición obrera. Todo lo más, aceptaban los oficinistas del entorno. Una de las hijas de la familia propietaria trabajaba en Fusion Models, así que las chicas de la agencia eran siempre bien recibidas. Roby, el actual encargado, no permitía que ningún cliente se pasara lo más mínimo con las modelos. Además, la cocina de Tammy’s era del todo tradicional, una mezcla suculenta de recetas italianas y francesa, sazonadas al estilo de Nueva York, lo que encantaba a las modelos.

Roby no tuvo inconveniente de servirles algo de comer, a pesar de que era ya pasada la hora del almuerzo. Se sentaron en una de las grandes mesas del fondo del comedor, alejados del paso de clientes. Cristo las miró a todas, ahora relajadas y cansadas. Calenda, su prima Zara, May Lin, Alma, y la rubia Mayra Soverna, una chica croata recién llegada. Cinco hembras hermosas que atraían las miradas de todo el mundo, y él, el único hombre si así se podía denominar, que estaba con ellas. ¿Semental o bufón? Buena pregunta, se dijo.

Las chicas comentaron sobre la prensa especializada que se había reunido en el evento y especularon sobre lo que comentarían a final de semana sobre ellas. Alma le quitó importancia, aduciendo que sería como en todas las ocasiones. Algunas de las chicas subirían en el ranking y otras descenderían, así de fácil. Zara era la más novata de todas ellas y Mayra apenas llevaba un mes en el país, aunque había modelado bastante en el este de Europa. Por eso mismo, las dos, a su manera, estaban nerviosas con las posibles críticas que cosecharían a lo largo de la semana.

Cristo se fijó en el perfil de Mayra Soverna. Poseía facciones delicadas y estilizadas, como una elfa surgida de un bosque eternamente helado. Su piel era blanca y muy fina, y sus grandes ojos zafiros resaltaban en su estrecha estructura. El pelo, intensamente rubio y lacio, estaba recogido en un tirante moño en su nuca, del que escapaban algunas largas hebras que se quedaban flotando alrededor de su rostro como agitadas telarañas. El cuerpo de Mayra estaba en el límite aceptado. Se diría que había abandonado la talla 34-36 cuando la polémica se adueñó de las pasarelas. Justo había engordado un par de kilos para estar por encima de la marca requerida. Pero, aún así, alta, esbelta, y de aspecto frágil, rezumaba sensualidad y elegancia por cada poro de su piel.

― Cristo – Calenda llamó su atención – te agradezco que nos hayas conseguido esos tranquilizantes, esta mañana. Estaba muy nerviosa…

― ¡Ya lo creo! ¡Era nuestro primer Fashion Week! – exclamó Zara.

Cristo agitó las manos cuando las demás se sumaron a los comentarios.

― Me hubiera gustado ver su cara cuando miss P. se lo pidió – se carcajeó Alma.

― Putón – musitó Cristo, arreciando sus risas. — ¿Cómo iba yo a saber que la Dama de Hierro conocía mis asuntos?

― Que no te extrañe que cualquier día vaya a pedirte algo al mostrador – comentó Zara, dándole un codazo.

― ¡Siii! ¡Un consolador bien gordo! – exclamó May Lin, dando palmas.

― De eso también tengo, si alguna lo necesita. En todos los colores y tamaños – las increpó, sacándoles la lengua.

Así, entre comentarios jocosos y amables puyazos, se dieron un banquete a base de gruesas hamburguesas de buey, entre aros de cebolla caramelizados, y tiras fritas de berenjenas, imitando las patatas fritas de siempre. Vaciaron sus cocas Zero de tamaño familiar y pidieron infusiones al terminar.

Zara y Cristo decidieron volver al loft dando un buen paseo. Las demás chicas tomaron direcciones distintas para ir a sus casas, salvo Alma que tenía que pasar por la agencia. Zara le daba vueltas a una pregunta en su cabecita, sin atreverse a soltarla ante su primo. Finalmente, se armó de valor.

― ¿Sabes algo de Chessy?

― Nada que me importe, prima.

Zara se mordió el labio. Cristo no estaba receptivo.

― Me ha llamado, Cristo.

― Bueno, es amiga tuya. Tú verás…

― Me ha preguntado por ti, por cómo te encuentras…

Cristo se detuvo y la miró a los ojos, alzando la barbilla.

― Espero que supieras qué contestarle, prima – su voz surgió algo contenida.

― No te preocupes. No le conté nada. Que estabas bien y trabajando, que es lo mismo que puede decirle Hamil.

― Bien.

― Pero se notaba preocupada por ti, Cristo. ¿No podrías hablar con ella?

― No. Perdió ese privilegio.

El tono fue cortante, sin demostrar duda alguna. Cristo tardaría tiempo en perdonarla, si es que lo hacía alguna vez.

― No sé, primo, pero a mí me da la impresión de que está arrepentida…

― Claro, por eso sigue viviendo con el sudafricano – dijo con cinismo Cristo. – Está muy arrepentida de haberme dejado…

― No, me refiero a cómo actuó, a cómo se dejó llevar por ese impulso, engañándote. No ha querido contarme nada de lo ocurrido, pero…

― ¡Pero nada! Yo te diré lo que pasó, para que no te tome por sorpresa, Zara – Cristo agitó sus manos con fuerza, evidentemente irritado.

― No es necesario…

― ¡Si lo es! – y mordiendo casi las palabras, se lo contó todo a su prima, en el camino a casa.

Lo primero que hizo fue hacerla partícipe del secreto de Chessy y de cómo se le metió bajo la piel, de una forma en que ninguna mujer se le había metido. Le confesó a lo que su ex novia se dedicaba, y le relató la fuerte amistad que ambos crearon con los hermanos modelos.

Llegó un momento en que Zara tuvo que pedirle que parara. Su mente no podía asimilar más sorpresas y sus pensamientos se quedaban estancados, intentado digerir cuanto aprendía.

― ¿Chessy no… no es una chica? – balbuceó.

― Ajá.

― No es posible…

― Si lo es, créeme.

Entonces, comprendió porque no la atraía, a pesar de ser realmente atractiva. Instintivamente, Zara intuía que Chessy no era mujer y por eso no la ponía. Quedó maravillada ante la perfección que poseía su cuerpo. Jamás pudo notar algo extraño en ella… en él. Pero las sorpresas no cesaban. Se enteró de que se prostituía, aprovechando sus masajes fisioterapéuticos, y que su primo la convenció de ir dejándolo.

Ni siquiera se preguntó, en un primer momento, cómo un tipo tan machista como su primo cayó bajo su seducción, pues las sorpresas no la dejaron reflexionar. Se enteró de que los mellizos Tejure eran incestuosos y que convivían como una pareja y que se pusieron de acuerdo para intercambiar sus compañeras.

¿A Hamil también le iban los rabos? Por lo visto, así era, y, de hecho, en serio. Los dos se enamoraron y dejaron olvidados tanto a Cristo como a Kasha. Zara comprendió por qué la joven sudafricana dejó el apartamento que compartía con su hermano. ¡No podía seguir en él!

Zara, que había caminado la última manzana teniendo cogida la mano de su primo, prefirió callarse las preguntas que le atormentaban. Se hacía cargo de que Cristo no quería volver a hablar de ese asunto que no solo le había roto el corazón, sino que le menospreciaba como hombre, según su particular punto de vista. Le palmeó la mano con su otra extremidad y le acogió bajo su ala, como un polluelo que necesitase protección. Así abrazados, ella con un brazo por sus hombros, él rodeándole la cintura, caminaron los últimos metros hasta el loft.

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Las luces del ferry del East River se distinguían perfectamente desde las torres de Kips Bays, donde se celebraba la fiesta de la Fashion Week. En una noche de jueves, impensable para la gente de a pie, se reunía todo un número de personalidades pertenecientes a distintos mundos, aunque todos relacionados. Las pasarelas acabaría al día siguiente y el sábado, el último día del especial semanario, todo concluiría con otra velada, pero, esta vez, vigilada por multitud de medios.

La auténtica y salvaje fiesta era la del jueves, libre de ojos indiscretos.

Cristo aún se preguntaba cómo le habían permitido entrar. Él no era nadie, no aportaba nada, ni siquiera drogas. Sin embargo, allí estaba, vestido con una chaqueta crema de su prima y unos pantalones blancos, de pinzas, que se había agenciado aquella misma tarde, en Marcy. Lo bueno de trastear en el armario de Zara es que encontraba cosas que podía usar, ya que los dos tenían la misma hechura de espaldas. Si era algo unisex, podía servirle para un sarao como aquel.

Sin embargo, a pesar de haber sido invitado junto con todos los modelos participantes, no se encontraba a gusto. Por eso estaba pegado a los grandes ventanales que daban a la bahía. No conocía a nadie que le rodeaba, aunque muchos rostros le eran conocidos de haberlos visto en la televisión o en algunas publicaciones. Sorbió un trago de su copa, champán para empezar, por supuesto, y recorrió con los ojos a sus allegados. En resumen, mucha momia estirada, pijoteo insufrible, famosos de sonrisa imperturbable, mucho mariconeo, y, sobre todo, muchas chicas guapísimas.

Sin embargo, a medida que el champán se agotaba y comenzaba a cundir las copas más fuertes, la ausencia de prensa hacía que los verdaderos caracteres empezaran a aparecer. Los ojos avispados de Cristo tomaron nota de cómo pescaban modelos ciertos actores libidinosos, o cómo actuaban en conjunción un bien conocido y respetado matrimonio, para llevarse a la cama un hermoso jovencito y canibalizarlo a su antojo. Los que más triunfaban eran los cantantes, como siempre. Los vocalistas de los grupos de rock eran dioses en el mundillo de las modelos. Pero no solo ellos conseguían abrazar las caderas de un par de chicas, muy atentas a aquello que surgiera de sus bocas, sino que raperos y solistas, más o menos modernillos, se hacían notar, incluso más por sus extravagancias.

Tampoco podían faltar los altos ejecutivos, los promotores, los altivos diseñadores, y todo el estamento político y económico de la ciudad. Cada cual en busca de su porción de mujer bella con la que saciarse. Aquello era prácticamente un mercado de carne para poderosos, lo que producía asco a Cristo, más que nada. Por una parte, se enorgullecía de haber conseguido asistir a una fiesta de este tipo, limitada a un muy pequeño grupo de personas, pero, por otra parte, le hacía sentirse sucio; cómplice de entregarles toda aquella carne trémula y ansiosa, conducida como un excelso y adornado ganado.

A pesar de ello, su mente registraba cada suceso, cada identidad, cada conversación que captaba, archivándolo todo para una futura disponibilidad. Cristo no era alguien que desaprovechara oportunidades tan perfectas, no lo pensó entonces, ni tampoco esa misma mañana, cuando le sorprendieron en el almacén.

Cristo había encontrado el escondite perfecto para escaquearse cuando no hubiera algo urgente de lo que ocuparse. En la carpa del backstage, uno de los laterales cumplía la función de camerinos. La carpa, de forma rectangular, estaba dividida a lo largo en dos mitades por los innumerables percheros y mesas repletas de accesorios y zapatos. En el otro lateral, se ubicaba el almacén, donde se apilaba cada una de las cajas de embalaje vacías y todas las fundas de los distintos trajes, en espera de que volvieran a ser embalados, al final de la semana. Entre tantas cajas, maniquíes, largos percheros, y diverso material acumulado, algún cerebrito de la organización había dispuesto una especie de despacho para ejecutivos, o quizás para que lo utilizase algún diseñador. Había sido totalmente olvidado y enterrado bajo los montones de cajas. Al menos, disponía de una buena mesa, con su silla giratoria, un archivador, y un pequeño sofá. Cristo solía sentarse en la silla, colocar los pies sobre la mesa, totalmente saturada de cajas apiladas, y echar una cabezadita, en espera que miss P. le buscase de nuevo.

El jueves, a media mañana, antes de iniciarse uno de los pases más esperados, el de Victoria’ s Secret, unas voces demasiado cercanas le obligaron a abrir los ojos. Al sentirlas tan cerca, se quedó quieto, inmóvil, con los talones aún clavados sobre la madera del escritorio.

― Tenías razón, Betty. Este sitio es perfecto para que me relaje un rato – dijo una voz madura, que identificó rápidamente como perteneciente a Fanny McGarret, la diseñadora californiana.

― Acomódese en el sofá, señora. Le traeré una infusión.

Cristo bajó sus pies muy despacio y, sin levantarse de la silla, movió un par de cajas hasta dejar una estrecha tronera, a través de la cual pudo ver a ambas mujeres. La madura diseñadora estaba sentada en el olvidado sofá y su joven ayudante se mantenía en pie, ante ella, sin soltar su bloc de notas.

― Me vendría mucho mejor tu lenguecita, en vez de una infusión. Ya sabes que me relaja mucho más, Betty – le dijo su patrona, con todo desparpajo.

La ayudante enrojeció. Parecía muy joven, no más de veintidós o veintitrés años. En realidad, era tan solo una becaria de la que la prepotente Fanny McGarret se había encaprichado. Viajar a Nueva York en su semana de la moda, la tenía aún desconcertada y excitada. Jamás se espero tener esa oportunidad, así, sin más.

Sin embargo, en los últimos días había comprendido que estaba equivocada. No existían las palabras “sin más” en aquel mundo. Betty era una chica común, de estatura bajita y un cuerpo del que jamás se había preocupado. Llevaba el pelo recogido en una coleta, sin más adornos ni florituras, y portaba unas gafas redondas y grandes que no afeaban sus bonitos ojos marrones. Vestía unos jeans que ponían de manifiesto su redondo culito y unos muslos generosos. La camiseta blanca y negra del evento marcaba su rotundo pecho, que era lo único de lo que estaba orgullosa Betty.

Su jefa la miró, sonriendo con cinismo, el rostro algo levantado.

― ¿Y bien? – preguntó suavemente, pellizcando los costados de su falda para izarla sobre sus muslos.

Fanny McGarret ya había rebasado los cincuenta años, aunque intentaba aparentar diez menos, tanto en su forma de vestir como en sus retoques corporales. Rubia oxigenada, de cardado volumen y grandes aros en los lóbulos, así era como le gustaba aparecer ante los medios. Se preocupaba mucho de su maquillaje, muy correcto y liviano, y pretendía conducir todas las miradas, masculinas y femeninas, hacia sus enhiestos pechos de diez mil dólares.

― Como usted diga, señora McGarret – susurró su sometida becaria.

― Así está mejor. Sácame las bragas, zorrita.

Betty dejó su bloc de notas sobre el brazo del sofá y se arrodilló en el suelo. Su jefa alzó las rodillas para permitirle pasar sus manos bajo las nalgas y deslizar la prenda íntima a lo largo de sus piernas. Entonces, la diseñadora se abrió obscenamente de piernas, como la reina despótica que era, ofreciendo su sexo recubierto de un espeso vello.

Cristo entornó los ojos al ver ese pubis sin recortar, ni arreglar. “Ahí debe de haber hasta ornitorrincos.”, pensó alegremente. Betty, de rodillas y con las bragas de su jefa aún entre los dedos, contemplaba aquel coño, no muy convencida. Aunque no era la primera vez que se encontraba en esa tesitura, si era la primera en que la pillaba tan en frío y de tan buena mañana. En otras ocasiones, al menos su patrona la había seducido.

― Vamos, tontita, no lo pienses más – le regañó suavemente la diseñadora, incorporándose un poco y palmeándole la cabeza. – Eres una buena perrita, ¿verdad? ¿Vas a comerte todo este coño?

― Si, señora.

― Bien. Usa mucha saliva, Betty. Me encanta que chorree…

“Virgen de la Macarena…”, dijo para si mismo Cristo, cuando observó como la chica apartaba la maraña de pelos para aplicar sus labios y lengua sobre la vagina.

― Eso es… una ayudante mía debe servir en cualquier momento – susurró la diseñadora. – Para eso estudiáis, ¿no es cierto? Para atrapar las migajas, para comer pollas y coños hasta hartaros…

Betty, con las manos sobre los muslos de la mujer, siguió lamiendo, muy aplicada. Sabía que no debía replicar.

― … hasta aprender lo suficiente y apuñalarnos por la espalda. Esa es vuestra meta…. Oooohhh… a lo que aspiráis… a robarnos nuestros conocimientos para intentar alcanzar vuestros sueños… sssshhh…

Fanny McGarret había cerrado sus ojos, dejándose caer hacia atrás y dejando escapar un fuerte siseo cuando Betty se dedicó a su clítoris. Sin embargo, no cortó su diatriba. Parecía estar inspirada y desengañada.

― Así, mi perrita… hunde bien tu lengua, bien adentroooo… joder… que bien lo haces, Bettiiii… ¿Eras la mejor de tu promoción comiendo coños? ¿O es que solo te comías a tu compañera de cuarto?

Cristo pudo darse cuenta de que las lágrimas recorrían las mejillas de la becaria, al apoyar una de estas sobre el muslo de su jefa. Mantenía también los ojos cerrados, como si no se atreviera a mirar a su patrona, pero no dejaba de lamer y succionar aquel coño maduro.

― Aún te falta que aprender para… parecerte a Marla, pequeña… pero ya aprenderás… ya verás… Como ella, me comerás el coño todos los días… por la mañana y por… la tardeeeeee…

Betty apartó un poco la boca para asentir. Aprovechó para sorber sus lágrimas y retomó su tarea, apoyando el peso de su cuerpo en las piernas de su dueña.

― Marla es… era mi mejor ayudante… dejó a su novio para estar más tiempo a mi lado… ñññggggghhh… casi estoy, putilla… me enciendes…

Betty jugueteó con su esfínter, usando su índice y consiguiendo que las caderas de la mujer se alzasen con el movimiento del dedo.

― … pero la muy puta me engañó… me robó una colección y se marchó con… aaahhh… Puff Daddy… ¿Lo oyes? ¿Harás lo mismo?

― No, señora… — murmuró Betty, sin despegar apenas la lengua.

― Mejor para ti… serás mi perrita para todo… ¿verdad?

― S-sii…

― Eso es… mi putita Betty… vamos, dilo… dímelo de una vez… para que me corraaaa…

― Seré su ayudante zorra… señora. Le comeré el coño mientras desayuna… todos los días… y dejaré que me de por el culo…

― ¡SSSIIIIIIIIIIII! – exclamó la diseñadora, levantando su cuerpo con la fuerza del orgasmo que le traspasó. Sus fluidos llegaron hasta los labios de su ayudante, quien tragó sin rechistar.

Fanny McGarret tenía una fijación con sus ayudantes. Era absolutamente lesbiana, pero las atractivas modelos que pululaban a su alrededor no la motivaban en absoluto. Siempre estaba detrás de las chicas jóvenes e inexpertas que pretendían ponerse bajo su protección. Ayudantes, modistas, costureras… de ahí sacaba su cantera y Betty era su última adquisición.

Cuando dejó de jadear, se incorporó para mirar a su becaria a los ojos. Betty no se había atrevido a moverse, aún con una mano apoyada en el cálido muslo de su jefa.

― Chúpate ese dedo, zorrita, que lo has tenido metido en mi culo – le ordenó y Betty obedeció prontamente.

Después, su patrona la aferró de la coleta, echando su cabeza hacia atrás. Dejó caer un salivazo sobre su lengua y, obedientemente, Betty lo tragó. Cada vez tenía menos fuerza de voluntad y le asustaba a donde eso le llevaría. Cristo se corrió, con un gruñido, dejando caer el semen en el suelo. Controló sus jadeos para que no fueran oídos por las mujeres y espero a que Fanny McGarret se pusiera las bragas y ambas se marcharan.

“Coño… que morbazo… pues si que se lo pasan bien todas estas tías.”, pensó mirando por la ventana.

― ¿Piensas quedarte toda la noche mirando a la bahía? – preguntó una voz detrás de él, sacándole de sus recuerdos.

Se giró, encontrándose con su prima Zara, quien tenía colgada de su brazo a su jefa y novia, Candy Newport. Cristo sonrió al surgir el irónico pensamiento de su cabeza: “Sucede en las mejores familias.”

― Solo estaba pensando. Buenas noches, jefa – respondió.

― Buenas noches, Cristo. Tengo que felicitarte por el buen trabajo que has hecho en toda esta semana. Priscila está muy orgullosa de ti y eso no es algo que suceda todos los días – bromeó Candy.

― Gracias, jefa. Solo hice lo que me mandaron.

― Si, pero de forma un tanto… a tu manera – rió ella.

― Bueno, Candy, Cristo es así, imprevisible – le alabó Zara.

“Espero que la Dama de Hierro no le hablara también de mi plataforma de apoyo y necesidad.”

― Por eso, Cristo, he decidido ascenderte a funcionario permanente. Trabajarías con la gente de Administración y te ocuparías de…

― Con todos mis respetos, jefa, pero debo declinar tal oferta – la interrumpió Cristo, dejándola muy sorprendida.

― ¿No quieres un ascenso, ni ganar más? Pero…

― Estoy perfectamente en el puesto que ocupo. Si desea que haga algo más, solo tiene que pedírmelo, pero no quiero más responsabilidades.

La dueña de la agencia no sabía cómo reaccionar ante aquella negativa. Era inconcebible que alguien rechazara un puesto mejor en aquellas condiciones, al menos, hasta que Zara se lo explicó.

― Verás, Candy, no es nada personal, pero mi primo solo trabaja para que las autoridades no le hagan salir del país. Posee recursos para mantenerse, así como otras oportunidades.

― Ah…

― Si, jefa. Me gusta currar en esto del modelaje y la publicidad. Me hago cargo de todo el tema informático y de lo que se necesite en la agencia, sobre la marcha. Me divierto con ello y, desde luego, me encanta estar rodeado de chicas guapas, pero no trate de convertirlo en un puesto de 9 a 5, con obligaciones, porque no tengo familia ni hijos que mantener. Me sentiría atrapado e infeliz, ¿comprende?

― Si, creo que si, Cristo. Está bien. Seguiremos como hasta ahora, pero te tendré en cuenta para según que cosas, ¿de acuerdo?

― De acuerdo, jefa – exclamó Cristo, alargando su manita, que Candy estrechó con una gran sonrisa.

― Bueno, primito, ves como mi chica no es una ogra – le susurró Zara, inclinándose para darle un besito en la mejilla.

“No, es más bien un putón dominante y aprovechado.”

― ¡Que te diviertas! – se despidieron ambas, al marcharse.

No le gustó demasiado que su prima hubiera sacado a la luz sus posibles, pero ya no había remedio. No pensaba ser un currito. Para eso, se hubiera quedado en España. Abandonó su puesto al lado del ventanal y paseó por el gran ático, buscando con quien charlar y beberse una copa. No vio ni a Calenda, ni a May, aunque si comprobó que muchas de sus conocidas habían ligado para esa noche. Imaginó, por un momento, las historias que aprendería en la próxima semana. Como era de suponer, ni Hamil, ni Kasha habían acudido a la fiesta aunque si participaron en una de las pasarelas.

¡Que les dieran mucho por el culo!

Divisó a Alma acodada en un pequeño e improvisado mostrador, donde un camarero vestido de blanco y negro, servía copas a buen ritmo. Se acercó a ella y le pellizcó un brazo. La pelirroja se giró y le miró con gesto turbio. Estaba un tanto borracha, al parecer.

― ¡Cristo! ¡Que alegría! – exclamó, besándole demasiado cerca de la boca.

― ¿Estás sola?

― Pues si, ya ves. Todo el mundo me ha abandonado…

― ¿Abandonado? ¿A qué te refieres?

― May Lin, Calenda… y la estrecha de Mayra…

― Bufff… ¿qué te ha pasado con ellas? – se rió Cristo, aposentando su trasero en uno de los taburetes. Pidió un refresco y un chupito de tequila con menta.

― A mí me pones un vodka tónica… es para la digestión, ¿sabes? – le pidió al camarero.

― Claro, claro. A ver, ¿por qué tachas de estrecha a Mayra?

Alma se encogió de hombros y tomó un buen trago de su nueva bebida. Ahora era reacia a hablar, como si lo hubiera pensado mejor.

― Vamos, suéltalo, Alma. ¿Dónde están las chicas?

― No lo sé. May Lin discutió con Calenda y se marchó.

― Joder. Empieza por el principio, coño.

― Estábamos aquí, tomando unos tragos a la salud de la agencia, sin molestar a nadie… cuando se acercaron dos tipos… muy bien vestidos. Uno era maduro, cercano a los sesenta, el otro era más joven y se le parecía. Pensé que podría ser su hijo. Se tomaron una copa con nosotras y charlamos todos.

― Sigue.

― El mayor parecía conocer a Calenda. No sé si era un promotor o un puto político, pero la conocía. Ella estaba nerviosa e intentó escabullirse, pero el tío, muy amable, no la dejó.

Aquellas palabras empezaron a poner a Cristo nervioso, sin aún saber nada conciso.

― El tipo joven se interesó por Mayra y por mí. Bromeó con nosotras y nos preguntó si era nuestro color de pelo natural…

― ¿Qué pasó con Calenda, Alma?

― Cristo… en aquel momento, no me di cuenta… te lo juro…

― ¿Qué pasó? – el tono de Cristo se heló.

― El tipo de más edad le dijo a Calenda que deberían dar una vuelta y hablar de su futuro. May se interpuso de mala manera. Fue como si se volviera loca, de repente. Calenda la calmó como pudo, prometiéndole que regresaría a la fiesta en seguida, que solo se trataba de un momento. May no quiso saber nada y se marchó, furiosa. Yo no sabía qué pasaba…

Cristo se mordió el labio. Aquello no le gustaba. No sabía si el tipo era un antiguo cliente de Calenda, o un socio de su padre. El caso es que Calenda corría peligro.

― ¿Cuánto tiempo hace de eso?

― No sé… una hora, quizás…

Demasiado tarde, pensó. Podían estar en cualquier parte. ¿Qué coño estaba haciendo él al lado de un ventanal, mirando a la noche? Tendría que haber estado allí, para intentar algo…

― Cuéntame más, Alma.

― Cristo… no te hagas sangre, cariño. Las cosas son así – le dijo ella, acariciándole la mejilla.

― Venga, Alma, sigue.

― Que el hombre salió del piso con Calenda del brazo. Ahora puedo ver que ella estaba muy seria, como si la obligasen de alguna manera. Pero, en aquel momento, estaba tonteando con el más joven, quien quería que Mayra y yo le acompañáramos a su hotel. Decía que nunca había estado con una rubia y una pelirroja naturales, a la vez. Dijo que nos pagaría muy bien…

― ¿Y?

― Y Mayra se negó. Le llamó puerco y se marchó como una diva, dejándome sola. El tipo quería a las dos o a ninguna, coño. A mí no me importaría que un tío así me tratara como una puta. Joder, hubiéramos disfrutado y encima tendríamos un buen pellizco. Estas modelos son gilipollas, a veces.

Cristo sonrió, conociendo los arranques de calentura de Alma. Por eso mismo, Mayra era una estrecha, claro. El problema es que ambos tipos sabían a quien acercarse entre tantas modelos. Extraño, ¿no?

― Ya verás como no pasa nada, cielo – le susurró Alma, quien conocía sus sentimientos por la modelo. – En breve, Calenda volverá a la fiesta. Lo prometió.

― Lo sé, Alma, lo sé, pero eso no me anima nada.

La opulenta pelirroja le pasó un brazo por el cuello e inclinó su rostro para cruzar las miradas.

― Pero, sin que sirva de precedente, yo sé cómo animarte, cariño – susurró, antes de darle un suave pico en los labios.

Cristo se quedó quieto, sorprendido por el impulso de Alma, quien mantenía la punta de su pecosa nariz contra la de él. La chica dejó asomar la punta de su lengua, lamiendo el labio superior de Cristo, quien, finalmente, atrapó suavemente el apéndice para succionarlo.

― Sígueme – le susurró ella, bajándose del taburete y tomando su mano.

Cristo sabía lo que iba a ocurrir y no supo negarse. No solo él necesitaba sacarse de la cabeza lo ocurrido con Calenda, sino que Alma también deseaba demostrarse algo a si misma. El caso es que el gitano la siguió hasta unos oscuros cortinajes que compartimentaban una sección del grandioso ático, donde se habían guardado muebles y diversos objetos para dejar espacio. Se colaron por un extremo del cortinaje y Cristo pulsó la luz de su móvil. El oscuro tejido dejaba pasar poca claridad de las luces indirectas que iluminaban el resto del piso, por lo que allí dentro se estaba bastante a oscuras.

Los muebles amontonados formaban un parapeto tras el cual refugiarse. Cristo empujó un butacón hasta dejarlo oculto y Alma le instó a sentarse. Sin importarle que Cristo mantuviera la luz del teléfono encendida, Alma se arrodilló con una sonrisa en sus labios. Sus ágiles dedos desabrocharon la bragueta en un santiamén, bajando los pantalones blancos hasta los tobillos.

― ¿Quieres ver como te la chupo, verdad? – susurró ella.

― No me lo perdería por nada del mundo, pero te advierto que te va a decepcionar, Alma.

― Tú no te preocupes por eso, cariño.

Cristo iluminó su pollita cuando la pelirroja le bajó sus slips.

― ¡Uy, qué monería! – musitó ella, relamiéndose. – Eres como un muñequito Kent, todo perfecto y a escala…

― Ostia puta, Alma… tampoco te pases.

Ella se rió con ganas, mientras sobaba el penecito con los dedos.

― A ver como sabe… – y se la tragó entera.

Cristo sintió el calor de la boca de la pelirroja y la fuerza de su succión. Casi le metió los huevos para adentro, lo que le hizo gemir y aferrarse a la rizada pelambrera rojiza. Alma suavizó la presión y embadurnó todo el miembro de saliva. Después, se dedicó a los suaves y pequeños testículos, metiéndoselos ambos a la vez en la boca.

“Coño con Almita… me va a sacar el tuétano de los huesos.”, pensó Cristo, mordiéndose el labio.

La chica usaba labios y dientes al parejo, con una pericia que Cristo jamás experimentó antes. Era la mamada de su vida, la felación perfecta. Contemplar aquel rostro pecoso y sensual tragando su polla le ponía cada vez más verraco, bueno, era un decir. Alma no dejaba de mirarle a la cara. Sus ojos verdes parecían decirle que estaba dispuesta a tragarse todo un océano de semen.

Notó los dedos femeninos acariciarle el esfínter suavemente, como un aleteo, lo cual le hizo tensar las nalgas. La otra mano de Alma se aposentó sobre su vientre, haciendo diabluras allí.

― Dios mío, Alma… ¿dónde has aprendido…?

― Las secretarias también tenemos nuestros secretos – respondió ella, dándole una larga pasada de lengua a toda su entrepierna.

― No… voy a aguanta mucho más…

Alma tomó solamente que el glande con sus labios, moviendo la cabeza en rotación, mientras que aspiraba con pequeños impulsos. Sin abrir la boca, empapaba el glande de saliva que volvía a tragar lentamente.

― Me voy a…

Alma asintió sin soltar “bocado”.

― ¡Alma, me… corro! ¡Joder, aparta! ME CORROOO… – exclamó el gitanito, tirándole del rojizo cabello.

Y mientras Alma tragaba cuanto había trabajado para que brotase, la cortina se abrió y una voz preguntó:

― ¿Chicos? ¿Estáis ahí? ¿Qué estáis haciendo?

Cristo, con los ojos turbios aún, apuntó con su linterna improvisada hacia la figura que se asomaba por encima de los muebles apilados. Había reconocido la voz, pero se negaba a creerlo. Alma, tragando semen con toda rapidez, se giró para ver quien era.

Calenda les observaba, con una sonrisa congelada en los labios.

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “La chica de la curva 5” (POR ALEX BLAME)

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Sin títuloDe nuevo su cuerpo desnudo está pegado al mío. Sus pechos laten contra el mío, pálidos, recorridos por finas venas azules. Sus pezones turgentes y cálidos atraen mi atención, los acaricio con suavidad. Brooke gime suavemente a mi oído, su aliento cálido en mi oreja me provoca, me excita, me estremece.

Me coloco encima de ella, mi polla roza su muslo, mi muslo roza su coño . Me muevo con lentitud mientras agarro uno de sus pechos y lo meto en mi boca, su pezón crece dentro de mi boca, mi polla crece dura entre sus piernas.

Ya no me contengo más y la penetro , mirándola a los ojos, estremecido de placer. Entro en ella con suavidad, disfrutando de cada centímetro mientras ella se agarra mí moviendo su pubis sedienta de sexo.

En ese momento un brazo musculoso me coge por el hombro y me aparta de ella. Yo intento revolverme pero veo a Nigel mostrando su polla gorda y bruñida ante los ojos extasiados de Brooke, una pequeña gota de liquido seminal escapa de la punta de la polla erecta y dura como una piedra.

Brooke abre las piernas hipnotizada por el gigantesco pollón y separa los labios de su coño invitando a Nigel a tomarla.

El hombre se lanza sobre ella y le mete la polla de un solo golpe. Brooke grita y se estruja los pechos satisfecha. Ante mis ojos, Nigel penetra en las entrañas de la joven como si fuese Atila. La gigantesca polla hace relieve en el liso vientre de Brooke cada vez que entra en su coño. Los movimientos cada vez son más violentos y salvajes y los gritos y los jadeos de Brooke son más fuertes hasta que se corre con un grito estrangulado. Nigel sigue follando aquel coño estremecido como una locomotora sin control. Pocos minutos después Brooke se ve asaltada por un nuevo orgasmo que paraliza hasta su respiración por un instante.

Nigel aun no está satisfecho y sacando su polla de la vagina de la joven se la mete en la boca y comienza a bombear de nuevo. Parece que la mandíbula de Brooke se va a desencajar pero increíblemente la polla de Nigel entra entera en su boca.

Dos gritos roncos indican a Brooke que Nigel está a punto de correrse pero no aparta la boca sino que agarra los huevos del hombre y los acaricia y masajea mientras eyacula en su boca chorro tras chorro de esperma caliente.

La leche rebosa de su boca y cae entre sus pechos. Finalmente, Nigel se retira con su miembro aun tieso y duro mientras Brooke me mira y juega con el semen que reposa entre sus pechos…

Me despieto con un grito y el cuerpo bañado en sudor. Hace tres semanas que se ha ido y sigo teniendo sueños con ella como protagonista. Unas veces son deliciosos, otras veces deliciosas pesadillas, pero siempre está ahí, presente.

Cada día decido firmemente olvidarme de ella y cada noche mi subconsciente me dice que por los cojones te vas a olvidar tú de ella. El caso es que estos últimos días mitad consciente, mitad inconscientemente he estado adelantando trabajo para que quede todo listo para primeros de junio.

Mantenemos el contacto aunque ella no vuelve a insistir, no sé si porque no quiere presionarme o porque está segura de que he caído en sus redes. No soy tan bueno en eso de la psicología femenina.

Finalmente me doy por vencido y reservo un vuelo a Los Angeles para mediados de junio.

Esperé tres días más antes de decírselo. De repente me entraron las dudas. ¿Y si ya se había olvidado de la invitación?¿Y si me quedo plantado en medio de Los Angeles como un pasmarote sin nada que hacer?

Al cuarto día me atreví y le envié un wasap con la noticia.

Tardó en responderme varias horas, supongo que para hacerme rabiar y cuando lo hizo una foto suya en ropa interior fue su única respuesta.

Hay que estar un poco loco para meterse en un vuelo de trece horas en clase turista. El aeropuerto de Heathrow estaba a tope y llegué a la puerta de embarque justo antes de que cerrasen el vuelo.

—No le gustan los aviones, ¿eh? —dijo el anciano que estaba sentado a mi lado con un acento americano que hasta yo reconocí— A mí me pasaba lo mismo al principio, pero después del segundo accidente terminas por acostumbrarte.

—¿Ha tenido más de un accidente? —respondí intentando evaluar el grado de Alzheimer del abuelete.

—No ponga esa cara de escéptico hombre, tengo casi noventa años pero la azotea me sigue funcionando perfectamente.—dijo el anciano señalándose la sien—Me llamo Calvin Atwood, soy de Amarillo Texas.

—Juan Olmos, de Santander, España ,encantado. —respondí dándole la mano al anciano mientras el avión comenzaba a carretear por la pista— ¿Y qué asuntos le llevan tan lejos de la soleada Texas?

—Vengo de visitar Normandía. Estuve destinado allí durante el desembarco con mi viejo Thunderbolt*. Ese trasto no era ninguna maravilla, los 190** nos daban mil vueltas pero a la hora de ametrallar trenes no había ningún cacharro mejor. No había nada más gratificante en aquella época que ver a esos hijoputas de cabezacuadradas saltar como conejos de sus camiones en cuanto oían el ruido de nuestros motores. —respondió el abuelete con una cara de psicópata que daba miedo.

—Debió ser muy duro. —dije yo dándole cuerda para combatir el tedio.

—La hostia de duro. Los putos cabezacuadradas se agarraban a cada palmo de terreno como garrapatas. A veces perdía la cuenta de las salidas que hacia al día. Pero las noches lo compensaban.

—¿Y eso?

—Raramente volábamos por la noche y cuando no lo hacíamos nos escapábamos del aeródromo a visitar la ciudad más cercana en busca de chochitos franceses.—dijo el hombre relamiéndose mientras recordaba— Sabes lo que era para un paleto del Texas meterse entre los muslos perfumados de una delicada francesita. La mezcla del aroma del perfume y el olor a sexo hacia de esos chochos la cosa más atractiva del mundo. Soñábamos cada día con liberar coños franceses.

—Éramos jóvenes y no sobraban las fuerzas, por el día peleábamos y por la noche follábamos, en fin como decía el título de la película, Camas blandas, Batallas duras. —continuó el anciano con aire soñador.

—No he visto esa peli. —dije yo.

—No te pierdes gran cosa, lo mejor es el título. Trata de un prostíbulo parisino durante la guerra. Nada que ver con la realidad.

—¿Le derribaron alguna vez? —pregunté yo cambiando de tema.

—Una vez un jodido 190 me dio en el motor sobre el Sena. Afortunadamente conseguí mantener el avión en el aire el tiempo suficiente para lanzarme en paracaídas sobre terreno aliado. También tuve dos aterrizajes forzosos, uno de ellos con un boquete en un ala en el que me cabía la cabeza. —respondió el anciano reproduciendo con las manos el tamaño del agujero— Así que ya sabe, volando conmigo no tiene nada que temer yo ya he cumplido mi cupo de huesos rotos.

El viaje fue largo y las turbulencias en las Rocosas casi lograron que me mease encima, pero al fin, catorce horas después, estaba en el aeropuerto de Los Angeles.

Al salir del avión una desagradable mujer de metro ochenta y más de cien kilos de peso me cacheó y registró mis pertenencias como si fuese un terrorista internacional, confiscándome una deliciosa botella de Rioja crianza del 2009 que me había dado un bodeguero para el que trabajaba.

Salí de la zona de aduanas cagándome en todo, pero mi enfado se esfumó automáticamente al ver a Brooke vestida con una minúscula faldita de vuelo, un top de color rosa y una gorra de chofer. Con las manos agitaba un cartel en el que ponía JUAN OLMOS en letras enormes mientras hacía globos con un chicle. Los hombres que estaban a su lado esperando por esposas e hijos no podían evitar echarle miradas lascivas.

Estaba a punto de llegar a su altura cuando el anciano veterano se me adelanto.

—Hola jovencita. ¿Sabes que eres la cosa más hermosa que estos ancianos ojos de ochenta y nueve años han visto en su vida? Si tuviese unos pocos años menos pondría ese culito en órbita, ya lo creo.

—Papa, ¿quieres dejar de molestar a la joven? —dijo una mujer de mediana edad acercándose al anciano y tirando de su brazo.

—No se preocupe —dijo Brooke guiñándome el ojo— No molesta.

—Ves como no molesto. ¿Qué tal si te invito a cenar esta noche, nena? Sé de un lugar donde ponen unos cangrejos al estilo cajún espectaculares. —dijo el veterano con su hija al lado muerta de vergüenza.

—Lo siento, es muy tentador, pero ya tengo plan para esta noche. —dijo Brooke señalándome.

—¡Maldita sea, eres un tipo con suerte. Debí abrir la puerta de emergencia y haberme deshecho de ti en medio del Atlántico. —dijo el anciano en tono socarrón— En fin, otra vez será princesa —dijo besándole la mano a la joven— Y tú, trata a esta belleza como se merece, que no me entere de que ese chochito pasa hambre.

—¡Vamos padre! —dijo la mujer abochornada—que haya dónde vayas siempre me tienes que montar el numerito…

Las dos figuras se fueron alejando entre la gente. La mujer seguía echándole la bronca al vejete muerta de vergüenza ante la mirada divertida de la gente. Yo, por mi parte, me olvide de ellos inmediatamente y me fundí en un largo abrazo con mi chofer, perdón chica, perdón amiga, perdón lo que fuera a estas alturas de la historia.

Con un ligero golpecito le retiré la gorra hacia atrás y me dediqué a disfrutar de esos ojos grandes, claros y expresivos antes de estampar un beso en sus labios. Solo por saborear a Brooke y tener sus brazos alrededor de mi cuello merecieron la pena cada una de las catorce horas de viaje.

—Hola, ¿Me has echado de menos? —me preguntó con aire de suficiencia.

—Psss —respondí yo buscando una inexistente mancha en mis uñas.

Brooke me puso morritos y yo acerqué mi boca a su oído soltando un “cada minuto” cargado de lujuria a la vez que acariciaba su espalda con la punta de mis dedos.

Brooke se dio la vuelta satisfecha y me guio hasta el aparcamiento de la terminal. En la plaza 2229 GA nos esperaba un Camaro SS descapotable nuevecito.

—¿Qué diablos has hecho con mi limusina, Bautista? —dije yo con una sonrisa al ver aquel torpedo negro e intimidante.

Siguiendo con la coña Brooke se caló de nuevo la gorra sobre los ojos y me abrió la puerta. Yo me senté y me puse el cinturón de seguridad mientras ella cerraba la puerta y arrancaba el coche. Salimos a la autopista y nos dirigimos al norte atravesando Santa Mónica en dirección a la costa. El tiempo era esplendido y el sol era una bola roja anaranjada que se iba escondiendo poco a poco en el horizonte. Me quité el jersey y disfruté de la brisa fresca que venía del mar mientras observaba las casas y las palmeras que flanqueaban la carretera.

Diez minutos después circulábamos por la carretera en dirección a Malibú. La vía rápida discurría encajonada entre las colinas y la costa proporcionando a los que circulaban por ella unas vistas espléndidas. Mire hacia el mar, la luz dorada de los últimos rayos del sol caía sobre el cabello de Brooke arrancándole brillos dorados y rojizos. Acerqué mi mano y acaricié el pelo suave y brillante. Brooke se giró hacia mí y sonrió.

Podía haber dicho muchas cosas, pero no soy un tipo muy hábil con las palabras, así que decidí no romper la magia del momento con alguna estupidez y dejar que mis manos y mis labios hiciesen el trabajo.

A medida que nos acercábamos a Malibú, la estrecha franja de playa empezó a poblarse de casas construidas sobre pilotes aprovechando todo el espacio disponible.

Malibú está situado en una lengua de tierra de forma triangular que se adentra en el mar mirando hacia la sur. Rodeada de acantilados y con unas playas de fina arena a los pies de estos, las casas situadas en primera línea de costa disfrutaban de unas vistas privilegiadas.

La casa de Brooke era un chalet moderno no muy grande, pero situado en la costa con acceso a la playa que estaba treinta metros más abajo y un pequeño jardín con piscina rodeándola.

Dejamos el coche en el garaje y Brooke me guio hasta una terraza con vistas al mar. Mientras yo observaba como la oscuridad se iba adueñando poco a poco del paisaje acodado en la balaustrada que daba al acantilado, desapareció un momento para volver con un par de copas de vino tinto.

—Vaya, veo que te has aficionado —dije mientras examinaba la copa y degustaba un vino Merlot con un toque de Cabernet Sauvignon— Es vino de aquí, ¿Verdad? Me encanta el sabor que tienen a frutos del bosque.

—Calla y bebe listillo —dijo acercándome la copa y brindando.

Los cristales entrechocaron con un sonido limpio y claro. Bebimos un trago y nos miramos durante un instante, de nuevo sus ojos me embrujaron. Acerqué mis labios a los suyos y la besé suavemente. El vino resultaba mucho más sabroso tomado de su boca.

Brooke me abrazó y se apretó contra mí devolviéndome el beso con urgencia. Al fin, juntos de nuevo…

—La carne está en el horno, aun tardara unos minutos —dijo ella empujándome contra una hamaca y sentándose encima mío…

*Cazabombardero americano de la segunda guerra mundial famoso por su resistencia y su aptitud para el ataque a objetivos terrestres.

**Focke Wulf 190 probablemente e mejor caza alemán de la segunda guerra mundial.

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alexblame@gmx.es

 

Relato erótico:”Destructo II Bienvenida a la jungla” (POR VIERI32)

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I. 2 de enero de 2332

Ámbar estaba absorta, viendo la sucesión de pequeñas imágenes tridimensionales que proyectaba el dispositivo de Sin títulotransmisión holográfica sobre el escritorio. Su oscuro cuarto se teñía de los colores de las fotografías conforme estas se sucedían una tras otra a cada pulsación de su dedo índice. Sentada en un mullido sofá, se inclinó hacia adelante, como si quisiera observar mejor los detalles.

Un paseo en el parque con su niña, una visita al lago en donde su esposo perseguía a la sonriente pequeña. Prosiguió una tanda de su hija, ya joven, cocinando para el cumpleaños de su padre. Luego sobrevino una larga serie de imágenes en el hogar de su suegra; sonrió con los labios apretados, recordando el embate de críticas que solía recibir cada vez que la visitaba. Ámbar no era buena cocinera ni la madre ideal con la que soñaba aquella mujer; de hecho, no era alguien que anduviera entre sonrisas y tratos delicados.

Pero era inevitable ser diferente al prototipo ideal y dulce que su suegra deseaba: ser Capitana de la policía militarizada de una de las ciudades más violentas del mundo terminó amoldándola.

Un suave sonido se oyó desde el dispositivo coclear implantado dentro de su oído derecho, interrumpiendo sus recuerdos. Lo odiaba: el aparato y las interrupciones. Faltaba un par de semanas para sus vacaciones y no veía la hora de quitárselo. Aumentaba su capacidad auditiva en el momento que entrara en algún antro silencioso de mala muerte y la reducía considerablemente durante los tiroteos. Aquello le había salvado la vida en más de una ocasión, pero últimamente se le hacían insoportables las constantes interrupciones.

La madrugada no era precisamente su horario, por lo que solo podría tratarse de alguna emergencia. Suspiró, apagando el dispositivo holográfico.

—¿Qué sucede? —preguntó ella, recostándose en su sillón mientras ideaba alguna excusa para no presentarse.

—Capitana —la voz juvenil de su subordinado, Johan, la hizo apretar los dientes. Fuera lo que fuera la emergencia, decidió que ese chico lo iba a solucionar mientras ella se echaba a dormir—. No me lo va a creer.

—Prueba a llamarme por mi nombre cuando no estoy en la Jefatura.

—Señora Ámbar…

—Solo Ámbar…

—Ámbar… La necesitan en la Jefatura. Un… un Éxtimus ha caído en Nueva San Pablo. Los sistemas lo detectan en la azotea del edificio Mirante do Vale.

Enarcó las cejas, pero inmediatamente se relajó. Podría ser una broma. Los estudiantes hacía rato se habían dejado de amenazas de bombas y ahora estaban acostumbrados a llamar a la Jefatura con advertencias de: “Hay un ángel en el colegio” para que las clases se suspendieran y un escuadrón militar se presentara. Pero no había clases de madrugada, y era la primera vez que el propio sistema del Estado había detectado la intrusión de un ente que los científicos habían bautizado como Caelum Coelestis Éxtimus.

—Debe ser un error, ¿lo has cotejado? —preguntó ella. Más de trescientos años pasaron desde que los ángeles trajeron el Apocalipsis, o Gran Ataque, y el temor había disminuido lentamente con el paso del tiempo.

—Lo he hecho varias veces… El problema es que lecturas no son del todo concluyentes. Sí le aseguro que hay algo ahí y no es humano… y el jefe la necesita, Cap… Ámbar.

Ámbar echó la cabeza hacia atrás y echó a suspirar, pensando en cuántos días quedaban para sus merecidas vacaciones.

—Seguro que es un error…

El Teniente André Santos entró en la atiborrada jefatura y todos alrededor le abrieron paso. Para los que lo observaran, se trataba del oficial más respetado de la policía militar de Nueva San Pablo y, con certeza, el más apto para el escuadrón que rápidamente se forjaba de madrugada para contactar con el primer Éxtimus detectado tras más de trescientos años de su misteriosa aparición.

Era un hombre de aspecto fiero e intimidante, ayudado por su mirada intensa y el corte mohicano de estilo militar. Se diría que su heroica actuación durante los atentados terroristas en Matto Groso, Minas Gerais y Goiás habrían terminado forjando una personalidad fría y calculadora; que los implantes tecnológicos que estimulaban y maximizaban sus sentidos habían creado una persona deshumanizada, inmune al constante espectáculo de la muerte, pero pocos creerían que en realidad se trataba de un hombre apacible y de buen humor.

Percibió en el rostro de todos cuanto lo miraban una suerte de miedo e incertidumbre. No era para menos, el temor a un nuevo Apocalipsis se extendió rápidamente en la Jefatura. Santos sonrió, elevando una mano al aire.

—Soy del Control de Plagas. Vengo a eliminar un pájaro que está causando problemas…

Las carcajadas empezaron a surgir espontáneamente, algún que otro aplauso también. Ahora avanzaba y recibía palmadas en la espalda en medio de un ambiente más distendido. Todos lo necesitaban, a él y ese humor para apaciguar el miedo.

—¡Teniente! —un joven apuró el paso entre los policías para llegar hasta él—. La Capitana nos está esperando.

—¿“Nos”? ¿Qué pasa? ¿Tú vienes con nosotros, Johan? —preguntó al verlo, dándole un suave coscorrón.

—¿Bromea, Teniente?

La sola idea de participar en un momento histórico opacaba los peligros de su misión. Johan no era hábil como la Capitana Ámbar Moreira ni el Teniente Santos, pero con el traje protector de combate táctico EXO que le aguardaba en el vestidor, poco tendría que temer. Las habilidades de ofensiva y el rendimiento físico mejoraban considerablemente una vez se hiciera con el ceñido y oscuro traje fibra de carbono, que además alojaba dispositivos tácticos y nano-componentes tecnológicos. Con aquello, tendría al menos la fuerza de diez hombres.

—Ya decía yo que tenía que caer un pajarraco del cielo para que por fin te levantaras de ese escritorio. ¿Será tu primera vez con el EXO, Johan?

—Espero que no la última…

—¡Ponle actitud! Y recuerda actuar de forma normal.

—¿Actuar norm…?

Cuando accedieron a los vestidores contemplaron a la Capitana Moreira, desnuda, luchando por colocarse el ceñido traje militar. Ámbar no se lo había puesto durante un par de meses y al parecer había subido algún que otro kilo que le decía, muy por dentro, que con el traje no iba a estar del todo cómoda. Ni siquiera se molestó en saludar o hacer algún gesto desde que notara a sus dos compañeros; tan solo deseaba que la moderna armadura le quedara perfecta como antaño.

—Jefa —asintió Santos, cerrando la puerta y dirigiéndose hacia un lado del vestidor para hacerse con su traje.

Johan quedó inmóvil ante la visión de lo que creía ser una auténtica diosa. Se recreó por un rato en su fina mata de vello púbico, luego en sus senos que bamboleaban ligeramente al contonearse ella en su lucha contra el traje. Incluso una pequeña cicatriz en la ingle, blanquecina y apenas visible a la vista, le pareció sensual. Pero por un momento, mientras una erección peligraba, pensó que tal vez se trataba de algún regalo del destino antes de su muerte: tal vez el encuentro con el Éxtimus no saldría como cabría esperar.

Ámbar levantó la vista, sonriente; el traje había pasado por sus caderas. Tal vez no había engordado como pensaba y, aunque lo hubiera hecho, un par de kilos no se notarían en el ajustado traje. Se topó con la mirada del joven subordinado y no pudo evitar fruncir el ceño.

—Apúrate, Johan.

El muchacho dio un respingo, dirigiéndose al otro extremo del cuarto para hacerse con su traje.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintidós, Capitana.

“Demasiado poco”, pensó ella, recordando su edad, metiendo sus brazos en las mangas del traje. Miró al muchacho, quien parecía haberse autocastigado con la mirada clavada en la pared mientras se desvestía. Era delgado, lo notó cuando se retiró la camisa. Pero al ver cuando se bajaba rápidamente el pantalón, notó que tenía un trasero agradable para su vista.

—Soy demasiado vieja para ti —dijo sacando pecho para terminar de colocarse el traje, esperando que la mirase. Pero solo se oyó una estruendosa carcajada proveniente del otro lado del cuarto.

—¡Llegará el día en que todas querrán estar a los pies de Johan! —Santos, desnudo y brazos en jarra, se acercó a la Capitana, quien no intentó siquiera mirar el sexo colgante de su camarada, aunque sí podía apreciar su atlético cuerpo de refilón. No era la primera vez que ambos se veían desnudos para algún operativo, pero Santos no podía ver siquiera a Ámbar como probable compañera sexual. A sus ojos, ella era la superior al que se debía, al que confiaba su propia vida.

Guiñándole el ojo, prosiguió:

—Si no haces algo ahora, más adelante te arrepentirás, jefa.

La Capitana, ya enfundada, palpó su cuerpo con las manos, comprobando compulsivamente que la carne estuviera bien sujeta. Sin hacer caso a Santos, se dirigió hasta el joven subordinado, quien ya se estaba cubriendo sus piernas con el traje.

—Esperemos que ese día llegue, ¿no, Johan? —le dio la vuelta para tenerlo cara a cara, y le ayudó a ponérselo, escrutando su mirada. El chico palideció; ladeó la mirada al no poder sostenerla, pero la Capitana tomó de su mentón y obligó a que se mirasen—. Hoy no pienso perder ningún hombre.

—Sí, Capitana —dijo el joven quien, obnubilado, dejó que su superior le terminara de colocar el traje. Cómo no embobarse cuando el traje mismo destacaba y realzaba las curvas de la mujer.

Ámbar se decía a sí misma que debía asegurar cada rincón del traje. Todas las fibras debían ceñirse al cuerpo para que este obtuviera un rendimiento óptimo; aquello implicaba palpar o alisar cualquier burbuja de aire que quedara. Y estaba casi perfecto, excepto por una pequeña bolsa de aire que quedó demasiado cerca de la entrepierna del joven. Podría ordenarle que él mismo se la ajustara, pero tragó saliva y aplastó su palma allí, sintiendo ligeramente el sexo abultado del chico. Subió por el vientre para alisarlo del todo.

La Capitana se levantó y tomó de nuevo el mentón del muchacho para que la mirase. Aunque fuera dura, no podía negarse a cierto instinto maternal que despertaba cuando se topaba con los más jóvenes de la jefatura.

—Escúchame, Johan. Suceda lo que suceda, estate siempre detrás de mí.

—Oye, oye, ¿a mí no me vas a ayudar, jefa? —al otro lado del cuarto, Santos extendió los brazos.

Aún estaba desnudo.

El motor del helicóptero rugía en la madrugada de la ciudad que nunca dormía. En el momento que la compuerta se abrió, iluminando la cabina de golpe, los tres miembros del Escuadrón Policial tragaron todo el aire puro que los cascos de sus trajes les permitían. Los edificios brillaban con intensidad salvo el más alto de todos; el Mirante do Vale acobijaba en su azotea al primer Éxtimus visto desde hacía más de trescientos años.

Alrededor del imponente rascacielos, incontables helicópteros vigilaban la escena.

Ámbar se sacudió, comprobando constantemente la espada guardada en su espalda, en una funda de acero y cuero negro. Era un arma especial: de una caricia en el mango, la hoja se doblaba sobre sí misma y revelaba una apertura por donde salía disparada una fuerte descarga eléctrica. O si lo deseaba, podría usarla a la vieja usanza y activar la descarga eléctrica en el momento que la hoja se hundiera en la carne del enemigo. Meneó la cabeza, tal vez la violencia era necesaria en su ciudad, pero sería contraproducente usarla contra un ángel.

—Santos, Johan —dijo acuclillándose, inclinándose hacia afuera; quería comenzar cuanto antes con su operativo. Mientras, una vibración se hacía presente en la espalda, pues unos pequeños motores instalados en la espalda del traje se encendían y permitirían, a los tres, manipular la gravedad para realizar grandes saltos—. ¿Quién de ustedes ha puesto música en nuestros implantes?

—Pensé que fue usted, Capitana —el joven rápidamente toqueteó el borde iluminado de su casco, desde donde operaba los sistemas, intentando localizar el problema.

—¿Mozart? —Santos preguntó divertido.

—Escuchen —resopló la mujer—. Las noticias corren rápido. Diecisiete naciones además de nueve corporaciones farmacéuticas ya están al tanto de esta situación, y ahora están presionando a nuestro gobierno para que capturemos al ángel vivo y luego lo negociemos… —se detuvo unos instantes para pensar aquello. Muchos evitaban decir “ángel” debido a las connotaciones religiosas. En aquel nuevo mundo, la religión perdió bastante fuelle tras el Apocalipsis—. Éxtimus. Por lo que sabemos, podríamos enfrentarnos a un guerrero semidios, inmortal e inmune a todas las enfermedades humanas, no me extraña el interés despertado. Pero mi prioridad nunca se ha regido por los deseos de las multinacionales ni los gobiernos. Mi prioridad sois vosotros.

Santos la tomó del hombro y asintió decidido.

—Confío en vosotros —continuó ella—, y por eso estás aquí conmigo. Preparaos por si el Éxtimus extiende las alas y huye, no permitiré que escape; créanme cuando les digo que no deseo quedar registrada en los libros de historia como la mujer que dejó huir al primer ser celestial visto desde el Gran Ataque, ¿me habéis oído?

—Entendido, jefa —Santos levantó el pulgar.

—Oído, Capitana.

—Por cierto… Esta música no está nada mal—concluyó ella, pues parecía que había acompañado su breve discurso.

Recordó a su difunta hija mientras el helicóptero se inclinaba ligeramente hacia la azotea y la luz de la cabina se tornaba de roja a verde. Tal vez de haber renunciado a su peligroso cargo sería lo mejor, habría pasado más tiempo con ella en sus últimos días. Pero el riesgo era su terreno natural y siempre había mostrado seguridad y confianza en sus instintos, al menos hasta que la fatídica enfermedad se la arrebató. Era inevitable pensar en ella cada vez que el peligro asomaba.

Vaciando sus pulmones, esperó concentrarse en la misión. Al grito de “¡Vamos!”, saltaron del helicóptero para descender en la azotea del Mirante do Vale. El traje manipularía la gravedad para que cayeran suavemente.

II

Cuando la rubia Zadekiel abrió la puerta de su casona en Paraisópolis, sus adormecidos ojos se dieron de bruces contra la luz del sol. No estaba de buen humor, ¿cómo iba a estarlo si la despertaron golpeando violentamente la puerta? Tras un largo y tendido bostezo, levantó una mano para rascarse la punta de una de sus alas, en tanto que con la otra trataba de reacomodar su desmadejada cabellera; no era precisamente la imagen que alguien esperaría del ángel de voz más agraciada de los Campos Elíseos, tal vez incluso una de las hembras más hermosas de la legión.

Aegis y Dione, sus dos alumnas del coro que llamaron a la puerta, amagaron saludar, pero Zadekiel carraspeó.

—Elijan bien vuestras palabras, ¿eh? —las fulminó con la mirada—. Porque serán las últimas que pronunciéis. Mira que interrumpir el descanso de un Arcángel.

Aegis era tímida, de rostro aniñado, larga cabellera castaña y ojos plateados. Estuvo a punto de pedir disculpas por interrumpir la hora de sueño de su maestra, hasta que la altanera Dione torció su gesto. De cabellera corta y oscura, además de un llamativo lunar cerca de la comisura de los carnosos labios, avanzó un firme paso al frente.

—Zadekiel —gruñó, mirándola detenidamente—. Tú no eres ningún Arcángel.

—¿Y qué más da? Soy vuestra maestra, vuestra superior. Es casi lo mismo. Solo pido un poco de respeto a mis horarios.

Dione blanqueó los ojos. Zadekiel solo era un ángel de rango menor, exactamente como ellas, simples encargadas de los jardines y recolección de frutas, con la salvedad de contar con una voz extraordinaria que le permitió fundar el coro angelical, de la cual se convirtiera en directora. “Maestra”, como ella ordenaba a sus alumnas que la nombraran.

—Discúlpanos, maestra —se lamentó Aegis, ocultándose detrás de las alas de su amiga Dione—. Pero es algo urgente.

—¿Ur… gente? —bostezó Zadekiel.

—Eres una completa vaga —sentenció Dione—. Hace una hora que salió el sol y aún no te has despertado del todo. Tenemos a la peor instructora de los Campos Elíseos, me da vergüenza que me vean contigo en esas condiciones.

—Pues a mí me da igual lo que pienses, Dione —la maestra volvió a entrar a su casona—. No volváis a despertarme si no es algo importante.

—Yo en tu lugar no pasaría tanto tiempo durmiendo —Dione se encogió de hombros—. Tu voz últimamente desafina mucho. Va siendo hora de que practiques más…

Ambas hembras rodaban por el empedrado de la calle en una lucha de puñetazos, plumas, patadas y aleteos varios. Zadekiel era un ángel orgullosa de su voz; celosa, de hecho, y bien que lo sabía Dione porque criticándola era la única forma de espabilar a su maestra. En un momento en el que la pelea pareció detenerse entre resoplidos cansados, ya que ninguna de las dos tenía el estado físico de un ángel guerrero, la tímida Aegis se acercó hasta ambas dando pasos cortos.

—Discúlpanos, maestra —empuñó sus manos y las llevó hacia sus pechos, doblando las puntas de sus alas—. Pero… esto es una emergencia y teníamos que decírtelo.

—¿¡Ah!? ¿¡Emergencia!? —preguntó montada sobre Dione, escupiendo un par de plumas.

Zadekiel se sentó en las escaleras que daban a la entrada de su casona cuando recibió la impactante noticia de parte de sus estudiantes. El Trono había muerto, Perla había huido al reino de los humanos y, para colmo, se trataba del temido ángel destructor que, según las profecías, traería el Apocalipsis.

La rubia se abrazó las rodillas, incapaz de mirarlas a los ojos.

—¿Perla? —se preguntó.

No podía negarlo, la que fuera la Querubín era una de sus estudiantes preferidas. ¿Cómo no serlo si creció frente a sus ojos y con ello percibió en primera fila la asombrosa evolución que podría tener una voz? Los ángeles no envejecían, por lo que nunca había vivido un desarrollo vocal como el que la Querubín acusaba.

—Anoche, todos los ángeles guerreros vieron la profecía —Aegis se inclinó hacia a su maestra y la tomó de las manos—. Muchos la llaman Destructo sin dudar, ¿te lo puedes creer?

—Pero nosotras no vimos nada —agregó Dione—. Tal vez por eso siga siendo Perla para nosotras. ¿Tú qué piensas, Zadekiel?

—Es demasiado repentino, ¿saben? —suspiró, incapaz de levantar la mirada—. ¿Y qué harán los Serafines al respecto?

—¿Cómo vamos a saberlo? Tan pronto lo supimos, vinimos a informarte.

—Yo… he… oído… —apretando los dedos de su maestra, Aegis plegó sus alas—. Esto… Parece que luego del funeral del Trono, los Serafines decidirán quién irá a buscarla.

—¿Buscarla? —Zadekiel torció el gesto, soltándose del agarre de su estudiante—. ¿O… cazarla?

Aegis dio un respingo del susto.

—¿Por… qué…? ¿Por qué querrían cazar a Perla?

—¿No es obvio? ¡Piensa, Aegis! —Dione dio un coscorrón a su compañera—. Si dicen que Perla es Destructo, no creo que vayan a pedirle que vuelva aquí… ¿O sí?

Zadekiel se levantó, tomando de las manos a sus alumnas para tirar de ellas y así llevarlas por la calle, rumbo a los jardines del Templo donde se celebraba el entierro. Ambas callaron y se dejaron guiar. Sabían que la noticia no era fácil de digerir y sospechaban cuánto Zadekiel sufría por dentro, ni siquiera ellas mismas creían que su dulce amiga pelirroja del coro pudiera ser el mismísimo ángel destructor. Tal vez los guerreros, aquellos que vieron la profecía la noche anterior, estaban seguros, pero ellas se negaban a aceptarlo.

—¿Adónde vamos, maestra? —preguntó Aegis.

—Al funeral. A hablar con los Serafines. Necesito respuestas.

—¿Estamos en condiciones de pedir respuestas? —preguntó una sorprendida Dione. Por lo general, y salvo en el coro, Zadekiel era un ángel despreocupada. Su propia imagen desmadejada, recién despierta y con su túnica arrugada, era prueba de ello. Pero ahora parecía conocer una nueva faceta de su maestra de cánticos.

—¡Claro que sí! —bramó la maestra, extendiendo las alas—. ¡Apúrense!

El sol asomaba sobre el extenso jardín adyacente al Gran Templo e incontables pétalos de flores revoloteaban entre los rayos de luz del amanecer; a cualquier ángel que prefiriese caminar por allí se le hundían los pies en el colorido mar de hojas y pétalos. No obstante, pese al paisaje y el perfume embriagador, el clima era lúgubre. Muchos de los que no habían estado presentes en la batalla en el bosque despertaban y chocaban contra la dura realidad.

En el centro del lugar, los Dominios enterraban el cuerpo del Trono a la vista de prácticamente toda la legión de ángeles. Algunos se acercaban para verlo, solos o acompañados, ya sea para despedirse para siempre o simplemente porque no terminaban de creerse el macabro suceso. Otros preferían observar desde la distancia, suspendidos en el aire o en las afueras del gran jardín.

Sin embargo, aunque estuvieran cerca del entierro, los tres Serafines estaban demasiado preocupados sobre el asunto de Destructo como para siquiera prestar atención a lo que sucedía alrededor, a los llantos, a los lamentos, incluso a los pétalos a sus pies que de vez en cuando eran levantados por la brisa. Hablando por lo bajo, pues no querían llamar la atención o interrumpir el acto, trataban de decidir cuanto antes un asunto demasiado urgente:

—¿Y bien? —susurró Durandal, siempre observando el entierro—. ¿Quién irá a por Perla?

Irisiel, en medio de los tres, era probablemente quien más seguía afectada por la muerte de su líder. Pero era justamente aquella palabra: “Líder”, la que la tenía en ascuas. Ahora, la responsabilidad de los Campos Elíseos recaía sobre los tres Serafines. ¿Un triunvirato entre ángeles tan dispares como ellos sería conveniente? ¿No tendría acaso un desenlace similar al que sufrieron los tres Arcángeles? Para empeorarlo todo, era evidente que la primera y más difícil decisión que tenían que tomar era sobre Perla.

Suspiró, ajustándose la coleta de su cabellera.

—Tenemos dos problemas. El primero es convencer a la legión de que no se abalancen a por Perla para cuando la traigamos de nuevo. El segundo… Bueno, ¿quién irá a traerla? ¿Acaso piensas ir tú, Durandal?

—Él no cruzará el Río Aqueronte —susurró el enorme Serafín Rigel, brusco en su tono. Pensaba que, o Durandal iría para escapar al reino humano y no volver, o en todo caso, escapar para asesinar a la joven Perla… y luego no volver.

—¿Por qué te pones así? —el severo Serafín esbozó una ligera sonrisa—. ¿Crees que huiré? Juraría que me conocías mejor, Rigel. No iré a ningún lado. Al menos, no hasta que solucionemos este asunto. Será mejor que nos mantengamos unidos hasta que la amenaza sea erradicada.

—¿Amenaza? ¿Acaso piensas en Perla como una amenaza? —preguntó Rigel, cruzándose de brazos.

“Con amenaza no me refería a ella…”, pensó Durandal, pero prefería no entablar una discusión allí en un momento tan delicado. Tal vez la epifanía de aquella joven pelirroja matándolo lo confundió hasta el punto de sentirse amenazado, pero con el amanecer sobrevino la tranquilidad: concluyó que era imposible que Perla pudiera poner un dedo encima a cualquiera de los ángeles debido a su forma de ser, rayando entre inocente y tímida. En ese aspecto, pensaba que Nelchael había hecho bien al criarla en el seno de la legión.

—¿No teníamos una lucha pendiente, Rigel? —devolvió Durandal—. Terminemos el asunto de una vez, bien lejos de aquí.

Irisiel, en medio de la disputa, extendió sus seis alas para apartarlos.

—No tenéis solución. Ni siquiera sois capaces de disimular vuestro odio a la vista de toda la legión. ¡Controlaos!

El viento aulló y levantó incontables pétalos al aire. Aún no eran oficialmente reconocidos como los nuevos líderes de la legión, pero ya estaban sufriendo problemas de organización. Irisiel se preguntó cuánto tardaría en desmoronarse todo el orden por el que tanto luchó Nelchael; nunca fue buena intentando mediar entre los dos Serafines. Tal vez necesitaba eso, mediadores, por lo que inmediatamente vinieron a su mente las Potestades, los sabios ángeles que custodiaban la Gran Biblioteca en Paraisópolis.

Imprevistamente, tres guerreros de alas, cabelleras y ojos plateados, se les acercaron, obligándolos a recuperar la compostura.

Los Dominios Nyx, Hidra y Fomalhaut interrumpieron la improvisada pero tensa reunión. Los guardianes del Trono no se encontraban particularmente afectados, al menos en sus rostros serios no se percibía emoción alguna. Fue así como fueron creados por los dioses; simples herramientas que debían desempeñar una sola misión: proteger al líder, misión que, imprevistamente, ya no podía llevarse a cabo.

Nyx avanzó un paso.

—Iremos nosotros.

—¿Ir? —preguntó Irisiel—. ¿De qué estás hablando?

—Perla —agregó fríamente.

—Ah, ya veo. Queréis ir al reino de los humanos. Comprendo que vuestro dolor por la pérdida de Nelchael os impulse a decidir lo que acabáis de decidir. Pero es por eso que no creo que sea conveniente…

—¿Dolor? —interrumpió Hidra, ladeando el rostro con curiosidad—. ¿Ves una expresión de dolor en nosotros? Porque yo sí veo trazos de dolor en ti, Serafín Irisiel, en tu rostro, en tus movimientos, en tu habla. No en los nuestros.

—¿Trazos de…? —Irisiel ladeó la cara, tratando de limpiarse disimuladamente el rostro. Pensó que seguramente quedó algún rastro de las lágrimas.

—Iremos nosotros —insistió Nyx—. Porque vuestro dolor fue lo que impulsó a toda la legión de guerreros a abalanzarse a por Perla, provocando su huida. Vuestra inestabilidad emocional comprometerá cualquier misión que esté relacionada a ella.

La Serafín percibió el regaño y apretó los puños. En cierta forma, Nyx tenía razón, de hecho, Irisiel no se perdonaba a sí misma el haber cedido a la desesperación durante la noche que huyó la Querubín. Pero, altiva como era, no iba a permitir que una Dominación, de menor rango a ella, la analizara de esa manera tan fría. “¿Me acaba de llamar emocionalmente inestable?”, pensó de nuevo, apretando los dientes.

—¿Podrías repetírmelo, Dominio?

—Me da igual todo esto —interrumpió Durandal, alejándose de la reunión—. Pero creo que es una buena idea que vayan los Dominios, ¿no lo creéis así, Irisiel, Rigel? Harán lo que les pidáis y lo harán rápido. No bajarán para matarla, como teme Rigel. La traerán de regreso.

La idea no les parecía mala, después de todo, los Dominios tenían una excelente habilidad de rastreo que haría que la búsqueda y localización de Perla fuera más rápida. Además, la evidente ausencia de emociones en los tres no comprometería de alguna manera la misión. Acatarían las órdenes de los Serafines y cumplirían al pie de la letra lo exigido. Eran meras herramientas, diríase meras carcasas, a las órdenes de los superiores.

—Supongo que sí —Irisiel meneó la cabeza para deshacerse de la furia, y también se apartó de la reunión, yendo para otro lado—. Os esperaremos al atardecer en el Río Aqueronte. Nyx, Hidra y Fomalhaut, traedla de regreso. Luego veremos qué hacer.

—Se hará, Serafín Irisiel —asintió Nyx.

Rigel supuso que ambos Serafines se habían alejado para dialogar con sus respectivas legiones. De hecho, él también debía hacerlo. El que todos los estudiantes se abalanzaran a por Perla durante la madrugada fue una de las causas que provocó la huida de la joven al reino de los humanos. Los Serafines debían tranquilizar a sus pupilos y, sobre todo, asegurarse de que no volvieran a cometer desacato.

El enorme Serafín atrapó una hoja de tonalidad blanquecina que revoloteaba en el aire, y miró a los tres Dominios que seguían allí inamovibles.

—¿Sabéis? El Trono pidió un campo de flores cerca de sus aposentos. Estas eran sus preferidas. Una vez me dijo que el día que tuviera que morir, le gustaría que le enterraran aquí.

—Flores de gladiolos —susurró el Dominio Fomalhaut.

—Sí. Ese fue el día que le prometí que primero caería yo antes que él.

—Lo sentimos, Serafín Rigel —afirmó Hidra, más bien un acto o frase protocolaria que unas palabras dichas desde el corazón. Los Dominios estaban decepcionados por todo lo acaecido, desde luego, pero no experimentaban en sus corazones el agobio de los demás.

Rigel lo sabía perfectamente.

—Fui el primer Serafín creado por los dioses. Soy superior a Irisiel y Durandal.

—Estamos al tanto, Serafín Rigel —asintió Nyx.

Era conocido por todos que, durante la rebelión de Lucifer, cuando la guerra estaba perdiéndose, los dioses crearon cuanto antes a un ángel cazador y de fuerza titánica para que la balanza de la guerra empezara a equilibrarse. Fue así como crearon al Serafín Rigel, el ser más fuerte de los cielos.

—Os tengo una orden. Necesito saber si cumpliréis o no.

—Depende —Fomalhaut imitó a Rigel y atrapó otra hoja de gladiolo que volaba hacia él—. Haremos todo lo que sea para el bien de la legión. Dinos, Serafín Rigel, cuál es tu propuesta.

III

La joven Perla se sentía perdida, desorientada, abandonada en un paraje desolador; una oscura jungla de hierro y acero. Cuando levantó la mirada, vio a dos extraños seres de traje negro y ceñido que cayeron del cielo. No tenían alas, pero hubiera jurado que aminoraron la caída de alguna manera. Hacía rato que intentaba encontrar una manera de huir, pero con el miedo a las alturas sumado al hecho de no saber volar, había concluido que lo mejor sería esperar a que alguien viniera a por ella.

Pero prefería que fuera un ángel. Tal vez Curasán. Tal vez Celes.

La Capitana cayó grácilmente, sentada sobre una rodilla y con la mirada fija en el Éxtimus. Extendió su brazo derecho hacia un lado para evitar que Johan, tras ella, hiciera alguna tontería. No quería perderlo. Era demasiado joven y tenía futuro en la jefatura.

—Recuerda. Detrás de mí, Johan.

—Entendido, Capitana.

Su implante coclear volvió a emitir un suave sonido, apaciguando el ensordecedor rugido de los helicópteros rodeándolos. La jefatura solicitaba un reporte inmediato debido a que la cámara alojada a un costado de su casco no emitía señal alguna. Los informes que recibían acerca del ángel, y que ella podía ver desplegándose en la visera de su casco, tenían considerables errores acerca de su composición química y molecular. Los resultados arrojaban que no era ángel ni tampoco humano.

Ámbar evitaba a toda costa realizar algún movimiento brusco. Lentamente dirigió su mano hasta la parte posterior de su casco y, tras presionar una hendidura, la visera se retiró. Si el sistema operativo del Estado no podía decirle qué había frente a ella, sus ojos desnudos sí podrían.

—¿Qué ves, Ámbar? —preguntaban desde la jefatura, un motón de oficiales amontonados y clavando sus ojos en la pantalla gigantesca que transmitía estática, mientras que, en otras pantallas, varios canales de noticias transmitían en vivo y en directo desde la lejanía.

Perla vio el momento en el que aquel extraño casco cedió, revelando un rostro femenino. Frunció el ceño, eran humanos. No perdería el tiempo con ellos más del necesario. Sabía que la legión completa se debía a la humanidad creada por los dioses, pero ella se preocupaba más por los suyos que por unos seres a quienes nunca había conocido. Para ella, eran despreciables, solo guerras y conflictos habían empañado sus libros de estudios y había desarrollado un desprecio que despertó en el momento que vio el primer humano.

“Aunque… si ella tuviera alas, pasaría perfectamente por un ángel”, concluyó, llevando lentamente la mano hacia la funda en su espalda, buscando la empuñadura de su sable. Cerró los ojos cuando no lo sintió; probablemente lo perdió entre todo el trajín de los Campos Elíseos.

—Es solo una niña —susurró Ámbar con los ojos abiertos como pocas veces había estado. Pensaba que encontraría algún ser amenazante que no dudaría en atacar nada más verlos, pero ahora su instinto maternal parecía exigirle no lastimarla. Volvió a escuchar el murmullo de la jefatura y tuvo que menear su cabeza para volver a concentrarse—. Quiero decir… Es de sexo femenino y es joven. Y tiene… tiene alas. No parece peligrosa.

—Coincido con la Capitana —Johan hizo el mismo gesto y se deshizo de la visera. Estaba harto de intentar comprobar los datos. Los cuerpos de los ángeles caídos en el último Apocalipsis habían arrojado una compleja secuencia del genoma, pero reconocible en todos los cadáveres alados que encontraron. Aquella disposición no coincidía con la joven pelirroja que tenían enfrente.

Repentinamente, Perla extendió las alas.

—¡Atención, unidades siete y nueve, puede huir hacia su sector! ¡Encendiendo de nuevo el impulsor, trataré de seguirla y marcarla!

Se había agitado el ambiente. Pero pasaban los segundos y aquella joven solo había retrocedido un par de pasos, mirando el precipicio, para luego volver a su lugar usual a pasos lentos. Ámbar se extrañó, pensó que si quisiera volar ya lo hubiera hecho. “¿Acaso se lastimó las alas al caer?”, se preguntó, levantando ambas manos en señal de paz; tal vez el diálogo podría tranquilizarla.

—¿Quién eres?

Perla no entendía el idioma. Pero estaba consciente de que la legión tenía la habilidad de acomodarse a todas las lenguas habladas por los humanos. Por un momento percibió las intenciones que cargaban esas extrañas palabras mientras que, en su interior, se acomodaban lenta y paulatinamente esos sonidos que poco a poco parecían tener sentido.

“¿Quién soy?”, se preguntó finalmente, plegando sus alas, como si quisiera de alguna manera esconder lo que se le había revelado acerca de su verdadera naturaleza. De todas las preguntas que podrían haberle hecho, aquella era la peor. ¿Qué debería decirle a aquella humana? ¿Que era un ángel destructor expulsada de su reino? ¿O debería ir por lo seguro y decir la verdad a medias? No le gustaba estar allí, no le gustaba hablar con seres inferiores que para colmo no parecían temerle como debieran.

—¿¡Quién eres tú!? —preguntó Perla con valor y en un perfecto portugués. Era a ella a quien debían temer.

Extendió su brazo y, para sorpresa de los dos oficiales, agarró la empuñadura de un sable resplandeciente que había aparecido en el aire. Perla sonrió por lo bajo, era la primera vez que invocaba su arma. Al menos, su arma completa. Recordó que la tarde en que su maestro intentó enseñarle fue infructuosa. Como mucho, solo logró invocar el mango mientras la hoja daba peligrosas vueltas por el aire.

“¡Lo hice!”, pensó orgullosa, dando un sablazo al suelo para marcar una línea.

El corazón de Johan se había desbocado. En el momento que vio el arma, preparó su fusil de impulsos plásmidos y se adelantó varios pasos para proteger a su Capitana. No le importaba capturarla viva o muerta, esos extraños compuestos moleculares seguirían allí, ni le importaba la presión de su gobierno y la de prácticamente medio mundo; aquella mujer que admiraba estaba en peligro y no dudaría en tirar del gatillo.

—¡Johan, te he dicho que te quedes atrás! —Ámbar tomó la empuñadura de su espada en el momento que vio al ángel correr hacia ambos.

La joven Querubín aún estaba frustrada por no haber sido capaz de proteger al líder de la legión. No era una guerrera nata, lo sabía, y tal vez por haber estado en una pelea de ángeles se había acobardado. Pero enfrente solo había un par de humanos; demasiado inferiores, demasiado débiles, perfectos juguetes para desquitarse y demostrarse a sí misma que era hábil. No sentiría remordimientos si les hiciera recordar su lugar.

De un tajo, la muchacha partió en dos el arma de Johan. Le agarró la muñeca para tirar de su brazo, mientras que con el mango del sable martilleó, de arriba abajo, el brazo del joven. Un terrible crujido se oyó junto con un largo alarido. De una patada al estómago, la Querubín alejó violentamente al muchacho, quien cayó a varios metros de distancia, retorciéndose en el suelo.

Ámbar desencajó la mandíbula. El traje les daba fuerza de diez hombres, eso era una certeza. Los ángeles tenían aproximadamente la fuerza de doce hombres, aquello era solo una aproximación teórica debido a los análisis. Se sintió como una hormiga miserable bajo el escrutinio de un ser que probablemente, visto lo visto, triplicaba sus fuerzas.

Desenvainó su espada y la usó para protegerse del violento sablazo que la muchacha había pretendido asestarle. Apretó los dientes y forzó cada músculo del cuerpo para no ceder; aquella aparente joven era demasiado fuerte para ser verdad. Parecía que en cualquier momento su espada se rompería, por lo que activó la descarga eléctrica en su máxima potencia.

Desde lo lejos, todos contemplaron el fugaz brillo blanquecino que causó la espada, similar a un relámpago desplegando sus garras para rasgar al enemigo angelical.

—Sigues en pie —dijo Ámbar, viéndola retroceder varios pasos—. Un ser humano habría terminado inconsciente.

—¡Necesito volver! —gritó Perla con una mirada feroz que alojaba ojos húmedos.

—Pues lo siento mucho —respondió la mujer, guardando su espada en la espalda.

La joven sintió una garra fría ceñirse en su cuello. Alguien tras ella había lanzado lo que parecía ser un collar metálico y la fuerza del tirón hizo que diera varios pasos hacia delante; soltó su sable para agarrar la extraña argolla que se cerraba perfectamente. Su sangre empezaba a hervir al entender que trataban de capturarla como a un animal salvaje. Pero antes de girarse para ver quién había osado tratarla así, se desplomó sobre el suelo y sus ojos solo vieron oscuridad.

El Teniente Santos saltó del helicóptero y cayó en la azotea del Mirante do Vale, sujetando una bayoneta de acero, adornada con luces y visores varios a lo largo del arma. Miró al ángel, pero no le prestó demasiada atención y caminó hasta su camarada que había quedado herido. Estaba preocupado, si el helicóptero se hubiera posicionado mucho antes en el lugar correcto, nada de aquello hubiera sucedido. No obstante, sonrió en el momento que comprobó que, salvo el brazo doblado horrorosamente, el chico estaba bien.

—Venga, arriba —dijo agachándose para tomarle de su brazo sano.

—¿El Éxtimus? —preguntó Johan con la voz jadeante.

Ámbar se inclinó hacia el ángel y apartó los mechones rojos que cubrían la frente perlada de sudor de la muchacha. A sus ojos, era solo una niña, pero poseedora de una ferocidad inusitada. Notó que a Johan solo lo había desarmado y varias dudas la asaltaron. ¿Por qué querría perdonarle la vida y deshacerse solo del arma? ¿Acaso pretendía hacer algo similar con ella? Por lo que sabía, los ángeles no tendrían piedad de nadie, pero lo que vio en aquella azotea del edificio contrastaba con lo que conocía.

—Unos segundos más y no habríais sobrevivido —aseveró Santos.

—¿Tú lo crees así? —se preguntó ella, activando la hendidura del casco para desplegar su visera.

—Bueno… no me parece precisamente una paloma mensajera de amor —protestó el subordinado Johan, arrancando una carcajada de Santos.

—Lo que creo —continuó Ámbar— es que, si ella hubiera querido, estaríamos muertos desde el momento que saltamos del helicóptero. Es más fuerte de lo que hubiera imaginado.

—¿No te habrás encariñado con el pájaro, jefa? —preguntó Santos.

No respondió, sino que agarró al vuelo una pluma que revoloteaba frente a ella. “De todos los lugares en los que podrías haber caído, has tenido que parar justamente aquí”, se lamentó, guardándola en su puño. “Bienvenida a la jungla, ángel”.

Se sentó sobre una rodilla para cargar en sus brazos a la muchacha alada: era liviana, más de lo que hubiera esperado; tal vez volar se le diera fácil de esa manera, concluyó, levantando la mirada hacia el helicóptero que se acercaba.

Volvió a escuchar el suave sonido del aviso de sus superiores, quienes esperaban un reporte cuanto antes.

—Jefatura, tenemos al Éxtimus. La estamos llevando inmediatamente.

IV

Atardecía en la cala de un atestado Río Aqueronte donde no cabía ni una pluma más. Si antes fueron los extensos jardines los que estaban a rebosar de ángeles, ahora todos los miembros de la legión, guerreros o no, fueron al lugar para observar a los tres Dominios elegidos para la tarea encomendada por los Serafines: localizar y traer de vuelta a Perla lo más rápido posible.

Los ángeles le abrieron un pasillo para dar camino a Nyx, Hidra y Fomalhaut, quienes se enfilaban rumbo al Aqueronte con sus rostros serios y poco expresivos. Cada uno portaba el arma con la que mejor se desenvolvían: Nyx llevaba en su espalda un arco de caza, Hidra tenía enfundada una espada en su cinturón mientras que dos sables cruzados refulgían en la espada de Fomalhaut. Muchos se preguntaban, al ver al trío de ángeles plateados, si al menos sus corazones no apresuraban latidos. Abajo había un reino inexplorado y desconocido para ellos; además, abajo, probablemente, les aguardaba el temido ángel de las profecías.

Irisiel se había sentado sobre una alta rama de un árbol, alejada de la cala y rodeada de algunos de sus estudiantes. Estaba inquieta viendo cómo los Dominios avanzaban inexorablemente. Se inclinó ligeramente hacia adelante como un halcón que desea levantar vuelo; cuánto deseaba, muy por dentro, ser ella quien bajara para buscar y encontrar a Perla. Necesitaba hablar con ella, tal vez pedirle disculpas, tal vez, ahora que su maestro había desaparecido, ofrecerse como su tutora.

“Emocionalmente inestable”, se repitió para sí misma. Tal vez debía trabajar en eso también, pensó. Ella y el resto de la legión.

—Encontradla rápido —susurró. Se mordió los labios pues, ¿qué haría cuando la trajeran? Ni ella misma lo sabía, pero le parecía infinitamente mejor tenerla en los Campos Elíseos antes que en el reino de los mortales. Temía por ella… y temía por los humanos.

—Me pregunto en qué pensarán —dijo Durandal, suspendido en el aire, en otro extremo del lugar. Rodeado de algunos de sus estudiantes, experimentaba cierto nivel de celo viendo a los tres Dominios. Deseaba ser él quien atravesara el río para ir allá, a ese reino libre que tanto anhelaba.

Achinó los ojos al ver que tres hembras se interpusieron en el camino de los Dominios.

La rubia Zadekiel extendió sus alas y brazos para llamar la atención de aquellos ángeles de rostros impasibles. La sorpresa fue mayúscula, todos alrededor se preguntaron qué hacía la cantante principal del coro angelical interrumpiéndoles la misión. Para colmo con un rostro no muy amistoso. Tras ella, sus dos alumnas, Aegis y Dione, se ocultaban tras las alas de su maestra.

—¡Fomalhaut! —gritó Zadekiel.

—¿Qué deseas? –preguntó Fomalhaut, confundido, tanto como Nyx e Hidra.

—Cuando encuentres a Perla… —Zadekiel tomó respiración y lo fulminó con la mirada—. ¿Qué harás cuando la encuentres?

—¿Por qué me lo preguntas?

—¡Se trata de mi alumna! ¡Tengo la potestad de saberlo!

—Controla tus impulsos, ángel —interrumpió Nyx al notar el estado alterado de la hembra—. Estamos bajo las órdenes del Serafín Rigel.

—¿Ves, maestra? —susurró la tímida Aegis—. Si Rigel ha ordenado esto, no tenemos por qué temer. Él aprecia a Perla…

—Sí, mejor dejémosles continuar su camino —susurró Dione—. Que suficiente vergüenza estamos pasando a la vista de todos…

—¿¡Y qué harás tú, Fomalhaut!? —insistió Zadekiel.

—Pero, ¿cuál es tu problema con él? —le reprendió Dione—. ¡Hay otros dos Dominios también!

—Me debo al Serafín Rigel —Fomalhaut asintió seriamente.

—Ábrenos el paso, debemos continuar —agregó Hidra.

Pasaron a su lado, pero las dos alumnas podían sentir la tensión en el aire cuando Fomalhaut y Zadekiel se miraron brevemente a los ojos. Indiferente él, penetrante ella. “Te equivocas”, pensó la maestra, “si crees que me cruzaré de alas sabiendo que vas a por mi alumna”.

Los tres Dominios extendieron sus alas nada más pisar el agua y cronométricamente se elevaron sobre el Aqueronte mientras toda la legión los observaba con detenimiento. Tal vez, pensaban muchos, aún había tiempo para recomponer las cosas. Tal vez, pensaban otros, esto no era sino el comienzo de un gran problema.

Como saetas, los Dominios bajaron a velocidad frenética para entrar al río y desaparecer en un fugaz chapoteo.

—Maestra… discúlpame, pero… —Aegis dobló las puntas de sus alas mientras se armaba de valor—. ¿Por qué no confías en Fomalhaut?

—¡Hmm! Tengo mis razones, Aegis. Volvamos.

—No te ha convencido, ¿no es así?

—¡Para nada! ¡Dione, Aegis! Créanme cuando les digo que no me voy a quedar con las alas quietas.

Poco a poco los ángeles en la cala se dispersaban para volver a sus actividades, mientras que los estudiantes del Serafín Rigel descendían en la orilla para cerciorarse de que nadie cruzara el río. Durandal, a lo lejos, sonrió; se le hacía evidente que toda la seguridad montada era por él. Irisiel, al otro extremo, extendió sus seis alas para levantar vuelo y dirigirse a la gran biblioteca de las Potestades; debía hacer fuerzas para enfocarse en la legión que ahora dependía de los Serafines.

—No seas insensata, Zadekiel —se preocupó Dione, agarrando el ala de su maestra—. ¿Qué pretendes hacer?

La rubia se giró para mirar a sus dos preocupadas alumnas. Su ceño fruncido no se lo iba a quitar ninguno de los dioses, pensaban ellas. La maestra se acercó y, luego de mirar en derredor, les susurró:

—Voy a ir.

—¿A… adónde?

—¿A dónde más? Al reino de los humanos —asintió decidida—. Así que, ¿estáis conmigo?

Continuará.

Portada: Benlo

 

“La princesa Maga y sus cuatro sacerdotisas”. Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:
 

Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.
Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières… sus sacerdotisas que tambien se consideran sus esposas.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 
Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

PRÓLOGO.

Nunca me había creído una buena persona, es mas siempre me había considerado un cabrón insensible y carente de sentimientos que iba a lo suyo. Aunque había media docena de tipos que me tenían en buena estima, tengo que reconocer que pasaba de ellos y que lejos de considerarles amigos, para mí siempre habían sido meras herramientas para usar o desechar según el caso.
Nunca había tenido una verdadera relación y mis teóricas novias no pasaron jamás de coños donde descargar mis ganas. Aunque alguna de ellas llegó a enamorarse de mí y creer que yo le correspondía, todas y cada una de mis conquistas hoy ni siquiera me hablan. Para ellas soy un cerdo. Razón no les falta. A la gran mayoría les puse los cuernos y aquellas que tuvieron la suerte de no lucir una cornamenta a buen seguro tampoco me recuerdan con cariño porque en cuanto me cansaba de ellas, las echaba de mi lado sin contemplaciones.
Confieso que hijo de perra, capullo, maldito, egoísta y otras lindezas son apelativos que definían mi carácter y estaba orgulloso de ello. Es más siendo un trepa que no le importaba dejar cadáveres a su paso, subí rápidamente en la multinacional donde trabajaba y con menos de treinta años, ya era subdirector para España.
¡Joder! Me miraba al espejo y me ponía cachondo porque el cretino del otro lado era única persona que amaba en este mundo. Tenía pasta, era guapo, no me faltaban las tías… era un tipo afortunado.
Pero todo aquello cambió a raíz de un jodido ascenso, cuando revisando mi trayectoria los mandamases decidieron que podía hacerme cargo de llevar a buen puerto una enorme inversión que la empresa iba a hacer en África Central.
Allí empezó esta historia la cual dudo alguien se llegue a creer y todo ocurrió por un tonto del culo que creyéndose por encima del bien y del mal, actuó sin conocer antes la cultura de sus gentes….

CAPÍTULO 1

Mi llegada a ese país debía de haber advertido que no debía dar por sentado nada. Os confieso que hoy sé que a pesar de mis múltiples éxitos era un paleto con ínfulas de general y por ello no se me ocurrió pensar que en diciembre en esas tierras de Dios haría un calor insoportable. Todavía recuerdo que llevaba corbata al bajarme del avión, la cual tuve que quitarme aún antes de llegar a la terminal porque el termómetro marcaba más de cuarenta grados.
«Seré gilipollas», pensé mientras me quitaba el abrigo, la chaqueta, la bufanda y la corbata.
Mi segunda sorpresa fue verme rodeado de negros. Os reiréis pero a pesar de saber que el noventa y nueve por ciento de sus habitantes eran de esa raza, una cosa es saberlo y otra bien distinta es entrar a la terminal y ser el único blanco. La sensación de ser un bicho raro era una novedad lo suficiente incómoda para que al salir del aeropuerto con el traductor―chófer―hombreparatodo que la compañía había puesto a mi disposición estuviese cabreado.
«¡Quién cojones me creía al aceptar el puesto!», recuerdo que pensé al ir a por el coche con el sol africano golpeándome la nuca. Lo peor fue que al abrir la puerta del automóvil descubrí que el puñetero moreno no había tenido la precaución de guardarlo bajo una sombra y su interior era una sauna. Ni se me pasó por la cabeza meterme en ese horno sino que obligué al tal Pedro a encender el aire acondicionado y me encendí un cigarro mientras esperaba que se volviera habitable.
«¡Cómo me habré dejado convencer?», me lamenté mirando a mi alrededor y ver el lamentable estado del aeropuerto, «Solo hay pobreza».
Acostumbrado a la vida occidental y aunque me veía capaz de soportar cualquier prueba que el destino pusiera frente a mí, eché de menos mi apartamento de soltero, mis compañeros de juergas y mis putas.
«No tardaré en encontrarles un sustituto», sentencié apagando el pitillo contra el deteriorado asfalto.
Quince minutos después Pedro me avisó que ya podía subirme al todoterreno y para entonces, mi camisa ya estaba empapada de sudor pero no me importó porque vi como una liberación sentir el frescor que salía de los dispensadores del aire acondicionado, sin saber que tardaríamos tres horas en recorrer los cuarenta kilómetros que había entre la capital del país y el poblacho infecto donde tenía que terminar de negociar la compra de unos terrenos con el jefe tribal.
De haber sabido lo que se me avecinaba, me hubiese llevado al menos a un miembro de la embajada versado en la cultura de esa etnia pero como el exitoso ejecutivo que creía que era, no vi problema en enfrentarme a un iletrado subsahariano yo solo. En teoría iba a un mero trámite, mis jefes me habían puesto un precio máximo que podría pagar y no pensaba traspasar ese límite.
«Compro las tierras, vuelvo al hotel y mañana otra vez en España a esperar que empiecen las obras», me dije mientras miraba absorto la naturaleza de ese país.
Al llegar a esa aldea, a pesar del polvo de sus caminos y la miseria masticable de sus gentes, no pude de dejar de valorar el espectacular entorno donde la multinacional quería instalar la fábrica.
«Qué paraíso!», exclamé al ver la exuberante vegetación de esa franja de terreno pegado al lago Marahoue.
De buen grado me hubiese quedado horas admirando el paisaje pero como no tenía tiempo que perder si quería volver a dormir a la ciudad, azucé a Pedro para que me llevara con el tipo que íbamos a ver. Tal y como había previsto, el jefe del poblado resultó un viejo gordo, canoso y repugnante casi sin dientes que no paraba de gritar como si estuviera enfadado.
Extrañado por ese comportamiento, pregunté al traductor la razón de su cabreo y este me miró como si fuera un ser de otro planeta antes de contestar:
―Grita porque le considera un hombre importante y está demostrando con sus berridos la alta estima que le tiene.
«No se les pegó nada de los franceses», murmuré para mí y no queriendo que se sintiera menospreciado, a voz en grito saludé a mi oponente.
El gerifalte sonrió al oír la traducción de mi acompañante y llamándome, me pidió que me sentara a su lado mientras del interior de la choza nos sacaban unas viandas. Al interrogar al traductor cuando íbamos a hablar del asunto que me había llevado hasta allá, este contestó:
―La costumbre le obliga a honrar a su invitado antes de hablar de negocios.
Estuve a punto de vomitar al oler el hedor que manaba de varios de los platos que me pusieron en frente pero, no queriendo ofender a esa gente, probé de todos y cada uno de los guisos. Lo único que se salvaba era la bebida favorita de esa etnia, una especie de vino de palma que estaba realmente bueno. El sabor dulzón de ese brebaje escondía su alto contenido alcohólico y quizás por eso al cabo de dos o tres copas me atreví a piropear a las monadas que servían la comida.
El cretino de Pedro sin preguntar tradujo mis palabras al jefe y este soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo:
―No le recomiendo tontear con las mujeres de nuestro pueblo, son todas brujas.
Su respuesta me hizo gracia y señalando a una diosa de ébano que se mantenía al margen mirándome fijamente y que era especialmente guapa, repliqué:
―No me importaría caer bajo su embrujo.
Ahora sé que debía de haberme mordido un huevo antes de decir tal cosa pero la realidad es que no mentía porque la muchacha en cuestión tenía todo lo que me gustaba como hombre. Era alta, delgada, con pechos duros y un culo de ensueño. Para mi desconcierto, soltando una carcajada el africano me contestó:
―Eso se puede arreglar― y despidiendo a todos menos al traductor y a mí, comenzó las negociaciones diciendo: ―cuánto está dispuesto en pagar por mi heredad.
Con la lección aprendida, dejé caer exactamente la mitad de lo que mis superiores habían marcado como límite, sabiendo que esa cifra no era despreciable en términos occidentales pero en ese lugar debía ser estratosférica.
El viejo no pudo disimular su impresión ante tanto dinero pero como avezado negociador empezó a comentar que además del terreno, tenía que pagar el ganado que pastaba en sus prados, la cosecha de piña que estaba a punto de ser levantada, etc…
Cortando de plano su discurso, cometí el mayor error de mi vida al manifestar:
―Comprendo su inquietud y por ello, en compensación por el dolor que le supone desprenderse de su heredad, le cedería con gusto todo el ganado y los frutos de su trabajo sin descontar nada de su precio, quedándome todo lo demás.
Mi interlocutor al oírme, sonrió y levantándose me dio un abrazo para acto seguido llamar a gritos a todo el pueblo. La gente se comenzó a arremolinar a mí alrededor mientras empezaban a cantar.
―¿Qué coño pasa?― pregunté.
―Al comprar la heredad del jefe, automáticamente se ha convertido en miembro de la tribu y lo están celebrando― contestó el inútil de mi traductor.
En ese momento, la joven a la que había piropeado se sentó a mi lado y me cogió la mano. Algo en su mirada me puso los pelos de punta y extrañado por esa actitud interrogué a Pedro los motivos:
―Está demostrando su consentimiento al acuerdo.
―No entiendo― casi chillando respondí.
El nativo malinterpretó mi nerviosismo y bajando la voz, me explicó:
―En esta etnia, las mujeres son libres de aceptar o no al hombre que su padre a elegido para ellas, pero no se preocupe la hija del jefe está contenta con la decisión.
―¿De qué hablas? Yo solo he comprado los terrenos.
La sorpresa de Pedro fue genuina y acercando su boca a mi oreja, me soltó:
―A eso veníamos pero usted no negoció solo eso, sino el conjunto de la heredad y eso incluye todo― y viendo mi cara de pavor, aclaró: ―como usted ha renunciado previamente al ganado y a la cosecha, además de los terrenos se lleva a su primogénita.
―¿Me estás diciendo que he comprado a esta muchacha?
Indignado el moreno, protestó:
―¡En mi país está prohibida la esclavitud! Lo que ha hecho es pagar su dote― y bastante nervioso, bajó la voz al decirme: ―le aconsejo que no se eche atrás porque esta gente es belicosa y no aceptaran que rompa el acuerdo.
Durante un segundo estuve a punto de salir corriendo pero al mirar a mi alrededor y ver que no había forma de huir, me quedé sentado mientras no dejaba de echarme en cara lo inepto que había sido al ir al culo del mundo a negociar con una cultura diferente sin tener a mi lado a un experto.
―No hay problema― respondí al traductor mientras pensaba en lo fácil que me resultaría ya en España el anular ese matrimonio― ¡cumpliré con mi palabra!
Para mi desconcierto en un correcto español, Thema, mi teórica prometida susurró en mi oído:
―No tenía ninguna duda que lo harías. Llevaba años esperando a mi compañero y desde el momento en que te vi supe que la diosa te había elegido para mí.
Su voz a pesar de su dulzura, no estaba exenta de autoridad y todavía alucinado porque hablara mi idioma, pregunté cómo era posible que lo hubiese aprendido en ese lugar.
―Estaba predestinada a ti desde que mi madre tuvo una visión en la que la Diosa le ordenó que me mandara al colegio de los Padres Blancos a estudiar.
Sus palabras me parecieron una memez pero aun así agradecí que esa chavala hubiese pasado por esos misioneros, cuyo apelativo venía del color de su hábito, porque así podría comunicarme con ella en mi propia lengua y echando un ojo a la morena no pude dejar de certificar mi primera opinión: ¡era preciosa!
Para entonces se había improvisado una fiesta y siendo el centro de la misma, estábamos siendo agasajados con regalos que esa pobre gente no podía permitirse pero aun así nos lo ofrecían. Reconozco que al ver la humildad de esos presentes carentes de valor monetario, pensé en rechazarlos pero entonces apretando mi mano, mi prometida murmuró en mi oreja:
―Levántate y muestra la ilusión que nos hace el recibir esas baratijas. ¡Son todo lo que tienen!
No sé si fue la dureza de sus palabras o el hecho que tenía razón pero la verdad es que me vi impelido a levantarme y aunque me sentía ridículo, respondí dando un gran abrazo de agradecimiento cada uno de esos regalos.
«¿Qué narices estoy haciendo?», me pregunté en un momento dado al percatarme que realmente sentía una gran gratitud con esa gente.
Leyendo mis pensamientos, Thema comentó:
―Estabas muerto pero con mi ayuda te volverás digno de ellos.
Cabreado por el significado que escondían esa frase, la repliqué:
―Soy un buen hombre.
Sonriendo y sin alzar la voz, esa belleza contestó:
―Eso no es cierto y lo sabes. Hasta hoy solo has pensado en ti mismo pero eso va a cambiar. Junto a mí, llegarás a lo más alto pero también te convertirás en mejor persona.
Que esa niñata se permitiera el lujo de opinar sobre mí sin conocerme, me encolerizó y mirándola a los ojos, me enfrenté a ella. Os tengo que confesar que al hacerlo, me sumergí en sus negros ojos y con el corazón encogido, la espeté:
―¿Y si no quiero?
―Querrás y tu esposa estará orgullosa de ti.
La seguridad de su tono me hizo palidecer al darme cuenta que tenía que tener cuidado porque esa jovencita quería convertirme en su esclavo.
―No te preocupes, no es esa mi intención. Deseo todo lo contrario.
―¿Qué quieres?― respondí molesto por la facilidad que tenía esa cría en leer mi mente.
―Un líder justo, un compañero leal y un amante ardiente.
Enfadado hasta la médula y sin saber por qué, vi en sus palabras una agresión y por eso, de muy mala leche, respondí:
―Puedo ser lo último pero si quieres alguien fiel, ¡búscate a otro!
Mi exabrupto no consiguió escandalizar a la morena y acercándose a mí, me hizo saber lo equivocado que estaba al decirme mientras se acariciaba los pechos que después de casarme no me apetecería estar con otra.
Mi reacción me dejó impresionado porque al ver a esa mozuela haciendo gala de sus dones para provocarme no me pude retener y cogiéndola entre mis brazos la besé con una pasión poco propia de mí. Os confieso que a pesar de la presencia de la mitad de ese poblado al sentir la perfección de ese joven cuerpo a través de su ropa, me volví loco y comencé a magrearla con una desesperación que decía poco de mí hasta que muerta de risa, Thema me separó diciendo:
―Ahora no es el momento de demostrarme lo buen amante que eres. Seré tuya pero antes tienes que casarte conmigo.
Humillado por esa jovencita, me juré a mí mismo que por mucho que insistiera me abstendría de tocarla y que al menos esa noche, esa bruja dormiría sola pero entonces pasando su mano por mi alborotada entrepierna, la morena me soltó:
―No me importa. Llevo muchos años esperando al hombre que me haga mujer y puedo esperar para dejar de ser virgen. Primero tendrás que venir a mí rogando.
Escuchar de sus labios que esa preciosa hembra se mantenía incólume, me excitó de sobre manera pero aun así me mantuve firme en mi decisión de evitar a toda costa que esa muchacha se saliera con la suya.
Nuevamente y como si realmente conociera mis pensamientos, Thema me miró pícaramente y viendo que se acercaba el chamán que nos iba a casar, murmuró en mi oído:
―Recuerda, llegará la noche que buscarás mis caricias.
Saber que esa preciosidad nunca había estado con un hombre y que estaba decidida a estrenarse conmigo, me dejó sin palabras y por su causa poco os puedo decir sobre la ceremonia que no sea que todo el mundo mostró una extraña devoción a la madre de mi novia y que compartimos un extraño guiso del mismo plato mientras el resto nos miraba con satisfacción. ¡Estaba demasiado ocupado pensando en el lío en que me había metido!
Mi turbación se incrementó a niveles insospechados cuando, al ritmo de los tambores, un grupo de jovencitas sacó a bailar a la que ya era mi esposa.
«No es posible», murmuré al quedarme hipnotizado por el modo que se movía en la improvisada pista. Incapaz de desviar mi mirada, mis ojos quedaron prendados al contemplarla bailando para mí mientras su séquito la animaba con las palmas.
Nadie me lo dijo pero comprendí que estaba ejecutando una danza ancestral en el que me ofrecía sus caderas, sus pechos y toda ella como tributo a nuestra unión. Es más reconozco que todo mi ser, todas mis neuronas se vieron afectadas por el erotismo de sus movimientos antes que me diera cuenta que bajo mi pantalón mi pene había despertado.
¡Ni siquiera lo pensé! Y pegando un rugido, me levanté a darle caza. En ese momento, me sentía un felino y dominado por el espíritu del león, supe que ella era mi hembra.
No me preguntéis como sabían que iba a verme subyugado de tal forma pero cuando estaba a punto de llegar a mi presa, dos gigantescos indígenas se pusieron enfrente e intentaron detenerme. Todavía hoy no lo comprendo pero al sentir que eran un obstáculo, los ataqué con saña. Usé mis manos, mis piernas, mis dientes hasta que atemorizados se retiraron dejándome vía libre para ir por mi botín.
Si creéis que Thema se había puesto nerviosa al ver mi agresividad, os equivocáis por que al llegar a su lado me sonrió y tomándome de la mano, me llevó frente a la esposa del jefe y le dijo:
―Madre, este hombre ha sido capaz de luchar por tu hija.
He de decir que no entendía nada pero también que cuando levantándose de su silla esa mujer me miró, me sentí pequeño en su presencia pero al oírla hablar comprendí el por qué todos ese pueblo la adoraba. Su voz tenía el poder subyugante de la de su retoño pero magnificado por mil.
―¿Qué ha dicho?― pregunté.
―Que la Diosa ha hablado y que te encuentra digno de ella. A partir de este momento, eres su elegido y ella encarnada en mí es tu mujer y tú eres su marido― emocionada tradujo la muchacha y saltando a mis brazos, me besó con pasión mientras repetía una y otra vez el mismo mensaje: ―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
El placer con el que recibí esa condena de por vida me dejó impactado porque no en vano jamás había entrado entre mis planes casarme y menos con una desconocida por muy buena que estuviera. No me reconocía en el imbécil que babeaba al lado de esa morena y por ello haciendo un esfuerzo sobrehumano, dejé de besarla y casi pidiendo perdón no fuera a verme demasiado ansioso, viendo que la fiesta había acabado, pregunté a mi ya esposa dónde íbamos a pasar la noche.
―¡Donde va a ser!― exclamó escandalizada― En la casa de mi marido.
Avergonzado, tuve que reconocer que no tenía ninguna porque había llegado ese mismo día a Costa de Marfil y no había tenido tiempo de alquilarla.
―Si la tienes― contestó: ― Al casarte conmigo y como mi madre sabía que íbamos a vivir en la capital, en calidad de dote te ha regalado una.
Imaginándome el tugurio, estuve a punto de decirle que no hacía falta, que podíamos ir a un hotel y que entre mis retribuciones, mi empresa se encargaría de pagarme una vivienda digna pero viendo su alegría preferí quedarme callado y solucionar ese tema a posteriori.
«Será solo una noche», sentencié sin advertir que quizás por primera vez en mi vida había pensado en otra persona en vez de en mí.
Por enésima vez en pocas horas, los hechos me sobrepasaron porque cuando ya estaba subiéndome el coche que me había llevado hasta ese remoto lugar, escuché a Thema decirme:
―¿Piensas dejar mi coche con mis cosas aquí?
Al girarme, vi un enorme todoterreno último modelo saliendo de detrás de las chozas. Si de por sí tamaño vehículo no me cuadraba con la supuesta humildad de esa gente, lo que realmente me dejó descolocado fue ver que en el que había venido se subían cuatro de las jóvenes que habían servido el banquete. No sabiendo qué narices hacían, se me ocurrió comentar que si las íbamos a acercar a algún lugar.
―Son mis damas de compañía. Donde yo voy, ellas vienen conmigo.
«Joder, con la señorita. No le basta con una chacha, ¡necesita cuatro!», pensé anotando ese detalle en la agenda de temas a discutir tras lo cual entré en la moderna bestia con ruedas propiedad de esa extraña y desconocida mujer.
La morena esperó a que me acomodara a su lado para ordenar al chofer que arrancara, tras lo cual se pegó a mí diciendo:
―Sé qué todo te resulta nuevo y que tienes dudas pero te aseguro que te haré feliz.
―¿Cómo lo sabes?― pregunté afectado al oler la fragancia natural que manaba de la muchacha mientras intentaba que no notara lo mucho que me atraía.
Muerta de risa y apoyando su cara contra mi pecho, contestó:
―Me lo ha dicho la diosa.
En el poco tiempo que la conocía, lo único que tenía claro de esa belleza es que veía en todo un designio religioso y aunque el ateo que había en mí se rebelaba ante tanta superchería, preferí quedarme callado y disfrutar de la grata sensación de tenerla entre mis brazos.
―Créeme cuando te digo que seremos dichosos juntos― murmuró cerrando los ojos.
Minutos después comprendí que se había quedado dormida cuando el conductor no pudo esquivar un bache del camino y tuve que retenerla con una mano. Mano que desgraciadamente se posó en su pecho, al darme cuenta no pude ni quise retirarla al saber que jamás había tocado algo tan perfecto.
«Esta niña me va a volver loco», reconocí mientras aprovechaba para acariciar esa belleza.
Aun sabiendo que me estaba sobrepasando, no fui capaz de parar y sopesé entre mis dedos su tamaño y dureza antes de dar otro paso.
«Dios, ¡cómo me gusta!», murmuré entre dientes al rozar con mis yemas su pezón, el cual no permaneció impávido y nada más sentir ese roce se irguió bajo su vestido.
Envalentonado, lo estuve toqueteando durante unos minutos hasta que ya excitado decidí que con eso no me bastaba y viendo que se le había subido la falda, bajé mi mano por su cuerpo hasta una de sus piernas. La suavidad de su piel fue el aliciente que necesitaba para continuar y mientras mi mente trataba de restablecer mi cordura, fui recorriendo sus muslos con mis yemas.
―Eres malo― ronroneó ya despierta al saber hacía donde dirigía mis caricias y lejos de recriminar mi osadía, la alentó separando sus rodillas mientras me decía: ―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
Que repitiera era frase como si fuera una oración, no consiguió desviarme de mi objetivo y posando mis dedos sobre el coqueto tanga que llevaba, localicé el botón escondido entre sus pliegues para acto seguido comenzar a acariciarlo.
―La diosa me ha bendecido― gimió en voz baja al experimentar quizás por vez primera el contacto de unos dedos que no fueran los suyos con esa sensible parte de su anatomía y cediendo a sus impulsos, empezó a mover sus caderas al ritmo que mis yemas mimaban su clítoris.
Para entonces todo mi ser estaba concentrado en darle placer y viendo su entrega, me permití el lujo de apartar con mis dedos el último obstáculo que me separaba de su sexo. Thema al sentir que esas caricias se repetían ya sin la presencia de la tela, suspiró calladamente y mirándome a los ojos, me rogó que continuara.
―Disfruta― susurré en su oído mientras reiniciaba el asalto sobre su erecto y empapado botón.
Estuve tentado de hundir mi cara y que fuera mi lengua la que recorriera esas tierras inexploradas pero la presencia del conductor me lo impidió y por eso tuve que contentarme con torturar dulcemente a esa extraña y bella mujer cómodamente aposentado en el sillón trasero del todoterreno.
«¿Qué me pasa?», me lamenté al saber que estaba haciendo exactamente lo que no debía mientras todas las células de mi cuerpo ardían por la lujuria.
Mi calentura era tan brutal que olvidando mis reparos, introduje una de mis yemas en el interior de su sexo y comencé a moverlo de fuera a adentro y de dentro a afuera como si me la estuviese follando.
«Se va a correr», adiviné al notar que Thema parecía sufrir los embates de una descarga eléctrica. Tal y como preveía, esa muchachita no tardó en retener las ganas de gritar al sufrir un gigantesco orgasmo.
Tampoco a mí me resultó fácil experimentar cómo mis dedos se impregnaban con la pringosa prueba de su placer e incrementando mis toqueteos, la llevé a la locura mientras mi pene se alzaba bajo el pantalón y me pedía que la tomara. En vez de ello, me tuve que conformar retirar mi mano de su entrepierna y llevándola a su boca, ordenar que lamiera mis dedos cuando en realidad deseaba que devorara otra cosa.
La morena no solo me obedeció sino que sacando la lengua, simuló que me hacía una mamada. Al verla comportándose como una puta, casi me corro y fue entonces cuando comprendí lo difícil que me sería evitar que esa noche fuera hasta su cama rogando porque me hiciera un sitio.
Una vez repuesta, se arregló la ropa y sonriendo, murmuró en mi oreja:
―Gracias, por hacer que yo disfrutara sin pensar en ti.
Si ya de por sí fue duro darme cuenta que tenía razón y que algo estaba cambiando en mi interior al anteponer su felicidad a mi lujuria, lo peor fue volver a oír de sus labios la puñetera letanía que me recordaba mi condena:
―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
«No habrá eternidad ni siquiera otra próxima vez, ¡tengo que librarme de esta loca!», sentencié y girándome, me puse a mirar por la ventana.
Nuestro todoterreno y el que conducía Pedro avanzaban lentamente sobre el camino de tierra. El polvo que levantaba el jeep que nos precedía me dificultaba y mucho la visión pero el paisaje que conseguía vislumbrar era sumamente agreste, montañas y valles escarpados, ausencia de humedad y pobreza por doquier.
Aunque había pasado por esa carretera al ir hacia el poblado, no la recordaba. Por la mañana me había parecido una zona olvidada por la civilización pero sin más. En cambio en ese momento cada paraje me parecía más duro que el anterior y sin saber porque me empecé a indignar, echando la culpa de su miseria a la dejadez de sus dirigentes.
«Esta gente necesitan un guía que se preocupe por ellos e inversiones. Si occidente invirtiera una mínima parte de lo que gasta en armamento, esta tierra podría ser un paraíso», pensé mientras las curvas se sucedían unas a otras sin pausa.
De pronto a la salida de una de ellas, el chofer tuvo que frenar para no atropellar a una mujer tirada en el suelo. Estaba todavía intentando comprender qué había pasado cuando abriendo su puerta, Thema salió a socorrerla.
―¡Qué haces! ¡Puede ser una trampa!― grité alarmado por si todo era una treta para que paráramos.
La insensata muchacha obvió mi protesta y auxilió a la herida sin darse cuenta que contra una valla había dos militares armados con Kalashnikov. Yo en cambio sí me fijé y temiéndome lo peor intenté llevarla de vuelta al coche.
―Déjame, ¡esta mujer necesita ayuda!― sollozó al sentir que la levantaba del suelo.
―Es peligroso, hay gente armada― comenté esperando que al verlo ella misma entrara en razón.
―Me da igual, es mi deber el cuidar de mi pueblo― insistió y zafándose de mí volvió junto a la mujer.
Para entonces Pedro ya se había bajado y quizás más asustado que yo, me avisó que no era bueno auxiliar a esa musulmana, no fuera a ser que los militares nos tomaran por unos rebeldes del norte. Yo ni siquiera había caído en su velo pero al recordar que había leído que existía un foco de rebelión islamista en esa zona, decidí que quisiera o no me llevaría a la muchacha de ahí y por eso cogiéndola en brazos, separé por segunda vez a Thema de la herida.
Ya la había metido en el todoterreno cuándo mirándome con los ojos plagados de lágrimas, me rogó:
―No podemos dejarla ahí, esos bestias la matarán.
Su insistencia me desesperó y siendo al menos tan majadero como ella, volví a por la mujer para subirla al coche. Afortunadamente para mí, los tipos con metralletas se tomaron a risa que un blanquito se dignara a manchar su ropa con la sangre de una de su clase y no tomaron represalias.
En cambio, yo al sentarme en el asiento del copiloto porque el mío estaba ocupada por la musulmana, me giré para pegarle una sonora bronca a la muchacha:
―¡Podían habernos matado! ¿En qué coño pensabas?
―Sabía que la Diosa me protegería y que tú me ayudarías― respondió levantando su mirada un instante para acto seguido volver a cuidar a la herida.
―Definitivamente estás loca― rezongué con un cabreo del diez mientras ordenaba al conductor que acelerara y nos alejara de esos dos indeseables…

 

Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (18)” (POR JANIS)

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herederas3Una dama con clase.

Sin títuloNota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

― Ups… lo siento… ¡De veras que no quería molestar!

Las disculpas de Calenda surgían apelmazadas de su boca. Aún solo con el resplandor del móvil, era posible advertir sus mejillas ruborizadas. Su mente le clamaba por dar media vuelta y marcharse de esa escena tan bochornosa, pero su cuerpo se quedó allí, inmóvil, con los ojos clavados en la boca de Alma, aún manchada de semen, hasta que Cristo le pasó un pañuelo para que se limpiara.

Acabó parpadeando y escapando de aquel extraño trance que la había convertido en una estatua. Murmuró algo y se marchó, dejando a la pareja un poco de intimidad para que se adecentasen.

¡Alma le estaba haciendo una mamada a Cristo! ¿Desde cuando esos dos…? ¡Y lo peor de todo! ¡Le había visto el pene a su amigo!

En una ocasión, el gitano le había hablado de su problema de crecimiento y de cómo había incidido en su vida de una forma brutal. Nunca creyó que fuera de aquella manera… tan pequeña… era como la de un niño. Como un relámpago, una idea pasó por su mente. ¿Sería tan suave también? Su vista dio un vuelco, haciendo que se tambaleara. Se apoyó contra una columna. Había bebido demasiado.

Alma y Cristo surgieron de detrás del cortinaje. La pelirroja besó al gaditano en la mejilla y le hizo un gesto de despedida a la modelo, marchándose. Cristo se acercó hasta ella y Calenda trató de esconder el rostro, cosa que, por supuesto, le fue imposible.

― Perdóname, Cristo. Cuando me dijeron que os habían visto meteros tras las cortinas, pensé que estabais hablando en más intimidad… lo siento… no imaginé que… – explicó ella atropelladamente.

― ¿…que me la estuviera chupando?

― Si – dejó escapar en un suspiro.

― Calenda, mírame… A pesar de todas las evidencias, tú jamás has creído que yo tuviera una vida sexual, ¿verdad? – le preguntó Cristo, a bocajarro cuando ella cruzó la mirada.

La modelo apartó la mirada, de nuevo roja de vergüenza.

― Yo… yo…

― Sé sincera, Calenda, me lo merezco.

― Está bien – dijo, dejando caer las manos sobre sus muslos. Quedó algo encorvada, apoyada contra la columna metálica. – Me has hablado de tu “problema”. Luego, te he visto con Chessy y te portabas con ella como con todas nosotras: atento, solícito, chistoso, y encantador… Creía que esa era tu forma de estar con una mujer.

No podía decirle que le consideraba un Peter Pan, un hombre con alma de niño, que nunca crecería ni aceptaría su papel de adulto. Pero lo que había visto allí detrás, rompía ese esquema por completo.

― Creo que, a veces, no me escuchas ni siquiera, Calenda – contestó Cristo, con voz dolida.

― ¿Podemos hablar fuera de aquí? No me encuentro muy bien y me gustaría sentarme… por favor…

― Te llevaré a tu casa – le dijo él, poniéndose a su lado para que ella se apoyase en su hombro.

― Gracias…

En el interior del taxi, Calenda volvió a disculparse y Cristo agitó la mano, restándole importancia. Lo hecho, hecho está, dijo.

― ¿Desde cuando…? – quiso saber la modelo.

― Ha sido algo puntual, que ha surgido esta noche. Solo somos amigos.

― Ah… ¿Sabes? Por un momento, me sentí celosa…

― ¿Qué? – se asombró el gitano.

― Estoy tan acostumbrada a tenerte a mi lado, para aconsejarme, para escucharme, para divertirme, que cuando vi a Alma allí, arrodillada, quise levantarla tirándole del pelo.

― Bueno, supongo que sería la sorpresa.

― Si, puede ser. ¿Has estado con más chicas de la agencia?

― Si, con la Dama de Hierro.

― ¡Ppppppffffffffffffff! – se tapó la boca Calenda, ahogando la risa.

― Se dice el pecado, no el pecador – la amonestó Cristo, agitando uno de sus deditos ante ella.

― Vengaaaa… porfaaaa…

― De la agencia no, solo Alma, esta noche. Déjenos aquí, por favor.

El taxi les dejó a una manzana del apartamento que compartían May Lin y ella. Antes de subir a éste, Cristo quería saber si las cosas estaban bien entre ellas.

― Me han comentado que May Lin y tú habéis discutido. ¿Quieres hablar de ello?

― Solo es una tontería…

― ¿Seguro? ¿Quién era aquel tipo? ¿Un antiguo cliente?

El bello rostro de Calenda se demudó, cogida en falta. No se esperaba aquella perspicacia de Cristo.

― ¿Cómo…? ¿Quién te ha dicho…?

Cristo meneó la cabeza; se sintió disgustado por lo que eso significaba. Se detuvo ante la puerta del edificio donde vivía la modelo. Calenda se había quedado parada en la acera, algunos metros más atrás, digiriendo la sorpresa.

― Cristo… no es lo que te piensas… bueno, en un principio si, pero…

― No hace falta que te justifiques, Calenda. Es tu vida. Pero creí que ya que tu padre está en la cárcel y que no te puede controlar, dejarías todo eso…

― Por favor, déjame que te lo explique. Es más complicado de lo que parece. Podemos subir y tomarnos un té, como antes. Añoro esas simplezas…

― Está bien – repuso él, relajando la expresión de su rostro. – Un té nos sentará bien.

Calenda comprobó, al soltar las llaves sobre la mesita de la entrada, que las llaves de su compañera estaban allí. Mientras se despojaba de su chaquetita, echó un vistazo en el dormitorio. May Lin estaba acostada en su lado, dándole la espalda. Calenda suspiró, pero se dijo que esa sería una tarea para el día siguiente. Regresó a la gran sala que hacía tanto de sala de estar, comedor, y cocina, encontrándose a Cristo sentado en una de las sillas, con los codos clavados sobre la mesa y las manos unidas por la punta de los dedos. Parecía estar perdido en sus reflexiones.

Sacó la tetera, la llenó de agua, y la puso sobre uno de los calentados eléctricos. Calenda suspiró de nuevo y se sentó al lado del gitanito, temiendo mirarle de frente.

― Ese hombre era un antiguo cliente, como has adivinado. Es un tipo rico de mi país, con el que he estado más veces. en esta ocasión, venía con su ahijado, deseando montarse una fiesta. Estuvo llamando al teléfono de mi padre, pero ese número ha sido dado de baja – dijo en un murmullo.

― Y te encontró en la fiesta…

― Si, así es. May, a quien también se lo he contado todo, se dio cuenta enseguida de lo que pasaba, e intentó interponerse. Temí por ella, te lo juro. No sabe como se las gasta ese tío.

― Y discutiste con ella.

― Tuve que hacerlo. No podía explicarle nada delante de Alma y de Mayra. May no supo entender lo que pretendía hacer y se enfadó, marchándose de la fiesta. Finalmente, pude sacar a ese hijo de puta de la fiesta, antes de que las demás chicas sospechasen algo raro. Pero, una vez en la calle, le dejé muy claro que ya no me dedicaba a eso, que mi padre estaba en la cárcel.

― Hiciste bien.

― ¡Pero el tipo no quiso saber nada de eso! Me quería en su cama por todo lo que mi padre le debe y se puso un tanto violento.

― ¿Qué ocurrió, Calenda? – las finas cejas de Cristo se arquearon con fuerza, amenazando tormenta.

― Nada, Cristo, solo me magreó un rato, entre risas, mientras me preguntaba en que cárcel se encuentra mi padre. Su ahijado salió de la fiesta apenas quince minutos después…

“Después de que Mayra lo rechazara.”, pensó Cristo. Todo coincidía.

― Después subí de nuevo a la fiesta. No quería levantar sospechas. Pero no encontré a las chicas. Cuando empecé a preguntar, me dijeron que tú y Alma estabais detrás de las cortinas y… pasó lo que pasó…

― Si – sonrió Cristo.

― ¿Qué es lo que pasó?

Cristo y Calenda se giraron al mismo tiempo. May Lin se encontraba apoyada contra la alta nevera. Su menudo cuerpo estaba cubierto por una camiseta de los Sex Pistols, aunque mostraba una minúscula porción de su braguita al tener el brazo izquierdo acodado sobre el lateral del frigorífico. En ese instante, se inició el silbido de la tetera. May apagó el calentador y añadió una taza más a las dos que ya estaban preparadas sobre la encimera.

― Me gustaría saber lo qué me he perdido en la fiesta – iteró mientras repartía las tazas.

― ¿Sigues enfadada? – preguntó Calenda con un delicioso mohín.

― Sabes que no puedo enfadarme contigo. Además, he escuchado todo lo que le has dicho a Cristo – le susurro la chinita, inclinándose sobre ella y mordisqueándole la oreja. — ¿Tengo que preguntarlo otra vez? – esta vez se giró hacia el chico.

― Calenda sorprendió a Alma haciéndome una… felación.

― ¿Una mamada? ¡No jodas! ¿Al final se ha decidido?

― ¿Cómo que se ha decidido? – inquirió Calenda, enarcan una ceja. — ¿Qué es lo que sabes tú?

― Bueno, Alma, en más de una ocasión, ha bromeado diciendo que cualquier día se lo iba a comer de una sentada – dijo la chinita, con algo de sorna.

Cristo y Calenda se miraron, atónitos. May aprovechó para escanciar el agua hirviendo en las tazas y cubrir las bolsitas de té.

― ¿Y tú les sorprendiste? Menuda cara se te tuvo que quedar – rió quedamente. Se dirigió a Cristo, señalando a su compañera. — ¿Sabes que te tiene en una especie de pedestal beatificado? Hasta apostaría que cree que no cagas como los demás humanos.

― ¡May Lin! – exclamó Calenda.

― Upsss… que carácter.

Cristo sonrió de forma interna, contento con cuanto estaba descubriendo esa noche sobre Calenda y sus motivaciones, sobre lo que sentía por él. Pero aún así, eran respuestas a unos sentimientos platónicos, que la convertían en una inmejorable amiga. ¡Él no deseaba eso! Bueno, si, pero quería algo más… ¡quería besarla! ¿Conseguiría eso alguna vez? Su demonio interno le aseguró que si, que solo debía esperar y manipular. La prueba la había tenido esa misma noche. Jamás pensó que Alma se prestara a mamársela. ¡Ni en mil años!

Y mientras pensaba en todo ello, se dio cuenta de que tenía la oportunidad delante. Esa noche debía de ser la que iniciara una nueva estrategia, con nuevos aliados. Calenda y May Lin estaban demasiado unidas como para conseguir a la modelo venezolana, sin contar con el beneplácito de su compañera. Tenía que integrarla también, manipularla para que se convirtiera en un apoyo y no en un escollo.

“Ánimo, caló, que tú puedes.”, se palmeó él mismo la espalda.

― ¿Puedo dormir con vosotras esta noche, chicas? Es muy tarde para volver a casa…

“Si cuela, cuela…”

______________________________________________

Cristo llamó al despacho de miss P. con los nudillos. La puerta solo estaba entornada. Dentro, Priscila y Candy revisaban las críticas especializadas a la semana de la moda. Fusion Models Group había aprobado con nota, por su alta participación y la profesionalidad de sus modelos. Entre ellas, destacaban, además de las clásicas encumbradas, la joven venezolana Calenda Eirre, a quien auguraban magníficas oportunidades. Así mismo, este año prestaron especial atención a una “rookie” que venía pisando con mucha fuerza: Zara Buller.

La jefa esgrimía esa crítica en particular, con tal orgullo que parecía que se estaba refiriendo a su hija y no a la chica que calentaba su cama. Aún así, desdeñando esos sentimientos encontrados que Cristo esgrimía hacia su jefa, se alegró un montón por su deliciosa prima.

― Pasa, pasa, Cristo – le indicó miss P.

― Señora, jefa…

― La señorita Candy me ha dicho que hay que preguntarte si aceptas algunos “trabajitos”.

A Cristo no le hizo ninguna gracia aquel retintín, pero se tragó la contestación que pugnó por salir de su boca.

― Verás, Cristo – la jefa tomó la palabra –, el consejo de administración ha elegido un nuevo presidente, uno de los socios inversores, y hay que instalarle un nuevo software para que pueda acceder al servidor desde su casa. Ya sabes que esos programas son exclusivos de la agencia, así que no quiero que ningún cerebrito de fuera meta las narices. Bastante hay ya con los hackers que pululan en esto…

― Comprendo, jefa. ¿Quiere que yo vaya a instalarle el directorio nuevo?

― Exacto, Cristo. No tengo ni idea de que es lo que te encontraras como sistema operativo, o lo que puedes tardar en enseñarle a manejar los nuevos programas. Es un hombre de la “vieja escuela”, digamos…

― Me hago cargo – sonrió Cristo.

― ¿Te parece bien?

― Si, jefa.

― Bien, perfecto. Tómate tu tiempo y haz un buen trabajo, tardes lo que tardes. Te alojaras en su casa.

― ¿Tan lejos está?

― En Southampton, en la ribera oeste del lago Agawan – indicó miss P.

Cristo repaso sus mapas mentales. Nunca había estado en los Hampton, pero las chicas si, con la campaña del calendario de Odyssey, así que asimiló también esa parte de Nueva York.

“¡Coño, eso es el meollo del distrito para ricos!”, descubrió. “Me haré el remolón para pasar un par de días allí.”

Cuando Cristo regresó al mostrador, Alma se dio cuenta de la sonrisita que curvaba sus labios. Necesitada siempre de un buen chisme, le pinchó hasta que Cristo vomitó cuanto sabía.

― ¡Joder, que suerte! – exclamó ella.

― No te creas que voy a broncearme. Voy a instalar unos putos programas de ordenador que hasta un niño de diez años sabe manejar. Seguramente habrá uno de esos estirados ricos, viejo y aburrido, mirando todo el rato por encima de mi hombro.

― Bueno, pero estarás en los Hamptons.

― Lo único que espero es que me den bien de comer, y no me pongan a comer una hamburguesa en la cocina, como un apestado.

― Tranquilo, nene, que te sacarán la vajilla de los domingos – bromeó ella.

― Bueno, me conformo con que tengan criada y esté buena.

― Vicioso.

― Pelirroja.

Mientras Cristo metía en un maletín los discos necesarios para mejorar, actualizar, y posiblemente limpiar, el sistema operativo que encontrase, Alma le daba ciertas recomendaciones para llegar a los Hamptons. Cristo la besó en la mejilla, le pellizcó con descaro un muslo, y se marchó al loft a llenar una mochila con una muda de ropa, el bañador, por lo que pudiera pasar, una toalla y gel, así como unas chanclas. Tomó algo de dinero y dejó una nota para Faely, diciéndole que no sabía cuando regresaría, pero que la llamaría por la noche. Se sentía algo preocupado por su tía, parecía languidecer últimamente, aislada de la vida de todos. No es que nadie le hiciera el vacío, pero los acontecimientos de las últimas semanas habían distraído bastante a Cristo y, por otra parte, Zara aparecía cada vez menos por el loft.

Tomó el metro hasta Jamaica, donde hizo transbordo al Power Montauk, un tren de alta velocidad que cruza todo Long Island, hasta el final de la alargada isla. El trayecto, de casi tres horas, no estuvo mal. Pusieron películas y repartieron aperitivos y refrescos. Además, el vagón era cómodo y bien climatizado. Cristo se relajó y admiró el paisaje. En verdad, a medida que recorría Long Island, se sentía en otro mundo.

Sin embargo, al dejar atrás los cuatro aeropuertos (¡cuatro!) que bordeanla ReservaEstatalBarrens, con sus enormes pinares, la cosa cambió a otra liga. Entrar en Westhampton era toparse con grandes terrenos privados, enormes mansiones, accesos privados, y helipuertos en cada esquina. A partir de ahí, solo hacía que mejorar, añadiendo excesos y fantasías caprichosas al lujo y la extravagancia que ya imperaba.

La pequeña terminal, junto con el largo andén techado, se encontraba en medio de la población, concretamente en la avenida Powell. A ambos lados de la estación se extendía una pequeña zona industrial, en la que destacaban un par de campanarios de iglesias nuevas y los grandes aparcamientos abiertos de unos supermercados.

Cristo tomó un taxi al salir de la terminal, pues no tenía ni idea de donde se encontraba el lago Agawan. Resultó no estar lejos de la estación, pero el acceso era complicado, pues solo había dos entradas al lago, que resultó ser un vasto complejo privado. Cuando el taxista le dejó en la entrada de la finca, se topó con una gran verja y un sistema de comunicación de video. Pulsó el botón y una voz femenina y juvenil le preguntó el motivo de su visita y le pidió que se identificase. Lo hizo, colocando su tarjeta de la agencia ante la cámara. La verja se abrió con un sonoro zumbido y Cristo se colgó la mochila, echando a andar hacia la distante mansión.

Como la gran casa se veía desde la entrada, no había pérdida, pero no pudo imaginar lo grande que era la finca, ni lo lejos que estaba la casa. Estuvo caminando unos buenos quince minutos hasta llegar a la plazoleta central, en la cual se levantaba una grandiosa fuente, con estatuas de sirenas y tritones. La mansión, vista de cerca, le resultó increíble, digna de una finca noble de Inglaterra. Tejados de pizarra, abuhardillados, bajo los cuales se ubicaba el segundo piso; el primer piso parecía tener una altura superior, o al menos así lo hacían pensar las enormes ventanas que se abrían a la fachada. El piso superior solo disponía de las pequeñas ventanitas que se abrían en los antepechos de las diferentes aguas del grandioso tejado.

El piso bajo se abría en grandes espacios acristalados, en su mayoría, salpicando las grandes cristaleras con magníficas vidrieras de colores. En ese momento, una chica uniformada surgió de lo que parecía la entrada principal.

“Pues SI tienen criada y parece que está buena.”, se dijo con humor.

Al acercarse, Cristo comprobó que era bastante joven, una veintena escasa de años, morenita y de sonrisa simpática. El uniforme era rosa y blanco, a medio muslo, y con encajes en las mangas cortas. Todo un merengue con cofia y todo. El cuerpo de la chica no destacaba demasiado con ese uniforme, o bien podía ser que fuera delgadita y menudita.

― Hola, buenos días. Creo que me están esperando – informó Cristo, entregando la nota que Candy le facilitó.

― Hola – le sonrió la chica, con una radiante sonrisa que mostraba unos dientes pequeñitos y parejos. – Acompáñeme. Avisaré a la señora.

“¿La señora?”

La doncella le llevó hasta un amplio salón con chimenea y todo, sobre la que presidía el cuadro de un caballero muy pulcro y sesentón, que Cristo supuso sería el nuevo presidente de administración. Aquí y allá, pudo ver fotos del mismo hombre, acompañado de una mujer muy elegante, de unos cuarenta años.

La misma que carraspeó detrás de él, para llamar su atención.

― Perdóneme por fisgonear, pero me atrajo la atención una belleza como la suya, madame – se excusó, tomando la mano de la señora con rapidez, dejándola boquiabierta con el exquisito trato.

― ¿E-eres el es-especialista de la agencia? – balbuceó la señora, tuteándole por creerle muy joven.

― Así es. A su servicio, pero… debía entrevistarme con su esposo, ¿no es así?

― Si, en un primer momento, él es quien ha sido nombrado presidente administrador, pero ha tenido que viajar a Washington con urgencia y tardará unos días en regresar.

Cristo arrugó levemente la nariz al escuchar el contratiempo. Debería volver a Nueva York tras instalar los programas. Ya le llamarían cuando el presidente regresará y necesitara explicaciones sobre cómo manejar todo.

― Pero decidió dejar que yo misma me ocupara de todo lo concerniente con la moda – sonrió la mujer, sentándose en uno de los blancos sillones, indicando que Cristo hiciera lo mismo. – Mi marido no es hombre de desfile ni tendencias. Solo le interesan los beneficios, los márgenes de producción, y la influencia que se puede conseguir en el mercado. Así que yo seré quien le haga los resúmenes pertinentes, cada mes.

Cristo la miró con atención. Era, al menos, veinte años más joven que su esposo y poseía una de esas bellezas calmadas y elegantes, que mantenían la atención de todo el mundo sobre su persona. Vestía un kimono abierto, de colorido oriental, rojo y dorado, sobre un corto vestido de lino crudo que dejaba al descubierto sus piernas morenas y perfectamente depiladas. Una melenita perfectamente recortada coronaba su cabeza, teñida en mechas de distintos tonos de rubio.

― ¿No eres muy joven para ser un experto en moda?

Cristo sonrío y agitó la cabeza después.

― No soy un experto en moda, sino en Informática. Vengo a instalar algunos programas y accesos de administrador a su sistema operativo, así como enseñar a su esposo, bueno, en este caso, a usted, su manejo. Ya sabe que los informáticos suelen ser bastante jóvenes.

― ¿Eres uno de esos hackers? – se río ella con la pregunta.

― Si hace falta… — contestó Cristo, haciéndola reír de nuevo. Siguiendo un extraño impulso, no la sacó de su error, dejándola creer que era un adolescente.

― ¿Y esos modales que luces? ¿Los has aprendido en la red? – preguntó ella, con un deje de burla.

― No, que va. Formación de empresa. Mi jefa es muy estricta con las formas y sus inversionistas. Tuve que tomar un curso acelerado antes de venir – la mintió con todo desparpajo, notando como la mujer se regodeaba con tal deferencia.

― Está bien. No te entretendré más. Te mostraré el despacho de mi marido y el servidor donde debes instalar esos programas. Después, podremos usarlos desde cualquier equipo de la casa, ¿no?

― Si, señora. Deberé restringir el servidor durante un rato. ¿Molestaré a alguien con ello? – preguntó Cristo, más por saber quien había más en la mansión que por necesidad.

― Ahora mismo solo estamos Marjory y yo.

― ¿Marjory?

― La doncella.

― Ah, claro. Entonces, mejor, podré trabajar más rápido.

― Bien, pero eso será tras almorzar conmigo, jovencito. ¿Cómo te llamas?

― Cristóbal, señora, pero mis amigos me llaman Cristo.

― ¿Cómo el Mesías?

― Soy demasiado pecador para que me comparen a él – contestó él con una risita.

― ¿Pecador? ¿Alguien tan joven? ¿Cómo puede ser eso posible?

― Hay que vivir la vida todo lo rápido que se pueda…

― ¿Por qué esa prisa?

― Porque quiero probar todo lo que puede ofrecerme la vida en plenitud de mis fuerzas, señora, y no renqueando.

“Como algunos que conozco.”, se dijo la señora, cínicamente. “Este chiquillo sabe lo que se dice.”

― Puedes llamarme Jeanne mientras estemos a solas, Cristo.

― ¿Y si no estamos a solas?

― Creo que sabrás lo que hacer, muchachito.

Jeanne Mansfield, segunda esposa de Edward R. Mansfield, se había autoconvencido de que aquel chico no tenía más de dieciocho años, y la sola idea de jugar al gato y al ratón con aquella ricura en su casa, a solas, la estaba poniendo frenética. Jeanne siempre había admirado la juventud, la plenitud de un cuerpo, justo cuando se sienten indestructibles e imparables. Y ahora, al alcanzar los cuarenta, necesitaba sentir esa ansia una vez más.

Disponía de una oportunidad que le había caído del cielo. Un dulce terrón de azúcar con el que darse un atracón. Ese chico era pequeño e infantil, al menos su cuerpo lo era, pero le había demostrado que no era ningún niño mentalmente. Sabía perfectamente lo que hacía y puede que lo que ella pretendía también. Un chico como aquel sería dinámico en la cama, ansioso de experiencias, y la haría desfallecer.

Ahora debía dejarle trabajar para poderle seducir más tarde, quizás a la noche.

Jeanne le llevó al despacho de su esposo y le mostró el servidor que interconectaba todos los equipos de la finca. Varios portátiles se conectaban diariamente a él, tanto el de ella y el de su marido, como la patrulla de seguridad, los jardineros, o la gente de mantenimiento. Los empleados tenían una clave y un acceso limitado, por supuesto.

Cristo dejó varios discos copiándose en el directorio y bajaron hasta un amplio porche trasero, desde el cual se podía visionar la impresionante piscina, y, más allá, en el horizonte, el vasto mar azul.

― Almorzaremos aquí – le informó Jeanne, haciendo un gesto para que se sentase a una mesa redonda, cubierta de un hermoso tapete de tela.

― ¿Suele almorzar con los empleados, Jeanne? – le preguntó Cristo, mientras se dejaba caer en uno de los confortables butacones.

― No, y me irrita bastante hacerlo a solas. Suelo quedar con alguna amiga en un buen restaurante – agitó la mujer una mano, como si no quisiera hablar de ello.

― Teniendo una mansión como esta y el servicio adecuado, yo siempre tendría algunos amigos almorzando conmigo. ¿Y las cenas?

― La mayoría de las veces, mi esposo cena conmigo, pero hay ocasiones, como esta, que tengo que hacerlo a solas. No me gusta salir de noche.

― Una magnífica excusa para disponer una velada con un amante, ¿no?

Jeanne lanzó una carcajada, pero no contestó. Marjory se acercaba con una bandeja, sobre la cual descansaba una botella y dos copas.

― ¿Bebes vino? – le preguntó a Cristo.

― Desde los siete años.

La señora enarcó una ceja, mientras la doncella depositaba su carga sobre la mesa.

― Nací en el sur de España, en la tierra del vino fino y las mejores gambas del mundo. El vino es materia obligada en nuestra cultura – rió él, explicándole su respuesta.

― ¿Eres español? Te hacía latinoamericano…

― Llevo poco tiempo en Estados Unidos, pero me está gustando mucho este país.

― Oh… ¿y has dejado atrás gente que te importa?

― Mi familia tenía demasiados… compromisos como para poder seguirme. Estoy solo aquí – confesó con un mohín que tuvo la facultad de emocionar a la dama.

La doncella regresó con dos grandes copas que contenían un suave coctel de mariscos con endivias y piñones. Luego sirvió rodajas de lo que le pareció merluza a Cristo, empanadas y servidas sobre una crema agridulce muy buena. Jeanne llenó las copas de ambos hasta acabar la botella y charlaron amenamente. Tomaron papaya con crema de plátano de postre y Marjory sirvió café, al final, al estilo turco.

― Ha sido toda una experiencia comer con usted, Jeanne – alabó Cristo –, pero ahora debo iniciar mi trabajo.

― Si, no te entretengo más. Iré un rato a la piscina. Si más tarde, deseas darte un baño, puedo dejarte un bañador – dejó caer ella, con sutileza.

Cristo sonrió y se puso en pie, despidiéndose con un ademán de cabeza. Se orientó en el interior de la mansión para encontrar el despacho y, cuando estaba a punto de entrar, un carraspeo le frenó. Se giró y se encontró con la simpática Marjory, la cual le comunicó que si necesitaba alguna cosa, podía llamarla con el interfono del despacho.

“¡Cuanta amabilidad! ¿Es cosa de los ricos o estas dos quieren algo?”

Se sentó ante el servidor, instalado en una de las repisas de la librería del señor Mansfield, y se conectó a él. Instalo un par de programas necesarios y actualizó otros, subrogando enlaces y direcciones hasta conectar la base de datos de la agencia e integrarla en el directorio.

Ahora solo le quedaba enseñar a Jeanne a manejar aquellos programas y responder a sus dudas. ¡Para eso solamente había tenido que viajar al paraíso de esos huevones! Si todo iba bien, podía estar de vuelta en la ciudad esa misma noche. Pasó un antivirus para asegurarse y, mientras tanto, se asomó a la ventana.

El despacho daba a la parte trasera de la mansión y divisaba perfectamente la piscina desde allí, así mismo como a Jeanne, tumbada de bruces en una hamaca. Entonces, pisando el césped con sus zapatitos, la doncella se acercó a su señora, portando unas toallas dobladas y un bote de bronceador. La chica se sentó en el filo de la hamaca y desabrochó el sujetador del bikini de su patrona, dejando su espalda al aire. Vacío un buen chorro de bronceador sobre la piel de Jeanne y se puso inmediatamente a frotar y esparcir la crema. Cristo no le dio importancia. Sus primas hacían lo mismo en las playas de Algeciras. Echó un vistazo a como iba el programa antivirus, y volvió a la ventana. La barbilla le colgó floja en esa ocasión. Marjory le había quitado la braguita del bikini a su jefa y se atareaba, en ese momento, en sobar las espléndidas nalgas de Jeanne. Era algo más que embadurnarla de bronceador. La doncella se regodeaba en su acción, amasando lentamente las pudientes carnes traseras de su señora. Cristo podía ver como descendía sus dedos por el canalillo de las nalgas, sobando plenamente ano y vagina, en largas pasadas. Jeanne, con el rostro doblado hacia un lado, apoyada la mejilla sobre el almohadón de la hamaca, se estremecía de placer. A pesar de estar tan lejos, Cristo podía notar la respuesta del cuerpo de la señora.

“¡Perras cabronas!”, pensó, formando una sonrisa lobuna con sus labios. “¿Lo sabrá su maridito?”

Sin embargo, esa no era la pregunta que las dos mujeres se hacían, mientras los dedos de la más joven tallaban la carne de la más madura, sino: ¿Sigue mirando desde la ventana?

La señora Mansfield era bien consciente de la mirada de Cristo y todo aquello era un espectáculo montado en su honor. El coño de la señora se licuaba literalmente, ansioso por obtener las atenciones de su doncella, también excitada por participar y ser observada.

De hecho, Jeanne estaba muy acostumbrada a las largas sesiones de caricias que su joven criada la obsequiaba a menudo. Se pasaban muchas horas solas en aquella mansión. Era más infrecuente ver algo como lo que estaba sucediendo en ese momento, así, en el exterior, pero hoy tenían un visitante que excitar. De ordinario, las satisfacciones de la señora se realizaban en el interior de la mansión, lejos de las posibles miradas indiscretas de jardineros u otros empleados.

Sin embargo, Jeanne estaba tan dispuesta a provocar al que creía un jovencito, tan deseosa de pervertirle, que no había dudado ni un segundo en pedirle a Marjory que fuera a comerle el coño a la piscina.

Y justo en ello estaba la criadita, inclinada hacia delante, hundiendo la punta de su lengua en la abierta y húmeda vagina, escuchando los estimulantes gemidos de su patrona.

Marjory ya estaba pensando en el momento en que se retiraría a su habitación, para empalarse con su colección de vibradores, pues sabía que la señora no solía tocarla lo más mínimo. Se corría con su lengua y sus caricias, pero no devolvía ni un solo gesto. Privilegio de patrona. Así que la doncellita disponía de tiempo para retirarse a sus aposentos y desahogarse allí de la forma que estimara oportuna. El problema es que, últimamente, la señora Mansfield necesitaba un repaso diario, por lo que ambas andaban todos los días más calientes que los fogones de un orfanato.

No sabía exactamente lo que su patrona pretendía con aquel chico, pero podía intuir que era toda una perversión. Ella no estaba tan segura de que fuera tan joven como aparentaba. Tenía mirada de viejo; lo notó cuando le servía el almuerzo, pero… ¿Quién era ella para comentar nada?

― Aaaahhaah… mi niña Marjory… que b-bien… me lo… comeeeeeeeeeessssssssssss… – susurró su señora en el momento de abandonarse al inminente orgasmo.

Dejó que la señora la asiera del pelo, estrujándole la cofia, y pegara su boca a su entrepierna, con un gemido ansioso. Era como si quisiera volcar en su boca el placer que estaba obteniendo de ella. Dejó a la señora tomando el sol boca arriba y desnuda, y se marchó a toda prisa hacia la mansión.

Cristo dejó que acabara el proceso de análisis del antivirus y se dedicó a fisgonear en el servidor. No había nada extraño, ni siquiera fotos. Configuró los programas a su gusto y, solo entonces, llamó a Marjory pulsando el botón del interfono.

― ¿Si?

― Podrías decirle a la señora que ya he terminado y que me gustaría explicarle cómo va todo esto…

― Enseguida.

Fisgó por la ventana para atisbar como la señora desnuda se levantaba de la hamaca, pero la doncella la vistió con un albornoz que la cubrió por completo. Jeanne tardó aún un buen rato en acudir y, cuando lo hizo, apareció con unos pantalones piratas, una blusa cortita, sin escote, pero que dejaba ver unos centímetros de su cintura bien cuidada, y una cinta ancha en su melenita rubia, a juego con sus pantalones. Además, bajo el brazo, traía su portátil.

― Marjory me ha dicho que has acabado – dijo.

― Si, Jeanne, al menos de instalar. Ahora tengo que ponerla al corriente de que es lo que puede hacer con ellos.

― Te advierto que no soy muy ducha en estos aparatitos. Alcanzo a revisar mi correo, buscar una receta en Internet, o chatear con mis sobrinos…

― No importa. Es muy fácil. Se lo explicaré las veces que necesite.

― Eres un encanto de criatura, Cristo – le aduló, sentándose a su lado, en el gran escritorio de su marido.

Cristo cargó el programa en el coqueto portátil de la señora, conectándose al sistema wifi del servidor, y unos bellos ojos zafiro aparecieron en el centro de la pantalla. Bajo ellos, el nombre de la agencia: Fashion Models Group, NY.

― Esta es la página oficial de la agencia – le dijo Cristo.

― Si, ya la he abierto otras veces…

― Pero, ahora, podrá acceder a secciones que antes estaban vetadas. Podrá acceder a las nóminas, a las cuentas mensuales, y a los proyectos en curso.

― Interesante – le contestó ella, observando su perfil ratonil.

― ¿Sabe acceder a las fichas de las modelos?

― ¿Las modelos tienen fichas?

― Por supuesto. Con sus medidas, algunas fotos de su book personal, sus características y en lo que se especializan. Así, quien desee contratar alguna, puede hacerse una primera idea. También sirven como blog donde pueden exponer preferencias, ideas, y mensajes.

Jeanne mostró un vivo interés por esto. Su oculta perversión se removió en su interior. Podría disponer de belleza y juventud al alcance de sus dedos, modelos de ambos sexos para visionar y quizás manipular.

“¡Oh, Dios, como me lo voy a pasar!”, se dijo, casi relamiéndose.

― Bien, cuando acceda a las fichas, usted, como administradora, podrá seguir la vida laboral de los modelos de la agencia, las notas informativas de la gerente o de la propia señorita Newport, e incluso lo que opinan los distintos clientes o fotógrafos de las modelos.

― ¿Puedo escribir yo una nota?

― No, eso solo queda reservado para el personal de la agencia. Usted puede estar al tanto de todo cuanto sucede, pero no tiene control sobre ello.

― Está bien.

― También podrá ponerse en contacto directamente conmigo, pues yo soy quien actualiza todas estas cosas a diario. Aquí le dejo mi dirección personal y mi número de extensión, por si tuviera alguna duda.

― Oh, piensas en todo, querido – Cristo se envaró cuando notó la mano de la mujer posarse sobre su muslo.

― Los nuevos proyectos están agrupados aquí, en esta sección. Los proyectos confirmados están bien resumidos y disponen de todos los detalles necesarios. A medida que el proyecto queda más en el horizonte, los detalles son menos precisos, poco más que primeras impresiones de los clientes sobre lo que buscan o requieren, o incluso bocetos de agencias publicitarias.

― ¿Tienes despacho en la agencia?

― No, comparto el mostrador de recepción con la chica que lo atiende. Necesito poco espacio para mi trabajo. Una pantalla, un teclado, un ratón…

― Bueno, al menos estarás divertido. ¿Es guapa?

― Lo bueno de trabajar en una agencia de modelos, es que la mayoría de empleados son guapos, incluyendo maquilladores, secretarias y hasta Priscila, la gerente, o la jefa mayor.

Jeanne soltó una carcajada y le volvió a palmear el muslo, pero esta vez lo pellizcó con habilidad.

― ¿Has tenido algún rollete con alguna modelo?

― No, señora, más bien soy como la mascota de la agencia.

― ¿Cómo es eso? – preguntó ella, sorprendida.

― Pues que soy quien les soluciona la papeleta cuando necesitan algo, pero no me tienen en cuenta como hombre. Soy el amigo encantador, el hombro en el que apoyarse…

― Vaya, que mal… eso te supondrá estar todo el día mordiéndote el labio. Tanta confianza, tantas chicas guapas, y no poder desquitarte…

― Ufff… y que lo diga… sudores diarios – se burló Cristo, haciendo un gesto como secándose el sudor de la frente. Se había dejado llevar hasta el terreno que buscaba Jeanne, sin apenas esfuerzo. Podía percibir la excitación de la mujer, incluso tras el desahogo que había tenido en la piscina, un rato antes, pero aún no sabía qué era lo que lo generaba.

― Perdona que te lo pregunte, Cristo, ¿tienes ya experiencia sexual?

Cristo frenó la sonrisa que amenazaba con pintársele en el rostro. Ahora estaba seguro de que Jeanne le creía mucho más joven, apenas salido de la adolescencia.

― Si, algo – contestó bajando la voz.

― ¿Has tenido novia?

― No… nunca.

― ¿Entonces? ¿Ha sido con una amiga?

― No. De la familia.

Jeanne abrió los ojos con sorpresa.

― ¿Allá en España?

― No, aquí, en Nueva York. Vivo con mi tía. La hermana menor de mi madre.

― ¿T-te acuestas con ella? – preguntó la dama con un pequeño silbido.

― A veces, cuando nos sentimos solos…

― ¿Cuántos años tiene?

― Aún no ha cumplido los cuarenta, pero está cerca.

― Una edad perfecta – dijo ella, como si fuese una máxima.

― ¿Por qué perfecta?

― Porque ya se tiene experiencia en la vida a esa edad, y aún se es joven y vital – explicó Jeanne, acariciándole un hombro. — ¿No te parece?

― Si, tiene razón. Mi tía es profesora de flamenco en Juilliard. Es una bailarina profesional y se mantiene muy bien.

Cristo cerraba más y más el invisible collar con el que estaba aprisionando a Jeanne, quien, en el fondo, creía que era ella la que estaba seduciendo al chico. Un buen estafador se aprovecha de tus propios deseos, y Cristo era un magnífico pillo. La dama se felicitaba por su buena suerte. El chico estaba acostumbrado a yacer con una mujer madura, de su edad, por lo que no era insensible a sus maduros encantos. Ya le imaginaba botando entre sus piernas, meneando ese esbelto culito, llenándole el coño de lefa juvenil.

Estuvo a punto de gemir, descontrolada. Tenía que calmarse; no podía fastidiarlo todo ahora.

― Bueno… ¿Te apetece darte un baño? – cambió de tema con rapidez.

― Pues la verdad es que traigo un bañador en la mochila, por si tenía tiempo de ir a la playa.

― Nada de playa. La piscina es mejor y es de agua salina, pero depurada. Cámbiate. Yo haré lo mismo y te acompañaré.

Una vez a solas, en el despacho, Cristo sonrió, mirando su reflejo en el cristal de uno de los cuadros expuestos. Tenía un par de ideas rondando por la cabeza y quería llevarlas a cabo, antes de regresar a la ciudad. Se desnudó, sacó el bañador y las chanclas y metió la ropa en la mochila de nuevo. No supo si esperar o salir, pero en pocos minutos apareció Jeanne, luciendo un pareo completo y casi transparente. Bajo la sutil tela, el sucinto bikini –uno diferente, por supuesto- ocultaba muy poco de sus encantos. Ella le ofreció el brazo y se encaminaron hacia la piscina.

El agua estaba a una temperatura maravillosa y el refrescón, así como realizar un par de largos, le vino estupendamente a Cristo, tras un día de ajetreo y viaje. Jeanne le miraba, sentada en el borde, con los pies metidos en el agua. Cristo nadó hacia ella y se dejó mecer por el agua, los brazos cruzados sobre la losa antideslizante, justo al lado de la mujer.

― Esto es una maravilla. ¿Dónde conceden las hipotecas para comprar una casita así? – exclamó, burlón.

― Normalmente, hay que ganárselo, sea estafando, robando, o heredando – sonrió ella.

― ¿Cómo lo consiguió usted, si puede preguntarse?

Jeanne le acarició la mejilla mojada.

― Tutéame, Cristo…

― Claro, Jeanne.

― En mi caso, me lo gané abriéndome de piernas…

Cristo no respondió, pero dejó que una sonrisa plena y cómplice se dibujara en él.

― Conseguí que mi marido dejara a su primera esposa y se casara conmigo. A pesar de su dinero, era un hombre mal follado.

― ¡Increíble! ¿Cómo es eso posible?

― Puro y tonto puritanismo – soltó la dama, echándose a reír. – Es una raza por extinguirse… lástima.

― No me creo que usted haya sido una…

― ¿Una? – Jeanne alzó un dedo, como advertencia.

― … buscavidas.

― ¡Buena palabra! No, no era una cazafortunas, pero si un poco cabeza loca. Mi familia tenía posibles aunque no a esta escala. Me moría por tener la vida que mis amigas ricas me restregaban por las narices. Gracias a los contactos de mi padre, conseguí un puesto en el círculo de trabajo de Edward. Simplemente aproveché que su matrimonio estaba pasando una mala racha para darle un empujoncito. La verdad es que me enamoré de él, de su prestancia, de su aura de poder… Supongo que tuve suerte y me eligió a mí como la esposa que deseaba. La otra quedó como la madre de sus hijos, que tampoco es mala cosa, ¿no?

― Visto así – Cristo se aferró a uno de los pies de la mujer, que jugueteó con el escaso peso del gitano, haciéndole flotar ante ella. – Y comigo… ¿qué piensas hacer?

Jeanne sonrió. Cristo no era nada tonto.

― Aún me estoy decidiendo…

― Pues deja que te de algunas opciones – musitó el gitano, introduciendo su mano entre las morenas piernas de la mujer. La vagina palpitaba bajo su tacto, como si hubiera estado esperándole siempre.

― Uuuhhh… Cristo…

― ¿Si, Jeanne?

― Quítame la braguita…

Con toda libertad, Cristo deslizó la minúscula prenda piernas abajo, dejando que el agua lamiese las nalgas desnudas. Un triangulito de vello, muy bien recortado para que la propia Jeanne fuese la autora, se presentó ante sus narices, casi como un signo de exclamación sobre la abultada vagina.

― Tienes un coñito precioso… de virgen – la aduló Cristo.

Jeanne enrojeció de placer. Sabía que tenía una vagina bonita, ya se lo habían dicho otras veces, seguramente por no haber parido jamás. Pero aquellas palabras, en boca de aquel jovencito, la pusieron a mil por hora.

― ¿Puedo lamerlo?

Ooooh… ¿Sería verdad lo que decían de los españoles? ¿Qué les encanta comer coños?

― Por favor, niño… hazlo… cómelo…

Y se abandonó a aquella boca ansiosa que amenazaba con succionarla hasta tragarla por completo. Una lengua movediza que no le importaba profundizar cuanto pudiera, extrayendo el fluido molécula a molécula, haciéndola gemir en el proceso. Con delicadeza, Jeanne puso una mano sobre la cabeza de Cristo, apartando suavemente los mechones mojados que caían sobre sus ojos. Contemplar aquella carita infantil, totalmente atareada sobre su vagina, le produjo su primer orgasmo. Fue uno suave y largo, que la estremeció completamente. Metió dos dedos en la boca de su amante, apartándole de esa manera, y le indicó que saliera del agua. Jeanne se puso en pie y le tomó de la mano, conduciéndole hacia la caseta de la sauna y del jacuzzi.

― Vayamos a algún sitio más reservado – le dijo.

Jeanne se introdujo la primera en el gran jacuzzi, quedándose sentada en el liso poyo bajo el agua. Intentó bajarle el bañador a Cristo, a medida que se metía en el agua, pero él la obligó a dejarlo.

― Aún no he terminado contigo – le dijo, asombrándola. – Ponte de rodillas y saca ese culo del agua, querida.

Con alegría, Jeanne se giró, arrodillándose en el asiento y ofreciendo las nalgas que el gimnasio aún mantenía duras.

― Desde el momento en que llegué a esta casa, llevo deseando comerte ese culito – le susurró, posando una de sus manos sobre una nalga.

Jeanne cerró los ojos, totalmente enfebrecida por la calentura. Nadie le había propuesto eso en la vida, aún siendo una de sus fantasías. Jadeó cuando notó la lengua del chico recorrer sus glúteos, desde abajo a arriba. Sus cortos dedos separaban las nalgas de la mujer, dejando al descubierto el agujero más oculto y vergonzoso del ser humano.

Cristo se afanó como nunca, aplicándose sobre aquel esfínter virginal y maduro. Pasaba su lengua para humedecer y luego la volvía a pasar para ablandar el músculo. Picoteaba con uno de sus dedos, arrancando gemidos entrecortados de los labios de Jeanne.

― Dios… esto es sublime – jadeó ella, optando por abrirse ella misma los glúteos. — ¿Quién te ha enseñado a…?

― Sssshhhh… nada de revelaciones, señora… te voy a convertir en una zorra bien follada… en mi putita – musitó Cristo, metiendo el dedo hasta el nudillo.

― Ya soy una… zorra…

― No, nada de eso, Jeanne. Eres una libertina, una poderosa señora que se hace comer el coño por su joven criada… todo un lujo, ¿verdad?

― Mmmmm – la mujer no supo qué contestar. Dicho así, era lo más excitante del mundo.

― Pero voy a hacer de ti toda una guarra, una puta depravada que solo suplicará que le haga perrerías…

― Aaaahhh…

― … que se correrá sin remedio con el sexo más sucio y escabroso que haya conocido…

― Cristooooo… por Dios…

― ¿Sientes como mis dedos te traspasan? ¿Cómo ahondan en tu tripa de puta? Sé que estas deseando que te parta ese culo, ¿verdad? Te da miedo, pero el morbo es mayor… ¡Responde!

― ¡Ssssiiii! ¡Clávamela!

― Aún no, puta. Tendrás que suplicarlo…

Desde luego, a Jeanne le faltaba bien poco para hacerlo. Su grupa se contoneaba, casi sin control, siguiendo el ritmo que los dedos de Cristo marcaban. Ella jadeaba, los ojos cerrados, la barbilla apoyada en el liso borde del gran jacuzzi. Esos dedos que la torturaban, que se hundían en su interior, la abandonaron de pronto. Intuyó que el chico se bajaba el bañador, a su espalda. Jeanne se preparó para sentir su polla traspasándola, llenándola de carne y dolor. No le importó, incluso lo deseaba.

Sin embargo, asombrosamente, no sintió dolor, solo algo de molestia. El pene ahondó algo más que los deditos del chico, pero no le produjo el desgarro que ella esperaba. El pubis de Cristo se acopló contra sus nalgas, haciéndole saber que estaba totalmente en su interior. La aferró por el cabello y agitó sus caderas con ritmo, haciendo resonar el contacto entre las dos pieles como húmedas palmadas.

Jeanne, con la cabeza levantada por el fuerte tirón, se acopló mejor al ritmo, derretida por lo que estaba sintiendo. Primero, no hubo dolor, algo que siempre había temido, por lo que no realizó jamás la sodomía; segundo, el chico se movía como una anguila, conectado a su trasero, y, tercero, una de las manos de Cristo no paraba de pellizcarle fuertemente el clítoris, enloqueciéndola.

― ¡Te estoy follando el culo, zorra! Nunca te lo habían hecho, ¿verdad?

― Noooo… e-eres el prime…ro…

― ¡Pues no se te ocurra apretar, puta, o te cagarás encima de mí!

― Aaaaahhh…

Aquellas palabras brutales la encendían. ¿Cómo podía aquel chico angelical ser tan obsceno? Jeanne nunca se había sentido tan caliente, tan dispuesta a dejarse arrastrar por el pecado y la lujuria. Un minuto más tarde, la mujer se corría como una burra, al sentir como tres dedos asaltaban su vagina, sin contemplaciones. Cristo se salió de su ano y la obligó a girarse, plantándole su pene ante la cara.

― Ahora debes limpiármela, como una buena puta, y hacer que me corra – le dijo, colocando una mano en su nuca.

Jeanne no pudo contestar. Estaba totalmente atrapada por la visión de aquella pollita enrojecida. ¡Por eso mismo no había sentido daño alguno! ¡Era el miembro de un niño, erguido y poderoso, pero el de un infante! Se preguntó cómo podía existir un ser como él, tan perfecto y adecuado para ella. Sus dedos buscaron su coño, sin ser realmente conciente de ello, prisionera de su concupiscencia, de su desatada lujuria, la cual era alimentada y aumentada por su mórbido deseo. ¡Se la estaba follando un bello y dulce angelito, que no era nada inocente!

Se tragó literalmente aquel pequeño pene, sin importarle el acre sabor de su intestino, feliz de satisfacer su sueño. Lo devoró con pasión y cuidado extremo, aspirando cada porción de piel, cada gota de líquido que manaba, hasta que se vacío en su cálida boca, como la estatua real de un Manneken Pis.

Jeanne tragó y degustó el esperma de su ángel, para después correrse nuevamente, merced a sus inquietos y propios dedos. No podía soportar tanta excitación morbosa. Cristo la abrazó con ternura, dejando que la mujer le sostuviera en el agua. Ambos se besaron lánguidamente, dejándose flotar al conectar las burbujas.

― Tendría que marcharme…

― ¿Marcharte? ¿Dónde?

― A Nueva York – sonrió Cristo.

― ¡Ni loco! No me he enterado bien de lo que me has explicado. Mañana daremos un nuevo repaso, a ver si me quedo con la noción. Te dije que era muy torpe para esas cosas – sonrió ella, besándole la nariz.

― Pero… no he traído ropa, ni nada…

― No necesitaras nada. Estaremos todo el día desnudos – bromeó ella, aferrándole una esbelta nalga.

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Tres días después, Cristo regresaba a la ciudad, viajando en uno de los lujosos vagones Bussiness de la línea férrea. Jeanne no había permitido que viajara en algo inferior a eso. Tres días. Ese tiempo era el que había “tardado” la señora en aprender a manejar los programas pertinentes. Cuando Cristo llamó a miss P., esta no quiso escuchar ninguna queja: “Te quedas el tiempo que el presidente estime necesario, ¿está claro?”.

Clarísimo. Jeanne y él se rieron en silencio, activado el “manos libres” del aparato.

― Lo que usted diga, Priscila – contestó él, humildemente.

Estaban desayunando y se fueron a follar junto a la piscina. Parecían conejos. Jeanne estaba en un extraño paraíso, pasando de una sensación a otra, de una técnica guarra a otra aún más asquerosa, que no hacían más que obsesionarla y motivarla aún más. ¿Cómo había podido estar tan ciega, ser tan melindrosa? Cristo la lamía por todas partes, chupaba sus pies, le metía los dedos por cualquier orificio y, luego, se los hacía lamer, disfrutando de su propio sabor.

A la hora de almorzar, lo hicieron desnudos, sentados en el porche trasero. Cristo empezó a jugar sexualmente con la comida, restregándola por sus cuerpos, comiendo directamente de lo que había volcado en su entrepierna, deslizando su lengua por diversos mejunjes aplicados sobre la piel…

Marjory, muy atenta y animosa, les ofreció unos sabrosos batidos reconstituyentes, para permitirles seguir con sus juegos. Jeanne jamás había estado tanto tiempo realizando sexo, y aún menos con esa intensidad. Era como estar bajo el influjo de una fuerte fiebre que la hacía contonear y agitarse, en vez de delirar. Las imágenes, las posiciones, los nuevos juegos, las excitantes palabras, todo se mezclaba en su mente, sin saber cuando, ni dónde, pero manteniéndola enfebrecida y siempre excitada.

Se corrió sin parar durante todo lo que duró su primera lluvia dorada. Mientras Cristo la impregnaba de su orina, ella se retorcía sobre el césped, sin ni siquiera tocarse. Era una zorra asquerosa, una guarra de la más baja estofa, y respondía plenamente a las interpelaciones de Cristo. Era su puta, y siempre lo sería. No quería ser otra cosa. Por él, por lo que era capaz de hacerla sentir, haría cualquier cosa, incluso abandonar a su marido.

Ese era el resultado que Cristo había conseguido al cabo de tres días de folleteo y unas dosis de Éxtasis líquido en el vino, o en el zumo del desayuno: transformar a la señora en una puta perra, que haría cualquier cosa que él le pidiera por puro vicio.

Como premio extra, el segundo día, integraron a la alucinada Marjory en su lecho de fuego. La criadita andaba más que caliente, espiándole por todos los rincones. Cuando Cristo la llamó a la piscina, llegó corriendo, quitándose el uniforme a toda prisa. Cristo hizo que Jeanne dejara de lado aquellas pretensiones de dama esclavista y la puso a comerle el coño a la criadita durante más de una hora, destrozándola a orgasmos. Al tercer día, las mujeres follaban ya como locas, sin remilgo alguno, y usaban cinturones fálicos para dejar descansar a Cristo, quien ya padecía por el agotamiento.

Jeanne no se sentiría nunca más sola, ni abandonada. Conocer a Cristo había cambiado su perspectiva y su filosofía de la vida. Claro que había que mantener todo aquello en secreto, pero lo bueno de los Hamptons era eso mismo: ocultar secretos.

Cuando Cristo abandonó la mansión, dejó a Jeanne durmiendo en su gran cama, aún con un consolador funcionando en su culo. Marjory le hizo mordisquear una tostada y tragar un buen café, mientras le besuqueaba en el cuello. Le hizo una deliciosa mamada, de rodillas detrás de la puerta principal, como colofón de despedida.

Cristo sonrió, conectando su portátil a la red wifi del tren. Con esta aventura, había asegurado aún más su puesto en la agencia, y, además, disponía de un lugar de descanso en los Hamptons, entre los privilegiados.

¡Como le gustaban los Estados Unidos de América!

CONTINUARÁ….

 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (07)” (POR ADRIANRELOAD)

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Rompiéndole el culo a Mili (7)

Sin títuloMili se levanto, mi verga aun endurecida fue abandonando sus intimidades. Continué sentado sobre el retrete, recomponiéndome. Mili me miro cariñosamente, tal vez un poco orgullosa del estado en que me había dejado.

Su vista fue bajando por mi pecho hasta mi ingle, vio a mi guerrero enrojecido, aun erecto, quizás esperando otra muestra de agradecimiento de sus labios.

No es tan chiquito… le dije, recordando sus burlonas palabras.

No… no lo es… repuso complacida.

Sin decirle nada, se fue arrodillando, iba a atender aquel pedido mental que no me atreví a manifestar con palabras. Tomo mi verga y la engullo, limpiando los pocos restos de nuestro encuentro, el resto yacía en su interior. Estuvo algunos minutos así, con su lengua paseándose por la cabeza de mi pene, sus dedos sujetando mi verga. Mis dedos acariciaban sus cabellos.

Cuando creyó culminada su tarea, tal vez temiendo una nueva erección mía, me miro desde abajo y al notar mi expresión agradecida, me regalo una sonrisa. Luego se paro y se dirigió nuevamente a la ducha.

Tras unos instantes la acompañe… esta vez solo fueron besos y caricias… Después de la ducha y de secarnos, Mili con la toalla sobre su pecho y yo con la toalla sobre mi cintura, salimos del baño.

Suficiente de baños por hoy… dijo de buen humor.

Fuimos en busca de nuestra ropa. Llegamos al cuarto de lavado, nuestras prendas ya estaban limpias, solo quedaba ponerlas en la secadora y esperar.

En la espera nos invadió el hambre, después de todos los encuentros sexuales, nuestros cuerpos pedían que los alimentemos, no solo de sexo vive el hombre.

Bajamos a mi cocina, sobre la mesa una nota de mi madre.

“Juan Daniel: tu comida esta en el refrigerador, ponla 2 minutos en el microondas y estará caliente… volvemos mañana… nada de fiestas… pórtate bien”

Que linda tu mami Juancito… dijo Mili burlonamente.

Ah si… Juan es mi primer nombre… repuse.

Pero todos en la universidad te dicen Danny…

Claro por lo de Daniel… le dije.

¿Por qué pone Juan Daniel en su nota?, suena muy solemne…

No se, siempre en sus mensajes pone mis dos nombres, quizás quiere sonar mas enfática o enérgica en lo que me pide… respondí.

Puede ser, pero creo que Danny suena más amical… dijo sonriendo.

Si yo también, pero mis padres prefieren llamarme Juan, en general en mi familia me conocen por ese nombre: mis tíos, tías, primos… y mis primas me llaman así… le explique.

Si creo que escuche a Guillermo llamarte así alguna vez…

Eso fue en los primeros ciclos, ahora todos me dicen Danny…

Aclarado lo del nombre, buscamos en la refrigeradora. Mi madre preparo un guiso que se veía bien, pero a decir verdad creo que ambos teníamos mas ganas de comer comida chatarra. Nuestros cuerpos pedían calorías a gritos para reponernos del desgaste que habíamos hecho.

Pedí por teléfono una pizza grande y sodas. Después de unos minutos nos encontrábamos devorando la pizza, como si no hubiéramos comido en días.

Pensaras que soy una cerda… me dijo avergonzada mientras tomaba otro trozo de pizza y bebía su soda.

Eres una cerdita muy linda… respondí besándole la mejilla.

Mili sonrió. Minutos después la pizza era historia. Una vez saciada nuestra hambre, descansamos sobre las sillas, conversamos sobre trivialidades. Nos habíamos olvidado de nuestra ropa, solo las toallas seguían cubriéndonos.

Al cabo de un rato, con menos pesadez en el cuerpo, decidimos que era momento de terminar el dichoso informe, que había sido el pretexto para que ella viniese a mi casa. Solo restaba limpiar los indicios de nuestra comilona.

Cogí los envases vacíos de soda y los eche a la basura. Mili diligentemente tomo un trapo y se dispuso a limpiar la mesa. Tome la caja grande de la pizza y lo lleve al tacho grande de basura de mi jardín.

Camine por el pasillo hacia el jardín, en este trayecto observe lo que fue mi dormitorio y ahora era el cuarto de estudio de mi padre. Al frente estaba el cuarto de visita que ahora era el dormitorio de mis padres. Algunos viejos recuerdos y algo de nostalgia me invadió unos instantes al notar que una maltrecha maceta aun cumplía su función decorativa. No quise distraerme mas en estos pensamientos, bote la caja y retorne a la cocina.

Al regresar vi a Mili aseando la mesa. Estaba de espaldas a mí, meneando su hermoso trasero, la toalla se levantaba dejando ver su redondo trasero, aquella magnifica raja que ocultaba su pequeño agujero.

Me parecía increíble, pero mi toalla también empezaba a levantarse producto de una nueva erección. No puede ser, me decía no dando fe a la rigidez que sentía. Me toque el miembro, estaba duro de nuevo. Con mi mano hice presión hacia abajo intentando bajarlo… segundos después, desafiante mi pene volvía a izarse.

No podía ocultarlo, el provocativo movimiento de las caderas de Mili mientras hacia la limpieza me estaba excitando de nuevo. Pensé en resistirme, abandonar la habitación hasta que ella terminase su labor y se me bajase mi floreciente erección. Dudaba que Mili accediese a un nuevo encuentro, sobre todo por donde yo quería.

Iba a salir de la cocina pero vi a Mili inclinarse por completo, en su esforzado accionar buscaba llegar al otro borde de la mesa. Con su atrayente meneo de nalgas y la toalla que ya no la cubría, no aguante más.

Ansioso me quite mi toalla y me acerque por detrás. Mi verga se encontró con su raja pero en su rigidez se desvió hacia arriba, recorriendo toda esta línea divisoria de sus nalgas. Ella se sorprendió al sentir su dureza entre sus abultados cachetes. Volteo nerviosa y con rostro incrédulo me dijo:

No Danny, ya nooo…

Es la última, te lo prometo… le dije, casi rogando.

Si es por la comida yo la pago… pero no me hagas esto… reclamo aturdida, pensando que era mi forma de cobrarme por la cena que acabábamos de degustar.

Es por tu cuerpo, no puedo evitarlo… le dije.

¿Acaso eres insaciable?… ¡ya lo hemos hecho 4 veces esta noche!… protesto, pero vi como movía su cabeza nerviosamente.

No hay quinto malo… repuse acariciando sus nalgas.

No, debemos terminar nuestro trabajo… replico, ahora si note que cedía, su piel comenzaba a saborear mi erección.

Lo hacemos después, tenemos toda la noche…

No hubo respuesta, Mili se levanto un poco, aun con el trapo en la mano intento zafarse de mi prisión, en este forcejeo mi verga se paseo por todo su pubis. Note que se mojaba nuevamente, dubito un poco. Aproveché para besarla en el cuello y vi como esta acción terminaba por encenderla.

Esta bien… me dijo y se relajo, dejaría que la poseyera nuevamente.

No la dejaría arrepentirse, no debía darle tiempo a pensarlo, aparte un poco su toalla y ubique mi verga en su ano.

¿Qué?… nooo… por ahí nooo… exclamo asustada.

Pero fue muy tarde, envuelto en el morbo de la situación le inserte mi verga sin miramientos, ya tenia casi la mitad incrustada en su ano, y con la adrenalina a flor de piel dudaba que la sacaría.

Ayyyy… eres un bruto… auuu… exclamo adolorida.

Ya va a pasar… le decía sin dejar de empujar mi verga para hundirle lo que faltaba.

Nooo… duele… sácala… por favor sácala… me pedía.

Faltaba poco para tenerla enganchada completamente, con toda la lujuria que me despertaba poseerla así, hice caso omiso a sus suplicas. Sabía que no tardaría en rogarme que la cabalgara, pero debía hacer que su cuerpo lo pidiera. Debía amainar su dolor, así que le bese el cuello otra vez.

Ayyy… uhmmmm… gimió ante su propia sorpresa.

¿Ves?… ves que te gusta… le dije con voz pausada y nuevamente bese su cuello con pasión.

No hubo respuesta, desde su incomoda posición, con mi verga atorándole el ano, ella intento acomodarse, su cabeza giro un poco. La observe con sus ojos aun cerrados, sus mejillas encendidas, con sus labios húmedos, su boca semiabierta en expresión de dolor y placer.

Buscaba que mis labios terminaran de someterla; La bese con pasión, su lengua y su respiración revelaban su creciente lujuria. Ya no pugnaba por huir… finalmente abrió los ojos:

Hazme tuya… fue el pedido que hizo sumisamente.

Volteo su vista nuevamente hacia la mesa, esperando que la sometiera con mí accionar. La sostuve por la cintura para evitar que huyera nuevamente, luego retrocedí y le enfunde mi tiesa verga.

Ouuu… mas suave… por favor…

Me sentía excitado viendo sus esplendorosas nalgas aprisionadas contra mi cadera, abriéndose con mi verga… así que no preste mayor atención a su pedido y continué martillándole su inflado trasero…

Ayyy nooo… no uhmmmm…ahhhh…

Se quejaba por momentos y por momentos se le escapaban gemidos. Sabía que sufría, lo veía en sus manos: una arañaba la mesa y la otra apretaba con fuerza el trapo de limpieza. Yo, sencillamente no podía parar, quería seguir cabalgándola salvajemente…

Las fuertes penetraciones que le practicaba hacían que sus senos rebotaran, que la toalla fuera deslizándose de sus melones que la sostenían, dejando sus tetas al aire, vibrando al ritmo de mis incursiones en su ano.

Ohhh… uhmmm… ohhh…

El sonido de sus gemidos, sus lamentos, hacia eco en toda la cocina, quizás en toda la casa, a ello se le unía mi respiración agitada, el vibrante sonido de sus nalgas chocando en mi ingle, el retumbar de la mesa que iba cediendo de su posición inicial…

Mili ya no buscaba huir, ansiosa soportaba mis violentas arremetidas. Mis manos buscaron sus senos, los sentía temblar al igual que veía sus nalgas prácticamente saltando al compás de mis incursiones en su ano.

Ya noo… ya noo… que no puedo… ahhh … ahh…

No pudo mantenerse más sobre sus brazos, apoyo los codos contra la mesa y continúo resistiendo mis embestidas. Le di un par de palmazos a sus abultadas nalgas, esperando animarla.

Ya casi… ya casi… le decía sintiéndome próximo a eyacular.

Apúrate que no aguanto…ahhh…

Ahora si que Mili estaba por desfallecer, recostó todo su torso sobre la mesa, sus manos ahora se aferraban a los bordes de la mesa. Su cabeza de lado sobre el mueble que acababa de limpiar, entre su maraña de cabellos veía su rostro gozosamente exhausto. Sus quejidos y gemidos eran más continuos así como ingreso y salida de mi musculoso miembro en su cuerpo…

Ahhhh… uhmmm… exclamo al sentir mi leche invadiéndola.

Arqueo su espalda mientras sus carnosas nalgas eran aprisionadas con fuerza entre la mesa y mi entrepierna. Apoyo nuevamente las manos sobre la mesa, haciendo puños, resistiendo aquella avalancha de semen, aquella oleada de placer que nuevamente la invadía. Girando el rostro me pidió con febril pasión…

Bésame…

En un arranque también de locura, propia del salvaje encuentro que tuvimos, la tome de los cabellos y la jale hacia a mi, cuando su rostro estuvo a un nivel pertinente, la bese. Lejos de morderme o quejarse por lo brusco de mi accionar, Mili me devolvió mis besos con agitada vehemencia.

Luego se dejo caer nuevamente sobre la mesa. Veía su espalda subir y bajar por el agitado ritmo de su respiración. La toalla lucia remangada en su cintura, sus nalgas enrojecidas por unos palmazos que le di y por el continuo golpeteo contra mi entrepierna. La raja de su culo aun abierta de par en par porque mi verga continuaba presionándola, clavándola contra la mesa…

Fui retrocediendo, note un espasmo de dolor en el cuerpo de Mili mientras mi verga abandonaba su estrecho y maltrecho ano. Ella continúo descansando con su abdomen sobre la mesa.

Yo me senté en una silla hasta que mi respiración volvió a su ritmo normal, y mientras tanto veía como su ano comenzaba a expulsar el esperma que a presión había copado su interior, ahora se escurría por sus carnosos muslos.

Repuesto de mi agitación después de un rato, me levante y le di un palmazo en sus gordas nalgas.

Auuu… oye… me reclamo, dando señales de vida.

Creo que ya hicimos la digestión… ahora debemos trabajar… le dije frescamente.

Hubiera sido mas cortes avisarme que esta era tu forma de hacer la digestión… me reprocho dulcemente.

¿Y que hubieras hecho?… pregunte sarcásticamente.

No se, hubiera estado mas preparada, tal vez hubiera huido… respondió graciosamente.

¿A donde hubieras huido?… estas en mi casa…

Tienes razón… dijo riendo.

Se paro y tomo la toalla para limpiar el resquicio de mis líquidos en su cuerpo. Luego tomo el trapo y comenzó a borrar la huella de su cuerpo sobre la mesa. Claro que esta vez no me dio la espalda, sabia que era peligroso hacerlo, así que prefirió irse al otro lado de la mesa.

Sonreí al ver como hacia ese movimiento evasivo hacia el otro lado del mueble, note su dificultad al caminar… me parece que maltrate mucho su ano, con esto creo que será suficiente por hoy, me dije sintiendo un poco de ardor a lo largo de mí rojizo y deshinchado pene. Yo también sufría las consecuencias por esas continuas fricciones de nuestros genitales.

Mili sin quejarse continuo con su labor de limpieza, sonriendo traviesamente me miraba de cuando en cuando, como vigilando que no me moviera de mi asiento.

Yo miraba complacido sus melones ir y venir al compás de su aseo sobre la mesa. Ella lo noto, temiendo otro ataque mío, tomo la toalla y se la puso nuevamente sobre sus senos. Me reí.

No te preocupes, creo que fue suficiente por hoy… le dije.

Contigo nunca se sabe… contesto con un gesto desconfiado.

En muestra de buena fe yo también me cubrí con mi toalla. Al poco rato hacíamos un lento y cansado ascenso por la escalera hacia el segundo piso, hacia mi cuarto, para hacer el tan odioso informe…

En el trayecto Mili me pregunto curiosamente:

Dime… ¿las pizzas son un afrodisíaco para ti?…

No tonta… solo que el movimiento de tus caderas me inspiro…

Ahhh… y pensaste que mis caderas no mienten…

Jajaja… si algo así…

La próxima me cuido la retaguardia… suspiro risueña.

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 
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