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Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
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Relato erótico: “jugando con una presentadora de TV atrevida 4 (POR COCHINITO FELIZ)

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El lunes avanzó con lentitud para Beatriz. Dejó el chat encendido todo el día y toda la noche, pero su Amo Alex no se ponía en contacto con ella.  Por los menos los pezones ya no le dolían y la piel de sus pechos se había recuperado después de que Silvia le pusiera las pinzas japonesas. Se moría de ganas de que su admirador secreto se conectara, que le siguiera dándole órdenes, que la siguiera usando y humillando en público. Aquello era una fuente de vergüenza, placer y dolor como nunca pudo imaginar.

Estaba escribiendo en el ordenador el martes a medio día, cuando por fin su Amo se puso en contacto con ella.
“Buenos dias, zorrita”
Beatriz notó como se le aceleraba el pulso al momento.
“Buenos días, Amo”
“El fin de semana pasado lo hiciste muy bien presentando las noticias. Fuiste muy sumisa y obediente, me gustó. Espero lo mismo, y más, el próximo fin de semana”
“Haré todo lo que quieras, Amo”
Mientras escribía, Beatriz sentía que era sincera con lo que tecleaba, era capaz de cualquier cosa, y aquello la excitaba más de lo que había vivido nunca.
“Bien, porque tengo planes para ti. Ya sabes que me encantan esos bodys negros que tienes. Ya te has puesto dos…pero queda el tercero…solo te lo he visto puesto una vez…seguro que sabes de cual te estoy hablando”
Beatriz cerró los ojos, de gusto y de pánico. Aquel tercer body era lo más indecente que  se había puesto nunca, comprado en un momento de calentura, fantaseando con la idea de ponérselo más que en ponérselo realmente. La única vez que se lo puso había sido todo un show. Toda la tela del body era simplemente un finísimo velo oscuro que se pega a su cuerpo, con algunos pequeños encajes negros en forma de arabescos que no ocultaban nada; apenas eran una excusa para disimular un poco los pezones. Aquello, e ir desnuda, era casi lo mismo. Todavía recordaba la única vez que se lo puso. Las miradas de su ayudante de cámara, del personal del estudio. Y lo mejor fueron luego los comentarios guarros e indecentes en los foros de mujeres guapas de televisión. Había cientos de capturas de fotos, y varios videos. Aquello hizo que su coño se inundara en sus propios jugos, sabiendo que su imagen casi pornográfica era vista y admirada por miles de hombre.
“Sí, Amo, se cual es”
“Perfecto. Pero quiero que vayas a tono con ese body. Así que esta tarde a la siguiente dirección, y preguntarás por Marcos. Él tiene instrucciones para ti. Las seguirás al pie de la letra. Ya hablaremos esta noche”.
Beatriz, con el corazón acelerado, anotó la dirección y se despidió de su Amo.
La cabeza le daba vueltas, entre excitada y nerviosa, ante la incertidumbre de lo  desconocido. ¿Debería seguir jugando a este juego tan peligroso? Pero ya casi no podía dar marcha atrás, menos después de los numeritos montados dando las noticias, después de dejar que su compañera Silvia la usara y la humillara, después de dejar que su jefe se la follara como a una perra en el camerino…no podía dar marcha atrás…no quería dar marcha atrás, porque en el fondo, todo aquello, su humillación, su entrega, el dolor….todo la excitaba y la daba un placer inmenso.
Así que no lo pensó mucho más. Se puso un tanga rojo a juego con el sujetador rojo que dejaba a la vista sus pezones y se puso una falda no muy larga. Se sentía excitada con  la situación desconocida que iba a vivir, y decidió ponerse una blusa suave y fina, lo suficiente para transparentar un poco sus pechos. Le gustaba como la tela rozaba ligeramente sus pezones. Cada vez le gustaba más exhibirlos.
Salió de su casa para cumplir con las instrucciones de su Amo.  Se montó en el coche y dejó que el GPS la fuera guiando. El coche avanzó por un barrio de las afueras de ciudad al que no solía ir nunca. Tenía que estar muy cerca, y llegó hasta la calle que buscaba. Aparcó en cuanto pudo y se puso las gafas de sol. No quería que la reconocieran, y se puso a caminar buscando el número. Menos mal que no se había vestido excesivamente provocativa porque habría desentonado allí.
Buscó el número 37, que era donde tenía que ir.
Primero pasó por un supermercado, luego por una tienda de animales, una agencia de viajes, un  negocio un poco estrafalario…No veía los números. Cuando llegó a un portal de una vivienda, vio que era el 39.
Se volvió. Pues entonces tenía que ser en el negocio raro…Miró la tienda, llena de dibujos en la cristalera, con un rótulo: Tattoo & Piercing.
Se mordió los labios, desesperada. Sí, su Amo la quería marcar de alguna manera. Se puso más nerviosa, pero su vagina seguía encharcada, y la sensación de nerviosismo la mataba de placer.
Abrió la puerta y entró.
No había ningún cliente, solo el dependiente. Un chico joven, de veintitantos años, con pinta de hippy, pelo largo y barba de dos días. Bastante atractivo, a pesar de todo, pensó Beatriz. El chico la miró con cara divertida, y le sonrió de manera insolente.
– ¿Sí, quieres algo?
– Verás, ¿es este el número 37?
– Si, pero la agencia de viajes es más atrás, por si te has equivocado.
– No, no me he equivocado, si este es el 37. Este es el sitio que me ha dicho mi…que me han dicho que venga…¿eres Marcos?
 


– Ah, una amiga de Alex….Te estaba esperando. Tú eras la de la tele el otro día, ¿verdad…zorrita?

Beatriz tragó saliva, enrojeciendo al momento, notando como otro desconocido también la humillaba…y la vergüenza que estaba pasando le encantaba.
– Si, Marcos.
– Bien, Alex me dijo que vendrías. Me dijo que tenía un encargo para ti. Ven conmigo…
– Pero, yo no se…
El chico la miró con cara de fingido disgusto.
– ¿No querrás disgustar a tu amo? Así que se obediente y sígueme.
Beatriz respiró profundamente. Su vida se le iba escapando de las manos poco a poco. Pero perder el control era tan excitante, que no quería parar.
– Si, Marcos.
El  chico abrió una puerta y entró una habitación pequeña, seguida de Beatriz. Parecía una extraña consulta médica.
El chico la miró con una sonrisa irónica y le habló con naturalidad.
– Quítate la blusa.
– Pero, es que….
Sin previo aviso, Marcos le dio un guantazo en la cara, y Beatriz se quedó sin habla, sorprendida, sin poder reaccionar.
– Mira, zorrita, las cosas las digo una vez, no me hagas repetirlas. Como no colabores, ahora mismo te vas, y luego le cuentas a tu amo lo que quieras, ¿me entiendes, esclava? Porque si estás aquí de parte de Alex es que eres su esclava, y que yo sepa, lo único que hace una buena esclava es obedecer a su amo.
Beatriz se mordió los labios desesperada. Sólo queda humillarse y entregarse a aquel muchacho que casi podía ser su hijo…pero empezaba a disfrutar de la sumisión, notando la adrenalina circulando alegre por su cuerpo. Bajó los ojos y contestó en voz baja.
– Lo siento, Marcos.
Mientras hablaba se fue quitando los botones de la blusa, notando como su vagina se iba humedeciendo. Un momento después, estaba en sujetador delante del chico, muriéndose de una vergüenza deliciosa al mostrar un sujetador tan sexy que no tapaba los pezones, y casi nada de los pechos; solo los sostenía, y poco más.
Marcos sonreía, disfrutando con lo que veía.
– Uhmm, que apropiado para venir aquí, Quítatelo.
Beatriz respiró aceleradamente. ¿Cómo podía estar haciendo esto? Era imposible, pero al mismo tiempo tan maravilloso. Con las manos buscó el broche de la espalda, y nerviosa lo soltó. Un segundo después sus pechos estaban completamente al aire, desafiantes, con los pezones oscuros y erectos. La vagina ya se le estaba poniendo a punto de caramelo.
Marcos, con manos expertas, se puso acariciar los pechos, notando su textura, su flexibilidad, jugó con los pezones y los acarició suavemente.
– Vaya, zorrita, parece que te gusta. Estás hecha una calienta pollas con los numeritos que montas en la tele.
Beatriz no decía nada, disfrutando de las manos del joven sobre su cuerpo, excitándose con las guarradas que le decía.
– En fin, los negocios son los negocios.
Marcos dejó de acariciarla.
– Tu Amo quiere marcarte, y para hacerlo más divertido lo va  a dejar al azar y en tus manos. Vamos a tirar una moneda, y si sale cara, te haré un tatuaje en el pecho con su nombre, y si sale cruz, te haré un piercing en los pezones. ¿Está claro, esclava?
Beatriz lo miró nerviosa. Aquello no podía estar pasando. Un tatuaje grabado en su piel era para siempre, y un piercing era algo que nunca se le había pasado por la cabeza. Pero ella ya cada vez controlaba menos su vida. Contestó antes de que la abofeteara otra vez.
– Si, Marcos.
El muchacho sacó una moneda del bolsillo y la puso en la mano insegura de Beatriz.
– Lánzala.
Beatriz suspiró, angustiada.  Le doy varias vueltas a la moneda en la mano, y por fin la lanzó al aire. La moneda cayó y rebotó un par de veces en el suelo.
Marcos miró la moneda.
– Cruz. Te han tocado dos preciosos anillos en tus pezones. Yo prefería hacértelo en el clítoris, pero tu amo piensa que se ve poco en la tele…al menos de momento.
Beatriz lo miró con los ojos abiertos. ¿Llevar dos anillos en los pezones? Pensó en cómo iba dar las noticias así, exhibiéndose con ellos, porque eso es lo que quería su amo. Aquello le desbordó el pánico y la vergüenza….pero sin poder evitar dejar de disfrutar del camino de destrucción de su personalidad, de entrega de su voluntad. ¿Y cuando fuera a la playa, a ella, que tanto le gustaba hacer topless? Aquello tendría muchas implicaciones en su vida. Todavía podía salir corriendo de allí, no obedecer, dejarlo todo, no seguir adelante…pero una parte dentro de ella decía que sí, que lo hiciera, y esa parte era cada vez más fuerte que el sentido común.
– Sí, Marcos, ¿qué hago?
– Túmbate boca arriba  en esta camilla.
Beatriz lo hizo, pensando en el dolor, en el mal trago que iba a pasar, mientras Marcos se ponía guantes quirúrgicos y cogía pinzas y agujas.
– Ahora relájate.
Marcos empezó a manosear uno de los pezones. Lo limpió y lo agarró con unas pinzas, haciendo que la punta del pezón erecto quedara bien accesible. Después clavó la aguja, en un movimiento rápido y decidido; Beatriz apretó los dientes y soltó un grito débil, sintiendo el pinchazo agudo, y luego el frío de algo metálico atravesando el pezón de parte a parte. Respiró hondo, mientras su cuerpo liberaba endorfinas para amortiguar el dolor.  Casi sin tiempo para darle tiempo a pensar, Marco cogió el otro pezón con los pinzas y lo atravesó con la aguja. Beatriz apretó los dientes con fuerza, pero no pudo evitar dar un grito largo y fuerte. Esta vez dolió más que la primera vez, porque Beatriz ya sabía lo que venía. De nuevo sintió el metal cruzando su pezón. Se mareó un poco.
– Ya está, me ha quedado perfecto. No te muevas.

Marco cogió unos alicates y apretó un poco los anillos de acero.

– Uhmmm, realmente estás preciosa. Espera un par de minutos a que se te pase el mal cuerpo.
Beatriz cerró los ojos. Al final, no había tan terriblemente doloroso como ella se temía.  El dolor  sordo estaría allí bastante tiempo, y sus pezones tardarían algunas semanas en curarse del todo, tendría que tomar antibióticos para prevenir infecciones… Pero su cabeza no dejaba de dar vueltas. ¿Pero que estaba haciendo? Aquello ya no era ponerse ropa más o menos sexy para un admirador, era modificar su cuerpo para su Amo. Notaba que había emprendido un camino sin retorno, sin saber todavía el final, pero tan excitante, que no quería dejar de recorrerlo.
– Siéntate en la camilla.
Beatriz lo hizo. Justo en frente, sin necesidad de moverse, tenía un espejo que cogía casi toda la pared.
Se quedó boquiabierta al mirarse. Sus pechos desnudos estaban tan espectaculares y hermosos como siempre; grandes y firmes,  inspirando el deseo de que se los cogieran y se los acariciaran. Pero ahora cada pezón oscuro estaba atravesado por un anillo de acero inoxidable brillante, grueso, y relativamente grande, de un centímetro de diámetro. Los extremos de cada anillo terminaban en dos bolitas de acero, juntas gracias a haberlas apretado con los alicates, situadas en la parte inferior de cada anillo. Sus pechos anillados tenían un nuevo aire de atrevimiento, de lujuria, de deseos perversos e inconfesables….los mismos que ella sentía. Eran como una declaración sin palabras de su nueva naturaleza de esclava, de sumisa obediente dispuesta a satisfacer las órdenes de su Amo.
Casi no había restos de sangre, solo irritación de la piel. Pero el dolor no se iba tan fácilmente. Marcos acarició los anillos ligeramente, comprobando que estaban en su sitio.
– Has quedado muy bien. Seguro que tu Amo se queda contento con el trabajo.
– Gracias, Marcos.
– No te pongas el sujetador. Es mejor que durante varios días la ropa los roce lo menos posible. Ven conmigo a la entrada.
Beatriz guardó el sujetador en su bolso y cogió la blusa. Se la fue a poner, pero decidió no hacerlo. Marco no le había dado permiso para ponérselo, y además le excitaba estar en la entrada con sus pechos desnudos…¿y si había alguien allí esperando a que saliera Marcos? De repente, tenía una necesidad imperiosa de exhibirse. Así que siguió al chico hasta la entrada.
Entre aliviada y decepcionada, vio que no había nadie. Marcos la miraba con cara divertida, viendo que Beatriz no se ponía la blusa.
– Bueno, zorrita, te tomas muy en serio esto de que nada toque tus anillos. Pero me tienes que pagar…son cien euros.
Beatriz, buscó en su bolso. Tenía solo 40 euros en billetes.
– No tengo mucho en efectivo, no sabía que iba a hacer esto. Pero tengo varias tarjetas…
Mientras hablaba sacó toda una colección de tarjetas de crédito. Pero Marcos negó con las manos.
– No, no, yo solo cobro en efectivo. Te tendré que cobrar parte en efectivo y parte en negro. Dame los cuarenta euros.
Beatriz se los dio, expectante. ¿Cómo que en negro? El joven se acercó y la agarró de la barbilla y la miró a los ojos, con una sonrisa de lujuria.
– Y ahora el resto me lo pagas en negro…
Beatriz tuvo solo un momento de duda, lo suficiente para que Marcos la abofeteara con fuerza. Marcos habló con dureza.
– Vamos, una esclava como tú sabe perfectamente lo que tienes que hacer. Me pagas con tu cuerpo. Desnúdate entera.
Beatriz sintió el pánico desbordándola, y el corazón empezó otra vez a latir desbocado…ahh, pero la excitación era tan intensa. Miró un momento a la puerta de cristal de la tienda, y al escaparate también de cristal, cubiertos por varios dibujos de tatuajes y letras de anuncio. La gente pasaba continuamente por delante. Cualquiera que se parase a mirar el escaparate fuera vería perfectamente lo que pasaba dentro. Aquello la excitó más, pero pensó en el morbo del riesgo, en el que entrara alguien, en que se parase alguien fuera, como si aquello fuera un escaparate del barrio rojo de Ámsterdam…y a pesar de todo, todavía se excitó más y más con lo que se imaginaba que podría ocurrir. Cada vez disfrutaba más humillándose, exhibiéndose y entregándose.
– Lo siento, Marcos. Ahora mismo te pago.
Sin decir nada más, se quitó la falda. Después se quitó el tanga, muerta de vergüenza y de agobio, mientras Marcos se la comía con la mirada, dejando su coño depilado a la vista.
El muchacho, siempre tan profesional, aprovechó para pasar una mano por su vagina, buscando su clítoris, y lo masajeó un poco.
– Uhmmm, grande y hacia fuera, te quedaría perfecto otro piercing. Ya lo hablaré con Alex más adelante.
Beatriz cerraba los ojos, estremeciéndose de placer con el tacto de los dedos acariciando su sexo, y disfrutando con lo que decía Marcos, llena de pánico por si entraba alguien…
Marcos la dejó de acariciar.
La miró, chasqueó los dedos y señaló el suelo. Sin que le dijera nada, Beatriz se arrodilló delante del muchacho, y fue desabrochando el cinturón y los botones del pantalón vaquero. Se los bajó hasta las rodillas. No llevaba calzoncillos, y la verga salió disparada en cuanto quedó libre. Cada vez le gustaba más su papel en su nueva vida, ser un objeto sexual para el disfrute de los demás. Con ansia se metió la polla en la boca, disfrutando su olor fuerte, la dureza extrema, el buen tamaño y grosor de aquella polla joven. El chico la agarraba del pelo, para poder metérsela en la boca bien hondo. La tuvo así varios minutos.
– Joder, zorrita, pero que bien lo haces. Además de una calienta pollas también eres una gran chupa pollas. Ponte a cuatro patas….
Beatriz se sacó la polla con cierto disgusto, todavía sin acabar de creerse lo que estaba haciendo allí a plena luz del día. Pero se puso a cuatro patas al  momento.
– Ponte mirando hacia el escaparate, zorrita….
Beatriz escuchó aterrada lo que decía, pero obedeció al momento. Con la luz de fuera, el cristal hacía a la vez un poco de espejo. Veía su imagen reflejada, su pelo corto rubio, su cara, su cuerpo desnudo… y sus pechos colgando, con los pezones perforados con los anillos plateados. Tenía que reconocer que estaba imponente. Y cualquiera que estuviera fuera también la vería así. Aquello la llenó de pánico…y de lujuria. Cualquiera vería lo zorra y puerca que era. La gente pasaba por delante; chicas solas, madres con niños, hombres, chicos jóvenes solos o pequeños grupos…Cerró los ojos un momento…No, no podía estar haciendo todo esto.
Pero reflejado en el cristal del escaparate vió que Marcos ya estaba colocado tras de él. Y un momento después sintió la polla apretando contra la entrada de su vagina  hambrienta de deseo, caliente y jugosa. Luego vio las dos manos del chico agarrando su cintura… Se abandonó a la sensación de aquella polla deliciosa penetrándola con decisión.
Marco la penetraba con brío, moviendo las caderas con movimientos bruscos, haciendo que su polla se fuera clavando con fuerza, cada vez más profundo en su coño. Con cada  envestida, los pechos de Beatriz rebotaban ligeramente, y el placer de su vagina llena era seguido al momento por el suave dolor de sus pezones perforados. Aquello era dolorosamente delicioso. Beatriz chorreaba de gusto, viéndose reflejada en el cristal, como si fuera ella la actriz de su propio número porno.  Deseaba que la usaran, deseaba que se la follaran sin piedad, deseaba que la exhibieran…
Cuando estaba ya al borde del orgasmo bestial que iba a tener, sucedió lo que temía y deseaba al mismo tiempo.  Un grupo de chicos, tres o cuatro, pasó por delante del escaparte. Uno de ellos miró hacia dentro y se quedó parado de golpe. La mirada sorprendida del chico atravesó el cristal y miró directamente a los ojos de la mujer que veía dentro desnuda a cuatro patas. Beatriz sintió morirse de pánico, de vergüenza…y de placer. El orgasmo empezó a crecer dentro de ella, listo para explotar en cualquier momento, sin que Marcos para de bombearla en ningún momento.
El  chico de fuera, parado, llamó a sus amigos. Al momento  aparecieron sus otros tres amigos que se habían pasado de largo. Todos se pegaron al cristal, con caras de asombro, de risas lujuriosas, de agradable sorpresa. Todos mirando a Beatriz a través del cristal; Beatriz, periodista, presentadora de televisión, a sus cuarenta años, desnuda, con sus pezones perforados, y siendo follada sin compasión.
Marcos seguía a lo suyo. Si se había dado cuenta que los miraban, o no lo sabía, o lo de daba igual.

Pero Beatriz se sentía realmente como una puta, degradada ante la mirada de los chicos, sin poder evitar aquello, y al mismos tiempo tan excitada que no quería que aquello acabara.  ¿Qué más podía ocurrir para excitarse más?

Como si le leyeran en el pensamiento, los chicos abrieron la puerta  y entraron todos dentro, entre risas y silbidos. Beatriz ya no podía ni pensar, entre lágrimas de frustración, pensando en lo poco que valía como persona, y una pequeña sonrisa de satisfacción por lo bien que se estaba comportando como una esclava sumisa.
Los chicos cerraron la puerta, dispuestos a disfrutar del show en directo.
– Joder, Marcos…vaya numerito que te estás montando con esta madurita.
– Eres un egoísta, tío, follando a lo grande sin avisar…
– Pero que perra tan buena te has buscado esta vez…seguro que es una de esas putas sumisas de tu amigo Alex.
–  Parece que hemos llegado en el momento oportuno, porque la puerca esta parece que se va a correr en cualquier momento.
Marco se rió en voz alta, negando con la cabeza, sin dejar de follarse a Beatriz ni un momento.
– Anda, dejadme que me corra a gusto…
Los chicos siguieron haciendo comentarios obscenos y silbando, jaleándolos. Beatriz se daba cuenta que para todos ellos, ella no era nada, ni una persona con una vida privada, con su trabajo, sus problemas, sus preocupaciones…no, no era nada, solo un  cuerpo, solo un coño que follar para que ellos se corrieran y disfrutaran…y le encantaba ser solo eso, aquello disparaba todavía más su deseo.
El primero de los chicos, el que se había dado cuenta de todo, tenía ganas de jugar.
– Déjame por lo menos que me folle su boquita.
Marco no estaba para muchas conversaciones, notando el placer que le mataba de gusto.
– Joder, haz lo que quieras, pero déjame en paaaaz….
El chico miró otra vez a Beatriz,  con los ojos vidriosos de deseo, y ella sostuvo un momento la mirada, pero luego la agachó, sabiendo que no tenía elección. El muchacho se desabrochó al momento el pantalón, se bajó los boxer, y se arrodilló delante de la cara de Beatriz.
– Seguro que a una zorra como tú, le encanta esto….
Beatriz abrió la boca, dispuesta a que otro agujero de su cuerpo estuviera lleno de polla. Eso era ella, así se sentía, solo como agujeros para dar placer. Seguro que no era la primera mujer que se  follaban en la tienda, ella era una más del montón. El chico le metió la polla ya tiesa en la boca, y Beatriz lamió, chupó, tragó…
Los otros amigos no paraban de jalearlos.
– Pero si están haciendo el trenecito….que bien engancha por delante y por detrás.
– Esta es de las más puercas que has tenido nunca, Marcos…joder con la cuarentona, que caliente está, no se cansa de tanta polla.
Cuanto más degradada se sentía Beatriz por lo que hacía, por los comentarios que escuchaba, más excitada se sentía. La polla de Marcos ya no podía más, y el muchacho apretó los dientes, y la penetró con violencia, bombeándola a toda velocidad, gruñendo de gusto en cuanto sintió que se estaba corriendo. Beatriz sentía el calor de su leche regándola por dentro. Le faltaba tan poquito para tener un orgasmo brutal…pero Marcos se la sacó, y ella se quedó desesperada chupando la polla que le llenaba la boca. No, no podían dejarla así…
– Pobrecita, parece que se ha quedado con las ganas.
– Pero eso se soluciona al momento.
Antes de que se diera cuenta, otro chico había ocupado la posición de Marcos, y una nueva polla dura e impaciente apretaba contra la entrada de su vagina, y al momento, entró entera, llenándola. Beatriz soltó un suspiro de alivio y de gusto.
– Pero que zorra…..solo quiere polla y más polla.
El chico de su boca estaba ya a punto. Beatriz sentía su polla rígida a punto de explotar, su glande hinchado entrando y saliendo de su boca con gula, y al momento, mientras el muchacho dejaba escapar un largo gemido, su boca se llenó de su leche pastosa y caliente. Beatriz fue tragando y chupando, mientras el joven seguía follándole la boca despacio, recreándose en el placer.  La polla nueva en su coño la taladraba sin piedad dándole un placer enorme, el dolor de los pezones anillados no se iba, pero se mezclaba con el placer, y la combinación era sencillamente maravillosa.
Los otros dos chicos que estaban mirando, también querían su porción de placer, así que se sacaron las pollas y empezaron a meneársela encima de la espalda de Beatriz, dispuestos a correrse por lo menos sobre ella.

Beatriz cerró los ojos, notando como el orgasmo llegaba en oleadas, una tras otras,  cada vez más grandes, y ella gemía con la boca llena, disfrutando de un placer tan intenso como no había tenido en su vida, todo su cuerpo estremeciéndose de gusto. Poco a poco el placer se fue apagando, y se quedó quieta, satisfecha, mientras el otro muchacho la embestía ahora con fuerza, y se corría también en su coño. Cuando pensaba que todo había terminado, de improviso, sintió también la leche caliente de los otros dos chicos que estaban de pié cayendo a chorros sobre su espalda, regándola de arriba abajo.

Unos momentos después, su boca y su coño se quedaron vacíos. Durante unos segundos nadie dijo nada. Beatriz no sabía que hacer, así que se quedó allí a cuatro patas, como si fuera un mueble más de la habitación, sin atreverse a hablar, ni a mirar ni a nada.
Los muchachos acabaron de vestirse. Es como si ella no estuviera allí, al menos como persona. Si, pensó Beatriz, realmente  no soy nada para ellos.
– Joder, Marcos, gracias por este rato tan bueno.
– Si viene otra vez por aquí esta zorra, avisa, que da gusto follársela.
– Si que da gusto encontrar una perra que le guste todo.
Beatriz seguía inmóvil. Nadie le habló a ella, nadie se preocupó por ella. Sí, se daba cuenta que para aquellos jóvenes, ella solo era una puta más a la que follarse. Nunca se había sentido tan degradada…y nunca se había sentido tan extrañamente feliz.
La puerta se abrió, y los chicos se fueron.
 El silencio seguía dentro de la tienda.
– Levántate, zorra.
Beatriz lo hizo, notando en dolor en las rodillas y los codos, con las embestidas de los chicos. La sensación de sumisión era tan grande que no se atrevía a mirar a Marcos. El muchacho le tiro la blusa.
– Mejor no te pongas el sujetador, solo la blusa.
Beatriz los hizo, notando como los pezones anillados  y doloridos se notaban a través de la tela. Al ponérsela notó como la tela de la espalda se manchaba con el semen que la cubría. La sensación era tremendamente desagradable.
Luego Marcos le lanzó la falda.
– No te pongas el tanga rojo…me lo quedo de recuerdo.
Beatriz no dijo nada, notando como el semen líquido le goteaba también de la vagina, formando un caminito que iba bajando lentamente por sus muslos. Se sentía sucia. Hasta un puta se limpiaría después de que se la follaran…pero ella era una esclava, menos que una puta. Así que se puso la falda y luego los zapatos y el bolso.
Pero no se fue. Se quedó allí quieta. Porque una esclava no tiene iniciativa, siempre espera órdenes.
Marcos la miraba satisfecho.
– Tienes buenas aptitudes para ser una buena esclava. Se ve que Alex está haciendo un buen trabajo contigo.
Beatriz sonrió agradecida.
– Gracias Marcos, por anillarme y por follarme tan bien con tus amigos.
No podía creerse lo que estaba diciendo.
– Espero que nos veamos algún otro día…me encantaría ponerte otro piercing en tu clítoris.
Beatriz sonrió otra vez. Se sentía atrevida y con ganas de seguir con aquel juego. Desde la puerta se volvió antes de salir.
– Y yo de pagarte…todo en negro.
Beatriz caminó hasta el coche, sintiendo sus muslos pringosos y húmedos mientras caminaba por la calle, siendo consciente de sus pezones perforados, mandando al caminar una pequeña señal de dolor a cada rebote de sus pechos. Sentía que todo el mundo la miraba, que todo el mundo notaba que iba llena de semen por su piel, por su vagina, por sus piernas, notaba que todo el mundo con el que se cruzaba notaba los anillos de sus pezones contra la blusa. Era una pesadilla caminar así hasta el coche, y a pesar de todo, la vergüenza era de lo más dulce que podía sentir. Notaba que ahora no era la misma persona que había entrado en la atienda. Ahora era capaz de aceptar cualquier orden sexual de alguien que la dominara.

Se montó en el coche y se fue hasta casa, con la mente como flotando en una nube, asimilando todo lo que había vivido. Cuando llegó, vio que el chat estaba encendido. Se seguía sintiendo sucia, con ganas de darse un buen baño. El semen se había secado, tenía los muslos pringosos hasta las rodillas. La blusa estaba para lavarla. La sensación era repugnante, pero le complacía estar así por orden de su Amo, que le había permitido tener una tarde única. No se limpió todavía y chateó con él.

“Hola zorrita”
“Hola Amo”
“¿Encontraste a Marcos?”
“Si, Amo. Se portó muy bien conmigo”
“Al final, ¿qué te hizo?”
“ Piercing en los pezones. Gracias por ponérmelos, Amo, son preciosos”
“¿Te cobró mucho?”
“Le pagué todo lo que me pidió…fue un buen precio, que yo pagué con gusto”
“Descansa estos días, zorrita. Espero que el dolor se baje un poco de aquí al sábado, cuando te toca dar la noticias otra vez”
“Amo…¿me podría duchar? Estoy llena de semen por toda partes…”
“Jajaja…este Marcos y sus amigos, son insaciables. Me gusta que me hayas pedido permiso. Es una buena cualidad en una esclava. Como premio, te dejaré que te duches….”
“Gracias, Amo”
“…que te duches mañana. Esta noche dormirás desnuda así”
Beatriz suspiró.
“Así lo haré. Gracias Amo”
El chat se desconectó.
Beatriz se desnudó, luchando contra el impulso de ducharse. Se tumbó en la cama, boca arriba, asqueada de si misma, pero poniendo a prueba su obediencia a su Amo. Lo último que recordó antes de quedarse dormida fue el dolor de sus pezones anillados.

 

(Continuará…)

 
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 13” (POR MARTINA LEMMI)

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Esa noche marcó un antes y un después en la vida sexual de la pareja.  Laureen estaba, definitivamente, cambiada… y él también.  Las experiencias vividas más las morbosas escenas de sexo entre Luke Nolan y la émula de Laureen se conjugaron de tal modo que reactivaron la sexualidad del matrimonio; y la decisión de haber apartado a los Erobots de en medio contribuyó  a ello.  Mantuvieron, casi como un ritual, la costumbre de espiar desde la buhardilla al vecino y su androide mientras  Laureen masturbaba a Jack, pero a la vez fue también resurgiendo entre ellos el sexo compartido.  La cama matrimonial volvió a ser destinada a una actividad que no fuera dormir…, o discutir… Jack se sentía feliz, insólitamente feliz… y no cesaba de preguntarse cómo era posible que hubiese tenido todo el tiempo la clave de su felicidad tan encima de sus narices.
Existió, no obstante, un momento que casi provocó que Jack desistiera de continuar con cualquier plan erótico: fue cuando a Laureen se le ocurrió la descabellada idea de invitar a Luke Nolan y a la réplica de sí misma para que hicieran el amor sobre la cama del matrimonio.  La idea era terriblemente perversa y no sólo sorprendió a Jack que saliera de labios de su mujer sino que además le producía náuseas, por lo revulsiva, la posibilidad de ver a su odiado vecino moviéndose casi como amo y señor en su propia habitación.  De momento. Laureen y Jack no habían pasado de espiarles desde lejos, pero la alocada propuesta de su esposa excedía ahora cualquier límite… Como suele ocurrir en la mayoría de los matrimonios, la esposa terminaría ganando la pulseada y al esposo, aunque a regañadientes, no le quedaría otra que ceder ante la insistencia de ella.   Tuvo, por lo tanto, que pasar por la desagradable experiencia de ver a Luke entrar a su casa con una sonrisa de oreja a oreja y siendo acompañado por la réplica de su propia esposa, tan perfecta que no había forma de diferenciarlas al estar una junto a la otra.  Ambas, incluso, se sonrieron mutuamente y la cabeza de Jack, cada vez más pervertida, imaginó por un momento una escena erótica entre las dos… Pero no era para eso que se habían juntado…
La réplica de Laureen, con felina sensualidad sensualidad, se trepó al somier ubicándose a cuatro patas sobre el mismo; Luke la siguió y, de rodillas tras ella, le bajó calza y bragas.  A Jack el corazón le comenzó a latir a mayor intensidad, llegando incluso a temer por el mismo; era todo muy extraño: la escena resultaba insoportable a sus ojos y, sin embargo, deseaba que no se detuviesen.  Laureen, la real, le sonrió y le besó en la mejilla mientras le llevaba una mano a la entrepierna y le bajaba el cierre del pantalón; hurgó allí dentro y no paró hasta sacarle afuera su miembro.  Luke, entretanto, le acariciaba las nalgas a la otra Laureen de un modo tan lascivo que hasta provocó en Jack un acceso de furia que, con gran esfuerzo, logró contener: era como si por momentos olvidara que su esposa era la que le estaba acariciando su pene en tanto que la otra era sólo una máquina de placer.
En cuanto Luke arrancó el bombeo, la Laureen verdadera comenzó a masturbar a Jack a casi idéntico ritmo.  Era excitante y a la vez chocante ver a su vecino montando a su “esposa”, no sólo porque el robot fuera tan sobrecogedoramente idéntica a ella sino además porque Luke le ponía al acto una especie de rusticidad propia de quien se ha masturbado durante mucho tiempo para, finalmente, ver hacerse realidad sus sueños aun cuando fuera por medio de un androide.  Hasta los gemidos de Luke, que iban en aumento casi a la par de los de Jack, sonaban desencajados y carentes de clase; y sin embargo, ello excitaba tanto a Jack como a la verdadera Laureen…    Jack hirvió de odio cuando su vecino, luego de eyacular dentro de la Laureen replicada, le miró con esa mueca socarrona que tanto detestaba y que, ya para esa altura, se había reiterada en Luke.  Sentía deseos de ir hacia él y golpearlo, lo cual era a todas luces absurdo siendo que ellos mismos le habían invitado.   Laureen le besó el lóbulo de la oreja y ello, al menos de momento, aplacó su furia.
“Hmmm… ¿te gustó cómo me cogió?”- le susurró ella al oído.
La visita de Luke y su Ferobot fue, para Jack, un momento duro pero excitante y, al igual que venía ocurriendo con ese tipo de aditivos eróticos que en el último tiempo habían entrado en sus vidas, ayudó también a reavivar la llama del matrimonio y no sólo en el plano erótico.  De hecho, esa misma noche, el propio Jack quien invitó a su esposa a salir, cosa que hacía años que no hacía.  El rostro de ella se encendió ante la propuesta e, inmediatamente, entraron a debatir cuál sería el mejor destino posible para salir esa noche: por razones más que obvias, el parque Joy Town no estuvo entre las opciones, pero sí lo estuvieron el cine virtual, la montaña nevada artificial o el teatro, divertimento que, no por arcaico y anacrónico, dejaba de tener su encanto.
“Hmm, no sé… – decía ella, pensativa y sentada sobre la cama, mientras tamborileaba con los dedos contra su mejilla mientras mantenía una mano apoyada en su mentón -.  ¿Sabes qué? -; de pronto sus ojos se iluminaron como con luz propia -.  ¡Quiero ir al circo!”
Jack la miró; ella lucía una pícara sonrisa que exhibía toda su dentadura.
“¿Al circo?” – preguntó él, confundido.
“Sí…, ese circo del tal Goran…”
Jack sonrió y revoleó los ojos incrédulo.
“¿El Sade Circus?  ¿Estás hablando en serio…?”
“¡Sí! – dijo ella -.  ¿Y porrr qué no? Jaja… ése es el latiguillo clásico del tipo, ¿verdad?  Se lo he escuchado en alguna nota que le han hecho…”
Propuesta de esposa significa plan final, así que esa noche el matrimonio se sentó a las gradas del Sade Circus, pudiendo así comprobar Jack que las mismas se hallaban casi atestadas, lo cual le terminaba de confirmar que los rumores que le habían llegado acerca del franco renacer del circo de Goran eran ciertos.  Jack se alegró por ello, aunque no dejaba de sentirse algo inquieto una cierta inquietud al pensar en qué podría pasar si, llegado el caso, alguna de las asistentes de Goran elegía a Laureen para participar de alguno de los números.  Su esposa, de hecho, desconocía la intensidad y el carácter extremo del show: no había, por lo tanto, modo de prever su reacción… Apenas comenzado el espectáculo, Goran notó la presencia de Jack y, de hecho, le saludó con un asentimiento deferente al reconocerle.  Se comportó, de todos modos, como un caballero y, al parecer, se encargó de instruir a sus asistentes para que no recurrieran en ningún momento a la hermosa dama que acompañaba a Jack Reed.  Todo un gesto, desde luego…
Los números fueron pasando uno tras otro y Jack miraba todo el tiempo de reojo a Laureen ante el temor de que se sintiera demasiado impresionada o turbada ante lo que estaba presenciando; en ningún momento, sin embargo, su esposa dejó de mirar hacia la arena del circo ni dio muestras de incomodidad, sino que, por el contrario, lució todo el tiempo entusiasmada y excitada, aplaudiendo a rabiar cada acto.
Algunos de los números eran bastante semejantes o prácticamente iguales a los que Jack le había visto durante su visita anterior, pero en otros se advertía que Goran buscaba renovar cada tanto su show para seguir atrayendo visitantes de modo que éstos no se aburrieran y tuvieran interés en volver.  De todas formas, se notaba claramente que lo que más seducía a los asistentes era la adrenalina de no saber en qué momento les tocaría a ellos ser parte del show; de lo contrario no podía entenderse por qué tanta desesperación por ocupar las butacas de adelante, en las cuales había muchas más posibilidades de resultar elegidos por las asistentes de Goran…
Justamente fue una de ellas quien asumió un rol bastante diferente al que Jack le hubiera visto en su visita anterior, ya que Goran le adjudicó esta vez  un papel más protagónico.  En efecto, la pulposa y blonda jovencita enfundada en botas y corsé de latex eligió, en un momento, a un muchacho al azar de entre el público y lo convirtió prácticamente en su perro mientras Goran se entretenía en domesticar a una madura pero atractiva señora.  La asistente, súbitamente devenida en dominatriz, colocó al joven un collar y lo paseó a cuatro patas por toda la arena, llegando incluso a insertarle una canina cola artificial en el ano no sólo para beneplácito sino también para la generalizada carcajada de la concurrencia que disfrutaba a morir el ver cómo el joven era ridiculizado.  Jack, por su parte, espió de soslayo a Laureen y comprobó no sin sorpresa que su mujer era uno más entre todos los asistentes y, como tal, no paraba de reír y aplaudir… En un momento, sin embargo, la dominatriz tomó un látigo y, por primera vez, Jack notó que el rostro de su esposa cambiaba de color; la tomó de la mano a los efectos de calmarla.
“Tranquila… – le dijo -.  Es sólo un… entretenimiento”
El látigo cayó y restalló sobre el piso varias veces siempre muy cerca del muchacho pero nunca sobre él; Jack notó que la mano de su esposa se destensaba y que su rostro volvía a recuperar la calma.
“Como verrran, mi querrrido público… – voceó Goran en tono de arenga -; mi prrreciosa asistente Lidia ya tiene su perrro.  ¿No es justo que tenga también una perrra???”
“¿Y por qué noooo???” – atronó al unísono la concurrencia.
“Pues esta vez serrré yo mismo quien elija la perrra parrra Lidia…” – anunció Goran, siempre a viva voz y cargando a sus gestos y movimientos de histrionismo.
Rebuscó con la vista entre las filas de butacas, deteniéndose cada tanto en alguna dama que, al sentirse observada por él, se removía inquieta en su asiento ante la incertidumbre y la adrenalina del momento.  Todo era, desde ya, parte del juego de Goran, ya que luego de escudriñar de arriba abajo a alguna durante unos instantes, seguía caminando y posaba la vista en otra: le gustaba generar suspenso y nerviosismo.  En ningún momento, por supuesto, dedicó atención a Laureen, lo cual hablaba a las claras de que, por respeto a Jack, no tenía pensando incluirla en sus planes.  Parecía, de hecho, que Goran había asumido por propia cuenta el papel de elegir a la participante del número siguiente en lugar de delegarlo en sus asistentes, lo cual bien podía ser indicativo de que no confiaba del todo en que éstas hubieran entendido el mensaje.  Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue una absoluta sorpresa tanto para Goran como para Jack, quien, más que dar un respingo, prácticamente saltó en su butaca.
“¿Puedo participar?”
Jack giró la cabeza incrédulo, como si le acabaran de echar hielo encima: la pregunta había sido formulada por Laureen quien, luciendo una amplia sonrisa, levantaba su mano derecha con los cinco dedos extendidos del mismo modo que si fuera una estudiante ofreciéndose a responder una pregunta de un docente.  El propio Goran quedó petrificado y, aun detrás de la máscara que le cubría medio rostro, fue ostensible su expresión de azoramiento.  Confundido, lo primero que atinó a hacer fue mirar a Jack, seguramente en busca de aval.    Éste, turbado y sin asimilar aún la situación, echó un vistazo en derredor y comprobó que, como era lógico, no sólo era Goran quién les miraba sino que prácticamente todos los asistentes del circo, expectantes, tenían sus rostros girados hacia la pareja.  La presión era demasiado grande: su esposa se ofrecía voluntariamente para participar del número; ¿qué podía hacer él?  Manifestar una negativa en ese contexto era lo más parecido posible a hacer el ridículo… Con un leve asentimiento de cabeza, le dio el okey a Goran…
Recién entonces, cuando el artista del sado hubo contado con el silencioso asentimiento del marido, pareció envalentonarse y volver a ser Goran Korevic.
“¿Y porrr qué noooo???” – rugió, para delirio de la platea, que repitió a coro.
Lidia, la asistente que oficiaba como dómina, se dirigió sonriente y a paso resuelto hacia la fila de butacas en la que se hallaba ubicado el matrimonio llevando en sus manos un collar de cuero.  Ágilmente y aun a pesar de los finísimos tacos aguja de sus largas botas, subió a la carrera y casi a los saltitos los pocos escalones que mediaban entre la arena y la fila de butacas en la cual el matrimonio se hallaba ubicado.  Pasando frente a Jack casi como si éste no existiera, calzó el collar sobre el delicado y precioso cuello de Laureen en una imagen que resultó harto turbadora para su esposo, quien nunca había imaginado llegar a verla de esa forma.  Luego de ajustar el collar, la asistente calzó un mosquetón a la argolla del mismo y, jalando de una correa, llevó a Laureen hacia la arena del circo mientras la multitud deliraba y aullaba.
Una vez que la hubo conducido hasta el centro de la arena, otra asistente le alcanzó un látigo y, una vez más, Jack fue víctima de un estremecimiento: en un acto reflejo, se puso de pie.  La dómina, sin embargo, no dejó caer el látigo sobre su esposa sino que lo hizo chasquear un par de veces en el aire y luego en el piso a escasos centímetros de los pies de Laureen pero sin tocarla en absoluto.
“De rodillas, puta” – ordenó secamente, siendo la enérgica orden festejada por la muchedumbre al ser la misma potenciada por el sistema de sonido y por la envolvente acústica del domo.
 Sin ensayar objeción alguna, Laureen se arrodilló en el piso frente a su dominatriz sin que Jack pudiera aún dar crédito a lo que sus ojos veían.  Alguien le insultó desde atrás, conminándole a sentarse nuevamente, así que volvió a ocupar su lugar en la butaca, pero sin poder salir de su absorta perplejidad.  Goran, en tanto, había asumido un papel insólitamente secundario, mirando la escena desde un costado de la arena y dejando entrever una cierta sombra de preocupación en su semblante, por lo menos en la mitad del rostro que permanecía visible; cada tanto, echaba un vistazo en dirección a Jack.
Lidia, pérfidamente sonriente, levantó una pierna y llevó la suela de su bota hasta apoyarla sobre los labios de Laureen, quien lucía nerviosa pero a la vez extrañamente excitada…
“Pásale la lengua…” – le ordenó con la misma aspereza y tono imperativo que había exhibido antes.
Jack comenzó a sudar.  Temía que de un momento a otro Laureen, simplemente, se fuera a poner de pie y marcharse de allí.  Sin embargo, nada estuvo más lejos de eso; por el contrario, sin chistar ni objetar, ella sencillamente sacó su roja lengua por entre los labios y recorrió completa la suela de la bota, haciéndolo incluso varias veces aun cuando la orden no hubiera sido específica al respecto.  Una vez que lo hubo hecho, permaneció de rodillas mirando a la dama del circo.
“Muy bien, putita – le dijo ésta, volviendo a sonreír son satisfacción -.  Ahora, abre tu boquita…”
Una vez más, Laureen cumplió con lo que se le ordenaba.   El grado de obediencia que mostraba no dejaba de asombrar a Jack; no sólo no se advertía en ella signo alguno de rebeldía o resistencia sino que ni siquiera parecía mediar ningún lapso de duda o vacilación entre cada orden y su respectivo cumplimiento.  Al abrir Laureen la boca bien grande, la dómina introdujo el taco aguja de su bota hasta hacerlo prácticamente desaparecer por completo dentro de la misma.
“Chúpalo…” – le ordenó.
Al igual que ocurriera con las órdenes anteriores, Laureen obedeció sin amago de objeción alguna y comenzó a succionar el taco como si fuese un chupete o, mejor aún, un pene…  La escena era tan bizarra en sí misma que hasta daba vergüenza ajena a Jack el ver a su esposa asumir tan dócilmente una actitud tan degradante; hasta tenía, por momentos, necesidad de bajar la vista para no ver pero, a la larga, sin embargo, terminaba levantando nuevamente los ojos hacia la arena: era como tanto el mirar como el no mirar se hubieran convertido para él en necesidades.   La platea irrumpió una vez más en vítores, chiflidos y aplausos… Recién entonces Goran pasó a asumir algo más de protagonismo.
“Buenobuenobueno…- rugía, súbitamente enfervorizado y adoptando un estilo más acorde al que se le conocía habitualmente -… Parrrece que finalmente tenemos una auténtica perrra aquí, ¿verdad?  ¿Quierrren ustedes verrrla marrrcharrr como la perrra que es?”
“¿Y por qué noooo?” – respondió a coro la multitud, como no podía ser de otra manera.
Lidia jaló de la correa de tal modo que Laureen, tironeada por el cuello, se vio obligada a apoyar rápidamente las manos sobre el piso a los efectos de no caer de bruces; de ese modo, Lidia conseguía lo que quería: tenerla a cuatro patas.  De inmediato, otra asistente se dirigió, presta y alegremente, hacia el centro de la pista y, yendo por la retaguardia de Laureen, se encargó de dejarla muy rápidamente sin falda ni bragas.  Como si no fuera ya degradación suficiente, le insertó además, dentro del orificio anal, una imitación de cola de perro idéntica a la que un rato antes había llevado el muchacho al cual Lidia había sometido y degradado públicamente.  Jack se mordía el labio inferior y hundía las uñas contra sus rodillas; no podía creer lo que estaba viendo.  Una vez que Laureen tuvo su cola, la dómina jaló de la correa y la conminó a marcharle a la zaga, siempre, a cuatro patas.  Llevando así a su “perra”, Lidia caminó en semicírculo, recorriendo de manera perimetral el límite entre la arena y las butacas; al hacerlo, forzaba a Laureen a pasar bien cerca no sólo de los libidinosos y perversos ojos que la devoraban sino también de las irrespetuosas manos que, extendiéndose hacia ella, le tocaban la cola de perro o, incluso, le acariciaban a la pasada sus desnudas nalgas. Jovencitos, jovencitas, hombres y mujeres de edad madura: en general ninguno se privó de posarle al menos una mano encima mientras a Jack le latía el corazón con cada vez más fuerza y sus puños se crispaban hirviendo de furia…  Tenía, obviamente, ganas de levantarse de su butaca, tomarlos a todos a golpes y llevarse a su esposa de allí; pero se mantenía, por otra parte, a la espera de que fuera ella misma quien en algún momento acusase recibo ante tanta degradación y dijera “basta”.
Tal cosa, sin embargo, no ocurrió; la dómina terminó su recorrido por el perímetro de la arena con Laureen marchando siempre sumisamente por detrás de ella a cuatro patas.  Cuando la perversa dupla volvió al centro de la pista, Jack recaló en que durante el tiempo que había durado el paseo, dos de las asistentes de Goran habían montado allí una especie de cepo de madera, el cual parecía más preparado para contener una cintura de mujer que un cuello.  En efecto, la presunción de Jack quedó confirmada apenas un instante después, cuando ambas asistentes levantaron la parte superior de la estructura y Lidia, siempre llevando por la correa a Laureen, la obligó a ponerse en pie y luego a inclinarse de tal modo de pasar su vientre por encima del segmento inferior hasta calzar su cintura en la ranura.  Una vez que estuvo ubicada de esa forma, el segmento superior fue bajado hasta que Laureen quedó atrapada  casi como si estuviera cortada al medio.  Un cierto silencio de espera parecía haberse apoderado de los presentes ante el desconocimiento y expectativa por lo que se venía…
Goran se acercó al cepo e hizo nuevamente chasquear su látigo en el piso, provocándole un nuevo respingo a Laureen.  Una de las asistentes le alcanzó a la dómina un objeto que, a la distancia, Jack no logró reconocer.  Un instante después veía que Lidia se lo estaba calzando a la cintura y comprobó, estupefacto, que se trataba de un arnés equipado con un pene artificial…
“¿Querrréis verrr cómo Lidia coge a su perrra?” – preguntó Goran, cerrando un puño y ya recuperado definitivamente su espíritu eufórico.
“¿Y por qué nooo?” – rugió una vez más la muchedumbre, cada vez más excitada.
Atónito, Jack  tuvo que ver cómo Lidia, ubicándose por detrás de Laureen, se dedicaba a penetrarla con el dildo, haciéndolo al principio muy lenta y cadenciosamente de tal modo de ir haciéndole subir la temperatura no sólo a la joven esposa sino también al público asistente.  Luego fue acelerando el ritmo, con lo cual fue inevitable que los jadeos, entremezclándose con gemidos, comenzaran a salir de la garganta de Laureen de un modo cada vez más audible, lo cual Goran se encargó de hacer aun más notorio al acercarle un micrófono a la boca: de ese modo, los gemidos súper amplificados de Laureen invadieron el recinto sin que fuera posible sustraerse a la excitación que provocaban.   Jack intentó taparse los oídos para no oírla pero era inútil: los gemidos de su esposa al ser cogida le taladraban el cerebro.  Y mientras Lidia continuaba, de manera resuelta, con la penetración, el domo se convertía en una gigantesca caja de resonancia para los sonidos de placer que Laureen emitía… Jack, por supuesto, quería morir…
La cogida terminó con Laureen alcanzando un largo y sostenido orgasmo que dio lugar a un único grito que pareció interminable, mientras la enardecida multitud no paraba de aplaudir y de gritar  como modo de exteriorizar su calentura.  Jack estaba inmóvil y sin reacción en su butaca, ya para ese entonces absolutamente resignado a lo que viniera aun cuando quería pensar que el número había terminado… Se equivocó: faltaba algo más.  Liberando a Laureen del cepo que la aprisionaba por su cintura, Lidia la obligó a echarse de espaldas contra el piso.  Un “oooh” extendido bajó de las gradas cuando la dómina se quitó las pocas prendas que llevaba a única excepción de las botas.  Caminó hacia Laureen y se hincó en dirección a su rostro hasta prácticamente sentarse sobre el mismo.
“Abre tu boca, perra” – le ordenó…
Laureen, por supuesto, obedeció sin chistar y, una vez que lo hubo hecho, Lidia adoptó una expresión de relajación y, echando la cabeza hacia atrás, descargó su orina dentro de la boca de Laureen, quien simplemente sorbió y bebió…
El espectáculo no podía haber sido más degradante; las prácticas de ese tipo nunca habían pertenecido al mundo de Jack y mucho menos al de Laureen.  Y, sin embargo, había algo casi cruelmente excitante en todo aquello.  Era, por supuesto, el cierre para el número de Lidia, tras lo cual Laureen regresó a su butaca, ocupando su lugar junto a Jack.  La función del circo siguió y nuevos números fueron pasando, pero Jack prácticamente no los veía ni oía.  Su cabeza sólo estaba ocupada por lo que acababa de ocurrir y por su esposa, a quien no se atrevía a mirar al rostro aun cuando la tenía al lado.
“¿Cómo estás?” – preguntó, luego de un rato y siempre sin mirarla.
“¿Yo? – Laureen sonó extrañada – .  Muy bien…; estuvo muy bueno, muy excitante…”
Cuando el show concluyó y mientras la concurrencia se retiraba, Goran se acercó a Jack y a Laureen para saludarles personalmente.  Se advertía en tal gesto que tenía, tal vez, algo de culpa por lo ocurrido o que, al menos, se sentía confundido ya que era la propia Laureen quien se había prestado voluntariamente para el número de dominación.  Jack, de todas formas, buscó, dentro de lo que pudo, lucir tranquilo y como si nada hubiese pasado; de hecho, no hubo durante la charla referencias específicas al número de Laureen en sí, sino que más bien se habló sobre temas generales relacionados con el circo o con el show en sí.  Goran explicó, con algo de pesar en el tono de su voz, que había retirado las escenas de azotes o de dolor físico y, aunque no dio explicaciones puntuales al respecto, no era difícil entender el porqué.  El trauma provocado por aquel hilillo de sangre en la espalda de Carla Karlsten, sumado a toda la situación que, consecuentemente, se había desencadenado, debía operar seguramente para Goran como un fuerte límite.  No sería posible para él volver a hacer caer un látigo sobre la espalda de alguien sin que acudieran a su mente los recuerdos de aquella jornada fatídica que, de seguro, quería olvidar.  Sería por eso mismo que las escenas de dolor estrictamente físico habían cedido protagonismo, más bien, a las humillaciones psicológicas o sexuales, cuyo papel se había acentuado con respecto a shows anteriores.
Se despidieron cortésmente, mientras algunas adolescentes se acercaban para tomarse fotografías junto a Goran e incluso había quienes le pedían autógrafos: decididamente, su fama se había incrementado enormemente luego de que, durante días, la prensa se hiciera eco del “incidente Vanderbilt”.
Ya de regreso en casa, ambos esposos se sentaron a la cama; Jack estaba envuelto en un cierto mutismo y se advertía que no tenía demasiadas ganas de hablar sobre los sucesos del circo.  Laureen, contrariamente, parecía haber quedado muy impresionada y no cesaba de hacer comentarios o preguntas al respecto.
“Goran mencionó algo acerca del látigo…” – comenzó a decir.
“Ajá…”
“¿Antes… azotaban a los participantes?”
Jack se encogió de hombros.
“No he visto que lo hiciera en el circo, aunque sí infligir dolor de otras formas…”
“¿Y eso funciona?” – Laureen parecía a la vez curiosa y sorprendida.
“Hmm, no entiendo…”
“Me refiero a si hay quienes sienten placer ante el dolor…”
“Sí, de hecho los hay…”
“Tu jefa es una de esas personas, ¿no?”
Jack giró la vista hacia su esposa; no sabía si interpretar en la pregunta recriminación o, simplemente, curiosidad.
“Goran la azotó, ¿verdad? – insistió Laureen puntualizando algo más su interés -.  Y estuviste presente…”
“Sí… – respondió Jack luego de un momento de silencio -.  Eso sí lo vi; aunque me retiré…”
Tanto parquedad en la respuesta como el semblante adusto de él evidenciaban poco interés en hablar del tema o en recordar lo ocurrido aquel día; no podía mencionar, desde luego, que él mismo, y en ese mismo lugar, había azotado con un látigo a su jefa pocos días antes de que ocurriera todo aquello.
“¿Y ella… lo disfrutó?”
“Interpreto… que sí, que lo hizo…”
Laureen apoyó los codos sobre sus muslos y enterró el mentón entre sus manos.
“Eso sí que no puedo entenderlo…” – comentó mirando hacia algún punto indefinido de la habitación.
“¿Qué cosa?”
“Que… alguien esté sufriendo pero sienta placer con ello”
“No toda la gente goza del mismo modo ni con las mismas cosas – replicó Jack, súbitamente pedagógico -.  A propósito, ¿ gozaste mientras te orinaban en la boca?”
Se arrepintió un instante después de haberlo dicho.  Poco antes había tenido la duda acerca de si había recriminación en las preguntas que le hacía Laureen en relación a lo ocurrido con Carla, pero ahora sí sabía que en la pregunta que él acababa de hacer, la había sin lugar a dudas… Miró de reojo a Laureen pero, sin embargo, el rostro de ella no dio señales de alteración o de sentirse ofendida.
“No creo que sea lo mismo… – negó con la cabeza, pero de modo más reflexivo que tajante -.  Es decir, beber pis no es algo que te produzca dolor…”
“El dolor no tiene por qué ser sólo físico – objetó Jack -.  La humillación psicológica puede ser tanto o más dolorosa que la puramente física”
Lo señalado por Jack parecía estar cargado de lógica; sin embargo, Laureen continuaba pensativa y acariciándose la barbilla como si su cabeza diera vueltas sobre el asunto sin terminar de convencerse.  Súbitamente, Jack se puso de pie y se quitó la camisa; luego hizo lo propio con el cinto de cuero que sostenía su pantalón; girando la cabeza por sobre el hombro para mirar a su esposa, se lo extendió.
“Tómalo… – le conminó -.  Golpéame…”
El rostro de Laureen se ensombreció y se llenó de interrogantes.
“¿Qué…?”
“Que me golpees – insistió Jack sin dejar de extenderle el cinto que su esposa parecía renuente a aceptar -.  Azótame, vamos…”
Ella, caída su mandíbula por la incredulidad, tomó, a pesar de todo, el cinto que su marido le extendía.  Él volvió a girara la vista hacia adelante y, de espaldas a su esposa, se colocó las manos a la cintura; la actitud parecía ser de espera… Sin embargo, el inminente primer azote nunca caía.
“Jack… – musitó Laureen -.  No puedo golpearte…”
“Sí que puedes – insistió él -.  Sólo hazlo…   Quiero que entiendas que hay ocasiones en las cuales el dolor y el placer pueden ir de la mano…”
Jack hablaba con tanta seguridad que ni él mismo terminaba de creerse sus palabras, pues tenía sus propios pruritos hacia el mundo sadomasoquista y, de hecho, jamás en su vida se había dejado azotar.  Estaba, sin embargo, dispuesto a hacer el sacrificio y, de ser necesario, a fingir o exagerar con tal de que su esposa entendiera el concepto.  El cinto sobre su espalda, sin embargo, seguía haciéndose esperar.
“Jack, no puedo” – insistió Laureen, en un tono de voz cada vez más firme.
“Ya te dije que sí puedes…”
Se produjo un momento de silencio que finalmente fue roto por Laureen.
“Primera Ley de Asimov – dijo, repentinamente -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño…”
Un súbito estremecimiento le recorrió en toda su longitud la columna vertebral a Jack.  Con un veloz movimiento, se giró para mirar directamente a Laureen, cuya expresión lucía ahora algo más distante y…. fría.  Los ojos de Jack se abrieron hasta casi salírsele de las órbitas mientras su rostro enrojecía.
“Eres… – comenzó a musitar y luego gritó -.  ¡Eres un maldito robot!”
                                                                                                                                                                           CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Mi prima me folló gracias a Alonso, un prostituto. (POR GOLFO)

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Sin título1

Aunque me da mucha vergüenza reconocer, ¡Me hice bisexual gracias a Alonso!, el famoso prostituto de Nueva York y ya pasado el tiempo, os tengo que reconocer que ¡No me arrepiento!. 
Antes de explicaros mi historia, debo presentarme:
Me llamo Patricia y si bien puede resultar pretencioso, soy una monada de veintiseis años. Gracias a los genes heredados de mis antepasados europeos, tengo el pelo rubio y la piel clara, en consonancia con el verde de mis ojos.  Sé que me llamareis presumida, coqueta y vanidosa pero cuando ando por mi ciudad, los hombres de todas las edades y clases, se voltean al verme pasar.
Soy lo que se dice ¡Un bombón! Y por eso os tengo que reconocer que me jodió que la primera vez que le vi, ese hombre no me hiciera ni caso.
Como soy mexicana os preguntareis como llegué  a contratarle, pues muy sencillo: Lo conocí gracias a que  fui a visitar a mi prima que vivía en esa ciudad.
No sé si fue la casualidad, el destino o la suerte lo que me hizo coincidir con él en una conocida discoteca neoyorquina. Todavía recuerdo que estaba tomándome una copa con mi prima cuando le vi entrar. Os reconozco que me quedé impresionada de su porte de galán pero también al observar que todas las mujeres se derretían a su paso, dando igual si estaban solas o acompañadas.
Sin ser capaz de retirar mi mirada de él, pregunté a Mariola si lo conocía. Mi prima soltando una carcajada, me dijo:
-Olvídate de él, ¡No está a tu alcance!
Sus palabras y sus risas lejos de cortarme, azuzaron mi orgullo y cogiendo mi copa, me puse a bailar a su lado. Desgraciadamente por mucho que moví mi cuerpo sensualmente a escasos centímetros de él solo pude sacarle una sonrisa. Enojada hasta decir basta, pensé que era gay y ya estaba a punto de volver a mi asiento cuando levantándose, llegó a mi lado y con su voz ronca pero tierna, me dijo:
-Eres demasiado joven y bonita para necesitarme- tras lo cual se abrazó a una vieja de unos treinta y cinco años que acababa de llegar.
Derrotada por primera vez en mi vida, volví con mi prima como cachorra apaleada. No me podía creer que ese Don Juan prefiriera a esa arrugada a mí y por eso, me cabreó escuchar sus risas mientras me decía:
-¡Te lo dije! ¡No es para ti!
Fue cuando más hundida estaba, cuando decidí volver a la carga y tratarle de conquistar. Al ver mis intenciones, Mariola me impidió volver a la pista, diciendo:
-Siéntate y no hagas más el ridículo. Ese tipo es Alonso, el más famoso prostituto de Nueva York. Muchas de las mayores bellezas de la ciudad se lo han tratado de llevar a la cama pero solo lo han conseguido las que le han pagado.
Al escucharla comprendí la inutilidad de mis actos el porqué ese pedazo de hombre había pasado olímpicamente de mí:
¡Estaba esperando a su clienta!
Obsesionada con él, me lo quedé mirando mientras ese rubia de peluquería bailaba rozando su sexo contra la entrepierna del muchacho.
“¡Será zorra!” pensé al ver el modo tan lascivo con el que se pegaba.
Mientras tanto Alonso, ajeno a estar siendo observado por mí, sonreía como si nada pasase. Resulta duro de reconocer pero deseé ser yo la mujer que estaba con él en ese momento.
“¡Qué bueno está!” me dije al observar los músculos de sus brazos al bailar. Totalmente absorta seguí fijamente sus pasos en la pista e incluso cuando volvió con su pareja hasta la mesa.
Una vez allí, ese putón desorejado se pegó a su lado y haciendo como si jugaban le empezó a acariciar. Sin cortarse, pasó su mano por su pecho y bajando por su cuerpo, llegó hasta su bragueta. Creí que iba a ver cómo le hacía una paja cuando Alonso retirando la mano de la rubia de su entrepierna, le dijo algo al oído y se levantó. Supe al ver la cara de alegría de la mujer que se la iba a follar y por eso deseando que fuera en el local, los seguí a una moderada distancia.
Creí morir al verle salir de las disco y suponiendo que me iba a quedar con las ganas de verlos, los perseguí hasta el aparcamiento. Cuando ya creía que iban a coger su vehículo y marcharse, Alonso cogió a la vieja de la cintura y dándole la vuelta la apoyó contra un mercedes y antes que se diera cuenta, le había subido la falda y bajado el tanga.
Usando un coche como escudo, pude observar como Alonso la penetraba de un solo golpe mientras preguntaba:
-¿Te gusta esto?, ¿Verdad puta?-
-Sí- gimió al sentir que el pene la llenaba por entero -¡Házmelo duro!
El hombre que me tenia obsesionado no se hizo de rogar y sin piedad no dejó de follársela mientras con sus manos castigaba su trasero. Aunque había tráfico a esa hora, el ruido de los azotes llegó a mis oídos mezclado con los gemidos de la mujer.
Contra todo pronóstico algo en mí se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris al ver a esa zorra disfrutando.
-¡Dios! ¡Qué cuerpo!- exclamé al ver su dorso desnudo mostrando sus dorsales.
Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de ese sujeto cuando la penetraba. Eran enormes y definidos. No me cupo duda de que dedicaba largas horas en el gimnasio para estar así. Completamente bruta, decidí que parecía un dios. 
En cambio, al fijarme en esa rubia decidí que yo era mucho más bella. Los pechos que rebotaban al compás de la lujuria demostrada nada podían hacer contra los míos. Esa guarra los tenía grandes pero caídos mientras que yo poseo unos senos pequeños duros y bien parados.
Aun así, no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental y por enésima vez envidié a esa mujer mientras involuntariamente con los dedos, me empezaba a acariciar.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, por miedo a que me descubrieran, tuve que dejar de espiarlos y disgustada tuve que volver con mi prima. 
El resto de la noche me lo pasé rememorando cómo ese portento se había follado a esa puta y por eso al meterme en la cama, la calentura me había dominado. Como una cierva en celo, separándome los labios, empecé a torturar mi sexo pensando en ese hombre que acababa de ver.
Sin darme cuenta y con creciente lujuria, me dejé llevar. Ya no  era esa mujer a quien poseía sino a mí. En mi mente, ese hombretón me sometía contra el coche mientras la mujer me azotaba el culo. En mi imaginación me convertí en una muñeca en los brazos de los dos y por eso, soñé con que me invitaban a su cama. Una vez allí, me ataban sobre el colchón y la mujer le ayudaba separando mis piernas.
Totalmente fuera de mí, llegué al orgasmo con solo pensar que la rubia me comiera los pechos mientras Alonso llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa al imaginarme algo tan depravado, me corrí cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón de casa de mi tía.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Mariola que quería entrar a acostarse.
Si bien no era nada extraño por que esa era su habitación, asustada de que se diera cuenta de mis mejillas coloradas por la excitación, me tapé con las sábanas.  Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Patricia, perdóname, no sabía que  estabas dormida.
Mis temores desaparecieron al verla desvestirse dándome la espalda. Como no podía verme, me quedé observándola mientras lo hacía pero al darme cuenta que estaba mirando con interés a mi prima, cerré los ojos acojonada.
“¡No soy lesbiana!” me dije tratando de dormír.
Esa noche dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía Alonso y empezaba a follarme una y otra vez. Otras veces el prostituto llegaba con mi prima y entre los dos, me obligaban a comerme el coño de Laura mientras él me poseía por detrás. Lo más irritante de mis pesadillas era que aunque en un principio me negaba:
¡Terminaba disfrutando como una perra!
Mi prima y yo nos obsesionamos con Alonso.
A la mañana siguiente me desperté hecha unos zorros. Las continuas “pesadillas” con las que mi sueño se vio alterado me dejaron exhausta y caliente como nunca en mi vida había estado. Aun despierta seguía erre que erre imaginándome como protagonista de escenas altamente eróticas. Si ya de por sí eso era extraño, lo peor es que en ellas Laura tenía un papel estelar. Lo quisiera o no, me la imaginaba compartiendo conmigo los brazos de Alonso. En mi mente, entre las dos, disfrutábamos no solo de las caricias del prostituto sino que una vez dominadas por la lujuria, nos dejábamos llevar por el placer lésbico.
“Estoy cachonda” pensé dándome la vuelta en la cama.
Al hacerlo me llevé la sorpresa de descubrir que en la cama de al lado, mi prima se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No pude ser!” exclamé mentalmente al ver que bajo sus sábanas, Laura estaba usando su mano para darse placer.
Sé que no debí quedarme mirando pero el morbo de ver a mi pariente pajeándose en silencio teniéndome a mí a un par de metros, fue superior a mis fuerzas.  Cómo de antemano estaba ya caliente, en cuanto la vi se me pusieron los pezones duros como piedras.
Os juro que no recordaba estar tan excitada y por eso dude si tocarme mientras observaba como ella no dejaba de frotar su clítoris con su mano. Lo que me decidió hacerlo fue ser testigo de que ajena a ser espiada, Laura se llevaba los dedos empapados a la boca y los succionaba saboreando sus fluidos.
“¡Dios!” gemí en silencio.
No me cupo duda de que mi prima debía de estar pensando en que un tío la  estaba haciendo gozar porque sin darse cuenta la colcha se le había deslizado hacia abajo, dejándome disfrutar de sus pechos.
“¡Menudas chichis!” me dije al valorar esa parte de su cuerpo.
Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida prima cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
Queriendo calmar mi propia calentura llevé un dedo a mi tanga y retirándola con cuidado me empecé a tocar mientras, a mi lado, Laura  intensificó su paja. Os juro que podía sentir como su cuerpo se mojaba en sudor y sin poder pensar en otra cosa, me apoderé del botón que se esconde entre los pliegues de mi sexo.
Ya estaba totalmente excitada, cuando de pronto vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella, en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. Desde mi punto de observación puedo atestiguar que mi prima se corrió brutalmente. Aunque no salió de su garganta ruido alguno, su cara se contrajo y su cuerpo se tensó mientras se dejaba de llevar por su orgasmo. Al terminar, se dejó caer sobre el colchón y pegando un suspiro, se tapó.
No queriendo que me descubriera, cerré los ojos y me hice la dormida.
 
Durante unos minutos y con mi coño totalmente mojado, esperé a que ella diera el primer paso porque no quería que sospechara que había presenciado su desliz. Afortunadamente, Laura no tardó en desperezarse y levantarse, Fue entonces, aprovechando que había hecho ruido, abrí los ojos diciéndola:
-¿Qué hora es?
Lo que no me esperaba es que con una expresión pícara en sus ojos, mi prima se lanzara encima de mí y me empezara a hacer cosquillas mientras me llamaba vaga.
Al sentir sus manos tocándome mis areolas se erizaron nuevamente y completamente cortada, intenté separarme de ella.  Mi prima que no sabía nada interpretó mi intento como una mera huida de sus cosquillas y usando la fuerza, me retuvo con sus piernas e involuntariamente mis muslos entraron en contacto con la tela mojada de sus bragas, causándome un mayor embarazo.
-¡Déjame!- chillé espantada al darme cuenta de lo bruta que me estaba poniendo.
Afortunadamente  mi tía, alertada por el  escándalo, nos llamó a desayunar lo que le obligó a dejarme en paz. Pero si creía que ese mal rato había terminado, me equivoqué porque al levantarme, Laura se me quedó mirando  y  muerta de risa, me soltó:
-¡Mi primita se levanta con los pitones tiesos!
Avergonzada, miré a mi camisón para percatarme con rubor de que se notaba a la legua que tenía los pezones duros. Tratando de cortarla, le solté:
-¡No todas las mañana se mete en mi cama un bellezón como tú!
Mi burrada lejos de molestarla, le dio alas y dándome un azote en el trasero, me contestó muerta de risa:
-Como te quedas una semana, ¡Veremos si es verdad eso!- tras  lo cual salió de la habitación hacia la cocina dejándome alucinada tanto conmigo como con ella.
Con el recuerdo de su mano todavía en mi nalga, no pude dejar de pensar que sus palabras tenían doble sentido y nuevamente excitada fui a reunirme con ella. Al llegar a donde estaba, me la encontré hablando con su padre por lo que no tuve oportunidad de preguntarle a que se refería y luego como mi tío quería mostrarme Nueva York también me fue imposible por lo apretada de la agenta que me tenía preparada. Aunque parezca imposible, ese día visitamos el Empire State, el Metropolitan e incluso tuvimos tiempo de dar una vuelta rápida al Museo de Arte contemporáneo. De forma que ya era tarde cuando volvimos a la casa.
Nada más llegar Laura me preguntó dónde quería ir esa noche, sin dudarlo respondí que al sitio del día anterior. Mi prima al escuchar mi respuesta, entornó sus ojos y con tono meloso, afirmó:
-Quieres volver a ver a Alonso- el rubor de mis mejillas me delató y por eso con una sonrisa en sus labios, dijo: -Hoy es sábado.
-¿Y eso que tiene que ver?
Soltando una carcajada, respondió:
-Hoy caza en el bar del Hilton Towers. ¿Te apetece que nos tomemos algo allí?
-Sí.
Una vez habíamos decidido donde ir, nos fuimos a vestir. Aleccionada por lo ocurrido en la mañana, tomé la decisión de hacerlo sola en el baño. No me fiaba de la reacción que podía tener si volvía a ver desnuda a mi pariente. Por eso cuando ya estaba lista y Laura apareció, me quedé impresionada con su belleza.  Embutida en un traje de seda negro, parecía una modelo de revista.
“¡Qué buena está!”, pensé para rápidamente mortificarme por tener esos sentimientos por una mujer.
Los enormes pechos con los que la naturaleza le había dotado quedaban magnificados por el sugerente escote. Sé que se dio cuenta de mi mirada porque acercándose hasta mí, dijo en mi oído.
-¡Tú también estás impresionante!
Instintivamente mis pezones se marcaron bajo la tela y totalmente azorada le di las gracias, urgiéndola a que se diera prisa. Laura que no era tonta, se rio de mi vergüenza y cogiendo su bolso, salió rumbo a la calle sin hacer comentario alguno.
Agradecí su tacto y por eso en cuanto nos subimos al taxi, empezamos a charlar como si nada hubiese ocurrido. La primera en hablar fue ella que haciéndome una confidencia, reconoció que sabía dónde alternaba ese prostituto porque durante una época lo había seguido.
-¡Qué calladito te lo tenías!- le dije encantada de compartir con ella mi obsesión.
Mirando fijamente a mi ojos, respondió:
-¡Soy capaz de valorar la belleza allá donde esté! y Alonso está muy bueno.
Su respuesta me puso los vellos de punta al no estar segura de si sus palabras escondían un doble sentido. Literalmente era un piropo a ese hombre pero se podía deducir que los gustos de Laura no se limitaban a los hombres y por eso no supe que responder. Mas nerviosa de lo que me gustaría reconocer, me quedé mirando por la ventanilla el resto del viaje.
Al llegar al Hotel, directamente nos dirigimos hacia el bar. Despues de dar una vuelta rápida al local y no encontrar a Alonso, un tanto desilusionadas nos sentamos en una mesa del fondo para así tener una visión general del establecimiento.
No llevábamos ni cinco minutos allí cuando vimos entrar al hombre que nos había llevado hasta allí. Durante unos segundos, el morenazo examinó a los presentes como si buscara a alguien y sorpresivamente, se diririgió hacia nosotras.
“No puede ser”, pensé al ver que se acercaba a donde estábamos.
Y no podía ser porque, con una sonrisa en sus labios, se sentó en la mesa de una rubia otoñal justo a nuestro lado. No tuve que ser un premio nobel para entender que esa mujer con cara de zorrón era su clienta.
Laura acercándose a mí me dijo:
-¡Menuda suerte! ¡Desde aquí podremos espiarle sin que se nos note!
Ni siquiera la contesté, en ese instante, solo tenía ojos para Alonso.
“¡Con razón es el prostituto más caro de Nueva York!”, sentencié mentalmente al mirarle. “¡Está de muerte!”
Mientras mi mente divagaba en cómo le iba a hacer para contactar con él, su clienta arrimándose al morenazo le preguntó que quería beber. Alonso llamando al camarero, le pidió un whisky con hielo y volteándose hacia la rubia, empezó a hablar con ella. Sin importarle que la gente se fijara en ellos, esa guarra babeaba riéndole las gracias.
Su acoso era tan evidente que mi prima se rio a carcajadas al verla acomodándose las tetas para que el tamaño de sus pechos pareciera aún mayor. Os juro que no sé qué me cabreó más, esa mujer al comportarse como una puta barata o  cómo él la alentaba con tímidas caricias. Lo cierto es que no tardamos en observar a ese putón manoseándole por debajo de la mesa.
Aunque Alonso solo era un sujeto pasivo de sus lisonjas, sin colaborar con ella, nos  resultó evidente que el jueguecito le estaba empezando a gustar al ver el brillo de sus ojos.
-Me encantaría ser yo- me susurró Laura con la voz alterada por su excitación.
-Y a mí- no dudé en contestar mientras  fulminaba con los ojos a esa cincuentona.
Aunque tenía claro que estaba cumpliendo con su trabajo, me enfadó oir a ese Don Juan diciéndole a su acompañante que se había manchado su blusa.  La rubia que no se había dado cuenta de la mancha, preguntó mientras se miraba la camisa:
-¿Dónde?
El cabrón, poniendo cara de bueno, le señaló el pecho. Si bien  el lamparón  era enorme, la muy puta le dijo que no lo veía. Entonces, Alonso tiernamente llevó sus dedos al manchón y aprovechado que estaba al lado de uno de sus pezones, lo pellizcó suavemente.  De lo obsesionada que estaba, os juro que sentí su caricia en mi pecho y más cuando la zorra no pudo evitar pegar un gemido al experimentarlo.
-¿No te excita?- preguntó a mi lado mi prima.
-Mucho- contesté en voz baja.
En la mesa de al lado, esa mujer estaba cachonda. Debajo de la tela de su blusa, dos pequeños bultos la traicionaban dejando claro que le había puesto bruta ese pellizco. Sin pensar en otra cosa que dar rienda  a su lujuria, disimulando, llevó su mano a las piernas de Alonso.
Curiosamente, su descaro consiguió calentarme y sin creerme mi reacción, sentí que mi coño se encharcaba al comprobar que bajó el pantalón del prostituto, algo se estaba empezando a poner duro. Tratando de calmarme, tomé un sorbo de mi copa  pero confieso que me resultó imposible no seguir echando un ojo a lo que ocurría en esa mesa.
-¡Fijate!- exclamó mi prima al ver que ese zorrón estaba masturbando a su acompañante por encima del pantalón.
Ambas nos quedamos de piedra cuando ese tiarrón se bajó la bragueta y sacando su miembro, obligó a su clienta a continuar.  Si en un principio, intentó negarse por vergüenza de que alguien la descubriera, al sentir en su palma el tamaño de la herramienta de ese hombre, no pudo dejar de desear cumplir sus órdenes y con sus pezones como escarpias, recomenzó su paja en silencio.
Pero entonces y cuando mi sexo estaba anegado, vi que la mujer le decía algo. Alonso al oírla, cogía su móvil e hizo una llamada infructuosa. Al no contestar a quien llamaba, buscó en su agenda a otro y volvió a intentar conectar pero tampoco. Con gesto serio, informó a su clienta que no contestaban. Entonces la mujer señalándonos, susurró algo en su oído. Aunque en un principio, Alonso se sintió escandalizado, al pensárselo otra vez se levantó y vino a nuestra mesa.
-¿Puedo sentarme?- dijo con una sonrisa.
-¡Por supuesto!- tuvo que contestar mi prima porque yo estaba totalmente paralizada.
Nada más hacerlo, Alonso nos preguntó protocolariamente  si queríamos beber otra copa. Sin creérmelo todavía acepté en nombre de las dos.  El prostituto llamando al camarero pidió otra ronda y mientras el empleado del hotel nos la traía, cortésmente nos preguntó nuestros nombres. Tanto a mí como a Laura nos quedó claro que estaba haciendo tiempo para plantearnos el motivo por el que se cambió de mesa.
En cuanto nos pusieron las copas, bastante cortado, Alonso nos preguntó:
-¿Queréis ganaros mil dólares?
Os podréis imaginar nuestra sorpresa. Nuevamente mi prima fue la que reaccionó:
-¿Qué tenemos que hacer?
En ese momento, mi mente se imaginó muchas posibilidades pero no su respuesta:
-Mi acompañante desea que nos miréis haciendo el amor-contestó sinceramente.
Cómo comprenderéis nos quedamos perplejas ante semejante propuesta. Viendo nuestra indecisión Alonso, levantándose, nos dijo:
-Pensadlo entre vosotras y me decís- tras lo cual volvió junto a la rubia.
En cuanto nos dejó solas, nos pusimos a discutir. Mientras mi prima estaba encantada con la idea, a mí me parecía descabellada. No sé si fue las ganas que tenía de observarlo en faena o los quinientos dólares que me tocarían pero lo cierto es que dando mi brazo a torcer, acepté. Habiéndolo acordado, Laura fue a decírselo a la pareja.
La mujer tras abonar tanto su cuenta como la nuestra, cogió al morenazo del brazo y salió del local. Mi prima, haciendo lo propio, me llevó en volandas siguiéndoles. Para entonces, os confieso que estaba muerta de miedo y a la vez expectante por lo que íbamos a contemplar.
Ya en el ascensor, la rubia aprovechando que estábamos solos los cuatro en su interior se lanzó al cuello del prostituto. Alucinada contemplé como esa cincuentona se lo comía a besos sin dejar de rozar su sexo contra él. Si ya eso era suficiente estímulo, mi calentura se acrecentó hasta niveles impensables al llegar a la habitación de la mujer porque nada más cerrar la puerta, Alonso nos pidió que nos sentáramos en el sofá enfrente a la cama y sin más dirigiéndose a su clienta, le soltó:
-¿Qué esperas?
La zorra supo de inmediato a qué se refería y en silencio se arrodilló entre sus piernas. Desde nuestro asiento, vimos a esa guarra arrodillarse y desabrochándole los pantalones, sacar de su interior su sexo. Mierandonos entre nosotras, no nos podíamos  creer lo que estábamos viendo:
¡Esa mujer estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su conquista!
Admirándola en cierta medida, me quedé mirando la exasperante lentitud con la que lo hizo y por eso aunque quisiera evitarlo,  mi  almeja estaba ya encharcada cuando sus labios se toparon con su vientre. En mitad de ese show porno, mi prima se pegó a mí y susurrando me dijo:
-¡No te imaginabas esto!
-¡La verdad que no!- contesté.
 
No tardamos en comprobar que esa mujer era una experta en mamadas y que contra la lógica, se había conseguido introducir todo ese inmenso pene hasta el fondo de su garganta sin sentir arcadas. Para entonces ya me había contagiado de su fervor y mientras seguía mirándolos, sentí una mano entre mis muslos.
Al levantar mi mirada, Laura me dijo:
-Déjame y disfruta- tras lo cual empezó a  masturbarme.
Os juro que estuve a punto de correrme al sentir sus dedos recorriendo la tela de mi tanga mientras a unos metros de nosotras, la rubia se había tomado un respiro sacándose esa verga de la boca.
-Sigue, puta- le exigió Alonso al notarlo.
Su clienta no se vio afectada por el insulto y mientras las yemas de mi prima separaban mis pliegues, cogió su instrumento con sus manos y empezó a pajearlo suavemente mientras se recreaba viendo crecer esa erección entre sus dedos. Dominada por la situación, no pude  dejar  admirar que la polla de ese hombre en todo su esplendor mientras Laura acariciaba dulcemente mi clítoris.
-Me gusta- gemí calladamente.
 
 
Para entonces, la cincuentona había aumentado el ritmo y moviendo su muñeca arriba y abajo, consiguió sacar los primeros jadeos de su momentáneo amante. Los jadeos de Alonso, me impulsaron a bajar mi mano hasta los muslos de mi prima. Esta al sentirlo, separó sus rodillas dejándome hacer. Aunque nunca lo había hecho, no tuve reparo en coger entre mis dedos su hinchado clítoris y sin dejar de espiarlos, me puse a calmar la calentura de mi parienta.
El sonido de la paja a la que estaba sometiendo al hombre y la acción de mi prima en mi coño, consiguieron alterarme de tal modo que me vi impelida a meter dos dedos en el interior de Laura mientras sentía que estaba a punto de tener un orgasmo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al percatarme de lo bruta que me estaba poniendo al ver como ese putón se la comía a ese hombre pero sobre todo al masturbar yo a una mujer.
Incrementando la velocidad en que mis dedos entraban y salían de su vulva, tuve tiempo para observar mejor esa mamada. Alonso al descubrirme y comprobar el brillo de mis ojos, profundizó mi morbo presionando la cabeza de la clienta contra su entrepierna.
Con la verga completamente inmersa en la garganta de la mujer, le  preguntó si quería que se la follara ya:
-Sí- respondió con alegría.
Alonso levantándola del suelo y se puso a desnudarla mientras la mujer se nos quedaba mirando con una sonrisa. Nunca creí que ser observada me pusiera tan cachonda y menos que fuera capaz de hacer lo que hice a continuación: Arrodillándome entre las piernas de mi prima, le quité las bragas y comencé a darle besos en las pantorrillas.
-¿Estás segura?- me preguntó Laura al sentir mis labios en su piel.
-No pero lo deseo- respondí sin dejar de acercarme hasta mi meta.
La morena, completamente acalorada, dejó que siguiera y pegando un gemido separé aun más sus rodillas. Mi actuación azuzó el deseo de la mujer y pegando un grito, rogó al hombre que se la follara. Alonso no se hizo de rogar y cogiendo su pene, lo introdujo de un solo golpe hasta el fondo de su vagina. El chillido que pegó esa rubia me convenció de que pocas veces su coño había sido violado con un instrumento parecido al trabuco que tenía entre sus piernas y tratando de excitar a mi prima, le dije:
-¡Eres tan puta como ella!
Lo sé me contestó, obligándome a subir al sofá y me besó mientras me decía:
-¿Te apetece hacer un 69?
-Lo deseo- respondí ya sobreexcitada y acomodándome sobre ella, le solté: -¡Comete mi chocho! ¡Puta!
La rapidez con la que mi prima se apoderó de mi sexo, me dejó claro que no era la primera vez que disfrutaba de una mujer.  Yo en cambio, era nueva en esas lides y por eso me sorprendió la ternura con la que acogió en su boca mi clítoris. Sin cortarse un pelo, separó los pliegues de mi sexo mientras Alonso seguía machacando otra vez a la cincuentona  con su pene.
-¡Dios!- gemí descompuesta al notar que con sus dientes empezaba a mordisquear mi botón.
 
El prostituto, al escuchar mi alarido, soltó una carcajada y mientras incrementaba  sus incursione mientras exigió a Laura que buscara mi placer, diciendo:
-¡Hazle que se corra que yo me ocupo de esta zorra!
Cumpliendo a pies juntillas sus deseos, mi prima introdujo un par de dedos en mi sexo y no satisfecha con ello con su otra mano, me desabrochó la camisa. Una vez había dejado mis senos al aire, los pellizó consiguiendo sacar de mi garganta un berrido.
-¡Me encanta!- chillé al notar sus labios mamando de mi pezón.
Mis palabras consiguieron incrementar tanto el ritmo de las caricias de mi prima como el compás de las penetraciones de ese tiarrón y con el sonido de sus huevos rebotando contra el sexo de su clienta, me corrí sobre la silla. Laura que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al notar mi orgasmo, como histérica le pidió que arreciara con mi mamada.
Alonso, nos miró satisfecho y centrándose en la cincuentona, le dio un sonoro azote en su trasero.
-Dale duro- le exigí mientras disfrutaba de los estertores de mi propio placer.
El prostituto, obedeciendo mis deseos, le dio una salvaje tunda en su trasero. Las violentas caricias lejos de incomodar a esa zorra, la puso a mil y con un tremendo alarido, le rogó que continuara. Mi prima presionó con su mano mi cabeza y gimiendo me rogó que la amara.
Imbuida por la lujuria que asolaba esa habitación, usé mi lengua para recrearme en la almeja de mi parienta. Su sabor agridulce me cautivó y por eso no me pareció extraño usarla para follármela como si de mi pene se tratara. Fue entonces cuando me percaté que aunque nunca me hubiera dado cuenta era bisexual y que lejos de reconcomerme la idea, disfrutaba siéndolo.
 
-¡Por favor! ¡Sigue!- aulló Lorena al experimentar la caricia de uno de mis dedos en su ojete.
Decidida a devolverle el placer, introduje una yema en su ojete mientras en la cama el prostituto seguía follando sin parar a su clienta. Inexperta como era no anticipé el orgasmo de mi prima hasta que su flujo empapó mis mejillas y entonces completamente cachonda y con mi propio coño hirviendo de placer, me dediqué en cuerpo y alma a satisfacer a mi morena.  Mi renovado interés la llevó a alcanzar un clímax tras otro retorciéndose sobre el sofá y justo cuando la cincuentona caía rendida en el colchón, Laura me rogó que parara:
-¡No puedo más!-dijo con una enorme sonrisa.
Os juro que fue entonces cuando me enamoré de ella. Su cara radiando felicidad me enterneció y cambiando de postura, la besé con pasión. Mi prima me respondió con el mismo o mayor cariño y mientras a nuestro lado el prostituto regaba con simiente el coño de su clienta, comprendí que esa visita a Nueva York cambiaría mi vida.
Al cabo de unos minutos, Alonso que se había mantenido al margen mientras nos amábamos, se acercó con un fajo de billetes y poniéndoselo a mi prima en sus manos, nos dio las gracias.
Cómo ya no hacíamos nada allí, nos vestimos y salimos del ascensor. Ya en él, Laura se acercó a mi diciendo:
-¿Vamos a celebrarlo?
-Por supuesto- respondí- pero no en un bar, sino ¡En tu cama!
Soltando una carcajada, mi prima me besó diciendo:
-¿No te apetece otra copa?
Sabiendo que lo hacía para picarme, le di un azote en el culo mientras le contestaba:
-Tal y como estoy de bruta: si cojo una botella, ¡Es para follarte con ella! 
 
 

Relato erótico: “Pintor de cuerpos desnudos” (POR LEONNELA)

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Nunca me habría fijado en él sino hubiera sido por su rostro de melancolía, aquel anciano de un poco más de sesenta años, tenía grabada en sus ojos no solo las huellas del tiempo, sino la desesperanza de quien ve los días pasar, sin pena ni gloria.
Solía verlo en la alameda, recostado a la sombra de un almendro,  con su sombrero blanco de mimbre y el trajecito de corte antiguo que pese  a ser  de traza simple le daba un aire distinguido.
Poco podría decir de su apariencia física, quizá resaltar sus mejillas sonrosadas y sus ojos azules, que aunque pequeños resaltaban bajo el arco de sus cejas grises. Inclementes arrugas agrietaban  su rostro, y una que otra peca deslucía su piel, pero lejos de afearle le prodigaban el toque dulce de la vejez. Eso sí era de buen porte, alto y de contextura delgada, aunque  su traje no disimulaba  el abdomen ligeramente ensanchado y la flacidez propia de la edad.
En aquel entonces yo era una palomita de 21 años, de  piel morena y cuerpo espigado, de rostro bonito iluminado por la frescura de la juventud. Estudiaba música en la universidad estatal y  era una aficionada  a la fotografía humanista, por lo que ocupaba parte de mi tiempo libre retratando desconocidos en aquel parquecito
Algunos paseantes se volvieron camaradas por la frecuencia con la que me dejaban disfrutar de  la ilusión de una fotografía, mientras que otros fueron aves de paso, que quedaron inmortalizados en mi lente, pero aquel  ancianito del almendro, de carita serena y mirada melancólica,  se convirtió sin saberlo en mi musa inspiradora.
Una  fresca tarde de abril le escuche carraspear repetidamente, cubría su boca con un pañuelo tratando de ahogar un ataque repentino de tos. Por sus movimientos agitados noté que se le dificultaba respirar, por lo que presurosa me acerqué a auxiliarlo dándole suaves palmadas en la espalda.
_Gra…ggracias por la ayuda dijo cuando al fin pudo recuperar el aliento_ n o sabía que una fotógrafa, puede convertirse en un ángel, añadió guiñándome un ojo
Su galante piropo me arrancó una sonrisa y mientras le extendía mi botella de agua, me senté a su lado sobre césped.
_No exagere abuelo, cualquiera le hubiera ayudado
Bebió un sorbo lentamente luego se aclaró la garganta para continuar:
_ No todos hacen favores bonita, es más a esta edad uno se vuelve invisible; la verdad es que a los viejos casi nadie quiere vernos ni escucharnos…
Se me hizo un nudo en la garganta, había un dejo de tragedia en su voz pausada que me recordaba a mi abuelo y  tratando de animarle respondí:
_ Le aseguro que eso no le pasa solo usted…todos tenemos días grises
_Cierto, cierto bonita, pero solo cuando se es viejo, la soledad se convierte en tu sombra…
La verdad escondida en esas simples palabras me dejó meditabunda, contemplando tan solo como las hojas del almendro se esparcían por las veredas, nada tenía que objetar, nada tenía que decir, así que cambiando abruptamente de tema murmuré:
_Abuelo, quiere ver mis fotos?
La carita se le iluminó por la emoción y eso fue suficiente para que me pasara el resto de aquella tarde mostrándole mis tomas, sin saber que la casualidad había puesto en mi camino a un verdadero amante del arte.
Las semanas pasaron y la sombra del almendro se convirtió en nuestro lugar de encuentros, ya no solo nos unía la afición al arte, sino que me fascinaba escuchar sus recuerdos de bohemio que tenían el poder de hacer brillar con picardía sus ojitos azules.
No cabe duda que recordar es volver a vivir y don Marco no solo recuperaba la sonrisa, sino que su piel envejecida empezó a reanimarse con los tibios rayos de la tarde, al igual que su paso lento se vigorizaba con las continuas caminatas que dábamos a lo largo de la alameda, mientras compartíamos sus recuerdos y mis sueños.
_Qué canción tararea don Marcos? se me hace conocida
Un pasillo, un pasillo ecuatoriano mija, música  de mi época.  Ay bonita, no sabes cuántas doncellas cayeron con esos!!
_Vaya,vaya don Marcos todo un conquistado eh?
_No lo niego bonita, una buena serenata, un par de cartas a la salida de misa, un paseo por el bulevar, y los encajes  de las coloridas enaguas se levantaban dejando ver las hermosas  pantaletas, que con algo de suerte, de un tirón pasaban a ser mías jeje
_Jajaja don Marcos que sinvergüenza!!
 _Ay Julita, si supieras cuantas pantaletas quedaron olvidadas en mis bolsillos
_Así que un ladrón de braguitas?  Quién lo diría…
_Pequeña, no me subestimes por viejo, mira que aun puedo robar unas cuantas aseveró guiñándome un ojo
_Jajaja pues le aseguro que las mías no serán
_Jeje no me refería a las tuyas, pero ay pequeña no sabes cómo da vueltas la vida…
_Mmmm hoy sí que está picarón eh?
_Perdona Julita, pero me eché un buchecito de wisky así que ando medio alegrón …ahhh por cierto, el título  de la canción es: sendas distintas, escucha, escucha la letra
Qué cerca y que lejano
Yo soy el viejo soñador
Tú la niña apasionada
Que cantando en la luz
Vas como un ave
Más al mirarte cerca me figuro
Que yo soy un castillo abandonado
Y tú un rosal…abierto junto al muro…
_Mmmm  la canción habla de  un hombre mayor y una…don Marcos, me la está dedicando? señalé entre incrédula y divertida
_Julita, si te gusta, claro que te la dedico!
_Hummm…debo interpretar que intenta seducirme como a las muchachas en el bulevar?
_Jajaja bonita, no me creas tan iluso, mira que a esta edad fijarme en una palomita como tú, pero si tuviera 40 años menos…ay si tuviera aunque sea  20 menos…
No se me ocurrió qué responderle, don Marcos era agradable y no se me antojaba hacerle un desplante, así que simplemente le tomé del brazo y continuamos paseando. Sin embargo me  distraje imaginándolo en su juventud, pese a ser un anciano aun tenia buena pinta, además era divertido y encantador; de seguro fueron muchas las pantaletas que robó…quizá quizá a su lado mis braguitas también corrían riesgo…
Meneé la cabeza, era absurdo lo que cavilaba, y sonriente pregunté
_Oiga don Marcos y tiene los discos antiguos?
_Desde luego Julita, los de acetato, tengo una colección de ellos;  los toco mientras me dedico a pintar
_A pintar??? no sabía que era un artista!!
_Aun no te lo había contado pequeña,  pero en mis tiempos era casi una celebridad,  un tanto mal vista pero celebridad al fin
_Y eso? porqué mal visto don Marcos
_Ay bonita eran otros tiempos, y todo quien profanaba las buenas costumbres era censurado  aunque llevara el arte e las manos
_Don Marcos perdone, pero sigo sin entenderle
_Linda, en mi juventud impulsé la carrera de  decenas de modelos hermosas retratándolas al desnudo, y ya sabes como la falsa moral  juzga lo que a escondidas disfruta
_Quién lo diría don Marcos usted un ladrón de braguitas y un pintor de desnudos…mmm hoy sí que me ha sorprendido
_Palomita hay muchas cosas que no sabes de mí, tengo 65 años mucho mundo, muchas  vueltas recorridas, en fin aun guardo algunos cuadros, si en algún momento quieres verlos por mi encantado
_ Por supuesto que me gustaría!, me fascina, las fotografía, la pintura , la música, tenemos gustos parecidos verdad?
_Cierto bonita, digamos que somos como almas gemelas lamentablemente en los extremos de la vida; a propósito he estado pensado desde hace unos días en hacerte una propuesta
_Dígame don Marcos de que se trata?
_Vas a necesitar dinero para tu matricula de comienzo de año verdad??
_Sí,  al momento las cosas no están tan bien en casa
Lo sé linda lo sé. El asunto es que a mí me gustaría volver a la pintar y pues humildemente tengo una pensión que me permite darme el gusto de contratar una modelo de lujo como tú…
_Don marcos yo…
_Mira linda, antes de que te niegues te aclaro que mi especialidad es el erotismo, no la pornografía y debes saber que hay una gran línea entre las dos cosas; lo que tú y yo haríamos seria arte, arte en su total expresión, porque no lo piensas un poco?
_Este…yo…tengo varias amigas que quizá…
_Bonita, no me interesa contratar a alguna de tus amigas, siendo honesto también podría por mis propios medios conseguir una modelo, pero la verdad es que quiero convenir contigo, tienes un ángel que me cautiva y si no aceptas  tú, pues dudo que contrate a alguien más
_Ay don Marcos me la pone difícil…
_Linda, podemos hacer algo, si te animas te invito a conocer mi estudio, te muestro mi trabajo y podemos incluso acordar las condiciones con la que te sientas a gusto y si te apetece lo intentamos y si no, pues nada sea a dicho, quedamos tan  amigos como siempre, te parece?
_Mmmm pues…no está mal la idea, además eso de ser modelo suena tan glamoroso, respondí dándole alas para que terminara de convencerme.
A la tarde siguiente nos encontramos en el almendro y en lugar de quedarnos en el parque, caminamos unas cuantas cuadras por la plaza grande hacia una zona residencial. Me había formado la idea de que don Marcos vivía  modestamente, pero me sorprendió ver que su apartamento a más de acogedor, estaba sobriamente amoblado y exquisitamente decorado, digno de un artista de antaño.
Me condujo hacia un lateral donde se situaba su estudio. El salón era amplio, un gran ventanal acondicionaba el lugar con luz y ventilación, en uno de los extremos un par de cómodos  sillones perfilaban una zona de descanso y al lado izquierdo se vislumbraba una grada, que conducía a un altillo enriquecido por múltiples cuadros. Mientras él preparaba un par de bebidas me entretuve en su curiosa galería.
 En cada cuadro se percibía un derroche de sensualidad que me tenía embebecida y a más de penetrar en su mundo a través de aquellas obras, extrañamente me sentí estimulada, como si mis sentidos despertaran pasionalmente o como si fuera e un lienzo añorando la mano del artista.
_Quiero hacerlo dije repentinamente _quiero ser su modelo
_Y que es lo que te ha convencido bonita? Inquirió sorprendiéndose al verme tan decidida
_La magia, la magia de la pintura, su magia Don Marcos, no sé si me entienda, pero tengo la misma sensación de deleite que me produce la fotografía
_Eso es maravilloso muchacha ya verás que lograremos un gran trabajo.
_Ha pensado en lo que haremos?
_Desde luego, la verdad es que me gustaría hacer algo diferente a lo que acostumbro y si me dejas decidir,  optaría por experimentar sobre ti, eres hermosa y tu piel podría ser el lienzo perfecto para dejar fluir la imaginación
_Pintar sobre mi cuerpo?
_Sí, luego podríamos fotografiar los diseños, así combinamos la pintura con la fotografía que es lo que nos gusta, nos quedaría un gran trabajo
_No lo dudo don Marcos sé que quedará grandioso, pero antes de que continúe quiero decirle algo
_Lo que quieras pequeña, te escucho
_Hummm…estem… ya que voy a ser su modelo y me va a ver desnuda…
_Te preocupa que haga algo indebido bonita?
_Estee…no se ofenda, lo que pasa…es que…
_Linda no vas a tener quejas de mí, no suelo propasarme con las mujeres, a menos que ellas… lo deseen…murmuró rozando mi mejilla
Su voz sonó grave, profunda, acariciadora y  sus ojos azules se engancharon unos segundos en los míos haciéndome vibrar; sin duda había algo en aquel anciano que despertaba mi curiosidad  y más que eso, una inexplicable emoción que aún no podía definir; quizá por ello, sin pensarlo mucho confirmé mi aceptación.
El fin de semana nos reunimos nuevamente en su estudio, don Marcos había adquirido lo necesario, como pinturas no tóxicas a base de agua, esponjas, lacas, entre otros implementos y tenía acondicionados el lugar de modo que pudiéramos trabajar con soltura.
Debo reconocer que  pese a que estaba relativamente tranquila, lo más difícil fue despojarme de la ropa, me quité mis jeans quedándome en una pequeña tanguita de color piel, que  por su pequeñez y tono daba la impresión de estar totalmente desnuda.
 Don Marcos apenas me miraba, se entretenía en alistar una fuente con agua mineral para limpiar mi piel de forma que la pintura se pudiera adherir sin problema. Me entregó el paño húmedo, y me dediqué a la tarea de pasarla por mi cuerpo desde los pies, hacia los muslos .Lo propio hice con mis caderas mi cintura y mis brazos. Cuando tuve que retirarme el sujetador para abordar la zona de mis pechos mi corazón empezó a desbocarse. Me sentía algo incomoda de liberar mis senos, aunque siendo hermosos, lo que verdaderamente debía sentir es orgullo
 Pese  a tenerlos  altivos y de buen tamaño, don Marcos se mostraba indiferente, lo cual era  lo adecuado para llevar nuestro proyecto con profesionalismo, sin embargo precisamente eso  incomprensiblemente me molestaba. No es que tuviera la intención de provocar al anciano, sino que  suponía que  mi desnudez  iba a causarle almenas algún sofoco, pero al parecer el viejo pintor  se esmeraba en guardar las distancias y con su aparente serenidad agredía mi vanidad de mujer.
Decidida a llamar su atención, retiré los mechones de cabello que resguardaban mis senos acariciándolos sutilmente y mientras recogía mi melena en una coleta seguí la dirección de su mirada, pero lejos de caer en mi juego, con la mayor naturalidad me pidió que diera vuelta para limpiar la zona de mi espalda. Aquella reacción impasible acabó por desencajarme, más aún porque se dibujó en sus labios una sonrisilla irónica. Sí, en verdad era irónico que fuera yo quien luego de mostrar desconfianza, terminara lanzándome a provocarle.
Obedecí, di vuelta con la  plena seguridad de que al no ser observado, desviaría su mirada hacia la carnosidad de mis glúteos y con toda la mala leche retrocedí de forma que por escasos segundos mis nalgas rozaron su pubis. Su agitación y el temblor de su cuerpo me confirmaron que bajo esa piel marchita y marcada de arrugas había un muchacho deseoso por responderme.
_Perdone don Marcos que torpe soy!! casi le caigo encima, susurré en un intento de justificarme
_Tranquila linda, nno…no .fue nnada…balbució, quedándose una milésima más de segundo adherido a mi trasero, para luego separarse dejándome confusa e inquieta
Había logrado que el anciano pese sus intentos de ignorarme titubeara con mi cercanía,  pero él no había sido el único, también yo vacilé, también mi respiración se agitó y también una  ráfaga de calor sacudió mis entrañas. Aun así  no tenía intenciones de avanzar más,  mi ego había quedado satisfecho, pero para el viejo pintor el juego apenas comenzaba…
 Con suavidad empezó a deslizar el paño húmedo por mi espalda, desde mis hombros hacia los omóplatos, desde la parte céntrica hacia los costados, con la suavidad de quien esconde en un roce una caricia. Sus  yemas  producían un agradable hormigueo, que al llegar a la parte baja de mi espalda se convirtió en un latente estremecimiento que me hizo soltar un débil gemido
-Ahhhh
_Perdona bonita, dijo susurrante, se me había olvidado que algunas pieles son muy receptivas, tendré cuidado cuando use las manos y…mi instrumento…
 Su  tono cargado de  malicia me dejó pasmada, pero antes de que yo pudiera decir algo recogiendo uno de los pinceles aclaró
 _Jaja Julita, éste instrumento!!
Ambos reímos con complicidad. Qué había cambiado entre los dos? no lo sabía, pero no cabía duda que don Marcos movía  las fichas a su manera
_Listo pequeña, señalo con un nuevo dejo de pasividad _comenzaremos nuestra obra
Con el uso de un aerógrafo, aplicó una base de pintura en mi piel, dándole un tono degradado y con pinceles de diferentes grosores fue rellenando espacios, bordeando y coloreando detalles. Las pinceladas corrían por mi cuerpo deslizándose a buen ritmo, pero intencionalmente en la zona de mis pechos se volvían  lentas… lánguidas…repetitivas…
El fino pincel surcaba mis senos marcando su paso sobre mis aureolas, cercando mis pezones, que se endurecían ante el estímulo que me provocaba el viejo pintor con sus  diestras manos. A momentos era sutil como la seda y otras intenso como el mismo fuego.
Hábiles trazos bailaron sobre mi cintura, mi vientre  y espalda y al llegar a mis glúteos nuevamente las pinceladas se volvían lentas, sinuosas, insistentes, como si en lugar de pintarme tuvieran la vedada intención de estimularme
Con miradas esporádicas buscaba algún gesto de desaprobación, pero yo no tenía la fuerza suficiente para rechazarlo, al contrario, mis estremecimientos y débiles gemidos daban luz verde a su clara intención de excitarme.
Todo aquello distaba años luz de mi  escasa experiencia sexual, en la que el sexo fue únicamente el encuentro de los genitales, el mete y saca con el que solía quedarme en las nubes preguntándome si “eso era todo”, con el anciano estaba descubriendo el morbo y el placer…
Don Marcos se inclinó frente a mí, y con una esponja empezó a impregnar mi piel de un tono  rojo satinado desde mis pies hacia la parte alta de mis muslos, sus roces me espeluznaban y no pude evitar un respingo al sentir el calor de su aliento casi sobre mi sexo.
Como respuesta a las cálidas reacciones de mi vulva, ajusté instintivamente las piernas, desfigurando  un par trazos ondulados que embellecían mis inglés.
_Lo…lo ssiento
_Tranquila bonita, susurró mientras asentaba la esponjilla en la paleta –ábrete un poco para corregir el diseño
Colocando las manos entre mis muslos me instó a separarlos, su acción me  produjo un nuevo sobresalto; no cabía duda que estaba  ansiosa, afiebrada, y húmeda muy húmeda…
_Mmmm palomita, mira nada mas con lo que me encuentro…señaló manteniendo la mirada fija en mi sexo
Sabía que se refería a la humedad marcada en mis braguitas, a esa mancha que delataba mi excitación, a esas ganas que se levantaban por encima de los estereotipos de la edad.
_Ahhh don Marcos…
_Sucede algo bonita?, dijo posando su pulgar  justo donde la mancha se hacía evidente, lo agitó un par de veces sobre mi clítoris arrancándome otro gemido. Ansiaba que me estimulara más, que lo hundiera en mi coño, pero se detuvo y se limitó a repetir
_Mira nada más con lo que me encuentro…mmm por lo visto nos hemos olvidado de dar tono a tu pantaleta, señaló haciéndose el desentendido,…siéntate en esta silla y lo soluciono todo
_Sentarme? respondí vacilante…y el diseño?
_Jajaja bonita, a éstas alturas la pintura de tus posaderas ya está seca, y si no fuera así corregiríamos los trazos pronunció con un tono tranquilizador, es que presiento que en este momento hay otro punto de tu cuerpo que merece más mi atención…
Me mordí el labio sobreexcitada, y obedecí, consciente de que el anciano disfrutaba perturbándome
_Abre linda…abre un poco más…
Separé mis piernas y en cuestión de un par de minutos me enamoré de los dedos de aquel viejo pintor, que sabiamente dirigía su pincel por las hendiduras de mi sexo. La fina tela de la tanguita me permitía captar las sensaciones que me producía la escobilla al abrirse paso entre mis pliegues. Sobresalto tras sobresalto afianzaban su camino, y cuando sentí que mi tanguita era apartada me retorcí de placer sobre la silla.
Se sentó en el suelo, y  con uno de los pinceles limpios acarició mis labios hinchados, desde las comisuras hasta los bordes de la entrada, subiendo y bajando con la calma de quien se siente dueño de la situación. Su índice y su pulgar se engarfiaron en el capuchón de mi clítoris friccionándolo con suavidad, mientras con su pincel estimulaba la entrada de mi coño.
_Ahhhh
_Todo bien bonita?
_Siiga…sigaa…
_Segura bonita?… ya no desconfías de mí?
_No..  nno se detenga ahhh…
_Sé más explícita palomita, no quiero propasarme contigo…pídeme lo que quieres
_Joder!!! quiero correrme!!!lo entiende?? necesito correrme!!!!!
Ante mi pedido casi suplicante, sus dedos se aceleraron en mi clítoris y con su otra mano morbosamente fue deslizando el pincel en la profundidad de mi sexo, moviéndolo con suavidad, haciendo círculos con él y estimulándome de tal forma que lo único que ansiaba era ser follada.
Restregaba su rostro en mis senos, y su palma en mi vagina, logrando que por las tibias caricias gimiera enloquecida, luego dando la estocada final, agitó su maravillosa lengua en los pliegues de mi sexo provocándome un orgasmo desenfrenado.
Terminé en sus brazos, besaba mis ojos y acariciaba mis hombros desplazando sus caricias por mi espalda, luego se situó tras de mí apretándome por la cintura, mientras dejaba su quijada en mi clavícula y sus besos en mi piel.
_Dañamos los diseños palomita, mira mira como quedaron tu senos murmuró agarrándolos y tirando de mis pezones, _, jamás creí llegar a tocarlos así
_De verdad? pregunté en medio de un suspiro, no pensó que terminaríamos en esto?
_Jajaja palomita como iba a imaginarlo, si me aclaraste que jamás robaría tus braguitas, lo recuerdas?
_Jajaja me mantengo  en eso, no dejaré que me las robes Marcos Santander!!
_Así?? pues hace un momento me dejaste que las apartara y me comiera tu sexo completito con eso tengo bastante palomita, respondió apretándose contra mi trasero y restregándome su miembro en erección
_Mmmm se siente tan…tan rico…
_Delicioso y eso que solo la pruebas por encima de las braguitas, anda amor, no te las quiero robar, quítatelas quítatelas tu misma…
Mientras apurada me deshice de las braguitas don Marcos se quitó el saco y se abrió la bragueta, y allí mismo de pie, arrimada contra la silla, su pene endurecido busco su lugar en mi sexo. Sus dedos engarfiados en mi clítoris no daban tregua, provocándome fascinantes estremecimientos, mientras su miembro húmedo de deseos entró lentamente en mi coñito.
Empujó la pelvis hacia adelante enganchándose en mis profundidades, nos quedamos unos segundos quietos sintiendo como nuestras carnes se volvían una, para luego acompasados  disfrutar del vaivén de nuestros cuerpos.
Suaves meneos acompañados de placenteros gemidos nos hacían contorsionar buscando más profundidad, nuestros traspiraciones se mezclaban al igual que nuestros jadeos de goce. Después solo un mundo de placer, las ansias de tenernos apuraron  mi orgasmo e instantes después su palpitante miembro se desahogó en mis entrañas.
El agua tibia de la regadera había terminado de desfigurar la hermosa efigie del ángel ardiendo en llamas plasmada en mi cuerpo…
_Volverás a dejar que te pinte? preguntó mientras me cobijaba con la sábana
_Siempre,siempre que la paga sean sus caricias
_Ven palomita, ven, que en éste viejo aún quedan fuerzas…
Nuevos besos, nuevas caricias, nuevas sensaciones. Esta vez sus labios se tomaron un tiempo interminable para recorrer mi cuerpo, descubriendo los espacios en los que  vibro de  placer. Sus tibias manos acariciaban mi espalda descendiendo más allá de mis glúteos donde la humedad de mi sexo, hambreaba sus dedos.
Furtivos besos en mi vientre liberaron mis muslos, permitiendo que su lengua viaje entre mis ingles, lamiendo mis pétalos abiertos  y buscando la miel de mi sexo. Caricia tras caricia, espasmo tras espasmo, desencadenaron  una explosión orgásmica que me hizo sentir que el cielo estaba en su boca.
Ansiosa de complacerle acaricié cuanto pude de su piel, mis labios no se detenían ante  ninguna herida de la vejez que ensombreciera su aspecto, para mí él era  maravilloso y así se lo demostré con mis besos.
Me incrusté entre sus piernas regalándole la calidez de mi boca y la frescura de mi saliva que chorreé  a lo largo de su miembro para suavizar la inserción. Sus ojos se entrecerraban a medida que su sexo desaparecía en mi boca centímetro a centímetro, hasta casi rozar con mis labios su pubis y cuando creí que estaba próximo a culminar, giró de tal forma que se acomodó encima de mi cuerpo .Ágilmente acomodé mis muslos tras de su espalda, permitiendo que su pene se hundiera en mis entrañas dándome un placer incomparable.
El ansiado balanceo de nuestros cuerpos  friccionaba nuestros sexos produciéndome  infinidad de sensaciones placenteras. Enloquecida Levanté mis caderas ubicando  mis muslos en sus hombros, dando rienda suelta para que me amara a profundidad. Varios movimientos de entrada y salida lograron que nuestros cuerpos entre gritos y jadeos estallaran de placer.
Después del placer buscó mi regazo. Muy lejos había quedado la mirada nostálgica del anciano que se refugiaba a la sombra del almendro
_Palomita, mi palomita, cuánto bien me haces pequeña
Me estremeció su dulzura y en ese instante tuve miedo de mis sentimientos y más que eso un miedo  terrible de equivocarme, de lastimarle, de ilusionarle. Como la letra del romántico pasillo, yo era tan solo una niña apasionada y él mi viejo soñador,… qué cerca y qué lejanos!!
Un sinnúmero de inquietudes golpearon mi cabeza confundiéndome emocionalmente y presa de mis dudas, olvidé la felicidad que había encontrado en sus brazos
Con tristeza sostuve su carita arrugada entre mis manos y besando su frente murmuré:
_Don Marcos… no se enamore de mi…No tuve el valor de mirarle a los ojos y me alejé sin decir más…                                                                                          
                                                                                         &&&&&&&
El parquecito aquel, nunca volvió a ser igual, busqué al ancianito de sombrero de mimbre y ojos azules muchas tardes, pero no lo hallé, otras tantas veces caminé a lo largo de la alameda persiguiendo su aroma, pero solo percibí su olor, en los recuerdos que dejó en mi piel…
Una tarde me cansé de esperarle, la llovizna arreciaba y con el corazón enfermo de ansiedad, desesperadamente corrí por la plaza grande hacia los condominios del norte.
Temblando de emoción más que de frio, repiqué varias veces el timbre de su puerta
_Don Marcos!!! grité lanzándome a su cuello, cuando lo vi en el umbral
_Qué tienes palomita? qué te sucede? musitó colocando cariñosamente su saco en mis hombros
_Porqué desapareció? quería asustarme verdad? Le he extrañado tanto!!
_Palomita, fuiste tú la que…entra, entra  bonita, que hace un frio terrible
_Lo siento, lo siento tanto, tuve miedo, ahora sé que éste es mi lugar, aquí, en sus brazos, usted aun…
_Ay palomita no juegues con el destino y sé sensata no… te enamores de mi…
Mi mirada se entristeció profundamente, cuando me alejé de don Marcos ésas habían sido mis últimas palabras y en ese momento comprendí cuan dolorosas fueron
_Jaja bonita, es una broma!!  de mal gusto pero broma!…Ven acá chiquita mía
Ya no deje que hablara, tampoco yo lo hice, solo  nuestros besos hablaran por los dos…
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 
 
 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y su gemela” (POR GOLFO)

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La vejez es una mierda. Si ya de por sí cuando llegas a una determinada edad es angustioso sentir que vas perdiendo facultades, más aún lo es cuando la persona que se va viendo disminuida es alguien al que quieres. Eso es lo que le ocurrió a mi madre siendo todavía muy joven.
Habiendo sido toda su vida una persona activa e inteligente, de improviso cuando tenía solamente cincuenta y tantos años se vio afectada por el alzhéimer. Al principio, eran pequeños despistes sin importancia que ella misma achacaba al estrés. Esa explicación se la creyó incluso ella durante unos meses ya que como estaba en la fase inicial, siguió con su vida y su trabajo sin disminuir el ritmo.
Desgraciadamente, la enfermedad poco a poco fue deteriorando sus facultades hasta un punto que se fue recluyendo paulatinamente en su interior. Por mi parte, con treinta años, soltero y con un trabajo que me absorbía mi tiempo, no quise o no pude verlo. Sé que no es excusa pero entre mis ligues, mis viajes y mis amigos no fui consciente hasta que una madrugada mientras estaba de cachondeo recibí la llamada de un extraño, el cual, tras identificarse como policía,  me explicó que la habían hallado totalmente desorientada en mitad de la gran vía. Por lo visto su estado era tal que no tuvieron más remedio que llevarla a un hospital y revisar  su móvil para localizar el teléfono de un familiar. Como comprenderéis, me quedé acojonado y dándole las gracias, acudí en su ayuda.
Al llegar a la clínica, directamente pedí verla. El médico de guardia tras comprobar que era su hijo, me preguntó cuánto tiempo llevaba con alzhéimer.  
-Mi madre no tiene esa enfermedad- respondí irritado.
El facultativo comprendió que vivía en la inopia y sin entrar en discusión, me dejó entrar a su habitación. Si la expresión de locura de mi progenitora ya era bastante para asustarme, lo que realmente me aterró fue que al verme me confundiera con mi padre.
-Mamá, papá lleva muerto diez años- respondí con tono suave.
Al escucharlo mi madre, soltó una carcajada y dirigiéndose a la enfermera que tenía a su lado, le soltó:
-No le dije que mi novio era muy bromista.
Su respuesta me desmoralizó y reconociendo por primera vez el problema, fui a disculparme con el médico y a pedirle consejo. Ese tipo de situación debía ser algo habitual porque sin aceptar mis disculpas, me explicó que a buen seguro en un par de días recobraría la conciencia pero que eso no era óbice para que esa enfermedad siguiera su curso.
Atentamente, escuché sus consejos durante media hora cada vez más destrozado…
El alzhéimer se desarrolla.
Tal y como me había anticipado, a la mañana siguiente al despertarse mi madre era otra vez la mujer de siempre pero no se acordaba de nada. Por eso al amanecer en la cama de un hospital conmigo dormido en el sofá de al lado, me preguntó que hacía ella allí.
-Mamá tenemos que hablar…- respondí y con el corazón encogido de dolor, le informé no solo de cómo  había perdido la cabeza la noche anterior sino también de la cruel sentencia que el destino le tenía reservado.
Fue entonces cuando demostrando una serenidad que yo no hubiera tenido me confesó que se lo temía y que si no me había dicho nada era porque antes de hacerlo quería dejar las cosas bien atadas.
-¿A qué te refieres?- pregunté.
Con la mente totalmente clara, me contó que estaba cerrando la venta de su negocio y que de ir las cosas como tenía previstas, en menos de una semana, se desharía de él. Comprendí y sobre todo aprecié el valor con el que afrontaba su futura demencia y con todo el dolor del mundo le prometí mi ayuda….
Los hechos posteriores se desarrollaron a una velocidad endiablada debido en gran parte a su juventud. Su edad lejos de ser un obstáculo para el avance de su enfermedad, lo aceleró y por eso aunque en un principio, me bastaba yo solo para cuidarla a raíz de que casi quemara la casa no me quedó más remedio que plantearme otras soluciones.
Reconozco que pensé en internarla pero el día que fui a visitar un asilo que me habían recomendado, se me cayó el alma a los suelos al ver a los residentes de ese lugar y como mi madre me había dejado una fortuna decidí que la tendría en casa todo el tiempo que pudiera.
Durante dos semanas busqué algún candidato o candidata que se quedara con ella mientras yo no estaba. Lo que en teoría debía resultar sencillo se convirtió en una odisea porque el que no era un gordo apestoso, era una geta que no me generaba ninguna confianza. El azar quiso que una mañana, un compañero del curro al oír mi problema me dijera:
-¿Por qué no entrevistas a mi prima? Es enfermera geriátrica y te saldrá barata ya que como no ha conseguido trabajo, se ha tenido que volver al pueblo.
Confieso que si bien no me hacía gracia contratar a alguien emparentado con él, la urgencia hizo que me asiera a su sugerencia como el que se agarra a un clavo hirviendo y acepté conversar con ella, sin darle mayores esperanzas.
Debido a que su pueblo estaba lejos de Madrid, quedé que a los dos días la recibiría. ¡Malditos dos días!. En esas cuarenta y ocho horas, mi madre se cayó en la ducha, se rompió la pierna y perdió la poca conexión con la realidad que le quedaba. Por eso, tuve que pedir un anticipo de mis vacaciones para estar con ella.
La mañana que conocí a Irene, estaba con los nervios a flor de piel. Todo era un mundo para mí y reconozco que estaba totalmente sobrepasado por los acontecimientos. Mientras la esperaba sentado en mi salón, no podía dejar de pensar en que quizás tendría que finalmente internar a mi pobre madre en un asilo. Para colmo cuando llegó y tocó a mi puerta, me encontré que la muchacha era una cría.
“¡No me jodas!” pensé al ver que era una rubita con cara de niña buena, “¡Si acaba de salir del colegio!”.
Afortunadamente durante la entrevista, Irene demostró ser una persona con la cabeza bien amueblada y agradable que de forma rápida consiguió cambiar mi primera impresión. Cómo además sus pretensiones económicas eran bajas y al no tener donde vivir, se quedaría  en casa, me terminó de convencer  porque así me aseguraba un servicio 24 horas. Tras una breve discusión llegamos al acuerdo que sus días libres coincidirían con los míos por lo que cerré con un apretón de manos el trato.
La alegría que demostró al ser contratada me hizo casi arrepentirme de la decisión.  Comportándose como una adolescente, empezó a pegar saltos chillando mientras me agradecía el hecho de no tener que volver al pueblo.
-¿Cuándo puedes empezar?- pregunté creyendo que me diría que en un par de días y con la idea de usar ese tiempo en buscar a otra.
-Hoy mismo, en dos horas. Solo tengo que recoger mi ropa de casa de mi primo…
Irene se traslada a mi chalet.
Desde el momento que esa rubia angelical llegó a mi casa, se hizo cargo no solo del cuidado de mi madre sino que se adueñó de ella de un modo tan total que no me no pude hacer nada por evitarlo. Demostrando un cariño y una ternura sin límites, cubrió a mi vieja de cuidados obligándola diariamente a ponerse guapa y a levantarse pero también como una mancha de aceite, su presencia se fue expandiendo asumiendo para ella funciones para las que no había sido contratada.
Un ejemplo claro de lo que hablo ocurrió a los dos días, cuando al llegar del trabajo me encontré con la sorpresa que un olor delicioso salía de la cocina. Al entrar en ella, sorprendí a Irene cocinando. 
“Si sabe cómo huele, estará estupendo”, pensé sin percatarme que la chavala no llevaba el atuendo blanco de enfermera sino un vestido acorde con su edad.
Haciéndome notar, le  señalé que esa no era su función pero que se lo agradecía. La rubia entonces sonriendo me soltó:
-Disculpe señor pero usted cocina fatal y ya que me paso todo el día en la casa, he pensado que tanto a su madre como a usted les vendría bien mejorar sus hábitos.
No pude contradecir su lógica porque en ese momento mis ojos se habían quedado prendados del par de piernas de la niñata.
“¡No me puedo creer que no haberme fijado antes!”, exclamé mentalmente al admirar la perfección de sus muslos y disfrutar de la forma redonda de su culo.
Irene, o bien no se dio cuenta de mi escrutinio, o lo que es más seguro le divirtió  descubrir que sus encantos me afectaban porque, meneando el trasero, llegó hasta mí y dándome una factura de supermercado, me dijo:
-Me debe cincuenta y ocho euros. Si le parece bien a partir de hoy, cocinaré y haré la compra para que usted pueda descansar.
Su franqueza me hizo titubear pero atontado y consciente de que bajó mi pantalón mi pene se había puesto duro, solo pude sacar la cartera y pagarle. Ya con los billetes en su mano, guiñándome un ojo, me soltó:
-Voy a ponerme el uniforme y cenamos.
Confieso que me giré a verle el culo cuando se fue y también que babeé al observar como al subir las escaleras, sus muslos eran aún más impresionantes.
“¡Qué buena está”, no pude dejar de reconocer.
La chavala volvió al cabo de cinco minutos, ya vestida de enfermera.  Al observarla comprendí el motivo por el que me había pasado desapercibido que esa cría era un portento. Su uniforme además de feo, disimulaba sus curvas y no dejaba entrever que debajo de esa tela había un pedazo de mujer. Involuntariamente puse un mohín de disgusto que cazó rápidamente al vuelo porque como si no quiere la cosa mientras cenábamos me soltó:
-Señor, necesito que me compre dos trajes más de enfermera. Solo tengo uno y además es horroroso.
Alucinado y sintiéndome descubierto, saqué nuevamente mi billetera y le di dinero para que los comprara ella. Irene cogió el dinero sin poner ninguna objeción y habiendo conseguido su objetivo, me preguntó que le parecía lo que había guisado.
-Está delicioso- respondí con sinceridad.
Mis palabras le alegraron y con un brillo que no supe comprender en ese momento contestó:
-No tendrá queja de lo bien que les voy a cuidar a los dos.
El tono meloso con el que lo dijo me puso los pelos de punta porque, lo quisiera o no, era evidente que encerraba una insinuación que poco tenía que ver con su oficio. No queriendo profundizar en el tema, terminé de cenar y como cada noche, fui a llevar mis platos al lavavajillas pero entonces Irene quitándomelos de las manos, me dijo:
-Váyase a descansar, ya los meto yo.
Por mucho que protesté, la cría no dio su brazo a torcer y se salió con la suya, de modo que no me quedó otra que irme a ver la tele al salón. Os juro que no sé siquiera que narices vi porque mi mente estaba tratando de analizar el comportamiento de esa mujercita. Aunque interiormente sabía que se traía algo entre manos, no quise reconocerlo y por eso acepté sus nuevas funciones como un hecho consumado.
Estaba todavía confuso cuando al cabo de diez minutos, llegó hasta mí y dándome un beso en la mejilla, susurró en mi oído:
-Voy a ver a su madre y después me acuesto.
Nada me había preparado para esa muestra de cariño, ni mi vida de solterón, ni mi relativo éxito con la mujeres porque al sentir sus labios tersos sobre mi piel y oler la fragancia a mujer que manaba de sus poros, como un resorte mi verga se izó debajo de mi ropa. Avergonzado, descubrí que se había fijado y por eso totalmente rojo, me quedé callado mientras ella desaparecía de la habitación.
“Tío, ¿De qué vas? ¡Es solo una niña!”, refunfuñé de mal humor al descubrir que la deseaba.
Molesto conmigo mismo, apagué la tele y me fui a dormir. Desgraciadamente me resultó imposible conciliar el sueño porque como si fuera una maldición el recuerdo de su belleza volvía una y otra vez a mi mente. 
Dejándome llevar, me imaginé que Irene entraba en mi habitación vestida con un vaporoso picardías y que llegando a mi lado, se agachaba sobre mí dejándome disfrutar de la visión de su escote. Mitad sueño, mitad pesadilla, la oí decirme mientras mis ojos trataban de descubrir el color de sus pezones:
-¿No cree que su enfermerita se merece un beso al irse a dormir?
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados.  Muerta de risa, Irene  pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
-¿Merezco algo más?-
-¡Por supuesto que sí!- exclamé mientras cogía una de sus perfectas peras  entre mis labios.
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
-¡Hazme tuya!
Su completa entrega me dio alas y creyéndome el sueño, me vi arrodillándome a sus  pies. Tras lo cual separándole las piernas, le quité el tanga. Su dulce aroma recorrió mis papilas mientras ella no paraba de gemir al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Sigue!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y me puse a mordisquearlo buscando devorar el flujo de su coño.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca y presionando mi cabeza, me rogó que continuara.
Sabiendo que todo era producto de mi mente, separé sus rodillas y quedé embelesado al descubrir que la rubita tenía el chocho depilado y con mi corazón latiendo a mil por hora, no pude dejar de reconocer que si ya era bello de por sí, al no tener  ni un pelo que estorbara mi visión, era pecaminosamente atrayente.
Un tanto cortado al recordar nuestra diferencia de edad, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer.  Afortunadamente, Irene miró mi erección con aprobación y  me llamó a su lado. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
-Fóllame-  me ordenó con la respiración entrecortada.
Excitado  hasta decir basta, contuve  mis ansias de obedecerla y metí mi cara entre sus pechos.  Al hacerlo,  su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Cambiando de objetivo, me concentré en el tesoro que escondía su entrepierna. Ya con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pezones, Irene pegó un alarido al experimentar las caricias de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
-¡Qué belleza!- exclamé al disfrutar de ese coño juvenil.
La que hasta entonces se había comportado como una tierna amante se convirtió en una hembra  exigente que cogiendo mi pene entre sus manos e intentó forzarme a que la tomara. Obviando sus deseos, seguí devorando su chocho cada vez con mas ansiedad. Mis maniobras cumplieron su cometido y dominada por el deseo, , se retorció dando gritos sobre las sábanas. Empapando el colchón con su flujo, su sexo se transmutó en un riachuelo que intenté secar pero cuanto más lo devoraba era mayor la cantidad de líquido que manaba y queriendo absorberlo, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Fue entonces cuando con una súplica, me rogó:
-Quiero sentirte dentro de mí- tras lo cual llevó mi pene hasta su sexo.
La necesidad que demostró mientras lo hacía, acabó con mis reparos y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas mientras le decía:
-¿No querrás un aumento de sueldo por esto?- pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
-¡Mierda! !Hazlo ya!- imploró mientras movía sus caderas intentando metérselo dentro.
Centímetro a centímetro lo vi desaparecer en el interior de sus vagina mientras la enfermera de mi madre se mordía los labios con deseo. Al sentir que la había llenado al completo, di inicio a  un lento vaivén, sacando y metiendo mi verga de ese estrecho conducto mientras ella no paraba de gemir. Su entrega me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
-¡Dame duro!- chilló descompuesta.
Su rendición se tornó en total al asir sus pechos con mis manos y  berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
-¡Me corro!- la oí gritar.
Contagiado de su lujuria, incrementé mi ritmo y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí  martilleando su interior con sus gemidos resonando en mis oídos. Supe que no iba a poder retener mi propio clímax si seguía así y por eso bajé mi compás. Irene al notarlo, protestó y con voz melosa, me rogó que siguiera más rápido.
Sus palabras me convencieron  y elevando la velocidad de mis penetraciones, golpe a golpe asolé sus pocas defensas hasta que sus alaridos de placer fueron el acicate que necesitaba para que mi miembro regara con mi semen su interior.
Sabiendo que había sido un sueño, aun así me dormí con una sonrisa en los labios hasta el día siguiente.
Irene se muestra cada vez más “desenvuelta”.
A la mañana siguiente cuando desperté el recuerdo de cómo  había dejado llevar pensando en ella, me golpeó con fiereza. Con la luz del día mi actuación me resultó repulsiva y carente de toda lógica, teniendo en cuenta no solo nuestra diferencia de edad sino el hecho de que esa niñata era la enfermera. Asumiendo que cualquier acercamiento por mi parte terminaría en fracaso y sin nadie que se ocupase de mi madre, decidí no volver a cometer ese error y con ello en mi mente, me levanté al baño.
Al ser temprano, no tenía prisa y con ganas de relajarme, llené la bañera y me metí en ella. El agua caliente me adormeció y sin darme cuenta Irene volvió a mi mente. Rememorando lo soñado, involuntariamente mi pene se alzó sobre la espuma, como muestra clara que por mucho que lo intentara esa mujercita me tenía alborotado. Afortunadamente el sopor me impidió pajearme porque si no hubiera sido todavía más humillante la pillada que esa bebé me dio.   
Estaba con los ojos cerrados luchando con las ganas de coger mi polla y darle uso cuando de pronto escuché:
-Señor, le he traído un café y el periódico. ¿Quiere que se lo lea?
Mi  sorpresa fue total porque al abrirlos, me encontré con esa chavala sentada en una silla, mirándome. Me quedé paralizado cuando extendiendo su brazo me dio la taza como si nada.
-¡Estoy en pelotas!- grité mientras usaba una mano para tapar mis vergüenzas.
La muchacha, sin darle importancia, me contestó:
-Por eso no se preocupe, además de enfermera tengo cinco hermanos y no me voy a escandalizar por ver a un hombre desnudo- pero al ver la mirada asesina con la que le regalé, decidió dejarme solo.
“¡No me puedo creer que haya entrado sin llamar!”, pensé de muy mala leche, “¡Esta tía se ha pasado dos pueblos!”.
Indignado hasta decir basta, me terminé el puto café y saliendo del baño, entré en mi habitación para descubrir que esa cretina me había hecho la cama. Que hubiera asumido que podía arrogarse también esa función acabó por sacarme de las casillas y vistiéndome, resolví montarle una bronca aunque eso significara quedarme sin sus servicios.
El destino quiso que al llegar a la cocina, estuviera dando de desayunar a mi madre y sabiendo cómo le alteraban los gritos, tuve que contenerme y decirle en voz baja:
-Irene, tenemos que hablar.
La muchacha levantó su mirada al oírme y con una sonrisa, contestó:
-Ya sé que debía haberle preguntado pero al ver que las sabanas estaban llenas de manchas blancas, me pareció lógico el cambiarlas.
Saber que esa chavala había descubierto los restos de mi corrida, me llenó de cobardía y sin los arrestos suficientes para encararme con ella, me di la vuelta y salí de casa pero no lo suficientemente rápido para que no llegara a mis oídos que Irene le decía a mi vieja:
-Menos mal que he llegado a esta casa, no comprendo cómo han podido vivir ustedes solos sin nadie que los cuidara.
Ya en el coche y mientras pensaba en lo ocurrido, resolví:
“¡Me tengo que librar de esta loca!”
La rutina del día a día y el cúmulo de trabajo que se agolpaba sobre mi mesa consiguieron hacerme olvidar momentáneamente de la problemón que me esperaba cuando volviera del curro. Durante todo el día la actividad me mantuvo ocupado, de manera que no fue hasta las siete de la tarde cuando recordé que esa noche tendría que poner las maletas de esa niña en la calle.
Si ya no tenía ninguna duda de que tenía que echarla, fue su primo quien me hiciera ratificarme aún más en esa decisión al decirme:
-Por cierto, Alberto, esta mañana me llamó Irene y me contó lo feliz que estaba viviendo en tu casa ya que tu madre es un encanto y tú todo un caballero.
Mi cara de alucine debió ser tan rotunda que muerto de risa me comentó que tomándole el pelo, le soltó que no se fiara porque tenía fama de Don Juan y que ella al oírlo, se había indignado y que le había colgado el teléfono, contestando:
-No te permito que hables así de mi jefe.
En ese momento, no supe  con quién estaba más cabreado si con su primo por ser tan indiscreto o con ella por su absurdo comportamiento. La actitud que había demostrado esa chavala revelaba un sentimiento de propiedad que nada tenía que ver con la debida fidelidad a quién le paga sino más bien con un enfermizo modo de ver nuestra relación laboral.
Os reconozco que cuando encendí mi coche, estaba tan furibundo que, de habérmela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de mi chalet sin más contemplaciones.   Afortunadamente para ella, la media hora que tardé en llegar me sirvió para tranquilizarme y por eso al cruzar la puerta pude escuchar unas risas que provenían del salón.
Ese sonido tan normal por otros lares, me resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido mi hogar. Extrañado e incrédulo por igual, me acerqué a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrí a mi madre chillando de gusto y a Irene haciéndole cosquillas. Esa escena que en otro momento me hubiese enternecido, me dejó paralizado por la indumentaria de la muchacha.
“¡No puede ser verdad!”, rumié entre dientes al percatarme que Irene llevaba puesto un uniforme nuevo y que este al contrario del anterior no podía ser más sugerente.
Desde mi ángulo de visión, el exiguo tamaño de su vestido rosa me dejaba observar en su plenitud dos maravillosas nalgas apenas cubiertas por un tanguita azul. Si ya eso era un cambio brutal, más aun lo fue ver que como complemento, la cría se había puesto unas medias con liguero. Si queréis que defina ese traje, parecía  el disfraz que llevaría una stripper encima de un escenario. Mientras babeaba admirando su belleza, Irene no paraba de jugar con mi madre sin percatarse del extenso escrutinio al que la estaba sometiendo.
“Parece una puta cara”, sentencié bastante molesto por el modelito y alzando la voz, dije:
-Buenas noches.
La niñata al escucharme, se levantó del suelo y corriendo hacia mí con una sonrisa, me soltó:
-Señor, ¿Le gusta mi nuevo uniforme?
Os juro que al verla de pie y descubrir que su tremendo escote me dejaba ver sin disimulo el sujetador de encaje, provocó que tuviese que hacer verdadero esfuerzos para no quedarme allí mirándole las tetas. Retomando mi cabreo, contesté:
-No, me recuerdas con él a una zorra que pagué.
Mi ruda respuesta la dejó paralizada y con lágrimas en los ojos, me preguntó qué era lo que no me gustaba. Fue entonces cuando cometí quizás el mayor acierto de mi vida porque acercándome a ella, con dureza, respondí:
-¿No te das cuenta que soy un hombre y que con él estás declarándome la guerra?- para recalcar mis palabras, manoseé sus nalgas mientras le decía: -Da la impresión de que lo que deseas es que te folle.
Si bien era previsible que Irene se echara a llorar, lo que no lo fue tanto fue que al sentir la tersura de su piel se despertara el animal que tenía dentro y aprovechando que estaba de frente a mí, perdiendo la cabeza, desgarrara su vestido dejándola medio desnuda.
-Si quieres que te trate así, ¡No te lo pongas!
Al observar el pánico en sus ojos, me tranquilicé y dándome la vuelta me fui a mi habitación. Ya solo, el maldito enano que todos tenemos en la mente me echó en cara mi conducta:
“Eres un hijo de puta. ¡Pobre niña!”, machaconamente mi conciencia perturbó mi ánimo.
Mis remordimientos fueron en alza hasta que al no poderlos aguantar, decidí ir a pedirle excusas. Pensando que la chavala estaría haciendo la maleta, me dirigí a su habitación y aunque no la encontré, si me topé con el otro uniforme que se había comprado. Si el primero era escandaloso, este segundo era aún peor porque era totalmente transparente. Al examinarlo bien, descubrí que me había equivocado porque a la altura de donde debían ir sus pechos cuando se lo pusiera, dos cruces rojas taparían sus pezones.
Comprenderéis e incluso aceptaréis que al imaginarme a Irene con semejante vestimenta, me excitara y tratando de analizar esa conducta, caí en la cuenta que la única explicación posible era… ¡Que esa cría tuviera alma de sumisa!
Ese descubrimiento quedó confirmado cuando bajé a la cocina y me encontré con la rubia en sujetador y tanga. Todavía sin tenerlas conmigo quise corroborar mis sospechas y por eso le pregunté por qué andaba así. Su respuesta lo dejó clarísimo:
-Usted me lo ordenó- su tono seguro era el de alguien que no había cometido ningún error.
Al someter su contestación a un somero estudio, supe que no había equívoco y que esa cría al aceptar trabajar en mi casa, había asumido que sería enfermera, chacha y esclava para todo. Deseando revalidar ese extremo, la llevé al salón y sentándome en el sofá, le ordené que se arrodillara a mis pies. La sonrisa que leí en sus labios mientras obedecía,  me demostró que aceptaba de buen grado ese estatus.
Confieso que me calentó verla adoptando esa posición tan servil y forzando su entrega, le pregunté:
-¿Quién eres?
Mi interrogatorio la destanteó y bajando su mirada, respondió:
-Su enfermera.
Al escucharla, solté una carcajada y tomando uno de sus pechos en mis manos, repetí mientras le daba un pellizco en el pezón:
-Te he preguntado quien eres, ¡No quién aparentas ser!
El gemido que surgió de su garganta fue lo suficientemente elocuente pero aun así, esperé su contestación. La cría con rubor en sus mejillas me miró diciendo:
-Nadie, no soy nadie. Una esclava solo tiene derecho a ser eso, una esclava.
Usando entonces mi nuevo poder, le ordené que se desnudara. Irene obedeciendo desabrochó su sujetador y lo dejó caer al suelo. Con satisfacción observé que sus senos se mantenían firmes sin la sujeción de esa prenda y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que permaneció completamente desnuda para ser inspeccionada.
-Acércate.
La mujercita se arrodilló y gateando llegó hasta mi lado, esperó mis órdenes.
-Aquí estoy, amo-, escuché que me decía.
-No te he dado permiso de hablar- la recriminé. -Date la vuelta y muéstrame tu culo.
Con una sensualidad estudiada, se giró y separando sus nalgas, me enseñó su ano. Metiendo un dedo en él, comprobé tanto su flexibilidad  y satisfecho, le di un azote y le exigí que me exhibiera su sexo. Satisfecha de haber superado la prueba de su trasero, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi aprobación.
-¡Que belleza!- complacido exclamé al comprobar que lo llevaba completamente depilado. -Separa tus labios- ordené.
Obedeciendo, usó sus dedos para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, me percaté que brillaba a raíz de la humedad que brotaba de su interior. No tuve que ser ningún genio para comprender que, el rudo escrutinio, la estaba excitando.
Forzando su deseo, le di la vuelta y bajándome la bragueta, la senté en mis rodillas  mientras tanteaba con la punta de mi glande su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y asumiendo  que deseaba tomarla por detrás, forzó la penetración con un movimiento de su trasero. Cómo mi pene entró sin dificultad por su estrecho conducto, le pregunté:
-¿Por qué tienes el culo dilatado?
Muerta de vergüenza y con la respiración entrecortada, me respondió:
-Me he pasado toda la tarde con un estimulador anal, soñando con esto.
Su confesión me hizo preguntar qué más planes tenía preparados antes de que yo llegara. La muy puta comenzó a moverse, cabalgando sobre mi pene, mientras me decía:
-Pensaba que si con ese uniforme no me follaba, meterme esta noche en su cama.
El descaro que mostró me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo empalándola a cada paso. Sus alargados gemidos fueron una muestra clara que estaba disfrutando por lo que acelerando mis movimientos, cogí sus pechos entre mis manos. Mi nuevo ritmo le puso frenética y berreando de placer, gritó:
-¡Supe que sería suya en cuanto lo vi!
Para entonces mi lujuria era tal que cambiándola de postura, la puse a cuatro patas sobre el sofá y reanudé con mayor énfasis el asalto sobre su culo. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo mi trotar en un desbocado galope donde Irene no dejaba de gritar.
-Por favor, amo. ¡No deje de usar a su puta!
Contesté su total sumisión con un fuerte azote. La rubita al sentirlo, aulló descompuesta:
-¡Me encanta!
Su alarido me azuzó y alternando de una nalga a otra, le fui propinando duras cachetadas siguiendo el compás con el sacaba mi pene de su interior. El salón se llenó de una peculiar sinfonía de  gemidos, azotes y suspiros que incrementó aún más nuestra lujuria. Irene ya tenía el culo completamente rojo cuando se dejó caer sobre el diván, presa de los síntomas de un brutal orgasmo. Fue impresionante ver a esa chavalita, temblando de dicha mientras se comportaba como una mujer sedienta de sexo.
-¡Amo! ¡No pare!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió la mesura y berreando como cierva en celo, se corrió mientras  de su sexo brotaba un geiser que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando viéndola satisfecha, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, seguí violando su ojete mientras la rubita no dejaba de aullar desesperada. No tardé en verter mi gozo en el interior de sus intestinos.  Tras lo cual, agotado y exhausto, me tumbé a su lado. Mi nueva amante  me recibió con los brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado diciendo:
-Siempre soñé con tener un dueño.
Os parecerá hipócrita pero estaba contento por no haberla echado y aun sabiendo que la había contratado para realizar otra tarea, esa cría no solo había cubierto mis expectativas sino que me había ayudado a reconocer mi lado dominante. Por eso, cargándola, la llevé hasta mi cama y depositándola sobre las sabanas, riendo contesté:
-En cambio, yo nunca deseé una sumisa.
Asustada por que fuera a prescindir de ella, me imploró que no lo hiciera. Soltando una carcajada, la tranquilicé diciendo:
-Pero ahora que te he encontrado, ¡No pienso perderte!
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

 

“La princesa Maga y sus cuatro sacerdotisas”. Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:
 

Un negocio en Africa hace que nuestro protagonista entre en contacto con la realidad de una cultura y una gente que le eran desconocidas. Sin saber cómo ni porqué se deja llevar por su soberbia y cierra un trato con un reyezuelo local desconociendo que al comprar su heredad no solo estaba adquiriendo unas tierras sino que ese apretón de manos llevaba incluido su boda con su hija, la princesa.
Temiendo por su puesto de trabajo, es incapaz de rehuir es trato aunque ello lleve emparejado unirse de por vida con una mujer con la que siquiera ha hablado y sin conocer las consecuencias que eso tendría. Al ir conociendo a su esposa, Manuel descubre que sus paisanos le tienen un respeto desmedido y que bajo la apariencia de una bella joven se esconde una maga de inmensos poderes. Para terminar de complicar las cosas donde va ella, van las cuatro premières… sus sacerdotisas que tambien se consideran sus esposas.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 
Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

PRÓLOGO.

Nunca me había creído una buena persona, es mas siempre me había considerado un cabrón insensible y carente de sentimientos que iba a lo suyo. Aunque había media docena de tipos que me tenían en buena estima, tengo que reconocer que pasaba de ellos y que lejos de considerarles amigos, para mí siempre habían sido meras herramientas para usar o desechar según el caso.
Nunca había tenido una verdadera relación y mis teóricas novias no pasaron jamás de coños donde descargar mis ganas. Aunque alguna de ellas llegó a enamorarse de mí y creer que yo le correspondía, todas y cada una de mis conquistas hoy ni siquiera me hablan. Para ellas soy un cerdo. Razón no les falta. A la gran mayoría les puse los cuernos y aquellas que tuvieron la suerte de no lucir una cornamenta a buen seguro tampoco me recuerdan con cariño porque en cuanto me cansaba de ellas, las echaba de mi lado sin contemplaciones.
Confieso que hijo de perra, capullo, maldito, egoísta y otras lindezas son apelativos que definían mi carácter y estaba orgulloso de ello. Es más siendo un trepa que no le importaba dejar cadáveres a su paso, subí rápidamente en la multinacional donde trabajaba y con menos de treinta años, ya era subdirector para España.
¡Joder! Me miraba al espejo y me ponía cachondo porque el cretino del otro lado era única persona que amaba en este mundo. Tenía pasta, era guapo, no me faltaban las tías… era un tipo afortunado.
Pero todo aquello cambió a raíz de un jodido ascenso, cuando revisando mi trayectoria los mandamases decidieron que podía hacerme cargo de llevar a buen puerto una enorme inversión que la empresa iba a hacer en África Central.
Allí empezó esta historia la cual dudo alguien se llegue a creer y todo ocurrió por un tonto del culo que creyéndose por encima del bien y del mal, actuó sin conocer antes la cultura de sus gentes….

CAPÍTULO 1

Mi llegada a ese país debía de haber advertido que no debía dar por sentado nada. Os confieso que hoy sé que a pesar de mis múltiples éxitos era un paleto con ínfulas de general y por ello no se me ocurrió pensar que en diciembre en esas tierras de Dios haría un calor insoportable. Todavía recuerdo que llevaba corbata al bajarme del avión, la cual tuve que quitarme aún antes de llegar a la terminal porque el termómetro marcaba más de cuarenta grados.
«Seré gilipollas», pensé mientras me quitaba el abrigo, la chaqueta, la bufanda y la corbata.
Mi segunda sorpresa fue verme rodeado de negros. Os reiréis pero a pesar de saber que el noventa y nueve por ciento de sus habitantes eran de esa raza, una cosa es saberlo y otra bien distinta es entrar a la terminal y ser el único blanco. La sensación de ser un bicho raro era una novedad lo suficiente incómoda para que al salir del aeropuerto con el traductor―chófer―hombreparatodo que la compañía había puesto a mi disposición estuviese cabreado.
«¡Quién cojones me creía al aceptar el puesto!», recuerdo que pensé al ir a por el coche con el sol africano golpeándome la nuca. Lo peor fue que al abrir la puerta del automóvil descubrí que el puñetero moreno no había tenido la precaución de guardarlo bajo una sombra y su interior era una sauna. Ni se me pasó por la cabeza meterme en ese horno sino que obligué al tal Pedro a encender el aire acondicionado y me encendí un cigarro mientras esperaba que se volviera habitable.
«¡Cómo me habré dejado convencer?», me lamenté mirando a mi alrededor y ver el lamentable estado del aeropuerto, «Solo hay pobreza».
Acostumbrado a la vida occidental y aunque me veía capaz de soportar cualquier prueba que el destino pusiera frente a mí, eché de menos mi apartamento de soltero, mis compañeros de juergas y mis putas.
«No tardaré en encontrarles un sustituto», sentencié apagando el pitillo contra el deteriorado asfalto.
Quince minutos después Pedro me avisó que ya podía subirme al todoterreno y para entonces, mi camisa ya estaba empapada de sudor pero no me importó porque vi como una liberación sentir el frescor que salía de los dispensadores del aire acondicionado, sin saber que tardaríamos tres horas en recorrer los cuarenta kilómetros que había entre la capital del país y el poblacho infecto donde tenía que terminar de negociar la compra de unos terrenos con el jefe tribal.
De haber sabido lo que se me avecinaba, me hubiese llevado al menos a un miembro de la embajada versado en la cultura de esa etnia pero como el exitoso ejecutivo que creía que era, no vi problema en enfrentarme a un iletrado subsahariano yo solo. En teoría iba a un mero trámite, mis jefes me habían puesto un precio máximo que podría pagar y no pensaba traspasar ese límite.
«Compro las tierras, vuelvo al hotel y mañana otra vez en España a esperar que empiecen las obras», me dije mientras miraba absorto la naturaleza de ese país.
Al llegar a esa aldea, a pesar del polvo de sus caminos y la miseria masticable de sus gentes, no pude de dejar de valorar el espectacular entorno donde la multinacional quería instalar la fábrica.
«Qué paraíso!», exclamé al ver la exuberante vegetación de esa franja de terreno pegado al lago Marahoue.
De buen grado me hubiese quedado horas admirando el paisaje pero como no tenía tiempo que perder si quería volver a dormir a la ciudad, azucé a Pedro para que me llevara con el tipo que íbamos a ver. Tal y como había previsto, el jefe del poblado resultó un viejo gordo, canoso y repugnante casi sin dientes que no paraba de gritar como si estuviera enfadado.
Extrañado por ese comportamiento, pregunté al traductor la razón de su cabreo y este me miró como si fuera un ser de otro planeta antes de contestar:
―Grita porque le considera un hombre importante y está demostrando con sus berridos la alta estima que le tiene.
«No se les pegó nada de los franceses», murmuré para mí y no queriendo que se sintiera menospreciado, a voz en grito saludé a mi oponente.
El gerifalte sonrió al oír la traducción de mi acompañante y llamándome, me pidió que me sentara a su lado mientras del interior de la choza nos sacaban unas viandas. Al interrogar al traductor cuando íbamos a hablar del asunto que me había llevado hasta allá, este contestó:
―La costumbre le obliga a honrar a su invitado antes de hablar de negocios.
Estuve a punto de vomitar al oler el hedor que manaba de varios de los platos que me pusieron en frente pero, no queriendo ofender a esa gente, probé de todos y cada uno de los guisos. Lo único que se salvaba era la bebida favorita de esa etnia, una especie de vino de palma que estaba realmente bueno. El sabor dulzón de ese brebaje escondía su alto contenido alcohólico y quizás por eso al cabo de dos o tres copas me atreví a piropear a las monadas que servían la comida.
El cretino de Pedro sin preguntar tradujo mis palabras al jefe y este soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo:
―No le recomiendo tontear con las mujeres de nuestro pueblo, son todas brujas.
Su respuesta me hizo gracia y señalando a una diosa de ébano que se mantenía al margen mirándome fijamente y que era especialmente guapa, repliqué:
―No me importaría caer bajo su embrujo.
Ahora sé que debía de haberme mordido un huevo antes de decir tal cosa pero la realidad es que no mentía porque la muchacha en cuestión tenía todo lo que me gustaba como hombre. Era alta, delgada, con pechos duros y un culo de ensueño. Para mi desconcierto, soltando una carcajada el africano me contestó:
―Eso se puede arreglar― y despidiendo a todos menos al traductor y a mí, comenzó las negociaciones diciendo: ―cuánto está dispuesto en pagar por mi heredad.
Con la lección aprendida, dejé caer exactamente la mitad de lo que mis superiores habían marcado como límite, sabiendo que esa cifra no era despreciable en términos occidentales pero en ese lugar debía ser estratosférica.
El viejo no pudo disimular su impresión ante tanto dinero pero como avezado negociador empezó a comentar que además del terreno, tenía que pagar el ganado que pastaba en sus prados, la cosecha de piña que estaba a punto de ser levantada, etc…
Cortando de plano su discurso, cometí el mayor error de mi vida al manifestar:
―Comprendo su inquietud y por ello, en compensación por el dolor que le supone desprenderse de su heredad, le cedería con gusto todo el ganado y los frutos de su trabajo sin descontar nada de su precio, quedándome todo lo demás.
Mi interlocutor al oírme, sonrió y levantándose me dio un abrazo para acto seguido llamar a gritos a todo el pueblo. La gente se comenzó a arremolinar a mí alrededor mientras empezaban a cantar.
―¿Qué coño pasa?― pregunté.
―Al comprar la heredad del jefe, automáticamente se ha convertido en miembro de la tribu y lo están celebrando― contestó el inútil de mi traductor.
En ese momento, la joven a la que había piropeado se sentó a mi lado y me cogió la mano. Algo en su mirada me puso los pelos de punta y extrañado por esa actitud interrogué a Pedro los motivos:
―Está demostrando su consentimiento al acuerdo.
―No entiendo― casi chillando respondí.
El nativo malinterpretó mi nerviosismo y bajando la voz, me explicó:
―En esta etnia, las mujeres son libres de aceptar o no al hombre que su padre a elegido para ellas, pero no se preocupe la hija del jefe está contenta con la decisión.
―¿De qué hablas? Yo solo he comprado los terrenos.
La sorpresa de Pedro fue genuina y acercando su boca a mi oreja, me soltó:
―A eso veníamos pero usted no negoció solo eso, sino el conjunto de la heredad y eso incluye todo― y viendo mi cara de pavor, aclaró: ―como usted ha renunciado previamente al ganado y a la cosecha, además de los terrenos se lleva a su primogénita.
―¿Me estás diciendo que he comprado a esta muchacha?
Indignado el moreno, protestó:
―¡En mi país está prohibida la esclavitud! Lo que ha hecho es pagar su dote― y bastante nervioso, bajó la voz al decirme: ―le aconsejo que no se eche atrás porque esta gente es belicosa y no aceptaran que rompa el acuerdo.
Durante un segundo estuve a punto de salir corriendo pero al mirar a mi alrededor y ver que no había forma de huir, me quedé sentado mientras no dejaba de echarme en cara lo inepto que había sido al ir al culo del mundo a negociar con una cultura diferente sin tener a mi lado a un experto.
―No hay problema― respondí al traductor mientras pensaba en lo fácil que me resultaría ya en España el anular ese matrimonio― ¡cumpliré con mi palabra!
Para mi desconcierto en un correcto español, Thema, mi teórica prometida susurró en mi oído:
―No tenía ninguna duda que lo harías. Llevaba años esperando a mi compañero y desde el momento en que te vi supe que la diosa te había elegido para mí.
Su voz a pesar de su dulzura, no estaba exenta de autoridad y todavía alucinado porque hablara mi idioma, pregunté cómo era posible que lo hubiese aprendido en ese lugar.
―Estaba predestinada a ti desde que mi madre tuvo una visión en la que la Diosa le ordenó que me mandara al colegio de los Padres Blancos a estudiar.
Sus palabras me parecieron una memez pero aun así agradecí que esa chavala hubiese pasado por esos misioneros, cuyo apelativo venía del color de su hábito, porque así podría comunicarme con ella en mi propia lengua y echando un ojo a la morena no pude dejar de certificar mi primera opinión: ¡era preciosa!
Para entonces se había improvisado una fiesta y siendo el centro de la misma, estábamos siendo agasajados con regalos que esa pobre gente no podía permitirse pero aun así nos lo ofrecían. Reconozco que al ver la humildad de esos presentes carentes de valor monetario, pensé en rechazarlos pero entonces apretando mi mano, mi prometida murmuró en mi oreja:
―Levántate y muestra la ilusión que nos hace el recibir esas baratijas. ¡Son todo lo que tienen!
No sé si fue la dureza de sus palabras o el hecho que tenía razón pero la verdad es que me vi impelido a levantarme y aunque me sentía ridículo, respondí dando un gran abrazo de agradecimiento cada uno de esos regalos.
«¿Qué narices estoy haciendo?», me pregunté en un momento dado al percatarme que realmente sentía una gran gratitud con esa gente.
Leyendo mis pensamientos, Thema comentó:
―Estabas muerto pero con mi ayuda te volverás digno de ellos.
Cabreado por el significado que escondían esa frase, la repliqué:
―Soy un buen hombre.
Sonriendo y sin alzar la voz, esa belleza contestó:
―Eso no es cierto y lo sabes. Hasta hoy solo has pensado en ti mismo pero eso va a cambiar. Junto a mí, llegarás a lo más alto pero también te convertirás en mejor persona.
Que esa niñata se permitiera el lujo de opinar sobre mí sin conocerme, me encolerizó y mirándola a los ojos, me enfrenté a ella. Os tengo que confesar que al hacerlo, me sumergí en sus negros ojos y con el corazón encogido, la espeté:
―¿Y si no quiero?
―Querrás y tu esposa estará orgullosa de ti.
La seguridad de su tono me hizo palidecer al darme cuenta que tenía que tener cuidado porque esa jovencita quería convertirme en su esclavo.
―No te preocupes, no es esa mi intención. Deseo todo lo contrario.
―¿Qué quieres?― respondí molesto por la facilidad que tenía esa cría en leer mi mente.
―Un líder justo, un compañero leal y un amante ardiente.
Enfadado hasta la médula y sin saber por qué, vi en sus palabras una agresión y por eso, de muy mala leche, respondí:
―Puedo ser lo último pero si quieres alguien fiel, ¡búscate a otro!
Mi exabrupto no consiguió escandalizar a la morena y acercándose a mí, me hizo saber lo equivocado que estaba al decirme mientras se acariciaba los pechos que después de casarme no me apetecería estar con otra.
Mi reacción me dejó impresionado porque al ver a esa mozuela haciendo gala de sus dones para provocarme no me pude retener y cogiéndola entre mis brazos la besé con una pasión poco propia de mí. Os confieso que a pesar de la presencia de la mitad de ese poblado al sentir la perfección de ese joven cuerpo a través de su ropa, me volví loco y comencé a magrearla con una desesperación que decía poco de mí hasta que muerta de risa, Thema me separó diciendo:
―Ahora no es el momento de demostrarme lo buen amante que eres. Seré tuya pero antes tienes que casarte conmigo.
Humillado por esa jovencita, me juré a mí mismo que por mucho que insistiera me abstendría de tocarla y que al menos esa noche, esa bruja dormiría sola pero entonces pasando su mano por mi alborotada entrepierna, la morena me soltó:
―No me importa. Llevo muchos años esperando al hombre que me haga mujer y puedo esperar para dejar de ser virgen. Primero tendrás que venir a mí rogando.
Escuchar de sus labios que esa preciosa hembra se mantenía incólume, me excitó de sobre manera pero aun así me mantuve firme en mi decisión de evitar a toda costa que esa muchacha se saliera con la suya.
Nuevamente y como si realmente conociera mis pensamientos, Thema me miró pícaramente y viendo que se acercaba el chamán que nos iba a casar, murmuró en mi oído:
―Recuerda, llegará la noche que buscarás mis caricias.
Saber que esa preciosidad nunca había estado con un hombre y que estaba decidida a estrenarse conmigo, me dejó sin palabras y por su causa poco os puedo decir sobre la ceremonia que no sea que todo el mundo mostró una extraña devoción a la madre de mi novia y que compartimos un extraño guiso del mismo plato mientras el resto nos miraba con satisfacción. ¡Estaba demasiado ocupado pensando en el lío en que me había metido!
Mi turbación se incrementó a niveles insospechados cuando, al ritmo de los tambores, un grupo de jovencitas sacó a bailar a la que ya era mi esposa.
«No es posible», murmuré al quedarme hipnotizado por el modo que se movía en la improvisada pista. Incapaz de desviar mi mirada, mis ojos quedaron prendados al contemplarla bailando para mí mientras su séquito la animaba con las palmas.
Nadie me lo dijo pero comprendí que estaba ejecutando una danza ancestral en el que me ofrecía sus caderas, sus pechos y toda ella como tributo a nuestra unión. Es más reconozco que todo mi ser, todas mis neuronas se vieron afectadas por el erotismo de sus movimientos antes que me diera cuenta que bajo mi pantalón mi pene había despertado.
¡Ni siquiera lo pensé! Y pegando un rugido, me levanté a darle caza. En ese momento, me sentía un felino y dominado por el espíritu del león, supe que ella era mi hembra.
No me preguntéis como sabían que iba a verme subyugado de tal forma pero cuando estaba a punto de llegar a mi presa, dos gigantescos indígenas se pusieron enfrente e intentaron detenerme. Todavía hoy no lo comprendo pero al sentir que eran un obstáculo, los ataqué con saña. Usé mis manos, mis piernas, mis dientes hasta que atemorizados se retiraron dejándome vía libre para ir por mi botín.
Si creéis que Thema se había puesto nerviosa al ver mi agresividad, os equivocáis por que al llegar a su lado me sonrió y tomándome de la mano, me llevó frente a la esposa del jefe y le dijo:
―Madre, este hombre ha sido capaz de luchar por tu hija.
He de decir que no entendía nada pero también que cuando levantándose de su silla esa mujer me miró, me sentí pequeño en su presencia pero al oírla hablar comprendí el por qué todos ese pueblo la adoraba. Su voz tenía el poder subyugante de la de su retoño pero magnificado por mil.
―¿Qué ha dicho?― pregunté.
―Que la Diosa ha hablado y que te encuentra digno de ella. A partir de este momento, eres su elegido y ella encarnada en mí es tu mujer y tú eres su marido― emocionada tradujo la muchacha y saltando a mis brazos, me besó con pasión mientras repetía una y otra vez el mismo mensaje: ―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
El placer con el que recibí esa condena de por vida me dejó impactado porque no en vano jamás había entrado entre mis planes casarme y menos con una desconocida por muy buena que estuviera. No me reconocía en el imbécil que babeaba al lado de esa morena y por ello haciendo un esfuerzo sobrehumano, dejé de besarla y casi pidiendo perdón no fuera a verme demasiado ansioso, viendo que la fiesta había acabado, pregunté a mi ya esposa dónde íbamos a pasar la noche.
―¡Donde va a ser!― exclamó escandalizada― En la casa de mi marido.
Avergonzado, tuve que reconocer que no tenía ninguna porque había llegado ese mismo día a Costa de Marfil y no había tenido tiempo de alquilarla.
―Si la tienes― contestó: ― Al casarte conmigo y como mi madre sabía que íbamos a vivir en la capital, en calidad de dote te ha regalado una.
Imaginándome el tugurio, estuve a punto de decirle que no hacía falta, que podíamos ir a un hotel y que entre mis retribuciones, mi empresa se encargaría de pagarme una vivienda digna pero viendo su alegría preferí quedarme callado y solucionar ese tema a posteriori.
«Será solo una noche», sentencié sin advertir que quizás por primera vez en mi vida había pensado en otra persona en vez de en mí.
Por enésima vez en pocas horas, los hechos me sobrepasaron porque cuando ya estaba subiéndome el coche que me había llevado hasta ese remoto lugar, escuché a Thema decirme:
―¿Piensas dejar mi coche con mis cosas aquí?
Al girarme, vi un enorme todoterreno último modelo saliendo de detrás de las chozas. Si de por sí tamaño vehículo no me cuadraba con la supuesta humildad de esa gente, lo que realmente me dejó descolocado fue ver que en el que había venido se subían cuatro de las jóvenes que habían servido el banquete. No sabiendo qué narices hacían, se me ocurrió comentar que si las íbamos a acercar a algún lugar.
―Son mis damas de compañía. Donde yo voy, ellas vienen conmigo.
«Joder, con la señorita. No le basta con una chacha, ¡necesita cuatro!», pensé anotando ese detalle en la agenda de temas a discutir tras lo cual entré en la moderna bestia con ruedas propiedad de esa extraña y desconocida mujer.
La morena esperó a que me acomodara a su lado para ordenar al chofer que arrancara, tras lo cual se pegó a mí diciendo:
―Sé qué todo te resulta nuevo y que tienes dudas pero te aseguro que te haré feliz.
―¿Cómo lo sabes?― pregunté afectado al oler la fragancia natural que manaba de la muchacha mientras intentaba que no notara lo mucho que me atraía.
Muerta de risa y apoyando su cara contra mi pecho, contestó:
―Me lo ha dicho la diosa.
En el poco tiempo que la conocía, lo único que tenía claro de esa belleza es que veía en todo un designio religioso y aunque el ateo que había en mí se rebelaba ante tanta superchería, preferí quedarme callado y disfrutar de la grata sensación de tenerla entre mis brazos.
―Créeme cuando te digo que seremos dichosos juntos― murmuró cerrando los ojos.
Minutos después comprendí que se había quedado dormida cuando el conductor no pudo esquivar un bache del camino y tuve que retenerla con una mano. Mano que desgraciadamente se posó en su pecho, al darme cuenta no pude ni quise retirarla al saber que jamás había tocado algo tan perfecto.
«Esta niña me va a volver loco», reconocí mientras aprovechaba para acariciar esa belleza.
Aun sabiendo que me estaba sobrepasando, no fui capaz de parar y sopesé entre mis dedos su tamaño y dureza antes de dar otro paso.
«Dios, ¡cómo me gusta!», murmuré entre dientes al rozar con mis yemas su pezón, el cual no permaneció impávido y nada más sentir ese roce se irguió bajo su vestido.
Envalentonado, lo estuve toqueteando durante unos minutos hasta que ya excitado decidí que con eso no me bastaba y viendo que se le había subido la falda, bajé mi mano por su cuerpo hasta una de sus piernas. La suavidad de su piel fue el aliciente que necesitaba para continuar y mientras mi mente trataba de restablecer mi cordura, fui recorriendo sus muslos con mis yemas.
―Eres malo― ronroneó ya despierta al saber hacía donde dirigía mis caricias y lejos de recriminar mi osadía, la alentó separando sus rodillas mientras me decía: ―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
Que repitiera era frase como si fuera una oración, no consiguió desviarme de mi objetivo y posando mis dedos sobre el coqueto tanga que llevaba, localicé el botón escondido entre sus pliegues para acto seguido comenzar a acariciarlo.
―La diosa me ha bendecido― gimió en voz baja al experimentar quizás por vez primera el contacto de unos dedos que no fueran los suyos con esa sensible parte de su anatomía y cediendo a sus impulsos, empezó a mover sus caderas al ritmo que mis yemas mimaban su clítoris.
Para entonces todo mi ser estaba concentrado en darle placer y viendo su entrega, me permití el lujo de apartar con mis dedos el último obstáculo que me separaba de su sexo. Thema al sentir que esas caricias se repetían ya sin la presencia de la tela, suspiró calladamente y mirándome a los ojos, me rogó que continuara.
―Disfruta― susurré en su oído mientras reiniciaba el asalto sobre su erecto y empapado botón.
Estuve tentado de hundir mi cara y que fuera mi lengua la que recorriera esas tierras inexploradas pero la presencia del conductor me lo impidió y por eso tuve que contentarme con torturar dulcemente a esa extraña y bella mujer cómodamente aposentado en el sillón trasero del todoterreno.
«¿Qué me pasa?», me lamenté al saber que estaba haciendo exactamente lo que no debía mientras todas las células de mi cuerpo ardían por la lujuria.
Mi calentura era tan brutal que olvidando mis reparos, introduje una de mis yemas en el interior de su sexo y comencé a moverlo de fuera a adentro y de dentro a afuera como si me la estuviese follando.
«Se va a correr», adiviné al notar que Thema parecía sufrir los embates de una descarga eléctrica. Tal y como preveía, esa muchachita no tardó en retener las ganas de gritar al sufrir un gigantesco orgasmo.
Tampoco a mí me resultó fácil experimentar cómo mis dedos se impregnaban con la pringosa prueba de su placer e incrementando mis toqueteos, la llevé a la locura mientras mi pene se alzaba bajo el pantalón y me pedía que la tomara. En vez de ello, me tuve que conformar retirar mi mano de su entrepierna y llevándola a su boca, ordenar que lamiera mis dedos cuando en realidad deseaba que devorara otra cosa.
La morena no solo me obedeció sino que sacando la lengua, simuló que me hacía una mamada. Al verla comportándose como una puta, casi me corro y fue entonces cuando comprendí lo difícil que me sería evitar que esa noche fuera hasta su cama rogando porque me hiciera un sitio.
Una vez repuesta, se arregló la ropa y sonriendo, murmuró en mi oreja:
―Gracias, por hacer que yo disfrutara sin pensar en ti.
Si ya de por sí fue duro darme cuenta que tenía razón y que algo estaba cambiando en mi interior al anteponer su felicidad a mi lujuria, lo peor fue volver a oír de sus labios la puñetera letanía que me recordaba mi condena:
―Tuya y mío, nuestro por toda la eternidad.
«No habrá eternidad ni siquiera otra próxima vez, ¡tengo que librarme de esta loca!», sentencié y girándome, me puse a mirar por la ventana.
Nuestro todoterreno y el que conducía Pedro avanzaban lentamente sobre el camino de tierra. El polvo que levantaba el jeep que nos precedía me dificultaba y mucho la visión pero el paisaje que conseguía vislumbrar era sumamente agreste, montañas y valles escarpados, ausencia de humedad y pobreza por doquier.
Aunque había pasado por esa carretera al ir hacia el poblado, no la recordaba. Por la mañana me había parecido una zona olvidada por la civilización pero sin más. En cambio en ese momento cada paraje me parecía más duro que el anterior y sin saber porque me empecé a indignar, echando la culpa de su miseria a la dejadez de sus dirigentes.
«Esta gente necesitan un guía que se preocupe por ellos e inversiones. Si occidente invirtiera una mínima parte de lo que gasta en armamento, esta tierra podría ser un paraíso», pensé mientras las curvas se sucedían unas a otras sin pausa.
De pronto a la salida de una de ellas, el chofer tuvo que frenar para no atropellar a una mujer tirada en el suelo. Estaba todavía intentando comprender qué había pasado cuando abriendo su puerta, Thema salió a socorrerla.
―¡Qué haces! ¡Puede ser una trampa!― grité alarmado por si todo era una treta para que paráramos.
La insensata muchacha obvió mi protesta y auxilió a la herida sin darse cuenta que contra una valla había dos militares armados con Kalashnikov. Yo en cambio sí me fijé y temiéndome lo peor intenté llevarla de vuelta al coche.
―Déjame, ¡esta mujer necesita ayuda!― sollozó al sentir que la levantaba del suelo.
―Es peligroso, hay gente armada― comenté esperando que al verlo ella misma entrara en razón.
―Me da igual, es mi deber el cuidar de mi pueblo― insistió y zafándose de mí volvió junto a la mujer.
Para entonces Pedro ya se había bajado y quizás más asustado que yo, me avisó que no era bueno auxiliar a esa musulmana, no fuera a ser que los militares nos tomaran por unos rebeldes del norte. Yo ni siquiera había caído en su velo pero al recordar que había leído que existía un foco de rebelión islamista en esa zona, decidí que quisiera o no me llevaría a la muchacha de ahí y por eso cogiéndola en brazos, separé por segunda vez a Thema de la herida.
Ya la había metido en el todoterreno cuándo mirándome con los ojos plagados de lágrimas, me rogó:
―No podemos dejarla ahí, esos bestias la matarán.
Su insistencia me desesperó y siendo al menos tan majadero como ella, volví a por la mujer para subirla al coche. Afortunadamente para mí, los tipos con metralletas se tomaron a risa que un blanquito se dignara a manchar su ropa con la sangre de una de su clase y no tomaron represalias.
En cambio, yo al sentarme en el asiento del copiloto porque el mío estaba ocupada por la musulmana, me giré para pegarle una sonora bronca a la muchacha:
―¡Podían habernos matado! ¿En qué coño pensabas?
―Sabía que la Diosa me protegería y que tú me ayudarías― respondió levantando su mirada un instante para acto seguido volver a cuidar a la herida.
―Definitivamente estás loca― rezongué con un cabreo del diez mientras ordenaba al conductor que acelerara y nos alejara de esos dos indeseables…

 

Relato erótico: “Seducida por los primos de mi novio” (POR CARLOS LÓPEZ)

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me darías 2 

Me llamo Marta, tengo 25 años y me he casado hace unos meses. Estoy completamente enamorada Sin-t-C3-ADtulo2de mi marido, Santi, al cual adoro. A pesar de ello, durante nuestro noviazgo le he sido infiel en alguna ocasión. Cuatro veces para ser exactos. Todas ellas han sido situaciones inesperadas y no buscadas. Estoy arrepentida de ellas y no pienso repetirlas. Me conformo con mis lecturas de relatos para dejar volar mi fantasía. De todas formas dejo aquí mi pequeña aportación:

La pasada primavera estábamos preparando nuestra boda, que fue el septiembre pasado. Contratando el restaurante, música, vestido, fotos, etc. Una de las tareas era repartir las invitaciones a toda la familia y amigos, y nos habiamos propuesto darlas todas en mano. El inconveniente es que nosotros vivimos en Barcelona, pero nuestra familia está un poco repartida. Santi tiene unos tíos en Alicante, y ese era el desplazamiento más complicado. Cuando lo íbamos a preparar, Santi me dijo que ya no teníamos que ir, que había hablado con sus primos y que iban a venir dentro de 2 semanas al concierto de Estopa. Así que nosotros también sacamos la entrada para ir con ellos.
Yo a los primos de Santi sólo los había visto una vez. Fue precisamente en otra boda y tampoco es que hablásemos mucho ese día. Para Santi, la llegada de sus primos era un acontecimiento. Tienen unos 30-32 años y, como son más mayores, siempre han sido un poco la referencia para mi novio. Habla de ellos con admiración y les tiene mucho cariño. Yo, con los rollos de la boda, tenía muchos asuntos pendientes y lo que quería era darles las invitaciones y no enredarnos mucho.
En fin, el día del concierto Santi se empeño en que quedásemos 2 horas antes para ir a tomar unas cañas y picar algo. Yo quise escaparme de ello, pero Santi me pidió que fuese. Además sabía que él quería que fuese muy guapa. Está muy orgulloso de mí y quería “lucirme” ante sus primos. Me puse una minifalda oscura, un top sexy color beige con el cuello asimétrico que dejaba ver un hombro (a Santi le encanta), y cazadora de cuero. Hacía un poco de frío y no era plan ir sin medias, así que me puse unas medias de color marrón oscuro. Soy una chica alta, morena y siempre digo en broma que mis medidas son perfectas 92-60-90. Tetas bien puestas. Piel blanca y suave. Sin puntos negros ni nada feo. Culito bien redondo y algo en pompa. Como les gusta a los chicos.
El caso es que cuando llegué, ya estaban ellos liados con copas y no con cañas. Por el cachondeo que se traían no debían ser las primeras. Tom, que así se llamaba el primo más mayor, se empeñó en que yo me tomase también copa, y me pedí un ron con limón. Notaba como sus ojos se centraban en mí, y me sentía halagada. Tom es muy alto. Medirá quizá 1,90 m. Carlos, el otro de los primos, es más o menos como Santi de alto, y además se parece mucho más a él en todos los aspectos. Es más tranquilo, más dócil. Sin empargo, la personalidad de Tom era avasalladora y lo arrastraba todo. Contaba chistes en voz alta, o historias que le habían pasado con sus amigos o con las diferentes chicas con las que había salido. A pesar de estar yo allí, eran bastante picantes y sus descripciones detalladas y morbosas. Yo notaba que cuando contaba cosas guarras me miraba directamente a mí, pero no le di importancia. Era muy divertido. Santi estaba feliz de estar con ellos y orgulloso de tenerme a mí allí y me pasaba el brazo por la cintura según estaba sentado en su taburete.
Habían pedido unas pizzas en ese pub y, mientras esperábamos a que viniesen, Tom se encargó de pedir una ronda más. A mí, que aún no me había tomado ni la mitad de la primera copa, me conminaron a que me la bebiera entera del tirón y lo hice. Con la segunda copa fui más comedida e hice que me durase toda la “cena”, pero antes de irnos pidieron otra ronda. Ellos llevaban ya cuatro, más alguna caña anterior, y yo 3 casi sin cenar así que me notaba casi flotando. Menos mal que convencimos a Tom para no beber más, pues aún había que ir en coche al pabellón donde se hacía el concierto.
–         Es que ya no estoy acostumbrada a beber –dije yo-
–         Pues tendrás que ir acostumbrandote que ya verás en tu despedida de soltera –dijo Tom-
–         Jo, no me lo recuerdes… que me da pánico jajaja
–         Conociendo a sus amigas, no sé si la dejaré salir de casa –dijo Santi-
–         Jajajaja serás capaz de dejarme sin despedida
–         Por si acaso te deja sin ella, si quieres podemos hacer esta noche tu despedida de soltera… jaja qué morbo -bromeó Carlos-
–         Síii, jajajaja, nosotros haríamos de boys –añadió Tom-
–         No gracias, sois muy amables pero prefiero a mis amigas jajajajaja
–         Jajajajaja, lo que son es unos cabrones–dijo Santi-
–         Joer Santi, encima que evitamos que pruebe esos boys tan cachas y depilados… mira que si le gusta y te hace depilar a ti… -bromeaba Tom-
–         Piénsatelo que la oferta sigue en pie… toda la noche –dijo Carlos guiñando el ojo-
Llegamos al coche de Carlos. No sabría decir el modelo, pero era un todoterreno moderno y bonito que aún olía a nuevo. Santi, que es un apasionado de los coches, se sentó delante con Carlos, y Tom y yo nos quedamos en la parte de atrás. Tom detrás de Carlos y yo detrás de Santi. Todos íbamos con el puntillo divertido. Especialmente yo, que no estoy muy acostumbrada a beber y casi no había comido pizza por la dieta que seguía para entrar en el vestido. Sin darme cuenta, se me había subido la minifalda un poco más de lo normal. Tom miraba frecuentemente a mis piernas y entonces me di cuenta. No se me veía nada, sólo la parte superior de los muslos con las medias marrones, pero cuando fui a colocarme la falda ocurrió algo extraño: justo antes de hacer el gesto de colocarmela, él me dijo “qué pendientes más bonitos” y acercó su mano a ellos observándolos entre sus dedos. Mis pendientes eran largos, como con pequeñas plumas y piedrecitas marrones a juego con la ropa. Una monada. Al ir a bajar mi mano la sujetó suavemente y me dijo “déjame verlos por favor”.
Normalmente soy muy cuidadosa con los contactos físicos aunque sean inocentes, pero en este caso no me pareció nada grave que sujetase mi muñeca. Es el primo favorito de Santi y, por tanto, casi familia mía. Para él es como su hermano mayor. Un segundo después había soltado su mano, y me despojé del pendiente dejándoselo ver, y acomodándome mejor en el asiento. Salvada la incomodidad que tenía de que mi falda estuviese algo subida, estaba tranquila, relajada, riéndome de las bobadas que decían, y contenta de haber acertado con mi ropa y complementos.
–         Qué bonitos son –dijo él- tan suaves…
–         Me los ha regalado Santi
–         Ummm Santi sabe lo que hace para conquistar a una chica… ¿sabes que yo le he enseñado todo lo que sabe? –dijo divertido-
–         Jajaja todo todo no, contestó Santi. Algo he aprendido yo solito… vamos y con la ayuda de Marta…
Tom se puso a hacer cosquillas con las plumas del pendiente en la oreja de Santi, que estaba sentado en el asiento del copiloto.
–         Jajajajaja paraaaa que sabes que no soporto las cosquillas…

–         Entonces se lo hago a Carlos –dijo Tom- bueno no, que va conduciendo… pues a Marta… No te muevas

Con cuidado y delicadeza, acercó el pendiente a mi mejilla. Allí estaba yo, obediente, recibiendo las cosquillas de las plumas de mi pendiente sobre mi mejilla y notando estoica como bajaba a mi cuello y mi hombro descubierto. No pude evitarlo. Se me puso la carne de gallina y me dio un escalofrío. Por un momento noté que mis pezones se habían excitado bajo la tela del sujetador y que Tom, con cierta caballerosidad, sólo miró de reojo.
–         Anda, trae, dame el pendiente, que me hacen cosquillas
–         ¿Entonces por qué te los pones?
–         Porque son preciosos… -dije en un gesto coqueto-
–         Jajaja ¿tú también eres de las de “para estar guapa hay que sufrir”?
–         No séeee, quiero estar guapa pero sin sufrir nada
–         ¿Sin sufrir? Ummmm entonces irás sin depilar….  qué curioso, con lo fina que pareces
–         Jajaja te aseguro que sin depilar no va… no saldría de casa  –saltó Santi divertido y en plan “soy el dueño y sé de lo que hablo”-
–         Jaja Santi… veo que has aprendido a elegir a la mejor chica… -comentario que me halagó- has aprendido bien a tus maestros… jajaja puede que los hayas superado.
–         Es verdad, aunque vosotros no os podéis quejar… -dijo Santi-
Tom dejó de hacerme caso, pero siguió diciendo chorradas a Santi sobre lo que tenía que hacer en la noche de bodas. Que luego, cuando no esté yo, se lo explicaría como cuando era pequeño.
–         ¿No te ha contado cuando me pidió observar lo que le hacía a una chica un día en la casa del pueblo? –me dijo- jajajaja tuve que dejar la puerta entreabierta y una luz encendida…
–         No me ha contado nada, jajajaja, ¿qué pasó? Santí –Pregunté yo divertida y mirando inquisidora a Santi-
–         ¿Sabes que parte de la chica era la que quería ver en concreto? Jaja entonces no se llevaban depilados…
–         ¡Calla Tom! Jajaja -espetó Santi que le subían los colores- ¡no es para estar orgulloso! ¿qué tendría? ¿10…. 12 años?
–         Vale, vale, me callo… Por ahora, que un día contaré a Marta para que sepa con quien se casa… un día quedamos a tomar café y te lo cuento jajajaja –dijo en broma guiñándome el ojo, para añadir haciendo una carantoña a Santi- que nooooo, que Santi es el mejor de la familia…. y el más guapo!
A veces nos cruzábamos la mirada Tom y yo. Me producía una sensación extraña el coqueteo con Tom en el coche. No sé si por estar presente Santi, por la intensidad de las miradas a los ojos, por el papel de líder que Tom tomaba por naturaleza, o por el puntillo que todos llevábamos… en fin, el viaje fue muy divertido, pero casi respiré cuando conseguimos aparcar. Estábamos en una explanada alejada del pabellón. No sé por qué, pero al bajar le di un súper abrazo a Santi con un beso largo e intenso.
–         Ummmmm qué rico beso! ¿Esto a qué viene?
–         ¿no puedo besar a mi futuro maridito?
–         Jajaja claro que sí, pero tengo que unirme a mis primos

002Carlos y Tom se habían alejado un par de metros y estaban haciendo pis entre los coches. Al llegar Santi, los tíos que son unos cerdos hacen comentarios de sus miembros. Presumían de cual es más grande y Tom dijo “que lo decida Marta”. “Jajajaja lo que me faltaba por oir… dije yo… sois unos cerdos ¡vamonos!”. En realidad yo también tenía ganas de ir al baño, pero no me atrevía a hacerlo allí, y esperé a llegar al pabellón. Había mucha gente. Nada más entrar me fui a los baños de chicas, y ellos me tuvieron que esperar casi un cuarto de hora.
–         Menos mal que has vuelto –dijo Tom- Santi ya estaba mirando por si tenía que buscarte sustituta –Santi se puso rojo, delantándo sus miradas-
–         ¡jajajaja no seas malo! –dije yo algo molesta por ver a Santi mirando a otras-
–         No lo soy, mira a Carlos, ya ha empezado en casting… vamos Carlos, que hay que coger sitio.
Carlos, que casi no había abierto la boca en el viaje, se quedó un poco hablando con unas chicas de al lado. Santi dejó de hacerlas caso viendo mi cara de disgusto. No sé cómo lo hizo, pero noté que Carlos apuntaba en su teléfono el número que le daba una de las chicas… Dios mío, estos primos son peligrosos. Nos fuimos a la zona de pie porque a ellos les hacía ilusión. Menos mal que los tacones de hoy eran cómodos. Nos tuvimos que poner en la parte de atrás, casi al final del todo. Nos colocamos juntos Santi y yo, Carlos a continuación de Santi, y Tom, como es muy alto, dijo que se quedaba detrás de nosotros para no molestar. Punto para él.
Lo cierto es que Tom llevaba un tiempo en su mundo. Se había quedado un poco apartado. Seguro que está ligando con alguna chica pensé. Y miraba para atrás. Jo, qué curiosidad me había dado por saber qué hacía.
Santi, haciendo el papel de anfitrión, estaba empeñado en ir a por bebida y que todos beban. Yo, antes que quedarme sola entre sus primos y otro grupo de chicos un poco macarras que había, le dije “¡Voy contigo!”. La decisión fue un poco inconsciente porque para llegar a la barra del bar era complicado. Aunque Santi iba delante, tuvimos que rozarnos con la multitud. Ya se sabe lo que pasa en esos sitios tan llenos. Roces inocentes y no tan inocentes. Y la ropa que llevaba no era la ropa más adecuada. Odio esta situación, pero es lo que hay. En fin.
Pedimos un mini (vaso de un litro) de Ron Brugal con cocacola, que me encanta. El vaso estaba muy lleno. Para evitar que se cayese le dimos un par de largos tragos. Santi, que estaba un poco torpe por la bebida, apretó demasiado el vaso de plástico, y se rajó. Entonces tuvimos que beberlo rápido para no echarlo a perder. Yo ya me notaba un poco borracha y no quería beber mucho más, pero para evitar que Santi lo hiciera, me lo bebí casi todo. No debí hacerlo, casi un litro de ron con cocacola era demasiado para mí. Santi pidió otro mini. No iba a volver con las manos vacías a sus primos. Así que otro trago largo para evitar que rebose y esta vez lo llevé yo.
Otra vez pasar entre la gente, con el inconveniente de que ya estaba tocando Estopa y todo el mundo saltaba y se movía a nuestro alrededor. Roces y algún pisotón. Y yo con las manos ocupadas cuidando el vaso para que no se cayese, y caminando entre la gente detrás de Santi. Casi llegando a nuestro sitio, noté unas manos dentro de mi falda, subiendo por mis muslos hasta mi culo. ¡Joder! Me estaban metiendo mano descaradamente. Eran unos macarras que estaban situados cerca. Dudé unos segundos si decir algo o no, para evitar peleas. Ese momento fue aprovechado por ellos para tocarme a fondo. Uno me apretaba el culo, y otro había metido su mano entre mis muslos y empezó a frotar mi sexo sobre las medias. Confieso que sentí una punzada de placer y de morbo pero ¡qué hijos de puta… no lo podía consentir!. Un tercero dijo rozando mi oido con sus labios:
–         ¡Qué buena estás! quédate con nosotros
–         Dejadme en paz … ¡¡¡¡Hijos de puta!!!!
–         ¿Qué pasa? –dijo Santi dándose la vuelta borracho y enfadado, intuyendo lo que pasaba-
–         Tu zorrita que nos ha llamado hijos de puta –dijo uno de los niñatos-
003
Santi soltó el brazo en un rápido puñetazo, rozando levemente a uno de ellos. No le hizo nada, pero se armó un tumulto. En menos de 5 segundos estábamos rodeados de 5 ó 6 niñatos insultándonos y amenazando con pegar a Santi. Entonces aparecieron su primos y, apartandonos a Santi y a mí, se enfrentaron a los chavales que se acojonaron al verlos. La verdad es que Tom era un gigante y estaba bastante fuerte. Unas pocas amenazas resolvieron la situación, y nos retiramos a nuestro sitio. Menos mal. Fue un mal rato. Quizá no debí haberme alejado y no decir nada cuando me tocaron. En ese momento el corazón me latía a mil por hora. Santi estaba cabreadísimo.
Carlos y Tom quitaron hierro al asunto:
–         Es lo que pasa con una novia tan guapa, que a todo el mundo le gusta -dijo galante Carlos-.
–         Anda, vamos a ver el concierto –dijo Tom-
–         Son unos hijos de puta… dejadme ir para allá -insistía el inconsciente de mi novio algo borracho-
–         Santi, no seas gilipollas, no dejes que esos cabrones nos jodan el concierto y la noche –Carlos ponía la nota sensata-
–         ¿Qué te han hecho, princesa? –Preguntó Tom-
–         Me han tocado el culo al pasar…
–         Bueno, nada que no tenga remedio… ¡ESTOPAAAAAA! –dijo Carlos-
Me encantó su actitud. La de ambos. Normalmente odio que me llamen “princesa”, pero en ese momento reconozco que me gustó. Estaba nerviosa y me sentía bien, protegida por ellos, y envuelta en sus palabras cariñosas. Milagrosamente, el mini de Ron con Cocacola no se había derramado, y todos bebimos. Especialmente Santi y yo, para calmarnos un poco. Al rato ya estábamos bromeando sobre el episodio y disfrutando del concierto. Estos episodios luego se convierten en anécdotas que siempre se recuerdan. Lo cierto es que lo estábamos pasando bien. Saltando y riéndonos. A veces, cuando menos esperas pasártelo bien es cuando mejor te lo pasas. Y ahora estábamos todos un poco desmelenados. Hablando entre nosotros y cantando las canciones a gritos. Los primos de Santi eran súper majos.
Esa fue la mejor parte del concerto, porque después de varias canciones, Santi que iba muy borracho necesitaba urgentemente ir al baño. Yo también estaba muy afectada y también tenía que ir al baño, pero con lo que había pasado antes con los macarras, no me atrevía a acompañarle. Así que Carlos dijo que él le acompañaba al WC. Nos quedamos solos Tom y yo, y seguíamos cantando y saltando entre la gente. Ya estaba un poco afónica. Ahora no me importaban los roces, al contrario, en mi estado me gustaba sutilmente (eso pensaba yo) rozarme con Tom. Iba muy borracha y además había tanta gente que no se podía estar de otra manera. Tom bromeaba casi todo el rato. Me tomaba de la mano y decía:
–         jajaja así todo el mundo creerá que eres mi novia
–         No sé yo, eres un poco mayor para mí… -decía yo para picarle-
–         Mejor, así todos piensan que “algo sabré hacer” para haberme ligado a una chica tan guapa y tan joven –decía mientras me guiñaba el ojo-
–         ¿Ah sí? ¿Y qué es lo que sabes hacer? Jajajaja
–         Luego te lo explico jaja
Y seguíamos bailando y cantando. Casi todo el tiempo él estaba detrás de mí. Me tomaba de la cintura para bailar un poco y en un gesto como si me protegiese. Después de lo ocurrido con aquellos chicos, yo me sentía bien así, resguardada. El hablaba a mi oído rozándome con sus labios y yo, aunque lo hubiera entendido a la primera, le decía “¿qué?”, para que lo volviese a hacer. Me encantaba la sensación. Me sentía desinhibida por la bebida y aunque sabía que no podía pasar nada entre nosotros, me sentía bien con sus contactos. Mis pezones estaban marcados casi permanentemente en mi top. Creo que él lo notó porque me dijo otra cosa que en ese momento me hizo gracia
–         Te voy a subir a mis hombros para que veas bien el concierto.
–         Jajajaja no seas loco, que llevo falda
–         Mejor
–         ¿Mejor?
–         Sí, así entro en contacto casi directo con algunas partes de tu cuerpo… jaja
–         Jajajajaja eres un guarro –dije yo divertida… me hacían gracia sus ocurrencias-
Entonces empezaron a tocar las baladas. Hay una especialmente bonita de Estopa que se llama ya no me acuerdo“ya no me acuerdo… si tus ojos eran marrones o negros… que botón de tu camisa desabrochaba primero….“. Apagaron las luces y toda la gente sacó su mechero y se puso a cantarla moviéndo los brazos. Precioso el espectáculo. Tom, que seguía detrás de mí con la mano en mi cintura, cantaba en mi oído. Sus labios me rozaban la oreja, cosa que es mi punto débil y siempre me ha puesto muy muy tierna. En ese momento estaba super caliente. Tanto que dejé que la gran mano de Tom se introdujese por la cintura en mi top y acariciase directamente la piel de mi tripa o mis costillas. Me electrizaba. Estaba derretida y pegaba mi espalda a él bailando al mismo ritmo suave.
Qué momento. Él se sentía autorizado y con su mano me acariciaba cada vez un poco más alla. Bajaba a la cintura de mis medias y se colaba un poquitín en ellas rozando el elástico de mi tanguita, para luego deslizarse justo encima de mi ombligo y atraerme hacia él. La melodía de la canción lo envolvía todo. Yo me dejaba llevar, aunque sabía que como su mano bajase un poco más, o subiese hasta llegar a mi pecho, tendría que deternerle. Pero él jugaba exactamente con los tiempos. Sabía como mantener mi deseo sin forzar más la situación.
Sin-t-C3-ADtulo3
Mi mente era una mezcla de sensaciones. Por un lado me moría por que su mano siguiese y me envolviese el pecho. Por otro, pensaba en Santi y me entraban remordimientos. En cualquier momento aparecería y no podía hacerle una putada. Sin embargo, pese a que hacía un gran esfuerzo por disimularlo, mi cuerpo me había traicionado hacía rato y estaba completamente entregado a Tom. Estaba muy excitada. De repente me di cuenta de que tenía el culo y la espalda apoyados en él, bailando suavemente. Él mantenía la mano izquierda dentro de mi ropa acariciando mi piel, y la derecha sobre mi cadera haciendo que mi culito rozase sutilmente su bulto. Madre mía, estaba fatal. Él, sin acceder a ninguna parte sexual de mi cuerpo había conseguido que notase mi tanga empapado bajo las medias. Traté de separarme un poco por decoro, pero él no me lo permitió y me mantuvo pegadita.
Una parte de mí no quería que terminase nunca la canción, pero menos mal que lo hizo. Nos abrazamos cara a cara casi un minuto. Ufffff, que sensación pegar mi pecho al suyo. Todos los asistentes estaban emocionados. Yo, además, entregada. Otra vez rock y marcha por parte de Estopa, y al fin llegaron Carlos y Santi. Menos mal, aunque Santi iba muy mal. Había vomitado y se le notaba casi ido. Como el concierto ya estaba acabando, decidimos irnos.
Carlos se hacía cargo de Santi, que andaba como uno autómata. Tom abría camino entre la gente, y yo iba detrás intentando sostenerme yo misma de pié. Quise detenerlos a la altura de los baños porque tenía muchas ganas de hacer pis, pero se habían adelantado ya. Me notaba muy mareada. Les seguía como podía. Se me había subido la bebida y tenía miedo de quedarme atrás y perderlos. Además, mi mente daba vueltas a la situación. Me había excitado enormemente por la acción “inocente” de un casi-desconocido que además era el primo mayor de mi novio. Por fin salimos del pabellón y nos encaminamos hacia el coche por los parkings, pero nuestro coche estaba aún lejos y yo no aguantaba más:
–         Oye… chicos… esperadme un momento por favor –dije-
–         ¿Qué quieres Marta? –Dijo Tom sin detenerse-
–         Tengo que hacer pis
–         Es que si nos paramos, Santi se va a quedar inconsciente y lo vamos a tener que llevar en brazos
–         Es que no me aguanto
–         Carlos sigue tú anda que me quedo yo con la niña
No sabía si protestar por lo de niña, pero tenía tantas ganas de hacer pis que lo dejé pasar. Me puse entre unos coches y le dije “¿me esperas ahí?”, “vale “ contestó. Me agaché, subiendo mi faldita y bajando mi ropa. Ufff mi tanga estaba pegado al cuerpo, qué sensación separarlo. Estuve mucho rato porque tenía muchas ganas y cuando ya terminaba miré hacia atrás. Tom estaba junto donde le había dicho que me esperase pero como es tan alto me estaba viendo de pleno. Jo, qué corte me dio. “Date la vueltaaa” dije con voz de niña. “Vamos pesada que no es el primer culito de niña que veo”. Delante de su mirada me limpié con un kleenex y me subí la ropa.
–         Vamos Marta.
–         Jo, me has visto…
–         Lo siento
–         No está bien mirar desnuda a la novia de tu primo
–         Me detuve justo donde me dijiste. Además, no se ve nada, ¿no ves que está oscuro? –se defendió él-
Eso me tranquilizó. Tampoco tenía muchas ganas de guerra. Lo que quería es que pasase el tiempo a ver si se me pasaba la borrachera que llevaba. Y claro, que Santi también se recuperase. Aunque yo creo que él hasta que no durmiese no se recuperaría. Nos encaminamos hacia el coche. Unos segundos más tarde me preguntó Tom casi en un susurro:
–         Por cierto ¿ahora todas las chicas lleváis el coño depilado?
–         Jajajaja ¡¡que malo eres!!! –me sonrojé, pero me hizo gracia cómo jugaba conmigo-
–         Jajajaja vaaaale, no niego que lo soy…. es broma, es verdad que casi no se ve nada
Al llegar al coche, Carlos sujetaba a Santi para que siguiese devolviendo. Saqué mis pañuelos del bolso y me dispuse a mimarle y a cuidarle. No es que yo estuviese en mucho mejor estado, pero al menos estaba consociente. La verdad es que él había vomitado todo y ya se había quedado a gusto. Ahora casi se me quedaba dormido. Decidimos irnos y llevarle a casa. Tom le colocó en el asiento del copiloto porque “así iba más sujeto”. Así que Tom y yo otra vez atrás. Carlos conduciendo y poniendo música y Santi dormido roncando. De repente, me dio por recordar que esta mañana yo pensaba que iba a ser un día tranquilo, así que me puse a reir yo sola. En fin, todo puede enredarse más.
–         ¿De qué te ríes tú? – dijo Tom-
–         jiji no, de nada…
–         ¿Cómo que de nada? –contestó divertido mientras sus dedos me hacían cosquillas en la tripa.
–         Jajajaja
–         Ummmm, no quieres hablar. Habrá que hacerte hablar por la fuerza…. ¡Por la fuerza de las cosquillas! Jajajaa
–         Jajajaja nooo, por favor… seré buena, pero cosquillas noooo –contesté divertida-
–         Anda ven aquí, que el que voy a ser bueno voy a ser yo -dijo Tom mientras pasaba su brazo por mis hombros y yo apoyaba mi cabeza en su pecho-
En ese momento la situación era relajada. Típico momento de cariño y camaradería que ocurre en una buena borrachera.
–         Voy, pero porque vas a ser bueno… –dije-
–         Aún no me has contestado a la pregunta de antes –susurró en mi oido-
–         ¿a qué pregunta?… –pregunté inocente- ahhhhhhh ya lo sé –yo sola caí en que era la relativa a mi sexo depilado-
004
Ahora la conversación era entre Tom y yo. Eran prácticamente susurros. Carlos conducía a su aire y yo no tenía nociones de por dónde íbamos.
–         Bueno, no contestes… me hago una idea –dijo él-
–         Jijijiji qué malo
–         ¿Soy malo? Pues no sabes lo que se me está ocurriendo…
–         Miedo me das, jiji… anda dime –dije yo cavando mi propia tumba por mi curiosidad-
–         Es una maldad. Un capricho. Súbete la faldita un poco… como en el viaje de ida –esta vez me hablaba directamente al oído-
–         Nooo ¡estás locoooo! –contestaba yo también susurrando-
–         Dame ese gusto anda
–         No, jijiji
–         Venga nena, sabes que me tienes loquito por tus huesos –insistía esta vez besándome levemente la oreja por detrás- Hazlo
–         Vale, pero no voy a hacer nada más –contesté mientras él seguía pasando sus labios suavemente detrás de mi oreja-
Con más vergüenza que otra cosa, subí mi falda dejando a Tom una magnífica visión de mis muslos casi enteros. La verdad es que estaba super caliente. Estar abrazada a Tom, y tenerle besando y susurrandome en el oído no ayudaba nada.
–         Qué guapa eres Marta… guapa… sexy… -me susurraba al oido-
–         Anda no seas malo… dijiste que te ibas a portar bien…
–         Sí, pero sólo después de que me des un beso
–         Muak –Se lo di en la mejilla-
–         No, ese no, uno de verdad.
–         ¡No puedo! –susurré-
–         Venga, que no se va a enterar nadie…
–         Que noooo, que soy la novia de tu primo… no puedo
–         Pero sí quieres
–         Jijijiji eso no te lo voy a decir
–         Sí quieres…. Venga, sólo uno. No seas tímida. Si no se va a enterar nadie. Mírame.
Entonces volví su cara hacia él, y en ese momento me besó en los labios. Le dejé hacer unos segundos y luego me quise desprender, pero él me sujetó suavemente la cabeza. Suave pero con firmeza. Pasó sus labios a mi frente, a mis mejillas, a mis párpados… en suaves besitos. Jo, no me esperaba un gesto tan dulce, y cuando volvió a posar sus labios en los míos sólo pude responderle. Nos besamos suave y dulcemente para ir poco a poco incrementando la intensidad del beso hasta hacerlo salvaje y duro. Nunca está bien valorado un beso, pero para mí, un hombre que besa bien es enormemente atractivo. Sólo con el beso, Tom consiguió que me evadiera de la situación y que me sintiera deseada y especial.
Entre beso y beso me decía mil palabras de amor. No sólo era lo que decía, sino cómo lo decía “eres preciosa”, “eres una súper chica”, “me tienes loco desde que te vi”…. “tu boquita… preciosa”.
Mientras tanto, sus manos se habían metido dentro de mi top y acariciaban mi piel. Hacía años que no me sentía tan caliente ni tan deseada. Tan bien acariciada. No tenía prisa. Sabía que tenía que pararle cuando llegase a mi pecho, pero él se recreaba bordeando mi sujetador, pasando a mi espalda, o pasando sus manos a mi culito por encima de las medias.
Aún tuve un arranque de cordura y le dije “por favooooor, para” pero mi voz ya era débil “que me caso en septiembre”. Pero él no escuchaba. Hacía su labor con suavidad, y precisión. Me tapaba la boca con sus labios y me daba un beso que no podía resistirme a continuarlo e introducir mi propia lengua en su boca. Estaba en éxtasis. Si no, no habría seguido su juego, pero ya no tenía voluntad. No sé en qué momento soltó mi precioso sujetador rosa sin tirantes, pero cuando me quise dar cuenta sus manos manejaban mis pechos con la misma precisión de todos sus movimientos anteriores.
En ese momento sabía que estaba perdida. Mis pezones son muy sensibles. Grandes y rosados, pero sobre todo no puedo resistirme ante alguien que sepa tocarlos y tratarlos. Él lo hacía como nunca nadie me lo había hecho. Suavemente, tiraba de ellos para dejarlos deslizar entre sus dedos. O los aplastaba un poco. O dejaba rozar las yemas de sus dedos casi imperceptiblemente, pero haciendo que se me pongan duros y salidos como nunca. O los presionaba fuerte, bordeando el límite del dolor. Luego pasaba su mano gigante sobre mi pecho de nuevo dejando que el pezón le arañe la palma. Mientras tanto, su boca sobre la mía. Y yo entregada recorriendo con mi lengua todos sus rincones.
Yo había perdido la noción del tiempo, aunque sospechaba que Carlos daba vueltas sin saber a donde. Mi mano se puso sobre sus vaqueros. A la altura de su culo. Pero él hizo una cosa que me descolocó. Me quitó la mano y me la puso directamente sobre mi coñito. Sobre las medias. “¿Cómo está? Marta”. Mi mano se movía sola. Suavemente, saciando la sed de caricias que tenía todo mi cuerpo. “He preguntado que como está, Marta”. Tuve que bajar la cabeza, y con un hilo de voz contesté “mojado”.
005
Entonces, con sus manos tomó el tejido de mis medias a la altura de mi coñito y rasgó la tela. La rasgó lo justo y necesario y volvió a poner mi mano, esta vez sobre mi húmedo tanga y la piel desnuda de mis ingles. “tócate para mí”…. “nooo”… “vamos Marta, hazlo, cielo”. No necesitaba que me insistiera mucho. Mantenía mi mano en el camino que ya conocía sobradamente. El camino de mi lindo y delicado coñito. Entonces hice algo que jamás en mi vida se me habría pasado por la cabeza: comencé a masturbarme obedientemente, mientras él me observaba y continuaba jugando con mis pechos. No sé en qué momento había subido mi top que estaba arrugado sobre mis tetas que estaban a la vista.
–         Quiero que te corras para mí, Marta
–         Ufffff, no debería hacer esto
–         No es nada malo, Martita… y quieres hacerlo, mira cómo estás –decía mientras pasaba suavemente sus dedos sobre mi pezón erecto- ¿quieres o no?
–         Sí quiero… -acerté a decir pues había pasado el momento en el que estaba tan cerca del orgasmo que mi mente ya no regía-
No sé por qué, en ese momento, el hecho de no intentar penetrarme me hacía fantasear con que todo lo que estaba pasando no suponía una infidelidad hacia Santi. Lo cierto es que mis dedos trabajaban mi chochito que estaba tan húmedo como no acertaba a recordar. El coche se había detenido, pero yo no me había dado cuenta.
–         Me voy a correr ¿puedo? –no sé por qué le pedí permiso, pero lo hice-
–         Espera que quiero verlo bien, enséñamelo Martita –dijo encendiendo la luz interior del coche-
Me orienté hacia él y aparté mi tanga de delante de mi sexo. Estaba ida y hacía lo que él me pedía. Se lo mostré. Era como una flor abierta. Excitádísimo y brillante por la humedad.
–         Espera –dijo él y rompió mucho más mis medias, haciendo el agujero más grande.
–         Ufffff –Me excitó su actitud, el sonido de la tela rasgándose-
–         Ahora echate para atrás que quiero saborearte Martita.
Obedecía como una autómata. Recosté mi espalda en la puerta y eché el culo hacia delante ayudado por él. Tom tapó de nuevo mi sexo con el tanga, y puso su boca abierta sobre ello. Estaba caliente y húmedo porque notaba como él, entre mordisquito y mordisquito aportaba saliva a mi centro. Joder qué sensación. Siempre habia tenido la fantasía que alguien ponía su boca sobre mi sexo con la ropa puesta, pero mira por donde el único que lo había hecho era Tom.
–         Quiero que juegues con tus tetas Marta
–         Síiii
–         Pero sé más dura con ellas… vamos tira de tus pezones que estás muy guapa….
Apartó entonces mi tanga y su lengua me penetró bastante profundo. Joder, no sé lo que me hacía pero creo que introdujo dos dedos en mi ser, a la vez que su lengua me recorría longitudinalmente toda la raja… ya no podía más:
–         OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
–         ¿Qué me haces? Cabrón
–         OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH Me corro, me corroooooooo
–         Vamos sonríe que estás muy guapa
Él seguía trabajando mi coño sin descanso. Nunca me lo habían hecho tan bien. No entendía por que me hablaba.
–         Sonríe Marta ¿te gusta? Vamos dílo ¿te gusta?
–         Me encantaaaaaaa JODEEEEER OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH….
No sé cuanto duró, pero sí que fue largo largo. Intenso como nunca. Ya me estaba relajando, cuando Tom dijo “ahora te toca a ti, ven”, y se sentó en el coche de nuevo soltándose lentamente los vaqueros. Mis ojos estaban deseando que descubriese su miembro, mientras me arrodillaba en el asiento trasero del coche disponiéndome para chupársela. Por la forma que hacía sobre los calzoncillos parecía grande. Cuando la sacó me pareció inmensa, y me abalancé hacia ella introduciéndola en mi boca. Creo que llevaba toda la noche deseándolo.
–         Espera un poco ansiosa… anda sonríe a la cámara
–         ¿qué?
Levanté la cabeza y vi que Carlos estaba grabándome con el teléfono móvil. Joder. ¿qué hacía yo con la polla de un tío en los labios, en un coche aparcado quien sabe donde, con mi novio dormido en el asiento de delante de mí y otro tío grabándome? Ufffff. Y encima en ese momento sólo quería meterme ese trozo de carne en la boca. En mi descargo sólo podía decir que precisamente Santi era el que me había metido en la boca del lobo. Me ha hecho arreglarme y beber… me había puesto en bandeja de sus primos. Ahora estaba cachondísima y borracha, y sólo quería que me hiciesen de todo. ¿Quién sabe el tiempo que llevarían grabándome? Por eso me decían que sonriese y que estaba guapa. Por eso habían encendido la luz del coche. Ya todo me daba igual. Y sí, sabía que luego me arrepentiría, pero en ese momento abri mis labios mirando a la cámara y me metí esa gran polla hasta donde pude. Como habían dicho antes “era mi despedida de soltera”….
–         Muy bien Martita enséñanos lo que sabes hacer –dijo Carlos-
–         Gggggffffffffffff
–         Así, mira a la cámara –Tom me tomaba del pelo suavemente y me orientaba la cara al teléfono móvil, que grababa a pocos centímetros de mi rostro-
Cerré los ojos y me concentré en lo que hacía. Oía como hablaban entre ellos. Decían que Santi se había quedado corto,  que yo era aún más viciosa de lo que les había contado. Y Tom añadía, “sí dijo que era una auténtica zorrita, pero en lo de chuparla se ha quedado corto… ¡cómo lo hace! muy bien Martita”. Carlos añadió: “pues dice que se lo traga todo todito, vamos a verlo jajaja”. Aún en mi estado de embriaguez y calentura, esos comentarios me tocaron la fibra. Me daba rabia lo de Santi… será cabrón, mira que contarle a sus primos como soy yo en la cama. No sé, me sentí como traicionada y me desinhibí aún más. Ahora pensaba que la verdad es que Santi se lo merecía. Por imbécil.
Carlos salió del coche y abrió la puerta que tenía yo a la espalda. Dijo divertido a Tom “Joder, no sabes la imagen que te estás perdiendo”, y añadió “¡qué culo tienes Marta!”. No es por presumir, pero mi culo redondito siempre ha llamado la atención de los hombres. Carlos comenzó a amasarlo y a darme algunos azotes. Eso me pone mucho, y más en la postura que estaba: De rodillas, a cuatro patas sobre el asíento, esmerándome en hacer una mamada antológica a Tom y con el culito totalmente expuesto. Entonces me subió la minifalda y me bajó las medias y las braguitas, dejando al descubierto toda mi intimidad. Yo pensaba…. “Ójalá me folle ahora”. Sólo pensaba eso. Pero él se tomaba su tiempo. Debía estar haciéndome fotos y grabándome porque notaba como me abría los labios, y como masajeaba mi sexo produciendome escalofríos.
–         ¿Estás contenta con tu despedida de soltera, Martita? –dijo Carlos recordando nuestra conversación de hacía unas horas-
–         Síiii –dije en un gemido-
009
Según contestaba a todo lo que me preguntaban, me di cuenta de que me sentía una auténtica puta. Era una locura, pero lo había tomado como mi despedida de soltera. Es verdad que siempre he fantaseado con la idea de hacer un trío con dos hombres y que dispongan de mí a su manera. Supongo que esto les pasa a más mujeres, y nunca se tiene la ocasión. En ese momento yo ya me dejaba hacer de todo. No podía oponerme, el sexo dominaba mi cuerpo. Llegada a este punto de entrega, ya me daba todo igual. De perdidos al río. Carlos me dio una palmada bastante fuerte sobre mi culito desnudo. Me sorprendió y se me escapó un gemido. Entonces siguió y me dio varias… 5 o 6
–         ¿te gusta Marta?
–         Gggggffffffmmmm –dije sin poder sacar la cabeza del regazo de Tom-
–         No puede hablar ahora jajajaja –Dijo Tom-
Pero Carlos seguía masajeándome hábilmente el coño. OOOhhhh pero cómo lo hacían tan bien. Estaba a punto de correrme otra vez. Necesitaba que me penetrara. Lo necesitaba:
–         ¡Fóllame por favor!
–         Venga, termina lo que estás haciendo… -dijo Tom obligándome a chupar su polla otra vez-
–         Espera que la quiero oir bien…
–         ¡Fóooollame!
Carlos dio la vuelta al coche y, abriendo la puerta trasera de nuestro lado, se puso a grabarme justo enfrente de mí, mientras con su otra mano se abría su cinturón y su pantalón y sacaba un grueso miembro….
–         Jaja tendrías que verte los ojos como te brillan al mirarme… A ver Martita, dime exactamente qué haces y qué quieres que te haga.
–         Jajajaja qué cabrón eres Carlos –dijo Tom impidiéndome que sacase su polla de mi boca para hablar- ahora te lo cuenta, pero primero tiene que pasar por maquillaje jaja
Sospechaba que lo que me iba a hacer era correrse en mi cara y, en lugar de sentirme menospreciada, lo deseaba. Deseaba con todas mis fuerzas darle placer.  Me sentía sometida. Usada. Borracha. En sus manos. Y cabreada con Santi, que roncaba al lado sin saber nada. Nunca había experimentado esa sensación pero ahora no podía oponerme. Lo deseaba. Ahora me estaba ayudando de mi mano para pajear la base del miembro de Tom, mientras con la lengua se la pasaba por todo su glande y su frenillo, deslizandola y saboreando todo el líquido preseminal que de allí salía. Él había echado la cabeza hacia atrás y notaba que estaba a punto de correrse.
–         Bueno, pues voy a enfocar primero al primo Santi que va a hacer unas declaraciones…. Santi, la familia está encantada con tu prometida ¿tienes algo que decir?
–         …. –Santi sólo roncaba-
–         No puede hacer declaraciones. La emoción le embarga.
Carlos bromeaba continuamente, estaba desatado. Así, un poco borracho se notaba que también podía ser el alma de la fiesta. Volvió otra vez a ponerse detrás de mí. Sujetando mis caderas y tirando de ellas hacia atrás me hizo sacar mis pies del coche. Yo estaba un poco insegura hasta que mis zapatos tocaron el suelo. Imaginad como estaba, con medio cuerpo dentro del coche, y medio cuerpo fuera. Con las medias bajadas hasta las rodillas, y la falda subida. Tom se movió hacia mí en el asiento del coche y me lancé de nuevo a su polla para meterla en mi boca.
Carlos también se lanzó, y noté como su polla se apoyaba sobre mi anhelante coñito. “Por favor que me la meta” pensaba. Menos mal que en ese sentido los tíos son bastante previsibles. Empezó a abrirse camino dentro de mí y, a pesar de lo lubricada que iba, me entro cierto miedo pensando en lo grueso de su miembro. No me dio mucho tiempo tampoco porque en varias entradas y salidas me la clavó hasta el fondo. Ufffffffffff, qué sensación. Creo que pegué un alarido. Tuve que levantar la cabeza de la polla de Tom para respirar, pero éste no estaba de acuerdo con ello y, una vez más, empujó mi cabeza de nuevo hacia abajo.
Carlos se había transformado. Ahora era un hombre casi violento y me hacía un mete-saca lleno de energía. Decía “Vamos pequeña, esto era lo que querías…. soñabas con ello… pues ya lo tienes” y según decía esas palabras me embestía salvajemente sacando su polla para volverla a incrustar en mí hasta el fondo de mi ser.  Las sacudidas de Carlos y sus palabras nos activaron aún más (si eso era posible) y Tom, entre gemidos, empezó a descargar dentro de mi boca:
–         Ahhhhhhhhhhhh Uuuuffffffffffffffffffffff
–         Ahhhhhhhhhhhh Uuuuffffffffffffffffffffff
Yo tragaba ansiosa todo lo que salía de allí. Cómo podía salir tanto, y Carlos me daba azotes en el culo… “cómo te gusta esto Marta…. Vaya despedida”. Yo no podía hablar, sólo empujaba hacia atrás para que la polla de Carlos no saliera de mí. Carlos comenzó a jugar con mi agujerito trasero y eso me asustó. Nunca me lo habían hecho por ahí y se lo reservaba a Santi…
–         No el culo no, por favor… follame el coño…. Haré lo que queráis….
–         Calla Martita… -dijo con firmeza- y si te relajas es mejor –no paraba de acariciarme el ano-
–         Por favor –suplicaba- haré lo que sea, cuando sea….
–         Tranquila, que sólo voy a acariciártelo ¿quieres?
–         Eso sí, pero sólo eso –dije con voz de niña pequeña-
–         Jajaja -rió Tom-
Lo cierto es que no sé lo que me hacía, pero a la vez que me follaba intensamente, uno de sus dedos empapado en saliva se había introducido ligeramente en mi culito y activaba unos puntos súper sensibles que ni siquiera sabía que existían. Me puse muy excitada. Yo sola me clavaba en la polla, que me partía en dos y movia mi culito lo que podía. Tom, que juguetaba con mis pezones y tiraba de ellos, dijo:
–         Vamos Martita, se una buena niña y córrete para nosotros… vamos cielo, mira a Santi qué contento está de lo bien que te lo pasas… “Santi, menuda novia más cachonda tienes, la hemos tenido que dar la bienvenida en la familia…”
No sé lo que me pasó en ese momento, pero la sola mención a que Santi estaba presente en ese momento desató algo en mí y empezaron a brotar corrientes eléctricas desde mi coño que ardía recorriéndome todo mi cuerpo:
–         AAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGGGG
–         AAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGG Cabrones qué me hacéis….
–         AAAAAAHHHHHHHHHHGGGGGGGGGGG
–         Tú te lo has buscado Martita, decía Carlos mientras me embestía con más fuerza aún… ¿No era lo que querías….?
–         Síiiiiiiii cabrones… soy vuestra….
–         Pues toma, princesa… te vas a quedar bien llenita -dijo Carlos dándome un azote y empezando a producir espasmos de su grueso pene llanando mi vagina-
–         Uuuuuuuuuufffffffff
–         Aaaaaaaahhhhhhhmmmmmmm
Jadeaba y gemía ostentosamente. Nunca me había sentido así. No sospechaba que el sexo entre personas corrientes pudiera ser tan salvaje. Estábamos gritando todos. Carlos vaciándose en mí, haciéndome sentir en mi interior su líquido caliente, y provocándome un nuevo e intenso orgasmo que enlazaba con el anterior sin siquiera haberlo terminado. Carlos me tenía sujeta por las caderas y su polla llenándome completamente mi ser, y Tom me acariciaba el pelo cariñosamente. Poco a poco nos íbamos todos relajando, cuando los tres nos vimos sorprendidos, pues sentimos a Santi moviéndose.
–         ¿Qué hacéis?… –dijo con una voz completamente de trapo-
“¿Qué hacemos?” Pensamos los tres unas décimas de segundo antes de que Carlos sacase de golpe su miembro de mi coñito, Tom se echase hacia delante para abrazar a Santi impidiendo que pudiese girar su cabeza hacia atrás, y yo subiese apresurada mis medias, bajase mi top y tratase de recomponerme.
–         Primo, te quiero mucho –dijo Tom que sabía exactamente lo que había que hacer y le abrazaba-
–         Me da vueltas todo… quiero ir a casa. Llevame Tom –Santi seguía muy borracho, en un estado completamente desvalido-
–         Ya estamos cerca, hemos tenido que parar a que Carlos mee que no se aguantaba –le tranquilizó Tom-
–         ¡¡Meón!! Jajajajaja –dijo Santi con su voz de borracho-
–         No seas malo Santi -dije yo acariciando cariñosamente su nuca con la misma mano que segundos antes estaba en la polla de su querido primo, aquél que ahora le abrazaba-
Carlos se puso al volante y, casi sin hablar, dirigió el coche a nuestro barrio. La noche estaba acabando de una forma extraña. Inesperada hacía unos pocos minutos. Yo empezaba a darme cuenta de lo que había hecho y tenía una mezcla de sensación de culpa y de alivio por notar que Santi no se había percatado de nada de lo ocurrido. Uf, menos mal, menos mal, menos mal…. Por otro lado aún notaba corrientes en mi coñito y juntaba mis piernas para hacerlas durar. Inconscientemente presionaba un poco mi regazo.
Nos acompañaron a casa. Por suerte, porque Santi no podía andar sin caerse, y yo estaba muerta de miedo de que él notase el olor a sexo que mi cuerpo desprendía. Mi ropa impregnada de semen de ambos primos, mi boca con el regusto de Tom… ¿Quién lo hubiera dicho? Se despidieron cariñosamente de ambos y nos dejaron allí a Santi y a mí. Ambos perjudicados, pero por distintos motivos. En cuanto acosté a Santi, me dí una ducha larga y caliente pensando en lo que había sucedido.
Por suerte o por desgracia mi “extraña relación” con los primos de Santi no iba a terminar ahí. Pero eso lo contaré en la siguiente entrega.
Muchas gracias por leer hasta aquí, y por vuestros votos y comentarios.
¡Esta vez voy a necesitar ideas para continuar…!
Carlos
diablocasional@hotmail.com12
 

Relato erótico: “Reencarnacion 3” (POR SAULILLO77)

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Me levanto el lunes renacida. Me siento plena y llena de vida, lo noto, no es algo que me pase a menudo. Me doy una ducha larga, y me visto para ir a trabajar, me pongo un traje de falda de tubo, muy formal, la diferencia es que rescato varios tangas del fondo del armario, y me pongo uno de ellos. Llevo al fantasma de Carlos a la universidad, hoy aprenderá poco, va con gafas de sol y la resaca aún le dura, aparte de que será duro, con todos comentando su borrachera del sábado. “Espero que así aprendas”, le digo, pero no me dirige la palabra, seguro que le duele hasta al hablar.

Al dejarle, voy a mi trabajo, y nada más entrar me espera unas cuantas horas de tarea atrasada de mi compañera. Normalmente lo haría sin rechistar, pero hoy le dedico un minuto de reproches para que mejore, y no me deje todos los problemas a mí.

Acabo mis labores un rato antes de mi turno, y me quedo charlando con el director de la sucursal, David, un hombre de mi edad, alto y al que le sobran algunos kilos, pero con una planta de emprendedor confiado, con trajes caros a medida, moreno, guapo y de gestos firmes, que siempre me gustó. Se dice que pese a tener a una mujer preciosa en casa, algunas de la oficina han caído a sus pies en convenciones o retiros empresariales. Quiere que mañana le ayude con una reunión importante, me lo pide a menudo, tiene a becarios mejor preparados que yo, pero una mujer preciosa distrae a quien tenga delante, y él sabe aprovecharlo.

No me molesto en llamar, y voy directamente a recoger a mi hijo a la universidad. Al llegar, le veo arrastrarse, y saludar de pasada a sus amigos, donde Javier le sigue con la mirada hasta que me ve, y saluda con la mano de forma amable. Le devuelvo el saludo con una sonrisa, pero estoy triste, hoy no parece venir con nosotros. Nos vamos a casa, y mientras él se va a su cuarto, yo me cambio y preparo la comida.

No me extraña comer sola, Carlos debe de estar durmiendo, pero dejo su plato en la mesa, ya saldrá cuando tenga hambre. Creo que el día va a ser rutinario, de vuelta a mi triste y repetitiva vida, tampoco me viene mal, puedo pensar tranquila y tomar control de las cosas. No me equivoco, mi hijo sale a comer, se encierra de nuevo, y sólo la llamada de Carmen a última hora de la tarde me hace salir de casa a tomar algo fresco con ella en una terraza. Me pongo un vestido suave amarillo, y casi ni me arreglo, como siempre va ella, y esta vez tampoco fallo, al llegar a la cita la veo sin maquillar y un vestido largo negro.

Charlo con ella sobre lo pasado con Emilio, casi ni le recordaba. Se disculpa, y ya me quiere presentar a otro hombre que conoció en Valencia en las vacaciones, un mulato llamado Joel, que se ha mudado a vivir a Madrid, pero visto el resultado del último intento, rechazo educadamente su oferta, “No sabes lo que te pierdes”, me dice, pero estoy segura de que no será muy distinto a lo habitual, un cerdo que no quiere de mí nada, salvo follarme.

Hablamos de tonterías, y me vuelvo a casa para la cena. Logro que mi hijo salga de su habitación y hablo con él un poco, parece más manso que otras veces. Cuando se va a su cuarto, me quedo en el sofá, y me resigno a pasar una noche más sola. Me pongo el camisón y de nuevo a dormir, me cuesta un poco, tengo muchas cosas en la cabeza, pero al final, caigo rendida.

Por la mañana me noto menos llena de alegría que ayer, pero me ducho y me pongo un tanga que apenas es visible, me deleito con mi figura en el espejo, y me busco el traje de oficina, el que le gusta a mi jefe que lleve a las reuniones. Es blanco nuclear, debo llevar mi sujetador más pequeño y apenas un top fino debajo, con la chaqueta cerrada a duras penas para hacerme un escote de infarto, así como una minifalda a medio muslo. Lo corono todo con zapatos de tacón a juego y con unas medias de tono caramelo. Estoy para comerme, me hago un elegante peinado con caída a un lado, y un maquillaje centrado en mis ojos y mis labios.

Hasta Carlos me suelta un piropo al verme en el desayuno, y le llevo a la universidad notando su lasciva mirada en mis piernas, le pasa a veces cuando voy tan arreglada, pero no le doy importancia, son las hormonas. Le dejo y me voy al trabajo, nada más llegar algunos me silban, y el chico de la recepción de abajo, muy barriobajero, me suelta una grosería que paso por alto, ya que llego tarde. Me dedico a preparar la reunión, y adelantar algunos mails, pero estoy atenta, y a un gesto desde la puerta de mi director, David, cojo la carpeta con todos los documentos, y respiro profundo para entrar en el papel.

Antes de pasar a la sala, me explica el orden de los archivos, y me mira de reojo el escote, no suele hacerlo, así que hoy debo de ir increíble. Al entrar, veo a tres hombres trajeados y con pinta de ingleses, saludan en su idioma, y no tardan en querer presentarse a mí. Les dedico sonrisas amables y alguna frase suelta que me sé, pero al final se sientan frente a mi jefe, y otro de sus socios. Yo me acomodo detrás, cerca de la pared, y a un lado, para que me puedan ver bien. Tomo postura de pie, exhibiendo las piernas notando sus ojos pegados a mí, y comienzan a discutir. Me van pidiendo papeles, los tengo ordenados, y pese a no saber muy bien de qué va todo, cumplo mi parte. Entre tanto, me atuso el pelo, cambio de postura, me quito un pelo travieso de la chaqueta, cosas que una va aprendiendo para distraer a los varones.

Al acabar la reunión, y ver los apretones de manos, espero que haya funcionado, no soy la parte más vital de la empresa, pero me gusta pensar que me necesitan. Los ingleses se me acercan y me hablan, no les entiendo la mayoría de las cosas, me vale con reír y estrechar manos. David me felicita al salir, pero no cree que el contrato se firme, y me dice que sin ellos, tendrán que echar a alguno de la oficina para reducir gastos, cosa que me pone muy triste. Me agradece el esfuerzo, y me da un abrazo, pero a mí me sienta de pena, me recuerda los abrazos de Javier, a estar en el sofá con él, y me vuelvo a mi escritorio algo asqueada.

Termina mi turno y mi hijo me llama, toca ir a recogerle, preveo otro día idéntico al de ayer, no estoy de ánimos, pero no me queda otra. Al salir del trabajo un clavo saliente de una mesa se me engancha y me rompe la media por la rodilla. Voy a la universidad maldiciendo por cómo se me ha torcido la mañana, encima llego de mal humor, un idiota se me ha cruzado en una rotonda y casi me choco con él.

Me estoy agobiando, y la idea de que Carlos me suelte alguna de sus contestaciones me desalienta. Llego, aparco, y le veo charlando con un grupo de chicas, “Poco le ha durado el escarmiento”, me digo. Algo me pide gritar, o romper lo que pille a mano, y antes de hacerlo, salgo del coche saturada, a ver cuándo demonios viene mi hijo para poder ir a casa, paseándome aguantando las miradas e insinuaciones de algún joven salido, no me acordaba de cómo voy vestida. Noto una mano en mi hombro y me preparo para explotar contra el imbécil que se ha atrevido a tocarme, pero me encuentro a Javier ante mí, que se queda perplejo ante mi rostro enfurecido.

-JAVIER: Uy, que mala cara… ¿Estás bien, Laura? – relincho como una yegua.

– YO: Nada, que hay días que es mejor no levantarse, gracias por preguntar, Javier.

– JAVIER: A mí me lo va a decir, me pasé ayer toda la tarde en el veterinario, mi perro se ha comido parte de un trabajo, y como es tan mala excusa, no me dejan volver a presentarlo.

– YO: Pobre, ¿Y el animal está bien?

– JAVIER: Sí, lo ha echado todo, además, el trabajo ya era una mierda antes de que se lo zampara…- me arranca una carcajada enorme, y sé que ha sido un bromilla para animarme, pero no puedo dejar de reírme.

– YO: De verdad, que cosas tienes…- a un gesto de tocarle el brazo, su atrevimiento le lleva a darme mi abrazo y mi beso en la mejilla, y hoy me rindo ante él, dejo que me apriete contra su pecho cuanto quiera, lo necesito, y creo que lo sabe.

-JAVIER: Al menos ha merecido la pena para sacarle una sonrisa.

– YO: Muchas gracias, eres un cielo. – pienso en alejarme de él, pero me siento muy cómoda entre sus brazos.

– JAVIER: Carlos ya viene, no deje que la desanime de nuevo ¿Vale? – me vuelve a besar la mejilla, y le miro entusiasmada.

– YO: Haré lo que pueda. – por fin me suelta.

-CARLOS: Tío, me voy ya, ¿Te vienes a casa a comer? – Casi respondo yo por él con un “Sí”.

-JAVIER: No, tengo que estudiar para mejorar la nota gracias a mi chucho, pero mañana tengo libre para comer…- me lo dice mirándome a mí.

-YO: Pues vente a casa, me lo debes del otro día. – Javier sonríe cómplice.

-CARLOS: Claro tío, y así echamos la tarde en casa, que estoy hasta la polla de estudiar. – le miro pensando que lo único que no hace encerrado en su cuarto, es estudiar.

-JAVIER: Así sea pues, ¿Llevo algo o…?

– YO: Nada, ya me ocupo yo de todo. – paso mi mano por su antebrazo, y hasta que no noto sus dedos soltar los míos no me giro para meterme en el coche. Sabiendo que me mira, hago un escorzo para mostrarle mi trasero.

– CARLOS: Mañana nos vemos, tío.

–JAVIER: Vale, y lo mismo le digo Laura, muchas gracias.

-YO: Nada Javier, un beso.

Arranco el coche, y de golpe todos mis males se han desvanecido. Me cambio al llegar a mi casa, pensando en lo impactante que debía de estar para Javier, y pese a ello, ha jugado bien sus cartas. Mi camisón parece oler aún a su aroma del sábado cuando me lo pongo.

Como con Carlos y le pregunto por los gustos de Javier en la comida, pero no me dice nada concreto, y se va a su cuarto. Yo me echo en el sofá y me quedo dormida, pensando en que hace no mucho estaba allí mismo, rodeada por sus fuertes brazos, y al despertarme, noto la humedad entre mis muslos. “Ya estamos otra vez”.

Me doy una ducha de agua fría, y me pongo un short corto elástico y una camiseta vieja, tengo las dos prendas que he llevado esos días en casa lavándose, y pienso en lo que llevaré puesto durante la comida mañana con él. El camisón amarillo ya estará listo, pero no quiero ir como voy siempre, de andar por casa medio desnuda, y tampoco quiero ir muy recatada. La diversión con Javier me da horas de rompecabezas como estos.

A la cena Carlos me dice que con una ensalada bastará, y que deje de preguntar. Le digo que solo quiero ser buena anfitriona, una mentira a medias, quiero que Javier se sienta cómodo. Me quedo en el sofá un buen rato, y algo tarde, me voy a la cama.

No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza sobre ese joven, ya no es que tenga cierto parecido a mi difunto marido Luis, es que su forma de ser es muy similar. Javier es más atrevido, sin duda, pero tiene esos detalles bobos, los abrazos o traer el desayuno el domingo, que adoro de él.

Tenía que pasar, y saco el consolador de la mesilla, al tirar del short noto como se despega de mi pubis, estoy mojada y no tardo en empezar a masturbarme frenéticamente. Mis dedos frotan el clítoris a un ritmo alto, y paso el consolador por toda mi entrada vaginal, deseando que alguien me penetre, y pienso en el instante en que Javier estaba rodeándome con sus manos en el sofá, y me imagino que le besé, que me comía la boca y me abría de piernas encima suya, que me lamía los senos y me acaba introduciendo su miembro de una estocada firme y cariñosa, como es él. Me vuelvo loca metiendo el consolador en mí, tratando de pellizcarme los pezones por encima de la camiseta, y exploto en un orgasmo tan fuerte, que se me escapan alaridos de placer. Ni si quiera Emilio logró ponerme así. Respiro agitada, y cuando me voy al baño a asearme, me doy cuenta de que no he pensado en Luis en ningún momento, lo que me hace sentir mal un rato, antes de dormirme.

Me despierto tan ilusionada como una cría en Navidad, me doy una buena ducha, y me pongo un traje bastante normalito, hasta uso unas braguitas nada sensuales. Voy a trabajar con una sensación parecida a la de estar en la última hora de clase antes de las vacaciones. Una llamada de Carlos diciendo que no hace falta que vaya a buscarle, me deja sin aliento, temiendo que se anule el plan, pero me tranquiliza oírle decir que “irán a comer a casa”, por su cuenta. Cuando da la hora, salgo disparada, no sé de cuánto tiempo dispongo.

Corro a casa, y me pego otra buena ducha, con cremas y aceites que dejan mi piel brillante y apetitosa. Luego me quedo ante el armario, con una toalla anuda alrededor del cuerpo, mirando mi viejo camisón amarillo colgado de una percha, pero algo me pide a gritos un cambio.

Me pongo un tanga granate sensual de encaje, y un sujetador a juego, guardados en una caja y usados una única vez, en el aniversario de los ocho años de casados con Luis, hasta el sostén me queda pequeño de copa, pero me hace un busto espectacular. Rebusco una camisa ceñida blanca y de tela reflectante, y hasta encuentro unos vaqueros de la tala 36, de la época de antes de casarme. Lucho muchos minutos con ellos, tirada en la cama tratando de ponérmelos, y con un esfuerzo final, metiendo tripa, cierran.

Al ponerme en pie casi no puedo respirar, pero me giro ante el espejo, y me veo increíble, no me sentía tan sexy desde…la verdad es que ni me acuerdo. La camisa me queda algo justa en el pecho, haciendo que enseñe el ombligo y los riñones, con los senos sobresaliendo al no poder cerrar el botón del escote, dejando a la vista mis pechos apretados, y si me descuido al moverme, el aro del wonderbra. A su vez, despeja la vista para los vaqueros, son minúsculos pero me quedan de escándalo levantándome el trasero, me aprietan las piernas, los muslos están aprisionados y el tiro queda tan bajo que la cintura está casi a la altura de la goma de la prenda íntima. Hasta me doy una palmadita en el culo, y me acaricio los glúteos, notando la tensión de la tela sobre mi piel. “Un gesto brusco y estallan”. De colofón, me busco unos taconazos altos azules del trabajo, me maquillo ligeramente para destacar mis ojazos, me peino con unas horquillas sujetando el flequillo, despejando la zona frontal y dejando caer mi pelo por la espalda hasta mi cadera.

Hago una ensalada bastante suculenta, y me lamento ya que no voy a comer mucha, si lo hago, reviento el botón del vaquero. Hasta pruebo a sentarme y levantarme de una silla, para encontrar la forma de no quedar ridícula al casi no poder moverme. Se acerca la hora y me veo en el reflejo de la televisión apagada, “Mírate, pareces una guarra”, me digo, frotando nerviosa los anillos de casados en mi dedo. Pero en cuanto escucho la puerta, me pongo en pie, apoyo una mano en mi “cinturita”, y trato de parecer guapa. La realidad es que estoy ilusionada.

Al ver pasar a Carlos sin mirarme, me calmo, a lo mejor ha venido solo, pero escucho la puerta cerrarse y cojo postura de nuevo. Es cuando le veo aparecer, entra por el pasillo al salón, y se queda petrificado, mirándome, quiere disimular, pero le he dejado pasmado.

-YO: Ho…hola, Javier. – trago saliva al recordar su parecido a mi esposo, y me repito que es sólo un juego, tomando algo el control.

– JAVIER: Hola, señora…Laura…disculpa. – agacha la cabeza algo confuso, pero se alegra al ver que me acerco, y busco el protocolario abrazo con beso.

Mi mano se mueve sola hasta uno de sus hombros, pese a que con los tacones ya no me saca tanta diferencia de altura, debo elevarme sobre él para que mis labios se posen con cuidado sobre su cara. Instintivamente él se agacha, y su mano amaga sujetarme del costado, pero enseguida la retira.

– YO: Hoy sí te quedas a comer, ¿Verdad? – trato de que no se me noten las ganas de escucharle un “Sí”, cuando me retiro un palmo de su cuerpo, y me lo como con los ojos. Va con unos pantalones negros de vestir y una camisa, blanca a cuadros rojos, por fuera, remangada y muy varonil.

– JAVIER: Hoy sí, y será un honor.

– YO: Perfecto, si quieres ve con Carlos mientras voy preparando la mesa. – le froto un costado, estoy tan feliz que no sé el motivo.

No tengo la menor duda al darme la vuelta y caminar, sus ojos están clavados en mi trasero, es imposible que estén mirando otra cosa, el bamboleo bajo vaqueros apretados debe ser hipnótico, ya que muevo la cadera obscenamente. Si esto fuera tenis acabaría de ganarle un punto con un ACE.

Una vez en la cocina respiro un poco, y me giro para coger la bebida de la nevera, al cerrarla me encuentro a Javier de frente, y del susto se me cae la botella del agua, pero de un ágil gesto logra atraparla antes de que caiga. Me tapo el pecho con una mano del sobresalto, y como no estoy acostumbrada con esos tacones, de un paso atrás que doy, me inclino hasta casi caerme. Noto su brazo rodearme la cintura, pegándome a él, tanto que mi nariz roza su mentón, y me sujeto de sus antebrazos. “¡Mira que eres torpe!”.

-YO: ¡Por dios, que sustos que me das!

-JAVIER: Perdone… es que no quería que encima de invitarme a comer, pusiera usted la mesa sola.

-YO: Ah…bueno, pues te lo agradezco mucho.

– JAVIER: ¿Puedo soltarla ya? ¿O se me va a caer otra vez? – la entonación es tan dulce que me hace sonreír, y me doy cuenta de que me tiene a su merced, pero pide soltarme.

-YO: Deja que me asegure.- digo jugando un poco, me agarro de su cuello y uso su cuerpo de contrapeso para posar bien los pies.- ¡Ya!

Su mano no se separa al soltarme, sino que recorre mi cintura, y me coge otra botella de la mano, para ir a la mesa y colocar ambas. Me le quedo mirando extrañada, debe creerme muy torpe, pero juraría que tontea conmigo. La idea de ser traviesa con él me había parecido divertida, pero es que ahora me está gustando su forma de reaccionar.

Terminamos de poner la mesa, sin dejar de notar sus miradas a mi cuerpo, y yo devolviéndole sonrisas dulces, admirando su semejanza a Luis, pero si me veo obligada a decirlo, Javier parece más guapo, marcando brazos y un culo de primera.

Mi hijo aparece cuando ya hemos acabado, preguntado dónde estaba Javier, pero se sienta a comer antes que nosotros. Su amigo le recrimina, y me encanta verle hacerlo, así que le manda a por unas pinzas de la ensalada que se nos han olvidado, cuando ya iba yo a por ellas, sujetándome del brazo con cariño. “¿De dónde has salido?”, le preguntó con la mirada, y paso una hora riéndome con él.

Al acabar de comer, mi invitado se pone a recoger, y obliga a Carlos a ayudarle, mientras se niega a que yo les ayude. Digo que no con la cabeza, y mientras ellos colocan las cosas, yo me pongo a fregar platos y cacharros. No me extraña que en un descuido, mi “adorado” pequeñín desaparezca a su cuarto, según mi experiencia, una buena siesta le espera.

Creo que Javier se ha ido con él, cuando noto su mano en mi espalda, cerca de la nuca. Me giro y le veo colocando los últimos cubiertos a mi lado, y sin que le diga nada, coge un paño y me rodea, secando los paltos que voy limpiado. Todo ocurre en silencio, y el dialogo es de miradas, diciéndole que no hace falta, él que sí, yo agradeciéndoselo, y él me da un toquecito con el hombro que significa “No hay de qué.”

– YO: Eres muy amable, no sé qué habrás visto en mi hijo para ser su amigo, no podéis ser más distintos…- se me suelta la lengua, pero le hace gracia.

-JAVIER: ¿Si se lo digo no se ríe?

– YO: Bueno, tú dímelo, y ya veremos…además deja de tratarme de usted. – “¿Ya estás jugando otra vez?”

– JAVIER: Pues por las chicas, su hijo conoce muchas.

– YO: Ahhh ¿Y te gusta alguna en particular?

– JAVIER: Había una amiga de Carlos que sí, pero desde hace poco, una en particular me está volviendo loco.

– YO: ¿Sí? ¿La conozco, es amiga de Carlos?

– JAVIER: Diría que familia directa…- me mira dándose cuenta de que no he caído, estoy tan embobada que tardo en reírme.

-YO: Anda, no seas tonto…- le digo sin creérmelo.

-JAVIER: Discúlpeme la grosería. – el chico se ha puesto algo rojo, pero ha tenido los huevos de decírmelo, y no quiero que se moleste.

-YO: No pasa nada…son bromas.- le doy una salida digna, y se me queda mirando a los ojos, estudiándome, le noto leerme la mente. Aspira profundo y se llena de valor.

– JAVIER: No era una broma. – me quedo sorprendida, no es que no esperaba algo así, pero sí que me lo dijera tan abiertamente.

– YO: Pero si hay mil jóvenes por ahí, que estarían locas de estar contigo.- ahora la que busca la salida digna soy yo.

– JAVIER: Ninguna es tan guapa como tú, Laura, y muy pocas estarían tan sexys con esos vaqueros. – Javier está rojo, creo que ni él se veía capaz de decirlo, pero lo ha soltado, y le tengo delante, a medio metro.

– YO: Va…vaya…muchas gracias…lo primero que he…cogido del armario.- miento, y muy mal.

-JAVIER: Pues no quiero verla el día que se arregle para salir conmigo a bailar, me va a dar un infarto. – su broma relaja el ambiente un poco.

-YO: Pues quizá algún día, si sigues viniendo…- estoy muy confusa, no sé si quiero parar el juego, o llevarlo hasta el final.

-JAVIER: Será un honor… ¿Me permite una apreciación? – asiento con la cabeza, asustada.

Le veo que se acerca hacia mí, amago un paso hacia atrás cuando le tengo encima, me pega a su pecho y agacha la cabeza, quiero oponer alguna resistencia, y mi mano va a su pecho, aún así hace fuerza, y me dobla, hasta cogerme por la espalda, su mano abarca casi toda mi columna, y se pega tanto que mis senos se aplastan contra él. Su cara está tan cerca que me dan ganas de pegarle una bofetada, pero lo que hago es cerrar los ojos y esperar su beso. Lo que hace es pegar su mejilla a la mía, y extender su mano libre hasta cerrar el grifo, susurrándome con voz suave.

– JAVIER: Más vale no malgastarla.

Se aleja un poco, y abro los ojos, sonriendo, viéndome pillada, ya que estaba dispuesta a que me besara. Javier lo sabe, se lo leo en sus ojos, si hubiera querido podría haber juntado nuestros labios, me tenía, de hecho aún me tiene, pero me da un beso tierno en la mejilla. Mientras me sujeta con ambas manos en la cadera, me pone recta, y antes de irse, me roza la barbilla con el dedo índice de la mano.

– JAVIER: Me voy a ver a Carlos, estás demasiado guapa como para seguir a tu lado, sin hacer alguna tontería.

-YO: Vale…yo…si…mejor.

Le veo alejarse y me tapo la cara, avergonzada, abrumada y abochornada. Pretendía divertirme, nada más, tontear un poco con ese joven, sentirme bien, y ahora he perdido en mi propio juego. Ese crío los tiene bien puestos, y me ha desarmado, como sólo mi marido fue capaz.

Agradezco que al volver a mirar, Javier ya no está. Me observo las manos temblando y respiro profundamente un buen rato, dándole vueltas a los anillos en mi dedo. Limpio compulsiva la mesa y me dedico a distraerme en el salón con la televisión, pero ni las tertulias absurdas, sobre si a tal famosa le molesta la prensa rosa, alejan mi mente de ese instante fugaz en que deseé que me besara, que me dejé avasallar por la situación. Trato de analizar el motivo por el que ha llegado el punto en que me rindiera a sus brazos, y la conclusión que saco es que estoy muy sola, ¿Qué otro motivo puede haber para ceder ante las bobadas de un adolescente? Ni tan siquiera su parecido a Luis, o que sea tan educado y atrevido, me da permiso para comportarme así.

Al par de horas escucho a alguien acercarse, intento aparentar dignidad, sin prestar mucha atención, pero sé que es él. Javier se pone junto a mí, y con un gesto pide permiso para sentarse, muevo la cabeza afirmativamente, sin darle importancia. Se acomoda en el sofá, y permanece quieto, mirándome de soslayo.

– JAVIER: ¿Cómo va la tarde?

– YO: Tranquila, sin novedades. ¿Y vosotros?

– JAVIER: Nada, hablando de la universidad, y viendo alguna película, pero estoy harto de estar encerrado, y Carlos no quiere salir a tomar algo. ¿Tienes pensado salir?

– YO: No, ¿Por qué lo dices?

– JAVIER: Bueno, como vas tan guapa, pensaba que ibas a salir…no creía que te hubieras arreglado tanto para mí. – dice con una cierta sorna, me fuerzo a sonreírle, ya que la broma ha dado en el clavo, y no debo delatarme.

– YO: No es por ti, bobo, es que…es que había quedado, pero se han anulado los planes. – me invento sobre la marcha.

-JAVIER: Pues es una lástima desaprovechar tan buena tarde, ¿Y si salimos a tomar algo nosotros? – me doy cuenta de que le he puesto en bandeja la invitación, no tengo motivos para negarme, y busco uno.

-YO: No sé, Carlos nunca quiere salir conmigo entre semana.

– JAVIER: Carlos no, digo nosotros, tú y yo. – le miro queriendo no fingir mi sorpresa.

-YO: Sería algo raro, Javier, no es que nos conozcamos mucho, y eres el amigo de mi hijo…

-JAVIER: Pues así nos conocemos. – se pone en pie y extiende la mano ante mí.- No me digas que no, por favor, dame el gusto de lucirte por la calle a mi lado, nunca tengo la oportunidad de dar envidia con una mujer como tú del brazo.

Es tan hábil, tan firme, y a la vez tan correcto, que ni me doy cuenta y estoy de pie caminado detrás de él hasta la puerta de la calle. Me genera una sonrisa tenue su formalidad, me atrae, y pese a ello, estoy tensa, quiero zanjar esto cuanto antes, y si ha de ser poniéndole la cara colorada, así será.

Atino a meter mi móvil, la cartera y las llaves en un pequeño bolso. Avisamos a Carlos de que vamos a tomar algo, pero ni se molesta en salir a despedirse de su amigo, es Javier el que va a su cuarto y le dice que ya se verán mañana. Regresa a mi lado, y me coloca la mano en los riñones para acompañarme hasta el rellano y cerrar la puerta con cuidado. Me abre el ascensor dejándome pasar, y luego entra él, no es que sea muy grande pero podría ponerse algo más lejos de mí.

Salimos a la calle y me ofrece su brazo derecho, cual fuera un caballero inglés, paso mi mano izquierda por su antebrazo, y lo aprisiona con su costado, mientras andamos un rato. Me es extrañamente placentero hacer esto sin que sea Carlos mi acompañante, y charlamos animadamente de la universidad o de mi trabajo. Aparento cierta seriedad, en algún momento voy a darle una charla muy seria, y no debo darle esperanza alguna, pero me es inevitable, aunque no lo quiera, estoy cómoda junto a él.

Hasta tal punto me gusta la sensación, que se me olvida que voy embutida en unos vaqueros que me hacen una figura de cine, con una camiseta tan ajustada que me tira de la espalda, y las miradas de algún salido no me importan. Tampoco la idea fugaz de lo que opinen mis vecinos si me ven colgada de un joven apuesto como él, me altera, ya que siendo objetiva, Javier aparenta algo más de edad debido a su estilo y la barba, y yo puedo pasar por una de veintimuchos, sin desentonar. De hecho, cumple su palabra y me expone ante todos, como diciendo “Sí, es mía, jodeos.”

Le guío hasta un bar con una terraza grande, en una avenida cercana no muy lejos de casa, los tacones empiezan a hacerme mella y me duelen los pies. Pido una caña con limón y él un botellín de cerveza, nos los traen con una aceitunas verdes de tapa, y seguimos charlando de nuestras vidas sentados al atardecer de Madrid. Coches pasando, gente hablado, ruidos de ciudad grande que vive y se mezcla con un cielo azul despejado y edificios de cuatro o cinco plantas, llenos de balcones y trastos en ellos.

La verdad es que no tiene mucha importancia lo que se dialoga, aunque me dice que su familia es de fuera y le han mandado a estudiar aquí solo, vive en un piso de estudiantes con su perro, que no conoce a nadie aquí, y que Carlos le parecía un idiota, pero que con él hace amigos, conoce a chicas y vive la noche de una gran urbe. Le escucho, pero lo que ocurre es que he de recordarme cada ciertos minutos que debo cortar de raíz el juego, no seguir en él. Tras una hora, y un par más de cañas y botellines, me armo de valor y empiezo.

– YO: Javier, debo decirte algo, pero espero que no te sientas mal. – la sonrisa que no se le borraba desde que salimos de casa, se desvanece.

-JAVIER: Dime, Laura, no me asustes.

-YO: Verás, es que…bueno, que eres un encanto de joven, y me gusta pasar el tiempo contigo, pero creo que se están confundiendo ciertas cosas, y quiero dejar claro algunos puntos.

– JAVIER: Tú dirás.- sus ojos de cachorrito me lo ponen más difícil.

– YO: Es sobre lo que ha pasado en la cocina, y antes tal vez…mira, he pasado una época muy mala y tal vez he jugado con tus sentimientos, y no es justo. Debemos ser más distantes.

– JAVIER: No lo entiendo, creía que te caía bien.

-YO. Claro que sí, pero una cosa es eso, y otra andar haciendo tonterías, como lo del grifo de hoy. No puedes hacer esas cosas, soy la madre de Carlos y tú un adolescente, está mal.

– JAVIER: Discúlpeme si me he propasado lo más mínimo, y la he hecho sentir incómoda.

– YO: Nada de eso, has sido un perfecto caballero, es…es al contrario, me has hecho sentir cosas raras, y me gusta, pero tenemos que poner unos límites.

– JAVIER: ¿Limites a qué? No hemos hecho nada malo, y aunque pasara algo, tampoco sería el fin del mundo. – toma la iniciativa, no me lo va a poner fácil.

– YO: Y no va a pasar nada, ese es el problema, podemos ser amigos, pero nada más. – me da una lástima terrible la cara que pone, está dolido, pero se rehace.

-JAVIER: De verdad, no entiendo lo malo que hay en mí…

-YO: No tienes nada malo, pero tienes diecinueve años, y yo muchos más, ni yo estoy para jueguecitos a mi edad, ni tú para perder el tiempo con viejas como yo. Sal con Carlos, diviértete, eres joven y buen chico.

– JAVIER: Ya, pero es que me han educado así, y no puedo ir tirándome a la primera que se me presente, y no creo que me aporte nada. Yo necesito algo de romanticismo, y ninguna que conozca parece gustarle mi forma de ser, todas van con el guaperas de turno…- no hace falta que nombre a Carlos.

– YO: Es la edad, y tal vez que eres demasiado bueno, las chicas se darán cuenta, y terminarás enamorando a alguna afortunada.

– JAVIER: Supongo…- no está ni remotamente convencido, y una fugaz mirada me dice que a quien quería enamorar, es a mí. – Creo…creo que es hora de que la acompañe a casa, y me vaya, tengo…tengo muchas cosas en las que pensar.

No me deja pagar la cuenta, y me sigue como un perrito al que han reñido, un par de pasos por detrás, sin ofrecerme su brazo. Temo haberle hecho daño, pero estoy segura de que era lo que se debía de hacer. O eso me repito.

Al llegar a casa, me dedica un abrazo tibio, y nada cariñoso, no me da el beso en la mejilla, y pese a una carantoña con las manos con la que trato de animarle, o hacerle reír, me doy cuenta de que no es un niño al que consolar, es un hombre herido, que me esquiva la mirada.

– JAVIER: Buenas noches. – se gira, caminando con paso rápido, no me da tiempo a decirle adiós.

Me subo a casa con la mano en la frente, tengo la cabeza congestionada y me siento mal, pero no es algo físico, temo haberle destrozado el corazón, y me pregunto si me he pasado, o si no debí decir nada, me lo estaba pasando tan bien.

Entro en casa y ni ceno, debido a las tapas de la terraza, y porque no me apetece. Me voy a mi cuarto tras comprobar que Carlos sigue en su habitación. El bufido de alivio al desabrochar el vaquero y quitarme los zapatos es glorioso, y me cuesta un buen rato sacar las perneras del pantalón. “Para un par de horas no está mal, pero un rato más y me asfixio.” Pienso que necesito algo de ropa nueva, más juvenil y menos apretada, pero me cuestiono los motivos. Ahora se acabó el juego, ya no tengo a quien impresionar.

Me doy una lenta ducha de agua caliente, de esas en las que estás tanto rato pensando, que se te arrugan las yemas de los dedos. Vuelvo a mis braguitas cómodas y mi camisón amarillo, para echarme a dormir. Pero no logro conciliar el sueño, doy vueltas a la cama un buen rato, y me voy a la cocina un par de veces a beber agua. Lo achaco al calor de la noche, pero sé que es la culpa lo que me mantiene en vela. Retozo en la cama hasta que caigo del sopor.

Continuará…

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Relato erótico: “La enfermera de mi madre y su gemela 2” (POR GOLFO)

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Sin título1

La enfermera de mi madre y su gemela.
Segunda parte de “la enfermera de mi madre resultó muy puta”.

 

Llevaba casi seis meses conmigo y como siempre, mi enfermera, chacha y sierva dormía plácidamente a mi lado cuando me desperté. Aprovechándolo, usé su dormitar para observarla. Su belleza casi infantil se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Reconozco que entonces y hoy en día, es un placer espiar sus largas piernas perfectamente contorneadas, su cadera de avispa, su vientre liso y sobre todo sus hinchados  pechos.
“¡Está buenísima!”, pensé satisfecho aun sabiendo que lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor.
Cuando la contraté, me sedujo sin saber si sería el amo que llevaba tanto tiempo buscando pero no se lo pensó dos veces. Había descubierto nadas más verme que mi sola presencia la ponía bruta y lanzándose al vacío, buscó ser mía.
Desnuda y sabiendo que al despertar no se iba a oponer, recorrí con mis manos su trasero. Aunque el día anterior había hecho uso de él, todavía me sorprendía lo duro que lo tenía.
-Tienes un culo de revista- susurré en su oído mientras me pegaba a ella.
-Gracias mi amo- contestó sin moverse.
Su aceptación me satisfizo y recreándome en su contacto, subí por su estómago rumbo a sus pechos con mis manos. Irene suspiró al notar que mis dedos se topaban con la curva de sus senos y maullando como una gata en celo, me hizo saber que estaba dispuesta presionando sus nalgas contra mi miembro.
Alzándose como un resorte, mi pene reaccionó endureciéndose de inmediato y ella al sentir mi erección no dudo en alojarlo entre sus piernas, sin llegar a meterlo como si dudase por cuál de sus dos entradas quería su dueño tomarla.
-Eres una zorrita viciosa- dije al bajar hasta sus su sexo y encontrármelo empapado.
-Lo sé, amo- respondió con tono meloso moviendo sus caderas, tras lo cual y sin más preparativos se  introdujo  mi extensión en su interior.
Su cueva me recibió lentamente de forma que pude gozar del modo tierno en que la piel de mi verga iba separando sus pliegues y rellenando su conducto. Esperé a que la base de mi pene recibiera el beso de sus labios genitales para llevando nuevamente mi mano a su pezón darle un suave pellizco.
Mi rubita al experimentar esa ruda caricia, supo mis deseos y acelerando sus movimientos, buscó mi placer mientras su vagina, ya empapada, estrujaba mi pene con una dulce presión. Tanto ella como yo lo deseábamos por lo que nuestros cuerpos se fueron calentando mientras iniciábamos un ancestral baile sobre el colchón.
Mi pecho rozando contra su espalda, a la vez que unos palmos más abajo mi verga se hundía y salía del interior de su  sexo fue algo tan sensual que no pude más que besar su cuello y susurrando en su oído decirle:
-Me encanta que seas tan puta.

 

Mis rudas palabras fueron la orden que necesitaba para empezar a gozar y antes que me diera cuenta sus jadeos  se transmutaron en gemidos y olvidándose de pedirme permiso, se corrió. Supe que tenía derecho a castigarla pero me apiadé de ella y mientras se retorcía con el primer orgasmo de la mañana, clavé mis dientes en sus hombros para que la marca de mi mordisco fuera la enseña  de su entrega. El dolor se mezcló con el placer y prolongó su clímax. Irene, dominada por la lujuria, me rogó con un grito que me uniese a ella.
-Todo a su tiempo- contesté dándole la vuelta.
La cría creyendo que deseaba besarla, forzó con su lengua mis labios. Descojonado la separé diciendo:
-Tanto me deseas que no puedes aguantar unos minutos.
Poniendo cara de putón desorejado, contestó:
-Amo, mi función es servirle y eso hago- y sonriendo, se sentó sobre mí, empalándose nuevamente.
La urgencia que mostró al empezar a saltar usando mi pene como su silla y la forma en que sus pechos se bamboleaban siguiendo el ritmo, me terminaron de excitar e incorporándome, acudí a la llamada de ese manjar metiendo uno de sus pezones en mi boca.
-Son suyos- respondió fuera de sí al sentir que como si fuera su hijo empezaba a mamar de ellos mientras su cuerpo convulsionaba nuevamente de placer.
Despertando mi lado fetichista, mojé mis dedos en su sexo tras lo cual le pedí que me los chupase. Mi petición no cayó en saco roto y bajando su cabeza, se los llevó a su boca y sensualmente usó su lengua para saborear el producto de su coño. El erotismo de su actuación  que fue demasiado para mi torturado pene y como si fuera un volcán en erupción, explotó lanzando ardientes llamaradas al interior de su vagina. Irene al sentir que mi simiente anegaba su conducto y con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias por hacerla sentir mujer.
Totalmente exhausto, me dejé caer sobre las sábanas mientras la feliz enfermera me abrazaba.  Durante unos minutos, nos quedamos callados cuando de pronto se levantó corriendo:
-¿Dónde vas?
Sonriendo, respondió:
-A cambiar el pañal a su madre. Pero no se preocupe, ahora mismo vuelvo y me echa otro polvo.
Soltando una carcajada, contesté:
-Aunque me apetece, no tengo tiempo. Debo irme a trabajar.
Mientras iba hacía el curro, no pude dejar de meditar sobre la suerte que había tenido al contratarla. Irene no solo cuidaba a mi madre con un cariño brutal sino que había ocupado el vacío en mi cama. Comportándose la mayoría de las veces como una amante sumisa en otras ocasiones adoptaba un papel mucho más protagónico y me pedía realizar sus fantasías. No era raro que al volver a casa, esa mujer me hubiera preparado una sorpresa, desde ir al cine para que al amparo de la oscuridad me hiciera una mamada en público, a que la llevara a un bar y en los servicios, me obligara a tomarla. Realmente, mi vida había dado un giro para bien a raíz de su llegada.
Satisfecho con ese nuevo rumbo, me cabreó  en un  principio que esa tarde al volver, esa rubia me pidiera como favor que durante quince días aceptara que su hermana gemela se quedara en casa.
-¿Y eso?- contesté al saber que, si daba mi brazo a torcer, íbamos a tener que dejar aparcada nuestra relación ya que para todos era un secreto que Irene se acostaba conmigo.
-Viene a un curso y como no quiere gastar más dinero, me ha rogado que la acoja.
Conociendo sus orígenes humildes y reconociendo que dos semanas a dieta era algo que podía soportar, acepté que viniera sin saber lo que se me venía encima.
Durante los días siguientes Irene, quizás temiendo la abstinencia, se comportó aún más ansiosa de mis caricias y aprovechó cualquier momento para dar rienda a su lujuria. Deslechado hasta decir basta, afronté con tranquilidad la llegada de su hermana…
Ana llega a casa.
Abducido por el trabajo, me había olvidado que esa tarde la enfermera de mi madre había recogido a su hermana en el autobús y si a eso le unimos que Irene nunca me había contado que su hermana era en realidad su gemela, al llegar a casa me quedé de piedra al descubrir que mi amante tenía un copia perfecta. Estaban sentadas en el salón, charlando tranquilamente cuando entré. Ajenas a mi escrutinio, no se percataron de mi cara cuando tras la sorpresa inicial, comprendí que de no ser por el anticuado uniforme de enfermera que llevaba Irene, me hubiera resultado imposible distinguirlas.
“¡Son clavadas!”, me dije todavía absorto.
En ese momento, mi amante me vio en la puerta y sonriendo, se levantó y me dijo:
-Señor, quiero presentarle a mi hermana Ana.
Tratándola con educación pero evitando cualquier familiaridad que hiciese suponer que entre esa mujer y yo existía algo más que una relación laboral, me acerqué y le di la mano. La recién llegada balbuceó unas palabras de agradecimiento por haberla acogido en mi casa ajena a que yo la estaba comparando con su hermana.
De cerca, las diferencias entre ambas eran claras. Irene era un poco más alta mientras que Ana era un pelín más delgada. El saber que las podía distinguir me tranquilizó aunque  mantenía mis dudas sobre si me sería posible hacerlo cuando no estuvieran juntas. Para colmo sus voces eran muy parecidas. Era fácil confundirlas porque la única diferencia era el tono más tímido de la hermana.
Reconozco que me calentó pensar en tener a esas dos rubias en mi cama pero como Irene me había pedido mantener nuestro idilio en secreto, intenté quitarme esa idea yendo a ver a mi madre. Como siempre, mi vieja estaba en su mundo y por mucho que intenté comunicarme con ella, no pude romper la infranqueable barrera que la enfermedad erigido.
Estaba todavía en su habitación cuando vi entrar a Irene. La rubia adoptando una profesionalidad exagerada, comenzó a explicarme como había pasado su paciente el día. Divertido porque siguiera disimulando aunque estuviésemos solos, me dediqué a sobarle el trasero mientras ella mantenía su papel.

 

-Me encanta que verte en este plan-  le solté mientras le subía la falda – y eso me pone verraco.
Reteniendo un gemido, dejó que le bajara las bragas y apoyándose contra la pared, me contestó  en voz baja:
-No sea malo. Mi hermana puede enterarse.
Su entrega no cuadró con sus palabras y separando sus piernas, me dio vía libre a disfrutar de su cuerpo. Al llevar mi mano a su sexo, descubrí que estaba empapado y cogiendo entre mis dedos su clítoris,  incrementé su zozobra al susurrar en su oído:
-¿Te imaginas que entra y me ve follándote?
La idea de ser descubierta por su gemela la hizo intentar zafarse de mi abrazo pero ya era tarde y bajándome los pantalones, la ensarté sin dar tiempo a que reaccionara. Con mi pene campeando  en su interior, seguí provocándola insinuando que al terminar con ella me tiraría a su hermana. Su excitación se vio incrementada con la imagen y en menos de un minuto, mi amante berreaba sin disimulo. Temiendo que desde el piso de abajo Ana oyera sus gritos, tapé su boca con mis manos mientras seguía machacando su coño con mi pene.
Estaba a punto de correrse cuando escuchamos que su hermana preguntaba si pasaba algo. Muerta de risa, Irene se libró de mí y saliendo de la habitación, con tono pícaro me dijo:
-Voy con ella. Cuando se duerma si le parece terminamos esta conversación.
Sujetando mi erección entre mis manos, respondí:
-Te estará esperando.
Ya solo, me dirigí a mi cuarto y encerrándome en el baño, me pajeé disfrutando de antemano de su promesa pero imaginándome que iban a ser dos las bocas las que se ocuparan de liberar la tensión que se acumulaba en mis huevos.
Media hora más tarde, Irene  me avisó que la cena estaba lista por lo que bajé a reunirme con ellas. Al llegar al comedor, Ana ya estaba sentada y eso me dio la oportunidad de hablar con ella. La cría demostró nuevamente su timidez y me resultó imposible mantener una conversación porque a mis preguntas, contestaba con  monosílabos. Sí, no, creo, pienso… fue lo máximo que conseguí sacarle antes de que su gemela llegara con la cena. Como con su hermana la  locuacidad de la chavala tampoco mejoró, me hizo comprender que esa niña tenía serios problemas para abrirse con los demás. La confirmación de que no era solo producto de una timidez patológica me llegó cuando aprovechando que al terminar de cenar se despidió  para irse a dormir, su hermana me comentó:
-Antes no era así pero desde que lo dejó con su novio, se ha encerrado en sí misma.
Intrigado por sus palabras, le pedí que me explicara que le había pasado. Mi amante quizás con ganas de desahogarse, me contó que desde niña había tenido un solo novio y que hacía tres meses cuando ya tenían hasta fecha de boda, habían roto.
-Ese tipo la dejó- afirmé.
-Al contrario, fue ella quien rompió el compromiso y por mucho que en mi familia intentamos que nos contara los motivos, nunca hemos sabido que fue lo que pasó.
Asumiendo que era raro, supuse que Ana le había pillado con otra pero al decirlo en voz alta, Irene me llevó la contraria diciendo:
-¡Qué va! Alonso es un bendito de dios. Jamás le ha puesto los cuernos.
Con esa afirmación dio por terminada la conversación y arrodillándose ante mí, me bajó la bragueta diciendo:
-¿Le apetece que liquidemos lo que habíamos empezado?
Ni que decir tiene que asentí y separando mis rodillas, dejé que cumpliera su promesa…
Todo se desencadena:
Como mi amante no deseaba que su hermana se enterara de que Irene era algo más que la enfermera de mi madre, manteníamos las distancias mientras ella estaba presente pero en cuanto podíamos, nos dejábamos llevar por nuestra lujuria. Aprovechábamos para ello cualquier momento. Daba igual donde y cuando. Si me encontraba a Irene cambiando los pañales a mi vieja, usaba ese momento para meterla mano. Si por el contrario, era yo quien estaba solo, la rubia aprovechaba cualquier circunstancia para desembarazarse de su gemela y acudir a donde yo estaba para que la tomara.
Os confieso que ese jueguecito lejos de incomodarme, me gustaba porque me daba morbo que Ana nos pillara.  Motivado por ello, aumenté la presión que ejercía sobre Irene. Así una noche  dándome igual que estuviera en la misma habitación, llegué a magrearle el trasero al ver que su hermana estaba dada la vuelta.
-No sigas que no respondo- contestó al sentir mi mano en su culo.
Su queja afianzó mi decisión y disimulando toqué su pecho. Mi manoseo la afectó más de lo que pensaba y dando un gemido, me amenazó diciendo:
-Me vengaré.
No creí que llevara a cabo su amenaza y por eso esa noche mientras cenábamos, me pilló de sorpresa sentir una mano acariciándome la pierna. Os juro que me quedé de piedra al notar que obviando que su gemela estaba sentada a nuestro lado, Irene me desabrochó el pantalón y sacando mi pene de su encierro, empezaba a masturbarme.
“No puede ser”, pensé y tratando de disimular, pregunté a su hermana por su día.
La cría, desconociendo que en ese momento mi verga estaba siendo objeto de unas encubiertas caricias, respondió que la entrevista que había tenido había salido bien y que quizás le daban el puesto.
-Estupendo- contesté e intentando confraternizar con esa chavala, le aseguré que no tardaría en conseguir trabajo.
-Eso espero- dijo bajando su mirada-, con un empleo aquí, podría mudarme permanentemente a  Madrid.
No sé si fue el morbo de que su hermana me estuviera exprimiendo en ese momento o la tristeza que leí en sus ojos pero lo cierto es que olvidando que su presencia en la casa hacía imposible el disfrutar abiertamente de Irene, le ofrecí que podía quedarse el tiempo que necesitara.
-Gracias- respondió sonriendo por primera vez  mientras debajo del mantel, mi amante incrementaba la velocidad con la que me pajeaba.
El cúmulo de sensaciones que se iban agolpando en mi cerebro hizo que de improviso mi pene explotara llenando con mi esperma la servilleta de Irene, la cual al notarlo le pidió a su hermana que trajera el postre de la cocina. Al desaparecer esta por la puerta, mi amante disfrutando de mi corte, sacó la tela y recreando su placer, se dedicó a recolectar mi semilla con su lengua.
-Eres un putón descarado- dije descojonado.
Ella recalcando su desvergüenza, me soltó:
-Y a usted, ¡Le encanta!
Si no llega a ser porque en  el preciso instante volvió Ana al comedor, le hubiese contestado como se merecía pero su aparición hizo que tuviese que contenerme las ganas. Todavía hoy, no estoy seguro si no fue entonces cuando esa rubita se olió que su hermana tenía algo conmigo pero creí leer en su rostro que nos había descubierto y con esa duda, me fui a dormir…
A partir de esa noche, la gemela que antes se mostraba como  una mojigata triste y apocada, de pronto se transmutó en una mujer simpática y dicharachera que parecía tontear conmigo. Hasta su hermana se percató de ese cambio pero creyó que se debía a que tenía esperanzas de conseguir trabajo. Incluso su modo de vestir evidenció esa transformación, olvidándose de las faldas largas, la cría empezó a usar minifaldas de infarto.
Os confieso que como hombre fui incapaz de no mirar sus largas piernas ni de disfrutar con descaro de los escotes con los que esa descocada me regaló.
“Esta buenísima”, tuve que reconocer.
Cada vez más cachondo usé a su hermana como válvula de escape. Soñando que algún día la tendría entre mis piernas, me follaba a su hermana teniéndola a ella en mis pensamientos. Mi deseo se fue incrementando con el paso de los días y por eso cuando llevaba una semana en mi casa, solo podía pensar en tirármela.
Acababa de llegar a casa, cuando vi entre la penumbra que Irene se había puesto el uniforme de enfermera puta. Reconozco que me extrañó verla así ataviada y a oscuras pero era tanta mi necesidad que acercándome a ella, le levanté la falda y mientras le manoseaba el trasero le pregunté:
-¿Dónde está tu hermana?
-Ha salido- contestó roja como un tomate. -Va a tardar una hora en volver.
Mordiéndole en la oreja, me reí de ella diciéndole:
-Por eso te has vestido como puta ¿Verdad? ¡Querías que te viera así!
Colorada hasta decir basta, me reconoció que sí y sin darle tiempo a arrepentirse, empecé a desabrochar su ropa mientras la besaba. La rubia colaboró conmigo con celeridad y en menos de un minuto estaba comiéndole las tetas en mitad del salón. Sus gemidos me anticiparon su excitación y ya dominado por el deseo, me arrodillé en el suelo y acerqué mi boca a su sexo.
-¡No pare!- la escuché decir al sentir mi húmeda caricia.
Satisfecho por su entrega, la compensé con una serie de  lengüetazos largos y profundos en el coño hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto de correrse.
-¿Te gusta puta?
-Sí- aulló separando aún más sus rodillas.
Su rápida respuesta me hizo parar y levantándome del suelo, la desnudé mientras mis manos seguían pajeándola.
-¡Fóllame!-  pidió con su respiración entrecortada, aceptando de esa forma su destino.
Muerto de risa, me quité el pantalón y mostrándole mi verga tiesa, la  puse de rodillas sobre el sofá. Mi amante comprendió mis intenciones y apoyando su cabeza en el reposabrazos, puso su culo en pompa para que la penetrara. Sin esperar más permiso, pegué mi cuerpo a ella dejando que sintiera la dureza de mi miembro entre sus piernas mientras le acariciaba los pechos.
-¡Házmelo!- insistió moviendo sus caderas.
La urgencia de la rubia me hizo acelerar mis maniobras y mientras jugueteaba con mi glande en su sexo, pellizqué uno de sus pezones. La mujer respondió a mi dura caricia con un chillido y totalmente empapada, colocó mi pene con sus manos  en la entrada de su chocho y más prolegómeno, de un solo empujón se la clavó hasta el fondo.
-¡Me encanta!- gritó al sentir que mi polla rellenaba por completo su conducto.
La humedad de su cueva facilitó mi penetración, de forma que como tantas veces sentí que mi glande chocaba contra la pared de su vagina mientras mi amante se retorcía de placer.
-¡Se nota que tenías ganas!- le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Ni siquiera pudo responder a mi burrada. Dominada por el deseo, fueron sus gritos y el olor a sexo que inundaba la habitación quienes me contestaron. La rubia con la cara desencajada, era una marioneta en manos de su lujuria y ya contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo cogiéndole de los pechos.
-¡No pares!- aulló descompuesta.
En ese instante y mientras mis  huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega, mordiendo su cuello con fuerza.
-¡Me corro!- chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era una puta sin remedio. Mi maltrato prolongó su éxtasis y cayendo sobre sillón, convulsionó de gozo. Su nueva postura  provocó que  involuntariamente, su coño se contrajera y apretara con mayor fuerza mi pene. Entonces, desbocado y sin ningún miramiento, la cabalgué en busca de mi propio placer.
Usando a mi amante como un objeto, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen. La rubia satisfecha apoyó su cabeza en mi pecho mientras descansaba. Estaba a punto de reiniciar mis caricias en busca de un segundo asalto cuando escuchamos que alguien abría la puerta del chalet.
-¡Mi hermana!- soltó asustada y recogiendo su ropa, salió disparada rumbo a su cuarto.
“Mierda”, exclamé contrariado y no queriendo que su gemela me pillara medio en pelotas, me vestí. Estaba todavía abrochándome el cinturón cuando encendiendo la luz, la recién llegada me pilló todavía en el salón. Haciéndome el despistado, pregunté:
-Ana, ¿Qué tal tu día?
La rubia muerta de risa contestó:
-No soy Ana, soy Irene.
Fue entonces cuando comprendí que no me había tirado a su amante sino a su hermana. Soltando una carcajada, la atraje hacia mí y forzando su boca, la besé con pasión mientras mi mente maquinaba cómo iba a conseguir juntar a las dos en mi cama…
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es

 

 

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas II” (POR XELLA)

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Sofía era un mar de emociones contradictorias. Por un lado, todo lo que estaba viendo la asqueaba. Jugaban con vidas humanas como si fuesen animales, o incluso peor. No tenían ningún tipo de miramiento para esclavizar y someter a sus “capturas”, como las llamaban ellos. Por otro lado, el material que estaba consiguiendo era estupendo… Si seguía así, con lo que consiguiese durante ese día tendría suficiente para hacer un reportaje que la pusiese en boca de todos y lanzase su carrera a lo mas alto.
Mientras caminaban por el pasillo, se cruzaron con una mujer joven, no tendría más de 26 años. Iba vestida con un conjunto de cuero ajustado que resaltaba sus formas. Llevaba a una mujer madura tras ella como si fuese una perrita, atada a una cadena. En la otra mano llevaba una fusta.
– Buenos días, Angélica. – Saludó Marcelo.
– Buenos días, Marcelo. – Contestó la dominatrix. Se quedó mirando atentamente a Sofía, que la enfoncaba con la cámara, tanto a ella como a su “perra”.
– Esta es Sofía Di Salvo. – Aclaró el hombre. – Esta aquí para hacer un reportaje de nuestras instalaciones. ¿Te parecería bien dedicarnos unos minutos para una entrevista?. Si a Sofía le parece bien.
– ¿Eh..? Una entrevista? – ¿Con una domina? ¡Eso sería la guinda! – Sí, por supuesto.
– Pues vayamos a un lugar más cómodo.
Todos siguieron a Marcelo. Sofía se sentía un poco extraña caminando al lado de la esclava. Cuando la vió gatear se fijó inevitablemente en su culo, lo tenía surcado de líneas rojas, señal de los fustazos que le había propinado la dómina. También se dió cuenta de que tenía algo insertado en su culo… una especie de consolador o algo así.
Se detuvieron en una pequeña sala con máquinas de bebidas. Sofía no se esperaba ver algo así en aquel lugar… ¿También hacían descansos para el café entre tortura y tortura o qué? Cuando se sentaron en una mesita, la esclava se colocó en posición de espera al lado de su entrenadora.
Antes de sentarse, Sofía colocó la cámara en un pequeño trípode para realizar la entrevista con comodidad.
– Bueno, ¿Le parece bien que empecemos, Angelica?
– Mistress Angelica. – La cortó la dóminatrix.
– Disculpe. – Concedió Sofía. – ¿Le parece bien que empecemos, Mistress Angelica? – Sofía recalcó las últimas palabras, como burlándose. Angelica miró a la mujer con cara de desprecio y luego miró a Marcelo, que le hizo gestos indicándole que se calmara.
– Esupendo, ¿Que quiere preguntar?
– ¿Cómo acaba alguien trabajando de dominatrix?
– Bueno, la vida da muchas vueltas… Y cuando una tiene un talento natural para someter a las perras todo viene rodado.
A Sofía no le gustaba la actitud arrogante de la chica, pero supuso que iría con el empleo…
– ¿Sólo somete a mujeres?
– En su mayor parte sí, disfruto más sometiendo a una zorra, haciendo que se doblegue a todos mis deseos, que con un hombre. Aunque también he tenido varios esclavos.
Marcelo sacó unos cafés de la máquina y se los entregó a las mujeres, que lo dejaron enfriar un poco.
– Y, ¿Cómo se somete a alguien? ¿Tiene algunas técnicas que emplee con todos? ¿O cada… “captura” es diferente a las demás?
– Cada captura es única y, a la vez, son todas iguales. Hay que saber encontrar los matices de cada una y saber explotarlos para conseguir el objetivo pero, una vez has roto su voluntad, todas se convierten en perras obedientes.
Mientras decía esa frase, acariciaba a la esclava que iba con ella como si fuese una mascota. A su vez, la mujer respondía a la caricia buscando la mano de su entrenadora.
Sofía se quedó mirando la actitud de la esclava.
– ¿No se rebelan ante usted, Mistress?
– Al principio lo intentan, y yo espero que lo hagan. Así es más divertido. – Una sonrisa malévola apareció en la cara de Angelica cuando dijo esas palabras. – Si una esclava no se rebela, no tienes que domarla. Cuando la enseñas que todo conato de rebeldía será aplacado y castigado, cuando comprende que su única opción es obedecer y que así le irá mejor, es cuando realmente has sometido su voluntad, a partir de ese momento todo va rodado.
–  ¿Alguna vez ha fallado en…
– NUNCA. – La cortó la dómina. – Todas las esclavas que he puesto en el punto de mira han acabado a mis pies. Han podido tardar más o menos, pero todas se han sometido. Y te puedo asegurar que ninguna se arrepiente de ello…
– Eso si que no puedo aceptarlo cómo respuesta. – Dijo secamente Sofía. – ¿Cómo va a ser que todas acepten felices ser esclavas?
– Eres un poco impertinente, ¿No crees?. – Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, deteniendose en su barbilla, alzándole la cara. – Deberías tener un poco más de respeto, eres tú la que quieres hacerme una entrevista, si no te gustan mis respuestas ya sabes donde está la puerta y, si no me crees y quieres que hagamos una prueba, se valiente y ponte en mis manos. Una semana conmigo y estarás adorando mis pies.
– ¿QUÉ? Ni loca. – Sofía apartó la fusta de su cara con un manotazo. – ¡Si cree que me voy a convertir en una de sus perras va usted lista!
PLAS.
Angélica golpeó la mesa con la fusta. Sofía se calló de repente, aquella mujer imponía de verdad. A pesar del golpe en la mesa, Angélica tenía la cara tranquila, severa pero tranquila.
– Te he dicho que me hables con respeto. No creas que toleraré estas faltas.
Sofía se dió cuenta que poniéndose así, no iba a conseguir nada… Estaba claro que no le gustaba lo que hacían en ese sitio, pero estaba haciendo un reportaje… Ya se mostraría contrariada cuando estuviese fuera de allí.
– Lo siento Mistress. No volverá a pasar, si le parece, ¿Continuamos con la entrevista? – Angélica asintió, complacida. – Me estaba diciendo que todas sus esclavas son felices con su situación. ¿Podría justificarmelo un poco?
– ¿No ves? Con un poquito de educación y respeto todo funciona mucho mejor. – Angélica dejó la fusta sobre la mesa, sin soltarla. – Como iba diciendo, en cuanto la esclava se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no tiene escapatoria, su única meta es acostumbrarse a este tipo de vida y evitar todos los castigos. Yo soy severa, pero cuando una perra se porta bien y es obediente, también se recompensar. Acaban aceptando los castigos como una consecuencia a una falta y no como una “tortura” como tú dices. Y a partir de ahí, se dejan llevar.
– ¿Se dejan llevar?
– Si. ¿Nunca has tenido estres? ¿Preocupaciones? ¿Problemas? ¿Trabajo? ¿Desamores? Ellas no. No tienen que preocuparse de nada, sólo de obedecer. Una vida sin ningún tipo de responsabilidad para ellas es un lujo, y aprenden a agradecermelo. ¿No es verdad, perrita?
– Si, mistress. – Contestó la esclava que estaba a su lado.
– Demuéstraselo. – Ordenó Angélica.
La esclava, echándose al suelo, comenzó a lamer las botas de la dominatrix, con cuidado, como si se fuesen a romper en cualquier momento, pero sin demora. No se dejaba ningún rincón sin lamer. Angélica comenzó a mover la bota, metiéndole la puntera en la boca, forzándola, o el tacón.
Sofía estaba boquiabierta con la servilidad de la mujer. La veía y tenía pinta de haber sido una mujer formal, tenía buen cuerpo y la piel bien cuidada, se notaba que hacía ejercicio y estaba bien alimentada… Pero ahí estaba… A cuatro patas, con un collar de perro y un consolador metido por el culo, lamiéndole las botas con satisfacción a una mujer que podría ser su hija.
– ¿Por qué…? ¿Por qué la capturásteis?
– Bueno, realmente nuestra razón es únicamente por que alguien hizo el encargo y pagó por él, pero supongo que no te refieres a eso, ¿Verdad? – Respondió Marcelo.
– No, no me refería a eso.
– Está bien, su nombre es Maria Dolores, pero aquí la llamamos Mari Loli, que nos parece más adecuado a su condición. Esta perra antes tuvo la mala idea de ponerle los cuernos a su marido, éste se enteró y le pidió el divorcio. La pequeña zorra tuvo la mala idea de intentar sangrar a nuestro cliente, quería quedarse la casa, el coche, los niños, el dinero…
– ¿Niños? ¿Esta mujer tiene niños?
– Si, pero ya es como si no los tuviera, no los volverá a ver. Como iba diciendo, intentó sangrar a su marido. Lo llevó a juicio y lo denunció por maltrato, sabiendo que así tenía más posibilidades de ganar. Nuestro cliente, furioso, no podía permitir esa humillación… Así que nos llamó. Y unas semanas después, aquí la tienes. El marido no quería ni verla, así que nos la cedió amablemente para lo que quisieramos hacer con ella.
– Y… ¿Qué váis a hacer con ella?
– Esta entrenada para ser una mascota complaciente, seguramente acabe vendida… desde algún burdel, a algún jeque árabe… Muchas de nuestras esclavas blancas acaban allí, son bastante bien valoradas por lo exótico de su piel.
Sofía estaba observando a la esclava, estaba escuchando lo que le iba a ocurrir y no se inmutaba, no dejaba de lamer las botas de mistress Angélica.
– Como no sabemos cuál será su destino – Continuó Mistress Angélica -, la estamos proporcionando un entrenamiento general. Hemos habituado su boca, coño y culo a recibir pollas con naturalidad. Ha aprendido a complacer a una mujer de las maneras más efectivas. Esclava – Dijo dirigiéndose a Mari Loli. – Ya basta. Posición de inspección.
Inmediatamente, la esclava se colocó con las rodillas separadas, la espalda erguida y mirando al frente. Colocó los brazos detrás de la cabeza. El culo estaba ligeramente posado sobre sus pies.
Con la fusta, Angélica comenzó a acariciar las tetas de la mujer, levantándolas ligeramente con ella.
– Es buen material, si se esfuerza llegará a ser vendida por una buena suma. Posición de ofrecimiento.
La cara de la esclava se inclinó inmediatamente hasta el suelo, con sus manos abrió completamente sus nalgas. La dómina sacó de golpe el plug anal que llevaba la esclava. Un enorme agujero negro quedó en el lugar donde hace no tanto tiempo había un estrecho orificio.
– Esta zorra nunca había probado el sexo anal. – Continuó la dominatrix. – Y ahora está preparada para recibir cualquier polla con gusto. Lo has hecho bien esclava, tienes permiso para masturbarte. Súbete a la mesa y dale unos buenos planos a esta reportera.
La mujer no se lo pensó, abandonó su postura para abrirse de patas encima de la mesa, mostrándo su sexo tanto a la cámara como a Sofía. Comenzó a masturbarse frenéticamente, introduciendo varios dedos en su coño y otros tantos en su culo. Sofía estaba paralizada, la escena la horrorizaba, sabía que no podía grabar eso, no era un material que se pudiese emitir por televisión, pero la situación estaba ejerciendo un poderoso magnetismo sobre ella. La sumisión de la mujer, la humillación a la que estaba siendo sometida, en cierta manera… la calentaba.
Poco tiempo tardó la esclava en correrse. En un par de minutos estaba gimiendo y retorciéndose de placer ante los tres observadores. Nada más acabar, limpió sus dedos con la boca y volvió a la posición de espera al lado de su entrenadora.
Sofía estaba con la boca entreabierta, asombrada de lo que acababa de ver.
– Creo… Creo que con esto tengo suficiente. – Dijo Sofía, levantándose a recoger la cámara.
– ¿Demasiado para ti, reportera? – Preguntó mistress Angélica.
Sofía no hizo caso al comentario.
– De acuerdo, si quiere podemos seguir con la visita. – Ofreció Marcelo. – Angélica, muchas gracias por tu tiempo.
De nuevo en el pasillo, Marcelo se interesó por Sofía.
– ¿Se encuentra bien? A lo mejor ha sido demasiado impactante…
– N-No… No es eso… No se preocupe, podemos continuar sin problemas.
Sofía estaba dando vueltas al hecho de que la situación anterior la hubiese excitado… ¿Había sido la mujer? ¿La humillación? ¿La sumisión?… Seguramente sólo hubiese sido el conjunto de sensaciones de estar en un lugar como aquel.
– ¿Entramos?
Cuando volvió de sus pensamientos, se dió cuenta de que Marcelo la esperaba al lado de una puerta abierta. Sin decir nada, Sofía asintió y entró tras él.
La nueva sala estaba llena de camillas. Muchas camillas, una al lado de otra, todas ocupadas por mujeres desnudas sobre ellas. Entre camilla y camilla, había una serie de pantallas y una mesita con instrumental. De las pantallas salían varios cables que se conectaban a los cuerpos de las chicas. Todas tenían los ojos tapados con unas abultadas gafas, también conectadas a las pantallas, y la boca amordazada y entubada. Estaban atadas a las camillas, aunque no parecía que ninguna hiciese intención de moverse.
Se acercó a la primera de las camillas para grabar con detalle lo que allí se encontraba. Entonces se fijó en que las chicas tenían un vibrador insertado en su coño y otro en su culo, y por lo que parece estaban conectados.
Una serie de enfermeras pululaban por la sala, revisando las pantallas. Todas iban en lencería y tacones…
– ¿Qué es esta sala? – Preguntó a Marcelo.
– Es nuestra sala de modificación del pensamiento. Es nuestro método más utilizado de control mental.
Sofía se acercó a una de las pantallas.
Nombre: Alicia Hernández
ID: 722
Talla de pecho original: 80B
Talla de pecho deseada: 100D
Especificaciones solicitadas:
    – Bimbo
    – Stripper
    – Adicta al semen
    – Sumisión
    – Predilección por los hombres maduros
Progreso de la conversión: 76 %
– A través de estos ordenadores podemos controlar las aptitudes que queremos insertar en su cabecita. Hay cientos y cientos de opciónes, el nivel de personalización es enorme… Gracias a un componente químico que inventamos, el XC-91, somos capaces de alterar con bastante rapidez la mente de nuestras capturas. A demás, para reforzar el proceso, a través de las gafas emitimos imagenes y videos que favorezcan a implantar las nuevas habilidades que queremos incorporar.
– ¿Usais… un componente químico?
– Sí, lo hemos desarrollado en estas mismas instalaciones, si quiere después de acabar con esta sala podremos pasarnos por los laboratorios. Estas muchachas que ves aquí controlando los monitores, son parte de la plantilla del laboratorio.
– P-Pero… Están…
– ¿Desnudas? ¡Claro que sí! Así es mucho más divertido para el resto. – Sentenció el hombre, con una sonrisa malévola en los labios. – Todas nuestras investigadoras son esclavas. Así trabajan mejor, nos cuestan menos dinero, y nos ahorramos tonterías como que un empleado se queje de nuestras prácticas por que sea inmoral o ilegal.
– ¡Pero es ilegal! – Sofía no pudo aguantarse. – Estáis lobotomizando a estas mujeres, convirtiéndolas en esclavas sin posibilidad de reaccionar… ¡Estáis destruyendo sus mentes!
– Mientras haya alguien que pague por ello, habrá gente que lo haga, ¿Por qué no nosotros?
Sofía se quedó boquiabierta ante esa afirmación.
– ¡Bienvenida al maravilloso mundo del capitalismo! – Finalizó Marcelo.
Sofía dió un último paseo alrededor de la sala, grabando a las chicas de las camillas y a las investigadoras. Todas tenían un cuerpo de impresión… Parecían más chicas Playboy que investigadoras… Sus pechos eran enormes, casi no cabían en los sujetadores que llevaban…
– Hay algo que quiero enseñarte… – Continuó Marcelo. – ¿Recuerdas a Francisco Gandiano?
– El… El chico de la ficha que ví antes… ¿Verdad?
– Correcto. Aquí lo tienes. – Dijo el hombre, señalando la tercera camilla.
– Pero… es… una mujer…
Sofía observó una mujer preciosa… Rubia, voluptuosa… Estaba siendo penetrada igual que los demás por el culo y el coño…
– ¿Cómo puede…? – Continuó Sofía.
– La magia de la ciencia. – La cortó Marcelo. – El químico XC-91 ataca a un nivel tan profundo las células del sujeto que es capaz de recodificar parte del ADN. En otras palabras, podemos transformar un hombre en una mujer completa, no habrá diferencia con cualquier otra mujer del mundo.
Lo que Sofía estaba viendo durante ese día la estaba superando… Nunca habría imaginado encontrarse algo así… Además, se lo mostraban con una naturalidad que la abrumaba.
Marcelo esperó pacientemente a que Sofía tomase el material suficiente para su reportaje. Cuando acabó, salieron de nuevo en dirección a los ascensores.
– Entonces, bajemos a los laboratorios. Le encantará conocer al señor Pérez.
Sofía miró al hombre con cara de circunstancias… No creía que le encantase conocer a nadie de aquel lugar.
El ascensor paró en medio de un vestibulo blanco y luminoso. Una mujer pelirroja, tan espectacular como las investigadoras de la sala de control mental, las recibió. Por lo menos ésta llevaba bata.
– Buenos días. – Saludó la joven. – El sr. Pérez les espera ya en los laboratorios, si me acompañan les llevaré él.
– Muy bien Rosa. Eres una buena chica.
La mujer cerró los ojos con una intensa y breve expresión de placer. Parece que el alago de Marcelo la había complacido de alguna manera.
– Si… Una buena… chica… – Añadió la tal Rosa.
Después de eso dió la vuelta y comenzó a andar a través del pasillo.
En las puertas del laboratorio, se encontraron al señor Pérez, un hombre de mediana edad, castaño, aunque con alguna cana sobre su cabeza, completamente afeitado y vestido con un traje gris a rayas. Tenía una expesión divertida en la cara.
– Vaya, ¿Vamos a salir en la tele? Si lo llego a saber me habría arreglado más. – Comentó, en tono de broma.
– Buenos días Iñaki, ¿Que tal te va? – Saludó Marcelo.
– Bastante bien, trabajar aquí es una satisfacción ¿Y a tí?
– Estupendo. Te presento a Sofía Di Salvo. Está haciendo un reportaje de investigación sobre nuestras labores. Me pareció interesante mostrarle tus instalaciones.
– ¡Por supuesto! Encantado, Sofía. Yo soy Iñaki Pérez. – Dijo, tendiéndole la mano.
Sofía le tendió la mano. El hombre era simpático, pero se resistía a decir que estaba “Encantada”.
– Esta chica… Rosa – Comenzó Sofía. – ¿También habéis… modificado su mente?
– Por supuesto. – Comentó Iñaki, convencido. – Todas las mujeres que te vas a encontrar aquí son esclavas. Pero son algo distintas a otras que hayas podido ver. Para esta sección de la coorporación, primero buscamos a pequeñas genios que puedan trabajar realmente aquí. Luego, a través de los procesos que ya has visto y del componente XC-91, las convertimos en las trabajadoras perfectas, no se quejan, no se cansan, no cobran, tienen una concentración del 100%…
– Y os las podéis follar. – Cortó secamente Sofía.
– Correcto, nos las podemos follar nosotros y quien nosotros queramos. Eventualmente, a alguna la prostituímos, hay gente muy interesada en tirarse a una mujer de éxito, y fuera de estos muros, éstas lo son. Si en cualquier momento quiero usar a alguna, no tengo más que decirlo y obedecerá ciegamente. Es más, después de su horario laboral tienen lo que ellas llaman “guardias” que no es otra cosa que ser usadas como las perras que son. A veces vienen chicas nuevas… Hasta el momento en el que son preparadas, el comportamiento en el laboratorio es algo “normal”…
Sofía no perdía detalle de las declaraciones del sr. Pérez.
– Bueno, basta de charla y vamos a ver lo que interesa. – Dijo Marcelo.
Atravesaron las puertas del laboratorio.
– ¡Hola Sr. Pérez! – Saludaron todas las empleadas a la vez. Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de éste.
– Las tiene bien educadas, ¿Verdad? – Comentó Sofía, que no se molestó en ocultar el desprecio de su voz.
– Ja ja ja, la verdad es que sí, me gusta mucho que muestren educación y respeto.
Todas las mujeres del laboratorio eran espectaculares… Al igual que Rosa, éstas, por lo menos, estaban cubiertas con una bata.
– ¿Cómo eligen a las mujeres? Habéis dicho que son mujeres cualificadas, pero… más bien parecen putas… Dudo que en las universidades estén tan llenas de estudiantes brillantes que sean tan… voluptuosas.
– Depende de varias cosas, intentamos elegir por un lado a las más brillantes y por otro a las más espectaculares. Creo que ya ha visto el efecto del XC-91. – Comentó orgulloso, vanagloriándose de su descubrimiento. – Con él, podemos moldear el cuerpo y la mente de las capturas. Buscamos que tengan una buena base de conocimientos para que el trabajo sea menor, pero realmente eso no es necesario. Y el cuerpo… Ya lo has visto, podemos modificarlo a nuestro antojo.
Acercándose a una de las chicas, metió la mano por debajo de la bata, acariciándole el culo. La chica en vez de quejarse, se rió y se inclinó, facilitándo el acceso al hombre.
– ¿Ve? Completamente dispuesta. – La cara de la chica era puro placer, la boca entreabierta, los ojos cerrados… Movía el culo para aumentar las caricias que le proporcionaba el hombre. – ¿Le gustaría ver a nuestras últimas incorporaciones? Le puedo enseñar el antes y el después.
Sofía asintió, ya estaba harta de ver la falta de escrúpulos de esta gente, pero sería un material muy bueno para su reportaje.
Siguió al sr. Pérez por la sala, hasta una habitación que se encontraba al fondo.
Lo que vió en ella, no dejó de sorprenderla aún después de lo que había visto durante el día. Una serie de mujeres, con collares de perro y correas que las sujetaban a la pared, se encontraban desnudas, masturbándose con enormes consoladores… Unas se follaban el coño, otras el culo. Otras se limitaban a chuparlo como si estuviesen ante su amante. En el centro de la sala se encontraba un sillón con agarres y monitores como los de la anterior sala.
– Aquí realizamos la conversión de las chicas, no nos hace falta tener tantos sillones como en la anterior sala, puesto que aquí normalmente vamos de una en una. Pero no nos quedemos aquí, vamos a ver a las nuevas. Siempre me encapricho de ellas… Es lo que tiene la novedad…
Siguieron al hombre a la siguiente sala, la que parecía que era su despacho. Allí, atadas a los lados de la mesa se encontraban dos jóvenes, una morena y una rubia. Estaban echadas en el suelo como si fuesen dos perras, durmiendo. En cuanto entraron en la sala, las dos se incorporaron y se pusieron de rodillas.
– Buenos días, perras. – Saludo el sr. Pérez.
– ¡Buenos días sr Pérez! – Contestaron al unísono.
– Estas son Mónica – Dijo, señalando a la rubia. – E Isabel. Isabel fué la primera de su promoción, estaba deseando entrar a trabajar a nuestra gran filial farmacéutica, Xella Pharma, por que es uno de los laboratorios más punteros, así que después de hacer las pruebas, consiguió el acceso. Mónica fue distinto. No era una estudiante brillante ni mucho menos, pero era un pequeño bombón, así que  le proporcionamos una de nuestras “becas personales” y accedió a nuestro programa también.
Iñaki Pérez se sentó en su sillón mientras hablaba y, sin ningún tipo de pudor, se sacó la polla ante todos. Sin perder ni un segundo, las dos chicas se abalanzaron sobre ella y comenzaron a lamerla de arriba a abajo, compenetrándose, repartiendose por turnos los huevos y el falo, entreteniéndose en el glande… El hombre continuó como si nada.
– Una vez comenzaron a trabajar aquí, era cuestión de días que se “adaptasen” al ritmo de trabajo. Ya ha visto antes como funciona nuestro XC-91. – Volvió a decir, con una sonrisa en los labios. Sofía no sabía si esta vez era por orgullo, o por la soberbia mamada que le estaban proporcionando las esclavas. – Pero bueno, qué descortés soy, tengo invitados. Isabel, por favor, atiende a la señorita.
La morena abandonó el rabo del hombre y se acercó gateando a Sofía. Ésta se quedó paralizada, era una situación que no había esperado. La esclava comenzó a lamerle los zapatos, como anteriormente había visto hacerlo a la esclava de Mistress Angélica. Mientras eso sucedía, Marcelo se acercó por detrás a Mónica y, liberando su polla completamente erecta, se la insertó de un empellón en el culo. La esclava no protestó, al contrario, comenzó a mover sus caderas para acompañan las embestidas del hombre mientras acompasaba el movimiento con la mamada que le estaba realizando al señor Pérez.
¿Qué estaba pasando? Querían montar una orgía con las dos esclavas… ¡Y con ella! Estaba paralizada, la situación actual y todo lo que había vivido durante aquel día la estaba superando. Ella nunca había vivido algo así… no era una mojigata en el tema del sexo, pero jamás había estado con una mujer, y mucho menos había hecho algo con varias personas a la vez…
Isabel continuaba con su tarea, había pasado hace un ratito de lamer los zapatos a los piés, y ahora estaba comenzando a subir por las piernas.
Mónica, por su parte, estaba montando al señor Pérez, que se había tendido en la mesa, mientras seguía siendo sodomizada por Marcelo. La chica gemía de placer, su cara denotaba que no estaba fingiendo. ¿Realmente disfrutaban tanto? ¿O sería por el XC-91? ¿Cómo serían estas chicas antes de ser convertidas? ¿Habrían accedido en algún momento a hacer algo así por su propia voluntad? Sofía estaba convencida de la respuesta, pero… Lo estaban haciendo de manera tan natural… ¿Tan poderoso era el control que ejercían sobre ellas?
Mientras Isabel ascendía por sus piernas, Sofía se dió cuenta de que todavía estaba grabando. El objetivo de la cámara estaba enfocando a la morena que la recorría desde abajo. La chica comenzó a meter las manos por debajo de la falda de Sofía… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejaba? PLAF PLAF PLAF Sonaban las embestidas del trío que tenía al lado.
– ¡BASTA! – Estalló de pronto Sofía.
TOdos se pararon de golpe. Isabel dejó de lamer y quedó de rodillas ante ella. Los componentes del trío se pararon y la miraron.
– No quiero seguir con esto. – Continuó la mujer. – No me gusta, una cosa es hacer un reportaje y otra esto… ¿Una orgía? No… No quiero.
– Está bien, no te preocupes… A lo mejor nos hemos excedido. – Comentó Marcelo. Ambos hombres se separaron de Mónica, que quedó con cara de decepción, al igual que estaba Isabel.
– ¿Has visto lo que ha pasado? – Preguntó el sr. Pérez a Isabel
– Si amo, no he sabido complacerla amo.
– Exacto, y ¿Qué ocurre cuando no sabes hacer tu trabajo?
– Soy castigada amo.
– Correcto. – Iñaki sacó de un cajón de la mesa una fusta y, dándosela a Mónica, siguió hablando. – Ya sabes lo que hacer, con 30 tendrá bastante.
Isabel se puso al borde de la mesa, inclinándose para exponer su culo. Mónica se situó detrás.
– ¿Q-Qué? ¿Qué estáis haciendo? ¡No la castiguéis! Ella no ha hecho nada malo… – Protestó Sofía.
– Déjanos encargarnos de nuestras perras como veamos. – Cortó de manera bastante seca Iñaki. – Tú no tienes más que grabar con la cámara. Adelante Mónica, puedes empezar.
ZAS
– UNO. – Contó Isabel
ZAS
– DOS.
ZAS
– TRES.
Sofía no dejaba de grabar. La chica no mostraba ningún tipo de gesto de dolor, pero a la vista estaba que Mónica no se cortaba con los golpes. El culo de Isabel comenzaba a estar surcado de lineas rojas.
ZAS
– QUINCE.
ZAS
– DIECISEIS.
– ¿Has visto? – Comentó Iñaki. – Hago que se castiguen entre ellas. Es una muestra más de sometimiento, saben que un error merece un castigo y lo aceptan y lo aplican sin rechistar.
Sofía estaba horrorizada, quería que acabase el día y salir de aquél lugar.
ZAS
– TREINTA. – Acabó Isabel.
– Muy bien, perras. – Las felicitó Iñaki. – Mónica, llévala a la sala de curas y aplícale un ungüento.
– ¿Un ungüento?. – Preguntó Sofía.
– Claro, las castigo cuando lo merecen, pero no quiero que estén dañadas, una vez acabo con ellas, les aplicó curas para que no sufran y se recuperen rápido.
Sofía no habría imaginado eso.
– Marcelo… Creo… Creo que ya tengo bastante… Si no le importa me gustaría acabar el reportaje ya.
– ¿Ya? Si todavía no hemos visto las mazmorras.
– L-Lo sé… Pero creo que tengo material suficiente.
– Si quiere podemos ir a mi despacho para que me pueda hacer las últimas preguntas que le puedan quedar para cerrar el reportaje.
– Sí… Me parece buena idea, muchas gracias.
Y allí dejaron a Iñaki, junto con Isabel y Mónica mientras ellos se dirigían al despacho de Marcelo. Mientras avanzaban por los pasillos, Sofía respiraba aliviada, aquél día iba a acabar y no tendría que volver a pensar en ese horrible sitio nunca más…
Marcelo abrió la puerta de su despacho.
– Tu primero por favor.
– Muchas gracias. – “¿Cómo podía una persona tan educada trabajar en un lugar así?” Se preguntaba Sofía.
Cruzó la puerta del despacho, pero no pudo ver nada. Un fuerte golpe en su cabeza nubló sus sentidos. Lo último que recordaba, era cómo protegía la cámara con su cuerpo mientras caía al suelo, después, todo oscuridad.
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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 4” (POR SOLITARIO)

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Mi cabeza. El dolor no me deja abrir los ojos. Clau está conmigo en la cama. Ana y Claudia no están, pero oigo ruido por abajo, estarán trasteando en la cocina. Golpea mi mente el recuerdo borroso de la noche. ¡Joder! ¿Qué he hecho? Ahora puedo entender lo que sentía Lot, después de ser seducido por sus hijas.

Al moverme Clau se despierta. Su mirada es dulce. Sus ojos claros, como el cielo que se cuela por el cierre de la terraza, me miran, sonríe. Se estira hasta posar sus labios sobre los míos. Tiene el poder de hacer que se diluyan mis preocupaciones.

–¡¡Papá!! ¡Aquí hay un señor que viene a instalar el teléfono!

–¡Ya bajo, cariño!

Busco un pantalón corto, una camiseta sin mangas y bajo corriendo.

–Hola, buenos días, la instalación está hecha, el propietario anterior tenia instalado el teléfono y solo tengo que conectar la roseta. Solo serán cinco minutos. Su hija ha sido muy amable y me ha dicho que está en el garaje.

–Bien, tómese el tiempo que necesite.

Se marcha hacia el garaje.

Un muchacho joven, fuerte, supongo que guapo para las chicas. ¡Joder! ¿Dónde están las chicas? Me asomo al garaje y veo a las dos lolitas mariposeando alrededor del técnico. No me ven. El muchacho esta encima de una escalera de mano, conectando cables. Claudia se acerca y le coge una pierna. Ana de la otra.

–No quiero que te caigas, yo te sujeto. ¿Luego me enseñaras lo que hay en esa cajita?

El chico, muy turbado.

–Si, claro, señorita. En cuanto termine de conectar, sube usted para que lo vea.

Se le cae el atornillador. No me extraña. Estas muchachas ponen nervioso a cualquiera. Ana lo recoge y se lo da.

–Gracias.

–Para eso estamos, bueno para eso y para lo que quieras.

Clau me da un golpecito en el hombro.

–¿Qué haces, cotillo? Anda déjalas y vamos a desayunar.

Sentados en la mesa, mi mente no descansa, los recuerdos de la noche pasada me atormentan. Entran las chicas acompañando al técnico.

–Ya he terminado, solo me tiene que firmar la orden de trabajo, si no le importa.

–Sin problemas. ¿Cuándo podre conectarme a internet?

–Cuando quiera. Ya he llamado para activar el enlace y está disponible.

Firmo la orden y el chico se despide, las chicas lo acompañan a la puerta. Vuelven las chicas, se sientan a la mesa en silencio.

No puedo levantar la vista de la taza de café, estoy terriblemente avergonzado.

–Papá, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

Sin levantar la vista.

–No, Ana, no me encuentro bien. Lo que hice ayer me afecta mucho. No debía haberlo permitido. Por ti, por mí. Ha sido un error.

–¿Por qué papá? ¿Cuál ha sido el error? ¿Hacerme feliz? ¿Hacer que me sienta más cerca que nunca de ti?

–Ana, hemos roto algo, que no puede recomponerse. Nuestra relación ya no podrá ser nunca la misma. ¿Qué soy ahora? ¿Tu amante? ¿Puedo seguir siendo tu padre después de esto?

–Si papa, seguirás siendo mi padre siempre. Ahora te quiero más.

-Pero, si lo que hicimos te plantea problemas, no te lo pediré nunca más.

Se gira hacia Clau que la abraza y le mesa los cabellos. Ana Llora. Claudia me reprende.

–José, estas siendo muy duro con Ana, no se lo merece. Tu represión no te permite ver la belleza de esta relación. Ana no se merece sufrir y tú la castigas con tus preceptos religiosos.

–Quizá tengáis razón, pero no puedo evitarlo. No quiero lastimarte, Ana. Te quiero demasiado y no quiero que sufras. Tal vez necesite vuestra ayuda para superarlo. Pero por favor, no lo repitáis. Yo lo sufro.

La mirada de Clau es de comprensión.

–No te preocupes. No volverá a suceder. No pensamos que te afectaría tanto. Te queremos demasiado y no queremos que lo pases mal. Las chicas prepararon la danza mientras estabas fuera, querían sorprenderte, solo querían hacerte feliz. ¡Queremos hacerte feliz!

–Bien, no hagamos de esto un drama. ¿Qué le habéis hecho al pobre técnico?

Me miran sorprendidas.

–¿Al técnico? Nada. ¿Por qué?

–Porque ha salido algo nervioso ¿No?

–Bueno le hemos gastado una broma. Nosotras lo hacemos mucho. Además hemos quedado para salir con él y un amigo esta tarde.

–Es un poco mayor para vosotras ¿No?

–Papá, por favor. Ya no somos niñas.

–Eso es lo que creéis, pero sí, aun sois niñas y no sabéis aún las consecuencias de vuestra actitud. No quiero reprenderos. Solo os pido que seáis responsables. Vuestra vida anterior os ha marcado, ya lo entenderéis más adelante.

–Papá, esto para nosotras es solo un juego, lo pasamos bien, nada más. ¿Recuerdas el restaurante donde paramos a comer en La Roda?

–Si, claro, ¿Porqué?

–Pues que fuimos las dos a los servicios, había una muchacha de nuestra edad, muy bonita, parecía tímida. Al verla, nos miramos y empezamos a besarnos en la boca, se quedó de piedra.

–Nos acercamos a ella y le pregunté si quería participar, asintió con la cabeza, nos liamos a besos con ella y pillo un calentón impresionante. Cuando le toqué, encima de las bragas, parecía que se había meado, las tenia empapadas.

–La metimos en la cabina del wáter, le quitamos las bragas y mientras yo le comía la boca, Claudia le chupaba su cosita. Después cambiamos. La corrida que se pegó fue impresionante. Tuvo que sentarse en la taza para no caerse.

–Cuando se recuperó nos dio las gracias. Era su primer orgasmo y seguía virgen. Nos besó a las dos y se fue. Nosotras tuvimos que hacernos unos dedos, nos habíamos puesto muy cachondas. Yo me traje sus braguitas ¿Las quieres ver?

–No gracias, Ana, déjalo, te creo. Sois unas golfillas.

–Déjalas, José, son más responsables de lo que piensas. Han madurado muy pronto. Debes comprenderlas.

–Intento hacerlo Clau, lo intento, pero solo veo a dos niñas con cuerpo de mujer. Bien, dejemos esto. Esperemos no tener que lamentarlo.

–Déjate llevar y no lo lamentarás. Vamos chicas despertad a las pequeñas, que desayunen y nos vamos a la playa.

Todas las chicas en la playa, yo solo en casa. Instalo el equipo que me permite observar el piso de Madrid. Accedo a la grabación de las últimas horas. Encuentro una secuencia en que Mila y Marga están en la cama retozando.

Veo a las dos amigas acostadas en la cama juntas, besándose.

–Mila, ¿Qué te ocurre? Te veo rara.

–¿Te parece poco lo que me pasa?

–Por primera vez en mi vida no tengo ganas de follar. O mejor dicho, no puedo follar con quien quiero. El último en metérmela en el culo fue Isidro, como pago por su actuación como abogado en la compra del negocio a José. Y con Gerardo tuve que fingir que me moría de gusto.

–Vamos Mila, déjame que te coma el chochito, cariño, a ver si te relajas

–Gracias Marga, si no fuera por ti. ¿Qué sería de mi?

Paso rápido las imágenes en que ambas se comen el chocho en un sesenta y nueve. Ya no me excitan. Terminan sus juegos y se tumban de espaldas en la cama, las dos juntas.

–Mila, ¿Qué ha pasado con José? ¿Cómo lo has visto?

–No se qué pensar, Marga. Por una parte parece que su relación con Claudia funciona. Seguramente acabará enamorándose de ella. Eso será bueno para él. Aunque a nosotras se nos parta el corazón. El sufriría con nosotras, no podríamos evitarlo. Lo mejor ha sido apartarlo de nuestro lado y facilitarle una vida mejor. ¡Le he hecho tanto daño!

–No podía seguir adelante con el plan que habíamos forjado. Tenerlo para las dos. Él no lo hubiera soportado. Por eso hice lo que hice en el club de intercambio, quería alejarlo de mi, de nosotras. Después ocurrió lo de Gerardo y se aceleró todo.

–Le pedí a Gerardo ayuda para marcharme, sin intención de hacerlo. Luego intentaría que él se enterara, sabiendo como reaccionaria. Lo conozco muy bien. Lo quiero mucho, tanto como para renunciar a él, por su felicidad, aun a costa de nuestra desdicha. He llamado a Ana y me ha dicho donde están. El viernes quiero ir a Alicante. ¿Vienes conmigo?

–Sabes que sí. Te seguiré a todas partes. Lo que tú has descubierto con José, tu verdadero amor, lo descubrí yo hace mucho tiempo. Te quiero Mila, y quiero a quien tú quieras. Os quiero a los dos, y como tú dices, estoy dispuesta a renunciar a él por ti. La diferencia, es que yo tengo el consuelo de estar contigo, de tenerte, tú, no lo tienes a él.

Me dejo helado. Mila había planeado todo para alejarme de ella. ¿Qué estaba planeando ahora? Debo reconocer que posee una inteligencia prodigiosa. No puedo dejar de admirarla.

–Por cierto, mañana tengo que ir al banco, quedé con el director de la sucursal en hacerle un trabajito extra por haber liberado el dinero que te di, que estaba a plazo fijo. Quería cobrarme una pasta en concepto de comisión por adelantar el reintegro.

–Después puedo acompañarte a Alicante o donde quieras.

–Gracias Marga. Vamos a dormir, mañana hablamos.

¡Coño! ¡Han salido esta mañana, dentro de un rato estarán aquí!

Que querrán. Puede que solo quiera ver a sus hijas. No sé. Lo cierto es que no me puedo librar de ella. Por cierto. ¿Y si monto cámaras para ver qué traman? Arriba, en el dormitorio y en el salón. Más adelante veremos. Instalo las cámaras vía radio. Tengo un receptor portátil con el que puedo recibir la señal dentro de un radio de 500 metros. Será suficiente.

Clau vuelve de la playa, viene a preparar la comida. He terminado de hacer el trabajo. No he tenido tiempo de probar los equipos. Ya veré.

Clau entra directamente a la cocina, sobre la encimera, corta verdura para una ensalada. Me acerco por atrás, la sorprendo besando su cuello, se envara, respira hondo, gira su cara y me ofrece su boca entreabierta. Mordisqueo sus labios. Mis manos van de la cintura a los pechos, que se crispan, las meto bajo la tela del sostén del biquini, los pellizco. Bajo la derecha por la cintura y el muslo, su piel erizada. Introduzco la mano por el elástico del vientre, abro sus labios vaginales, está mojada y no es agua de mar. Sigo mordisqueando su cuello. Me encanta sentir como se estremece con el contacto de mis dedos, de mi boca, de mi lengua. No lo soporta más.

–¡Fóllame! José, me pones muy caliente. ¡Ahora!

Desabrocho el enganche del sostén y se lo quito. Con las manos en las tiras del biquini lo bajo y ella se libra de él con los pies. Desnuda, acaricio su espalda, sus brazos, los suaves globos de las nalgas. Se vuelve. Frente a mí, tira de mi camiseta hacia arriba, del pantalón corto hacia abajo. Queda de rodillas, con mi polla a la altura de su cara, la sujeta con una mano mientras acaricia los testículos con la otra. Saca la lengua, lame él glande y la introduce suavemente en su boca. Acaricio su cabeza. Me mira desde abajo. Es muy bonita, sus pechos rozan mis rodillas, siento sus pezones duros por la excitación.

No puedo más.

–¡Clau, me corro! ¡Me corro!

Afirma con la cabeza mientras sigue mamando.

–¡¡AAHHGGGG!!

Descargo en el fondo de su garganta, tose, necesita aire, escurren por la comisura de sus labios goterones de lefa.

La cojo por los hombros y la levanto hasta besar su boca inundada por mi corrida y la compartimos, las lenguas se debaten, se entrelazan, bajo hasta lamer los pezones. Con mis manos, bajo sus brazos, la levanto hasta sentarla en la encimera. Separo sus rodillas y entro con mi lengua en su deliciosa, salada, gruta. Paseo la punta desde el ano hasta el pubis, mordisqueo los labios, subo hasta el vértice superior del ángulo de su sexo, penetrándolo, me detengo en el botoncito que se descubre bajo el capuchón, lo excito, lo torturo, me detengo, ella aprieta mi cabeza sobre su coño y empuja con las caderas. Respiración acelerada, miro hacia arriba, su cabeza inclinada hacia atrás, sus dedos, sus uñas se clavan en mi cráneo, me tira del pelo. Y explota, tiemblan sus piernas, su cuerpo se mueve adelante y atrás.

–¡¡¡AAAAHHHH!!! ¡¡Me matas, me matas!! ¡¡AAAAHHHH!! ¡¡Que gusto!!¡¡Joder!! ¡¡MMIERDA!! ¡¡Que gusto me das!! ¡¡Es un orgasmo permanenteeee!! ¡¡PARA!! ¡¡No puedo más!! ¡¡Va y viene!!

–¡¡Joder!! José, que gusto. ¡¡Bésame!! Te necesito, te quiero. Abrázame.

Cojo su cintura, la deposito de pié, en el suelo, estrecho su pecho entre mis brazos. Nos comemos a besos. Me siento muy bien, sus ojos reflejan felicidad. ¡Quiero a esta mujer!

Un griterío en el césped nos dice que acaban de llegar las niñas. Entran en tropel a la cocina. Me besan las pequeñas. Ana me mira, con esa mirada que habla en silencio. Cojo su mano, tiro de ella y la acerco a mí. Rodeo su carita con mis manos y beso su frente. La abrazo y ella me rodea con sus brazos apretando con fuerza. Es mi hija. ¡Cuánto la quiero!

Comemos, las niñas hablan de lo que han estado haciendo en la arena, en el agua. Son muy felices. Están disfrutando de lo lindo. Quiero que sigan haciéndolo.

Están agotadas, las enviamos a dormir la siesta. Clau y yo subimos a descansar. Hace calor.

Un claxon suena en la cancela de la parcela. Ya sé quién es. Clau me mira extrañada, encojo los hombros. Bajamos los dos, Clau coge mi brazo y aprieta hasta hacerme daño. Ha visto quien es, quienes son. Abrimos con el mando y el vehículo entra en el carril de acceso. Se detiene en la puerta del garaje. Nos miran desde dentro. Están indecisas. Empujo a Clau hacia ellas. Abren las puertas y salen del coche, cierran y se acercan a Clau, la abrazan, se abrazan las tres, vienen hacia mí. No sé cómo comportarme. Mila me mira suplicante.

–José, por favor, no nos rechaces, solo venimos a ver que estáis bien, vosotros y las niñas. Nos alojaremos en un hotel. No queremos molestaros.

–Pasad, no tenéis que iros a ningún hotel, podéis quedaros aquí y estar, todo el tiempo que queráis, con las niñas. Por mí no tenéis que preocuparos. ¿Y pepito?

–Este fin de semana, se lo ha llevado a una finca, que tiene en Navacerrada.

–Bien. Vamos, entrad.

Se sorprenden al ver la casa, parece que les gusta. Clau las coge de las manos y se las lleva arriba a ver a las niñas. Oigo los gritos de Mili y Elena. Ana, sorprendida.

–¡¡Mamá!!, ¡¡Que alegría!!

Me encierro en la salita, conecto el receptor, sintonizo la frecuencia de la cámara de la habitación. No hay nadie. Siguen en los dormitorios de las niñas.

Bajan al salón, todas, Mila lleva a Ana en un brazo y a Mili en otro, sobre los hombros.

Clau está triste, parece preocupada. No sabe cuáles son las intenciones de las dos amigas. Salgo para que no sospechen. Me siento en el sofá. Ana me mira interrogante. Encojo los hombros. Se acerca y se sienta en mis rodillas. Pasa su brazo tras mis hombros, me besa en la mejilla.

–¿Estás bien, papá?

–Si, cariño, no te preocupes. No sé cómo han averiguado donde estábamos. Pero no importa. Es lógico que quiera veros, es vuestra madre.

–He sido yo, papá. Se lo dije cuando hable con ella por internet.

Acaricié su cabeza. Y la atraje hacia mí, la besé. Mila nos miraba, empuje suavemente a Ana hacia su madre, se levantó y fue a sentarse a su lado. Charlaron de cosas intrascendentes. Le hice una seña a Clau para que se acercara.

–Clau, necesito unos cables para instalar los ordenadores. Voy a salir a comprarlos, así os dejo tranquilas. No sé a qué vienen. Espero que sea como dicen, ya veremos.

–No tardes mucho, no me gusta esto. Tengo miedo por ti.

–Por mí, no tienes que preocuparte. A ver si averiguas algo.

–Marga, por favor, mueve el coche que voy a salir con el mio.

–Voy José.

Salimos juntos, cuando estamos solos se detiene, me mira de frente.

–¿Cómo estás José? Parece que te llevas bien con Claudia.

–Es una gran mujer. Creo que estoy enamorado de ella.

–Muy pronto nos has olvidado.

–Ella me ha ayudado mucho, lo sigue haciendo. Y quiere mucho a las niñas. Intentamos ser felices.

–Me alegro, de corazón, José. No sabes cuánto. Y debes saber que seguimos queriéndote, aunque tú no lo creas.

–Por favor Marga, no sigas, lo he pasado muy mal, he sufrido mucho. No sé hasta qué punto, por mi culpa. Quizá si hubiera aceptado el papel de cornudo consentidor ahora estaríamos todos juntos y felices. ¿No crees? ¿Vosotras podríais seguir queriendo a una mierda de hombre que consienta que docenas de tipos se follen a su mujer? O, peor aún. ¿Qué se dedique a prostituir a las mujeres que quiere? No Marga. Yo no podía soportar eso. No puedo y no quiero. Dejadme seguir con Claudia. Ahora la quiero. Vosotras ya no significáis nada para mí. Dejadnos vivir. Anda, aparta el coche por favor.

Marga mueve el vehículo lo suficiente para yo salir. Me marcho, doy la vuelta a la manzana y me sitúo en una calle cercana, donde no pueden verme desde la casa.

Conecto el receptor y el ordenador portátil, alimentados con un convertidor de tensión, de 12 a 220 voltios, conectado a la batería de la ranchera. Escucho con cascos auriculares.

Las pequeñas quieren irse a jugar con los vecinos, se quedan las cinco mujeres solas.

–Claudia ¿Cómo te va con José?

–Mila, es lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. He sabido lo que es amor, me tiene sorbido el seso. Te lo suplico, no lo estropees. Le quiero como no sabía que se podía querer.

–No te preocupes. No pretendo arrebatártelo. Yo también lo quiero, precisamente por eso, porque lo quiero, debo renunciar a él y tratar de que sea feliz contigo y con las niñas. No dudes en llamarme si necesitas algo, si peligra vuestra relación, te ayudaremos. No desconfíes de nosotras. También te queremos.

–Pero mamá, ¿Por qué lo haces? Si lo quieres, ¿Por qué no luchas por el?

–Muy sencillo Ana. Tu padre con nosotras seria un desgraciado, con Claudia puede ser feliz, podéis ser felices. Es lo que queremos ¿O no?

–Tienes razón. Y tengo que contarte algo. Le dimos a beber vino con una substancia excitante, nos acostamos con él, follamos con él. Claudia no lo sabía.

–¡Dios mío! ¿Qué habéis hecho chiquillas? ¿Estáis locas?

–Si Claudia, estamos locas. Yo estaba loca y lo sigo estando. Como mi madre, sé que le he hecho daño. No podía imaginar que reaccionaria así. Pero lo deseaba y no pensé en las consecuencias. Ha sido un error. Un gran error. Ahora ya no tiene remedio.

Cubre su cara con las manos y solloza. Su madre la abraza.

–Esto de cometer errores, con los hombres a los que queremos, debe ser cosa de familia, cariño. Tú lo has dicho. Las dos hemos cometido errores. Claudia, ayúdala a superar esto. Te lo pido por favor.

–Creo que infravaloramos a José. Todas. Es un buen hombre, incapaz de hacer daño a su hija. Porque la quiere. Incapaz de hacer daño a su mujer, porque la quiere o la quiso, aun no lo sé. Mila, ayúdame con José. No sé si aun te quiere.

–Y ¿cómo podemos ayudarte?

–No sé, quizá si tuvierais un encuentro. Intenta seducirlo, si él sigue enamorado de ti, yo no tengo nada que hacer. Si te rechaza, quizá tenga esperanza. Él dice que me quiere y no es hombre de mentiras. Lo cree, pero puede que se equivoque.

–Voy a pedirle a José que folle con vosotras. Con las dos.

–Y ¿Cómo se lo vas a pedir?

–Con la verdad. Necesito saber si aun te quiere u os quiere, no sé.

–Por nosotras no hay problemas, ¿Y tú? ¿Lo podrás soportar?

–Con tal de salir de este mar de dudas, soy capaz de lo que sea.

__Pues adelante. Pero veo difícil que lo puedas convencer.

Vuelvo a casa, entro con unos cables en la mano que ye tenia preparados en el coche.

Están las tres solas, Ana y Claudia han ido a buscar al muchacho de la instalación telefónica y su amigo para salir. Claudia está nerviosa, se retuerce las manos.

–¿Que te ocurre, Clau?

–Tengo algo que proponerte. Necesito que aclares nuestra situación. Necesito saber a quien quieres, a Mila, Marga o a mí.

–Cariño, sabes muy bien que te quiero, no tengo nada que aclarar. Te quiero y ya está. No le des más vueltas.

–Si, se las doy. Pruébame que me quieres. Sube y acuéstate con Mila y con Marga, hazlo con ellas y dime después a quien quieres. Aceptaré lo que me digas.

–Tú no andas bien de la cabeza. ¿Para qué quieres que folle con ellas? ¿Qué vas a probar?

–Te lo suplico, hazlo. Si te convences de que no me quieres dímelo, lo aceptare. Si por el contrario, no sientes nada por ellas, dímelo. Te querré más.

–Si es tu voluntad. Sea. Vosotras que decís.

–Que lo estamos deseando.

Subimos a la habitación Marga, Mila y yo. Nos desnudamos. Me tiendo. Marga se apodera de mi manubrio. Mi mente está lejos, en el tiempo y el espacio. Mila me besa, noto su calor, hay momentos en que parece que voy a desfallecer. No consiguen que mi verga se enderece. Se mantiene fláccida. Se intercambian, rozan con su sexo el mío, que sigue sin responder. Se esfuerzan, usan sus conocimientos y experiencia.

Yo tengo en mi mente la imagen de Mila llena de lefa de un montón de hombres, que se pajean a su alrededor y eyaculan sobre su cara, llenándole el pelo, los pechos, orinándose sobre ella, apestando a lefa, sudor y meados. Así consigo controlar la erección. Que no se produce.

Mila llorando abandona el dormitorio. Marga de pie sobre la cama con un pie a cada lado de mi cintura y abriéndose el coño, trata de excitarme.

–No Marga, no podéis hacer nada. Mi voluntad es quien me controla. Os aprecio y me dais lastima, las dos. No insistas. Déjame.

Claudia entra.

–¿Qué ha pasado? ¿Por qué llora Mila?

–Porque no ha aprendido a controlar la frustración. Sigue siendo una niña caprichosa. Cuando no consigue lo que quiere llora. Ven, vamos a ducharnos. Me han dejado pegajoso con sus flujos, lávame.

Cojo su delicada mano y me dirijo con ella a la ducha. Desnudo su cuerpo, abro el grifo y dejo que el agua corra por mi cuerpo. Clau, con una esponja en una mano y jabón en la otra me lava, amorosa y concienzudamente.

Libera sus manos y acaricia mi verga que, con el contacto de sus manos y su imagen en mis ojos, crece hasta alcanzar el máximo tamaño. Se gira, dándome la espalda e inclinándose hasta coger con sus manos el borde de la bañera.

La forma de su grupa es la de una guitarra española. La delicadeza de su espalda, la estrecha cintura, el ensanchamiento de sus caderas. Toda ella invita al placer.

–Por el culo José. Por el culo, sin piedad. No la merezco. Tengo que pagar el mal rato que te he hecho pasar.

En aquel momento sentía verdadera ansia de venganza. No era por Clau. Debía habérselo hecho a Mila, pero hubiera disfrutado. Algo dentro de mí me empujó a hacerlo y colocando el glande en el ano. Empujé.

–¡¡¡AAAHHHHH!!! ¡¡JODER, QUE DOLOR!!!¡¡SIGUE!! ¡¡PARTEME EN DOS!! ¡¡ME LO MEREZCO POR TONTA!!

Empujé. Empujé, hasta que, sin que dejara de gritar, sentí mis huevos golpear sus muslos. Me paré. Espere a que su esfínter se adaptara y continué.

Ha sido un buen polvo. Me está gustando esto de joder culos estrechos. ¿Por quién me decidiré después?

He visto a Mila y Marga en el dormitorio. Han oído todo lo que hemos hecho. Salgo abrazando a Clau. Me miran las dos, implorantes.

–Este es mi futuro Mila. Quiero a Claudia.

–Vámonos Marga, aquí no podemos quedarnos.

–No, Mila. Quedaros. Podéis dormir con las niñas y marcharos cuando queráis. Para mí no supone un problema y, supongo, para Claudia tampoco.

Entran Ana y Claudia en la casa.

–Carrozas, ¿dónde estáis?

–Aquí arriba, cariño.

Suben y nos ven a todos desnudos. Mira a su madre, sabe que ha llorado.

–Vaya, ¿Qué nos hemos perdido?

–Nada cariño. Tu madre se queda, dormirá con vosotras.

Se marchan a las habitaciones.

–Ven Clau, tenemos que hablar.

–¿De qué? ¿Estás enfadado conmigo?

–No cariño, comprendo tus dudas. Yo también las he padecido. Ahora estoy tranquilo. Solo quiero que no te queden dudas sobre mi amor. Te quiero y siento haberte hecho daño. No me gusta hacer sufrir a nadie. El sexo, para mí, es una fuente de placer y no concibo el placer en el dolor. Me parece enfermizo. Vamos a la cama. Quiero hacerte el amor, a ti, a mi mujer, a la mujer que quiero.

Yacemos juntos, abrazados, juntas nuestras bocas….No es solo placer, es una emoción que trasciende lo físico, que va más allá, es, simplemente inexplicable. Si no lo has sentido nunca, no podrás saber a lo que me refiero. Es como intentar explicar cómo es el cielo, a un ciego de nacimiento.

Despierto por los ruidos en el pasillo. Las niñas, Mila, Marga. Espabilo a Claudia y salimos a ver. Se marchan, están bajando las bolsas de viaje. Les ayudo. No me gustan las despedidas, aunque sean temporales. Mila me mira, avanza hacia mí, me da la mano. Las demás están expectantes. Cojo su mano, tiro de ella, me acerco a Mila y beso superficialmente sus labios. Es un instante, infinitesimal. Pero una descarga eléctrica recorre mi espalda. Disimulo. ¡Joder! ¿Hasta cuándo? También beso a Marga. Ahora sé que las dos me quieren, que han renunciado a mí, por amor. Me siento en deuda con ellas. Anoche tuve que esforzarme para no descubrirme. Las sigo queriendo, claro. Pero, como dice Mila, no podemos estar juntos.

Mila y Marga se alejan en su coche. No podre olvidarlas, pero ya no duele. Claudia es una buena mujer. Me esforzare en hacerla feliz, se lo merece y estoy aprendiendo a quererla. No es difícil.

Guardo en un pendrive Los cuadernos de Mila. Cuando esté preparado los leeré. Los ordenaré y quizá los suba. Aun no sé lo que encontraré en ellos.

Seguimos en la costa de Alicante. Nuestra vida es sencilla, he visto los planos del proyecto original y aparece una piscina en la parte de atrás. La construiremos. A las niñas les hará ilusión. Mi objetivo es hacer felices a las que me rodean.

Esta saga ha terminado. José vive actualmente en su casa de la costa de Alicante con su pareja, Claudia. Sus hijas Claudia, Ana, Elena y Mili. Somos felices.

El pasado se olvida, el futuro aun no es. Vivo el presente y lo disfruto.

Hoy 20 de Agosto de 2013.

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 3” (POR GOLFO)

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Tercera parte de “la enfermera de mi madre resultó muy puta”.
Esa tarde no pude dejar de pensar en que por confusión me había tirado a la gemela cuando creía que era la enfermera. Ese error lejos de resultar un inconveniente, abría una serie de posibilidades que cambiaría la vida de los tres en un futuro.
Siendo conocedor de la atracción de ambas por mí y sabiendo que gran parte de ese atractivo se debía a mi carácter dominante, decidí no dejar pasar la oportunidad y que esa noche las dos hermanas terminaran juntas en mi cama. El problema era cómo hacerlo, si les entraba por las bravas, se podían cortar y rechazar mi idea.
Por eso y tras analizarlo durante largo rato, decidí que la pieza más débil de ese  puzle no era Irene sino Ana. Os preguntareis porqué. La respuesta en sencilla, la primera ya era mi amante mientras que el polvo que había echado a la segunda había sido producto de un error. Tomada la decisión, esperé a que Irene estuviera ocupada preparando la cena para pedirle a Ana que me acompañara al salón.
La muchacha debió suponer que había descubierto cómo había suplantado a su hermana porque apareció con la mirada esquiva, incapaz de mirarme a los ojos.
-¿Te apetece una copa?- pregunté mientras examinaba con detenimiento a la recién llegada.
Totalmente colorada al sentir el examen al que la estaba sometiendo, me respondió que sí. Dando tiempo al tiempo, le puse un cubata incrementando su embarazo al decirle:
-Después de lo que ha ocurrido esta tarde, ambos necesitamos algo frio.
Al escuchar mi comentario se hizo la desentendida, contestando:
-¿A qué te refieres?.
Muerto de risa, le respondí mientras ponía la copa en sus manos:
-Al polvazo que hemos echado.
Mis palabras fueron un torpedo bajo su línea de flotación y temblando, tuvo que sentarse antes de intentar excusarse diciendo:
-No fue mi intención que me tomaras. ¡Ni siquiera sabía que mi hermana era tu amante! ¡Solo quería sentirme sexy y por eso me puse ese disfraz!
Tras lo cual se puso a llorar. Alimenté su desesperación sin decir nada. Mi silencio aumentó su congoja hasta que asumiendo que era suficiente, me senté a su lado y mientras la consolaba, le solté:
-¡No necesitas disfrazarte para estar atractiva! ¡Eres una belleza!
Aliviada por mi piropo, secó sus lágrimas y con una tímida sonrisa me preguntó:
-¿En verdad  te resultó  guapa?

 

Descojonado por su inseguridad, acaricié levemente los pechos de la rubia y robándole un beso, contesté:
-Las dos sois preciosas.
Entonces aprovechando tanto mi halago como el deseo que leí en su rostro, dejé caer si le había gustado ese encuentro. La cría mirando al suelo, respondió:
-Mucho…
Su timidez era tan evidente que me supe que debía andar con pies de plomo y sabiéndolo, acaricié su mejilla antes de decirle:
-A mí, también y me muero por repetirlo.
Mi contestación inicialmente la alegró pero cuando lo meditó unos segundos, escandalizada, me contestó:
-Pero ¡Y mi hermana! ¡Qué va a pensar de mí!…
Teniéndola justo donde quería, la besé nuevamente diciendo:
-Si me haces caso, ¡Ella será la que te lo pida!
Sin tenerla todas consigo pero deseando ser nuevamente mía, escuchó atentamente mi plan y solo cuando terminé de exponérselo, mordiéndose los labios con deseo, aceptó implícitamente al preguntar:
-¿Entonces ambas seremos sus amantes?
-Sí.
-¿Y tendremos que compartirlo?
-¡Por supuesto! Mi intención es que formemos una familia de tres- solté.
Aunque le acababa de decir indirectamente que compartirían a la vez mi cama, no puso ningún impedimento y son una sonrisa, cerró su compromiso diciendo:
-Ojalá tengas razón y esta misma noche, pueda disfrutar de las dos….
La supuesta depresión de Ana.
Media hora después, Irene me informó que la cena estaba lista pero al ir a decírselo a su gemela, se la encontró llorando. Sorprendida por la depresión en la que parecía haber caído, le preguntó el motivo.
Entonces y tal y como habíamos acordado, Ana le contestó:
-Mi vida ha sido siempre una mierda pero es ahora cuando me acabo de dar cuenta.
-No te entiendo, eres una mujer hermosa, acabas de conseguir un trabajo…
Dulcemente su hermana estaba intentando animarla pero cortándola Ana se quejó:
-Pero nunca he estado con un verdadero hombre. No lo entiendes porque tú tienes a Alberto- e incrementando la angustia de su tono, le soltó: -¿Sabes por qué dejé a Alonso?
Irene no supo que responder a la afirmación de que andaba conmigo, por tanto, permaneció en silencio.
-Toda la familia nos veía felices pero no era verdad porque no me hacía sentir mujer. ¿Te imaginas estar con alguien que para todo te pregunte? ¿Soportarías a un mequetrefe sin iniciativa?
-La verdad es que no- contestó.
-Pues yo tampoco. Cómo tú, necesito un dueño y no una mascota, por eso cuando veo como tu jefe te maneja y como te excitas al obedecerlo, ¡Siento envidia!
Fue entonces cuando comprendió que su hermana conocía su secreto y que para colmo lo compartía. No sabiendo cómo reaccionar, con voz insegura le preguntó cómo podía ayudarla. Al escucharla, Ana dejando de llorar, dijo:
-Deseo experimentar aunque solo sea una vez lo que se siente –y sin darle tiempo a pensarlo, le espetó: -¡Podría hacerme pasar por ti!
-¡Estás loca! – ofendida respondió.
No dando su brazo a torcer, Ana insistió:
-¡No se daría cuenta! ¡Somos iguales!
Ante semejante barbaridad, Irene tuvo que pensar una contestación que le permitiera una salida digna y por eso al cabo de unos segundos, alegó:
-No puede ser. Si se entera, podría enfadarse y echarme de su casa. ¡No puedo correr el riesgo!
Habiendo sembrado la duda en su hermana, Ana se propuso aprovecharla  y por eso cogiéndole la mano, le suplicó:
-Te juro que lo necesito- y cambiando de estrategia, comentó: -Tu jefe es ante todo un hombre. ¿Y si entre las dos le seducimos?
Tal y como había previsto y luego ella misma me reconoció, a Irene la idea que juntas tontearan conmigo, la excitó e imaginándose mi cara de sorpresa al ser objeto de las lisonjas de ambas, de buen grado aceptó y disfrutando de antemano, se rio diciendo:
-¡Lo que va a gozar Alberto con las dos!
……………………………………………
En el piso de abajo, mientras tanto al no conocer todavía la reacción de mi amante ante tamaña sugerencia, reconozco que estaba nervioso y aunque interiormente estaba hecho un mar de nervios, las esperé sentado en la mesa.
En cuanto las vi aparecer por la puerta, comprendí que todo iba según lo planeado al observar sus ropas. Dejando a un lado su anterior vestimenta,   las dos hermanas llegaron luciendo cada una de ellas un camisón a cual más sugerente. Sin cortarse en lo más mínimo ante mi incrédula mirada, Irene y Ana modelaron sus picardías dándoles igual que a través de la tela pudiera admirar la belleza de sus cuerpos casi desnudos.
“¡Qué par de putas tan guapas!” pensé y haciéndome el despistado, exclamé:
-¡Ya era hora de que bajarais! ¡Tengo hambre!
Mi queja no pasó inadvertida y por eso mientras se dirigía a la cocina por la cena, la enfermera ordenó a su gemela:
-Siéntate junto a Don Alberto.
Ana obedeciendo cogió la silla que estaba a mi derecha y tras acomodarse en ella, murmurando me comentó:
-Todo ha salido como planeaste- y recalcando su alegría, me señaló sus pezones, diciendo:- Fíjate como me tienes.
No tuve que hacer ningún esfuerzo para asumir que los dos bultos que sobresalían sobre la tela eran sus dos areolas erectas y por eso cogiendo una entre mis dedos, apliqué un suave pellizco mientras le decía:
-Esta noche voy a follarte con el apoyo tu hermana.
Incapaz de contenerse, la rubia gimió con desesperación al sentir mi ruda caricia y dejándose llevar por su papel me respondió:
-Esta noche nos follarás a las dos y si mi hermana no quiere, te ayudaré a violarla.

 

-Me gusta la idea- contesté descojonado.
En ese momento, Irene hizo su entrada en el comedor y al oír nuestras risas, preguntó a que se debían:
-Estaba comentando con Ana que sois clavadas y que todavía me cuesta diferenciaros.
-Eso no es cierto, somos muy distintas- la enfermera contestó e iniciando el ataque, abriéndose un poco el escote, dijo como si estuviese enfadada: -Ves este lunar, ella no lo tiene.
Al hacerlo no midió bien su gesto y dejó a la vista, todo su pecho. Confieso que me costó separar mi mirada de ese espectáculo pero adoptando nuevamente mi papel, respondí:
-Eso lo dices tú. Tendría que ver el seno de tu hermana para comprobarlo.
La aludida rápidamente hizo como su gemela pero sacándose ambas tetas, dijo con tono altanero:
-Yo no tengo y encima las mías son más bonitas.
 Aunque me había tirado a esa preciosidad, la penumbra no me permitió admirar como en ese instante, las ubres duras y redondas con la que estaba dotada y por eso dediqué unos segundos a complacer mi curiosidad. Aprovechando mi silencio, Irene se abrió por completo el camisón y cogiendo sus dos peras en las manos, en plan celosa, le contestó:
-Es mentira, las mías son más grandes y duras que las tuyas- y dirigiéndose a mí, preguntó:
-Don Alberto, ¿Usted qué opina?
Para entonces, bajo mi pantalón, mi pene ya lucía una gran erección y disfrutando del momento, llevé una mano a los pechos de cada mujer y haciendo como si los pesaba, respondí:
-Realmente, me siguen pareciendo iguales- e ignorando la forma tan evidente con el que me estaban calentando, exclamé: -¿No vamos a cenar?
La cara de ambas mostró su contrariedad y tras una breve confusión, se miraron en plan cómplices y tomando la enfermera la iniciativa, sonriendo sirvió la sopa, diciendo:
-Tiene Usted razón. Somos unas maleducadas. Ana, hermanita, ayúdale con la servilleta.
Su gemela cumpliendo por demás su sugerencia, no solo la puso en mis piernas sino que posando su mano en mi muslo, lo empezó a recorrer con sus dedos. Su maniobra no pasó inadvertida a mi amante que dejando caer la suya sobre el otro y mientras lo acariciaba, dijo con tono meloso:
-¿Le gusta?
Sabiendo de antemano que se refería a sus magreos, respondí:
-La sopa está un poco sosa.
La desilusión al comprobar mi desinterés no hizo variar su determinación e cambiando el modo de su ataque llevó su mano a mi bragueta mientras me reconocía:
-Amo, sé que a lo mejor está molesto por nuestra actitud. Pero hoy he descubierto que mi hermana también tiene alma de sumisa y me pregunto si le importaría adiestrarla.
Levantando mi mirada del plato, me giré hacia Ana y le dije:
-¿Es eso verdad?
-Sí, amo.

 

Reteniendo mis ganas de empezar, terminé  de cenar mientras las dos hermanas esperaban inquietas mi determinación. Deliberadamente, prolongué su espera hasta que levantándome de la silla pedí a Ana que me acompañara a la habitación mientras la enfermera me ponía una copa.
-No me la traigas hasta dentro de cinco minutos,
Ya en mi cuarto preparé a la gemela colocándole en la boca un bozal a modo de mordaza. Al llegar Irene y encontrársela en ese estado, me miró acojonada al oír que la decía:
-Demuéstrame si sirve para sumisa.
-Amo- casi cayendo de rodillas, contestó: -No sé si podré hacerlo. Nunca he estado con  otra mujer y encima es mi hermana.
Obviando sus remilgos, cogí la copa y me senté en una silla junto a la cama. Mi amante comprendió que  era una prueba y mientras Ana permanecía asustada de pie en medio de la habitación, señalé un cajón y dije:
-Coge la fusta.
Sacándola Irene sintió que sus piernas flaqueaban. Todavía dudando, chasqueó al aire el instrumento y con sus ojos atormentados, hizo un último intento diciendo:
-¿No prefiere ser usted quien lo compruebe?
-No- fue mi escueta respuesta.
Asumiendo que no quedaba otra, la enfermera empezó a recorrer el cuerpo de su hermana con la fusta. Desde mi asiento y disfrutando de sobremanera,  pude observar como la acarició los pechos de la muchacha con esa vara y  como al centrarse en sus pezones, estos se le pusieron duros al instante.
-Haz lo que yo te haría- insistí.
La rubia me imploró con la mirada pero asumiendo que si quería que su hermana cumpliera la fantasía, debía incrementar la presión. Por eso, se los pellizcó sin piedad. Sé que Ana hubiese gritado de mi mediar la mordaza pero satisfecho bebí un sorbo de mi copa, no dando importancia a lo que estaba viendo.
-Ponte a cuatro patas- ordenó en plan dominante.
Mansamente, su hermana se agachó en el suelo y adoptando la posición que le habían ordenado, todavía se permitió el lujo de sonreír al no ser realmente consciente de lo que se le venía encima.  Pronto Irene la sacó de su error, porque nada más ver que le había obedecido con la fusta castigó su trasero duramente.
-Abre las piernas, perra- exigió aprendiendo rápidamente que se esperaba de ella.
No me costó comprender que esa nueva faceta le estaba gustando y que de una manera extraña, le excitaba disponer a su antojo del cuerpo de su gemela. Subyugada ya por el poder recién adquirido, no le dio tiempo a separarlas cuando usando la punta de la fusta recorrió el canalillo del culo de Ana.

 

“Coño con la mojigata” pensé alucinado al observar que no contenta con ello, usando la misma herramienta separaba el tanga de la mujer y sin más prolegómeno se la introdujo en  el interior de la cueva. La inexperta chavala se estremeció al sentirlo pero en vez de intentar huir dejó que sus caderas adquirieran vida propia moviéndolas sensualmente para colaborar en la penetración.
-¡Serás puta!- se rio mi amante al ver el efecto que sus maniobras tenían en su gemela y sentándose en su espalda, empezó a azotarla con la mano mientras seguía forzando su sexo con la vara. Ese incestuoso castigo se prolongó durante unos minutos durante los cuales Irene no violó a sus anchas a Ana con la fusta al siniestro compás de los azotes.
Os prometo que no me esperaba que al notar que su víctima se había corrido, Irene sacándola del sexo de su gemela, se llevara la punta de cuero a sus labios y  probara con descaro el flujo de su hermana.
-Amo, ¡Le va a encantar el sabor de su nueva sumisa!- exclamó y dirigiéndose a Ana, le soltó: -Quítate el bozal y bésame.
Tampoco anticipé ese beso. Como en celo, la enfermera usando su lengua abrió la boca de Ana y mordiéndose  los labioss, anticipó el placer que sentiría en manos de su pariente.  Tras lo cual se sentó en el colchón y le dijo:
-Veamos si sabes comerte un coño.
Para entonces, mi sexo me pedía entrar en acción pero decidí esperar a que la enfermera se corriera en la boca de la otra. La gemela dio muestras de no ser su primera vez porque en vez de dirigirse directamente a su chumino, agachándose, empezó por sus pies.
-¡Dios! – gimió ya descompuesta en cuanto su gemela se metió los dedos de sus pies en la boca.
Aunque para mi amante era una experiencia nueva el ser tocada por otra mujer por el volumen de sus sollozos, no podía ocultar que le gustaba sentir la lengua de Ana subiendo por sus piernas mientras se acercaba lentamente a su objetivo.
-¡Sigue!- aulló voz en grito al sentir la calidez del aliento de la gemela sobre su pubis y agarrándola del pelo, le obligó a apoderarse de su clítoris.
La chavala observando que su hermana separaba los labios de su sexo,  comenzó a estimularle ese botón del placer con una mano mientras con dos dedos de la otra, la penetraba. La doble estimulación fue excesiva y  antes de un minuto, observé a la enfermera corriéndose.  Ese orgasmo me confirmó que ambas estaban listas y por eso ordené a la recién llegada que continuara comiéndoselo mientras yo aprovechaba a ponerme a su espalda.
-¡Estas buenísima!- le dije al observar desde ese ángulo su culo en pompa mientras le practicaba el oral a su gemela.
Satisfecho, puse mi glande en su entrada y de un solo golpe la penetré hasta que la punta de mi miembro chocó con la pared de su vagina. La rubia al sentir que mi pene rellenaba su interior, demostró que era una maquina en las artes amatorias y multiplicándose, su lengua siguió dándole placer a la vez que llevando sus manos hasta los pechos de su hermana, se los estrujaba con pasión.
-Amo, ¡Fóllesela!- imploró Irene ya sumida en la lujuria.
Azuzado por su grito, incrementé la violencia de mi ataque mientras Irene aprovechaba para presionar nuevamente la cabeza de la rubia contra su sexo. Los jadeos y gemidos de ambas mujeres fueron la señal que esperaba para lanzarme en busca de mi orgasmo y agarrando la melena de la chavala a modo de riendas, inicié mi cabalgada.
Mi pene apuñaló su sexo con renovados ímpetus mientras ella se retorcía gritando su sumisión. Disfrutando de esas dos putas, metí y saqué mi miembro cada vez más rápido hasta que al escuchar que la objeto de mis caricias, pegando sonoros aullidos  se corría, me vi abducido por el placer y explotando en su interior, derramé mi simiente en su interior.
Tras lo cual, cayendo agotado sobre el colchón, me desplomé. Las dos hermanas entonces se tumbaron una a cada lado y esperaron a que me recuperara. Cuando lo hice, mi amante  me preguntó:
-¿Puedo considerar que desde hoy mi amo tiene dos esclavas a su servicio?.
Muerto de risa, respondí que sí. Al escucharme, sonrió y llamando a su hermana, entre ambas se pusieron a resucitar mi alicaído miembro mientras me decía:

 

-Ahora me toca a mí- y soltando una carcajada, me informó: -¡Un amo debe de complacer siempre a su favorita!
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 

Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 6” (POR SOLITARIO)

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Suena un teléfono. Insiste. Otra vez. Me aparto y busco el maldito teléfono móvil, que no deja de sonar. Ha dejado de sonar.

En la pantalla aparece, llamada perdida. MARGA. Llamo, contesta. Está llorando.

–¡¡José!! ¡Estoy con Mila en el hospital! ¡Está muy mal, ha intentado suicidarse!

–Cálmate Marga. Dime que ha ocurrido.

–Tuve que salir a un servicio, Mila se quedo en casa, el cliente no se presento y volví antes de tiempo. La encontré tendida en la cama, había tomado rohypnol, no sé cuantas pastillas, pero muchas. Llamé a urgencias y estamos en el hospital ————-Me han dicho que está viva pero en coma. No saben cómo puede haberle afectado. Ni si despertará. ¡¡Dios mío!!

–¡¡Estoy sola, José!! Tengo mucho miedo.

–Salgo ahora mismo para allá. Tranquilízate.

Clau está a mi lado.

–¿Mila?

–Si, ha intentado suicidarse.

–¡¡Joder!! Lo sabía. Sabía que no soportaría esta situación.

Ana y Claudia vienen a ver qué ocurre. Ana llora desconsolada. Es su madre. Un nudo oprime mi garganta. Me preparo para salir enseguida. Es tarde y habrá poco tráfico, en cuatro horas puedo estar en Madrid. Ana me abraza.

–Papá, yo voy contigo. Quiero verla.

–De acuerdo. Prepárate, nos vamos enseguida.

En marcha hacia Madrid, tal y como preveía hay poco movimiento en la autovía A31. Llegamos al hospital amaneciendo.

Entramos por urgencias, en la sala de espera está Marga.

–¡¡Marga!! ¿Cómo esta? ¿Sabes algo?

Se abraza llorando.

–No debía haberla dejado sola, José. Después de lo de tu padre y hablar contigo, no abrió la boca en todo el camino. Yo intentaba conversar con ella, pero no respondía. Llevaba dos días sin comer. Yo no sabía lo que planeaba.

–Pero dime ¿Sabes algo?

–No, solo informan a familiares.

–Vamos Ana, a ver si averiguamos algo.

Preguntamos en admisión por la situación de Mila. Tras identificarnos como marido e hija, nos dan unos pases para entrar a la zona de la UCI. Un médico habla con nosotros.

–¿Cómo está, doctor?

–Por ahora fuera de peligro. La dosis que ha ingerido ha sido muy alta. Hemos practicado un lavado gástrico. No podemos prever que daños puede haber sufrido, su sistema nervioso, hasta que salga del coma. Y no sabemos cuándo ocurrirá esto. Las próximas veinticuatro horas serán cruciales. Antes no podemos adelantar nada.

–¿Podemos verla?

–Pueden, a través de los ventanales de la zona de observación. Después vayan a la sala de espera y allí les tendrán informados.

–Gracias.

La palidez de su rostro me impresionó. Tubo para respirar, vía en el brazo con bolsa de suero. Monitor cardiaco. Toda la parafernalia que acompaña una situación de este tipo. Al salir nos acercamos a Marga que se acerca corriendo.

–¿Cómo está? Se salvará ¿Verdad? ¡No se puede morir!

–Al menos sabemos que vive y está fuera de peligro. Solo podemos esperar. Vamos a la cafetería a tomar algo. Nos vendrá bien.

Pedimos café y croissants y nos sentamos en una mesa. Marga tenia la mirada perdida. Ana recostada junto a ella.

¿Y yo? En mi interior se debatían sentimientos encontrados.

Amaba a Mila, no podía evitarlo. Pero también a Claudia, a Marga. ¿Qué coño me pasaba? ¿Era yo el culpable del intento de suicidio? ¿Podía haberlo evitado?

Ver a Mila en aquella cama de hospital, al borde de la muerte, sabiendo que en gran parte era yo la causa, me hacía sentir muy mal. Mis decisiones, habían llevado a Mila a tomar esta decisión drástica, final. Al borde de la muerte.

Decidí llamar a Andrés, mi amigo médico, para que me aconsejara que hacer con Mila.

–¿Andrés? Soy José. Perdona por darte la lata, pero necesito tu ayuda.

Le explico la situación y él decide venir al hospital, para ver qué puede hacer.

Como médico de la familia, se pone en contacto con el personal del centro para recabar información. Casualmente, un colega, amigo suyo, está de guardia.

–Hola a todos, José ven conmigo.

Me aparto de las chicas, para hablar con Andrés.

–Parece, que ha habido suerte, dentro de lo que cabe. Ha salido del coma, pero se niega a hablar. Solo mueve la cabeza negativamente y llora. Tiene que pasar por psiquiatría, es el protocolo en caso de intentos de suicidio. Pasara a observación y en unas horas podrá salir, bajo mi responsabilidad. ¿Qué tienes pensado? ¿Qué quieres hacer?

–Pues, pensado, nada. Nos ha cogido por sorpresa y estoy indeciso. Estamos agotados. Tú que me aconsejas.

–Por ahora, aquí no hacéis nada. Mejor os vais a casa y descansar. Esta tarde podréis verla, y si ella quiere, hablar con ella. Mañana, seguramente, si todo va bien, podréis llevárosla. Piensa que hacer con ella. No puede estar sola en ningún momento. Según me han comentado, Mila no quiere vivir. No ha sido un simulacro. Estaba decidida a acabar con su vida.

–Gracias por todo. De verdad, no sabes cuánto te agradezco tu ayuda.

–Sabes que puedes contar conmigo. Hasta luego.

Saluda a Ana y Marga y se marcha.

–Nosotros nos vamos también. Marga, vámonos a casa, descansaremos y esta tarde trataremos de ver a Mila. Tenemos que pensar que hacer con ella.

Nos vamos al piso, ahora de Mila y Marga.

Ana y yo llevamos muchas horas sin dormir. Ella se tiende y se duerme enseguida.

–Marga, vamos a buscar algún papel, carta, algo que haya dejado Mila.

Yo sabía dónde buscar. La tarde anterior había visto a Mila escribir a mano y dejar un sobre en su despacho. Buscamos en el dormitorio, vi un tubo de pastillas, un barbitúrico que comercializaba Gerardo, sin receta, como droga de diseño.

Vamos al otro piso, es pronto, aún no hay nadie. El despacho de Mila está cerrado, Marga abre con su llave. Sobre la mesa, junto a la foto de mi familia, hay un sobre para Marga y otro para mí.

Marga no quiere abrir su carta. La guarda, llora. La rodeo con mis brazos y sus lágrimas corren por mi hombro.

Con mi brazo en su cintura la llevo al dormitorio, donde Ana duerme. Se acuesta junto a ella, beso sus labios, acaricio sus cabellos y la dejo. Me voy al salón a leer la carta.

José. Ante todo, perdóname. No hago esto para hacerte sufrir, sino para liberarte. Ya te he hecho bastante daño. Sé, que mientras yo viva, tú no podrás ser feliz. Y te mereces serlo. Claudia es una buena mujer, me ha demostrado que te quiere con locura. Y quiere a las niñas. Será una madre para ellas y una buena esposa para ti. Todo lo que yo no he sido. Sé que cuidaras de mis, nuestros, hijos.

En la notaría junto al despacho de Isidro, a Marga y a ti os he otorgado poderes notariales, para que dispongáis de todo. No dejes a Marga, se va a quedar muy sola. Cuida de ella. Te quiere mucho.

No quiero extenderme más, todo lo que diga será penoso para ti y no quiero que sufras.

Solo algo más. Gracias por haberme hecho sentir tanto, en tan poco tiempo. Me hiciste olvidar todas las atrocidades cometidas en mi vida.

Me hiciste conoce el verdadero amor.

Te lo suplico, perdóname.

Te deseo que seas feliz, te lo mereces. Te quiero.

Mila

No pude contener las lágrimas. Me ahogaba, sollozaba. Entró Marga y le di a leer la carta, se abrazo a mí. Lloramos los dos.

Por alguna extraña razón, me excitaba el contacto, el calor, el perfume de Marga. Me miró a los ojos y nos besamos. Besos dulces, tiernos, su boca, las lágrimas, llorábamos y nos amamos. Mila estaba presente en nuestros besos. En nuestras caricias. Y follamos. En el suelo.

Follamos, como animales en celo, con furia, con desesperación. Como una afirmación de la vida ante la muerte. No sé qué nos ocurrió. Marga también estaba desconcertada, no entendíamos el porqué de aquella explosión de pasión. Lo necesitábamos. Nos corrimos los dos casi simultáneamente.

Ana, desde la puerta del salón, nos miraba. Lloraba. Me levante del suelo, desnudo, rodeé sus hombros con mis brazos y la besé. Con profunda ternura. La acompañé al sofá y nos sentamos los dos.

–Papá, ¿Qué habéis hecho?

–Follar, Ana, no sé porque. Ha sucedido y no me arrepiento. Marga lo necesitaba, yo también.

Marga se sienta al otro lado de Ana. Besa sus mejillas, acaricia su pelo.

–Estás muy guapa Ana, cada día más. Te pareces tanto a tu madre. Déjame que te abrace, te quiero mucho pequeña. Tu mamá te adora y está muy orgullosa de ti, entre otras cosas, por haber dejado la prostitución, por obedecer, por amor a tu padre.

–Vamos a dormir un poco. Lo necesitamos.

Se van a la cama. Yo llamo a Claudia y la tranquilizo, le informo de cómo está Mila. Me tiendo en el lecho junto a Ana y Marga. Sigo desnudo. Ana se gira hacia mí y me abraza. Beso su frente, acaricio su pelo. Nos dormimos.

Sueño con unos labios y una lengua que acaricia mi boca. Acarician mi miembro. ¡Joder! ¡No sueño!. Es Ana quien me besa. Sus labios son miel, sus manos acarician mi cuerpo. Está desnuda. Mi verga responde, no puedo evitarlo. Marga nos mira y sonríe, acaricia a Ana. Se pega a su espalda. Ana se introduce mi miembro en su vagina. Se mueve, llora, se mueve. Adelante, atrás, dentro, fuera.

–¡Te quiero papá! Soy tuya, solo te quiero a ti. Mi amor es solo tuyo.

Se aceleran sus movimientos, estoy envarado, una fuerza superior a mí, me inmoviliza. Realiza un movimiento y se coloca sobre mí cuerpo. Su cuerpo, su boca, mis manos en su nuca, en su espalda, en sus suaves y redondas nalgas. Su cara se transforma, sus ojos se giran en las órbitas, grita.

–¡¡AAAHHHGGGG!! ¡¡Me muerooo!!

Y se desploma sobre mí. Desmadejada, desmayada. Abrazo su delicado cuerpo, las lágrimas recorren mis mejillas. Se recupera en pocos segundos, sigo dentro de su vientre, del vientre de mi hija. Marga me besa la boca, su lengua recoge mis lágrimas. Salgo del cuerpo de mi hija. No puedo seguir, aún pesa el tabú. Coloco a mi niña sobre el lecho, Marga lame mi miembro, se lo traga, siento la profundidad de su garganta. No puedo más y descargo empujando con fuerza, se lo traga todo. Monta mi cuerpo, pegada a mí. Ana nos mira. Se acerca a mi cara y me besa.

–¡Gracias, papá! Lo deseaba con toda mi alma.

El contacto con los dos cuerpos me reanima de nuevo, Ana se sienta en la cama, coge mi verga y la introduce en el sexo de Marga, que me besa apasionadamente.

Me muevo, se mueve, nos acompasamos, Ana nos acaricia, introduce dos dedos en su propio coño, recoge el flujo que lo empapa y frota el ano de Marga, introduce los dedos y le folla el culo, mi polla penetra su coño. Siento los dedos de mi hija en mi polla a través de la pared que separa ambas cavidades. El orgasmo de Marga es violento, brutal. Y yo, de nuevo, descargo en su vientre.

Quedamos los tres vencidos en la cama. Nos dormimos de nuevo.

Me despierto, siguen dormidas, me ducho y me visto. Despierto a las dos para que se aseen, de ocho a nueve, podemos ver a Mila.

En la planta está Andrés. Al verlo me alarmó, pero me tranquiliza, no ocurre nada. Mila está bien. Ha estado hablando con el psiquiatra y mañana podemos llevárnosla a casa.

–¿Tienes claro lo que vas a hacer José?

–Si, me la llevo a Alicante. No pienso separarme de ella. Entre todos la cuidaremos.

–Creo que es la mejor solución. Enviaré la documentación, al centro médico más cercano, para la continuación del tratamiento.

–Gracias amigo.

Entramos en la habitación donde está Mila. Ya no tiene los tubos ni los cables que la unían a los monitores. Está muy pálida, demacrada. Ana se lanza sobre Mila, que no la espera y cubre su rostro llorando. Mueve la cabeza negando. Ana llora abrazándola.

–Mamá, ¿Por qué querías dejarnos? Te queremos, te necesitamos. ¿Qué iba a hacer yo sin ti? ¿Y Mili? ¿Y Pepito? ¿Es que no nos quieres?

Sujeto, con delicadeza, a Ana por los hombros.

–Ana, no atosigues a tu madre. Ahora necesita comprensión y cariño, no reproches.

Ana se retira y me acerco. Mila no habla. Solo niega, me mira y cierra los ojos. Cojo sus manos, las beso. Acaricio sus mejillas, acerco mi rostro y beso su frente, la boca. Mantiene sus ojos cerrados. Torpemente me pasa los brazos tras el cuello y me abraza. Su cuerpo se estremece por los sollozos. Trata de decirme algo, pongo mi índice sobre sus labios.

–No digas nada, Mila, no tienes que dar explicaciones. No las necesito. Solo quiero que te metas, en esa cabecita tuya, que tienes muchas personas a tu alrededor que te quieren. Que yo te quiero. Y como dice nuestra hija, te necesitamos. Ahora solo debes preocuparte por recuperarte, por ponerte bien. Mañana vendremos por ti y te llevaremos con nosotros a Alicante. Luego, entre todos, decidiremos qué hacer.

Marga abraza a Mila, con infinito cariño. Está profundamente enamorada. Y lo ha pasado muy mal.

–¿Querías irte sola? ¿No sabes que yo iría, detrás de ti, hasta el infierno? ¡No vuelvas a intentarlo o te mato!

Esta salida de Marga hace que sonriamos. Mila solo la mira, nos mira y llora.

Nos despedimos hasta mañana y vamos a casa. En el prostíbulo está Edu al frente de la administración. Amalia está en su sala de torturas con un cliente. Edu observa desde un monitor, lo pillamos masturbándose furiosamente, viendo a su mujer, sobre un tipo atado, boca arriba, en una especie de potro bajo y Amalia encima subiendo y bajando su cuerpo, introduciéndose la verga del cliente en su culo.

No puedo evitar reírme del espectáculo, Marga sonríe y Ana suelta una carcajada, con su risa cantarina. Edu, al verse sorprendido, muy nervioso, se guarda la polla y apaga el monitor.

–Vaya Edu, ¡parece que le has cogido gusto a esto!

–¡José, que hacéis aquí! ¿Y Mila? ¿Ha pasado algo?

–Mila está en el hospital. Mañana iremos por ella y me la llevo a Alicante. No te vayas sin hablar conmigo. Tengo que proponerte algo. Luego hablamos.

Dejamos a Edu que termine su paja y vamos al otro piso, quiero hablar con Marga.

–Marga, ¿Tú quieres seguir con el negocio? ¿Te interesa?

–Mira José, si me metí en esto, fue por Mila. Ella quería independencia, me pidió ayuda y se la di. Por mi, se puede ir el negocio a la mierda. ¿Por qué lo preguntas?

–Entonces, ¿estás dispuesta a venderlo?

–¿Venderlo? ¿A quién?

–Gerardo estaba muy interesado en la compra. Mila se las apañó, para que aparentará la compra, cuando en realidad era ella, quien quería quedarse con el negocio. Si se lo propones, te lo comprará y podrás alejarte de toda esta mierda.

–Pero, ¿y Mila? ¿Estará de acuerdo?

–Mila ha dejado poderes firmados, a mi favor y al tuyo, para hacer lo que queramos. Y lo que queremos es, alejarla de todo esto. Vamos a dedicarnos a cuidarla y este puticlub es un lastre.

–Cuenta conmigo. Cada vez que iba a un servicio, terminaba asqueada, del cliente y de mí. Si, José, me doy asco. Tú sabes que estaba en esto, solo por estar cerca de Mila. ¿Me llevareis con vosotros?

–Sabes que si, Mila te necesita, yo te necesito y tu nos necesitas. Vendrás con nosotros. No sé cómo saldrá esto, pero vamos a intentarlo.

Llamo a Gerardo por el móvil.

–¿Gerardo? Soy José, tengo que hablar contigo, te espero en media hora en casa de Mila. Trae a Pepito. No tardes, es importante.

Sorprendido me dice que vendrá enseguida.

Apenas veinte minutos después llama al portero. Abrimos, sube, estamos en el salón.

Pepito da un salto y se cuelga de mi cuello. Estrecho su cuerpo delgaducho, lo beso. Ana se abraza a él y se lo lleva a la habitación.

–Bueno, ya estoy aquí, ¿Qué pasa? ¿Qué quieres, que és tan importante.

–El motivo principal es Mila. Está en el hospital, ha intentado suicidarse.

–¡Joder, José, no me digas!

–Sí te digo. Mila no puede seguir al frente del negocio.

–Lo sé, últimamente he hablado con ella y la veía muy desanimada. No tenía muy claro por qué, pero la última vez que la vi, le propuse normalizar la situación de Pepito, casándome con ella… Cuando se lo dije, se echó a reír, una risa que me dio miedo. Dijo simplemente. Ya estoy casada, Gerardo. Solo tengo, y tendré para siempre, un marido, a quien quiero con toda mi alma.

–Supuse que eras tú. Y te envidio. Te juro que te envidio. Esa mujer te quiere con locura y tú no le haces ni caso.

–No te equivoques, Gerardo. Tú no sabes como la quiero. Y como te odio a ti, porque ayudaste a convertirla en una desgraciada. Pero no es ese el motivo de que te haya hecho venir. ¿Quieres comprar el prostíbulo?

–¡Joder tío! ¡Vas al grano! ¿A qué viene eso?

–Es muy simple, Mila no quedará bien, las secuelas de la intoxicación son imprevisibles. Necesitará un largo tratamiento de rehabilitación. Y se vendrá conmigo. Yo la cuidaré. Ha sido, y es, mi mujer. He sido, soy y seré, su marido.

–Bien, de acuerdo. Estoy dispuesto a comprar, por el precio que te ofrecí. ¿Estás de acuerdo?

–Conforme. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro a las nueve.

Entran Ana y Pepito. Ana se encara con Gerardo.

–¡Mi hermano me ha dicho que le has pegado! ¿Es cierto?

–¡Hostias Pepito! Te dije que fue un error, te pedí perdón.

Me encaro con Gerardo.

–Jodeeer. ¿Qué pasó?

–Bueno, llora mucho y me sacó de mis casillas. Fue un impulso, pero no volverá a ocurrir.

–Tienes razón, no volverá a ocurrir. Pepito se viene conmigo. Es más, se queda aquí y mañana me lo llevo, con su madre.

–¡Eso no puede ser! ¡Se vendrá conmigo! ¡Es mi hijo!

–Gerardo, este niño, solo ha sido un polvo para ti y ahora un estorbo. Yo he sido su padre y lo sigo siendo. Se viene conmigo. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro. Ana, llévatelo.

Ana se marcha con su hermano a su habitación. Gerardo, muy contrariado se va dando un portazo.

Llamo a Edu y Amalia que al entrar se abraza a mí como si lleváramos diez años sin vernos. Me aprecia y se alegra de verme.

— Amalia, Edu, Gerardo se va a hacer cargo del local. No sé cómo se portará con vosotros. ¿Qué vais a hacer?

–Hostia, José, vaya marrón. Ese tío es un hijo de puta de cuidado. Tendremos que irnos de aquí.

Amalia cogida a mi brazo.

–No te preocupes José. Gracias a ti, he descubierto mi verdadera vocación. Me divierto y gano dinero. Tengo mis clientes fijos y el imbécil de Edu me ayudará, a montármelo en otra parte.

–Solo quiero que cuando vengas por Madrid vengas a verme y follarme el culo. Fuiste el primero y todavía no he encontrado otro como tú. Comprendo muy bien a Mila, te encontró, tarde, pero te encontró y ya no podrá desengancharse de ti. Te has convertido en una droga para ella.

–No lo comparto, pero entiendo lo que ha hecho. He tenido largas conversaciones con ella y sé que te quiere hasta el extremo de quitarse de en medio para que seas feliz. Lo que siento es no haberme dado cuenta de las señales y haber evitado lo que ha hecho. Por cierto. Gerardo le facilitó las pastillas con las que se quiso envenenar. Se las dio en mi presencia, le dijo que no podía dormir y él se las dio.

–O sea, ¿Gerardo trafica con drogas?

–¿No lo sabías? Ese hijoputa le pega a todo. Le escuche una conversación en la que hablaban de unas chicas que venían de Rumania. Ellas creen que vienen con contrato, para trabajar como criadas, pero las llevan a un puticlub, les pegan, hasta que aceptan follar con los clientes y cuando están sometidas, las venden a otros clubes.

–Bien, entonces ya sabéis. Quitaros de en medio cuanto antes.

Se despidieron y nosotros preparamos algo para cenar y nos fuimos a la cama, los tres juntos, desnudos de nuevo, pero estábamos muy cansados, a mi derecha Ana, mi amor filial, la sombra del pecado mortal. A mi izquierda Marga, mi amor venial. Un pecado menor. Delicioso pecado. Ambas acurrucadas, sus cabecitas sobre mis brazos. Junto a mi pecho.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Libro: “La puta de mi cuñada” PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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cuñada portada3Sinopsis:

¿Quién no ha soñado con tirarse a su cuñada?. En este relato, la cuñada de Manuel, además de estar buenísima, es una zorra que le ha estado chantajeando. Las circunstancias de la vida hacen que consiga vengarse un día en una playa de México. 
A partir de ahí, su relación se consolida y juntos descubren sus límites sexuales.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

CAPÍTULO 1

El culo de una cuñada es el sumun del morbo, no creo que haya nadie que no sueñe con follarse ese trasero que nos pone cachondos durante las interminables cenas familiares. Muchos de nosotros tenemos a una hermana de nuestra mujer que además de estar buenísima, nos apetece tener a nuestra disposición. En otras ocasiones, nuestra cuñada es una zorra manipuladora que nos ha hecho la vida imposible durante años y para vengarnos, nos encantaría tirárnosla.

Mi caso abarca ambas situaciones. Nuria, además de ser quizás la mujer más guapa y sexual que he visto, es una cabrona egoísta que me ha estado jodiendo desde que me casé con su hermana.

Para empezar, la forma más fácil de describirla es deciros que esa guarra sin escrúpulos parece salida de un anuncio de Victoria Secret´s pero en vez de ser un ángel es un engendro del infierno que disfruta humillando a todos los que tiene a su alrededor.  Con una melena morena y unos labios que apetece morder, esa puta tiene una cara de niña buena que para nada hace honor a su carácter. Los ojos verdes de esa mujer y las pecas que decoran su cara mienten como bellacos, aunque destilen dulzura y parezca ser un muchacha indefensa, la realidad es que ese zorrón es un bicho insensible que vive humillando a diestra y siniestra a sus semejantes.

Reconozco que la llevo odiando desde que era novio de su hermana, pero también que cada vez que la veo, me pone como una puñetera moto. Sus enormes pechos y su culo en forma de corazón son una tentación irresistible. Noches enteras me las he pasado soñando en que un día tendría entre mis piernas a esa monada y en que dominada por la pasión, me pidiera que la tomase contra el baño de casa de sus padres. Ese deseo insano se fue acumulando durante años hasta hacerse una verdadera obsesión. Desgraciadamente su pésimo carácter y nuestra mala relación evitó que siquiera hiciera algún intento para intimar con ella. Nuestro único trato consistía en breves y corteses frases que escondían nuestra enemistad a ojos de su hermana, mi esposa.

Inés, mi mujer, siempre ha ignorado que la detestaba desde que una noche siendo todavía soltero, estando de copas con unos amigos, me encontré con ella en un bar. Esa noche al ver que Nuria estaba borracha, pensé que lo mejor era llevarla a casa para que no hiciera más el ridículo. Tuve que llevármela casi a rastras y ya en el coche, se me empezó a insinuar. Confieso que animado por el par de cubatas, caí en la trampa y cogiéndola de la cintura, la intenté besar. Esa guarra no solo se rio de mí por creerla sino que usando la grabación que me hizo mientras intentaba disculparme, me estuvo chantajeando desde entonces.

Su chantaje no consistió en pedirme dinero ni tampoco en nada material, fue peor. Nuria me ha coaccionado durante años amenazándome en revelar ese maldito material si no le presentaba contactos con los que pudiera medrar. Ambos somos ejecutivos de alto nivel y trabajamos en la misma compañía, por lo que esa fría mujer no ha dudado en quitarme contratos e incluso robarme clientes gracias a que una noche tuve un tropezón.

La historia que os voy a contar tiene relación con todo esto. La empresa farmacéutica en la que trabajamos realiza cada dos años una convención mundial en alguna parte del planeta y ese año, eligió como sede Cancún. Este relato va de como conseguí no solo tirarme a esa puta sino que disfruté rompiéndole el culo en una de sus playas.

Todavía me parece que fue ayer cuando en mitad de una reunión familiar, Nuria estuvo toda la tarde explicándole a mi mujer, el comportamiento libertino de todos en la compañía en esa clase de eventos:

― Y no creas que tu marido es inmune, los hombres en esas reuniones de comportan como machos hambrientos, dispuestos a bajarse los pantalones ya sea con una puta o con una compañera que sea mínimamente solícita.

― Manuel no es así―  respondió mi mujer defendiéndome

― Nena, ¡A ver si te enteras!: solo hay dos clases de hombres, los infieles y los eunucos. Todos los machos de nuestra especie se aparean con cualquier hembra en cuanto tienen la mínima oportunidad.

Aunque estaba presente en  esa conversación, no intervine porque de haberlo hecho, hubiera salido escaldado. Al llegar a casa, sufrí un interrogatorio tipo Gestapo por parte de mi señora, donde me exigió que le enumerara todas y cada una de las compañeras que iban a esa convención. En cuanto le expliqué que era de carácter mundial y que desconocía quien iba a ir de cada país, realmente celosa, me obligó a contarle quien iba de España.

― Somos diez, pero a parte de tu hermana, las dos únicas mujeres que van son Lucía y María. Y como bien sabes, son lesbianas.

Más tranquila, medio se disculpó pero cuando ya estábamos en la cama, me reconoció que le había pedido a Nuria que me vigilase.

― ¿No te fías de mí?

― Sí―  contestó―  pero teniendo a mi hermana como tu ángel guardián, me aseguro que ninguna pelandusca intente acostarse contigo.

Sin ganas de pelear, decidí callar y dándome la vuelta, me dormí.

La convención.

Quien haya estado en un evento de este tipo sabrá que las conferencias, las ponencias y demás actividades son solo una excusa para que buscar que exista una mejor interrelación entre los miembros de las distintas áreas de una empresa. Lo cierto es que lo más importante de esas reuniones ocurre alrededor del bar.

Recuerdo que al llegar al hotel, con disgusto comprobé que el azar habría dispuesto que la hija de perra de mi querida cuñada se alojaba en la habitación de al lado. Reconozco que me cabreó porque teniéndola tan cerca, su estrecho marcaje haría imposible que me diera un homenaje con una compañera y por eso, asumiendo que no me podría pegar el clásico revolcón, decidí dedicarme a hacer la pelota a los jefes. Mr. Goldsmith, el gran sheriff, el mandamás absoluto de la empresa fue mi objetivo.  Desde la mañana del primer día me junté con él y estuve riéndole las gracias durante toda la jornada. Como os imaginareis, Nuria al observar que había hecho tan buenas migas con el presidente, me paró en mitad del pasillo y me exigió que esa noche se lo presentara durante la cena. No me quedó duda que su intención era seducir al setentón y de esa manera, escalar puestos dentro de la estructura.

Con gesto serio acepté, aunque interiormente estaba descojonado al conocer de antemano las oscuras apetencias de ese viejo. La hermana de mi mujer nunca me hubiera pedido que la contactara con ese sujeto si hubiera sabido que ese pervertido disfrutaba del sexo como mero observador y que durante la última convención, me había follado a la jefa de recursos humanos del Reino Unido teniéndole a él, sentado en una silla del mismo cuarto. Decidido a no perder la oportunidad de tirarme a ese zorrón, entre dos ponencias me acerqué al anciano y señalando a mi cuñada, le expliqué mis planes.

Muerto de risa, me preguntó si creía que Nuria estaría de acuerdo:

―  Arthur, no solo lo creo sino que estoy convencido. Esa puta es un parásito que usa todo tipo de ardides para subir en el escalafón.

― De acuerdo, el hecho que sea tu cuñada lo hace más interesante. Si tú estás dispuesto, por mí no hay problema. Os sentareis a mi lado―  y por medio de un apretón de manos, ratificamos nuestro acuerdo.

Satisfecho con el curso de los acontecimientos, le llegué a esa guarra y cogiéndola del brazo, le expliqué que esa noche íbamos a ser los dos los invitados principales del gran jefe. No creyéndose su suerte, Nuria me agradeció mis gestiones y con una sonrisa, dijo en tono grandilocuente:

― Cuando sea la directora de España, me acordaré de ti y de lo mucho que te deberé.

― No te preocupes: si llegado el caso te olvidas, ¡Seré yo quien te lo recuerde!

Os juro que verla tan ansiosa de seducir a ese, en teoría, pobre hombre, me excitó y apartándome de ella para que no lo notara, quedé con ella en irla a recoger a las nueve en su habitación. Celebrando de antemano mi victoria, me fui al bar y llamando al camarero, me pedí un whisky. Estando allí me encontré con Martha, la directiva con la que había estado en el pasado evento. Sus intenciones fueron claras desde el inicio porque nada más saludarme, directamente me preguntó si me apetecía repetir mientras me acariciaba con su mano mi pierna.

Viendo que se me acumulaba el trabajo, estuve a punto de rechazar sus lisonjas pero al observar su profundo escote y descubrir que bajo el vestido, esa rubia tenía los pezones en punta, miré mi reloj.

« Son las cinco», pensé, « tengo tres horas».

Al comprobar que teníamos tiempo para retozar un poco antes de la cena, le pregunté el número de su habitación y apurando mi bebida, quedé con ella allí en diez minutos. Disimulando, la inglesita se despidió de mí y desapareció del bar. Haciendo tiempo, me dediqué a saludar a unos conocidos, tras lo cual, me dirigí directamente hacia el ascensor. Desgraciadamente, no me percaté que mi futura víctima se había coscado de todo y que en cuanto entré en él, se acercó a comprobar en qué piso me bajaba.

Ajeno a su escrutinio, llegué hasta el cuarto de la mujer y tocando a su puerta, entré. Martha me recibió con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzó a mis brazos. Ni siquiera esperó a que la cerrara, como una salvaje comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rubia chilló moviendo sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Si en un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba semi cerrado y seco, tras unos segundos, gracias a la excitación de la mujer, campeó libremente mientras ella se derretía a base de mis pollazos.

No os podéis hacer una idea de lo que fue: gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

― ¡Dios mío!―  aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: ― ¡Fóllame!

Sus deseos fueron órdenes y pasando mi mano por debajo, levanté su trasero y cumplí su deseo, penetrándola aun con más intensidad. Pidiéndome una tregua, se quitó el picardías, dejándome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó reanudar nuestra lujuria. Alucinado por la perfección de sus pezones, llevé mis manos hasta sus pechos y recogiendo sus dos botones entre mis yemas, los pellizqué suavemente. Mi involuntario gesto fue la señal de inicio de su salvaje cabalgar. Martha, usando mi pene como si fuera un machete, se empaló con él mientras berreando como una loca me gritaba su pasión. Azuzado por sus palabras, marqué nuestro ritmo con azotes en su culo. Ella al sentir las duras caricias sobre sus nalgas, me rogó que continuara.

Pero el cúmulo de sensaciones me desbordó y derramándome en su interior, me corrí salvajemente. Agotado, dejé que mi cuerpo cayera a su lado y seguí besándola mientras descansaba. Cuando mi amiga quiso reanimar mi miembro a base de lametazos, agarré su cara y separándome de ella, le expliqué que tenía que ahorrar fuerzas.

― ¿Y eso?

Aunque pensaba que se iba a cabrear, le conté mis planes y que esa noche me iba a vengar de mi cuñada. Contra toda lógica, Martha me escuchó con interés sin enfadarse y solo cuando terminé de exponerle el asunto, me soltó:

― ¿Por qué no le dices al jefe que me invite a mí también? Estoy segura que ese cerdo dirá que sí y de esa forma, podrás contar conmigo para castigar a tu cuñada.

No tardé ni tres segundos en aceptar y cerrando nuestro trato con un beso, decidí vestirme porque todavía tenía que contactar con Arthur y preguntarle si le parecía bien el cambio de planes. Lo que no esperaba fue que al salir al pasillo, Nuria estuviera cómodamente sentada en un sofá. Al verme aparecer de esa habitación todavía abrochándome la camisa, soltó una carcajada y poniendo cara de superioridad, dijo:

― Eres un capullo. ¡Te he pillado!

Incapaz de reaccionar, tuve que aguantar su bronca con estoicismo y tras varios minutos durante los cuales esa maldita no dejó de amenazarme con contárselo a su hermana, le pedí que no lo hiciera y que en contraprestación, me tendría a su disposición para lo que deseara. Viendo que estaba en sus manos y haciéndose la magnánima, me soltó:

― Por ahora, ¡No se lo diré! Pero te aviso que me cobraré con creces este favor―  tras lo cual cogió el ascensor dejándome solo.

Al irse me quedé pensando que si el plan que había diseñado se iba al traste, me podía dar por jodido porque esa puta iba a aprovechar lo que sabía para hacerme la vida imposible.  Asumiendo que me iba a chantajear, busqué a m jefe y sin decirle nada de esa pillada, le pedí si esa noche podía Martha acompañarnos. El viejo, como no podía ser de otra forma, se quedó encantado con la idea y movió sus hilos para que esa noche, los cuatro cenáramos al lado. Más tranquilo pero en absoluto convencido de que todo iba a ir bien, llegué a mi cuarto y directamente, me metí a duchar. Bajo el chorro de agua, al repasar el plan, comprendí que era casi imposible que Nuria fuese tan tonta de caer en la trampa. Por eso, mientras me afeitaba estaba acojonado.

Al dar las nueve, estaba listo y como cordero que va al matadero, llamé a su puerta. Nuria salió enseguida. Reconozco que al verla ataviada con ese vestido negro, me quedé extasiado. Embutida en un traje totalmente pegado y con un sugerente escote, el zorrón de mi cuñada estaba divina, Sé que ella se dio cuenta de la forma tan poco filial que la miré porque poniendo cara de asco, me espetó:

― No comprendo cómo has conseguido engañar a mi hermana tantos años. ¡Eres un cerdo!

Deseando devolverle el insulto e incluso soltarle un bofetón, me quedé callado y galantemente le cedí el paso. Encantada por el dominio que ejercía sobre mí, fue hacia el ascensor meneando su trasero con el único objetivo de humillarme. Aunque estaba indignado, no pude dejar de recrearme en la perfección de sus formas y bastante excitado, seguí sus pasos deseando que esa noche fuera la perdición de esa perra.

Al llegar al salón, Mr Goldsmisth estaba charlando amenamente con Martha. En cuanto nos vio entrar nos llamó a su lado y recreando la mirada en el busto de mi acompañante, la besó en la mejilla mientras su mano recorría disimuladamente su trasero. Mi cuñada comportándose como un putón desorejado, no solo se dejó hacer sino que, pegándose al viejo, alentó sus maniobras. Arthur, aleccionado por mí de lo zorra que era esa mujer, disfrutó como un enano manoseándola con descaro.  Cuando el maître avisó que la cena estaba lista, mi cuñada se colgó del brazo de nuestro jefe y alegremente, dejó que la sentara a su lado.

Aprovechando que iban delante, Martha susurró en mi oído:

― No sabía que esa guarra estaba tan buena. ¡Será un placer ayudarte!

Sonreí al escucharla y un poco más tranquilo, ocupé mi lugar. Con Nuria a la izquierda y la rubia a la derecha, afronté uno de los mayores retos de mi vida porque del resultado de esa velada, iba a depender si al volver a Madrid siguiera teniendo un matrimonio. Durante el banquete, mi superior se dejó querer por mi cuñada y preparando el camino, rellenó continuamente su copa con vino, de manera que ya en el segundo plato, observé que el alcohol estaba haciendo estragos en su mente.

« ¡Está borracha!», suspiré aliviado, al reparar que su lengua se trababa y que olvidándose que había público, Nuria aceptaba de buen grado que el viejo le estuviera acariciando la pierna por debajo del mantel.

Estábamos todavía en el postre cuando dirigiéndose a mí, Arthur preguntó si le acompañábamos después de cenar a tomar una copa en su yate. Haciéndome de rogar, le dije que estaba un poco cansado. En ese momento, Nuria me pegó una patada y haciéndome una seña, exigió que la acompañara hasta el baño.  Al salir del salón, me cogió por banda y con tono duro, me dijo:

― ¿A qué coño juegas? No pienso dejar que eches a perder esta oportunidad. Ahora mismo, vas y le dices a ese anciano que lo has pensado mejor y que por supuesto aceptas la invitación.

Cerrando el nudo alrededor de su cuello, protesté diciendo:

― Pero, ¡Eres tonta o qué! Si voy de sujeta― velas, lo único que haré es estorbar.

 Asumiendo que tenía razón, lo pensó mejor y no queriendo que mi presencia coartara sus deseos, me soltó:

― ¡Llévate a la rubia que tienes al lado!

Tuve que retener la carcajada de mi garganta y poniendo cara de circunstancias, cedí a sus requerimientos y volviendo a la mesa, cumplí su orden. Arthur me guiñó un ojo y despidiéndose de los demás, nos citó en diez minutos en el embarcadero del hotel. El yate del presidente resultó ser una enorme embarcación de veinte metros de eslora y decorada con un lujo tal que al verse dentro de ella, la zorra de mi cuñada creyó cumplidas sus fantasías de poder y riqueza.

El viejo que tenía muchos tiros dados a lo largo de su dilatada vida, nos llevó hasta un enorme salón y allí, puso música lenta antes de preguntarnos si abría una botella de champagne. No os podéis imaginar mi descojone cuando sirviendo cuatro copas, Arthur levantó la suya, diciendo:

― ¡Porqué esta noche sea larga y divertida!

Nuria sin saber lo que se avecinaba y creyéndose ya la directora para España de la compañía, soltó una carcajada mientras se colocaba las tetas con sus manos. Conociéndola como la conocía, no me quedó duda alguna que en ese momento, tenía el chocho encharcado suponiendo que el viejo no tardaría en caer entre sus brazos.

Martha, más acostumbrada que ella a los gustos de su jefe, se puso a bailar de manera sensual. Mi cuñada se quedó alucinada de que esa alta ejecutiva, sin cortarse un pelo y siguiendo el ritmo de la música, se empezara a acariciar los pechos mirándonos al resto con cara de lujuria. Pero entonces, quizás temiendo competencia, decidió que no iba a dejar a la rubia que se quedara con el viejo e imitándola, comenzó a bailar de una forma aún más provocativa.

El presi, azuzando la actuación de ambas mujeres, aplaudió cada uno de sus movimientos mientras no dejaba de rellenar sus copas. El ambiente se caldeó aún más cuando Martha decidió que había llegado el momento y cogiendo a mi  cuñada de la cintura, empezó a bailar pegándose a ella.  Mi cuñada que en un primer momento se había mostrado poco receptiva con los arrumacos lésbicos de la inglesa, al ver la reacción del anciano que, sin quitarle el ojo de encima, pidió más acción, decidió que era un trago que podría sobrellevar.

Incrementando el morbo del baile, no dudó en empezar a acariciar los pechos de la rubia mientras pegaba su pubis contra el de su partenaire. Confieso que me sorprendió su actuación y más cuando Martha respondiendo a sus mimos, le levantó la falda y sin importarla que estuviéramos mirando, le masajeó el culo. Para entonces, Arthur ya estaba como una moto y con lujuria en su voz, les prometió un aumento de sueldo si le complacían. Aunque el verdadero objetivo de Nuria no era otro que un salto en el escalafón de la empresa, decidió que por ahora eso le bastaba y buscando complacer a su jefe, deslizó los tirantes de la rubia, dejando al aire sus poderosos atributos.

Mi amiga, más ducha que ella en esas artes, no solo le bajó la parte de arriba del vestido sino que agachando la cabeza, cogió uno de sus pechos en la mano y empezó a mamar de sus pezones. Sin todavía creer que mis planes se fueran cumpliendo a rajatabla, fui testigo de sus gemidos cuando la inglesa la terminó de quitar el traje sin dejar de chupar sus pechos. Ni que decir tiene que para entonces, estaba excitado y que bajo mi pantalón, mi pene me pedía acción pero decidiendo darle tiempo al tiempo, esperé que los acontecimientos se precipitaran antes de entrar en acción.

No sé si fue el morbo de ser observada por mí o la promesa de la recompensa pero lo cierto es que Nuria dominada por una pasión hasta entonces inimaginable, dejó que la rubia la tumbara y ya en el suelo, le quitara por fin el tanga. Confieso que al disfrutar por vez primera de su cuerpo totalmente desnudo y confirmar que esa guarra no solo tenía unas tetas de ensueño sino que su entrepierna lucía un chocho completamente depilado, estuve a punto de lanzarme sobre ella. Afortunadamente, Martha se me adelantó y separando sus rodillas, hundió su cara en esa maravilla.

Sabiendo que no iba a tener otra oportunidad, coloqué mi móvil en una mesilla y ajustando la cámara empecé a grabar los sucesos que ocurrieron en esa habitación para tener un arma con la que liberarme de su acoso. Dejando que mi iphone perpetuara ese momento solo, volví al lado del americano y junto a él, fui testigo de cómo la rubia consiguió que mi cuñada llegara al orgasmo mientras le comía el coño. Nunca supuse que Nuria,  al hacerlo se pusiera a pegar gritos y que berreando como una puta, le pidiera más. Martha concediéndole su deseo metió un par de dedos en su vulva y sin dejar de mordisquear el clítoris de mi cuñada, empezó a follársela con la mano.

Uniendo un clímax con otro, la hermana de mi esposa disfrutó de sus caricias con una pasión que me hizo comprender que no era la primera vez que compartía algo así con otra mujer. Mi jefe contagiado por esa escena, se bajó la bragueta y cogiendo su pene entre las manos, se empezó a pajear. En un momento dado, mi cuñada se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y saliéndose del abrazo de Martha gateó hasta la silla del anciano y poniendo cara de puta, preguntó si le podía ayudar.

 Pero entonces, Arthur me señaló a mí y sin importarle el parentesco que nos unía, le soltó:

― Sí, me apetece ver como se la mamas a Manuel.

Sorprendida por tamaña petición, me miró con los ojos abiertos implorando mi ayuda pero entonces sin compadecerme de ella, puse una sonrisa y sacando mi miembro de su encierro, lo puse a su disposición. Nuria, incapaz de reusar cumplir el mandato del anciano y echando humo por la humillación, se acercó a mi silla se apoderó de mi extensión casi llorando.  Mi pene le quedaba a la altura de su boca y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no ver disminuiría la humillación del momento.

― Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a mí, a quién chupas―  le exigí.

De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaron mientras su lengua se apoderaba de mi sexo. De mi interior salieron unas gotas pre― seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por ella. No satisfecho en absoluto, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, nuestro jefe incrementó su vergüenza diciendo:

― Tenías razón al decirme que esta perra tenía un cuerpo de locura pero nunca me imaginé que además fuera tan puta.

Intentando que el trago se pasara enseguida, mi cuñada aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro con una velocidad pasmosa. Sobre excitado como estaba, no tardé en derramar mi simiente en su garganta y dueño de la situación, le exigí que se la tragara toda. Indignada por mi trato, se intentó rebelar pero entonces acudiendo en mi ayuda, Martha presionando su cabeza contra mi entrepierna le obligó a cumplir con mi exigencia. Una vez, había limpiado los restos de esperma de mi sexo, me levanté de la silla y poniéndome la ropa, me despedí de mi jefe dejándola a ella tumbada en el suelo, llorando.

Antes de irme, recogí mi móvil y preguntando a Martha si me acompañaba, salí con ella de regreso al hotel. Ya en mi habitación, la rubia y yo dimos rienda suelta a nuestra atracción y durante toda la noche, no paramos de follar descojonados por la desgracia de mi cuñada.

Rompo el culo a mi cuñada en una playa nudista.

A la mañana siguiente, Martha tenía que exponer en la convención y por eso nada más despertarnos, me dejó solo. Sin ganas de tragarme ese coñazo y sabiendo que mi jefe disculparía mi ausencia, cogí una toalla y con un periódico bajo el brazo, me fui a una playa cercana, la del hotel Hidden Beach. Ya en ella, me percaté que era nudista y obviando el asunto, me desnudé y me puse a tomar el sol. Al cabo de dos horas, me había acabado el diario y aburrido decidí iniciar mi venganza. Cogiendo el móvil envié a mi cuñada el video de la noche anterior, tras lo cual me metí al mar a darme un chapuzón. Al volver a la toalla, tal y como había previsto, tenía media docena de llamadas de mi cuñada.

Al devolverle la llamada, Nuria me pidió angustiada que teníamos que hablar. Sin explicarle nada, le dije que estaba en esa playa. La mujer estaba tan desesperada que me rogó que la esperase allí. Muerto de risa, usé el cuarto de hora que tardó en llegar para planear mis siguientes movimientos.

Reconozco que disfruté de antemano su entrega y por eso cuando la vi aparecer ya estaba caliente. Al llegar a mi lado, no hizo mención alguna a que estuviese en pelotas y sentándose en la arena, intentó disculpar su comportamiento echándole la culpa al alcohol. En silencio, esperé que me implorara que no hiciera uso del video que le había mandado. Entonces y solo entonces, señalándole la naturaleza de la playa, le exigí que se desnudara. Mi cuñada recibió mis palabras como una ofensa y negándose de plano, me dijo que no le parecía apropiado porque era mi cuñada.

Soltando una carcajada, usé todo el desprecio que pude, para soltarle:

― Eso no te importó anoche mientras me hacía esa mamada.

Helada al recordar lo ocurrido, comprendió que el sujeto de sus chantajes durante años la tenía en sus manos y sin poder negarse se empezó a desnudar. Sentándome en la toalla, me la quedé mirando mientras lo hacía y magnificando su vergüenza, alabé sus pechos y pezones cuando dejó caer su vestido.

― Por favor, Manuel. ¡No me hagas hacerlo!―  me pidió entre lágrimas al ser consciente de mis intenciones.

― Quiero ver de cerca ese chochito que tan gustosamente le diste a Martha―  respondí disfrutando de mi dominio.

Sumida en el llanto, se quitó el tanga y quedándose de pie, tapó su desnudez con sus manos.

― No creo que a tu hermana, le alegre verte mamando de mi polla.

Nuria, al asimilar la amenaza implícita que llevaban mis palabras, dejó caer sus manos y con el rubor decorando sus mejillas, disfruté de su cuerpo sin que nada evitara mi examen. Teniéndola así, me recreé  contemplando sus enormes tetas y bajando por su dorso, me maravilló contemplar nuevamente su sexo. El pequeño triangulo de pelos que decoraba su vulva, era una tentación imposible de soportar y por eso alzando la voz, le dije:

― ¿Qué esperas? ¡Puta! ¡Acércate!

Luchando contra sus prejuicios se mantuvo quieta. Entonces al ser consciente de la pelea de su interior y forzando su claudicación, cogí el teléfono y llamé a mi esposa. No os podéis imaginar su cara cuando al contestar del otro lado, saludé a Inés diciendo:

― Hola preciosa, ¿Cómo estás?… Yo bien, en la playa con tu hermana – y tapando durante un instante el auricular, pregunté a esa zorra si quería que qué le contara lo de la noche anterior, tras lo cual y volviendo a la llamada, proseguí con la plática –Sí cariño, hace mucho calor pero espera que Nuria quiere enseñarme algo…

La aludida, acojonada porque le revelase lo ocurrido, puso su sexo a escasos centímetros de mi cara. Satisfecho por su sumisión, lo olisqueé como aperitivo al banquete que me iba a dar después. Su olor dulzón se impregnó en mis papilas y rebotando entre mis piernas, mi pene se alzó mostrando su conformidad. Justo en ese momento, Inés quiso que le pasase a su hermana y por eso le di el móvil. Asustada hasta decir basta, Nuria contestó el saludo de mi mujer justo a la vez que sintió cómo uno de mis dedos se introducía en su sexo.

La zorra de mi cuñada tuvo que morderse los labios para evitar el grito que surgía de su garganta y con la respiración entrecortada, fue contestando a las preguntas de su pariente mientras mis yemas jugueteaban con su clítoris.

― Sí, no te preocupes―  escuché que decía –Manuel se está portando como un caballero y no tengo queja de él.

Esa mentira y la humedad que envolvía ya mis dedos, me rebelaron su completa rendición. Afianzando mi dominio, me levanté y sin dejar de pajear su entrepierna, llevé una mano a sus pechos y con saña, me dediqué a pellizcarlos.  Nuria al sentir la presión a la que tenía sometida a sus pezones, involuntariamente cerró las piernas y no pudiendo continuar hablando colgó el teléfono. Cuando lo hizo, pensé que iba a huir de mi lado pero, contrariamente a ello, se quedó quieta  sin quejarse.

― ¡Guarra! ¿Te gusta que te trate así?

Pegando un grito, lo negó pero su coño empapado de deseo la traicionó y acelerando la velocidad de las yemas que te tenía entre sus piernas, la seguí calentando mientras la insultaba de viva voz. Su primer gemido no se hizo esperar y desolada por que hubiera descubierto que estaba excitada, se dejó tumbar en la toalla.

Aprovechándome de que no había nadie más en la playa, me tumbé a su lado y durante unos minutos me dediqué a masturbarla mientras le decía que era una puta. Dominada por la excitación, no solo dejó que lo hiciera sino que con una entrega total, empezó a berrear de placer al sentir como su cuerpo reaccionaba. No tardé en notar que estaba a punto de correrse y comprendiendo que esa batalla la tenía que ganar, me agaché entre sus piernas mientras le decía:

― He deseado follarte, zorra, desde hace años y te puedo asegurar que antes que acabe este día habré estrenado todos tus agujeros.

Mis palabras la terminaron de derrotar y antes de que mi lengua recorriera su clítoris, Nuria ya estaba dando alaridos de deseo e involuntariamente, separó sus rodillas para facilitar mi incursión. Su sabor azuzó aún más si cabe mi lujuria y separando los hinchados pliegues del sexo que tenía enfrente, me dediqué a comérmelo mientras mi víctima se derretía sin remedio.  Su orgasmo fue casi inmediato y derramando su flujo sobre la toalla, la hermana de mi mujer me rogó entre lágrimas que no parara. Con el objeto de conseguir su completa sumisión, mordisqueé su botón mientras mis dedos se introducían una y otra vez en su interior.

Ya convertida en un volcán a punto de estallar, Nuria me pidió que la tomara sin darse cuenta de lo que significaban sus palabras.

― ¿Qué has dicho?

Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que la usase a mi gusto sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:

― Fóllame, ¡Lo necesito!

Lo que nunca se había imaginado ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me explico que su culo era virgen pero ante mi insistencia no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Ilusionado comprobé que mi cuñada no me había mentido porque su entrada trasera estaba incólume. El saber que nadie la había hoyado ese rosado agujero me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.

― ¡Me encanta!―  chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la toalla, apoyó su cabeza en la arena mientras levantaba su trasero. 

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh―  gritó mordiéndose el labio. 

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La morena moviendo sus caderas me informó, sin querer, que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis dedos alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 

― ¡No puede ser!―  aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

Venciendo sus anteriores reparos, mi cuñadita se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba bajo el sol de esa mañana. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 

― ¿Estás lista?―  pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y tomando por primera vez la iniciativa,  llevó su cuerpo hacia atrás y lentamente fue metiéndoselo. La parsimonia con la que se empaló, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que estaba experimentado.

― ¡Cómo duele!―  exclamó cayendo rendida sobre la toalla.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que se acostumbrara a tenerlo dentro y para que no se enfriara el ardor de la muchacha, aceleré mis caricias sobre su clítoris. Pegando un nuevo berrido, Nuria me informó que se había relajado y levantando su cara de la arena, me rogó que comenzara a cabalgarla. 

Su expresión de genuino deseo no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de mi nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón en el que se había convertido mi cuñada, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir. A partir de ese momento, Nuria y yo dimos  inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Temiendo que en una de esas, mi pene se saliera y provocara un accidente, hizo que cogiera con mis manos sus enormes ubres para no descabalgar.

― ¡Me encanta!―  me confesó al experimentar que con la nueva postura mis penetraciones eran todavía más profundas.

― ¡Serás puta!―  contesté descojonado al oírla y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 

― ¡Que gusto!―  gritó al sentir mi mano y comportándose como la guarra que era,  me imploró más. 

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba. El durísimo trato  la llevó al borde de la locura y ya  con su culo completamente rojo, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a Nuria, temblando de placer mientras su garganta no dejaba de rogar que siguiera azotándola:

― ¡No dejes de follarme!, ¡Por favor!―  aulló al sentir que el gozo desgarraba su interior. 

Su actitud sumisa fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Pegando un alarido, perdió el control y moviendo sus caderas, se corrió.

Con la tarea ya hecha, decidí que era mi momento y concentrándome  en mi propio placer, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Desesperada, Nuria aulló pidiendo un descanso pero absorto por la lujuria, no le hice caso y seguí violando su intestino hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Mi orgasmo fue total. Cada uno de los músculos de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la mujer.

Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me tumbé a su lado. Mi cuñada entonces hizo algo insólito en ella, recibiéndome con los brazos abiertos, me besó mientras  no dejaba de agradecerme el haberla hecho sentir tanto placer y acurrucada en esa posición, se quedó dormida. La dejé descansar durante unos minutos durante los cuales, al rememorar lo ocurrido caí en la cuenta que aunque no era mi intención le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.

« Esta zorra ha descubierto su faceta sumisa y ya no podrá desembarazarse de ella», pensé mientras la miraba.

¡Estaba preciosa! Su cara relajada demostraba que mi querida cuñadita por primera vez  era una mujer feliz. Temiendo que cogiese una insolación, la desperté y abriendo sus ojos, me miró con ternura mientras me preguntaba:

― ¿Ahora qué?

Supe que con sus palabras quería saber si ahí acababa todo o por el contrario, esa playa era el inicio de una relación. Soltando una carcajada, le ayudé a levantarse y cogiéndola entre mis brazos, le dije:

― ¡No pienso dejarte escapar! 

Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:

― Vamos a darnos un baño rápido al hotel porque Mr. Goldsmith me ha pedido que te dijera que quiere verte esta tarde nuevamente en su yate.

― ¿A mí solo?―  pregunté con la mosca detrás de la oreja.

― No, también quiere que vayamos Martha y yo―  y poniendo cara de no haber roto un plato, me confesó: ― Por ella no te preocupes, antes de venir a la playa, se lo he explicado y está de acuerdo.

Ya completamente seguro de que esa zorra escondía algo, insistí:

― ¿Sabes lo que quiere el viejo?

― Sí, te va a nombrar director para Europa y desea celebrar tu nombramiento…―  contestó muerta de risa y tomando aire, prosiguió diciendo: ― También piensa sugerirte que nos nombres a la rubia y a mí como responsables para el Reino Unido y España.

Solté una carcajada al comprobar que esa zorra, sabiendo que iba a ser su jefe, maniobró para darme la noticia y que su supuesta sumisión solo era un paso más en su carrera.  Sin importarme el motivo que tuviera, decidí que iba a abusar de mi puesto y cogiéndola de la cintura, volví junto con ella a mi habitación.

 

 

 

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas II” (POR XELLA)

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Sofía era un mar de emociones contradictorias. Por un lado, todo lo que estaba viendo la asqueaba. Jugaban con vidas humanas como si fuesen animales, o incluso peor. No tenían ningún tipo de miramiento para esclavizar y someter a sus “capturas”, como las llamaban ellos. Por otro lado, el material que estaba consiguiendo era estupendo… Si seguía así, con lo que consiguiese durante ese día tendría suficiente para hacer un reportaje que la pusiese en boca de todos y lanzase su carrera a lo mas alto.
Mientras caminaban por el pasillo, se cruzaron con una mujer joven, no tendría más de 26 años. Iba vestida con un conjunto de cuero ajustado que resaltaba sus formas. Llevaba a una mujer madura tras ella como si fuese una perrita, atada a una cadena. En la otra mano llevaba una fusta.
– Buenos días, Angélica. – Saludó Marcelo.
– Buenos días, Marcelo. – Contestó la dominatrix. Se quedó mirando atentamente a Sofía, que la enfoncaba con la cámara, tanto a ella como a su “perra”.
– Esta es Sofía Di Salvo. – Aclaró el hombre. – Esta aquí para hacer un reportaje de nuestras instalaciones. ¿Te parecería bien dedicarnos unos minutos para una entrevista?. Si a Sofía le parece bien.
– ¿Eh..? Una entrevista? – ¿Con una domina? ¡Eso sería la guinda! – Sí, por supuesto.
– Pues vayamos a un lugar más cómodo.
Todos siguieron a Marcelo. Sofía se sentía un poco extraña caminando al lado de la esclava. Cuando la vió gatear se fijó inevitablemente en su culo, lo tenía surcado de líneas rojas, señal de los fustazos que le había propinado la dómina. También se dió cuenta de que tenía algo insertado en su culo… una especie de consolador o algo así.
Se detuvieron en una pequeña sala con máquinas de bebidas. Sofía no se esperaba ver algo así en aquel lugar… ¿También hacían descansos para el café entre tortura y tortura o qué? Cuando se sentaron en una mesita, la esclava se colocó en posición de espera al lado de su entrenadora.
Antes de sentarse, Sofía colocó la cámara en un pequeño trípode para realizar la entrevista con comodidad.
– Bueno, ¿Le parece bien que empecemos, Angelica?
– Mistress Angelica. – La cortó la dóminatrix.
– Disculpe. – Concedió Sofía. – ¿Le parece bien que empecemos, Mistress Angelica? – Sofía recalcó las últimas palabras, como burlándose. Angelica miró a la mujer con cara de desprecio y luego miró a Marcelo, que le hizo gestos indicándole que se calmara.
– Esupendo, ¿Que quiere preguntar?
– ¿Cómo acaba alguien trabajando de dominatrix?
– Bueno, la vida da muchas vueltas… Y cuando una tiene un talento natural para someter a las perras todo viene rodado.
A Sofía no le gustaba la actitud arrogante de la chica, pero supuso que iría con el empleo…
– ¿Sólo somete a mujeres?
– En su mayor parte sí, disfruto más sometiendo a una zorra, haciendo que se doblegue a todos mis deseos, que con un hombre. Aunque también he tenido varios esclavos.
Marcelo sacó unos cafés de la máquina y se los entregó a las mujeres, que lo dejaron enfriar un poco.
– Y, ¿Cómo se somete a alguien? ¿Tiene algunas técnicas que emplee con todos? ¿O cada… “captura” es diferente a las demás?
– Cada captura es única y, a la vez, son todas iguales. Hay que saber encontrar los matices de cada una y saber explotarlos para conseguir el objetivo pero, una vez has roto su voluntad, todas se convierten en perras obedientes.
Mientras decía esa frase, acariciaba a la esclava que iba con ella como si fuese una mascota. A su vez, la mujer respondía a la caricia buscando la mano de su entrenadora.
Sofía se quedó mirando la actitud de la esclava.
– ¿No se rebelan ante usted, Mistress?
– Al principio lo intentan, y yo espero que lo hagan. Así es más divertido. – Una sonrisa malévola apareció en la cara de Angelica cuando dijo esas palabras. – Si una esclava no se rebela, no tienes que domarla. Cuando la enseñas que todo conato de rebeldía será aplacado y castigado, cuando comprende que su única opción es obedecer y que así le irá mejor, es cuando realmente has sometido su voluntad, a partir de ese momento todo va rodado.
–  ¿Alguna vez ha fallado en…
– NUNCA. – La cortó la dómina. – Todas las esclavas que he puesto en el punto de mira han acabado a mis pies. Han podido tardar más o menos, pero todas se han sometido. Y te puedo asegurar que ninguna se arrepiente de ello…
– Eso si que no puedo aceptarlo cómo respuesta. – Dijo secamente Sofía. – ¿Cómo va a ser que todas acepten felices ser esclavas?
– Eres un poco impertinente, ¿No crees?. – Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, deteniendose en su barbilla, alzándole la cara. – Deberías tener un poco más de respeto, eres tú la que quieres hacerme una entrevista, si no te gustan mis respuestas ya sabes donde está la puerta y, si no me crees y quieres que hagamos una prueba, se valiente y ponte en mis manos. Una semana conmigo y estarás adorando mis pies.
– ¿QUÉ? Ni loca. – Sofía apartó la fusta de su cara con un manotazo. – ¡Si cree que me voy a convertir en una de sus perras va usted lista!
PLAS.
Angélica golpeó la mesa con la fusta. Sofía se calló de repente, aquella mujer imponía de verdad. A pesar del golpe en la mesa, Angélica tenía la cara tranquila, severa pero tranquila.
– Te he dicho que me hables con respeto. No creas que toleraré estas faltas.
Sofía se dió cuenta que poniéndose así, no iba a conseguir nada… Estaba claro que no le gustaba lo que hacían en ese sitio, pero estaba haciendo un reportaje… Ya se mostraría contrariada cuando estuviese fuera de allí.
– Lo siento Mistress. No volverá a pasar, si le parece, ¿Continuamos con la entrevista? – Angélica asintió, complacida. – Me estaba diciendo que todas sus esclavas son felices con su situación. ¿Podría justificarmelo un poco?
– ¿No ves? Con un poquito de educación y respeto todo funciona mucho mejor. – Angélica dejó la fusta sobre la mesa, sin soltarla. – Como iba diciendo, en cuanto la esclava se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no tiene escapatoria, su única meta es acostumbrarse a este tipo de vida y evitar todos los castigos. Yo soy severa, pero cuando una perra se porta bien y es obediente, también se recompensar. Acaban aceptando los castigos como una consecuencia a una falta y no como una “tortura” como tú dices. Y a partir de ahí, se dejan llevar.
– ¿Se dejan llevar?
– Si. ¿Nunca has tenido estres? ¿Preocupaciones? ¿Problemas? ¿Trabajo? ¿Desamores? Ellas no. No tienen que preocuparse de nada, sólo de obedecer. Una vida sin ningún tipo de responsabilidad para ellas es un lujo, y aprenden a agradecermelo. ¿No es verdad, perrita?
– Si, mistress. – Contestó la esclava que estaba a su lado.
– Demuéstraselo. – Ordenó Angélica.
La esclava, echándose al suelo, comenzó a lamer las botas de la dominatrix, con cuidado, como si se fuesen a romper en cualquier momento, pero sin demora. No se dejaba ningún rincón sin lamer. Angélica comenzó a mover la bota, metiéndole la puntera en la boca, forzándola, o el tacón.
Sofía estaba boquiabierta con la servilidad de la mujer. La veía y tenía pinta de haber sido una mujer formal, tenía buen cuerpo y la piel bien cuidada, se notaba que hacía ejercicio y estaba bien alimentada… Pero ahí estaba… A cuatro patas, con un collar de perro y un consolador metido por el culo, lamiéndole las botas con satisfacción a una mujer que podría ser su hija.
– ¿Por qué…? ¿Por qué la capturásteis?
– Bueno, realmente nuestra razón es únicamente por que alguien hizo el encargo y pagó por él, pero supongo que no te refieres a eso, ¿Verdad? – Respondió Marcelo.
– No, no me refería a eso.
– Está bien, su nombre es Maria Dolores, pero aquí la llamamos Mari Loli, que nos parece más adecuado a su condición. Esta perra antes tuvo la mala idea de ponerle los cuernos a su marido, éste se enteró y le pidió el divorcio. La pequeña zorra tuvo la mala idea de intentar sangrar a nuestro cliente, quería quedarse la casa, el coche, los niños, el dinero…
– ¿Niños? ¿Esta mujer tiene niños?
– Si, pero ya es como si no los tuviera, no los volverá a ver. Como iba diciendo, intentó sangrar a su marido. Lo llevó a juicio y lo denunció por maltrato, sabiendo que así tenía más posibilidades de ganar. Nuestro cliente, furioso, no podía permitir esa humillación… Así que nos llamó. Y unas semanas después, aquí la tienes. El marido no quería ni verla, así que nos la cedió amablemente para lo que quisieramos hacer con ella.
– Y… ¿Qué váis a hacer con ella?
– Esta entrenada para ser una mascota complaciente, seguramente acabe vendida… desde algún burdel, a algún jeque árabe… Muchas de nuestras esclavas blancas acaban allí, son bastante bien valoradas por lo exótico de su piel.
Sofía estaba observando a la esclava, estaba escuchando lo que le iba a ocurrir y no se inmutaba, no dejaba de lamer las botas de mistress Angélica.
– Como no sabemos cuál será su destino – Continuó Mistress Angélica -, la estamos proporcionando un entrenamiento general. Hemos habituado su boca, coño y culo a recibir pollas con naturalidad. Ha aprendido a complacer a una mujer de las maneras más efectivas. Esclava – Dijo dirigiéndose a Mari Loli. – Ya basta. Posición de inspección.
Inmediatamente, la esclava se colocó con las rodillas separadas, la espalda erguida y mirando al frente. Colocó los brazos detrás de la cabeza. El culo estaba ligeramente posado sobre sus pies.
Con la fusta, Angélica comenzó a acariciar las tetas de la mujer, levantándolas ligeramente con ella.
– Es buen material, si se esfuerza llegará a ser vendida por una buena suma. Posición de ofrecimiento.
La cara de la esclava se inclinó inmediatamente hasta el suelo, con sus manos abrió completamente sus nalgas. La dómina sacó de golpe el plug anal que llevaba la esclava. Un enorme agujero negro quedó en el lugar donde hace no tanto tiempo había un estrecho orificio.
– Esta zorra nunca había probado el sexo anal. – Continuó la dominatrix. – Y ahora está preparada para recibir cualquier polla con gusto. Lo has hecho bien esclava, tienes permiso para masturbarte. Súbete a la mesa y dale unos buenos planos a esta reportera.
La mujer no se lo pensó, abandonó su postura para abrirse de patas encima de la mesa, mostrándo su sexo tanto a la cámara como a Sofía. Comenzó a masturbarse frenéticamente, introduciendo varios dedos en su coño y otros tantos en su culo. Sofía estaba paralizada, la escena la horrorizaba, sabía que no podía grabar eso, no era un material que se pudiese emitir por televisión, pero la situación estaba ejerciendo un poderoso magnetismo sobre ella. La sumisión de la mujer, la humillación a la que estaba siendo sometida, en cierta manera… la calentaba.
Poco tiempo tardó la esclava en correrse. En un par de minutos estaba gimiendo y retorciéndose de placer ante los tres observadores. Nada más acabar, limpió sus dedos con la boca y volvió a la posición de espera al lado de su entrenadora.
Sofía estaba con la boca entreabierta, asombrada de lo que acababa de ver.
– Creo… Creo que con esto tengo suficiente. – Dijo Sofía, levantándose a recoger la cámara.
– ¿Demasiado para ti, reportera? – Preguntó mistress Angélica.
Sofía no hizo caso al comentario.
– De acuerdo, si quiere podemos seguir con la visita. – Ofreció Marcelo. – Angélica, muchas gracias por tu tiempo.
De nuevo en el pasillo, Marcelo se interesó por Sofía.
– ¿Se encuentra bien? A lo mejor ha sido demasiado impactante…
– N-No… No es eso… No se preocupe, podemos continuar sin problemas.
Sofía estaba dando vueltas al hecho de que la situación anterior la hubiese excitado… ¿Había sido la mujer? ¿La humillación? ¿La sumisión?… Seguramente sólo hubiese sido el conjunto de sensaciones de estar en un lugar como aquel.
– ¿Entramos?
Cuando volvió de sus pensamientos, se dió cuenta de que Marcelo la esperaba al lado de una puerta abierta. Sin decir nada, Sofía asintió y entró tras él.
La nueva sala estaba llena de camillas. Muchas camillas, una al lado de otra, todas ocupadas por mujeres desnudas sobre ellas. Entre camilla y camilla, había una serie de pantallas y una mesita con instrumental. De las pantallas salían varios cables que se conectaban a los cuerpos de las chicas. Todas tenían los ojos tapados con unas abultadas gafas, también conectadas a las pantallas, y la boca amordazada y entubada. Estaban atadas a las camillas, aunque no parecía que ninguna hiciese intención de moverse.
Se acercó a la primera de las camillas para grabar con detalle lo que allí se encontraba. Entonces se fijó en que las chicas tenían un vibrador insertado en su coño y otro en su culo, y por lo que parece estaban conectados.
Una serie de enfermeras pululaban por la sala, revisando las pantallas. Todas iban en lencería y tacones…
– ¿Qué es esta sala? – Preguntó a Marcelo.
– Es nuestra sala de modificación del pensamiento. Es nuestro método más utilizado de control mental.
Sofía se acercó a una de las pantallas.
Nombre: Alicia Hernández
ID: 722
Talla de pecho original: 80B
Talla de pecho deseada: 100D
Especificaciones solicitadas:
    – Bimbo
    – Stripper
    – Adicta al semen
    – Sumisión
    – Predilección por los hombres maduros
Progreso de la conversión: 76 %
– A través de estos ordenadores podemos controlar las aptitudes que queremos insertar en su cabecita. Hay cientos y cientos de opciónes, el nivel de personalización es enorme… Gracias a un componente químico que inventamos, el XC-91, somos capaces de alterar con bastante rapidez la mente de nuestras capturas. A demás, para reforzar el proceso, a través de las gafas emitimos imagenes y videos que favorezcan a implantar las nuevas habilidades que queremos incorporar.
– ¿Usais… un componente químico?
– Sí, lo hemos desarrollado en estas mismas instalaciones, si quiere después de acabar con esta sala podremos pasarnos por los laboratorios. Estas muchachas que ves aquí controlando los monitores, son parte de la plantilla del laboratorio.
– P-Pero… Están…
– ¿Desnudas? ¡Claro que sí! Así es mucho más divertido para el resto. – Sentenció el hombre, con una sonrisa malévola en los labios. – Todas nuestras investigadoras son esclavas. Así trabajan mejor, nos cuestan menos dinero, y nos ahorramos tonterías como que un empleado se queje de nuestras prácticas por que sea inmoral o ilegal.
– ¡Pero es ilegal! – Sofía no pudo aguantarse. – Estáis lobotomizando a estas mujeres, convirtiéndolas en esclavas sin posibilidad de reaccionar… ¡Estáis destruyendo sus mentes!
– Mientras haya alguien que pague por ello, habrá gente que lo haga, ¿Por qué no nosotros?
Sofía se quedó boquiabierta ante esa afirmación.
– ¡Bienvenida al maravilloso mundo del capitalismo! – Finalizó Marcelo.
Sofía dió un último paseo alrededor de la sala, grabando a las chicas de las camillas y a las investigadoras. Todas tenían un cuerpo de impresión… Parecían más chicas Playboy que investigadoras… Sus pechos eran enormes, casi no cabían en los sujetadores que llevaban…
– Hay algo que quiero enseñarte… – Continuó Marcelo. – ¿Recuerdas a Francisco Gandiano?
– El… El chico de la ficha que ví antes… ¿Verdad?
– Correcto. Aquí lo tienes. – Dijo el hombre, señalando la tercera camilla.
– Pero… es… una mujer…
Sofía observó una mujer preciosa… Rubia, voluptuosa… Estaba siendo penetrada igual que los demás por el culo y el coño…
– ¿Cómo puede…? – Continuó Sofía.
– La magia de la ciencia. – La cortó Marcelo. – El químico XC-91 ataca a un nivel tan profundo las células del sujeto que es capaz de recodificar parte del ADN. En otras palabras, podemos transformar un hombre en una mujer completa, no habrá diferencia con cualquier otra mujer del mundo.
Lo que Sofía estaba viendo durante ese día la estaba superando… Nunca habría imaginado encontrarse algo así… Además, se lo mostraban con una naturalidad que la abrumaba.
Marcelo esperó pacientemente a que Sofía tomase el material suficiente para su reportaje. Cuando acabó, salieron de nuevo en dirección a los ascensores.
– Entonces, bajemos a los laboratorios. Le encantará conocer al señor Pérez.
Sofía miró al hombre con cara de circunstancias… No creía que le encantase conocer a nadie de aquel lugar.
El ascensor paró en medio de un vestibulo blanco y luminoso. Una mujer pelirroja, tan espectacular como las investigadoras de la sala de control mental, las recibió. Por lo menos ésta llevaba bata.
– Buenos días. – Saludó la joven. – El sr. Pérez les espera ya en los laboratorios, si me acompañan les llevaré él.
– Muy bien Rosa. Eres una buena chica.
La mujer cerró los ojos con una intensa y breve expresión de placer. Parece que el alago de Marcelo la había complacido de alguna manera.
– Si… Una buena… chica… – Añadió la tal Rosa.
Después de eso dió la vuelta y comenzó a andar a través del pasillo.
En las puertas del laboratorio, se encontraron al señor Pérez, un hombre de mediana edad, castaño, aunque con alguna cana sobre su cabeza, completamente afeitado y vestido con un traje gris a rayas. Tenía una expesión divertida en la cara.
– Vaya, ¿Vamos a salir en la tele? Si lo llego a saber me habría arreglado más. – Comentó, en tono de broma.
– Buenos días Iñaki, ¿Que tal te va? – Saludó Marcelo.
– Bastante bien, trabajar aquí es una satisfacción ¿Y a tí?
– Estupendo. Te presento a Sofía Di Salvo. Está haciendo un reportaje de investigación sobre nuestras labores. Me pareció interesante mostrarle tus instalaciones.
– ¡Por supuesto! Encantado, Sofía. Yo soy Iñaki Pérez. – Dijo, tendiéndole la mano.
Sofía le tendió la mano. El hombre era simpático, pero se resistía a decir que estaba “Encantada”.
– Esta chica… Rosa – Comenzó Sofía. – ¿También habéis… modificado su mente?
– Por supuesto. – Comentó Iñaki, convencido. – Todas las mujeres que te vas a encontrar aquí son esclavas. Pero son algo distintas a otras que hayas podido ver. Para esta sección de la coorporación, primero buscamos a pequeñas genios que puedan trabajar realmente aquí. Luego, a través de los procesos que ya has visto y del componente XC-91, las convertimos en las trabajadoras perfectas, no se quejan, no se cansan, no cobran, tienen una concentración del 100%…
– Y os las podéis follar. – Cortó secamente Sofía.
– Correcto, nos las podemos follar nosotros y quien nosotros queramos. Eventualmente, a alguna la prostituímos, hay gente muy interesada en tirarse a una mujer de éxito, y fuera de estos muros, éstas lo son. Si en cualquier momento quiero usar a alguna, no tengo más que decirlo y obedecerá ciegamente. Es más, después de su horario laboral tienen lo que ellas llaman “guardias” que no es otra cosa que ser usadas como las perras que son. A veces vienen chicas nuevas… Hasta el momento en el que son preparadas, el comportamiento en el laboratorio es algo “normal”…
Sofía no perdía detalle de las declaraciones del sr. Pérez.
– Bueno, basta de charla y vamos a ver lo que interesa. – Dijo Marcelo.
Atravesaron las puertas del laboratorio.
– ¡Hola Sr. Pérez! – Saludaron todas las empleadas a la vez. Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de éste.
– Las tiene bien educadas, ¿Verdad? – Comentó Sofía, que no se molestó en ocultar el desprecio de su voz.
– Ja ja ja, la verdad es que sí, me gusta mucho que muestren educación y respeto.
Todas las mujeres del laboratorio eran espectaculares… Al igual que Rosa, éstas, por lo menos, estaban cubiertas con una bata.
– ¿Cómo eligen a las mujeres? Habéis dicho que son mujeres cualificadas, pero… más bien parecen putas… Dudo que en las universidades estén tan llenas de estudiantes brillantes que sean tan… voluptuosas.
– Depende de varias cosas, intentamos elegir por un lado a las más brillantes y por otro a las más espectaculares. Creo que ya ha visto el efecto del XC-91. – Comentó orgulloso, vanagloriándose de su descubrimiento. – Con él, podemos moldear el cuerpo y la mente de las capturas. Buscamos que tengan una buena base de conocimientos para que el trabajo sea menor, pero realmente eso no es necesario. Y el cuerpo… Ya lo has visto, podemos modificarlo a nuestro antojo.
Acercándose a una de las chicas, metió la mano por debajo de la bata, acariciándole el culo. La chica en vez de quejarse, se rió y se inclinó, facilitándo el acceso al hombre.
– ¿Ve? Completamente dispuesta. – La cara de la chica era puro placer, la boca entreabierta, los ojos cerrados… Movía el culo para aumentar las caricias que le proporcionaba el hombre. – ¿Le gustaría ver a nuestras últimas incorporaciones? Le puedo enseñar el antes y el después.
Sofía asintió, ya estaba harta de ver la falta de escrúpulos de esta gente, pero sería un material muy bueno para su reportaje.
Siguió al sr. Pérez por la sala, hasta una habitación que se encontraba al fondo.
Lo que vió en ella, no dejó de sorprenderla aún después de lo que había visto durante el día. Una serie de mujeres, con collares de perro y correas que las sujetaban a la pared, se encontraban desnudas, masturbándose con enormes consoladores… Unas se follaban el coño, otras el culo. Otras se limitaban a chuparlo como si estuviesen ante su amante. En el centro de la sala se encontraba un sillón con agarres y monitores como los de la anterior sala.
– Aquí realizamos la conversión de las chicas, no nos hace falta tener tantos sillones como en la anterior sala, puesto que aquí normalmente vamos de una en una. Pero no nos quedemos aquí, vamos a ver a las nuevas. Siempre me encapricho de ellas… Es lo que tiene la novedad…
Siguieron al hombre a la siguiente sala, la que parecía que era su despacho. Allí, atadas a los lados de la mesa se encontraban dos jóvenes, una morena y una rubia. Estaban echadas en el suelo como si fuesen dos perras, durmiendo. En cuanto entraron en la sala, las dos se incorporaron y se pusieron de rodillas.
– Buenos días, perras. – Saludo el sr. Pérez.
– ¡Buenos días sr Pérez! – Contestaron al unísono.
– Estas son Mónica – Dijo, señalando a la rubia. – E Isabel. Isabel fué la primera de su promoción, estaba deseando entrar a trabajar a nuestra gran filial farmacéutica, Xella Pharma, por que es uno de los laboratorios más punteros, así que después de hacer las pruebas, consiguió el acceso. Mónica fue distinto. No era una estudiante brillante ni mucho menos, pero era un pequeño bombón, así que  le proporcionamos una de nuestras “becas personales” y accedió a nuestro programa también.
Iñaki Pérez se sentó en su sillón mientras hablaba y, sin ningún tipo de pudor, se sacó la polla ante todos. Sin perder ni un segundo, las dos chicas se abalanzaron sobre ella y comenzaron a lamerla de arriba a abajo, compenetrándose, repartiendose por turnos los huevos y el falo, entreteniéndose en el glande… El hombre continuó como si nada.
– Una vez comenzaron a trabajar aquí, era cuestión de días que se “adaptasen” al ritmo de trabajo. Ya ha visto antes como funciona nuestro XC-91. – Volvió a decir, con una sonrisa en los labios. Sofía no sabía si esta vez era por orgullo, o por la soberbia mamada que le estaban proporcionando las esclavas. – Pero bueno, qué descortés soy, tengo invitados. Isabel, por favor, atiende a la señorita.
La morena abandonó el rabo del hombre y se acercó gateando a Sofía. Ésta se quedó paralizada, era una situación que no había esperado. La esclava comenzó a lamerle los zapatos, como anteriormente había visto hacerlo a la esclava de Mistress Angélica. Mientras eso sucedía, Marcelo se acercó por detrás a Mónica y, liberando su polla completamente erecta, se la insertó de un empellón en el culo. La esclava no protestó, al contrario, comenzó a mover sus caderas para acompañan las embestidas del hombre mientras acompasaba el movimiento con la mamada que le estaba realizando al señor Pérez.
¿Qué estaba pasando? Querían montar una orgía con las dos esclavas… ¡Y con ella! Estaba paralizada, la situación actual y todo lo que había vivido durante aquel día la estaba superando. Ella nunca había vivido algo así… no era una mojigata en el tema del sexo, pero jamás había estado con una mujer, y mucho menos había hecho algo con varias personas a la vez…
Isabel continuaba con su tarea, había pasado hace un ratito de lamer los zapatos a los piés, y ahora estaba comenzando a subir por las piernas.
Mónica, por su parte, estaba montando al señor Pérez, que se había tendido en la mesa, mientras seguía siendo sodomizada por Marcelo. La chica gemía de placer, su cara denotaba que no estaba fingiendo. ¿Realmente disfrutaban tanto? ¿O sería por el XC-91? ¿Cómo serían estas chicas antes de ser convertidas? ¿Habrían accedido en algún momento a hacer algo así por su propia voluntad? Sofía estaba convencida de la respuesta, pero… Lo estaban haciendo de manera tan natural… ¿Tan poderoso era el control que ejercían sobre ellas?
Mientras Isabel ascendía por sus piernas, Sofía se dió cuenta de que todavía estaba grabando. El objetivo de la cámara estaba enfocando a la morena que la recorría desde abajo. La chica comenzó a meter las manos por debajo de la falda de Sofía… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejaba? PLAF PLAF PLAF Sonaban las embestidas del trío que tenía al lado.
– ¡BASTA! – Estalló de pronto Sofía.
TOdos se pararon de golpe. Isabel dejó de lamer y quedó de rodillas ante ella. Los componentes del trío se pararon y la miraron.
– No quiero seguir con esto. – Continuó la mujer. – No me gusta, una cosa es hacer un reportaje y otra esto… ¿Una orgía? No… No quiero.
– Está bien, no te preocupes… A lo mejor nos hemos excedido. – Comentó Marcelo. Ambos hombres se separaron de Mónica, que quedó con cara de decepción, al igual que estaba Isabel.
– ¿Has visto lo que ha pasado? – Preguntó el sr. Pérez a Isabel
– Si amo, no he sabido complacerla amo.
– Exacto, y ¿Qué ocurre cuando no sabes hacer tu trabajo?
– Soy castigada amo.
– Correcto. – Iñaki sacó de un cajón de la mesa una fusta y, dándosela a Mónica, siguió hablando. – Ya sabes lo que hacer, con 30 tendrá bastante.
Isabel se puso al borde de la mesa, inclinándose para exponer su culo. Mónica se situó detrás.
– ¿Q-Qué? ¿Qué estáis haciendo? ¡No la castiguéis! Ella no ha hecho nada malo… – Protestó Sofía.
– Déjanos encargarnos de nuestras perras como veamos. – Cortó de manera bastante seca Iñaki. – Tú no tienes más que grabar con la cámara. Adelante Mónica, puedes empezar.
ZAS
– UNO. – Contó Isabel
ZAS
– DOS.
ZAS
– TRES.
Sofía no dejaba de grabar. La chica no mostraba ningún tipo de gesto de dolor, pero a la vista estaba que Mónica no se cortaba con los golpes. El culo de Isabel comenzaba a estar surcado de lineas rojas.
ZAS
– QUINCE.
ZAS
– DIECISEIS.
– ¿Has visto? – Comentó Iñaki. – Hago que se castiguen entre ellas. Es una muestra más de sometimiento, saben que un error merece un castigo y lo aceptan y lo aplican sin rechistar.
Sofía estaba horrorizada, quería que acabase el día y salir de aquél lugar.
ZAS
– TREINTA. – Acabó Isabel.
– Muy bien, perras. – Las felicitó Iñaki. – Mónica, llévala a la sala de curas y aplícale un ungüento.
– ¿Un ungüento?. – Preguntó Sofía.
– Claro, las castigo cuando lo merecen, pero no quiero que estén dañadas, una vez acabo con ellas, les aplicó curas para que no sufran y se recuperen rápido.
Sofía no habría imaginado eso.
– Marcelo… Creo… Creo que ya tengo bastante… Si no le importa me gustaría acabar el reportaje ya.
– ¿Ya? Si todavía no hemos visto las mazmorras.
– L-Lo sé… Pero creo que tengo material suficiente.
– Si quiere podemos ir a mi despacho para que me pueda hacer las últimas preguntas que le puedan quedar para cerrar el reportaje.
– Sí… Me parece buena idea, muchas gracias.
Y allí dejaron a Iñaki, junto con Isabel y Mónica mientras ellos se dirigían al despacho de Marcelo. Mientras avanzaban por los pasillos, Sofía respiraba aliviada, aquél día iba a acabar y no tendría que volver a pensar en ese horrible sitio nunca más…
Marcelo abrió la puerta de su despacho.
– Tu primero por favor.
– Muchas gracias. – “¿Cómo podía una persona tan educada trabajar en un lugar así?” Se preguntaba Sofía.
Cruzó la puerta del despacho, pero no pudo ver nada. Un fuerte golpe en su cabeza nubló sus sentidos. Lo último que recordaba, era cómo protegía la cámara con su cuerpo mientras caía al suelo, después, todo oscuridad.
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Relato erótico: “cuentos de la abuela no contaddos jamas (las tres cerditas )” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Marta María y Sonia eran tres hermanas que estaban buenísimas además eran lesbianas y jugaban entre ellas y se lo pasaban yupi. siempre habían estado juntas y nunca se habían separado hasta que ellas buscaron su espacio y se fueron a vivir cada una a una casa diferente.

Marta busco una casa vieja barata ya que no quería gastarse mucho dinero. María sin embargo busco una caravana ya que le chiflaba viajar y Sonia busco una casa nueva con todas las comodidades.

juan lobo era un tío que siempre había estado detrás de ellas por lo buenas que estaban muchas veces se hacía pajas pensando en ellas y como se las follaría a las tres, ya que como he dicho eran auténticos bombones. así que ideo un plan para follárselas. fue a por Marta que era rubia con ojos azules y se vistió de repartidor del gas habrá la puerta dijo juan vengo a mirar la goma a ver si está bien instalada. María ya le conocía, pero juan se había disfrazado maravillosamente y cuando abrió confiado salto a por ella y la cogió y no pudo hacer nada.

– ven aquí zorra vas a sentir una poya en tu coño. por mucho que intento resistirse juan tenía más fuerza y consiguió desnudarla, aunque María luchó.

– no déjame en paz pervertido- dijo Marta. – tus hermanas van a ser mías -dijo juan -al igual que tu zorra  venga a chupar.

Marta se resistía ya que era lesbiana y nunca había estado con ningún hombre juan la obligo a chupar polla hasta que se hartara de ella.

– ahora te la voy a meter en el chocho puta ya verás como pronto vas a querer una poya y en vez de lesbiana serás bisexual. Marta intento resistirse, pero juan se la metió hasta los cojones después de calentarla tocándolas las tetas y metiéndole los dedos en el chumino ella se volvía loca.

– cabrón que me haces te matare.

– te estoy follando puta te gusta dime que eres mi puta vamos dímelo.

– sssisisisis soy tu puta, pero no pares no sabía que esto era tan bueno mis hermanas y yo solo habíamos probado con consoladores- dijo Marta.

luego la cogió por el culo después de comerle el chocho y chuparla las tetas y la preparo. – por ahí no cabrón te mato tiene que doler.

– calla zorra si te va a gustar. y la lubrico con los dedos y la lengua hasta que estuvo preparada y se lo introdujo poco a poco.

-ah que daño.

– relájate- dijo él- te gustara.

cuando ya llevaba un buen rato ella empezó a disfrutar.

– ah sigue así rómpeme el culo ah cabrón que rico más dame más me corroooooooo de gusto ahaaaaaaaa -dijo Marta.

– yo también zorra toma leche.

se la saco del culo y se la dio a mamar en su boca y la lleno de leche que rico nunca había sentido algo así.

– me encanta.

– ahora quiero que me ayudes a follarme a tus hermanas zorra. lo harás.

– por supuesto que lo hare.

así que Marta se fue con juan lobo a la caravana que María tenía en el camping. llamo Marta.

-hola hermana vengo a verte ábreme enseguida -dijo María. cuando abriola puerta María juan se coló dentro pero que dijo María:

– que haces con este individuo.

– hermana -dijo María a Marta- pues ya ves me ha follado y me ha gustado y quiero que te folle a ti también y disfrutes mucho.

– tu está loca. a mí no me gustan los tíos lo sabes cómo has caído tan bajo.

– hermana a mí tampoco hasta que lo probé.

– venga basta ya de charla zorra desnúdate.

María intento resistirse.

– dejarme cabrones -dijo María.

pero Marta su hermana la comió el coño mientras juan la morreaba y la tocaba las tetas.

– ahahha hermana eres una hija de puta pero que gusto- dijo María.

– ya verás cuando te meta su poya como te gustara. así que juan y Marta se comieron a María y prácticamente la devoraron ya que juan la metió los dedos en el chocho y la comió el chumino ya María no podía resistirse. – por dios que gusto no sabía que esto era tan bueno. luego ya juan la puso tan caliente que la entro la poya sin miramientos.

– ahahahahha que me hacéis hijos de puta me corrooooooo- dijo María.

– disfruta hermana -dijo Marta- igual que yo dale por el culo. quiero que te la folles por el culo.

Marta se lo preparo lubricándolo y chupándoselo y juan se la metió hasta los cojones.

– ahahahha que daño.

– tranquila relájate.

– aahahahah sigue sigue me gusta joder que si me gusta más méteme hasta los huevos ahahahha me corrrroooo -dijo María.

luego se corrió juan dentro de su culo.

– ahaha toma leche guarra -dijo juan. los tres ya riéndose.

– hemos disfrutado las dos mucho contigo. no sabíamos que esto era tan bueno.

– quiero que me ayudéis para follarme a Sonia entendido.

-lo que tú digas, aunque ella te costara odia a los hombres después del daño que la hizo su novio.

– yo la convenceré -dijo juan.

lo que no sabían es que juan había sido el novio de Sonia y la dejo porque no estaba preparado para una relación seria luego se dio cuenta del error que había cometido, pero ya era tarde así que se dispuso a follarse a sus hermanas y a ella para que las tres fueran para el cómo una sola pareja así que llegaron a la casa de Sonia las tres llamaron y abrió Sonia.

– pasar hermanas que agradable.

pasaron al rato Marta dejo la puerta abierta para que entrara juan sin que lo supiera Sonia.

– que alegría teneros aquí queréis que disfrutemos las tres- dijo Sonia- os echaba de menos.

– y nosotras a ti.

así que se dispusieron a follar entre ellas y puse Sonia muy caliente la chuparon el chumino y la metieron los consoladores Sonia estaba en el paraíso cuando estaba ya a mas no poder entro juan.

– que tú qué haces aquí.

– te quiero Sonia y te quiero recuperar.

así que sin que Sonia ya pudiera hacer nada de lo caliente que estaba juan empezó a follársela la metió la picha hasta los cojones.

– no cabrón – dijo Sonia.

pero ya era tarde sus hermanas la comían el coño y las tetas mientras juan se la follaba a mas no poder.

– aha sigue no puedo más.

– te quiero Sonia perdóname quiero estar contigo toda la vida no tenía que haberte dejado quiero que seas mía para toda la vida.

– lo pensare- dijo Sonia- pero no pares ahora de follarme aha que gusto tener un rabo de verdad verdad que si hermana. esto es divino.

luego se la metió en el culo al igual que las otras se volvió loca. – más dame más cuanto te echado de menos amo a mis hermanas, pero esto no hay quien lo supere. y juan se corrió entro de Sonia y la lleno de leche al mismo tiempo que ella se volvía a correr.

– ahahahha me muero de gustoooooo.

luego ya después los 4 hablaron juan pidió perdón a Sonia por haberla dejado.

– y ahora que va a pasar con nosotros -dijo Marta y María después de enterase de todo -también nosotras queremos a juan.

– vale chicas- dijo juan -no habrá problemas. tú que dices Sonia.

– eres un cabrón, pero te quiero y quiero a mis hermanas los 4 disfrutaremos mucho cabrón no es eso lo que querías.

– te quería a ti, pero si eso quieres te prometo que os hare felices a las tres

  • : quiero hacer una serie de cuentos eso si un poco especiales epero que le guste a los lectores el primero las tres cerditas
 

Relato erótico: “Reencarnacion 4” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 4

Suena el despertador, me sale un bramido de desasosiego enorme. Lo único que le daba una nota de color a mis días era Javier, y estoy segura de que no le voy a ver pronto.

Han pasado dos semanas desde que hablé con él, y en parte estoy aliviada, no debí jugar con sus sentimientos, y ahora el chico lo estará pasando fatal. Tal vez me haga ilusiones, puede que no estuviera perdidamente enamorado de mí, como quizá me gusta pensar, y sólo jugara, como hacía yo. Llegados a este punto, me da igual, es un problema menos en mi triste vida. El inconveniente es que, pese a que he logrado parar los pies a tiempo, me gustaba mucho ser algo traviesa con él, y en el fondo, lo echo de menos.

En este tiempo, mi vida ha regresado a su triste y aburrida rutina.

Me ducho y me preparo para la oficina, llevo a Carlos a la universidad, trabajo unas horas y regreso a casa, sola ya que mi hijo llega un rato más tarde, y almuerza sólo. Al comer me acerco y le pregunto por su amigo, me dice que le ha visto un poco raro estos días. Me cambio a mi camisón y pasa la tarde monótona y lenta. La noche y la cena no lo es menos, y al acostarme se repite mi insomnio. Me desespero hasta que consigo dormir.

Llega el viernes, y el día es tan clónico del resto, que me veo en un terreno de confort, mi vida es un desastre de nuevo, y me siento cómoda en ese hábitat. Desecho alguna invitación de las amigas del gimnasio para salir a tomar algo, y me vuelvo a casa tras el trabajo, me pongo una copa de vino y me veo una maratón de películas románticas. Al acostarme, me estudio en el reflejo del espejo del armario, sentada en la cama hecha una mierda, sin descansar ni poder hacer nada, la súbita subida de emociones de mi mente ha pasado, y ahora no siento motivo alguno por el que tocar el cajón del consolador.

Sábado y domingo son un calco, gimnasio por la mañana, y salir con Carlos por la tarde, él sale de fiesta de noche, pero al menos regresa de una pieza, no como hace una quincena. El domingo vamos a ver a los abuelos, mi hijo va a pedirles dinero para un viaje de fin de curso de la universidad. No habla de Javier, y yo no pregunto.

Cambiando de canal en la televisión la madrugada del lunes ya, me doy cuenta de que estoy en el mismo punto que hace unas semanas, he vuelto a la casilla de salida, sola y triste, y no quiero estar ahí. Al menos debo hablar con el amigo de mi hijo, arreglar las cosas, y tal vez sea el punto de partida para empezar una relación más sana con él. Esta noche duermo algo mejor, pero no demasiado, debo tener unas ojeras terribles.

Al levantarme, me obligo a estar más animada, me pongo un conjunto de traje algo más alegre, y llevo al engendro de mi hijo a la universidad. Da pena ver la falta de modales que tiene, no me ha dirigido una palabra en todo el trayecto. En el trabajo más de lo mismo, aunque David, mi jefe, me ha explicado que han echado a un abogado que llevaba unos pocos años con nosotros, sin duda por los recortes de personal derivados de no cerrar la venta en la que participé, creo que si hubiera enseñado canalillo hubieran firmado, como si mi sensualidad importara en una operación de miles de euros. Carlos me llama cuando estoy saliendo, y me dice que no vaya a recogerlo, que se va con una amiga a dar una vuelta.

Para colmo me tengo que ir a casa a comer sola, y tras hacerlo, me quedo dormida como una marmota en el sofá, no me extraña, llevo días sin poder descansar del tirón. El ruido de la puerta me despierta, y veo pasar a mi hijo con una joven de la mano. Guapa, como no, bajita y delgada, con el pelo moreno y media melena, rasgos españoles aunque unos ojos negros algo rasgados, y buen trasero bajo un vestido fino de verano.

Ni me saluda antes de meterla en su cuarto y poner música alta. Les oigo reír, tontear y besarse, me imagino acariciándola y haciéndola sentir bien, bonita, deseada, sentirse mujer. Lo que yo he perdido. Me como una bolsa de patatas fritas mientras dejo que mi hijo disfrute del don que me he negado para mí, y tras unas horas en que no me cuesta pensar que se han acostado juntos, por el volumen de la música que ponen, la parejita sale sonriente de su cuarto, y Carlos se despide de ella con un tórrido beso con lengua en la entrada, antes de que se marche.

– YO: ¿Quien era? – le abordo en el pasillo.

– CARLOS: Una amiga.

– YO: ¿A todas tus amigas las besas así? – me cruzo de brazos, airada.

-CARLOS: A las que se dejan…- la sonrisa de imbécil que pone me exalta, y le suelto un bofetón, como hacía mucho que no le daba. – ¡Mamá!

-YO: ¿Tú te crees que las mujeres somos tus juguetes? Tendrías que tratarlas mejor, y ser un poco más dulce, y amable…como Javier. – espetó saturada.

-CARLOS: ¡Joder, mira que estás rara! Ni que ahora te importara con quien ando… tú a tu vida y no te metas en la mía.

– YO: Eso voy a hacer, mi vida, y a ver cómo te las apañas sin mí.

-CARLOS: Ojalá, que estás de un pesado que no hay quien te aguante.

– YO: Mira hijo, estoy harta de verte con unas y con otras, deberías centrarte un poco, en los estudios y buscar a una buena chica. – bajo el tono un poco, tratando de usar la lógica.

– CARLOS: ¡Déjame en paz! – dice frotándose la mejilla, colorada del golpe.

Se va a su cuarto rodeándome, maldiciendo y susurrando que se va a ir con los abuelos como siga así. Yo me quedo con los brazos en jarra, pensando que al menos lo he intentado, tal vez tarde, pero quiero hacerle cambiar su forma de ser. Tal vez sea un poco de odio, no a mi hijo, es más que Javier tiene razón, el guaperas de turno se lleva a la que quiere, y los buenos chicos se quedan a un lado, esperando que alguna se fije en él.

Ceno sola, sin esperar a Carlos, y cuando sale a buscar su comida, le digo que se haga lo que quiera, ya es mayorcito para andar detrás de su mamá. Su mirada de asco, esta vez no me molesta, está cabreado, y espero que al menos eso le haga pensar en lo ocurrido. La televisión me termina hartando, y al irme a la cama, tardo un buen rato en cerrar los ojos.

Por la mañana el mundo parece algo menos agobiante, y al ducharme me pongo una camisa blanca con un traje de oficina gris, con falda de tubo hasta las rodillas que me hace un culo de infarto. En el desayuno espero a Carlos, que sale sin mirarme a los ojos, y se bebe un vaso de zumo con prisa.

– CARLOS: Vámonos ya, que llegaré tarde.

– YO: ¿Llevarte? Eres el que quiere hacer su vida, pues empieza a ir a la universidad tú solito. – su mandíbula casi se desencaja- Y para la vuelta, igual, estoy harta de ir a buscarte.

– CARLOS: Pero está lejos, y hace calor…

– YO: Pues no te retrases, que el tiempo vuela. – “Vas a madurar de golpe” le digo en mi cabeza. – Hasta luego, hijo. – está tan petrificado, que me acerco y le doy un besito en la frente muy maquiavélico, que me sabe a gloria.

Me siento llena de energía, como si acabara de liberarme de unas pesadas cadenas. No me preocupa en absoluto su bienestar, la universidad está lejos, sí, pero hay autobuses directos a tres calles de casa, y tiene el abono de estudiante. Le llevaba para poder pasar tiempo con mi hijo, ser importante en su vida, pero es algo que de golpe, ha pasado a segundo plano.

Voy al trabajo y paso gran parte del día pensando en cómo rehacer mi vida. Recibo la llamada de Carlos antes de salir, supongo que para saber si de verdad tiene que volver solo. Le cuelgo sin más, “Que se las apañe”. Voy a casa y de camino compro algo de comida rápida, llevaré años sin darme el gusto de una grasienta e insana hamburguesa. Llego a casa y me la como de pie en la cocina, antes de que se enfríe. Como hace tanto que no le hinco el diente a algo así, se me olvida que la salsa gotea, y me mancho la camisa del trabajo. Siseo, pero me termino zampando esa gloriosa bomba de calorías.

Trato de limpiarme la grasa de la camisa al acabar, pero es inútil, así que me quito la chaqueta y la camisa, quedando en sujetador, me acerco al fregadero y con algo de maña, mojo la mancha y froto energéticamente, esperando no echar a perder mi blusa más cómoda de trabajo.

Oigo la puerta de casa, Carlos ha llegado, y sonrío de forma pícara, ha tardado un poco más, y debe de estar enfadado. Me centro en mi problema más importante, salvar mi prenda, con el agua salpicándome en el pecho y el vientre, cuando escucho a mi hijo farfullar de fondo. Ni me giro, no quiero que note mi felicidad en el rostro al haberle chafado el día.

El sonido del “toc toc” en el marco de la entrada a la cocina me hace girarme extrañada, y es cuando veo a Javier, con un polo rojo y unos vaqueros, mirándome con la boca abierta.

– YO: Ja…Javier, ¿Cómo tú por aquí? – digo mientras trato de taparme, sin ser muy descarada.

– JAVIER: Yo…bueno…quería hablar con usted…a Carlos no le molestó…y trató de avisar de que venía, pero no contestaba al móvil. – “Mierda”, me grito por dentro, más que por mi tontería de no cogerle la llamada a mi hijo, es que me doy cuenta de que me trata de usted de nuevo.

– YO: Sí, es que estaba liada en el trabajo, y bueno, ahora he tenido un incidente con una mancha…te importa sí…- le hago un gesto con el dedo índice para que se dé la vuelta, no es que me moleste mucho, pero debo mantenerme firme con lo que hablé con él.

– JAVIER: Claro…disculpe. – se gira de inmediato, y me saca una leve sonrisa su aparente vergüenza.

Me voy a la lavadora, y del montón de ropa limpia cojo una camiseta azul del gimnasio, aparte de marcar bien mis pechos debido a un sujetador de encaje muy estilizado, me vale. Camino risueña hasta Javier, para tocarle el hombro, y al mirarme, sus ojos se clavan en los míos, y es una mirada viva. Le saludo con un suave beso en la mejilla, a lo que me responde con uno de sus abrazos, menos efusivo que otros días, pero mucho más que el último que me dio.

– YO: Me alegro de verte, de hecho, creo que fui muy dura e injusta contigo, y quería arreglarlo.

-JAVIER: Yo también he pensado mucho sobre ese día, y como le he dicho, venía con la bandera blanca, a hablar con usted.

-YO: Vale, pero por favor, no me trates de usted, que ya nos vamos conociendo. – le cojo del brazo, me lo llevo al salón, se sienta en el sofá y me coloco a su lado, cruzándome de piernas y tratando de mantener actitud adulta y serena.

– JAVIER: La verdad es que traía un discurso bien aprendido….pero se me ha olvidado…no esperaba encontrarte así… – me río, es adorable su sinceridad, me le imagino en la puerta de la cocina, mirando mi culo prieto bajo la falda de tubo, elevado por unos tacones medios, meneándome al restregar la camisa, con mis senos mojados bajo el wonderbra.

– YO: No seas bobo, esto es serio.

-JAVIER: Lo intentaré. Lo primero es disculparme por cualquier malentendido que se haya provocado, me caes muy bien, eres muy simpática, aparte de ser preciosa, y mi mente juvenil me ha jugado un mala pasada, perdóname.

-YO: Gracias por todo, pero no hace falta que agaches las orejas, es normal a tu edad.

-JAVIER: Aún así, mil perdones.

-YO: Perdonado quedas.

-JAVIER: Gracias. Lo segundo es…como decirlo….no quiero faltarla…pero… tengo que saberlo ¿Lo he malinterpretado todo, o has…has tonteado un poco conmigo? – un frío helado me recorre la espalda, pero viéndole ante mí, siendo tan abierto, no quiero ser falsa.

-YO. Un poco, pero es que eres un encanto, y bueno, una mujer de mi edad, sola, adulada….pues me he dejado llevar sin querer.

-JAVIER: Menos mal, me estaba volviendo loco, pensaba que era cosa solo mía. – se frota las sienes

– YO: Pues no es así…tampoco quiero decir que haya pensado nada raro…- recuerdo las varias noches que me he masturbado pensando en él, en su cuerpo fornido acogiéndome entre sus brazos, penetrándome, y trago saliva con mi mentira. – …pero he jugado a algo de mayores contigo, y no debí hacerlo.

-JAVIER: Una lástima, me estaba divirtiendo, y lamento si no di la talla. – dice lamentándose.

-YO: No, ni mucho menos, Javier, has sido un chico muy listo, y has jugado bien algunas cartas, con unos años más hubiera caído rendida ante ti. – sonreímos, pero le noto la mirada triste al comprender lo que le acabo de decir.

– JAVIER: Hubiera sido un placer…

– YO: Seguro que sí.

-JAVIER: ¿Entonces ya está, todo arreglado?

-YO: Zanjado, Javier.

-JAVIER: Genial, y si no le molesta, ya que hemos aclarado todo… ¿Puedo pedirla…pedirte un favor?

– YO: Dime.- me pongo firme.

– JAVIER: Es sobre la noche esa…la que me debe, del baile…- respira profundo al ver mi cara de asombro.- Es que no sé ligar, ya me has visto malinterpretando todo, y …no sé, tal vez, si me ayudaras, o me dieras unos consejos el día que salgamos juntos…pues te lo agradecería. – suspiro aliviada.

-YO: Será un honor, no sé lo que les pasa a las niñas de hoy en día, cuando tendrías que tener a las chicas derritiéndose en tus manos, y no con idiotas como Carlos. ¿Sabes que el domingo pasado trajo a otra? – cuchicheo.

– JAVIER: Algo ha comentado, sí. – correcto hasta el final, he escuchado llamadas de mi hijo alardeando de cómo se tira a las que se dejan seducir.

– YO: Pues cuando quieras, me sacas a bailar, y te doy un par de pistas, pero para que encuentres a esa afortunada joven, que seguro que está esperándote, no para que andes como mi hijo. – le apunto con el dedo, acusadora.

– JAVIER: Genial, muchas gracias… ¿Tal vez…? No, es demasiado pronto.

-YO: No, dime…- le cojo la mano, apremiándole.

-JAVIER: Bueno, es que…este sábado vamos… íbamos a ir a bailar, pero Carlos dice que ha quedado, y a mí me daba apuro ir solo con los demás, son amigos de él, no míos. Si le apetece, pues, podría venir, y así me ayuda con una chica. – me pilla por sorpresa, busco un motivo por el que negarme, verme rodeada de jóvenes no es que me entusiasme, pero asiento de forma madura.

-YO: Pues allí estaré, ya me dices dónde y cuándo quedamos…y qué ponerme, no quiero desentonar.

-JAVIER: Tú sobresales hasta en el cielo más estrellado.- me coge la mano y la besa, con gesto tierno.

-YO: Anda, tonto, dame un abrazo de los tuyos, que me encantan.

Me pongo en pie, él salta a mis brazos, y le recibo encantada. De hecho, me alza rodeándome por la cintura medio palmo del suelo, es tan fuerte y seguro, que doblo las rodillas y me dejo oscilar con mimo. Al dejarme en el suelo, me besa la mejilla repetidamente, muy rápido, tanto que me hace cosquillas y me río.

– JAVIER: Muchas gracias, de verdad. – se va al cuarto de Carlos con la mayor sonrisa que le he visto nunca.

Yo debo estar igual, la cara encendida y acaloraba, me da igual que esté mal, me siento cómoda hablando con él, o en sus brazos, es como si encajara a la perfección, siento que sus caricias estuvieran hechas para mí. Y ya me arrepiento de haberle dicho que sí a ir de fiesta, apenas una conservación, y no sólo hemos arreglado las diferencias, si no que ahora tendré que una noche entera de bailes con él. Va a ser una tortura.

Me voy a cambiarme, cuando salen a comer algo a la cocina. Me pongo mi camisón amarillo, y me doy cuenta de que he mojado mis braguitas, antes me cuestionaría el motivo, pero ahora sé que Javier me pone cachonda, o él o su forma de tratarme, no hay otra explicación. Me distraigo limpiando la casa, y al rato aparece por el pasillo el invitado. Se despide amablemente, y me da otro abrazo, tan fuerte y efusivo que me deja sin aire. Me encanta.

A la cena hablo con Carlos, rebajo los malos humos con él, pero está dolido y me reafirmo en que no pienso ser más su chófer personal, así que cuando le digo que voy a ir con Javier de fiesta el sábado, monta un pequeño circo. Le digo que él también puede venir si quiere, y entre echarme en cara salir de fiesta con su madre, y que ha quedado con una chica en su casa, se niega en redondo. “Mejor, solo estorbarías”, le quiero decir, pero me callo y le dejo dar un portazo en su cuarto al acostarse.

Me voy directa a la cama y cierro la puerta, pese al tiempo transcurrido tras los abrazos, mi temperatura corporal no ha bajado, me desnudo entera y saco el consolador, pasando la mitad de la noche a lomos de un orgasmo tras otro, sin molestarme en disimular. Javier es el objeto de mi deseo, y cuando pienso en él abrazándome en el sofá, mirándome el escote del camisón, levantándome por lo aires, o sus vistazos a mi trasero con el vaquero de la talla 36, me vuelvo loca. Creo que me duermo de extenuación, sudando y habiendo agotado las pilas del dildo, en un mes lo he vaciado cuando no le había puesto pilas desde que lo compré.

El miércoles me levanto con cierta molestia en el brazo de hundirme el juguete sexual, pero tras la ducha me veo genial. Me pongo uno de los tangas más recatados con un traje de pantalón azul marino, y voy a trabajar feliz. A la hora de volver a casa, llama Carlos, se lo cojo y me dice que tardará un rato en volver, pero que apunte el número de móvil de Javier, que le ha pedido que me lo dé. Reprimo la ilusión que me hace poder contactar con él sin mediar con mi hijo.

Al llegar a mi domicilio, me cambio y paso al camisón azul de satén. Espero a que aparezca alguien en mi casa, con el teléfono en la mano, pero tras una hora me voy a comer. Al acabar suena la puerta y sólo mi primogénito cruza el pasillo, otro chasco. Me paso toda la tarde con el número del amigo de mi hijo marcado pero sin darle al botón verde, o escribiéndole mensajes, que no llego a enviar. Parezco una colegiala boba, cuando hace unos días era una mujer triste y aburrida que había dado una lección de humildad a un joven.

Estoy sentada ante la televisión, viendo cualquier tontería, cuando mi móvil se ilumina, temo que sea otra comercial deseando captarme para su compañía, los dígitos en cambio no son de una centralita, es un teléfono normal. No me gusta recibir llamadas de desconocidos, pero me suena y algo que me distraiga no vendrá mal.

– YO: ¿Hola?

– JAVIER: Hola…soy yo…Javier. – abro la boca, entre ilusionada y sorprendida.

– YO: Ah ¿Qué tal? ¿Cómo has logrado mi número? – me sale un tono bastante cortante.

-JAVIER: Sí, bueno, es que le pedí a Carlos que le diera el mío, pero como no me hablaba, pues me dio el suyo por si quería llamarla, ¿He hecho mal?

– YO: No, por dios, es que me has pillado desprevenida…Y bueno, ¿Querías algo?

– JAVIER: Pues nada especial, de hecho, sólo saber si ya tenía mi número…

A partir de ese momento, paso dos horas hablando con él, y son deliciosamente cortas. Comenzamos charlando de Carlos, claro, el nexo común, pero vamos desviando el tema. La fiesta del sábado va centrando la conversación, cómo vestirme, cómo ir vestido él, cómo arreglarse, lo que llevaba yo en mi época, o de lo que me gustaba beber. Es muy dinámico y me sorprendo retozando por el sofá sonriente, acariciándome el vientre mientras me hace reír una vez tras otra, mezclándose con momentos serios.

Cuando al fin cuelgo, se me escapa mandarle un beso, no es que se lo mande, es que poso mis labios en el micrófono, y suelto un “Muuuuak” muy dulce. Temo volver a estar jugando con sus sentimientos, pero empiezan a importarme más los míos. Javier desata en mí sensaciones olvidadas, otras nuevas, y no me da la gana perder este manto de alegría que me recubre cada vez que le veo, o hablo con él.

Por si fuera poco, ahora con los mensajes por Internet del móvil, me paso otras cuatro horas escribiéndome con él. No es seguido, es más pausado, mientras hago la cena, o veo la televisión, pero constante. Hasta me parece estar poniéndome pesada con él, pero siempre me contesta, y yo siempre le respondo.

Le pido que me mande fotos de sus amigas de fiesta, para ver su estilo y no desentonar, pero no creo que sea problema, van algo descocadas y nadie se fijará en mí, un mujer adulta, teniéndolas a ellas como espectáculo. A cambio, le tengo que mandar unas viejas fotos mías de mi época antes de conocer a Luis, me pongo colorada al verme, y nos reímos, pero me dice que estaba preciosa, y que se me veía algo peligrosa. Me alegro de que se dé cuenta, y desnudo un poco de mi alma, hablándole de Luis y cómo nos conocimos.

Cuando me quiero dar cuenta son las dos de la mañana, muy amablemente me despido de Javier. Odio los emoticonos, pero al ver que me manda un beso lleno de corazones, y una flor, entorno los ojos y le devuelvo unos labios como respuesta. El detalle de que me mande una nota de audio, de tres segundos, deseándome buenas noches, me deja con una sonrisa que no se me borra hasta levantarme.

Es jueves, y la cercanía del fin de semana me pone nerviosa. Javier es encantador, y me lo paso genial con él, temo caer de nuevo en la trampa, pero es que me siento tan…tan viva cuando estoy con él, que me quito de la cabeza ideas de negarme a hablar con él, o inventarme alguna enfermedad para no ir el sábado a la fiesta.

Me visto para ir a trabajar, despidiéndome de mi hijo, que sale unos minutos antes de casa para llegar a su hora a las clases. Me paso gran parte del día entre la pantalla del ordenador de mi trabajo, y la del móvil, mirando cuándo Javier se conectó por última vez, o si me ha hablado. Lo cierto es que salvo mi hijo, mi familia, Carmen, y alguna amiga del gimnasio, no suelo mandarme mensajes con nadie, y menos pasarme horas escribiéndome con una persona. Ahora echo de menos que me mande un simple “Hola”, y que se acuerde mí.

Me resisto a parecer desesperada y ser yo quien le salude, no me faltan ganas, eso sí. Al final ocurre, se ilumina mi móvil, y veo su nombre, casi me da un vuelco el corazón cuando la aplicación tarda un instante en abrirse, pero cuando leo su “Buenos días, perdona que no te saludara antes, estaba en la universidad” doy unas mini palmadas, feliz.

Tardo en contestar, habiéndome rogar, pero me lía, y comenzamos de nuevo una charla que no cesa ni cuando conduzco, a cada semáforo le contesto con frases cortas. Ni sé decir cuál es el tema, son muchos, y a la vez, ninguno, los comentarios se centran en compartir lo que hacemos, ideas bobas y pensamientos ligeros, según salen expresados. Me manda un mensaje diciendo que está hambriento al salir de la universidad, y no dudo en invitarle a comer. Acepta con doble cara sonriente.

Al llegar a casa me ducho y me pongo el camisón de satén azul, con un recogido en mi largo pelo rubio, a modo de coleta. Hago un poco de pasta, que me dice que le encanta, y espero ansiosa. Cuando llegan Carlos y él, ni mi hijo me presta atención, ni yo a él. Me lanzo a por Javier, que me recibe semi agachado con los brazos abiertos, que se cierran sobre mí al caer en su pecho. Dios, qué gusto noto al sentir sus manos rodeándome, me ha tomado la palabra cuando le dije que me encantaban, y me aprieta con calidez. El abrazo dura no menos de diez segundos, con saludos ininteligibles, y acaba en un beso en la mejilla muy cariñoso. Al apartarme le observo, va con una camisa blanca, a rayas grises, con un par de botones desabrochados, y unos vaqueros negros muy prietos.

No tengo que decirle que me ayude con la mesa, lo hace directamente, y trata de ir a buscar a Carlos, que de mala gana sale y pone la bebida. Me siento al lado del invitado, y noto la tensión en la mirada de mi hijo, ve lo bien que nos llevamos, y no le gusta. Creo que por eso mismo sigo charlado animada. Harto de la escena, la sangre de mi sangre sale disparada a su cuarto, y el extraño se queda a ayudarme a limpiar.

Estoy en el fregadero, terminando de lavar, cuando por sorpresa siento unos brazos en mi vientre, y el cuerpo de Javier en mi espalda, para colofón, noto un beso generoso en mi cara, cerca del cuello desde atrás, que me eriza la piel.

– JAVIER: Muchas gracias, estaba la comida deliciosa. – giro la cabeza algo confusa, aunque la palabra correcta sería encantada.

– YO: No hay de qué.

-JAVIER: Si lo hay, en el piso de estudiantes donde vivo se come fatal, y una buena cocinera como tú, es un lujo. – me suelta pasados unos segundos en que no nos movemos, y se pone a colocar platos y cubiertos.

-YO: Exageras.

-JAVIER: ¿Eso cree? Hace una semana un compañero recalentó un trozo de pizza usando la plancha de la ropa dada la vuelta…- me río a carcajadas, no me lo creo hasta que me enseña una foto en el móvil.

-YO: ¡Por dios, pero que animales! Eso no es bueno.

-JAVIER: Ya, pero es lo que me toca, viviendo sólo en Madrid, sin familia…- ya me lo había comentado, pero ahora suena triste. Es del norte del país, y le han mandado a la universidad con lo puesto, sus padres no son adinerados.

– YO: No puedo permitir eso, tú te vienes a comer aquí todos los días ¿Me oyes? – al decirlo, me doy cuenta de que he dejado hablar a la ilusionada mujer de mi interior.

-JAVIER: No, de ninguna manera, es demasiado gasto, y no puedo pedirle que…- le corto, parezco tonta, me acaba de dar una salida, y me la cierro.

-YO: Una suerte que no has pedido nada…Así que ya sabes, esta es tu casa. – pone cara cómplice, el deber le dice que no acepte, pero está deseándolo.

– JAVIER: Si no le molesta, de acuerdo, pero le pagaré lo que sea…yo…no sé.

-YO: Con que me ayudes como haces, y me des mis abrazos, me vale. – digo melosa.

Al instante se acerca, me abro de brazos para que me bese la mejilla y me alce un poco del suelo con sus manos, es asombroso lo poco que debo pesar para él. Me mantiene en el aire unos segundos en que me sujeto a su nuca, y siento su aliento en mi cuello.

-JAVIER: Quien tuviera a una mujer como tú.

Al bajarme, el camisón se me ha subido y se me ven las braguitas azules que me he puesto, pero no me doy cuenta, es Javier quien, con una mirada de permiso, me tapa, notando sus dedos en mis piernas un instante. Me pongo colorada, pero ni me disculpo, ni él se ofende ¿Cómo podría? Ya me ha visto alguna vez en sujetador, o con el culo ofrecido en tanga.

Se va con Carlos, y me quedo en el sofá traspuesta, la comida ha sido copiosa y el fresco que entra por la ventana del salón me calma. Sueño, hace mucho que no recuerdo hacerlo, pero me veo en lo alto de una torre, cual princesa, y un caballero que viene a rescatarme, le grito para que me auxilie, nombrando a mi marido, “¡Luis!” chillo, pero cuando se acerca, y se levanta el yelmo, su cara es la de Javier, tan similar y tan diferente a su vez. El roce en mi brazo me sobresalta, y veo al joven amigo de mi hijo ante mí, de pie, mirándome temiendo haberme asustado.

-JAVIER: Perdona, Laura, es que…me voy y no quería irme sin despedirme.

– YO: Nada, es que me he quedado dormida. – me pongo en pie colocándome el camisón bien, sin que él pierda detalle de nada. – ¿Te vas ya entonces?

– JAVIER: Si, el chucho tiene que salir.

– YO: Es verdad, pues hasta mañana, ya sabes, aquí vienes a comer cuando quieras. – sonríe.

– JAVIER: Será un placer venir, pero mañana debo estudiar, y otra comida como hoy y tendré que ir al gimnasio, me vendrá bien el paseo con el perro para bajar a tripa, estoy lleno.

– YO: Uff y yo, creo que me he pasado.

-JAVIER: ¿Quieres venirte a sacar al animal? – su tono de ilusión es sólo comparable al mío al responder.

-YO: ¡Sí! Claro, deja que me ponga algo encima.

Correteo a mi cuarto, y encuentro unos leggins negros del gimnasio y una camiseta blanca interior, me pongo unas zapatillas de correr y cojo mi bolso. Ni me veo en el espejo, de haberlo hecho hubiera elegido otra ropa. Estoy espectacular con la ropa tan ajustada a mi cuerpo, y la mirada de Javier al salir de casa me lo confirma.

Paseamos charlando hasta su casa, está lejos, y al llegar, subo a su domicilio. No mentía, aquello es una leonera de cinco estudiantes universitarios, ropa por el suelo, cocina sucia, fregadero hasta arriba y restos de cajas de pizza por toda la estancia.

Al abrir la puerta de su cuarto, sale una bestia negra enorme, es un dogo de pelo oscuro como la noche y una graciosa mota blanca en el pecho, cuya cabeza me llega a la altura del vientre. Conmigo a su lado no parece más pequeño que un poni. Pese a ser grande, e impresionar, se me acerca, me olfatea y busca caricias de mi mano, con cuidado se las hago, y antes de salir a pasear ya me da con el hocico en las piernas jugueteando. Thor, que así se llama el animal, es travieso y mete la nariz entre mis rodillas. Es tan bueno, y está tan bien adiestrado, que se espera a llegar a un parque para hacer sus necesidades, y si se aleja un poco, Javier le chista y regresa a su lado de inmediato.

Jugamos un rato a pasarnos una desgastada pelota de tenis y tirársela, para que estire las piernas. El perro tiene una pose imponente cuando se tensa.

Regresamos a su casa, pero en vez de subir, insiste en acompañarme hasta la mía, es tarde y voy vestida llamativamente, pero es tanta distancia que me da apuro. Antes de poder decir nada, ya están a mitad de calle camino de mi piso, y corro para alcanzarles.

Sonrío, no puedo evitarlo, entre el perro asustando a alguna cría pequeña, y Javier hablando de lo trasto que era de cachorro, me duele la tripa de reírme. Al llegar a casa me agacho a despedirme del cuadrúpedo, un par de cabezazos de Thor casi me tiran al suelo.

Al ponerme en pie recibo lo que deseo, el abrazo y el beso del joven apuesto. Me los da, es tan firme que siempre me eleva un poco de puntillas, sus antebrazos rodean mis riñones y me aprieta contra su cuerpo.

– YO: Muchas gracias por el paseo.

-JAVIER: A ti por ser tan buena conmigo. Mañana va a ser un poco complicado que nos veamos después de clase…- le tono triste al decirlo.

-YO: Está bien…bueno…ya hablamos de lo del sábado, espero no hacerte pasar vergüenza al ir contigo.

-JAVIER: ¿Vergüenza? Voy a llevar a la mujer más guapa del mundo. – me río para que no note que me ha gustado su piropo.

– YO: Ya me dejarás por otra cuando te consiga una buena joven.

– JAVIER: Lo dudo mucho, pero ojalá.

Acaricio la enorme cabeza de Thor, y les veo alejarse, traviesa, sin decidir qué culo mirar, el gracioso del perro con su rabo balanceándose, o el sexy de Javier, bajo los vaqueros negros. Subo a casa consciente de que el juego ha empezado de nuevo, si es que llegó a terminar, y no sólo lo pause por el miedo a divertiré demasiado, usando la diferencia de edad o la relación como mi hijo de excusas.

Me doy una ducha con masaje íntimo, y acabo cenando con Carlos las sobras de pasta del medio día. Me dice que se va a ir de fiesta mañana en cuanto salga de la universidad, que se lleva una mochila con ropa, y que no le voy a ver hasta el domingo. Alguna de sus amigas se queda sola en casa, y van a estar haciendo de todo, no necesito que me lo diga. En otras circunstancias eso es horrible, estar sola todo un fin de semana me deprimiría, pero este me viene de perlas. Me quedo en el sofá dormida de nuevo, pero a la una y media me voy a la cama, estoy derrotada, cansada y algo saturada, es tocar la cama, y caigo dormida.

El viernes es el día menos interesante de toda mi semana. En el trabajo, todo normal, en casa, Javier no viene a comer, y se disculpa con unos mensajes educados. Paso la tarde sola, y la noche es de películas de serie b. En cambio, tengo un nerviosismo encima que no puedo calmar ni a base de tilas. Agradezco el poco contacto por móvil con ese extraño joven que me tiene encandilada, creo que sabe que estoy tensa, y no quiere agobiarme más.

Carlos no está, me ha llamado y me ha dicho que todo está bien. Se oía a una chica de fondo riéndose.

Es algo casi natural ya para mí, y me voy a mi cuarto, ni me molesto en cerrar la puerta, Saco el consolador, quiero relajarme, y últimamente la mejor manera es con el dildo. Me acuerdo de que no tiene pilas cuando ya he empezado la fiesta, busco desnuda por la casa, y se las quito al mando de la televisión, para regresar a mi cuarto y acabar lo que he empezado.

Trato de pensar en Luis, en mi marido, lo hago para no pensar en lo que está por venir, toda una noche con ese extraño chico, bebida, bailes, y lujuria adolescente. Me acaba pasando lo mismo que estos días, cuando estoy ardiendo en lo único que puedo pensar es en Javier, tomándome de mil formas, acariciándome con sus grandes manos, y penetrándome de una forma animal.

Al levantarme no recuerdo haber dejado de masturbarme, ni quedarme dormida. Me calmo con una buena ducha, y me pongo los leggins negros a medio usar del otro día por encima de un tanga rojo, con un top deportivo y una camiseta azul. Voy al gimnasio después de desayunar, y trato de no exigirme mucho, preveo movimiento esta noche.

Tras la sauna, me pongo un vestido largo de flores, y me quedo a comer con unas amigas de las clases de aeróbic en un bar cercano. La escena es algo borrosa para mí, estoy entre ellas, me río, y hablo, pero permanezco en segundo plano, mi cabeza no puede evitar dar vueltas y más vueltas.

Javier me escribe a media tarde cuando ya voy de camino a casa, me dice que quedamos a las ocho de la tarde en mi portal, se pasará a recogerme, y que me quiere invitar a cenar, por ser tan amable con él. Apenas son un par de horas, y debo arreglarme, quiero estar espectacular, quiero que según me vea se le caiga la baba, y que cuando las chicas de la discoteca me vean con él, sientan tanta envidia que quieran quitármelo. Tal vez así se me pase la tontería, viéndole besarse con otra, y que se olvide de mí un poco.

Llego a casa y me doy un baño largo con espuma y sales, me bebo un par de copas de vino tinto para templar los nervios, y me lavo el pelo con esencias de vainilla. Al acabar, me repaso los pocos pelos de las piernas, y me doy una crema corporal por toda mi piel, dejándola reluciente y suave.

Otra vez estoy frente al armario, desnuda, sin atreverme a elegir ropa, pero son casi las siete de la tarde, y debo estar lista. Me pruebo todo, incluso los vaqueros de la talla 36, pero tras diez minutos de lucha, desisto de ellos, e intercambio vestidos, camisetas y conjuntos. Todo me parece horrible.

Repaso las fotos de las amigas de Carlos y Javier, y busco un estilo similar cuando me doy cuenta de que no debo ser el centro de atención. Me pongo un tanga fino de encaje negro, con un lazo coronando el diminuto triángulo en mi pubis, con un sujetador sin tirantes del mismo tono, cojo una camiseta palabra de honor azul oscura, con algo de vuelo a partir del pecho, es tan larga que pienso en ir sólo con ella, a modo de vestido corto, pero me sonrojo al moverme y observar que se me ve todo a cada gesto, así que termino poniéndome un short vaquero que recordaba más largo y grande, apenas cubre mis nalgas y el comienzo de mis piernas, pero me queda de cine y lo lleno de sobra, luciendo unas sandalias cómodas con tacón.

Me seco el pelo al decidir que estoy casualmente preciosa, me hago un recogido juvenil con flequillo flamenco, y me maquillo para destacar los ojos con una sombra de brillantina, es simple y con unos labios rojos es perfecto. Escojo el mismo bolso diminuto que la última vez que me arreglé tanto, y me planto ante el espejo, ansiosa.

Casi se me olvida el desodorante y perfumarme con agua de rosas. Estoy ya sudando y no es el calor que aprieta, son los nervios. Decido llevar un pequeño bote con difusor de colonia fresca, y al ponerme un reloj discreto en la muñeca, una pulsera dorada en la otra, con pendientes pequeños a juego, pienso muy detenidamente en si quitarme los anillos de casados o no, de mi dedo anular. Cuando mi móvil suena, y leo el nombre de Javier en la pantalla, tomo la decisión de llevarlos puestos, y contestar.

– YO: Javier, hola…. ¿Qué tal vas?

– JAVIER: Ya estoy en tu portal, ¿Bajas o aún no estás lista? – algo me dice que le diga que me he puesto mala, que lo anule todo.

-YO. No, ya estoy, ahora bajo. – esta soy yo mandando mi conciencia a paseo.

– JAVIER: Vale.

Suspiro mientras voy apagando luces de casa, y antes de cerrar la puerta y salir, lleno el pecho de aire, y lo suelto de golpe. “Es solo una noche, cena, toma una copa, bailas y le dices un par de consejos para ligar, nada más.”

El ascensor tarda un mundo, o eso me parece. Llego a las escaleras que dan a la calle, y veo a Javier tras los barrotes, ese simple hecho me hace agarrarme a la barandilla cuando bajo, y abro la puerta sin saber qué esperar. La mirada del joven me da toda la confianza que necesito, está boquiabierto, mirándome anonadado, me gusta que primero se fije en mis ojos, pero después me repasa el cuerpo entero, y gira la cabeza juntando los labios, como si fuera a silbar. Me paso el pelo por detrás de la oreja, algo abrumada por su forma de observarme.

Él está tan guapo que me muerdo el labio sin querer, y lo está de forma simple. Lleva una chaqueta de traje azul marino abierta, una camisa negra lisa con los dos primeros botones desabrochados, metida por dentro de unos pantalones de vestir color marrón claro, con un cinturón de cuero y zapatos elegantes negros. Su cara lavada le agracia el rostro, su barba de tres días y su peinado con gomina hacia el mismo lado que se desvía su nariz, le dan un aire encantador a la robustez de su cuerpo y sus facciones duras.

– JAVIER: Madre mía…Laura, estás…perdona…pero estás espectacular. – me da la mano para ayudarme a bajar el último escalón.

-YO: Muchas gracias, Javier, eres un cielo, y tú no vas nada mal tampoco.

-JAVIER: Los consejos que me has dado por móvil me han ayudado un poco, pero no sé.

– YO: Créeme, vas genial.

– JAVIER: A tu lado, me da que no se va a dar cuenta nadie. – le sonrió con ternura, y alzo mis bracitos para recibir mi abrazo. Me mira con cara de no querer estropear mi esfuerzo, como si fuera de cristal y temiera romperme.

-YO: Anda, ven aquí y dame un achuchón. – asiente agradecido, y me rodea con un cuidado exquisito con sus brazos marcados, le beso en la cara y dejo vencer mi cuerpo sobre él. Al separarme me río, le he dejado toda la marca del pinta labios.- Ups, mejor quitamos esto, que si no, si que no se te acerca ninguna.

Quito la mancha con el dedo, y como no sale toda, me lo lamo para seguir frotando, ante su mirada incómoda clavada en mis ojos. Inhalo su colonia, mucha menos cantidad pero fuerte, tal como le aconsejé. Me gusta que sea tan cortés, cualquier otro me estaría comiendo el escote tan generoso que llevo, y al que cuando termino de limpiar el carmín, le dedica una vistazo fugaz.

– JAVIER: Gracias, por esto, y por todo.

– YO: Es un placer ayudarte, y así, sin Carlos en casa, me distraigo un poco.

-JAVIER: Al final se ha ido con la chica esa ¿No? Si ya le decía yo…no sé que le ven. – le tomo del brazo y empiezo caminar.

– YO: Ahora no pienses en ello, hoy sólo importas tú, vamos a cenar algo, luego vamos a un par de sitios que me digas, y bailamos un rato, antes de que te ayude con las chicas.

– JAVIER: Así sea pues.

Adoro el gesto tenue al acariciar mi mano cuando vamos paseando, y llegamos a un pequeño restaurante cercano.

Me pasa como el otro día, temo que la gente nos mire, y piensen que soy una asalta cunas, pero nadie parece fijarse. Sé que no aparentamos tanta diferencia de edad como la que tenemos, y eso me reconforta.

La velada es deliciosa, Javier se comporta de la forma que me atrae, galante, educado y con una cierta firmeza y atrevimiento, me coge de la mano cuando me hace reír, o ante el frío del aire acondicionado me acaba echando su chaqueta por encima, al verme pasarme las manos por los antebrazos desnudos. Eso me recuerda a mi primera cita con Luis, y me incomoda pensar en ello.

Al salir a la calle le devuelvo su prenda, es abrumadora la diferencia de temperatura de finales de primavera, y la agradezco, puedo lucir palmito a su lado. Me aferro a la manga de su chaqueta, para notar las miradas de envidia de hombres y la de hastío de las mujeres.

Caminamos un buen rato hasta llegar a la zona de marcha, una avenida llena de bares, pubs y discotecas. Empiezo a sentir la competencia, las chicas van igual o más descocadas que yo, y eso lo considero complicado de lograr. Me fijo en unos cuantos chicos, sobre todo los que van rodeados de jovencitas, y no me parece que ninguno tenga nada que deba envidiar mi acompañante.

Son las once de la noche, y nos desviamos a una cadena de bares que ponen cosas de picar y cubos baratos con botellines de cerveza helada. Entramos y Javier saluda a un grupo de unos ocho jóvenes, la mayoría chicas, que están sentados dentro. Al verme los varones de la mesa, uno bufa disimulado al estar emparejado con una de ellas, otro pone cara de mono salido y el del fondo parece querer ponerse en pie para colocarse a mi lado, todos vestidos de una forma similar y aburrida. No dejo espacio para dudas, y me pongo al lado de “mi galán”.

Me presenta como la madre de Carlos, no sé qué esperaba, ¿Que se inventara que era una prima lejana o algo así? Todos se ponen algo más serios, pero bromeo un poco con el tema, y al rato soy una más, ayuda pagar un par de esos cubos de cerveza. Me tomo solo una, no quiero emborracharme y ya llevo casi una botella de vino encima, entre el baño y la cena.

Me veo gratamente integrada, hay un par de chicas que me tratan como su mejor amiga, y el del fondo se muestra muy sociable, pero no dejo que se confunda, y meto a Javier en todas las conversaciones, que son alegres pero insustanciales. No me creo que el atrevido y osado chico que me tiene encandilada, sea el mismo que está allí sentado, se muestra tímido y reservado.

Tras unas cuantas rondas de botellines, me dirijo al baño, las chicas me siguen, y mientras nos turnamos, veo, sin entender del todo, cómo cogen sus móviles y posan de forma sensual ante el espejo, haciéndose fotos con posturas casi antinaturales, sacando morritos y enseñando escotes que dejan el mío en ridículo, mientras se dedican apelativos cariñosos del tipo, “Guarri”, “Chocho” o directamente “Puta”.

Comprendo los motivos por los que Javier no está cómodo con estas adolescentes, no encaja en su personalidad, son extrañas haciendo el idiota de joven, y él es casi un adulto, o se comporta como tal. Siento lástima, no puede hacer nada salvo adaptarse o esperar que estas niñas maduren un poco. Regresamos a la mesa y seguimos charlando, conmigo arrastrando dialécticamente al joven que me ha traído aquí.

Pasada la media noche, el local empieza a cerrar. Temo por la estabilidad de alguna de las jovenes al levantarnos, van con unos tacones que me darían pánico llevar a mí, y al menos una lleva seis botellines encima ya. Se las nota al hablar y moverse, no les parece importar mucho ir en mini faldas o con top escotados, y que se les vea la ropa interior.

Camino unos pasos por detrás con Javier, observando a la manada, parece un conglomerado de hormonas y estupidez.

– YO: Entiendo porqué te cuesta tanto, estas chicas no llegan a tu misma edad mental, tienen un pavo que ni el de un corral.

– JAVIER: ¿Tú crees? Es que alguna es guapa, pero…no sé, me parecen un poco vacías.

-YO: Es que Javier, eres muy mayor para la edad que tienes, debes soltarte un poco, y hacer el idiota, como ellos.

– JAVIER: No me sale, si no tengo plena confianza con las personas, me resulta incómodo.

-YO: Conmigo lo haces…

-JAVIER: Contigo.- Dice firme.

– YO: Es un buen punto de partida, dime ¿A quién de estas chicas te gustaría ligarte? – sonríe algo abrumado, pero termina mirando a una de las jóvenes de delante, es rubia y de ojos marrones, delgadita y sin casi pecho bajo un top blanco enseñando el vientre, pero un culo de primer nivel marcado en una minifalda vaquera.

– JAVIER: Es Celia, siempre me han gustado las rubias…- se sonroja al decírmelo, y yo al oírlo me doy por aludida.

– YO: Vale, pues lo que tienes que hacer es acercarte a ella, y preguntarla cómo le va todo, la universidad, su familia, sus gustos…pero no te conformes con un “bien”, ve, y no pares hasta que te diga algo más profundo y privado.

– JAVIER: ¿Pero…ahora? Mejor me espero.

-YO: No seas bobo, ve a por ella ya.

-JAVIER: ¿Pero… y tú?

– YO: Ya me las apañaré, pero estaré aquí para ti. Anda, ve. – le doy una palmadita en la espalda, y le veo acercarse nervioso a la chica.

El chico sociable, Fran, del que no recuerdo el nombre y tengo que preguntárselo, no espera ni tres segundos al ver que Javier se aleja, y se me pone al lado. Trato de ser amable, y el chico se muestra agradable comenzando una conversación algo boba, pero animada.

Es bastante mono, moreno de pelo largo y lacio cubriéndole el rostro, barba tupida con un rostro bonito y ojos de un tono zafiro apagado, muy delgado, con pantalón vaquero y camisa a cuadros. Al mirarle, me recuerda un poco a la imagen clásica de Jesucristo en las películas o los cuadros, pese a que según creo, por aquella época no había caucásicos de ojos azules por Jerusalén.

La sensación que me da de ver a Fran y su relación con el grupo de jóvenes, es que este chico es el segundo al mando de la pandilla, y que está aprovechando que no está Carlos, mi hijo, para tirarle los trastos a todas, y me ha llegado el turno. Eso sí, no aparto mi vista de Celia y su pretendiente.

Mientras andamos y paramos reiteradas veces, buscando un pub donde meternos, observo a mí pobre galán tratando de hacer hablar a la chica. Le ha costado empezar, y se ha tirado un par de minutos caminando detrás de ella, sin decir nada. Cuando lo ha hecho, la chica ha reaccionado con gesto extrañado, le ha sonreído, y se ha girado a seguir a sus amigas de nuevo. Me ha dado ternura cuando Javier no sabía qué hacer, pero luego, con orgullo he visto que volvía a la carga, y esta vez ha logrado captar su atención, y llevan charlando ya un buen rato.

Por fin entramos a un bar, un chico en la calle nos ha dado unos pases gratis con chupito incluido. El local tiene pinta irlandesa, y al entrar nos vamos directos a la barra a tomarnos cada uno un vaso de tequila, mordiendo el limón y lamiendo la sal, yo de mi mano, otros del cuerpo de las chicas, que ofrecen encantadas el cuello o su escote. A mí me quema al bajar por la garganta, hacía casi una década que no probaba la bebida mejicana.

Después, todos se piden una copa, hasta yo, pero pido algo sin alcohol, y me quedo con Fran, medio charlando medio contoneándonos a un lado de la pista de baile, donde nos hemos establecido. La música no está mal, es un poco mezcla de ayer y hoy, y sin querer se me mueven las caderas recordando viejos tiempos, pero mantengo una fachada impertérrita, y sigo vigilando a mi enviado en acción.

La chica, Celia, está encantada con la atención recibida, no me extraña, de todas es la única que no se ha dejado lamer la piel, y no parece la más segura de sí misma. Poco a poco, la charla se va animando, me parece ver algún que otro contacto físico en los brazos, mientras hacían el tonto más que bailar, y hasta ha llegado a apartarla del ruido para poder hablar con calma. La verdad es que siento celos, no voy a negarlo, cada vez que la dice algo y la hace reír, me molesta, y cada vez que acaricia la espalda, un frío glaciar me sube por la columna.

Me bebo mi copa como si de verdad llevara alcohol, y pese a no quitarle ojo, me obligo a centrarme en mí, y pasármelo bien.

Caigo en la trampa y Fran me arrastra a la pista de baile, comenzamos metidos en el bullicio del resto del grupo, me fijo en las chicas e imito sus gestos para no desentonar. Solo algunos, los más laxos movimientos, el resto me dan vergüenza ajena, parece que vayan pidiendo que alguien se las tire allí en medio del pub, con gestos de cadera impropios de hacer en público.

La música se vuelve algo más de mi época, y es cuando me luzco, y doy una pequeña clase de cómo se puede llamar la atención de todo varón sin necesidad de ir enseñando nada, o de poder sufrir una luxación en la cadera. Los minutos y la rotación me hace quedarme con ese joven de ojos azulados, el otro chico está encantado de tener a varias jóvenes para él solo, y la otra parejita del bar ha parecido evaporarse.

Fran y yo nos emparejamos para bailar, dejando un espacio entre nuestros cuerpos, pero el local se empieza a llenar, y la pista está abarrotada, acabando bastante pegados. Gracias a él, hasta empiezo a divertirme, de vez en cuando me coge de las manos y movemos las caderas a la par enfrentados, me hace dar un par de giros sobre mí misma, y cuando se ve con confianza, en una de las vueltas se pega a mi espalda rodeándome con las manos por mi vientre, para luego soltarme como una peonza. Me río, sé que no debería desinhibirme, que estoy allí por Javier, pero cada vez que le miro y le veo susurrando cosas que hacen a Celia sonrojarse y mirarle con ojos amables, me enervo.

Estoy seca, el calor, el bullicio y el ejercicio me hacen empezar a sudar, y se me debe notar. El joven Jesucristo me quiere invitar a beber algo, y se está esforzando tanto en hacer que me divierta, que le dejo. Nos vamos a la barra, pero no hay sitio para los dos, así que me pasa delante, y se coloca detrás de mí, posando sus manos en mi cintura. Podrá decir que es por el agobio de la gente empujando, pero se pega a mi trasero sin disimulo alguno, noto su miembro algo endurecido, y si no es por la ropa, bien podría estar penetrándome de lo encima que está de mí. Me siento incómoda, bastante tengo con Javier, como para que ahora otro joven se crea con derecho a ponerme la mano encima, pero no quiero montar ningún número, me giro un poco, y de cara, aunque algo apretado, entramos los dos.

No disimula, y como es de mi altura, tiene mis senos a su disposición, casi los radiografía cuando me pregunta qué quiero beber, aunque me importa poco. Mi galán acaba de besar a la chica en la mejilla, y están tan cerca uno del otro, con sus miradas fijas en sus bocas, que no tardará en hacerlo en los labios, y una ola de furia crece en mi interior, en forma de calor abrasador. Le digo que me pida una cerveza que me ponen enseguida, él se pide otra copa, que tarda más, y para cuando se la traen, ya me he terminado el botellín, a lo que aparte, pido yo una copa.

Regresamos a la pista, estoy entre enojada y tocada por el alcohol. A duras penas puedo mantener las distancias con Fran, que se toma libertades como atusarme el pelo por el calor, o sujetarme de la cadera al bailar. Le dejo, me siento rara y esos roces me hacen encontrarme mejor, pero no me gusta que sea así. Mi atención se centra en que Javier se acerca a nosotros, Celia ha ido con las demás, supongo que al baño, y al verle venir no sé reaccionar, prácticamente estoy en los brazos de otro.

-JAVIER: Perdona, Fran, pero esta dama me debe un baile. – le dice al llegar a nosotros y apartarle con la mano en el hombro. Al chico no le gusta, claro, se estaba propasando, su mano bajaba ya hacia mi culo, y le estaba dejando, pero accede al ver que me separo de él

– FRAN: Vale, pero luego me la devuelves…- se lo dice medio en broma, pero le cambia el gesto al ver el aburrido “claaaro”, en el rostro de Javier.

Me ofrece su mano, y toma una postura de baile clásica, respondo con gentileza a tan extraña pose, que no encaja en ese lugar, pero se me debe notar cierta ira en la cara. Acomodo mis manos y mi cuerpo al suyo, y danzamos con una prudente distancia entre nuestros torsos, sin sobar ni tocar donde no se debe.

– JAVIER: Perdóname.

– YO: No has hecho nada malo, me lo estoy pasando bien.

-JAVIER: Sí lo he hecho, te he traído a bailar, pero me he distraído con Celia, y ahora Fran…es que te he visto mala cara con él pegado, y pensaba que necesitas que te lo quitara de encima. – casi suspiro al ver que me comprende, que ha sabido leer mi expresión. Pero debo mantenerme firme, tiene que olvidarse de mí, aunque me duela, y esa joven rubia es mi mejor baza, no puedo permitir que mis sentimientos le desvíen.

– YO: Que va, si es muy majo.

-JAVIER: ¿En serio? Suele serlo con las chicas…- su tono es muy peculiar.

-YO: No soy ninguna jovencita novata en estas lides, puedo con tipos como él. – se lo digo, pero no me lo creo, verle a él con esa chica, me hace perder el control.

– JAVIER: Vale, pero de todas formas te debo un baile al menos, me has ayudado mucho…ya sabes, con Celia.

– YO: ¿Os va bien? No me he fijado.

-JAVIER: Pero si no me has quitado el ojo de encima, que pareces mi madre. – nos reímos los dos, me ha pillado pero no me importa, significa que también estaba pendiente de mí.

– YO: Lo siento, es que quiero que te vayan bien las cosas con ella.

– JAVIER: Pues creo que sí, hemos hablado… es muy agradable, y es más lista de lo que creía…bueno…y hemos empezado a darnos besos en la mejilla y eso. Pero no sé si dar el salto y besarla en los labios, no quiero meter la pata ahora que he llegado hasta aquí.

– YO: Lánzate, está deseándolo, pero no seas brusco, ni la fuerces, ve acercándote poco a poco, y cuando la veas mirarte la boca, acaricia su mejilla con tu mano y dale un buen beso…Sabes besar bien, ¿No?

– JAVIER: Sí, no soy virgen ni nada así, tuve una chica en el instituto con la que salía, y me enseñó un par de cosas. – lo dice orgulloso.

– YO: Pues anda, ve y déjala sin aire.

– JAVIER: Muchas gracias…y si Fran se pone muy pesado, dígamelo y se lo quito de encima.

– YO: Para nada, no te preocupes, tú céntrate en Celia, lo mismo te la llevas a casa…- se lo digo con sorna, pero en realidad es pánico.

-JAVIER: Puf, no me digas eso, no puedo llevarla a mi casa, con el piso como está, y Thor por allí.

– YO: Eso está mal…mira, si al final la chica quiere irse contigo, te la llevas a mi casa. – se pone rojo como un tomate solo de imaginárselo, realmente no esperaba que esto funcionara y la perspectiva le ilumina el rostro.

– JAVIER: Qué vergüenza, no sé… es tu casa.

– YO: Por eso te la ofrezco, se la ve con ganas, podéis quedaros en el sofá, o usar la habitación de Carlos, está limpia, y si te da apuro, podéis usar la de matrimonio de mi cuarto. – me duele en el alma ayudarle a estar con otra, pero quiero que ocurra, para poder pasar página.

– JAVIER: Bueno, espero llegar a eso, pero tampoco quiero ir muy deprisa con ella, no vengo preparado…- no le comprendo.

-YO: ¿A qué te refieres?

– JAVIER: No llevo condones, Laura. – se me olvida que la gente los usa, con mi marido nunca los utilicé después de saber de mi esterilidad, y con Emilio…fue una sola vez.

– YO: Mejor me lo pones, de camino a casa hay una farmacia con una de esas maquinas dispensadoras 24 horas. – Javier suspira, está tenso y su forma dulce de guiarme al bailar se tercia algo más abrupta. La realidad de una noche de sexo se hace evidente, y tiene cierto miedo.

– JAVIER: ¿Seguro que no voy a estropearlo todo?

-YO: Seguro no hay nada, por ahora, tú sigue así, la besas, y si la cosa se pone interesante, la invitas a casa.

– JAVIER: De acuerdo…uf, no sé qué haría sin ti. – me abraza por sorpresa, y no es uno de los suyos, tan cariñoso como ordinario. En este noto que me trasmite algo, una sensación de ternura y agradecimiento muy elevada. Evito besarle en la cara para no mancharle de carmín, pero le retengo un par de segundos con los brazos.

-YO: Mucha suerte, Javier.

Tras un minuto de música y silencio entre nosotros, medio abrazados medio bailando, Celia aparece de la nada, y de un salto se coloca a nuestro lado. Al darme cuenta de que está esperando a Javier, risueña y alegre, le suelto y se lo ofrezco a la joven. La pobre está tan ilusionada que no se da cuenta de la cara de asco que la pongo.

Le veo alejarse, sonriéndole de forma falsa, porque de vez en cuando Javier me mira, y no quiero que se preocupe. Asumiendo que va a estar observando, y para que no se distraiga, acojo de nuevo a Fran, que andaba como un tiburón cerca de mí, y volvemos a bailar muy juntos. Sus manos van directas a mi cadera, y yo interpreto mi papel, juego a que me divierto, y hasta logro hacerlo.

Son casi las tres de la mañana y las luces del local se encienden. Me alegro, el joven ya me rodea la cintura con un brazo y sabe moverse al bailar, llevándome a su terreno con labia, y más de una vez creía que me iba a besar cuando se acercaba a decirme algo al oído.

Busco a Javier y le encuentro en una esquina, de espaldas a mí, y con Celia entre él y la pared. Veo las manos finas de ella recorrer sus grandes espaldas, y las de él elevándola sobre su pecho. Para cuando se giran un poco, cercioro que no metía, se están dando un beso apasionado y continuo, con sus lenguas traviesas luchando entre ellas, “Pues sí que sabe besar bien”.

– FRAN: Joder con el Javi, y parecía tonto…- le miro asqueada.

-YO. Es un cielo, me alegro por él. – se lo espeto, como si él fuera la representación de todos los chulos guaperas del mundo.

Me recompongo, Fran no tiene la culpa de nada, no es más que un joven que se esfuerza en entretenerme, y me está haciendo pasar una noche divertida, aún cuando estoy encabronada. Se ha ganado cierta cortesía, que no afecto, de mi parte.

– YO: Cierran ya, toca irse a casa. – digo al grupo cuando nos reunimos. Veo que Celia y Javier van de la mano, Fran no se aleja de mí, y el otro chico no da a basto con las otras chicas.

– FRAN: ¿Irnos a casa? Que va, ahora nos vamos a una discoteca de verdad hasta las seis o así.

– JAVIER: Bueno, eso será si lo desea, puedo acompañarla a casa si quiere irse ya. – la carita de Celia es de niña a la que le van a quitar su caramelo.

– YO: No, ni hablar, hasta que salga el sol, ¡Eh, chicas! – me siguen en un grito coral, la que más, la que va de la mano de Javier, que me mira intuyendo que en realidad no me apetece, pero si digo que me voy a casa, me querrá acompañar, y dejará a su chica tirada por mí.

– CELIA: Sí, por fi, no me quiero ir a casa aún… – se mueve coqueta, para darle un beso cariñoso a Javier.

– JAVIER: Vale.

Salimos a la calle, y el aire fresco me sienta fenomenal, me despeja un poco. Javier aprovecha que Celia se va con las chicas, seguramente a cotillear que tal le va con él, y se pone a mi lado. Caminamos en silencio, con miradas cómplices, creo que quiere agradecerme el ligue. Me canso de esperar a que hable.

-YO: Bueno…parece que te va bien.

-JAVIER: Sí, ha sido…no sé, genial, gracias.

– YO: De nada ¿Y al final…te dejo la casa? – se sonroja un poco.

– JAVIER: Pues… tenía pensado pedírselo al salir del local, pero como Celia ha dicho que no quiere irse a casa todavía, creo que voy a esperar.- casi me doy con la palma de la mano en la frente. Le cojo del brazo y nos separo un poco para tener intimidad.

-YO: ¡Por dios, Javier, que no te tienen que poner un cartel de neón cuando una chica quiere tema! No quiere irse a casa todavía, porque no quiere separarse de ti…está esperando que la invites a ir a dónde sea.

– JAVIER: Ah…. ¡Ahh, claro! Joder, si es que soy muy torpe. – no puedo evitar la carcajada, y él me comprende con sonrisa generosa.

– YO: Un poco, pero ahora no te tires encima suya, vamos a algún otro sitio, seguís con los besos, y acaríciala un poco más osadamente, y cuando lo sepas, se lo dices.

– JAVIER: ¿Saber el qué?

– YO: Que quiere que la hagas el amor esta noche.

– JAVIER: ¿Y cómo lo sabré?

– YO: Lo sabrás.

Le froto el antebrazo y le hago un gesto cariñoso con la cara en el hombro. Tras unos pasos, Celia se separa de las chicas, se queda quieta mirándonos, algo paralizada, pero en cuanto le suelto, se acerca y casi le salta encima, recibiendo su abrazo y un beso de tornillo. “Zorra afortunada”, se me escapa pensar.

Tras preguntar en un par de sitios, encontramos uno que cierra tarde y en el que no hay que pagar entrada. Tanto nos da, cada copa nos sale a catorce euros cada una. El sitio es una discoteca propiamente dicha, bajamos unas largas escaleras con vigilantes vestidos con trajes negros baratos, y abrimos un par de puertas pesadas con ojos de buey, para pasar a un altillo, y notar el golpe de la música. La barra está nada más entrar, con un DJ en medio subido a un altar, y abajo tres camareras, con minivestidos rojos, que bien podrían estar en una pasarela de moda. Pasada esa zona, unos escalones nos bajan a una gran pista de baile, que está a rebosar de gente, y en los cuatro costados hay zonas VIP, con alguna despedida de soltera o cosas así.

Tratamos de hacernos sitio en un lado, para dejar los bolsos y la ropa en unas barandillas, nos cuesta, y solo quedaba libre un hueco, y lo está porque se encuentra al lado de un altavoz de mi altura, que me tapona los oídos casi de inmediato. Me llevo el susto del día al ver que sale disparado un chorro de humo del techo que apesta a químicos, me dicen que se supone que es para dar ambiente, yo toso agobiada.

Aquí se acabó la buena música antigua, mezclada con cosas nuevas, que ponían en el pub, es un salto canción tras canción entre electrónica, latina y los hits del momento, cuando no lo es todo a la vez. Me saturo y me alejo de la zona metiéndome en medio de la pista, craso error, Fran lo interpreta mal y me sigue, continuando donde lo habíamos dejado, con él muy pegado y metiéndome mano con cada vez más atrevimiento, sacándome sonrisas y haciéndome bailar. Tengo que reconocerlo, en mi época, antes de Luis, ese joven ya se hubiera ganado un tórrido beso y más, es la situación la que me desagrada, no él, que hace de todo para que me sienta bien.

En mis vistazos de rutina, Javier nos ha seguido a bailar, pero Celia tiene un acompañante más casto y sensible. La trata con una dulzura exagerada, creo que por eso la chica está algo confusa, se lo leo en la mirada, está deseando que tenga un arranque pasional, y si no lo hace pronto, la va a perder. Aprovecho un cambio de canción para llamar su atención sutilmente, no tarda ni dos minutos en echarme un vistazo, de los que suele para comprobar que estoy bien, y le insto con un gesto a que la coja del culo, es algo casi cómico. Abre los ojos entendiendo lo que digo, pero no dando crédito, yo le miro a los ojos y asiento, firmemente. Mira al techo, un conglomerado de tuberías y luces LED, con flashes de colores que te dejan ciego, y toma aire. Casi la levanta del suelo cuando la besa y le aprieta del trasero con ambas manos. Me tapo la cara pensado en lo burro que es, pero la chica abre los labios gratamente sorprendida, se aferra a su nuca, y el término correcto es “le come la boca”. A partir de ahí, la cosa va sola, están tan metidos en acariciarse y besarse, que se olvidan de todo. Es complicado con tanta gente, pero logro ver cómo aprieta sus nalgas, y si la carrera de ciencias sociales que estudia no fructifica, le auguro un buen futuro de masajista.

Los celos siguen ahí, pero estoy calmada.

Fran sigue a lo suyo cuando me despreocupo de la parejita, en cuanto noto que su mano baja más de lo debido hacia mis shorts, giro sobre mi misma y sigo bailando. Ya sin estar pendiente de nada, me centro plenamente en divertirme, y ese joven se ha ganado a pulso un coqueteo leve. Me suelto la melena un poco y le regalo unos minutos de mi yo más salvaje y olvidado. El pobre se ve sobrepasado, no sabe actuar, y se pone nervioso cuando froto mi cadera contra él. Me da lástima, un poco, si hubieran sido otras circunstancias, quizá hubiera llegado a algo conmigo esa noche, no es que quiera, pero tengo la cabeza hecha un lío y no me hubiera importado darle un repasito. En cambio, lo que hace es agarrarme de culo, como si agarrara una lata de refresco, y de golpe todo lo que había logrado se difumina, pienso en que es amigo de mi hijo, y en que la lengua de un adolescente es muy suelta. Le doy tal bofetada con la mano abierta que hasta suena por encima de la música, los de alrededor se quedan atónitos, y me arrepiento enseguida al ver cómo sus ojos azules se cristalizan. Le pido disculpas y, llevándomelo a una esquina, hablo con él tranquilamente. Le explico que se ha pasado de la raya, y que me disculpe por haberle pegado.

Al final termina dándome un abrazo y pidiéndome perdón. Se va con las otras chicas, y al rato desaparece, me dicen que se ha ido a casa. Me siento muy mal, y me uno al grupo, pero Javier aparece y trata de hablar conmigo, no le oigo casi nada, así que le llevo al mismo sitio en el que hablé con el otro joven.

– JAVIER: ¿…te decía, que qué ha pasado con Fran?

– YO: Nada grave, se ha pasado de listo y le he tenido que aclarar las cosas.

– JAVIER: Lo siento mucho, Laura, no creía que se atrevería a nada.

-YO: No es culpa tuya, si no suya, y espero que con esto aprenda la lección, no es que sea la madre de su amigo, es que tiene que saber comportarse, que tenga labia no le da derecho a cogerme del culo.

– JAVIER: ¡¿Que ha hecho qué…?! ¡Yo lo mato! – sonrío y le calmo, parece dispuesto salir a la calle tras él.

-YO: Que no pasa nada, Javier, ya está solucionado, te dije que sabía tratar a esos tíos…además, ¿Tú qué haces aquí, y Celia? – bufa un par de veces, y se centra en mi mirada.

– JAVIER: Bien…sí, de hecho, al final ha sido ella la que ha pedido que vayamos a algún sitio más tranquilo…- no sé si el colorado de sus mejillas es por la situación, por el enfado con Fran, o por el par de copas que se le notan encima.

– YO: ¡Genial! Me alegro por ti…pues te la llevas a mi casa, sin problema alguno, ¿Vale?

– JAVIER: Estoy muy nervioso, nunca he hecho esto así.

– YO: Es un tópico, pero ahora que ya has logrado ligártela, es lo más fácil del mundo para ti, se tú, eres un galán respetuoso y caballero, eso siempre gusta cuando estás a punto de acostarte con un hombre.

– JAVIER: Vale, pues, no sé, iré con ella y…nos iremos.

– YO: Cuando os vayáis a ir, pasa a despedirte y te doy las llaves.

– JAVIER: ¿Y tú…que harás o como entrarás luego?

-YO: Ya me las apañaré, os dejaré tiempo para que acabéis…además, hay unas llaves de emergencia escondidas en el rellano, no te preocupes. – le doy unas palmadas en el pecho, parezco más ilusionada que él incluso.

Volvemos al grupo juntos, y pese a que no dicen nada, noto que todos se alejan un poco de mí, el número de Fran me ha costado que me vuelvan a ver como a una madre, y no como a una amiga.

Eso no es del todo negativo, al verme desplazada, una serie de buitres carroñeros que pululaban a mis alrededores, se lazan a por mí. Yo me hago la estrecha, y les doy calabazas, pese a que alguno logra sacarme a bailar, y regresa cada poco con otro intento. Es ciertamente irónico que casi todos me entren a mí, teniendo a las chicas de una edad más cercana a la suya allí mismo, o el local esté lleno de otras mujeres libres.

Me sube el ego bastante sentirme superior a todas esas jovencitas hermosas, que me dedican miradas llenas de desdén.

Javier al final se acerca, con Celia de la mano, escondida detrás de él, parece darle vergüenza que se note lo que van a hacer. No hay dialogo, o si lo hay, no lo escucho por la música. Le paso mis llaves de forma discreta, y suelta a su chica para darme un abrazo gigante, que me incomoda un poco, sé que me lo da por ayudarle, y pese a que necesito que se aleje de mí en brazos de ella, me duele que eso pase. Le beso la mejilla, y me despido de la chica con una mirada de “Trátalo bien, que vale su peso en oro”.

A los diez minutos el resto de chicos se van, varios de ellos están muy borrachos para seguir de fiesta. Trato de irme con ellos, pero es que literalmente me agarran del brazo la panda de buitres para que me quede. Pienso que si me voy ya, voy a estar sola en la calle un par de horas ya que no puedo ir a casa, y si están tan dispuestos, puedo sacarles unas copas gratis y hacer tiempo, ya que pensar en lo que durará Javier en la cama me turba la mente.

Creo que me he metido en un lío cuando, en menos de media hora bailando, paso por las manos de seis jóvenes, a cada cual más divertido o atrevido. Me doy cuenta de que se ha puesto de moda rodearte la cintura con el brazo cada vez que te hablan al oído, y de que las manos bajan según pasa el tiempo. Todos se hacen fotos conmigo, bromean o me piden besos en la mejillas, se los doy a quien se los gana sacándome una sonrisa, otros piden dármelos a mí, pero mantengo las distancias, pese a que hay un par de chicos que son muy guapos, me dejo camelar sólo hasta cierto punto.

Me invitan a unos cubatas, que bebo despacio para que no me suban, pero van tan cargados que me afectan un poco. Me doy cuenta de que la pista se ha despejado bastante, y que salvo algún que otro grupo disperso de chicas, soy la última “pieza de caza” que queda, y no me faltan acechadores. Contrariamente a lo que esperaría, esta situación me agrada, hacía mucho que no me sentía tan deseada y admirada, una cosa es que te miren por la calle o en el trabajo, y otra saberte manejar ante el atrevimiento de tantos hombres, que tratan de conquistarte.

La música sigue, y pese a un ambiente más relajado, según hablo con uno, otro me coge de la cintura sacándome a bailar, demostrando un gran movimiento de caderas y saber llevarme. Cuando acabo con él, otro me lleva a la barra a susurrarme cosas bonitas al oído, y si se calla un instante, uno de al lado me enseña un truco de magia barato, que me hace reír, para volver a ser arrastrada a la pista y contonearme muy pegada a otro desconocido. Son casi las seis de la mañana, y es cuando mejor me lo estoy pasando.

Al acabar la segunda copa, el DJ, que me ve tan alegre, pide que me suba a la barra a darlo todo. Me da vergüenza, pero ante la insistencia de mi público, y un par de chupitos de algo dulce, que me hace reír sin parar, acepto. Uno de los más fornidos me coge de la cintura, elevándome sobre la barra de un tirón, y empiezo a moverme al son de una música sexy que ponen. Recibo silbidos, piropos, y alguna grosería, sin contar los que intentan tocarme, juego con ellos azotándoles en las manos, algo traviesa, y sigo meneándome, levantando un poco la camiseta enseñando el ombligo, o agachándome para marcar todavía más el trasero bajo los shorts, con mis largas piernas brillando por el sudor. No me reconozco al pensar en quitarme el top, y paro, tranquilizándome un poco antes de jugar a ser stripper.

Al acabar la música, recibo un aplauso atronador. Un par de chicos me ayudan a bajar con elegancia, parezco una diva, y termino en la pista de baile de nuevo, pensaba que se había acabado la noche, pero ponen un par más de canciones, en que los hombres a mi alrededor queman sus últimas naves. Yo quiero bailar, así que los charlatanes quedan relegados, y al final quedan sólo dos jóvenes, tan apuestos como diferentes entre ellos, haciendo un emparedado sensual conmigo.

Uno de ellos es alto, delgado y con ojos verdes, bien afeitado, pelo rubio despeinado, y cara redonda. Pese a que se mueve bien, el aliento le apesta a ron, lleva una camisa a rayas manchada de bebida y un pantalón negro sucio, con pinta de haberse caído al suelo. Al rato se da por vencido cuando trata de hablarme, y casi vomita.

El otro es un chico guapo a rabiar, de unos veintimuchos, o treinta y pocos. Rubio con el pelo engominado de punta, muy corto, también afeitado, ojos pardos y cuerpo fornido, llenando de músculos a reventar una camisa blanca, con pantalones vaqueros piratas. El único pero, es que es bajo, creo que si me quito las sandalias seremos de la misma altura, pero no es mucho, y la forma de moverse en los ritmos latinos me sonroja.

Nuestros gestos comienzan a ser obscenos, se pega a mi pelvis y frota su paquete contra mí, pero lo hace de una forma sutil, y me arrastra a su cadencia, “obligándome” a seguirle el juego. Sin darme cuenta, nuestros cuerpos son uno, moviéndonos al son con amplios y veloces gestos circulares, subiendo y bajando las caderas doblando las rodillas. Me voy calentando al apurar la copa en mi mano, esto es casi follar, y no me separo ni un ápice. Me ha rodeado la cintura con sus brazos, y no hay espacio entre nuestros torsos, mis senos se elevan al friccionar contra su inflado pecho, y hasta tengo que girar la cara para no darme de bruces con sus labios, que hace rato me buscan. Estoy notando un calor creciente en mi ser, apartándome la larga melena rubia con giros de cabeza sensuales, y mis dedos se han pegado a sus poderosos bíceps.

Me río, a cada canción eterna, me parece que se va a acabar la fiesta, pero ponen otra y el chico me sorprende con un paso de baile diferente, siempre con el mismo erotismo. Le sigo en todos, se ha convertido en una batalla para ver quién tiene más aguante, y no voy a ser yo quien me rinda. Sus manos me repasan entera, es firme pero no se la juega, roces leves por mi camiseta, o por mis piernas, soy yo la que le atrae de la cadera, tirando de su pantalón, y bailo con las manos metidas por dentro de su camisa. Él aprovecha, y alza los brazos detrás de la cabeza, la camisa es ceñida y se levanta casi hasta el pecho, dejando un vientre trabajado de gimnasio sin un solo pelo, con tableta dura bien apetecible y mostrando el músculo de la pelvis apuntando a su entrepierna, siempre me ha excitado ver así de marcado esa parte de cuerpo masculino. Tiene el torso tan apretado, que paso las manos por él, mordiéndome el labio.

La canción cambia, y me da la vuelta para pegarse a mi trasero, poniendo sus manos a ambos lados de mi cadera, y su miembro, bien duro, en mi trasero. Por alguna razón, que Fran hiciera exactamente lo mismo hace unas horas, me molestó, y que lo haga este chico, me pone cachonda a más no poder. Seguramente sea el alcohol, y saber que sí llegaba a algo con el amigo de mi hijo, sería el hazmerreír de la universidad de Carlos, mientras que si pasa algo con el adonis ante mí, no lo sabrá nadie.

No me creo verme así, me he pasado gran parte de la noche mirando a chicas dar vergüenza ajena por su forma de restregarse como guarras, y ahora mismo lo que hago es rememorar lo que hacían para dárselo a este desconocido. Si, se puede llamar bailar, pero lo que hago es dejar que me de “topecitos” con su paquete en el trasero, me aleja medio palmo y arremete sin parar, para colmo, saco el culo y trato de hacer fuerza contra él. Alguna que otra vez, muevo la cadera, pero es casi por disimular cuando escucho cada golpe en mi culo, y noto cómo retumba todo mi cuerpo.

Me pega a su pelvis, deja de darme “caderazos” y empieza un movimiento horizontal circular, muy lento y sensual, que me veo “forzada” a seguir, con la nuca apoyada en su hombro izquierdo, sintiendo su respiración agitada en mi cuello. Al soltarme comprueba sin rubor que mi cintura acompasa los golpes pélvicos que empieza a darme, y mete sus manos por dentro de mi camiseta, acariciando mi vientre, palpando el sudor y la excitación que tengo. Cierro los ojos y me dejo ir, llevo mis manos a su cadera para que no se separe ni un milímetro, y gozo de la sensación del momento, rotando mi pelvis junto a la suya.

En cada golpe musical recibo el impacto de su miembro, solo pienso en que sin ropa, ya me la estaría metiendo, y no me importaría en absoluto. Son ya tan obvios y fuertes son “enculamientos”, que si no me tuviese bien sujeta del torso, me caería al suelo. Me empieza a susurrar cosas, diciendo que bailo genial, que sé moverme muy bien, que no hay mujeres como yo, que soy preciosa y que le encantaría comerme a besos. Sonrío porque podría recitarme el abecedario, que me encendería igualmente. No puedo más, estoy jadeando, y mi cintura acepta con gusto el ritmo pausado de sexo de la suya, giro la cara rogándole con la mirada algo, que ni yo misma sé. Él sonríe, saca una mano de mi torso y aparta un mechón de mi pelo rubio para besarme en el cuello. Me derrito al instante, alzo mis manos por encima de mi cabeza y aprieto de su nuca contra mí. Noto cómo sus labios me queman, chupándome la piel, provocándome un suspiro de placer.

Puedo escuchar un leve “Ohhh” de fondo, deben de ser el resto de buitres al comprender que este trozo de carne ya tiene dueño. Así me siento, un trofeo que se ha ganado un joven, del que no me sé ni el nombre.

Termina haciéndome un chupetón del tamaño de una galleta en el cuello, cerca de la clavícula, sin dejar de acariciarme con sus manos. Ya más atrevido, se lanza a por mis senos, y baja la cadera para que, en vez de atrás hacia adelante, sienta su paquete de abajo a arriba, casi poniéndome de puntillas al levantarme los glúteos. Por si fuera poco, me agacho un poco pegándole mi trasero a su miembro, quiero que sepa que soy suya, y que me puede hacer lo que quiera esta noche. Baja sus manos hasta mis shorts, amaga con palpar por encima de mi pubis, pero baja hasta mis muslos, mientras sigue besándome en el cuello, susurrándome que estoy muy buena, que me va ha hacer sentir mujer, y que me va a destrozar. Le sonrío coqueta.

Tras el beso mil en mi piel, me giro sobre su pecho, le agarro de la nuca y baja sus labios a mi escote, es glorioso pensar que me va ha hacer lo mismo que Javier le hizo a Celia, y no me defrauda. De inmediato, sus manos me cogen del trasero, pero no es tan fuerte o bruto como él, lo hace suave y con calma, saboreando el pedazo de paraíso que tiene entre las manos. Me veo tentada a decirle que es por el gimnasio, cuando me dice que tengo el culo más duro que ha sentido jamás.

Tras alzar la mirada un instante, y mirarnos a los ojos esperando que me bese, me acerco yo a su boca. Me recibe encantado, y descubro que el pico inicial ha pasado a mejor vida, me mete su lengua hasta la laringe, y me cuesta seguirle el ritmo doblando la espalda hacia atrás, pero sus manos en mi trasero no me dejan opción y rodeo su cabeza para tranquilizarlo, y enseñarle un poco de sensualidad. Aprende rápido, o se adapta, notando que sus manos suben por mi espalda, acariciando mi piel desnuda, hasta mi sostén sin tirantes. Juega con él hasta que de un tirón me lo saca, tengo más pecho que el sujetador copa, así que sale disparado facilitándole la tarea, y se lo mete en el bolsillo.

-YO: ¡Oye, eso es mío! – digo sonrojada en una carcajada. La discoteca está casi vacía ya, pero me da vergüenza que alguien nos haya visto.

No me contesta, mete sus manos de nuevo por dentro de mi blusa, y una de ellas sube a mis senos, que al contacto con sus dedos me provoca una oleada de excitación. Ladeo un poco el torso para facilitarle la labor, y lo agradece trasteando con mis pezones, que están tan salidos y sensibles que suspiro por no gemir. Me pilla por sorpresa, me da un cachete en la nalga izquierda, que me hace soltar un grito mudo. Cuando abro los ojos, le veo irse tranquilamente a las zonas VIP, y tras mirar varias, se mete en una. Me quedo algo confusa, pero pienso en que quiero mi sostén, y voy tras él.

Según entro por las cortinas rojas de la única entrada, le veo con él en la mano, mirándome con rostro travieso, en mitad de una sala azul vacía, con sofás de diseño grises pegados a las paredes, y una mesa baja de cristal a un lado, llena de botellas, vasos de tubo y copas. Me acerco riéndome, pero firme para cogérselo de la mano, y lo aparta en un último momento. Entiendo que me ha traído hasta aquí, y me hará sufrir para recuperarlo. Trato de volver a cogerlo, pero me lo esconde, hasta que le tengo encima, me sujeta de las manos, y me besa otra vez. Le sigo el juego, se guarda mi sostén y me coge de nuevo del trasero, va andando hacia atrás hasta que se topa con uno de los sillones, se deja caer lentamente sin dejar de “morrearnos”, y tira de mí para que me monte a horcajadas sobre él.

– YO: Ya te vale, anda, dámelo.

Sigue sin hablar, dice que no con la cabeza, y hace un gesto claro de que me levante la camiseta. Me cruzo de brazos con rostro serio, pero él hace lo mismo, indicativo que o lo hago, o no me lo dará. Cualquier otro día le cruzo la cara y me iría a casa, pero es pensar en Javier en mi piso, junto a Celia, y mi cabeza se evade de la realidad.

Cojo del bajo de mi top palabra de honor, mirando de reojo confirmo que nadie nos ve con las cortinas bajadas, y ruborizada, lo levanto un poco y lo bajo. El joven saca los morros y dice que así no vale con la mirada, que le dé más morbo. Me río por caer en algo tan obvio, pero me alzo un poco y empiezo a moverme eróticamente al son de la música de fondo, amago un par de veces hasta el vientre, y al final, me la saco por la cabeza.

El pobre bufa, la riada de pelo rubio cayendo por mi hombros debe mejorar la imagen de mis pechos, que pese a la edad aún miran al cielo, y son bastante firmes, con los pezones rosados y grandes, y ahora mismo, también duros. No tarda nada en agarrarlos con las manos.

Sigo contoneándome y degustado la dedicación que pone en cada caricia, es algo brusco, pero su mirada hipnotizada me da una oportunidad. Me acerco a él, y me alejo repetidamente, dejando mis pechos al alcance de su boca, a cada amago estoy más cerca, y al quinto envite no me da tiempo a retirarme y me chupa uno de los pezones, quiero pensar que ha sido eso, porque reconocer que estoy con el torso desnudo dejando que un desconocido me chupe las tetas para que me dé mi sujetador, es demasiado para mí. La realidad es que una vez que ha empezado, me está regalando un trabajo bucal excelente, y le aprieto contra mi pecho. Pero el descuido llega, cierra los ojos mientras me succiona como un bebé, y mi mano busca en su bolsillo, apunto estoy de sacar el sostén cuando se da cuenta, y me coge de la muñeca.

Su cara de “La has cagado”, me pone nerviosa, pero sonríe, eso me tranquiliza. Pongo cara de niña buena, pero noto sus manos ir a mis riñones, meterse por los shorts, y tirar del hilo del tanga. Le comprendo, ahora también quiere mis braguitas. Río nerviosa diciendo que no, y me pone cara de que es culpa mía por haber hecho trampa. Estoy a punto de terminar con esto, levantarme, ponerme la camiseta e irme tal cual, cuando se saca del bolsillo mi prenda, y la huele de forma perversa. Es un cabrón, lo hace a sabiendas de que una mujer adulta como yo no dejará que un niñato se quede su sostén, y regresar a casa sin él es la prueba de que estoy afectada por lo de Javier. Me muerdo el labio, rendida, y me tumbo a su lado, desabrochando el botón del pantaloncito. Me para, y me señala el centro de la sala.

– YO: No, si encima querrás que te haga un bailecito…- el pícaro sonríe, y asiente.

Suspiro recostada, tenía ganas de divertirme, ¿Acaso esto es lo que se hace ahora? No me lo pienso mucho, creo que por el alcohol, y me pongo en pie. El chico rompe a reír porque no se lo cree. Me planto ante él, y doy rienda suelta a mi imaginación, me tapo un poco los pechos, pero al final los dejo libres y muevo la cadera como él me ha hecho moverla hace un rato. Recuerdo mi paso por encima de la barra, y lo que paré, lo recupero, y se lo doy.

Me acerco a él tras un minuto, y me dejo caer de cara sobre su cuerpo, lame mi piel y se centra en uno de mis senos, pero acabo besándole para dejarlo sin aire mientras noto en mi vientre su paquete a punto de reventar. Me deslizo hasta ponerme de cuclillas ante él, amagando con una caricia a su abultada entrepierna, y me giro para colocarme. Alzándome, y sin dejar de mover el trasero ante sus ojos, abro los shorts, paso mis dedos pulgares por la circunferencia de mi cadera, y los voy bajando con cierta dificultad ya que me quedaban prietos. Al llegar a medio muslo caen solos al suelo, y los dejo a un lado junto a mi camiseta, cuando noto un cachete brutal que casi me tira, no puedo culparlo, mi culo en tanga tan cerca de él es demasiado para controlarse. Me giro y le digo que no se toca, con gesto travieso.

– YO: Si quieres mi tanga, vas tener que quitármelo. – “De perdidos al río”, para qué engañarme, estoy deseando ver dónde acaba esto.

Se mueve veloz, me coge de la cintura y me sienta en su regazo, me estiro sobre él usándolo de cama, y noto sus manos en mis senos, cómo retuerce los pezones y me besa en el cuello. Es tremendamente excitante sentir sus vaqueros luchando por contener su miembro en mis nalgas desnudas. Su mano derecha baja por mi vientre, y llega a mi pubis, sentir su mano por encima del tanga me eriza la piel, pero es cuando mete sus dedos por dentro y palpa mi vagina con cuidado, cuando casi exploto de placer. Sus dedos abren mis labios mayores, que noto empapados, y me abro algo de piernas para ayudar a que me meta un dedo hasta el fondo de mí ser.

Estoy en una nube tras unos segundos, sus caricias y sus besos en mi piel me dejan a su merced, me está masturbando un extraño que no conozco ni me sé su nombre, y solo puedo pensar en que su polla sea bien dura, para que cuando me la meta, me haga delirar. Apoyo bien los pies y elevo la cadera para tirar de mi prenda intima, lo único que llevo puesto salvo las sandalias con tacón, y me lo bajo hasta los tobillos con el culo en pompa sobre sus piernas, sintiendo sus manos cogiéndome de las nalgas, y besándolas con delicadeza. Las separa e inspira el olor a hembra necesitada que desprendo. Recoge del suelo el tanga, y se lo guarda, no sin antes inspirar profundamente en el triangulito donde estaba mi sexo hacía unos segundos.

-YO: ¿Y ahora? – pregunto estúpida, estoy desnuda delante de él, y quiero que me posea.

Se pone en pie, y me sienta, se pone en mi posición anterior y empieza a bailar. Cuando se quita la camisa, entiendo que me va a regalar lo mismo que le he dado, un baile. Su tórax brilla y está tan marcado que sus espaldas tienen músculos que desconocía.

Empieza a quitarse el pantalón al rato, con gestos sensuales, y al bajarlos, muestra unos calzoncillos slips blancos con un bulto considerable. Me quedo perpleja al ver sus muslos, parecen de mármol. Sigue contoneándose y se acerca a mí, algo juguetona, le digo que no quiero tocarle cuando se ofrece, pero coge mis manos y las pasa por su vientre y su pecho. Al tacto, pareciera que va a estallar la piel de lo apretada que está. Se mueve con garbo, y me está gustando mucho imaginar que haga esos gestos penetrándome. Se gira, y pasa mi mano entre sus piernas, para tocar su vientre, e ir bajando, y al tocar su miembro, me preocupo, aquello parece enorme.

Se da la vuelta con rapidez, mostrándome su culo, que no desmerece al resto, y se baja los calzoncillos, casi me da un patatús cuando se da la vuelta tapándose con las manos algo que casi no abarca. Me vengo arriba, y ya lo dos desnudos, me pongo en pie y le beso. Me rodea con sus brazos y me coge del trasero, piel con piel, noto su falo apretado contra mi vientre y acaricio su cuerpo de levantador de pesas.

Me alza y me posa en el sillón tras pelear con nuestras lenguas, me come el cuello y los senos, aprecio que sabe dónde tocar y me enciende cada vez más. Al llegar a mi pubis, sus dedos hacen algo que explota en mi interior, y gimo retorciéndome. Es cuando noto el peso, su miembro está posado lateralmente en la entrada de mi vagina, y al mirar, me quedo blanca. Es el aparato reproductor más grande que he visto, el de Luis no le andaría lejos en longitud, aunque este no bajará de los veinte centímetros y mi marido no llegaba, lo que me da pavor es que tiene un grosor de uno de esos vasos de tubo que hay en la mesa de cristal, creo que más, pero puede ser por la impresión.

De inmediato, digo que no con la cabeza, y poso mis manos en su pecho, alejándome de él. Es fuerte, y no me deja irme lejos, tampoco me fuerza, sigue acariciado y besándome por todo el cuerpo, allí donde nadie me había besado nunca, me susurra que esté tranquila, que lo hará con cuidado, y que no me preocupe, pero no logra calmarme mucho. Siempre que he visto algún vídeo guarro, de esos que te pasan en la oficina, de un miembro de ese tamaño, he pensado que si llego a encontrarme algo así, saldría corriendo, pero aquí estoy, dejándome hacer, con miedo a que me parta en dos, pero con ganas de probarlo.

Son sus caricias las que me distraen, vuelve a masturbarme, y tal como lo hace, me provoca una sensación constante de placer. Se acerca a su ropa, y saca un condón, estoy tan paralizada que no le digo que no hace falta, aunque luego pienso que con un tipo así, más que un embarazo no deseado, tener en cuenta las ETS no está mal. Se lo pone con una habilidad pasmosa, y se recrea en mis senos, lamiéndolos hasta que no puedo evitar acogerle entre mis piernas.

Noto el primer intento de penetrar pasado un instante, pero es al segundo cuando acierta, y me introduce más de la mitad de un solo empujón. No me extraña, debo estar tan mojada que el sofá se va a echar a perder. Es a partir de ahí, cuando noto la tensión, un polvo rápido con Emilio no destacó una cañería que llevaba años cerrada, y que nunca alojó algo de este grosor. Con un cuidado que agradezco, la saca y vuelve a metérmela con calma, y esta vez gimo alterada, le rodeo con los brazos y creo que le araño la espalda.

– YO: ¡Madre mía, me partes! – sonríe pícaramente, debo tener la cara de una niña pidiendo clemencia en su primera vez. Acaba besándome con lujuria.

A la tercera embestida me retuerzo, me recuerda al día que parí a Carlos, pero en vez de salir, entran. Los gestos que hace son como oleaje, me agarra de la cintura y tras la cuarta y la quinta vez, ya no me duele, pero sí noto un placer nuevo, o más profundo, mejor dicho.

Desde este momento, demuestra que sus dotes de baile son aplicables, y con una cadencia, a una velocidad que crece exponencialmente, me está follando a su antojo. Deliro como nunca antes, ni con Luis y el amor que le tengo, o le tenía, esto es algo nuevo, y me encanta. Acabo abriéndome de piernas a más no poder para soportar las riadas de placer que recorren mis sentidos, me sujeto la cabeza y noto mis senos rebotar al son de sus golpes de cintura, sintiéndome llena y complacida, de formas que nunca creí posibles. Miro abajo, veo asombrada que la saca y la mete entera cada vez, es glorioso, observo mis labios vaginales resbalar por todo su tronco, y él comienza a disfrutarlo con gemidos de animal en celo, mascullando que soy la mujer más preciosa que se ha tirado jamás.

Para un segundo cuando jadeo tanto que creo que me ahogo, cambia la postura y pasa de agarrarme la cintura a rodearme con un brazo por los riñones, despegándome del sofá, y me encuentro en vilo abierta de piernas, unida únicamente a su miembro y su antebrazo en mi espalda. Se apoya en el respaldo y me hace subir y bajar como una muñeca, y esta vez siento que me llega tan dentro que me va a matar. Me agarro a su nuca, y para mi asombro, acompaso hacia abajo, dándolo todo, notando que me está expandiendo por dentro, y besándole cuando me siento extasiada, sintiendo su respiración rítmica, y el sudor cayendo por nuestros cuerpos.

Me agarra de las nalgas pasado un rato, y ahora me sube y me baja para su deleite personal. De vez en cuando me lame los pechos, pero están tan sueltos al ritmo de su cintura que es complejo. El sonido del “chop” de nuestros sexos chocando es continuo, y va aumentando de fuerza y ritmo, hasta que empiezo tiritar. Me resisto, pero grito o me muero allí mismo, así que suelto un alarido abrumador, y noto mi cuerpo entero temblar y convulsionar, la piernas se me estiran desde la cadera hasta la punta de los dedos con una vibración en la cara interna de los muslos que me hace avergonzarme. Él esta agarrándome, riéndose del orgasmo más brutal que he tenido nunca durante la penetración con alguien.

Lame de mi cuello pasando sus manos por detrás de mis muslos, y con cierto esfuerzo se pone en pie conmigo colgando de su nuca y mis piernas apoyadas en sus hombros, me asombro al ver que me deja caer contra una pared, sin cambiar de postura, hasta que su miembro me vuelve a perforar. Acomoda los cuerpos, y me suelta hasta quedar encajada a la perfección, sintiendo tal latigazo en la espina dorsal al notarle dentro, que casi me vuelvo a correr de sentir su falo abriéndome otra vez. Literalmente está empotrándome contra un muro, con mis tobillos por sus orejas, y creo que si sigue así me va a partir por la mitad, llego a rozarme las rodillas con los pechos de las acometidas que me da, y pese a que la postura es incómoda, el placer es indescriptible.

Tras unos minutos se cansa, y me baja, pasa las manos por los muslos desde atrás y me hace dar un salto para montarme sobre él, rodeándole con las piernas. Me besa mientras orienta su miembro y me lo vuelve a clavar sujetándome del culo, y de nuevo, reboto a su gusto, queriendo no dejar de sentir su miembro friccionándome. Echo la cabeza hacia atrás poseída, aprovecha para lamer mis senos, justo entre los dos, y me vuelve a apoyar contra la pared, es demencial sentir que te clavan con esa virulencia.

No tardo ni cinco minutos y rompo a gritar otra vez, el espasmo es tan grande que creo que me ha dado un ataque epiléptico, no tengo control sobe mi cuerpo, y gracias a dios, veo que empieza con penetraciones más largas y pausadas, bufando como un toro.

– YO: Sácala. – imploro.

Asiente, y me da tres golpes de cadera que me elevan, estirando el placer residual. Me deja en el suelo pero caigo rendida, se quita el condón y agarro aquel mastodonte de carne, masturbando con firmeza. Ya da cabezadas y a las pocas sacudidas revienta expulsando semen, pareciera que llevara años sin eyacular, el suelo y un sillón quedan manchados, con bramidos saliendo de su garganta.

Se sienta cogiéndome de la mano tras tomar aire, la forma de su boca ovalada, con los labios salientes, bien me recuerdan a los musculosos del gimnasio, cuando han hecho un gran esfuerzo pero hubieran levantado cien kilos con suficiencia. Me arrastra a su regazo y me besa, forzando a seguirle en su depravada sesión de sexo. Mete su mano entre mis muslos ante mi sorpresa, y recoge mis flujos vaginales, ante mis ojos, se lame los dedos y me dice que estoy deliciosa. Es algo novedoso para mí, hasta me da reparo, pero después de la follada que me ha pegado, no voy a criticarle nada.

– YO: Eres un animal, me has dejado rota. – susurro mientras me chupa el cuello.

Baja a lamerme los pechos, y lo hace acelerado, parece que su tórax fuera a explotar con una respiración agitada, y me trata con cierta brusquedad. Supongo que la sensación de chupar un seno siempre calma a los hombres, y se va sosegando. Trato de levantarme, pero tira de mí, pellizcándome los pezones un poco, riéndose a carcajadas.

Me quita de encima al minuto, y empieza a vestirse, yo recupero el aire un instante sentada en un sofá, me duelen mis paredes vaginales. Cuando me voy a vestir, y quiero pedirle mi tanga y mi sujetador, el chico ha desaparecido. La cabeza me da vueltas, me pongo los shorts y la camiseta, y me voy a un baño anexo. Me lavo como mejor puedo, y salgo a buscar a mi adonis particular.

Un grupo de gente dispersa me mira con ojos perversos, no esperaba que me hubiera escuchado follar media discoteca, tampoco es que me esperara semejante macho cabrío.

Me acerco a preguntar a las camareras, que están recogiendo, que con sonrisa cómplice, y algo de disimulo forzado, me dicen que el chico es Jimmy, nombre comercial, que es un boy habitual de las despedidas de soltera que montan allí, y que no hace falta que me sienta mal porque se fuera ya, a ellas les ha hecho el mismo “número”, y se las has tirado a todas. Una de ellas me pregunta si se ha llevado mi ropa íntima, le digo abochornada que sí, y me dice que no le busque para que me las devuelva, ella lo hizo, y estuvo tres días sin salir de su cama.

Salgo entre enfadada y ofuscada de la discoteca. Voy de mujer madura y capaz, y en menos de un mes, me deja plantada un médico de tres al cuarto, y un boy que me ha robado la ropa interior. Me siento estúpida y sucia, quiero llorar, pero no me sale, tal vez porque aunque me haya usado, al menos me ha echado el polvo de mi vida, es recordarlo y me resiento por dentro. Por la calle noto que la gente me mira, es imposible pero creo que saben lo me ha pasado, y se ríen de mí.

Tras tres calles al fresco del amanecer, con el cansancio y la lejanía con mi casa me decido tomar un taxi. Me cruzo de brazos al observar que el taxista clava sus ojos al sentarme, mis pezones marcados bajo la fina tela de la camiseta son llamativos, y me arrepiento de haber caído como una idiota en las garras de un capullo por el trayecto.

Sé que ha sido una tontería, pero es lo que los errores tienen el inconveniente de que follan de vicio.

De inmediato pienso en Javier, y su razonamiento sobre las mujeres, y no tengo más remedio que darle la razón, nos ponen a un chico guapo delante con algo de maña, y nos dejamos llevar, mientras que los buenos hombres se tiene que conformar a esperar que alguna se fije en ellos.

Solo al llegar a casa y pagar al chofer, que me dedica un “Guapa” que me duele en el alma al bajarme, recuerdo que tengo invitados. Miro el móvil y veo un par de mensajes, uno es de mi hijo avisándome de que todo está bien, y otro del joven que ha usado mi casa de picadero. Me escribió hace un rato, diciendo que ya está, que se ha acostado con Celia, que ha sido maravilloso, que le perdone pero lo han hecho en mi cuarto, y que ha querido recoger, pero la chica se quería ir a casa, y ha tenido que ir a acompañarla. No sé cómo reaccionar a esa información, si triste o feliz.

Por ahora, subo a mi casa cogiendo las llaves de emergencia de un macetero del rellano, y me pego una ducha rápida para tratar le lavar mis pecados, notando un leve escozor entre mis muslos. Me pongo unas braguitas de abuela y un camisón cuando me voy a la cama. Está algo desordenada, pero no hecha un desastre, y estoy agotada, ya cambiaré las sábanas por la mañana.

Es al tumbarme cuando noto al instante el aroma del la potente colonia de Javier, el del perfume de ella, y un ligero hedor a sudor y sexo. Imagino lo que habrá pasado, y de pensar en Javier tomándola como me han poseído a mí, me revuelco en busca de su esencia. Me quedo dormida retozando, algo abstraída, mirando la hora. Son casi las siete de la mañana.

El despertador suena puntual a las diez, gimo y me hago la remolona, con un dolor de cabeza tenue, me quedo mirando la bolsa del gimnasio en la silla de la habitación, y decido que ayer ya me moví suficiente. Apago la alarma, pongo el móvil en silencio, y me quedo abrazada a la almohada, pensando que es cierto galán muy educado, al menos, huele a él.

Un portazo me despierta. Miro la hora y suspiro de gusto al ver que son las dos de la tarde, bostezando y desperezándome, la resaca sigue pero estoy más entera. Voy al baño y salgo al pasillo, no veo a nadie y me dirijo al cuarto de Carlos, como pensaba, ha dejado su mochila en el suelo y se ha tumbado a dormir vestido y todo. “Espero que hayas tenido mejor fin de semana que yo, hijo.”, le dejo descansar.

Me voy a la nevera, y me hago un bocadillo con un té desintoxicante, para eliminar el alcohol de ayer. Me lo tomo a solas en la mesa de la cocina, repasando un poco todos los acontecimientos, la cena con Javier, la charla en el sitio de los botellines, el pub, los consejos con Celia, Fran y su insistencia, la discoteca, el boy… “Aburrirme no me aburrí.”, bufo por mi comportamiento de niña tonta. Estoy algo magullada, y me duele todo, creo que es por bailar tanto, pero el tal Jimmy tiene más papeletas para ser el culpable.

Me voy a mi cuarto y cambio las sábanas, me miro en el espejo y me tengo que quitar el camisón y ponerme una camiseta vieja, para tapar el enorme morado del chupetón que me hicieron ayer, luego cojo el móvil y me estiro en el sofá del salón. Al mirar la pantalla veo muchos mensajes de Javier, leo por encima que todo fue bien, y que se despidió dándola un beso tierno en su portal, que han quedado hoy otra vez para salir a pasear, y que me está eternamente agradecido. Me pide que le llame en cuanto pueda, da igual la hora, pero no estoy de ánimos para saber lo maravilloso que fue acostarse con otra en mi cama, mientras a mí me camelaban como a una quinceañera.

Me echo a ver alguna película mala, y al par de horas Carlos sale de su habitación, buscando algo de comer. Me obligo a ser su madre, y voy a prepararle algo, así charlo con él, y compartimos experiencias mientras devora lo que le hago.

– YO: ¿Qué tal te ha ido?

– CARLOS: Bien, he estado en casa de una chica…no sé, ha sido diferente, no hemos estado haciendo nada raro, pero me lo he pasado bien. – es delicado, sabe que ahora me molesta su actitud algo chulesca con las chicas.

– YO: Me alegro, quizá así encuentres a una de las buenas.

– CARLOS: ¿Y tú, que tal te fue con estos? – no atino a responder de primeras.

-YO: Divertido, fue algo extraño, pero me lo pasé bien, salvo un pequeño incidente con Fran, que se propasó, todo fue…genial. – tampoco es que esté mintiendo.

– CARLOS: Ya, es que es un poco idiota con un par de copas encima, ya hablaré con él.

-YO: No creo que haga falta, ya le puse en su sitio, pero si te dice algo, dile que lamento lo ocurrido.

– CARLOS: ¿Y tú amigo Javier? – sonríe con malicia.

– YO: Pues que yo sepa, se lió con una chica, y se ha acostado con ella…- el retintín me sale exagerado.

-CARLOS: ¡No jodas! Pero si es un estirado, ¿A quién?

– YO: Pues a un chica rubia que le gustaba del grupo…Celia. – empieza a reírse.

-CARLOS: Jooooder, pero si a esa me la quiero tirar yo, es un bombón de niña, qué cabrón, ¿Cómo?

– YO: Pues le di unos consejitos, pero creo que se basta él solo, no sé más.

-CARLOS: Qué mamón…

La verdad es que esperaba una reacción más negativa ante la noticia, Carlos parece molesto con los éxitos de los demás, pero en este caso, sonríe y parece que le gusta lo que ha pasado.

Se va a su cuarto y yo regreso a mi sofá. Trasteo con el móvil, pensando en la conversación con Carlos, y me pica la curiosidad. Marco el número de Javier, y espero que dé tono, cuelgo, y vuelvo a llamar, no entiendo mi nerviosismo. Me calmo, y al final le llamo de verdad.

– YO: Hola Javier, perdona que no contestara antes, es que estaba molida.

– JAVIER: No pasa nada, espero que ayer, al irme de la discoteca, no sufrieras mucho. – pienso en el falo enorme del boy.

– YO: No…nada que no aguante. ¿Para qué querías que te llamara?

-JAVIER: Pues lo principal, para darte las gracias, fue casi perfecto.

– YO: ¿Casi? Cuenta, cuenta…

-JAVIER: ¿De verdad?

-YO Soy tu profesora, quiero evaluar los resultados de mi alumno. – me invento, la curiosidad me mata de repente.

– JAVIER: Pues…fuimos a tu casa, cogidos de la mano y besándonos a cada semáforo, o al parar para comprar condones. Subimos y ya en la puerta se me echó encima, fue algo improvisado, y la metí en el primer cuarto que vi, el tuyo. Discúlpame por lo de las sábanas…

– YO: Nada, tú sigue.

-JAVIER: Es que no sé, la recosté en la cama y me tumbé encima, nos besábamos, y acariciábamos, y llegó un punto en que ella se fue al baño, y cuando salió…estaba desnuda.

-YO: Una chica directa…

-JAVIER: Sí, y menos mal, se me dan faltan los sujetadores y eso, así que me desnudé como un rayo, se reía de mi torpeza, pero…se… se serenó al verme desnudo poniéndome el condón. La tumbé sobre mí, boca arriba, y bueno…empezamos. – tengo necesidad de saber con detalle lo que pasó, pero no quiero parecer una fisgona.

-YO: ¿Y al acabar?

– JAVIER: Fue algo rápido, a mi me hubiera gustado quedarnos abrazados durmiendo, pero ella vio la hora y se preocupó por sus padres, así que nos vestimos a toda prisa y la acompañé hasta su casa. Fuimos agarrados del brazo y al llegar me despedí con un beso en la mano, pero ella me cogió de la cara y me besó con dulzura…uf, es una gran chica. – sentencia.

– YO: Eso parece, me alegro por ti, y Javier, trátala bien, eh.

– JAVIER: Por supuesto, si hemos quedado para tomar un helado y pasear a Thor. – “Mierda, eso lo hacía conmigo.”

– YO: ¿Ves cómo no era tan difícil?

– JAVIER: Porque me ayudaste, si no, aún está esperando que la toque el culo…- me saca una carcajada.

– YO: Qué bobo eres.

– JAVIER: Por cierto, tengo las llaves de tu casa, ¿Cuando me paso a devolvértelas?

– YO: No hay prisa, cuando quieras.

-JAVIER: Pues el lunes entonces, que voy a comer a tu casa, si no te has arrepentido del ofrecimiento.

-YO: Ni mucho menos, estaré encantada, y así hablamos.

– JAVIER: Un abrazo… Laura, eres la mejor.

-YO: Anda, galán…un beso.

Me quedo algo entusiasmada, no sé el motivo, pero creo que Celia ha logrado que mi relación con Javier sea más normal. Al menos eso espero, no puedo seguir haciendo el idiota por ahí, estoy cometiendo errores bobos y no me lo puedo permitir, mi vida es algo más que estar sola en casa o que un capullo me folle para dejarme tirada.

Realizo varias llamadas por la tarde, a las amigas del gimnasio para que no se preocupen al no verme hoy, y a Carmen, que me dice que su marido está fuera y que ahora no podía hablar, que tenía que atender al hijo de un vecino en su bloque.

Paso el resto del día haciendo la colada, y con ciertas rutinas de la casa, tratado de no pensar en Javier y Celia paseando o jugando con el perro. A la cena, Carlos sale de su cuarto hablando por el teléfono, es una chica, he oído alguna de esas conversaciones, pero esta parece que le hace “tilín”, nunca le he visto hablar más de tres minutos con una, sin pedirla quedar en un futuro cercano, y lleva casi diez entre cháchara y risas.

Al acabar, se vuelve sin decirme nada a su cuarto, y yo preparo unas palomitas para ver una película. Me quedo dormida en el sofá, y hasta las tres de la mañana no me despierto, me voy a mi cuarto y me quedo en la cama retozando hasta que suena la alarma.

Continuará…

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Relato erótico: “El viejo le rompió la cola a mi esposa” (POR MOSTRATE)

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Después de lo que me había pasado entre los compañeros de mi anterior trabajo y mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.

Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Marce no fuera conmigo, pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.

El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.

La ubicación que nos toco no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.

Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales del interior del país.

Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes y los de avanzada edad se la comían con los ojos.

Ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus caderas, con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su costumbre, Marce exhibía sin disimulo.

La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa y los aplausos habituales al terminar el mismo.

Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con los compañeros de mesa.

La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario era bastante tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.

Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso hizo la cosa mas alegre.

– ¿Vamos a bailar?, me pidió Marce.

La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, la que al no ser muy grande, estaba bastante concurrida.

La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos los tipos que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían sentados.

En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba la cola muy atentamente.

Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy elegante y con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la empresa.

Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.

Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida pensé.

Considere que alguien que admira de esa forma la cola de tu esposa había que agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo contemplara en toda su expresión.

Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy lentamente para que Marce no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.

Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.

La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.

Observe al viejo y ahí note que el me estaba mirando fijamente. Sentí como que me preguntaba si eso había sido para el. Le hice un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Marce.

En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacia difícil disimular mi erección.

-¿Que fue eso del beso?, me preguntó

-Nada, tuve ganas de besarte, le conteste

-Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo

-Nadie nos vio, le respondí.

Ella no dijo nada, solo río.

Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares a las de el. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera babeando con la cola de mi mujer.

La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida, eso hacia que me volvieran a la cabeza la imagen de los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.

Mientras tanto Marce seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin siquiera sospechar mis pensamientos.

Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.

-¿Vamos?, me pidió Marce tomándome de una mano.

-En un rato, le conteste.

Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi pantalón.

-¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.

-No, para nada, respondí.

Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, por lo que aproveche para cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.

Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo pero el viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de vino.

-¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.

-Claro, respondí. Era el.

-Yo ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo

-En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.

-Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.

-Jorge Prieto, mucho gusto, estreche la suya.

-¿En que sección de la empresa esta?, preguntó.

-En ventas ¿y Ud.?

-Yo estoy en el directorio.

-Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales rió.

-Para nada, le dije mientras sonreía.

-Además yo estoy solo y Ud. con una hermosa mujer, así que son dos contra uno rió nuevamente.

-¿Es su novia?

-No, mi esposa.

-Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, mientras me señalaba la pista

donde ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.

-Y si, reí nerviosamente.

Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el espectáculo de hace un rato había sido dirigido a el. La situación me incomodaba, pero a la vez me ponía muy caliente.

-Ese vestido le queda de maravillas, ¿no le parece?, me preguntó.

-Si, le conteste un poco inquieto

-Le digo porque se lo pude ver bastante de cerca hace un rato mientras bailaban.

-¿Que cosa?, lo mire.

-El vestido, ¿que pensaba?, río.

-Nada, nada, respondí aún mas tenso.

-¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?

No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente nervioso.

-¿Sabe si su esposa tiene bombacha?

-¿Como?, pregunté con cara de disgusto.

-Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpo ante mi reacción.

-Le preguntó porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las tiras de las bombachas y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no observe marca alguna, prosiguió.

Lo nervioso que estaba se transformo en excitación. El viejo se había pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de todo yo lo había empezado.

-La verdad no lo se, le respondí

-Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se nota, dije a propósito.

-Tal vez, dijo

Yo esperaba que la respuesta lo incomodara, pero no tuvo ninguna reacción

-Me lo averigua, me gustaría saberlo, continuo mientras me dio la mano y se retiro regresando a su mesa.

Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mi a ver si quería continuar con el juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado mucho ese dialogo.

Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Marce sin mirarla y continuo con su animada charla con sus compañeros de mesa.

Yo quede nuevamente solo y mas excitado que antes y sin estar seguro de querer continuar con esta diversión peligrosa.

Al rato, se corto la música y todos volvieron a la mesa.

-¿Que paso que no viniste?, me preguntó Marce.

-Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.

Se río y me dio un beso.

-¿Y que viste?

-Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurre al oído.

-¿Te diste cuenta?, río

-Con estos vestidos no se puede usar, me respondió con voz picara.

-¿Nada de nada?, le pregunte.

-Nada de nada, me contesto sonriendo.

-¿Te molesta?, continuó.

-No, para nada, dije.

Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.

Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo pensar muy bien

-Voy al baño, ya vengo, dije.

Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenia. Por suerte no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.

Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerque y le dije al oído:

-Ud. tenía razón.

El solo me miro, yo seguí camino al baño.

Me metí en un cubículo y me baje los pantalones, ya no aguantaba la presión que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.

-¿Sr. Prieto, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.

Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.

-Si, respondí.

-Perdone que lo moleste pero quería estar seguro si entendí bien.

-¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.

-Completamente, le dije mientras me masturbaba frenéticamente.

-Ah, mire Ud.

-Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?

Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.

-Bailar digo

-Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.

-¿Ud. no tendría problemas verdad?

-No, fue lo único que salio de mi boca.

-OK, después lo veo.

Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miro.

-Como tardaste, me dijo Marce.

-Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.

-Se te nota que estas muy colorado, ¿querés que vayamos?, me preguntó.

-No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.

Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de terminarlo cuando quisiera.

Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a bailar.

-¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.

-La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si querés.

-Si Ud. lo desea puede bailar conmigo, se escucho detrás de nosotros.

-Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Marce.

-Marcela Prieto, un gusto, dijo ella.

-Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?

-Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.

-¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.

-Para nada, anda, mientras yo me repongo un poco.

Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su culo.

Nuevamente me cambie de silla para poderlos apreciar mejor a los dos, estaba seguro que Marce con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.

No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola, dirigió la mirada hacia mi y le dijo algo al oído, Marce me miro y río, situándose nuevamente frente a el.

Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba produciendo dolor, tenia que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.

Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se porto como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con un gracias.

Pensé que todo había terminado ahí; Nada mas equivocado.

-Vi que la pasaste bien, le dije.

-Si, Marcos es muy simpático, me respondió.

-Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.

-Y también lo tenes loco, dije sonriendo.

-Si, me lo dio a entender, río

-¿Si?, ¿Como?

-En un momento me le puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta que era viejo pero no de fierro y que vos me estabas vigilando, dijo con cara picara.

-Si lo vi., y vi que te diste vuelta enseguida.

-Te prometí que me iba a portar bien no.

-Yo cumplo mis promesas, sonrió.

-¿Te calentó el viejo?, quise saber.

-Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.

Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se le notaba excitada. No me sorprendí, yo sabia lo mucho que le gustaba eso.

-Voy al toillete, ya vuelvo, me dijo.

La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró mas el culo, hubiese apostado que lo haría, y continuó camino.

El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que se perdió tras la puerta de baño.

Luego me miro, se incorporó y se acercó.

-Le pido disculpas, me dijo.

-¿Por que?, le pregunte.

-Por no poder dejar de mirarle la cola a su esposa, dijo en tono pausado.

-Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo esta desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.

-No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.

-Es mas, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.

-Me alegro que no le moleste.

-¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.

-¿Que cosa?

-Mostrarme esa colita.

-Ya se la mostró en la pista, le dije.

-No me entendió, le preguntó si a ella le molestará mostrarme la colita sin el vestido, dijo muy seguro.

Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar bien.

No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.

-¿No le parece que seria excitante para Ud. ver como su esposa le muestra el culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.

No emití palabra, solo miraba la pista, mientras el seguía hablándome discretamente.

-Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su mesa.

No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no me iba a ser difícil convencer a Marce, a ella le encanta eso.

Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo mas y estaba dispuesto a hacerlo.

-No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Marce al regresar.

-Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.

-¿Te sentís mejor?, me preguntó.

-La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.

-¿Si?, que lástima, me dijo.

-Bueno vamos, no hay problema, continuó.

-Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.

-¿Te parece?, no te veo bien, dijo.

-Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.

-OK, voy a buscar los abrigos al guardarropas, ya vengo, dijo.

-Yo le voy a avisar al viejo, dije.

Llegue a su mesa, el se dio vuelta para prestarme atención.

-Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.

-Por supuesto, me contesto con una sonrisa.

-Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.

Nos ubicamos en mi auto, el viejo en la parte trasera y partimos.

-Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el aroma inundaba todo el habitáculo.

-Gracias, respondió el.

-Me alegro que le guste, continuó.

-El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.

-Gracias, respondió ella con una sonrisa.

-¿Uds. viven lejos?

-No, acá a unas 10 cuadras, conteste.

-Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.

-Otro día lo invitamos a cenar, dijo Marce.

-No estoy tan mal, no es para tanto, ¿le agradaría pasar a tomar un café?, le pregunté.

-Si a su esposa no le molesta me encantaría.

-No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba desconcertada.

Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy excitado y quería llegar lo antes posible.

Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor. Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.

-Tenés que comprarte un perfume como este, es muy estimulante, me sugirió Marce.

-Es lindo dije.

-¿Le parece estimulante?, preguntó el.

-Mucho, respondió ella.

-¿Y que le estimula?, continuó el, mirándola con deseo.

-Uh tantas cosas, contesto ella riéndose.

El rió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.

Lo invite a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living, yo lo hice frente a el, mientras Marce fue hacia la cocina a preparar el café prometido.

-¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.

-¿Que cosa?

-Que me trajo para que ella me muestre el culo.

-Para nada, respondí inquieto.

-¿Cree que va a ser posible, no se me va a arrepentir no?, preguntó con tono impaciente.

-Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí desafiante.

-Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.

Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso sobre la mesa frente a el.

-Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.

Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba insinuando que no solo quería verla desnuda a Marce, sino que también pretendía algo mas. Acepte el desafío.

-Amor, podes traer un vaso de agua que el Sr. Marcos tiene que tomar una pastilla, le grite a Marce para que me escuchara.

El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo que no le había visto en toda la noche.

En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.

-Ya se esta calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba el vaso al viejo.

-¿A que se refiere? preguntó el, mientras tragaba la pastilla.

-Al café, que creía, dijo riendo.

-Debe ser de bravo Ud. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.

-¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.

-¿Que converso con mi marido?, no se, no me dijo.

-Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.

-¿No le contó Prieto?, me preguntó haciéndose el distraído.

-¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.

-Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, conteste visiblemente acalorado.

Se noto en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato, Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar:

-Le pido por favor que no se enoje, dijo.

-Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella, continuó.

Ella me miro y sonrió nerviosamente.

-A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mi, y realmente a mi me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le preguntó.

El rostro de ella se ruborizo, creo que por una mezcla de excitación y vergüenza, no esperaba que el viejo fuera tan directo.

Por unos segundos todo quedo en silencio.

-No se, me toma por sorpresa, dijo ella.

-Mire señora Prieto, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y seguramente Ud. también lo disfrutará.

Ella lo miro y tímidamente hizo un gesto de convencimiento y aprobación.

-Prieto, me gustaría verlo a Ud. sacándole el vestido, ¿me haría el favor?, preguntó.

Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera ver la cara de puta que tenia Marce en ese momento. El seguía atentamente la escena sin gesto alguno.

Lentamente le baje los breteles y los solté. No se si fue por el tipo de tela o por la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente y quedo a sus pies.

-¿Que le parece Marcos?, me anime a preguntar.

-Me parece que su esposa tiene una cola preciosa, respondió.

-Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.

-Retírele el vestido pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.

Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicada, me sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.

-Sr. Prieto, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras bailaba en la fiesta, dijo.

Marce se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a bailar despacio, la tome por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.

Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a unos centímetros de su cara. Baje mis manos a sus glúteos y repetí la escena del salón dándole un largo beso.

-Sr. Prieto ¿me permite acariciar la colita de su esposa?, preguntó.

Marce cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerque un poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.

El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras Marce paraba más la cola. Le di otro beso y me aleje, no quería perderme nada de la escena.

-Que hermosa piel tiene Sra. Pietro, dijo, mientra le acariciaba con delicadeza todo su cuerpo.

-Gracias, apenas se la escucho a ella.

-Realmente tiene una hermosa mujer, Sr. Prieto, continuó diciendo mientras, metía su mano entre las piernas de Marce.

-Lo se, dije, mientras ella nos regalaba un placentero gemido.

-Esta toda mojada Sra. Prieto, dijo mirándose la mano empapada por sus jugos.

-Dese vuelta por favor, le pidió.

Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente depilada vagina.

Marce estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el cierre del pantalón para aliviar la presión.

-Espero Sr. Prieto, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de masturbarse, me sugirió.

Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó:

-Su esposa tiene una hermosa conchita, dijo, mientras hurgaba delicadamente en ella.

-Pero esta conchita tiene dueño y es Ud. y yo soy muy respetuoso de eso, me dijo mientras retiraba los dedos de ahí.

Con Marce nos miramos con asombro.

-No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer casada, continuó.

-Distinto es la cola, siempre creí que la colas bellas pertenecen a todos los hombres, dijo mientras hacia girar nuevamente a Marce.

Eso fue muy excitante para mi, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular. También se noto que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior, y se ruborizo aún más.

El puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.

-Y este colita se nota muy predispuesta, ¿no Sr. Prieto?, preguntó mirándome fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en su hoyito.

Marce pego un gritito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá hecho una diez veces, suficiente para mi esposa que entre gemidos le regalara el primer orgasmo.

Saco los dedos y le dio una palmadita.

-Tranquila Sra. Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.

Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido transparente corría por sus piernas temblorosas.

-Sr. Prieto por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.

Deje el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no quería perderme nada.

Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella, con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.

-Perdón Sr. Prieto, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.

-¿No Sra. Pietro?, preguntó.

-Si, apenas pudo responder ella, inmediatamente tuvo la lengua del viejo nuevamente en su boca.

Nunca había visto a Marce besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.

-Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le metía la lengua en la boca.

-Ud. es un hombre de suerte Prieto, su mujer tiene una boca deliciosa, y volvían a jugar con sus lenguas.

Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba masturbarme y tener mi primer orgasmo.

Por suerte el se detuvo:

-Sra. Prieto necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar un momento, dijo.

Ella asintió desconcertada y se metió en el baño.

-Mire Sr. Prieto, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el hermoso cuerpo de su esposa.

-Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.

Solo le asentí con la cabeza.

-Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial, ¿Ud. tendría alguna objeción?, me preguntó.

-No, respondí apenas audible.

-Igual, puede confiar en mi, aunque esa conchita sea muy deseable, como le dije antes por respeto a Ud. solo la voy a penetrar por la cola.

-Es toda suya, le dije.

-Le agradezco mucho, contesto.

-Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría dormir acá en los sillones?, preguntó.

-No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.

-Le agradezco nuevamente, dijo.

-Me indica donde esta su dormitorio, pidió.

Lo acompañé a nuestro cuarto.

-Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me esta haciendo efecto la pastilla.

Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose frente al espejo. Se la notaba súper excitada.

-Hola, me dijo

-Hola, ¿esta bien?, le pregunte

-Si, respondió

-Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola ahí toda lo noche.

-¿Y que le contestaste?, preguntó mientras se masturbaba más rápido.

-Le dije que esta cola era toda suya, le respondí mientras metía un dedo en su agujerito.

-¿Hice mal?

Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me pidió que la llevara.

Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.

-Lindo colchón, dijo mientras hacia presión en el con las dos manos.

-Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no Sra. Pietro?, preguntó.

Ella solo lo miro con deseo.

-Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.

Marce obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se saco los pantalones y el boxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya mostraba una importante erección.

Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su cuello.

Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.

-Vio Prieto, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que le estimulaba mi perfume.

-Venga Sra. Prieto huélalo por acá que suelo ponerme mas cantidad, continuó diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.

Marce comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que me masturbaba frenéticamente no aguante más y tuve mi primer orgasmo.

Me levante para ir a lavarme.

-¿Adonde va?, me preguntó Marcos.

-A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo

-Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo

Marce giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca, Yo regrese a mi lugar.

-Que bien la chupa Sra. Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos manos marcándole el ritmo.

Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos mientras alternaba su mirada entre la de el y la mía. En un momento fue con su boca a sus huevos. Se noto que al viejo le encanto. Se tomo el miembro y empezó a masturbarse mientras Marce jugueteaba esa zona con la lengua.

-Que dulce que es su esposa Sr. Pietro, dijo entre suspiros.

-Fíjese que mas encuentra por ahí para lamer, Sra. Pietro, continuó mientras abría y levantaba las piernas.

Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual lamió con placer.

-Eso es Sra. Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mi hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.

Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que tuve mi segundo orgasmo.

-Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.

Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y volvió a meter la lengua en el culo del viejo.

Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveche que los dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.

No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme enérgicamente.

-Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de Marce.

-Y parece que le encantan las vergas duras no Sra. Pietro, continuó mientras manoseaba sus pechos.

Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía hamacándose.

-Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.

-¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto mirándome.

-Por supuesto, le conteste con voz entrecortada.

Nos miramos con Marce durante el tiempo que el viejo, entre jadeos, le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para nosotros que acabamos juntos.

Ella quedo tendida sobre Marcos.

-¿Le gusto Sra. Pietro?, rompió el silencio Marcos.

-Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.

-Tuvo buena vista de ahí, ¿no Sr. Pietro?, sonrió.

-¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.

Los tres reímos. Marce se levanto, me beso y se dirigió al baño.

-Por Dios como coge su esposa, Ud. es un afortunado Sr. Pietro.

-Gracias Marcos, le dije.

-¿Ud. esta satisfecho ya?, me preguntó.

-Bastante, le conteste con una sonrisa.

-Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta no?

-Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir, le conteste con un sonrisa.

-Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.

En el baño se escucho el caer del agua de la ducha.

-Escuche, esta dejando su colita limpita para que pueda seguir jugando con ella, dije para excitarlo.

Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al otro baño a lavarme, al salir me cruce en el pasillo con Marce que salía del suyo, envuelta en una toalla y con su cabello mojado.

-Anda que el viejo te esta esperando con la verga dura le dije.

-Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.

-Me parece que tenés para rato, continúe.

-¿Vos no venís?, me preguntó.

-No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.

-Gracias, te quiero, me dijo.

Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.

Ya estaba amaneciendo. No sabia cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.

Sin hacer ruido me encamine hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.

El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de inmediato. Marcos me miro.

-Hola Prieto, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi respuesta.

-No, respondí.

-Hola amor, me saludo ella entre suspiros.

-Hola, dije.

Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.

-¿No durmieron?, pregunte inocentemente.

-No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.

-Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.

Increíblemente el estaba con una erección importante. A ella se le notaba cansada pero contenta.

-Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.

Ella se acerco y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.

-Mira como me dejo la colita el Sr. Marcos, me dijo con cara de puta.

-Agradécele que no me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me excitarían.

-Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.

-Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.

-Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.

-¿Que cosa?, pregunte.

-Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.

Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.

El gemía y también se masturbaba. A mi ya me dolía el pene y necesitaba acabar.

-Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.

Marce se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que se noto por su exclamación que una vez más le había dejado toda la leche dentro.

Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto orgasmo de la noche.

Regrese a mi cama completamente agotado y me dormí.

La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que seria mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta allí.

-Hola dormilón, dijo Marce mientras me daba un lindo beso.

Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza. Mire el reloj y eran las 13.25.

-Hola, todo bien, dije.

-¿Donde esta el viejo?, pregunté.

-Esta duchándose, respondió.

-Te ves cansada.

-Como querés que me vea, no se como hace pero Marcos no paro en toda la noche.

-Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.

-Me encanto, hace rato que no me cojen así, sonrió también.

-Como les va a la hermosa pareja, se escucho detrás de nosotros.

El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.

-Espero no le moleste que haya tomado una bata, me dijo

-Por favor, faltaba mas, respondí.

-Buen día Sra. Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus labios.

-Bien, muy bien dijo ella riendo.

-Siéntense que ya esta el desayuno listo, continuó.

Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las tostadas.

-¿Linda noche hemos pasado no Sr. Pietro?

-Muy agradable, respondí.

-Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.

-Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.

-Estoy entrenado, río.

-Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.

-Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos mantiene jóvenes, rió.

-Ya me di cuenta, dije riendo.

-¿Ud. lo disfruto no Sra. Pietro?

-Mucho, respondió mirándolo pícaramente.

-Tendríamos que repetirlo, ¿no Prieto?

-Cuando quiera, respondí

-Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante, ¿Les agrada la idea?

-Claro dijo ella, nos encantaría.

-Anote la dirección, le pidió.

Marce busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyo en la mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.

-Que vista maravillosa nos esta dando Sra. Pietro, dijo el clavándoles los ojos.

Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.

-Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.

Estaba casi con una erección completa.

-Ya vuelvo Prieto, me dijo mientras se sacaba la bata.

La apoyo por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.

-¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.

Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba en la cara que no iba a aguantar mucho.

-Ahí viene, dijo entre jadeos.

Marce no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que le lleno la boca de semen. Vino hacia donde estaba yo, me miro con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabe en la cara.

Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de entrada del edificio.

-Los espero el sábado, nos dijo.

La saludó con la mano a Marce y cuando estrechó la mía, se acerco y me dijo al oído:

-Vengan de sport, pero eso si, traigala sin bombacha.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 4” (POR GOLFO)

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Las hermanitas no dejan de sorprenderme.
Apenas me dejaron dormir esa noche, cuando no era Irene la que pedía mis caricias, era Ana la que se lanzaba sobre mí buscando que la tomara, de forma que el reloj ya había marcado mas de las tres cuando por fin pude descansar. Aunque agotado, antes de conciliar el sueño, me quedé pensando que, ya que la suerte había llamado a mi puerta, no la iba a dejar pasar de largo y que, a partir de ese día, me debería concentrar en hacer gozar a esas hermanas para que nunca tuvieran la tentación de cambiar de dueño.

Apenas había amanecido cuando comprendí que esa tarea no me iba a resultar fácil al sentir que nada mas despertar mi nueva adquisición seguía sedienta de caricias. Todavía con los ojos cerrados, noté que Ana se deslizaba por las sábanas y que, sin pedir mi opinión, intentaba resucitar mi alicaído miembro con sus manos.

― ¿Te has lavado antes de tocar con tus sucios dedos a tu amo? – pregunté con tono autoritario. Al no contestar, aproveché su turbación para decirle que me fuera a preparar el baño.

Queriendo quizás disfrutar en soledad de mi atención, la muchacha se levantó de la cama y sin hacer apenas ruido fue a cumplir mi orden mientras Irene permanecía dormida. Al escuchar el jacuzzi, tuve la tentación de despertarla, pero pensándolo mejor, decidí no hacerlo para así tener la oportunidad de disfrutar de su gemela sin ella.

Por ello, en silencio, fui a encontrarme con Ana. Tal y como había previsto, mi nueva amante me esperaba arrodillada en el baño. En su cara reconocí tanto la satisfacción de saber que me tendría para ella sola como su inseguridad por no contar con la inestimable ayuda de su hermana a la hora de conocer mis gustos.

― ¿Qué desea usted de mí? ― preguntó al ver que no le hacía caso y que directamente me sumergía en la bañera.

Me abstuve de contestar y posando mi cabeza, me la quedé mirando sin decir nada. Mi silencio la empezó a poner nerviosa y sin saber como actuar, se quedó quieta sintiendo la dureza de mi mirada.

Durante cerca de dos minutos, permaneció inmóvil hasta que ya francamente preocupada se acercó y cogiendo una esponja, se puso a enjabonarme desconociendo si eso era lo que yo esperaba de ella. Supo que había acertado al verme sonreír y ya con algo mas de seguridad comenzó a recorrer mi pecho con sus manos.

―Usa tu cuerpo― murmuré desde el jacuzzi.

Mis palabras alegraron a la cría, la cual demostró las ganas que sentía por cumplir mi deseo dando un pequeño gemido antes de meterse junto a mí dentro del agua. No tardé en sentir que empezaba a frotar sus pezones contra mi piel y satisfecho por la entrega que estaba demostrando, la premié con una caricia en el trasero.

Ana malinterpretó esa recompensa y creyó que le estaba exigiendo que me entregara su todavía virginal pandero. Sin querer descubrí que para esa rubia el sexo anal era una de sus mayores fantasías al escuchar que me decía con su voz cargada de deseo:

― Siempre supe que debía reservar mi culito para mi dueño.

Y antes que pudiese dar mi opinión, Ana empezó a restregar sus nalgas contra mi miembro. Como no podía ser de otra forma, mi pene se alzó al sentir que era capturado entre esas dos bellezas y viendo que, de no mediar, esa loca se iba a empalar sin ningún tratamiento previo, le pedí que se pusiera a cuatro patas.

―Tienes un ojete precioso― comenté al ver que usaba sus manos para separarse los cachetes dejando a la vista su entrada trasera.

―Es suyo― respondió encantada por el piropo.

Tomándomelo con tranquilidad, cogí de la repisa un bote de aceite Johnson y echando un buen chorro sobre ella, empecé a juguetear con mis dedos impregnados en su esfínter. Ana al sentir mis yemas impregnadas recorriendo los bordes de su hoyuelo, no pudo reprimir su satisfacción y casi gritando, me informó que llevaba desde bien niña soñando con que su macho tomara posesión de él.

― ¿Me consideras tu macho? ― pregunté muerto de risa mientras forzaba con una de mis falanges su trasero.

―Así es. A pesar de haber tenido novio, jamás lo vi digno de estrenarlo. Pero desde que el mismo instante en que lo conocí a usted, supe por fin había encontrado al que me iba a hacer su hembra.

La respuesta de esa cría me intrigó y sumando otro dedo al primero, seguí dilatando su cerrado ojete mientras insistía pidiendo que me dijera en que consistía para ella el sentirse hembra.

―Una hembra se entrega sin límite a su macho para ser su mujer en cuerpo y alma porque sabe que él la protegerá siempre y por ello debe estar dispuesta a sacrificar su vida, sabiendo que, al hacerle feliz, ella también lo será― contestó con la respiración entrecortada.

La evidencia de que se estaba calentando al ver su ojuelo forzado por mí incrementó mi necesidad de seguir preguntando y mientras metía y sacaba mis yemas del interior de su culito, quise saber hasta dónde llegaría para satisfacerme y cuál sería su mayor deseo.

Colorada hasta decir basta, contestó:

―Que mi amo me preñara.

Nunca me hubiese esperado esa respuesta y por ello no tardé en reaccionar diciendo:

― ¿Y qué pasa con tu hermana? ¿Cómo crees que Irene se tomaría eso?

Sorprendiéndome nuevamente, la muchacha respondió:

―Ya lo he hablado con ella y le encantaría también quedarse embarazada de usted y que nuestros hijos sean hermanos.

El morbo de pensar en disfrutar de esas dos con panza me excitó de sobremanera y mientras mis yemas penetraban ya fácilmente en su interior, me puse a imaginar la cara de sus padres al enterarse.

― ¿Qué dirían tus viejos?

―Supongo que se enfadarían al principio, pero estoy segura de que, al ver nuestra felicidad, terminarían aceptándolo.

Aceptando su opinión sin compartirla, aceleré mis maniobras y tras comprobar que lo tenía suficientemente relajado, embadurné mi pene de aceite y comencé a juguetear con él en su ojete. Ana al notar mi glande en su entrada, me imploró que la tomara.

― ¿Estás segura?

―Sí― contestó― su furcia está deseando saber que se siente cuando su amo toma posesión de su trasero.

―No tardarás en saberlo― respondí mientras con un movimiento de caderas introducía unos centímetros mi verga en su intestino.

― ¡Dios! ― chilló adolorida al experimentar por primera vez la presión de un pene en su interior, pero lejos de rehuir el contacto, echándose para atrás se fue empalando sin apenas poder respirar.

Su lentitud me permitió disfrutar del modo en que mi miembro iba ensanchando la entrada, sintiendo los bordes de su esfínter recorriendo mi piel mientras tomaba posesión de ella. Sin gritar, pero con un rictus de dolor en su cara, siguió metiéndoselo hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo. Entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.

― ¡Cómo duele! ― exclamó apoyando su cuerpo contra los azulejos del baño.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de su culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se enfriase, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y girándose hacia mí, me rogó que comenzara a cabalgarla.

Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Ana con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.

― ¡Sigue! ― me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.

― ¡Serás puta! ― le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.

― ¡Que gusto! ― gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros. Ana ya tenía el culo completamente rojo cuando empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa monada temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.

― ¡No dejes de follarme! ― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras Ana no dejaba de aullar desesperada.

Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me dejé caer en la bañera. Mi nueva amante buscó mis besos y mientras me abrazaba, se puso a llorar diciendo:

―Siempre supe que me iba a gustar, pero no me imaginaba que tanto― y tomando aliento, comentó: ―Me has hecho la mujer mas feliz del mundo. Siempre seré tuya.

En ese momento, desde la puerta, su hermana resopló:

―Eres una perra envidiosa. No me has despertado para disfrutar tú sola de nuestro amo.

Al girarme hacia Irene, observé en su rostro que no estaba enfadada sino muerta de risa y llamándola a mi lado, comenté:

―Te equivocas, tu hermana pensó que debías descansar porque ayer terminaste agotada y eso no es conveniente en alguien de tu edad.

Por mi tono entendió que la estaba tomando el pelo, pero haciéndose la ofendida contestó:

―Amo, soy solo siete minutos mayor que ella.

―Suficiente, mi querida anciana.

Al escuchar mi respuesta, sonrió y metiéndose junto a mí en el jacuzzi, susurró en mi oído mientras intentaba resucitar mi pene entre sus manos:

― ¿Cómo podría demostrar al perverso de mi dueño que su putita no es ninguna vieja?

Ni siquiera le contesté, ¡no hacía falta!…

 

Relato erótico. “La oportunidad” (PUBLICADO POR GABY SOSA)

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Te detienes en ese preciso espacio de tiempo, ahí, suspendido en el instante mismo en el que tienes que tomar la decisión de atravesar el Rubicón o quedarte de este lado. Te acuerdas de lo que enseñaba Giménez en la clase de historia, quemar las naves, la encrucijada de Cortés. Está todo preparado para ti, lo sabes, pues se han dado una serie única de circunstancias combinadas, pero aun así dudas, tiemblas. ¿O lo que te hace temblar es el contacto de los dedos que se deslizan en la tela? Tengo miedo, piensas, y no solo lo piensas sino lo sientes en la boca del estómago. Y, al instante, el muro invisible que te contiene se quiebra y te desbordas sin remedio, rio abajo, torrente fresco, desbocado. No tardas en mandar a la mierda tus recelos y sacarte toda la ropa que traes y buscar, curiosear en el vestidor con los sentidos agitados por lo que presientes, y ese vestido que al ponértelo por encima te asfixia del placer y ya no piensas en otra cosa más que en el conjunto ciruela de las bragas y corpiño, con encajes en los bordes. El roce de la tela cuando la subes por tus piernas, el calce justo en el atrás que se adhiere al fondo de tu raja haciendo que los pelitos de los brazos se te electricen. El vestido se aprieta contra tu pecho y piensas que los hombres no se ponen prendas adherentes y el mundo cobra sentido por fin y las burlas y las humillaciones de ese cuerpo magro encuentran explicación ahora, en el vestido que calza justo en el torso angosto y se abre a la altura de las caderas en una catarata circular que te acaricia con suavidades que se acomodan a tu culo redondo, ese del que se burlan y con el que te acosan esa banda de mierdas que lidera el tal Cherry. Pero él ahora no está y tu ya no eres el chico asustado victima del bullying sino la nueva, la chica que se refleja en el espejo con su vestidito acampanado que le cae cascada y le realza las caderas, tan corto que apenas la tapa y deja ver las piernas finas y torneadas que vas enfundando en unas medias negras super transparentes que te llegan hasta la cintura afirmándote las nalgas. Miras el resultado, te excitas y no puedes evitar la erección que crece abultándote las bragas color ciruela. Frente al espejo del baño te sueltas el pelo y lo alborotas como nunca te has animado a hacerlo, y te afeitas al ras la pelusa de tu cara feminizada cuando te llega el grito de Gustavo de si te falta mucho y le dices que tenga paciencia, que ya sales. Así que breve maquillaje y un dulce carmín en los labios, sandalias de taco en los pies y algunas pulseras y collares que sacas de una caja en el aparador de la hermana de Gustavo y ya estás apretadita y tibia. Pero no está nada, porque ahora, a punto de salir del cuarto, te asalta nuevamente ese terror de antes del muro, de antes de todo, ese que te acompaña desde que te diste cuenta -ya hace tanto- que eras diferente y por ello te acosan y te humilla la banda del Cherry en el colegio. Así, que vuelves a pensarte el por qué estás allí, en el cuarto de la hermana de Gustavo, a punto de mostrarle quién eres en realidad cuando te animas, aunque nunca nadie te haya visto todavía y esta sea tu primera vez con un chico. Pero es que tengo mis razones -te dices, como hablando contigo-, yo sé que a él no le molestará porque lo he notado en los últimos días. Si ha sido Gustavo el que me ha traído hasta aquí con sus insinuaciones, con sus guiños de hagámoslo. Y recuerdas que hace una semana ni siquiera lo conocías, un primo que nunca habías visto en tu vida hasta hace un mes, el día en que tu tía os visitó y con Gustavo terminaron congeniando, por lo cual, a pesar de ser él tres años más grande, te invitaron a pasar unos días en su casa de las afueras de Girona, una bonita finca con sus lujos en la que ahora estáis solos con Gustavo pasando una semana de no hacer nada, solos los dos pues la familia de él se ha marchado a la ciudad.

Desde que llegaste a la casa, notaste que Gustavo tenía un guiño que te costaba descifrar, imperceptible al principio, pero más evidente con el correr de los días, pues tu sensación se fue componiendo de pequeños detalles sucesivos, como cuando estaban conversando y se acercó demasiado o cuando, cada tanto, tiene un contacto físico que no te esperas, como tocarte un brazo para llamar la atención de lo que dice, o cuando te apoya sus manos en los hombros desde atrás cuando estas desprevenido. Aquello que al principio había llamado tu atención, al notarlo, se te ha hecho aún más evidente. Ya no era casual su mano apoyándose cómplice en tu pierna o el roce de su cuerpo con el tuyo en la cocina. Tal vez porque lo dejaste hacer, la cosa se desbocó aquella tarde flamígera cuando empezaron la batalla de salpicadas en la pileta y él te sujetó los brazos para inmovilizarte y primero lograste zafarte y tirarle agua de nuevo, y él, que nuevamente te sujeta y te gira y te cruza los brazos por delante y no puedes librarte de la fuerza de Gustavo que te aprieta, su cuerpo pegado al tuyo por detrás, y se ríe con su cara apoyada en tu hombro, y tu que te aflojas y te dejas hacer y sientes su mejilla contra la tuya y un ¿te rindes? dicho suave al oído, y tú que no, que vuelves a forcejear inútilmente compitiendo con la fuerza de Gustavo. Y cuando finalmente dejas de hacer fuerza y te resignas a las ramas brazo de Gustavo, no puedes dejar de percibir la erección, que no es inmediata, sino que va avanzando pegada a ti y que parece avergonzarlo, y entonces te suelta y te empuja y vuelve a mojarte la cara, riendo, para disimular aquello que ya es evidente para ambos.

Por la noche, el recuerdo de la pileta te ruboriza. Tú cocinas y él lava los platos y prepara tragos con vodka que, cuando los tomas parecen suaves pero que al rato te hacen el efecto de una dulce borrachera que te desvanece las ideas y ese espacio del mundo en el que estáis te parece único, y todo lo demás desaparece de tu mente, tu historia, el bullying de la banda del Cherry, tus padres y los de Gustavo. Nada, solo el puro presente de ese momento de contornos en sombra y la charla incongruente de dos amigos medio mareados. El cielo oscuro lleno de puntos dorados invade el silencio que se ha formado entre ambos, acostados en el sillón al borde de la piscina hasta que Gustavo, tal vez animado por el vodka, se acerca y en un susurro tímido te lanza al oído el “no se que me está pasando contigo que no te puedo sacar de mi cabeza”.

Y aquí estas, a punto de devolverle la sorpresa que, a su vez, le anunciaste cuando creíste que tal vez este era tu momento. Por aquello de que, aun sin haberlo planeado, lo que estaba sucediendo sería tu oportunidad única e irrepetible que debías aprovechar. Habías pensado que Gustavo entendería, pero ahora no puedes ni moverte, aterrado y encerrado en el baño. Unos golpecitos resuenan en la puerta y la voz de Gustavo – ¿todo bien? – te vuelve a la realidad. Es el impulso que necesitabas. –  Voy a salir, pero no te burles -. Abres y lo enfrentas sin decir palabra. Te parece una eternidad el silencio de él y estás a punto de correr a encerrarte en la vergüenza, cuando te toma la mano y te lleva al centro de la sala. – ¿Quieres que te diga una cosa? – dice -. Y no espera tu respuesta. – Ahora entiendo todo -, agrega. El perfume de mujer que te has puesto envuelve la escena y notas que la cara de él se acerca imperceptible, y si un poco avanza, luego se detiene para ver tu reacción. Y sientes que tus labios se separan levemente y se adelantan un par de centímetros, hacia el deseo de Gustavo que ahora, animado por el consentimiento implícito de tu boca, avanza decidido al beso postergado. Y en los dos, un torrente acariciado por la espera se desborda en el abrazo mutuo, desesperado, él rodeando tu cintura para pegarse a ti, y tú, colgándote con tus brazos en su cuello. La lengua te desborda y la chupas, caliente, la saboreas, te saborean. Beso torrente, beso agua que te inunda, al que las manos inquietas acompañan, bajando de la cintura a la cola o subiendo por delante para acariciarte el pecho. Los dos son, a unísono, un rio de lluvia de montaña que no se puede detener, que corre entre las piedras caudaloso, desesperado de toqueteos y jadeos. Y si bien se empieza por el beso, este abre las compuertas de placeres prohibidos, apenas imaginados en el recodo de tus fantasías de chica. Y él te susurra lo bien que te ves así vestida. Y, aunque no se lo dices, vas dispuesto a lo que venga. Por eso, lo alejas con los codos para ayudarlo con la camiseta y luego con el cinturón y la bragueta. Antes de sacarla, la acaricias por encima de la tela, estudiando su forma y su orientación. – Está muy parada, que lindo -, te escuchas decir al momento de bajarle todo y librarla del encierro que la tenía retenida. Apenas abres la boca y los labios de carmín besan con delicadeza la cabeza rosada. Por dentro, la lengua se detiene acariciando el pequeño agujerito hasta que la boca anguila se abre y devora de a poco el gigante gusano de carne de Gustavo. Y, a medida que lo engulles y te atraganta, el gime una canción sin sentido de ayes y suspiros, pero al fin la sacas y la lames con besitos de lengua mientras tu mano le acaricia los testículos desde el agujero del culo hacia adelante y parece que lo satisface porque se le agita la respiración en el mete y saca de la pija hacia la profundidad de tu boca. Y mientras la estas chupando, te erotiza estar enfundada en el vestido mínimo, el contacto de las medias en tus piernas y el hilo de la tanga acariciándote la cola. Y en tu mente aparece la idea que nunca te habías animado a pronunciar antes, o si, pero solo en fantasías que nunca creíste que podrían ser pero que están a punto de hacerse realidad, o sea, el hecho de que en cualquier momento un hombre te va a dar vuelta y va a entrar en tu cola con su pija tibia, abriéndote en dos para llenarte de su leche. La sola idea rondando en tu cabeza te excita tanto que no dejas de tocarte el pene erecto que desborda la braga ciruela por debajo de la falda. De repente, sus brazos te alzan y te giran hacia la pared, y cuando lo sientes atrás, abrazándote la cintura para apretarse contra ti lo ayudas a frotarse moviendo lentamente el culo y te levantas la falda y en un solo movimiento  se lo ofreces liberándolo de las medias transparentes y las bragas. Gustavo la apoya en la entrada mientras tiemblas del miedo y de deseo. Y como al principio de todo nada sale como se lo piensa, Gustavo, que no quiere hacerte doler y no sabe qué debe hacer, te pregunta, y ambos estallan en una risa cómplice y caricias despojadas, así que en los minutos siguientes buscan una solución mientras vuelven a comerse las bocas, quemándose, ardiendose, jadeándose, tocándose. Te vas y regresas con condones y una crema con la que te unta la entrada. Y hasta desliza un dedo que resbala en tu interior y te abre arrancándote un gemido de gata. Dolor y placer vienen juntos en la arremetida que te inunda de carne. Pero el dolor cede y el placer aumenta en olas que te azotan, mar potencia que llega a bañar tus costas y se retira con engaño para volver a llenarte, y si el reflujo de la marea te da un respiro momentáneo, una nueva ola inesperada te ahoga de placer y te arranca un grito sordo con el que te derramas en las sábanas. Gustavo se alborota en espasmos rítmicos y grita. Y tu percibes que nunca escuchaste nada igual, el grito de un macho eyaculando. Te está acabando a los gritos en el culo. Y se quedan los dos unidos, abrazados, con los penes abandonados y satisfechos. Un rato más tarde, te despiertas de la ensoñación en la que has caído con esa sensación atrás. A tu lado Gustavo duerme, boquiabierto, en posición estanque y te preguntas cómo puede. Tu, en cambio, no paras de recrear lo sucedido y te levantas las bragas y las medias y te vas, satisfecha, a mirarte en el espejo.

  • : Un chico acosado en el colegio descubre que su mundo cobra sentido si viste su cuerpo de mujer
 
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