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Relato erótico: “El Club I” (POR XELLA)

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– Lo siento señora Estrada, hace semanas que no se nada de Lucía.

– Muchas gracias, Karina. – El corazón de Lorena se encogió mientras veía como sus opciones se acaban. Intentó que no se le notase en la voz.

– ¿Hay algún problema? – Preguntó Karina preocupada.

– No, no te preocupes, dale recuerdos a tus padres.

Y tras decir eso, colgó el teléfono.

¿No te preocupes? ¿Por qué le has dicho eso? – Se preguntaba a si misma – ¿No sabes dónde está tu hija desde hace días, llamas a su mejor amiga desesperada, la cual tampoco sabe nada y le dices “No te preocupes”? Lorena se mareó ligeramente y tuvo que sentarse en el sofá, estaba en estado de nerviosismo, su hija Lucía no había vuelto a casa desde hacía tres días y no sabía qué hacer. Al principio creyó que se habría quedado en casa de su novio, Alfredo, y simplemente se le había pasado avisarla, no era descabellado, puesto que ya había ocurrido más veces. La situación no hizo más que empeorar cuando le llamó y la respuesta de éste fue que Lucía le había dejado 15 días atrás.

¿Cómo era posible? Su hija no le había dicho nada de eso…

Intentó llamarla al móvil y no había respuesta. Daba señal, pero nadie lo cogía. Inmediatamente se dirigió a la comisaría, donde le tomaron los datos y le dijeron que ya la llamarían si encontrasen algo… ¿Que ya la llamarían? ¿Y que pensaban que hiciera mientras? ¿Quedarse de brazos cruzados en casa?

Había pasado dos días buscándola por todos los lados, preguntando a todo el mundo y no había encontrado nada. La última bala que le quedaba era el número de teléfono de Karina.

Lorena rompió en un llanto desconsolado. Estaba muy unida a su hija Lucía, y más desde el fallecimiento de su marido años atrás. Desde ese momento madre e hija se habían apoyado la una a la otra para salir adelante y aparte de madre, Lorena se consideraba amiga de su hija. Ésta le contaba todo, sabía los novietes que tenía, las peleas con sus amigas… ¡incluso le pidió consejo cuando perdió la virginidad con Alfredo!

Se recompuso y se levantó de donde estaba, lentamente comenzó a andar sin un rumbo fijo por la casa, o eso creía, por que acabó ante la puerta de la habitación de su hija. No le había contado su ruptura con Alfredo, tampoco tenía ni idea de que ya no se veía con sus amigas… ¿En qué momento había dejado de contarle sus problemas? ¿Había dejado de confiar en ella? ¿Había hecho algo para enfadar a su hija y que esta desapareciese? La idea de que alguien le hubiese hecho algo a su pequeña flotaba por el fondo de su mente, pero Lorena la desechaba continuamente.

Está bien – se repetía -. Nadie le ha hecho nada a mi pequeña, seguro que está bien y pronto volverá.

Entró lentamente en la habitación, todo estaba tal y como lo dejó su Lucía hacía tres días. Había ropa usada tirada en un lado de la habitación, la cama a medio hacer resultado de la siesta que se echó esa tarde antes de irse. En un lado de la habitación había un tocador lleno de productos de maquillaje, algunos incluso se habían quedado abiertos de la última vez que los usó. Se acercó al espejo del tocador y se quedó mirando las fotos que su hija tenía enganchadas en el marco. Había muchas, de Lucía sola, con sus amigas, con Alfredo… Pero Lorena fue directa a coger una en la que salían las dos, madre e hija, en el último viaje que hicieron.

Nadie podría decir que no eran familia. Eran como dos gotas de agua. Las dos eran morenas, pelo negro y ondulado, delgadas y con buena figura, a lo mejor era excesivo decir que parecían hermanas, pero ante los 20 años de la hija, la madre tenía unos 42 muy bien llevados, y sería complicado decir cuál de las dos es más guapa. Las únicas diferencias eran el largo del pelo (Lucía lo llevaba por mitad de la espalda mientras que la madre lo tenía a la altura de los hombros), y los ojos. Mientras que Lorena tenía los ojos marrón claro, Lucía los tenía azules. Era lo único que había sacado de su padre.

No sabría decir cuánto tiempo estuvo pasmada observando la foto hasta que la soltó y se sentó en la cama, dio un respingo al notar algo rígido bajo la manta, la apartó y vio el portátil de su hija. Cogió el ordenador y lo llevó a la mesa, pero al dejarlo se deslizó un sobre blanco al suelo.

Lorena cogió el sobre y lo examinó, era totalmente blanco salvo por el nombre de su hija que estaba escrito en el reverso. Lucía. Estaba escrito a máquina, con una tipografía muy recargada. Parecían letras góticas.

El sobre estaba abierto, aun así no pudo dejar de sentirse un poco culpable al extraer su contenido, como si estuviese invadiendo la privacidad de su hija. Sacó dos papeles del interior, uno era una nota y el otro parecía un folleto de publicidad.

Te espero esta noche, no olvides tu pase.
Zulema.

Ponía en la nota.

Al leer el folleto casi se cae al suelo, tuvo que sentarse otra vez. Era un folleto negro y en él podía leerse:

Pomumvetitum
Viernes 27 de noviembre
Sólo déjate llevar.

Las manos le temblaban. Viernes 27 de noviembre. Era la fecha en la que su hija desapareció.

No ponía nada más en el folleto a parte de la dirección del sitio. ¿Pomumvetitum? No lo había oído nunca… Y tampoco conocía a ninguna Zulema, su hija nunca le había hablado de ella, aunque con los últimos descubrimientos que había hecho tampoco le sorprendía…

—————————————————————–

Aparcó el coche a unos 200 metros del lugar y se acercó andando. Estaba en un polígono industrial, y el sitio se encontraba en una de las naves que estaban más alejada. Las paredes eran negras, no había ventanas, solamente había un cartel con letras rojas encima de la puerta (de metal, negra) en el que se veía el mismo logo que había escrito en el folleto: Pomumvetitum.

Un ligero temblor recorrió el cuerpo de Lorena, mezcla de miedo y ansia. Había encontrado un nuevo hilo del que tirar, pero le daba miedo descubrir lo que había al final del mismo. Mientras caminaba acercándose a la puerta podía notar la brisa en cada poro de su cuerpo, comenzó a sentir un sudor frío que recorría su espalda, se sentía una imbécil caminando hacia allí ella sola, ¿Por qué no había avisado a la policía? Vaya tontería, ¿Y qué iban a hacer? ¿Decirle que “ya la llamarían”? No podía esperar, tenía que hacerlo ella misma.

Se paró frente a la puerta pero, ¿Y ahora qué? No había picaporte, ni siquiera había cerradura, ¿Cómo se entraría?

Knock, Knock – Golpeó la puerta con los nudillos y esperó. 5 segundos, 10 segundos. La espera se le hacía eterna y cuando levantó la mano para llamar otra vez, una rendija se abrió. Desde allí la observaban dos inquisidores ojos.

– ¿En qué puedo ayudarla? – Preguntó una voz masculina tras la puerta. De fondo se oía un ruido amortiguado de música.

– Hola – Contestó Lorena -. Me gustaría hablar con el encargado.

– ¿Me puede mostrar su pase?

– ¿Pase? N-no, no tengo ninguno.

– Entonces no puede pasar.

Y la rendija se cerró con un fuerte ruido metálico. Tras esos ojos se esfumaba la última pista sobre Lucía.

– ¡Espere! – Gritó Lorena desesperada – ¡No se vaya! ¡Estoy buscando a mi hija! – La mujer golpeó la puerta con rabia un par de veces, se venció sobre ella y comenzó a sollozar. – Por favor…

La rendija se abrió de nuevo, los ojos la observaban en silencio.

– ¡Mi hija! ¡Estoy buscando a mi hija! Llevo sin saber nada de ella desde hace días, y lo último que se es que se disponía a venir aquí…

– ¿Cómo se llama su hija?

– Lucía, Lucía Estrada. Tiene 20 años, es morena, pelo largo, ojos azules… ¡se parece mucho a mí!

– No me suena haberla visto. Mire, por aquí viene mucha gente…

– ¿Y Zulema le suena? – Preguntó Lorena, desesperada. – Por favor… Dígame algo… Lo que sea…

Los ojos la escrutaban a través de la rendija, evaluándola. La música que se oía de fondo cambio ligeramente y comenzó otra melodía, igual de rítmica que la anterior. Lorena respiraba agitadamente presa de la ansiedad.

– Espere aquí un momento. – La rendija volvió a cerrarse con el mismo sonido metálico de la anterior vez.

El corazón de Lorena iba a mil por hora, ¿Podrían ayudarla de verdad? ¿Conocerían al menos a la tal Zulema? A lo mejor a través de ella…

Pasaron los minutos pero la mujer no se movió de su posición, estaba atenta a cualquier sonido que indicase que su interlocutor volvía para darle noticias, abrirle la puerta o cualquier cosa.

Oyó unos pasos y segundos después la rendija volvió a abrirse.

– ¿Y bien? – Preguntó Lorena esperanzada.

– Lo siento, no puedo ayudarla.

– ¿Qué?

– Aquí nadie conoce a la tal Zulema, y nadie recuerda a su hija. Lo siento.

– ¡Espere! ¿No puedo hablar con nadie más? ¿Puedo hablar con el dueño? ¿El encargado?

– No. Nadie puede entrar sin un pase.

Tras esa frase volvió a cerrar la rendija. Esta vez el sonido metálico sonó como un portazo en la cabeza de Lorena.

Estuvo unos minutos golpeando la puerta y llamando a gritos, pero fue inútil, nadie volvió a asomarse a la rendija.

Volvió a su coche con paso ramplón, desanimada. Metió la llave en el contacto y arrancó de manera mecánica, metió la marcha y pisó el acelerador. El aire que entraba por la ventanilla la despejó un poco, y entonces se fijó. Había algo que aleteaba enganchado al limpiaparabrisas. Un papel blanco, ¿Le habían puesto una multa? Pegó un frenazo, cabreada, salió del coche dando un portazo y arrancó el papel, gritando barbaridades a quien la pudiese oír. Pero se calló inmediatamente. No era una multa, tampoco era publicidad.

Era una nota.

Te han mentido.
Yo puedo ayudarte a encontrar a tu hija.
Ponte en contacto conmigo.
6xx-xxx-xxx

Lorena miró a todas las direcciones, no había nadie. Tampoco recordaba haber visto a nadie cerca de su vehículo. Pensando un poco más se dio cuenta de que no había visto a nadie a parte del señor rendija. ¿Quién había dejado la nota?

Pensó que quería alejarse de aquél lugar cuanto antes, así que montó en en coche y se puso en marcha. Unos metros después su teléfono estaba marcando el número de la nota con el manos libres. Sonó un click indicando que habían descolgado, pero nadie contestó.

– ¿Hola? – Preguntó Lorena – ¿Hay alguien ahí?

Tras unos segundos de incertidumbre sonó una voz.

– Hola.

Era una voz femenina, Lorena dio un grito sordo de alegría.

– ¿Ha dejado usted la nota? ¿De verdad puede ayudarme?

Nuevamente unos segundos de espera.

– Si, he sido yo quien ha dejado la nota – La voz de la mujer era suave y aterciopelada, con el manos libres daba la impresión de que la dueña de la voz estaba rodeando y abrazando a Lorena -. Y sí, creo que puedo ayudarla con el tema que la ocupa.

– ¿De verdad? ¿Usted sabe dónde está… ?

– ¡Shhhhhh! – La cortó su interlocutora – No es el lugar para hablar de ello.

Lorena se calló y llevó una mano asustada a su boca, como queriendo desdecir las últimas palabras que había dicho.

– L-lo siento, yo…

– Puedo reunirme con usted esta misma noche, si quiere.

– ¡Si! ¡Por favor! ¿Dónde puedo encontrarla?

– Creo que no hay mejor sitio que su casa.

—————————————————————–

Lorena no cenó. Pasó el resto de la tarde andando nerviosa de un lado a otro de la casa. ¿De verdad esa mujer podría ayudarla? Se sentía contrariada por haber dado su dirección así como así, a una desconocida, pero cualquier ayuda que la acercase a Lucía sería bienvenida.

DING DONG

Lorena casi voló hasta la puerta y la abrió de sopetón. Una preciosa mujer negra la miraba desde el otro lado, no podía precisar su edad exactamente, pero estaría más cerca de los 25 que de los 30.

– Buenas noches – Saludó la mujer.

– Buenas noches – Respondió Lorena, intentando ocultar su ansiedad -. Pase, por favor.

– Creo que podemos tutearnos, dado que el tema que vamos a tratar exige que mostremos confianza la una a la otra, ¿Te parece? – Lorena observó por vez primera a la mujer una vez comenzó a serenarse. La mujer era alta, esbelta, elegante… En su primer vistazo había visto que era guapa, pero al verla detenidamente se había quedado corta. Las facciones de la mujer eran perfectas, armónicas, Lorena se descubrió mirándola embelesada. – ¿Puedo pasar? – Preguntó la mujer, sacando a Lorena de su ensimismamiento.

– Si si, pasa por favor.

Al pasar por su lado pudo aspirar el aroma suave que desprendía su perfume, un olor fresco y agradable, se quedó embelesada mirando su cuerpo, su figura perfecta. La mujer portaba un pequeño porta documentos en la mano izquierda, e iba enfundada en un ajustado vestido blanco que llegaba casi hasta la rodilla, rematado con un cinturón ancho de cuero negro que rodeaba su cintura, estilizando su figura. Unos zapatos de tacón negros completaban el conjunto y hacían que su cuerpo se meciera a cada paso de forma hipnotizante. El contraste entre su piel negra y el blanco del vestido hacía que el conjunto luciera más espectacular si cabe.

Lorena reaccionó de golpe, pensando para sí misma que debía parecer una imbécil. Cerró la puerta y se acercó a su invitada.

– Pasa por aquí, por favor – Dijo indicándole el camino hacia el salón.

La mujer estaba parada en el vestíbulo, admirando con interés la decoración de la casa.

– Tienes una casa muy bonita, Lorena.

– Muchas gracias, señorita…

– Talía

– Señorita Talía. Es un nombre precioso

– Gracias.

– Entonces… ¿Sabes algo de mi hija? – Lorena no podía aguantar más y lanzó la pregunta que llevaba repitiéndose en su cabeza toda la tarde.

– No exactamente – La cara de Lorena se tornó pálida -, no sé dónde está tu hija, pero creo que puedo ayudarte a encontrarla. Al menos puedo ayudarte a entrar en el Pomumvetitum – Lorena respiró, aliviada, creía que su oportunidad había desaparecido otra vez. – Y además… – Talía mantuvo la pausa unos segundos. – Sé que esta mañana te han mentido, tu hija estuvo allí el viernes.

– ¿De verdad? ¿Y por qué me lo han ocultado? ¿Qué es ese local? ¡Dímelo, por favor!

– Tranquila, tengo muchas cosas que contarte y tenemos toda la noche para ello, no es conveniente que estés tan alterada – Talía meditó sus palabras y suavizó -, aunque es totalmente comprensible que lo estés. Te voy a contar todo lo que sé, y te prometo que haremos todo lo que esté en mi mano para reunirte con tu hija.

La anfitriona se calmó un poco, al fin tenía alguien que le daba algo de luz sobre el asunto.

– Está bien, tienes razón – Le indicó con la mano que se sentara en el sofá. – ¿Quieres tomar algo?

– Una copa de vino estaría bien – Replicó Talía.

Lorena trajo dos copas y una botella de vino, las sirvió y dejó la botella a un lado.

– Muchas gracias – dijo Talía. – Esa es Lucía, ¿Verdad? – Dijo, señalando una foto colgada en la pared. Lorena la miró con nostalgia mientras Talía, hábilmente, vertía un pequeño líquido en la copa de la mujer, aprovechando la distracción.

– Si, es mi hija, ¿La viste el viernes en aquel local?

– Sé que estuvo allí. ¿Cómo supiste que fue allí el viernes?

– Encontré una especie de… invitación, en su cuarto. Ponía la fecha y venía firmada por una tal Zulema.

– ¿Has avisado a la policía?

– No… O sea, si, la he avisado de la desaparición de Lucía, pero no les he dicho nada del Pomumvetitum.

– Aunque se lo hubieses dicho, no habría cambiado nada – Lorena la miró, extrañada -. La policía no te ayudará, hay gente poderosa metida en este asunto, y saben qué hilos tienen que tocar.

La madre abrió los ojos, asustada, casi se derrama la copa encima.

– ¿Qué quieres decir?

– No te asustes, ten por seguro que tu hija está perfectamente y que nadie le ha hecho nada. ¿Nunca habías oído hablar del Pomumvetitum?

– N-no… Nunca. – Lorena se movió en su sitio incomoda, estaba empezando a sentir calor. Miró su copa de vino, no había bebido ni la mitad, supuso que la tensión que sentía en ese momento la tenía alterada. Dio otro trago a su copa.

– No me extraña. Es un sitio que no conoce mucha gente, y mucha menos gente consigue entrar.

– ¿Qué es?

– Es un club privado – Talía dio un sorbo a su copa y miró fijamente a la mujer -. Antes de continuar tienes que tener clara una cosa. Nadie entra en ese club en contra de su voluntad.

– ¿Qué quieres decir?

– No sé hasta qué punto conoces a tu pequeña – puso un énfasis particular en las dos últimas palabras que no pasó inadvertido a su anfitriona -. Pero si tu hija estaba allí dentro, sabía perfectamente donde se estaba metiendo y qué es lo que iba a hacer allí.

– ¡¿Pero qué leches es ese sitio?! – Lorena alzó la voz, nerviosa. Talía le dirigió una severa mirada de reprobación ante esa reacción. – L-lo siento… No quería gritar, pero…

– Está bien… – Contestó la mujer, asertiva – Es un club privado en el que sus miembros pueden dar rienda suelta a todas sus fantasías, ¿sabes lo que es un club liberal?.

Lorena se quedó sin habla, ¿un club liberal? No sabía que Lucía conocía un lugar así. Comenzó a notar que la respiración se le aceleraba.

– Creo que sí… E-es decir, de oídas sí, pero en persona no, yo nunca…

– Esto es algo más que un club liberal, sus socios… sus socios son gente de dinero, gente poderosa. En este lugar… En este club pueden dar rienda suelta a todas sus fantasías y fetiches, el Club es financiado por sus socios, y a su vez, el Club provee a sus socios de todo lo que necesiten.

– ¿Y cómo encaja Lucía en todo esto? Ella no tiene dinero, y para nada es alguien poderosa.

– Aquí entra en juego la tal Zulema. – Lorena se llevó la mano al pecho, “no olvides tu pase”, le decía en la nota. – Esa tal Zulema es un miembro del Club, y los miembros tienen derecho a llevar invitados para disponer de ellos.

– ¿D-disponer de ellos? ¿Cómo?

Talía puso su mano sobre la de Lorena y se la agarró. Al notar el contacto la mujer se estremeció, el rubor acudió a sus mejillas tornándolas rojas, y su piel se erizó, ¿Qué le estaba pasando?

– ¿Has oído hablar de relaciones de dominación y sumisión?

– ¿Dominación y sumisión? ¿Algo como el bondage? – Lorena había oído hablar del BDSM, incluso alguna vez con su marido practicaron algún juego ligero, atarse con pañuelos y cosas así, nada serio.

– No exactamente. Aunque el bondage implique la sumisión de una de las partes, la sumisión no tiene por qué implicar bondage. Es algo más profundo, es establecer la posición de cada uno de los miembros de la relación y seguirlos hasta unos límites establecidos por ambos. Normalmente se establecen un ámbito en el que ejercer estos roles, hay gente que sólo los aplica en “juegos de cama” y fuera del dormitorio hacen vida normal, pero esto no es suficiente para la gente del Club – Lorena escuchaba estupefacta las palabras de la joven, aun cuando su cabeza centraba su atención continuamente en el contacto de su mano -. El nivel de dominación y sumisión que se practica allí es total, en cualquier momento y en cualquier lugar, lo que se conoce comúnmente cono 24/7 .

– ¿24/7?

– 24 horas al día, 7 días a la semana. Básicamente ser un esclavo sexual a tiempo completo.

Lorena soltó un gritito, alarmada, que intentó ahogar con su mano. Así rompió el contacto con la mano de Talía, cosa de la que se arrepintió en seguida. ¿Por qué la turbaba tanto el contacto de la joven?

– ¿Esclavos sexuales? ¿Cómo puede la gente…? – No acabó su frase, su cabeza estaba intentando asimilar la información que estaba recibiendo.

– Puede. Y te aseguro que lo disfrutan – Lorena la miró, incrédula – Cada persona es un mundo y cada uno tiene su fetiche. Hay gente que suspira por dejarse llevar, por ponerse en control de otro alguien, de su amo o de su ama, no volver a preocuparse de tomar ninguna decisión más en su vida, sólo preocuparse de dar y recibir placer, de obedecer, de no replicar.

Lorena respiraba de forma intermitente, acelerada, cambió de posición, adoptando una que hacía que sus muslos estuviesen más pegados para intentar mitigar el ardor que poco a poco crecía en su entrepierna, ¿Qué me está pasando? – Se preguntaba a sí misma.

– ¿Nunca has tenido el deseo de dejarte llevar? – Le preguntó Talía.

Lorena enrojeció aún más. Hacía muchos años de la muerte de su marido y desde entonces su vida sexual era nula, pero recordaba cómo había noches en las que ella se dejaba llevar por él, que le gustaba que fuese algo más rudo, que tomase el control. Se decía que lo hacía por que a él le ponía cachondo, pero lo cierto es que disfrutaba de esos juegos. Pero nunca habría llegado a lo que le estaba contando esa joven, ni siquiera se le había pasado por la cabeza que existiesen esclavos en nuestros tiempos.

– ¿No te crees aun lo que te estoy contando? – Preguntó Talía, al verla dubitativa.

– ¡No! ¡No es eso! – Replicó, azorada.

– Creo que será mejor que lo veas con tus propios ojos…

– ¿Verlo? – Lorena observó como la joven se agachaba para alcanzar el porta documentos que traía. Sus ojos se desviaron sin poder evitarlo sobre el discreto escote de la joven, que en esa posición dejaba entrever un bonito sujetador blanco con encaje negro. Talía sacó unos documentos y se los dio. Eran fotos. Montones de fotos.

Lorena cogió las fotos y comenzó a verlas una a una, lentamente. Su boca se abría un poco más a cada foto que pasaba y cada vez estaba más sofocada.

En las primeras fotos se veía el local por dentro, un sitio amplio y oscuro, en el que había múltiples zonas privadas para que sus socios tuvieran más intimidad. Había multitud de gente en el lugar, y, aunque todos tenían las caras desenfocadas, se podía distinguir perfectamente cuales eran los amos y cuales los esclavos…

Los amos y las amas, iban perfectamente vestidos, ellos trajeados y ellas con elegantes vestidos. Se veía como charlaban animadamente entre ellos, tomaban unas copas y se divertían. En cambio los esclavos y las esclavas estaban completamente desnudos. Algunos llevaban algún tipo de vestimenta, pero era tan obscena y reveladora que no hacía mucha diferencia, a lo mejor unas tiras de cuero que levantaban las tetas y el culo de una esclava, algún corsé, algún uniforme de asistenta, de colegiala o algo similar, pero tan distorsionados por la perversión que cualquier parecido con uno real era mera coincidencia.

Siguió pasando las fotos y cada vez mostraban un poco más de aquel oscuro mundo. Había camareras, todas vestidas tan solo con un minúsculo delantal que sólo cubría su pubis, unos zapatos de tacón negros y una mordaza roja que las impedía hablar. Los socios las manoseaban a placer y ellas no parecían rechistar.

La mayoría de los esclavos masculinos, llevaban un aparatito de hierro alrededor de su pene.

– Es un dispositivo de castidad. – Susurró Talía muy cerca de su oído. Lorena se sobresaltó, estaba tan ensimismada que no la había sentido acercarse. – Perdona, no te quería asustar, he visto tu curiosidad y creí que querrías saber lo que era.

– G-gracias… – Lorena habló con un hilo de voz debido a la excitación que sentía.

Perdió unos segundos mirando a la joven, tan cerca… Podía casi saborear su aroma, si se acercaba un poco más incluso podría… ¿Pero qué estás haciendo? – Se reprobó a si misma – ¿Por qué me siento así de…? La palabra cachonda voló por su mente y eso hizo que se sonrojara más aún si es que era posible. Volvió la cabeza rápidamente y siguió mirando las fotos.

Todos los esclavos llevaban un collar de cuero argollado al cuello, algunos sólo llevaban el collar, otros llevaban unido a él una cadena que colgaba de ellos o que era sujetada por sus amos. Las fotos comenzaron a subir de tono y se podía ver alguna esclava practicando una mamada en medio de la sala, mientras su amo charlaba despreocupado del trabajo que le estaban haciendo. Pudo ver un esclavo arrodillado lamiendo los zapatos de una mujer. Del culo del hombre sobresalía un consolador enorme.

Una esclava llamó la atención de Lorena. Llevaba unas botas altas, hasta medio muslo, ajustadas, parecían de látex. Eran tan altas que el pie estaba casi en posición vertical y se apoyaba con la puntera. Llevaba los brazos sujetos a la espalda por una especie de funda, también de látex. Unas cinchas de cuero estaban atadas alrededor de su torso, su culo y sus pechos. Llevaba una mordaza negra, pero no era una bola como la de las camareras, esta era una barra, más parecida al bocado de un caballo, y sobre la cabeza pendía un penacho de colores.

– ¿Qué es esto? – Preguntó a Talía.

– Una pony girl.

– ¿Pony girl?

– Exacto. Se las entrena como se haría con un caballo y, aparte de cualquier uso sexual, se las usa como si fueran animales de tiro, en carreras con otras pony girl…

La cabeza de Lorena no podía entender como alguien podía disfrutar con eso, pero…

Foto a foto las escenas de sexo aumentaban. En una de ella una esclava estaba sujeta en un cepo por el cuello y las manos, mientras otro esclavo la penetraba desde atrás, ante el regocijo de los asistentes. En otra la cara de un esclavo servía de asiento a su ama mientras comía algo.

No quería seguir viendo las fotos, pero no podía evitarlo. Una esclava era azotada sobre un pequeño escenario. Otras dos bailaban sensualmente delante de todo el mundo, la siguiente foto las mostraba practicando un 69, y la siguiente rodeadas de varios penes que chupaban animadamente.

– Creo que ya te haces una idea. – Apuntó Talía, poniendo una mano sobre el resto de las fotos y quitándoselas.

– Si… Si, creo que me hago… una idea… – ¿De verdad había entrado Lucía por su propia voluntad en un lugar así? ¿Por qué motivo? Desde el fondo de su cerebro le llegó un soplo, un pensamiento tan fugaz y efímero que podría jurar no haberlo tenido, pero la realidad es que lo tuvo. Sintió una oleada de placer, una explosión, un fuerte gemido en su cabeza mientras se veía a si misma dejándose llevar al placer, preocupándose sólo de obedecer, sin nada más en su mente. Ese pensamiento se fue tan rápido como vino, pero se quedó en su conciencia como un deja vú, como ese sueño que quieres recordar al despertar pero te resulta imposible. – Y después de todo lo que me has contado… ¿Cómo puedes ayudarme a buscar a Lucía?

– Antes de nada quiero que entiendas lo delicado de la situación en la que nos encontramos. En la que te encuentras – Matizó -. Tu hija ha sido invitada al club por una de sus socias, y ella ha elegido entrar por propia voluntad. Puedo ayudarte a que te encuentres con tu hija, pero no te aseguro que ella quiera volver a casa.

Lorena lo meditó, ¿Cómo no iba a querer volver? No le cabía en la cabeza. Seguro que si hablaba con ella…

– Pero ¿Cómo me vas a ayudar? Seguimos con el problema del principio, no tengo ningún pase.

– Pero lo tendrás si quieres. Yo soy socia del Club.

Lorena se puso pálida ¿Esta agradable joven era socia de ese club? ¿Era un… un… ama?

– ¿Qué estás dispuesta a hacer para recuperar a tu hija?

– Lo que sea. – Sentenció Lorena sin dudar.

– Eres consciente de lo que te estoy proponiendo, ¿verdad? De lo que implica lo que quieres hacer – Lorena asintió con la cabeza, dispuesta a hacer cualquier cosa por recuperar a su hija -. Aunque no sea una relación de dominación real tu entrarás a aquel lugar como mi esclava, y tendrás que comportar como tal – Esclava… esa palabra se clavó en la mente de Lorena, pero contrariamente a lo que esperaba le produjo una abrumadora excitación. Talía se acercó a Lorena, ésta podía sentir su aliento mientras hablaba -. No podremos permitir que nadie descubra nuestro engaño, ¿Verdad? Si no, todo se iría al traste – La joven susurraba al oído de la mujer, que notaba como el bello de su nuca se erizaba. Entonces Talía posó una mano suavemente en el muslo de Lorena, lo que hizo que se pusiese rígida, expectante – ¿Crees que serás capaz de actuar con naturalidad en una situación así? – Lorena asintió y miro a la joven a la cara. Sus rostros estaban a escasos centímetros. – ¿Serás capaz de hacer todo lo que te ordene – la mano de Talía ascendía lenta pero constante por el muslo de Lorena, se detuvo en la cara interior, en un lugar que nadie a parte de su marido había posado su mano – como una buena esclava?

– S-sí… – Balbuceó Lorena

– ¿Sí, que?

– Sí, me comportaré como una buena… – la palabra resonó en su mente antes de acudir a sus labios, las fotos que había estado viendo acudían a su cabeza como en un bombardeo – esclava.

Entonces Talía besó sus labios, al principio con suavidad, y poco a poco, al notar que Lorena se mostraba receptiva, con más intensidad. Lorena recibió ese beso como si fuese el momento más esperado de su vida, incluso la desaparición de su hija desapareció de sus pensamientos, aunque más tarde se diría que no, que todo lo que había sucedido era por meterse en el papel…

Las dos mujeres se besaban con pasión, Talía se abalanzó sobre el cuerpo de Lorena, quedando ambas tendidas en el sofá. La mano de la joven comenzó a acariciar la entrepierna de la mujer por encima del pantalón que llevaba, haciendo que Lorena comenzase a mover inconscientemente su pelvis adelante y atrás, intentando acelerar el movimiento de la mano. Lorena suspiraba, al principio débilmente, pero pronto se convirtieron en gemidos. Bebía con ansia de la boca de Talía y se dejaba llevar por el placer que la embargaba. Estaba al borde del orgasmo y Talía ni siquiera había metido la mano dentro de su ropa, ¿Cómo podía sentirse tan excitada?

– Ser una esclava no consiste en dejarse llevar por el placer – le susurraba la joven -, ser una esclava significa anteponer el placer de tu ama al tuyo propio.

Entonces Talía se apartó de ella, dejándola al borde del clímax, se puso de pie y se levantó el vestido. La chica llevaba un tanga blanco con encaje negro, que hacía juego con el sujetador que pudo vislumbrar Lorena hacía tan sólo minutos antes. Hábilmente se lo quitó en un sensual movimiento y se lo arrojó a Lorena a la cara. A continuación se sentó en el sofá y separó las piernas.

Lorena se quedó inmóvil, con el tanga de Talía sobre su cara, cachonda como hacía mucho tiempo que no estaba – aunque dudaba que alguna vez hubiese llegado a tal grado de excitación -, aspiró el aroma de la joven y, contrariamente a lo que pudo pensar en un principio, no le desagradaba. Era un olor dulzón, erótico y suave. Aspiró nuevamente y se apartó la prenda de la cara, aunque no la soltó, la mantuvo en su mano derecha todo el tiempo.

Sabía lo que Talía quería que hiciese, no era tonta y, no en vano, una hacía el papel de ama y otra de esclava. Estaba en un estado de ansiedad, notaba como su coño palpitaba de placer mientras se levantaba y avanzaba hacia la joven.

– Me gusta que mis esclavas estén desnudas. – Dijo cortante la chica.

Lorena no necesitó nada más. Se quitó lentamente el suéter que llevaba y se deshizo de los zapatos y los pantalones. Se quedó únicamente con un sencillo sujetador rosa y unas bragas de algodón blancas.

– Completamente desnudas. – Apostilló Talía.

La madura mujer se sonrojó, hacía mucho tiempo que no estaba completamente desnuda delante de nadie, pero lo hizo sin rechistar. Echó a un lado su ropa interior mientras bajaba la mirada, aun después de lo que había hecho y lo que tenía pensado hacer, no podía evitar sentirse avergonzada. Talía observó el vello que cubría el sexo de Lorena, pero ni dijo nada ni hizo ningún gesto más allá de separar ligeramente sus piernas, dándole a entender a la mujer que ya podía proceder.

Y allá que fue. Se arrodilló ante aquella belleza de ébano y acercó su cara lentamente al sexo de la joven. Una pequeña tira de pelo perfectamente cuidado asomaba en el monte de venus, más allá de eso no vió un sólo pelo, pensó en su entrepierna y en el tiempo que hacía que no se la cuidaba, ¿Para qué? Se dijo, si hace tanto que nadie la visita. Pudo apreciar el embriagador aroma de primera mano antes de acercar tímidamente la lengua, podía notar como su corazón latía a mil por hora. Cuando su lengua hizo contacto se estremeció, la pasó por sus labios y de nuevo la acercó al coño que tenía delante.

Nunca había hecho nada parecido, simplemente hizo lo que pensaba que a ella le habría gustado que le hicieran. Comenzó lamiendo ligeramente, sin hacer presión, de arriba a abajo, pasando su lengua ligeramente por los labios vaginales, respiraba sobre el coño tal como a ella le gustaba sentir allí el aliento caliente.

Después comenzó a aumentar la presión, jugaba lentamente con el clítoris, sólo con la puntita de la lengua, recordando lo que le hacía su marido. Alternaba profundos lametones que recorrían el coño de Talía con rápidos y ligeros movimientos sobre su sexo. Y parecía que no lo hacía mal. No tardó la joven en comenzar a gemir y a mover la cadera acompasadamente a la boca de Lorena. La mujer se envalentonó, cada vez lo hacía más rápido, se guiaba por los jadeos de la muchacha, que parecía estar disfrutando. Se abandonó a la lujuria. En su cabeza ya no había reparos, no existía siquiera su hija, no había nada más que lo que estaba ocurriendo en aquella sala. Llevó su mano a su propio coño y comenzó a masturbarse, aún con las bragas de Talía agarradas. Movía su culo al ritmo de su mano, su mano al ritmo de su lengua, y todo ello al ritmo de la respiración agitada de Talía. Comenzó a jadear, los jadeos se convirtieron en gemidos y estos en pequeños gritos.

– ¿Qué crees que estás haciendo? – Talía le tiró del pelo separándola de su coño. Tenía la cara llena de los jugos de la chica.

– ¡Ahhh! ¿Qué…?

– ¿Quién te ha dado permiso a masturbarte? Tienes mucho que aprender para ser una buena esclava. La primera lección es que tu placer no te pertenece a ti, si no a tu ama. – La mirada de Talía era completamente seria, tanto que Lorena se sintió acobardada.

– L-lo siento, yo…

– Me da igual que lo sientas. La segunda lección es que cuando una esclava no obedece, se la castiga.

Los ojos de Lorena se abrieron de par en par, Talía se levantó y acudió a su porta documentos, de donde sacó unas tiras de cuero con las que, ante las quejas de la mujer, le ató las manos a la espalda.

Lorena protestó, pero en el fondo pensaba que había fallado y que realmente se merecía ser castigada, aun así, tenía miedo de en qué consistiría el castigo.

Talía la arrastró del pelo hasta la parte de atrás del sofá, donde la obligó a inclinarse sin doblar las rodillas, y con las piernas ligeramente separadas. En esa postura el culo de Lorena estaba completamente expuesto ante Talía, y sus tetas se bamboleaban sobre el sofá. Talía se deshizo del vestido, quedándose tan sólo con el sujetador.

– Al ser la primera vez sólo serán 15 azotes, pero vuelve a equivocarte y serán más.

La mano de Talía acariciaba las nalgas expuestas de Lorena, cosa que hacía que la mujer temiera aún más el momento del golpe.

¡PLAS!

El azote vino sin avisar, fuerte y seco, sobre la nalga derecha. Lorena gritó de dolor y sorpresa, todavía no podía creerse que se estuviese siendo azotada en su propio salón por una joven que acababa de conocer hacía no más de dos horas.

– Yo no voy a llevar la cuenta de los azotes que te doy – ¡PLAS! Esta vez fue a la nalga izquierda – Así que más te vale levar la cuenta en voz alta. – ¡PLAS!

– ¡Ah! – Gritaba Lorena con cada azote – ¡T-tres! – Gritó.

– ¿Tres? No he escuchado el uno ni el dos.

¡PLAS!

– ¡U-uno! – Lorena lo entendió rápido – ¡Dos! ¡Tres! – Iba enumerando cada azote tal y como le habían ordenado. – ¡Quince! – Finalizó, agotada.

Tenía las nalgas rojas y estaba jadeando agotada sobre el sofá, pero cuando Talía acarició su coño no pudo reprimir un gemido de placer.

– Parece que el castigo te ha gustado más de lo que creías, ¿Eh? – La joven volvió a levantar a la mujer tirándola del pelo y la hizo arrodillarse en el suelo, aún con las manos atadas. Entonces fue la joven ama la que que se reclinó sobre el sofá, separó las piernas y se separó las nalgas, dejando a la vista su coño y su ojete ante Lorena. – Segunda oportunidad. Espero que ahora lo hagas correctamente.

Lorena se acercó de rodillas al culo de Talía y comenzó a comerle el coño de nuevo. En esta posición su nariz y sus ojos quedaban justo delante del ojete de la chica, incluso la punta de su nariz amagaba con penetrar el rosado agujero de la joven.

Nuevamente Talía comenzó a gemir y a mover las caderas, presionaba la cara de Lorena con su culo, en ocasiones casi se podría decir que se sentaba sobre su cara. Aun así esta vez Lorena no se distrajo, no detuvo en su tarea aunque podía notar como su coño chorreaba sobre el suelo de su salón. Su lengua se movía de un lado a otro, incansable, disfrutando incluso al ver que esta vez lo estaba haciendo bien, y tan bien lo estaba haciendo que Talía la agarró del pelo, pero esta vez para pegar su cara a su coño. Lorena tenía dificultades para respirar, pero aun así no cejó en su tarea, y segundos después Talía se corría entre sonoros gritos y jadeos. Soltó el pelo de la mujer, pero no se apartó de su cara, movía las caderas de forma lenta y sinuosa, y Lorena sabedora de que estaba disfrutando de su orgasmo, no paro de lamer, aunque esta vez de forma lenta y suave, no quería interrumpir el momento de disfrute de la joven.

Unos minutos después, lentamente, Talía se apartó, se dio la vuelta y se arrodilló ante Lorena, dándole un profundo beso con lengua, probando sus propios jugos de la boca de la mujer.

– Lo has hecho bien, Lorena – Le dijo mirándola a los ojos -. ¿Alguna vez habías estado con una mujer? – Lorena negó con la cabeza, Talía sonrió – Tienes futuro entonces, si te comportas como hoy nadie dentro del Club se dará cuenta de nuestra farsa.

Se puso detrás de Lorena y le desató las manos, acto seguido acarició lentamente las nalgas enrojecidas de la mujer. Ésta dio un respingo al notar el contacto, tenía la zona dolorida.

– Incluso has aguantado bien tu primer castigo – apostilló la joven -, aunque hay algunas cosas que tenemos que arreglar antes de tu ingreso en el Pomumvetitum…

– ¿Qué cosas? – Preguntó Lorena, frotándose las muñecas. La mujer seguía cachonda, y esperaba que en algún momento le llegase el turno a ella.

– Tienes que arreglarte el matojo de pelos que tienes en el coño – Lorena enrojeció y bajó la mirada, tanto por la manera que tuvo de decírselo (la expresión “matojo de pelos” estuvo resonando en su cabeza varios días), como por la vergüenza que le producía el que Talía se hubiese fijado tanto en eso -. Toma – La joven le tendió una tarjeta -. Diles que vas de mi parte, yo cubriré los gastos.

Talía se levantó y comenzó a vestirse, una decepción cruzó el rostro de Lorena, que no pudo evitar preguntar.

– Talía… Yo… ¿No vas a…? – La cara se le encendió aún más, ¿Cómo iba a preguntarle si no iba a hacer que se corriese?

– ¿No voy a qué? – Preguntó la joven, aunque sabía perfectamente a qué se refería, había vivido esa situación muchas veces. Y le encantaba.

– Yo… Estoy… – Lorena masticaba cada palabra que salía de su boca, estaba asombrada de que le costaba más acabar esa frase de lo que le había costado comerse por primera vez un coño – ¿No vas a hacerme acabar a mí? – Ya está, ya lo había dicho, había intentado decirlo de la manera más suave que pudo. Y fue una liberación, al fin pudo levantar la vista de nuevo y miró a la cara de la joven. La situación tenía un simbolismo que atacó directamente a la libido de la mujer, Talía vestida, de pie frente a ella, y ella desnuda completamente, arrodillada ante la joven, pidiéndole… pidiéndole…

– ¡Aaah! ¿Te referías a eso? – Talía le tendió la mano para ayudarla a levantarse, quedaron frente a frente y, sin mediar palabra, la joven llevó su mano al coño de Lorena e introdujo un par de dedos. Lorena dejó escapar un gemido y cerró los ojos, llevaba mucho tiempo esperando ese momento. – Vaya… Estás chorreando… – Susurraba Talía – En verdad te ha gustado comerme el coño, ¿Eh? – Lorena asintió, con los ojos aún cerrados, centrándose en aquella mano que la estaba llevando al éxtasis – Dímelo. Quiero oírtelo decir – Talía sacó los dedos del sexo de la mujer, pero mantuvo la mano sobre su coño.

– N-no pares… – Susurró Lorena, contrariada, moviendo las caderas, buscando la mano de Talía. Abrió los ojos y vio como la joven la miraba fijamente. Entonces entendió por qué había parado. – Me ha gustado… me ha gustado comerte el coño – Dijo. Talía acarició el sexo de Lorena arrancándole un gemido, la mujer se mordió el labio inferior.

– Dime que te ha gustado obedecer, que te ha gustado ser mi perra.

– Me ha gustado obedecer – Lorena lo dijo rápido, sin pensar, buscando complacer a Talía y que esta siguiese masturbándola. -. Me ha gustado ser tu… perraaaah – Al decir esa última palabra Talía volvió a meter dos dedos de golpe, masturbó a la mujer unos segundos y los volvió a sacar. Las piernas de Lorena temblaban.

– Dime que te has merecido el castigo, que has sido una mala esclava.

– Me he merecido el castigo, me he portado mal. He sido una mala esclava.

Talía seguía con su juego, masturbaba levemente a su esclava al oír las respuestas que quería oír y luego paraba, llevándola a un estado mental insoportable para la mujer.

– A partir de ahora, vas a obedecer cada orden que te dé, vas a ser una buena esclava y te vas a comportar como es debido.

– ¡S-Si! A partir de ahora te voy a obedecer… Me voy a comportar…

– Porque tú eres una perra, una esclava que sólo existes para cumplir la voluntad de tu ama.

Lorena casi no podía hablar, estaba llegando al clímax y en ese momento vendería su alma a aquella mujer si hacía falta para conseguirlo.

– ¡Si! Soy una perra, soy tu esclava, tu eres… ¡eres mi ama! ¡Sólo existo para cumplir la voluntad de mi ama! – Estaba a punto de correrse, las piernas le temblaban, su corazón se agitaba desbocado al mismo ritmo que su respiración, tuvo que apoyarse sobre el sofá para no caer al suelo… Y entonces nuevamente Talía paró. – Yo… yo… – Lorena no sabía qué más quería oir la joven – ¡Soy tu esclava! ¡Eres mi ama, mi dueña! – repetía, suplicante – ¡Por favor! ¡No pares! ¡Quiero correrme!

Talía llevó sus dedos a la boca de Lorena, que chupó sin rechistar. Nunca había probado sus propios flujos, pero ni siquiera dudó a la hora de hacerlo. Chupó, lamió y limpio los dedos que le ofrecía Talía como si fuese el manjar más sabroso del mundo.

– Me complace oírte decir eso, esclava, pero antes de que te lleve al Club tienes que aprender una importante lección. – Lorena miraba suplicante, Talía le cogió la cara por debajo de la barbilla y la acercó a la suya -. Tu placer ya no te pertenece… Sólo yo decido cuando tienes permiso para correrte, y ahora no lo tienes.

Lorena se quedó pálida.

– ¿Qué…? ¡No! ¡Por favor!

Cayó de rodillas nuevamente ante la joven, sollozó unos instantes mientras suplicaba y luego quedó en silencio, derrotada y alicaída.

Talía recogió su porta documentos y, mientras salía del comedor se dio la vuelta y dijo:

– Llama al número de la tarjeta que te he dado, diles que vas de mi parte y ellos sabrán lo que hacer. Una vez acabes allí, tendrás tu pase para poder acceder al Club.

Sin decir ni una palabra más, sin siquiera despedirse, salió de la habitación y de la casa, dejando allí a Lorena, sola, desnuda y terriblemente cachonda.

Mientras se iba, Talía sabía perfectamente que aquella mujer ya estaba en su poder.

Lorena, por su parte, vio salir a Talía del salón y segundos después escuchó la puerta de la calle. Y allí, de rodillas y desnuda como estaba, comenzó a masturbarse frenéticamente, con las imágenes y sensaciones que había vivido en esas pocas horas volando por su cabeza. Nunca había estado tan cachonda, nunca se había dejado llevar de aquella manera por sus más bajos instintos. No tardó en ser abordada por un orgasmo tan potente que se quedó tendida allí, en el suelo, durante varios minutos mientras se recuperaba.

No fue la única vez que se masturbó aquella noche, pues ya en su cama, los recuerdos de la conversación con Talía, y los sueños húmedos que la asaltaban cada vez que conseguía dormirse hacían que sus manos volviesen a buscar su coño una y otra vez.

¿Éste es el placer que estabas buscando, Lucía?

Fue el pensamiento recurrente que acudía a su mente cada vez que alcanzó el orgasmo esa noche. Finalmente, el agotamiento pudo con ella y durmió profundamente hasta el mediodía.

PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
Paramiscosas2012@hotmail.com

 

Relato erótico: “Gaby, mi hija 5. Fin de la primera parte.” (POR SOLITARIO)

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Hoy es el día de la prueba. Gaby sigue dormida, preparo el desayuno.

–Buenos días mamá. ¿Cómo has dormido?

–Muy bien cariño. Muy relajada. ¿Y tú?

–De maravilla. ¿Qué haremos hoy?

–Hoy tendremos el día movidito. Tú tendrás que colaborar para que todo salga bien.

–Pero, mamá ¿Qué vas a hacer?

–Veras, antes de que llegue Oscar, Nati, Carmen y yo, nos esconderemos en la habitación de los invitados. Tú te encargarás de hacer que tome alguna bebida alcohólica. Se la preparas añadiendo estos polvitos, son dos pastillas de rohypnol machacadas.

Es la droga, que, posiblemente, usaron contigo, cuando te violaron.

Sigue charlando con él hasta que haga efecto, diez, quince minutos, o algo más. Después nos encargaremos nosotras.

–Pero ¿Qué le vais a hacer?

–No te preocupes por eso. Ya lo veras.

–De acuerdo, pero a ver si acabamos todas en la cárcel.

–No nos denunciará. Ya lo veras.

Terminamos el desayuno y arreglamos un poco el piso. Preparo la comida para las cuatro. Poco antes del mediodía llegan Nati y Carmen. Besos, abrazos. Gaby se va a su habitación.

–Bueno, Eva, con que nos vas a sorprender hoy.

–Pues verás, Nati. Necesito que me ayudéis a castigar a una mala persona. El ex-novio de Gaby.

–Pero ¿Que le ha hecho?

–Algo horrible, Nati, drogarla y entregarla, para que unos traficantes se cobraran una deuda que tenía con ellos, violando a Gaby.

–¡Joder! Eso es muy fuerte. ¿Y qué piensas hacer?

–Acercaos, no quiero que Gaby sepa aún lo que quiero hacer.

Les explico mi plan y se entusiasman. Nati tiene tendencias sádicas, estoy segura que se va a divertir.

Carmen también, pero por otros motivos. Fue víctima de una violación y detesta a los violadores.

Llamo a Gaby para comer. Estábamos terminando cuando llaman al timbre de la puerta. Salimos todas corriendo, nos escondemos en la habitación de invitados. Gaby abre.

–¡Silvia! ¿Qué haces aquí?

–Gaby, desde que supe que habías llamado a Oscar y que vendría a verte, no he dejado de pensar en eso, puede hacerte daño si estás sola, incluso estando tu madre, puede haceros algo y yo no me lo perdonaría. ¡Te quiero Gaby!

–¡Mamá! Podéis salir. ¡Es Silvia!

Al entrar en el salón veo a Gaby abrazando a Silvia. Se besan amorosamente.

–¡Uy! ¿Quién es esta chica tan mona?

–Es Silvia, Carmen. Ha venido a ayudarme con Oscar. Es un amor. ¿Verdad?

–Si que lo es y por lo que veo, tu amor. ¿No?

–No podemos negarlo. Creo que estamos enamoradas. Es muy dulce. ¿Verdad mamá?

–Si, ayer tuvimos un encuentro muy cálido. ¿Estás enamorada Silvia?

–No lo sé, pero no puedo pensar en otra cosa, solo en Gaby. Y se me pone un nudo en la garganta, una opresión en el pecho y siento cosas raras en el estómago. No había sentido esas cosas antes, nunca, por nadie. ¿Es eso amor?

Nos reímos mis amigas y yo. Gaby se revuelve enfadada.

–¿De qué os reís? Yo también me siento así.

–No te enfades, cariño. Estáis enamoradas. Nos reímos porque lo que estáis sintiendo, también lo hemos sentido y vivido nosotras, en el pasado. Comprendemos como os sentís, son risas amorosas, no nos estamos burlando. La risa, también es una manifestación del amor.

–Bueno, pero no os metáis con Silvia.

–No, cariño, lo que ha ocurrido entre vosotras es muy bello. Lo respetamos. Os queremos………….

Suena el timbre de nuevo, casi seguro que es Oscar.

–¡Vamos, a la habitación! ¡Gaby, ya sabes que tienes que hacer! ¡Si crees que hay peligro grita y saldremos todas!

No oímos nada, debía haber previsto algún sistema para ver u oír lo que pasa en el salón. Quince minutos, oímos murmullos pero no entendemos nada. Veinte minutos, siguen hablando. Media hora, tres cuartos. Faltan cinco minutos para una hora. ¿Qué estará pasando?

–¡Mamá! ¡Podéis salir!

Oscar está tendido en el sofá, tiene la bragueta abierta y asoma el pene. Gaby está en pie, a su lado, le escupe en la cara. Hay algo más que saliva.

–¡Vamos! ¡Ayudadme a llevarlo a la cama!

Entre todas lo llevamos a rastras hasta la cama, lo desnudamos, Carmen, Nati y yo también. Gaby y Silvia se mantienen expectantes. Oscar está tendido boca arriba, Carmen se sube y se sienta sobre su cara, se mueve adelante y atrás. La enorme barriga se mueve sensualmente.

–¡Cuidado! Carmen, lo vas a asfixiar y no queremos liquidarlo. Es solo un escarmiento.

–No te preocupes Eva, sé lo que hago.

Se levanta. Oscar respira como si se fuera a acabar el aire. Los ojos abiertos, nos mira. Intenta avanzar los brazos pero los movimientos son torpes. Los deja caer. Voy por los artilugios que he comprado para la fiesta. Cuatro arneses con dildos de silicona, uno para cada una. No contaba con Silvia. Los reparto y ayudo a las demás a colocárselos. Gaby se ríe, coge el consolador con ambas manos y amenaza a Silvia con él, en broma.

Silvia no se ríe. Está muy seria, mira el aparato de Gaby, dirige la mirada a sus ojos. Aparta las manos de su amiga y lo coge ella. Besa a Gaby y le habla al oído.

–Mamá, Silvia quiere que la penetre. Dice que quiere perder su virginidad conmigo. Que sea yo quien se lo haga.

Se abrazan las dos, se miran a los ojos, se besan. Nos quedamos mirándolas. Forman una pareja preciosa.

–Silvia ¿Estás segura? Piensa que si lo haces ya no tendrá vuelta atrás. Lo perderás para siempre. ¿Y tu madre? ¿Cómo reaccionará si se entera?

–Eva, quiero a tu hija, con locura. Desde hace mucho tiempo, pero lo de ayer me ha convencido de que quiero vivir con ella, solo para ella. Mi madre, mi familia, todo lo demás no me importa. Quiero que me folle ella. ¡Ahora! ¡Por favor, Gaby!

Gaby se había colocado el arnés sobre la ropa, no se había quitado el pantalón. Se lo quita para desnudarse. Se coloca de nuevo el dildo. Desnuda a su amada y se tienden las dos junto a Oscar, que las mira con cara de demente. Carmen, ata las manos del chico y le da la vuelta, se coloca sobre su espalda, la verga de goma, entre las nalgas del muchacho. Se acaricia el clítoris. Está muy excitada. Nati ayuda en la operación.

Silvia las contempla, también se excita. Gaby entre sus piernas le lame el sexo, ella se aprieta las tetas, pellizca sus pezones, abre las rodillas, su respiración se agita, boquea, le falta el aire, se va a correr. Grita.

–¡¡AHORA, GABY!! ¡¡AHORA!!

Gaby obedece, se coloca en posición y apunta entre los labios vaginales de Silvia con el pene de plástico.

Nati ha cogido las piernas de Oscar y ha tirado de ellas hasta el filo de la cama. Las deja caer y queda con el culo a disposición de las dos. Yo, mientras, grabo la escena. Escojo el ángulo adecuado, para que no aparezcan las caras de mis amigas. Solo la cara y el culo de Oscar que va a ser taladrado por Carmen, de un solo golpe, en seco, sin lubricación. Empuja con fuerza y penetra el ano del chico.

Al mismo tiempo Gaby empuja con cuidado dentro de Silvia que, sin pensárselo, levanta sus caderas y el dildo se clava en sus entrañas. Grita.

–¡¡¡AAAGGGG!!!

Gaby, sorprendida, intenta sacarlo, pero Silvia cruza sus piernas tras las nalgas de mi hija, impidiendo que se separe de ella. Dos lágrimas surcan sus mejillas. Abraza con fuerza a Gaby.

Oscar también grita, intenta levantarse, pero entre las dos se lo impiden y siguen follándole el culo, sin detenerse. La cara de satisfacción de Carmen es todo un poema. Nati restriega su coño por la cabeza del muchacho, al tiempo que pellizca las tetas a Carmen, que le devuelve la caricia.

Gaby acaricia a su amiga, besa las mejillas, bebe sus lágrimas. Silvia coge con sus manos la cara de mi hija, besa los labios.

–Te quiero, Gaby. Amor mío. Ahora muévete despacio.

Gaby se movía con suavidad, con delicadeza. Se besaban amorosamente.

Carmen salía de Oscar, para dejar a Nati follarlo con violentos empujones de cadera. La pantalla de la cámara mostraba el ano sangrante de Oscar.

Miré el sexo de Silvia, bajo el cuerpo de mi hija. También sangraba.

Nati y Carmen estuvieron jugando con Oscar hasta quedar rendidas. Sus escandalosos orgasmos escandalizaron a Silvia que, recuperada de su nueva experiencia, se levantó, cogió a Gaby de la mano y la llevo al dormitorio de mi hija.

Yo no me quedé con las ganas de follar al violador de mi niña, lo hice, con rabia, con mucha violencia. Nati grababa, me miraba asombrada por la furia con la que atravesaba el esfínter de aquel miserable. Carmen me besaba, yo le acariciaba el coño y su barriga. Me sentía muy excitada, mi sexo, mis muslos, chorreaban. Nati me besaba la nuca, produciéndome escalofríos, magreaba mis tetas y me moría de gusto, el orgasmo llego, de pronto, bestial. Abrace a Carmen con el brazo derecho al tiempo que con los dedos de la mano izquierda penetraba su coño. Nos besamos las tres, derrotadas sobre la cama. Oscar se quejaba débilmente.

Ya más tranquilas nos fuimos a duchar. Nos lavamos cariñosamente, acariciándonos unas a otras. Entre besos y achuchones, nos lavamos las tres. Descansamos un poco y nos vestimos. Mientras se arreglaban Gaby y Silvia.

Preparé un DVD con la grabación que le hice. Vestimos a Oscar y llamé a mi hija, para que nos guiara, al apartamento del que fue su novio.

Lo llevamos entre todas. En el bolsillo tenía las llaves de su coche y del apartamento. Nos metimos, Gaby, Silvia y yo, en su coche y lo conduje hasta su casa. Carmen con Nati, que llevo su coche para volver. Lo subimos entre todas.

Un vecino nos vio, le dijimos que estaba borracho, no le extrañó. Lo dejamos en su catre.

A Nati se le ocurrió, al ver un viejo candelabro, bajarle los pantalones hasta los tobillos, colocarlo boca abajo y clavarle una vela en el culo. Así se quedó.

Mientras Gaby y Silvia, buscaban entre los libros, papeles y trastos que allí había.

Hasta que la encontraron, una cámara de video en una caja, con varios chips de memoria. En uno de ellos había escrito, con tinta indeleble, Gaby. Conectamos la cámara y vimos que, efectivamente, era la grabación original que había hecho a mi hija. Cogí la cámara y los chips y los metí en mi bolso.

Gaby puso en marcha el ordenador portátil que Oscar utilizaba. Conocía la clave de acceso. Buscó, hasta encontrar las copias de los videos. Escribió una nota y la paso a la impresora que tenia conectada. Después, con un destornillador, abrió la parte baja del ordenador y extrajo el disco duro. También nos lo llevamos.

Le dejamos la copia del DVD, que habíamos grabado y la nota explicativa, escrita por Gaby. Dejamos las llaves sobre la mesa y nos marchamos de allí.

——————

Tenía previsto marcharme a Barcelona en un par de días. Hable con Carlos y acordamos que nos alojaríamos, en un apartotel, hasta que se arreglara el alquiler del piso. De esa forma, Gaby, podría solucionar su traslado de matrícula en la Universidad.

–Pero, esta noche la pasamos juntas. Nos vamos a tu casa, Eva. Cualquiera sabe cuándo podremos volver a vernos, si te vas a Barcelona.

–De acuerdo Carmen. Esta noche estaremos juntas. Me fastidia mucho tener que irme, pero sobre todo, por qué ahora estábamos juntas de nuevo, después de tantos años.

–Yo también me quedo.

–¿Estás segura, Silvia? ¿Qué le dirás a tu madre?

–Le diré….Que me quedo en casa de Gaby. Y ya está. Si no le gusta que se fastidie. Ya he cumplido los dieciocho, hace un mes. ¿Puedo quedarme en tu casa, Gaby?

–Quiero que te quedes para siempre conmigo. Ven, abrázame.

Llegamos a casa y subimos todas. Preparamos la cena entre risas, caricias y besos. Tras la cena, nos sentamos en el salón a tomar chupitos de vodka caramelo.

Hubo un momento, en que Gaby y su amante, me miraron suplicantes.

–Mami, ¿Nos dejas dormir en tu cama, las dos solas? Os podéis quedar en mi habitación, porfiii.

No pude negarme. Silvia ocupaba ahora un lugar importante, en el corazón de Gaby. Asentí con la cabeza. Recordé a Lara y mis ojos se llenaron de lágrimas. Gaby me miró apenada.

–Mamá, podemos estar todas juntas si quieres, no llores. Te quiero.

–No mi vida, no lloro por eso. Son mis recuerdos los que me hacen sentir así. Id las dos, disfrutad de lo que tenéis ahora, que es muy hermoso. Yo lo perdí hace mucho.

Se levantaron para darme un beso cada una, acaricie sus cabellos. Me emocione y las abrace a las dos. Después, las empujé hacia mi habitación.

Me quedé con mis amigas. Abrimos el sofá cama, Quité el colchón y lo coloque en el suelo, luego traje el de la cama de Gaby y los juntamos. Medio salón lo convertimos en cama.

Nos desnudamos las tres. Acostadas con Carmen en medio, acariciábamos su panza. Era agradable y muy sensual, la niña trazaba curvas y bultos en la barriga, se movía, como si esperara los orgasmos que sentiría la madre. Sus tetas presentaban unos pezones duros, por la excitación.

Nati en una y yo en otra mamábamos, de las ubres, como bebes hambrientos. Besé su boca y correspondió con avidez. La mano de Nati se perdía entre los muslos de la preñada, que boqueaba, acariciaba nuestras vaginas, una en cada mano. Sus dedos penetraban mi coño, provocando latigazos de placer en el pubis, la palma de su mano frotaba mi clítoris. Jugamos, nos acariciamos, nos besamos. Nati se coloco de forma que sus coños se restregaran, con los muslos cruzados. Yo metía la mano entre los dos chochos y los frotaba, al tiempo que sus manos, excitaban todo mi cuerpo. Carmen gritó, lloró, pataleó…Se corrió. Poco después llegaba Nati y yo tras ella. Quedamos agotadas.

Aún pude escuchar, antes de dormirme, los gemidos. ¡Ah! ¡Ah! ¡Mmmm! ¡Ah! De las dos jovencitas. ¡Qué bello era el amor!

Me desperté temprano. Mis dos amigas dormían, Carmen sobre su lado derecho y Nati tras ella, cogiendo sus tetas. Fui a ver a las dos tortolitas, dormían abrazadas.

Me dispuse a preparar el desayuno para todas.

Cuando estuvo listo, las llamé y nos sentamos a la mesa. Las bromas y las risas no se hicieron esperar. Silvia se reía de forma contagiosa, con unas carcajadas sonoras, inconfundibles, que nos hacían reír a todas. Recogemos los colchones del salón.

–Gaby, estoy pensando en escribir, una especie de diario, para que en el futuro recordemos, con la mayor fidelidad posible, las cosas que nos han pasado, que hemos vivido, en estas últimas semanas, ahora, lo que ocurra después, no sé. Tengo la imperiosa necesidad de dejar constancia de mis experiencias.

–¡Sí, mamá! Me gusta la idea, yo te ayudaré. Y llamamos a Pablo, el que escribía en todorelatos y se los damos para que los publique.

–No Gaby, eso es muy fuerte, yo quería que fuera solo para nosotras.

–Y qué más da. Se cambian los nombres, se quitan los datos que puedan identificarnos y mucha gente se podrá ver reflejada y podrá darse cuenta de que no está sola. Que el amor puede manifestarse de muy distintas formas.

–Tienes razón, me has convencido.

Suena el timbre del portero, Gaby se acerca a ver quién es. Por el telefonillo habla con alguien de forma airada.

–¡¡Es la madre de Silvia!!

–Bueno, ábrele y vamos a ver que quiere.

Esperamos, todas en el salón. Gaby abre la puerta y entra una mujer baja, con algún kilito de más, muy sofocada y alterada.

–¡Vamos a ver! ¿Qué pasa aquí? ¿Qué es eso de que no vas a volver a casa?

Silvia, sin azararse, se planta ante su madre.

–No pasa nada, solo que ya no tengo porqué seguir aguantándote. Me voy a Barcelona con Gaby y su madre. Buscaré trabajo y me quedaré allí. Si no estás de acuerdo, lo siento, pero me voy. Estoy harta de tus normas, tus reglas y tus prohibiciones.

Me acerco a la mujer, en tono conciliador. Estaba desconcertada al vernos a todas. Muy nerviosa se echó a llorar. Le cogí los hombros y la invite a sentarse.

–Tranquilícese Charo. Su hija no pretende hacerle daño, solo quiere razonar con usted. ¿Verdad Silvia? Hablando nos entenderemos y espero que pueda comprender lo que ocurre.

Entre sollozos, sin poder hablar.

–Pero entonces ¿Es verdad? ¿Quieres irte? ¿Dejar tu casa y tu familia? ¿Por qué? ¿Estás liada con algún hombre? ¿Te han dejado embarazada?

Nuevo llanto. Ya sonaba un tanto teatral.

–Pues ya ves, quiero irme, dejar mi familia que no me permite vivir como yo quiero, no estoy embarazada y no estoy liada con ningún hombre, pero sí con una mujer, de la que estoy muy enamorada.

Dicho esto se acerca a Gaby, la abraza y le besa la boca. La mujer grita, se tira de los pelos, se desgarra el vestido por el pecho, se cae de lado y entre convulsiones y palabras inconexas, se tira al suelo.

Silvia no se asusta. Se coloca sobre ella y comienza a abofetearla, mientras su madre, sigue con sus movimientos como una loca. De pronto coge las manos de su hija.

–¡Silvia, hija! ¡Que me vas a matar! ¡No me pegues más!

Silvia se levanta, ayuda a su madre a incorporarse y se sientan las dos en el sofá. Como si no hubiera ocurrido nada. Yo estaba perpleja. Miré a las demás y me devolvieron la mirada, no entendían nada. Silvia, calmada nos miraba, esbozó una sonrisa angelical.

–No os preocupéis, no pasa nada. Estos ataques le dan de cuando en cuando. Cuando no se sale con la suya. Es como una niña. Quiero esto, si no me lo das, rabieta al canto, me tiro al suelo, chillo, monto un numerito y, casi siempre, se hace mi santa voluntad. Pero ya estoy harta, mamá. No te aguanto ni una rabieta más. Quiero a Gaby y si ella me quiere, me iré a vivir con ella, te guste o no.

–¡Ah! Y otra cosa más. Hemos hecho el amor. Me han hecho sentir un placer que tú me habías prohibido. Y me gusta. He disfrutado en dos días más que en toda mi vida anterior. Y quiero seguir disfrutándolo. Y creo que tú deberías probarlo, mamá. Para que se te quitara la cara avinagrada que tienes. Tienes la desgracia de no haber sentido jamás un orgasmo, tu vida está vacía, mi padre no te ha follado como debiera, ni tú a él. Si lo hubierais hecho, no estarías amargada y no amargarías a los que te rodean. Aún eres joven, mamá, si nos dejas, podemos darte a conocer, lo que te estás negando toda tu vida, sin saber qué es. Déjanos mostrarte el camino.

La mujer estaba perpleja, anonadada, nos miraba de una en una, con la boca entreabierta.

–Y ¿Qué me vais a hacer?

–No te asustes, mamá. Nada que tú no quieras, aquí en esta casa he encontrado más amor que en ninguna otra parte. No digamos en tu casa. Allí todos vivimos amargados, sin ilusión, sin esperanza, sin amor. Allí no quiero vivir. Ven, acompáñame.

Se levanta, coge un brazo de su madre, me guiña un ojo y se la lleva al dormitorio. Nos quedamos sin saber qué hacer, sin palabras.

Voy tras ellas, me siguen las demás. Al entrar veo a Silvia desnudando a su madre, se desnuda a su vez. Empuja a su progenitora hasta recostarla en la cama, boca arriba, nos hace señas para que entremos y la ayudemos.

Gaby, se decide, se tiende al lado de su suegra y le acaricia los pechos, grandes, redondos, con pezones oscuros y aureolas como galletas. La mujer tiene los ojos cerrados.

Entreabre las piernas, su coño muy poblado de vello negro, apenas deja entrever la raja. La mano de su hija se aventura por el matorral y abre unos labios de un rojo vivo, intenso y brillante por los jugos que está segregando. Está excitada.

Abre más aún las piernas encogiendo las rodillas, ofreciéndonos la vista de una vulva preciosa, que yo me apresuro a abrir con mis dedos, acariciar el clítoris, de gran tamaño, que sobresale de entre los labios. Cierra las piernas al sentir el contacto, para abrirlas más a continuación.

Me arrodillo entre sus muslos, anchos, rollizos. Mi boca llega hasta la cavidad, la recorro con la lengua, penetrando sus agujeros, lamiendo los pliegues. Mientras las demás se dedican a acariciar, lamer, chupar, rasguñar, todo el cuerpo de la mujer que, de pronto grita desaforada, cierra las piernas y me atrapa, abre y me empuja hacia atrás la cabeza, cierra de nuevo las piernas para retorcerse convulsa y quedar hacha un ovillo sobre la cama. Su hija besa su mejilla, acaricia el cabello, el hombro, la cadera. Se estremece, estira las piernas y se vuelve boca arriba. Gaby y Silvia acercan sus bocas, sobre ella, se besan. Abre los ojos, coge las caras de las dos chicas y las acerca hasta besarlas.

–¡Que gusto, dioos! Hacía muchos años que no sentía tanto placer. Gracias. A todas.

Se incorpora, nos levantamos todas. Coge las manos de su hija y de la mía, las besa.

–¿Os queréis?

–Sí mamá. Quiero a Gaby con locura. Estoy dispuesta a lo que sea con tal de estar a su lado. ¿Me comprendes?

–Sí, mi vida. Sé lo que sientes. Yo lo viví hace muchos años. También me enamoré de una compañera de colegio. Nos escapábamos, hacíamos novillos para hacer el amor como locas. Hasta que nos pillaron. El colegio envió aviso de que faltábamos a clase, mi padre nos siguió y nos sorprendió en un cobertizo que estaba deshabitado, donde nos amábamos. Nos llevó ante el director, que llamó a los padres de la otra chica, nos castigaron, nos pegaron, nos humillaron. Todo el mundo se enteró de que éramos lesbianas y eso era muy grave en aquella época. Nos separaron. Decían que era una enfermedad. Me llevaron a psiquiatras y me atontaron a pastillas.

No podía hablar, el llanto no se lo permitía. Cuando se calmó pudo seguir.

–Se llamaba Alma. Un día se la encontraron muerta, en su habitación. Se había envenenado. Yo no supe nada hasta varios meses después y también intenté matarme. Sin Alma, la vida, carecía de sentido para mí. Pero no lo logré, me encerraron en una clínica para enfermos mentales, me drogaron. Estuve varios meses así. El dolor fue apagándose, hasta que me dejaron salir. Conocí a tu padre y nos casamos, naciste tú y fuiste mi razón de vivir. No puedo haceros lo que nos hicieron a Alma y a mí.

Sollozó de nuevo. Llorábamos todas. Nos abrazamos. El relato nos afectó.

–Si te controlaba, te vigilaba, era por qué no quería que se repitiera la historia. Pero ya ves, Silvia, mi amor. Parece que el destino tiene sus propios planes. Ahora me veo reflejada en ti. Sé lo que sientes. Yo lo he vivido y es algo muy hermoso, pero existen peligros, la incomprensión, la intolerancia, el fanatismo de unos pocos, que no comprenden que para el amor no hay barreras, ni el sexo, ni el color de la piel. Que las personas tenemos derecho a elegir la inclinación sexual.

Acariciaba el cabello de su hija y de la mía.

–Me habéis hecho revivir momentos muy felices de mi pasado, pero también los tristes. A pesar de todo, Alma vive en mi recuerdo, sigo amándola, más allá del tiempo y la fatalidad, que nos separó. Tenéis mi bendición, Gaby, Silvia. Ahora no existen tantos impedimentos para que podáis ser felices. Me pelearé con tu padre, el es muy intolerante. No aceptará esto que vais a hacer y tratará de impedirlo, pero no te preocupes. Lo convenceré a costa de lo que sea y lo más probable sea que nos separemos. La verdad, estoy harta de fingir, de disimular. Soy lesbiana, siempre lo he sido y mi vida ha sido una farsa, por culpa de la sociedad. Y ahora, decidme. ¿Qué planes tenéis?

Tras la larga charla de Charo nos quedamos pensativas. Carmen y Nati se despiden, deseándonos buen viaje y suerte en nuestra nueva aventura. Se marchan.

Las chicas siguen hablando con Charo, de modo distendido. Cariñoso. Yo voy al dormitorio para ir preparando las maletas con lo necesario para el viaje.

Me llaman, Charo se marcha, nos damos un abrazo, sincero. Vamos a ser consuegras. Se va. Nos quedamos las tres.

Con la mañana tan movidita teníamos hambre, preparo algo para comer. Las chicas están eufóricas, no dejan de acariciarse y besarse. Yo no tanto. Temo la reacción del padre de Silvia, es muy agresivo, no sabemos cómo se lo tomará.

Silvia ayuda a Gaby a recoger sus cosas para el viaje. Tendremos que ir a su casa, para preparar las suyas y temo lo que pueda pasar. Trataremos de ir cuando no esté su padre.

Estoy cansada, me echo en el sofá y me quedo dormida.

Me despierta el teléfono. Contesto. Es Charo, muy alterada.

–¡¡Eva!!………… ¡No por favor, no me pegues!

Oigo ruidos y gritos, se corta.

–¡¡Silvia!! ¡Ven, tu madre ha llamado y estaban gritando, al parecer se peleaba con tu padre! Vamos a tu casa, a ver qué ha pasado.

–¡Dios mío! Voy a llamar mientras, pero vamos. Mi padre es muy bruto y le habrá hecho daño.

Llama pero no contestan, ni el teléfono fijo, ni en el móvil. Salimos precipitadamente.

Al acercarnos a su casa, desde el coche vemos gente en el portal del bloque. Aparco y vamos corriendo a ver que ha ocurrido. Hay policías locales, casualmente uno de ellos es hijo de un amigo mío. Le pregunto.

–Adolfo, ¿Qué ha pasado?

–¡Hola, Eva! Pues algo, por desgracia muy habitual. El marido ha propinado una paliza a la mujer.

–¡Pero ¿Cómo está ella?!

–No lo sé, acaban de llevársela en una ambulancia. Al marido nos lo llevamos nosotros. En vista de los hechos, puede pasarse una temporada a la sombra.

–¿Ella se llama Charo? Dímelo por favor.

–Espera, ¿La conoces?

–Si es ella sí. Es la madre de esta chica.

Silvia llora desconsolada. Gaby intenta consolarla. En ese momento salen dos guardias custodiando al padre de Silvia, esposado. Mira a su hija, con odio.

–¡¡Puta!! ¡Tortillera! ¡Vas a ser mi ruina! ¡Os acordaréis de mi, tú y la guarra de tu madre!

Adolfo, sorprendido, acude en ayuda de sus compañeros, tratando de reducir al energúmeno, que se resiste a entran en el coche patrulla. Se llevan al detenido. Se acerca a nosotras.

–Adolfo, ¿donde han llevado a la mujer?

–Al Macarena. Yo voy para allá, seguidme.

Seguimos al coche policial hasta el hospital. Entramos por urgencias. Pregunto en recepción y me dicen que le están haciendo pruebas, no saben nada aún. Toman nota y le dan un pase a Silvia, para que entre a ver a su madre.

Adolfo habla con el celador para que nos deje pasar a las tres y entra con nosotras. Nos informa que a Charo la han llevado a radiología, para unas radiografías, está consciente y no se sabe la gravedad de las lesiones, pero tiene un brazo roto y algunas costillas. No se sabrá nada hasta tener el resultado de las pruebas. Esperamos, Adolfo se despide de nosotras y se marcha.

De una de las puertas vemos salir una camilla, empujada por un celador. Trae a Charo. Nos mira e intenta sonreír. Silvia, llorando, se acerca. No se atreve a tocarla, coge una mano de su madre. La besa.

–No llores hija, esto tenía que ocurrir tarde o temprano. No es la primera vez que me pega tu padre, lo ha hecho muchas veces, pero yo aguantaba por ti, lleva haciéndolo desde que, unos meses después de casarnos, estando embarazada de ti, mi padre, se emborrachó y le contó lo que me había pasado con Alma. Le dijo que yo era lesbiana. Pero ya no tengo por qué fingir ni ocultar nada. Gracias a ti me he liberado. Y por esta paliza, no te preocupes, un poco de dolor y ya está. Deja de llorar, yo me alegro de lo que ha ocurrido. Ahora me siento libre.

Gaby besa la frente de Charo. Vienen a por ella y se la llevan a enyesarle el brazo.

Esperamos. Silvia mira a Gaby, coge sus manos.

–Gaby, lo siento amor, no puedo ir ahora contigo. Tengo que cuidar a mi madre, al menos hasta que pueda valerse por sí misma.

–Lo entiendo, mi vida. Estoy confusa. Mamá ¿Me quedo con ellas, hasta que podamos irnos las dos a Barcelona? Entre las dos, podemos cuidar mejor a Charo y tú mientras buscas piso.

–En principio, podemos probar, luego ya veremos. Comprendo que no queráis separaros. Me iré sola, no os preocupéis. Pero vais a vivir en mi casa, no en la de Silvia. Allí puede volver su padre y liarla.

–Tienes razón mamá. Eres muy comprensiva, cada vez descubro más cualidades en ti. Te quiero mami.

–Bien os dejo, lleváis móviles. Cualquier cosa que pase me llamáis, a cualquier hora. Y estoy pensando que, en cuanto Charo este bien para viajar, os venís todas conmigo.

Tras hacer la propuesta, me doy cuenta que en mi casa no están fuera de peligro. Oscar, no sé cómo puede reaccionar y van a estar solas. Prefiero no pensarlo. Me asaltan las dudas. Rectifico.

–Lo he pensado mejor. Me quedo con vosotras. Cuidaremos a Charo y en cuanto esté mejor nos vamos todas. No quiero dejaros solas.

Vuelven a sacar a Charo de la consulta, nos dicen que pasa a la sala de observación, allí pasará la noche y si no hay complicaciones, mañana podemos llevarla a casa. Pero en esta sala no dejan estar a nadie. Solo media hora de visita por la mañana. Nos despedimos de ella y nos vamos a casa de Silvia a recoger lo que necesita para ella y su madre. De vuelta en casa, preparo algo para cenar. Es tarde. Las chicas se apoderan de mi cama y me voy a la de mi hija. Pongo el despertador a las seis y media, para ver a Charo.

Suena el despertador, me levanto y me ducho, con agua fría, me espabilo. Las chicas me han oído y se levantan, vienen conmigo.

En el hospital Virgen Macarena, los típicos problemas para entrar. El pase solo sirve para dos personas. Entramos Silvia y yo. Charo esta medio dormida, los sedantes que le han dado son fuertes. Se alegra al verme. Con su mano libre coge la mía asiéndola con fuerza.

–Eva, si me pasara algo, cuida de Silvia, no la dejéis sola, es tan frágil.

–No digas tonterías, Charo, no te va a pasar nada, tu hija te necesita, te quiere, y nosotras también. No se te ocurra hacer una tontería. No te lo perdonaríamos. Te vas a poner bien y vendrás con nosotras a Barcelona. Tenemos toda una vida por delante y hay cosas que tú aún no sabes de mí, de nosotras. Ya te irás enterando. Lo que pasó ayer, lo repetiremos muchas veces. Te vamos a hacer recuperar el tiempo perdido, ya lo verás. Ahora, a tratar de reponerte cuanto antes.

Me acerco a su oído.

–Tienes muchos orgasmos pendientes y a mí me encanta el sabor de tu coño. Con eso te lo digo todo.

–Además, nuestras hijas están planeando casarse, consuegra. Jajaja. Estaremos por aquí cerca, para cuando te den el alta llevarte a casa. Dame un beso.

Sonríe, se han disipado las nubes que enturbiaban su rostro. Tiene una cara graciosa, ojos no muy grandes pero bonitos. La naricilla pequeña y ligeramente respingona y una barbilla, que, no sé por qué, me dan ganas de morder. Y la muerdo suavemente, ella atrapa mi nuca y me estampa un beso en la boca. Acaricio la mejilla con la yema de los dedos. Me voy. Pregunto al sanitario si sabe cuando darán el alta y me dice que seguramente por el mediodía.

Ya más tranquilas las tres, vamos a desayunar a un bar, enfrente de la entrada principal, cruzando la avenida. Las tostadas con aceite, jamón y el café con leche nos reconfortan.

Les propongo ir de tiendas. Andando, pasamos bajo el arco de la Macarena para ir a la calle Feria, hoy es jueves y ponen un mercadillo de cosas viejas, muy curioso y antiguo.

En un bar de la Plaza de la Encarnación, tomamos unas cervezas y tapas, típicas de Sevilla. Pedimos pavía de bacalao. Cerca de las doce nos volvemos al hospital para llevarnos a Charo, si le dan el alta.

Efectivamente, nos la sacan con una silla de ruedas, acerco el coche a la entrada y nos vamos a casa. Me mira suplicante.

–¿Puedo ducharme?

–Charo, estás en tu casa. Puedes hacer lo que quieras sin pedir permiso. ¡Chicas! ¡Ayudadme! Vamos a llevar a Charo a la ducha, la pobre lo necesita. ¡Vamos!.

Entre las tres ayudamos a desnudarse. Al verla nos quedamos heladas. Los moratones en las tetas, en el costado izquierdo, en el pecho, son enormes. Llenamos la bañera y ayudamos a entrar en ella, está qué da pena. El agua tibia calma el dolor, le lavo su peludo coño, meto un dedo dentro y me sonríe.

–Pillina, te estás pasando, pero sigue, sigue pasándote que me gusta.

Las chicas, a mi espalda, se ríen.

–Anda, salirse y dejadnos solas, guasonas.

Se van riendo por el pasillo. Me quedo a solas con Charo. Derramo un poco de champú en su cabello, y froto con mis manos, acaricio su nuca, rasco, suavemente el cráneo, enredando mis dedos en el pelo. Cierra los ojos, entreabre los labios, acerco los míos y los beso. Mi mano se aventura, de nuevo, en las profundidades de sus muslos, la piel suave, tersa. Mi otra mano, casi involuntariamente, se apodera de mi coño, que arde, siento el calor a través de la tela de la braguita, la aparto y acaricio el botoncito, lo mismo le hago a ella, se estremece, pageo nuestros coños a la vez, aspiro su aliento. Mi boca sobre su boca. Con su mano libre acaricia mi nuca, provocando deliciosos escalofríos, que me llevan a un silencioso, suave delicioso orgasmo. Charo inhala una bocanada de aire y exhala soltándolo, quedando desmadejada.

Su otro brazo, sigue cubierto con una bolsa de plástico, para no mojarlo. Deberá llevarlo, al menos un mes. Termino de enjabonarla y se levanta. Con la ducha de mano la enjuago y llamo a las niñas para que me ayuden a secarla y vestirla. Entran riéndose.

–¿Qué os traéis entre manos?

–Os hemos espiado. Lo habéis pasado bien ¿No? Jajaja. ¡Vaya corrida! A nosotras nos habéis puesto a cien. ¡Sois muy calientes! ¡Vaya con las moms!

Gaby se reía, nos hizo reír a todas. Silvia soltó su típica carcajada contagiosa.

–¡Por favor! No me hagáis reír. Me duele todo. Jajaja.

La pobre Charo se resentía. Comimos y nos echamos la siesta, Charo conmigo, en mi cama, las niñas en su habitación.

Pasaron tres semanas en las que, como mínimo, follábamos una o dos veces al día. Ni en los tiempos de mi incursión en el porno, había disfrutado tanto. Charo era un volcán, todo fuego y pasión.

En cualquier momento se le ponía un gesto característico, la mirada suplicante, los labios rojos entreabiertos, me acercaba, metía mi mano en sus bragas y las sacaba mojadas. Me la llevaba a la cama y acabábamos derrengadas de follar, de corrernos, de amarnos. Porque nos amábamos. Me sentía muy a gusto con ella. Las chicas no se quedaban atrás. Oíamos como gritaban de placer y nos encendían más aún.

Pero todo se acaba. Mi marido, Carlos, tenía vivienda en Barcelona. Una casa en Sarriá, con cinco dormitorios y una piscina en el jardín trasero.

Le dije que iríamos cuatro, nosotras, con Charo y Silvia y no se sorprendió. Me extrañó. Se lo comenté y me dijo que él estaría muy ocupado y así no me quedaría sola en casa.

Y viajamos las cuatro a Barcelona. Pero esa es otra historia.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Viviana 7” (POR ERNESTO LOPEZ)

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JEFAS PORTADA2Viviana 11

Sin títuloDe lo que pasó a continuación tengo sólo recuerdos borrosos, se que seguimos cogiendo, chupando whisky y mirando las películas, lo poco que recuerdo es que me desperté en su cama sin saber como había llegado hasta allí y ya era de día.

Ella estaba desparramada a mi lado, la desperté avisándole: “ ya es casi la hora de llevar a Maxi al colegio”, se levantó como pudo, se lavó la cara mientras yo me vestía, al irme le indiqué “ pasá por casa cuando vuelvas”

Llegué a mi departamento, me di una ducha, preparé café mientras ella llegaba. A los pocos minutos tocó timbre, su cara no podía ocultar la noche que habíamos pasado, estaba demacrada, más dormida que despierta, le serví un café que me agradeció como si fuera un elixir, “no tuve tiempo para nada, a duras penas alcance a prepararle algo al nene que bebió en su cuarto me puse lo primero que encontré y salimos”; “¿me acompañás a casa así traemos la video y las pelís?”

Subimos a su departamento y era zona de guerra, salvo en el cuarto del nene en toda la casa había evidencia de nuestra fiesta sexual, ropa tirada, manchas de semen, vasos con restos de diversos líquidos, un olor inconfundible, con razón Viviana quiso llevarse al nene al jardín cuanto antes.

Agarré la video y los filmes y le di un beso mientras le decía: “que te diviertas, vos te lo buscaste”

-“No me quejo, al contrario, me da placer, cada cosa que veo me hace revivir la joda de anoche y me vuelvo a calentar, si no te vas pronto te vuelvo a coger ahora mismo”

-“ Laburá que tenés mucho para poner en orden, me voy dormir un rato; te llamo a la noche”

Habré dormido un par de horas cuando sonó el teléfono, era Viviana, con voz triste me anuncia: “tenemos un problema: me acaba de llamar mi marido por radio Pacheco para avisarme que llega esta tarde…. “

Me quedé cortado, si bien sabía perfectamente de su existencia y que alguna vez vendría a su casa, la habíamos pasado tan bien este tiempo que parecía que nunca acabaría, como pude le respondí: “no te preocupes unos días de descanso te harán bien”

-“Todavía falta un rato para que tenga que ir a buscar al nene, ¿puedo pasar por tu casa?”

– “ Si, dale”

No pasó ni un minuto y estaba tocando el timbre, se había bañado, tenía olor a fresco y mejor cara, pero no podía ocultar su tristeza, ni bien entró se saco la ropa y si decir nada me llevó a la rastra a la cama, me desnudó y me chupó desde el pelo hasta los pies. Después de unas pocas lamidas en la pija ya estaba listo, se me subió encima y me estuvo cabalgando un buen rato, creo que me eche tres polvos.

Recién allí habló: “por varios días no creo que volvamos a coger, y si podemos será muy apurados, así que mejor aprovechar ahora todo lo que podamos”
– “¿Y que vas a hacer?” pregunté inocentemente, “¿le vas a contar?”

– “Ni en pedo, que siga siendo el cornudo que siempre fue”

Se me ocurrió algo: “me parece bien, pero cuando cojas con él no podés acabar”

– “De acuerdo, no me va a costar mucho, en realidad nunca supo cogerme, siempre que garcho con él tengo que pensar en otro para gozar”

– “Muy bien, entonces desde ahora con él sólo orgasmos fingidos, a lo sumo si no podés aguantarte te haces un paja a solas, así si podés acabar”

Se vistió rápidamente y se fue a buscar al nene, al irse me dio un terrible beso de lengua y dijo: “no me extrañes, divertite con otras, igual el retorno será para que no lo olvides nunca”

Me quedé medio triste, me había acostumbrado tanto a pasarla bien con ella y había aprendido tantas cosas nuevas que la posibilidad de estar con otras no me atraía demasiado.

Me acordé que tenía un par de temas pendientes que me había pedido, me ocupe de conseguir e instalar en el dormitorio unos sólidos ganchos de acero en el techo y en una pared que permitían colgar a una persona o inmovilizarla estando de pie, las películas que había visto resultaron muy instructivas.

También dediqué bastante tiempo a fabricar varios equipos para producir descargas eléctricas, uno que funcionaba con alta frecuencia que producía unas hermosas chispas azules muy vistosas aunque poco dolorosas, hice otro de tensión continua regulable que llegaba a quemar la piel y era insoportable puesto al máximo, por último armé uno con pulsos de amplitud y período variable, más parecido a una picana. Para todos preparé una serie de cables, pinzas cocodrilo, y algunos pedazos de tubos metálicos que se podían usar en distintas partes del cuerpo.

Fueron días extraños, me encamé con una amante que tenía de antes y con la que cogíamos cada tanto, sólo sirvió para que extrañara más a Viviana.

Devolví las películas que ella había alquilado y saqué otras, pero verlas solo no tenía gracia, a duras pena me provocaba hacerme alguna paja. Cuando las fui a llevar de vuelta el viejo del videoclub con cara de libidinoso me preguntó. “¿su novia no viene más?, “no es mi novia, es mi esclava sexual” aclaré, “no se preocupe que ya va a volver, estos días está con su marido” El viejo abrió los ojos como platos mientras se relamía, se me ocurrió preguntarle al viejo si vendía consoladores, dijo que él no pero me pasó el teléfono de una tal Verónica.

Fui al otro día a la dirección que esta me dio, un departamento en el centro de Buenos Aires, me atendió una mujer de unos cuarenta y pico con muchas carreras en su vida. Me miró medio feo y dijo algo así como que eso era un negocio y no quería perder tiempo con pajeros, le aclaré que yo tampoco quería perder tiempo y si había ido hasta allí era porque estaba interesado en comprar.

Cambió su ánimo y me hizo pasar a su ”oficina” , una habitación llena de repisas con todo tipo de artículos sexuales (en esa época no existían los sex shops) me preguntó si eran para mi, sorprendido le expliqué que eran para mi esclava, esto le gustó y me mostró lo que consideraba más apropiado.

Finalmente compré un vibrador a pilas de buen tamaño y un juego de muñequeras y tobilleras de cuero que servían para colgar a una persona sin riesgo de cortarle la circulación, quedé que en cuanto se fuera el marido de mi esclava iría con ella. Esto le gustó mucho a Verónica y prometió hacernos un buen precio agregando: “capaz que hasta pueden conseguir algún obsequio de la casa”, agregó enigmática.

Cuando llegué a casa había un papel que habían pasado por debajo de la puerta, al verlo estuve seguro de quien era. Decía simplemente: “Se va esta noche, te llamo” y tenía un beso marcado en rouge.

Habían pasado 10 días, para mi fueron una eternidad, me tiré en la cama a descansar un rato esperando que llegara su llamado.

Continuará

 

Relato erótico: “Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 2” (POR GOLFO)

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cuñada portada3Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 2
Sin títuloAntes de salir de casa, ya me había acostado con la preciosa secretaria de mi prima. La rapidez con la que esa oriental se había echado entre mis brazos me dejó claro que no era casual y que esa ligereza escondía otras intenciones.
«No he sido nunca un ligón», me repetí continuamente para no creer que esa mujer se había sentido afectada por mi atractivo.
Tenía claro que Teresa se había abierto de piernas y que ello solo se podía deber a dos motivos: El primero, mi prima se lo había ordenado y el segundo, un tanto más retorcido pero no por ello menos plausible, era que sabiendo que había heredado viera en mí a un pardillo al que desplumar.
«Si es esa la razón, va jodida», pensé reconociendo que quien realmente me ponía cachondo era Ana, mi embarazada prima.
El recuerdo de su vientre germinado y sus pechos llenos de leche volvieron con fuerza a mi cerebro. Después de largo tiempo con mi sexualidad aletargada, esta se vio zarandeada brutalmente al descubrir que estaba preñada y su déspota comportamiento solo consiguió avivar si cabe el inmenso incendio que había provocado.
Sé que os costará creerlo pero en mi casa y mientras mi pene se solazaba dentro del coño la filipina, era en Ana en quien pensaba. Por mucho que esa muñeca resultara ser una ardiente amante, los gritos que deseaba oír mientras me la follaba eran los de mi prima. Quizás por ello al llegar al avión que había fletado la compañía, mi comportamiento hacia la joven fue bastante frio.
Teresa, que no era tonta, lo notó pero no dijo nada. En vez de mortificarme con nuevos mimos, se dedicó a sus cosas, dejándome solo con mis pensamientos. Ello me dio la oportunidad de aclarar mis ideas mientras el piloto y su ayudante despegaban.
«Me ha facilitado el viaje para que me confíe y así cogerme desprevenido», medité enfadado, «esa puta quiere quedarse ella con todo el pastel».
«De ser cierta la fortuna que en teoría habíamos heredado, son solo unas migajas el millón de euros que ha ofrecido por mi parte», concluí. Curiosamente, saber que Ana me tomaba por un pazguato me tranquilizó y ya más centrado, me puse a observar a mi acompañante.
«Es una mujer preciosa», certifiqué al recorrer con la mirada su anatomía.
Ajena a mi examen, la joven se acomodó encogiendo sus piernas sobre su asiento de manera inconsciente. Su concentración me permitió mirarla sin que se diera cuenta. Con poco más de veinte años parecía recién salida de la adolescencia. El escaso pecho que apenas unas horas antes había probado, me daba a entender que por su raza no iba a crecer más pero aun así tuve que reconocer que la chavala estaba buenísima. La perfección de sus muslos y su estrecha cintura eran toda una tentación pero lo que realmente me excitó fue el hecho que, al recoger un papel del suelo, su falda se le había descolocado, dejando al descubierto tanto el coqueto tanga como gran porción de ese trasero que inútilmente trataba de tapar.
“Tiene un culo de campeonato”, sentencié recordando la tersura de sus nalgas mientras mi voluntad luchaba contra la excitación.
Justo en ese momento, la filipina se dio la vuelta y me miró. Fue entonces cuando mi lujuria se vio incrementada exponencialmente al comprobar que se le había soltado dos botones de su camisa y permitiéndome contemplar su pecho por completo.
Sé que se percató de su descuido pero no hizo nada por evitarlo, de manera que me quedé ensimismado mirando esos pequeños pero duros senos, que para colmo estaban coronados por dos pezones de color rosa.
«¡Es una niña y yo un viejo!», protesté al recordar cómo me había dejado llevar una hora antes.
Cabreado conmigo mismo traté de retirar la mirada pero constantemente volví a caer en la tentación. La sensualidad que escondía esa joven provocó que mi verga me exigiera que le hiciese caso. Sabiendo que es lo que esa zorrita esperaba, no hubiera tenido inconveniente en pajearme en su honor pero el poco pudor que me quedaba evitó que me sacara la polla y me pusiera a masturbarme.
-Reconoce que te gusto- sonriendo, dijo la cría al ver el efecto que causaba en mi entrepierna.
Cómo de nada servía negar lo evidente, totalmente colorado, asentí. Mi respuesta le satisfizo y poniendo cara de puta, me soltó que yo a ella también. Fingiendo una tranquilidad que no sentía, le contesté que no me lo creía.
-¿Estás seguro que miento?- insistió sin dejar de mirar a mis ojos y pasando su mano por encima de mi bragueta.
-Totalmente. Soy mayor para ti y apenas me conoces- respondí de mala leche al sentir sus dedos ya se habían aferrado mi extensión y que sin ningún pudor esa guarrilla me empezaba a masturbar.
-Te equivocas. Me ponéis cachonda tú y tu dinero- respondió con una sinceridad que me dejó pasmado y acercándose a mí, susurró en mi oído: – Mi jefa es una perra muy dura y si no quieres que te desplume, vas a necesitar mi ayuda. Te aseguro que tenerme como tu aliada te puede resultar muy agradable.
Viéndolo desde esa perspectiva, me pareció una postura coherente. Ambos salíamos ganando y por eso, le pregunté qué quería por esa ayuda.
-Poca cosa, ¡casarme contigo!
Os juro que estuve a punto de echarme a reír pero no queriendo ofenderla, preferí ofrecerle un cinco por ciento de lo que consiguiera. La cría asintió dando su conformidad al acuerdo y abriendo una puerta del avión, me señaló una cama. Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola hasta ahí, ella se puso a quitarme la camisa mientras yo me ocupaba de bajarme los pantalones. Poseído por una impía pasión, me desnudé al tiempo que pensaba que era una curiosa forma de cerrar nuestro trato.
-Fóllame- me pidió mientras cogía entre las manos sus pequeños pechos y me los hacía entrega como muestra de nuestra alianza.
Confieso que azuzado por ella, los agarré entre mis dedos y sin pedirle su opinión, comencé a recorrer con mi lengua sus pezones. Sin darme tregua, Teresa colocó mi verga en la entrada de su cueva y sin mayores prolegómenos, de un rápido movimiento de caderas, consiguió que la penetrara.
-Me encanta ser tu socia- gritó al sentirse llena y dejándose llevar por su naturaleza ardiente, sus uñas se clavaron en mi espalda mientras me pedía que la tomara.
Su descaro curiosamente me gustó y convirtiendo ese acto animal en algo tierno, comencé a acariciarla mientras le informaba que nunca había tenido una socia. Muerta de risa, la asiática me contestó:
-¿Y una novia?
-Pareja si he tenido-respondí sin saber a qué se refería.
Soltando una nueva carcajada, me soltó:
-Pues piensa en mí como si fuera tu prometida- y tomando aire continuó diciendo: -Además de placer, te conseguiré mucho dinero.
La mención de esa fortuna que me esperaba al llegar a ese país, incrementó mi avidez por ella y reiniciando mi ataque, mi pene se acomodó en su cueva una y otra vez. A ella le debió ocurrir lo mismo porque mientras nuestros cuerpos se fusionaban sobre las sábanas, se vio poseída por el placer y chillando a los cuatro vientos su ardor, se licuó entre mis piernas.
-¡Dame un anticipo!- aulló al notar el modo en que mi extensión se introducía rellenando su vagina.
Comprendí que era lo que me demandaba e incrementando el compás de mis estocadas, busqué sembrar su fértil vientre con mi semilla. La temperatura de esa habitación se volvió todavía más caliente cuando Teresa, sin previo aviso, se aferró a los barrotes de la cama y gritando, se corrió.
La violencia de su orgasmo y la manera en que se retorcía me excitaron aún más y subyugado por la pasión, me enganché a sus pechos y con renovados ánimos, seguí follándomela mientras le exigía que se moviera.
Esa orden surtió el efecto deseado y ya en plan loca, fue en busca de un nuevo clímax, convirtiendo su coño en una especie de batidora. Sus movimientos convulsos y la presión que sus músculos ejercieron sobre mi miembro fueron el aliciente que necesitaba para correrme y coincidiendo con sus jadeos, sin poder aguantar más, exploté sembrando su interior. Estaba esparciendo mi simiente dentro de ese oriental chocho cuando con un alarido que tuvo que oír el piloto del avión, Teresa me informó que se me unía.
Agotado y satisfecho, me dejé caer sobre el colchón mientras la ambiciosa joven seguía presa del placer. Durante unos minutos esperé a que se recuperara. Ya repuesta, la pregunté:
-¿Qué va a decir mi prima cuando se entere de tu traición?
Sin levantar su cara de mi pecho, me respondió:
-Yo no se lo voy a decir. Para ella, seguiré siendo su leal secretaria hasta que me des la parte que me has prometido o ¡te cases conmigo!
Increíblemente, esa filipina seguía pensando que lo más normal era que nuestra relación terminara en matrimonio. Por mi parte, la idea ya no me parecía descabellada. Esa mujer tenía todo lo que me gustaba. Ambición, inteligencia, belleza y simpatía…
Mi llegada a Manila.
Casi veinte horas después aterrizamos en el aeropuerto Ninoy Aquino, renombrado así por el periodista y político asesinado bajo la dictadura de Ferdinand Marcos. Al salir al exterior, los treinta y tres grados de temperatura de ese día de diciembre me parecieron excesivos, tomando en cuenta que al salir de Madrid los termómetros marcaban bajo cero.
«Menudo calor», protesté mentalmente mientras mi acompañante se ocupaba del papeleo.
A mi alrededor, un gentío enorme se afanaba en buscar un transporte hacía la ciudad. Aunque no es algo que se sepa, Manila tiene más de quince millones de habitantes, permanentemente embotellada. De lo caótico de su tráfico me percaté nada más salir de la terminal porque la limusina que en la que íbamos montado se vio inmersa en un descomunal atasco.
-¿Siempre es así?- pregunté.
Teresa, acostumbrada a ese caos, tardó unos segundos en comprender cuál era mi pregunta.
-Hoy está tranquilo- contestó luciendo la mejor de sus sonrisas.
«Pues cómo debe ser cuando está mal», me dije alucinado. Nunca en mi vida había estado en un lugar donde la ley de la jungla fuera la norma de comportamiento entre los conductores. Tampoco había visto jamas el engendro que llaman “jeepney”, un híbrido entre un jeep de la segunda guerra mundial y un microbús. Pintados profusamente con colores vivos, cualquiera de esos artesanales vehículos hubiera causado sensación en las calles españolas.
«Además de horteras, contaminan que dan gusto», sentencié al observar la negra humareda que dejaban a su paso.
Aunque ese tipo de trasporte me impactó, no pude dejar de preguntar a la filipina cómo se llamaba otro invento que podía ser o una bici o una moto a la que habían adosado una cabina.
-Pedicab- contestó lacónicamente.
Durante un buen rato me entretuve admirando esa anarquía hasta que ya cansado pregunté si faltaba mucho para llegar a nuestro destino:
-Una hora.
Esa fue la primera mentira que me dijo ya que el tiempo real que tardamos fue superior a dos horas. Os confieso que habituado a vivir en Madrid, esa mega urbe me pareció una locura. Pero lo que más me extrañó fue ver la tranquilidad con la que sus habitantes se tomaban ese embotellamiento.
Afortunadamente cuando ya creía que íbamos a pernoctar en ese coche, apareció ante nosotros una inmaculada valla que se extendía durante kilómetros. Nada más verla, mi acompañante suspiró aliviada y girándose en su asiento, me informó que habíamos llegado. Esa fue su segunda mentirijilla. Aún tardé quince minutos en poder estirar las piernas porque a pesar de estar ya en nuestro destino, ese fue el tiempo que nos costó cruzar la finca y llegar a la mansión que había sido de mi tío.
«Es enorme», fue lo único que pude decir al verme frente a un palacete de clara inspiración mediterránea que chocaba con el verdor de la plantación de tabaco en la que estaba situada.
Si el tamaño me había impresionado, lo que me dejó sin habla fue su interior. Decorado con un gusto recargado, ese lugar no parecía un hogar sino un museo.
-Es magnífica, ¿verdad?- preguntó la muchacha al ver mi cara. Aunque me resultaba un horror por lo recargado de sus paredes, no dije nada y dejé que ella me guiara entre esos ancestrales muros.
A nuestro paso nos cruzamos con un elenco de criadas que a mis ojos poco experimentados en razas orientales, me parecían la misma. Viendo que Teresa las iba saludando por su nombre a cada una de ellas, comprendí que de alguna forma ella era otra habitante de esa casa o al menos una asidua visitante.
«Hay algo que esta niña, no me ha contado», sentencié medio mosqueado. La seguridad con la que se movía en ese laberinto terminó de confirmar mis sospechas y por ello, agotado después de tanto viaje, pregunté dónde estaba el cuarto que me habían asignado.
-¿Cuarto? Doña Ana ha dispuesto que te quedes en la casa de Don Evaristo.
-Pero… ¿no es ésta?- pregunté receloso.
La muchacha con su típica sonrisa, contestó:
-Ésta es para las recepciones, su tío construyó dos más pequeñas pegadas a la piscina. Una de ellas es donde vive desde hace años su prima y la otra, que es en la que él vivía, será para usted.
Confieso que aún sin verla, saber que no tendría que dormir en ese mausoleo, me alegró y con ánimos renovados, le pedí que directamente fuéramos a la que iba a ser mi morada. Obedeciendo de inmediato, la muchacha me sacó al jardín y ya desde la escalinata, vi por primera vez mi futura residencia.
-¡Qué maravilla!- exclamé al comprobar que junto a la especie de lago que esa cría llamaba piscina, había dos coquetos chalets de estilo moderno y funcional.
Sin esperar a los sirvientes que nos seguían con el equipaje, salí corriendo y entré en el que Teresa me señaló como mío. Su interior no me defraudó, decorado en plan minimalista, era un sueño hecho realidad.
Al preguntarme si me gustaba no pude más que expresar mi aprobación casi gritando:
-Me encanta.
La filipina al oírme, se rio y poniendo cara pícara, me soltó:
-Eso que no has visto tu cama.
Tras lo cual, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó al piso de arriba, donde me encontré con la sorpresa que toda esa planta era una sola habitación y que en medio de esa enormidad, se hallaba un descomunal lecho cuyas medidas me parecieron fuera de lugar.
-¿Cuánto mide?- pregunté alucinado.
-Dos y medio por dos y medio- contestó mientras posaba su lindo trasero en el colchón y ya en plan de guasa, me reveló: -Tu tío y sus amiguitas necesitaban mucho espacio.
Conociendo la afición por las faldas del difunto, que tuviera varias amantes no fue algo que me cogiera desprevenido y por ello, medio en broma, contesté:
-¿Te parece si la estrenamos?
La cría, poniéndose seria, me respondió:
-Quizás esta noche, no quiero que el servicio se entere de nuestro pacto.
No me hizo falta estudiar una carrera para intuir el verdadero significado de sus palabras:
«No quiere que Ana sepa que me acuesto con ella».
Como la cría tenía razón, no insistí y por ello en cuanto llegaron los criados con mi equipaje, no me extraño que adoptando una pose de estricta secretaria, esa críame dijera mientras bajaba las escaleras:
-Doña Ana le espera en su casa a cenar dentro de dos horas.
Mirando el reloj, vi que eran las cuatro de la tarde y entonces recordé que el horario de ese país era totalmente diferente al de España; se desayuna a las seis, se come sobre las doce y se cena a las seis.
-Allí estaré.
Ya se iba cuando de pronto recordé algo que me llevaba reconcomiendo desde que descubrí que estaba embarazada y no queriendo interrogarla directamente sobre el tema, le pregunté:
-¿Estará presente su marido?
La carcajada que surgió de su garganta me dejó helado y viendo mi gesto de extrañeza, respondió:
-Mi jefa no tiene pareja…
Las palabras de esa mujercita cayeron como un obús en mi cerebro. Si Ana no tenía marido, ni novio:
«¿Quién coño es el padre de la criatura?», sabiendo que no tardaría en saberlo, me pareció lo más correcto no insistir y despidiéndome de la muchacha, me quedé viendo como uno de los criados deshacía mi equipaje.
Ya solo, me dediqué a explorar mis dominios. La casa de Evaristo era no solo cojonuda sino la guarida de un pervertido. Lo digo por la colección de porno y los diferentes artilugios sexuales que encontré en el interior de un armario. Ya estaba punto de volver a mi cuarto cuando entre los distintos videos que albergaba ese mueble descubrí unos con el nombre de mi prima.
«Tío eras todavía más cerdo que yo», pensé descojonado y dejando todo como me lo había encontrado, decidí visualizar el contenido de mi descubrimiento.
Los vídeos de mi prima.
De vuelta a mi habitación, encendí la televisión y metí el primero de los Dvds en su interior, tras lo cual, me tumbé en la cama. La naturaleza del repertorio donde los encontré, me hacía abrigar esperanzas y por ello, os confieso que antes de darle al play, ya estaba caliente.
La primera imagen que apareció en la pantalla fue una habitación muy parecida a la que me hallaba pero por los muebles supe que no era la misma:
«Debe ser la de Ana», me dije mientras acomodaba mi almohada para ver mejor.
Estaba todavía haciéndolo cuando observé que mi prima salía del baño envuelta en una toalla. Se notaba que era un video espía y que ella no era consciente de estar siendo grabada porque sin mirar al objetivo, se sentó frente al espejo y empezó a peinarse su melena.
Sintiéndome un voyeur, me quedé observando ensimismado:
«Se la ve más joven», pensé al percatarme que al menos esa película debía tener cinco años, «ahora está más buena».
Sin sentirme mal por ese vil acto, me estaba encantado el ser espectador de un peculiar reality que en contra de lo que ocurre en los de verdad, conocía a la protagonista. Durante un buen rato, Ana se entretuvo peinándose pero, cuando terminó, la cinta se tornó más interesante porque dejando caer la toalla, se quedó completamente desnuda. Fue tan de improviso que tuve obligatoriamente que parar la imagen para disfrutar íntegramente de su belleza.
«¡Menudo polvo tiene la condenada», sentencié tras examinar concienzudamente cada parte de su anatomía.
Satisfecho, reinicié la secuencia y ante mi alborozo, la protagonista de mis sueños, cogió un bote de crema y comenzó a extendérsela por todo el cuerpo. La calidad con la que fue grabado, me permitió que ninguna porción de su cuerpo quedara oculto a mi escrutinio.
«Esas tetas tienen que ser mías», mascullé al ver como mi querida prima, al recorrer sus pechos con sus manos, se dedicaba a masajear descaradamente los pezones.
Para entonces, mi pene, cobrando vida propia, me pedía que le hiciera caso y yo, completamente subyugado por la visión que se me ofrecía, no pude más que sacarlo de su encierro mientras en la pantalla, era testigo de cómo esa mujer recorría con sus palmas su trasero. Esas nalgas eran tan impresionantes que no pude evitar que mi mano diera rienda suelta a mi deseo, masturbándome.
Para entonces todo mi cuerpo era un incendio e involuntariamente, mi prima colaboró con ello cuando al empezar a pintarse las uñas de los pies, pude admirar su coño.
«Va depilada», me dije impresionado porque ni en mis sueños más calientes me hubiese imaginado que lo llevara totalmente afeitado. Obsesionado por ese descubrimiento, me concentré en esa escena al ver que se tumbaba sobre su cama.
Cuando creía que la protagonista se iba a dormir, fue cuando pegando un suspiro, Ana separó sus piernas y ante mi sorpresa, sus manos se apoderaron de su sexo.
«Esto no me lo esperaba», sentencié al ser testigo de cómo mi prima cogía una foto y mirándola, se empezaba a acariciar lentamente.
Tras unos minutos, no me sorprendió en absoluto ver el brillo del flujo empapando su coño, ni que la muchacha no parara de gemir mientras, con los ojos cerrados, metía una y otra vez dos dedos dentro su sexo. Lo que si me dejó pálido fue cuando abriendo un cajón de la mesilla, mi prima sacó un enorme consolador y sin más miramientos, se lo ensartó hasta el fondo.
«¡Joder con Anita!», exclamé mentalmente al observar cómo se retorcía sobre el colchón con semejante falo incrustado, «resulta que va a ser una zorra en todos los sentidos».
A pesar de su tamaño, su vagina aceptó ese consolador sin ningún problema y mientras en la tele, esa estancia se llenaba con el ruido de sus jadeos, me dediqué a pajearme cada vez más rápido mientras en mi mente se hacía fuerte la idea que tenía que follármela.
«Lo que daría porque fuera mi verga la que estuviera entre sus piernas», pensé sin perder ni un detalle de lo que ocurría en la pantalla. El morbo de la escena se incrementó junto con su lujuria cuando sin dejar de acuchillar su interior, la muchacha llevó una de sus manos hasta sus pechos y cogiendo los pezones entre sus dedos, los empezó a pellizcar.
Para entonces, todo mi ser ansiaba mamar de esas dos ubres que tan sensualmente torturaba y que mi pene se solazara mientras tanto en su interior. Si ya de por sí eso era extremadamente excitante, el sumun mi calentura llegó cuando retorciéndose sobre las sábanas, mi prima comenzó a gritar mi nombre.
«No puede ser», me dije creyendo que había escuchado mal pero a través de los altavoces de la tele y esta vez claramente, Ana lo volvió a pronunciar.
«Debe referirse a otro», sentencié al no poder negar que era el mío.
Aun asumiendo que no era yo el tipo en el que pensaba mi prima al masturbarse, la idea que secretamente me deseara fue el aliciente que necesitaba mi pene para explotar y mientras en la pantalla ella se corría, descargué sobre mi cama la tensión acumulada.
Justo cuando terminé de eyacular, el Dvd llegó a su fin. Os juro que si no llega a haber quedado con ella en media hora, hubiera visto de inmediato el segundo porque curiosamente mi pene, lejos de volver a su estado normal, se mantenía erecto.
«Tranquilo, tío. Tendremos todo el tiempo del mundo para ver los veinte restantes», le dije a mi verga mientras me metía a la ducha, «esa putita no sabe que los tengo y si las cosas se tuercen, siempre podremos chantajearla»
CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “La joven de la curva 1” (POR ALEX BLAME)

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Sin títuloLo que iba a ser otro viaje de vuelta a casa después de una agotadora jornada de trabajo, se convirtió en algo que ni siquiera mi desbordante imaginación podía concebir. Justo al pasar la decimoquinta curva (ya las contaba por puro aburrimiento), la misma curva que había tomado un millón de veces antes, el destino me estaba esperando en forma de un reventón.

La curva no era muy cerrada así que pude ver con tiempo las marcas del frenazo y el trompo en la carretera y el coche con todo el lateral izquierdo dañado mirando hacia mí en la cuneta. Ella salió de detrás del coche aún humeante haciéndome señas desesperada.

Paré el coche inmediatamente y poniéndome el chaleco reflectante, salí para ver en que podía ayudarle. Hasta que no estuve a un par de metros de distancia no la reconocí. A pesar de no llevar ningún maquillaje estaba preciosa y esas piernas largas y esos ojos azul cielo eran inconfundibles. Por un momento no supe cómo reaccionar pero me repuse rápidamente y antes de que ella pudiese decir nada desempolvé mi inglés de secundaria y le pregunté :

—What can I help you? Are you OK? *

—¡Oh! ¡Gracias a Dios! —pude entenderle a duras penas —Yo estoy bien gracias, pero…

—Lo siento señorita pero por favor hábleme un poco más despacio para poder entenderla, mi inglés deja bastante que desear. —logré interrumpirle antes de que cogiese carrerilla.

—¡Oh! —volvió a exclamar ella— Lo siento estoy un poco nerviosa todavía.

—Me lo imagino, has tenido suerte. ¿Te encuentras bien?

—Perfectamente, gracias. —dijo ella de forma exageradamente lenta.

—Estupendo eso es lo importante. Ahora, cuéntame qué ha pasado y dime en que puedo ayudarte. —dije yo mientras cogía los triángulos de peligro del maletero del coche accidentado para señalar el siniestro.

—Realmente no lo sé muy bien, estoy de vacaciones y alquilé este coche en el aeropuerto y … eso fue lo único que salió bien. A las tres horas me di cuenta que el navegador no funcionaba correctamente y no me llevaba a mi destino y cuando intenté volver a modificar el destino se apagó.

—¿A dónde ibas? —Pregunté yo.

—A Sevilla.

—Pues creo que llevas horas circulando en dirección contraria. —dije yo esperando que Brooke no se ofendiera al verme intentando contener las carcajadas.

—Me salí de la autovía en cuanto me di cuenta para preguntar y acabé en un pueblo pequeñito, con gente muy amable. Me dieron muy bien de comer en el restaurante del lugar pero nadie hablaba más que unas pocas palabras de inglés. Les debí entender mal, al intentar volver a coger la autovía me equivoqué de nuevo y cuando me di cuenta estaba en el medio de ninguna parte.

—El norte de Zamora más concretamente. —puntualicé yo.

—¿Zamora? —Preguntó Brooke.

—Sí como el reino de los ladrones de Conan. —respondí yo—¿Cómo te la pegaste?

—Eso fue lo más raro. Iba despacio, intentado buscar un indicio de hacia dónde iba, cuando hoy un ” pop “. Un instante después estaba dando vueltas en medio de la curva y acabé en la cuneta. Afortunadamente choqué con la parte del pasajero y no me pasó nada.

—Coches de alquiler —dije yo observando los neumáticos peligrosamente desgastados— Hay que inspeccionarlos siempre antes de recogerlos. En fin, ahora ya no tiene remedio. ¿Has llamado a la grúa?

—Ese es el otro problema, no tengo cobertura con el móvil. El tipo que me lo vendió , muy simpático por cierto, me dijo que Livinn era la empresa que más cobertura tenía…

—… y te mintió como un bellaco. —dije yo sonriendo y tendiéndole mi móvil.

Brooke lo cogió agradecida y marcó el número de la empresa de alquiler. Después de un par de minutos de espera empezó a hablar y se interrumpió a media frase; le habían vuelto a poner en espera.

Brooke se apoyó en el maletero del coche accidentado y yo no pude evitar echarle un vistazo muuy detenido. Tenía la misma espectacular figura que mostraba en sus películas aunque no iba vestida como una zorra quinceañera. Llevaba una falda corta que mostraba una buena porción de unas piernas blancas y delicadamente torneadas y una blusa blanca traslucida que dejaba entrever su ropa interior. Un cinturón ancho, cerrado con corchetes entorno a su talle realzaba su esplendida figura de reloj de arena.

La joven sacudió su larga melena rubia para apartarla a un lado llamando mi atención sobre su cara de tez pálida y suave, sus ojos grandes, de un azul limpio, casi glaciar, su nariz pequeña y ligeramente ancha, sus labios gruesos y jugosos pintados de un rojo discreto…

—¿Perdona ? —pregunté yo abstraído en la contemplación al ver a la joven tapar el móvil y dirigirse a mí.

—Ahora que he hablado con el tipo del teléfono me he dado cuenta de que no nos hemos presentado y tú me has hablado en inglés desde el primer momento…

—Bien yo… He visto alguna de tus… películas. —Respondí yo un poco avergonzado temiendo muy bien no se qué.

—¿De veras? ¡Qué bien! —dijo ella con una mezcla de orgullo y alegría— Aun así creo que deberíamos presentarnos, al menos para que yo no esté en inferioridad.

—Me parece justo. Soy Juan Olmos. —dije tendiéndole la mano a Brooke con timidez.

—Encantada, como ya sabes, yo soy Brooke Meltdown—respondió ella asiendo mi mano con sus dedos largos y finos y dándome dos besos que me pusieron casi en órbita.

Iba a decir alguna tontería más pero una voz en el teléfono nos interrumpió salvándome del ridículo. La sonrisa de alivio de Brooke se vio sustituida por una expresión de confusión para luego pasarme airada el teléfono.

—Lo sentimos mucho —decía una voz enlatada en inglés— pero ahora mismo no disponemos de operadoras que hablen su idioma disponibles. Le rogamos que lo intente de nuevo un poco más tarde.

—Déjame —le dije colgando el teléfono y volviendo a llamar.

—Coches de alquiler La Ardilla. ¿En qué puedo ayudarle? —respondió una voz cansada de mujer al otro lado de la línea.

—Buenas noches, señorita, estoy aquí con una de sus clientas que desgraciadamente no habla su idioma. Ha tenido un accidente porque alquilan coches con los neumáticos en los alambres. Afortunadamente ha resultado ilesa pero cuando ha intentado conectar con ustedes para que le ayuden nadie se ha dignado a sacar de la cama a algún empleado que hable inglés.

—Lo siento señor, enseguida le paso con el servicio de ayuda en carretera…

—De eso nada, lo que va a hacer es enviar una grúa al kilometro treinta y tres de la comarcal ZA-23 para que recoja el coche. Yo me llevo a su cliente hasta la Valdecilla de Sanabria y les dejo las llaves del coche en el paso de la rueda delantera izquierda.

—Pero no puede dejar el coche así. —intentó protestar la operadora.

—Tampoco ustedes pueden dejar tirada a una persona en medio del monte de Zamora. —dije yo levantando la voz ante la diversión de Brooke— Además no creo que vaya a escapar nadie con su coche en ese estado.

—Es más, sin no quieren que está mujer les envíe un ejército de abogados se encargaran de tener un coche preparado para ella mañana en la plaza del pueblo. ¿Me he explicado con claridad?

—Sí señor. —dijo la telefonista intentando ocultar su cabreo.

—Se que usted no tiene la culpa de que esta empresa sea un asco, pero lo mínimo que se debe hacer es tratar de solucionar las cosas y no pasarle la patata caliente a otro. Buenas noches señorita. —dije cortando la línea antes de que la voz del otro lado pudiera replicar.

—Cómo ya nos conocemos espero que no te parezca mal que te lleve hasta un pueblo cercano donde hay una casa rural en la que podrás descansar. Lo he arreglado para que mañana tengas un coche esperándote a la puerta.—le dije a Brooke.

—¿Y el coche?—preguntó Brooke confundida.

—Que le den por el culo, igual que te dieron ellos a ti cuando les pediste ayuda. —respondí abriendo el maletero y sacando el equipaje de la actriz.

—Muchas gracias, no sé que hubiera sido de mí si no hubieses aparecido.

—Habría aparecido otro, supongo —dije yo encogiéndome suavemente de hombros y abriéndole la puerta a Brooke.

Arranqué el coche deseando que una banda de gitanos pasase por allí y les desmontase el coche a esa pandilla de imbéciles. A los diez minutos la joven se relajó y se quedó dormida. Yo no puede evitar echar una mirada de reojo a la falda ligeramente remangada que dejaba ver aquellas piernas espectaculares en todo su esplendor y no pude evitar rememorar la última escena que había protagonizado.

La historia podía ser la de cualquier culebrón. El personaje de Brooke era la enamorada esposa de un tal Nigel, un tipo guapo y genial pero que tenía el inconveniente de que no podía tener hijos. Tras intentarlo todo fracasan y no tienen más remedio que recurrir al hermano de Nigel para que se folle a la joven hasta dejarla embarazada.

A pesar de que la capacidad de interpretación no es el principal atributo en estas producciones, los protagonistas reflejaban con bastante eficacia el momento de tensión y vergüenza en el que los tres se presentan.

Brooke se ha vestido de manera sexy con un vestido negro de tirantes y falda ajustada por medio muslo y unos tacones de aguja mientras que Jan lleva unos sencillos pantalones de pinzas y un polo de manga larga que no puede ocultar sus abultados músculos.

Nigel hace el amago de retirarse para dejarles solos pero Jan insiste en que participe en la sesión de sexo para hacerlo más íntimo.

***

—No sé. Creo que si te viese follarte a mi mujer, me volvería loco de celos. —dice Nigel a su hermano.

—No lo hago por eso hermano, quiero que le hagas el amor a tu mujer conmigo, no quiero que sea un acto puramente mecánico. Un hijo debe ser creado con un acto de amor.

—Además, si ambos os corréis dentro de mí siempre habrá una pequeña probabilidad de que tú seas el padre real de nuestro hijo. —interviene ella acercándose a su esposo y besándole el cuello con suavidad.

Incapaz de rebatir los razonamientos de los otros dos Nigel accede dejándose desnudar por su mujer. Jan no se hace de rogar a su vez y se desnuda.

Brooke, aun vestida, se separa y observa a los dos hermanos; ambos son altos, fuertes y musculosos. Se parecen bastante, aunque Jan se diferencia por tener un tatuaje de una serpiente en el omoplato y por tener una polla más grande que la de Nigel.

Con una sonrisa tranquilizadora Nigel se acerca a su hermano y le da un abrazo fraterno que le proporciona tranquilidad a Jan y emociona a la joven Brooke que les observa de pie.

Finalmente los hermanos se pasan los brazos sobre los hombros mutuamente y se vuelven hacia ella.

Brooke sonríe y agita sus largas pestañas con coquetería mientras se acaricia los muslos arremangándose poco a poco la falda de su vestido. Al principio fija su vista en su marido para disminuir un poco la sensación de vergüenza de desnudarse frente a alguien tan conocido, pero con el tiempo empieza desviar la mirada hacia su cuñado admirando su cuerpo casi tan perfecto como el de Nigel y el pene enorme y erecto oscilando excitado al ver el tanga semitransparente de Brooke tapando levemente su sexo rasurado.

La joven comienza a contonearse ante la visión ansiosa de sus amantes y se va quitando el vestido poco a poco por la cabeza mostrando su cuerpo delgado y elástico, su culo respingón y sus pechos redondos con unos pezones grandes que apenas se distinguen de la areola . Ambos hermanos resoplan aunque se mantienen firmes esperando que sea ella la que tome la iniciativa.

Brooke se acerca a ellos y se arrodilla cogiendo sus vergas, cada una con una mano. Las sopesa comparándolas . La de Nigel era más corta y gruesa con venas protuberantes que le dan el tacto algo rugoso que tanto le gusta cuando está dentro de ella. La de Jan en cambio es más larga y lisa, como un bruñido misil, coronada por un glande grueso y rosado que llama poderosamente su atención.

Después de sacudirlas con suavidad, mirando a su marido, se acerca la polla de Jan a la boca y le da un sonoro chupetón.

Jan sofoca un grito de sorpresa y su hermano se revuelve incómodo pero Brooke excitada lo ignora y sigue chupando. La polla de Jan es larga y apenas puede meter un tercio de ella en la boca sin atragantarse. Pronto la polla de su cuñado está cubierta por una espesa y resbaladiza capa de saliva.

Con una sonrisa malévola deja a Jan temblando y a punto de correrse y se concentra en la polla de su marido. Brooke la lame y la mordisquea consciente de que a su marido le encanta.

Nigel coge a su esposa por la melena y metiéndole la polla en la boca comienza a follarla con suavidad disfrutando del calor y la humedad unos segundos antes de cogerla en brazos y llevársela al dormitorio.

En cuanto Nigel la deposita en la cama los dos hombres se lanzan sobre ella como dos lobos hambrientos. Nigel la besa en la boca y el cuello mientras que Jan maravillado juega con sus pechos observando como todo el conjunto de pezón y areola se hincha mientras Brooke suspira excitada y dirige la cabeza de su esposo hacia sus ingles.

Nigel no se molesta en apartar el tanga cuando acaricia el hinchado sexo de la joven. Brooke gime y se retuerce asediada por dos pares de labios y dos pares de manos que le acarician, le mordisquean le estrujan y le aprietan.

Brooke intenta quitarse el tanga pero su cuñado se adelanta y se lo arranca de un tirón golpeando su vulva con su polla caliente y dura como una piedra. Jan no se lo piensa más y entra en el delicioso coño de la joven. Brooke gime y se estremece al ser penetrada mientras Nigel se queda mirando un instante antes de inclinarse sobre su esposa y volver a besarla.

Jan mira a su hermano y con una seña dan la vuelta a la joven poniéndola a cuatro patas. Brooke siente como Jan le mete toda la polla de un solo golpe y abre la boca para gritar. Su marido de rodillas frente a ella aprovecha y le mete la polla en la boca. La joven es empujada alternativamente por las pollas de sus dos amantes de forma que el empujón de uno hace más profunda la penetración del otro. Brooke quiere gemir y gritar loca de placer pero la polla de su marido se lo impide.

Tras unos minutos de asalto continuado Jan inca los dedos en el culo de la joven y con dos salvajes empujones eyacula dentro de su cuñada en medio de broncos gemidos.

Jan se aparta tras haber depositado su ardiente leche en las entrañas de la joven y Nigel dando la vuelta a su esposa la toma a continuación. El sexo entre los esposos no es tan violento. Nigel penetra a Brooke con suavidad en el chorreante y aun hambriento coño de su esposa mientras la besa con ternura.

Jan observa la complicidad de los dos esposos y amantes mientras se relaja con el deber cumplido. Observa como los movimientos de su hermano se van volviendo más urgentes a petición de su esposa que se corre con un largo gemido. Nigel sigue follando el cuerpo tembloroso de su esposa hasta que con un último empujón eyacula en su interior.

***

A continuación Nigel invita a su hermano a que se una a ellos y la escena termina con los tres amantes dormidos en un abrazo, con la joven esposa durmiendo satisfecha entre ellos.

Las luces del pueblo le sacaron de su ensoñación y con un oportuno carraspeo despertó a la actriz.

—¿Ya hemos llegado? —pregunto Brooke—Lo siento me he quedado dormida.

—En efecto, —dije yo aparcando el coche frente a la casa rural— y en unos minutos podrás volver a estarlo.

Dejando a la joven desperezarse salí del coche y llamé a la puerta de la casa. Tuve que insistir unas cuantas veces porque el matrimonio que la regentaba era ya un poco mayor y si no tenía gente se acostaban temprano.

—Hola Juan, —dijo una mujer de rostro arrugado por la intemperie y con los ojos aun entrecerrados por el sueño— ¿Qué diablos quieres a estas horas?

—Alegra esa cara que te traigo una clienta. Me la encontré en la carretera, la ha dejado tirada el coche. —dije intentando no entrar en demasiadas explicaciones.

—¡Oh, estupendo! —dijo la matrona cambiándole la cara inmediatamente— ¿Os ayudo con las maletas.

—No te molestes Tina ya me encargo yo.

—Justina, esta es Brooke. Es americana y no entiende absolutamente nada de castellano.

—Ah, perfecto, porque yo hablo el inglis pitinglis de fábula. —dijo Justina con una sonrisa,

—Adelante, milady, adelante. ¿Tienes hambre, hija? ¿Quieres comer algo? —Dijo la casera con un gesto inconfundible.

—¡Oh! Sí grasias. —dijo Brooke exhibiendo las dos únicas palabras que dominaba del castellano.

Tras ayudarle a subir las maletas a una enorme habitación con chimenea que la Justina le había adjudicado, me despedí de Brooke diciéndole que me pasaría al día siguiente para ayudarla a salir de allí y guiarla hasta la salida de la autovía. Me despedí de Justina haciendo bromas sobre pedir comisiones y dejé a las dos mujeres manteniendo una animada conversación cada una en su idioma.

*¿En qué puedo ayudarte? ¿Te encuentras bien? Ni yo estoy preparado para escribir nada en inglés, ni supongo que buena parte de vosotros tampoco lo está para leerlo, así que a partir de ahora para señalar los diálogos de los protagonistas en este idioma los escribiré en cursiva. Las palabras que vayan en el formato normal serán en castellano. Espero que no nos liemos.

para contactar con el autor:
alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Inmigrante 3” (POR AMORBOSO)

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Pasó el segundo mes y el abogado vino a pagarme el tercero, y a anunciarme que ya tenía mi nacionalidad española (no hay nada como el dinero y las influencias), entregándome toda la documentación.

Los siguientes días estuve ocupado obteniendo mi documento de identidad. Me apunté a una academia para recordar y aprender nuevas señales de tráfico y normas de circulación españolas, con el fin de pasar las pruebas de aptitud para homologar mi carnet de conducir.

Las cuatro amigas se hicieron habituales todos los viernes en el local. A Marisa le prohibí ir a mi casa si no la citaba yo, aceptándolo a regañadientes.

Uno de los fines de semana, vinieron a la discoteca las tres amigas, sin Ana. Nuestra falta de comunicación no me permitía saber si era porque se encontraba mal, no le apetecía o si había alguna otra razón.

Me acerqué a ellas para indagar y sin tener que preguntar, me informaron que se encontraba indispuesta y no le apetecía salir. Marisa me hizo una serie de insinuantes guiños ante la atenta mirada de las otras dos, a los que correspondí con una sonrisa mientras les preguntaba qué querían beber. Tomé nota y le dije:

-Ven dentro de un momento y me ayudas con las bebidas.

Asintió y me fui a la barra. Entregué la nota a un camarero con la indicación de la mesa y marche a hablar con otro, con el que hacíamos trabajos “a medias”. Le pregunté si le apetecía follar y ante la respuesta afirmativa, le avisé que entrase en la oficina quince minutos después de mí, advirtiéndole que el culo no se lo tocábamos. Quería estrenarlo yo en su momento.

Cuando vino Marisa a por las bebidas, la invité a visitar la oficina, a lo que accedió con alegría. Nada más cerrar la puerta, ya nos estábamos comiendo la boca, mientras yo soltaba el cinturón de su vestido y ella el de mis pantalones.

Segundos después nos separábamos para sacárselo por la cabeza, quedando con un precioso conjunto que realzaba sus tetas y escasamente cubría su coño.

En un momento terminé de desnudarla y un segundo después mis pantalones y calzoncillos descansaban sobre una silla y dejaban al aire mí polla, dura ya y apuntando al cielo.

Volvimos a besarnos y a recorrer los cuerpos con nuestras manos. Al pasarla por encima de su coño descubrí que estaba muy mojada ya. Y se la hubiese metido de inmediato, pero la hice recostarse sobre el escritorio, que siempre estaba libre de objetos en previsión de estas circunstancias, separé sus piernas con los pies, me agaché entre ellas y abrí sus cachetes para dejar bien a la vista su coño.

Se abría como una flor, y cuando recorrí con mi lengua desde su culo hasta su clítoris, lanzó varios gemidos fuertes.

-Ohhhh. Siiiii. Sigue, es increíble.

Le hice empinar más el culo para que sobresaliera bien su coño y puse mis labios sobre sobre su clítoris para chuparlo y lamerlo. Empezó un ligero temblor, anunciador de su corrida y cambié de sitio, recorriendo su raja a la inversa.

-Nooo. No me hagas estooooo.

Estuve un rato jugando con su coño, ano y clítoris, mientras ella pedía que me dejase de jugar y la dejase correrse.

Mi excitación también crecía, por lo que me dediqué de nuevo a su clítoris hasta hacerla llegar a su primer orgasmo.

-Siiii. Me corroooo.

No había dejado de gritar, cuando ya me había puesto en pie y le había clavado mi polla hasta hacer tope, mientras ella seguía con los restos de su orgasmo y gemía pidiendo más.

Cuando noté que tocaba fondo, pero que quedaba algo más por meter, me detuve un momento y volví a presionar nuevamente, hasta que entró toda completamente. Acto seguido me puse a follarla, mientras ensalivaba mi dedo y me entretenía con su ano. Esta vez, mi dedo, tardó menos en entrar y volví a follarla por el culo y coño a la vez.

Era escandalosa follando. Sus gritos quedaban apagados por la música y no se oían fuera, hasta que la música subió de volumen al abrir la puerta y entrar Guillermo, el camarero, el cual quedó sin pantalones y con la polla al aire en el recorrido de unos tres metros entre la puerta y la mesa.

Marisa intentó levantarse, pero mi mano en la espalda se lo impidió. Intentó forcejear, pero la tenía bien sujeta. Luego la giramos hacia un lado para que quedase su cabeza fuera de la mesa y Guillermo le metió su polla en la boca. Después de eso, se dedicó a disfrutar de todo.

Estuve follándola un rato, hasta que alcanzó su primer orgasmo. Luego cedí mi sitio a Guillermo, pasando yo a ocupar su boca y él su coño.

-Joder, Jomo. Me has dejado esto como el túnel del metro.

-Dale unos azotes en el culo para que te apriete con los músculos.

Los azotes, no demasiado fuertes, parecieron enervarla más, volviéndose a correr nuevamente poco rato después.

Cambiamos posiciones y la hicimos cambiar de postura también a ella, quedando de espaldas a la mesa, con la cabeza colgando por un lado y los tobillos en mis manos, que levantaban y separaban sus piernas mientras mi polla entraba hasta lo más profundo de su ser. Guillermo se la follaba por la boca, aprovechando la posición ligeramente inclinado, para masajear su clítoris.

La sentí temblar varias veces, pero ninguno de los dos paramos. Cuando llegó mi momento, lo anuncié y, sin esperar, clavé la polla hasta el fondo y me corrí. Cuando la saqué, Guillermo cambió de sitio y yo se la metí en la boca para que me la dejase limpia.

Guillermo aún le sacó otro orgasmo antes de correrse él. Después, también pasó por su boca y, una vez limpio, se vistió rápidamente y salió sin decir nada.

Ella se levantó y, desnuda como estaba, se dejó caer en el sillón.

-No puedo más. Eres una máquina follando, y sólo ha faltado el camarero. Por cierto, será discreto.

-Puedes contar con ello. Jamás se comenta nada de lo que pasa aquí. Ni en la oficina ni en la sala.

-No sé qué tienes, pero nunca me había corrido más de una vez y siempre me ha parecido que me faltaba, que ni mi marido ni mis amantes ocasionales me han podido dar. Y ahora sé lo que era: No quedaba satisfecha plenamente.

-¿Por qué no lo hablas con tu marido? Intenta convencerlo para tener sexo en grupo o ir a locales de intercambio.

-Eso no lo consentirá jamás, no sabes lo celoso que es. Permite estas salidas de amigas porque supone que vamos a cenar y tomar algo en una terraza, y aun con todo, consintió después de muchas y duras discusiones.

-¿Vienes aquí en busca de sexo?

-No, pero alguna vez ha surgido algún rollo de una sola vez. Nos preocupa que nuestros maridos se enteren. De todas formas, es muy difícil encontrar a alguien con quien follar, nos limita mucho.

-¿También tus amigas?

-Sí, las cuatro venimos a lo mismo, pero sobretodo, a pasarlo bien.

-¿Saben lo nuestro?

-Sonia y Marta sí, y sé que les gustaría estar en mi lugar, sobre todo, después de contarles lo que disfruto. Ana no sabe nada. No nos ha parecido bien contárselo, a pesar de que sabemos que no hay nada entre vosotros.

-Mejor, y espero que siga así.

Terminamos la conversación, se vistió y salió a la sala. Mientras yo terminé de vestirme y limpiar todo. Menos mal que el sillón era de imitación piel y lo pude limpiar bien, porque lo había puesto perdido con la lefa que escurría de su coño.

Cuando salí, Marisa contaba algo a las otras y me di cuenta de que me seguían con la vista. Al rato, ambas fueron turnándose para ir baño por separado, lo que me dio una idea de lo que fueron a hacer.

Al día siguiente, al salir para ir a trabajar, llamé por cortesía a la puerta exterior de Ana, saliendo la criada, a la que pregunté si Ana se encontraba en casa. Me dijo que no, que había salido temprano y no la esperaba hasta la noche. Me interesé por su estado, comentando lo dicho por sus amigas. Me confirmó que era algo pasajero y se encontraba bien, por lo que me despedí y marché al trabajo.

Siguieron pasando los días, pasó del tercer mes y llegó el cuarto, el abogado me pagó lo establecido. Conseguí homologar mi carnet de conducir y me compré un viejo utilitario.

Los días que tuve fiesta, los dediqué a realizar visitas para buscar trabajo. Ese mes coincidieron mis días de fiesta en viernes y sábado. El viernes me acosté temprano y el sábado me levanté más temprano que de costumbre. A eso de las once, llamaron a la puerta. Una llamada simple, pero estaba secándome después de la ducha y, pensando en Marisa, me puse la toalla alrededor de mi cintura y salí a abrir.

Era Marta. De pié en el rellano, no decía nada. Yo le di los buenos días y ella correspondió. Se la veía nerviosa y miraba constantemente a suelo.

-Hola Marta, ¿qué te trae por aquí?

-Eeeeh. Es queee… Estuvimos ayer en la discoteca y no te vimos, y venía a ver si era porque te encontrabas mal.

-¿Quieres pasar? Acabo de ducharme y me estaba secando. Si esperas un momento te atenderé como es debido.

-Sí, lo que tú digas. -Dijo simplemente.

La hice pasar y la invité a sentarse en salón. Pero recordé la conversación con Marisa sobre que les gustaría estar en su lugar, y viéndola tan tímida, le dije con el fin de animarla:

-Siéntate y espérame un momento. ¿O quieres venir a secarme tú?

-Sí. Lo que tú digas. –Respondió. Yo dudé si el sí era para sentarse o para venir, así que di media vuelta y fui de nuevo al baño.

De reojo vi que ella me seguía y aproveché para quitarme la toalla, quedando desnudo de espaldas a ella. Una vez dentro del baño, me di la vuelta y le ofrecí la prenda para que me secara. Vi que sus ojos estaban fijos en mi polla, en reposo todavía. Tras unos segundos de espera le dije:

-¿Vas a secarme o no?

-Sssi, sí. Perdóname.

Tomó la toalla y empezó a secar mi pecho, hombros y espalda.

-Deberías desnudarte para que no se moje tu ropa. Es mejor que vayas al salón y te desnudes.

-Sí. Lo que tú digas. –Volvió a decir mientras dejaba la toalla en el lavabo y salía.

Yo la tomé y me puse a secarme la cabeza. Mientras lo hacía, recordé una experiencia en Estados Unidos de un curso que conviví con una compañera que era sumisa y que terminó cuando ella se fue a otra ciudad. La forma de actuar de Marta era más de sumisa que de tímida. En las conversaciones en la sala, siempre había llevado la voz cantante Marisa, con intervenciones puntuales de Sonia, pero, en ese momento caí, ella hacía muy pocos comentarios, fuera de palabras como sí o no.

-Ya estoy preparada para continuar.

Su voz me sacó de mis pensamientos, no sin antes decidir que la iba a poner a prueba. Retiré la toalla y se la acerqué, mientras observaba su cuerpo. Descubrí que no solamente era guapa de cara, sino que su cuerpo era bien proporcionado, sus tetas grandes y ligeramente caídas por la parte baja, quedando el pezón apuntando al cielo, un poco de tripita, muy poca, cintura estrecha, caderas redondeadas y abundante pelo en el coño.

Consciente de mi exploración, esperó a que terminase para continuar secando mi cuerpo, eso sí, su cara era un incendio.

-Sobre todo, sécame bien los huevos, la polla, ingle y culo.

Ella fue bajando hasta llegar a esas partes, arrodillándose para mayor comodidad. Mi polla estaba ya en semi—erección, la tomó por la punta, cubriendo el glande con la piel, para secar todo el troco, frotando con suavidad, hasta que tuvo que soltarla cuando se me puso más dura y el glande escapó del prepucio. Luego echó atrás toda la piel y pasó con mucha suavidad por el borde del glande.

Su siguiente paso fue tomarla con la mano para sujetarla bien arriba y secarme los huevos, después llevó la toalla por mí perineo hacia el ano, para lo que tuve que separar las piernas, que secó más tarde.

Una vez seco, quedó arrodillada delante de mí, esperando nuevas instrucciones. Me decidí a probar su sumisión y hasta qué punto estaba dispuesta.

-Hazme una mamada. –Le dije secamente.

-Sí. Lo que tú digas. –Respondió.

Sujetó mi polla con una mano para hacerla descender y acercó su boca a la punta, metiéndose el glande primero, luego la sacó y la recorrió con la lengua para ir mojándola con su saliva. Luego volvió a meterse la punta y menos de la mitad.

-Métetela entera.

-Mmmmm. –Asintió con la cabeza

Intentó tragar más trozo, pero le daban arcadas y se la sacó completamente, rozando ligeramente el glande con los dientes.

-¡Ten cuidado, me estás haciendo daño con los dientes!

-Perdóname. –Atinó a decir.

-Como no pongas más atención, voy a tener que castigarte. Venga, chúpamela bien.

-Sí, ya sigo.

Volvió a metérsela de nuevo, pero no le entraba toda, por lo que sujeté su cabeza y forcé más la entrada. Le dieron más arcadas y volvió a sacársela con un nuevo roce de los diente.

-Pero ¿Es que no sabes mamar una polla? ¿Tengo que enseñarte cómo hacerlo? Vístete, lárgate y vuelve cuando hayas aprendido.

-Por favor Jomo, perdóname. Te prometo que aprenderé. Nunca he visto una cosa tan grande. Enséñame para hacerlo como a ti te gusta.

-¿Qué te enseñe para aprender?, ya lo creo que aprenderás. Aprenderás o tu culo no te va a permitir sentarte hasta que lo hagas.

Me senté en una banqueta que había en el mismo baño y le ordené que se colocase sobre mis piernas para recibir el primer castigo.

Coloqué su culo bien en posición y le hice separar las piernas. Acaricié sus nalgas con suavidad y le solté un golpe con todas mis fuerzas en uno de los cachetes.

-AAAAAAAHHHHHHh

-¿Tampoco sabes cómo recibir un castigo? ¿Sólo sabes quejarte?…

-Perdóname. No lo volveré a hacer.

Volví a pasar la mano por su culo, bajando hasta pasar los dedos por su coño y recorrerlo en toda su longitud. Mi sorpresa fue que estaba más que excitada. Los labios ya estaban entreabiertos y al final, su clítoris sobresalía como un pequeño pene.

-¿Te gusta que te castigue?

Como no decía nada, tuve que darle un fuerte golpe, al tiempo que le decía:

-¡Responde cuando te pregunte! ¿Te gusta que te castigue?

-Sí, pero sobre todo, me gusta sentirme tuya.

-¿No prefieres ser de tu marido?

-Mi marido es muy buena persona y muy trabajador, pero no ha entendido nada de mí. Tampoco se ha preocupado mucho. En los 10 años que llevamos de matrimonio, jamás me ha levantado la voz ni me ha dicho nada, a pesar de que he hecho cosas mal para enfadarlo.

-Mi padre era militar, aunque no de carrera. En mi casa impartía más disciplina que en el propio cuartel. La más leve falta, según sus ideas, era motivo suficiente para ponernos sobre sus piernas, remangarnos las faldas y bajar la braguita para darnos fuertes palmadas en el culo. Mis amigas eran hijas de militares también, y se encontraban en situaciones parecidas. Cuando conocí a mi marido, pensé que sería como mi padre y que me sentiría protegida y arropada por él, pero nada más lejos de la realidad.

-¿Y no has encontrado a nadie, en estos años, que sepa cómo tratarte?

-Solamente tú.

-Pues te falta mucho por aprender. Creo que este será el primero de muchos castigos.

-Espero se digna de…. PFFFFFF.

Otro golpe con todas mis fuerzas, seguido de un descanso, sin que emitiese el más mínimo sonido. Repetí la acción dos veces más en cada lado, y cuando terminé, levanté la vista y me encontré con que la criada estaba mirando extasiada desde la puerta, con la bandeja de la comida en la mano. Pero en cuanto se dio cuenta de que la había visto, desapareció rápidamente. La dejé caer al suelo y le dije:

-Veamos si has aprendido algo. Sigue mamando.

Permanecí sentado, como estaba, ella tuvo que ponerse a cuatro patas para seguir, dejando su culo rojo apuntando hacia la puerta.

Enseguida se oyeron los ruidos de la mamada, pero estaba pendiente de la puerta y de que volviese la criada. Cuando salía, tuve el tiempo justo de hacerle una señal para que se detuviese y luego que esperase.

Se quedó mirando nerviosa, cambiando las manos de lugar a cada momento. Dejé de prestarle atención para dirigirme a Marta y decirle:

-No quiero que uses las manos, y quiero que me mires a los ojos.

Junto a mí, en la ducha, había un cepillo de cerdas duras y mango largo, de los que se usan para la espalda. Lo tomé por el mango y le di un golpe en el culo, al tiempo que le decía:

-Joder, pon más interés. A este paso no vamos a terminar nunca.

Eso la estimuló para moverse más deprisa y aplicar la lengua cuando podía. Poco después volví a darle otro con una nueva arenga. Pero ya estaba en el camino sin retorno y le anuncié:

-Me voy a correr. Espero que no se te caiga ni una gota al suelo y lo tragues todo, o tendrás que recogerla con la lengua después de que te dé una buena paliza.

Entonces sujeté su cabeza para embutir mi polla en su garganta y solté toda mi corrida. No solamente no se le salió nada, sino que cuando la soltó, estaba totalmente limpia. Me puse de pié y le di una palmada en el culo, al tiempo que le decía:

-Vas a ser una buena puta.

Lanzó un gemido y se corrió, cayendo al suelo desmadejada. Hice una señal a la criada para que se marchase ya y me puse a lavarme la polla en el lavabo.

-¿Quieres que lo haga yo? Oí preguntar a Marta.

-Sí, hazlo.

Se levantó, enjabonó mi polla, la aclaró y procedió a secarla. Entre pasada y pasada de toalla, le daba besos y decía:

-Gracias, gracias. Me has hecho muy feliz, gracias.

-Vístete y vete a casa.

-¿Puedo volver el próximo sábado?

-No. Yo te diré cuando tienes que venir.

Con cara de felicidad, fue a vestirse al salón, mientras yo me afeitaba y marchaba a la habitación. Estaba terminando de vestirme, cuando llamó a la puerta. Le di paso y preguntó:

-¿Quieres algo más?

-No,… bueno… sí. Dame las bragas.

Dudó un momento, pero enseguida se dio prisa en quitárselas y dármelas, con la cara roja de vergüenza. Y no era para menos. Estaban tan húmedas que parecía que las habían puesto en remojo. Las llevé a mi nariz y pude oler su esencia de hembra en celo.

-Mmmmm. Veo que estás excitada.

-SSSi. –Dijo mientras se ponía más roja, si cabe

-Veo también que eres bastante puta. Desde ahora no quiero que lleves bragas nunca, y quiero que te depiles el coño totalmente. ¿Me has oído?

-Sssi. Haré lo que quieras. Pero no sé cómo hacerlo sin que me pregunte mi marido.

-Pues búscate la vida. Ahora lárgate y no vuelvas hasta que estés bien depilada y te llame.

No la acompañé a la puerta. Sentí cuando la cerró, a pesar de su cuidado. Terminé de vestirme y me puse a comer.

Después me senté a ver la televisión un rato, pero me quedé dormido en el magnífico sillón frente a ella, y no oí entrar a la doncella, pero me despertó el ruido al recoger platos cubiertos y vasos.

Cuando se marchaba, la llamé:

-Puede venir un momento.

-Sí, señor, dígame.

-En primer lugar, no se su nombre. ¿Puede decirme cómo se llama, para poder dirigirme a usted?

-Marga, señor

-Bien, Marga, como habrá podido ver, en esta casa ocurren cosas que no creo que esté acostumbrada a ver en otras.

-Bueno… Señor… En su casa cada uno hace lo…

-Bien, no se preocupe. Lo importante es que si le ofende, deberemos quedar en una señal para que sepa si estoy ocupado o libre y si no, puede usted pasar y hacer lo que quiera. Solo le pido discreción y que no comente nada con nadie…

-¿Y si la señora pregunta?

-No le estoy pidiendo que mienta. Si la señora pregunta, conteste a lo que pregunte, pero sin más comentarios añadidos. Y si son gente de fuera, ni conteste.

-Lo que usted diga, señor. ¿Desea algo más?

-No, gracias, eso es todo.

Se marchó y yo quedé con mis amigos y me fui también de casa.

No hubo grandes cosas que contar. Solamente que un día hubo un problema eléctrico y tuvimos que cerrar a la una de la madrugada.

Al volver a casa, mientras subía por las escaleras y estaba llegando a mí planta, como hago todos los días cada vez que entro o salgo, como ejercicio, oí que se abría la puerta y se oían voces de despedida.

Me quedé oculto por el último tramo mientras miraba qué ocurría y pude ver a Ana despidiendo a un hombre joven, que resultó ser uno de los camareros del local que ese día estaba de fiesta.

La despedida fue seca, él quería ser amable, pero ella no, él preguntó que cuando se verían y ella le respondió con un seco “ya te llamaré”, Le dijo un seco adiós y cerró la puerta. Segundos después, llegó el ascensor y se marchó.

 

Relato erótico: “la asaltacunas” (POR JAVIET)

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Susy desde su mostrador observaba, ella era una mujer rubia de pelo muy corto, era delgada pues pesaba 52 kilos, Sin títulosabía que a sus 44 años despertaba en los hombres una buena dosis de morbo, trabajaba de vigilante en aquella oficina desde hacía unos meses, sabía que ellos a su vez no la perdían de vista, pues notaba sus ojos en su firme culito cuyo pantalón de uniforme ceñía, la camisa del uniforme marcaba sus pechos de tamaño pomelo, la camisa de verano no llevaba corbata y un botón desabrochado hacia resaltar la curva de sus pechos sin resultar demasiado provocativa, si a eso añadimos su cinturita rodeada por el negro cinturón del uniforme que sujetaba el revólver del 38, una canana con 15 relucientes balas de repuesto, la funda de los grilletes y la porra.

Ella se sentía admirada y deseada por casi la totalidad de los hombres que trabajaban en el edificio, algunos solo la miraban sin decir más que un tímido “buenos días” los mas lanzados se acercaban a su cara y la miraban a sus labios finos apenas pintados, su naricilla y sus ojazos azules, intentando iniciar alguna conversación pero ella los contestaba correcta y educadamente pues sabía perfectamente lo que buscaban, sexo morboso con la vigilante rubia, ella casi nunca los hacía caso, quería lo mismo pero sería ella la que elegiría con quien, le gustaban los empleados jóvenes, su fuerza y su vigor, su resistencia para repetir el acto y su audacia para hacerlo en sitios extraños, además el morbo del uniforme los ponía locos de pasión.

Su siguiente víctima era Jorge, era casi nuevo en el departamento de marketing, entró en la empresa hacía menos de un mes y ella se fijó en él enseguida, moreno de unos 21 años y medianamente atractivo, mediría casi 1,80 de físico normal, le hacía falta un poco de gimnasio y perder un par de kilitos, parecía inteligente y buen trabajador por eso se propuso controlarlo a través del circuito cerrado de vigilancia.

Susy tenía un par de buenas amigas que sabiendo sus gustos la apodaban “asaltacunas” debido a su gusto por los jóvenes, ella presumía de no haberse follado en toda su vida a alguien de más de 25 años, se casó y al poco tiempo se divorcio de aquel atontado, forofo del equipo de futbol local y aburridísimo en la cama e inútil en las tareas domesticas, en resumen al darse cuenta del error cometido con aquella boda lo subsanó, afortunadamente no tuvieron hijos.

Hace unas horas. Esta tarde el personal salió de trabajar a la hora de siempre y ella no vio a Jorge, se sentó en la consola de control y se puso a mirar las cámaras del circuito cerrado de tv, inconscientemente recordó su último encuentro con Julián, el chico de mantenimiento, el la hizo una buena puesta a punto sobre la fotocopiadora, se estuvieron besando y acariciando, ella se soltó el cinturón y lo dejó caer al suelo, Julián la bajo el pantalón y la hizo girarse e inclinarse sobre la maquina, se dejo caer de rodillas y la lamio el culito, su lengua inquieta recorrió la hendidura y se abrió paso entre sus nalgas, bajo un poco y lamio la raja del coñito, ella se inclinaba y abrió las piernas para sentir aquella lengua golosa y juguetona, susy gemía de placer y pedía más, su pecho contra la tapa de la fotocopiadora y el culo levantado, esperando ansiosamente la dura verga del hombre mientras sus piernas temblaban de pasión.

Susy no tardo en correrse en la boca de Julián, este siguió lamiéndola durante unos instantes, de un salto se incorporo detrás de ella y saco su miembro largo y duro, estaba tan ansioso que no podía esperar a colocarse un condón, se lo situó a la entrada del ano y aprovechando la húmeda mezcla de saliva y flujo, empujó suave pero decididamente, ella gimió mientras se sentía penetrada totalmente, el empezó a moverse dentro de aquel firme culito asiendo las nalgas con las manos para dirigir el ritmo de la penetración que se fue haciendo paulatinamente más rápido.

Mientras recordaba, Susy se calentaba y sabiéndose casi sola en el edificio ( había varias limpiadoras en las plantas altas) se recostó en el sillón y se abrió la bragueta del pantalón, metió sus dedos índice y medio por el hueco y apartándose un poco el tanga azul, se acaricio los labios del coñito, subiendo hasta su clítoris y jugando con él, siguió recordando como la sodomizaba Julián, toda su gorda verga dándola gusto y sus pelotas al agitarse por el ritmo le golpeaban en la rajita, se ponía frenética y ansiosa por correrse, su mano empapada de flujo se movía sin parar, recordó cuando él se corrió dentro de su culo, el calor de su leche dentro de ella, la potencia de los chorros en su interior, se corrió recordándolo entre jadeos, con los ojos cerrados y la boca temblorosa, pellizcándose el clítoris con los dedos, recordó como un fogonazo la abundante leche del hombre saliendo de su culo y cayendo como un rio por sus piernas, se acabo de correr instantes después, pero todo su cuerpo se estremecía aun durante casi dos minutos, hasta que finalmente se fue relajando.

Susy estaba derrengada y despatarrada en el sillón, se dijo a si misma al abrir los ojos, que haría una última revisión después de limpiarse y si no encontraba a Jorge, buscaría a Julián para otro repaso, se conocía lo bastante para saber que este primer orgasmo solo era un aperitivo para ella.
Susy volvió del servicio, tras orinar y limpiarse de su reciente orgasmo estaba más tranquila, abrió la puerta de la calle y se fumó un cigarrillo apoyada en el quicio de la puerta, al acabar cerró la puerta y volvió a su puesto de control sentándose ante la pantalla del circuito cerrado, solo faltaba media hora para que saliesen las chicas de la limpieza, usó el teléfono y llamó el departamento de marketing, Jorge respondió al cabo de unos segundos.

– Dígame.

– Buenas noches, llamo de seguridad, ¿algún problema?

– No por aquí todo bien, gracias

– Llamaba para informarle, el personal de limpieza va a salir y he de hacer la ronda para cerrar el edificio.

– ¿Entonces no podre salir?

– No mientras hago la ronda, la puerta queda cerrada ¿tiene para mucho rato?

– Como una hora, no se preocupe la llamare antes de bajar a recepción.

– De acuerdo, gracias.

Susy colgó el teléfono, en un rato solo estarían ella y “su Jorge” en el edificio, en el monitor vio como el joven se acercaba a la escalera de emergencia, encendía un cigarrillo y se lo fumaba, al acabar tiro la colilla a un cenicero y volvió a su despacho. Al cabo de unos minutos bajaron las chicas de la limpieza y tras despedirse de ella salieron del edificio, ella cerró la puerta y coloco en el control el cartelito que decía, “efectuando ronda, vuelvo enseguida” se ajusto el correaje cogió las llaves y subió en el ascensor.

Cuando llego al descansillo de informática, vio en el cenicero la colilla de Jorge y la cogió, ¡era de porro! Con ella en la mano se dirigió a la mesa del joven, el vio acercarse a la madura rubia, bonita y seductora bajo aquel uniforme, ¡que morbo! Con su pistola y su porra, pero ella le miraba con el ceño fruncido diciendo:

– Esto es tuyo.

– Puede ser de cualquiera.

– No me quieras vacilar chaval, se acaban de ir las de la limpieza y lo han dejado todo limpio, además te he visto salir a fumar hace un momento.

– Bueno vale ¿y qué pasa?

– Pasa, chavalote que si se entera de esto el jefe, saldrás de aquí tan rápido que tus pies no tocaran el suelo, ¿te enteras?

– Si vale me entero de todo, pero supongo que podríamos llegar a un acuerdo.

– Si ya había pensado en eso, pero primero contéstame unas preguntas, ¿te gusto?

– Bueno si, la verdad es que mucho.

– Vas bien, ¿te gustaría que tú y yo fuéramos algo más que amigos?

– Caray Susy, claro que me gustaría, estas muy bien.

– Bien Jorge, tu a mí también me gustas, mi propuesta es la siguiente. Quiero follarte, nos divertiremos mucho pero hay una condición, nunca se lo contaras a nadie, si alguien se entera de esto diré que te lo has inventado por despecho y contare lo de tu porro, de hecho les mostrare la grabación de la cámara y esta colilla.

– ¡no por favor! Me echarían a la calle y necesito el curro.

– No te preocupes todo irá bien, mira solo pongo estas condiciones, sin celos ni malos rollos, yo diré el donde y el cómo lo hacemos, nos divertimos y punto, cuando te diga que se acabó lo dejamos y recuperas tu colilla, yo borro la grabación y tan amigos ¿vale?

– De entrada vale, pero no sé si fiarme, para mí es demasiado buena tu proposición Susy.

– Anda tonto ven.

Susy le hizo levantar de su silla, abrazándose a él y dándole un beso en la boca, Jorge apenas reaccionaba hasta que ella le mordisqueo en los labios, entonces el agarró con sus manos los pechos de de ella.

– Espera, dijo Susy

Se desabrochó la camisa y él se quedo embobado mirándolos, no muy grandes, suaves y bronceados, sus pezones eran dos guisantes rodeados de unas aureolas marroncitas no muy grandes. Ella se los arrimo a la boca y el los cogió con las manos, chupándolos a continuación con pasión, se metía todo lo que podía de uno de ellos en la boca, lo mamaba y lo sacaba despacio recorriéndolo con la lengua hasta llegar al pezón que mordisqueaba un momento, luego pasaba al otro y repetía la operación.

Ella temblaba de gusto, pegando su vientre contra el del joven y sintiendo la dureza de su verga.

– Si quieres follar llevo un condón en la cartera.

– Veo que vas preparado, sácalo y lo usaremos, oye ¿tienes novia?

El saco la cartera y de ella el preservativo, Susy le pajeaba mientras tanto valorando sus casi 20 centímetros de hombría, Jorge lo abrió con los dientes y se lo dio para que se lo pusiera mientras contestaba:

– No tengo novia solo alguna amiga ¿y tú?

– Eso no te importa cielo, no entra en el trato.

Dijo ella mientras le enfundaba el miembro, seguidamente le empujo hacia una de las sillas del despacho, una de esas que llevan cuatro ruedas pequeñas y no tienen apoyabrazos.

– Quítate los pantalones y desabróchate la camisa.

Susy se colocó delante de él, se soltó el cinturón canana y lo dejo sobre una mesa, seguidamente se quito el pantalón el tanga amarillo que estaba empapado y la camisa, tomo las esposas mientras el se quitaba a patadas el vaquero y el slip, ocultándolas a su espalda, se quedo allí parada mirándolo con sus tetas desafiantes y su coñito depilado.

– Dime Jorgito ¿te gusto?

– Si joder, claro que me gustas, estas divina.

Ella se acercó a él y se puso de rodillas, le tomo el miembro y comprobó su dureza, estaba a tope pero se lo introdujo en la boca y lo chupo golosa, Jorge cerró los ojos disfrutando de la mamada, no se dio cuenta de que ella le acercaba las esposas a sus muñecas y se las giraba, se oyó un doble click y ella dejó de mamar, el quedo esposado con las manos hacia atrás.

– ¿pero qué coño haces, porque me esposas?

– Lo que quiero es follarte, tranquilo todo irá bien pero no quiero que te muevas, eres mío y durante unos días me recordaras.

Susy se incorporo y abriéndose de piernas se sentó a horcajadas sobre él, guio el tieso miembro a su coñito y se dejo caer sintiéndose llena de carne dura y cálida por dentro, susy comenzó a moverse sobre el rotando las caderas y saltando sobre el joven, la penetración era intensa y ella apretó sus tetas contra el torso del muchacho, sin dejar de dar brincos le besó con ganas en plena boca enredando sus lenguas, su coñito empapado tragaba la dura polla de Jorge emitiendo sonoros chapoteos debido al abundante flujo que susy producía, el ritmo aumentó paulatinamente y el joven intentaba seguir con las caderas el ritmo de su hermosa jinete.

Susy se separo de la boca del muchacho, jadeaba sin parar con la cara arrebolada por el placer, estaba muy cerca del orgasmo y no paraba de montarlo y disfrutar, acercó la boca al cuello de Jorge diciendo entre jadeos:

– Ahora me recordaras.

Aplicó su boca al cuello del joven y sin dejar de follárselo chupo con ganas, el se apoyaba con los pies e impulsándose con las caderas metía todo el miembro en el ansioso coñito de Susy donde chapoteaba debido a la abundante lubricación, sintió la boca de ella en el cuello y noto los chupetones que le dejaba, la sintió correrse sin dejar de cabalgarlo ni un instante, la sintió tensarse y morderlo mientras sus erectos pezones se restregaban contra su torso, la vagina parecía babear sobre sus pelotas pues emitió un abundante chorrito de flujo al llegar al demoledor orgasmo que ella obtuvo haciéndola gritar de placer, así tras casi un minuto de estremecimientos temblorosos, pudo finalmente quedarse quieta y caída sobre Jorge.

Este totalmente empalmado, no dejaba de culear e introducirse cada vez más rápido en el coñito de la vigilante, sabía que no duraría mucho así y la beso en el cuello pensando en devolverla el chupetón, eso la hizo abrir los ojos y separarse velozmente de su cara diciendo:

– Quieto machote, aquí solo yo dejo marcas.

Pero lo dijo mientras mecía sus caderas, notando como el miembro la rozaba el clítoris enhiesto y su empapado coño era invadido una y otra vez así pues su respuesta era inevitable, calentándose rápidamente cuando su deseo no había comenzado apenas a decaer, acompaso el rimo de sus caderas al de su joven amante, bastaron unos pocos minutos de metisaca frenético por ambas partes pare que Jorge exclamara:

– Me corro Susy, me corroooo.

– Y yooo, no pareeeees.

Jorge eyaculo dentro de ella, a pesar del condón Susy notaba los chorros y el calor del semen del joven en su interior, su corrida fue casi simultánea a la de su joven amante, sus cuerpos se tensaron mientras jadeaban de puro gusto unos instantes, finalmente ambos se quedaron quietos relajándose y notando cada uno de ellos como el corazón y la respiración del otro se tranquilizaba.

Diez minutos después, Jorge aun desnudo se masajeaba las muñecas mientras observaba vestirse a Susy, esta al notar la mirada dejó de abrocharse la camisa para que el pudiese admirar durante unos instantes sus pechos, le guiño un ojo y dijo:

– ¿te gustan eh?

– De ti me gusta todo, hasta tus chupetones, eres una fiera.

– Tú también me gustas, si tienes novia te verá los chupetones asi que durante unos dias se que me seras fiel, todo irá bien si respetas nuestro trato, recuérdalo.

Acabaron de vestirse, bajaron juntos al control y se despidieron hasta el día siguiente, ella le recomendó que dejara trabajo pendiente para acabar por la noche y lo visitaría tras la ronda, cuando Jorge salió ella se dirigió a la consola de control y se sentó, abrió el archivo de grabaciones del PC de control y pasó dos grabaciones de la cámara de seguridad a un pentdrive, la primera era de Jorge fumando, la segunda era de su reciente follada, guardo el pentdrive en el bolsillo para verlo más tarde en casa y añadirlas a las otras grabaciones que ya poseía, se recostó sonriendo en el sillón de control pues ya era casi la hora del relevo.

¿Continuara…?
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Relato erótico: “Secreto de familia: José” (POR MARQUESDUQUE)

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verano inolvidable2No lo podía creer. Acababa de enterarme de algo que podía cambiar mi vida. Solo de Sin títulopensar en las cosas que había hecho con él… Podía soportar que fuera mi primo, pero eso… no estaba segura. Mi familia siempre había sido muy liberal, pero tanto… De hecho mi padre me lo había confesado con mucha naturalidad, royo tengo que contarte algo, aceptaremos la decisión que toméis, tenéis derecho a saberlo, etc. Ahora yo tenía que decírselo a él. Y teníamos que pensar que hacer al respecto. Cuando le dijimos a mi padre lo nuestro no se enfadó, no se alteró lo más mínimo a pesar de las implicaciones que nosotros ni sospechábamos, solo se quedó pensativo como si ya lo esperara y luego, bamb, la bomba.

Será mejor que empiece desde el principio. Me llamo Sandra y tengo 17 años. Tengo el pelo castaño claro y estoy delgadita. Me considero mona de cara y dicen que estoy buenecilla. Mi familia es, como ya he dicho, muy liberal. Mis padres se conocen desde niños, desde muy jóvenes fueron novios y luego se casaron. Tengo un hermano un par de años más joven que yo, Javi, y un primo de 16, José, moreno, alto y guapo, con el que siempre he estado muy unida. Mi tía vive con otra mujer y todos formamos una gran familia. Aunque mis padres ahora se han tranquilizado, de recién casados, en plena revolución sexual, tuvieron un matrimonio abierto en el que practicaban el intercambio de parejas y esas cosas. Cuando mi tía, hermana de mi madre, estaba embarazada de mi primo, conoció a Lorena, una alumna suya (mi tía es profesora) 10 o 12 años más joven. Se enamoraron, se fueron a vivir juntas en cuanto Lore cumplió 18 y así han seguido hasta hoy. Del padre de José, nunca hemos sabido nada… al menos hasta ahora. En estos momentos mis padres y mi tía tienen cuarenta y tantos y Lorena treinta y tantos. Mi tía es bisexual y de vez en cuando ha tenido romances con hombres, algunos alumnos suyos, con el consentimiento de Lorena. Ella, por su parte es lesbiana y nunca ha estado con un hombre. Nunca ha estado con nadie salvo con mi tía, de hecho.

José y yo siempre hemos sido uña y carne, lo que ocasionalmente ha provocado los celos de Javi. Como he dicho somos una gran familia y siempre vamos juntos a todas partes. Cuando pienso en ello, por una parte, me parece extraño que siendo como hermanos ocurriera eso entre nosotros, aunque por otra, en cierto modo fue inevitable. Siempre andábamos juntos, nos lo contábamos todo, descubríamos las cosas juntos… y descubrimos el sexo juntos. Un día mi primo espió a su madre y a Lorena en la cama. Al día siguiente me lo contó. Unos días después dormí en su casa y le acompañé a espiarlas. Era emocionante verlas besarse, tocarse. Lo hacían despacio, tomándose todo el tiempo del mundo. Se comían los labios, se chupaban los pechos, se frotaban las entrepiernas. Aunque a mí me gustaban los chicos no pude evitar excitarme. He de decir que aunque mi madre y mi tía son muy guapas, Lorena es una belleza, rubia y de ojos azules, deseada por hombres y mujeres. Además, al ser más joven, siempre ha tenido una relación muy especial con nosotros. De hecho siempre ha sido el amor platónico de José. Esta circunstancia a veces me ponía muy celosa, pero ella siempre era un encanto conmigo y nunca podía estar enfadada por eso demasiado rato. Allí estábamos, José y yo, en la penumbra, viendo a su madre lamerle la entrepierna a Lorena. En ese momento, Lore miró hacia mí y me giñó un ojo. Mi primo no se dio cuenta, pero era obvio que, al menos Lorena, sabía que estábamos ahí y no le importaba.

Las sesiones de espionaje se repitieron en ocasiones. Parecía como si Lorena aprovechara las veces que yo dormía en su casa para seducir a Rita, así se llama mi tía, y dejar luego la puerta entreabierta. Nunca hablamos del tema, pero saber que lo sabía, aumentó la confianza entre nosotras. En cuanto llegábamos a su casa, Lore se acercaba a mi tía y la abrazaba clavándole los pechos. Estaba pegajosa con ella, besito por aquí, caricia por allá, hasta que se retiraban a dormir. Mi primo y yo ya sabíamos lo que iba a pasar.

La verdad es que casi siempre estábamos metidos uno en casa del otro. Un día que él dormía en la mía habíamos estado viendo una película romántica, con muchos besos con lengua y escenas un poco picantes. Luego en la habitación habíamos estado hablando los tres, mi hermano, mi primo y yo, de cómo sería besar a alguien así, que se sentiría. Cuando Javi se durmió, José se deslizó hacia mi cama. Ambos sabíamos que iba a pasar, no hacían falta palabras. Nos conocíamos lo suficiente para saber lo que pensaba el otro en estas ocasiones. Empezamos con besos en los labios algo más largos de lo normal. Pronto su lengua se coló en mi boca como una viborilla traviesa.

La siguiente ocasión en que espiamos el rollo lésbico de Rita y Lorena fue especial. Como si por fin supiéramos que eso también podíamos, de algún modo, hacerlo nosotros. Después en la habitación José me lamió como habíamos visto hacer. El cosquilleo en mi entrepierna fue fabuloso. Fue cuestión de tiempo que yo terminara por lamerle a él. Era raro tener esa barra de carne ardiente abriéndose paso entre mis labios, hacia mi garganta. Hacía ya unos meses que nos besábamos con lengua en imitación de lo que hacían en las películas. Fue como una evolución natural. De hecho besarnos con lengua era una evolución natural de saludarnos con un piquito, cosa que era frecuente en la familia. Todo resultaba tan natural que ocultarlo parecía extraño, como si lo convirtiéramos en una travesura por no decir nada. Cierto que era mi primo y eso me preocupaba a veces, pero nada parecía poder romper la magnífica relación que teníamos y estar juntos de ese modo era tan maravilloso que pronto superé los temores y me entregue a este mar de sensaciones. Siempre que podíamos nos quedábamos solos y nos enrollábamos. A veces se la chupaba, otras me lo comía a mí y otras ambas cosas. Superados los celos, en ocasiones le decía: piensa que es Lorena la que te la está chupando, y se la comía mientras él murmuraba su nombre. Debe entenderse que para nosotros el amor no se confundía con la exclusividad sexual, por el ejemplo que teníamos en casa. No había duda de que mis padres se querían, llevaban toda la vida juntos, nunca les había oído tener una discusión grave y se les veía tan apasionados como siempre, sin embargo sabíamos que se habían acostado con otras personas y no había pasado nada. Más claro aún resulta el caso de mi tía y Lorena. Aquí no es que lo supiéramos porque nos lo habían contado, nosotros mismos habíamos conocido a alguno de los amantes de mi tía. Sabíamos que Lorena sufría algo en el fondo, José me había contado alguna vez, que la había visto triste en aquellas ocasiones, pero no había planteado reproche alguno, ni había correspondido a ninguno de sus otros pretendientes, hombres o mujeres, como si mi tía la llenara de tal modo que no necesitara más. Cuando los amantes de mi tía desaparecían, Lorena permanecía como si nada hubiera ocurrido, con su bella sonrisa en el rostro. Yo creía entonces (sigo creyendo ahora a pesar de todo) que José y yo estaremos siempre juntos, como amantes o como amigos, al margen de que tengamos sexo o no con otras personas. Yo le quería (le quiero) y sabía que estar con Lorena le haría feliz, así que deseaba con todas mis fuerzas que algún día lo consiguiera, que se acostara con ella y que después viniera a contármelo, como hacíamos siempre cuando algo importante nos pasaba. Tal vez entonces haríamos el amor rememorando lo sucedido entre su segunda madre (por así decirlo) y él.

Entretanto mi hermano se sentía desplazado por mi creciente familiaridad con mi primo, que ahora, lo excluía a él, pues buscábamos siempre la manera de quedarnos solos. Un día que habíamos quedado para ir al cine Javi se apuntó. Puse una cara de disgusto que debió notarse mucho, porque en lo que menos pensaba era en la película y mi hermano de testigo lo estropeaba todo. Él interpretó mi gesto como de rechazo hacia él y se autoexcluyó alegando una excusa, pero sabía que aquello le había molestado. ¿Cómo explicarle lo que sucedía sin revelar nuestro secreto? Fui tras él y lo abracé por la espalda. Mis pechos se pegaron a sus hombros y le besé en la mejilla. Claro que puedes venir, le dije, de hecho los dos estamos desando que vengas, últimamente pasamos menos tiempo juntos. Mi cara era de sorpresa, nada más, no creía que esa película te interesase. Se giró y quedamos abrazados de frente. Bueno, dijo, voy a vestirme. Lo decía con cierta tristeza, como si no se terminase de creer la excusa. No pude evitar intentar animarlo y de di un piquito. Como he dicho saludarnos con un beso en los labios era normal en mi familia. Este, sin embargo, tal vez por la situación duró un poco más de lo normal. Nos separamos y se quedó mirándome. Nos volvimos a besar. Esta vez aspiré un poco su labio superior, luego el inferior y terminé con un piquito normal. Se le veía feliz y querido y yo sonreí por haber logrado mi objetivo. Quería mucho a mi hermanito y no deseaba hacerle sufrir de ninguna manera. Como seguíamos abrazados y estábamos pegados pude notar su cosa en el pantalón creciendo. Me separé de él algo ruborizada y le dije que se diera prisa. Fue a arreglarse mientras yo trataba de salir de mi azoramiento. Noté mis braguitas húmedas lo que quería decir que mi hermanito no había sido el único en excitarse. Primero me lo montaba con mi primo y ahora me ponía cachonda con mi hermano. Sonreí algo avergonzada. A pesar de nuestra desinhibición en temas sexuales, el tabú del incesto todavía significaba algo para mí. Podía pasar con mi primo, pero con mi hermano… Afortunadamente José y yo no somos hermanos, pensé, y con Javi nunca llegaré más lejos. Esa será una barrera que no tendré que cruzar. Más adelante comprobé lo equivocada que estaba.

Mi primo y yo continuamos manteniendo nuestra relación en secreto durante un tiempo. No llegamos a hacer el amor, pero menos la penetración final hicimos todo lo demás que puede hacerse: nos besamos, nos chupamos las lenguas, me lamió los pechos, le masturbé, me comió el coño, le comí la polla, enjuagó mi clítoris en su saliva, me tragué su semen sin asco… llegamos a un punto en el que ya no nos hacía gracia disimular. No nos apetecía ocultarnos, queríamos cogernos de la mano en público, besarnos con lengua delante de nuestros padres, llamarnos novios. Creo que nos fuimos enamorando. Hay que entender que considerábamos el amor de un modo no posesivo. Sabíamos que nos queríamos y que queríamos estar siempre juntos, pero no necesariamente que no quisiéramos estar también con nadie más. De algún modo sabíamos que nadie podría interponerse entre nosotros, que nuestra relación era más fuerte que la que podríamos llegar a tener con otras personas y que por tanto tener relaciones con más gente en el futuro no amenazaba lo nuestro. Ninguno pensamos que lo único que podía separarnos estaba en nuestra propia sangre.

Siempre me he llevado muy bien con mi padre, así que pensé que contárselo a él primero sería lo mejor para que él me ayudase a confesarlo al resto de la familia. Cuando se lo dije su reacción me dejo descolocada. Sinceramente esperaba que se alegrase por mí y nos felicitara, pero sabía que existía la posibilidad de que la idea no le gustara y le saliera un ramalazo conservador. Podía esperar alegría o enfado, comprensión y hasta cólera, desde luego esperaba que se sorprendiera. No fue el caso. Me miro con tristeza, como si ya se lo esperara y me dijo que tenía que pensar en ello. Todo un día me tuvo en vilo sin explicarme que era exactamente en lo que tenía que pensar. Finalmente, después de la cena, me dijo que tenía que hablar conmigo y me llevó a su despacho.

No puedo decir que lo que me contaste el otro día no me lo esperase, empezó a decir mi padre. Tengo ojos en la cara, he visto como os miráis tu primo y tu, y como os achucháis. Tenía la esperanza, de todas formas, de que fuesen imaginaciones mías, que vuestra confianza solo fuera la familiaridad de quienes se quieren como hermanos y no otra cosa, pero supongo que mis esperanzas eran vanas. Papa, si es porque somos primos, empecé yo. No, no es eso, me interrumpió él. Tiene que ver con quién es el padre de José.

Supongo que a estas alturas, todos sabréis quien es el padre de José y porque eso me perturba, pero yo en aquel momento no tenía ni idea. Pensaba que tal vez sería un asesino, o un actor famoso, o un torero. Conocí a tu madre a los 14 años, prosiguió él, enseguida nos hicimos novietes y me presentó a su madre, tu abuela y a su hermana, tu tía, que entonces era una chiquilla de doce añitos. Tu madre perdió la virginidad conmigo y, salvo unos meses que estuvimos peleados y se tiró a todo el mundo, siempre estuvimos juntos. Eso no quiere decir que no estuviéramos con más personas en ese tiempo. De hecho yo perdí la virginidad con tu abuela, que entonces no llegaba a los 40 y tu tía perdió también su virginidad conmigo, con el consentimiento de tu madre.

Estaba flipando. Sabía que mi familia era liberal, pero no podía imaginar que tanto. Lo que me contaba mi padre me parecía ciencia ficción. Ni siquiera concebía algo así como posible. Tu tía tuvo su primera relación seria en la universidad con otra chica, mi padre continuaba imperturbable. Siempre fue bisexual y fue alternando amantes masculinos y femeninos. Cuando rompieron ya había terminado la carrera y estaba trabajando de maestra. No se le ocurrió otra cosa que liarse con un alumno de 16 años. ¿Él padre de José? Pregunté yo. No, precisamente rompieron, años después, porque ella quería tener hijos y él no. Por aquel entonces ella debía estar sobre los 30 y él sobre los 21. El reloj biológico les hacía tic-tac a ritmos distintos, como es natural. También influyó que nosotros acabábamos de tenerte a ti y a ella se le caía la baba contigo.

La cosa estaba así, tu tía quería tener un hijo, pero no tenía pareja, ni perspectiva de tenerla. Tampoco le agradaba la inseminación artificial, decía que eso era ir contra la naturaleza, además de ser muy caro. La solución más obvia la tenía delante de las narices. Mi padre se detuvo un instante, aunque parezca mentira yo aún no lo entendía, y eso que no podía ser más obvio. Tu madre y yo ya compartíamos lecho, ocasionalmente, con ella, cuando no tenía pareja, volvió a hablar mi padre, así que lo único que hubo que hacer fue prescindir del condón. Unos meses después tu tía estaba embarazada de José. Entonces conoció a Lorena y ya sabes el resto. José no solo es tu primo, también es tu medio hermano. Yo soy el padre de José.

En las obras clásicas cuando el protagonista descubre que ha practicado el incesto involuntario se saca los ojos o se suicida. Yo no llegaba a tanto, pero estaba consternada. A penas oí a mi padre diciendo: Por supuesto tu madre y yo no podemos obligarte a romper con él. Si decidís seguir juntos tendréis nuestro apoyo, pero es un asunto delicado. Existe un tabú social, apoyado por indicios naturales, como que la endogamia prolongada cause enfermedades como la hemofilia. Obviamente ese no tiene porque ser vuestro caso, pero es algo que deberíais pensar. Hay quien diría que vuestra relación es antinatural, yo no soy de esa opinión, mientras sea consensual y entre adultos, y yo os considero como tales, no creo que nadie tenga nada que decir, pero aún así es complicado. Hubiera preferido ahorrarte el dolor de tener que tomar una decisión así, pero es lo que hay.

Así que eso era lo que había. Tenía que tomar una decisión y después hablar con José… y rezar porque estuviéramos de acuerdo. Estuve toda la noche pensando, sin poder dormir, angustiada por la duda. Al día siguiente evité a José en el instituto y fui a casa nada más terminar las clases. Cuando llegué mi tía y Lorena estaban allí, hablando con mi madre. Genial, José aparecería en cualquier momento, justo lo que necesitaba. No quería enfrentarme con él antes de haber tomado una decisión. Saludé y me escabullí a mi habitación desando estar sola. Al cabo de un rato llamaron a la puerta. Me resigné a lo peor y, de mala gana, invité a entrar a quienquiera que fuera. Pese a mis temores no era mi primo, sino Lorena. ¿Qué pasa cariño? Pareces algo disgustada, dijo sentándose a mi lado y cogiéndome la mano. Estoy un poco cansada, solo es eso, mentí. Bueno, a tu edad las cosas parecen confusas. Yo aún no tenía tus años cuando me enamoré de tu tía. Imagínate que susto, una de mis profesoras, embarazada, mayor que yo… y una mujer. Mi familia era muy conservadora, no imaginaba tener que enfrentarme a ellos, pero todo salió bien. Tus padres son más comprensivos. Aunque suene algo cursi, tu solo sigue a tu corazón. Lo demás se arreglará por sí mismo. Y dicho esto me plantó un beso en la mejilla. Ya se iba, pero yo le sujeté la mano y la atraje hacia mí para abrazarla. Realmente agradecía su comprensión y su dulzura. No me extrañaba que José la adorase. Además era un bombón. Para devolverle el beso en la mejilla la besé en los labios. No era la primera vez, en realidad era la forma habitual de saludarnos, pero este beso se prolongó más de lo corriente. Luego le di otro. Finalmente mi madre la llamó y, lentamente, se levantó para irse. Me sorprendió notarme excitada. Sin darme cuenta la situación me había acalorado.

Lo que me había dicho Lorena estaba muy bien, pero había que ser realista. ¿Cómo había adivinado ella mis tribulaciones? ¿Estaría al corriente de todo? Volví a pensar en José. Por una parte le quería, pero hermanos… bueno, hermanastros, en aquellos momentos no veía gran diferencia. No sabía si podría soportar algo así. Por otro lado habíamos cruzado ya algunas líneas. No nos habíamos acostado, pero menos eso habíamos hecho de todo. Había ya un incesto consumado. No, aquello no podía ser. Se lo explicaría y le diría que no podíamos volver a estar juntos de esa manera. Que no podríamos volver a tocarnos, que no podríamos volver a darnos placer, que incluso sería incomodo estar en la misma habitación. Era triste, pero había que aceptarlo. Teníamos que romper.

Esa misma noche me dirigí a su casa con esa intención. Llamé a la puerta, abrió él. Pasamos a su habitación. Cuando iba a hablar me cogió las manos. Ya lo sé, me dijo. Tu padre habló con mi madre y me lo ha contado. Eso explicaba el discurso de Lorena. Sé que es, bueno, nuestro padre, continuó él. En esos momentos me derrumbé. Empecé a llorar y me abracé a su cuello. Ya no me importaba nada. Le quería y no podía permitir que nada cambiara entre nosotros. Esa circunstancia biológica no podía transformar lo que sentía por él. Se lo dije farfullando. Le dije que le amaba, que no me importaba cual fuera nuestro parentesco, que debíamos seguir siempre juntos. Rogué, supliqué al destino que pensara igual, que no me rechazara. Yo también te amo, se limitó a murmurar, y nos besamos. Nuestras lenguas se unieron e iniciaron un vaivén. Descubrí que mi conocimiento sobre nuestra común filiación no evitaba que me pusiera cachonda con él. De hecho lo estaba más que nunca. Mis pezones estaban calientes y erectos tras mi camiseta. Mi clítoris estaba hinchado y mi entrepierna mojada. Nos balanceamos hasta caer sobre su cama y nos desnudamos el uno al otro. Seguíamos besándonos y entre mordisco y lengüetazo le desabroche la bragueta y le sujeté el pene que se escurría entre mis dedos como si tuviera vida propia. Rodeó mis pezones con sus labios y estuvo un rato chupándome las tetas. Volvimos a besarnos y mientras me deshice de mis pantalones y me bajé las braguitas. Su polla me rozaba el coño. Aquel era el último muro por derribar. Poco a poco fue avanzando hasta notar la resistencia. Una breve punzada de dolor y aquello estaba entrando y saliendo de mí como si siempre hubiera sido así. Mi mano derecha le sujetaba el culo y la izquierda le mesaba los cabellos. Él me tocaba una teta y me comía los labios alternando con los pezones. Se corrió dentro de mí, pero entonces no me importó. Quedó rendido sobre mí. En ese momento, por la puerta entreabierta, distinguí la figura de Lorena que nos miraba y sonreía.

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Relato erótico: “Destructo II Incluso las estrellas mueren” (POR VIERI32)

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A lo largo de la orilla del Río Aqueronte, bajo las luces centelleantes de las estrellas, varios de los estudiantes del Serafín Sin títuloRigel vigilaban celosamente, ya sea vuelos en escuadrones en formación “V” o caminando en solitario, para cerciorarse de que ningún ángel de la legión escapara al reino de los humanos. Aunque el Serafín Durandal ni sus alumnos habían mostrado interés en abandonar los Campos Elíseos tras la huida de Perla, Rigel no se confiaba. Tarde o temprano, pensaba él, Durandal aprovecharía para reclamar su anhelada libertad.

Aegis avanzaba agachada, dando pasos cortos entre los oscuros arbustos, no fuera que la descubrieran infiltrándose en uno de los lugares, ahora, más celosamente resguardados de los Campos Elíseos. Su amiga Dione la seguía detrás, igual de cautelosa, oteando constantemente en derredor. Estaban nerviosas, ¿cómo explicarían tal desacato si las pillaban? Unas simples miembros del coro angelical no pintaban nada en un lugar como aquel.

—Aegis —susurró Dione—. Deberíamos volver.

—N-no —respondió insegura, siempre avanzando a hurtadillas—. La vi venir por aquí.

Dione sonrió por lo bajo, no era usual ver a la tímida Aegis mostrando ese lado rebelde. Su amiga nunca había quebrado las normas, nunca había contrariado a nadie, odiaba las disputas y las bromas pesadas, bien que lo supo tras una tarde en la que le ató las alas con una cuerda y la retó a un vuelo sin que ella supiera de las ataduras. Pero parecía que Aegis se había envalentonado al ver cómo cambiaron las tornas con la huida de Perla.

No obstante, Dione temía por su amiga, por lo que la sujetó de una de sus ala y tiró hacia sí.

—Pues yo solo veo a los estudiantes del Serafín Rigel, y están por todos lados –dijo levantando la mirada hacia la cala. Pero enarcó las cejas al comprobar que, paradójicamente, no había nadie vigilando el sector donde observaba.

—¿P-piensas detenerme, Dione? —preguntó sacudiendo su ala para soltarse del agarre—. Nadie te obliga a seguirme. Si no me vas a ayudar… pu-puedes volver a Paraisópolis.

—No seas necia, Aegis, no te voy a abandonar. Pero… ya te dije que no tiene sentido que Zadekiel haya venido aquí.

—Pero vino, yo la vi. Y vino sola. ¿Por qué no nos pidió ayuda?

Ambas sintieron un frío correr sobre sus espaldas en el momento que una fémina y reconocible voz bramó en la orilla del Aqueronte.

—¿¡Pero qué cosas os ponéis a decir!? ¿¡Para qué yo querría pedir ayuda!?

Aegis y Dione dieron un respingo de sorpresa. Asomaron la mirada por encima de los arbustos y observaron hacia el río a una hermosa ángel, por delante de la gigantesca Luna. De larga cabellera dorada que era mecida por la húmeda brisa del Aqueronte, su maestra Zadekiel las miraba con el ceño fruncido, como si de alguna manera estuviera a punto de regañarlas por haber desafinado la voz durante las prácticas.

—¡Maestra! —Aegis salió de los arbustos y se acercó lentamente para darse cuenta de que su instructora pisaba a un ángel tumbado sobre la arena. Empuñó sus manos y las llevo hacia sus pechos, aspirando tanto aire como le fuera posible—. ¡Ah! ¿L-lo has matado? ¿Has matado a un ángel?

—Claro que no –Zadekiel lanzó, a un lado, una rama gruesa que sostenía en la mano—. Solo le he dado un golpe muy fuerte.

—¿Adónde vas, Zadekiel? –Dione también salió de entre los arbustos en búsqueda de respuestas.

—¿No es obvio? ¡Voy a rescatar a mi alumna! ¡Perla está sola en el reino humano!

—Maestra –suspiró Aegis, doblando las puntas de sus alas—. Así que lo decías en serio. Eso es admirable.

—Y lo haría si cualquiera de mis alumnas pasara por lo mismo –afirmó caminando hacia el río. En el momento que pisó el agua, se giró para revelarles su rostro preocupado—. Además, no confío en Fomalhaut.

—¿Fomalhaut? —preguntó Dione, recordando al Dominio a quien su maestra le había regañado durante la tarde—. ¿Cuál es tu problema con él?

—¡Ya les dije que tengo mis razones!

—Eso no nos sirve, Zadekiel. ¡Dínoslo de una vez!

—¡Hmm!… Fomalhaut es el único Dominio que va a nuestras noches de coro. Es por eso que dudo de él. ¿Estáis contentas?

Un largo silencio se hizo presente en el Aqueronte, solo cortado de vez en cuando por el sonido de la brisa. Las dos alumnas miraban confusas a su maestra, sin saber qué decir.

—Esa es… —Dione hundió el rostro entre sus manos—. Esa es una razón de lo más estúpida para dudar de él.

Pero Aegis sabía que su maestra nunca bromeaba cuando hablaba de cánticos y coros. Aunque, al igual que Dione, no entendía cómo algo tan inocente como presentarse para oír los cánticos angelicales pudiera ser considerado como sospechoso o que generase desconfianza. Después de todo, prácticamente toda la legión asistía a los coros.

—Maestra… ¿Qué tiene de malo?

—¿No es obvio? Los Dominios no sienten emociones. No temen, no sufren. Solo analizan y actúan. ¡Hacen lo que consideran correcto sin remordimiento alguno! ¡Meras herramientas! —empuñó sus manos—. Es por eso que los han enviado a buscar a Perla, porque no actuarán como los ángeles que, guiados por sus emociones, quisieron matarla la noche que huyó. ¿Qué os digo siempre sobre la responsabilidad que tenemos como coro angelical?

—“Los cánticos influyen en el cuerpo y la mente de la legión. Canalizan las penas de los ángeles, alivian los pesares e incrementa la alegría en el alma” —Aegis repitió el usual discurso de su maestra.

—Tal cual. Ningún Dominio va a nuestros coros porque no necesitan aliviar una angustia que no sienten ni sentirán. Pero Fomalhaut… él siempre está allí para escucharnos, sentado sobre una rama del árbol cerca del escenario.

—Ahora que lo dices —concluyó Aegis, tocándose la barbilla—. Es verdad que era usual verlo durante los cánticos.

—¿Y entonces qué? —preguntó Dione—. ¿Crees que Fomalhaut puede experimentar emociones?

—¡No lo sé con certeza, Dione! Pero si siente emociones, ¿cómo crees que actuará si encuentra a Perla? ¡Era uno de los guardianes del Trono! ¿Tal vez querrá vengar su muerte? Es por eso que he decidido ir al reino humano. Así que, ¿me vais a delatar?

—Jamás –Aegis negó con la cabeza—. Yo iré contigo, Zadekiel.

—¿En serio?

—Sí –asintió con los ojos cerrados—. Perla es una amiga. Además, sola no podrás encontrarla. Mejor cuatro alas que dos.

—Supongo que mejor seis alas que cuatro –suspiró Dione, sacudiendo su mano al aire. En el fondo no quería abandonar a su amiga Aegis. El imaginarla sola en el reino humano le causaba un agobio insoportable—. Hacedme un lugar en vuestra pequeña rebelión.

—Eso es, somos tres –la maestra asintió decidida—. No os preocupéis, la encontraremos y volveremos para practicar nuevas canciones.

—¿Por qué estás tan segura? –preguntó Dione—. Entraremos al Aqueronte y caeremos en quién sabe dónde. En el desierto, en el mar, o peor, ¡en los polos! ¿Sabremos a dónde ir y qué hacer para encontrarla antes que los Dominios?

—Confía en mí –tranquilizó Zadekiel, acercándose para tomar la mano de Aegis, extendiendo la otra hacia Dione, quien seguía dubitativa—. Escúchame, Dione, me conocen como el ángel con la voz más hermosa de la legión, pero muchos olvidan que también soy un Dominio, sé rastrear.

—No, no lo eres… —gruñó Dione.

—¿¡Y qué más da que no lo sea!? –se acercó para tomarla de la muñeca—. ¡Venga, vamos!

—¿A qué ha venido decir que eres un Dominio?

—¿Ibas a venir conmigo sabiendo que no tengo habilidades de rastreo, Dione?

—No lo sé –se encogió de hombros—. Pero no voy a seguir a una mentirosa…

—¡No caeremos en los polos, necia!

Y tirando de la mano de sus alumnas, Zadekiel se adentró en el Río Aqueronte. Ninguna sabía qué les deparaba en búsqueda de su amiga, allá en ese ignoto reino de los mortales, pero era mejor que esperar sentadas, mejor que ser meros testigos del avance inexorable del tiempo sin ser capaces de reclamar un lugar en la historia. No eran las más fuertes, ni siquiera tenían condiciones físicas como las de los guerreros de los Serafines, pero entraron a las frías aguas entre chapoteos, risas y esperanzas de encontrar un final mejor que el que las profecías dictaban.

Se forjó, en la noche del Aqueronte, una pequeña y torpe rebelión que, tal vez, sería la más grande de todas. Se pactó una promesa que parecía tener la fuerza de dar un golpe triunfal al propio destino.

—¡Nunca temas al lado de un Arcángel, Dione! —gritó Zadekiel.

—¡No eres ningún Arcángel, maldita!

—¡Pero podría serlo, nadie ha reclamado ese cargo!

—¡No creo que eso funcione así!

II

Ámbar avanzaba por los pasillos blanquecinos y opacos del Hospital Militar de Nueva San Pablo. Guardó las manos en los bolsillos de su gabardina e intentaba, de una manera u otra, pasar desapercibida entre el gentío y los médicos. “Habitación 709”, pensó, agachando la cabeza. Pero era imposible que no la notasen; siempre había uno que la felicitaba al reconocerla y pronto le seguían más. Nunca había experimentado la fama y le parecía agobiante.

Avanzaba. Y aguantaba los embates de doctores, enfermeras y algún que otro periodista que logró colarse entre el gentío y personal médico, quienes lanzaban al aire sus esferas fotográficas para captar cuanta imagen fuera posible, aunque bien estos rápidamente eran abordados por los agentes de seguridad.

“¿Qué le dijo el Éxtimus, Capitana? ¿Qué le respondió usted?”.

“Capitana, es un honor tenerla por aquí. Muchos pacientes han preguntado si su visita aquí era cierta, ¿podría acompañarnos, tal vez, más tarde, para saludarlos?”.

“¿Nos permitiría una foto, Capitana?”.

“¿Ha pensado en publicitar su imagen para productos de belleza? Piénselo, su rostro en un pote de gel. Án-gel. ¿Lo pilla? Án-GEL.”

Cuánto logró cambiarlo todo una fotografía que algún periodista, desde un helicóptero civil, logró obtener cuando ella capturó al Éxtimus en el Mirante do Vale. Su pose de mujer fuerte sosteniendo en los brazos a un ángel derrotado, significaba no solo un salto a una fama que ni esperaba ni le agradaba: ahora, sin ella quererlo, representaba el triunfo de la humanidad sobre lo sobrenatural. El triunfo de la tecnología sobre seres que otrora habían destruido la civilización. Ámbar era ahora la cara visible de una nueva época en donde los hombres y mujeres se deshicieron de un miedo latente y clamaron a los cielos su independencia.

Y lo odiaba.

Entró a la habitación 709 y se recostó contra la puerta, vaciando sus pulmones.

—¿Capitana? —preguntó Johan desde la cama donde reposaba.

El joven subordinado estaba en observación debido a la paliza que recibió de parte del ser celestial, pero todo apuntaba a que pronto saldría. Con una escayola en el brazo partido que, eso sí, se la retirarían esa misma noche.

La mujer se inclinó hacia el muchacho y posó el dorso de la mano sobre su frente.

—¿Cómo estás?

—Mucho mejor ahora —respondió con el rostro iluminado—. Gracias, Capitana.

—Hmm —gruñó, meneando la cabeza—. Déjate de formalidades y dime “Ámbar”. Ahora estoy de civil.

La mujer se sentó al lado de la cama; en la pared frente a ellos se proyectaba un holograma en donde veían las noticias del día. Ámbar estaba cansada de mirar los telediarios: si no hablaban del ángel capturado, narraban la dura vida que tuvo la mujer que la capturó. “Todo este show mediático montado a mi alrededor. Tenía que haberlo supuesto…”, pensó suspirando; cerró los ojos mientras hundía el rostro entre sus manos.

—¿Estás bien?

—Quieren mi foto para ponerlo en un pote de gel.

—Vaya, eso es… Oye, Ámbar —el joven levantó levemente su brazo roto—. ¿Me firmas la escayola?

La mujer echó a reírse. Era la primera vez en todo el día que lo hacía y desde luego necesitaba quitarse la tensión acumulada. Johan, por dentro, se sintió orgulloso de haberle arrancado aquella risa, de haberle levantado el humor y ese rostro alicaído de aquella Capitana tan brava. No era algo al alcance de cualquiera.

—Me has hecho reír, así que te lo concederé, chico —dijo retirando un rotulador láser, acercándose para firmársela—. ¿Quieres alguna frase en particular?

—Pon un bonito “Para mi fan número uno”.

—¡Ja! Gracias. No por lo del fan —meneó la cabeza con una sonrisa de lado mientras firmaba la escayola—. Eso es ridículo. Sino por protegerme allá en el Mirante do Vale.

—Ni lo menciones —se acomodó en su cama, mirando el techo—. Quedé como un imbécil.

—Nada de eso. Aprecio lo que hiciste, no lo olvidaré. Siempre soy yo quien se pone al frente y a todos les parece bien. Todos tienen una madre, una pareja, un hijo, una hermana… y yo comprendo que quieran anteponer eso cuando surge el peligro. Pero fue reconfortante tener a alguien que, por un momento, se olvide de sí mismo y se ofrezca como el escudo de una.

—¿En serio? Para ser sincero, pensé que me caería un reporte de tu parte…

—Bueno, por esta ocasión se queda entre nosotros. Luego de que termine esto, me gustaría invitarte a un café. ¿Qué dices?

—“Cuando termine esto”. ¿Qué pasa? ¿Aún hay más?

Ámbar lo miró a los ojos y confesó con preocupación:

—El Éxtimus está en un cuarto de máxima seguridad, en uno de los últimos pisos del “Nova Céu”. Entraron dos soldados en trajes EXO, por precaución, para interrogarla. Pero se niega a hablar.

—Pero contigo sí habló…

—Es precisamente por eso que me pidieron que vaya y hable con ella. Si me preguntas, ni siquiera sé la razón de por qué lo hizo conmigo allá en la azotea…

—¿Lo harás?

—¿Qué pasa, chico? ¿Te preocupa lo que me pueda pasar?

—Bueno… —se rascó la barbilla—. Claro, me preocupa lo del café. Espero que el casco del traje EXO que lleves no tenga problemas como el que tuvimos cuando la confrontamos. ¿Ya lo revisaron?

Ámbar abrió los ojos cuanto era posible. Recordó el momento en el que, cuando enfrentó al ser celestial, tuvo que desplegar su visera debido a una falla en el sistema informático del traje táctico EXO. Un par de chispas saltaron en su cabeza.

—Johan… —dijo con la mirada perdida—. Eso es… Ese maldito casco…

—¿“Maldito… casco”?

En medio de la jungla de acero destacaba uno de los edificios más altos, el “Nova Céu”, de luces azuladas que sobresalía del resto de rascacielos de brillo blanquecino. Rodeado constantemente de esferas de vigilancia que iban y venían a su alrededor, artefactos que en su momento detectaron la intrusión del ángel en la metrópolis, se trataba de una auténtica fortaleza militar, propiedad del gobierno y a disposición de la policía estatal de Nueva San Pablo.

Cualquiera que caminara en las inmediaciones detenía su rutina y levantaba la vista por unos momentos para mirar a lo alto, entre los últimos pisos, pues era sabido por todos que allí tenían apresado al Éxtimus capturado. Y estaría así hasta que el Estado de Nueva San Pablo anunciara a quién había decidido venderla para su traslado y estudio. Según las corporaciones farmacéuticas, las experimentaciones con un ser inmune a todas las enfermedades humanas facilitaría el desarrollo de nuevas curas y por ende se vislumbraba un futuro utópico para la sociedad.

Muchos se preguntaban si aquello era lo adecuado. Si el ser celestial siguiese apresado, o incluso si muriese siendo objeto de experimentos, tal vez despertase la ira de un ejército celestial. Pero la humanidad aún estaba eufórica celebrando la victoria de los suyos sobre los ángeles y no temían a ninguna amenaza externa.

El cuarto donde la habían encerrado no era muy espacioso; de un blanco pulcro y brillante, en donde solo había una fina cama adherida a la pared y un taburete frente a esta. Tan solo rompían con el monótono blanco las cámaras y altavoces desperdigados en cada esquina.

La vigilaban constantemente, aunque ella no estuviera al tanto. Del otro lado de la habitación, tras la pared, se apostaba todo un cuarto de control con cámaras y medidores varios. Era un equipamiento básico y rudimentario; no había científicos, solo militares que, con el correr de las horas, observaban con aburrimiento al ser celestial.

—Me pregunto qué tipo de música le gustará al pajarraco —se preguntó el Teniente Santos, dándole un mordisco a un bastoncillo de papa frita.

El comentario arrancó alguna risa suelta en el grupo. Él estaba frente a uno de los hologramas que se desplegaban, en donde se la veía sentada al borde de la cama, cabizbaja, como si estuviera pensando en algo. Bajo la cama guardó sus botas de cuero y, de vez en cuando, caminaba por la habitación para recoger algunas plumas que se desprendían de sus alas. Tenía el mismo collar que le habían cerrado en el cuello; si realizara cualquier acto hostil la pondrían a dormir, pero hasta el momento se comportaba serena.

—Luce joven, tal vez le guste un grupo esos de adolescentes —sugirió un soldado.

—Pero si esos son terribles, nada como los músicos de mi época —agregó otro.

—No te dejes guiar por su apariencia, podría tener decenas de miles de años —Santos apuntó, con la patata, a la imagen del ángel en el holograma—. Tal vez le guste la clásica.

Estuvo a punto de poner algo de música a través del altavoz, acto curioseado por los aburridos presentes, pero todos dieron un respingo del susto cuando la Capitana entró al cuarto de control abriendo las puertas de par en par. Inmediatamente, Santos escondió el cono de cartón de comida rápida, entre los proyectores, no fuera que la mujer le regañara.

Ámbar estaba aún de civil, gabardina y pantalón elegante. Buscó por Santos, con la mirada, mientras hacía caso omiso a las felicitaciones de los hombres allí apostados. Notó que alguien se levantó de su asiento para hacerle una reverencia a modo de broma.

—Es un honor tener a la mujer más famosa del momento, jefa.

—Déjate de memeces, Santos, voy a entrar.

—¿Sin el EXO?

La mujer se acercó a la compuerta que daba al cuarto del ángel; la vio de arriba abajo. Estaba fabricada con una aleación más fuerte que el titanio y de un considerable grosor, sin manija ni mecanismos a la vista, salvo por las varias barras horizontales que la sellaban. Solo cedería con una aprobación.

—Entraré sin el EXO. Ábreme la condenada puerta, te lo acabo de pedir claramente.

—Espera, jefa, no te sigo…

—El ángel reaccionó cuando desplegué la visera de mi casco y vio mi rostro. Fue por eso que me habló. Necesita un rostro humano, o mejor dicho un rostro que le resulte familiar, no soldados armados. ¿Tengo que pedirte de nuevo que la abras o quieres que solicite una renovación de tus implantes cocleares?

—Espera… Jefa, sin traje EXO te expones a morir de un golpe. ¿No opinaría lo mismo Johan, ahora en el Hospital? Sabes más que nadie cuán fuerte es ese pajarraco.

—¿Los jefazos quieren que ella hable? La haré hablar pues… —se detuvo y miró un cono de cartón medio escondido entre los proyectores—. ¿Qué tienes ahí? —lo agarró rápidamente—. ¿Papas fritas?

—No me mires así, no he comido nada desde lo de anoche.

—Esto no es un maldito comedor, Santos. Voy a entrar —dijo mostrándoles las papas—. Ábreme la puerta si no quieres un reporte por esto.

Tras un suspiro de parte del hombre, pronto las varias barras gruesas empezaron a ceder para dejar libre la compuerta. “Me pregunto si me recordará”, pensó Ámbar mientras veía el acceso abrirse. Y si la reconociese, ¿querría revancha? Después de todo Santos tenía razón; sin la protección de su armadura táctica, el Éxtimus podría matarla en un suspiro. “Aunque no dejan de llamarme la atención…”, vació los pulmones mientras entraba. “Aquellos ojos suyos, a punto de llorar”.

Luego de avanzar, se enmascaró tras un rostro impertérrito y pose despreocupada, mientras la compuerta tras de sí se cerraba.

—El jefazo nos va a colgar, Ámbar —continuaba insistiendo Santos desde los altavoces—. Hay protocolos que cumplir.

—Pues ponle al día si pretende hacerlo. Somos héroes nacionales. Hasta mundiales, Santos. No se atrevería a colgarnos.

—Y tienes mis papas…

—Lo sé —levantó el cono de comida rápida a la cámara—. Me sé de alguien que tampoco habrá comido desde lo de anoche.

Perla creyó reconocer la voz femenina y levantó la mirada. Tal como sospechaba, se trataba de la misma mujer con la que había dialogado en la azotea del edificio donde cayó. Y desde luego, al ver un rostro familiar, que por más que fuera humana no poseía ninguna diferencia al de los ángeles, se tranquilizó. Estaba nerviosa, se sentía abandonada y necesitaba hablar con alguien.

“Híbrido”, pensó la joven por un momento, recordando la frase que aquél ángel de alas y túnica negras le había dicho en los Templos del Trono. “Entonces, ¿tengo una madre o un padre humano?”, se preguntó, viendo arriba abajo a la mujer.

—Libérame —dijo la muchacha alada en un perfecto portugués, tocando su collar. Aquello causó un respingo generalizado en el cuarto de control; se trataba de las primeras palabras que pronunciaba el Éxtimus desde que fuera capturado.

—Esa no es mi área, ángel. No me corresponde decidir eso.

—Mi sable.

—¿Tu sable? —la Capitana se sentó en el taburete frente al ser celestial—. Es una espada muy bonita, pero extraña. Las pruebas con carbono 14 indican que tiene una antigüedad de más de mil años, y la frase en dialecto jalja indica que probablemente era de algún soldado del ejército mongol.

—Es mía —dijo por lo bajo, acomodándose en el borde de la cama.

—¿Acaso se la robaste a Gengis Kan?

—¡Es mía! —gritó apretando los puños y extendiendo sus alas, como un recordatorio de que estaba dialogando con un ángel, un ser superior.

—Tranquila, mi culpa —la voz de Ámbar era calma, aunque su corazón se quería desbocar. No debía dejarse amedrentar. Si la enervaba, probablemente acabaría muerta, tal y como Santos temía—. Necesito que me ayudes.

—¿Qué es lo quieres de mí?

La Capitana se tranquilizó al ver la actitud predispuesta de la joven. “En cierta forma me la recuerda”, se dijo por dentro, recordando a su hija y los arrebatos que solía tener. Una relación que ayudó a que Ámbar supiera qué tono utilizar durante el interrogatorio. Hablaría distendida, como una amiga. “O, más bien, como una madre…”, concluyó.

—¿Cómo te llamas, niña?

—¡Hmm!

Perla se cruzó de brazos; no era una niña, era un ángel, un ser inmortal, ella, por esa naturaleza, se decía a sí misma que estaba por encima de cualquier humano; no permitiría que nadie llevara las riendas de ninguna conversación. En cierta forma, aquella Querubín, aquella niña altanera que fue, aún salía de vez en cuando a relucir.

—Dime primero el tuyo, mortal —hizo énfasis en la última palabra.

—Ámbar Moreira.

“Es bonito”, pensó fugazmente Perla. Pero no iba a darle el gusto, por lo que, haciendo un mohín, sacudió sus alas y afirmó:

—Tienes un nombre raro.

—¿Estás segura de que no quieres papas fritas? ¿O los ángeles no coméis?

—No quiero nada de eso —sacudió una mano al aire y ladeó su rostro para otro lado—. Yo no como, pero hay quienes sí lo hacen.

—¿Hay ángeles que comen? —fue inevitable sonreír por lo bajo—. ¿Y entonces… los ángeles…? Ya sabes… ¿vais al…?

—¿Los ángeles cagáis? —resonó por el megáfono. Ámbar se había olvidado que del otro lado había un montón de hombres curioseando la conversación. Santos el que más.

—¡Por los dioses! —Perla enrojeció, volviendo el rostro ahora para el otro lado, incapaz de mirar a la mujer—. ¿Esto es lo que habéis venido a hacer? ¿Preguntar tonterías?

—¿Podrías no entrometerte, Santos? —reclamó la indignada Capitana.

—¡“Santos” también es un nombre raro y tonto! —gruñó Perla, mirando a los altavoces.

Meneando la cabeza, Ámbar se levantó del taburete y dejó el cono de papas en la cama del ángel, quien apenas le prestó atención. Relajó las alas cuando la mujer salió del cuarto. “Seguro irá a regañarlo”, pensó la pelirroja. “¡Qué atrevimiento!”, se sonrojó, doblando las puntas de sus alas. Miró entonces el cono de cartón e, imposible de negarse a su naturaleza curiosa, tocó fugazmente la punta de una papa.

“Papas… fritas…”. Revoloteó la mirada por todo el cuarto, tratando de interesarse en algo más, pero poco atrayente como era la habitación de blanco impoluto, fue inevitable volver a fijarse en el cono de cartón. “¿Olerá mal?”, pensó inclinándose para olisquearlo.

Luego de un par de minutos de ausencia, Ámbar volvió.

—Perdona, ángel. Ya no nos volverán a molestar.

—Epfero que fí.

La Capitana sonrió al verla masticar lenta y torpemente. “¿Acaso desconfía de nuestra comida?”, se preguntó. “¿O simplemente no está acostumbrada a comer?”. Pero se hizo lugar de nuevo en el taburete; era hora de tener respuestas que medio mundo exigía.

—¿Por qué estás aquí y no arriba, ángel?

De nuevo, Perla se enfrentaba a una pregunta que la incomodaba demasiado. Degustó toda la papa y se limpió las manos. Le había parecido deliciosa, mucho mejor de lo que esperaba de algo cultivado por los “débiles y mortales seres del reino humano”. Miró de reojo el paquete de cartón en donde había más de aquella comida.

—Caí aquí por accidente —lentamente dirigió su mano a por otra papa.

Santos no pudo evitar su deseo de intervenir a través de los altavoces:

—¿Saltabas entre copos de nube y te resbalaste?

—¡Santos! —gruñó Ámbar, pasándose la mano por la cabellera—. Mira, si caíste aquí por accidente, nos gustaría saber si bajarán para buscarte.

Perla agarró el cono de papas con ambas manos. Recordó a todos ángeles que se abalanzaron a por ella en el Aqueronte. No le resultó una imagen muy agradable de rememorar, esos gritos, esa desesperación y odio que percibió de la legión hacia ella. Arqueando sus alas, confesó en un susurro casi inaudible:

—No lo sé…

—¿Cómo que no lo sabes? No me digas que allá arriba no hay alguien que te extraña.

La alada asintió tímidamente. “Espero que los que me estén extrañando sigan vivos”, pensó apretando el cono, recordando a sus dos ángeles guardianes, además de su maestro, quienes la protegieron durante su huida.

—Y entonces, ¿no crees que ellos bajarán para buscarte?

Perla cerró los ojos y ladeó de nuevo el rostro. Cuando cayó al reino de los humanos, los esperó en la azotea del edificio durante largo rato, pero nadie bajó de los Campos Elíseos para rescatarla. La idea de que sus tres protectores habían perecido durante la revuelta se hacía cada vez más probable.

“Si no me hubiera acobardado como una maldita niña”, se reprochó mientras sus ojos empezaban a arder.

Cuánto deseaba regresar, pero no podía, al menos no hasta que supiera volar. Pero si supiera, ¿cómo la recibirían? Se le acumuló todo de nuevo, su debilidad, la impotencia de no poder proteger a sus allegados, su incapacidad de cruzar los cielos por el miedo a las alturas, su verdadera naturaleza. El sollozo fue inevitable, aunque casi imperceptible.

“¿Acaba de… hipar?”, pensó Ámbar, achinando los ojos. Se inclinó hacia el ángel como si no terminara de creérselo. Creció gran parte de su vida con la idea de que aquellos seres celestiales carecían de emociones, sentimientos y sin aprecio por la vida; no tenían más parecido que los humanos que el aspecto físico. Pero desde que vio a la joven varios de sus mitos personales empezaron a derrumbarse.

—¿Estás llorando?

—N-no, claro que no…

Ámbar pilló la mentira debido al balbuceo y miró hacia atrás, hacia las cámaras, esperando alguna sugerencia de parte de sus compañeros. No tenía forma de saber que, del otro lado del cuarto, todos estaban tan desconcertados como la mujer. Más que un extraño ser cuya raza había destruido la civilización siglos atrás, parecía anteponerse la imagen de una joven sumergida en un nuevo mundo, sufriendo tal como lo haría un ser humano. Santos dejó el aire bromista y adquirió un gesto más serio, pero a diferencia de los demás hombres en el cuarto de control, no iba a dejarse afectar; no olvidaba el violento ataque que le propinó a su camarada.

La Capitana suspiró al volverse hacia el ángel. No era buena con el rol de policía conciliadora. ¿Debía sentarse a su lado? ¿Tal vez acariciar esas grandes y radiantes alas? Cuando pretendía pedirle que se tranquilizara, Perla levantó el rostro y la miró a los ojos: Era solo una joven, una niña a los ojos de una conmovida Capitana, no una amenaza ni menos una cobaya dispuesta para infinidad de experimentaciones a manos de las corporaciones farmacéuticas.

Pero, sobre todo, era un rostro demasiado similar al que ella recordaba de su hija; de alguien cuyos ojos enrojecidos y húmedos imploraban consuelo ante la desesperanza.

—Sofía —susurró Ámbar, extendiendo una mano hacia el ángel, como si por un momento fuera su hija quien estuviera allí.

—¿Vas a burlarte de mí? —preguntó Perla, enjugándose las lágrimas fugazmente.

“¿Vas a burlarte de mí, mamá?”, resonó en la cabeza de la Capitana. Por un momento, abandonó el cuarto del ángel y su mente viajó varios años atrás, durante una noche de luna llena que iluminaba una plaza vacía, en los suburbios de Nueva San Pablo, y en donde solo se oía el murmullo lejano del tráfico.

Ámbar bajó de su coche, viendo a lo lejos a su joven hija sentada sobre uno de los tantos columpios de la plaza. Cabizbaja, parecía columpiarse de manera apenas perceptible. La piel de la muchacha había palidecido en aquellos días, cuando la variante del osteosarcoma aún no la había debilitado excesivamente, obligándola a estar en cama.

En silencio, la madre se sentó en el columpio a su lado.

—Me tenías preocupada.

—Solo deseaba salir un rato de casa, mamá.

—Podrías avisar. Yo entiendo.

—Lo dudo —dijo la muchacha, cabeceando hacia la constelación de Orión—. No salgo porque me aburra ni quiera escapar de nada. Verás, dicen que cualquier día de este mes podría estallar la estrella Betelgeuse y convertirse en una gran supernova que podría verse a simple vista.

—Hmm —gruñó la mujer, negando con la cabeza. La niña era parecida a ella, pero su afán e interés por la astronomía los heredó de su padre—. Debí haberlo supuesto.

—¿Qué? ¿Vas a burlarte de mí, mamá?

—¿Quién puede usar humor con estos ánimos? —Ámbar se encogió de hombros—. No hay día que desee tener a tu padre con nosotras. Creo que él sabría hacer las cosas mejor que yo.

—No —meneó la cabeza débilmente, dibujando, con el pie, figuras sobre la arena—. Estamos bien así.

Ámbar hundió su rostro entre sus manos. No había vivido algo como aquello jamás en su vida. Una enfermedad que consumía la vida poco a poco y cuya cura era imposible aún con la tecnología disponible. Era una mujer fuerte, valerosa, de fama contrastada entre sus colegas porque todo lo combatía de frente, porque todo mal cedía con su insistencia, porque toda batalla era ganable. Pero cuando miraba a su hija, esa que tanto la admiraba, el panorama se volvía desolador. No habría victoria, no existía escudo capaz de protegerla de las garras de la muerte y la mujer fuerte y valerosa que todos conocían se derrumbaba, incapaz de hacer frente a la situación.

Despojada de su fortaleza, se hacía difícil mirar a los ojos de quien la tenía como heroína.

—Sé que no he sido la madre perfecta —continuó la mujer—. Pero permíteme… déjame quedarme contigo.

—Bueno, vine aquí porque quería alejarme de ti…

—No digas eso, niña —Ámbar sintió una daga en el corazón y clavó sus uñas en su vientre—. ¿Tan mal lo he hecho?

—Mamá… —la joven la miró a los ojos y, con esos labios pálidos, esbozó una sonrisa—. Estaba bromeando. Contigo hasta el final.

Ámbar no supo cómo reaccionar. Alguien que tenía por delante solo días contados estaba sonriendo y dándole ánimos. Tal vez, se decía a sí misma, aquella niña era más sabia de lo que parecía, percibiendo cuánto sufría la mujer. Acercó una mano hacia su madre y, levantando el meñique, la invitó a engancharlo con el suyo.

—¿Qué decías del humor con estos ánimos, mamá?

Pero la mujer se abalanzó hacia ella para rodearla con sus brazos.

—¡Ah! ¡Ma-mamá! ¡Es-espera! —reía la muchacha.

Aunque todo el cuerpo de la muchacha se paralizó al percatarse de un extraño brillo azulino que poblaba la hierba de la plaza, lenta y paulatinamente. Sus ojos se abrieron como nunca antes al darse cuenta del hecho histórico que empezaba a acaecer en el manto negro del cielo.

—¡N-no me lo creo! ¡Espera, déjame un rato, solo un rato! ¡E-e-está reventando, e-está sucediendo!

La estrella Betelgeuse, tal como habían pronosticado los astrónomos, estalló en el cielo para convertirse en una supernova y, con su brillo azulino tan fuerte como una segunda luna, tiñó la noche de la jungla de acero; un brillo que se perpetuaría durante un par de años e iluminaría la moderna sociedad humana como una hermosa postal del universo, pero al mismo tiempo un recordatorio de que nada era duradero.

—No llores —susurró la hija, sin apartarse del abrazo. Elevó la mano hacia el cielo y pareció acariciar la brillante supernova—. Incluso las estrellas tienen que morir, mamá.

.

.

—Pero… ¡Por los dioses!, ¿qué estás haciendo? —protestó la Querubín cuando la mujer la rodeó con sus brazos.

Perla luchó apenas unos breves segundos para apartarse del abrazo, pero no duró mucho; extrañamente, sintió un algo cálido y apacible cuando, a base de un tirón de Ámbar, su cabeza se hundió entre los pechos de quien fuera su captora. Era una sensación avasallante y reconfortante que parecía calmarle el alma, un algo nunca antes experimentado en su vida en la legión que hizo que todo su cuerpo se relajara. Algo diferente al consuelo del Trono, al consuelo de los guardianes.

—No llores —dijo Ámbar—. Puede que no entienda tus problemas, pero sí creo saber cómo se siente.

Tras un respingo, las enormes y radiantes alas de Perla se extendieron lentamente para luego elevarse; aquello causó algún susto en el cuarto de control, pero todo se relajó cuando notaron cómo el plumaje, como si fuera un manto, rodeó completamente a ambas. La joven ya sabía que eran observadas, por lo que necesitaba algo de privacidad. Aunque en el fondo también quería devolver el afecto y consuelo recibido, pues no esperaba encontrarlo en el violento reino de los humanos.

—Perla —susurró el ángel.

—¿Qué?

—Ese es mi nombre.

—Es un nombre muy bonito.

—Ám-ámbar… Escúchame, Ámbar… —su voz era aún más baja, aunque ya no se percibía triste.

—¿Qué sucede? —susurró cómplice.

—¿Tienes…? Ámbar, ¿tienes más papas fritas?

III

El sol estaba en lo alto del cielo cuando los tres Dominios llegaron al reino de los humanos.

Hidra se inclinó para palpar el suelo marmóreo de la azotea de forma cupular donde descendieron y, levantando la mirada, notó en la lejanía un agolpamiento de casas a un lado, repartidas ordenadamente hasta donde la vista alcanzara mientras que un extenso prado se extendía al otro extremo.

—Se parece a Paraisópolis —dijo él, plegando sus alas, pues en los Campos Elíseos había una división similar, entre la ciudad angelical y el gran bosque adyacente, aunque allí la repartición de casonas era caótica.

—Antes de continuar —interrumpió Fomalhaut. Agachándose, palpó la figura de un Querubín de mármol tallado cerca del borde de la cúpula. No se atrevía a mirar a sus compañeros—. ¿Realmente estamos dispuestos a acatar las órdenes del Serafín Rigel?

—¿A qué te refieres? —preguntó Nyx, otro quien admiraba el paisaje, pero tuvo que girarse. Era una pregunta inesperada—. Los tres estuvimos de acuerdo.

—¿Os debéis al Serafín? ¿Nyx, Hidra? —insistió Fomalhaut.

—¿A qué viene esa pregunta? —protestó Hidra, quien tampoco entendía las interrogantes de su camarada—. El Serafín Rigel es el de mayor rango ahora. Nos debemos a él.

Fomalhaut suspiró como respuesta y, tras sacudirse las alas, lentamente dirigió ambas manos a su espalda para tirar de las correas de sujeción de los dos sables. Agarró las empuñaduras y las desenvainó. Sus dos congéneres ladearon el rostro, incapaces de entender los motivos por el cual las empuñaba.

—Enváinalas —ordenó Nyx.

Fomalhaut se giró hacia ellos. Había algo en su mirada salvaje, muy distinta a lo que se podría esperar de un Dominio, asociados a la apatía y falta de emociones. Friccionó las hojas de sus sables, como un carnicero afilando sus cuchillas, y sus dos compañeros supieron que la misión encomendada por el Serafín Rigel peligraba.

—¿No has oído? ¡Envaina! —mandó Hidra, quien avanzó un paso firme hacia él, ya con su brillante espada empuñada en la mano. “Se debe a algún traidor”, concluyó viendo los ojos de su ahora irreconocible camarada. Los Dominios eran fríos y calculadores, pero ese ángel frente a ellos, amenazante y altivo en sus gestos, se rebelaba a su propia naturaleza.

“¿O acaso alguien lo está manipulando?”, pensó Nyx, justo en el momento en el que Fomalhaut se abalanzaba velozmente hacia el espadachín.

El choque entre la espada contra los sables fue tan fuerte como veloz; apenas un borroso refulgido; ambos ángeles se alejaron luego del encontronazo, sosteniendo firmes sus respectivas armas. Hidra no iba a admitirlo, pero sus brazos temblaban debido al violento choque y parecía que en cualquier momento su espada se le resbalaría.

Fomalhaut estaba al tanto de la desventaja de luchar contra dos. Ante todo, necesitaba comprobar la fuerza de Hidra, quien de seguro prefería una lucha cercana, a diferencia de Nyx, quien querría alejarse cuanto antes y usar su arco de caza aprovechando la distancia. Todo buen arquero buscaría alejarse, pensó, y todo buen espadachín estaría ansioso de aproximarse y mostrar sus habilidades.

Inesperadamente, el envilecido Dominio extendió sus alas y se elevó sobre la cúpula. Apuntando a Hidra con uno de sus sables, lo invitó a una lucha en el aire que sabía no podría rechazar.

—Ven a por mí, carroña.

La batalla estaba servida.

En la Plaza de la Rotonda, ciudad del Vaticano, decenas de personas detuvieron su rutina y se fijaron en el repentino baile de sombras que empezaba a vislumbrarse sobre el pavimento. Levantaron la vista y contemplaron, muchos con el corazón en la garganta, otros haciendo la señal de la cruz, la violenta lucha que acaecía sobre la mismísima Basílica de San Pedro.

Habían vuelto. Los ángeles habían regresado tras más de trescientos treinta años después del último Apocalipsis, y de nuevo iniciaban una sangrienta lucha.

Fomalhaut voló en círculo alrededor de un inexpresivo Hidra, que había subido y aceptado la invitación a la batalla. Blandía sus sables de un lado a otro, a veces los volvía friccionar con fuerza. E Hidra, impávido como estaba, lo seguía con la mirada, atento a cualquier ataque repentino, apretando la empuñadura de su espada.

Imprevistamente, una saeta rozó el ala de Fomalhaut, y él supo que Nyx, desde la cúpula de la Basílica, tensaba su arco y buscaba así un mínimo descuido para eliminarlo.

—Preferimos ser carroña a ser traidores de la legión —dijo el habilidoso arquero.

Tan rápido que parecía un relámpago plateado, Fomalhaut fue directo a por Hidra, quien ya levantaba su espada. Otro choque de armas que hizo saltar chispas; otra vez Hidra tambaleó. Pero observó de refilón un hilo de sangre que corría en el brazo derecho de Fomalhaut; consiguió rasgarle y darle con ello un aviso.

Aquello le dio confianza a Hidra, quien entró a fondo para asestar al corazón de Fomalhaut de una vez por todas, pero este desvió la hoja con su sable para luego propinarle un codazo al rostro, tan fuerte que lo dejó atontado. Fue cuando el pérfido Dominio atizó un sablazo tras otro, tan rápidos que parecían borrones relucientes, y a los que el conmocionado Hidra desviaba como buenamente podía.

Cuando ambos se alejaron, Hidra estaba resoplando, cansado, herido, un par de gruesas líneas de sangre adornaban su túnica mientras que Fomalhaut se sacudió, sonriente, volviendo a friccionar sus sables de manera amenazante.

—¿Qué sucede? —preguntó Fomalhaut, apuntándolo de nuevo con su sable—. Te veo lento.

En el tercer intercambio de espadazos, a Hidra ya se le notaba débil. Más que atacar, se dedicaba a defenderse de los sablazos mientras la sangre empañaba de manera más evidente su túnica, abandonando su cuerpo y debilitándolo poco a poco. Fomalhaut lo sabía; cualquier ángel fatigado y herido dejaba caer más plumas de lo normal. Por más que Hidra se enmascarase tras un rostro impasible, las plumas revoloteando a su alrededor no mentían.

Repentinamente, el pérfido Dominio volvió al asalto; lanzó sus dos sables como si fueran lanzas, pero Hidra los desvió hábilmente, aunque no tuvo tiempo de reaccionar ante el puñetazo que le encajó en el estómago. Se encorvó de dolor y sus reservas de fuerza se le agotaron; no pudo reaccionar cuando Fomalhaut lo agarró de sus alas y lo usó como escudo contra la nueva saeta que Nyx había lanzado desde la cúpula de la Basílica.

El alarido de Hidra fue largo, con la saeta enterrada en su corazón.

Sobre la Basílica, Nyx apretó los dientes, no esperaba que Fomalhaut usara de escudo a su propio compañero. Notó cómo el cuerpo de Hidra, que ya no reaccionaba, era lanzado violentamente hacia él.

Nyx soltó su arco y rápidamente lo atrapó entre sus brazos. Hidra estaba frío, inmóvil. Sintió la sangre escurrirse entre sus dedos, vio el rostro inerte de quien fuera su eterno aliado de batallas. Por un fugaz instante, deseó llorar, deseó sufrir, cuánto le gustaría simplemente sentir algo porque lo había visto decena de veces: el llanto, las lágrimas de los demás ángeles que cedían a sus emociones. Era una manera de demostrar afecto, pero él carecía de sentimientos.

Era una simple herramienta, una mera carcasa creada por los dioses.

Cuando Nyx levantó de nuevo la mirada en búsqueda de Fomalhaut, este ya había desparecido del cielo. Acostó al derrotado Hidra sobre la cúpula y volvió a hacerse con su arco, mirando en derredor, pues el traidor podría salirle de cualquier lado. En el momento que tensó la cuerda de su arco, Fomalhaut descendió rápidamente frente a él y hundió los sables en su estómago.

—Los dioses —dijo Fomalhaut, tirando de sus enrojecidos sables para recuperarlos—, si ves a los dioses, diles que no somos sus herramientas.

Nyx cayó de rodillas, ahora sintiendo cómo manaba la sangre de él mismo. Y vio por un momento sus plumas plateadas abandonar sus alas, meciéndose perezosamente en el aire. Levantó la mano débilmente y atrapó una de sus propias plumas. La fuerza y velocidad de Fomalhaut rayaban lo salvaje y, tal vez, ni siquiera entre varios Dominios podrían contra él, pensó a orillas de la muerte.

La sangre de los dos derrotados ángeles, a esa altura, ya era abundante y corría en varias líneas que bañaban la otrora esfera de tónica dorada de la cúpula.

Mientras Fomalhaut posaba las hojas de sus sables a ambos lados del cuello de Nyx, presto a darle una muerte rápida, el moribundo ángel intentó comprender a qué se debía aquella traición tan sorprendente como violenta.

“Herramientas”, eso eran ellos según sus hacedores. Mas uno se había rebelado a su propia naturaleza; parecía estar experimentando emociones y sentimientos, lo primero era algo que privaron a las Dominaciones, lo último era un don solo regalado a los humanos. Por más que fuera una traición deleznable, aquello significaba que una Dominación había encontrado una manera de desobedecer a los designios de sus creadores.

Y entonces, por primera vez, Nyx experimentó un sentimiento de envidia hacia su compañero.

—¿Qué te impulsa, Fomalhaut? — preguntó sintiendo las frías hojas de los sables mordiéndoles el cuello—. ¿Acaso es ese amor del que he oído hablar? ¿O tal vez el odio?

No hubo respuesta.

—Puede que allá a donde vaya, también pueda sentir lo mismo que tú, Fomalhaut.

“Buscar y destruir”. Esas palabras retumbaban en la mente del pérfido Dominio mientras daba el tajo final. Sin inmutarse de ver a sus dos compañeros muertos sobre la cúpula, cerró los ojos y levantó el rostro para sentir ese fuerte sol sobre él, dibujando en su mente aquella que una vez fue la Querubín para la legión de ángeles. Extendió sus alas plateadas y levantó vuelo mientras un auténtico pandemónium se desataba en la Santa Sede.

La sintió, la percibió en el aire; la localizó con aquella habilidad natural que le fuera otorgada por los dioses a los que ya no se debía.

—Te tengo —susurró, guardando sus sables en las fundas de su espalda.

La otrora esfera de tónica dorada de la Basílica de la Santa Sede, ahora enrojecida, teñida de sangre de ángeles, marcó el comienzo de una nueva insurrección celestial que sacudiría el moderno reino de los mortales.

Fue así como el Dominio enviado por los cielos iniciaba la caza.

Continuará.

 

Relato erótico: “MI DON: Ana y Eleonor – Vendaval colombiano (32)” (POR SAULILLO77)

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Regresé a casa con un millar de dudas en la cabeza, la sola idea de que Eleonor o Ana me ocultaran cosas me parecía estúpida, no tenían motivo alguno, no tenia sentido, ¿que podían querer que yo no las pudiera ayudar o que debieran de ocultarme?, no le encontraba la lógica a nada que mi ágil e imaginativa mente se le ocurriera, mi cumpleaños quedaba lejos para una fiesta sorpresa, o el papeleo del piso se alargaba como para montar una inauguración a mis espaldas, no las veía haciendo nada mas allá, y menos aun que llevaran a cavo aquellas 2, Ana una chiquilla forjada bajo mi martillo y Eleonor una mujer tan poderosa como manipulare, se suponía que tenia a las 2 comiendo de mi mano. Y pese a todo eso, la sola advertencia de mi madre me puso en guardia, tenso y pensativo, se habían ganado ese derecho las advertencias de mi madre con el paso de los años.

Entre en casa ya pasadas las 7 de la tarde, encontré a Eleonor y Ana charlando y riendo, mientras tomaban un poco de chocolate caliente en el sofá de abajo, las escudriñé desde la puerta, tratando de leer a través de su cráneo aquellas maléficas mentes que veía mi madre, de tal manera que Eleonor me miró sonriendo sin comprender nada. Eso llamó la atención de Ana, de espaldas a mi, que se giró y al verme salió corriendo a mi encuentro, con su sonrisa angelical, y su cuerpo juvenil, me besó con el sabor a cacao aun en los labios y me abrazó con firmeza.

-ANA: amor, siento haberme quedado dormida anoche, estaba muy cansada y galo borracha jajaja, lo siento, se que no te gusta que beba………….. ¿que tal?- alzó la cabeza con cara de cachorro.

-YO: bien…….todo…………bien.- sonó a pregunta.

-ANA: ¿que te pasa?- frunció el ceño con cara de preocupación burlona.

-YO: nada peque, que tengo muchas cosas en la cabeza.- la abracé con fuerza hasta levantarla del suelo con un ligero grito de felicidad.

-ELEONOR: mis niños, que linda imagen, ande y póngase algo que se van a resfriar.- comentaba ella mientras se levantaba y llevaba las tazas a la cocina, dedicándome una ligera sonrisa.

Eran cierto, Ana iba descalza en ropa interior con mi camisa de la noche de fiesta, abierta salvo los ultimas 2 botones d en la cintura, le quedaba grotesca y sensualmente enorme, yo venia con pantalón largo pero en camiseta con manga corta, besé a Ana con dulzura ates de azotarla con cariño para que fuera a ponerse algo mas abrigado, aunque su imagen era preciosa. Allí pasmado en la entrada, viendo como Ana me saludaba alegre antes de entrar al cuarto y como Eleonor se volvía a echar en el sofá levantado las piernas y pidiéndome que la diera un masaje en los pies doloridos de los tacones de la fiesta, contemplé lo que ya sabia, eran mi novia pizpireta y una mujer madura que solo demandaba afecto, no eran 2 diablas en busca de……….no se me ocurría que podían estar buscando en las sombras, no sentí que hubiera plan o maldad alguna. Así que simplemente calmé mis nervios y me dediqué a lo que mejor se me daba, vivir con ellas.

Esa misma noche cabalgamos juntos los 3, Eleonor cayo la 1º, estaba casi sin energías, la fiesta y el polvo a altas horas de la noche que la eché, la tenían aun en la reserva, sus senos me llamaban demasiado y con ella subida encima a horcajadas la fui penetrando sintiendo como hasta le escocía el coño, su cintura aceleró de forma irrisoria, me dejó domarla a los pocos minutos, donde desaté a la bestia y en 1 hora cayó fulminada de 4 orgasmos seguidos, fue Ana la que recibió la grata sorpresa de mi mejoría física por el gim, aun no me había corrido y Eleonor ya no volvería, al menos en un buen rato. Se agachó a chupármela con suavidad, agarrándola con ambas manos y jugando con su lengua en la punta del glande, sintió en la manos esa rigidez previa al correrme, matar a Eleonor tenia sus consecuencias, apenas 10 minutos de lametones y succión me hicieron venirme en su boca, lo aprovechó para rememorar viejos tiempos y tragarse todo mi semen, continuando con sus manos y su boca un juego perverso hasta ponérmela como una piedra de nuevo, entonces gateó por mi cuerpo para ocupar la poción de Eleonor previamente, se introdujo el pene con lentitud casi desesperante, agarrando de la base con una mano mientras subía y bajaba un par de veces, girando su cabeza haciendo que su larga melena hiciera arcos, repitió gestos hasta que soltó la mano y se dejó caer para sentir como mi polla la llenaba, se retorció casi dibujando un circulo con su torso, hasta caer sobre mi pecho, besándome en él y el cuello, su cintura daba pequeños saltos, intercalados con giros amplios de sus muslos, fue aumentando el numero de saltos hasta que ya no había giros, solo entraba y salía de ella, utilizaba el propio impulso de la bajada con el ligero dolor agradable que la provocaba tenerla toda dentro para volver a subir, pero solo a la mitad, se dejaba mucha parte dentro para no obligarse a hacer esfuerzos grandes para sacársela toda. Mis manos en sus senos jugaban con ellos y sus pezones, mientras que la diferencia de altura no me dejaba llegar a besarla, solo cuando se tomaba un respiro en sus movimientos y se elevaba unos centímetros podía probar sus labios y su lengua luchando contra la mía, sus orgasmos casi no parecían afectarla, eran evidentes en el cambio de sus gemidos y respiración, pero continuaba incansable, su velocidad disminuía pero aguantó lo suficiente como para sacarme la 2º corrida. Se elevó orgullosa echando el cuerpo hacia atrás mientras unos giros rápidos de cadera terminan de recibir mi leche caliente en su interior, sudorosa y cansada, pero con una sonrisa de felicidad lasciva. Me picó en el orgullo, me incorporé con tal fuerza que su risa se volvió en asombro, y sin sacarla de su interior me puse de rodillas con ella encima recostándola de espaldas a la cama, con la cabeza al lado de la de Eleonor, que aun pasada una hora luchaba por recuperar una respiración rítmica. Ataqué los pechos de Ana y su ombligo con mis manos y mis labios, acariciando su clítoris con habilidad, y besándola con pasión, sus movimientos pélvicos fueron hinchado mi verga en ella que notaba como un monstruo crecía en su interior, sonreía levemente de nervios, intuía que ahora la mataría, pero no sabia hasta que punto, fui sacando y metiendo todo mi rabo con movimientos lentos, cogiendo las medidas para no sacarla de ella, y una vez hecho, solté al animal indómito que habitaba en mi, fue gradual y letal, tan rápido y continuo que Ana se corrió 3 veces en diez minutos, se reía, solo al principio, de la impresión, luego fue torciendo el gesto sabiendo que iba en serio y luego agarrando las sabanas para no echar a volar, aguantaba la respiración hasta que no podía mas y soltaba un grito para coger aire. Agarrada de una de sus piernas como apoyo, fue demencial con el estruendo de los golpes, pelvis contra pelvis y como ella trataba de acariciarse el clítoris pero lo dejaba para poder seguir respirando, se aferraba la cabeza como si fuera a salir disparada como el corcho de una botella, emanó fluidos en cantidades que solo descubría al sacarla un par de veces de ella, casi parecía que se orinaba encima, pero volvía a arremeter con toda ferocidad y ni atisbo de cansancio, mas de 40 minutos pasaron antes de que la volví a llenar de leche, ya casi ponía las manos en mi estomago pidiendo que parara, pero sus ojos en blanco y sus labios carnosos me pedían mas.

-ANA: estas enorme, más que recuperado, te veo con ganas de más y yo casi no puedo con mi alma.- sonreí al agacharme a besarla.

-YO: aun queda que te folle tu precioso culo.- abrió los ojos mordiéndose el labio, acariciándose los pechos.

Mientras mi polla se recuperaba me comí su coño, sabia a mil cosas y jugaba con su clítoris, la saqué otro orgasmo antes de empezar a trabajarle con los dedos el ano, al meter varios ya la tenia lista, en la misma posición bien abierta de piernas apreté contra su ano sacándola suspiros de la impresión, pero sin mucha dificultad metía mi polla con fuerza, haciéndola resbalar por las sabanas de la cama, hasta que su cabeza sobresalía por el borde de abajo. Solo metí la mitad y allí volví a arremeter con la bestia, la cinética llevó a meterla entera y sacarla gritos de pasión que la hacían arquear la espalda, sujetaba bien por sus caderas, fue un frenesí de 20 minutos en que no pudo evitar 2 orgasmos anales, se frotaba en ellos el clítoris de forma abrupta, se agarraba de la piernas tirando de ellas con la esperanza de que lo disfrutara menos pero no podía, daba golpes con las piernas y se doblaba sobre si misma, se estaba poniendo roja y las venas del cuello parecían que iban a estallar en cualquier momento, su gritos largos y altos no me compadecieron y aceleré los minutos finales tirando gestos entrenados, respira de forma estudiada con cada gol de cintura y el sudor de mi frente goteaba encima de ella. Casi la saco de la cama de los espasmos internos que la dieron al sentir mi semen dentro de su culo, al salir de ella tenia un túnel mas que un agujero en su ano, del que brotaba semen, se dio la vuelta quedando tumbada sobre la cama boca abajo con medio cuerpo fuera y un brazo colgando, azoté su travieso trasero provocándola un gemido leve, de golpe sentí unos pechos en la espalda, con unos ozones inconfundibles, Eleonor estaba de nuevo en juego.

-ELEONOR: ay papi, yo también quiero mi anal.- me giré agarrando sus tetas y comiéndomelas.

-YO: ¿estas segura?

-ELEONOR: ¿y como no?, quiero sentir tu verga partiéndome mi culito y llenándome de tu leche caliente.

Sonreí ante sus palabras latinas, me volvía loco, metí mis manos en sus nalgas rodeando su cintura, abriéndola el culo con uno de mis dedos, solo oírla recitar versos de la Biblia me la puso como una estaca, seria devota pero su dios era yo, solo sentir mi polla creciendo hasta meterse entre sus mulos la erizó la piel, tiré de su pelvis hasta que me rodeó con las piernas, aun agarrada a mi cuello, montada encima de mi, pero yo de rodillas, busqué su coño que penetré con facilidad pasmosa y usando solo los brazos me la follé a buen ritmo, sus besos y sus uñas las sentía sobre la piel, su larga melena caía hasta sentirla hacerme costillas en los brazos, mientras uno de mi dedos permanecía dentro de su ano, como gancho. Oír el “chop chop” de su pelvis húmeda contra mi rabo abriéndola solo la llevó a gritar hasta correrse de nuevo, casi se desvanece, la solté y cayó a la cama, la tumbé boca abajo con cierta violencia, y la ordené que se abriera las nalgas, tontamente estirada, obedeció, me acuclillé encima de ella, y bajando mi empalme hasta su ano, apreté tan fuerte que al entrar se metió mas de la mitad, soltando un alarido que se trasformó al final en placer, me apoyé en su espalda y comencé el vaivén de mis piernas, penetrándola de arriba a abajo, tirando de la piel de su ano hasta casi levantarla de la cama, ella mordía las sabanas entre gritos de lamento y lujuria, aguantó lo justo en la posición para sacarla su orgasmo anal, allí me arrodillé, azotando y agarrando de sus nalgas. Terminé el trabajo con la bestia, algo magullada ya, que mas de 30 minutos después reventó en una cantidad de semen anti natural para ser la 5º corrida de la noche, llegué asfixiado, mareado y con los pulmones ardiendo, pero al terminar y ver a Eleonor llorando de algo mas allá que el gozo, y a Ana aun temblado tratando de incorporarse, me sentí orgulloso de mi mismo, había podido con las 2, caí desplomado sobre la cama y me dormí profundamente.

Al despertar las vi tumbadas a mi lado, parecían no haberse movido desde que las dejé así, bajé a la habitación de invitados y cogí algunas cosas mías que necesitaba, preparé un fuerte desayuno para mis damas y subí sabiendo que aquellas 2 mujeres serian incapaces de jugármela, ¿que motivo tendrían para echar de su lado a un hombre como yo?, con la confianza que solo te da el creerte en mejor posición que “tu rival”. Tardaron un par de días en recuperarse, a la mañana siguiente caminaban como si hubieran estando cabalgando por el oeste durante semanas, yo lo agradecí también, entre fiestas, sexo y el fin de semana trabajando por las mañanas, estaba fundido físicamente y mentalmente, poco a poco fui juntando mis rutinas, haciéndolas encajar como piezas de un puzzle. Según me levantaba me desfogaba con Eleonor, ya que Ana estaba en la universidad, eso si Ana no empezaba la fiesta antes de irse para que la continuáramos nosotros, luego desayunábamos algo juntos Eleonor y yo para luego salir a correr o con a bici, dependiendo del clima, algo a lo que aficione a Eleonor que me acompañaba cuando le apetecía, volvía, o volvíamos, y una ducha rápida o un baño relajante en la piscina climatizada. Muchas veces acompañaba a Luz a hacer la compra, y luego la ayudaba a cocinar, me estaba volviendo un cocinero osado, y antes de comer Eleonor me ayudaba a aprender ingles, ella lo manejaba de cine y yo lo escupía de lo poco que se me pegó en el instituto, nivel Tarzán me gustaba decir, la verdad no se de ninguna profesora de ingles que te de clases mientras estáis follando, que era como terminaban casi todas las clases, pero aprendí mas con ella en unos meses que 5 años de colegio. Comíamos y nos echábamos una siesta, a menudo retomando las “clases”, hasta que llagaba Ana, si estaba animada y alegre quedábamos para salir ella y yo a solas, o ir a hablar y charlar con amigos, sobretodo con Alicia y Teo, ahora por separado, lo habían dejado de forma dolorosa pero amistosa, eran muchos años juntos como para montar un lío y sabían que los suyo no tenia futuro, quedaron como amigos, pero esas primeras semanas se hacia duro y no quedábamos con ellos a la vez por precaución, Teo se volvió a casa de sus padres mientras que Alicia se quedó a vivir en el piso de estudiantes. Si Ana regresaba cansada o hastiada, teniendo que hacer trabajos y deberes de la universidad, la dejaba tranquila unas horas hasta que era ella la que, abrumada, venia a mis brazos, podía haber sexo, o no, pero solo sentir su cabello en mi barbilla al abrazarla me reconfortaba, Eleonor solía salir por las tardes, mi madre la había dejado un poco de lado e insistía con su paranoia, pero Eleonor había hecho un montón de amigas nuevas, nada raro con su carácter afable y amistoso, y el dinero que ahora tenia llamaba a muchas personas. Cenábamos a menudo sin Eleonor en casa, Ana y yo veíamos la tv, mas ella que yo, que estaba con el PC, hasta que nos cansábamos y nos íbamos a la cama, para empezar a follar de verdad, a estas alturas Ana ya casi lo tenia medido, a partir de mi 2º corrida paraba, si se atrevía a comenzar la 3º era por que Eleonor ya andaba por casa, no aguantaba ni soportaba mas de ese punto, no ella sola. Luego remataba Eleonor, con la 3º, 4º y hasta la 5º, terminábamos a altas horas de la noche, Ana a veces se unía al final algo mas recompuesta, pero al final era inevitable que los 3 termináramos medio idos, agotados y felices.

Así eran mis días entre semana, en fin de semana solo cambiaba que el que se iba por las mañanas era yo, a trabajar, y para mi deleite y desgracia, ellas también jugaban sin mi en la cama, irme viendo como Eleonor le come las tetas a Ana o esta el coño a la madura, era un ejercicio de honradez obrera. Luego por las tardes y noches salíamos de fiesta con los amigos, ya fuera en el piso de estudiantes con cenas y juegos o salir a bailar a discotecas, Eleonor se solía venir a las discotecas, el encantaba ese ambiente, y como pagaba todo, a los demás no les importaba, o se aprovechaban de ella hasta el punto que yo les permitía, no se podía ir alquilando limusinas para ir a fiestas de alto copete todos los días. De hecho, Eleonor iba de caza, mas de una vez se dejaba rozar y acariciar por los hombres mas maduros que yo, me pedía permiso para tontear, hasta que la dije que no tenia por que, era totalmente libre y capaz de tomar sus decisiones, hiciera lo que hiciera con otros hombres por propia voluntad no me afectaba, mi novia era Ana, no ella, así que de vez en cuando alguno que lograba trabajarla, no muy difícil ante su forma de ser y 3 o 4 copas, disfrutaba de la compañía de un hombre de su edad o los llevaba a casa para gozar ella sola, ya tenia a 3 o 4 embobados detrás de ella, con los que solía quedar, aunque siempre trataba de que a mi no me pareciera mal, aunque la reiteré que no tenia por que, siempre que se quedaba con ganas de mas virilidad me tenia a su disposición, s lo hacia con condón con otros hombres y ninguna la llenaba como yo, es mas, con alguno ni tenia sexo, solo los usaba como mascotas sociales.

Esa fue mi vida durante los primeros 3-4 meses del año, alguna escapada de fin de semana con Ana, cuando Eleonor quería el piso para ella sola, nos pagaba un viaje, las primeras veces a la sierra, luego por España, Bilbao, Barcelona, Galicia, Andalucía…………. para primavera cada fin de semana era un viaje al extranjero, París, Milán, Berlín, Londres…….ya nos pedía destinos, visitamos Venecia y Amsterdam a petición mía, y Egipto por parte de Ana, le fascinaban las pirámides y la historia de los faraones, allí, al ver a Ana vestida con ropas finas e insinuantes, varios mercaderes me escupían ofertas por ella, las mas grotescas camellos y cabras, me reía al ver como Ana se enfadaba al verme negociar por mas cabras, a ella ni la miraban cuando se quejaba, como si no estuviera allí, un par de guías nos protegían, incluso una oferta llegó por mi, de un hombre que quería regalarme a su esposa como si fuera un collar nuevo, nos reíamos hasta que nos llegó una oferta de un magnate de la zona, 3 millones de € limpios para mi si dejaba a Ana en la habitación y me iba sin hacer preguntas. Nos tuvieron que sacar a escondidas los guías del hotel cuando les dije que iba a rechazar la propuesta, me miraban como si estuviera loco.

-GUIA1: es una gran oferta.- replicó con cara de asombro.

-YO: lo se, pero la respuesta es no.- asentía como si fuera una broma.

-GUIA2: no lo comprendéis, no es que sea una oferta cualquiera, es tanto dinero aquí, que es un insulto rechazarla, es tanto que por la mitad puede que la gente q os liquide y llevársela a la fuerza.

Ana se agarró a mi brazo y no me lo soltó hasta entrar en el avión de vuelta, aparentaba tranquilidad por fuera, pero por dentro estaba aterrada, como yo, que miraba a mil sitios en busca de trampas y emboscadas, gracias a dios no paso nada, es mas, en la seguridad del avión en vuelo, pensé que habría sido una broma de los guías, típica a los turistas, pero jamas regresamos.

Al regresar a casa volvíamos a nuestras rutinas, mas sosegadas, era habitual que algún hombre estuviera por casa, peor no mas de 2 o 3 días seguidos, Ana era demasiada competencia y en cuanto la veían, Eleonor los echaba patadas, daba la sensación de que estaba buscando a algún hombre que al estar en esa casa la mirara solo a ella, y no se fijara en Ana, como una prueba a superar, pero no daba resultado. Quería rehacer algo de su vida una vez que sabia que nunca seria suyo, no de esa forma, eso no quitaba que el sexo fuera maravilloso, cada error y cada hombre que salía de allí, era una decepción mas que ahogaba conmigo en la cama, Ana muchas veces solo podía quedarse a mirar o jugar con sus senos mientras nos montábamos el uno al otro como podencos.

Los días fueron pasando y finalmente la primavera llegó, existe cierta teoría sobre que en otoño, un barco atraca en España, y se lleva a todas la mujeres guapas y sexys de viaje por el mundo, y que regresa en primavera para devolver la belleza a las calles, una broma estúpida pero que no hace menos cierto el hecho de que ver a mujeres con menos ropa y enseñando mas carne cada ida que pasa, alegra la vista masculina. Lo mismo me pasaba a mi, pero en mas privado, compartir casa con Ana y Eleonor era un tormento, y supongo que para ellas también vivir conmigo, desde el 1º día que desperté sudando en la cama, iba desnudo por la casa, no tengo termino medio así que ¿para que molestarse? La única a la que podía molestarle era a Luz, la sirvienta, y a ella mas que molestarla le hacia gracia, y luego dejó de importarle, hasta me vendía a una de sus hijas, a la que se traía en secreto de vez en cuando, con el permiso de Eleonor, para ir a la piscina, sabiendo que a mi me importaba un bledo que ella me viera desnudo, no estaba nada mal su hija, todo sea dicho, no recuerdo su nombre, ¿Yasira? era como Yasmine, la hija de Eleonor, un bombón caribeño, con menos caderas pero una piel de tono del chocolate con leche fundido, guapa pero con la mandíbula algo pronunciada y dientes enormes que casi la impedían cerrar los labios. No paso ni 3 semanas y 4 encuentros “casuales” desnudo o follando para que me diera su numero o se metiera detrás de mi en la piscina y se me echara encima, la rechazaba con galantería por el respeto a Luz, aunque estoy seguro de que ella quería encamarme con su hija.

Llego el día en que se nuncio una de las sorpresas mas raras y que provocó una fase de confusión y descontrol en mi vida, Ana y yo estabamos en el sofá, tonteando con los pies, cuando Eleonor pasaba por nuestra espalda con el teléfono en mano, llevaba unos días muy pegada al “celular”, pero esta vez estaba mas nerviosa que nunca, se movía sin parar, y alternaba peticiones con voz dulce, con silencios al escuchar, para luego exigir con tono elevado, nunca gritaba, solo yo la hacia hacerlo al follarla, pero oíamos que pedía que lograran que lo aprobaran, nos mirábamos sin entenderla, cuando colgó soltó un pequeño bufido de felicidad con el gesto cerrando del puño dando alguna coz al suelo con el tacón, nos miró con una inusitada luz en los ojos, se acercó corriendo lo que los tacones la permitían y se dejó caer en el sofá para abrazarme como loca, no le importo lo mas mínimo perder sus exquisitos modales o que el vestido ceñido se le subiera hasta la cintura dejando a la vista su tanga.

-ELEONOR: ¡¡SI!!, gracias al señor, al cielo, y a ti, ¡¡¡pero por fin lo logré!!!

-ANA: ¿que te pasa?- preguntó preocupada al oír sollozar a Eleonor.

-YO: tranquilízate mujer, y di que te ocurre.- me incorporé hasta sentarla en medio del sofá, ella no se soltaba de mi cuello abrazándome.

-ELEONOR: ¡¡la encontré!! Es una pesadilla burocrática, ¡¡¡pero la encontré!!!- lo repetía incesantemente dando golpes en mi espalda que la reafirmaron.

-YO: ¿a quien?- se separo lo justo para agarrarme la cara, darme un beso tierno en los labios y volver a abrazarme.

-ELEONOR: ¡¡A MI HERMANA!!

Cuando se le pasó el subidón de adrenalina y consiguió dejar de repetir que “lo había logrado”, nos explico todo, llevaba un par de meses buscando a su hermana, Liliana, ya nos contó que la habían separado de ella desde que se casó con su marido y no la habían dejado volver a verla, ni cuando su madre murió, cosa que la comentaron mas como amenaza, no tenia ni la mayor remota idea de donde estaba, solo sabia que su marido la pasaba un dinero todos los meses, y ahora la cuenta estaba congelada por el juzgado mientras se la daban a Eleonor, no sabría nada de esto sin un mensaje de alguien desconocido que llegó a la cuenta para saber por que habían dejado de ingresar el dinero, los abogados matrimoniales de Eleonor, un señor y una señora, bastante mona que ya conocíamos del divorcio, se pusieron a investigar, y resultaba que el marido pagaba casi 3.000€ a un hombre para que cuidara a Liliana, pero con el paso de los años y desde la muerte de su madre, aquel tipo se quedaba casi todo el dinero y le daba algo a Liliana, una miseria. Al ser cada vez menos, Liliana había mal vivido en los barrios bajos de Colombia, algo muy duro, pero por lo visto era una mujer de armas tomar, paso por la cárcel de Colombia un par de veces por grescas en bares donde trabajaba como camarera, desde los 16 años, se hizo una cuenta donde le ingresaban el dinero y recorrió media Sudamérica en busca de oportunidades, Bolivia, Pero, Argentina…….sin mucha suerte en ningún sitio, la solían detener por peleas y agresiones, pero así era mas facial seguirla el rastro, en las ultimas semanas se sabia que estaba en brasil, pero sin los ingresos de dinero, y sus retiradas, no se podía saber donde exactamente, hasta que la localizaron, en una cárcel de mujeres de Río de Janeiro, acusada de agresión y prostitución, no era raro que una mujer sin ingresos y en la miseria tomara ese camino, pese a ser algo malo, eso le dio a Eleonor pie para localizarla y tratar de sacarla de allí y traérsela a España, pero como nos dijo era una pesadilla burocrática, nadie cedía ni un milímetro, ni la dejaban hablar con ella, los abogados al final la dijeron que todo era cuestión de dinero, si daba con la gente adecuada y pagaba lo suficiente, saldría de allí sin problemas. Allí entró en acción el abogado del ex marido, que sabiendo de su situación apretó para lograr un par de los pisos y la mitad de los coches de Eleonor, los dio encantada, a cambio de ciertos contactos de su ex, para pagar una cantidad indeterminada a cierta gente que “facilito los tramites”, aquella ultima llamada era la confirmación de que en unas semanas estaría en España.

Lo 1º me asunté de que hubiera sido capaz de todo eso ella sola sin decirme nada, y mas aun de que lo ocultara tan bien, no le di mas importancia por que Eleonor parecía tocada por dios, estaba como en una nube de felicidad, supongo que volver a tener a su hermana la hacia feliz, pero yo creo que poder haber resuelto aquello por si misma la daba mas alegría que el hecho en si. La dije que si quería nos íbamos para dejarla con su hermana, no seria problema volver al piso de estudiantes sin el “miedo a romper” algo que ya se había roto. Me pidió que no, que me necesitaba a su lado en un momento tan duro, y que aquel piso era tan mío como suyo, además no sabíamos como iba a ser aquello. Cada día lo pasaba con mas nervios que el anterior, en un día podía follarla 8 veces para dejarla exhausta como que otro no me dejaba tocarla, Ana estaba casi tan nerviosa como ella, y acudieron a un psicólogo para que las dijera que se lo tomaran con clama, que la diera tiempo y margen para acostumbrarse, “¿Para eso cobra usted 120€ la hora?, eso te lo dice mi madre mientras te plancha la ropa de una semana”, Ana se echó a reír al oírme decírselo la terminar la hora, Eleonor se disculpo amablemente con una sonrisa escondida bajo su aparente disgusto.

Para cuando llegó el día, Eleonor se pasó la noche vomitando mareada de nervios, el viaje en coche por la mañana la aeropuerto no ayudó, Ana estaba en la universidad así que nos deseo suerte antes de irse, acudimos a una especie de zona vip, no era el aeropuerto de Madrid, si no uno privado, Eleonor lo había pagado todo para que se hiciera con la mayor discreción posible, de hecho creo que no fue ni legal, de lejos vimos como bajaban varios guardas armados y con ropas de policía con una mujer, con un mono naranja enrollado en la cintura y una camiseta blanca en el torso, por la poción parecía esposada de pies y manos, la entregaron a una pareja de la policía, firmando unos documentos, y dándose la mano la metieron en una furgoneta de la policía. Esperaron a que el avión volara de nuevo antes de acercarse a la valla donde nos encontrábamos con la abogada, al pararse la furgoneta se abrió la pauta y bajaron de allí, Eleonor salió corriendo a abrazarla, Liliana la miraba como extrañada, no parecía saber ni donde estaba ni quien era esa señora que iba tan arreglada a rodearla con los brazos.

*No tengo ni remota idea de cómo hacer el acento de ella así que pido disculpas anticipadas, había pasado por demasiados países y nunca por zonas de habla correcta.

LILIANA: ¿quien carajo sos?- su voz sonó confundida.

-ELEONOR: soy yo Lili, soy tu hermana, Eleonor.- la agarró la cara queriendo forzar que la reconociera, pero era en vano, llevarían como 20 años sin verse y la ultima vez, Liliana tendría unos 10 años y ahora casi tenia 30.

Se miraron extrañadas, mientras compartían palabras de afecto y de desconfianza, nos metieron en una habitación donde la dieron algo de ropa decente y la quitaron las esposas, a mi me dejaron fuera y Eleonor salió a los pocos minutos, sollozando.

-YO: ¿que te pasa?- creía que era felicidad incontrolada.

-ELEONOR: no me reconoce, me dice que no me acerque, ¿que la ocurre?- me abrazó temblando.

-YO: tranquila, es normal, hace mucho que no os veis, ya oíste al psicólogo, darla tiempo y margen.

-ELELORNO: ¿ese del que te burlaste?

-YO: que cobre una burrada por decir obviedades, no cambia que sean obviedades.

La abogada nos comentó ciertos detalles, y la policía la hizo la tarjeta de residencia, Eleonor la contrataría como sirvienta con contrato y todo, para que se pudiera quedar en el país sin problemas, por lo demás, podíamos irnos de allí en cuanto ella saliera, al hacerlo, me costó reconocerla, había entrado un bola de pelo abombado, ropa sucia y polvo, salió una señorita de muy buen ver, con unos jeans ajustados y un top azul marino que dibujaba sus pechos, con una cazadora vaquera encima, se había duchado y peinado, tenia el pelo rubio con raíces negras, ondulando hasta casi ser rizos, largo por debajo de los hombros, si se los estiraba le llegaban al ombligo, con un tono de piel y rasgos en la cara muy parecidos a Eleonor, pero 10 años mas joven, con buenos senos sin retocar por la cirugía y un culo de bastante nivel, sin llegar al de Alicia. Su forma de andar era tosca y encorvada, lanzando los pies arrastrándolos, mas que caminar, ver a Eleonor y a ella andar juntas era ver la diferencia entre crecer con el dinero y sin el. Nos metimos en el coche los 3, despidiéndonos de la abogada que se fue en un super deportivo descapotable que se compró con los honorarios de Eleonor por el divorcio, Eleonor y Liliana se sentaron atrás, y yo conduje, Eleonor parecía entusiasmada con iniciar conversaciones, pero todas, o no recibían respuesta, o si la recibían eran cortantes como una katana, simples monosílabos vomitados mas que hablados y con un tono serio y distante. Al llegar a casa la instalamos en una de las habitaciones libres de arriba, con los armarios listos para sus cosas, pero apenas nos dieron una mochila con algo de ropa y una cartera sin nada mas que varias fotos de ellas de pequeñas, eran al mismas de algunas fotos que ya nos había enseñado Eleonor en casa en un viejo álbum.

Los rimeros días los pasó encerrada en el cuarto, durmiendo y descansando, apenas abría la puerta para pedir algo de comer de forma malhumorada, Eleonor salía corriendo a nada que pidiera, trataba de hablar con ella pero no hacia el menor caso. Un día la vi asomada al sol del incipiente verano, desde la piscina se veía el balcón de su habitación y la saludé sin recibir respuesta, anonadada por el aire fresco y el calor de los rayos de luz sobre su rostro, me llamó la atención que salió con un top sin sujetador y en bragas, y sabiendo que la miraba, no se inmutó, Eleonor estaba fuera y Ana en la universidad, así que allí tirado y triste, la saludé con alegría.

-YO: ¿que tal por ahí arriba?

-LILIANA: ¡¡¡a ti que carajo te importa, mecetrefe!!!

-YO: no sea grosera y baje a disfrutar del sol de Madrid como dios manda, aquí conmigo.

-LILIANA: déjeme en paz.- se enfadó, era testaruda como una mula, así que saqué el libro de consejos mental de Eli, no me interesaba el sexo, solo llegar hasta ella, por el bien de Eleonor, que lloraba cada vez que era rechazada con Ana tratando de consolarla.

El 1º paso era ver y analizar, siempre lo era, era una mujer guapa y atractiva, lo sabia, estaba allí para dejarse ver y tan poca ropa no era casual, quería llamar la atención, pero si era así ¿por que se mostraba hostil?, la respuesta era evidente, una mujer así, maltratada por la vida, estaría con los escudos subidos todo el tiempo, la suavidad y el afecto serian trucos que ya habían usado mil veces con ella y mas terminando de puta, en las leves ocasiones en que solíamos mantener conversaciones, en cuanto se nombraba el tema se enfada hasta el punto de sacar un cuchillo para defenderse, no se muy bien de donde los sacaba, pero siempre tenia uno encima. Por lo tanto era inútil seguir siendo buenos con ella, habían pasado 3 semanas y seguía igual de cerrada que el 1º día, la opción era pasar al ataque.

-YO: como usted quiera, creía que las colombianas tenían mas carácter.- lancé como burla.

-LILIANA: ¿que quiere decir?- preguntó torciendo el gesto.

-YO: nada, solo que penaba que tendría mas valor que esto, quedarse allí arriba, como una boba, por no bajar a esta estupenda terraza, solo por miedo a estar conmigo.- tenia que medir bien mis palabras.

-LILIANA: no le tengo miedo alguno, ¿me oye?- se aferró fuerte a la barandilla del balcón.

-YO: ¿entonces por que no baja aquí?

-LILIANA: estoy muy bien aquí, pendejo.

-YO: ¿como va a estar bien, ahí de pie como una gárgola?, pudiendo estar aquí tumbada y relajada con una bebida fría en la mano – me miró enfurecida, queriendo replicar con rapidez, pero no había argumento posible o antes de que encontrara alguno incidí- por eso le digo, si no es por la terraza, el único motivo por el que no baja es por que estoy yo, así que me tiene miedo.

-LILIANA: ya le dije que no tengo miedo de nada, y menos de un baboso como usted.

-YO: pues demuéstrelo y baje aquí a charlar un rato, seguro que la habitación es cómoda pero no tiene muy buena conversación, lleva semanas encerrada, unas palabras no pueden venirle mal, pero bueno, ya se que no bajará, no es tan valiente como su hermana.- me di la vuelta sobre la hamaca en la que estaba, haciendo que me olvidaba de ella, pero con el órdago lanzado al aire.

No tardó ni 2 minutos en bajar a zancadas las escaleras y salir a la terraza con ira en sus ojos, se notaba en el aire, se plantó ante mi hamaca y se cruzó de brazos de forma violenta, seguía en bragas y con el top, divisé disimuladamente su silueta, nada mal, sin duda los genes Colombianos de su Hermana corrían por su sangre.

-LILIANA: ¿a ver?, ¿que quiere de mi?- levanté la cabeza un poco y la miré extrañado.

-YO: ¿que voy a querer de ti?, nada, solo algo de charla entre vecinos.- sonreí levemente.

-LILIANA: ¿nada mas?- parecía extrañada de mi respuesta, sin duda muchos hombres la habían hecho llamar para algo mas que charlar.

-YO: mira, no se que tal mal lo habrás pasado, pero esa vida se acabó.

-LILIANA: eso me dicen, pero siempre que un hombre llama a una mujer, el hombre solo quiere una cosa, y yo ya la he dado a demasiados, a si que déjame en paz.

-YO: como tu quieras, vete y enciérrate en tu torreón, aléjate de nosotros, haz como tu hermana aquí hasta hace nada, triste, sola y abandonada, ella tardó mas de 15 años en comprender que eso no lleva a nada, ¿cuanto tardaras tu?- me miró confundida, parando de inmediato el camino de vuelta al interior que había iniciado.

-LILIANA: ¿y que pretende?, ¿que olvide mi pasado? ¿Que haga una vida nuevo aquí? ¿Que sea mejor persona como dice mi hermana?, ¿esa que no se molestó en cuidarme siendo millonaria?- gesticulaba abiertamente.

-YO: yo solo te he pedido que bajes a charlar.- me miró aun más confundida, me miraba con desprecio, que un chaval de 20 años la hablara así la desconcertaba.

-LILIANA: usted no sabe por lo que he pasado, ¡no puede juzgarme!

-YO: y nadie lo sabrá jama si sigues sin decírselo a nadie, yo no te juzgo, pero me da pena ver como te pudres en esa habitación día tras día, para eso haberte quedado en Brasil, pero es decisión tuya.

LILIANA: he vivido un infierno, y tu hablas con mucha ligereza.

-YO: pues cuéntame tu infierno, quizá así aligeres el peso.- la vi contener los sollozos, al soltar un bufido de desidia.

-LILIANA: ya claro, ese truco ya me lo se, te contare mi triste vida, tu me consolaras, y cuando me distraiga te tendré encima, y si me niego me mandaran de nuevo a la cárcel de brasil, ¿no? Hombres, sois todos unos cerdos.

-YO: ¿has estado con todos como para saberlo?- la pregunta la abofeteó la mente, y el orgullo.

-LILIANA: no soy ninguna fulana, pero si con muchos……..- la corté.

-YO: ¿pero no con todos?

-LILIANA: no, claro pero……- la interrumpí de nuevo.

-YO: pues no me faltes al respeto, entiendo que cerdos ahí en todos lados, al igual que furcias, pero yo tengo la decencia de tratar de conocerte antes de llamarte zorra.- se cuadró frustrada ante mi cadena de argumentos y mi tono acusador.

-LILIANA: lo ……lo siento.- titubeó, algo que me pareció un logro.- pero como te atrevas a tocarme………- sacó un cuchillo de su espaldas, ¿Dónde se los metía si iba en top y bragas?- te corto la hombría.

Me levanté cansado de sus amenazas, me jugué el tipo para rescatarla de su apatía, ande lentamente hasta ella, que movía el cuchillo con cierta habilidad, me planté solo con el bañador ante ella tan cerca que notaba sus senos rozándome al respirar y el frío acero alojado en mi cuello, colocado de forma experta en mi yugular, aun así doblé el torso como para ir a besarla, el cuchillo se mantenía firme apretando contra mi pero ella dio un paso atrás encorvando la espalda un poco, abriendo la mirada atónita. Era algo mas baja que su hermana, o el hecho de no llevar tacones lo hacia ver así, su melena rubia al viento y sus ojos negros como el carbón se clavaron en los míos.

-YO: te juro sobre mi honor que tendrás que amenazarme de nuevo con este cuchillo en el cuello, si quieres que te toque.- sentencié, amagué un beso que ella siguió con la cabeza, y con un dedo puesto en la punta del cuchillo, lo aparté de mi cuello, me di la vuelta a la piscina, donde me metí de un salto, al salir vi a Liliana en la misma poción, con el cuchillo en alto, la espalda encorvada y la mirada perdida.

No se si había funcionado, pretendía dejarla ver que yo no era como los demás, y que podía controlarme de sobra, se giró pasados unos segundos, y me miró con algo parecido al alivio en los ojos.

-LILIANA: el honor es muy fácil de nombrar y difícil de mantener.- se sentó en el borde metiendo los pies en el agua.

-YO: cierto, pero también es algo difícil de demostrar si no te dejan, ¿que puedo hacer para demostrarte que soy de palabra?- dejo el cuchillo en el suelo, no muy lejos.

-LILAIAN: pues no lo se, así de golpe no creo que se pueda, eso se gana con el tiempo.

-YO: ya, si, pero eso el lento y poco divertido, mi padre suele decir que la verdad une mucho, así que quizá si te respondo con sinceridad a las preguntas que llevas días pensando, pueda comenzar a mostrarte quien soy.

-LILIANA: vamos ¿que te pregunte lo que sea y tu me dices la verdad? eso es casi tan difícil de demostrar como el honor.- pensativa unos segundos, atino con la 1º.- ¿te follas a mi hermana?

-YO: si, desde hace casi un año.- se sorprendió más de la rapidez y contundencia de mi respuesta, que de su significado.

-LILIANA: lo sabia, ¿y que sois? Por que la otra chica e tu novia ¿no?

-YO: si, Ana, mi chica, Eleonor es solo la madre de una de mis amigas, a la que he cogido mucho cariño y al parecer ella a mi.

-LILIANA: bien, parece que al menos tienes huevos.- esas preguntas habían sido de control, eran cosas embarazosas que ella sabia o intuía claramente, y las había respondido sin titubear.

Pasamos unas horas en el agua o en las hamacas charlando, yo respondía con sinceridad y mi sorna eterna, mientras ella preguntaba un sin fin de cosas, sobre mi vida, la de Ana y la de Eleonor, muy interesada en saber por que ella no la había ayudado en todo este tiempo, se lo expliqué sin muchos detalles, Eleonor tampoco me los había dado. El calor apretaba en pleno final de mayo, fui a por unos refrescos, al volver noté como sus ojos se clavaban en mi entrepierna, llevaba el bañador húmedo del agua de la piscina y solo el bañador tipo bermudas, sin los slip debajo, se me marcó bastante el rabo.

-LILIANA: a si que es por eso que tienes a mi hermana loca ¿no?- me guió un ojo.

-YO: si, bueno, no lo se, puede que al principio, todas las que me la ven tiesa no pueden evitar querer follárme, incluso las que solo la intuyen o han odio hablar de su tamaño.

-LILIANA: es una buena herramienta, debes de hacerlas gozar mucho, las oigo gritar por la noches, ahora entiendo el por que.- jugueteaba con la lengua en sus dientes.

-YO: no me quejo, ellas a mi también me hacen gritar.- la conversación, los recuerdos y las peritas torneadas por el sol de Liliana me la estaban poniendo morcillona.

-LILIANA: ¿y por que un chico tan joven, apuesto y con esa pedazo de verga, decide irse a vivir solo con una anovia y una vieja?, podrías estar por las calles follando a cualquiera.

-YO: amo a Ana, y folla mejor que casi cualquiera, solo tu hermana la supera, el resto ya no me atrae tanto cundo tengo a esas 2 en la cama.

-LILIANA: eso es por que no has estado con suficientes mujeres, mujeres de verdad – sonreí al repasar la lista mentalmente.

-YO: alguna cuantas han caído, no he estado quieto hasta encontrar a Ana.- Eli, Madamme, mi leona o la propia Eleonor eran ejemplos claros.

La conversación fue por esos derroteros, llegando a sacarla alguna sonrisa y fragmentos de su vida en el pasado, nos encontró Eleonor en la piscina, la había visto 10 minutos antes pero estaba al otro lado de las puertas con miedo a estropear la escena, Liliana en un lado y yo en otro, charlando amigablemente.

-ELEONRO: hola chicos, ¿que tal?- a Liliana le cambió la cara, se puso rígida con ganas de irse.

-YO: nada, aquí, tomando el sol y charlando.- me levanté para ir a saludarla.

-LILAIAN: si, no quería molestar, enseguida me subo.- la miré con pesadumbre por sus manía de retraerse.

-YO: no seas tonta, con lo bien que estamos aquí charlando, tu quédate aquí mientras yo hago la comida, y así habláis las hermanas.- se le iluminó la cara a Eleonor.

-ELEONOR: si así podremos charlar sobre tu pasado……….- de golpe la agarré la cabeza y la di un fuete beso para cerrarla la boca, al separarme me dio un tortazo instintivo, pero luego me volvió a besar con pasión, al abrazarla la susurré.

-YO: no la aprietes, solo charla con ella de tonterías, ella te ira diciendo lo que quiera decirte.- sonrió al saber de mi estratagema, la di un fuerte cachete en el culo para darlas tema de conversación al irme.

Tardé mucho tiempo en hacer la comida junto a Luz, echándolas un vistazo de vez en cuando, oyéndolas charlar y hasta algún suave coro de risas, me sentí feliz por mi avance, logramos comer todos juntos sin que Liliana se fuera ni amenazara a nadie con un cuchillo, algo novedoso, comía como un animal abandonado, ingería mucho y muy rápido mirándonos de reojo, sus modales eran casi peores que los míos, que ya es decir, se sujetaba el pelo con una mano mientras con la otra cogía el tenedor como si fuera una escaladora, soltaba eructos y lamía los platos al acabar, aunque esto ultimo lo hacia hasta yo.

Desde ese día la situación fue dando lentos y firmes pasos, casi como de película, ella se abría poco a poco mientras nos acostumbrábamos a su forma de hablar y comportarse, era una fiera salvaje, que iba aprendiendo comportarse de forma civilizada, confiaba ciegamente en mi, puesto que nunca la mentía por grotescas que fueran sus preguntas, y en Eleonor le costaba, pero sentía un afecto en ella que nadie le había dado. Ana era la mas distante, una relación cordial pero con alguna tirantez, me daba que pensar aquella aversión casi natural entre ellas. Liliana, o “Lili” como ahora nos dejaba llamarla sin esgrimir filos cortantes, sugirió o pidió mas bien que la dejáramos, salir, me reí tanto al ver como lo pedía que le sentó mal, no erramos sus carceleros, podía hacer lo que el diera la gana, pero en realidad lo que pedía era que la acompañáramos fuera, le daba pánico salir sola. La 1º vez que salimos todos juntos fue como retroceder en el tiempo, a Eleonor admirando todo como por 1º vez, pero ahora era su hermana, se metía entre nosotros y le extrañaba que 3 mujeres pudieran andar solas por la calle solo acompañadas por un hombre, por donde se había movido aquello era una temeridad, a mi me hubieran dejado medio muerto y hubieran raptado, violado, vendido o matado a aquellas 3 bellezas que me acompañaban, en ese orden o todo a la vez. Eleonor le montó un especial “Pretty Woman” por la gran vía de Madrid y la compró casi 10.000€ en ropa, complementos, perfumes, lencería y demás enseres, nos cerraron una tienda para nosotros solos, allí era donde Eleonor se compraba casi todo, y la conocían bien, yo me aburría sentado en una esquina de oírlas reír, Eleonor era clase pura, elegancia natural, Ana era inocencia y belleza trabajada, Lili era…….bueno, como meterme a mi en un vestido de fina seda, aparentemente un buen cuerpo y un buen vestido, pero algo fallaba, la poción encorvada, el titubeo al caminar y la forma de colocarse los senos o las bragas por encima de la tela, todo era grotesco, abrupto y sin armonía ni estilo alguno. Eso no cambiaba que estribera guapa, las raras veces que se quedaba quieta y dejaba de moverse hasta podías apreciar una mujer femenina y deseable, sus senos eran aun firmes y sus caderas bastante pronunciadas, p eso iba cambiando, comiendo a diario de forma saludable había cogido unos kilos que necesitaba, estaba muy escuálida al llegar, eso la dio un toque mas exuberante y sensual. Era como mezclar la belleza hereda de Eleonor, la juventud de Ana, la lengua afilada de Lara y mi “talento” para vestir ropas de mujer, todo en uno.

Con la situación mas o menos normalizada, volvíamos a nuestras rutinas, solo cambiaba que en vez de clases de ingles, que ya no necesitaba tanto, Eleonor se dedica su hermana, a enseñar cosas, y a aprender otras, Lili no era tonta, simplemente nunca tuvo oportunidades, se apuntó a clases, y se buscó un trabajo de verdad, Eleonor la ayudó a encontrar trabajo en un restaurante de cierto nivel, dirigido y ambientado para Colombianos, no le resultó nada difícil y así nos la quitábamos de encima unas cuantas horas para nuestras sesiones de sexo salvaje. Ana se vio mas aliviada y retomó un poco su lugar en mi tiempo, yo le dedicaba muchas horas a Eleonor y Lili por culpa de la universidad de Ana, muchos días me preguntaba si me había follado ya a Lili, que no la importaba con cierto resentimiento, no se para que preguntaba si le daba igual mi respuesta, cuando le decía la verdad, que no la había tocado,, no me creía, y cuando bromeaba diciéndola que si, se lo tomaba pero por que no me lo tomaba en serio. La verdad era que Eleonor y Lili eran las joyas de la corona de su, cada vez mas amplio, circulo de amistades, un día bajé corriendo al salón ante los gritos que oí, vi a Eleonor sujetando del brazo a Lili, que trataba de trinchar a un hombre con los pantalones bajados que había entendido mal las palabras, sube a casa y seguimos hablando, “no soy una furcia, desgraciado” repetía entre gritos. Se agradecía los intentos de los buitres, la verdad, cuando Lili pasaba varios días sin follar seguidos estaba de un humor de perros, cuando lo hacia se pasaba unos días de los mas tranquila, era una cerilla con la que había que tener cuidado de no rozar con la lija.

El fin de curso en la universidad fue lo mejor que nos paso a todos, Eleonor estaba cansada de tenernos por allí, quería una casa propia donde hacer su vida pero con los abogados dando largas por mas pisos al juez, no tenia otro remedio, Lili era tan incendiaria que la convivencia era imposible, Ana estaba saturada y convencida de que yo no estaba seguro con ella allí, y yo harto de arreglar los desaires que provocaban aquellas 2 hermanas, tonteaban con tantos buitres a la busca de su dinero que la mitad de ellos tenían que ser achantados por mi. Como “regalo” para Ana, por la 4º mejor nota de la promoción, nos pagó 2 semanas de viaje a NY, al piso que le acababan de conceder el juzgado de su marido. El viaje fue glorioso, visitar tantos lugares icónicos, expresarse en ingles y entender, aunque dejaba a Ana hablar, mucho mas culta y preprada. Las noches de pasión eran irrefrenables con Eleonor lejos y todos los problemas a 4.000 kilómetros, los vecinos del loft de Eleonor llamaron a la policía un par de veces al oír a Ana gritar poseída por mi miembro abriéndola en dos durante horas, a la 1º llamada acudieron unos policías muy viriles que nos preguntaron por separado, riendo al irse, llegué a tener que enseñarles mi polla para que me creyeran que los gritos eran causados por eso, y no por mi mano. A la 2º acudieron 4 parejas de policías , todas mujeres, al verlas llamar a la puerta abrí desnudo con la polla tiesa de estar aun follándome a Ana, que se reía tirada en la cama tapándose con una manta, la cara de las agentes fue para hacerlas una foto, respondí a 3 preguntas rápidas, mas bien Ana lo hizo, sin que ninguna levantara la cabeza de mi rabo, invité a quedarse a alguna si quería participar, de broma con Ana riéndose al entender mi sorna, pero ellas no lo hicieron, una quiso quedarse, lo leía en sus ojos, pero las otras se la llevaron.

-ANA: ¡¡¡esta loco, como se te ocurre!!!

-YO: así ahorramos tiempo, no me van a cortar el rollo como la última vez.- hundí mi cara en su coño haciéndola aferrarse a mi cabello.

Volvimos rememorando el amor que sentíamos el uno por el otro, sin juegos ni malabares morales, pero nada mas llegar a casa se acabó, Lili había instalado a un hombre en su cuarto, un cerdo que rozaba el maltrato con cada palabra que escupía su boca, no me tragaba que un tío así hubiera logrado acercarse a Lili, Eleonor desesperada de ver como se fundían el dinero en beber y alguna droga blanda, la cortó el grifo, pero tenia su propio dinero y su hermana no la iba a dejar en la calle después de traerla. Era su camello y así le pagaba las drogas, con sexo y una vida de lujos, Eleonor me suplicó de rodillas que lograra que lo echara de allí, no era asunto mío, hasta que Ana no me lo pidió no moví un dedo, estaba tan harta de ese desgraciado como todos. Las avisé a ambas, la forma mas fácil es darla a Lili algo que desee mas que a ese cerdo y sus drogas, y lo mas efectivo era yo, como con Lara, que dejó la marihuana solo por que yo se lo ordené. Coincidieron con mi idea y me dieron barra libre.

Me pasé 3 días mirando la relación entre aquellos personajes, Liliana era una mujer distinta, maleable y fácil, el camello ya se ocupaba de que no la faltara de nada para mantenerla así, el era tan zorro como previsible, se creía que mientras estuviera con ella no pasaría nada, nos atreveríamos a tocarle, pero iba tan ciego de cosas como ella, quizá algo menos, solo lo justo para ser mas consciente que ella. Lo 1º era sepárales lo suficiente como para que Lili volviera en si, fue tan sencillo como mandarle a comprar algo de cocaína a un viejo amigo mío de las afueras, ya me ocupé de que lo tuvieran distraído unas horas, lo siguiente fue desintoxicar a Lili, la tuve que bajar en brazos al salón de lo puesta que estaba, estabamos solos, la di agua, mucho agua y te especial, diurético, se resistía tan levemente que daba pena verla así, a las 3 horas pareció recobrar algo de sentido, preguntado donde estaba y que día era.

-LILI: ¿donde esta?

-YO: ¿quien?

-LILI: el imbécil este, necesito material, me encuentro mal.

-YO: te encuentras mal por que ahora empiezas a ser consciente de lo mal que estabas, ¿que se supone que esta haciendo con ese payaso?

-LILI: es mi vida, no te metas.

-YO: y una mierda es tu vida, ¿esto hacías por allí? ¿Meterte drogas y dejar que te follaran por unos chutes?- se revolvió furiosa en el sofá todo lo que su físico la permitía.

-LILI: déjame, yo se controlarme.

-YO: si, una joya, han llamado del trabajo, o vas mañana o te echan, ¿es eso lo que quieres?- me miró cansada.

-LILI: que le jodan, solo he faltado el miércoles.- la puse un reloj con calendario en las manos.

-YO: el lunes drogata de mierda, llevas casi una semana sin ir a trabajar, y si a eso que hacías ultimaste lo llamas trabajar.- mi miró confundida.

-LILI: esto no puede ser, el me dijo que…….. no, esto esta mal………- se rascaba el pelo queriendo despertarse.

-YO: a ver si despiertas, con todo lo que sabes de las calle y no aprendes, ese tío es una sanguijuela, se ha pegado a ti, te esta chupando la sangre, y te tiene atontada mientras nos sangra a todos, tu mereces mas que a ese cerdo.

-LILI: claro, muy fácil desde tu pinche púlpito, es el único que me entiende.

-YO: no te enteras, no te entiende, se aprovecha de tu debilidad.

Sonó la puerta de golpe, entró el cerdo tambaleándose con una marca de polvo blanco en la nariz y una goma atada al brazo aun, sonreí al verle, justo como había medido, me habían avisado por mensaje que ya estaba de vuelta, al verlo Lili palideció.

-YO: mira, hablando del rey de Roma, mírale y dime que te gusta lo que ves, por que es lo mismo que vemos en ti cada ida que pasas con el – una ligera exageración, licencia poética por así decirlo.

-CERDO: tu calla mamarracho, o te pego- trato de andar pero casi se cae de rodillas.

-LILI: oye ¿que día es?, ¿como es que no me avisaste para ir al trabajo?

-CERDO: y que importa guey, te follas al jefe otra vez y no te echa – eso me sorprendo, no lo sabia.

-YO: ¿eso haces?, ¿mantienes a este puerco a base de ir follándose a los jefes? – se sonrojó al verse pillada.

-LILI: tenías que avisarme, te lo dije.

-CERDO: pucha madre, zorra estúpida, ¿que se cree?, ¿soy su mayordomo?,- eructó – dígale a su hermana que le de mas dinero y arreglado.- me llegó el olor de su boca.

-YO: ¿pero que coño has visto tu en este payaso?- Lili me miró sin respuesta al ver la cruda realidad.

-CERDO: tu, hombrecillo, cierra la boca…………- no parecía que supiera seguir la frase-…………. o te mato- sacó el cuchillo de Lili, al verlo ella se lo buscó encima y no lo vio, yo solo me reí al verle.

-YO: tú no matarais ni a una mosca tal como vas.

Se abalanzó sobre mi de forma torpe, me dio tiempo de sobra para cuadrarme, ni hacia falta, sus gestos lentos eran tan simples como los de un crío, trató de apuñalar con el mango en vez de con la hoja, mirando al suelo a mi derecha, fijándose en un punto vacío, le sujeté de la muñeca y de un brusco giro le retorcí el brazo hasta hacerle hincar la rodilla, y abrir la mano para dejar caer el cuchillo, la que di una patada para alejarlo de sus manos y de posibles sorpresas. Busqué las llaves en su bolsillo, lo levanté y lo saqué de allí patadas, gritaba cosas inconexas, bajé con el hasta la calle donde el portero me vio tirarlo a la calle, dejándolo tumbado de mala manera, le dije que si volvía a verlo, no le dejara entrar y avisara a la policía, si había suerte y le detenían seguro que llevaría algo encima como para alejarle mas tiempo inclusive. Al subirme encontré a Lili llorando en el sofá, aun medio ida, seguí mi hoja de ruta.

-YO: ahora no llores – grité con tono severo, alzo su mirada sin comprender.

-LILI: ¿por que no?

-YO: esto es culpa tuya, solo tuya, ese mierda se aprovechó de ti, y tu le dejaste.

-LILI: yo no quería esto.

-YO: pero se lo has permitido, eres tan culpable como el, o mas, tu eres lista, tienes una nueva vida, mejor que la de muchos, ¿y te pones a drogarte con un imbécil dejándote que te folle y te venda al que le de la gana? ¿A cuantos te has tirado por que te lo dijo?- me miró sorprendida por mi aparente agudeza- ¿¡¡a cuantos!!?

-LILI: a 5, o 6 no lo se, le debía plata a no se que hombre y saldé su cuenta, no me acuerdo.- me dieron ganas de abofetearla.

-YO: si lo que quieres es volver a ser una puta barata que termina en la cárcel, llamo a Eleonor y que te devuelva a Brasil, en esta casa no quiero furcias estúpidas.

-LILI: no lo soy.

-YO: es lo que me acabas de demostrar.

-LILI: no es tu casa, es la de mi hermana.- acusó viéndose contra la pared, volver a Brasil le atemorizaba.

-YO: esta puta casa es mía, ¿o te crees que si no se lo pido Eleonor no te mandara tan lejos como pueda?, esta harta de tus niñerías – agachó la mirada rompiendo a llorar de nuevo, la tenia justo donde quería, al limite de la desesperación.- no llores, no eres una cría asustada, ¿donde esta ese ciclón que llegó en ese avión? Esa mujer merecía la pena, tenía los modales de un perro silvestre pero tenia carácter, ahora solo tengo a una puta delante, un puta, borracha, drogada y llorona.

-LILI: es lo que soy- gritó fuerte- no tengo nada, nada salvo mi cuerpo.- quería dar pena, dio con el tío equivocado.

-YO: eres tonta, no, peor, eres imbécil, por que eres lista, ibas a clases, tenias un buen trabajo, vives en un palacio con tu hermana que te ama con locura ¿y vas y lo quieres estropear todo por que te crees que no eres mas que esto que tengo delante? ¿Por que empezar las clases?, ¿por que un trabajo? ¿Por que esforzarse para volver a esto?, no, no eres solo eso, y lo sabes mejoro que yo, pero es mucho mas fácil rendirse ¿verdad?, dejarse llevar y que los problemas y dificultadas se desvanezcan, por lo menos ten coraje y reconocer que solo te has rendido, no insultes a los demás queriendo vender este papel de víctima.- me miraba fijamente con fuego en los ojos, tenia tanta razón que la radia por dentro no poder replicar.

-LILI: es mi puta vida, yo decido.

-YO: eso te dije el 1º día que te pedí que bajaras del balcón, tu decides, si es esto, ahí tienes la puerta – señale hacia ella- pero ya sabes a donde te conduce, seguro que con tu físico podrás engatusar a alguno otro imbécil que te pague las drogas y la bebida unos cuantos años, o hasta que lo dejes seco y busques a otro, quizá ese cerdo siga aun en la acera tirado, puedes irte con el a su casa, si es que tiene una, se su puta, y deja que te venda en cuanto no tenga mas dinero, serás cara hasta que tengas unos cuantos años mas, y dejes de tener valor, si tienes suerte te dejaran en paz y tendrás que ganarte la vida limpiando el culo a señoras mayores o fregando el suelo de algún sitio, de nosotros no esperes nada, ya me ocuparé yo de que Eleonor no te busque, ha pasado 20 años sin ti, y no le has demostrado nada por lo que mereciera la pena volver a buscarte.- el discurso me salía tan natural que se veía que lo tenia preparado.

-LILI: no quiero eso.

-YO: pues es lo que pasara, quizá no así pero ese será el camino, la vida es mas cruel e imaginativa que yo, eso lo se, una mujer sola puede sufrir mucho dolor, eso lo sabes tu mejor que yo.

-LILI: pero siempre he estado sola, no conozco otra forma de vivir- por fin llegó donde quería.

-YO: ahora no estas sola, tienes a tu hermana, a mi, a Ana incluso, los del restaurante, todos quieren ayudarte y te ofrecemos oportunidades, pero eso parara si sigues así, la gente no quiere ayudar a quien no deja de defraudarles, tu hermana salió de ese mismo agujero al decirme que su marido la pegaba, daba vergüenza verla suplicar y defenderlo, hasta que decidió dejarme ayudarla, y mírala ahora.

-LILI: pero yo no tengo a nadie, no como ella, no te tengo a ti.- sonreí al acercarme a ella.

-YO: ¿por que no?, estoy aquí, puedo ayudarte, solo has de dejarme.- me agarró la mano dejando de llorar y clavándome su mirada con brillo olvidado.

Dejé que el olor de mi fuerte colonia la inundara, para cerrar el circulo, había salido perfecto, demostración de fuerza física, determinación, seguridad, argumentación y convencimiento, yo era su salvación, su héroe particular, se levantó del sofá apoyándose en mi mano y me abrazó fuerte, al separarse me miró fijamente, con una mirada familiar, la misma que vi en los ojos de Eleonor al verse contra el espejo , con el ojo morado de la ultima paliza de su ex marido.

-LILI: ayúdame.- suplicó pasando su manos por mi fuerte pecho y mordiéndose el labio.

Desde ese día fui su sombra, tardó 1 semana entera en limpiar su organismo, y tuve que desarmarla una vez al intentar agredirme viendo como tiraba medio gramo de cocaína a al retrete, pase 2 noches dormido junto a ella, con la puerta cerrada por fuera, la fase agresiva fue la mas dura, la tenia que agarrar con firmeza y tenerla en la cama unas horas hasta que se le pasaba, sudaba y tiritaba a la vez, vomitó tanto que llamamos a un medido nos dio unos consejos mas adecuados advirtiendo lo que la pasaba en realidad, eso no era un catarro, era una desintoxicación a lo bestia. Pasado ese al trago, comencé a llevarla de ejercicio por las mañanas, la tenia que dar un sustituto adictivo y el ejercicio era uno ejemplar, la llevaba a clases y me quedaba hasta acompañarla al salir, luego hacíamos el tonto junto a Eleonor antes de acompañarla al trabajo, hablé con el gerente que se la folló medio drogada, y con uno de sus cuchillos de carne en la mano, trasteando con el en la encimera, le dije que si la volvía a tocar le trocearía lentamente. Amenaza irreal pero sabia actuar lo suficiente como para que no pareciera cierta, me cuidaba mucho de llevarla y recogerla, los días de fiesta era su pareja. Eleonor mas que importarla me lo agradecía, Ana no tanto, se moría de celos, adelantó sus vacaciones a Granada con su familia solo por alejarse de Lili, a la que había cogido cierto asco.

El duro trabajo dio sus frutos, los análisis semanales en centros privados salían limpios, a los 3 meses Lili parecía una mujer diferente y nueva, había recuperado algo de peso que perdió devolviéndola un aspecto saludable. Progresivamente, la fui dejando ir y volver sola de trabajo, quedar con gente y salir sin mi, era jugársela pero tenia que aprender a moverse sola, yo no podía estar siempre a su lado, respondió perfectamente, incluso a la trampa que le puse, un actor al que contraté para “gastarla una broma”, según le dije, en realidad le pedí que se animara con ella y llegando un punto de 2 o 3 copas la ofreciera drogas, ella las rechazó con algo de dudas, pero salió de allí escopeteada llamándome al móvil para contármelo todo y que pasar a recogerla en cuanto pudiera, la saludé desde el otro lado de la calle aun con el móvil en la mano, le presenté al actor, al que saludó abochornada por haberle gritado. Sentí tanto orgullo en su propia mirada, que al abrazarnos un beso en la mejilla rozo nuestros labios por 1º vez, nos miramos fijamente al darnos cuenta los 2, alzó su cabeza para intentar besarme, y algo en mi interior quería dejarla, pero no estaba allí para eso, así que la separé con cariño, se sintió avergonzada.

-YO: no te sientas mal, pero no quiero confundirte, no quiero ni busco nada de ti, no necesito que me premies con caricias y besos, soy mayorcito para buscarme eso donde quiera, bien lo sabes, solo sigue así, demuéstrame a mi, a todos, y sobretodo a ti, que eres mas que un trozo de carne, se fuerte por que quieres y te gusta serlo, no por complacer a los demás.

Mis palabras la tranquilizaron un poco, pero era inevitable, tal como preveía, Lili estaba deseándome, era guapo, corpulento y físicamente un toro bravo, sabia como tenia la polla de grande, me la había visto muchas veces la andar por al casa desnudo o tiesa de salir del agua de la piscina de follárme a alguna de las otras 2 habitantes de la casa, sabia como follaba, la pillé mirándonos desde el balcón mas de una vez, a Eleonor y a mi mas desde que inicié el tratamiento, así lo tenia calculado. Y lo mas importante, la había rescatado del agujero mas profundo y le había dado una vida de verdad, si no se sentía atraída por mi de algún modo, deriva de hacérmelo mirar por que algo fallaba, y no lo hacia, ella estaba enamorada de mi.

Los juegos con Eleonor, a la que acosaba ante la ausencia de Ana, pasaron a ser de dominio publico con ella, ronroneaba como una gatita la estar tumbada en la hamaca y vernos follar en la piscina, poca a poco se atrevía a mas, ir en biquini por la casa, luego top less, y después tomar el sol desnuda, como Eleonor o Ana, y yo mismo. Sus artes de mujer no pasaron desapercibidas para mi ni Eleonor, que me susurraba que cuando quisiera, la hiciera mía, Ana me dio su bendición, a regañadientes, antes de irse, era tan evidente su amor por mí que sabía que pasaría más tarde o más temprano, pero tenia una promesa que cumplir. Sus juegos, falsamente inocentes, su forma de moverse y pegarse a mi, o las coincidencias en la ducha o follando con Eleonor y ella pasaba por allí, pasaron a ser mas burdas y soeces, se alió con Eleonor montándome pequeñas fiestas lesbias solo para mi, con ellas 2 pasando de ser hermanas a amantes, supongo que fue idea de Eleonor, para seducirme y poder sobrellevar mejor mi apetito voraz de sexo. Los besos y caricias suaves pasaron ser masturbaciones con dildos y consoladores enormes, ver como 2 hermanes se comían una a la otra y se bañaban en saliva era mas que demencial, pero solo follaba con Eleonor, aunque estuviera Lili delante masturbándose o la misma Eleonor la comiera el coño conmigo dándola por el culo, jamás la tocaba de forma sensual, tenia una promesa que cumplir. De ahí ya las insinuaciones y provocaciones fueron directas, atacaba a mi hombría con duras palabras, me buscaba con sus manos y me pedía que la follara de una vez y que la traía loca, me recordaba a Lara, pero con mas pasión en sus peticiones, me la tenia que sacar de encima y de dentro, mas de una vez me desperté con ella intentando meterse mi rabo empalmado de las mañanas, o comiéndome al polla junto a Eleonor, pero la apartaba enseguida y m e desquitaba ferozmente con Eleonor, al final dejé ver a Lili que tenia una promesa que cumplir. Un día adormilado en el sofá echándome una siesta, solos en casa, sentí como Lili se me sentaba a horcajadas encima, totalmente desnudos los dos.

-YO: que haces, loca de las narices, déjame ya en paz.- la confianza era tal que nos tratábamos así.

-LILI: jamas había conocido a nadie como tu, un hombre de verdad que da su palabra y la cumple.

-YO: gracias.- respondí aletargado.

-LILI: ningún hombre del mundo, después de todo lo que he hecho, seguiría aun sin tocarme, aunque hubieran dado su palabra.- sonrío al verme torcer el gesto feliz, al fin había entendido mi postura.

-YO: es cierto, pero ¿has estado con todos?- reía al hacernos rememorar aquella 1º conversación.

-LILI: juraste por tu honor que no me tocarais……..

-YO: si.- llevo su mano a la espalda.

-LILI: ………..que no me tocarías hasta que te amenazara con aquel cuchillo en el cuello para que lo hicieras, bien, aquí esta.- puso el cuchillo en mi cuello, dejo caer el peso de su cuerpo sobre mi pecho rozando con su nariz mi mentón.

-YO: ¿ya estas lista?- me miró con firmeza.

-LILI: quiero que me folles como el animal que se que eres, he visto como destrozas a mi pobre hermana, y quiero lo mismo, ya sabes, pero ahora te lo exijo, hazlo o te corto el puto cuello.- su amenaza, otrora real, solo era una burla.- bésame.- ordenó.

Elevé mi cabeza lo justo para sentir el frío acero sobre mi yugular, ella se retiró un poco jugando, volví a subir notando aun mas presión, se volvió a retirar burlona, acaricié su espalda para apretarla fuete contra mi para evitar mas retiradas, y apuré aun mas ante su mirada de lujuria, viendo como el filo del cuchillo hacia sangre en mi cuello, abrió los ojos asustada, pero así mismo la alcance los labios, el beso nació lento y torpe, ella miraba preocupada de reojo mi cuello que goteaba alguna gota roja, luego cerró los ojos al notar mi lengua metiéndose en ella, y repitió la acción agarrándome de una mejilla con una mana sin soltar el cuchillo con la otra. Me incorporé aun a riesgo de hacerme mas daño hasta quedar sentado, ella pasó sus piernas pro mi cintura rodeándome con ellas quedando sentada sobre mi, aun con el acero palpando mi cuello, seguimos aquel festival de besos largos y pasionales, su lengua era experta y se acomodo rápido a mis ritmos fuertes y sobrios, notando como mi polla crecía descontrolada dando golpes de caballo en su trasero al querer ocupar el mismo espacio que su pelvis. Bajé mis labios por su cuello, solo al hacerlo se estremeció, que fácil resultó encontrar su zona erógena, lamí y chupé con tanta fuerza que la hice una marca que duro días, su cintura se movía aprobando ese gesto, casi me masturbaban con sus labios mayores montada, de cara hacia mi, la barra ardiente que ya estaba tiesa como un cirio, bajé a su pezones para encontrarme 2 pechos firmes y apetecibles, eran mucho menos atractivos que los de su hermana, y menos grandes que los de Ana, pero eran naturales y estaban a mi alcance, cosa que ninguna de las otras 2, 4 visto de otro modo, podían decir. Me puse en pie haciendo gala de mi poderío físico con ella subida encima mía, al sentir mi glande apuntado y rozando su coño se erizó y soltó el cuchillo dejándolo caer al suelo, sonó de forma tan singular que miramos, se había clavado en el suelo a un palmo de mi pie, río levemente mirándome a los ojos disculpándose.

-YO: tranquila, aquí la que va a ser clavada eres tú.- me besó con tal energía que me podrir haber arrancado la cabeza.

Me giré para dejarla caer sobre el reposa brazos del sofá, de espaldas a el, para quedar elevada, se abrió de piernas frotándose el coño después de haberse lamido los dedos, miraba riéndose, solté una carcajada enorme al darme cuenta, no había caído en que iba a follárme a una mujer que haba sido puta en Sudamérica sin protección, un mes en España pagando las deudas de cerdo, y sin estar seguro de nada, pero parte de su rehabilitación eran análisis continuos en centros privados y todos habían dado negativo, incluso venéreas, un milagro. Me arrodillé ante ella besando el interior de sus muslos, acariciando el largo de sus piernas torneadas, mientras ella miraba con ojos ardientes, llegando a su sexo, despedía un calor abrasador y un olor a hembra en celo, totalmente rasurado, los labios mayores eran de un tono mucho mas oscuro que el de su piel, al rozarlos y abrirlos el tono rosado lo invadía todo, al notar el roce de mis labios en su coño jadeó, riendo levemente, la delicadeza de mis caricias eran una novedad para ella, sentía que cada paso de mi lengua por su interior y cada beso tierno la excitaba un poco mas, como si nunca nadie la hubiera tratado de forma tan dulce, mis dedos y mi lengua se movían al compás, su cintura respondía dando pequeños tirones queriéndose alejar de mi, cuando alce la vista ella tenia tal cara de asombro y excitación que me sacó una carcajada.

-YO: nunca te lo habían comido antes, ¿verdad?- me agarró del pelo y me apretó contra su sexo.

-LILI: cállese y siga- sus caricias eran torpes y toscas pero no podía evitarlo, mi lengua experta la estaba penetrando y su clítoris se hinchó hasta casi reventar, si se lo habían comido antes, eran unos patanes.

Trabajaba su interior de forma animada, era un pequeño juego, ella gemía ya de forma continua al sentir cada lengüetazo, cada succión y cada tirón de los pliegues, sacudía una mano, o ambas, y arqueaba el cuello sobre su espalda, siempre con la boca abierta de par en par, enseñando una dentadura que se balanceaba y que estaba lejos de ser perfecta o cuidada, pero nada desagradable, se le escapaban sonrisas de asombro entre suspiros, movía su cadera de forma continua queriéndose alejar de mi pero yo la seguía sin parar, de estar apenas recostada sobre el sofá ya casi estaba sentada, r conmigo chupándole la vida. Subió su cadera haciendo fuerza contra mi, apoyándose solo con la nuca en el sofá, se movía a gran velocidad en todas direcciones tratando de contener la oleadas de placer que la sacudían, al meterle el primer dedo soltó un sonoro grito de lujuria, al instante se tapó la boca queriendo ahogarlo, llevada por la pasión no se acordaba de que estabamos solos y a nadie la molestarían los gritos, aun así se tapaba la boca, la otra mano se posaba en mi cabeza, quería apartarme de ella pero temía que al sentir su palma parara, y estaba gozando demasiado como para arriesgarse, así que seguía ahogando sus gritos con la mano, salvo cuando le llegaba a poner tan a tono que se aferraba al borde del sofá con ambas y se le escapaban gritos, rítmicos y seguidos, mis dedos iban aumentando dentro de ella, en numero y en ritmo, ya desatada y gritando rompió en un orgasmo seco, sin derramar una gota de su interior, moviendo las piernas de forma descontrolada.

Fui subiendo por su cuerpo tembloroso, agitado y a mi merced, me aceptó rodeándome con las piernas para ganar algo de descanso, mientras mi polla palpitaba a lo largo de su vientre, besé uno de sus senos con suavidad, pero me dirigía a su cuello, solo llegar allí se estremeció, me abrazó la cabeza, susurrando palabras calientes de las cuales las mitad no entendí, notar sus dedos desenredando mis cabellos me calentaba, Lili lamía y mordía mi oreja con suavidad, hablándome y rogándome que la diera sexo. Me agarró de la mandíbula y me besó con pasión, neutras lenguas se cruzaron, su melena rubia teñida y rizada estaba pringada de sudor y su cuerpo igual, yo no estaba mejor, pero aun quería hacerla vibrar de deseo, quería parar de golpe y obligarla a chupármela un poco, que se asustara un poco al tener mi rabo entre las manos, me elevé un poco con risa picara, mientras ella acariciaba mi pecho, fui a alejarme de ella pero me tenia aprisionado con las piernas rodeándome y de un hábil gesto que me impresiono abrió las caderas y se metió media polla de golpe ella sola, no era nada raro que fuera tan fácil metérsela a una mujer con su pasado, pero desde luego para ella era la 1º vez con un polla así, su boca volvió a abrirse queriendo gritar sin emitir un solo sonido, con tal presión que se le hincharon las venas de la frente y casi se le salen los ojos de las cuencas, había entrado bastante, pero a partir de ahí lo tenia tan cerrado como cualquier otra mujer con la que hubiera estado. Aguantamos así un par de segundos, hasta que escupió el aire de sus pulmones para coger oxigeno de nuevo, sus piernas ya no hacían fuerza para retenerme pero me mantuve así, sonriendo, y manoseando uno de sus pezones.

-YO: te gusta duro por lo que veo.- entoné como una provocación.

-LILI: es la verga mas grande que sentí nunca………..que regalo…. me arde mi cuquita………..ay si………fóllame duro……… mi amor.- habla entre suspiros amplios, la di lo que pedía.

Sin pensarlo mucho deslicé mis brazos por su espalda para elevarla por el aire, me senté en el reposa brazos y con ella aun empalada la dejé caer a plomo, la entró toda hasta la fondo obligándola a sollozar, pero era una mujer fuerte, habría sentido muchas pollas abriéndola y esa sensación no era diferente, solo mas intensa y profunda. Se movía inquieta sobre mi, abrazada a mi cuello, buscaba apoyos o comodidad pero no había nada a su alcance, ni yo la ayudaba lo mas mínimo, sentía una presión deliciosa en el glande, iba cediendo ante mi ocupación, y si a ella se le ocurría moverse en cualquier forma sentía un latigazo en su interior, retomaba sus frase susurradas, acariciaba y arañaba mi espalda mientras clamaba por el tamaño descomunal de mi miembro, casi la sentía desvanecerse esos primeros minutos de control, mirando al techo con la garganta hinchada y tensa, casi parecía que mi polla la atravesaba entera y le iba a salir por la boca. Bajo la cabeza cuando se sintió mas holgada, moviendo ligeramente la pelvis en forma circular, no era ninguna novata y sabia como moverse, sin duda conocía trucos para volver loco a un hombre y hacer que se viniera pronto, me besó queriendo tenerme ocupado, mienta mis manos buscaban sus pechos, entraban en una mano pero no eran pequeños, y sus pezones oscuros tiesos y rodeados de una aureola diminuta. Besé su cuello para demostrarla que conmigo no seria tan sencillo, la vi retorcerse queriendo hacer fuerza contra mi boca, para negarme acceso pero era inevitable que se descuidará al notar mi polla moverse dentro, solo con esos besos, chupetones y le leve roce de mi rabo entero dentro de ella, la provocó un 2º orgasmo mucho mas húmedo y caliente, sentía un liquido tibio mojando mi pelvis, y se arqueó tanto la espalda que mordí uno de sus pezones hasta hacerla un poco de daño, cogió un cojín de forma fugaz y me abofeteó con el.

-LILI: cucha tu madre.- se apoyó en la cabecera del sofá con aun mano, la otra a mi nuca mordiéndose el labio hasta casi hacerse sangre se movió para sacarse la polla entera y volver a metérsela.

Bramaba en algo que no parecía ni castellano ni español, volvió a repetirlo una infinidad de veces hasta que ya no era un solo gesto, si no movimento continuo, yo acompañaba sus gestos con un ligero vaivén de mis caderas, solo gozaba de sus artes, escasas pero buenas, a mas de uno ya le hubiera sacado su semen cuando llevaba 10 minutos fundiéndose con mi polla, le agarraba una de las piernas para elevarla y así ayudarla a no sostener todo su peso sola, lo agradeció aumentando el ritmo un poco mas, su 3º corrida llegó y esta vez emanó como una fuente, se acarició el clítoris tan rápido que parecía un aspersor de jardín, me manchó hasta le pecho de su liquido, se apresuró a incorporarse, al retomar el aliento , y lamerme el cuello, el pecho, el vientre…. marcados de los músculos, fue bajando hasta tener mi polla entre sus manos, la sujetó con firmeza y asombro, besó la punta con el sabor de ella misma y succionó de forma estudiada cada rincón del glande, supongo que alguien le chivó el truco de no parar de mover las manos masturbando, o ya lo sabia y le fue de cine, de vez en cuando chupaba y lamía todo el tronco, pero siempre le dedicaba al glande mas trabajo, le metía apenas 1/3 de polla dentro, no le entraba mas sin arcadas, y sin desencajarle la mandíbula, mas que suficiente con la ayuda de sus manos, y del sexo previo, para correrme. Sin el menor atisbo de asco o repugnancia dejó que la llenara la boca de mi simiente húmeda y caliente, alzó la mirada al acabar, abriendo la boca de forma obvia dejando que viera mi leche en ella, clavándome sus ojos negros, cerró la boca y de un sonoro ”glup” se trago todo, todo sin dejar de masturbar. La cogí de la barbilla para besarla, le gusto mi atrevimiento y mi nulo asco a mi propio semen, jugamos con nuestras lenguas, mientras una de mis manos se metía entre sus nalgas, rozando su ano, quería ver hasta donde llegaba, y metí mis dedos con simplicidad en su ano, soltó un leve gemido de placer, poco mas, lamía y besaba la herida de mi cuello, mi sangre reseca había dejado de brotar pero una ligera cicatriz aun se veía. Desde luego no era su 1º experiencia anal, ni la 2º, ni la 134º, mis 4 dedos entraron en su culo con facilidad increíble, tenia las caderas algo anchas, típicas de la sudamericanas, como su hermana, su mirada se nubló al sentir mi polla creciendo entre sus muslos hasta golpearla en el coño, ya sabia que yo con 1 sola corrida no me contentaba, había visto follárme a Eleonor hasta 4 veces seguidas, pero sus experiencias serian distintas con otros hombres, a muchos con 1 les valdría, si acaso podían llegar al 2º con esfuerzo y mucho trabajo, no era mi caso, en 4 minutos ya estaba tieso como si no hubiera pasado nada.

La cogí de los tobillos al tumbarla boca arriba, la junté las piernas cogiéndolas como si fueran 2 piezas de carne colgadas, pero unidas por su pelvis, acaricié mi glande un poco hasta notar el agujero previo y hundir de golpe casi toda la verga entera, se estremeció de nuevo, ahora no gritó, solo gozó, eso cambiaría pronto, ya me había demostrado de lo que era capaz ella sola, sacarme una 1 corrida la 1º vez lo consideré un logro, pero se acabó el juego, y empezó la clase, dudé levemente si sacar a la bestia, pero decidí guardármela para mas adelante, pese a sus mañas, Lili era muy frágil y sensible, era rozar su coño y hacerla temblar, apenas 20 minutos de sexo real, una comida de coño y ya se había corrido 3 veces, si sacaba a la bestia la hubiera desmayado en menos de media hora. Así que solo fui metiendo y sacando el rabo de forma amplia y lenta, cada vez que entraba toda daba un saltito su cuerpo, se acariciaba los pechos notando como el ritmo aumentaba levemente cada pocos minutos, cuando ya había cierta velocidad sentí un orgasmo en ella, pero lo dejé pasar como si nada, estaba concentrado en disfrutar de aquella mujer que ahora estaba siendo llevaba al paraíso, se le doblaban las piernas y solo se mantenían rectas por estar colgadas de mi mano, el ritmo ya era fuerte y sonaban mis huevos golpeando en su trasero, sus gemidos volvieron a ser gritos que quería tapar con la mano pero al suficiente orgasmos rompió a chillar de forma loca, la solté las piernas bajando un poco la velocidad, se abrieron como las puertas de un castillo al recibir a su rey, estiradas y abierta, me abalancé sobre su cuello, metí mi mano en su nuca entrelazado las falanges con su pelo, hasta que me aferré fuerte a su cabello, tirando levante de el, volví a aumentar el ritmo, sus manos en mi pecho querían hacer de parapeto, era inútil, la fuerza y vitalidad de mis penetraciones la hacían regodearse entre gemidos, gritos y susurros, para cuando se corrió de nuevo sus gemidos eran de clemencia, rogaba poner fin a tal demostración, sabia que andaba cerca de mi corrida, mas por cálculos temporales que por sensaciones, así que ahora si, la iba a dejar claro que no era ningún borracho folla putas, saqué a la bestia que ya se relamía a la espera de mi orden, fueron 10 minutos, creo, no los conté, bastante tenia con tener sujeta a Lili que se movía como pez fuera del agua, daba saltos y brincos, pataleaba de tal manera que pase una de sus piernas por delante para juntarle las 2 en un lado y apretando contra su cintura, aceleré de nuevo hasta provocarla 2 orgasmos mas, casi al finalizar la saqué y apunté a su ano, del tirón entró media polla, gritó, del 2º intento entró toda, ya no gritó, se fue al mundo de fantasía al que había mandado a tantas, seguía allí por que se separaba las nalgas para tratar de obtener algo de control pero la bestia no tenia piedad, desató un infierno que cada vez que salía de ella tiraba de todo su cuerpo hasta que al correrme casi la tenia al borde del sofá, sentir mi semen cayendo a borbotones en su recto fue lo mejor que le había pasado en todo el día, y puede que en su vida, era el fin del mejor sexo que había tenido hasta ahora, le gustaba duro y había encontrado a un animal salvaje, con un rabo descomunal y que follaba como un dios. Me levanté con la polla manchada de semen y fluidos, su ano parecía un túnel de metro, y los espasmos involuntarios me sacaban una sonrisa burlona.

Sonó la puerta, y vi a Eleonor entrar, al verme de pie con la polla medio tiesa y brillando del sudor, con Lili tirada en el sofá sollozando, me dedicó una sonrisa fugaz, antes de abrirse el vestido por detrás y dejarme ver que iba casi desnuda, tanga y nada mas, caminó con sensualidad hacia mi.

-ELEONOR: ya la hiciste tuya, ¿que tal se portó?- me acaricio el pecho sudoroso con uno de sus dedos.

-YO: para ser la 1º vez ella sola, nada mal.

-ELEONRO: ¿cuantas veces te saco el semen?

-YO: 2, incluso al final le di un poco de mi bestia por el culo, mira que agujero- abrió los ojos sorprendida, llevándose a la boca el dedo manchado de mi sudor, chupándolo como si fuera la nata de una tarta.

-ELEONOR: ¿y quedó algo para mi?, me abrazó por el cuello con cara de niña triste.

-YO: para ti siempre habrá.- bajé mi mano por su culo hasta meter mi pulgar entero en su ano, sonrió juguetona, pero al sentir el resto de dedos jugando en su coño me besó con pasión, poco le importaba que su hermana yaciera medio ida con mi semen cayendo de su ano, tiritando y mirándonos, perdida.

Me sentó a su lado en el sofá, y me dedicó una buena mamada, metiendo mas de media polla en la garganta, su habilidad no era comparable, me la puso tiesa tan deprisa que de la misma energía se subió a horcajadas sobre mi y se empaló toda de golpe, me dediqué a sus pezones enormes mientras me cabalgaba como una amazona, su forma de moverse era mucho mas erótica y sensual, su larga cabellera a estas alturas, después de dejárselo crecer a mi gusto, me rozaba los huevos al echar la cabeza para atrás al sentir los orgasmos que la llenaban, me percaté rápido de que ella no era Lili, no tenia que andarme con miramientos, saqué a la bestia que apenas había podido catar su presa anterior, y destrocé a Eleonor, no se cuanto tiempo, pasaron 2 horas hasta que los 2 terminamos exhaustos, me corrí otras 2 veces con Eleonor, y perdí el numero de Eleonor, que permanecía sentada en mi regazo, cruzada de piernas sacando pecho, dando pequeños besos a mi cuello mientras mirábamos como Lili aun jadeaba.

-ELEONOR: no sabes lo afortunada que me siento ahora mismo.

-YO: ¿por que ahora tengo otro coño que follárme?, ¿y que sea tu hermana?- solté con sorna- como sigáis así voy a terminar muerto antes de los 21.- los cumpliría en unas semanas.

-ELEONOR: por que eres mi hombre, y ahora también el de mi hermana, y yo te haría mas feliz si mi dejaras.- la miré con ojos curiosos.

-YO: ¿tu hombre?, yo soy de Ana.- miró al cielo con desdén.

-EOENOR: ay papi, que no te cansas ya de esa mujercita, me tienes a mi y ahora a mi hermana, ¿que te da ella que no te pueda dar yo?, – dejó pasar unos segundos – y piensa en todo lo que te podría dar yo que ella no puede.- me sorprendió el atrevimiento de Eleonor, estaba mas suelta últimamente, no tan maleable y mojigata desde que tenia sus escarceos con otros hombres.

-YO: la sustracción no ha cambiado, por ahora, soy de Ana y eso ya debería de quedar claro, es mi novia, y bastante hace al compartirme con vosotras, no le ha hecho ni pizca de gracia que me pidieras ayuda para enderezar a tu hermana, y menos que tenga que follármela.

-ELRONO: es una cría, no sabe lo que quiere.

-YO: yo soy de la misma edad…..

-ELEONOR: y tampoco lo sabes, de lo contrario serias solo mío – me besó con fuerza- follaríamos día y noche, te regalaria todo lo que desearas, puedo comprarte lo que quieras, puedo darte el dinero que quieras, podemos perdernos por el mundo como mi hija, o comprarnos una isla y quedarnos allí para siempre, no tendrías que trabajar nunca, podríamos darle a tu familia tanto dinero que no tendrían que trabajar jamas y vivirían como reyes, todo eso te puedo ofrecer, y lo único que te pido es que yo sea tu mujer, hasta podrás follar con quien quieras, contrataré las mejores putas del mundo para que goces de ellas, pero júrame amor eterno, y te daré todo eso, todo eso y mas.- sus palabras eran tan confiadas y guiadas que el discurso preparado se notó a leguas.

Sin duda Eleonor llevaba mucho tiempo buscando un hombre que la llenara y después de meses de decepciones volvió al inicio, yo, yo era todo lo que quería y la desesperaba no tenerlo, y estar tan cerca de mi, le había pagado el viaje anticipado y todo a Ana para tenerme solo para ella, y ahora quería que su hermana ocupara el lugar de ella, y ella el de Ana. La acaricié la cara con suavidad pero en silencio, ella esperaba ansiosa una respuesta, pensaba que estaría divagando en mi mente, dubitativo ante tal oferta, dinero, regalos, viajes, sexo y Eleonor, que de por si sola ya era un tesoro, podía perfectamente decirla que si, y desaparecer de la faz de la tierra, tendríamos tanto dinero que no podríamos gastarlo en 10 vidas, podía tener el final de cuento de hadas que todo hombre sueña en su interior, si, lo hombres también soñamos con una buena mujer, una vida placida y tranquila, sin preocupaciones, todo eso lo tenia a mi alcance, desnudo encima de mis piernas, solo tenia que decir un si, y ella lo esperaba, pero el tiempo pasaba y de mis labios no salía nada, su cara fue cambiando hasta que entre besos y tambaleos, entendió que no habría respuesta.

Podía decirla mil cosas para querer suavizarlo, pero yo amaba a Ana, y no a ella, había visto demasiadas películas, series y iodo canciones, poemas e historias sobre el telón de los siglos, en las que el amor de verdad no se podía cambiar por nada y lo que sentía por Ana era lo mas parecido a la felicidad pura que conocía, además de que ella amaba al hombre que era, a una persona recta, fiel, honrada y determinada, si perdía eso para irme con ella, solo seria otro baboso mas en busca de su dinero. Una lágrima cayó por su mejilla, la recogí con dulzura, la besé con cariño, y la senté en el sofá a mi lado. Su rostro irradiaba, odio, furia y tristeza.

-ELEONOR: no es una oferta cualquiera, es única, no se volverá a repetir ni podrás venir a reclamarla una vez la rechaces, no soy una boba que te esperara siempre, ha de ser aquí y ahora.- hablaba como una mujer de negocios, las empresas y negocios de su marido la estaban endureciendo el carácter.

-YO: no es una oferta, pequeña mía, quieres comprar algo, que no es que no este a la venta, es que no se puede comprar- me sentía estúpido al decirlo- no soy algo que puedas comprar, Eleonor, ni soy un pelele al que puedas engatusar con oros y riquezas.

-ELEONOR: precisamente por eso te las ofrezco, por que no las quieres, eres el único que nunca ha venido a pedirme nada y cuando te he ofrecido algo lo has rechazado, ¿que tipo de hombre hace eso? Un buen hombre, tendrás 20 años pero eres mejor hombre de lo que muchos serán jamas, y no quiero perderlo por el coño de una niñata que…….- se cayó algo-………que no te merece.- sonreí al notar su rabia, la cogí de la mano besando el dorso, arrodillado ante ella.

-YO: ¿y que seria de mi si abandonara todo eso, solo por que una mujer me ofrezca dinero?

-ELEONOR: no soy una cualquiera, soy yo, y no es dinero, te ofrezco el mundo.

-YO: el orden o la cuantía no cambia el resultado, me estaría vendiendo, no te amo, y el aprecio que te tengo se desvanece cada vez que continúas insinuando que yo seria capaz de abandonar la realidad, por fea que sea, ante una farsa bonita, no me educaron así.

-ELEORNO: pues te educaron para ser un imbécil, en este mundo no hay sitio para ser así- soltó con furia, asentí con sorna.

-YO: eso no te lo discuto, pero soy así, y cueste lo que me cueste, lo seguiré siendo.- la volví a besar la mano, la apartó con brusquedad.

-ELEONRO: pues ojalá te vaya genial con esa niñata mal criada y tu mierda de vida- se levantó me abofeteó con fuerza- eres un mierda y un desgraciado – fue a abofetearme por 2º vez, la paré la mano, sin fuerza ni rastro de ira, solo la miraba esperando que se le pasara el enfado.- ella no te merece, no sabes lo que te esta haciendo.- la miré sonriendo, parecía una rabieta final, a la desesperada.

-YO: lo se muy bien, me hace feliz, y mientras siga así, no la dejare de amar.

CONTINUARA………
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poesiaerestu@outlook.es

 

Relato erótico: ” Jane VII” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 27

Sin títuloEl señor Hart estaba disfrutando como siempre de su puro y su coñac vespertinos cuando Patrick entró en el salón con su rifle aún humeante. Lo apoyó abierto y descargado sobre uno de los sofás orejeros y se sirvió una copa.

-Es usted afortunado –dijo el Señor Hart con una sonrisa–la Sra. Bowen ha ido al mercado y eso le libra de una buena reprimenda.

-Sabía que esa vieja bruja no estaba, por eso lo he hecho y haz el favor de tutearme así podré hacer yo lo mismo.

-¿Ha habido suerte hoy?

-Desde luego Philip, mañana habrá estofado de facóquero para comer. –respondió Patrick.

-Estupendo, me muero por algo parecido a unas chuletas de cerdo. –dijo el funcionario abriendo un ejemplar del London Times que sólo había llegado con nueve días de retraso.

-Tengo entendido que conoces a todo el mundo aquí en Kampala –intervino de nuevo Patrick antes de que el hombre se enfrascara en la lectura de la crónica política de la capital.

-Tarde o temprano todos los habitantes de este lugar dejado de la mano de dios necesitan pasar por mi oficina para pagar los impuestos o pedir alguna ayuda gubernamental. ¿Hay algo que desees saber?

-Mi pistero me ha contado una entretenida historia sobre hechizos y brujos y ha despertado mi curiosidad. Me gustaría averiguar un poco más. Este lugar es bastante aburrido y no voy a estar constantemente de caza.

-La verdad es que es un tema fascinante. La religión de esta zona, antes de que viniéramos a enseñarles lo equivocados que estaban, –dijo el funcionario mitad en serio mitad en broma – era una mezcla de animismo e islamismo. Es sorprendente la capacidad que tiene esta gente para asimilar cultos nuevos y adaptarlos a sus creencias.

-Ya lo creo Philip, el caso es que me gustaría tener datos de primera mano. Quizás pueda escribir algo sobre ello cuando vuelva a Londres. ¿Conoces a algún brujo que viva por aquí?

-Tienes suerte, no la conozco personalmente pero el dueño de una plantación me habló de ella. La encontró por medio de uno de sus criados y la contrató para encontrar agua y en dos días tenía tres pozos manando agua a menos de dos metros de profundidad. –dijo Hart apartando el periódico.

-¿Una mujer? –preguntó Patrick extrañado.

-Joven y preciosa, por lo que dijo el hombre. Y con un gran poder según el criado del hacendado.

-¿Sabes algo más de ella?

-Algo sé. –Dijo Philip sacándose las lentes y limpiándolas con un pañuelo no muy limpio -Sé que nació en Etiopia, que escapó de allí cuando era adolescente para evitar la ceremonia de la ablación. Vago por la sabana medio muerta de hambre y sed, pero sobrevivió y llegó a una aldea al norte de Uganda. El viejo hechicero de la tribu reconoció inmediatamente su poder, las bestias y la sabana la habían respetado, así que la acogió bajo su tutela. En pocos años se convirtió en la hechicera más importante de Uganda. Hace un par de años se instaló en Kampala y aprendió el inglés. Sirve tanto a los negros como a nosotros, solo que a nosotros nos cobra diez veces más por sus servicios.

-¿Sabes dónde puedo encontrarla?

-Los negros la adoran y la temen a la vez. Acuden a ella siempre que tienen un problema pero no se acercan a ella ni entablan relación ninguna más allá de la profesional. –continuó Philip. Vive en una pequeña cabaña a unos seiscientos metros de la ciudad en el camino de Nairobi. Allí realiza sus ritos sin que nadie la interrumpa.

-¡Vaya yo que creía que la única mujer temida de Kampala era la señora Bowen! –replicó Patrick dejando la copa vacía y recogiendo el rifle al oír entrar a la dueña del hotel en el edificio…

La cabaña estaba justo donde le había dicho el funcionario. Era más amplia y sólida que las habituales chozas de las afueras de Kampala, estaba hecha a la manera tradicional con arcilla y estiércol pero el tejado era sólido y tenía un par de amplias ventanas cosa inusitada en la vivienda de un nativo.

Antes de que Patrick llamase a la puerta una voz femenina le invitó a entrar en la casa.

-Bienvenido –dijo una mujer con la piel del color del ébano y una belleza felina.

Patrick esperaba que fuese joven, pero no tanto. No podía creer que esa chica de apenas diecinueve años fuese la hechicera más poderosa de los alrededores. Ella notó la duda del hombre en sus ojos e hizo un mohín pero no dijo nada.

El interior de la choza era amplio, tenía dos estancias, la más grande hacía de cocina salón y oficina y estaba separada por lo que debía ser el dormitorio por una cortina de vivos colores. Tenía un hogar con una especie de trébede donde estaba cocinando algo a fuego lento, una mesa con cuatro sillas y un par de cómodos canapés. Los muebles eran cómodos y vistosos, nada que ver con las toscas sillas de madera y los jergones de paja habituales.

Subumba era casi tan alta como el, vestía una túnica y un turbante color índigo que resaltaba sus cuerpo esbelto y grácil. Sus ojos oscuros, almendrados y un poco separados, junto con su nariz pequeña y ancha, sus pómulos salientes y sus labios gruesos y oscuros le daban el aspecto de una pantera esquiva y enigmática.

Sin decir palabra se dio la vuelta , con movimientos elásticos e insinuantes se reclinó sobre el canapé y quitándose las sandalias subió los pies al tapizado mientras invitaba a Patrick a sentarse.

-En que puedo ayudarte –dijo ella en un inglés casi perfecto.

-Dicen que eres una bruja poderosa, -dijo él yendo al grano -¿Es eso cierto?

-Dicen que el Dios del hombre blanco es poderoso, sin embargo, cuando estáis en problemas no recurrís a él, me llamáis a mí. –dijo ella desdeñosa. –El poder es relativo. Dime lo que quieres de mí y te diré si puedo complacerte. –sentenció la joven moviéndose en el canapé haciendo que Patrick se fijase en sus pechos firmes, que se movían libremente sin la prisión de un corsé o un sujetador.

-Quiero domesticar una hiena –dijo él sin tapujos.

La hechicera se le quedo mirándole, un ligerísimo rubor se adivinaba en su suave piel color café. Sin decir nada se le quedó mirando con intensidad unos momentos valorando la situación hasta que finalmente habló.

-Puedo hacerlo, pero no es tan sencillo. Una Hiena no se domestica, se forja una alianza con ella. Tú la modificas a ella, pero ella también te modifica a ti. Ya no serás el mismo, serás un hombre hiena. Se necesita un temple especial para lograrlo, no todo el mundo es capaz. –dijo ella acercando la mano y cogiendo la barbilla perfectamente rasurada del hombre con sus dedos largos y suaves para escrutar su rostro.

-Veo que eres un hombre con el corazón roto… -dijo ella con una voz extraña –Eso está bien. La ausencia de vínculos emocionales hará más fácil la transición.

-¿En qué voy a cambiar? –dijo él sintiéndose desnudo ante aquella mirada.

-No temas, no es nada físico. Ella se llevara la peor parte, la tendrás totalmente dominada y estará bajo tus órdenes. Tus cambios, sin embargo serán más sutiles, pero no dejan de entrañar cierto peligro. Tu olfato y tu vista nocturna mejoraran en incluso si te concentras podrás ver lo que vea tu acólita, pero también reaccionaras de forma más brutal e instintiva a los estímulos que te exciten o te irriten. Si no te controlas puedes cometer actos salvajes, impropios de un ser incivilizado.

-Entiendo los riesgos pero quiero seguir delante de todas formas. –Dijo él sin apenas intimidarse por las palabras de la mujer.- ¿Qué tengo que hacer?

-Lo primero que debes hacer es capturar una hiena. –Dijo ella –una hembra preferiblemente, son más grandes y más seguras de sí mismas, además la atracción entre sexos opuestos ayudará en el proceso.

-De acuerdo, mañana mismo volveré con una.

-¡No! –dijo ella levantando la voz. –Es importante que la captures de la forma adecuada. Las hienas van a comer a los basureros todas las noches. Debes ir allí y ofrecerles comida hasta que te ganes su confianza y logres establecer un vínculo con ella. Una vez lo hayas conseguido impregnarás la comida con una droga que voy a preparar y me la traerás para realizar el resto del ritual.

-De acuerdo, vendré mañana por la poción. –Dijo él echando la mano al bolsillo -¿Una guinea será suficiente por tus servicios?

-De momento bastará –dijo ella acercándose con una sonrisa enigmática para recoger la moneda de las manos del inglés. El aroma de Subumba, una mezcla de sándalo y sudor despertó por un momento en él deseos aletargados desde la desaparición de Jane. Patrick rompió el contacto apresuradamente y salió de la cabaña sacudiendo la cabeza intentando concentrarse en su nuevo objetivo.

Le encantaba moverse por la selva, atravesar la espesura y jugar con los monos. En pocas semanas había conseguido establecer una relación de confianza con los chimpancés. La relación que mantenía con ellos no era tan íntima como la que tenían con Tarzán pero casi. Con los gorilas era diferente. Su tamaño le intimidaba y aunque no temía que la atacasen prefería mantener las distancias.

Una tarde Tarzán desapareció y volvió con pedazos de piel curtida que según le contó había “recogido” en una aldea de pigmeos cercana. Con ayuda de un cuchillo que siempre llevaba consigo el salvaje, Jane recortó una banda alargada de unos veinte centímetros de ancho y otra en forma de reloj de arena.

Aprovechando una ausencia del salvaje, se quitó la ropa sucia y ajada y se colocó la banda en torno a los pechos para sujetarlos y protegerlos de golpes y arañazos y luego se puso la otra pieza en las ingles cerrándola con dos lazos en ambas caderas. El uniforme era escueto pero mucho más práctico y la suave piel evitaba que se le produjesen escoceduras o erupciones.

Al fin las tormentas les dieron una tregua y los chimpancés lo celebraron con una ininterrumpida serie de juegos y gritos. Aquel día incluso Jane se atrevió a participar tímidamente en los juegos. Ahora ya se movía con bastante soltura y no necesitaba la constante ayuda de Tarzán para avanzar aunque aún no podía seguir el ritmo de los más jóvenes. Era ya casi de noche cuando un ligero chasquido puso a toda la tribu en alerta. En dos minutos todos salieron disparados en dirección contraria al origen del ruido y desaparecieron. Jane más curiosa que atemorizada se quedó intentando escudriñar entre la espesura.

En ese momento apareció un gatazo grande y oscuro moviéndose en total silencio. Cuando la detectó, fijo su mirada en la joven y con un rugido se lanzó sobre ella. Jane pegó un grito de pánico y salió corriendo. Atravesaba la espesura con la rapidez que le proporcionaba el miedo, pero la pantera, segura de que iba a cobrar su presa, recortaba la distancia que la separaba poco a poco. Finalmente llegó a un claro y con la fuerza que le daba la desesperación pegó un salto asiéndose a una liana que estaba a más de tres metros de distancia. Esta vez se sujetó sin problemas y aprovechando el impulso aterrizó en la seguridad de los brazos de Tarzán que le esperaba al otro lado del claro.

-Nunca quedar sola en la oscuridad –le dijo Tarzán – la noche ser el reino de Blesa.

-¿Temes a la pantera? –preguntó ella aún temblando en los brazos de él.

-No, Blesa temer a Tarzán –dijo antes de dar un fuerte alarido y golpearse el torso con sus puños como lo hacían habitualmente los gorilas.

La pantera había bajado al claro con la evidente intención de continuar la persecución pero al oír el grito y ver a Tarzán, soltó un rugido de frustración y agachando las orejas huyó internándose en la espesura.

Jane suspiró y se apoyó en el torso del salvaje, el efecto de la adrenalina había pasado y se sentía exhausta. Tarzán la cogió en brazos y ella se dejó llevar apoyando su cabeza, agradecida, en el pecho del hombre .

Cuando llegaron al claro, Tarzán hizo rápidamente un nido y le trajo a Jane un poco de fruta. Jane mordió el jugoso fruto y poco de jugo rezumó escurriendo por su barbilla y su pecho. Tarzán la miró a los ojos, acerco su mano y con su dedo índice recogió varias perlas del dulce líquido de su pecho y se lo llevó a la boca. El suave vello de la joven se erizó inmediatamente.

Jane suspiró quedamente y le devolvió la caricia excitada.

-A Tarzán gustar Jane. –dijo el hombre con una mirada en la que se mezclaba la excitación y la inocencia.

Jane sonrió y metió la mano en el taparrabos de Tarzán acariciando suavemente su polla. El miembro reaccionó instantáneamente y se puso duro entre sus dedos como una piedra.

A partir de ese momento Jane no tuvo ningún control sobre la situación.

De un tirón Tarzán le arrancó la banda que sujetaba, sus pechos. Estos libres rebotaron excitando aún más al salvaje que los magreó con dureza. Jane notó como sus pezones se endurecían y todo su cuerpo se enardecía ante la brusquedad con la que el hombre le estaba tratando.

Con un aullido ronco levantó a Jane en vilo y la tumbó de cara al suelo del nido. Con dos tirones le arrancó el taparrabos y poniéndole el culo en pompa la penetró sin contemplaciones.

Jane gritó y notó como su cuerpo reaccionaba con lujuria ante el maltrato. Sin darle tiempo a colocarse, Tarzán la agarró de las caderas y comenzó a penetrarla con tal fuerza que con cada empujón todo su cuerpo, estremecido de placer, se separaba unos centímetros de la superficie del nido. Los movimientos del hombre se hicieron más rápidos y sus gemidos roncos enmascaraban los más débiles de Jane. En pocos segundos con un último empujón brutal, dejó su polla incrustada en lo más profundo de la vagina eyaculando con fuerza e inundando su coño mientras erguía su torso pegaba un ensordecedor alarido y se golpeaba satisfecho el pecho con los puños.

Antes de que pudiese darse cuenta Tarzán se separó de ella y empezó a correr y a dar saltos desapareciendo en la espesura dando alaridos de satisfacción, mientras ella se quedaba allí tumbada con el sexo rebosante de semen y frustrada por no haber sido capaz de retener al hombre hasta que le llevase al clímax.

Jane se acarició la vulva aún excitada por la salvaje cabalgada de Tarzán. Cerró los ojos y sin cambiar de postura introdujo sus dedos en su coño rebosante con la leche del salvaje. Saco sus dedos y saboreó el semen de Tarzán mientras seguía masturbándose con la otra mano libre. Un sabor intenso a fruta invadió su boca haciendo que se corriese. Jane se acurrucó con una mano en la boca y la otra en su coño mientras todo su cuerpo se agarrotaba con las sucesivas oleadas de placer que la recorrieron.

Cuando abrió los ojos, Idrís la observaba desde una rama unos dos metros por encima de ella y se acariciaba imitando los movimientos de Jane. Tras ella el viejo macho, Shuma, apareció, se acercó y comenzó a copular con ella. En unos pocos minutos Jane se vio rodeada de dos docenas de monos envueltos en una orgía desenfrenada.

 

Libro: “La puta de mi cuñada” PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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cuñada portada3Sinopsis:

¿Quién no ha soñado con tirarse a su cuñada?. En este relato, la cuñada de Manuel, además de estar buenísima, es una zorra que le ha estado chantajeando. Las circunstancias de la vida hacen que consiga vengarse un día en una playa de México. 
A partir de ahí, su relación se consolida y juntos descubren sus límites sexuales.

Bajatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

CAPÍTULO 1

El culo de una cuñada es el sumun del morbo, no creo que haya nadie que no sueñe con follarse ese trasero que nos pone cachondos durante las interminables cenas familiares. Muchos de nosotros tenemos a una hermana de nuestra mujer que además de estar buenísima, nos apetece tener a nuestra disposición. En otras ocasiones, nuestra cuñada es una zorra manipuladora que nos ha hecho la vida imposible durante años y para vengarnos, nos encantaría tirárnosla.

Mi caso abarca ambas situaciones. Nuria, además de ser quizás la mujer más guapa y sexual que he visto, es una cabrona egoísta que me ha estado jodiendo desde que me casé con su hermana.

Para empezar, la forma más fácil de describirla es deciros que esa guarra sin escrúpulos parece salida de un anuncio de Victoria Secret´s pero en vez de ser un ángel es un engendro del infierno que disfruta humillando a todos los que tiene a su alrededor.  Con una melena morena y unos labios que apetece morder, esa puta tiene una cara de niña buena que para nada hace honor a su carácter. Los ojos verdes de esa mujer y las pecas que decoran su cara mienten como bellacos, aunque destilen dulzura y parezca ser un muchacha indefensa, la realidad es que ese zorrón es un bicho insensible que vive humillando a diestra y siniestra a sus semejantes.

Reconozco que la llevo odiando desde que era novio de su hermana, pero también que cada vez que la veo, me pone como una puñetera moto. Sus enormes pechos y su culo en forma de corazón son una tentación irresistible. Noches enteras me las he pasado soñando en que un día tendría entre mis piernas a esa monada y en que dominada por la pasión, me pidiera que la tomase contra el baño de casa de sus padres. Ese deseo insano se fue acumulando durante años hasta hacerse una verdadera obsesión. Desgraciadamente su pésimo carácter y nuestra mala relación evitó que siquiera hiciera algún intento para intimar con ella. Nuestro único trato consistía en breves y corteses frases que escondían nuestra enemistad a ojos de su hermana, mi esposa.

Inés, mi mujer, siempre ha ignorado que la detestaba desde que una noche siendo todavía soltero, estando de copas con unos amigos, me encontré con ella en un bar. Esa noche al ver que Nuria estaba borracha, pensé que lo mejor era llevarla a casa para que no hiciera más el ridículo. Tuve que llevármela casi a rastras y ya en el coche, se me empezó a insinuar. Confieso que animado por el par de cubatas, caí en la trampa y cogiéndola de la cintura, la intenté besar. Esa guarra no solo se rio de mí por creerla sino que usando la grabación que me hizo mientras intentaba disculparme, me estuvo chantajeando desde entonces.

Su chantaje no consistió en pedirme dinero ni tampoco en nada material, fue peor. Nuria me ha coaccionado durante años amenazándome en revelar ese maldito material si no le presentaba contactos con los que pudiera medrar. Ambos somos ejecutivos de alto nivel y trabajamos en la misma compañía, por lo que esa fría mujer no ha dudado en quitarme contratos e incluso robarme clientes gracias a que una noche tuve un tropezón.

La historia que os voy a contar tiene relación con todo esto. La empresa farmacéutica en la que trabajamos realiza cada dos años una convención mundial en alguna parte del planeta y ese año, eligió como sede Cancún. Este relato va de como conseguí no solo tirarme a esa puta sino que disfruté rompiéndole el culo en una de sus playas.

Todavía me parece que fue ayer cuando en mitad de una reunión familiar, Nuria estuvo toda la tarde explicándole a mi mujer, el comportamiento libertino de todos en la compañía en esa clase de eventos:

― Y no creas que tu marido es inmune, los hombres en esas reuniones de comportan como machos hambrientos, dispuestos a bajarse los pantalones ya sea con una puta o con una compañera que sea mínimamente solícita.

― Manuel no es así―  respondió mi mujer defendiéndome

― Nena, ¡A ver si te enteras!: solo hay dos clases de hombres, los infieles y los eunucos. Todos los machos de nuestra especie se aparean con cualquier hembra en cuanto tienen la mínima oportunidad.

Aunque estaba presente en  esa conversación, no intervine porque de haberlo hecho, hubiera salido escaldado. Al llegar a casa, sufrí un interrogatorio tipo Gestapo por parte de mi señora, donde me exigió que le enumerara todas y cada una de las compañeras que iban a esa convención. En cuanto le expliqué que era de carácter mundial y que desconocía quien iba a ir de cada país, realmente celosa, me obligó a contarle quien iba de España.

― Somos diez, pero a parte de tu hermana, las dos únicas mujeres que van son Lucía y María. Y como bien sabes, son lesbianas.

Más tranquila, medio se disculpó pero cuando ya estábamos en la cama, me reconoció que le había pedido a Nuria que me vigilase.

― ¿No te fías de mí?

― Sí―  contestó―  pero teniendo a mi hermana como tu ángel guardián, me aseguro que ninguna pelandusca intente acostarse contigo.

Sin ganas de pelear, decidí callar y dándome la vuelta, me dormí.

La convención.

Quien haya estado en un evento de este tipo sabrá que las conferencias, las ponencias y demás actividades son solo una excusa para que buscar que exista una mejor interrelación entre los miembros de las distintas áreas de una empresa. Lo cierto es que lo más importante de esas reuniones ocurre alrededor del bar.

Recuerdo que al llegar al hotel, con disgusto comprobé que el azar habría dispuesto que la hija de perra de mi querida cuñada se alojaba en la habitación de al lado. Reconozco que me cabreó porque teniéndola tan cerca, su estrecho marcaje haría imposible que me diera un homenaje con una compañera y por eso, asumiendo que no me podría pegar el clásico revolcón, decidí dedicarme a hacer la pelota a los jefes. Mr. Goldsmith, el gran sheriff, el mandamás absoluto de la empresa fue mi objetivo.  Desde la mañana del primer día me junté con él y estuve riéndole las gracias durante toda la jornada. Como os imaginareis, Nuria al observar que había hecho tan buenas migas con el presidente, me paró en mitad del pasillo y me exigió que esa noche se lo presentara durante la cena. No me quedó duda que su intención era seducir al setentón y de esa manera, escalar puestos dentro de la estructura.

Con gesto serio acepté, aunque interiormente estaba descojonado al conocer de antemano las oscuras apetencias de ese viejo. La hermana de mi mujer nunca me hubiera pedido que la contactara con ese sujeto si hubiera sabido que ese pervertido disfrutaba del sexo como mero observador y que durante la última convención, me había follado a la jefa de recursos humanos del Reino Unido teniéndole a él, sentado en una silla del mismo cuarto. Decidido a no perder la oportunidad de tirarme a ese zorrón, entre dos ponencias me acerqué al anciano y señalando a mi cuñada, le expliqué mis planes.

Muerto de risa, me preguntó si creía que Nuria estaría de acuerdo:

―  Arthur, no solo lo creo sino que estoy convencido. Esa puta es un parásito que usa todo tipo de ardides para subir en el escalafón.

― De acuerdo, el hecho que sea tu cuñada lo hace más interesante. Si tú estás dispuesto, por mí no hay problema. Os sentareis a mi lado―  y por medio de un apretón de manos, ratificamos nuestro acuerdo.

Satisfecho con el curso de los acontecimientos, le llegué a esa guarra y cogiéndola del brazo, le expliqué que esa noche íbamos a ser los dos los invitados principales del gran jefe. No creyéndose su suerte, Nuria me agradeció mis gestiones y con una sonrisa, dijo en tono grandilocuente:

― Cuando sea la directora de España, me acordaré de ti y de lo mucho que te deberé.

― No te preocupes: si llegado el caso te olvidas, ¡Seré yo quien te lo recuerde!

Os juro que verla tan ansiosa de seducir a ese, en teoría, pobre hombre, me excitó y apartándome de ella para que no lo notara, quedé con ella en irla a recoger a las nueve en su habitación. Celebrando de antemano mi victoria, me fui al bar y llamando al camarero, me pedí un whisky. Estando allí me encontré con Martha, la directiva con la que había estado en el pasado evento. Sus intenciones fueron claras desde el inicio porque nada más saludarme, directamente me preguntó si me apetecía repetir mientras me acariciaba con su mano mi pierna.

Viendo que se me acumulaba el trabajo, estuve a punto de rechazar sus lisonjas pero al observar su profundo escote y descubrir que bajo el vestido, esa rubia tenía los pezones en punta, miré mi reloj.

« Son las cinco», pensé, « tengo tres horas».

Al comprobar que teníamos tiempo para retozar un poco antes de la cena, le pregunté el número de su habitación y apurando mi bebida, quedé con ella allí en diez minutos. Disimulando, la inglesita se despidió de mí y desapareció del bar. Haciendo tiempo, me dediqué a saludar a unos conocidos, tras lo cual, me dirigí directamente hacia el ascensor. Desgraciadamente, no me percaté que mi futura víctima se había coscado de todo y que en cuanto entré en él, se acercó a comprobar en qué piso me bajaba.

Ajeno a su escrutinio, llegué hasta el cuarto de la mujer y tocando a su puerta, entré. Martha me recibió con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó a mis brazos. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rubia chilló moviendo sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de mis pollazos.

No os podéis hacer una idea de lo que fue: gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

― ¡Dios mío!―  aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: ― ¡Fóllame!

Sus deseos fueron órdenes y pasando mi mano por debajo, levanté su trasero y cumplí su deseo, penetrándola aun con más intensidad. Pidiéndome una tregua, se quitó el picardías, dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar nuestra lujuria. Alucinado por la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Martha, usando mi pene como si fuera un machete, se empaló con él mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Azuzado por sus palabras, marqué nuestro ritmo con azotes en su culo. Ella al sentir las duras caricias sobre sus nalgas, me rogó que continuara.

Pero el cúmulo de sensaciones me desbordó y derramándome en su interior, me corrí salvajemente. Agotado, dejé que mi cuerpo cayera a su lado y seguí besándola mientras descansaba. Cuando mi amiga quiso reanimar mi miembro a base de lametazos, agarré su cara y separándome de ella, le expliqué que tenía que ahorrar fuerzas.

― ¿Y eso?

Aunque pensaba que se iba a cabrear, le conté mis planes y que esa noche me iba a vengar de mi cuñada. Contra toda lógica, Martha me escuchó con interés sin enfadarse y solo cuando terminé de exponerle el asunto, me soltó:

― ¿Por qué no le dices al jefe que me invite a mí también? Estoy segura que ese cerdo dirá que sí y de esa forma, podrás contar conmigo para castigar a tu cuñada.

No tardé ni tres segundos en aceptar y cerrando nuestro trato con un beso, decidí vestirme porque todavía tenía que contactar con Arthur y preguntarle si le parecía bien el cambio de planes. Lo que no esperaba fue que al salir al pasillo, Nuria estuviera cómodamente sentada en un sofá. Al verme aparecer de esa habitación todavía abrochándome la camisa, soltó una carcajada y poniendo cara de superioridad, dijo:

― Eres un capullo. ¡Te he pillado!

Incapaz de reaccionar, tuve que aguantar su bronca con estoicismo y tras varios minutos durante los cuales esa maldita no dejó de amenazarme con contárselo a su hermana, le pedí que no lo hiciera y que en contraprestación, me tendría a su disposición para lo que deseara. Viendo que estaba en sus manos y haciéndose la magnánima, me soltó:

― Por ahora, ¡No se lo diré! Pero te aviso que me cobraré con creces este favor―  tras lo cual cogió el ascensor dejándome solo.

Al irse me quedé pensando que si el plan que había diseñado se iba al traste, me podía dar por jodido porque esa puta iba a aprovechar lo que sabía para hacerme la vida imposible.  Asumiendo que me iba a chantajear, busqué a m jefe y sin decirle nada de esa pillada, le pedí si esa noche podía Martha acompañarnos. El viejo, como no podía ser de otra forma, se quedó encantado con la idea y movió sus hilos para que esa noche, los cuatro cenáramos al lado. Más tranquilo pero en absoluto convencido de que todo iba a ir bien, llegué a mi cuarto y directamente, me metí a duchar. Bajo el chorro de agua, al repasar el plan, comprendí que era casi imposible que Nuria fuese tan tonta de caer en la trampa. Por eso, mientras me afeitaba estaba acojonado.

Al dar las nueve, estaba listo y como cordero que va al matadero, llamé a su puerta. Nuria salió enseguida. Reconozco que al verla ataviada con ese vestido negro, me quedé extasiado. Embutida en un traje totalmente pegado y con un sugerente escote, el zorrón de mi cuñada estaba divina, Sé que ella se dio cuenta de la forma tan poco filial que la miré porque poniendo cara de asco, me espetó:

― No comprendo cómo has conseguido engañar a mi hermana tantos años. ¡Eres un cerdo!

Deseando devolverle el insulto e incluso soltarle un bofetón, me quedé callado y galantemente le cedí el paso. Encantada por el dominio que ejercía sobre mí, fue hacia el ascensor meneando su trasero con el único objetivo de humillarme. Aunque estaba indignado, no pude dejar de recrearme en la perfección de sus formas y bastante excitado, seguí sus pasos deseando que esa noche fuera la perdición de esa perra.

Al llegar al salón, Mr Goldsmisth estaba charlando amenamente con Martha. En cuanto nos vio entrar nos llamó a su lado y recreando la mirada en el busto de mi acompañante, la besó en la mejilla mientras su mano recorría disimuladamente su trasero. Mi cuñada comportándose como un putón desorejado, no solo se dejó hacer sino que, pegándose al viejo, alentó sus maniobras. Arthur, aleccionado por mí de lo zorra que era esa mujer, disfrutó como un enano manoseándola con descaro.  Cuando el maître avisó que la cena estaba lista, mi cuñada se colgó del brazo de nuestro jefe y alegremente, dejó que la sentara a su lado.

Aprovechando que iban delante, Martha susurró en mi oído:

― No sabía que esa guarra estaba tan buena. ¡Será un placer ayudarte!

Sonreí al escucharla y un poco más tranquilo, ocupé mi lugar. Con Nuria a la izquierda y la rubia a la derecha, afronté uno de los mayores retos de mi vida porque del resultado de esa velada, iba a depender si al volver a Madrid siguiera teniendo un matrimonio. Durante el banquete, mi superior se dejó querer por mi cuñada y preparando el camino, rellenó continuamente su copa con vino, de manera que ya en el segundo plato, observé que el alcohol estaba haciendo estragos en su mente.

« ¡Está borracha!», suspiré aliviado, al reparar que su lengua se trababa y que olvidándose que había público, Nuria aceptaba de buen grado que el viejo le estuviera acariciando la pierna por debajo del mantel.

Estábamos todavía en el postre cuando dirigiéndose a mí, Arthur preguntó si le acompañábamos después de cenar a tomar una copa en su yate. Haciéndome de rogar, le dije que estaba un poco cansado. En ese momento, Nuria me pegó una patada y haciéndome una seña, exigió que la acompañara hasta el baño.  Al salir del salón, me cogió por banda y con tono duro, me dijo:

― ¿A qué coño juegas? No pienso dejar que eches a perder esta oportunidad. Ahora mismo, vas y le dices a ese anciano que lo has pensado mejor y que por supuesto aceptas la invitación.

Cerrando el nudo alrededor de su cuello, protesté diciendo:

― Pero, ¡Eres tonta o qué! Si voy de sujeta― velas, lo único que haré es estorbar.

 Asumiendo que tenía razón, lo pensó mejor y no queriendo que mi presencia coartara sus deseos, me soltó:

― ¡Llévate a la rubia que tienes al lado!

Tuve que retener la carcajada de mi garganta y poniendo cara de circunstancias, cedí a sus requerimientos y volviendo a la mesa, cumplí su orden. Arthur me guiñó un ojo y despidiéndose de los demás, nos citó en diez minutos en el embarcadero del hotel. El yate del presidente resultó ser una enorme embarcación de veinte metros de eslora y decorada con un lujo tal que al verse dentro de ella, la zorra de mi cuñada creyó cumplidas sus fantasías de poder y riqueza.

El viejo que tenía muchos tiros dados a lo largo de su dilatada vida, nos llevó hasta un enorme salón y allí, puso música lenta antes de preguntarnos si abría una botella de champagne. No os podéis imaginar mi descojone cuando sirviendo cuatro copas, Arthur levantó la suya, diciendo:

― ¡Porqué esta noche sea larga y divertida!

Nuria sin saber lo que se avecinaba y creyéndose ya la directora para España de la compañía, soltó una carcajada mientras se colocaba las tetas con sus manos. Conociéndola como la conocía, no me quedó duda alguna que en ese momento, tenía el chocho encharcado suponiendo que el viejo no tardaría en caer entre sus brazos.

Martha, más acostumbrada que ella a los gustos de su jefe, se puso a bailar de manera sensual. Mi cuñada se quedó alucinada de que esa alta ejecutiva, sin cortarse un pelo y siguiendo el ritmo de la música, se empezara a acariciar los pechos mirándonos al resto con cara de lujuria. Pero entonces, quizás temiendo competencia, decidió que no iba a dejar a la rubia que se quedara con el viejo e imitándola, comenzó a bailar de una forma aún más provocativa.

El presi, azuzando la actuación de ambas mujeres, aplaudió cada uno de sus movimientos mientras no dejaba de rellenar sus copas. El ambiente se caldeó aún más cuando Martha decidió que había llegado el momento y cogiendo a mi  cuñada de la cintura, empezó a bailar pegándose a ella.  Mi cuñada que en un primer momento se había mostrado poco receptiva con los arrumacos lésbicos de la inglesa, al ver la reacción del anciano que, sin quitarle el ojo de encima, pidió más acción, decidió que era un trago que podría sobrellevar.

Incrementando el morbo del baile, no dudó en empezar a acariciar los pechos de la rubia mientras pegaba su pubis contra el de su partenaire. Confieso que me sorprendió su actuación y más cuando Martha respondiendo a sus mimos, le levantó la falda y sin importarla que estuviéramos mirando, le masajeó el culo. Para entonces, Arthur ya estaba como una moto y con lujuria en su voz, les prometió un aumento de sueldo si le complacían. Aunque el verdadero objetivo de Nuria no era otro que un salto en el escalafón de la empresa, decidió que por ahora eso le bastaba y buscando complacer a su jefe, deslizó los tirantes de la rubia, dejando al aire sus poderosos atributos.

Mi amiga, más ducha que ella en esas artes, no solo le bajó la parte de arriba del vestido sino que agachando la cabeza, cogió uno de sus pechos en la mano y empezó a mamar de sus pezones. Sin todavía creer que mis planes se fueran cumpliendo a rajatabla, fui testigo de sus gemidos cuando la inglesa la terminó de quitar el traje sin dejar de chupar sus pechos. Ni que decir tiene que para entonces, estaba excitado y que bajo mi pantalón, mi pene me pedía acción pero decidiendo darle tiempo al tiempo, esperé que los acontecimientos se precipitaran antes de entrar en acción.

No sé si fue el morbo de ser observada por mí o la promesa de la recompensa pero lo cierto es que Nuria dominada por una pasión hasta entonces inimaginable, dejó que la rubia la tumbara y ya en el suelo, le quitara por fin el tanga. Confieso que al disfrutar por vez primera de su cuerpo totalmente desnudo y confirmar que esa guarra no solo tenía unas tetas de ensueño sino que su entrepierna lucía un chocho completamente depilado, estuve a punto de lanzarme sobre ella. Afortunadamente, Martha se me adelantó y separando sus rodillas, hundió su cara en esa maravilla.

Sabiendo que no iba a tener otra oportunidad, coloqué mi móvil en una mesilla y ajustando la cámara empecé a grabar los sucesos que ocurrieron en esa habitación para tener un arma con la que liberarme de su acoso. Dejando que mi iphone perpetuara ese momento solo, volví al lado del americano y junto a él, fui testigo de cómo la rubia consiguió que mi cuñada llegara al orgasmo mientras le comía el coño. Nunca supuse que Nuria,  al hacerlo se pusiera a pegar gritos y que berreando como una puta, le pidiera más. Martha concediéndole su deseo metió un par de dedos en su vulva y sin dejar de mordisquear el clítoris de mi cuñada, empezó a follársela con la mano.

Uniendo un clímax con otro, la hermana de mi esposa disfrutó de sus caricias con una pasión que me hizo comprender que no era la primera vez que compartía algo así con otra mujer. Mi jefe contagiado por esa escena, se bajó la bragueta y cogiendo su pene entre las manos, se empezó a pajear. En un momento dado, mi cuñada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y saliéndose del abrazo de Martha gateó hasta la silla del anciano y poniendo cara de puta, preguntó si le podía ayudar.

 Pero entonces, Arthur me señaló a mí y sin importarle el parentesco que nos unía, le soltó:

― Sí, me apetece ver como se la mamas a Manuel.

Sorprendida por tamaña petición, me miró con los ojos abiertos implorando mi ayuda pero entonces sin compadecerme de ella, puse una sonrisa y sacando mi miembro de su encierro, lo puse a su disposición. Nuria, incapaz de reusar cumplir el mandato del anciano y echando humo por la humillación, se acercó a mi silla se apoderó de mi extensión casi llorando.  Mi pene le quedaba a la altura de su boca y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no ver disminuiría la humillación del momento.

― Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a mí, a quién chupas―  le exigí.

De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaron mientras su lengua se apoderaba de mi sexo. De mi interior salieron unas gotas pre― seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por ella. No satisfecho en absoluto, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, nuestro jefe incrementó su vergüenza diciendo:

― Tenías razón al decirme que esta perra tenía un cuerpo de locura pero nunca me imaginé que además fuera tan puta.

Intentando que el trago se pasara enseguida, mi cuñada aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro con una velocidad pasmosa. Sobre excitado como estaba, no tardé en derramar mi simiente en su garganta y dueño de la situación, le exigí que se la tragara toda. Indignada por mi trato, se intentó rebelar pero entonces acudiendo en mi ayuda, Martha presionando su cabeza contra mi entrepierna le obligó a cumplir con mi exigencia. Una vez, había limpiado los restos de esperma de mi sexo, me levanté de la silla y poniéndome la ropa, me despedí de mi jefe dejándola a ella tumbada en el suelo, llorando.

Antes de irme, recogí mi móvil y preguntando a Martha si me acompañaba, salí con ella de regreso al hotel. Ya en mi habitación, la rubia y yo dimos rienda suelta a nuestra atracción y durante toda la noche, no paramos de follar descojonados por la desgracia de mi cuñada.

Rompo el culo a mi cuñada en una playa nudista.

A la mañana siguiente, Martha tenía que exponer en la convención y por eso nada más despertarnos, me dejó solo. Sin ganas de tragarme ese coñazo y sabiendo que mi jefe disculparía mi ausencia, cogí una toalla y con un periódico bajo el brazo, me fui a una playa cercana, la del hotel Hidden Beach. Ya en ella, me percaté que era nudista y obviando el asunto, me desnudé y me puse a tomar el sol. Al cabo de dos horas, me había acabado el diario y aburrido decidí iniciar mi venganza. Cogiendo el móvil envié a mi cuñada el video de la noche anterior, tras lo cual me metí al mar a darme un chapuzón. Al volver a la toalla, tal y como había previsto, tenía media docena de llamadas de mi cuñada.

Al devolverle la llamada, Nuria me pidió angustiada que teníamos que hablar. Sin explicarle nada, le dije que estaba en esa playa. La mujer estaba tan desesperada que me rogó que la esperase allí. Muerto de risa, usé el cuarto de hora que tardó en llegar para planear mis siguientes movimientos.

Reconozco que disfruté de antemano su entrega y por eso cuando la vi aparecer ya estaba caliente. Al llegar a mi lado, no hizo mención alguna a que estuviese en pelotas y sentándose en la arena, intentó disculpar su comportamiento echándole la culpa al alcohol. En silencio, esperé que me implorara que no hiciera uso del video que le había mandado. Entonces y solo entonces, señalándole la naturaleza de la playa, le exigí que se desnudara. Mi cuñada recibió mis palabras como una ofensa y negándose de plano, me dijo que no le parecía apropiado porque era mi cuñada.

Soltando una carcajada, usé todo el desprecio que pude, para soltarle:

― Eso no te importó anoche mientras me hacía esa mamada.

Helada al recordar lo ocurrido, comprendió que el sujeto de sus chantajes durante años la tenía en sus manos y sin poder negarse se empezó a desnudar. Sentándome en la toalla, me la quedé mirando mientras lo hacía y magnificando su vergüenza, alabé sus pechos y pezones cuando dejó caer su vestido.

― Por favor, Manuel. ¡No me hagas hacerlo!―  me pidió entre lágrimas al ser consciente de mis intenciones.

― Quiero ver de cerca ese chochito que tan gustosamente le diste a Martha―  respondí disfrutando de mi dominio.

Sumida en el llanto, se quitó el tanga y quedándose de pie, tapó su desnudez con sus manos.

― No creo que a tu hermana, le alegre verte mamando de mi polla.

Nuria, al asimilar la amenaza implícita que llevaban mis palabras, dejó caer sus manos y con el rubor decorando sus mejillas, disfruté de su cuerpo sin que nada evitara mi examen. Teniéndola así, me recreé  contemplando sus enormes tetas y bajando por su dorso, me maravilló contemplar nuevamente su sexo. El pequeño triangulo de pelos que decoraba su vulva, era una tentación imposible de soportar y por eso alzando la voz, le dije:

― ¿Qué esperas? ¡Puta! ¡Acércate!

Luchando contra sus prejuicios se mantuvo quieta. Entonces al ser consciente de la pelea de su interior y forzando su claudicación, cogí el teléfono y llamé a mi esposa. No os podéis imaginar su cara cuando al contestar del otro lado, saludé a Inés diciendo:

― Hola preciosa, ¿Cómo estás?… Yo bien, en la playa con tu hermana – y tapando durante un instante el auricular, pregunté a esa zorra si quería que qué le contara lo de la noche anterior, tras lo cual y volviendo a la llamada, proseguí con la plática –Sí cariño, hace mucho calor pero espera que Nuria quiere enseñarme algo…

La aludida, acojonada porque le revelase lo ocurrido, puso su sexo a escasos centímetros de mi cara. Satisfecho por su sumisión, lo olisqueé como aperitivo al banquete que me iba a dar después. Su olor dulzón se impregnó en mis papilas y rebotando entre mis piernas, mi pene se alzó mostrando su conformidad. Justo en ese momento, Inés quiso que le pasase a su hermana y por eso le di el móvil. Asustada hasta decir basta, Nuria contestó el saludo de mi mujer justo a la vez que sintió cómo uno de mis dedos se introducía en su sexo.

La zorra de mi cuñada tuvo que morderse los labios para evitar el grito que surgía de su garganta y con la respiración entrecortada, fue contestando a las preguntas de su pariente mientras mis yemas jugueteaban con su clítoris.

― Sí, no te preocupes―  escuché que decía –Manuel se está portando como un caballero y no tengo queja de él.

Esa mentira y la humedad que envolvía ya mis dedos, me rebelaron su completa rendición. Afianzando mi dominio, me levanté y sin dejar de pajear su entrepierna, llevé una mano a sus pechos y con saña, me dediqué a pellizcarlos.  Nuria al sentir la presión a la que tenía sometida a sus pezones, involuntariamente cerró las piernas y no pudiendo continuar hablando colgó el teléfono. Cuando lo hizo, pensé que iba a huir de mi lado pero, contrariamente a ello, se quedó quieta  sin quejarse.

― ¡Guarra! ¿Te gusta que te trate así?

Pegando un grito, lo negó pero su coño empapado de deseo la traicionó y acelerando la velocidad de las yemas que te tenía entre sus piernas, la seguí calentando mientras la insultaba de viva voz. Su primer gemido no se hizo esperar y desolada por que hubiera descubierto que estaba excitada, se dejó tumbar en la toalla.

Aprovechándome de que no había nadie más en la playa, me tumbé a su lado y durante unos minutos me dediqué a masturbarla mientras le decía que era una puta. Dominada por la excitación, no solo dejó que lo hiciera sino que con una entrega total, empezó a berrear de placer al sentir como su cuerpo reaccionaba. No tardé en notar que estaba a punto de correrse y comprendiendo que esa batalla la tenía que ganar, me agaché entre sus piernas mientras le decía:

― He deseado follarte, zorra, desde hace años y te puedo asegurar que antes que acabe este día habré estrenado todos tus agujeros.

Mis palabras la terminaron de derrotar y antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Nuria ya estaba dando alaridos de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor azuzó aún más si cabe mi lujuria y separando los hinchados pliegues del sexo que tenía enfrente, me dediqué a comérmelo mientras mi víctima se derretía sin remedio.  Su orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo sobre la toalla, la hermana de mi mujer me rogó entre lágrimas que no parara. Con el objeto de conseguir su completa sumisión, mordisqueé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Ya convertida en un volcán a punto de estallar, Nuria me pidió que la tomara sin darse cuenta de lo que significaban sus palabras.

― ¿Qué has dicho?

Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que la usase a mi gusto sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:

― Fóllame, ¡Lo necesito!

Lo que nunca se había imaginado ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me explico que su culo era virgen pero ante mi insistencia no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Ilusionado comprobé que mi cuñada no me había mentido porque su entrada trasera estaba incólume. El saber que nadie la había hoyado ese rosado agujero me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.

― ¡Me encanta!―  chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la toalla, apoyó su cabeza en la arena mientras levantaba su trasero. 

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh―  gritó mordiéndose el labio. 

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La morena moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 

― ¡No puede ser!―  aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

Venciendo sus anteriores reparos, mi cuñadita se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba bajo el sol de esa mañana. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 

― ¿Estás lista?―  pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La parsimonia con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.

― ¡Cómo duele!―  exclamó cayendo rendida sobre la toalla.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro y para que no se enfriara el ardor de la muchacha, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Pegando un nuevo berrido, Nuria me informó que se había relajado y levantando su cara de la arena, me rogó que comenzara a cabalgarla. 

Su expresión de genuino deseo no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón en el que se había convertido mi cuñada, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir. A partir de ese momento, Nuria y yo dimos  inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Temiendo que en una de esas, mi pene se saliera y provocara un accidente, hizo que cogiera con mis manos sus enormes ubres para no descabalgar.

― ¡Me encanta!―  me confesó al experimentar que con la nueva postura mis penetraciones eran todavía más profundas.

― ¡Serás puta!―  contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 

― ¡Que gusto!―  gritó al sentir mi mano y comportándose como la guarra que era,  me imploró más. 

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. El durísimo trato  la llevó al borde de la locura y ya  con su culo completamente rojo, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a Nuria, temblando de placer mientras su garganta no dejaba de rogar que siguiera azotándola:

― ¡No dejes de follarme!, ¡Por favor!―  aulló al sentir que el gozo desgarraba su interior. 

Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Pegando un alarido, perdió el control y moviendo sus caderas, se corrió.

Con la tarea ya hecha, decidí que era mi momento y concentrándome  en mi propio placer, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Desesperada, Nuria aulló pidiendo un descanso pero absorto por la lujuria, no le hice caso y seguí violando su intestino hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Mi orgasmo fue total. Cada uno de los músculos de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la mujer.

Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me tumbé a su lado. Mi cuñada entonces hizo algo insólito en ella, recibiéndome con los brazos abiertos, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida. La dejé descansar durante unos minutos durante los cuales, al rememorar lo ocurrido caí en la cuenta que aunque no era mi intención le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.

« Esta zorra ha descubierto su faceta sumisa y ya no podrá desembarazarse de ella», pensé mientras la miraba.

¡Estaba preciosa! Su cara relajada demostraba que mi querida cuñadita por primera vez  era una mujer feliz. Temiendo que cogiese una insolación, la desperté y abriendo sus ojos, me miró con ternura mientras me preguntaba:

― ¿Ahora qué?

Supe que con sus palabras quería saber si ahí acababa todo o por el contrario, esa playa era el inicio de una relación. Soltando una carcajada, le ayudé a levantarse y cogiéndola entre mis brazos, le dije:

― ¡No pienso dejarte escapar! 

Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:

― Vamos a darnos un baño rápido al hotel porque Mr. Goldsmith me ha pedido que te dijera que quiere verte esta tarde nuevamente en su yate.

― ¿A mí solo?―  pregunté con la mosca detrás de la oreja.

― No, también quiere que vayamos Martha y yo―  y poniendo cara de no haber roto un plato, me confesó: ― Por ella no te preocupes, antes de venir a la playa, se lo he explicado y está de acuerdo.

Ya completamente seguro de que esa zorra escondía algo, insistí:

― ¿Sabes lo que quiere el viejo?

― Sí, te va a nombrar director para Europa y desea celebrar tu nombramiento…―  contestó muerta de risa y tomando aire, prosiguió diciendo: ― También piensa sugerirte que nos nombres a la rubia y a mí como responsables para el Reino Unido y España.

Solté una carcajada al comprobar que esa zorra, sabiendo que iba a ser su jefe, maniobró para darme la noticia y que su supuesta sumisión solo era un paso más en su carrera.  Sin importarme el motivo que tuviera, decidí que iba a abusar de mi puesto y cogiéndola de la cintura, volví junto con ella a mi habitación.

 

 

 

Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (19)” (POR JANIS)

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El alegato del pápa Diego.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Sin títuloCristo se arrellanó en uno de los bancos del grandioso hall del Lincoln Center. Aún quedaba un buen rato para que Faely saliera de su clase. Habían quedado para almorzar y charlar. Bueno, en el caso de Cristo, escuchar la diatriba de su tía con respecto a Zara.

A cada día que pasaba, era más y más evidente que Faely estaba obsesionada con la relación que su hija mantenía con su dueña; estado al que aún no había conseguido bautizar con éxito (es difícil encontrar un caso parecido en la historia, así que los nombres como Edipo o Electra, pos como que no sirven). Tal estado había comenzado con una natural envidia, luego había pasado a ser un deslizante estado de celos, y, ahora, era un furioso reclamo para ser castigada. Cristo hacía todo lo posible para calmarla, tanto anímicamente como físicamente, lo que le llevaba a meterla en su cama, noche si, noche también, pero, por mucho que usase la caña de bambú, que Spinny le había regalado, sobre sus nalgas, no conseguía grandes progresos. Faely estaba desatada, en camino de rebelarse como Espartaco hizo en su tiempo, aunque sin espada, gracias a Dios.

Así que allí estaba él, esperando en uno de los bancos y mirando, con cierta desgana, el tipo que se había subido a uno de los atriles de oradores, situados a lo largo del muro norte del hall.

El tipo en cuestión, un hombre de color bien vestido con traje oscuro y corbata roja, de unos cincuenta años y tan redondo como una albóndiga de la máma, sacó un pequeño libro del bolsillo de su chaqueta. Lo abrió y consultó un párrafo, antes de depositarlo sobre la superficie de mármol del atril y encararse a la gente que pasaba por delante de sus narices, sin apenas mirarle.

Se trataba de un predicador callejero, perteneciente al peor subgénero de la especie, ese llamado “profeta de la hecatombe”. Cristo sonrió al escuchar sus apocalípticas advertencias. Observó la mano que el hombre levantaba, la derecha, cuya palma amarillenta no dejaba de dibujar arabescos en el aire. Aquel gesto, casi involuntario para su dueño, le trajo recuerdos casi reprimidos. No sabía como se habían asociado el gesto inquisitivo del predicador con la noche mágica del rito Pentecostés, que el clan celebraba rigurosamente cada lustro. Quizás el gesto era parecido al que hacía el pápa para remarcar las palabras…

Con cierta curiosidad, Cristo rebuscó en el Pozo (su memoria profunda) hasta encontrar su iniciación en el ancestral rito.

Flashback

Según su madre, todos los gitanos tenían que pasar por el rito Pentecostés, entre los doce y diecisiete años. Cristo pensó que se refería a los gitanos del clan, pero averiguó, más tarde, que se refería a todos los romaní repartidos por el mundo. Cristo tendría que haber cumplido el rito la última vez que se celebró, pero estaba bastante enfermo, postrado en la cama. Su máma no lo permitió y por ser quien era, se le permitió unirse al grupo de nerviosos chiquillos, a pesar de tener ya diecinueve años. De todas formas, no había diferencia alguna entre Cristo y Pedro, de catorce años, al menos físicamente.

La noche elegida cambiaba según la marea de calendario dela Pascua.Secelebraba cincuenta días después del Domingo de Resurrección, y era toda una simbología religiosa, referida al Espíritu Santo. Eso era lo que Cristo creía y pensaba encontrarse, pero todo estaba envuelto en misterio y sigilo, lo que enervaba aún más a los chiquillos.

Al parecer, la ubicación del rito también cambiaba a cada ocasión. La vez anterior, su máma le dijo que se celebró en la playa. Sin embargo, en una solemne y silenciosa procesión por el Saladillo, Cristo, Pedro, Abel, y Cristina, fueron conducidos hasta uno de los ruinosos almacenes del muelle del Tuerto. Abel, que era el más pequeño de los primos, se quedó con la boca abierta cuando uno de los hombres dejó al descubierto una oculta trampilla que daba paso a una vieja escalera, la cual se hundía en el suelo. Cristo no podía saberlo, porque él no había jugado nunca con sus primos en aquella parte del barrio, pero los chicos estaban francamente alucinados de saber que en su terreno favorito de juego existía un pasadizo secreto que ellos desconocían.

Descendieron la escalera metálica, de oxidado pasamanos, bien alumbrados por varias linternas que los hombres sacaron de sus cintos. Les detuvieron en un rellano de agujerado cemento, frente a una recia puerta de hierro, totalmente enrojecida por el orín. Uno de los mayores golpeó con el puño de su linterna, en una secuencia establecida, y una profunda voz respondió, dando el permiso para entrar.

¡Vaya cuchitril!, pensó Cristo, paseando su mirada por las desconchadas paredes. La sala tendría unos cinco o seis metros de ancha por unos diez metros de larga. Frente a la puerta y al fondo, pápa Diego estaba sentado a una gran mesa de madera, desbastada por el uso y el tiempo. Varias velas encendidas vertían su cera sobre la ajada superficie. Detrás de él, cubriendo toda la pared, una enorme bandera, quizás un par de sábanas unidas, representaba a través de una elipse todas las fases lunares. En el interior del ovalo, una leyenda escrita en latín, con elaboradas letras góticas: “Imitantem cyclum lunarem”.

El patriarca señaló las cuatro sillas dispuestas ante él y la mesa, y los chicos se dieron prisa en aposentar sus traseros en ellas. Entonces, la comitiva que les había llevado hasta el lóbrego sótano, desapareció, dejándolos solos ante pápa Diego.

― Estáis aquí para cumplir la tradición, cachorros – enunció con una profunda voz, enronquecida por los años, el tabaco y el tintorro. Señaló con el pulgar por encima de su hombro. – Ante este símbolo, todos los gitanos, de cualquier clan o familia, deben inclinar la frente y obedecer lo que se le imponga. Esta es la estampa dela Hermandaddela Luna…

Cristo había escuchado a su padre hablar con sus hermanos, sobre algo llamadola Hermandad, pero siempre había creído que era algo referente a las cofradías del puerto. Su rápida mente comprendió que era mucho más que eso. Por lo visto, era el mayor secreto guardado de la raza caló: una logia masónica. Y como todo círculo secreto que se preciase, disponía de un Gran Hermano Masón: el patriarca del clan Armonte, quien se disponía a dar su discurso de ingreso a los nuevos miembros.

Pero la implicación de los jóvenes postulantes debía llegar más lejos, y, para ello, tenían que escuchar primerola VerdaderaHistoriade labios de respetado patriarca.

La iluminación de la sala, consistente en dos filas de velas a pie de los muros laterales, daba un aspecto casi litúrgico a la vacía habitación. El pápa encendió un pitillo con una de las velas que tenía delante, antes de carraspear fuertemente, llamando la atención de los chiquillos allí reunidos.

― Nos hemos reunido aquí para que conozcáis lo que ningún payo debe saber nunca, ¡JAMÁS! – la palabra restalló con fuerza, sobresaltando a los chicos. – Este es un secreto caló, un secreto para dar la vida. Es la razón que nos impulsa, la esencia de nuestra alma. Habéis dejado de ser churumbeles, ¿está claro este concepto?

― ¡Si, pápa Diego! – clamaron los cuatro a la vez. Cristo no recordaba haber visto al patriarca tan serio antes. Ni siquiera cuando tía Rafaela anunció que se casaba con el negro.

― Esta noche de Pentecostés se viene celebrando desde hace cinco siglos, desde que los romaní llegaron a Europa. En una noche, cada cinco años,la Hermandadcuentala VerdaderaHistoriaa los nuevos miembros, para que el pasado no se pierda. Antes, eran solo los hombres los que pasaban la historia, pero desde hace unos años,la Hermandadacepta a las mujeres – el patriarca hizo un gesto hacia Cristina, quien enrojeció – como postulantes. ¡Todos somos gitanos!

― ¡Si, pápa Diego!

― Bien, zagales. Cuando abandonamos las grandes montañas del este y dejamos de ser nómadas de las rutas escarpadas, fue por no servir a ningún señor cristiano y escapar del hostigamiento de los moros otomanos. Sin embargo, a pesar de las dignas palabras de acogida de los grandes reyes de Europa y de su Santidad, nunca fuimos bien recibidos, no señor. Aquí, la moral y la superstición siempre han estado controladas porla Iglesia. Losromaní fuimos acusados de herejía y brujería, o bien de ladrones y estafadores. Los clanes tuvieron que dividirse aún más, perdiendo su fuerza y su unión, para pasar más inadvertidos. ¡Así fue como nuestro clan, que por entonces había perdido su nombre, llegó a España, a mediados de 1600, embarcados como ratas, a través del Mediterráneo!

― ¡Si, pápa Diego! – repitieron, como si estuvieran en clase.

― Durante unos años, recorrimos la costa andaluza y las bajas tierras de Murcia y Levante. Algunos de los nuestros decidieron probar fortuna en las grandes ciudades al norte, y se escindieron del grupo original. Finalmente, el clan tomó la decisión de instalarse en la antigua medina de Algeciras, totalmente desvastada desde hacía más de trescientos años.

¡Aquí no había nadie! ¡Solo antiguos fantasmas musulmanes que vagaban perdidos entre los cascotes de un imperio desaparecido! ¡Fuimos nosotros, junto con unos refugiados gibraltareños que huían de la ocupación del peñón por las tropas angloholandesas, aliadas del archiduque Carlos de Austria, enla Guerra de Sucesión Española, quienes levantamos nuevamente Algeciras! ¡Las casas eran poco más que cabañas, levantadas con las mismas piedras de las ruinas árabes! Pero, desde entonces, el clan ha participado en el crecimiento de Algeciras, los asedios a Gibraltar,la Guerra dela Independencia,la Guerra de África, y hastala Guerra Civil de 1936. ¡Algeciras nos pertenece, por sangre y sudor!

― ¡Si, pápa Diego!

Al llegar a este punto, exaltado como un novio en la noche de bodas, el pápa hizo un alto y encendió un nuevo cigarrillo. Se acercaba el inicio de su verdadera exposición. Todo lo demás apenas constituía la introducción de un asunto que, como otros patriarcas, tenía clavado en el pecho, una espinita del tamaño de una faca, según contaba.

― Por aquel entonces, el rito Pentecostés era una celebración en memoria de nuestros antiguos pastos, de los muertos que dejamos atrás; un recuerdo de nuestras raíces para no olvidar el pasado. Creímos, por un momento, que habíamos encontrado un rincón para dejar nuestros carromatos en el olvido, pero no fue así. Cuando Algeciras apenas comenzaba a ser una ciudad, la envidia hacia los romaní desató de nuevo la desgracia sobre nosotros. El rey de España, el idiota Fernando VI, autorizó una persecución, exactamente el miércoles 30 de julio de 1749, con el objetivo de arrestar, y finalmente “extinguir” a todos los gitanos del reino. Se la llamó la Gran Redada. El astuto marqués de la Ensenada lo ideó todo en secreto y se dispuso que comenzara de manera sincronizada en todo el territorio español. ¿El motivo? Nadie lo sabe. No sabemos si fue por odio, o por temor, o por avaricia… Los romaní siempre hemos sido envidiados por los demás pueblos. Somos más guapos, más inteligentes, más libres que ellos, así que lo único que les queda es quebrarnos con la fuerza de sus leyes – exclamó, agitando en el aire su gancha de madera de fresno. – Aún disponiendo de toda la fuerza del reino, de un ejército contra unos pobres pastores, este plan se llevó a cabo en secreto, y dentro del ámbito de la secretaría de Guerra. ¡La secretaría de Guerra! ¡Como si fuésemos jodidos ladrones y espías ingleses!

― ¡Si, pápa Diego!

― ¿CÓMO?

― Eeeh… esto, no, claro que no, pápa Diego – balbuceó Pedro.

― No, no zomos ingleses, para nada – exclamó Cristo. .. Ha zido la inercia, zeñor.

― ¡Joder, niños, estad atentos! ¿Por dónde iba? Ah, si… El maldito marqués preparó minuciosas instrucciones para cada ciudad del reino, que debían ser entregadas al corregidor payo de manos de un oficial del ejército. La orden era abrir esas instrucciones, estando presente el corregidor y el oficial. De esa forma, los demás oficiales y las tropas no sabrían nada hasta que llevaran a cabo los arrestos. Junto a estas órdenes, se añadió una copia del decreto en que el nuncio episcopal daba instrucciones para los obispos de cada diócesis. ¡La Santa Madre Iglesia también estaba de acuerdo y en nuestra contra! ¿Qué le habíamos hecho?

Ante tales palabras, los chiquillos dejaron escapar un conjuntado murmullo de sorpresa. La verdad es que el pápa era un excelente orador, con un bien desarrollado don de palabra, gran carisma, y, sobre todo, mucha cultura. Lo que se decía un gitano de mundo.

― El marqués planeó que tras el arresto, los gitanos deberían ser separados en dos grupos: todos los hombres mayores de siete años en uno, y las mujeres y los menores de siete años en otro. ¡O sea, que no se salvaba nadie! Los hombres serían enviados a trabajos forzados en los arsenales de la Marina, en Cartagena y El Ferrol, y las mujeres ingresadas en cárceles, en Málaga y Zaragoza, o bien enviados a trabajar en las fábricas textiles de Valencia. También se pensaba surtir de mano de obra barata las minas de Almadén, o las del norte de África. Las mujeres tejerían, los niños trabajarían en las fábricas, mientras los hombres reventarían en los arsenales, que necesitaban mano de obra para modernizar la flota española. ¡Gracias a Dios, las galeras habían sido abolidas el año anterior, en 1748! ¡Tenían pensado separar a las familias y así impedir el nacimiento de nuevos gitanos! ¡Eso se llama genocidio hoy!

El traslado se haría de inmediato, y no se detendría hasta llegar a destino, quedando todo enfermo bajo vigilancia militar mientras se recuperaba, para así no retrasar al grupo. ¿Acaso era una nueva forma de decir que el enfermo sería eliminado en cuanto se quedaran a solas? El colmo de la hipocresía fue que la operación se financiaría con nuestros bienes confiscados y subastados, para pagar la manutención durante el traslado, así como el alquiler de carretas y barcos para el viaje. Las instrucciones fueron muy puntillosas en ese sentido y establecían que, de no bastar ese dinero, el propio Rey correría con los gastos.

Cristo, al igual que sus primos estaba fascinado y atrapado por la historia y por las rudas imprecaciones del patriarca. ¿Cómo era posible que nadie supiera nada de todo ello? ¿Es que no se daba nada de eso en la escuela? Sin embargo, a pesar de su propia indignación, se hizo la firme promesa de asegurarse de que la historia fuera cierta y no una invención del patriarca. Pero, a pesar del profundo odio del anciano por los cuerpos policiales españoles, resultó que cada dato histórico había sucedido, tal y como se contaba.

― Entre nueve mil y doce mil gitanos fueron detenidos, muchos más de lo que ellos mismos pensaron. Sin duda, en aquel tiempo, las matemáticas no eran el fuerte de los militares y los asesores – dijo el patriarca con una sonrisa. – El caso es que empezaron a no saber donde meter tanto gitano. Por otra parte, la sutileza tampoco era una virtud ensayada por las tropas españolas. En Sevilla, una de las ciudades donde más gitanos se habían asentado, unas 130 familias, se creó un verdadero pánico cuando algún astuto oficial ordenó cerrar las puertas de la ciudad para que el ejército rodeara la población. Hasta los joyeros del puente de Triana se cagaron, seguro. Desgraciadamente, el arresto de nuestra gente dio lugar a disturbios que se saldaron con al menos tres fugitivos muertos, y docenas de heridos entre la población inocente. En otros lugares, los propios calós se presentaron voluntariamente ante los corregidores, creyendo tal vez que todo era un malentendido relacionado con su reciente reasentamiento.

― Pápa, ¿cómo les daban de comer a todos esos detenidos? – preguntó Cristo, dejando que su mente hiciera malabarismos con la intendencia.

― Pos que el meticuloso plan que el marqués y sus consejeros idiotas idearon se fue a la mierda, ¿qué te crees? Todo lo que habían planeado se vio muy pronto superado por el caos y la imposibilidad de llevar a cabo las órdenes de traslado y alojamiento. Como tenían que solucionar las cosas sobre la marcha, se reunió a los gitanos en castillos y alcazabas, e incluso se vaciaron y cercaron barrios de algunas ciudades para alojar a los deportados, tal y como se hizo en Málaga. Ya podéis imaginar la gracia que les hizo a los vecinos. ¡Que te echen de tu casa para instalar provisionalmente unos detenidos gitanos!

Los jovencitos se echaron a reír con las palabras del maduro patriarca. Pápa Diego era un hombre cabal y, a pesar de que sentía aquella injusticia como algo propio, escupió al suelo alguna hebra de tabaco, antes de decir:

― Hay que reconocer que no todos los payos se portaron malamente. Según la documentación conservada y los testimonios, hubo de todo entre ellos, desde la colaboración y la denuncia hasta la petición de misericordia al Rey por parte de ciudadanos «respetables», como sucedió en Sevilla y en Cádiz. Esto demuestra que, como ahora, podemos integrarnos en su sociedad, si nos lo proponemos.

Pero, gracias a la Macarena, el listo del marqués nos dio la posibilidad de buscar rendijas por donde escabullirnos. Su primer fallo fue no querer decirnos a la cara nuestra condición de raza: gitanos. ¡Somos gitanos, calós, romaní! Pero es como si a los payos les diera vergüenza pronunciar esa palabra.

En las instrucciones enviadas no se mencionaba, en ningún momento, a los «gitanos», pues esa palabra estaba prohibida en público desde ciertos asuntos anteriores, en virtud de los hipócritas ideales de la Ilustración –gracias sean dadas a los franceses. Eso permitió a algunos corregidores ordenar que no se molestara a determinadas familias por estar muy arraigadas en el vecindario y tener un oficio conocido. Así mismo, no se detuvo a las mujeres gitanas casadas con un no gitano, apelándose al fuero del marido. Sin embargo, los gitanos casados con payas sí fueron deportados junto con sus mujeres e hijos, por consejo del clero. ¡Malditos sean los curas con sotana!

El mandato disponía la horca para los fugados, si bien parece que las autoridades locales se negaron a cumplir esa orden, en parte por considerarla injustificada, y, más tarde, al ver la cantidad de recusaciones que les llegaban.

Cristo, al igual que sus compañeros, dejó escapar un suspiro de alivio, al saber que muchos gitanos se habían librado de aquella suerte. Más tarde, comprendería que los niños son el público más volátil que existe, eso bien lo sabía el patriarca, y los exprimía cuanto podía.

― El marqués de la Ensenada intentó tomar una decisión sobre qué hacer con todos los arrestados. Se barajaron posibilidades tales como una deportación masiva a América, su dispersión en los presidios, o su empleo en las grandes obras públicas. Pero empezaban a llover los recursos y pleitos que desbaratarían gran parte del plan. Como ya he dicho, no existía una noción clara y determinante de quién era gitano y quién no, de manera que muchos gitanos asentados desde hacía generaciones vieron revisados sus casos, en ocasiones por iniciativa propia, otras veces al ser defendidos por sus vecinos, y en la mayoría mediante procedimientos secretos de las propias autoridades, con el fin de comprobar su grado de integración. Por otro lado, los consejeros del Rey descubrieron, por fin, que los gitanos arrestados eran, en su mayoría, familias sedentarizadas, muy fusionadas con la sociedad y bastante valiosas para las economías locales, mientras que los sujetos más conflictivos, a sus ojos, aún continuaban sueltos. En octubre de 1749, el gobierno presentó una nueva orden, en un intento de hacer entender a sus propios oficiales que se estaba deteniendo a los gitanos equivocados. Pero esto, sin una explicación veraz y abierta, añadió aún más confusión a las órdenes repartidas con tanto secretismo. De hecho, entre 1751 y 1755, aún se enviaban a gitanos a las cárceles, y, al mismo tiempo, se liberaban otros. La confusión era total, pues había localidades en las que se detenía a los gitanos, y otras en las que se les soltaba.

Y ahora, os pregunto, ¿Cómo no nos íbamos a distanciar de los castellanos después de ese follón? No podíamos fiarnos de nadie, si tu vecino te denunciaba, y los curas te negaban el auxilio. Nos habíamos esforzado en convivir con los payos y nos lo pagaban así, arrestándonos como criminales.

Siempre hemos sido astutos, lo sabemos. Somos supervivientes, y muy pronto, el personal militar encargado de custodiar a los arrestados lo descubrió para desgracia suya. Los gitanos detenidos creaban verdaderos quebraderos de cabeza a sus carceleros y apenas servían para los trabajos de los arsenales -¿desde cuando has visto a un gitano dar el callo y más sin que le paguen?, bromeó-.

Esto aceleró la liberación de muchos presos y contribuyó a más caos aún, ya que la mayoría de apellidos y nombres eran comunes. Heredia, Jiménez, Cortés, Amaya, y Fernández, por todas partes, dando lugar a múltiples confusiones. A eso, se sumó el hecho de que los liberados debían recuperar sus bienes ya subastados, lo que convirtió el proceso en un problema jurídico y económico para muchas localidades. Por otro lado, la liberación dividió a los gitanos en dos grupos para los payos: los «buenos» y los «malos», un precepto que sigue existiendo, hoy en día. Aquellos que quedaron presos se resignaron o se resistieron, y hubo intentos de evasión. A los cuatro años de internamiento, muchos gitanos volvieron a reclamar su libertad, amparándose en que esa era la pena para los vagabundos y pedigüeños normalmente, y que ya la habían cumplido. El asunto se fue dilatando en Madrid, pese a las protestas de los militares que se quejaban del coste económico que suponía tener a su cargo a los prisioneros, o de los vecinos y corregidores. Desdela Corte se dieron instrucciones para que no se admitieran más recursos ni liberaciones. Pese a todo, algunos arsenales, por su cuenta, e irregularmente, pusieron en libertad a varios contingentes de gitanos en 1762 y 1763. Estos sucesos, y el revuelo que causaría entre los mandos del ejército, provocaron el indulto final.

Cristo, al escuchar aquellas palabras, se emocionó y palmeó la espalda de su primo, sentado a su lado. ¡Que aventura!

― En 1763 se notificó a los gitanos, por orden del rey – que ya era otro, Carlos III, el inútil (en aquel tiempo duraban poco los reyes, y menos en España)-, que iban a ser puestos en libertad, pero antes tenían que resolver el problema de su reubicación. ¿Reubicación? Nadie sabía qué quería decir eso. ¿Les iban a devolver sus casas, sus chabolas, o sus carros? ¿Los iban a poner a todos juntos en una ciudad? ¿Los iban a echar del país? Además, los consejeros del rey decidieron que, junto al indulto, debería reformarse de nuevo toda la legislación sobre los gitanos. Esto supuso un atasco burocrático de dos años más, para desesperación de los nuestros aún presos. El 6 de junio de 1765, dieciséis años después dela Redada, la secretaría de Marina emitió la orden de liberar a todos los presos. Sin embargo, sé perfectamente que aún en 1783, treinta y cuatro años después de la redada, se liberaron algunos gitanos en Cádiz y en Ferrol. Sin embargo, como siempre, los payos trataron de quitarse la mosca de los cojones. Muy irónicamente, cuando en 1772 se sometió a deliberación una nueva legislación sobre gitanos, en el preámbulo se mencionala Redadade 1749. Carlos III solicitó que fuera retirada esa mención, alegando que “hace poco honor a la memoria de mi hermano”, refiriéndose a Fernando VI. ¡Como si no hubiera pasado nada!

Cristo y sus primos estallaron en aplausos y silbidos, como si asistieran al final de una película. Pero pápa Diego no había terminado, ni mucho menos. Eso era la historia pública, algo que se podía encontrar en cualquier biblioteca y que sabía cualquier historiador. Aún quedaba un punto negro y oscuro, oculto entre los entresijos de la burocracia del reino.

― Al igual que los gitanos no ganaron demasiada confianza ante los payos a raíz de aquella persecución, también avivamos inquina y resentimiento entre las autoridades – dijo el pápa, con un suspiro. – Muchos oficiales y altos cargos del ejército nos culpaban de aquel estropicio que acabó con vergüenza para ellos. Así mismo, varios sectores del vulgo se habían enriquecido con nuestra desgracia y pedían protección a las autoridades ante nuestras justas peticiones, que se fueron convirtiendo en amenazas al no conseguir nada en claro. Muchísimos gitanos lo perdieron todo y tuvieron que tirarse al monte, convirtiéndose en forajidos y bandoleros. Esto sirvió de excusa para que ricos hacendados, con la colaboración de gobernadores y ciertas localidades, crearan cuerpos de vigilancia civiles, entrenados por el ejército.

Los más antiguos de estos cuerpos son quizás la Santa Hermandad de Toledo, y el Somatén de Cataluña, pero otros fueron creados justo en aquellos años, como los miñones de Valencia o los escopeteros en Andalucía. Voluntarios civiles, armados y pagados por consejos locales, dirigidos por nobles, caciques hacendados y políticos.

No es nada difícil imaginar contra quienes arremeterían, ¿no? Por eso mismo, la noche de Pentecostés pasó de ser una liturgia a una reunión secreta, un cónclave gitano que trataba de organizarnos a todos para poder enfrentarnos a estas persecuciones bajo palio. Tuvimos la suerte que estos grupos civiles resultaron ser más pillos y ladrones que los propios forajidos y acabaron siendo disueltos como cuerpos armados. Sin embargo, todo esto sirvió como campo de prueba para un nuevo cuerpo que se crearía setenta años después del indulto:la Guardia Civil.

Los chicos se estremecieron al escuchar tan fatídico nombre, todo un anatema en la comunidad gitana.

― No os gusta ese nombre, ¿verdad? Esa repulsa está en nuestra sangre, en nuestros genes. Aún sin conocer la VerdaderaHistoria, sentís el desprecio subir hasta vuestra garganta – los jóvenes gitanos asintieron. – Hoy conoceréis de donde procede ese odio que nos profesamos mutuamente, los picoletos y los gitanos. Para ello, debo hablaros de un gitano muy particular. Se llamaba Dionisio Reyes.

La Hermandad de la Luna, por aquel entonces, ya había pasado de ser una simple reunión clandestina a una logia que englobaba miles de miembros. Cada patriarca organizaba su logia, y todas las comunidades estaban en contacto, por muy pequeñas que fuesen. Se buscaba ayudar, de cualquier manera, a cuantos gitanos quedaron desposeídos tras la Gran Redada. Se tomaban acuerdos y se vetaban propuestas, siempre en la más completa clandestinidad. Dionisio Reyes era uno de los jóvenes correos entre los clanes gitanos de Madrid, Toledo y Aranjuez (en aquel tiempo no existía otra forma de comunicarse, más que por carta). Hijo menor de un patriarca, tenía diecisiete años y trabajaba como mozo de cuadra para el duque de Ahumada. Dionisio era un gitano bien plantado, de sangre vigorosa y sonrisa fácil, que empezaba a descollar entre sus compañeros y a llamar la atención de las mujeres.

En contra de los consejos de su padre, Dionisio quiso entrar al servicio del Duque como mozo de cuadra –única labor posible para un gitano al servicio de un noble- para así disponer de los caballos para llevar sus correos. Con la excusa de pasearlos y domarlos, podía entregar mensajes con toda urgencia, sin levantar sospechas. Quizás fue el infortunio, o bien un mal de ojo, pero el destino hizo que la hija mediana del duque, Carmen María Belén Dolorosa Viviana, se fijase en él y, asombrosamente, él en ella. Según se cuenta, fue amor a primera vista. La duquesita, una hermosa chiquilla de quince años, no dejaba de remolonear por las cuadras, interesándose, por primera vez en su corta vida en caballos y sillas, y pretendiendo disponer de la atención personal de Dionisio.

Cristina suspiró ante la pincelada romántica. Tenía la misma edad que la duquesita y, seguramente como ella, muchos pajaritos en la cabeza.

― Tanto juego y atención no tardaron en tentar a Dionisio y ambos acabaron declarándose amor incondicional sobre el heno, lo cual solo funcionó mientras estuvieron a solas en las caballerizas, por supuesto. Cuando Francisco Javier Girón y Ezpeleta, segundo duque de Ahumada y quinto marqués de Las Amarillas, se enteró de tal atropello, la cosa no fue nada bien. Para colmo, Carmen María también confesó estar encinta, en un intento de salvar a su amor. Se lió parda la cosa.

El duque envió a su hija al convento de Nuestra Señora de la Anunciación, con las Carmelitas penitentes, para que fuera recluida hasta tener el vástago. El duque aún no sabía que hacer con ese futuro nieto, pero tenía por seguro que no sería admitirle en la familia. En cuanto a Dionisio, tras una severa amonestación, osease, somanta de palos, se le obligó a dejar Madrid con la amenaza de acusarle de robo si pretendía volver y molestar.

Dionisio juró vengarse del duque y tomar lo que era suyo. Un mes más tarde, alguien ayudó a Carmen María a huir del convento en el que estaba recluida. Se sabe que Dionisio se instaló con el clan Cortéz, en Toledo, junto con la duquesita, quien tuvo un hijo al que puso el nombre de Ismael.

Como en una auténtica novela narrada, los chicos sonrieron, alegrándose por el protagonista. Había salvado a su chica y a su hijo y estaba a salvo en un clan caló. Pero pronto aprenderían que la vida no es una novela.

― El duque removió cielo y tierra, buscando a su hija y a su retoño, pero no los encontró. Al cabo de unos meses, alguien entró en su mansión y robó todas las joyas de su esposa Nicolasa, por un valor de varios cientos de escudos de oro. Descartados los criados y sirvientes, el duque sospechó de alguien que conociera la casa y los movimientos del servicio. La respuesta era evidente: Dionisio. Se ofreció una fuerte recompensa por su persona, lo que llevó a que alguien traicionase a Dionisio. El capitán Héctor Quintana y Urquijo, ayudante personal del duque, fue enviado a arrestarle, junto con un pelotón de soldados. Dionisio se atrincheró en la herrería que había abierto recientemente y los soldados le pegaron fuego, iniciando un enfrentamiento con todo el clan Cortéz, que acabó con la muerte de varios gitanos y varios heridos entre los soldados. Uno de ellos, el propio capitán, sufrió una profunda herida de bayoneta en el vientre que le llevó a la muerte una semana después. Sin embargo, Dionisio consiguió huir, junto con su esposa e hijo, pues Carmen María y él se habían casado por el rito caló. Tal desenlace resultó ser un mazazo para el duque, quien apreciaba como a un hijo a su ayudante. El noble entró en varias fases de depresión y furia, en las que ordenó la búsqueda sistemática de los huidos y desheredó totalmente a su hija.

Todo este asunto atrajo la atención del ministro de la Gobernación, el marqués de Peñaflorida, sobre el duque de Ahumada y su voluntad determinante.

Hay que decir que en esas fechas, los caminos rurales de España eran muy peligrosos, al finalizar la Guerra Carlista. El marqués de Peñaflorida dispuso, el 28 de marzo de 1844, que se creara una fuerza armada de Infantería y Caballería, al estilo de la gendarmería europea. El 2 de mayo de ese mismo año, el mariscal de campo Ramón María Narváez encargó su organización al duque de Ahumada, Francisco Javier Girón y Ezpeleta Las Casas y Enrile, quien ostentaba entonces el cargo de Inspector General Militar.

Sin embargo, la frustración y cabreo monumental del duque de Ahumada alteró los preceptos iniciales del Real Decreto: “… a proteger eficazmente las personas y propiedades” quedó más bien en “fuerza represiva contra maleantes, crápulas, contrabandistas, y, sobre todo, gitanos”. Por ello, recomendó cubrir la plantilla paulatina y selectivamente, para garantizar la lealtad y excelencia del personal. O sea, que quería escoger personalmente a sus hombres. Él mismo dijo: “…servirán más y ofrecerán más garantías de orden cinco mil hombres buenos que quince mil, no malos, sino medianos que fueran”.

De esta forma, el Duque elaboró informes y sugirió cambios en la fuerza que debía organizar, así como abogó por una mayor renumeración de los nuevos guardias, para tenerles contentos y dispuestos. De esta forma, se aseguró de que sus fuerzas le estuvieran agradecidas y dispuestas totalmente a sus órdenes.

El 1 de septiembre de 1844, tuvo lugar la presentación oficial del Cuerpo con una parada militar, en las proximidades de la plaza de Atocha, ante las autoridades donde mil quinientos guardias de Infantería y trescientos setenta de Caballería desfilaron, presentando un original sombrero de tres picos de origen francés: el maldito tricornio – pápa Diego escupió al suelo instintivamente. — Así mismo, el Duque terminó elaborando un reglamento interno diferenciado al nuevo Cuerpo de otros, incluido el ejército. Lo denominó la “Cartilla del Guardia Civil”. La presentó el 20 de diciembre de 1845, escrita de su propia mano, estableciendo un código que pretendía dotar al personal de un alto concepto moral, del sentido de la honradez y de la seriedad en el servicio, así como de unas directrices a mantener. Su máxima: “el honor es la principal divisa del guardia civil; debe, por consiguiente, conservarlo sin mancha. Una vez perdido, no se recobra jamás.” Bonitas palabras. Pero la “Cartilla” no solo creaba la figura del comandante de puesto, algo peculiar y moderno, sino que disponía cómo tratar ciertos elementos peligrosos de la sociedad, y hacía especial hincapié en vigilar los gitanos.

Cuando el Duque buscó un nuevo ayudante, el teniente Emiliano Machado Gálvez, este tomó en toda confianza un escribano como ayuda de despacho. Ricardo Castillo Guillén, el escribano, resultó ser una magnífica fuente de información, pues siempre andaba zalamero con mozas y fulanas. La Hermandad pronto le surtió de ardientes amantes que le sonsacaban cuantos escritos, despachos y decretos pasaban por el despacho del Duque.

Así que cuando quedaron dispuestas las diversas competencias de la Guardia Civil, tal y como pretendía el Duque: sobre armas y explosivos; el contrabando y estraperlo; la vigilancia del tráfico, tránsito y transporte en las vías públicas; la custodia de vías de comunicación terrestre, costas, fronteras, puertos, y centros que se requirieran; velar por la conservación de la naturaleza, de los ríos y bosques, y, finalmente, la conducción interurbana de presos y detenidos, la Hermandad lo supo enseguida.

El 10 de octubre, cumpleaños de la reina Isabel II, y con ocasión de la constitución de las Cortes Generales, el Cuerpo de la Guardia Civil realizó su primer servicio, cubriendo la carrera de la comitiva real desde Palacio hasta las Cortes. Su primera intervención tuvo lugar en Navalcarnero, el 12 de septiembre de 1844, al evitar el asalto de la diligencia de Extremadura por una banda de forajidos gitanos, de los cuales dos murieron en el enfrentamiento. Ya se había iniciado la venganza del Duque de Ahumada contra los romaní.

Pero el Cuerpo no nació en una época esplendorosa para él, por lo que su atención se vio atraída en otros frentes, por suerte. En ese periodo, sucedieronla Segunda yla Tercera Guerra Carlista, con fuertes guerras de guerrillas y su posterior evolución a bandolerismo. Sin embargo, el Duque había previsto escenarios parecidos en su “Cartilla” y supieron enfrentarse a tales problemas. Con el salvamento de los súbditos ingleses que navegaban en la goleta Mary, naufragada frente a las costas de Sanlúcar de Barrameda, o bien su asistencia a los afectados de la epidemia de cólera, en Castellón, fueron consiguiendo el reconocimiento de la población. Pero fue en la lucha contra el bandolerismo donde ganaron más batallas, defendiendo caminos y vías, y escoltando carruajes. En 1849, el conocido bandolero “Curro” Jiménez, gitano de Cantillana, pereció en un enfrentamiento conla Guardia Civil. Otros gitanos famosos como el Tempranillo, Luis Candelas, y otros, dejaron de ser una amenaza para la seguridad de bienes y personas, siempre segúnla Benemérita, claro. Nunca hablaron de los bienes requisados a sus familias, ni de las jóvenes gitanas violadas, ni de los brutales interrogatorios para hacer confesar algunos familiares e íntimos. Sin embargo, el Cuerpo se llevó la medalla, y el fenómeno del bandolerismo, aunque perduró algunos años más, se consideró erradicado a finales del siglo XIX.

― Pápa Diego… ¿qué pasó con Dionisio? – preguntó Abel, con curiosidad.

― Se cuenta que salió de España rumbo a Italia y se instaló en Sicilia. Uno de los tenientes sicilianos de Garibaldi se llamaba Reyes y tenía procedencia española. ¿Quién sabe? En 1870 hubo un capo destacado, de apellido Reyes, al norte de Palermo. ¿Dionisio? ¿Un hijo? No se sabe. Dionisio y la hija del duque desaparecieron para siempre. Sin embargo, el legado del primer intendente general de la Guardia Civilsiguió abriéndose camino en la sociedad española, durante una época de gran inestabilidad política. En menos de treinta años, hubo tres elecciones y siete gobiernos distintos, con pronunciamientos, disensiones políticas como la RevoluciónCantonalde 1873, la Guerrade los Diez Años en Cuba, la TerceraGuerraCarlista… Con todo ello, la GuardiaCivilasentó su poder y se convirtió en una institución imprescindible en la que se apoyaron los diferentes gobiernos. Sus tricornios eran temidos cuando se les veía a lomos de los caballos por los caminos. Todos esos embrollos y alzamientos producían nuevos bandoleros y exaltados, que no hacían más que alimentar la maquinaria de la Beneméritay obsequiarle con medallas al mérito y eficacia. Numerosos grupos de excombatientes y delincuentes desesperados, que pululaban por el vacío de poder que se ocasionaba con cada rebelión y cambio de gobierno, fueron atrapados, encarcelados y ejecutados, con mano de hierro.

La Hermandad de la Luna poco podía hacer, más que advertir, avisar, y esconder fugitivos gitanos. Pero, finalmente, la logia decidió frenar la escalada del Cuerpo, minar un tanto su poder, y así pasamos a la acción. Bueno, en realidad, actuamos en defensa propia, pues su avance era imparable.

El Gobierno Provisional de Prim dio nuevas competencias a la Guardia Civil, aumentando su alcance. Más tarde, con la Monarquía Constitucional de Amadeo I, se llevó a cabo una reforma orgánica en 1871, distribuyendo los efectivos más eficientemente en el país, potenciando así el despliegue en las provincias más afectadas por los bandoleros y protegiendo comunicaciones vitales para los contrabandistas.

Afortunadamente, un par de años después, la política volvió a convulsionarse con la abdicación de Amadeo I y la proclamación de la Primera República. Los disturbios ocasionados no dieron respiro a los guardias civiles, lo que nos permitió campar de nuevo a nuestras anchas. Claro que esto tampoco duraría mucho. Por entonces, España estaba perdiendo su hegemonía en el mar, pasando definitivamente su poder al Reino Unido, y sus posesiones americanas se difuminaban.

En 1874, se produjo el pronunciamiento del general Martínez Campos, que trajo, de nuevo, la restauración monárquica y el inicio del reinado de Alfonso XII. En 1878, se publicó la Ley Constitutiva del Ejército, por la que la Guardia Civil pasó a integrarse como un Cuerpo auxiliar militar. La actuación de la Guardia Civil estaba sometida a la jurisdicción militar, lo que supuso un endurecimiento de sus funciones. Ya no hacía falta agredir a un Guardia Civil para acabar en la horca, sino que el simple insulto a cualquiera de ellos representaba la cárcel.

Con la Revolución Industrial y el nacimiento del ferrocarril, posible gracias a que la Guardia Civil mantenía el orden en el ámbito rural, ésta asumió, a nivel nacional, el servicio de escoltas en los trenes de viajeros a partir de 1886.

Por supuesto, la Hermandad se vio obligada a aprovechar también la industrialización. No podíamos quedarnos atrás. Los caminos y los campos nos habían sido negados, así que florecimos cerca de las fábricas, donde surgia una clase obrera organizada en la que poder influir y así aumentar los conflictos sociales. No solo servían para mantener la atención del Cuerpo, nuestro abierto y declarado enemigo, lejos de nosotros, sino que hacíamos dinero con aquellos conflictos. Armas, explosivos, opio, artículos de lujo, medicinas,… todo ello era requerido por una sociedad que empezaba a consumir cada vez más. Sin embargo, no tuvimos absolutamente nada que ver con las acciones del terrorismo anarquista, como la bomba del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, en 1893, y otra serie de atentados. Con paciencia y palabras bien colocadas, conseguimos que los españoles empezaran a ver a la Guardia Civil frecuentemente utilizada por los distintos gobiernos para acallar las alteraciones del orden público, o sea revueltas de obreros y campesinos que reclamaban un poco más de pan.

Por aquel entonces, se consiguió minar bastante el buen nombre y la imagen del Cuerpo. Sin embargo, después del desastre del 98, la pérdida de las posesiones de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en la guerra contra los EE.UU., que originó la disolución de los Tercios del Cuerpo allí destacados, aquellos excedentes se incorporaron a la plantilla de las metrópolis. Este aumento de hombres permitió a los altos mandos reorganizar la Guardia Civil, con la creación de la Comandancia de Canarias, las Secciones de Ceuta y Melilla, y un incremento del número de Puestos. ¡Fue como ver brotar setas tras la época de lluvias!

En 1902, al cumplir los dieciséis años, Alfonso XIII fue declarado mayor de edad y proclamado rey de España tras la regencia de su madre María Cristina. ¡Un niño rey, no te jode! Su reinado, que se prolongó hasta 1931, sin embargo, resultó relativamente estable y con un fuerte crecimiento demográfico e industrial, sin duda a causa de la neutralidad española en la I Guerra Mundial. Sin embargo, aún tratándose de un etapa relativamente tranquila, existieron serios problemas de fondo, que, claro está, nos encargamos de usar y fomentar: un incipiente independentismo; malas condiciones de vida y trabajo, con campesinos y obreros influidos por la Revolución Rusa de 1917; el eterno caciquismo, y, la Guerra del Rif en Marruecos.

En 1909, la cosa se puso fea. Se produjeron unos altercados en Marruecos con unos trabajadores de las obras de construcción de una línea de ferrocarril, y el gobierno llamó a filas a los reservistas. La noticia de las numerosas bajas españolas producidas en el Protectorado, junto al hecho de que se pudiera comprar la exención del ingreso a filas –sin duda solo para los ricos, claro-, detonaron la convocatoria de una huelga general que, en Barcelona, culminó en la llamada Semana Trágica. Cuando se vinieron a dar cuenta, los convocantes y las autoridades habían perdido el control sobre la huelga y la enfurecida masa de obreros y ciudadanos que salieron a protestar. Creo que aquel fue un buen trabajo de la Hermandad, aunque el descontento ya estaba sembrado. Se produjeron desórdenes, incendios de iglesias y conventos, y pillaje, desatándose un auténtico motín popular. Las autoridades declararon el estado de guerra y restauraron el orden con, al principio, setecientos guardias civiles, reforzados, más tarde, con más efectivos del Cuerpo. De esa manera, se logró sofocar la revuelta, no sin un gran coste de vidas y una pésima publicidad para la Guardia Civil, tachada ahora de represora y asesina.

Como os he dicho, en el protectorado marroquí venían produciéndose incidentes desde antiguo. Con el ejército español cada vez más comprometido en la contención de la resistencia, en 1921, se produjo el Desastre de Annual: una derrota aplastante ante el ejército del Rif y una retirada desordenada, con numerosas bajas españolas, que puso en peligro la propia Melilla. La sociedad española, convenientemente aconsejada por nosotros, claro, no comprendía la conveniencia de una guerra sangrienta y costosa en un territorio de gran pobreza y que solo se hacía por mera cuestión de prestigio. Como esperábamos, se produjo un aumento de la violencia callejera y, por lo tanto, los desórdenes que culminarían en el asesinato del Presidente del Gobierno D. Eduardo Dato por tres militantes anarquistas en la Puerta de Alcalá de Madrid. vuelvo a repetir que fue algo totalmente ajeno a nosotros. Estas circunstancias indujeron al golpe de estado del Capitán General de Cataluña D. Miguel Primo de Rivera, respaldado por el propio Rey. Durante la dictadura de Primo de Rivera se pondría fin a la guerra de Marruecos con el desembarco de Alhucemas, en 1925.

A pesar de toda nuestra oposición, la Guardia Civil siguió adaptándose a los cambios sociales y políticos mediante una sustancial mejora de sus efectivos e importantes reformas: mayor número de Zonas y de generales para cubrirlas, así como la creación de su Primera Academia Especial del Cuerpo, para la formación de oficiales, que se ubicó en el Colegio Infanta María Teresa de Madrid. Tras la graduación de su primera promoción, se cerró y se volvió a abrir, dos años después, en Valdemoro. Debo decir que, a pesar de haberlo intentado, ningún gitano se ha graduado como oficial.

Tras la dimisión del general Miguel Primo de Rivera, en enero de 1930, el Rey convocó una ronda de elecciones que debían servir para recuperar la legitimidad democrática. Sin embargo, los republicanos triunfaron en 41 capitales de provincia y el 14 de abril se proclamó la República. Alfonso XIII abandonó España, camino del exilio en Roma, donde falleció once años después, tras abdicar en su hijo Don Juan de Borbón.

La Segunda República no fue mejor ni peor para la Hermandad. En 1929, se produjo la grave crisis económica mundial conocida como la Gran Depresión, que se prolongó hasta la Segunda Guerra Mundial. Estos años fueron un buen caldo de cultivo para los intereses de la Hermandad. Veamos algunos ejemplos…

El 31 de diciembre de 1931, en Castilblanco, Badajoz, el alcalde requirió al Puesto de la Guardia Civil, formado por un cabo y tres guardias, para que disolvieran una manifestación que se desarrollaba en el pueblo. Cuando el cabo se dirigió a los manifestantes, fue atacado. Al intentar repeler la agresión, resultó apuñalado por un vecino, un gitano cumpliendo órdenes de la Hermandad. Un guardia abrió fuego pero la multitud derribó y desarmó a los tres, que resultaron muertos con sus propias armas. El 5 de enero siguiente, en Arnedo, La Rioja, tras una prolongada huelga, la Guardia Civil intervino en una manifestación. Al acometerla y sin duda pesando aún los hechos de Castilblanco de la semana anterior, los guardias abrieron fuego, ocasionando la muerte de once manifestantes y heridas a otros veinte.

Tras los sucesos de Arnedo, se produjo el cese del general Sanjurjo como Director General del Cuerpo, al que sustituyó el general Cabanellas, el 3 de julio de 1932. En agosto, el general Sanjurjo se alzó infructuosamente contra el gobierno de la Segunda República, con el apoyo de ciertas unidades del Ejército y de la Guardia Civil. Como podéis ver, el coronel Tejero copió la estrategia de un antecesor, además con el mismo resultado. Recordad el dicho: “El que no vale, pa Guardia Civil.”

Pese a todo, los desórdenes en ciudades y campos continuaban. Otro ejemplo de ello, fueron los sucesos del pueblo de Casas Viejas, en Cádiz, donde tras una insurrección huelguista de tres semanas de duración en toda España, se declaró por parte de la CNT, bien aconsejada por un sindicalista de la Hermandad, el “comunismo libertario”, el 10 de enero de 1933. Los anarquistas atacaron el cuartel de la Guardia Civil, donde se encontraban un sargento y tres guardias, hiriendo de muerte al sargento y a uno de los agentes. El Gobierno envió fuerzas de la Guardia de Asalto desde Madrid, para reprimir la sublevación. Estas fuerzas, vencida la resistencia, prendieron fuego a la casa donde se refugiaron algunos de los participantes de la rebelión, falleciendo siete personas. La acción terminó con la ejecución sumarísima de una docena de vecinos detenidos en el municipio. Como resultado, el capitán Rojas, jefe de la compañía de la Guardia de Asalto que estaba a cargo de la operación, fue objeto de una severa condena judicial. Sin embargo, la crisis fue el pretexto para una ofensiva política de la oposición que culminó con la destitución del jefe del Gobierno, Don Manuel Azaña. En resumen, este era el clima en que la Hermandad mediaba y conspiraba. Los sucesos de Casas Viejas, Castilblanco y Arnedo, entre otros muchos, revelaban claramente que el Gobierno de la república no tenía otra alternativa que emplear a la Guardia Civil como fuerza represora. Esto tuvo un alto coste en el Cuerpo, tanto en vidas como en el distanciamiento y pérdida de estima de la población, que es lo que buscábamos.

En 1934 con un gobierno nuevo surgido de las elecciones de noviembre del año anterior, estalla la Revolución de Octubre; movimiento huelguístico revolucionario que se produjo entre los días 5 y 19 de octubre. En Madrid los huelguistas intentaron el asalto a la Presidencia del Gobierno. En el País Vasco se ocuparon las zonas mineras e industriales hasta el día 12, cuando la intervención del Ejército sofocó la revolución con un saldo de al menos 40 muertos. En Barcelona, el gobierno de la Generalitat presidido por Lluís Companys, proclamó el Estado Catalán dentro de una República Federal Española (bueno, los catalanes son así, que vamos a hacer). En Asturias, donde los mineros disponían de armas y dinamita y la revolución estaba bien organizada, se proclamó la República Socialista Asturiana.

En esta última, con la intervención de la Legión y los Regulares del Ejército de África, se consiguió sofocar la insurrección el 19 de octubre. La Guardia Civil pagó un alto precio ya que desde el principio sufrió el ataque a sus puestos. Al caer la noche del día 5, más de veinte cuarteles del Cuerpo habían caído en poder de los sublevados y 98 casas cuartel estaban destruidas. Aquel fue un magnífico trabajo de los clanes Amaya, Vinuz, y Fernández, y los gitanos caídos en esos ataques son recordados aún. El 19 de octubre la Guardia Civil registraba más de 100 muertos, la mayor parte de los cuales pertenecían a la Compañía de Sama de Langreo que, formada por apenas sesenta guardias civiles a las órdenes del capitán Alonso Nart, se le fue la chaveta, defendiendo su posición durante más de treinta horas de asedio. Al final, forzado por la falta de agua, alimento y munición, el capitán Nart ordenó romper el cerco en una salida sorpresa y totalmente gilipollas a plena luz del día. Los revolucionarios, apostados en mejores posiciones, los fueron cazando como patos, abatidos uno a uno.

Sin embargo, el prestigio de la Guardia Civil salió reforzado y se le concedió la Corbata de la Orden de la República, así como muchas medallas póstumas a los caídos. En Cataluña, la Benemérita vuelve a depender del Ministerio de la Gobernación tras la desaparición del efímero Estado Catalán. El presidente de la Generalitat y sus altos dirigentes fueron detenidos, juzgados y condenados. Una lástima, la Hermandad había conseguido unos buenos contratos con ellos.

En 1936, la Guardia Civil se compone de unos 33.500 hombres que suponen una tercera parte de los efectivos del Ejército. Se trata de profesionales, conocedores del terreno y desplegados por todo el territorio nacional. Ya no era un juego enfrentarse al Cuerpo, pero el destino vino a jugar de nuevo con todos nosotros. Se declaró la Guerra Civil y la Benemérita fue de nuevo decisiva en este conflicto, pues la sublevación triunfó donde se sumó la Guardia Civil y fracasó donde ésta permaneció fiel a la República.

El Inspector General de la Guardia Civil, el general Pozas Perea, se mantuvo fiel al gobierno de la República e impartió instrucciones de mantenerse leales al poder legalmente constituido. La Guardia Civil quedó dividida en dos, del mismo modo que el conjunto de España. Por ejemplo, los guardias civiles sublevados en Albacete fueron asesinados y arrojados al mar por decenas en aguas de Cartagena, mientras que el coronel Escobar y el general Aranguren en Barcelona se mantuvieron fieles al gobierno de la República por lo que, finalizada la contienda, serían condenados y posteriormente fusilados.

En Asturias, el conjunto del Principado permaneció fiel a la República, a excepción de la capital. En Oviedo, el coronel Aranda, gobernador militar, se unió a la insurrección ante el requerimiento del general Mola, una vez que estuvo concentrada en la ciudad buena parte de los efectivos de la Guardia Civil. En la defensa del Alcázar de Toledo participaron 690 guardias civiles de la Comandancia, lo que suponía el sesenta por ciento de la guarnición.

En Andalucía, en los tres primeros meses de la guerra y sólo en Sevilla, Granada y Córdoba pierden la vida 712 guardias civiles, en su mayor parte defendiendo sus cuarteles. En Jaén, el capitán Reparaz, se une a la columna republicana del general Miaja consiguiendo agrupar a sus hombres y sus familias en el santuario de la Virgen de la Cabeza. Tras esto, se pasa al bando nacional y participa en la defensa de Córdoba. El santuario queda bajo las órdenes del capitán Cortés sosteniendo un largo asedio de nueve meses. El asedio finaliza el 1 de mayo de 1937, el mismo día en que el capitán Cortés es herido de muerte, y con tan solo 14 hombres en disposición de luchar. El capitán había hecho colgar un cartel con la leyenda “la Guardia Civil muere pero no se rinde”.

¡Gilipollas!

El recuento final de bajas del Cuerpo en ambos bandos arroja la reconfortante cifra de 2.714 muertos y 4.117 heridos, lo que supone el 20 % de sus efectivos iniciales. Se da la paradoja de que en los convulsos años treinta la Guardia Civil había soportado los ataques de los sectores sociales más proclives a la República y, sin embargo, más de la mitad de la plantilla de la Guardia Civil había servido en el bando republicano durante la guerra. Esto no era un gran mérito ante los vencedores, lo que ocasionó que el nuevo régimen mirase a la Guardia Civil con recelo, pues se la consideraba responsable del fracaso del golpe militar en las ciudades más importantes como Madrid, Barcelona y Valencia, hasta el punto de que el general Francisco Franco barajó la posibilidad de su disolución.

La Hermandad estaba exultante cuando se supo la intención de Franco. Al final, se tomó una decisión idiota y “salomónica”, el 15 de marzo de 1940 se promulgó una Ley que integraba el Cuerpo de Carabineros, al que se ponía fin tras 111 años de servicio ininterrumpido, en la Guardia Civil. De esta forma, se controlaba el Cuerpo, añadiendo oficiales y hombres leales. De nuevo fortalecido, el Cuerpo se ocupó de la guerrilla antifranquista, los “maquis”, como prueba de fuego. El fenómeno maquis tuvo un periodo de apogeo desde 1944, con la invasión del valle de Arán, hasta 1948. La Hermandad se encargó de suministrarles refugio y armas. Para la Guardia Civil, la lucha contra el maquis le supuso la pérdida de 627 hombres.

A partir de los años 50, con el aumento del tráfico rodado que se produjo como consecuencia del crecimiento económico, se encomendó a la Guardia Civil la vigilancia del tráfico y del transporte por carretera; un verdadero dolor de muelas para todos nosotros. Ahí fue donde empezó la especialización de la Guardia Civil y nuestro final como opositores en fuerza, pero no como enemigos.

Después, llegaron los guardias de Montaña, en los Pirineos; los de las Actividades subacuáticas; el Servicio Aéreo con sus helicópteros, y, con la amenaza terrorista, los TEDAX y GEDEX. En 1967, fuera totalmente de nuestras presiones y manejos, el independentismo radical vasco inició su actividad terrorista comenzando un ataque frontal contra la Guardia Civil, a la que convirtió en su objetivo prioritario.

En 1975, con la proclamación de Don Juan Carlos I Rey de España, cambian algunas competencias del Cuerpo. Se adscribe a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado conservando su naturaleza militar pero dejando de formar parte de las Fuerzas Armadas. Los distintos cuerpos policiales se reparten distintas funciones, tanto territorial como funcionalmente. Al Cuerpo Nacional de Policía, se le encomienda la seguridad en las capitales de provincia y otras grandes poblaciones. Del resto del territorio nacional, especialmente el ámbito rural, se ocupa la Guardia Civil, ratificando su responsabilidad sobre el tráfico y transporte, el resguardo fiscal del Estado y el control de armas y explosivos.

En su lucha contra el terrorismo, la Benemérita se enfrentó con organizaciones como el F.R.A.P., disuelto en 1978, el G.R.A.P.O., y diversos grupos independentistas catalanes, gallegos y canarios, así como grupos de extrema derecha (¡Joder! Ni que España fuera tan grande). Pero es ETA, la banda armada del separatismo vasco, la que despliega mayor actividad terrorista. La Guardia Civil es objetivo prioritario y tiene que emplearse a fondo, desarticulando comandos, desmantelando su cúpula en repetidas ocasiones y obteniendo notables éxitos, aunque también sufriendo el mayor número de víctimas. La Hermandad solo se limita a vigilar, sin participación activa. De todas formas, la persecución de gitanos ya no parece ser una prioridad para el Cuerpo, más allá de las normales causas criminales.

Como último coletazo del tonto orgullo de algunos oficiales enamorados de un pasado desgraciado y tiránico, el 23 de febrero de 1981, se produjo un intento de golpe de Estado. Estaba encabezado por altos mandos militares, con el apoyo de algunos oficiales de la Guardia Civil. Sin embargo, el golpe fracasó ante la absoluta falta de apoyos del resto de las Fuerzas Armadas y de la propia Guardia Civil.

¡Bueno, zagales! Ahora ya sabéis por qué nos odiamos mutuamente, pero ellos ya lo han olvidado, desde que el Duque de Ahumada desapareció, pero nosotros,la Hermandad, no ha olvidado.

― ¿Así que por ezo mismo, ningún gitano ze mete a picoleto, ni nos hablamos con ellos, ni ná?

― Exacto, Cristo.

― ¿Y de zalir con una picoleta tampoco? Mira que algunas están mu güenas…

Cristo prefirió callarse al ver como la mirada del pápa Diego se tornaba más furibunda. Mientras se ponían en pie, el chico pensó que era de tontos disponer de una organización tan compleja comola Hermandad y solo dedicarla a vigilar a los picoletos. Estos patriarcas estaban un poco paranoicos… él si que le daría nuevas metas ala Hermandad, si pudiera…

CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (08)” (POR ADRIANRELOAD)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2mmm uyyy antes de dormir otra vez yyyy seria capaz de aguantar tan deliciosas nalgas mmm uuuyyy y ese anito que me vuelve loco ufffff…no lo resisto….despues de recobrar fuerzas sera un agitado amanecer…. Version para imprimirEnviar este relato a un amigo/a
Sin títuloLlegamos al segundo piso y Mili aun sentía melosas y adoloridas sus intimidades, así que decidió volver a la ducha para limpiarse y refrescarse.

Te acompaño… me ofrecí diligentemente.

No, no, gracias… primero voy yo, después vas tu… me dijo desconfiada, poniéndome un alto con su mano en mi pecho.

La vi en su tortuoso camino a la ducha, parecía un poco escaldada luego de todas las penetraciones anales que le hice esa noche.

Solo tráeme una toalla limpia, pero la dejas en el colgador… me pidió.

Sonreí al escucharla… la entendía, Mili ya no quería correr riesgos. Teníamos que dejarnos de esos jueguitos sexuales, al menos por el momento, debíamos completar nuestro informe. Tampoco quería que Mili terminase hastiada del sexo anal y de la persona que se lo practicaba.

Fui al cuarto de lavado saque nuestra ropa de la secadora, tome la suya y una toalla y me dirigí al baño. Al escucharme cerró la llave del agua y deslizo la puerta de la ducha. Esta vez no me dejo ver todo su provocativo cuerpo, solo saco la cabeza y me estiro el brazo pidiéndome la toalla. Pensar que la misma chica que me tentó hace unas horas lucia ahora muy precavida, temerosa de otro encuentro sexual.

Espere a que terminara de secarse dentro de la ducha, para luego ingresar a bañarme, como habíamos acordado. Al fin salio, nuevamente con la toalla sobre sus senos, cubriéndola hasta debajo del pubis. Me ofrecí cortésmente a ayudarle a secarse.

No gracias… aléjate… me dijo con una expresión graciosa.

Esta bien… dije sonriendo y deje mi toalla.

Haz que se quede así… me dijo señalando mi pene que lucia tímidamente encogido.

Lo intentare, pero no lo provoques… respondí e ingrese a la ducha.

Cuando salí de la ducha Mili se peinaba frente al espejo del lavamanos, aun llevaba la toalla puesta a pesar de que su ropa seca y limpia estaba sobre la tapa del excusado.

Todavía esta caliente… me explico en alusión a la ropa.

¿Qué todavía estas caliente?… bueno haré un esfuerzo para bajarte la calentura… dije en broma quitándome la toalla de la cintura.

No, tonto, mi ropa aun esta caliente… no te me acerques… respondió riendo nerviosamente al ver que me aproximaba a ella.

Esta bien… voy a prender la computadora… le dije saliendo del baño.

Llegue a mi cuarto y mientras la computadora encendía, yo me vestía con un t-shirt (polo) y un short.

Al poco rato, ya enfrascado en el informe, no note que Mili, ya vestida, había ingresado a mi habitación. Cuando me percate de su presencia pude ver que había algo de nostalgia en su mirada. Se dio cuenta que la observaba…

Vaya… pareciera que ha pasado mucho tiempo desde la ultima vez que vine… dijo y no pudo evitar mirar la cama donde hacia dos semanas le había desflorado el ano.

Si, parece que si… pero ya… vamos a trabajar… le dije.

Era casi medianoche y desde que salimos de la sala de cómputo de la facultad no habíamos avanzado nada. Mili lo entendió y se vino a sentar a mi lado… solo que no soporto mucho sentada, tuvo que ponerse de lado, apoyada en una nalga, parecía que su arrugado anillo le fastidiaba.

No te rías que aun me arde… dijo fingiendo seriedad.

Trabajamos una hora y parecía que el sueño nos quería envolver, después de todo el ajetreo físico era de esperarse.

Por momentos cuando Mili me preguntaba algo o me hacia alguna sugerencia, yo volteaba a mirarla, para prestarle atención, solo que mis ojos se desviaban a menudo y terminaban en el escote de su blusa, aquella prenda que tuvo que unir en sus bordes, a la altura de su abdomen, porque yo en un ataque pasional había roto todos sus botones. Así mi vista siempre se perdía en sus apetecibles senos, cual niño lactante los contemplaba con cierta ansiedad.

Mírame a los ojos… me pedía un poco risueña.

Si, si te escucho… respondía sin dejar de admirar sus melones.

Danny… ¡esos no son mis ojos!… me decía levantando mi quijada y fijando mi vista en sus intensos ojos negros.

Bueno… ¿Sabes que? Creo que mejor preparo café… le propuse, quería despejar la vista y la mente.

Si, que sea café cargado, bien cargado… dijo bostezando un poco.

Se te antoja algo de comer… ¿Pizza?… le dije bromeando.

No… todo menos eso, ya se como te pone la pizza… dijo enfática pero con algo de gracia.

Solo preguntaba, haré unos sándwiches… respondí riendo.

El ir a la cocina y preparar esa merienda me despejo. Cuando regrese a mi habitación, Mili dormitaba frente a la computadora. La desperté y con el café reanimándonos pudimos terminar nuestro trabajo.

Eran casi las 3 y los dos estábamos medio sonámbulos, presos del cansancio físico (por nuestros encuentros sexuales) y mental (por el informe de la universidad). Decidimos irnos a la cama, al parecer solo dormiríamos, el cuerpo y las ganas no nos daban para mas.

Solo que Mili no quería dormir con la misma ropa puesta. Buscamos en mi guardarropa algo que pudiera ponerse. Le llamo la atención un polo naranja con el cuello verde… sonriendo leyó la inscripción que con plumón tenía:

Así que “Juancho”… me dijo.

Si, bueno, fue un apodo que me pusieron en un trabajo hace un tiempo… le dije mintiendo, no quería ahondar en explicaciones.

Parece que has tenido muchos nombres… repuso intrigada.

Soltó el polo y sus ojos se fijaron en otro polo, mas pequeño, más femenino, me miro con gracia y suspicacia…

¡Aja!… no sabia que tenias estos gustos…

Oye… eso es de una prima que paso un tiempo con nosotros… le dije, quizás con aire melancólico.

¿Y que hace en tu closet?… pregunto curiosa.

No se, tal vez cuando me mude a este cuarto mi mama por error lo coloco entre mi ropa… le explique, aunque ya me había percatado de ese error, conservaba esa prenda como recuerdo.

Ah… y ¿Cómo se llama tu primita?… pregunto sin comerse el cuento.

Su nombre es Ana… respondí sin darle mayor importancia.

¿Y quisiste mucho a Anita?… pregunto con picardía.

¿Qué?… oyeee… no seas mal pensada… que ella acaba de tener un hijo hace poco… replique un poco malhumorado.

Ah si, que linda… y ¿Quién es el papá?… pregunto burlonamente, notando que sus preguntas me hacían sonrojar, quizás delatarme, se estaba divirtiendo a costa mía.

Ya, ya… basta de preguntas insidiosas… ¿Te vas a poner eso si o no?, si quieres te traigo algún camisón de mi madre… repuse irónico.

Ay no, no lo tomes a mal, pero seguro tu mami usara ropa de dormir al estilo antiguo, cubriéndole hasta los tobillos, como la de las mujeres árabes… dijo con cierto sarcasmo.

No me ofendí porque sonaba gracioso y tenia algo de cierto.

Solo dame un ratito, ¿Me quedara?… tal vez sea muy apretado para dormir… repuso pensativa mirando el polo de mi prima.

Se me vinieron a la mente pasajes de una historia antigua, quizás no muy lejana… por lo que recordaba aquella prenda podía encajarle a Mili, las dimensiones de mi prima eran similares a las suyas…

Bueno, quizás Mili era un poco más voluptuosa, pero este juicio era algo injusto dado que Anita era más joven, casi una niña, cuando uso ese polo, sin embargo la última vez que la vi en su hacienda… si, creo que podía decirse que las contexturas de Anita y de Mili eran parecidas… sentencie, procurando no ahondar en mi memoria y en mis sentimientos. Era un buen recuerdo pero era historia pasada… pensé con nostalgia.

Creo que aquello de enfundarse en la ropa, y tal vez en la historia, de otra chica no le llamaba mucho la atención a Mili. Su ego femenino no quería compartir o competir con esos recuerdos. Ella tenia su propia personalidad, sus propias formas, y vaya ¡Que buenas formas!

Al final Mili reparo en una camisa mía. Era un poco vieja y no la usaba mucho porque se había decolorado, aunque su tela aun se mantenía suave y fresca.

Esta creo que me puede quedar bien… dijo aliviada, bostezando por el cansancio.

Pues bien póntela y a dormir… dije imitando su bostezo.

Pero… ¿Podrías hacerme un favor?… pregunto vergonzosa.

¿Cuál?… respondí con curiosidad.

Podrías voltearte mientras me cambio… dijo con tímida expresión.

Oye pero si ya… después de todo… intente protestar buscando las palabras adecuadas, no quería sonar muy rudo o herir su susceptibilidad ante su repentino ataque de pudor.

Hazlo por mí ¿si?… me pidió juguetonamente.

Esta bien… esta bien… respondí, era mi huésped y después de todo lo que le hice esa noche, creo que debía ceder a su pedido.

Me voltee sonriendo… ¡Mujeres!, pensé. Al cabo de unos minutos, me dijo finalmente:

Ya puedes voltear…

Le hice caso y… Wow… divina tentación… lucia hermosa vestida solo con esa camisa. Dejarme esa impresión fue su intención al pedirme que me volteara mientras se cambiaba.

Mi vista se paseo por sus bien formadas piernas bronceadas, que terminaban donde la camisa empezaba (apenas por debajo de sus intimidades seguro que también desnudas). Mili con sus manos en su cintura, me daba a entender lo grande que le quedaba mi camisa así como el pequeño tamaño de su cintura. Más arriba, sus pechos desafiantes levantaban mi camisa, sus pezones indicaban su justa posición. En su rostro una sonrisa coqueta, sabia que la había comido con la vista y eso inflaba su vanidoso ego femenino.

¿Qué tal me queda?… pregunto luciéndose, dando una vueltita.

De maravilla… exclame mientras veía como su trasero levantaba la camisa, casi permitiéndome ver sus redondas nalgas.

Bueno… creo que es hora de… dijo provocativamente.

¿Si?… inquirí sintiendo que en mi adormecido cuerpo aun se podía despertar otra erección.

Que es hora de dormir… puntualizo risueña, soltando otro bostezo.

Si tienes razón… respondí desganado, realmente cansado.

Mientras ella se dirigía a mi cama, yo buscaba un sleeping (bolsa de dormir) en mi closet. Mili se acomodaba entre mis sabanas, cuando me vio desplegar el sleeping, me miro curiosa:

Oye, no seas tonto… no vas a dormir en el piso, debe estar frió y duro… te puedes enfermar… me dijo con pena.

Pensé que no querrías…

Aquel ataque de pudor que tuvo al vestirse para dormir y la forma tragicómica en que había huido a mis bromas e insinuaciones mientras terminábamos el informe de la universidad me habían hecho dudar que Mili quisiese compartir la cama.

Nada de eso… ven aquí, que hay espacio para los dos… dijo haciéndose a un lado, como no reaccione, ella agrego con picardía y dándole un palmazo al colchón: Vamos… que no te voy a morder…

Esta bien… solo espero que no ronques… o hables dormida…

Jaja… graciosito… apúrate que quiero dormir… dijo desganada.

Sentí un poco de calor y, ante su atenta mirada, me quite el polo y el short, solo me quede en bóxer. Note su expresión desconfiada.

¿Algún problema con que duerma así?… pregunte.

No… con tal que no dejes que nada se te escape… me dijo de buen humor mirando mí entrepierna. Al parecer estaba muerta de sueño.

Ok… me limite a decir, luego me aproxime a la cama.

Cuando me vio acercarme, levanto las sabanas para dejarme acomodarme entre ellas. Inicialmente se recostó de lado, dándome la espalda, mientras yo me acostaba boca arriba, mirando el techo, pensando en lo sucedido.

Habíamos tenido mas de un encuentro sexual (en mas de una posición) esa noche y por tanto no debía haber tanta tensión entre nosotros, debía haber más confianza, muestras de cariño y esas cosas propias de toda pareja. Y ese era el problema… nuestra situación no estaba definida…

¿Qué éramos?… no éramos enamorados, porque aun seguíamos con nuestras parejas formales… tampoco éramos amigos cariñosos, apenas si éramos amigos y habíamos sido mas cariñosos de la cuenta, después de todas las situaciones sexuales de esa noche, habíamos superado esa etapa… ¿Amantes?, creo que esta era la palabra que mas se acercaba a nuestra situación… aunque dudo que a Mili le gustase como sonaba eso…

Al cabo de unos minutos, Mili se volvió hacia mi lado. Sin decir nada se acurruco en mi pecho, abrazándome… quizás las mismas preguntas cruzaron por su mente y quería encontrar las respuestas en mi regazo, o tal vez solo tenia miedo de darme la espalda, es decir, quería cuidar su bien proporcionada pero aun adolorida retaguardia…

¿Te molesta que me quede así?… pregunto tímidamente, notando la tensión que la cercanía de su cuerpo me había generado.

No, para nada… respondí recobrando un poco la cordura.

Mientras la luz de la calle iluminaba en algo mi oscuro cuarto, acaricie sus cabellos en una muestra de cariño y para acostumbrarme a su presencia. No recuerdo más de esa semi oscuridad, estaba agotado… Me quede dormido…

Me desperté por un pequeño ruido, el cantar de aun ave cerca de mi ventana, aun no estaba del todo claro afuera. El sol saldría por entre las montañas en unos minutos y esta ave anunciaba su llegada.

Tras unos segundos me percate que nuestra ubicación había cambiado: Mili ya no estaba recostada sobre mi pecho. Nuevamente me daba la espalda, solo que esta vez mi cuerpo estaba también de costado, detrás suyo.

Mi brazo rodeaba su cintura y la mano de Mili, sujetando la mía, parecía querer mantenerla allí, era un gesto tierno. Mas abajo mi cadera tenuemente presionaba sus abultadas nalgas… no era un gesto obsceno, pero lo seria instantes después… a medida que mi cuerpo y mi sensibilidad despertaban… sin embargo Mili y su bien dotado cuerpo seguían dormidos.

Quise alejarme, sintiendo venir una erección matutina, pero la mano de ella me lo impedía y no iba a sacarla bruscamente, no quería perturbar el tranquilo sueño de Mili… lo que si me estaba perturbando era el contacto de mi verga cada vez mas dura con sus carnosas nalgas…

¡Diablos!… intente pensar en cosas terribles para hacer retroceder mi excitación, pero no logre mucho… ahora mi pene semi erecto empujaba la camisa que protegía la raja de su precioso culo, buscando insertarse.

Intentaba luchar contra estas sensaciones, no quería aprovecharme de Mili mientras dormía… no era correcto… sin embargo mi pene no parecía entenderlo, tenia reflejos propios que yo no podía controlar… con decirles que había logrado salir, sin ayuda, de mi bóxer a través de su abertura…

Viendo que nada parecía menguar mi deseo por la carne de Mili… probé una salomónica solución: Rozaría mi verga suavemente a lo largo de la raja de sus redondas nalgas, a fin de darme placer, de pajearme, procurando no despertarla y evitando violar su estrecho agujero…

Al inicio estos movimientos comenzaron a surtir efecto, en algo estaban aplacando mi morbo. Mili apenas se movió, producto de mi tacto o de su propio sueño… Solo que al poco rato, estas tibias fricciones lejos de acallar mi lujuria, empezaron a incrementarla de manera febril, nublando mi conciencia… no podía mas… quería poseerla…

Mis movimientos eran cada vez mas torpes y notorios, algunos quejidos se le escaparon entre sueños a Mili… no me quedaba otra… si quería acabar con todo el deseo matinal que su cuerpo me había despertado… tenia que penetrarla a como de lugar…

Aproveche que Mili dejo de sujetar mi mano contra su cintura, quizás debido al continuo escarbar de mi pene contra sus nalgas… Sigilosamente libere mi mano, me ayudaría con ella a levantar un poco su camisa y a hacerme espacio entre sus nalgas.

Así lo hice, levantar la camisa no fue tarea difícil, su voluminoso trasero alejaba la mayor parte… lo difícil era hacer diana en su pequeño agujero con delicadeza y suavidad, evitando despertarla sino podría reaccionar mal… obnubilado por mi morbo llegue a creer que la penetraría a gusto y ella no despertaría… después de todo estaba sumamente exhausta…

Lentamente fui acomodando mi verga entre sus nalgas, algunos leves movimientos me dieron a entender que Mili estaba cerca de despertarse. No pude esperar mas… ni bien encontré que su carne cedía (había ubicado su esfínter con la cabeza de mi pene) comencé a empujar… Instintivamente sus nalgas se contrajeron, mi mano dejo de guiar mi verga, que ya había encontrado su camino, y se ubico en su cintura, para impedirle escapar…

¿Que?… pregunto Mili entre sueños.

No respondí, empuje más y le inserte la cabeza de mi pene en su soñoliento cuerpo. Ella se estremeció, no sabia aun si era un sueño o una pesadilla, pronto lo sabría…

Ayyy… auuu… se quejaba mientras le insertaba mi pene.

Estaba enloquecido por su cuerpo, sus voluptuosas formas, su estrecho agujero… lejos de retroceder, seguí empujando mi verga hasta que forzosamente le entro casi la mitad…

Auuu… ¿Qué haces?… ayyy… pregunto nerviosa, aun adormilada.

Nada… nada… duérmete… me atreví a decirle desvergonzadamente.

¿Estas loco?… ayyy… se quejo dándose cuenta de la situación.

Si… loco por ti… susurre a su oído y acto seguido le bese el cuello.

Ayyy… nooo… ahhhh… se quejo tibiamente.

Su mano busco la mía, que contenía su cintura, quiso apartarla para liberarse, pero sus reflejos eran torpes. Solo logro sujetar mi mano y trasmitirme el dolor que mi presurosa penetración le estaba causando. Ya tenía más de la mitad adentro y yo seguía forcejeando por meter lo demás.

Ohhhh… auuuu… ayyyy… chillaba adolorida.

Su cuerpo se había levantado un poco de la cama, sus piernas pataleaban lenta y torpemente, buscaba un impulso que la alejara, sin embargo no lo lograba… en un ultimo arranque de locura le clave con furia el resto de mi verga… ahora si la tenia completamente atorada… empalada…

Ayayayyyy… soltó un lastimero gritito.

Ufff… suspire aliviado al tenerla enganchada.

Primero un espasmo de dolor la recorrió, luego se dejo caer sobre la cama, dejo de patalear, su mano ya no alejaba la mía… se estaba reponiendo de aquella violenta incursión… Mili intuía que no podría escapar…

A pesar de escuchar sus dolientes lamentos, tercamente me negué a retirarle mi verga de su adolorido ano… quizás envuelto por una locura pasional o por un presentimiento de que aquel podría ser nuestro ultimo encuentro… habíamos terminado el ultimo informe… y después de eso que…

Eres de lo peor… ni mas vuelvo a trabajar contigo… me reprocho con sufrimiento, como leyendo mis pensamientos.

Lo siento… dije volviendo un poco a mis cabales.

El primer rayo de sol se filtraba por las montañas y me traía algo de cordura, retrocedí un poco. Sin embargo la lucidez mental no me duro mucho… le enfunde nuevamente mi verga…

Ahhhh…Ya, ya basta… ayyy… se quejo.

Esta bien… dije y le bese el cuello a manera de perdón.

Vi como este dulce beso en el lugar adecuado la desarmaba… suspiro profundamente, y su cuerpo contraído en muestra de dolor se fue relajando…

Ayyy… nooo… No me hagas eso…Sabes que no puedo…

¿No puedes?

Ahhh… no puedo resistirlo… clamo acalorada.

¿No puedes resistir qué? ¿Esto?… pregunte y volví a besarle el cuello.

Nuevamente se estremeció, no de dolor, sino de placer, incipiente placer. Su pierna intentaba apartarse un poco, quizás para acomodarse mejor, para que su cuerpo saboreara mejor mi verga llenándole el ano.

Eres un maldito… Te odio… dijo con voz pausada, develando su excitación.

No di lugar a otro reclamo o insulto: lentamente saque mi verga, ella presiono mi mano, quizás no quería que la saque, no duro mucho tiempo mi pene fuera ya que violentamente se volvió a refugiar en sus intimidades.

Ouuuu… Aahhh… exclamo mientras apretaba mi mano.

Repetí el movimiento una y otra vez… estaba dispuesto a llegar al clímax con ella o a costa de ella… Mili lo presentía y pronto se uniría a mi labor…

Ahhhh… siii… siii… ohhh….

Su pierna dejo de apartarse tímidamente y procedió a levantarse, hacerse a un lado, para permitirme perforarla a fondo. Su mano ya no sujetaba la mía, sino que nerviosa desabotonaba la parte superior de la camisa, buscando liberar sus senos que no podían rebotar mas allá de lo que la tela le permitía.

Ohhh… siii… mas fuerte… siiii asiii… uhmmmm…

Ahora no se quejaba, solo pedía, clamaba por más de ese dulce sufrimiento, no me negué a su ruego… preso de mi propia excitación incremente el ritmo… sus nalgas bailaban con cada salvaje embestida de mi cadera contra su abultado trasero. Su mano guiaba la mía a sus senos, para que pudiera sentir como temblaban de placer por mi vigor…

¿Ves?… como lo que me haces sentir… ahhh… ahhhh…

Dejo mi mano estrujando sus vibrantes senos y su mano busco mis cabellos, devolviendo mi salvaje acción de nuestros encuentro anterior, me jaloneo bruscamente la cabeza, hasta que nuestros labios se encontraron… ahora ella también tenia una expresión febril…

Ay… que placer… nunca nadie… nadie me hizo sentir así… uhmmm…

Tal vez nuestros sentidos no estaban del todo despiertos aun. Llevábamos minutos así y mi cuerpo no quería soltar su leche, el cuerpo de Mili se negaba a desfallecer… lo estábamos disfrutando demasiado… empapados de sudor… agitados…

Ya… acaba por favor… que me matas… ayyy….

Resiste.. un poco más…

Siii… siii.. ahhhh… ahhh…

Mis manos aun en sus melones sentían sus aceleradas palpitaciones. En su cansancio sus labios buscaron los míos, entre jadeos su lengua trataba de incitar la mía, de apurar mi excitación con lujuriosos y calidos besos… lo estaba logrando… mi verga apuraba los movimientos en su interior, mi cadera seguía castigando sin piedad sus firmes nalgas.

Ayyy… no maaas… no masss… que reviento… ahhh…

Espera… aguanta… ya casi… ufff…

Parecía que Mili iba a reventar del placer, casi al borde de la taquicardia, le hundí con fiereza mi verga, ella la resistió y empujo sus carnosas nalgas contra mi cadera… sabia que me venia y quería sentirme abriéndola al máximo…

Yaa… ahhh… uhmmm…

Mi mano apretó sus senos mientras llenaba su estrecha cavidad con litros de semen hirviendo… mi entrepierna temblaba con cada ráfaga de esperma que mi verga escupía. Mili se estremecía con cada ráfaga que su cuerpo recibía…

Ayyy… ahhh… uhhhmmm… exclamo mientras explotaba en un violento orgasmo.

Parecía que no había espacio para más en su conducto anal. Apenas si podíamos respirar. Quise alejarme para buscar aire, pero me mantuvo con mi mano en sus senos. Yo había provocado ese agitado amanecer, debía permanecer junto a ella y disfrutarlo, reponerme a su lado.

Ay… después de lo de anoche… no puedo creer que me hayas hecho acabar así… dijo Mili sorprendida, recuperando el aliento.

Yo tampoco creí amanecer así… respondí aun agitado.

Te dije que mantuvieras a tu pene dentro de tu bóxer… me reclamo.

Si, y yo te dije que no lo provocaras…

Pero si yo estaba dormida… exclamo sorprendida.

Si, pero descuidaste tu retaguardia… le dije burlonamente.

Eres un… eres un… me dijo con fingido enojo.

¿Un maldito?…

Aun con verga en su ano, volteo a medias… recordó aquel febril reproche… entendí que quería buscar mis labios para congraciarse…

No… eres un insaciable… me dijo con tierna sonrisa.

No, no lo creo… le dije

¿Por qué?… pregunto curiosa.

Porque tu si logras saciarme…

No dijo mas… solo me beso…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: “Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 3” (POR GOLFO)

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Mi prima preñada y su dinero, mis mejores afrodisiacos 3

«¿Quién narices cena a las seis?», me dije mientras me Sin títuloacicalaba al salir del baño, «¡Es temprano hasta para merendar!». Sin rastro de hambre y con más ganas de tomarme una cerveza que de comer algo, decidí vestirme de modo informal. Una camisa y un pantalón de pinzas me parecieron una etiqueta suficiente para la cita.
«No voy a cenar con el rey sino con mi prima», sentencié y mirándome en el espejo, me cabreó descubrir que las canas empezaban a poblar mi cabello. No obstante y a pesar de haber sobrepasado la cuarentena, me sentía joven y pensé que mi imagen era la de un maduro resultón.
Al terminar me dirigí hacía la casa de Ana, deseando no solo enfrentarme con ella y aclarar la situación en que me hallaba, sino también verla. Su belleza recién descubierta y el hecho que su embarazo me pusiera cachondo aceleraron mis pasos y por ello llegué cuarto de hora antes de lo acordado. Como es lógico, mi prima no estaba lista y tuvo que ser una de sus criadas, la que me acompañase al salón.
Una vez allí, preguntó si quería algo.
-Una cerveza bien fría- respondí sin darle mayor importancia al hecho que hablara en perfecto español.
Aprovechando que iba a por lo que le había pedido, me puse a chismear las fotos que había en una de las librerías de esa habitación. Reconozco que no me sorprendió encontrar en muchas a mi tío Evaristo pero a lo que nunca me imaginé fue que yo apareciera en dos de ellas.
«Las ha puesto a posta para enternecerme», pensé al tiempo que trataba de recordar donde nos las habíamos tomado. «Son de un verano de hace casi diez años», decidí al reconocer a un par de amiguetes del pueblo.
Asumiendo que había rebuscado para hallar una imagen nuestra, me pareció una manera ruin de negociar el apelar a nuestra amistad de jóvenes y lejos de conmoverme, esas fotos consiguieron ponerme en alerta.
«Teresa no iba muy desencaminada cuando en el avión me dijo que iba a ser un hueso duro de roer», resolví esperanzado gracias a mi arma secreta, «esa zorra no sabe que la tengo grabada. Como se ponga intransigente, no me quedará más remedio que chantajearla».
Treinta minutos más tarde, cuando Ana apareció por la puerta, confirmé mis sospechas al verla llegar con un escotado vestido que realzaba sus, ya de por sí, hinchados senos.
«Tiene unas tetas de campeonato», reconocí muy a mi pesar al notar que mis hormonas se ponían a funcionar.
Cómo en el despacho de los abogados, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para retirar mis ojos de su canalillo. Ana, consciente del atractivo que provocaba en mí, se acercó hasta donde yo estaba y pegando su cuerpo al mío, me saludó con un beso mientras me preguntaba por el viaje.
-Cansado- respondí con tono seco en un intento de demostrar un sosiego que no tenía.
La arpía no hizo caso a la inflexión de mi voz y manteniendo su mirada, me soltó:
-No te podrás quejar de cómo te trato, ¡hasta te dejé a mi secretaria!
Que diera mayor importancia a Teresa que al avión, avivó mis suspicacias pero no queriendo demostrar un interés por el tema, contesté:
-Te agradezco más que me hayas ahorrado el billete- y entrando directamente al trapo, le solté:-Me imagino que me has invitado para hablar de la herencia de Evaristo.
Fue entonces cuando Ana demostró sus artes de negociación porque en vez de seguir con esa conversación, cambió de rumbo, diciendo:
-Para nada, mi idea era que recuperáramos el tiempo perdido. Llevamos mucho tiempo sin hablar y quiero que me pongas al día de tu vida.
Cómo consideré que no era el momento para empezar las hostilidades, sonreí y le pregunté si quería que le sirviera una copa.
-Todavía no te has dado cuenta que no puedo beber- respondió al tiempo que cogiendo una de mis manos, la ponía sobre su germinado vientre.
Sé que por lo menos en ese instante, Ana no albergaba otra intención que ser simpática, pero al sentir la tirante piel de embarazada bajo mi palma, todo se precipitó. Fue como una inyección de adrenalina directamente en vena. Mi lujuria se había despertado y por eso, fui incapaz de separar mi mano de esa tentación.
-¿Te gusta?-, me dijo coquetamente, sin pedirme que retirara mis dedos que ya jugaban con su ombligo.
Balbuceé una respuesta. Todavía hoy en día soy me resulta imposible recordar que es lo que respondí. Con mi corazón a mil por hora, estaba embelesado con su embarazo. Sin saber ni que decir, le pregunté quién era el padre, a pesar de saber que era una indiscreción pero es que me pudo más la curiosidad, sobre todo después que Teresa me confirmara que no tenía ninguna relación.
-Un imbécil- contestó, muerta de risa- y lo mejor es que no lo sabe.
Su respuesta me intrigó pero asumiendo que tarde o temprano me enteraría, me abstuve de insistir.
-Ya ves, además de gorda, tu primita será madre soltera.
-Estás preciosa-, respondí justo cuando cometí un nuevo error: al contestarla, levanté la mirada y me encontré con sus pechos, que presionados por un sujetador de una talla menor a la que necesitaba, eran una tentación insoportable.
-¡Bobo! Eso se lo dirás a todas-, dijo sin darle importancia a los esfuerzos que tenía que hacer para dejar de mirar sus dos tetas y llamando a la criada, le preguntó si Teresa había ya llegado.
Justo cuando la mujer iba a contestar, la secretaria hizo su aparición luciendo un vestido extrañamente puritano, que bien podía ser el uniforme de algún tipo de monjas.
-Buenas noches, doña Ana. Siento el retraso- contestó desde la puerta.
La presencia de esa filipina alivió en parte mi excitación y pude retirar mis dedos de esa panza de embarazada, aunque os tengo que reconocer que durante muchos minutos su recuerdo hizo que tuviese que disimular el bulto entre mis piernas.
No queriendo parecer demasiado familiar, cuando fui a saludarle con un beso en la mejilla, Teresa, retirando su cara, alargó su mano. Comprendí que esa actitud, rayando en grosera, era para evitar las sospechas de su jefa y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:
-Es un placer volverte a ver.
La reacción de esa chiquilla poniéndose colorada me hizo temer que quizás con esa fórmula coloquial, le daba a entender que era una velada referencia a las sesiones de sexo que habíamos disfrutado.
-¿Cenamos?- pregunté a mi prima, dando carpetazo al asunto.
Ana no debió notar nada raro porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo y sin mayor comentario, me llevó al comedor.
«¡Menos mal! ¡No sospecha nada!», mascullé más tranquilo.
Tras las rutinarias frases donde me decía lo feliz que estaba por habernos reencontrado, mi prima en un momento dado me preguntó si tenía pareja:
-Estoy soltero y sin compromiso- contesté medio mosqueado al no saber a qué venía ese interrogatorio porque me constaba que sabía mi estado civil.
-Me alegro porque desde que murió el tío Evaristo, me he sentido muy sola y es muy agradable saber que nuevamente hay un hombre en esta hacienda.
«¿De qué va?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”, no en vano, en las pocas horas que llevaba ahí me había percatado de la cantidad de varones que trabajaban en la finca.
Tratando de sonsacarla sin que se diera cuenta, le comenté en plan de guasa que no se podía quejar y que dada su posición a buen seguro tendría cientos de pretendientes. Fue entonces cuando con tono seco, me respondió:
-La ausencia del tío es difícil de suplir – y dirigiéndose a su empleada, le preguntó: -¿Tengo o no razón?
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar pero cuando realmente sentí que todos los vellos de mi cuerpo se erizaban, fue cuando la morenita contestó casi llorando:
-Con él se fue, además de un estupendo ser, nuestro maestro.
Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa monada estaba hablando de un tipo de relación con connotaciones sexuales. Tanteando el terreno, dejé caer:
-El tío fue todo un adelantado a su época. Supo crear un imperio de la nada.
-No lo sabes tú bien. Él nos enseñó que había que huir de los convencionalismos sociales y vivir cada día como si fuese el último- contestó mi prima sin dejar de mirarme a los ojos.
Descolocado por esa respuesta y por el hecho que en su mirada me pareció descubrir un extraño deseo, cambié de tema y le pregunté de cuánto tiempo estaba:
-Nuestro hijo nacerá en Marzo.
Reconozco que me sentí fuera de lugar al no entender sus palabras.
«¿De qué habla?», exclamé mentalmente porque ese nuestro podía significar o qué eran lesbianas o que el padre del chaval era mi tío. Cómo Teresa se había acostado conmigo y me había tratado de negociar que me casara con ella, la segunda posibilidad era única plausible.
«Con razón, se indignó al enterarse que tendría que compartir la herencia conmigo», medité y no queriendo meter la pata, me quedé callado mientras la criada de la casa comenzaba a servir la comida.
Afortunadamente, Teresa rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al comentar que me había parecido la habitación que me habían reservado:
-Estupenda, aunque la cama es demasiado grande para uno solo.
Al oírme, riendo, esa jovencita contestó:
-¡Por eso no te preocupes! Ya tendrás tiempo de llenarla como hacía Don Evaristo.
La mala leche, con la que se tomó su jefa ese comentario, me hizo gracia y desconociendo que me iba a internar en terreno peligroso, en plan de broma, contesté:
-Antes de pensar en eso, tendré que conocer alguna candidata.
Interrumpiendo, muy enfadada, Ana nos soltó:
-Esta no es una conversación que se pueda tener con unas damas. Teresa modera tu lenguaje, mi primo todavía no te conoce y puede hacerse una idea equivocada de ti- tras lo cual girándose a mí, dijo: -Esta niña debe de debe centrarse para así conseguir un buen marido. ¿No crees?
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa pregunta un machismo recalcitrante pero midiendo mis palabras, respondí:
-A buen seguro que a Teresa tampoco le faltarán aspirantes pero todavía es muy joven para pensar en algo serio- tras lo cual y sabiendo no era un tema mío, me abstuve de hacer más comentario.
La cría tampoco dijo nada y esperó a pasarme la panera para agradecerme la defensa que había hecho de ella, con una caricia sobre mi mano. Ese breve gesto recorriendo con sus dedos mi palma tuvo un efecto no previsto y cual muelle, mi pene se desperezó bajo mi pantalón.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé tan excitado como preocupado, no fuera a ser que su jefa se diera cuenta.
Mi prima, o no vio la caricia o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a explicarme la agenda que tendríamos al día siguiente:
-Mañana tenemos cita con el notario a las nueve para que aceptemos la herencia. Como quiero hablar contigo antes sobre el tema, ¿te parece que te caiga a desayunar en tu casa sobre las seis?
-Por mí, perfecto- contesté- pero si quieres podemos hablar después de la cena.
Estaba esperando su respuesta cuando de pronto, noté un pie desnudo estaba recorriendo una de mis piernas. Sin saber cómo actuar, me quedé petrificado cuando sentí que Teresa no se conformaba con eso y que seguía subiendo por mis muslos.
«Va a ponerme como una moto», me temí. Y mientras esa cría seguí insistiendo entre mis piernas y su pie comenzaba a frotarse contra mi pene, oí que Ana me respondía:
-Hoy estás muy cansado para pensar coherentemente, mejor lo dejamos para mañana.
-Está bien, mañana entonces- concordé rápidamente mientras retiraba ese indiscreto pie de mi sexo pero antes de hacerlo, devolví la carantoña dando un pequeño pellizco sobre su empeine. La muchacha debió de captar mi molestia porque no volvió a intentar masturbarme durante el resto de la cena. Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a mi prima.
«Mierda, se ha dado cuenta», me dije al ver la expresión de su cara. Pero curiosamente, lejos de cabrearse por el jueguecito de su protegida, noté que bajo la tela de su vestido, los pezones de Ana exhibían una dureza que segundos antes no tenían.
«¡No entiendo nada!», sentencié mientras pensaba en el extraño comportamiento de esa mujer. «Exteriormente, la trata como si fuera una especie de ahijada pero luego al ver que se comporta como una puta, va y ¡se excita!».
Al asimilar ese detalle, me sentí ilusionado porque con lo que ya sabía de mi prima, tenía claro que si me quedaba en esa casa, tendría muchas oportunidades y por eso, me dije:
«¡Ya caerá esa zorra!».
El resto de velada se fue enturbiando y donde antes había cordialidad, ahora era tirantez. Desconociendo los motivos, al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando al irme a despedir me percaté que entre esas dos mujeres se respiraba un futuro conflicto y que en cuanto me fuera, iba a explotar. No queriendo estar presente, dije adiós y saliendo al jardín me dirigí hacia mi casa mientras a mis oídos llegaban los gritos de esas dos mujeres discutiendo.

Mi tío me sorprende con un nuevo artilugio.

Al llegar a mi cuarto, todavía seguía excitado por esa interrumpida paja y por ello, sin desvestirme, fui en busca de otro de los videos que Evaristo había grabado de su sobrina. Al revisar la colección me llamó la atención uno, en cuya funda decía “ANA, sesión 1ª”. Ese título insinuaba un tipo de contenido altamente erótico.
«Espero que sea lo que imagino», me dije soñando en algún tipo de sumisión al que la hubiese sometido.
Pero la buena suerte quiso que al ir a encender ese modernísimo aparato de televisión, me equivocara y en vez de hacerlo, lo que realmente encendí fue su sistema espía.
«¡Coño!», exclamé al ver que en la pantalla aparecían Teresa y Ana en plena pelea. Alucinado, me quedé de pie, mirando y oyendo lo que estaba ocurriendo en esos momentos en la otra vivienda.
Por los altavoces, me llegaba la voz de mi prima recriminando a la muchacha el haberse acostado conmigo. Teresa intentó negarlo pero entonces Ana, soltando una carcajada, le espetó:
-¿Te crees que soy tonta? Me di cuenta en seguida y lo confirmé durante la cena.
-¿Cómo?- sollozó la cría.
Su querida jefa tirándola de los pelos, la llevó hasta la cama mientras le decía:
-Sospechando de tu traición, decidí comprobarla. Empecé a tocar a mi primo por debajo del mantel y el muy imbécil no dijo nada. Si no te hubieses acostado con él, hubiese reaccionado de algún modo. El muy cretino creyó que eras tú quién le masturbaba.
Teresa se vio descubierta y totalmente desolada, se arrodilló frente a Ana pidiéndole perdón. Mi prima ni siquiera se inmutó con las lágrimas de esa niña y ante mi asombro, esperó a que dejara de llorar para levantarla y acercando su cara a la de ella, le mordió en la boca mientras le decía:
-Te dije que era mío y que tenías prohibido acercarte.
No me esperaba esa confesión. En esa frase, esa puta reconocía que me había pajeado y que por algún motivo, estaba interesada en mí. Estaba todavía tratando de encajar sus palabras en su actitud desde que nos reencontramos cuando con tono duro, Ana exigió a Teresa que se quitara las bragas y se pusiera a cuatro patas para recibir un castigo. No sé qué me dejó más impresionado, si que diera esa orden o que la cría no se revelara y sumisamente ofreciera su pandero a su jefa.
«¡No es posible!», exclamé mentalmente al ser testigo que teniéndola a su merced, mi prima no tardó en dar un primer golpe sobre las nalgas de esa muchacha.
-Lo siento- gritó Teresa adolorida.
Haciendo oídos sordos a sus suplicas, Ana descargó su furia con una serie de dolorosos azotes mientras le recriminaba haber faltado a su palabra al acostarse conmigo.
-Te dije que lo vigilaras, ¡no que te lo follaras!
Contra toda lógica, Teresa no intentó escapar a su destino. Todo lo contrario, cuanto más dura era la reprimenda, más quieta se quedaba para que su verdugo siguiera machacando su culo con duras cachetadas. Por mi parte, estaba confuso. Mientras una parte de mí me pedía que fuera a socorrer a la muchacha, la otra me tenía anclado frente a esa pantalla cada vez más excitado. Cuando estaba a punto de ir en su ayuda, escuché a mi prima decir:
-Te ha dado igual que el maestro lo preparara todo para que se hiciese cargo de nuestro hijo. ¡En cuanto has tenido oportunidad, te has abierto de piernas para ser la primera!
Su nueva revelación me dejó petrificado. Según podía deducir, Evaristo me había nombrado heredero para traerme a ese país y así ser el padre adoptivo del retoño.
«No me lo puedo creer», murmuré en la soledad de mi habitación mientras a menos de cien metros, su víctima le contestaba con sollozos que “el maestro” también le había prometido que ella se casaría con su sobrino.
-Solo desde el punto de vista legal, ¡cacho puta!- replicó Ana y mientras aprovechaba la indefensión de la mujercita sacar un arnés de su cajón, le dijo: – Aunque compartamos a Manuel, él será ante todo el padre del niño.
Saber que entre mi tío y esas dos mujeres habían decidido mi destino sin contar con mi opinión, me había indignado. No pensaba ser la marioneta de nadie y menos de ese par de arpías. Estaba pensando en cómo iba a responder a esa afrenta cuando mi prima se abrochó ese cinturón alrededor de la cintura.
«¡Se la va a follar!», descojonado comprendí al ver que acercaba el enorme pene que llevaba adosado ese arnés al coño de Teresa. Sin más prolegómenos y con un breve movimiento de sus caderas, Ana incrustó ese falo de plástico hasta el fondo de la indefensa mujer.
-¡Dios!- aulló la morenita al sentir su sexo invadido por esa mole.
No me había repuesto todavía de la sorpresa que me produjo ver el inicio de esa escena lésbica cuando las protagonistas ya habían adoptado un ritmo feroz y lo que en principio había sido una cuchillada, se convirtió en un desenfrenado galope con Ana actuando de jinete y Teresa como su montura. Los gritos de dolor de la oriental se fueron transformando en aullidos de placer al sentir cómo ese instrumento entraba y salía de su cuerpo mientras mi prima se la follaba.
La violencia había desaparecido y al ver el modo en que ambas disfrutaban comencé a sospechar que estaban actuando. La confirmación que no era una “violación” sino un juego, llegó cuando escuché a la filipina decir:
-¡Cómo te echaba de menos!- agradecida rugió Teresa sin saber que con ese grito, me estaba confirmando que entre esas dos mujeres había una relación consensuada.
-Yo también, putita mía- contestó su agresora mientras imprimía un mayor vaivén a sus caderas.
Siguiendo el ritmo del ataque al que estaba sometida, los pechos de la morena se bamboleaban cada vez más rápido. Si ya de por sí esa imagen me traía loco, lo que realmente me terminó de excitar fue ver a Ana despojándose de la parte de arriba de su vestido.
-¡Menudo par de tetas!- grité sabiendo que nadie podía oírme al ver, a través de la televisión, las ubres de mi prima.
No pude más que sacar mi verga de su encierro y siguiendo con auténtica lujuria lo que ocurría en la casa de al lado, me puse a masturbar mientras me relamía mirando los hinchados senos de esa embarazada.
-¡Voy a follármela y después, dios dirá!- sentencié absolutamente absorto.
Ajenas a estar siendo espiadas, las dos mujeres seguían dándome un espectáculo digno de una película X. Cada vez más entregada a la pasión, Ana agarró la melena de su amante y usándola como riendas la exigió que se moviera, preguntándole a la vez:
-¿Crees que Manuel será como esperamos?
Esa pregunta me hizo parar de pajearme al desconocer a qué se refería. Durante unos segundos, me quedé quieto no queriendo perderme la respuesta.
-¡Contesta! ¡Puta!- insistió mientras le soltaba un nuevo azote con la palma abierta sobre el culo de su amante.
-Sí- contestó presa del placer- ¡tu primo será un buen amo!
Nunca se me hubiese pasado por la cabeza que esa era la contestación que Ana esperaba y mientras trataba de analizar lo que me acababa de enterar, observé a la oriental retorcerse al verse objeto de un brutal orgasmo.
«Eran las sumisas de mi tío», comprendí ilusionado.
Habiendo obtenido su dosis de placer, Teresa se dejó caer sobre el colchón completamente agotada. Ana, insatisfecha, le recriminó que ella todavía no había llegado y fue entonces cuando la oriental contestó:
-Llama a tu primo y reconócele que estás loca por él. ¡Seguro que te folla!
-Se reiría de mí- muerta de vergüenza, reconoció: -no creo gustarle así de gorda.
Esa respuesta me pareció absurda porque no en vano su embarazo es lo que había hecho aflorar en mí con renovadas fuerzas mi atracción por las mujeres. Lejos de parecerme obesa, mi prima me parecía el sumun de la sensualidad y su germinado vientre un paraíso que me gustaría explorar. Estaba meditando sobre la conveniencia de ir a verlas cuando la morenita acudió a su encuentro y la acunó entre sus brazos mientras le decía:
-Si no le gustas, es que es idiota. Eres una mujer maravillosa- y reafirmando con hechos sus palabras, comenzó a darle suaves besos por el cuello mientras acariciaba con sus manos esos dos pechos que me hacían suspirar.
Ana todavía con lágrimas en los ojos, se dejó consolar por Teresa y ante mi estupefacción por lo que acababa de oír, se dejó caer a su lado en el colchón. Durante unos minutos, las manos de la oriental recorrieron el cuerpo de la dolida mujer hasta que Ana consiguió relajarse y la excitación volvió a su cuerpo. Cuando no pudo más, se dio la vuelta y plantó un beso apasionado en los labios de la muchacha.
-¿Me harías el amor?- preguntó con voz dulce.
Esa nueva Ana, tan alejada de la estricta ejecutiva que aparentaba ser ante mí, reconozco que me encantó y mientras a través del aparato espía, veía como se acariciaban mutuamente sus cuerpos, reinicié en la soledad de mi habitación mi paja.
-Me gustaría ser yo quien la consolara- dije en voz alta, reconociendo de esa forma que me daba igual que me hubiesen engañado para llevarme al otro lado del mundo.
Lo siguiente de lo que fui testigo no me defraudo. Teresa, en plan melosa, fue bajando por el cuello de mi prima hasta llegar hasta su pecho, dejando con su lengua un húmedo surco. Surco brillante que me hizo soñar en el día que esas enormes y blancas tetas que lucían coronadas por apetitosos y rosados pezones fueran mías. Desconociendo que estaba observando desde mi cama, la morenita besó, lamió e incluso mordisqueó esos botones mientras su dueña iba poco a poco perdiendo la razón.
-¿Tú crees que Manuel acepte compartirnos cuando se lo pidamos?- preguntó completamente excitada.
Teresa, soltando una carcajada, levantó su mirada y con voz sensual, le contestó:
-Ni siquiera lo dudes. Ya me demostró que, aunque un poco oxidado, es un hombre en toda regla- tras lo cual llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de su amante e introduciéndolos unos centímetros en su interior, le dijo: -Si no me equivoco, intentara seducirte sin saber que llevas enamorada de él desde que eras niña.
Al oír su consuelo y sentir a la vez esos dedos jugando en su intimidad, Ana abrió los ojos como dos platos y ante mi atenta mirada, comenzó a contorsionarse sobre las sábanas mientras contestaba:
-Ojalá tengas razón, llevo años deseando ser suya.
Teresa comprendió que su jefa se sentía indefensa y no queriendo que siguiera martirizándose, susurró en su oído:
-Sh sh shhh… no pienses en eso y disfruta.
Mi prima le hizo caso y dejando atrás sus miedos, se concentró en los lentos movimientos de los dedos de su amante que poco a poco iban haciendo hervir su sexo mientras desde mi colchón veía, polla en mano, como la oriental masajeaba su hinchado clítoris.
-¡Que buenas están!- chillé ya convertido en un incendio al admirar el lento y sensual apareamiento del que estaba siendo testigo.
Para entonces, la morenita ya se había hecho dueña del coño de su amada y muy lentamente comenzó un discreto mete y saca mientras Ana no paraba de gemir completamente entregada.
-¿Quieres que le llame y entre las dos le convenzamos de ser nuestro hombre?- preguntó Teresa al tiempo que incrementaba su estimulación con dos de sus dedos.
Mi prima incapaz de articular palabra alguna, negó con la cabeza. Asumiendo su papel, Teresa aumentó el ritmo de sus caricias hasta que ya dominada por el deseo, su dulce jefa le clavó las uñas en la espalda, pidiendo que no parara.
-¿Estás segura que no quieres que venga?- insistió la morena al comprobar que Ana movía febrilmente las caderas en un intento de marcarle la velocidad con la que deseaba ser penetrada.
-¡Debe ser él quien me llame a su lado!- gritó descompuesta al sentir los primeros síntomas de un intenso placer.
En mi lecho y producto del morbo que me estaba dando tanto la escena cómo lo que hablaban entre ellas, comprendí que no tardaría en correrme. En alguna ocasión había escuchado que la fantasía de toda mujer era estar con otra mientras fantaseaban de un hombre y exactamente eso era lo que estaba observando:
“¡Dos bellezas haciendo el amor mientras hablaban de mí como su futuro dueño!”.
No creí soportar más tiempo sin eyacular y por ello, ralenticé el ritmo de mi muñeca mientras en la pantalla, veía a mi prima sollozar de puro gusto.
-¿Te imaginas que es su verga la que te está follando?- siseó Teresa en la oreja a su excitada jefa.
La idea debió de ser la gota que colmó su lujuria porque mi querida y odiada prima colapsó sobre su cama.
-Síííí…..- chilló mientras su sexo se licuaba en las manos de su amante.
Todos mis vellos se erizaron al escuchar el grito de placer que manó de la garganta de Ana pero más cuando prolongando el éxtasis de su amada, Teresa sin dejar de follársela con los dedos, le prometió:
-Manuel ya es nuestro aunque no lo sepa.
Al comprender que esa afirmación era cierta, exploté derramando mi simiente por toda mi cama. Tras unos minutos en los que únicamente vi cómo ambas se quedaban dormidas, apagué el sistema de espionaje de mi tío y mientras intentaba yo mismo caer entre los brazos de Morfeo, decidí que haría realidad el sueño de ese par de brujas, pensando para mí:
«Seré suyo pero ¡tendrán que trabajárselo!».
CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “Memorias de una jovencita 2” (POR ROGER DAVID)

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Memorias sobre una Jovencita 2

Relato original Memorias de una Pulga

Segunda Parte

Bella tenía una amiga, una linda damita solo unos pocos meses mayor que ella, hija de un adinerado caballero, que vivía cerca del señor Verbouc. Julia Delmont, sin embargo, era de temperamento menos ardiente y voluptuoso, y Bella comprendió pronto que no había madurado lo bastante para entender los sentimientos pasionales, ni comprender los fuertes instintos que despierta el placer sexual.

Julia era ligeramente más alta que su joven amiga, algo menos carnosa también, pero con formas capaces de deleitar los ojos y cautivar el corazón de un artista por lo perfecto de su corte y lo exquisito de sus detalles.

Se supone que una pulga no puede describir la belleza de las personas, ni siquiera la de aquellas que la alimentan. Todo lo que puedo decir, por lo tanto, es que Julia Delmont constituía a mi modo de ver un estupendo regalo, y algún día lo sería para alguien del sexo opuesto, ya que estaba hecha para despertar el deseo del más insensible de los hombres, y para encantar con sus graciosos modales y su siempre placentera figura al más exigente adorador de Venus.

El padre de Julia poseía, como hemos dicho, amplios recursos; su madre era una bobalicona que se ocupaba bien poco de su hija, o de otra cosa que no fueran sus deberes religiosos, en el ejercicio de los cuales empleaba la mayor parte de su tiempo, así como en visitar a las viejas devotas de la vecindad que estimulaban sus predilecciones.

El señor Delmont era relativamente joven. De constitución robusta, estaba lleno de vida, y como quiera que su piadosa cónyuge estaba demasiado ocupada para permitirle los goces matrimoniales a los que el pobre hombre tenía derecho, éste los buscaba por otros lados.

En tales circunstancias, nada tiene de extraño que sus ojos se fijaran en el hermoso cuerpo de aquel capullo en flor que era la joven sobrina de su amigo y vecino. Ya había tenido oportunidad de oprimir su enguantada mano, de besar desde luego con aire paternal su blanca mejilla, e incluso de colocar su mano temblorosa, claro que por accidente, sobre sus perfectos muslos.

En realidad, Bella, ya mucho más experimentada que la mayoría de las muchachas de su tierna edad, se había dado cuenta de que el señor Delmont sólo esperaba una oportunidad para llevar las cosas a sus últimos extremos. Y esto era precisamente lo que hubiera complacido a Bella, pero era vigilada demasiado de cerca, y la nueva y desdichada situación en que acababa de entrar acaparaba todos sus pensamientos.

El padre Ambrosio, empero, se percataba bien de la necesidad de permanecer sobre aviso, y no dejaba pasar oportunidad alguna, cuando la joven acudía a su confesionario, para hacer preguntas directas y pertinentes acerca de su comportamiento para con los demás, y de la conducta que los otros observaban con su penitente.

Así fue como Bella llegó a confesarle a su guía espiritual los sentimientos engendrados en ella por el lúbrico proceder del señor Delmont. El padre Ambrosio le dio buenos consejos en aquella oportunidad, y puso inmediatamente a Bella a la tarea de succionarle la verga mientras el pensaba en aquel asunto a la vez que terminaba de escribir unos documentos eclesiásticos en su despacho, la chica se la tuvo que estar chupando por casi toda una tarde en donde el degenerado cura sin desentenderse de sus asuntos religiosos-administrativos descargó fervientes cantidades de semen tres veces en la boca de la joven quien arrodillada debajo de su escritorio no dudó para beberse hasta la última gota en las tres oportunidades.

Una vez pasado este delicioso episodio, y borradas que fueron las huellas del placer en la corpulenta persona de Ambrosio, el digno sacerdote se dispuso con su habitual astucia, a sacar provecho de los hechos de que acababa de tener conocimiento. Su morboso y vicioso cerebro no tardó en concebir un plan cuya audacia e inquietud yo, un humilde insecto, no sé qué haya sido nunca igualada.

Desde luego, en el acto decidió que la joven Julia tenía algún día que ser suya. Esto era del todo natural. Pero para lograr este objetivo, y divertirse al mismo tiempo con la pasión que indiscutiblemente Bella había despertado en el señor Delmont, concibió una doble consumación, que debía llevarse a cabo por medio del más indecoroso y repulsivo plan que jamás haya oído el lector.

Lo primero que había que hacer era despertar la imaginación de Julia, y avivar en ella los latentes fuegos de la lujuria como la comezón de la carne. Esta noble tarea se la confiaría el buen sacerdote a Bella, la que, debidamente instruida, se comprometió fácilmente a realizarla. Puesto que ya se había roto el hielo en su propio caso, Bella, a decir verdad, no deseaba otra cosa sino conseguir que Julia fuera tan culpable como ella. Así que se dio a la tarea de corromper a su joven amiga. ¿Cómo lo logró?, vamos a verlo a su debido tiempo.

Fue sólo unos días después de la iniciación de la joven Bella en los deleites del delito en su forma incestuosa que hemos ya relatado, y en los que no había tenido mayor experiencia porque el señor Verbouc tuvo que ausentarse del hogar. A la larga, sin embargo, tenía que presentarse la nueva oportunidad, y Bella se encontró por segunda vez, sola y serena, en compañía de su tío y del padre Ambrosio.

La tarde era fría, pero en la estancia reinaba un calorcito placentero por efecto de una estufa instalada en el lujoso departamento. Los suaves y mullidos sofás y otomanes que amoblaban la habitación proporcionaban a la misma un aire de indolencia y abandono. A la brillante luz de una lámpara exquisitamente perfumada los dos hombres parecían elegantes devotos de Baco y de Venus cuando se sentaron, ligeros de ropa, después de una suntuosa colación.

En cuanto a Bella, estaba por así decirlo excedida en belleza. Vistiendo solo un encantador ‘negligie’, medio descubría y medio ocultaba aquellos encantos en flor de que tan orgullosa podía mostrarse, debajo de aquella prenda la chiquilla no llevaba absolutamente nada.

Sus brazos, admirablemente bien torneados, sus suaves piernas bien desarrolladas y dobladas al estar sentada al medio de los dos hombres, su seno palpitante, por donde asomaban dos meloncitos blancos y carnosos, exquisitamente redondeados y duritos gracias a su juventud, las bien formadas caderas, y unos diminutos pies que daban ganas de separar aquellos deditos y pasar la lengua por ahí, eran encantos que, sumados a otros muchos, formaban un delicado y delicioso conjunto con el que se hubieran intoxicado las deidades mismas, y en las que iban a complacerse los dos lascivos mortales que la acompañaban en esos momentos.

Se necesitaba, empero, un pequeño incentivo más para aumentar la excitación de los infames y anormales deseos de aquellos dos hombres que en dicho momento, con ojos inyectados en sangre por la lujuria, contemplaban a su antojo el despliegue de los tesoros que estaban a su alcance.

Seguros de que no habían de ser interrumpidos, se disponían ambos a hacer los lascivos attouchements (manoseos) que darían satisfacción al deseo de regodearse con lo que tenían a la vista.

Ya incapaz de contener su ansiedad, el perverso tío extendió su mano, y atrayendo hacia sí a su sobrina, deslizó sus dedos entre sus piernas a modo de sondeo. Por su parte el sacerdote se posesionó de sus dulces senos, para sumir su cara en ellos. Ninguno de los dos se detuvo en consideraciones de pudor que interfirieran con su placer, así que los miembros de los dos robustos hombres fueron exhibidos luego en toda su extensión, y permanecieron excitados y erectos, con las cabezas ardientes por efecto de la presión sanguínea y la tensión muscular.

–¡Ohhh, qué forma de tocarme!, -murmuró Bella, abriendo voluntariamente sus muslos a las temblorosas manos de su tío, mientras Ambrosio casi la ahogaba al prodigarle deliciosos besos con sus gruesos labios.

En un momento determinado la complaciente mano de Bella apresó en el interior de su cálida palma el rígido miembro del vigoroso sacerdote.

–¿Qué, amorcito, no es grande mi verga? ¿Y no arde en deseos de expeler sus jugos dentro de ti? ¡Oh, cómo me excitas, hija mía! Tu mano… tu dulce mano… ¡Ay! ¡Me muero por insertarlo en tu suave vientre! ¡Bésame, Bella! ¡Verbouc, vea en qué forma me excita su sobrina!

El tío de Bella junto con mirar al sacerdote cuando este le habló, también dio con la fuerte erección que poseía, en el acto le habló a su sobrina:

–¡Madre santa, qué miembro! ¡Ve, Bella, qué cabeza la suya! ¡Cómo brilla! ¡Qué tronco tan largo y tan oscuro! ¡Y observa cómo se encorva cual si fuera una serpiente en acecho de su víctima! ¡Ya asoma una gota de semen en la punta! ¡Mira, Bella!

–¡Oh, cuán dura es su verga…! –dijo la jovencita tras las palabras de su tío y a la misma vez que tomaba con su manita el musculoso instrumento vergal de Ambrosio, este la seguía besando efusivamente, –¡Cómo vibra…! ¡Cómo acomete…! ¡Apenas podré abarcarla…! ¡Usted me mata con estos besos, me absorbe la vida!

El señor Verbouc hizo un movimiento hacia adelante, y en el mismo momento puso al descubierto su propia arma, erecta y al rojo vivo, desnuda y húmeda la cabeza. Los ojos de Bella se iluminaron ante el prospecto.

–Tenemos que establecer un orden para nuestros placeres, Bella, -dijo su tío, –Debemos prolongar lo más que nos sea posible nuestros éxtasis. Ambrosio es desenfrenado. ¡Qué espléndido animal es! ¡Hay que ver qué miembro! ¡Está dotado como un verdadero potro! ¡Ah, sobrinita mía!, ¡mi criatura…!, ¡con tal herramienta si que va a dilatar tu estrecha rendija…! La hundirá hasta tus entrañas, y tras de una buena carrera descargará un torrente de leche caliente para placer tuyo!

–¡Qué gusto!, -murmuró Bella, –Anhelo recibir esa gruesa herramienta hasta mi cintura. Sí, sí. No apresuremos el delicioso final; trabajemos todos para ello…

La jovencita hubiera dicho algo más, pero en aquel momento la roja punta del rígido miembro del señor Verbouc entró en su boca.

Con la mayor avidez Bella recibió el duro y palpitante objeto entre sus labios de fresas, y admitió tanto como pudo de ella. Comenzó chupar como desesperada, como a su mismo tiempo a lamer alrededor con su lengua, y hasta trató de introducirla en la roja abertura de la extremidad. Estaba excitada hasta el frenesí. Sus mejillas ardían, su respiración iba y venía con ansiedad espasmódica. Se aferró más aún al miembro del lúbrico sacerdote, y su juvenil estrecho coño palpitaba de placer anticipado. Hubiera querido continuar cosquilleando, frotando y excitando el henchido tronco del lascivo Ambrosio, pero el fornido sacerdote le hizo seña de que se detuviera.

–Aguarda un momento, Bella, -suspiró, –o vas a hacer que me corraaa…

Bella soltó el enorme tronco moreno y se echó hacia atrás, de manera que su tío pudo accionar despaciosamente hacia dentro y hacia fuera de su boca, sin que la mirada de ella dejara por un solo momento de prestar ansiosamente atención a las extraordinarias dimensiones del miembro de Ambrosio.

Nunca había gustado Bella con tanto deleite de un a buena verga, como ahora estaba disfrutando del respetable miembro de su tío. Por tal razón aplicó sus labios al mismo con la mayor fruición que pudo, sorbiendo morbosamente la secreción que de vez en cuando exudaba la punta.

El señor Verbouc estaba arrobado con los atentos servicios de su joven sobrinita. A continuación el cura se arrodilló, y pasando la rasurada cabeza por entre las piernas de Verbouc, que estaba de pie ante la joven, abrió los dóciles muslos de ésta para apartar después con sus dedos los rojos labios de su vagina, e introducir su lengua hacia dentro, al tiempo que con sus gruesos labios cubría sus juveniles y excitadas partes.

La chica se estremecía de placer con semejante tratamiento por parte de los dos hombres. Su tío se puso aún más rígido, y empujó fuertemente dentro de la bella boca de la muchacha, la cual tomó sus testículos entre sus manos para estrujarlos con suavidad. Retiró hacía atrás la piel del ardiente tronco, y reanudó su succión con evidente deleite.

–¡Ahora córrase tío… y deme todo lo suyo! -dijo Bella, abandonando por un momento la viscosa cabeza con el objeto de poder hablar y tomar aliento… –¡Me gusta tanto el sabor del semen! ¡Me agrada mucho saborearlo antes de tragármelo!, -les comentaba con sinceridad la jovencita a los dos hombres.

–Podrás hacerlo querida sobrina, pero todavía no. No debemos ir tan aprisa…, -en eso la joven se dio a succionárselo con más ímpetus que al principio por lo cual al señor no le quedo más opción que ponerse bufar, –¡Oh, cómo me mama! ¡Cómo me lame con su lengua! ¡Estoy ardiendo! ¡Me mata! -¡Ah, sobrina! Ahora no sientes más que placer… te has reconciliado con los goces de nuestros contactos incestuosos.

–De verdad que sí, querido tío… pero… pero… ponme tu verga de nuevo en la boca, -le pidió la muchacha en forma inquisitiva.

–Todavía no, Bella, amor mío…, -el señor Verbouc no pudo seguir hablando ya que la jovencita lo interrumpió, para luego hablar casi con espanto por lo que ella veía venirse:

–No me hagas aguardar demasiado querido tío… Me estas enloqueciendo… ¡Padre Ambrosio! ¡Ohhh mi buen Padre… ya viene hacia mí, se prepara para cogerme! ¡Dios santo, qué gran instrumento! ¡Piedad! ¡Me partirá en dos con esa cosa!

Entretanto Ambrosio, enardecido por el delicioso jugueteo con el que estuvo entretenido, devino demasiado excitado para permanecer como estaba, y aprovechando la oportunidad de una momentánea retirada de Verbouc, se puso de píe le arranco de su cuerpo la única y sexi prenda que la protegían y tumbó sobre sus espaldas en el blando sofá a la hermosa muchacha.

Verbouc tomó en su mano el formidable pene del santo padre, le dio un par de sacudidas preliminares, retiro la piel que rodeaba su cabeza en forma de huevo, y encaminando el mismo la punta anchurosa y ardiente hacia la rosada hendidura de su desnuda sobrina, y la empujó vigorosamente dentro del vientre de ella.

La humedad que lubricaba las partes nobles de la criatura facilitó la entrada de la cabeza y la parte delantera, y el arma del sacerdote pronto quedó sumida a medias. Siguieron fuertes embestidas, y con brutal lujuria reflejada en el rostro, y escasa piedad por la juventud de su víctima, Ambrosio la ensartó en forma impecable.

La excitación de Bella superaba el dolor, por lo que se abrió de piernas hasta donde le fue posible para permitirle regodearse según su deseo en la posesión de su belleza.

Un ahogado lamento escapó de los entreabiertos labios de la ardiente jovencita cuando sintió aquella gran arma, dura como el hierro, presionando su matriz, y dilatándola con su gran tamaño.

El señor Verbouc no perdía detalle del lujurioso espectáculo que se ofrecía a su vista, y se mantuvo al efecto aun lado de la excitada pareja en el mismo instante en que ya empezaban acoger. En un momento dado depositó su poco menos vigoroso miembro en la mano convulsa de su sobrina. Ambrosio, tan pronto como se sintió firmemente alojado en el lindo cuerpo que estaba debajo de él, refrenó su ansiedad. Llamando en auxilio suyo el extraordinario poder de autocontrol con el que estaba dotado, pasó sus manos temblorosas sobre las caderas de la muchacha, y apartando sus ropas descubrió su velludo vientre, con el que a cada sacudida frotaba el mullido monte de ella.

De pronto el sacerdote aceleró su trabajo. Con poderosas y rítmicas embestidas se enterraba en el tierno cuerpo que yacía debajo de él. Apretó fuertemente hacia adelante, y Bella enlazó sus blancos brazos en torno a su musculoso cuello. Sus testículos golpeaban las suaves y bien formadas posaderas de ella, su instrumento había penetrado hasta los pelos que, negros y rizados, cubrían por completo el sexo de ella.

–Ahora la tiene toda adentro… Verbouc, observa a tu sobrina… Ve cómo disfruta los ritos eclesiásticos. ¡Ah, qué placer… que calenturaaa…! ¡Cómo me mordisquea la verga con su estrecho coñito!

Y la excitada Bella también aportaba palabras de gratitud hacia los dos hombres:

–¡Oh, querido… querido padre Ambrosio…! ¡Oh, mi buen padrecito que bien me lo hace!, ¡¡culéenme… culéenme entre los dos al mismo tiempo… o túrnense para ello… que ya me estoy corriendo de solo imaginarlo!!

Luego de tan ardiente solicitud que le hizo a los dos hombres la casi enloquecida chiquilla se dio a animar al fiero animal que en esos momentos la violaba:

–¡Empuje…! ¡Empuje! ¡Máteme con su cosa si así lo desea… pero no deje de moverse! ¡Así… culéeme así!, -aportaba la chica a grito limpio sin dejar de menearse buscando el mismo ritmo del padre Ambrosio, –¡Ohhh! ¡Cielos! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Cuán grande es… cuan grueso lo tiene! ¡Cómo se adentra en mí!

El sofá del gran salón de la casa de Verbouc en el cual se llevaba a cabo semejante cogida crujía a causa de las rápidas sacudidas de aquella pareja en lícito estado de calentura:

–¡Ohhh… Diossss! –Seguía gritando la jovencita, –¡Me está matando…! ¡Realmente esto es demasiado…! ¡Me muero…! ¡¡Me estoy corriendoooo…!!

Y dejando escapar un grito ahogado, la muchacha se corrió en forma abundante, inundando el grueso miembro que tan deliciosamente la estaba cogiendo.

El largo pene engruesó y se enardeció todavía más. También la bola que lo remataba se hinchó, y todo el tremendo aparato parecía que iba a estallar de lujuria.

La joven Bella susurraba frases incoherentes desde sus dulces labios temblorosos a causa del orgasmo en que se veía asaltada, de las que sólo se entendían la palabras coger… leche, y culear.

Ambrosio, también completamente enardecido, y sintiendo su enorme verga atrapada en las juveniles carnes de la muchacha, no pudo aguantar más, y agarrando las nalgas de Bella con ambas manos, empujó hacia el interior toda la tremenda longitud de su miembro y descargó, arrojando los espesos chorros de su fluido, uno tras otro, muy adentro de su compañera de juego. Un bramido como de bestia salvaje escapó de su pecho a medida que arrojaba su cálida leche, en tanto la chica que dentro de su infinito goce aún estaba consiente, también se daba cuenta de lo que le ocurría al sacerdote:

–¡Oh, ya viene el semen de Usted! ¡Me está inundando…! ¡Le siento sus borbotones de leche caliente en mi estómago mi buen padrecito! ¡Ahhh… qué delicia es la que siento!

Mientras tanto la gruesa verga del sacerdote, bien hundida en el potable cuerpo de Bella, seguía emitiendo por su henchida cabeza el semen perlino que inundaba la juvenil matriz de ella.

–¡Ah, qué cantidad me está dando!, -comentó Bella ya un poco más calmada de los efectos del clímax sentido, mientras bamboleaba su cintura por debajo del gran masa muscular del fogoso sacerdote, y sentía correr en todas direcciones y por sus ingles el cálido fluido de este.

Esta era exactamente la situación que más ansiosamente esperaba el tío, y por lo tanto procedió sosegadamente a aprovecharla. Miró parte de sus lindos y suaves muslos abiertos con varias muestras de semen salpicado, metió sus dedos entre los rojos labios de su coño, embarró el semen exudado sobre su lampiño sexo. Seguidamente, colocando a su hermosa sobrina adecuadamente frente a él, Verbouc exhibió una vez más su tieso y peludo campeón, y excitado por las excepcionales escenas que tanto le habían deleitado, contempló con ansioso celo las tiernas partes de la joven Bella, completamente cubiertas como estaban por las descargas del sacerdote, y exudando todavía espesas y copiosas gotas de su prolífico fluido.

Bella, obedeciendo a los deseos tanto de su tío como a los suyos propios, abrió lo más posible sus piernas. Verbouc colocó ansiosamente su desnuda persona entre los complacientes muslos abiertos de la joven.

–Estate quieta mí querida sobrina. Mí verga no es tan gorda ni tan larga como la del buen padre Ambrosio, pero sé muy bien cómo coger, y podrás comprobar sí la leche de tu tío no es tan espesa y caliente como la de cualquier eclesiástico. Ve cómo estoy de envarado…, -le dijo mostrándosela antes de metérsela.

–¡Y cómo me haces esperar deseado tío!, -dijo Bella sin quitar su lánguida mirada de la erecta verga de su familiar, –Veo tu querida herramienta aguardando turno… ¡Cuán roja se ve! ¡Métemela y empújala hacia dentro mío querido tío! Ya estoy lista de nuevo, y el buen padre Ambrosio te ha aceitado bien el camino…

El duro miembro tocó con su enrojecida cabeza los abiertos labios de la joven, todavía completamente resbalosos, y su punta se afianzó con firmeza. Luego comenzó a penetrar el miembro propiamente dicho, y tras unas cuantas embestidas firmes aquel ejemplar pariente se había adentrado hasta los testículos en el vientre de su sobrina, solazándose lujuriosamente entre el fuerte hedor a semen masculino que evidenciaba sus anteriores e impías venidas con el padre.

–Querido tío…, -exclamó la muchacha, –Tenga bien en cuenta a quien se está cogiendo. No se trata de una extraña cualquiera, a quien Usted se lo está metiendo es a la hija de su hermano, soy su propia sobrina… así que entonces culéeme bien… Entrégueme todo el poder de su vigoroso aparato. ¡Cójame! ¡Culéeme hasta que su incestuoso semen se derrame en mi interior! ¡Ahhh…! ¡Ohhh…! ¡Ohhhh…! -Y sin poderse contener ante el conjuro de sus propias ideas lujuriosas, la joven Bella se entregó a la más desenfrenada sesión apareatorea, con gran deleite de su tío.

El vigoroso familiar, gozando la satisfacción de su lujuria preferida, se dedicó a efectuar una serie de rápidas y poderosas embestidas. No obstante lo anegada y perforada que se encontraba, la joven vagina de su linda oponente era de por sí pequeña, y lo bastante estrecha para pellizcarle su miembro deliciosamente en la abertura, y provocar así que su placer aumentara rápidamente.

Verbouc se alzó para lanzarse con rabia dentro del cuerpo de ella, y la hermosa joven se asió a él con el apremio de una lujuria todavía no saciada. Su verga engrosó y se endureció todavía más. El cosquilleo se hizo pronto casi insoportable. Bella se entregó por entero al placer del acto incestuoso, hasta que el señor Verbouc, dejando escapar un suspiro, se vino dentro de su sobrina, inundando de nuevo la matriz de ella con su cálido fluido. Bella llegó también al éxtasis, y al propio tiempo que recibía la poderosa inyección de leche caliente, placenteramente acogida, derramaba una no menor ardiente prueba de su goce femenino.

Habiéndose así completado el acto, se le dio tiempo a Bella para hacer sus abluciones, y después, tras de apurar un tonificante vaso lleno de vino tinto hasta los bordes, se sentaron los tres en el mismo y húmedo sofá en el que acababan de coger para concertar un diabólico plan para la violación y el goce de la bella Julia Delmont.

Bella estando cómodamente encogida con sus piernas, de la misma forma en que lo haría si estuviese a la sombra de un árbol en un día de campo, pero desnuda, confesó que el señor Delmont la deseaba, y que evidentemente estaba en espera de la oportunidad para encaminar las cosas hacia la satisfacción de su capricho.

Por su parte, el padre Ambrosio confesó que su miembro se enderezaba a la sola mención del nombre de la Joven Julia. La había confesado, y admitió jocosamente que durante la ceremonia no había podido controlar sus manos, ya que su simple aliento despertaba en él ansías sexuales incontenibles.

El señor Verbouc declaró que estaba igualmente ansioso de proporcionarse placer en sus dulces encantos, cuya sola descripción lo enloquecía.

Pero el problema estaba en cómo poner en marcha el plan.

–¡Si me la violara sin preparación alguna, la destrozaría…! -exclamó el padre Ambrosio, exhibiendo una vez más su rubicunda máquina aceitosa, todavía rezumando las pruebas de su último goce, que aún no se le habían secado.

–Yo no puedo gozarla primero. Necesito la excitación de una copulación previa…, -objetó Verbouc.

–A mí me gustaría ver a mi dulce amiga bien violada…, -dijo la desnuda Bella quien se mantenía ubicada al medio de los dos hombres también desnudos, –Observaría la operación con deleite, y cuando el padre Ambrosio hubiese introducido su enorme cosa en el interior de ella, tú podrías hacer lo mismo conmigo para compensarme el obsequio que le haríamos a la linda Julia.

–¡Sí!, esa combinación podría resultar deliciosa…, -opino en el acto Verbouc quien ya imaginaba la fogosa escena descrita por su sobrina

–¿Qué habrá que hacer entonces?, -inquirió otra vez Bella, –¡Madre santa, cuán tiesa está su verga de nuevo querido padre Ambrosio… otra vez la tiene bien parada!

–Se me ocurre una idea que sólo de pensar en ella me provoca una violenta erección. Puesta en práctica sería el colmo de la lujuria, y por lo tanto del placer, -dijo el buen Padre.

–¡¡Veamos de qué se trata…!!, -exclamaron tío y sobrina al unísono.

–Aguarden un poco…, -dijo el santo varón, mientras Bella desnudaba la roja cabeza de su instrumento para cosquillear en el húmedo orificio con la punta de su lengua.

–Escúchenme bien, -dijo Ambrosio, –El señor Delmont anda caliente con Bella… eso está claro, y nosotros lo andamos con su hija, y a esta criatura que ahora me está chupando la verga, le gustaría ver a la tierna Julia bien ensartada en ella hasta lo más hondo de sus órganos vitales, con el único y lujurioso afán de proporcionarse una dosis extra de placer. Hasta aquí todos estamos de acuerdo. Ahora préstenme atención, y tú, Bella, deja en paz mí instrumento. He aquí mi plan: me consta que la pequeña Julia no es insensible a sus instintos animales. En efecto, esa diablilla ya siente la comezón de la carne. Un poco de persuasión y otro poco de astucia pueden hacer el resto. Julia accederá a que se le alivien esas angustias del apetito carnal que ya con toda seguridad debe estar sintiendo por su tierna rendija. Bella debe alentarla al efecto. Entretanto la misma Bella inducirá al señor Delmont a ser más atrevido. Le permitirá que se le declare, si así lo desea él. En realidad, ello es indispensable para que el plan resulte. Ese será el momento en que debo intervenir yo. Le sugeriré a Delmont que el señor Verbouc es un hombre por encima de los prejuicios vulgares, y que por cierta suma de dinero estará conforme en entregarle a su hermosa y virginal sobrina para que sacie sus apetitos…

–No alcanzo a entenderlo bien…, -comentó Bella.

–Yo no veo el objeto…, -intervino Verbouc, –Eso que explicas no nos aproximará más a la consumación de nuestro plan con la zorrilla esa.

–Aguarden un momento…, -continuó el buen padre, –Hasta este momento todos hemos estado de acuerdo. Ahora Bella será vendida a Delmont. Se le permitirá que satisfaga secretamente sus deseos en los hermosos encantos de ella. Pero la víctima no deberá verlo a él, ni él a ella, a fin de guardar las apariencias. Se le introducirá en una alcoba agradable, podrá ver el cuerpo totalmente desnudo de una encantadora mujer, se le hará saber que se trata de su víctima, y que puede gozarla.

–¿Yo?, -interrumpió Bella, –¿Para qué todo este misterio?

El padre Ambrosio sonrió malévolamente:

–Ya lo sabrás mi amada Bella, solo ten paciencia. Lo que deseamos es disfrutar de Julia Delmont, y lo que el señor Delmont quiere es disfrutar de tu persona. Únicamente podemos alcanzar nuestro objetivo evitando al propio tiempo toda posibilidad de escándalo. Es preciso que el señor Delmont sea silenciado, pues de lo contrario podríamos resultar perjudicados por la violación de su hija. Mi propósito es que el lascivo señor Delmont viole a su propia hija, en lugar de a Bella, y que una vez que de esta suerte nos haya abierto el camino, podamos nosotros entregarnos a la satisfacción de nuestra lujuria en el deleitoso cuerpo de esa joven. Si Delmont cae en la trampa, podremos revelarle el incesto cometido, y recompensárselo con la verdadera posesión de Bella, a cambio de la persona de su hija, o bien actuar de acuerdo con las circunstancias.

–¡Oh, ya casi me estoy corriendo con solo imaginármelo!, -gritó el señor Verbouc, –¡Mi verga está que arde! ¡Qué trampa! ¡Qué espectáculo tan maravilloso he reproducido en mi mente!

Ambos hombres se levantaron, y Bella se vio envuelta en sus abrazos ya que también la agarraron a ella. Dos duros y largos dardos se incrustaban contra su desnudo y gentil cuerpo a medida que la trasladaban ahora a la alfombra que adornaba el centro de la sala.

Ambrosio se tumbó sobre sus espaldas, Bella se le montó encima, y tomó su gruesa tranca de semental entre las manos para llevárselo a su estrecha vagina con la sola intención de metérsela ella misma. El señor Verbouc contemplaba la escena. La desesperada jovencita una vez que se la ubicó se dejó caer lo bastante para que la enorme arma se adentrara por completo; luego se acomodó encima del ardiente sacerdote, y comenzó una deliciosa serie de movimientos rápidamente ondulatorios.

El señor Verbouc luego de haber contemplado los primeros movimientos efectuados por su sobrina una vez que esta estuvo empalada en la gran tranca del sacerdote, veía ahora como sus hermosas nalgas subían y bajaban, abriéndose y cerrándose a cada sucesiva embestida.

Ambrosio se había adentrado hasta la raíz, esto era evidente. Sus grandes testículos estaban pegados debajo de ella, y los delicados labios vaginales de Bella llegaban a ellos cada vez que la muchacha se dejaba caer.

El ardiente espectáculo le sentó muy bien a Verbouc. El virtuoso tío se puso detrás de la chica, dirigió su largo y henchido pene hacia el trasero de ella, y sin gran dificultad consiguió enterrarlo por completo hasta sus entrañas.

El hermoso y redondo trasero de su sobrina era ancho y suave como un guante, y la piel de las nalgas blanca como el alabastro. Verbouc, empero, no prestaba la menor atención a estos detalles. Su miembro estaba dentro, y sentía la estrecha compresión del músculo del pequeño orificio de entrada como algo exquisito.

Los dos miembros se frotaban mutuamente, sólo separados por una tenue membrana. Bella experimentaba los enloquecedores efectos de este doble deleite. Tras una terrible excitación llegaron los transportes finales conducentes al alivio, y chorros de leche inundaron por ambos lados a la grácil Bella.

Después Ambrosio descargó por dos veces en la boca de Bella, en la que también vertió luego su tío su incestuoso fluido, y así terminó la sesión.

La forma en que la jovencita realizó sus funciones fue tal, que mereció sinceros encomios de sus dos compañeros. Sentada en el canto de una silla, se colocó frente a ambos de manera que los tiesos miembros de uno y otro quedaron a nivel con sus labios de coral, luego, tomando entre sus labios el aterciopelado glande, aplicó ambas manos a frotar, cosquillear y excitar el falo y sus apéndices. De esta manera puso en acción en todo el poder nervioso de los miembros de sus compañeros de juego, que, con sus aparatos distendidos a su máximo, pudieron gozar del lascivo cosquilleo hasta que los toquecitos de Bella se hicieron irresistibles, y entre suspiros de éxtasis su boca y su garganta fueron inundadas con chorros de semen. La pequeña glotona se los bebió por completo. Y lo mismo habría hecho con los de una docena, si hubiera tenido oportunidad para ello.

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La joven Bella continuaba proporcionándome el más delicioso de los alimentos. Sus juveniles miembros nunca echaron de menos las sangrías carmesí provocadas por mis piquetes, los que, muy a pesar mío, me veía obligada a dar para obtener mi sustento. Determiné, por consiguiente, continuar con ella, no obstante que, a decir verdad, su conducta en los últimos tiempos había devenido discutible y ligeramente irregular.

Una cosa manifiestamente cierta era que había perdido todo sentido de la delicadeza y del recato propio de una doncella de su elevada condición social, y vivía sólo para dar satisfacción a sus deleites sexuales. Pronto pudo verse que la jovencita no había desperdiciado ninguna de las instrucciones que se le dieron sobre la parte que tenía que desempeñar en la conspiración urdida contra la adolescente de 18 añito Julia Delmont.

Ahora me propongo relatar en qué forma desempeñó su papel. No tardó mucho en encontrarse Bella en la mansión del señor Delmont, y tal vez por azar, o quizás más bien porque así lo había preparado aquel respetable ciudadano, a solas con él.

El señor Delmont advirtió su oportunidad y cual inteligente estratega militar, se dispuso al asalto. Se encontró con que la linda y joven amiga de su hija, o estaba en el limbo en cuanto a sus intenciones, o estaba bien dispuesta a alentarlas. El señor había ya colocado sus brazos en torno a la cintura de Bella y, como por accidente la suave mano derecha de ésta comprimía ya bajo su nerviosa palma el varonil miembro de él.

Lo que Bella podía palpar puso de manifiesto la violencia de su emoción. Un espasmo recorrió el duro objeto de referencia a todo lo largo, y Bella no dejó de experimentar otro espasmo similar de placer sexual pero en todo su sistema neurológico. El enamorado señor Delmont la atrajo suavemente hacia sí, y abrazó su carnoso y curvilíneo cuerpo complaciente. Rápidamente estampó un cálido beso en su mejilla y le susurró palabras halagüeñas para apartar su atención de sus maniobras.

Intentó también algo más, frotó la mano de Bella sobre su duro objeto, lo que le permitió a la jovencita advertir que la excitación podría ser demasiado rápida. Aun así la chica se atuvo estrictamente a su papel en todo momento… al de una muchacha inocente y recatada.

El señor Delmont, alentado por la falta de resistencia de parte de su joven amiga, dio otros pasos todavía más decididos. Su inquieta mano vagó por entre los ligeros vestidos de Bella, y acarició el nacimiento de sus complacientes piernas.

Luego, de repente, al tiempo que besaba con verdadera pasión sus rojos labios, pasó sus temblorosos dedos por debajo para tentar su suave muslo.

Bella lo rechazó. En cualquier otro momento se hubiera acostado sobre sus espaldas y le hubiera abierto las piernas para permitirle que hiciera con ella lo que el quisiese, pero recordaba la lección, y desempeñó su papel perfectamente.

–¡Oh, qué atrevimiento el de usted!, -gritó la jovencita, –¡¿Qué groserías son éstas?! ¡No puedo permitírselas! Mi tío dice que no debo consentir que nadie me toque ahí. En todo caso nunca antes de… Bella dudó, se detuvo, y su rostro adquirió una expresión de ingenuidad.

El señor Delmont era tan curioso como enamoradizo:

–¿Antes de qué, Bella?, -le consultó

–¡Ohhh, no debo explicárselo! No debí decir nada al respecto. Sólo los rudos modales de mi tío me lo han hecho olvidar.

–¿Olvidar qué?

–Algo de lo que me ha hablado a menudo… —contestó sencillamente Bella.

–¿Pero qué es? ¡Dímelo!

–No me atrevo. Además, no entiendo lo que significa…

–Te lo explicaré si me dices de qué se trata.

–¿Me promete no contarlo?

–Desde luego.

–Bien. Pues lo que él dice es que nunca tengo que permitir que me pongan las manos ahí, y que sí alguien quiere hacerlo tiene que pagar mucho por ello.

–¿Dijo eso, realmente?

–Sí, claro que sí. Dijo que yo puedo proporcionarle una buena suma de dinero, y que hay muchos caballeros ricos que pagarían por eso mismo que usted quiere hacerme, y dijo también que no era tan estúpido como para dejar perder semejante oportunidad.

–Realmente, Bella, tu tío es un perfecto hombre de negocios, pero no creí que fuera un hombre de esa clase.

–¡Pues sí que lo es…! -gritó Bella, –Está obsesionado con el dinero, ¿sabe usted?, y yo apenas si sé lo que ello significa, pero a veces dice que va a vender mi doncellez.

–¿Es posible? , -pensó Delmont, –¡Qué tipo debe ser ése! ¡Qué buen ojo para los negocios ha de tener!

Cuanto más pensaba el señor Delmont acerca de ello, más convencido estaba de la verdad que encerraba la ingenua explicación dada por la candorosa jovencita. Entendió que ella estaba en venta, y él iba a comprarla.

Era mejor seguir este camino que arriesgarse a ser descubierto y castigado por sus relaciones secretas. Antes, empero, de que pudiera terminar de hacerse estas prudentes reflexiones, se produjo una interrupción provocada por la llegada de su hija Julia. Aunque renuentemente, tuvo que dejar la compañía de Bella y componer sus ropas debidamente. Bella dio pronto una excusa y regresó a su hogar, dejando que los acontecimientos siguieran su curso.

El camino emprendido por la linda muchachita pasaba a través de praderas, y era un camino de carretas que salía al camino real muy cerca de la residencia de su tío. En esta ocasión había caído ya la tarde, y el tiempo era apacible. El sendero tenía varias curvas pronunciadas, y a medida que Bella seguía camino adelante se entretenía en contemplar el ganado que pastaba en los alrededores.

Llegó a un punto en el que el camino estaba bordeado por árboles, y donde una serie de troncos en línea recta separaba la carretera propiamente dicha del sendero para peatones. En las praderas próximas vio a varios hombres que cultivaban el campo, y un poco más lejos a un grupo de mujeres que descansaba un momento de las labores de la siembra, entretenidas en interesantes coloquios.

Al otro lado del camino había una cerca de setos, y como se le ocurriera mirar hacia allá, vio algo que la asombró. En la pradera había dos animales, un caballo y una yegua. Evidentemente el primero se había dedicado a perseguir a la segunda, hasta que consiguió darle alcance no lejos de donde se encontraba Bella. Pero lo que más sorprendió y espantó a ésta fue el maravilloso espectáculo del gran miembro parduzco que, erecto por la excitación, colgaba del vientre del semental, y que de vez en cuando se encorvaba en impaciente búsqueda del cuerpo de la hembra, esta debía haber advertido también aquel miembro palpitante, puesto que se había detenido y permanecía tranquila, ofreciendo su parte trasera al agresor.

El macho estaba demasiado urgido por sus instintos amorosos para perder mucho tiempo con requiebros, y ante los maravillados ojos de la jovencita montó sobre la hembra y trató de introducir su instrumento.

Bella contemplaba el espectáculo con el aliento contenido, y pudo ver cómo, por fin, el largo y henchido miembro del caballo desaparecía por entero en las partes posteriores de la yegua.

Decir que sus sentimientos sexuales se excitaron no sería más que expresar el resultado natural del lúbrico espectáculo. En realidad estaba más que excitada; sus instintos libidinosos se habían desatado. Sobándose sus manitas clavó la mirada para observar con todo interés el lascivo espectáculo, y cuando, tras una carrera rápida y furiosa, el animal retiró su goteante tranca, Bella dirigió a éste una golosa mirada, concibiendo la locura de apoderarse de él para darse gusto a sí misma bebiéndose toda esa leche blanca que salía de la inmensa manguera de carne caballuna que colgaba, para ella, en forma apetitosa.

Obsesionada con tal idea, Bella comprendió que tenía que hacer algo para borrar de su mente la poderosa influencia que la oprimía. Sacando fuerzas de flaqueza apartó los ojos y reanudó su camino, pero apenas había avanzado una docena de pasos cuando su mirada tropezó con algo que ciertamente no iba a aliviar su pasión.

Precisamente frente a ella se encontraba un joven rústico de unos dieciocho años, de facciones bellas, aunque de expresión bobalicona, con la mirada puesta en los amorosos corceles entregados a su pasatiempo.

Una brecha entre los matorrales que bordeaban el camino le proporcionaba un excelente ángulo de vista, y estaba entregado a la contemplación del espectáculo con un interés tan evidente como el de Bella.

Pero lo que encadenó la atención de ésta en el muchacho fue el estado en que aparecía su vestimenta, y la aparición de un tremendo miembro, de roja y bien desarrollada cabeza que, desnudo y exhibiéndose en su totalidad, se erguía impúdico.

No cabía duda sobre el efecto que el espectáculo desarrollado en la pradera había causado en el muchacho, puesto que éste se había desabrochado los bastos pantalones para apresar entre sus nerviosas manos un arma de la que se hubiera enorgullecido un carmelita.

Con ojos ansiosos devoraba la escena que se desarrollaba en la pradera, mientras que con la mano derecha desnudaba la firme columna para friccionaría vigorosamente hacia arriba y hacia abajo, completamente ajeno al hecho de que un espíritu afín era testigo de sus actos.

Una exclamación de sobresalto que involuntariamente se le escapó a Bella motivó que él mirara en derredor suyo y descubriera frente a él a la hermosa muchacha, en el momento en que su lujurioso miembro estaba completamente expuesto en toda su gloriosa erección.

–¡Por Dios!, -exclamó la jovencita tan pronto como pudo recobrar el habla, –¡Qué visión tan espantosa! ¡Muchacho desvergonzado! ¿Qué estás haciendo con esta cosa roja?

El mozo, humillado, trató de introducir nuevamente en su bragueta el objeto que había motivado la pregunta, pero su evidente confusión y la rigidez adquirida por el miembro hacían difícil la operación, por no decir que enfadosa.

Bella acudió solícita en su auxilio.

–¿Qué es esto? Deja que te ayude. ¿Cómo se salió? ¡Cuán grande y dura es! ¡Y qué larga! ¡A fe mía que es tremenda tu cosa, muchacho travieso! Uniendo la acción a las palabras, la jovencita posó su pequeña manita en el erecto pene del muchacho, y estrujándolo en su cálida palma hizo más difícil aún la posibilidad de poder regresarlo a su escondite.

Entretanto el muchacho, que gradualmente recobraba su estólida presencia de ánimo, y advertía la inocencia de su nueva desconocida, se abstuvo de hacer nada en ayuda de sus loables propósitos de esconder el rígido y ofensivo miembro. En realidad se hizo imposible, aun cuando hubiera puesto algo de su parte, ya que tan pronto como la suave mano de la chica lo asió adquirió proporciones todavía mayores, al mismo tiempo que la hinchada y roja cabeza brillaba como una ciruela madura.

–¡Ah, muchacho travieso!, -observó Bella, –¿Qué debo hacer?, -siguió diciendo, al tiempo que dirigía una mirada de enojo a la hermosa faz del rústico muchacho.

–¡Ah, cuán divertido es!, -suspiró el mozuelo, –¿Quién hubiera podido decir que usted estaba tan cerca de mí cuando me sentí tan mal, y mi herramienta comenzó a palpitar y engrosar hasta ponerse como está ahora?

–Esto es incorrecto —observó la damita-, apretando más aún y sintiendo que las llamas de la lujuria crecían cada vez más dentro de ella, –Esto es terriblemente incorrecto, picaruelo…

–¿Vio usted lo que hacían los caballos en la pradera?, -preguntó el muchacho, mirando con aire interrogativo a Bella, cuya belleza parecía proyectarse sobre su embotada mente como el sol se cuela al través de un paisaje lluvioso.

–Sí, lo vi…, -replicó la muchacha con aire inocente, –¿Qué estaban haciendo? ¿Qué significaba aquello?

–Estaban cogiendo…, -repuso el muchacho con una sonrisa de lujuria, –Él caballo deseaba a la yegua, y la yegua deseaba al semental, así es que se juntaron y se dedicaron a coger.

–¡Vaya, qué curioso!, -contestó la joven, contemplando con la más infantil sencillez el gran objeto que todavía estaba entre sus manos, ante el desconcierto del mozuelo.

–De veras que fue divertido, ¿verdad? ¡Y qué instrumento… que vergón el suyo! ¿Verdad, señorita?

–Inmenso…, -murmuró Bella sin dejar de pensar un solo momento en la cosa que estaba frotando de arriba para abajo con su mano y en la viva imagen de la inmensa verga del caballo que el joven insistía en recordarle.

–¡Oh, cómo me cosquillea! —Suspiró su compañero—. ¡Qué hermosa es usted! ¡Y qué bien me la pela! Por favor, siga, señorita. Tengo ganas de correrme.

–¿De veras? —Murmuró Bella, –¿Puedo hacer que te corras?, -la ardorosa joven miró el henchido objeto, endurecido por efecto del suave cosquilleo que le estaba aplicando; y cuya cabeza inflamada parecía que iba a estallar.

La exquisita comezón que se comenzaba a apoderar de su cuerpo por solo observar cuál sería el efecto de su interrumpida fricción finalmente se posesionó por completo de ella, por lo que con su suave mano se aplicó con redoblado empeño a la tarea.

–¡Ohhhh, si, por favor! ¡Siga frotándomela… Ahhh! ¡Estoy próximo a correrme! ¡Ohhh! ¡Ohhh! ¡Qué bien me la pela! ¡Apriete más…, córramela más aprisa… pélela bien…! ¡Ahora otra vez…! ¡Oh, cielos! ¡Ohhh! -El largo y duro instrumento engrosaba y se calentaba cada vez más a medida que la joven lo frotaba de arriba abajo. –¡Ahhh! ¡Ufff! ¡Ya me viene el escalofrió! ¡Ufff! ¡Oooh!, exclamó el rústico joven entrecortadamente mientras sus rodillas se estremecían y su cuerpo adquiría rigidez, y entre contorsiones y gritos ahogados su enorme y poderoso pene expelió un chorro de líquido blanco y espeso sobre las manecitas de Bella, que, ansiosa por bañarlas en el calor del viscoso fluido, rodeó por completo el enorme dardo, ayudándolo a emitir hasta la última gota de semen. Bella, sorprendida y gozosa, bombeó cada gota que hubiera chupado de haberse atrevido, para finamente extraer su delicado pañuelo de Holanda para limpiar de sus manos la espesa y perlina masa de espermios aun calientes.

Después el jovenzuelo, humillado y con aire estúpido, se guardó el desfallecido miembro, y miró a su linda compañera con una mezcla de curiosidad y extrañeza.

–¿Dónde vives? —preguntó al fin, cuando encontró palabras para hablar.

–No muy lejos de aquí…, —repuso Bella, –Pero no debes seguirme ni tratar de buscarme, ¿sabes? Si lo haces… te iría mal… —prosiguió la damita, –porque nunca más volvería a hacértelo, y encima serías castigado.

–¿Por qué mejor nos ponemos a coger como lo hacían el semental y la potranca? —sugirió el joven, cuyo ardor, apenas apaciguado, comenzaba a manifestarse de nuevo con solo estar admirando el curvilíneo y potente cuerpo de la jovencita que recién estaba conociendo.

–Tal vez lo hagamos algún día, pero ahora, no. Llevo prisa porque estoy retrasada. Tengo que irme enseguida…, -la chica al igual que su compañero tampoco estaba del todo recuperada de lo recién ocurrido, de ahí su comprometedora respuesta.

–Déjame tocarte por debajo de tus vestidos… Dime, ¿cuándo vendrás de nuevo para que culiemos?

–Ahora no… —dijo Bella, retirándose poco a poco, –pero nos encontraremos otra vez y tal vez haremos eso que dices…, -la joven Bella ya acariciaba la idea de darse el gusto con ese formidable objeto que escondía debajo de sus pantalones.

–Y dime… —preguntó ella animada por las mismas circunstancias, –¿Alguna vez has… has cogido?

–No, pero deseo hacerlo… ¿No me crees? Está bien, entonces te diré que sí, lo he hecho…

–¡Qué barbaridad!, -comentó la jovencita.

–A mi padre le gustaría también cogerte…, -agregó sin titubear ni prestar atención a su movimiento de retirada.

–¿A tu padre le gustaría también cogerme? ¡Qué terrible! ¿Y cómo sabes eso?

–Porque mi padre y yo nos hemos cogido a unas cuantas muchachas juntos. Su instrumento es mayor que el mío.

–Mmm… eso es lo que dices tú. Pero ¿será cierto que tú y tu padre hacen esas horribles cosas juntos?

–Sí, claro está que cuando se nos presenta la oportunidad… Deberías verlo coger. ¡Uyuy… si a algunas hasta las ha hecho llorar de tanto disfrute!, -le dijo a la vez que reia como un idiota.

–No pareces un muchacho muy despierto…, -dijo Bella.

–Mi padre no es tan listo como yo… —replicó el jovenzuelo riendo más todavía, al tiempo que mostraba otra vez su verga semi enhiesta, –Ahora ya sé cómo cogerte, aunque sólo lo haya hecho una vez. Deberías verme coger…, -ahora lo que Bella pudo ver fue el gran instrumento del muchacho, palpitante y erguido.

–¿Con quién lo hiciste, malvado muchacho?

–Con una jovencita de cerca de aquí… ambos la culeamos al mismo tiempo ¿sabe?, mi padre y yo nos la dividimos.

–¿Y quién fue el primero? -inquirió Bella.

–Yo fui, en un principio estaba yo solo cogiendo con ella…, y luego mi padre me sorprendió. Entonces él quiso hacerlo también y me hizo sujetarla. Lo hubieras visto coger… ¡Uyuy! Si lo hacían como desesperados…

Unos minutos después Bella había reanudado su camino, y llegó a su hogar sin posteriores aventuras.

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Cuando Bella relató el resultado de su entrevista de aquella tarde con el señor Delmont, unas ahogadas risitas de deleite escaparon de los labios de los otros dos conspiradores. No habló, sin embargo, del rústico jovenzuelo con quien había tropezado por el camino. De aquella parte de sus aventuras del día consideró del todo innecesario informar al astuto padre Ambrosio o a su no menos sagaz pariente.

El complot estaba evidentemente a punto de tener éxito. La semilla tan discretamente sembrada tenía que fructificar necesariamente, y cuando el padre Ambrosio pensaba en el delicioso agasajo que algún día iba a darse en la delicada persona de la hermosa Julia Delmont, se alegraban por igual su espíritu y sus pasiones animales, solazándose por anticipado con las tiernas exquisiteces próximas a ser suyas, con el ostensible resultado de que se produjera una gran distensión de su miembro y que su modo de proceder denunciara la profunda excitación que se había apoderado de él.

Tampoco el señor Verbouc permanecía impasible. Excitado en grado extremo, se prometía un estupendo agasajo con los frágiles encantos de la hija de su vecino, y el sólo pensamiento de tan excelso banquete producía los correspondientes efectos en su sistema nervioso.

Empero, quedaban algunos detalles por solucionar. Estaba claro que el simple del señor Delmont daría los pasos necesarios para averiguar lo que había de cierto en la afirmación de Bella de que su tío estaba dispuesto a vender su virginidad.

El padre Ambrosio, cuyo conocimiento del hombre le había hecho concebir tal idea, sabía perfectamente con quién estaba tratando. En efecto, ¿quién, en el sagrado sacramento de la confesión, no ha revelado lo más íntimo de su ser al pío varón que ha tenido el privilegio de ser su confesor? El padre Ambrosio era discreto; guardaba al pie de la letra el silencio que le ordenaba su religión. Pero no tenía empacho en valerse de los hechos de los que tenía conocimiento por este camino para sus propios fines, y cuáles eran ellos ya los sabe nuestro lector a estas alturas.

El plan quedó, pues, ultimado. Cierto día, a convenir de común acuerdo, Bella invitaría a Julia a pasar el día en casa de su tío, y se acordó asimismo que el señor Delmont sería invitado a pasar a recogerla en dicha ocasión. Después de cierto lapso de inocente coqueteo por parte de Bella, ateniéndose a lo que previamente se le habría explicado, ella se retiraría, y bajo el pretexto de que había que tomar algunas precauciones para evitar un posible escándalo, le sería presentada en una habitación idónea, acostada sobre un sofá, en el que quedarían a merced suya sus encantos personales. Si bien la cabeza permanecería oculta tras una cortina cuidadosamente corrida. De esta manera el señor Delmont ansioso de tener el tierno encuentro, podría arrebatar la codiciada joya que tanto apetecía de su adorable víctima, mientras que ella, ignorante de quién pudiera ser el agresor, nunca podría acusarlo posteriormente de violación, ni tampoco avergonzarse delante de él.

A Delmont tenía que explicársele todo esto, y se daba por seguro su consentimiento. Una sola cosa tenía que ocultársele: el que su propia hija iba a sustituir a Bella. Esto no debía saberlo hasta que fuera demasiado tarde. Mientras tanto Julia tendría que ser preparada gradualmente y en secreto sobre lo que iba a ocurrir, sin mencionar, naturalmente, el final catastrófico y la persona que en realidad consumaría el acto. En este aspecto, el padre Ambrosio se sentía en su elemento, y por medio de preguntas bien encaminadas y de gran número de explicaciones en el confesionario, en realidad innecesarias, había ya puesto a la muchacha en antecedentes de cosas en las que nunca antes había soñado, todo lo cual Bella se habría apresurado a explicar y confirmar.

Todos los detalles fueron acordados finalmente en una reunión conjunta, y la consideración del caso despertó por anticipado apetitos tan violentos en ambos hombres, que se dispusieron a celebrar su buena suerte entregándose a la posesión de la linda y joven Bella con una pasión nunca alcanzada hasta aquel entonces.

La damita, por su parte, tampoco estaba renuente a prestarse a las fantasías, y como quiera que en aquellos momentos estaba tendida sobre el blando sofá con un endurecido miembro en cada mano, sus emociones subieron de intensidad, y se mostraba ansiosa de entregarse a los vigorosos brazos que sabía estaban a punto de reclamarla.

Como de costumbre, el padre Ambrosio fue el primero. La volteó boca abajo, haciéndola que exhibiera sus preciosas nalgas lo más posible. Permaneció unos momentos extasiado en la contemplación de la deliciosa prospectiva, y de la pequeña y delicada rendija apenas visible debajo de ellas.

Su arma, temible y bien aprovisionada de esencia masculina, se enderezó bravamente, amenazando las dos encantadoras entradas del amor. El señor Verbouc, como en otras ocasiones, se aprestaba a ser testigo del desproporcionado asalto, con el evidente objeto de desempeñar a continuación su papel favorito o de ayudar si es que fuese necesario.

El padre Ambrosio contempló con expresión lasciva los blancos y redondeados promontorios que tenía enfrente. Las tendencias clericales de su educación lo invitaban a la comisión de un acto de infidelidad a la diosa, pero sabedor de lo que esperaba de él su amigo y patrono, se contuvo por el momento.

–Las dilaciones son peligrosas…, -dijo el buen padre, –Mis testículos están repletos de leche caliente, la querida niña debe recibir este contenido, y usted, amigo mío, tiene que deleitarse con la abundante lubricación que puedo proporcionarle.

Esta vez, cuando menos, Ambrosio no había dicho sino la verdad. Su poderosa arma, en cuya cima aparecía la chata y roja cabeza de amplias proporciones, y que daba la impresión de un hermoso fruto en sazón, se erguía frente a su vientre, y sus inmensos testículos, pesados y redondos, se veían sobrecargados del venenoso licor que se aprestaban a descargar. Una espesa y opaca gota, del chorro que había de seguir, asomó a la roma punta de su pene cuando, ardiendo en lujuria el sátiro se aproximaba a su víctima.

Inclinando rápidamente su enorme ariete, Ambrosio llevó la gran nuez de su extremidad junto a los labios da la tierna ranura rosada de Bella, y comenzó a empujar hacia adentro.

—¡Oh, qué dura la tiene! ¡Cuán grande es y que caliente está!, -comentó Bella con signos de dolor en su rostro, –¡Me hace daño! ¡Entra demasiado rápido… no estoy preparada! ¡Ohhh… deténgase! -Igual hubiera sido que la joven implorara a los vientos. Una rápida sucesión de sacudidas, unas cuantas pausas entre ellas, más esfuerzos por parte del usurpador sacerdote, y Bella quedó bien empalada.

–¡Arrrrggh! —Exclamó el violador, volviéndose con aire triunfal hacia su coautor, con los ojos centelleantes y sus lujuriosos labios babeando de gusto, –¡Ahhhh, esto es verdaderamente delicioso… cuán estrecha es su concha y, sin embargo, lo tiene todo adentro. Estoy en su interior hasta los testículos!

El señor Verbouc practicó un detenido examen. Ambrosio estaba en lo cierto. Nada de sus órganos genitales, aparte de sus grandes bolas, quedaba a la vista, y éstas estaban apretadas contra las piernas de Bella. Mientras tanto la joven sentía el exquisito calor del invasor en su vientre y podía darse cuenta de cómo el inmenso miembro que tenía adentro se descubría y se volvía a cubrir, y acometida en el acto por un acceso de lujuria se vino profusamente, al tiempo que dejaba escapar un grito desmayado.

–¡Empuja Ambrosio… empuja! —Decía el señor Verbouc en forma encantada, –Desde ahora le da gusto y se comenzará a correr como endemoniada… Dáselo todo… ¡¡Empuja!!

Ambrosio no necesitaba mayores incentivos, y tomando a Bella por las caderas se enterraba hasta lo más hondo a cada embestida. El goce llegó pronto; se hizo atrás hasta retirar todo el pene, salvo la punta, para lanzarse luego a fondo y emitir un sordo gruñido mientras arrojaba un verdadero diluvio de caliente fluido en el interior del delicado cuerpo de la joven.

La muchacha sintió el cálido y cosquilleante chorro de semen caliente disparado a toda violencia en su interior, y una vez más rindió su tributo.

Los grandes chorros de espesa leche que a intervalos inundaban los órganos vitales de la chica, procedentes de las poderosas reservas del padre Ambrosio, cuyo singular don al respecto expusimos ya anteriormente, le causaban a Bella las más deliciosas sensaciones, y elevaban su placer al máximo durante las descargas.

Apenas se hubo retirado Ambrosio cuando se posesionó de su sobrina el señor Verbouc, y comenzó un lento disfrute de sus más secretos encantos. Un lapso de 30 minutos bien contados transcurrió desde el momento en que el lujurioso tío inició su goce, hasta que dio completa satisfacción a su lascivia con una copiosa descarga, la que Bella recibió con estremecimientos de deleite sólo capaces de ser imaginados por una mente enferma.

–Me pregunto… —dijo el señor Verbouc después de haber recobrado el aliento, y de reanimarse con un buen trago de vino, –Me pregunto por qué es que esta querida chiquilla me inspira tan completo arrobo, en sus brazos me olvido de mí y del mundo entero arrastrado por la embriaguez del momento me transporto hasta el límite del éxtasis.

La observación del tío, o reflexión, llámenle ustedes como gusten, iba en parte dirigida al buen padre, y en parte era producto de elucubraciones espirituales interiores que afloraban involuntariamente convertidas en palabras.

–Creo poder decírtelo…, -repuso Ambrosio sentenciosamente, –Sólo que tal vez no quieras seguir mi razonamiento.

–De todos modos puedes exponérmelo… —replicó Verbouc, –Soy todo oídos, y me interesa mucho saber cuál es la razón, según tú.

–Mí razón, o quizá debiera decir mis razones… —observó el padre Ambrosio, –te resultarán evidentes cuando conozcas mi hipótesis. -Después, tomando un poco de rapé, lo cual era un hábito suyo cuando estaba entregado a alguna reflexión importante, prosiguió:

–El placer sexual debe estar siempre en proporción a las circunstancias que se supone lo producen. Y esto resulta paradójico, ya que cuando más nos adentramos en la sensualidad y cuanto más voluptuosos se hacen nuestros gustos, mayor necesidad hay de introducir variación en dichas circunstancias. Hay que entender bien lo que quiero decir, y por ello trataré de explicarme más claramente. ¿Por qué tiene que cometer un hombre una violación, cuando está rodeado de mujeres deseosas de facilitarle el uso de su cuerpo? Simplemente porque no le satisface estar de acuerdo con la parte opuesta en la satisfacción de sus apetitos. Precisamente es en la falta de consentimiento donde se encuentra el placer. No cabe duda de que en ciertos momentos un hombre de mente cruel, que busca sólo su satisfacción sexual y no encuentra una mujer que se preste a saciar sus apetitos, viola a una mujer o una joven, sin mayor motivo que la inmediata satisfacción de los deseos que lo enloquecen; pero escudriña en los anales de tales delitos, y encontrarás que la mayor parte de ellos son el resultado de designios deliberados, planeados y ejecutados en circunstancias que implican el acceso legal y fácil de medios de satisfacción. La oposición al goce proyectado sirve para abrir el apetito sexual, y añadir al acto características de delito, o de violencia que agregan un deleite que de otro modo no existiría. Es malo, está prohibido, luego vale la pena perseguirlo; se convierte en una verdadera obsesión poder alcanzarlo. ¿Por qué, también… —siguió diciendo, –un hombre de constitución vigorosa y capaz de proporcionar satisfacción a una mujer adulta prefiere una criatura de apenas “18” años?, -contestó: –porque el deleite lo encuentra en lo anormal de la situación, que proporciona placer a su imaginación, y constituye una exacta adaptación a las circunstancias de que hablaba. En efecto, lo que trabaja es, desde luego, la imaginación. La ley de los contrastes opera lo mismo en este caso como en todos los demás. La simple diferencia de sexos no le basta al sibarita; le es necesario añadir otros contrastes especiales para perfeccionar la idea que ha concebido. Las variantes son infinitas, pero todas están regidas por la misma norma; los hombres altos prefieren las mujeres pequeñas; los bien parecidos, las mujeres feas; los fuertes seleccionan a las mujeres tiernas y endebles, y éstas, a la inversa, anhelan compañeros robustos y vigorosos. Los dardos de Cupido llevan la incompatibilidad en sus puntas, y su plumaje es el de las más increíbles incongruencias. Nadie, salvo los animales inferiores, los verdaderos brutos, se entregan a la cópula indiscriminada con el sexo opuesto, e incluso éstos manifiestan a veces preferencias y deseos tan irregulares como los de los hombres. ¿Quién no ha visto el comportamiento fuera de lo común de una pareja de perros callejeros, o no se ha reído de los apuros de la vieja vaca que, llevada al mercado con su rebaño, desahoga sus instintos sexuales montándose sobre el lomo de su vecina más próxima? De esta manera contesto a tus preguntas…, —terminó diciendo, –y explico tus preferencias por tu sobrina, tu dulce pero prohibida compañera de juegos, cuyas deliciosas piernas estoy acariciando en estos momentos.

Cuando el padre Ambrosio hubo concluido su disertación, dirigió una fugaz mirada a la linda muchacha, cosa que bastó para hacer que su gran arma adquiriera sus mayores dimensiones.

–Ven, mi fruto prohibido…, —dijo el extasiado Ambrosio, –Déjame que te coja una vez más; déjame disfrutar de tu persona a plena satisfacción. Ese es mi mayor placer, mi éxtasis, mi delirante disfrute. Te inundaré de semen otra vez, te poseeré a pesar de los dictados de la sociedad. Eres mía ¡ven!

Bella echó una mirada al enrojecido y rígido miembro de su confesor, y pudo observar la mirada de él fija en su cuerpo juvenil. Sabedora de sus intenciones, se dispuso a darles satisfacción. Como ya su majestuoso pene había entrado con frecuencia en su cuerpo en toda su extensión, el dolor de la distensión había ya cedido su lugar al placer, y su juvenil y elástica carne se abrió para recibir aquella gigantesca columna de carne nervuda con dificultad apenas limitada a tener que efectuar la introducción cautelosamente.

El buen hombre cuando la iba metiendo por la mitad se detuvo por unos momentos a contemplar el buen prospecto que tenía ante sí semi clavada; de paso y así ensartada a medias aprovechó para quitarle hasta la más mínima prenda que la joven no se había alcanzado a quitar en los ataques anteriores, luego y ya preparándose, se agarró férreamente a las ancas de la chiquilla y simplemente terminó de clavársela de una sola estocada hacia arriba.

La chica la recibió con un estremecimiento de emoción y placer al mismo tiempo. Ambrosio siguió penetrando hasta que, tras de unos cuantos minutos ya hundía toda la longitud del miembro en el estrecho cuerpo juvenil con total liberta, la joven se lo recibía hasta los testículos.

Siguieron una serie de embestidas, de vigorosas contorsiones de parte de uno, y de sollozos espasmódicos y gritos ahogados de la otra. Si el placer del hombre pío era intenso, el de su joven compañera de juego era por igual inefable, y el duro miembro estaba ya bien lubricado como consecuencia de las anteriores descargas.

El ardiente sacerdote dejando escapar un quejido de intensa emoción logró una vez más la satisfacción de su apetito, y Bella sintió los chorros de semen abrasándole violentamente las entrañas.

–¡Ahhhh, cómo me han inundado los dos! —dijo Bella, y mientras hablaba podía observarse un abundante escurrimiento que, procedente de la conjunción de los muslos, corría por sus piernas basta llegar al suelo.

Antes de que ninguno de los dos pudiera contestar a la observación, llegó a la tranquila alcoba un griterío procedente del exterior que acabó por atraer la atención de todos los presentes, no obstante que cada vez se debilitaba más.

Llegando a este momento debo poner a mis lectores en antecedentes de una o dos cosas que hasta ahora, dadas mis dificultades de desplazamiento, no consideré del caso mencionar. El hecho es que las pulgas, aunque miembros ágiles de la sociedad, no pueden llegar a todas partes de inmediato, aunque pueden superar esta desventaja con el despliegue de una rara agilidad, no común en otros insectos.

Debería haber explicado, como cualquier novelista, aunque tal vez con más veracidad, que la tía de Bella, la señora Verbouc, que ya presenté a mis lectores someramente en el capítulo inicial de mi historia, ocupaba una habitación en una de las alas de la casa, donde, al igual que la señora Delmont, pasaba la mayor parte del tiempo entregada a quehaceres devotos, y totalmente despreocupada de los asuntos mundanos, ya que acostumbraba dejar en manos de su sobrina el manejo de los asuntos domésticos de la casa.

El señor Verbouc había ya alcanzado el estado de indiferencia ante los requiebros de su cara mitad, y rara vez visitaba su alcoba, o perturbaba su descanso con objeto de ejercitar sus derechos maritales.

La señora Verbouc, sin embargo, era todavía joven, treinta y dos primaveras habían transcurrido sobre su devota y piadosa cabeza, era hermosa, y había aportado a su esposo una considerable fortuna. No obstante sus píos sentimientos, la señora Verbouc apetecía a veces el consuelo más terrenal de los brazos de su esposo. y saboreaba con verdadero deleite el ejercicio de sus derechos en las ocasionales visitas que él hacía a su recámara.

En esta ocasión la señora Verbouc se había retirado a la temprana hora en que acostumbraba hacerlo, y la presente digresión se hace indispensable para poder explicar lo que sigue. Dejemos a esta amable señora entregada a los deberes de la toilette, que ni siquiera una pulga osa profanar, y hablemos de otro y no menos importante personaje, cuyo comportamiento será también necesario que analicemos.

Sucedió, pues, que el padre Clemente, cuyas proezas en el campo de la diosa del amor hemos ya tenido ocasión de relatar, estaba resentido por la retirada de la joven Bella de la Sociedad de la Sacristía, y sabiendo bien quién era ella y dónde podía encontrarla, rondó durante varios días la residencia del señor Verbouc, a fin de recobrar la posesión de la deliciosa prenda que el marrullero padre Ambrosio les había escamoteado a sus pares. Le ayudó en la empresa el Superior, que lamentaba asimismo amargamente la pérdida sufrida, aunque no sospechaba el papel que en la misma había desempeñado el padre Ambrosio.

Aquella tarde el padre Clemente se había apostado en las proximidades de la casa, y. en busca de una oportunidad, se aproximó a una ventana para atisbar al través de ella, seguro de que era la que daba a la habitación de Bella. ¡Cuán vanos son, empero, los cálculos humanos! Cuando el desdichado Clemente, a quien le habían sido arrebatados sus placeres, estaba observando la habitación sin perder detalle, el objeto de sus deseos estaba entregado en otra habitación a la satisfacción de su lujuria, en brazos de sus rivales.

Mientras, la noche avanzaba, y observando Clemente que todo estaba tranquilo, logró empinarse hasta alcanzar el nivel de la ventana. Una débil luz iluminaba la habitación en la que el ansioso cura pudo descubrir una dama entregada al pleno disfrute de un sueño profundo. Sin dudar que sería capaz de ganarse una vez más los favores de Bella con sólo poder hacer que escuchara sus palabras, y recordando la felicidad que representó el haber disfrutado de sus encantos, el audaz pícaro abrió furtivamente la ventana y se adentró en el dormitorio.

Bien envuelto en el holgado hábito monacal, y escondiendo su faz bajo la cogulla, se deslizó dentro de la cama mientras su gigantesco miembro ya despierto al placer que se le prometía, se erguía contra su hirsuto vientre.

La señora Verbouc, despertada de un sueño placentero, y sin siquiera poder sospechar que fuera otro y no su fiel esposo quien la abrazara tan cálidamente, se volvió con amor hacia el intruso, y. nada renuente, abrió por propia voluntad sus muslos para facilitar el ataque. Clemente, por su parte, seguro de que era la joven Bella a quien tenía entre sus brazos, con mayor motivo dado que no oponía resistencia a sus caricias, apresuró los preliminares, trepando con la mayor celeridad sobre las piernas de la señora para llevar su enorme pene a los labios de una rendija bien humedecida.

Plenamente sabedor de las dificultades que esperaba encontrar en una muchacha tan joven, empujó con fuerza hacia el interior. Hubo un movimiento, dio otro empujón hacia abajo, se oyó un quejido de la dama, y lentamente, pero de modo seguro, la gigantesca masa de carne endurecida se fue sumiendo, hasta que quedó completamente enterrada.

Entonces, mientras, entraba, la señora Verbouc advirtió por vez primera la extraordinaria diferencia, aquel pene era por lo menos de doble tamaño que el de su esposo. A la duda siguió la certeza. En la penumbra alzó la cabeza, y pudo ver encima de ella el excitado rostro del feroz padre Clemente. Instantáneamente se produjo una lucha, un violento alboroto, y una vana tentativa por parte de la dama para librarse del fuerte abrazo con que la sujetaba su asaltante.

Pero pasara lo que pasara. Clemente estaba en completa posesión y goce de su persona. No hizo pausa alguna, por el contrario, sordo a los gritos, hundió el miembro en toda su longitud, y se dio gran prisa en consumar su horrible victoria. Ciego de ira y de lujuria no advirtió siquiera la apertura de la puerta de la habitación, ni la lluvia de golpes que caía sobre sus posaderas, hasta que, con los dientes apretados y el sordo bramido de un toro, le llegó la crisis, y arrojó un torrente de semen en la renuente matriz de su víctima.

Sólo entonces despertó a la realidad y, temeroso de las consecuencias de su ultraje, se levantó a toda prisa, escondió su húmeda arma, y se deslizó fuera de la cama por el lado opuesto a aquel en que se encontraba su asaltante. Esquivando lo mejor que pudo los golpes del señor Verbouc, y manteniendo los vuelos de su sayo por encima de la cabeza, a fin de evitar ser reconocido, corrió hacia la ventana por la cual había entrado, para dar desde ella un gran brinco. Al fin consiguió desaparecer rápidamente en la oscuridad, seguido por las imprecaciones del enfurecido marido.

Ya antes habíamos dicho que la señora Verbouc era de temperamento sosegado, y ya podrá imaginar el lector el efecto que sobre una persona de maneras recatadas había de causar el ultraje inferido.

Las enormes proporciones del hombre, su fuerza y su furia casi la habían matado, y yacía inconsciente sobre el lecho que fue mudo testigo de su violación.

El señor Verbouc no estaba dotado por la naturaleza con asombrosos atributos de valor personal, y cuando vio que el asaltante de su esposa se alzaba satisfecho de su proeza, lo dejó escapar pacíficamente.

Mientras, el padre Ambrosio y Bella, que siguieron al marido ultrajado desde una prudente distancia, presenciaron desde la puerta entreabierta el desenlace de la extraña escena. Tan pronto como el violador se levantó tanto Bella como Ambrosio lo reconocieron. La primera desde luego tenía buenas razones, que ya le constan al lector, para recordar el enorme miembro oscilante que le colgaba entre las piernas.

Mutuamente interesados en guardar el secreto, fue bastante el intercambio de una mirada para indicar la necesidad de mantener la reserva, y se retiraron del aposento antes de que cualquier movimiento de parte de la ultrajada pudiera denunciar su proximidad.

Tuvieron que transcurrir varios días antes de que la pobre señora Verbouc se recuperara y pudiera abandonar la cama. El choque nervioso había sido espantoso, y sólo la conciliatoria actitud de su esposo pudo hacerle levantar cabeza. El señor Verbouc tenía sus propios motivos para dejar que el asunto se olvidara, y no se detuvo en miramientos para aligerarse del peso del mismo.

Al día siguiente de la catástrofe que acabo de relatar, el señor Verbouc recibió la visita de su querido amigo y vecino, el señor Delmont, y después de haber permanecido encerrado con él durante una hora, se separaron con amplias sonrisas en los labios y los más extravagantes cumplidos.

Uno había vendido a su sobrina, y el otro creyó haber comprado esa preciosa joya llamada doncellez. Cuando por la noche el tío de Bella anunció que la venta había sido convenida, y que el asunto estaba arreglado, reinó gran regocijo entre los confabulados.

El padre Ambrosio tomó inmediatamente posesión de la supuesta doncellez, e introduciendo en el interior de la muchacha toda la longitud de su miembro, procedió, según sus propias palabras, a mantener el calor en aquel hogar.

El señor Verbouc, que como de costumbre se reservó para entrar en acción después de que hubiere terminado su camarada atacó en seguida la misma húmeda fortaleza, como la nombraba él jocosamente, simplemente para aceitarle el paso a su amigo. Después se ultimó hasta el postrer detalle, y la reunión se levantó, confiados todos en el éxito de su estratagema Ambrosio se retiró en paz a su Iglesia, y como es debido, tío y sobrina celebraron culeando encerrados hasta altas horas de la madrugada en la habitación de la chica.

Continuará

 

Relato erótico: “¡Putos universos paralelos” (POR JAVIET)

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¡Putos universos paralelos!

Sin títuloCarlos se despertó en la cama aquel día de primavera, se estiró y bostezó mirando la cama revuelta, su mujer Eva se había ido al trabajo hacía rato y él se levantaba a media mañana, como casi siempre desde que al casarse su mujer le prohibió trabajar, pensó que debería ir a hacer la compra y poner una lavadora, suspiró y se levanto para ir al servicio a vaciar la vejiga.

Un rato después y ya vestido con un pantalón vaquero y una camisa a cuadritos azules que le marcaba su musculoso pecho, se sentó a desayunar mientras veía en la tele un programa científico, allí un tipo que se las daba de sabio charlaba de universos paralelos, dando mil y una hipótesis e ideas de cómo serian estos, el bueno de Carlos atendió un poco pero al final se canso, así que se pasó al canal de cotilleos, donde una mujer empresaria se quejaba de que su marido le ponía los cuernos con la bajista de un grupo musical de moda, siguió viendo el programa un rato mientras acababa de desayunar y lavaba los cacharros de la cena de ayer.

Finalmente casi a las 12 salió de casa y se dirigió al mercado con el carrito de la compra, se cruzo por la calle con los vecinos de su escalera y su amiga Juani al pasar por la puerta del bar le llamó invitándole a tomar algo:

– Carlos majéte, pasa que te invito a una cañita, guapetón mío.

– No puedo ahora, pero gracias luego a lo mejor me paso.

– Vale chato, aquí te espero.

El siguió andando mientras pensaba que la Juani cada vez iba mas lanzada, últimamente parecía tirarle los tejos más a menudo, el caso es que estaba buena la condenada a lo mejor si se pasaba por la tarde y aceptaba la invitación.

Una vez en el mercado Carlos notaba las miradas de las mujeres que atendían en los puestos, el era guapete y se mantenía en forma, alguna que otra hacia algo más que mirarle y exclamaba al verle pasar:

– ¡Ese culete, que no me entere yo que pasa hambre!

– No se pase señora Puri, que me voy a por las chuletas a otro lado.

– Chuletas muy buenas te daba yo a ti con ese cuerpazo, además de alguna que otra cosa más parecida al yogurt.

– Déjese de historias y póngame medio kilo de solomillo para la cena, ande.

– Te lo pondré muy agusto cielo, pero si yo fuera tu mujer y quisiera comer solomillo esta noche, te mordería el culo para cenar, ¡tío bueno!

Mientras la lanzada de la señora Puri la carnicera le ponía el pedido, miro a su alrededor y vio a un niño de unos 15 años que se acercaba a la pollería, la dependienta una homosexual llamada Marisol le atendió:

– ¿Qué va a ser chaval.

– Hola, que dice mi padre que me ponga un pollo asado y además que si tiene huevos me ponga media docena.

– Que…pues claro que tengo huevos, ya verás si tengo.

Carlos dejo de prestar atención a la conversación, la carnicera le tendió su pedido y pagó para dirigirse a otro puesto, cuando paso al lado de la pollería el chaval de 15 años ya se iba a su casa, cargado con dos bolsas que contenían ¡seis pollos asados! Carlos meneo la cabeza, de sobras sabia como se las gastaba Marisol la pollera.

Tras pasar por varios sitios y acabar con la compra, volvió al bar donde aceptó la invitación de la Juani y se tomo un vermut seco con una aceituna, ella le miraba con ojos melosos y se le insinuó bastante descaradamente, se la notaba excitada a simple vista, el solo contestó que si algún día se divorciaba la tendría en cuenta para festejarlo, acabada la bebida se dirigió a casa a comer solito pues su mujer no llegaba hasta las 18:30.

Al llegar a casa se preparo una ensaladita para comer, lo cual hizo viendo las noticias y deseando que su mujer tuviera el detalle de llamarle por teléfono, al acabar recogió y lavo los platos, seguidamente puso la lavadora y se tumbó en el tresillo dormitando un poco ante la tele, a las 17:10 se despertó y tendió la ropa ya lavada, seguidamente empezó a preparar la cena para dejarla lista y a la hora de cenar darla un calentón y al buche.

Eva su mujer llegó a casa cerca de las siete de la tarde, venia cansada según dijo y no tenía ganas de salir a dar una vuelta, Carlos se abstuvo de protestar pero al darle el beso de bienvenida noto olor a alcohol en el aliento de ella, Eva se fue a la ducha donde permaneció un rato, al salir se puso una camisola larga y se sentó en el tresillo, a Carlos le pareció ver que no llevaba ropa interior y dedujo que esta noche habría juerga, se sentó junto a ella y charlaron un poco, a él le gustaba su mujer y la quería de veras pero tenía que reconocer que últimamente no se cuidaba mucho, pero si hasta estaba engordando un poco y ya no se pintaba apenas para salir con él, se consoló pensando que sería un bache pasajero de autoestima y decidió no dar más importancia al asunto.

Eran casi las 21:00 cuando se pusieron a cenar, Eva le dijo que el solomillo le había salido estupendamente, fue una cena agradable para ambos, el recogió los platos y los lavó, ella se le acerco por detrás y le acaricio el cuello y los hombros mientras metía uno de sus muslos entre sus piernas, diciendo:

– La cena ha estado muy buena, me apetece un buen postre cariño.

Carlos se giro hacia ella y la dio un beso, luego mientras pegaba su cuerpo al de ella dijo:

– Bueno cari, puedo ofrecerte algo, nos comemos un buen plátano y un yogurt, el otro un albaricoque bien abierto y con un pistachito dentro, naturalmente bien empapado en esa salsa brava tan rica. ¿Qué te parece?

– Me parece cielo, que estamos perdiendo el tiempo delante de la tele, ¡vamos a la cama a tomar el postre!

Así lo hicieron y tras unas caricias y besos pasaron del precalentamiento a la pasión, mientras una boca recorría los pliegues de la vagina, la otra se abría rodeando el miembro gordo y vigoroso empapándolo de saliva, los movimientos y gemidos de pasión aumentaron cuando los dientes mordisquearon suavemente el clítoris, recibiendo a cambio una garganta muuuy profunda, los cuerpos de ambos se estremecían de gusto e inconscientemente aumentaron la cadencia de sus respectivas caricias, los pechos de Eva le rozaban el vientre a cada momento y Carlos supo que no tardaría en correrse en la ávida boca de ella, además la notaba temblar sobre él y eso era señal de que su orgasmo no tardaría, refreno su orgasmo lo que pudo a fin de correrse juntos y dos minutos después finalmente, consiguieron ambos llegar al orgasmo entre grititos y suspiros pues sus bocas estaban empapadas de flujo y esperma.

Naturalmente esto no acababa aquí, cuando Eva se ponía en marcha no paraba hasta correrse tres o cuatro veces, naturalmente eso a Carlos le ponía mucho así que tras descansar un minuto para cambiar de postura, se dedicó a chupar los pechos de ella, que sin perder tiempo se sitúo sobre el, la penetración fue rápida debido a la gran lubricación del chochete receptor y se oyó una voz en la habitación diciendo:

– ¡Oohh es como meterla en un tarro mermelada caliente, que bien entra en tu chochete!

Se abrazaron un instante besándose mientras los vientres, las caderas y sus jadeos aumentaban de velocidad debido a la intensidad de ambos follándose frenéticos sin tregua, en pocos minutos Eva llegó a correrse otra vez provocando que él se corriera a su vez sintiéndola estremecerse de placer sobre él.

Pero Carlos no se detuvo y es más, chupo ferozmente los pechos de la mujer que le montaba y mordisqueándola los pezones la retó a conseguir otra orgasmo en la misma postura, Eva no podía resistir un desafío, nunca había podido y se esforzó en cumplir con Carlos aunque sabía que el miembro habría perdido algo de rigidez tras la segunda y aun abundante eyaculación.

Sus cuerpos se rozaron, pecho contra pechos manos acariciando el culete de la persona amada, decidieron cambiar de postura aunque a Carlos le molesto un poco pues le gustaba más sentirse montado por ella, finalmente se pusieron en cuatro y el miembro entro en el chochete desde atrás, se movieron a la vez disfrutando de la penetración y de aquel miembro llenando a la persona amada, movimientos rápidos y certeros, gemidos y gritos de placer salieron de sus bocas, finalmente Eva dijo:

– Me corróoo cielo me llegaaa

– Yo también Evaaa, dentrooo todo dentrooo.

Ambos llegaron al unísono otra vez, tres corridas cada uno era una buena marca, se dejaron caer en la cama reposando agotados pero felices.

Cinco minutos después alguien dijo: – Hay que ir al baño y lavarnos antes de dormir, !venga!

Ambos se ducharon, frotándose y limpiándose bien de los restos de flujo, esperma y sudores mutuos, Eva se secó primero y volvió a la habitación, Carlos tardo un poco mas pero finalmente se puso el pijama y volvió a la cama, mirando a su mujer Eva ya estaba dormida, feliz y roncando suavemente, le vino a la cabeza sin saber porque el programa que había visto por la mañana en la tele, Universos paralelos ¡vaya tontería! pensó mientras se acariciaba a sí mismo el chochete: “pudiera ser que en algún otro universo, fuéramos los tíos los que tuviéramos esa gorda polla de 20 cm, que se puede correr abundantemente hasta seis veces en una noche soltando esperma con sabor a horchata y ellas un coño como el mío con un clítoris de 3 cm, a lo mejor seriamos los que currásemos y trajéramos el dinero a casa, como sería el mundo si fueran ellas las que parieran niños, !insoportable! si tuviéramos que ser nosotros los hombres los que hubiéramos ido a la luna en lugar de Joanna Aldrin, la primera mujer que puso sus pies en nuestro satélite, ¿habría tal vez una Alberta Einstein? Ó allí seria un hombre, puertos así a lo mejor todas las mujeres que han luchado como soldadas en las guerras de nuestra historia, serian hombres en el otro universo paralelo”

– ¡Menuda tontería!- exclamó en voz alta, lo cual hizo que Eva se moviese y medio gruñese dormida.

Se tumbó en la cama mirando a la durmiente mujer que estaba relajada a su lado, sus medianos pero firmes pechos, su vientre firme y terso y su gordo pero ahora fláccido miembro, Carlos se excito mirándola y mientras se acariciaba el clítoris y se metia dos dedos dentro del chochete, agacho la cabeza para darla a Eva una buena mamada y dormirse con una buena dosis de horchata calentita dentro del estomago, su ultimo pensamiento fue: “menuda tontería, putos universos paralelos, con lo feliz que somos en este”

———————————————————-FIN————————————————————————

 

Relato erótico: “Secreto de familia: Julio” (POR MARQUESDUQUE)

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– ¡Estás loca! – Grité sin poder creer lo que había oído.

– ¿Por qué? – Preguntó ella en un susurro.

– ¿Cómo voy a acostarme con tu madre?

Sin títuloMe llamo Julio, tengo cuarenta y tantos años, pero lo que estoy contando ocurrió hace más de 20. Entonces tenía 17. Ahora estoy casado con María, mi novia de toda la vida y tengo dos hijos. Bueno, tengo tres, pero esa es otra historia. Entonces María y yo éramos solo novios.

– A mí me parece la mejor solución – insistía ella sin perder la calma – Resolvería todos nuestros problemas.

Estábamos en los años 80, plena época de liberación sexual en España. María y yo nos conocíamos desde los 14 años, hacía un año más o menos que éramos novios, pero todavía no nos habíamos acostado. De hecho éramos vírgenes los dos. La perdida de la virginidad era un tabú para algunas personas, no precisamente para nosotros, que menos la penetración habíamos hecho de todo, pero aún así nos preocupaba que todo fuera bien en esa futura primera vez, siendo inexpertos. Los padres de María se acababan de divorciar. El que sería mi suegro había dejado a su mujer por su secretaria, todo un cliché. Ella, como es lógico, estaba tremendamente dolida. María temía que se acabara hundiendo en una depresión.

-Mi madre se recuperaría y tú ganarías experiencia para cuando lo hiciéramos juntos. He tenido una idea genial.

-¡Estás loca!

-¿Es que mi madre no te gusta?

Me gustaba, me gustaba muchísimo. Ese no era el problema. Sofía, mi futura suegra, tenía treinta y muchos o cuarenta y pocos, y era un bellezón maduro de pelo negro, curvas sinuosas y sonrisa encantadora. No entendía porque el capullo de su marido había preferido a la niñata de su secretaria.

-Tu madre es guapísima, pero soy tu novio… ¿No ves que no tiene sentido?

-En el fondo eres un reprimido.

En todos los grupos de amigos adolescentes hay uno cuya madre es más joven y más atractiva que las de los demás, una madre que concita la admiración y las fantasías sexuales de los jóvenes. Esa era Sofía. Recordaba cuando la vi por primera vez. Tenía 14 años y María me había invitado a pasar el fin de semana con su familia en su casita en el campo. Me presentó a su padre, que ya entonces me pareció estúpido, saludé a su hermanita a la que ya conocía, una cría llamada Rita de 12 añitos y, finalmente, aquella belleza apareció ante mí. Los pechos trataban de escapar de su escote y yo solo pude tartamudear un torpe saludo mientras me daba dos besos. Esa misma tarde la espié mientras se cambiaba de ropa. Su voluptuosidad me produjo cierto mareo. Esa noche María y yo nos besamos por primera vez mientras Rita nos observaba intrigada. Pasar de mirón a mirado en la misma jornada me pareció curioso.

-Sí, claro. Un reprimido. Además, no creo que tu madre quiera acostarse conmigo.

-Claro que quiere, pero todavía no lo sabe. Solo hay que seducirla un poco.

-Loca de remate.

Mi relación con María no pasó de unos cuantos morreos hasta que con 16 años comenzamos a salir en serio. Un día en el cine me dio mi primera mamada. Se escurrió del asiento, me bajó la bragueta y acercó esos labios divinos a mi miembro palpitante. Empezó con pequeños besitos en la punta. Poco a poco se fue animando hasta metérsela entera en la boca. María era una chica encantadora, castaña, con el pelo algo rizado. Le empezaban a crecer las tetas, herencia de su madre. No era tan alta como ella, ni tan exuberante, pero también me ponía a mil. Finalmente me corrí en la oscuridad de la sala entre sus labios.

-Está claro que te desea, solo que no se lo confiesa a sí misma. El otro día en la playa fue evidente.

-No sé a qué te refieres.

Sí que lo sabía. La semana anterior habíamos ido a la playa. Como si no fuera bastante tortura ver a la madre y a las dos hijas en bikini, de pronto, Sofía me pide que le ponga crema en la espalda. Lo hice fingiendo indiferencia. Cuando acabé me sobraba algo de crema en las manos. Ponla aquí, me dijo señalándose el busto sobre el bañador, siempre se me quema. El que iba a quemarse era yo. Lo hice temblando. Muchas gracias, afirmó sonriendo y me dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios. Tuve que tumbarme boca abajo un rato para que mi erección no fuera evidente.

-¿Como que no? Si hasta te empalmaste y ella no dejaba de echarte miraditas al paquete.

-Exagerada. Aquello fue por ti, que estabas guapísima.

-Mentiroso…

Alagada por mi comentario, aunque sin creérselo, empezó a besarme. Estábamos en su habitación. Su madre no estaba, pero su hermanita sí. Sin dejar que esto la perturbara echó mano a mi paquete. Nos besamos un rato más y un momento después me la estaba chupando. A media mamada pegó un salto y avanzó hacia la puerta.

-Te pillé- había sorprendido a su hermana, que nos estaba espiando.

-Perdona, es que os oí y…- ya no era la cría de 12 añitos que conocí tiempo atrás. Había crecido y ahora era una señorita de 15 años que se estaba abriendo como una flor, con unas tetitas de pezones puntiagudos, un culito gracioso y una bonita sonrisa. Cada cierto tiempo cambiaba de peinado. En esos momentos llevaba el pelo corto con tonos rojizos. Era bastante normal que nos espiara, yo ya estaba acostumbrado.

-Tranquila, no pasa nada. Tienes curiosidad, es normal. Pasa y mira más de cerca. ¿Te gusta la polla de Julio?- esto ya no era tan normal. A mí no me había dado tiempo de ponerme otra vez los pantalones y mi miembro permanecía enhiesto y reluciente. Mi novia invitaba a su hermana a mirarme la polla de cerca, minutos después de proponerme que me acostara con su madre. Cierto que últimamente iba de rollo liberal, influenciada por el ambiente hippie de moda en aquellos momentos, pero esto ya era pasarse. Yo estaba petrificado y no acertaba a tartamudear una protesta. Mi pene, en cambio, estaba más tieso que nunca.- Mírala. Es bonita ¿Verdad? ¿Quieres tocarla?- Rita alargó la manita y me la acarició lentamente – Te enseñaré a chuparla. – María continuó la mamada por donde la había dejado mientras su hermana seguía masturbándome. Yo estaba sin habla. – Dale un besito – Rita me besó la punta. Casi me corro. Me hacía gracia como prescindían por completo de mi opinión. Pronto estaban chupándomela entre las dos. Sus lenguas tropezaban en torno a mi falo. En un momento dado mi novia pasó a lamerme los huevos mientras su hermana seguía la faena. Luego se arrastró hasta mi oído y me susurró – ¿Te gusta cómo te la chupa mi hermanita?

– Eres imposible- le contesté.

-¿Ves como no pasa nada? Igual que mi hermana puede hacerte una mamada puedes tirarte a mi madre.

-No es lo mismo

María cortó mi argumentación metiéndome la lengua en la garganta. Luego se desnudó y me ofreció sus pezones para que se los chupara. Tras un rato haciéndolo, reptó de nuevo sobre mí, se puso en posición de un 69 y Rita pasó a ocuparse de mis cojones. Era maravilloso sentir las lenguas de aquellos dos bombones en mis genitales. Pronto me corrí entre las bocas de las hermanas. No obstante seguí comiéndoselo a mi novia mientras masturbaba a su hermana, que había deslizado su entrepierna hasta mi mano derecha. Tenía práctica con María, así que Rita no tardó en estremecerse entre mis dedos. Desde mi posición, con mi novia encima, no podía verlo bien, pero juraría que las hermanas estaban besándose.

********************

Ahora mi suegra tiene un par de kilillos más, le asoman unas pocas canas en el pelo cuando hace tiempo que no ha ido a la peluquería y se le nota alguna pequeña arruguilla cerca de los ojos, pero por lo demás está casi igual que en aquellos días en que su hija se empeño en que nos acostáramos. La estoy viendo ahora mismo abrazando a mi hijo, su nieto preferido pese a ser adoptado. Javi, como se llama el chico, le mira el escote con disimulo. Sofía todavía puede perturbar adolescentes.

Unos días después de la primera vez que las dos hermanas me la mamaron a dúo, estaba en su casa viendo una película en el video. A mi izquierda tenía abrazada a María, a mi derecha, muy pegada, a su madre y a la derecha de esta, a su vez, estaba Rita. Una sabana nos cubría el regazo porque se había levantado el airecillo, a pesar de la época estival en que estábamos. En cuanto apareció en la pantalla una escena de sexo, mi novia, traviesa, aprovechando la discreción que la sabana garantizaba, deslizó la mano a mi paquete y comenzó a acariciarme. No contenta con ello me susurró al oído: Métele mano a mi madre. Estás loca, se susurré a su vez a ella, pero ni corta ni perezosa, me cogió la mano y la colocó sobre la pierna desnuda de su madre. Quedé paralizado por la vergüenza. No sé por qué no retiré la mano rápidamente. Supongo que eso hubiera sido aun más raro. Debía estar de todos los colores. Sofía me miraba con más curiosidad que enfado. Más adelante María me dijo que eligió esa ocasión para cometer tal atrevimiento porque sabía que su madre no montaría el numerito con ellas delante. El caso es que mi mano seguía inmóvil en su pierna y ella no la retiraba. La escena que veíamos en la televisión trataba de una infidelidad masculina.

-Que cerdos son los hombres- comentó Rita, ajena a lo que ocurría bajo la sabana.

-La culpa es de la sociedad- terció María- que reprime el sexo y pasa lo que pasa. Si las parejas fuera más abiertas estaríamos mejor todos.

-¿Quieres decir- intervino Sofía en la conversación- que te parece bien lo que hizo tu padre? ¿Tirarse a su secretaria?

-No, eso estuvo mal porque te mintió y porque vosotros no teníais ese acuerdo. Además no solo se la tiró, sino que luego nos abandonó. Si vosotros hubieseis tenido una relación abierta, del tipo él se acuesta con su secretaria y tú… por ejemplo, con Julio, y los dos lo sabéis y lo aceptáis y luego, volvéis a estar juntos, no tendría porque ser nada malo.

-Hay que ver esta juventud- rió Sofía- Así que yo acostándome con Julio, con el novio de mi hija. ¿A ti eso te parecería bien?

-Pues claro- respondió ella- Así todo quedaría en familia

-No puedes estar más loca, mira al pobre, lo tienes asustado- y me arrulló el pelo y me dio un beso en la mejilla.

-¡Qué va! Seguro que él estaría encantado.

Yo no decía nada, me limitaba a acariciarle la pierna a Sofía, ya más animado, mientras María me hacía una paja en toda regla. “Métele la mano en las bragas” me susurró al oído. Obedecí, pero aquí su madre dio un respingo y se levantó.

-Creo que me voy ya a dormir.

Al levantarse, la sabana cayó al suelo, y quedó mi minga al aire sujetada por la mano firme de María, pero Sofía marchaba tan azorada que no se dio cuenta. La que sí que se percató fue Rita, que se acercó mimosa diciendo: Y vosotros que estabais haciendo. María recolocó la sabana y metió su cabeza dentro, para chupármela, mientras su hermana me besaba.

-¿Ves como ya está hecho? Le metiste mano y no protestó- me decía María en su casa al día siguiente. Era un fin de semana que había pasado con ella y su familia. – Y además, cuando sugerí que te acostaras con ella pareció gustarle la idea.

-Porque pensó que estabas de cachondeo. Además en cuanto le toqué las bragas salió huyendo. No me partió la cara de milagro. Por no montar el numerito, como has dicho tu antes.

-No, no, se nota que le gustas, que la pones cachonda. Solo hemos de conseguir que se desinhiba. – En ese momento entro Rita en la habitación muy excitada

-Lo está haciendo- anunció- En su habitación.

María me cogió de la mano y me obligó a acompañarla hasta la habitación de su madre. Yo no sabía quien estaba haciendo que. Cuando llegamos, paramos ante la puerta y las hermanas me indicaron que mirara por una rendija. Allí estaba Sofía masturbándose desnuda en la penumbra. Estaba preciosa. Sus pechos enormes se coronaban por unos pezones más tiesecitos que nunca. Su entrepierna, con algo de vello púbico, abierta y trabajada por sus dedos, era un espectáculo. Me empalmé enseguida. Mi novia lo notó y comenzó a tocármela. Me tenía abrazado por detrás y me masturbaba al ritmo al que su madre se lo hacía a sí misma. Su hermanita reía a su lado sin hacer ruido. Cuando Sofía acabó gritó: ¡Julio!, entonces María aceleró sus movimientos y me corrí yo en sus manos. Regresamos rápidamente a su habitación para no ser descubiertos. ¡A gritado tu nombre! Repetía mi novia divertida. ¡Se estaba tocando pensando en ti!

********************

Por supuesto el descubrimiento de que su madre se masturbaba (o se había masturbado una vez, cuanto menos) en mi honor fue detenidamente analizado por María. A su entender probaba que sus apreciaciones eran ciertas y que me debía acostar con ella. Yo seguía sin tenerlo claro. No es que no me excitase la idea (me tenía loco), pero ni veía sana la obsesión de mi novia por algo tan extravagante, ni sabía cómo afectaría eso a nuestra relación en caso de consumarse, ni estaba demasiado seguro de que Sofía no me fuera a partir la cara a la próxima insinuación, por mucho que en sus sueños eróticos gritara mi nombre.

-A lo mejor es otro Julio- argumenté sin mucho convencimiento. María ni siquiera se dignó contestar.

El fin de semana siguiente las “niñas” convencieron a su madre de visitar una playa nudista. Como de costumbre yo no tenía ni voz ni voto y me limitaba a acompañarlas. La expectativa de verlas desnudas a las tres era interesante, pero temía no controlar mi virilidad, como el día de la crema. Una vez allí, las dos hermanas adujeron haberse dejado algo en el coche y volvieron sobre sus pasos, dejándonos a Sofía y a mi solos. Parecía una treta que tenían planeada desde el principio. Ambos estábamos un poco incómodos. ¿Nos bañamos?, preguntó ella. Le dije que sí y nos sumergimos en el agua. Entre las olas del mar la desnudez se hacía menos evidente y, poco a poco, nos fuimos sintiendo más a gusto. Al cabo de un rato chapoteábamos y jugábamos en el agua como chiquillos. Fruto de esos juegos se produjeron ciertos roces, y estos provocaron que mi miembro despertara. Ella se percató pero no dijo nada. Seguimos jugando un rato hasta que nos cansamos.

-Julio, ¿puedo hacerte una pregunta personal?- dijo al fin.

-Claro

-¿Te acuestas solo con María o con mis dos hijas? Lo digo porque el otro día te vi besando a Rita mientras su hermana tenía la cabeza bajo la sabana.

-¿Cuándo?- pregunté para ganar tiempo, aunque recordaba exactamente aquello.

-Cuando me metiste mano en el sofá y me retiré a descansar. Al cabo de un rato volví a por un vaso de agua y me encontré el espectáculo. No quise interrumpiros.

-Yo… er… siento lo de meterle mano, no pretendía…

-Tranquilo, supongo que fue cosa de mi hija. Me di cuenta cuando te puso la mano sobre mi muslo. No sé qué le pasa a esa chiquilla. Está bien que su generación no sea tan reprimida como la mía, pero creo que se está pasando. Tendré que hablar un día con ella, pero ahora mismo no tengo fuerzas. Los tramites del divorció y todo lo demás me tienen consumida. ¿Y bien? ¿Te acuestas con las dos?

-No… la verdad es que no me acuesto con ninguna. Nos besamos y eso, pero todavía somos vírgenes. Nos asusta un poco dar el paso. – Me miró un momento con incredulidad, pero mi cara de pardillo debió convencerla de que le decía la verdad.

-Mis pobres niños, si aun vais a ser inocentes… – y dicho esto me besó en los labios. Al hacerlo mi polla tiesa le rozó en el muslo. Se dio cuenta y la rodeó con la mano. – Así que solo os hacéis pajillas – y comenzó a hacerme una.

En un alarde de valor, alargué la mano y la situé entre sus piernas. Esta vez no se retiró y pude terminar el trabajo. Nos estábamos masturbando mutuamente en el mar. Cuando el final estaba cerca nuestras bocas se unieron y comenzamos a morrearnos con ansiedad. Sus tetas golpeaban en mi pecho mientras nuestras lenguas se juntaban y nuestros sexos palpitaban en nuestras manos. Más adelante María me diría que al volver del coche y vernos a lo lejos en el mar le había comentado a Rita: ¿Esos dos no están muy pegados? Finalmente nos corrimos entre nuestros dedos. Sofía murmuró: “No puedo creer que haya hecho esto. Es una locura”. Y se fue a la orilla dando zancadas. Yo permanecí unos segundos sintiendo mi mano derecha más pegajosa de lo que el agua del mar justificaba y, lentamente, seguí sus pasos.

-Cuéntamelo otra vez- en cuanto María se enteró de que su madre me había hecho una paja en el mar, que fue en cuanto nos quedamos a solas, fue presa de una gran excitación. Estábamos en su cuarto, unos días después del suceso, tumbados de lado, con nuestras manos derechas en la bragueta del otro.

-Pues estábamos más o menos así, pero de pie y en el agua, y comenzamos a tocarnos…

-¿Y entonces os besasteis?

-No, fue un poco después. Cuando ya notábamos el…

-¿Ahora?- preguntó ella acelerando el ritmo. Me limité a asentir y nos corrimos en las manos del otro, mientras nos comíamos las bocas, rememorando lo que había hecho con su madre días antes. Cuando terminamos quedamos rendidos. – No me dirás ahora que no está deseando que te la tires.

-No lo sé. Cuando acabamos se fue muy rápido y desde entonces me evita- Era verdad. Por un momento hasta yo mismo había pensado que era posible que perdiera la virginidad con ella, como su hija quería, pero desde ese día no había vuelto a dirigirme la palabra y la familiaridad y la simpatía con que me trataba desde que María nos había presentado se habían esfumado.

-Está nerviosa. Se le pasará.

Mi novia estaba preciosa, tendida en su cama, con el rubor post-orgasmo que ya había aprendido a identificar en las mejillas. La miro ahora, ya convertida en mi mujer, dos décadas después, tendida en nuestra cama, después de hacer el amor y conserva ese rubor. Me levanto a por un vaso de agua y paso por la habitación de invitados, donde se aloja Sofía cuando viene a vernos, como sucede ahora. Oigo ruidos y me fijo. Allí esta Javi, besando el pecho desnudo de su abuela adoptiva, mientras el movimiento de la sabana me indica que ésta lo masturba. No le diré nada a María. Todavía lo ve como su niñito y se preocuparía.

Después de la paja en el mar Sofía estuvo semanas sin hablarme. Respondía a mis saludos con un movimiento de cabeza y evitaba quedarse a solas conmigo. Yo tampoco quería forzar las cosas, entendía que aquella situación la incomodase y quisiera dejar claro con esa actitud que no pasaría nada más entre nosotros. Aún así me daba pena. Mis padres eran rígidos y poco afectivos, y, en los últimos años, había hecho de la casa de María un segundo hogar. Su madre se había convertido en alguien importante para mí y maldecía haber perdido su amistad. Cierto día Sofía discutió con su ex marido por algo relativo al divorcio. En la pelea, el maromo le pasó por la cara lo joven que era su nueva amante y lo feliz que estaba con ella. Mi admirada suegra quedó con la autoestima hundida, en un estado de histerismo, durante varios días. Al fin, incapaz de verla así, María, como la hija mayor, se dirigió a ella.

-No puede ser que te afecte así. No le necesitamos. ¿Qué él está con su secretaria de veinte años? ¡Qué más da! Tírate tú a un jovencito y punto. Tírate a Julio, si quieres.

-No digas tonterías.

-¿Por qué no? Te masturbas pensando en él. Hasta le hiciste una paja en la playa.

-Pero es tu novio. ¿Cómo voy a acostarme con él? ¡Estás loca!

-Pues con otro, da lo mismo. Tienes que seguir adelante. Eres una mujer hermosa. No puedes dejarte hundir por papá.

Aquí María estalló en llantos y se fue a su cuarto. Rita la siguió para consolarla. Yo no sabía qué hacer, en medio de esa crisis familiar. Me acerqué a la cama de Sofía, en la que ella estaba sentada, cabizbaja y pensativa.

-Será mejor que me vaya. No quiero entrometerme en asuntos de familia. Solo le diré que su hija tiene razón en una cosa. Es usted preciosa. Yo no la cambiaría por ninguna secretaria. Es la mujer más bella que conozco.

Sofía levantó la cabeza lentamente y me miró con intriga. Era la primera vez que le hablaba de usted, desde que nos conocimos. Sin decir nada se levantó y avanzó hacia mí. Me cogió la mano con la suya y entrelazamos los dedos. Sonrió tranquilizadora y entonces nos besamos. Fue un torrente de pasión desbordada. Nos tambaleamos hasta la cama y nos desnudamos. Toqué sus senos, los besé, los lamí extasiado. Ella me bajó la lengua por el cuerpo y se puso a comerme la polla.

-¿Sabes? Nunca le hice esto a mi marido- comentó entre chupada y chupada

-Pues lo haces muy bien- respondí entre jadeos.

-Bueno, lo hice algunas veces antes de casarme.

Pasamos a la posición del 69 y así pude retribuirle el placer que me estaba dando, haciendo uso de mi experiencia con su hija. Sofía chupaba de muerte, pese al tiempo sin practicar. No es que sus hijas lo hicieran mal, pero ella… me pasaba la lengua por la base, me besaba la punta, la succionaba furiosa… hacia que me derritiera en su boca. Pronto cambiamos de postura y Sofía me colocó sobre ella, guió mi pene hasta su entrepierna y, de pronto… ya no era virgen. Se la estaba metiendo, me la estaba follando… La sensación era increíble. Lo estaba haciendo. ¡No me lo podía creer! Me movía con torpeza, pero a ella no parecía importarle. Mi polla entraba y salía de su coño sin descanso. Nos dimos la vuelta y quedó sobre mí. Me cabalgó como una amazona mientras yo veía sus pechos bambolearse orgullosos y extendía la mano para acariciarlos. Estaba bellísima, montándome. Al cabo de un rato se desplomó sobre mi pecho, en el que sentí sus tetas, y me besó ardientemente. Nuestros labios jugaron desatados. Le agarré el culo con las manos y así nos corrimos, lamiéndonos las lenguas, pegados. María y Rita observaban abrazadas desde la puerta.

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Relato erótico: “Destructo II No soy la chica que llevarías a casa” (POR VIERI32)

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herederas3I

Sin títuloDione avanzaba a duras penas a través de la gruesa cortina de nieve, abrazándose a sí misma y tiritando de frío mientras mascullaba insultos dirigidos a su maestra Zadekiel, que de seguro oiría si no fuera por el ulular del viento polar. Sacar una y otra vez el pie de entre la nieve se le estaba volviendo cansino, y ni qué decir de la fría y fuerte tormenta que amenazaba con congelar hasta sus alas. Definitivamente, pensaba ella una y otra vez, fue un error haberse dejado convencer para huir hasta el reino de los humanos.

—¡Prometiste que no caeríamos en los polos, Zadekiel!

—¡Ya, ya! —Zadekiel sacudió su mano al aire—. Que haya nieve no significa que estemos en uno de los polos, Dione. Gritando y quejándote no vas a solucionar nada. Si no te gusta, puedes volver a los Campos Elíseos.

“Lo haría si no se me congelara hasta el alma nada más elevarme”, pensó Dione haciendo un mohín. Miró hacia atrás para comprobar cómo se encontraba su amiga, Aegis, extrañamente muy callada desde que llegaran. “Aunque no me iría sin ella”, concluyó, girándose para esperarla. No obstante, pese al clima hostil, notó que el rostro de Aegis era risueño.

—¡Aegis!, ¿cómo estás? ¿Tienes frío? ¿No te duelen las alas?

—¡No, Dione!

La otrora tímida hembra se detuvo para tomar la nieve con sus manos y hacer una bola mientras reía. Aegis siempre había acatado las reglas en los Campos Elíseos y resultaba imposible imaginar que llegaría un día en el que tuviera que desobedecer las órdenes superiores. ¿Quién iba a pensar que alguien como ella estaría ahora en el reino humano, experimentando esa sensación de libertad que la llenaba completamente? No le importaba el frío o la tormenta de nieve que le imposibilitaba ver más que unos cuantos pasos adelante; ahora era una renegada y eso se anteponía a todo.

Una oscura figura, apenas visible por la ventisca, parecía acercarse a ellas a pasos lentos y erráticos.

—¡Por los dioses! —Dione retrocedió un par de pasos para hacer escudo de su amiga—. ¿Qué es eso?

—¡Un monstruo de la nieve! —Aegis rio divertida, lanzando la bola al horizonte.

—No, nada de eso… —Zadekiel achinó los ojos—. ¡Oye, tú! ¡Llévanos junto a tu líder, humano!

Steven había pasado los últimos cinco meses trabajando en un puesto radiotelescópico ubicado en medio de la Antártida, lugar ideal para la investigación de la radiación interestelar. La paga era buena, aunque las condiciones laborales eran especiales y, sobre todo, muy solitarias. En un día como aquel, con una violenta tormenta de nieve, la peor noticia era un fallo en el suministro de energía de fusión que exigía que saliera de su cálido observatorio y avanzara medio kilómetro hasta llegar al generador.

“Me estoy volviendo loco”, concluyó avanzando a duras penas, ayudándose de su estaca, pues creyó ver tres oscuras figuras femeninas tras la ventisca. De hecho juraría que una de ellas le había llamado la atención. Pero no les hizo caso, siguió su camino rumbo al laboratorio. Era imposible que alguna mujer pudiera estar allí a la intemperie apenas vestida con túnicas y botas de cuero.

Y alas…

—¿Alas? —se rascó la barbilla y volvió su vista hacia el trío de mujeres.

Steven clavó fuertemente la estaca en la nieve y se retiró las gafas que protegían su visión de la tormenta. No se lo podía creer; tres ángeles en medio de su recorrido. Cayó la posibilidad de que tal vez abusó de su whisky o que tal vez la soledad ya le estaba jugando malas pasadas. Inmediatamente pensó en ofrecerles un abrigo, pues llevar solo esas túnicas parecía ser contraproducente, aunque recordó que los ángeles tendrían una fuerza sobrehumana y probablemente no sintieran el frío, al menos no como él.

“Y encima son bonitas”, asintió.

—¡Venimos en son de paz, humano!

—Qué va. Definitivamente, necesito descansar —No supo si le habló a ellas o a él mismo, pero ya le dio igual, agarró su estaca para volver a su camino.

—¡Oye, te estoy hablando, maldito mortal! —protestó Zadekiel.

El hombre se volvió a girar. Eran unas alucinaciones la mar de insistentes, pensó. Y muy atractivas también. “Bueno… ¿Qué más da si son ilusiones?”, concluyó con una sonrisa de labios apretados. De todos modos, necesitaba hablar con alguien, un mero pasatiempo para combatir la soledad, necesitaba de compañía, por más que fuera imaginación suya. Nadie se enteraría de que se había vuelto, al menos ese día, completamente loco.

—¿Qué queréis, chicas?

—¡Tenemos muchas preguntas que hacerte, mortal!

—Pero, sobre todo, ¿no tendrías un lugar caliente y seguro? —preguntó Dione.

—¡Como un iglú! —rio Aegis.

—No tengo un iglú —dijo el hombre—. Pero podéis acompañarme a mi observatorio, es el sitio seguro más cercano en este lugar. Por no decir el único…

—¡Bien, bien! —Zadekiel se sacudió las alas, desperdigando la nieve encima, y se unió a la caminata—. Se te recompensará muy bien, humano.

—¿En serio? Eso estaría bien —dijo él, apuntando el horizonte—. Llegaremos en veinte minutos.

—Tienes mi palabra, mortal. Soy una… Arcángel…

—¿Una Arcángel? Es un honor, pues.

Dione abrió la boca para reclamar aquella vil mentira, pero lentamente fue cerrándola mientras meneaba la cabeza. Concluyó que no sería conveniente iniciar una disputa ahora que habían conseguido ayuda. “¡Hmm! Era de esperar de Zadekiel”, refunfuñó ofuscada, sacudiendo sus alas. “Se aprovecha porque nadie la conoce aquí”.

—¡Arcángel Zadekiel! —gritó una emocionada Aegis, alzando las manos y alas al aire mientras se unía a la caminata.

El hombre se deshizo, con sendas patadas, de la basura, aparatos y cables varios en el suelo de su laboratorio. Era un lugar pequeño y, ahora que lo pensaba, tal vez tendría alguna similitud con un iglú. Se sentó sobre su mullido sillón, una suerte de trono, y mirando su botella de whisky a un costado, concluyó que lo mejor sería no beber, no fuera que aparecieran más ilusiones. Le sería difícil administrar tantas mujeres imaginarias.

Miró de nuevo a las tres ángeles frente a él. Se ayudaban entre ellas para limpiarse las alas, salvo la más joven, quien parecía estar acostumbrada a ser la mimada del grupo pues dejaba que las otras acariciasen e higienizasen su plumaje.

Fue la propia Aegis quien se inclinó para agarrar un aparato tetraédrico de color plateado del tamaño de un puño; lo ladeó y miró curiosa. Estaba al tanto del ingenio de los mortales, aunque su curiosidad por aquellos artefactos e invenciones era mínima.

Steven se acarició el mentón, sonriendo de lado. “Muy, muy guapas, quién diría que tuviera tanta imaginación”.

—¿Cómo os llamáis, chicas?

—Soy Zadekiel —asintió la seria maestra, extendiendo ligeramente sus alas para imprimir presencia—. Arcángel… Zadekiel…

—Yo me llamo Dione —refunfuñó mientras seguía limpiando el plumaje de las alas de Aegis, en tanto fulminaba con la mirada a su maestra—. Y soy un ángel normal y corriente.

—¡Aegis! —chilló la emocionada joven, abrazando contra sus pechos el aparato tetraédrico, mirando asombrada el lugar.

—Encantado de conocerlas. Me pueden llamar Steven. ¿A qué han venido tres lindas chicas como ustedes en un lugar tan frío e inhóspito como la Antártida?

—Venimos en búsqueda de nuestra amiga —continuó Zadekiel—. ¿No habrá caído aquí? Es joven, cabellera roja, de esta estatura más o menos…

—¡Y tiene alas! —Aegis extendió las suyas, golpeando y dejando caer algunos aparatos apilados tras ella.

—No he visto un ángel más que ustedes tres —Steven se encogió de hombros—. Y créanme que, si un ángel cayera en el mundo, no tardaría en aparecer en las noticias. ¿Sois muy conocidos, sabéis? Hay naciones que incluso instalaron toda una red de detección en sus territorios.

Aegis, asombrada por el lugar, dejó caer el tetraedro de entre sus brazos. Rodó por el suelo y fue capturado por Steven, quien no dudó en levantarlo para hundir su dedo en la base del artefacto. Inmediatamente, el objeto brilló y proyectó una imagen tridimensional que parecía ser la portada de un periódico de su tierra natal.

Las tres hembras quedaron sorprendidas al ver la fotografía en donde un ser de traje oscuro cargaba en sus brazos a una joven y alada pelirroja. Steven leyó el título con un escalofrío llenándole el cuerpo. “Capturado un Éxtimus en Nueva San Pablo”. Miró de nuevo al trío de chicas, esas que buscaban a una pelirroja con alas. Tal vez aquellas tres frente a él no eran, después de todo, imaginación suya.

“Tienes que estar jodiéndome”, tragó saliva.

—¡Perla! —gritó Zadekiel, dando varios pasos adelante, queriendo tocar la imagen, pero sus dedos atravesaron el holograma.

—Ya veo —suspiró Steven, apagando el artefacto. Señaló el suelo—. De rodillas, las tres.

—¿Cómo…? —Zadekiel frunció el ceño—. ¿¡Por qué habría de arrodillarme ante un mortal!? ¡Muéstrame a Perla! ¡Tráela otra vez!

—¿Traerla? ¿Te refieres a que encienda de nuevo mi portátil?

—¡Lo que sea!

El hombre cayó en la cuenta de que ellas no entendían de tecnología. Si bien le invadió un miedo al darse cuenta de que estaba frente a tres ángeles de verdad, sabía que ahora tenía una pequeña pero importante ventaja que podría salvarle la vida. Aunque ellas no parecían ser el prototipo de ángeles que él esperaría, ni violentas ni armadas como para asesinar ejércitos enteros, debía mantenerse cauteloso.

Levantó su portátil cúbico de nuevo, como si fuera alguna clase de trofeo anhelado por aquellas hembras aladas, y de hecho así parecía serlo para ellas pues observaban con detenimiento. Aegis era la más asombrada, boquiabierta como estaba.

—Lo haré. Les diré dónde está su amiga… pero… Voy a ser sincero, chicas —se acomodó en su asiento—. Todo el mundo sabe qué son los ángeles. Qué han hecho, hace más de trescientos años. Son portadores del Apocalipsis.

—Nada de eso —Dione negó con la cabeza—. Nosotras solo nos dedicamos a cantar. Pero entendemos que haya ciertas reticencias, humano.

—Gracias. Y yo soy un hombre pragmático. No creo que todos los ángeles sean unos condenados demonios, no trago con todo lo que cuentan en la televisión. Pero entiéndanme, chicas. Necesito tener la certeza de que no van a matarme. Así que, por favor, de rodillas y quietas frente a mí… y les diré dónde está su amiga.

II

Ámbar salió al balcón de su departamento y perdió la mirada en el cabrilleo intenso de las luces de la ciudad. Era una auténtica explosión de colores intensos en aquella jungla de hierro y acero, de edificios y estructuras interminables en el horizonte. Solo la Luna y la supernova Betelgeuse brillaban con relativa fuerza en el manto negro del cielo, generalmente opacado por la intensidad de la luz artificial.

“Está bastante tranquilo”, pensó mirando hacia las lejanas calles, extrañamente poco transitadas. Pese a que el gobierno no cesaba con su publicidad de que la humanidad había vencido sus anteriores verdugos, y que ya no había que temer, muchos empezaban a huir al saber que el ángel estaba captivo en la metrópolis, y muy pocos se atrevían a continuar con su rutina.

Y es que, aunque la religión había perdido mella en la moderna sociedad humana, la noticia del ser celestial caído en Nueva San Pablo había sacudido en lo más profundo de las personas. Llegaban reportes de otras naciones en donde las sinagogas, iglesias y templos recibían un número inusual de visitantes; trescientos treinta años después del Apocalipsis, la llegada de un ángel no presagiaba nada bueno en el reino de los mortales, y la humanidad parecía buscar un consuelo espiritual ante el temor de un nuevo fin de los tiempos.

Por otro lado, los rumores apuntaban a que el gobierno de Nueva San Pablo accedería a la venta del ángel a alguna poderosa corporación farmacéutica, cualquiera de ellas económicamente mejor posicionadas que la mayoría de las naciones, todas ávidas de conocer los secretos de la inmortalidad, inmunidad y fuerza de aquellos seres celestiales. Parecía inevitable que pronto Perla sería traslada a un moderno complejo ubicado en algún rincón recóndito del planeta.

Ámbar se estremeció de pensar en lo que le deparaba a la joven alada, siendo objeto de experimentaciones y privada de la vida que de seguro disfrutaba en los cielos. “No sé por qué me preocupo”, pensó, inclinándose para apoyarse de la baranda, recordando la noche anterior que pasó dialogando con ella, acompañándola hasta que consiguiera dormirse.

El joven Johan salió al balcón, interrumpiendo sus cavilaciones. La invitación a un café no terminó como ambos oficiales esperaban: la cita prometida terminó desbocándose en una marabunta de periodistas y fanáticos que no dudaban en acercarse a Ámbar, entre los flashes de las esferas fotográficas y filmadoras, solicitando autógrafos o algunas palabras de la mujer que había derrotado a un ángel. Algunos solo deseaban tocarla como si fuera alguna especie de nuevo mesías.

Johan se sentó en una silla y, llevando las manos tras la cabeza, esbozó una sonrisa.

—¿Te gusta tu nuevo mote, “Hija de Thor”?

Ámbar gruñó como respuesta. Las imágenes de la Capitana, desenvainando su espada para luego desencadenar una fuerte y brillante corriente eléctrica contra el ángel, se volvieron virales. Pronto la publicidad la llevó a ganarse rápidamente el apodo de la “Hija de Thor”, dios de los truenos de la mitología nórdica.

—Me guste o no, tengo que aprender a soportar este show mediático. Y la prensa no perdona, así que habrá que medir mis pasos a partir de ahora.

Se giró hacia su subordinado, a quien parecía divertirle todo el asunto de la prensa y la fama que la rodeaba. “Ahora que lo pienso, fue contraproducente salir a caminar con un chiquillo como él”, meditó Ámbar, rascándose la frente. “Espero que mañana no aparezca en las revistas como una maldita asaltacunas”.

—Pronto anunciarán a quién decidieron vender al Éxtimus —dijo el muchacho—. Espero que la cosan a jeringas allá a donde la lleven.

—¡Johan!

—¿Qué? Lo digo en serio. Es un ser inmortal, inmune, semidios, lo que quieras —sacudió una mano al aire—. Soportará todo.

—Es solo una niña.

—¿Niña? Te preocupa lo que le pueda pasar, ¿no es así? ¿Qué es lo que te ha dicho cuando charlaste con ella?

—Lo obvio. Que quiere volver —meneó la cabeza de nuevo como si ella misma intentara apartarse de encima la creciente responsabilidad que sentía por el ángel.

—Pues esa “niña” me rompió el brazo.

—Que lo has recuperado en menos de dos horas, Johan. Y desde luego que estoy preocupada, no soy un condenado robot, tengo un corazón que me dice que, tenga alas o no, deberíamos anteponer el bienestar de esa muchacha antes que los intereses económicos del Estado y los de una maldita farmacéutica.

El joven dejó su pose despreocupada y se inclinó hacia ella, mirándola fijamente.

—Pienso exactamente lo mismo. Es decir, tampoco me considero una mera herramienta del Estado y por ello hay veces que puedo titubear antes de acatar una orden.

—¿Entonces estamos de acuerdo en que esa niña no merece estar encerrada?

—No me interesa el Éxtimus —Johan se levantó; aunque su corazón empezara a apresurar latidos, se armó de valor para revelarse ante ella y dar convicción a sus palabras—. Me interesas tú. Quiero decir… es por ti quien hice de escudo para protegerte del ángel. El Estado quería capturar al Éxtimus vivo, pero a costa de nuestras vidas. No lo iba a permitir.

—Deja de decir memeces —la mujer se giró y volvió a apoyarse de la baranda—. Guarda esas frases para las chicas de tu edad. En la Jefatura hay muy buenos partidos con las que podrías dedicar tu tiempo.

El chico negó con la cabeza; se mantenía firme, tratando de disimular las manos temblorosas del nerviosismo, en parte por miedo a recibir alguna paliza, después de todo Ámbar no era una mujer común y corriente, y en parte porque ahora estaba confesando sus deseos más ocultos. Vació los pulmones antes de tomarla de los hombros y girarla para que ahora ella viera su mirada decidida.

—Pues no estoy interesado en ellas.

“Maldito niño”, pensó Ámbar con un escalofrío recorriéndole la espalda. “Estoy en medio de algo importante y me sale con estas”. Apretó los dientes. Y lo peor de todo, para ella, era que ese deseo del muchacho parecía extenderse ahora a su propio cuerpo, contagiándolo de apetito. Después de todo su cuerpo ya añoraba el tacto, besos y caricias. Recordó aquella mirada del joven, cuando se encontraron en los vestidores, y volvió a estremecerse de manera avasallante al saberse deseada.

Se remojó los labios, pero luego se los mordió en un intento de calmarse.

—Es muy bonito todo eso —se apartó de sus manos—. Pero a mi lado seguirás rompiéndote el brazo. Si no es un Éxtimus, seré yo quien lo haga para hacerte entrar en razón.

—Será así, pues. Volvería a romperme el maldito brazo otra vez para que lo entendieras.

—¡Ja! ¡Deja los clichés, niño! —posó la mano abierta sobre el pecho del joven y lo apartó—. ¡Soy tu superior!

—¿No deseabas que te tratara informalmente fuera de la jefatura, Ámbar?

—¡Ah! Pues cuando vuelva a la Jefatura redactaré un reporte por desacato.

El chico empalideció y retrocedió un par de pasos. Viendo cómo giraron las tornas, él preferiría que le rompiera el brazo; lo podría recuperar en un par de horas en el Hospital Militar.

Ámbar gruñó, empujándole bruscamente para llevarlo dentro de su departamento. La mujer no dejaría que un subordinado llevara las riendas de ninguna situación, una situación que ya se estaba desbordando y que ella estaba dispuesta a apaciguar de la manera menos profesional posible.

—Te invito a un café y así me lo agradeces… —regañó la mujer tirándole de la oreja con una mano, mientras que con la otra apagaba las luces de un chasquido de dedos.

—¡Espera, espera, Ámbar…! ¿Lo del… reporte… iba en serio? —protestaba a trompicones mientras era llevado hasta el sofá.

—¡Siéntate, Johan!

Soltó la oreja e inmediatamente el chico procedió a sentarse en el sofá; ahora, había perdido todo el valor que acumuló, aunque aún necesitaba una respuesta sobre la amenaza de la mujer. Levantó la mirada y la vio a contraluz; la brillante ciudad tras ella dejaba adivinar el contorno de su cuerpo, esos brazos en jarra, esa pose firme y amenazante. De seguro, pensaba Johan, ella lo estaría fulminando con una mirada penetrante, como desaprobando su actitud e intenciones.

Extrañamente, notó a duras penas cómo Ámbar llevaba una mano hacia sus pechos. Sin entender el porqué, la mujer empezó a desabotonarse la camisa frente a sus atónitos ojos.

—¿Has dicho que te romperías el brazo por mí? Es bonito y noble lo que has dicho, Johan. ¿Acaso quieres ser mi escudo?

El muchacho tragó saliva y asintió. Ámbar sonrió por lo bajo, aunque él no pudiera apreciarlo por la penumbra. Procedió a quitarse más botones.

—Yo fui escudo de muchas personas y compañeros —continuó Ámbar—. Durante redadas, asaltos e incluso atentados, siempre soy la primera al frente. No temo a la muerte, no porque tenga alojado potenciadores tecnológicos en mi cuerpo, como Santos. Te diría que soy así por naturaleza. Pero tienes que entender que por más nobles que sean tus objetivos, todo tiene consecuencia.

La camisa cayó suavemente al suelo y Ámbar quedó solo con un sugerente sostén, que por la penumbra parecía negro. Avanzó unos pasos firmes y se inclinó para tomar una mano de su subordinado.

—Estoy dispuesto a enfrentar las consecuencias, Ámbar —afirmó él con confianza al sentir que la mano de la mujer era mansa, suave, delicada.

—Ajá. Calla. Ahora toca aquí —ordenó llevando la mano del chico hacia su vientre. De manera casi imperceptible, Ámbar se estremeció al contacto; no tanto por los dedos y la palma fríos del chico, sino porque hacía tiempo que un hombre no la tocaba.

—Ya… ya veo, Ámbar —susurró él, palpando la piel, surcando suavemente, con la yema de los dedos, sintiendo algunas hendiduras; tal vez era la misma que había notado fugazmente en los vestidores— ¿Puedo hablar yo?

—No, sigue callado, te lo pedí claramente. ¿Sientes la cicatriz? Esta me la hicieron cuando me ofrecí como intercambio durante una toma de rehenes en Matto Grosso. El bastardo utilizó una navaja lo suficientemente filosa para atravesar el EXO de aquel entonces. Aquí hay otra —subió la mano del joven y la llevó hacia la fina línea que separaba ambos senos, en el esternón. Ladeó el sostén y le ayudó a palpar la piel—. Esto que sientes aquí…

—¡Espera! Espera, no tienes que decirlo, Ámbar…

—¿Qué parte de “sigue callado” no has entendido? No me hagas repetirlo, Johan, y sigue tocando. Aquí, ¿lo sientes?

Tomó ambas manos del chico y lo invitó a palpar su cintura, pues allí encontraría otras líneas que, al tacto, y tal vez a la vista, pudieran asustarlo. O eso pensaba Ámbar, quien tenía que enmascararse tras un rostro serio, aunque en el fondo escocía confesarle y mostrarle sus defectos a un hombre que, tras varios años, mostraba interés en ella. Pero la mujer, dura como era, quería evitar decepciones posteriores. Sincerarse.

“Esto es lo que hay conmigo, chico. En serio, busca a otra mejor”.

Inesperadamente, Johan sus manos hasta la espalda de la mujer, entre los hombros, donde, con una paciencia inaudita, logró sentir en la espalda unas marcas, de varias líneas paralelas, como de latigazos, que confirmaban el violento mundo en el que ambos estaban sumidos.

Ámbar se estremeció y, diríase en un acto reflejo, se abrazó al chico. Hundió el rostro en el hombro de su subordinado, pensando que tal vez fue mala la idea de mostrarle todo aquello. Despertaba recuerdos muy dolorosos, la mostraba como alguien frágil, no como la mujer dura que se mostraba día a día.

—Puedes seguir, no cambiaré de opinión, Ámbar.

—Eres demasiado insistente.

—Lo digo en serio. Sigue, si esta es la única manera de tocarte, yo encantado…

—Ajá —rio—. Te has ganado otro reporte —bromeó ella, enredando sus dedos en la cabellera del joven mientras que con otra mano iba desprendiéndole los botones de su camisa.

Tras todo el manto de tecnología y brillo cegador en la jungla de acero, bajo los potenciadores y nano-componentes implantados en el cuerpo, se volvía necesario desnudar una faceta más humana; dejarse llevar por el instinto, por el deseo de la carne, ir allí en donde restaba disfrutar y deleitarse del sabor de los besos, de la sensación de la piel sobre otra piel, de las manos palpando, dibujando figuras informes sobre la desnudez de los cuerpos de los amantes.

La mujer, sentada al borde de la cama, besaba en los alrededores del ombligo del joven mientras que sus manos buscaban lenta pero firme quitarle el pantalón, por donde ya se adivinaba el estado excitado del muchacho. Hacía tiempo que Ámbar no lo palpaba, esa carne enhiesta, anhelante, que parecía temblar de excitación aun cuando estaba capturado por sus manos, que se cerraban como garras de un depredador.

—Tenemos que hablar sobre algo —dijo Ámbar, levantando la herramienta para que apuntara hacia el techo. Antes de inclinarse y darle al chico un repaso con la lengua, ella continuó—. Pero no pienses que te pediré que te unas a mí aprovechando que estamos haciendo lo que hacemos.

Luego de la pasada de lengua por la piel de las más sensibles pertenencias del muchacho, la mujer inició un vaivén lento pero firme sobre aquella verga palpitante, conforme seguía saboreando. El chico, como si fuese víctima de un extraño rayo que paralizase completamente sus sentidos, trataba de recobrar los sentidos perdidos para escucharla.

Pensó que tal vez sí ella era, después de todo, la hija del Dios de los Truenos.

Tras una ligera mordida que lo sacudió, Ámbar prosiguió:

—Hacemos lo que estamos haciendo porque tú y yo así lo deseamos, Johan. No porque quiera aprovecharme de la situación. Te propondré algo que no sé si te gustará, por lo que espero que me des una respuesta sincera. Pero respondas lo que respondas, te prometo que esta noche terminará como tú y yo deseamos.

—Trataré —apostilló el joven entre resoplidos, incapaz de salir del trance eléctrico.

Ámbar se sonrió al pensar seriamente lo que le decía: pretendía que el chico usara las neuronas en un momento como aquel, tan íntimo y, a juzgar por el rostro de su amante, tan avasallante y placentero. Se levantó y, enredando sus dedos por la cabellera de él, lo invitó a probar sus senos.

—Perdóname. Ya habrá momento. Ahora mismo, mi cuerpo es tuyo.

Se ofreció a él, pero como si fuera alguna especie de recordatorio de que estaba intimando con una mujer altiva, jamás dejó que el joven guiara la situación en la cama. Era ella quien montaba encima de él, era solo ella quien marcaba el ritmo, el meneo de la cintura, las uñas arañando suavemente o fuerte según convenía; era ella la que apretaba su interior para que el chico gozara, la que mordía si él se pasaba de roscas, la que besaba su pecho y lamía los pezones como premio si lo hacía bien.

El sonido de los gemidos y gruñidos, de una cama chirriando y de dos cuerpos uniéndose con pasión, rebotaban y se perdían en la ciudad como un eco en la oscuridad.

En la noche de cielo negro, bajo la jungla de acero y luces de neón, se gestó una alianza sellada con la unión de los amantes. Y pronto nacería una rebelión que sería capaz de cambiar el curso del destino. Una rebelión tan fugaz, intensa y que sacudiría la moderna sociedad humana como un relámpago que hace temblar tanto el cielo como la tierra.

III

Steven aún no daba crédito de tener a tres mujeres sumisamente arrodilladas ante él. Caminaba frente a ellas, con las manos tras su espalda, como un amo comprobando el grado de sometimiento de sus esclavas, aunque en realidad aprovechaba la vista para ver los sugerentes escotes que le hacían las túnicas, sobre todo a Zadekiel y Dione, Aegis no las tenía grandes como ellas.

“Al diablo con las plumas, siguen siendo mujeres”, pensó él, enmascarándose tras un rostro serio y severo, esperando que no se le evidenciara su ansiedad.

Las hembras reposaban sus manos sobre sus regazos, sacudían ligeramente sus alas, como esperando expectantes sus palabras. Aunque Zadekiel, por más que estuviera en una posición sumisa, parecía que en cualquier momento se abalanzaría a por el mortal; se había presentado como una supuesta Arcángel y por ende pensaba que merecía un mejor trato que aquel tan degradante.

Cuando el humano pasó a su lado, la maestra empuñó ambas manos: quería ponerlo en su lugar, pero fue rápidamente interrumpida por un codeo de Dione. Él sabía la ubicación de Perla, las hembras no debían utilizar la violencia, máxime conociendo la superioridad física de un ángel por sobre un humano. Podría matarlo de un puñetazo y allí sí que estarían perdidas.

“Tener que rebajarme a esto”, se dijo la rubia, meneando la cabeza para apartar sus deseos de lucha.

—Bien, chicas, les diré dónde está vuestra amiga. Si accedéis a tres deseos míos, eso es.

—¿¡Y bien!? —bramó Zadekiel—. ¡Dinos, mortal!

—Arrancaos una pluma de vuestras alas y ponédmela cerca de mis pies.

—¿¡Ah, qué cosas dices!? —Zadekiel achinó los ojos.

—Las plumas de los ángeles son muy valiosas, ¿sabéis? Pero deben ser las plumas que están debajo de las cobertoras, las más enraizadas. Obviamente, ya casi no quedan ninguna tras el Gran Ataque, pero existe un mercado negro que oferta mucho dinero por una pluma de ángel.

—¿Por qué querrían plumas de ángeles? —Dione hizo un mohín—. Yo creo que estás jugando con nosotras.

—Clonación —agregó serio—. Un proyecto que nunca rendirá frutos, si me preguntas. Yo solo quiero el dinero.

—¡Auch! —chilló Aegis, quien se arrancó una pluma de sus alas. Las que estaban bajo las cobertoras eran duras de quitar, ocultas bajo el manto externo. Se inclinó hacia el humano y dejó la pluma a sus pies—. Aquí está la mía, señor Steven.

—Bien —asintió Steven—. Eres muy buena, Aegis. Me gustan las chicas obedientes.

—¡Ya! —dijo colorada, regresando a su posición.

Con el rostro torcido de ira, Zadekiel se arrancó una pluma y la dejó en el mismo lugar que Aegis. No tardó Dione en hacer lo mismo. El humano se recreó de la escena durante unos segundos, contento por su victoria, y se agachó para recogerlas. “Vaya, son relativamente dóciles…”, pensó, guardándose las plumas en un bolsillo.

Tomó aire. Realmente ya no necesitaba nada de ellas. Si eran ángeles, haría dinero con sus plumas. Era la única recompensa que valía la pena sin tener que arriesgar su integridad física. No obstante, con la boca haciéndose agua, ordenó:

—Vuestras túnicas… Retiraos las túnicas.

—¿¡Ahora nuestras túnicas!? —preguntó una nerviosa Zadekiel—. ¿¡También queréis clonar nuestras túnicas!?

—¿O será que solo nos las quiere robar? —agregó una confundida Dione.

—¡Yo también robaría vuestras túnicas si estuviera vistiendo un abrigo tan pesado y feo como el que tiene él! —rio Aegis.

“Estas chicas”, pensó un contrariado Steven. “No tienen la más pajolera idea, ¿no es así?”. Pero cuando Aegis se deshizo de los tirantes de su túnica y esta cedió, revelando unos senos coronados por unos sonrosados y pequeños pezones, quedó inmóvil, salvo sus dedos, que parecían estirarse involuntariamente, como queriendo reclamar los pequeños pechos de aquella ángel de rostro aniñado y ojos plateados.

—No vas a entregarle tu túnica, ¿verdad, Aegis? —protestó Dione al ver que su amiga quería desvestirse—. ¡Son sagradas!

—Es… eso es verdad —dijo, ignorante de que su torso desnudo estuviera provocando al científico. Empezó a jugar con la tela de su vestido mientras agachaba la cabeza—. Tenía a Perla en todo momento, así que acepté.

—Chicas… chicas…. —Steven se despertó del trance. Podría decirse lo mismo de su sexo—. No voy a robarles sus túnicas.

—¿¡Y a qué viene pedirnos que nos las quitemos!? —vociferó Zadekiel.

—¡Ah! —chilló Aegis, tapándose la boca. Frunció el ceño y señaló al asustado humano con un dedo amenazador—. ¡Quiere que nos resfriemos! ¿No es así? ¡Te advierto que no funcionamos como los mortales!

“Madre mía, ¿en serio estás pájaras no tienen la más mínima idea?”, pensó mientras acusaba un dolor en sus pantalones, pues algo estaba despertando a ritmo frenético. “Supongo… que debería explicarles de otra manera”, concluyó.

—No es eso, chicas. Miren, tengo curiosidad por ver cómo es el cuerpo de un ángel. Así que ya sabéis, que vuelen las túnicas.

—¡Las túnicas son sagradas! —volvió a insistir Zadekiel, levantándose con un gesto indignado en el rostro. Era como si fuese la única que realmente pillaba las intenciones del hombre—. ¡Y también lo son nuestros cuerpos, mortal! ¡Hmm! Debería darte vergüenza.

—¿Podrías dejar de gritar tanto, Zadekiel? —agregó Dione quien también se había desnudado el torso, revelando unos senos considerables, más grandes que los de Aegis, que además alojaban pezones oscuros—. No pasa nada, no va a robarse nuestras túnicas, y solo quiere ver.

Pero Zadekiel estaba terriblemente ofuscada por el asunto, por lo que se dirigió a la puerta de salida. Era la única de las tres que sentía algo de pudor.

—Aegis, Dione, disculpadme, pero las esperaré afuera.

—Tal vez deberíamos… —dijo Aegis, tomando ambos tirantes de su túnica para vestirse de nuevo—. Tal vez deberíamos ir junto a ella.

—Zadekiel estará bien —respondió Dione, levantándose para terminar de quitarse la túnica.

Quedó desnuda salvo sus largas botas de cuero, brazos en jarra. La hembra era imponente en sus curvas, con unos lunares que parecieran ser más bien colocados en lugares estratégicos que al simple azar. Uno hacia su monte de venus, otro en la cintura, además del que se hallaba cerca de la comisura de sus labios. Los senos se veían plenos y firmes, diríase que se levantaban orgullosos. A diferencia de Zadekiel, Dione no percibía las intenciones verdaderas del humano, carente de deseos carnales como era.

—¿Y bien, mortal? ¿Está satisfecha tu curiosidad?

—S-señor Steven… —dijo Aegis, levantándose.

Desnuda como su amiga, la tímida hembra se robó la atención y el aliento del hombre. Aegis empuñó sus manos y las llevó contra sus pequeños pechos. No gozaba de curvas pronunciadas, no como las de su amiga, pero para Steven era innegable el encanto que irradiaba con ese cuerpo que parecía tallado exquisitamente por un dios, y ni qué decir esa actitud sumisa que le hechizaba.

—S-señor Steven, ¿cuál es su tercer deseo?

El hombre meneó la cabeza para cerciorarse de dos cosas: que no era una imaginación y que realmente aquellas dos preciosidades eran incapaces de verle sus verdaderas intenciones. Su respiración se agitaba conforme comía con la mirada esos cuerpos exquisitos a su disposición.

“Ángeles… no, más bien… ¡Mujeres!”, se dijo a sí mismo otra vez, tratando de convencerse de que no habría diferencia si terminaba enfiestándose con ellas.

Se acercó a Aegis y se inclinó hacia sus pechos. “Quédate quiera por un momento”, ordenó en un susurro de tónica pervertida. Acercó sus dedos índice y pulgar a los labios de una hembra que miraba con inusitada curiosidad al hombre; nunca ningún ángel había actuado de manera tan extraña con ella, ni en juegos.

—Lámelos.

—¿La… lamerlos, señor Steven?

El hombre asintió. La hembra, visiblemente confundida, tomó la mano con las suyas y acercó los dedos para abrigarlos con sus finos labios. Los ensalivó y, notando cómo el rostro del mortal parecía arrugarse, creyó estar lastimándolo, aunque cuando notó una suerte de sonrisa bobalicona pensó que estaba haciéndolo bien, por lo que incluso se atrevió a usar la punta de su lengua para terminar de humedecerlo.

—Señor Steven —dijo apartando su boca, mirando de reojo los relucientes dedos—. ¿Se encuentra usted bien?

El humano ya no podía hablar, si algo tan nimio como aquello ya lo dejó al borde de un orgasmo, estar con ella, dentro de ella, debería ser realmente una experiencia celestial. Y es que, además, la ternura de la tímida ángel lo tenía completamente enamorado.

Suavemente posó la palma abierta de su mano sobre el vientre de la hembra, y bajando, perdió los ensalivados dedos en la pequeña mata de vello púbico; palpó la feminidad de Aegis, tibia y suave, descarnada, la percibía exaltada y nerviosa, mientras ella entrecerraba los ojos y abría torpemente la boca, intentando decir algo, un simple gruñido, un simple gimoteo, pero todo intento se perdió en un largo y tendido resoplido.

Dione, por otro lado, se erizó completamente al ver el rostro de su amiga desfigurándose. Como ángel jardinera y miembro del coro, no estaba muy puesta acerca de los peligros del reino humano y sobre las prohibiciones de unirse en cuerpo a un humano, advertencias que sí conocían los guerreros de los Serafines. Despojada de deseos carnales como era, temió por la vida de su amiga.

—¿Eres…? —preguntó Steven, frunciendo el ceño, pues al intentar introducir un dedo dentro de la joven hembra, notó una fina barrera que se lo impedía. Empujó un poco más, pero no cedería fácilmente, mucho menos con la hembra empezando a retorcerse—. ¿Eres virgen?

—¡Uf, por… por los di-dioses! —Aegis torcía la espalda y empuñaba las manos, completamente vencida por aquel tacto. Nunca había dejado que nadie la tocara, o sería mejor decir, nunca nadie había mostrado interés en hacerle algo como aquello.

—¡Suéltala, mortal! —Dione tomó a su amiga de la mano, tirándola hacia sí para apartarla. La rodeó con sus brazos, consolándola, acariciándole las alas—. ¿Qué has hecho con ella?

—¡Dione! —musitó la enrojecida Aegis—. Estoy bien…

—Pues a mí no me lo pareció. Maldito mortal, ¡dinos tu último deseo!

—Tienes un temperamento parecido al de la otra, la que salió. Por mí, puedes retirarte.

—¿¡Y dejarte a solas con Aegis!? ¡Jamás!

—Dione —susurró su amiga, rozando sus pechos contra los de ella, arañándola prácticamente con unos pequeños pero endurecidos pezones—. Estaré bien.

Al ver a Aegis completamente enrojecida y embriagada de placer, Dione sintió un algo nunca antes experimentado. Como si su cuerpo despertara y activase algo; sintió su pecho y vientre llenarse de inexistentes hormigas. Tal vez, al estar en un nuevo mundo, al estar estrenando su nueva condición de ángel renegada y, sobre todo, al encontrarse expuesta en un nuevo y peligroso mundo, Dione consiguió despertar algo enterrado dentro de sí.

—¡No digas tonterías, no te abandonaré, Aegis!

—D-Dione… —la tomó de su mano, enredando sus dedos entre los de ella—. Piensa en Perla, por favor. Lo hacemos por ella. Lo que sea que tenga que hacer, lo soportaré por ella.

—Qué divino —se mofó el hombre—. Allí está la puerta.

Zadekiel estaba sentada sobre una pila de cajas metálicas, en las afueras del laboratorio, abrazándose a sí misma, dibujando, con su pie, figuras amorfas sobre la nieve. No era el frío, al que evidentemente podía resistir mucho más que un humano promedio, lo que la tenía así. “Maldito humano insolente”, pensó, apretando los dientes, recordando la orden de desnudarse.

Dione salió del observatorio, acomodándose su túnica, y se acercó junto a su maestra.

—Ese mortal es muy raro.

—Tal vez deberíamos darle una lección —Zadekiel de nuevo empuñó las manos.

—Deseo lo mismo, pero no sería conveniente, Zadekiel. Además, la tormenta de nieve ya terminó —Dione echó una mirada a los alrededores—. Creo que ahora podríamos volar con comodidad.

—¿Ya habéis terminado? Así podré ir a por él…

—¿Me estás escuchando? Será mejor que no lo cabreemos si queremos saber dónde está Perla.

Se sentó al lado de su maestra, imitándola inconscientemente, dibujando también sobre la nieve, con los pies. ¿Qué era aquello que la había invadido dentro del observatorio? Era un algo inexplicable para ella que exigía que no solo no se apartase de Aegis, sino que evitara a toda costa dejarla a solas con ese mortal. Siempre había sentido apego por su compañera de cánticos, pero ahora, expuestas al peligro, pareciera que sus emociones se disparasen… y despertasen sentimientos, algo que, en teoría, los dioses les habían arrancado cuando fueron creados.

Zadekiel percibió la preocupación de su alumna, por lo que le tomó de la mano. Con una voz mucho más afable que la que acostumbraba a hablar, la consoló:

—Lo siento, Dione.

—¿Por qué? ¿Por ser una pésima maestra y por arrastrarnos hasta este infierno?

—Claro que no —frunció el ceño—. Me refiero a Aegis. Tiene… tiene que ser duro, ¿no es así? Tener que apartarte de alguien a quien profesas mucho cariño, Dione. Yo… yo también sé cómo te sientes.

—¿Qué estás diciendo? —se soltó de su agarre.

—¡Hmm! —Zadekiel se cruzó de brazos—. Es decir, no confías en mí y pusiste varias pegas para venir al reino humano, pero hete aquí.

—No iba a abandonar a Aegis.

—Claro. Dione, ¿nunca pensaste por qué los dioses nos dieron emociones, pero nos prohibieron los sentimientos?

—Vaya cosas te pones a pensar, Zadekiel… —miró de nuevo hacia el observatorio, como esperando que en cualquier momento se abriera la puerta y saliera Aegis. Entonces, la reconfortaría con un abrazo.

—Creo que las emociones son el puente para llegar a los sentimientos —prosiguió Zadekiel—. ¿De qué otra forma crees que Lucifer consiguió sentir aquello prohibido?… Él amó, o eso dicen, y luego deseó la libertad de la legión para que los demás amaran como él.

—Y le declaró la guerra a los dioses —agregó Dione.

—Evidentemente, sus formas no fueron las adecuadas —rio por lo bajo, cerrando los ojos—. Entonces yo creo —la tomó de nuevo de la mano—, que no tienes por qué sentirte culpable por lo que estás sintiendo. Al fin y al cabo, somos así. Negarnos a nuestra naturaleza es negarnos a ser felices. Como seres vivos, tenemos la posibilidad y el deber de buscar la felicidad, ¿no lo crees así, Dione?

—Estás presuponiendo demasiadas cosas de mí —se soltó de nuevo.

—¡Ya! Eres un libro abierto, Dione, todas mis alumnas lo son —levantó las manos y alas al aire—. ¡Uf! ¿¡O serán mis poderes de Arcángel lo que están despertando dentro de mí, elevando mis habilidades cognoscitivas!?

—Deja de jugar a que eres un Arcángel…

—¡Necesitamos hacer una fogata, Dione! ¿Dónde está mi espada flamígera cuando más la necesito?

—¡No eres ningún Arcángel, maldita!

Ambas hembras rodaban por la nieve en una lucha interminable de patadas, puñetazos y aleteos varios. Dione no era el tipo de estudiante que cualquier maestro querría, siempre altanera y conflictiva, algo esquiva en algunos asuntos, pero qué más daba, pensaba Zadekiel, era su estudiante y aprendió a soportarla… y conocerla. En el fondo, la conocía. Las conocías a todas.

Repentinamente, la batalla cesó entre resoplidos cansados. Quedaron allí, la nerviosa Dione sobre una risueña Zadekiel. Dieron un respingo cuando oyeron abrirse la puerta del laboratorio. De allí salió Aegis, vestida con su túnica, sonriente y enrojecida mientras jugaba con sus propios dedos. Tras ella, Steven fumaba un habano, no sin antes propinarle una nalgada de despedida.

—¡Ah! —chilló Aegis, tocándose el trasero.

—¡Aegis! —Dione se levantó y corrió junto a su amiga para rodearla con brazos y alas—. ¿Estás bien? —se apartó para mirarle a la cara, luego le dio la vuelta, levantando un poco su túnica para comprobar que no le hubiera hecho nada. Solo vio el contorno rojizo de la palma de una mano sobre su trasero.

—¡E-estoy bien, Dione! —dijo obnubilada—. N-no te preocupes… yo… te tuve en mente en todo momento…

Dione humedeció sus ojos, sumiéndose en otro fuerte abrazo.

—¡No digas eso, Aegis!

—¡Nueva San Pablo! —gritó el humano.

—¿¡Ah!? —preguntó Zadekiel, sacudiéndose la nieve sobre su túnica—. ¿¡De qué hablas, raro mortal!?

—Allí está su amiga. Aegis tiene mi portátil, le enseñé cómo usarlo. Vayan con cuidado, Nueva San Pablo pertenece a una de esas naciones hostiles que les mencioné, que pueden detectarlas.

—Ya veo. Nueva San Pablo. ¡Aegis, Dione! —llamó a sus alumnas, extendiendo las alas—. Ya tenemos un lugar. Sigamos juntas y encontremos a Perla antes que los Dominios.

—¡S-sí, maestra Zadekiel! —chilló Aegis, y riendo, agregó—. ¡Arcángel Zadekiel!

La maestra se elevó ligeramente, extendiendo ambas manos hacia adelante para esperar a sus pupilas. No tenía idea de dónde podrían estar los Dominios, pero las hembras apenas habían llegado y rápidamente consiguieron ubicarla; tal vez, pensaba ella, podrían llegar a tiempo y rescatarla antes de que Fomalhaut pusiera una mano sobre su preciada estudiante.

“Aguanta, Perla”, pensó mientras Aegis y Dione se elevaban para tomarla de las manos.

IV

Pétalos y hojas revoloteaban a lo largo y ancho del cementerio de Nueva San Pablo, que recibía la cálida luz del sol asomando en el horizonte, todo un telón de fondo repleto de rascacielos en donde destacaba la altísima y lejana fortaleza militar “Nova Céu”.

Ámbar retiró del bolsillo de su gabardina un pequeño juguete, un soldado de traje EXO que sostenía una espada radiante, y lo colocó cerca de la lápida de su hija. Se arrodilló allí, sonriendo y cerrando los ojos, tratando de olvidar por un momento toda la situación que se amontonaba ahora sobre sus hombros.

—Sofía —dijo, dándole un par de golpecitos al juguete—, te encantará saber que ahora hacen figuras de mí. Me la trajo mi vecina a mi departamento, esta mañana. No te rías, pero ahora me dicen “Hija de Thor”, el dios nórdico, debido a la capacidad que tiene mi espada de realizar descargas eléctricas.

No le gustaba la fama, aunque era inevitable sentir cierto orgullo por lo que había conseguido: el reconocimiento de la sociedad, un hueco importante en los libros de historia. Pero había llegado el momento de abandonar la figura pública de heroína para, ahora, ser vista como todos como una traidora. Aunque nunca nadie en la moderna sociedad sabría que Ámbar sacrificaría su estatus, su honor, que mancillaría su nombre y su propia vida, para evitar que las maquinaciones de las corporaciones trajeran un nuevo Apocalipsis.

Y, sobre todo, no permitiría que alguien que recordaba a su propia hija terminara muriendo; esta vez, afrontaría el problema de frente.

—No me lo creerías, pero conocí a un ángel. Es… bueno, es un poco como tú. Ahora que lo pienso, te sonará extraño… pero realmente creo que ambas hubieran sido grandes amigas.

Sus ojos se humedecían, pero no lloraría allí. No frente a su hija. No se mostraría como la destruida mujer que no supo confrontar una enfermedad incurable. Había llegado el momento de ser la heroína que su amada Sofía admiraba.

—Y… tal vez hoy no sobreviva, por lo que entonces iré a reunirme contigo. Pero… mamá aún tiene que arreglar un par de cosas antes de irse, así que espero que la perdones y, sobre todo, estés a mi lado para que seas el escudo que nunca pude ser para ti.

“Tiene que ser duro”, pensó Johan, a varios metros detrás. No quería entrometerse en aquel ritual de la Capitana. Pero era inevitable ponerse en la piel de ella, en la de una mujer que tendría que sacrificarlo todo y saber que pasaría a la historia como una traidora, a pesar de que en realidad lo daría todo a favor de la sociedad que juró proteger. “En una sociedad donde prima la tecnología, la humanidad es lo último que nos queda. Y si todo sale como Ámbar planea, la sociedad se encargará de despojársela”, concluyó atrapando una hoja de flor de gladiolo que revoloteaba en el aire.

Ámbar se repuso.

—Johan. Va siendo hora. ¿Estás listo?

—Sí —respondió él, soltando la hoja y recuperando su compostura—. Pero vamos a necesitar motes. No me gustaría oír nuestros nombres en pleno operativo. Por ejemplo, me gustaría que me llamaras “Égida”.

—Parece mote para mujer…

—Es así como se llama el escudo de Zeus, Ámbar…

—Está bien. Es conveniente —la mujer se giró para sonreírle—. Nunca me gustó “Thor” como mote. Prefiero el de su padre. “Odín” estará bien.

En un mundo donde la humanidad parecía haber sido enterrada bajo una jungla de acero y tecnología, bajo implantes y potenciadores inyectados en el cuerpo, surgieron los héroes que habían decidido aferrarse a su lado más humano. Y sabían que para ganar la paz era necesario hacer sacrificios que nunca antes hubieran estado dispuestos a hacer. Aunque cada uno tuviera sus propias motivaciones, el objetivo era el mismo.

—Está decidido —asintió Ámbar, mirando la lejana fortaleza militar—. Liberemos al ángel.

Continuará.

 

Relato erótico: “La chica de la curva 6” (POR ALEX BLAME)

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portada criada26

Sin títuloTener de nuevo a esa ninfa en mi regazo me hizo olvidar de golpe el jetlag. Mi cuerpo respondió inmediatamente al contacto con el cuerpo de la joven que movió sus caderas sonriendo al darse cuenta.

—Sabía que me echabas de menos —dijo ella ronroneando y meciéndose lentamente sobre mi erección.

—¿Cómo no iba a echarte de menos? Seguro que más que tú a mí.

Brooke iba a contestar algo, pero yo estaba demasiado excitado para una larga conversación. Sin dejarle replicar le acaricié la mejilla y besé sus labios frescos y rojos con suavidad. El sabor del carmín invadió mi boca un segundo antes de que nuestras lenguas entrasen en contacto.

Jamás pensé que llegase a necesitar algo con tanta urgencia. Ni en el momento más tórrido y apasionado de mi relación con Helena había sentido esta necesidad casi dolorosa de fundirme con otra persona. Mis manos recorrieron su costado internándose bajo su top y estrujando sus pechos. No podía dejar de besarla y acariciarla. Necesitaba sentir su piel cálida y su corazón palpitando en el pecho para asegurarme de que aquello no era un sueño. Todas mis dudas quedaron en suspenso, deseaba a esa mujer por encima de todo, deseaba estar dentro de ella.

Con un empujón se apartó y se quitó el top y el sujetador mientras yo le acariciaba suavemente los muslos y el culo. Sonrió y me miró orgullosa del efecto que su cuerpo joven y esbelto ejercía sobre mí.

—Tengo que reconocer que ese viejo decía verdades como puños. Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. —dije preguntándome qué diablos sería lo que había visto en mí.

Brooke sonrió satisfecha y bajando las manos me desabrochó los pantalones y cogió mi polla dura como una piedra entre sus manos.

Por un segundo creí que iba a volver a correrme como un idiota y Brooke lo notó y sonrió traviesa justo antes de apartar su tanga y dejar que mi polla resbalara poco a poco en su interior.

La joven soltó un suspiro ronco y satisfecho cuando tuvo toda mi polla alojada en sus entrañas. Echando su melena rubia hacia atrás comenzó a balancear suavemente sus caderas, apoyando sus brazos en mis hombros.

Yo me limitaba a dejarle hacer mientras acariciaba su cuerpo con las yemas de mis dedos, con suavidad, como si estuviese leyendo un texto en Braille. Mis manos se detuvieron en sus pezones y fascinado observé como crecían y se inflamaban al sentir el contacto con mis dedos.

Sin dejar de moverse Brooke los acercó a mi boca y yo los chupé goloso arrancándole un gemido de placer. Excitado la levanté en volandas y poniendo mis brazos bajo sus piernas comencé a levantar y bajar su cuerpo sobre mi polla.

Brooke se agarró a mi cuello, acompaño mis empeñones con los movimientos de sus caderas y gimiendo suavemente cada vez que mi miembro llegaba a lo más profundo de su cálido interior.

A punto de estallar, me separé y la deposité sobre la hamaca arrancándole la faldita y el tanga con precipitación. Brooke se estiró y movió su pubis lasciva mientras yo acariciaba y besaba el interior de sus muslos calientes y húmedos. Poco a poco, con desesperante lentitud fui avanzando entre ellos hasta envolver su sexo con mi boca.

Brooke dio un respingo y se estremeció al sentir mi lengua explorando su interior. Lamí con suavidad los flujos que escapaban de él y mordisqueé su clítoris. Ella respondió con insultos y suspiros anhelantes.

Introduje mis dedos en su coño y buscando su parte más sensible comencé a moverlos con fuerza sin dejar de chupar su sexo consiguiendo que se corriera en pocos minutos.

Brooke gritó y se estrujó los pechos recorrida por intensos relámpagos de placer mientras yo, aun hambriento, volvía a penetrarla.

Gimiendo y jadeando se agarró con sus piernas a mi cintura mientras yo empujaba con todas mis fuerzas disfrutando como un loco de aquel sexo cálido y chorreante entrando y saliendo una y otra vez hasta correrme en su interior.

Sin darle tregua a mi polla le di la vuelta y volví a entrar en su coño. Brooke separó sus piernas y bajó su torso mientras yo me agarraba a su culo y la follaba haciendo que mis huevos golpeasen contra su pubis con fuerza. Los gemidos de la joven se fueron haciendo más intensos hasta que todo su cuerpo se crispó víctima de un intenso orgasmo. Acariciando suavemente sus muslos y su culo estremecidos mantuve mi polla en lo más profundo de su coño mientras movía ligeramente mis caderas intentando prolongar su placer.

Con un último suspiro Brooke se separó y se dio la vuelta sentándose sobre la hamaca. Yo me mantuve de pie con mi polla aun erecta a la altura de sus ojos.

Con una sonrisa traviesa la cogió entre sus manso y se la metió en la boca. Toda mi cuerpo tembló de placer al sentir como su lengua acariciaba mi miembro.

Mirándome con esos ojos azules e intensos siguió chupando y lamiendo mi polla hasta que no pude contenerme más y eyaculé en su boca. Yo no pude hacer otra cosa que inclinarme sobre ella para abrazar su cabeza y acariciar su melena mientras ella seguía chupando hasta apurar la última gota de mi leche y mi placer.

Nos separamos justo antes de que el horno sonara anunciándonos que la cena estaba lista. Brooke se incorporó y totalmente desnuda se dirigió a la cocina. Yo la seguí aun excitado y embelesado por aquel cuerpo esbelto y moviéndose elegante delante de mí.

La abracé por detrás, acaricié su cuerpo y besé su cuello y su nuca hasta que me obligó a apartarme con un par de codazos y así poder servir la cena.

La sonrisa que mostró Brooke cuando alabé su pastel de carne hizo que comiese un pelín más de la cuenta y cuando terminamos el empacho, unido al jetlag, provocaron que me sintiese un poco atontado.

Brooke se dio cuenta y me acompañó a la cama. A pesar de que no podía más, mis manos seguían pensando por sí mismas y no dejaban de acariciar el cuerpo desnudo de aquella belleza provocando que la piel de la joven se erizase como si le rozase un viento del norte.

Me guio por un corto pasillo hasta unas escaleras que desembocaban en la habitación principal que ocupaba todo el piso superior. El dormitorio era enorme, en la parte derecha había un vestidor y un baño con ducha mientras que el resto del espacio lo dominaba una enorme pero sencilla cama con un par mesitas de Wengué y un sofá de lectura situado al lado de un ventanal.

—Vaya, me esperaba otra cosa. —dije yo con una sonrisa pícara.

—Ah, ¿Sí?¿Qué te esperabas? —preguntó ella poniendo morritos.

—Ya sabes, una cama aun más grande, en forma de corazón, giratoria, con un colchón de agua, la ropa de cama de satén rosa o borgoña y unos espejos en el techo. —respondí yo cachondeándome.

—¡Idiota!—exclamó ella poniendo morritos de nuevo y sonriendo.

Abracé de nuevo a Brooke y le di un largo beso pero noté que el cansancio finalmente había hecho mella en mí y apenas podía mantener los ojos abiertos. Aun así no podía separarme de aquel cuerpo joven y delicioso. Tuvo que ser ella la que finalmente me tumbase en la cama de un empujón.

—¿No vienes a la cama? —le pregunté yo medio dormido.

—Lo siento, pero tengo que repasar este guion, mañana tengo que trabajar. —respondió ella sentándose en el sofá de lectura y encendiendo una lámpara que había a su derecha.

No dije nada, pero me llamé capullo mil veces. Si me hubiese decidido un poco antes, quizás pudiese haber organizado su agenda para tener unos días libres.

Me di la vuelta de espaldas a la luz con las escenas que había visto de ella a lo largo del tiempo dando vueltas en mi cabeza. Me sentía raro sabiendo que al día siguiente estaría follando con otro hombre y acaso disfrutando con ello. Pero lo curioso es que no tenía ganas de estrangularle a ella o al tipo que se la follase si no que deseé tener la posibilidad de llegar al estudio cogerla en mis brazos y llevármela delante de toda aquella tropa.

Por un momento fantaseé con la idea, pero luego me di cuenta de que casi no nos conocíamos y aquel era un trabajo que le proporcionaba dinero, un dinero que yo no tenía. Mierda ¿Por qué no podía estar forrado como Richard Gere? Con la idea de que la vida era muy injusta el sueño me alcanzó y me quedé profundamente dormido mientras Brooke seguía memorizando las escenas del día siguiente.

El jetlag me la jugó pero bien y a las cuatro de la mañana abrí los ojos totalmente fresco y despejado. Hice un amago de moverme pero tenía la parte superior de Brooke descansando sobre mi pecho. Acaricié su melena revuelta y la aparté para poder ver la cara de la joven que dormía apaciblemente. No pude evitarlo y rocé las largas pestañas rizadas y oscuras y la punta de la nariz. La joven se revolvió y se rascó la punta de la nariz provocándome una sonrisa. Estuve tentado de volver a hacerlo, pero luego recordé el duro día que le esperaba, la dejé dormir y me limité a observar su cara, su cuello y la parte de la espalda que asomaba por el borde de las sabanas.

Con ella desnuda a mi lado, todas las dudas sobre que estaba haciendo a diez mil quilómetros de casa se evaporaban y lo único en lo que pensaba era en cómo convencerme de que esta relación podía funcionar. Brooke suspiró en sueños y se dio la vuelta dándome la espalda y colocándose en posición fetal. La ropa de cama resbaló por su cuerpo dejando a la vista su espalda y su culo brillando pálidamente a la luz de la luna. Acerqué mi mano tentado de acariciarlos pero la aparté rápidamente temiendo que todo aquello fuera un sueño. Finalmente me quité la ñoñería de encima y la abracé por detrás adaptando mi cuerpo a su postura hasta que no nos separó ni una sola molécula de aire.

El amanecer nos sorprendió en la misma postura y el despertador tocó a las seis en punto.

—Vaya, te he despertado. —dijo Brooke al notar que me estiraba a su espalda.

—¡Qué va! El maldito Jetlag, llevo despierto dos horas.—respondí dándole un par de suaves besos en la espalda.

—Oh, para, déjalo ya o no voy a ser capaz de levantarme.—refunfuñó ella incorporándose.

Media hora después oí como la puerta del garaje se abría y dándome la vuelta en la cama intenté dormir. Deseaba que el tiempo pasase cuanto antes.

Me desperté tres horas después incapaz de quedarme por más tiempo en la cama. Me duché rápidamente y me dirigí a la cocina para desayunar un poco. Sobre la mesa Brooke me había dejado una nota diciéndome que volvería a la tarde y una copia de las llaves por si quería salir a dar un paseo.

El día había amanecido luminoso y ya se superaban los veinticinco grados de temperatura así que me propuse dar un paseo por la playa y quizás un baño. A aquellas horas de la mañana aun no había mucha gente, solo unos cuantos corredores y algún jubilado sacando el perro a pasear. Aspiré el aroma a salitre proveniente del mar y después de extender la toalla hice unos cuantos estiramientos y comencé a correr por la orilla. Inevitablemente, mi mente se olvidó del ejercicio y se centró en pensar qué estaría haciendo Brooke en ese momento. Seguramente estaría acariciando un cuerpo desnudo y preparándose para una maratoniana sesión de sexo. Intenté determinar el raro sentimiento que me asaltó. No eran celos precisamente, tampoco era miedo a perderla o un sentido de inferioridad, pero lo que fuese estaba ahí atenazando la boca de mi estomago. Esprinté de vuelta a la toalla tratando de no pensar y me tumbé sobre ella exhausto.

Tras descansar unos minutos me di un baño en el mar y volví a la casa. Pasé el resto de la mañana dando un largo paseo por Malibú y comprando algo para la cena. Cuando volví eran cerca de las dos de la tarde. Comí algo y me dispuse a esperar.

Brooke llegó a eso de las seis de la tarde con aspecto de estar bastante cansada aunque se animó un poco al verme esperándole en plan cocinillas.

—¿Qué tal el día? —le pregunté sirviéndole un plato de espaguetis— ¿Estás cansada?

—¿Seguro que quieres que te lo cuente? —preguntó ella.

—No con detalle por supuesto, pero sí en general. —respondí yo.

—Bueno, —dijo ella no sabiendo muy bien que decir— Ha sido un día largo y estoy bastante cansada, pero hemos avanzado bastante y con un par de días más acabaré el trabajo y tendré libres casi diez días antes del próximo rodaje.

—Eso sí que son buenas noticias, estoy deseando que me lleves a Disneylandia. —dije medio en broma medio en serio.

Brooke sonrió y se sirvió un nuevo plato de espaguetis mientras yo miraba su rostro sin apenas probar bocado. Cuando terminamos el postre la saqué a empujones de la cocina mientras recogía todo y metía los platos en el lavavajillas. Al salir a la terraza ella ya se había puesto cómoda y estaba acodada en la barandilla de espaldas a mí. Vestía una bata ligera que había anudado descuidadamente en torno a su cintura. Los rayos vespertinos atravesaban el vaporoso tejido revelando su hermosa figura. Me acerqué por detrás y la abracé contemplando de nuevo la puesta de sol.

—Podría acostumbrarme a esto. —dijo Brooke con una sonrisa al sentir mis brazos rodeándola.

Yo continué abrazando su cuerpo pensativo, sin decir nada por un momento, disfrutando de la puesta del sol y de la caricia de su pelo movido por la brisa proveniente del mar.

—Yo también. Aunque debes reconocer que hacemos una pareja un poco rara. Tengo muchas dudas, pero de lo que estoy convencido es de que me estoy enamorando de ti. —dije finalmente con una sensación de vértigo recorriendo todo mi cuerpo.

La joven se dio la vuelta y con una sonrisa que no le cabía en la cara, se giró y me dio un suave beso. Tiré de ella con suavidad, me senté en una tumbona y abriendo mis piernas acogí su cuerpo en mi regazo envolviendo su cintura con mis brazos.

—Apenas te conozco. Soy bastante mayor que tú, vivo a medio planeta de distancia, no sé exactamente lo que implica estar con una mujer que tiene un trabajo como el tuyo y no sé si esta relación tiene futuro.— dije jugueteando con su melena.

—Está bien ¿Qué quieres saber? —dijo ella acomodándose en mi regazo.

—No sé, qué te parece si me cuentas como acabaste en esta industria. —dije yo.

—Aunque no lo creas, no vengo de un hogar desestructurado ni me vi inmersa en este mundo por una serie de desafortunadas circunstancias. Simplemente tuve la oportunidad de ganar mucho dinero haciendo una cosa que no me supone un gran esfuerzo y lo hice. Mis padres no eran pobres pero tampoco nadaban en la abundancia y esta fue la mejor forma que encontré para tener una vida desahogada sin tener que depender de un hombre o trabajar doce horas diarias para llegar a duras penas a fin de mes.

—¿Te arrepientes?

—A veces, sobre todo cuando veo a un tipo acercarse a mí acariciándose una polla del tamaño de una anaconda. Pero supongo que todo el mundo tiene días malos en su trabajo. —respondió ella cogiéndome una mano y entrelazando sus dedos con los míos.

—Siempre me imaginé esta industria un poco como un universo cerrado, ¿Sabes de compañeros que mantengan relaciones estables mientras se dedican a esto?

—Es difícil, —respondió ella cruzando las piernas y dejando que asomasen por la abertura de la bata— pero no imposible. Y tú ¿Qué crees?

—Bueno tengo sentimientos encontrados. No me siento amenazado por los actores en sí. Pero el hecho de que practiques el sexo con muchos hombres distintos hace que no sepa como plantearme nuestra relación. —respondí yo intentando explicarme—No sé como plantearme la fidelidad. No sé si es justo que yo folle con otras mujeres. No sé cómo reaccionar si un tipo te para por la calle y te saluda diciéndote que tienes el conejo más bonito de toda California.

—¿Estás diciéndome que quieres que deje este trabajo? —preguntó ella tratando de no parecer recelosa.

—No, eso es lo único que no me planteo. —respondí yo acariciándole el muslo—Simplemente digo que, si en una nueva relación ya hay incógnitas, en tú caso estas se elevan al cubo. Y no dispongo de mucho tiempo para despejarlas. Tarde o temprano las vacaciones acabarán y tendré que tomar una decisión.

—Podrías dedicarte a esto conmigo. —dijo ella riéndose solo de pensarlo.

—Sí sería estupendo. Me imagino haciendo de jefe cuarentón follándote encima de una mesa de oficina sin quitarme el traje para que no se me vean las lorzas. —repliqué riendo— Acabaría muriendo victima de los estragos de la Viagra.

Nos reímos un rato más imaginando la escena hasta que las carcajadas se extinguieron y solo quedó la bola naranja del sol hundiéndose en el azul horizonte del Océano Pacífico.

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