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Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela 10” (POR GOLFO)

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Irene se levanta vomitando
El día que íbamos a recibir la visita de su padre, Irene se levantó indispuesta. Al principio no di importancia a sus quejas, pero cuando vomitó el desayuno, me empecé a preocupar por si su profecía se hubiese cumplido y mi favorita estuviera embarazada.

Con la mosca detrás de la oreja, dejé caer que si por casualidad no tenía un retraso.

―Me debía haber bajado hace quince días― contestó en voz baja.

Supe por su tono que estaba jodido.

― ¿Te has hecho la prueba? ― pregunté tratando de mantener la calma.

―Todavía no… quería hablar contigo antes― contestó sin levantar la mirada.

Su actitud temerosa me alertó de que Irene no las tenía todas consigo y que quizás eso tenía mucho que ver con mi falta de entusiasmo sobre el tema.

― ¿Qué te preocupa?

Casi llorando, respondió:

―No sé si es lo que deseas.

La tristeza de su voz al contestar me hizo comprender que esa preciosidad temía que la hiciera abortar y aunque realmente no estaba seguro de ser padre, la idea de acabar con su bebé era algo que no entraba en mi cabeza.

«Debo de decir o hacer algo que termine con sus dudas», pensé.

―Estrella, Ana, ¡venid aquí! ― grité.

Mis otras dos sumisas llegaron de inmediato y viendo que era algo serio, se sentaron en el sofá junto a su matriarca. Mirándolas, comprendí que la belleza de las tres juntas era mas impresionante que la suma de cada una en lo individual. Mis tres mujeres se complementaban y no me imaginaba mi vida sin alguna de ellas.

Meditando sobre ello, comenté:

―He tomado una decisión y quiero hacérosla saber.

―Lo que usted disponga de mí me parece bien― contestó muy nerviosa la mulata, asumiendo que lo que quería comunicarles era relacionado con ella.

Con una sonrisa, la tranquilicé. Fue entonces cuando los miedos que Ana había reprimido respecto a la visita de su padre salieron a flote y llorando me imploró que no la mandara de vuelta con él al pueblo.

―Joder, ¡qué tampoco es eso! ― exclamé molesto por la inseguridad que demostraban mis tres sumisas y cuando digo tres, incluyo a Irene que, aunque no decía nada se la notaba aterrada. Asumiendo que debía empezar para no prolongar su angustia, les dije: ―Desde el principio os he dicho que considero que, junto a mí, formamos una familia y ya que el poliamor no es legal en España, tenemos dos soluciones o llamar a un abogado para que elabore un documento que garantice los derechos de los cuatro o irnos a Brasil que es el único país que reconoce la posibilidad de registrar como pareja de hecho la unión de más de dos personas.

― ¿Nos estás pidiendo que nos casemos contigo? ― comentó Irene casi al borde del infarto.

―No, os estoy pidiendo que os caséis conmigo y entre vosotras. No quiero que un hijo nuestro nazca antes de haber formalizado nuestra unión. Como padre biológico serán incuestionable mis derechos, pero no así los vuestros― y dirigiéndome directamente a ella, le pregunté: ―Si Estrella se quedara embarazada, ¿no decías que el niño sería también tuyo?

―Por supuesto, sería tan mío como tuyo.

―Pues lo mismo para ellas, el hijo que creo que esperas quiero que sea de los cuatro.

― ¡Estas embarazada! ― exclamaron al unísono y con evidente entusiasmo tanto la mulata como su hermana.

―Todavía no es seguro― musitó abochornada.

Llenas de alegría, Estrella y Ana se abalanzaron sobre su matriarca y la llenaron de besos. Dejé que explayaran durante un minuto y cuando consideré que era suficiente, me acerque a ellas y cogiendo a las tres de la cintura, les dije:

―No me importa si es ahora o el mes que viene, quiero que sepáis lo feliz que me haría tener un hijo con vosotras.

La primera en reaccionar fue Irene que completamente entregada a mí, buscó mis besos. La pasión con la que respondí contagió a las otras dos y antes que pudiera Irene pudiera hacer algo por evitarlo, ya la estábamos haciendo el amor. Sin hablar entre nosotros, coordinamos nuestro ataque y mientras mi lengua jugueteaba en el interior de su boca, la mulata deslizaba los tirantes de su vestido y Ana lo dejaba caer al suelo.

Desnuda, indefensa, pero feliz recibió nuestras caricias, pero al sentir que sus pechos eran tomados al asalto por las bocas de sus discípulas, muerta de risa, comentó si no era mejor que siguiéramos en la cama. Asumiendo que ella era la homenajeada, accedí.

Tomándola en mis brazos, la llevé a nuestro cuarto y tras posarla suavemente sobre las sábanas, me tumbé junto a ella mientras Ana y Estrella permanecían sin saber que hacer todavía de pie.

―Venid a mí, esposas mías― ejerciendo de amorosa matriarca las llamó.

La mulata al escuchar el modo en que se había referido a ellas se emocionó y saltando sobre el colchón, la cubrió con sus besos mientras le juraba nuevamente su fidelidad. Su hermana la imitó y viendo que Estrella se había tumbado sobre ella, Ana buscó sitio entre sus piernas.

―Sois malas conmigo― rugió Irene al sentir cuatro manos y dos bocas recorriendo su piel.

Esperé a su lado mientras se acomodaban y al ver que sus discípulas no necesitaban mi ayuda, me desnudé con los gemidos de Irene como música de fondo. Ya sin ropa, me quedé admirando la escena:

«No puede haber nada más bello», me dije viendo que en ese momento la morena mamaba de sus pechos mientras Ana hacía lo mismo con su sexo.

«No solo es lujuria, es mucho más», sentencié convencido que esas caricias eran fruto del amor y acercándome a ellas, me sumergí entre sus brazos.

Mi llegada desencadenó una vorágine entre mis mujeres y haciéndome un hueco, buscamos el placer del que teníamos a nuestro lado sin pensar a quien pertenecía el pecho, el coño o la verga viendo como algo natural disfrutar todos de todos. Así en un momento dado, tuve el pezón de Ana entre mis dientes, Estrella se empalaba con mi miembro mientras usando mis dedos masturbaba a su matriarca.

Fusionando nuestros cuerpos nos convertimos en un solo ser que iba desplazando su atención de uno a otro sin importar quien recibía o daba en ese instante. Aún así me extrañó que Irene y su hermana aprovecharan que Estrella me estaba haciendo una mamada para cuchichear entre ellas y tras llegar a un acuerdo, las vi ponerse un arnés.

Solo caí en sus intenciones cuando entre las dos obligaron a la mulata a levantar su trasero.

― ¿Qué vais a hacer? ― preguntó ésta al ver que llegaban con esos enormes penes.

― ¿Tú que crees? ― muerta de risa, Ana contestó.

Sin darle ocasión de negarse, se tumbó bajo ella y la obligó a ensartarse con la verga de plástico que llevaba adosada a la cintura.

― ¡Es enorme! ― protestó al sentirse llena.

Su matriarca esperó a que el coño de Estrella se acostumbrara a esa invasión y recogiendo parte del flujo que se derramaba por los muslos de la morena, empezó a embadurnar con él su ojete.

―Ama, es demasiado grande para mi culo― comentó su víctima en un intento de evitar lo inevitable.

Obviando sus quejas, Irene aproximó el falo artificial a la morena y preguntó:

― ¿Suave o brutal?

La certeza que nada podía hacer por librarse la hizo contestar:

―Mi ama sabrá.

Al ver que no daba una respuesta clara, la matriarca me miró y yo, soltando una carcajada, repliqué:

―Al principio, fóllatela lentamente pero luego rómpele su negro culo como a ti te gusta que yo te haga.

Sin mediar una palabra, Irene forzó el esfínter de Estrella con parsimonia, milímetro a milímetro. El trasero de la muchacha tardó en absorber la enormidad de su matriarca. Increíblemente, apenas se quejó mientras desde mi posición veía como se hundía en su interior. Al conseguir metérselo por completo, su dueña le preguntó como estaba.

La morena, sonriendo a duras penas, contestó:

―No creo que sea capaz de mover ni las pestañas.

―Por eso no te preocupes, seremos nosotros quien te demos ritmo― dije interviniendo.

Tras lo cual, poniéndome de rodillas sobre el colchón, acerqué mi pene hasta su boca. La exuberante cría hizo un esfuerzo y abriendo sus labios, se dio el lujo de incrustárselo hasta el fondo de la garganta. Irene al comprobar que habíamos conseguido llenar los tres agujeros de la mulata, ordenó a su hermana que comenzara a moverse.

Ana obedeció y con un lento movimiento de caderas, empezó a sacar el pene del coño de la mulata. Queriendo que fuera algo acompasado, esperé a ver que ya con el casi fuera, lo comenzaba a meter para extraer el mío. Justo en el momento en que ya se lo había vuelto a embutir y el glande de plástico chocaba con la pared de su vagina, Irene se echó hacia atrás sacando el que llevaba adosado entre sus piernas. Aguardé a que lo tuviera casi fuera para forzar la garganta de mi mulata con mi verga.

Poco a poco, fuimos acelerando ese asalto sincronizado sobre el culo, coño y boca de nuestra amante, la cual apenas tenía tiempo a respirar entre cada acometida.

―Hagamos que sea inolvidable― musitó excitada en grado sumo su matriarca al advertir que el dolor de la cría había transmutado en placer: ―Acelera, hermanita.

Acatando los deseos de su gemela, Ana incrementó el compás con el que machacaba la vulva de su compañera y siguiendo el ritmo marcado, hundí mi pene en la boca de nuestra amante mientras Irene hacía lo mismo en su trasero.

―Mas rápido― gimió esta última tras comprobar que incapaz de contenerse Estrella estaba a punto de correrse.

Tal y como le pidió, su gemela elevó sin pensar la cadencia de sus caderas hasta llevarla a un extremo que realmente era difícil de mantener. La primera víctima de esa locura fui yo y agarrando la nuca de la morena, descargué en el fondo de su garganta toda la producción de mis huevos.

Estrella nada más catar el sabor de mi semen, se vio sacudida por un intenso orgasmo, pero no por ello dejó de menear su trasero, buscando prolongar su placer y por eso recibió con alegría el primer azote con el que su ama le exigía que siguiera moviéndose.

―Matriarca, agárrese de mis pechos y monte a su potrilla― chilló descompuesta.

Al escuchar su petición, Irene se volvió loca y mientras con una mano, afianzaba su cabalgar pellizcando una de sus tetas, con la otra azuzó a su montura con sonoros manotazos sobre sus nalgas. Ana no quiso quedarse atrás y llevando la boca al seno que le quedaba a la mulata, le regaló con una serie de certeros mordiscos en el pezón.

Pidiendo a gritos que no pararan, Estrella se dejó caer sobre la gemela, mientras su hermana seguía acuchillando sin pausa su ojete. No sé si fue a raíz de sus aullidos o que no soportaron tanto estímulo. pero lo cierto es que contagiándose del momento, Irene y Ana se corrieron de inmediato y totalmente agotadas, casi a la vez sacaron sus miembros de la morena.

Menos cansado que ellas, pude observar la felicidad que lucían sus rostros y dejando que se repusieran, me levanté por un vaso de agua. No había llegado a la puerta, cuando escuché que Ana me pedía que no tardara en volver.

― ¿Qué quieres? ― pregunté viendo que se estaba quitando el arnés y que se lo daba a Estrella.

Muerta de risa, la muy zorra contestó:

―Que mi amo y mi matriarca sean justos con su zorrita y que, junto a mi compañera, ¡me den el mismo tratamiento!

La mulata no esperó mi respuesta y afianzando el enorme tronco a sus caderas, se lo hundió hasta el fondo. Irene al verlo, sonriendo, me soltó:

―No se preocupe si tarda, nosotras nos ocupamos de que no se enfríe su zorrita.

Descojonado por el descaro de la preciosa morena y por la putería de las dos gemelas, decidí cambiar el agua por unas cervezas y saliendo del cuarto, me fui a la cocina.

Estaba abriendo la nevera cuando escuché mi móvil y sin reconocer el número, contesté. Era la madre de Irene y Ana quien quería hablar conmigo. Al presentarse, inconscientemente me puse en alerta, temiendo quizás que el motivo de su llamada fuera avisarme de la actitud agresiva con la que venía su marido y por eso respiré cuando la buena mujer me comentó que esa noche serían tres los invitados.

―No se preocupe, tenemos comida de sobra― respondí quitando hierro al asunto.

Tras colgar y con un six de Mahou bajo al brazo volví a la habitación donde me encontré que, cumpliendo con su oferta, Irene se estaba follando a su hermana mientras Estrella la sodomizaba.

La llamada de mi suegra me había bajado la libido y por eso sentándome a un lado, abrí una lata mientras lanzaba la pregunta:

― ¿Quién coño es Aurora?

Irene contestó:

―La vecina de al lado de mis padres y su mejor amiga.

Me pareció extraño el que quisieran compartir con ella la noche en que me iban a conocer y por eso mientras ponía mi pene a disposición de Ana, comenté que esa mujer acompañaría a sus padres en la cena.

Para mi sorpresa, las dos hermanas se alegraron con la noticia y mientras Irene seguía follándosela, Ana me aclaró que Aurora era como su tía. Soltera y sin familia, se pasaba todos los días por el piso de sus viejos e incluso los acompañaba en los viajes familiares.

Sin nada que opinar y viendo que mi instrumento había despertado, se lo metí en la boca a Ana. Riendo a carcajada limpia, la mulata me soltó:

―Amo, va a tener que hacerlo más a menudo. Es la primera vez que disfruto de esta parlanchina sin tener que soportar su conversación. ¿No le parece increíble?

―Tienes razón― repliqué forzando su garganta― es raro que se haya quedado callada, ¿le ocurrirá algo?

Siguiendo con la guasa, Irene comentó:

―Realmente es extraño, fíjese ni siquiera se queja si le doy un pellizco.

―A ver con un azote― insistió Estrella.

Nuestra fiel zorrita debía llevar mucha presión acumulada porque al sentir el manotazo sobre sus ancas, no pudo resistir más y colapsando ante mis ojos, se corrió.

Al comprobar que su hermana había recibido su dosis de placer, Irene comentó a la mulata:

―Date prisa, tenemos muchas cosas que hacer antes que lleguen mis padres.

Con una sonrisa de oreja a oreja, la preciosa morena contestó mientras hundía por ultima vez el enorme pene en el ojete de la rubia:

―Por mí lo dejamos, no creo que este diminuto y blanco culo de más de sí.

Indignada por el modo en que se había referido a su trasero, Ana me miró buscando mi ayuda, pero lejos de recibir mi apoyo, tuvo que aguantar oír que respondía a su compañera:

―Pequeño sí que es, pero blanco no. ¡Se lo has dejado completamente rojo!

Defendiendo su trasero, la rubia replicó a Estrella:

―Prefiero un culo estrecho a uno gordo y grasiento como el tuyo.

Temiendo que la broma terminara mal, Irene medió entre ellas diciendo:

―No permito que habléis mal de vuestros traseros, sobre todo porque no os pertenecen. ¡Son de vuestro dueño! Y si él os ha elegido, será porque le gustan.

Lejos de cortarse por la reprimenda, la mulata contestó con una sonrisa a su matriarca:

―Señora, perdóneme. Estaba bromeando, me encanta su pandero. Es enano y lechoso pero precioso.

Ana tampoco se quedó atrás y mirando directamente a la gemela, contratacó:

―Gracias. A mí también me gusta su culo oscuro y desparramado. Es más, me enloquece ver como nuestro amo es capaz de cabalgar algo tan grande.

Interviniendo, comenté:

―Irene, ¿no te parece que ambas necesitan un correctivo?

Con tono cabreado, me preguntó en que había pensado.

―Poca cosa, veinte azotes a cada una y como le gusta tanto a una el trasero de la otra, ¡que se los den entre ellas!…

 

Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 5” (POR SOLITARIO)

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José vive en la costa alicantina, con Claudia y las niñas. Mila y Marga siguen en Madrid. Se han hecho cargo del prostíbulo.

Continuación de: 16 días. La vida sigue.

–¿José? ¿Eres tú?

–Si, ¿Mamá? ¿Pasa algo?

Llorando

–Si, José, es tu padre. Está muy mal.

–Se nos muere y quiere hablar contigo. ¡Ven!

–Claro mamá, salgo enseguida. Hasta luego.

–Hasta pronto hijo.

Clau me interroga con la mirada.

–Es mi madre, mi padre está mal. Tengo que irme ya. ¡Ana!

Desde su habitación.

–¿Si papá? ¿Qué pasa?

–Es tu abuelo, está mal, tengo que irme a Jaén.

–Yo voy contigo. Quiero verlo.

–De acuerdo, prepárate, nos vamos enseguida. Claudia, ¿Te quedas con las niñas?

–Claro mi vida. No te preocupes por nada, puedes ir tranquilo.

Preparamos un equipaje ligero y partimos mi hija y yo.

Llegamos al pueblo al anochecer, hay gente en la casa. Mi hermano, mi hermana, tíos, primos, algunos vecinos y mi madre. Tras los saludos de rigor.

–Sube a ver a tu padre, no hace más que preguntar por ti.

Subo, me impresiona la cara de mi padre. Solo hacia seis meses que no le veía, pero no lo reconocía. Había perdido mucho peso, la cara era como de pergamino, destacaba la nariz sobresaliendo de las hundidas mejillas. Levantó sus manos al verme, me acerque y se las cogí. Eran puro hueso cubierto de piel. Me atrajo hacia él. Me besó, lloraba. Casi no podía hablar.

–José, me estoy muriendo. Me queda poco tiempo y no podía irme sin pedir tu perdón.

–Mi perdón ¿Por qué?

–No me interrumpas. Lo que te tengo que decir es importante.

–Hace unos cinco años tuve que ir a Madrid, para un asunto del olivar. Teníamos que preparar unos informes para Bruselas. Tras las reuniones de trabajo, nos reuníamos en una sala y venían prostitutas contratadas por los servicios del hotel. Al segundo día de estar allí…..

–Papá, por favor, no sigas.

–Si hijo, he de seguir, no puedo irme así, ¡déjame seguir, te lo suplico!

–Éramos seis, solo los conocía de aquella reunión. Habían llamado a seis chicas, llegaron las cuatro primeras y empezó la fiesta. A los pocos minutos estaban medio desnudos, quitando la ropa a las cuatro chicas, magreándolas y uno de ellos, más lanzado, sentado en una silla, con una de las chicas sobre él, a horcajadas, follando.

–Me acerque a la mesa, que había con bebidas y algo de comer, pegada a la pared, en el lado opuesto a la puerta. Llamaron, abrieron y entraron dos chicas más. Al principio no presté mucha atención. Hablaban con los demás, reían, yo me preparaba un whisky con hielo de espaldas a la entrada. Una voz me resultaba familiar, me giré y…. se me cayó el vaso de las manos. Con el ruido del vaso al caer todos se quedaron mirándome, yo miraba a una de las dos chicas que habían entrado.

Mila, tu esposa, estaba abrazando y besando, en la boca, a uno de los presentes. El mismo, que minutos antes me había dicho, que faltaban dos chicas, una de las cuales le había recomendado, el gerente del hotel, como “el mejor culo para follar de Madrid”.

No podía creerlo, me miro y le cambió el semblante. Apartó al otro y se cubrió el rostro. Me acerqué, aquello era imposible.

–¡¡Tú!! ¿Qué haces aquí?

Al principio no contestó, luego levanto la vista, me miró a la cara, no se arredro.

–Pues supongo que lo mismo que tu. ¿O no?

–Vaya, ¿Os conocéis?

Preguntó el que había organizado la fiesta. Fernando M.

–Si, nos hemos visto antes, la conozco. ¡Vámonos Mila!

–¡Ehh! ¿No te la iras a llevar no?

–¡Sí! ¡me la llevo, no me esperéis!

La cogí del brazo y salí con ella de aquella sala. La llevé a mi habitación, la 412. Cuando entramos ella se sentó en la cama, no me miraba a la cara. Con mi mano en su barbilla, la obligue a mirarme a los ojos.

–¿Desde cuándo te dedicas a esto? ¿Cómo la madre de mis nietos, es una vulgar ramera? ¿Lo sabe mi hijo? ¿Es un cornudo consentidor?

–No, Pepe, tu hijo no sabe nada y no debe saberlo. Quien sabe de lo que sería capaz. Por favor, no me descubras.

–¡No puedo ocultar esto, es muy grave! Mi hijo no puede quedar al margen. ¡Debe saberlo!

–¿Y organizar un escándalo, en el que tendrías que explicarle a tu mujer, lo que estabas haciendo aquí? ¿Y cómo me encontraste?

–Se levantó y me encaró, se acercó y me besó, una, otra y otra vez. Y no pude resistirme. La desnude y estuve con ella hasta el día siguiente.

–Papá, ya sé a qué se dedicaba. Por eso me divorcié.

–Pero eso no es todo hijo. Lo peor es que, a partir de aquel primer encuentro, hubo muchos más. En tu casa. Cada vez que os visitaba, para ver a los niños, en realidad iba a follar con Mila. Me volvió loco, era como una enfermedad. Me tenía sorbido el seso. ¿Recuerdas el pedazo de tierra de——que vendí?.

–Si claro. Necesitabas el dinero para un negocio.

–El negocio era Mila. Le di todo el dinero a ella. Buscaba cualquier excusa para ir a Madrid. Tu madre creía que iba a ver a mis nietos, en realidad era Mila mi obsesión. Era raro el mes que no iba, al menos una vez.

–José, perdóname. Me volví loco. ¡Perdóname!

Mi estómago ardía, ¿Tu también papá? ¿Con quién no habrá follado esa puta?

–Sí papá, te perdono de corazón, por desgracia sé lo que es estar loco por esa mujer.

–Entonces, comprenderás las decisiones que he tomado. Hace unos días me llamó por teléfono, me dijo que os habíais divorciado y yo…..

En aquel momento Ana entró en la habitación, no sé si había oído algo. Lloraba.

–¡Abuelo!.

Se abrazó a su abuelo. Los dejé y baje con los demás. No quería seguir oyéndolo.

Pocas horas después fallecía.

El día siguiente fue el entierro. Y Mila estaba en el cementerio. No tengo idea de cómo se enteró. Marga la acompañaba.

Ana fue corriendo al verla para abrazarla y hablar con ella. Yo no me acerque.

Cuando salíamos, después del entierro, se acercó Ana para decirme, que su madre quería hablar conmigo. Le dije que se acercara a mi coche. Ana vino con ella y con Marga. Nos sentamos en el interior del vehículo los cuatro.

–José, tu padre me llamó por teléfono, al saber que nos habíamos divorciado. Quería separarse de tu madre y venirse a vivir conmigo, que te lo iba a contar todo. Creo que tuvo una fuerte discusión con tu madre. Estaba loco y es posible que le provocara el ataque que ha acabado con su vida. No sé lo que te habrá dicho, pero quiero que sepas, que yo no quise aceptar nunca nada. El insistió y me vi obligada.

–¿Obligada a qué, Mila? ¿A follar con tu suegro en una cita? ¿A seguir follando durante años por dinero? Adiós Mila. Vete y déjame en paz. No sigas haciéndome daño.

No replicó, agacho la cabeza, se apearon del coche y se marcharon las dos.

Volvíamos a Alicante y comentamos lo acontecido Ana y yo.

–Papá, escuché lo que te dijo el abuelo.

–Lo sé. ¿Tú sabías lo de mamá y el abuelo?

–Si, en una ocasión tuve que volver a casa, porque faltó un profesor. Al entrar oí hablar en la habitación. Pensé que mamá estaba liada con algún cliente. Pero no supe que era el abuelo hasta que salieron. Se quedaron muy sorprendidos. Me dijeron que les guardara el secreto. Hasta hoy.

Si papá, mamá y el abuelo follaban. Cuando él se marchó hable con mamá, no comprendía cómo había llegado a hacer eso. Era su suegro. Me contó lo que te dijo el abuelo de la fiesta en el hotel y que se vio en la obligación de hacerlo. Con lo que no contaba era con que el abuelo se encaprichara de ella con tanto delirio. Mamá me decía que le pedía mucho dinero, para que desistiera de sus pretensiones, pero ya ves que era peor. Yo no sabía que vendió fincas para pagar a mamá.

–Ana, tu madre posee ese poder, el de volver locos a los hombres, aún sin querer. Es algo que está más allá de su voluntad. Es su maldición y le acompañará toda su vida. Se precisa una voluntad de hierro para oponerse a ese poder.

–Papá. ¿Mamá es mala?

–No cariño, mamá es una buena persona, que ha cometido errores y ahora está sufriendo las consecuencias. La vida ha hecho de ella lo que ahora es.

–Tú aun la quieres ¿Verdad?

–Si Ana. Y seguramente siempre la querré. Pero ya sabes que no podemos vivir juntos. Su pasado y su manera de pensar la aleja de mí. Jamás podré confiar en ella.

–Si, lo sé. Pero ha cambiado mucho. Me habló de una experiencia contigo que provoco el cambio. Esta distinta. Ha perdido la alegría que la caracterizaba, está triste, llora mucho. Ahora ya no se prostituye. Solo tiene relaciones con Marga y porque ella se lo pide. Ha perdido todo el interés por el sexo. Está muy enamorada de ti, pero también sabe que tú serias desgraciado con ella. Por eso te empujó hacia Claudia.

–No me empujó. Fue una decisión que tomamos Claudia y yo. Tu madre lo acepto porque no pudo evitarlo. Solo espero que esta relación siga adelante. La verdad es que quiero a Claudia. Me gusta y es una buena mujer, que también ha sufrido, que os quiere mucho y creo que a mí también. Con eso es suficiente.

Seguimos viaje hasta llegar a casa. Le explicamos a Claudia todo lo ocurrido.

–Yo ya lo sabía. Un día, fui a ver a Mila en tu casa. Estábamos tomando café. Entré un momento al wáter a orinar y mientras llegó tu padre, estaba muy enfadado con tu mujer. Me quede en el servicio oyendo la discusión. Tu padre le dijo:

–¡¡Puta, ponte a trabajar!! Sé que el cabrón de mi hijo está de viaje y estará dos días fuera. ¿No tienes bastante con esto? ¡Vamos a la habitación y desnúdate!

–Por favor, por favor, vete, vuelve luego. Más tarde.

–Escuche un golpe, tuve que salir, porque pensé que podía hacerle daño

–Mila intentó calmarlo, tratando de que yo no me enterara de lo suyo, pero no pudo, hasta que me vio. Se quedo muy sorprendido, dio la vuelta y se fue a la calle. Había dinero, billetes de cien euros tirados en el suelo. Mila me explicó todo. Trataba de persuadirlo de seguir con aquella relación, pero tu padre estaba cada vez más encaprichado. Le dije, que aquello no acabaría bien. Y ya ves. ….Y tú, ¿Cómo estás?

–Pues te lo puedes imaginar, mal, no todos los días te enteras, que tu padre se follaba a tu mujer, a tus espaldas. Ya no me extraña nada de Mila. Supongo que con veinte años de ejercicio, en la profesión más antigua del mundo, habrá pasado por cientos de vicisitudes. Pero ya no me afecta. Ahora me da lástima. Pero cambiemos de tema.

— Por cierto qué hay para comer, venimos hambrientos ¿No Ana?

–Si, papá, vamos Clau, te ayudo a poner la mesa. Papá, llama a las niñas para comer.

Comemos casi en silencio, cada cual con sus pensamientos. Al terminar Claudia y las niñas deciden irse a la playa a tomar el sol. Yo me quedo en casa, conecto los equipos de espionaje y veo que no hay nadie en el dormitorio de Mila en Madrid. Observo las habitaciones del “negocio”. Hay dos ocupadas, en una de ellas está Amalia con un cliente, en otra Marga con otro. Mila está en el despacho, con unos documentos.

En la mano tengo el pendrive, con los escaneos de los cuadernos de Mila. No puedo evitar la tentación, de conectarlo al ordenador y buscar los ficheros de cinco años atrás. Resulta algo complicado sin saber la fecha concreta. Busco información en internet y consigo una fecha aproximada.

Encuentro el que busco. La cita en el hotel—-convocada por el gerente que conoce a Mila desde hace unos años, también cliente suyo.

7 de octubre de 2008.

Llama Paco G. Gerente del hotel————Hay un grupo de empresarios que quieren montar una fiesta con seis mujeres, a las 11 de esta noche. Ha llamado a María L. que tiene cuatro disponibles, y le ha dicho que me llame, me pregunta si puedo ir yo y llevar a una más. Le he dicho que sí, llevaré a Marga. Con ella me siento más a gusto y estas fiestas generalmente no dan problemas, pero si se complica tengo un apoyo en ella. Le debo una a María. A la vuelta sigo.

¡¡¡Se complicó!!! ¡Joder, joder, joder! ¡¡Mierda!! Se fue todo a la mierda. Que jodida casualidad, coño, encontrarme con mi suegro en la fiesta. He tenido que follarlo para que no se fuera de la lengua. Lo último que yo podía imaginar. Y lo peor, me ha hecho correrme, es un buen follador, no como su hijo, que me deja siempre a medias. Si acaso en una docena de ocasiones, a lo largo de diez años, me he corrido con él, sin embargo, con su padre ha sido genial. Pero se va a convertir en un problema. Cuando le empecé a besar esperaba un rechazo total, teniendo en cuenta lo santurrón que parece, pero no, me abrazó y me comía a besos.

Me sorprendió, cuando me desnudo y empezó a comerme las tetas, me di cuenta de que no tenía nada que ver con mi marido. Pero cuando me folló la boca, diciéndome que desde que me presentó su hijo deseó follarme, me asustó. No lo esperaba. Me tendió en la cama se coloco entre mis piernas y me penetró con violencia, me gustó.

Me besaba, me comía la boca, la lengua las mejillas, el cuello. Mientras no dejaba de bombear, llegó un momento que me abandoné. Poco después él se corría dentro de mí. Pensé, ya se había acabado todo, pero no fue así. Se repuso rápidamente y sin sacármela siguió. Yo no pude más y me corrí. No una, varias veces, con su polla dentro de mí.

Descansamos. Llamó al servicio de habitaciones y les dijo que trajeran cava y algo para comer. Llamaron a la puerta. Era el otro tipo, el que me había pedido follarme el culo al entrar en la sala de la fiesta. Se encaró con Pepe y casi han salido a tortas, cuando el otro ha visto a mi suegro tan cabreado, se ha ido muy enfadado. Menos mal que llegó el servicio de habitaciones con el pedido. Hemos estado toda la noche follando, es un semental.

Me ha dicho que su padre, el abuelo de José, en la hacienda del olivar, se follaba a todas las mujeres de los jornaleros, que podía. Cuando le he dicho que su hijo no me folla, que apenas me la mete se corre y me deja insatisfecha, el me ha dicho que la culpa la tiene su madre, que sí es una santurrona. Le metió el miedo en el cuerpo cuando el cura del pueblo habló con ella, porque José, le había confesado haber tenido contacto carnal con dos niñas del pueblo y no quería decirle quienes eran. Ella, su madre, lo tuvo castigado mucho tiempo, lo vigilaba, controlaba sus calzoncillos por si se la meneaba. El padre intentó suavizar la cosa, pero no pudo. Me ha dicho, que su madre lo castró. Le convenció, de que el sexo era el camino directo al infierno, eso, a un niño de diez años, puede afectarle el resto de su vida.

Tras pasar la noche juntos y correrme, no sé cuantas veces, me despidió diciendo que esto no acababa aquí. Vendrá a buscarme a casa y no podre negarme a hacer lo que se le antoje.

Otra vez, los fantasmas del pasado, volvían para atormentarme. Era mi propio padre quien se mofaba de mí. Quien se follaba a mi esposa a mis espaldas. Y yo, imbécil de mí, sin sospechar nada. Cuando llegaba a casa y veía a mi padre jugando con mis hijos, ¿Cómo podía imaginar, que antes de que llegaran los niños del colegio, había estado en mi propia cama, con mi mujer.

Seguía buscando páginas relacionadas con mi padre. Una de ellas describía como se comportaba mi padre con ella.

22 de diciembre de 2008

Hemos viajado hasta Jaén para pasar las fiestas de Navidad con la familia de José. Pepe, mi suegro, está eufórico. Sabe que me va a tener a su disposición, para follar, cuando tenga la menor oportunidad. La verdad es que no me molesta. Me satisface sexualmente, cosa que su hijo no hace. Estas fiestas son muy aburridas y Pepe las alegra. Lo malo es, que parece que se está colando por mí, eso puede suponer un problema. Siempre trato, de que no se compliquen mis relaciones, con amoríos y encaprichamientos.

Esta mañana, me ha invitado a visitar, unas tierras que no conozco. José no ha querido ir, Ana tampoco. Vienen Pepito y Mili. Con el todoterreno llegamos a una casona en medio del campo. No había nadie en los alrededores. Los niños han salido corriendo a jugar entre los olivos. Cogida del brazo, me lleva a una especie de cuadra, donde se guarda un tractor. Hay paja en un rincón y me empuja sobre ella, levanta mi vestido y arranca las bragas que llevo. Hunde su cara entre mis muslos y siento su nariz entre mis labios vaginales. La lengua en el ano, chupa y lame todo mi sexo, me produce un gran placer. Es muy bueno comiendo coño. Cuando estoy cerca del orgasmo, se detiene, se levanta y desabrocha su bragueta, Saca su polla, tiesa como un palo, se arrodilla entre mis muslos y me penetra de un empujón de cadera. Llega muy adentro de mi vientre, se mueve, sus manos atrapan mis tetas y las amasa, sabe que me gusta que me pellizque los pezones, se me ponen duros, me duelen, pero me da mucho gusto. Pienso que sería maravilloso que fuera José quien estuviera haciéndome esto.

Me besa con furia, sus embestidas se aceleran y consigue que mi cuerpo se retuerza de placer, me arranca un orgasmo brutal, el suyo no se hace esperar. Entran los niños en el establo, cuando nos estamos arreglando para irnos.

Sigue con otros polvos en distintas ocasiones y lugares, a lo largo de los cuatro días que estuvimos en mi casa del pueblo.

En la pantalla de vigilancia estoy viendo a Mila en el despacho del negocio. Escribe a mano en un folio, lo dobla y lo mete en un sobre. Escribe, lo que parece un nombre, o una dirección y lo coloca frente a ella, apoyado en una foto, donde estamos ella, los niños y yo. No veo a Marga.

Oigo a Clau y las niñas llegar de la playa. Cierro las pantallas, guardo el pendrive y salgo a esperarlas. Las pequeñas me cuentan lo que han hecho en la arena. Las dos mayores cuchichean, al parecer se les han acercado un par de chicos. Clau me mira, las señala con la mirada y sonríe.

–¿No sabes José?, nuestras chicas tienen admiradores. Hay un par de chicos que no hacen más que suspirar por ellas.

–Vaya, por fin un poco de normalidad. A ver como os comportáis, no vayáis a asustarlos.

–No papá, no los vamos a asustar, nos gustan, son guapos y muy tímidos. Iremos con cuidado.

Suben a ducharse todas juntas. Me encanta lo bien que se llevan. Oigo sus risas, los gritos. A pesar de todo lo ocurrido en estos días, me siento feliz.

Preparan la cena, comentan las cosas del día, cenamos y vemos la TV. Se acuestan las pequeñas. Ana y Claudia siguen con sus cuchicheos.

Clau recoge sus pies bajo sus muslos y se recuesta sobre mi hombro. Paso mi brazo tras sus hombros y la atraigo hacia mí. Beso su cabeza, huelo el aroma de su pelo, me encanta la vainilla.

–Clau, un día no podre evitarlo y te comeré.

–Un día no. ¡Ahora! ¡Vamos arriba!

–Eso ¿y nosotras qué?

–Vosotras podéis mirar. Jajaja

–Clau, por favor, que me cortan. No me gusta que me miren, mientras hago el amor. Es algo entre nosotros dos.

–Sois unos avariciosos. Podíais darnos algunas migajas, no queremos más. Jajaja

–Vámonos a la cama, Clau. Dejemos a estas viciosillas que se las apañen solas.

–A ver, que remedio nos queda. Nos haremos unos dedetes y a dormir.

Subimos y las chicas se van a su cuarto, nosotros al nuestro.

La luna aún alumbra en el cielo. Desde la terraza el panorama es muy bello. Clau se desprende del pareo que cubre su cuerpo, desnuda se sienta en el sillón. Me desnudo y me siento a su lado.

Es una noche cálida, la ligera brisa acaricia nuestros cuerpos. Mis manos, sus manos, acaricio sus senos, nos besamos. Siento la rugosidad de los pezones duros con el contacto de los dedos de la mano derecha.

Mi mano izquierda baja hacia su sexo, paso mi dedo por el interior de los labios, está muy mojada, se excita con suma facilidad. Separa las rodillas para facilitar el contacto. Mi dedo corazón acaricia su botoncito del placer, se gira hacia mí, me abraza.

Sus besos, sus manos acariciando mi cuerpo, mi pene, los testículos. Sigo hasta hacerla llegar a un orgasmo que la obliga a cerrar sus muslos con fuerza, aprisionando mi mano en su interior, la sujeta con sus manos. Detengo los movimientos de mi dedo. Abre sus rodillas, me ofrece su coño y me arrodillo entre sus piernas bebiendo los jugos segregados por su delicioso fruto.

Excito con la lengua el clítoris, acelero, despacio, la presión de sus piernas me indican el ritmo a seguir. Sus manos rodean mi cabeza, los dedos entre mi pelo. Apretando y aflojando contra su sexo. Con mis manos acaricio las caderas, subo hasta los pechos, pellizco los pezones, la lengua sigue rodeando el pequeño bultito que se ha endurecido. Penetro entre los pliegues de los labios internos, con la punta de la lengua en el pequeño orificio del meato. Vuelvo al garbancito. El orgasmo se produce en oleadas, sube y baja, me lo indica con la presión de las piernas. No puede más y me aparta cuando la sensación se torna insoportable, pero enseguida aprieta mi cabeza contra su sexo.

Suena un teléfono. Insiste. Otra vez. Me aparto y busco el maldito teléfono móvil, que no deja de sonar. Ha dejado de sonar.

En la pantalla aparece, llamada perdida. MARGA. Llamo, contesta. Está llorando.

–¡¡José!! ¡Estoy con Mila en el hospital! ¡Está muy mal, ha intentado suicidarse!

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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 7” (POR SOLITARIO)

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Tengo algo de frio. Me levanto, con cuidado para no despertar a las chicas. Las cubro con una sábana. Me ducho, con el ruido del agua al caer parece que han despertado las dos. Marga se sienta en el inodoro a hacer pis, me mira y sonríe. Tiene la extraña cualidad de hacerme sentir bien. Me relaja su presencia. Ana se dirige directamente hacia donde estoy, entra en la ducha, coge una esponja y frota mi cuerpo. También resulta relajante. Marga también se mete bajo la regadera y nos lavamos los tres. Salgo primero, para evitar ataques, despierto a Pepito para que se asee y se vista y voy a la cocina a preparar café y croissants. Improviso un desayuno ligero. Cuando salen está todo listo. Desayunamos. Les digo que recojan la ropa y los enseres que pueda necesitar Mila y nos vamos al bufete de Isidro. Por el camino llamo a mi abogado para que nos asista en las negociaciones.

Esperamos unos minutos en una antesala, entran Gerardo y Alma. Traen la maleta de Pepito, que al verla corre a abrazarla. Ella lo acoge con cariño. Viene hacia mí.

–Hola José, me alegro de verte, aunque no por las circunstancias. ¿Cómo está Mila?

–No lo sabemos, Alma, hasta que pase algún tiempo y se sepa que secuelas han quedado.

Gerardo entra en el despacho de Isidro. Alma me lleva al pasillo para hablar conmigo.

–No le digas nada a Gerardo, pero me alegro de que te lleves a Pepito. Gerardo no está preparado para cuidar al chiquillo. Se refugiaba en mí y se hace querer. El poco tiempo que ha estado conmigo me ha hecho sentir como una madre. Pero de lo que te quería hablar es de Mila. Supongo que recordaras el día que fuisteis al club los dos. Pues bien, yo no tenía claro que ocurría, pero cuando te fuiste, me acerque donde estaba Mila, le dije que te habías ido y entonces ocurrió algo que yo no he logrado entender hasta hoy. Mila empujo de malas maneras a los tipos que estaban con ella, se cabrearon y ella les abofeteo. Se los quitó de encima y me la llevé a mi habitación. Lloraba como no he visto llorar a una mujer. Yo era incapaz de calmarla, sufrió un ataque de ansiedad, la metí en la ducha a la fuerza porque estaba que daba asco. ¿Y sabes que me dijo? Que la porquería la llevaba por dentro. Lo de fuera se podía lavar, lo de dentro no. Dijo que se sentía sucia, no era digna del hombre, al que amaba con toda su alma. A ti, José. Me dijo que había hecho todas aquellas porquerías para asquearte, para que la odiaras, para que la apartaras de tu lado, para que rehicieras tu vida con otra mujer que te diera la felicidad que merecías. Gerardo entró y al verla así se sobresaltó. Le preguntó que le pasaba y ella le dijo que por fin había ocurrido, lo que ella más temía. Se había enamorado. Perdidamente. Hasta el extremo de renunciar a ti, por amor. También le dijo que quería hablar con él, pero fuera de allí. Y se citaron el día siguiente.

José, conozco a Mila desde hace muchos años. No es la misma. La Mila que estuvo en mi habitación aquella noche, no era la Mila que había sido. Jamás se coló por nadie, había hombres que matarían por ella y ella los manejaba, sin dejarse manipular.

–Agradezco tus palabras Alma, no sabes cuánto. Intentaré compensar el daño que le he causado, aun no sé cómo, pero lo intentaré.

Gerardo nos llama para firmar los documentos. Mi abogado ha llegado, me saluda y entramos.

Se pide a la notaría los documentos que me permiten firmar la venta de todo, junto con Marga. El pago se realiza mediante cheques conformados. Tenemos prisa por ir a recoger a Mila. Isidro me lleva aparte y trata de amenazarme, le doy un empujón y acaba en el suelo.

–Me las pagaras cabrón.

–Cabrones somos los dos y ya te estoy pagando, Isidro. Tú le pagabas a mi mujer, por darte placer y yo le doy placer a tu mujer gratuitamente. Bueno, a cambio del mío. No te imaginas cómo folla la condenada. Se ha llegado a desmayar con un orgasmo. ¡¡Lo que te has perdido!! ¡¡Cabrón!!

–Vamos José, déjalo, no merece la pena.

Marga me arrastra hacia la salida y vamos al hospital. En recepción nos espera Andrés.

–José, ven, tengo algo que decirte.

–¿Qué le pasa a Mila?

–Nada, no es Mila, es María. Ha muerto.

–¡¡Coño!! ¿Qué ha pasado?

–Tuve que atender a una reclusa que la conocía, me dijo que la habían encontrado en las duchas, desangrada, con un corte en el cuello.

–Joder, no le deseo la muerte a nadie. Pero parece que nos ronda. En poco tiempo mi padre, María y lo de Mila, que casi la perdemos. ¿Como sigue? ¿Podemos llevárnosla ya?

–Sí, lo tengo todo preparado. Vamos a su habitación, voy a buscar una silla de ruedas.

–¿Tan mal está?

–No puede andar, pero espero que con la rehabilitación se recupere, cuando llegues a —- tienes que ir al centro de salud. Ya te he solicitado una silla de ruedas para que podáis mover a Mila.

Cojo en brazos a Mila para sentarla en la silla de ruedas, ha perdido peso, no abre los ojos, se deja hacer. Marga, Ana y Pepito están en el coche, la abrazan. Mila abre los ojos y besa a su hijo, es un momento muy emotivo. A todos se nos saltan las lágrimas.

Me despido de Andrés, agradeciendo lo que ha hecho por nosotros y enfilamos la autovía hacia Alicante. Los cinco vamos en silencio.

En La Roda, nos detenemos en el mismo restaurante donde Ana y Claudia me contaron que habían hecho correrse a una desconocida. Ana me mira y sonríe con cara de complicidad. Me hace sonreír, los demás no saben por qué. Mila sigue silenciosa, le pido a Marga que traiga un zumo para Mila. Al principio lo rechaza, pero acaba aceptando y bebiéndoselo. Seguimos el viaje y ya no nos detenemos hasta llegar a nuestro destino.

Claudia y las niñas se abalanzan sobre Mila, besándola, acariciándola. Con ella en brazos entro en casa, Claudia me indica que la lleve arriba, no deja que suba nadie más, les dice que Mila requiere descanso. Me dirijo a nuestro dormitorio, la deposito en el lecho. Hace calor, le quito la ropa, está muy delgada. Le pongo una camiseta larga, cómoda. Me tiendo a su lado, paso mi brazo bajo sus hombros y la atraigo hacia mí. No huelo su perfume, no es su olor. Abre los ojos y me mira fijamente, beso sus labios suavemente, se inclina hacia mí.

–Mila, amor mío. Te necesito, aun cuando no estaba contigo, a pesar de la distancia, sabía que estabas, que podía hablarte, verte, amarte en silencio. No volverás a hacerlo ¿Verdad?

Con una voz débil, con esfuerzo.

–No, José. No volveré a intentarlo. Ya no. No me daba cuenta del daño que os hacia a todos. Perdóname.

–No Mila, soy yo quien te pide perdón. No te creí, y te empujé, sin querer a hacerlo. Ahora sé que puedo confiar en ti.

En la puerta están Marga y Claudia.

–Se han ido todos a la playa. ¿Podemos quedarnos?

–Como no, Claudia. Esta es vuestra casa, nuestra casa, no tenemos que pedir permiso para nada. Quedaos con nosotros.

Entran y se tumban en la amplia cama, a nuestro lado. Marga acaricia las manos de Mila.

–¿Cómo vamos a organizarnos?

–Claudia es buena con la organización. Que sea ella la que nos diga que debemos hacer y cómo. Lo aceptaremos en asamblea, como en una comuna.

–¡Eso es! Convertiremos esta casa en una comuna, basándonos en la libertad de todos y en un principio básico del ejercicio de esta libertad. Que la libertad de cada cual termina donde empieza la de los demás. O sea, todos y cada uno de nosotros, como titulares de derechos, somos libres para hacer con nuestra vida lo que nos plazca, mientras no afecte el derecho de los demás, para hacer lo propio.

–En cuanto al sexo, he meditado mucho, he cambiado mi forma de entenderlo, de vivirlo, gracias a Mila, a todas vosotras. Me ayudó la lectura de un libro, de donde extraje algunas ideas que he podido experimentar. Se titula “El amor libre”. Comprendí, que las leyes del deseo, priman sobre las de la costumbre. Que la fidelidad es imposible, en la inmensa mayoría de los casos. La inocencia grita, que el amor sólo puede ser libre, que la pluralidad de afectos es un hecho. Y aquí tenemos la prueba, yo os amo, a vosotras, a las tres, porque el deseo obedece a un orden natural, anterior y superior a todo mandato social establecido. Que la institución del matrimonio es una inmoralidad social. Que la familia jurídica debe ser sustituida por la unión libre entre hombres, entre mujeres y entre hombres y mujeres. Que sea una unión natural, por amor, no por la sanción de un tercero, el estado o el clero, para formar una familia, para educar a los hijos libremente. El matrimonio es un medio que utiliza el estado para esclavizar a las personas, es un instrumento de dominación que sostiene el orden actual. Pero no el moral.

Como Bakunin, he experimentado las amarguras, he sufrido mucho y he caído en la desesperación. Ahora he comprendido lo que es el amor. Mila me ha mostrado el camino. Amar es querer la libertad, Mila lo ha demostrado, hasta el extremo de intentar quitarse la vida para que yo fuera libre. Y yo elijo no serlo. Ejerciendo mi derecho a la libertad, me someto a la dulce tiranía de su amor. De vuestro amor. No os exijo, no debo hacerlo basándome en estos preceptos, fidelidad ni sumisión, sois libres, somos libres, si estamos juntos, es porque así lo queremos.

Así que propongo establecer nuestra casa como Zona libre de dogmas religiosos y filosóficos. Vamos a basar nuestra relación en la verdad, como hecho, no como teoría. Esta será una comunidad, de personas libres e independientes, mientras se mantenga la unidad del amor, que brota de lo más hondo, del misterio infinito, de la libertad individual.

Desde la puerta Ana, Claudia y los demás niños aplauden.

–Por fin lo comprendes. Todo lo que acabas de decir es lo que tratamos de hacerte entender desde hace tiempo. Todos nosotros practicamos esto que acabas de comprender. Más vale tarde que nunca. Papá, te queremos, nos queremos y queremos vivir contigo, con mamá, todos, con la verdad por delante. Cualquier día vendré a decirte que me he enamorado de alguien y me iré. Tal vez vuelva, desengañada, tal vez no. No lo sé.

–Pero ahora, sé,….. que tenemos hambre y queremos comer. Jajaja. Dejémonos de filosofía y vamos al comedor. Mamá Claudia, nos ha preparado un plato especial para celebrar el regreso de mamá Mila y mamá Marga, ahora tenemos tres mamás. Es algo que le gusta mucho a mi mami. Costillitas de cordero a la plancha, las cocinaremos sobre la marcha para comerlas calentitas, con un buen vino de Valdepeñas, como le gusta a mi papi.

Bajan todos en tropel, Claudia va con ellos. Marga me ayuda a levantar a Mila, intentamos que ande, despacio mueve las piernas y poco a poco bajamos al comedor y la sentamos en la mesa. El color ha vuelto a sus mejillas. Mili y Pepito se sientan a su lado. Mila más animada come, con nuestra ayuda. Después los niños, Mili, Elena y Pepito, se van a la parcela de al lado, con los niños de los vecinos, a jugar. Subimos a Mila, Ana y Claudia se quedan con nosotros.

–Papá, ¿Quieres hacer el amor con mamá? Creo que ella lo necesita más que comer.

–Quisiera, pero no me atrevo, parece muy débil.

–Le dará fuerza, te lo aseguro. Inténtalo, nosotras te ayudaremos,.. si quieres.

–Quiero, Ana. Nada deseo más que teneros a todas a mi lado, me hace muy feliz haber roto el maleficio que parecía pesar sobre nosotros.

–Mila. ¿Lo deseas?

Asiente con la cabeza, mirándome, fijamente, amorosamente.

Se desnudan todas, ayudan a Mila. Yo me desprendo de la ropa y me tiendo a su lado, mirando hacia ella, que me mira a mí. Clau se coloca a mi espalda, acariciándome. Marga a la espalda de Mila besa su cuello, mordisquea los lóbulos de las orejas, Claudia hace lo mismo conmigo, me produce deliciosos escalofríos. Mi mano izquierda acaricia el vientre de Mila, la derecha en su nuca, acerco su boca a la mía, cierro los ojos y me abandono. Lo último que vi fue, a mi hija y la hija de Claudia, en un sensual sesenta y nueve, acariciando sus coñitos, con sus respectivas lenguas. Respiraba sexo, saboreaba sexo, en mis manos, boca, en todo mi cuerpo, acariciado por los cuerpos, manos bocas y coños, de mis tres mujeres. Era tan irreal, como un sueño, delicioso y suave, sin violencia, todo delicadeza, amor ¡COÑO! ¡¡AMOR!! ¡¡El que mueve el universo!!

Nos dormimos agotados por los orgasmos. Cuando despierto, me levanto, las dejo dormir y bajo al despacho. Conecto con el prostíbulo, para ver que se cuece. No hay nadie, al parecer no han llegado aún. En la cámara del dormitorio esta Alma, con un desconocido, están follando, más bien, la está maltratando. A cuatro patas, le da por el culo violentamente. Ella soporta el castigo, pero se ve que no le gusta. Aparece otro tipo, malencarado, se desnuda y la folla por la boca, le dan arcadas, pero sigue apretando hasta casi la asfixia. La colocan, sobre uno de ellos, boca abajo, le penetra el coño, el otro a su espalda, la mete en su culo. El que está abajo, la abofetea para que se mueva, el de arriba tira de los pezones, ella grita, de dolor, pero no hacen caso, está llorando, cuanto más llora mas fuerte le dan. Cuando se corren los dos bestias, la dejan irse al baño. Dejo de verla. Los dos tipos se visten y se van.

En el otro piso veo a Gerardo, entran los dos energúmenos que follaban a Alma. Habla Gerardo.

–Mañana, a las tres de la tarde, en el almacén del polígono industrial de —- . Yo llevaré la farlopa, cincuenta kilos. Vosotros la pasta. Millón y medio, sin trampas. Ya sabéis que no me gustan. Intercambiamos y cada mochuelo a su olivo. ¿Entendido?

–Vale tronco, allí estaremos, por cierto tu putita tiene un culito muy rico, pero creo que se lo he desfondado. Jajaja Hasta mañana.

Se van los dos y se queda solo Gerardo, cuando cierran la puerta coge el teléfono y llama.

–¿Isidro?——–Ya está, de esta nos forramos—– Si, mañana a las tres, donde acordamos, no me dejes solo ¡¡Eh!! Y tráete la pipa, yo también la llevo—– En la maleta con la farlopa—–No hombre este teléfono está limpio, estoy en el local de Mila—-Quedamos así, hasta mañana—Adiós.

Veo a Alma, desnuda, quitar las sábanas de la cama y tenderse, boca abajo, llorando.

Gerardo se marcha del local. Aparece en el dormitorio, Alma se sorprende y se incorpora.

–¡Eres un cabrón! Esos hijos de puta me han pegado, sabes que no me gusta.

–¡Déjate de pamplinas! Y vístete que tienes que ir a abrir el club. ¡Venga!

La muchacha se viste y se marcha. Al quedarse solo, abre el armario, donde Mila guardaba sus cosas, y saca dos maletas pesadas. Deja una en el suelo y la otra sobre la cama. Abre la maleta, saca una pistola del armario y la deposita dentro.

No necesito más datos. Llamo a Andrés. Le cuento todo y le informo del lugar, hora y los que van a participar en la venta. Llamará a un amigo, guardia civil, para contárselo y que el actúe, como si hubiera recibido una llamada de un informador anónimo.

Apago todos los equipos y vuelvo a la habitación. Todas mis chicas siguen dormidas. Excepto Mila. Me mira y siento algo, muy fuerte, dentro de mí. La ternura de sus ojos me hacen sentir como un miserable, por no creer lo que me dijo, la noche del club de parejas. Extiende sus manos hacia mí. Me acerco, las tomo y tiro de ella, hasta sacarla de la cama. En brazos la llevo hasta la terraza, donde la siento en un sillón de rafia con almohadones. Me siento a sus pies. Acaricia mi cabeza, el pelo, las mejillas, se acerca a mi rostro y deposita un beso en mis labios, con una ternura infinita. De nuevo en mi pecho la sensación de plenitud.

–Como me arrepiento José, de todo, de mis engaños, de todas las cosas que…

Pongo mi mano sobre su boca. Cariñosamente le impido seguir hablando.

–Mila, amor mío, no tienes por qué arrepentirte de nada. Excepto de la haber intentado irte sin mí de este mundo. Eso jamás te lo habría perdonado. Por tus hijos, nuestros hijos y por mí. Jamás podría haber sido feliz con tu muerte sobre mi conciencia y por haberme dejado. Quiero mucho a Claudia, pero a ti….

–¡Sshhh! No digas nada más. Dejémoslo así. Volvemos a estar juntos. Como tú decías, no sabemos por cuánto tiempo. Vamos a vivir el presente. Intentaremos recuperar el tiempo perdido.

Se asoman Marga y Claudia.

–Vamos tortolitos, que hay que preparar la merienda y arreglar a los peques.

Cojo en brazos de nuevo a Mila, ella se aferra a mi cuello, ha recuperado su aroma, el olor de su piel, huelo su pelo y siento un placentero escalofrío. Al pasar cerca de Claudia llega hasta mí, el perfume a vainilla, me las comería a las dos, a las tres, a todas. Me fascina el perfume de mujer, y estas parecen estar en celo permanente. Las dos lolitas se aferran a mis brazos y nos acompañan hasta el sofá del salón, donde deposito a Mila, que pronto se ve rodeada por los niños. Marga me mira, coge mi mano y la lleva a su mejilla.

–Eres muy bueno José, por primera vez, en muchos, días veo feliz a Mila y eso me llena de dicha. Hablaba en serio, cuando le dije a Mila, que si ella hubiera muerto, yo la seguiría. Lo estuve pensando, toda la noche, en el Hospital. Estaba decidida, si ella se iba, yo me iría con ella.

No pude evitar, estrecharla entre mis brazos, refugiarme en su hombro, para ocultar mis lágrimas. La tragedia, que podía haber causado, por mi postura intransigente, por mi ceguera, por no ver el amor, que me profesaba Mila. Claudia nos miraba, parecía, comprender lo que decíamos, sin oírlo, no lo necesitaba. Por alguna extraña razón, que desconozco, existía un canal de comunicación, sin palabras, sin gestos, del que participábamos todos, en esta casa.

En aquel momento se me ocurrió poner un letrero en la cancela de entrada, con azulejos. Una sola palabra. LIBERTAD.

El resto del día pasó, como debieran pasar todos los días, reímos, jugamos, lo pasmos bien. La noche, fue una noche loca, de trasiego entre habitaciones, las chicas iban y venían, se reían, guerra de almohadas, retozaban. Luego nos amamos, los cuatro, hasta caer rendidos, satisfechos. Por primera vez en varios meses pude dormir de un tirón sin malos sueños, sin pesadillas.

Me despertaron los gritos de los niños que se iban al mar, a bañarse, con sus amigos. Mila, despierta a mi lado me miraba, me hacía sentir como un niño, que ha cometido una travesura, pero es perdonado por su madre. Saboreo sus labios y la cojo en brazos, para llevarla a desayunar. Me detiene, con esfuerzo, consigue ponerse de pie, va a caerse, la sujeto, se apoya en mí y así, poco a poco, bajamos.

Desayunamos en el jardín. El sol de la mañana nos sentará bien. Suena el teléfono.

Es Andrés, me llama para decirme, que algo salió mal en la redada. Cuando rodearon el almacén, para asaltarlo, oyeron disparos en su interior. Al entrar, se encontraron, con tres cadáveres y un herido. Los fallecidos eran, Gerardo, Isidro y un sujeto sin identificar. El herido les dijo, que habían intentado, engañar a los españoles. Sacaron las armas y dispararon. Se aprehendió, un alijo de cocaína, de cincuenta kilos, cuatro pistolas y un millón y medio de euros, en billetes falsos, con los que los extranjeros pretendían pagar la droga. Se suponía que, Gerardo e Isidro, descubrieron el engaño y reaccionaron sacando las armas, pero los otros también llevaban.

Tenía que comunicárselo a Claudia y sus hijos. Vaya papeleta. Con lo que llevaban sufrido. Los niños estaban en la playa, con Ana y Claudia. Las chicas están tomando el sol, en el césped. Cuando me ven la cara intuyen algo. Mila me mira.

–¿Qué pasa José? Dinos, ¿Qué ocurre?

–Son Gerardo e Isidro.

Claudia mueve la cabeza.

–¿Qué pasa con ellos? ¿En qué lio se han metido ahora?

–En uno del que no se puede salir. Lo siento.

Mila sonríe tristemente.

–Eran dos hijos de puta, pero no merecían morir. ¿Por qué han muerto, no?

–Si. Al parecer, fueron a vender un alijo de cocaína, algo salió mal y los mataron los compradores.

Claudia lloraba en silencio. La estrecho entre mis brazos, reposa la cabeza en mi hombro.

–No lo quería José, llegue a odiarlo, pero no merecía morir así. Ahora te necesito más que antes. Mis hijas son huérfanas.

–No Claudia, ayer expuse mi forma de entender esta nueva vida. Tus hijas me tienen a mí, como padre y a Mila y Marga, como sus otras madres. Eso no debe preocuparte.

–Vamos a cerrar un capítulo nefasto de nuestras vidas. Pero

LA VIDA SIGUE

He llegado al final de estos tristes y dolorosos relatos. Espero que José y su nueva y extensa familia, sean felices. Al menos estoy seguro, que lo intentaran.

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Relato erótico: “Torrediente. (El caso del torero corneado) 3º” (POR JAVIET)

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El caso del torero corneado 3ª parte
   Saboreé mi cubata mientras esperaba a Carmen “la pingüino” entretanto desde la barra, advertía las miradas cómplices y bastante picaras de Paquito Roblecaido, este había charlado muy serio con la camarera antes de enviarla a cambiarse, pude ver como la chica enrojecía ante las palabras del encargado antes de desaparecer al fondo del local.
Paquito Roblecaido se acercó a la barra y me dijo bajito y en tono de complicidad:
–         Ya está hecho don Hose luí, la he dicho que es usted un importante profesor de “Educación especial” para personal domestico y empleadas de banca que pretenden ascensos rápidos, la he convencido de que va a dedicarla algo de su valioso tiempo en enseñarla “ciertos modales” así que no le causara problemas.
–         Mira Paco que si se rebota en la primera lección, podemos acabar en comisaria espero que la hayas convencido bien.
–         ¡No se preocupe! ya la he dicho que si la lía va a la calle, los días que falte no se la descontaran del sueldo por respeto a usted y a don Celedonio, será dócil… hasta cierto punto,
Solo fueron diez minutos de espera antes de verla reaparecer vestida de calle, me fije en su delgado cuerpo según avanzaba hacia mí una vez cambiada y sin su ropa de pingüino, ahora vestía una corta camisa blanca con cuadraditos azulones cuyos dos primeros botones estaban desabrochados, dejando entrever un top blanco así como el nacimiento de sus opulentos y juveniles pechos,  parte de su cinturita quedaba al aire y adornaba el hueco del ombligo con un piercing simulando una perla, completaban su indumentaria unos tejanos piratas de color gris que moldeaban su bonito culo y que tenían un par de rajitas en los muslos, calcetines blancos y unas deportivas verdes de mercadillo pero nuevas.
Luego me fije más en su cara, no era una belleza clásica pero aquella chica de veinte añitos estaba bastante bien, se había maquillado rápidamente en su vestuario, destacaban sus ojos grandes de color miel y la nariz recta del tamaño adecuado, labios finos y cara larga delgada con barbilla en punta, se acercó con paso decidido a su jefe y este le dijo varias cosas al oído que la hicieron enrojecer nuevamente, tras eso salió de detrás del mostrador y se acerco a mi diciendo:
–         Buenas tardes me llamo Mari Carmen Prieto, me ha dicho mi jefe que debo ir con usted y obedecer sus órdenes, dice que me dará un cursillo especial y rápido para el tema del trato a los clientes.
–         Si Carmen es verdad, te daré ese cursillo pero no es solo presencial, deberás ganarte el aprobado y hacer todo lo que te diga, sea lo que sea y sin protestar, ¿ya te ha comentado mi buen amigo Paquito que si suspendes vas al paro?
–         Si pero que sepa que voy a comentárselo a un amigo sindicalista de mi novio, no me parece que esto sea legal.
–         Mira tía por lo que a mí respecta ya has suspendido, ¡por bocazas! anda y veste a la mierd…
Me alejé de ella cuatro pasos en dirección a la salida, ella vino corriendo a mi lado y me cogió por el brazo diciendo:
–         Espere hombre, no se enfade pero entiéndame esto es muy irregular, además hay mucho cabrito suelto por el mundo.
–         Ya lo sé Carmencita, pero no me seas simple ¿crees que el amigo de ti novio te ayudara gratis? jo jo jo, ¿Qué tal la chupas? porque eso es lo menos que te pedirá por dos consejos y una ayudita.
–         Dice mi novio que b… ¿pero eso a que viene? Que sepa que no hare nada que…
–         Mira Carmencita vamos al grano, para empezar llámame Hose Lui, sin don pero con ligero acento andaluz si es posible porque eso me pone bastante, para continuar debes saber que me vas a ayudar en unos asuntos de investigación.
–         Pero… el señor Francisco me ha dicho que usted era…
–         “Educador especial” si lo soy, pero también me gano la vida como detective princesa, ahora mismo y para que lo entiendas estoy siguiendo a una tía, tú me ayudaras y entraras en sitios donde yo como hombre no podría sin despertar sospechas.
–         ¿Vale pero y yo que gano con eso? mi empleo en el bar no es una bicoca y el sueldo… una caquita.
–         Mira nena, el paco no te va a descontar del sueldo los días que faltes, además el marido de la que seguiremos tiene tela en cantidad, si eres lista podrás… digamos consolar al tipo una vez que se divorcie de su actual pendón, es socio del club y sin duda seguirá visitándolo para solazarse de sus penas, cuando venga tu le pondrás las copas y si eres lista quizás algo más, si te lo montas bien serás tu la que se gaste su dinero en lugar de la zorra a la que vamos a seguir, pero eso tiene un precio y es que mientras dure la investigación harás Todo lo que te diga ¡TODO! Y a ser posible sin tonterías ni memeces, incluso si te portas bien te dejaría ayudarme en alguna otra movida más adelante ¿conforme Carmencita?
Ella me miraba con los ojos muy abiertos y la boca apretada, tras unos segundos de meditar lo que la había dicho contestó con tono andalú:
–         Pues claro que toy conforme Hose lui, un tío forráo y dinerito fresco que pillar ¿Cuándo enpesamo? odio ser pobre, por cierto no me llame Carmen así solo lo hace el gili del jefe, en casa me llaman Mamen.
–         Empecemos nena, estoy conforme y te llamare Mamen si quieres, para empezar seguiremos a la pájara cuando salga y te pillare algo de buen vestir pues no vas acorde con la tía a la que has de seguir, tu ropa desentona un poco de la suya.
–         ¿Qué le pasa a mi ropa? Me sienta bien y es cómoda, mi chico dice que…
–         Pasa nena, que te realza el tipo y estas muy buena, se supone que debes pasar desapercibida al seguir a alguien, si todos los tíos con los que te cruces te van a mirar o decir algo puedes mandar a hacer puñetas un seguimiento discreto de tu víctima, por no mencionar que a la Puri por lo que parece también le van las tías, no sería bueno que te tirase los tejos por ir demasiado guapa o sexy, ¿entendido?
–         Si jefe, entendido pero tu pagas la ropa.
–         Vale ojos bonitos.
Mientras esperábamos a la Puri fuimos hacia la parada de taxis, delante de todos estaba el que me trajo, deduje que el conductor en lugar de irse se puso a la cola y ahora me tendría que llevar por narices, también observé que estaba hablando por el móvil y tenía una bronca con alguien, mientras esperaba a ver salir a la zorra me entretuve charlando con Mamen.
–         Pues sí que tarda la tía esta.
–         ¡La muy puta! estará chupándosela a Dani como todos los días que viene, es lo último que hace antes de irse.
–         ¿Quién es ese Dani, otro masajista?
–         ¡Que va es el profesor de natación! bueno… y también mi novio.
–         ¿Se la chupa a tu novio?
–         Bueno si… pero es que estamos ahorrando para los muebles y asi se saca un extra, además el dice que no disfruta, pero se sacrifica porque me quiere y no hay mucho curro.
–         Ya, menudo mártir que está hecho el pájaro.
Vi aparecer finalmente a la Puri, se dirigía hacia su Mercedes con chofer rubio cachas de serie, mire a “mi taxista” viendo que había colgado el móvil y saqué el mío simulando tener una conversación, a la vez que indique a Mamen que entrase en el taxi, el chofer miro sonriente a la guapa joven que entraba en su vehículo, pero cambió la expresión de su rostro al verme entrar detrás.
–         ¡Oiga usted fuera del taxi! –Dijo muy mosqueado y enfadado.
–         ¡chissst cállate pringáo, estoy hablando por teléfono!
Había llevado el dedo a los labios mientras decía esto y sin hacerle caso me senté cerré la puerta y seguí disimulando:
–         Si cariño, si lo sé, no te preocupes que no le diré nada si veo a ese imbécil, anda y se buena que luego en compensación te voy a dar el doble por donde quieras… si cielo hasta que aúlles de gusto amorcito como siempre… chao gatita, un beso.
Simulé colgar el móvil y me lo guardé en el bolsillo, el taxista me miraba de reojo pero no se esperaba el capón que le di mientras le gritaba:
–         ¡Chivato cotilla! Anda que has tardado poco en decirle a tu maría lo de la corbata, ¡serás gilorio! ¿estas empanaó o que te pasa?
–         Pero… pero oiga, a ver si se calma, a mi no me pega nadie en mi coche.
El tío intentaba responder y manoteaba mas que un mono loco, pero enseguida le calmé con una colleja bien dada.
–         Andando bobarras, que eres tan tonto que seguramente seas culé, ¡que te estoy vacilando! no conozco a tu churri, solo es una broma, anda tira p´alante y sigue a ese mercedacos marrón que pasa.
El taxista desconcertado y atontado por la colleja decidió con su pequeña mente no ponerse chulo, seguimos al coche en dirección al centro, el me miraba por el retrovisor y la mamen me  dirigía vistazos de inquietud, decidí dar un vistazo a lo que había grabado la cámara en los vestuarios.
Las escenas de la Puri recibiendo su masaje con final feliz me pusieron a tope, la tía estaba buenísima y la chinita aunque flaca estaba de toma pan y moja, disfrute de cómo la hacía disfrutar mientras me ponía cómodo abriéndome la bragueta para aliviar la presión de mis partes bajas, la mamen miraba la pequeña pantalla con un ojo y con el otro mi paquete, cuando vio entrar en escena a “Amin el marronazo” y sacarse la bicha la chica abrió la boca asombrada por el calibre del moreno, rápidamente me baje el eslip y empuje por la nuca a mamen hacia mi “cabeza inferior” ella no se resistió y al tener la boca ya abierta se encontró casi de golpe con mi glande entre sus piños.
 

Mantenía la cámara y su pantallita en el asiento entre mis piernas, Mamen no paraba de chuparme suave mientras miraba la pantalla, supongo que estaría pensando en que se la chupaba a Amin o a su novio Dani, me importaba un carajo pues por fin me la estaban comiendo y esta vez no me preocupaba de que me hicieran un surco en el pito, Lola lo hacía bien pero esta… no veas, su tierna lengüecita lo recorría todo mientras sentía los labios presionar bajo la corona del prepucio, una de sus manitas comenzó una lenta paja sobre mi verga a la vez que la chica aumentaba la velocidad de su boca, en la pantalla Amin enculaba salvajemente a la Puri.
El taxista colocaba el espejo para ver lo que ocurría en el asiento trasero, le di un par de voces para que no perdiese de vista al Mercedes y me centre en la mamada, la cámara ya no importaba para mí pero Mamen no dejaba de observarla a la vez que se desbocaba excitada y su cabeza aumento más el trajín sobre mi polla, sentía como tocaba la campanilla en cada movimiento, regueros de saliva bajaban por la columna de carne, sus labios me presionaban subiendo y bajando, la lengua me alborotaba velozmente el prepucio y no tardé en sentir que me corría dentro de aquella calida boquita de mamona consumada.
–         Prieto mamen, prieto. –Exclame a punto de correrme.
–         Prreeseenteee –Respondió con la boca llena de carne.
–         Ahhh quieroooo decir, que aaaprieeetees, me voy a correeer.
Me hizo caso y apretó un pelín más, al tiempo que se preparo para lo que la venia dentro, me corrí medio minuto después llenando su boca de espesa leche que consiguió tragar en su mayoría, lo poco que no engulló resbalaba de su interior por las comisuras de aquella boca tan bonita, su lengua lo rebaño instantes después mientras estábamos parados en un semáforo y un autobusero lo veía asombrado por la ventanilla del taxi.
Un semáforo más adelante mientras me guardaba el pito en su sitio la chica se arrellanaba en el asiento, había tragado todo lo que pudo pero la quedaba alguna manchita, como soy un romántico escupí en un pañuelo no muy sucio y lo use para limpiarla la boquita, luego dije:
–         Espero que el tentempié de mortadela te haya sentado bien Mamen.
–         Me ha gustado bastante, pero el relleno de mi chico sabe mejor, olvidé mencionar que me encanta ver pelis porno y que me descontrolo cuando me ponen una, normalmente no soy una chica fácil así que espero que no me tome por lo que no soy, don hose lui.
–         No te preocupes guapa esto quedara entre nosotros, como prueba puedes tutearme.
Me esperaba una investigación caliente, no solo por la Puri y su ninfomanía sino por mi ayudanta y su afición a las pelis porno, mire con afecto a mi cámara y me dispuse a cumplir el encargo del “Niño del estoque” con mucho gusto.
Continuara…
———————————————————————————-
Bueno amigos, ante todo debo decir que respeto a los taxistas y a los culés lo mismo que cualquier otro colchonero de verdad.
En este episodio he prescindido de algún chiste para que podáis conocer a Mari Carmen, es decir Mamen, como siempre espero no molestar a nadie por el tema del vocabulario, va con el personaje, ya seguiremos con las aventuras de Hose luí en breve, entretanto…
¡Sed felices!
 

Relato erótico: “La enfermera de mi madre y a su gemela FIN” (POR GOLFO)

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El padre, la madre y Aurora
No tardé en comprobar que mi elección de castigo había sido errónea porque tanto la rubia como la morena aprovecharon el momento para disfrutar del pandero de la otra. No había tomado en cuenta que además de ser mis sumisas, esas dos preciosidades se tenían mucho cariño y que en vez de azotes fueron caricias lo que se dieron entre ellas.

―Eres un zorrón desorejado― susurró Ana a la mulata mientras hacía que la castigaba.

―Y tú, una guarra― le replicó esta, con visible alegría al sentir los dedos de la gemela torturando dulcemente su sexo.

―No comprendo que nuestro amo aceptara ser tu dueño― prosiguió al escuchar que sus yemas provocaban un primer suspiro de su contrincante – Eres solo tetas y culo.

Sin dejar el intercambio dialectico, Estrella se dio la vuelta buscando con su boca la gruta de la rubia. Al hallarla húmeda y receptiva, no lo dudó y hundió la lengua entre sus pliegues.

―No te he dado permiso― susurró Ana muerta de risa mientras la imitaba.

Al comprobar que el supuesto castigo se había convertido en una demostración de amor, estuve a punto de cambiarlo sobre la marcha, pero entonces Irene se acercó y me dijo al oído:

―Gracias amo por darme una lección. No entendía que las ordenara que se castigaran una a la otra hasta que comprobé lo enamoradas que están entre ellas. Ana y Estrella también se han dado cuenta y dudo que ninguna de las dos vuelva a intentar humillar a la otra.

Justo acababa de comentarlo cuando escuché a Estrella decirle a su compañera todavía enfrascadas en un apasionado sesenta y nueve:

―Zorrita, tengo que reconocer que me encanta tu trasero microscópico.

Esperábamos oír una respuesta agresiva por parte de Ana, pero entonces, sin ningún tipo de rencor, la replicó:

―Lo mismo digo, guarrilla. Tu trasero me trae loca a pesar de parecer un campo de futbol.

Mirándome alucinada, su matriarca bufó:

― ¡Son incorregibles!

Soltando una carcajada, salí de la habitación dejándolas solas.

― ¿Te apetece otra cerveza? La mía está caliente― comenté al ver que Irene me seguía.

Ya en la cocina, recordé la llamada.

― ¿Qué piensas del hecho que tus padres hayan invitado a Aurora a la cena?

―Eso ha sido idea de mi madre. Cuando mis padres se enfadan, la tía siempre los hace entrar en razón. Si ha querido que esté presente es que prevé que haya que calmar a mi viejo.

Como daba la bienvenida a cualquier cosa que nos ayudara a superar el trance, no seguí indagando y cambiando de tema, dejé caer si aprovechábamos que estábamos solos para ir a la farmacia por una prueba de embarazo:

―No hace falta, papá. ¡Tus gemelas están en camino!

Tardé unos segundos en asimilar sus palabras, y cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras le decía:

― ¿Sabes que eres un tanto zorra?

―Sí, mi amor. Soy y seré tu zorra.

Habiendo aceptado mi paternidad con anticipación, al verla confirmada me hizo feliz y quitándole la cerveza de las manos, afirmé mientras la tiraba por el fregadero:

―A partir de ahora, no quiero que bebas.

Sonriendo, la dulce y cariñosa enfermera, contestó:

― ¡Era sin alcohol! Pero ya que lo comentas, cuando tengas ganas de fumar, ¡salte al jardín!

―A sus órdenes, ¡mi sargento!

Sabiendo que era burla y que lejos de estar enfadado, me había hecho gracia el tono autoritario con el que me había hablado, entornó sus ojos al responder:

―Como lo vea con un cigarro dentro de casa, pienso mandarle al calabozo.

― ¿Te he dicho alguna vez que eres una pequeña Stalin?

Riendo sin control, la rubia replicó restregando su sexo contra mi entrepierna:

― ¿Y yo que tengo un amo un poco bobo?

Tirando al suelo todos los trastos que había en la mesa, la tumbé y sin dejar que se quejara del estropicio, callé su boca con la mía mientras hundía mi pene en su coño.

―Dudo que cuando esté bien preñada mi amo pueda ser tan bruto con su amada, pero valdrá la pena intentarlo – bufó gozando de cada cuchillada.

La presión de su vulva sobre mi pene me enervó y mientras aceleraba el ritmo, llevé mi boca hasta sus pechos. Al sentir que mis dientes se cerraban sobre uno de sus pezones, Irene aulló de placer y eso fue el acicate que necesitaba para forzar aún con mayor violencia su sexo.

La rapidez de mis embates consiguió demoler sus defensas y dominada por una lujuria atroz, comenzó a gemir mientras disfrutaba de mi ataque. La facilidad con la que mi verga se desenvolvía dentro de su coño y la humedad que este destilaba me informaron de su excitación.

―Mi embarazada anda cachonda― remarqué.

Totalmente descompuesta, Irene aulló anticipando su orgasmo. Momento que aproveché para recoger entre mis dientes uno de sus pezones y darle otro suave mordisco. Ese dulce suplicio azuzó a la muchacha para correrse mientras su flujo se desbordaba por mis muslos.

― ¡Me corro! ― chilló sorprendida por la violencia de sus sensaciones.

Con mi mujer contenta, fui en busca de mi placer, pero entonces, alertadas por el estruendo de los vasos y platos al romperse, llegaron las otras dos y al vernos, la mulata protestó:

― ¡Joder! ¡Pensaba que había pasado algo! Y os encuentro follando.

En cambio, la pizpireta rubia, muerta de risa, comentó:

― ¿El zorrón que tengo por hermana y matriarca me puede explicar con qué vamos a dar de cenar a nuestros padres? ¡Os habéis cargado toda la vajilla!

Girando la cabeza, Irene comprobó que tenía razón y que sobre las baldosas de la cocina estaba totalmente hecha añicos.

―Mierda, ¿ahora qué hacemos?

Asumiendo que la culpa era mía, contesté que no se preocuparan porque podíamos comprar otra. Confieso que esperaba que con eso se tranquilizara, pero casi llorando objetó:

―En dos horas, están aquí … todavía no tengo hecha la cena, hay que cambiar a tu madre y limpiar todo esto. ¡No tengo tiempo de ir de compras!

―No te preocupes, iré yo― respondí bajándome de la mesa, totalmente insatisfecho y con la polla tiesa…

Para los que nunca hayan tenido la desdicha de comprar una vajilla, solo puedo decir que es ¡un coñazo! Y no solo por la cantidad de estampados, sino que dependiendo del fabricante te encuentras con platos de diferentes tamaños y formas. Tanta diversidad en colores, materiales y modelos me sobrepasó.

Por suerte cuando estaba a punto de tirar por la calle del medio, llegó un hada madrina en la piel de vendedora del Corte Inglés.

― ¿Puedo ayudarle en algo?

Agarrándome a ella como a un clavo ardiendo, le expliqué mi problema. Lo primero que me aconsejó fue que volviera con mi pareja porque era una decisión importante y al responderle que no podía acompañarme, poniendo cara de circunstancias, me preguntó:

― ¿Formal o para diario?

―Formal, mis futuros suegros vienen a cenar a casa.

―Bien, ¿color del mantel?

―Ni puta idea.

― ¿Tipo de cubertería?

―Tampoco.

― ¿Clase de cristalería?

―Menos

Sonriendo, comentó que se veía que se lo quería poner difícil y tras lanzarme otra serie de preguntas, a las que no supe ni pude contestar, se le encendió la bombilla y me dijo señalando una elegante mesa que tenían de exhibición:

― ¿Le gusta como está decorada esta mesa?

―Tiene estilo― contesté.

Ella sacando la calculadora, empezó a sumar los distintos elementos expuestos y enseñándome el resultado, me soltó:

―Ochocientos sesenta y siete euros incluyendo mantel, cristalería, cubertería y vajilla para doce personas. Solo tiene que hacer una foto y que se lo coloquen igual.

Pocas veces un palo económico como aquel me resultó tan placentero y mientras la señora se iba con mi tarjeta, saqué mi móvil del bolsillo e hice una foto.

Media hora después entraba por la puerta de casa, portando no se que cantidad de cajas. Al ver a Estrella, le di mi teléfono y dije:

―No tengo tiempo de explicarte, toma la foto como modelo y pon la mesa mientras me preparo.

Prometiéndome a mí mismo que jamás volvería a dejar que me metieran en un embolado como aquel, me desvestí y me metí en la ducha. Ya en ella, recordé que cuando vivía solo, al volver cada noche, la taza del desayuno tenía la fea costumbre de permanecer sucia en el mismo sitio que la había dejado por la mañana.

«Lo difícil que es llevar una casa, ¡menos mal que tengo a Irene!».

Al salir, miré el reloj y respiré al saber que tenía al menos veinte minutos antes que las visitas llegaran. Ya sin prisas, me empecé a vestir tranquilamente pero entonces entrando casi desnudas en mi cuarto, Ana y la mulata me preguntaron si sabía dónde su matriarca había dejado la plancha.

―No lo sé― respondí y extrañado por el nerviosismo que mostraban las dos, les pregunté qué ocurría.

―Al sacar del armario nuestros vestidos, nos hemos dado cuenta de que están arrugados y tenemos que darles una pasada.

Tomándome a cachondeo su problema, les respondí que por mí podían recibirlos en lencería porque se veían guapísimas. La mirada que me lanzó la rubia fue suficiente para no seguir insistiendo y poniéndome la corbata, las ayudé a buscarla. Afortunadamente no tardamos en encontrarla y mientras se iban corriendo a acicalarse, me dirigí al salón a ponerme una copa.

No había terminado de servirme el hielo cuando de pronto escuché el timbre. Sabiendo que ninguna de mis tres mujeres estaba lista, tragué saliva y fui a la puerta.

«Solo ante el peligro», me dije acongojado mientras la abría.

Las gemelas me habían contado que su viejo era un hombre alto y fuerte pero jamás pensé hallarme ante un tipo de casi dos metros cuyos brazos rivalizarían con los de un integrante de un equipo de lucha libre.

Su enorme presencia me impidió durante unos segundos no solo hablar sino también fijarme en sus acompañantes.

―Don Gerardo, soy Alberto. Encantado de conocerle― lo saludé extendiéndole la mano.

El duro apretón con el que me la estrechó no solo estuvo a punto de romperme los dedos, sino que me dejó clara que la fortaleza física de esa bestia iba en consonancia con su aspecto.

«Me podían haber dicho que Hulk iba a ser mi suegro», protesté en mi interior, dando por sentado que si las cosas se ponían violentas nada podría hacer por evitar que me diera una paliza.

Afortunadamente, su madre era una copia con veinte años más de las gemelas. Pequeña, tipazo y con una cara tan dulce como su voz:

―Soy María― dijo saliendo como por arte de magia de detrás de su marido.

«Joder, ¡le echaba un polvo!», sentencié en mi interior mientras la saludaba de beso. Pero fue al ver a la famosa “tía Aurora” cuando me percaté que entre las gemelas y yo había un serio problema de comunicación, porque donde esperaba ver a una solterona me encontré un pedazo de pelirroja tan guapa como exuberante: «y a ésta, ¡también!».

Confieso que, en mi mente, me vi hundiendo mi cara entre los muslos de esa preciosidad.

«¡Menudo hembrón!», exclamé para mi impresionado por el erotismo sin límite que destilaba a su paso. Alta, guapa, tetona, cintura estrecha, culo prominente, «¡Lo tiene todo!».

Mi impresión de hallarme ante portento de mujer quedó ratificada al saludarla y notar la enormidad de sus melones contra mi pecho.

―Por fin conozco al hombretón que ha enamorado a mis niñas― dijo sin importarle la presencia del padre.

No sabiendo como comportarme, pregunté si querían algo mientras esperábamos. Don Gerardo con tono autoritario se dirigió a su mujer diciendo:

―Ponme un güisqui, mientras hablo con nuestro yerno.

«Ojalá se den prisa», pensé mientras acompañaba a esa mole de músculos hasta el sofá.

Agradecí comprobar que Aurora nos seguía y mas que se sentara junto a él, porque así podría intervenir si se ponía agresivo.

― ¿A qué te dedicas? ― fue lo primero que me soltó mi suegro al sentarse.

―Tengo una empresa de internet― contesté sabiendo que era el inicio de un exhaustivo interrogatorio.

― ¿Y con eso te ves capaz de mantener a mis dos niñas?

Afortunadamente y cómo me habían contado, la estupenda pelirroja medió diciendo, mientras trataba de calmar al hombretón aquel poniendo una mano sobre su muslo:

―Gerardo es un poco bruto, pero es que le preocupan las nenas.

Estaba acorralado y lo sabía, por ello respondí que, aunque no fuera tan rico como él, mi nivel de vida daba suficiente para mantener a mi familia.

― ¿Tu familia? ― exclamó en gigantón.

Cabreado de que lo dudara, me olvidé de quien era y alzando la voz, me enfrenté a él diciendo:

―Sí, ¡mi familia! ¡Me da igual que usted nos vea como unos degenerados! ¡Somos una familia!

Para entonces, su mujer había llegado y sentándose en el brazo del sofá junto a su marido, le dio su copa. Durante unos segundos, el animal aquel se quedó pensando mientras, por mi parte, lamentaba haberme dejado llevar por la ira.

Me temí lo peor cuando vi que, bebiéndose el licor de un trago, se levantaba. Pero entonces, sonriendo, me soltó:

―Dame un abrazo.

«No entendiendo nada», pensé sin tenerlas todas conmigo. La descomunal fuerza del bicho me dejó casi sin respiración, pero lo que realmente me descolocó es que de buen humor me dijera:

―Se nota que las tontas de mis hijas han sabido elegir alguien con huevos― y girándose hacía Aurora, la ordenó que rellenara nuestras bebidas.

Teniendo la mía entera, no me quedó mas remedio que imitarle y me la bebí de golpe antes que la pelirroja me la quitara de las manos.

―Ya te dije que Gerardo es un poco tosco, pero tiene buen corazón y sabe captar a la gente enseguida― comentó en mi oído.

Supe que el aludido lo oyó porque soltándole una sonora nalgada y muerto de risa, le pidió que se diera prisa ya que tenía sed. Confieso que no sé qué me resultó más extraña, si la sonrisa de su mujer al ver que Gerardo daba un azote a su amiga o la satisfacción que intuí en Aurora al sentir esa caricia sobre su trasero.

«Son amigos desde hace años», pensé sin dar mayor importancia a la familiaridad que compartían justo en el momento en que por la puerta hicieron su aparición mis tres sumisas abrazadas.

Su entrada provocó un silencio que se podía masticar, pero no me importó porque era un trance que teníamos que pasar si queríamos seguir adelante. No por ello me resultó indiferente que, con Estrella entre ellas, la belleza casi albina de las gemelas se viera realzada por el contraste con la morena y girándome hacía su padre, busqué su reacción.

La cara de su progenitor mutó de la sorpresa inicial a un extraño, pero evidente, interés y acercándose a sus hijas, les preguntó que quién era esa monada.

Tomando la iniciativa, Irene contestó:

―Se llama Estrella y es tu nuera.

Reconozco que me quedé acojonado al escuchar que le soltaba esa bomba desde el principio. Y más cuando desde mi sitio observé que ese pedazo de animal se había quedado totalmente cortado, pero entonces soltando una carcajada abrazó a la mulata y le dio un par de besos asumiéndolo.

―No sabía que mis niñas me iban llegar con una jovencita tan preciosa como tú― comentó mientras la estrechaba entre sus brazos.

Para Estrella ser aceptada era importante y luciendo una sonrisa de oreja a oreja, le replicó:

―Yo tampoco tenía ni idea que iba a tener un suegro tan atractivo.

Gerardo al escuchar ese piropo me miró y sin mostrar rencor alguno, me soltó:

―Parece ser que además de cojones, tienes buen gusto.

―En eso nos parecemos― respondí señalando a las impresionantes maduras que le acompañaban.

Mis palabras le hicieron dudar y tras pensárselo dos veces, llamó a María y a Aurora a su lado. La rapidez con la que acudieron me hizo pensar que lo tenían planeado y más cuando con la rubia a su izquierda y con la pelirroja a la derecha, Gerardo miró a sus hijas con intención de decirlas algo.

Ana e Irene tuvieron la sensación de que iba a echarles la bronca por el tipo de vida que habían escogido y por ello buscaron cobijo bajo mi brazo. De forma que antes que su viejo hablara éramos dos bandos, uno formado por el gigante, su mujer y la amiga, y el nuestro formado por mí, las gemelas y Estrella.

Ana, siendo la que más miedo tenía a su padre, curiosamente se le enfrentó diciendo:

―Si no estás de acuerdo con nuestra forma de vida, puedes marcharte. Ni mi hermana ni yo pensamos cambiar. ¡Junto a Estrella y Alberto formamos una familia!

Gerardo le molestó la rebeldía de su pequeña y sé que tuvo que contenerse para no soltarle un guantazo, pero entonces dando un paso, salió la madre y con tono suave, dijo:

―Hija, no es eso lo que os quiere decir vuestro padre.

Envalentonada, Ana la replicó:

― ¿Entonces qué es?

―Que estoy orgulloso de vuestra valentía― respondió este: ―Me habéis demostrado que obviando lo que piense la gente habéis decidido no esconderos.

Es difícil explicar el desconcierto con el que sus hijas recogieron sus palabras porque un piropo era lo último que pensaban oír de sus labios. Irene y Ana, sin llegárselo a creer, miraban a su madre y a su tía buscando una explicación al cambio que había experimentado su viejo.

Yo tampoco entendía nada. Según ellas me habían confesado su padre era un hombre educado a la antigua y que hacía gala de ello.

«¿Qué ocurre aquí?», me estaba preguntando cuando de pronto María abrazó a su marido y a su amiga mientras pedía al gigantón con una dulzura brutal que continuara.

―Me habéis demostrado tener un valor que yo nunca tuve― dijo Gerardo casi tartamudeando.

― ¿De qué hablas? ― respondieron casi al unísono sus hijas.

―Vuestra madre y yo tenemos algo que confesar…― musitó sin poder terminar.

Viendo que ni María ni su marido eran capaces de seguir, la pelirroja tomó la palabra y acercándose a las gemelas, las tomó de la mano mientras les decía:

― ¿Sabéis que siempre os he considerado mis hijas?

―Sí, tía. ¿Pero eso que tiene que ver con lo que papá quiere decirnos? – dijo todavía en la inopia.

―Aurora no es nuestra amiga sino nuestra mujer― soltó la madre interviniendo por primera vez.

―No os creemos― replicaron las gemelas― ¡nos hubiéramos dado cuenta!

Demasiado avergonzado para hablar, el enorme mastodonte cogiendo a Aurora del brazo la besó ante el pasmo y la incredulidad de sus hijas.

―Mamá, tú ¿qué opinas? ― indignada Irene preguntó al ver el morreo que su padre le acababa de dar a la pelirroja.

La respuesta de María no pudo ser mas concisa ya que rescatando a su amiga de los brazos de su marido, se fundió con ella en un apasionado beso dejando claro que también ellas dos eran amantes.

― ¿Nos estáis diciendo que toda la vida hemos estado engañadas? ― insistió impresionado su hija.

Rojo de vergüenza, su viejo contestó:

―Creímos conveniente ocultároslo para evitar que fuerais objeto de habladurías, pero ahora después de la lección que nos habéis dado, nos hemos dado cuenta del error y tras discutirlo entre los tres, decidimos que supierais la verdad.

― ¿Puedo besar a mi otra futura suegra? ― preguntó Estrella poniéndose de su parte.

―Por supuesto― respondió Aurora emocionada al ver que, en la mulata, tenía un aliado.

Mientras la felicitaba por el paso que acababan de dar, me fijé en las gemelas y en sus padres. Se notaba que ellas querían perdonarlos, pero ninguna tenía el valor de ser la primera en hacerlo.

Conociéndolas, decidí darles un empujón diciendo:

―Don Gerardo me quito el sombrero ante usted y ante sus ¡dos señoras! Sé lo duro que les ha resultado dejar atrás una vida de mentiras y por eso quiero mostrarle mis respetos.

Tras lo cual, abracé al gigantón y sin que me oyeran sus hijas ni sus mujeres, susurré en su oído:

―Eres un cabrón por lo que me has hecho sudar, pero tengo que reconocer que tienes buen gusto a la hora de elegir compañera, ¡las dos están buenísimas!

Al viejo le hizo gracia y respondiendo a mi falta de respeto, murmuró en mi oreja:

―Aunque me caigas bien, te mato si les haces daño a mis hijas o si pones tus sucias manos en una de mis mujeres.

Con una carcajada, repliqué en voz baja:

―No se preocupe, pienso hacer que sean felices y respecto a lo segundo, ¡con tres tengo suficiente!

FIN

 

“El culo de mi tía, la policía” LIBRO CENSURADO POR AMAZON PARA DESCARGAR

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POLICIA portada3LIBRO QUE CENSURÓ AMAZON POR CONSIDERARLO DEMASIADO PORNOGRÁFICO. Por ello, mi editor ha tenido que publicarlo en BUBOK.

Sinopsis:

Desde niño, la hermana pequeña de su madre fue su oscuro objeto de deseo. El origen de esa obsesión por Andrea no era solo por su belleza, también radicaba en que era agente de policía.

Nuestro protagonista, un joven problemático se enfrenta a sus padres y ellos buscando reformarlo, ven en esa inspectora la única solución. Por ello durante un incidente con la ley, piden a esa mujer ayuda, sin saber que al obligar a su hijo a vivir con su tía desencadenarían que entre los dos nazca una relación nada filial.
Escrito por Fernando Neira (Golfo), verdadero fenómeno de la red cuyos relatos han recibido mas de 12.000.000 de visitas.

Bajátelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.bubok.es/libros/240894/El-culo-de-mi-tia-la-policia

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

 

Desde niño, la hermana pequeña de mi madre fue mi oscuro objeto de deseo. Hasta hoy no me atreví a contar la historia que compartí con Andrea, mi tetona y culona tía. Diez años menor que mi progenitora, recuerdo la fijación con la que la veía. El origen de mi obsesión era variado por una parte estaba su monumental anatomía pero también radicaba en que esa monada era agente de policía.

Era observarla vestida con ese uniforme que le apretaba sus enormes melones y que pensara en ella con sentimientos nada filiales. Para mí, no había nada tan sensual como verla llegar a casa de mis abuelos y que se dejara caer agotada sobre el sofá con su indumentaria de trabajo.

¿Cuántas veces me imaginé siendo detenido por ella?…..Cientos, quizás miles.

¿Cuántas noches soñé con disfrutar de esa bella agente?…. Incontables.

¿Cuántas veces me acosté con ella?…. Ninguna y jamás creí que pudiera darse el caso.

El carácter de esa morena era tan agrio como lo bella que era. La mala leche proverbial con la que mi tía Andrea trataba a todos, hacía imposible cualquier acercamiento. Y cuando digo cualquier, ¡era cualquier! Siendo una divinidad de mujer, nunca se le había conocido novio o pareja. Según mi padre eso se debía a que a que era tortillera pero según mamá, la razón que no había encontrado un hombre era por mala suerte.

―  Ya encontrará un marido y tendrás que comerte tus palabras―  le decía siempre defendiendo a su hermanita.

Mi viejo reía y como no quería  más bronca, se callaba mientras yo en un rincón, sabía que ambos se equivocaban.  En mi mente infantil, mi tía era perfecta y sin nunca había salido con nadie, era porque a ella no le interesaba.

« Cuando lo deseé, los tendrá a patadas», pensaba sabiendo que esa noche tendría que masturbarme con la foto que me regaló en un cumpleaños.

Han  pasado muchos años, pero aún recuerdo esa instantánea. En ella mi tía Andrea estaba frente a un coche azul con la porra en la mano.  La sensualidad de esa imagen la magnificaba yo al imaginar que ese instrumento era mi polla y que ella la meneaba cuando en realidad eran mis manos las que me hacían la paja.

En mis horas nocturnas, mi imaginación volaba entre sus piernas mientras me decía a mí mismo que tampoco me llevaba tantos años. Lo cierto es que eso si era cierto, por aquel entonces yo tenía quince años y mi tía veinticinco pero a esa edad,  esa brecha la veía como insuperable y por eso me tenía que contentar con soñar solo con ella.

Profesional eficiente y sin nadie que le esperara en casa, Andrea subió como la espuma dentro de la policía y con veinticinco años ya era inspectora jefe de la comisaría de Moncloa en Madrid. Ese puesto que hizo menos frecuentes sus visitas, fue a la postre lo que me llevó a cumplir mi sueño desde niño……

Toda mi vida cambia por un maldito porro.

Acababa de empezar la carrera de derecho y como tantos muchachos de mi edad, estudiaba poco, bebía mucho y fumaba más. Y cuando digo fumar, no me refiero a los Marlboro que hoy en día enciendo sino a los canutos con los que me daba el puntito cada vez que salía a desbarrar.

Llevaba un tiempo causando problemas en casa, discutía con mis viejos en cuanto me dirigían la palabra, sacaba malas notas y lo peor a los ojos de ellos, mis nuevas amistades les parecían gentuza. Hoy desde la óptica que dan la experiencia, los comprendo: a mí tampoco me gustaría que los amigos de mi hijo tuvieran una estética de perroflautas pero lo cierto es que no eran malos. Eran…traviesos.

Hijos de papa como yo y con sus necesidades seguras, se dedicaban a festejar su juventud aunque de vez en cuando se pasaban.

Lo que os voy a contar ocurrió una madrugada en la que habiendo salido hasta el culo de porros de una discoteca, mis colegas no tuvieron mejor ocurrencia que vaciar los contenedores de basura en mitad de la calle Princesa. Para los que no conozcan Madrid, es una de las principales vías de acceso a la ciudad universitaria, por lo que aunque era muy tarde, había suficiente tráfico para que rápidamente se formara un monumental atasco.

La policía no tardó en llegar y viendo que éramos un grupo de diez los culpables del altercado, nos metieron a golpes a una patrulla. Envalentonado con el hachís y cabreado por la brutalidad que demostraron, fui tan gilipollas de encararme con ellos. Los agentes respondieron con violencia de modo que al cabo de los veinte minutos, todos estábamos siendo fichados pero en mi caso la foto que me hicieron era una muestra clara de abuso policial.

Con los ojos morados y el labio partido, me dediqué a llamarles hijos de puta y a amenazarles con ir al juzgado. Fue tanto el escándalo que monté que el inspector de guardia salió de su despacho a ver qué ocurría.

La casualidad hizo que mi tía Andrea fuera dicho superior. Al reconocerme, pidió a uno de sus subalternos que me encerrara en una celda a mí solo.   Conociendo la mala baba que se gastaba su jefa, el agente no hizo ningún comentario y a empujones me llevó hasta esa habitación.

Yo, todavía no sabía que mi tía estaba allí por eso cuando la vi aparecer por la puerta, me alegré pensando ingenuamente que mis problemas habían terminado y alegremente, la saludé diciendo:

― Tía, tienes unos matones como subordinados, ¡Mira como me han puesto!

Mi  tía sin dirigirme la palabra me soltó un tortazo que me hizo caer y ya en el suelo me dio un par de patadas que aunque me dolieron no fue lo que me derrotó anímicamente sino el oírla decir a esos mismos que había insultado:

― Todos habéis visto que he sido yo quien se ha sobrepasado con el detenido, si hay una investigación asumo la responsabilidad de lo que pase.

Los policías presentes se quedaron alucinados que asumiera la autoría y si ya tenía a su jefa en un pedestal a partir de esa noche, para ellos no había nadie más capacitado que ella en toda la comisaría. Solo yo sabía, el por qué lo había hecho.

« ¡Nunca me dejarían mis padres denunciar a mi tía!».

De esa forma tan ruda, la hermana de mi madre cumplió dos objetivos: en primer lugar me castigó y en segundo, libró al personal bajo su mando de un posible castigo. Humillado hasta decir basta, me acurruqué en el catre del que disponía el calabozo y usando las manos como almohada, dormí la borrachera. 

Debían ser sobre las doce, cuando escuché que la puerta de mi celda se abría. Al abrir los ojos, vi entrar a mis viejos con mi tía. Mi estado debía ser tan lamentable que mi madre se echó a llorar. Mi padre al contario, iracundo de ira, comenzó a soltarme un sermón.

― ¡Vete a la mierda!―  contesté intentando que se callara. Sus gritos se clavaban como espinas en mis sienes.

Al no esperárselo y ser además un buenazo, se quedó callado. Fue entonces cuando la zorra de mi tía me agarró de los pelos y obligándome a arrodillarme, me exigió que les pidiera perdón.

Asustado, adolorido y resacoso por igual, no tuve fuerzas para oponerme a su violencia y les rogué que me perdonaran.

Mi madre llorando como una magdalena, se repetía con lágrimas en los ojos que no sabía que podía hacer conmigo. Mientras ella lloraba, Andrea se mantuvo en un segundo plano.

― ¡No ves lo que nos estás haciendo!―  dirigiéndose a mí, dijo―  ¡Vas camino de ser un delincuente!―  os juro que no lo vi venir, cuando creía que estaba más desesperada, dejó de llorar y con tono serio, preguntó a su hermana: ― ¿Serías tú capaz de enderezarlo?

Mi tía poniendo un gesto de contrariedad, le contestó:

― Déjamelo un mes. ¡Te lo devolveré siendo otro!

Mi padre estuvo de acuerdo y por eso, esa tarde al salir de la comisaría, recogí mis cosas y me mudé con mi pariente.

Me mudo a casa de mi tía.

Recuerdo el cabreo con el que llegué a su apartamento. Mi padre me llevó en coche hasta allí y durante el trayecto tuve que soportar el típico discurso de progenitor en el que me pedía que me comportara. Refunfuñando, prometí hacerlo pero en mi fuero interno, decidí que a la primera oportunidad iba a pasarme por el arco del triunfo tanto sus consejos como las órdenes que la zorra de mi tía me diera.

« ¡Ya vera esa puta! ¿Quién se creé para tratarme así?», pensé mientras sacaba mis cosas del maletero.

Mi pobre viejo me despidió en el portal y cogiendo el ascensor, fui directo a enfrentarme con esa engreída.

« ¿Cambiarme a mí? ¡Lo lleva claro!», me dije convencido de que aunque lo intentara no iba a tener éxito.

Tal y como había quedado con su hermana, Andrea me esperaba en el piso y abriendo la puerta, me dejó pasar con un sonrisa en la boca.

Supe al instante que esa capulla me tenía preparada una sorpresa pero nunca anticipe lo rápido que descubriría de que se trataba, pues nada más dejar mi maleta en el cuarto de invitados, me llamó al salón.

― Abre la boca―  ordenó―  quiero hacerte una prueba de drogas.

Os juro que al verla con el bastoncito en la mano, me llené de ira y por eso le respondí:

― Vete a la mierda.

Mi tía lejos de enfadarse,  con un gesto de alegría en su boca, me pegó un empujón diciendo:

― ¡Te crees muy machito! ¿Verdad?―  y sin esperar mi respuesta, me soltó un bofetón.

Su innecesaria violencia, me terminó de enervar y gritando le contesté:

― Tía, ni se te ocurra volver a tocarme o….

― ¿O qué?―  me interrumpió―  ¿Me pegarías?

Sobre hormonado por mi edad, respondí:

― Nunca pegaría a una mujer pero si fueras un hombre te habría partido ya tu puta cara.

Descojonada escuchó mi respuesta y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, me volvió a soltar otro guantazo. Fue entonces cuando dominado por la ira, intenté devolverle el golpe pero esa mujer adiestrada en las artes marciales, me paró con una llave de judo tirándome al suelo.

― ¡Serás puta!―  exclamé y nuevamente busqué que se tragara sus palabras.

Con una facilidad que me dejó pasmado ese bombón de mujer fue repeliendo todos mis ataques hasta que agotado, me quedé quieto. Entonces luciendo la mejor de sus sonrisas, me soltó:

― Ya hemos jugado bastante, ¿Vas a abrir la boca o tendré que obligarte?

― ¡Qué te follen!―  respondí.

Ni siquiera vi su patada. Con toda la mala leche del mundo, esa zorra me golpeó en el estómago con rapidez y aprovechando que estaba doblado, me agarró la cabeza y abriendo mi boca, introdujo el maldito bastoncito.  Una vez había conseguido su objetivo, me dejó en paz y metiéndolo en un aparato, esperó a que saliera el resultado del análisis:

― Como pensaba, solo hachís―  dijo y volviendo a donde yo permanecía adolorido por la paliza, me dijo: ― Se ha acabado el fumar chocolate. Todos los días repetiré esta prueba y te aconsejo que no te pille. Si lo hago te arrepentirás.

No me tuvo que explicar en qué consistiría su castigo porque en esos instantes, mi cuerpo sufría todavía el resultado de la siniestra disciplina con la que pensaba domarme.   Si ya estaba lo suficiente humillado, creí  que me hervía la sangre cuando la escuché decir:

― Tu madre me ha dicho que en  mes y medio, tienes los primeros parciales y le he prometido que los aprobarías. Ósea que vete a estudiar o tendrás que asumir las consecuencias.

Completamente derrotado, bajé la cabeza e intenté estudiar pero era tanto el coraje que tenía acumulado que con el libro enfrente, planeé mi venganza.

« Esa zorra no sabe con quién se ha metido».

Estuve dos horas sentado a la mesa sin moverme. Aunque me cueste reconocerlo, me daba miedo que mi tía me viera sin estudiar y me diera otra paliza. Afortunadamente, llegó la hora  de cenar y por eso tuvo que levantarme el castigo y llamarme. Ofendido hasta la médula ocupé mi sitio y en silencio esperé que me sirviera. Cuando llegó con la cena, descubrí en ella a una siniestra institutriz que no solo me obligó a ponerme recto en la silla sino que cada vez que me pillaba masticando con la boca abierta, me soltó un collejón.

« Maldita puta», mascullé entre dientes pero no me atreví a formular queja alguna no fuera a ser que decidiera hacer uso de la violencia.

Al terminar, le pedí permiso para irme a la cama. La muy hija de perra ni se dignó a contestarme, por lo que tuve que esperar a que ella acabara.  Fue entonces cuando me dijo:

― Somos un equipo. Nos turnaremos en lavar los platos y en los quehaceres de la casa… Así que hoy te toca poner el lavavajillas mientras yo acomodo el salón.

Sintiéndome su puto criado, levanté la mesa y metí los platos en el electrodoméstico. Ya cubierta mi cuota, me fui a mi habitación y allí cerré la puerta. Ya con el pijama dejé que mi mente soñara en cómo castigaría la insolencia de mi pariente.

Lo primero que hice fue imaginármela dormida en su cama. Aprovechado que dormía, ve vi atándola con las esposas que llevaba al cinto cuando salía de casa. Al cerrar el segundo grillete, mi tía despertó y al abrir los ojos y verme sonriendo sobre ella, me gritó:

― ¡Qué coño haces!

De haber sido real, me hubiera cagado en los pantalones pero como era MI sueño, le respondí:

― Voy a follarte, ¡Puta!―  tras lo cual empecé a desabrocharle su camisón.

Mi tía intentó zafarse y al comprobar que le resultaba imposible, me dijo casi llorando:

― Déjame y olvidaré lo que has hecho.

Incrementando su desconcierto, le solté un guantazo mientras le terminaba de desabotonar. Con esa guarra retorciéndose bajo mis piernas contemplé  sus pechos al aire y sin poderme aguantar, me lancé sobre ellos y los mordí. Su chillido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación.

« ¡Menudas tetas!», me dije recordando sus pezones. Ese par de peras dignas eran de un banquete pero sabiendo que lo mejor de mi pariente era ese culazo, deslicé mentalmente su camisón por las piernas.

Hecha un flan, tuvo que soportar que prenda a prenda la fuera desnudando. Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de una navaja por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:

― ¿Te arrepientes del modo en que me has tratado?

Mi tía, cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, se orinó sobre las sabanas. Temiendo que le hiciera algo más que no fuera el forzarla,  con voz temblorosa, me respondió:

― No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!

Satisfecho al tenerla donde quería, bajándome la bragueta, saqué mi miembro de su encierro y  la obligué a abrir sus labios para recibir en el interior de su boca el pene erecto de su sobrino.

― ¡Mámamela!

Tremendamente asustada, se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Al experimentar la humedad de su boca y tratando de reforzar mi dominio, en mi sueño, le ordené que se masturbara al hacerlo. Satisfecho, observé como esa estricta policía cedía y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.

― Te gusta chupármela, ¿Verdad?―  le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.

Unas duras arcadas la asolaron al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo llevarme la contraria,  en mi mente, se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos.

Tras lo cual me quedé dormido…

 

 

Mi primer día en casa de mi tía.

― ¡Levántate vago!

Ese fue mi despertar. Todavía medio dormido miré mi reloj y descubrí que todavía era de madrugada. Quejándome, le dije que eran las seis de las mañana.

― Tienes cinco minutos para vestirte. Me vas a acompañar a correr―  contestó muerta de risa.

Cabreado, tuve que levantarme y ponerme un chándal mientras mi tía me preparaba un café. La actividad de esa zorra en la mañana me desesperó y más cuando urgiéndome a que me tomara el desayuno, me esperaba en la puerta.

« Hija de puta», la insulté mentalmente al ver que empezaba a correr y que girando la cabeza, me pedía que la siguiera.

Curiosamente al correr tras ella, comprendí que tenía su lado bueno al observar el culo de esa zorra al trotar. Mi tía se había puesto un licra de atletismo, por lo que pude admirar sin miedo a que se diera cuenta esa maravilla. Os juro que disfruté durante los primeros diez minutos, mirando las dos preciosa nalgas subiendo y bajando al ritmo de su zancada.

El problema vino cuando me empezó a faltar la respiración por el esfuerzo. Sudando a raudales, tuve que pedirle que descansáramos pero esa puta soltando una carcajada me contestó diciendo:

― Necesitas sudar toda la mierda que te metes―  tras lo cual me obligó a continuar la marcha.

Para no haceros la historia larga, a la hora de salir a correr, volví a su casa absolutamente derrotado mientras esa mujer parecía no notar ningún tipo de cansancio. Dejándome caer sobre un sofá, tuve que aguantar sus bromas y chascarrillos hasta que, olvidándose de mí, se  metió a duchar.

El sonido del agua de la ducha cayendo sobre su cuerpo me hizo imaginar lo que estaba pasando a escasos metros de mí y bastante excitado me tiré en la cama, pensando en ello. Mi mente me jugó una mala pasada por que  rápidamente llegaron hasta mí imágenes de ella enjabonándose. 

« Está buena esa maldita», me dije y reconociendo que le echaría un polvo si pudiera, me levanté a ordenar mi cuarto.

A los diez minutos, la vi entrar ya vestida pero con el pelo mojado. Al observar que tenía la habitación ordenada y la cama hecha, sonrió y me mandó a duchar. La visión de su melena empapada, me excitó y antes de que mi pene se alzara traicionándome, decidí obedecer.

Cuando salí del baño, mi tía ya se había ido a trabajar y viendo que todavía no habían dado ni las ocho, decidí hacer tiempo antes de irme a la universidad. Como estaba solo, aproveché para fisgonear un poco y sabiendo que quizás no tendría otra oportunidad, fui a su cuarto a ver cómo era.

Nada más entrar, me percaté de que al igual que su dueña, era pulcra y que estaba perfectamente ordenada. Abriendo los cajones, descubrí que su pasión por el orden era tal que agrupaba por colores sus bragas. Deseando conocer su gusto en ropa interior, me puse a mirarlas sin tocarlas no fuera a descubrir que no estaban tal y como ella, la había dejado.

Como en trance, pensé que quizás hiciera como su hermana y tuviera un bote de ropa sucia en el baño. Al descubrirlo en un rincón, lo abrí y descubrí un coqueto tanga de encaje rojo y más nervioso de lo que me gustaría reconocer,  lo saqué y me lo llevé a la nariz.

― ¡Dios! ¡Qué bien huele!―  dije en voz alta al aspirar su aroma.

Mi sexo reaccionando como resorte, se alzó bajo mi pantalón.  Dándome el gustazo, me senté en el suelo y usando esa prenda, me pajeé. Solo tuve cuidado al eyacular para no mancharla con mi semen. Una vez saciado, devolví el tanga a su lugar.

 Al ser ya la hora de irme, cogiendo mis bártulos, salí del apartamento imaginándome a mi tía usando esas bragas.

« Definitivamente…. Esa puta tiene un polvazo».

 Ya en la universidad la rutina diaria me hizo olvidar a mi tía y solo me acordé de ella cuando entre clase y clase, un amigo me ofreció un porro. Estuve a punto de cogerlo pero recordando su amenaza, me abstuve de darle una calada, pensando:

« Es solo un mes».

Aunque ese día no caí en ello, mi transformación empezó con ese sencillo gesto. Mitad acojonado por ser cazado en un renuncio pero también deseando complacer a esa mujer, tomé la decisión acertada porque al volver a su apartamento, lo primero que hizo  al verme fue obligarme a abrir la boca para comprobar que no había fumado.

Esa vez, obedecí a la primera.

Mi tía muy seria introdujo el puñetero bastoncito y al igual que el día anterior, se puso a analizar la saliva que había quedado impregnada en ese algodón. A los pocos segundos, la vi sonreír y acercándose a mí, me dio un beso en la mejilla como premio.

Si bien de seguro no lo hizo a propósito, al hacerlo sus enormes pechos presionaron el mío. El placer que sentí fue indescriptible, de modo que el desear que se repitiera esa  recompensa me sirvió de aliciente y desde ese momento, decidí que haría lo imposible por no defraudarla.

Tras lo cual, me encerré en mi cuarto y me puse a estudiar.  La satisfacción de mi tía fue evidente cuando pasando por el pasillo, me vio concentrado frente al libro  y viendo que me empezaba a enderezar, se metió a hacer la cena en la cocina.

Debían de ser casi las nueve, cuando cansado de empollar, me levanté al baño. Al pasar por el pasillo, vi a mi tía Andrea bailando en la cocina al ritmo de la música. Sintiéndome un voyeur,  la observé sin hacer ruido:

« ¡Está impresionante!», me dije sorprendido de que supiera bailar sin dejar de babear al admirar el movimiento de su trasero: « ¡Menudo culo!», pensé deseando hundir mi cara entre esos dos cachetes.

Fue entonces cuando ella me sorprendió mirándola y en vez de enfadarse, vino hacia mí y me sacó a bailar la samba que sonaba en la radio. Cortado por la semi erección que empezaba a hacerse notar bajo mi bragueta, intenté rechazar su contacto pero mi tía agarrándome de la cintura lo impidió y se pegó totalmente  a mi cuerpo.

Aunque mi empalme era evidente, no dijo nada y siguió  bailando. Producto de su danza, mi sexo se endureció hasta límites insoportables pero aunque deseaba huir, tuve que seguirle el paso durante toda la canción. Una vez acabada y con el sudor recorriendo mi frente, me excusé diciendo que me meaba y me fui al baño.

Como sabréis de antemano,  me urgía descargar pero no mi vejiga sino mis huevos y por eso, nada más cerrar la puerta, me pajeé con rapidez rememorando la deliciosa sensación de tener a esa morena entre mis brazos.

Tan llenos y excitados tenía mis testículos que el chorro que brotó de mi polla fue tal que llegó hasta el espejo.

« ¿Quién se la follara?», y por primera vez, no vi tan lejos ese deseo.

Aunque parecía imposible, esa recta e insoportable mujer cuando la llevabas la contraria, se convertía en un ser absolutamente dulce y divertido cuando se le obedecía.

 

 

Mi segundo día en casa de mi tía.

Deseando complacerla en todo y que me regalara otro beso u otro baile como la noche anterior, puse mi despertador a las seis menos cuarto, de forma que cuando apareció en mi habitación para despertarme la encontró vacía.

Sé que pensó que me había escapado porque me lo dijo y hecha una furia entró en la cocina para coger las llaves de su coche e ir a buscarme. Pero entonces me encontró con un café. Sin darle tiempo a asimilar su sorpresa, poniéndoselo en sus manos, le dije:

―  Tienes cinco minutos para vestirte.

La sonrisa de sus labios me informó claramente que le había gustado mi pequeña broma y  sin decir nada, se fue a cambiar para salir a correr. Al poco tiempo, la vi aparecer con unos leggins aún más pegados que el día anterior y un pequeño top que difícilmente podía sostener el peso de sus pechos.

« Viene preparada para la guerra», me dije disfrutando del profundo canalillo que se formaba entre sus tetas.

Repitiendo lo ocurrido el día anterior, mi tía iba delante dejándome disfrutar de su culo. El único cambio que me pareció notar es que esta vez el movimiento de sus nalgas era aún más acusado, como si se estuviera luciendo.

« ¡Ese culo tiene que ser mío!», exclamé mentalmente sin perder de vista a esa maravilla.

Esa mañana resistí un poco más pero aun así al cabo del rato estaba con el bofe fuera y por eso no me quedó más remedio que pedirle que aminorara el paso. Mi tía se compadeció de mí y señalando un banco, me dijo que me sentara mientras ella estiraba.

Agotado como estaba, accedí y me senté.

Fue entonces cuando sucedió algo que me dejó perplejo. Aunque el camino era muy ancho, se puso a hacer sus estiramientos a un metro escaso de donde yo estaba.  Os juro que aunque esa mujer me volvía loco, me cortó verla agacharse frente a mí dejándome disfrutar de la visión de su sexo a través de sus leggins.

« ¡Se le ve todo!», pensé totalmente interesado al comprobar que eran tan estrechos que los labios de su coño se marcaban claramente a través de la tela.

Durante un minuto y dándome la espalda, se dedicó a estirar unas veces con las piernas abiertas dándome una espléndida visión de su chocho y otras con las rodillas pegadas, regalando a mis ojos un panorama sin igual de su culo.

Si de por sí eso ya me tenía cachondo, no os cuento cuando sentándose en el suelo se puso a hacer abdominales frente a mí. Cada vez que se tocaba los pies, el escote de su top quedaba suelto dejándome disfrutar del estupendo  canalillo entre sus tetas.

Olvidando toda cordura, incluso llegué a inclinarme sobre ella para ver si alcanzaba a vislumbrar su pezón. Mi tía al verme tan interesado, miró el bulto que crecía entre mis piernas y levantándose, alegremente, salió corriendo sin decir nada.

Mi calentura se incrementó al percatarme que no le había molestado descubrir la atracción que sentía por ella y por eso, con renovadas fuerzas, fui tras ella.

Al igual que la mañana anterior, nada más llegar a casa, mi tía se metió a duchar mientras yo intentaba serenarme pero no pude porque por algún motivo que no alcanzaba a adivinar, mi tía dejó medio entornada la puerta mientras lo hacía.

Al descubrirlo, luché con todas mi fuerzas para no espiar pero venció mi lado perverso y acercándome miré a través de la rendija. Mi ángulo de visión no era el óptimo ya que solo alcanzaba a ver su ropa tirada en el suelo. Debí de haberme conformado con ello pero al saber que mi tía estaba desnuda tras la puerta me hizo empujarla un poco. Excitado descubrí que el centímetro que había abierto era suficiente para ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.

« Menuda mujer», totalmente cachondo tuve que ratificar al ver el modo tan sensual con el que se enjabonaba.

Tal y como me había imaginado, sus piernas eran espectaculares pero fueron sus pechos los que me dejaron anonadado. Grandes, duros e hinchados eran mejores que los de muchas de las actrices porno que había visto y ya dominado por la lujuria, me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme mirándola.

― ¡Qué pasada!―  exclamé en voz baja, cuando al darse la vuelta en la ducha, pude contemplar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como su coño. Desde mi puesto de observación, me sorprendió que mi tía llevara hechas las ingles brasileñas y que donde debía haber un poblado felpudo, solo descubriera un hilillo exquisitamente depilado: « ¡Joder con la tía! ¡Cómo se lo tenía escondido!», pensé.

Mi sorpresa fue mayor cuando la hermana de mi madre separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que su sobrino se recreara con la visión de su vulva. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que sabía que la estaba observando y que  se estaba exhibiendo.

Completamente concentrado, tardé en percibir en el modo en que se pasaba el jabón por su sexo que se estaba masturbando. La certeza de que mi tía se estaba pajeando me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio. Asustado limpié mi estropicio mientras intentaba olvidar su espectacular anatomía bajo la ducha. Por mucho que lo intenté me resultó imposible, su piel mojada y la forma en que buscó el placer auto infringido se habían grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería.

Ya en mi cuarto, mi imaginación se volvió a desbordar y no tardé en verme separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior. Solo el hecho de que mi tía saliendo del baño me descubriera, evitó que me volviera a masturbar pensando en ella.

Estaba tan caliente que decidí que tenía que irme de la casa y cogiendo mis libros, me despedí de ella desde el pasillo. Mi tía Andrea que ya había terminado, me contestó que esperara un momento. Al minuto la vi salir envuelta en la toalla y pegándose como una lapa, me dio un beso en la mejilla mientras, como si fuera casual, su mano se paseaba por mi trasero.

Os juro que todavía no comprendo cómo aguanté las ganas de quitarle esa franela y follármela ahí mismo. Hoy sé que quizás fuera lo que estaba deseando pero en aquel entonces, me dio miedo y  comportándome como un crio, salí huyendo.

Durante todo el día el recuerdo de su imagen en la ducha pero sobre todo la certeza de que esa última caricia no había sido fortuita me estuvieron torturando.  En mi mente no cabía que esa frígida de la que todo el mundo hablaba pestes, resultara al final una mujer necesitada de cariño  y que esa necesidad fuera tan imperiosa que aceptara incluso que fuera su sobrino quien la calmara.

Al ser viernes, no tuve clases por la tarde por lo que sin nada que hacer, decidí dar a mi tía una nueva sorpresa y entrando en la cocina, me puse a preparar la cena para que cuando ella llegara del trabajo, se la encontrara ya hecha.

Debió llegar sobre las nueve.

El coñazo de cocinar valió la pena al ver la alegría en su cara cuando descubrió lo que había hecho. Con cariño se acercó a mí y me lo agradeció abrazándome y depositando un  suave beso cerca de la comisura de mis labios. Fue como si me lo hubiese dado en los morros, la temperatura de mi cuerpo subió de golpe al sentir sus pechos presionando el mío, mientras me decía:

― Es agradable, sentirse cuidada.

De haber sido otra y no la hermana de mi madre, le hubiese demostrado un modo menos filial de mimarla. Sin pensármelo dos veces la hubiese cogido en brazos y la hubiera llevado hasta su cama pero, como era mi tía, sonreí y tapándome con un trapo, deseé que no  hubiese advertido la erección que sufría en ese instante mi miembro.

Sé que mis intentos fueron en vano porque entornando sus ojos, me devolvió una mirada cómplice, tras la cual, me dijo que iba a cambiarse porque no quería cenar con el uniforme puesto. Al cabo del rato volvió a aparecer pero esta vez el sorprendido fui yo. Casi se me cae la sartén al verla entrar con un vestido de encaje rojo completamente transparente.

Reconozco que me costó reconocer en ese pedazo de mujer a mi tía, la policía, porque no solo se había hecho algo en el pelo y parecía más rubia sino porque nunca pensé que pudiese ponerse algo tan corto y sugerente. El colmo fue al bajar mi mirada, descubrir las sandalias con tiras anudadas hasta mitad de la pantorrilla.

Para entonces, sabiendo que había captado mi atención, me preguntó:

― ¿Estoy guapa?

Con la boca abierta y babeando descaradamente, la observé modelarme ese dichoso vestido. Las sospechas de que estaba tonteando conmigo se confirmaron cuando poniendo música se empezó a contornear bajo mi atenta mirada.

Dotando de un morbo a sus movimientos que me dejó paralizado, siguió el ritmo de la canción olvidando mi presencia. El sumun de la sensualidad fue cuando con sus manos se empezó a acariciar por encima de la tela, mientras mordía sus labios mirándome.

Estaba a punto de acercarme a ella y estrecharla entre mis brazos, cuando apagó la música  y soltando una carcajada, me dijo:

― Ya has tenido tu premio, ahora vamos a cenar.

Mi monumental cabreo me obligó a decirle:

― Tía eres una calientapollas.

El insulto no hizo mella en ella y luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:

― Lo sé, sobrino, lo sé―  tras lo cual se sentó en la mesa como si no hubiese pasado nada.

Indignado con su comportamiento, la serví la cena y me quedé callado. Mi mutismo lo único que consiguió fue incrementar su buen humor y disfrutando como la zorra que era, se pasó todo el tiempo exhibiéndose como una fulana mientras, sin darse cuenta, bebía una copa de vino tras otra.

Si en un principio, sus provocaciones se suscribían a meras caricias bajo la mesa o a pasar sus manos por su pecho, con el trascurrir de los minutos, bien el alcohol ingerido o bien el morbo que sentía al excitar a su sobrino, hicieron que se fuese calentando cada vez más.

― ¿Te gustan mis pechos?―  me soltó con la voz entrecortada mientras daba un pellizco sobre ambos pezones.

La imagen no podía ser más sensual pero cabreado como estaba con ella, ni me digné a contestar. Mi tía al ver que no había resultado su estratagema y que me mantenía al margen, decidió dar un pequeño paso que cambió mi vida. Levantándose de su silla, se acercó a mí y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:

― ¿Mi sobrinito está enfadado?

― Sí, tía.

Poniendo un puchero en su boca, pegó su pecho contra mi cara mientras me decía:

― ¿Y puede tu perversa tía hacer algo para contentarte?

Su pregunta hizo que mi pene se despertara del letargo y tanteando,  acaricié una de sus tetas para ver como reaccionaba. Mi caricia no fue mal recibida y sonriendo nerviosa, me preguntó:

― Verdad que lo que ocurra entre nosotros, no tiene nadie porque enterarse.

― Por supuesto―  respondí mientras le bajaba los tirantes a su vestido.

Bajo la tela aparecieron los dos enormes pechos que había visto en la ducha. El hecho de que los conociera lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a chupar mientras la hermana de mi madre no paraba de gemir.

― Me encanta como lo haces―  masculló entre dientes totalmente entregada.

La excitación que asolaba a mi tía me dio la confianza suficiente para bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis. Al tocarlo, la mujer que apenas dos días antes me había dado una paliza, pegó un respingo pero no intentó evitar ese contacto.  Ansiando llevar a la locura a esa mujer, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo mientras  la excitaba a base de pequeños mordiscos en sus pezones.

No tardó en mostrar los primeros indicios de que se iba a correr. Su respiración agitada y el sudor de su escote, me confirmaron que al fin iba a poder cumplir mi sueño y  disfrutar de ese cuerpo.  Tal como había previsto, mi tía llegó al orgasmo con rapidez y afianzando mi dominio, le metí otros dos dentro de su vulva.

― Necesito que me folles―  sollozó con gran amargura y echándose a llorar, gritó: ― ¡La puta de tu tía quiere que su sobrino la desvirgue!

La confesión que ese bombón de veintiocho años, jamás había estado con un hombre me hizo recordar mis pensamientos de esa mañana:

« Aunque exteriormente sea un ogro, en cuanto arañas un poco descubres que es una mujer necesitada de cariño».

El dolor con el que reconoció que era virgen, me hizo comprender que desde joven había alzado una muralla a su alrededor y que aunque fuera policía y diez años mayor que yo, en realidad era una niña en cuestión de sexo.

Todavía hoy no sé qué me inspiró pero cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cama y me tumbé junto a ella.   Tratándola dulcemente, no forcé su contacto y solo abrazándola, abrazándola, la consolé dejándola llorar:

― Tranquila preciosa―  le dije al oído con cariño.

Mi ternura la fue calmando y al cabo de unos minutos, con lágrimas en sus ojos, me preguntó:

― ¿Me harías ese favor?

Supe enseguida a qué se refería. Un suave beso fue mi respuesta. Mi tía Andrea respondió con pasión a mi beso pegando su cuerpo al mío. Indeciso, llevé mis manos hasta sus pechos. La que en teoría debía tener  más experiencia, me miró con una mezcla de deseo y de miedo y cerrando los ojos me pidió que los chupara.

Su permiso me dio la tranquilidad que necesitaba y por eso fui aproximándome con la lengua a uno de sus pezones, sin tocarlo. Estos se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada. Cuando mi boca se apoderó del primero, mi pariente no se pudo reprimir y gimió, diciendo:

― Hazme tuya.

Sabiendo que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta. Mi tía, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión del hasta entonces inaccesible tesoro.

Pero en vez de ir directamente a él, pasé de largo y seguí acariciando sus piernas. La estricta policía se quejó odiada y dominada por el deseo, se pellizcó  sus pechos mientras me rogaba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo.

Usando mi lengua, seguí acariciándola cada vez más cerca de su pubis. Mi tía, desesperada, gritó como una perturbada cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón. No tuve que hacer más, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.

Como era su primera vez, me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su coño y jugando con su deseo. Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me rogó nuevamente que la desvirgara pero contrariando sus deseos,  seguí en mi labor de zapa hasta que pegando un aullido me confirmo que la última de sus defensas había caído.

Entonces y solo entonces, me desnudé.

Desde la cama ella me miraba. Al girarme y descubrir su deseo comprendí que en ese instante no era mi tía sino mi amante. Cuando me quité los calzoncillos y me di la vuelta, observó mi erección y sonriendo, me rogó que la tomara.

Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que,  separando sus rodillas, aproximé mi glande  a su sexo y jugueteé con su clítoris mientras ella no dejaba de pedirme excitada que la hiciera suya.

Comportándome como el mayor de los dos y deseando que su primera vez fuera especial, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Sabiendo que le iba a doler, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.

La hermana de mi madre pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y aun doliéndole era mayor el lastre que se había quitado al sentir que mi pene la llenaba por completo, por eso susurrando en mi oído, me pidió:

― Dame placer.

Obedeciendo gustoso su orden, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. Mi tía que hasta entonces se había mantenido expectante, me rogó que acelerara mientras con su mano, se acariciaba su botón con satisfacción.

Sus gemidos de placer no tardaron en llegar y cuando  llegaron, me hicieron incrementar mis embestidas. La facilidad con la que mi estoque entraba y salía de su interior, me confirmaron más allá de toda duda que mi tía estaba disfrutando como una salvaje  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. Mi hasta esa noche virginal pariente no tardó en correrse mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.

― ¿Le gusta a mi tita que su sobrino se la folle?― , pregunté al sentir que por segunda vez, esa mujer llegaba al orgasmo.

― Sí― , gritó sin pudor―  ¡Me encanta!

Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de esa mujer me volvió a sorprender al pedirme que la usara sin contemplaciones. Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior a la vez que le informaba que me iba a correr, tras lo cual caí rendido sobre el colchón.

Satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza sobre mi pecho,  se quedó pensando en que esa noche no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus traumas y por fin, se sentía una mujer aunque fuera de un modo incestuoso.

Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  le dije:

― Tía, a partir de esta noche, esta es también mi cama. ¿Te parece bien?

― Si pero por favor, no me llames Tía, ¡Llámame Andrea!

― De acuerdo, respondí y sabiendo que en ese momento, no podría negarme nada, le dije: ― ¿Puedo yo pedirte también un favor?

― Por supuesto―  contesto sin dudar.

Acariciándole uno de sus pechos, le dije:

― Mañana le dirás a tu hermana que te está costando educarme y que piensas que es mejor que me quede al menos seis meses contigo.

Muerta de risa, me soltó:

― No se negara a ello. Te quedarás conmigo todo el tiempo que tanto tú como yo queramos…―  y poniendo cara de puta, me preguntó: ― ¿Me echas otro polvo?

Solté una carcajada al escucharla y anticipando el placer que me daría,  me apoderé de uno de sus pechos mientras le decía:

― ¿Me dejarás también desflorar tu otra entrada?

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Relato erótico: “Reencarnacion 5” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 5

Una nueva semana comienza, me levanto y me ducho, parezco llena de energía, he descansado mucho y me he divertido aún más, así que me pongo mi traje más elegante, y voy a trabajar tras desayunar.

Todos, incluido mi jefe David, me dicen que se me ve genial en la oficina, lo achaco a que un boy me ha quitado las penas como se deben de quitar. Regreso a casa tarareando el canal de rock que siempre llevo guardado en la memoria de la radio, y que nunca ponía ya que mi hijo lo detesta. Desde que o le levo y le traigo de la universidad, me siento más liberada, esa es la realidad.

Llego a casa y me cambio, sigo con camisetas viejas por el chupetón en mi cuello del tal Jimmy, que parece que no desaparecerá nunca. Hago la comida y recuerdo hacer un poco más mi invitado, que me confirma por mensaje que vendrá. Viendo el telediario esperando a que lleguen, y cuando aparecen, se repite mi mundo.

Carlos pasa de largo con un leve gesto con la cabeza, y Javier entra con una sonrisa enorme a saludarme al salón, con un polo negro y pantalones piratas de tela fina. Nada más verle, siento ganas de correr a sus brazos, y eso hago. Me recibe y me zarandea lleno de felicidad. Adoro que haga eso.

– YO: Hola Javier ¿Cómo estás? – digo cuando me deja en el suelo después de darme mi imperdonable beso en la mejilla.

-JAVIER: Puf, no sé, empiezo a notar eso de mariposas en el estómago y esas cosas que dicen las canciones.

– YO: Que te has enamorado, eso pasa, se te ve genial.

-JAVIER: Pues anda que tú, parece que te haya tocado la lotería.

-YO: Nada, que me divertí el sábado, y estoy feliz, por ti.

– JAVIER: Estupendo, fue un honor sacarte por ahí, y siempre que quieras me avisas, y te llevo a comernos la noche de Madrid. – sonrío sujetándole del brazo.

-YO: Eso está hecho…anda, ven a la cocina, ayúdame con la mesa y me dices que tal con Celia.

Me habla maravillas de la relación con ella, dice que quedaron ayer y tomaron unos helados junto a un parque, jugaron con Thor y se besaron un montón de veces. Llegó a subirla a su casa, y allí se dieron el lote, dice que casi se vuelven a acostar, pero con el perro por allí le daba reparos, y la acompañó a su piso. Desde entonces han estado hablando por móvil mucho tiempo. Se le ilumina la cara cada vez que dice su nombre.

Pese a que estoy contenta, y alegre, charlado distendida, cada vez que veo el brillo en sus ojos al mencionar a su ligue, debo forzar un poco mi sonrisa. Es algo que achaco a unos celos primarios, debido tal vez a que la atención que yo recibía, ha pasado a manos de una adolecente cualquiera, y me da rabia. Soy consciente de ello mientras en algún rincón de mi mente, una voz me susurra que hice lo correcto al alejar a Javier, y que todo está en orden y como debe ser.

Luego me cuestiono que si eso es cierto, por qué no dejo de intentar auto convencerme.

Comemos, y para mi regocijo, Carlos se va a su cuarto y Javier se queda en el sofá conmigo. Charlamos un buen rato, sobre lo que pasó, y lo que puede pasar. También se interesa por mí, y lo que hice cuando se fue él de la discoteca. Le digo que toreé a unos cuantos buitres, cosa que no es mentira, y que uno de ellos me dejara molestias vaginales dos días después, simplemente me lo callo.

Pasan un par de horas, y se acerca la hora de irse, me dice que va a sacar a Thor, que le gustaría que le acompañara, pero que va a buscar a la adolecente rubia que se benefició en mi cama, para dar una vuelta. Me cuesta tragar saliva desde ese momento, y escucharle hablar de todo lo que tiene pensado hacer, decir o pensar sobre la chica, me va sumiendo en un pequeño agujero. Asiento triste, cuando se levanta para irse, finjo más tristeza para que no se note la real y quede como una broma. Le acompaño a la salida y me da tal abrazo que me eleva del suelo, me come a besos dándome las gracias por lo del fin de semana, tratando de animarme, y se va.

Aguanto la sonrisa falsa el tiempo justo de volver al salón, noto una espesa bola de plomo subir por mi pecho, cuando llega a mi cara, me derrumbo en el sofá, empezando a llorar. Me odio, soy idiota e imbécil, debería estar feliz, Celia es buena para él, y a mí me evita un problema, pero siento rabia de que Javier tenga a alguien que no sea yo. Era mi chico, mi pequeña versión mejorada de Luis, mi galán, y lo he perdido a manos de una niña con un buen culo y poco más. Sabía que esto debía suceder, yo misma lo provoqué, lo que no esperaba era sentirme así de mal.

Me recompongo, no temo que Carlos me haya visto, he llorado mucho desde la muerte de mi marido y nunca ha venido a reconfortarme. Hago la cena y me centro en que mi vida no es solo ese joven, tengo más cosas. O debo encontrarlas. La idea de buscar al boy para que me dé mi ropa íntima, y estar tres días en su cama, se me pasa por la cabeza, pero tengo mi orgullo. Podría haberme tenido siempre que quisiera si me hubiera tratado mejor, y ahora irá follándose a la primera boba que caiga a sus pies, ha perdido la oportunidad de tener a una mujer de verdad, como yo. “Pero te abriste de piernas como todas”, me dice un remanente de mi conciencia.

Cenamos y me voy a acostar directa a la cama para olvidarme de todo. El problema es que pese a cambiar las sábanas, noto la fragancia de Javier todavía en mi cuarto, y al sentirla, mi cuerpo reacciona, rememoro aquella sala VIP, y saco el consolador para sosegarme. Me encuentro la sorpresa de que al metérmelo, no es que me haga demasiado, el muy cabrón de Jimmy me ha dejado un boquete de campeonato. Me cuesta un mundo lograr acabar en un orgasmo, pero una vez hecho, caigo rendida.

El martes es exactamente lo mismo que el día anterior, solo que Javier avisa de que no vendrá a comer, ha quedado, ¡Oh sorpresa!…con Celia. Qué asco la estoy cogiendo, está acaparándole.

Me olvido del tema y me dedico a mis labores, trabajo sencillo, comida, limpio uno de los baños por la tarde, y la cena. Me mando algún mensaje intrascendente suelto con el joven que me está matando de celos, no por él, porque sé cómo la estará tratando, lo bien que cuida de ella, y yo quiero eso para mí, tengo envidia, y mucha.

Me quedo en el sofá un par de horas, pero estoy revuelta del estómago, el periodo sigue acudiendo a mí, pese a no poder tener hijos. Es una faena mayúscula.

Entre el dolor físico y el emocional, me voy a la cama pronto, y lucho por quedarme dormida.

Llegamos a la mitad de la semana laborable, y paso el día mustia y marchita. Tomo un par de pastillas para la menstruación y aguantar a duras penas mi turno de trabajo. Al regresar a casa, compro un pollo asado para no tener que cocinar. En mi día gris, la única luz es saber que vendrá Javier, y cambio al camisón azul de satén, algo más provocativo y el tirante cubre el ya decreciente chupetón.

Cuando llegan, me sorprendo al recibir un beso de Carlos al saludarme, y tras él, el invitado se acerca con ímpetu alegre. Pero me ve el rostro, las ojeras o el mal gesto, me da un abrazo suave, y su beso calma algo mi malestar.

– JAVIER: Qué mala cara, Laura ¿Estás bien?

– YO: Sí, es sólo que me duele la tripa. – me mira y sonríe.

-JAVIER: Es una epidemia, a las chicas de mi piso también les duele la tripa un par de días al mes. – me hace reír, y una caricia suya en mi brazo me anima un poco.

– YO: Anda, vamos a comer.

Casi no pruebo bocado, se me cierra el estómago y no hay manera. Carlos insiste en hablar de un tema de la universidad, y llega un momento en que su tono de voz me taladra la cabeza. Me excuso, voy a recoger mi plato para marcharme, pero Javier me coge de la mano y me dice que no me preocupe, él se ocupa. Se lo agradezco con una mirada tierna, y me marcho al sofá, dejándome caer.

Pasa un buen rato en que escucho a los dos hablar, comer, limpiar y fregar los cacharros. Me asombra que sea capaz de hacer ayudar a mi hijo, yo no lo logro desde que cumplió los catorce años.

Escucho la puerta del cuarto de Carlos, y creo que se han ido a seguir charlando, pero una figura emerge a mi lado. No me hago ilusiones de que sea mi pequeñín, y asumo que es el dueño de la nariz ladeada que tantos dolores de cabeza me está provocando.

– JAVIER: ¿Cómo te encuentras?

– YO: Mal, la verdad, pero no te preocupes.

– JAVIER: ¿Qué puedo hacer? – sonrío generosamente, y le hago una carantoña en el brazo.

– YO: Nada, esto se me pasa hoy, y ya mañana como nueva.

-JAVIER: ¿Le traigo una pastilla o…?

-YO: Sí ya me la he tomado, toca lidiar con ello. En serio Javier, gracias, pero no hace falta.

-JAVIER: Vale, pero si necesita lo que sea, avíseme, que ya sabemos que Carlos no está muy por la labor. – debería pensar que, un chico que conozco de apenas un mes hable así de mi hijo, está mal, pero no es así.

-YO: Anda, ve con él y pasarlo bien.

-JAVIER: Bueno, es que en realidad me iba ya, tengo un trabajo importante y quiero recoger mi cuarto, mañana se ha ofrecido a sacar a Thor una de las chicas de mi piso, y quiero aprovechar para estar con Celia – sospecho que para volver a tener sexo con ella – Así que mañana tampoco podré pasarme a comer, lo siento, pero creo que es mejor ya que así no la molesto en estos días.

-YO: No es molestia, Javier, y te agradezco el detalle, pásalo bien con esa afortunada chica. – quiero parecer dulce, pero me sale un tono seco e hiriente.

-JAVIER: Está bien. – amaga irse, pero le paro.

-YO: Tú no te vas sin despedirte como dios manda. – me pongo en pie y sonríe ayudándome.

Notar su cuerpo y cómo me protege con sus brazos, me reconforta, es casi magia, o un efecto placebo. Me besa la mejilla diciéndome palabras de aliento, y noto sus manos frotándome los costados con una ternura muy dulce. Le dejo irse tras al menos quince segundos de abrazo en los que no se ha apartado ni un instante, ha durado lo que yo he querido, y lo que necesitaba.

Se va y me recuesto más entera sobre el sofá. Algo ha hecho, no sé el qué, pero caigo frita sobre un cojín, y descanso como no he podido en varios días. Al despertarme es tarde, y debo apurar algunas tareas de casa. La cena la pido a domicilio, un poco de comida china, y a la cama, a aprovechar el bienestar que me ha dejado la visita de Javier.

Al levantarme el jueves mi tortura se ha acabado, ya no necesito pastillas ni tampones. Me pongo una buena falda corta de traje y me voy a trabajar llena de alegría. Al salir llego a casa y me ducho, el calor de inicios del verano hoy era insoportable, y tras comer con Carlos, que llega algo apurado, me preparo para otra tarde endeble y sosa.

El móvil me suena, y al ver nombre de Javier, recuerdo que debería estar con Celia ahora mismo.

-JAVIER: Hola Laura, lamento molestar.

-YO: Nunca molestas, ¿Que tal estás?

-JAVIER: Bien ¿Y tú de lo de ayer?

– YO: Como una rosa, ya te dije que era solo el día.

-JAVIER: Me alegro mucho, pero debo ser sincero, necesito tu ayuda.

-YO: Dime, Javier, me estás asustando.

-JAVIER: No, mujer, pero recuerdas que te conté lo del plan con Celia, ¿No? – gruño más que decir “Sí.”- Es que a la chica que iba a pasear a Thor le ha surgido un imprevisto y no puede, Celia viene en un rato, y parece ilusionada con…con que lo hagamos otra vez, no quiero que se chafe por el animal, pero he llamado a los pocos en los que confío y nadie puede hacerse cargo, eres mi última esperanza, no quería inquietarte sabiendo que estabas mal pero… ¿Qué hago, anulo el plan o…? .

Su tono de voz es lastimero, y algo me grita que le diga que lo cancele, pero suspiro, solo es un joven pidiéndome consejo y ayuda, así que cierro los ojos, diciéndome a mí misma que así ellos fortalecen su relación.

– YO: No, tranquilo, me paso ahora y le doy un buen paseo, para que te luzcas.

-JAVIER: Madre mía, Laura, eres mi pequeño ángel guardián, te debo la vida.

– YO: Me debes un buen baile la próxima vez, que en vaya jaleos me metes. ¿Me paso ya?

-JAVIER: En cuanto puedas, Celia está al caer.

– YO: Voy volando.

Casi salgo en camisón a la calle, pero regreso, y me pongo encima un sujetador de encaje del mismo color que mis braguitas, un top amarillo y una falda ligera de flores rojas hasta las rodillas, zapatillas cómodas y con la coleta de pelo más simple, voy a por el coche. Si quiero llegar antes que su chica, debo ser rápida, así me evito pensar demasiado sobre esa sensación seca del paladar que tengo, una muy común cuando haces algo que no quieres hacer, pero lo haces de todas formas.

Aparco como puedo, llamo al portal y Javier me dice que suba. Lo hago veloz, y llego transpirando y agitada, pero lo que veo al entrar en su cuarto, me deja impresionada.

El chico ha recogido la leonera que tenía, está todo para foto de revista, y ha preparado un camino de pétalos de rosas por el pasillo hasta su cama, con unas velas aromáticas y un poco de música sensual. El chaval se ha lucido, y si Celia no se lo come entero por el detalle, es idiota. Encima se ha puesto el pantalón y la chaqueta de un taje negro, con una camisa blanca, y está guapo a más no poder.

– YO: Ya estoy aquí ¡Vaya lujo te has pegado con ella!

-JAVIER: Ya, es que no sabía qué hacer, y me ha parecido bonito.

– YO: Pues le va a encantar….pero date prisa, ¿Dónde está Thor?

– JAVIER: Le he tenido que meter en el baño, se estaba comiendo las rosas el muy bestia. Toma la correa y las llaves para que lo traigas en….no sé, ¿Una hora? – me mira como si yo supiera cuánto va a tardar.

Encima debo darle consejitos, me repatea el estómago.

– YO: Hombre, Javier, ya que te has esforzado, dedícala un par de horas, no vayas al mete saca sin más, juega un poco, preliminares, y luego os quedáis abrazados en la cama. Dila lo importante que es para ti, que es muy especial, y que le das las gracias por compartir la cama contigo. – me río al ver a Javier tomando nota mental.

– JAVIER: Vale, pufff, estoy casi más nervioso que el otro día. – le abrazo, y le acaricio la cara.

-YO: No seas bobo, se le van a caer las bragas al suelo nada más entrar en la habitación. – soy algo brusca, quiero que se ría, y lo logro.

– JAVIER: Muchas gracias por lo del perro, llévalo al parque y juega con él, no sé…- le suena el móvil y lo mira, es un mensaje. – Mierda, es ella, corre, coge a Thor y vete.

La situación se vuelve irrisoria, el animal sale empujado casi de casa sin comprender por qué Javier no sale, y me cuesta tirar de él hasta la calle. Me cruzo con Celia, que va con un vaquero marcando su espectacular trasero, y un mini top rojo. Ni me ve, debe estar pensando toda ilusionada que va a tener un polvo rápido, y no sabe el regalo que le va a hacer, no conozco muchos que hagan cosas así por las chicas que acaban de conocer.

Me centro en el potro desbocado que tengo entre manos, Thor no debe pesar menos de 40 kilos, y tira como un burro hacia lo primero que le llama la atención. Me enfado cuando casi cruza una calle por perseguir una bolsa de plástico, y le chisto firme, como recuerdo que hacía su dueño. Me quedo petrificada al ver que el animal se da la vuelta, se coloca a mi lado, y se sienta, obediente. Javier tiene mano para educar bestias, este perro y mi hijo son la prueba.

Con más calma y recordándole quien manda, nos acercamos a un parque, y allí le suelto. Sale despedido a corretear tras otros tres perros más pequeños, y se pasa media hora dando vueltas.

Trato de no pensar en que posiblemente, Javier y Celia están ahora mismo retozando, me cruzo de piernas y brazos, hasta pongo morritos, tengo la sensación de que estoy haciendo el imbécil, no solo le ayudo a ligarse a otra, sino que encima le ayudo a tener sexo con ella. Me tengo que convencer de que es lo apropiado, pero a mí, Luis me hacía detalles como el de las rosas, y no salíamos de la cama en toda la noche. Dudo que esa cría sea capaz de aguantar un par de horas.

Dejo de compararme con ella en una hipotética carrera sexual, y voy a por Thor. Creo que no ha dejado un solo árbol sin mear, o alguien a quien no le haya olfateado, es tanta su seguridad en sí mismo, que no se preocupa o achanta por nada, ni cuando dos mastines se le encaran. Corro a cogerlo y apartarlo de la posible gresca, y me lo llevo a dar una vuelta.

Llegamos al parque del oeste, un bosque urbano pegado a Madrid, lleno de pendientes, caminos de tierra y césped, donde acuden jóvenes a beber alcohol y drogadictos a pincharse cuando oscurece, pero durante el día es un agradable lugar. Al ser un emplazamiento más amplio, juego con la pelota de tenis desgastada con el animal, que parece en un estado de felicidad constante. Hasta hago carreras con él, estoy en buena forma y aguanto el ritmo, ya que tiene una zancada larga y poderosa. Nos acercamos a una fuente y uso mis manos de cuenco para que beba. Su larga y áspera lengua me hace cosquillas, y me salpica de agua el top, para colmo me da con el hocico y me tira al suelo, una vez sentada, se acerca y me lame la cara para agradecérmelo. Trato de evitarlo pero es que su ímpetu me hace reír.

De regreso, me doy cuenta de que es algo tarde, está oscureciendo y esa zona de noche es un poco peligrosa. Me cruzo con grupos de adolescentes borrachos, pero mantienen las distancias en cuanto aparece Thor, su figura y planta son temibles, parece que entiende que debe protegerme y me pone en alerta de algunas sombras que yo no veo, dedicándoles un único y potente ladrido. Nadie se me acerca a menos de cinco metros, y salgo del parque. Han pasado unas tres horas, y miro el móvil. Javier me ha mandado un menaje, dice que en un rato Celia se irá, y que puedo volver.

Espero que el trayecto hasta su casa dure lo suficiente para no verla, hasta camino despacio y me detengo a comprarme un helado de nata tipo sandwich , que me encantan, pero al llegar al piso, aún está en casa. El perro salta alegre sobre Javier al entrar en el cuarto, y parece decirle que se lo ha pasado bien conmigo, mirándome y jadeando feliz mientras corretea de uno a otro, obviando a Celia, cosa que me saca una sonrisa.

Javier, besa a su chica, que está en una nube, debe tener la misma cara que yo al salir de la zona VIP, y me dedica un saludo fugaz antes de irse de la casa. No sé si irme tras ella, pero me quedo en el pasillo trasteando con Thor, oliendo el aroma de sexo que hay en el ambiente, mientras el joven parece moverse por el cuarto. Al poco rato, sale con una camiseta y un pantalón corto.

– JAVIER: Hola Laura, mil gracias.

-YO: Nada, ha sido un placer, es una gozada sacar a este animal

– JAVIER: Es un trozo de pan.

-YO: Bueno, ¿Y por aquí que tal? – se le escapa una sonrisa grande.

-JAVIER: Ha sido genial, le ha encantado lo de las rosas, y como es un poco atrevida… me gusta, compensa mi timidez en algunas cosas.

-YO: ¿Y después?

-JAVIER: Me he quedado pegado como una lapa a ella, se reía y me apartaba cuando la acariciaba y la besaba por el vientre…ha sido…no sé, me gusta. – el brillo en sus ojos me emociona, realmente está enamorándose de Celia.

– YO: Pues sigue así, con estos detalles, y la tendrás a tu lado para siempre…. ¿Habéis hablado de ser novios ya? – tose y sonríe.

– JAVIER: No, bueno…es que tampoco quiero incomodarla…va un poco por libre, a su ritmo.

– YO: No seas tonto, pídele salir, hazlo oficial, así dejara de buscar a otro, ya tiene al mejor chico que he conocido. – su abrazo tierno me eleva, estoy sucia y pringosa por Thor, pero me siento mejor que nunca cuando me aprieta ente sus brazos.

– JAVIER: Laura, te quiero, eres la mejor, si me pillas con tu edad, tú no te me escapas.

– YO: Anda, bobo, que no me hacen falta galanterías. – me río, pero me he puesto colorada como un tomate. No ha sido lo que ha dicho, ha sido el tono, iba totalmente en serio.

Me encanta ese instante previo a que me abrace, alzo mis bracitos y noto sus manos rodeándome, es algo placentero, y no puedo entender la diferencia entre que sea él u otra persona, pero lo siento diferente. Sus dedos me acarician y me doy cuenta de se traban con mi sujetador, a lo que él suelta un gemido mustio.

– YO: ¿Qué pasa? – le digo al despegarnos.

– JAVIER: Nada…es que…el otro día se desnudó ella, pero hoy, con el tema de las carantoñas y tal…pues que la he desnudado yo…y con el sujetador…me he liado. – está rojo, parece querer pedirme ayuda con el tema, pero no le salen las palabras.

-YO: ¿Tan torpe eres? Si eso sale con nada. – al decirlo solo logro que agache la cabeza avergonzado.

– JAVIER: Es que yo no me los pongo y quito a diario, y me he quedado como un idiota intentando abrir una caja fuerte, y se ha reído un poco. – mi sonrisa no le cambia el rictus.

– YO: Eso se aprende con la experiencia, ya se te dará mejor…- mi comentario no parece convencerle.-… o puedes ensayar.

– JAVIER: Claro ¿Le pido a las mujeres que me dejen quitarla el sujetador para entrenar…? – ironía al canto.

– YO: No, bobo, digo que te hagas con uno y lo pruebes, no sé, lo puedes poner en la almohada o un cojín… venga, yo te enseño.

– JAVIER: ¿Y de dónde saco uno?

– YO: Cógeselo a tus compañeras de piso.

– JAVIER: No, por dios, qué vergüenza, ¿Y si se enteran?

– YO: De verdad, qué complicado lo haces todo… pues ya que estoy aquí, usamos el mío. – quería evitar esa opción, pero el chico está tan avergonzado que parece que tenga que dárselo todo hecho.

– JAVIER: Va…vale, gracias, y perdóname, es que me pongo muy nervioso y no quiero meter la pata con la chica.

– YO: Anda, aparta y deja que me siente en la cama, que en vaya jaleos me metes. – quiero parecer algo molesta, pero tengo que fingirlo, pensar en él desnudándome me saca una sonrisa.

Me siento al borde de la cama, de lado, dejando el bolso en el suelo. Javier se sienta detrás, hacia mí, noto sus rodillas rozarme el trasero pero veo de refilón que se aparta y se frota nervioso las manos con el pantalón corto. Sería adorable si no estuviera haciendo yo lo mismo con la falda. Me aparto la coleta en un hombro y me llevo las manos atrás, doblándolas de forma natural.

– YO: ¿Ves? Es muy sencillo. – digo cogiendo del cierre y abriéndolo con la habilidad que da la práctica. Luego lo cierro.

– JAVIER: Joder, si es que parece fácil, pero no me sale.

– YO: Prueba tú. – es una orden, pero tarda en obedecerla un par de segundos.

Noto sus manos palpar sobre el top amarillo, y coge del cierre, pero una de las manos tira pillando de los dos lados, logra sacar una de las argollas, pero la otra queda unida. Así que vuelve a intentarlo, y no sé cómo se las apaña, que me lo ha vuelto a cerrar. Vuelve a la carga, esta vez lo coge bien, pero pese a hacer el gesto, no logra sacar ninguno, le escucho bufar, y acaba rindiéndose.

– JAVIER: Si es que soy un patán.

– YO: Que no, es solo repetición, otra vez.

Sus manos enormes no ayudan con algo tan delicado, noto los tirones apretándome el pecho, pero tras un momento de saturación, sale. Le felicito, pese a que parece igual de abochornado, y le insto a que lo cierre. Tarda casi el doble, y debo aguantar las ganas de gemir por la presión, no quiero agobiarle aunque me ahogue.

Una vez atina a ponérmelo, le digo que lo quite otra vez, y así, hasta que tiene el gesto cogido, su habilidad y sus tiempos mejoran. No sé cómo he terminando haciendo esto, estaba enfada y cabreada, no me gusta ser el plan de emergencia para cuando Celia y él quieran echar un polvo, ya le dejé mi casa y hoy saqué al perro. Y aquí estoy de todas formas, enseñándole a abrir sujetadores. Me digo que forma parte de mi “plan maestro” de conseguir que tenga una relación estable con otra, pero si fuera así, ahora mismo no sentiría un cosquilleo de emoción en la tripa.

– YO: Genial, Javier, es que te preocupas por nada.

– JAVIER: Ya lo veo, es que…puf, son cosas que no sé manejar.

– YO: Pues toma, sigue practicando. – con la mayor naturalidad del mundo, meto la mano por mi escote y saco el sujetador blanco de encaje, para dárselo.

– JAVIER: Laura, no puedo…es tuyo. – pienso en que, con este, ya serian dos sostenes perdidos en pocos días.

– YO: Si no vas a pedírselo a ninguna otra, pues no te queda remedio. – lo coge, y trato de no pensar en si nota el tibio de mis senos en él.

– JAVIER: Vale, pues ensayaré, pero te lo devolveré.

– YO: Así sea, y escóndelo bien cuando venga Celia…

-JAVIER: ¿Por qué lo…? – se calla comprendiendo el motivo. No ayudaría mucho encontrarte un sujetador de otra en la habitación de tu chico.- No sé qué haría sin ti.

– YO: Pues meter la pata, que eres un desastre… pónselo a algo, y te enseño.

Tarda un momento en reaccionar cuando me doy la vuelta, no es habitual en él mirarme así los pechos, pero al fijarme, tengo los pezones marcados en el top. Me ruborizo, y le doy normalidad a la situación, poniéndome en pie rodeándolo.

Cogemos la almohada, y se lo pone torpemente, luego se lo quita con algo de maña, pero se sigue trabando, y para ponerlo es más lento aún. Algo me pide a gritos que le ayude, y me pego a su espalda, cojo sus manos y le guío, pero como es tan alto tengo que pegar mis senos a su nuca, yo lo sé, y el más, pero casi sin parecerlo, acomoda su cabeza entre mis pechos. El roce mientras le adiestro, me está matando, siento lava entre mis piernas, y tengo una sola idea en la cabeza, “¿Si me tiro encima suya y le beso, me rechazaría?”

Aguanto como puedo hasta que lo hace casi mecánicamente. Ahora le hago darle la vuelta y hacerlo como si la abraza, para quitárselo y ponérselo. Es un gran chico, aprende con facilidad, y en menos de media hora le veo preparado, y me alejo sentándome a su lado, con las piernas dobladas sobre su cama, y apoyando la espalda contra la pared. Le miro embelesada, y sé que si fuera Jimmy, o cualquier otro varón, se daría cuenta de que estoy a punto de desnudarme y dejar que me haga todo lo que desee, pero él no. Está concentrado en su tarea, sin entender que la sonrisa que le dedico cada vez que me mira, pidiendo evaluación, no es de complicidad, si no para esconder el fuego que hay tras la fachada. No voy a poder seguir mucho tiempo más así.

-YO: Ya está bien, creo que ya le has pillado el truco.

-JAVIER: Si, eso creo. Muchas gracias, Laura, eres un sol, no sé como agradecértelo.

-YO: Ya que se te da tan bien, podrías devolverme mi sujetador…- le digo cuando le veo trasteando con él en sus manos.

– JAVIER: Ah, sí, toma perdona. – su forma tan inocente de dármelo, sin jugar ni bromear, tan diferente al boy de la discoteca, me hace ver la distancia entre un hombre y un crío. Javier es muy educado e inteligente, pero no es un varón hecho y derecho.

– YO: ¿Quieres ponérmelo? – digo algo incrédula antes de decirlo.

-JAVIER: No, creo que ya me he quedado con todo, me salgo para que te lo pongas tú. – ni tan siquiera me da tiempo a decirle que no hace falta que saliera para ponérmelo yo.

Ha sido como un baño de agua fría, toda la excitación del momento se ha desvanecido, y ahora la sensación que me ha dado, es que está tan embelesado de Celia, que no se ha dado cuenta del juego al que quería arrastrarlo, cuando antes hubiera entrado al trapo sin problemas. “Mierda, le he perdido, ya no me ve con ojos de amante, sino que ahora soy su amiga y nada más.” Pese a que es lo que quería, no puedo evitar desilusionarme, y sentirme mal por ello.

Me pongo el sostén, algo confundida, y cojo mi bolso para salir disparada de allí. Me cruzo con Javier, que me abraza, la calidez con lo que hace no me facilita nada marcharme, quiero volver a sentirme viva, y solo lo logro estando con él, pero mi mente racional me lleva en otra dirección y tras recibir mi beso, le suelto y me voy a casa.

No puedo reprimirme, y al regresar en el coche, debo aparcar y echarme a llorar aporreando el volante. Siento odio, envidia, celos y ahora una rabia incontrolada al entender que es culpa mía. Sólo tendría que haber seguido jugando, y Javier sería mío, pero tuve que ir de madura y seguir las normas. Ahora otra chica tiene lo que yo quiero, deseo, merezco y para colmo, es gracias a mí intervención directa.

Me sereno para regresar a mi piso, me doy una ducha templada poniéndome un camisón, y quedándome plantada con el sujetador entre las manos. Ceno con Carlos, que parece muy emocionado con la chica nueva, hasta habla de traerla a casa un día para que la conozca.

Tras comer algo, me voy al sofá, y reprimo las ganas de hablar con Javier, sé que si le escribo un mensaje contestará, pero ahora mismo estoy dolida, y él no parece darse cuenta. Claro ¿Cómo podría? le puse la cara colorada por ganar al juego que empecé yo con él, y ahora le consigo chica…ni se imagina cuanto deseo que la mande a la mierda, que no me haga caso de lo que dije, que venga a mi puerta y me diga que me quiere, y que me funda en su pecho en un abrazo que termine en un beso de película.

Me voy a la cama deshecha emocionalmente, y vuelvo a llorar, pensando en que debería haberle besado, estaba en su cama, medio tumbada, sin sujetador, no hubiera sido nada difícil, pero no lo hice, y ahora pago las consecuencias de la responsabilidad.

Esa palabra parece ser como aviso de carretera por mis pensamientos, cada vez que dejo ir mi imaginación hacia donde yo quiero, salta un aviso “Responsabilidad”, y tras varios kilómetros en mi mente, me asalta una duda, es apenas una idea insignificante, pero está ahí, imborrable. ¿Qué responsabilidades tengo? Mi hijo está educado, y Javier es tan mayor de edad, como yo libre de estar con quien yo quiera. La nube de razonamientos me deja exhausta, y me quedo dormida con restos se sal de mis lagrimas en los ojos.

Continuará…

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Relato erótico: “el legado (4) El trío perfecto” (POR JANIS)

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El trío perfecto.
Me adelanto al amanecer. Siento mi cuerpo rebullir, lleno de energía. Me calzo mis botas y ropa deportiva. Tras revisar las vacas, empiezo a correr, esta vez, campo a través.
Estoy licuando tus reservas de grasa, aunque llevara cierto tiempo, pero te ayudará a perder peso.
“Gracias.” Sigo arrastrando mi corpachón a través de los bosquecillos, cuidando de no pisar los esquejes recién plantados. Tomo aliento al subir la loma. Me tiro al suelo y empiezo a realizar flexiones y abdominales. Enseguida me canso.
Tómatelo con calma. Roma no se construyó en un solo día.
“Lo sé, pero me molesta moverme tan torpemente. Dime, ¿te acostabas con la zarina?”
No, no soy tan idiota, aunque es verdad que se me insinuó en varias ocasiones. La zarina Alejandra era una gran mujer, con mucha más voluntad que su esposo, Nicolás II. Se podría decir que ella era la cabeza pensante del imperio, siempre en la sombra, claro, pues ella era extranjera, concretamente de ascendencia aria, nieta de la reina Victoria de Inglaterra.
“No lo sabía.”
Ella estaba fascinada por mis palabras, por mi seguridad, por mis ideas. En verdad, nunca quise ir en contra de los intereses de Rusia, pero toda aquella nobleza decadente no constituía más que un ancla para el país, y no dudaba en despotricarles, en criticar sus caprichos a la más mínima ocasión…
“¿Aún te asombra que te mataran?”, bromeo.
Si no hubieran sido Yusupov y aquel tonto de Demetrio, hubieran sido los bolcheviques. Mi destino ya estaba decidido. Lo que más me entristece es que tuvieran que asesinar a toda la familia imperial. Los Romanov no lo merecían, ni los niños tampoco.
“Se ha hablado mucho que la gran duquesa Anastasia había sido salvada por un soldado bolchevique.”
No. Los asesinaron a todos. Los fusilaron y, después, los pasaron a bayoneta. Los desfiguraron y rociaron los cuerpos con ácido. No querían que sus cuerpos fueran encontrados. La zarina y sus descendientes procedían de la más alta aristocracia europea, emparentados con varias casas reales. Fue una pena, María y Anastasia eran realmente bellísimas y alegres.
Desciendo la loma a buen ritmo y tomó un carril que conduce directamente a la comuna hippie. “¿Qué hay de todas esas mujeres que te rodeaban?”
Mi capacidad para observar y reflexionar me llevó a conseguir una inmerecida fama de vidente, de oráculo. No veía el futuro, solo que me daba cuenta de detalles que los demás no veían, y así podía vaticinar posibles eventos en un futuro inmediato. Los círculos de pensadores, en las grandes ciudades, solían invitarme a charlar. Las mujeres empezaban a buscar su emancipación; muchas confundían esa emancipación con un solapado erotismo. Eso y la magnética atracción de mi mirada, me brindó tantos cuerpos como quise.
Saludo con la mano a un vecino que ara sus campos con el tractor. Una niebla bajera cubre campos y caminos, lo que augura un día despejado y con sol. “¿Piensas que yo seré igual que tú?”
Por supuesto, somos muy parecidos. Yo te conduciré.
“Ya veremos.”
Me ducho y me quito los cuatro pelos de la barba – apenas me salen –, antes de desayunar. Las chicas no aparecen, seguramente dormidas. Hoy, fruta troceada y café con leche desnatada. En fin, es lo que hay. Arreglo varias cosas que había ido dejando a lo largo de meses, y, cuando estoy a punto de recoger alcachofas, Maby y Pamela se acercan, mordisqueando aún sus tostadas.
―           Mamá nos ha enviado a ayudarte – anuncia Pamela.
―           ¿Qué hacemos? – dice a su vez, Maby.
―           Coged una espuerta cada una. Hay que cortar las alcachofas de las matas, con cuidado, y dejarles un rabo de un par de centímetros, sino se pudren. En la caja de herramientas hay podaderas y aquí – señalo un cajón – guantes gruesos. Una de vosotras debería quedarse a colocar el contenido de las espuertas en aquellas cajas de madera, para que madre las revise y las selle.
―           ¡Si, jefe! – exclama Maby, saludando militarmente.
Mi hermana decide recoger la hortaliza y me acompaña, instalándose en la hilera de mi derecha. Estamos atareados, inclinados sobre las matas, cuando dice:
―           Anoche, le conté a Maby lo nuestro.
―           ¿Qué? – disimulo. No puedo decirle que las vi y las escuché.
―           Estuvimos hablando de muchas cosas, nos sinceramos… Le gustas, Sergi, y está dispuesta a probar…
―           No esperaba que fuera tan rápido…
―           Ni yo – me guiña un ojo, estirazándose. – También está dispuesta a probar conmigo, o sea, con los dos a la vez.
―           ¿Un trío? – pongo cara de tonto.
―           ¡Si! ¿No es maravilloso?
―           No lo sé, no he probado eso nunca. Supongo que si – digo, sin levantar la cabeza de mi hilera.
―           Por eso, le conté lo que habíamos hecho.
―           ¿Y ahora, qué hago yo?
―           Bueno, Maby está deseando probar si lo que le he dicho sobre tu tamaño es cierto. Solo tienes que ser dulce y agradable, y dejarte hacer.
―           Un hombre objeto, ¿no?
―           Pues si – Pamela me mira, algo extrañada por la reticencia que nota en mi actitud. — ¿No te place?
―           Creo que si. Es lo que cualquier hombre desea – respondo, encogiéndome de hombros.
―           ¡Bien! – exclama y echa a correr hacia su amiga.
La sigo, recogiendo su espuerta también. Le falta tiempo para contarle las nuevas a Maby, quien me sonríe como una loba al acercarme. Que peligro tienen estas dos.
―           ¡Tenemos que celebrarlo! ¿Verdad, Sergi? – me pregunta la morenita, adoptando una pose de inocencia, con las manos atrás.
―           ¡Si! ¡Esta noche, Sergi nos va a llevar de marcha! – dispone mi hermana. Muy maja ella.
―           Dejaros de saltitos y vamos a seguir con esto. Hay que terminar antes del almuerzo – las freno cuando empiezan a saltar a mi alrededor, como indias excitadas.
Llevo una hora esperándolas. Me he tomado ya dos tazas de té en la cocina. Mi madre me mira.
―           Eres un buen hermano, Sergio. Llevar a tu hermana y a Maby a la ciudad, para que se diviertan, es un gesto de agradecer. Te vendrá también bien a ti.
―           Alguien tiene que echarles un ojo, ¿no?
―           ¿A esas? – responde con una sonrisa. – Ya se destetaron hace tiempo. Pero, tú… bueno, puede que encuentres algo nuevo, fuera de aquí.
―           Estoy bien aquí, madre.
Ella asiente y sigue arreglando alcachofas para la cena. ¡Por fin! Ya llegan las dos… ¡Modelos! Otra palabra no puede salir de mi boca. Me dejan de piedra. Con una aparición así, pueden tardar otra hora, si quieren.
―           ¡Estáis preciosas, niñas! – las adula madre.
La verdad es que si. Son bellísimas, saben maquillarse profesionalmente, y disponen de ropas y diseños que no están al alcance de las demás chicas de su edad.
Esta noche, te vas a convertir en el más envidiado de los hombres.
Eso seguro. Pamela enfunda su pletórico cuerpo en un ajustado vestido dorado, que deja toda la espalda al aire y acaba un poco por encima de medio muslo, con unos flecos de pedrería. Su melena rojiza está peinada en una larga trenza que desciende por su espalda. Sus ojos destacan poderosamente bajo las largas pestañas postizas. Unas medias transparentes y de medio brillo protegen sus piernas, y, para acabar, unos botines espectaculares, dorados con una tira roja. En su mano derecha, un pequeño bolso a juego con los botines, y en su cuello, una cadenita con su nombre, complementan perfectamente el conjunto.
A su lado, sin desmerecer lo más mínimo, Maby posa, con una mano en la cadera. Porta un conjunto que ninguna otra se atrevería a llevar por la calle sin tener su apostura. Una gorra de plato, de cuero negro, cubre su cabello, peinado y engominado como un hombre. Sus ojos azules brillan, atrapados por los oscuros contornos que se derivan hacia sus sienes, otorgándole una apariencia felina. Sus labios carmesí, brillan con luz propia. Una torerita, también de cuero negro, cubre su torso y brazos, dejando entrever debajo, a veces, un corpiño, rosa pálido. En la espalda, la cazadora porta, en un elaborado bordado, una calavera con alas y la leyenda “Hell’s Anges”. Un diminuto pantalón vaquero, con los bordes deshilachados, cubre sus caderas, dejando parte de las nalgas al descubierto. Solo unos pantys de rejilla impiden la desnudez de sus nalgas. Me pregunto si llevara un tanga debajo. Unas altas botas, también negras y de estilo nazi, rematan sus pies. Al cuello, porta un estrecho collar perruno, con clavos y una cruz gamada.
Casi puedo preveer problemas esta noche.
Bueno, para estaremos con ellas.
Seguro.
―           ¡Sergi! ¿Así vas a salir? – me señala Pam.
―           ¿Por qué? – me miro. Pantalones vaqueros, amplios y limpios. Una sudadera verde oscura. Una camiseta debajo. Suficiente, ¿no?
―           Anda, tira parriba – me dice Maby, atrapándome de un brazo.
Me llevan al desván y abren mi armario. Reconozco que hay poco para escoger.
―           ¿Cómo eres de friolero? – pregunta la morenita.
―           Este, poco, casi siempre está en mangas cortas – responde mi hermana.
―           Soporto bien el frío.
―           Bien. Pam, trae unas tijeras, que vamos a operar – se ríe la cabrona.
Poco después, los pantalones vaqueros nuevos y limpios que llevo, quedan agujerados por las rodillas y muslos, con largos hilos cerrando en parte las roturas.
―           Te han quedado preciosos, Maby – dice Pamela.
―           Tengo experiencia. Vamos, fuera esa sudadera.
Me la quito. Examina la camiseta. También fuera. Por un momento, ambas contemplan mi torso desnudo. Tengo más tetas que Maby y un gran flotador de grasa en la cintura. Colgando de los tríceps de mis brazos, se descuelga carne fofa y grasienta. No hay apenas cuello, mis hombros se unen a mi mandíbula. Enrojezco, al adivinar lo que ellas piensan.
―           Aquí hay carne para las dos, ¿verdad? – sonríe Maby, mirándome a los ojos.
―           ¡Y que lo digas! Va estar buenísimo cuando acabe con ese régimen. Aunque hay que quitarle esos pocos pelos del cuerpo – comenta Pam, mientras repasa todas las camisetas que tengo. – Esta mola.
Es una vieja camiseta, incluso sé que está algo rota por la espalda. Es negra, tiene un trébol de cuatro hojas en el pecho y pone “Lucky Boy”.
―           No sé si me cabrá – digo, al ponérmela.
―           Da igual, solo me interesa lo que pone – contesta mi hermana.
―           Si, puede que la acabemos de romper nosotras – le dice Maby, con un codazo.
―           Esta noche, va a ser el tío con más suerte de la ciudad – sentencia mi hermana.
La camiseta entra, aunque estrecha. Maby me pasa una camisa que aún sigue empaquetada, sin estrenar. Es de franela, tipo leñador, con cuadritos azules y rojos. Nunca me han llamado la atención ese tipo de ropa.
―           Así, sin abotonarla, las mangas enrolladas… que peazo de leñador – me piropea Maby.
―           Le falta algo. Tiene que parecer aún más agresivo – sopesa Pam, con un dedo sobre la boca. – Ya sé. Ahora vuelvo.
Maby mira mis Converse con duda, una vez a solas.
―           No te van con ese look. ¿Tienes unas botas militares?
―           No, pero tengo unas de puntera de acero. Es casi lo mismo.
―           Perfectas. Sácalas, las limpiaremos.
No están muy mal. Una pasada de grasa y listas. Mientras, llega mi hermana, con algo que recuerdo que estaba entre las cosas del abuelo.
―           ¿Qué es eso? – pregunta Maby.
―           Mi abuelo tenía caballos. Esto es una muñequera para “desbravar”. La he limpiado y aceitado – explica mientras me la coloca.
Me cubre casi todo el antebrazo derecho, de un rígido y grueso cuero pardo. Lleva varias hebillas y correas, así como la marca de la caballeriza a fuego, justo en el centro. Los domadores de caballos se colocaban estas largas muñequeras para evitar lesiones y cortes con los mordiscos de los caballos.
―           ¡Qué chulo! – alaba Maby.
―           Un perfecto look salvaje. ¿Te gusta? – me pregunta Pam.
―           Si – es la verdad. La muñequera me queda perfecta. Me da un aire fiero, a lo Conan. Lástima que no tenga músculos para lucir.
Cuestión de tiempo.
―           ¡Pues hala, a Salamanca! – exclama Maby, empujándonos.
Antes de tomar la carretera a la capital, Pamela suelta, de sopetón:
―           Creo que este es el sitio y el momento ideal para darnos el primer beso a tres labios, ¿no os parece?
Maby palmotea, a mi lado – Pamela se apoya en la puerta de la camioneta – y yo me encojo de hombros, sin saber qué decir. Contemplo como mi hermana se inclina sobre su amiga y mordisquea sus labios, rabiosamente pintados. Maby flexiona el codo y atrapa la solapa de mi camisa para atraerme, sin ni siquiera mirar. Busco sus labios, pero mi cabeza es más grande y las obliga a separarse, así que optan por besarme las dos a mí. Es más fácil. Saboreo el regusto a menta y canela de sus chicles. El lápiz labial debe de ser de los buenos, porque no tiene sabor, ni se borra.
―           Habrá que ensayar más – se ríe Pam.
―           Las veces que necesites, putón – la pincha su amiga.
 Meto primera y aprieto el acelerador. El potente motor de la camioneta ruge. En dieciocho minutos, nos encontramos en Salamanca. Primero a cenar, son las nueve de la noche. Las llevo directamente al Musicarte, un restaurante para gente dinámica. Suele convertirse en un club a medianoche. Gente de mediana edad, matrimonios jóvenes, y, sobre todo, muchos grupos de trabajo. He escuchado hablar de él, pero no lo he probado.
  Bueno, qué decir de la llegada. Aparco la camioneta dos calles más allá. Las chicas se bajan, desplegando sus larguísimas piernas y estirazando sus ropas para quedar bien monas. Seguro que ellas ya se han puesto de acuerdo en cómo actuar, porque, sin una sola palabra, se cuelgan, cada una, de un brazo, apretándose bien contra mi cuerpo. Pamela lleva un largo abrigo de pelo negro por encima de los hombros, y Maby un largo impermeable enguatado, con colores de camuflaje militar. En Salamanca hace frío como para ir en plan matador. Bueno, al menos eso dicen.
  La gente nos mira al entrar en el local. Aún no hay mucha gente cenando, pero en la barra y algunas mesas, hay clientes tapeando y tomando aperitivos. Las tapas del Musicarte son famosas y de diseño. Pam se encarga de hablar con el joven que actúa de maître. Ha estado en sitios como este a lo largo del país, así que tiene más experiencia. Y así es, porque no tarda en conseguir una mesa. Ni siquiera me ha dado a pedir algo en la barra para esperar.
  Nos sentamos. Se arma todo un espectáculo cuando las chicas se quitan los abrigos que la adecentan. Siento las miradas clavadas en nosotros y casi puedo adivinar las preguntas que surgen en sus mentes.
¿Quiénes serán? Ellas parecen artistas. ¿Alguna famosa? Ese tipo no me suena. ¿Será el guardaespaldas? Tiene cara de eso, de bulldog. ¡Que cutre es vistiendo! Ese estilo ya no se lleva. ¡Lo que daría por tener a dos bombones como esos sentados a mi lado! Esas dos son putas, seguro. De lujo, pero putas. No hay nada más ver como van vestidas… ¡Mi madre! ¿Eso que lleva la pelirroja es un Christine Morant? Debe de ser rica para costearse un modelito así… ¡Dios! ¡Esas dos son la fantasía de mi vida! ¡Que suerte tiene ese cabrón! ¡Con lo feo que es!
Sentía a Rasputín reírse en mi interior, con esas frases que yo imaginaba y colocaba en boca de aquellos que nos miraban, casi sin disimulo. Me inflaba como un globo, disfrutando de mi momento, en silencio, claro.
―           Creo que estamos llamando la atención – susurra Pam, detrás de la carta del restaurante, escondiendo su risa.
―           Buenoooo… acabamos de empezar. Aún queda noche – sentencia Maby.
―           Joder. Vosotras estáis acostumbradas a que os miren así, pero yo me siento como en un zoo – rezongo, mirando de reojo a un tipo que se le había olvidado bajar la cuchara hasta el plato, mirando las piernas de Maby.
―           Tranquilo, peque. A ti apenas te miran, por ahora – me coge la mano Pam.
―           ¡Por ahora! ¡Jajajjaja! – la cristalina carcajada de Maby atrajo aún más miradas.
―           Bueno, concentrémonos en la carta – llamo su atención. – Estoy muerto de hambre. ¿Puedo pedir algo de carne, Pam?
―           Por supuesto, cariño – me derrito al escuchar ese apelativo. – Pide algo de buey o ternera, en su punto, pero nada de patatas, ni fritas, ni de ninguna manera. Guarnición de verduras. Nada de pan.
―           Joder con el sargento de hierro – protesto.
―           Haz caso a tu hermanita, que ella sabe de esas cosas – me aprieta un muslo Maby, por debajo del elegante mantel de tela.
―           ¿Podríamos pedir un buen vino? – sugiere Pam.
―           Yo no voy a beber nada de alcohol. Tengo que conducir y seguro que habrá controles de alcoholemia a la salida. Para mí, agua.
―           ¿Un Ribera, Maby?
―           Uuy. Ya sabes que el vino me pone muy cachonda…
―           Mejor – se ríe Pam, alzando una mano y llamando al camarero.
 Este no las tiene todas consigo. La sensualidad de las chicas le distrae fácilmente. Vamos, que si hubiera tenido que desactivar una bomba, lo hubiéramos tenido muy crudo. Aún así, toma nota. Un buen pedazo de buey sobre un fondo vegetal para mí; dorada a la espalda con setas y jamón para Pam; un mil hojas de foie con canónigos y salsa de grosellas para Maby, y, finalmente, una tabla de quesos, con nueces y dulce de membrillo, para abrir la boca. Todo eso me suena a chino. A mí me sacan del guiso casero, del filete con patatas, y la merluza, y me pierdo. Sin embargo, aquellos nombres maravillosos me hicieron salivar. ¡Mierda, con el régimen!
Pam cata el Ribera del Duero que trae el camarero y da su visto bueno. Ni siquiera sabía que entendiera de vinos. ¡Que poco conocía de mi hermana desde que se fue de la granja! Me hice el propósito de saber más cosas de aquellas dos diosas. Llena la copa de Maby y propone un brindis.
―           ¡Por el éxito de esta aventura! – exclama al alzar su copa.
―           ¡Por nosotros! – brindo a mi vez.
―           ¡Por los hermanos Tamión! – entrechoca su copa Maby.
―           ¿Por qué por nosotros? – pregunto, tras beber.
Maby alarga su mano y toma la de mi hermana, sobre la mesa. Su otra mano se pierde dentro de la mía. Nos mira a los ojos, alternativamente.
―           He llegado a un punto en que he tenido que detenerme y cuestionarme cuanto he hecho en mi corta vida. A mis dieciséis años, ya he conocido la ruindad del alma humana, donde la avaricia y el egoísmo acampan en libertad. Soy consciente de que lo que más me atrae, lo que me motiva, acabará por convertirse en mi ruina o me llevará a un agujero en algún cementerio de este país. Cada día desciendo un peldaño más hacia esas catacumbas de pecados y vicios que me llaman con voz de sirena…
―           Maby…
―           No, no me interrumpas ahora, Pamela. Me está quedando precioso – dice con una sonrisa. – Necesito que sepáis con quien os vais a unir. María Isabel Ulloa Mendoza, Maby para los amigos, es una enferma sexual, una zorra.
Deja en suspenso esas palabras, bajando la vista. Sabe cómo ponerse dramática la chica.
―           He participado en… bueno, digamos que he hecho cosas que ni siquiera salen en las producciones porno, por puro placer o aburrimiento, no lo sé. Me codeo con gente de baja estofa, de dudosa catadura moral. Traficantes, estafadores, asesinos… solo es cuestión de tiempo que me salpique algunas de sus lacras y me arrastren a un pozo del que no podré salir. No tengo a nadie que me salve. Mi madre anda por ahí, en algún sitio, tirándose a cuanto pilla, y no creo que se acuerde de su hija. Solo te tengo a ti, Pamela.
―           Oh, Maby – Pam inclina la cabeza y besa la mano de su amiga.
―           Es por eso, mi enorme osito Sergi, que no he dudado en interesarme por ti, en cuanto he notado que había algo en ti que me atraía. No es por decepcionarte, pero jamás creí que un chico como tú llamaría de tal manera mi atención. Al principio, no sabía bien qué era lo que me atraía. Eres el hermano de mi mejor amiga y debía tener cuidado. Pero, a cada día que pasaba, acumulabas más y más detalles, más pequeñas cualidades que, seguramente pasarían desapercibidas para los demás pero que, para mí, resultaban deliciosas. No sé explicarme de otra manera, por el momento. Solo te digo que encontrar a un chico que me llene de esta forma, sin ser un crápula, sin recurrir a los artificiales símbolos de la depravación, como las drogas, es acreedor de mi amistad y mi pasión.
Inspira con fuerza. Sus ojos amenazan con soltar un riachuelo de lágrimas. Sorbe y suelta nuestras manos cuando el camarero trae la fuente con quesos y sus complementos.
―           Maby, no sabía que fuera tan preocupante – la consuela mi hermana.
―           No es algo para comentar en la sobremesa – sonríe, a desgana.
―           Maby – las interrumpo. Tengo los puños cerrados y apoyados sobre la mesa. – No sé hablar como tú, pero debo responder a cuanto has dicho. Solo puedo decirte que me has emocionado realmente y que, aunque aún no te conozco bien, procuraré no fallarte jamás y ser siempre un amigo, un amante, o lo que tú quieras, para darte apoyo y cariño. Cuando necesites de mí, para lo que sea, por muy duro que sea, acude sin vacilar.
―           Oh, grandullón – Maby se cuelga de mi cuello y me besa repetidamente, en la mejilla, en la oreja, en la boca. – Significa tanto para mí… Estoy al límite, atrapada por mi propia ignorancia y mi debilidad. Aún no sé lo que siento por ti, bonito mío. No sé si es atracción, lujuria, o una fuerte amistad… Sé que no es amor, pues no creo en eso, pero, te juro que te respetaré cuanto pueda, y cuando llegue el momento en que ya no pueda seguir haciéndolo más, te lo diré, para que me tires a la puta calle.
―           Eso ha sido muy sincero, Maby. A cambio, yo te prometo que te ayudaré, te cuidaré, y te protegeré cada vez que lo necesites. Que te consolaré, te calmaré, y te amaré cuando estés de bajón, sin pedir nada a cambio – replico, abrazándola y alzándola de su silla.
En ese momento, soy consciente de que, de nuevo, las miradas se vuelcan sobre nosotros.
―           ¡Mala leche tenéis! ¡Me habéis hecho llorar! – dice Pam, golpeando mi hombro. ¡Pues yo no me quedo sin hacer mi discurso! Vamos a ver… Al contrario que mi querida amiga Maby, lo que siento por ti, hermano, si es amor. Tampoco sé si es un amor fraternal, carnal, romántico, o espiritual. Lo que sé es que llevo adorándote a distancia desde hace tiempo y, hoy, ha llegado la oportunidad de tenerte en mis brazos y compartirte con mi mejor amiga, mi compañera de piso y de trabajo, mi primer amor.
Maby se lleva las manos a la boca, emocionada. Por mi parte, estoy confuso con esa confesión. ¡Le llevo gustando desde hace tiempo a la diosa de mi hermana! ¿Cómo puedo atraer a chicas como ellas?
―           Si puedo estar con las dos personas que amo, plenamente, con ambas a la vez, compartiéndolas, seré la mujer más feliz del mundo, y no me importará lo que puedan pensar o decir de mí, ni padres, ni vecinos, ni jefes. Te quiero, Sergi, y te quiero, Maby.
Las chicas se cogen de las manos, las lágrimas ya en la calle.
―           ¡Me lo has quitado de la boca, cabrona! – dice Maby, sorbiendo con elegancia.
Ahora, para colmo, tengo las dos mirándome, esperando a que pronuncie esa especie de votos improvisados. Buff. Peor que una boda.
―           ¿Qué puedo decir que no hayáis dicho ya? Sois las dos bollicaos más buenas que jamás he tenido delante. Me habéis rescatado de mi solitario rincón y ofrecido el paraíso, el máximo sueño de cualquier hombre. Sois amigas y amantes y me admitís en vuestra cama. No puedo más que besar vuestros pies y juraros, al menos, amistad eterna, porque mi amor y pasión ya los tenéis.
Esta vez, son las dos las que me llenan de besitos, una por cada lado. Estoy en el cielo.
Cierra la boca que babeas.
El viejo Rasputín está al tanto, menos mal.
Decidimos terminar con los quesos. Pam me permite comer el queso fresco que hay en la fuente, con algunas nueces, pero nada de miel o dulce de membrillo. ¡Que malas! Los platos vienen enseguida. La euforia nos embarga, prestándonos alas. Devoro mi pedazo de buey y acabo antes que ellas. Maby me ofrece un pedazo de su hojaldre de foie, llevándolo a mi boca con su tenedor.
―           Solo probarlo. Eso tiene un montón de calorías – advierte Pam. — ¿Quieres pescadito, peque?
La miro de través. Se está pasando. Las dos se ríen, felices. Me acabo la botella de agua. Es toda una experiencia tener una cita con ellas. Maby suelta su tenedor y noto sus piernas estirazarse bajo la mesa.
―           Buff. Ya no puedo más – dice, hinchando el vientre.
―           Quejita – digo.
―           Polla loca – responde ella, deslizando su mano por la pernera, acariciando mi, hasta ahora, tranquilo pene.
―           ¡Eh! ¡Que yo aún no he acabado! – exclama mi hermana, con la boca llena.
―           ¡Te jodes! – se carcajea su amiga.
―           Chicas… estoy dándole vueltas a una idea – me miran. Mi tono se ha hecho más serio. – Esta decisión que hemos tomado ha sido muy rápida y, quizás, demasiado fácil. No podemos olvidar que conlleva ciertos riesgos, por lo que sería una auténtica gilipollez tomársela como un capricho y terminar la relación en unas cuantas semanas.
―           Tienes razón – asiente Pamela. Maby la imita.
―           Deberíamos poner un plazo mínimo – propone mi hermana.
―           ¿Un año? – esta vez es el turno de Maby.
―           Un año está bien. Si para antes de las Navidades del año que viene, alguno de los tres desea retirarse de este trío, lo podrá hacer sin dar explicaciones, como buenos amigos – expongo.
―           ¿Por qué sin dar explicaciones? – pregunta Maby. – Siempre hay un motivo y, a lo mejor, a los demás nos gustaría saberlo.
―           Porque entonces, peligraría nuestra amistad. Si conocemos a alguien fuera de nuestro círculo, surgirán los celos. Si nos tomamos ojeriza uno a otro, significaría poner al tercero en una comprometida situación. Pienso que es peor tener que explicar por qué quieres abandonar la relación. Ya será demasiado duro como para encima dar razones.
―           Tienes razón, peque. Pero hasta el año, nada de separarnos, aunque nos caigamos fatal – resume Pam.
―           ¡Hecho! – respondemos.
―           ¿Algún postre? Tenemos unos “bienmesabe” caseros muy ricos… — nos interrumpe el camarero.
―           No, está bien así. Tráiganos la cuenta, por favor – le corta Pam. – Si el peque no puede comer cositas dulces, nosotras tampoco.
―           Por lo menos, delante de tanta gente – se ríe Maby.
―           Deberíamos exponer nuestros puntos de vista. Puede que queramos incluir más normas a esta relación – dejo caer, mientras me estirazo, dejando ver bien la leyenda de mi camiseta. Hay sonrisas en algunos comensales masculinos.
―           ¡Normas, normas! Lo que me gusta es saltármelas… — dice Maby, con un pellizco.
―           ¿Ah si? Entonces, ¿puedo meterte treinta centímetros de un tirón, sin prepararte? – le susurro.
―           ¿Tre… treinta centímetros? – tartamudea.
―           Treinta y uno para ser exactos.
Maby mira a Pam, como para asegurarse. Mi hermana asiente y abre mucho los ojos.
―           Habrá que poner más normas, si – jadea la morena.
El camarero trae la cuenta y Pam saca su tarjeta. Yo protesto.
―           Esta noche, pagamos nosotras – agita un dedo Maby. – Ganamos más pasta que tú y nunca te hemos invitado. Cuando vayas a Madrid, nos sacas de juerga otra vez.
―           Vale.
Como todo un caballero, ayudo a las chicas a ponerse sus largos abrigos, sintiendo las miradas de envidia de la mayoría de los tíos. Cada vez me gusta más esto.
Pamela sugiere ir al Van Dyck, un lugar chic, lleno de pijos, y donde sirven los mejores cócteles de Salamanca. Es un sitio caro y exclusivo, pero las chicas se merecen eso y más. El local no está demasiado lejos y prefiero no mover la camioneta de donde está. Si nuestra llegada al Musicarte llamó la atención, no es nada comparado con la exhibición que las chicas dan en cuanto se quitan los abrigos, ya en el interior del club. No me encuentro muy a gusto allí, pero se nota que ellas están en su salsa. No se ve otra camisa de leñador más que la mía, ni otra muñequera de cuero. Allí no hay más que finos jerseys de Lacoste, pantalones de pinzas Daevo, o jeans Lewis, y mejor no hablaros de los zapatitos. ¡Náuticos en Salamanca en diciembre! Eso es sufrir para ir a la moda.
En fin, que destaco allí de cojones, vamos.
Pero ellas no le dan importancia alguna, porque para eso están ellas allí, para atraer las miradas de todos y de todas, y que nadie se fije en mí, más que para cagarse en mi suerte.
Como os cuento, nada más quitarse los largos abrigos, la gente más cercana empieza a revolucionarse. El local está cargado y tengo que empujar para llegar a un rincón, donde hay una mesa de tres patas, alta y pegada al muro. Un foco oscilante reparte chorros de luz en forma de círculos, tanto en las paredes como sobre nuestros cuerpos.
Al abrirme paso, la clientela me mira y pone mal gesto. No soy de los suyos, pero mi estatura los mantiene a raya. Escucho más de un gruñido. Sin embargo, en cuanto las chicas muestran su encanto, esa misma clientela parece olvidarse de mí, envalentonarse y acercarse a ellas.
Un rubito guapo, que aún porta las gafas de sol sobre la cabeza, casi enterradas en sus perfectos rizos, se coloca al lado de Maby y, le dice algo, casi metiéndole la lengua en la oreja. Yo me encuentro pidiendo en la barra, pero lo calo de un golpe de ojo. Creo que voy a tener que intervenir. Le paso un billete de veinte euros al camarero para pagar las copas. Me mira con sorpresa. No sé si valen más o no, pero no me paro a escucharle.
―           Barceló cola para ti – le paso la copa a Pam.
―           Síguele el juego – me susurra.
―           Vodka con zumo de naranja y unas gotas de Frangelico – me giro hacia Maby. – Y para mí, un trancazo de tónica.
―           Sergi, cariño, este es Rafa. Es un chico majo, ¿puedo ir a jugar con él? – me comenta Maby, aferrándose a mi cintura.
Le examinó con mirada crítica, de arriba abajo. Casi le saco veinte centímetros y al menos ochenta kilos de más. Se estremece visiblemente.
―           Hola – murmura.
―           Parece poca cosa, ¿no? – digo, señalándole.
―           Pero es muy guapo – tironea de mí la morenita. Sé que disfruta con el juego. – Porfi, porfi, solo un ratito.
Pídele dinero, mucho dinero, y veremos como reacciona.
El viejo Rasputín es de ideas rápidas.
―           Puedes ir, siempre que meta mil euros en mi bolsillo. Ya sabes que por menos, ni hablar – no aparto los ojos del tipo, que me mira con ojos desorbitados.
―           Rafa, Rafita, solo son mil euros de nada, y podremos irnos a jugar donde quieras. Te garantizo que no te arrepentirás – le enerva Maby, apretándose los senos bajo el blanco corsé que ha dejado al descubierto.
El color desaparece del rostro del chico. Pam, abrazada a mi espalda, se ríe. Maby le mira, con carita compungida, esperando la decisión del chico.
―           Lo siento. Creo que me he equivocado. Lo siento… tengo que irme… — balbucea Rafa, dando media vuelta y perdiéndose entre el gentío.
―           Joder, Sergi, me has hecho pasar por una puta – se contorsiona Maby de la risa. – No esperaba que salieras por ahí.
―           ¿Qué esperabas entonces? – pregunto mientras afano un par de altos taburetes para ellas.
―           No sé, que le asustaras con tu físico, o algo así.
―           Seguro que se lo ha comentado ya a todos sus colegas. No creo que nadie nos moleste más en un buen rato – dice Pam mientras la ayudo a subirse al taburete.
―           Esa es una buena pregunta – dejo caer al mismo tiempo que elevo por la cintura a Maby para depositarla en su taburete.
Las chicas lucen espectaculares en los altos asientos, con sus piernas bellamente cruzadas, atrayendo todas las miradas.
―           ¿Qué pregunta?
―           ¿Qué pasa si alguien llega del exterior y seduce a uno de nosotros? No sé, a lo mejor el simple capricho de una noche, o bien una necesidad…
―           ¿Quieres decir que si podemos estar con otras personas? – aclara Pam.
―           Si – me cuesta admitirlo. Que conste que lo estoy diciendo por ellas, que son las que tienen vida social.
―           No lo sé – reflexiona Maby. – Pienso que si nos hemos comprometido por un año entre nosotros, lo normal sería que no estar con nadie más. Una especie de compromiso.
―           O sea, nada de cuernos – Pam es rotunda.
Yo no estoy convencido y parece que se me nota en la cara, porque las dos me instan a decir lo que pienso.
―           Por mí lo tengo claro. No había estado con ninguna mujer hasta la otra noche, así que… pero vosotras sois diferentes. Trabajáis con modelos, de ambos sexos. Es un mundo bello y fascinante, ¿podréis resistirlo? ¿Podéis asegurarme que una noche, en una ciudad extraña, no buscareis el consuelo en vuestra hermosa compañera de habitación, aunque solo sea por un par de horas?
―           Visto así – las dos se miraron. Era muy posible.
―           Creo que lo mejor sería comprometerse a no tener ninguna otra relación, más que la nuestra, pero debemos ser abiertos a cuestiones de necesidad – trato de explicar.
―           O fuerza mayor – sonríe Maby, de forma pícara.
―           Está bien – acepta Pam. – Pero solo algo espontáneo.
―           Hecho – brindamos para aceptar la norma.
Alguien choca conmigo por la espalda. Me giro. Una chica se disculpa. Tiene los ojos más oscuros que he visto nunca. Parece semita, quizás pakistaní. No es muy guapa pero tiene algo que atrae. Vuelve a disculparse mientras se apoya en mi brazo. El tacón de su zapato se ha roto. Maby salta de su taburete para que la chica se siente. Me agacho y le quito el zapato, examinándolo. La cola se ha despegado.
―           Vaya, que fastidio. Tendré que irme a casa – se queja la chica, con un gracioso acento silbante.
―           Espera – le digo. – Maby, déjame tu collar.
―           ¿Qué vas a…? – pero me lo pasa tras desabrocharlo.
Con un par de meneos, arranco uno de las puntas aceradas que erizan su contorno. Uso el culo del vaso, ya vacío, para clavar aquella punta metálica a través del tacón. Se mantiene firme. Lo vuelvo a colocar en el pie de la chica semita.
―           Listo. Creo que te aguantará a no ser que saltes o bailes.
―           ¡Tío! ¡Muchas gracias! ¡Eres un mago!
―           No, que va, es que trabajo en una granja. Siempre hay que arreglar cosas con lo primero que pillas a mano.
―           Me llamo Sadhiva – se presenta. – Estoy en la universidad, acabando ingeniería.
―           Encantado, Sadhiva. Yo soy Sergio, ella es mi hermana Pamela, y esta su… compañera de piso, Maby.
Las chicas se saludan, como tanteándose, con esa manera que tienen las féminas de parecer civilizadas mientras se calibran.
―           De aquí no eres, ¿verdad? – pregunta Maby.
―           No. De Omán, pero llevo cuatro años en Salamanca. Es una buena universidad.
―           Hablas muy bien el español – la alaba Pam.
―           Gracias. Estudié la lengua en mi país, y aquí he perfeccionado. ¿A qué os dedicáis vosotros?
―           Como ya te he dicho, mi familia posee una granja que se dedica a varias áreas. Producimos madera, leche, hortalizas, y algunas cosechas por encargo.
―           Ah, interesante, una granja multitarea – se ríe de su idea.
―           Algo así.
―           Nosotras estamos en una agencia de modelos. Moda y publicidad, sobre todo – explicó Maby.
―           Era de suponer, sois muy guapas y muy elegantes – la lisonja tiene un punto de envidia. – Ha sido un verdadero placer, pero me tengo que ir. Quizás nos veamos en otro momento.
―           Por supuesto – replica Pam.
―           Adiós – me dice, colocando su mano en mi antebrazo.
―           Hasta la vista, Sadhiva.
―           Se me acaba de ocurrir otra pregunta – nos dice Maby, mirando como la chica omaní se aleja. — ¿Qué pasaría si uno de nosotros decidiera incluir a alguien más en el trío?
No supe que contestar, pero estaba claro que podía ocurrir. Al parecer, Sadhiva nos había caído a todos bien. ¿Quién sabe lo que podría ocurrir de seguir tratando con ella?
―           Supongo que deberíamos someterlo a votación. Si los demás estuvieran de acuerdo, no veo inconveniente. Pero sería algo muy puntual, ¿no? – Pam expone lo que es más lógico. Asiento, de acuerdo con la idea.
―           Si. Deberá gustarnos a los tres para incluir a otra persona, sea hombre o mujer – concede Maby,
Debo ir a por otra ronda para resolverlo con un nuevo brindis. Las chicas trasiegan alcohol como campeonas, yo sigo con la tónica. Nadie nos ha pedido carnet para comprobar la edad. La verdad es que ninguno aparenta la edad que tiene.
En un momento dado, las chicas se marchan al baño, dejándome solo. Paseo la mirada por el local. No podría definirlo pero me parece que las féminas se fijan en mí.
Claro que se fijan en ti. Las atraes.
“Venga, Gregori, soy un cacho de carne.”
Si, con ojos, con MIS OJOS. Aún es pronto, pero responden a tu llamada. No saben qué les impulsa a mirarte, pero lo hacen. Pronto empezaran a imaginarte en sus fantasías, y, entonces, no podrán resistirse a tus deseos. Cuanto más atractivo seas, más profunda será su subyugación. Así que ya puedes ponerte a ello.
“¿Y tú, qué ganas con todo esto?”
¿Por qué tendría que ganar algo?
“Jeje, vamos, Gregori, que no soy ningún tonto… sé que buscas algo de mí o algo que yo puedo conseguirte. Creo que para eso has estado guiándome, preparándome, ¿me equivoco?”
Aún es pronto para hablarte sobre ello. No te preocupes por el momento, lo que tenga que suceder, sucederá.
Tan críptico como siempre. Perfecto. Siento una mirada clavada en mí, desde hace un rato. Con disimulo, la busco. Tardo en encontrarla. Una mujer en la barra. No es ninguna jovencita. Tendrá unos treinta y tantos años. Charla con un hombre que está de espaldas a mí. Ella se sitúa de forma que pueda mirarme, pero parece que está mirando a su interlocutor. Lleva un peinado a lo Betty Boop, pero en rubio, y posee un cuerpo opulento por lo que puedo ver.
¿Notas como te desnuda con la mirada?
“La verdad es que noto su intensidad. No sé si me está desnudando o imaginando haciendo otra cosa, pero si noto perfectamente la fuerza de su mirada.”
Bien, progresamos a buen ritmo.
Maby regresa del lavabo, sola. Pregunto por mi hermana.
―           Se ha encontrado a Sadhiva al salir del baño. Nos ha presentado a sus amigos y Pam se ha quedado charlando. Esa tía no me cae mal, pero sus amigos son unos plastas. Prefiero aferrarme a ti – me dice, abrazándome y colocando su cabecita sobre mi pecho.
La mujer acodada en la barra se envara al distinguir a Maby. Interesante.
―           Tengo ganas de jugar contigo – me susurra Maby.
―           Y yo, niña.
―           ¿Niña? ¿Te parezco una niña?
―           Si, por eso me gustas. Una niña traviesa.
―           Entonces vale – y me besa con pasión.
Me retiro. No he respondido a su beso, aunque tampoco lo he rechazado.
―           ¿Qué pasa?
―           No creo que sea lo más idóneo. Deberíamos esperar a Pam.
―           Bueno, no hace falta. Ahí viene – señala Maby.
Pam sonríe, toma su vaso y le da un buen trago.
―           Creo que deberíamos hablar de otra regla – empiezo.
―           La de si debemos estar los tres para tener relaciones o bien dos pueden empezar hasta que se una el tercero. ¿Es esa? – suelta mi hermana.
―           Si, la has definido bien. ¿Estás molesta?
―           Puede.
―           ¿Por un beso? – se asombra Maby.
―           Hoy puede ser un beso, mañana otra cosa.
―           Que sepas que Sergi me ha retirado su boca y ha planteado la duda – aclara Maby.
―           Pero tú has empezado a besarle…
―           Basta – las corto rápidamente. – Nada de celos. Se supone que somos un trío. Debemos compartir, esa es la idea de un trío.
―           Tienes razón – se disculpa mi hermana. – Me he dejado llevar.
―           Creo que deberíamos estar siempre los tres – expone Maby.
―           Si, es lo suyo, excepto que tengamos que actuar de otra forma.
―           ¿Ejemplo? – pido yo.
―           Pues, digamos, en la granja. Si las dos subimos al desván, pueden escucharnos – explica Pam.
―           Podría subir una y después la otra. De esa forma, una de nosotras controlaría las escaleras – aporta Maby.
―           Si, es una buena idea. Entonces, podríamos resumirlo así: nuestras relaciones constituyen un trío permanente, salvo en el caso que, por motivos de seguridad y con el consentimiento de los demás, el trío deba convertirse en un dúo temporal o por turnos – Pam está inspirada, parece toda una abogada.
Brindamos por la cuarta norma y decidimos marcharnos de allí. Cuatro normas en nuestro primer día son suficientes, y eso que solo nos hemos besado. Siento que mis chicas están ardiendo y quieren bailar.
Hablar de La Pirámide es hablar de la noche, por excelencia, en Salamanca. En una pequeña ciudad, dedicada a las artes y la enseñanza, como esta, el público nocturno es bastante joven y, para más INRI, intelectual y exigente. La mayoría de los estudiantes universitarios de Salamanca manejan dinero, sea de sus familias, sea su cuenta becaria, o porque trabaja y estudia, a la misma vez. Salamanca es un destino muy elegido para estudiantes de todas partes de Europa, por lo que, a veces, esto se convierte en una pequeña Babel.
Toda esa masa de gente, de potenciales clientes, pasa, al menos una vez al mes, por las salas de La Pirámide, para bailar, ligar, asistir a un show, o, simplemente, deambular bajo su piramidión y admirar toda su decoración egipcia.
La Pirámide se nutre de mano de obra universitaria. Chicos y chicas trabajando en sus barras. Chicos y chicas actuando en sus plataformas. Todos vestidos con ropajes seudo egipcios y fantasiosos.
Allí es donde llevo a las chicas.
¿Cómo sé que ese sitio existe? Fácil. La disco mantiene un programa en la radio local. Pasa su música y anuncia sus espectáculos y sus noches temáticas. A veces escucho el programa cuando trabajo con el tractor.
Esta debe de ser una de esas noches temáticas porque la cola da la vuelta a la vieja fábrica sobre la que se erige La Pirámide. Dios, no vamos a entrar nunca.
―           ¿Cómo en Barcelona? – propone mi hermana a Maby.
―           Si, podría resultar. Sergi, tú te quedas a dos pasos detrás de nosotras, muy atento.
―           Ponte esto en la oreja – Pam saca del bolso el auricular de su móvil. – Así, por detrás de la oreja. Creo que dará el pego.
―           Pues vamos, hagamos de divas – se ríe Maby, quitándose su impermeable y colgándolo a su espalda de un dedo, como si estuviera en la pasarela. Su corpiño destaca poderosamente bajo la ropa oscura.
Pam la imita, pero no se quita el abrigo, sino que lo baja de los hombros, dejando estos desnudos. Comienzan a caminar, repiqueteando poderosamente los tacones, para que la gente de la larga fila las mire. Me sumerjo cómodamente en la comedia. Son diabólicas. Ellas son las divas, yo el hermético guardaespaldas que las acompaña de fiesta. Adelantamos todos los puestos de la fila y ellas se detienen ante los dos robustos porteros, con una pose de caderas y una sonrisa ladina, charlando entre ellas insustancialmente. Su postura indica que están esperando algo que dan por hecho, de lo que no tienen que preocuparse en absoluto. Me quedo estático, justo detrás de ellas, separándolas de la gente que protesta por su osadía. Los porteros me miran. Soy más alto que ellos. Entonces, Pam se gira hacia los dos hombres y con una sensual caída de su mano, dice:
―           Don Miguel nos está esperando – recompensa al hombre con una preciosa sonrisa.
Veo la mirada que se lanzan los matones y su leve asentimiento. Se apartan y pasamos. A nuestras espaldas, la gente silba, descontenta.
―           ¿Quién es don Miguel? – pregunto a Pam.
―           No sé, pero siempre hay un Miguel o un José. Cuestión de suerte. Lo que importa es la actitud.
Maby suelta una carcajada y cruzamos las puertas.
¡Que peligro tienen estas dos sueltas!
Las chicas dejan sus abrigos en el guardarropa. El local está a reventar. Ya se palpa en el ambiente que todo el mundo espera las fiestas. La música me atraviesa como algo físico. Maby alza los brazos y contonea sus caderas con sensualidad, acoplándose al ritmo de la música.
―           ¿Bailamos? – pregunta casi en un grito.
―           Antes tengo que ir al baño – contesta Pam.
Cierto, yo también. Con mi estatura, diviso donde están los baños y nos dirigimos allí. En el baño de caballeros, hay varios tipos haraganeando en el interior, entrando y saliendo de una de las cabinas individuales. Me miran susceptiblemente. Les ignoro, tengo más prisa en desaguar. Así que me concentro en lo mío. Ellos hacen lo mismo. Seguramente, estarán liados, esnifando coca. Allá ellos. Acabo y salgo. Las chicas aún no han salido del baño de damas. Cuando lo hacen, compruebo que también han retocado su maquillaje. Pam me quita el auricular del oído y hace que me lo guarde en el bolsillo.
―           Asume lo que en realidad eres – me dice.
Se cuelga de mi brazo. Maby la abraza por la espalda para escuchar lo que me dice.
―           ¿Qué soy?
―           Nuestro amante. El único que nos va a follar esta noche – y da un mordisco al aire.
―           ¡A la pista de baile! – exclama su amiga, arrastrándola.
Yo no bailo. Jamás he bailado, pero las sigo, pues quiero verlas. El gran espacio circular del centro de La Pirámide está colapsado por una masa de gente que baila. En otros rincones despejados, también se baila, algo más alejado de los potentes altavoces. Hay pequeños palcos a unos cinco metros de altura, pegados a las inclinadas paredes falsas que simulan los gruesos muros de una pirámide. Largas escaleras metálicas acceden a ellos, en donde se reúnen diversos grupos, charlando o besándose ávidamente. Una plataforma rectangular, en la cabecera de la pista, sostiene a un grupo de gogos, apenas vestidas. Las chicas no se han adentrado en la pista, seguramente para que pueda verlas. Se mueven bien, pero aún no se han desinhibido. Para eso, necesitan unas copas.
Así que me acerco a la barra más cercana. Una bonita muñeca oriental me atiende enseguida. Tengo que inclinar la cabeza para que pueda oírme y ella parece aspirarme, por un segundo. Sé lo que beben mis chicas, yo me conformo con una Coca Light. La camarera pasa un lápiz óptico por la tarjeta que nos han dado al entrar. Aquí no se va nadie sin pagar, desde luego.
Intento no derramar nada al llevar las bebidas. La gente me deja paso, más que nada para no recibir un pisotón de un 47 con una bota con refuerzos metálicos. Maby y Pam me dan un piquito al verme con sus bebidas, y me hacen un sitio para que baile con ellas. Yo agito la mano, negándome. Los tíos cercanos me miran con suspicacia y se retraen algo, pero no mucho. Las chicas están adquiriendo rápidamente admiradores.
La verdad es que ver esos adorables culitos contonearse es todo un placer. Más de uno está literalmente babeando. Maby tira de la mano de mi hermana y se me acercan.
―           Esto se ha vaciado – agita su vaso ante mí. – ¡Vamos a por unos chupitos!
―           ¡¡Si!! – grita Pam, cogiéndome del otro brazo.
Nos hacemos un hueco en una de las barras. Otra distinta a la de la chinita. Maby pesca un camarero.
―           Dos chupitos de Bourbon y uno sin alcohol, guapo.
El chico no tarda nada en ponerlos. Le paso la tarjeta y le indico que anote otras dos rondas más. Brindamos y bebemos al golpe. El camarero vuelve a llenar.
Cuando las chicas regresan a la pista, con nuevas copas en las manos, ya están desatadas. Junto con la mayoría de machos, las contemplo moverse lánguidamente, levantando la libido de cuantos las rodean, incluso de muchas chicas. Pam gusta de bailar con movimientos lentos, contoneando sus caderas, flexionando las piernas. Sus manos delinean su figura, una y otra vez. Creo que sería una estupenda stripper. Maby, en cambio, es más dinámica. Realiza complicadas musarañas en el aire con sus brazos y manos; contonea todo su cuerpo e incluso lo hace vibrar. Tiene menos caderas que mi hermana, pero agita su cuerpo como un terremoto.
Sonrío cuando sus cuerpos se pegan, frotándose con pasión. Cada vez más gente las mira, atraídos por el mensaje de sus cuerpos. Una cadera que roza una pelvis, dos nalgas que chocan, un pubis que se frota largamente contra unos glúteos apretados, mientras unos brazos abarcan y aprietan una cintura, o bien dos senos que se rozan con intención, deseando estar desnudos al hacerlo. Es cuanto todos queremos ver y lo que ellas desean transmitir.
Numerosos voluntarios surgen a su alrededor, dispuestos a bailar de esa forma con ellas. Virtuosos bailarines las retan con sus elaborados contoneos, pero ellas no ceden. Cuanto más las interrumpen, más se miran a los ojos, hasta que, al final, ya no separan las miradas. Maby acaba pasando sus brazos por el cuello de mi hermana y su baile se convierte en algo suave, lánguido y turgente, que no tiene nada que ver con la música que suena. Inconscientemente, los hombres han dejado de bailar a su alrededor. Están pendientes de lo que significa ese abrazo entre hembras. Noto la tensión sexual flotar en el aire.
Han excitados a todos los hombres que las miran. Están empalmados.
“Lo sé.” Aún me mantenía tranquilo porque, en el fondo, sabía que esto iba a suceder. No puedes abrir la caja de Pandora sin que acabe salpicándote, ¿no?
Pamela y Maby empiezan a comerse la boca, ante todo el mundo, abrazadas. Lo hacen con mucha delicadeza, sin prisas, mostrando perfectamente sus lenguas. Unas lenguas que entran y salen, que son succionadas, aspiradas, y mordidas; que brillan bajo los estroboscópicos focos, que prometen suavidad y dulzura. Esos besos serán recordados por mucho tiempo,
Pero también veo muchos rostros desencantados, labios que modulan palabras que no necesito escuchar para entender.
Tortilleras, bolleras, lesbianas…
Es hora de mojarme. Dejo mi vaso vacío sobre uno de los altavoces y me adentro en la pista, con valentía, conciente que, en segundos, todo el mundo va a estar pendiente de mí. Ellas me ven llegar y abren su abrazo para incluirme en él. Mis brazos abarcan sus hombros con facilidad. Posan sus lindas mejillas sobre mi pecho, el cual podría abarcar aún otra como ellas. Beso ambas cabelleras. Seguro que ahora hay tíos que me maldicen y se mordisquean los puños. ¡Esto es genial!
Les doy la puntilla. Levanto, con un dedo, el rostro de mi hermana. En sus ojos, leo la total aceptación de nuestra condición. Beso dulcemente sus labios, sabiendo que Maby nos está mirando, sin levantar la cabeza de mi pecho. Tras casi un minuto, abandono sus labios para apresar la boca de Maby, que ya me busca con urgencia. Saboreo el alcohol en ambas bocas y decido que ya es suficiente exhibición. Aún abrazadas a mí, las sacó de la pista. Pido unas copas nuevas y le pregunto al camarero sobre los palcos. Normalmente, hay que reservarlos al principio de la noche, pero, a estas horas, el que se queda vacío puede ser ocupado, con una mínima consumición de treinta o cuarenta euros
Le paso la tarjeta y conduzco a mis chicas hasta uno de los palcos, donde un camarero está recogiendo vasos y botellas.
―           Esta es una de las mejores noches de mi vida – dice Pam, mientras nos sentamos en un cómodo sofá de oscuro cuero. Yo en medio, ellas a cada lado.
―           Siento algo muy fuerte en el pecho – jadea Maby.
―           ¿Te está dando un ataque? – bromeo.
―           No, tonto – se ríe. – Lo siento cuando os miro… nunca he tenido una familia, un vínculo con alguien que me importara… sois mi primer vínculo, mi familia, mis amantes…
―           Oooh… que bonito, Maby – la toma de los hombros mi hermana. Las dos quedan casi tumbadas sobre mi regazo.
―           Te comería toda entera, aquí mismo – proclama Maby.
―           Pues como no le pongan cortinas a esto – digo yo y las dos se ríen.
―           Te hemos tenido abandonado, Sergi – se acaramela Pam, echándome los brazos al cuello.
―           No creáis. Me he divertido mucho con el espectáculo.
―           ¿Espectáculo? – frunce el ceño Maby.
―           Si, el show lésbico en la pista. Muy bueno. Por poco os violan los tíos que estaban a vuestro lado.
―           ¡Dios! ¡Ni nos hemos dado cuenta! – se lleva Pam una mano a la boca.
―           ¿Por qué creéis que os he sacado de la pista?
―           ¿Por qué estabas empalmado, cariñín? – bromea Maby, llevando su manita en busca de mi pene.
―           Va a ser que no, porque ya me esperaba algo de eso. Pero os tenía que sacar de allí antes de que se organizara algún lío.
―           Tendremos que refrenarnos un poco en público – reconoce Pam, viendo que hablo en serio.
Una chica menuda, con una peluca a lo Cleopatra, trae nuestras bebidas nuevas. Nos mira con picardía y asombro. Yo no le parezco lo suficientemente rico para disponer de dos chicas de lujo, ni suficientemente guapo como para atraerlas. Seguro que se pregunta qué es lo que pasa allí, pero se aleja con prudencia.
―           Sergi… — Maby me mira, haciendo un puchero.
―           ¿Si, hermosa?
―           Quiero ver esa polla… siento curiosidad.
―           ¿Aquí? – me asombro.
―           Nadie nos ve desde abajo y en el palco vecino, se están marchando.
Tenía razón. El otro palco, situado a una decena de metros, se estaba quedando vacío.
―           Vamos, hay que contentar a la chiquilla. No seas malo – me pincha mi hermana, bajándome la bragueta.
Me encojo de hombros, mi gesto más característico, y la dejo hacer. Tiene dificultad para sacar mi gruesa polla morcillona por la estrecha apertura de la bragueta. Maby está expectante, con sus manos en mi muslo y sus ojos clavados en mi regazo.
―           Diosss… — susurra, impresionada, al verla salir.
―           Aún crecerá más cuando se endurezca. Trae tu mano, tócala – le dice mi hermana. – Claro está que se toma su tiempo. Para llenar todo esto de sangre…
―           ¿No te volverá tonto si te quita la sangre de la cabeza? – se ríe Maby, al empuñar mi pene.
―           A veces parezco un zombie. Solo follo y babeo – sigo con la broma.
Es alucinante sentir las manos de mis dos chicas sobre mi polla. Maby se encarga de mi glande, Pam, de mis testículos, tras desabrochar completamente el pantalón.
―           Joder, Pam, cariño, ¿de verdad te metió todo esto? – pregunta Maby, algo incrédula.
―           Solo la mitad y creí morirme. No hay que ser demasiado golosa, al principio.
―           ¿Me vas a follar bien esta noche, Sergi? ¿Vas a meter todo este rabo en mi tierno coñito? – me susurra Maby casi al oído.
―           Si… si…
―           ¿Y no lo sacaras hasta que te corras, aunque te suplique que me lo saques?
―           Lo que quieras, Maby – me estaban haciendo una paja deliciosa entre las dos, alternando los movimientos de sus manos.
―           Te ayudaré a metértela lo más adentro posible – Pam le introdujo dos dedos en la boca, llenos de líquido preseminal, que Maby trago con fruición.
―           Entonces, yo te comeré el coñito mientras me la clava, cariño… ¡Joder! ¡Qué cachonda estoy, coño!
―           Pues entonces, es el momento de chupar – le baja la cabeza Pam, de un tirón de pelos.
Mi polla tapa su boca, pero no consigue abarcarla.
―           Espera, espera… déjame acostumbrarme, que esto es muy grande…
Se nota que es mucho más experimentada que mi hermana. Maby ha debido chupar unas cuantas pollas. Saca la lengua todo lo que puede, para dejar que mi glande se deslice por ella con suavidad. Traga hasta que puedo tocar su garganta. Su boca no da más de sí y siento sus dientes arañar el final del prepucio. No importa, su aspiración casi me levanta del sofá. ¡Ostias con la niña! Intenta meter un pedazo más en la boca, pero las arcadas la superan, incluso cuando Pam empuja su nuca.
―           No puede tragar más – le digo. – No tiene más sitio, a no ser que descienda hasta su estómago.
―           Aaaahhh… — Maby toma aire, al sacársela de la boca. – Demasiado grande para llegar más lejos. ¡Es inmensa!
―           Tómatelo con calma, pequeña – la aconseja Pam, antes de besarla largamente.
―           ¿A medias? – propone Maby, al separarse de los labios de Pam.
―           A medias.
Ambas se recuestan en el mullido sillón, encogiendo sus piernas y apoyándose en sus flancos. Se disputan mi polla como un juego. Sus lenguas descienden, una y otra vez, por el tallo de mi pene, intentando hacerme chupones por ambos lados, pero está demasiado rígido como para acumular sangre.
Mientras están atareadas, distingo a nuestra camarera en la barra. Le hago un gesto para traer más bebida. Vacío nuestros vasos llenos, de uno en uno, en una gran maceta que tengo a la espalda. La chica, tras unos minutos, sube las escaleras con tres copas en la bandeja. Sus ojos se posan en lo que surge de mis pantalones, justo en el momento en que mis dos chicas babean sobre el descubierto glande.
La camarera se queda sin saber qué hacer. No sabe si disponer las bebidas sobre la mesa, o bien retirarse para regresar después. Maby abre los ojos y la ve. Ni siquiera piensa en abandonar la mamada. Agita una mano, como diciéndole que siga con lo suyo, y vuelve a meterse mi rabo en la boca, ansiosa.
Sonrío a la chica, mientas acaricio los cabellos de mis dos chicas. Me encojo de hombros, como excusándome. La camarera se queda mirando un rato la increíble mamada y se marcha, las mejillas encendidas.
Estás aprendiendo muy rápido.
Su tono demuestra satisfacción.
Hazlas felices. Tócales los coños.
Desciendo mis manos, silueteando su cintura, la pronunciada cadera, los suaves muslos enfundados, hasta acceder, bajo sus nalgas, a sus ocultos tesoros. Maby levanta rápidamente una pierna, para dejar que introduzca mis dedos bajo sus jeans cortados. Maby, en cambio, suspira y empuja con sus nalgas. ¡Las guarras! ¡No llevan bragas!
Mis fuertes dedos agujerean los pantys con facilidad, pudiendo llegar con mis movedizos índices a donde pretendo. Sus bocas empiezan a demostrar demasiada urgencia sobre mi polla. Sus sexos están tan mojados que mis dedos patinan para profundizar.
Maby agita tanto sus caderas que creo que se va a caer del sofá. La mano libre de Pam empuja mi mano más adentro. Se corren casi simultáneamente, exhalando roncos gemidos sobre mi mojada polla.
Ya no aguanto más y se los hago saber. De alguna parte de su torerita, Maby saca un paquete de pañuelos y prepara varios de ellos, abiertos a su lado. Aplica sus labios sobre el prepucio y jala la polla con movimientos rápidos y fuertes. Pam me aprieta el escroto y los cojones. Con un rugido, descargo en la boca de Maby. El fuerte chorro la toma por sorpresa y expulsa algo de semen por la nariz. Tiene que retirarse para no toser, tragando a la desesperada. Pam la releva en un segundo, lamiendo el que se derrama por el tallo de mi polla. Pam lo deja todo limpio enseguida mientras la morenita se limpia con un pañuelo.
 
 

 

―           ¡Coño, avisa! Puedes regar el jardín con lo que echas – me amonesta Maby.
―           Lo siento, aún no controlo. Es mi segunda mamada – me disculpo.
―           Lo tuyo es de circo. ¡Total!
Pam se ríe. Toma su bebida y le da un buen trago para enjuagarse la boca. Maby levanta la suya.
―           ¡Por la inmensa polla de mi novio! – brinda con una carcajada.
Miro el reloj. Son las cinco de la mañana. Hay que pensar en volver a casa. Las chicas acaban sus copas y quieren la espuela. Con un suspiro, llamo de nuevo a la camarera. La chica se detiene un momento, al subir las escaleras, para comprobar que las chicas tienen las cabezas en alto y están hablando y riendo.
Deposita las bebidas en la mesa y carga los vasos vacíos. Me mira por un instante, como queriendo retener mis rasgos.
―           No te preocupes, monina. Si eres buena, para Reyes, tendrás una como esta – le dice dulcemente Maby, aferrando el bulto de mi polla, ya enfundada en los pantalones.
Enrojece de nuevo y baja, quizás demasiado aprisa, las escaleras. Puede que haya encontrado un nuevo motivo para que dos hembras devoradoras como mis chicas, estén con un tipo como yo.
Regresar a Fuente del Tejo resulta ser toda una epopeya. Primero, al salir de La Pirámide, seguidos por algunos requiebros alcohólicos, no hay un puto taxi. Las chicas no están muy en forma para andar hasta la camioneta. Tenemos que esperar casi diez minutos hasta que llega uno.
Al arrancar la camioneta, obligo a las chicas a ponerse el cinturón. Están realmente borrachas. El subidón de alcohol les ha pegado fuerte al final.
No hay suerte. A la salida de Salamanca, control de alcoholemia. Dos Patrol de la Guardia Civil. Lo clásico.
Buenas noches. ¿Le importa someterse a un control de alcoholemia? No, señor. Sople, señor. Las que están borrachas son ellas, ¿no las ve? He venido a recogerlas.
Nada, es como hablarle a un oso de peluche. El compañero no deja de darle vueltas a la camioneta, como buscando algo que les permita empapelarme.
Las chicas, de repente, abren la puerta y saltan fuera, sin abrigos. Necesitan orinar y quizás vomitar. Uno de los guardias les indica unos arbustos, fuera de los focos de los dos coches, pero puedo ver como todos los agentes admiran esas largas piernas. Yo sonrío, con las manos en el volante. Me dan paso para irme cuando las chicas regresan, ateridas.
 Al llegar a la granja, no me queda mas remedio que conducirlas a la habitación de mi hermana, intentando que guarden silencio, desnudarlas y acostarlas. El polvo que pensaba echarles, queda para otra oportunidad. Subo al desván y me acuesto. El pacto que los tres hemos firmado esta noche no para de rondarme la cabeza. Creo que es un gran paso responsable en nuestras vidas, aunque me da un poco de miedo.
Rasputín, como siempre, me tranquiliza, y, entonces me duermo.
                                  CONTINUARÁ
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

Relato erótico: “Cinco días con la perturbada viuda de mi amigo” (POR GOLFO)

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NUERA4

 

Lunes

Sin títuloCuando recibí la llamada de su abogado, Pedro solo llevaba solo dos días muerto. Esa misma mañana, su esposa y un reducido grupo de amigos lo habíamos despedido en una sencilla ceremonia. Ni siquiera había tenido tiempo de asimilar que mi amigo, el gran triunfador, nos hubiera abandonado. Un accidente de avión había segado una vida de novela. Hijo de un científico y una contable, había heredado lo mejor de sus padres. Desde joven había sobresalido, sobre todos nosotros, gracias a su mente analítica y práctica. Con veinticinco años había creado una punto com y no había cumplido los treinta, cuando se la vendió a Microsoft, convirtiéndose en millonario. Guapo, atractivo y forrado, se había dedicado a vivir peligrosamente. Aunque se casó con una mujer de bandera, la velocidad y la adrenalina eran sus verdaderas pasiones. No hubo ningún deporte de riesgo que no tocara. En su despacho, estaba tapizado de fotos de él, practicando motociclismo, haciendo puenting, bajando en canoa un río, pero ni una de su mujer. No es que no la quisiera, creo que simplemente la consideraba  un trofeo que se exhibía por sí mismo.
Como amigo, era divertido y generoso, pero también  ególatra y pendenciero. Lo mismo podía invitar a cinco colegas a un crucero con todos los gastos pagados, que no volver a hablar a su primo por habérsele olvidado su cumpleaños. Yo, aunque tengo que reconocer que tenía envidia de su éxito, le quería como un hermano. Desde los veinte años, había vivido a su sombra y no me había ido del todo mal. No solo era mi amigo, también era mi jefe. Era su secretario  y con su desaparición, me enfrentaba a un futuro incierto. Por eso cuando  Manuel González me pidió que necesitaba verme esa misma tarde, no me extrañó porque creí que era parte de mis obligaciones laborales.
Al llegar a sus oficinas, estaba deprimido pensando que quizás fuese esa una de las últimas tareas que hiciera para Pedro. Había asistido a cientos de reuniones en ese lugar y por eso, con la familiaridad que da la costumbre, entré al despacho del abogado sin llamar.
-Manuel, ya estoy aquí. ¿Qué pasa?-, dije al verlo, no en vano había compartido con él multitud de veladas donde gracias a la cartera del difunto, el whisky y las mujeres habían corrido a raudales.
Desde detrás de su escritorio, se levantó y me rogó que me sentara. Tanta ceremonia me trastocó los esquemas, no era propio de su carácter y temiendo que tuviese órdenes de despedirme, me senté acojonado y hundido en el sillón, esperé a que hablara.
-Gracias por venir. Como sabes mañana se abren las últimas voluntades del Sr. León y como su abogado y depositario de las mismas, me fue encomendado entregarte este sobre con anterioridad-.
Temblando, lo recogí de sus manos y sabiendo que de nada servía prolongar esa situación, lo abrí para descubrir una carta manuscrita de Pedro. El abogado viendo mi indecisión, me preguntó si prefería que él me la leyera.
-Por favor-, le rogué-
Antes de empezar, González se puso las gafas y tomando aire, leyó su contenido:
José:
Si estás leyendo esta carta, es que estoy muerto. No tengo ni puta idea de cómo habrá sido pero estoy seguro que yo no la he cagado. Como seguro que  te imaginarás, lo que ocurra con la pandilla de parásitos que tengo por familia, me la suda. Solo me preocupa cual va a ser el destino de Lilith, mi mujer. Desgraciadamente, detrás de esa cara bonita, se encuentra una persona con fobia social que le cuesta relacionarse con personas que no son de su entorno. Si la dejo sola, caerán sobre ella cientos de aves de rapiña y en poco tiempo, habrá dilapidado mi fortuna…-.
 Aprovechando la pausa del abogado para tomar agua, pensé nada de lo que hasta entonces había leído me extrañaba. Era típico de él, el usar las palabrotas para desdramatizar los asuntos y más aún menospreciar a la gente de su entorno. Lo que no me cuadraba era que tenía que ver con ello.

-…Previendo ello,  he dejado toda mi herencia en un fideicomiso que se ocupe que no le falte nada a ella hasta el final de sus días. Tomar esa decisión fue fácil, lo difícil fue elegir alguien que gestionara dicho instrumento. Aun sin ser una lumbrera, de todos mis amigos, eres el único honesto y por eso quiero proponerte un trato que sé de antemano, no podrás desechar. Te he nombrado administrador único, con un sueldo de diez mil euros mensuales. Tu única función será que nadie la robe. Podrás disponer libremente de todos los bienes, pero te exijo a cambio que cubras todas sus necesidades y caprichos. Como es tan rara, esta buena y conmigo muerto, será millonaria, he dispuesto que durante los dos primeros años posteriores a mi fallecimiento,  si quiere seguir recibiendo mi dinero, no podrá casarse. Y para asegurarme que no haya moscones a su alrededor, deberás vivir en mi casa-.

 
 

Me quedé sin habla. Pedro, aún después de muerto, seguía siendo un puñetero ególatra. Le jodía pensar que su mujer rehiciera su vida y buscaba mi cooperación para seguirla teniendo atada. El cabrón sabía que no podría negarme a aceptar porque, además de ser una pasta, si no lo hacía, me encontraría en la calle. Pero no pensaba limitar a Lilith en nada. Si quería salir, que saliera. Si quería follarse al jardinero, que lo hiciera.

Manuel, me volvió a la realidad, dándome a firmar un montón de papeles.
-Es la aceptación del puesto y tus poderes-.
Aunque conocía casi todos los negocios de Pedro, el verlos relacionados me hizo darme cuenta de la magnitud de la herencia que debía administrar a partir de ese día. Por otra parte, me sorprendió descubrir que aunque mi amigo llevaba diez años casado con esa mujer, yo apenas había cruzado un par de frases con ella. Siempre pensé su retraimiento se debía a que no soportaba a los amigotes de su marido, pero este lo negaba y achacaba ese comportamiento a una cortedad patológica.
-Además de tonta, es tímida-, solía decir.
“Tendría que explicarle de antemano, las disposiciones de su marido”, pensé nada más salir del despacho. Esa casi desconocida iba a depender de mi gestión el resto de su vida y no quería que se enterara por el abogado.  Si ya sería duro saber que no podría disponer de su herencia directamente, sino a través mío, más lo sería enterarse que además tendría que compartir casa conmigo.
Nada más salir del despacho, llamé a la viuda y le pedí que me recibiera. A la mujer le extrañó mis prisas pero, aun así, me dijo que no había problema y que me esperaba. Era un Lunes en la tarde y la mujer vivía en Majadahonda, por lo que tuve, gracias al tráfico, casi una hora para preparar lo que le tenía que decir.
Al entrar en la casa que sería mi morada los próximos dos años, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era como si el fantasma de Pedro, me diera la bienvenida. La criada me informó que la señora estaba esperándome en el salón y que por favor la acompañara.  En la casa se oía un piano. No tardé en descubrir que era Lilith, la que tocaba tan magistralmente.
“Toca bien”, me dije mientras me dirigía hacia ella. La mujer se levantó al verme. Vestida de riguroso luto, me pidió que le explicara qué era eso tan urgente que tenía que contarle. Viendo que de nada servía esperar, le expuse las directrices que su marido había diseñado. Tras lo cual,  le di mi opinión al respecto y le dije que, en lo que a mí se refería, en su vida ella podía hacer lo que quisiera.
En silencio, escuchó mi explicación. En su rictus nada mostraba que se sintiera indignada con mis palabras, al contrario, pareció tomárselas con satisfacción. Esperó a que terminara, y dijo como toda contestación:
-Si mi marido pensaba que es lo mejor para mí, así será. No encontrará en mí, queja alguna. Pedro creyó en su criterio, yo haré lo mismo. Desde ahora le aseguro que cumpliré con todas y cada una de las pautas que me marque-.
Oírla tan serena me tranquilizó, sobre todo porque no le había todavía explicado lo más difícil:
-Doña Lilith, su marido ha especificado que debo vivir aquí-.
Al ver mi incomodidad, sonrió:
-No se preocupe no me molestará su presencia. Será bueno que un hombre esté en la casa-.
Sin comprender, por qué esa mujer se tomaba tan tranquilamente todo, me despedí de ella prometiéndole que, al día siguiente, le acompañaría al abogado.
Martes.
La lectura de las últimas voluntades fue meramente burocrática, tanto la viuda como yo conocíamos el contenido de las mismas. Aun así al terminar, el abogado se había guardado una sorpresa, separándome de Lilith, me dijo que Pedro le había dejado otro sobre, pero que no me lo podía dar hasta el viernes. Al preguntarle por su contenido, me confesó que no tenía ni idea de que se trataba. Como no podía hacer nada más que esperar, decidí que me preocuparía por ese asunto cuando fuera su momento y saliendo al portal busqué a la mujer de Pedro.
Lilith me estaba esperando en la entrada. Al verme, preguntó si iba a acompañarle a la casa. Tardé en comprender sus palabras, ya que, ni siquiera me había mudado. Iba a hacerlo esa mañana. Comprendí que esperaba una contestación, por lo que le dije que iría más tarde, que no se preocupara. Bajando la cabeza, asintió y despidiéndose, se alejó por la acera. El chofer la esperaba en la esquina.
“¡Que tía más rara!”, pensé al quedarme solo. Hasta ese momento, creí que Pedro exageraba al hablar de su timidez, pero empezaba a dudar que no fuera verdad.
Pasé el resto de la mañana embalando mis pertenencias y cuando terminé, me dirigí directamente a la mansión de la viuda. Al llegar, la viuda recibiéndome en la entrada, me informó que la comida estaba preparada y que cuando quisiera podíamos pasar al comedor. Mirando mi reloj, descubrí que eran más de las tres y media y extrañado,  le pregunté:
-¿No ha comido?-.
-Nunca se me ocurriría empezar sin el hombre de la casa. ¿Por quién me ha tomado?-, me contestó, escandalizada.
Sin comprender su actitud, decidí no buscar problemas nada más llegar y pidiéndole perdón, la acompañé al comedor. Nada más sentarnos, entró el servicio con la sopa. Rutinariamente, la criada sirvió a la dueña de la casa y después a mí. Tratando de evitar cualquier enfrentamiento, esperé a que ella empezara, pero tras un minuto en el que ninguno de los dos había probado nada, Lilith me preguntó:
-¿No le gusta la sopa?-.
-Para nada, me encanta, lo único que estaba aguardando que usted empezara-.
Al escuchar mis palabras, sus ojos se abrieron alucinados:
-¡Esta es una casa decente!-. Dijo y antes que me diera cuenta de sus ojos brotaron dos gruesos lagrimones,- Me insulta si piensa que no sé cuál es mi papel. Mi padre y mi marido me enseñaron bien. Si lo que le ocurre es que no quiere comer conmigo, dígamelo-.
Completamente atónito y sin ser consciente de que norma moral había quebrado, decidí que lo mejor que podía hacer era tomarme la sopa y esperar que con eso se terminaran sus reparos. 
“Esta mujer debe de haber sido educada en algún tipo de secta”,  me dije al ver que al comenzar a comer, la mujer se había relajado y que había dejado de llorar. “El machismo que rezuman sus actos, es medieval. Nadie, hoy en día, piensa de esa manera tan arcaica”. Tratando de aprender a comportarme en su presencia, le pregunté que había hecho después de salir del abogado.
En el rostro de la viuda, se dibujó una sonrisa antes de contestarme:
-Fui al cementerio, a agradecerle a Pedro que no me hubiera dejado abandonada y que le hubiese elegido a usted como mi tutor. Después he venido a la casa y me he ocupado que en su habitación todo estuviese en orden, tras lo cual, he esperado que usted llegara-.
Analizando sus palabras, parecía como  si esa mujer creyera que de ahí en adelante, su vida consistiría en servirme. Tratando de reafirmar mis sospechas, traté de indagar sobre ese asunto y haciéndome el ignorante, le pregunté qué iba  hacer esa tarde:
-Eso depende de usted y de lo que necesite-.

No necesitaba más confirmación. Esa mujer estaba completamente alienada por sus creencias. “Seguro que ha sufrido abusos desde niña”, pensé al ver la naturalidad con la que tomaba su función. “esto tiene que cambiar”. Si Pedro me había encomendado cuidar de ella, eso era lo que iba a hacer. En ese momento alcancé a vislumbrar el significado de sus actos. Esa mujer que tenía enfrente era una presa fácil para cualquier desalmado y por eso su marido había buscado una solución alternativa. Confiaba en mí y que yo no iba a abusar de ella.

 
Observándola comer, me fijé por primera vez en su vestido. Aun siendo una mujer joven, no debía de tener los treinta, iba vestida como una vieja. Con la blusa abotonada hasta arriba y una falda muy por debajo de la rodilla, parecía una monja recién salida de la sacristía. Era tan grotesco su atuendo que, considerándome un buen observador, fui incapaz de determinar si su difunto marido tenía razón cuando se gloriaba de las virtudes de su cuerpo. Según él, esa muchacha era poseedora de las mejores curvas que había tenido la oportunidad de catar.

“Ya se verá”, murmuré mientras me tomaba el postre. Lo único que era evidente, es que esa mujer poseía una mirada extraña, parecía estar oteando contantemente su alrededor en busca de una presa. Prestando atención, era innegable su belleza pero, en contra de la lógica, nada en ella me atraía.
Al terminar de comer. Lilith me acompañó a mi habitación y sin que yo se lo pidiera, se puso a ordenar mi ropa colocándola en el armario. Tratando de familiarizarme con mi cuarto, entré en el baño. Me quedé impactado al encontrarme con una enorme estancia que tenía de todo, ducha, bañera, jacuzzi e incluso  una sauna. También noté que había una puerta en una esquina. Intrigado, la abrí y descubrí que el baño tenía comunicación con una coqueta habitación contigua. No tuve que preguntar a quién pertenecía, sobre un sillón, estaba el abrigo que esa mañana la viuda de mi amigo había llevado.
 “Están comunicadas”, cavilé mientras cerraba la conexión, “este cuarto debía de ser el de Pedro”.
No creí que fuera el momento de preguntar a su viuda, la razón por la que había optado a que, entre todas las habitaciones de la mansión, fuera esa su elegida.
“Ya tendré tiempo de hacerlo”, pensé. Algo en mí, me indicaba que no tardaría en averiguarlo. Entrando nuevamente a mi cuarto, Lilith me esperaba sentada en un sillón. Al verme entrar, me explicó:
-Ya he terminado y ahora, no sé qué espera que haga-.
-¿A esta hora que hacía con Pedro?-, contesté, pensando que así no metería la pata.
-Le servía un whisky en la biblioteca y mientras él leía, le acompañaba -, respondió con un brillo en los ojos que no supe identificar.
Deliberadamente intenté no cambiar el día a día de esa mujer y por eso acepté acompañarla hasta la sala de lectura y que me sirviera un whisky.  Aprovechando que estaba en la barra ocupada sirviéndome una copa, busqué entre los cientos de libros allí almacenados uno que me sirviera. No me fue difícil elegir, sobre la mesa, estaba la última obra de David Brown que no había leído. Cogiéndola  me senté en un sillón, a esperar que la viuda me trajera mi copa.
No llevaba leídas ni tres líneas cuando Lilith llegó con mi whisky. Agradeciendo sus atenciones, me concentré en el libro, pero entonces ocurrió algo que dio al traste todas mis intenciones. La esposa de mi amigo posando sus manos en mis hombros y sin avisar, empezó a darme un masaje. Estuve a un tris de levantarme pero, comprendiendo que mi lucha por cambiar la actitud de esa mujer era a largo plazo, dejé que continuara. Resultó ser una experta y al cabo de cinco minutos, me hallaba totalmente entregado a sus maniobras. No sé cómo lo hizo pero, cuando habiendo decidido que era suficiente, terminó, descubrí alucinado que no solo me había dejado llevar, sino que mi camisa se encontraba perfectamente doblada sobre la mesa y que estaba desnudo de cintura para arriba.
Aunque nada en sus actos había tenido ningún aspecto sexual, no pude dejar de pensar que si esa mujer era tan buena dando masajes, debía de ser una bomba en la cama y por primera vez, viéndola alejarse por la puerta, me fijé en su forma de andar. La mojigata había desaparecido y la mujer que en ese momento subía por la escalera, era una pantera que se contorneaba orgullosa de haber obtenido su primera presa.
Durante las siguientes horas, nada digno de mención ocurrió. Me pasé toda la tarde, leyendo y enfrascado en la lectura, no me di cuenta que había anochecido. Acababa de terminar un capítulo cuando tocando la puerta, la sirvienta me avisó que la cena estaba lista y que la señora me esperaba en el comedor.

Como no quería volver a meter la pata, cerrando el libró sin más dilación, me dirigí a su encuentro. Al entrar en la habitación, me quedé de piedra. Lilith me esperaba de  pie junto a mi asiento, enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a una reina. Sin saber que decir ni que hacer y sin comentar el cambio de aspecto tan brutal que había sufrido, me senté sin ser capaz de dejar de mirarla. Parecía una diosa. El delicado tejido completamente pegado a su piel sin enmascarar un ápice de su anatomía, realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que hasta entonces me había pasado inadvertido. En su cuello, lucía una gargantilla de rubíes haciendo juego con unos impresionantes pendientes de la misma piedra.

 
La mujer consciente de mi mirada y de que mis ojos no podían  dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, lejos de intentar taparse y así evitar la lujuria con la que la observaba, dijo:
-Disculpe, mi aspecto. Pero esta tarde me pidió que me comportara igual que cuando Pedro estaba vivo, y  él, no me permitía sentarme a cenar si no venía perfectamente arreglada-.
-Está usted, guapísima-,  tuve que reconocer lo evidente.
-Gracias-, me contestó bajando sus ojos. -Espero no resultar demasiado casquivana ante sus ojos, odiaría que me malinterpretara-.
Aunque sus palabras hablaban de recato, la mujer descaradamente estaba exhibiéndose ante mí. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo al servirme agua, se levantó de la mesa y acercándose a mi lado, se agachó de manera que pude disfrutar de un magnifico ángulo, desde el que pude contemplar su pecho en todo su esplendor. Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creí incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo mi pantalón crecía sin control mi apetito. Tratando de evitar que el termostato de mi cuerpo saltara hecho pedazos, le pregunté por su dolor:
-Aunque Pedro nunca fue especialmente cariñoso, le hecho mucho de menos. Llevábamos casados nueve años y siempre que sus múltiples ocupaciones le permitían acompañarme, disfrutábamos de nuestra compañía-, contestó.
Involuntariamente, la viuda al rememorar las noches con su marido, llevó su mano a un pecho y sin darse cuenta, se pellizcó el pezón. Anonadado por lo excitante de esa imagen, no pude evitar que mi boca se abriera para decir:
-Teniéndola a usted, aquí, no comprendo a su marido. Yo no me separaría de su lado-.
Agradecida por mi piropo, se acercó y dándome un beso en la mejilla, me susurró que era tarde y que debía irse a la cama. No sé cómo pude evitar cogerla en ese momento y allí mismo hacerla el amor. Esa mujer anodina puertas a fuera de esa casa, me había subyugado en menos de doce horas. Aterrorizado, comprendí que si debía pasarme dos años compartiendo con ella la vida, irremediablemente caería rendido entre sus piernas, en cuanto ella me diese entrada.
“Por mucho que Pedro se jactaba de lo bella que era su mujer, siempre me había parecido una exageración hasta hoy”, pensé, mientras me terminaba el café.  Todo en ella rezumaba sexo. Sus piernas, sus caderas y sus piernas se habían convertido en mi obsesión. No podía dejar de soñar en cómo sería recorrer su piel con mis manos.  Intentando mantener un mínimo de sensatez,  reprimí mis oscuros pensamientos, recriminándome por mi falta de profesionalidad.
“ Es la dueña de todo, la viuda de Pedro”, repetía una y otra vez.
Pero seguía sintiéndome fatal.  Ver a su mujer como un objeto de deseo, sin siquiera esperar a que sus huesos se  enfriasen, no era propio de mí. Aunque no era un asceta,  nunca había perdido la cabeza por nadie. Por eso no conseguía asimilar  porqué la viuda de mi amigo me tenía trastornado.  Hecho polvo, subí a mi cuarto con la intención de descansar. Al entrar, escuché que Lilith estaba duchándose. La idea de tener a esa mujer desnuda a escasos metros era insoportable, tratando de evitar pensar en ella, me tumbé en el colchón. Al mirar a mi alrededor, asombrado me percaté que el cristal que había frente a la cama no era un espejo y que se veía con total nitidez la habitación de la mujer.
Aprovechando que seguía en el baño, salí al pasillo y entrando en su habitación, me percaté que desde el otro lado, si era un  espejo y que no se veía mi cuarto.
“¡Que raro!”, pensé, “debe de ser consciente que desde mi cuarto, veré todo lo que haga. ¡Es su casa!”.
Por mucho que traté de disculpar a mi amigo, no existía otra explicación a que Pedro fuese una especie de voyeur o que en su particular forma de ser quisiera tener controlada a su esposa hasta unos límites insospechados. Sabiendo que en ese instante no podía hacer nada para deshacerme de ese artilugio,  decidí dejarlo por esa noche y al día siguiente, arreglarlo. Esperando que la mujer saliera del baño para pasar yo, decidí cambiarme. No me había terminado de abrochar el pijama, cuando observé que salía del baño envuelta en una toalla. Aunque debía conocer que podía verla, Lilith, sin dar importancia al asunto, se sentó frente al espejo y empezó a peinarse su melena.
Avergonzado de mi comportamiento, me quedé mirándola ensimismado. Su belleza, al natural, era todavía mayor. Me sentía espectador de un peculiar reality que en contra de lo que ocurre en los de la televisión, si cruzaba la puerta que nos separaba, me toparía de bruces con la protagonista. No sé cuánto tiempo tardó en terminar de arreglarse el pelo, pero cuando terminó la situación se tornó todavía más incómoda. La viuda, dejando caer la toalla y quedando completamente desnuda,   cogió un bote de crema y comenzó a extendérsela por todo el cuerpo.  Ningún aspecto de su cuerpo quedó oculto a mi escrutinio. Sus manos, al recorrer sus pechos, los alzaron como sopesando el peso, antes de masajear descaradamente sus pezones.
Mi pene, cobrando vida propia, se alzó por fuera de la abertura del pantalón y yo, completamente subyugado por la visión que se me ofrecía, no pude más que acercarme para reducir la distancia que me separaba de ese portento de la naturaleza. Con mi nariz casi pegada al cristal, fui testigo de cómo esa mujer recorría con sus palmas su trasero. La mejor de las modelos de revista estaría envidiosa de la perfección del cuerpo de Lilith. Solo haciendo un gran esfuerzo, evité que mi mano diera rienda suelta a mi deseo, masturbándome. Pero el colmo fue cuando, dándose la vuelta, pude deleitarme con su sexo. Sexo perfectamente depilado, cuya desnudez llamaba a acariciar.
Tratando de evadirme de mis sentimientos, busqué en una ducha fría la tranquilidad que me faltaba. Pero no fue el agua helada, lo que calmó mi calentura. Lo que realmente cortó de plano mi lujuria, fue al salir del baño encontrarme a la viuda sentada tranquilamente en el sillón de mi cama. Sin comprender que hacía allí, esperé a que hablara. La mujer, aunque venía vestida únicamente con un picardías, parecía abochornada. Sus palabras me dejaron helado:

-Me imagino que mi marido le ha explicado mi problema-.

 
Mi cara debió reflejar tanta perplejidad que la mujer, mirando al suelo, prosiguió:
-Para que pueda dormir, debe de usted de atarme- dijo, mientras señalaba a través del cristal unas muñequeras adosadas a su cama.
Tardé en reaccionar y cuando lo hice, me negué en rotundo y sacándola de mi habitación, me despedí de ella.
-¡Usted no comprende!-, la escuché decir llorando, mientras le cerraba en las narices la puerta de su cuarto.
Indignado, volví al mío.
No era posible que mi amigo fuera un ser tan detestable que encadenara noche tras noche a esa pobre muchacha. “¡Que ser más despreciable!”, sentencié sobre Pedro. Hecho una furia, deshice la cama y cogiendo una sábana, tapé el falso espejo. Sabiendo que eso se tenía que terminar, traté de conciliar el sueño. Transcurrió largo rato hasta que la irritación se fue diluyendo y pude dormir.
No tengo conciencia de cuánto tiempo había dormido, cuando en mitad de un sueño, sentí que alguien acariciaba mi sexo. Todavía adormilado, abrí los ojos para descubrir a Lilith desnuda a mi lado. Comprendiendo lo delicado de la situación, intenté escapar de su abrazo pero la mujer, haciendo uso de una fuerza inhumana, me inmovilizó. Por mucho que quise liberarme, retorciéndome en la cama, no me fue posible y agotado, le grité que me dejara en paz.

No me hizo caso y con gran violencia, me desgarró el pijama, dejándome desnudo.  Asustado por su comportamiento, dejé de debatirme sobre las sabanas, momento que aprovechó la mujer para apoderarse de mi miembro. Tener mi sexo en las manos de una loca, me obligó a permanecer paralizado, temía que si la rechazaba me hiciera aún más daño. Al tenerme dominado, la perturbada de hacía unos instantes se convirtió en una máquina del placer y en poco más de un minuto, mi sexo había alcanzado su máxima longitud.

“No me puedo creer que esto me esté pasando a mí”, me dije mientras sentía que su boca engullía mi pene.
El miedo y la frustración fueron dando paso a la pasión y sin darme cuenta, empecé a colaborar con mi captora. Mis manos se posaron en su cabeza y marcándole el paso, dejé que la viuda devorara mi extensión.  Como si fuera la última vez que tuviera ocasión de tener la virilidad de un hombre en su garganta, Lilith consiguió introducírselo totalmente en su interior y alucinado experimenté como esa mojigata lo había engullido por completo y a sus labios recorriendo la base de mi pene. El placer no aplazó su llegada y cuando lo hizo, absorto, vi cómo se tragaba todo mi semen y en pocos segundos, como acababa con cualquier rastro de mi eyaculación con la lengua.
Si pensaba que ahí se había acabado todo, me equivocaba, porque sin darme tiempo a descansar, girando sobre sí misma, puso su sexo en mi boca. Todavía renuente a la forma que me trataba, tardé en responderla. La mujer, sin hablar y apretándome suavemente mis testículos, dejó claro que era lo que esperaba de mí y forzado por las circunstancias, comencé a acariciar su clítoris. Su aroma me embriagó y ya sin reparo, separé sus labios y usando mi lengua como si de mi pene se tratara, empecé a penetrarla mientras que con mis dedos torturaba su botón.
“Es maravillosa”, acepté en mi fuero interno.
No recuerdo cuantas veces llegó esa mujer al orgasmo solo con la acción de mi boca, pero tras media hora dándole placer, sentí que bajando por mi cuerpo, cogía mi sexo y sin pedirme opinión, se ensartaba de un solo golpe.
-¡Mierda!-, grité al sentir como la viuda de mi amigo lo forzaba hasta extremos impensables.
Me resulta imposible expresar con palabras, la manera en la que, usándome a mí, esa loca se apuñaló repetidamente la vagina con un ritmo infernal. Era como si su vida dependiera de ello y necesitara de mi simiente para sobrevivir. No paró hasta que por segunda vez, descargué en su interior.   
Fue entonces cuando dejándome descansar, me dijo mientras desaparecía por la puerta:
-Llevaba una semana sin sentirme mujer-.
Derrengado y nuevamente solo, lloré por la humillación de haber sido violado. Había sido un puto objeto en la lujuria de la viuda de Pedro. Y sin ser plenamente consciente de mi sentencia, deseé que los dos años de penitencia pasaran rápidamente.
También comprendí porqué, mi amigo, la ataba todas las noches.
“Esta mujer está loca”, sentencié y abrazando la almohada, intenté conciliar el sueño.
 

Miércoles.

Las horas de descanso me sirvieron para ver lo ocurrido bajo otra óptica. Al despertar y comprobar que seguía entero y que nada de lo ocurrido, me iba a dejar secuelas, empecé a ver el asalto sufrido como una anécdota más a contar.
La ducha me sirvió para limpiar los restos de infamia que podía albergar y más entero, me vestí y salí a enfrentarme con mi nueva vida. Los diez mil euros de salario de por vida, bien valían la noche de angustia que pasé en manos de esa mujer. Bajo los rayos de la mañana, lo absurdo de haber sido tomado contra mi voluntad por la mujer más impresionante que  hubiera soñado, me pareció en contra de la lógica y sobre todo porque pensándolo bien había sido mi culpa.
“Ella intentó evitarlo”, me dije al recordar que la noche anterior, fui yo quien se negó a atarla.
Pensando en ello, bajé por las escaleras de la mansión a desayunar. Ese día iba a ser mi toma de contacto con la herencia de  Pedro. Al entrar en el comedor, me encontré de frente con Lilith. La mujer al ver que entraba bajó la mirada y avergonzada ni siquiera me saludó.  Conociendo el grado de paranoia de la viuda, preferí hacer caso omiso  a su desplante y llamando a la criada, le pedí que me sirviera un café.
Al esperar que la criada me trajera mi desayuno, observé a la mujer.
Lilith, volvía a ser la apocada mujer que yo recordaba. Ataviada con una especie de túnica, parecía un ser asexual y no la hembra hambrienta que me había asaltado hace unas horas. Nadie me podía negar que esa muchacha que en ese momento, no podía levantar sus ojos de su taza, era una depravada sin valores que, ignorando el recuerdo de su marido muerto, se había dejado llevar por su instinto animal y sin ningún tipo de censura, se había lanzado en pos del placer sin importarle los sentimientos de su víctima.
Mirándola bien, no comprendí como era posible que usando la violencia esa mujer hubiera podido someterme. No podía pesar más de cincuenta kilos y yo, sin ser un adonis, con mi metro noventa, no era creíble que me hubiese comportado como un pobre cervatillo en manos de esa pantera.
Interrumpiendo mi reflexión, la oronda criada me sirvió el café.
-¿Desea algo más?-, preguntó rutinariamente.
-No, gracias-, le respondí de igual modo.
Quizás suponiendo por mi talante relajado que había olvidado la afrenta sufrida, la viuda de mi amigo me comentó:
-José, revisando los periódicos, creo que hoy debes invertir en Sun Microsistem. Me parece que si compras medio millón de acciones de esa compañía, debemos recuperar en un día al menos el veinte por ciento-.
 La insensatez de su consejo, me hizo levantar la mirada y enfrenté a ella:
-Pero, si esas acciones llevan tres meses de caída-.
-Por eso, hoy van a anunciar un nuevo producto. Si te adelantas, medio millón de acciones a cuatro setenta significa invertir dos millones trescientos cincuenta mil euros-.
-Es una locura-, respondí sin comprenderla.
-Hazlo y con los beneficios que obtengamos, quiero que me compres este collar de perlas cultivadas de Duran-, me contestó mientras me mostraba un folleto de esa joyería.
Como es lógico, tamaño disparate me agrió el café y sin responderle, salí rumbo a mi oficina.
Durante el camino, tratando de hallar un sentido a sus palabras, recordé las instrucciones de Pedro, donde específicamente me decía que debía cumplir todos sus caprichos.
“Puta loca, si quiere perder dinero es su problema. Yo, solo, soy un mandado”, recapacité recordando mi verdadero puesto, administrador de sus bienes.
Al llegar a la oficina, lo primero que hice fue cumplir a rajatabla semejante estupidez.
Durante toda esa mañana, no pude despegarme de la pantalla del ordenador y durante las primeras cuatro horas de funcionamiento de la bolsa londinense, la acción no hizo más que caer.
“Esto me ocurre por hacerle caso”, pensé al comprobar el desarrollo de la sesión.
Varias veces estuve a punto de deshacer las posiciones pero, al dar las doce, como si fuese un cohete, el valor de Sun comenzó a revalorizarse para acabar a las dos por encima de los seis euros. Sin comprender en absoluto, como esa mujer había adivinado el comportamiento de la bolsa, decidí en ese punto deshacer las posiciones, obteniendo un beneficio neto superior a los seiscientos mil euros.

“No me lo puedo creer”, dije al comprobar que en una sola jornada, había ganado más dinero que la suma de mis salarios de los últimos diez años. “Esta mujer es increíble”.

 
 

Entusiasmado, sin despedirme de mi gente, corrí a darle la noticia a Lilith.

Conduciendo hacia el chalet, cada vez que lo pensaba, la duda de que el éxito de Pedro se debía a su esposa fue haciéndose más patente. No podía ser casualidad que esa arpía hubiese dejado caer, como cualquier cosa, el mayor de los triunfos de mi carrera. Al llegar, la encontré tranquilamente sentada en uno de los salones de la mansión y sin poderme reprimir le comuniqué las buenas nuevas.
Ella, sin inmutarse, alzó su mirada y me preguntó:
-¿Dónde está mi regalo?-.
Desconcertado por su respuesta, le contesté que no sabía a qué se refería.
-Mi collar de perlas cultivadas-, completamente fuera de sí, me respondió-.
Cayendo en ese instante que me había pedido a cambio de su información esa joya, le pedí perdón. Lo que ocurrió a posterior es difícil de describir, levantándose de su asiento, la mujer se enfrascó en una locura destructiva, acabando en pocos segundos con el contenido de una vitrina de la habitación. Por mucho que intenté parar ese desastre no lo conseguí, hasta que reconociendo mi error, le prometí que iba enmendarlo comprándolo esa misma tarde.
-Le espero-, me dijo sentándose nuevamente en el sillón como si nada hubiese pasado.
Al no tener otra opción, llamé a la joyería y después de discutir con la empleada, conseguí que me abrieran la tienda a las tres.
Ya en el coche, no pude dejar de meditar sobre lo ridículo de la situación. Esa chiflada, quien sabe cómo, me había dado un soplo que nos había hecho ganar una fortuna y solo quería una décima parte del valor en un puto abalorio. Era un capricho caro pero, a fin de cuentas, era su jodido dinero y yo, su puñetero empleado.
En Durán, no pusieron ningún reparo a mi tarjeta de empresa y tras una breve transacción, me vi en la calle con un paquete valorado en sesenta mil euros. Al salir, no pude dejar de pensar en las palabras de la dependienta:
-Su mujer tiene un gusto magnifico. Lo que se lleva es una pieza única-.
Gracias a que durante los últimos años había servido de recadero de las excentricidades de Pedro, no me resultó fuera de lugar gastarme semejante cantidad de dinero en un capricho de su mujer, aun así, respiré aliviado al llegar y darle ese presente.
 Lilith, comportándose como una cría a la que le hubiesen concedido su mayor deseo, dando saltos de alegría, me dio un beso en la mejilla y como si nada hubiese ocurrido, me dejó patidifuso en el salón. Sin comprender lo ocurrido, me acerqué a la barra y poniéndome una copa no pude más que repetirme que cobraba una pasta inmensa por aguantar a esa loca.
Durante las siguientes horas, no supe nada de ella y aprovechando su ausencia, vacié el contenido de una botella. Con un porcentaje etílico superior a lo recomendable cuando me avisaron que la cena estaba servida, me acerqué al comedor para descubrir que la mujer de mi amigo me esperaba de pie en la entrada.  No pude evitar que la copa que llevaba en la mano se cayera, nadie está habituado a que le reciba un monumento casi desnudo con el único adorno de un collar tapando sus pechos.
-¿Le gusta su regalo?-, me preguntó, obviando que solo un delgado y transparente body recubría su anatomía.
Juro que fue un acto reflejo. Absorto en su hermosura, mis manos recorrieron el borde de su pecho antes de recalar en las cuentas del collar. Lilith no se retiró al sentir mi caricia, al contrario, sonriendo aceptó gustosa mi lisonja y pegando su cuerpo al mío, respondió pasando su mano por encima de mi pantalón.
Todavía hoy, no recuerdo que cenamos ni de qué hablamos. Lo único que me consta es que no pude retirar mis ojos de ella y que al terminar de cenar, esa mujer que solo unas horas antes se había comportado como una trastornada, se restregó sensualmente antes de despedirse. Dándole tiempo al tiempo, pedí que me sirvieran otro copa y con ella en la mano, subí a mi habitación.
Hirviendo de deseo, después de comprobar que estaba en la ducha, me tumbé en la cama soñando que repitiera puntualmente la misma rutina del día anterior. Ni siquiera me digné en cambiarme, desnudándome por completo, esperé a que esa joven saliera del baño y a través del cristal, poder contemplarla.

Lilith no se hizo esperar. Cumpliendo exquisitamente su ritual, salió enfundada en la toalla y sin perturbarse, comenzó a peinarse. Si la noche anterior, me había sentido apocado por mi examen, esta vez, cogiendo mi erección, me masturbé mirándola. Ajena a mis maniobras, esa muchacha terminó de desenredar su pelo y acto seguido, tranquilamente despojándose de vestimenta, se dedicó a pintarse las uñas de los pies mientras en el cuarto de al lado, dejaba que mi lujuria se desatara, observando obsesivamente el brillo de la humedad de su sexo.

 
Sabiendo que actuaba mal, eyaculé sobre el falso espejo sin importarme lo más mínimo. Esa mujer me tenía ofuscado y nada de lo que hiciera podía evitarlo. Conociendo los pasos que iba a dar, volví a la cama a esperarla. Ella, nada más acabar con su labor, sensualmente y mirando hacia mi habitación, se puso un coqueto conjunto de noche.
No tardé en escuchar que tocaba mi puerta, pero en esta ocasión sin salir de entre las sabanas, aguardé a que entrara.
-José, estoy lista-, me dijo recordándome que debía maniatarla.

-Hoy, no toca-, contesté esperando su reacción.
-¿Estás seguro?-, me respondió pasando la mano por su cadera.
Sin tomar en cuenta su consejo, la mandé a dormir, suspirando que no lo hiciera y sin apagar la luz, aguardé a que volviera. Observando a través del cristal, la vi tumbarse en su lecho e intentar ponerse las muñequeras que le servían de sujeción. Satisfecho comprobé que después de ajustarse una de las ataduras, le fue imposible cerrar la segunda y viendo frustrado su intento, se echó a llorar desconsoladamente.
Me mantuve impertérrito ante su sufrimiento y  completamente excitado, esperé su retorno. Los minutos se volvieron horas y mientras me debatía entre dormir o ir a su encuentro, la vi debatiéndose contra su deseo. Sus manos, separando sus piernas, se apoderaron de su sexo y retorciéndose, trató de evitar acudir a mi lado. Varias veces la vi desplomarse sobre el colchón a consecuencia de su orgasmo, las mismas que levantándose de la cama hizo un conato  de buscar el consuelo que mis caricias le podían ofrecer.
El reloj de mi muñeca ya marcaba las tres de la madrugada, cuando observé que, desesperada, se levantaba y salía de su cuarto. Abriendo mi puerta, sigilosamente, como un ladrón entra en una casa ajena, entró en mi habitación. Lilith se sorprendió al descubrir que seguía despierto. Indecisa, se mantuvo unos instantes en la entrada pero, al ver, que abriendo cama le daba cobijo entre mis sábanas, gateando por el suelo y maullando su deseo, acudió a mi lado.
La violadora de la noche anterior se transmutó en una dulce paloma al sentir que cogiéndola entre mis brazos, me apoderaba de sus labios. En esta ocasión iba yo a llevar la voz cantante, pensé mientras desabrochaba su sujetador de seda. Maravillado, no esperé que me diera permiso y tomando su pezón entre mis dientes, lo mordí cariñosamente. Su dueña, dominada por su naturaleza, gimió al sentir el mimo con el que trataba su aureola y cogiendo mi pene, empezó a masturbarlo.
Sacando fuerzas de mi flaqueza, la retiré a un lado y susurrándole al oído, le pedí que se estuviera quieta. La mujer refunfuñó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que deslizándome por su cuerpo, iba besando cada centímetro de su piel, se dejó hacer. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias, mientras me acercaba a su sexo. El olor a hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo. Disfrutando de mi dominio pasé de largo y descendiendo por sus piernas, con gran lentitud me concentré en sus rodillas y tobillos hasta llegar a sus pies.
Sus suspiros me hicieron comprender que estaba en mis manos y absorbiendo en mi boca los dedos que se acababa de pintar, alcé la mirada para comprobar que Lilith, incapaz de reprimirse, había hecho presa de su clítoris y poseída por la pasión, lo acariciaba buscando su liberación. Esa visión hubiera sido suficiente para que en otra ocasión y con otra mujer, hubiese dejado lo que estaba haciendo y escalando por su cuerpo, la hubiese penetrado, pero decidí no hacerlo y en contra de lo que me pedía mi entrepierna, hice caso a mi razón y prolongando su angustia, seguí incrementando su calentura.
La recatada viuda no pudo contenerse y al notar que mi lengua dejaba sus pies y remontaba por sus piernas, se corrió sonoramente. Yo, por mi parte, como si su placer me fuera ajeno, seguí lentamente mi aproximación. Deseaba con todo mi interior, poseerla pero comprendí que esa era una lucha a largo plazo y que de esa noche, iba a depender el resto de mi vida. Al llegar a las proximidades de su sexo, la excitación de Lilith era máxima. Su vulva goteaba, sin parar, manchando las sábanas mientras ella no dejaba de pellizcar sus pezones, pidiéndome que la tomara. Sin hacer caso a sus ruegos, separé sus labios, descubriendo su clítoris completamente erizado. Nada más posar mi lengua en ese botón, la muchacha volvió a experimentar el placer que había venido buscando.

-Por favor-, la escuché decir.

 
Sabiéndome al mando, obvié sus suplicas y concentrado en dominarla, la horadé con mi lengua. Saborear su néctar fue el detonante de mi perdición y tras conseguir sonsacarle un nuevo orgasmo, me alcé y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su interior. Al contrario de la noche anterior, pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues y profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Ella al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Nuevamente pasé de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva. Lilith, sintiéndose indefensa, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo.
Desplomándose sobre las sabanas, la mujer asumió su derrota y capitulando, mordió con fuerza la almohada. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse arrodillada, dándome la espalda. Separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido. Tras relajarlo, traspasé su última barrera y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla.
Gritó al ser horadada su entrada trasera pero permitió que siguiera violentando su cuerpo, sin dejar de gemir y sollozar por el placer que le estaba administrando. No tardé en llegar al orgasmo y eyaculando, rellené con mi semen su interior. Ella, al notarlo,  se dejó caer exhausta sobre el colchón. Haciéndome a un lado, la abracé y en esa posición, nos quedamos dormidos.
Jueves.
Me desperté sin ella a mi lado. Su ausencia sobre mis sabanas me resultó dolorosa. Esa noche no solo había disfrutado sino que había descubierto a una mujer tierna y cariñosa, a la vez que fogosa. Eran las ocho de la mañana y todavía me parecía oír sus gritos de pasión. Recordaba cada poro de su piel, cada caricia, cada beso y sobre todo su olor. Aroma dulzón de fémina regado de deseo. Había sido la noche soñada con la mujer más bella del planeta. Aunque había partido, al abrazar la almohada quedaba su rastro.
Con el ánimo recuperado, me metí a duchar. El agua, al caer cálida por mi cuerpo, me obligó a rememorar la humedad de su sexo y deseando verla, me sequé y afeité con rapidez. Al vestirme en mi cuarto, descubrí en el suelo uno de sus pendientes de perlas.    
“Lilith no debió darse cuenta que se le cayó”, pensé y recogiéndolo, me lo guardé para entregárselo, “con lo que es con las joyas, debe de estar sufriendo”.
Como los otros días, la encontré desayunando. Envuelta en una bata y sin peinar, seguía siendo preciosa. Acercándome a ella por detrás, le di un beso en la mejilla y enseñándole el tesoro que me había encontrado, dije sonriendo:
-Mira lo que perdiste anoche-.
Arrancando el pendiente de mi mano, me fulminó con su mirada. No comprendiendo su actitud, pregunté qué pasaba:
-No solo abusó de mi estado, sino que ahora, faltándome al respeto, me besa y para colmo se vanagloria de su acción, mostrando mi olvido como si fuera un trofeo de caza. ¿De cuantas mujeres decentes se ha aprovechado, usted?.
Como no me esperaba esa reacción, mi cerebro tardó en asimilar el sentido de sus palabras pero, tras unos instantes de indecisión, hecho una furia le contesté:
-¡Que yo abusé de ti!. Fuiste tú quien, como perra en celo, me violó la otra noche y la que ayer, maullando y de rodillas, se metió en mi cama-.
Incapaz de rebatir mi argumento, se levantó y dándome un tortazo, me soltó:
-¡Le odio! y ¡no le permito que me tutee!-.
-Disculpe la gran señora-, respondí haciendo una reverencia, tras la cual, salí de la habitación sin despedirme.

Ya en el garaje, liberé mi cabreo, pateando las ruedas del automóvil, mientras me recriminaba por haber creído que esa mujer sentía algo por mí. Cuanto más lo pensaba, la indignación lejos de disminuir se acrecentaba, al darme cuenta que era yo quien realmente albergaba sentimientos por esa mujer.

 
“No es posible que esté colado por esa chiflada”, torturándome, repetía una y otra vez, -¡Será guapa pero está como una puta cabra!-.
Al coger el coche, decidí parar en un bar a desayunar y a calmarme. No era bueno que, en la oficina, me vieran llegar hecho un energúmeno. Buscando el consuelo del anonimato, elegí un bar nuevo, y pidiendo un café, mojé mi frustración con un churro. No lo había terminado cuando escuché el sonido de mi móvil. Al cogerlo, leí en la pantalla el nombre de Lilith:
“¿Ahora que querrá esta petarda?”, pensé mientras lo descolgaba.
Sin pedir disculpas, la mujer me informó de los movimientos que quería que hiciera y tras hacer unos breves cálculos, me ordenó que debía de vender lo comprado cuando las ganancias superasen el cuarenta por ciento.
-¿Está segura?-, pregunté por la barbaridad que creía que representaba hacerlo.
-Lo sabría, sin que yo se lo dijera, si no dedicara toda su energía a pecar-.
-¡Váyase, USTED, a la mierda!-, contesté colgando la jodida llamada.
No me cupo ninguna duda que mi ofensa, aunque educado al no tutearla, debió hacer mella en ella y me arrepentí en el acto. Que la viuda estuviera trastornada, no me daba derecho a insultarla, no en vano era mi jefa o al menos la dueña de todo. Quizás ese sentimiento de culpa, fue lo que me llevó a hacer caso de su sugerencia e invertir un dineral en esa idea tan absurda nada más llegar a la oficina.
El día a día de la administración, no me permitieron seguir el desarrollo de la bolsa hasta la una. Al fijarme en el valor, alucinado, ordené a mi agente que hiciera liquida la inversión y que traspasara los fondos a la cuenta de la empresa.
-José-, me dijo al comprobar las ganancias, -como sigas así, vas a tener una inspección. Aunque lo niegues, estás usando información privilegiada.
-Si te dijera mi fuente, no me creerías-, le dije tomándome a guasa su comentario.
-No estoy bromeando-, me cortó en seco, -es un delito grave-.
-Lo sé-, contesté y despidiéndome de él, me quedé recapacitando sobre su consejo.
Tenía razón. El porcentaje de aciertos y el volumen de lo invertido podían llamar la atención del regulador. Aunque no me apeteciera, debía de comentar con Lilith ese asunto y si quería que siguiera haciendo caso a sus indicaciones, me tenía que confesar como obtenía unos soplos tan certeros.
Fue entonces cuando caí en que no me había dicho que quería a cambio, como seguía avergonzado y tampoco me apetecía que repitiera la rabieta, decidí ir directamente a la joyería y comprarle algo. Al llegar la dependienta me reconoció en seguida, y acercándose a mí, preguntó qué era lo que quería:
-Algo bonito y caro-, respondí.
Con la visa en la mano, al ir a pagar, no pude menos que sonreír:
“A este paso, antes que la inspección, me nombran socio honorifico de esta tienda”.
Gracias a que casi no había casi tráfico, tardé poco más de cuarto de hora en llegar. Encontré a Lilith en el jardín, tomando el sol. Tuve que hacer un esfuerzo para no recrear mi mirada en su figura. Ella, al verme me saludó como si no hubiésemos tenido una  bronca hace apenas unas pocas horas. Tratando de mantener la profesionalidad, le expliqué mi charla con el agente de bolsa y directamente, le pregunté quien le pasaba la información.
Al oírme, soltó una carcajada y cogiéndome de la mano me llevó a la habitación que usaba de despacho. Nunca había entrado a allí y pasmado, contemplé al menos una docena de monitores retrasmitiendo en vivo los diferentes parqués del planeta.
-Por lo que me ha preguntado, Pedro no le comentó que hacía antes de conocerlo-.
-Pues no-, tuve que reconocer.
-Era la más joven analista de la City. Estoy doctorada en Economía, Matemáticas, Políticas e Informática, además de haber desarrollado los modelos matemáticos que hoy usan en la Bolsa de Madrid-. 
-¿Entonces no existe tal fuente?-.
-¡Claro que no!. ¿Acaso ahora se da cuenta que, en casa, tiene una mujer inteligente?-, contestó pero al darse cuenta que podía malinterpretar su frase,  se sonrojó avergonzada.
Cortado por haberla minusvalorado, saqué el regalo y pidiéndole perdón, se lo extendí diciendo:
-Una joya para otra joya-.
Su cara mostró su felicidad y dándome un beso, lo abrió para descubrir una tiara de diamantes:
-¡Se ha acordado!. Me daba vergüenza pedirle nada después de la discusión de esta mañana-.

Volvía a ser la niña caprichosa que tanto me gustaba. Aunque fuera rara e insufrible la gran mayoría de las veces, era preciosa. O parafraseando a San Agustín: El placer de vivir con ella, bien vale la pena de soportarla.

 

Como debía volver a la oficina, pero quería alargar ese momento, le expliqué que debía de irme y no me podía quedar a comer, en compensación le invitaba a cenar en un restaurante. Lilith se me quedó mirando antes de contestarme. Algo en ella me dijo que no le apetecía la idea pero, cuando ya creía que iba a reusar, me preguntó a qué hora tenía que estar lista:

-¿A las nueve le viene bien?-.
-Perfecto-, me respondió, -así tendré seis horas para prepararme-.
Camino de la oficina y aunque me costó conseguirla, usando mis contactos,  reservé en Gaztelupe una mesa para  dos.
“Espero que le guste”, pensé.
Al querer jugar sobre seguro, elegí ese restaurante para ir a cenar porque está considerado uno de los mejores de Madrid. Tiene dos problemas, lo caro que es y lo difícil que es conseguir una reserva. Si no tienes amistad, te obligan a hacerla con dos meses de antelación.
La tarde fue eterna, no dejaba de pensar en esa mujer, múltiples preguntas se amontonaban en mi mente: ¿cómo ira vestida?, ¿qué pedirá?… pero sobre todo, ¿Cuál de las Lilith irá?. Mi principal duda era si me iba esa noche a encontrar a la mojigata, a la encantadora o la fiera. Dependiendo de la que acudiera, la noche podía ser fantástica o el mayor de los desastres. Por eso cuando abrí la puerta del chalet, ya de vuelta, estaba expectante. Sabiendo que no tardaría en salir de dudas, saludé en voz alta nada más entrar. Desde el piso de arriba, la escuché decir que ahora bajaba y por eso, la esperé en el recibidor.
Al verla aparecer, me quedé sin respiración. Llevaba puesto un espectacular vestido de noche de color negro y en su pelo lucía la tiara que le había regalado. Por mucho que ya debía de estar acostumbrado a sus cambios de humor y apariencia, la mujer que descendía por la escalera era el ser más seductor que había visto en mi vida. Agarrada a la barandilla, Lilith contoneaba todo su cuerpo cada vez que bajaba un escalón.
Cuando casi llegaba a mí, se trastabilló y si no llega a ser por que la sujeté en su caída, se hubiese pegado un buen costalazo. Al levantarla, comprendí el motivo de su tropiezo:
-¡Está borracha!-.
Con los ojos vidriosos por el alcohol, la muchacha lo negó diciendo:
-Solo he tomado un par de copas para tener fuerzas para acompañarle-.
-No le comprendo-, contesté.
Antes de responder, se sentó en un sofá y medio llorando, se trató de justificar:
-¡Coño!, ¡Me da miedo la gente!. ¿Se ha quedado contentó ya?-.
Mi enfado se diluyó al oírla y sentándome a su lado, acaricié su rostro diciendo:
-No tenía que haberlo hecho. Si me lo hubiera dicho no me hubiese importado-.
-Pero es que yo quería agradarle. Vi que le hacía mucha ilusión y por eso le dije que sí-.
Estuve a punto de besarla pero sabiendo que me iba a arrepentir, en vez de ello, la cogí en mis brazos y la llevé al sofá del cuarto de televisión:
-Nos quedamos-, y pensando en que entretenernos, le pregunté, -¿Le apetece jugar al póker?-.
-¿Quiere perder?, soy muy buena-.
Fue tanta nuestra concentración que la criada nos tuvo que traerla unos sándwiches, porque no nos apetecía levantar la partida. Tres horas después y con tres cientos euros de menos  en su bolsillo,  Lilith, medio picada, me dijo:
-Podía haberme advertido que era tan bueno-.
-¿Ahora se da cuenta que, en casa, tiene un hombre con muchas cualidades?-, contesté usando sus mismas palabras.
Al tanto de la burla, la muchacha, muerta de risa, susurró a mi oído mientras me acariciaba la pierna:
-¿Cuáles son sus otras cualidades?-.
-No empiece-, le respondí, -es usted una mujer maravillosa, pero no quiero que mañana vuelva a acusarme de abusivo-.
-Tiene razón, mejor vayamos a dormir. Pero le tengo que pedir un favor, ¿confía en mí?-.
-Si-.

-No me ate…-.

 
 

-No pensaba hacerlo- le interrumpí.

-Por favor, déjeme terminar-, protestó y mirando al suelo, prosiguió diciendo: -Quiero dormir en su cama. Prometo portarme bien-.
Estuve a un tris de negarme. Temía tanto a la noche con ella como a su reacción posterior por la mañana, pero mis defensas quedaron en nada al advertir que dos gruesos lagrimones corrían por sus mejillas.
-De acuerdo, con una condición, ambos lo haremos vestidos-.
Saltando de alegría y mientras  salía de la habitación, me pidió que le diera un cuarto de hora.
Sin saber si había hecho bien, me serví una copa. Fueron los quince minutos más eternos de cuantos he vivido. Siendo sincero, el problema era mutuo, no estaba seguro que teniéndola a mi lado, no fuera yo quien buscara algo más y por eso, iba francamente acojonado cuando subí por las escaleras.
Lilith me esperaba de pie en mi habitación. Sin pedirme permiso, había cogido de mi cajón un pijama y se lo había puesto:
-Perdona pero es que todos mis camisones son muy sugerentes-.
-No hay problema-, le respondí sin aclararle que, vestida así, parecía una niña traviesa y eso era si cabe todavía más excitante.
Entrando al baño, me cambié rápidamente y para cuando salí, Lilith se había metido en la cama. Tanteando el terreno, pregunté:
-¿Está segura?-.
-Nunca he estado más segura-.
Cruzando mi Rubicón particular, apagando la luz, me tumbé a su lado. Ninguno fue capaz de hablar durante cinco minutos. Ya estaba adormilado cuando escuché que me decía:
-Abrázame, por favor-.
Con mucho miedo, obedecí, tomándola entre mis brazos. Con su espalda contra mi pecho, evité que mi mano rozara sus pechos.
-Gracias-, dijo y posando su cabeza en la almohada, no tardó en quedarse dormida.
Viernes.
Cuando me dormí la noche anterior, supuse que al rayar el alba ella habría desaparecido pero no fue así. Esa mañana, amanecí con ella todavía entre mis brazos. Disfrutando del momento, acaricié su pelo y sin moverme, deseé que ojalá no se acabara nunca.
“Me podría acostumbrar a esto”, triste rumié al pensar que en cuanto se levantara, me iba a montar otro escándalo.
Lilith tardó todavía media hora en despertar y cuando lo hizo, se dio la vuelta mirándome sin hablar:
-Buenos días, bella durmiente-, susurré rompiendo el incómodo silencio.
-Buenos días, príncipe encantador-, contestó y acercándose a mí,  me besó.
Lo que en un principio fue un beso tierno, fue cogiendo intensidad y  antes que nos diéramos cuenta estábamos desnudos. A plena luz del día, era todavía más bella. Su cara irradió felicidad al sentir que bajando por el cuello, mi boca se apoderaba de su pezón.
-Lo necesitaba-, dijo dándome entrada.
Sin poderme retener, acaricié su trasero mientras mordía su otra aureola. La mujer respondió pegando el pubis a mi sexo sin parar de suspirar. “Es increíble, no acabamos de empezar y ya está empapada”, pensé al sentir la humedad que fluía de su entrepierna. Azuzado por su excitación, le separé las piernas y cuando me empezaba a deslizar para tomar posesión de su sexo con mi boca, me paró:
-Déjame a mí-.
 Lilith me obligó a tumbarme boca arriba y poniéndose encima, empezó a besar mi pecho. Cogiendo un pezón entre sus dedos, su otra mano me acarició mis testículos. Multiplicándose su boca mordisqueó mi torso en dirección a mi sexo. Éste esperaba erguido su llegada. Usando su larga melena a modo de escoba, fue barriendo mis dudas y miedos, de modo que, cuando sus labios entraron en contacto con mi glande, la seguridad de mis sentimientos era superior a mi pasión. Ella ajena a mi reflexión, estaba con su particular lucha e introduciendo a su adversario hasta el fondo de su garganta, no le dio tregua. Queriendo vencer sin dejar prisioneros, aceleró sus movimientos hasta que, desarmado, me derramé en su interior.  No permitió que ni una sola gota se desperdiciara, como si mi semen fuese azúcar y ella una golosa empedernida, se bebió mi néctar e incluso limpió cualquier rastro que todavía pudiese tener mi extensión.
 Sus labores de limpieza provocaron que me volviera a excitar. Ella, mirando mi sexo erguido, se pasó la lengua por los labios y sentándose a horcajadas sobre él, se fue empalando lentamente sin separar sus ojos de los míos.

-Si te mueves, te mato-, gritó mientras contorneando las caderas parecía succionarme el pene. Forzando y relajando después los músculos, daba la sensación que en vez de vagina esa mujer tuviera un aspirador.

 
Me había prohibido moverme pero no dijo nada de mis manos y por eso, cogiendo un pecho con cada una de ellas, los apreté antes de concentrarme en sus pezones. Al oír que los gemidos de mi compañera, recordé que le gustaban los pellizcos y apretando entre mis dedos sus aureolas, busqué incrementar su goce. Paulatinamente, su paso tranquilo fue convirtiéndose en trote y su trote en galope. Con un ritmo desenfrenado  y cabalgando sobre mi cuerpo, sintió que el placer le dominaba y  acercando su boca a la mía mientras me besaba, se corrió sonoramente sin dejar de moverse. Su clímax llamó al mío y forzando mi penetración atrayéndola con mis manos, eyaculé bañando su vagina.
Abrazados, descansamos unos minutos. Ya recuperada, me dio un beso y dándome las gracias, se levantó de la cama, dejándome solo. Sin comprender sus prisas, decidí ducharme. Había sido una noche maravillosa, una mañana perfecta y de pronto esa mujer me abandona a mi suerte.
Sabiendo que no había forma de cambiarla, abrí el agua caliente y me metí debajo. Estaba todavía enjabonándome cuando escuché que Lilith entraba y se sentaba en la taza.
-José, tenemos que hablar esto no puede continuar así-.
-No sé a qué te refieres, explícate- le dije, encabronado.
-Mira, desde bien joven he tenido una sexualidad extralimitada, pero siempre he conseguido controlarla gracias a una estricta moralidad. Con mi marido, durante el día la tenía apaciguada y solo por la noche, me dejaba llevar por ella. Pero contigo todo se me ha ido de las manos. Las primeras noches, te busqué aunque sabía que al día siguiente me iba a sentir mal, pero desde entonces me da igual  que sea mañana, tarde o noche, solo saber que estás cerca me hace mojarme sin control y si a eso le sumamos que eres el hombre más adorable que he conocido, no lo puedo soportar. ¡Esto se tiene que acabar!-
 -Y ¿Qué quieres hacer?-, respondí temiendo que me echara de su casa.
-Casarme contigo. Es la única forma de poder estar contigo sin martirizarme por ceder al deseo-.
-¿Lo dices en serio?, ¿me estás pidiendo que sea tu marido?-, respondí.
-Si-.
Sin pensármelo apenas, contesté:
-Acepto con dos condiciones: la primera es que me lo pidas de rodillas y la segunda es que me enjabones la espalda-.
-Eres bobo-, contestó metiéndose vestida bajo la ducha, -bésame-.
 Epilogo:
Esa tarde había quedado con el abogado para que me diera la segunda carta de Pedro. Al contrario que la vez anterior, no estaba nervioso. Nada de lo que dijera, me podía resultar extraño después de esos cinco días con su viuda. De todas formas, al abrir el sobre, tenía curiosidad:
José:
Como llevas viviendo con Lilith cinco días, no tengo que explicarte nada de sus rarezas, pero  aun así creo mi deber aconsejarte. Mi querida viuda es bipolar sexual, por las mañanas está dominada por su educación y por la noche por el sexo. Cuando la conocí, no era tan acentuado pero se le ha ido incrementando con los años. Ahora es incapaz de estar más de tres días sin follar, por lo que me imagino que tu primera noche en mi casa debió ser de antología. No te guardo rencor por ello, me haces un favor. Aunque la quiero, o mejor dicho la quería, no la soporto y por eso para descansar, la he convencido de dormir atada. La única forma de que lleve una vida medio normal es que un papel bendiga su lujuria y por eso a la semana de conocerla, le pedí que se casara conmigo.  Creo que tú debes hacer lo mismo, pero como soy un cabrón te he puesto en un brete. Si le pides que se case contigo, la arruinas ya que se quedaría sin un duro y si no lo haces, tendrás que soportar a una mujer completamente desequilibrada durante dos años.
Te preguntarás porque te elegí a ti. No fui yo, fue ella que hace menos de seis meses empezó a darme la barrila con que llevaba una vida de mucho riesgo y que ella necesitaba un hombre si yo faltaba. Al preguntarle si tenía un candidato, te eligió a ti. Según ella, porque eras honesto pero creo que su elección tiene mucho que ver con que un día, me escuchó reírme del enorme tamaño de tu miembro.
Ya que estaré muerto cuando leas esto, espero haberte hecho la puñeta.
¡Que te jodas!
Tirando la carta a la papelera, sonreí. Pedro podía ser rico pero sus actos me demostraban que la verdaderamente inteligente era ella. Lejos de conseguir su propósito que era hundirme, esa carta me hizo feliz, al darme cuenta que mi amigo fue un idiota que no consiguió entender jamás a su mujer. Ella lo único que necesitaba además de sexo era cariño y él no se lo había dado. Por lo que en vez de minorar su problema, no hizo más que incrementarlo.
Yo no iba a cometer ese error.
Saliendo del despacho del abogado, mi futura esposa me preguntó:
-Que decía-.
-Nada en particular, me aconsejaba que te pidiera en matrimonio aunque eso te dejara sin un duro-.
-Será cabrón-, contestó al oírme.
-Más bien, ignorante. No cayó en que te educaste como evangélica y que si nos casábamos por  tu iglesia, ese matrimonio no tendría validez legal en España-, respondí y soltando una carcajada, pensé:
“Pedrito, me quedo con la pasta y la mujer”.

 
 

Relato erótico: “Cronicas de las zapatillas rojas: www.” (POR SIGMA)

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CRONICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera e Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
La estudiante de primer año de universidad Cynthia Castillo se encontraba sola en su cuarto un viernes por la tarde, su rostro iluminado solamente por la mortecina luz de su computadora portátil.
Se había tomado un descanso de sus estudios para entretenerse un rato en su red social favorita, vio fotos de sus amigos y conocidos, platicó unos minutos con los más cercanos, y luego empezó a navegar por Internet sin rumbo fijo.
– ¡Dios, que aburrida estoy! -pensó algo cansada, mientras entraba a una página de cine. Llevaba poco tiempo en la ciudad pues acababa de mudarse de su ciudad natal al sur para empezar sus estudios en derecho y su timidez para socializar le había dificultado hacer amigos, al menos de momento.
En ese instante una publicidad saltó en la pantalla, la imagen de unas increíbles zapatillas negras de tacón altísimo bailaron ante ella. Parecían cubiertas de terciopelo, tenían la punta redondeada y una sutil plataforma. Debajo, en elegante letra dorada aparecía la firma Scorpius y la frase: Descuentos especiales por fin de temporada.
– ¡Me encanta esa marca! – susurró para sí misma la emocionada joven mientras daba clic a la publicidad.
En segundos se encontraba observando la elegante página de la marca, magníficas zapatillas de todo tipo y color aparecían y desaparecían ante Cynthia con exorbitantes precios brillando en dorado.
– ¡Que hermosos! -exclamó ilusionada, pero pronto se decepcionó, si bien los descuentos eran en verdad magníficos, aún así estaban fuera de su alcance.
– Comprar o comer -dijo para sí misma al dar clic para salir de la página. Pero antes de salir apareció un último mensaje de la página que anunciaba: Suscríbase gratis a Scorpius.com y obtenga grandes sorpresas.
Picada por la curiosidad y las posibilidades Cynthia dio clic al enlace y se encontró con un típico formato de suscripción que pedía nombre, dirección de correo y algunos datos más. Tras llenar los espacios dio clic al botón marcado: Siguiente, con lo que apareció una nueva página para llenar que presentaba algo inesperado. Únicamente para aspirantes a modelo, rezaba el encabezado en mayúsculas. Debajo aparecían varios campos para llenar que pedían datos más personales como sus medidas, edad, color de cabello y estatura, incluso podía subir una foto suya.
– Mmm… ¿Estarán contratando? – pensó intrigada la joven, pues a pesar de su timidez producto de una conservadora educación familiar, sabía que era bastante atractiva, incluso un poco vanidosa.
– No, esto no es lo mío -decidió al fin. Puso el puntero del ratón directamente sobre el botón que decía: Siguiente y se preparó a dar clic.
Pero dudó… Cynthia lo pensó un momento sin poder apartar la vista de las zapatillas que adornaban la página, luego se miró en el espejo de cuerpo entero de la habitación, a pesar de sus jeans de corte amplio y su camiseta azul se podía adivinar un cuerpo grácil y atractivo, senos prominentes pero firmes y caderas marcadas pero bien proporcionadas, piernas esbeltas y elegantes, su juvenil piel era de un color moreno suave y saludable, su rostro era ligeramente redondeado, con brillantes ojos color miel, una nariz pequeña y una boca regular de carnosos labios rosados, todo enmarcado por su rizado y brillante cabello negro que llegaba a su hombro.
– Quizás… – pensó la joven mordiéndose el labio inferior de forma tentadora- podría intentarlo, aunque seguramente no me llamarán. 
Rápidamente llenó los campos de la pantalla: Estatura 1.67 m. Medidas 88, 65, 84. Peso 69 kg. Cynthia sonrió al pensar en una foto que podría servir para enviarla. Rápidamente la encontró en la computadora, la joven (muy arreglada) sonreía coqueta y jugaba a modelar para la cámara un vestido rosa formal.
– La boda de mi tía -pensó nostálgica, pues apenas un par de meses antes aún estaba en su ciudad al sur, conviviendo feliz con su pequeña familia.  Subió la imagen siguiendo las instrucciones y finalmente puso el puntero sobre el botón de Siguiente.  A punto de dar clic se detuvo de nuevo. 
– No debería… ¿Y si me llaman? -pensó algo avergonzada- no me gusta ni hablar en público… y ser exhibida…
Miró el botón fijamente durante un minuto, entonces sonrió y dio clic, con lo que apareció un mensaje que decía: Gracias por suscribirse a Scorpius, en breve le enviaremos un correo con su clave e información sobre descuentos.  Finalmente Cynthia se estiró, apagó su portátil y volvió a sus libros de derecho.
En ese momento X acababa de someter a Joana, la hermosa ayudante de Ivanka, siguiendo las órdenes de su jefa la mujer de raza negra había ido al Club TP de Scorpius para analizar el desempeño económico de ese negocio, pero al visitar la zona VIP fácilmente había quedado a merced del empresario y sus trampas.  Programada en el Escaparate para volver cada semana, Joana finalmente había sido doblegada por la voluntad del encapuchado. 
En ese momento, siguiendo el ritmo de una rápida melodía de Wagner, la mujer gemía sometida al placer mientras su dueño la penetraba con vigor por detrás, la mujer estaba boca abajo, se sostenía únicamente en sus rodillas y cabeza mientras X le sujetaba las muñecas entrecruzadas en su espalda.
– Aaaahh… Aaahhh… Mmm… -gemía  lujuriosa la mujer mientras el hombre jalaba de sus muñecas para obligarla a seguir su ritmo, como si ella fuera una yegua siendo cabalgada y sus brazos fueran unas riendas para controlarla. 
En sus torneadas piernas color chocolate brillaban unas medias al muslo color rosa y unas zapatillas de charol del mismo color, estilizadas y puntiagudas, eran las únicas prendas que tenía permitido usar en el club. 
– ¡De nuevo! -le ordenó su amo una vez más mientras la embestía profundamente a la vez que tiraba con fuerza de los brazos de Joana para aumentar la penetración. 
– ¡Uuunnnngh! –chilló ella al arquear su linda espalda de placer, al venirse incontrolablemente bajo el control de X- ¡Siiii… soy… tu esclava… para siempreeee…!
Gritó al derrumbarse sobre el diván en la oficina de X en el club. El hombre conocido como Scorpius la sujetó del cabello y la obligó a mirarlo a los ojos mientras le hacía la última fatal pregunta.
– ¿Cuál es tu nombre? -ya débil y adormilada por el orgasmo y el poder de las zapatillas rojas, la exuberante hembra susurró: – Soy… Primor… tu Primor…
De inmediato la chica se hundió en el profundo e irresistible sopor causado por las zapatillas embrujadas. Sonriendo satisfecho, X se levantó y cariñosamente le esposó las muñecas a su nuevo juguete en la espalda, la chica apenas dio un gemido.
– Mmm… ni siquiera se movió -pensó el encapuchado complacido de su poder sobre la nueva esclava dominada por el sueño del placer.
Tras ponerse un pantalón deportivo negro, se dirigió a su computadora donde un mensaje parpadeaba en la pantalla. Se sentó y observó el texto con interés: Nuevo prospecto pendiente. Rápidamente X utilizó el ratón y el teclado y navegó por los datos recibidos.
– Mmm… no está nada mal -gruñó satisfecho al ver los datos en la computadora- joven, soltera, magníficas medidas, seguridad informática básica… veamos.
Dio enter tras escribir un comando en la máquina y en un instante apareció una foto en la que una joven de apariencia inocente posaba ante la cámara, su elegante vestido rosa marcaba sus curvas, su piel morena y ojos color miel eran muy atractivos.
– Si… definitivamente prometedor -susurró para sí el hombre mientras se quitaba la máscara de esquiar de un rápido movimiento- veamos si cumples mis necesidades. Moviendo sus dedos por el teclado como un rayo, X comenzó a rastrear el origen de la suscripción hasta la computadora que la envió gracias al troyano que sutilmente había sido introducido mientras el usuario navegaba por la página de Scorpius.
– Vaya… no estás muy lejos… -pensó complacido, luego miró el reloj que ya casi marcaba las 3 am- veamos si podemos empezar a conocernos de una vez.
Justamente a las 3 am el disco duro de la portátil de Cynthia se encendió en el escritorio gracias al troyano, mientras la joven dormía cansada de estudiar. X sonrió al recibir respuesta del disco duro de la joven, tras lo que empezó a anular uno a uno, los elementales sistemas de seguridad de la máquina, en minutos el hombre tenía acceso a toda la vida privada de la joven y hasta podía controlar su portátil de forma remota.
– Vamos a darte un vistazo… – susurró mientras manipulaba la computadora de la joven para que se encendiera su cámara sin activar el monitor o la luz indicadora. La pantalla de X se iluminó suavemente y una silueta apareció recostada sobre una sencilla cama, si bien no había mucha luz, al parecer una lámpara de la calle daba suficiente para poder ver las exquisitas formas de la joven. Parecía dormir de costado y de espaldas a la cámara.
El observador sonrió de forma malévola al ver recortada contra la suave luz de la ventana la bella curva de la cadera de la chica, luego la esbelta cintura, de pronto Cynthia se dio la vuelta en la cama, dejando ver a contraluz la insinuación de unos hermosos senos y luego una de sus piernas quedó descubierta, dejando a la vista su larga y estilizada maravilla que hizo que la mirada de X brillara de deseo.
– Ya estoy ansioso de conocerte… Cynthia -le susurró a la figura en la pantalla mientras deslizaba un dedo por la larga pierna morena que aparecía en pantalla. Luego apagó la computadora de la joven de forma remota y a la ventana que indicaba: Nuevo prospecto pendiente, le dio clic en un botón marcado Activar. Luego se levantó del sillón y activó un botón en su pequeño control remoto, lo que hizo sonar en la oficina la música de La cabalgata de las valkirias.
Al instante las deliciosas piernas de Joana se tensaron, empezaron a palpitar con la música y finalmente levantaron a la adormilada mujer y la hicieron bailar para su amo, moviendo sus caderas en sensuales círculos, dando perfectos saltos con sus piernas bien abiertas o sacudiendo sus tetas y nalgas para el hombre de cabello largo.
Con una risa perversa X se sentó en el diván y palmeó sus muslos lo que atrajo a la mujer inexorablemente a su destino.
– ¡Si… si… si… mi señor… soy tuya… hazme gozaaaaar…! -gritaba minutos después la hermosa mujer, ya prisionera, no de los muros a su alrededor, sino de su propia incontrolable lujuria mientras sus piernas color chocolate palpitaban al ritmo de la música y de la voluntad de su amo.
La tarde del día siguiente Cynthia se encontraba buscando en Internet información complementaria para una tarea del lunes, cuando entró a su cuenta de correo había un mensaje de Scorpius con el asunto: Bienvenida y felicidades. Intrigada, la joven lo abrió para encontrarse con el típico agradecimiento por suscribirse a una página, pero tras comprobar sus datos se llevó una sorpresa mayúscula al descubrir que había ganado un premio especial por inscribirse a la empresa de modas.
– Estimada señorita Castillo puede elegir el par de zapatillas de su agrado de nuestra página y lo recibirá -leyó en voz alta Cynthia- ¡completamente gratis!
Sorprendida y feliz la joven dio un gritito y levantó los brazos emocionada.
– ¡Eeeehhhh!
Sin perder tiempo empezó a revisar la página un par de zapatillas por vez, tratando de elegir las perfectas para ella, horas después finalmente se había decidido por unos tacones de cinco centímetros forrados de seda color blanco, con una delgada tira cruzando el empeine y punta redondeada.
– Son perfectos -pensó mientras apuntaba en un correo la clave de las zapatillas y la dirección del apartamento donde vivía con otras estudiantes.
– Ojala no sea un engaño -meditó por un breve instante antes de enviar el correo a la red- ¡Apenas puedo esperar! La joven no podía saber que a un par de horas de distancia un hombre llamado X sentía lo mismo sobre ella.
La mañana siguiente comenzó como un domingo normal para Cynthia, se levantó un algo tarde y, tras desayunar vio un poco de televisión para así poder despejarse de sus estudios.
– Juro que si veo otro libro de leyes antes del lunes voy a enloquecer -pensó con un suspiro. Instantes después alguien tocaba a la puerta del departamento.
– ¿Y eso? No esperaba visitas -dudó mientras se acercaba a la puerta y fruncía el seño de forma encantadora- quizás sean visitas de alguna de las chicas…
Cynthia tenía dos compañeras que aún dormían pues les encantaba salir a divertirse en las noches del fin de semana. Justo por eso chocaban mucho con la seria y disciplinada joven morena. Al asomarse a la mirilla la joven vio a un hombre vestido como repartidor de paquetería llevando una caja bajo el brazo.
– ¿Un paquete en domingo? Qué raro… ¿Será de mi madre? -pensó mientras abría la puerta- ¿Tal vez para alguna de las chicas?
– Buen día señorita, tengo un paquete para Cynthia Castillo -dijo en tono profesional el hombre mientras revisaba unos datos- de parte de Diseños Scorpius.
– Soy yo… -respondió sorprendida la joven de la diligencia y amabilidad de la empresa de modas. Minutos después la joven se encontraba en su cuarto abriendo la bella caja blanca que en la tapa llevaba escrito Scorpius en dorado. Adentro había una pequeña bolsa de seda negra que contenía las maravillosas zapatillas que la joven había elegido en la página de la empresa.
– Vaya, son más lindas en vivo que en la foto -pensó la joven mientras admiraba de pié el calzado colocado en la cama. Su forro de seda no era simplemente blanco, sino de un color casi iridiscente, como una perla, que reflejaba tenuemente diversos colores con la luz. La tira blanca del empeine estaba delicadamente bordada con sutiles motivos florales. Finalmente Cynthia decidió probárselos, había dado su medida de calzado en el mensaje pero sabía que las medidas podían variar con el diseño del calzado y la marca. Se quitó sus sandalias y tras sentarse en la cama se colocó lentamente las zapatillas, primero la derecha y luego la izquierda, luego se levantó para ver qué tal se sentían.
– Vaya, me quedan perfectas… como si las hubieran hecho a mi medida… -pensó mientras daba algunos pasos por su cuarto. Luego se miró en el espejo se cuerpo entero. A pesar de llevar unos cómodos pantalones deportivos se notaba el cambio en sus piernas, parecían más estilizadas, sus nalgas lucían más levantadas y se veía muy elegante.
– Aaayy… ya quiero usarlas… ojala me inviten pronto a alguna fiesta -pensó mientras posaba coqueta ante el espejo aprovechando la intimidad de su habitación. Se puso de perfil y colocó sus manos en la cintura, luego se puso de espaldas al espejo y abrió un poco los pies, para después girar su cintura y poder verse.
– Me veo bien, je je… -susurró divertida pensando en lo que dirían sus amigos en su ciudad natal al verla así, siempre la habían tenido por una chica seria y algo aburrida.
– Tal vez sea hora de enloquecer un poco, de disfrutar más la vida -dijo para sí misma decidida- si… todos se sorprenderán…
La joven no tenía idea de lo proféticas que serían sus palabras.
Esa noche, a las 3 am en punto, el disco duro de la computadora de Cynthia se encendió suavemente, seguido minutos después por su webcam integrada al monitor. Como la vez anterior el cuarto estaba obscuro, pero la luz de un farol callejero permitía ver las siluetas de unos muebles y una persona durmiendo en la cama. Desde muy lejos, a cientos de kilómetros, música fue transmitida por medios sobrenaturales, una melodía de flauta con un ritmo lento y pausado.
Mientras la joven dormía profundamente, bajo su cama la tapa de una caja de zapatos empezaba a levantarse lentamente, hasta que de la penumbra salieron las perladas zapatillas blancas, como movidas por un fantasma se colocaron lentamente a lado de la cama donde parecieron esperar.
La música de flauta, que no podía ser percibida por nadie más que por las encantadas prendas o la mujer que las usara, cobró nuevo ímpetu acelerando poco a poco su ritmo. Siguiendo la melodía las zapatillas empezaron a pulsar, con cada latido se fueron formando protuberancias en el borde de la abertura del calzado, varias pequeñas a los costados y una más grande en la parte frontal.
Rápidamente fueron tomando forma y en un minuto los pequeños apéndices parecían afiladas uñas, o más exactamente los colmillos de unas siniestras fauces que se abrían y cerraban… hambrientas; por su parte las grandes, una en cada prenda, tomaron la forma de una serie de correas, cuatro que correspondían a la parte externa de los tobillos y una más ancha a la parte interna, en conjunto su extraño diseño semejaba siniestras y nudosas manos que surgían al frente de los tobillos de la usuaria y cuyos “dedos” se abrían y cerraban espasmódicamente, buscando una presa que atrapar…
La música siguió acelerando su cadencia, y las zapatillas embrujadas treparon lentamente por los pies de la cama agarrándose a los pliegues con sus extrañas “manos”, X había calculado que serían más rápidas y eficaces con esa forma y su “prototipo” de zapatillas parecía darle la razón.
En segundos habían subido a la superficie de la cama, en la que la joven se encontraba completamente cubierta por las cobijas, las manos buscaron a tientas una abertura, que finalmente encontraron al otro extremo de los pies de la cama.
Entonces, cuidadosamente, comenzaron a introducirse buscando su ansiada presa; muy pronto estaban ante los bien cuidados pies de Cynthia que dormía de costado vestida solamente con una amplia camiseta de algodón que llegaba a sus muslos, su lenta respiración indicaba un sueño profundo. Las manos de las zapatillas se posicionaron frente a ambos pies que descansaban de lado y ligeramente separados, y sincronizadas comenzaron a apoderarse de sus objetivos.
Primero las siniestras extremidades se abrazaron a los dedos de los pies de la joven con suavidad pero alterando su mente desde el primer contacto. Al instante su sueño se hizo mucho más pesado, dificultándole despertar, mientras una pesadilla empezaba en su mente.
Un grupo de salvajes vestidos con pieles la iban cargando desnuda por la selva, entre aullidos, hasta que la recostaban en un claro iluminado por la luna, en donde en un instante le ataron las muñecas sobre la cabeza a estacas clavadas en el piso, luego hicieron lo mismo con sus tobillos.
En su cámara privada X observó con deleite en su monitor como el cuerpo de Cynthia imitaba lo que le hacían en la pesadilla que el propio encapuchado había transmitido a la joven por medio del poder sobrenatural de las zapatillas. Sin poder evitarlo ella se giró para quedar boca arriba causando que las cobijas cayeran al piso, extendió sus brazos hasta que sus manos pasaban entre los barrotes de la cabecera y a la vez abrió y extendió sus lindas piernas, mientras gemía suavemente.
– Aaaahh… -se quejó a la vez que torcía ligeramente la boca, como si estuviera incómoda. En el ojo de su mente la joven vio como los salvajes se alejaban de prisa dejándola totalmente sola y vulnerable. Entonces una serie de gruñidos surgieron de la densa jungla, roncos, atemorizantes y se acercaba muy rápido.
El ritmo de la música de flauta que llegaba a las zapatillas aceleró con gran energía.
El hombre conocido como Scorpius disfrutó mucho ver a contraluz a Cynthia tensando y relajando sus esbeltos brazos y lindas piernas, como tratando de liberarse de sus inexistentes ataduras.
En su pesadilla la joven vio como una enorme figura salía de la jungla frente a ella, una figura similar a un jaguar, negro como la noche pero con una melena como la de un león.
Gruñendo suavemente el ser se plantó ante ella y de un movimiento sus garras se colocaron en los pies desnudos de la chica.
– No… no… -murmuraba la joven mientras movía la cabeza de lado a lado en la seguridad de su cama.
La criatura empezó a ir subiendo sus garras lentamente por los pies de la chica que observaba aterrorizada.
En consonancia con el sueño las manos de las zapatillas fueron avanzando, primero agarrándose de sus dedos, luego de sus empeines y la parte superior del pie.
En su cama Cynthia sudaba, se sonrojaba y su respiración se agitaba, trataba de resistir pero su miedo se iba convirtiendo poco a poco en placer por el contacto de las zapatillas rojas, cuyo poder e influencia habían llegado a su cima gracias a los conocimientos en ocultismo de X.
Entonces el ritmo de la flauta alcanzó su punto culminante con fuerza y rapidez.
Finalmente las correas similares a manos sujetaron los tobillos de la joven de forma posesiva y vigorosa, y en un movimiento fluido forzaron los pequeños pies a introducirse en el calzado donde las fauces de las zapatillas se cerraron hambrientas sobre su delicada presa.
Al instante ella tuvo un pequeño pero poderoso orgasmo, arqueó su espalda y gimió suavemente.
– Aaahh… -exhaló mientras sus pequeñas manos abiertas se crispaban sobre su cabeza. En ese momento las zapatillas cambiaron, los tacones duplicaron su altura, sus puntas redondeadas se volvieron estilizadas y afiladas, su color cambió como en un caleidoscopio hasta volverse de seda roja como la sangre. El calzado se había vuelto un fetiche sexual viviente, palpitante, voraz…
En el sueño, tras sujetar sus tobillos con garras como acero, la bestia la forzó a abrir sus piernas y flexionar levemente sus rodillas, de forma implacable pero sin lastimarla, mientras las cuerdas que las ataban se desvanecían en una voluta de humo. Ante su mirada incrédula vio como la bestia entre sus piernas cambiaba de forma hasta volverse una figura humana esbelta de cabello largo, negra como una sombra. Avanzó hasta quedar cara a cara sobre Cynthia, ella intentó apartarlo con sus pies, cerrar sus muslos, pero sus piernas no le obedecían, permanecieron abiertas y receptivas como la sombra las había dejado mientras se acomodaba lenta y amenazadoramente entre ellas.
En su cama las piernas de la joven se tensaron hasta quedar tiesas y rectas, sus pies casi de punta dentro de las zapatillas, se cruzaban la una sobre la otra, se encogían hasta tocar con los tacones sus firmes nalgas para luego extenderse hasta quedar totalmente verticales apuntando al techo y abrirse en V al máximo.
En su pesadilla, la chica estaba aterrorizada ante la sobrenatural figura sobre ella, apretaba los dientes y contenía la respiración mientras sacudía su cuerpo tratando de liberarse, la sombra la miró de forma irresistible, casi hipnótica, cautivando la mirada de Cynthia, sus ojos se abrieron al máximo y por un momento fue incapaz de reaccionar, las manos-garras subieron y sujetaron las muñecas de la joven que logró gritar desesperada pidiendo ayuda.
Aun dormida, en la realidad ella empezó a susurrar con voz ronca.
– No… no… auxilio… basta… -decía mientras movía su cabeza de lado a lado pero sus piernas bailaban sensualmente en el aire, de vez en cuando sus rodillas se flexionaban y estiraban, como invitando a un amante, su respiración se aceleró, su temperatura aumentó y el placer empezó a subir como una ola desde las zapatillas hasta su sexo, transformando definitivamente la pesadilla en… algo más.
Dentro del sueño la extraña silueta sujetó la suave mandíbula de la chica con su mano-garra derecha, y la obligó a mirarlo a sus ojos brillantes como brasas. Entonces volvió a hablar con voz ronca y dominante.
– Vas a usarlas… -dijo simplemente. La joven no respondió, únicamente se quedó paralizada.
– ¿Cómo…? -respondió al fin la joven aturdida y asustada- pero de que…
– Vas a usarlas… -repitió fríamente la criatura.
– Por favor… no sé…
– ¡Vas a usarlas! -gruñó el ser mientras la obligaba a mirar sus pies. Cynthia llevaba puestas unas zapatillas de tacón altísimo, su material iridiscente parecía cambiar de color, se mantenían en su lugar por medio de un diseño de correas en forma de un extraño animal, un escorpión que se abrazaba con sus patas al empeine de la chica, conectándose luego con la suela, su cola venenosa subía por el frente del tobillo para luego enredarse en este y abrocharse atrás.
– ¿Pero de donde salieron? –pensó aún sin entender que estaba atrapada en una pesadilla. Pero se daba cuenta de la horrible textura del calzado, de los brillantes ojos rojos de los arácnidos en sus pies, de las siniestras pinzas que como un moño adornaban sobre los dedos de la joven y del veneno amarillento que goteaba de la punta de la correa de la zapatilla.
– Nnno… no… no lo haré… -dijo reuniendo todo su valor.
– Obedecerás… -le ordenó fríamente.
– No…
– ¡Obedecerás! -le dijo de forma amenazante para luego mirar su esbelto cuerpo de arriba a abajo- ¡Vas a usarlas!
– Nnn…o, no… Por favor –empezó a suplicar, entonces la sombra se inclinó, acercándose al oído de la joven para susurrarle con voz gutural y lujuriosa.
– Desde hoy eres mía… Cynthia… -dijo para de inmediato retroceder y de una embestida poseyó a la joven en su sueño, penetrándola profundamente, de forma salvaje y despiadada, las sensaciones abrumaron a la joven, que se agarró de forma convulsiva a las cuerdas que sujetaban sus muñecas.
En su cama la chica lanzó la cabeza hacia atrás mientras sus manos se sujetaron desesperadas a los barrotes de la cama, sus exquisitos labios color rosa se abrieron de golpe en un delicioso gesto que reflejaba a la vez, sorpresa, miedo y placer…
– ¡Aaaaaaggghhh! -gimió roncamente mientras sus piernas se extendían apuntando a las esquinas de la cama, tensando sus muslos y caderas, como si las zapatillas trataran de acrecentar el placer de la joven.
En su sueño la sombra retrocedía, retirando de la desvalida feminidad su preternatural y aún excitado miembro, liberándola de su dominio.
– Uunnggh.. -gruñó ella al ver invadida su percepción por las nuevas sensaciones que en segundos se desvanecían, dejándola con una impresión de alivio y a la vez de extraño vacío. Pero la viril entidad todavía no terminaba con ella… aprovechando que aún se recuperaba del anterior ataque se lanzó al frente, penetrándola de nuevo mientras la sujetaba.
– ¡Aaaahhh! -gimió al verse de nuevo penetrada y sometida al extraño poder que ese ser tenía sobre ella.
– ¡Oooohhhh -gruñó cuando la sombra volvió a salir de ella, pero solamente un instante antes de volver a embestirla con fuerza. Ahora las acometidas y retrocesos se convirtieron en un ritmo candente que seguía a la música.
– Mmm… oooohhh… mmm… aaaahhh… -sollozaba Cynthia de placer con cada movimiento, a su pesar cada vez más excitada, la extraña pesadilla se había convertido finalmente en un largo e insidioso sueño erótico que permitiría alterar su mente sin más ayuda que las zapatillas de Scorpius y el demoníaco ser atrapado en cada fragmento embrujado… al menos hasta que X decidiera otra cosa.
En la cama la joven morena aun yacía con las manos sobre su cabeza agarrándose de los barrotes, gimiendo suavemente, mientras sus piernas calzadas con las zapatillas rojas bailaban sobre las sabanas casi de puntas y verticales desde el pie a la rodilla. Cada vez más rápido, cada vez más sensual, la entrepierna de ella cada vez más húmeda mientras  la música de la flauta seguía sin parar.
En su sueño erótico, la chica jadeaba con los ojos cerrados y sus labios rosa abiertos mientras era sometida sexualmente, sus manos tensas sobre las cuerdas atadas a sus muñecas, sus senos moviéndose hipnóticamente a un lado y otro con cada  penetración. Una y otra vez… cada vez más delicioso… cada vez más complacida.
El ser sobre ella aceleró aun más el paso, haciéndola arquear su bello cuerpo y casi enloqueciéndola, sus bellas piernas se abrazaron a la cintura de su atacante…
– Vas a usarlas… -empezó de nuevo a decir la sombra, esta vez en el oído de la joven.
– ¡Oooohh…!
– Vas a usarlas…
– ¡Aaaaahhh…!
– Vas a usarlas… -dijo de nuevo, a la vez que con una mano-garra sujetaba la garganta de Cynthia, haciéndola sentir más indefensa.
– ¡Ooooohhh… yooo… yoo… -intentó resistir por última vez.
– ¡Vas a usarlas! –le gruñó la criatura mientras con dos garras pellizcaba suavemente un pezón de la chica a la vez que la penetraba en una última embestida salvaje, inundando su joven sexo con la magnífica y esclavizante obscuridad que emanó de su miembro.
– ¡Aaaaaahhhh… aaaahhh… siiii… las… usareee…! –finalmente se rindió la joven al alcanzar el más glorioso orgasmo de su vida… hasta ese momento al menos. Justo entonces la música de flauta se detuvo.
En la cama sus piernas flexionadas y levantadas al fin se relajaron, cayendo abiertas, las suelas de las zapatillas casi tocándose mostrando el interior de sus muslos y su satisfecha y empapada vagina, formando con sus piernas una especie de sensual mariposa.
– Obedecerás… -le susurró de nuevo el ser a la chica.
– Siiii… obedeceré… obede… ceré… -apenas alcanzó a responder ella antes de que el sueño y la entidad se desvanecieran en la obscuridad y al fin retomara un profundo dormir natural.
– Olvídame… -fue la última palabra que resonó en la mente y alma de Cynthia antes de que las zapatillas hechizadas liberaran los pies de la chica y rápidamente bajaran de la cama y volvieran a su caja. La computadora se apagó con un suave zumbido, y en algún lugar el hombre conocido como Scorpius sonrió satisfecho en más de un sentido.
Al día siguiente, la estudiante se despertó con una sonrisa en los labios sin saber muy bien el motivo, yacía boca arriba con sus piernas abiertas y sus mantas estaban en el suelo a un lado de la cama.
– Uuuff, que calor debió hacer anoche, seguro por eso tiré las cobijas… -pensó mientras se levantaba y se metía a bañar para limpiarse el sudor del cuerpo, preparándose así para un largo día de clases.
Después de secarse y peinarse de forma sencilla se vistió con ropa interior cómoda de algodón y se puso unos jeans y una blusa blanca, buscaba unas zapatillas sin tacón cuando de pronto recordó las zapatillas de Scorpius.
– Oh, me gustaría ponérmelas –pensó mientras sacaba la caja debajo de la cama y abría la tapa- son tan lindas…
Pero Cynthia sabía que aun tardaría en conseguir amigos como para usarlas en alguna fiesta.
– Como quisiera… -susurró mientras daba un vistazo a las elegantes zapatillas blancas. De pronto su mirada quedó fija y por un instante sus ojos brillaron de forma extraña. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, con decisión sacó las zapatillas de la caja y ceremoniosamente se las calzó.
– Vaya, no tengo por qué esperar –decidió mientras se miraba en el espejo de su cuarto- como sea lucen geniales.
Terminó de recoger sus cosas: su bolso, sus libros, una chaqueta y se lanzó a la universidad orgullosa de su nueva actitud.
– Está decidido… voy a usarlas… -pensó mientras salía por la puerta de su cuarto.
CONTINUARA 
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Relato erótico: “Vacaciones con mamá 7” (POR JULIAKI)

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Vacaciones con mamá (Día 7)

Mamá está en el baño cuando me levanto. Me meto yo también porque mi vejiga pide a gritos liberarse y mientras lo hago, puedo admirar de nuevo su cuerpo desnudo bajo el chorro de la ducha. Uno no puede cansarse de ver una maravilla así. ¡Esta mujer es impresionante!

− Buenos días hijo.- saluda ella desde la ducha y parece no tener ya ningún tipo de reparo en mostrar su desnudez, como si siempre lo hubiera hecho delante de mi.

− Hola mamá. Estás preciosa.

− Gracias hijo, tú siempre viéndome con buenos ojos.

− No, sencillamente es la verdad.

− Pues gracias, que a una no le dicen esas cosas tan bonitas cada mañana. Levantas el ánimo a cualquiera.

Cuando termino me quedo ahí plantado observando las gotas y el jabón deslizándose por sus curvas y es que no dejo de sentirme dichoso por tenerla como madre y de que haya soltado su melena hasta límites insospechados. Si antes la deseaba, ahora ya no puedo ver a otra mujer que no sea ella.

− ¿Qué miras cariño?

− A ti – respondo con mi obnubilada vista.

− ¿Te apetece enjabonar a mamá? – dice de pronto.

Su invitación me pilla por sorpresa, pero es mi polla la que parece levantar la mano antes que mi propia voz, ya que se ha puesto mirando al techo en décimas de segundo.

− Vaya, hijo, qué rápido te pones a tope… ven, entra y nos duchamos juntos. – añade toda melosa.

Joder, ni me acabo de creer que esté metido ahí dentro, junto a ella, que nuestros cuerpos desnudos se rocen una y otra vez, que con mis manos impregnadas de gel acaricie sus tetas, su tripita, sus caderas, su coño y ella haga lo propio, masajeando mi culo y después me haga unos buenos restregones sobre mi polla, en lo que viene a ser una “deliciosa paja bajo la ducha”.

Ambos lo hacemos como quien no quiere la cosa, pero sabemos que es algo más que un intercambio de ayudas en el lavado de nuestros cuerpos.

En ese momento nos interrumpe el sonido del móvil de mamá sonando desde la habitación.

− ¡Tu padre! – dice como si nos hubiera pillado allí mismo, friccionando nuestros cuerpos desnudos.

Sale disparada hacia la habitación en pelota picada y totalmente empapada. Luego regresa al baño y afirma con su cabeza para certificar que es papá quien llama. Sigue hablando con él.

− Bien, cariño, pero me pillaste en la ducha… no te oí. – dice apurada.

Me mira y se fija en mi polla que sigue erecta con ganas de seguir jugando.

− Esto… Víctor, está… en… la terraza – contesta nerviosa – Vale, pues quedamos en el aeropuerto esta noche, mi amor. Yo también te quiero. – acaba diciendo y colgando la llamada.

Se me queda mirando con cara seria y algo colorada. Se va secando con su toalla sin dejar de fijarse en cómo me ducho y escudriñando mi cuerpo desnudo.

− Te veo pensativa – le digo enjabonándome y devolviendo la mirada a su precioso cuerpo.

− Sí, cariño, tu padre estaba llamando y no le oímos. – dice con preocupación.

− Bueno, no estés intranquila, no sospecha nada- digo quitando importancia

− ¿Y qué es lo que tendría que sospechar?

− No, nada, pero supongo que se sorprendería si supiera que nos estábamos duchando juntos – digo sonriente pero ella sigue seria.

− Ya no eres un niño, Víctor. – dice fijándose en mi cuerpo y especialmente en mi verga tiesa.

Me gusta que me vea de esa manera, pero en su cabeza están pasando demasiadas cosas y no sabe dónde está la frontera entre el bien y el mal. Yo prefiero que en este viaje abandone su comportamiento maternal, aunque también me gusta, no digo que no, pero en este momento, lo que tengo en mente es solo algo mucho más pasional.

− ¿A qué hora has quedado con Toni para ver las murallas? – le pregunto cambiando de tema para despertar en ella a esa fierecilla que ha invadido su cuerpo en estos días y alejándola de posibles miedos y responsabilidades.

− Será por la tarde. Me invita a comer en un restaurante de la zona y luego vamos a ver las murallas.

Me siento mal al oír eso de la invitación a comer. No puedo parar de pensar en que Toni se va a aprovechar de la situación y cuando menos se lo espere va a atacarla. Supongo que la encandilará con sus juegos de palabras, con una buena comida y seguramente con un buen vino que a ella se le subirá a la cabeza, algo que acabará en lo que me imagino y casi prefiero no imaginarlo.

− ¿Te preocupa algo, cariño? – me dice al verme pensativo.

− No, simplemente que se nos haga tarde, recuerda que esta tarde antes de las 8 tenemos que estar en el aeropuerto. – le recuerdo volviendo a recorrer su anatomía recreándome en sus pechos y en un sexo que no quiero ni por asomo, que nadie pueda usurpar.

− Tranquilo que será una visita rápida.

− Lo sé, mamá, pero no quiero que lleguemos tarde…

En ese momento salgo de la ducha y mamá comienza a secarme con la toalla, lo hace con ternura de madre, pero al mismo tiempo mirando cada parte de mi cuerpo y con unos ojos que me parecen llenos de deseo, al menos eso cree mi torturada mente. Me seca el pecho, los brazos y también la polla que no ha cedido ni un milímetro de su erección. Yo me dejo hacer.

− A ti lo que te preocupa es Toni. – dice de pronto sonriente.

− No… bueno sí.

− Tranquilo mi amor. Le tendré entretenido y seguramente muy caliente.

− Igual le calientas demasiado… – añado con inquietud.

− Jajaja, no cariño, me gusta calentarle y eso me pone caliente a mí también, pero descuida, ya te dije que no follaré con nadie en este viaje.

Ella se acerca para secar mi espalda y su cuerpo desnudo choca contra el mío. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo al sentir su piel contra mi piel. Sus pezones se han puesto duros otra vez. Pienso: ¿Realmente ella será capaz de aguantar los ataques de Toni con la calentura que tiene encima?

− Espero que mientras yo le entretenga tengas tiempo de follarte a Sandrita.

− Sí… – contesto, pero ahora no es Sandra lo que está en mi cabeza.

− Además lo harás varias veces, se ve que es una mujer muy ardiente. Hazla gozar mucho, cariño.

− Lo intentaré.

− No, hijo mío, en el sexo, como en el amor, no vale con intentarlo. Tienes que conquistar a esa mujer, seducirla y enamorarla, no te conformes solo con metérsela, ¿me comprendes?

− No del todo. ¿No se trata de follar?

− ¡No hijo! Tienes que intentar que para ella sea algo especial. Que no lo olvide nunca.

− Ya, pero mamá, yo no tengo experiencia, ya sabes… – es mi respuesta.

Ella se me queda mirando fijamente a los ojos.

− ¿Qué pasa? – le digo ante esa mirada.

− ¡Ven!

En ese momento, mamá me da la mano y me conduce hasta la habitación. A pesar de no saber dónde me lleva, estoy en la gloria, así desnudo yendo de su mano, teniéndola desnuda a ella también y disfrutando de su culo mientras caminamos juntos como dos amantes. Llegamos al centro de la habitación y nos ponemos frente al espejo de pared en donde se ven reflejados nuestros cuerpos desnudos. Ella delante y yo detrás.

− ¿Qué hacemos aquí? – le pregunto.

− Mira cielo, te voy a enseñar cómo puedes tener a Sandra completamente a tus pies y que esos momentos sean inolvidables para ti y por supuesto para ella.

Mamá toma mis manos y las pone a cada lado de su cuerpo, sobre sus caderas. En ese instante nos miramos a los ojos a través del espejo. Veo en ese cruce de miradas, muy patente, el deseo reflejado. Ella empieza a explicarme cómo podré tener sexo esa tarde con Sandra y sobre todo cómo enamorarla.

− Primero, admira su cuerpo, sin acercarte demasiado. – me dice.

− No entiendo – digo acariciando sus caderas y subiendo suavemente hasta su cintura.

− Así, cariño, como lo estás haciendo. Que ella note que estás fijándote en su cuerpo como si fuera la cosa más maravillosa que hubieras vivido jamás. Si hay algo que hace feliz a una mujer y le excita sobremanera es que la consideren única e irrepetible. Intenta seducir con esa mirada, tal y como lo haces ahora conmigo. Imagina que mi cuerpo es el de ella, que no solo la deseas porque es una mujer hermosa y quieres hacer el amor, sino que ella es algo que está por encima de todo, que quieres tener sexo, sí, pero además porque su cuerpo te tiene atrapado, enganchado, totalmente perdido.

No me resulta tan difícil seguir esas indicaciones, ya que, aunque mamá no se quiera enterar, veo en ese cuerpo todo lo que ella me está describiendo. No es que me esté instruyendo, sino que me está detallando lo que siento por ese cuerpo, una entrega total de enamoramiento, atracción y deseo.

− Muy bien cariño, así – me dice viendo mi cara en el espejo.

− Eres preciosa. – digo totalmente sincero.

− Eso es, amor, dile lo bonita que es, imagina que soy Sandra y mímala como si fuera lo más valioso del mundo.

Sigo su orientación, sin ningún problema, pero no hace falta imaginar a nadie, el cuerpo de mamá representa todo lo que siempre he soñado, porque es a ella a quién quiero, es ese cuerpo el que me tiene loco. Admirando la imagen que me devuelve el espejo, con la redondez de sus pechos, la estrechez de su cintura, sus prominentes caderas, su sexo rasurado y totalmente abultado…

− Ahora pégate a mi cuerpo por detrás y estrecha mi cintura, pero sin que sea algo sexual, como si fuera un abrazo de amor. Imagina que es el amor de tu vida – continúa ella con sus clases.

− ¿Así?

Me entrego a ese abrazo y mi cuerpo se pega al suyo. Noto su espalda contra mi pecho, mis muslos contra los suyos, su culo contra mi polla que no hace falta que diga que está completamente dura. Sigue sin costarme imaginar que ella sea ese amor anhelado.

− Así, mi vida, lo haces muy bien, que ella se sienta como una reina, una mujer muy deseada… – sigue hablando ella, con una voz que me parece seductora pero yo solo veo en el espejo a la mujer que deseo por encima de todo.

El abrazo dura un buen rato, como si nada ni nadie nos obstaculizara ese instante que nos pertenece exclusivamente a los dos.

− Acaricia la parte exterior de los muslos, como si fuera algo muy sensible que se fuera a romper.

− ¿Así, mamá? – le digo bajando mis manos por sus caderas hasta medio muslo con mucha suavidad.

− Muy bien… – su voz sigue siendo un susurro.

− ¡Qué suave!

− ¿Ves cómo lo sientes, mi vida? – me dice ella.

− Sí.

− Ahora acaricia mi cintura, suavemente, subiendo hasta la base del pecho.

Lo hago, pero no como ella parece estar indicándome ya que no es la cintura ni el pecho que tengo que imaginar, sino todo lo que más anhelo.

− Besa mi cuello con dulzura, al tiempo que tu mano acaricia la parte exterior de mis pechos. – sigue indicándome.

Mamá parece ronronear cuando siente la calidez de mis labios posándose sobre su cuello y para colmo mis manos acarician con tanto ahínco como dedicación sus prominentes tetas.

− Así, cariño… ahora amásalos y usa tu lengua para dibujar el contorno de mi cuello.

Estoy muy feliz y este momento no podré olvidarlo nunca. Sigo observando a mi madre desnuda reflejada en el espejo, pero además es que estoy abrazado a ella de una manera que nunca pude imaginar, porque más que enseñarme a conquistar el cuerpo de Sandra, me está conquistando aún más con sus palabras y sus enseñanzas de madre entregada, pero a estas alturas ya no creo que solo sea una profesora, sino que está disfrutando esas enseñanzas tanto como yo.

− ¡Sí! – suspira, al tiempo que su mano se estira hacia atrás para acariciar mi nuca.

− ¿Voy bien?

− Si, cariño, no pareces un novato en esto. Me está gustando, así que Sandra quedará prendada.

− Me alegro – respondo, aunque lo que me alegra es estar así y que además le guste tanto.

− Ahora chupa el lóbulo de mi oreja. Es una parte muy sensible en muchas mujeres.

− ¿Así? – digo al tiempo que mis labios y mi lengua atrapan y disfrutan de la suavidad de esas orejitas.

− ¡Síii! – contesta en suspiros cada vez más largos y sentidos.

− ¿También es tu parte sensible?

− Sí, cariño. Ahora con la otra mano, intenta girar por mis caderas hasta llegar a mis ingles, juega allí con tus dedos, pero no toques mi sexo…

Sigo a pies juntillas esas instrucciones y me encanta pasar mi mano por la tersura de su piel y encontrar aún más suavidad en la parte interna de sus muslos y después a ambos lados de su rajita, que emana un calor extraordinario.

− Sí, mi vida, muy bien… – dice apretando su mano y mordiendo ligeramente mi otra mano que está acariciando su teta izquierda.

No hay duda que mamá está caliente. Estoy convencido que no se trata de una simple clase de orientación a un principiante en el sexo, sino lo que ella está deseando por encima de todo. En este viaje está resultando todo demasiado fuerte como para controlarse y ella tampoco puede, estoy convencido. Necesita sexo tanto como yo, pero además tiene ese hándicap que es no poder engañar a mi padre, sentirse atrayente, deseada y jugar a un juego que está en los límites de lo prohibido pero sin traspasar la frontera. Yo tampoco quiero que esté a solas con Toni, ni que ese tipo tenga la mínima oportunidad, como esta que tengo yo ahora, disfrutando de su cuerpo y de sus palabras, no quiero que ese cerdo ponga sus manos encima de ella.

− Ahora acaricia los labios externos de mi vagina, pero no toques el clítoris, es importante no tocar esa zona todavía. – me susurra ahora.

− ¿Por qué no puedo tocar ahí? – pregunto muy descontrolado con ganas de acariciar todo su cuerpo sin dejar nada.

− No, reserva ese momento, mi amor… primero deberás besarla, que ella desee con más ganas el momento, que casi te lo pida como un ruego.

Me salto el guión, sosteniendo con mi mano el mentón de mamá y posando mis labios sobre los suyos. Es una sensación maravillosa, pero la suavidad y el calor de sus labios es algo que casi me hace caer de espaldas. Me agarro fuertemente a ese cuerpo, sintiendo como mi polla se clava aún más contra su culo y queda mirando hacia arriba siendo masajeada por esos glúteos tersos pero blanditos.

− ¿De esta forma? – digo cuando separo mis labios.

− No dije que me besaras. – dice ella con sus ojos vidriosos clavados en los míos, pues aunque era solo orientativo yo fui más allá.

− ¿No te ha gustado? – pregunto muy excitado.

No dejo que responda pues mi boca se abalanza de nuevo sobre la suya y nuestros labios entran en un contacto suave en el que me recreo. Ella no rechaza el beso, ni hace ademán de retirarse. Mi otra mano está sobre su pecho y noto la palpitación de su corazón que va a toda velocidad, también puedo percibir su respiración agitada, lo que me indica que está muy excitada. Mi lengua hace acto de presencia y empieza a notar el calor de sus labios. Ella ha podido cerrar su boca o incluso retirar su cabeza con un sencillo giro, sin embargo también la abre y nuestras lenguas se entregan a un beso cargado de ternura, de amor, de pasión… La mano que está en mi nuca aprieta con fuerza pues nuestras bocas están en continua fricción una contra la otra, hasta que de pronto ella se separa de mí y se gira.

− ¿Estás bien? – le pregunto al ver que me empuja sobre mi pecho como queriendo detener todo, antes de que sea demasiado tarde.

− Sí, cariño, pero debemos dejarlo aquí. Supongo que te habrá servido como comienzo.

Los ojos de mamá bajan hasta mi polla que está apuntándola directamente y ella pasa su lengua por sus labios. Debe estar ardiendo por dentro.

− Pero ¡No sé seguir, mamá! – protesto con un tono infantil.

Ella se me queda mirando y sostiene mis manos con las suyas.

− No puedo llevarte de la mano en todo, hijo. Debes aprender por ti mismo. Sólo quería indicarte cómo puedes comenzar a conquistar a Sandra, aunque no te resultará difícil, ella ya está loca por tus huesos. El resto depende exclusivamente de ti.

− Yo quiero aprender contigo… – insisto.

Vuelve a mirarme fijamente, está en un dilema del que no sabe cómo salir. Sé que por un lado quiere darlo todo, pero algo frena ese impulso.

− ¿Qué debo hacer a continuación? – le pregunto.

− Pues no sé, lo que más te apetezca. En ese momento ella estará muy caliente, no será difícil que admita cualquier cosa.

Pienso de nuevo si lo está diciendo por ella misma porque sé que está muy caliente.

− Entonces imaginando que eres Sandra, lo que más me apetecería ahora mismo es comerte el coño. – le digo de sopetón.

Me suena hasta raro decirlo así, con tanta contundencia. Mamá me sonríe, la cosa le ha hecho gracia, pero también le ha excitado oírlo, estoy seguro.

− Bien, no hace falta que se lo pidas. A partir de ahí juega con tu boca sobre su sexo.

− ¿Y cómo lo hago? ¿Qué partes tengo que chupar, besar, morder…? – digo desesperado al tiempo que mi polla balancea y se tensa por momentos.

Mamá se sienta al borde de la cama y me ordena que arrodille y me sitúe entre sus piernas.

− Mira hijo, observa las zonas que debes ir calentando primero. Tienes que asegurarte que esa parte está preparada, verás que hay como piel de gallina sobre sus muslos, acarícialos con tus manos suavemente. También verás sus labios inflamados.

− ¿Cómo los tuyos?

− Si.

Mi mano acaricia sus muslos por la parte interna, desde la rodilla hasta llegar a sus ingles, allí está su sexo abierto, sus labios inflamados y su rajita húmeda.

− No chupes directamente aquí. – añade mamá pasando su dedo índice por toda esa largura. Primero besa las ingles, luego, los labios externos y…

No la dejo continuar, mi boca se va a ese punto de encuentro y primero besa la unión de sus muslos con esa parte prohibida. El olor de su sexo es embriagador y mi lengua capta la humedad que se impregna en toda la zona.

− ¡Noo, para! – me dice agarrando mi pelo y retirando mi cabeza de su sexo.

− ¿Lo hago mal?

− No, hijo mío, lo haces muy bien, pero… ¡Detente, por Dios!

− ¿Pero por qué?

− Esto no puede ser, cariño, soy tu madre.

− Ahora eres Sandra, ¿recuerdas?

Mi lengua vuelve al ataque en esa parte y chupa sus ingles y percibe la blandura de sus labios externos, paso ligeramente mi lengua por esa rajita y por fin descubro el sabor de lo que allí emana. Vuelve a tirar de mi pelo para retirarme la cabeza de su entrepierna.

− Para hijo, por favor. – dice casi en un jadeo.

− Hazte a la idea de que no soy tu hijo. Imagina que soy Toni. – le explico, imitándola.

Acto seguido me adentro en esa raja y me agarro a sus caderas para que no vuelva a retirar mi cabeza de tan sagrado lugar. Mi lengua y mis labios no dejan un centímetro sin catar, sin chupar, sin lamer, disfrutando por primera vez de las mieles que brotan de su sexo. Ese sabor se impregna en mi lengua y en mi paladar que lo degusta como si fuera el mejor de los manjares.

Continúo con mi entrega a chupar y lamer su rajita sonrosada de mamá y por sus jadeos confirmo que no lo estoy haciendo tan mal.

La mano que antes ella apretaba contra mi pelo y agarrada a un mechón tiraba para separar mi cabeza de entre sus piernas, ahora la aprieta pero al revés, haciendo que mi cabeza se adentre aún más contra su sexo y permita incluso que mi lengua penetre en su coño y disfrute de la suavidad de su interior. Creo que no hay nada más rico en el mundo…

Mamá se tumba, abre más sus piernas y se deja llevar por mis chupeteos continuos mientras mis manos avanzan por su tripita, su ombligo hasta masajear sus tetas. En ese momento cierra sus muslos y atrapa mi cara entre ellos. Se corre entre gritos y jadeos sin dejar de agarrarse con fuerza a mi pelo hasta casi tirar de él, sin poder controlar esos espasmos que da su cuerpo cuando mi lengua está en contacto con su sexo. Noto dentro de mi boca cómo ríos de un sabor entre salado y dulce se impregnan en su interior, me encanta sentirlo así y nunca hubiera imaginado esa sensación. ¿Puede haber un sabor más extraordinario?

− ¿Lo hice bien? – pregunto poniéndome en pie observando su cuerpo desnudo jadeante tirado sobre la cama aún.

Ella tarda un rato en reponerse y al fin se reincorpora quedando sentada al borde de la cama con sus piernas totalmente temblorosas.

− Muy bien, hijo.

− ¿En serio?

− Nunca había sentido nada igual. – me dice.

− Me alegro. Entonces Sandra, quedará contenta.

− Sí, mi amor. – dice acariciando mi mano en señal de agradecimiento.

− Ahora es cuando ella me la chupa. – digo de pronto envalentonado y con cierta chulería.

− Sí, claro. – contesta ella.

Mi polla queda a pocos centímetros de su cara. Ella permanece ahí abajo sentada esperando que alguien le diga que es una mala madre, que debe detenerse, que todo es pecado, que es inmoral… o quizás otra voz que le diga que continúe lo que está empezado y se meta ese trozo de carne palpitante en la boca.

− ¿A qué esperas, Sandra? – digo jugando a ese intercambio de roles con el que empezó toda esta historia.

− No voy a chupártela, Víctor. – dice seria.

− ¿No te gustaría? – digo a modo de reto.

− No es eso. ¡Eres mi hijo!

− No, ahora no lo soy – digo agarrando la base de mi polla y haciendo que mi capullo aparezca y desaparezca ante sus ojos.

− Hijo… mejor no sigamos con este juego.

− Tú imagina que soy Toni.

− No puede ser, cariño, de verdad, no puedo chupártela.

− Pero, por favor, te lo suplico.

− Sabes que no puede ser.

− Creo que me lo debes. – digo y me suena a chantaje total.

Ella se queda mirando mi polla durante unos segundos y aunque no sé lo que pasa por su mente, por su mirada y por cómo se pasa la lengua por su labio superior, sé que está muy caliente como para detenerse ahí. Creo que lo está deseando tanto como yo.

− Hagamos un trato. – dice al fin.

Retira mi mano de mi polla y la cambia por la suya.

− ¿Qué tipo de trato? – pregunto intrigado y dejándome llevar por esos dedos que se aferran a mi tronco y que lentamente empiezan a mecer mi polla en una paja muy lenta.

− Yo te la chupo dos minutos.

− ¡Sí! – contesto eufórico.

− Pero si me prometes no correrte.

− Mamá, eso va a ser complicado. Estoy a punto de reventar.

− Entonces nada. – me dice con su sonrisa burlona pero sin dejar de pajearme. Es un reto complicado y más todavía cuando ella no se detiene.

− De acuerdo, intentaré aguantar. – respondo.

− Tienes que estar seguro.

− No sé, no creo que pueda ¿por qué no puedo correrme?

− Debes guardar esa leche para la boquita de Sandra. Yo empiezo y cuando veas que estás a punto me avisas y paro. Es importante que aguantes.

− Pero mamá… ¿Por qué?

− Hijo, esto es muy difícil. No sé ni cómo hemos llegado hasta aquí, pero no puedo chupártela, ¿comprendes? si lo hago es por enseñarte, por decirte todo lo que debes hacer con esa chica. Yo quiero ayudarte, mi amor, pero no me lo pongas más difícil.

− Ya sé que lo haces para ayudarme, pero no puedo prometer nada.

− Hijo, si te corres, para mí será algo muy grave. Ya lo está siendo ahora, pero si no consigues aguantar, me sentiré mal, me convertiré en algo que no quiero. ¿Lo podrás controlar?

− Ufff… – es mi suspiro el que intenta responder.

− Además, piensa en reservarlo para Sandra, le gustará que te corras abundantemente. – añade sin dejar de mover su mano contra mi enhiesto falo.

No sé si es una tortura o el mejor de los placeres, pero no puedo negarme a lo que me pida, sobre todo si pone esa carita de niña buena, esa dulce sonrisa y me está pajeando tan suavemente. Además, en el peor de los casos no pierdo nada, si me corro, será lo mejor que me haya podido pasar jamás, aunque deje de hablarme por un buen tiempo y no me mire a la cara avergonzada. Prefiero no preguntar qué pasaría si no puedo controlarme.

− Acepto. – digo al fin.

Sé que para ella es un juego y creo que disfruta con ello. Yo sé, en cambio, que no voy a poder controlarme. Nunca me han chupado la polla, pero con sólo imaginarlo ya estoy a punto de caramelo, más si esa boca es la de mi madre. La apuesta es a perder, aunque será la mejor que haya perdido jamás.

Su cabeza se acerca y tras jugar con su otra mano con mis huevos da una lamida a mi glande con su lengua y luego se separa para observarme.

− ¡Dios! – digo tensando mis piernas y abriéndose para no caerme.

− ¿Aguantas? – me pregunta pajeándome lentamente con una mano mientras que su lengua juega a dar lametazos a mi glande.

− Sí, sigue, por favor… – respondo jadeante.

− Espero que Sandra sepa hacer bien su trabajo, tú deberás aguantar al máximo. No sé si lo hará como yo, pero tú imagina que es lo mejor que te pueda pasar en tu vida. A ella le gustará que tú sientas eso.

¿Acaso no es así? Si hay un momento mágico en mi vida, ese que se quedará grabado mientras viva es el que estoy sintiendo cuando la boca de mamá juega con mi polla, la chupa, la lame, la besa…

− También es importante que eso dure lo máximo, para que ella se vuelque y ponga toda su atención en tu polla, ¿entiendes? – me pregunta y a continuación su lengua dibuja un río de saliva desde la punta hasta los huevos.

− Síii…

− Ahora, ella debería metérsela en la boca y succionar. ¿De verdad podrás aguantar, mi amor?

− Síii, por favor, hazlo – le pido desesperado.

La boca de mamá se abre más y sin dejar de mirarme atrapa entre sus labios todo mi glande poniendo su lengua por debajo. No sé si la sensación es la que esperaba, porque creo que el gusto es el mayor que he percibido nunca y por un momento siento cierto mareo, sobre todo cuando esa deliciosa boca avanza y avanza haciendo desaparecer mi polla hasta la mitad y después regresa el camino andado para irla sacando con la misma lentitud.

Los ojos de mamá descubren los míos viendo esa operación con la que tantas veces había fantaseado en mis pajas a escondidas. Ahora es cierto, los labios de mamá, más tensos que nunca, abarcan mi polla y hacen un sube y baja más que increíble. Cierro los ojos y todo mi cuerpo tiembla. De pronto ella la saca de su boca y la sujeta por la base apretando fuerte.

− Me prometiste no correrte. – añade ella recordando nuestro absurdo trato.

− ¡Es muy difícil, mamá! – protesto, sabiendo que con cuatro vaivenes más me correré como nunca contra su boca.

− Tienes que intentar aguantar. Hazlo por mamá.

No sé si esas palabras me ayudan o me excitan aún más. Pero le indico que siga, agarrando su cabeza y llevándola hasta la punta de mi miembro. Sonríe y a continuación se vuelve a meter una buena porción de mi polla. Sus labios se tensan de nuevo y sus ojos brillan por el esfuerzo de atraparla. Ha pasado de la mitad, creo que casi está entera dentro, apenas faltan unos milímetros cuando… de pronto se oye un ruido que deja a mamá con mi miembro insertado en su boca. El sonido proviene de la terraza.

− Hola ¿vecinos? – es la inconfundible voz de Sandra la que nos detiene.

Mamá, saca mi verga de su boca, haciendo un ruido de succión y al tenerme agarrado con su mano y todo el susto que acabamos de llevarnos, hace que yo pierda el equilibrio y caiga encima de ella sobre la cama.

− ¿Hola?, ¿Laura?, ¿Víctor?, ¿Estáis ahí? – insiste la voz de Sandra desde su terraza.

Estoy sobre mamá, que espatarrada en la cama, tiene sus ojos muy abiertos frente a los míos. Puedo notar el calor de boca sobre mis labios a muy poca distancia y lo más asombroso: ¡Mi polla totalmente tiesa descansa apoyada justamente contra la entrada de su coño! Es curioso cómo hemos quedado en esa posición tan oportuna, tal y como si el destino me hubiese sonreído una vez más. Noto palpitaciones en esa zona y no sé si es mi verga la que lo hace o es el propio corazón de mi madre que traspasa de su sexo a mi miembro. El glande está a las puertas del paraíso y con un solo movimiento de mi pelvis estoy seguro de que comenzaría el traspaso a esa puerta prohibida.

− No te muevas, hijo. – me dice mamá susurrando y casi rozando sus labios con los míos.

Yo obedezco, me mantengo inmóvil y no sé muy bien lo que está sucediendo pero esto es algo que nos tiene a los dos tensos y excitados al mismo tiempo. Ambos sabemos que estamos a un golpe de romper con todo, pero también esperamos a que la sensatez haga acto de presencia, supongo que algo en nuestro interior no nos permite seguir, sabemos que esto está mal… muy, pero que muy mal.

− No parece que estén. – añade Sandra desde su terraza y que imagino estará desnuda hablando con Toni.

− Ahora quiero follarte, putilla. – es la voz de Toni.

El cuerpo desnudo de mamá sigue debajo de mí, espero no estar aplastándola e intento mover mis pies para levantarme ligeramente y dejarla respirar.

− ¡No te muevas! – dice vocalizando como si no quisiera que nadie descubriera nuestro pecado particular.

Al colocar mi posición sobre ella, mi polla se ha movido ligeramente para quedar enganchada aún más sobre su rajita, atrapada sutilmente por sus suaves labios. Noto con más fuerza las palpitaciones en esa zona y sigo sin saber si es mi corazón o el de ella. Puedo notar la humedad que impregna su raja sobre mi glande. Creo que nuestra parte más física está lubricando e invitando a que ambos nos unamos de una vez por todas, solo queda que nuestras cabezas piensen igual, pero ninguno parecemos estar dispuestos a traspasar esa línea roja que ahora nos tiene totalmente paralizados.

− Calla zorra, que te gustará cómo te folla ese mamón. – añade Toni y se oye el ruido de la mampara. Creo que ese tipo tiene a su chica empotrada contra esa separación de nuestras terrazas y por el sonido repetitivo, se la está metiendo con fuerza.

Mamá sigue mirando fijamente a mis ojos. Estamos inmóviles y expectantes escuchando a nuestros vecinos.

− ¿Se refiere a mí? – le digo en bajito a mamá.

− ¡Schssss! – vuelve a decirme ella aprisionada por mi cuerpo con su boquita y un silbido que sale entre sus dientes. Está preciosa ahí abajo con ese morrito que quiero comerme.

No puedo evitar tocar sus labios con los míos durante un instante y mi polla da un respingo de agradecimiento al verse recompensada en parte, pues el glande sigue mecido por los labios de su vagina. En mi cabeza se cruzan toda clase de cosas, pero mi pelvis está deseando dar un empujón y clavársela de una vez por todas.

− ¡No te muevas amor, si lo haces, me la meterás! – dice en un nuevo susurro ella totalmente alarmada.

Eso no ayuda nada, pues estoy empezando a sentir impulsos descontrolados que no sé muy bien dónde irán a parar, pero aparte de su hijo, soy humano, soy un hombre que tiene a la mujer de sus sueños debajo y con mi polla a las puertas de su ansiada gruta. Su lubricación cada vez más intensa está invitándome a traspasar la puerta.

A pesar de esos malos pensamientos, me mantengo inmóvil y a la escucha, pues nuestros vecinos siguen jadeando con fuerza desde su terraza.

− ¿Te gustará que te la meta Víctor en plan bestia como te hago yo? – pregunta Toni confirmándome que hablaba de mi al tiempo que sigue oyéndose el ritmo martilleante de las embestidas de un claro sonido a polvo frenético y salvaje.

− Síii – jadea ella

− ¿Follará mejor que yo?

− No, papá – es la respuesta de Sandra.

Mamá y yo nos quedamos paralizados, si no lo estábamos ya antes. No sé lo que ocurre durante los siguientes diez segundos pero ambos abrimos los ojos de par en par, intentando calibrar lo que acabamos de escuchar.

− ¿Te gustará que te la meta así? – añade Toni sin dejar de jadear y follándose a la chica.

− Si, papi, fóllame así… – se oye la voz de Sandra cada vez más agitada.

Pienso que por un momento ella ha llamado “papi” a Toni en plan cariñoso, al menos no había caído en la cuenta de que al igual que nosotros pudieran ser padre e hija. Creo que es todo fruto de la casualidad, pero a lo mejor no, puede que todo sean imaginaciones mías.

Apoyo mis manos sobre el colchón pues noto que mamá está casi aplastada debajo de mí cuerpo, pero al hacerlo mi glande se abre paso y se cuela unos milímetros más dentro de su coño. Ella abre los ojos asustada, pero mi pelvis me pide que continúe mientras escuchamos los gemidos, alaridos y voces que emiten nuestros vecinos desde la terraza. Mi glande está completamente dentro de ese coño ansiado, que ahora mamá aprieta con fuerza como si quisiera detener el peligroso avance. Yo siento el calor de las paredes envolviendo la punta de mi polla y estoy en la gloria, lleno de contradicciones y de tensiones que no me dejan pensar, tan solo la pasión y la lujuria que invade nuestras dos habitaciones.

− ¡Sácala, Víctor! – ordena mi madre con un hilo de voz.

Ambos estamos muy excitados y yo hago lo posible por retirarla, no precisamente porque me apetezca, sino porque sé que ella se va a enfadar si continúo, prefiero seguir disfrutando de los buenos momentos y no que todos acaben de repente. Saco ligeramente unos milímetros mi glande de su interior y en ese momento se oye de nuevo la voz de nuestros vecinos de al lado por lo que me quedo quieto una vez más.

− ¿Te gusta, zorra? – dice Toni a su chica de nuevo, mientras la martillea sin cesar.

− No me llames zorra, papá – vuelve a intervenir la rubia.

− ¿No te gusta que te lo llame? Una cosa es que seas mi hija y otra que no seas ¡una auténtica puta…!

− No soy una puta.

− Sí que lo eres, joder.

− Papá, para puta la que te vas a follar luego, ¿recuerdas?

La conversación se detiene por segundos mientras continúan follando y alentados por esas palabras obscenas hablando sobre nosotros y que tanto deben excitarles.

− ¿Qué puta dices, hija? – pregunta Toni

− No te hagas el tonto, papá. Sé que te follarás a Laura – añade Sandra entre jadeos.

− ¿Tú crees? No la veo yo muy por la labor. Le gusta calentar al personal, pero de follar me parece que nada de nada.

− Sí, papá no hace más que mirarte el rabo, está loca porque te la tires, deseosa de que se lo metas hasta bien adentro, como la tienes ahora dentro de mí.

− Estás celosa, putita mía. – afirma Toni mientras sigue embistiéndola

Mamá sigue mirándome fijamente sin decir palabra, pero en el brillo de sus ojos veo todavía el deseo mezclado con rabia. Vamos de sorpresa en sorpresa.

− Tu también estás celoso, papá – afirma Sandra.

− ¿Yo? ¿Por ese niñato?

− Sí, tiene un buen rabo. – añade la desenvuelta vecina.

− Pero sabes que él no lo hará tan bien como yo.

− Muy seguro estás.

− ¿Acaso te follará mejor que yo? – dice en plan chulesco Toni haciendo el presumible esfuerzo por clavársela hasta el fondo.

Nunca me había caído bien ese tipo, pero ahora, con sus palabras me hace multiplicar el odio hacia él. No quiero imaginarme que le pudiera estar haciendo y diciendo eso mismo a mamá. Ahora tengo una rabia interior, una excitación desmedida y un cruce de cables en mi cabeza que no me permiten razonar.

Mamá está ahí, desnuda bajo mi cuerpo y espera en silencio y por su cara tampoco veo que le guste lo que dice Toni, refiriéndose a nosotros, ella que hace unos instantes me estaba enseñando cómo ser romántico con Sandra, está descubriendo lo zorra que es y lo que le gusta es que la traten como tal.

− Seguro que ese chaval no sabe ni follar. – añade el tipo.

En ese momento mi polla se adentra de nuevo en el coño de mamá y a pesar de estar muy apretado en señal de querer pararlo todo, la fuerza de mi cuerpo y el calor de nuestro interior, hacen que se deslice otros dos o tres milímetros más.

− ¿Sabrá metértela hasta bien adentro ese palurdo? – le pregunta Toni a su… hija.

Ya no puedo más. La tensión, el momento, la rabia o vete a saber qué, hacen que apoye con fuerza las manos sobre el colchón y empuje mi polla contra mamá. La primera embestida es bestial, porque ella estaba intentando frenarme, pero la fuerza de mi cuerpo ha hecho el resto y noto como mi verga entra por entero en ese coño soñado, hasta llegar hasta el final. Ni yo mismo me lo creo, pero se la he metido de golpe, ¡Con todas las ganas y hasta lo más profundo!

− ¡Ahhhhh! – es el gemido de mamá, que abre su boca intentando captar algo de aire.

− ¡Joder! – digo yo apresado en el conducto prohibido de su sexo que envuelve tan maravillosamente mi polla pudiendo sentir un calor más que gratificante.

− ¡Está dentro! – dice mamá asustada y gimiendo.

Me voy retirando lentamente y ese movimiento hace que mi gusto sea aún mayor, no quiero que termine nunca. Estoy dispuesto a sacar mi miembro de la cueva del pecado, pero es tanto el placer que siento que no puedo controlar mi cuerpo y empujo de nuevo con todas las ganas mi pelvis para clavársela de nuevo hasta lo más profundo de su coño.

− ¡Ahhhh! – es otro de los gemidos de ella y el mío propio sin importarnos que podamos ser oídos.

Vuelvo a sacarla hasta que mi glande llega a las puertas de ese coño que me abraza y vuelvo a la carga, esta vez siguiendo un ritmo lento pero constante. Las piernas de mamá están completamente abiertas y mi cuerpo se aprieta contra el suyo en un vaivén cada vez más acelerado. Ella me mira con sus ojos desorbitados, su boca abierta que hace que su aliento impregne mis labios con una bocanada caliente. Me detengo en seco con toda mi polla dentro de ella. Noto con fuerza la palpitación de mi corazón y las contracciones de su coño.

− Lo siento. No sé qué me ha pasado. – digo intentando disculpar algo que está fuera de mi control pero sin dejar de continuar con el mete-saca.

− ¡Sácala por Dios! – dice ella con una voz que no indica que lo esté deseando precisamente.

Vuelvo a sentir cierto temor y voy sacando mi polla de su conducto sagrado y el placer de ese movimiento es más agradable cada vez. Me lo confirma otro de sus largos gemidos. Creo que prefiero arriesgarme, pues es tanto el placer que siento y el que ella misma siente que vuelvo a la carga insertando toda mi barra de carne en su interior.

− ¡Ahhhh, qué gusto! – dice ella en una especie de sollozo.

− ¡Siii! – oigo mi propia voz saliendo de mi interior.

Sin hacer ni el más mínimo amago por sacarla, empiezo a bombear dentro de mamá, sintiendo las paredes de su vagina aferrándose a mi polla. No sé si se oye a nuestros vecinos y me da igual, ya no hay mundo a nuestro alrededor, solo nosotros dos, ella y yo.

Los jadeos se multiplican, las respiraciones son intensas y nuestras bocas están tan cerca que no pueden por más que unirse y empezamos a besarnos sin que yo deje de empujar con mis caderas hacia el cuerpo de ella, metiendo y sacando mi miembro de su interior.

En un momento reduzco el ritmo pues estoy a punto de correrme si continúo con esa fuerza y ese brío, sin embargo hacerlo despacio no me ayuda absolutamente nada, sino al contrario me excita aún más hasta dejarme a las puertas del orgasmo. Sé que ella está también descontrolada. Nuestras lenguas se unen de nuevo en nuestras bocas intentando combinar la respiración a través de la nariz y en jadeos de nuestros respectivos alientos.

− ¡Mamá, me corro!, ¿la saco?- le pregunto deseando no oír un “sí”.

Ella no responde, sino que tiene cerrados los ojos, sus piernas apretando mis caderas, su cabeza echada hacia atrás y sus manos agarrando fuertemente en un puño, las sábanas. Quiero tener el control, como ella misma me ha enseñado hace apenas un momento, pero no puede cuando al intentar sacar mi miembro lentamente, sus pies empujan mi culo hacia ella, mientras no deja de gemir con más fuerza cada vez, hasta que veo como se está corriendo sin contemplación. Decido seguir mi ritmo y no parar, así que inserto varias veces más mi polla dentro de su sexo, hasta que en una de esas embestidas lo dejo completamente metido y noto el calor que me viene desde los pies a la cabeza sintiendo cómo se tensa mi polla y parece querer explotar dentro de ese lugar maravilloso. Y me corro soltando varios chorros que inundan la vagina de mamá.

Ella sigue gimiendo y apretando sus pies contra mi culo en señal de que desea que siga brotando mi semen dentro de ella hasta vaciarme por completo.

Son varios más los espasmos hasta que pierdo la cuenta, pero sé que he inundado ese lugar maravilloso que me ha enseñado lo que sentir la felicidad plena y cómo se puede detener el mundo en un instante.

Permanezco sobre mamá y ambos jadeamos intentando recobrar el aliento e intentando asimilar al mismo tiempo todo lo que ha sucedido. ¡Acabamos de follar! y ¡Me he corrido dentro!

Intento escuchar algún otro sonido, pero nuestros vecinos están en silencio. No se oye nada más que nuestras agitadas respiraciones.

− Mamá… yo… – comienzo a crear una frase de disculpa que resulte convincente.

Ella me mira a los ojos y acaricia mi pelo suavemente. Sin dejarme acabar me besa suavemente en los labios evitando oír lo que no quiere, alejándose de cualquier tipo de explicación. Así, abrazados con mi cuerpo sobre el de ella, permanecemos callados, hasta que me pide que la deje levantarse, para meterse en el baño.

En ese momento todo empieza a tomar color e incluso empiezo a sentir voces de los vecinos, pero no parece que estén follando salvajemente como hace un rato, se les oye cuchichear muy bajito. Es posible que nos hayan oído y se hayan detenido sorprendidos en su polvo brutal y desbocado.

Intento pensar en qué va a suceder a partir de ahora y es que no soy consciente todavía de que acabo de follar con mamá, de sí podrá perdonarme que haya continuado después de pedirme que me detuviera, sin embargo tendrá que comprender que era demasiado para mí.

Tampoco sé lo que pasará con ellos, con nuestros vecinos, aunque poco me importa, ni siquiera ahora que veo que su idea sobre nosotros no era precisamente la que había imaginado. El tipo solo quiere follarse a mamá como si fuera una vulgar zorra y su hija, esa que parecía tan dulce, parece tener como único anhelo saciar la sed de puta que lleva dentro. No me apetece ninguna de las dos cosas: Ni que ese hombre toque a mamá ni si quiera follarme a esa rubia, por muy buena que esté.

Mamá sale desnuda del baño y tira de mi mano para que la acompañe. Yo todavía estoy aturdido y la sigo como un perrito faldero. Me lleva hasta la terraza. Apoya su culo contra la barandilla de la terraza y atrae mi cuerpo hacia el suyo.

Yo estoy pensando en cómo disculparme, en cómo hacerle entender mi tremendo error, pero creo que ella está demasiado caliente como para ser racional en ese preciso momento. De pronto se agarra a mi cuello y me besa en la boca, pero no se conforma con que se unan nuestros labios, sino que abre su boca y su lengua va en busca de la mía. Mis manos se aferran a la barandilla y allí pego mi cuerpo desnudo contra el de ella. No parece importarle que nos vean desde cualquier habitación del hotel, ni que nos oigan nuestros vecinos, que de seguro están escondidos tras la mampara como lo hiciéramos nosotros también observándoles a ellos.

Mamá empuja mi cabeza hacia abajo y me indica con gestos que la chupe su sexo. Ella continúa de pie apoyada contra la barandilla y yo arrodillado entre sus muslos, comienzo a besar esa rajita que vuelve a humedecerse por momentos. Mis labios juegan con los de su sexo, mordisqueo con ellos cada rincón, cada pliegue y me entretengo en chupar ese delicioso tajo que me sabe a gloria. Ya no pienso, ya no razono, ya no estoy por pedir disculpas sino entregado a mi segunda comida de coño y que me parece aún más maravillosa. La pierna derecha de mamá se eleva ligeramente para que mi boca llegue hasta los sitios más recónditos. Por un momento miro a sus ojos que se cruzan con los míos y no hay palabras que definan eso, pero ambos tenemos la idea de no conformarnos con pedir perdón o con lamentarnos por nuestro comportamiento sino, dejarnos llevar y seguir disfrutando de esos momentos.

Los gemidos de mamá son más intensos que los que pudo soltar en la habitación y ahora no hay nada que la frene, incluso parece disfrutar en esa entrega total, cuando mi lengua juguetea con su clítoris inflamado, hasta que ella me detiene tirando de mi pelo y haciendo que me ponga de pie. No parece querer correrse todavía. Estoy a su altura y mamá me besa de nuevo, haciendo que su saliva se mezcle con la mía y con los flujos de su propio sexo. Me empuja hasta dejarme sentado sobre la hamaca. Todavía no me lo puedo creer, pero la tengo ahí desnuda acariciando mi pelo y su sexo delante, tan hermoso…

Levanta una pierna y después la otra para quedar a horcajadas sobre mi cuerpo. Nuestros sexos entran en contacto otra vez y todo un escalofrío recorre todo mi ser. Ella pasa su mano por detrás de su culo hasta sostener mi polla por la base y comienza a pasarla repetidas veces a lo largo de su rajita. No hace falta lubricar mucho más, ni animar a mi miembro que está completamente erecto otra vez.

− ¡Fóllame! – dice de pronto, en voz alta, sabiendo que nuestros vecinos deben estar escondidos detrás de la mampara escuchándonos y viéndonos.

No digo nada, pero ella me sonríe y después de ubicar mi glande contra su orificio, se deja caer con todo su peso haciendo que la penetre de nuevo hasta lo más hondo. Ambos damos un suspiro continuo convertido en jadeo después. Mamá apoya la punta de sus pies en el suelo y se levanta lentamente hasta que casi la punta de mi polla quiera salir de su coño y luego se vuelve a dejarse caer. De nuevo nuestro jadeo intenso y nuestro abrazo lleno de caricias y besos da paso a repetir ese movimiento incesantemente, follando con todas las ganas, sin reprimirnos en absoluto, hasta que de nuevo el orgasmo nos invade a ambos y nos corremos, primero ella, cuando muerde mi cuello con sus labios apagando un grito prolongado y después yo, que sosteniendo su redondo culo, lo acaricio y después noto como mi polla se tensa y empieza a enviar chorros en el interior de su coño. Ella me sonríe, agradecida, victoriosa, totalmente entregada a ese polvo maravilloso.

Así permanecemos abrazados sobre la hamaca y sin dejar de besarnos, incluso cuando mi polla ha reducido su tamaño pero ni yo quiero salir ni tampoco parece desearlo ella.

Por alguna razón ambos sabemos que esto se acaba, que nuestras maravillosas vacaciones han roto con todo, llevándonos a un mundo nuevo a ambos y consiguiendo cosas que solo podían realizarse así, en un intercambio de roles, como si fuéramos dos amantes. Pero afortunadamente no ha sido sólo una representación.

En la ducha, tras ese increíble polvazo, no hay momento para las palabras, pero sí para seguir acariciándonos y continuar con nuestros besos y el juego continuo de lengua contra lengua. Nuestras manos van en busca de nuestros sexos, nuestros culos y cada centímetro de nuestra piel. Nos bañamos por fuera y compartirnos por dentro nuestras almas intentando aprovechar cada segundo, los pocos que nos quedan.

El tiempo ha pasado tan deprisa que ni recuerdo en qué momento del placer nos hemos quedado, pero sí que nos hemos entregado sin dejar de besarnos y acariciarnos intentando dejar grabada esa pasión que nos ha unido en este hotel… en estas flipantes vacaciones. Ambos nos llevamos ese delicioso sabor de boca.

Nos vestimos en silencio. Ninguno quiere pronunciar palabra, tan solo cuando ella se ha puesto sus zapatos de tacón, su fina camiseta ceñida y sus pegados leggings negros, le pregunto.

− ¿Vas a ir con Toni?

− No cariño. Ni loca. Ese cerdo se va a quedar con las ganas.

− Me alegro. Como te vestías así de sexy…

− Para ti, qué sé que te gusta.

− Gracias mamá, por todo…

Hay un silencio mientras mamá sigue atusándose frente al espejo.

− ¿Y tú? ¿Vas a ir con la putita de su hija? – me pregunta de pronto ella con su amplia sonrisa.

− También se va a quedar con las ganas. Jajajaja… – respondo

Ambos reímos a carcajadas y seguimos preparando las maletas intentando poner en orden nuestros pensamientos, buscando la manera de asimilar cada momento vivido.

− Mamá, ¿vas a ir así en el viaje? – le pregunto refiriéndome a su indumentaria.

− ¿Acaso no te gusta? – dice muy melosa, sabiendo que es lo máximo para mí.

− Sabes que me encantas.

− Gracias cielo. – dice besándome en la frente.

− Y ¿papá? – pregunto.

− ¡Tendré que ir convenciéndole!

No acabo de ver que eso sea así, pero en el fondo me gusta ese autocontrol y esa seguridad que muestra mi madre después de experimentar tantas cosas que han sacado de su interior esa energía que tanto necesitaba enseñar. Supongo que papá también descubrirá esa fierecilla aunque no sé hasta qué punto le pueda gustar.

Vuelvo a sentir celos, como cuando pensaba en Toni, pero ahora de mi propio padre, sabiendo que será él quien continúe acariciando ese cuerpo, besándolo, abrazándolo, haciéndolo suyo…

Regresar a casa me está resultando más triste que nunca y no me hace ninguna ilusión ver en el aeropuerto a mi padre esperándonos. Ellos se funden en un abrazo y se besan a continuación durante unos segundos. Sé, para mi gran pesar, que todo se ha acabado. Mi padre me da un pequeño golpecito en la espalda, pero parece, por su cara, que hay otra cosa que le incomoda. Se gira hacia mamá observándola.

− Cariño, ¿no vas muy ceñida? – comenta mirándola de arriba a abajo.

− ¿No me ves más guapa? – responde ella con su nueva seguridad.

Él no responde pero no parece hacerle ninguna gracia ese nuevo atuendo y nos subimos al coche, sin que apenas nos pregunte qué tal ha ido todo, si nos hemos divertido, si todo ha sido como él hubiera querido. Parece molesto y muy metido en sus problemas como para saber si tuvimos un viaje inolvidable y vaya si lo tuvimos… ¡Si él supiera…!

Hemos regresado a una vida a la que no queríamos volver. Un padre y marido amargado, viviendo sólo por su trabajo y metido en su arcaico mundo, lleno de prejuicios y celos, sin ver con claridad la felicidad de esa mujer que tanto ha disfrutado, mostrando lo mejor de ella y sintiéndose tan especial.

Llegamos a casa y vamos deshaciendo las maletas y veo en la mirada de mamá que vuelve a ser la misma que la de hace una semana, la de una madre abnegada y que me mira como su hijo que soy… y no la de esa mujer ardiente con la que he disfrutado tanto en estas vacaciones. Todo se ha terminado tan rápido que pienso si realmente fue verdad. Sólo ha sido una semana, pero ha sido la mejor semana de mi vida. Posiblemente algún día conozca a una mujer maravillosa, que se pueda parecer a mamá, pero nunca habrá ninguna que sea como ella ni disfrutaré en tan poco tiempo tanto como en estos días.

Tras la cena, entregamos los regalos a papá y contamos las cosas menos importantes del viaje, porque lógicamente no podemos hablar de lo que realmente ha sucedido, me gusta la idea de que él se quede al margen de nuestra “íntima y secreta aventura”.

Ya de noche, estoy en mi habitación, a oscuras y tirado sobre la cama, desnudo me pongo a mirar las fotos de mi móvil en la que va a apareciendo mamá, primero con sus vestidos ajustados. Disfruto de cada imagen, de casa pose, luego veo en las que lleva aquel tanga amarillo tan sexy, después con sus tetas al aire, luego en las que está desnuda y los avances que hemos ido ganando en tan poco tiempo, incluso cuando fuimos más allá y nos entregamos en el viaje como si realmente fuéramos una pareja de recién casados. Fue mi luna de miel, que será, sin duda irrepetible. Ahora pienso en ese cuerpo e imagino que mi padre está apoderándose de él… arrebatándomelo de nuevo.

En ese mismo momento se abre la puerta de mi cuarto y yo me quedo inmóvil, tumbado sobre mi cama, desnudo y con mi polla entre mis dedos sin esperar a que nadie pudiera entrar sin llamar. La luz que entra del pasillo me ciega por un momento pero cuando logro enfocar veo la silueta del cuerpo de mamá apoyada sobre la puerta. ¡Joder!, ¡Está desnuda!

− ¡Hola cariño! – me dice con esa voz sensual como la que he oído varias veces en esta semana loca.

− ¡Pero, mamá! – digo admirándola totalmente sorprendido.

En ese momento su cuerpo desnudo avanza hacia mi cama y puedo ver dibujada en su rostro una gran sonrisa.

− Mamá… ¿Y papá? – pregunto intentando ser algo racional en un momento totalmente increíble.

− Está dormido.

− ¿Dormido?

− Sí, se ha tomado las pastillas para dormir, porque dice que mañana tiene algo muy importante que hacer en el trabajo y tiene que descansar.

− ¿Pero tú y él… no?

− ¿Qué si no hemos follado? – me dice sin cortarse.

No hace falta que ella responda a la pregunta porque es evidente que no. Es curioso, pero me siento raro, por un lado feliz de que no hayan hecho nada y por otra triste por ella de que no haya podido enseñar a papá la mujer salvaje y ardiente en la que se ha convertido.

− No me lo puedo creer, mamá.

− Para tu padre sólo hay una cosa. El trabajo. Ya viste que no le gustó tampoco mi nuevo vestuario y eso que aún no ha visto nada.

− Es increíble. – digo y pienso, pues no sé cómo no se lanzó sobre esa mujer tan alucinante que está ahora sentada al borde de mi cama completamente desnuda…

− Ni siquiera se fijó en mí cuando aparecí desnuda en la habitación y parece que tampoco le hizo gracia verme el coño rasurado. ¿Te puedes creer que se dio la vuelta y se quedó frito? – añade acariciando mi pecho con la punta de sus dedos.

Me hace sentarme sobre la cama, con mi espalda pegada en el cabecero y yo me quedo observando su hermosa figura que gatea hacía mí lentamente, ofreciéndome una vez más una imagen arrebatadoramente erótica.

No acabo de entender como papá no haya podido tener con ella la noche más loca después de una semana sin verse sabiendo la mujer que tengo yo ahora delante.

− Pues… ¿Sabes una cosa? Que lo prefiero – añade volviendo a pasar su uña por mi pecho, en un arañazo muy suave y sensual.

− ¿Mamá? – pregunto desconcertado.

Se arrodilla entre mis piernas agarrando mi polla con dulzura para empezar a pajearme lentamente. Es posible que el vino de la cena haya tenido algo que ver, pero vuelvo a ver a mamá irreconocible, transformada y comportándose como una mujer ardiente que siempre llevó dentro y nunca demostró hasta el viaje que acaba de finalizar. Pensé que nunca volvería a verla así.

− No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí en estas vacaciones, mi amor – me dice sin dejar de masturbarme con esa lentitud.

− Ha sido un placer para mí, ya lo sabes… – respondo con la voz temblorosa al sentir esa mano meciendo mi rabo tieso.

− Sí, pero tú has sabido hacerme sentir como quiere una mujer. Has conseguido que sea más atractiva, más hermosa, más cachonda, que me guste a mí misma y que vuelva locos a los demás.

− Yo no he hecho nada. Tú eres todo eso.

− Ya, pero nadie me lo había dicho ni enseñado. ¿Sabes? Antes creía que todo era así y no había nada más, en cambio tú en este viaje me has enseñado a ser yo misma y a disfrutar haciendo todo eso.

− Yo también lo disfruté – respondo con la voz entrecortada mientras ella continúa con esa dulce paja.

− ¡Quiero que me folles otra vez! – dice ella besando mi frente y a continuación uniendo sus labios a los míos. Esa ternura y esa pasión, me hacen temblar.

La frase es más que contundente y mi polla se tensa entre sus dedos, algo que parece hacerle gracia, dándole un lametón a la punta sin dejar de sonreir. Estoy flipando, no acabo de creerme que lo que yo veía como finalizado de una vez por todas, continúe en este preciso momento y sé que no estoy soñando pues el placer me mantiene despierto cuando la boca de mamá atrapa mi polla y se la mete hasta bien adentro. La saca en un instante y me vuelve a preguntar totalmente decidida y con voz tremendamente sensual

− Hijo, ¿Quieres follarte a mamá?

No hay respuesta. Solo me hace una señal para que me tumbe y ella se sube sobre mi cuerpo desnudo apoyando sus manos sobre mi pecho. Mis manos instintivamente van a sus tetas y comienzo a acariciarlas. Ella cierra los ojos al sentir mis caricias y después vuelve a sonreírme.

− ¿Estás segura de hacer esto? – digo de pronto y justo a renglón seguido pienso si es bueno haberle hecho semejante pregunta.

− Ya no eres mi niño, Víctor… ahora eres mi hombre… ¡y mi amante! – sentencia.

En ese instante se deja caer con todo su peso sobre mi polla que se inserta hasta lo más profundo de su sexo y ambos gemimos al percibir esa dulce sensación. Vuelvo a unir mi boca a la suya para recibir todo ese sabor de sus besos y la suavidad de su lengua contra la mía. De nuevo vuelvo a vivir la sensación de estar penetrándola hasta sentir las paredes de su vagina abrazando a mi polla y oír su dulce voz gimiendo con cada una de sus cabalgadas sobre mi cuerpo.

Me gusta sentir su cuerpo sudado sobre el mío, abrazarme a su cintura, acariciar sus caderas y su culo sin dejar de sentir como mi polla entra y sale sin parar, como ella abre su boca para respirar y gemir y luego vuelve a besarme con todas las ganas.

Nos corremos casi al mismo tiempo y ni siquiera aviso de que voy a volver a hacerlo en su interior, me dejo llevar por su propio orgasmo y noto como mi polla se tensa para empezar a inundarla con mi semen caliente, haciendo más mío ese coño… haciendo más mía a esa mujer.

Nos entregamos a ese polvo mágico al que ambos queríamos volver, sin importarnos nada más y no dejar que estas vacaciones fueran solo eso, sino un antes y un después.

Ya no hay más palabras, ya no hay más explicaciones. Sé también que esta noche será el fin de mis vacaciones con mamá pero el comienzo de una vida aun más maravillosa junto a ella, siendo algo más que madre e hijo, sino dos amantes dispuestos a vivir algo único. Es posible que por el día ella se siga comportando como una madre, pero estoy seguro que por la noche será esa mujer salvaje y entregada, que me regalará miles de placeres y una sorpresa tras otra.

Juliaki

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Capítulo 1. LA CASA

Sin títuloEchando la vista atrás, tengo que reconocer que, en un primer momento, no llegué a comprender la magnitud de como me iba a cambiar la vida la llamada de Raúl. Todavía recuerdo que mi viejo amigo me llamó un domingo para pedirme un favor. Avergonzado, me explicó que su hija había conseguido una beca para estudiar un posgrado en la universidad de Politécnica y como andaba bastante corto de dinero, me preguntó que aprovechando que yo vivía en Madrid, si  podía ayudarla a buscar un alojamiento barato.
-Tú eres tonto-, le repliqué, recordando que su empresa le había echado hacia más de un año y que aunque no fuera capaz de reconocerlo, le costaba llegar a fin de mes, -Mi ahijada se queda conmigo y no se hable más. Además la casa es grande y como sabes desde que murió mi mujer, vivo solo-.
Cortado pero aliviado, agradeció mi ofrecimiento, porque eso supondría que no tendría que desembolsar mensualmente el coste del alquiler pero antes de confirmarme nada, me dijo que tendría que hablar con su hija, no fuera a ser que no quisiera. Colgando el teléfono, me di cuenta que hacía mas de tres años que no veía a la cría.
“Menuda mierda de padrino soy”, pensé por no haberla siquiera llamado por su cumpleaños. ”Ni a ella, ni a nadie”, mascullé.
Desde que murió María, me había convertido en un ermitaño, encerrado en mi concha y casi sin contacto con el exterior. Aparentemente mi vida seguía igual que antes de su fallecimiento, pero no era así. Para no caer en una depresión me concentré en el trabajo, cortando los lazos que me unían con los demás.
“Me he convertido en un amargado y a este paso voy a ser el mas rico del cementerio”.
Con cuarenta y cinco años, ejecutivo de una multinacional y sin ningún tipo de ataduras, me quedaba mucha vida por delante pero me sentía viejo.   Por eso cuando esa misma tarde recibí la llamada de Carmen aceptando mi oferta, su tono alegre consiguió sacarme del sopor que me embargaba e ingenuamente llegué a considerar el hecho de ocuparme de ella como una segunda oportunidad de tener en casa lo mas cercano a un hijo. La mala salud de mi mujer no nos había permitido tener descendencia, sin hermanos ni sobrinos, solo me quedaba una tía lejana de la que, mensualmente, me ocupaba de pagar su residencia.
Aunque quedaba una semana, para que la muchacha dejara Santander y se mudara a vivir a Madrid, ordené que adecentaran el cuarto de invitados. Como durante el mes de septiembre, la actividad de la empresa baja considerablemente, decidí tomarme tres días libres coincidiendo con su llegada, de forma que ese lunes, fui a recogerla personalmente a Barajas.
No me costó reconocerla a pesar del tiempo transcurrido sin verla. Carmen, aunque se había convertido en una mujer preciosa, seguía teniendo la cara de pilla de niña. Al verme,  soltando su equipaje, salió corriendo y se fundió conmigo en un abrazo.
-Padrino, no sabes la ilusión que me hace vivir en Madrid-, me dijo soltándose, -te juro que no te vas a arrepentir de haberme acogido-.
-Es lo menos que podía hacer-, contesté algo avergonzado por su efusividad.
La muchacha haciendo caso omiso a mi creciente incomodidad, me cogió del brazo y me llevó a rastras hasta donde estaban sus maletas.
-Deja que te ayudo-, le pedí cargándolas.
Me sorprendió que, por todo equipaje, solo trajera dos pequeñas bolsas de deporte. Si esa chiquilla se iba a quedar un año entero, traía poca ropa. Sobre todo al recordar que mi esposa, aunque fuera solo para un fin de semana, se llevaba medio armario. Estuve a punto de hacerle un comentario pero decidí que era mejor respetar su privacidad.
Nada mas entrar al coche, le expliqué que sabiendo que era su primera vez en Madrid, había preparado un pequeño tour por la ciudad pero si prefería antes podíamos ir a la casa a descansar.
-Padrino-, me contestó, -lo que tú prefieras-.
Como no me dio su opinión, recordé que cuando al igual que ella, llegué a la capital me impresionó ver el Palacio de Oriente, por lo que sin preguntarle y enfilando la autopista me dirigí directamente hacia ese lugar.  No hizo falta llegar hasta allí, para que alucinada me fuera señalando los distintos edificios emblemáticos que nos íbamos cruzando. Pegada a la ventana del vehículo, disfrutaba como la niña que era de las novedades que se le abrían al vivir en Madrid.
-¿No te pierdes?-.
-No seas paleta-, respondí soltando una carcajada.
Haciendo un puchero y en broma, me soltó:
-Eres malo con tu ahijada-.
-Y peor que puedo ser, si me desobedeces-.
Sosteniendo su mirada, seria, me contestó:
-Eso, nunca va a ocurrir-.
 

Comprendí inmediatamente que su padre la había aleccionado al respecto. Estaba seguro que, mi buen Raúl, le había ordenado que me obedeciera porque el ahorro que suponía el no tener que pagar alquiler era esencial para su economía. Para no incomodarla, cambié de tema y le pregunté por su viejo.

-Está muy jodido. No te ha dicho nada, pero el mes que viene se le acaba el paro y no  sabe que va a hacer-.
-Lo siento-, contesté apesadumbrado. No solo no era un buen padrino sino tampoco un buen amigo. Me traté de disculpar interiormente diciéndome que no sabía de la seriedad de la situación hasta que  esa niña me había abierto los ojos y sin caer en que estaba ella presente, llamé a la oficina de la empresa en Santander y pedí hablar con el Delegado.
-Manuel-, ordené a mi interlocutor,- te va a llamar Raúl Morata. Quiero que le des trabajo, busca donde te puede servir pero contrátalo-.
Tras colgar llamé a mi amigo y tras decirle que su hija había llegado perfectamente, le expliqué que le había concertado una entrevista de trabajo. Raúl, completamente anonadado por la noticia, casi se echa a llorar y prometiendo que llamaría en ese instante, se despidió pidiéndome que cuidara de Carmen.
-No te preocupes, lo haré-.
Al colgar, la muchacha me miraba con fascinación. En una llamada, había resuelto la mayor de sus preocupaciones y sin que ella tuviese que pedírmelo. Con lágrimas en los ojos,  cogió mi mano y llenándomela de besos, me agradeció lo que estaba haciendo por su familia.
-No te olvides que tú y tu padre sois lo más parecido que tengo a una-,  respondí y buscando romper ese ambiente, le pregunté si tenía hambre.
-Mucha-, me respondió.
Aprovechando que estábamos cerca del barrio de El Viso donde vivía, le dije que dejábamos el paseo por Madrid para otro día y que mejor íbamos a casa. Sin poner ningún reparo al cambio de planes, la cría se mantuvo en silencio todo el viaje pero al llegar al chalet, donde iba a pasar un año de su vida, me preguntó:
-¿Aquí vives?-.
-Si-, contesté viendo que estaba sobrecogida por su tamaño. Aunque suene vanidoso, en mi fuero interno me gustó que le hubiese causado tanta impresión y buscando que se sintiera cómoda, riendo le solté: – Como ves me haces un favor, viviendo conmigo. Son demasiados metros para que viva, solo, un viejo como yo-.
-Tu no eres viejo-, me respondió sonriendo, -y a partir de hoy, ya no vives solo-.
-Eso es verdad, ahora tengo una preciosa damisela conmigo-, repliqué devolviéndole el piropo.
Encantada por mi respuesta, me dio un beso en la mejilla y se bajó del coche. Si la casa la había maravillado, cuando vio su cuarto no cupo de gozo.
-Es enorme y la cama parece un campo de futbol-.
-Ya te acostumbraras, ahora vamos a comer-.
 
 

Capítulo dos. LA ROPA.

Durante las siguientes semanas, Carmen fue convirtiéndose en una parte primordial de mi vida. Al estar tanto tiempo solo, me había olvidado lo que era compartir mi tiempo con otra persona y aún mas cuando esta resultó ser alguien adorable. Sin que yo se lo pidiera, se levantaba antes que yo, para que al salir de la ducha, ya tuviese preparado el desayuno y por la noche, esperaba mi llegada para contarme su día en la universidad y cenar conmigo. Poco a poco, me fui acostumbrando a su compañía y dejó de resultarme raras, cosas tan nimias como que se emocionara viendo una película en la tele o que llegará cabreada porque un profesor había faltado sin avisar. Tras tres años de tristeza, en mi casa se volvieron a escuchar risas y todo gracias a ella.

Ese estado idílico cambió una noche en la que le dije que no iba a ir a cenar, porque tenía una fiesta:
-¿Y eso?-.
-Un coñazo. Me han invitado a un evento benéfico. Ya sabes, una reunión en la que a medio centenar de gerifaltes los engañan para que financien obras de caridad a base de lingotazos de ginebra-, y sin saber que era lo que me iba a acarrear, le pregunté: -¿quieres acompañarme?-.
-Sí-, me contestó, -pero no tengo nada que ponerme-.
No comprendo porque le dije que mirara en la habitación que le había servido como vestidor de mi mujer, por si había algo que le quedara.
-¿Seguro que no te molesta que use su ropa?-.
-María estaría encantada de que tu la usaras, no en vano eras también su ahijada-.
Satisfecha por mi respuesta, corrió al cuarto y durante toda la tarde se pasó probando los cientos de modelitos que ella había acumulado durante los años de nuestro matrimonio. No supe más de ella, hasta que ya vestido, toqué a su puerta, pidiéndole que se diera prisa porque íbamos a llegar tarde.
 Al salir de su habitación, me quedé sin habla. Carmen estaba impresionante. Enfundada en un coqueto traje de raso rojo, sus formas se mostraban con toda nitidez y por vez primera, me percaté que mi ahijada era una mujer de bandera.
-¿Te gusto?-, me preguntó.
Por mi expresión bobalicona supo que había acertado en la elección. La muchacha no solo tenía un cuerpo esplendido sino que además al ser mas estrecha que mi esposa, el vestido le quedaba muy entallado, dotando a sus pechos de una sensualidad que me había pasado completamente desapercibida.
-Estas maravillosa-, le contesté, completamente ruborizado al pensar que se había fijado en la forma tan poco paternal con la que yo, su padrino, la había estado contemplando.
Ella, lejos de molestarse, sonrió diciendo:
-Pensé que era demasiado sexy para ti pero,  ya que te gusta, te prometo que a partir de hoy, me vestiré más provocativa-.
No supe responderle. Debería haberle dicho que no era apropiado pero fui incapaz y cogiendo mi abrigo abrí la puerta, cediéndole el paso.
-Por cierto, tú también estas muy guapo-.
El trayecto hasta la fiesta fue una pesadilla. No pude dejar de mirar sus piernas de reojo, mientras mentalmente me recriminaba mi comportamiento. Ella, sabiéndose observada, disfrutó de lo lindo provocándome. Con gran descaro, sacó de su pequeño bolso un pintalabios y un espejo y sensualmente, se retocó echándose hacia delante, dejándome disfrutar del marcado escote. Mas excitado de lo que me hubiese gustado reconocer, llegué a la fiesta.
Mis colegas, al verme, se quedaron extrañados de que el viudo eterno llegase acompañado de un bombón semejante. Muchos de los presentes, llevaban tiempo animándome a dar un paso adelante y dejar mi auto impuesta reclusión atrás, pero fue una vieja amiga, la que acercándose, me dijo:
-Podías haberme avisado que volvías a estar en el mercado. ¿Me presentas a tu amiguita?-
El término tan despectivo con el que se refirió a Carmen, me hizo encabronar pero fue mi acompañante, la que dándose por aludida le respondió:
-Pedro no está en venta y menos para una antigualla como tú-.
Alicia se dio la vuelta, indignada, no en vano a sus treinta y cinco años era una mujer de muy buen ver. Al irse, no pude resistir la risa y soltando una carcajada, recriminé a mi ahijada su falta de tacto:
-Te has pasado. Ella no fue ni la mitad de borde que tu-.
-Esa puta no sabe quien soy yo-, soltó mientras una sonrisa iluminaba su cara,- nadie toca a mi hombre y menos en mi presencia-.
-Carmen, cuida esa lengua. No soy tu hombre sino tu padrino-.
-Si, pero ella no lo sabe, así que se joda-.
Su desfachatez me puso de buen humor y sin explicar a nadie nuestra relación, fui presentando a la muchacha a mis amigos.  El resto de la noche, mi querida ahijada se comportó como una dama sin sacar a relucir su mala leche, haciendo las delicias de los hombres y provocando celos en sus parejas. Acabada la cena, Carmen, que estaba animada, me pidió que en vez de volver a casa, la sacara a tomar algo.
No me pude negar por lo que la llevé a un pub cercano. Allí, quizás producto de las copas, le pregunté porque casi no salía con amigos, si era acaso porque había dejado un novio en Santander.
Ella, al escucharme, cogiéndome de la mano, me contestó que no me preocupara que no tenía novio y que si no salía con sus compañeros, era porque le parecían unos críos. En ese momento no me di cuenta pero me encantó saber que no tenía nadie esperándola. Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando llegamos a casa. Al despedirme de ella en la puerta de su cuarto, dándome un beso en la mejilla, me susurró al oído:
-Te quiero mucho, padrino-.
Me quedé de piedra, esa tierna despedida escondía un erotismo que no me pasó desapercibido y confuso, le respondí que yo también.
-Hasta mañana-, me dijo cerrando la puerta, dejándome solo en mitad del pasillo con mis remordimientos.
 
 
 

Capítulo tres. EL COCHE Y EL PELO.

 

Esa noche me costó conciliar el sueño, no dejé de darle vueltas a la fascinación recién descubierta que sentía por mi ahijada. El hecho que durmiera a escasos metros no ayudó a sacar de mi mente la visión de su cuerpo. Como si fuera una pesadilla, me imaginé besando sus pechos mientras mi mano recorría su cuerpo. Era como si un adolescente se hubiera adueñado de mi cuerpo, escena tras escena me vi haciéndole el amor mientras ella gemía de placer diciendo mi nombre. Por mucho que intenté apartar la imagen de sus piernas abrazando mi cuerpo mientras mi sexo campeaba libremente en su interior, no conseguí evitar que mi mano recogiendo mi lujuria, buscara la liberación corriéndome sobre las sabanas.

Al despertar, estaba agotado y avergonzado.  Aunque físicamente no me hubiese acostado con mi ahijada, cada poro de mi cuerpo había gozado amándola, cada uno de mis nervios había sentido el placer de penetrarla mientras que cada una de mis neuronas, me recriminaba el haberlo hecho. No solo era la diferencia de edad, los veintidós años que nos separaban no eran una barrera tan grande como el hecho que, hasta hacía escasas horas, siempre había visto a esa niña mujer como una sobrina. Me sentía sucio. Ni siquiera la ducha matinal pudo limpiar la degradación que sentía al haber gozado pensando en ella. Traté de convencerme que, esa mañana, dicha atracción habría desaparecido y que el supuesto interés en mí y que había apreciado en Carmen, era solo producto de mi imaginación.
Con esos pensamientos, bajé a desayunar. Nada mas entrar a la cocina, mis temores se hicieron realidad, al ver a mi ahijada preparándome el café. La muchacha llevaba puesto uno de los camisones de mi mujer. La tela, casi transparente, dejaba traslucir la desnudez de su cuerpo. Sin anunciar mi llegada, parado en la puerta, me quedé observando obsesivamente su trasero, perfectamente contorneado. Ni un gramo de grasa cubría ninguna parte de su anatomía. Era maravillosa.
Carmen, al darse la vuelta y verme en la entrada, me saludó.
Pero todavía hoy no se si le contesté, mis ojos se habían quedado prendado en sus pechos. El delgado tul que los envolvía, no conseguía cubrirlos, dejándome ver la perfección de sus pezones. La caricia de mi mirada no le pasó inadvertida pero, en vez de ruborizarse por mi examen, se acercó y pegándose a mí y me dio un casto beso. Beso casto, beso infantil que al sentir su aroma, hizo que mi hombría se irguiera sin pudor. Tratando de que no notara mi apetito, me senté en la mesa mientras ella me traía el café.
“No puede ser”, me dije, tratando de calmarme, “es una niña”.
Intento que resultó infructuoso porque, la muchacha obviando que estaba casi desnuda, se sentó enfrente y empezó a darme conversación.  Su voz juvenil tenía un tono desconocido para mí. Mi ahijada estaba coqueteando conmigo. Incapaz de prestar atención a sus palabras, me concentré involuntariamente en las rosadas aureolas de sus pechos, su dueña al notarlo lejos de taparse, parecía disfrutar de mi atención y con sus pezones ya erizados, me miraba retadora. No me podía creer lo que estaba pasando, esa cría se estaba excitando y sin ningún  pudor, se exhibía ante mis ojos. En un momento dado y cuando ya no sabía en que postura ponerme, para que ella no notara los efectos que estaba produciendo bajo mi pantalón, me preguntó si podía llevarla a la peluquería.
-Tenía pensado salir a correr, ¿Por qué no coges el coche?-, le contesté buscando una escapatoria. Necesitaba alejarme de ella, aunque solo fuera un par de horas.
-De acuerdo-, me contestó. –No te lo he dicho pero quiero cambiarme de look. Estoy segura que te gustará lo que tengo planeado-.
No me vi con fuerzas de decirle que difícilmente nada podía mejorar su melena morena y en vez de ello, salí huyendo de su presencia. Rápidamente, subí a mi cuarto y poniéndome ropa de deporte, salí de la casa sin despedirme.
Cogiendo Serrano en dirección al Retiro, empecé a trotar, buscando que el ejercicio consiguiera reducir mi desasosiego. Las calles se sucedían sin pausa y el sudor me cubría por entero pero en nada había conseguido aminorar mi estado.
“Tengo que hablar con Carmen. No es apropiado que vaya medio desnuda por la casa”, medité, evitando reconocer que esa cría me tenía subyugado.
Sin darme cuenta, habían transcurrido dos horas cuando volviendo del paseo, enfilé la calle de mi casa. En la puerta, estaba aparcado mi mercedes.
-Ya debe de haber vuelto-, pensé al verlo pero en cuanto abrí la verja, caí en mi error, Carmen se había llevado el coche de mi mujer. En ese momento, no le di importancia, no en vano, llevaba sin moverse al menos seis meses y le venía bien que alguien lo condujera.
Agotado por el esfuerzo, cogí una cerveza de la nevera y tumbándome en el salón, me puse a ver la televisión. No se cuanto tiempo tardé en que el sopor me venciera y me quedase dormido. Me desperté cerca de las tres con hambre, al acercarme a la cocina escuché ruido y comprendí que mi ahijada había regresado y que estaba cocinando.  Hasta mí llegó el olor de un guiso y acelerando entré, para llevarme el mayor susto de mi vida. Como si un fantasma de mi pasado hubiese vuelto para torturarme, vi a María enfrascada entre cazuelas.
“Me estoy volviendo loco”, pensé paralizado.
Cuando ya estaba a punto de desmayarme, se dio la vuelta y entendí que era Carmen con su nuevo look. Era una copia en joven de mi difunta esposa. No solo era que llevara uno de sus conjuntos favoritos sino que se había cortado y pintado el pelo a semejanza de ella.
-Buenos tardes, bello durmiente. ¿Qué te parece?, ¿estoy guapa?-, me soltó con una sonrisa en sus labios. Parecía entusiasmada por el cambio.
 

Debía de haberle montado una bronca pero, mi cobardía por una parte y lo entusiasmada que parecía por el cambio, me hicieron callar y comerme mi cabreo. Comportándose como una modelo de pasarela, se paseó por la cocina para que admirara su corte.

-Estás preciosa pero… te hace mayor-, contesté sin mentir pero perdiendo nuevamente una oportunidad de preguntarle a que se debía esa transformación y porque había elegido a mi mujer como espejo.
-Gracias, eso es lo que quería-, y con la inconsciencia que da la juventud, prosiguió diciendo: -Ayer, me sentó fatal oír a una maruja que le dijera a su marido que parecía tu hija-.
-No comprendo porque te enfadas, soy dos años menor que tu padre. Es lógico que la gente piense que eres mi hija-.
-Pero, ¡No lo soy!-, contestó y pidiéndome que me sentara a comer, dio por terminada la conversación.
Masticando mis ganas de decirle que su comportamiento me parecía absurdo, me puse a comer. La comida estaba buenísima y eso hizo que paulatinamente me fuera tranquilizando, lo que me permitió que la pudiese observar con un ojo crítico. Realmente, tenía que reconocer que su pelo teñido de rubio dulcificaba sus facciones y eso le hacía todavía más irresistible. Era una copia en joven y en sexi de Maria, pero ésta nunca había sido tan atractiva. Ahora que la veía con nuevos ojos, era incontestable que la nueva Carmen provocaría a su paso la admiración de todo aquel que se cruzase con ella.
-Por cierto, Padrino-, me dijo, tapándose la nariz, al ver que había terminado de comer,-deberías ducharte, estás sudado-.
Ese gesto infantil, me hizo recordar a mi anterior ahijada y, con un acto que juro que fue reflejo, le di un pequeño azote en su trasero. No acababa de darle la nalgada cuando interiormente ya me había arrepentido. Mi supuesta victima me miró extrañada pero, al segundo, riendo me soltó:
-Si cada vez que me meto contigo, me das un azote. Voy a hacerlo más a menudo-.
Mas tranquilo al escuchar de sus labios que no se había sentido ofendida, me fui a bañar. Ya bajo el agua, recapacité sobre lo ocurrido y comprendí que de todas formas debía de tener cuidado porque lo quisiera reconocer o no, esa nena estaba flirteando  conmigo y eso no era ni moral ni lógico.  Todavía desnudo, mirándome al espejo, me dije que la culpa era mía por llevar tanto tiempo de abstinencia, que debía salir mas y conocer a una mujer de mi edad. Seguía afeitándome cuando de improviso se abrió la puerta y apareció por ella, la muchacha.
-Perdón-, se disculpó por haber entrado sin llamar y pillarme en pelotas.
Alucinado por esa incursión en mi privacidad, rápidamente cogí una toalla y rojo como un tomate, porque la chica ni siquiera se había movido, le pregunté que quería:
-Acaba de llamar tu jefe, Mr. Stevens, me ha dicho que está en Madrid y que nos invita a cenar-.
Tardé en asimilar sus palabras. Que mi jefe estuviera en Madrid no era habitual pero entraba dentro de lo normal, lo que no era lógico es que NOS invitara a cenar. Al cuestionarle sobre ese punto y con su desparpajo habitual, me contestó:
-Le dije que como era tu novia, si la invitación me incluía-.
-Y ¿Qué te contestó?-, sin todavía magnificar el charco en el que me estaba metiendo.
-Se rio diciendo que por supuesto y que ya era hora que pasaras página. Quiero que sepas que no puedo estar mas de acuerdo con él-.
Si antes me había callado, esa fue la gota que colmó el vaso y encabronado, la abronqué por haberse presentado como mi pareja ante mi jefe y que aunque él fuera un viejo verde, me había puesto en un compromiso. Era la primera bronca que le echaba,  los ojos de Carmen se poblaron de lágrimas y se puso a llorar diciéndome que solo había actuado de la misma forma que la noche anterior y que si yo se lo decía, se quedaba en casa.
Nunca he sido un hombre duro con las mujeres y menos con una cría tan encantadora. Sus sollozos derrumbaron todas mis defensas y abrazándola, le dije que podía venir tratando de calmarla. Carmen al sentir mis brazos alrededor de su cuerpo, se tranquilizó inmediatamente y pegándose a mí, bajo su mano por la toalla que me cubría y tocándome el trasero, me largó:
-Vale, voy …. Y por cierto, Padrino, Tú también tienes un buen culo-.
El hecho de que sus lloros habían sido una pantomima era claro, pero aún mas cuando la cría poniéndose en posición, me insinuó que merecía otro azote. Cayendo en su juego y suponiendo que era una chiquillada, me senté en la taza y poniéndola en las rodillas, jugando le di al menos media docena.  Al levantarla, Carmen me sacó la lengua y muerta de risa, me dejó solo en el baño.
Al vestirme, en contra de lo que debía haber sido mi estado de ánimo, estaba preocupado por como se iban desarrollando los acontecimientos pero alegre por tener alguien con quien disfrutar de las pequeñas cosas que da la vida, y sin ser plenamente consciente del fregado en que esa niña me estaba metiendo. Ya vestido, bajé al salón para ver un rato la tele, pero ni siquiera me dio tiempo de encenderla porque, desde su habitación, escuché que Carmen me llamaba.
Contrariamente a lo que ella hizo, llamé a la puerta y desde dentro, me dijo que pasara. Frente al espejo, se hallaba mi ahijada vestida con un traje demasiado serio para su edad.
-Si lo que quieres es mi opinión, no te queda. Pareces una anciana-, le solté.
Ella, al oírme me dijo que ella opinaba lo mismo pero que como era una cena con mi jefe, creía que debía ir formal.
-Formal sí pero no hecha una monja-.
-Vale-, me contestó recapacitando,-no te vayas, ayúdame a desabrocharme la cremallera-.
Tonto de mí, no caí en sus intenciones y nada mas bajarla, la cría dejó caer el vestido, quedándose  en bragas y con sus pechos a menos de un palmo de mi cara.
-¡Tápate!-, le grité, espantado, no solo por la escena sino también porque su súbita desnudez me había excitado.
-No sabía que eras tan pudoroso-, dijo sin dar importancia al hecho, recogiéndolo del suelo, -si me has visto muchas veces desnuda, incluso me has bañado-.
Todavía con mi corazón desbocado, dándome la vuelta, le expliqué que entonces ella era una bebé y ahora era una mujer preciosa.
-¿Te parezco preciosa?-.
-Si, pero eres mi ahijada y no es correcto que te exhibas desnuda ante mí-.
 

-No estaba desnuda, tengo las bragas puestas-, me contestó a carcajada limpia, -Si quieres, me las quito-.

Ni me digné a responderle, cogiendo la puerta, salí huyendo y encerrándome en mi cuarto, me tumbé en la cama y busqué, en la lectura, la tranquilidad que me faltaba. Por mucho que intenté sacarla de mi mente, sus pechos juveniles volvían a torturarme. “Soy un viejo para ella”, repetía machaconamente buscando espantar mis sentimientos, “está jugando, en realidad, solo quiere flirtear para provocarme y nada más”. No debía llevar una hora leyendo cuando, Carmen entró en mi habitación y se acurrucó a mi lado mientras me pedía perdón por su broma.
-No hay problema, te perdono pero no lo vuelvas a hacer-, le dije sin separar la vista del libro que estaba leyendo.
La muchacha, sin moverse, permaneció pegada a mí. No percibí que se había dormido hasta que un breve ronquido me lo hizo saber. Dejando por un momento la novela, me fijé que dormida todavía se parecía mas a mi mujer. Su expresión serena remarcaba su belleza.
“Es guapísima”, pensé mientras la observaba con detenimiento. Mis ojos fueron recorriendo con lentitud, sus ojos cerrados, su boca recién pintada, su cuello. Sin darme cuenta, mi exploración fue más allá y pasando por sus hombros, sin miedo a ser descubierto, me entretuve deleitándome a través del escote con el inicio de sus pechos. Estuve a un tris, de acomodar su blusa para así disfrutar de sus pezones, pero gracias a que todavía tenía algo de decencia, me abstuve de hacerlo y en vez de ello, proseguí con  mi minucioso examen, estudiando como su estrechísima cintura era coronada por unas caderas de ensueño. Dejando correr mi imaginación, me vi acariciando sus glúteos mientras separaba sus piernas y mi pene se introducía en su sexo. Al sentir que estaba siendo dominado por la excitación, intenté separarme de ella pero me resultó imposible porque, protestando en sueños,  Carmen se abrazó a mi pecho, de manera que tuve que permanecer a su lado.
Sé que si hubiese querido, me podría haber levantado pero no tuve fuerzas de hacerlo y cerrando los ojos, me puse a pensar que era mi difunta esposa la que me abrazaba. Fue un error, excitado como estaba, no pude evitar que mi mente discurriera por unos derroteros que no me convenían y simplemente, me imaginé a María bajando por mi pecho y tras abrir mi bragueta, besar mi extensión. Dominado por la lujuria, la vi envolviendo con sus labios mi glande e introduciéndoselo en la boca. Debí de gemir al correrme porque, al volver a la realidad, vi que mi ahijada se había despertado y miraba sin ningún disimulo la mancha de mi pantalón.
Supe que se había percatado que había llegado al orgasmo teniéndola entre mis brazos, sin que ella hiciera nada por provocarlo. Completamente abochornado por la situación, me tapé con una manta.  Carmen, no queriendo entrar al trapo y mirando su reloj, dijo haciéndose la sorprendida que era muy tarde y que tenía que darse prisa o llegaríamos tarde. Sin hacer mención alguna a lo que acababa de ocurrir, se levantó de la cama y salió de la habitación
Durante cinco minutos estuve paralizado por la vergüenza, tras los cuales, comprendí que debía darle una explicación y haciendo un esfuerzo, me levanté a disculparme. Recorrí los escasos metros que me separaban de su cuarto como un buey va al matadero, cabizbajo, arrastrando los pies al andar y con la vergüenza reflejada en mi cara. La puerta estaba abierta y por eso pasé sin llamar.
En el quicio, me quedé helado. Sobre la cama, yacía mi ahijada completamente desnuda, masturbándose con los ojos cerrados. Hipnotizado por la escena, durante un minuto y como un espectador inoportuno, violenté su intimidad observando, alelado, como masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones.
Por mucho que la cordura me aconsejara a salir corriendo, el morbo de contemplarla, mientras daba rienda suelta a su pasión, me retuvo de pie al borde de su cama. Sin saber que sus caricias estaban siendo observadas por mí, mi ahijada se contorneaba como una posesa. Coincidiendo con su clímax, gimió mi nombre mientras su cuerpo se retorcía de placer.
Aterrorizado al escuchar de sus labios que era, yo, el objeto de su deseo, me fui de su habitación. Esa atracción, además de inmoral, se estaba tornando opresiva. Tenía que sincerarme con ella y exigirle que dejara de tontear conmigo. Si antes era necesario, después de descubrirla era obligatorio, se tenía que dar cuenta que además de la diferencia de edad, era la hija de mi amigo.  
Temblando todavía, salí al jardín. Mi cerebro completamente acelerado, no podía dejar de rememorar el sonido de sus jadeos y desplomándome sobre una hamaca, mi desolación fue total  al entender que nada podía evitar, ya, que deseara hacerla mía.
Capítulo tres. EL NOMBRE.
 
 

El frio de la noche, me hizo volver a la casa. Quedaba media hora escasa para que tuviésemos que salir hacia la cena por eso y aunque no me apetecía nada enfrentarme a ella, comprendí que en ese momento, en el que se estaba desmoronando mi vida, no me podía permitir el lujo de ofender a mi jefe. No me quedaba mas remedio que ir a esa puta cena y ella tenía que acompañarme. Sabiendo que jugaba con fuego y que corría el peligro de quemarme, decidí que al día siguiente aclararía todo con Carmen. Tenía que dejar de jugar conmigo, no podría soportar mucho más sus coqueteos. No dejaba de rememorar como se separaba sus labios, como introducía un dedo en su interior, sin dejar de nombrarme. Era tan atrayente la idea de perderme en sus brazos que, por momentos, me parecía menos inmoral que un maduro se dejara seducir por una joven casi de su familia.

Mentalmente hecho polvo, me vestí y esperé que saliera de su habitación para marcharnos. Al verla bajar por la escalera, me pareció una diosa. Con un traje negro en exceso escotado, la seda del vestido realzaba, no escondía, sus esculturales pechos. Era como una segunda piel. Sus pezones se mostraban con desvergüenza, revelando a cualquier espectador que la dueña de ese cuerpo se había olvidado en el cajón el sujetador. La abertura de su falda, tampoco se quedaba atrás. Si llevaba ropa interior debía de ser un estrecho tanga de talle alto.
-¿Qué te parece?-, me preguntó.
-No sé que decirte, creo que a Mr. Stevens le va a dar un sofoco al verte-.
-A mí, él me da igual. A ti, ¿te gusta?-.
-Si-, asentí con un gruñido. Realmente, estaba maravillosa pero no me hacía ninguna gracia pensar que todos vieran esa belleza. La quería para mí.
Cuando salíamos por la puerta cogí las llaves de mi coche pero, quitándomelas de la mano, Carmen me dio las del golf, diciendo:
-Como seguramente vas a beber, es mejor que vayamos en mi coche. No me atrevo a conducir el mercedes-.
No me pasó inadvertido que esa muchacha se había apropiado del coche de mi mujer, pero como no tenía ganas de discutir y sobretodo como ya había decidido hablar con ella al día siguiente, preferí callar. Carmen era como un virus que habiéndose inoculado en mi vida, se extendía invadiéndolo todo. “La casa, el pelo, la ropa, el coche… esta cría quiere todo lo que perteneció a mi mujer”, recapacité sabiendo que entre las posesiones de María me encontraba yo.
Ajena a mis tribulaciones, mi ahijada me preguntó por mi jefe, a lo que contesté:
-Es un buen hombre, divertido, animado y sobretodo mujeriego, pero no te preocupes, no te va a atacar. Se acaba de casar con una mujer mucho mas joven que él y seguro que en este viaje, viene acompañado-.
-¿Cuánto mas joven?-.
“Mierda”, exclamé interiormente antes de contestar, -Mr. Steven debe rondar los setenta y la mujer debe de ser un poco mas joven que yo-.
Tardó un segundo en hacer los cálculos y al darse cuenta que se llevaban unos treinta años, sonrió, diciendo:
-Me va a caer bien, ese viejo-.
-No me cabe duda-, mascullé entre dientes y sin más dilación, encendí el coche.
Afortunadamente,  la cena era en el Hotel Villamagna, porque no se si hubiese aguantado la claustrofobia de estar encerrado, con mi oscura tentación, en un habitáculo tan estrecho mucho tiempo. Al llegar, salí primero y acercándome a la puerta del copiloto, la abrí:
-Un beso para mi caballero-, me susurró y cogiéndome desprevenido, posó sus labios en los míos.
No supe reaccionar, solo se me ocurrió no dar importancia al beso. “Fue un pico…solo un pico”, cavilé mientras entrabamos del brazo al restaurant. A Carmen se la veía radiante, no me cabía la duda que estaba disfrutando de su pequeña victoria.  “Maquiavelo se queda corto al lado de esta niña”. Saber que no se detendría ante nada, me convenció que debía adelantar la charla y que nada mas dejar al jefe, iba a aclarar cuatro cosas con esa lianta.
Mr. Stevens y su señora ya estaban sentados a la mesa. John, al acércanos, dio un repaso a mi acompañante. Por su cara, se le notaba a la legua que quedó impresionado por su belleza y como el viejo verde que era, no dejó un centímetro sin explorar con la mirada. Levantándose de su silla, llegó hasta nosotros y dándole un beso a la chiquilla, se presentó:
 

-Soy John-.

-Encantada de conócele, John. Mi nombre es Maria…-, le contestó pero al ver mi cara de espanto, remendó su error, diciendo: -…Maria del Carmen-.
De nada sirvió su rectificación, el daño ya estaba hecho. Mi jefe, como buen anglosajón, odia los nombres compuestos y para él, mi supuesta novia se llamaba María. Así se la presentó a Briggitte, su mujer y de ese modo tan doloroso para mí, la nombró durante la cena. Con el ánimo por los suelos, me acomodé en mi asiento. Meditabundo y en silencio, horrorizado tuve que soportar que mi ahijada, usando su simpatía y desparpajo, se metiera en menos de cinco minutos a ese matrimonio en el bolsillo. Tan poco conocía en realidad a Carmen, que no tenía ni puñetera idea que la muchacha era un hacha en los idiomas. Aunque Briggitte era francesa, eso no le supuso ningún problema, alternó el español, el inglés y el francés como si fuera algo habitual en su día a día.
Tanto John como su mujer, estaban embelesados con ella. Hasta tal grado que sin poderse aguantar, mi jefe me preguntó que donde y cuando había sacado esa joya. Antes que pudiese contestar, Carmen se anticipó diciendo:
-Nos conocemos hace años, pero entonces seguía casado. Hace menos de un mes, nos rencontramos y ese mismo día, me pidió que me fuera a vivir con él. Y como verás, acepté-.
La arpía no había mentido, pero había tergiversado la historia, haciéndome aparecer como un Don Juan y a ella como una pobre damisela que había sucumbido a sus encantos. El viejo al oírla, me miró y dijo:
-Menudo pájaro estás hecho y yo que te creía un poco parado. No me cabe duda que me has engañado y que tras ese aspecto estirado se esconde mi alma gemela-.
-La verdad, John. Es que hasta que llegué nuevamente a su vida. Pedro estaba un poco oxidado, pero gracias a un poco de ternura y de amor, voy lubricando su dañada maquinaria-, contestó Carmen anticipándose nuevamente.
Cabreado por los derroteros de la conversación decidí intervenir, diciendo:
-John, con este aceite-, señalando a mi ahijada, -¡Hasta el mas tonto, lubrica!-.
Mi burrada provocó que Mr. Stevens y su esposa soltaran una carcajada. Carmen me lanzó una cuchillada con la mirada pero, reponiéndose al instante, me susurró al oído:
-Eso habrá que verlo-.
No comprendí sus palabras hasta que sentí como, con su mano bajo el mantel, me empezó a acariciar la pierna. No haciendo caso a sus mimos, pregunté a Briggitte si era su primera vez en Madrid. Nunca llegué a escuchar su respuesta. Mi querida ahijada viendo que no me afectaba su descaro, cambió de objetivo y se concentró en mi miembro. Éste no tardó en reaccionar y completamente alborotado, recibió con gozo sus caricias. Miré de reojo a mi acompañante, nada en ella revelaba que en ese preciso instante me estuviera masturbando en público.  Disimulando, retiré su mano de mi entrepierna y la deposité suavemente encima del mantel.
-Tienes razón eres un tonto-, me soltó. Creí que se había terminado pero, entonces, cogiendo mi mano, la llevó a su sexo, y en voz baja me dijo: -Como veras, yo también soy una tonta-.
No lo podía creer, ¡la muchacha estaba completamente empapada!. Al tratar de retirarla, cerró sus piernas, dejando mi mano aprisionada entre sus muslos. No satisfecha, me robó otro beso, mientras me decía:
-Mastúrbame o le digo a tu querido jefe, que te estás acostando con tu ahijada y que llevas haciéndolo desde que era una niña-.
La muy zorra me tenía entre la espada y la pared. Si no hacía lo que ella decía, me podía olvidar no solo de mi trabajo sino de mi futuro, nadie me volvería a contratar con antecedentes de pederastia. Pero si lo hacía, habría sucumbido ante ella.  Sabiendo que no me quedaba otra salida, comencé a acariciar su sexo por encima del tanga. Carmen al notar que había cedido, haciendo que se acomodaba en la silla, se bajó las bragas hasta media pierna y con una sonrisa, me indicó que ya estaba dispuesta.
Humillado hasta lo indecible, pero tengo que reconocer que excitado, me fui aproximando a mi meta para descubrir que esa zorra, con aspecto angelical, lo llevaba completamente afeitado. Ni un solo pelo, entorpeció mis maniobras cuando separando sus labios, me concentré en el botón de su clítoris. Afortunadamente, la cría no tardó en llenar la silla con el producto de su orgasmo, momento que aproveché para levantarme e ir al baño.
-¡Hija de puta!-grité, mirándome al espejo. –¡Esta niña no sabe quién soy yo!-.
Mas tranquilo al haber tomado la decisión de vengarme, volví a la mesa y me metí en la conversación como si no hubiese pasado nada. Pero algo había cambiado en mí, ya que la niña se quería apropiar de todo, lo tendría pero a mi forma:
-María-, le dije, usando el nombre de mi esposa muerta y aprovechando que habíamos terminado de cenar, – vete despidiendo, que estoy cansado-.
Por mi tono autoritario, comprendió que estaba cabreado y que le esperaba una buena bronca. La muchacha obedeció al instante y en dos minutos estábamos recogiendo el vehículo.
Capitulo cuatro. LA CAMA
 
 

Nada mas salir del restaurant, aprovechando que tuve que parar por un semáforo en rojo, me volví y le solté un tortazo. A voz en grito, exigí que me explicara su comportamiento. La muchacha, llorando, me pidió perdón.

-Eso no me vale-, dije gritando, -crees que no me he dado cuenta de lo que pretendes-.
Totalmente desconsolada, me explicó que desde que se hizo mujer, me amaba y que sabiendo que me había quedado viudo, le pidió a su Padre venirse a vivir a Madrid para estar mas cerca de mí. Lo que no se esperaba es que yo la invitara a vivir conmigo pero viendo la oportunidad no la dejó pasar y convencida que iba a terminar enamorándome de ella, como ella de mí, esperó tranquilamente que sucediera. Pero todo se aceleró en el evento benéfico porque al sentir que otra podría ocupar el lugar que ella quería para sí, le obligó a precipitar los acontecimientos.
Viendo que no respondía y que su confesión no había servido para nada, me gritó:
-¡Soy Virgen!, he esperado que fueras tú quien me hiciera mujer-.
“Eso no me lo esperaba”, pensé y sin dar mi brazo a torcer, me mantuve callado durante todo el trayecto. Al llegar a casa, Carmen completamente desmoralizada, enfiló hacia su cuarto. Pero justo cuando iba a entrar, la llamé.
-¿Dónde vas?, esta noche me has obligado a masturbarte en público, ahora quiero que lo hagas tú, teniéndome de espectador-, le dije desgarrando su vestido y dejándola casi desnuda frente a mí.
Totalmente aterrada, no pudo reaccionar, quedándose parada. Sin ahorrar nada de violencia, la senté en el sillón frente a mi cama y le ordené que empezara mientras yo me desnudaba. Incapaz de negarse, empezó a acariciarse mientras unos gruesos lagrimones caían de sus ojos.
-No veo bien con el tanga, acerca el sillón y termina de desnudarte-, ordené cómodamente tumbado en la cama.
Desde mi privilegiado punto de observación, no quité  ojo a sus maniobras y vi como se quitaba el tanga y acercaba el sillón a escasos centímetros de mi cara.
-Empieza y compórtate como la puta que eres-.
Lloriqueando, abrió sus piernas y separando sus labios, comenzó a  acariciar su clítoris. Olvidándome de sus  lamentos, me concentré en observar si era verdad que el himen  se podía ver si la virgen en cuestión tenía el coño bien abierto.  Al confirmar que si se podía ver, verifiqué de paso que, por primera vez, esa zorrita no me había mentido. Nadie había hoyado su tesoro. Saber que iba a ser yo quien la desvirgara, me empezó a calentar.
Carmen al comprobar con sus ojos que mi pene reaccionaba, dejó de llorar y llevando una mano a su pecho, lo pellizcó mientras aceleraba su masturbación. Poco a poco la excitación fue venciendo la humillación que sentía y dejándose llevar, comenzó a gemir de placer. Sabiendo que tenía toda esa noche, y muchas más, para disfrutarla, esperé que estuviera a punto de correrse y entonces ordené que parase. Saliendo de la cama, la cogí y obligándola a ponerse en posición de perro, exigí que continuara.
Quería alargar su humillación y de paso bajar de golpe su calentura, de manera que tuviese que volver a reiniciar otra vez todo el proceso. La muchacha obedeciendo, volvió a masturbarse. Actuando como si estuviera evaluando la calidad de una res,  en voz alta, con la mano fui examinando las distintas partes de su cuerpo:
-Para ser una urraca tan dispuesta, tengo que reconocer que tienes un cuello de cisne-, le dije mientras acariciaba sus hombros. Aunque lo hacía para humillarla, la cría al sentir el contacto de mi palma en su piel, suspiró excitada. Viendo que eso avivaba su deseo, asiendo sus pechos, continué: -Buenas ubres, quizás un poco pequeñas, pero eso se soluciona preñándote-.
No me pude resistir a darle un lametón a una de sus aureolas. Ella, ya desbocada, incrementó la tortura de su sexo. Al percatarme de ello, decidí impedirlo y con la mano abierta, golpeé una de sus nalgas, mientras se lo prohibía. La dureza del azote, le gustó pero temiendo que me enfadara, ralentizó sus caricias e insegura, esperó mi siguiente paso.
Este no se hizo esperar, separando sus glúteos, descubrí su rosado y todavía sin usar orificio trasero. Como no quería dañar la mercancía, cogí un bote de crema, y echando una poco entre sus nalgas, fui recorriendo las rugosidades de su ano, hasta que sin previo aviso, introduje un dedo en su interior. Mi victima gritó por la incursión pero no hizo ningún intento de separarse. Al contrario, completamente descompuesta, me rogó que la dejara correrse. Comprendiendo que de nada serviría prohibírselo porque estaba a punto de explotar, la autoricé a hacerlo.
Mi ahijada se corrió sonoramente, manchando la sábana con su placer.
Haciéndole ver que había dejado todo empapado, la obligué a levantarse, ir al armario y cambiar la cama. Con el paso inseguro por el esfuerzo, rápidamente hizo lo que le había ordenado y en silencio, esperó mis mandatos.
-Por esta noche está bien, vete a dormir que mañana hablamos-.
Desde mi cuarto, oí como lloró desconsolada hasta que el cansancio provocó que se durmiera. Yo, en cambio, tardé en conciliar el sueño. Estaba sobre excitado, no podía dejar de pensar en ese cuerpo que el destino, había puesto en mi camino. No quedaba ningún rastro de remordimiento en mí. Había dejado de ser mi ahijada para convertirse en mi puta y satisfecho, cogí mi miembro y planificando mis siguientes pasos, descargué sobre las sabanas recién puestas.
Capitulo cinco. MARÍA.
 
Dormí profundamente aquella noche. Al despertar y oí que la muchacha se había levantado y como de nada servía esperar decidí continuar con mi venganza:
-María, ¡ven!-.
La muchacha  comprendió que me refería a ella, sin rechistar, vino a mi cuarto. Desde la puerta, me preguntó que deseaba.
-Tenemos que hablar, siéntate a mi lado-.
Asustada, se acomodó en el final del colchón y bajando la cabeza, esperó que hablara. Antes de empezar, me fijé en ella. El camisón de mi mujer que portaba, la traicionó. Habiendo recibido un humillante castigo, la muchacha seguía en sus trece y continuaba queriendo ocupar el sitio dejado por mi esposa.
-Después de lo de anoche, todo ha cambiado. Tienes dos opciones, o coges tus cosas y te vas de mi casa, hoy mismo,  o te quedas y te conviertes en mi juguete. Si te vas, volverás a ser mi ahijada Carmen y nadie sabrá lo que ha ocurrido, si te quedas, te llamaré María y me obedecerás en todo. Tomate el tiempo que necesites para decidirlo-.
-No necesito tiempo-, contestó firmemente,- soy María-.
-Entonces, María, prepárame el baño-.
Satisfecho, escuché como abría el agua de la tina. Al cabo de cinco minutos, me avisó que ya estaba listo y arrodillada, esperó a que entrara en la bañera. Una vez adentro. Le ordené que me enjabonara la espalda. La muchacha no se hizo de rogar y cogiendo una esponja con gel,  empezó a recorrer mi cuerpo. Tranquilamente me dejé hacer. En diez minutos me había lavado la cabeza, las piernas, y el tronco, solo faltaba mi sexo. Indecisa, me pidió si podía levantarme. Al hacerlo y ver, ella, que se erguía excitado, sonrió y pasando su mano por mi extensión, me empezó a masturbar.
-Ahora, no-, le dije.
Sin inmutarse por la demora, cogiendo el mango de la ducha, me enjuagó con agua limpia.  Viendo que estaba aclarado, fue por la toalla y esperó que saliera de la tina para empezarme a secar. Con cuidado, fue pasando la toalla por mi dorso y al llegar a mi pene, me miró pidiendo permiso.
-Ahora—
María, mi juguete, con su  boca fue absorbiendo el agua que todavía quedaba sobre mi piel, mientras con sus dedos acariciaba mis testículos, buscando que me excitara. No le hizo falta mucho tiempo para que mi sexo alcanzara su máximo tamaño, tras lo cual, recorriendo con la lengua mi glande, exploró su mayor anhelo. Como posesa, lamió su talle  como buscando retirar cualquier rastro de suciedad que con la ducha hubiera quedado. Ya convencida de su pericia, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta la garganta.
“Esta niña tiene práctica”, pensé al sentir sus labios en la base de mi órgano.
Acto seguido, empezó a sacarlo y a meterlo en su interior hasta que sintió que mi orgasmo se acercaba. Entonces y sin alterar su ritmo pero buscando coordinar nuestros clímax, se llevó una mano a su sexo y con un frenesí alocado, frotó su clítoris. Era tanta su calentura que llegó a su meta antes que yo, pero eso no fue óbice para que llegado el momento se atiborrara con mi semen, sin permitir que ni una sola gota se desperdiciara.
Satisfecho por su labor, la levanté en mis brazos y sin pedirle opinión, la tumbé sobre la cama.  La cría me miró con una mezcla de deseo y de temor, al ver que separando sus piernas acercaba mi cara a su pubis.  Dando rienda a mi curiosidad, saqué mi lengua y cuidadosamente empecé a jugar con su himen. Sería la única posibilidad que tendría de hacerlo porque, después de ese día, esa tela blanquecina habría desaparecido para no retornar nunca más. Su tacto suave pero sobre todo el sabor a hembra madura y dispuesta que saborearon mis papilas, obligaron a mi pene a salir de su sopor.
María del Carmen, Carmen o María, da igual como quisiera ser llamada, facilitó mi incursión abriendo sus labios con los dedos. Los primeros gemidos de la muchacha no tardaron en llegar a mis oídos. Retorciéndose como una anguila,  mi ahijada me rogó que la hiciera mujer mientras de su cueva, como si se hubiese soltado un tapón, brotaba su placer. Sorprendido de la cantidad de flujo que manaba de ese sexo todavía virginal, busqué sorberlo en su totalidad. Al hacerlo solo extendí su agonía, juntando su orgasmo inicial con el siguiente. Exhausta me pidió que la tomara, que ya no podía más.
Entonces, levantando sus piernas hasta mis hombros, acerqué la cabeza de mi pene a su sexo, y jugando con mi glande en su clítoris antes de penetrarla, conseguí que se volviera a correr entre sollozos. Sabía que estaba dispuesta  y por eso lentamente, rompí la única unión que le quedaba con la niñez, haciéndola mujer. El dolor que sintió al ser desgarrada fue intenso pero paulatinamente se fue diluyendo y al notar que estaba ya repuesta, inicié un suave vaivén en su interior.
Increíblemente, mi pene se vio embutido por la estrechez de su conducto, de modo que resultaba difícil  el penetrarla. Gradualmente dicha resistencia fue desapareciendo al irse relajando  sus  músculos y entonces fue cuando aceleré la cadencia de mis incursiones hasta ser un ritmo desbocado. María, por su parte, no se podía creer como el placer la estaba poseyendo y cerrando sus manos, comenzó a berrear su pasión al comprobar que aunque lo deseara todo su cuerpo se revelaba a un nuevo orgasmo y que le faltaba la respiración.
-Por favor, termina ya-.
Difícilmente podía hacerle caso, tras tres años sin poseer a una mujer, estaba poseído y sus palabras solo sirvieron para que poniéndola de  rodillas sobre la cama, la volviese a penetrar usando sus pechos como agarre. La nueva postura elevó todavía mas su calentura y gritando se corrió al sentir que regaba con mi simiente su sexo.  El esfuerzo fue demasiado y se desplomó sobre las sabanas mientras mi pene terminaba de eyacular en su interior. Agotado también, me tumbé a su lado.
Durante unos minutos ninguno de los dos habló. Ella había conseguido su objetivo y yo seguía debatiéndome entre el deseo que esa cría me producía y la inmoralidad que representaba.  Ese silencio fue roto por ella que, saliendo de su ensueño, soltó una carcajada. Al preguntarle el origen de su risa, dándome un beso, me dijo:
-No me había percatado que estoy en mis días fértiles. Y al pensar en que me puedes haber dejado embarazada, me imaginé la cara que pondría mi padre al saber que su mejor amigo ha preñado a su hijita-.
Debí haberla abofeteado en ese instante pero al visualizar,  yo también, esa imagen  no pude dejar de acompañarle en su risa.
 

Relato erótico: “Caperucita de la chocha roja” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Caperucita era una chica de unos 20 añitos que no tenía maldad. le llamaban Caperucita de la chocha roja porque apenas llevaba bragas y siempre iba en minifalda y claro se le veía su chochita.

   su madre que era una golfa de cuidado y de 40 años y su abuela de 50 una madura de buen ver le daban a Caperucita cosas que les hacía falta ya que como era una chica muy buena siempre estaba dispuesta a visitar a su abuelita y llevarle las cosas

 la abuela que era al igual que la hija más puta que las gallinas y se llamaba Tomasa la picaba el coño, pero como no tenía a nadie que le echara una mano ese día escribió a su hija para que le mandara unos consoladores en su cestita de su nieta.

 esta así la madre se lo puso en su cestita para que la chica no sospechara nada y la dijo:

– Caperucita hija lleva esta cesta a tu abuela que necesita leche y miel no abras la cesta por nada del mundo ya que es muy delicada y se te puede caer ya que lleva huevos y son muy delicados

-lo hare madre.

 cogió la cestita que llevaba los consoladores y se despidió de su madre que enseguida que Caperucita se fue, invito a unos amigos a tomar unas copas de wiski y dijo:

– a que esperáis para meterme vuestros chorras cabrones ahora que no está mi hija vamos a disfrutar como enanos.

 así que ella y los demás se desnudaron y empezó a chupar pichas como quien chupa chupa-chups de tres en tres.

– así darme vuestras poyas que ricas toma zorra.

– si supiera tu hija lo zorra que es su madre.

– con el tiempo aprenderá y será como yo, pero todavía es muy joven vamos no seáis perezosos metérmela por el chocho y el culo y darme a chupar vuestras mingas no seáis perezosos.

 los tres amigos de la madre se la metieron por el chocho y el culo y el otro por la boca.

– así así darme picha hasta los huevos me corrrooooooo dijo la madre.

– y nosotros también ahahahahha toma zorra.

– si dame vuestra leche ahahahahahahahha que gusto.

  pero sigamos con Caperucita ella iba por el bosque cantando como siempre para la casa de su abuelita.

– lalalalalal soy Caperucita.

  Juan el lobo que pasaba por allí y que estaba ya un poco harto de follarse a las tres cerditas (ver mi relato anterior) dijo:

– joder que piba esta me la tengo que follar.  hola Caperucita donde vas.

 -hola Juan lobo voy a casa de mi abuela a llevar unos huevos leche y miel.

– dame un poquito que tengo algo de hambre y no se va a notar.

– no puedo -dijo la chica- mi madre me ha dicho que no habrá la cesta para nada si no podían romperse los huevos.

 pero juan lobo que no era tonto aprovecho que estaba un poco distraída Caperucita hablando con él para meter mano en la cestita y claro se encontró mientras hablaba con ella disimuladamente con los consoladores y cerro la cesta para que Caperucita no sospechara nada mientras hablaba sentada con él en el bosque.

– joder- pensó para si- menuda puta tiene que ser esa abuela y adonde vive tu abuelita.

– allí cruzando el bosque la primera casa de la izquierda.

– vale chica ya nos veremos.

– hasta luego juan.

– hasta cuando quieras.

 se fue por un atajo que conocía y llamo a la puerta de la abuelita esta le abrió.

– hola abuelita soy amigo de Caperucita.

– ah pasa entonces quieres algo.

– veras he estado hablando con ella y he tocado la cesta queriendo que me diera un poco de comer y he visto so zorra los consoladores vamos chúpamela zorra -le dijo el lobo a la abuela -hasta los huevos -dijo juan bajándose los pantalones.

 la abuela al ver semejante pollón estaba encantada:

– sisis lo que quieras juan. cuanto tiempo hacía que no me llevaba una cosa así a la boca que gusto.

– ahora los cojones -dijo juan -así así so puta -dijo juan- desnúdate quiero follarte- dijo el lobo a la abuela- hasta los cojones.

– así lobo métemela mas no pares tócame las tetas hijo puta que rico como me follas.

– ahora te voy a comer el chocho.

– si hazlo lo que quieras, pero hazme gozar.

 la comió el chocho a la abuela que estaba tan necesitada que se corrió en un momento:

– ahahahahahhha cabrón como me lo comes hijo puto que rico.

– ahora quiero tu culo -dijo juan y la penetro por el ojete hasta los huevos.

 la abuela se moría y gusto:

– más mas quiero más- pedía la abuela.

 y juan ya no pudo más y se corrió:

– ahahahahha toma leche so puta ahora escúchame so guarra quiero joder me a tu nieta así que sal de la cama que me meteré yo y cuando la ponga caliente entras y te unes a nosotros entendido.

– lo que tú digas juan y, pero fóllame.  soy tu zorra te pertenezco a partir de ahora.

 así que juan se metió en la cama y se hizo pasar por la abuela de Caperucita de la chocha roja cuando llego Caperucita y vio a la abuela ósea juan y la vio muy cambiada:

– jope abuela que te pasa no eres la misma eres más grande es que he crecido nena y que lengua tienes más larga.

– es para chuparte mejor el coño.

– o abuela no digas eso y que manos tan grandes abuela.7

– son para tocarte mejor las tetas.

– oh abuela como eres- dijo Caperucita- y que tienes aquí abuela- tocando el rabo tan grande que se le había formado a juan en la cama.

– es para follarte mejor so guarrilla.

 y salto de la cama y empezó a bajar la minifalda a Caperucita y a chuparla el chocho.

– a ha aha abuela que me haces que gusto que rico.

 y con la otra mano se la metía en el chumino.

– ahahahahaa abuela me corroooo que bueno

y Caperucita se corrió ya desnuda juan lobo se bajó el pantalón y se la metió hasta los cojones y empezó a follársela.

 la abuela que los observaba se unió a la fiesta y empezó a comer las tetas a sus nietas:

–  haha que rico es esto abuela y lobo joderme por dios me corro.

 Caperucita se corrió varias veces ya que juan y su abuela la devoraban sin piedad a causa de los gritos vino Gregorio el cazador pensaban que estaba matando a alguien así que cuando entro ayudar a la abuela de algún animal l se encontró a la abuela y a Caperucita follando sin parar joder dijo:

– menudas dos pibas.

– únete a la fiesta -dijo juan lobo aquí follada para rato.

 así que se bajó el pantalón el cazador y se  la metió a Caperucita hasta los huevos mientras juan lobo se la metía por el culo  Caperucita llena de poya estaba en la gloria y no hacia más que correrse mientras la abuela  se metía un consolador de los de la cesta en el chocho luego la toco a la abuela que la follaran los dos a la vez mientras Caperucita se comía la tetas de la abuela que estaba en el paraíso.

– así hijo putas follarnos a las dos a mas no poder somos vuestras putas-dijo la abuela.

– y que lo digas abuela – dijo Caperucita que enseguida empezaba a comerse las poyas de dos en dos prontos se corrieron las 4 y disfrutaron mucho de la orgia y el cazador como el lobo prometieron pasarse cada día por casa de la abuela y Caperucita no dejarla sola nunca y visitar a su abuela siempre FIN

  • : caperucita va al bosque a llevar unos consoladores a su abuelita y se encuentra con el lobo que se folla a la abuela y a la chica y hacen un trio hasta que viene el cazador y se les une
 

Relato erótico: ” El legado (5) Sexo en Madrid” (POR JANIS)

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Sexo en Madrid.
Apenas son las nueve de la mañana cuando despierto. La verdad, nunca he dormido demasiado. Me visto para salir a correr, aunque, la verdad, sin ganas. Al bajar, me encuentro a madre en la cocina. Está vestida para salir.
―           Tu padre y yo vamos a Urdales, al mercadillo medieval. Nos llevamos a Gaby. En el frigorífico hay de todo, pero si no queréis complicaros la vida, compráis unos pollos asados – me dice. La excelente noticia me acaba de espabilar.
Padre está fuera con Gaby, cargando unos esquejes y unas macetas. Sin duda lo que piensan vender en el mercadillo.
―           ¿Dispones de un puesto en el mercadillo? – le pregunto.
―           Si, Pepe Camps me ha cedido el suyo. Está enfermo. A ver si podemos vender estos sobrantes y algunas de las plantas de tu madre.
―           ¿Cuándo estaréis de vuelta?
―           A media tarde, creo.
―           Vale. Suerte – exclamo, alejándome.
Me propongo ir a la cañada y volver. La vuelta la hago andando, pero estoy satisfecho. En unos pocos días más, notaré los resultados. Voy directamente a la ducha. Casi me dan ganas de cantar bajo el agua caliente. ¡Estamos solos en casa! ¡Un regalo!
Me calzo unas viejas pantuflas de paño, un pantalón de pijama que apenas uso, amplio y cómodo, y una camiseta cualquiera. Bajo a la cocina y enciendo la vieja estufa de leña, que acaba ardiendo con fuerza. Pongo la cafetera en el fuego y voy a la habitación de Pam.
Las dos están desnudas, tal y como las dejé anoche. Pam abraza a Maby por la espalda, pegando su pubis a las redonditas nalgas de su amiga.
―           ¡Arriba, dormilonas! – grito, apartando las cortinas de la ventana. Se quejan y rebullan en la cama, pero no abren los ojos. — ¡Vamos! Necesitáis despejar esa reseca. Tengo buenas noticias.
―           ¿Qué pasa? – pregunta Pam, alzando la cabeza y abriendo un solo ojo.
―           Estoy preparando el desayuno. ¡A la cocina, las dos!
―           ¡Yo no quiero una mierda! ¡Quiero dormir! – gruñe Maby, sin ni siquiera abrir los ojos.
―           Vale. Entonces, me iré a ver una película o algo así. Me aburriré, solo en casa – y salgo de la habitación. Ya en el pasillo, las oigo saltar de la cama.
Pongo pan a tostar y preparo la mesa. Ellas aparecen. Pam se ha puesto una de las batas de madre y Maby se ha enfundado un pijama que le queda algo corto, o puede que sea así. No lo sé.
―           ¿Qué es eso de que estamos solos? – pregunta Pam, intentando acomodar los rebeldes rizos de su cabeza.
―           Padre y madre han marchado al mercadillo mensual de Urdales. Se han llevado a Gaby. Saúl no aparecerá hasta la noche, como siempre. Solos. La casa para nosotros. ¡Y tú pretendías dormir! – cosquilleo el costado de Maby.
―           ¡Aayy! ¡No, eso no! Piedad… me dueleee la cabeza – se queja, retorciéndose.
Sube el café y Pam coloca la cafetera sobre el viejo protector de cáñamo que madre siempre utiliza. El aroma a café y pan tostado despierta el apetito de las chicas, a pesar de sus embotadas mentes.
―           Ah, eso es vida – suspira Maby. – Un desayuno que nos espera, alguien que nos mima. Se me despejan las telarañas del cerebro.
A continuación, me besa el brazo, por debajo de la manga de la camiseta.
―           El pobrecito se quedó ayer esperando – sonríe Pam.
―           Es cierto. Ni siquiera recuerdo haberme quitado la ropa. Estaba bastante borracha.
―           Ninguna de las dos lo hicisteis. Os desnudé yo – me río. — ¿Os acordáis de haber meado delante de los picoletos?
―           Dios… — se tapa los ojos Pam, al parecer recordando en ese momento.
―           ¿Te multaron? – me pregunta Maby.
―           ¿Por qué? ¿Por llevar a dos hermosas chicas borrachas? No bebí nada en toda la noche.
―           ¿A qué es un encanto? – pregunta mi hermana, al mismo tiempo que desliza uno de sus pies, descalzo, hasta mi regazo.
―           Vale, fieras. Puedo oler aún el alcohol en vosotras. Mientras recojo todo esto, ¿por qué no os dais una duchita? Os espero en el desván.
―           Claro, amorcito – me lanza un beso Maby, al levantarse de la mesa. Mi hermana la sigue, haciéndole cosquillas.
Tardo un minuto en limpiar la mesa y dejar las tazas y platos utilizados en el fregadero. Reduzco el tiro de la estufa y subo al desván. Dispongo de una pequeña catalítica que apenas utilizo, salvo en los días más húmedos. Es para secar el ambiente, más que por frío. Para mí, con la manta de la cama, tengo suficiente. La enciendo para caldear un poco el ambiente. El desván es muy grande y está muy vacío. Puede dar mala impresión a Maby.
Diez minutos más tarde, es la primera que aparece. No ha estado aquí arriba nunca. Trae una gran toalla enrollada y está descalza. Su pelo está húmedo. Parece casi una niña, sin maquillaje ni artificios. Yo estoy echado sobre la cama, solo con el pantalón.
―           ¡Que de sitio para ti solo! – exclama, paseando sus ojos por la gran estancia.
―           No tengo grandes hobbys – digo, abriendo las manos. — ¿Y Pam?
―           Se está secando el pelo. Ella tarda más – explica mientras se acerca a una de cuatro ventanas que perforan el desván. – Esto tiene un gran potencial…
―           Si. Puedo montar un laboratorio estilo Frankenstein – quiero sonar irónico, pero no estoy seguro de haberlo entonado bien.
―           No, en serio. Me refiero a una buena mesa de trabajo. Quizás, maquetas, o aeromodelismo. Un taller de…
―           Anda, déjalo. Ven aquí – la llamo, palmeando el colchón. – Te va a dar frío ahí de pie.
Con una risita, salta a mi cama, y rebota. No la espera tan dura.
―           ¡Joder! ¡Peazo cama, tío!
―           Ventajas de ser grande y pesar tanto – bromeo, abrazándola.
―           ¿Podemos empezar ya? Recuerda… las normas – me dice, mirándome, risueña.
―           Tonta…
Tengo muchas ganas de besarla. Llevo deseándolo desde que la vi en el tren. Sus labios son suaves y enloquecedores. Sabe besar muy bien, bueno, al menos, mejor que yo. Sus dedos acarician mi cara, mi nuca, se enredan en mi pelo. Aflojo la toalla, que queda olvidada sobre el colchón. Su esbelto cuerpo me enciende. De una manera diferente a Pam, es igualmente bellísima. Sus menudos senos no tardan en coronarse con sus inflamados pezones. Casi podría tragarme uno de esos montículos de carne, de un solo bocado. Pequeños, traviesos, enervantes.
Su vientre se curva ligeramente, mostrando un alto y pequeño ombligo. Tiene barriguita de niña, que termina en un pubis algo prominente, totalmente depilado. Todo en ella, invita a protegerla, a mimarla y abrazarla, y yo no puedo evitarlo.
―           Veo que lleváis prisa.
Pamela ha subido las escaleras en silencio. También va descalza y totalmente desnuda. La toalla está en su cabeza.
―           Ven, amor – tiende una mano Maby.
Mi hermana arroja la toalla que lleva en la cabeza al suelo. Agita sus rizos, que se pegan a su espalda, y se sube a la cama, abarcando la cintura y vientre de su amiga. El juego de los besos ha comenzado. Se alternan indiscriminadamente, enervándonos cada vez más.
Ah, ¡que recuerdos me trae esto!
“Tú, viejo, calla y disfruta, que me distraes.”
Maby se lleva mi mano a su entrepierna, deseosa de un contacto más prolongado. Está loca por meterse mi rabo. Yo toqueteo ese coñito que no parece haber roto un plato, y sus caderas bailan sobre mis dedos, mientras sus gemidos se vierten en la boca de Pamela.
―           Métesela ya – susurra Pam. – Se va a volver loca…
Tumbo a Maby sobre el colchón. Pam mete la almohada bajo sus riñones y mordisquea sus tiesos pezoncitos. Maby abre sus brazos, llamándome con urgencia. Me coloco sobre ella. Tengo miedo de aplastarla. Se ve tan frágil bajo mi cuerpo, pero su boca entreabierta y deseosa me atrae demasiado.
Está empapada cuando rozo mi glande contra sus labios mayores, abiertos e hinchados. Sus caderas buscan aumentar el frotamiento.
―           Por favor… hazlo ya… — suplica bajito.
Empujo suave. Se abre como una flor bajo el rocío. Su pelvis empuja a su vez. Su boca se abre más, impresionada, intentando soportar la presión. Sé que no ha entrado nada tan grande en su coño. Me freno; Maby engancha sus brazos a mi cuello y se empala, ella sola, varios centímetros más, y, de repente, se corre sin remedio. Pone los ojos en blanco y aferra, con una mano, la cabellera aún mojada de Pam, quien la besa ardientemente.
Aprovecho para sacársela y tumbarme en el colchón, boca arriba. Maby no está dispuesta a dejarme. Ese orgasmo la ha pillado por sorpresa y quiere seguir. La dejo que se empale lentamente ella misma. Pam la sujeta por detrás, aprisionándole los pequeños pechos. Esta vez, mi polla entra más profunda. Ese coñito es más hondo de lo que pensaba, aunque no alcanza a meterse todo el nabo.
Emprende un ritmo que, antes de un minuto, se vuelve frenético. Maby pierde las fuerzas y deja caer su espalda contra el pecho de Pam, quien la sostiene amorosamente, observando su rostro contraído por la lujuria.
―           Oh… Pam… ¡Dios… PAM! ¡Otra vez! Esto es la… lecheee… — consigue decir, la boca llena de saliva.
―           ¡Como se corre la cabrona! – musita mi hermana.
Pamela tiene que desempalar a su amiga, que se ha quedado inerte tras el segundo orgasmo. La miro y trago saliva.
―           Pam, por favor… voy a reventar – susurro.
―           En mi boca… lo quiero en mi boca – me advierte, tomando mi polla con ambas manos.
Con un par de meneos y frotando el glande contra sus húmedos labios, me dejo ir con pasmosa facilidad. La queda una buena lechada sobre sus mejillas y boca. Maby la limpia rápidamente con su lengua. Parecen desatadas. Mi hermana parece dispuesta a seguir mamando su gran biberón, así que se instala más cómodamente, de bruces y sobre sus codos, entre mis piernas. Mi polla pierde algo de su tersura, quedando más manejable para los lametones de Pam.
Maby, con una traviesa sonrisa, se acopla entre las nalgas de Pam, sobando y apretando a placer, antes de bajar y buscar con su lengua los orificios de su amiga. Pam se queja nasalmente, deseosa de gozar ella también. No tarda demasiado y me muerde, sin querer, en el glande, cuando le llega su orgasmo. No me quejo, apenas me ha dolido.
Maby trepa por la espalda desnuda de Pam y le susurra algo al oído, que la hace sonreír. A los pocos segundos, las dos están a cuatro patas, ofreciéndome sus nalgas, agitando sus culitos, mirándome por encima del hombro.
―           Ahora, como perritas – me incita Maby.
―           Si, si… como perras salidas – repite Pam, con la voz pastosa.
Entro en mi hermana, sin prisas, pero sin detenerme, un largo pollazo. Grita cuando le abro el coño de esa manera. Entonces, la saco y se la cuelo a Maby, a su lado, de la misma manera. Su coño está más dilatado y aguanta mejor. Sin embargo, le hago el mismo tratamiento, un largo empujón y la saco.
Tomo de nuevo a Pam, quien agita las caderas. Esta vez no hay quejas. Se la saco cuando llego a su límite y la emprendo con Maby. Así, una y otra vez, sin descanso. Un solo pollazo cada vez. Sus coños gotean largamente sobre la sábana cada vez que se la saco. Gimen tanto que podrían emular un coro. Dios, están totalmente salidas. Se devoran las bocas, una a la otra, con solo girar el cuello. Sus brazos tiemblan, cansados de soportar su peso y mis embistes, pero no se quejan, ni se rinden.
Decido que ha llegado el momento para ellas. Empujo todo lo que puedo en Pam y, al mismo tiempo, meto un dedo en el culo de Maby, sin lubricar y de una vez. Las dos gritan, pero las siento estremecerse. Bombeo fuertemente en Pam. Su grito se transforma en un balbuceo, sin pies ni cabeza, y acaba enterrando la boca en la ropa de cama cuando se corre.
Maby, desde que le he metido el dedo en el culo, no deja de dar suaves hipidos, agitando las caderas. Le saco el dedo del culo y le meto la polla en el coño. Casi consigo metérsela entera esta vez. Alarga el cuello como si mi miembro amenazara con salir por ese extremo, y emite un largo y extraño ululamiento, que considero una buena señal. Empiezo a empujar con ritmo.
Pam, a nuestro lado, se ha girado, quedando boca arriba y mirándonos, las piernas abiertas. Le toca sentir ese dedo en el culo. Mi hermana ignora que se lo he metido a Maby. Agita sus nalgas cuando siente mis dedos rebuscar por allí. Cree que es una de tantas caricias. Cuando mi índice la perfora si miramientos, su cuerpo empieza a botar, intentando sacar el cuerpo extraño, pero, ni sus saltos, ni sus manos, que no dejan de tironear, consiguen algo.
Maby, quien se ha corrido otra vez con la enculada, se lame los labios, mirando como bota Pam. Tiene los ojos entornados. Seguro que se acerca otro goce.
―           Tócate el coño, tonta – musita a mi hermana. – Aprovecha ese dedo…
―           Y tú… córrete otra vez, putón – sonríe mi hermana, aferrando un pezón de Maby con dos dedos, mientras que su otra mano se pierde en su propio coño.
No sé como lo consiguen, pero las dos empiezan a agitarse y a suspirar con fuerza. Yo también estoy a punto. Pego un par de puntadas más, profundas, secas, y descargo casi en el útero de Maby, quien encadena otro orgasmo al sentir el semen en su interior.
Por su parte, Pam ha levantado su pie izquierdo y me lo ha metido en la boca. Chupo esos deditos pintados mientras aumento la presión de mi dedo en su ano. Se retuerce prácticamente bajo tantos dedos, los suyos y el mío. Acabar arqueándose, formando un puente en la cama, espalda alzada, y piernas dobladas, sucumbiendo.
Me dejo caer de bruces, de través en la gran cama. Ellas ruedan hasta abrazarse a mi amplia espalda. Las oigo jadear, exhaustas. Besan mis hombros, mis omoplatos, soban mis glúteos, agradecidas, felices.
―           Duérmete, campeón – susurra Pamela, soplando sobre mi oreja.
―           Si… descansa… te lo has ganado – murmura Maby por el otro oído, lamiéndolo.
Buen trabajo, Sergio. Serás un digno sucesor…
Me despierta una suave y húmeda esponja. Pam y maby están arrodilladas en la cama, desnudas, manejando unas esponjas, que mojan en un barreño lleno de agua tibia y jabonosa.
―           Ssshhh… no te muevas. Te estamos lavando. No queríamos despertarte para ir a la ducha – me dice Pam, con una maravillosa sonrisa.
―           Que buenas que sois – respondo, frotándome los ojos.
―           No te creas. Te estamos aseando para enviarte al pueblo. Queremos comer – se ríe Maby.
―           Zorras…
―           Sip – asiente Pam. Le toca el turno a mi miembro de recibir el roce de las esponjas.
―           ¿Pollo? – pregunto.
―           Con muchas patatas, por favor – contesta Maby.
―           Sus deseos serán cumplidos, mes dames – digo, levantándome.
―           Mientras, cambiaremos las sábanas y pondremos la mesa – me informa Pam mientras me visto.
Mientras conduzco, pienso en lo diferente que se ve la vida cuando uno tiene a alguien que le espera, que comparte. Bueno, en este caso, dos. Todo parece nuevo para mí. La esquina de una calle, el césped de un parquecillo, la forma de una nube… Bueno, ya sabéis, todas esas cosas que dicen los poemas de los enamorados…
¡Pues claro que estoy enamorado! ¡Como para no estarlo! ¿Es que vosotros habéis conseguido algo mejor que unas chicas como ellas? Ya me parecía a mí…
Cuando regreso. La mesa está puesta y las chicas han reavivado la estufa de la cocina. Están desnudas, sin ningún pudor, pero Pam no tiene cara de felicidad. En ese momento, un móvil suena. Un mensaje.
―           El número dieciséis – comenta Maby, mirando de reojo el móvil que está en el alfeizar de la ventana. – La bronca tuvo que ser gorda, ¿no?
―           Eric – responde Pam a la muda pregunta de mis ojos. – Tengo un ciento de llamadas perdidas y muchos mensajes. Parece que me ha estado buscando todo el fin de semana.
―           Bueno, ya nos ocuparemos de eso – digo. – Ahora, a comer, que se enfría…
Nos reunimos alrededor de la mesa, sintiendo el calorcito de la estufa. Me dan ganas de desnudarme también, pero es muy tarde, casi las cuatro de la tarde. Padre y madre pueden volver en cualquier momento. No es una buena idea.
Intento contar algo que alegre el almuerzo, pero no lo consigo. Pam está mustia. El problema ha vuelto a su mente. Maby, por simpatía, se mantiene seria, aunque no sabe lo que sucede. Yo no me atrevo a forzar el momento. Casi al acabar su plato, Maby no lo soporta más y, manos en jarra, pregunta:
―           ¿Es que no me lo vas a contar, Pam?
Mi hermana deja caer el tenedor y estalla en lágrimas. Ya se ha liado el follón. Al verla así, Maby comprende que lo que sea, es realmente jodido. Abraza a Pam e intenta consolarla.
―           Me… ha… vendido… — intenta explicar mi hermana, por encima de sus lágrimas.
―           ¿Qué te ha vendido? ¿Droga? – intenta comprender su amiga.
Pam niega con la cabeza y sus hipidos aumentan.
―           ¡Por Dios! ¿El qué? – Maby se impacienta, nerviosa.
―           A ella. La ha vendido a ella – digo, muy serio.
La mirada totalmente asombrada de Maby cae sobre mí. Se ha quedado anonadada.
―           Pam ha huido de Madrid, de Eric. Es un vulgar alcahuete chantajista – explico. – La ha ofrecido en la última fiesta a la que asistió, y luego ha llevado un cliente a vuestro piso, un tipo enfermo y sádico que la ha maltratado, humillado y vejado.
Maby sigue sosteniendo la cabeza de mi hermana sobre su pecho, calmándola, mientras ella misma asimila lo que le he dicho. Finalmente, alza el rostro de Pam, le limpia las lágrimas, y le pregunta:
―           ¿Qué tiene sobre ti? ¿Con qué te chantajea?
―           Grabaciones… guarras…
―           ¿Muy guarras?
Pam asiente, sorbiendo.
―           Es un círculo vicioso. Primero era algo entre ella y Eric, algo que no era demasiado perverso, pero que podía ser vergonzoso. Pero al obligarla a realizar más cosas, obtiene más y más pruebas que la comprometen. Es un experto en estas cosas. Por lo visto, tiene a muchas más chicas en el ajo, ¿verdad, Pam?
―           Si, Sergi. Algunas son conocidas nuestras, de otras agencias.
―           ¡Que pedazo de hijo de puta! Con esa carita de bueno que tiene…
Empiezo a recoger la mesa y pongo la cafetera. Se nos ha quitado las ganas de comer.
―           ¿Por eso viene Sergi a Madrid? – cae Maby en la cuenta.
―           Si.
―           ¿Y la policía?
―           No. Todo sería subido a Internet. No soportaría que mi familia lo viera – crispó las manos Pam.
―           ¿Entonces…?
―           No lo sabemos. Necesitamos más información primero – digo, llenando el fregadero de agua.
―           Yo conozco gente que se puede encargar de un tema así. Costaría un buen dinero, pero podemos… — insinúa Maby.
―           Es una opción que le recomendé, pero, apartando que Pam no desea su muerte, implicaría meter a más gente en el asunto. Al final, no es una buena idea. Si hay que matar a alguien, siempre hay tiempo.
Lo dije con total frialdad, sin pasión alguna. Era como si ese tema estuviera totalmente asumido.
―           Subid y vestíos. Mis padres están a punto de regresar. Yo fregaré todo esto.
El viaje a Madrid resulta menos alegre de lo que había imaginado. Me encuentro al volante de mi camioneta. Pam y Maby, sentadas a mi lado, visionan todos y cada uno de los mensajes de Eric. Son intimidantes en su mayoría:
“dnde stas puta? No t sirve dna esconderte. T voi a encontrar zorra y t vas enterar. Como l lunes no stes en casa subire to a la red. E perdio 2 clientes x tu culpa puta!!.” Todo por el estilo.
De verdad que tengo unas ganas de echármelo a la cara…
Sin embargo, a medida que nos acercamos a la capital del reino, las chicas empiezan a recuperar parte de su jovialidad. Charlando sobre donde van a llevarme, todo lo que van a enseñarme de la ciudad, y lo que se van a reír cuando me presenten a sus amigas y compañeras.
Nunca he estado en el piso de Pam y Maby, ni tampoco en Madrid. Padre y madre, que si han estado, me dijeron que era un estudio muy coqueto, pero pequeño, en un ático.
―           ¿Cómo nos las vamos a arreglar? Creo que vuestro pisito es pequeño – pregunto.
―           Tranquilo, peque. Es suficiente para nosotros – dice mi hermana.
―           Si, hemos pensado pasar la cama de Pam a mi habitación, que es la más grande. De esa forma tendremos una cama grande donde dormir los tres juntos.
―           Bueno. Seré vuestra mula de carga – las dos se ríen.
―           ¡Qué hambre tengo! – exclama Pam.
―           Claro, no comiste nada al mediodía – le pellizca la barbilla su amiga.
―           Normal, con el berrinche…
―           Bueno, madre nos ha metido unos cuantos tupperware en una bolsa. He visto albóndigas, croquetas, algún guiso casero, y un par de postres. Solo tenemos que meterlos en el microondas – las informa.
―           ¡Bendita sea tu madre! – suspira Maby.
Gracias a Dios, no tengo que entrar en Madrid con la camioneta.la M30 me lleva a un desvío y una rotonda, desde la cual tengo el barrio de mis chicas a un tiro de piedra. Encuentro un buen aparcamiento en un parquecito. Las calles están tranquilas y bien iluminadas.
―           Es un buen barrio – me dice Pam. – No es que sea exclusivo, pero la mayoría de vecinos son de mediana edad.
―           Si, aquí abundan los oficinistas y los burócratas – puntualiza Maby.
―           Entonces, esto estará tranquilo, ¿no?
―           A veces, demasiado – rezonga la morenita.
El edificio donde se ubica el piso tiene menos de diez años. No es glamoroso pero es funcional y está limpio y bien pintado. Tiene diez plantas. Dos estrechos ascensores, uno para los pisos pares, otro para los nones. La verdad es que el ático me encanta. El pisito es pequeño pero muy bien distribuido. Un salón multifuncional, con cocina, comedor, sala de estar, y despacho. Dos amplios dormitorios con el cuarto de baño en común, y un cuartito donde se amontonan el calentador, la lavadora y la secadora, así como los utensilios de menaje, y de donde partían unas escalerillas metálicas que conducían a una pequeña terraza, de uso particular. En ella, las chicas solían tomar el sol en las dos hamacas dispuestas. Todo un lujo, desde luego.
Las paredes del pisito, pintadas de varios tonos, obtienen buenos contrastes relajantes y todo el suelo es de auténtico parquet de madera.
―           ¿Es caro? – pregunto.
―           500 € al mes.
―           Está muy bien. ¿Cómo lo conseguisteis?
―           Era de una tía solterona de una compañera – explico Pam.
―           Si, una de esas viejas chifladas con muchos gatos. Se puso enferma y estaba en el hospital. Su sobrina nos dijo que no creía que saliera con vida. Así que vinimos a hablar con el casero.
―           Al principio, no le gustábamos. No quiere gente joven en sus pisos, por eso de las fiestas y demás. Pero en cuanto le sugerimos que nos encargaríamos de repintarlo, de sanearlo, y de deshacernos de los gatos, aceptó.
―           La señora murió en quince días. Cuando mi madre estaba con nosotros, mantuvimos la otra habitación que había, donde ella dormía. Pero, cuando se marchó, hicimos una pequeña reforma y la anexionamos al salón. Así ha quedado – explicó Maby, orgullosa.
―           Mola – alabo. – Bueno, ¿qué hacemos? ¿Cenamos o movemos muebles, primero?
―           ¡¡Mudanza!!
Una vez que las chicas ven como queda una cama enorme en una habitación, deciden que así debe quedar, aunque yo no este. Desde ahora, dormirán juntas. Comentan que encargarán un cabecero común para las dos camas, y que la habitación de Pam queda como el vestidor común. Yo les prometo que desarmaré los dos armarios, el de Pam y el de Maby, para usarlos como estanterías para el vestidor. Iba a parecer el de una estrella de cine. Palmean, encantadas.
Calentamos un poco de sopa de verduras y devoramos las benditas croquetas de madre. No hay nada interesante en la tele y las chicas deben madrugar. Así que nos vamos a la cama antes de las doce. Hay que estrenar la cama.
Las chicas se empeñan en jugar con mi polla de todas las maneras, usando manos, axilas, piernas y, finalmente, pies. Con cada una de ellas sentada a lado, con las piernas extendidas, sus pies masajean, frotan y soban mi polla. Me la han pringado de aceite Johnson y resbala que da gusto. No paro de gemir y ellas se esfuerzan aún más. No tardo mucho en correrme con un berrido.
Me dejan recuperarme mientras ellas se afanan en rodar abrazadas, besándose y morreándose. No sé lo que tiene dos tías besándose y frotando sus cuerpos desnudos, pero consiguen ponerme a tono en menos de lo que canta un gallo. Ni siquiera las separo. Aprovecho para meter de nuevo mi polla tiesa entre sus cuerpos, entre sus pubis apretados. La longitud de mi miembro me permite hacerlo.
Las chicas se ríen de mi juego y se acoplan a la perfección. Rotando sus pelvis, alcanzan a rozar sus vaginas contra mi polla o entre ellas, dependiendo del movimiento y del impulso. Pronto, los movimientos se convierten en una carrera desenfrenada para alcanzar un anhelado orgasmo. Maby es la afortunada, ya que es quien se encuentra encima de todos, y puede acelerar sus movimientos de pelvis hasta venirse largamente.
Pam se la quita de encima y se pone a cuatro patas. Parece frenética. Ella misma coge mi rabo con la mano y se lo mete, sin demasiados miramientos, en el coño. Se introduce el dedo corazón en el ano y se estremece. Creo que eso le ha gustado. Acelero mientra siento las manitas de Maby sobre mi pecho, desde atrás, pellizcándome los pezones.
―           Hermanito… la quiero por el culo… — jadea Pam. Creo que no la he entendido bien.
―           ¿En el culo? ¿Ahora?
―           Cuando quieras… Sergi…
Le harás daño. Nuestra polla es demasiado grande y gorda. Hay que entrenarla primero.
―           Te prometo que te lo haré, cuando estés preparada – gruño a causa del dedo que Maby me mete en el culo.
―           A mí también – susurra en mi oído la morenita. – Nadie nos lo ha hecho… somos vírgenes de culito.
―           Os follaré a las dos por el culo… hasta dejaros sin mierdaaaa… aahhhaaa… her… manita… m-mm corroooo… — la voz de Maby y sus palabras me excitan totalmente.
―           Ssiii… ¡Dame tu leche, Sergi!
―           ¡¡PUTA GUA…RRA…INCEST…U…OSA!! – aúllo al soltarlo todo en su vientre.
―           ¡¡¡SI…. TE A…AAMO… SERGIII!!! – grita Pam, sin control.
―           Y yo os amo a los dos – susurra Maby, apretándose fuertemente contra mi espalda.
Despierto como todos los días, a las siete y media de la mañana. Las chicas están dormidas, abrazadas a mí. No sé si tienen que ir a trabajar o no, ayer no las llamaron. Diciembre no es un mes bueno para trabajar como modelo, según Pam. Todas las campañas ya se han hecho y las de verano, no empiezan hasta febrero. Como no sea algo muy puntual, un desfile privado, algún anuncio, o algo así, la cosa está tranquila.
Me levanto con cuidado de no despertarlas. Me pongo mi ropa para correr. No es de lo más fashion para ir por las calles, pero no tengo otra cosa. Esto no es la granja, me obligo a recordar.
A pesar de lo temprano que es, hay bastante movimiento en la calle. Gente que se dirige a la parada de autobús, que sacan sus coches, que caminan presurosos y abrigados. Muchos me miran, asombrados de la poca ropa que llevo puesta.
Recorro un gran cuadrado imaginario, cortando calles, una avenida, un parque, y un acceso a la autovía. Compruebo donde se encuentran ciertos comercios que puedo necesitar. Un supermercado, una ferretería, una panadería, dos tiendas de chinos, y una farmacia. Con eso estoy cubierto. También he visto un bingo, varias peluquerías, un veterinario, una librería… ah, y un sexshop. Interesante este último.
Regreso al piso y subo a la azotea. Allí puedo hacer mis rutinas de flexiones y abdominales. Ya no me canso tanto. Tengo que acordarme de pesarme y medir mis contornos, sino no puedo controlar mi avance. Las chicas deben tener algún peso de confianza.
Me ducho y me visto. Miro en el frigorífico y hay poca cosa, pero me permite hacer un desayuno imaginativo. Habrá que ir al super más tarde.
―           ¡El desayuno, chicas! – grito al quitar la cafetera.
―           No había por qué madrugar hoy tanto – se queja Maby, enfundándose la camiseta de un pijama rosa.
―           Si. No tenemos nada programado para hoy – se une Pam, quien sale del dormitorio solo con las braguitas.
Las miro, sirviendo unas tazas.
―           ¡Estáis guapísimas recién levantadas! – piropeo. – Atractivo natural.
―           Tonto – saca la lengua Maby.
―           He hecho tortitas con un resto de harina que había y una extraña mantequilla que aún no estaba rancia. Hay que ir a reponer víveres. ¿Desde cuando no vais a comprar?
―           Nunca vamos – alza los hombros Pam. – Pillamos de paso lo que nos hace falta, y una vecina nos compra el pan todos los días. La mayoría de las veces comemos fuera, en el trabajo, o pedimos algo por teléfono.
―           Con razón os encanta la cocina de madre – las regaño, colocando ante ellas sus tazas de café. – No hay leche, así que tiene que ser solo.
―           Es igual.
―           Ahora que estoy aquí, comeréis algo mejor.
Mientras desayunamos, les pregunto por su trabajo. No sé mucho sobre lo que hacen. Pam me explica que ella se dedica más a publicidad que a moda, pero que acepta lo que caiga. También hace presentaciones de bebidas en discos y pubs, o de azafata en convenciones, salones de automóviles y cosas así. En cambio, Maby se decanta más por las pasarelas y las sesiones fotográficas de moda, aunque, al igual que mi hermana, no rechaza nada. Han tenido un buen otoño, así que tienen la cuenta cubierta dos o tres meses, pero no pueden dormirse en los laureles.
Cabeceo. Se ganan bien la vida y eso que no son modelos célebres.
―           Me gustaría encontrar un trabajo aquí y quedarme una temporada – digo. – Pero no me atrevo a dejar la granja. Padre no puede solo y no creo que pueda costearse un trabajador a tiempo completo.
―           No puedes estar toda la vida con ellos, Sergi. Tienes que hacer tu vida – me dice Pam, poniéndome una mano sobre el hombro.
―           Creo que has acostumbrado a tu padre a trabajar demasiado. Haces el trabajo de varios jornaleros – me regaña Maby.
―           ¡Eso se lo he dicho más de una vez! – la apoya Pam.
Me encojo de hombros, dándoles la razón.
Tienes que salir de esa granja. No crecerás más en ella.
Todos en contra. Gracias.
Intentaré buscar la mejor manera de hablar con padre. Va a ser duro.
―           Otra cosa. ¿Tenéis herramientas?
―           No. Ni una sola.
―           Vale. ¿Nos vamos de compras? – les pregunto para animarlas.
―           ¿Compras? – levanta una de sus graciosas cejas Maby.
―           Pues si. Tenemos que ir al super. Hay que reponer la nevera. He visto una ferretería cerca y un par de chinos. Si tengo que haceros el vestidor necesito herramientas, puntillas, un metro, alambre, unas barras metálicas…
―           Uy, que de cosas…
―           Venga, vestiros, monísimas, que ahora me toca invitar a mí.
―           ¿Nos vas a invitar a herramientas? – se altera Pam.
―           Si, y voy a llenaros esa nevera vacía.
―           Pshhhé… eso nos pasa por traernos un cateto a Madrid – Maby tiene que salir corriendo, antes de que la atrape.
Coloco la lona de la caja de la camioneta y nos vamos, en primer lugar, a la ferretería. Compro un martillo, unos cuantos destornilladores, un metro extensible, un nivel, un maletín con un taladro y varias brocas, una pequeña sierra y una barrena para madera, varios paquetes de puntillas de distintos tamaños, tacos, tornillos, presillas, cárcamos y alcayatas, alguna escuadras metálicas, varios ganchos de acero, y diez barras metálicas de cuatro metros.
Deslizo todo bajo la lona y mi próxima parada deja a las chicas con la boca abierta. Abro la puerta del sexshop y les pido que entren.
―           ¿Qué hacemos aquí? – me pregunta Pam, dándome un pellizco en el brazo.
―           Me pedisteis algo anoche, ¿no os acordáis?
Pam enrojece y Maby se ríe por lo bajito.
―           No creeréis que voy a usar el rodillo de la cocina o algo así, ¿no? Hay que ser profesionales – dejo caer, con una gran sonrisa. Quien me haya visto la semana pasada…
Mira por donde, hay una chica joven despachando. Lleva varios piercings en la ceja y en la oreja izquierda. Los ojos furiosamente pintados de morado y el pelo naranja. Podría ser atractiva sino usara esas tonterías.
―           ¿Buscáis algo en especial? – nos pregunta, con una bonita sonrisa.
La tienda es amplia y está vacía, así que puedo hablar en confianza.
―           Pues si. Necesito un juego completo para dilatarles el culito – señalo con el pulgar a las chicas.
―           ¡Sergi! – exclaman, avergonzadas.
―           Bueno, el esfínter. Es más delicado, ¿no?
La dependiente se ríe. Ella tampoco se esperaba mi frescura, y si os tengo que decir la verdad, yo tampoco. Me siento otro en la ciudad.
―           Bueno, tengo dilatadores intercambiables, y todo un set de equipo anal. Todo depende del tiempo que se disponga – responde, pasando su mirada de las chicas a mí.
―           El tiempo siempre está en contra últimamente.
Vuelve a reírse.
―           Entonces te aconsejo un cinturón reversible – pasa a tutearme.
―           Explícame la jerga.
Me saca uno para que lo vea. Es como uno de esos cinturones fálicos que se ponen las lesbianas, para disponer de un pene falso, solo que ese pene puede apuntar tanto hacia fuera como hacia dentro.
―           El dildo es intercambiable a cualquier tamaño y el cinturón está equipado con baterías recargables y mando a distancia.
―           Interesante – digo, dándole vueltas en mis manos. – Pues entonces necesito dos de estos y dos vibradores anales, de tamaño medio.
La chica saca dos cajas sin abrir, con la foto explícita de lo que trae en el interior.
―           Ah. Un bote de lubricante con buen sabor también.
―           Por supuesto, eso va de regalo.
―           Muy agudo, gracias – guiño un ojo. — ¿Veis algo que os gusta?
Las chicas están curioseando por toda la tienda. Maby levanta un largo consolador doble, una de esas cosas monstruosas de dúctil textura, que dan tanto morbo en las escenas porno. Es como si un alquimista loco hubiera unido a dos grandiosas pollas roseas, por su base, cada glande apuntando en dirección opuesta.
―           Mira, Sergi, es más o menos de tu tamaño.
La dependiente vuelve a reírse cuando se da cuenta de que ella es la única en hacerlo. Sus ojos me atraviesan.
―           Ponlo también en la cuenta – le digo.
El sexshop es el tema de conversación de toda la mañana. Las chicas han alucinado con lo que han visto. Creo que se han hecho la promesa de probar más cosas. Al menos, las enseño a comprar en un supermercado cuanto es básico en una casa. La verdad es que nos divertimos comprando.
Después de almorzar, Maby se marcha. Dice que tiene que resolver ciertas cosas para empezar de cero. Tanto Pam como yo no sabemos a qué se refiere, pero no preguntamos; ya hablará cuando lo necesite. Me dedico a sacar la ropa del armario de Maby, mientras que mi hermana vacía el suyo. Suena el timbre de la puerta y Pam abre. Una voz burlona hace vibrar mis tripas. Asomo un ojo por la puerta a cuchillo.
―           ¿Así que te has tomado unas vacaciones? – pregunta con indolencia un chico rubio y bien plantado, que entra en el piso como si fuera suyo. Lleva el pelo muy cortito, salvo el flequillo, peinado casi en una cresta. Tiene los ojos muy azules, aunque suele entrecerrarlos con su pose chulesca. Mide cerca del metro ochenta y su cuerpo parece trabajado. Sin duda es el famoso Eric. Pam tiene razón. Es muy guapo, casi femenino.
Pamela retrocede, disculpándose con un balbuceo. Hace un esfuerzo para no mirar hacia el dormitorio y delatarme.
―           Te has portado muuuy mal, zorra. Me has hecho perder buenos clientes al no poder contactar conmigo. Vas a tener que compensármelo.
―           No, Eric… eso se ha acabado – el cuerpo de Pam se yergue, dispuesta a luchar.
―           Se acabará cuando yo lo diga. Tienes todavía mucho jugo que dar, pelirroja.
―           No. Le he contado todo a mi familia. Estoy haciendo las maletas – miente, señalando toda la ropa que tiene ya fuera. – Me marcho de Madrid. Regreso con mis padres.
Eric le da una patada a una silla, enviándola contra la pared.
―           ¿Te crees que te vas a escapar así y ya está? He invertido mucho tiempo en ti, puta. La familia es lo de menos, perdona cualquier cosa.
Eric atrapa los brazos de mi hermana y la sacude fuertemente.
―           Si subo el archivo que tengo sobre ti, perderás tu trabajo y estarás marcada como modelo, tonta del culo. Afectará a tus relaciones, a tus amistades, a cuanto eres. Incluso pueden acusarte de prostitución. No te creas que el escándalo pasaría en unos meses. Me encargaré de actualizar el asunto cada cierto tiempo. Te haré la vida muy difícil, puta barata.
Me arden los puños de apretarlos. Ya no puedo seguir escuchando a esa comadreja. Sus bellos ojos casi se salen de las órbitas cuando le sorprendo, surgiendo del dormitorio.
―           ¿Quién…? – trata de preguntar, pero no le doy tiempo.
Avanzo hasta él con rapidez, los ojos encendidos de ira. Intenta escabullirse, pero soy más rápido de lo que aparento. Le estampo de boca contra una pared, arrancándole un gruñido. Mi puño se incrusta en sus riñones. Cae de rodillas, jadeando. Le pateo duramente, aplastándole contra el suelo.
―           ¡Sergi! – grita mi hermana, tratando de frenarme.
―           Veras, capullito – le digo al oído, poniéndole en pie con una mano. – Soy su hermanito. Ya sabes, un palurdo de pueblo… De donde vengo, a los tipos como tú se les llama chulos resabiados, y no tenéis buena fama, ¿sabes?
Le dejo recuperarse un poco para que intente algo, y lo hace. Me lanza su codo con fuerza, alcanzándome en el pecho, pero no me inmuto. Le aplasto aún más contra la pared y sus pies ya no tocan el suelo. Eric gime, asustado. Patalea, golpeando mis espinillas. Ni caso.
―           ¡Sergi, por Dios, le vas a matar! ¡Déjalo! – tira de mi Pam.
Lo lanzo de nuevo, como un muñeco. Rebota contra la mesa de comedor y cae al suelo, sin aire.
―           Me va a costar poco trabajo partirte como una caña – me mira desde el suelo, acobardado, cuando me acerco. – O puede que no te mate. No, creo que no…
Veo la esperanza en sus ojos, ya que mi hermana sigue enganchada a mi brazo, tratando de frenarme.
―           No, definitivamente, no te mataré – mi bota se alza, proyectando su sombra sobre su rostro. – Te machacaré la cara a pisotones, mejor. Lo haré tan bien que ningún cirujano podrá recomponer esa dulce carita de maricón. Así no podrás seducir a ninguna chica más…
Aúlla como un condenado con el primer pisotón, que le fractura algo. No sé qué, pero oigo el chasquido del hueso. Se cubre la cara con los brazos. Piso con más fuerza, ahora estoy seguro de que es una muñeca la que chasquea. Gira por el suelo, entre lastimosos gemidos. Le lanzo un par de patadas a las costillas, que le hacen toser. Se aferra, como puede, a mi pierna. Creo que balbucea unas disculpas, pero no le escucho bien. Mi hermana suena histérica detrás de mí. Piso su cara, pero mi bota resbala y cae finalmente sobre un hombro. Cuando aumento la presión, patalea, frenético. Seguro que siente como el hueso se sale de su alveolo.
El dolor debe ser de cojones, pero sigo poniendo más peso y presión. Sus gemidos se convierten en alaridos que apenas resuenan en mis oídos, concentrado como estoy en hacer daño. Los ligamentos ceden con un crujido. Puede que la cabeza del hueso esté astillada. Mejor. Su bello rostro está crispado, sudoroso. Tiene los ojos fuertemente apretados. Le escupo y mi pie se alza de nuevo, preparado para seguir con el castigo.
En ese momento, la puerta de entrada se abre y aparece un hombre en camiseta, de unos cincuenta años. Entra gritando algo, pero su voz se pierde cuando contempla lo que sucede. El hombre, seguramente un vecino, consigue apartarme de mi objetivo. Pam le ayuda.
Eric se arrodilla en el suelo, tosiendo y lloriqueando. Jadea y me mira con verdadero terror. Se pone en pie y sale corriendo por la puerta abierta. Mal asunto. Una babosa como él no es nada bueno estando suelto. Levanto las manos para indicarle al hombre que ya estoy bien y él se aparta. Mira a Pam y le pregunta que ha pasado.
Pam no responde, solo llora, aterrorizada.
―           Está bien, está bien, vamos a calmarnos – digo, sentando a mi hermana en el sofá. – Soy su hermano, ¿y usted?
―           Soy el conserje. Estaba arreglando una cañería en el piso de abajo cuando escuché el estrépito. Me llamo Carmelo.
―           Sergio – me presento, ofreciéndole mi mano. El hombre tiene fuertes manos. Lleva un tatuaje dela Legiónen el hombro.
―           ¿Qué ha pasado? ¿Hay que llamar a la policía?
―           Era el novio de mi hermana. Un niñato prepotente y creído. Pam se marchó al pueblo la semana pasada para confesarnos los maltratos de su novio.
―           Madre mía – musita el hombre, agitando la cabeza.
―           Así que me he venido con ella, más que nada para tratar de mediar. Pero no me ha dado tiempo, el cabrón. Se ha presentado por sorpresa, mientras arreglaba el armario del dormitorio. Se ha puesto a vocear y a pegarle, sin ton, ni son. Le juro que lo he visto todo rojo. Creo que me he empleado bien con él. Si no llega usted a llegar, no sé lo que hubiera pasado.
Creo que me ha salido todo muy natural, mezclando mentiras y verdades. Lo cierto es que no he perdido los nervios ni un solo momento. No es que estuviera frío y calmado, pero sabía perfectamente qué estaba haciendo y qué quería hacer.
Hay que tener los nervios templados en cualquier momento. Puede que sea una ventaja tenerme en tu cabeza.
Asiento para mí y lleno un vaso de agua para Pam.
―           Puede que sea mejor que presentéis una denuncia antes que lo haga él. Le has machacado toda la boca. El hospital al que acuda presentará un parte de lesiones – el conserje parece saber de lo que habla.
―           Si, creo que tiene razón. No vaya a ser que encima, ese cabrón me haga pagar por sus gastos clínicos.
―           Si me necesita como testigo, no tiene más que decírmelo.
―           Gracias, señor Carmelo.
―           Solo Carmelo. Pegas duro, chaval – me sonríe, antes de marcharme.
Me siento al lado de Pam y la abrazo, una vez a solas. Ya no llora, pero su cuerpo tiembla, como si estuviera aterida. Necesita desahogar tensión.
―           ¿Estás bien?
Asiente. Me mira y musita:
―           ¿Y tú?
―           Perfecto. Ni me ha tocado.
―           Creí que le matabas, Sergi.
―           Es lo que quería hacer en ese momento. Menos mal que ha llegado el conserje. ¿Hay una comisaría cerca?
―           Más allá del parque. ¿Vamos a denunciarle?
―           Tenemos que hacerlo. Puede darnos problemas.
―           Pero… subirá los archivos a Internet.
―           No creo, Pam, al menos, no de momento. Ahora, está acojonado por la paliza. Habrá acudido a un hospital. Calculo que tendemos unas cuarenta y ocho horas, antes de que decida algo coherente. Los calmantes que le pondrán para el dolor le tendrán grogui bastantes horas.
―           Entonces, ¿qué hacemos?
Tienes que actuar de inmediato. Atrápalo en su propia casa…
“No es tan fácil, viejo. Está época es muy jodida. Las autoridades tienen la capacidad de reconstruir los crímenes con las meras partículas que deje atrás un criminal. Además, no sé si ese mal nacido está solo en esto o tiene cómplices. Eso es lo primero que debo averiguar, su implicación.”
Está bien. Tú sabes más que yo de tu época, pero, recuerda, una acción directa y rápida, sigue siendo lo más eficaz.
―           Vamos a la comisaría, pero antes… lo siento, Pam.
Y le arreo dos ostias bien fuertes en la boca, rasgándole el labio inferior. Se queda mirándome, atónita, con la sangre manchando su camiseta. Repito los golpes, pero, esta vez, más arriba, sobre sus pómulos, enrojeciéndolos enseguida. Cae sobre su costado, el cabello tapándole el rostro. La ayudo a levantarse. Las lágrimas brotan de sus maravillosos ojos. Examino las marcas. Perfectas, saldrán moretones.
―           ¿Sabes por qué lo he hecho, cariño? – le pregunto, acariciándole el pelo.
Ella asiente y suspira cuando le seco la sangre que le resbala por la barbilla.
―           Marcas para la policía… — musita bajito.
―           Chica lista – sonrío y la beso en la nariz.
Por el camino, ensayamos lo que tenemos que declarar. Ella está más calmada. Cuatro ostias hacen milagros. Le digo que debe fingir un poco de histerismo, que siempre queda mejor.
―           Soy buena actriz – gruñe, pero sonríe levemente.
Nos pasamos casi tres horas en la comisaría. Nos toman declaración y un médico forense toma nota de las lesiones de Pam. Recibo una llamada de Maby, quien está preocupada por como ha encontrado el piso, al llegar. Le cuento lo sucedido y le digo que vamos para allá. Cuando llegamos, las chicas se abrazan y lloran juntas, como magdalenas. Maby la besuquea sin parar, tratando de sanarle así las marcas de la cara. Las siento a las dos y las pongo al corriente de lo pienso hacer.
―           Es urgente que sepa si Eric lleva solo ese negocio o tiene más socios.
―           No lo sé. No he visto a nadie más con él, en las dos ocasiones – cuenta mi hermana.
―           Puede que lo sepa alguna de las otras chicas – insisto.
―           Puede. Pero solo conozco de vista a dos de ellas, de otra agencia de modelos.
―           ¿Sabes cómo se llaman?
―           Si, además, Maby las conoce también. Podría ir contigo.
―           No me gusta que te quedes sola – niego con la cabeza.
―           No me pasará nada. Echaré el cerrojo y la puerta es bien resistente. Además, Carmelo estará al cuidado si se lo pides.
―           Está bien. Mañana haremos de investigadores, Maby – le digo, tomándola de la barbilla.
―           ¡Guay! – exclama, alegre.
―           Anda, Pam, échate un rato en la cama mientras preparamos la cena – aconsejo a mi hermana.
Cuando se marcha al a dormitorio, pongo a Maby a cortar los ingredientes de una ensalada, mientras yo hiervo pasta.
―           ¿Qué piensas hacer con Eric cuando llegue el momento? – me pregunta en voz baja.
―           Seguramente matarle. Es peligroso dejarle suelto.
―           Eso pensaba.
―           Debo actuar enseguida. Cuanto antes mejor. Así evitaré represalias de cualquier índole.
―           Pero no puedes hacerlo a lo loco. No deben descubrirte.
―           Por supuesto, no soy ningún mártir. Eric no parece ser quien ha ideado un negocio tan organizado, ni tan grande, con tantas chicas. Él podría llevar a un par de ellas, a lo sumo. Se necesita mucho tiempo y recursos para prepararlas, educarlas, y chantajearlas. – en realidad, todo eso me lo había dicho Rasputín, aquella misma tarde, en comisaría. – Creo que solo es uno de los pececillos de la pecera, un gancho. Eso puede ser bueno o malo, aún no lo sé. Si las pruebas que tiene sobre Pam las retiene él, todo irá bien, pero si las tiene un socio, o un superior, puede complicarse.
―           Pero, a las malas, Pam puede vivir con ese escándalo, ¿no? – pregunta Maby, con ansiedad.
―           Eric dijo una gran verdad cuando la amenazo, aquí mismo – suspiré. – No solo romperá su trabajo, sino toda su vida social y familiar. Una cosa así, removida constantemente en la red, puede arruinar toda tu existencia: amigos, relaciones amorosas, familia, sin hablar de la vergüenza propia. Estoy dispuesto a evitarle todo eso a Pam, aunque tenga que ir a la cárcel, ¿comprendes?
―           Si – y me da un fuerte abrazo. – Cuenta conmigo para lo que sea. Mañana, te llevaré a esa agencia y encontraremos a esas chicas. A ver que nos cuentan.
Pam aparece una hora después. Nos besa a los dos y nos da las gracias por todo. Le doy un azote cariñoso en el culo. Sus labios se han hinchado, así como un pómulo, el cual ha tomado un color amoratado. Va a tener que pasarse unos días en casa, seguro.
Cenamos, casi en silencio. Pam está muy retraída, quizás rumiando todo el embrollo. Sin embargo, se come la ensalada de pasta y los canapés gigantes y calientes que he sacado del horno, con gran apetito. Maby se chupa los dedos y tampoco habla.
Después de cenar, nos sentamos a ver la tele. Maby se sienta sobre mis piernas, aunque tiene sitio en el sofá. Dice que le gusta abrazarse a mí. Pam, al contrario, no se acerca a mí. Tiene las piernas recogidas y se apoya en uno de los brazos del mueble. Sin embargo, si ha cogido mi mano, a la que sostiene contra su regazo. Maby no deja de rozar su culito contra mi entrepierna, buscando levantar a la bestia dormida, y lo está consiguiendo. Ellas llevan puestos sus pijamas, pero yo aún llevo ropa de calle.
Mi mano libre acaba en la boca de Maby, quien se deleita chupando y lamiendo cada uno de mis dedos. Pam nos mira y sonríe.
―           Iros a la cama, tontos. Ahora iré yo… — nos dice.
―           No, vámonos todos – dice Maby con un mohín.
―           No, no estoy de humor ahora. De verdad – se incorpora más y acaricia la mejilla de su compañera. – Os doy permiso… follad sin mí. Os quiero.
Retozar a solas con Maby, puede ser toda una experiencia. Aunque más joven que mi hermana, tiene más cama que ella. Nada más desnudarla, le como el coño con mucha lentitud, profundizando todo lo que puedo. Maby acaba saltando en la cama, rodeando mi cabeza con sus piernas, casi asfixiándome.
―           ¡Joder… joder! ¡Me vas a mataaaar! – chilla a placer. — ¡Eres un puto animal… de granja, cabrón! ¡Diossss… como co… comeeess!
Tras el orgasmo, se queda jadeando en la cama, con la mano sobre su pecho desnudo. Yo apoyo la barbilla en mi mano, tumbado entre sus piernas, y la miro, embelesado. Me encanta observar como recupera el resuello, su rostro arrebolado.
―           Cualquier día me da un infarto – dice, entre un jadeo y una risita.
Ella toma el relevo. Me hace tumbarme y se ocupa de mi miembro con real pasión. En un minuto, me la pone tan rígida que no le cabe en la boca. Deja caer ingentes cantidades de baba sobre mi glande, restregándolo por su pecho, su carita, e incluso su pelo. Lo usa como una gran brocha, para pintarse el cuerpo entero de humedad. Me tiene loco.
―           Me voy a ensartar – me susurra. – Hoy me la voy a meter entera, ya verás…
Se arrodilla sobre mí, su rostro a pocos centímetros del mío, mirándome. Su manita tantea atrás, apuntalando mi miembro contra su vagina. No deja de mirarme mientras mi polla se cuela, centímetro tras centímetro. Cada vez entreabre más la boca, traspuesta por la presión en su coñito. Finalmente, un hilo de baba surge lentamente entre sus labios. Lo atrapo con mi lengua, tragándomelo.
―           ¿Aún… falta? – pregunta, arrugando el ceño.
―           Solo un poco… ánimo…
―           No puedo sola… empuja tú – me dice, lamiendo mi nariz.
―           ¿Seguro?
―           Empuja, mi amor… rásgame toda…
La verdad es que falta muy poco. Un movimiento de pelvis y tiene toda mi polla dentro. Se queda estática, los ojos cerrados, las aletas de su nariz ventilando rápidamente. Empieza a moverse con suavidad, sintiendo a la perfección cada arruga de mi pene, cada vena dilatada. Ese coñito me aprieta tan bien que no voy a aguantar mucho.
―           Me voy a correr, Maby…
―           Yo ya estoy temblando… ¿no lo notas?
Es cierto. Su cuerpo ha empezado a estremecerse. Apenas se sostiene sobre sus manos.
―           Vamos a hacerlo los dos a la vez… ¿vale? – susurro al aferrarle los pezones con los dedos de ambas manos.
―           Si… si… aprieta… apriétalos fuerte… oooohhh…
Retuerzo los pezones con saña mientras ella baila sobre mi polla, arrancando los primeros chorros de esperma. Ella cae sobre mi boca, sin fuerzas para besarme. Los espasmos la vencen. Susurra algo en mis labios. Creo que ha dicho que me quiere. Sigo follándomela sin parar, aún después de descargar en ella. Sus gemidos no se detienen ni un momento. Vuelve a hablarme, en medio de un lametón.
―           ¿Puedo ser… tu novia?
―           ¿Acaso no lo eres ya? – contesto.
―           Te quiero… novio mío…
―           Yo más, Maby – atrapo sus labios. No es momento de hablar.
En ese momento, Pam entra en el dormitorio. Se mete en la cama, a nuestro lado, y se medio tapa con la manta, sin dejar de mirarnos. Medio sonríe y nos observa, tumbada de costado, casi en posición fetal. Alarga una mano y me acaricia la mejilla.
―           Seguid… seguid… hermosos míos – susurra, sin dejar de acariciarme.
Le meto un dedo en el culo a Maby, quien gime aún más fuerte al sentirlo. Bombeo más deprisa. Mi polla entra perfectamente el dilatado coñito. Maby parece un juguete entre mis manos. Su cabecita sube y baja a toda velocidad, impulsada por mis embistes. Intenta mirar a Pam pero el meneo no la deja.
―           Te amo… Pam… — consigue articular.
―           Y yo a ti, amiga.
―           Me… voy a correr… Pam – se queja.
―           Hazlo, mi amor, hazlo por mí.
Hundo un dedo más en su culo.
―           ¡CABRÓN! – grita a pleno pulmón. El orgasmo la alcanza, la rebasa, la inunda. Tiembla, con la mirada perdida en el techo, la boca abierta.
Bajo ella, me arqueó, enviando una nueva descarga contra su útero, mientras giro la cabeza para mirar a mi hermana. Sus bellísimos ojos no se apartan de los míos mientras gozo.
Estoy en el paraíso.
Maby tira de las mantas para taparnos, sin bajarse de encima de mí.
Pam se acurruca contra nosotros.
El sueño llega.
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 

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                                CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “Destino de hermanas III” (POR XELLA)

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Las tres mujeres estuvieron solas durante mucho tiempo, no habrían sabido decir cuanto. Las luces apagadas, los llantos silenciosos y el ruido que hacían los hombres moviendose por el resto de salas era lo único que las acompañó.   
Cada una tenía su cabeza ocupada en sus pensamientos… Miranda no sabía como habían llegado a esa situación… Había entregado su libertad y su vida para que no hicieran nada a su hermana ¡Y ahora estaba allí con ella! ¿Cómo era posible?   
Lorena se maldecía, una y otra vez… Había accedido de buena gana a acompañar a Erika para ayudar a su hermana… Pero creía que no habría peligro… Al menos para ella… Sólo tenía que esperar en la calle. Nada más. Pero, esos hombres la encontraron, la asaltaron y ahora estaba desnuda y atada…   
Erika… Estaba preocupada, ¿Cómo iban a salir de esa situación? Pero… Gran parte de sus pensamientos estaban en que se había quedado a medias… Aquel hombre la había puesto cachonda, había comenzado a follarla y… La había dejado a medias…   
Mientras tanto, los tres hombres estaban pensando su plan de acción. Gracias a Iván, habían capturado a la zorra de la detective que iba tras ellos y, después de enviarle una pequeña carta fingiendo ser Miranda, habían cogido también a su hermana. Lo que no esperaban era lo de la chica pelirroja… Así que habían pensado que lo mejor era pensarlo un poco antes de actuar.   
A lo mejor era demasiado riesgo mantener a las tres cautivas… No sabían nada de la chica pelirroja… Sabían que Miranda y Erika no tenían más familia, pero ella…   
Aún así, la idea de tener a tres perras a su merced, una para cada uno, les sedujo demasiado como para rechazarla.   
Pasaron el día siguiente deliberando y haciendo algunas compras. Tenían pensado divertirse mucho con sus nuevas invitadas…   
Los hombres aparecieron en la habitación encendiendo la luz y cegando a las mujeres. Llevaban un día entero a oscuras, sin comer ni beber.   
– ¿Qué tal día habéis pasado? – Preguntó el Oso.   
– Mmpmmfmpmf – Replicó Miranda, con el tanga de su hermana todavía en la boca.   
– Espero que hayáis podido hablar de vuestras cosas tranquilamente – Continuó – Ahora vamos a divertirnos un rato.   
El hombre se acercó a Erika.   
– Tu y yo teníamos algo pendiente, ¿Verdad? – Dijo, mientras se acariciaba la polla por encima del pantalón.   
Comenzó a desatar a la chica. Una vez estuvo libre, Erika miró a su hermana y a Lorena, viendo la cara de terror que mostraban. Se sentía algo culpable por desear en cierta manera que aquel hombre la poseyese.   
– No te preocupes, ellas también estarán ocupadas.   
El Piernas y Roco se acercaron a Lorena, desatándola tambien.   
La pelirroja comenzó a gritar a través de la mordaza, a revolverse y a luchar. Los hombres usaron el mismo remedio que habían recibido Erika y Miranda cuando habían hecho eso, dejando a Lorena dolorida y sin ganas de seguir luchando.   
– Vamos, vamos, chiquilla, ¿No ves que si no te resistes te irá mejor? – Le decía el Piernas.   
Le quitó la mordaza, dándole un largo lametón en la boca.   
– Mira que boquita de piñon tiene, Roco. ¿Crees que podrá con nuestras pollas?   
– Seguro que sí, estas modelos son unas golfas, seguro que ha tragado más pollas de las que podría contar.   
En parte lo que decía era cierto. Al igual que Erika, era muy liberal y tolerante respecto al sexo, pero aún así, no deseaba que la violasen aquellos hombres.   
– Mira tu amiguita. – Dijo Roco, señalando a Erika. – ¿Por qué no te portas como ella? Parece que le gusta…   
Erika estaba tragándose la polla del Oso entera. Estaba dándole una profunda mamada, preparándole para la follada que esperaba recibir.   
Cuando Lorena aparto la mirada de su amiga, Se encontró con dos enormes pollas frente a su cara, los negros las agitaban ante ella, esperando que comenzase a chupar.   
Miranda intentaba gritar. Era la única que seguía atada… Parece que ya se la habían follado suficientes veces y ahora querían que sufriese viendo lo que le hacían a su hermana y su amiga.   
El Oso se disponía a follarse a Erika de nuevo, ésta estaba a cuatro patas esperando que el negro le metiese la polla por el coño. Estaba cachondísima…   
Roco y el Piernas se estaban impacientando. Su compañero estaba disfrutando de la rubia y ellos no habían empezado con la pelirroja.   
– ¡Venga zorra! ¡Como no empieces a tragar ya te vamos a reventar a ostias! – El Piernas acompañó su amenaza con un fuerte bofetón.   
Ante eso, Lorena decidió que era mejor ceder. Agarró cada polla con una mano y se llevó a la boca la del Piernas, que parecía estar más impaciente.   
Mientras mamaba una, pajeaba la otra. Cuando notaba que el otro estaba poniendose nervioso cambiaba, pasando a mamarle a ese la polla.   
Varios minutos llevaba ya tragando de una y otra polla, cuando a Roco le entraron ganas de follarla. Alzándola a pulso, la tumbó boca arriba sobre el camastro que había en la habitación, dejándole la cadera al borde de la cama. Agarró sus piernas, situándolas a cada lado de su cuerpo y le metió la polla entera de golpe.   
Lorena gritó. Parecía que aquel hombre la iba a partir por la mitad.    
El Piernas no quería quedarse mirando. Se situó sobre su cara, poniéndole los huevos y la polla sobre ella. No tenía más remedio que continuar mamando mientras aquel indeseable la follaba. Las lágrimas se escapaban de sus ojos, siendo la única muestra del sufrimiento que estaba soportando.   
Erika en cambio estaba gozando de aquella follada. Había conseguido abstraerse de la situación para poder disfrutar del sexo, y vaya si estaba disfrutando…   
El Oso tenía una polla enorme y sabía como usarla. Erika gemía y suspiraba, deseando que aquel hombre la llenase.   
– Parece que eres la mejor de las tres, ¿Te gusta mi polla?   
– MMmmmm Me encanta tu polla…   
– ¿Te gusta como te follo?   
– Si… Oh Dios….. Me encanta… Follame… No pares…   
– Pues a ver si te gusta esto también.   
De improviso, el Oso sacó la polla del coño de Erika y la dirigió directa a su ano. Comenzó a empujar esa enorme barra de carne a través del recto de la chica, llenándolo y dilatándolo a su paso.   
– MMMMMMmmmm. – Gemía Erika, notando como esa enorme tranca la reventaba por dentro.   
– A tu hermana le encanta que la sodomice, ¿Verdad detective?   
Miranda observaba con cara de odio las escenas que tenía ante ella. Veía como su hermana se sometía ante aquel hombre y como Lorena había dejado de luchar. Todo era culpa suya.   
El Piernas agarró la cabeza de Lorena, acelerando la mamada. Estaba a punto de correrse, Lorena no podía ni respirar, el hombre le metía la polla hasta la garganta, y allí fue donde descargó el hombre. La chica no pudo hacer otra cosa que recibir la corrida casi en su estomago.   
Inmediatamente después de la corrida del Piernas, Roco sacó la polla del coño y, tirando de la chica la incorporó para correrse sobre su cara. El primer chorretón calló directo en su objetivo, aunque la chica no abrió la boca, la cara acabó cubierta. El resto calló sobre sus tetas.   
 
Erika se veía a la legua que disfrutaba mucho más que su amiga. Había aceptado perfectamente la polla del hombre en el culo, y ahora no hacía más que gemir y gemir. Notaba como aquel hombre estaba a punto de correrse también y, efectivamente, segundos después sacó la polla de su culo y se corrió completamente sobre la cara y las tetas de Erika. La chica abrió la boca, intentando tragárselo, pensando que era lo que ese hombre querría, pero no probó ni una gota, todo cayó fuera.  
Los tres hombres se separaron de las mujeres, dejándolas allí, llenas de lefa. Lorena estaba derrotada. La habían violado, habían hecho con ella lo que habían querido… y lo seguirían haciendo… En cambio Erika estaba satisfecha, había conseguido correrse varias veces con el pollón del Oso…  
– ¿Qué tal estaba la pelirroja? – Preguntó el hombre a sus compañeros.  
– Es un bombón, pero creo que la tuya es una pequeña bomba ¿no?  
– Ya la probaréis… Estas zorras nos van a dar mucha diversión… ¿Quién pensaba que esto acabaría así, detective?  
Miranda estaba derramando lágrimas en el rincón en el que se encontraba…  
– Ahora vamos a dejaros descansar – Continuó el Oso – Pero antes tendréis que asearos un poco, ¿no? No me gusta que mis zorras estén sucias…  
Erika y Lorena le miraron, ¿Una ducha? Si… Por lo menos las despejaría…  
– Venga, ¿A qué estáis esperando?  
– D-Donde… ¿Donde está el servicio? – Balbuceó Lorena  
– ¿El servicio? ¿Para qué?  
– Para… ducharnos… ¿No?  
– ¿Quién ha hablado de ducha? Quiero que os limpiéis entre vosotras…   
La cara de las mujeres cambió totalmente.  
– Vamos, no me digáis que no lo habéis hecho nunca, con lo zorras que sois seguro que habéis lamido corrida miles de veces… – Continuó el hombre, con una sonrisa en la cara.  
Las chicas se miraron, pero no se movieron…   
– ¿No os apetece estar limpitas? Está bien. Roco, los collares.  
Roco salió de la habitación y volvió con tres pequeños collares. Parecían collares de perro, pero tenían una pequeña cajita negra en un lado. Cada hombre le puso un collar a cada mujer que, excepto Miranda, no intentaron resistirse.  
– ¿Os gustan vuestros regalos? – El Oso hizo una pausa, como esperando a que respondieran – Tenéis que saber que no son unos collares normales. Son unos collares de chicas buenas… – Las mujeres se miraron entre ellas, asustadas. – Cuando no sois chicas buenas, pasa esto.  
El Oso apretó un botón y las tres chicas se retorcieron al instante de dolor. Una descarga eléctrica las azotó desde el collar, cuando paró, el Oso continuó hablando.  
– ¿Qué tal? ¿Os gusta? Pues eso es lo que pasará cada vez que desobedezcáis. Además, como veo que estáis muy unidas, me encargué de que los collares también lo estuvieran… Cada vez que dé a este botón, los tres collares se activarán, así, cada vez que hagáis algo mal, seréis responsables de que las demás sufran…  
Las tres mujeres estaban jadeando de sufrimiento, había sido una descarga durisima…    
– ¿A que estáis esperando, zorras? – Preguntó a Erika y Lorena – ¿Me vais a obligar a apretar el botón otra vez? 
Las dos chicas reaccionaron inmediatamente ante la amenaza, se incorporaron y se lanzaron la una hacia la otra. En unos segundos la lengua de Erika estaba recorriendo los pechos de Lorena, intentando recoger los restos de semen que allí había. Fué subiendo desde por el cuello, rozando su boca… Las chicas se estaban calentando… No era la primera vez que tenían sexo juntas… Cuando Erika acabó, terminó con un húmedo beso en la boca de Lorena. Entonces comenzó a lamer la pelirroja. 
Cuando acabaron de asearse, estaban las dos bastante cachondas. 
– Muy bien zorritas, tenéis que procurar estar limpitas para nosotros…  
El Piernas salió de la sala y volvió con una bolsa. Fué sacando ropa de allí y lanzándosela a cada una de las chicas. 
– Ahora vamos a jugar a un juego. – Comenzó el Oso. – Cada una váis a tener un rol en la casa. Vestíos con eso. 
Desataron a Miranda, le quitaron la mordaza de la boca e inmediatamente escupió el tanga de su hermana. La mirada que les dedicó a los hombres habría congelado el infierno… Pero aún con eso, obedeció. 
Las chicas comenzaron a coger la ropa que les habían tirado. Lo primero que vieron fue la ropa interior, sujetadores de copa baja, de encaje, un tanga minúsculo, un ligero y unas medias a medio muslo, todo de color negro.  Cada una tenía además unos zapatos de tacón negros también, de quince centímetros cada uno.  
La visión era espectacular. Las tres mujeres tenían un tipo envidiable, se notaba la experiencia en esas lides de Erika y Lorena, pero Miranda, aunque menos voluptuoso tenía un estupendo cuerpo atlético.  
Erika comenzó a coger prenda por prenda. Un disfraz de asistenta minúsculo, en el que la falda llegaba a media nalga, y la parte de arriba dejaba la espalda al aire y lo único que hacía era levantar las tetas y mostrarlas y una cofia y delantal.  
Lorena comenzó a ponerse las mismas prendas que Erika. Y Miranda se dispuso a hacer lo mismo, “Por lo menos ahora iré vestida, aunque sea con este disfraz…” Pensó, recordando el minúsculo delantal que la hacían llevar hasta ahora. Su sorpresa fue mayúscula cuando vió que ella no tenía la misma ropa que las demás…  
Un pequeño top con forro de peluche, unos calentadores para los pies con la misma tela, una especie de orejas pequeñitas y puntiagudas de perro para ponerse en la cabeza, un collar de perro y…  un rabo… unido a un pequeño aparato de plástico que pudo intuir donde iría puesto…  
– ¿Q-Qué es esto?  – Preguntó la detective.  
– ¿No te gusta? Como parece que no te gustaba ser nuestra sirvienta, te hemos buscado otra ocupación… Vas a ser la mascota de la casa.  
– ¿L-La mascota? – Balbuceó asustada.  
– ¿Estás sorda o que? Mascota. ¿Sabes lo que es eso? Un bicho que anda a cuatro patas y obedece a sus dueños. Eso es lo que vas a ser a partir de ahora.  
Miranda se quedó mirando su nuevo atuendo… ¿A cuatro patas? Debía estar bromeando… Aunque sabía perfectamente que esa gente no bromeaba…  
– ¿ A que esperas para ponértelo? – Preguntó el Oso, mientras agitaba el mando de los collares.  
La detective comenzó a vestirse… Hasta que se quedó con el rabo en la mano…  
– ¿No sabes que hacer con eso? No sabia que fueras tan tonta… Hasta un perro sabe donde lleva el rabo… – Los hombres se rieron de la ocurrencia de su jefe – Tú, pelirroja. Ayuda a la zorra esta a colocarse el rabo. ¿O tu tampoco sabes donde va?  
Lorena se acercó a su amiga, cogiendo el rabo de sus manos. Se situó tras ella… Y se quedó parada… Sabía que debía meterselo por el culo, pero no podía hacerlo. Miraba a Miranda con ojos asustados.  
Las tres chicas a la vez comenzaron a gritar. Lorena dejó caer el rabo y las tres cayeron al suelo, retorciéndose.  
– No voy a permitir dudas ante nuestras órdenes. – Dijo duramente el Oso. – Si una no obedece, todas sufrireis las consecuencias. Y ahora, ponle el rabo a esa perra si no quieres que siga jugando con el botón.  
Con lágrimas en los ojos, Lorena apartó el tanga de Miranda.  
– L-Lo siento… – Balbuceó mientras apretaba para introducirlo en el recto de la detective.  
Miranda cerró los ojos, recibiendo en silencio el intruso que entraba en su culo. Desde que estaba en esa casa, la habían sodomizado tantas veces que Lorena podría haberle metido la mano sin problemas…  
Las tres chicas estaban vestidas para asumir su nuevo rol en la casa. Las dos asistentas y la nueva mascota estaban espectaculares… Tres hembras preparadas para servir a esos hombres… Y a ellos se les hacía la boca agua, estaban deseando follarselas allí mismo pero, como ya habían hablado, tenían otras cosas preparadas.  
– Os imaginaís lo que vais a tener que hacer esta a partir de ahora en esta casa, ¿No? – Dijo el Oso, con una sonrisa en la cara.
Erika y Lorena se miraron, avergonzadas de como estaban vestidas y de pensar lo que vendría ahora. Miranda no levantaba la mirada del suelo… Ella era la mascota… No quería ni pensar lo que querrían que hiciese…
– ¿Qué pasa Miranda? ¿No estás contenta? – Preguntó el Oso. – Ah… Ya se lo que te pasa… Ahora eres una perrita… Y Miranda no es nombre de perrita… Chicos, ¿Qué os parece si le buscamos un nombre más acorde a su nuevo rol? – Los hombres asistieron. – ¿Te parece bien, Miranda? Te podemos llamar… ¡Missy! ¿Te gusta? 
La detective apartó la miró a otro lado, aquella humillación la superaba. Los hombres reían ante la ocurrencia de su jefe. 
– Y a vosotras, ¿Os gusta? – Preguntó, dirigiéndose a las nuevas sirvientas. Éstas agacharon la cabeza, evitando la mirada del hombre. – ¿Qué os pasa? ¿No vais a contestar? 
El Oso tocó ligeramente el botón de los collares,  lo suficiente para que las tres chicas se enderezaran con la descarga. 
– ¡Sí! ¡Sí! ¡Nos gusta! – Gritaron a la vez Erika y Lorena. 
– Eso está mejor… Pero… 
Las nuevas asistentas pusieron cara de terror… 
– Parece que necesitáis algo más que os recuerde cual es vuestro lugar… – Continuó el hombre, haciendo unas señas a sus secuaces. – Estos no tienen cola, pero servirán para la misma función… 
El Piernas y Roco se acercaron a ellas con dos plug anales y, obligandolas a inclinarse hacia delante, los introdujeron en sus culos sin miramientos. Erika todavía tenía el culo dilatado por la follada del Oso, pero Lorena no pudo evitar que se le escapase un grito de dolor. 
– Ahora ya estáis totalmente preparadas para vuestra nueva vida. – Dijo el jefe, satisfecho. – Vosotras dos, os ocupareis de las labores del hogar, y tu… Serás la mascota de la casa… 
El hombre se acercó a Miranda y la acarició el pelo. 
– ¿Cómo andan las mascotas, Missy? 
Miranda comenzó a llorar, cuando pensaba que habían tocado fondo con ella, veía que siempre la podían humillar un poco más. Lentamente, la detective comenzó a arrodillarse, mirando al suelo, sintiendo como aquellos hombres se regodeaban ante la situación en la que tenían a la mujer que hace no tanto tiempo pensaba meterles en la cárcel… 
– Eso es, buena chica, Missy. – El Oso la acariciaba como si estuviese premiando a un perro… Aunque, realmente, es lo que estaba haciendo. – Poco a poco iremos enseñándole truquitos… A dar la patitas, traernos las zapatillas y esas cosas. 
Los tres hombres rieron a carcajada limpia. 
– Creo que por hoy hemos terminado… Os dejaremos esta noche para que os adapteis. No penséis siquiera en escapar, los collares tienen un localizador y, si salís del edificio se activarán solos… 
Esa última frase acabo con las esperanzas de las chicas… No podrían salir de allí aunque tuvieran la oportunidad… 
Los hombres salieron de la habitación, cerrando la puerta y dejándolas allí, solas. 
Lorena rompió a llorar, y Erika se lanzó a abrazar a su hermana,  pero esta la apartó con el brazo. 
– ¿Por qué has venido? Con todo lo que hice para mantenerte al margen… 
– ¿Qué? – Erika no entendía nada. – T-Tu… Tu me pediste ayuda… 
– ¿Yo? 
– ¡Me escribiste una carta! Dijiste que no acudiese a la policía… Que estaban comprados… 
– Yo nunca hice eso… – Miranda estaba desolada. Esos hombres la habían engañado a ella y a Erika… – Y… ¿Lorena? 
La pelirroja no escuchaba, estaba llorando mientras asimilaba la situación en la que se encontraba. 
– No… No me veía con fuerzas de hacerlo sola… No tenía que pasar nada, solo tenia que quedarse esperando en el coche, pero esos hombres… 
Erika se echó a llorar también, y entonces su hermana si que fue a abrazarla y consolarla.

 

– No os preocupéis… Ahora estamos juntas… Y saldremos de aquí, ya lo veréis… 
 
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Relato erótico: “La noche que conocí a Sonia” (POR GOLFO)

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COMO DESCUBRI

Estaba sentado, tomándome una copa, cuando me la presentaron. No comprendí, en un Sin títuloprimer momento, la razón por la que me afectó tanto su presencia. Sonia era una mujer atractiva pero soy un perro viejo que no se alborota fácilmente con un escote sugerente, por eso me resultó tan extraño que, al darle un cortés beso en la mejilla, todo mi ser reaccionara de esa forma. Era como si el reloj de mi vida, hubiera dado marcha atrás y volviera a ser un adolescente. Creo que incluso permanecí con la boca abierta mientras ella seguía saludando a mis amigos.

 
Confuso traté de analizar que es lo que me atraía de ella. Sin importarme que me pillara observándola, recorrí su cuerpo, fijándome en su piel, en su vestido, en la coquetería de sus movimientos, hasta que llegando a su cara, descubrí en sus ojos una mirada mezcla de picardía y curiosidad.
 
-¿Te gusta lo que ves?-, me preguntó echándose hacia delante para darme una mejor visión de sus pechos.
 
-Si-, le respondí descaradamente,- pero no es eso. Hay algo en ti que me provoca-.
 
Le debió hacer gracia mi comentario, por que levantándose de la silla, se dio la vuelta, y llamando mi atención, me dijo riéndose:
 
-¿Será esto?-, mientras sus manos recorrían su trasero, pegando la tela del vestido para que me fijara en la rotundidad de sus formas.
 
Tenía un culo perfecto. Duro y respingón, que en otra época hubiera sido suficiente para alterarme la hormonas, pero no para perturbar la tranquilidad de un cuarentón de esa manera. Debía haber algo más.
 
-Lo tienes precioso-, le dije galantemente. Realmente lo tenía, pero no podía ser esa la razón por la que tenía erizado todos mis vellos. Esa mujer me agradaba físicamente, incluso me resultaba atractiva la idea de poseerla, de levantarme de mi asiento y llevármela lejos para disfrutar de sus caricias, pero tenía miedo.
 
Miedo de saber que por primera vez en años, una mujer desconocida había hecho que mi sangre se alterara. Que sin casi haber cruzado con ella dos palabras, toda mi mente se replanteara mi vida de solterón, soñando con tenerla entre mis brazos. No me reconocía en el idiota que incapaz de soportar la tensión, tomó la decisión de marcharse.
 
Sin despedirme, salí del local. Ni siquiera aguardé como otras tantas veces que me trajeran el coche, sino que pidiéndole las llaves al aparca, lo saqué yo mismo del garaje. Todo me daba vueltas.
 
-¿Qué estoy haciendo?-, me preguntaba al detenerme en el semáforo. -¿Por qué huyo?-, trataba de comprender mientras esperaba que se pusiera en verde.
 
Esa mujer había derrumbado mis defensas. Con su sola presencia, mis muros alzados durante tantos años, habían caído hechos añicos, dejándome sólo la certeza de mi debilidad. La máscara de imbatibilidad que tanto me había costado forjar, se había deshecho en jirones, nada más verla.
 
Acelerando al llegar a la Castellana, una pregunta retumbaba en mis oídos, ¿por qué?, ¿por qué?…..
 
Mi propio apartamento, que siempre había sido para mí un refugio, me resultó deprimente. Los cuadros de las paredes, que hasta esa noche me recordaban mi éxito y que eran la envidia de mis conocidos, me parecían láminas sin ningún valor. Incluso el Antonio López, que era mi orgullo y que tanto me había costado adquirir, en ese momento me recordaba a una postal barata.
 
Cabreado, me serví un whisky. Con el vaso entre mis manos, traté de analizar mi comportamiento pero me resultó imposible. Nada me daba la clave que me hiciera comprender lo que me ocurría. Estaba a punto de caer en la desesperación, cuando escuché el telefonillo.
 
-¿Quién será?-, me pregunté al descolgar.
 
-Ábreme-.
 
Como un autómata obedecí. Era ella.
 
Nervioso, esperé, en la puerta del ascensor, su llegada. No sabía como me había localizado, ni siquiera que es lo que le había llevado allí pero supe mientras oía el ruido de la maquinaria subiendo que estaba hundido.
 
Convencido que tras esa noche, mi vida iba a tomar otro rumbo y que no podía hacer nada por librarme, abrí la puerta. Su sonrisa, al salir, no hizo más que confirmar mis temores. Sonia segura de si misma, entró en mi casa como si fuera suya y sentándose en el salón, me dijo riéndose que le había dejado a medias y que como estaba intrigada por saber que era lo que me atraía de ella, no se iba a ir sin descubrirlo.
 
-No lo sé-, tuve que reconocer y tratando de cambiar el tema, le ofrecí una copa.
 
No esperé su respuesta, huyendo por segunda vez de ella, fui a servírsela, pensando en que eso me daría tiempo de pensar. Pero de nada me sirvió porque al darme la vuelta, la encontré desnuda en el centro del salón y muerta de risa, me dijo:
 
-Volvamos a empezar, ¿Te gusta lo que ves?-.
 
Hipnotizado, me acerqué observándola. Estaba disfrutando de mi nerviosismo. Sin pensar en las consecuencias, acaricié sus pechos con mis manos, mientras ella sonreía. Sus pezones eran oscuros como mi futuro pero aún así acercando mis labios, no pude evitar el besarlos.
 
-¿Es esto lo que te atrae de mí?-, me dijo, mientras se los pellizcaba.
 
Absorto, vi como se erizaban sus aureolas. Convertidas en dos pequeños botones, me llamaban a su lado y, ya babeando, intenté volver a besarlas pero su dueña jugando se separó de mí, bromeando:
 
-¿O será mi espalda?-.
 
Levantó sus brazos y, ridiculizándome, me mostró su parte trasera. Con la respiración entrecortada, observé la perfección de sus curvas, su columna, su cintura y sus nalgas, sin atreverme a nada más.
 
-Tócame-, me ordenó.
 
Para aquel entonces, mi voluntad había desaparecido, la urgencia de mi deseo era mayor que mi reticencia a ser usado y por eso arrodillándome a su lado, mis labios y mi lengua recorrieron su trasero mientras ella no paraba de reírse. Mis dedos me ardían al tocar su piel, era como si una fogata se hubiera instalado dentro de mi cuerpo, quemándome.
 
Torturándome, me dejó hincado sobre la alfombra. Sentándose sobre la mesa, me llamó diciendo:
 
-¡Mira!-.
 
Había abierto sus piernas y, separando sus labios, me mostraba su rosado botón del placer. La lujuria con la que me ordenaba que me acercara, me transformó en su esclavo y gateando por el suelo, fui a su encuentro.
 
Su sexo perfectamente depilado y sus dedos ensortijados se unieron en una sensual danza de la que yo sólo era convidado de piedra. Teniéndolos a menos de un palmo de mis ojos, observé como sus yemas se hacían con su clítoris mientras yo era un espectador de sus maniobras. Quieto a su lado, vi como se licuaba, como temblaban sus piernas al ritmo de su orgasmo y como requiriendo mi presencia, me agarraba la cabeza acercando su vulva a su presa.
 
Saboreé sus pliegues. La penetré con mi lengua. Acaricié sus muslos. Bebí de su placer, hasta que cortando mi inspiración y dejándome sediento, me llevó a mi cama.
 
-Desnúdate-, me exigió, mientras se ponía a cuatro patas sobre mi colchón.
 
Mi ropa cayó al suelo. No hacía falta que insistiera. La visión de su desnudez era demasiado atractiva para oponerme y con mi pene totalmente excitado, me acerqué a ella.
 
-¿Qué esperas?-, me dijo moviendo sus caderas.-¿Necesitas ayuda?-, me preguntó mientras separaba sus nalgas, enseñándome el camino.
 
Recogiendo un poco de su flujo, le embadurné su hoyuelo tratando de no hacerle daño, pero ella agarrando mi extensión la puso en su entrada, gritándome que estaba lista. Sin voluntad, sentí como se clavaba mi miembro en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer mientras sus músculos presionaban la piel de mi erección. Me pareció que estaba en el cielo y que sus chillidos eran alabanzas celestiales a mi virilidad.
 
La locura se desencadenó en cuanto sentí como se deshacía entre mis piernas y colocando mis manos en sus hombros, me di cuenta que la tenía en mi poder. Se había roto el hechizo, por fin sabía que era lo que me atraía de ella. Era su olor. 

La mezcla de su esencia natural de hembra necesitada con Dune, un perfume carísimo de Christian Dior, era lo qué me excitaba.
 
Ya sabiendo la razón de tan insana atracción, forzando sus caderas, empecé a apuñalarla con mi pene. Ahora era yo quien mandaba y ella la víctima. Sonia se dio cuenta del cambio al sentir mis manos azotando su trasero. Intentó protestar pero no le di opción al marcarle el ritmo infernal. Primero se quejó de la virulencia de mis embestidas, luego gimió desesperada por los golpes, para deshacerse entre mis piernas al percibir que bajo mi mando su cuerpo se retorcía de placer, pidiéndome más.
 
-¡Date la vuelta-, le ordené.
 
Indefensa, vio su sexo violado mientras me apoderaba de sus pechos. Sin compasión, me vengué pellizcándole los pezones. Sus gritos ahora hablaban de sumisión, la bella mujer que me había poseído, se retorcía pidiéndome perdón mientras su sexo se anegaba al compás que yo le marcaba.
 
-¿Te gusta?, Putita-, le susurré al oído.
 
Cuanto más bestial me comportaba, más se excitaba. Su mirada reflejaba la tensión de la entrega cuando mis manos se cerraron sobre su cuello.
 
-¿Sabes lo que es la anoxia?-, le pregunté mientras empezaba a apretar.
 
-No-, alcanzó a gritar antes de que su garganta se cerrara.
 
-Es la falta de oxígeno-, su tez se estaba amoratando por la ausencia de aire, – y resulta que incrementa el placer de quien lo sufre-.
 
Aterrada, intentó zafarse de mi abrazo pero cuando ya creía que iba a morir estrangulada, notó como su cuerpo reaccionaba y que el placer reptaba por su piel, consumiéndola. Su espalda, totalmente encorvada, se retorcía buscando profundizar en el abismo que la dominaba mientras de su cueva emergía como un riachuelo el resultado de su deseo. Al desplomarse sobre la cama, la solté dejándola respirar pero el oxigeno al entrar en sus pulmones, lejos de calmarla, maximizó su orgasmo y gritando se abrazó a mí con sus piernas mientras lloraba pidiéndome perdón.
 
-¿Por qué te tengo que perdonar?-, le respondí mientras regaba con mi simiente su interior, -Has venido a mí sin que yo te lo pidiera, intentando someterme, pero ahora la esclava es otra y así te voy a mantener-.
 
Sus ojos repletos de lágrimas me hicieron saber que la había descubierto y que desde esa noche en la que ella había salido de caza, iba a ser adicta a mis caricias. Había querido entretejer una tela de araña alrededor de su cuerpo, y ahora sabía que se había enredado en su propia trampa, que ya era incapaz de escapar.
 

Relato erótico: “Celos de mi rival” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Celos de mi rival.
Celos:
Los celos son la angustia ante la posibilidad de que el objeto del deseo -que no necesariamente es el objeto amado- te sea sustraído por otra persona.
Rival:
Persona que compite contigo, luchando por obtener un mismo fin o por superarlo.
Amante:
“Lo que nos apasiona”. Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces, no nos deja dormir.
Hay veces que las definiciones no concuerdan, no casan con la idea preconcebida que uno tiene de ella, pero en otras ocasiones son un fiel reflejo de lo que sentimos en lo mas hondo de nuestra mente.
Hoy, tengo que reconocer que tengo celos de mi rival, ese que compite conmigo en la imaginación de mi amante.
Celos enfermizos, angustia brutal que me obliga a recrearme en una auto inflingida tortura.
Estocada hiriente en mi autoestima. Fue brutal oir de sus labios que le gustaba otro. Los cimientos de mi orgullo se tambalearon al escucharla.
Fue un comentario casual, que dejado caer dentro de una larga conversación, me ha hecho reconsiderar que siente ella por mí.
En la cama es un fiera, tigresa agresiva que busca el placer mutuo. Largas noches de excitación avalan su atracción. No tengo ninguna razón para dudar, que al desnudarse se siente atraída por mí. Sus pezones al igual que su sexo reaccionan en cuanto me acerco, les da igual si es en la oficina, en un restaurante, o en la intimidad de una cama de un hotel. Solo mi proximidad hace que se levanten duros de su letargo y se anegue su cueva.
Muchas veces lo he constatado e incluso jugado con esa debilidad.
Unas veces sirviéndome de la vergüenza que siente y aprovechando que su jefe está presente, la he piropeado sabiendo que invariablemente dos pequeños bultos van a aparecer emergiendo paulatinamente a través de la tela de su camisa.
Otras en cambio mi juego es mas intimo como cuando desde mi despacho, contemplando su figura sentada en su mesa, le mando un correo donde le recuerdo como me gusta verla desnuda mientras ella arrodillada rinde culto a mi extensión. No lo puede evitar, al leer mi mensaje, inconscientemente tiene que cerrar sus piernas en un intento de sofocar el incipiente fuego que le nace en su interior.
Entonces, ¿qué le ocurre?.
No sabe acaso, que aunque han pasado ya cinco años, desde que la tomé por vez primera entre mis brazos, es incapaz de evitar acudir a mi llamada. Que se vuelve loca, solo con que le diga que esa tarde tengo tiempo para ella. Que es adicta a mi cuerpo. Que solo yo entre los millones sé que debajo de su sujetador lleva un pequeño mechón de mi cabello.
Se olvida acaso, de la pasión desenfrenada que le provoca una caricia de mis manos. De lo mal que se siente, cuando estamos solos y no le hago caso. De cómo es la primera en ofrecerse voluntaria para acompañarme en un tedioso viaje de trabajo. De cómo nada mas traspasar mi puerta, se despoja de su ropa y busca el placer que sabe que yo solo le otorgo.
Entonces, ¿por qué su subconsciente la delató al acudir a esa exposición de arte?. ¿por qué se quedó petrificada al verlo?, ¿por qué solo con pararse a su lado, su pulso se acelera?. ¿por qué me obligó a permanecer a su lado, mientras con la boca abierta no dejaba de babear al contemplarlo?.
Tengo celos, celos brutales. Me gustaría con una tijeras agujerearlo de arriba abajo, apuñalarlo repetidamente hasta esparcir sus restos por toda la calle. Quemarlo, destrozarlo, pisotearlo, hacerle desaparecer de la memoria de mi amante.
Estoy loco, profundamente loco.
No es posible pero estoy celoso.

Celoso de un cuadro, metro cuadrado de lienzo que ha conseguido dejarme en un segundo plano. Ya no soy lo más bello, ya no soy lo único, al lado de ese Kandinssky soy una bazofia. Y lo peor, lo que mas me encorajina es que en cincuenta años, habrá otras amantes que babearan al contemplarlo, mientras a mí, si Dios me los da, solo mis hijos se acordarán que he existido.

 

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 2” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 2.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Contenta y segura de sí misma, Cynthia regresó a su departamento el viernes por la tarde, vestía una femenina blusa azul claro de manga corta, un elegante pantalón blanco recto y claro sus adoradas zapatillas de Scorpius.
– Mmm… como me gustan -susurró al verse al espejo de su cuarto. Le habían encantado desde el primer momento, eran tan finas y bellas que de inmediato llamaba la atención y hasta sus compañeras de departamento la habían felicitado por su buen gusto. Sin embargo solamente las había llevado a la universidad dos veces, el lunes y ese día.
– Hubiera sido un poco ridículo usar las mismas zapatillas todos los días en clases -pensó la joven, al parecer sin considerar que los demás días también se las había puesto para ir a la biblioteca, a realizar algunos trámites o simplemente para pasear, volviéndose paulatinamente más y más sensible al poder sobrenatural del calzado.  
– Al menos ya estoy en casa y es fin de semana -pensaba mientras se desvestía hasta quedar en su cómoda ropa interior y luego se ponía su camiseta para dormir. Se recostó sobre la cama boca abajo, apoyó su barbilla en una mano y con la otra encendió el pequeño televisor frente a ella, luego reflexionó sus rodillas y puso sus pies juntos.
– Ummhh… no quiero saber más de leyes por hoy, solamente voy a descansar y… oh… se me olvidaba -Cynthia interrumpió sus pensamientos al darse cuenta de que aún llevaba puestas sus zapatillas blancas, estilizando bellamente sus pies- que distraída…
Se los quitó, los guardó en la bolsa de seda y en su caja con mucho cuidado para después prepararse algo de cenar y finalmente, ya de noche, se acostó a la vez que veía un documental de su interés.
Había sido una larga semana de estudio y tras ver la televisión un par de horas la joven al fin se quedó dormida, pues realmente necesitaba el descanso. El aparato la arrullaba con documentales y música a un bajo volumen. Cuando dieron las 3 de la madrugada, la computadora portátil se encendió, su sonido perfectamente enmascarado por la T. V. la cámara se activó y una cadenciosa música clásica empezó a llegar directamente a las zapatillas blancas. En minutos el embrujado calzado salía de debajo de la cama y más familiarizado con su entorno rápidamente trepó por las cobijas y luego, lenta y cuidadosamente, se apoderó de los lindos pies de la chica.
De nuevo hizo que su sueño se volviera más pesado y empezó a excitarla desde el primer contacto, para cuando se apoderó de sus esbeltos tobillos y la forzó a colocarse las zapatillas le causó un pequeño orgasmo, el placer de esta acción equiparándose a ser penetrada por un amante.
– Mmm… ooohh… -exhaló suavemente mientras una nueva pesadilla continuaba en su mente. Estaba recostada en una enorme piedra negra, rodeada de extraños y atemorizantes ídolos y antorchas en las paredes. Vestía una hermosa túnica blanca y de algún modo sabía que la habían peinado y maquillado aunque de forma sencilla. Unos hombres que parecían sacerdotes le habían atado las manos juntas sobre la cabeza a una argolla en la pared, también sus tobillos, unidos y amarrados a otra argolla delante de sus pies, dejándola completamente indefensa. Entonaron extraños cánticos que Cynthia fue incapaz de comprender y luego, rápidamente abandonaron la estancia.
– Por favor… suéltenme… -empezó a susurrar en su cama sin poder despertar a la vez que sus manos permanecían sobre ella y sus piernas bien extendidas empezaban a moverse obedeciendo otra voluntad.
En su sueño veía como de entre las tinieblas salía a la luz una bestia negra con una gran melena, con ojos como brasas, la criatura dio un gruñido bajo y prolongado, casi como un ronroneo complacido mientras se acercaba a la indefensa joven. Al ver al siniestro animal ella se sintió invadida por el temor casi irracional a lo sobrenatural que yace en todo ser humano y sintió un terrible escalofrío recorrer su columna vertebral.
– Oooohh… no… no… -gemía, sin saber que ya de pie en su cuarto ella bailaba sensualmente con sus manos juntas aún sobre la cabeza, imitando su predicamento en el sueño, lo que la hacía parecer una odalisca, ondulando sus caderas y luciendo sus piernas, sus zapatillas ya habían cambiado a su forma depredadora y posesiva: doble de altura del tacón, el color rojo, las puntas afiladas. Cuando sufrían esa metamorfosis X las llamaba “zapatillas demoniacas”, esto ocurría cuando al hechizo antediluviano que afectaba al calzado se le dejaba actuar sin intervención humana, entonces simplemente buscaban esclavizar a la víctima a las propias zapatillas y al obscuro ente prisionero en ellas.
El hombre conocido como Scorpius sabía que dejar al par de objetos malditos funcionar independientemente era peligroso, pues no sabía cuáles serían las intenciones de ese extraño ser, pero confiaba en que mientras él fuera el amo de las zapatillas y las pudiera vigilar podría controlarlas.
En su sueño Cynthia vio como de un movimiento la bestia de sombras saltaba a la piedra junto a ella, luego con dos pasos acomodó sus patas a los lados del joven cuerpo de su víctima y la miró a los ojos de forma abrazadora. En ese momento la chica se dio cuenta de que ya se había encontrado antes con ese aterrador ser lo que únicamente aumentó su miedo.
– Ayuda… alguien… -gemía cuando vio como la sombra sobre ella sufría una metamorfosis y se transformaba en una figura humana de ojos brillantes, entonces recordó lo que le había hecho antes- ¡No… no… auxilio…!
La sombra la sujetó de la breve cintura con sus manos-garras y la hizo girarse hasta quedar boca abajo, deliciosamente expuesta y vulnerable.
En su cuarto la joven se había pegado de cara a un muro, sus manos juntas y bien arriba de su cabeza, el cabello le cubría el rostro, mientras su respiración comenzaba a agitarse, sus piernas y caderas se movían siguiendo la música de forma casi hipnótica. En su despacho X supervisada el baile de Cynthia en su monitor usando la cámara de la propia chica.
– Mmm… bien… que belleza… -gruñía a la vez que se masturbaba lentamente mirando como la chica morena era sometida poco a poco al poder de las zapatillas rojas.
En el sueño, después de ponerla boca abajo, la amenazadora sombra se recostó a su lado y mientras la miraba con lujuria le fue subiendo la vaporosa túnica, dejando expuestos sus tobillos, sus pantorrillas, luego sus muslos.
– Por favor… déjeme… -la chica rogaba asustada sintiendo las garras de esa mano arañar suavemente su piel- se lo suplico…
La entidad deslizó un dedo por los tersos labios de Cynthia, como acallándola y de pronto ella ya no podía hablar, una mascada de seda invadió el interior de su boca.
– ¡Mmm… mmm…! -trató de hablar inútilmente. Luego la sombra continuó jalando lentamente la túnica blanca, exponiendo el cuerpo de su víctima, mostrando sus hermosas nalgas y caderas morenas. Para su horror la joven se dio cuenta entonces de que no llevaba nada debajo de la tela blanca.
– ¡Nnngghhh… nnngghhh… -trató de gritar la indefensa chica al sentir esas garras tibias acariciando sus expuestas nalgas.
En el monitor X observaba atentamente como la chica sacudía suavemente la cabeza mientras se subía a la cama y seguía bailando con sus manos juntas bien en alto, su cuerpo brillando levemente por el sudor.
– Aaaahh… ya quiero… tenerte… -gruñó de placer el amo de las zapatillas rojas, masturbándose cada vez más de prisa. En la pesadilla de Cynthia el ser se colocó sobre ella, ajustándose a las curvas de su cuerpo y haciéndole sentir su calor en la espalda, la joven sentía el enorme y duro miembro de la sombra apoyado contra sus desnudas nalgas y sentía su aliento en la nuca, entonces le gruñó al oído unas guturales palabras.
– Vas a lucirlas… -le dijo como un hecho, aunque la joven no sabía a qué se refería hasta que surgió frente a ella un extraño espejo y en este observó su propio cuerpo visto desde arriba, la entidad sobre ella le acariciaba sus desnudas y sometidas piernas morenas.
– ¿Qué… mis piernas…? -pensó impactada al pensar en exhibirse como un trozo de carne, como una mujerzuela- ¡No… no lo haré… nunca!
Sin embargo su decidida negativa se convirtió en un extraño balbuceo debido a la seda en su boca.
– Nhh… nnhh o aaee… nnhha…
Con una mirada evidentemente complacida la extraña sombra se arrodilló sobre la cama con las caderas  de Cynthia entre sus rodillas negras como la noche.
– ¡Vas a lucirlas! -le gruñó entonces mientras le daba un exquisito azote en sus carnosas pero firmes nalgas.
– ¡Nnnnhhhh…! –se negó la chica a pesar del dolor, pero sobre todo de la humillación.
En el cuarto sus manos se abrieron y cerraron y sus dientes se apretaron en reacción a lo ocurrido en el sueño, a la vez que ella seguía bailando y posando ante la cámara, para el placer de X.
De vuelta en la pesadilla, la joven aún sacudía desesperada la cabeza en negativa, por lo que el ser simplemente se apoderó de las caderas de Cynthia y las levantó, al instante la piedra debajo de ella cambió de forma, creciendo y amoldándose a su pubis hasta sostenerla, forzándola a mantener las nalgas provocativamente levantadas… como ofreciéndolas.
– ¡Nnngghhh… nnnnhhhh…! -trató de gritar una y otra vez, aterrorizada ante lo que sabía que vendría a continuación.
– Mmmm… -susurró en el cuarto la mujer mientras que su cuerpo de pie y de perfil imitaba la pesadilla ante la cámara de su portátil: con las manos en alto arqueó la espalda ligeramente y forzó sus pompas hacia atrás sin dejar de seguir la melodía.
– ¡Vas a lucirlas! -le gruñó la entidad en su sueño de forma amenazadora pero señalando en el espejo sus expuestas piernas morenas ahora calzadas con las zapatillas en forma de escorpión que habían aparecido de la nada.
Aterrorizada, Cynthia se quedó inmóvil, sin responder, sin saber que hacer o como defenderse.
Al no obtener respuesta, la sombra sonrió de forma siniestra mostrando una hilera de amenazadores colmillos, luego con sus manos-garras se adueñó de las redondeadas nalgas de la expuesta mujer, de forma lenta y deliberada separó la carne color canela, dejando a la vista la vagina tibia, húmeda y preparada de su víctima.
– ¡Vas a lucirlas! -le ordenó mientras la penetraba salvajemente por atrás.
– ¡Aaaaagghh! -gritó ella a través de la seda en su boca al comenzar la nueva sesión de sometimiento sexual; el ente inició un despiadado ritmo de embestidas y salidas que no la dejaba pensar o resistir- ¡Ooooohhh!
El ser sonreía con lujuria a la vez que poseía a Cynthia, su esbelto cuerpo atrapado entre las rodillas de la sombra que parecía montarla como a un animal, atada boca abajo sus nalgas, cintura y hombros formaban las curvas de perfectos montes y valles que se sacudía con cada penetración.
– ¡Nnnnhhhh! -gruñía la joven intentando torpemente resistir, apretando juntos sus tersos muslos, sin darse cuenta de que así solamente aumentaba el roce y el placer de la criatura negra. Para incrementar la profundidad de sus embestidas la criatura se sujetó con ambas manos a la breve cintura de ella, obteniendo así el mejor dominio del joven y fresco cuerpo debajo de él.
– ¡Vas a lucirlas! -le dijo mientras penetraba a la chica con más fuerza y aprovechó uno de los movimientos para morderla detrás del hombro derecho.
– ¡Arrrrgghh…! -trató de gritar, odiando la humillación de ser sometida, pero sobre todo odiándose a sí misma pues una parte de ella se puso a la altura de las circunstancias… empezaba a excitarse debido al abuso.
La mordida había sido lo bastante fuerte para ser dolorosa pero no tanto como para interrumpir el placer que la invadía, su respiración se aceleraba cada vez más, sentía las garras-manos arañando suavemente su cintura mientras sus gritos se volvían un jadeo.
En la realidad Cynthia bailaba maravillosamente en su cuarto usando las rojas zapatillas demoniacas, la lengua humedecía sus labios entreabiertos, mientras extendía una pierna y luego otra siguiendo la música.
De vuelta en la pesadilla convertida en sueño erótico, la entidad se movía a una velocidad endemoniada, casi enloqueciéndola, con un rápido golpe de su garra cortó en tiras la espalda de la túnica mientras le hablaba en tono bajo y definitivamente amenazador.
– ¡Vas a lucirlas! -susurró mientras su garra se apoderaba de uno de los senos de la chica, apretando posesivamente, acariciando y finalmente pellizcando el apetitoso pezón obscuro a la vez que penetraba a su víctima para enloquecerla.
– ¡Aaaaaahhh… Diooooosss! -gritó al alcanzar un maravilloso orgasmo contenido por demasiado tiempo, descubriendo para su vergüenza que la tela que invadía su boca y ahogaba sus lamentos había desaparecido- ¡Siiii… Io haré… las luciré… luciré mis piernas… siiii…!
Con el cabello cubriéndole el rostro al fin pudo tomar un momento para recuperarse, sus piernas y brazos tensos se relajaron mientras jadeaba lentamente.
En la habitación la joven se había derrumbado en el piso tras dar un fuerte gemido y terminarse la música, y aún así no podía despertar. Pero X sabía que había llegado su momento de intervenir, era hora de empezar a condicionarla de acuerdo a sus particulares… necesidades. Las zapatillas habían hecho un buen trabajo pero no podía dejarlas actuar independientemente.
– Debo tener cuidado… -susurró mientras controlaba la computadora de Cynthia de forma remota y activaba las bocinas, para luego pensar- Hazla venir a mi… Baal… entrégamela…
Una poderosa música de tambores llegó hasta las zapatillas, que hicieron que su víctima se levantara con la agilidad de una bailarina y caminando con elegancia la acercó hasta ponerla frente al escritorio y la portátil.
En su sueño la joven de pronto se encontró con sus manos ahora atadas a la espalda y sus tobillos encadenados al frente de un altar forzándola a mantener sus piernas abiertas, estaba dedicado a una estatua claramente masculina con ojos como brasas. La única vestimenta de la chica era un taparrabo cubriendo su entrepierna y trasero, llevaba un exótico maquillaje y se sentía extrañamente sobrecogida ante la siniestra deidad cuyo nombre ni siquiera conocía.
En la realidad el cuerpo de la mujer imitó perfectamente al sueño, puso sus manos juntas tras ella y abrió los pies a la altura de los hombros mientras X disfrutaba ver las marcadas curvas de la joven, aunque veladas por la camiseta de algodón.
– Es hora de empezar a cambiarte a mi gusto… Cynthia -pensó el hombre para luego sonreír al ver que ella empezaba a bailar en su lugar ondulando sus caderas y hombros.
De vuelta en su sueño la chica sintió un aliento fresco en su oído y al girar la cabeza encontró a la extraña sombra de ojos rojos tras ella. Al verla el miedo la paralizó, lo que aprovechó el ser para apoderarse de uno de sus senos, mientras introducía la otra garra bajo el taparrabo y empezaba a acariciar suavemente el pubis de la joven.
– No… por… favor… no de… nuevo… -jadeó mientras cerraba los ojos sin poder evitarlo. – No te resistas… Cynthia -dijo una voz grave y autoritaria resonando en la oscuridad del recinto, pero no era la del ente de ojos rojos.
La mujer de piel morena trataba de hacer justo lo contrario pero las atenciones de su atacante la distraían y confundían, por momentos acariciaba la redondez de sus senos y luego le pellizcaba un pezón, un instante tocaba su ya húmeda entrepierna y al siguiente frotaba con vigor su sensible clítoris.
En su cuarto la mujer aún bailaba sensualmente ante la cámara de su portátil, sus manos tras ella con los dedos entrelazados, relamiéndose por la sed y el cansancio mientras escuchaba indefensa las instrucciones de X que sonaban en las bocinas de su computadora.
– Para lucir tus piernas debes usar ropa apropiada… ropa sexy… provocativa…
– Mmmm… -gimió, mientras movía la cabeza de lado a lado- pero… no soy así…
– Tú serás lo que te ordene, me perteneces…
– No… no… yo… -trató de negarse, mientras seguía bailando y fruncía el seño de forma encantadora.
– ¡Me perteneces y obedecerás! -le ordenó a la vez que la música aumentaba de volumen en las zapatillas y en la mente de Cynthia- Ahora lo verás… ¡Baal… sométela…!
En el sueño el ser negro conocido desde tiempos antiguos como Baal apartó de un movimiento el taparrabo de atrás y tras separar con dos garras los ya jugosos labios vaginales penetró fácilmente a la indefensa joven de pie.
– ¡Ooooooohhh! -gritó a todo pulmón en el sueño, aunque en la realidad solamente dio un gemido ahogado.
Una serie de grititos de desesperación marcaron cada una de las embestidas de Baal sobre Cynthia mientras con una garra se apoderaba de su femenina mandíbula y la obligaba a mirar al techo negro del templo, la otra garra controlando sus caderas mientras la poseía.
– ¡No… ooohh… oohhh… déje… me… aaahh…! -trataba de resistir la joven al sentir como empezaba a subir por sus piernas una traicionera excitación. En su despacho X se masturbaba frenético, saboreando de antemano el poder que tendría sobre la linda morena, disfrutando al verla bailar siguiendo los tambores ante la cámara, arqueando su espalda y con su bello rostro vuelto al techo.
– Para lucir tus piernas debes usar ropa apropiada… ropa sexy… provocativa… -volvió a escuchar la joven mientras su respiración se aceleraba cada vez más al ser penetrada por Baal, dentro y fuera de ella, una y otra vez, sin descanso… La escultura del dios era mudo testigo del sometimiento de la casi esclava ante si.
– Obedecerás… -le dijo el ser con calma al oído- obedecerás…
– Yo… ooohh… yo… mmm… -gemía la chica ya casi derrotada cuando sorprendentemente logró reunir voluntad suficiente para negarse- No… no… ¡No!
La sombra sonrió complacida ante la negativa de Cynthia luego levantó una de sus manos-garras la apoyó entre los omóplatos de ella y de un empujón suave pero irresistible la obligó a apoyar su torso en el altar, dejando su bello cuerpo inclinado a noventa grados, su sexo y nalgas aún más expuestos.
– Nnnnhhhh -gruñó ella sorprendida al quedarse sin aire por el movimiento. Luego el ser continuó sus embestidas bajando el ritmo, volviéndolo más seductor, acariciante… hipnótico.
– Nooo… por favor… no haga… esto -gimió la morena entre torturada y complacida en su cuarto de estudiante, con sus manos atrapadas en la espalda, sus ojos cerrados, su boca jadeante, sus senos suavemente apretados contra la dureza del escritorio, sus piernas bien abiertas en V apenas cubiertas por la camiseta, su vagina húmeda empezando a escurrir sus jugos por los muslos.
X observaba en su monitor casi enloquecido de placer a pesar de que la cámara no tenía el ángulo necesario y únicamente mostraba parte de la espalda y las nalgas de ella, sacudiéndose, ondulando con la música.
– Nnngghhh… necesito… nnnhhhh… añadir una… aaahhh… cámara a… control… remoto… mmm… en ese… cuarto… -hizo nota mental el hombre al acercarse a su clímax.
En el sueño erótico la chica trataba de resistir al extraño y aterrador ente que trataba de someterla.
– ¡Bastaaaahhh… nooo…! -gemía mientras trataba de retorcerse para zafarse de ese dominio pero lo único que conseguía era provocar a su atacante y, para su vergüenza, excitarse ella misma- Ooohhh…
– ¡Obedecerás! -le dijo Baal con mirada decidida a la vez que con su enorme mano-garra rodeaba fácilmente el esbelto cuello de la joven por detrás a la vez que aceleraba de nuevo el ritmo de sus penetraciones.
– ¡Aaaaaagg…! -exhaló ante el nuevo ataque pero sintiendo como la garra apretaba más y más su fino cuello.
En la realidad X observó tenso, conteniendo su orgasmo, como el cuerpo de Cynthia se sacudía desesperado, como un animal acorralado, mientras sollozaba una y otra vez, cada vez más fuerte.
– Aaaahh… aaahhh… mmm… -en el sueño ella trataba de aguantar pero la falta de aire acabo finalmente con su voluntad y su cuerpo se rindió, sus muslos se relajaron, sus puños apretados se abrieron débiles, al frotarse contra la piedra sus pezones se endurecieron y su vagina se hinchó y enrojeció, su vista se cerró en un túnel remolineante y ya no pudo pensar con claridad mientras el ser seguía poseyéndola a voluntad.
– Aaaahh… aaahh… ooohhh… -pronto jadeaba la morena al ritmo de la música y su dominador, sin poder pensar en nada más que en su gozo sexual potenciado por el poder de las zapatillas rojas y la hipoxia que le habían inducido- ooohh… siii… aaahhh… maaaas…
Entonces Baal aceleró el ritmo al máximo mientras apretaba aún más el cuello de su víctima hasta casi asfixiarla, empujándola a un placer que nunca antes había conocido, finalmente eyaculando y llenándola de la oscuridad corruptora de su ser.
– ¡Aaaaahhhh… Diooos… oooooohh…! -gritó al fin Cynthia consumida de placer en un orgasmo que parecía interminable.
– ¡Lucirás tus… piernas con… ropa sexy… provocativa…! -ordenó X aprovechando el vulnerable estado de la joven mientras el mismo alcanzaba su orgasmo- ¡Nnnngghh!
– ¡Oooohhh… si… las luciré… sexy… provocativaahhh… siiii! Si… si… -gimió la linda morena en aceptación. Aunque su voluntad no estaba completamente anulada sin duda se debilitaba cada vez más.
– ¡Raaaaaarrrgggg! -rugió Baal con salvaje lujuria mirando a los cielos cuando el techo del templo desapareció en un furioso tornado negro, con sus brazos extendidos a los lados y sus palmas hacia arriba, su larga cabellera agitándose ante una ráfaga infernal al dar un paso más en esclavizar a la chica ante él, un nuevo juguete de placer…
En la habitación las bocinas siguieron sonando unos minutos mientras X se divertía un poco más alterando y condicionando a la mujer, luego las zapatillas la levantaron del escritorio y de forma grácil la hicieron recostarse en su cama, sus piernas extendiéndose en toda su maravilla, esperando mientras el sueño erótico casi terminaba.
– Recordarás nuestro placer, lo demás lo olvidarás -le dijo el ser sombrío al oído cariñosamente a Cynthia mientras arañaba delicadamente con una garra sus nalgas, casi como una caricia.
– Aaaahh… -susurró ella suavemente entre sueños, antes de que todo se desvaneciera en la oscuridad y volviera a un profundo dormir natural.
El sábado la joven despertó sonriente entre las desordenadas cobijas de su cama, estaba boca abajo y su camiseta se había subido mostrando sus sencillas pantaletas y sus esbeltas piernas morenas.
– Mmm… que noche… me siento cansada… -pensó brevemente antes de levantarse de la cama.
– ¡Dios mío que tarde es! -dijo en voz baja al ver que el reloj a lado de su cama casi marcaba las once de la mañana. Algo confundida se puso unas simpáticas pantuflas con cara de gato y fue al baño.
– ¿Pues que estuve haciendo? –pensó sorprendida por su apariencia al mirarse al espejo: su cabello lucía tan revuelto que parecía una melena de león, el de por si amplio cuello de su camiseta de dormir se había agrandado tanto que ahora dejaba expuesto uno de sus morenos y preciosos hombros. Tras estudiarse con atención quedó aun más confundida al notar que a pesar de haber dormido mal no parecía fatigada ni se le notaban ojeras, de hecho su rostro lucía mejor que nunca: terso, juvenil y saludable.
– Parece que hubiera practicado lucha libre – pensó extrañada ante su imagen para luego tratar de arreglar su salvaje cabello, entonces sintió su propia piel algo pegajosa de sudor, deslizó sus finos dedos por su hombro, su antebrazo, su muslo, descubriendo que su cuerpo entero estaba igual, pero al continuar en su entrepierna descubrió una gran humedad, de hecho aún estaba algo mojada…
– Es casi como… como si toda la noche hubiera tenido sexo… -susurró intrigada Cynthia, aunque era virgen no era una total inexperta, sabía complacer y como ser complacida, sin embargo aun esperaba a una persona especial para entregarle esa parte de su intimidad.
Fue entonces que volvieron a su mente fragmentos del “sueño” que había tenido: sus ataduras, su vulnerabilidad, el extraño poder que esa sombra masculina había tenido sobre ella y sobre todo el magnífico placer que la había forzado a sentir, a disfrutar… La joven cerró los ojos, inclinó la cabeza y acarició su hombro al recordar el gozo que la había invadido en ese raro sueño erótico.
– Mmmm… -gimió dulcemente al revivirlo- ahora sé… por que estoy así… ¡Vaya sueño! Mmm…
Entonces escuchó un ruido afuera de su habitación que la hizo salir de su ensoñación.
– ¡Las chicas ya se levantaron! -susurró metiéndose rápidamente a la regadera. Normalmente ella era la primera en despertar y al medio día le seguían sus juerguistas compañeras, pero al parecer se habían invertido los papeles. Finalmente salió ya fresca y limpia de la regadera, envuelta en una toalla, volvió a su cuarto y comenzó a vestirse, luego de ponerse su ropa interior de algodón se quedó inmóvil ante su guardarropa. Pensaba hacer algunas compras ese día, pero por primera vez en mucho tiempo no estaba segura de que ponerse.
– No… jeans no, hoy necesito otro estilo –pensó mientras se inclinaba y agarraba unos pantaloncillos blancos muy cortos y ajustados que usualmente sólo se ponía en la playa, por un momento pensó en ponerse su calzado deportivo, pero sin dudarlo sacó de debajo de la cama la caja de Scorpius y extrajo sus preciadas zapatillas blancas, se puso una camiseta azul cielo y luego, lentamente, deslizó los pantaloncillos por sus piernas, sintiéndose algo extraña de vestirse así en la ciudad. Luego se colocó las zapatillas blancas de tacón, sintiendo una curiosa tensión al hacerlo y un escalofrío al ajustárselas a su talón.
Entonces se peinó con una cola de caballo y salió finalmente del cuarto para enfrentarse a sus compañeras de departamento, estaba segura de que las sorprendería con su nueva imagen.
No podía saber que ella hubiera estado aun más sorprendida si hubiera podido ver la parte de atrás de su propio cuerpo, pues se hubiera encontrado con extrañas aunque tenues marcas de arañazos en sus firmes nalgas y la huella roja de una mordida en la parte de atrás de su hombro derecho.
En los propios pies de la chica un aterrador depredador sobrenatural esperaba el momento de atacar de nuevo y continuar el viaje de Cynthia hacia la esclavitud… y quizás encontrar otras víctimas en el proceso.
CONTINUARÁ
 
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Relato erótico: “El Virus VR 3 Y 4” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de esta historia.

Querido diario, ha pasado una semana desde que salí a la gasolinera, los días pasan sin demasiadas cosas que contar y se han vuelto algo rutinario, como rutinario es que siempre que me pongo a hacer la comida vienen los infectados atraídos sin duda por el olor, mato a dos o tres y bajo a comer o me subo la comida a la azotea y me escojono tirándoles las sobras para ver como pelean por ellas, hace tiempo que dejó de afectarme ver cadáveres y que aquello me impidiese comer, tras perder algunos kilos y enfermar de debilidad me repuse finalmente y ahora podría comer hasta en un cementerio, es curioso como el carácter se te endurece hasta hacerte ser insensible a ciertos factores, tales como la piedad o la ternura por no decir la lástima por los que matas para sobrevivir, también es ya rutinario que media hora después de que baje a lavar el plato y no me vean en dicha azotea, se den la vuelta y de camino al pueblo se coman a los que yo he matado, es muy de agradecer que rebañen bien a los cadáveres, pues en caso contrario los alrededores del torreón apestarían a carne podrida.

El resto de mis actividades es igualmente rutinario, veo pelis y series en el ordenador, pues aparte de las mías uno de los agentes muertos tenía una gran cantidad de estas y de algunas otras mas fuertecillas, en un disco duro extraíble que encontré registrando sus taquillas, también hago algún crucigrama o sopa de letras pero paso de los sudokus que nunca me han gustado.

Ayer pase la tarde limpiando todas las armas largas que hay en el torreón, el primero fue mi fusil Remington desde luego, luego el cetme viejo y después los del 5´56, las dos escopetas del 12 y el resto de las que había en el cuarto de decomisos, he adoptado como mío un rifle casi nuevo del 22 buena imitación de la marca Adler de un Kalasnikov, que tiene buena precisión y apenas hace ruido al disparar, además de tener a mi disposición tres cargadores de 20 tiros y casi 300 proyectiles para él, pienso usarlo para los críos pues me incomoda que el proyectil más pesado y potente del Remington prácticamente los arranque la cabeza al impactar.

Pensaba dedicar la tarde de hoy a limpiar las pistolas y el revólver pero se me a ocurrido otra cosa y he bajado a los calabozos a ver a mi compañera forzosa Ceci, ella me recibe como siempre y saca sus brazos por los barrotes intentando agarrarme, gruñe y arma un escándalo de mil demonios cada vez que me ve pero no me acerco demasiado a ella, no quiero que me escupa a la cara y me infecte con su saliva, lleva toda la semana desnuda pues es más fácil para lavarla con la manguera, por la noche la tiró una manta porque refresca pero se la quito por las mañanas o la ensuciaría con sus heces.

Me deleito un momento mirando su cuerpo desnudo antes de decirla:

– He pensado que a mi nena le vendría bien darse un paseo y que la diera el sol, voy a preparar unas cosillas y ahora te saco y podrás mear fuera.

Voy al cobertizo de la parte Este donde había visto algunas cosillas interesantes, abro la taquilla y recojo un par de guantes de boxeo y la correa del perro con su collar de dos dedos de ancho por un centímetro de grueso, del armario saco una fregona y la quito el cabezal quedándome con el palo de metro y pico de alto, paso un alambre grueso por el agujero del extremo del palo y tras quitarle la correa de cuero al collar y dejarla aparte, procedo a pasarlo varias veces por la anilla del collar sujetándoselo fuertemente, ato bien el alambre y sujeto todo el conjunto con varias vueltas de cinta americana, compruebo que queda bien agarrado todo el conjunto y apenas oscila en la unión del palo con el collar, ahora podre pasear a Ceci sin que se me acerque demasiado, seguidamente con un clavo gordo atravieso una de las pelotas de tenis y tras cortar la correa del perro la paso por los agujeros de dicha pelota, recojo los guantes de boxeo y vuelvo al torreón.

Me pongo el cinturón con mi pistola en su cartuchera, compruebo si tengo una bala en la recamara y bajo a los calabozos con todo lo que he traído, mas un par de esposas y la porra eléctrica en la mano, me acerco a los barrotes y le doy una descarga a la chica, ella cae al suelo y yo aprovecho para entrar en la celda, la doy otra descarga para dormirla y me deleito mirándola un instante, me fijo en su pubis apenas poblado de pelos y comprendo que entes debía ir con el chochete afeitado, ahora y sin que su dueña lo atienda empieza a parecer una barba de una semana, la pongo boca abajo por precaución, la coloco los guantes de boxeo en sus manos atándoselos a continuación y sujetándola ambos brazos a la espalda mediante las esposas, le pongo la pelota de tenis en la boca y la ato con los extremos de la correa a su nuca fuertemente, seguidamente la pongo el collar dejándola un dedo de holgura para que no se ahogue, salgo de la celda.

Doy un paso atrás y contemplo mi obra, Ceci esta desnuda y bien sujeta, la pelota la impedirá morderme y los guantes de boxeo la harán imposible arañarme o sujetarme, además los brazos están sujetos a su espalda y el palo la mantendrá en todo momento a un metro de mí, me sujeto la porra eléctrica al cinturón por si hiciera falta durante el paseo, antes de salir me meto unos pañuelos de papel en los bolsillos para limpiarla si hiciera sus necesidades y espero a que se despierte.

Pocos minutos después vuelve en sí, la ayudo a levantarse sin soltar el palo con una mano y aquel contacto parece volverla loca, se agita y me empuja, intenta gritar pero no puede y tampoco puede usar sus manos, veo terror en sus antes furiosos ojos e intento calmarla hablándola despacio:

– Calma Ceci, cálmate vamos a dar un paseo.

Es inútil, está que rabia y tengo problemas para sujetarla hasta que la doy un bofetón que la cruza la cara, sin pensármelo mas la hago caminar a base de tirar del palo, la saco de la celda y después me coloco a su espalda empujándola con el palo por la nuca y dirigiendo su marcha hasta el patio, una vez allí aflojo la tensión y simplemente la sigo por donde quiera ir, teniendo cuidado y estando atento a sus giros y torpes movimientos, veo que sus facciones se relajan un tanto al notar el sol y el aire limpio sobre su cuerpo.

Olfatea el ambiente, husmea como un perro por todas direcciones y de cuando en cuando se gira, mirándome entre agradecida y rabiosa, debo de estar chalado paseándome con esta tía desnuda e infectada de rabia mortal por el patio del torreón, con la fachada de este por un lado y cinco metros mas allá la muralla que lo circunda, de tres metros y medio de alto con su pasillito de ronda almenado por encima; voy tras ella sujetando el palo con mis manos, mis ojos no se consiguen despegarse del todo de su atractiva silueta especialmente de ese culete tan estupendo que posee, incomodo intento mirar en otra dirección pero es inútil, mis ojos vuelven siempre al mismo lugar, sus nalgas.

Un momento después se detiene y se abre de piernas, veo que está orinando de pie con las rodillas ligeramente flexionadas, la hago agacharse más tirando hacia abajo con el palo y el collar que rodea su cuello, ella se resiste pero modifica su postura lentamente hasta quedarse en cuclillas, mantiene su postura y compruebo que no solo orina sino que también evacua los intestinos, cuando ha acabado e intenta levantarse la fuerzo con el palo a seguir en la misma postura, saco con una mano varios pañuelos del bolsillo y la intento limpiar el culo, se debate rabiosamente al notar mi mano y el papel entre sus nalgas, se convierte en una bestia feroz que gruñe se resiste y contonea el cuerpo empujando en todas direcciones, casi me hace caer sobre su mierda e intenta arañarme las manos con sus uñas en un gesto de defensa, afortunadamente no puede conseguirlo gracias a los guantes de boxeo, suelto el papel y la doy varios fuertes azotes en sus nalgas gritándola:

– ¡Quita Ceci, solo te estoy limpiando!

Si la estoy limpiando, ¿pero realmente hago solo eso…? Mis manos se demoran más de la cuenta sobre la suave piel cálida de las nalgas de Ceci, además me doy cuenta de que tengo una erección digna de un caballo, mi cuerpo después de mucho tiempo sin tocar a una mujer está reaccionando por su cuenta, hago un esfuerzo y me levanto tirando del palo para que ella se ponga en pie, seguimos andando y completamos nuestra segunda vuelta al patio del torreón no aflojo apenas la tensión del conjunto palo-collar en su cuello, mi (otro) palo sigue bien levantado pues no dejo de fijarme en las curvas de la rubia, cuando se gira o se inclina veo sus altos y generosos pechos, rematados en dos pezones chiquitos sobre unas aureolas rosa fuerte del tamaño de una moneda de 2 euros, el resto del tiempo solo veo sus nalgas que me atraen como un imán.

Me estoy poniendo de los nervios y loco de deseo por la Ceci y su ondulante cuerpo, decido que se acabó el paseo y cuando pasamos ante la puerta del torreón la obligo a entrar, empujándola con el palo la hago bajar las escaleras y entrar en su celda, saco la porra eléctrica y la doy una sacudida directamente en la nuca, ella se desploma en el suelo totalmente dormida, suelto el palo y subo a coger agua en una palangana así como una esponja y un tubo de perfume en espray que debió pertenecer a la fallecida guardia Macías, vuelvo a la celda y procedo a lavarla con la esponja la zona pélvica especialmente su vulva y su ano, tras aclarar la esponja sigo limpiándola los muslos y las rodillas que han tocado algo de mierda al caer al suelo, inspecciono la herida de su pantorrilla y se la limpio poniéndola otro apósito limpio y una nueva inyección de antibiótico, cura bien.

Empieza a volver en sí, rápidamente la desato la pelota de la boca y la quito los grilletes, el collar y los guantes de boxeo, salgo rápidamente y antes de cerrar la puerta la suelto unas pocas rociadas de perfume, aseguro la puerta y echo la llave, me quedo mirándola viendo como se despeja y estira como una gata enorme, ella me devuelve la mirada con aquellos ojazos verdes y olfatea el perfume sobre su cuerpo, no me gruñe apenas pero sus ojos delatan su rabia interior, la hablo despacio:

– ¿A qué te sientes mejor? Te he curado la herida, has hecho tus necesidades y dentro de un rato te bajare tu comida, tranquila Ceci te voy a cuidar y te pondrás mejor ya verás.

Me levanto y recojo las cosas para salir, entonces es cuando me ataca, da un salto hacia la puerta y se golpea la cara contra los barrotes, pero a sacado los brazos extendidos entre ellos y me ha cogido de un hombro con su mano izquierda, suelto lo que llevo en los brazos por el susto pero enseguida el instinto de supervivencia toma el control, agarro su muñeca y se la retuerzo con una llave de aikido, me sería extremadamente fácil rompérsela pero me controlo a tiempo, la empujo al fondo de la celda mientras la grito:

– ¡Hija de puta! Te vas a acordar de esta, ya verás.

Conecto la manguera al grifo, y le doy presión ¡TODA! La que puedo, la enfoco con el chorro a la cara y especialmente a la boca, se hace una rosquilla en el fondo de la celda pero no para de gruñir, el chorro la hace daño en la cara y en el cuello manotea intentando pararlo inútilmente, cada vez que abre la boca para respirar el chorro de agua entra en ella con fuerza, aquello solo dura un minuto de furia y decido parar antes de ahogarla, me acerco a los barrotes y la grito:

– ¡JAMAS, VUELVAS A TOCARME, PERRA!

Recojo las cosas y salgo de los calabozos, en el comedor me quito la camisa y me reviso el hombro buscando heridas o arañazos, ¡nada! salvo una pequeña contusión, así que me vuelvo a vestir y me tomo por si acaso un par de pastillas de antibióticos ligeros, pero estoy furioso contra ella en especial y el resto de los infectados en general, así que cojo el rifle con mira del 22 y un cetme moderno de 5,56 al que le he colocado un silenciador de los que estaban entre los decomisados, este no tiene mira telescópica y lo quería usar para salir de noche a cazar infectados sin que el ruido del disparo me delatase, meto dos cargadores en las fundas que cuelgan de mi cinturón y subo a la azotea, son las 5 y pico de la tarde, aun me quedan varias horas de luz para hacer lo que me propongo.

De pie en la terraza golpeo una cazuela metálica con un destornillador repetidamente, el sonido como de Gong debería atraerlos pero no aparecen, saco la pistola y hago un disparo en dirección al pueblo, me guardo el arma y sigo golpeando la cazuela al mismo tiempo que grito con todas mis fuerzas:

– ¡VAMOS TARADOS DE MIERDA, ACABEMOS CON ESTO, HORA DE CENAR, VENID CABRONES!

Finalmente aparecen, si supieran lo que les iba a pasar no vendrían, casi cinco minutos después dos de ellos salen corriendo de entre los arboles del lado Norte a 300 metros de mi, corren que se las pelan y al principio creo que son supervivientes sanos buscando refugio, miro con los prismáticos y veo que son dos hombres de 30 y 40 años aproximadamente, el más joven va delante y luce un tremendo desgarrón en su hombro izquierdo, su sangre aun está fresca y debe de llevar poco tiempo infectado, un escalofrío me pone los pelos de punta pues recuerdo el reciente ataque de Ceci y pienso que de haber tenido ella más éxito, aquel tío rabioso podía haber sido yo.

Dejo los primaticos y cojo el cetme, le pongo el cargador de 30 balas y lo monto introduciendo la primera bala en la recamara, apunto al pecho del mas joven que ya está a 100 metros de mi y le pego un tiro que le hace caer como si se hubiera dado contra una pared, el “chupete” apenas hace ruido y frena un poco la velocidad del proyectil, pero no alerta a los demás infectados que poco a poco van saliendo de los arboles, cuento una docena de ellos y son de todo tipo desde niños a viejos y de ambos sexos, disparo al otro corredor y le doy en la cabeza a mas o menos a la misma distancia que a su compañero, mientras busco otro blanco pienso que es una suerte que no sean zombis como los de las películas que solo mueren si les das en el coco, estos tardan algo mas en morir si les das en el pecho pero al menos no se levantan de nuevo.

El resto no corren pero se acercan a buen ritmo son una docena y siguen saliendo mas de los arboles, este cetme no tiene visor telescópico pues no lo consideré necesario para su utilidad nocturna así que lo cambio por el 22 que si lo lleva y lo monto, selecciono mis blancos y apunto a un chico de unos 12 años ¡pum! El tiro le da en un ojo y se desploma, cae sin demasiada sangre, al menos he conseguido mi objetivo y este calibre no los destroza la cabeza como el Remington, sigo disparando a los chicos que veo y caen dos más, cojo de nuevo el cetme y me dedico a los que están cerca de la muralla, una abuelita del tipo “doña rogelia” cae redonda cuando su larga nariz se topa con una de mis balas, un tío maduro y canoso en las sienes recibe un tiro en el cuello, sigo y sigo durante media hora, nadie llega a mas de 50 metros de la muralla, no vienen mas sin duda por el escaso ruido que he hecho en la matanza, cuento finalmente 29 cuerpos.

Vuelvo al comedor y limpio las armas usadas, repongo la munición y paso totalmente de la ceci decidiendo que hoy no solo se queda sin cena, sino que se quedara sin manta y durmiendo a oscuras sobre un charco como castigo por atacarme, me veo un par de pelis mientras ceno y después bajo y cierro con llave la puerta de la entrada, con su mesa apoyada en la madera y las latas vacías encima, escucho gemir a Ceci abajo en los calabozos pero no la hago ni puto caso, cierro también la de acceso al primer piso y tras tomar una ducha me acuesto, en sueños veo como siempre las caras de todos los que me he cargado durante el día, como siempre mi sueño es inquieto.

¿Continuará…?

Bueno amigos, he decidido ir contando la vida de Toni a saltos de una semana más o menos, para que no sea muy tediosa.

Como veis el tipo ya ha empezado con los acercamientos y toqueteos, eso le ha hecho bajar la guardia y casi lo paga caro, la explosión de furia subsiguiente y la masacre que ha causado a continuación, serian difíciles de explicar ó excusar en una sociedad normal y reglamentada… ¿ó, no?… ¿vosotros que opináis?

¿La actitud hacia Ceci será distinta en el próximo capítulo? Y si es así ¿se la tirara al fin? Sigo aceptando ideas.

¡Sed felices!

EL VIRUS VR 4

Se recomienda la lectura de los anteriores episodios para una mejor comprensión de la historia.

Querido diario, ha pasado una semana desde mi última anotación y han ocurrido algunas cosillas, pero antes he recordado que no he explicado casi nada de lo que paso cuando se declaró el virus “VR” empezare por contároslo.

Hace unos meses yo trabajaba de Policía, era un francotirador de los GEOS, la elite tío, la puta elite del cuerpo. Entonces tenía una ex mujer a la que mantener y aunque algunas amigas querían ocupar la vacante en mi cama yo les decía que si a las novietas pero de bodorrio nones, vamos en plata que no iba “sobrao” pero no me faltaba nunca una amiguita. A mis casi 40 tacos la vida me trataba bien, entonces fue cuando pasó lo del atentado de nueva york y lo demás que ya conté en la primera parte, diez días después se declararon los primeros casos de rabia humana en nuestro país, como al principio no se comían a nadie sino que solo mordían, mucha gente fue llevada a hospitales y los causantes a comisaria, otros con mordeduras más leves habían conseguido llegar a sus casas para curarse o ser atendidos allí por sus madres , esposas o familiares diversos.

A la mañana siguiente los médicos y enfermeras habían sido a su vez mordidos, así como los ocupantes de los calabozos contiguos a los detenidos infectados y estos a su vez a los policías que los custodiaban, en los domicilios particulares los enfermos se levantaban mordiendo al resto de su familia mientras dormían, los mordiscos eran de todo tipo, algunos precisaban atención médica urgente, otros de menos tamaño y profundidad como los de los niños no tanto y las mamas mordidas llevaron a los niños mordedores al colegio, los papas mordidos fueron a sus trabajos porque pensaron que por un mordisquito de su hijo-a no les darían la baja médica.

Los siguientes en caer fueron los médicos de atención primaria de los ambulatorios, seguidos de los de seguridad y policía que fueron a ayudarles, tanto a ellos como a la gente trabajadora de fabricas oficinas etc. Algunos camioneros fueron mordidos antes de salir de viaje con cargamentos diversos a otras ciudades y pueblos, pero como aquello no se lo cubría el seguro se limpiaron y vendaron la herida poniéndose de viaje, lo mismo paso con los ejecutivos que debían viajar a otra ciudad e incluso por avión a otro país, por la tarde-noche de aquel fatídico viernes de mitad del verano, la infección se propago entre los cines y los grandes centros comerciales, siguió por los botellones y discos de la ciudad, el verano atrae turistas de otros países y estos también resultaron mordidos, en sus locas fiestas e incluso bacanales repletas de sexo, drogas y alcohol, muchos debían volver el domingo por avión a su país y algunos así lo hicieron.

En resumen, el egoísmo avaro del sistema de bajas así como la falta de información de los médicos, unidos a diversos factores comprensibles como la familia y otros más o menos altruistas, aunque también los había de otro tipo algunos de ellos totalmente egoístas, junto con el factor ”sálvese quien pueda” facilitaron la labor del virus y hundieron tanto el sistema como a la sociedad a la que debía servir.

El gobierno hizo lo que pudo y decretó la ley marcial, de 08,00 a 20,00 se podía salir a la calle e ir a las tiendas, se crearon centros de asistencia especiales y se decretaron servicios mínimos para centrales eléctricas , nucleares y distribuidoras de gas ciudad, empresas de telefonía y repetidores de luz y energía entre otras, el objetivo era asegurar al máximo el mínimo imprescindible de servicios a los ciudadanos.

Nosotros los policías junto con el ejército tomamos las calles, deteniendo a todo aquel que saliera a partir del toque de queda, la situación se nos iba de las manos cada noche deteníamos a más gente y muchos de los nuestros fueron a su vez mordidos, dos días después y tras la aparición de los primeros cadáveres se nos autorizo a disparar, el texto de la orden decía: Queda autorizado por el ministerio del interior, el uso de armas de fuego de forma letal contra “los que mostrasen signos evidentes de infección y violencia” que dicho en cristiano y para tontos solo quería decir: Que si traía la camisa y la cara manchados de sangre y te quería morder, te lo cargases.

Naturalmente hubo quien protesto, nos llamaban policía fascista, reclamaban derechos humanos y respeto a todas las criaturas vivas, curiosamente muchas de aquellas personas estaban a favor del aborto y en contra de las instituciones por sistema, se reunían en grandes grupos con todo lujo de megáfonos silbatos y pancartas, los infectados también se unieron al ellos atraídos por el escándalo que formaban, cientos de personas fueron mordidas y algunas incluso devorados en plena calle por aquellos para los que pedían derechos e intentaban proteger, se podría decir que el movimiento pro derechos de los infectados simplemente “se consumió” (por vía oral) nosotros “la policía fascista” perdimos a bastantes compañeros intentando proteger a los que minutos antes nos insultaban, créanme que hacíamos todo lo posible.

Pero no había manera, te salían por delante y por detrás, cualquier control era superadopor los caminos más inverosímiles, si bloqueabas una carretera te flanqueaban por veredas, muchos edificios de pisos se convirtieron en fortines hasta que escaseó la comida y salieron a por mas, aparecieron los saqueadores y aprovechados que arramblaban con todo, salían a por comida y de paso se llevaban una tele de plasma y muchas cosas por el estilo, vi demasiadas cosas como para relatarlas aquí.

A mí me mandaban a cubrir a mis compañeros en controles y sitios diversos, yo generalmente me situaba en un tejado o balcón alto, cuando entraba cerraba la puerta de acceso y me quedaba allí solo y aislado, nadie me atacaba pero desde mi puesto vi caer a muchos compañeros mientras los cubría y mataba a parte de los integrantes de las multitudes que les atacaban, ¿Cuántas veces me senté en el suelo? llorando de desesperación, habiendo agotado totalmente las municiones y viendo como aquella masa de gente rabiosa, atacaba y se comía al resto de mis compañeros, escuchando por el walkie sus gritos en petición de auxilio, para acabar siendo gemidos de agonía mientras se los comían.

Un día me harté, me parece que era un lunes pero no lo recuerdo bien, habían pasado unos 10 días desde el brote del virus, pase por el cuartel llevaba mi uniforme de faena y mi pistola Glock, recogí mi fusil Remington un fusil de asalto G3, falsifique un albarán y pase por el almacén, me entregaron dos cajones de raciones de comida y varias cajas de munición para mis tres armas, volví a mi casa y me atrinchere en mi domicilio que estaba en una octava planta, no volví a coger el teléfono y dos días más tarde este ya no daba señal alguna, los servidores de internet se caían como fichas de domino puestas en fila, dos días después estábamos incomunicados.

Entre varios vecinos limpiamos de infectados el edificio, cuando acabamos solo éramos 27 sanos, en un edificio de diez plantas con cuatro viviendas de dos y tres dormitorios por planta, (echad cuentas) sacamos los cadáveres y los quemamos en una gran hoguera que hicimos con todo tipo de muebles y algo de gasolina, en la piscina vacía que había en el patio trasero, olimos a torrezno durante semanas pero era imprescindible para no enfermar por la descomposición de tanto cuerpo muerto, (corría el mes de agosto) después entramos en cada casa saqueándolas a conciencia, hicimos un almacén con toda la comida y bebida en un piso vacío de la última planta donde estaría más segura, salimos con una furgoneta y arramblamos con todos los bidones de agua que encontramos, también hicimos acopio de comida en tiendecitas pequeñas y saqueamos una ferretería, de allí robamos varios grupos electrógenos para tener luz, otra batida por las gasolineras nos ayudo a conseguir el combustible necesario para alimentarlos.

Cuando creímos estar bien avituallados para una larga temporada nos dispusimos a una defensa numantina, el edificio solo contaba con dos accesos, el portal que fue cerrado con llave, era una pretenciosa puerta acristalada con barrotes en su parte exterior, bajamos algunos muebles y armarios de las casas cuyos inquilinos habían muerto e hicimos una barricada por dentro de la puerta para que resistiera los empujones, la entrada del parking se cerró igualmente con llave pero además colocamos dos de los monovolúmenes que había en el interior contra la puerta y en contacto con ella, los calzamos con ladrillos para mayor seguridad, al día siguiente armados con picos y herramientas diversas, destruimos el ascensor y además hundimos la escalera en los dos primeros pisos, de manera que por allí se podía subir solamente, si alguien te tiraba una cuerda desde el descansillo del tercero, la gente de los pisos bajos re reubico en otros que habían quedado libres.

Siguieron casi 6 meses de miedos y sustos, pues bastantes infectados nos rodearon y golpeaban puertas y ventanas, al estar las de los dos primeros pisos enrejadas no consiguieron entrar, sus intentos de entrar por el parking tampoco tuvieron éxito, nos molestaban gruñendo y golpeando todo lo que podían y más uno perdió el sueño durante semanas por los nervios y la inquietud.

Pero también hubo buenos ratos, yo en mi 8º piso letra B era más o menos feliz pues recibía frecuentes visitas de la viudita de 5ºA aquella morena treintañera era una maquina cuando se ponía a follar, se llamaba Lucy y cuando la conocí era algo rellenita pero rápidamente perdió peso, en parte por el miedo que pasaba sola y en parte por el trajín que nos dábamos en compañía, no tarde en decirla que si quería se podía trasladar a mi piso ¡si, fue una buena época!

A esas alturas la relación vecinal se había fortalecido, de día las puertas estaban abiertas y los vecinos pululábamos libremente por el edificio, cuando entrabas en una casa solo preguntabas ¿se puede? O bien si en la casa no había niños, decías: ¿estáis visibles? Hasta el día en que Paco uno de los vecinos jóvenes, bajó a la que había sido su casa al primer piso a recoger noseque de fumar que se le había olvidado, era de buena mañana y le pusimos la cuerda, él bajó y una vez dentro del piso recogió lo que había olvidado, pero el muy descerebrado abrió una ventana y se empezó a reír de los infectados que rodeaban el edificio desde detrás de los barrotes de su ventana, sabiendo que estaba alto y no le podían coger, nosotros no sabíamos que también escupían, el tampoco y lo descubrió de repente cuando varios de ellos lo hicieron casi a la vez, como fuera que uno de los lapos le entro en la boca y el muy imbécil se lo tragó, escupió y se lavo la boca pero el mal ya estaba hecho.

De madrugada mordió a su novia, ninguno de los dos salieron de su casa en el 6ºC aquel día, lo hicieron en plena noche y antes de que nos diéramos cuenta habían mordido a cinco personas más, casi todos dormíamos cuando oímos los gritos, no era tarde para todos pues algunos conseguimos cerrar nuestras puertas, y nos preparamos a defendernos contra esa nueva amenaza, al amanecer la mañana siguiente nos armamos y nos dispusimos a limpiar el edificio.

Todos luchamos por nuestra vida y allí mate a mi primer niño, tenía 5 años se nos escapó en la primera batida, Lucy venía detrás de mí y el chaval la mordió en cuando pasaba junto al sillon donde se ocultaba, ella gritó y yo me volví viendo como ella daba golpes con una llave grifa en la cabeza del chico, la estaba mordiendo en el muslo y ella no se lo conseguía quitar de encima, le descargue la culata del G3 con todas mis fuerzas al chaval en la cara y este por fin cayo inconsciente, ella estaba pálida de miedo y temblaba pues sabía que aquella era su muerte, pues tenía una buena y profunda herida en dicho muslo de la que brotaba abundante sangre, me dio un beso en la boca y suspiro un “adiós amor” se giro y salió al descansillo, no llegue a tiempo de detenerla y salto por el hueco de la escalera desde el 6º piso, yo lleno de odio use mi fusil G3 como un bate y machaque a aquel chaval de la cabeza a los pies, cuando lo tire por el hueco de la escalera más que una persona parecía un puzle, mi destrozado rifle G3 formaba parte, repartido en incrustadas piezas de su cuerpo.

La lucha siguió y al acabar solo quedábamos cuatro sin heridas de mordiscos, rematamos a los que si las tenían pues estaban condenados de antemano, todos fueron arrojados por el hueco de la escalera, al acabar José el del 9ºC un tío cincuentón grandote y buena persona, había perdido a su esposa y a su chico de 17 años subió a su casa rezó y lloro por sus seres queridos, cuando amanecía al día siguiente se tiró desde allí por el hueco de la escalera reuniéndose con sus seres queridos.

Quedábamos tres una pareja de jóvenes y yo, era febrero y aun hacia bastante fresquito, buscamos cal viva o algo para rociar los cadáveres pero no hayamos gran cosa, finalmente bajamos el chico y yo para retirar la barricada interior y abrir la puerta del portal, mientras tanto la mujer vigilaba desde la ventana y nos comunicábamos por un walkie talki que teníamos, cuando nos dijo que no se veía a nadie sacamos los cadáveres a la calle y los apilamos contra la entrada peatonal del recinto como si fueran troncos, hicimos una buena barricada y volvimos a cerrar el portal con llave, ordenando seguidamente la barricada interior.

Dos meses después decidí probar suerte yéndome al mejorar el tiempo y se lo dije, ellos no querían irse pues ella esperaba un hijo, bajamos al garaje y me ayudaron a cargar mi todo terreno, al día siguiente nos despedimos y les aconseje que no se quedaran allí mucho tiempo, 24 cadáveres hacinados frente al portal atufan bastante y atraen muchos bichos, les dije donde me dirigía y les pedí sinceramente que vinieran en cuanto pudieran, incluso me ofrecí a esperarlos y hacer el viaje juntos, dijeron no pero que lo pensarían… no los he vuelto a ver.

Habían pasado en total casi nueve meses desde que comenzó la plaga del virus VR, yo conseguí salir de la ciudad y por caminos secundarios vine aquí, ya sabéis el resto de lo ocurrido, pero pasemos a lo de esta semana.

El lunes o… tal vez era martes que más da, seguro que era mayo, me estoy volviendo tan distraído aquí solo, que el día que de mayor tenga Alzheimer nadie se va a dar cuenta como decía mi madre, dejémoslo en el primer día de aquella semana, bien pues ese día aun molesto por lo sucedido, pase de Ceci hasta media tarde en que sus sollozos se hicieron más intensos, deje de ver una película que acababa de poner en el portátil y bajé al calabozo, estaba más que dispuesto a meterla cuatro voces por molestarme con sus ruidos, pero ella se comportó de forma distinta a su costumbre, al verme entrar no se abalanzo hacia la puerta para cogerme sino que se mantuvo quieta en el centro de su celda, todo su cuerpo temblaba y estaba muy tensa, no estoy seguro si de rabia o de impaciencia, sus ojazos verdes fijos en mi no tenían ese furor de otras veces pero yo no me fiaba y menos después de lo de ayer, di dos pasos hacia la celda sin bajar la guardia y atento a sus reacciones diciéndola:

– Hola Ceci, espero que hayas aprendido la lección.

Ella no rugía ni gruñía ni nada por el estilo se limitó a bajar la cabeza, dejo de mirarme e hizo algo que me sorprendió, dejo caer sus brazos y se los puso a la espalda, dando cuatro pasos giro sobre si misma y se quedo frente a mi mirando al suelo, entendí que me pedía un paseo, me quede boquiabierto de puro asombro, ¡Increíble! los infectados no son muy listos pero esta chica me acababa de demostrar que había aprendido algo que la agradaba, así que la dije:

– Así que quieres pasear.

Hice el gesto de caminar con las manos a la espalda y ella medio asintió con la cabeza, bueno al menos parecía que asentía así que pensé que recordaba algo del pasado.

– Está bien nena si quieres pasear lo haremos, pero has de ser buena chica.

Me miraba pero se notaba que se debatía entre la infección que la volvía rabiosa y su yo interior que la pedía salir, me acerque aun mas a la celda poniendo al alcance de sus manos y siempre en guardia esperando el ataque, me sorprendió de nuevo girándose y dándome la espalda mansamente, estaba cerca de los barrotes así que metí la mano entre ellos y le di una descarga en la nuca, ella cayó al suelo inconsciente sin un gemido.

Salí a por sus cosas de pasear y al volver me metí en la celda poniéndola los guantes de boxeo y atándoselos, la puse las esposas atrás, seguidamente lo pelota en la boca y después el conjunto palo-collar en el cuello, esta vez no Salí de la celda y me quede agachado al lado de ella acariciándola la cara intente no mirarla los pechos pero mi mirada se desviaba de ellos a su cara cada pocos segundos, hasta que noté como se despertaba, primero se alarmó al verme y sentir mi mano acariciando su cara, aquello la altero bastante, gruño fuerte pero yo no me detuve y ella al notar tan grata sensación se relajo un tanto después de forcejear brevemente, yo le decía:

– Buena chica Ceci buena chica, vamos a dar un paseo, vale.

Me puse de pie con el palo sujeto en mi mano, ella se dejaba guiar más dócil que el día anterior, comprobé que aun tenía los pañuelos en el bolsillo y salimos al patio, al notar el sol y el aire sobre su piel se puso más contenta que una cabra en la pedriza, se irguió respirando por la nariz y haciéndome ver su verdadera altura de 1.70, hasta ahora siempre la había visto agachada o ligeramente encorvada y lista para atacarme, afloje la tensión del palo-collar y ella entendió que podía moverse, yo estaba volviendo a ponerme palote como el día anterior solo con ver su silueta, nos movimos por el patio rodeando despacio el torreón.

Ella andaba ágil paro lentamente y yo la seguía atentamente sin soltar el palo, piernas, culo caderas, espalda, contoneo y vuelta a empezar otra vez, aquello me estaba poniendo… de los nervios, decidí en silencio que antes de sacarla el día siguiente me masturbaría, así al menos la pasearía algo más relajado o de lo contrario me daría un jamacuco.

Un rato después se para a orinar y la doy un pequeño tirón hacia abajo con el palo, ella recuerda la postura del día anterior y se agacha orinando con fuerza, su pipi huele más fuerte que ayer no hace de vientre pues la pasada noche se quedó sin cena, me saco un pañuelo del bolsillo y la limpio la vagina ella gruñe un poco pero mantiene la postura con solo una ligera resistencia, yo estoy detrás de ella y un poco agachado mis ojos miran sus pechos, me incorporo antes un tanto incomodo tirando el pañuelo húmedo, mi bragueta hinchada queda a su espalda y no pudo evitar rozarla un poco al hacerlo, seguimos el paseo y al llegar a la puerta se detiene.

– Sigue Ceci, has sido buena y puedes seguir paseando.

La doy un ligero empujoncito y ella lo entiende damos otra vuelta al recinto, se la ve feliz paseando y sintiendo el sol en su piel, cuando entramos en el torreón se detiene mirando hacia el comedor, se escucha ruido y recuerdo que había dejado puesta una película, la dirijo al calabozo y la meto en su celda, la duermo y la limpio la herida que no tiene muy buen aspecto después de haber dormido sobre un charco, la pongo el antibiótico y la quito guantes pelota y collar, subo corriendo y cojo la primera camisa usada que pillo bajando de nuevo al calabozo y poniéndosela, se despierta cuando estoy acabando de abotonársela, salgo rápido de la celda y cierro la puerta.

La observo desde fuera mientras se despierta, toca la camisa y la huele, me mira sin apartar los ojos de los míos, pone una expresión más dulce y supongo que ahora que lleva mi aroma y le da calor se siente aceptada, subo y veo desde el principio la película que deje a medias, cuando anochece me preparo la cena en el microondas ya que de noche no cocino para no atraer a los infectados, ceno y reservo una buena ración de comida en la mesa para Ceci, cuando acabo de lavar los cacharros cojo su manta y el plato de plástico y bajo al calabozo dejándola la manta entre los barrotes, el plato se lo empujo por debajo con la escoba como siempre, lo prueba y me mira agradecida pues hoy no es comida de gato es un poco de ternera con menestra de verduras, parte de mi plato preparado y además aun esta templado, come y después se pone en posición fetal tapándose con la manta, yo subo a mi habitación y duermo más relajado.

—————————————-

Han pasado tres días más, la herida de Ceci esta bastante mejor pues aparte de las inyecciones la saco a pasear tres veces al día, el aire fresco y el sol la encantan y contribuyen a su mejoría pero a mí me están poniendo loco de deseo, durante el día la quito la manta y la camisa dejándola en pelotas devolviéndoselas solo por la noche para dormir, ya apenas gruñe cuando la limpio con los pañuelos tras hacer sus necesidades, ahora los dos desayunamos comemos y cenamos poca cantidad pero más a menudo, ella está encantada pues antes solo la daba media lata fría de comida para gatos, una sola vez al día para que se mantuviera débil y fuera un peligro más fácil de dominar, ahora además del antibiótico machaco una aspirina de las que tengo como 20 cajas y se la espolvoreo por encima de la comida, no sé si servirá de algo pero yo la encuentro más saludable, lo de las inyecciones ya es otro cantar solo me quedan dos cajas de seis, tendré que arriesgarme y salir a la farmacia a conseguir más por si acaso.

El resto sigue casi igual y cada día me cargo a un par de infectados cuando se acercan mientras cocino, he empezado también a hacer más ejercicio y dedico al menos una hora a correr por el patio y hacer flexiones. También he mejorado su habitáculo, no creo haber mencionado que las celdas estaba sin jergones donde dormir, debieron sacarlos para que nadie se hiciera daño cuando encarcelaron a los últimos huéspedes rabiosos, estaban en el despachito del sótano bien plegados, he lavado un colchón y metido un jergón de metal en la celda de la esquina, esta mas resguardada del aire que entra por el ventanuco que hay allí y por la noche refresca, al día siguiente cambie a mi rubia de celda y tras enseñarla donde debía dormir se ha ido acostumbrando a su nueva camita.

Ahora estoy haciendo de costurera para mi chica, le estoy poniendo dos anchas tiras de velcro a sus guantes, pues se tarda demasiado en tensar y atar los cordones, además la estoy fijando a los lados de dichos guantes una anilla fuerte para sujetarlos entre sí con una correíta pequeña pero gruesa que he encontrado, además de una buena cantidad de cinturones y hebillas de distinto tamaño en las taquillas de los agentes, la otra novedad es que al pasar por el almacén de efectos del cuartel encontré una caja de pelotas de goma de las que usábamos en las manifas, están a medio tamaño entre las de ping pong y las de tenis, cabrán mejor en la boca de Ceci para evitar que me muerda, eso lo dejo para mañana.

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Querido diario, es sábado (creo) el invento de los guantes es estupendo, los probé conmigo antes de ponérselos a Ceci y van estupendamente, también la he preparado dos pelotas de goma para la boca, están perforadas con un clavo como la anterior pero estás llevan una correa delgada con su correspondiente hebilla, para cerrársela sobre la nuca en lugar de tener que atarla con nudo, herví las pelotas antes de ponérselas para disimular un poco el sabor a goma, si se porta bien antes del paseo la unto con un poquito de mermelada antes de ponérsela en la boca, la cabe justo entre sus dientes y me dejan ver sus bonitos labios sin correr peligro de mordiscos, ayer tras ponerla a dormir de un corrientazo la corte las uñas de manos y pies, hoy tengo previsto que como se porta bastante mejor voy darla como premio, un baño calentito en lugar de tanta ducha fría y con manguera, la hará bien una buena dosis de jabón y lavarla el pelo, usare la bañera del difunto sargento Bravo, ya escribiré los resultados.

CONTINUARA…

Bueno amigos este ha sido de momento y hasta ahora, el capítulo más extenso de la serie pero habrá más.

Espero que hayáis disfrutado leyéndolo tanto como yo escribiéndolo, la verdad es que hace una semana ni tan siquiera pensaba en escribir esto ni nada de temática zombi o de pandemias, pero me ha venido a ver la musa y estoy escribiendo un capitulo por día, es en serio creedme, escribo y releo, corrijo y sigo escribiendo, me paseo y de nuevo a escribir, releo y corrijo hasta que por fin cuando creo que esta correcto lo envío. En resumen que los consumís calentitos y recién paridos.

Gracias a todos por estar al otro lado de la pantalla y por vuestros comentarios, sois los mejores ¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

 

Relato erótico: “Cap.1 “Gerardo: El despertar sexual de su familia” La fiesta de Karen” (PUBLICADO POR LAS AVENTURAS DE GERARDO)

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Hola mi nombre es Gerardo, la historia que voy a contarles sucedió hace mucho tiempo cuando aún era un niño, siempre había considerado a mi familia de lo más normal, hasta aquel año de inicio escolar, en donde pude ver una serie de acontecimientos sexuales que involucraron a toda mi familia, al principio fue sorpresivo pero después lo disfrute tanto como ellos, ahora se los contare con lujos de detalles.

Vivimos en una zona residencial, mi casa es dos pisos, tiene una piscina muy linda y un patio muy grande. El primer piso lo usamos para la sala, comedor, cuarto de recreación, de estudio y otro de ocio, donde tengo mis juguetes y juego a la play con mis amiguitos. En el segundo piso esta mi dormitorio, el de mi hermana y el de mis padres, cada uno con baño propio, aunque tenemos uno de emergencia al costado de mi habitación. En el patio tenemos un cuarto para visitas, que lo usan cuando mis padres organizan fiestas en casa, no es por nada pero mi casa es la hostia, grande, amplia y linda.

En aquel entonces yo tenía 10 años, siempre fui de tez blanca como mi madre, cabello castaño y bien simpático, estudiaba en un colegio público y pues me la pasaba muy bien en compañía de mis amiguitos, estaba en cuarto grado de primaria, pero no me subestimen, a mi edad era muy despierto y pues también era muy bueno en clase.  Mi hermana Sofía que era la mayor con 17 años, estudiaba en el mismo colegio que yo y ya estaba en último año, siempre fue una chica muy alta, al punto de estar en el equipo de vóley de nuestro colegio, a su edad estaba muy desarrollada, la verdad muy buena, tenía un trasero de aquellos, uff !! Definitivamente eso lo había heredado de mi madre. Sus pechos no eran muy grandes, estaban acorde a sus edad pero su rostro angelical, su piel blanca, su estatura y su trasero hacían que cualquier chico del colegio se muriera por ella, ni que decir en la calle con todas las guarradas que le gritaban los hombres, me ponía tan celoso que terminaba insultándolos, lastima para mi pues siempre íbamos juntos al colegio y volvíamos de la misma manera, joder que tortura ..!!!

Mi padre se llama Rubén, tenía 45 años en ese momento, conoció a mamá cuando eran adolescentes, en una fiesta, al menos eso sabía, ya más adelante descubriría la verdadera historia, anduvieron de novios un par de años y luego se casaron. A su edad era un hombre gordo y de estatura media, aproximadamente un metro setenta y tres, le gustaba mucho salir juerga con sus amigos, no tenía mucha tolerancia al alcohol, perdía el conocimiento rápido, pero aun así le gustaba parrandear.

No hacía mucho ejercicio, de vez en cuando un fulbito entre amigos, trabajaba en una empresa de dulces ya desde hace bastante tiempo y ganaba muy bien ya que el solo mantenía las comodidades de la familia, se estaba quedando algo calvo y pues todo su atractivo al parecer estaba desapareciendo poco a poco.

JEJEJE!! me reía con algo de tristeza pues no quería terminar igual.

Mi madre Sara en aquel entonces tenía 36 años, era una mujer espectacular, joven y atractiva con un trasero divino, le gustaba mucho ir al gym y cuidaba su figura con buena alimentación, no trabajaba, así que se dedicaba a las cosas de la casa, así como en reuniones con sus amigas y shopping, gastando la tarjeta que mi papá con tanto esfuerzo pagaba, no era muy alta, un metro sesenta aprox. pero lo compensaba con su belleza, piel blanca como la nieve, ojos pequeños, como de asiática, muy lindos, cintura de muñeca, cabello rubio no natural,  pues se lo pintaba cada cierto tiempo, decía que le gustaba mucho así, unas tetas uff !! QUE DIGO TETAS, TETAZASS … le gustaba mucho usar sus vestidos con escotes, lo que resaltaba aún más sus gemelitas, su trasero era un monumento a la lujuria, solo le faltaba que tuviera sombrero y bigote, así le dirían que tenía UN SEÑOR CULO!! Cada vez que salía con mi madre, me tenía que aguantar todas las groserías que le decían, a veces tenía que pelear, a lo que mi madre siempre me decía que era como su guardián, claro el guardián de su culo pensaba yo, seguro que muchos se imaginaban petando ese culazo con brutalidad.

 

Todo comenzó una mañana de lunes, el colegio empezaba un nuevo año escolar, así que me levante muy temprano, como a las 6:30 am, mi despertador era una locura sonando.

JODER, DE NUEVO AL COLEGIO!! Dije despertando.

Baje en pijama las escaleras y fui al comedor, el olor me llevaba casi flotando, pues mi mamá había preparado un desayuno de panquecitos con leche, llegue y mi hermana ya estaba sentada con una pijama muy mona que usa para dormir, pase por su lado viendo como se le marcaba toda la cola.

UFF, SU CULITO TAMBIÉN TIENE HAMBRE, PENSÉ!!  

A mi edad la verdad era muy morboso, y como no serlo, si mi madre y mi hermana eran dos musas impresionantes. Desperté de mi morboso pensamiento y salude todos con los buenos días.

Mi padre ya estaba listo para ir al trabajo pues entraba muy temprano y llegaba muy tarde, se despidió de nosotros muy rápido. Mi madre estaba lavando unas tazas, tenía puesto un top blanco y unos leggins de color negro que le marcaba toda su figura, al verla de espaldas quede maravillado con su cuerpo, era jodidamente sexi.

Cuando me dispuse a sentarme,  mi madre volteo a verme y me dio un regañón de aquellos, por no haber alistado mis cosas para el colegio, tuve que aguantar con coraje pues en parte tenía razón, me la había pasado de vago el día anterior jugando a la play con mis amiguitos de la residencial. Terminé el desayuno y subí a mi cuarto corriendo pues se me hacía tarde para el colegio, en la subida mi hermana comenzó a burlarse de mí, pues es lo que hacía siempre, molestarme.

          Gerardo si no te apuras te dejo y vas a ver el lio que te arma mamá.

ASHH QUE ODIOSA ES ESTA NALGONA, PENSE!!

          Si si, ya sé, estaré listo en 5 minutos. Dije apurando el paso

Entre a mi cuarto y pensé en flash, el superhéroe, para motivarme y hacer las cosas rápido.

JODER VAYA QUE FUNCIONO!!

Ya estaba listo con mi uniforme, mochila y lonchera. Lonchera? Si, aun llevaba lonchera como todo un pendejo, era por orden de mi madre, decía que tenía que alimentarme bien con fruta y comida sana, no llevaba nada de dinero. Caso contrario era mi hermana que si llevaba unos billetes, a veces mi padre le daba para ambos pero yo ni veía ese dinero, por supuesto que no me llevaba bien con ella, siempre me jodia de muchas formas.

Salimos de casa, mamá nos despidió con un beso a cada uno, esperamos la movilidad en el paradero, a una cuadra de mi casa y subimos cuando llego, por más que no me agradaba ir al colegio ver a mis amiguitos Renzo y Rodrigo me hizo sentirme mejor, eran mis mejores amigos de colegio, me senté con ellos en la parte final del bus y fuimos conversando todo el camino.

Ya  en el colegio mi hermana se fue sin despedirse

          Pero que ingrata es esta jirafa, no se acuerdo que soy su hermanito menor. Dije en voz baja.

Teníamos clase de matemáticas ese día y estaba algo cansado, para colmo habían dos idiotas que siempre me molestaban en el recreo, eran del salón de mi hermana, el pesado de Pablo que había repetido en dos ocasiones por lo que tenía 19 años y su compañero Mario que tenía 18 años, que también había repetido, eran de lo peor, altos y corpulentos, se la pasaban intimidando a todos los niños en el recreo, además en varias oportunidades me di cuenta que molestaban mucho a mi hermana, por lo que ambos me hinchaban los huevos.

RING  RING   RING …..!!!

          Es la campana de salida, dios que alivio, no aguantaba más. Dije muy contento mientras guardaba mis cosas en mi mochila e iba al encuentro con mi hermana para volver a casita.

Me encontraba esperando a mi hermana en la puerta del colegio, cuando me di cuenta que tardaba demasiado.  

JODERR !! Que pesada. Dije para mí

Fui a ver porque tardaba tanto, así que camine a su salón y lo que me encontré me dejo me dejo encabronado, estaba mi hermana y su amiga junto con Pablo y Mario bailando reggaetón, pegados a la esquina de su salón, se habían ido todos hasta el profesor, solo quedaban ellos cuatro con la música bajita, mi hermana le daba la espalda a Pablo y este se aprovechaba para restregarle su bulto en el culo.

GRITE!!

          Sofía que haces, te estoy esperando hace media hora, y tú acá frotándote con este…

No dije su nombre por lo que me quedó mirando con ganas de pegarme, de paso que le había cortado el rollo. Jejeje, reí triunfante en mi mente.

          Ya voy Gerardo no seas molesto. Me dijo sofí un poco molesta

          Esto se lo voy a contar a mamá, ya verás la que se arma en casa.

Cuando dije eso, reacciono mi hermana un poco nerviosa y fue por sus cosas.

          Está bien, está bien, vamos que se hace tarde. Dijo sofí algo preocupada

Salimos casi corriendo y tuvimos que tomar un taxi para llegar a casa, ya dentro del auto note a mi hermana muy pensativa, como queriendo hacer algo, así que fue ella la primera en hablar.

          Gerardo, hermanito, Jiji si no le dices nada a mamá de lo que viste, te puedo comprar ese juego de video para tu consola que tanto te gusta. Dijo mi hermana totalmente cambiada, hasta yo me sorprendí porque siempre me trababa mal.

Se refería al call of duty que iba a salir, costaba a muy caro así que me emocioné.

          Acepto hermanita. Dije dándole un abrazo

Pensé que iba acuchillarme la espalda en ese momento pero felizmente para mí no pasó nada.

Llegando a casa nos dimos cuenta que mamá no se encontraba, pues estaba en completo silencio, solo había una nota en la mesa del comedor que decía.

          Hijos tuve que salir de emergencia, Karen (una de las mejores amigas de mamá) está pasando un momento difícil y fui a su casa, hay unos fiambres en la refri, Atte: Los quiere mucho, mami.

Tuvimos que hacernos unos emparedados y pasar la tarde cada uno en su cuarto, yo me recosté en mi cama con unos audífonos escuchando AC DC, cuando sin darme cuenta me quede dormido, me levante como a las 9:00 pm. Asustado baje al primer piso y en el sillón estaba mamá y Karen hablando, así que me gano la curiosidad, me quite los zapatos para no hacer ruido, camine un poco y me escondí para poder escuchar sin que me vieran.

          Sara, soy una estúpida por perdonarlo tanta veces, ya sabía cómo era él. SNIF SNIF  SNIF !! Dijo eso llorando y recostándose sobre el pecho de mamá.

          Karen no tienes nada de que lamentarte, él se lo pierde, tu eres una hembra A1, cualquier hombre quisiera estar contigo, estas muy buena cariño, vas a ver que encontraras un macho de verdad, dispuesto a hacerte olvidar a ese idiota a punta de vergazos, es más yo misma te voy a conseguir un semental que va cogerte como dios manda, te lo digo por experiencia amiga, una verga bien gorda y larga es la mejor medicina para el corazón, Jijiji.

PERO QUE CARAJOS!! Me quede con la boca abierta, era la primera vez que escuchaba hablar así a mamá, y como era eso que “te lo digo por experiencia”, estaba como piedra no sabía qué hacer, así que decidí hacerme notar y entre en la sala haciendo ruido.

Mi madre volteo a verme, nos saludamos y dijo que iba a preparar algo para la cena, en el sillón todavía estaba Karen ya recuperado, al menos ya no lloraba pero si se le notaba tristona. Le prendí la televisión y esperamos la cena, a los 40 minutos mi madre nos llama y nos sentamos a comer.

Ya en el comedor mi madre le dice a su amiga

          Karen, que te parece si hacemos una fiesta en tu casa, ya que estas nuevamente soltera, es lo mejor para que quites esa cara y olvide las penas, yo me encargo de organizarla, que dices?

          No lo sé Sara, no creo que sea buena idea.

          Vamos anímate amiga, verdad que es lo mejor Gerardito. Me dijo mi mami muy sonriente.

Mientras no haya vergas gordas y largas que curen el corazón, está bien pensé yo.

          Si mamá es buena idea, además les hará bien bailar y esas cosas.

          Bailar? A Karen le hace falta algo más que bailar hijo, Jijijijiji. Se rio pícaramente y mirando a su amiga.

          Bueno Sara ya me convenciste, es lo mejor para olvidar a ese estúpido, ahora va saber lo que se perdió. Lo dijo Karen con tanta rabia que me dejo pensativo y a la vez preocupado

La cena terminó y Karen se despidió de nosotros. Yo estaba en la sala viendo televisión mientras mi mami lavaba los platos. En eso llego Sofía, al parecer había salido con sus amigas, estaba muy despeinada, sonriente y con un olor a cigarro, madre mía parecía una chimenea, así que le dije molesto:

          Sofía pero que haces, donde estabas, si entras a la casa con ese olor mamá se dará cuenta.

          Ya tonto no me molestes dame tu perfume para quitármelo, VAMOS TRAEMELO!!. Me dijo casi gritándome.

Subí a mi cuarto como un niño obediente y baje con el perfume, se lo entregué a mi hermana y se roció por todo su ropa.

NI LAS GRACIAS ME DIO, VAYA HERMANITA TENGO, PENSE!!

Fue a saludar a mamá, que se encontraba en la cocina.

          Hola mami, ya llegue, estaba haciendo unas tareas grupales en casa de mi amiga

          Si claro, tareas grupales. Respondió mi madre de forma sarcástica.

          Bueno mami, iré a dormir me siento muy cansada.

          Ok Sofía, que duermas bien.

Mientras mi madre y hermana estaban en la cocina yo seguía pensando en todo lo que había escuchado de la boca de mamá, y más aún en la fiesta que ella misma iba a organizar, el morbo de lo que iba a suceder en casa de Karen me tenía muy nervioso, así que primero tenía que saber cuándo seria la fiesta y como podía ir, de esa manera estaría preparado.

Pasaron los días. Me encontraba en el sillón un poco desilusionado viendo televisión, no había conseguido nada de información sobre la fiesta y cuando pensé que no habría esperanza de asistir, surgió una llamada. El teléfono estaba en la sala, en una esquina junto a la computadora, así que mamá bajo presurosa a contestar, simplemente tuve que pegar la oreja y escuchar lo que decía.

          Hola Marcelo como andas chiquito.

          ……………………………

          Si, la fiesta de Karen, están invitados Tu y Carlos.

          ………………………………………

          Que vas hacerme qué? Jijijijiji eso ya lo veremos.

          ………………………………………..

          Si si, habrá mucha acción, quiero que estén preparados, mi esposo estará de viaje, así que iré con ganas,  Jijiji

          ………………………………….

          Así?,  que no podré caminar en una semana? Jijij

          ……………………………………

          Gerardito ve a la cocina y tráeme un vaso de limonada porfa.

Rayos!! solo lo hacía para deshacerse de mi pensé !!

          Ya voy mami.

Camine hacia la cocina y antes de llegar volví la vista atrás, mi madre me miraba sonriendo y un poco nerviosa, hice que entraba pero me quede cerca para seguir escuchando lo que decía.

          Mira Marce, quiero que tu amigo Carlos ayude a Karen, ya sabes lo que paso con su ex novio, está muy mal y pues se me ocurrió la brillante idea de curarle el corazón a punta de vergazos, de paso tú me das eso que tanto me gusta, Jijjiji.

          ………………………………………………..

          Ya bebe entonces los esperamos, listas y preparadas para la guerra. Dijo mamá mordiéndose un dedito de la mano.

          ………………………………………………….

          Dios mío, no eso no!! no quiero terminar con la concha rota, Jiji.

          ……………………………………

          Ya veremos pervertido, ya veremos, Adiós. Y colgó.

Pero que rayos pasaba con mamá estos días. Yo estaba algo confundido, me preocupaba el comportamiento de mi madre, pero a la vez también sentía morbo de presenciar lo que iba a ocurrir el día de la fiesta, sin más volví con el vaso de limonada y hable con mamá para tratar de sacarle algún dato de la fiesta.

          Mami disculpa que sea un metiche pero quien era ese tal Marce?

          Ah!! un amigo del gym, Gerardito.

Mamá iba al gym todos los días por la mañana y siempre volvió casi al mediodía, seguro tenía muchos amigos y amigas que no conocía.

          Mami, y que tanto conoces a tu amigo?  te escuche hablando con él de la fiesta.

          Si Gerardito, lo que paso es que Marce es un buen amigo, nos tenemos mucha confianza y compartimos cosas en común.

          Como que mamá? Cuando estaba en el sillón escuche que le decías que no ibas a poner caminar en una semana, te va a golpear?

Se sonrojo mi madre y trato de reírse algo nerviosa.

          Jijiji, no hijito, mira cuando seas adulto entenderás que hay cosas en la vida que causan mucho dolor pero a la vez mucho placer. Dijo lo último mordiéndose su labio inferior.

          Y mi papá no te puede dar eso? Porque ese señor te da placer, a que te refieres mami?. Dije haciéndome el inocente.

          No, no es eso, a tu papá lo amo, pero hay otras cosas que en los adultos es muy importante, todavía estas muy chiquito para entenderlo. YA SUFICIENTE GERARDITO !! a tu cuarto, a dormir que mañana tienes colegio. Me dijo muy cabreada mamá.

          Está bien mami. Dije agachando la cabeza y triste.

No quería hacer enojar a mamá, así que tuve que irme a mi cuarto resignado, solo me quedaba dormir y esperar el día de mañana

………………………………………………

RING RING RING !!

Dios el despertador, que horrible es levantarse temprano para ir al colegio. Dije para mí.

Era viernes y pues tampoco era para tanto, así que baje a tomar el desayuno como de costumbre y ahí estaba mi familia, mi padre en la puerta ya listo para irse al trabajo, se despedía de mi madre pues tenía comisión y volvería hasta el miércoles.

Mi hermana en el comedor tomaba leche con cereal,  la salude con los buenos días pero no me respondió. QUE ODIOSA PENSE!!

Me senté para desayunar y cuando iba a comer un pan, entró mi madre vestida con un short blanco ajustado, que le marcaba todo la raja del culo y por el frente el clásico camaltoe.

Ufff !! No pude resistir bajar la mirada y ver como se le marcaba la concha en el short, parecía tener hambre, con ganas de comerse algo. Antes de que se diera cuenta, desvié la mirada para mi hermana haciéndome el distraído.

Mi mami parada delante de nosotros nos saludó muy emocionada, se sentó con nosotros y comenzó a decirnos que este domingo haría una fiesta en casa de Karen.

Así que la fiesta seria esta misma semana, eso no me lo esperaba, bueno yo escuchaba mientras que a mi hermana parecía no importarle.

          Mami puedo ir? Pregunté

          No Gerardito, es una fiesta solo para adultos y pues los niños no pueden ir.

          Pero mamá que significa eso, te prometo que me portare bien, no haré nada que te moleste, además mi hermana no sabe cuidarme. Volví a insistir

          Nada de peros hijo, te quedas en casa con tu hermana.

          Pero mamá, y no iras con papá?

          Tu padre estará de viaje hasta el miércoles, por lo que no podrá asistir.

Qué raro pensé, con todo lo que había escuchado antes, además que papá no vaya a ir, y sin la presencia de niños, seguro que mamá ocultaba algo.

          Bueno mami está bien ya no insistiré más.

          Eso está mejor hijo, así me gusta mi niño obediente, se van a dormir temprano y me esperan que volveré al día siguiente muy temprano.

          Como mami? No vendrás a dormir con nosotros.

          Eeesstee, eee, mira hijo lo que pasa es que la casa de Karen está un poco lejos y pues se me hará muy tarde poder venir a casa, además Karen me dará una de sus habitaciones para dormir, quédate tranquilo hijo que estaré bien.

          Bueno mami espero que te diviertas.

          Claro que si hijo, me voy a divertir y muchooo, Jijijiji!! Lo dijo sonriendo pícaramente.

          Bueno niño basta de preguntas, al colegio que se hace tarde. Dijo mami apurándonos

Salimos mi hermana y yo rumbo a estudiar. Pasó la mañana, la tarde, la noche y no podía concentrarme para nada, mi mente estaba solo en la fiesta

Rayos, de qué manera iría? Pensaba.

Una fiesta solo de Karen y mi madre con sus misteriosos amigos, en casa de ella, muy lejos de la nuestra y sin la presencia de papá, era algo que no podía perdérmelo.

Llego el sábado y aún no tenía un plan, como no tenía clases me la pase pensando que hacer, podía decir que iba a casa de un amigo y quedarme la noche pero de todas maneras mi madre llamaría diciendo que me cuidaran.

Rayos, esto estaba muy complicado, hasta que por la tarde llego la esperanza, mi hermana en el almuerzo mencionó que tenía una pijamada en casa de una amiga y pues no dormiría conmigo, a lo que mi madre respondió diciéndole que yo me iba a quedar solito en casa y que podía pasarme algo, la típica preocupación de una madre, solo me quedaba tratar de convencerla, para que le diera permiso a Sofí, así yo me quedaría solo y podría ir a la fiesta sin que se diera cuenta.

          Mamá ya estoy grande, puedo cuidarme solo, no me va a pasar nada.

          Si mamá ya está grande este niño, puede cuidarse solo. Dijo mi hermana de mala leche.

          Nada de niño hija, es tu hermanito, HAY ESTOS CHICOS!! Dijo mi madre

          Bueno está bien pero Gerardito te aseguras de cerrar las puertas con llave, no quiero que abras a nadie, yo voy volver por la mañana, así que ya estarás despierto para abrirme. Dijo mi madre

          Yeeeeee !! gracias mami, y le di un beso.

Termine de comer y me fui a mi cuarto, ahora solo tenía que pensar cómo llegar sin ser detectado, eso iba a estar más complicado pero recordé que el año pasado ya habían hecho una fiesta en casa de Karen y de travieso me quede las llaves de su casa, VAYA!! Nunca pensé que esa travesura me serviría para mi plan, pero estaba más que feliz, las busqué por todo mi cuarto y las encontré.

La casa de Karen era muy grande, más que la nuestra, ya que su padre era un hombre de negocios y pues le había regalado esa casa hace mucho tiempo, 3 pisos, una piscina y un jardín amplio con muchos arbustos. Para entrar en su casa primero teníamos que cruzar el jardín, ya que la casa quedaba como a 20 metros de la puerta principal, tenía muros a los costados, así que la única forma de entrar era con la llave.

Karen por cierto tenía 38 años, estaba igual de buena que mamá, era de mirada penetrante, piel blanca muy linda, eso si no era muy alta, al ojo diría que era de la misma altura de mami, su cabello lo usaba de distintos colores, igual todo le quedaba genial pero lo que más resaltaba en ella eran ese par de tetazas que ponían caliente a cualquiera y para rematar su culo de milf que era impresionante, como para hacerle un altar en honor a todas las pajas que seguro provoco. Entre ella y mamá curaban cualquier impotencia sexual, de eso estaba completamente seguro.

Solo me quedaba dormir y esperar el día de mañana.

………………………………………………….

El domingo llegó, por fin!! Dije cuando me levante.

Tenía una sensación de felicidad, preocupación  y morbo, todo a la vez, estaba ansioso por ver todo lo que iba a ocurrir.

Por lo menos ya había planeado todo, iba a salir dos horas antes, con el pretexto de jugar a la casa de un amigo, pero en realidad iría a casa de Karen para ocultarme bien y esperar a que comience la fiesta. ERA UN GENIO!! Pensé sonriendo.

La primera en irse fue mi hermana Sofía, como a las 4:30 pm, a casa de su amiga, con el rollito de la pijamada, luego me enteraría lo que vedad paso de boca Pablo y Mario, los bravucones de mi colegio.

El segundo en salir fui yo, aliste mis cosas, como dije que iba a casa de un amigo, aproveche para sacar una mochila, con un abrigo, dinero y una cámara. Tal vez suceda algo que recordar, pensé.

Salí a las 5:00 pm, yo sabía que la fiesta comenzaría de noche pero no la hora exacta, así que esperaría seguro un par de horas hasta que llegaran. Me despedí de mi madre, que se estaba dando una ducha en su cuarto, por lo que me contestó con un, CUIDATE GERARDITO, NO DUERMAS TAN TARDE EH!!

          Ya mami. Le dije en tono de niño bueno.

Tome un taxi y salí rumbo a la fiesta, lo primero era saber si ella se encontraba en su casa, así que al llegar, pregunte al guardián de la zona, era un tipo bajito, moreno, gordo, de unos 50 años, de mala pinta, hasta miedo me daba.

          Buenas tardes señor, sabe si la señora Karen Valderrama Ortiz  está en casa?.

          No mocoso no se encuentra, porque, quien eres tú? Me dijo de mala leche.

          Soy su sobrino (mentí), vine a visitarla y quería saber si estaba?

          Pues no está enano, debe estar gozando por algún lado, con lo guarra que es tu tía, seguro que está gritando como un cerdo ahora mismo, Jajaja. Me dijo riéndose ruidosamente.

          Oiga señor no hable así de mi tía, que le pasa, acaso usted la conoce? Respondí envalentonado.

          Jajaja, pues claro mocoso, si yo soy el guardián de esta zona, conozco a todos aquí, y tu tía es una guarra, cuando hago guardia en las noches, paso por su casa y solo la escucho aullando de placer, su novio debe tenerla grande, como grita la condenada uff !! De solo pensarlo se me pone tiesa, mira muchacho. Me dijo señalando su bulto.

          Viejo asqueroso!! le grité y me fui corriendo a casa de Karen.

Llegue a la puerta principal, use la llave y entre, tuve que cruzar todo el jardín para llegar a la casa, cuando lo hice pude ver que estaba todo muy calmado, había una decoración con globos en el techo y mucho licor en la cocina, al parecer iban a beber bastante, pero lo que más llamó mi atención fue que al costado de las bebidas, habían 2 cajas de condones de 15 unidades XXL, con una imagen en la caja y una frase que decía: “Con espuelas, multiorgasmico”, PERO QUE RAYOS ERA ESTO!! Se supone que sería una fiesta para curar el corazón de Karen no un orgia para curar la concha de Karen, esto estaba empeorando, mamá nunca había sido infiel a papá, al menos era lo que sabía. Seguí caminando por la casa, todo era de lo más normal, hasta que subí al segundo piso, para ser más preciso al cuarto de Karen, tenía curiosidad de ver que había en su habitación, comencé a rebuscar sus cajones donde guarda sus calzones,  encontré muchos y de distintas formas, hilos, cacheteros, y uno que era muy particular, porque tenía un hueco  justo en el medio, el hombre que la viera con eso puesto seguro que le vería toda la concha al aire, uff !! Comencé a excitarme de solo de imaginarla con eso puesto, menuda guarra era Karen, tal vez el guardián tenía razón, y si era una puta gritona.

Deje los calzones de Karen en su sitio y busque ahora en el armario donde guardaba sus zapatos, me llamo la atención una caja de color rosa, tenía candado pero estaba abierto, así que la curiosidad me gano y abrí la caja. Lo que encontré me dio tanto miedo que me hizo caer de culo, ERA UN PENE DE GOMA COLOR MARRÓN GRUESO Y LARGO, MONSTRUOSO.

Yo pensando que la amiga de mamá era una santa, pero que equivocado estaba. Trate de medirlo con mi bracito y era mucho más grande, JODER !! DEBÍA TENER POR LOS MENOS 25 CM.

Ufff !! ya estaba muy excitado, solo pensaba en mujeres desnudas, como las que salen en esas revistas para adultos, aproveche que estaba solo y me fui al baño para hacerme una paja, pues ya no aguantaba mas calentura, estaba todo sudado así que me lave y fui a guardar todo en su lugar, vi la hora y ya eran las 8:42 pm, como había pasado el tiempo, felizmente aún no habían llegado, me dispuse a bajar para esconderme en el patio, por la zona de los arbustos, así nadie iba a notar mi presencia.

Me escondí entre 2 arbustos muy grandes, saque mi abrigo y espere la llegada de mamá, Karen y sus dos misteriosos amigos.

 

Espere aproximadamente 1 hora y media, hacía mucho frio, hasta que por fin escuche la puerta principal abrirse, trate de mirar entre los arbustos y vi solo dos siluetas, dos tipos muy grandes, musculosos y de buena pinta, debían ser Carlos y Marcelo, uno era moreno, el otro blanco, no sabía quién era quien pues no los conocía, cruzaron el patio hablando entre risas.

          Ya te digo tío, hoy voy a reventar la concha de Sara, tanto que su marido no la va reconocer, jajaja. Dijo el hombre blanco

          Que dices Marce, si bien que aguanta la guarra, ya no te acuerdas cuando le dejamos la concha echando humo y bien que pedía más, jajaja uff !! estoy hecho un burro, esas vaginas van a terminar destrozadas, de eso estoy seguro jaja. Dijo el moreno.

Ahora ya lo tenía más claro, Marcelo era el blanco pintón y Carlos el moreno musculoso.

          Hey Carlitos compraste las pastillas que te dije?

          Pues claro Marce, mira. Dijo sacando de su bolsillo una tableta con 4 pastillas azules.

          Lo que vamos a gozar hoy Carlitos, quiero pasar 24 horas follando, haber que tanto aguantan estas perras, si son tan calientes como dicen, o si desmayan a mitad de la faena, Jajaja.

          No hay escape Marce, vamos a coger hasta que salga la última gota y nos quedemos secos, Jaja.

Ya habían cruzado el patio y entraron a la casa. Yo estaba nervioso y asustado, no sabía que hacer, y como era eso, “que le dejaron la concha echando humo a mi mami”? pero cuando había pasado eso? hasta la última gota? Esto estaba empeorando demasiado, yo no me lo creía!! Al menos hasta que lo viera con mis propios ojos. Solo me quedaba esperar a mi linda madre y a su amiga.

Tardaron como 20 minutos en abrir la puerta principal, me levante y vi la silueta de dos mujeres, definitivamente eran ellas, PERO QUE CARAJ… !! Mi madre y Karen venían con las tetas al aire tambaleándose muy borrachas, se sostenían entre las dos para no caerse, venían hablando con la voz arrastrada.

 

          Sa-ra pe pe-ro que guarraaa eeeeeeres, te vi con el Mar mar-ce cuando fueron al baño de hombresss, en el bar. Hip hip

          Si kareen ya no aguantaba, es es-tabaaaa muyyy cali-ennnte, solté un escándalo en el baño, Jijiji, Hip

          Joder Sa sa-ra lo que nos essspera ahora, jijjii, esto se va a poner feo, con esas mangueras que se traen esos dos, seguro que mañana usaremos silla de ruedas. Hip Hip.

          Diloooo porrrr ti amiga, a mi ese idiotaaaaa no me va ganarrr, le voy a dejar polla más seco que un tronco. Hip, ya verás cómo acabara con dolor en los huevos, Hip.

Me quede con la boca abierta, con todo lo que escuchaba de mi madre, ahora si estaba seguro que si iba armar una guerra, pero de la buena, donde iban a correr pollazos por todos lados y por lo visto iba a estar parejo, ya que las amiguitas no estaban dispuestas a ser reventadas.

Entraron a la casa con las tetas al aire y cerraron la puerta, solo escuche un ruido de alegría al parecer de Marcelo y Carlos, la casa estaba repleta de licor, y mi madre y su amiga ya venían borrachas, esto iba a terminar mal, espere resignado entre los arbustos.

SEGUNDA PARTE EN MI BLOG: https://lasaventurasdegerardo.blogspot.com

  • : RELATO XXX: “LAS AVENTURAS DE GERARDO” SAGA QUE NARRA LA HISTORIA DE UN NIÑO Y SU FAMILIA.
 
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