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“Mi nuera se convierte en mi mujer” Libro para descargar (POR GOLFO)

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NUERA1

Sinopsis:

 

Al morir mi hijo, tengo que hacerme responsable de su mujer e intentar que salga de su depresión. Tomo esa decisión sin saber que Jimena desarrollará una fijación por mí e intentará llevarme a la cama. Con el tiempo, se va afianzando mi relación con ella a pesar que mi nuera no deja de mostrar síntomas de desequilibrio mental.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 
 
Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:
 
 
 

Capítulo 1.

Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
―Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
―Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
―No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.
Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
―Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia».
María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
―Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor.
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
―Don Felipe― dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: ―Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
―¿Mi ayuda?― interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
―Sí― contestó ese chaval que había visto crecer,― su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
―Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
―No comprendo― respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:― ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
―Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
―Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
―Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.

Capítulo 2.

No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
―Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
―Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
―Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
―Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
―¡Tú dirás!― respondí más tranquilo.
―Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
―Lo sé― interrumpí molesto por que lo me recordara: ― ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
―Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar― la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.
―Comprendo― mascullé.
―¡Qué vas a comprender!― indignado protestó: ―En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
―¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
―Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
―Me he perdido― reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
―Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
―¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
―Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
―No te creo― contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: ―Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
―Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
―Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
―Eso espero― contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
―He pensado que me llevaras al Pardo.
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
―Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
―¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
«La chica es mona», admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
―Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
―Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.
Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
―Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
―¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
―Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
―Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
―He soñado que me dejabas― consiguió decir con su respiración entrecortada.
―Tranquila, era solo un sueño― respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
―¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
―Claro que no, princesa― contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
―No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
―Gracias, mi amor…

 

Relato erótico: “El legado (2) EL INCESTO ” (POR JANIS)

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El incesto.
  ¿Qué puedo decir? Estoy alucinado con el cacharro que ha crecido entre mis piernas, en unos pocos días. Nada tiene lógica alguna. Casi parece una manguera desde mi perspectiva. Grueso y morcillón, con el prepucio retirado sin necesidad de circuncisión, como si a esa tremenda polla le faltara piel para cubrirla por completo. Incluso en reposo, se notan algunas venas azulonas recorriendo el tronco. De verdad, es una pasada, y, lo bueno, es que ha dejado de dolerme o de picarme.
  Me devané los sesos los primeros días, tratando de hallar una explicación, o quizás una solución. No estoy muy seguro de que sea una bendición precisamente. Si me asusta a mí, ¿qué pensará cualquier mujer cuando la vea? No quiero ser un monstruo de feria. He buscado en la red información fidedigna sobre otros casos parecidos, pero, la verdad, solo he encontrado paparruchas. Rumores, un par de “records guinness”, y algunos actores porno, famosos por sus dimensiones, como Nacho Vidal, o el mítico John Holmes, con un tamaño parecido al mío. Sin embargo, aún existen dimensiones más extremas, como la de Frank Sinatra, con47 cm., o Liam Neeson, con41 cm.
  ¿En qué la metían esos dos? ¡Porque en un coño no cabía!
Bueno, por lo menos, me da ánimos. Los hay peores, suponiendo que haya dejado de crecer. Como también es lógico, he empezado a experimentar con ella. No os imagináis la cantidad de problemas que da un tamaño extra grande; no solo eso, sino que mi pene no baja de 18 o20 centímetrosen estado de reposo, conservando casi su mismo grosor que si estuviera erecto. Es como tener un pedazo de tubería en los pantalones.
  Lo primero, la ropa interior. Gracias a que uso amplios boxers últimamente, dada mi corpulencia, pero he tirado todos los slips que tenía en reserva, así como algunos de esos calzoncillos ceñidos, y he tenido que renovar mi provisión de gayumbos. Al mismo tiempo, he vuelto a aprender a colocarla en los pantalones, como un niño. No me es posible llevarla a un lado, como antes, porque se me sale del boxer, o se marca demasiado en el pantalón, por muy ancho que sea. Así que he lidiado con ella hasta encontrar una nueva posición cómoda: por la pernera abajo. Era lo más lógico, porque eso de que pasara “por el arco de triunfo” para recolocarla entre mis nalgas, como que no. Me da algo de cosa sentirla cerca de mi culito.
  Sin embargo, la posición de la pernera no es nada cómoda para sacarla a la bulla. Cuesta bastante trabajo sacarla por la bragueta. Así que tengo que orinar con los pantalones bajados hasta las rodillas. No pasa nada si lo haces en casa, a solas, pero en unos urinarios públicos canta un montón. Por eso, lo hago como las chicas, sentado, siempre y cuando, la manguera este floja, esa es otra. Ya he probado a doblarla al despertarme bien trempado. No hay forma. No puedo bajarle la cabeza. De hecho, al levantarme, tengo que orinar en la bañera, salpicando los azulejos de la pared, y pasar después el teléfono de la ducha para enjuagar.
  Otro inconveniente podría ser la talla de los pantalones, aunque, en mi caso, al usar pantalones amplios, no es preciso. Poco a poco, he ido descubriendo los distintos peligros para mi nuevo aparato. Debo acordarme de recolocarla cuando me subo al tractor. Las palancas de un tractor son peligrosas, os lo digo yo… También coger pesos es conflictivo. Antes tomaba, sin pensarlo, garrafas de25 litrosy las movía ayudándole del impulso de un muslo. Después de pillármela un par de veces, he aprendido a meditarlo antes. Aguantar un saco de abono de 50 kilos sobre las piernas, puede resultar un poco agobiante si te has pillado el capullo, creedme.
  Menos mal que no monto a caballo. Podría seguir con los distintos casos a los que me enfrento cotidianamente, pero no quiero aburrir a nadie. Solo decir que, a medida que experimento, encuentro soluciones que me van cambiando mi manera de vivir hasta el momento.
  Una polla así, te cambia la vida. Nunca mejor dicho.
  Pero, lo peor, es que parece tener gustos propios. Si, no estoy loco. Actúa según unos nuevos impulsos que yo no he experimentado jamás. Por ejemplo, reacciona cuando una chica se acerca demasiado a mí, sin importarle el aspecto físico, ni su estado civil, ni su edad. Coño, hasta con mi madre lo hace. Debo tener cuidado de no acercarme demasiado a cualquier mujer porque puede dispararse sola. También reacciona a según que olores, que anteriormente no significaban nada para mí, como el aroma del café fuerte, o el de las uvas fermentadas, por ejemplo.
  Me da miedo pensar qué pasará con otras cosas mucho más degeneradas, pero, por el momento, esto ya es suficiente.
  Bueno, me falta hablaros de lo más importante, quizás. Seguro que todos lo habéis pensado ya, ¿verdad?
  ¿Cómo funcionará bajo mi mano?
La primera paja de prueba me la hice la misma noche en que el dolor desapareció. Llevaba todo el día con el órgano aprisionado y cuando lo solté, sin sentir dolor, ni ese maldito ardor, fue una liberación. Estaba en el desván, solo y desnudo sobre la cama. Me había pasado todo el día dándole vueltas al asunto. Estaba ansioso por explorar y comprobar. Creo que es natural, ¿no?
  Le dí cuarenta vueltas. La sopesé, la empuñé, la tironeé, la pellizqué, y no se cuantas “é” más. Es una pasada, os juro que tiene una textura diferente al resto de mi cuerpo. Su piel es más suave y tersa, pero, a la misma vez, más dura que en otros lugares de mi cuerpo. Puedo asegurar que la he golpeado contra superficies duras, y suena como una fuerte palmada, pero no me duele, más bien lo contrario.
  No, que va, no soy masoca, es que es así. ¿A qué es raro?
El caso es que, con la manipulación, se me puso enseguida extrema y dura, jeje. Parecía el mástil de la bandera, joder. Yo estaba sentado en la cama, espatarrado, con aquella cosa surgiendo entre mis piernas dobladas, y con mis dos manos aferradas. Tenía que darle caña; era más fuerte que yo. Así que me levanté, me metí en la bañera, de pie, y tomé el bote de gel de la ducha. Me eché un buen chorro en una mano y repasé la polla, de cabo a rabo. Respondía muy bien. Mis manos resbalaban perfectamente con el jabón. Subían hasta estrujar delicadamente el glande, para bajar, al unísono, friccionando todo el talle. Sobaba los gruesos testículos, bien cargados de semen. Descubrí que el glande era mucho más sensible que antes, no sé a qué es debido. También lo es mi escroto y la base del miembro, donde da paso a los huevos. El caso es que no hizo falta mucho para que me corriera, descargando un largo y potente chorreón de semen, como jamás he visto. Pero mi polla no se bajó, nada de eso. Aún no estaba satisfecha, quería más. Me tuve que hacer otras dos pajas seguidas para que bajara la cabeza, vencida.
  ¡Dios, casi me salen agujetas en los brazos!
Debo tener cuidado para no excitarme demasiado porque, entonces, hay que satisfacerla, y no se rinde. No sé, creo que me estoy convirtiendo en un obseso sexual, lo cual no es nada bueno con mi aspecto. ¡A ver donde pillo cacho si me pongo burro! Ya he dicho que esto es una maldición…
  Han pasado unos cuantos días. Hago todo lo que puedo para acostumbrarme a la situación. Tengo cuidado al pasar al lado de mi madre y que nadie se de cuenta de nada. De repente, Pamela entra por la puerta, soltando la maleta y abrazando a padre por sorpresa. Viene de Madrid y no la esperábamos. Está guapísima, con un fino suéter negro y una falda a medio muslo, amarillo pistacho.
  Me besa en la coronilla, por la espalda, porque me pilla sentado a la mesa. Siento un suave tirón en la ingle. Dios, ella también. Saluda a Saúl con un beso en la mejilla y un golpe en el brazo, y, finalmente, se echa en los brazos de madre.
―           ¿Qué haces aquí? – le pregunta madre.
―           Hay una protesta de sindicatos, o no se que historia. No tengo que trabajar hasta el lunes, así que me he venido, que os echaba mucho de menos – sonríe Pamela, atrapando en brazos al inquieto Gaby.
―           Bien. Deja tu maleta en tu cuarto y lávate las manos.
―           Te llevo la maleta, Pam – le digo, levantándome.
―           Gracias, Sergi – me lanza un beso, tomando el pasillo.
  Dejo la maleta sobre su cama. Su habitación es un barullo de figuritas, peluches, pósteres clavados, y cojines de colores. Hacía ya mucho tiempo que no entraba allí. La escucho cerrar el grifo del lavabo cercano.
―           Deberías cortarte el pelo. Lo tienes muy largo – me dice al entrar.
―           ¿Me lo cortarás mañana?
―           Claro que sí, hermanito – me echa los brazos al cuello para que le de una vuelta en el aire.
  Es liviana como una muñeca en mis brazos. Tengo un flash sobre el sueño de la otra noche. Joder. Un nuevo tirón en los bajos. Quieta, ahora no. No me puedo quitar de la cabeza sus ojos mirándome mientras me la chupaba. Esos ojos marrones y verdes.
―           Vamos a comer – digo para salir del apuro.
―           Oye, hermanito, ¿qué le has dado a Maby?
―           ¿Yo? ¿Por qué? – me giro de nuevo hacia ella.
―           Me ha dicho que estuvisteis hablando, cuando estuvo aquí.
―           Si, en el bosquecillo. Estaba talando y se acercó.
―           Pues me ha comentado que le caíste muy bien y me ha hecho un montón de preguntas sobre ti – me sopla muy tenue, a la par que me golpea el hombro.
―           ¿Y eso por qué? – hay que ser tonto para preguntar eso, pero no es que tenga mucha experiencia.
―           Bueno, puedes preguntárselo tú mismo. Llega mañana. Estará aquí hasta que nos vayamos las dos para Madrid.
¡Joder! La cosa se complica. Yo no tengo nada controlada la pieza de artillería…
  Durante el almuerzo, miro disimuladamente a mi hermana, y me doy cuenta de que ella hace lo mismo. Sonríe como si supiera algo que yo no sé, y eso me mosquea. Al terminar, madre y ella se ponen a fregar los platos y a charlar de chismes de modelos. Aprovecho para quitarme de en medio. Tengo ganas de pasear y reflexionar. Tomo el sendero que sube las lomas de los bosquecillos plantados hasta donde están dos de las cinco colmenas que tenemos.
  Sopeso lo que puede ocurrir. Sé que puedo controlarme con mi madre y mi hermana. Pero con Maby no estoy seguro, y más si manifiesta interés por mí. Ya he asumido que ese príapo tiene algo que ver con Rasputín. Aún no comprendo cómo, pero es muy parecido al suyo, al que estaba metido en formol. No sé si es una reencarnación, una posesión, una evocación, o un puto milagro… pero sé que no es natural y que no tengo ni idea de cómo manejarlo.
  ¿Me obligará a hacer cosas que no yo no quiero? No sé, como violar a Maby, o correr detrás de las viejas… Brrrr, que escalofrío me ha dado. Corona la loma. Desde allí puedo ver la autovía a lo lejos. Más cerca, se encuentra la laguna Abel, con el destartalado edificio de la vieja comuna en una de sus orillas. ¿Cuántos chiflados quedarán aún ahí? Padre dice que ha visto pocos.
  Nuestras tierras lindan, por el norte, con una comuna de nuevos hippies chiflados. La comuna está desde antes de nacer Saúl. Sus terrenos contienen la laguna que el viejo Abel creó para criar patos y otros bichos. Los hippies cercaron todo y plantaron altos setos que no permiten distinguir nada, ya que ellos van gran parte del año, desnudos por ahí. Disponen de huerto y animales de granja, e incluso disponen de un pequeño molino. Cuecen su propio pan y pisan su propio vino. Son casi independientes, pero quedan muy pocos.
  Según padre, se han ido marchando al hacerse mayores. Sus hijos crecieron y necesitaban nuevos horizontes. En un principio, los niños de la comuna no acudían al colegio y eran educados por todos, pero, al crecer, unos elegían ir a la universidad, y otros buscaban trabajos o aprendizajes que no estaban en la zona. Así que la comuna empezó a declinar.
  Cuando más niño, entré un par de veces a bañarme en la laguna. Saúl me enseñó por donde colarme. Nunca me pillaron, pero espiar su desnudez no me pareció correcto, así que no volví más. Ha cambiado el aire. Miro el cielo. Grandes nubes oscuras se acercan por aquella parte, amenazando lluvia. Decido regresar.
 

La tarde se ha convertido en diluvio. Casi parece que es noche cuando aún no han dado las cinco. Contempló la lluvia desde una de las ventanas del desván. Me gusta la lluvia. Lava la tierra, alimenta el suelo, borra las heridas, y nada la puede detener. Resuena en mi lector Highter Place, de Journey.

  Me gusta el rock, se adecua bien a mi estado de ánimo.
Unos tímidos golpes a la puerta del desván. Es Pamela.
―           ¿Puedo? – pregunta, asomando solo que la cabeza rojiza.
―           Claro, tonta.
  Se sienta detrás de mí, en un viejo sofá reventado por mi peso.
―           ¿Te aburres? – me pregunta.
―           Me gusta ver la lluvia. Me hace divagar.
―           ¿Sobre qué?
―           A veces no tengo ni idea.
Se ríe de una forma franca y sincera.
―           A veces creo que eres un místico – susurra.
―           ¿Un qué?
―           Un brujo, un erudito de filosofías prohibidas y arcanas.
―           ¡No jodas!
―           Es cierto. Te miro y no aparentas tu edad. No te veo como a un crío.
―           No soy un crío. Tengo diecisiete años.
―           Lo sé – suspira ella. – Eres todo un hombre. Siempre lo fuiste para mí, desde que empezaste a crecer hasta dejar atrás a Saúl. Eres quien mantiene unida esta granja, Sergio…
  Dejo la ventana y me siento a su lado. El sofá protesta. La miro a los ojos.
―           ¿A qué te refieres, Pamela?
―           Trabajas por dos o tres jornaleros. Haces de todo en la granja, desde talar, cosechar, cuidar de los animales, y hasta recolectar la miel. Sin ti, papá no podría mantener esto.
―           Bueno, tengo que ayudar, ¿no? Ellos nos han criado.
―           Pero, no te quejas nunca – se abraza a mi brazo derecho y recuesta la mejilla. Su mano sube y me acaricia la mejilla y ensortija un mechón de mi pelo. – Dejaste la escuela para trabajar más. Ni siquiera tienes amigos…
―           Pam… — juro que trato de advertirla.
―           Eres tan retraído, tan misterioso… Veo más allá de este masivo cuerpo tuyo. Sé como eres en tu interior – sus ojos me hechizaban mientras que sus dedos no cesaban de mesarme el pelo. – Eres un espíritu puro, Sergio. De los que ya no quedan en el mundo…
 Me pongo en pie con un suspiro.
―           ¿A qué viene esta llantera? – pregunto, burlón, mirándola desde arriba.
Ella baja los ojos y se encoge de hombros. Recoge las piernas bajo sus nalgas y estira la corta falda amarillo pistacho. De repente, sucede. Es como si sintiera sus emociones, como si me traspasasen lentamente cada uno de sus sentimientos, compartiéndolos conmigo. Tristeza, decepción, un poco de ira, celos, envidia… Pamela está mal y no tiene a nadie con quien desahogarse. Ha venido a mí por eso, porque piensa que soy el más sensible de toda su familia. ¿Sensible? Tengo que girarme de nuevo hacia la ventana y contemplar el agua del cielo para impedir que la cosa de mis pantalones rompa su prisión de tela.
―           Puedes contármelo, Pam. ¿Quién te ha hecho daño? – pregunto, sin mirarla. Puedo notar como se sobresalta.
―           ¿Tan evidente es?
―           Para mí si – contesto y, esta vez, la miro. — ¿Qué ha pasado?
―           Hace seis meses, conocí a un chico – suspira al empezar, mirando hacia la ventana más alejada.
―           ¿Eric?
  Gira la cabeza y me mira, intrigada. Al final, asiente. Sigue con su historia.
―           Sus padres son alemanes pero afincados en los Pirineos. Nos llevábamos bien. Habíamos coincidido en varios desfiles. Cuando quiso ir más lejos, le dije lo que yo buscaba. No quería un rollete aquí y allá. Buscaba una relación estable y duradera; una relación que me aportara seguridad y beneficio.
―           ¿Tan insegura te sientes?
Vuelve a encogerse de hombros. Está a punto de llorar. Me tumbo en la cama, de bruces, aprisionando la polla bajo mi cuerpo. Eso si que me da seguridad…
―           Sigue, Pam…
―           Eric me comprendió y me respetó. Se marchó como un amigo. Me decepcioné un tanto. La verdad es que me gustaba, pero me mantuve firme. Él tenía cierta fama de ligón entre las chicas de la pasarela.
―           ¿Muy guapo?
―           Si, lo es, el cabrón.
El golpeteo del agua sobre el tejado me calma. La cosa va mejor. Estoy controlando. Me intereso más por la historia de mi hermana.
―           A la semana siguiente, empecé a recibir, cada mañana, una rosa y una tarjeta, en la que aparecía pintados unos labios. No había remitente, ni más nada. Una rosa cada mañana, en casa o en el trabajo. Cuando llegó la que completaba la docena, la tarjeta decía que esperaba que viera que no le importaba esperar para conseguir un beso mío. La firmaba Eric.
―           Buena estrategia – admito en voz alta.
―           Pensé igual – esta vez, la lágrima se desliza hasta su barbilla. – Eric demostraba clase y paciencia. Así que le dí una nueva oportunidad. Hubo flirteo del bueno. Salimos de copas, a cenar, al teatro y al cine, incluso visitamos el Guggenheim.
―           Como una película romántica.
―           Exacto. No se insinuó sexualmente ni una sola vez. Unos cuantos besos y ya está. No es que yo sea una virgen, ¿sabes? He estado con un par de amantes, así que no… es que no quisiera, sino que él no insistió, ¿comprendes?
Asiento y me giro. Quedo boca arriba, la cabeza sobre la almohada, las manos bajo la nuca. Me quito las botas usando la puntera de los pies. Creo que controlo la cosa. Miro a mi hermana. Está hermosísima a pesar de estar triste. La luz grisácea que entra por la ventana la favorece. Pienso, por un instante, en su vida como modelo, rodeada de bellos ejemplares, acudiendo a sitios elegantes, y siento celos. Me sorprende a mí mismo.
―           No me dí cuenta, te lo juro, me atrapó en una red de romanticismo, de promesas susurradas, de pequeños gestos galantes. Me creía la emperatriz Sissi, y caí como una tonta.
―           Creo que es un ruin de su parte, pero tampoco es para dramatizar – respondo suavemente.
―           Oh, si hubiera sido eso simplemente, casi le podría haber perdonado – eso suena peor. Sus mejillas enrojecen y desvía la mirada. Intuyo lo que va a decir. – Naturalmente, me entregué a él. Hizo conmigo lo que quiso. Durante un par de semanas, me sentí una actriz porno, créeme.
  “No sigas por ahí”.
―           No podía controlarme, ni me reconocía. Estaba todo el día pensando en sexo, deseando quedarme a solas con Eric. Repasaba, una y otra vez, las cochinadas que hacíamos en la intimidad y me excitaba mucho. Me estaba pervirtiendo.
  Gruño por lo bajo. Acomodo la polla con disimulo.
―           Al termino de la semana de la boda de Barcelona, Eric me llevó a una fiesta que daban ciertos promotores, bastante privada. Sin embargo, no fuimos solos. Eric llevaba una limusina llena de chicas, algunas las conocía, otras no. pero todas parecían obedecerle. Intenté preguntarle qué pasaba, pero me dijo que no era el momento. Al llegar a la fiesta, en un gran chalet de montaña, empezó a repartir el ramillete de modelos por entre los invitados. Yo veía como aquellos hombres maduros sobaban las modelos con total descaro. Contemplaba aquellas muecas viciosas en sus rostros cuando tocaban las prietas y jóvenes carnes. Descubría el rubor y la vergüenza en las miradas bajas de las chicas.
―           Aquello no era una fiesta habitual, ¿verdad? – dejo caer.
―           No, ni mucho menos. Era un mercado de carne. Quise marcharme, pero Eric me apretó el brazo y me llevó a otra habitación, a solas. Me aplastó contra la pared y me dejó las cosas muy claras. El era el proxeneta de todas esas chicas y ya era hora de que yo le pagara por todas las cosas que había hecho por mí. Estaba allí para conseguir poder y contactos para él. No tenía porque asustarme de lo que querían esos hombres, pues yo ya había hecho esas cosas con él. Por si se me olvidaba, me tenía en varias horas de grabación… algo que desconocía totalmente.
―           ¡Que pedazo de cabrón! – el enfado empieza a vencer a la excitación.
―           No tuve más remedio que obedecerle. Podía destruir mi carrera en cualquier momento. No quiero hablar más de esa fiesta; intento olvidarla. Durante la semana que siguió, se portó como un príncipe. Me mimó totalmente, me traía a casa mis comidas favoritas. Me compró ropa nueva y me hacía el amor muy dulcemente. Yo no sabía que pensar. Me parecía que había soñado toda aquella fiesta.
―           ¡No me digas que le perdonaste! – estallo.
―           No, nada de eso, pero seguía aturdida, negando que me hubiera pasado a mí, ¿sabes? Eric sabe como aprovechar esos bajones para hundirte aún más. Lo que más me asustaba era las grabaciones que tenía.
Asiento. Ese es el problema más grave que tiene mi hermana, porque seguro que ese cabrón la mantiene aún en su poder. Se está desahogando conmigo porque tiene que contárselo a alguien, pero sigue con el collar puesto.
―           A la semana siguiente, trajo un hombre al piso, aprovechando que Maby no estaba. Era un hombre de unos cincuenta años largos, muy bien vestido y maneras cuidadas, pero sus ojos eran crueles. Daba miedo. Me lo presentó como el señor Black y me instó a que fuera muy mimosa con él. Me llevé a Eric aparte y le supliqué que no siguiera con eso. No sirvió de nada. Me dio un par de bofetadas que me hicieron arder, y me dio a elegir: el tipo o mis vídeos en Internet.
―           No sigas contando, Pam. Me imagino lo que pasó. Venga, déjalo…
Se levantó del sofá, el llanto ya desatado. Se arrojó sobre mi pecho y la acuné entre mis brazos.
―           Oh, Sergi… — sollozaba con el rostro enterrado en mi pecho – soy tan desgraciada… soy una puta…
―           No, no digas eso. Nada de eso es culpa tuya. ¡Ni se te ocurra pensar eso! ¡Eso es lo que pretende ese hijo de puta! ¡Hacerte sentir culpable para dominarte aún más! ¡Sé como piensan esos viles cabrones! – exclamo, enrabiado. No sé de donde saco ese conocimiento, pero es cierto.
―           Tienes… razón – musita ella, levantando los ojos y mirándome. – pero debo contarte… lo que hizo ese hombre conmigo…
―           No hace falta, hermanita.
―           Tengo que hacerlo, Sergi. Debo sacarlo como una espina, ¿comprendes?
Acaricio su ondulado pelo rojo, dándole a entender que la comprendo.
―           Ese hombre no quería follarme… quería domarme… Eric se marchó, dejándome a solas con él. Me ató a la cama, de pies y manos, y me arrancó la ropa, sin miramientos. Sus ojos ardían en furia, como si me odiara. Él ni siquiera se desnudó. Me torturó durante muchas horas…
―           Joder… Pamela – la aprieto contra mí, besándole la frene y el pelo, consolándola.
―           A veces me azotaba con la correa, o bien derramaba cera caliente en las zonas más delicadas de mi cuerpo… otras veces me humillaba de cualquier forma asquerosa, como orinarse o ponerme su trasero en mi cara – siento como sus dedos se aferran a mi cintura, hundiéndose en los rollos de grasa, buscando un apoyo para su dolor. – No quiero contarte todo lo que hizo conmigo, Sergi, de verdad, pero hizo muchas fotos y vídeos con su móvil. Yo estaba casi desmayada y sin poder defenderme, incluso cuando soltó las ligaduras.
  La súbita empatía que siento hacia ella, me hace llorar también. Nos abrazamos aún más fuerte, si eso es posible.
―           Me desperté porque me algo me oprimía el pecho. Eric estaba sobre mí, penetrándome. Su rostro tenía una expresión de vicio y asco, al mismo tiempo. Me miraba fijamente y cuando supo que estaba despierta, me dijo: “No he podido resistirme, puta. Estabas tan llena de mierda y semen, que tenía que follarte. Espero que hayas disfrutado con él.” Me hundió totalmente. le dejé acabar y esperé a que se durmiera. Me levanté, me duché, y cogí una maleta. Me he marchado de allí, casi con lo puesto, y he vuelto aquí…
―           Vale. Ahora estás a salvo, ¿de acuerdo? – le digo, limpiando su cara de lágrimas con un dedo. — ¿Has pensado en qué vas a hacer?
―           No lo sé, hermanito. No tengo muchas opciones.
―           Puedes negarte y pasar de lo que publiquen en Internet. Eso acaba olvidándose, lo sabes.
―           ¿Y si lo viera mamá o papá? ¿Y Saúl? ¡Que vergüenza!
―           ¿Denunciarlo a la policía?
―           Lo he pensado, pero es su palabra contra la mía, y se que es capaz de vengarse de forma cruel. A lo mejor no subiría los vídeos, pero podría hacerme daño o a alguien querido, incluso mucho tiempo después. Ese tío está enfermo, créetelo.
―           Pues entonces, solo te quedan dos salidas, muy drásticas, Pamela.
―           ¿Cuáles?
―           Una, marcharte. Irte bien lejos.
―           No, no soy valiente para eso. No soy nada sola.
―           Entonces, solo te queda matarlo…
―           ¡Sergi!
―           Bueno, a lo mejor tú no, personalmente, pero se puede contratar a alguien…
―           No… no me siento capaz de algo así… Tener eso en la conciencia…
―           Está bien, tranquila. Lo pensaremos con calma, de verdad. Has dado el primer paso, lo has confesado. ¿Te sientes mejor?
―           Si, la verdad es que me siento liberada. Gracias, hermanito – susurra, besándome en la mejilla.
―           Bueno, ahora no digas nada más, y escucha la lluvia sobre las tejas. Deja que eso te relaje. Aquí estás segura, entre mis brazos.
―           Si, Sergi… calentita y segura – ronronea.
Despierto horas más tarde. Es casi la hora de cenar. Pamela sigue abrazada a mí, dormida. La contemplo a placer. Tiene una expresión dulce e inocente. No puedo imaginarla haciendo las cosas que me ha contado. Debo hacer algo, no puedo perder a mi hermana por un imbécil como Eric. Si hace falta, le mataré yo mismo. La despierto suavemente. Ella me mira, confusa, y me sonríe.
―           Vamos, a cenar.
  No paro de darle vueltas al asunto de Pamela, echado sobre mi cama, desnudo como siempre. La casa está en silencio, todos se han ido a dormir. No ha dejado de llover, pero ahora es una llovizna débil la que cae. Casi no hace ruido. No hay luz de luna que entre por las ventanas y solo el resplandor mortecino de la farola que padre siempre deja encendida en el porche, enmarca débilmente algunas de las vigas del techo.
  Siento abrirse la puerta del desván. ¿Quién es a estas horas, coño?
―           Sergi… ¿Sergi? – llama suavemente Pamela desde la puerta.
Joder. Estoy desnudo y no hay tiempo de ponerme ni siquiera los boxers. Tiro de la sábana y las mantas, tapando todo lo que puedo.
―           ¿Estás despierto?
―           Si, pasa, Pam. ¿Qué ocurre? – la invito, encendiendo la lamparita de la mesita de noche para que no se mate con las cosas que tengo en medio del desván.
―           No puedo dormir. Cierro los ojos y no dejo de ver los ojos de ese hombre. ¿Puedo quedarme contigo un rato?
―           Claro, hermanita.
Buff, menos mal que me he tapado. Pamela lleva un pantalón cortito, casi tan cortito que parece una braguita, y una camisetita verde de tirantes. Se nota que tampoco es muy friolera para dormir. Levanta las mantas y se desliza a mi lado.
―           ¿No me abrazas? – hace un pucherito. La muy jodía me va a descubrir.
Levanto uno de mis gruesos brazos y ella levanta la cabeza para que lo meta debajo. Se acurruca como una gata contra mí, como abrazada a un gran peluche. La verdad es que es muy agradable protegerla de esa forma.
―           Sergi…
―           ¿Qué?
―           ¿Estás desnudo?
―           Pues… si… duermo así, siempre. ¿Te molesta? – respondo, con la cara como un tomate.
―           No, solo me aseguraba – sonríe, mirándome un segundo.
―           ¿Apago la luz?
―           No, por fa… déjala un rato más. Así podemos hablar, ¿vale?
―           Vale.
Casi un minuto de silencio. Se ha levantado viento. Resuena el giro de la veleta.
―           ¿Sergi?
―           ¿Si?
―           ¿Qué piensas de Maby? ¿Te gusta?
―           Pregunta algo tonta, ¿no? Es una modelo. Maby le gusta hasta a un cadáver.
―           Pero, personalmente, digo.
―           Bueno, no he hablado mucho con ella, pero parece agradable.
―           Si, lo es, aunque un poco loca, la verdad – se ríe.
―           No me despreció como otras, cuando charlamos en el bosque.
―           Sergi, ¿no me digas que las chicas te desprecian?
Me encojo de hombros, no debería haber dicho eso.
―           ¿Por qué? ¡Si eres un encanto de chico!
―           Soy grande y feo. Tú no quieres verlo porque eres mi hermana y me quieres.
―           ¿Feo? ¿Quién te ha metido eso en la cabeza? Grande si eres, no vamos a discutirlo, pero feo… por Dios, ¡si hasta yo te besaría!
Le doy un traqueteo que casi la tira de la cama. Se ríe por lo bajo, con esa risa que te levanta el ánimo.
―           Mira, Sergi, te voy a decir lo que tienes que hacer cuando llegue Maby. Creo que te ha echado el ojito, aunque no estoy segura si es un capricho o algo más definido. Maby es una chica que ama la seguridad. Los tíos seguros de sí mismo la ponen mucho. Por eso siempre sale con tíos mayores y con algunos indeseables también. No debes mostrar dudas en nada. Cuando te pregunte por algo que te gusta, se lo dices en seco, sin pensarlo, sea bueno o malo. Eso no le importará, ya verás.
―           Eso será fácil para ti. Yo no he hablado de algo así con una chica en mi vida.
―           Lo harás bien, ya verás. Me comentó que eres muy fuerte, que levantabas tú solo los árboles.
―           Son álamos jóvenes, Pam, no pesan mucho.
―           ¡Ella que sabe! Los únicos árboles que ha visto son los del Retiro. No ha salido de la ciudad más que para venir aquí.
―           Ya, una cosmopolita.
―           Maby no se fija en los físicos. Si fuera así, te aseguro que no habría salido con la mitad de los tíos con los que anda. Ella…, jamás admitiré que yo he dicho tal cosa, ¿entiendes? – sigue al ver que yo asiento con la cabeza. – Ella busca una figura paterna en sus relaciones. Su padre la abandonó, a ella y a su madre, cuando tenía cinco años. Busca seguridad y alguien que la proteja, y eso es más importante que un tío guapo.
―           Pero, Pam… ¡tiene quince años!
―           Dieciséis en realidad, pero le encanta el número quince. De todas formas, es ya una mujer, mentalmente. No es ninguna niña, te lo aseguro. Me da cien vueltas en cuanto a relaciones.
―           ¿Por qué quieres que nos entendamos? – la miro, suspicaz.
―           Porque sé que tú no le harás daño. Si te gusta y ella ve en ti lo que está buscando, estará segura contigo. En Madrid, puedo controlarla si piensa en ti. Compartimos piso y hermano, sería genial. A veces, me da miedo cuando sale con esos pervertidos…
―           Bueno, por mí que no quede.
―           ¡Así me gusta, hermanito! – más besos y abrazos. Necesito buscar un nuevo tema de conversación para no pensar en lo que mi cuerpo siente. Se está poniendo retozona.
―           Me gustaría visitar Madrid – digo, casi más para mí.
―           Puedes venirte con nosotras y dormir unos días en el sofá. Te enseñaríamos Madrid – responde ella, con los ojos cerrados. Su mano izquierda acariciando mi cintura. Parece que el sueño la vence.
―           No es mala idea. Ahora viene la temporada más baja para la granja. Tenemos suficiente madera cortada para empezar el invierno. Podría escaquearme unos días…
―           Eso, eso, hermanito – gruñe ella, con su mejilla contra mi pecho. – Apaga la luz… nas noches…
―           ¡Debes ir a la ciudad, con ella!
Otro curioso sueño esta noche. Estoy sentado en la loma que divisa la laguna. Estoy desnudo, medio recubierto de abejas. Nunca las he temido. El sol está alto y hay florecillas por todas partes.
―           ¡Tienes que proteger a Pamela!
La voz parece provenir de mi interior, pero no es la mía. Es más profunda, más sabia, cargada de odio y pasión. Miro a mi alrededor; no hay nadie más.
―           Puedes encargarte de todo. Una vida no significa nada. Eric debe morir. Te enseñaré cómo hacerlo.
―           ¿Quién coño eres? – pregunto aunque sé la respuesta.
―           Ahora somos uno. Soy tu conciencia y tú eres mi ventana a la vida.
―           ¿Qué me enseñarás, Rasputín?
―           A vivir, a gozar, a defenderte, a conquistar. Todo cuanto imagines puede ser tuyo. ¿No te gustaría?
“Claro que si”, pienso, pero no me atrevo a expresarlo en voz alta.
―           Acompaña a Pamela a la capital. La protegerás de Eric y podremos hacer planes para ocuparnos de él, sin testigos, sin piedad. ¿Es que le perdonarás lo que ha hecho con ella?
―           No.
―           Bien. Haremos las cosas poco a poco, de una en una. Tienes mucho que aprender y yo mucho que enseñar. Será un intercambio interesante. Pero lo primero es lo primero…
―           ¿Qué va primero?
―           ¡Que va a ser, tonto! Estás durmiendo con una de las mujeres más bellas que has visto jamás… ¡follátela!
―           ¡Es mi hermana!
―           ¿Y qué? ¿Crees que es el primer incesto de la Historia? Veo cuanto te gusta. No me mientas…
―           No me atrevo.
―           Después podrás pedirle perdón, a ella y al Señor. ¿No es eso maravilloso? Sentir que te perdonan, que vuelves a tener su confianza… es lo mejor del mundo…
―           Los jlystýs…
―           ¡Si! Ya veo que has pensado en ellos – el tono es divertido, casi burlón. – Inténtalo. Si se queja, lo dejas. Es fácil. Lo que no pruebas, no puedes saborearlo.

No soy conciente de cuando lo hice, pero, en mitad de la noche, destapo mi cuerpo, retirando la sábana y la manta. Mi hermana sigue abrazada a mí; no se ha movido un centímetro. La lamparita aún sigue encendida. Aunque soy conciente de ello, no soy yo quien toma la mano de Pamela y la deja sobre mi polla. Es como si otra persona me dirigiera, pero el deseo si es mío. Restriego suavemente su mano sobre mi miembro, marcándole el camino. Pamela rebulle a mi lado. Murmura algo y sigue durmiendo.

  Mi polla está endureciéndose, más por la idea de que es mi hermana quien me está tocando que por su mano. Su mente inconsciente se hace cargo de acariciar en sueños el tremendo pene. Es como una sonámbula. Se remueve aún más, intentando atrapar la esquiva polla con ambas manos. Es cuando se despierta, tumbada casi de través sobre mi torso, y toqueteando una monstruosidad que queda patente a la luz de la lamparita.
  Me hago el dormido, para ver como reacciona. Tiene los ojos muy abiertos y la mandíbula caída.
―           ¡Dulce madre de Jesús! – farfulla. — ¿Qué es esto?
  No se atreve a mover para no despertarme. Se queda estática, mirando fijamente el gigantesco cíclope que la está mirando a ella.
―           ¿Desde cuando tienes esta cosa, hermanito? – masculla entre dientes. – Es inconcebible.
  No puede resistir la tentación de tocarla, ya que tiene la mano muy cerca. Pasa un dedo por el glande, ahora tenso y casi morado. Se distrae con su tersura y con el tamaño. El dedo sigue recorriendo todo el tallo hasta llegar a los testículos. Los sopesa con infinito cuidado, casi con reverencia. El dedo vuelve a subir y comprueba que el glande llega más arriba de mi ombligo. Una polla única, a su alcance.
  Abro los ojos y la miro, sin decirle nada. Ella se da cuenta de que estoy despierto y enrojece en un instante, dejando de palparme el miembro.
―           Sergi… no quería…
―           ¿Despertarme?
  Se encoje de hombros, sin saber cómo continuar.
―           ¿Habías visto una así antes? – niega con la cabeza.
―           Ni siquiera en una porno – comenta, tras tragar saliva. – Me iré a mi cama. Lo siento, Sergi…
―           ¿Por qué, Pam? No tienes porque irte.
―           Somos hermanos y no está bien.
―           Bueno, no hace mucho, alguien me ha dicho que el incesto siempre ha existido, que solo es algo degenerado cuando hay un embarazo… pero te comprendo, Pam. Yo también estoy muy cortado. Nunca he tenido una mujer tan hermosa en mi cama, tocándome. Es mejor que te vayas…
  Casi se resiste a abandonar la cama. Clava su mirada en mis ojos y puedo ver las dudas, el irracional deseo de quedarse. Pero suspira y abandona el desván. La escucho bajar quedamente. Apago la lamparita y pongo mis manos bajo la nuca. No me he propasado, la he dejado elegir. Al menos me enorgullezco de eso. La polla me duele de tan tensa que está. ¿Qué diría ahora el loco Rasputín?
  Hazte una paja.
Sonrío al imaginármelo. Aferró el bastón de mando con una mano, deslizándola lentamente. Necesito gel para que resbale bien. Estoy a punto de levantarme e ir al cuarto de baño, cuando la puerta se abre suavemente. Uno bulto más oscuro que las demás penumbras se acerca a la cama. Escuchó la madera del suelo crujir, acomodándose a sus pasos.
―           Ssshhh… no hables… no enciendas la luz – susurra Pamela, roncamente, antes de unir sus labios a los míos.
  Se ha deslizado de nuevo a mi lado, buscando mi calor. Su boca no deja de darme suaves besitos por el rostro y el cuello. Coloco una mano en su espalda, pasándola bajo la camiseta.
―           Pam… Pamela… — susurro.
―           ¿Qué? – contesta, deteniendo su boca sobre mis labios.
―           No sé besar…
―           ¿Cómo? ¿No has estado nunca con…? – exclama, algo más fuerte de lo que pretende.
Niego con la cabeza.
―           ¡Dios! ¡Que papeleta! ¡Encima virgen!
  Me río. Es la verdad. Ella va a ser mi primera mujer, si quiere, claro está.
―           ¿Quieres hacer tú los honores? – le pregunto.
―           No te preocupes, que tu hermanita te va a quitar muy a gusto el polvo acumulado, ya verás. Vamos a empezar con los besos. Sigue mi ritmo…
  Comenzó con suaves piquitos en los labios, que yo devolvía con agrado. Después, siguió con los pellizcos, sus labios intentaban pellizcar y tironear de los míos. Cuando comprobó que yo la superaba en eso, se ayudó con sus bien alineados dientes. Yo ni quise participar en eso; era capaz de dejarla sin labios. Poco después, estaba devorándome la boca, con la lengua tocando mi campanilla. Entonces, descubrí lo bueno que era en eso. Mi lengua era larga y gruesa, una lengua de gourmet, acostumbrada a engullir, lamer, y paladear las opíparas ingestas que habitualmente me zampaba. Podía tranquilamente recorrer todo el velo de su paladar con mi lengua, haciéndola gemir. Podía envolver su lengua en la mía y succionarla con mucha suavidad.
―           Para… para, Sergi… necesito aire – jadea, acomodada sobre mi pecho.
―           ¿Por qué has vuelto? – le pregunto tras lamer su nariz.
  Encoge los hombros.
―           Tenía que hacerlo. Dejémoslo así, ¿vale?
No le contesto, solamente le meto la lengua hasta donde puedo, succionando toda su saliva. Gime y se debate. Nos reímos al separarnos.
―           Veo que ya has aprendido esta parte. Pasemos a otra. Las caricias – dice, poniéndose de rodillas y sacando su camiseta por la cabeza.
  Aún en la penumbra, puedo delinear sus senos. Necesito verlos, aunque sea una vez.
―           Déjame encender la lamparita… quiero verlos…
―           Si, Sergi.
Se queda de rodillas, cuando se hace la luz. No hace ningún gesto para taparse. Sería hipócrita, ¿no? Sus pechos son perfectos, tan hermosos como para hacer un molde con ellos y hacer que todas las mujeres remodelaran los suyos hasta dejarlos iguales que los de Pamela. Pujantes, no demasiado grandes, pues caben perfectamente en el hueco de mi mano. El ejercicio los mantiene erectos y duros. Ahora, la pasión hace lo mismo con sus pezones, que destacan rosados sobre su piel blanca. Tiene unas pocas pecas en el canal que separa sus senos; también sobre los hombros, divina.
  Me guía en como tengo que acariciarlos. Los amaso, los junto, los aplasto delicadamente. Tironeó de los pezones, hasta que, al final, llevo uno de ellos hasta mi boca.
―           Chupa, mi nene – me alienta.
 Decirme una cosa así a mí, es algo suicida. Tras unos buenos diez minutos, ambos pezones están tan sensibles que, cada vez que soplo sobre ellos, Pamela se estremece. Ya no ha vuelto a decir nada de la lamparita, por lo que puedo ver sus ojos entrecerrados, aumentando su expresión de placer, con los labios hacia delante, formando un delicioso hociquito que no deja de tentarme a devorar.
  Sus manos, mientras tanto, no han estado quietas ni un momento, deslizándose sobre mi pecho, pellizcando con fuerza mis pezones, y descendiendo por mi abultado vientre. Ha hurgado en mi profundo ombligo y arañado mis potentes muslos. Finalmente, ha atrapado mi glande con una mano, otorgándole unos precisos apretones que me han puesto en órbita.
―           Me toca a mí – dice mientras inclina su cabeza.
  ¿Qué puedo decir de la sensación única de sentir los labios de alguien amado sobre la parte más sensitiva de tu cuerpo, por primera vez? Todo el vello de mi cuerpo se eriza, y cuando digo todo, me refiero desde los pelillos del culo hasta los de la nuca.
―           Ah, Pam… no sé si podré contenerme – la aviso.
―           Tranquilo, grandullón. No importa… estoy deseándolo… — sonríe, antes de dedicarse plenamente a la mamada.
  Por mucho que lo intenta, solo puedo tragar el glande, y eso a costa de arañarme varias veces con sus dientes. Pero ya os he dicho que soy muy resistente al daño, así que lo soporto estoicamente. Suelta grandes cantidades de baba sobre la polla al intentar tragar, que, más tarde, sirven para lubricar bien el miembro. Pasa su lengua de un extremo a otro, repartiendo su saliva y sus caricias. Aprieta los huevos, como queriendo asegurarse de que están llenos. Estoy entre nubes, con una mano apoyada sobre su cabeza, sosteniendo sus rizos más largos en lo alto, para que no se manchen.
  No sirve de nada. Eyaculo sin previo aviso, con una fuerza desconocida, como un puto geiser que se hubiera pasado varios años atrancado. La pillo con la polla levantada, pegada a una de sus mejillas, buscando mi escroto con la lengua. El semen cae sobre su pelo, sobre su cara, sobre su espalda. Gime con fuerza, quedándose quieta. Creo que se ha corrido al sentir la descarga, no estoy seguro.
―           ¡Madre mía! ¡Estabas lleno! – me dice, chupándose los dedos. – Umm… sabe como a… no sé, pero está dulzón.
―           ¿Lo habías probado antes? – digo, poniéndome en pie.
―           No, pero me habían dicho que era salado.
  Traigo una toalla del cuarto de baño, con la cual le limpie el pelo y después la espalda. De la cara, ya se ha ocupado ella con la lengua y los dedos.
―           No se te he bajado nada – comenta, señalando mi polla tiesa.
―           Pues no. Eres demasiado guapa como para que se me vayan las ganas.
―           Oh, que encanto eres – me abraza, ambos de rodillas en la cama.
―           ¿Qué sigue ahora?
―           Bueno, lo normal es que estuviéramos follando ya como escocidos, pero vamos algo más lentos de lo normal. Lo ideal sería que me humedecieras largamente para preparar la penetración.
―           ¿Humedecer? – se que parezco tonto, pero no se a que se refiere.
―           Lamerme – sonríe.
  ¿Ves? Ya se ha encendido la bombilla. No soy tonto, es que me falta información. Pamela se coloca la almohada bajo las nalgas y me tumbo ante ella, con la mitad de las piernas fuera de la cama. Si mi lengua hizo estragos antes en su boca, imaginad lo que hace en su vaginita.
  Pamela lleva el pubis depilado, salvo una pequeña tira rojiza que acaba difuminándose a medida que se estira hacia su ombligo. Su coñito es estrecho, suave, casi infantil, o por lo menos es la impresión que me da. No es que haya visto muchos para comparar. Mi lengua se despliega intentando entrar. Ella salta a las dos o tres pasadas. Es como si tuviera un dispositivo eléctrico ahí y lo activara a cada pasada.
―           Uf… iiii…eso… Sergiiii… aaah… cabrón…me mat… aaas…
Me atrapa del pelo, fusionándome a su clítoris. Literalmente, está botando contra mi boca. Su espalda se arquea e, inmediatamente, con un espasmo, un fuerte y corto chorro de líquido cae sobre mi lengua. Al principio, creo que se ha meado, pero no sabe a pis, o por lo menos, no sabe mal.
―           ¿Qué es esto? – pregunto, embadurnándola con la mano.
―           Aaahh… cabronazo… es la eyaculación de la mujer – jadea. – Semental, para ser tu primera vez, has logrado algo que pocos consiguen.
―           O sea, que te has corrido, ¿no?
―           Si, Sergi, esta es la tercera vez que me corro esta noche, creo – dice con una risita. – Pero es la más intensa, por eso mis fluidos se han disparado. Ahora si que estoy bien lubricada, así que a la tarea.
  Se abre bien de pierna, coloca la almohada mejor, y tiende los brazos.
―           Despacito, hermanito, que me destrozas, ¿eh? – me avisa cuando la cubro con cuidado.
La verdad es que desaparece debajo de mí. Soy, al menos, cuatro veces más ancho que ella. Mi polla es como un misil guiado. Parece que ha olido su objetivo y no demuestra indecisión alguna. Ella misma aferra mi miembro con sus suaves manitas y conduce, nerviosamente, el obelisco de carne hasta su destino. Rozar su coñito es como tocar un cálido terciopelo húmedo. Es el anticipo de una unión condicionada por la naturaleza. Ese coño se ha hecho para mí y viceversa. Empujo con cuidado, atento a sus indicaciones.
―           Despacio, despacio… ummm… un poco más – indica cuando he metido todo mi glande. Su interior está aún más caliente y vibra a mi paso. La sensación es alucinante.
―           Pam… estaría follándote toda mi vida… sin descansar siquiera – le digo al oído.
―           Podemos empezar hoy, cariño – susurra, con una expresión feliz. – Empuja un poco más.
  No entra más de media polla, pero ella no se queja. Suspira, jadea y hace todo tipo de ruiditos, así como sus caderas parecen haberse vuelto locas. Cruza las piernas a mi espalda, empuja con los talones, tensa las nalgas, arqueándome sobre ella, o bien, de repente, rota las caderas de forma vertiginosa.
  En un par de ocasiones, sus ojos estuvieron en blanco, girados hacia arriba, los dientes apretados y respirando agitadamente por la nariz. Si eso no fueron dos tremendas corridas, que venga San Pedro y me lo diga.
―           Sergi… — me dice, cogiendo dos grandes puñados de pelos de mi cabeza para mirarme a los ojos – ¡aunque mañana no pueda dar un paso, métela más!
―           No cabe, Pam. Te voy a hacer daño.
―           Inténtalo, cariño – y me lame la barbilla, aferrándose como una lapa a mi pecho.
―           ¡Jjehsyiii! – chilla de forma incomprensible cuando empujo. Otros dos o tres centímetros han profundizado.
―           ¿Estás bien?
―           Dame caña, semental, no t… preocupes… dame fuerte y córrete… conmigo… cariño – suplica. No me queda otra. También estoy loco por correrme.
  Arrastro mi polla hacia atrás, hasta casi sacarla, con lentitud. Pamela gime como una gata rabiosa. Vuelvo a enfundársela, pero esta vez de un golpe, hasta la mitad al menos.
―           ¡¡SI!! – grita. Sus uñas arañan mi espalda.
  Repito la operación, pero más rápido.
―           ¡¡Aaah, siii!! – debo taparle la boca. Va a despertar a nuestros padres.
  Culeo rápido sobre ella. Ella me mira con los ojos entrecerrados por encima de la masiva mano que le tapa la boca. Solo surge un murmullo, pero noto como su lengua lame la palma de mi mano. Me muerde al correrse, agitando la cabeza. Parece que está agonizando. Retiro la mano y un hilo de baba cae de la punta de su lengua. Al ver esa expresión de absoluta lujuria en su cara, siento como mis cojones se aprestan para la descarga. El espasmo sube desde mis gemelos, ascendiendo a toda prisa. Me hace tensar la espalda, ahondando aún más con mi polla. Pamela se queja sordamente. Descargo con fuerza en su interior. Dos, tres, cinco chorros, espesos y calientes.
―           Ay, ay, virgencita… me corro… me corro otra… co cooorrooooo… — jadea de nuevo Pamela, casi en mi boca.
  Se abraza a mí, besándome toda la cara, con una felicidad que no creía posible. Me río con ella y de ella. Intenta rodar, pero peso demasiado para ella. Así que se queda muy quieta, abrazada, sintiendo como mi polla decrece hasta la mitad de su tamaño, pero no se sale de su coño hasta que ella se impulsa hacia arriba.
―           ¡Santa Rita! ¡Que polvazo! – dice, tomando la toalla que antes traje y secándose el semen que surge de su coño.
―           ¿Te ha gustado? – pregunto sin levantar la cabeza del colchón.
―           ¿Qué si me ha gustado? ¿Por qué te crees que estoy reventada, cabrón? – me da una seca palmada en la espalda. – No voy a poder moverme mañana.
―           No he usado preservativo – mi voz suena preocupada.
―           No te preocupes. Tomo la píldora.
―           ¿Y ahora qué?
―           ¿Cómo qué? ¿Es que quieres seguir? – me mira, asombrada.
―           No, me refiero a que haremos, porque no pienso dejarte, Pam.
―           Esto ha sido demasiado intenso como para ser una simple calentura. Siempre he sentido debilidad por ti, Sergi, siempre necesitabas un empujoncito mío. Pero creo que esto es diferente. No sé si es amor, pasión, o simple lujuria, pero habrá que asegurarse – se inclina y me besa un hombro.
―           Entonces, ¿me olvido de Maby? – me reí.
Me mira seriamente. No se está riendo.
―           Es mi compañera de piso, de trabajo, y una de mis mejores amigas. ¿Crees que tendríamos alguna oportunidad de estar juntos si ella no fuera cómplice nuestra?
Mi hermana me dejó K.O. ¿De qué estaba hablando?
―           No me mires así. En el fondo, me has comprendido perfectamente. Ahora, más que nunca, debes ligarte a Maby. Será bueno para ella y para nosotros.
―           No comprendo, Pamela. ¿Cómo puede ser…?
―           Mira, entre Maby y yo ha habido una relación anteriormente. Ahora somos amigas, pero, al principio de compartir el piso, fuimos pareja.
―           Pero… pero… Maby era una niña…
―           No la busqué en absoluto. Maby tenía catorce años. Recién llegada a la ciudad, con esa madre autoritaria que tiene. Estaba muy confusa, algo asustada por lo que deseaba su madre y las implicaciones que todo ello tenía. Yo estaba igual, era mi primer año en Madrid, era novata, pero tenía dieciséis años. Ya sabes que, durante ese año, su madre vivió con nosotras en el piso.
―           Si – contesto mientras la abrazo, la espalda contra mi pecho, abrigándola con mis brazos.
―           No fue nada bien, ¿sabes? Su madre se traía a sus novios a casa y la escuchábamos follar toda la noche, sin consideración, la mayoría de las veces borracha.
―           Joder.
―           Maby se acostumbró a venir a mi cama cuando esto sucedía. No era nada sexual al principio. Solo quería dejar de escuchar el chirrido del colchón. Hablábamos, escuchábamos música, nos hacíamos confidencias, y nos dormíamos abrazadas. Al final, sucedió. Ambas necesitábamos consuelo, cada una por sus motivos, pero nos faltaba un apoyo emocional. Así que ese fue nuestra muleta para enfrentarnos a los palos que nos llevábamos en muchas ocasiones. Dos crías amándose para consolarse, mientras la puta de su madre se comía los tíos por docenas.
―           No tenía ni idea, corazón – la tranquilizo.
―           Aquello se acabó en cuanto su madre se marchó con aquel dominicano. Pagaba religiosamente cada mes, pero Maby no la vio en varios meses. La chiquilla empezó a salir con otra gente, y nuestra aventura cambio por una buena amistad. Así que si consiguieras que Maby se interesara en ti, y lo creo sinceramente, podríamos tener una relación sincera y abierta entre nosotros tres. De paso, la sacaríamos de esas pirañas con las que se mueve y, además, ella nos serviría de tapadera para nuestro lío. Porque, hermanito, no pienso dejar de follarte en mucho tiempo.
 Me quedo sin habla. No hubiera creído nunca que mi hermana pensara de tal manera, ni que lo confesara tan abiertamente. No solo me había dicho que había mantenido una relación lésbica con una chiquilla, sino que ahora quería organizar un trío duradero con la misma y con su propio hermano.
  Pero, ¿de que coño me quejo, idiota?
                                                       CONTINUARA
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/


 

Relato erótico: “IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 4.” (POR SIGMA)

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Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Jill Castro se sentó en un cubículo del restaurante mientras un joven y solícito mesero colocaba los cubiertos y acomodaba la servilleta en su regazo con destreza. Pero no por eso desaprovechó la oportunidad de observar con cuidado el escote de la blusa de manga corta azul marino de la trigueña en el que se asomaban sus bellos senos cubiertos con un sostén de encaje negro.
También le dio un buen vistazo a las torneadas piernas de Jill que lucían deliciosas gracias a las altísimas zapatillas color violeta que Paty le había regalado y a la amplia falda del mismo color que le llegaba a las rodillas.
– Mmm… que belleza… -pensó lascivo el mesero al mirar de reojo el apetecible cuerpo de la asistente ejecutiva y su rostro de delicados rasgos, con piel casi perfecta como porcelana a pesar del tiempo, luego se despidió con su ensayada frase- estoy a sus órdenes.
Jill sonrió educadamente y luego el joven la dejó sumida en sus pensamientos.
– Oh… no se por que acepté… no debí venir… no es… correcto… -meditaba confundida la trigueña.
Desde la entreabierta puerta de los servicios, Muñequita la observaba sonriendo de forma traviesa divertida ante la evidente duda de la mujer.
– Me encanta verla así, será aun más placentero someterla y alterarla -pensó mientras se acercaba a la mesa a la vez que sacaba un control remoto de su bolso, con lo que empezaría el espectáculo… y el placer.
– Tal vez si me voy ahora… -pensaba Jill cuando vio a la pelirroja llegando a la mesa.
Se había cambiado su traje sastre por un encantador minivestido azul celeste sin espalda, con un profundo escote en V y que apenas cubría diez centímetros más abajo de su femineidad. Sus esbeltas piernas lucían  muy estilizadas usando unas altísimas zapatillas de tacón a juego, de punta abierta y coquetos moños en los tobillos.
Llevaba sus rizos rojos sueltos enmarcando su delicado rostro.
– Oooohhh… -gruñó la asistente al sentir un extraño placer al observar a la joven pelirroja- que bieeen se ve… me gusta su… ¿Pero que me está pasando? No soy así.
– Aaaahhh… me siento mucho mejor -susurró mientras estiraba los brazos y arqueaba la espalda como un gato- odio los trajes, son tan formales…
– Sin embargo son necesarios, por ejemplo para trabajar -le dijo la trigueña tratando de recuperar la compostura mientras la jovencita se sentaba a su lado.
– No lo niego pero tu misma te ves más relajada hoy, sin tanta formalidad, y me encanta verte con esas zapatillas ¿Te las has puesto otros días?
– Oh no… me gustan, pero son demasiado altas, no las he usado desde la última vez que nos vimos.
– Eso crees preciosidad… -pensó sonriente Muñequita- las zapatillas de mi Amo han estado poseyéndote toda la semana, has bailado cada noche rindiendo culto a su poder sin saberlo, volviéndote cada vez más sensible y vulnerable a sus efectos. Muy pronto te masturbarás a nuestra voluntad…
– …pero a fin de cuentas son un peligro para la salud ¿No? -siguió hablando Jill sin imaginarse lo que planeaba la pelirroja.
– Bueno, eso depende -le respondió mientras le servía en su copa un delicioso vino- son un peligro únicamente si caminas con ellas…
La cara de la trigueña reflejó su incomprensión sobre lo que le habían dicho, por lo que Paty le sonrió y le hizo un guiño para dejarlo más claro.
– Ah… Paty… eres terrible -susurró la asistente mientras se ruborizaba.
– Vaya… que tímida… esto va a ser un placer mayor del que esperaba -pensó maliciosa Muñequita mientras el líquido color rubí de las copas empezaba a pasar por los carnosos labios de ambas mujeres.

Mientras tanto, Ivanka se encontraba de vuelta en su residencia y abría con cuidado la puerta de su hogar para no despertar a su esposo.
– Que tarde es… -pensó mientras se movía sigilosa por la obscura planta baja, cuando un leve quejido llamó su atención al área de los cuartos del servicio.
– ¿Ese sonido fue lo que creo? -pensó mientras sonreía traviesa al acercarse de puntillas sobre sus zapatillas, pero sin pensar en quitárselas.
Recorrió el pasillo en semipenumbra y llegó a la habitación de Elena, su doncella, era una buena chica y la empresaria la apreciaba por trabajadora y eficiente, aunque era algo tímida.
Por eso el sonido de placer que salía de la habitación hizo sonreír a Ivanka.
– Esa pequeña zorra… -pensó mientras se acercaba a la puerta ligeramente entreabierta- me agrada que salga de su aislamiento pero no puedo creer que se haya atrevido a hacerlo en la residencia.
Se asomó a la obscura habitación y ahí estaba ella sobre la cama, su cuerpo  iluminado por la luz de la luna le daba la espalda a la puerta mientras cabalgaba de rodillas sobre un hombre acostado boca arriba. El cuerpo joven y esbelto de la doncella se movía con gracia sobre su amante a la vez que su cabello largo y castaño ondulaba sensualmente.
Una de sus pequeñas manos se apoyaba en el pecho de él mientras la otra se apoyaba tras ella en el muslo de su compañero.
Ivanka se quedó inmóvil, observando como hipnotizada la lujuriosa exhibición mientras se fijaba en que la doncella llevaba puestas unas zapatillas cerradas, puntiagudas, de color rojo brillante y textura como de piel de serpiente.
En ese momento los gemidos de la mujer subían de tono.
– Aaaaahhh… aaahhh… siii… así… asiiii…-sollozaba dulcemente, cuando a lo lejos resonó la melodía de la zampoña.
Sin darse cuenta la rubia se humedeció los labios con la lengua y su mano empezó a deslizarse por su cuerpo hacia abajo.
– Oooohhh… tómame… haaazlo… ahoraaa… -gruñó mientras apoyaba ambas manos tras ella y arqueaba la espalda.
A la vez, las manos que habían estado agarradas a la cintura de la doncella se estiraron mientras el hombre se sentaba y sujetaron los altos tacones de su amante, controlándola, y además dejando atrapados los brazos de la chica tras ella.
– Aaaahhh… aaahhh… esooo… maaaass… -gemía cada vez más fuerte Elena mientras su amante le marcaba el ritmo, a la vez que mordisqueaba y besaba sus bellos senos.
Ivanka casi no se atrevía a respirar mientras espiaba, y hasta se sobresaltó cuando su propia mano derecha empezó acariciar su clítoris bajo el vestido y las pantaletas.
– Oooohhh… -pensó complacida al cerrar los ojos por un momento- ¿Qué estoy… haciendo…?
Pero al instante volvió a abrir los ojos al oír los gemidos de la joven.
– Casi… sigueee… hazme tuyaaaa… -la pareja empezó a moverse frenéticamente, perteneciéndose brevemente uno al otro, mientras las zapatillas rojas parecían pulsar con la música, haciendo que Ivanka se las imaginara como dos serpientes que lentamente devoraban a la bella joven empezando por sus lindas piernas, lo que la excitó aun más sin saber por que.
La mano de la rubia imitó el ritmo de los amantes en su entrepierna, penetrándose a la vez que se acariciaba más y más rápido, siguiendo la melodía de la zampoña.
– Aaahhh… ¡No!… ¡Basta Ivanka! -trató de reprenderse a si misma en silencio mientras su boca se abría en una O y sentía que alcanzaba el orgasmo, tratando desesperada de no hacer ruido, mientras se recargaba tensa y de espaldas contra la pared del pasillo.
Afortunadamente su gemido final de placer quedó ahogado por el grito de la doncella y su amante.
– ¡Nnnnnggghhh…! -gruñó el hombre seguido por casi un aullido de la joven- ¡Aaaaaahhhhh… Jareeeeeeed…!
De golpe la empresaria abrió los ojos como platos al escucharla y al asomarse a la puerta pudo ver a su esposo recostado y sudoroso abrazando a la joven que yacía adormilada sobre su pecho.

En el restaurante, Jill y Patricia cenaban alegremente una exquisita comida italiana, acompañada con delicioso vino tinto.
La trigueña estaba feliz disfrutando sobremanera la velada ya que la joven a su lado se mostraba divertida e ingeniosa, aunque eso si, aprovechaba cualquier pretexto para poner su mano en el muslo o en la parte baja de la espalda de Jill, pero no pasaba de eso. A regañadientes la asistente tuvo que admitir que disfrutaba no solamente la compañía de la jovencita sino también sus atenciones.
– Te ves maravillosa Jill… -le dijo sonriente la pelirroja mientras rellenaba su copa, Paty se había asegurado de mantenerla siempre rebosante, con lo que a la trigueña le había sido imposible contar las copas que se había tomado- pero deberías dejarme elegir tu vestuario alguna vez… o incluso vestirte.
Al decirlo la pelirroja le sonrió de forma insinuante, pero medio en serio y medio en broma la asistente le respondió.
– Oh… me temo que eso no va a ocurrir… -dijo entre risas, pero dudó al ver como la encantadora jovencita volvía a rellenar su copa y como su minivestido azul se había subido dejando expuestos no solamente sus esbeltos muslos, sino incluso parte de su femenina y pequeña tanga azul adornada de encaje.

Al atraparla admirándola, Muñequita oprimió el botón de su control, dando inicio a una sensual y potente melodía a bajo volumen, que causó una oleada de placer que golpeó a Jill.
– Aaaahhh… ¿O si va… a ocurrir? -pensó confundida mientras Paty acariciaba su muslo siguiendo el ritmo y le causaba otro espasmo de irresistible placer- Mmm… nunca me había… sentido así con una mujer ¿Qué me pasa?
– Mmm… ya me harté de este sitio -dijo entonces la pelirroja mientras se levantaba y tomaba de la mano a la otra mujer- seguiremos la velada en otro lugar.
Se dirigieron a la salida del establecimiento mientras que Jill, mareada, asustada y excitada, trataba débilmente de negarse.
– Pero hay que pagar… y tengo trabajo mañana…
– No te preocupes lindura, mi jefe ya pagó todo y te aseguro que se encargará también de tu jefa -le dijo mientras la guiaba de la mano como una madre con su hija.
– Pero Paty…
– Silencio… ahora pórtate como una niña buena y hazme caso -le ordenó la pelirroja mientras la dejaba pasar primero por la puerta- te prometo que lo disfrutarás.
– Pero no sé…
– ¡Obedece! -la interrumpió mientras le daba una sonora nalgada que no le dolió pero si la sorprendió.
– ¡Aaaayy…! está bien… no necesitas ser violenta -exclamó más en broma que en serio, sin embargo en lo profundo de su ser Jill no quería admitir que lo había disfrutado, la parte sumisa de su personalidad que siempre había estado dormida había despertado gracias a Muñequita y al poder de las zapatillas rojas, dejándola a merced de la dominante jovencita.

Ivanka se encontraba en uno de los penthouse de la familia, después de hacer un escándalo había preparado un par de maletas y se había largado. No quería saber ya nada de Jared, que le había jurado que había sido un desliz, que la chica lo había provocado.
– La típica excusa… -susurró mientras bebía una copa. Elena por su parte había sido más ingeniosa, pues según ella no sabía por que lo había hecho, simplemente cada día se sentía más atraída por Jared y esa noche fue como si sus propias piernas la hubieran entregado a su patrón.
Pero ya nada importaba… todo se había acabado.
Estaba muy decepcionada pero en realidad se sentía aun más liberada, ahora comprendía que llevaba tiempo viviendo una existencia limitada y lo ocurrido le daba el motivo perfecto para empezar una nueva etapa en su vida.
– Jared era un obstáculo… me impedía desarrollarme… necesitaba mi libertad… –meditaba fríamente en un sofá.
En ese momento sonó el intercomunicador…
– ¿Si?
– Señora Trump… el señor Scorpius está aquí y quiere verla -dijo un guardaespaldas.
– Mmm… -dudó un instante la rubia, pensado si en ese momento debía complicarse más la vida.
– Es una nueva etapa… -pensó y le dijo al agente que lo dejara subir.
– Buenas noches señora Trump -dijo Scorpius minutos después, iba vestido casual, todo de negro.
– Buenas noches señor Scorpius, debo decir que me sorprende ¿Como supo donde encontrarme?
– Ah, digamos que tengo mis contactos señora Trump. En particular por que me pareció que podría estar pasando un mal momento.
– Gracias… y por favor llámame Ivanka -la empresaria no sabía por que pero el diseñador le daba confianza.
– Se lo agradezco, por favor llámame Xander -le respondió el hombre mientras oprimía un botón en el control oculto en su mano- Ah, y nada de subir la voz Ivanka… recuérdalo.
Al instante la mujer dio un par de pasitos en su lugar y empezó a bailar por la sala de estar mientras Scorpius se sentaba satisfecho.
– ¿Pero que ocurre? -susurró la mujer incrédula ante lo que ocurría.
– Todo está saliendo perfecto, ni siquiera te quitaste tus zapatillas de esta tarde, eres una buena esclava… ahora recuerda…
Minutos después la rubia trataba de gritar iracunda al pensar que había terminado su matrimonio por las manipulaciones del hombre ante ella.
– ¿No tiene conciencia? ¿No le importa nada? Lo odio…
– Vamos… no me mates Iv, solamente soy el mensajero, admito que me aseguré de que tu doncella recibiera un par de mis zapatillas especiales y que en sus días de descanso la condicionamos con una gran habilidad en la cama y para encontrar irresistible a tu esposo, incluso las zapatillas la guiaron directamente en sus pasos finales. Pero a Jared no tuvimos que convencerlo en absoluto, de hecho fue… muy cooperativo. De todos modos para este momento ya no lo amas, me encargué de eso.
La empresaria buscó en su corazón y en efecto ya no encontró un sentimiento hacia Jared, solamente sentía ira por haber sido manipulada por Scorpius.
– Maldito… maldito… -trataba de gritar, pero solamente susurraba mientras seguía bailando y luciendo su cuerpo para su captor. Se movía con gran agilidad aun con sus altos tacones, se agarraba de los muebles y ondulaba sus caderas, sus nalgas, luego se daba la vuelta y sacudía sus senos ante el hombre.
– Ooohhh… -gimió cuando sintió como la excitación empezaba a invadirla de nuevo, desde sus zapatillas a sus piernas, su sexo y de ahí a todo su cuerpo.
– Bien, es hora de nuestra pequeña salida, ya sin tu esposo será muy fácil, pero debemos prepararte primero… -explicó Scorpius mientras se acercaba amenazador a la mujer.
– Noooo… -apenas pudo gemir.

En un lujoso hotel Patricia tomaba otra copa con Jill, disfrutando de una vista espectacular desde el balcón de su habitación.
La trigueña se reía y sonrojaba por los halagos de Muñequita y por la bebida.
– …en serio Jill, deberías ser modelo, tienes una gran figura, un cutis precioso y unos maravillosos ojos.
– Si… podría ser la mamá de las modelos… ja ja ja…
La pelirroja la abrazó por la cintura, la llevó a un sofá de la habitación y se sentaron.
– Vamos, te lo voy a demostrar -le dijo Muñequita al sacar de su bolso el maquillaje- soy muy buena en esto, ya lo verás.
Mientras preparaba los materiales Paty accionó de nuevo su control remoto de manera que pusiera a la mujer en un estado débil y excitado, al instante una canción suave e hipnótica empezó a llegar a sus oídos.

– Paty no se si… -empezó a decir Jill cuando firme pero delicadamente la pelirroja la sujeto de su mandíbula y usando su pulgar e índice en sus mejillas la obligó a formar con sus labios el gesto de un beso.
Con habilidad la jovencita empezó a pintar los labios de la mujer con un labial de intenso color violeta a juego con su ropa y sobretodo con sus zapatillas hechizadas.
Incapaz de reaccionar, la asistente dejó actuar a Patricia a su gusto.
Lentamente fue cubriendo los carnosos labios con una capa del labial, tomándose su tiempo y manipulando a la mujer como si fuera una muñeca.
Jill sentía los cálidos dedos acariciando su piel, su fresco aliento sobre el rostro y sobre todo el embriagador perfume de la jovencita invadiendo sus pulmones, dejándola mareada y débil.
Por primera vez la mujer se dio cuenta de como sus piernas se tensaban y sus pies se ponían de punta por puro placer sexual.
– Mmm… es muy agradable… -trató de decir con calma, pero su voz sonó ronca y exigente.
La pelirroja empezó a delinear los labios, lo que se sentía como una caricia enloquecedora que hizo sentir a la trigueña prisionera de sus sentidos y su deseo.
– Oh… de veras eres buena en esto.
Entonces la pelirroja sujetó a la mujer suavemente de la nuca y la miró profundamente.
– Eso es… mmm… te ves deliciosa primor -le susurró la joven al retroceder un poco para verla mejor.
– ¿En serio? -dijo halagada y sonrojada la asistente de Ivanka.
En ese momento Patricia puso sus manos a los lados de las caderas de la trigueña y acercó su rostro al de ella mirándola intensamente a los ojos al acercarle su boca, mientras oprimía un botón del control oculto en su mano.
Por un instante Jill se quedó sin aliento cuando una melodía lenta e irresistible empezó a sonar en su cabeza, cerró los ojos tímidamente y entreabrió los labios de forma inconsciente, o más bien… condicionada.
El beso fue largo, profundo, húmedo, sus lenguas jugaban una con la otra y sus manos acariciaban tiernamente el cuerpo de la otra.
Finalmente se separaron y Jill trató de recobrar algo de compostura.
– Oh… yo… lo siento pero… no soy… tu sabes… homosexual… no te ofendas… -balbuceaba mientras se acomodaba el cabello y la ropa.
– No te preocupes linda, yo tampoco lo soy, solamente aprecio la belleza femenina -le respondió la pelirroja mientras acariciaba el interior de los muslos de la mujer y a la vez activaba otro botón del control en su mano- y muy pronto tu también lo harás.
Una estruendosa y cadenciosa melodía sonó en la habitación y la trigueña vio impactada como sus piernas empezaban a moverse como si fueran las de otra persona.
– ¿Pero qué… qué está pasando? -dijo incrédula al ver sus piernas estirarse y encogerse sin poder controlarlas durante varios segundos hasta que de pronto la hicieron levantarse y comenzó a bailar en un sensual vaivén por el cuarto, puso sus manos en sus sienes, incapaz de comprender lo que ocurría.
– ¡Aux… -trató de gritar cuando se encontró con que la jovencita le colocaba una mordaza en forma de falo introduciéndolo entre sus labios y abrochándolo en su nuca.
– Mmm… nnnn… -gruñó mientras intentaba soltar el broche con ambas manos, pero con suavidad Paty la detuvo y tras ponerlas en la espalda las inmovilizó con algún tipo de grilletes.
Ella intentó resistir pero el vino y el poder de las zapatillas la habían dejado débil como una gatita.
– No, no… eso no se hace -le dijo suavemente la joven a su cautiva, como si fuera un bebé- solamente baila.
Ella sacudió la cabeza en gesto de resistencia.
– Nnnnn… nnnn… -gruñó tratando de luchar pero su cuerpo siguió bailando sensualmente por la habitación. Abría sus piernas, se encogía hasta quedar casi de rodillas y se volvía a levantar arqueando su cuerpo contra su voluntad.
Al pasar junto a Muñequita esta le arrancó la falda de un tirón, dejando completamente expuestas sus piernas, la siguiente vez hizo lo mismo con su blusa, dejando a Jill bailando por la habitación en ropa interior y tacones.
La pelirroja se recostó en la cama lentamente y tras introducir dos dedos en su tanga comenzó a masturbarse mientras observaba a la trigueña.
– Mmm… si… te ves muy bien Jill… ya quiero que seas mi hermanita… -susurró la jovencita mientras observaba como la mujer subía un pie entaconado a la cama y seguía ofreciendo su cuerpo con cada sensual ondulación, mientras sacudía la cabeza sin entender que estaba ocurriendo. Pero pronto entendería…

– Oh… no debí venir -pensaba Ivanka mientras miraba por la ventana de la limusina, a su lado se encontraba Scorpius, que vestía a la vez deportivo y elegante de negro- bueno quizás me haga bien olvidarme por un rato.
Scorpius había llegado a su penthouse esa noche y la había invitado a un club donde era inversionista, y sin saber muy bien como o por que aceptó a pesar de lo terrible de la traición de su ahora casi exesposo.
Se había tratado de vestir discreta pero por alguna razón se había puesto un diminuto vestido blanco sin tirantes que le llegaba a medio muslo y tenía un apetecible escote en forma de corazón. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones imposibles de Scorpius, pero lo peor era la provocativa lencería que sin saber por que había elegido, ni siquiera quería pensar en ello.
– Que van a pensar de mi si el mismo día que me separo de mi esposo vengo a bailar vestida así a un club… espero que realmente sea tan exclusivo como dijo Scorpius.
– ¿Estás bien Ivankita? -preguntó con ternura Dana, otra asistente de Scorpius que los acompañaba en la salida, le había agradado de inmediato por su dulzura y amabilidad, era casi como una niña, aunque su ropa distaba mucho de ese concepto: un ajustado vestido rojo encendido con un atractivo escote cuadrado, la prenda la cubría hasta la rodilla pero tenía aberturas a los lados que llegaban casi a la cintura, dejando ver sus piernas a cada paso y en sus pies llevaba unos escandalosos botines del mismo color del vestido y con varias aberturas mostrando sus dedos, su empeine y su talón, los tacones de aguja de los botines eran enormes y daban la impresión de alargar sus piernas hasta hacerlas interminables.
En ese momento pasaron frente a un elegante club con el nombre T. P. en grandes letras neón.
– Aquí es -indicó Scorpius a la chofer de Ivanka señalando una entrada lateral.
El vehículo entró y bajó a un estacionamiento donde finalmente se detuvo y la chofer les abrió la puerta mientras el auto con los escoltas se detenía a su lado y salían del transporte.
– Esperen aquí -les indicó Ivanka para después dirigirse a un elevador con Scorpius y Dana.
Los agentes observaron discretamente el sensual vaivén de caderas de las dos mujeres mientras caminaban al elevador dándoles la espalda.
– Ufff… -al fin respiró uno de ellos cuando las puertas se cerraron tras el trío.
– Vaya… que suerte tiene ese tipo -susurró el otro.

Tras cruzar por un enorme salón donde personas de alto nivel bailaban, bebían y se divertían con la música Scorpius guió a la rubia por varios pasillos a una habitación de techo bajo donde había un grupo de extraños aparatos en el centro.
– ¿Y esto? ¿Estamos tras bambalinas?
– Algo así… de hecho este artefacto es lo que le ha dado su éxito a mi club… por eso quise que lo vieras, lo llamo Escaparate…
– ¿Y para que es? -pensó extrañada la empresaria al acercarse.
– Dana te lo mostrará -dijo el hombre mientras la rubia llevaba a Ivanka al centro del artefacto- te ayudará a superar tu decepción.
– ¿Cree que me ayudará a olvidar lo que pasó con Jared?
– Querida mía, te aseguro que esto te hará olvidar todo -le dijo con una mueca Scorpius al oprimir un botón que hizo sonar una sicodélica melodía en la habitación
Al instante el cuerpo de la heredera reaccionó poniéndose tenso, sus piernas extendidas y paralelas, su pies en punta, sus manos bien altas sobre la cabeza y su rostro apuntando al techo.
– Aaaahh… -gimió confundida cuando Dana cerró unos grilletes sobre sus muñecas fijándolas a la estructura del aparato, luego ajustó dos correas, una inmovilizaba su cuello, la otra sus hombros ajustándose bajo las axilas. Un instante después recuperaba el control de su cuerpo.
– ¿Pero que hace? ¡Está loco…! -le dijo al ver como su captor se sentaba cómodamente en un sillón y Dana se paraba a su lado sonriente mientras Scorpius metía una mano bajo su vestido y empezaba a acariciar sus nalgas.
– Bueno… quizás un poco… tengo ideas muy… particulares sobre el sexo y el placer, pero esto es necesario. Nuestras reuniones no son suficientes, únicamente una vez a la semana y por breves periodos, así que necesito acelerar tu condicionamiento, para eso es el Escaparate, pues tiene una doble función por un lado me permite potenciar y acelerar los efectos de las zapatillas en las mujeres, obteniendo en un día los efectos de un mes, por el otro me ha dado ganancias millonarias con clientes de gustos muy particulares… y costosos. Para eso es este club, me ha permitido financiar parte de mis operaciones.
– ¿Qué? ¿De que está hablando? -gimió cada vez más asustada Ivanka- No entiendo…
– Ah… lo olvidaba, recuerda Ivanka… -le dijo Scorpius mientras activaba su control remoto y un agudo tono resonaba en el cuarto.
– Oooohhh… usted… monstruo… -empezó a decir la rubia cuando el artefacto al que estaba sometida cobró vida, entonces la mujer vio con terror como una compuerta se abría bajo sus pies dejándola colgando un instante antes que la pieza acolchada de metal que la sujetaba de muñecas, cuello y hombros empezará a bajarla lentamente.
– ¿Que va a hacer… conmigo? -empezó a decir hasta que sintió como sus pies atravesaban algún tipo de membrana elástica- ¡Auxilio!
– Puedes gritar todo lo que quieras, este cuarto al igual que otros similares esta insonorizado.
– Por favor… no me lastime… -dijo asustada mientras la bajaban lentamente.
– Vamos Ivanka… ¿De veras crees que lastimaría a una lindura como tu? -la tranquilizó mientras oprimía un botón del panel al costado del sillón y una enorme pantalla se encendía en la pared frente a la rubia.
La sorprendida mujer vio en la pantalla una habitación de techo bajo de tipo minimalista con un par de sillones colocados frente a una tarima artísticamente iluminada, entonces logró ver sus propias piernas bajando lentamente en la pantalla, luego su caderas y su busto, hasta que finalmente pudo apoyar sus pies entaconados en la tarima, sin embargo sus hombros, cabeza y brazos quedaron sellados y ocultos en donde estaba Scorpius, en la habitación justo arriba de la que aparecía en pantalla.
– Ahora sabe por que lo llamo el Escaparate -le dijo sonriente el hombre de la cola de caballo a Ivanka al ver la confusión en su rostro que se encontraba al nivel del piso- me permite mostrar mis mercancías para los clientes. Observe…
En la habitación que aparecía en la pantalla se apagó la luz, se abrió una puerta débilmente iluminada y entró una sombra.
– ¿Qué pretende? -preguntó la rubia algo asustada.
– Veras… mis clientes buscan algo muy especial, algunos quieren placer sin consecuencias, otros quieren someter a una mujer, otros disfrutar el sexo sin necesidad de una relación…  pero a fin de cuentas todos desean una mujer objeto… justo en lo que te he convertido.
En ese momento la luz volvió a encenderse en el cuarto inferior, pero ahora provenía de la tarima, iluminando el cuerpo de Ivanka desde abajo, su perfecta figura cubierta por el vestidito blanco daba la impresión de carecer de hombros, brazos y cabeza con lo que parecía un hermosa escultura incompleta o surrealista, como una columna estípite griega, pero inquietante… provocativamente palpitante y viva.
Ivanka cambiaba la postura de su cuerpo cada pocos minutos pero lo veía ocurrir en la pantalla como algo lejano, ajeno, como en una disociación cuerpo-mente, y notaba como algunas de sus posturas y actitudes antes naturales ahora le parecían terriblemente provocativas y sensuales.
– ¿Qué va a hacerme? -preguntó la mujer sin dejar de ver su propio cuerpo en la pantalla.
– Estamos por averiguarlo… – le respondió Scorpius al ver que en la pantalla había movimiento.
Ivanka vio como un hombre se levantó del sillón desde el que había estado contemplando la perfecta silueta de la indefensa mujer y se acercó, luego le dio una vuelta al pedestal como admirándola desde todos los ángulos.
La rubia vio como su cuerpo se removía incómodo ante el escrutinio del cliente que empezó a hablar en voz alta.
– En verdad es una diosa… una diosa -dijo con voz casi temblorosa el hombre alto y de cabello cano mientras miraba con adoración el maniquí de carne sobre lo que ahora entendía la rubia no era una tarima, sino un pedestal, un escaparate para ofrecer sus encantos al mejor postor.
– A las chicas de mi club las llamamos diosas, de hecho el nombre del club es Templo del Placer -explicó orgulloso Scorpius a la asustada Ivanka, que vio en la pantalla como el hombre extendió la mano y alcanzó el cierre de su vestido en la espalda.
Ella intentó alejarse pero sus hombros y cabeza estaban fijados a la estructura de la máquina, lo que la tenía atrapada.
– ¡Noooo! ¡No lo haga! -gritó desesperada la empresaria a la pantalla.
– No puede oírte primor ¿Recuerdas? El cree que eres una modelo y bailarina sexual y fetichista que disfruta la situación.
Desesperada trató de alejar su cuerpo del cliente pero el llevar sus pies hacia adelante y arquear su espalda no solamente pareció sensual y deliberado, sino que además hizo que el cierre que ya sujetaba el hombre empezara a bajarse, como animándolo a seguir.
Con una sonrisa y en un rápido movimiento el cliente bajó el cierre hasta su límite y un instante después el vestido resbalaba suavemente por las curvas de la rubia hasta quedar en sus pies como el capullo desprendido de una oruga que se convierte en mariposa ¡Y que mariposa!

– No… por favor no… -gimió ella al ver la lencería que se había puesto bajo el vestido. Un sostén blanco nacarado sin tirantes levantaba y separaba sus senos apenas cubiertos por translúcido encaje, formando un increíble escote que parecía salido de un comercial de Victoria’s Secret. Una ajustada faja corset a juego constreñía su cintura haciéndola aun más pronunciada, más abajo relucía también de color blanco nacarado la más pequeña y delicada tanga de encaje que el cliente jamás hubiera visto, parecía señalar y resaltar su femineidad en lugar de cubrirla.
Enmarcando su sexo se extendían desde el corset unos ligueros primorosamente bordados que sostenían en su lugar las sedosas medias blancas al muslo, rematadas también de encaje, que casi llegaban a la entrepierna de la diosa. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones que la forzaban a estar casi de puntas, las arregladas uñas de sus pies estaban pintadas del mismo color nacarado. El conjunto transmitía una imagen de ese cuerpo a medio camino entre lo virginal y lo lujurioso que enloqueció al encanecido hombre.
– Eres perfecta… perfecta… -gimió mientras extendía la mano para acariciar la cadera de la mujer.
La maravillosa mujer objeto ante él se apartó lo más lejos posible sobre el pedestal de una forma deliciosamente tímida.
En el piso superior Ivanka trataba de alejarse asqueada de esas manos, pero el efecto en pantalla era muy diferente.
– ¡Basta… deténgalo! -pidió la rubia mientras su esbelto cuerpo era acosado sin escapatoria sobre el pedestal- le daré dinero si eso busca…
– Bueno como le dije esto tiene doble función, el dinero es una parte pero en su caso lo que quiero es amplificar el efecto de las zapatillas en su cuerpo, su mente… y su alma. De hecho ya casi es hora de empezar el condicionamiento.
En ese preciso momento el cliente logró desabrochar el sostén del tímido y huidizo cuerpo sobre el pedestal, dejando libres un par de firmes senos del tamaño de toronjas cuyos rosados pezones se encontraban erguidos y duros.
– Nooo… -gimió la rubia al ver su busto expuesto, deseando con todas sus fuerzas poder defenderse, pero no sabía que ya había sido condicionada a no atacar a nadie en un ambiente sexual. La linda rubia podía resistir de cualquier forma excepto con violencia.
– Por favor… va a violarme… -dijo asustada.
– Oh, no te preocupes Ivanka, tu eres mía, solamente mía, el cliente no desea tomarte directamente, pero si tocarte y hacerte disfrutar, yo mismo lo elegí para esta función -dijo Scorpius mientras observaba sonriente como en la pantalla el delicioso cuerpo de la empresaria trataba de mantenerse lejos del hombre de cabello canoso, haciéndose a un lado y encogiendo un pierna de forma muy coqueta- y hablando de eso es hora de empezar tu condicionamiento intensivo… y también la función.
El captor de la mujer se preparó para activar un botón del panel a lado del sillón, mientras que sentada en sus piernas Dana lo masturbaba lánguidamente, sus esbeltos dedos moviéndose arriba y abajo casi con adoración.
– No… por favor… no lo haga… -le rogó la rubia.
En el piso de abajo el cliente observaba embelesado el esbelto torso y torneadas piernas que parecían salir directamente del techo, conectándose por medio de una bella membrana elástica.
– Uuufff… que bien… -susurró sintiéndose tremendamente excitado con el juego de perseguir que habían estado practicando. En ese momento planeaba una finta para atrapar esas maravillosas piernas que seguían evadiéndolo.
De pronto una sensual canción empezó a sonar en las bocinas y la diosa del pedestal cambió por completo de actitud, se puso al centro y abrió sus piernas ampliamente, como en actitud retadora pero con sus pies en punta como bailarina de ballet, para de inmediato comenzar a bailar ondulando sensualmente su cuerpo y dando espectaculares giros gracias al eje articulado al que estaba encadenada.
Absorto y en total silencio, como si un ruido fuera a romper el hechizo, volvió a sentarse en un sillón y observó maravillado las eróticas evoluciones de la mujer objeto por la que había pagado una gran suma para disfrutarla.
– Diosa… vales cada centavo -pensó mientras la observaba darle la espalda e inclinarse para sacudir provocativamente sus respingadas nalgas para el cliente al ritmo de la música.
– Ooohhh… uuuunnnnhh… -gemía Ivanka sometida por la música mientras su cabeza giraba suavemente sobre el cuello, sintiendo un enorme placer nublando como siempre su razón.
– Muy bien Ivanka… eso es… ahora pasemos a la siguiente etapa -dijo Scorpius al oprimir otro botón. Mientras, Dana se masturbaba vigorosamente, dando ricos grititos de placer mientras observaba todo.
En el piso inferior una cristalina voz de mujer sonó en las bocinas.
– Por favor acérquese a su diosa -indicó en tono chispeante.
Casi temeroso el cliente obedeció. Al estar a su lado la música cambió a algo más lento y cadencioso.
– Ahora… pida y se le concederá -aseguró la encantadora voz.
– Ooohhh… no… no… -gruñía débilmente la poderosa empresaria al recuperar su consciencia mientras su cuerpo seguía moviéndose de forma excitante.
En sus oídos sonó la voz del cliente que observaba su cuerpo en el piso inferior.
– Sacude tus tetas… -dijo con voz ronca.
Al instante el cuerpo de Ivanka se giró hacia el hombre maduro, arqueó su espalda y tras dar dos pasitos hacia atrás empezó a sacudir sus suculentos senos a pocos centímetros del cliente, a ritmo con la música y con sus caderas.
– Oooohhh… basta… -gimió la rubia sometida al Escaparate.

– Ahora tus piernas… muéstramelas… -dijo más seguro el hombre después de humedecerse los labios.
– Aaaahhh… -gruñó de placer la empresaria al tratar inútilmente de resistir la orden, pero ya su cuerpo estaba obedeciendo, volviendo a girar a ritmo con la melodía, mostrando su perfil, para luego extender una pierna y flexionar la otra alternativamente.
– Vamos Iv… puedes hacerlo mejor… -le dijo Scorpius a su cautiva al recostarse junto a su cabeza sobresaliendo del piso- muéstrale tus maravillosas piernas…
– Pero yo…
– Hazlo… ¡Obedece! -le ordenó de forma irresistible su captor a la vez que la sujetaba del cabello y la besaba apasionadamente contra su voluntad, provocándole un pequeño orgasmo al verse sometida de esa manera.
– Aaaahhh…
Al momento su traicionero cuerpo se enderezó y levantó su pierna perfectamente dura, derecha y horizontal, poniendo su sedosa pantorrilla blanca ante el cliente a la altura del pecho, donde empezó a ondularla seductoramente ante sus enamorados ojos.
– Mmm… diosa… muéstrame tu coñito… -dijo en tono suplicante.
La mujer objeto abrió sus piernas como gimnasta en una amplísima V, quedando en el aire, sostenida por las correas y los grilletes unidos a la estructura del Escaparate.
Para su vergüenza la rubia vio una mancha de humedad marcándose en el pequeño triángulo de encaje.
– Quiero tu tanga… -dijo decidido el cliente para recibir una respuesta inmediata.
– Tómela -dijo la voz de mujer, mientras el cuerpo de la empresaria acomodaba sus piernas derechas y ligeramente abiertas en el aire, como si fuera una muñeca sentada.
El hombre sujetó el elástico y lo deslizó pos sus largas piernas, dejando expuesta una vagina enmarcada de cabellos dorados cuidadosamente depilados, sus labios brillaban por la humedad.
– Ooohhh… aaalto… -pidió la empresaria mientras su cuerpo volvía a bailar para el cliente sobre sus altos tacones.
– Puede utilizar el juguete que recibió al entrar -dijo la voz femenina con dulzura en las bocinas.
El cliente entonces sonrió, sacó de una bolsa un vibrador color plateado y se acercó a la mujer objeto.
– Aaaahhh… no… nooo… eso nooo… -gritó inútilmente la mujer.
– Déjame darte placer -dijo el hombre y al instante el cuerpo se giró y se inclinó, ofreciéndole su nalgas y todo lo que había entre ellas.
– Muy bien Iv, tu cuerpo reacciona cada vez mejor, ya es hora de darte un nuevo nombre y que me llames por otro.
– No… de que habla… -dijo débilmente sin darse cuenta de que el hombre abría su vagina con dos dedos preparándose a meter el vibrador.
– Ahora lo verás…
– Aaaayyyy… -abrió la boca dando un gritito de placer al sentir el aparato haciendo bailar sus entrañas- aaahhh…
– Eso es… no te resistas -le decía en un susurró Scorpius a la mente y voluntad de la rubia, por que su cuerpo se movía con vigor ayudando al hombre canoso a masturbarla mientras la sujetaba de su corset desde atrás.
– Nnnnggg… aaaahhh…
– Bien, desde ahora tu nombre será Lindura, al menos cuando estemos a solas. Dilo…
La mujer trataba de resistir, pero mientras hacía vibrar sus caderas el cliente metía y sacaba el vibrador con un mano, a la vez que acariciaba sus piernas o senos con la otra.
– Dilo…
– Nnnoo…
– Te llamas Lindura…
– No… nooooo… -gimió al sentir como el vibrador la penetraba hasta el fondo mientras su cuerpo se movía atrás y adelante en precario equilibrio sobre sus tacones, ayudando a ser sometida sexualmente.
– Vamos dilo…
– Aaahhh…
– Eres Lindura…
– Aaaaahhhh…
– Eres Lindura y yo soy tu Dueño…
– Aaaaaahhhhh… por favooooohhhr… -abajo el hombre la penetraba a un ritmo constante con el juguete, pero ahora también pellizcaba sus ya duros pezones o bien le daba nalgadas cuyo ardor se confundía con placer para la indefensa rubia.  Su cuerpo se movía sensualmente con cada toque, invitando al cliente a seguir más y más rápido con sus atenciones amorosas.
– Soy tu Dueño… y tu eres mi Lindura… -le susurraba Scorpius gentilmente al verla cerrar los ojos y abrir la boca casi al borde del orgasmo- acéptalo…
– Mi… Dueño… soy… Lindura… -jadeó Ivanka por un instante pero al darse cuenta de lo que había dicho abrió los ojos aterrada- No… no… maldito, maldito… soy Ivanka Trump… déjeme…
– Muy bien… perfecto Lindura, repítelo.
– No lo hare… aaaahhhh…
– ¿En serio? Muy pronto harás todo lo que yo te diga… y te dará placer hacerlo.
– Nooo… auxilioooo… quien sea… ayúuuudenme… -grito desesperada al sentirse parada de puntitas al borde del abismo del éxtasis, el abandono y la aceptación.
Su cuerpo, ya esclavizado al poder de las zapatillas, rodeó con sus largas piernas los hombros del cliente, atrayéndolo sin control a su vagina, ya roja e hinchada, hasta que el hombre dejó el vibrador dentro de su sexo, la sujetó de una de sus firmes nalgas y empezó a mostrar su pleitesía a la mujer objeto acariciando rápidamente su clítoris.
Al mismo tiempo Scorpius aumentaba al máximo el volumen de la música, que en algún momento se había convertido en una enloquecedora zampoña que combinada con la adoración del hombre del piso inferior finalmente la empujaron para hacerla caer al delicioso e inevitable abismo del placer y la esclavitud eterna como prisionera de las zapatillas rojas. Ivanka tuvo un abrumador y poderoso orgasmo.
– ¡Oooooohhhhhh… oooooohhhhh…! –empezó a gritar al fin sin poder evitarlo. Entonces Scorpius le ordenó una última vez con voz dominante a la vez que sujetaba su rostro.
– ¡Dilo! ¡Soy tu Dueño y tu eres mi Lindura!… ¡Dilo! -le gritó mientras la obligaba a mirarlo a los ojos al alcanzar el orgasmo, adueñándose así de una parte de su voluntad.
El cuerpo de la Diosa en el nivel de abajo se estremeció ferozmente no tanto por el éxtasis, sino por el desesperado esfuerzo de la rubia por aguantar y no obedecer la orden de Scorpius, pero era inútil, resistir era como tratar de contener una explosión ya iniciada, o detener una ola a punto de romper en la playa.
– ¡Aaaaaaaahhhh…! –gritó al fin a todo pulmón, aceptando su destino y disfrutando salvajemente al hacerlo- ¡Siiiiii… siiiiii… eres mi Dueeeeño…! ¡Soy tuyaaaaaaa… soy Linduraaaaaa…!
– Otra vez… –le dijo calmadamente Scorpius.
– Eres… mi Dueño… soy… Lindura –dijo roncamente la empresaria mientras se derrumbaba derrotada y débil, su cuerpo sostenido apenas por los brazos del cliente. Sonriente, el hombre canoso la bajó y la dejó colgando del Escaparate.
– Oooohh… gracias diosa –dijo para después darse la vuelta y salir por la puerta mientras intentaba limpiarse una gran mancha de humedad en su entrepierna. Al instante de una puerta oculta entraron un par de mujeres que limpiaron rápidamente el cuarto, refrescaron y vistieron de nuevo a Ivanka, incluyendo una pequeña tanga blanca con la palabra diosa bordada en el triángulo de tela en lugar de la que se había llevado el cliente. Tan rápido como terminaron desaparecieron por la puerta oculta.
– Eso es Lindura, fue un excelente avance… para tan poco tiempo –le dijo Scorpius mientras se levantaba.
– Ooohhh… mal… dito… seas… mi Dueño… –le espetó Ivanka, aterrorizada al darse cuenta de que aunque sabía su propio nombre, ahora respondería a ese sexista y ultrajante sobrenombre en presencia de su Dueño. Pero sentía que aun podía resistir.
En ese momento se abrió de nuevo la puerta y entró ahora un hombre joven y de apariencia tímida, se sentó en un sillón y observó como hipnotizado el cuerpo de la rubia que yacía colgando como un títere sin hilos.
Una canción lenta y erótica empezó a sonar en la habitación y el delicioso cuerpo de la heredera empezó a reaccionar levantándose lentamente siguiendo el ritmo de tambores.
– Aaaahhh… no… no de nuevo –casi suplicó al sentir que comenzaba a subir desde sus zapatillas el calor de la excitación.
– Bueno, esto es un placer pero tengo que dar un vuelta por el club, para poner orden ya sabes… –dijo Scorpius mientras se acercaba al sillón donde permanecía Dana con los ojos adormilados y el vestido subido a la cintura, dejando ver unas coquetas pantaletas negras.
El hombre joven abrió su pantalón y empezó a masturbarse mientras la veía moverse en el pedestal.
– No… meeee… deje cooooon… él ¿Por… favor…?
– Estarás bien cuidada no te preocupes, además de Nena dejaré una grabación mía acompañándote.
– ¿Deeee… que hablaaaa…? -gimió de indeseado placer.
– Recuerda que es un tratamiento intensivo, estarás aquí complaciendo a todos los clientes de esta noche, sensibilizándote más y más al poder de las zapatillas, además te estoy dejando nuevos condicionamientos para avanzar a paso veloz en tu esclavitud… esta técnica funciona muy bien, la use por primera vez con Piernas y me ahorró mucho tiempo, este es el mismo proceso… perfeccionado, nos vemos al rato Lindura, ya ansío que seas totalmente mía.
Entonces activó un control y la voz de Scorpius empezó a sonar en el cuarto mientras el cuerpo de la mujer seguía bailando para el nuevo cliente, sometida al placer y la voluntad de otro mientras las zapatillas la obligaban a aceptar los condicionamientos.
– Lindura siempre obedece a Scorpius… Lindura siempre desea a Scorpius… Lindura siempre se viste sexy… Lindura adora usar tacones altos…
– Nooo… no me hagas… esto, por favor… -suplicó la mujer mientras Scorpius salía de la habitación.
– Lindura se viste para excitar… Lindura siempre usa medias… Lindura usa sólo lencería sexy… Lindura adora mostrar sus piernas… –el condicionamiento seguía con sugestiones cada vez más humillantes y perversas, a las que la rubia se trató de resistir, pero su sensual baile en el piso inferior y las primeras caricias del joven le impedían concentrarse. Y cada vez era peor pues la música subió de volumen en sus oídos impidiéndole hasta pensar…
– ¡Ayudaaaaaa… deténganloooo…!
Sus gritos se ahogaron al cerrarse la puerta, mientras Scorpius pasaba frente a una docena de habitaciones donde igual número de mujeres le proveían por igual de recursos y esclavas, muy pronto Ivanka le daría todo lo que necesitaba para tener alcance internacional.
– Hoy el país, mañana el mundo… -pensó sonriente mientras entraba a su centro de mando en el club.
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 5” (POR GOLFO)

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El alzhéimer es una mierda
La voracidad de Ana nada tenía que envidiar a la de Irene. Si la enfermera era una hembra hambrienta de sexo, su gemela no le iba a la zaga.

«Como no me invente algo que hacer o este fin de semana terminaré mas seco que el Sahara», medité mientras desayunaba al ver en el reloj que no habían dado las diez y que las hermanitas ya me habían ordeñado dos veces cada una.

Por ello, me terminé el café y reuní a las dos. Las gemelas y les comuniqué que nos íbamos de compras. Pero entonces, Irene recordándome para que la había contratado, señaló que no podíamos dejar sola a mi madre.

―Tienes razón― respondí asumiendo que, debido a su alzhéimer, era incapaz de estar sola sin nadie que la cuidara.

Ana se percató de mi desilusión y saliendo al quite, propuso que me llevara a su hermana mientras ella la cuidaba.

―Tu mamá es un ángel que no da problemas y si algo me sobrepasa, os llamo por teléfono― concluyó la chavala.

Irene intentó protestar diciendo que mejor me llevara a Ana porque cuidarla era su obligación. En ese momento comprendí que si nuestra relación hacia delante, esas tareas debían ser compartidas por los tres y por ello, zanjando el asunto, saqué mi billetera y poniendo un buen fajo en sus manos, les dije con tono autoritario:

―Coge el coche de mi madre e id a compraros ropa.

Ambas comprendieron que no iba a dar mi brazo a torcer. Irene que era la que mejor me conocía, únicamente me preguntó de qué tipo. Aunque no lo había pensado, contesté riendo:

―Algo sexy. Ahora mismo voy a llamar a alguien que te sustituya porque esta noche me quiero ir de juerga con las dos.

La mujer que llevaba compartiendo mi vida seis meses en plan meloso insistió:

― ¿Nuestro amo desea cumplir alguna fantasía en especial?

A carcajada limpia las eché del cuarto pidiéndoles que me sorprendieran, tras lo cual, me fui a ver como seguía mi vieja. La dura realidad de su enfermedad me golpeó en la cara al observarla con la mirada fija en la ventana.

«Menuda mierda es llegar a estar así», murmuré con dolor al recordar a la mujer que era antes que el alzhéimer hiciera mella en su cerebro. La belleza seguía presente en sus facciones y eso hacía todavía más duro el verla en ese estado. Encerrada en prisión de por vida, sus neuronas habían colapsado imposibilitando que se pudiera comunicar con su entorno. Por mucho que me doliera, sentándome a su lado, comprendí que se había ido para no volver.

―Mamá, tu hijo cada vez es más golfo― susurré en su oído con la vana esperanza de sacarle al menos una sonrisa.

Su silencio permitió que le contara mi historia con las hermanas. A modo de confesión le fui narrando mi relación con la mujer que la cuidaba desde el inicio. No me corté a la hora de decirle que junto a ella había descubierto facetas de mí que desconocía, que era su dueño. También la comenté que desde que su gemela se nos había unido, era feliz.

Sus ojos vacíos parecieron reaccionar al explicarle que estaba pensando en dejarlas embarazadas. Durante un segundo, creí que había captado mi mensaje, pero el vacío de su mirada me hizo suponer que había sido parte de mi imaginación y queriendo verificar ese extremo, la pregunté que si le gustaría ser abuela.

―Mucho― me pareció escuchar en su balbuceo.

Obviando que podía ser fruto del azar, la abracé y dándola un beso, le prometí que desde ese momento me iba a poner manos a la obra para que esas dos gemelas le dieran un nieto.

Increíblemente, se echó a reír al escuchar mi promesa…

12 Las gemelas vuelven a casa
Aproveché que estaba solo para adelantar un poco de trabajo y por eso me sorprendió que, al llegar la hora de comer, no hubiesen vuelto. Como en teoría ese era su día libre, únicamente las mandé un WhatsApp preguntando si las esperaba.

―Perdón, se nos ha hecho tarde. Llegaremos sobre las seis― leí con disgusto en mi teléfono.

Acostumbrado a su compañía, me molestó su ausencia, pero asumiendo que era algo esporádico me puse a comer como tantas veces antes hacía antes que llegaran a mi vida:

¡Solo y frente a la tele!

La soledad me hizo valorar mi suerte y comprendí que no debía de echar a perder lo que tenía con esas dos hermanas.

Las gemelas llegaron puntuales y con cara de felicidad. Debí de mosquearme al verlas entrar. No solo habían ido de compras, sino que habían aprovechado para cortarse el pelo. Aunque me extrañó que hubiesen elegido el mismo tipo de peinado, lo único que las dije fue que estaban preciosas.

―Sabía que te iba a gustar― contestó una de ellas.

Tuve que hacer un esfuerzo para adivinar que había sido Irene ya que sus voces eran muy parecidas y con ese pelo, eran prácticamente indistinguibles.

Ana incrementó mis sospechas al preguntar con una sonrisa si al final, esa noche las iba a llevar de juerga.

―Sí. Como os prometí, he conseguido que alguien se quede con mi madre.

La complicidad que leí en sus ojos no me pasó inadvertida. Quizás debí preguntar qué era lo que pasaba, pero cuando estaba a punto de hacerlo, decidí que, si esas dos monadas me tenían preparada una sorpresa, no debía de chafarles sus planes.

No queriendo que les preguntara por sus compras, Ana fue a dejar las bolsas que traían a su cuarto dejándome en compañía de su hermana.

― ¿Nos has echado de menos? ― me preguntó Irene.

―Un poco― contesté al observar las aviesas intenciones de la rubia.

Tal y como había anticipado, la enfermera buscó mis besos diciendo:

―Pobrecito, te hemos dejado solo todo el día. ¿Puedo hacer algo para compensante?

Ni siquiera pude responder porque saltando sobre mí, comenzó a besarme con un ansia que alguien que nos hubiese estado observando bien hubiera haber pensado que esa monada llevaba meses sin hacer el amor.

―Vienes cachonda― comenté al sentir que se ponía a restregar su sexo contra el mío.

―Siempre lo estoy para mi querido amo― respondió luciendo una sonrisa.

El morbo de saber que en cualquier momento la hermana podría volver pudo más que la cordura y mirándola a los ojos, le ordené:

―Ponte de rodillas.

Ella se quedó pálida al saber que iba a tomarla ahí mismo e intentó protestar, pero sin hacerle caso, llegué hasta ella y metiendo mis manos bajo su falda, le quité las bragas diciendo:

―Deseas que te folle, ¿no es verdad?

―Sí― contestó abochornada al darse cuenta de que me bajaba la bragueta y sacaba mi verga de su encierro.

Con su coño todavía seco, gritó de dolor por la violencia de mi estocada, pero no hizo ningún intento de separarse. Al contrario, tras unos segundos de dolor, se empezó a mover buscando su placer. Su entrega y lo estrecho de su sexo dieron alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla mientras le decía:

―Eres tan putilla como tu hermana.

Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión. Cumpliendo gustoso sus deseos, comencé a penetrarla una y otra vez. Irene no tardó en calentarse al notar mi glande chocando con la pared de su vagina.

―Dame más― berreó como loca.

Su lujuria exacerbó mi erección al máximo y contagiado por ella, azoté sus nalgas al compás de mis movimientos.

―Soy suya y ¡me encanta! ― chilló al sentir la dura caricia.

Llevaba apenas un par de minutos, montándola cuando sentí recorriendo mis muslos su flujo y anticipando su orgasmo, aceleré mi ritmo. El nuevo compás de mis caderas demolió sus últimas defensas.

―Me corro― aulló con sus cachetes colorados por la violencia de mi asalto, pero no contenta con ello, me rogó que continuara.

Complaciendo sus deseos, cogí en mis manos su rubia cabellera y usándolas a modo de riendas, forcé su cuerpo con fiereza. La dureza de mi trato consiguió que profundizara en su placer y comportándose como yegua en celo, me exigió que continuara.

Su excitación era tan inmensa que no se quejó cuando recogiendo entre mis dedos el viscoso fluido que manaba de su sexo, embadurné su esfínter y casi sin relajarlo, lo violé con mi erección.

― ¡Sácamela! ― gimió de dolor al ver invadida su entrada trasera y reptando por la alfombra intentó separarse.

Para su desgracia, no tuve piedad y atrayéndola hacia mí, incrusté la totalidad de mi sexo en su interior. Como sabía que iba a pasar el sufrimiento se convirtió en desenfreno y rugiendo de placer, se dejó hacer.

Su connivencia me permitió incrementar mi abordaje hasta que sus nalgas no dieron más de sí y con ella disfrutando como pocas veces, no paré de romper su trasero hasta que sacándola un nuevo orgasmo derramé mi simiente en sus intestinos.

Estaba completamente agotado, cuando desde la puerta escuché a Ana decir:

― ¿No le da vergüenza haber abusado de mi pobre hermana así?

―No― confesé.

Muerta de risa, cogió mi pene entre sus manos y mientras intentaba reanimarlo, contestó:

―Pues ahora le toca… ¡violarme a mí!

 

Relato erótico: “Máquinas del Placer (14): Final” (POR MARTINA LEMMI)

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Jack quedó petrificado mirando a su “esposa”; ella, en concomitancia con el carácter que él acababa de descubrirle, se mantenía imperturbable y, ahora, sin expresar emoción alguna: distaba años luz de la Laureen de un rato antes.  El cinto, por su parte, pendía laxo desde su mano hacia el piso.  Jack no cabía en sí de la furia; estaba rojo y temblaba: su corazón latía cada vez con más fuerza, pero no le importaba demasiado… Girando la cabeza, miró con odio hacia la ventana o, más bien, hacia la casa vecina, aun cuando desde el cuarto matrimonial no tuviera vista de la habitación de Jack.
Echó a correr escaleras arriba, hacia la buhardilla.  La supuesta Laureen amagó a seguirle.
“¡Quédate aquí! – rugió él, interrumpiendo su carrera por un segundo y dedicándole la mayor mirada de odio de que era capaz -.  ¡No te me acerques!  ¡No me sigas!  ¡No quiero verte!”
Ella quedó allí, inmóvil y con un cierto aire de decepción en el semblante, el cual, seguramente, sería parte del arsenal de emulación de emociones con que los fabricantes le habían programado.  Jack retomó su camino y, al llegar la buhardilla, tomó sus binoculares, espió por la ventana y, en efecto, distinguió a Luke en su cuarto, de pie y en actitud relajada mientras ella (¿otro Ferobot o la mismísima Laureen?) le mamaba la verga con absoluta entrega y fruición: ¿era ésa la verdadera Laureen?
Enceguecido de rabia y de odio, arrojó los binoculares en cualquier lado y bajó las escaleras a la carrera y casi tropezándose para luego salir hacia el parque y cruzarlo en dirección hacia la calle.  Una vez allí se dirigió hacia el portón de Luke, el cual, como era de esperar a esas horas, estaba cerrado.  Nervioso, tembloroso y preso de una locura que ya no controlaba, pegó, prácticamente, su dedo al llamador y no dejó de hacerlo hasta que el sonriente rostro de Luke se dibujó tras el portón al abrirse el mismo.
“¡Jack! – le dijo su vecino con expresión de sorpresa -.  Es raro verte de visita a estas horas… ¿Qué ocurre?  ¿Hay algún problema?”
Jack, simplemente, le dedicó una mirada que era hielo puro para, seguidamente, pasar por sobre él, apartándole de un empellón.
“¡Jack…! – no paraba de repetir Luke, sorprendido, mientras veía a su vecino, bañada su figura por la luz de la luna, echar a la carrera a través del parque en dirección hacia la casa -.  ¿Q…. qué demonios ocurre?”
Jack entró intempestivamente, chocándose con todo lo que había a su alrededor.  Subió de dos en dos los peldaños hacia la habitación y, hallando la puerta abierta, ingresó en la misma.  Se frenó en seco.  De rodillas en el piso, tal como él la viera desde su buhardilla, se hallaba Laureen, o bien una  réplica de ella, o lo que fuera, cerrados sus ojos y abierta su boca cuán grande era, como a la espera de algo.
¿Volviste? – dijo alegremente y sin abrir los ojos -.  Como verás, no me he movido y te estoy agurdando en la forma en que dijiste que lo hiciera, jiji…”
Jack avanzó; cada paso hacía un furioso eco en el cuarto.  Cuando estuvo frente a ella y viendo que su esposa seguía aún con los ojos cerrados y su boca abierta, la tomó por los cabellos y prácticamente la izó; en ese momento ella abrió los ojos y su rostro se contrajo en una mueca de dolor que fue acompañada por un lastimero quejido.
“¡Jack…! – exclamó ella, una vez que él la hubo soltado y sin poder ocultar su más que evidente sorpresa -.  ¿Q… qué haces aquí?  ¿No… estás con tu esposa?  ¿Con… Laureen?”
Él seguía mirándola con ojos penetrantes e inyectados en ira.  Aún no podía determinar si estaba ante su propia esposa o ante otro robot que, al igual que el que acababa de dejar en su propia casa, fuera perfecta imitación de ella.  En caso de ser la verdadera Laureen, estaba haciendo lo esperable: mantener la farsa de que era un robot; sin embargo, tartamudeaba, balbuceaba y se la notaba insegura…
“Eres una puta de mierda… – le espetó él con hiriente frialdad -.  Sólo eres un pedazo de mierda mal cagado por tu madre que fue otra puta de mierda, lo mismo que tu padre fue un…”
No pudo terminar la frase.  Laureen, a quien el rostro, transfigurándose por completo su rostro ante tales palabras, le estrelló una  bofetada en la cara… Jack acusó recibo del golpe y ladeó la cabeza, pero en sus labios se esbozó una sonrisa que, más que satisfacción, expresaba una amarga desilusión…
“Eres Laureen… – dictaminó -.  Un robot nunca me hubiera golpeado…”
Ella pareció desmoronarse; se puso de todos colores y en sus ojos comenzaron a aparecer algunas lágrimas.
“Jack, déjala en paz…” –  oyó Jack una voz a sus espaldas, a la cual no fue difícil reconocer como de Luke Nolan.
Pero Jack casi ni parecía escuchar.   Sus ojos eran dardos envenenados dirigidos contra su esposa quien, lentamente, fue tomando asiento en la cama; temblaba de la cabeza a los pies.  Decididamente, no era un robot.
“¿Qué querías que hiciera…?” –  preguntó de repente, sollozando y bajando la cabeza hacia sus rodillas -.  Me olvidaste por completo, Jack: vivías… para cualquier cosa menos para mí”
“¿Cuánto hace?” – preguntó él, secamente.
Ella lo miró, llorosos sus ojos.
“No… te entiendo…”
“¿Cuánto hace que hicieron el cambio?” – especificó Jack, cuyas palabras sonaban cada vez más mordidas al mismo tiempo que su voz empezaba a sonar quebrada.
“Fue hace varios días – respondió Luke a sus espaldas, como si se sintiera en la obligación de responder por Laureen o bien protegerla -.  Justo después de aquello que ocurrió en el edificio Vanderbilt…”
Súbitamente, Jack fue haciendo un recuento de los acontecimientos en su cabeza.  Así fueron desfilando: el día aquél en que “Laureen” le descubriera espiando a su vecino junto al “robot”, los repentinos cambios en la conducta de ella, la inquietud que había parecido sentir en el circo al ver el látigo y las dudas que hacía apenas un rato había manifestado acerca del dolor como posible fuente de placer; todo encajaba.  Jack se sintió un imbécil: llevaba varios días conviviendo con un robot y no se había dado cuenta de nada…   Perplejo, mantuvo durante un rato la vista fija sobre su esposa: era como si aguardara una explicación por parte de ella, quien, habiendo vuelto a bajar la cabeza parecía avergonzada y compungida, pero no arrepentida…
“Jack, tu mundo eran…  dos androides… – dijo, al cabo de un rato, con la voz quebrada y entrecortada –  ¿Ya lo olvidaste?  Yo… no podía seguir así…”
“Podrías haberte marchado de casa… – replicó él -, pero,… ¿tenía que ser con este pedazo de mierda?” – se volvió durante un instante hacia Luke, quien sólo atinó a sonreír.
“Créeme que te entiendo, Jack…”- dijo Laureen con evidente pesar en su voz.
“No quiero que me entiendas; quiero entender algo yo…”
“Es que… nunca entendiste nada, Jack… ¿Por qué habrías de hacerlo ahora?  Míralo de este modo: tú, con la excusa de ayudar a combatir la rutina y revitalizar nuestro matrimonio, te echaste en brazos de dos androides hechos a tu medida y conveniencia que eran réplicas de dos celebridades que te calentaban la verga… – hizo un alto y tragó saliva; parecía desconocerse a sí misma al hablar de ese modo -.  Luke hizo exactamente lo opuesto: encargó un androide que era… imitación mía…”
“Es que no era posible pensar en un robot más perfecto, Laureen” – apuntó Luke, con un tono que a Jack irritó sobremanera por sonarle de impostada ternura; aun así, no le respondió sino que siguió con los ojos clavados en su esposa.  El rostro de Jack lucía cada vez más desencajado, en la medida en que, a su pesar, algunas cosas iban cerrando.
“Te conmovió con eso, ¿verdad?” – preguntó, siempre mirando a Laureen.
“¿Qué mujer podría no hacerlo? – repuso ella, alzando un poco más la voz y encogiéndose de hombros -.  Tu fantasía, Jack, eran esa presentadora y esa modelo… La fantasía de Luke… era yo…”
“Y ya no eres fantasía – apostilló Luke, siempre a espaldas de Jack -.  Creéme que eres mi más hermosa realidad…”
Jack no cabía en sí; todo le daba vueltas.  El mundo se le había venido abajo por completo.  Bajó la cabeza, tragó rabia, crispó los puños… Girándose sobre sí mismo se encaró con Luke.
“El… Ferobot que compraste está ahora en mi casa…” – masculló.
“Así es, Jack – concedió Luke -.  Piensa que podría ser peor: ¿conoces acaso algún marido abandonado al que le quede, al menos, una réplica de su esposa?  Tómatelo con calma, Jack, puedes considerarte afortunado…”
De nuevo esa sonrisita odiosa…  Jack no daba más…
“A lo que iba… – dijo -, es que no hay robot alguno aquí para defenderte…”
Luke lo miró sin entender; sin aviso alguno, el puño de Jack se estrelló pesadamente contra su nariz, provocándole que cayera y quedase sentado en el piso.
“¡No, Jack!” – aulló Laureen, quien, para terminar de coronar la desazón de su marido, se lanzó presta de cuclillas junto a Luke para asistirlo…
Definitivamente, Jack interpretó que ya no tenía nada más que hacer allí.  Dio media vuelta y se marchó…
Al volver a entrar en su casa veía todo absolutamente nublado.  Las sienes le dolían al punto de que parecían estar a punto de estallar en cualquier momento, lo mismo que sentía hincharse una vena de su cuello, como si le latiese de modo exagerado.  Al atravesar a grandes zancadas la sala de estar, se topó, sobre un mueble, con un retrato de Laureen al cual arrojó a lo lejos de un violento golpe.  Sin saber bien por qué, se dirigió camino a su habitación.  Se ensañó con la cama matrimonial, convertida, de algún modo, en ícono de la pareja en crisis.  Sin poder contener su rabia, arrancó las sábanas con fuerza para luego tomar a puntapiés el somier.  En ese momento vio a Laureen entrar presurosamente al cuarto; duda: por un momento se quedó pensando si sería la verdadera, en cuyo caso ella debía haberle seguido.
“¿Jack?  ¿Qué te pasa?  ¡Estás muy alterado!  ¿Puedo ayudarte a que te calmes?”
No, no era la verdadera.  Apoyándole una mano sobre el pecho, la frenó en seco y la empujó hacia atrás en el exacto momento en que ella se abalanzaba sobre él para abrazarle.
“¡Te dije que no me siguieras!” – le espetó, con brusquedad.
“Lo sé, pero… ¡estás verdaderamente mal, Jack! ¡Necesitas ayuda!  Permíteme por favor hacerlo…”
Claro: allí estaba la cuestión.  Maldito cerebro positrónico.  Malditas leyes de Asimov… El androide lo estaba viendo mal de salud y, seguramente, los neurotransmisores de Jack le estaban enviando información acerca de su estado y de la posible inminencia de un colapso peor.  El robot no podía dejar que por su inacción un ser humano sufriese daño, así que, por más que hubiese una contraorden de parte de Jack, ella iba a ayudarle de todas formas pues la Primera Ley tenía prioridad por sobre la Segunda…
Jack era pura impotencia.  Ya había golpeado a su vecino Luke y no sabía cómo se había contenido de no hacerlo con Laureen.  Pero ese robot que, ahora, insistía tanto en ofrecerle ayuda que él no pedía ni quería, era tan endemoniadamente parecido a ella que era inevitable que se convirtiera en un blanco para el odio y los impulsos de ira de Jack.  Así, cuando el Ferobot volvió a írsele encima para intentar abrazarlo, él le estrelló un puñetazo en pleno rostro…
La Tercera Ley operó de inmediato: el robot tenía que protegerse a sí mismo, razón por la cual se echó hacia atrás y se llevó una mano al rostro para resguardarse; no obstante ello, no hizo nada para frenar los furiosos embates de Jack.
“¡Quédate quieta, maldita sea!” – masculló éste; la orden tuvo efecto rápidamente: en el cerebro positrónico del robot, la Segunda Ley, que lo llevaba a obedecer una orden humana, tenía prioridad por sobre la Tercera, que le hacía proteger su propia integridad.   Jack, en el estado en que se hallaba, no podía, desde luego, hacer ese razonamiento pero apenas el androide, respondiendo a la orden, quedó inmóvil, él volvió a golpear contra su rostro una y otra vez, y otra… y otra… Y cada vez que golpeaba, mordía rabia, jadeaba, escupía… y al mirar el rostro que tenía enfrente sólo veía a Laureen; no a un androide, no a una máquina, sólo a Laureen…
De pronto, en una de las tantas veces que llevó el hombro hacia atrás para lanzar su puño, sintió que le flaqueaban las fuerzas.  Un hormigueo le subió por el costado izquierdo y acudieron súbitamente a su mente los recuerdos de aquella vez que había colapsado estando conectado al VirtualRoom.   Todo se le hizo más nublado aun que antes; miró a “Laureen”: se la veía preocupada al parecer… y le hablaba; o, por lo menos, los labios se le movían, pero Jack no escuchaba una sola palabra… La habitación bailaba a su alrededor; ya no se sabía qué era techo, qué era piso o qué pared… y el rostro de Laureen siempre estaba allí… Jack sintió que las piernas ya no le sostenían y, poco a poco, fue sintiendo que caía y se desvanecía; tal sensación se mantuvo hasta que su cabeza impactó contra el piso, lo cual, paradójicamente, tuvo el efecto de volverlo a la realidad por algún instante…  Es que no había golpeado tan pesadamente el piso porque el robot había llegado a manotearle un brazo y amortiguar un poco la caída.
“¡Jack!  ¡Jack!” – insistía la copia de Laureen mientras le tomaba el rostro con ambas manos.  Al parecer, algo malo veía en él o algún diagnóstico hacían sus sensores ya que, de inmediato, y en una escena que parecía absurdamente invertida, cargó en volandas a Jack y echó a correr hacia la noche… Él sintió, nuevamente, que la cabeza le daba vueltas… y se volvió a desvanecer…
Cuando volvió en sí, Jack estaba conectado a montones de cables, tubos y mangueras.   Una voz buscó calmarlo en cuanto intentó moverse…
“Tranquilo… – le dijo -.  No se mueva ni se altere; más bien, alégrese.  Usted se encuentra entre las pocas personas afortunadas que han logrado sobrevivir a dos infartos…”
Cuando pudo precisar el rostro de quien le hablaba, reconoció en él al mismo médico que le había atendido en su infarto anterior.  La cabeza le dolía y mantener los ojos abiertos también, razón por la cual los cerró…
“¿Y… usted es alguna clase de especialista en traer de regreso a gente muerta…?” – preguntó, aturdido pero aun así mordaz.
“Ja,ja… – rió el médico -.  En primer lugar, no es conveniente que hable demasiado; evite los esfuerzos… En segundo lugar, yo no le salvé la vida sino su esposa…”
Entreabriendo los ojos, Jack espió por el rabillo y, en efecto, comprobó que Laureen se hallaba sentada junto a la camilla, mirándole sonriente y tan hermosa como siempre… Un momento, se dijo.  ¿Qué Laureen?  ¿La real o la réplica?  ¿Quién diablos se hallaba sentada allí?  ¿Había realmente sucedido todo?  ¿O se había tratado de una gigantesca alucinación o bien una pesadilla inducida por el sueño post infarto?  Por lo pronto, sintió nuevamente que todo volvía a hacerse difuso a su alrededor… y se durmió…
No supo cuánto tiempo pasó hasta que volvió a despertar.  Lo sorprendente del caso fue que, al volver en sí, no se encontró con Laureen sentada junto a la camilla sino que, más bien, se encontró con dos Laureen… Confundido y abombado, miró alternadamente a una y a otra…
“En horario de visitas sólo se permite una persona… – intervino alguien a quien, por la voz, reconoció como el médico de siempre -, pero verdaderamente nos hemos encontrado con un problema en este caso, je…”
Jack no paraba de mirar a una y a otra.  En verdad, no había forma de determinar cuál era la verdadera.
“Jack…, tienes que tener más cuidado de ti mismo – le dijo la que se hallaba a su derecha -; no vas a tener tanta suerte la próxima vez…”
El tono era angustiado y suplicante.  No cabían dudas: ésa era la verdadera Laureen…  Jack, durante un rato, no contestó: siguió moviendo la cabeza a un lado y a otro, admirado de la similitud entre ambas.
“Una de ustedes dos… me salvó la vida… – dijo, hablando con esfuerzo -.  La otra me la arruinó…”
“Jack, esto no tiene sentido… – intervino la que se hallaba a su izquierda, en principio el Ferobot -.  Laureen tiene razón: lo hecho, hecho está… Tienes una vida, Jack, y me tienes a mí.  ¿Cuántos hombres podrían darse el lujo de quedarse con un sustituto idéntico cuando pierden a su esposa?”
Jack hizo lo imposible por contener su ira: el razonamiento del robot era exactamente el mismo que antes había hecho Luke en tono de burla; no era éste el caso, pues el Ferobot hablaba a partir de la lógica, pero, justamente, ello hacía el asunto aun más doloroso.
“Me retiro un momento… – dijo el médico -.  Veo que tienen temas privados que resolver aunque, repito: en este momento hay que evitar las emociones fuertes o los estados alterados.  Sólo puedo decirle una cosa, Jack: las dos son increíblemente hermosas; si logra determinar cuál es verdaderamente su esposa y la otra le sobra, por favor hágamelo saber porque estoy interesado, ja… Estaré en la habitación contigua; por cualquier cosa, llamen a la enfermera…”
“No fue tu culpa – repetía una y otra vez Miss Karlsten -.  No pueden caerte con un garrote en la cabeza por lo ocurrido; ya hice, de hecho, mi declaración en tu descargo aceptando mi propia parte de culpa por lo ocurrido…”
“Y te lo agradezco enormemente – decía Sakugawa, mirando desde los ventanales de sus oficinas hacia los edificios de Capital City -, pero tu mea culpa no va a liberarme de la condena…”
Todavía resonaban en su cabeza las palabras del fiscal denostándolo en su alegato: “Cuando una empresa lanza un producto al mercado debe garantizarle a la sociedad que el mismo no implique peligro para los usuarios o para otras personas; intentemos pensar por un momento en qué podría llegar a ocurrir, por ejemplo, en el caso de que un maniático lograse alterar a los robots de tal modo de utilizarlo: ni siquiera serían sicarios o asesinos a sueldo; serían asesinos gratuitos, sin sueldo alguno”…  Sakugawa sabía, desde luego, que tal cosa era imposible, pero la sola duda al respecto era suficiente para hacer culpable a la World Robots por lo ocurrido: es decir, era uno de esos casos puntuales en los cuales la duda no beneficia al acusado sino que lo hunde.  El testimonio de Carla en el juicio, por lo tanto, podía ser tomado como atenuante pero de ningún modo libraría a la World Robots de responsabilidad ante la justicia.
Ella estaba llorosa; lamentaba profundamente lo ocurrido y, al igual que cada uno de los involucrados, sentía una parte de culpa al respecto.  Le daba pena ver a Sakugawa de aquel modo; el líder empresarial jamás había sido de estilo presuntuoso o pedante, pero siempre había lucido seguro y sonriente: ahora, por el contrario, se le veía abatido, sin energías ni respuestas aun cuando nunca perdiera su habitual amabilidad.
“No… sé bien a qué tipo de condena te refieres… No vas a ir a prisión, eso está claro… Y si se trata de sanciones económicas contra la empresa, en fin…; no creo que sea nada que no puedas cubrir” – intentó consolarle ella buscando sonar lo más optimista posible.
“Lo sé… y, a decir verdad, tampoco es que me preocupen en demasía las sanciones económicas que, con toda seguridad, van a imponernos.  Serán, sin duda, altas, sí, pero somos una de las empresas que más dividendos genera en el planeta: tal como dices, nada que no podamos pagar.  Lo que no tiene precio es la pérdida de la confianza del público… y la condena social: ya nuestras acciones han caído estrepitosamente.  No son las multas en sí lo que nos hunde, sino las consecuencias de mercado…”
“El mercado cambia mucho, bien lo sabes, y a veces en muy poco tiempo.  Eres… una persona talentosa y estás al frente de una compañía prestigiosa y llena de gente capaz. ¿Crees que un problema como éste va a hundirte?  Ya lo verás: te va a llevar poco tiempo revertir las tendencias del mercado…”
Sakugawa escuchaba a su interlocutora, pero no la miraba; su semblante estaba terriblemente triste y su mirada perdida más allá de los ventanales.
“Lo que no se puede revertir es el deshonor…” – señaló con pesar.
“Uf, no vengas con perorata oriental, por favor…”
Él se giró y la miró.
“Supongo que algo debo tener de mis ancestros…” – señaló y sonrió tristemente.  Se veía calmo, pero se trataba de la calma que es consecuencia de la resignación y el derrotismo.
Carla quedó en silencio, sin saber ya qué decir.  Al cabo de un momento se levantó de su asiento.
“Sólo… puedo decirte que lo siento…” – dijo.  Se notaba que quería hallar más palabras, pero no las tenía.
“Lo sé, Carla, no te preocupes… No es tu culpa.   Gracias por estar y por intentar ayudar… Llamaré a Geena para que te acompañe”
La secretaria, respondiendo presta al llamado de Sakugawa se presentó en la oficina y procedió luego a acompañar a Miss Karlsten al ascensor.
“Cuídalo – le dijo Carla con preocupación -… No lo veo bien.  Temo por lo que pueda hacer…”
Geena asintió con tristeza; aun así, sonrió.
“Yo tampoco lo veo bien… Pero me ha asegurado que no va a hacer ninguna locura, que no va a seguir el mandato ancestral…”
Carla asintió.  La puerta del ascensor se cerró y Geena dejó de verla.  La secretaria echó a andar de vuelta hacia las oficinas de Sakugawa puesto que éste le había requerido que se dirigiese allí una vez que hubiera acompañado a Miss Karlsten al ascensor.
Cuando abrió la puerta, una potente ráfaga de viento le sacudió el rostro y le hizo flamear la falda.  Echando una mirada en derredor, comprobó que había papeles desparramados por todas partes; el ventanal, desde ya, estaba abierto.
“¿S… señor Sakugawa?”
No hubo respuesta.  Geena se empezó a intranquilizar.  Escudriñó por todas partes en busca del líder empresarial pero no había señales de él.  Sobre el escritorio la pantalla del ordenador se hallaba congelada con una imagen en la cual podía leerse una frase…
“Finalmente, decidí seguir el mandato de mis ancestros… Gracias por todo, Geena…”
El doliente grito de la joven retumbó por todo el piso…
El hecho de que Jack hubiese sufrido dos infartos en tan poco tiempo hizo que los médicos tomaran muchos más recaudos al momento de darle, después de varios días, el alta.  Le instalaron tantos cables, circuitos, tubos y catéteres rodeándole la caja torácica que terminaba por parecer un robot.  De hecho, viendo a la réplica de Laureen que, por cierto, había permanecido todo el tiempo a su lado, tenía que admitir que ella se veía infinitamente más humana que él.  Hombre y máquina pueden estar, a veces, separados por una línea muy difusa.  Los médicos le instruyeron acerca de ciertos ajustes que debía hacer en sus propios controles para los casos en que estuviese por hacer actividad física… o sexual.
La vuelta a casa fue terrible.  Era volver a tomar contacto con todo: con lo ocurrido, con la cama que habían compartido con su esposa y con el hecho, de que ésta, ahora, vivía en la casa contigua y con su más odiado vecino. La presencia, en su propio hogar, de un androide que era réplica de ella se convertía en una pesadilla extra: ¿cómo dejar atrás a Laureen si la estaba viendo permanentemente?  Hasta pensó en ponerla en off y guardarla en el galpón con los otros Ferobots.  Pero había un par de problemas: en primer lugar, y por razones obvias, ni siquiera tenía el control remoto, el cual debía seguir, por supuesto, en poder de Luke.  No había por lo tanto, posibilidad de dejarla en inactividad absoluta ni tampoco de aguardar a que sus baterías se agotasen: las mismas se realimentaban permanentemente con la luz solar a través de células fotosensibles que el androide tenía detrás de los irises de los ojos y tenían, por otra parte, una autonomía de más de un año en caso de que, optara, por ejemplo, por dejar al androide en un cuarto en la más absoluta oscuridad y lejos de cualquier luz solar; el sentido de ello tenía que ver, según alguna vez había oído, con que la World Robots, al momento de lanzar los Erobots, había contemplado la posibilidad de que les fueran útiles a astronautas en largos viajes por el espacio o bien a moradores de colonias submarinas.   Pero más allá de eso, había otro motivo más extraño y misterioso que llevaba a Jack a no poder desactivar a la falsa Laureen: el androide le había salvado la vida e incluso le había acompañado durante su permanencia en el hospital, primero en terapia intensiva y luego en sala común, en tanto que la verdadera Laureen sólo lo había visitado una vez al comienzo de su internación.  Sonaba casi demencial sentirse agradecido hacia un robot, pero, mandato positrónico o no, ella le había acompañado y el sólo hecho de pensar en ponerla en off le producía una intensa culpa.
Aun así, prescindió del Ferobot para servicios sexuales por dos razones: en primer lugar, prefería cuidarse, al menos por un tiempo, de las emociones fuertes aun cuando los médicos le habían dicho que podía llevar una vida sexual normal siempre y cuando tomara los recaudos que le habían señalado en relación con los dispositivos que habían conectado a su sistema cardíaco; en segundo lugar, hacer el amor con ese androide era como hacerlo con Laureen, no tanto por la intensidad erótica (en ese aspecto la réplica superaba ampliamente al original), sino por el hecho de que, físicamente, no había diferencia alguna.  Optaría, entonces, por mantener una cierta abstinencia sexual por un tiempo.
Por las noches llegaban a sus oídos los aullidos de placer de su esposa, la verdadera, siendo montada por su vecino; intentaba, por todo y por todo, taparse los oídos con la almohada pero siempre la escuchaba.  Los impulsos y sentimientos se le entrechocaban, pudiendo ir desde comprar un arma a correr hacia la buhardilla a espiarlos: la primera idea, por fortuna, la alejaba rápidamente de su cabeza a poco de habérsele ocurrido; en cuanto a la segunda, no pudo resistirse a la tentación, un par de veces, de ir a espiarlos.  No podía creer, al otear con los binoculares, ver a Laureen gozar de esa forma; Luke había operado en ella una transformación increíble: la veía gozar como a una perra de espaldas contra la cama y enroscando sus piernas en torno a las caderas de él mientras era penetrada, o bien, mamándole la verga a más no poder; Jack aguzó aun más la vista y sacó medio cuerpo por fuera de la ventana para comprobar con sus binoculares si él le acababa dentro de la boca o, como quería suponer, ella escupiría.  La realidad fue un mazazo tan potente que se arrepintió enormemente de haber subido a espiarlos: Luke jadeó y gritó de modo desencajado entregado al éxtasis de la eyaculación… y ella en ningún momento dejó de tener su verga en la boca; Laureen tragaba mansamente la leche de su vecino…
El corazón de Jack comenzó a latir con fuerza y bajó los binoculares al tiempo que una lágrima le comenzaba a correr por la mejilla.  En ese preciso momento oyó el “clic” de una de las perillas del chisme tecnológico que le habían conectado al corazón y, al girarse, se encontró con Laureen, con la falsa, desde ya.
“No puedo dejar que por mi inacción sufras daño…- explicó ésta -.   Y sería bueno, Jack, que tú mismo te cuidaras…”
Jack se sentía impotente; abatido, se sentó en un rincón.
“Y si mi corazón no respondiera – preguntó de modo algo retórico -, ¿cuál sería el problema de todos modos?… No tiene sentido seguir viviendo de esta manera…”
“Jack, no me gusta oírte hablar de ese modo…”
“¿No te gusta? – preguntó él, exasperado -.  ¿Has dicho que no te gusta?  Sólo eres un robot: no tienes idea de lo que es que te guste o te deje de gustar algo; lo que dices o recitas sólo es lo que tus fabricantes pusieron en tu cerebro positrónico…”
“Eso parece una pobre forma de considerarme – replicó el androide -.  ¿Quién estuvo todo este tiempo a tu lado?  ¿Ella o yo?  ¿Cuál de las dos Laureen?”
“Es… inútil; no lo entenderías.  ¡Ella es mi esposa!  ¿No queda claro?  Y ese tipo acaba de eyacularle en la boca sin que ella haga el más mínimo esfuerzo por escupir su semen… Siendo un robot, nunca podrías entender qué es lo que ello genera en un hombre…”
“Puedo suponerlo…”
“¿Ah, sí?  No me digas… Dime ahora que entiendes lo que es el dolor de un esposo despechado…”
“Tengo sensores que captan la actividad de tus neurotransmisores…” – replicó el robot.
“¡Al diablo con los neurotransmisores y con tus malditos sensores!  ¡No puedes entender a qué me refiero!  No se trata de un hecho físico…, es otra cosa: es un hecho…; en fin, olvídalo…”
“Tu  verga parada sí es un hecho físico…”
Con sorpresa, Jack levantó la vista hacia el androide.
“¿De qué demonios hablas?”
“Cuando mirabas por la ventana y tu tan odiado vecino estaba eyaculando dentro de la boquita de tu esposa, tuviste una erección…”
Jack se sintió avergonzado; era absurdo siendo que se hallaba ante una máquina, pero así era como se sentía…
“Vete a la mierda” – refunfuñó cruzándose de brazos.
“Puedo advertir que no es una orden literal. ¿Por qué te niegas a aceptar la realidad?  Estabas mal, sí, también noté eso…, pero tu miembro se estaba irguiendo…”
“Mirá… – dijo él, tratando de imprimir la mayor paciencia posible al tono de su voz -.   Ya me engatusaste una vez: fue cuando me hiciste creer que eras la verdadera Laureen y que la réplica era la que estaba fornicando con Luke… Lograste que me excitara con ello; no lo vas a lograr dos veces y menos ahora que sé que eres sólo… una réplica… y que la verdadera está ahí, en la casa vecina…”
“Yo no te engatusé” – replicó ella, tajante.
“Sí lo hiciste.  Me mentiste”
“¿Acaso te dije alguna vez que yo fuera la verdadera Laureen?”
“Trampas retóricas propias de un robot al que le gusta jugar con la lógica… – refunfuñó Jack -, pero… ¿sabes qué?  Me importan una mierda tus jueguitos lógicos.  Me entrampaste junto con ese degenerado de la casa de al lado.  Me engañaste…”
“Estás viendo todo exactamente al revés, Jack, es tu esposa quien te engañó… Y quieres proyectar en mí la culpa que no puedes ahora endilgarle a ella por no tenerla enfrente…”
“Mira tú… – se mofó él -.  Ahora resulta que los malditos robots también manejan lógica psicoanalítica”
“¿Te engañó o no?” – repreguntó el androide.
Nunca como entonces Jack tuvo ganas de desactivarla.  Moría por tener a mano el control remoto que Luke debía tener en su poder.  Sin embargo, lo que más profundamente le irritaba es que había una lógica irrefutable en los dichos del androide; no podía, por otra parte, ser de otra manera: era un robot.
Jack se quedó en silencio y la falsa Laureen se acercó a la ventana, clavando claramente su vista en la casa vecina; siendo un robot, no necesitaba binoculares.
“¿También te programaron para el voyeurismo?” – le espetó Jack, con sorna.
“No; sólo estaba viendo algo…” – repuso el androide, siempre en el tono sereno que cuadraba a su condición.
“¿Qué…?”
“Que tu esposa parece gozar mucho cuando Luke se la da por el culo… ¿Tú se lo hacías, Jack?”
Jack se removió en el rincón en que se hallaba sentado; echó una mirada de odio hacia el robot y se sintió ridículo por tal sentimiento.  Tuvo el impulso de ponerse en pie e ir a recoger los binoculares para volver a otear hacia la casa de Luke pero se contuvo… Si lo hacía, terminaba de confirmar que, tal como el androide afirmaba, la situación lo excitaba… Por cierto, se daba cuenta de que la falsa Laureen en parte tenía razón aun cuando le costara admitirlo: una vez más asistía a una batalla en su interior entre emociones y sentimientos contradictorios.
“¿Por qué me cuentas eso?” – preguntó, entre contrariado y confundido.
“Sólo fue un comentario seguido de una pregunta…” – respondió el androide.
“Hiriente, por cierto.  ¿Dónde quedó eso de que un robot no debe hacer daño a un ser humano?”
“Primera Ley de Asimov, sí… ¿En dónde ves que la esté infringiendo?”
“Me estás haciendo daño… psicológico…”
“Es difícil medir eso – apuntó el robot -; y de todas formas, tú mismo te quejaste hace un momento acerca de la lógica psicoanalítica…”
Jugando impecablemente con la lógica, la falsa Laureen le encontraba sus propias contradicciones.  Se produjo un momento de silencio.
“Te excita saber que él se la está dando por detrás, ¿verdad?” – la pregunta, por supuesto, provino de ella.
“No…” – negó enfáticamente él.
“Tus neurotransmisores dicen otra cosa…”
“¡Al diablo con los neurotransmisores!  – rugió Jack -.  ¡Estoy harto de oír hablar de ellos!  Sólo una máquina, sin ningún tipo de roce sobre las emociones o los sentimientos humanos puede llegar a pensar que alguien se excite sabiendo que su esposa está siendo penetrada por el culo por su vecino…”
“Está bien… – aceptó ella -.  No seguiré discutiendo y después de todo no compete a mi función.  Sólo te diré que tu verga dice otra cosa…”
El androide dio media vuelta y se retiró; aun no mediando orden de Jack al respecto, supo interpretar que su presencia en el lugar irritaba a éste, por lo cual dio media vuelta y, con un sensual movimiento de caderas, fue en busca de la escalera…   Apenas se hubo marchado, Jack bajó la vista hacia su entrepierna… y comprobó que abultaba…
  
Por su salud mental, decidió no volver a la buhardilla: se consideraba a sí mismo un depravado desde el momento en que sabía que podía excitarse viendo a su esposa fornicar con, tal vez, el tipo al que más odiaba.  La charla con el robot había contribuido a despertar y sacar afuera demonios que ni siquiera sabía que estaban.  Cierto era que cuando aún no sabía que la que estaba en su casa no era la Laureen real sino su réplica, se había excitado viendo a su vecino montarse a quien consideraba que era la réplica e incluso había pasado por la demencial experiencia de verlos fornicar sobre su cama matrimonial por propia invitación.  Pero, en ese momento, en su mente, todo era de algún modo una fantasía: es decir, creía que Luke se estaba montando a una máquina en la cual él veía a su esposa.  Pero ahora que las cosas estaban en su lugar y que sabía cuál era la verdadera y cuál no, no podía menos que considerarse un enfermo si se seguía excitando con el asunto: es decir, si le calentaba el hecho de que Luke tuviera sexo con la verdadera Laureen.
Se le cruzó por la cabeza la posibilidad de volver a poner en funcionamiento a las réplicas de Theresa Parker y de Elena Kelvin, abandonadas ambas en un galpón, pero de algún modo era reavivar fantasmas del pasado y situaciones que habían terminado por llevar al desastre.  Después de todo, la llegada de los dos Ferobots había sido elemento clave en el final de su matrimonio.  Fue un alivio volver al trabajo ya que ello implicaba pasar menos horas en su casa y, por lo tanto, librarse durante buena parte del día de escuchar los jadeos y gemidos.  Pero la noche seguía siendo un karma; optó por salir a caminar, lo cual era algo que los médicos le habían prescripto como modo de prever nuevas complicaciones cardíacas.  El conflicto se le produjo cuando la réplica de Laureen se ofreció a acompañarlo en sus caminatas; resultaba extraño y paradójico salir a caminar con Laureen para escapar de Laureen.  Estuvo, obviamente, por rechazar el ofrecimiento y ordenarle de manera tajante que se quedara en casa, pero la culpa le asaltaba cada vez que recordaba que gracias a ese robot seguía vivo, así que decidió aceptar…
En un principio, la presencia del Ferobot le irritó pero, con el correr de las noches, no sólo se fue acostumbrando a ella sino que hasta la empezó a ver como una agradable compañía y, aun cuando sus charlas pudieran ser algo irritantes por removerle cosas en su interior sobre las cuales ni siquiera quería plantearse nada, le fueron ayudando a descubrirse algo más y hasta a aceptarse.  Ése era un costado de los robots que hasta el momento no había visto: las personas, sean amigos o familiares, no se quedan indefinidamente junto a uno cuando hace catarsis, pero un androide no tiene otra posibilidad más que escuchar y escuchar…, y cada tanto dar su “parecer”…  Por otra parte, la vida de Jack había estado el último tiempo tan plagada de impulsos, instintos e irracionalidades que no le venía mal una “bajada a tierra”, alguien que volviera a traer la lógica de vuelta cada vez que ésta faltaba…  Allí residía en parte el gran descubrimiento: luego de haber querido ver a los robots como si fueran seres humanos, ahora empezaba a verlos y aceptarlos como robots y, como tales, con un aporte absolutamente distinto al que un ser humano pudiese dar… 
Algo, sin embargo, comenzó a molestarle y fue cuando, durante algunas de esas caminatas nocturnas, escuchaba a sus espaldas chiflidos de aprobación o palabras procaces hacia “Laureen”.  Aun cuando tuviera bien en claro que era un robot, el hecho es que ella había pasado a ser “su” robot y, como tal, era inevitable que desarrollara sentimientos de posesión hacia ella.  Tal tipo de situaciones, por lo tanto, terminaban siempre con insultos de su parte y con “Laureen” calmándolo.
Lo peor, no obstante, ocurrió cuando, al volver a casa luego de una caminata, se encontaron en la puerta con la “parejita vecina”:  Luke, odiosamente sonriente y Laureen, la verdadera, con la mirada esquiva y sin mirarle nunca plenamente a los ojos.
“¡Jack! – le saludó falsamente Luke -.  Veo que sales a hacer ejercicio y me parece excelente para tu salud.  Y más todavía si tu robot te acompaña: me complace que estés aprendiendo a sacar provecho del regalo que te hice…”
No podía, por supuesto, ser más hiriente: ponía un énfasis especial al decir “tu robot” , diferenciándolo tácitamente de lo que seguramente consideraba “su mujer”.
Jack no hizo comentario al respecto; simplemente permaneció mirándolo a los ojos con desprecio, luego de haber intentado, sin éxito, que la verdadera Laureen le mirase.
“¿Qué se supone que están haciendo aquí?” – preguntó, casi escupiendo las palabras.  Así como Luke había destacado especialmente “tu robot” él lo hacía con el “están”, manifestando así su desprecio por ellos al verlos como parte de una ruin complicidad.
“Queremos hablar algo contigo…” – espetó la verdadera Laureen, levantando la vista por un instante.
“¿Sobre qué?” – preguntó Jack encogiéndose de hombros en señal de poco interés.
“Bien…: es sobre nuestro… divorcio, Jack…”
“Finalmente lo pedirías – dijo él -.  En fin, supongo que era lógico que ocurriese… Lo que me pregunto es qué es lo que te apura…”
“Esto…” – terció con una sonrisa de oreja a oreja Luke mientras acariciaba el vientre de Laureen.
Fue un puntapié directo al estómago para Jack quien, aun así, no quería convencerse de estar realmente entendiendo lo que él creía entender.  Miró alternadamente a Luke y a Laureen con el ceño fruncido y con expresión interrogativa.
“Estoy… esperando un hijo de Luke, Jack…” – anunció ella, con la voz algo quebrada.
Jack se llevó una mano a la frente y sacudió ligeramente la cabeza con incredulidad.
“Bien… – dijo, buscando mantener la calma -.  Vas a ser madre finalmente…”
“No podía esperarte por siempre…” – repuso ella.
“Hasta donde yo recuerdo, lo planteaste en los primeros días de nuestro matrimonio, quedamos en hablarlo más adelante y luego no volviste a hacerlo…”
“¿Cómo iba a hacerlo, Jack?  ¿En qué momento?  Apenas llegabas a casa, ibas corriendo hacia el VirtualRoom o, luego, hacia tus Ferobots… No teníamos vida sexual siquiera… ¿Y pretendes que fuera yo a plantearte acerca de tener hijos?”
“Ella tiene razón – intervino Luke provocando con ello un hormigueo de odio por todo el cuerpo de Jack -.  Es joven, está en edad de ser madre… Necesitaba sólo alguien que le hiciera crecer la pancita, jeje… Ahora lo tiene…”
Luke remató su comentario acariciando una vez más el vientre de Laureen y besándola en la mejilla.  Un par de meses antes Jack le hubiera asesinado por ello; ahora, y aun cuando le hacía hervir la sangre, lograba, al menos, mantener una cierta calma.
“Y supongo que vienes a pedir el divorcio para hacer la división de bienes…” – aventuró Jack, con un deje que mezclaba mordacidad y desprecio.
“Me corresponde, Jack…” – repuso ella.
“Le corresponde, Jack…” – dijo Luke, casi al mismo tiempo.
“Ajá…, veo que lo tienen hablado – ironizó Jack -.  Supongo que ya sabes que el adulterio que has cometido te va a jugar en contra, ¿verdad?  No te van a dar el cincuenta por ciento como pretendes…”
“Tal vez no – aceptó ella, bajando la cabeza con cierta vergüenza ante el comentario en relación con el adulterio -, pero… esta casa es un bien ganancial, Jack… La hemos comprado entre los dos y tendríamos que hacer una nueva demarcación de la propiedad para…”
“Genial… – rió Jack -; la propiedad de Luke crece a expensas de la mía, ¿es así?”
“No es tu propiedad, Jack, es nuestra… O era…”
“Jack, ella tiene razón – intervino una cuarta voz que, por supuesto, era la del androide que replicaba a Laureen y que, como no podía ser de otra forma, se guiaba por la lógica y no por las pasiones -.  Si ella se establece junto a Luke, le corresponde una…”
“¡Okey, ya basta! – rugió él -.  Ya lo he entendido… Y ya sé que legalmente le corresponde… Lo cual no quita que sea una puta de mierda…”
“Jack, cuidado con lo que dices…” – le espetó de manera amenazante Luke mientras Laureen se ponía de todos colores ante la afrenta recibida de parte de quien había sido por años su esposo…
“Jack, cálmate…” – le dijo el robot en tono apaciguador tomándolo por la mano.
Él se quedó mirando a la pareja; luego dejó la vista sobre Laureen, la verdadera.
“Pues te diré una cosa… ¿Quieres una parte de la propiedad?  Pues no te hagas problemas, la tendrás toda…”
“Jack… Nadie te está pidiendo eso – objetó Laureen -.  Y yo no te odio: no quiero hacerte eso…”
“Está bien, muchas gracias, tal vez no me odies, pero yo… – se giró hacia su casa  y trazó un arco con la mano -, odio todo esto: ya no lo quiero ver… No quiero ver nada que me recuerde… a ti… – apenas lo dijo, miró al robot con culpa; aun así, siguió hablando -.  Es que, a pesar de todo, Laureen, nunca podré terminar de odiarte, no después de haberte amado.  Por eso, como no puedo hacerlo, me conformaré con odiar todo esto, esta casa, este parque, los muebles, todo lo que fue nuestro…, las cosas materiales…”
“Jack, estás hablando por impulsos…” – protestó la verdadera Laureen.
“Es cierto, Jack, deberías calmarte…” – secundó la falsa Laureen.
Luke, por su parte, no dijo nada.
“Estoy calmo… – dijo Jack  asintiendo con la cabeza -, más calmo que nunca…”
Dando media vuelta, enfiló hacia el portón de tu casa y la réplica de Laureen le siguió.
“Ah, felicitaciones por tu maternidad…” – dijo Jack al trasponer la entrada y sin siquiera darse vuelta para mirar a la verdadera Laureen.
Durante algunos días fue imposible para Geena volver a entrar en las oficinas de Sakugawa, las cuales ocupaban todo un piso de la World Robots; ello se debía, por un lado, a los peritajes policiales y judiciales realizados en los días inmediatamente posteriores al suicidio pero también al hecho de que era muy duro para ella revivir el momento en el cual, al entrar allí, se había encontrado trágicamente con las ventanas abiertas… y Sakugawa ausente.
El líder empresarial, fiel a lo que había sido su característica esencial en vida, planificó todo cuidadosamente: su muerte no fue algo improvisado o espontáneo que le vino a la cabeza apenas finalizada la charla con Carla Karlsten sino, al parecer, algo que ya venía elucubrando.  No se podía, de lo contrario, explicar el que hubiese conectado todas las cámaras de seguridad de su oficina enfocándolas hacia los ventanales de tal modo que las mismas registrasen el momento para así despejar cualquier duda que pudiese incriminar o tan siquiera arrojar sospechas sobre alguno de sus empleados o, particularmente, sobre Geena.
Dejó, de hecho, registro en varios ordenadores acerca de sus últimas voluntades y, de modo muy especial, sobre aquellos reacomodos y reubicaciones de personal que de él dependían y que no quería morir dejando en manos de otros: cupo en ello un lugar de privilegio a Geena, en quien hizo recaer, si bien no todas, sí varias responsabilidades directivas de allí en más.  Tal noticia, por supuesto, no pudo sino sorprender gratamente a la secretaria (que ahora pasaba a ser gerente general del área de nuevos productos) aun cuando, por otra parte, extrañaba a su jefe y el nuevo puesto que éste le había conferido no le despertaba sino dudas y temores.  Geena recorrió la amplia estancia con la vista y se le hacía difícil ver aquel lugar sin la presencia oriental del prestigioso empresario; no pudo evitar un cierto estremecimiento al mirar hacia las ventanas.  Se detuvo durante un momento en los ordenadores y se puso a pensar que le tocaría una ardua labor para ponerse al tanto de muchas cuestiones referentes a su nueva jerarquía pero, por otra parte, si Sakugawa le había dejado a ella tal rol sólo podía ser porque confiaba en su pericia y en sus conocimientos al respecto; había sido su último gesto hacia ella el otorgarle uno de los cargos de mayor prestigio dentro de aquellos cuyas designaciones dependían de él, ya que la gran mayoría de los mismos serían decididos en los próximos días por la junta directiva del consorcio de accionistas.
Al final de las oficinas había una habitación cerrada que hacía de depósito para algunos prototipos y androides de uso personal de Sakugawa.  Sabiendo Geena que necesitaba estar al tanto de todo para comenzar a ubicarse en su nuevo lugar dentro de la empresa, hurgó en el ordenador hasta dar con la clave de seguridad y, desde allí mismo, abrió la puerta del depósito.  Al ingresar allí, y como no podía ser de otra manera, se encontró con que el lugar estaba poblado de robots.  Verles así, de pie, pero inmóviles e inertes, le producía un cierto estremecimiento que le hacía helar la sangre en las venas, máxime cuando los robots se veían infinitamente más inquietantes luego de los incidentes ocurridos y de la tormenta que se había cernido sobre la compañía.  La mayoría eran Ferobots, desde ya, pero también había algunos Merobots.   Un cosquilleo le invadió el cuerpo al encontrarse con los androides femeninos que replicaban a Gatúbela, Mujer Maravilla y Batichica, con los cuales ella se había visto involucrada en una orgía lésbica tan shockeante como excitante el día mismo de los sucesos ligados al “incidente Vanderbilt”.  A su pesar, Geena debía admitir que la había pasado bien en esa oportunidad, lo cual no dejaba de generarle cierta culpa considerando que los desastres para la World Robots y para Sakugawa habían comenzado precisamente ese día… Le produjo una cierta inquietud el ver a Gatúbela, quien lucía inmóvil pero sosteniendo su látigo en mano; su rostro, o por lo menos la parte del mismo que su felina máscara dejaba al descubierto, parecía exhibir una enigmática y libidinosa sonrisa… Geena se quedó observándola fijamente durante un momento y, súbitamente, tuvo el impulso de llevar una de sus manos hasta apoyarla sobre los pechos del Ferobot y deslizársela por encima del traje de látex… De pronto la invadió el terror: no supo si fue su imaginación o qué, pero estuvo segura de distinguir un fugaz destello en los ojos del androide, lo cual la llevó a quitar rápidamente su mano con espanto; por suerte el Ferobot no volvió a dar señales de vida pero Geena estaba segura de que se había movido.  Inquieta, echó un rápido vistazo en derredor y comprobó que todos los robots seguían en sus sitios e igual de inmóviles; sin embargo, el lugar le pareció de repente aun más frío y sombrío que antes, entrándole unas incontenibles ganas de salir de allí y cerrar la puerta por tiempo indefinido: de hecho, era eso lo que estaba por hacer…
Sin embargo, al momento mismo en que se disponía a hacerlo, su cuerpo quedó petrificado cuando sus ojos distinguieron que, entre la selva de androides había uno que, al parecer, se movía.  Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral a Geena, quien, atemorizada, retrocedió un par de pasos y hasta trastabilló sobre sus tacos…
“No temas… – sonó de pronto la voz del androide -.  Soy inofensivo.  Es màs: ¿te puedo aconsejar algo?  Jamás temas a una máquina: témele a quienes las usan…”
De modo extraño, el tono de la voz calmó a Geena: sonaba profunda y penetrante, pero en ningún modo agresiva o intimidante sino más bien paternal… Como solía ocurrir con los robots de última generación lanzados por la compañía, costaba a primera vista determinar si  se estaba ante una máquina o ante un ser humano; y además lo extraño del asunto era que, de ser realmente un androide, no reunía ninguno de los atributos físicos con que la World Robots había dotado a los Erobots, destinados justamente a satisfacer en el mercado una demanda de índole sexual.  Por el contrario, se trataba más bien de un robot de aspecto “intelectual”,que daba la apariencia de un hombre de sesenta y tantos años: y que, aun a pesar de que pronunciar las palabras con perfecta fonética anglosajona, sus rasgos remitían vagamente a Europa Oriental, siendo sus ojos de un marrón profundamente oscuro en tanto que su cabello, grisáceo y, en su mayor parte, encanecido, bajaba a lo largo de sus mandíbulas formando espesas y blancas patillas.  Llevaba sobre sus ojos un par de grandes lentes, algo insólito tratándose de un androide.
“¿Q… quién es usted?” – preguntó Geena, algo más tranquila pero aún vacilante y llena de incertidumbres.  Aun a pesar de que el robot no encajaba en lo más mínimo en el patrón físico de los Erobots cabía la posibilidad de que le hubieran dado tales características para cubrir, justamente, la demanda de cierto público, predominantemente femenino, al que le atraían especialmente los hombres de aire “intelectual”.  Quizás eso explicaría también los lentes…
“Es una buena pregunta – respondió el robot -; soy Isaac Asimov… O, por lo menos, parte de él… O una parte de mí lo es: no sabría bien cómo decirlo, pero créame que tiene sentido…”
Decididamente no era un Erobot.  No tenía la lascivia en el tono de voz que caracterizaba a tales robots ni tampoco se movía con la actitud avasallantemente sensual de los mismos: no invitaba ni al sexo ni a la lujuria en sus gestos, palabras o movimientos.  De todos modos, la respuesta que el androide había dado no hacía más que llenar aun más a Geena de incertidumbres.
“¿Isaac… Asimov? – balbuceó, arrugando el entrecejo y entornando los ojos -.  Pero… yo tenía entendido que había muerto hacía muchísimos años… ¿O es usted un descendiente que lleva su mismo nombre…?”
“No soy un descendiente – respondió el androide sonriendo ligeramente -.  Y tienes razón en una cosa: he muerto hace muchísimo tiempo.  Estás casi viendo a un dinosaurio: un fósil viviente…  Un dinosaurio reconstruido en realidad, je”
El rostro de Geena evidenciaba cada vez más confusión.  O aquel tipo no era un robot o se había topado con otro robot que había “enloquecido” del mismo modo que había pasado con el de Miss Karlsten.
“No… estoy entendiendo…” – dijo, abrumada.
“Lo sé.  Es difícil de explicar hasta para mí…” – respondió el androide quien, luego de pasar a su lado mirándola fijamente, caminó a través del depósito escudriñando de arriba abajo al resto de los robots que allí estaban guardados.  Geena se estremeció cuando pasó junto a ella pero, extrañamente, había algo en aquel androide que hacía difícil temerle…
“Hacia finales del siglo veinte se empezaron a hacer experimentos para tratar de conservar en funciones el cerebro después de que una persona hubiese fallecido… – arrancó a explicar el androide con tono pedagógico -.  Básicamente en lo que consistía el proyecto era en lograr aislar el cerebro humano ante la evidencia de la muerte física; es decir, quitarlo del cuerpo antes de que éste muera y mantenerlo en funciones: de ese modo, la muerte del paciente no implicaba la muerte cerebral sino sólo corporal.  Yo fui uno de los voluntarios conejillos de indias del proyecto, no sé si para bien o para mal; mi muerte, desgraciadamente, sobrevino a partir de haber contraído el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida debido a una mala transfusión y, en efecto, cuando supe que mi fin era ya inevitable, di mi consentimiento para que mi cerebro fuera aislado…”
El rostro de Geena se contraía en mil muecas; miraba con incredulidad a su interlocutor tratando de determinar si no se burlaba de ella… Sin embargo, no había ni en la voz ni en el atisbo del androide señal alguna en tal sentido.  La burla, por otra parte, no era compatible con un robot aunque la verdad era que, a la luz de lo que éste venía diciendo, Geena ya no sabía realmente cuánto había de máquina y cuánto de humano en ese sujeto que caminaba por el depósito y que ahora si dirigía hacia la puerta en dirección a la oficina propiamente dicha.  A Geena le intranquilizó tal actitud; no intentó detenerle pero echó a andar tras él.
“¿Un… cerebro?  – preguntó mientras caminaba e intentando, con esfuerzo, seguirle el hilo del relato -.  ¿Aislado?  ¿Funcionando aun cuando el dueño de ese cerebro ya esté muerto?  ¿Es posible algo así?”
“De hecho lo lograron… – asintió el androide dando a su expresión un cierto aire de tristeza que, una vez más, no parecía encajar en un robot -.  El problema, claro, era qué hacer luego con los cerebros.  No había receptáculos capaces de canalizar su actividad; es decir, el cerebro de la persona quedaba en una especie de suspensión parecida a un largo sueño; se trataba, claro, de una apuesta a futuro en la cual se contaba con que el desarrollo de la ciencia permitiría, en algún momento, dar una solución al problema: es decir, mantener los cerebros latentes hasta tanto existiese la posibilidad de conectarlos a algún sistema motor…  Pues bien, el desarrollo de la robótica fue para, algunos, esa solución…”
“Me cuesta entender; lo siento…” – dijo Geena, sacudiendo la cabeza.
“Quiero decir que un robot podía ser un buen portador para ese cerebro…”
Los ojos de Geena se abrieron enormes.
“¿Está usted hablando de… un robot con… cerebro humano?  ¿No un cerebro positrónico sino uno plenamente orgánico?”
“Ésa fue una de las posibilidades sobre las que se trabajó, pero terminó siendo del todo imposible.  No había ni hay forma de conectar un organismo artificial a las órdenes y los pensamientos impartidos por un cerebro orgánico; sin embargo sí se logró que éste pudiera trabajar asociado a un cerebro positrónico que, de algún modo, interpretaría sus órdenes y las enviaría al cuerpo para convertirlas en funciones motoras o de otro tipo…”
“A ver si entiendo… ¿Está usted hablando de… un robot con dos cerebros?”
“Algo así: se trata de un sistema integrado en el cual, como dices, ambos cerebros trabajan en asociación.  Fue lo que llamaron cerebro semipositrónico…”
“¿Y eso… se hizo?  He trabajado por años en la compañía de robótica más prestigiosa del planeta y jamás llegó a mis oídos algo semejante…”
“El proyecto quedó archivado… Los robots enloquecían; las reacciones químicas y las incompatibilidades de tipo lógico entre ambos cerebros hacían que el comportamiento se volviera errático e imprevisible, incluso peligroso: hubo algunas malas experiencias al respecto… Hay que pensar que eran cuatro hemisferios trabajando juntos y entrando en permanentes contradicciones entre sí.  Ya es bastante trabajoso para un ser humano lidiar con sus dos hemisferios cuando éstos parecen buscar algo diferente; sólo imagina lo que puede pasar con cuatro hemisferios: la lógica se riñe con la justicia, los impulsos animales con los mandatos positrónicos; un cerebro humano es infinitamente más complejo que uno artificial: hay pasiones, anhelos y motivaciones que están reñidos con la lógica pura y abstracta… Pero volviendo al asunto, la orden fue terminante: destruir todos los cerebros semipositrónicos; una gran paranoia se había apoderado de las esferas oficiales o de las empresas que ponían su dinero en tales proyectos…”
“ Señor… Asimov… – Geena se sentía extraña llamándolo así -.  Hay algo que no me cierra: ¿por qué entonces su cerebro no fue destruido?  ¿No es acaso el suyo también un cerebro semipositrónico?  ¿Un… cerebro doble, de cuatro hemisferios?”
El androide asintió tristemente mirando hacia el ventanal.
“Fue Sakugawa quien, de manera clandestina, salvó mi cerebro de la destrucción…”
Geena estaba cada vez más perpleja por lo que oía.  Al parecer, había mucha información que, aun delante de sus narices, no había llegado a conocer como secretaria del empresario fallecido.
“¿Con qué sentido?” – preguntó.
“Consideraba… que yo podía serle útil para llevar adelante la World Robots.  Decía que yo podía ayudarle a dilucidar y resolver de antemano los problemas lógicos que pudiesen presentar los androides al ser lanzados al mercado… Sabía bien que yo había dedicado buena parte de mis escritos a ese tema y, como tal, pensaba que mi aporte a la firma podía ser importante…”
“Vamos por partes… – repuso Geena, siempre con expresión de confusión -.  En principio, usted me está diciendo que su cuerpo es el de un robot pero su cerebro… hmm, o por lo menos, uno de ellos, es el que usted tenía dentro de su cráneo antes de morir… ¿Lo voy entendiendo bien…?”
“Perfectamente, señorita… Y no me pregunte por qué no utilizaron al menos un androide que replicara mi aspecto en juventud, je… Eligieron el modelo bien maduro, por no decir anciano… Hubiera preferido que me preguntaran… ¡Hasta lentes me colocaron! Jaja… – rio señalando hacia su rostro -.  Se ve que querían ver a Isaac Asimov: nuestra cultura es fuertemente visual”
“Por otra parte… ¿me está usted además diciendo que Sakugawa se encargó de ocultarlo y salvar su cerebro de la destrucción para así contar con su aporte en la World Robots?”
“Exacto, niña, lo ha entendido bien…” – respondió el robot sonriente y mientras paseaba por la oficina mirando a los monitores.
“¿Significa eso que todas las decisiones que él tomaba contaban con su consejo o bien su visto bueno?”
“Digamos que en un principio fue así…”
“¿En un principio?”…
“Así es…”
“¿Qué pasó luego…?”
“Lo que suele ocurrir, mi querida… Cuando el ser humano ve que puede crear vida, aunque más no sea vida artificial o mecánica, se cree omnipotente… Sakugawa ya no me siguió consultando, ni nadie; de haberlo hecho, jamás le hubiera dado mi aval para la locura de los Erobots…”
Geena dio un respingo; era la primera vez que el androide hacía alusión a los robots sexuales.
“¿Por qué dice que era una locura…?”
“Porque es una locura intentar reemplazar a los seres humanos… Es algo que inevitablemente termina mal.  ¿Quieres usar la tecnología?  Adelante, hazlo, pero no se te ocurra pretender reemplazar al hombre con ella: utilízala para aquello que el hombre no pueda hacer… Ejemplo: ¿puede una persona cargar a sus espaldas a un herido y saltar diez metros con él a cuestas para salvar un barranco o precipicio?  ¿Puede una persona arrojarse a una carretera con la suficiente precisión matemática como para quitar de en medio a un niño instantes antes de que éste sea atropellado por un auto a altísima velocidad?  ¿Puede ir a recoger información científica a lugares en los cuales falta oxígeno o en donde las temperaturas no lo hacen posible?  La tecnología es muy útil si se la sabe utilizar: el error es querer reemplazar a las personas con ella, o creer que eres Dios por el solo hecho de haber fabricado un robot que es físicamente idéntico a un ser humano…”
Geena escuchaba al hombre-robot con atención.
“Y eso fue lo que la World Robots hizo, ¿verdad?  – conjeturó -.  Intentar suplir a los seres humanos…”
“¡Claro!  ¡Suplantar a un humano en sus funciones sexuales!  ¡Es absurdo!  Y las consecuencias están a la vista… – volvió a mirar con tristeza hacia el ventanal  -.  Una lástima porque Sakugawa era un buen tipo, pero no quiso oír…”
“Por eso le encerró en el depósito…”
“Exacto.  Y cuando supo que yo había tenido razón y que no me había oído…, en fin, ya era tarde… e hizo lo que sabemos que hizo…”
Se produjo un instante de silencio en la oficina.  Geena se mordía el labio y daba vueltas y más vueltas en su cabeza a las impactantes revelaciones de las que acababa de anoticiarse.
“¿Y usted es… inmortal entonces?” – preguntó, con cierta inquietud.
“Jaja – rió Asimov -.  No, no existe tal concepto.  Isaac Asimov murió hace muchísimo.  Sólo el cerebro de él sobrevive, pero las personas no son sólo eso.  Aquí están mis recuerdos y mis conocimientos adquiridos – se tocó la cabeza con un dedo índice -, pero falta la interacción permanente con el cuerpo que es lo que nos convierte en personas completas.  Me veo obligado a lidiar con un cerebro positrónico que, en ocasiones, compite o entra en conflicto con el mío.  Y aunque puedo moverme como si fuera una persona, mi cerebro no recibe las sensaciones de la misma manera… Es como si manejaras un robot por control remoto.  Honestamente, hubiera preferido que destruyeran mi cerebro…”
Asimov adoptó una expresión triste y Geena también lo hizo.  Una vez más silencio…
“Sakugawa te ha dejado un puesto importante en la empresa, ¿ verdad?” – preguntó el hombre robot al cabo de un momento.  Geena dio un respingo.
“S… sí, así es.  ¿Cómo lo sabe?”
“Habló conmigo antes de quitarse la vida.  Y me pidió que te ayudara a reflotar la World Robots y guiarla en el buen sentido…”
Una vez más el rostro de Geena se tiñó de confusión.
“No… entiendo” – dijo, sacudiendo la cabeza.
“La World Robots está seriamente herida, pero no de muerte – explicó Asimov -.  Lo ocurrido fue obra de la ambición humana y de la sensación de omnipotencia… Podemos cambiar eso…”
“¿P… podemos?”
“Así es, niña.  Tú eres humana y puedes llevar a cabo la ejecución de los proyectos, cosa que yo no puedo.   Soy tan sólo un cerebro aprisionado en una máquina y, como tal, puedo darte algunas ideas pero no más que eso… Más tarde o más temprano, las tormentas del mercado pasarán para la firma.  ¿Por qué no podemos comenzar a fabricar robots que sirvan, por ejemplo, en rescates submarinos?  O en incendios, o en terremotos, en hospitales,  lo que sea, pero siempre manteniendo una premisa: no buscar que hagan lo que el ser humano puede hacer, no buscar reemplazarlo…”
Asimov permaneció mirando sonriente a Geena.  La cabeza de ella sólo daba vueltas: era demasiada información toda junta.  Sin embargo, había una fuerte carga de verdad en las palabras del hombre robot que hacían muy tentadora la propuesta…  Geena se mordió la uña del pulgar y permaneció pensativa un largo rato…
“¿Y por qué no…?” – dijo, para sí misma.
“¿Nueva Antioquia?” – el gesto de Miss Karlsten al preguntar era de absoluta incredulidad.
“Así es…” – respondió escueta pero tajantemente Jack.
“Pero… eso es en Marte…”
“Ajá…”
Carla Karlsten se echó hacia atrás en el respaldo de su asiento y, llevándose la mano al mentón, miró hacia algún punto indefinido en la oficina de la cual hacía algunos días había vuelto a hacerse cargo.
“¿Y qué vas a hacer allá?” – preguntó.
“Están pidiendo gente – respondió Jack -.  Por los planes de colonización.  No lo sé: hay muchas posibilidades.  Quizás me dedique a los cultivos hidropónicos en alguna granja o tal vez busque empleo en alguna compañía minera o usina hídrica, de esas que licúan y canalizan el agua de los casquetes polares…”
“Marte es un mundo totalmente distinto…” – replicó ella.
“Despreocúpate – dijo él, asintiendo con la cabeza -.  Eso bien lo sé…”
“No hay atmósfera respirable.  ¿Te acostumbrarás a vivir bajo cúpulas, en asentamientos que más que a ciudades se parecen a grandes peceras?  ¿Durante cuántos días crees que tus ojos soportarán ver esos interminables desiertos rojos en Xanthe o en Phison?”
“No creo que sea más insoportable que ver crecer al hijo de mi ex esposa con su vecino” – objetó Jack.
Carla Karlsten se reacomodó una vez más en su asiento, dando la impresión de estar también reacomodando sus pensamientos.
“A propósito de ello – apuntó, con una ligera sonrisa en la comisura -.  Casi no hay mujeres allí, ¿lo sabías?  Los hombres que van a colonizar Marte van con sus esposas o bien en absoluta soledad: doce hombres por cada mujer aproximadamente…”
“Quizás hasta sea menos problemático…” – bromeó Jack en obvia alusión a lo ocurrido con Laureen.
Ambos quedaron en silencio.
“¿O sea que te vas mañana?” – preguntó, finalmente, Carla.
“Así es, tengo pasaje para mañana…”
Ella se quedó mirándolo durante un rato y Jack la vio extraña; había algo de tristeza o nostalgia en sus ojos, pero también un deje de algo que se le hacía imposible de precisar.
“Jack…, yo diría que… si casi no hay mujeres en Marte, puede pasar largo rato hasta que tengas sexo con una…”
Jack se encogió de hombros; lo que su jefa decía era totalmente cierto, pero seguía sin saber adónde quería llegar.
“Supongo que es el precio a pagar por romper con el pasado” – dijo.
 De pronto ella se puso en pie; caminó alrededor del escritorio hasta ubicarse junto a Jack, quien giró la silla de tal modo de quedar de frente a ella, aunque siempre sentado.  Carla Karlsten se levantó la falda hasta la cintura y se sentó sobre su regazo.  Jack quedó sacudido por la sorpresa; jamás lo hubiera esperado.
“Si no lo vas a hacer por quién sabe cuánto tiempo… – dijo Geena, luego de besarlo en los labios -, yo diría que aproveches ahora…”
Había llegado el día de la partida.  Jack echó cada bulto en la parte trasera del auto y recorrió la casa con nostalgia pero a la vez con la firme convicción de enterrar el pasado; de hecho, la noche anterior la había pasado más mirando al cielo en busca de Marte que espiando hacia la casa de su vecino.   Fue inevitable, antes de la partida, pasar por el galpón a echarles un vistazo a los Ferobots, los cuales seguían allí tan inactivos como les había dejado.  Varios sentimientos y emociones se le cruzaron ya que era imposible desligar a los androides sexuales del clima tempestuoso que había, finalmente, arrasado con su matrimonio.  Había pensado en venderlos, pero lo del viaje a Marte había salido demasiado súbitamente y no le dio tiempo a organizarse tanto como para colocarlos; además, estaban muy devaluados en el mercado luego de lo ocurrido y no era de creer que fuera a obtener demasiado dinero por ellos.
Sólo la réplica de Laureen se mantenía activa, ya que jamás tuvo en su poder el control remoto y, además, siempre le dio una especie de culpa la idea de apagarla.   De hecho, el Ferobot le ayudó con los enseres e, incluso, él le encomendó que condujese el auto hasta el astropuerto.  No había pensado, realmente, en qué ocurriría una vez que el androide le dejase allí; quizás, después de todo, no era tan buena idea hacerse acompañar por la falsa Laureen ya que sería inevitable que, una vez en el embarcadero y al mirar hacia atrás, la imagen de Laureen saludándole sería la última con que se iría de su planeta natal… Por otra parte, no dejaba de preocuparle la suerte del androide de allí en más.  ¿Qué sería de ella?  ¿Quién se haría cargo?  Era de creer que, una vez que le hubiese dejado en el astropuerto,  el Ferobot emprendiera el regreso a casa y, como tal, terminaría a la larga pasando a ser propiedad de la verdadera Laureen y, por lo tanto, de Luke Nolan.  ¿Qué sería entonces de ella?  No pudo dar respuesta a ninguno de esos interrogantes ni siquiera cuando pensó en ellos durante todo el camino…
Una vez en el astropuerto y, habiendo estacionado la falsa Laureen el automóvil sobre la entrada del embarcadero, le ayudó luego a bajar del auto los bultos del equipaje para luego ambos quedar mirándose fijamente a los ojos durante algún rato. 
“Gracias por todo… Laureen” – le dijo él.
“No hay por qué, desde ya… – respondió ella -; aunque haya terminado siendo tu propiedad casi por accidente, ha sido un placer servirte…”
Jack sonrió.  Era una fórmula preestablecida, desde ya: el placer no es algo que se condiga con la disposición de un robot.
“¿Cuál es tu nombre?” – preguntó súbitamente Jack ,a bocajarro.
“Laureen…” – respondió el androide levantando las cejas.
“No, no… tu nombre de fábrica…, ¿cuál es?”
“FY – 54404 – E” – recitó el robot asumiendo una mayor formalidad.
“Hmm… – Jack quedó pensativo, acariciándose el mentón -… F…Y…E… ¿Qué tal Faye?  ¿Te gusta ese nombre?”
El robot sonrió.
“Me gusta si a ti te gusta, Jack… ¿Qué hay de malo con Laureen?”
“Nada, salvo que no eres Laureen…”
“Bien; será Faye entonces… – aceptó el androide, volviendo a dibujarse una sonrisa en su rostro ; luego hizo una larga pausa  -.  Jack…”
“Dime, Faye…”
“Casi no hay mujeres en Marte, ¿lo sabías?”
Déjà vu… Jack sonrió por lo bajo y asintió…
“Sí, lo sé… – respondió -.  Últimamente me lo están recordando seguido… ¿Qué vas a proponerme?  ¿Hacer el amor aquí y ahora como forma de despedida?”
El robot negó con la cabeza.
“No, Jack… Llévame contigo…”
Jack dio un respingo; fue como si su cuerpo hubiese recibido una violenta sacudida.
“F… Faye…, no puedo hacerlo…”
“Sí puedes… La pregunta es: ¿quieres?”
Jack miró hacia todos lados: aquí y allá había gente entrechocándose y corriendo con destino hacia las zonas de embarcadero; la mayoría tenían aspecto de rudos mineros…
“Sólo… tengo un pasaje…” – replicó.
“No soy un ser humano – repuso ella, sonriendo -.  Soy un robot, ¿estás comenzando a olvidarlo?  Puedo ir como equipaje…”
Lógica perfecta por supuesto.  Como cuadraba a un robot.  Jack dejó escapar una ligera risita.  Se quedó un momento mirándola y se dio cuenta de que ya no veía a Laureen; sólo a Faye… Asintió finalmente con la cabeza; apretó los dientes al hablar para dar a sus palabras un toque balcánico:
“¿Y porrr qué no?”
                                                                                                                                                                                           FIN

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Destino de hermanas I” (POR XELLA)

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La detective Miranda Duarte llevaba meses esperando que llegara este día. Estaba colaborando con la policía en la captura de una banda de africanos que traficaba con drogas y después de meses de seguimiento habían localizado su centro de operaciones. 

La policía había recurrido a ella por que sospechaban que tenían un topo entre sus hombres, así que habían contactado con Miranda para que ella hiciera el trabajo de campo de forma independiente al cuerpo de policía. Solo tenía un contacto dentro, Iván González, un hombre de confianza para evitar que esa parte de la operación fuera de dominio público. 
Y así había llevado la operación, en completo secreto. Había investigado a la banda, su modus operandi, sabía cuantos miembros eran, las zonas en las que operaban y ahora, donde estaba su cuartel general. 
Había estado prácticamente aislada durante ese tiempo, el único contacto que había tenido era su hermana Erika. No podía estar tanto tiempo separada de su ella, siempre habían estado muy unidas. Miranda tenía 35 años y su hermana 28. Esa diferencia tan amplia había hecho que Miranda se hubiera encargado siempre de proteger a su hermana, fue una de las razones que la llevaron a ser policía, el deseo de proteger a su hermana y a quien pudiera, pero, por azares del destino al final había abandonado el cuerpo y se había hecho detective privada. 
Ambas hermanas se parecían, las dos eran rubias y guapas, aunque diferentes. Miranda tenía los ojos verdes y era algo más bajita y, debido a su entrenamiento, tenía el cuerpo más atlético y menos voluptuoso. Erika en cambio tenía ojos azules y un cuerpo de escándalo, no en vano trabajaba como modelo de lencería, su foto había salido en varios anuncios en revistas y poco a poco se iba abriendo un hueco en el mundillo.
Durante los últimos días, había estado observando planos del lugar donde se escondían esos criminales, buscando puntos de acceso para cogerles con las manos en la masa. Era un edificio de dos plantas,  un lugar bastante inaccesible, pero había encontrado un conducto de ventilación al que podría llegar desde un lateral del edificio. El conducto estaba en la entreplanta, y tenía acceso a través de él a casi todas las salas. 
Llegó la noche y se dirigió al lugar. Siempre acompañada de su pistola, sentía que aquella operación le saldría bien. Todo iba sobre ruedas, encontró el conducto sin que la detectasen y consiguió acceder subiéndose a unos contenedores. Era bastante estrecho, pero suficiente para que entras en una persona. A través de las rejillas que daban a las salas, podía ver el contenido de las mismas y, recordando el mapa, irse situando. 
Pasó por encima de una especie de sala de descanso y vió a dos miembros de la banda. 
– ¿ Está todo listo Piernas? – Preguntó uno. 
– Todo preparado, jefe. Nada nos arruinará la diversión. 
Así que ese es el jefe… – Pensó Miranda. Nunca le había visto la cara, pero sabia que le conocían como el Oso y, visto su tamaño, podía imaginarse por qué. – Así que tenían pensado divertirse esta noche… – Miranda sonreía divertida. – No tienen ni idea de lo que les espera. Mañana dormirán entre rejas. 
Según había indagado, debería haber otra persona en el edificio. Más tarde llegarían más, pero para entonces debía tener la situación controlada… 
Miranda siguió avanzando por el conducto. Pasó por una habitación que estaba llena de bolsitas de coca. Seguro que esto tenía que ver con la diversión de la que hablaban antes… Con ese material tenía suficiente para empapelarlos a todos. 
Pero no quería entretenerse. Había una sala más adelante en la que podía bajar. Desde allí, podía ir a la sala principal y pillarles por sorpresa. Llegó a su destino y comenzó a bajar del conducto silenciosamente. Sacó su pistola y fue hacia la puerta, abrió un resquicio para ver lo que había fuera y ¡PAM¡
Un fuerte golpe en los brazos lle hizo soltar el arma y después algo la cubrió . Era especie de tela, ¿Un saco? Recibió varios golpes en el estomago para que dejara de revolverse y la ataron las piernas.
¿Qué estaba pasando? Debía ser el miembro de la banda que faltaba… Estaba en la misma habitación en la que había bajado, ¿Cómo no le había visto? 
Escuchaba risas desde dentro del saco. La estaba transportando como si fuera un saco de patatas… 
Se llevó un fuerte golpe cuando la soltó en el suelo. 
– ¿Qué es esto? – Preguntó una voz. 
– El pajarito ha venido ya. Aunque, más que un pajarito, ha sido una pequeña rata que ha entrado por el conducto de ventilación. 
– Estupendo… Tendremos que recompensar a Iván . Ya le invitaremos a alguna fiestecita… 
¿Iván? ¿Iván era el topo? Miranda estaba desolada… Le conocía desde hacía muchísimo tiempo… Y la había vendido… 
– Mira lo que llevaba. – Un ruido metálico golpeó contra la mesa. Debía haber lanzado su pistola, para que la vieran todos. 
– Así que el pajarito venía dispuesto a picarnos… Quiero hablar con ella. 
Unas manos la agarraron. Comenzó a revolverse como podía pero un par de golpes en el estomago la hicieron parar. Tiraron de la tela a la altura de su cabeza e hicieron una abertura con una navaja. 
– Mira a quien tenemos aquí… – Era el Oso el que hablaba. – La detective Miranda Duarte… Es verdad lo que nos habían dicho, eres bastante guapa… 
– ¡Soltadme hijos de puta!  O si no… 
– ¿O si no qué? ¿Nos vas a morder? –  Miranda estaba temblando de rabia. – Venga… ¿Qué nos harás? A lo mejor el que te muerdo soy yo.  –  Los demás hombres se echaron a reír. – Ahora voy a soltarte, y como hagas cualquier movimiento que no me guste… BANG 
El Oso cogió la pistola de encima de la mesa, apuntandola. El que se hacía llamar Piernas, rasgó el saco hasta abajo y liberó a la mujer, que quedó de pie ante los tres hombres. 
El líder de la banda rodeó a Miranda, observando su cuerpo. 
– ¿Qué tenemos aquí? – Dijo, cogiendo unas esposas que llevaba enganchadas al cinturón. – Parece que venías a jugar con nosotros,  ¿No? Pues vamos a jugar entonces. 
El Oso agarró las manos de Miranda y las esposó tras la espalda. La detective valoraba todas sus opciones, aunque no tenía muchas… Eran tres contra una y además estaban armados, así que no le quedó más remedio que dejarse esposar.
El líder volvió a colocarse delante de la chica, acarició con la pistola la cara de Miranda y fue bajando hasta llegar al escote. 
– ¿No hace algo de calor aquí? – Preguntó distraído. 
– Sí jefe, me estoy asando. – Contestó el secuaz que la había capturado. 
– Roco tiene razón, hace mucho calor aquí. – Sentenció el Piernas. 
– Y como buenos anfitriones que somos, no vamos a dejar que nuestra invitada pase calor… 
De un tirón rasgó la camisa de la detective, dejando a la vista sus pechos, enfundados en un bonito sujetador blanco. Miranda soltó un grito y, rápidamente, lanzó un rodillazo a la entrepierna del jefe. Con la confusión que provocó intentó salir huyendo, pero fue velozmente atrapada y derribada por el Piernas. 
– ¡Esa zorra! – Gritó el Oso. – Me las vas a pagar. 
Se acercó como una furia hacia ella y la levantó tirando de su pelo. La propinó varios golpes en la cara y en el estomago, haciendo que volviera a caer. 
– Vas a aprender cual es tu lugar ahora… ¡Roco! ¡Trae la navaja! 
Miranda se asustó. ¿Qué pensaban hacerla? 
El Piernas la agarró por detrás mientras el jefe, con la navaja se encargaba de arrancar el resto de la ropa de la detective. Miranda estaba asustada, no veía salida a aquella situación, estaba a merced de aquellos bestias… 
– Mira esto. ¿Crees que puedes presentarte ante nosotros con esta porquería? – El Oso estaba señalando las feas bragas que llevaba Miranda. 
Pegó un tajo con la navaja y de un tirón las arrancó, provocando un grito en Miranda. 
– ¡Callate zorra! 
El jefe arrebuñó las bragas y las metió a la fuerza en la boca de la mujer. Roco le trajo cinta americana, que usó para amordazarla. 
– Así estás más guapa, desnuda y calladita. Ahora vas a hacer todo lo que te digamos si quieres que seamos buenos, ¿Verdad? 
Miranda intentó revolverse,  prefería llevarse un tiro a que aquellos rufianes la violaran. 
– Parece que no te has dado cuenta de que estás en una situación en la que no tienes muchas opciones… Bueno… Como quieras… Roco, trae las fotos… 
Roco salió de la habitación y volvió con unas fotos que entregó a su jefe. 
– Teníamos preparada una fiesta en la que tú ibas a ser la invitada de honor… Pero, visto que no quieres cooperar, a lo mejor tenemos que buscar alguien que sí lo haga. 
Diciendo eso, comenzó a enseñar las fotos… ¡Eran fotos de Erika!  Habían sacado fotos suyas saliendo de su portal. Miranda comenzó a revolverse y a llorar de rabia. 
– ¿Vas a ser una buena chica o tendremos que llamar a tu hermana? 
La detective se rindió. Dejó de luchar y asintió con la cabeza. Ese cabrón de Iván…  ¡Las había vendido a las dos!
– Ahora vamos a relajarnos un poco… – Dijo, sentándose en el sofá. Los demás le imitaron. – ¿Serás una buena chica y nos traerás unas cervezas? 
Miranda se acercó al frigorífico que había en esa misma sala, desnuda como estaba y con las manos esposados a la espalda. Le resultó algo complicado abrir la nevera pero, de espaldas y entre las risas de los tres negros, consiguió hacerlo. Coger las cervezas también fue difícil, pero lo hizo y se las acercó a los hombres. Cuando Roco cogió la última, le dió un sonoro azote, aumentando la humillación de la detective. 
La dejaron allí, de pie, mientras ellos disfrutaban de sus bebidas y discutían sobre sus planes. Miranda escuchaba con atención, confirmando muchas de las sospechas que tenía de la banda, pensando que cuando saliese de allí, podría usar esa información para meterles en la cárcel. 
Estaba ensimismada en sus pensamientos cuando se dió cuenta de que los tres hombres se habían callado y estaban observándola. 
– Qué descuidados somos… – Comentó el Oso. – No hemos ofrecido nada a nuestra invitada… 
Mientras decía eso, comenzó a bajarse la bragueta. Miranda estaba horrorizada, había pasado por su cabeza que iban a abusar de ella, pero aún sabiéndolo, ese momento de comenzar era horrible. 
La detective se acercó, sabiendo que si no lo hacía irían a por Erika. Se arrodilló ante aquel bestia y se quedó mirando, indecisa. El Oso, agarró su polla, sacudiendola erecta ante la cara de la mujer. De un tirón, arrancó la cinta americana de la boca de Miranda, sacandole las bragas que continuaban allí. 
– ¿Sabéis? Siempre me dió morbo que me la chupase una agente de la ley… – Susurro compañeros se rieron. – Pero… También me gustaría saber como se desenvuelve una modelo… Esas zorras la tienen que tragar de miedo… 
Miranda captó la indirecta. Agachó la cabeza en dirección a la polla del jefe y se tragó la mitad de golpe. 
– Eso está mejor… ¿Ves como si cooperas nos lo pasaremos bien? 
La mujer temblaba de odio. Tenía ganas de morderle la polla y arrancarsela… Pero sabía que no podía… 
Aquel cabrón le dirigía la cabeza con sus manos, la obligaba a tragarse todo lo que podía y la mantenía varios segundos así, impidiéndole respirar. Cada vez que podía, Miranda cogía una bocanada de aire, preparándose para la siguiente embestida. 
Estuvo varios minutos así, limpiando el rabo del Oso, cuando los otros dos debieron sentir envidia, así que se levantaron y, dejando al aire sus herramientas se colocaron a los lados de la mujer. 
Iban turnándose y, uno tras otro perforaban con sus pollas la boca de Miranda. A la mujer empezaba a dolerle la mandíbula, semejantes herramientas eran grandes de por sí, pero si además se añade el “delicado” tratamiento que la estaban proporcionando… 
– ¿Te esta gustando la fiesta? – Preguntó el Oso. – Espero que sea de tu agrado. Ahora, después de los aperitivos, vamos a pasar a jugar a un juego. Se llama “Revienta el coño de la detective”. 
Miranda abrió los ojos de pánico, aquellos monstruos la iban a fallar entre todos y ella no podía hacer nada. 
– Vamos a hacerlo algo más divertido. No es de buena invitada dejar que nosotros hagamos todo el trabajo, ¿Verdad? ¿Por qué no te subes aquí y me demuestras que tal lo haces? 
El Oso se colocó en su sitio, preparándose para ser fallado. 
– Sois unos cerdos… – Masculló Miranda. 
– No tienes por qué hacerlo… Ya habrá otras que nos sepan satisfacer, ¿Verdad chicos? 
Los secuaces asistieron, riéndole la gracia a su jefe. 
– Así que dímelo y, si no quieres cooperar te quitamos las esposas y te vas a tu casa. ¿Qué dirá tu hermana cuando le digamos que todo lo que le va a pasar es por que tu no quisiste jugar un rato? 
Miranda se echó a llorar. Se levantó como pudo y se sentó a horcajadas encima de la polla de aquel hombre. Se la intentó meter despacito, pero el Piernas le hizo separó las piernas, obligandola a empalarse en aquel enorme falo. Miranda pegó un grito de dolor. 
Le dejaron unos segundos de aclimatación, luego el Oso comenzó a exigirle que se moviera. 
Era doloroso, ese hombre tenía una polla enorme y ella estaba completamente seca. 
– ¡Eso es zorra!  ¡Follame! Seguro que pensabas tenernos a nosotros esposados a estas alturas…  Y ha sido justo al revés. ¿Te gusta mi polla? 
Miranda callaba, humillada. 
– ¡Te he hecho una pregunta! – El hombre retorció los pezones de la mujer. 
– ¡Ahhhh! – Se quejó ella. – ¡Sí! M-Me encanta tu polla
– Sabía que te acabaría gustando… A todas las zorras les gusta que las follen bien. Y tu vas a salir harta de polla ja ja ja. 
Comenzó a darle azotes en el culo, obligandola a aumentar el ritmo. Poco a poco, la penetracion fue cambiando las sensaciones que producía en Miranda, comenzando a aparecer algo de placer, para mayor humillación de la detective. 
– Jefe, ¿No nos va a dejar un poco para nosotros? – Preguntó el Piernas. 
– Qué impacientes, aquí hay zorra para rato, ¿Verdad? Venga díselo, diles que no se preocupen, que estás deseando que te follen ellos también.
– Cla-Claro, estoy deseando que me folleis – Susurró Miranda. 
– ¿Esa es manera de pedirlo? Vamos, puedes hacerlo mejor, tienes que hacer que deseen usarte como la puta que eres. 
Miranda agachó la cabeza y se aguantó el llanto. 
– Necesito vuestras pollas… Quiero que me folleis como la puta que soy. – Mientras decía eso acompañaba las palabras con botes sobre la polla del Oso. – Vamos, ¡hacedme feliz y folladme! 
– Mira esta zorra, si parece que nos lo pide de verdad y todo. – Roco se situó tras ella. – Entonces habrá que complacerte. 
– ¿QUÉEEE? No, ¡Eso NO! – Gritó la mujer cuando se dió cuenta de las intenciones de aquel hombre.
De nada le sirvió. El Oso la agarró con todas sus fuerzas y, apretandola contra él, la separó las nalgas. Miranda notó como la polla de aquel hombre rozaba su ojete, apuntando, y después comenzó a sentir la presión que aquel animal ejercía. Un dolor indescriptible la asaltó, parecía que la iban a partir en dos. 
– ¡Ahhhh! Para cabrón, ¡Me vas a romper! 
Pero el negro no paró. Siguió empujando hasta que tuvo la polla metida hasta el fondo. 
Miranda se sentía llena, tenía dos pollas dentro de ella, dos pollas enormes. Le dolía el cuerpo, se sentía humillada, pero ya no le quedaban fuerzas para luchar… Sabía que debía hacer eso por su hermana, pero hasta entonces  había tenido la esperanza de encontrar un resquicio para escapar de aquello… Pero ya no, sólo le quedaba rendirse y dejarse hacer por aquellos bestias.
Los negros comenzaron a moverse, lentamente primero y aumentando el ritmo después. Intentaban acompasarse para no molestarse entre ellos. 
A su pesar y al del dolor de su culo, Miranda comenzaba a humedecerse, hecho que no pasaba desapercibido al jefe de la banda.
– ¡Creo que a esta zorra le gusta de verdad! ¡La muy puta se está poniendo cachonda!
– No os la quedéis toda para vosotros cabrones. – Dijo el Piernas.
– Tienes razón, hay que compartir. – Dijo el Oso. – Vamos zorra, acercate de rodillas y compénsale por la espera.
Roco sacó la polla del culo de la mujer, dejando a su salida un agujero abierto y enrojecido. Eso supuso un alivio para Miranda, que se levantó con esfuerzo de la polla del jefe.
Se arrodilló y avanzó como pudo hasta el Piernas, tropezándose varias veces por el camino. Una vez llegó, no tuvo que hacer mucho más, el hombre la agarró de la cabeza y se encargó de indicarle lo que tenía que hacer.
Primero, la tuvo un rato lamiendole los huevos, después la obligó a chupar, pero no duró mucho tiempo. En cuanto tuvo la polla de nuevo empinada la empujó al suelo, de rodillas y comenzó a follarle desde atrás.
El hombre no tenía ningún miramiento, le metía la polla hasta el fondo una y otra vez.
– Mira el Piernas, ¡Si que la tenía ganas! – Comentaban sus compañeros.
Roco se colocó ante ella y el piernas la levantó, tirando de su pelo. La tuvo en volandas hasta que su compañero se colocó y se encargó el de sujetarla la cabeza.
Miranda parecía un juguete roto, no luchaba, no se quejaba, ni siquiera cuando el Piernas cambió de objetivo y le metió la polla por el culo se quejó, por lo menos él la tenía lubricada de su coño…
Los huevos del hombre chocaban contra su coño, en una rítmica percusión. Roco no le dejaba ni siquiera tragar saliva, la furia con la que se la metía en la boca se lo impedía.
– ¡Vamos putita! – Gritó Roco. – ¡Espero que tengas hambre por que viene tu merienda!. 
Instantes después una riada de semen llenó la boca de Miranda, haciéndola toser. El negro no le sacó la polla de la boca, así que tuvo que tragarse la mayor parte, el resto cayó al suelo, justo en el lugar en el que Roco dejó su cara una vez acabó con la mamada.
El Piernas tampoco tardó mucho en correrse. Llenó el culo de la detective de leche, produciendola una sensación bastante extraña… Por un lado, nunca había notado lo que era que se le corriesen en el recto y, a pesar del dolor de la enculada, era una sensación agradable. El caliente líquido la calmaba y hacía de lubricante para la polla del hombre.
La dejaron allí unos segundos, a cuatro patas, con el culo abierto chorreando leche, y con la cara apoyada en los restos de la corrida de Roco.
El Oso, se levantó y avanzó hacia ella, cogió la llave de las esposas y liberó a la mujer.
– Espero que lo hayas pasado bien con nosotros esta tarde. – Continuó, Miranda le miró con odio. 
La mujer pensó que todo eso había acabado, pero la mirada del hombre le indicó lo contrario.
– ¿Lo has pasado bien o no? Venga, no me hagas obligarte a hablar, que parece que estas aquí en contra de tu voluntad.
– L-Lo he pasado genial…
– ¿Cómo?
Miranda sabía lo que querían oir, y también sabía por qué aquél hombre no la dejaba marchar…
– Me ha encantado que me folléis, sois unos sementales… Son las mejores pollas que he probado en mi vida y una guarra como yo ha probado muchas…
– Eso está mejor, pero no me mires con esa cara, que parece que me estás mintiendo.
Miranda hizo un último esfuerzo, cerró los ojos, tomó aire y, cuando los volvió a abrir intentó comportarse como la zorra que querían ver.
– Mmmmm – Dijo, mientras recogía con sus dedos la corrida que tenía en la cara. – Ha sido la mejor tarde de mi vida, nunca me habían follado así… Me ha encantado sentir como vuestras pollas me follaban el culo… Y vuestro semen… Necesito más…
Miranda se acercó gateando al jefe, sabía que hasta que él no acabase no la dejarían marchar, así que actuó de la forma más lasciva posible.
Agarró la polla del hombre y la llevó a su boca pero, al igual que el Piernas, no era eso lo que buscaba.
La levantó y la obligó a apoyar sus tetas sobre la mesa, colocándola en un angulo de 90º, con su culo expuesto.
– Vamos pequeña, muestrame lo que quiero ver…
Miranda se separó las nalgas, enseñándole su antaño cerrado agujero.
El Oso no necesitó mucho más, se abalanzó sobre la rubia y la penetró de golpe. La agarraba del pelo para atraerla hacia su polla con cada embestida y sus compañeros le jaleaban divertidos.
La mujer ya tenía el ojete abierto de las anteriores enculadas, y la corrida del Piernas hacía que estuviera más lubricada, así que la follada no fué tan dolorosa, diría incluso que tuvo un puntito de placentera. La idea de que sería la última que tuviese que aguantar antes de que la dejasen ir motivaba esa sensación.
El hombre decidió no correrse en su culo y, justo antes de acabar, obligó a la mujer a ponerse de rodillas y descargó toda su corrida en su cara y sus tetas, dejándola allí, arrodillada y llena de leche.
El hombre fué con sus compañeros y comenzó a hablar con ellos.
Miranda, contenta de que todo hubiese acabado ya, se levantó y fue a coger su ropa.
– ¿Qué crees que estás haciendo? – Le preguntó el Oso.
– No creeréis que voy a irme desnuda.
– ¿Irte? ¿A dónde crees que vas a irte?
Una sombra de miedo cruzó la cara de Miranda.
– Creo que no has entendido que a partir de ahora vas a ser nuestra putita… Tu no vas a ningún lado.
Miranda intentó correr, pero una vez más, el Piernas la placó.
La llevaron a rastras a una habitación de la planta superior, en la que la encadenaron a la cama, desnuda.
 
La vida de Miranda cambió por completo desde ese funesto día. La obligaban a ir por la casa encadenada por los tobillos y los brazos, lo que limitaba sus movimientos. Su única vestimenta eran unos tacones y un delantal minúsculo y, cuando no estaban usando su boca, llevaba colocado un ball gag que la impedía hablar. 
La obligaban a ser su sirvienta cuando no querían follarla. Era usada varias veces al día, por uno o varios de los integrantes de la banda. Ni siquiera se molestaban en limpiarla… No tenía mucho tiempo de descanso, pero en ese caso lo pasaba atada a la cama de aquella habitación, esperando a que los cabrones que la tenían secuestrada quisiesen volver a violarla. 
Y así, atada y recién follada, es como la encontró su hermana.
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Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 6” (POR GOLFO)

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La sustituta llega a casa

Sobre las ocho de la tarde escuché que tocaban a la puerta del chalé. Por la hora supe que era la mujer que había contratado para sustituir esa noche a Irene para así poder salir con ella y con su hermana dejando a mi madre en buenas manos. Como las dos gemelas se estaban cambiando, me levanté a abrir.

―Soy Estrella, me envían para cuidar a un enfermo― dijo la enfermera al abrirla.

Reconozco que tardé en contestar porque esperaba que su sustituta fuera una mujer entrada en años y no la diosa de ébano que tenía enfrente.

―Pase por favor― contesté al darme cuenta.

Esa belleza debía de estar mas que acostumbrada a producir esa reacción en los hombres porque de inmediato extendió hacia mí un papel diciendo:

―Aquí tiene mis referencias. Además de estar titulada por la Universidad de Comillas, tengo amplia experiencia con ancianos.

Haciendo que los leía, le di un buen repaso mientras pensaba:

«¡Menudo pedazo de mujer! ¡Está para comérsela!». Y no era para menos porque a una cara angelical se le unía un metro ochenta espléndidos con dos pitones que bien desearían para él cualquier toro de lidia.

Estaba a punto de explicarle sus funciones cuando corriendo y con una toalla anudada a su cabeza, apareció Irene en la habitación. Por un momento, se quedó cortada al ver a la recién llegada, confirmando de esa forma que yo no era el único que se esperaba otra cosa. Viendo su desconcierto, comenté:

―Te presento a Estrella. Se va a quedar con mi madre esta noche.

Mi amante respiró al comprender quién era y recuperando la compostura, la saludó y le pidió que la siguiera a ver a la enferma. Si esa mujer era dueña de un frontal de lujo, al verla con Irene por el pasillo, pude comprobar que su retaguardia era exquisita.

«Tiene un culo de campeonato», murmuré para mí al observar el modo en que movía las exuberantes nalgas que daban forma a su trasero.

Con un calentón de los que hace época, decidí servirme una copa que ayudara a contener la agitación de mis neuronas.

«¡Tiene narices! Cuando necesitaba una enfermera, solo venían feas o amargadas y ahora que tengo a Irene, aparece este monumento», recalqué mientras vaciaba mi copa de un trago.

― ¿Qué te pasa? ― extrañada por mi forma de beber preguntó desde la puerta Ana, su gemela.

Al girar a mirarla, me quedé con la boca abierta al ver el modelito que lucía la muchacha porque no es que estuviera guapa sino lo siguiente. Completamente embutida en una segunda piel de seda roja, la sensualidad que desprendía era brutal y por ello no pude más que alabar el vestido.

― ¿Realmente te gusta? Pues espera a ver el de mi hermana― respondió con una sonrisa.

Supe, por ese comentario, que se habían propuesto sorprenderme. Tratando de sonsacarla algo, me acerqué a ella y la abracé. Como era habitual en ella, al sentir mis caricias, se derritió y restregando su sexo contra mi entrepierna buscó mis besos.

Estaba a punto de interrogarla cuando vi entrar a Estrella y un tanto azorado porque nos hubiese descubierto en plena faena, quise presentársela.

―Ya conozco a su mujer― contestó.

No tuve que ser un premio nobel para saber que la había confundido con su gemela y aunque hubiese podido salir del paso de otra forma, contesté:

―Te equivocas. Tengo dos y a quién conoces es a Irene. Esta es Ana.

Por su cara, comprendí que no me creía. Pero entonces por la puerta entró la que faltaba y para colmo venía vestida con un traje que solo se diferenciaba del de su hermana porque mientras el de Ana llevaba la espalda al aire, el suyo lucía un escote de vértigo.

― ¿Nos vamos? ― preguntó la recién llegada.

―Son iguales― impresionada Estrella musitó entre dientes

Deseando incrementar el embarazo de esa morena, la besé en los labios, demostrando de esa forma mis palabras. Como no podía ser de otra forma, la enfermera nos miró alucinada y mas cuando Ana le dejó caer que si por la noche escuchaba gritos, no se preocupase porque al señor le encantaba que sus “esposas” fueran muy ardientes.

Ni que decir tiene que su hermana la fulminó con la mirada, pero tengo que confesar que a mí me hizo gracia y por eso antes de salir rumbo al coche, comenté en voz alta para que la impresionante negraza me oyera:

― ¿Dónde os apetece que os lleve vuestro dueño? ¿A cenar o directamente de copas?

―Mejor a un sitio tranquilo― respondieron al unísono las gemelas.

Debí de haberme percatado que esas dos me estaban preparando una encerrona, pero la verdad es que mi mente estaba tan centrada en la expresión de incredulidad que lucía Estrella que no me di cuenta de nada. Por eso las hice caso y directamente las pregunté si les apetecía ir al restaurante del hotel Principal.

―Me parece bien, no lo conozco― respondió Irene con un brillo extraño en su mirada.

―Pues entonces, vamos. Os va a encantar desde su terraza se puede admirar gran parte de la Gran Vía.

Durante el trayecto ambas hermanas se comportaron raro. Tan pronto se reían a carcajadas como se quedaban calladas sin motivo aparente y tontamente lo achaqué al hecho de ser nuestra primera salida juntos.

Ya en el restaurante, todos los presentes se quedaron callados al vernos entrar abrazados. Interpreté ese silencio como una muestra clara de la belleza de mis acompañantes y por ello, henchido de orgullo, pedí al maître una mesa.

El encargado tardó en responder al ver que llevaba una preciosidad a mi derecha y a su copia exacta a mi izquierda. Al reaccionar, nos quiso llevar a una situada en el centro de la sala, pero deseando que pudieran disfrutar de Madrid, pregunté por una en la terraza. El tipo esa vez acertó y nos en una que tenía unas vistas privilegiadas.

― ¡Qué maravilla! ― exclamó Ana al contemplar desde lo alto el Banco de España y la Cibeles.

En cambio, Irene apenas prestó atención al entorno y sentándose en su silla, me miró:

―Tenemos algo que contarte.

Su tono serio me anticipó que lo que quería decirme era importante. Que fuera incapaz de aguantar mi mirada, despertó mis temores y por ello la presté atención.

«¿Qué querrán?», me pregunté mientras por mi mente pasaban todo tipo de ideas, desde que se iba, a que estaba embarazada. Esta última me apetecía, pero la primera era algo que no estaba preparado a aceptar.

Irene tardó unos segundos en empezar y cuando lo hizo, sus primeras palabras me hicieron temer lo peor.

―Recuerdas que cuando llegué a tu casa, te dije que necesitaba el trabajo…

―Por supuesto― la interrumpí: ― no querías quedarte en el pueblo y por eso casi me imploraste que te contratara.

―Eso era verdad, no aguantaba la idea de pasar ni un minuto más ahí, lo que no era cierto es que necesitara el dinero.

―No entiendo― reconocí.

―Mi padre no es el pequeño agricultor que te contamos, sino uno de los industriales más fuertes de Zamora.

Sin entender por qué lo habían ocultado, pero menos la razón por la que ahora me lo contaban, directamente se lo pregunté:

―Sabes perfectamente que, junto a ti, mi hermana y yo hemos descubierto lo que es la felicidad y no queremos perderlo.

―Yo tampoco y que vuestro padre sea rico, no cambia nada.

Interviniendo, Ana respaldó a su gemela diciendo:

―El problema es que Papá quiere conocerte porque no entiende que sus dos hijas hayan querido entregarse al mismo hombre.

Habiendo soltado ese bombazo y antes de preguntarme si estaba dispuesto a reunirme con él, me dieron tiempo para digerir que su padre sabía el tipo de relación que me unía con ellas.

Me pareció una idea estúpida el colocarme voluntariamente en esa tesitura, no me cabía ninguna duda que la actitud de su viejo sería la de alguien ofendido y que nada bueno podía salir de ella.

«Cómo le digo a un tipo que me acuesto a la vez con sus dos niñas», pensé obviando que eran mis sumisas.

Aun así, les hice saber que iría si eso era lo que ellas deseaban.

La primera en reaccionar fue Irene, la cual lanzándose a mis brazos me empezó a besar mientras me decía:

―Para nosotras es importante que Papá te conozca y que comprenda que a tu lado somos felices.

Ana no se quiso quedar atrás e imitando a su hermana, buscó mi boca diciendo:

―Nada ni nadie podrá hacernos renunciar a ser tuyas.

El entusiasmo de las gemelas no menguó ni siquiera cuando a nuestro alrededor comenzó a surgir un rumor cada vez mas patente y es que la gente no pudo dejar de comentar escandalizada la forma en que me estaban comiendo a besos. Tuve que poner algo de cordura advirtiéndolas del espectáculo que estaban dando, pero eso en vez de tranquilizarlas las azuzó y siguieron en las mismas, llegando incluso Irene a decirle al público levantando sus dedos en señal de victoria:

―Amor y paz.

La gran mayoría de los cotillas, al verse señalados, dejaron de mirarnos. Aunque hubo algunos especialmente recalcitrantes, la verdad es que no les hicimos caso y comenzamos a cenar.

Las gemelas estaban especialmente contentas pero su entusiasmo no se me contagió al no poder dejar de pensar en lo que me diría su padre cuando lo tuviese enfrente y por ello cuando ya estábamos en el postre, les pregunté que era lo que le habían contado de nuestra relación.

―Cuando me entregué a ti, se lo conté― contestó Irene― y lo único que me respondió fue que se lo esperaba porque desde que era una niña había sospechado cual era mi verdadera naturaleza.

― ¿Lo aceptó? ― extrañado pregunté.

―En cierta manera… se alegró de que por lo menos no siguiera dando tumbos por ahí.

―Conmigo no fue tan fácil― interrumpió su gemela: ― Cuando se lo dije, se indignó. No le cabía en la cabeza que yo también fuera sumisa y menos que eligiera dueño al mismo.

―No me extraña― murmuré: ―ponte en su lugar.

―Lo malo― continuó: ―es que quiere conocerte porque se teme que nos hayas engañado o lo que es peor que nos haya obligado a aceptarte.

Me podría haber negado, pero comprendí que si quería que nuestra relación tuviese un futuro debía aceptar y más cuando lo único que habían hecho era anticipar lo inevitable. Por ello llamando al camarero, pedí una botella de cava y ya con nuestras copas llenas, brindé:

―Por una vida feliz a vuestro lado.

La bruta de Ana contestó a grito pelado:

―Junto a ti tendremos además mucho sexo.

Las caras de escándalo de los presentes no fueron obstáculo para que su gemela siguiéndole el juego confirmara sus palabras diciendo:

―Por una vida feliz llena de sexo.

Unos muchachos, rompiendo el silencio que se había instalado en el restaurante, se pusieron a jalearnos. Haciendo caso a su petición de que las besara, me puse en pie y atrayendo a las dos hacía mí, las besé mientras la mesa de los chavales aplaudía sin parar, incrementando el cabreo del resto de la concurrencia.

Al percatarme que el maître se acercaba enfadado a nuestra mesa, no le di tiempo a protestar porque en cuanto estuvo a nuestro lado pedí la cuenta. El tipo agradeció no tener que reprender nuestra actitud y por ello se dio prisa en traerla, esperando que al irnos se acabara el problema.

Lo que nunca se esperó fue que, al levantarnos, Ana se despidiera diciendo:

―Siento si os hemos molestado. Nos vamos a casa… a follar como locos― tras lo cual, les dio la espalda y abrazando a su hermana y a mí, salimos por la puerta del local.

Ya en el coche, les pregunté que querían hacer.

―Sentirnos tuyas― respondió Irene mientras posaba su mano en mi entrepierna.

Comprendí que lo mejor era volver al chalé y por eso me dirigí hacia allí, intentando a la vez que se calmaran porque si las dejaba continuar, terminaríamos haciéndolo en mitad de la Castellana.

Curiosamente, me hicieron caso y esperaron a llegar a casa. Una vez allí, me llevaron al salón y me obligaron a sentar mientras me servían una copa.

― ¿Qué me tenéis preparado? ― comenté al escuchar sus risas.

Mientras ponía música y con una mirada pícara, Ana me preguntó:

― ¿Quieres vernos bailar?

No dejó que la contestara y tomando a su hermana de la la mano, la sacó a la mitad del salón, el cual se convirtió en improvisada pista de baile. Desde el sofá, observé que pegando su cuerpo al de Irene, daban inicio a una sensual danza donde sin pudor comenzaban a frotar sus pechos una a la otra.

La belleza de ellas dos y el morbo de verlas rozando sus pezones mientras los dedos de ambas recorrían sus traseros, me hicieron sudar y más cuando vi a Ana besar a su hermana en los labios, al tiempo que dejaba caer los tirantes de su vestido.

―Tienes un pecho precioso― coquetamente declaró mientras desprendía los corchetes del suyo.

La visión de sus dorsos desnudos y el modo en que entrelazaban sus piernas bailando me provocaron una franca excitación. Sabiéndome convidado de piedra no intervine cuando bajando por el cuello de su gemela, la lengua de Ana fue acercándose a la rosada areola de Irene. Esta no pudo reprimir un gemido cuando sintió que su hermana le pellizcaba un pezón.

Siguiendo el plan preconcebido, impertérritó observé como Ana seguía bajando por el cuerpo de mi enfermera, dejando un húmedo rastro sobre su piel al irse acercando a su tanga.

―Tu putita está bruta― comentó mirándome a los ojos y queriendo confirmar sus palabras, se arrodilló a sus pies y tras quitarle esa prenda, me la lanzó para que pudiera sentir que la humedad había hecho mella en esa tela.

―Tienes razón― repliqué con una sonrisa.

Mi voz le sirvió de banderazo de salida y obligando a Irene a separar sus piernas, se apoderó de su sexo con ternura, lo cual incrementó mas si cabe el erotismo de esa escena filial. La ausencia de reacción de su víctima exacerbó la calentura que ya sentía y retirando con suavidad sus hinchados labios para concentrarse en su botón.

― ¡Dios! ― sollozó Irene al sentir que Ana le dedicaba una serie de pequeños mordiscos en su clítoris y que ello la iba llevando en volandas al placer.

«No tardará en correrse», comprendí al ver que con las manos obligaba a su gemela a profundizar sus caricias.

Tal y como preví, su orgasmo fue casi inmediato y Ana al notar el rio que comenzaba a manar del sexo de su amada hermana, se lanzó a recolectar ese dulce néctar con una voracidad que me dejó impresionado.

La sensualidad de sus cuerpos desnudos se incrementó a niveles imposibles cuando cayendo al suelo, Irene buscó agradecer con besos el placer recibido. Durante un par de interminables minutos, admiré la singular pelea que entablaron buscando que la otra sucumbiera a base de caricias y por ello no me extrañó ver que, cambiando de posición, cada gemela hundiera su cara entre las piernas de su oponente.

Ese sesenta y nueve lésbico y fraternal azuzó sus lujurias, pero sobre todo la de Irene, la cual, girándose hacia mí, me rogó que la ayudara a someter a su hermana, diciendo:

―Amo, fóllatela.

No hizo falta que lo repitiera y levantándome del asiento, me empecé a desnudar con la clara intención de intervenir en ese combate. Al llegar a donde estaban enzarzadas en esa dulce lid, pasé mis manos por el trasero de Ana antes de soltarle un mandoble.

Ella al sentir mi ruda caricia, se giró y con sus ojos teñidos de pasión, me gritó:

― ¿Qué espera mi dueño para hundir su verga en el coño de su puta?

Su soez lenguaje espoleó su lujuria y colocando la punta de mi glande en la entrada de su húmeda cueva, comencé a hundir mi tranca en su interior mientras con renovados azotes, la forzaba que se moviera.

Irene que agradeció mi ayuda también exigió su parte y tirando del pelo de su gemela, les puso el pubis a escasos centímetros de su cara. Ana no le hizo ascos y sacando su lengua se puso a recorrer los pliegues de su gemela antes de introducirla en el interior de su vagina mientras mi pene se recreaba en su interior.

―Dale duro― chilló Irene a ver como la tomaba.

Azuzado por ella, incrementé el ritmo de mis embestidas. Al sentir mis huevos rebotando contra su culo, al tiempo en que su boca recibía un caudal de flujo que emergía sin control de la cueva de su hermana, no pudo mas y bramando desbocada me rogó que no parara.

Por supuesto, ¡No lo hice! Éramos un engranaje perfecto, mis embestidas obligaban a Ana a beber de Irene y los gritos de esta al sentirse devorada, me forzaban a un nuevo ataque sobre mi amante. Irene fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la alfombra y mientras se pellizcaba sus pezones, nos pidió que la acompañáramos. Aceleré el ritmo de mis caderas al escucharla y dejándome llevar regué el interior de su gemela con mi semilla.

Lo de Ana fue algo brutal…

Al notar mi semen, se puso a gritar como si le quemara y por ello, con cada cuchillada de mi pene, chilló y lloró a los cuatro vientos su placer. Estaba todavía cabalgando sobre ella cuando un ruido, me hizo levantar la vista para descubrir que Estrella, la impresionante mulata, nos estaba observando desde la puerta mientras se masturbaba frenéticamente.

Juro que me sorprendió el modo con el que hurgaba por debajo de su falda mientras, con la otra mano, se pellizcaba los pezones totalmente fuera de control. Quizás por eso al comprobar que la había descubierto, tardó en reaccionar.

― ¿Te gustaría intervenir? ― pregunté muerto de risa.

Avergonzada por su conducta, salió huyendo como alma en pena rumbo al cuarto de mi madre mientras llegaban a sus oídos nuestras carcajadas…

 

Relato erótico “EL LEGADO (3): Maby” (POR JANIS).

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Maby.
  Despierto a Pamela cuando dan las ocho de la mañana. Nos hemos dormido en mi cama. Le indico que regrese a la suya, antes de que se despierte madre. Estaría bueno que nos pillaran en nuestra primera vez. Se pone la ropa, algo ruborizada, y me da un beso antes de marcharse.
  Me quedo pensativo, bajo la manta. Ahora, las cosas se ven de otra perspectiva. Mi polla está calmada, satisfecha, y mi corazón está feliz. No hay espacio para remordimientos, ni falsas preguntas morales. Soy lo que soy.
  Eres como yo.
  Me niego a creer eso. Soy mejor.
Mi vida debe cambiar. Ya no estoy solo, no soy un paria. Debo aprender a moverme socialmente. Debo cambiar mi cuerpo para agradar a Pamela. Por mucho que ella diga, parezco un Quasimodo a su lado. Hay que mejorar la imagen.
  Con un gruñido, me pongo en pie. Abro el armario, saco unos pantalones de chándal y una sudadera, busco unas viejas zapatillas. Mierda, están destrozadas. Me calzo las botas. Si los soldados lo hacen, yo también.
  Lo primero, forraje para las vacas y las ovejas. Segundo, revisar la máquina de ordeñar. Tomo el camino que me lleva a la carretera secundaria, la que lleva al pueblo, pero me dirijo en sentido contrario. Hace mucho que no corro. Mi cuerpo no está acostumbrado a ello, pero me mantengo bien los dos primeros kilómetros. Después, me falla la respiración. No fumo, pero arrastro demasiada grasa. Habrá que eliminarla.
  Camino a grandes pasos, a través del pinar, aplastando la hojarasca seca. Corto camino hacia la granja. Llego cuando madre está poniendo la mesa para el desayuno. Le doy un beso y los buenos días.
―           Solo café y una tostada – le digo. Ella me mira con la ceja alzada. Está acostumbrada a hacerme huevos, salchichas, o media docena de tortitas para el desayuno. — ¿Puedo comprar leche desnatada y pan integral para mí?
―           ¿Estás a dieta? – me pregunta.
―           Si. Pam me ha dado un régimen de los suyos. Es hora de que deje atrás unos kilos.
―           Está bien, hijo. Ya me dirás lo que puedo hacerte para comer.
―           Alcachofas – dice padre entrando en la cocina. Nos ha oído.
―           ¿Alcachofas? – es mi turno de levantar una ceja.
―           Buenísimas para expulsar líquido. Ideales para una dieta. Tenemos la huerta sembrada de ellas y hay que recogerlas. Así que aprovecha – sonríe.
Brrr… las odio, pero hay que joderse. ¡Sean las alcachofas! Engullo mi tostada con aceite y el café con leche. Es como si no hubiera desayunado nada, pero tengo suficiente acumulado como para estar dos meses sin comer. Es hora de tirar de las reservas, cuanto más mejor. Sé que mi cuerpo aguantará lo que sea.
  Me paso dos horas cortando leña. Tengo que dejar muchas cosas hechas si quiero dejar a padre solo una semana. Pamela aparece, enfundada en un viejo anorak de madre. Me sonríe al llegar a mi lado.
―           ¿Es que no piensas parar? – me pregunta, gritando.
―           Quiero dejarle suficiente a padre para irme. Puede que la semana que viene vengan dos o tres clientes a comprar – dejo la motosierra al ralentí.
―           ¿Así que te has pensado lo de venirte a Madrid?
―           Si.
―           Perfecto. Mamá me ha dicho que te has puesto a régimen.
―           Algo así. Tengo que bajar peso. Necesito que me escribas uno de esos planes para modelos, de los agresivos.
―           Eso no es para ti. Necesitas calorías para trabajar como lo haces. Te quedarías hecho polvo.
―           Tengo muchas reservas. Así será rápido.
―           ¡Pero no puedes mantenerte con una ensalada al día y dos piezas de fruta!
―           Si, puedo.
―           Cabezota – se gira y antes de marcharse, me comunica. – Maby llegará a la estación en un par de horas. Ve a ducharte y la recogemos.
―           Vale – respondo, acelerando la máquina.
  El estómago me gruñe mientras esperamos el tren de Madrid. La sensación de vacío en él es extraña, aunque, en verdad, no es molesta. Me hace sentirme más despierto, más dinámico. Quizás sea bueno estar famélico, jeje.
  La estación de Fuente del Tejo es pequeña y huele a rancio. Pamela prefiere esperar en el andén. Se ha levantado viento de poniente, frío y desagradable. Mi hermana se acurruca contra mi brazo, buscando esconderse del viento. La envuelvo tiernamente con él, abrazándola.
  Más allá, fuera de la alambrada de la estación, se encuentra el aparcamiento del supermercado del pueblo. El Ford Scorpio de Luis Madeiro entra, chirriando ruedas. Lo aparca mirando hacía mí. Él se baja del coche. Está solo. Nos mira. Sin duda, destacamos en la soledad del andén. Puedo ver su sonrisa. Tengo ganas de machacarle esa cínica risita.
  Tranquilo, ya le llegará el turno. Ahora, tenemos otras cosas que hacer.
No sé si es una reacción de mi subconsciente, o si, en verdad, tengo el espíritu de Rasputín en la cabeza, pero, cada vez estoy más contento de que esté ahí. Ya no me siento solo. Tengo alguien que me aconseja, que me comprende, que me alienta, aunque sea un tío como ese ególatra. ¡Que más da! Tiene todo la razón del mundo. Ya habrá tiempo de poner las cosas en su sitio.
―           ¿Qué planes tienes para Maby, peque? – pregunta Pam, de sopetón.
―           ¿Peque? — así me llamó en el sueño.
―           Si, eres menor que yo, así que peque.
―           Tú te drogas últimamente – bromeo. – Aún no lo sé, Pam. Recuerda que soy muy nuevo en todo esto. No tengo experiencia en hablar con chicas, y menos con modelos.
―           Pero me tienes a mí, que soy una maravilla de socia – ríe, haciéndome cosquillas, las cuales simulo sentir.
―           Eso es cierto. Tendrás que mover tú los hilos.
―           Lo intentaré. De todas maneras, disponemos de tres días para sentar las bases de lo que suceda. Lo bueno de la granja es que no hay distracciones imprevistas.
―           Cuéntame algo más de los tíos con los que sale Maby.
―           Veamos. El último es Víctor Vantia, un promotor búlgaro que está empezando a sonar bastante. Es un hombre de unos cuarenta años, refinado, culto y elegante. Posee una agencia de modelos en Bulgaria, ya sabes, chicas del este, preciosas todas. Está intentando introducir su propia línea de ropa en Europa, concretamente en España y Francia.
―           No suena mal, aunque un poco mayor para ella – digo, encogiéndome de hombros.
―           Es un mafioso, Sergi. Su agencia es una tapadera para la prostitución y aún no sé qué piensa hacer con la ropa. Lleva siempre guardaespaldas. Maby ya ha probado varias drogas desde que sale con él. Siempre hay fiestas en su casa de campo.
―           No tiene buena pinta, no.
―           Maby ha salido con narcotraficantes, con un conde alemán dedicado a la pornografía, con dos industriales españoles, padres de familia, y hasta con una estafadora.
―           Vaya, le van los malos…
―           Los malos, los complicados, los perversos, pero, principalmente, todo aquel que la encandile con su seguridad y su poder.
―           Pero, Pam, yo no tengo nada de eso.
―           Lo sé, pero eres el primer chico, digamos normal, por el que ha mostrado interés. Maby no mira ni siquiera a los chicos guapos que conocemos en nuestro trabajo, pero se le van los ojos detrás de los viejos poderosos cuando salen del despacho. No sé qué ha visto en ti, pero tenemos que aprovecharlo antes de que se disipe.
Yo sé lo que ha visto en ti. Yo también lo tenía. Se llama magnetismo animal y se ha incrementado en ti desde que me he aferrado.
  ¿Qué coño está diciendo el monje? ¿Magnetismo animal?
―           Además, estoy casi segura de que no se resistirá cuando vea lo que tienes ahí abajo – acaba con una risita.
―           Está bien. Seguiré tus indicaciones.
―           Recuerda, debes ser cortante, seguro de ti mismo. Un buen conocedor de lo que le digas. Si no estás seguro, no le hables. Ella está perdida aquí, no conoce nada, así que aprovecha eso.
―           Lo intentaré. ¿Qué hay de nosotros?
―           Bueno, habrá que buscar el momento adecuado – me dice, alzando la mirada para contemplar mis ojos – pero sé lo que quiero hacer…
―           ¿El qué?
―           Quiero follarte mirándote a los ojos. Me encantan.
Enrojezco y aparto la mirada. Distingo el tren que se acerca. Dejo de abrazarla en el momento en que el tren frena para entrar en la estación. Antes de que se detenga, una mano saluda desde la puerta de un vagón, por encima del hombro del encargado de vías. Me pongo en marcha, cogiendo a Pam de la mano.
  Maby está preciosa. Va vestida como si fuera a una estación de esquí. Gorrito de lana sobre su cabeza, dejando salir algunas oscuras guedejas sobre su frente y nuca. Un grueso jersey de lana, tejido a mano con divertidos colores, y unos leggins invernales que contornean diabólicamente sus largas piernas. Para rematar, unas gruesas botas de pelo cubren sus pies. No deja de agitar la mano y sonreír hasta que estamos ante ella, sin aún bajarse del tren. Da un gritito de placer cuando alargo el brazo y la tomo de las caderas, bajándola a pulso, manteniéndola contra mi cuerpo.
―           Ponla en el suelo, Sergi – ríe mi hermana.
  Ambas se abrazan, como si llevaran varios meses sin verse. Tras esto, Maby me da dos húmedos besos en las mejillas. Atrapo las dos maletas que trae con ella y echo a andar. Ya no queda nadie en el andén.
―           Eric ha estado en el piso esta mañana, preguntando por ti – escucho comentar a Maby, detrás de mí. Las dos van cogidas del brazo. – Quería saber donde estabas…
―           ¿Qué le has dicho?
―           Que tenías una sesión de fin de semana en Portugal. Ya sé que la granja es tu refugio y que no quieres que nadie sepa de ella.
―           Gracias, Maby – Pam la besa en la mejilla.
―           ¿Habéis discutido? Parecía enfadado.
―           Ya veremos. Debo pensarlo detenidamente.
―           Vale, me callo – cierra su boca con una imaginaria cremallera y Pam se ríe de nuevo.
Mala suerte. Luis está echado sobre el lateral de su coche, justo al lado de mi camioneta, cuando salimos. Ya no está solo, el insufrible Pedro enciende un cigarrillo, aspirando del encendedor que sostiene otro amigo.
―           Veo que las bellas te tienen de criado, Goliat – escupe nada más verme, soltando una bocanada de humo.
No respondo y dejo las maletas de Maby en la parte trasera de la camioneta. Pam me mira y enarca una ceja, en una muda pregunta. Agito la cabeza, restando importancia al asunto. Abro la puerta a las chicas y las ayudo a subir, las dos en el amplio asiento delantero. Rodeo la camioneta y paso justo delante de Luis, el cual me susurra:
―           Te vemos con muy pocas chicas, pero las pocas con las que te juntas, son de primera… modelitos follables.
Reacciono malamente, sorprendiéndole. Su propio coche le impide echarse atrás. Mi mano le aferra del pecho, tirando de su camisa, del jersey, e, incluso de la piel de su pecho, en un doloroso pellizco. No puede impedir que le acerque hasta mi cara. Sus pies casi se levantan del suelo. Ha perdido el color de cara. Sabe que sus colegas no llegaran a tiempo para impedir el primer golpe. Seguro que no se imaginaba que fuera tan fuerte, ¿verdad?
―           ¡Sergi! – exclama mi hermana, con voz seca. — ¿Qué te he dicho de jugar con los proletarios?
  Sonrío. Es un viejo chiste personal. Sé lo que pretende Pam.
―           Que después te huelen las manos y no te puedes quitar la peste – recito, soltándole. Luis se desmadeja contra su coche. Sus amigos ya le cubren los flancos. Les miro con intención.
Ya llegará el día y será fantástico…
  Me subo a la camioneta y arranco. Les dejo atrás, insultándome.
―           Veo que tienes fans en tu pueblo – sonríe Maby, con un inusual brillo en los ojos.
―           Esos capullos han visto demasiadas veces Rebeldes – mascullo.
―           Pues ninguno se parece a Patrick Swayze – bromea Pam.
―           Parece que tu hermanito tiene mala leche – comenta Maby, casi a su oído.
―           ¿Qué te esperabas con el cuerpo que tiene y con el trabajo que realiza? ¿Qué les diera un discurso sobre buenos modales?
 Conduzco hasta la granja. Ninguno hablamos, pero noto los ojos de Maby que no se despegan de mí. Seguí el consejo de Rasputín al cogerla para bajarla del tren. Le gustó el gesto. Ahora, ha visto el conato de violencia. Se ha excitado, lo sé, no sé cómo, pero lo percibo. Ha sido un buen primer paso.
  Llegamos a la granja. Mientras Maby saluda a mi madre, llevo sus maletas a la habitación de Pam. Siempre duermen juntas cuando viene, y ahora sé por qué. La cama de Pamela era antes mía, una cama de matrimonio que se me quedó pequeña cuando di el último estirón (la verdad es que espero que sea el último). Disponen de espacio para ellas.
  Imaginármelas jugando entre las sábanas, agita mi polla, que ha estado muy tranquila esta mañana. Quieta, quieta.
  Madre me ha preparado una ensaladera repleta de lechuga, tomate, cebolla, zanahoria, y diversas frutas troceadas. Saúl me mira con sorna, pero, por una vez, no dice nada. Padre comenta que debería reparar la alambrada de la cañada. No quiere que entren zorros por allí.
―           No has visto esa parte de la granja, Maby – le dice mi hermana. – Es muy bonita y salvaje. ¿Por qué no acompañas a Sergi? Tardará poco y así me dejas planchar a gusto.
―           Vale – responde. Lo de salvaje no sé por quien iba…
Parece mentira lo que despista que ella diga algo así, a que lo diga un hombre. Si yo hubiera siquiera insinuado que Maby me acompañase esa tarde, me hubiera caído la del pulpo por parte de madre, sobre todo. Pero como ha sido su mejor amiga la que la ha literalmente empujado al paseíto, no pasaba nada; es perfectamente lógico. ¡Jodida hipocresía!
  De todas formas, lo más difícil queda para mí. Fíjense que he dicho lo más difícil, no lo más duro, o lo más penoso. Hombre, soy tímido, no tonto. Un buen flirteo gusta a todo el mundo, ¿no?

Acabo el primero de todos de almorzar. La lechuga entretiene poco, la verdad. Mientras se toman el postre, yo preparo un termo de té y rapiño unas pocas galletas caseras. Nunca lleves a una dama de gira campestre sin llevar algo para picotear, proverbio autóctono. Cargo la camioneta con un rollo de tela metálica y la gran caja de herramientas. Añado un par de guantes extra y toco la bocina. Maby aparece, sonriente. Parece que el sol va a seguir luciendo toda la tarde. Mejor.

―           ¿Qué pasó en la estación? – me pregunta cuando me alejo de la granja.
―           Bah… residuos de historias de colegio. Nada importante.
―           Pues lo parecía. Si Pamela no interviene, le abres la cabeza al tío ese.
  Me encojo de hombros, pero es cierto. Recuerdo los consejos de Pam. Seco, directo, seguro. Vale, como Van Damne.
―           Normalmente, no le hago caso. Pero me jodió que os nombrara. No puedo permitir algo ofensivo hacia mi familia o un invitado.
  Maby me mira intensamente.
―           ¿Fue por nosotras?
―           Si.
 Coloca su mano en el antebrazo de la mano que aferra el volante.
―           Gracias, Sergio.
―           No fue nada. Cualquier día tendré que partirle la cara al chulo ese y, después, como si fueran fichas de dominó, se la tendré que partir a sus amigos, a su hermano mayor, y, a lo mejor a su padre.
―           ¿Así y ya está? – ríe ella.
―           Si, es la costumbre del pueblo – sigo con la broma.
―           Estás loco.
―           Puede.
  Rodeamos un bosque de encinas y robles, que aunque está en nuestra propiedad, no nos pertenece, porque forma parte de una reserva natural. El suelo del bosque está recubierto de hojas marrones, pardas y grises. Según la luz y el momento del día, parece embrujado.
―           ¿Te has peleado alguna vez, Sergio? – me pregunta, de sopetón.
―           Le he dado un par de sopapos a algún imbécil, pero no he causado a nadie ningún daño serio. Vivo en un sitio muy pacífico, Maby.
―           Así que no estás seguro de cómo podrías reaccionar frente a una amenaza real, ¿no es eso?
Asiento. No sé donde quiere llegar a parar.
―           He conocido a gente peligrosa, incluso a asesinos – musita.
―           ¿Tú? – me hago el asombrado.
Reclina la cabeza contra el asiento, el cuello girado hacia mí. La siento estudiándome.
―           Me atrae la firmeza de su carácter, como saben soportar la presión de la vida. La mayoría están colgados, sea por las drogas o por problemas emocionales, pero hay una minoría que saben mantener a raya las pasiones, afilando su instinto.
―           Supongo que esos son los verdaderamente peligrosos, ¿no?
―           Si. Tienen la misma mirada que tú…
Me deja sorprendido. No sé qué responder. No me esperaba esa respuesta.
Nos ha calado, la niña.
  Detengo el coche junto a un picudo risco. Estamos en la parte más agreste de la finca. Un par de montes de matorrales se unen para formar una cañada donde aflora la roca caliza. La alambrada está destrozada. Un ternero de varias decenas de kilos ha quedado atrapado y ha muerto tironeando para escapar. Nos bajamos de la camioneta.
―           ¡Está vivo! – exclama Maby cuando el animal levanta la cabeza, al escucharnos.
Me acerco, estudiando el embrollo del alambre. Maby me sigue de cerca. Chisto varias veces para tranquilizar el animal y le coloco la mano en el hocico. Tiene sangre en la boca y un ojo vaciado. El alambre rodea su cuello por varios sitios, se ha desgarrado mucho con los tirones. Una de las patas traseras está mordida, quizás por algún zorro o perros.
―           Mal asunto – digo.
―           ¿Qué?
―           No va a sobrevivir, aunque lo saque de esta trampa. Ha perdido mucha sangre. Tiene coágulos en la saliva. Mala seña.
―           ¿Entonces?
  Me dirijo a la camioneta y saco el machete de montería que llevo bajo el asiento. Sin decir una palabra, corto la yugular del ternero, que se desangra en segundos. Ya está muy débil.
―           Se acabo sufrir, pequeño – digo, mientras limpio la sangre del machete contra uno de sus flancos.
  Levanto la cabeza y Maby me está mirando, con las manos sobre su boca, los ojos muy abiertos.
―           Le has… le has matado… — balbucea.
―           Le he ahorrado sufrimientos. Ya estaba muerto.
Guardo el machete en su sitio. Abro la caja de herramientas y tomó unos grandes alicates y unos recios guantes. Tengo que liberar el cuerpo para llevarlo al veterinario. Hay que dar parte. Con rapidez, corto el alambre y paso una de las cadenas que llevo en la camioneta, por debajo del vientre del animal. La aseguro con un gancho. Clavando bien los pies en el suelo, arrastro el ternero hasta la camioneta. Debe de pesar unos ciento cincuenta kilos, más o menos.
―           Maby, ayúdame – la llamo.
―           ¿Ayudarte? ¿A qué?
―           Voy a subir el ternero al cajón de la camioneta. Voy a tirar de la cadena para izarle. Necesito que estés atenta a que no se enganche un cuerno en los bajos del coche. Eso es todo – le digo, subiéndome de un salto.
―           ¿Lo vas a levantar tú solo?
―           Con la cadena.
―           ¡Estas loco! Ese bicho pesa al menos 200 Kg.
―           No tanto. Es cuestión de palanca. Ya lo he hecho otras veces. Tú mira que no se enganche.
  La verdad es que el mostrarme duro no se me pasa por la cabeza, en ese momento. Solo estoy haciendo lo que padre me ha enseñado. Ese ternero se le ha escapado a alguien y, quizás, lo estarán buscando. Hay que llevarlo al veterinario, que compruebe si está marcado y si está sano. Él se ocupará de dar parte a las autoridades. Después, el matarife lo descuartizará y lo meterá en el congelador. Si el ternero está sano, esa carne vendrá muy bien en la granja. Pero, para hacer todo eso, hay que darse prisa.
  Tiro con fuerza de la cadena. Los guantes me permiten mantenerla fija entre mis manos. Primero subo los cuartos traseros del bicho. Con un gruñido, recojo más cadena y agarro una de las patas. Ahora, tengo dos puntos de fuerza. Encajo los dientes y exprimo mis músculos. Solo queda el flácido cuello fuera del portalón de la camioneta. Maby me mira como si fuera un héroe mitológico. Arrastro el cuerpo de la res muerta hasta el fondo y salto al suelo para cerrar el portalón. Siento las manos de ella en mi baja espalda.
―           Ha sido increíble – susurra.
―           Te dije que era fuerte. ¿Captas ahora porque no quiero pelearme con nadie?
Asiente con la cabeza, dejando que sus ojos celestes demuestren un candor que me parece totalmente falso. Es una buena actriz. Recojo el alambre cortado. Ella se ha puesto otros guantes y lo lleva a la camioneta. Recoloco el poste caído y extiendo nuevo alambre. Con su ayuda, tardo poco, apenas una hora, en dejar la cañada todo otra vez cerrada.
―           Buen trabajo, Maby – la felicito al subirnos a la camioneta.
―           Me ha gustado – sonríe. — ¿Eso ya me convierte en una paleta?
Suelto la carcajada y arranco hacia la ciudad.
  Casi con orgullo, Maby cuenta, durante la cena, nuestra hazaña. Como habíamos desenganchado la res, como la subimos a la camioneta, y como reparamos la alambrada, todo en plural, claro está. Le sonrío a Pam mientras la chiquilla relata los terribles pinchazos que se ha llevado con el alambre de espino. Padre me palmea el hombro por lo acertado de mi decisión y Pam me asegura que de esa carne puedo hartarme, dos veces en semana.
  El pescado a la plancha que me sirve madre casi es una recompensa, desde la taza de té y la galleta que Maby y yo nos tomamos en la consulta del veterinario. Es un buen momento para comentar a la familia mi idea de irme a Madrid una semana, antes de las vacaciones de Navidad.
  Padre reflexiona, pero llega a la misma conclusión. Es una de las temporadas más flojas del año. Puede arreglárselas solo. Saúl gruñe porque sabe que me tendrá que suplir en ciertas faenas. Madre exclama que, de esa manera, volveremos Pam y yo para las vacaciones. Lo que en verdad quiere decir es que se alegra de que haya decidido salir del desván.
  Me quedo poco mirando la tele. Pam y Maby parecen estar de confidencias. Prefiero irme a la cama. Necesito pensar en todo. Además, quizás Pam se pueda escapar, en la madrugada. Esperanzas, que bonito.
  Maby me desea buenas noches y me lanza un beso. ¿Qué coño pasará por su cabecita?
  Me lavo los dientes y me tumbo en mi cama, desnudo y a oscuras, como siempre. Como si estuviera esperando la ocasión, la voz de Rasputín susurra en mi cabeza. Es una voz melosa, convincente, llena de matices extraños, cargada de evocaciones. No me extraña que enganchara a la gente cuando estaba vivo. Es la hora de escucharle, de aprender de su experiencia, de hacerle preguntas.
Te has ganado a Maby con la res muerta.
―           No fue algo planeado. Simplemente actué.
Lo sé, pero fuiste capaz de sentirlo, ¿verdad?
―           Si. Parece que mi percepción ha aumentado. ¿Es cosa tuya?
Yo era así y mi espíritu recuerda esas cosas, así que tu cuerpo aprende lentamente de mí. Pronto conseguirás verdaderos poderes.
―           ¿Cómo cuales?
Ya los irás descubriendo. Es más divertido así, por sorpresa. Por ahora, no hace falta que me hables en voz alta. Puedo escucharte pensar. No sería bueno que te escucharan hablar solo.
Su risa es suave, como la de un cómplice en las sombras. “¿Por qué me escogiste?”
Me he negado a marcharme de este Plano desde que me asesinaron. Amo demasiado la vida para quedarme muerto. Mi espíritu se ha mantenido atado a diversas hebras de la vida, buscando una oportunidad de encarnarme…
“¿No ha habido otra ocasión en todos estos años?”
Si, las ha habido, pero sabía que no podía ser una posesión. No pretendía usurpar un cuerpo; el anfitrión debe compartir su cuerpo conmigo, voluntariamente.
“Pues yo no me presenté voluntario para esto.”
Créeme, lo hiciste, solo que aún no eres consciente de ello. Pero te lo pregunto de nuevo ahora, ¿quieres que me vaya?
“No”, respondo tras meditarlo.
Está bien. Durante estos cien años vagando al margen de la humanidad, busqué alguien que me recordara a mi mismo; que tuviera mis principios, que se pareciera a mí. Nadie me satisfacía. Quizás era demasiado exigente, o bien, la naturaleza no haya vuelto a moldear alguien como yo. Hasta que te encontré, estuve solo.
“¿Sabes que tengo tus ojos?”.
Si. ¿Casualidad o destino? No lo sé, pero me alegro. Te vendrán bien en el futuro, por su cualidad hipnótica.
Sonreí. Así que podría hipnotizar. Bien, bien. Ahora, la pregunta del millón: “¿Esta polla es la tuya?” Le escuché reír de nuevo.
Por supuesto. ¿Crees que me conformaría con otra cosa después de haber tenido un miembro así? Me costó bastante convencer y desarrollar tus células hasta conseguirlo, pero, ya ves, todos contentos…
“¿Desde cuando llevas conmigo?”
Te encontré cuando cumpliste cinco años. Tu mente se alejaba de esta realidad y era impresionante para tu corta edad. Era grandiosa, llena de rincones, y con mucho espacio para mí. Te mantuve aquí, conmigo, cuando los médicos pensaron que no lo conseguirías.
“¿Qué médicos?”
Tendrás que preguntárselo a tu madre para más detalles. Hay cosas que no entiendo de esta época, ni tenía, en aquellos días, un contacto tan estrecho con el entorno del cuerpo. Solo sé que dijeron que habías nacido con una enfermedad de la mente llamada autismo, que te impedía relacionarte con lo que te rodeaba y preferías quedarte en tu interior, para siempre. No te deje que te hundieras en las profundidades de tu mente, pues los dos no habríamos cabido en ella, entonces.
Estoy alucinado. Mis padres nunca me comentaron que yo fuera autista, ni tuviera problemas cuando pequeño. Ahora entiendo de donde me viene la afición a la oscuridad y a la soledad, mi propia timidez, y mi escasa habilidad para relacionarme.
Desde entonces, he estado condicionando tu cuerpo, preparándolo para el día en que me aceptaras. Me abstuve de tocar tu mente, básicamente por dos motivos. Primeramente, siempre has sido lo suficientemente fuerte como para levantar poderosas defensas, y, segundo, necesitaba que fueras completamente conciente de lo que ello implicaba.
“¿Y mi moral? ¿La estás modificando? Porque anoche, me sugeriste que me follara a mi hermana, y lo hice.”
Estás equivocado. Nunca has tenido moral, ni ética.
“¿Qué?”
Después de que te ayudara a mantenerte mentalmente estable, pude conectar más con nuestro entorno. Me dí cuenta que aprendías rápido, pero que no comprendías muchas de las normas sociales. No parecías distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Solo respondías a los impulsos de los instintos o de la empatía. Eso podía resultar ser un problema para los dos. Además, debía tener cuidado porque ya empezabas a tomar pequeñas porciones de mis recuerdos y conocimientos. Yo siempre he sido otro ser amoral y mis experiencias eran demasiado traumáticas para que un niño las tomara como modelo. Así que…
“¿Qué hiciste?”, pero yo ya sé lo que me va a decir.
Te obligué a memorizar conductas sociales, como si fueran lecciones de colegio. Esto es correcto y esto no, noche tras noche, en esta misma habitación. Por eso, no recuerdas ningún sueño, porque no lo eran. Eran lecciones de modales, de etiqueta, de civismo, de urbanidad…
“Entonces…”
Entonces, si te paras a pensar sobre un acto reprobable, de forma lógica, descubrirás que, posiblemente, pienses de forma diferente a lo que tu cuerpo pretende hacer. En verdad, eres totalmente libre con respecto a esta sociedad, a poco que lo pienses.
“¡Lo sabía! ¡Sabía que no era normal!”
¿Y no te alegras de ello? ¿De no ser un borrego más? ¿De ser tú el lobo disfrazado?
“Si, claro que si.”, y sonrío ferozmente en la oscuridad. Mi cuerpo se relaja totalmente, al conocer muchas respuestas que, en verdad, ya intuía. No creo que me vaya a ser difícil aceptar al otro pasajero de mi mente. Es como tener una conciencia propia audible y una magnífica fuente de información.
Dejemos esta charla de sinceramiento para otra ocasión. Ahora, hay otras cosas sobre las que quiero hablarte. ¿Qué cosas consideras más importante en la vida?
Buena pregunta. No he pensado demasiado en ello. Me limito a trabajar y a comer. Ahora que sé que mis prioridades constituyen una lista memorizada, debo obligarme a pensar concienzudamente en diversas facciones de la vida. “El bienestar personal. La familia. El amor…”
Vamos mejorando. Has colocado el interés personal en primer lugar. Hace unos días, no lo habrías hecho. Pero no es cierto. Piénsalo de nuevo. ¿Qué el lo que más te motiva en este momento?
“El sexo.”
Exacto. Ese es el verdadero motor que mueve el mundo. El sexo y el poder, las verdaderas dos claves. Si analizas todos los actos que impulsan a la gente, a la sociedad, llegas a esta respuesta. Las personas forman una familia por un solo impulso: tener compañía segura para obtener sexo. Los hijos son una meta secundaria, a posteriori. Cuando buscan un empleo mejor, es solo para escalar puestos en la manada humana, buscando conquistar mejores ofertas sexuales. Los fracasos matrimoniales son el fruto de desear otras compañías sexuales. Si a esta constante búsqueda sexual, añadimos el poder, entonces, los resultados se amplifican exponencialmente.

 

“No lo había visto nunca así.”
Ese es el auténtico poder de la humanidad. Su capacidad para, en una vida tan corta, expandir su semilla y sus instintos por doquier, a cualquier precio.
En verdad, si se piensa detenidamente, es lógico y acertado. Todo proviene de ese primario impulso sexual. El amor es una consecuencia derivada de una fuerte atracción sexual. Si no aparece esta atracción en primer lugar, difícilmente surgirá el amor. Con la familia, ocurre lo mismo, o bien actúa el otro principio básico, el ansia de poder. Boda por pasta, jajaja. ¿El dinero? el dinero es otra forma de poder, está claro. La caridad, el decoro, la compasión, y todas las demás virtudes, no aparecen si, al menos, una de estas dos necesidades primarias, el sexo o el poder, no son satisfechas. Sin embargo, también parecen atraer, con igual fuerza, todos los pecados capitales.
¿Te das cuenta cómo trabaja tu mente? Si frenas el condicionamiento de tu mente, entonces alcanzas una claridad que te permite analizar cualquier situación, por muy caótica que sea. Claro que el resultado puede ser muy diferente al que esperabas…
La risa de Pam se filtra a través del suelo. Van a acostarse. La polla reacciona al pensar en ella y en Maby. La fuerza del sexo. Jajaja.
Bien, veamos si puedo enseñarte uno de mis trucos preferidos. Lo usaba a menudo con la zarina…
¿Truco?
Mi mente, al igual que la tuya, es muy cognitiva y retenía muchos datos que absorbía de forma inconsciente. Sin embargo, a solas, era capaz de reactivar esos datos, darles una consistencia casi real. Tú lo has hecho en ocasiones, aunque no te hayas dado cuenta. Has vuelto a tener en tu boca el sabor del pastel de limón de tu madre, analizar, paso a paso, el dolor y la sensación de tus dedos quebrados, o contar todos los cuadritos de las medias de red de la profesora de Mates.
Es cierto. Siempre he creído que cosas así podemos hacerlas todos los humanos y, ahora, resulta que no, solo yo. ¡Viva yo!
Bien. Dispones de dos ayudas fundamentales. Una, conoces la disposición de la habitación de tu hermana, así que puedes imaginarte perfectamente que estás allí. Dos, busca el sabor del cuerpo de Pamela, el tacto de sus labios, de sus senos, cómo es de dulce su lefa… Sabes perfectamente lo que ocurrirá entre ellas y yo sé las ganas que tienes de verlo. Busca todo eso con tu mente, imagínate que estás allí; conviértete en un invisible espectador, en un mudo testigo de su lujuria… cierra los ojos… imagina que bajas las escaleras, que caminas por el pasillo… te detienes ante la puerta… entras en silencio… ¿Qué están haciendo?
   Me es muy fácil seguir sus indicaciones, como si fuera lo más natural del mundo. Enseguida me viene a la boca el sabor de mi hermana, salado, con un regusto a lima, fruto de su desodorante. El calor que emana de ella, diferente en distintos puntos de su cuerpo. El aroma que desprende al excitarse. Recreo sus suaves quejidos, en los que intenta condensar inútilmente cuanto siente… Rasputín tiene razón. Toda esa información no la puede analizar otro humano que no sea yo. No sé como funciona, pero lo hace.
  Me encuentro empujando la puerta de su habitación. Mi cuerpo está allí, pero, al mismo tiempo, no lo está. Puedo visionarlo, casi traslucido, etéreo, cual fantasma imaginario, pero con la suficiente sustancia como para poder girar un picaporte, aunque sea en mi imaginación. ¿Será esto lo que llaman un viaje astral?
  Las chicas ya están bajo las mantas y están de costado, mirándose. La lámpara que le regalé a mi hermana hace dos años, un auténtico candil árabe reacondicionado a luz eléctrica, está encendida, colgando sobre el cabecero. Me quedo a los pies de ellas, ingrávido. El placer de espiar me embarga.
―           Creo que no has contado todo lo que pasó esta tarde – la pincha mi hermana.
Maby abanica con sus párpados. Sus ojos celestes chisporrotean, alegres, y abre su boquita como si estuviera sorprendida. De repente, se queda seria y baja la mirada.
―           ¿Sabes que me da miedo tu hermano? – musita.
―           ¡Venga ya! – exclama Pam, con una risita.
―           En serio. Cuando estoy con él, mi cerebro se bloquea. No puedo pensar. Solo hago que mirarle y escucharle, como una boba.
―           Vaya… mi hermano, el gurú – se asombra Pam. No sé si esta vez es de broma.
―           ¡No me digas que no has notado su fuerza, y no me refiero solo a la física!
―           Bueno, si, pero…
―           Hoy le he visto cortarle el cuello a ese ternero, con absoluta tranquilidad, convencido de que estaba haciendo lo correcto, y ni siquiera protesté. ¡Yo, que he participado en protestas y revueltas en contra de los mataderos! Su mano no tembló, ni sus ojos no se cerraron en el momento de asestar la cuchillada. Me quedé aterrada por su frialdad. Solo pude taparme la boca. Lo hizo rápido y limpio, de forma eficiente, y, enseguida, dispuso los pasos siguientes. Subir la res a la camioneta, llevarla al veterinario, avisar al matarife… ¿Sabes que movió, él solo, el ternero? ¡Pesaba por lo menos 150 Kg!
―           Sergi es un burro. Papá siempre le está regañando por hacer esas cosas.
―           No es un burro, Pamela, es otra cosa. Tú mejor que nadie sabes que, a veces, me muevo en círculos extraños…
―           Si, y me preocupa – le dice Pam, cogiéndola de la mano.
 
―           He visto a duros guardaespaldas – continua Maby, sin hacerle caso. – Les he visto entrenando y he visto proezas de todo tipo, apuestas, y burradas. Tíos tan grandes como Sergio, con cuerpos cincelados, levantando pesas y hasta moviendo pianos… No, ni comparación con lo que he visto hacer a Sergio. Tiró de una cadena que sujetaba a un ternero muerto, con el cuerpo desplomado. Ni siquiera disponía de una polea para compensar el peso. Lo hizo directamente, con todas las trabas que supone el arrastrar la cadena por la chapa de la camioneta, sin apoyo para los pies, ¡y de dos tirones, subió el bicho!
  Compruebo también la sorpresa en los ojos de Pam. No he pensado en cómo pudo ver aquello Maby; lo hice y punto.
―           ¿Y por eso te da miedo?
―           Me da miedo porque no he conocido a nadie como él – se detiene y lame sus secos labios –, porque temo enamorarme de él. Tiene algo que me embruja.
  Pam se muerde el labio. Creo que no se esperaba tal velocidad en los hechos. No sabe muy bien cómo actuar.
―           ¿Y eso te parece malo? – le pregunta a Maby
Maby asiente. Sus ojos parecen preocupados, clavados en los de mi hermana.
―           Esta tarde he hecho algo que nunca hice antes – confiesa.
―           ¿El qué? – pregunta Pam.
―           Pensar en el futuro.
―           Joder.
―           He pensado que si me enamoro de él… ¿qué pasaría? Tengo una tremenda sensación de que sería algo fuerte y sincero, más duradero de lo que conozco, y ahí está la dificultad. Trabajo en Madrid, me muevo por toda España. ¿Qué sería de una relación condenada a unos pocos fines de semana cada dos o tres meses? ¿Tendría que venir yo a la granja? ¿Podría escaparse él a Madrid o a otra ciudad?
―           Tienes razón. Es algo para pensar. Tú aún eres menor de edad y él también.
Como se desmadra la niña. Aún no me ha besado siquiera y ya está pensando en pedir mi mano. Pero tengo que reconocer que lleva razón, y, para ser Maby, lo ha pensado muy bien. Cada vez me cae mejor la niña, a pesar de que es vegetariana.
―           Creo que Sergio es un incomprendido – comienza a hablar Maby, tras un silencio. – Ni su familia le entiende.
―           ¿Por qué dices eso?
―           Le pregunté sobre lo del chico de la estación. Me dijo algo sobre el colegio, una tontería, según él. ¿Lo pasó mal en el colegio, Pamela?
  Mi hermana asiente y desvía la mirada de su amiga. Aunque Pam es apenas un año mayor que yo, nunca supo protegerme. Veía como los compañeros suyos se metían conmigo y me humillaban, como me convertía en el hazmerreír de todos los recreos, y apartaba la mirada, igual que hace ahora. Miraba a otro lado, fingiendo no ver lo que me ocurría, demasiado preocupada por su popularidad, por lo que pensarían sus amigas si me defendía.
  Nunca la he culpado por ello. La comprendo. Tenía demasiado que perder, pero eso no quita que ella tenga remordimientos ahora. Pam se muerde el labio con más fuerza. Maby le acaricia la mejilla.
―           ¿Qué pasa, Pamela? Suéltalo.
―           Le llamaban el Chico Masa – un sollozo corta la frase. Maby la abraza y la consuela. Esa chica delgada y de piel pálida conoce muy bien a mi hermana. – Era tan gordo y torpón que me daba vergüenza acercarme a él. No le protegí nunca, ¡ni una sola vez!
Me sorprende la intensidad con la que Pam se sincera. Es como un grifo abierto, ya no puede parar.
―           ¡Todos nos hemos portado así con él! Mi padre y Saúl, sobre todo… mamá es la única que le arropa cuando puede. No ha encontrado consuelo ni en su familia… ¡y me siento muy mal por eso!
―           Por eso le mimas tanto ahora, ¿no?
―           Siii… — Pam hunde su rostro en el cuello de su amiga, con grandes sollozos. La deja desahogarse hasta que Pam se aparta, secando sus ojos con la sábana. – Sergi ha tenido una infancia difícil y no hemos sabido comprenderle. Era y es tan raro, que fue más fácil acceder a sus peticiones, por más raras que fuesen, que tratar de cambiarle.
―           ¿Por qué duerme arriba, en el desván, aislado?
―           Tenía once años cuando lo planteó. Quería el desván para él. Solo había trastos viejos en él y se mudó allí. A todos nos pareció bien, cada uno con sus motivos. Por mi parte, conseguía un vestidor con su antigua habitación. Nadie sube al desván desde entonces. Sergio hace su cama, limpia su habitación, repara las goteras, y mantiene todo perfecto. A cambio, mamá le lava la ropa y todos le damos la intimidad que desea.
―           No es intimidad, es soledad. Es muy diferente – comenta Maby, con una percepción que no creía que tenía.
Pam asiente con fuerza. Ella también lo sabe, ahora.
―           Tu hermano no tiene ni un amigo, ¿cierto?
―           No, jamás tuvo alguno. Celebra sus cumpleaños con nosotros.
―           ¿Y eso no os pareció raro?
―           Siempre ha sido así – se encoje de hombros mi hermana. – Ya te he dicho que nos era más fácil aceptarlo como era. Sin duda, quitaba preocupaciones a mis padres.
―           ¡Dios! Lo que me extraña es que no se haya convertido en un psicópata. Pamela, tu hermano está marginado, totalmente. sin amigos, sin familia que le comprenda, sin nadie con el que poder desahogarse. Completamente solo en su atalaya.
Pam enrojece y cierra los ojos.
―           Me dí cuenta cuando le pregunté que si no se había peleado con nadie, dado la fuerza que tenía. Me respondió que no, naturalmente, sabía lo que pasaría si se peleaba con alguien. Le haría daño de verdad, no solo una nariz rota. Tu hermano controla sus sentimientos cada día, desde que se levanta; se controla absolutamente para no dañar a nadie.
―           Entonces, ¿lo de la estación? – recapacita Pam, al mismo tiempo que sorbe por la nariz.
―           Le pregunté lo mismo. Con tristeza, me dijo que a él no le importaba que le dijeran cosas, que estaba acostumbrado, pero que no podía permitir que nos insultaran. Perdió los estribos por nosotras. Si no lo llegas a frenar, no sé lo que habría ocurrido…
―           Santa Madre… María Isabel, te juro que no he pensado nunca en todo eso, jamás hasta ese extremo… Has tenido que venir tú, una desconocida para él, para abrirme los ojos… te lo agradezco mucho, mucho – le habla con pasión, besándola por toda la cara, una y otra vez, lo que hace reír a Maby.
  Finalmente, la besa una, dos, tres veces, en los labios, hasta que la morenita le devuelve los besos, ardientemente. Se separan, sonrientes, y se miran, sin hablar.
―           ¿Le quieres o deseas compensarle? – pregunta Maby, después de un rato de silencio.
Pamela tarda un buen rato en contestar, como si estuviera recapacitando.
―           Creo que cuando me fui a Madrid, cambié. Lo que vi y experimenté allí, me hizo abrirme algo más. Empecé a mimarlo cuando volvía de visita y creo que fui la que más se acercó a él. Pero no era amor. Como tú bien has supuesto, era una forma de compensarle por los años que le había fallado. Sin embargo…
Pam se gira, quedando boca arriba, sus ojos mirando el techo, como queriendo atravesarlo con la mirada y buscarme. Nada de cuanto está confesando me sorprende. Ya hace tiempo que he llegado a la misma conclusión.
―           Sin embargo, ¿qué? – la insta Maby tras el silencio de Pam.
―           Hace unas semanas que ese sentimiento se ha incrementado. Creo que se ha convertido en algo más profundo…
―           Bueno, es normal. Es tu hermano.
―           No – suspira Pam, sin querer mirarla. En ese momento, sé lo que va a decirle. Se lo va a jugar todo a una sola carta. De hecho, es el mejor momento. – No como hermano… como amante. Ayer, nos acostamos juntos…
Maby no dice nada, pero su expresión es suficiente. Asombro, sorpresa, y algo de decepción llenan su gesto.
―           Pamela… no sé que decir, yo…
―           Me vine a la granja con un fuerte bajón. Tengo problemas con… Eric. Me desahogué con mi hermano. Llevamos un tiempo recuperando nuestra fraternidad – cuenta Pam, secando nuevas lágrimas. – Fue tan comprensivo, tan atento, y tan protector que me quedo dormida entre sus brazos, por la tarde. Sentí como si mis problemas pesaran menos al compartirlos con él, que me protegería de todo con sus rotundos brazos.
―           Es bonito, pero…
―           Si, ya sé. Eso no justifica lo otro. El hecho que cuando me fui a la cama, aquella noche, estaba sola. La sensación protectora de aquella tarde quedaba lejos, desvaneciéndose. Necesitaba otro chute de seguridad. Así que, en silencio, subí al desván. Él estaba a oscuras, en la cama, pero no dormía. Estaba desnudo y era como si me estuviera esperando, te lo juro. No me importó. Me abracé a él y volví a sentirme bien. Estuvimos hablando otro buen rato, hasta que me quedé dormida, abrazada a él.
―           No es ningún pecado. Es raro, pero no estrictamente malo. Tampoco puedo decirlo con seguridad, soy hija única.
―           No, el pecado vino después. Desperté un rato después. Me había movido en sueños y le estaba acariciando el pene…
―           ¡Ostias!
―           Yo exclamé algo más fuerte cuando comprobé el tamaño. Sergi estaba dormido y no se enteraba de nada, pero tuve que comprobar de nuevo el tamaño de esa polla y decirme que no estaba soñando. Maby, por Dios, mide más de dos de mis manos abiertas…
―           Vamos, ¿qué dices?
―           Te lo juro. Es la cosa más grande que he visto nunca. Ni siquiera en películas o en Internet. Estaba alucinada y seguía paseando un dedo por ella, más como comprobación que por otra cosa, pero eso le despertó. No dijo nada, solo me miró. Nos avergonzamos y me fui a mi cuarto. Pero no podía quitarme de la cabeza sus ojos y la decepción que reflejaron cuando me marché.
―           ¿No sería el tamaño de la polla? – bromea Maby.
―           ¡Que no! Es como si le hubiera partido el corazón, otra vez. Así que volvía a subir y me metí en la cama, dispuesta a todo. Entonces, fue cuando terminó de darme la puntilla, cuando le estaba besando.
―           ¿Qué hizo? – pregunta Maby, muy interesada.
―           Me dijo que no sabía besar, que nunca lo había hecho.
―           Uuu… ¿No me digas que…?
―           Si, Maby, era absolutamente virgen… inmaculado…
―           Joder, Pamela, te comprendo muy bien, amiga mía – Maby le dio un tremendo abrazo, por sorpresa, echándose encima de ella. – Es el colofón perfecto para una historia dramática. Tú, arrepentida por como te has portado con él, además con bajón emocional. Él, virgen y con un pene tremendo, terriblemente necesitado de afecto. ¡Lo que me extraña es que no te haya dejado preñada!
―           Buff… no quiero hablar de detalles, pero jamás he sentido nada parecido. Es tierno, considerado y esforzado, como amante. Es potente y valiente. Te hace lo que le pidas y el tiempo que necesites. Para ser su primera vez, me hizo llegar cinco veces, y dos de ellas, de desmayo, te lo juro.
―           Joder, que envidia… cállate ya. Me apartaré de él. Aunque sea tu hermano, tanto tú como él, os merecéis ser felices – la tranquiliza Maby, besándola en la mejilla.
―           No, tonta, no es eso lo que quiero – se gira hacia ella Pam, abrazándola. – Yo quiero que salgáis juntos. Me has dicho que él te hace tilín…
Maby asiente una vez, mirándola a los ojos, aún sin comprender.
―           Tú también le gustas, así que no hay problema.
―           ¿Por qué lo haces?
―           Piensa, cabecita despeinada. Antes te referiste a la incapacidad para veros si salíais juntos. En mi caso, sería lo mismo.
―           Pero tú vienes a la granja más que yo.
―           ¿Para meterme en la cama de mi hermano? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que nos pillaran?
―           Vale, comprendo.
―           Pero si sale contigo…
―           Sigue, guarra.
―           Puede ir a Madrid a verte… a vernos…
Los ojos de Maby se abrieron, comprendiendo.
―           ¡Claro! Podría dormir en el piso y tus padres estarían tranquilos porque…
―           Yo estaré de carabina.
―           Y cuando estemos aquí, tú me servirás de coartada. ¡Perfecto! Dobles oportunidades.
―           El único problema que queda…
―           ¿Cuál? – pregunta la morenita, besándola de nuevo en los labios.
―           Nosotras hemos compartido cama y, de hecho, lo seguimos haciendo en ocasiones.
―           Como ahora – la interrumpe Maby, lamiendo sus labios.
―           Pero, ¿estarías dispuesta a compartirle a él? – pregunta Pam, señalando con el pulgar el techo.
―           Si es contigo, si… incluso estoy dispuesta a establecer un trío estable, sin celos – musita Maby, acercando de nuevo sus labios a la boca de Pam.
―           Zorra – responde esta, metiéndole la lengua.
 Ya no hay más palabras. Las lenguas se atarean en otras funciones más amenas. Me quedo contemplándolas, dejando que mi rabo se estirase lentamente. Las muy putas han vendido la piel del oso antes de cazarlo, aunque hay que decir que, en esas condiciones, el oso se rinde voluntariamente.
Ya ha comenzado tu iniciación. Te auguro grandes placeres, mi joven compañero. En apenas dos días, has seducido a tu hermana, y esta, a su vez, ha buscado una novia para los dos. No puedes quejarte.
  La única queja que tengo, en este momento, es no poder meterme en medio de esas dos que se están devorando, con ansias. Las mantas no tardan en ser retiradas, los pijamas arrojados lejos. Sus cuerpos son suficientes para caldear la habitación.
  Se lamen, se chupan, se besan, y se frotan, todo entre dulces gemidos agónicos que erizan todo mi vello. El cuerpo de Maby me atrae sensualmente, tan esbelto, tan elegante y pálido. Sus pechitos son como dos dulces manzanas que aún tienen que madurar, pero que ya atraen la atención de cuantos pasan por delante de ellas. Tiene el sexo completamente depilado, otorgándole una belleza prístina, casi como una estatua de mármol.
  La roja cabellera de Pam cae en cascada sobre el ombligo de Maby, cuando mi hermana desciende con su lengua, buscando un pozo en llamas donde saciar su sed. El rostro arrebolado de la dulce morena es toda una estampa, digna de una beatificación, cuando un largo gemido brota, casi sin fuerza, de sus labios.
  Mi polla alcanza unas dimensiones impresionantes cuando ambas entrelazan sus largas piernas, uniendo los dedos de una de sus manos, la otra hacia atrás, sosteniéndose. Sus pubis rotan en un baile largamente ensayado, sus vaginas convertidas en ventosas que intentan atraparse mutuamente. Regueros de amoroso líquido salpica la cara interna de sus muslos, sus nalgas y pubis, mientras sus labios desgranan palabras de puro ardor.
―           Siempre te he… amado, Pam… tú me hiciste… mujer…
―           Eres como… una hermanaaa… así, une más tu coñito…
―           Pam…
―           ¿Si?
―           Eres una… folla hermanos… te tiras a Sergiiii… y me dices que soy como una herman… aaaaah, diosssss… me voy a correrrr…
―           Si… si… soy un putón inces…tuoso…
  No lo soporto más. No puedo tocar mi polla. Necesito una paja. Si estas se portan así conmigo, voy a necesitar vitaminassss…
Me voy a mi dormitorio, a cascármela al menos tres veces.
Dios existe.
                                                    CONTINUARÁ
 
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

¿Me darías un azote? LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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me darías 2

 Sinopsis:

A raíz de una película, el protagonista descubre que su compañera tiene entre sus fantasias el sentirse dominada. Aunque en un principio se escandaliza, poco a poco se deja contagiar por el morbo de ser su dueño y a través de el sexo, su relación se consolida y juntos descubren sus límites.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

 

« ¿Me darías un azote?».

No creo que exista ningún hombre que no se haya imaginado alguna vez que una mujer le hiciera esa pregunta. Todos sin distinción, deseamos experimentar nuevos horizontes sexuales. Pienso que es difícil encontrar a alguien que no haya barajado saber que se siente teniendo atada en su cama a una persona del sexo opuesto. Pero como casi todas las fantasías, o bien nos ha dado miedo el realizarla o bien no hemos encontrado con quien hacerla realidad.

Hasta hace seis meses, yo era uno de esos. Aunque se me había pasado por la cabeza el intentarlo, sabía que era un sueño casi imposible de cumplir. El que encima fuera Susana quien me lo preguntara, no entraba ni en mis más descabelladas utopías. Las razones son muchas, en primer lugar porque por entonces tenía novia y esa rubia además de ser mi compañera de piso, era pareja de un buen amigo, pero lo que más inverosímil lo hacía era que esa mujer es un bombón espectacular mientras que yo soy un tipo del montón.

Ya de por sí, que viviera con  esa rubia se debía a un cúmulo de casualidades. Todavía recuerdo cómo llegamos a compartir ese apartamento y sigo sin creérmelo. En septiembre de hace dos años, el muchacho que era mi compañero suspendió todas y sus padres le hicieron volver a su ciudad, dejándome tirado y por mucho que busqué alguien con el que dividir el alquiler, me resultó imposible.  Estaba tan desesperado que me planteé volver a un colegio mayor o irme a otro más alejado de la universidad. La casualidad hizo que a la novia de Manel, un chaval de Barcelona, una semana antes de empezar las clases el piso de al lado donde vivía se incendiara y dejara hecho cenizas todo el edificio.

Cuando me enteré y dejé caer a mi amigo, que me sobraba un habitación. La verdad es que nunca creí que ni siquiera se lo planteara pero ese culé, no solo vio la oportunidad de que su chica se ahorrara unos euros sino que al ser yo,  no pondría inconveniente en que él se quedara en casa las noches que quisiera. Por lo visto, me reconoció que había tenido problemas con las compañeras de Susana porque no veían bien la presencia de un hombre en un piso habitado solo por mujeres.

Como a mí, eso me daba igual, le insistí en que se lo preguntara en ese momento porque me urgía dar una solución a mi precaria economía. Lo cierto es que cogiendo el teléfono, la llamó y en menos de cinco minutos, la convenció de venirse a vivir a mi apartamento. Como comprenderéis no me importó que ese cabrón me cobrara el favor pidiendo dos copas porque los veinte euros que me gasté valieron la pena por los que me ahorraría teniéndola a ella. Lo que ni mi amigo el catalán ni yo imaginamos mientras nos la bebíamos era las consecuencias que su presencia tendría en nuestros mutuos noviazgos.

Os anticipo que mi novia me dejó y al él lo mandaron a volar.

Susana llega a casa.

Como nunca había vivido con ninguna mujer que no fuera mi madre, pensé que iba a resultar más difícil de lo que fue y eso que no pudo empezar peor, porque la que entonces era mi novia me montó un escándalo cuando se enteró:

― No me parece bien que esa tipa se quede en tu casa―  me dijo María al conocer de que iba a ser mi nueva compañera.

― Si no la conoces, además es la novia de Manel―  dije tratando de que no me jodiera el trato.

Tras más de una hora discutiendo, aceptó pero a regañadientes y eso que no la advertí de que Susana era un maravilloso ejemplar de su sexo. Sé que si se lo hubiera dicho, nunca hubiera cedido y pensando que cuando la conociera y se diera cuenta de lo enamorada que estaba de mi amigo, cambiaría de opinión, se lo oculté

Lo cierto es que aunque el día que la vio por primera vez, se volvió a enfadar, gracias al comportamiento afable de la muchacha y a la continua presencia de su novio en la casa, su cabreo no fue a más y al cabo de una semana, ya eran amigas.

Para mí, no fue tan sencillo. Aunque Susana desde el primer día se mostró como una persona ordenada y dispuesta y nunca tuve queja de ella, os tengo que confesar que por su belleza empezó a ser protagonista frecuente de mis sueños. La perfección de su rostro pero sobre todo los enormes pechos que esa cría lucía, se volvieron habituales en mis oníricas fantasías. Noche tras noche, saber que esa preciosidad dormía en la puerta de al lado, hizo que su culo y sus piernas se introdujeran a hurtadillas en mi mente y que olvidándome de María y de Manel, soñara con que algún día sería mía.

Si lo que os imagináis es que el roce la hizo descuidarse y que un día la pillé o me pilló en bolas, os equivocáis. Como teníamos dos baños, nunca tuve ocasión de que ocurriera y es más, esa chavala siempre salía perfectamente arreglada de su habitación.  Durante los primeros seis meses en los que convivimos, nunca la vi en pijama o en camisón. Cuando ponía el pie fuera de sus aposentos, ya salía pintada, vestida y lista para salir a la calle. Curiosamente, su costumbre cambió incluso mis hábitos porque no queriendo parecer un patán, adopté yo también ese comportamiento, llegando al extremo de siempre afeitarme antes de desayunar.

Por lo demás, Susana era perfecta. Educada, simpática y ordenada hasta el exceso, hizo que mi piso que antaño cuando convivía con hombres era un estercolero, pudiese pasar incluso la inspección de la madre más sargento. Ni un papel tirado en el suelo, ni una mota de polvo en los muebles e incluso mejoró sensiblemente mi alimentación   porque una vez repartidas las funciones, se cumplieron a rajatabla y como ella se pidió la cocina, no tardé en comprobar lo buena cocinera que era.

Su comportamiento, tal como prometí sin creerlo, derribó las suspicacias de María y se hicieron íntimas enseguida, de forma que al cabo de un mes era raro el fin de semana que no salíamos juntos a tomar una copa. Mientras eso ocurría, poco a poco me fui encoñando con ella:

« No puede ser tan perfecta», me decía una y otra vez buscando un defecto o fallo que la bajara del altar al que la había elevado. Estudiante modélica, culta, graciosa y bella. Era tal mi obsesión que incluso traté  de hallar infructuosamente en la ropa sucia unas bragas usadas por ella, para al olerlas, su tufo me resultara desagradable.  Limpia y pulcra hasta decir basta, mi compañera de piso lavaba sus braguitas en el lavabo antes de llevarlas a la lavadora.

A lo que si me llevó esa búsqueda, fue a comprobar que bajo su discreta vestimenta, Susana usaba unos tangas tan minúsculos que solo con imaginármela con ellos puestos, me excitara hasta el extremo de tener que encerrarme en mi cuarto a dar rienda suelta a mi lujuria.

Aprovechando un día que había salido con su novio, me metí en su cuarto y tras revisar su ropa interior, elegí el tanga más sexi que encontré y tumbándome en mi cama, me lo puse de antifaz. De esa ridícula manera y mientras aspiraba el aroma a suavizante, me imaginé que la hacía mía.

En mi mente, Susana llegaba borracha y caliente a nuestra casa. Olvidándose de Manel, se ponía uno de los sensuales camisones que había descubierto en sus cajones y se acercaba a mi cuarto. Sin pedirme permiso, se acurrucaba a mi lado mientras me decía si estaba despierto. Os parecerá raro pero incluso en mi sueño esa mujer me imponía y en vez de saltar sobre ella, me hice el dormido.

Dejando correr mi imaginación, la vi desabrochando mi pijama y bajando por mi pecho, sacar de su encierro mi pene. En mi mente, con su  boca fue absorbiendo toda mi virilidad mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.

― Despierta que te necesito―  me susurró al oído buscando que me excitara.

No le hizo falta nada más para que mi sexo alcanzara su máximo tamaño, tras lo cual, recorriendo con la lengua mi glande, la exploró meticulosamente. Tan perfeccionista como en la vida real, lamió mi talle  estudiando cada centímetro de su piel. Ya convencida de conocerlo al detalle, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta la garganta.

« ¡Qué maravilla!», pensé al soñar que sus labios llegaban a tocar la base de mi órgano.

Sin darme tiempo a reaccionar, esa rubia empezó a sacarlo y a meterlo en su interior hasta que sintió que lo tenía suficientemente duro. Entonces  se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente. Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada, pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo, presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero. Olvidándome de que en teoría estaba dormido, la sonreí.

Al verme despierto, se empezó a mover lentamente sobre mí, y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara. En mi sueño, Susana no dejaba de gemir en silencio al moverse. Sus manos, en cambio, me exigían que apretara su cuerpo. No me hice de rogar, y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. La ficticia rubia gimió al sentir como los torturaba, estirándolos cruelmente para llevarlos a mi boca.

Y gritó su excitación nada más notar a mi lengua jugueteando con su aureola. La niña perfecta  había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que, restregando su cuerpo contra el mío, intentaba incrementar su calentura.

Al darme cuenta que mi fantasía no se ajustaba a la realidad, intenté reconducir y que su personaje fuera más tierno pero mi mente decidió ir por otros caminos y me vi con mis dientes mordiendo sus pechos. Su berrido fue impresionante pero más aún sentir como su coño se anegaba. Sin poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior.

Mientras  mi pene se vaciaba en su cueva,  me di cuenta de la hora y temiendo que Susana volviera, devolví su tanga al cajón sin dejar de saber que volvería a usarlo.

Una película trastocó a Susana

La tranquilidad con la que ambos llevábamos el compartir piso sin ser pareja se rompió por el motivo más absurdo. Un sábado en la noche, los dos con nuestras respectivas parejas nos quedamos en casa para ver una película que trajo Manel. El novio  sin saber que acarrearía esa decisión fue a un videoclub y alquiló “la secretaria”, una cinta que narraba la truculenta historia de Lee: Una chica peculiar que cuando se siente superada por los acontecimientos se relaja auto agrediéndose. Tras excederse en uno de los castigos que se inflige a sí misma, pasa algún tiempo en una clínica psiquiátrica.

Si ya de por sí ese argumento no era precisamente romántico, a su salida, consigue un trabajo en un despacho de abogado y su jefe resultó ser al menos tan especial como ella y ante sus fallos la regaña de una forma humillante.

Acabábamos de empezar a ver que la joven descubre en ello una forma de placer muy superior a sus autoagresiones cuando tanto mi novia como mi amigo nos pidieron que dejáramos de verla porque era demasiado dura. Tanto Susana como yo, al principio nos negamos pero ante la insistencia de nuestras parejas tuvimos que ceder y salir a tomar unas copas.

Esa noche al volver a casa fue la primera vez que oí sus gritos al hacer el amor con su novio. Sin todavía adivinar el motivo, mi rubia compañera no se contuvo y con tremendos alaridos de placer, amenizó mi noche.

― ¿Qué le ocurre a esta?―  preguntó María destornillándose de risa al escuchar la serie de orgasmos con las que nos regaló: ― ¡Nunca gritaba!

Por mi parte, tengo que confesar que sus berridos me calentaron aún más y deseé ser yo, quien estuviera entre sus piernas.

A la mañana siguiente, la casualidad hizo que Maria y Manel se tuvieran que ir temprano. Por eso, Susana y yo comimos juntos en comandita sin que nadie nos molestara. Fue en el postre cuando tomándola el pelo, le conté que la había escuchado a través de las paredes. Muerta de vergüenza, me pidió perdón. Habiendo obtenido carnaza, decidí no soltar la presa y por eso le pregunté que le había pasado. 

― No lo sé―  contestó –quizás esa película me afectó más de lo que creía.

Como había visto que su novio se la había dejado olvidada, le pregunté:

― ¿Te parece que al terminar de comer, la veamos?

Aunque se hizo de rogar, adiviné por su mirada que le apetecía y por eso, después de recoger los platos, no la di opción y la puse en el DVD. Si bien habíamos visto los primeros veinte minutos, decidí ponerla desde el principio. Nada más empezar, Susana se acomodó en el sofá y  se concentró de tal forma viéndola que pude observarla sin que ella se diera cuenta.

« Dios, ¡está excitada!», exclamé mentalmente al percatarme de los dos bultos que aparecieron bajo su blusa.

En contra toda mi experiencia anterior con ella, descubrí en su mirada un brillo especial que no me pasó inadvertido y olvidándome de la película, me quedé observando su comportamiento al ver que los protagonistas empiezan a rebasar los límites de lo profesional. Cuando en la cinta, el jefe, enfadado, llama a la muchacha a su despacho para reprenderla, la vi morderse los labios y cuando, ese tipo la ordena inclinarse sobre la mesa y comienza a leer la carta, propinándole un sonoro azote por cada error, alucinado, la observé removerse inquieta en su asiento.

« No puede ser», pensé al darme cuenta de que esa cría tan perfecta estaba pasando un mal rato intentando que no advirtiera su calentura.

Lo peor o lo mejor según se mire, todavía no había llegado porque Susana se quedó con la boca abierta cuando la muchacha, al llegar a casa, echa de menos las palizas de su jefe y se golpea a sí misma con un cepillo. Os reconozco que al verla, me contagié de su excitación y tuve que tapar mi erección con una manta. Lo creáis o no, esa rubia que nunca había dado un escándalo no pudo retirar su mirada de la tele mientras la actriz y el actor incrementaban su relación de dominación y sumisión con un fervor casi religioso y ya al final cuando tras una serie de vicisitudes, se quedan juntos, como si hubiera visto una película romanticona, ¡lloró!

― ¿Te sientes bien?―  tuve que preguntar al ver las lágrimas de sus ojos.

Pero Susana en vez de contestar, salió corriendo y se encerró en su cuarto, dejándome perplejo por su comportamiento. Tras la puerta, escuché que seguía llorando y sin comprender su actitud, la dejé que se explayara sin acudir a consolarla. En ese momento no lo supe pero mi compañera al ver esa película, sintió que algo se rompía en su interior al descubrir lo mucho que le atraía esa sexualidad. Su educación tradicional no podía aceptar que disfrutara viendo la sumisión de la protagonista.

Pensando que se calmaría, la dejé sola en casa y me fui a dar una vuelta con mi novia. Como era domingo y al día siguiente teníamos clase, llegué temprano a nuestro apartamento. No me esperaba encontrarme con mi amiga y menos verla tumbada en el salón viendo nuevamente esa cinta. Cuando la saludé estaba tan concentrada en la tele que ni siquiera me devolvió el saludo. Extrañado, no dije nada y me fui a la cocina a preparar una ensalada para la cena.

Al cabo de diez minutos, habiéndola aliñado, volví al salón y me puse a poner la mesa. Aunque siempre Susana me ayudaba a colocar los platos, en esta ocasión siguió pegada a la pantalla.

« ¡Qué cosa más rara!», pensé mientras acomodaba el mantel, « ¡Le ha pegado fuerte!». 

Con la mesa ya puesta, esperé a que terminara el film. Fue entonces cuando mi compañera advirtió mi presencia y se levantó a ayudarme. Reconozco que cuando observé que tenía las mejillas coloradas, supuse que estaba sonrojada por que la hubiese pillado viéndola nuevamente y no como luego supe por la calentura que sentía en todo su cuerpo.

Mientras cenábamos, se mantuvo extrañamente callada y al terminar, me pidió si podía yo ocuparme de los platos porque se sentía mal. Como siempre ella se ocupaba de todo, le dije que no se preocupara. Susana al oírme, sonrió y directamente se encerró en su cuarto. Todavía en la inopia, metí todo en el lavavajillas y me fui a acostar.

Nada más cerrar la puerta de mi habitación, escuché a través de la pared, unos gemidos callados que si bien en un principio, los adjudiqué a su supuesto malestar, al irse elevando la intensidad y la frecuencia de los mismos, comprendí que su origen era otro:

« ¡Se está masturbando!».

La certeza de que ese bombón estaba dando rienda suelta a su lujuria, me excitó a mí también y aunque resulte embarazoso, os tengo que reconocer que pegué mi oído a la pared y sacando mi pene, me hice una paja con sus berridos como inspiración. Si pensaba al escucharla llegar al orgasmo que esa sinfonía había acabado, me equivoqué por que al cabo de un pequeño rato, escuché que la rubia reiniciaba sus toqueteos.

« ¡Ahí va otra vez!», me dije al oírla e imitándola llevé mi mano a mi entrepierna para disfrutar de sus suspiros.

Sin llegarme a creer que lo que estaba ocurriendo, acompasé mis movimientos con los que alcanzaba a distinguir del cuarto de al lado. Increíblemente, Susana bajando del altar en la que la había colocado, gritaba de placer con autenticó frenesí. Mi segunda eyaculación coincidió con unos sonidos secos que no me costó reconocer:

« ¡Son azotes!», advertí.

Ese descubrimiento fue la gota que colmó mi vaso y derramando mi placer sobre las sábanas de mi cama, obtuve mi dosis de placer imaginado que era yo quien se los daba. Francamente alucinado, fui testigo de que esa serie de azotes se prolongaron unos minutos más y de que solo cesaron cuando pegando un auténtico alarido, esa intachable niña se corrió.  Tras lo cual, sus gemidos fueron sustituidos por un llanto que me confirmó su sufrimiento.

Con sus lloriqueos como música ambiente, intenté dormir pero me resultó difícil ya que su dolor me afectó y compartiendo su dolor, supe que aunque fuera una locura estaba enamorado de ella.

« ¡Su novio es mi amigo!», sentencié y ratificando mis pensamientos, decidí que jamás contaría a nadie lo que había descubierto esa noche. Esa decisión me sirvió para conciliar el sueño y con la cabeza tapada por la almohada para no escucharla, me dormí.

Susana se deja llevar por su descubrimiento.

A la mañana siguiente, mi compañera se quedó dormida. Aunque eso no era típico de ella, vacilé antes de despertarla. Dudé si hacerlo pero recordando que cuando eso había ocurrido al revés, ella había tocado a mi puerta, decidí imitarla. Con los nudillos toqué en la suya. A la primera, escuché que se levantaba y todavía medio atontada, me abrió preguntándome qué hora era. Tardé en responderla porque esa fue la primera vez que la vi despeinada.  Os reconozco que me quedé absorto contemplando sus pechos a través de la translucida tela de su camisón, afortunadamente su propio sopor le impidió darse cuenta la forma tan obsesiva con la que mis ojos acariciaron su anatomía y tras unos segundos, la respondí riendo:

― Son la ocho, ¡vaga! Tienes el desayuno preparado, daté prisa y te llevo a clase.

Con su rostro trasluciendo una inmensa tristeza, me dijo que no la esperara porque no iba a ir a la universidad. No le pregunté la razón y despidiéndome de ella con un beso en la mejilla, la dejé sola con su sufrimiento. Ya en el ascensor, su aroma seguía presente en mi mente y estuve a punto de rehacer mis pasos para hacerle compañía pero supe que debía de pasar ese trago en soledad. Molesto y preocupado, salí rumbo a clase mientras una parte de mí se quedaba con ella.

Sobre las doce, la llamé a ver como seguía y al no contestarme, decidí volver a casa. Aunque no fue mi intención sorprenderla, al llegar abrí la puerta con cuidado. Desde el recibidor, escuché que la tele estaba puesta y al asomarme me encontré con Susana desnuda viendo por tercera vez la jodida película mientras con sus manos entre las piernas, se masturbaba con ardor.  Os parecerá extraño pero al descubrir a esa mujer que tanto había soñado con ella en esa situación, lejos de ponerme cachondo, me preocupó y no queriendo hacerla sufrir, di la vuelta y en silencio, me fui del piso.

Necesitaba airearme y por eso deambulé sin rumbo fijo hasta la hora de comer, mientras intentaba asimilar lo ocurrido y buscaba qué hacer.

― ¡Susana necesita ayuda!―  comprendí.

El problema era como hacerlo. No podía llegar y decirle de frente que sabía lo que ocurría y menos contárselo a su novio. Si lo hacía tenía claro que no solo perdería un amigo sino también a la persona con la que compartía el alquiler y por eso, zanjé el tema decidiendo darle tiempo al pensar que se le pasaría. 

Al volver al apartamento, llamé primero para avisarle que llegaba porque no quería volver a encontrarla en una posición incómoda. Supe que había hecho lo correcto porque reconocí a través del teléfono que Susana no estaba lista y por eso tardé unos quince minutos en subir del portal.

Entrando en la casa, saludé desde el recibidor antes de atreverme a pasar. Al no obtener respuesta, pasé al salón y me lo encontré desordenado. Sin decir nada, recogí la taza y los restos de su desayuno pero al pasar por delante de su puerta y ver que ni siquiera había hecho la cama, entendí que el asunto era serio y que mi compañera seguía igual. 

― Tengo que sacarla a comer, no puede quedarse encerrada―  dije entre dientes apesadumbrado.

Justo en ese momento, salió del baño Susana y al verla, fortalecí mi decisión: ¡Seguía en camisón!

Haciendo como si no tuviese importancia, me reí y le dije que se fuera a vestir porque quería invitarla a un restaurante. Al principio la rubia intentó negarse pero entonces, y os juro por lo más sagrado que no fue mi intención, jugando con ella le di un azote en su trasero azuzándola a obedecer.  Su reacción me dejó pálido, pegando un aullido, se acarició la nalga en la que había soportado esa ruda caricia y sonriendo, me pidió cinco minutos para hacerlo.

« ¡Pero que he hecho!», maldije totalmente confundido.

Estaba todavía reconcomiéndome por lo sucedido cuando mi compañera salió. La Susana que apareció no fue la depresiva de las últimas veinticuatro horas sino la alegre muchacha que tan bien conocía por lo que olvidando el tema, la cogí del brazo y la llevé a comer.

La comida resultó un éxito porque mi compañera se comportó divertida y atenta, riéndome las gracias e incluso permitiéndose soltar un par de bromas respecto a Manel, su novio. Muerta de risa, se quejó de lo serio y tradicional que era. Como el ambiente era de guasa, no advertí la crítica que estaba haciendo de su pareja ni que escondía un trasfondo de disgusto por no comprenderla.

Como había quedado en pasar por María, me despedí de ella en la puerta del restaurante, ya tranquilo. Creía firmemente que su mal rato se le había pasado  y por eso, no me preocupó dejarla sola. Lo cierto es que cuando ya estaba con mi novia, me entraron las dudas y disimulando en el baño, la llamé para ver como seguía. Susana me respondió a la primera pero justo cuando ya la iba a colgar, me dijo que llegara pronto a casa porque había alquilado una película. Os juro que al escucharla se me pusieron los pelos de punta y tartamudeando le pregunté si Manel iba a acompañarnos.

Su respuesta me dejó aterrorizado porque bajando el tono de su voz, me respondió:

― No porque no creo que le guste.

No me atreví a insistir y averiguar el título de la misma, en vez de ello, le prometí que llegaría pronto y casi temblando, volví a la mesa donde María me esperaba. Mi novia se olió que me ocurría algo pero aunque quiso saber el qué, desviando el tema, no se lo dije.

¡No podía contarle lo que sabía de mi compañera de piso! Por eso el resto de la tarde fue un auténtico suplicio porque aunque físicamente estaba con mi novia, la realidad es que mi mente estaba en otro lado. Deseando pero temiendo a la vez, lo que me encontraría al llegar a casa, me hice el cansado para dejarla rápido en su casa. Admito que en el camino, estaba nervioso y dando vueltas continuamente a aquello. En mi mente las preguntas se me amontonaban:

« ¿Qué película será? ¿Por qué quiere verla conmigo? ¿Cómo debo actuar?…».

Si ya eso era suficiente motivo para estar acojonado, mi turbación se vio incrementada cuando al entrar en casa me encontré con que Susana no solo había preparado una cena por todo lo alto sino que había movido los muebles del salón para que desde los dos sillones orejeros pudiéramos ver la tele como si en un cine se tratara.

        ― ¿Y esto?―  pregunté al ver el montaje.     

Con una sonrisa en los labios, me contestó:

         ― Quería que estuviésemos cómodos.

Fue entonces cuando me percaté en un detalle que me había pasado inadvertido, mi compañera de piso obviando su tradicional modo de vestir, se había puesto un jersey rosa súper pegado y unos pantalones de cuero negro, tan ajustados que marcaban a la perfección los labios de su sexo.

« ¡Viene vestida para matar!», me dije al admirar su vestimenta y con sigilo, quedarme observando la sensualidad de sus movimientos. Contra lo que era su costumbre, esa mujer se movía con una lentitud que realzaba su belleza dotándola de una femineidad desbordante. Si ya de por si esa mujer era impresionante, en ese papel, era un diosa.

« ¡Qué buena está!», pensé mientras admiraba su culo al caminar. Como si fuera la primera vez que lo contemplaba, me quedé entusiasmado con su forma de corazón y relamiéndome, comprendí estudiando la segunda piel, que eran esos pantalones, que era imposible que llevara ropa interior. Admito que me puso verraco y tratando de no evidenciar el bulto bajo mi bragueta, me senté a la mesa.

Sé a ciencia cierta que se dio cuenta porque sus ojos no pudieron reprimir su sorpresa al ver mi erección, pero no dijo nada y con una sonrisa en sus labios, me preguntó si quería algo de vino. Antes de que la contestara, sirvió mi copa y al hacerlo, dejó que sus senos rozaran mi espalda. Sin entender su actitud pero completamente excitado, soporté ese breve gesto con entereza, porque aunque lo que me apeteció en ese instante fue saltar sobre ella y follármela sin más, me quedé callado en mi asiento.

« ¿A que juega?», me pregunté al sentir que estaba tonteando conmigo, no en vano esa preciosidad era la novia de un amigo. Durante la cena pero sobre todo al terminar, no me pasó inadvertido otro sutil cambio que experimentó Susana. ¡Sus ganas de agradar rayaban la sumisión! Un ejemplo de lo que hablo fue que cuando acabamos, se negó a que la ayudara a recoger los platos. Si eso ya era raro, más lo fue cuando estando en la butaca sentado, llegó ella y para ponerme la copa, se arrodilló junto a mí. Tengo que confesar que aunque me puso como una moto, pensé que estaba jugando y por eso de muy mala leche, le pedí que se dejara de tonterías y pusiera la película. 

Susana, al oír mi tono seco, reaccionó entornando los ojos con satisfacción y levantándose del suelo me obedeció. Tras lo cual y mientras empezaba los tráileres de promoción, se acurrucó en la otra butaca tapándose con una manta.

« ¿Por qué se tapa? ¡Si hace un calor endemoniado!» me dije, pero entonces la película empezó y nada más ver la primera escena, supe cuál era: « ¡Ha elegido El Juez!».

Mi sorpresa fue total porque aunque me esperaba y temía una película algo fuerte, nunca creí que fuera esa la que eligiera. Tratando de recordar el argumento de esa producción belga, palidecí  al acordarme porque era la historia de un juicio al que someten a un juez, cuyo único delito es que su mujer le confiesa décadas atrás que deseaba experimentar lo que se siente en una relación sadomasoquista y le convence de probar. El pobre tipo es reacio en un principio pero como no quiere perderla, termina cediendo y juntos se lanzan a una vorágine de azotes y castigos que me impresionó cuando la vi con dieciocho años.

Pensando que se había equivocado, le pregunté:

― ¿Sabes de qué va?

― Sí y ¡Nos va a encantar!

Su respuesta prolongó mis dudas. No me entraba en la cabeza que hubiese seleccionado a propósito una cinta tan dura pero además ese “NOS VA A ENCANTAR”, significaba que compartía de algún modo su nuevo gusto por ese tipo de sexo.  Aunque alguna vez había fantaseado con ello, la dominación era algo que no me atraía y menos aún la sumisión.

Llevaba apenas cinco minutos puesta cuando mirando a Susana, advertí que se estaba empezando a excitar:

« Y solo acaba de empezar», mascullé entre dientes al ver que bajo su jersey dos pequeños montículos eran una señal evidente de su calentura. Intrigado hasta donde llegaría, me olvidé de la película y me concentré en observar a mi compañera. Con curiosidad morbosa, me fijé en que el sudor había hecho su aparición en su frente al escuchar a la protagonista reconocerle a su marido que desde niña había disfrutado con el dolor. Confieso que me sentí como el Juez, un tipo que jamás pensó en practicar ese tipo de sexo y que escandalizado se negó.

La temperatura interior de esa rubia se incrementó brutalmente cuando la actriz convenció a su pareja que la azotara y mordiéndose los labios, me miró diciendo:

― ¿No te da morbo?

No supe que contestar porque aunque lo que ocurría en la tele no me lo daba, verla excitándose a mi lado, sí.

― Mucho―  respondí mintiendo a medias.

Susana sonrió al escuchar mi respuesta y concentrándose nuevamente en la escena, pegó un suave gemido al ver que el juez ataba a su mujer desnuda y con los brazos hacia arriba a un soporte del techo.  Para entonces bajo mi pantalón mi pene me pedía que le hiciera caso pero el corte de que esa mujer me viera, me lo impidió. Si ya me resultaba difícil permanecer sin hacer nada, cuando llegó a mis oídos el sonido de su respiración entrecortada, quedarme quieto me resultó imposible y tuve que acomodar dentro de mi calzón, mi polla.

« ¡Voy a terminar con dolor de huevos!», intuí  al ser incapaz de darle salida a esa lujuria que iba asolando una a una las barreras que mi mente ponía en su camino. Entre tanto, no me cupo duda alguna de que mi compañera también lo estaba pasando mal al ver que  se iba agitando por momentos. Removiéndose en su sillón,  debía de estar luchando una cruenta batalla porque observé que intentando que no advirtiera su excitación, la rubia juntó sus rodillas mientras sus pezones se erizaban cada vez más.

― ¡Dios!―  escuché que susurraba cuando en la pantalla el juez cogía una fusta y daba a su mujer el primer  azote.

Comprendí que mientras su cerebro se debatía sobre si se dejaba llevar, su cuerpo ya le había tomado la delantera porque siguiendo un impulso involuntario, sus muslos se empezaron a frotar uno contra el otro intentando calmar el picor que sentía.  En ese instante para mí, lo que ocurriera en la tele sobraba y como un auténtico voyeur, me quedé fijamente mirando a lo que ocurría a un metro escaso de mí. Me consta que Susana trató de evitar tocarse porque sus manos se aferraron al sillón intentando calmarse.

Pero fue inútil porque para el aquel entonces en la tele, los protagonistas pedían ayuda a un profesional y con su colaboración, empezaba a aprender los rudimentos con los que dar inicio una sesión. Disimulando la vi entrecruzar sus piernas y ladearse hacia la izquierda para dificultar que me diera cuenta de que había llevado una de sus manos hasta sus pechos.

« ¡Se va a masturbar!», pensé en absoluto escandalizado.

Tal y como había previsto, Susana agarró entre sus dedos un pezón cuando el juez hacía lo mismo en la película con el de su mujer, haciendo mi propia excitación insoportable. Mi pene me exigía que lo liberara de su encierro y por eso cogí una manta y me tapé porque no sabía cuánto tiempo iba a aguantar. Mi movimiento no le pasó inadvertido a la muchacha que sonriendo me dijo:

― ¿Verdad que hace frio?

Ni siquiera la contesté porque de cierta manera, mi compañera de piso me estaba dando permiso para pajearme yo también.  Aunque no lo sé a ciencia cierta, creo que fue entonces cuando ella llevó sus dedos a la entrepierna porque vi que realizaba un gesto raro bajo su manta. Mirándola de reojo,  vislumbré sus pechos bajo su jersey y creí morir al descubrir el tamaño que habían adquirido sus areolas mientras una de sus manos lo acariciaba.

Un profundo gemido que escapó de su garganta fue el detonante por el cual me atreví a bajar mi bragueta. Con mi miembro fuera del pantalón, seguía sin poder tocarlo porque quisiera o no, me seguía dando corte pajearme en su presencia. Aun sabiendo que en ese momento Susana tenía sus dedos dentro de las bragas, me parecía incorrecto masturbarme ante la novia de mi amigo y por eso, sufrí como una tortura no caer en la tentación.

Justo cuando en la pantalla, el juez estaba dando una tunda al culo de su mujer, advertí que la espalda de Susana se arqueaba mientras a intervalos irregulares sus piernas se abrían y cerraban bajo la franela, los continuos suspiros que llegaban a mis oídos, me hicieron asumir que en su sexo comenzaba a gestarse una explosión.

Sintiendo que si prolongaba más el suplicio de mi pene, me lanzaría sobre esa mujer, lo cogí y con una mano, empecé a pajearme.  Tan concentrado estaba en la búsqueda de placer que no me percaté que Susana se había corrido y que ya más tranquila, se había dado la vuelta y con sus ojos fijos en mí, me miraba. Ajeno a ser objeto de su examen, con mi extensión bien agarrada, mi muñeca imprimió un ritmo creciente. Todo mi cuerpo necesitaba llegar al orgasmo y por eso, cerré los ojos totalmente abstraído. Esa fue la razón por la que no advertí que mi compañera se mordía los labios mientras mi mano subía y bajaba sin pausa bajo la franela y que tampoco reparara en el brillo de su mirada cuando en silencio derramé mi simiente sobre la misma.

Ya saciado, me relajé y al volver a la realidad, no noté nada raro porque disimulando la muchacha se había puesto a ver la película otra vez.

« Soy un idiota. ¡Me podía haber pillado!», maldije para dentro mientras me cerraba la bragueta y trataba de hacer como si no hubiera pasado nada.

Dos metros más allá, Susana estaba en la gloria al saber que conmigo podría hacer realidad sus fantasías. Su única duda es como lo conseguiría y cuando.  Por mi parte, seguía sin comprender las intenciones de la cría, quizás porque si durante seis meses  ese bombón no me había hecho caso, me costaba asimilar que a raíz de una película lo hiciera.

Al terminar y cuando ya nos íbamos cada uno a su habitación, mi compañera se acercó a mí y sonriendo, me preguntó poniendo su culo en pompa:

― ¿Me darías un azote como “buenas noches”?

Creyendo que era una broma producto de lo que habíamos visto, solté una carcajada y se lo di. Pegando un grito de alegría al sentir mi mano sobre sus nalgas, me dio un beso en la mejilla, diciendo:

― Por hoy, me basta pero mañana quiero más.

Tras lo cual, entró en su cuarto dejándome en mitad del pasillo, totalmente aterrorizado.

 

 

 

Relato erótico “Una Familia Decente 1” (POR ROGER DAVID)

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Una Familia Decente
La familia Zavala vivía feliz en su hogar, eran una familia ejemplar, estaba compuesta por el jefe de hogar, el Ingeniero Eduardo Zavala de 38 años, su esposa Andrea Rojas de Zavala de 35 y su hija Karen de tiernos 18 añitos recién cumplidos. (Se casaron siendo muy jóvenes)
Eran una familia de solidos principios religiosos, morales y éticos, ya que participaban fervientemente en una congregación dedicada a la ayuda comunitaria y obras de beneficencia, todos sus miembros, al igual que la familia de Eduardo Zavala debían demostrar una conducta ejemplar ante la sociedad, por esta situación casi todos ellos eran por si decirlo conservadores y alejados a todo tipo de actividades que pudieran dar que hablar al resto de la sociedad.
De Andrea se podría decir que era una mujer ejemplar en todo sentido de la palabra: hermosa, seria y respetable, siempre vestía con decoro y de forma sobria, una debido a sus solidos conceptos morales y otra por la exigencia de Eduardo, su marido, ya que él pensaba que toda mujer digna, integra y respetable no debía de vestir en forma indecorosa. (Sobre todo si se trataba de su mujer)
Lo mismo para Karen, su preciosa hija, que a pesar de sus 18 años recién cumplidos debía de vestir igual que su madre Andrea, siempre con sobriedad y regirse a las estrictas normas establecidas por su casi beato padre, y de la comunidad conservadora de la cual ellos eran parte.
Por lo ya descrito anteriormente, podríamos decir que igual esta singular familia se encasillaban dentro de lo que podemos llamar normal, eran felices y además de respetados en su círculo social.
Eduardo y Andrea se casaron muy jóvenes. Eduardo completo sus estudios y con mucho esfuerzo logro incorporarse a una sólida empresa del Área de telefonía, ayudado por un tío de Andrea, que ocupaba un importante cargo gerencial en esta.
Pero sigamos con Andrea, a sus 35 años Andrea se conservaba en excelentes condiciones físicas, sin ni siquiera tener necesidad de ir a un gimnasio, era dueña de un cuerpo femeninamente espectacular que a pesar de sus serias y conservadoras vestimentas, se notaba a lo lejos, que debajo de ellas se encontraba el cuerpo de una verdadera Diosa.
Rubia natural, unos preciosos ojos verdes, su cara de finas y exquisitas facciones, 1.73 de estatura y un par de piernas de ensueño. Se gastaba un pedazo de culo imponente, soberbio, duro, paradito y carnoso, con un par de tetas majestuosas, grandes y redondas pero que se adecuaban perfectamente a su cuerpo, sin caer en la exuberancia ni lo grotesco.
Todo en Andrea, su cuerpo infartante, su culo, su rica hendidura de carne, y sus tetas…estaban hechas a la perfección, para el beneplácito de cualquier macho que tuviera la suerte de poder admirarlas.
Ella siempre al salir de su casa a realizar algún trámite o cuando asistía a las distintas obligaciones que se requería, al ser miembro de la conservadora congregación a la cual pertenecía su familia, debía soportar todo tipo de miradas obscenas, murmuraciones subidas de tono, pero Andrea no prestaba atención a esto, se conformaba en mantener su actitud de mujer de estrictos valores morales y éticos, siempre recatada, seria y decente de como lo era ella. (Por ahora)
De la niña Karen podemos decir que heredo las mismas cualidades físicas que su madre. Un cuerpo perfecto, un culo exquisito hecho para estar manoseándolo por todo el día y la noche, con la diferencia que la niña Karen, nació con su pelo oscuro y heredo los ojos azules, como su padre.
Imagínense a esta niña de candorosos 18 años, de tez blanca, carita inocente y angelical, de ojos azules, labios sensuales, de muy buenos sentimientos y educada en uno de los mejores colegios religiosos, ajena a todo lo referente a cosas mundanas, como lo llamaba su padre, nunca le permitieron tener novio, tampoco salir con amigas.
Aun así algo sabia del sexo opuesto ya que por su impresionante belleza, nunca faltaron los pretendientes, pero estos siempre fueron espantados por su sobreprotector y excéntrico padre.
De sexualidad lo único que dominaba Karen, era lo aprendido en el colegio, el sexo para ella estaba hecho para tener hijos una vez que se casara.
Cuando escuchaba de sus compañeras o de su amiga Lidia, niñas que al tener otro tipo de educación, siempre le comentaban cosas o situaciones en referencia al sexo, conversaciones que a veces la espantaban debido a su formación, no se convencía que tales cosas fuesen normales, pero en el fondo de su ser sentía curiosidad por saber más de este tema, para luego recriminarse ya que ese tipo de cosas no era para niñas decentes como lo era ella.
Eduardo su padre, no era consciente del pedazo de hembras que tenía por familia, y si es que lo era por alguna extraña razón no le gustaba pensar en ello. Su tiempo libre lo dedicaba a actividades de la congregación de beneficencia y de caridad, era tanto su afán de estar siempre participando que llegaba a caer en el fanatismo. Todas sus decisiones personales las consultaba con orientadores de la dicha congregación.
Eduardo desconocía que esta situación podría desencadenar consecuencias nefastas para su familia y que esas consecuencias las terminarían pagando Andrea, su bella, seria, recatada y decente esposa, y Karen que por su inocencia, candor y belleza, sería el primer blanco para los sucesos que se avecinaban.
El sexo entre Andrea y Eduardo podemos decir que era casi normal, lo de siempre y un poco escaso a lo mejor.
Dos o tres veces al mes era suficiente para Eduardo, ya que consideraba que el sexo no era importante para la relación conyugal, el sexo para él era algo obsceno y sucio, e intentar hacer algo novedoso era como faltarle el respeto a su mujer.
Andrea estaba acostumbrada a esta situación, siempre estaba dispuesta para su marido, y cuando el la buscaba para estos menesteres, era lo típico, posición del misionero, de 05 a 10 minutos y una vez terminado el encuentro, a dormir.
En una ocasión, Andrea en un arranque de pasión y fogosidad intento practicar otro tipo de posición, algo normal dentro de la relación de cualquier pareja, lo que le costó una seria reprimenda por parte de su esposo, eso no era para personas decentes como ellos, y la mando a unas clases de orientación familiar que duraron 02 meses, con eso Andrea ya no quiso innovar en la vida íntima, pero a pesar de todo esto igual se sentía feliz con su apuesto esposo, ya que se sentía muy enamorada.
Que desperdicio, tener una hembra con  cuerpo de Diosa, con curvas endemoniadas, de belleza absoluta, tenerla tendida en una cama, con la luz apagada, con un grueso camisón de dormir que le llegaba más debajo de las rodillas y que para tener sexo se lo tenía que subir hasta la cintura, en silencio, nada de palabras salidas de tono, sin besos, sin caricias.
Y para vestirse, cada uno por separado en la soledad del baño que tenían para ambos, porque verse desnudos era algo sucio, inmoral y un montón de pelotudeces que pensaba Eduardo, pero para Andrea eso estaba bien, lo veía normal, ya que había sido su propio esposo quien había hecho que la mujer pensara de aquella forma.
Así vivía la feliz familia, sin preocupaciones.
Su casa estaba ubicada en las afueras de la ciudad, era una casa no tan grande pero si muy cómoda y con lujos, era de dos pisos, un patio grande con piscina incluida, y al fondo del patio existía una cabaña, para uso del servicio doméstico, en esta vivía don Pricilo, el jardinero, un viejo de 62 años, que al haber enviudado y que además había sido por un tiempo miembro de la congregación benéfica, Eduardo le ofreció trabajo en su casa para labores del jardín y otras tareas similares.
La idea de Eduardo era ayudarlo, ya que el pobre viejo había perdido un negocio y debido a esto y a las malas decisiones, prácticamente lo perdió todo y su pobre mujer enfermo y falleció debido a la misma situación. Eduardo más que ser un hombre solidario, tenía la imperiosa necesidad de que por lo menos así lo notaran su círculo social,  y debido a esa falsa solidaridad cometió el error más grande de su vida.
El viejo Pricilo, de solidario no tenía nada, solo a veces participaba en esta congregación, porque su mujer prácticamente lo obligaba.
El viejo se malgastaba los ingresos del negocio que había heredado su mujer en irse de parranda y con putas, era además asiduo a casas clandestinas de apuestas, en donde contraía enormes deudas económicas, pero los amigos mafiosos le tenían paciencia, el viejo era conocido y respetado y siempre había pagado, pero en el último tiempo, una vez cerrado su negocio, se estaba demorando mucho en pagar.
Claro está que Eduardo Zavala, hombre respetable y decente como según él lo decía, desconocía esta oscura parte de la vida de don Pricilo, por lo mismo en una oportunidad que lo vio en la congregación intentando conseguir un préstamo de dinero para saldar parte de sus deudas con los prestamistas y casas de azar, no lo dudo en ofrecerle trabajo.
Para don Pricilo, la última preocupación que tenía en su vida era la de buscar trabajo, no le interesaba, pero cuando vio a Eduardo a la salida de la congregación, parado frente a él con ese par de imponentes hembras hechas a la perfección, madre e hija, casi le da un infarto, al ver a las dos féminas.
Lo primero que pensó el detestable viejo fue…pero que buen par de putas…y sintió como se le empezaba a parar la verga, solo con el hecho de estar mirándolas…
Ellas, madre e hija, desconocían los desquiciados pensamientos que tenía el viejo Pricilo, lo miraron como un pobre viejito que se había quedado solo, y que ellos como una buena familia que eran, debían ayudarlo, no fuera que por su triste soledad, al viejito le pasara algo.
Así estaba embelesado el viejo Pricilo, mirando estas inocentes criaturas, desnudándolas con su lujuriosa mirada, sonriente y casi babeando…ni siquiera escuchaba lo que decía Eduardo, solo asentía y balbuceaba, de pronto cayo en cuenta que en la propuesta laboral, él se debía ir a vivir a la casa de ellos, en una casita que tenían al fondo del patio.
El viejo acepto encantado el acuerdo, y una vez hecho el trato, a los 03 días se mudó a la cabañita de madera, en la casa de la familia de Eduardo Zabala.
Don Pricilo ansiaba llegar a instalarse en esa casa, para darse el banquete de su vida, aunque sea solo mirando a las mujeres de la familia, aprovechando que a veces Eduardo por motivos de trabajo tenía que salir de la ciudad ausentándose los fines de semana, tiempo que él tendría para estar solo con ese par de Diosas, ellas por ser tan buenas de corazón, no se imaginaban los planes que tenía el viejo, aunque por ahora solo fueran fantasías.
Pero todo tiene su límite, fue una tarde en que el viejo terminaba sus tareas diarias, en que se puso a observar detrás de su ventana como madre e hija conversaban en la terraza, no podía escuchar la conversación, pero tenía vista privilegiada desde su rancho, para admirar a estas beldades.
Andrea vestía con ropa de casa, que a pesar de su sobriedad, el vestido que llevaba marcaba perfectamente la esbeltez de su figura.
Mientras que Karen lucía un vestido de verano un poco más holgado, se veían sencillamente fascinantes.
En esto estaba el viejo cuando ambas mujeres conversando en forma despreocupada se acercaron a su cabaña, el viejo ya estaba a full, sentía las tremendas ganas de masturbarse, al examinarlas se decía, pero que buenas hembras que se gasta este Eduardito. Ellas reían inocentemente, no se daban cuenta que solo a tres metros de ellas se encontraba el viejo Pricilo escondido detrás de la ventana pajeandose la verga como poseído.
El viejo no se explicaba porque lo calentaban tanto ese par de mujeres, si solo conversaban, aun con ropa lo calentaban hasta la locura…
El viejo pensaba y pensaba, como seria si las viera desnudas, el solo imaginárselas encueradas casi eyacula, pero se contuvo, y prefirió seguir  disfrutando da la masturbación que se estaba pegando, ya que tenía semejantes ejemplares femeninos delante de él, y lo que más lo calentaba, era el saber que tales ejemplares, eran madre e hija.
Fue ese el momento que lo pensó y lo decidió…las tendría que poseer, cueste lo que cueste, a las dos!!, juntas o por separado!!, pera se las iba a culiar si o si!!. Si era necesario violarlas lo haría, aunque fuera a dar a la cárcel, bien valdría la pena pensaba el viejo.
Era patética la escena que se vivía en la casa de la familia de Eduardo Zavala, ver un viejo sesentón, semi-desnudo masturbándose detrás de una ventana, mirando a dos hembras encamables, divinas y ricas inocentemente conversando, no imaginándose que el viejito a quien ellas y el jefe de hogar inocentemente lo llevaron a vivir con ellos, para ayudarlo, en ese mismo momento se masturbaba, y a la vez planeaba y decidía el momento en que las culiaria…y a cual primero? Si a la madre Andrea, o a la hija Karen.
El viejo Pricilo estaba afanado masajeando su tranca, cuando Karen inocentemente se estiro de perfil, hacia donde él estaba, el viejo pudo dimensionar su perfecta silueta, su curvilínea figura, al viejo se le juntaba espuma en la boca a tan impactante visión, aquella impresionante y estupenda mujer era la niña de la casa, Karencita!! –Pero que par de tetas se decía el viejo, que cuerpo más exquisito, –Ohhhh que culo más bien hechito que se gasta esta niña, lo veía grande y paradito, perfecto como a él le gustaban –Ahhhh…ahhhh, gemía el caliente vejete y concentrándose en la parte más sagrada de aquella niña-mujer, que era su vagina, se preguntaba que como la tendría, peludita o sin pelos?, apretadita?, olorosita?, –Ahhh, ahhh… gemía en silencio.
Con estos pensamientos el viejo ya no daba más de calentura… y empezó a balbucear para sus adentros, –Ay mi niña… ay mi niña… meee voy a coorreeeeerrrr…!!! –Ahhh tomaaaaaa, tomaaa, balbuceaba el asqueroso viejo en los momentos en que se la imaginaba metiéndole su verga, Kaarennnccitaaaaaaaaaahhhhhhhhh!!, gritaba en silencio y en su mente, –Toma puta de mierdaaaaaaaaaa!!!, hasta que le salió la última gota de semen que fueron a dar a la pared de madera debajo de la ventana de su casucha, el viejo no paro de masajearse la tranca.
–Pero que buena que esta la putita! , pensaba don Pricilo sentado y ya más calmado, y así descansando de la chorreante acabada que se acababa de mandar, fue como si el destino estuviera a su favor, en el momento de agudizar el sentido del oído, escucho parte de la conversación entre madre e hija,
–No mamá, no te preocupes, si yo estaré bien…y así aprovechare de estudiar para el examen de ingreso que me exigen en la Uni…
–Pero Karen, hija, tu sabes que a tu padre no le gusta que te dejemos sola en casa…acuérdate que estaremos fuera por seis días…
El viejo Pricilo no lo podía creer, la niña Karen se quedaría por casi toda una semana solita en la casa, o sea con el!?, –Jejejjejeje, reía el aborrecible viejo, y mientras tanto continuaba la conversación…
–Si mamá, en la mañana yo hablé con él y me dio permiso para quedarme, pero con la condición que estuviera en todo momento con mi celu, para que así el me llame y estemos en contacto… –Además dijo que hablaría con don Pricilo, para que estuviera atento por si yo necesitara algo…
–Queeeeeeeeeee? , se dijo el viejo, y todavía piensan el dejármela a cargo….jajajjajajajjajaja!!!, reía el viejo por tener tan buena suerte, y a la vez sentía como se le volvía a parar la verga nuevamente.
–Mmmmm… bueno, pero no me gusta que abusemos de don Pricilo, él es tan atento con nosotras, tan preocupado y trabajador, así que hablaré con tu padre, para que le cancele un dinero extra por hacer que tenga más responsabilidades de las que ya tiene el pobrecito.
–Si mamá, así yo me sentiré más segura de pedirle algo, si es que lo necesito…
–No te preocupes hija, hoy le diré a Eduardo que hable con don Pricilo ya que solo faltan 3 días para el viaje, nos iremos el sábado en la mañana temprano y llegaremos el próximo jueves en la noche…
–Y cuantas familias irán a la junta anual de la congregación?, fue lo último que escucho don Pricilo, cuando vio alejarse a las dos adorables mujeres.
Madre e hija caminaron hacia la casa grande en donde el viejo pudo ver que entraban y las perdía de su visión.
Fue el destino quien lo decidió, meditaba don Pricilo, –Esa niña-hembra va a ser mía!, la convertiré en mi mujer!!, en mi putaaa!!!, pensaba el viejo eufórico ante tales pensamientos y desde ese momento ya comenzaba a urdir el plan para poder violarla a su cochino antojo.
Lo que más le calentaba al viejo, era la carita de inocencia que tenía la tierna niña de 18 años, además sabía que sería fácil engatusarla, debido a la inexperiencia de la nena en temas relacionados con el sexo, menos de deseos carnales como decían los puritanos hombres y mujeres que pertenecían a la congregación conservadora, pero él se encargaría de despertarlos, tenía que tener paciencia, aun le quedaban tres días para planear todo.
Meditando en esto, el viejo se fue a tirar a su viejo y sucio catre que poseía por camastro, en el interior de su habitación, se tiró a descansar y decidió que no se masturbaría pensando en sus mujeres, término que el viejo ya empezaba a utilizar para referirse hacia Andrea y Karen, juntaría todos sus mocos, su leche y su semen para verterlo en el interior del cuerpo de la hermosa jovencita.
Fueron los tres días más largos vividos por el viejo Pricilo, ansiaba que llegara el día sábado, momento en que por fin quedaría a solas con Karen, ya que los padres de la niña se ausentarían por seis días.
Claro está que el viejo sabía que no podía entrar a la casa grande, el viejo era inteligente, no debía mostrar abuso de confianza, tenía que seguir fingiendo ser el sacrificado trabajador que vivía en su ranchito de atrás de la casa grande, agradecido de su patroncito que lo había ayudado en los momentos difíciles.
Total, pensaba el viejo ya habría tiempo más adelante para aquello, por ahora su interés apuntaba a Karen, y planeaba como se llevaría a la niña de 18 años, hasta su cochino catre, en el interior de la cabañita de madera, es ahí donde pretendía el desalmado viejo convertirla en su mujer.
El jueves en la tarde, don Pricilo se encontraba limpiando la piscina, pensando en las tremendas culiadas que se pegaría en esa semana, estaba medio caliente pensando en esto, cuando vio salir a Andrea, la otra ninfa en que también estaba interesado el vejete.
El viejo fingió no darse cuenta de la presencia de Andrea, seguía trabajando con naturalidad, la mujer al verlo no lo pensó para acercarse a él y entablar una amistosa conversación.
Don Pricilo no lo podía creer, llevaba 02 meses trabajando en aquella casa y siempre mantuvo la distancia con Andrea y Karen, con el que hablaba de trabajo y hacia los tratos era con Eduardo, el marido de Andrea, su jefe.
No era que ellas lo esquivaran, simplemente no se habían dado las ocasiones y el viejo era cauteloso, se había sabido ganar la confianza de ellos, era ya el momento de actuar, pensaba el viejo para esos entonces.
–Hola don Pricilo,  como esta?, –Tan trabajador como siempre, le dijo Andrea, dedicándole una de sus más hermosas sonrisas…
El viejo empezó a sudar, ver esa despampanante mujer rubia, de mirada verdosa, dueña de un cuerpo hecho a mano, de tetazas exquisitas y dueña de un culo perfecto y elegante, y el saber que se dirigía a él, que estaba acostumbrado solo a tratar con putas de baja calaña, con todo esto el viejo casi se cae a la piscina dé la impresión, y más aún, al llegar Andrea a su lado se le acerco y lo saludo con un besito en la cara, justo en la parte que tenía llena con verrugas.
Don Pricilo se sintió el más dichoso de los machos al oler su fragancia a hembra limpia y situar su asquerosa mano en la fina cintura de la elegante y decente mujer.
En el momento de recibir el amistoso e inocente beso, vasto para que al caliente viejo se le pusiera como fierro su verga.
–Hooola… Sra. Andrea, saludo el viejo Pricilo entre caliente y emocionado, estoy terminando de limpiar la piscina, por si la niña se quiere bañar con alguna amiga el fin de semana…
–No se preocupe don Pricilo, le dijo Andrea, –Karen no tiene amigas que vivan cerca, además nosotros no usamos la piscina, Ud. sabe lo que pensamos en nuestra congregación…
–Si, contesto el viejo, pero Ud. Sabe señora Andreita, como son estas jóvenes de hoy…
–Hablo mi marido con Ud.? , por lo del viaje, le consulta la rubia no dándole importancia a lo que le decía el jardinero.
–Si pues, y no se preocupe, porque yo estaré aquí atento a lo que pueda necesitar la Srta. Karen, jejjejejje, reía el viejo en forma abominable.
–Ay que buenito es Ud. Don Pricilo, lo dijo Andrea, dándole un afectuoso abrazo de agradecimiento, por tener tanta consideración con ellas…
El viejo ya no aguanto más y se arrimó al abrazo de esa tremenda diosa hecha mujer y le refregó su tranca en su vientre, tratando de acercárselo a su exquisita hendidura, intentaba el caliente jardinero.
El inocente abrazo no duró más de 05 segundos, pero para el viejo fue una eternidad, que rica estaba la rubia, con esos ojos verdes intensos, con esas tetas perfectas, grandes y duras que acababa de sentir aplastarse contra su pecho.
Al separarse Andrea sonreía, era una sonrisa afectuosa, encontraba simpático al tierno viejito. La rubia era tan inocente o de buenos sentimientos que no sintió o no le dio importancia, a la dureza que percibió en su bajo vientre al momento de abrazarlo, ni tampoco se fijó de como tenia parada la verga, y que en ese momento hacia leves pulsaciones sobre el asqueroso pantalón.
Don Pricilo, todavía sorprendido por el abrazo que acababa de recibir de Andrea, de su otra futura mujer, pensaba el odioso viejo, solo la observaba, la imaginaba desnuda, –¿Cómo se verá sin nada de ropa?, cavilaba el viejo, con sus bellas piernas abiertas invitándolo a subirse en ella, le miraba las finas facciones de su cara, su blanca sonrisa y dentadura perfecta.
En un momento, el viejo pensó en agarrarla a la fuerza y culiarsela ahí mismo, forzarla y violarla y descargar en su interior todo el semen acumulado en esos días, pero se contuvo.
–Nooo!!, se dijo el vejete para sí mismo, la dueña del semen que cargaba en sus hediondas bolas en ese momento era Karen, la niña de la casa, de 18 años recién cumplidos. Así lo había decidido y así seria, ya habría tiempo de gozar con la rubia y decente mujer en otros momentos.
Intercambiaron un par de palabras, y la rubia se tuvo que retirar, porque al interior de la casa sonaba el aparato telefónico.
Ahí estaba el viejo Pricilo, todo caliente mirando la retirada de la rubia recatada, seria y decente mujer, que era Andrea.
El viejo le miraba el culazo que se gastaba, como movía las nalgas en forma cadenciosa, que perfecto lo veía desde donde él estaba, y que parecido tenia Andrea con Karen su hija, solamente que Andrea tenía el pelo rubio y liso natural, mientras que el de la niña Karen era oscuro y liso, la madre tenía sus ojos verdes, los de la hija eran azules.
Con estos atributos el viejo pensaba, –Pero que gusto que me voy a dar con este par de putas cuando me las culie, cuando les reviente la panocha con mi verga, jajajaja reía el siniestro y pervertido jardinero, –Si en vez de madre e hija parecen hermanas, termino filosofando el viejo Pricilo.
En esos momentos Karen se encontraba en su habitación, tendida en su cama, al frente de esta  estaba su escritorio con una silla que la niña usaba para estudiar, la pieza era sobria, nada de posters, nada de fotografías de cantantes o actores, a la nena no le llamaban su atención.
Sus intereses se centraban a los estudios y a actividades de la congregación benéfica en la que participaba activamente junto a sus padres.
Pero algo raro estaba pasando en ella y en su cuerpo, –¿Qué será?, pensaba Karen. Lo de la menstruación, su madre ya se lo había explicado muy superficialmente, ya que esos temas no se trataban tan abiertamente en el seno familiar, y algo también sabia por lo aprendido en el colegio.
Pero esto era distinto y no se atrevía a hablarlo con su decente y seria madre, ya que sabía que no era algo bueno, algo había escuchado en una de las charlas de su congregación, de los vicios y placeres de la carne, –Será eso lo que siento?, se preguntaba la joven. La situación era que lo venía sintiendo desde hace un par de semanas.
Recordaba la niña, cuando una noche se despertó toda sudada, y como unas leves pulsaciones recorrían su vagina, se asustó, no sabía lo que le pasaba, se daba cuenta que inconscientemente sentía unas tremendas ganas de abrirse de piernas, –Pero no, pensaba la nena, eso no era bueno, no era de niñas decentes, pero porque sentía esas exquisitas ganas, volvía a pensar Karen.
Recordó también que esa noche no pudo dormir, los desesperantes deseos de abrirse y encogerse de muslos amenazaban con superarla, pero para su suerte, su fuerza interior, debido a su estricta educación le ganaron la batalla a esas infames pero ricas sensaciones.
Karen estaba en estas ensoñaciones, cuando sintió un suave hormigueo en su fina y delicada abertura intima, –Oh, otra vez no, pensaba la hembrita, y por más que intentaba pensar en otras cosas, más se acrecentaba el rico hormigueo atacando en su sagrado tajito.
–Ohhhh Dios mío pero que es lo que estoy sintiendo!!…–Se… se siente tan ricoooo….–Ahhh ahhh ahhhhhhh, balbuceaba cuando el rico hormigueo se fue transformando en deliciosas pulsaciones, que se centraban al interior de su fina panochita.
Se paró de su cama como desesperada, no sabía qué hacer, se miró al espejo, examino su bello rostro, con su alisado cabello negro peinado hacia a un lado de su carita, se contemplaba así misma, su rostro se enmarcaba exquisito a través del espejo, sus hermosos ojos azules tenían un brillo raro, su tez blanca contrastaba con el rojo purpuraceo de sus labios, se sentía extraña.
Volvió a su cama e intento calmarse, pero no podía, su cuerpo ya era un mar de sensaciones nuevas para ella, le vinieron nuevamente las desesperantes ganas de abrirse de piernas, pero no podía! No debía hacerlo!, pensaba Karen.
Su vestido de una pieza ya se le pegaba a su exquisito cuerpo debido al exceso de calor que la había invadido, ¿y si me quito el vestido?, pensó.
Opto por quitárselo, a lo mejor así se le pasaba esa extraña desesperación, que ya recorría todo su curvilíneo cuerpecito, y que se centraban en el punto neurálgico de su persona, su zorrita.
Lentamente se lo quito sentada en su cama, una vez en ropa interior se recostó nuevamente y se dio a contemplar su espléndido cuerpo lleno de curvas, pero ella era ajena a esto. Nunca se había interesado en mirarse a ella misma, pero ahora era distinto, ahora tenía interés de contemplarse.
Karen no era consciente del exuberante cuerpo que se gastaba, heredado de Andrea su madre. Tampoco se daba cuenta de las obscenas miradas que los del sexo opuesto le daban a su anatomía, era deseada por profesores, amigos, conocidos, viejos y jóvenes y por más de alguna fémina que contrariando las leyes naturales no se resistía de admirar en forma lujuriosa, ese cuerpo de diosa con carita angelical.
Karen no se daba cuenta de esto, debido a su estricta educación.
En las oportunidades que asistía, junto a su madre, a la conservadora congregación donde ellas eran miembros junto a su padre, ambas eran objeto de las lascivas miradas, no se percataban que siempre eran los hombres los que se acercaban para saludarlas, siempre muy afectuosamente, incluso hasta en la presencia de su mojigato padre, quien inmerso en sus obligaciones para la congregación, no se daba cuenta de las calientes miradas, y no tan inocentes abrazos y roces que eran objeto su mujer y su hija.
Pero nadie se atrevía a dar un paso más allá, porque todos conocían a la familia de Eduardo Zavala y era una familia respetable.
Lo que nadie se imaginaba era que en la misma casa de esta decente familia, estaba el hombre que si se atrevería a ir más allá de lo permitido, y que ya se preparaba para degustar tan exquisitos manjares, este hombre ya lo conocemos es don Pricilo, un asqueroso viejo de 63 años, que estaba dispuesto a jugársela hasta el final, para hacerse para el solo a estas dos hermosas mujeres, madre e hija, y en que su desequilibrada mente ya se imaginaba el estar acostado con ambas mujeres desnudas a su lado.
Eduardo estaba preocupado de andar haciendo el bien por el mundo, o quizás de otras cosas también.
Volviendo a la habitación de Karen, ya se encontraba semi desnuda recostada en su cama, luchando contra las placenteras sensaciones ya descritas.
Inconscientemente la niña comenzó a tocarse su piel a la altura de su vientre, al primer contacto con este sintió como se le erizaban todos los bellitos de su cuerpo incluso los de su fina y delicada panocha, y un rico escalofrió la invadió por unos instantes.
Se dio cuenta que mientras más bajaba si fina manita por su vientre hacia su vagina, más se le aceleraban los latidos de su corazón, acompañados de esa enloquecedora necesidad de abrirse de piernas, fue en esa situación que sintió el primer golpe de corriente en el interior de su vagina, –Ahhh!!… –Ohhhhhhhhhhh, pero que fue eso Dios mío, pensó la chiquilla, ya con su respiración totalmente agitada, –Fuueeee riiiii… coooooo, pensaba ya presa de oleadas de placer que se venían amenazantes.
Inmersa y concentrada en las ricas pulsaciones que atacaban en el tajo que se encontraba justo al medio de su cuerpo, se fue abriendo de piernas suavemente, no las abrió totalmente, se vio a si misma y se dijo, –Para Karen… esto no se hace, mientras los ricos cosquilleos, punzadas y pulsaciones, continuaban atacando placenteramente su panocha.
–Pero que rico que estoy sintiendo, decía la niña, –Ahhhh!!!… Mmmmm!!!… –Que riiiiiicccoo!!! –Quueeee riiiiiccoooo… –Ahhhhh… peee… rooo… nooooo… deeee… bbboooo… haaa… cerrrrrrrr… loooo…!!! –Ahhhhhhh… Mmmmmmmm…!!
Sus hermosos ojos azules miraban fijamente hacia el techo, todo era nuevo para ella, volvió su mirada hacia su vagina y se dio cuenta que su pequeña pantaletas de color celeste, estaba humedecida por un extraño líquido, aun así no se asustó.
Luego en un acto de auténtico instinto fue deslizando su mano desde su ombligo hacia la zona prohibida para ella, temblaba de nervios por acercarse y sentir lo desconocido. Bajo su mano hasta la altura de su pequeño calzoncito, ya todos mojados por la cantidad de jugos que destilaba su inexplorada zorrita.
Estaba expectante, no sabía qué hacer, no sabía que parte venia ahora, en un segundo decidió que lo mejor sería quitarse la pequeña pieza de ropa que cubría su pequeño triangulo, así a lo mejor no sería tan malo, pensó la dulce criatura que sin saberlo ya hervía de calentura.
Lo hizo antes que se arrepintiera, tomo su fina prenda por ambos lados, subió un poco sus caderas y los deslizo hacia sus bellas piernas, sacándoselo y arrojándolos a un costado de la cama, luego se sentó en esta y destrabo el fino sujetador arrojándolo a cualquier parte de la habitación, estos fueron a dar encima de su escritorio, liberando ese par de tatas que estaban para comérselas, grandes, duras, ricas y paraditas.
Se recostó nuevamente. Y ahora qué? pensó la nena con el nerviosismo de la calentura predominando en su cuerpo.
Que espectáculo más maravilloso era contemplar aquella Niña-mujer, a Karen, recostada en su cama, totalmente desnuda en la soledad de su habitación, un cuerpo perfecto, juvenil, acompañado de la inocente belleza de su dueña con un buen par de tetas que aunque ella se moviera estas se mecían suavemente, quedando casi en el mismo lugar, unas tetas esplendidas, con pezones rosaditos que ya estaban erectos, por el inconsciente enardecimiento carnal que sentía su dueña, y todo esto heredado de Andrea su hermosa madre.
Desde su estómago hacia abajo, el panorama era enloquecedor, la niña ya estaba con sus blancas y bellas piernas semi abiertas, desde su ombligo hacia abajo se veía ese espectacular monte de venus, sombreado por unos escasos y finos pelitos negros, que al contrastar con la blancura de su cuerpo, podían volver loco a cualquiera que viese semejante espectáculo.
–Pero que estoy haciendo? Se preguntaba Karen, con sus ojos cerrados, -Es que se siente tan riiiiii…coooooo… Mmmm…
Ese pensamiento fue el inicio para lo que se vino a continuación: Inocentemente la niña llevo una de sus manos a su afiebrada vagina, y pasó lo que tenía que pasar, exploto!!!.
Al primer contacto de su mano con su virginal abertura, instintivamente se abrió completamente de piernas, y de igual forma su otra mano subió para agarrarse una teta y empezar a masajearla suavemente, sintiendo así por primera vez oleadas de placer nuevo para ella.
A los pocos minutos de estar disfrutando de tan gratas sensaciones la niña empezó levemente a menear sus caderas en formas ondulatorias, mezclándolas con movimientos pélvicos de sube y baja, –Mmmmmm… Aaaaahhhh… que ri… cooooo!!, gemía Karen.
Llevaba unos 20 minutos de rico disfrute, cuando sintió que su cuerpo le exigía aún más, instintivamente se empezó a menear más fuerte, la cama de la nena ya había comenzado a crujir con ese erótico sonido que hacen los resortes ante los severos movimientos de su be y baja que hacia la nena.
No era normal la forma bestial en que se masturbaba la jovencita de tiernos 18 años, su mano derecha hacia desquiciantes círculos en su panocha, mientras su mano izquierda amasaba sus tetas y las apretaba salvajemente.
Karen no era consciente de la gran pajeada casi bestial que se estaba dando, no sabía que aquello se llamaba masturbación, lo que si sabía era que le encantaba. Sus movimientos y meneadas eran de auténtico instinto animal, sus hermosos ojos azules estaban totalmente abiertos, parecían estar concentrados en algún punto del techo de la habitación, y de sus finos y delicados labios salían salvajemente una expresión vocal de –Ssshhhhhhaaahhhh… Sssssshhhhhhaaaa… Ssssshhhhhhaaaaaaahhhh… Sssssssaaaahhhhh.
Sus bellas piernotas las tenía totalmente abiertas, dejando ver en plenitud su rica grieta intima, su pequeña alcancía de carne, se notaba apretadita, rica exquisita, sus dedos no se los metía hacia dentro de esta, ya que con el solo tacto sobre sus olorosos labios vaginales era suficiente para sacudirse en placenteras oleadas de disfrute sexual.
Que hermosa escena se vivía en esa habitación, una hermosa hembra de 18 añitos masturbándose como la más vil de las putas, sus rodillas estaban tan flexionadas que hasta casi tocaban sus hombros, para ella estar en esta posición era lo más rico que había sentido en su vida.
De pronto la nena noto que al acelerar los movimientos circulares con sus dedos, sobre su panocha, algo que la hacía estremecer aún más se acercaba, por lo que aplico más velocidad al movimiento de sus dedos, siempre haciendo rápidos círculos, y gemía cada vez más fuerte con los monosílabos de, –Shhhhahh…! Shhhaaahhhh!… Ahhhh!!… Ssshhhhhhahhhhh…!!, el orgasmo se acercaba, –Sssshhhhhaaahhhhh!! Ssssshhhhaaaaa…!!! El clímax ya estaba a punto, ssshhhaaahhhhh!!!… ssshhhaaahhhhh…!!!!, –Estaba al borde, Aahhhhh…!!! Aahhhha…!!!, AAAhhhhhhh… queeee… riiiiiiiicooooooo…!!!!!!!
Y exploto en el mas fenomenal y desquiciante orgasmo, su cintura se meneaba automáticamente haciendo una serie de movimientos circulares, a la vez que de sus labios gemía inconscientemente, –Ricooo!, Ricoooo!!, Ricooooo!!!, sus caderas se elevaron casi 50 cts. sobre el nivel de la cama, siempre meneándose circularmente y haciendo movimientos como de arremetidas contra algo…algo que no estaba allí… le daba la impresión que su tajito se contraía, como si quisiera cazar algo con este y comérselo por ahí mismo, mientras que de este misma arrojaba una abundante cantidad de flujos, jugos y líquidos vaginales, era tal la cantidad que la nena pensaba que se estaba meando.
Sabia en el fondo de su ser que su zorrita tenía que cazar algo, atraparlo y succionarlo, pero no sabía lo que era. Hasta que cayó desplomada en la encharcada cama, con sus hermosos ojos azules semi cerrados, su carita y facciones angelicales se entremezclaban con la de una verdadera viciosilla, con una leve tonalidad rosácea en sus mejillas.
Con una manita puesta en su fina pero mojada hendidura, y la otra agarrándose una teta, se durmió feliz, sin darse cuenta de lo mojada que estaba su cama.
Karen dormía profundamente en su cama, desnuda, toda desarbolada ante tal bestial paja que se había mandado esa tarde, casi una hora y media se había estado dándose ella sola, ahora en la pasividad de su cuarto, era ver un ángel dormido.
Su cuerpo perfecto, sus tetas ricas y precisas en tamaño para su cuerpo, sus bellas piernas aun las mantenía abiertas. Su apretada vagina la mostraba en toda crudeza y hermosura, se le veía rosadita y sombreada por esa escasa y fina capa de pelitos sedosos bien oscuritos, que como ya se dijo que Karen era blanquita, sus suaves pendejitos negros y brillosos contrastaban con la tonalidad de su piel.
Se despertó en esas condiciones y recordó lo acontecido, se extrañó de lo que hizo, sabía que sintió rico, exquisito, lo que no sabía que eso que le gusto tanto se llamaba masturbación, nunca nadie le hablo de ello. No se arrepintió y decidió que lo volvería a hacer en alguna otra oportunidad y sin preocupación alguna se fue a dar una refrescante ducha.
Y así paso la semana, sin alteraciones para la decente familia, incluyendo al viejo Pricilo, que se dedicó a pensar cual sería la mejor forma para encamarse con Karen, la hermosa criatura de 18 años, hija del matrimonio Zavala Rojas.
Karen dormía serenamente en su camita, ataviada por su largo camisón con el cual acostumbraba a dormir. El sueño de la dulce adolescente era sencillamente apacible.
Era día sábado cerca de las 09.00 de la mañana, sus padres se habían ido a su retiro de familias decentes de la congregación por seis días, por lo que la niña gozaría de la tranquilidad de su hogar por casi toda esa semana, la cual aprovecharía para estudiar.
Karen pensaba en repasar sus libros por todo el día, ya que el próximo miércoles debía rendir un examen para poder ingresar a estudiar a la Universidad, ese era el motivo principal por el cual no acompaño a sus padres.
En el patio de la casa, justo al lado de la piscina se encontraba don Pricilo, el jardinero, un viejo de 63 años, a quien los padres de la niña inocentemente la dejaron a su cuidado, ya que el vejete era conocido en la congregación a la cual ellos asistían.
Lo que no sabían, eran las siniestras intenciones que tenía este viejo asqueroso, y que él pensaba concretarlas ese mismo día a sabiendas que tenía todo el tiempo del mundo para llevarlas a cabo.
El sonido fue ensordecedor, la maquina generadora de corriente estaba en perfectas condiciones, pero el viejo simulaba practicarle mantención, su intención real era que Karen se despertara y saliera al patio para el poder abordarla, y poner en ejecución su plan de poder arrastrarla hasta su inmundo catre al interior de la cabaña del fondo del patio.
En efecto, por el ruido del generador la niña se despertó, se sentía tan bien ese día que se levantó en el acto, miro por la ventana de su habitación y frente a esta vio al viejito que trabajaba en su casa,
–Mmm… pensó la nena, –Este pobre de don Pricilo… siempre tan trabajador el pobrecito, nunca descansa… de pronto se le ilumino su carita, –Lo invitare a desayunar, pensó la nena, contenta de saberse de tan buenas intenciones.
Y eso era cierto, Karen a sus 18 añitos recién cumplidos, tenía un alma pura, su vida no sabía de malas intenciones, fue criada con los más sólidos conceptos morales y éticos. Siempre dedicada a sus estudios y participar en obras benéficas.
A pesar de su extrema belleza, Karen nunca había tenido novio, a lo más unos simples acercamientos amistosos por parte de otros jóvenes decentes de su congregación, eso pensaba ella, pero la realidad era que detrás de esos inocentes acercamientos, hasta los más puritanos de su conservadora congregación, sentían deseos libidinosos hacia su cuerpo, imaginaban que la tomaban, que la poseían, que se la culiaban bien culiadaaa!!, ni su madre se salvaba de las perversiones imaginadas por sus pares, ya que Karen había heredado la extrema belleza de su progenitora, (valgan la redundancia y las repeticiones), siendo ambas las protagonistas de los más oscuros deseos de la comunidad masculina en que se desenvolvían estas dos hermosas mujeres, madre e hija.
La niña se dio una refrescante ducha, seco y peino su cabello, se perfumo, su lindo rostro lo maquillo delicadamente, como lo hacían todas las féminas de su congregación. Karen nunca lo necesitó. Desayunaría con don Pricilo y luego a estudiar, pensaba Karen.
El viejo se paseaba como perro enjaulado, alrededor de la piscina, la ansiedad por ver a esa hermosa criatura, lo tenía desesperado.
Hasta que por fin sucedió lo que con tantas ansias esperaba, vio salir de su casa, a esa niña-hembra, que lo tenía vuelto loco, Karen se acercó en forma espontánea a donde él estaba y lo saludo,
– Hola don Pricilo, le dijo la nena…
– Hola Karencita, hasta que se despertó mi niña…jejeje, reía cínicamente el viejo…
Karen nunca había estado a solas con don Pricilo, pero como ya llevaba 02 meses trabajando en su casa, ya lo veía en confianza.
El asqueroso viejo la contemplaba de pies a cabeza, se la devoraba con sus ojos y su mente, le miraba sus hermosas piernas blancas, la nena llevaba un vestido que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas dejando ver una buena porción de esos perfectos y potentes muslos.
Karen hablaba con don Pricilo de cosas sin importancia, además le contaba que el próximo día miércoles debía rendir un importante examen para la Uni, y bla…bla…bla…
Don Pricilo le asentía en todo, su mente estaba concentrada en ese perfecto cuerpo de mujer, esas curvas que se adivinaban bajo el vestido, como este a su vez se estiraba al llegar a la altura de sus tetas. Al viejo ya se le estaba parando la tranca, cuando la joven sorpresivamente lo invita a pasar a la terraza para desayunar.
El sucio vejete se sentía en la gloria, esa hermosa nenota le invitaba a desayunar y todo preparado por ella, con sus finas y delicadas manos, el viejo intencionalmente ya la estaba mirando como su mujer, su hembra o como su puta.
Se sentaron en la cómoda terraza, para degustar el exquisito desayuno, claro que Karen solo comería frutas y bebería un vaso de leche, la niña era muy preocupada de su estado físico.
Karen lo miraba inocentemente, pero debido a su edad y a las reacciones hormonales de su cuerpo, que ya se manifestaban, no pudo evitar examinarlo de la forma en que una hembra mira a un macho, aunque esto fuera muy remotamente, pero sucedió,
–Pobrecito de don Pricilo, pensaba la nena, cuando se fijó que el viejo al dedicarse a comer como un verdadero cerdo, le costaba masticar los alimentos, además de comer con la boca abierta, mostrando todo lo que había adentro de lo que tenía por boca, salpicando con asquerosas babas todo a su alrededor, claro que al viejo le costaba comer, la tierna joven también se pudo dar cuenta que don Pricilo tenía todos los dientes cariados de color café oscuro, dando el aspecto de que en vez de tener dentadura, lo que tenía el viejo era una masa ennegrecida, putrefacta y pestilente al interior de su boca. Si describiésemos al viejo Pricilo, podríamos decir que su aspecto físico contrastaba al máximo con el de la encomiable jovencita.
De hecho el viejo era extremadamente feo, era de tez morena, su cara era redonda y mofletuda, con una serie de verrugas que se desparramaban por todo el lado izquierdo de esta, en su cabeza tenía una maraña de pelos canosos y sebientos, al igual que su piel sebosa y grasienta, y una gordura que ya casi caía en la obesidad mórbida, ósea el viejo Pricilo era horripilante.
Mientras Karen, terminaba de hacer estas apreciaciones, el viejo eructo una flatulencia que impregno todo el sector de la elegante terraza, con un asqueroso olor a mierda, pero a la niña le parecían cómicas todas estas salidas de tan horrendo personaje.
–Y que hará hoy día jovencita, para no aburrirse, jejeje, reía y preguntaba el vejete horripilante.
–Don Pricilo, hoy me dedicare a estudiar, acuérdese que ya le comente que el miércoles debo rendir un importante examen…
–Tan importante es, mi niña? , pregunto el viejo, queriendo demostrar interés…
–Si…si… le contesto la beldad,  podría decidir mi futuro…por eso debo prepararme…
–Pues yo pensé que quizás querías ocupar la piscina Karencita, jejeje, incluso le he limpiado solo para ti, mi pequeña… (El viejo de a poco iba tomando confianza con la nena)
–Mmmm…no lo sé, para ocupar la piscina, tendría que usar traje de baño, y mis padres no lo aprobarían… Ud. Sabe que yo pertenezco a una familia decente, le respondió Karen, con su carita de inocencia.
–Mira nenita, le dijo don Pricilo… –Todas las jóvenes de tu edad lo hacen, no hay nada de malo en ello, además tus padres no están y no tienen que porque enterarse…
–Oh…don Pricilo, pero Ud. se los diría, y ahí sí que yo tendría problemas…
–Pero para eso estamos los amigos, pues nenita, le dijo el viejo, quien ya al imaginársela semidesnuda ya se le había parado la verga nuevamente.
La joven lo miro con esos hermosos ojos azules, y con una sonrisa pícara y encantadora le respondió,
–Está bien don Pricilo lo pensare, pero tendría que ser un secreto entre nosotros…
El viejo casi se orina, ante la respuesta de la dulce criatura,
–Claro que si mi niña, claro que si, le contesto el caliente viejo ya casi babeando por el espectáculo que tal vez se podría dar ese día, con esa linda adolescente que se encontraba al frente de él.
Terminaron el desayuno, y cada cual se dedicó a sus quehaceres, claro que el viejo no dejaba de estar al pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer la nena.
A las 02.00 de la tarde de ese día sábado, habiendo ya almorzado cada uno por su lado, Karen meditaba en la conversación que sostuvo con don Pricilo ese día en la mañana. Pensaba que tal vez no era tan malo usar la piscina, además casi todas sus compañeras del colegio la hacían.
Pero ella no hacia ese tipo de cosas, eso era exhibirse, le habían enseñado sus padres. –¿Pero quién la vería?, se preguntaba, si estaba sola… solo la vería don Pricilo, ese viejito tan trabajador que vivía atrás de su casa en la cabañita de madera, si hasta ya lo miraba como su abuelito, pensaba la bella joven, no había nada de malo en ello.
En tanto, en el patio de su casa, el viejo Pricilo se acomodaba, en una confortable silla de descanso, se había ataviado con camisa y bermudas, ambos con sendas y chillonas flores tropicales de todos colores, intentando dar un toque estival a esa tarde, para ver si la nena de la casa se animaba a ocupar la piscina, para el poder el gusto de contemplar ese hermoso cuerpo de Diosa, y esperar el momento clave, para poner en acción su plan de poseerla, y saciar sus más bajos y asquerosos instintos en el cuerpo de su bella e inocente víctima, una hermosa adolescente de 18 añitos recién cumplidos.
En ese mismo momento en la habitación de Karen se vivía otro episodio clave para los oscuros acontecimientos que cambiarían el curso de la vida de tan hermosa criatura. Karen había decidido no ocupar la piscina, pero si quería tomar el sol, igual que sus compañeras del colegio, no había nada de malo en ello, además nadie lo sabría. Abrió su armario y desde el fondo de este saco una pequeña cajita color negro.
Al abrir la pequeña caja saco de su interior un diminuto conjunto de 02 piezas color azul oscuro, era un bikini, tanguita y sujetador, que le había regalado Lidia, su amiga de la infancia hacía por lo menos un año atrás.
Ella al ver que no tendría oportunidad de usarlo debido a su estricta y conservadora educación lo guardo en el armario, quedando este en el olvido, pero ahora debido a los acontecimientos que se sucedían en el interior de la casa de tan decente familia, Karen había decidido que esta era la mejor oportunidad para usarlo, claro que con la intención de tomar un poco de sol.
A continuación la nena procedió a desnudarse completamente, una vez desnuda, tomo el pequeño conjunto y se lo puso.
El conjunto era de por si pequeñísimo, la parte de abajo solamente alcanzaba a cubrir su triangulo de escasos bellitos púbicos, y por detrás, este se perdía y estiraba separando ese grandioso par de nalgas que se gastaba la nena. Que tremendo pedazo de culo era el que tenía Karen por Dios!!!.
Luego se puso el sujetador, este le tapaba un poco más de esas exquisitas aureolas que tenía en ese par de tetas exclusivas, hechas para ser manoseadas solo por algunos, solo para los más afortunados, por ahora vírgenes e inmaculadas.
Una vez puesto ese exquisito y diminuto traje de baño, Karen se miró al espejo, se estudiaba, por primera vez en su vida quería verse perfecta. Que pedazo de mujer era la nena, en aquellos momentos su cuerpo estaba   en todo su esplendor, no había nada que faltara o sobrara de su impecable y delineada anatomía, un cuerpo hecho para poseerlo, para saciarse en él, para descargar a través de su pequeña rajadura de carne, abundantes cantidades de caliente semen y de macho.
Pero por ahora este cuerpo no tenía dueño, era virgen, aunque le quedaba poco tiempo a su dueña, para conservarlo en esa condición.
Karen se admiraba al frente del espejo, estudiaba su figura, para ella era normal, desconocía que su curvilíneo cuerpo, sumado a las finas y exquisitas facciones angelicales e inocentes de su hermosa cara, provocaba lascivia con los del sexo opuesto, y por qué no decirlo, con las de su misma condición de hembras, también.
Si, habían mujeres dentro de su congregación y dentro de su colegio que siendo finas y decentes mujeres de sociedad, como también dedicadas estudiantes, que incluso alcanzaban las más altas calificaciones, que con el solo hecho de contemplarla por algunos segundos a la hermosa adolescente, sufrían un desorden hormonal y esas miradas que en un principio eran de envidia, rápidamente se transformaban en miradas de deseo carnal y de lujuria.
Karen continuaba admirándose en el espejo, solamente con su traje de baño azul, poso su mirada en el pequeño triangulo que cubría su parte más sagrada, se daba cuenta que este le tapaba solo lo necesario para que no se le viera el inicio de sus perfumados pelitos de su panocha. No le importo este importante detalle, ya que su población de vellos púbicos era escasa este le cubría prácticamente solo su fina y delicada hendidura. INSISTO a ella, no le importo.
En ese estado, la suculenta Hembra-Niña-Mujer, tomo una toalla y se dirigió al patio de su casa, en dirección hacia la piscina, que a un par de metros de esta, se encontraba la cabaña de madera, donde vivía don Pricilo, el jardinero de su casa, este la esperaba con cara de lobo feroz.
En ese mismo instante, el viejo Pricilo, estaba sentado en su silla de descanso que había instalado a la sombra de uno de los árboles que adornaban el hermoso jardín de la casa, esperando como un perro rabioso espera a su presa.
Y de pronto sucedió el milagro, para el detestable viejo fue como si se abrieran la puerta de los cielos, cuando observo que por unos de los grandes ventanales de corredera de la casa principal, hacía su aparición la criatura más hermosa que había visto en su fea existencia.
Fue como si lo dimensionara en cámara lenta, la niña Karen se aproximaba hacia el casi desnuda!…
Pero que puta más rica y más antojable!, pensaba el viejo Pricilo con la cara desencajada por el deseo a tan impactante visión, miraba ese rico triangulo azul, justo al medio de las caderas y piernas de la joven, el viejo ya casi podía adivinar como se vería esa suave hendidura si estuviera al descubierto.
Karen ya llegaba a su lado, don Pricilo tuvo que tomar aire para recomponerse,
–He decidido tomar un poquito de sol, don Pricilo, le dijo la rica de Karen a su futuro violador, ella en ese momento intentaba cubrir algo de su cuerpo con la toalla que traía, ya que nunca en su vida había estado en semejantes condiciones (casi desnuda), delante de otra persona, y menos delante de un hombre sexagenario.
En su interior la joven se cuestionaba el estar semi-desnuda al lado de un viejito que bien podría ser su abuelito, pero a pesar de los nervios que la invadían su conciencia le decía: que no había nada de malo en ello, y no había ninguna mala intención de por medio en estar en tales condiciones, casi en pelotas, delante de ese viejito que tan bien se ha portado con su familia.
Por su lado el viejo caliente de don Pricilo, ya pensaba en abalanzarse sobre el cuerpo de tan potente hembra, sentado en su silla la miraba con la boca abierta, dejando ver esa pestilente y putrefacta masa café que tenía por dentadura.
–Lo que si le pido don Pricilito, es que esto sea un secreto entre nosotros, Ud. no sabe cómo reaccionaría mi padre si se entera que le he contra decido, le solicito la nena con es carita de niña mimada.
–Pero por supuesto que si mi reina, por supuesto que sí, será nuestro gran secreto, jejeje, reía el horripilante viejo sintiendo que ganaba terreno al tener ese tipo de secretos en común con la niña Karen…la dulce Karen.
Esa situación le favorecía ante sus calientes y perversas intenciones que tenía para con la niña, ya que los podría manejar a su favor, para utilizar a su antojo a Karen.
Una vez terminado el acuerdo, Karen se sintió más segura, sus padres no se enterarían de nada, que bueno era don Pricilo con ella, pensaba la inocente criatura.
Pensando en esto, se dispuso a estirar la toalla sobre el suave pasto, el viejo veía con sus ojos salidos que todos sus movimientos eran extremadamente delicados, una vez estirada la toalla la nena se agacho y al intentar estirarla aún más se puso en cuatro patas elevando ese hermoso trasero que se gastaba hacia donde estaba don Pricilo, que ya estaba a punto de lanzarse y encularla ahí tal como estaba, pero el viejo se contenía, debía ir paso a paso.
Luego de esto la joven en forma inconsciente, en la misma posición rodeo la toalla, se deslizaba como una verdadera perra en leva según las depravadas apreciaciones del vejete, hasta que al terminar su recorrido se estiro de espaldas para ahora si tomar el sol como tanto lo deseaba.
Don Pricilo atento a toda esta situación, estudiaba embelesado todas esas curvas casi diabólicas que se gastaba tan angelical criatura. Su verga ya estaba parada al máximo, la tenía como fierro.
Karen ya disfrutaba de tan agradable baño de sol, estaba relajada, sin preocupaciones, el viejo Pricilo solo la observaba desde su silla, por ahora le daría el gusto al placer de la visión pensó para sí mismo.
El vejete, nunca en su vida había estado tan cerca de un ejemplar femenino de tales características, y con tan atrayentes atributos físicos como los de Karen, disimuladamente el viejo se sobaba la verga, se masajeaba el pico mirando de tan cerca a esa amazona con cara de niña.
Por la situación que se vivía en esa alejada casa, del resto de la urbanización, el viejo Pricilo se sentía seguro, los padres de la joven llegarían el próximo jueves, tenía 5 días para disfrutar de esa hermosa adolescente de 18 años, y si algo salía mal, solo desaparecería y asunto terminado, pensaba para si el siniestro vejete
En esto estaba el caliente de don Pricilo, cuando para disfrutar al máximo esos momentos previos a sus diabólicas intenciones que eran culiarse a la nena a como dé lugar, forzarla, violarla, usarla como un objeto para satisfacer a cabalidad sus asquerosos instintos sexuales, fue cuando decidió encender un cigarrillo y abrir una lata de cerveza solo para disfrutar aun mas, se decía don Pricilo.
Karen, al sentir el sonido de la lata, se levantó, quedando recostada y pudo observar, como el viejo bebía cerveza y fumaba, también noto un extraño brillo en su mirada.
–Don Pricilo que hace?,…le pregunto la nena, en nuestra casa no acostumbramos a beber y fumar, mis padres no lo aprobarían, le dijo Karen, con su carita de preocupación.
–Mira ricura… le contesto el viejo, quien ya se sentía con más derechos en la persona de Karen, –Tus padres no están, yo te guardo un secretito a ti, y tú me guardas uno a mí, jejeje, estamos de acuerdo preciosura, jejeje, le sonreía el miserable viejo, mirándola con los ojos enrojecidos por la calentura.
Karen lo escuchaba, no entendía porque don Pricilo la trataba con ese tipo de apelativos, ella no le había dado motivos, y fue ese el momento en que noto que el viejo le miraba fijamente el promontorio de carnes que tenía por tetas.
–Estamos de acuerdo lindura!!??, volvió a preguntar don Pricilo, ahora con más autoridad,
–Si…si…don Pricilo, contesto la dulce Karen, no muy convencida, pero sabía que el viejo tenía razón.
Ella estaba abusando de la confianza que le habían tenido sus padres, al permitirle quedarse sola en casa para estudiar. Ahora recién tomo conciencia que se encontraba semi desnuda, al lado de un hombre que no era nada de ella.
–Tranquila mi niña, es solo una cerveza y un cigarrillo, le hablo don Pricilo, para tranquilizarla.
El viejo quería seguir jugando un rato más con ella, con esa dulce criatura hecha mujer, que con tan solo 18 años, ya estaba en condiciones de recibir verga por cualquier orificio de su hermoso cuerpo según lo había dictaminado el mismo.
Y surtió efecto la estrategia de don Pricilo, Karen un poco más tranquila, se tomó el cabello, con un fino pañuelo de seda, que hacia juego con sus hermosos ojos azules, y también con su diminuto traje de baño, se veía espectacular.
Nuevamente la nena se recostó sobre su suave toalla, el haber notado ese extraño brillo en los ojos del viejo, sumado al nerviosismo y susto que sintió, cuando don Pricilo le hablo de forma tan prepotente y que a su vez la llamo lindura, ricura, preciosura. Con todas estas sensaciones y pensamientos descritos, bastaron para que estos mismos se trasladaran a la parte más sensible del hermoso cuerpo de la joven, o sea  a su zorro.
Karen comenzó a sentir ese rico y suave hormigueo en su virginal entrada anatómica, su mente se escandalizo, no se podía dar el lujo de sentir tan ricas sensaciones al lado de tan horripilante viejo, la nena ya había dimensionado que don Pricilo era un viejo feo y asqueroso, pero la había llamado ricura, preciosura, estas palabras la ponían nerviosa y la exasperaban.
Con estas ideas, el rico hormigueo, rápidamente se fueron transformando en placenteras punzadas que atacaban su parte más preciada, su vagina sentía unos ricos y leves latidos en al interior de ella, como si esta tuviera corazón propio.
Así estaba la nena, con esas ricas y placenteras sensaciones que ahora si atacaban sin misericordia su exquisita anatomía, llena de curvas demoniacas, y que nuevamente estos ataques se centraban en lo más sagrado de su cuerpo.
Con su hermosa mirada entrecerrada, se dio a mirar muy discretamente a don Pricilo, pudo notar que el viejo muy nerviosamente se llevaba el cigarro a la boca y a la vez que este pegaba una bocanada de humo, al aspirar, con su otra mano se masajeaba una enorme protuberancia que se le había formado entre sus asquerosas piernas.
La nena, no sabía que era esa cosa que don Pricilo escondía bajo sus pantalones…– Pero que es lo que será?, se preguntaba la adolecente, sintiendo cada vez más exquisitas las ricas punzadas que ya se habían apoderado de su jugosa panocha.
Tubo el impulso de parase y ella misma ir a inspeccionar que es lo que don Pricilo escondía con tanto celo, se sentía curiosa, o estaba caliente?, la nena no lo sabía.
Para intentar calmarse, la joven intento cambiar de posición, o moverse, a ver si así se le terminaba ese enloquecedor hormigueo que sentía en su cosita.
Lentamente fue subiendo una de sus exquisitas piernas, hasta deslizar su delicado pie y posarlo al lado de su otra rodilla.
En esta posición, con una pierna estirada y la otra levantada, tendida en la suavidad de la hierba, combinando la imagen con ese precioso cuerpo de Diosa, y ese diminuto calzoncito color azul, que solamente le cubría el nacimiento de su tajito, sencillamente se veía espectacular.
Don Pricilo, que no perdía un solo detalle de esa hermosa posición, que adopto la nena, estaba al borde del ataque cardiaco.
Qué imagen más hermosa, pensaba el viejo, –Esta perra esta para meterle verga por toda una noche, por lo que pensó que ya era tiempo de actuar. Termino su cerveza y apago el tabaco, y se dispuso a poner en práctica la primera parte de su plan.
Karen lo miro extrañada, se dio cuenta que se dirigía en dirección a ella, lo que más la ponía nerviosa, era que en esos momentos, continuaba con las ricas punzadas en su panocha.
–Mira preciosa, le dijo el horrible viejo…–Yo iré al pueblo por unas cervezas, te dejare sola un rato, una hora quizás, así que relájate y disfruta de la tarde…jejeje…
–Bueno don Pricilo, respondió Karen, vaya tranquilo que aquí yo lo espero…
La nena no sabía porque se sentía tan nerviosa al tener al viejo tan cerca de ella y fijarse que ahora don Pricilo no despegaba su viciosa mirada de su pequeño triangulo casi desnudo.
Además, se fijó que la gran protuberancia que el viejo escondía, ahora estaba muy cerca de su cara, y que también hacia leves pulsaciones sobre su pantalón, como amenazando salir de su escondite.
El viejo se encamino hacia la salida principal de la casa, la nena miraba como esa fofa y mórbida figura, con varices en ambas de sus asquerosas piernas desaparecía de su vista, y una vez que escucho el motor de la destartalada y cacharrienta camioneta de don Pricilo, la nenita se sintió más tranquila, la sintió alejarse.
En realidad el viejo no se dirigía la pueblo como le dijo a Karen, la idea del viejo era que la nena creyera que la dejaba sola, estaciono el vehículo y lo escondió detrás de unos árboles, para luego ponerse en marcha en forma sigilosa en dirección a la casa, de la decente familia de Eduardo Zavala.
Karen, al sentir la tranquilidad de estar sola, se dispuso a disfrutar del momento, las ricas punzadas que sentía en su panocha, no la dejaban tranquila. Sintió la imperiosa necesidad de tocarse, no sabía si debía hacerlo, pero recordó que don Pricilo no llegaría hasta dentro de una hora.
Y al recordar las exquisitas convulsiones que su cuerpo había experimentado, hace solo un par de días, la niña se armó de valor y dirigió su blanca y delicada manita, hacia su parte prohibida y simplemente empezó a gemir
-Siiiiiii…! –Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!! –Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!!!, gemía dulcemente la hembrita necesitada de verga… –Mmmmm!!… ahhhhhhhhhhh!!!
Su mano bajaba lentamente a cada roce de sus delicados dedos con la suavidad de su piel, en esos momentos la joven era atacada por unos placenteros corrientazos de escalofríos, que nacían de cada una de sus extremidades, desde su cerebro y hasta sus pies, para luego recorrer la totalidad de su cuerpo lleno de curvas infartantes, y todos con un mismo destino, todos se iban a depositar en su casi afiebrado tajito.
–Pero que rico se sienteee!, balbuceaba por lo bajo, –Ohhhhhh!!… Mmmmmm!!!!
La calentura de a poco se iba apoderando de Karen, de esta hermosa adolescente de 18 años, que ya en este momento se disponía a deslizar su manita por debajo del diminuto calzoncito que cubría muy precariamente su panocha,
–Ahhhhhhhhhhh… quueeeee… ricoooooo!!!, gemía ya presa por la calentura…
Una vez que traspaso esa barrera de tela, Karen instintivamente, empezó a recorrer su apretada vagina con la yema de los dedos, la sentía húmeda, en su mente se preguntaba porque se le mojaba su cosita, era esto normal?, para luego olvidarse y concentrarse en esos ricos escalofríos que tanto le gustaban, ya que las ricas punzadas que sentía eran mejores que estar haciéndose ese tipo de preguntas, meditaba la nena…
–MMMMmmm…!! Aaaahhh!!!… Siiiiiiiiiii…!!!, sus gemidos de disfrute iban cada vez en mas aumento. Su azulada mirada se perdía en el infinito del cielo. Cuando llevaba solo unos minutos de suave pero rica masturbación, en alguna parte de su conciencia recordaba que don Pricilo había salido, y dijo que no llegaba hasta en una hora, todavía le quedaba tiempo pensaba la decente niña de 18 años.
– Oooohhhh!!… Oohhh!!! Uhhhhhyyyyy!!!!…, balbuceaba de calentura la pequeña hembra.
Karen pensó que tal vez tendría unos 30 minutos para disfrutar de esos ricos escalofríos que ya le tenían toda su piel erizada, incluyendo los suaves y escasos pendejos de la zorra.
Nuevamente la decente joven se abandonaba a las bondades de la carne, a esos nuevos placeres que amenazaban con enloquecerla.
– Siiiiiiiiiiii! Ahhhhhhh!!!… Shhhhahhhhhhh!!! Shhhhhhhhhaaaaaaaaaaaa!!! Oohhhhhhhhhhhhh!!!!.
Lentamente su hermoso rostro, que por lo general siempre reflejaba candidez y pureza, ahora a consecuencia de la calentura que sentía la tierna adolescente, de apoco se iba transformando, en un rostro lujurioso, en el de una verdadera puta.
– Riiiiiiiccoo!!…Ricoooooooo!!!… gemía la hermosa criatura de 18 añitos recién cumplidos, nadie se imaginaria que esa mujer tendida en el suelo y que se masturbaba con sus piernas semi abiertas y que ya para este momento tenía la cara de una autentica perra en celo, en realidad era una dulce niña de bien, que a consecuencia del exuberante cuerpo de Diosa que había desarrollado, estaba en su pleno despertar sexual.
-Ohhhhh! Diooosss!!… Ahhhhhhhhhhhh!!!…….Mmmmmm!!!! Exclamaba porcada levantada pélvica que hacía con sus marcadas caderas.
Que bien se sentía Karen, al estar semidesnuda tendida en el suelo, tocando su cuerpo, refregando sus dedos en la parte más sagrada de su sabrosa figura, su cuerpo delineado con las más exquisitas curvas, la estaban transportando a un mundo desconocido para ella, la nena sentía que nadaba en un mar de placeres…
– Rico…! Rico!! Ricoo…!!! Ricooo…!!!! Ricoooo…!!!!!  Ricooooooooo!!!!!…ahhhhhh…!!!! –Mmmmmhhh…!!!!, su cintura se movía al igual que el de la Shakira en sus videos.
Ya casi había olvidado al viejo Pricilo, sin pensarlo llevo sus manos al costado de sus caderas ampulosas levantándolas levemente, para luego proceder a deslizar el exquisito calzoncito azul, y lo hizo correr por la suavidad de sus bellas piernas hasta bajárselos completamente, quedando estos a la altura de sus delicados pies.
-perooooooo… por…que sie…..n…to esss…tooooooooooooo…!!?? Aahhhhhhhhhhh…
Muy suavemente y en forma temblorosa, con su mirada perdida en el infinito, Karen se fue abriendo de piernas, lentamente hasta quedarse totalmente abierta de patas, esperando algo, algo desconocido y que no llegaba.
– Siiiiiiiiiiiii!! Lo… quieeroooooooo…!!! (Pero que es lo que quería?) –Siiiiiiiii!!!!… Aahhhhh!!!!!
La nena dejo caer sus brazos a ambos costado de su cuerpo, expectante, se quedo en esta posición, totalmente abierta de piernas, sus pequeñitos pies unidos por su tanguita la cual estaba completamente enrollada,
– Mmmm!!… Ahhhhh!!!!
Se decidió a llevar su mano a su delicada y virgen hendidura, posándola en el inicio de su inexplorado monte de venus, apenas poblado por esa escasa cantidad de sedosos pelitos oscuros, que como ya hemos descrito, contrastaba con la blancura de su perfumada piel…
–Ayyyyyyyyy!! Aayyyyyyyyyy!!!, que…bue…no…es…taaa… es..tooooo!!!
Este era el momento que ella tanto deseaba, el momento en que la ninfa se entrega a las placenteras sensaciones eróticas, con las cuales se había congraciado, se abrió de piernas lo que más pudo, esta vez las elevo del pasto, quedando la diminuta tanguita color azul, colgando de uno de sus delicados pies.
–Siiiiiiiiiii…! Siiiiiiiiiiiiiiii…!! Mmmmmm…!!! Ahhhhhhhhh!!!
Y ahora si empezó a masturbarse como la puta que llevaba dentro, vasto con un solo par de movimientos de sus dedos, contra su rajita para que la nena automáticamente empezara a menearse…
– Asiiiiiiiiiiiii…! Asiiiiiiiiiiiiiiiiiii….!!, exclamaba la rica Karen, primero muy suavemente, en su monte de venus hacia círculos muy lentamente, con su blanca manita solo rosándolo por ahora con esto era suficiente, –Ahhhhhiiiiiiiiiiii…!! Ssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!! Quuuee… riiiiiicoooooooo!!!
Sintió la humedad de su ranura y sin dejar de menear sus caderas en forma circular, con mucha decisión, llevo su mano que destilaba abundante néctar proporcionado por la madre naturaleza, y que ella había cosechado de su vagina, los llevo hasta la altura de su linda carita, quería oler.
Error, al sentir el embriagador aroma de su propia naturaleza, como una poseída comenzó a lamer sus dedos y no contenta con esto volvió a dirigir sus manitas para recoger más de ese juguito que iba soltando su panocha para volver a llevarlos a su boca, que rico era sentir su propio sabor pensaba la nenota.
-Ssrrppppsss…! Srrrrrppppppsss!!, era lo que se oía cuando la acalorada joven sorbía sus propios jugos recién salidos de su coño.
Mientras Karen, se encontraba, en una especie de trance erótico, dedicada a devorarse y lamerse sus ricos y propios fluidos que le eran proporcionados por su chorreante vagina, la adolescente no era consiente que desde la cabaña de madera alguien la observaba, y ese alguien era el viejo caliente de don Pricilo.
(Minutos antes)
Don Pricilo se dirigió a la parte posterior de la casa, donde el mismo había confeccionado una puerta alternativa, para que sus patrones no se percataran de sus salidas nocturnas, cuando se iba de farras con los delincuentes que tenía por amigos.
El viejo ingreso sigilosamente al interior de su cabaña por la puerta trasera, una vez adentro se dirigió a su dormitorio y en forma automática, quito toda la inmunda y hedionda ropa de cama, dejando solo el catre y el colchón.
Luego desde un baúl que tenía saco una cámara de video y la encendió,  como también se dijo para sí mismo, –Ahora si Karencita te voy a inmortalizar para tener tu imagen de la última vez que fuiste virgen…jajajaj…reía el viejo aborrecible.
Con su risa de viejo caliente, y detrás de su ventana se dio a dirigir su vista hacia donde estaba Karen…
–Ohhhh…!! Por Diosssss…!!! Madre Santa…Jesús…maría y José…!!!!, exclamo el vejete para sus adentros quedando casi paralizado. Para el desalmado viejo, fue como si le dieran un electro choque en los testículos, fue tal la impresión de este al ver a esta tan inocente niña, totalmente abierta de patas, con ese exquisito calzoncito colgando de uno de sus pies, y para colmo con una de sus manos sobándose la panocha, refregándose la zorra como una endemoniada, masturbándose, y para coronarlo todo comiéndose sus juguitos,  el viejo casi se desmaya.
Una vez repuesto el viejo pensó rápidamente, es ahora o nunca se dijo, ubico estratégicamente la cámara de video, ubicando el ángulo que abarcara la totalidad del sucio camastro donde se llevaría a cabo la violación, una vez escondida e instalada la cámara se dijo para el mismo, –Allá voy mi amor…ejejejeje!!!
Se acercó muy lentamente, hacia donde estaba Karen en plena faena masturbatoria, la nena estaba tan concentrada en su tarea, que no se dio cuenta cuando el viejo Pricilo llegó su lado.
Al viejo se le caían las babas, ante tan genial espectáculo que se estaba dando. Su verga ya estaba que estallaba a causa de todo el semen acumulado en esa semana.
Tomando fuerza y sacando todas sus aptitudes actorales, fue cuando el viejo vocifero:
– Que se supone que estás haciendo puta de mierdaaaa!!!!… le grito estando al lado de su desnudo cuerpo.
La joven en forma automática salió del erótico trance en que se encontraba, y al ver al aborrecible viejo quedo espantada, tratando de cubrir con sus manitas esas enormes tetas que se gastaba, y poniendo una rodilla sobre la otra, intentaba esconder su encharcada almeja.
–No… no…don Pricilo!, no es lo que Ud. se imagina…yo…yooo…estaba…intentaba explicar una avergonzada Karen.
–Dime pendejaaa!… que se supone que estabas haciendoooo!!!!, le gritaba eufórico el viejo… –Contestaaa!!!, le volvió a gritar…para asustar más a la espantada chiquilla…
–No lo sé don Pricilo!!, de verdad que no lo seee…!!! La nena ya comenzaba a sollozar, Snif…! snif,..!! snifs…!!!
–Así que no lo sabes!!?? Pues yo te lo explicare…te estabas pajeando la zorra, tal cual solo lo hacen las putasss!!!!. Estabas pidiendo la vergaaaaa!!!, eso es lo que estabas haciendo trola de mierdaaaa!!!!
–No don Priciloooo!… snif…!! Snifss!! –Yo… yo… no… no pedía… ee…ssso que Ud. Diceee… snif…! snif…!!
–Si putilla…! eso es lo que pedias…yo lo escucheee…!! Mira nada más como te encuentro, solo sali un rato y te transformas en una perraaaaa!!!!, le vociferaba como un endemoniado,
–Yo no soy…yo no soy…una peeeerraaaa…! Sniff…!! sniff…!!!
–Si…si lo eres… yo te vi y te escuche zorraaaa…!!! Parecías la más grande de las putasssss!!!! Así que no me lo niegues perra asquerosaaaa!!!!, Don Pricilo tomando aire y dándoselas de correcto se la jugó del todo a nada, –Lo siento pendeja, tendré que contárselo a tus padres, le amenazo finalmente el vejete.
La casi traumada joven perdiendo todo sentido de pudor se arrojó a los pies de don Pricilo, quien miraba encantado como esa hermosa nena se humillaba ante el…
–Nooo…! por favor…noooo!!… don Pricilo…no se los diga…!!! snif…! sniffss!!!, volvía a llorar la nenita…
–Lo siento putilla, no tengo otra alternativa, y en su mejor actuación el viejo saco su teléfono celular, simulando teclear los números…
–Por favor don Pricilito… por favor no se los diga…snif…snifffss…!!! Lloraba sin consuelo y toda desnuda la pobre Karen…
–Tú crees que yo soy estúpido…!!!??? Le grito el viejo, si no digo nada arriesgo a que me corran del trabajo…y con eso no gano nada…!!!! (El vejete ya iba entrando en tierra derecha….)
–Por favor don Pricilo se lo suplico…!! Haré todo lo que Ud. me pida, pero no se los diga…!!!
–Mmmmmmmm!! No lo sé…!!! No me convences…!!!
–Hare lo que Ud. Quieraaa!!, pero no les diga eso…!!!
–Que no les diga que cosa pendeja!!, inquirió el viejo…
–Que eee yoooo…mee estabaaaa tocaaandoooo…!!
–No niña, lo que tu hacías era pedir que te metieran vergaaaaaaa… Diloooo!!!!
–Es que yo no estaba pidiendo eso que usted diceeee…. Por favor don Priciloooo por favorrrr!!!!
–Si, si lo hacías…!!! Vez que no se puede confiar en ti…!!!!, lo siento los tendré que llamar para informarles de tus cochinadas!!!
Karen ya totalmente destruida…y por el miedo que el viejo llamara a sus padres se humillo y totalmente desencajada, repitió:
–Por favor don Pricilo no le diga a mis padres que yo pediaaaa… qeeeeee… meeee… meetierannnnn ver…gaaaaaaaaaaaa….sniff snifff…!!!, era la primera vez, que de su dulce voz, salieran tan vil expresión calenturienta, el viejo solo reía, y ya se sobaba las manos por lanzarse a recoger ese fruto prohibido para muchos, pero que ahora sería solo para el…
– Mmmmm!!… aun no me convences…los llamare…!!!
La niña intentando calmarse…le volvió a repetir…–Don Pricilo por favor no lo haga…yoo yo soola pediaaa queee mee metieraaan veergaaa…!!! Así está bien?? Sniffsss!!!, le repitió la nena entre sollozos, para ver si el viejo cambiaba de opinión y no la acusaba. –Por favor…continuo Karen, –No los llame hare todo lo que Ud. Me pidaaa…
–Estas segura de lo que dices putillaaa…!!, el viejo ya estaba que ganaba…
– Si…si…don Pricilo hare lo que Ud. quiera…
Al viejo se le dibujo una siniestra sonrisa al notar que tenía en sus manos a tan inocente criatura, y era verdad, Karen por su natural inocencia ni siquiera entendía las palabras que el viejo le había hecho repetir…
–Bien te daré una oportunidad, le dijo el viejo miserable, –Síguemeee!!, el viejo se dirigió hacia su cabaña de madera.
En estas condiciones la dulce Karen se encamino, así tal como estaba, totalmente desnuda caminaba hacia la cabañita de madera, debido al susto que había sentido ni siquiera se daba cuenta en las condiciones que iba al lado de un viejo degenerado, la joven no sabía a lo que iba, solo quería que sus padres no se enteraran de lo que había sido sorprendida haciendo tan desvergonzadamente.
Una vez adentro el viejo le pidió que se sentara en su cochino catre…la nena aun no entendía para que don Pricilo la llevaba hasta su cama, –Espérame… le dijo, –Ya vuelvo.
En la mente de Karen lentamente se iban formando las ideas: cama, verga, placer, su panocha, desnuda, las atrocidades que alguna vez escucho hablar a sus compañeras, pero aun no tenía la idea formada, su mente trabajaba mil, hasta que vio entrar a ese amorfo vejete asqueroso totalmente desnudo y con una herramienta de carne que se le levantaba por su tremenda panza, fue como un ejercicio matemático o una ecuación de función algebraica, en donde todos los productos calzaban y daban el resultado exacto… por fin lo entendió… mirándole la tremenda verga del vejete su mente se lo dijo: se lo iban a meteeer!!!???
Miro al viejo con cara de espanto y automáticamente cerro sus piernas, apenas pudo balbucear, muy bajito, casi inaudible, con sus ojitos azules llenos de lágrimas le dijo, –Nooo…! don Pricilooo!!, por favor eso…noooo…!!!, y el viejo con la más aborrecible de sus sonrisas, y con una cara de un auténtico degenerado, le dijo…–Siiiii pendeja calienteeee!! Eso siiiiiiiiiii!!!!

 

(Continuara)
 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 7” (POR GOLFO)

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Me acerco a pedir disculpas.
Irene no tardó en darse cuenta de que nos habíamos pasado. Según ella, esa chavala ya tenía bastante con la pillada y que la termináramos de humillar con nuestras risas, era un castigo excesivo.

― ¿No esperarás que vaya a pedirle perdón? ― contesté todavía despelotado.

―Es lo menos que puedes hacer. La pobre ha tenido un momento de debilidad y en este momento debe de estar muerta de miedo por si se lo dices a su agencia.

No me costó reconocer que tenía razón, pero traté de escaquearme pidiéndole que fuera ella, pero entonces llevándome la contraria, me respondió que esa era mi responsabilidad porque al fin y al cabo había sido yo quien la contrató.

A regañadientes acepté y poniéndome algo de ropa, busqué a la mulata por la casa. Reconozco que tenía la esperanza de que avergonzada por su actitud se hubiera ido porque no me apetecía el reconocer que me había extralimitado al invitarla a unirse a nosotros. El destino quiso que no fuera así y siguiendo el sonido de sus llantos, la encontré llorando en la cocina.

― ¿Se puede? ― pregunté no queriendo incrementar su embarazo al entrar sin avisar.

Tal y como había previsto mi amante, su preciosa sustituta estaba acojonada por si reportábamos su conducta ante sus jefes y por ello al verme entrar, se hincó a mis pies rogando que no la delatara.

―No pienso hacerlo― contesté y tras comprobar que su desesperación era tan grande que no había tenido problemas en pedírmelo de rodillas, traté de quitar hierro al asunto diciéndola: ―La culpa es mía, no me acordé de que seguías en la casa.

Mi disculpa, por una razón que me era desconocida, no hizo más que incrementar su llanto y sollozando, me replicó con voz angustiada:

―Usted no es responsable de que nada. Fui yo quien no pudo resistir la tentación de espiarles y también fui yo quien se excitó al ver como amaba a sus sumisas.

Que hubiera adivinado el tipo de relación que me unía con las hermanas, me dejó alucinado y deseando dar por terminada esa conversación, comenté:

―No te preocupes, siento haberte escandalizado.

Estaba a punto de salir cuando, entre gimoteos, escuché que Estrella me decía:

―No me ha escandalizado. He sentido envidia de ellas.

Sus palabras me detuvieron en seco y girándome hacía ella, la miré. La mulata creyó que le estaba pidiendo una explicación y gateando llegó hasta mí para una vez a mi lado, empezó a besarme los pies. Asumiendo que esa postura era la de una esclava demostrando obediencia a su amo, supe que debía decir algo porque era evidente que Estrella estaba pidiendo formar parte de mi harén.

Justo cuando iba a preguntarla que era exactamente lo que quería, llegaron las hermanas que preocupadas por mi tardanza vinieron a ver que ocurría. En un principio sus caras denotaron sorpresa, pero al cabo de un par de segundos noté que se relajaban. La confirmación de que no estaban enfadadas me llegó en forma de pregunta cuando luciendo una sonrisa Ana me soltó:

―Amo, ¿nos puede presentar a su nueva zorrita?

Intuí que tanto ella como su gemela habían dado por sentado que había aceptado a ese bombón de chocolate y sabiendo que era mi deber el darles su lugar, contesté:

―Todavía no sé si voy a quedármela.

Fue entonces cuando Irene me preguntó el motivo:

―No se lo ha ganado.

Interviniendo desde el suelo, Estrella me imploró que la pusiese a prueba porque, desde que su antiguo dueño murió en un accidente de tráfico, estaba sola.

― ¿Hace cuánto fue eso? ― quiso saber Ana conmovida quizás por la desgracia de la morena.

―Cuatro años hace que murió mi primer y único amor― respondió entre lágrimas.

Contagiándose de su congoja, las hermanas me suplicaron que le diese una oportunidad. Juro que no me esperaba que cedieran tan fácil y haciéndome de rogar, contesté a la que había sido mi primer sumisa:

―Ya que me lo pides, será tú quien le haga la prueba.

― ¿Yo? ― respondió Irene.

Ni siquiera tuve que responder porque levantando su mirada, Estrella contestó por mí al decir a mi amante:

―Matriarca, juro desde este momento servirla. Si me acepta, usted será mi dueña cuando nuestro amo no esté.

Sonreí al saber que Irene no podría negarse porque no en vano, la bella mulata acababa de reconocer su autoridad dándole un lugar preminente entre mis sumisas. Tal como preví, asintió en realizar ella el examen y ejerciendo su nuevo papel, se dirigió a mí diciendo:

―Amo, ¿le parece bien acompañarme a su cuarto mientras pruebo si esta puta se merece ser su esclava?

―No tengo problema en ello― respondí con tono serio, pero riendo en mi interior.

La alegría de Estrella mutó en preocupación cuando tirando de ella, Irene le espetó:

―Mi amo no está convencido de aceptarte y yo tampoco. Así que mueve tu negro culo o tendré que azotarte.

Casi temblando, la morena se puso en pie y cogiendo la mano de la que iba a testar su capacidad, la llenó de besos diciendo:

―Este negro culo es suyo y si tiene que castigarlo, ¡hágalo!

La sonrisa que intuí en los labios de mi amada me confirmó que Estrella acababa de ganar un par de puntos con esa demostración y mas cuando sin que se lo tuviera que pedir, se giró hacia ella elegantemente y cerrando los ojos comentó:

―Matriarca, su esclava está lista para ser transportada.

Al saber que no podía verla, Irene sonrió y llamando a su hermana, susurró en su oído unas palabras para acto seguido sacar a la morena de la habitación.

«Se nota que está adiestrada», pensé al contemplar el movimiento sensual que imprimió a sus caderas mientras caminaba a ciegas siguiendo a su maestra.

Mas excitado de lo que debía mostrar, traté de tranquilizarme porque no en vano no era mi momento sino el suyo. ¡Ambas debían pasar la prueba! Mientras Estrella debía demostrar que era digna de ser mi sumisa, Irene por primera vez tenía que ejercer de domina y conociéndola, supe que no le iba a resultar fácil. Por ello al llegar a mi habitación, me tumbé en la cama sin decir nada y como mero observador, esperé a que empezaran.

Irene dio tiempo a que su hermana regresara y mientras mantuvo inmóvil a su novicia incrementando con ello tanto la turbación de la morena, así como mi curiosidad. Ana tardó un par de minutos en llegar y cuando lo hizo, arrodillándose ante su gemela, le dio una fusta diciendo:

―Matriarca, aquí tiene lo que me ha pedido.

Confieso que me sorprendió que ella también reconociera esa jerarquía a su gemela, pero no comenté nada al respecto y acomodando mi cabeza sobre la almohada, aguardé a ver qué ocurría.

Irene, asumiendo que no me podía fallar, se acercó a la mulata y en silencio, la besó en la boca. Como si fuera algo pactado de antemano, el suave beso que se dieron se convirtió en un morreo apasionado. La pasión con el que se lo dieron me excitó aún antes de ver como Ana deslizaba los tirantes que sostenían el vestido de Estrella.

«¡Dios que tetas!», pensé al verlas por primera vez al natural.

Todavía no me había recuperado de la impresión cuando separándose, Irene comenzó a recorrer con la fusta el cuerpo de la morena. Ésta no pudo evitar un sollozo cuando la matriarca se entretuvo jugando con la vara en su entrepierna y haciendo un breve gesto le exigió que se quitara el tanga.

Reconozco que babeé al contemplar la sensualidad con esa desconocida obedeció la orden despojándose de esa prenda. La lentitud con la que usando sus manos fue bajando las escuetas braguitas mientras a su lado las dos hermanas miraban interesadas azuzó mi lujuria como pocas veces.

― ¿Qué opinas de estas ubres? ― preguntó Irene a su hermana mientras daba un suave pellizco a una de las areolas.

Ana comprendió que le estaba dando entrada y acercándose a la mulata, comenzó a lamerle el cuello en dirección a sus pechos. La sensualidad del momento se multiplicó cuando con la boca de apoderó del ya excitado pezón de la muchacha.

―Ahí― gimió al sentir que la gemela mamaba de ella como un bebé.

Durante unos segundos, Ana disfrutó de esos negros senos hasta que, poniendo cara de disgusto, comentó:

―Esta perra no para de gemir sin permiso.

Siguiendo las enseñanzas que había disfrutado conmigo y sin avisar, Irene soltó un fuerte manotazo sobre el trasero de la morena, diciendo:

―Ya has oído: Nadie te ha dado permiso de hablar.

Aunque debió dolerle ese inesperado golpe, Estrella no se quejó y girándose ante la que sentía su maestra, puso a su disposición su otra nalga como muestra que aceptaba ese correctivo. Si con ello esperaba la clemencia de Irene se equivocó porque la rubia al verla con el culo en pompa y usando la fusta, descargó un par de violentos latigazos en él.

Juro que fueron tan fuertes que me dolieron a mí, pero contra toda lógica, la mulata aguantó sin chillar ese brutal escarmiento. Ambas gemelas sonrieron al comprobar su entereza y dándola tiempo a recuperarse, comenzaron a falsamente criticar entre ellas su maravilloso pandero.

―Matriarca, ¿no te parece que está lleno de celulitis? – comentó Ana mientras separaba los cachetes de la indefensa morena.

―Nada que no se pueda arreglar con más ejercicio― respondió su hermana al tiempo que con la miraba confirmaba que el esfínter de la muchacha parecía sin usar.

Extrañada por lo cerrado que lo tenía y mientras introducía la cabeza de la fusta en él, preguntó a su víctima si era virgen por detrás.

―No, matriarca. Mi difunto amo disfrutaba sodomizando a su puta, pero hace tiempo que nadie hace uso de él― contestó moviendo involuntariamente sus caderas al sentir que ese objeto había traspasado su entrada trasera.

Por su cara de satisfacción, comprendí que el sexo anal no solo no era uno de sus tabúes, sino que a buen seguro le encantaba. Irene debió de pensar lo mismo porque haciendo uso de su poder, la estuvo sodomizando unos segundos mientras con la mano libre sopesaba sus hinchados pechos para acto seguido decir:

―Si al final mi amo te acepta, sabrá dar buen uso a tu pandero. Perra, ¿te gustaría que mi dueño te rompa el culo?

―Sí, matriarca. ¡Me gustaría! ― chilló alborozada con la idea.

Para entonces era evidente la calentura de Estrella, pero Irene buscó reforzársela pidiendo a su gemela que examinara su coño. Ni que decir tiene que Ana obedeció y tras echar un rápido vistazo al sexo de la muchacha, respondió:

―La puta lo tiene completamente depilado y sus labios parecen hechos para ser mordisqueados.

― ¿Y de sabor? ― replicó y haciéndose la dura, insistió: ―Ya sabes que nuestro dueño tiene un paladar exquisito.

Metiendo su cara entre los muslos, Ana sacó la lengua y se apoderó del sexo de la chavala mientras Irene la obligaba a mantenerse erguida.

―No está mal, quizás un poco fuerte― contestó y relamiéndose mientras retiraba con sus dedos los hinchados labios de la mulata, comentó: ― Prueba tú mejor.

Irene, en su papel de domina, no podía rebajarse al suelo y por eso exigió a Estrella a ponerse a cuatro patas sobre la cama, para poder catar su sabor sin arrodillarse. La nueva postura y su proximidad a mí me permitieron disfrutar del olor a hembra ansiosa que desprendía la muchacha y bastante alterado, observé su cara de placer cuando sintió que su matriarca usando la lengua, se concentraba en el negro botón que escondía entre sus pliegues.

―Has mentido― levantando la voz, Irene recriminó a su gemela― esta puta tiene un coño bastante rico, ¡prueba otra vez y dime si no tengo razón!

Ana no se lo pensó dos veces y uniendo su boca a la de su hermana, comenzó a torturar el excitado clítoris de la morena a base de pequeños mordiscos.

―Me sigue resultando un poco penetrante― refutó esta después de saborear durante largos segundos el sexo de la mujer.

Levantando la voz, Irene se quejó del pésimo gusto de su gemela y soltando un mandoble sobre el negro trasero de Estrella, la exigió que se tumbara sobre el colchón boca arriba con las nalgas levantadas y los muslos separados. La mulata comprendió la intención de su matriarca y girándose, expuso su sexo a mi escrutinio.

―Amo, necesitamos su opinión― Irene, guiñándome un ojo, comentó.

Comprendí que el placer estaba a punto de asolar las últimas defensas de la morena al ver su expresión de deseo y deseando socavarlas aún más, me entretuve acariciando sus piernas mientras Estrella se debatía sobre las sábanas intentando reprimir el placer que amenazaba sacudir su cuerpo.

Viendo lo cerca que estaba del orgasmo, localicé su clítoris y cogiéndolo entre mis dedos, comencé a masturbarla mientras la atormentaba diciendo:

―Una zorrita se debe saber contener.

Con los ojos plagados de lágrimas, la bella morena comprendió que no iba a poder resistir sin correrse y casi llorando, me imploró que la dejara hacerlo.

― ¡Ni se te ocurra! ― exclamó su matriarca.

Estrella se mordió los labios para combatir los primeros embates de un gozo brutal que iba naciendo en su interior mientras incrementando su tormento me dedicaba a jugar con ella metiendo y sacando mis dedos cada vez más rápido de su vulva.

― ¡Por favor! ¡No quiero fallarle! ― chilló angustiada al sentir que no aguantaba más.

Asumiendo que era así, retiré mi mano y llevándola hasta la boca, me dediqué a saborear su flujo como si estuviera catando un vino, tras lo cual, dirigiéndome a las hermanas, comenté:

―Ambas tenéis razón. Aunque tiene un fuerte dulzor, está buenísimo.

El alud de sensaciones que mis palabras provocaron en la excitada mulata hizo que ésta a duras penas se pudiese contener y temiendo que la próxima oleada fuese demasiado para ella, esperó temblando que Irene continuase con la prueba.

Supe que la rubia no sabía como seguir y por ello le di una pista:

― ¿Crees que esta putilla sabrá comerse un coño?

Sin preguntar, Ana se encaramó en la cama y poniendo su sexo en la boca de la morena, la urgió a que demostrase su pericia diciendo:

―Nuestro amo quiere que ver si sabes chupar un coño.

―Nunca lo he hecho― respondió la mulata, pero al ver mi enfado asumió que era obligatorio y sin mediar queja alguna, sacó su lengua y comenzó a devorárselo como si la vida le fuera en ello. El morbo de ver a Estrella lamiendo el coño de Ana y saber que para esa morena era su primera vez, me determinó a no intervenir y mientras la morenaza degustaba del sabor agridulce de la rubia, pedí a su gemela que se pusiera un arnés.

Irene me miró extrañada, pero se lo puso. Al comprobar que se ajustaba los enganches, la ordené:

―Fóllate a esta puta.

Sin mediar palabra, se acercó a ella y aprovechando que la mulata tenía las piernas abiertas de par en par, colocó la cabeza del glande de plástico en su entrada y de un certero empujón, la empaló hundiendo por completo esa enormidad en su interior.

― ¡Dios! ― aulló al sentirse llena por primera vez en años y como si hubiese recibido una inyección de adrenalina, cogiendo como válvula de escape el chocho que tenía en su boca, se dedicó a lamer como loca mientras Ana no dejaba de gritar pletórica por el gozo que estaba recibiendo.

Los chillidos de su gemela azuzaron a Irene a moverse y usando a la mulata como montura, buscó calmar la calentura que empezaba a sentir cabalgando sobre ella. La velocidad que imprimió a sus embestidas fue la gota que derramó la lujuria de Estrella, la cual colapsando sobre las sábanas se corrió brutalmente mientras me pedía perdón por no haber aguantado.

Supe que debía hacer algo para demostrar que estaba al mando y que no me podía defraudar, pero asumiendo que no era su culpa, decidí que su castigo fuese al menos placentero. Por ello cambiándolas de posición, tumbé a Irene en el colchón y a continuación, obligué a la mulata a empalarse sobre ella de forma que su maravilloso y negro trasero quedaba a mi disposición.

Ana comprendió mis deseos y embadurnando con su propio flujo sus dedos, comenzó a relajar el ojete de la morena mientras yo me desnudaba. Estrella al sentir ese doble ataque sobre su coño y su culo, volvió a llegar al orgasmo.

―Amo, lo siento cuando empiezo no puedo parar― se intentó disculpar la muchacha.

Obviando su nuevo delito, me puse a su espalda y mientras disfrutaba brevemente de la visión de su trasero, fue hundiendo mi pene en su interior. La falta de costumbre la hizo gritar, pero no intentó rechazar mi embestida cuando centímetro a centímetro fui enterrando mi verga a través de su ojete

La firmeza de sus negras nalgas quedó más que confirmada cuando habiendo sumergido mi verga en su pandero y mientras se acostumbraba, me dediqué a acariciar sus cachetes. Se notaba que esa zorra hacía ejercicio porque los tenía duros y sin gota de celulitis. Sabiendo que con ese trasero conseguiría mucho placer, aguardé a verla lista.

Pero entonces escuché que Irene me preguntaba:

―Amo, ¿le damos caña?

Sus palabras escondían una orden bajo el disfraz de una pregunta y saber que mi amante deseaba compartir esa morena conmigo, espoleó mi deseo. Acelerando mis embestidas, me agarre a los enormes pitones de Estrella mientras Irene la seguía empalando.

― ¡Qué gozada! ― chilló nuestra nueva amante al sentir el paso de mi tranca a través de su ojete.

Su chillido incrementó mas si cabe el ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra ella, Ana decidió tomar parte activa y levando su boca hasta uno de sus pechos, le mordió con dureza un pezón.

Ese triple ataque combinado, la terminó de desarbolar y cayendo en un extraño trance, comenzó a aullar con los ojos en blanco que se moría mientras desde el interior de su coño brotaba un ardiente geiser.

«Menuda forma de correrse», pensé al sentir que su flujo me empapaba los muslos.

Al mirar a Irene vi que también ella estaba totalmente mojada pero lo que realmente me impresionó fue impresionado fue observar como Ana se ponía a reír mientras con la boca abierta intentaba contener el chorro que manaba de la mulata.

― ¡Cómo vamos a disfrutar con esta zorrita! ― exclamó tirándola del pelo mientras la besaba.

Formando un mecanismo casi perfecto, mi pene siguió machacando su culo mientras Irene hacían lo propio con el coño de la morena usando el que llevaba adherido hasta que incapaz de soportar más placer, Estrella se dejó caer sobre el colchón.

Ni siquiera lo pensé y echándola a un lado, cambié de objetivo y cogiendo a la gemela la penetré salvajemente.

―Dame duro― chilló Ana al sentir que la ensartaba.

Dominado por la lujuria, agarré su rubia melena y comencé a azotar su trasero, exigiendo que se moviera.

―Amo, soy suya― aulló al sentir mis rudas caricias y sabiéndose de mi propiedad, buscó mi placer meneando sus caderas.

Estaba tan concentrado en tomarla que tardé en advertir que, exigiendo su dosis de placer, Irene había puesto su coño en la boca de la mulata y esta apenas recuperada de la sobredosis recibida, se ponía a obedecer con decisión a su matriarca.

― ¡Más rápido! ― gimió al sentir que le devolvía parte del gozo que había sentido.

Viendo que estaba ocupada, me dediqué a su hermana y sin dudar, aceleré mis movimientos. Era tanto el ritmo que imprimí a mis cuchilladas que Ana no tardó en correrse dando gemidos. Sin saber el porqué, sentí que me estaba vedado descargar la tensión y con mis huevos a punto de explotar, exigí a la rubia que siguiera moviéndose.

―Amo, ¡no puedo más! ― se lamentó dejándose caer.

Estrella al ver de reojo mi erección alargó su mano y poniéndosela en la entrada de su coño, me soltó:

―Amo, ¡úseme a mí!

No hice ascos a su oferta y de un solo empujón, la empalé por segunda vez mientras Irene exigía que volviese a comerle el coño. Nuestra postura provocaba que con cada embestida la cara de Estrella y su lengua con ella, se hundiera entre las piernas de su matriarca. Por ello cada vez que la penetraba en cierta forma también me follaba a mi primer amante y sus gritos al sentir la boca de la mulata, forzaban un nuevo ataque por mi parte.

Irene no tardo en correrse y retorciéndose en el suelo mientras se pellizcaba sus pezones, me rogó que descargara mi simiente en el interior de nuestra nueva adquisición.

― ¿Tomas la píldora? ― pregunté indeciso.

―No, pero si me acepta como su esclava, me gustaría que me dejara preñada.

―Te acepto― contesté convencido ya totalmente de su entrega y cual garañón desbocado busqué liberar mis testículos en la fértil vagina de esa preciosa morena.

Al escuchar mi decisión y saberse mía, el sexo de la mulata tomó vida y funcionando como una aspiradora succionó mi miembro con una fuerza tal que no tardé en correrme. Estrella al sentir que mi semen rellenaba su interior, se sintió realizada y dejándose llevar, volvió a sucumbir al placer. Esta vez, el orgasmo de la mulata fue algo íntimo y no por ser el último fue menos brutal, la diferencia consistió en que llorando de felicidad me rogó mientras su sexo se licuaba que la dejara servirnos de por vida.

―Lo harás, perrita nuestra― contestó su matriarca rubia y cerrando el trato, mordió sus labios.

Al sentir ese posesivo beso, Estrella sollozó de dicha mientras sentía que su dueño terminaba de vaciarse en su interior y demostrando una vez mas su total entrega, me preguntó si era firme mi decisión de hacer de ella mi esclava.

Adelantándose, Irene ordenó a su hermana que le acercara la bolsa que había traído y sacando un collar igual al que ellas llevaban, lo puso en mis manos diciendo:

―Amo, creo que va a necesitar esto.

Soltando una carcajada, cerré la negra gargantilla alrededor del cuello de la feliz mulata…

 

Relato erótico: “Ivanka trump: el imperio de las zapatillas rojas 5” (POR SIGMA)

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 5.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Vincent esperaba oculto entre las sombras del mal iluminado estacionamiento de un edificio burocrático del gobierno, un lugar aburrido, pero seguro y oculto a miradas indiscretas.
– Vamos… aparece de una vez  -pensó algo tenso.
Al fin, minutos después se acercó por el estacionamiento un hombre de traje y cabello obscuro, se le notaba cauteloso y tenso como Vincent.
Al reconocerlo, el ex MI6, salió de la sombras a un costado del recién llegado.
– Te esperaba -le dijo en voz baja.
Como un rayo el hombre desenfundó su arma y le apuntó directamente, a pesar de la sorpresa se le veía tranquilo y seguro. Tras un instante sonrió y bajó la pistola.
– Vincent… maldito fantasma, casi te mato.
– Fox Mulder, es bueno verte de nuevo.
– ¡Aaaaahhhhhh! -gimió dulcemente Ivanka Trump a alcanzar un liberador orgasmo. Como cada mañana empezaba su día con una sesión de amor por su propia mano que la preparaba para la jornada. Estaba desnuda en su cama excepto claro por sus zapatillas de dormir color rojo sangre de altísimo tacón de aguja con delgadas correas que se entrecruzaban en sus tobillos y pantorrillas hasta atarse tras sus rodillas en femeninos moños.
– Mmm… que bueno es ser jefe… no tengo que llegar temprano -pensó mientras se levantaba de la cama y se cambiaba las zapatillas por sus sandalias de baño plásticas color turquesa de tacón ancho. Entonces notó que su conjunto del día anterior estaba tirado por toda la habitación y que la cama estaba totalmente desordenada, como si hubiera estado toda la noche con un ardiente amante.
– Que extraño, recuerdo haber dormido sola… -dudó un momento mientras fruncía el ceño- ya me iba a dormir cuando me avisaron que mi Dueño me traía unos papeles, los recibí… y luego… él… se fue… creo…
En ese momento se fijo en el reloj de la pared.
– ¡Dios! ¡Se hace tarde! -dijo para si misma antes de correr al baño.
Tras ducharse y secarse se vistió con un juego de lencería color negro de encaje cuyo sostén forzaba sus senos a separarse y levantarse, y sus pantaletas se metían enloquecedoramente entre sus firmes nalgas, causándole una placentero roce a cada paso.
Impulsivamente se pinto los labios de color rojo encendido, haciéndolos contrastar con su piel. Se puso una blusa negra de botones y dejó sin utilizar los tres de arriba, luego un traje sastre color azul intenso algo ajustado, con una falda que apenas cubría quince centímetros abajo de su entrepierna. Finalmente completó el conjunto con unas medias translúcidas negras con elástico al muslo que apenas quedaba cubierto por la falda, en sus pies una zapatillas negras terminadas en terciopelo de tacón increíble y varias correas en el empeine. Era un conjunto audaz pero todavía respetable… si se movía con cuidado.
En la entrada del edificio la esperaba la limusina, entró y se pusieron en marcha.
En el camino la rubia empezó a revisar documentos sobre su nuevo proyecto que la tenía obsesionada, la cadena de boutiques Scorpius sería un gran negocio, estaba segura.
En ese momento, de reojo se dio cuenta de que el guardaespaldas sentado junto a Remy la chofer, observaba atentamente en un espejo sus bellas piernas cruzadas, la falda se había subido un poco dejando ver el elástico rematado de encaje de sus medias y una insinuación de sus tersos y blancos muslos.
La empresaria no pudo evitar sonreír complacida pero ocultó el gesto tras los documentos que revisaba.
– ¿Así que te gusta mirar? Esto te gustará -pensó mientras descruzaba las piernas lentamente, a la vez que fingía seguir leyendo.
Luego se adelantó otro poco en el asiento, lo que causó que la falda se subiera aun más, mostrando ahora la punta de sus delicadas pantaletas translúcidas.
Parecía que al guardaespaldas se le rompería el cuello por el esfuerzo de mirar el espejo.
Ivanka empezó a separar lentamente sus rodillas dejando expuesto el frontal de su lencería, desde ahí unos cuidados vellos dorados lanzaron destellos con la luz, luego empezó a juntarlas de nuevo para repetir el proceso, haciendo que el escolta tragara y se acomodara la corbata, visiblemente nervioso.
Al verlo, la mano de la heredera empezó a moverse hacia su ansiosa entrepierna, buscando satisfacción.
Pero en ese momento llegaron al edificio de oficinas, lo que terminó el espectáculo y la promesa de placer.
Dentro de un auto común y discreto, Vicent hablaba con su amigo Fox.
– …entonces no puedes confiar en nadie?
– Estoy seguro de que desde hace un tiempo alguien en el FBI sabotea ciertas investigaciones de mis expedientes X.
– ¿Crees que hay un espía?
– De hecho creo que son varios, pero saben cubrir sus rastros, y como no tengo pruebas nadie me cree.
– Pues ya somos dos…
Como era costumbre últimamente, todas las cabezas se giraban para ver a Ivanka mientras entraba a la empresa pues exudaba una poderosa sexualidad, siempre mostraba sus piernas con faldas cortas, medias y tacones altísimos, siempre mostraba sus curvas con prendas ajustadas y sus senos con amplios escotes, las miradas lujuriosas de las que era blanco le causaban una extraña mezcla de vergüenza, orgullo y excitación.
– Ooohhh… por favor… no me vean así -pensaba mientras entraba a su oficina y saludaba de pasada a su asistente.
Una vez dentro cerró la puerta, con lo que se sintió más relajada y cómoda, se acercó a su silla ejecutiva pero se subió la falda casi hasta la cintura antes de sentarse por varios motivos,  primero se relajó y cerró los ojos brevemente, pues disfrutaba enormemente la sensación de la piel del asiento en sus nalgas y muslos expuestos, en segundo, cualquier prenda que cubriera sus piernas incluso parcialmente la hacia sentir presa e incómoda, finalmente así evitaba manchar sus faldas y vestidos de la humedad que inevitablemente aparecía cuando se excitaba, lo que ocurría de forma casi diaria, incluso en su oficina.
– Dios… mi exhibicionismo está cada vez peor… -pensó al recordar lo ocurrido en la limusina.
De inmediato trató de hacer a un lado la preocupación por sus extraños cambios de conducta al ponerse a trabajar en el proyecto de la cadena de Scorpius. Desde un principio le habían fascinado las ideas y diseños de ese hombre y tuvo que insistir en que debían desarrollar una cadena de tiendas de modas para sus colecciones, primero en América, y si funcionaba Ivanka esperaba extender la empresa a los cinco continentes. Empezarían como algo muy exclusivo, apenas una o dos tiendas por país para la elite, luego podrían vender a nivel masivo.
– Funcionará, estoy segura de que será un éxito -pensaba emocionada la rubia, que ciegamente confiaba en que una vez que las personas empezaran a comprar las prendas no podrían dejar de usarlas. De hecho ella misma usaba casi exclusivamente ropa de Scorpius, en especial su calzado, le fascinaba como estilizaban y hacían lucir sus piernas, se sentía sensual y poderosa.
– Mmm… estoy encantada… no… estoy enamorada de mis zapatillas, de mis conjuntos, de todo lo que es Scorpius… -susurró mientras acariciaba sus tacones, sus pantorrillas, sus muslos- ooohhh… Scorpius… mi Dueño…
Con los ojos cerrados se recargó en el asiento e introdujo la mano en sus pantaletas para masturbarse lentamente, usando dos de sus dedos con las uñas pintadas del mismo color que sus labios se dio placer, casi perdiendo la noción de todo y agradeciendo haberse subido la falda pues sintió como empezaba a humedecerse.
– ¿Señora Trump? -dijo Jill al entrar al despacho lentamente. La empresaria apenas tuvo tiempo para sacar su mano de la entrepierna y bajar su falda de un tirón a un nivel decente- disculpe señora pero le llamé por el intercomunicador y toqué a la puerta varias veces, le mandaron estos documentos y es urgente que los firme. Espero no molestar.
– Ah… si… gracias Jill, no te preocupes, estaba algo distraída -dijo la empresaria, totalmente ruborizada, mientras empezaba a revisar y firmar los papeles, hasta que de reojo observó con cuidado a su asistente- ¡Jill… te ves preciosa! ¿Nuevo estilo?
– Eh… mmm… si… supongo que si -balbuceó mientras se sonrojaba.
Llevaba su cabello negro suelto y suavemente ondulado, los ojos delineados y una sutil sombra violeta en los párpados, sus pestañas estaban artificialmente alargadas y curvadas, sus labios estaban pintados del mismo color que la sombra de ojos pero en un tono más intenso y sensual.
Vestía un top negro que apenas era una ancha tira de tela elástica que rodeaba su torso y sus senos, sostenida con dos delgadísimos tirantes pero dejando descubiertos sus hombros, un bello escote y parte de su espalda. Unos ajustados pantaloncillos cortos color negro le permitían lucir sus piernas, desde la parte alta de los muslos, envueltas en medias de suave color violeta, y en sus pies llevaba unos botines de piel color purpura de altos tacones y punta abierta, mostrando sus uñas pintadas del mismo color violeta. En verdad la asistente de Ivanka lucía glamorosa y parecía diez años menor, era un conjunto algo atrevido pero todavía dentro de lo respetable.
– Ya está Jill, eso será todo por ahora -dijo la rubia al terminar de firmar y vio como su asistente balanceaba rítmicamente sus caderas al salir debido a los tacones- mmm… debería llamarle la atención… pero la verdad es que se ve muuuy bien. Mmm… aun me siento caliente… necesito… coger… ¡No! Tengo trabajo…
Un rato después llegó Scorpius vestido formal y acompañado por su ayudante Patricia, que en esta ocasión también llevaba un traje sastre. El diseñador de inmediato entró en la oficina de Ivanka mientras Muñequita se acercaba a la asistente y la saludaba con un lento beso en la comisura de sus labios.
– Hola Jill… ¿Me extrañaste? -le dijo la pelirroja a la asistente mientras por detrás le daba un rico apretón en una de sus nalgas, haciendo que la trigueña diera un pequeño respingo de sorpresa y placer.
– Aaahhh… no… por favor Mamita… -susurró la mujer mientras se sonrojaba deliciosamente- no aquí… frente a todos…
– Bueno… después veremos, pero debo decir que estoy complacida pues fuiste una niña buena y te arreglaste de acuerdo a mi lista e instrucciones… -le dijo sonriente después de mirarla de arriba a abajo.
– No puedo evitarlo… no se que me hiciste pero no puedo negarme a nada que me pidas…
– Me alegra escuchar eso, por que necesito un favor. Tengo que salir pero mi jefe requiere un tiempo a solas con tu jefa, sin interrupciones. Así que quiero que te asegures de que nadie entre en la oficina y sobre todo que los guardaespaldas estén muy ocupados y distraídos gracias a… tus encantos.
– ¿Qué? Pero no puedo hacer eso… -dijo decidida Jill, pero Paty simplemente oprimió un botón de su control oculto y sopló delicadamente en el oído de la asistente.
– Ooooohhh… -gimió casi en voz alta la trigueña mientras una extraña música y el tibio aliento de la mujer la ponían curiosamente eufórica al contestar- está… bien…
Muñequita le hizo un guiñó, sonrió y se dio la vuelta para salir de la habitación.
Excitada y algo mareada, como si hubiera bebido, Jill se sentó en el escritorio, cruzó la pierna lentamente y empezó a realizar llamadas y otras labores para Ivanka, pero sin dejar de sonreír sensualmente a los escoltas que no perdían de vista a la madura y bella asistente ejecutiva, en especial cuando bajó del escritorio y siguió trabajando recargada en el mueble, luciendo sus nalgas y pantorrillas para su exclusivo público.
Dentro de la oficina Ivanka le explicaba a Scorpius los avances en el desarrollo de la cadena de tiendas que se montarían para el diseñador en los más importantes países del continente. La rubia se inclinaba poniendo una mano sobre el hombro de Scorpius, de forma íntima y cercana, le susurraba las palabras casi al oído, le rozaba su pierna en la rodilla y acercaba su escote a los sonrientes ojos del diseñador.
– Es un excelente trabajo Ivanka, la planeación es minuciosa y has prevenido todos los detalles, estoy impresionado -dijo el hombre sinceramente admirado, aunque no del todo sorprendido, pues así como había condicionado a Ivanka para pasar al menos una noche a la semana en su club T. P. (haciendo un escándalo en las revistas de chismes), también había usado el poder de las zapatillas para reforzar su disciplina y visión de negocios, con lo que incluso el padre de la empresaria estaba complacido.
– ¿Y que si se desvela una vez a la semana? Que salga a divertirse no la convierte en Paris Hilton. Además ahora trabaja más que antes -había dicho Donald Trump en una entrevista reciente.
– Me alegra que te complazcan mis esfuerzos… mi dueño… -dijo la rubia para después sonreír feliz.
– Ahora súbete la falda esclava y asume la posición -le dijo Scorpius con voz imperiosa e irresistible.
– Si… mi dueño -respondió la mujer mientras se arrodillaba en la mullida alfombra, bajaba la vista y sujetaba firmemente sus propios tobillos tras ella, dejando sus altos tacones apuntando casi al cielo.
– Ooohhh… -gimió suavemente con los ojos cerrados al obedecer, mientras pensaba entre feliz y atemorizada- Dios… ¿Como llegué a esto? ¿Por que me gusta…? no… ¿Por que adoro estar sometida a mi Dueño? ¿Por que me excito simplemente al pensar en él? ¿Por que disfruto tanto obedecerlo?
Ivanka se sentía confundida por estos y otros extraños cambios íntimos de conducta que había estado sufriendo desde hacía tiempo.
Antes no soportaba el exhibicionismo, pero lo ocurrido en la limusina era solamente un síntoma de un problema mucho peor: cuando estaba sola en casa se ponía a limpiar su penthouse vestida con un provocativo uniforme de doncella francesa, o con un diminuto bikini, o con su lencería más atrevida, siempre con tacones escandalosamente altos, siempre se tomaba su tiempo para limpiar meticulosamente cada rincón y siempre con las cortinas de los ventanales bien abiertas.
A pesar de haber sido modelo siempre había sido conservadora y cuidadosa al vestir, pero últimamente se ponía ropa cada vez más osada y sensual, en el trabajo apenas dentro del buen gusto, pero en casa o en el club usaba prendas que harían sonrojar a una mujerzuela, simplemente ya no soportaba los pantalones o faldas largas, ni las prendas gruesas, todas eran prendas diminutas, de seda, elásticas, con transparencias o cosas peores, sus medias siempre eran con liguero o elástico al muslo, se había dejado las uñas largas y siempre las pintaba para combinar con su ropa o su pintalabios.
Usualmente era lógica y racional, pero ahora su mente se nublaba fácilmente debido a la abrumadora excitación que asaltaba sus sentidos sin aviso, bastaba la imagen correcta, un roce en el lugar adecuado o una palabra precisa para que sus pezones se endurecieran y marcaran, sus pupilas se dilataran y su sexo se lubricara abundantemente. A veces la rubia se sentía rehén de su propia lujuria, cosa que Scorpius, su Dueño, sabía aprovechar con absoluta perfección para someterla y manipularla, dejándola siempre agotada y sudorosa pero gimiendo y rogando por más placer.
– Muy bien Lindura, te has portado como una niña buena y obediente, estoy muy satisfecho. De nuevo te has ganado tu premio, voy a tomarte como la zorra que eres, pero si quieres placer deberás interesarme en ese lindo cuerpo tuyo que ya me pertenece… anda rubiecita, provócame… -dijo Scorpius mientras oprimía un botón oculto en su bolsillo.
– Mmm… si mi Dueño… -susurró la rubia al sentir como se iba excitando ante una indicación de ese hombre, mientras en su corazón y sobre todo en su sexo, vibraban unos lentos y eróticos tambores que con un sólo redoble eliminaban todas sus inhibiciones y autocontrol- Ooohhh… que calor…
La esbelta empresaria empezó a ondular sus caderas y sus hombros sin soltar sus firmemente sometidos tobillos, dominada por el ritmo y un deseo que todo lo invadía.
– Aaaahhh… mi… Dueño… te necesito… por favor… tómame -le empezó a decir Ivanka mientras se humedecía los labios y miraba a Scorpius directamente a los ojos, su vista nublada y vibrante por la lujuria a la que ahora estaba esclavizada.
– No… no es suficiente… dime cuanto me deseas… -le dijo Scorpius con una cruel media sonrisa, pero en su interior estaba contento con el rápido avance de su nueva adquisición.
Sin dudarlo, la rubia arqueó la espalda y abrió sus rodillas al máximo, mostrándole al hombre sus bellas pantaletas, visiblemente húmedas a la vez que echaba su cabeza hacía atrás y gruñía en un tono desesperado.
– ¡Te lo suplico mi Dueño! ¡Te quiero dentro de mi! ¡Mi coñito te espera y te desea! ¡Tómame… lléname… móntame! ¡Soy tu Linduraaaa! -casi gritó finalmente mientras movía sus caderas atrás y adelante al tener un pequeño orgasmo debido a su humillación y sometimiento.
Afuera uno de los escoltas observaba discretamente a Jill mientras ella escribía sentada frente a la computadora, pero su posición de perfil daba una maravillosa vista completa de sus esbeltas piernas rematadas en altos tacones.
Un extraño ruido ahogado resonó en la recepción e hizo que los escoltas se quedaran inmóviles.
Al ver que empezaban a volverse hacía la oficina de su jefa, Jill decidió improvisar.
– Aaahhh… -gimió de forma apagada la trigueña al fingir un desvanecimiento y dejándose caer al suelo alfombrado.
De inmediato los agentes se acercaron a la asistente al parecer inconsciente.
– Eso estuvo mucho mejor Lindura… si… casi estamos listos…
– Ooohh… por favor… mi Dueño… por favor…
– Te quiero muriendo de lujuria, de deseo, de insatisfacción… di que eres mi zorra, mi linda putita… ah… ya puedes moverte.
– Aaaahhh… siiii… soy tu zorrita, me tienes en celo, me vuelves loca… -casi sollozaba Ivanka al apoyar sus manos tras ella para luego extender, levantar y abrir sus maravillosas piernas ante su Dueño, como ofreciéndole su coño y sus piernas- soy tu putita… solamente tuya… haz de mi lo que quieras… pero tómame.
– Ahora esclava, quiero que bailes para mi.
– Si mi dueño -murmuró con voz ronca Ivanka mientras se levantaba.
– Muy bien Lindura, eres una verdadera visión de placer -le dijo Scorpius mientras activaba su control remoto haciendo sonar de nuevo la zampoña en la cabeza de la rubia a un ritmo constante y turbador, excitándola de forma irresistible.
– ¡Aaaaaahhhh! ¡Mi Dueño! Ayúdame… -empezó a gemir incontrolable la mujer mientras empezaba a bailar sobre sus altos tacones siguiendo la música- ooohhhh… ¡No ves… que estoy… ardiendo por ti? Alimenta mi coñito… por favor… estoy tan… cachonda…
La mujer exudaba sensualidad al mover sus caderas salvajemente, poseída por una lujuria que no recordaba haber sentido jamás.
– Muy bien, sigue Lindura, tal vez me convenzas… -dijo complacido Scorpius a la suplicante hembra mientras se sentaba en el sillón.
– Si no me… haces tuya… moriré… por favor, lo necesito -gruñó al subir de un salto al escritorio con agilidad sobrehumana, luego, en un frenético movimiento la empresaria se abrió la blusa arrancando varios botones, liberó sus senos del sostén y empezó a jugar con ellos, a acariciarlos, a pellizcarlos- ¿Te gustan mis tetas? Son tuyas… te pertenecen, disfrútalas…
De un paso ella se acercó a su Dueño y con el cabello cubriendo parte de su rostro se inclinó hacía él y poniendo una de sus femeninas manos en la nuca de su Dueño lo atrajo a su pecho, sonriendo y arqueando la espalda de placer al sentir los labios de Scorpius en sus senos.
– ¡Ámame por favor!… soy tu juguetito -rogaba frenética, ya al borde del orgasmo pero incapaz de alcanzarlo- soy tu hembra… soy tuya…
Finalmente con un ronco gruñido triunfal Scorpius la sujetó de las rodillas y la hizo caer suavemente de espaldas en el escritorio, como rayo deslizó las pantaletas por las piernas de la rubia hasta dejar expuesto al fin su coñito, mojado, palpitante, hinchado, receptivo… hambriento.
– Ooooohhh… siiiii… por favor… -gimió ella sonriente mientras abría ampliamente las piernas para su dueño, que en un instante se había bajado los pantalones y tenía su ya duro miembro listo a someter a la temblorosa rubia.
– ¡Me encanta tomarte Lindura! Me encanta hacerte mía… -le dijo Scorpius al penetrarla hasta el fondo gracias a lo mojada que estaba su ansiosa esclava.
– ¡Aaaayyy… aaaahhh… aaaahhh… -gimió al venirse simplemente por ser penetrada por su Dueño. Sin embargo Scorpius sujetó sus femeninos tobillo y siguió penetrándola con rápidos movimientos, haciendo que Ivanka sintiera un pequeño orgasmo con cada embestida.
– Oooohhh… ooohhh… aaaahh…
Minutos después su Dueño seguía cogiéndosela sin pausa, había colocado una de las piernas entaconadas en su hombro y allí la sostenía, mientras con la otra mano masturbaba de forma irresistible a su esclava con suaves pero rápidas caricias en su clítoris.
– ¡Te amo mi Dueño… te amo! ¡Aaaaaahhhhh!
– ¡Uuuunnnggg! -gimieron casi al unísono al alcanzar un poderoso orgasmo juntos.
Minutos después Scorpius salía calmadamente del despacho, encontrándose con que la asistente ejecutiva estaba recostada en el sofá de la recepción mientras los escoltas de Ivanka la atendían con un sensual masaje en sus torneadas piernas. Ni siquiera lo vieron salir mientras sonreía complacido por la esclavitud conseguida por Muñequita.
Un par de horas después Paty caminaba por el estacionamiento del edificio llevando de la mano a Jill, que movía sus caderas sensualmente debido al ritmo que le imponían sus zapatillas.
– ¿A donde me llevas Mamita? -dijo en voz baja y sumisa, pero feliz al recibir todo tipo de halagos de la pelirroja por su buen trabajo en distraer un rato a los escoltas.
– Tengo un premio para ti, mi preciosa niña -le dijo Paty con una sonrisa enigmática- aquí es…
Paty se acercó a la limusina de Ivanka que estaba estacionada entre las sombras de ese casi vacio nivel del estacionamiento. Una de las puertas de atrás se abrió, un hombre trajeado de cabello largo y ondulado puso un pie fuera del auto y la miró de arriba a abajo lujuriosamente.
– Hola Jill, es un placer verte en estas circunstancias… -dijo el hombre al sonreír.
– ¿Señor Scorpius? ¿Es usted? -dijo la asistente al reconocer al empresario de modas- ¿Qué hace aquí?
– Es muy sencillo Jill, vengo a completar tu esclavitud, a hacerte mía pues serás una excelente adición a mi colección.
Sin comprender, la asistente miró al hombre unos segundos y luego se volvió hacia la pelirroja algo confundida.
– Es verdad preciosa, el señor Scorpius ahora es tu Amo, no puedes evitarlo -le dijo Paty mientras se relamía pensando en lo que iba a ocurrir.
La trigueña finalmente habló algo molesta mientras se daba la vuelta para marcharse.
– No se que juego es este Mamita, pero no voy seguirlo -dijo mientras empezaba a caminar.
– No es un juego… es hora de mostrarte a quien le perteneces -le dijo Scorpious con una mueca mientras introducía una mano en el bolsillo interior de su saco.
Entonces un veloz flautín resonó en la cabeza de la asistente de Ivanka y al instante su rostro se volvió hacia el techo, su espalda se arqueó, sus brazos se lanzaron hacia atrás, sus piernas se abrieron a la altura de sus hombros bien derechas y sus pies se pusieron de punta en sus botines púrpura.
– ¡Aaaahhhhhhhh! -gimió incontrolable mientras empezaba a bailar en cortos pasitos frente a Scorpius, quien observó con cuidado cada curva de la hermosa y madurita asistente.
– Así está mejor Jill… me gusta ver a mis esclavas bailando indefensas y luciendo su cuerpo sin pudor para mi.
– Aaahhh… -volvió a gemir la trigueña mientras daba un grácil giro de ciento ochenta grados sobre las puntas de sus pies y paraba sus nalguitas de forma irresistible a la vez que seguía moviendo sus caderas con el ritmo del flautín.
– Eso es esclava, ahora ven a mi, entrégate a mi…
– ¡No… no… basta…! -gruñó la asistente mientras luchaba desesperada por controlar su cuerpo que traicioneramente intentaba obedecer al hombre.
Durante varios aterradores segundos Jill resistió temblorosa la necesidad de acercarse, manteniéndose a un par de metros de la limusina mientras sus pies se movían en su lugar ansiosamente.
Pero la pelirroja acabó con sus esfuerzos con un movimiento de su mano.
– ¡Obedece! -le gruñó dominante mientras le daba a la trigueña un sonoro azote que la desconcentró y la hizo acercarse en un lindo trote al hombre.
– ¡Nooo… Mamitaaaa! -en un instante estaba en la puerta del vehículo y comenzó a bailar de forma más íntima para Scorpius, tan cerca que él podía oler el delicado aroma de la perfumada piel de Jill, sentía en su rostro el suave roce de sus erguidos pezones marcándose en el top, en su entrepierna las carnosas y firmes nalgas de la trigueña se frotaban arriba y abajo…
– Eso está mejor preciosa… -le dijo el hombre de largo cabello mientras la sujetaba de la cintura y la guiaba para darse más placer- es hora de someterte a tu Amo…
Le hizo a Patricia un sutil gesto con la cabeza y ella se acercó poniéndose tras la asistente. Moviéndose con ella al mismo ritmo, desabrochó sus pantaloncillos y de un movimiento se los bajó hasta los tobillos, dejándola expuesta en una pequeña tanga color violeta que resaltaba sus curvas y en unos bellos ligueros púrpura que mantenían las translúcidas medias en su lugar.
– Oooohhhh… noooo… -trató de gritar mientras cerraba los ojos, pero sólo gimió guturalmente mientras se excitaba cada vez más al bailar sensualmente para ese hombre que apenas conocía.
Scorpius sonrió complacido por los logros de Muñequita y retrocedió dentro de la limusina, dejándole espacio a la linda trigueña mientras le hacía un gesto con la mano invitándola a entrar.
– Aaaaahhh… bastaaa… por… favor… – sollozó la mujer mientras lograba detenerse en la entrada de automóvil agarrándose del marco de la puerta, en un esfuerzo final por controlarse.
El hombre miraba con lujuria como las anchas caderas se movían atrás y adelante, tratando de llegar a él. Tras unos segundos se dio una palmada en el regazo y dio la orden final
– Me perteneces… entrégame tus piernas, tu cuerpo… tu coño… entrégate a mi… esclava ¡Ahora!
– Aaaaahhhh… nooo… -sollozó desesperada Jill cuando sus piernas, seguidas por su cuerpo, se introdujeron bailando en la amplia limusina, arrastrándola y obligándola a soltarse del marco para sentarse en el regazo de Scorpius dándole la espalda- Nnnnggg…
De inmediato el hombre tomó sus femeninas manos y la hizo apoyarlas en los muslos de él, casi al instante empezó a subir y bajar, frotando sus firmes nalgas en su duro miembro una y otra vez, siguiendo el rápido ritmo del flautín.
– ¿Por que… estoy haciendo… esto? -logró decir con voz ahogada por su incontrolable lujuria.
– Porque lo deseas, porque lo disfrutas… -le dijo al oído Scorpius antes de mirar a Patricia que tras cerrar la puerta se había sentado en el asiento frente a ellos y se masturbaba suavemente- Dime mi Muñequita ¿Cual quieres que sea el nuevo nombre de nuestra esclava?
– Oooohhh… Amo… gracias por… oooohhh… dejarme elegirlo…
El hombre había liberado del pantalón su miembro ya bien duro y erecto, y en un ágil movimiento penetró profundamente a la trigueña haciendo a un lado la elástica tanga violeta, pero dejándosela puesta.
– ¡Aaaaaahhhh… aaahhhh… aaaahhh…! -empezó a gemir de placer la mujer sin poder controlarse, avergonzada de lo húmeda que estaba su vagina, pero moviéndose cada vez más rápido.
– Desde ahora… sólo serás Jill… cuando te lo digamos… -le siguió susurrando Scorpius en su oído de forma insidiosa pero irresistible- a partir de hoy… tu nombre es…
Entonces Scorpius miró a Muñequita y solamente tuvo que esperar un instante para que su pelirroja respondiera.
– Zorrita… -dijo Patricia con una sonrisa traviesa.
– ¿Escuchaste encanto?… Desde ahora eres… Zorrita…
– ¿Como…? ooohhhh… pero yo… no me llamo… -trató de discutir la trigueña mientras seguía cogiendo con Scorpius.
– Eres Zorrita… -la interrumpió el hombre mientras subía el top de Jill, se apoderaba de sus senos y jugaba con sus pezones
– Aaaahhhh… -gimió y luego se humedeció los labios mientras seguía subiendo y bajando, ayudando a ser tomada por Scorpius.
– Eres nuestra Zorrita… dilo… -le gruñó el hombre mientras tiraba de su cabello, obligándola a exponer su garganta.
– Ooohhh… ooohhh… yo…
– Dilo preciosa… dilo para mi… -le dijo con voz ronca Muñequita mientras ya se masturbaba frenéticamente ante su esclava y su Amo.
– Oooohhh… Mamitaaa… no me hagas… esto…
Entonces Scorpius salió de ella, pero solamente para abrir sus esplendorosas nalgas y tomarla por el ano.
– Noooo… noooo… aaaahhh… por favor -dijo la pobre mujer, pero su cuerpo siguió el mismo ritmo que antes, siguió subiendo y bajando en el regazo del diseñador, sus bellas manos se aferraron de placer a los muslos de Scorpius, clavándole sus uñas levemente, lo que lo excitó aun más.
– Eso es Zorrita… disfrútalo… déjate llevar… déjate someter…
– Mmm… dejarme someter -repitió como hipnotizada a la vez que subía y bajaba cada vez más rápido y sus pies se ponían de punta de forma lujuriosa.
– Siiii… sométete a… nosotros -le dijo jadeante Muñequita, ya al borde del éxtasis.
– Sométete… -le repitió el hombre al oído.
– Aaaahhhh… me someto… -susurró casi en un sollozo Jill.
– Nos… perteneces… -dijo la pelirroja llena de ansias.
– Oooohhh… les… aaaaaaahhhh… les… pertenezco… -aceptó la mujer mientras Scorpius empezaba a acariciar su clítoris.
– Di tu nombre… dilo… dilo…
– Yo…
– Dilo…
– Oooohhh…
– Dilo…
– Ooohhh… soy…
– ¡Dilo!
– ¡Soy Zorrita… soy Zorritaaaaahhhh! -gritó al fin mientras arqueaba la espalda en éxtasis, sometiéndose a sus nuevos Amos.
Vincent y Mulder caminaban por un sótano obscuro abarrotado de antiguedades dignas de un museo.
– ¿Crees que nos servirá la ayuda de este individuo? -preguntó desconfiado el exMI6.
– No lo se, pero creo que vale la pena intentarlo, no solamente esta relacionado con la primera victima, sino que además sabe de historia, lenguas y ciencias ocultas, elemento que creo es la clave en este caso -respondió el agente del F. B. I. de forma algo enigmática.
Un hombre joven vestido con ropa informal se les acercó entre las filas de artefactos, se le veía nervioso pero decidido.
– ¿Son los que llamaron? ¿Realmente hubo un avance en la desaparición de Sydney Fox?
– Eso pensamos, soy Mulder del F. B. I. ¿Es usted Nigel Bailey? 
– A sus órdenes.
Ivanka entró a una de las habitaciones especiales del club T. P. para tomar su turno como Diosa, una vez a la semana pasaba toda la noche complaciendo a los más importantes clientes de su Dueño, le daba un terrible morbo pensar que así se convertía en un anónimo objeto de placer, y eso la excitaba terriblemente, de hecho ya estaba humedeciéndose con sólo pensarlo.
– Mmm… mi coñito está empapado, ya necesito la dura verga de mi Dueño… aaaahhh… que cachonda estoy -pensaba mientras entraba por la puerta oculta de uno de los escenarios y se quitaba su minivestido color rosa sin mangas que ni siquiera cubría del todo su entrepierna, su delicioso escote trasero llegaba hasta el inicio de sus nalgas y el delantero  apenas cubría sus erguidos pezones.
En un instante se encontraba vestida únicamente con su lencería color rosa de seda, cuyos diseños como de niñita le daban un sublime toque de inocencia, pero las pantaletas dejaban expuestas la mitad de sus nalgas y el sostén forzaba sus senos a levantarse de forma provocativa. Llevaba por supuesto unas medias color piel con elástico al muslo casi transparentes, pero que le daban a sus largas piernas una suavidad casi hipnótica y en sus pies tenía unas zapatillas de punta redondeada de color rosa intenso con pulsera al tobillo, de un tacón enorme y una pequeña plataforma de dos centímetros.
En segundos estaba sobre su pedestal, se colocó en el centro y al ver que se abría una pequeña compuerta en el techo levantó los brazos que manos anónimas fijaron a la estructura del Escaparate con grilletes, lo que se repitió con su esbelto cuello.
– Mmm… -se estremeció con lujuria al escuchar el cierre de los grilletes y pensar en como sería sometida y masturbada por los clientes, pero jamás poseída, solamente su Dueño podía cogérsela… y nada se comparaba al placer que él le concedía.
En ese momento la membrana elástica del mismo color del techo se cerró alrededor de sus axilas, convirtiéndola de nuevo en una preciosa mujer-objeto lista para atender a su primer cliente.
En el cuarto de arriba, Lindura observaba en una pantalla como su cuerpo en el cuarto de abajo era iluminado de forma maravillosa, dándole la apariencia de una obra de arte.
Entonces la puerta de invitados se abrió y la rubia contuvo el aliento excitada, pero casi al momento sus ojos se abrieron al máximo por la sorpresa, había entrado una mujer, y no cualquiera, era la aniñada ayudante rubia de Scorpius a la que llamaban Nena.
Iba vestida toda de cuero negro, con un ajustado y corto vestido que se pegaba perfectamente a cada curva de su cuerpo pero sin tirantes, luciendo sus lindos hombros y escote, llevaba unos guantes negros que llegaban hasta sus codos y unas puntiagudas zapatillas del mismo color, de tacón altísimo y plateado, unas medias casi transparentes a juego convertían sus piernas en irresistibles tentaciones de carne, cuyos ligueros eran perfectamente visibles mientras subían por sus muslos hasta perderse bajo el corto vestido.
Llevaba una sensual sombra de ojos obscura y sus voluptuosos labios pintados de color rojo sangre.
Lindura estaba muy sorprendida, primero por que nunca había entrado al cuarto una mujer, y segundo por que Nena era tan sumisa y dulce que la ropa que llevaba no tenía sentido.
– Hola… no soy lesbiana, se equivocaron de cliente -empezó a decir la empresaria en el cuarto superior, pero no había nadie en el lugar. Estaba sola.
En la pantalla vio como la rubia vestida de cuero se sentaba en un sillón y cruzaba lentamente una de sus torneadas piernas.
– Oigan… suéltenme… hay un error… -insistió en voz más alta.
Un instante después vio en la pantalla como Nena sacaba un pequeño control de su profundo escote y oprimía un botón, con lo que empezó a sonar una canción lenta y cadenciosa en el cuarto.
– Aaaahhhh… -gruñó Lindura cuando su cuerpo empezó a moverse sin su control, como siempre primero abrió sus esbeltas piernas en pose retadora pero parándose de puntitas en sus zapatillas, y luego empezó a bailar lentamente, como una desnudista profesional.
– Mmm… muy bonito Lindura… -le dijo en voz alta la exFBI- extrañaba esta lujuria agresiva, pero Papi me habló al oído y me devolvió mi antigua esencia, al menos por hoy, pues quiere que aprendas a amar a tus hermanitas en todos los aspectos…
– ¿Qué? No… no pueden hacerme esto…
– Oh, me temo que es un requisito indispensable Lindura. Pero no sufras, pronto lo disfrutarás, te lo prometo.
– No, por favor… te looooohhhh… -gruñó de forma placentera al sentir como el calor del deseo empezaba a extenderse de sus zapatillas embrujadas a sus piernas, su vagina y su cuerpo entero.
Nena observaba como la empresaria se movía suavemente sobre el pedestal, luciendo sus senos, su espalda, sus respingadas nalgas, su sexo, su cálido sexo…
El baile seguía, calentándola poco a poco, excitándola de forma lenta pero constante.
– Nooo… alto… -trató de negarse Ivanka, pero sentía como se seguía humedeciendo al bailar para una mujer.
– Por favor acérquese a su diosa -dijo una melodiosa voz femenina en las bocinas.
Sonriendo de forma casi malévola, Nena se levantó y se acercó a la Diosa bailarina.
– Ahora… pida y se le concederá -dijo entonces la voz dulcemente.
– No Nena… no lo hagas… -pidió inútilmente la empresaria.
– Posa para mi… Lindura… muéstrame tu cuerpo…
Al instante Ivanka hizo un cuatro con sus piernas, flexionando una y extendiendo otra en toda su gloria, luego encogió ambas y las extendió abiertas en split, desde una posición sentada abrió las piernas en una amplia V con sus tacones apuntando al techo, mostrando sus pantaletas, húmedas de excitación.
Nena empezó a masturbarse deliciosamente bajo la falda al mirar a Lindura posar y lucir su cuerpo y sus piernas como una campeona de nado sincronizado al competir.
– Aaahhh… Dios… estoy disfrutando… posar para ella… -pensó sorprendida, pues la lujuria había diluido cualquier temor que antes sintiera.
– Mmm… muy bien… eligieron bien tu nombre, de veras eres una lindura -dijo Nena mientras examinaba a Ivanka con un abrumador deseo brillando en sus ojos- Es hora de que aprendas por que no hay nada mejor que el amor entre hermanitas… excepto claro, el amor de Papi… ¡Quieta!
De un paso subió a la tarima donde Lindura se había quedado inmóvil con sus piernas bien abiertas y horizontales, colocándose entre ellas, cerca de su deseoso y cálido coñito.
– Aaaahhh… ¿Que… pretende? -susurró Ivanka, empezando a sentirse mareada y confusa por la excitación y la primitiva música.
– Puede utilizar el juguete que recibió al entrar -sonó en las bocinas.
Pero lo que la mujer alguna vez conocida como Dana Scully sacó de la bolsa fue un consolador doble de color rosado. Se levantó sensualmente la falda, bajo la que no llevaba nada, además de los ligueros que formaban un erótico marco para su sexo primorosamente depilado.
Con un profundo suspiro introdujo el consolador en su coñito cuyos labios ya brillaba por la humedad. Entonces dio otro paso, quedando casi en contacto con la mujer-objeto, que sintió la leve presión de el consolador en su entrepierna, lo único que separaba su vulnerable sexo de aquel falo era la delgada seda de las pantaletas.
– ¡No! ¡Basta… no lo haga!
– Ahora flexiona tus rodillas… -le ordenó con la voz ronca de excitación tras mirarla brevemente.
– Nnngggg… -gruñó al tratar de resistirse inútilmente.
Las bellas piernas extendidas se encogieron casi por completo, dejando a Lindura completamente vulnerable y lista para ser tomada, su coñito casi expuesto.
Nena se relamió con anticipación, luego colocó su mano en las pantaletas de la heredera y con el dedo pulgar e índice abrió un hueco oculto en la lencería, de manera que la empresaria podía ser poseída fácilmente sin tener que quitarle la prenda.
– Es hora Lindura… disfrútalo -le dijo con una mirada lujuriosa al sujetar sus caderas y penetrarla hasta el fondo de su bien lubricado coñito.
– ¡Aaaahhhhh… que delicia! -gritó Nena mientras miraba al techo por las placenteras sensaciones que la asaltaban.
– ¡Nnnnnnoooo…! -gritó a su vez la heredera tratando de resistir haciendo presión en su vagina, pero estaba tan húmeda y dilatada que lo único que consiguió fue sentir un involuntario placer al ser sometida por la mujer vestida de cuero- ¡Ooohhh… Dios…!
Lentamente Nena empezó a retroceder para luego volver a entrar, iniciando un vigoroso y exquisito vaivén que confundió a la empresaria, pues empezaba a verse invadida por sensaciones que nunca había tenido.
– No… no…
– Aaaahhh…
– Alto…
– Aaaaahh…
De nuevo Lindura intentó resistir pero únicamente consiguió inmovilizar su cuerpo en lugar de seguir el ritmo de la melodía… lo que no le agradó a Nena en absoluto.
– Mmmnnn… intentas resistir… ¿Como te atreves putita? – gruñó mientras miraba a la cámara oculta, sabiendo que ella la observaría en la pantalla- Ahora como castigo tu me ayudarás a someterte…
Con femenina delicadeza salió del húmedo coño de la mujer objeto, bajó del pedestal y sacó otro artículo de su bolsa en el sillón.
En segundos la exFBI estaba de vuelta a su lado y en un santiamén volvió a penetrarla.
– Oooohhhh… -chilló avergonzada la mujer ante el abuso y el traicionero placer en sus terminaciones nerviosas.
– Coloca tus pantorrillas en mis hombros… -ordenó Nena, y aunque Lindura podía resistirse a seguir el ritmo, no podía aguantar una orden directa, en un segundo obedeció y entonces la mujer vestida de cuero retrocedió dejando sólo la mitad del consolador dentro de su victima, luego se quedó muy quieta.
– Ahora tu me penetrarás a mi y claro a ti misma.
– ¿De que habla? Está loca… No lo haré… no por mi voluntad -pensó desafiante la rubia. Entonces su indeseada cliente levantó el objeto que había tomado de la bolsa, dejando que la Diosa lo viera por la pantalla.
 Los ojos de Lindura casi se desorbitaron al ver el objeto, una especie de raqueta de ping pong, pero cubierta de un ligero forro acolchado de piel.
– ¡No… va a…!
El azote de la raqueta en sus nalgas fue inesperado y doloroso a partes iguales, el impacto se amortiguó un poco gracias a la cubierta de piel pero la inercia y el dolor inevitablemente la hicieron llevar sus caderas adelante en un energético movimiento.
– ¡Aaaaaayyy…oooohhh… -gritó de dolor y gimió de placer casi de inmediato al penetrar a Nena y a si misma profundamente.
– Ooooohh… mmm… muy bien Lindura -susurró Nena mientras arqueaba su espalda y entreabría sus labios complacida.
La heredera relajó su cuerpo ligeramente pero al instante sus firmes nalgas fueron recibidas por otro azote de igual magnitud que la hizo estremecerse y embestir de nuevo a la otra mujer, haciendo tocar sus vaginas.
– ¡Aaaahhh… mmm… -chilló y gimió de nuevo, dividida entre el dolor y el placer.
– ¡Siiii! ¡Sigue…! -le dijo la dominante mujer mientras repetía el proceso con un nuevo golpe, así condicionaba el cuerpo de Lindura para seguir el ritmo que ella le imponía con sus azotes.
En minutos Lindura ya jadeaba excitada al ser domada de esa manera, y además por una mujer… por su hembra. El morbo de la situación nublaba su juicio mientras su percepción se alteraba y empezaba a sentir el mismo placer con los amorosos azotes que con las penetraciones.
– Aaaaahhh… aaahhh…
– Mmm… si… -gemía también Nena, complacida al ser penetrada por la heredera- sigue Lindura…
– Ooohhh… nooo… ooohhh… -gimió al recibir otra dulce nalgada que la impulsó hacia adelante.
Mientras el delicioso baile continuaba, Nena manipuló su control remoto e hizo que la música cambiara lentamente hasta convertirse en la suave y erótica zampoña que tanto placer le daba a Ivanka. Paulatinamente aumentó el volumen de la música mientras le daba a la mujer objeto azotes cada vez más suaves, en pocos minutos Nena arrojó la paleta fuera del pedestal, sobre el suelo alfombrado, mientras la Diosa continuaba con sus movimientos de cadera atrás y adelante, una y otra vez, recibiendo y dando placer siguiendo ahora el ritmo de la seductora zampoña.
– Mmnnn… oooohhh… -gruñía cada vez más excitada sin darse cuenta de que las nalgadas se habían detenido tiempo antes.
– Aaaahhh… sigue Lindura… esooo… -la animó la mujer vestida de cuero que ya solamente la sostenía de sus caderas.
– Ooohh… ooohhh… -disfrutaba ella emitiendo ahogados gemidos en el cuarto de arriba.
– ¿Verdad que… aaahhh… te gusta esto Lindura…? -le empezó a susurrar Nena mientras miraba a la cámara- tienes que… disfrutar de… tus hermanitas… es orden de Papi…
– Aaaahhh… pero… -trató de responder la empresaria sin poder apartar la mirada de los penetrantes ojos que parecían apoderarse de sus pensamientos, los ojos de su hembra…
– ¿Sientes mi… amor Lindurita? -le dijo mientras la sujetaba de la cintura un momento para besar y mordisquear fogosamente sus pezones.
– Oooohhh… no se… que me… pasa… -respondió Lindura totalmente sonrojada por las placenteras atenciones de su cliente, pero inconscientemente sus caderas intentaban retomar el ritmo.
Y tan pronto Nena soltó su cintura lo hizo, recuperando el sensual vaivén que había sido condicionada a llevar por medio de los azotes, logrando provocarle a la mujer del vestido de cuero un orgasmo corto pero poderoso.
– Oooooohhhh… siiii… muy bien… hermanita… debemos amarnos… -susurró satisfecha la que una vez fuera Dana Scully.
– Mmm… ooohh si… amarnos… -respondió enloquecida de placer la mujer objeto, aunque nadie podía escucharla en el cuarto superior- te… amo… mi hembra
Muy pronto en el cuarto del pedestal solamente se escuchaban eróticos gemidos, el lujurioso sonido de la carne rozando la carne y la humedad de sus lubricados coñitos mientras se poseían la una a la otra.
En su cuarto de control en el T. P. Scorpius observaba complacido como su nueva esclava se convertía en hermanita de sus demás odaliscas.
Se encontraba sumido en una serie de trámites y negocios, aburridos, pero vitales para expandir sus diseños por el continente, por eso tuvo que delegar el condicionamiento a Nena tras devolverle su antiguo espíritu dominante y dependiente.
– Debo recordar convertirla de nuevo en mi esclava sumisa y aniñada -pensó al ver como sometía a Ivanka para hacerla apreciar a sus hermanas odaliscas- es demasiado dominante y estoy seguro de que trataría de volverse contra mi.
En ese momento en dos pantallas pudo ver como ambas se estremecían de placer, pero sobre todo disfrutó ver a su Lindura gritar con su primer orgasmo lésbico, siendo condicionada por Nena de forma permanente gracias al poder de las zapatillas.
 
 

– Nuestro momento se acerca… -pensó complacido mientras veía en sus pantallas como su imperio seguía fortaleciéndose con cada nuevo cliente y cada nueva esclava- pronto nos expandiremos más allá de las fronteras del continente…

Días después se inauguraba en Argentina la primera boutique Scorpius, en la gran fiesta apertura donde estuvo presente la elite social se encontraba Xander Scorpius acompañado por su socia Ivanka Trump, él vestía un traje negro de tres piezas con camisa vino pero sin corbata y ella llevaba un elegante vestido de seda cruzado color negro con cinto que remarcaba su cintura, el vestido tenía un discreto escote y llegaba arriba de sus rodillas, luciendo sus piernas cubiertas de deliciosas medias negras y en sus pies unas sandalias de tacón de aguja de quince centímetros que le daban un toque sensual al sobrio atuendo.
La rubia daba una conferencia en ese momento con su leal asistente Jill a su lado, pero estando tras ellas Scorpius pudo darse cuenta de que Lindura había introducido discretamente su mano detrás del corto vestidito rojo de la trigueña, y a juzgar por su respiración agitada y sus labios entreabiertos, seguramente la masturbaba maravillosamente, ella trataba de no moverse pero debía ser difícil, entre el placer y sus zapatillas rojas de punta abierta y tacón altísimo se notaba como se movía en un vaivén casi imperceptible.
Horas después se dirigieron al despacho de Scorpius en la elegante residencia donde se instaló la casa de modas, era una bella habitación con muebles antiguos, un gran escritorio y divanes de piel.
– Excelente trabajo Lindura, eres una buena esclava… -le dijo Scorpius a Ivanka en cuanto cerró la puerta con llave tras ellos.
– Gracias mi Dueño, soy feliz al complacerte -dijo tímidamente mientras bajaba la mirada y ponía las manos tras la espalda, Jill la imitó al instante.
Scorpius se quitó el saco y el chaleco para luego sentarse sonriente en un sillón.
– Debo admitir que te has ganado un premio… dime que desearías ahora mismo más que nada en el mundo…
– Oh, mi Dueño ¿De verdad?
– Por supuesto mi esclava, tu pide.
Al instante la esbelta rubia desató la cinta del vestido y lo dejó resbalar por sus hombros y brazos hasta el piso. Debajo solamente llevaba un liguero rojo como la sangre sujetando sus medias negras rematadas de encaje, eso era todo. Su mano derecha se lanzó ávida a su coñito eternamente húmedo y receptivo para empezar a masturbarse, mientras la izquierda acariciaba y pellizcaba sus firmes tetas.
– Por favor mi Dueño… quiero que me tomes… quiero coger… -le dijo en un tono que rayaba en la desesperación mientras se humedecía los labios de color rosa brillante- el placer de mis hermanas es maravilloso, pero no se compara con el que me das, solamente tu me haces gritar y morir de placer- mi coñito te necesita, se muere por ti…
Seductoramente se acercó a su Amo y tras mirarlo a los ojos tras sus larguísimas pestañas se recostó en un diván y abrió las piernas ofreciendo su hermoso cuerpo a su Dueño.
– Me tienes cachonda todo el tiempo… me la paso pensando en ti y en mi… cogiendo –le dijo mientras acariciaba sus piernas y su sexo lentamente- si no fuera por mis hermanitas… ya hubiera perdido la razón al estar lejos de ti…
Scorpius se acercó complacido dejando sus pantalones en el piso tras él, se inclinó sobre ella y la penetró de un movimiento, haciéndola estremecerse de gozo, sus ojos vueltos hacia atrás, sus piernas bien abiertas para recibirlo lo rodearon y engancharon los tacones alrededor de su cintura tratando de atraparlo, de atraerlo hacia ella.
– Ooooooohhhhh… mi Dueño… soy tuyaaaa… -chilló feliz cuando el hombre empezó sus embestidas, penetrándola una y otra vez con fuerza, entonces, casi con desesperación ella le clavó las uñas en la espalda mientras arqueaba la suya- aaahhh… siiiii…
– Zorrita… ven aquí… complace a tu hermanita… y a ti misma… -ordenó el hombre a la tímida asistente que esperaba.
– Si Amo… -dijo en un susurró, pero sus ojos brillaban de deseo. Se acercó, se arrodilló a lado del diván y empezó a besar, chupar y morder los brillantes labios y tersos senos de Ivanka, a la vez abrió los muslos y tras subirse el corto vestido rojo empezó a masturbarse con sus delicados dedos de uñas pintadas color rojo metiendo la mano derecha en la pequeña tanga roja que adornaba su entrepierna.
– Aaaahhhh… que rico coges… Lindura… –le gruñó con lujuria Scorpius a Ivanka mientras la miraba a los ojos- ahora di que eres…
– Oooohhh… mi Dueño… tu lo sabes…
– Si pero… quiero escucharte… decirlo…
– Nnnn… yo… soy…
– Ayuda a… tu hermanita… Zorrita –le dijo a la trigueña haciendo un gesto hacia la entrepierna de su esclava- dale más placer…
En un fluido movimiento Jill llevó su mano derecha al coño de la rubia y empezó a acariciar su clítoris, mientras introducía la izquierda en su propia tanga y seguía masturbándose, sentía la tremenda humedad de Lindura y el suave roce del miembro de su Amo entrando y saliendo de su hermanita.
– Mmm… que bonito chochito… tan jugoso… –empezó a decir Jill presa de la lujuria a su antigua jefa, sus hermosos ojos relucían como joyas por el placer- tan sensible…
– Aaahhh… hermanitaaaa… –gritó Lindura sacudiendo la cabeza ante las expertas caricias de su asistente.
– ¿Qué eres? –insistió Scorpius al acelerar sus penetraciones.
– Oooohhh… soy… soy… tu putitaaaa… tu mujerzuela…
– Sigue…
– Soy… tu juguetitoooohh sexual… tu muñeca de placer…
– Maaasss… –le dijo al moverse más y más rápido
– Aaaahhh… soy tu esclava… tu pertenencia… siiiii… aaaaahhhhhh… –al fin aulló al alcanzar un fabuloso orgasmo.
– Nnnnnnnggggg… mi buena… niña… –gimió al fin Scorpius al llenar a su esclava rubia de semen.
– Oh… Amo por favor… déjame disfrutar… –susurró Jill desesperada mientras su mano se movía a gran velocidad en su entrepierna, pues sin el permiso de su macho no podía alcanzar el éxtasis- me siento sola sin ti…
– Mmm… me has dado una idea Zorrita –dijo con una sonrisa el hombre.
Minutos después Lindura y Zorrita estaban arrodilladas una frente a la otra, sujetando firmemente sus propios tobillos y balanceándose atrás y adelante mientras cada una montaba el cálido y suave muslo de la otra, masturbándose mutuamente, sus coñitos casi tocándose, sus tetas rozándose suavemente mientras recitaban su condicionamiento como esclavas de Scorpius.
– El placer y… ooohhh… la lujuria… pertenecer a mis hermanas… amar mi cuerpo… aaahhh… lucirlo para los demás… lucir mis tetas y mi coñito… mostraaaar mis piernas… … estar siempre disponible y lubricada… usar siempreee tacones altos… siempre…
Mientras ellas seguían con su condicionamiento Scorpius trabajaba en el escritorio, sonriente, todo iba perfecto, simplemente perfecto, incluso la presidenta del país había expresado su interés por un par de zapatillas elegantes.
– Ahora lo único que necesito es encontrar a una experta en ocultismo con el conocimiento… y sobre todo con el poder para duplicar las zapatillas rojas. Entonces nada podrá detenerme… -pensó satisfecho antes de levantarse para acercarse a sus jadeantes y excitadas esclavas que lo esperaban en el diván.
FIN
  
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Relato erótico: “El Virus VR 1 Y 2” (POR JAVIET)

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Hola, no sé si alguien llegara a leer este cuaderno, la situación es bastante critica y va empeorando cada día pues me estoy quedando sin comida, tendré que salir a buscar provisiones y enfrentarme a “ellos” de nuevo, el problema es que me siento más débil que antes, el tiempo no pasa en balde y ya soy dos años más viejo que cuando empezó todo, la última vez que me aventure fuera de mi casa fue hace tres meses.

Pero que os voy a contar, si habéis sobrevivido es que ya sabéis todo lo que debíais saber acerca de la devastación actual, sabéis lo del virus “VR” que volvió rabiosa a gran parte de la población mundial, todos sabéis ya que lo desarrollaron los americanos.

Al igual que sabéis lo del atentado nuclear de los islamistas, que hicieron volar la ciudad de nueva york con un artefacto cedido por Irán, también sabéis que la semana siguiente a aquel atentado y ante las amenazas yanquis, los iraníes se cabrearon y lanzaron un misil de cabezas múltiples sobre territorio estadounidense, las ocho cabezas que transportaba detonaron sobre poblados núcleos urbanos de la costa este de aquel país, pero aquellas cabezas no llevaban carga nuclear, eran “bombas sucias” liberaron una considerable cantidad de radiación contaminante y altamente radioactiva sobre los núcleos urbanos, matando lentamente a varios millones de personas y animales, además de saturar de radiaciones letales tanto los edificios como el terreno que dichas ciudades ocupaban, el viento arrastro aquella radiación durante millas y millas, también fueron culpables los supervivientes que escapando en sus vehículos contaminados, evacuaron las ciudades y se diseminaron por el país, contribuyendo a contaminar los campos y los cultivos por donde pasaban, así como los animales de granja de los buena parte de aquella zona del pais se alimentaba.

Los americanos decidieron entonces joder a quien les jodía y liberaron aquel virus en Irán, así como en los de la zonas próximas que poseían núcleos mas radicales del islamismo exacerbado, la operación ”VR” (Venganza Rabiosa) fue liberada treinta días después por los satanes americanos, varias bombas de tipo aerosol fueron lanzadas por los infieles sobre objetivos en África, Asia y sobre buena parte de Oriente medio, entretanto los especialistas de la CIA contaminaron 52 depósitos de agua en otras tantas ciudades y pueblos hostiles, al mismo tiempo y con dicho virus.

Naturalmente en poco tiempo escuchamos por la radio noticias alarmantes de aquellas zonas, mas tarde vimos escenas sobrecogedoras en la televisión, diez días después nuestro país tuvo sus primeros casos de rabia humana y algunos supimos que el fin estaba cerca.

El Virus VR.

¿Qué hace el VR? Os lo explicare como si vinieseis de Marte y no supierais nada de lo ocurrido ¿vale? Pos fale ahí va, ¿habéis visto esas pelis de zombis de toda la vida? Pues es parecido solo que los afectados no están muertos, están vivos y locos de rabia, solo viven para morder y comerse todo lo que pillan, dado que se huelen unos a otros no se suelen atacar entre sí salvo cuando están realmente hambrientos, buscan y muerden a los “normales” propagando así su infección y pasan de una víctima a la siguiente, sus mordiscos propagan unas bacterias que transforman a cualquier persona normal en uno de ellos en 24 horas, al principio solo devoraban a estas victimas si tenían mucha hambre, ahora y dado que siempre tienen hambre es su modus operandi habitual, el virus solo se contagia de esa manera, si no hay contacto físico por un corte o herida con su saliva o sangre estas a salvo, a no ser que alguno de sus fluidos se meta en tu boca, pues algunos hasta escupen como supe cuando a un vecino mío que estaba mofándose de ellos a través de la verja de su casa le escupieron varios, algún lapo le entro en la boca y al día siguiente él era uno más del grupo de los infectados.

Las similitudes con una peli de zombis acaban ahí, estos no se levantan al morir, se quedan muertos y sirven de buffet libre a los que pasan cerca de ellos, su cerebro sigue activo aunque son muy tontos ya que solo piensan en comer y buscar presas (se orinan y defecan encima) digamos que entre cinco reunirían la mitad del cerebro de un tonto del culo, pero no os engañéis pues si os ven intentaran agarraros y morderos, pues recuerdan algunas cosas como lo que es correr, también saltan si es necesario así como trepar por las vallas y usar palos, piedras o herramientas para romper cristales o puertas, había que tener cuidado con los policías o soldados armados que se transformaban, algunos usaron sus armas aunque dado su estado acertaban una vez de cada cinco y al acabarse la munición te tiraban el arma a la cara, como francotirador que soy mi misión preferente era eliminar a estos individuos antes que a ningún otro.

Su cerebro se deteriora con el tiempo pero muy lentamente, si entran en una casa saben lo que es una nevera y como abrirla para devorar su contenido, pero las latas se les resisten y son incapaces de abrirlas (para ellos es como el algebra, saben que existe pero no para que se usa) generalmente las revientan a base me morder los envases metálicos para comerse su contenido, recuerdan para que son los grifos y los abren para beber pero no los cierran al acabar, con lo que el problema del agua potable es como comprenderéis tremendo.

Sus cuerpos se debilitan por falta de comida y al cabo de un tiempo mueren, siendo rápidamente canibalizados por los demás, últimamente ya no se encuentra mucha comida y los he visto hacer de todo, si no hay “normales” u otros afectados a los que morder y comer se comen la hierba, vi a uno podar un árbol a bocados pues comenzó mordisqueando la corteza del tronco y siguió masticando hasta que se le cayó el árbol encima apastándolo, también he visto a varios comerse un coche desde los asientos a las ruedas, un día me partía de risa cuando un grupo de ellos entro en la gasolinera y se zamparon todo lo que encontraron, incluidas las latas y botellas de plástico con anticongelante y aceites diversos, pues salir de aquel suelo resbaladizo fue una ardua tarea para ellos.

Pero perdonad mi torpeza pues no me he presentado, me llamo Antonio pero mis amigos cuando vivían me llamaban Toni, era buena persona y trabajaba de Policía, en realidad mi puesto era francotirador de los GEOS, ahora soy un cabronazo con suerte, maña y buena puntería, como atestiguan los casi 300 esqueletos que tengo a cien metros de mi “domicilio” en este antiguo cuartelillo de la guardia civil, es parecido a un torreón y está en un pueblo no muy lejos de donde vivía, cuando todo se descontroló salí de mi ciudad sabiendo que aquella antigua torre que ya conocía de antes, me serviría como un buen punto de defensa contra los infectados, cargue mi coche con todo lo que pude de municiones comida, bebida etc. Prácticamente huyendo me fui de allí aquella madrugada para salvar mi vida.

Al llegar a la torre aquella mañana saque mi pistola Glock de la sobaquera, le pegue un tiro al agente Peláez entre los ojos cuando este salió corriendo del cuartelillo hacia mí, gritando con la camisa y la cara rebozada de sangre seca y dispuesto a que yo fuera su desayuno, en el patio no había ningún vehículo así que deduje que alguna patrulla no había vuelto, dentro de la torre estaban los restos del menú del día anterior compuesto por el sargento Bravo y los guardias Pérez y Macias, como rezaban las tirillas de tela en sus chaquetas de uniforme, tanto el sargento como el primero de ellos habían sido mordidos y medio devorados por todo el cuerpo, Macias era una mujer joven y descubrí horrorizado que el cabrón de Peláez la había literalmente comido el coño hasta la pelvis donde contrastando con la sangre de alrededor blanqueaba el hueso.

El tiro había alertado a toda la población de afectados del lugar y estos comenzaban a llegar a la torre, metí mi todo terreno cargado hasta los topes en el recinto amurallado y cerré el portalón de doble hoja de recias maderas, retrocediendo seguidamente con el vehículo y apoyando su trasera contra las grandes y pesadas puertas para asegurarme de que no se abriesen a pesar de los empujones de los de fuera, recorrí toda la muralla viendo como la población entera se hacinaba contra las murallas de piedra de algo más de tres metros que rodeaban el torreón.

Pase por mi coche y recogí mi rifle Remington de mira telescópica y algo de munición, seguidamente subí a lo más alto del torreón y me hice cargo de la situación, casi 200 personas venían por tres lados gritando y rugiendo hacia mí, dispare 20 tiros y volé otras tantas cabezas, mis objetivos no estaban junto a las murallas sino más lejos, no quería que sus cuerpos sirviesen de rampas para que los demás trepasen dicha muralla exterior y entrasen en el torreón, el ímpetu de los atacantes se desmoronó a los pocos minutos y regresaron al pueblo, donde aun debían quedar algunos “sanos” menos belicosos, algunos de los que se retiraban se pararon junto a los que había liquidado a tomar un tentempié.

Aproveche aquella pausa para recorrer el torreón y hacer un inventario de lo que había en el lugar, habitaciones, literas, armeros etc. Descubrí un cetme viejo del 7´62 y casi 200 proyectiles para él, el resto eran tres cetmes modernos del 5´56 y casi 1000 proyectiles en un cajón, cuatro pistolas y un revolver con abundante munición para ellas, en el almacén de decomisos encontré varias escopetas de caza y algunos cartuchos, también había decomisado dos rifles de caza mayor con munición y algún silenciador, en la entreplanta estaba el almacén de comida, ristras de embutidos y un jamón entero junto con latas y mas latas de fabada y cocido barato, unas 50 latas de atún, anchoas y algo más lejos vi sacos de arroz, lentejas y una caja llena de paquetes de espaguetis, en un rincón había una caja de latas de comida para gatos.

En el piso bajo vi el grupo electrógeno y varios barriles de combustible, además yo había visto la gasolinera a la entrada del pueblo según venia, bajé al sótano y encontré las celdas eran tres y todas estaban ocupadas.

Un viejo, un gañan de unos 30 años y una tía de unas 20 eran los huéspedes de las celdas, los tres estaban infectados y al verme se abalanzaron contra los barrotes para cogerme y morder lo que pudieran, saque mi pistola Glock del 9 parabellum y de un tiro le saque la dentadura postiza por la nuca al viejo, el gañan descubrió tras mi siguiente disparo que si se te junta el puente de la nariz por la coronilla te mueres, me quede apuntando a la chica pero no me decidí a matarla, aquellos ojos fieros y el ovalo de su cara me recordaban a mi ex, ella tenía en la camisa manchas de sangre y pensé que sería la que mordió a Peláez, decidí que esta no merecía un final tan rápido.

Subí a la planta principal donde tras registrar los cuerpos de los tres guardias muertos quitándoles documentos y armas los saque al patio, pase por mi coche y recogí mi porra eléctrica que era una de las cosas que si que funcionaban para atontar a los afectados, como descubrimos en la ciudad cuando nos atacaban en masa y las porras normales solo les hacían cosquillas, baje a las celdas y le di una buena sacudida a la chica, cuando cayó al suelo inconsciente abrí las otras celdas, encontré en el suelo de la del gañan al gato del cuartel muerto y prácticamente devorado, lo eche fuera de la celda y saque los cuerpos del viejo y del gañan al patio, comprobé desde la muralla que no había nadie cerca del torreón, pero se escuchaba algo de barullo en el pueblo a unos 500 metros, rápidamente le di un entierro digno al gato tirándolo bien lejos fuera de la muralla, bajé y aparte el coche abriendo una de las grandes y pesadas puertas, seguidamente cogí el cuerpo del sargento y cargándomelo a cuestas lo lleve cerca del de Peláez, allí lo deje caer y recogí el arma y la munición de este volviendo rápidamente al torreón, repetí mis viajes sacando a todos los difuntos del lugar pues no quería correr el riesgo de infectarme ni pretendía oler a cadáver el resto de mi vida.

Volví a pegar mi coche al portalón poniéndole un calzo bajo las ruedas como precaucion adicional, enseguida me dedique a descargar mis cosas y almacenarlas debidamente, tenia mas munición para el rifle y la pistola así mi botiquín con ¿condones…? Bastantes antigripales, pastillas y fármacos diversos, así como bastante comida más o menos fresca, huevos y frutas, también tenia raciones del ejercito y paquetes de comida china deshidratada de esa que solo has de calentarla y añadirle agua, al no tener fecha de caducidad decidí dejarlas al fondo para ser las ultimas raciones en comer.

Recogiendo todo aquel desorden y fregando el lugar limpiándolo de sangre y restos me dieron la hora de comer, me lave a conciencia y cambie de ropa, comí con avidez pues el ejercicio me había abierto el apetito, al terminar decidí ver como estaba mi amiga la de la celda y llevarla los restos de mi comida en un plato de plástico, cogí también el botiquín de emergencia y bajé cuando me vio salto hacia mi furiosa dándose contra los barrotes.

La di otra generosa ración de corriente con la porra eléctrica por cuenta de la casa y cuando cayó al suelo entre en su celda, había quedado bien dormida y procedí a dejarla el plato dentro, mire su cuerpo inspeccionándola sin delicadezas hasta que encontré el lugar donde la habían mordido, era en la pantorrilla y por el radio y el tamaño de la herida había debido de ser un niño el causante, por si se despertaba la sujete con unas esposas las muñecas entre los barrotes de la celda, mis ojos la recorrieron de arriba abajo deleitándome en cada curva de su cuerpo, llevaba algún tiempo sin pareja y la naturaleza… se me irguió, estaba buena la condenada si pasamos por alto el tono pálido de su piel y su propensión a morder, descarte la idea de tener nada con ella al recordar que el virus se transmitía por sangre o fluidos, me senté a su lado y seguidamente procedí a limpiar y desinfectar su herida para posteriormente inyectarla un antibiótico, pues no necesitaba para nada a una huésped con una herida gangrenándosele en mi celda, hasta no encontrar a nadie vivo este era el único chochete de reserva disponible y… me recordaba tanto a mi puta ex.

¿Continuara…?

Bueno lectores, este relato es consecuencia de haber leído los libros de Manuel Loureiro (recomiendo su lectura) titulados “Apocalipsis Z” y “Los días oscuros.” No seáis gorrones (como yo) y compradlos en una librería, mi agradecimiento también a anonimus3 que con su relato:” Uno de… ¿ zombies?” me ha despertado la imaginación para perpetrar este relato.

Como habréis imaginado, el Toni tontea con la idea de tirarse a alguien… ¿comol…? No es zoofilia pues es un ser humano, no es necrofilia pues está viva, creo que lo podemos poner en: no consentido, pero repito la pregunta ¿comol…? Sabiendo lo de los fluidos y la sangre, no digamos si te escupe en la boca y además con un hándicap, que a Toni le encanta hacer y sobre todo recibir sexo oral.

EL VIRUS VR (2)

Aquella noche cerré la puerta del torreón a cal y canto como vulgarmente se dice, dos vueltas de llave y una mesa apoyada contra la puerta con unas cuantas latas vacías encima, para que si alguien empujase dicha puerta se cayeran y el escándalo producido me despertase, dormí bien y me desperté tarde pues el sol ya estaba alto y los pájaros cantaban alegremente, relajado me puse a pensar en qué bien se lo debían estar pasando los pajarillos viendo como los humanos nos autodestruíamos, ellos en caso de apuro solo echaban a volar y se posaban 200 metros mas allá a salvo sobre un árbol.

Desayuné y me fije en las cámaras de circuito cerrado que el torreón tenía en sus muros, el día anterior no las había visto sin duda por tener tantas cosas nuevas a mi alrededor, inspeccione el lugar y descubrí el monitor que las controlaba en el antiguo cuarto de guardia al lado de la cocina, tras un par de intentos conseguí que funcionaran debidamente, ahora podía controlar los alrededores sin exponerme, durante mi búsqueda entre en un pequeño cobertizo que había en la parte este del torreón, encontré útiles de jardinería y semillas, también había dos taquillas sin llave donde encontré dos pares de guantes de boxeo y varias raquetas, dos balones de futbol y tres pelotas de tenis, así como un collar y una correa de cuero para algún perro que habían tenido, se veía que hacía tiempo que no se usaban.

Baje a ver qué hacia mi amiga la del calabozo, de pasada mire en el cuaderno que había en el pequeño cuarto al lado de las celdas y vi la fecha de hacía dos días, allí estaban los nombres del viejo y del gañan muertos, además de un nombre de mujer: Cecilia Borrás de Palo Alto, caramba por el nombre tenía pinta de hija de papa, recordé su ropa y pensé que no parecía la de una campesina, entré y la mire mientras ella me hacia su numerito habitual, lanzándose contra los barrotes y sacando los brazos estirados engarfiando las uñas e intentando cogerme mientras gruñía, la enseñe la porra eléctrica y se echo hacia atrás mientras gruñía sin dejar de mirarla, después de dos sacudidas había aprendido a reconocer y temer aquel objeto, entonces di un paso hacia ella mientras decía:

– Buenos días Ceci, ¿has dormido bien?

Ella me miro inclinando un poco la cabeza y prestándome más atención, ¡había reconocido su nombre! pero la calma no duró mucho pues empezó de nuevo a gruñirme, puse cara de cabreo y la enseñe de nuevo la porra diciéndola:

– Vamos a llevarnos bien ¿vale? Si eres buena comerás, en caso contrario no ¿me entiendes Ceci?

Ella no decía nada y yo aproveche para fijarme en su aspecto y su ropa, era rubia y con el pelo muy largo, unos ojazos de gata de color verde, con la parte blanca surcada de venitas muy rojas me observaban fijamente con furia, bajo ellos una nariz fina y recta de tipo romano, ya sabéis de esas que parecen señalarte de forma agresiva, su boca de labios llenitos tenía esa curvita en el labio superior muy acentuada, ya sabéis era de esas que parecen pedir besos con solo mirarte y te incitan a meter algo en ella, como la lengua ó…algo mas, su camisa abultaba bastante a la altura del pecho y sus grandes pechos se medio distinguían bajo la tela de su escote, lucía un canalillo profundo que en otras circunstancias me produciría un deseo intenso, se apreciaba poco de su cintura pero destacaban mas sus caderas algo más anchas y rotundas, bajo su falda larga se distinguía un trozo de unas piernas firmes y bien torneadas, tenía un par de anillos en los dedos y parecían de los caros, la ropa tampoco era de saldo y aunque rota y manchada la camisa y falda larga eran de marca, mirándola bien en ese momento me di cuenta de que se había hecho de todo encima, tanto el vientre como el culo tenían una gran mancha que pegaba la tela a su cuerpo, por las piernas la bajaba un hilillo húmedo de heces y orina que olía bastante, deje la porra y enganche una manguera a un grifo que había cerca para lavar las celdas, la metí un buen manguerazo lavándola a fondo mientras ella se acurrucaba al fondo de la celda mezclando gemidos, gritos y rugidos a medio camino entre el temor y la furia, despuer la tire una toalla y me fui del calabozo.

Salí al patio a hacer una ronda por mis “dominios” recorrí la muralla y observé, vi los cuerpos de los que mate ayer además de los de los guardias y detenidos que saque del torreón, todos ellos ya eran solo montones de huesos y jirones de ropa, los del pueblo habían tenido cena abundante y gratis esta noche, esperaba que no lo tomasen como una costumbre y se auto invitasen a cenar hoy, estaba ensimismado en mis tonterías cuando recordé lo que había pasado en los calabozos, me llame idiota hasta en suajili pues había desperdiciado un montón de valiosos litros de agua en duchar a la cagona de la Ceci, volví a revisar el torreón y sus alrededores con mis prismáticos hasta descubrir el pozo y su pequeña bomba de agua que proporcionaba el suministro de esta al torreón, estaba a 100 metros de la pared sur de la muralla, si los del pueblo me cortaban la corriente ó esta simplemente se agotaba por cualquier causa, me quedaría seco y podía morir de sed.

Claro que podía llenar botellas y bidones de agua, pero cuando me disponía a hacerlo recordé que en la gasolinera cercana, vendían bidones de 35 litros de agua de manantial, de esos de plástico que venían precintados y por tanto durarían mas en condiciones de uso, que cualquier cacharro que yo pudiera rellenar de forma individual, además tenía que repostar el coche y llenar al menos un par de bidones de combustible para el generador o me quedaría sin luz cualquier día, ¿Por qué esperar? Miré cuanto combustible quedaba y baje dos bidones vacios al coche, así como uno de los cetmes cargado y me puse unas trinchas, con una cantimplora y cuatro cargadores de 30 balas además de mi pistola con dos cargadores de reserva, baje a la celda y sin mediar palabra aplique la porra eléctrica a una de las manos que Ceci saco rabiosamente para cogerme al verme entrar, ella cayó hacia atrás y yo abrí la celda para darla otra corriente en el pecho, aquello la mandó al mundo de los sueños instantáneamente, sin dudarlo la desnude totalmente y tire su ropa fuera de la celda, Salí de allí y mientras cerraba la puerta mire y admire su bonito cuerpo desnudo, mis acciones tenían un motivo, siempre es más fácil lavar un cuerpo desnudo que rodeado de ropa sucia y llena de mierda, se ahorra más agua y si hacia frio la tiraría una manta para que se resguardase y calentase un poco.

Monte en mi coche y salí de allí cerrando bien la puerta desde fuera, tenía claro lo que quería hacer, pues la carretera hacia una forma de U rodeando el pueblo, yo conocía un camino de mis tiempos de excursionista que cerraba aquella U y me permitiría rodear el pueblo totalmente, conduje hacia el sur en lugar de ir hacia la gasolinera que estaba al norte, me encontraba de vez en cuando con algún coche tirado en los arcenes, cuando calcule que estaba lo bastante lejos tanto del torreón como de la gasolinera me pare y con precaución pistola en mano me acerque a un coche que estaba vacío en el arcén, revise su carga y le cogí una mochila con provisiones y alguna herramienta, en el maletero tenía una botella de camping gas que también requisé, las llaves estaban puestas y al girarlas me di cuenta de que el coche tenia batería pero estaba sin gasolina, tome una rama de un metro de larga y la encajé de un empujón entre el techo del vehículo y el volante haciendo que sonara el claxon, volví a mi coche y seguí mi camino rodeando el pueblo hasta la gasolinera, a mi espalda el claxon sonaba haciendo de imán a los infectados pues estos siempre acudían a los ruidos fuertes.

Detuve el todo terreno al llegar a la gasolinera unos 5 Km después, salí del vehículo con el cetme firmemente empuñado, recorrí todo el edificio y su sótano buscando a alguien sano o infectado, pero aquello estaba vacio así que busque el cuadro eléctrico, me daba prisa pues sabía que me podía encontrar en cualquier momento con uno de ellos de camino al sonido de claxon que aun se escuchaba aunque en dirección opuesta al centro del pueblo, localice el cuadro eléctrico y activé los surtidores, sin perder tiempo volví al coche y mientras se llenaba el depósito saque los bidones para rellenarlos de fuel, en ese momento dejo de oírse el sonido del claxon.

El depósito se llenó y puse la manguera en el primer bidón, fui rápidamente a la gasolinera a por los bidones de plástico transparente con agua de manantial, pues sabía que un hombre andando recorre 15 Km a la hora, yo estaba a 5 del vehículo que con su fuerte sonido había atraído a todos los afectados del pueblo, seguramente le habían dado un montón de golpes al coche y finalmente la rama simplemente se cayó dejando de accionar el claxon, ahora todos los que el ruido había atraído se estarían dispersando, tenía como máximo 20 minutos hasta que alguno llegara hasta aquí simplemente andando por la carretera, debía darme prisa.

Cargue dos bidones de agua en el asiento trasero, cambie la manguera al segundo bidón de fuel y volví a por mas agua, repetí la operación volviendo cargado al coche y sacando la manguera del segundo bidón ya lleno del preciado combustible, volví al edificio de la gasolinera y desconecte la corriente para evitar accidentes u otros percances, llene dos bolsas con lo que encontré de refrescos, zumos y golosinas que encontré por el suelo y los estantes, pues aunque los infectados habían estado allí debieron ser pocos los que entraron, pues se dejaron bastantes cosas tiradas pero aun útiles, junto a la caja habían unas revistas guarrillas, pasatiempos y pilas de varios tamaños me lleve un poco de cada cosa, pues pensé que estando tan solo me vendría bien un desahogo de vez en cuando, salí del edificio y baje la persiana metálica aunque sin asegurarla pues no encontré la llave, pero pensé que disuadiría a los afectados a entrar por simple costumbre, además pensé que la siguiente vez que volviera si veía que estaba abierta entraría dispuesto a pegar tiros.

Me metí en el todo terreno y volví al torreón, llevaba dos bidones con más de 100 litros de fuel, el depósito del coche lleno y cuatro bidones de agua de 35 L. con 140 litros en total, además de una carga mixta de zumos, refrescos, chuches y pastelillos además de varias revistas guarrillas y alguna de pasatiempos, además de la mochila cargada de cosas que rapiñé del otro coche y una bombona de camping gas, buena cosecha había realizado en una mañana de trabajo.

Rodee el pueblo según mi plan, por el lado contrario al coche que había usado de cebo, complete el circulo de vuelta al torreón sin ver un alma ni infectada ni sana, metí el coche y di una vuelta inspeccionándolo todo el recinto, descargue el vehículo y metí cada cosa en su sitio ó despensa, después volví a dejar el coche contra el portón de entrada pero esta vez de morro a la puerta por si en algún momento había que salir zumbando.

Vinieron a mediodía, debían de tener hambre y el instinto o el olor de las chuletas que me estaba haciendo antes de que la carne se estropease los debieron atraer al salir el humo por la chimenea, los vi por las cámaras y tome mi Remington con mira telescópica y tres cargadores de 5 balas, subiendo de inmediato a la azotea almenada del torreón.

Eran cerca de 20 venían muy dispersos igual que ayer por tres lados y muy despacio, encaré mi rifle me puse a observarlos por el visor de 8x, estaban los más cercanos a 100 metros y yo les veía hasta los pelos de la nariz, no solo podía volarles la cabeza sino que podía escoger en que parte de ella darles, mi primer disparo tardo unos segundos y el afortunado fue un tío de unos 25 años, el ángulo de tiro era muy agudo pues estaba unos 50 metros de la muralla, le entro por encima de la ceja y la salida del proyectil le arranco el bulbo raquídeo y las primeras vertebras del cuello, una mujer gorda que llevaba lo que parecía un brazo humano fresco y aun goteando sangre en la mano fue mi siguiente blanco, la revente el corazón de un disparo y ella cayó hacia atrás convertida en una gelatinosa montaña de carne muerta, me moví y mate a dos más en distintas zonas del perímetro pero no muy cerca de la muralla.

Baje a la cocina y retire mis chuletas del fuego poniéndolas en un plato y volviendo a subir a la azotea, me senté en una silla que tenía allí de esas de camping y comí, me entretenía viendo como aquellas cosas que antes eran gente se apretujaban contra la muralla pero sin poder hacer nada más, ni trepar podian pues no había cuerpos sobre los que subirse, de vez en cuando decía:

– ¡Tu, el raro! Toma bicho, come algo que me das pena.

Les tiraba un hueso o un trozo de carne a la cabeza, aquello les volvía locos y luchaban entre ellos para conseguir lo que les había tirado, se herían bastante en aquellos ataques furiosos pero pese a las dentelladas y agarrones que se daban no murió ninguno al pie de la muralla, volví al interior del torreón y lave mi plato sentándome frente al monitor a ver qué hacían, media hora después y al no verme en lo alto el grupo se dirigió a los cadáveres recientes y se los comieron, luego volvieron al pueblo.

Yo abrí una lata de comida para gatos y puse la mitad en un plato de plástico, baje a ver a Ceci y le pase su ración por debajo de los barrotes con una escoba, ella agarró codiciosamente el plato y se fue al rincón de la celda donde se puso a comer ansiosamente con los dedos, yo miraba su cuerpo desnudo y algo sucio, el deseo aumento y me hice una paja mirando sus grandes pechos y el leve balanceo de su cuerpo mientras ella comía.

¿CONTINUARA…?

Como veis la idea de Toni de tener sexo con la infectada Ceci, se va abriendo paso en su mente pero ¿es posible, cómo y por donde? Lo descubriremos en el siguiente capítulo, se aceptan sugerencias.

Nota: Todo parecido personal de Hechos, lugares o nombres de este relato es ficticio, no se ha dañado físicamente a ningún infectado del virus VR. Mientras se perpetraba este relato.

¡Sed felices!

Se aceptan ideas.

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 8” (POR GOLFO)

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Los miedos de la mulata
Esa noche caí rendido y no me desperté hasta que, sobre las diez, alguien entrando en la habitación me llamó la atención. Agotado después de una noche llena de pasión y sexo, a duras penas, abrí los ojos y al hacerlo lo primero que vi fue a Estrella velando mi sueño. Arrodillada junto a mi cama y con el collar que la puse parecía una diosa.

― ¿Qué haces? – pregunté al observar la expresión tan extraña con la que esa monada me miraba.

Con alegría, contestó:

―Admirando a mi nuevo dueño.

Su respuesta me intrigó y deseando conocer un poco mas a la mulata, le pregunté que tal era el antiguo.

― Era buen hombre y exigente pero no tiene nada que ver con usted.

― ¿No entiendo a qué te refieres?

―Don Manu era mayor y no tenía su vitalidad, a duras penas me usaba mas de tres o cuatro veces por semana.

Me sorprendió que, siendo una mujer tan bella, su amo la usara tan poco y por ello quise saber qué edad tenía. Bajando su mirada, contestó:

―Murió con setenta y dos años.

― ¡Era un viejo! ― exclamé al oírlo porque siendo ella tan joven, ese hombre le debía llevar al menos cincuenta años.

Defendiendo a su antiguo mentor, Estrella respondió:

―Lo sé, pero estaba completamente enamorada de él y cuando me dejó, sentí que mi vida no tenía sentido.

Advirtiendo su tristeza, dejé que se desahogara mientras me contaba que el tal Manu la había acogido en su casa cuando era una quinceañera conflictiva y no solo le había dado un hogar, sino que había sido él quien había conseguido que estudiara.

―Si llegaba con una nota menor a notable, sabía que mi amo me daría una paliza y por ello conseguí acabar enfermería.

En su tono no había rencor sino amor. Se notaba que había adorado a ese sujeto y que todavía le echaba de menos.

―Le sonará ridículo, pero en su recuerdo decidí cuidar a personas mayores porque de cierta forma así podía devolver el cariño que él me dio.

―De ridículo nada, es lógico. Es más, compartes vocación con tu matriarca― respondí mientras pensaba que a una mujer tan buena no le iba a resultar difícil integrarse en la peculiar familia que había creado con las gemelas.

Una sonrisa iluminó su cara al oírme, al saber que la entendía y queriendo cambiar de tema, me miró diciendo:

―También deseo cuidar de usted.

Me enterneció el fervor con el que me lo dijo y llamándola a mi lado, la abracé. La morena buscó mis besos con la pasión de la noche anterior y sintiendo la presión de mi pene entre sus piernas, intentó empalarse con él.

―Tranquila― murmuré― esta mañana soy yo quien va a cuidarte.

Mis palabras la confundieron e intentando protestar, me dijo que no se lo merecía porque solo era una esclava. Comprendí que, aunque tenía idolatrado a su antiguo dueño, ese hombre nunca le había mostrado el mínimo afecto y por ello, mordiendo suavemente su oreja, susurré en su oído:

―No discutas mis ordenes o tendré que castigarte.

La amenaza surtió efecto y sin saber cómo comportarse, respondió:

―Soy suya.

Su quietud me permitió observarla. Además de joven, Estrella era una mujer bellísima. Su piel morena contrastaba contra el blanco de las sábanas, dotándola de una sensualidad sin paragón.

―Eres preciosa― comenté admirando la perfección de sus facciones y la rotundidad de sus curvas.

―Por favor, no me mienta. Sé que solo lo hace para agradarme ― respondió con lágrimas en los ojos.

Me indignó saber que lo decía en serio y levantándola de la cama, la llevé casi a rastras hasta el espejo.

―No te miento. ¡Mírate y dime que ves!

―Una vulgar negra― sollozando contestó.

Que viera en su color de piel una especie de estigma, me pareció inconcebible porque era algo que me encantaba de ella. Por ello, poniéndome a su lado comenté:

―Déjate de tonterías y compárate conmigo. Mientras yo soy leche, tú eres azúcar morena. Dulce y sabrosa.

Estrella sonrió amargamente al escuchar mi piropo, todavía creyendo que se lo decía para complacerla.

―Por favor― insistí― fíjate bien. Tienes unas facciones preciosas. Ojos grandes, nariz recta y unos labios carnosos que apetecen devorar.

―Amo, no me importune más. Todo en mí es vulgar.

Asumiendo que esa reticencia a aceptar lo obvio era algo grabado en su cerebro por años de maltratos continuados, decidí cambiar de estrategia.

― ¿Te parece guapa tu matriarca?

―Sí amo, doña Irene es una mujer bellísima.

― ¿Y Ana?

―Igual.

Viendo que al menos en lo que se refería a las gemelas era objetiva, pregunté:

― ¿Entonces tengo buen gusto a la hora de elegir mis sumisas?

―Por supuesto, amo. Cualquier hombre soñaría con poseer a cualquiera de ellas.

― ¡Exacto! Todas mis mujeres son increíbles y tú entre ellas. Nunca te hubiese aceptado si no llegas a ser maravillosa.

Al escuchar que realmente la consideraba bella, se quedó pensando y viendo que había abierto una brecha en su coraza, continué:

―Es más, la primera vez que te vi en lo único que podía pensar era en lo buena que estabas y que en me gustaría verte algún día con mi collar.

―Amo, exagera― contestó insegura.

―No lo hago― repliqué con voz firme para acto seguido, poniéndome a su espalda, la giré hacia el espejo y acariciando sus impresionantes pechos, murmuré: ―Tienes unos senos que piden a gritos ser besados.

La mulata gimió descompuesta al sentir mis dedos recorriendo sus negras areolas:

―Amo, son suyos.

―Me enloquecen tus pezones. Si fuera un niño, me pasaría todo el día mamando de ellos.

Casi se desmaya de placer al sentir que la regalaba sendos pellizcos en ellos y aún más al notar la presión que mi pene ejercía sobre su trasero. Asumiendo que la percepción que tenía sobre ella misma estaba cambiando, dejando caer una mano, comencé a alabar la firmeza de su estómago.

―Tienes un cuerpo de diez y tu piel es suave pero lo que más me gusta es… ― no terminé.

Durante unos segundos, la mulata esperó a que se lo dijera, pero viendo que no seguía, me preguntó:

―Amo, ¿qué es lo que más le gusta de mí?

No contesté verbalmente. Llevando mi mano hasta su entrepierna empecé a masturbarla mientras mantenía mis ojos fijos en los de ella a través del espejo.

Como había previsto, Estrella se derritió como un azucarillo al notar mi caricia sobre su sexo. Totalmente excitada, separó sus rodillas mientras me decía:

― ¿Es mi coño?

Sonreí sin responderla y sin dejar de jugar en su vulva, nuevamente pellizqué su pecho. Ese doble ataque demolió sus defensas y si no llego a tenerla abrazada, a buen seguro hubiese caído al suelo al verse poseída por el placer.

―Amo, lo siento― se disculpó pensando que me molestaba que se hubiese corrido.

Sosteniéndola con mis brazos, seguí torturando su clítoris con mayor determinación mientras le decía al oído:

―No tienes nada que perdonar, ¿no te das cuenta de que me gusta verte disfrutando?

Mi permiso provocó que su sexo se desbordara y olvidando el ardiente flujo que caía por sus muslos, con la voz entrecortada me soltó:

―No lo entiendo. Soy yo quien le debe dar placer.

―Y lo harás princesa, pero ahora es tu turno. Un buen amo se preocupa ante todo por el bienestar de sus sumisas.

Para ella, que su dueño pensara primero en ella era algo nuevo, pero no queriendo llevarme la contraria, disfrutó del orgasmo restregando sus nalgas contra mi erección.

―Amo, no me ha contestado― se atrevió a decir al ver que no me separaba: ― ¿Es mi trasero lo que más le gusta?

Soltando una carcajada, respondí:

―Tienes un culo extraordinario.

En su calentura, Estrella intuyó que me apetecía usarlo y apoyando sus manos en el espejo, me miró:

―Su sierva necesita sentir el pene de su dueño y un buen amo siempre busca satisfacer a sus sumisas.

Que usara mis propios argumentos para que la tomara, me hizo gracia y dando un sonoro azote sobre una de sus nalgas, la atraje hacia mí.

―Mi cachorrita aprende rápido― murmuré mientras le mordía el lóbulo de su oreja.

Riendo a carcajada limpia, Estrella se apartó de mí y a cuatro patas, me ladró haciéndome saber que quería que la tomara en plan perrito. No tuvo que insistir y acudiendo a su llamado, mojé mis dedos en su coño. La mujer al notar a mi mano jugueteando con su botón, volvió a ladrar con insistencia. Conociendo su temperamento ardiente, no me hice de rogar y me agaché a probar el sabor de su coño. Mi lengua recorrió todos sus pliegues antes de llegar a tocar su clítoris. La lentitud, con la que me fui acercando y alejando de mi meta, hizo que, al apoderarme de su erecto botón, su sexo ya estuviera en ebullición.

Para entonces, mi pene pedía acción y al comprobar que Estrella no dejaba de gemir y de jadear cada vez que mis yemas pasaban cerca de su entrada trasera, decidí cambiar de objetivo. Aun sabiendo que la noche anterior había desflorado su trasero, decidí tomarlo con cuidado. Por eso me levanté al baño por un bote de crema. Al volver mi mulata seguía en la misma postura.

No me costó saber que estaba nerviosa y por ello, abrazándola por detrás, acaricié sus pechos para tranquilizarla. Creyendo que había llegado el momento, su reacción fue pegarse a mí, poniendo mi pene en contacto con su cerrado ojete.

―Tranquila, perrita― susurré al darme cuenta de su urgencia.

Obediente, se quedó quieta esperando acontecimientos. Echando un buen chorro de crema sobre su trasero, comencé a darle un masaje.

Fue entonces, cuando realmente tomé constancia de hasta donde llegaba su calentura y es que, por sus gritos, cualquiera diría que mis manos la quemaban. El sudor que surcaba su espalda y flujo que manaba de su sexo eran señales claras de su excitación. Totalmente anegada, casi llorando me rogó que la tomara cuando con mis dedos separé sus cachetes.

Su súplica me excitó y perdiendo el control, forcé su entrada con mi lengua. Incapaz de soportar su calentura, la mulata comenzó a masturbarse. Cogiendo un poco de crema entre mis dedos, tanteé su entrega untando los alrededores de su esfínter antes de introducir un primer dedo en su interior.

No pudo evitar un jadeo al sentir que mi yema forzaba su entrada, pero no se quejó y paulatinamente la presión fue cediendo y su excitación incrementando hasta que chillando me pidió que la penetrara.

―Dime que te encuentras preciosa― comenté mientras le introducía un segundo dedo.

La reacción de la sumisa no se hizo esperar y levantando el trasero, me contestó desesperada:

―Soy preciosa.

Deseando que tuviera claro lo guapa que la encontraba, seguí metiendo y sacando mis dedos del interior de su trasero, insistí:

―Repite, mi amo encuentra irresistible a su negrita.

Mi afirmación consiguió su objetivo porque mientras la repetía, se volvió a correr, lo cual aproveché para acomodar mi pene entre sus nalgas. Al sentir mi glande jugando con su culo, buscó que la tomara moviendo sus caderas.

―Mi bella está cachonda― dejé caer al observar cómo su cuerpo reaccionaba a mis caricias.

Completamente en celo, nuevamente presionó mi erección con su culo mientras me decía:

―Su bella está cachonda.

Me divirtió que presa de la excitación, repitiera mis palabras sin habérselo pedido. Apiadándome de ella, posé mi sexo en su esfínter y casi sin buscarlo, introduje unos centímetros mi verga en su interior. La vi morderse los labios intentando no gritar y por ello, aguardé a que se acostumbrara a tenerme dentro de ella.

Cuando consideré que estaba lista, empecé a moverme lentamente, aunque siguiera quejándose. Sus protestas desaparecieron cuando dándole un azote le exigí que se masturbara. Mi ruda caricia la excitó y con pasión me rogó que continuara. Creyendo que se refería al sexo anal, aceleré mis estocadas.

―Amo, esta perrita necesita sus azotes― gritando me aclaró.

Aceptando sus deseos, marqué el ritmo de sus caderas con golpes sobre su trasero hasta alcanzar una velocidad brutal. La violencia con la que la sodomizaba la llevó en volandas hacia el orgasmo y demostrando su entrega, no paró de aullar su gozo cada vez que sentía mi extensión clavándose en su interior.

― ¡Me encanta! ― chilló al sentir que su cuerpo era zarandeado por el placer.

Al escuchar su pasión y sentir como se corría bajo mis piernas, no me pude retener más y regando con mi simiente sus intestinos me desplomé sobre ella.

Estrella me acogió entre sus brazos y sin pararme de besar me agradeció el placer que le había regalado. Su alegría me gustó, pero lo que realmente me hizo saber que había triunfado fue cuando cogiéndola del collar que llevaba en el cuello, la pregunté cómo se sentía.

―Esta hermosa negrita está feliz al saber que su dueño la desea― respondió.

 

“UN CURA ME OBLIGÓ A CASARME CON DOS PRIMAS” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Después de dos años trabajando como médico para una ONG en una lejana aldea de la India, llega la hora de la partida para nuestro protagonista pero entonces un monje capuchino que llevaba toda la vida trabajando para aligerar el sufrimiento de esa pobre gente, le pide un favor que no solo choca frontalmente contra la moral de ese sacerdote católico sino que a todas luces resulta inasumible para un europeo.
Esa misma mañana se ha enterado que un policía corrupto pretende a dos jóvenes de esa etnia y para salvarlas de ese cruel destino, el cura le pide que se case con ellas y se las lleve a España.
Nuestro protagonista no tarda en descubrir durante la boda que aunque ese santurrón le había asegurado que las hindúes sabían que era un matrimonio ficticio, eso no era cierto al oír que esas dos primas juraban ser sus eternas compañeras.

HISTORIA CON OCHO CAPÍTULOS TOTALMENTE INÉDITOS, NO PODRÁS LEERLOS SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO CON MÁS DE 150 PÁG.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y los dos primeros capítulos:

 
INTRODUCCIÓN

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas Contra El Hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde curraba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
―Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
―Pedro― me dijo sentándose en un banco, ―sé que vuelves a la patria.
―Sí, Padre, me voy en siete días.
―Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco.
La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:
― Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia― no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían.
Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo:
―Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de su hija y de una prima que siempre ha dependido de ella con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos.
―¿Cuánto dinero necesita?― pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
―Poco, dos mil euros…― contestó en voz baja ― …pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
―Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?
―Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
―Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
―Pedro, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato― contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: ― Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos euros.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme le dije:
―Padre Juan, es usted un cabrón.
―Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y ¡quién soy yo para comprender los designios del señor!…

CAPÍTULO 1 LA BODA

Esa misma tarde en compañía del monje, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote. Allí me enteré que para ellos y según su cultura las dos crías eran hermanas al haberse criado bajo el mismo techo. Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
―Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
―El jefe de la policía local― respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: ―No querrás que vayan como pordioseras.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle a sus mujeres. Afortunadamente vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus niñas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
«¡Coño! Si la madre me pone bruto, ¿qué harán las hijas?», recapacité un tanto cortado esperando que el monje no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
―Te está purificando― aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
―Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
―Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
―En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño pero su misión es dejar agotado al novio.
―No entiendo.
―Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso.
No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.
Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa tratando de congraciarse con el rico extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al misionero, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano. Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
―¡Qué va! Son dulces y obedientes― contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: ―Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú.
Lo salvaje del trato al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó a mis brazos y en voz alta pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
―Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje.
―Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales.
―Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales.
―Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos.
―Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
―Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros.
«¡Puta madre! A mí me da lo mismo pero si estas crías son practicantes, ¡han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente!», pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura: «¡Será cabrón! Espero que me explique qué es todo esto».
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos, fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El sacerdote, con una sonrisa, respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del trato.
―Pedro, si tienes algún problema, llámame― dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.

CAPÍTULO 2 EL VIAJE

En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos primas.
Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
―El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi prima ni yo los necesitamos― me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
«El dueño de la casa donde viviremos», tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la India las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
―Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su prima Dhara, empezó a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
―Debemos probarnos sus regalos.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
―¿Y?
―Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido.
Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:
―Son muy guapas sus esposas― dijo en un perfecto inglés ― se nota que están recién casados.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntó cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado estar, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su prima se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
―Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo.
―No tengo ninguna duda― contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su prima no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y qué decir de su trasero: ¡sin un solo gramo de grasa era el sueño de cualquier hombre!
«Menudo panorama», pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. «El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa».
―Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre― me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación ―sabremos hacerle feliz.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su prima, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las primas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India. Por eso no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
«¡Cómo echo de menos un buen entrecot!», pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
―Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, contestó:
―Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección― tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
―Temo que es mucho. No podrán terminarlo.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
―Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo― y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente, ¡cogió mi mano en público!
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
―Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su prima ésta cogiendo mi mano, la pasó por su ombligo mientras me decía:
―Un buen maestro repite sus enseñanzas.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad. Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezar a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, susurró:
―Déjenos.
Los mimos de las primas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su prima me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
―Gracias.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, “su madre” al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana la violó para posteriormente ponerla a servir en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a qué se dedicaba. Por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
«Menuda vida», pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo cuando con voz seria Dhara me replicó:
―El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas. Pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos.
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna, que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
―¿No nos venderá al llegar a su país?
Al escucharla comprendí su miedo y acariciando su mejilla, respondí:
―Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís.
Escandalizadas, contestaron al unísono:
―Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será.
Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras. Tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:
―Mi prima ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
―Tenemos toda una vida para lo hagas.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su prima se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
―Disculpe que le pregunte: ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda. El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué que no tenía ninguna mujer. También les pedí que como en España estaba prohibida la poligamia al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que si les preguntaban confirmarían mis palabras.
―Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión.
Dhara al oírme me dio un beso en los labios, lo que provocó que su prima, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por hacerlo en público.
«¡Qué curioso!», pensé, «No puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño».
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
«No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari», me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
―Están casadas― solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado y al explicarle el motivo se sonrió y excusándolo, dijo:
―No se debe haber fijado en que llevamos el bindi rojo.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó cómo se distinguía a una mujer casada. Sin ganas de explayarme y señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una porque no quería que pensaran mal de ellas.
―No te entiendo― dije.
―No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría. Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida. Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salido y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos primas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con Lourdes, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuándo había vuelto.
―Ahora mismo estoy aterrizando― contesté.
―¡Qué maravilla! Ahora tengo prisa pero tenemos que hablar. ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? Y así nos ponemos al día.
―Hecho― respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación, estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su prima en español para que yo me enterara:
―¿Has visto a esa mujer? ¿Quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su prima:
―Debe de ser de su familia porque si no lo es: ¡este viernes escupiré en su sopa!
«Mejor me callo», pensé al verlas tan indignadas y sabiendo que esa autoinvitación era un formulismo que en un noventa por ciento de los casos no se produciría, me subí al siguiente taxi. Una vez en él, pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal.
Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porqué había tan pocas bicicletas y dónde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, para acto seguido explicarles que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
―La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos― dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté qué había dicho, la pequeña avergonzada respondió:
―No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi prima que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.
Ante semejante burrada ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada. Al ver que no me había disgustado, las dos primas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos.
Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella respondió:
―No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo― respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
«O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol», pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
―¿Qué os ocurre?― pregunté.
―Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una mansión de piedra.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje, les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, pregunté que era:
―Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su prima. Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a asimilar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto. Por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos primas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor arrodillándose a mis pies dijo:
―Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes tenemos que preparar cómo marca la tradición el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas.
«¡Mierda con la puta tradición!», refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su prima a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.

 

Relato erótico: “Intercambio de favores” (POR DOCTORBP)

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-No te preocupes, ¡eh! – le previno de antemano – Montse ha tenido un accidente, pero está bien.

¡Que te jodan! pensó Ricardo. Pues claro que pensaba preocuparse por su queridísima amiga. Sólo el pensar que podía haberle pasado algo… su corazón se encogió y quiso saber más. El novio de Montse continuó contándole lo que había pasado y, aunque Ricardo se quedó más o menos tranquilo, no tardó en llamar a su amiga.

La conversación con ella fue corta y, aunque pudo comprobar que la mujer se encontraba bien, no pudo evitar una sensación de mal cuerpo generalizada, una unión de diversos factores de toda índole. Desde haberse enterado un día tarde, a través de Ismael, sin la mera posibilidad de haber estado al lado de Montse en un momento tan jodido hasta haberla escuchado tan apagada durante una conversación corta que le supo a poco pasando por el hecho en sí, un accidente tan grave en el que su mejor amiga podría haber salido mucho peor parada de lo que finalmente había sido.

La tarde anterior Montse había tenido un grave accidente de coche. Distraída, pensando en lo que acababa de sucederle en el trabajo, no pudo esquivar el vehículo de delante que acababa de frenar inesperadamente. El coche había quedado destrozado y, por suerte, ella se encontraba relativamente bien.

A pesar de haber salido ilesa de un accidente tan grave, Montse se había dañado las cervicales. Cuando Ricardo habló con ella por primera vez ya estaba de baja, en casa, y con un collarín en el cuello. Montse tenía mareos, pero no había nadie que pudiera quedarse con ella en casa así que la preocupación de su amigo aumentó al saber que pensaba darse una ducha.

-¿Y qué pasa si te mareas mientras estás en la ducha? – le preguntó.

-Tranquilo, ya he quedado con mi hermana que antes de entrar a la ducha le haré una perdida y si no se la repito pasado un tiempo prudencial ya sabrá que me ha pasado algo – le respondió ella halagada por la preocupación de su amigo.

Ricardo se quedó más tranquilo sabiendo que Montse ya había tomado ciertas precauciones, pero aún así quiso asegurarse por sí mismo del bienestar de su amiga llamándola al poco rato. No tardó en arrepentirse ya que no recibió respuesta, pero no sabía si el motivo es que había pasado algo. Impaciente, se tranquilizó pensando que tal vez aún se estaba duchando o había terminado y no había visto su llamada. Lo volvió a intentar y obtuvo el mismo resultado aumentando su ya de por sí alterado nerviosismo. Pensó en llamar a Ismael, pero no quería alarmarlo sin estar seguro de lo que pasaba y era imposible que él mismo acudiera puesto que no tenía posibilidad de entrar al piso si había pasado algo o la certeza de que simplemente Montse hubiera salido a comprar el pan y no pasara nada. Estaba al borde de la desesperación cuando por fin sonó su móvil.

-¡Ups! Acabo de ver tu llamada ahora – le dijo Montse.

-¡Ah! ¿Ya te has duchado? – intentó aparentar serenidad – no sabía si te había pasado algo o no y ya no sabía qué hacer.

La mujer se rió.

-No, tonto, aún no me he duchado. Voy ahora.

-¡Espera! – la cortó.

-¿Qué? – preguntó sorprendida.

-Ahora mismo voy para allá. Tú no puedes ducharte sola. Si te pasa algo me muero.

-¡Anda, anda! No seas exagerado – le recriminó – Además, no pensarás estar presente mientras me ducho, ¿no? – le soltó con perspicacia.

Ricardo no lo había pensando y se lo imaginó. Le gustó la idea. Le gustó mucho. Recordó su primer y único encuentro sexual con su mejor amiga hacía un año en la ducha de una casa rural que compartían con sus respectivas parejas y el resto de amigos comunes. Desde entonces su amistad se había reforzado si cabe, la complicidad entre ambos había aumentado y la confianza era extrema. Sin embargo, Montse se había ocupado de dejar claro a su mejor amigo que aquello no había sido más que un hecho aislado. Y Ricardo lo aceptó por el bien de todos.

-Pues debería, pero al menos que esté en tu casa por si te pasa algo.

-¡No digas tonterías! Que no hace falt…

-Voy para allí y punto – la cortó.

-¡Ricardo!

-Montse, digas lo que digas voy a salir de trabajar y voy a ir para tu casa así que espérate para meterte en la ducha. No me hagas hacer esto en balde.

-Ahora en serio, Ricardo…

-Estoy cerrando… prométemelo… tardo una hora en llegar.

-Ricardo…– se resignó finalmente – está bien. Eres idiota.

-Yo también te quiero. Hasta ahora.

-No tardes – y suspiró resignada.

Ricardo fue todo lo rápido que pudo y, como le había dicho a Montse, en aproximadamente una hora se presentó en su casa. Cuando la vio se le partió el alma. Con el collarín y la carita de cordero degollado aparentaba una fragilidad que le evocó ternura. Se alegró de verla aunque fuera en aquellas circunstancias.

-¿Ya puedo ducharme? – ironizó.

-Sí, claro. He estado pensando…

-Dime – Montse se temió lo peor.

-Tú te duchas solita…

-¡Evidentemente! – le cortó algo seca.

-… pero dejas el pestillo sin poner – prosiguió intentando ignorar el brusco corte que le acababan de pegar – y si pasa cualquier cosa o necesitas algo me llamas y podré entrar sin problemas.

Montse se quedó dubitativa y finalmente accedió sabiendo que en ningún caso le llamaría estando desnuda así que no le pareció mala solución.

-Estaré atento – bromeó Ricardo cuando Montse entraba al cuarto de baño y cerraba tras de sí.

Montse empezó a desnudarse mientras dejaba caer el agua para que alcanzara la temperatura deseada. Lo último que se quitó fue el collarín y al hacerlo sintió un pequeño mareo. Por unos instantes el dolor pareció que la haría desplomarse, pero se recompuso y pudo introducir su magullado cuerpo bajo la reconfortante ducha de agua caliente.

Todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, pasados unos minutos, Ricardo oyó un golpe seco. Se asustó.

-¿Montse?

El silencio era la única respuesta.

-¡¿Montse?!

Nada. Insistió, esta vez aporreando la puerta con fuerza.

-¡Montse! ¿estás bien? No me asustes.

Por un momento pensó que su amiga estaba bromeando, pero el golpe había sido lo suficientemente grande como para temerse lo peor.

-¡Voy a entrar! – gritó mientras giraba el pomo de la puerta. Por un instante pensó que la muy cabezona habría puesto el seguro y no podría entrar a socorrerla, pero el pomo giró y la puerta se abrió lentamente, temeroso de encontrarla tan normal, bajo la ducha, desnuda, y que se pensara lo que no era.

Al verla tirada en el plato de ducha el corazón se le puso a mil por hora. Corrió a socorrerla.

-¡Montse! Montse, ¿me oyes? – le preguntaba mientras comprobaba que no estuviera sangrando por haberse golpeado la cabeza.

Al asegurarse de que no estaba sangrando intentó despertarla con tímidos golpes en el rostro, pero la mujer no reaccionaba. Se calmó al ver que su respiración era normal y no tenía signos evidentes de un golpe demasiado grave. Y en ese instante se fijó en el cuerpo desnudo de su amiga. Ante sus ojos estaba el precioso cuerpo moreno que había anhelado desde su affaire en la ducha de la casa rural y ahora lo tenía a su merced. Se fijó en las prominentes ubres y en su pubis no completamente rasurado.

El conflicto se apoderó de su mente. No quería aprovecharse de la situación y de su indefensa amiga, pero… por un pequeño magreo no pasaría nada pensó. Acercó temeroso una mano hacía uno de los pechos de su amiga. Lo sobó con cuidado notando su tierno contacto y automáticamente su pene se puso rígido como una barra de metal. Tuvo que cambiar de postura para que la erección no le doliera.

Aún con la mano en la teta de Montse, ella abrió ligeramente un ojo. Ricardo, que estaba atento, reaccionó rápido retirando la mano e intentando alzar el cuerpo inerte que yacía en el plato de ducha.

-¿Estás bien? – preguntó intentando disimular – Has debido darte un golpe y te has quedado inconsciente durante unos instantes.

Montse, ante aquellas palabras, pareció reaccionar rápido, dándose cuenta en seguida de lo que ocurría. Rápidamente apartó a su amigo de su lado y se hizo un ovillo, pudorosa, intentando ocultar cualquier parte de su cuerpo a la abrasiva mirada de Ricardo.

-¿Podrías dejarme sola, por favor? – le recriminó sin demasiados aspavientos, agradecida por la ayuda que suponía había recibido.

-¿Piensas seguir con la ducha? – le inquirió preocupado Ricardo.

-Sí – respondió ella con clara rotundidad, como si no hubiera otra respuesta posible.

-Lo siento, pero no pienso dejarte sola – insistió Ricardo tras comprobar lo que podía pasar si se dejaba a la enferma sin asistencia.

-Pues más lo siento yo, pero no pienso ducharme delante de ti. De hecho, hace rato que deberías haberte marchado. De buen rollo, eh… pero entiéndeme – suavizó la situación mirando hacia su cuerpo desnudo, aún oculto tras el ovillo que ella misma había formado con sus brazos y piernas.

-Montse, acabas de desmayarte y te has golpeado a saber dónde. Te podrías haber dado en la cabeza, habértela abierto y ahora estaríamos todos lamentándolo. No pienso dejar que te duches sola.

-Pues yo tengo que ducharme, necesito ducharme – insinuó que ya no se sentía cómoda sin un lavado.

-Está bien, pues yo te ayudo – propuso Ricardo, aún nervioso por la mezcla del susto por lo que le podría haber pasado a su amiga y la excitación que la visión de su cuerpo y el contacto con su seno le había provocado.

-¿Tú estás loco? – preguntó retóricamente dejando claro que era una idea absurda.

-Mira, tú te duchas así sentada como estás ahora y así no hay peligro de que te caigas. Y en la espalda donde no llegas te ayudo yo. ¿Hay trato o no hay trato?

Montse pensó que tenía razón. Cada vez que se quitaba el collarín sufría intensos mareos y en cualquier momento podía volver a desmayarse con graves consecuencias. La solución propuesta por Ricardo no era tan grave si suponía que enjabonarle la espalda no era nada demasiado fuerte.

-Está bien, pero hasta que no me toque la espalda te das la vuelta y no miras, ¡eh! – espetó con firmeza, ruda, dejando claro que cualquier otra opción sería desestimada.

-Vale, me parece correcto. Pero mejor empezamos por la espalda y luego te puedes enjabonar el resto sin mi ayuda. ¿Te parece?

-De acuerdo.

Ricardo se acercó nuevamente a su amiga, cauteloso. Sonrió, pero Montse no le devolvió la sonrisa. Cogió el teléfono de ducha y mojó la espalda de Montse que seguía hecha un ovillo. Ricardo pasó su mano libre sobre la mojada piel de su amiga, acariciándola. Montse pensó que aquel gesto no era necesario, pero no le dio mayor importancia.

El hombre retiró el agua y cogió el jabón echando un poco sobre la maltrecha columna de la accidentada. Nuevamente posó una de sus manos sobre la espalda de ella y la movió esparciendo el jabón. En seguida la otra mano se unió a la tarea y así Ricardo se deleitó recorriendo cada centímetro de piel de la espalda de Montse. Aquel gesto tan simple fue suficiente para volver a provocarle una erección y es que el contacto, por pequeño que fuera, con aquel monumento era sublime.

Montse parecía más relajada. Su cuerpo no estaba tan tenso y el ovillo no parecía tan compacto. Ricardo pudo apreciar como ahora gran parte de los senos eran visibles cosa que no ayudaba a bajar el hinchazón que tenía entre las piernas.

Efectivamente, ella estaba más relajada y es que era agradable que alguien la duchara, la enjabonara y más con lo dolorida que se encontraba. Por instantes pensaba que le encantaría que Ricardo siguiera con el resto del cuerpo, pero en seguida se daba cuenta de que no podía ser.

Las manos de él estaban en la parte baja de la espalda. Ya no había nada más que enjabonar, pensó Montse, cuando Ricardo la sorprendió introduciendo las manos dentro del ovillo, acariciando su vientre.

-Ricardo… – le recriminó.

-Ya que estoy… – tentó a la suerte.

Montse había aflojado aún más la pelota que había hecho con su cuerpo, dejando que su amigo le enjabonara la tripa. Las piernas de Montse estaban completamente selladas y recogidas con lo que Ricardo no podía ver su sexo, únicamente intuía su pubis. Sin embargo, los pechos de la escultural mujer ya estaban a la vista del hombre que la cuidaba.

-Venga, y ahora el culete – le bromeó Ricardo con la esperanza de que Montse accediera.

Y a regañadientes, pero accedió. Intentó alzar el culo para que su amigo accediera, pero en la postura en la que estaba era imposible.

-Es que no puedo… – puso voz de pena provocando la sonrisa de su feliz amigo.

-Ven, yo te ayudo – le dijo él, incorporándola para que se pusiera de cuclillas. Y en esa postura, introdujo una mano bajo su cuerpo, manoseándole las nalgas.

Tras lanzar un nuevo chorro de jabón en la parte baja de la espalda de Montse de forma que se fuera deslizando hasta su trasero, Ricardo introdujo una de sus manos en la raja del culo de su amiga, deslizando uno de sus dedos acariciando el dolorido ano de la mujer. En ese instante Montse, recordando lo sucedido hacía tan sólo unas horas, soltó un levísimo suspiro que el hombre pareció escuchar con lo que se entretuvo en la zona masajeándola circularmente hasta ejercer una ligera presión en el agujero de la chica.

-Ya basta Ricardo – le recriminó.

Montse estaba disfrutando con las atenciones de su amigo. Aunque estaba yendo mucho más allá de lo permitido, de antemano no pensó que fuera tan placentero que la ducharan como si de una niña pequeña se tratara. Así que decidió dejarle hacer parándolo cuando creyera que se sobrepasaba. Lo malo es que cada vez le costaba más tomar la decisión de pararlo puesto que la idea de que se sobrepasara empezaba a excitarla demasiado.

El recuerdo de todo lo vivido con su mejor amigo, más concretamente, de la última vez que habían compartido ducha y, sobre todo, del morboso intercambio de fotos que lo había provocado era enormemente placentero. Tampoco ayudaban las recientes conversaciones por email que habían intercambiado donde ambos se insinuaban provocándose mutuamente calentones insatisfechos. Aunque no quería, todo el morbo que había entorno a Ricardo le ayudaba a comportarse de ese modo, alimentando esa chispa que cada vez se hacía más grande.

El hombre le hizo caso deteniendo su acometida y la ayudó a sentarse nuevamente. Esta vez se dirigió a los pies y empezó a manosearlos con toda la espuma que el jabón había provocado en el resto de su cuerpo.

-¿Sabes lo mucho que llevo deseando poder toquetearte los pies? –sonrió Ricardo evidenciando lo mucho que disfrutaba con aquello, cosa que ella ya sabía.

-Pues espero que no sea lo que más te ha gustado hasta ahora – le replicó Montse haciendo clara alusión a la sobada de culo que acababa de pegarle – porque entonces tienes un problema.

Ricardo se rió.

-Bueno, lo otro tampoco ha estado nada mal.

Montse se quedó satisfecha con esa respuesta.

Cuando Ricardo recogió el bote de jabón para volver a utilizarlo con una nueva zona, Montse lo paró.

-Muchas gracias, Ricardo, con el resto ya puedo yo como hemos quedado – le soltó con toda la inoportunidad del mundo dejando a Ricardo pasmado.

-Nooooo… – casi suplicó – déjame terminar de enjabonarte… Mira cómo me has dejado. – Y le señaló la evidente erección que había bajo sus pantalones.

Montse se rió a carcajadas y contestó, viendo la cara de no haber roto un plato de su amigo, cuando recuperó la compostura.

-Vale, pero algo rapidito… – y abrió las piernas mostrando por primera vez los apetecibles labios vaginales que se separaron lentamente dejado entrever el lubricante natural que Montse había emanado con tanto manoseo.

Ricardo lanzó un nuevo chorro de gel sobre los escasos pelos púbicos y con su mano empezó ahí las caricias que recorrieron por completo el húmedo coño de la excitada mujer. Ahora el suspiro casi imperceptible cuando Ricardo rozó su ano era más evidente y continuo hasta, finalmente, convertirse en un jadeo constante cada vez que Ricardo rozaba su clítoris.

A pesar del dolor, Montse estaba cada vez más encorvada hacia atrás. Sus piernas se habían ido abriendo y ahora Ricardo podía masturbarla sin problemas. Mientras no dejaba de acariciar el clítoris con el pulgar, introdujo 2 dedos en la raja de su amiga que no dejó de meter y sacar en tan agradable cueva. Finalmente, la corrida de Montse llegó inundando la mano de su amigo al tiempo que el cuarto de baño se llenaba de gemidos de placer.

Ricardo sacó su mano mirando satisfecho el bello rostro de su amiga que se recomponía del orgasmo. Montse echó un vistazo instintivo y rápido al paquete de su amigo y, tras comprobar que la empalmada seguía ahí, le pidió que se marchara.

-Ya puedo terminar yo – le dijo secamente.

Ricardo aceptó sin rechistar, sublimemente contento a la par que temeroso por 2 motivos. Por un lado le aterraba que lo que acababa de suceder pudiera romper el equilibrio que su amistad había alcanzado después de todo lo vivido y, por otro, temía que con lo cabezona que era, ahora Montse intentara levantarse y tuviera un nuevo mareo. Así que antes de salir del lavabo insistió en ello.

-Ahora no vayas a levantarte, ¿vale, guapa? – intentó ser lo más amable posible. – Seguiré estando aquí al lado por si me neces…

-¡Calla ya! – le bromeó con un gesto burlón de desprecio – termina de ayudarme, anda, tonto. Me acabo de enjabonar y me ayudas con el agua, ¿vale?

-¡Vale! – sonrió Ricardo.

Y así Montse terminó de ducharse con la ayuda de su amigo sin que pasara nada más reseñable. Ella volvió a perder el pudor ante Ricardo y él no perdió su erección hasta que se despidieron.

-Mira que salir del trabajo para venir a ayudarme… ¡si es que eres un cielo!

-Si quieres puedo quedarme para hacerte compañía el resto del día.

-No, gracias, ya has hecho bastante – y le sonrió con complicidad.

-¿Te ha gustado? – le preguntó temeroso.

-Me ha encantado. Pero vete ya, que estoy bien.

Ricardo se marchó satisfecho. Únicamente el resquemor de no poder quedarse con ella, para cuidarla, para hacerle compañía, incluso para poder acabar lo que habían empezado esa mañana y que tal vez nunca jamás tendrían ocasión.

Por su parte, Montse se quedó en casa, dolorida, pero más relajada tras el orgasmo que el encanto de su amigo le había provocado. No obstante, todas las alarmas se quedaban encendidas. ¿Qué significaba lo que había ocurrido? Había vuelto a caer en las garras de su mejor amigo y no comprendía por qué le era tan difícil evitarlo. No sabía si podría vivir con la conciencia tranquila pues, aunque en ninguna de las ocasiones había sido premeditado, no era la primera vez que engañaba a Ismael. ¿Cómo se vería afectada la relación con su amigo? ¿Y con su novio? Ella no quería que nada cambiara a partir de lo ocurrido.

Los días transcurrían. Montse seguía de baja haciendo recuperación y Ricardo había notado el evidente distanciamiento que la mujer había puesto entre ambos. Si bien es cierto que ella siempre era correcta en el trato con su amigo procuraba evitar todo lo que Ricardo intentara precipitar fuera de los márgenes que marca la estricta amistad entre personas heterosexuales de diferente sexo. Ahora las bromas picantes y las insinuaciones sin importancia que tan frecuentes habían sido siempre eran inexistentes. Montse no estaba por la labor de permitir cosas que antes eran habituales. Sin duda, se sentía culpable y al hacerlo estaba pensando en Ismael.

Ricardo había aceptado la situación con resignación. Aunque echaba de menos a su amiga de siempre comprendía a Montse, pero a veces era tan fría que no podía evitar una sensación de temor a hacer algo que pudiera molestarla.

La gota que colmó el vaso fue la petición de Montse de acabar con sus conversaciones vía correo electrónico desde el trabajo. La mujer había vuelto al curro con el sombrío recuerdo de la pillada que su jefe le hizo con sus correos personales y lo que aquello acabó provocando el mismo día del accidente de tráfico. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y tuvo que pedirle a su amigo que no se escribirían más sin poder explicarle el motivo real. De ahí que Ricardo lo interpretara como una última señal del distanciamiento con Montse.

Ante tal panorama Ricardo intentó ser menos habitual en la vida de su amiga. Ricardo no quería molestar y eso molestaba a Montse que, aunque se distanciaba de su amigo, no quería perder todo aquello que quería conservar, todo aquello que entrara dentro de esos límites impuestos a unos amigos normales. Pero su amistad no era normal. Y todo ese cúmulo de pensamientos, acciones incomprensivas, sentimientos ocultos acabó estallando entre las manos de ambos.

El inexorable paso del tiempo provocó una enorme grieta en su ya maltrecha amistad que la hizo tambalear hasta el punto de, por primera vez, ambos plantearse la posibilidad de dar muerte a su relación de amistad. Algo parecía haber cambiado en el interior de Montse y Ricardo parecía haberse cansado de aguantar esa situación. Así las cosas, ella se olvidó de su amigo y él se distanció definitivamente incluso dejando a su novia, Noe, para alejarse lo más que pudo del grupo de amigos. Sin duda era la excusa perfecta.

Durante ese tiempo, Montse cayó gravemente enferma y él se enteró al cabo de unos días, nuevamente a través de Ismael. Esta vez las sensaciones fueron diferentes, no tan viscerales. Sabía que se encontraba estable dentro de la gravedad de su neumonía y eso era suficiente. Y aunque no pudo evitar una cierta preocupación, pensó que en cuanto saliera del hospital iría a visitarla a su casa y ya está. Y así lo hizo el mismo día que Montse recibió el alta.

Mientras Ismael organizaba el piso después de los días de hospital, Ricardo se acercó lentamente a su amiga que hizo lo propio. Ambos se miraron e instintivamente se fundieron en un abrazo maravilloso que recordó a los que antaño se regalaban. Aquel gesto, para él, borró todo lo que había quedado empañado en los últimos tiempos. Ricardo se dio cuenta de lo mucho que necesitaba a su mejor amiga mientras sentía el débil cuerpo de Montse entre sus brazos.

-Igual huelo un poco a fritanga – se excusó Ricardo que desde que lo había dejado con Noe era un desastre y se había puesto un jersey con el que había salido a cenar 2 días antes.

-Yo sí que huelo mal – le replicó ella haciendo referencia al olor a hospital.

Él acercó la nariz a su cuello para olerla y al notar el agradable olor corporal de su amiga supo que no quería separarse de sus brazos jamás. Pero debía hacerlo, momento en el que se fijó en su rostro demacrado, su débil cuerpo encorvado, sus pupas rodeando sus labios y volvió a sentir la ternura que ya sintiera meses antes tras su accidente de coche.

-Ricardo, respecto a lo que pasó aquel día… – quiso sacar el tema de todo lo ocurrido, pero para él ahora aquello era lo menos importante. Sabía lo que sentía por ella y, en ese estado tan débil de su mejor amiga, no quiso ni pensar en lo que había sucedido hacía tanto tiempo.

-No pasó nada, aquello está olvidado.

Y ella lo volvió a abrazar esta vez sorprendiendo a su agraciado amigo.

Mientras Montse se ponía cómoda, Ricardo acompañó a Ismael en las tareas del piso. Estaban terminando de pulir los últimos flecos cuando Ricardo se acercó al cuarto de baño donde Montse ya se había cambiado y terminaba de arreglarse frente al espejo. El hombre la observó a su espalda, a través del espejo, y no pudo evitar fijarse en su camiseta, en la cual se marcaban los grandes pezones de su amiga. Le gustó.

-¿Cómo estás?

-Mejor – le sonrió a través del espejo mientras veía como su amigo volvía junto a su novio.

Cuando Montse terminó de acicalarse y salió al salón donde estaban Ismael y Ricardo llevaba únicamente la camiseta y los pezones continuaban rasgando la tela que hacía las funciones de pijama.

-Te pondrás una chaqueta, ¿no? – le sugirió Ismael.

-Sí, claro – contestó ella haciendo alusión a que no debía pasar frío debido a la neumonía de la que aún se estaba recuperando.

Tanto Ricardo como Ismael, que iba a jugar a fútbol, debían marcharse así que Montse se quedaría nuevamente sola.

-Yo me tengo que ir un momento, pero acabo pronto – le dijo Ricardo – con lo que si necesitas cualquier cosa ya sabes.

Montse agradeció el gesto, pero lo único que quería era estar sola y descansar.

-Tú tranquilo. Si quieres venir tú mismo, pero me sabe mal porque ahora mismo no soy el alma de la fiesta.

A Ricardo no le gustaron aquellas palabras. Le gustaría que su presencia no forzara a su amiga a tener que comportarse de alguna forma concreta. Él no necesitaba más que su presencia para sentirse reconfortado y le gustaría que ella lo tuviera claro y actuara en consecuencia.

Los 2 hombres se marcharon juntos y la fémina se quedó en casa, en el sofá, tapada con la manta y viendo la tele disfrutando de estar fuera del hospital donde tan mal lo había pasado.

En cuanto Ricardo terminó sus compromisos se apresuró a llamar a su amiga.

-¿Cómo te encuentras?

-Bien – respondió con una vocecilla débil, acorde a su estado.

-¿Quieres que vaya a hacerte compañía?

-No hace falta estoy b… – y empezó a toser compulsivamente encogiendo el corazón de Ricardo.

-Pobrecita… esa tos no es normal. Mejor voy para lo que necesites. No hace falta que sepas ni que estoy, simplemente voy para asegurarme de que estás bien, pero tú sigues como si no estuviera. Déjame cuidarte.

Ricardo quería hacerla entender que podía contar con él como si fuera Ismael. No necesitaba ser anfitriona ante su visita, podía comportarse como si su presencia fuera lo normal. Y para él no era una carga o compromiso cuidarla, era lo que le salía, casi una obligación, pero altamente placentera.

Ella, entre tosidos, intentó hacerle ver que no era necesario, pero a duras penas podía hablar. En realidad lo que ella quería era estar sola, sin alguien merodeando por el que tendría que preocuparse, aunque fuera lo mínimo, dándole conversación u ofreciéndole algo para comer o beber. Sin duda Montse era incapaz de entender a su amigo.

-¿Pero estás bien? – le preguntó preocupado cuando los tosidos de ella parecieron desaparecer – Habrás sido buena y no habrás salido de casa, ¿no? – Ella sonrió débilmente, sin ganas – ¿Tienes frío?

-No, estoy bien. Llevo la chaqueta y estoy tapada con la manta.

-Pues yo casi prefiero que estés sin la chaqueta – le contestó Ricardo avispadamente, intentando comprobar si podían volver a insinuarse como hacían en el pasado.

Montse quiso responder, pero la tos volvió a hacer acto de presencia impidiendo que pudiera hablar.

-Bueno, te dejo, que a ver si por mi culpa te va a dar algo – pensando que la tos era provocada al intentar hablar con él – En menos de 20 minutos estoy ahí.

Montse se encontraba tan débil que no pudo ni contestar.

Había pasado un cuarto de hora cuando sonó el timbre de la puerta. Montse se vio obligada a levantarse. Aún no estaba la visita y ya le estaba jodiendo.

Cuando Montse abrió la puerta Ricardo se quedó a cuadros. La mujer se había desprendido de la chaqueta y él pudo volver a observar los enormes pezones de su amiga aún marcados en la camiseta. Gran recibimiento pensó.

-Hola guapo – le saludó con una sincera sonrisa.

Ricardo no pudo evitar volver a abrazarla, sentía deseos de volver a tenerla entre sus brazos. Esta vez, sin miradas que los estorbaran el abrazo fue más largo y el hombre meditó el motivo por el que se habría quitado la chaqueta.

-¿Tienes calor? – le preguntó.

-No precisamente – le respondió ella separándose de él.

-Se nota – le bromeó él mientras clavaba su vista en la cima de sus pechos.

-Es lo que querías, ¿no? – le respondió Montse pícaramente mientras daba media vuelta y se dirigía al sofá nuevamente – Pasa – concluyó.

Ricardo quiso saber si su amiga necesitaba cualquier cosa mientras ella recuperaba su posición, tumbada en el sofá y tapada con la manta viendo la tele. Igualmente le dejó claro que no se preocupara por él, que únicamente estaba allí por si era necesario. Nada más. Sin embargo, como Montse sabía, no tardó en faltar a su palabra.

-¿Sabes? cuando nos hemos abrazado esta mañana – ella lo miró, expectante – me hubiera gustado quedarme ahí, abrazados, sin despegarnos jamás.

Ricardo bajó la mirada, avergonzado de sus propias confesiones, mientras ella sentía todo el cariño que le tenía a ese hombre. A pesar de sentirse completamente vacía de fuerzas, a pesar de desear estar sola, sin hacer ni pensar en nada, se alegró de que su mejor amigo estuviera a su lado.

Ricardo se sorprendió cuando Montse se incorporó y, sin levantarse del sofá, se volvió a tumbar pero esta vez recostando su cuerpo sobre el de su compañero.

-Anda, abrázame, tontito – le dijo mientras su espalda entraba en contacto con el cuerpo de su amigo.

Ricardo reaccionó en seguida rodeando con su brazo el mustio cuerpo de Montse e, inevitablemente, volviendo a empalmarse como cuando tocó su cuerpo desnudo bajo la ducha. Su amiga desprendía calor, mucha calor, pero aquella situación no le pareció el infierno precisamente.

-Tengo un poquito de frío – le susurró débilmente la enferma.

-¿Quieres la chaqueta? – le propuso él ingenuamente.

-No…

Y Ricardo movió la mano que la rodeaba para acariciarle el brazo intentando darle calor.

-¿Quieres que suba la calefacción?

-No, eso ya me gusta – le sugirió refiriéndose a la friega que Ricardo había comenzado.

Llevaban un rato viendo la tele cuando el hombre se atrevió a continuar sus caricias abandonando el brazo y haciéndolas extensibles a las piernas de Montse que las tenía dobladas para intentar sentir más calorcito.

-¿Estás bien? – le preguntó él nuevamente temeroso.

-Perfectamente.

Nuevamente Montse empezó a sentir algo parecido a lo que sintió cuando Ricardo la enjabonaba. Si en aquella ocasión era un placer que alguien la duchara con los dolores de espalda que tenía, en esta ocasión era igualmente gratificante que alguien le diera calor humano con los escalofríos que la maldita neumonía le provocaba.

-Ricardo, estos días lo he pasado fatal – se confesó.

-¿En el hospital? Es normal, has estado muy enferma.

-No es eso. Es que… tantos días allí metida, sin poder salir. ¿Sabes que no he comido nada? Y los hartones de llorar que me he pegado…

Ricardo sintió mucha pena por su amiga y se sintió culpable de haber estado tan distanciado sin ni tan sólo saber lo que ocurría.

Montse había echado mucho de menos a su amigo durante ese periodo. La conciencia no le dejaba tranquila. El injusto trato hacia Ricardo, los cuernos que le había puesto a Ismael… se había sentido muy sola en el hospital, casi deprimida. Y ahora Ricardo le estaba dando la tranquilidad que había necesitado.

-Tú tranquila, vale, que ahora todo eso ha pasado y estas en casa, con la gente que te quiere – y aprovechó esas palabras para volver a subir su mano, pero esta vez la introdujo dentro de la camiseta para acariciarle el costado.

-¡Ay! – Montse dio un respingo al notar el contacto frío de la mano de Ricardo – Tienes las manos heladas – le recriminó.

-Ya, siempre tengo las manos frías – se apenó – Espera… – y retiró la mano un instante.

-¿Qué haces? – preguntó intrigada.

-La estoy calentando.

-¿Sí? ¿cómo? – preguntó ingenuamente.

-Me la he puesto en el paquete.

-¡Anda! No seas guarro.

-Va en serio – y volvió a introducir la mano bajo la camiseta de Montse.

-Pues es verdad que se te ha calentado…

Ricardo, subió su mano lentamente por el torso de Montse hasta llegar a la base de sus pechos. Se hizo el silencio entre ambos y el hombre, tras unos eternos segundos, rodeó la teta de su amiga con la mano. Montse no dijo nada. Ricardo, desde la base, rodeó el pecho de su amiga y subió la mano acariciando todo el volumen hasta llegar a la cima. Repitió el gesto un par de veces más y cambió de teta.

-Aún tengo un poco de frío…

-¿Qué quieres que haga? – le preguntó su amigo que ya no podía pensar demasiado.

-¿Tú crees que tu remedio será tan efectivo conmigo como con tu mano? – le propuso sutilmente la alicaída mujer.

Ricardo sonrió y dejó lo que tenía entre manos para cambiar de postura. Se quitó las bambas y se tumbó a la par que Montse, a su espalda de modo que ella pudiera contactar por completo con el caliente cuerpo de Ricardo.

Ella echó el pompis hacia atrás hasta notar el duro paquete de su amigo entrar en contacto con sus prietas nalgas. Sin duda notó el calor que la zona desprendía. Ricardo parecía en Babia así que Montse le pidió que volviera a abrazarla y así hizo.

El hombre volvió a introducir la mano bajo la camiseta, buscando nuevamente las glándulas mamarias de su amiga. Volvió a recrearse y esta vez jugó con el pezón. Estaba durísimo.

-¿Sigues teniendo frío? – le preguntó puerilmente.

-¡Eso ya no es cosa del frío, idiota! – espetó ella divertida y movió su culo para restregarlo por el hinchado paquete del hombre y sentir cómo rasgaba sus zonas más íntimas.

Ricardo se acercó al cuello de la chica y volvió a oler su piel como ya hiciera por la mañana. Sin decir nada la besó y ella ladeó la cabeza para que él le besara la zona con comodidad. Eran suaves y tiernos besos que le ponían la piel de gallina. Ahora no sabía si los escalofríos eran de su enfermedad o de lo que su amigo le estaba haciendo. Echó una mano hacia atrás y manoseó la entrepierna de Ricardo. Estaba excesivamente duro. Lo acarició con lujuria cuando, de repente, el móvil de Montse comenzó a sonar.

Era Ismael. Ella se alejó de su amigo, sentándose en el sofá, y mantuvo una breve conversación. Tras colgar el móvil se levantó para volver a ponerse la chaqueta. Mala señal pensó Ricardo que se incorporó para volver a ponerse las bambas.

-¿Ya ha terminado de jugar? – le preguntó.

-Sí, y ya viene para aquí. ¿Tú que vas a hacer? – le quitó hierro al asunto hablando como si nada hubiera pasado – ¿Te quieres quedar y cenamos algo cuando venga o…?

-Veo que estás bastante bien ahora, ¿no?

-Sí.

-Si te encuentras bien me puedo ir entonces.

-Vale.

-No tienes frío ni nada, ¿no? – preguntó ingenuamente mirando la chaqueta que Montse se había vuelto a poner.

-¡Lo que tengo ahora es un calentón enorme! – bromeó.

-¡Y yo! – no quiso ser menos.

-Pues ale, ya somos dos – zanjó el tema definitivamente sin darle mayor importancia.

Ricardo había recobrado la esperanza. Había pasado de casi perder la amistad con Montse a disfrutar de los nuevos acontecimientos vividos. Era una sensación grata. Deseó pensar que su amistad estaba por encima de todo y que las cosas se arreglarían volviendo a la extraña normalidad que siempre había existido con su amiga. Se alegró enormemente por ello.

Sin embargo, lo ocurrido aquella tarde había enredado más la ya de por sí liada cabeza de Montse. A los problemas en el trabajo, familiares y personales como el accidente y ahora la neumonía, debía sumarle su relación con Ricardo. Si bien es cierto que no habría ocurrido nada por el simple hecho del estado tan lamentable en el que ella se encontraba, no tenía claro hasta donde hubiera llegado estando en otras circunstancias.

Cuando Montse estuvo completamente recuperada de su neumonía recibió una inquietante llamada. En menos de una semana operaban a Ricardo de un testículo. El hombre no quiso dar más detalles aludiendo a un tema personal y, para evitar la preocupación de su amiga, dijo que no era nada grave, pero ella no se quedó satisfecha.

-¿Necesitas algo? Cualquier cosa, puedes contar conmigo, ya lo sabes.

A pesar de la frustración que sentía al comprobar que su mejor amigo no confiaba en ella para explicarle el motivo de la operación, por íntimo que pareciera, se sentía tan agradecida por lo bien que Ricardo la había atendido anteriormente que casi necesitaba cuidar ahora de él.

-No, de verdad, muchas gracias. Se agradece pero no es necesario.

-En serio, Ricardo, después de lo mucho que me has cuidado cuando yo he estado mal, lo menos que puedo hacer ahora es ayudarte en lo que necesites.

-Bueno, en realidad… – comenzó cauteloso.

-Dime, lo que sea – insistió firmemente convencida.

-Pues a la operación debo ir rasurado y…

-¿Y? – preguntó imaginándose lo que su amigo le iba a pedir.

-Pues me vendría bien alguien que me ayudara a depilarme ahora que no está Noe. Es una zona un poco delicada y para hacerlo uno mismo…

Montse se rió internamente, pero ocultó a su amigo lo gracioso que le parecía.

-Bueno, para eso hay centros que se encargan de hacerlo, ¿no? – le contestó secamente, todo lo fría y seria que pudo.

-Ya, ya… disculpa, es que… no debí… bueno… – contestó Ricardo torpemente, avergonzado.

-¡Calla ya! ¿no ves que te estoy vacilando? – le sacó del aprieto.

-Entonces… – insistió él sin tener muy claro si su amiga le había respondido positivamente o no.

-Pues claro que lo haré. Con lo que tú has hecho por mí… ¿cuándo quieres que te ayude con la depilación?

-Pues… el día de antes – contestó más tranquilo, pero aún con el corazón acelerado – Así el día de la operación estaré bien rasurado.

-¡Vale! – concluyó divertida.

El día antes de la operación Ricardo salió disparado del trabajo. Había quedado en pasar a recoger a su amiga y volver para su casa dónde ella le ayudaría a rasurarse los testículos. Para tener más tiempo había salido antes de la hora de modo que no tuvieran que correr.

Ricardo estaba intranquilo. Le apetecía mucho volver a ver a Montse, pero le daba cosa mostrarle sus partes íntimas por el temor a que una erección incontrolada apareciera en cualquier momento y, sabiendo lo mucho que le ponía Montse, era más que probable.

Ella estaba tranquila. Sentía curiosidad por volver a ver el pene de su amigo después de tanto tiempo, pero no le daba mayor importancia. Únicamente se sentía bien sabiendo que iba a devolverle el buen trato que ella misma recibiera anteriormente por parte de Ricardo.

-¿Nervioso? – le preguntó cuando su amigo pasó a recogerla.

-¿Hablas de la operación o del depilado? – bromeó provocando las risas de su amiga.

-Hablo de la operación lógicamente, pero ahora que lo dices… – insinuó divertida.

-Pues un poco la verdad.

-¿Hablas de la operación o del depilado? – y ambos comenzaron a reír.

Cuando llegaron a casa de Ricardo, el anfitrión procuró que Montse se sintiera como en casa, que no le faltara de nada. Y una vez acomodados, ella sacó el tema que él no se atrevía a tocar.

-¿Cómo vas a depilarte?

-Pues con cuchilla, ¿no? – afirmó dubitativamente.

-Ok… pues tú dirás.

Ricardo se levantó, indeciso.

-¿Cómo quieres que lo hagamos? – preguntó gesticulando dando evidencias claras de que no sabía qué hacer.

-¡Anda, hijo! – espetó Montse tomando las riendas de la situación – Ven.

Y lo llevó hacia el pasillo cogiéndole por el brazo. Ricardo la siguió, esperando que la mujer tuviera claro cómo actuar.

-Necesitaremos una cuchilla, agua (en una palangana puede estar bien) y… ¿tienes espuma o gel de afeitado? – y antes de que él pudiera contestar – Sigues teniendo los pelos cortitos, ¿verdad? – le preguntó mientras le sonreía con complicidad.

-Sí – le devolvió la sonrisa – suelo pasarme la máquina cada cierto tiempo – contestó mientras buscaba todo lo que ella le había solicitado.

-Perfecto – puntualizó.

Cuando Ricardo tuvo todo preparado parecía igual de descolocado.

-¿Dónde…? – dejó la pregunta a medias queriendo saber en qué lugar Montse prefería hacer la depilación.

-Pues… creo que lo mejor será encima de la cama de matrimonio. Saca una toalla.

Ricardo le hizo caso y se la dio a ella que la extendió sobre el colchón.

-Ven – dijo a su amigo mientras lo colocaba de espaldas a la cama y le empujaba ligeramente para que cayera sobre la toalla recién extendida.

Ricardo no sabía cómo iba a ir la cosa. No sabía si él se depilaría y ella le ayudaría guiándolo o rasurando únicamente las partes a las que él no llegara o alcanzara a ver, o si sería ella la que le depilaría toda la zona. Pronto lo descubriría.

-Quítate los pantalones – le pidió la improvisada esteticista.

Ricardo estaba como un flan. Por suerte, la propia tensión del momento y lo mal que lo estaba pasando eran más que suficientes para que su pene siguiera flácido, cosa que le evitaría pasar un más que mal rato. Se bajó los pantalones como ella le había pedido dejándolos a la altura de las rodillas y se quedó en ropa interior ante Montse.

-¿Es que te voy a tener que ir diciéndotelo todo? – le reprendió mientras bajaba y subía el dedo índice en clara alusión a que se quitara los calzoncillos.

Ricardo hizo caso y se bajó los bóxers dejándolos a la misma altura que los pantalones. Se tumbó y miró al techo, avergonzado de enseñar las vergüenzas a su amiga en esa situación.

Montse echó un vistazo al flácido pene que se había quedado ladeado a la derecha, sobre el muslo izquierdo de Ricardo. Se fijó en el tamaño normal del tronco, recordando el gordo glande en que terminaba. Lo tenía rosado y brillaba bajo la luz de la habitación. Montse se fijó en el rostro de su amigo, rojo como un tomate.

-¿Ahora entiendes lo que sentía yo aquel día en la ducha? Va, que no es para tanto… que tú a mí ya me has visto desnuda – y prosiguió mientras cogía el bote de gel y empezaba a agitarlo – Además, ¿ya has olvidado lo de la casa rural? – y comenzó a reír.

-Ya, pero ahora se supone que no tiene que pasar nada…

-Ya – concluyó dando la razón a su amigo.

-¿Has de rasurarte el pubis? – preguntó en el instante que soltaba el chorro de gel sobre los pelos de la parte baja del estómago.

-Pues creo que no es necesario. Únicamente los testículos, pero ya que estás…

-Vale – contestó risueña en el momento en el que comenzaba a esparcir el gel con la mano por el pubis del hombre.

En un instante empezó a aparecer la espuma y Montse bajó su mano hasta la bolsa testicular de Ricardo pasando por el muslo en el que no descansaba el miembro viril. La mujer manoseó los huevos un rato, esparciendo la espuma completamente. De vez en cuando sus dedos rozaban la parte baja del pene, pero intentaba evitar a toda costa que el contacto fuera mayor.

Ricardo hacía esfuerzos por pensar en otras cosas que ayudaran a evitar la inminente erección. El pudor inicial, incluso el contacto con el frío gel había ayudado, pero cuando Montse comenzó a palparle los huevos, la cosa empezó a complicarse. Finalmente no aguanto más cuando su amiga, con la mano que estaba limpia de espuma, le agarró el pene con suma delicadeza, utilizando únicamente 2 dedos, para apartarlo del muslo en el que reposaba y así poder terminar de esparcir el gel de afeitar por toda la zona.

Montse había agarrado el pito con el dedo pulgar e índice y lo mantenía en posición vertical mientras con la otra mano manoseaba toda la zona alrededor. Mientras sujetaba el falo comenzó a notar como muy ligeramente aumentaba de tamaño. Montse se hizo la despistada y, cuando el tamaño era considerable, apretó ligeramente los dedos para notar la dureza de la polla que estaba sujetando. Apartó la mano y miró la verga como, desafiante, se quedaba alzada sin que nada la tocara.

-Perdona – se excusó Ricardo avergonzado y temeroso de la reacción de su amiga.

-Tranquilo. Si mejor así que se sujeta sola y no me molesta… – afirmó divertida tranquilizando a su “cliente”.

Montse comenzó su tarea de depilación pasando la cuchilla por el pubis, testículos e, incluso, el tronco de la polla. Antes de hacerlo, con la mano con la que no manejaba la cuchilla, recogió un poco de la abundante espuma que se había formado y la esparció por el tronco de la verga pasando una única vez desde la base hasta la punta de la misma. El miembro dio un respingo.

Cuando hubo terminado, Montse utilizó el agua para deshacerse de la espuma que había quedado por la zona recogiéndola con la mano en forma de cuenco y echándola sobre la piel del hombre. Ricardo pensó que él mismo terminaría de limpiarse, pero una vez más su amiga lo sorprendió utilizando la toalla para limpiar ella misma los últimos restos de espuma. Cerró los ojos y dejó hacer a su amiga que recorrió con la mano a través de la toalla cada una de las zonas por las que antes había esparcido el gel.

-Ya está – le dijo al fin cuando terminó de limpiarlo.

Ricardo alzó el tronco superior apoyando los codos en la cama y observando el acalorado rostro de la mujer que tenía delante. Ella le sonrió y alargó su mano para acariciar el aún erecto pene. Sin dejar de sonreírle comenzó a menearle la polla empezando una deliciosa paja. El hombre siguió esforzándose en retrasar el orgasmo y ella se extrañó de tanta demora inesperada.

-¿M… a… up… s? – atinó a decir el excitadísimo Ricardo.

-¿Qué? – Montse no le entendió.

-Dig… que si… m… la upa…

-No te entiendo…

-¿M… a… chup… s?

-¿Quieres que te la chupe…? – le preguntó sensualmente, provocándole.

-P… r… fa… – se lo pidió por favor.

Ricardo estaba tardando más tiempo en correrse del que Montse pensaba y, aunque no estaba tan caliente como cuando su amigo le había puesto la mano encima, aquel enorme glande le seguía resultando bastante apetecible. Inclinó su cuerpo hacia delante y besó a su amigo en la mejilla mientras con la mano libre empujaba la ropa de Ricardo hasta sus tobillos sin dejar de masturbarlo. Él abrió las piernas todo lo que pudo y ella arqueó su cuerpo buscando con la boca la tiesa polla de Ricardo.

El primer contacto fue apoteósico. Cuando los labios de Montse besaron su glande casi le escupe toda la leche que empujaba por salir. Tuvo que apretar el culo para no mancharla a la primera. Ella abrió la boca y bajó introduciéndose ligeramente el glande para volver a subir chupándolo como si de un polo se tratara. Finalmente Montse sacó la lengua y lamió el frenillo de Ricardo recogiendo parte del líquido preseminal que había soltado hacía mucho rato.

Cuando Montse se metió en la boca gran parte de la durísima polla y comenzó a rodear el glande con la lengua mientras subía y bajaba la cabeza apretando con fuerza los labios para saborear la verga que estaba mamando, Ricardo no aguantó más. Un primer chorro de semen impactó en la lengua de Montse que rápidamente se apartó y, sin dejar de pajear a su amigo, vio cómo los restos de leche caían sobre su mano, pubis del afortunado y toalla.

Montse utilizó la prenda de baño para limpiarse mientras Ricardo recuperaba el aliento.

-Espero que la próxima vez sean más de 4 los chorros… – apuntó Ricardo aún jadeante.

-¿De qué te vas a operar? – preguntó Montse, aunque ya se hacía a una idea.

-Tengo un testículo jodido – contestó secamente sin querer dar más explicaciones.

-¿Qué testículo es?

-El izquierdo.

Y ella se agachó para darle un dulce beso en el huevo que iban a operarle.

-Suerte para mañana – le susurró al cojón.

-Aish… qué tontita eres… – le soltó cariñosamente Ricardo mientras se incorporaba y acariciaba el bello rostro de la mujer que acababa de hacerle la mamada más anhelada de la historia.

Montse no podía quitarse la sonrisa de la cara y se tumbó en la cama observando cómo se vestía su amigo, teniendo antes una visión de su desnudo y firme culo.

La operación de Ricardo fue bien, aunque los días siguientes a la intervención fueron duros. El paciente no podía tener relaciones sexuales, ni siquiera hacerse una paja que pudiera liberarle de tensiones provocadas por su amiga Montse. Y es que no podía dejar de pensar en ella. Desde su último encuentro en su casa donde ella le había regalado una extraordinaria mamada, la obsesión por aquella mujer parecía haber alcanzado límites insospechados. La deseaba y deseaba volver a acostarse con ella.

Montse había aprendido a vivir con aquella extraña y prohibida relación que tenía con Ricardo. Tras la noche de la depilación, estaba exultante, satisfecha de haberle comido la polla a su amigo. Sin embargo, en seguida recapacitó pensando que tenía que poner freno a una situación completamente fuera de control. Ella quería a Ismael y le reconcomía por dentro todo lo que estaba sucediendo a sus espaldas.

“¿Quieres q hagamos un café y aprovechamos para dejar las cosas claras?”. Montse le envió el sms a su amigo, dispuesta por fin a aclarar la situación.

-No nos vemos desde el día de antes de la operación, en mi casa, ¿recuerdas? – sacó el tema Ricardo mientras degustaba su cortado junto a su querida amiga.

-Antes de empezar con ese tema… – quiso prevenir – ¿cómo estás? ¿te duele? – quiso saber cómo se encontraba tras los días pasados desde la operación.

-No, estoy bien. Únicamente tengo que tener cuidado con los puntos. Pero puedo hacer vida normal, pero sin hacer esfuerzos. En principio hacer reposo y poco más.

Y así siguieron hablando del tema durante un rato.

-¿Sabes? Llevo un suspensorio – le reveló él.

-¿Un suspen… qué? – le bromeó ella que no sabía lo que era.

Él se rió.

-Un suspensorio.

-¿Y qué es eso? – le preguntó haciendo una mueca mezcla de ingenuidad y broma.

-Pues es una prenda que recoge los testículos para que vayan bien sujetos.

Montse empezó a reír a carcajadas.

-¿Por qué te ríes? – le preguntó él intentando mostrar indignación, pero con una sonrisa que no podía evitar.

-No sé… me hace gracia… no me lo imagino.

-Pues es como una especie de tanga, pero con un agujero para el pene… – Montse no paraba de reír – …y en vez de unirse por aquí – le señaló la raja del culo – se une por los costados dejando el pompis al aire. Te gustaría – bromeó.

-¡Ay! No sé… – contestó mientras aún se recuperaba del ataque de risa – no acabo de verlo.

-¿Quieres que te lo enseñe? – le propuso.

-¡Vale! – contestó feliz – ¿Me lo enseñarás más adelante? – le contestó ingenuamente pensando en ver únicamente la tela, sin poner.

-Uf… – suspiró – a saber cuándo podrá ser eso… ¿quieres que te lo enseñe ahora?

-¿Sí? ¿Cómo? – empezó a hacerse la tonta intuyendo las intenciones de su amigo.

-Pues vamos un momento al lavabo, me bajo los pantalones y…

-¡Anda ya! ¡Tú estás loco!

-Que sí, tonta. Venga ven – y se levantó marchando a los lavabos sin esperar la respuesta de ella.

Montse no se lo esperaba y se quedó a cuadros. No tenía mucho tiempo para recapacitar así que no pensó cuando vio a su amigo a punto de desaparecer por la puerta de los lavabos.

-Espérame – le avisó lo más bajo que pudo para no llamar la atención. Si su amigo entraba por esa puerta sin ella, sería incapaz de saber si había entrado al cuarto de baño de los chicos o las chicas y se moriría de vergüenza si no lo encontraba.

Así que sin tener claro si lo quería hacer, se levantó en dirección a los servicios para dar la mano a Ricardo que la introdujo hasta uno de los lavabos individuales del baño de caballeros.

Nerviosa, se fijó en su amigo que empezó a desabrocharse los anchos pantalones después de haberse deshecho del cierre del cinturón. Los pantalones cayeron hasta los tobillos y se fijó en al abultado paquete que se le marcaba en los calzoncillos. Reprimió las ganas de echar una mano y magrearlo. Ricardo, con sumo cuidado, separó los calzoncillos de su cintura y los bajó poco a poco para no tocar el testículo operado. Montse se fijó en la cinta blanca del suspensorio que recorría la cintura del hombre y de unas tiras que, unidas a esta cinta, bajaban hacia abajo por las nalgas de Ricardo donde seguramente se unían a la parte baja del suspensorio. A medida que la tela del calzoncillo bajaba, la carne flácida del pene de Ricardo iba asomando. A Montse le gustó volver a ver aquel miembro que días antes había tenido entre sus labios. Cuando apareció la tela que embolsaba los testículos y el agujero por el que el pito pasaba volvió a reír, pero esta vez, debido a la morbosidad del momento, con menos ímpetu que antes.

-¿Qué te parece? – le preguntó Ricardo – ¿Lo había descrito bien o no?

-Sí – contestó risueña – pero no me lo habría imaginado jamás si no lo veo.

-¿Lo ves, tonta? – nunca mejor dicho pensó.

-A ver, date la vuelta – le pidió y cuando Ricardo lo hizo volvió a verle el buen culo. Se lo pellizcó cariñosamente.

Ricardo sonrió y volvió a ponerse de frente a ella.

-¿Por qué no me la tocas un poco? – le sugirió.

-Ricardo, estás recién operado. No digas tonterías, ¡no puedes hacer tonterías!

Enajenado, cogió la mano de su amiga y la llevó hasta su miembro. Ella retiró la mano, ofendida. Y él intentó acariciarle un pecho, pero Montse salió de allí despavorida sin decir nada. Mientras recorría el camino de regreso pensó que había llegado el momento de contarle el infierno por el que estaba pasando y, con lágrimas en los ojos, no le importó cruzarse con una pareja mayor que la miró con desprecio al ver que salía del cuarto de baño masculino.

Mientras se volvía a colocar la ropa Ricardo recapacitó. El calentón del momento le había jugado una mala pasada y había molestado a su mejor amiga, por no hablar de la tontería que acababa de intentar hacer, tener relaciones sexuales cuando lo tenía prohibido por los médicos. Al salir del lavabo vio que Montse, con lágrimas en los ojos, le esperaba sentada en la mesa. La tristeza lo inundó.

A medida que Montse le contaba lo mal que lo estaba pasando, todo tipo de sensaciones fueron pasando por el estado de ánimo de Ricardo. La pena de saber lo mucho que ella estaba sufriendo, la rabia de oír cómo le pedía que debían acabar sus no tan inocentes bromas que acababan provocando sus furtivos encuentros sexuales porque Ismael no se merecía ese comportamiento por parte de ninguno de los dos y, por último, el enfado al escuchar la confesión del motivo que provocó el accidente de coche por no poder dejar de darle vueltas.

Aunque se dijo a sí misma que quedaría para siempre en el olvido, Montse, aterrada por lo que podía ocasionar al mismo tiempo que se quitaba un peso de encima, confesó a su amigo el chantaje que su jefe le había hecho al descubrir sus conversaciones por correo electrónico. No ignoró el hecho de lo mucho que disfrutó con aquel polvo, pero en seguida se dio cuenta que hizo mal en no ocultar algunos detalles pues Ricardo no se lo tomó demasiado bien.

El hombre se sintió frustrado al saber que aquel indeseable argentino había conseguido acostarse con la pobre Montse a costa de un calentón que él mismo le había provocado y no había podido disfrutar. Y, equivocadamente, lo pagó con su amiga a la que culpó de lo sucedido insinuando que se había acostado con su jefe gracias a que él la había puesto cachonda. Montse se quería morir ante la reacción de su mejor amigo.

Los días pasaron hasta que Ricardo se recuperó al 100%, pero la relación entre ambos estaba en punto muerto desde el día del suspensorio. El enfermo se había hecho todas las pruebas pertinentes y habían resultado positivas. Estaba contento de que todo había ido bien, pero tenía la espina de no poder compartir ese momento con su mejor amiga.

Montse estaba en casa con Ismael viendo la tele. Tenía en mente darse una ducha, pero estaba esperando a que su pareja se marchara a entrenar ya que estaba a punto de hacerlo. No le dijo nada para no meterle prisa, únicamente quería esperar para poder despedirse de él con un beso. De hecho, seguramente, si ese día no le tocara entreno, habrían hecho el amor en ese instante. A ella le apetecía.

-Un beso, cariño – se despidió Ismael y en cuanto desapareció por la puerta ella se levantó para dirigirse al cuarto de baño.

Estaba casi desnuda cuando oyó unas llaves introduciéndose en la cerradura y abriendo la puerta. Pensó en lo que Ismael se habría olvidado y le gustó la idea de que fuera a ella a la que se había dejado y volviera para chuscar un rato. Sólo de pensarlo notó como su entrepierna se humedecía.

-Ismael, ¿qué te has dejado ya? – le preguntó alzando la voz mientras salía del baño dirigiéndose a la habitación.

Ricardo había entrado procurando no hacer mucho ruido. Al asomarse al pasillo no se esperaba ver aquello: la escultural Montse, de espaldas, entrando en la habitación con un pequeño tanga como única prenda. La erección fue automática.

-¿Ismael? – volvió a preguntar intrigada, alzando más la voz.

Ricardo, sigilosamente, se asomó a la habitación y se encontró a su amiga, encorvada doblando la ropa sobre la cama. Las grandes ubres le colgaban como alforjas y reprimió las ganas de correr a sobárselas.

-¡Sorpresa! – vaciló.

Montse, al oír la voz, reaccionó en seguida tapándose como pudo. Estaba anonadada. Por un pequeño instante tuvo miedo, pero rápidamente supo que su mejor amigo jamás le haría nada malo.

-¿Tú qué haces aquí? – le soltó con voz agria – ¿No ves que estoy desnuda? ¡Largo, largo!

-Está bien, disculpa – reaccionó dejando de asomarse – Sólo venía para darte una sorpresa, para hablar y pedirte perdón por mi reacción del otro día – a Montse le gustó – No sabía que estabas desnuda – mintió.

Montse caviló unos segundos haciendo el ruido tal para que así lo percibiera su amigo.

-Vale, me gusta la idea – concluyó al fin – Espera que me pongo algo y hablamos.

Antes de hacerlo Montse separó la tela de su tanga para comprobar lo húmeda que estaba. Se maldijo por estar tan caliente justo cuando su amigo venía a arreglar las cosas. Introdujo la mano que no sujetaba la tela dentro del tanga y se palpó el coño. Al sacar la mano pudo observar el líquido que impregnaba sus dedos y pensó en lo mucho que habría deseado que fuera Ismael el que hubiera entrado por esa puerta y el que ahora estuviera penetrándola.

Ricardo se había fijado que desde el pasillo donde estaba podía ver el interior de la habitación a través del espejo del lavabo y se quedó observando el precioso cuerpo desnudo de su amiga. Pero unos instantes después no se podía creer lo que estaba viendo. Montse tocándose el coño. ¿Por qué lo hacía? caviló. Y, sin pensar demasiado, reaccionó en seguida.

Ella no se lo esperaba. En cuanto se quiso dar cuenta, Ricardo estaba a su espalda y le empujaba, como hiciera ella semanas antes en su casa, dejándola caer sobre la cama, esta vez boca abajo. Sin tiempo a reaccionar, su amigo se estiró junto a ella, sujetándola.

-Montse, te deseo. Necesito hacer esto, necesito volver a follarte – le jadeó cerca de su oído.

-No creo que sepas lo que dices – le contestó ella, asustada – estás pensando con el pito.

Pero Ricardo no la escuchaba. Empezó a magrearla recordando la ducha donde enjabonó casi todo su cuerpo o el día del sofá donde pudo sobarle las tetas a conciencia. Cada uno de esos recuerdos unidos a las nuevas caricias a su amiga le ponían más y más cachondo y le impedían oír las palabras de súplica de su amiga.

-Por favor, Ricardo… – casi sollozaba – no lo hagas.

El hombre se apartó de ella por un instante para bajar el tanga de su amiga de un tirón. Rasgó la piel de la mujer dejando la tela a la altura de sus rodillas. Ricardo subió las manos recorriendo los carnosos muslos de Montse.

-¿Por qué te tocabas el coño antes, eh, guarrilla? – le increpó mientras introducía la mano derecha en la entrepierna.

Montse había dejado de quejarse y únicamente pensaba en lo mal que eso iba a acabar. Ella tenía ganas de chuscar y, aunque deseaba que fuera Ismael el que ahora la magreara, empezaba a no importarle a quién pertenecieran las manos que estaban a punto de entrar en contacto con su necesitada raja.

-Mírate, si estás cachonda como un perra, reconócelo – le reprendió al comprobar lo mojada que estaba Montse. Pero ella no dijo nada.

Ricardo comenzó a frotar el coño de su amiga hasta sacarle los primeros gemidos. No tardaron en llegar. El hombre comenzó a desabrocharse el tejano con la otra mano para liberar la polla con la que pensaba empalarla.

Montse no pudo reprimir las ganas de echar un vistazo atrás y ver cómo el violador desenfundaba su pistola. Cuando vio el brillante glande recordó las sensaciones al chuparlo después de la depilación de su amigo y se dejó llevar.

-Métemela… – le pidió a su amigo con la voz entrecortada.

-Eso pienso hacer, cabrona. Mira que me lo has hecho pasar mal desde la primera vez, hija de puta – y justo la insultaba cuando le introdujo la punta de la polla en el lubricado coño – ¡Estás chorreando! Seguro que estás pensando en tu puto jefe… – le recriminó con todo el rencor que tenía acumulado.

Las vejaciones unidas a la penetración crearon un cóctel de sensaciones nunca conocido en la mujer que esperó deseosa la embestida final en la que Ricardo le introdujera todo el cipote en su hambrienta concha. No se hizo esperar. El hombre, tras la pausada penetración del glande, empujó con fuerza insertando el resto de la durísima polla en el interior de Montse provocándole uno de los orgasmos más placenteros que recordaba. Mientras se corría, Ricardo comenzó a meterle y sacarle la polla con una fiereza desconocida en él y, antes de terminar de correrse, otro orgasmo la inundó. El placer era infinito y eran casi los propios orgasmos los que le daban tanto gusto que casi sin necesidad de que aquel salvaje la follara aún se corrió por tercera vez consecutiva.

Ricardo se sentía pletórico. Desde que Montse le hiciera la mamada no había vuelto a tener relaciones sexuales de ningún tipo. Únicamente la masturbación para la prueba de semen en el hospital y la paja pensando en su deseada mejor amiga en cuanto le dijeron que podía volver a tener relaciones. Y ahora se sentía con fuerzas suficientes como para partir en 2 a su amiga. Quería demostrarle que era un auténtico macho y mejor amante que su jefe así que cada embestida intentaba que fuera más fuerte que la anterior, introduciendo su rabo en cada una de ellas hasta los mismísimos huevos. Quería llegar lo más lejos posible dentro de Montse, explorar su interior y dejar allí su sello para siempre.

Montse, tras el multiorgasmo, empezó a sentirse dolorida. La postura no era muy cómoda, tumbada de espaldas con su amigo sobre ella. Notaba las gotas de sudor que se resbalaban del rostro de Ricardo cayendo sobre su espalda. Y el muy bestia de su amigo estaba destrozándole el coño. Todo ello hacía que empezara a dejar de disfrutar, pero él se dio cuenta de ello en seguida.

Ricardo se separó de su amiga, que se giró en cuanto notó la libertad con una sonrisa en su rostro.

-Me pones mucho, niña – le dijo al ver esa preciosa faz iluminada por tan enorme y cautivadora sonrisa.

Y se precipitó sobre ella para besarla en la boca mientras ambos se magreaban en busca de la carne del amante con el que estaban haciendo el amor.

-¿Quieres comprobar si supero los 4 chorros de la última vez? – le insinuó él haciendo referencia al testículo recién operado que ahora también entraba en juego en sus corridas.

-¡Vale! – le contestó ella divertida.

Ricardo se apartó de ella nuevamente y la cogió de los brazos para alzarla. De pie, junto a la cama, empujó a su amiga hacia abajo, forzándola a agacharse. Estaba claro lo que buscaba y a Montse no le importó. Iba a ser la segunda corrida que iba a recibir su rostro tras la de su jefe.

De rodillas, a la altura del cipote tieso de Ricardo, Montse agarró el falo y empezó a masturbarlo. En seguida utilizó también la boca para chuparle la polla y provocarle el orgasmo. Mientras lo hacía se llevó la mano libre a la entrepierna y empezó a acariciarse los labios vaginales, nuevamente lubricados. Se abrió de piernas y empezó a masturbarse mientras no dejaba de pajear y mamarle la verga a su especial amigo.

Ricardo volvió a rememorar todo lo vivido con su amiga. No únicamente los últimos encuentros sexuales que habían sido tan placenteros, sino que recordó todo lo especial que ambos habían vivido y dio gracias por ser amigo de esa mujer tan extraordinaria que había hecho de él alguien tan extraordinario. Los sentimientos, el placer, las sensaciones se unieron provocándole el orgasmo. Montse se apartó de él y Ricardo se agarró la polla para apuntarla hacia el bello rostro de ella. Pajeándose, se corrió en la cara de su amiga.

Montse notó el primer chorro caliente alcanzarle el pelo y la frente. El siguiente le manchó la nariz y parte de la mejilla. El tercer aluvión de semen pareció más vigoroso aún depositándose nuevamente en su pelo, nariz y boca. Los sucesivos siguieron pintándole la cara llenando de leche su pelo, frente, nariz, mejillas, labios, barbilla… todo su rostro quedó recubierto del espeso semen de los 12 chorros que Ricardo le soltó en la cara. Mientras Montse recibía tal baño de lefa sus dedos comenzaron a moverse más rápidamente dentro de su coño alcanzando así un nuevo orgasmo.

Ricardo tuvo que apoyarse en la cama para no desvanecerse tras haberse vaciado sobre el precioso rostro de su amiga que ahora estaba cubierto de una espesa capa blanca. Eso no le impidió a Montse agarrar la morcillona polla que colgaba ante ella para besarla, lamerla y absorberla por última vez con intención de recoger los restos de semen que por ahí quedaran. Ricardo sonrió.

Sin decir nada, la mujer se levantó subiéndose las bragas y se retiró al cuarto de baño para limpiarse el semen de la cara. Ricardo se tumbó en la cama recobrando fuerzas.

-Oye, ¿y cómo has conseguido entrar en la casa? – le preguntó Montse desde el lavabo.

-Bueno, realmente quería darte una sorpresa. No te he mentido, mi intención era arreglar lo nuestro y se me ocurrió que esta podía ser una buena forma…

-Cuéntame – le cortó Montse, intrigada.

-Pues llamé a Ismael para preguntarle cuándo entrenaba y si me podía hacer un favor. Le dije que quería arreglar el mal rollo entre nosotros y para ello había pensado en darte una sorpresa.

-Te enrollas… – le hizo ver ella, que se impacientaba.

-Está bien… pues le dije que él y yo podíamos quedar abajo y cuando él se fuera a entrenar volvíamos a subir quedándome yo en casa y él marchándose definitivamente para que tú te pensaras que era Ismael el que había vuelto y al verme a mí te llevaras una sorpresa.

-Pues las cosas te han salido bien, eh, guapito – le dijo mientras regresaba a la habitación, con el rostro limpio y aún en tanga. Ricardo sonrió.

-Eres un cielo.

-Sí, pero mira como me has dejado el pelo – se quejó Montse enseñándole los manchurrones de semen que se habían adherido a su preciado cabello – Ahora voy a tener que lavármelo y no toca – y gruñó en un gesto de rabia amistosa.

-¿Quieres que te ayude a ducharte? – le bromeó él sacándole ahora la sonrisa a ella.

-Anda vete, que te quiero demasiado y al final nos metemos juntos en la ducha.

-Te amo – coincidieron ambos al unísono antes de que ella se metiera en la ducha y él se marchara, esta vez, para siempre.

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Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 9” (POR GOLFO)

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Irene ejerce de matriarca
La incorporación de Estrella a nuestra familia produjo un cambio sutil pero importante en nuestra relación. Hasta entonces, jamás había percibido que Ana se plegase a los deseos de su hermana. Pero a raíz de que la mulata aceptara la jerarquía de Irene como matriarca, fue evidente que su gemela hacía lo mismo y que lo hacía de buen grado.

Un ejemplo de ello ocurrió esa misma mañana cuando a Irene se le ocurrió saludar con una suave nalgada a la negrita. Comportándose como una niña celosa, Ana puso el culo en pompa mientras se quejaba por no haber recibido el mismo trato de parte de su hermana.

-Pídele a nuestro dueño que te lo dé- contestó muerta de risa Irene pensando que era una especie de broma.

Para su sorpresa, Ana se acercó a mí y poniendo un puchero, me soltó:

-Una matriarca debe ser justa y si da una caricia a una de sus zorritas, ¿verdad que debe dársela a la otra también?

Reconozco que su queja me dio que pensar porque, no en vano, tenía razón y si quería que Irene mantuviera a raya a esas dos en mi ausencia, debía ser equitativa. Por eso, llamándola a mi lado le pedí que se levantara la falda.

Sin saber a qué atenerse, la teórica matriarca cumplió mi mandato exponiendo ante mi vista su estupendo trasero. Aprovechando que no se lo esperaba, descargué un duro azote sobre sus nalgas, diciendo:

-Que sea la última vez que haces diferencias entre mis sumisas y no quiero tenerlo que repetir.

Frotándose el adolorido cachete, Irene me respondió:

-Amo, no volverá a ocurrir.

Tras lo cual, cogió a su hermana del pelo y sin pedir mi opinión, le soltó un azote:

-Este es para ser justa- su gemela sonrió creyendo que había ganado la batalla, pero entonces su matriarca siguió castigando su trasero con una serie de feroces mandobles mientras le decía: -Y estos por acusarme ante nuestro amo.

Ana desesperada buscó mi ayuda con la mirada, pero en vez de palabras de consuelo escuchó que le decía a Irene:

-Cuando acabes, ¿me podrías llevar una cerveza a la piscina? Voy a darme un chapuzón.

-En seguida se la llevo- contestó sabiendo que con ello le daba vía libre para controlar a su manera a las otras dos sumisas.

De camino al jardín escuché el ruido de nuevos azotes y las disculpas de Ana ante su matriarca.

«A partir de ahora, ninguna de las dos discutiría su liderazgo», pensé sonriendo.

Supe que había hecho lo correcto cuando diez minutos después, Irene llegó con ambas y mientras ponía en mis manos el botellín, oí que les decía:

-Perras, ¿no veis que nuestro amo no se ha puesto bronceador? ¿Acaso queréis que se queme?

De inmediato, la mulata y su hermana comenzaron a untarme de crema mientras Irene se tumbaba a mi lado.

-¡Aprendes rápido!- comenté muerto de risa.

-Estas guarrillas tienen un amo magnífico, pero es evidente que también necesitan una mano femenina que las dirija- sonriendo contestó.

Dando por hecho que me venía bien, decidí poner freno a su actitud dominante y para que no olvidase quien realmente mandaba en nuestra relación, esperé a Ana y Estrellan terminaran de ponerme crema para pedirles que extendieran una toalla sobre el césped.

Una vez lo habían hecho, me tumbé en ella y las llamé. La primera en obedecer fue la negrita y por ello la premié con un beso mientras desataba la parte de arriba de su bikini. Ana al verlo, se acercó a mi poniendo sus pechos a mi disposición. Como no podía ser de otra forma, no les hice ascos y repartiendo mis lametazos entre las dos, busqué incrementar su calentura sin invitar a la matriarca.

Irene al ver que la dejaba al margen, comprendió el motivo que guiaba mis actos y sin mostrar el mínimo reproche, esperó en la tumbona mientras su dueño amaba a las dos sumisas.

Reconozco que me encantó sentir los pechos de ambas pegados a mí y por eso tras disfrutar ellos brevemente, señalé el bulto que crecía sin control en mi entrepierna:

-Mirad cómo me habéis puesto.

Tanto Ana como Estrella entendieron a la primera mis deseos y colaborando entre ellas, me despojaron del traje de baño. Al ver mi erección, se miraron y sin que se lo tuviese que exigir, se coordinaron usando sus lenguas y sus bocas para darme placer.

-Tocaros entre vosotras- exigí al darme cuenta que no tardaría en eyacular si las dos seguían concentradas únicamente en mí.

Sin dejar la mamada conjunta, los blancos dedos de Ana se hundieron en el coño de la morena mientras ésta hacía lo propio con el sexo de su compañera.

-Así me gusta, ¡unas putitas bien avenidas!- exclamé al comprobar la pasión con la que se repartían caricias mutuas.

Es más, la firme convicción de lo urgente que era que entre todas ellas formaran un trio en mi ausencia me hizo concebir una maldad y levantándome de la toalla, las obligué a seguirse amando sin dejar intervenir a Irene.

Me resultó curioso que esta no se quejara por el papel que le había encomendado hasta que la escuché decir:

-Guarrillas, nuestro amo quiere ver acción y no meras caricias. ¿No sabéis hacer nada mejor?

Ambas se quedaron confusas al escuchar sus reproches, momento que ella aprovechó para ejercer de matriarca y poniéndose al mando, les ordenó que entrelazaran sus piernas.

-Quiero que frotéis vuestros coños hasta hacerlos sangrar- exigió al ver que la obedecían.

Me reí al comprobar que, de inmediato, mis sumisas asumían sus órdenes como si fuesen mías y comenzaban a restregar sus sexos con una inusitada ansiedad. El que acataran sus deseos representó para Irene un salto sin vuelta atrás y sintiéndose por primera vez dueña de sus destinos, les exigió que profundizaran en sus caricias.

-Mas rápido, putitas mías- dijo exteriorizando que las consideraba suyas.

Las dos sumisas respondieron acelerando el roce de sus coños dando por sentado que era su deber. Su calentura quedó demostrada por el chapoteo que producían al restregarse y ese ardiente sonido incrementó la sensación de seguridad de Irene que ya despendolada pidió a la mulata que se apoderara de los pechos de su hermana.

Siguiendo sus instrucciones, Estrella llevó sus manos hasta los senos de su compañera y tomándolos como un trofeo, acercó su boca y se puso a lamerlos. Ana al sentir esa húmeda caricia, rugió de placer sin dejar de rozar su vulva contra la de su amante.

-Muérdeselos, ¿no ves que lo necesita? – comentó bastante alterada con la escena su matriarca.

Cerrando sus mandíbulas sobre el pecho de Ana, la mulata obedeció y su víctima, al sentir los dientes de su amante torturando sus areolas, pegó un pavoroso aullido de placer.

-Mas fuerte- insistió Irene desde su tumbona.

La lujuria de su tono me alertó de que necesitaba liberar su angustia y acercándome por detrás, me senté a su espalda.

-Mi amo- susurró al sentir que me apoderaba de sus pechos.

-Tus putitas te necesitan, sigue marcándolas el paso- susurré en su oído.

Asintiendo, la rubia se giró hacia las dos y las conminó a cambiar de postura. Tanto Estrella como Ana escucharon con alborozo que su matriarca les pedía hacer un sesenta y nueve y respondiendo a dicha orden se lanzaron una sobre otra.

-Comeros el chocho- con la respiración entrecortada les exigió al notar que mis dedos avanzaban lentamente hacia su gruta.

Tal y como mandaba la lógica, mis yemas se toparon con una intensa humedad entre sus pliegues y recreándome entre ellos, localicé su clítoris.

-Mi zorrita está cachonda- comenté en su oído mientras usaba una uña para torturar ese botón.

-Para mi amo, siempre lo estoy- Irene rugió completamente dominada por la pasión.

-Así me gusta- comenté mientras aceleraba la velocidad con la que mis yemas lo acariciaban.

Con el coño anegado, la matriarca no se olvidó de sus pupilas y mientras buscaba con ahínco moviendo sus caderas ensartarse con mi pene, gritó a su hermana al ver que se entretenía demasiado:

-Ana, fóllatela de una puta vez.

Su gemela acató su mandato hundiendo su cara entre las piernas de la mulata. Los gemidos de esta al sentir que separaba sus pliegues con la lengua no se hicieron de rogar y separando sus rodillas, chilló descompuesta que se corría.

-No la dejes descansar- insistió Irene con voz insegura al notar que, en ese preciso instante, mi glande estaba a punto de horadar su sexo y buscando su placer, se dejó caer sobre mi pene: -¡Amo! ¡Úseme! ¡No aguanto más!

El dolor que mi amante experimentó al empalarse fue tan brutal que durante unos segundos apenas pudo respirar. Al darme cuenta, no quise incrementar su castigo y por ello esperé a que se recuperara antes de pedirla que se moviera mientras a pocos metros, Estrella había tomado la iniciativa hurgando con sus dedos dentro de Ana.

Los sollozos de dolor de Irene coincidieron en el tiempo con los gemidos de placer de su hermana. Viendo que ambas sentían la necesidad de ser amadas, decidí coger entre mis brazos a mi amante y llevándola en vilo la deposité junto a su gemela.

Ana al tenerla cerca, buscó sus besos mientras entre sus piernas, la mulata no dejaba de estimularla.

-Te amo, hermanita- dijo Irene al sentir sus labios.

La alegría con la que se abrazaban nos azuzó tanto a Estrella como a mí a seguir amándolas. Por ello mientras la morena coordinaba los ataques de sus yemas con los de su lengua, yo comencé a moverme lentamente sacando y metiendo mi pene del interior de su matriarca.

-Amo, hagamos que las dos se corran a la vez- comentó la pícara mulata retirando brevemente su cara de entre los muslos de Ana.

No tuvo que insistir porque para entonces solo tenía un objetivo, el cual no era otro que hacer que Irene claudicara al placer. Por ello, aumentando el ritmo y la profundidad de mis embestidas, busqué su orgasmo mientras a mi lado, la sensual boca de Estrella se daba un banquete con el flujo que manaba del coño de Ana.

-Muévete o tendré que azotarte- ordené a Irene al comprobar que permanecía un tanto inactiva.

Su respuesta me hizo reír y es que, girando su cara, la zorra en la que se había convertido mi amante, me soltó:

-¿Pueden ser ambas? Yo me muevo y usted me azota.

Como os podréis imaginar, accedí a sus deseos y mientras sumergía mi pene en su interior, marqué el ritmo de sus caderas a base de sonoras nalgadas sobre ella.

-Gracias, Amo. Necesitaba sentirme suya- gimió con felicidad al experimentar mi autoridad sobre su trasero.

Asumí por sus palabras que a mi querida rubia le urgía reafirmar que seguía siendo mi sumisa y que, aunque tuviese que ejercer de matriarca, no quería que me olvidase de cual era su verdadera naturaleza. Por ello, cogiendo su melena a modo de riendas, cabalgué sobre ella con un ritmo desbocado y cada vez que sentía que mi montura se relajaba, azuzaba sus movimientos con nuevos azotes sobre sus corvas hasta que, coincidiendo con el clímax de su gemela, Irene vociferó que se corría. La euforia de su voz avivó mis ganas de poseerla y cogiéndola de los hombros, seguí acuchillando con renovados bríos su interior.

Mi insistencia provocó que la rubia encadenara un orgasmo con el siguiente y más cuando su hermana y la mulata decidieron que había llegado el momento de colaborar conmigo para que su matriarca nunca olvidara esa mañana lanzándose a mamar de sus pechos.

El ataque coordinado de nosotros tres provocó que Irene aullara al sentir que el placer amenazaba con desbordarla:

– Me encantaría que me dejara embarazada, ¡ahora mismo!

La rotundidad con la que externó ese deseo fue el último empujón que necesité para descargar mi simiente en su fértil sembrado y pegando un gritó, me dejé llevar. Irene al sentir los cañonazos de semen chocando en su vagina, comenzó a llorar con alegría diciendo:

-Aunque es imposible, sé que me he quedado preñada.

Ana, soltando una carcajada, la respondió:

-Si no lo estás, no pasa nada. Nuestro querido amo insistirá las veces que sean necesarias… y si tú no puedes, siempre puede usarme a mí para darte un hijo.

Por si fuera poco, Estrella apoyó a su compañera diciendo:

-Mi querida matriarca no se olvide que el vientre de esta hermosa negra también puede servir para darla un hijo.

Irene, muerta de risa, me miró y cogiendo a las dos sumisas que compartíamos entre sus brazos, comentó:

-Amo, creo que antes de un año esta casa estará repleta de niños… al menos cinco… dos pares de gemelas y un precioso mulato gatearán por sus pasillos.

Supe de algún modo que esa amenaza se haría realidad a menos que me hiciera … ¡una vasectomía!

 

 

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 10):
CAPÍTULO 19: SIN ENTERARME DE NADA:
El jueves tuve que pegarme un madrugón de campeonato, pues tenía que coger el coche e irme a la quinta puñeta, cosa que no me apetecía lo más mínimo. Me levanté como un zombie, los ojos medio cerrados y me metí en el baño para darme una buena ducha.
Me vestí en silencio, con el modo sigiloso activado, procurando por todos los medios no despertar a Tati, que yacía comatosa en la cama, boca abajo, con el pelo revuelto tapándole la cara.
Mirarla me enterneció y un súbito sentimiento de cariño me embargó. Era increíble lo que aquella chica era capaz de hacer por mí. No me la merecía.
Incluso en la penumbra del dormitorio, sus sugerentes curvas se adivinaban sin dificultad. De hecho, su culito, desarropado y cubierto únicamente por unas pequeñas braguitas que se perdían en la rotundez de sus cachetes, me hizo replantearme seriamente el ir a trabajar esa mañana.
Negué con la cabeza, resignado, e, inclinándome, le di un tenue beso en la mejilla, que la hizo murmurar y agitarse levemente en sueños.
El resto del día fue un asco, tal y como me temía. Tuve que hacer mogollón de kilómetros en coche para visitar a clientes, poniéndoles como siempre buena cara y soportando sus críticas, centradas casi siempre en el coste, obviando, cómo no, que nuestra empresa era la que mejores servicios ofrecía de todo el ramo. Eso les daba igual.
Si algo me ayudó a pasar el día fueron las fotos de Tatiana en mi móvil. Bueno, las fotos y el recuerdo de todas las cosas que nos habían sucedido en los últimos días. Y Alicia también ocupaba una buena porción de mis pensamientos. Tenía que reconocer que había resultado ser una mujer extremadamente inteligente y que, una vez había echado abajo las barreras de los prejuicios, había resultado ser mucho más valiente que yo. Era una mujer fuerte, actual, decidida, admirable, capaz, que no se detenía ante nada para lograr sus objetivos y, por supuesto, muy bella.
Que estaba deseando follármela, vaya, te lo digo así para que me entiendas.
Qué quieres, no voy a mentirte. He de reconocer que mi punto de vista sobre Tatiana había cambiado, empezaba a darme cuenta de que era mucho más importante para mí de lo que quería reconocer, pero, aún así… me moría por tirarme a Ali.
Joder, allí en el coche, conduciendo por la autovía, iba con una empalmada de narices simplemente de recordar el tacto de su mano sobre mi polla la tarde anterior. Y claro, eso me hizo evocar aquel sábado en que me la meneó en mi coche… en ESE MISMO COCHE que iba conduciendo en ese preciso instante.
Cuando paré a almorzar, tuve que cascarme una paja en el baño del restaurante, con eso te lo digo todo. Y sí, sí que me ayudaron las fotitos de Tati, te lo aseguro…
——————————
Cuando llegué por fin a casa eran más de las once. Estaba machacado. A duras penas conseguí meter el auto en el garaje, llegando incluso a sopesar la idea de quedarme allí mismo, sentado al volante, para pasar la noche. Lo que fuera con tal de no tener que dar un paso más.
Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, me las arreglé para arrastrarme fuera del coche y me dirigí a la puerta de ascensores. La verdad es que, el pensar en Tati, que estaría esperándome en casita, me animó bastante. Me apetecía acurrucarme un rato con ella en el sofá, viendo cualquier cosa en la tele.
La puerta del ascensor se abrió, me monté en él y pulsé el botón de mi planta. El trasto se puso en marcha y empezó a subir, pero, en vez de llevarme directamente a mi piso, se detuvo enseguida en la planta baja, señal inequívoca de que alguien lo había llamado desde el portal.
Ya sabes lo fastidioso que es eso, encontrarte de bruces con un vecino, que a lo mejor no te cae bien, o que es de los charlatanes, o de los obsesos con los problemas de la comunidad… o peor aún, de los que te han visto follándote a tu novia encima del capó del coche en el garaje.
Como te lo cuento. Cuando se abrieron las puertas del ascensor me encontré de frente con Marcia, la vecina, la misma que se había quedado mirando cómo me trincaba a Tati el sábado por la noche.
Me quedé mudo, cortado por completo y con el único consuelo de que ella se había quedado tan cortada como yo.
Tras unos segundos de vacilación, Marcia se decidió por fin a entrar en el ascensor, musitando un quedo buenas noches, que yo respondí en idéntico tono.
Intentamos comportarnos como personas adultas, haciendo como si nada, pero los dos teníamos muy presente que ambos estábamos pensando en el incidente del sábado.
Yo no me atrevía a decir ni mú, todo envarado, pero entonces, sorprendentemente, Marcia alzó la mirada hacia mí y me habló.
–          Menuda juerguecita estabais corriéndoos la otra noche – me espetó.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito porque sacara el tema con tanto desparpajo.
–          No te hagas el tonto. Ya sabes a qué me refiero. La otra noche en el garaje, con tu novia…
No acerté a decir nada, aunque mi expresión debía de ser respuesta suficiente.
–          No te pongas nervioso, que no voy a echarte la bronca. No voy a llamarte la atención por hacer uso indebido de las zonas comunales – dijo, riéndose de su propio chiste.
A mí no me hacía ni puta gracia. No sabiendo muy bien qué decir, opté por la opción inteligente y no abrí la boca. Marcia, más relajada, me miraba con una expresión indescifrable en el rostro.
–          Perdona. Sólo quería decirte que siento haberme quedado mirando la otra noche. La verdad es que iba un poco adormilada y de pronto me encontré con semejante espectáculo… No supe reaccionar. Sólo quería pedirte disculpas…
¿Disculpas? Joder, si ella supiera lo cachondo que me puse porque me miraba…
–          No… no hace falta que te disculpes – acerté a decir – En todo caso somos nosotros los que tendríamos que pedir perdón… Lo que estábamos haciendo…
–          Vamos, vamos, que ya somos mayorcitos – rió ella – ¿Y qué? ¿Tan calientes ibais que no os dio tiempo ni a llegar a casa?
–          Bueno, ya sabes…
–          Ay, hijo, qué envidia me dio Tatiana. Ojalá Juan Carlos fuera tan fogoso…
Mientras decía esto, Marcia me miraba con una expresión extraña, a medias divertida, a medias… turbadora. De repente, fui plenamente consciente de lo atractiva que era mi vecina… y de lo estrecho de aquel ascensor…
En ese momento llegamos a nuestra planta y se abrieron las puertas, lo que me alivió enormemente.
–          Bueno, pues nada, buenas noches – dijo sonriéndome – Espero que ya te hayas desfogado bastante… Ya sabes, los caballos muy briosos corren el riesgo de desbocarse…
Me quedé en la puerta del ascensor, sin despedirme siquiera. ¿Acababa mi vecina de tirarme los tejos? Estaba un poco desentrenado, llevaba ya dos años con Tati, así que estaba un poco fuera de circulación, pero…
Justo antes de entrar en su piso, Marcia me miró por encima del hombro y sonrió al verme todavía allí parado. Me dijo adiós con la mano y entró en su casa.
Sí, estaba claro. Se me había insinuado.

 

Qué quieres que te diga, aquella escenita me levantó el ánimo. A todos nos gusta saber que le resultamos atractivos a otra persona. Mi querida vecinita había logrado librarme del cansancio en un santiamén.
Por fin, entré en casa y, como siempre, esperé que Tati apareciera para saludarme como un perrillo faldero. Sin embargo no apareció, lo que borró todo el entusiasmo de golpe y me inquietó muchísimo, acordándome de la última vez que Tatiana no había acudido a recibirme.
Un poquito nervioso, me dirigí al salón, donde se veía la luz encendida y me encontré con Tatiana, que se levantaba del sofá y me miraba con aire culpable, como si la hubiera pillado haciendo alguna travesura.
–          ¡Oh, hola cari! – exclamó acercándose a mí y dándome un beso, lo que me tranquilizó mucho – Me había quedado adormilada y no te he oído entrar.
Inquietud renovada. Estaba mintiéndome.
–          ¡Uf! – resoplé dejándome caer en el sofá – Estoy hecho polvo. Menudo día.
–          Pobrecito – dijo Tati sentándose a mi lado y empezando a acariciarme el cabello – ¡Cuánto trabaja para traer el pan de cada día a esta casa!
Tati me miraba con cara divertida mientras se burlaba de mí.
–          Ya, ya sé que tú también trabajas – repliqué sabiéndome la lección de memoria – Seguro que también estás agotada de pasarte toda la tarde metida en la tienda, pero qué quieres, hoy ha sido una paliza de campeonato. He tenido que hacer casi 500 kilómetros.
–          Pobrecito – repitió echándome las manos al cuello – Pero no te preocupes, enseguida te traigo algo de cenar.
–          ¿Has preparado la cena? – pregunté extrañado – ¿Es que has salido antes del trabajo?
La expresión culpable regresó inmediatamente al rostro de Tatiana. Allí se cocía algo.
–          No, no, a las diez, como siempre. Bueno, un poco antes, ya sabes, hoy no me tocaba a mí cerrar… He llegado pronto…
–          Ah – dije sabiendo perfectamente que me ocultaba algo.
–          Bueno. Quédate aquí sentadito y yo te traigo la comida.
Sin mirarme a la cara, Tati salió disparada del salón, en medio del revuelo de la faldita de su vestido, otro modelito de verano, parecido al que llevaba habitualmente. Empecé a echar cuentas mentales. A las diez sale del curro, luego a esperar el autobús, el trayecto, llegar a casa, hacer la cena… Miré el reloj. Las once y veinte. Las cuentas no me salían.
–          No me jodas – pensé – ¿No la habrá traído en coche el capullo del vigilante ese?
Me enfadé. Por un instante me sentí celoso, qué coño, es justo reconocerlo. ¿Habría traído el cabrito ese al que se le caía la baba a mi novia en coche?
Retorciéndome inquieto en el sofá, miré a mi alrededor, como si la prueba de que Tati me estaba ocultando algo fuera a estar oculta en el salón. Lo curioso fue que, efectivamente, sí que estaba allí.
Incrédulo, me agaché para sacar el objeto que acababa de entrever de detrás del costado del sofá, justo donde había estado sentada Tatiana cuando llegué a casa. Aferrándolo, lo saqué y lo puse sobre mis rodillas: el portátil de Alicia.
–          Así que te he traído Alicia en coche, ¿verdad? – exclamé en voz alta para que pudiera escucharme desde la cocina.
Segundo después, Tati, con carita compungida, regresaba al salón, secándose las manos con un trapo.
–          Sí, bueno, cari, iba a contártelo ahora…
–          Y claro, si os habéis visto esta tarde, seguro que habréis hecho alguna “cosita” – dije haciendo hincapié en la última palabra.
Tati no contestó, pero apartó la mirada, avergonzada.
–          ¿Qué habéis hecho? – pregunté secamente, tratando de permanecer en calma.
La chica siguió muda, seguro que pensando cómo sincerarse.
–          Da igual. No digas nada – sentencié ya bastante enojado – Seguro que está todo grabado.
Mientras decía esto, abrí el portátil y pulsé el botón de encendido. Por un instante, pareció que Tati iba a arrojarse sobre mí para impedirme encenderlo, pero fue sólo eso, una impresión, pues acabó sentándose a mi lado, cabizbaja. Parecía una colegiala a la que acabaran de echarle la bronca. Me sentí un poquito culpable.
–          Cari, yo… Bueno. Alicia ha venido esta tarde al trabajo… Y ya sabes…
Joder. Vaya si lo sabía. La verdad es que, mirándolo ahora con perspectiva no sé por qué me sentó tan mal que se vieran a mis espaldas, tampoco era nada del otro mundo. Pero lo cierto fue que, en ese momento, estaba bastante cabreado.
–          Vaya. Pues te habrá pillado de sorpresa ¿no? Menudo susto, cuando se haya presentado allí sin avisar.
Tatiana apartó la vista, sólo un segundo, pero fue suficiente para mí.
–          ¡Coño! – exclamé – Entonces no ha sido una visita sorpresa. ¿Ya habíais quedado? ¿Y cuando, si puede saberse? ¿Te ha llamado hoy? ¿Te ha llevado al trabajo?
–          No… – susurró Tati, avergonzada – Quedamos ayer…
–          ¿Ayer? – exclamé alucinado – ¡Si estuvimos juntos todo el rato!
Entonces me acordé. Las palabras al oído cuando nos despedimos.
–          ¡Ah! Ya veo. Te lo dijo cuando se despidió. Me mentiste con todo el descaro.
–          ¡No, cari! – exclamó Tatiana muy angustiada – Bueno, sí, me lo dijo entonces. Y que haríamos algo que te encantaría y que te excitaría mucho…
Soy un mierda. Lo sé. Aquellas palabras hicieron que se me pasara el enfado, siendo sustituido por un profundo interés por saber qué había pasado. De repente, me moría de ganas por averiguar qué demonios habrían hecho aquellas dos pécoras a mis espaldas, aunque seguí aparentando sentirme molesto, por conservar la dignidad, ya sabes.
–          Está aquí grabado, ¿verdad? – pregunté innecesariamente, alzando el portátil.
–          Sí. Me ha dejado el ordenador para que copiaras los vídeos, los del otro día también. Como dijiste que querías montarlos…
Resignado (y muerto de curiosidad) me recliné de nuevo en el sofá y miré la pantalla encendida. Introduje la clave que Ali nos había dado y accedí al ordenador. No hacía falta buscar mucho. En el escritorio había una carpeta llamada “Vídeos” y una vez en ella bastó con ordenar los ficheros por fecha y acceder a los de esa misma tarde. Había un montón.
–          ¿Qué cojones habréis hecho las dos? – dije meneando la cabeza.
–          Cari, no te enfades. Alicia me dijo que te iba a gustar mucho. Yo lo he hecho todo por ti…
Empezaba a preguntarme si eso sería verdad. ¿Tatiana participaba en aquello por mí o por Alicia?
–          ¿Y qué ha pasado? – pregunté queriendo saber los antecedentes antes de ver la peli.
–          Bueno… Como te he dicho, ayer Ali me dijo que se pasaría por mi trabajo por la tarde, para tomar café, como el otro día.
–          Ya. Me imagino de qué estuvisteis hablando.
–          Ella dijo que quería probar una cosa que se le había ocurrido, que seguro que te iba a gustar… me convenció…
–          Sí, apuesto a que le costó muchísimo convencerte – pensé para mí.
–          ¿Y qué te dijo que hicieras? – pregunté.
–          Me pidió que… jo, cari, me da vergüenza…
–          A buenas horas mangas verdes – dije de nuevo para mí.
–          Me dijo que tenía que exhibirme para un hombre en el probador. A ver si era capaz de… ponerle cachondo…
Sí. Seguro que le costó un montón lograrlo.
–          Ali me explicó lo que íbamos a hacer. Cuando terminamos el café, volvimos a la tienda y ella se encargó de prepararlo todo mientras yo seguía trabajando.
–          ¿Prepararlo? – pregunté.
–          Sí, ya sabes. Las cámaras y eso. Cogió un vestido y se metió en el probador para esconder allí las dos camaritas, una arriba, camuflada con el perchero, y la otra justo al lado del espejo. Yo llevaba puestas unas gafas…
–          O sea, que hay tres tomas distintas de vuestro numerito – la interrumpí.
Tati asintió vigorosamente, un poco más calmada al ver que se me había pasado el enfado.

 

–          Cuando lo tuvo todo listo, regresó a la tienda y se puso a mirar ropa. Como las chicas ya saben que es amiga mía, no la molestaron y ella se quedó esperando a que llegara un candidato adecuado.
–          Y supongo que llegó, ¿no?
La chica volvió a asentir, ruborizándose.
–          ¿Y bien? – pregunté ¿Quién fue el afortunado?
–          Un chico… – respondió Tati con un hilo de voz.
–          ¿Un chico? ¿Un jovencito?
–          Sí…
–          ¿En serio? ¿Qué edad tendría?
–          No sé… 16 o 17.
–          ¿16? – exclamé incrédulo – ¿Ese era el candidato perfecto? ¿Un adolescente?
–          No, bueno… No buscábamos a alguien con una edad concreta… Lo que Ali quería era un hombre… al que tuviera que cogerle la medida de los pantalones.
Me quedé callado, mientras finalmente comprendía cuales eran las intenciones de Alicia. Claro. Era lógico. Si Tatiana tenía que tomarle las medidas a alguien, era normal que pasara al probador con él. Una vez más me sorprendía la inteligencia que demostraba Alicia ideando aquel tipo de planes.
–          Pero, ahora que caigo – dije de repente – ¿Qué coño hacía un chico de 16 comprando ropa en tu tienda? No tenéis mucha ropa joven…
–          ¡Ah! – exclamó Tati sintiéndose más cómoda al pisar el terreno que dominaba – Sus padres son clientes. Ya les conozco. De vez en cuando la madre le trae para comprarse algún pantalón o una camisa. Al pobre no le hace ninguna gracia. Si vieras la cara que trae siempre…
–          Apuesto a que, a partir de ahora, el chaval perderá el culo para venir a la tienda siempre que pueda – la corté un poco secamente.
Aquello borró la sonrisa de Tatiana de golpe. Se puso muy seria y nerviosa. ¿Qué coño habrían hecho aquellas dos?
–          Bueno, supongo que será mejor verlo en pantalla.
Tatiana se puso muy tensa, pero no dijo nada, limitándose a reclinarse a mi lado. Como el portátil era muy potente, pude ejecutar los tres vídeos simultáneamente, aunque disminuyendo el tamaño de las ventanas. Durante un par de minutos, lo que hice fue sincronizar las imágenes de las 3 grabaciones, usando como referencia el instante en que Tati entraba en el probador.
–          Así que éste es el chico – dije estúpidamente, señalando al jovencito que aparecía en las cámaras ocultas.
–          Sí – respondió mi novia con voz casi inaudible.
Detuve los tres vídeos más o menos en el mismo punto. En las ventanas podía verse la misma escena desde tres ángulos distintos.
Desde las gafas de Tati, se veía al chico terminando de abrocharse los pantalones, que le quedaban bastante largos. La cámara del perchero ofrecía una perspectiva cenital, desde un lado, permitiendo ver a los dos protagonistas de la historia. La del espejo estaba en ese momento obstruida por el trasero del joven, por lo que no podía ver nada más.
–          Oye, y ahora que caigo. ¿Dónde estaba Ali? – pregunté.
–          En cuanto me indicó que probara con el chico, salió de la tienda y regresó a la cafetería.
Lógico. Estaba pared con pared con la tienda. Buen sitio para captar la señal de las cámaras.
En pantalla, se apreciaba perfectamente que el chico estaba bastante aturrullado y nervioso, sin lograr acertar a subirse la cremallera, mostrando a las claras que la presencia de Tati junto a él en el reducido habitáculo le turbaba muchísimo.
Por fin, el joven logró su objetivo y esbozó una sonrisilla tímida en el monitor, que desapareció rápidamente de cuadro, pues Tati se arrodilló frente a él para tomarle la medida al largo de los pantalones.
Al arrodillarse, la grabación desde las gafas únicamente mostraba las piernas del chico, así que tuve que fijarme en la toma cenital, obteniendo una perspectiva parecida a la que tendría la mirada del muchacho: el escote de Tatiana.
La puta que la parió. La muy golfa llevaba un par de botones cuidadosamente desabrochados, lo que permitía atisbar provocadoramente su exquisito canalillo. En la imagen se veía perfectamente cómo el chico miraba hacia abajo con disimulo, recreándose en el sensual espectáculo que Tati le brindaba. No le censuré por ello, aunque me sentía un poquito molesto. Y excitado…
Bruscamente, en la toma de las gafas apareció de nuevo el rostro del joven, pues Tati miró hacia arriba, pillándole in fraganti mientras espiaba en el interior de su blusa. El joven se puso coloradísimo, pero mi novia, lejos de escandalizarse, le sonrió levemente y le dirigió unas palabras.
–          ¿Qué le dijiste? – pregunté sintiendo la boca completamente seca.
–          Que iba a colocarle bien el pantalón para tomarle la medida.
Efectivamente, las manos de Tatiana aparecieron en el encuadre y, deslizando los dedos por la cinturilla del pantalón, lo movió hasta ubicarlo en la posición correcta.
Justo entonces, Tatiana dijo algo más, lo que hizo que el chico diera un respingo y se apartara un poco de ella. Como los dedos de ella seguían enganchados en el pantalón, Tati también se echó hacia delante, con lo que la blusa se abolsó, revelando una porción todavía mayor de piel y confirmándome lo que yo ya sabía: que iba sin sostén.
–          ¿Qué coño pasó ahí? – exclamé – Casi se cae de culo.
Tatiana farfulló una respuesta inaudible.
–          ¿Cómo?
–          Le pregunté que… – dijo ella sin atreverse a mirarme a los ojos – Si cargaba a la izquierda o a la derecha…
–          ¡¿QUÉ?! – exclamé estupefacto.
No podía creerme lo que acababa de escuchar. ¿Dónde estaba la Tatiana que yo conocía? Aquella era otra mujer…
–          Bueno… yo dije lo que me indicó Alicia…
Tardé un segundo en comprender. Claro. El maldito micrófono.
–          ¿Llevabas puesto el auricular?
Tati asintió en silencio, sin atreverse a mirarme a los ojos.
Volví a fijar la vista en la pantalla, con la cabeza hecha un torbellino, sin saber muy bien qué pensar de todo aquello.
En la imagen se veía cómo Tatiana estiraba correctamente las perneras del pantalón, deslizando la palma de la mano sobre ellas, empezando por arriba (muy arriba) hasta llegar a los tobillos, lo que sin duda inquietaba enormemente al muchacho. Pensé en que yo, a la edad del chico, a esas alturas habría tenido ya un empalme de campeonato.
Y Tatiana debió pensar lo mismo, pues justo entonces levantó la vista para mirar directamente al paquete del muchacho. Y ¡premio! Allí estaba el inconfundible bulto delator.
–          Vale – dije entonces – Veo que lo lograste. Seguro que el chaval se acordará de esa tarde en el probador mientras viva.
Tatiana volvió a apartar la mirada, avergonzada, con lo que comprendí que la cosa no había ni mucho menos acabado.
–          Alicia te dijo que siguieras, ¿verdad? – inquirí sabiendo perfectamente cuál iba a ser la respuesta.
Ella no dijo nada, limitándose a recostarse contra mí, medio tumbada en el sofá. Yo rodeé sus hombros con el brazo, resignado a disfrutar del espectáculo, sintiendo su cálido cuerpecito apretarse contra el mío.
En el monitor se veía como Tati tomaba el largo de los pantalones usando un par de alfileres. Tras hacerlo, volvió a estirarle las perneras, dando tironcitos de la tela, primero desde abajo, luego a la altura de las rodillas y finalmente… peligrosamente cerca de la bragueta.
Tatiana alzó la mirada, buscando de nuevo el rostro del chaval, que tenía los ojos como platos. La manita de mi novia se mantuvo allí unos segundos, enervando al máximo al pobre muchacho, provocando que el notorio bulto del pantalón no menguara un ápice.
Por fin, la insidiosa mano se apartó, con lo que el cuerpo de chico se relajó notablemente. Creí que iba a darle un desmayo.
–          Ahí le tuve que decir varias veces que ya podía quitarse los pantalones y probarse los otros – dijo tímidamente mi novia.
–          Seguro que no se enteraba de nada – asentí.
Pareciendo estar a punto de derrumbarse, el chico miró a Tatiana, que seguía arrodillada frente a él obsequiándole con el espectacular escote que dejaba entrever la blusa. Tembloroso, dirigió unas palabras a mi chica, que respondió con serenidad.
–          ¿Qué dijo?
–          Me pidió que saliera del probador para cambiarse, pero yo le dije que no fuera vergonzoso, que así tardaríamos menos – dijo Tati con aplomo.
–          Pobre chaval – me solidaricé.
Aunque, pensándolo bien, qué coño pobre chaval ni narices. Anda que no hubiera alucinado yo con encontrarme en una de esas cuando tenía su edad.
Visiblemente nervioso, el chico empezó a desabrocharse los pantalones, todavía dudando si quitárselos o no. Finalmente, se armó de valor y los abrió por completo, mostrando que sus slips estaban a punto de estallar por la tensión.
–          ¿Te excita? – preguntó melosamente Tatiana en mi oído.
–          Sí. Es muy morboso – respondí sin apartar los ojos de la pantalla.
–          ¿Quieres que te alivie un poco? – insistió ella, posando una mano en mi bragueta, que a esas alturas estaba más o menos como la del mozo.
Lo sopesé unos segundos antes de responder.
–          No. Mejor no. Luego te follaré hasta el fondo – dije clavando mis ojos en los suyos.
Tatiana sonrió, un poquito ruborizada y apartó la mano de mi erección.
–          Pero deja la mano ahí – dije agarrándola de la muñeca y apretando de nuevo su manita contra mi bulto.
Y ella obedeció, sonriendo sutilmente.
Mientras tanto, el chico, completamente avergonzado, se las había apañado para librarse por fin del pantalón y, tras colgarlo de un gancho, cogió el segundo par e intentó ponérselo, aunque claro, al llegar al bulto del slip, la cosa se volvió un tanto… dificultosa.
Entonces Tatiana se puso en acción. Incorporándose un poco, agarró la cinturilla del pantalón, forcejeando con ellos como si tratara de subírselos al muchacho. El chico, sorprendido, soltó el pantalón y dejó a mi novia al mando de las operaciones. Dando unos bruscos tirones, Tatiana intentó subírselos del todo, aprovechando para refregar bien sus tetas contra el aturdido joven, llevándole sin duda al séptimo cielo.
–          Eso fue idea de Alicia – dijo Tati acariciando suavemente mi erección por encima del pantalón – Hizo que cogiera uno un par de tallas más pequeño.
–          Qué puta es – musité.

 

–          Sí – dijo mi novia sin pensar.
Aunque en pantalla se veía que ella no le iba muy a la zaga.
De pronto, en uno de los tirones, la punta del nabo del chico escapó bruscamente por la cinturilla del slip, permitiéndome comprobar que no estaba mal armado. Con rapidez, el pobre zagal la devolvió a su encierro, mientras Tati le miraba con una sonrisilla pícara en los labios.
–          Pobrecillo. Ahí se deshizo en disculpas. Yo le dije que no pasaba nada, que era muy normal a su edad y seguí como si nada.
–          A esas alturas yo ya te habría violado – dije juguetón.
–          ¿Si? – respondió ella en idéntico tono. Eso tendrás que demostrarlo.
–          Luego – reí, dándole un sonoro cachete en el culo.
Volví a concentrarme en la grabación, donde se veía a Tati fingiendo tratar de colocar correctamente los pantalones y volviendo loco de calentura al muchacho en el proceso.
–          Espera – dijo entonces Tati – Que ahora la cosa se pone en marcha.
–          ¿Cómo? – pregunté sin entender.
¿En marcha? ¿A qué se refería?
Y entonces comprendí.
No sé qué le diría en ese momento Tatiana al chico, no se lo pregunté. Seguro que fue algo así como “mientras esto no se baje no vamos a poder subirte el pantalón”… No importa lo que fuera. El hecho es que, de repente, mi queridísima novia plantó su delicada manita directamente en la erección del joven y ciñéndola con la mano, la acarició suavemente hasta lograr que volviera a escaparse del encierro de los slips.
–          Se quedó petrificado. Creí que iba a darle un infarto. No veas cómo la tenía de dura – Tati me retransmitía el partido como si tal cosa.
Yo no podía creerme lo que veía. Aquello no era exhibicionismo. Mi novia, simplemente, estaba sobándole el falo a un tío en un probador. El muchacho, aturrullado y sin duda pasando la tarde de su vida, se recostó contra la pared y se dejó hacer. Tatiana, poniéndose en pié, repegó su cuerpo contra él, apretando bien sus tetas en el pecho del chico, mientras su habilidosa manita se deslizaba con rapidez por el enhiesto nabo. El chaval, armándose de valor, se animó a deslizar una mano tras Tatiana, plantándola con descaro en el rotundo trasero de la chica.
–          Le susurraba que estuviera tranquilo – me narraba Tati – que me dejara a mí y vería que bien se lo pasaba, que enseguida lograríamos que aquello se le bajara y podríamos probarle el pantalón, antes de que su madre viniera a ver por qué tardábamos tanto…
A esas alturas yo ya no escuchaba nada de lo que Tati me decía. Estaba alucinado, la sangre me latía en los oídos, mientras veía con incredulidad cómo mi novia, la misma que un par de días antes se deshacía en lágrimas para evitar que la dejara, se la cascaba sin el menor rubor a un completo desconocido. Y todo porque Alicia se lo había pedido.
–          ¿Pero se puede saber qué cojones os pasa a las dos? – grité sin poder contenerme más mientras me incorporaba de un salto.
Tatiana se quedó atónita, mirándome aterrorizada, sin comprender mi reacción, mientras yo hervía de ira.
–          ¿Es esto a lo que os habéis dedicado? ¿Para esto habéis quedado las dos esta tarde? ¿Para que mi novia vaya haciendo de puta por los probadores?
–          Cari, yo…  Alicia me dijo… Que esto te gustaría…
–          ¿Alicia? ¡La puta que parió a esa golfa! ¡Ni exhibicionismo ni leches! ¡Una puta con todas las letras! ¡Y tú no le andas muy lejos!
–          Pero cari, creí que esto era lo que te gustaba… – dijo ella con un hilo de voz, a punto de echarse a llorar.
–          ¡Sí, claro, me encanta que mi novia anda por ahí sobándole el rabo a los tíos! ¿Y qué más hiciste? ¿Se la chupaste?
–          No, Víctor, yo… sólo con la mano…
Supongo que te haces una idea, para qué voy a seguir contándote todo lo que le dije. Sí, sí, vale, tienes razón, soy un machista de mierda. Yo andaba como loco por follarme a Alicia, sin contar las veces que nos habíamos masturbado mutuamente, pero, cuando vi que otro tío le ponía la mano encima a Tatiana (peor, que ella le ponía la mano encima a él) me volví un poco loco.
Me encerré en el dormitorio y me puse a rebuscar en la los cajones de la cómoda, arrojando las prendas al suelo sin ton ni son hasta que encontré lo que buscaba: un viejo paquete de cigarrillos.
Llevaba casi dos años sin fumar, pero los había dejado allí escondidos por si acaso. Y aquel era un “por si acaso” de mil pares de cojones.
El cigarro me supo a mierda, no sé si porque estaba pasado o por la bilis que me había subido a la garganta, pero el estar haciendo algo me serenó un poco los nervios.
Me senté en la cama, con la espalda apoyada en la cabecera y los pies todavía calzados encima del colchón. Me importó un carajo que se manchara la colcha.
La cabeza me daba vueltas, tratando de ponderar todos los pasos que me habían conducido a esa situación. ¿Cómo había permitido aquello? ¿Cómo era posible que Alicia se hubiera adueñado de todo? ¿Qué cojones pasaba conmigo?
Tenía que ponerle fin. Hacer de tripas corazón y hacer lo correcto. Tenía que volver a ser yo mismo. Iba a pararle los pies a Alicia.
Me sentí más tranquilo una vez tomada una decisión. Hablaría con Alicia y le diría que no íbamos a seguir así y si no quería… adiós muy buenas. Y Tati… que se quedara con quien quisiera de los dos, que, a esas alturas, ya no estaba muy seguro de si se quedaría conmigo o se iría con Alicia.
Tati… Joder. ¿Cómo había podido cambiar tanto en unos días? ¿De verdad había sido siempre tan puta? ¿Y por qué seguía yo tan cachondo, a pesar del cabreo?
Joder. Era verdad. Seguía empalmado al máximo. Y eso era lo que más me cabreaba, que, a pesar de mi enfado, de mi ira justiciera, de lo putas que habían resultado las dos y de lo buena persona que era yo… en el fondo… ver a Tati meneándosela a aquel crío me había excitado. Mierda. Tenía que reconocerlo. Había empezado a gritarle a Tati… porque estaba a punto de arrancarle la ropa y follármela.
Me daba asco de mí mismo.
Justo entonces, la puerta del dormitorio se abrió subrepticiamente y Tatiana se asomó pesarosa, intentando calibrar mi estado de ánimo.
Yo la miré muy serio, dándole otra calada al cigarro, mientras ella entraba en el cuarto cabizbaja, sin atreverse a mirarme. Lentamente, se acercó a la cama, temiendo que en cualquier momento yo empezara a gritarle otra vez.
Como no dije nada, se quedó de pie al lado del colchón, sin mirarme, aparentando estar al borde de las lágrimas. Me sentí mal durante un segundo, pero entonces recordé su expresión mientras masturbaba al chico del probador, con lo que la ira empezó a retornar. La ira… y la excitación.
–          Cari, lo siento – dijo por fin al ver que yo no hablaba – Alicia me dijo que aquello te iba a gustar, que seguro que te resultaba excitante. Yo no pensé en lo que estaba haciendo, sólo en que tú ibas a disfrutar si lo hacía… y ya sabes que yo haría lo que fuera por ti.
Me di cuenta entonces de que llevaba abiertos un par de botones del vestido y, además, me pareció adivinar que no llevaba sujetador, aunque estaba bastante seguro de que antes sí lo llevaba.
Qué cabrona, ya estábamos otra vez. Si hay bronca… polvete al canto. Su técnica de siempre.
No sé qué me pasó. Volví a encenderme. Estaba cabreado y excitado a partes iguales. Y no me contuve.
Con un gesto, arrojé la colilla todavía encendida al suelo y, con rudeza, la aferré del brazo y la arrojé sobre el colchón, boca arriba, sentándome a horcajadas en su estómago. De un tirón, desgarré la pechera de su vestido haciendo saltar todos los botones, dejando sus tetas al aire, pudiendo comprobar que, efectivamente, se había quitado el sujetador. Para calentarme. Para seducirme. Para lograr que me la follara y que se me pasara el enfado.
Pues el enfado había sido de órdago. Así que el polvo no iba a ser menos.
Prácticamente la violé. La puse boca abajo y le arranqué lo que quedaba de su vestido, destrozándole a continuación las bragas. Ni preliminares ni leches, en cuanto saqué mi nabo del pantalón se lo clavé hasta el fondo, haciéndola aullar, no sé si de placer o de dolor.
No me preocupé para nada de su placer, sólo del mío. La follé y la follé a lo bestia, mientras ella gimoteaba y me suplicaba que fuera más despacio, más delicado.
Y una mierda.
……………………………..
La madrugada me sorprendió insomne, tumbado en la cama, fumando de nuevo, repasando una vez más, con más tranquilidad, los pasos que tenía que dar a partir de ese momento.
Tatiana, agotada, dormía profundamente, abrazada a mí, derrengada después de haberse corrido varias veces a pesar de lo brutal de mi ataque. Estaba hecha para el sexo. Todo le gustaba.
No podía dormir. Estaba agotado, pero no podía pegar ojo. Y ya no era el tema de Alicia lo que me mantenía en vilo, pues tenía decidido lo que iba a hacer. Era otra cosa. Me llevó un buen rato comprender de qué se trataba.
Con mucho cuidado para no despertar a Tati, me levanté de la cama y regresé al salón, buscando el portátil.
Dediqué un buen rato a visionar de nuevo los vídeos, de principio a fin, contemplando esta vez cómo mi lujuriosa novia le hacía una paja a un afortunado chaval hasta lograr que se corriera como un animal. Cuando eyaculó, Tatiana le obligó a hundir el rostro entre sus pechos, sin duda para ahogar los gritos y gemidos que el chico hubiera sido incapaz de contener.
Finalmente, Tati le limpió la polla con un pañuelo, eliminando los últimos restos de la corrida. Después le ayudó a quitarse el pantalón que le quedaba estrecho y salió del probador para buscar la talla correcta mientras el chico, seguro que pensando que todo había sido un sueño, permanecía jadeante en el probador.
Justo entonces la grabación terminaba. Supongo que Alicia la apagó, pues ya no iba a pasar nada más.
La mañana me sorprendió dormido en el sofá, con el portátil en el regazo. Tati se había ido a trabajar sin despertarme, temerosa de que me durase el enfado.
Tras pensarlo un segundo, cogí el teléfono y llamé a la oficina, diciendo que estaba enfermo y que no podía ir a trabajar. Total, ya era viernes y las visitas las había hecho el día anterior. Que le dieran por saco.
Le mandé un mensaje a Alicia citándola para comer. En el restaurante de la última vez. No tuve que insistir. Aceptó enseguida.
CAPÍTULO 20: RECUPERANDO EL CONTROL:

 

Dediqué el trayecto y el rato que tuve que esperarla en el restaurante a imaginar todos los posibles escenarios adonde podía conducirnos la conversación. Es una técnica comercial, pensar de antemano cual va a ser la reacción del cliente ante lo que vamos a proponerle, para poder responder con rapidez y eficacia.
Sin embargo, a pesar de toda la preparación y la mentalización a que me sometí, su reacción me pilló por sorpresa.
–          Sí, quizás tengas razón, se me ha ido un poco la mano.
Joder. Mierda. No me lo esperaba.
Conociéndola como la conocía a esas alturas, lo último que pensé fue que Ali fuera a mostrarse de acuerdo con lo que yo le decía. Con lo que le gustaba mandar y manipular (salirse con la suya en definitiva, o mejor, manejarnos a su antojo), no acababa de creerme que reconociera su culpa tan fácilmente y se mostrara dispuesta a hacer lo que yo le pedía.
Una reacción natural en ella hubiera sido enfadarse, reírse de mí o, más probablemente, mostrarse condescendiente. Ella era plenamente consciente de la fuerte atracción que yo sentía, así que no me hubiera extrañado nada que hubiera usado su sexualidad para intentar mantener su dominio. Incluso llegué a imaginar que podría llegar a intentar chantajearme con los vídeos; lo que fuera para mantener su control sobre mí… y sobre Tatiana.
Pero no. Ali se mostró muy humilde, reconociendo sin problemas su falta, admitiendo que se le había ido la pinza por completo con Tati y que se había aprovechado de ella para dar rienda suelta a otra de sus inclinaciones: la dominación.
Me largó un buen discurso, en el que me habló (sí, sí, como si yo fuera su terapeuta) de su infancia y de cómo se había mostrado siempre un poco déspota (ella usó esa palabra, yo habría dicho más bien “niña mimada necesitada de un buen par de tortas”). Me contó cómo le hacía la vida imposible a una pobre chica que limpiaba en casa de sus padres por el puro placer de hacerlo y de lo mucho que se arrepentía de aquello y que si patatín y patatán.
Leches. Con lo preparadito que venía yo para afrontar la situación y lo muchísimo que me había mentalizado. Completamente dispuesto a poner fin a nuestra relación llegué al restaurante y ella no había tardado ni un segundo en desmontar mi estrategia.
Me pidió perdón y se mostró completamente dispuesta a hacer lo mismo con Tatiana, dejándome sin argumentos con los que pelear. Ni siquiera tuve la oportunidad de insinuarle que estaba decidido a despedirme de ella para siempre, aunque, ahora que lo pienso con más calma, estoy segura de que ella intuyó perfectamente por donde iban los tiros.
Y se puso la venda antes de sufrir la herida.
A medida que hablaba Ali, más tranquilo me quedaba yo. Me di cuenta de que la había juzgado mal, que no era tan calculadora como yo pensaba y que, simplemente, se había emocionado demasiado con los jueguecitos y se había acabado pasando de la raya. Pero estaba completamente dispuesta a cambiar de actitud. A partir de ese momento, haríamos siempre lo que yo dijera, que para eso era el experto en aquellas lides y ella aprendería de mí y me obedecería en todo.
Tan humilde y compungida se mostró, que me conmoví, con lo que la interrumpí diciéndole que no era necesario llegar a esos extremos, que no íbamos a hacer siempre lo que yo dijera, que sus ideas habían sido muy buenas, lo único que tenía que hacer era avisarnos antes, para que pudiéramos decidir entre todos si lo hacíamos o no. Estábamos en democracia…
Alicia me sonreía satisfecha, tranquila y relajada. Interpreté que su sonrisa era de satisfacción, de alegría porque habíamos aclarado los malos rollos y volvíamos a estar todos en el mismo barco. Me sentí muy aliviado, al final, el apocalipsis que preveía iba a acontecer entre nosotros había quedado en nada. Volvíamos a ser un equipo.
Debería haber sido más listo.
———————————————-
A partir de entonces se abrió un periodo que puedo calificar de remanso de paz. Ali cumplió su palabra punto por punto. Empezó por disculparse con Tati, que, como era de esperar, se mostró cortadísima durante toda la charla. Yo me sentía cada vez más tranquilo y sereno, sintiendo que mi vida empezaba de nuevo a enfocarse, que recuperaba el control de mis actos.
Y, en efecto, así fue. Durante un tiempo.
Las siguientes semanas todo fue como la seda. No nos veíamos a diario, parecía que la ansiedad de los primeros encuentros había quedado atrás, así que sólo quedábamos un par de veces por semana.
A veces, nos limitábamos a charlar tranquilamente, contándonos las experiencias que hubiéramos podido tener durante la semana, sin meternos en ningún lío ni organizar ningún espectáculo.
Alicia fue ganado en aplomo y empezó a animarse a probar algunas cosas en solitario y, por nuestra parte, Tati y yo también tuvimos nuestra aventurillas.
Sin embargo, es justo reconocer que los mejores ratos fueron cuando nos reuníamos los tres y usábamos las camaritas y el micrófono. Era divertido. Y morboso.
¿Cómo? ¿Quieres que te cuente qué hicimos? A ver, pues muchas cosas, cada vez más atrevidas, a medida que Alicia y sobre todo Tatiana iban ganado confianza y perdían la vergüenza.
Por ejemplo, recuerdo un sábado en el que Tati tenía la tarde libre, pues había doblado turno unos días atrás. Ali propuso que fuéramos a una feria que celebraban en un pueblo, pues se había enterado que actuaba un cantante que le gustaba.
Fue una noche estupenda, en la que, aprovechando que nadie nos conocía, desfasamos todo lo que pudimos y más.
Había una pequeña montaña rusa en la que las chicas me convencieron para subirnos un par de veces. En la segunda ocasión, al pasar por el punto en que la cámara automática dispara una foto que luego puedes comprar, las dos, de mutuo acuerdo, se subieron los jerseys hasta cubrir sus rostros, dejando a la vista… otras partes. Idea de Ali, pero no pareció incomodar en absoluto a Tatiana.
Luego tuve que pagar a precio de oro la fotito en cuestión, mientras el tipejo de la atracción me miraba con socarronería. Apuesto a que él también tiene copia. No importa, me encantó.
Luego subimos en el tren del terror, cutre a más no poder, donde las chicas, amparándose en la oscuridad, no se cortaron en mostrar sus encantos a los actores que trataban de darnos sustos, con lo que el susto se lo llevaron ellos. Bueno, susto, lo que se dice susto…
Luego y tras habernos tomado unas copas en un bar donde hicimos unas cuantas fotos subrepticias más, me convencieron para subirnos a la noria. Curiosamente, la calidad de aquella atracción estaba muy por encima de las demás. Era bastante grande (de hecho, la más grande en la que me he montado, aunque eso no es decir mucho pues no soy muy aficionado a esas cosas) y tenía cabinas cerradas en vez de asientos al aire libre.
Como a esas alturas ya íbamos más que entonaditos, acabé follando con Tati, cabalgando como loca sobre mi rabo, mientras Ali nos grababa con la cámara, divertida y excitada. Fue muy erótico que nos mirara mientras follábamos y más todavía que se metiera la mano por la cinturilla del pantalón para acariciarse mientras lo hacíamos.
Además, desde las cabinas adyacentes a la nuestra pudieron regalarse a placer con el espectáculo, con lo que las miraditas y cuchicheos entre la gente cuando por fin nos bajamos fueron muy intensos. Y me encantaron.
Luego, en el concierto, disfruté enormemente con las miradas de odio que me dirigían los tipos del lugar, señal inequívoca de que nuestra aventurilla iba de boca en boca por toda la feria.
Tati, por su parte, se mostró mucho más calmada y participativa en esos días, confirmando lo que yo sospechaba desde el principio: que se había visto obligada a hacer todo aquello empujada por Alicia.
El cambio experimentado en ella era muy notable, se mostraba mucho más desinhibida y segura de si misma, ahora que comprendía que entre Ali y yo no había nada más que lo que le habíamos contado.
Y era cierto, nada más ocurrió entre nosotros. Nos veíamos desnudos continuamente, claro que sí, pero Ali parecía haber levantado un muro entre nosotros, quedando atrás aquella complicidad sexual que se teníamos al principio.
Era como si dijera: “Vale, si lo que quieres es una relación maestro – alumna, que así sea. Tú sigue con tu novia, que yo voy por mi lado. Pero olvídate de volver a ponerme la mano encima”.
Joder. Y yo, mal que me pese, seguía deseando fervientemente “ponerle la mano encima”.
Sí, ya sé. Me contradigo continuamente. Es verdad. Por fin tenía lo que quería. Lo pasaba bien, daba rienda suelta a mis impulsos, mi relación con Tatiana había mejorado… y seguía deseando meterme en las bragas de Alicia.
Y ella lo sabía. Y me torturaba.

 

Cuando repetíamos el numerito del metro y era Tati la que se exhibía, quedándonos a solas de nuevo Alicia y yo, intentaba recuperar la magia de anteriores encuentros. Me sacaba la polla y empezaba a masturbarme sentado junto a Alicia, rezando porque la excitación hiciera presa en ella y volviera a animarse a sobármela un poco. Y un huevo de pato. Se limitaba a mirarme un instante mientras me la meneaba y volvía a concentrarse en la pantalla del portátil como diciendo: “Tranquilo, sigue con lo tuyo, que a mí no me molesta”.
Otras veces era ella la que aportaba algún plan, que yo me apresuraba a aceptar sin poner pegas, en un intento de congraciarme con ella (de hacerle la pelota, vaya), pero no servía de nada. Nuestra relación seguía igual, cordial, amistosa, pervertida… pero ni un paso más allá.
Lo sé, lo sé, no me quedo satisfecho con nada. Aquello era lo que yo quería ¿no? O quizás no lo era. Lo que yo quería era que ambas mujeres hicieran lo que yo quisiera, bien fuera, charlar, salir a comer, exhibirnos… o follar.
Qué cojones. Justo es reconocerlo. Me moría por acostarme con Ali.
Y ella lo sabía perfectamente.
Como te he dicho, durante unas semanas fue todo miel sobre hojuelas, todo iba muy bien y no hay ningún incidente que reseñar. Pero, interiormente, yo me sentía cada vez más desasosegado e insatisfecho.
Sentía que había dado todos los pasos necesarios para tirarme a Ali y al final ella había interpuesto una barrera imposible de saltar. Pero esa barrera tenía una puerta…
CAPÍTULO 21: ALICIA STRIKES BACK:
Recuerdo que era miércoles y estábamos los tres tomando café en casa, aprovechando que teníamos la tarde libre para ver el montaje que había hecho de los vídeos de nuestras andanzas.
Estábamos muy relajados viendo las imágenes, más divertidos que excitados, pues, a esas alturas, todos habíamos visto esas imágenes en varias ocasiones, por lo que perdían gran parte de su carga morbosa.
Fue todo muy inocente. Alicia se limitó a deslizar en la conversación que tenía ganas de salir a correr, que empezaba a sentirse algo fofa (y una mierda) y que si me apetecía acompañarla.
Me pareció perfecto. Ni un problema. Ni siquiera sospeché nada raro cuando, tras aceptar su propuesta, ella sugirió que podíamos pasar también por el gimnasio. Me recomendó que llevara el bañador y así podríamos aprovechar también la piscina.
En eso quedamos. Nos citamos el viernes siguiente por la tarde en la tienda de Tati. Luego iríamos a correr un rato y acabaríamos en el gimnasio del centro comercial, de cuya cadena era socia Alicia.
No importaba que yo no lo fuera, pues permitían a los abonados llevar a un amigo como invitado para que conociera las instalaciones.
Después, podríamos recoger a Tati y salir por ahí a cenar… y a hacer nuestras cositas. Un buen plan.
Y tanto que lo era.
El viernes me marché pronto del trabajo. Me costaba concentrarme, pues tenía la cabeza llena de imágenes de Alicia. Fantaseaba con lo que íbamos a hacer por la noche e imaginaba planes y escenarios en los que poder divertirnos dedicándonos al exhibicionismo.
El jefe me miró raro cuando me vio salir antes de hora, pero no dijo nada, pues los resultados de ventas seguían siendo buenos. Aún así, seguro que se preguntó qué coño me pasaba últimamente, pues no era habitual que yo faltara tanto al trabajo.
A eso de las cinco, me reuní con ella, vestido con ropa de deporte. En el coche dejé una muda de ropa para salir por la noche y una bolsa con el bañador, una toalla y un par de objetos de aseo.
Ella estaba super sexy como siempre, con un conjunto de lycra negro y un top de deporte rosa, sugestivamente ajustado, de forma que se dibujaba a la perfección el contorno de su excitante cuerpecito.
Se había recogido el pelo en una cola de caballo, cosa que me encantó, pues nunca la había visto con ese peinado.
Y nos fuimos a correr al parque, que tiene unos senderos trazados para estos menesteres. Calentamos unos minutos, charlando de banalidades y nos pusimos en marcha. Enseguida pude constatar que Ali se mantenía en forma, pues marcaba el ritmo sin jadear siquiera. Empezamos despacito, continuando con la charla y retándonos, medio en broma medio en serio, a una carrera por todo el circuito del parque. Pero, poco a poco, fuimos subiendo el nivel y pronto estábamos corriendo disparados, tratando de veras de ganar la improvisada competición, pues a ambos nos brotó el espíritu competitivo y ninguno de los dos quería perder.
Al principio, permití que fuera ella delante, más que nada para regalarme la vista con su culito embutido en lycra, pero pronto me di cuenta de que, o forzaba la máquina, o Alicia iba a dejarme bien pronto atrás.
Un rato después y con los pulsómetros disparados por el sobreesfuerzo, los dos nos detuvimos jadeantes al llegar al final del sendero, habiendo completado el recorrido en tiempo record.
Me sentía exultante, pues finalmente había  ganado yo, pero algo en la expresión de Alicia me avisó de que no era buena idea alardear del triunfo, así que me comporté caballerosamente y ponderé su extraordinario momento de forma.
Seguimos corriendo un rato, a paso lento para bajar las pulsaciones y por fin, nos dirigimos al gimnasio, pasando antes por los coches para recoger nuestras cosas.
Minutos después, estábamos frente al mostrador de la recepción, donde una guapa señorita rellenaba mi credencial de visitante (una excusa como otra cualquiera para quedarse con mis datos y poder bombardearme luego con ofertas para hacerme socio).
De todas formas no me aburrí, pues bastaba con mirar a mi alrededor para poder regalarme la vista con los espectaculares monumentos de mujer que se paseaban por allí. Alicia podría haber hecho lo mismo, pues también había muchos tíos cachas pululando, aunque te aseguro que yo apenas los vi, concentrado como estaba en otras cosas.
A la que sí vi fue a la guapa jovencita de tetas enormes que había saludado a Tatiana en la cafetería semanas antes. Me acordé de ella porque… esas tetas no se olvidan. También iba vestida con ropa de lycra, lo que era francamente sugestivo. Además, la empleada del gimnasio con la que hablaba (una morenita francamente atractiva) también estaba para mojar pan. Me habría encantado enseñársela a las dos.
Ni me enteré de la mitad de las preguntas que la recepcionista me hacía hasta que Ali me dio un codazo en las costillas, visiblemente molesta. Seguro que la chica pensó que éramos pareja y que luego iba a caérseme el pelo.
Hicimos un rato de spinning y luego otro poco con las máquinas, aunque yo no estaba muy centrado en los ejercicios, distraído continuamente por los cuerpazos que por allí desfilaban. Estuve incluso sopesando borrarme de mi gimnasio (especializado en artes marciales y lleno de tíos rebosantes de testosterona) y apuntarme allí también.
Cuando Ali se cansó, me dijo que nos diéramos una ducha y fuéramos a la piscina. Ni una pega puse.
Minutos después, nos encontramos a la salida de los vestuarios, ya duchados y vestidos con albornoz.
Siguiendo unos carteles, llegamos a la piscina climatizada, pero entonces Ali dijo que no le apetecía nadar, que estaba cansada y que prefería relajarse en el jacuzzi.
A mí me daba igual, yo lo único que quería era verla vestida con el atrevido bañador que habría escogido para la ocasión, así que me dejé llevar hasta el otro extremo de la sala, donde había acondicionados tres hidromasajes.
Yo sabía que en ese gimnasio tan elegante tenían jacuzzis privados, pero Ali optó por uno de los que estaban junto a la piscina.

 

Por fin, Ali se libró del albornoz y, para mi completa decepción, apareció vestida con un bañador deportivo azul de una sola pieza de lo más recatado. Yo, que esperaba como poco un micro bikini, me quedé mirándola desencantado, lo que la hizo sonreír al saber perfectamente en qué estaba yo pensando.
Sin decir nada más, se metió en el jacuzzi, sentándose con la espalda pegada al borde. Encogiéndome de hombros, me libré del albornoz y me reuní con ella.
Y, durante un rato, todo fue perfectamente normal.
Estuvimos en remojo charlando tranquilamente, sin que pasara por mi mente la idea de intentar nada raro allí, pues, aunque aquel no era el gimnasio al que Ali iba habitualmente, sí que era socia de la cadena y la podían reconocer.
No estábamos solos en el jacuzzi, había cuatro personas más, una pareja (novios casi con seguridad) y dos chicas bastante atractivas, hablando entre ellas, sin prestarnos atención a los demás.
Yo, completamente relajado sintiendo cómo las burbujas y el agua caliente se llevaban el cansancio de mi cuerpo, las miraba de vez en cuando con aire distraído, imaginando que me mostraba desnudo ante aquellas bellas jóvenes y que ellas, lejos de escandalizarse, se deleitaban con mi erección, se animaban y…
–          He estado pensando en lo que podríamos hacer esta noche – me dijo Ali sacándome de mi ensoñación.
–          Dime – respondí con interés, tranquilo pues últimamente Ali se había mostrado muy recatada con sus planes.
–          Verás, resulta que he conocido a un tío…
–          ¿Un tío? – inquirí sintiendo una vaga inquietud.
Justo en ese momento, la parejita abandonó el jacuzzi entre risitas. El chico aprovechó para dirigir una última miradita disimulada tanto a las jóvenes como a Alicia, procurando que su acompañante no se diera cuenta, lo que me confirmó que, en efecto, eran pareja.
–          Sí. Se llama Iván y es el dueño de un sex-shop. Y allí tienen…
–          ¿Un sex-shop? – exclamé en voz un poquito más alta de lo que pretendía, lo que hizo que nuestras jóvenes acompañantes desviaran la mirada hacia nosotros.
–          Sí, uno al que voy a veces. Allí me recomendaron la web donde compré las gafas… He pensado que podríamos ir esta noche. Allí tienen una sala…
–          Ali, no sé – intervine – Un sitio donde te conocen… No me parece buena idea…
–          No, espera, tú escucha lo que te voy a decir…
Mientras hablaba, Ali se acercó a mí, sentándose cerca de mí. Muy cerca. De repente, fui plenamente consciente de la proximidad de nuestros cuerpos y, cuando su muslo desnudo rozó ¿involuntariamente? el mío, un escalofrío recorrió mi columna, haciéndome temblar.
–          Víctor, no me parece bien que te niegues sin haber escuchado siquiera lo que se me ha ocurrido…
Mientras decía esto, su muslo se apretó contra el mío ya sin disimulo ninguno. Ali estaba decidida a salirse con la suya y sabía cómo conseguirlo. Por Dios si lo sabía.
Su contacto me enervaba, bastó esa simple presión de su pierna desnuda contra la mía para que todo el deseo, toda la excitación, regresaran de golpe. La deseaba.
–          He estado unas cuantas veces en el local – continuó Ali simulando no darse cuenta de mi turbación – Y tienen una sala para espectáculos… ya lo he probado y es genial, así que se me ocurrió que quizás Tatiana…
Justo entonces, como por descuido, la mano de Alicia se posó en mi entrepierna, encima del bañador. Fue visto y no visto, en menos de un segundo, tocaron a diana y mi soldadito despertó de golpe, poniéndose en posición de firmes, apretándose contra la palma de su mano, que, lejos de retirarse, empezó a deslizarse muy despacio sobre el bulto, acariciándolo y estimulándolo con cuidado.
No pude evitar que un gemido de placer escapara de mis labios, atrayendo de nuevo la atención de nuestras vecinas, que se dieron cuenta al instante de lo que sucedía. A pesar de que el agua nos cubría hasta el pecho, la expresión de cordero degollado que había en mi rostro unida a la posición en que se encontraba Ali demostraron a las dos chicas que algo se cocía bajo el agua. Bueno, más bien algo “ardía” bajo el agua.
No sé, quizás si las dos mujeres se hubieran asustado y se hubieran largado de allí, habría sido capaz de mantener el control. Pero no, las dos se limitaron a cuchichear entre sí, con sonrisas pícaras en sus labios y a seguir observándonos con disimulo, con lo que la excitación que sentía se multiplicó por mil.
Justo como Alicia quería.
Ni corta ni perezosa, mi acompañante deslizó la mano por la cinturilla del bañador y se apoderó de mi miembro, apretándolo con fuerza, haciéndome gemir nuevamente. Las chicas, con un brillo de lujuria en la mirada, no nos miraban directamente, pero, aún así, no se perdían detalle.
Alicia seguía hablándome de su idea, pero te juro que, a partir del instante en que empuñó mi instrumento, no me enteré absolutamente de nada de lo que dijo, concentrados mis cinco sentidos en aquella habilidosa mano, que acariciaba deliciosamente mi hombría.
Como el bañador dificultaba sus operaciones, Ali me la sacó fuera y procedió a masturbarme con mayor decisión, brindándoles a nuestras encantadoras compañeras el espectáculo de una polla bien meneada.
Yo tenía los ojos medio cerrados, dejándome hacer, pero aún así podía ver que las chicas no se perdían detalle de lo que pasaba, volviéndome loco de calentura. Las dos se decían de vez en cuando cosas al oído y yo alucinaba tratando de imaginar qué se estarían diciendo.
Ali seguía a lo suyo, narrándome en detalle sus planes para la noche, sin que yo le prestara la más mínima atención a lo que decía, doblegada por completo mi voluntad a la suya, consiguiendo así recuperar el mando de las operaciones simplemente explotando mi deseo.
Joder, qué paja me hizo. Fue fantástica. Y las dos chicas viciosas mejoraron el panorama. Ni dos minutos aguanté.
De pronto, mi cuerpo se puso en tensión y sentí que mis huevos entraban en erupción. Ali, ya completamente despendolada, tiró de mi polla hacia arriba con fuerza, obligándome a levantar el culo de mi asiento.
Con ello consiguió que mi verga surgiera majestuosa de entre las cálidas y burbujeantes aguas, de forma que, cuando me corrí, el semen salió disparado como de un surtidor en vertical, alcanzando por lo menos un metro de altura antes de que la gravedad lo hiciera regresar y zambullirse en el jacuzzi.
Para mi absoluto deleite, los ojos de las dos chicas siguieron la trayectoria del lechazo arriba y abajo, con sendas expresiones de absoluto asombro tan cómicas que, de no haber estado tan cachondo, me habrían hecho  estallar en carcajadas.
Una vez aliviada la tensión y tras vomitar mi miembro las últimas gotas, Alicia relajó la presión y me permitió volver a sentarme, hundiéndome de nuevo entre las aguas, tratando de recuperar el aliento. Justo entonces las dos chicas, perfectamente coordinadas, se pusieron en pié y salieron del jacuzzi, medio avergonzadas, medio decepcionadas porque el show se hubiera terminado.
–           Hasta luego chicas – les dijo Ali con todo el descaro del mundo agitando la mano que segundos antes me había proporcionado tanto placer.
Las chavalas no respondieron pero una de ellas volvió la cabeza y me dedicó una última mirada que hizo que se me erizara el vello de la nuca.
–          Entonces, ¿qué? – dijo Ali volviéndose hacia mí – ¿Te parece bien mi idea?
La puta que la parió…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “RICITOS DE ORO Y LOS TRES RABOS” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Ricitos de Oro así la llamaban a Nuria una niña rubia de 2o añitos que estaba para comérsela con su pelo rubio y sus trencitas que a veces ella se hacía no que no sabía sus padres es que Nuria era una putita de cuidado.

pasaba por ser una mujer angelical pero cuando sus padres no estaban en su cuarto se metía sus consoladores en su coño y en su culo hasta darse placer y correrse y pensaba en vergas y rabos que la follaban por todas las partes.

 un día dijeron sus padres:

– Ricitos nosotros nos vamos a trabajar cuida de la casa hija hasta que volvamos.

 ella enseguida que se fueron sus padres busco los consoladores y empezó a metérselos por el coño y el culo y a chuparlos, pero se aburrió y decidió dar una vuelta por el campo así que empezó a caminar, pero se perdió.

– dios -dijo- por dónde se va a casa.

  así que andando ya cansada y muerta de hambre encontró una cabaña con comida y tres camas quien vivirá aquí se comió la comida de la cabaña y se echó en una de las camas y se quedó dormida.

  la cabaña era de unos leñadores que vivían en el bosque y se dedicaban a la madera así que cuando terminaron su trabajo se fueron para casa.

– pero has visto José -dijo uno de ellos.

– si Ernesto nuestra casa está abierta alguien ha entrado.

–  vamos a ver- dijo Tomas y entraron en la casa y vieron que alguien se había comido su comida.

– alguien se ha comido nuestra comida joder- dijeron- y ahora que comemos vamos para arriba.

 y subieron a las habitaciones y vieron a una tía ósea a Ricitos durmiendo en sus camas, pero ella estaba desnuda como hacia siempre ya que dormida sin ropa.

–  joder que tía como tengo la poya.

– quien es esta yo que -se dijo Ernesto- pero menudo polvo tiene la amiga.

– si- dijo tomas- esta para follarla.

 ella al verlos se despertó.

– mi nombre es Nuria chicos me he perdido en el bosque y encontrado esta casa y tenía hambre y sueño perdonar por comerme vuestra comida y dormir en vuestra cama.

– tranquila Nuria.

– puedo compensaros.

– si como bueno si os gusto a los tres podemos follar y pasarlo bien.

 ellos al decir eso se les puso la poya como una piedra.

– venir aquí.

 y ella ya desnuda empezó a chupar los magníficos rabos con los que ella siempre soñaba.

– así así zorra chúpanosla -dijo Tomas.

– si hasta los huevos -dijo José.

– así -dijo Ernesto- métetela toda entera.

 ella mamaba los rabos de tres entres estaba encantada de tanta poya.

– ahora- dijo ella- quiero que me folléis por todos los agujeros siempre he soñado con eso.

   así que la hicieron un sándwich uno le metió la poya por el culo l otro por el chocho y el tercero se la dio a chupar. ella estaba en la gloria por fin había cumplido su sueño tener a tres tíos para ella sola.

 empezaron a follarla.

– toma puta toma ramera toma poya así.

– ahora me toca a mí Ernesto, cambiamos de posición.

– si Tomas.

 Tomas se la metió por el chocho mientras Ernesto la daba por el culo ella se volvía loca.

– así cabrones darme hasta que vuestra poya se desgaste que gusto soy vuestra puta más quiero más joderme hasta el fondo.

  luego se corrieron los tres encima de ellas y en su boca.

– que rico esta esto -dijo ella.

 ellos les ayudaron a volver a casa ya que sus padres estarían preocupados sus padres la abrazaron.

– donde has estado hija.

– estado dando una vuelta por el bosque, pero me perdí y unos leñadores muy amables me dieron de comer y me mostraron el camino a casa.

   un día el bosque estaba ardiendo ella corriendo fue advertir a los leñadores que estaban durmiendo y no se habían enterado de nada.  gracias a ella pudieron salvar la vida si no se hubieran quemado.

 los padres de Ricitos que eran de clase media ayudaron a los pobres leñadores a construir otra cabaña por haber ayudado a su hija.

–  mama puedo visitarlos siempre.

–  claro hija siempre que quieras.

– puedes venir nosotros estaremos encantados también señora de tener a su hija. es nuestra amiga.

  menudas folladas hacían cuando iba a verlos se ponía hasta arriba de pollas y ellos estaban encantados de follarla como se merecía.

–  ven aquí Ricitos chúpame la poya.

– me encanta vuestras poyas que me folléis los tres hasta las trancas desgastarme el chocho y el culo y me gusta comer vuestras poyas.

– serás nuestra putita Ricitos.

–  me encantara comeros los rabos.

– así nunca más te aburrirás y disfrutaras como nuestra perra que eres.

– soy vuestra para siempre -decía Ricitos mientras sedaba un banquete de rabos que la follaban hasta mas no poder- soy vuestra puta hasta los huevos leñadores.

– tomar leche zorra- dijeron ellos.

– ahahahahhha me corrrooooo -dijo Ricitos de Oro mientras era rellenada de poya como un pavo por todos los agujeros- que rico es esto ahora.

– nos correremos nosotros zorra.

– si echarme vuestra leche que gusto.

 y así follaron todos y los 4 fueron felices y jamás Ricitos de Oro se aburrió nunca mas.

  • : COMO SABE EL LECTOR CONTINUO CON MIS CUENTOS DE LA ABUELA ESPERO QUE LES GUSTE UNA NIÑA RUBIA DE 2O AÑOS QUE LE GUSTAN DEMASIADO LAS POYAS
 

Relato erótico: “Destino de hermanas II” (POR XELLA)

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Erika,  
Te escribo esta carta arriesgando mi vida.  
Estoy secuestrada, la banda que estaba investigando dió conmigo y me tienen en su poder.  
No acudas a la policía, están comprados.  
¡Haz algo por favor!    
Miranda.  
La letra de la carta era temblorosa y abarrotada…  
Había encontrado esa carta en el suelo de su casa, alguien se la había hecho llegar pasándola por debajo de la puerta.  
Erika estaba conmocionada. Su hermana. La hermana que todo lo podía hacer, la que la había salvado de cientos de problemas, la que siempre daba la cara por ella… Ahora necesitaba su ayuda.  
La chica se echó a llorar… Llevaba más de una semana sin ver a su hermana, pero creía que era parte de la operación… ¿Secuestrada? No quería ni imaginar por lo que debería estar pasando.
¿Qué podía hacer? Ayudarla, por supuesto pero, ¿Cómo? Sabía algo sobre el tema que había estado investigando Miranda, una banda de traficantes o algo así… Su hermana le había contado muchas cosas, pero era un mundo que no interesaba a Erika y no había prestado demasiada atención…
Y además no podía pedir ayuda a la policía por que según Miranda estaba comprada… Claro, si no, su hermana no estaría en esa situación… 
Se acercó a casa de su hermana. Estaba asustada pero decidida y sabía que la información que necesitaba estaría allí.
La casa estaba muy desordenada, se notaba que Miranda había estado tan inmersa en su trabajo que no se había preocupado ni de recoger la casa. Había montones de tazas de café vacías por toda la casa.
Cuando llegó al salón vió un montón de papeles y planos encima de la mesa. Estuvo toda la tarde rebuscando entre los papeles y las notas de su hermana. Al final del día tenía más o menos claro lo que debía hacer.
Miranda era una mujer muy aplicada, tenía todo señalado en los planos y abundantes notas de lo que tenía planeado hacer, así que Erika pudo ver el plan de acción que había tomado su hermana. Parece que el edificio donde se escondía aquella banda, no tenía más punto de acceso que un pequeño conducto de ventilación entre plantas.
La chica tenía miedo, si aquella banda había conseguido capturar a Miranda, ¿Qué no podrían hacer con ella? Nunca se había enfrentado a situaciones parecidas y, prácticamente todos los conflictos que había tenido en su vida, los había resuelto gracias a su hermana.
Una cosa tenía clara, no podía ir sola. Alguien tenía que saber a donde iba y estar preparado para ayudarlas a salir de allí o, por lo menos, para dar la voz de alarma. ¿En quién podría confiar para algo así?
—-
RING RING
Lorena descolgó el teléfono. Se puso muy contenta cuando vió que era Erika, hacía mucho que no hablaba con ella, pero su cara pasó de la felicidad a la más absoluta preocupación a medida que su amiga le contaba el motivo de su llamada.
Cuando colgó, la confusión reinaba en su cabeza. ¿Miranda? ¿Qué le acababa de pedir Erika?
Dando vueltas a toda aquella situación salió disparada a casa de Miranda, pues allí la esperaría su amiga.
Lorena era la mejor amiga de Erika, tenía el pelo rojo intenso y los ojos verdes. Más bajita que Erika pero igual de voluptuosa, trabajaba junto a ella en la agencia de modelos.
Cuando llegó, la encontró llorando desconsolada. La dió un fuerte abrazo para mostrarle su apoyo, que ella estaba allí para lo que necesitase.
– Erika, ¿Qué ha pasado? Por teléfono no lograba entenderte bien, estabas demasiado nerviosa. ¿Qué le ha pasado a Miranda?
Sin decir nada, Erika tendió la carta que todavía tenía apretada en su mano a Lorena. La chica la cogió y la leyó en segundos, la carta no dejaba lugar a dudas de la situación.
– Y, ¿Qué pretendes que hagamos, Erika? Tenemos que avisar a la policía… ¡No pueden tener a todos comprados!
– ¡NO! Miranda dice claramente que no… Ella sabrá por que, pero no podemos avisar a nadie más. A tí te he llamado por que se que eres de confianza…
Lorena miró a Erika. Se conocían desde pequeñas, habían ido juntas a clase y ahora trabajaban las dos en la misma agencia. No recordaba su vida sin Erika… Y tampoco sin Miranda… La hermana de su amiga siempre se había portado con ella como si fuese su propia hermana, en parte por que en los líos que se metía Erika solía estar también Lorena, pero cuando ella había tenido algún problema, Miranda nunca la había dejado de lado.
– ¿Entonces…?
– Necesito que me acompañes. – Sentenció Erika. – No te voy a pedir que hagas nada, sólo que estés preparada para sacarnos de allí cuando salgamos, y que si nos pasa algo pidas ayuda.
– ¿Sólo eso…? Está bien… Sabes que no puedo negarme… Aprecio a Miranda como una hermana, yo tampoco puedo dejarla allí. Pero… ¿Qué tienes planeado hacer?
– Miranda tenía los planos del sitio… Mira… – Dijo, mostrándole los papeles de su hermana. – Accederé por este conducto de ventilación, según sus notas, desde él se pueden ver casi todas las habitaciones, pues recorre el edificio entero. Buscaré donde se encuentra Miranda y esperaré a que la dejen sola. Luego saldremos por el mismo sitio.
– ¿No te parece un plan un poco simple…?
– Es lo único que tenemos… Y tengo esto. – Erika mostró un pequeño revólver. – Lo tenía Miranda en el cajón de su mesilla, si hace falta, lo usaré.
Las dos chicas esperaron a que se hiciera de noche, cogieron el coche y se dirigieron al edificio que había marcado Miranda.
Lorena aparcó su coche en la manzana de al lado y quedó a la espera de que Erika volviera con su hermana… La chica estaba casi más asustada que su amiga…
Erika en cambio no sentía miedo, no era consciente del peligro que corría. Estaba decidida a salvar a su hermana y nada iba a poder impedírselo. Se acercó al conducto de ventilación y cuando lo vió, soltó una maldición, ¡Estaba demasiado alto!
Debajo del conducto, había un contenedor de basura pero no creía que fuera capaz de subir desde ahí. Seguramente Miranda hubiese subido al contenedor y desde ahí fuese capaz de acceder, pero ella no era tan atlética como su hermana… 
Estuvo un rato buscando una solución hasta que encontró unos cuantos palés amontonados en una lado del edificio. Con esfuerzo, fué llevando uno a uno los palés hasta colocarlos en la parte superior del contenedor, formando un escalón. 
Aquel conducto era frío, oscuro y estrecho. Le resultaba muy difícil moverse por él, pero aunque despacio, poco a poco iba avanzando.
Iba pasando rejilla tras rejilla, viendo cada habitación. Todas tenían las luces apagadas y no vió a nadie hasta que, al fondo, desde una de las rejillas pasaba algo de luz.
Se acercó más despacio todavía, intentando no hacer ruido, y lo que vió la dejó bloqueada en el sitio.
Allí estaba su hermana.
Pero no estaba sola. Miranda estaba amordazada y desnuda. Un enorme hombre de color estaba con ella, y la tenía a cuatro patas sobre la cama. Aquél hombre la agarraba del pelo, manteniéndo su cabeza levantada mientras, desde atrás, se follaba a su hermana con violencia.
– Eso es, zorra. – Decía le hombre.- ¿Le has cogido el gusto a mi polla? Te gusta que te la meta por el culo, ¿Eh?
La violencia de las embestidas extraían de la boca de Miranda quejidos amortiguados por la mordaza. Aquél bestia la estaba reventando… Erika no se había podido imaginar algo así. Sabía que había una posibilidad de ello, pero su mente había intentado bloquear ese pensamiento.
El hombre, con un bufido, tiró con fuerza del pelo de su hermana haciendo que se incorporase. Comenzó a amasar las tetas de Miranda sin ningún tipo de cuidado. ¿Qué era aquello? Entre el movimiento y la posición en la que se encontraba, no podría asegurarlo, pero juraría estar viendo que su hermana tenía un pequeño arito de plata en cada pezón… 
Miranda seguía quejándose pero, entre los quejidos se podía entrever algún gemido escondido.
El hombre sacó la polla del culo la detective y, quitándole la mordaza de la boca, la obligó a tragarse su polla hasta que se corrió sobre su cara.
Desde aquella posición, Erika podía ver cómo aquel animal había dejado el culo de su hermana. Lo tenía completamente abierto. Un negro agujero en el centro del enrojecido culo de la mujer. Había debido estar pegándola…
El negro, volvió a colocar la mordaza a la chica y, riéndo, salió de la habitación.
Allí estaba Miranda, sola, atada y recién sodomizada. Con la cara llena de la corrida de su captor. Erika estaba asustada. Tenía a su hermana al alcance, pero aquél hombre podía volver en cualquier momento.
Esperó varios minutos en los que nada se movió. No había ni rastro del hombre por ningún lado, y Miranda seguía en la misma posición… Le dolía ver a su hermana así, derrotada… Ese pensamiento fué lo que la instigó a entrar en la sala.
Intentó hacer el menor ruido posible al desenganchar la rejilla y dejarla en un lado. Bajó por el conducto y se acercó a su hermana.
Cuando Miranda la vió, tuvo unos momentos de confusión. La oscuridad y la sorpresa de la situación hicieron que no supiera muy bien que estaba pasando, pero, cuando reconoció a Erika, su cara cambió por completo. Para sorpresa de la modelo, no fué sorpresa, ni alegría lo que se reflejó en ella, sino miedo, terror. Miranda comenzó a agitarse, separándo a su hermana de ella, señalándole de nuevo la entrada al conducto de ventilación.
– Shhhhh, te van a oír. – Susurró Erika.
– Mmmmmhhmmm – Se quejaba su hermana.
Erika comenzó a buscar algo para cortar la cuerda, por suerte había traído una pequeña navaja con ella.
– No te preocupes, te voy a sacar de aquí. – Dijo, mientras comenzaba a cortar las cuerdas.
– ¿De donde se supone que la vas a sacar, preciosa?
La luz se encendió de pronto. Erika se dió la vuelta, sólo para recibir un fortísimo bofetón que hizo que se cayera a un lado.
Antes de que pudiese reaccionar el hombre se le había echado encima, sujetándole las manos e impidiéndola acceder a la pistola.
– Sueltamé cerdo – Espetó Erika.
Un nuevo golpe la hizo callar.
– Qué maleducada. Entras en mi propiedad a hurtadillas, intentando robarme lo que es mío, ¿Y encima me ordenas y me insultas? Creo que va a haber que enseñarte modales, pequeña.
El hombre se levantó, tirando de las manos juntas de Erika y colgándola de ellas, tenía la mano tan grande que con una sola era capaz de sujetar las dos muñecas de la chica.
Miranda miraba horrorizada la situación.
– Vaya vaya, todo lo que has tenido que hacer para que no vayamos a buscar a tu hermana y ahora viene ella solita a nosotros… ¿Que putada no? – Dijo el hombre con sorna.
Erika intentó escapar, se revolvió, agitó las piernas intentando darle patadas a aquel tipo, pero lo único que consiguió fue llevarse un fuerte puñetazo que la dejó sin respiración. 
Miranda sufría por no poder ayudar a su hermana, no podía permitir que aquellos hombres la hiciesen lo mismo que a ella… Después de todo lo que había sufrido por evitarlo. 
Erika intentaba recuperar el aliento, nunca había soportado bien el dolor… Miró a su hermana y vió que, con lágrimas en los ojos, ésta negaba con la cabeza… ¿Intentaba decirle que no se resistiera?
La detective sabía que toda resistencia era inútil. Había comprobado en sus propias carnes que cuando aquellos bestias querían hacer algo lo hacían, y era mejor no llevarles la contraria… Se acordó de la manera en la que se ganó los aritos de sus pezones…
Los tres negros estaban viendo un partido de fútbol en la tele, y Miranda estaba allí de pie, junto a ellos, vestida únicamente con unos tacones altísimos, su delantal, y una mordaza.
Entonces, el Oso comenzó a acariciarla el culo, le amasaba las nalgas y pasaba la mano por su raja y por su ano. El hombre metió sin miramientos dos dedos en su coño y comenzó a estimularla. Aunque Miranda quisiera evitarlo, su cuerpo reaccionaba ante ello, humedeciéndose.
Cuando el hombre tuvo sus dedos lubricados, cambió su coño por su culo. Después de las sodomizaciones de aquellos cerdos, Miranda comenzaba a tener el ojete acostumbrado a esos tratamientos, pero aún así, le resultaba bastante molesto.
– Inclínate, zorra. – Le espetó el Oso.
Miranda obedeció, pero el Oso, en vez de follarla como ella pensaba que haría, agarró el botellín que acababa de terminar y se dispuso a introducirlo en su culo. La detective se asustó, pero sabía que no tenía posibilidad de evitarlo…
La sorpresa llegó cuando, en vez de el cuello de la botella como Miranda suponía, fué el culo lo que tomó contacto con su ojete. No podía permitirlo, ¡La iba a reventar!
Se revolvió, dando un golpe al hombre y haciendo volar el botellín. Salió corriendo como pudo pero su huída acabó como las demás, con el Piernas sobre ella.
Como castigo, la perforaron los dos pezones y le colocaron esos brilantes aritos y, lo peor de todo, es que durante todo el proceso de anillado tuvo el botellín metido por el culo..
Así que sabía muy bien que era mejor no resistirse a ellos.
Erika hizo caso a su hermana y dejó de luchar. El Oso sonrió satisfecho, dándose cuenta de que la chica se había rendido.
– ¿Estás dispuesta a cooperar?
Erika asintió.
– Muy bien, incorpórate, vamos a ver ese bonito cuerpo de modelo que tienes…
La chica obedeció, se puso de pie frente al hombre y agachó la cabeza.
– ¿Crees que esa es una bonita forma de vestir para venir a ver a tu hermana?
Erika llevaba puesta ropa bastante sosa. Se había puesto algo cómodo, sabiendo lo que iba a tener que hacer. Unos vaqueros viejos y una sudadera que usaba para el gimnasio,
– No…
– Entonces… ¿Por qué no te la quitas?
Poco a poco las prendas fueron amontonadas en un lado de la habitación. Erika se quedó en ropa interior.
– Eso está mucho mejor… Se ve que te gusta provocar, ¿Eh, zorrita?
La ropa interior no tenía nada que ver con el resto. Un bonito conjunto de lencería negro, con encaje, compuesto por un diminuto tanga y un sujetador medio transparente. Erika tenía su armario lleno de esas prendas, era su trabajo y le encantaba ponérselas.
– A ver, date una vueltecita, que te vea bien. – Continuó el oso.
La chica obedeció, lentamente enseño al hombre su conjunto y su cuerpo.
El oso se acercó a ella, comenzó a sobarla sin miramientos, agarrándola del culo con fuerza, sobando sus tetas. Puso la mano sobre su hombro y empujó hacia abajo.
La chica supo perfectamente lo que quería. A diferencia de su hermana, Erika no tenía tantos tabús en el sexo, estaba acostumbrada a usar su cuerpo para conseguir lo que quería, un aprobado en el instituto, la entrada en la agencia de modelos, un contrato publicitario, un desfile…
Incluso, después de algún desfile había participado en alguna fiestecita privada junto con el resto de modelos y los organizadores… Había que ganarse el pan, había muchas chicas guapas, así que tenía que hacer que la eligiesen a ella sobre el resto…
¿Qué diferencia había ahora con el resto de esas veces? Intentaría usar su cuerpo para salir de aquél embrollo… de todas formas, tampoco tenía más opciones, así que era mejor intentar disfrutarlo. Seguramente Lorena fuese a buscar ayuda cuando viese que tardaba demasiado…
Cuando el hombre liberó su polla ante su cara, ella la agarró con cuidado y se la llevó directamente a la boca. Notaba un sabor extraño, pero no se detuvo.
– Vaya zorra está hecha tu hermanita. – Dijo el Oso a Miranda. – A ti te costó mucho más…
Miranda veía como su hermana le mamaba la polla a aquel hombre… Parecía que se lo estuviese practicando a su novio en la intimidad de su cuarto, y no en una situación como aquella.
Erika, mantenía el glande en la boca y, con las manos, pajeaba lentamente al hombre. Durante el proceso, miraba directamente a sus ojos… Sabía que eso les volvía locos…
Y vaya si lo hacía. El Oso estaba alucinado con las habilidades de la chica. Tenía ante sí una buena zorra y no pensaba dejarla escapar…
La chica seguía con su labor. Gemía de gusto mientras se metía la polla en la boca, como si fuese lo más placentero que había probado nunca. Quería que el hombre acabara cuanto antes y las dejara en paz.
– ¡Aprende Miranda! Ni siquiera le importa que hace escasos minutos, la polla que está chupando estuviese dentro de tu culo. ¿Sabe bien el culo de tu hermana, zorra?
¡Por eso sabía raro! Se revolvió para intentar apartar la cabeza pero el hombre la sujetó del pelo, obligándola a tragarse su rabo entero. La tuvo así varios segundos, hasta que la separó y la lanzó hacia un lado, haciendola caer a cuatro patas.
– Ya sé lo que te pasa a ti… Quieres que te folle igual que a tu hermana, ¿Verdad?
EL Oso se acercó a ella y comenzó a sobarla el culo. La separó las nalgas, admirando como su ojete se veía a ambos lados dl hilillo del tanga. La dió un par de sonoros azotes en el culo y comenzó a acariciar su coño por encima de la ropa interior.
No necesitó mucho tiempo para que la chica reaccionase a sus caricias. Erika estaba acostumbrada a tener sexo con gente y en situaciones que no la excitaban realmente, así que había aprendido a abstraerse y a disfrutar… Ya que tenía que hacerlo, que menos que intentar disfrutar también.
– ¡Mira esto! ¡Si lo está deseando! Tu hermana está chorreando como una perra.
Miranda se agitó, deseando con todas sus fuerzas destruir cada pedacito de aquel hombre, reduciendolo a una masa informe de musculos y sangre.
El Oso arrancó el tanga de Erika y se lo llevó a la nariz, aspirando el aroma a hembra que desprendía. Luego se acercó a Miranda, le bajó la mordaza, introdujo en la boca el tanga de su hermana y le colocó la mordaza de nuevo. Sin decir palabra, volvió a donde estaba Erika.
Dirigió la polla al húmedo coño que tenía delante y la introdujo de un sólo empellón.
Erika dejó escapar un gemido de placer. Recibió la polla de aquel negro entera sin protestar.
El hombre comenzó follarla con fuerza, no tenía miramientos con aquella zorra… Tampoco es que ella pareciese contrariada… La chica gemía y al poco, comenzó a mover sus caderas para acompañar las embestidas del Oso. Miraba al hombre con cara de lascivia, mordiéndose el labio inferior.
La chica pegó su cara en el suelo y se separó ella misma las nalgas, facilitando que la polla llegase lo más adentro posible.
El Oso no iba a aguantar más. Agarró a la chica de las caderas y comenzó a embestir con brutalidad. Los gemidos de la chica era lo único que se se oía en todo el edifio… Hasta que sonó la puerta.
Erika se apartó de golpe, quedándose tendida en un lado, y el Oso se quedó mirando a la puerta.
Unos segundos después, dos hombre aparecieron por ella.
Erika se quedó blanca de la impresión… No podía ser…
– ¡¡Lorena!!
– ¡¡Erika!!
La pelirroja iba detrás de los dos hombres, atada por las manos. Su ropa, destrozada y hecha jirones, su cara, llena de lágrimas.
– Piernas, ¿Quién es esta? – Preguntó el Oso.
– Parece que nuestra invitada venía con una amiguita… Estaba vigilando el edificio desde un coche…
– Vaya vaya… Eres una caja de sorpresas, ¿Eh? ¡Desnudadlas y atadlas a las tres! Tengo que hablar con vosotros…
Los hombres obedecieros solícitos. En unos minutos las tres mujeres estaban desnudas, atadas y amordazadas. Estaban las tres de espaldas a las demás, así que ni siquiera podían verse las caras.

 


Los hombres salieron de la habitación. Lo único que se escuchaba en la sala era el llanto de Lorena… 
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