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Relato erótico: “Epic story: dibujos animados” (POR DOCTORBP)

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Mónica tenía 30 años, de estatura media. Era morena, delgada con cuerpo lleno de curvas gracias a su culo bien puesto, sus caderas estilizadas y sus imponentes pechos. Su rostro desprendía atractivo y mucha personalidad. En conjunto era una bella mujer. Vivía junto a su pareja, de 33 años, alto, pelo corto y cuerpo atlético debido al deporte que practicaba en el equipo de fútbol en el que jugaba. El novio de Mónica estaba bueno. Estaban hechos el uno para el otro.

La pareja se había conocido hacía unos años y habían comenzado una relación lenta pero bien cimentada que iba encaminada a la formalización de su unión en un acto por lo civil que estaba planificado para el año siguiente.

Mientras el novio de Mónica, antes de conocerla, había tenido únicamente 2 relaciones, aunque bastante duraderas, ella había tonteado con unos cuantos chicos. Algunos no habían pasado más allá de ser un rollete pero, a pesar de la gran cantidad de pretendientes que siempre había tenido, únicamente unos pocos afortunados habían conseguido el premio que ansiaban.

Aunque había pasado mucho tiempo, en su juventud, Mónica había sido un poco loca. Había disfrutado la vida sin tapujos y eso la hizo conocer muchos chicos. Pero eso formaba parte de un pasado lejano, olvidado. Ahora sus prioridades habían cambiado. Ahora sólo pensaba en un hombre y no necesitaba absolutamente nada más.

-Hoy ha llegado el jugador nuevo. Se llama Marc – le comentó a su novia mientras cenaban.

-¿Sí? ¿Y qué tal? – le preguntó con interés.

-Bueno, no nos ha dado mucho tiempo a conocerlo, pero parece un poco… – y tras unos segundos intentando encontrar la palabra adecuada – … prepotente.

-¡Uy! Pues me parece que muy bien no os vais a llevar – aventuró Mónica conociendo el temperamento de su novio.

-¡Es un gitano! – bromeó en tono despectivo.

-¿En serio? – preguntó sorprendida.

-Al menos lo parece… es muy moreno, con greñas…

Mónica empezó a reír.

-¡Es Mark Lenders! – aseveró divertida.

-¿Quién? – preguntó su novio extrañado.

-¡No me digas que nunca has oído hablar de Mark Lenders! – Mónica pensaba que estaba de broma.

-Pues no.

-¿En serio?

-En serio.

-¿Tú nunca viste Oliver y Benji? ¿Campeones?

-¡¿Pero eso qué es?! – bromeó haciendo ver que Mónica le estaba vacilando. Realmente no sabía de lo que le estaba hablando.

-¡Anda ya! ¡Tú no has tenido infancia! – concluyó divertida dándose cuenta de que no estaba bromeando.

-Bueno, ¿me lo explicas? – continuó él tras unos segundos de silencio, intrigado por saber a lo que se refería su chica.

Y durante el resto de la cena Mónica le explicó por encima la serie de dibujos japoneses sobre fútbol que encandiló a toda una generación de niños y niñas hacía unos cuantos años.

Pasados un par de días el novio de Mónica volvió a tener un entreno y, nada más llegar a casa, se dirigió en busca de su pareja.

-¿Se puede saber cómo sabías que se llamaba Mark Lenders? – le preguntó, serio.

-¿Cómo? – Mónica estaba descolocada.

-El nuevo, se llama Mark Lenders. El mismo nombre que dijiste el otro día.

Mónica estaba flipando. Por un momento pensó que nuevamente su novio estaba bromeando, muy típico en él, pero estaba demasiado serio.

-¿Me estás diciendo de verdad que tu nuevo compañero se llama Mark Lenders? ¿Como el de los dibujos?

-Sí – Mónica se rio – A mí no me hace gracia.

-Anda, ven aquí – ella se acercó al malhumorado hombre y lo besó haciéndole arrumacos – Es una increíble casualidad – siguió riendo mientras pensaba si era posible que alguien moreno, con greñas, pinta de gitano en definitiva, futbolista y prepotente se llamara Mark Lenders.

Mientras abrazaba al hombre al que quería recordó lo mucho que le gustaba aquel personaje de dibujos animados. Un gruñido de satisfacción sonó en su mente recordando aquel dibujo chulesco pero, en el fondo, de buen corazón. De pequeña se había fijado en él por ese carácter indomable que sin duda tanto le atraía. Y porque estaba bueno, por qué no decirlo.

Durante los siguientes días, a medida que el novio de ella conocía más al nuevo, siguieron hablando sobre el tema de vez en cuando y, para sorpresa mayúscula de ella, el número de casualidades aún no había concluido.

Mark era delantero y había llegado para paliar la evidente sequía goleadora del equipo. Iba a la universidad mientras trabajaba en un Telepizza para ayudar económicamente a su viuda madre que tenía que hacer frente a los gastos universitarios de Mark y de sus hermanos pequeños. Por si eso fuera poco, el fuerte carácter de Lenders era más que evidente y ya había tenido algún roce con el veterano del equipo, el novio de Mónica.

Llegaba el final de temporada y, como cada año, se organizaba la cena de equipo a la que acudían jugadores, cuerpo técnico, directiva y el resto de integrantes del club acompañados de sus respectivas parejas.

-Mónica, ¿recuerdas que el próximo viernes es la cena del equipo?

-Sí, claro… me muero de ganas de conocer en persona a Mark – le bromeó.

-No me hace gracia – le contestó su novio, serio, pero bromeando en el fondo, seguro de su chica.

Ella le sonrió y lo besó. La mujer estaba exaltada. Según todo lo que su pareja le había contado, su nuevo compañero de equipo era la reencarnación de aquel dibujo animado que de pequeña tanto le había fascinado. Y sólo el mero hecho de pensar que podía conocer a aquel dibujo en carne y hueso le evocó calenturientos recuerdos en forma de cosquillas en el estómago.

De camino a la cena se dijo a sí misma que se llevaría una decepción. Por muchas casualidades que hubieran entre el Mark Lenders animado y el real era imposible que se parecieran tanto como para ver, en el hombre al que iba a conocer esa noche, aquel dibujo animado motivo de sus primeros sueños húmedos. No es que tuviera que preocuparse por volver a sentir esas sensaciones, cosa que veía completamente imposible, pero sí le hubiera hecho gracia ver en ese chico el reflejo de aquel pequeño macarrilla de la serie Campeones.

Mónica solía aburrirse en estas cenas en las que la mayoría de conversaciones giraban en torno al fútbol. Tampoco ayudaba que su novio fuera el más veterano. El resto de jugadores eran muy jóvenes, al igual que las parejas de éstos con lo que tampoco tenía muchos puntos en común con ellos. De ahí que nunca tuviera ganas de acudir. Sin embargo, finalmente siempre asistía por su novio, al cual no le apetecía ir solo y, además, le gustaba presumir de mujer. Sin duda Mónica era la que estaba más buena de todas a pesar de la juventud del resto. Pero este año, la intriga por conocer al nuevo había cambiado las cosas. Mónica tenía ganas de asistir a la cena únicamente por el mero hecho de conocerlo.

Una vez en el restaurante, la mujer comenzó a divisar rostros conocidos y fue saludando a medida que los reconocía. Aunque a muchos los veía de año en año, tenía buena memoria para los nombres así que eso no era problema. Antes de terminar la ronda de saludos divisó una espalda ancha y fuerte que se extendía bajo una melena de cabello negro. El corazón empezó a bombearle con fuerza. No pensó que reaccionaría así.

-¡Pero si eres Mark Lenders! – aseveró cuando el jugador de 1’80 de estatura se giró dejando ver sus grandes ojos oscuros, su piel tostada y sus fuertes facciones. Era la viva imagen del dibujo animado.

-Sé que soy bueno, pero no sabía que ya era famoso – contestó Mark con severidad al comprobar la reacción de aquella mujer desconocida.

-Es que le he hablado de ti – intervino el novio de Mónica.

-No sabía que fuera tan importante en tu vida – le desafió Mark provocando la ira en el rostro del veterano del equipo.

-Déjalo… – le tranquilizó ella y se lo llevó dándole la espalda al gitano no sin antes girar la cabeza para echar un nuevo vistazo a aquel impresionante hombre y dedicarle una sonrisa. Mark no se la devolvió, únicamente la miró con suficiencia provocando nuevas cosquillas en el estómago de la mujer.

La cena transcurrió sin mayores novedades. Mónica y su novio estaban sentados bastante alejados de Mark que había acudido solo y no fue hasta después de la cena cuando tuvieron un nuevo encuentro.

-Hola Mark – le saludó ella al ver, a través del espejo donde se estaba retocando, cómo el jugador se acercaba en dirección a los servicios.

-Hola – le devolvió el saludo con tosquedad.

-¿Tú conoces la serie Campeones? ¿Oliver y Benji? – quiso salir de dudas.

El rostro del jugador pareció desfigurarse mostrando una mueca de contrariedad, tal vez preocupación.

-Oliver y Benji no se merecían el reconocimiento que tenían – espetó con rabia.

Mónica sonrió, no podía estar más de acuerdo. Y se alegró al comprobar que Mark pensaba de aquella manera y, sobre todo, que conocía la serie. ¡Cómo no la iba a conocer si él era uno de los protagonistas! pensó.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-No – la cortó con el rostro marcado por la indiferencia, siempre rudo. Pero aquella contestación no le molestó a la mujer, todo lo contrario.

-¿Cuándo es tu cumpleaños? – pero el tipo la ignoró entrando al servicio.

Mónica ya se había acicalado, pero esperó a que Mark saliera del cuarto de baño de los chicos. Quería seguir jugando un rato. Mark no tardó en salir y pensó que esta vez se iba a poner a su altura y lo ignoraría. Ya le había prestado demasiadas atenciones, más de las que nunca le había prestado a un chico, no lo necesitaba. Se limitaría a verlo pasar a través del espejo.

-El 17 de agosto – le contestó cuando pasaba justo a su espalda mirándola tan solo unos instantes a través del espejo y, por primera vez, sonriéndole levemente. Una sonrisa llena de intenciones, de chulería como no podía ser de otra forma. ¿La estaba vacilando?

Mónica no pudo evitar sonreír al escuchar esa fecha. Intrigada como estaba por conocer a este personaje se había documentado un poco y sabía que el dibujo animado de Mark Lenders nació un 17 de agosto. ¿Una casualidad más? se preguntó. Tenía la cabeza hecha un lío. ¿Era cierto que cumplía años ese día o, cansado de que lo comparasen con el personaje de ficción, se sabía sus datos para poder vacilar a gente como ella que lo confundiera con la animación? Tal vez todo lo que contaba, lo de la universidad y su familia, por ejemplo, no era más que una argucia para impresionar a todos los que como ella, fueron seguidores de aquella mítica serie de dibujos y lo confundían con uno de los personajes más carismáticos de la misma. Se giró, confundida y con rabia, para mirarlo. Y se dijo a sí misma que averiguaría la verdad sobre ese pedazo de hombre. Estaba buenísimo pensó.

Tras la cena decidieron salir a tomar algo como siempre hacían. Normalmente, Mónica y su novio se marchaban en ese momento ya que ella no se sentía todo lo cómoda que le gustaría y él entendía que ya hacía un esfuerzo acudiendo a la cena así que no le importaba.

-¿Nos vamos? – le preguntó.

Aunque ella se hubiera ido de buena gana, tenía la espina clavada de no haber averiguado si el nuevo era un farsante o si realmente se trataba de una especie de reencarnación del anime. Intentó pensar rápido una excusa para no marcharse y creyó que la tenía.

-No, cariño, ¿cuántos años te quedan en el equipo? – ya habían hablado sobre la posibilidad de que lo dejara para tener más tiempo para ella y dedicarlo a nuevos proyectos juntos. ¿Un hijo tal vez? – Sé que aún no lo has decidido, pero tal vez sea tu última cena de equipo. Hoy nos quedamos hasta que te apetezca – y sonrió sacándole una sonrisa a su novio que se abalanzó sobre ella para abrazarla y besarla.

Mónica se sintió ligeramente culpable. Aunque no le mintió con aquellas palabras, pensó que jamás se le hubieran ocurrido si no fuera por los motivos reales por los que le apetecía alargar la noche.

A su vez, el novio de Mónica se sintió feliz de estar con aquella mujer tan sobresaliente. No sólo era guapa, atractiva, estaba muy buena, sino que tenía un gran corazón como acababa de demostrar y, sobre todo, con gestos como ese le demostraba su amor que era lo que más le recompensaba de su relación.

Fueron a un antro donde había sillas y sofás en los que sentarse, mesas en las que podías tomar algo alrededor, de pie, todo ello sin un orden aparente. La distribución parecía un poco caótica, pero tenía su encanto. La música no estaba muy alta con lo que se podía hablar sin problemas.

-No te preocupes por mí, cariño – le propuso Mónica – tú disfruta de tus compañeros. Esta noche no me importa, pero me deberás una – le bromeó con sorna.

Su novio no le contestó, simplemente le sonrió y desapareció en busca de unos amiguetes. Mónica se sintió extraña y emocionada al mismo tiempo. Se disponía a empezar sus investigaciones y lo primero sería divisar a Mark y acercarse para vigilarle.

-Una coca-cola – pidió el gitano en la barra. Mónica, al escucharle, no pudo evitar comenzar a reír a carcajadas atrayendo la atención de Mark.

Él la miró desafiante y ella se dio cuenta en seguida de que no servía para detective. La habían descubierto a las primeras de cambio. Sonrió a pesar de aquella ruda e impresionante mirada que habría turbado a cualquiera.

-Se dice por ahí que eres adicto a la coca-cola…

-Tía, déjame en paz – le cortó con tales aires que, por primera vez, la mujer se sintió cohibida.

El hombre se marchó dándole la espalda y Mónica se sintió idiota. Se había quedado por él, para averiguar si todo lo que aparentaba era una fachada y había fracasado en el primer intento. Sintió ganas de irse a casa, pero ahora no podía pedírselo a su novio tras decirle que aprovechara la noche con sus compañeros de equipo, que ella se sacrificaba hoy por él.

Se fijó en Mark mientras se alejaba y pensó que por muy duro que fuera aquel tipo y por muy bueno que estuviera, nunca ningún tío la había tratado o rechazado de aquella forma. Se sintió mal al comprobar que el amor platónico de su época juvenil encarnado en todo un hombre hecho y derecho la rechazaba a pesar de lo buena que sabía que estaba. Mark se había sentado en una de las sillas con su coca-cola y decidió un último acercamiento.

Se dirigió con disimulo hacia él y se quedó a unos escasos metros, con su bebida, entablando conversación con un par de chicas, novias de un par de jugadores del equipo. Al cabo de unos minutos, haciéndose la distraída, se acercó a la silla en la que estaba sentado Mark y se sentó en el brazo de la butaca, dándole la espalda y entrando en contacto con el brazo del rudo futbolista. Mark no lo apartó, manteniendo el contacto físico con Mónica, gesto que provocó una leve sonrisa de triunfo en el rostro de la mujer.

Mónica se sentía mejor. Si Mark hubiera apartado el brazo al contactar con la parte baja de su espalda se hubiera sentido completamente rechazada, pero no era el caso. Aunque seguía manteniendo la conversación con las chicas, no las escuchaba. Estaba atenta a los movimientos del morenazo que no apartaba el fuerte brazo. Ella se movió ligeramente, con disimulo, acomodándose mejor en el brazo de la silla y acercando su cuerpo al de Mark.

Definitivamente, se estaba calentando. El contacto con aquel musculado brazo le estaba gustando y los recuerdos de su infancia le venían a la mente. Comenzó a moverse ligeramente, restregándose con la extremidad del hombre, que no parecía dispuesto a terminar con aquello. Notaba como el fuerte brazo del futbolista se clavaba cada vez de forma más evidente en su carnoso cuerpo. Mónica lo había buscado únicamente para subirse la autoestima, pues no estaba acostumbrada a los desaires que Mark le había dedicado en la barra, pero para nada esperaba empezar a sentir cierta excitación. Pensó que era lo normal, había bebido un poco y Mark estaba muy bueno, era un calco al dibujo animado con el que había tenido sus primeras fantasías, con lo que no le dio mayor importancia. Pero al oír la voz de su novio acercándose se levantó rápidamente, sintiéndose culpable.

Su chico ya había pasado un buen rato con sus compañeros y Mónica no quería problemas. Decidió dejarse de tonterías y pasar de Mark quedándose junto a su novio que no tardó en proponer marcharse a casa pues no quería que ella se agobiara demasiado por el simple hecho de dejarle pasar una noche con sus compañeros de equipo y el resto de gente del club. Ya había disfrutado bastante de la noche y no quiso ser egoísta al igual que ella tampoco lo había sido quedándose más rato, pensó.

Comenzaron a despedirse de la gente hasta llegar a la altura de Mark. El novio de Mónica le dio la mano sin mucho entusiasmo, pero el gitano ni le dirigió la mirada que estaba reservada para Mónica (sin duda los roces de la silla habían tenido efecto). Ella se la devolvió, fijándose detenidamente en el rudo rostro que tanto le atraía. Pensó nuevamente que estaba muy bueno y que más lo parecía a medida que avanzaba la noche. Él la miraba sin perder el aire de superioridad que la volvía loca. Incluso no le disgustó que despreciara a su novio de aquella forma. Pensó que el cabrón había conseguido excitarla definitivamente.

De camino al coche, la pareja iba hablando sobre los acontecimientos de la noche. Ella tenía intención de guardarse todo lo relacionado con Mark. Si bien jamás hubiera hecho nada con él, pues ella quería a su novio con el que estaba completamente satisfecha en todos los sentidos, no era plan de contarle el tonteo que había tenido y, mucho menos, las consecuencias del mismo. Aunque como realmente no había pasado nada, decidió dejarlo estar y enterrar aquel tema para siempre. Seguramente no volvería a coincidir jamás con ese tío y se quedaría con la graciosa experiencia de haber conocido a la viva imagen del dibujo animado de Mark Lenders en la realidad.

Cuando él le preguntó, con desgana, sobre el nuevo compañero del que tanto habían hablado a lo largo de la temporada, ella se limitó a afirmarle que se parecía mucho al dibujo del que le había hablado, pero no demostró mucho entusiasmo. Y a su novio ya le vino bien, pues tampoco tenía muchas ganas de hablar sobre su indeseable compañero de equipo.

-Vosotros… – se oyó a sus espaldas – ¡ei! sí, vosotros – insistió la voz – ¡que os estoy hablando! – se enojó el macarra que les estaba llamando la atención.

La pareja ignoró la voz que los llamaba intuyendo que se trataba de algún yonqui que les quería pedir dinero. Sin embargo, el novio de Mónica, cuando notó que el hombre se ponía algo borde, se giró.

-¿Qué quieres? – le preguntó cordialmente para no sobresaltarlo al tiempo que se sorprendía al ver a 3 tíos con muy malas pintas. Se temió lo peor. No eran yonquis sino 3 chavalines jóvenes que seguramente, puestos hasta las cejas, únicamente buscaban follón. Se preocupó por Mónica.

Ella se asustó mucho al ver las pintas y, sobre todo, las caras desencajabas de los chicos que se dirigían hacia ellos. El primero, el que los había llamado, era el más bajito y delgado, pero los otros 2 eran más fuertes y altos y daban miedo. El último era más o menos de la misma corpulencia que su novio, pero el otro era una auténtica mole. Y no estaba gordo precisamente, todo era músculo a base de machacarse en el gimnasio.

-Has estado toda la noche tocándome los cojones – desvarió el más bajito que parecía el más fuera de sí.

-Tío, si nosotros venimos de otro sitio – no mentía – me habrás confundido con otro, tranquilo – intentó conciliar, pero el macarra estaba fuera de sí y le dio un empujón. El novio de Mónica ni se inmutó, pero en seguida saltaron los otros 2 a la palestra.

-¡Eh! ¡No toques a mi colega!

-Pero si ha sido él, yo no le he hecho nada.

-Vámonos… – suplicó ella, con los ojos humedecidos.

Pero antes de que su chico pudiera reaccionar, el más grandote le pegó un empujón tirándolo al suelo. Mónica gritó asustada. El bajito lanzó una patada, pero el novio de la atemorizada mujer, desde el suelo, reaccionó rápido agarrándole el pie y tirando también al macarrilla. En ese momento los otros 2 se abalanzaron sobre el novio de Mónica que se levantó rápido, con la agilidad que su atlético cuerpo le permitía. No quería problemas y habría salido corriendo si no fuera por su novia, que estaba inmóvil sollozando. La miró y no se percató del menos corpulento de los agresores que, desde el suelo, le agarró una pierna reteniéndolo, momento que aprovechó el más grandote para soltarle un puñetazo que recibió inesperadamente tumbándolo al suelo nuevamente. Mónica no dejaba de llorar.

-¿Qué pasa ahí? – se oyó a lo lejos.

Mónica levantó la vista y divisó una figura conocida, pero distorsionada por las lágrimas que le inundaban los ojos.

-¿¡Qué está pasando!? – insistió Mark que corría hacia el tumulto.

El valiente gitano pasó raudo al lado de la sollozante mujer a la que ni miró y se dirigió directamente a la pelea. En cuanto el mediano de los vándalos se giró para ver quién era el nuevo integrante de la pelea recibió un puñetazo de Mark Lenders que lo tumbó, cayendo redondo perdiendo el conocimiento. En seguida los otros 2 se percataron de la situación y se colocaron en posición para enfrentarse al desconocido.

-¿Te has traído a tu putita? – ironizó el más bajito intentando ridiculizar al pobre novio de Mónica que estaba dolorido en el suelo, con el labio sangrando.

Lenders intentó abalanzarse sobre el pequeño, pero el grandullón se interpuso en su camino. El cachas lanzó un desorbitado gancho hacia su enemigo, que lo esquivó sin problemas y reaccionó golpeando la barbilla de su agresor, que se tambaleó unos segundos retrocediendo una par de pasos, pero manteniendo el equilibrio aunque a duras penas.

-Tendréis que emplearos a tope para detenerme – convino serio tras golpear al malhechor.

Mónica estaba viendo el espectáculo sobreexcitada. Al subidón de adrenalina debido al ataque sufrido por aquellos macarras, ahora se le unía el rescate de Mark, el hombre que hacía menos de una hora le había provocado un enorme calentón. Y para rematar, el muy bestia se estaba cargando sin problemas a los indeseables que le estaban pegando una paliza a su novio y además lo hacía con una suficiencia capaz de hacerle mojar las bragas.

Cuando la enorme masa de músculos tambaleante intentó un nuevo ataque desesperado sobre Mark, éste no tuvo mayor problema en volver a esquivarlo y rematarlo con un nuevo golpe. El ruido del mastodonte al golpear contra el suelo fue estruendoso. Sólo quedaba el más bajito que, al ver lo que el gitano acababa de hacer y contemplar a su otro amigo inconsciente en el suelo, salió corriendo como alma que lleva el diablo. Mark salió tras él, seguro de atraparlo debido a su físico y velocidad.

-¡Mark! – se quejó Mónica que no quería más problemas y ya le estaba bien que el otro huyera y los dejara en paz.

Pero el hombre no le hizo mucho caso y corrió tras el macarra. Sin embargo, tras las 3 primeras zancadas, cuando justo estaba a la altura del delincuente, sintió un pinchazo en el muslo, seguramente debido a la brusca arrancada sin calentamiento previo. Se detuvo, aquejado y maldiciendo la mala suerte.

Mónica, al ver que Mark no le hacía caso, corrió a auxiliar a su pareja que seguía en el suelo dolorido. Tenía un corte en el labio y varias contusiones en el cuerpo. Nada grave.

-Muchas gracias, Mark – se sinceró el novio de Mónica cuando Lenders llegó a la altura de la pareja, cojeando – ¿qué te ha pasado?

-Un tirón – dijo sin darle mayor importancia y pasando de largo.

-Espera – soltó ella sin pensar. Pero Mark ni se inmutó – No podemos dejarle así – le dijo a su novio – nos ha salvado de una buena…

-¿Y qué quieres hacer? ¿No ves que él también pasa? Le agradezco que nos haya ayudado, pero no deja de ser un impresentable.

-Sí, lo es, pero ha demostrado su buen corazón – y cerró el tema.

Ya había tomado una decisión. Se dirigió a Mark y le obligó a acompañarles a casa. Allí les atendería a los 2 de sus heridas de guerra, bromeó. Aunque a regañadientes, el salvador de la pareja accedió finalmente y los 3 se dirigieron a la casa de los prometidos.

Durante el camino a casa el silencio había sido el predominante. Era evidente la mala relación entre los 2 hombres y Mónica empezaba a arrepentirse de haber querido llevar a Mark para atenderle del tirón. El silencio la ponía tensa.

Una vez en la casa, la cosa seguía igual. El panorama no era muy alentador. Su novio sentado en una esquina del sofá y Mark en la otra, en silencio, sin dirigirse la palabra. Ella intentaba rebajar la tensión y comenzar algún tema de conversación que era cortado con monosílabos por parte de cualquiera de los 2 hombres. Mónica se ocupó de su chico en primer lugar que era el que estaba más dolorido.

-¿No te importa, verdad, Mark? – le preguntó al invitado para que no se sintiera en un segundo lugar. Pero el rudo hombre no le contestó más que con un gruñido de aprobación y con una mirada de indiferencia.

Mónica se dispuso primero a curar el labio de su novio que comenzaba a hincharse. Mientras lo hacía no podía dejar de pensar en lo sucedido. En lo mucho que se había asustado. En el miedo que había sentido al ver cómo apaleaban a la persona que amaba. Y en el alivio que había experimentado cuando Mark había acudido en su ayuda desembocando en la lujuria que las formas de éste le había provocado.

-¿Dónde más te duele? – quiso saber la improvisada enfermera cuando hubo terminado con el labio.

-Aquí y aquí – le indicó señalando el costado y el estómago.

-Quítate la camiseta – le sugirió ella mientras introducía sus manos bajo la misma para levantársela. Él alzó los brazos y Mónica aprovecho para acariciar el fornido cuerpo de su novio antes de deshacerse de la tela.

Mónica se fijó en el escultural cuerpo de su hombre y deseó arañarlo, morderlo… pero tenía un invitado y no podía hacerlo. Acarició el costado de su pareja observando el morado que empezaba a aparecer. El hombre dio un respingo, quejándose de dolor.

-¡Va, no seas mariquilla! – bromeó mirando de reojo a Mark, que ni se inmutó – Te voy a poner crema para los golpes. ¿Aquí también te duele? – le preguntó mientras masajeaba las fuertes y marcadas abdominales del hombre.

-¡Ah! Pero no apretes – se quejó nuevamente en el momento que comenzó a sonar su móvil.

-Deben ser los del equipo – supuso Mónica.

-Supongo, es un mensaje. ¿Me lo pasas, Mark?

Lenders, con cara de pocos amigos, miró desafiante al novio de Mónica indicando con la mirada que no era el sirviente de nadie. Aún así, se giró para coger el móvil y se estiró para pasárselo a su dueño alargando su fuerte brazo y pasándolo justo por delante de la mujer.

El brazo de Mark se interponía en el camino de Mónica que debía recoger la crema para los golpes que usaría con su novio. Con disimulo se alzó ligeramente inclinándose hacia delante para alcanzar la crema aplastando sus perfectos pechos contra el fornido brazo del gitano. Así se mantuvieron durante unos segundos, el tiempo que el novio de Mónica tardó en coger el móvil, leer el mensaje y devolvérselo a Mark para que volviera a dejarlo en la mesa más cercana. Aunque no le dio mayor importancia, si le había gustado sentir la fuerte musculatura del delantero en contacto con su cuerpo en el pub, no tenía palabras para describir la sensación de placer que le provocaba restregar sus tetas y sus ya doloridos pezones por aquella dura extremidad mientras imaginaba lo que el greñudo moreno podría haber pensado con aquel simple gesto.

Cuando Mónica terminó de atender a su novio, lo besó y le indicó que se fuera a la cama a descansar, que ya se encargaba ella de Mark. El hombre de la casa estaba reventado, le dolía todo y lo único que le apetecía era dormir. Había sido una noche muy larga. Así que no puso mayor impedimento y se marchó a la cama sin darle mayor importancia a dejar a Mónica a solas con aquel indeseable. Confiaba en ella y, aunque Mark le caía como el culo, sabía que en el fondo no era mal tío con lo que se marchó completamente tranquilo.

-Bueno, por fin a solas – soltó la mujer sin pensar mucho en cuanto su novio se hubo marchado. Él la miró con prepotencia dándose cuenta Mónica de la burrada que acababa de soltar – Quiero decir que… – no quiso liarse más – bueno, que ahora te toca a ti.

La exuberante mujer se acercó al lesionado arrodillándose en frente de él. Mark se incorporó del sofá mientras Mónica levantaba la mirada para observar al macho que se alzaba imponente ante ella. Estaban muy cerca y, por primera vez, a Mónica le alcanzó el olor a hombre que Mark desprendía. Era un aroma fuerte, viril, que se abría paso a través de las sensibles fosas nasales de la mujer. Le gustó. Mucho.

-¿Me bajo los pantalones? – preguntó mientras se los desabrochaba.

-No hace falt… – pero no había terminado de decirlo cuando Mark Lenders bajó la prenda mostrando unas fuertísimas piernas, completamente musculadas que nacían de unos calzoncillos blancos que marcaban un enorme paquete. Mónica se sonrojó al observar semejante paisaje – ¿Qué pierna…? – preguntó temblorosa.

-La izquierda – contestó con serenidad mientras se deshacía por completo de los pantalones y volvía a sentarse en el sofá.

Mónica se dispuso a echar la crema en el muslo dolorido de Mark. La piel tostada de las piernas del hombre hacía aún más reseñable la potente musculatura. Tenía ganas de masajearle el impresionante muslo. Al hacerlo, esparciendo la crema, notó la vigorosa dureza de la musculatura. Tuvo que emplear todas sus fuerzas para tener la sensación de estar masajeándolo. Cuando hubo terminado se dispuso a vendarle. Mientras lo hacía volvió a fijarse en el enorme bulto que se escondía bajo la tela de los calzoncillos. Daba toda la impresión de esconder una buena polla. Estaba convencida que aquel macho tenía una buena polla, que Mark Lenders tenía un pollón. Así lo había fantaseado siempre.

Sintió que el hombre la había pillado echándole un vistazo a su entrepierna y lo corroboró al levantar la vista y verle la mueca de superioridad marcada en el bello rostro. Se quería morir de la vergüenza.

-¿Es verdad que tienes una pierna más desarrollada que la otra? – quiso saber desviando la atención.

-Compruébalo tú misma.

No hizo falta que se lo dijera 2 veces. Con el muslo izquierdo vendado se dispuso a magrear el derecho. A simple vista no se había fijado, pero en cuanto tocó la pierna derecha se dio cuenta que ésta aún era más portentosa que la otra. Cuando se quiso dar cuenta estaba magreando al invitado tal y como deseaba haberlo hecho con su novio y precisamente no había podido por culpa de la presencia del que ahora recibía sus atenciones. Se dio cuenta que estaba descontrolada y volvió a fijarse en el blanco calzoncillo. Se moría de ganas de echarle mano a aquel enorme saco de carne.

-¿Y bien? ¿Aún tienes dudas de mi identidad? – la despertó de sus lujuriosos pensamientos – Creo que esa pierna está perfectamente como para que sigas masajeándola, ¿no crees?

-Tienes razón – contestó acalorada – eres el auténtico Mark Lenders – Él se rio con contundencia y se levantó alejándose de ella quien deslizó la mano por la pierna de Mark hasta que la distancia lo separó definitivamente.

Mónica se había hecho a la idea de quedarse con el calentón. Su novio estaba durmiendo y Mark se marcharía en seguida. Le gustó la idea de hacerse un dedo recordando todo lo que había pasado esa noche, lo que fantaseaba de pequeña con el personaje de dibujos y lo que, sin duda, habría hecho con el auténtico Mark Lenders en caso de no tener pareja.

Cuando el morenazo salió del baño la sorprendió con el bote que llevaba en las manos. Aún conservaba la camiseta, pero seguía sin pantalones, marcando ese impresionante paquete que tan loca la estaba volviendo.

-He encontrado esto en el cuarto de baño – le indicó el gel para masajes que la pareja utilizaba de vez en cuando – Tal vez podrías acabar de masajearme la pierna buena. La tengo bastante sobrecargada del esfuerzo de toda la temporada.

Parecía que el macho impasible empezaba a sucumbir a sus encantos. Se sintió reconfortada y, aunque se había hecho a la idea de acabar con aquel peligroso juego sabiendo que era lo mejor, aceptó sin pensarlo, llevada por sus instintos más primitivos. De todos modos, pensó, más caliente se iba a poner y más iba a disfrutar de la masturbación que luego pensaba regalarse.

Mark volvió a sentarse en el sofá y ella volvió a arrodillarse entre sus piernas. El hombre abrió un poco las extremidades mientras ella se fijaba, ya sin demasiados tapujos, en los movimientos que ese gesto provocaba en la enorme entrepierna. Lanzó un chorro de gel sobre el muslo derecho de Mark y se dispuso a continuar al masaje que había dejado a medias.

-¿Puedes echar un poco más de gel? – le pidió Mónica cuando ya llevaba unos minutos de masaje.

Mark le hizo caso y, con toda la intención, dejó caer un pequeño chorro sobre sus calzoncillos. Mónica lo miró, divertida, y con el dedo índice, sin decir nada y mordiéndose el labio inferior, recogió un poco del gel que yacía sobre la tela de la prenda interior, notando, por primera vez, el contacto con el enorme pene.

Continuaba con el masaje mientras el gel que se había quedado sobre el blanco calzoncillo era absorbido por la fina tela que ahora era prácticamente transparente. El enorme glande de Mark Lenders se marcaba perfectamente a través de su ropa interior. Mónica no podía dejar de mirar y las sensaciones tan placenteras al pensar en la magnífica fiesta que se iba a pegar cuando se quedara sola, fueron suficientes para llevarla al punto de descontrol en el que se encontraba.

Tenía las bragas empapadas cuando su mano derecha se separó del muslo del futbolista para llevarla al enorme paquete en el que se dibujaba aquel hermoso glande. Sin decir nada y sin esperar que Mark se lo recriminara, magreó aquella carne que tanto estaba deseando poseer. Y no se decepcionó. La sensación de grandiosidad era más de lo que se esperaba. Aquel dibujo animado que tantas veces la había animado en su juventud tenía una polla mucho más grande de lo que se podía imaginar. Acercó su cara a la entrepierna y pasó su lengua por la tela manchada de gel. Casi podía saborear aquel glande pues la tela era prácticamente imperceptible. Siguió chupándole los calzoncillos descubriendo, poco a poco, a medida que la saliva de Mónica hacía el mismo efecto que el gel en la tela, el resto de verga.

Mark la apartó con brusquedad, levantándose del sofá y quedándose de pie frente a la mujer que seguía arrodillada. En esa postura tuvo una perfecta visión del calzoncillo del gitano empapado de sus babas y el gel de masaje, a través del cual se transparentaba gran parte del pollón al que había quedado adherido el blanco calzón. Mark se deshizo de la tela, mostrando su polla a la excitada mujer. Ante ella aparecieron 22 centímetros de carne morcillona. No estaba en erección, pero la sensación de grandiosidad era muy destacable. Además de larga, la polla era bastante gruesa y la sensación de grandeza hubiera sido mayor si Mark Lenders no hubiera tenido ese enorme matojo de pelos púbicos. En cualquier caso, la sensación general le gustó, mucho.

-Chúpate esa – le soltó el engreído futbolista con su sonrisa socarrona. Y Mónica, mientras con una mano se tocaba ella misma, con la otra agarró el mástil del hombretón y empezó a chuparle el enorme cipote.

Mientras succionaba semejante herramienta, notó cómo iba aumentando de tamaño en el interior de su boca. Sabedora de lo buena que era comiendo pollas supo que Mark debía estar contento de la hospitalidad de la anfitriona. El pollón del gitano estaba durísimo cuando alcanzó los 27 centímetros que le medía y Mónica no era capaz de cerrar su mano sobre el tronco del mismo.

Mark pareció cansado de dejarla llevar las riendas de la situación cuando se deshizo de su camiseta y se agachó para recoger a la pequeña Mónica de los sobacos y alzarla sin ningún esfuerzo. La mujer notó la poderosa fuerza del hombre que la tumbó en el sofá y se abalanzó sobre ella para besarla. Con la lengua de su dibujo favorito en la boca, recorrió con sus manos la portentosa musculatura del moreno que tenía encima. Aunque su novio estaba en forma no se podía comparar con los imponentes músculos de Lenders. ¡Era tan placentero sentirse rodeada de aquella fuerza de la naturaleza!

Mientras ella rasgaba cada centímetro del cuerpo del macho, él comenzó a desnudar a la dama. No estaba para muchas tonterías así que destripó con su desmesurada fuerza la camisa de la mujer descubriendo unas hermosas ubres que se ocultaban vergonzosas tras un sostén de la talla 95. Una mano de Mark se dedicó a sobar el carnoso pecho de la hembra mientras la otra mano arrancaba los botones del pantalón de la mujer y se deslizaba en su interior buscando el más que lubricado sexo de Mónica.

La mano del hombre entró en contacto con la tela húmeda de la ropa interior de la mujer provocándole un chispazo que recorrió todo su cuerpo explotando en un deseado orgasmo que estaba llamando a las puertas del placer desde hacía rato. La tía se encorvó hacia atrás mientras el grueso dedo de Mark la penetraba retirando hacía un costado la tela de las bragas. El carnoso coño de Mónica estaba chorreando y el deslizamiento del dedo del greñudo no encontraba dificultades para alcanzar velocidades de vértigo. Mónica creía morir de placer.

Tras provocarle el segundo orgasmo, Mark la desnudó por completo observando el precioso cuerpo de la novia de su odiado compañero de equipo. Los voluminosos pechos para una mujer de mediana estatura le daban un aire de perfección, como guinda a un pastel tan apetecible. Su estilizada cadera y sus largas piernas señalaban el camino hasta su precioso coño. Adornado por una escasa mata de pelo, la raja de Mónica era una entrada a un mundo lleno de placeres. Ella sabía lo mucho que habían peleado hombres desde que era bastante joven por conseguir aquel tesoro y los pocos elegidos que lo habían conseguido. Aquel macho que la miraba ahora con rotundidad, marcando su chulería en cada gesto, era sin duda merecedor de aquel manjar que pedía a gritos que le dieran caña.

Mark se acercó a la mujer que seguía recostada en el sofá con su miembro completamente desafiante. La cogió del brazo para orientarla hacia él. Ella, instintivamente, abrió las piernas mostrando su coño hambriento. Ahora era Mark el que estaba arrodillado frente a la mujer y se inclinó para comerle la jugosa concha. Mónica alargó su mano entrelazando sus dedos con los gruesos pelos de la morena melena del hombre que la estaba devorando.

-¿Vas a meterme un gol? – le preguntó lascivamente Mónica cuando Lenders se apartó de ella, relamiéndose para saborear las emanaciones de la mujer y acercando su enorme rabo a la entrada del paraíso.

-Vas a conocer mi técnica. – le soltó con una media sonrisa chulesca – Allá va mi tiro del tigre. – Mónica soltó un sonido de gusto, indicando lo bien que sonaba eso y sonrió calenturienta.

Mark Lenders levantó las piernas de su amante, separándolas e inclinándolas hacia atrás de modo que el coño de Mónica quedara lo más abierto posible. La visión de aquella raja palpitante, húmeda, caliente, con los labios vaginales hinchados y lubricados, recostados sobre sí mismos era tan tentadora que Mark tuvo que cerrar los ojos para concentrarse. Apoyando las manos en la parte posterior de las rodillas de la mujer, se separó de ella todo lo que pudo y, en un gesto rápido, se lanzó hacia Mónica apuntando su enorme pollón al mejor coño en el que había marcado jamás.

La polla entró de golpe en la vagina salpicando todos los flujos que la mujer había lubricado. Mónica tuvo que ahogar un grito que habría despertado a su novio, provocado por la salvaje embestida y el posterior gusto que la bestial penetración le había provocado. La corrida fue inminente y los orgasmos se sucedieron a medida que Mark sacaba y metía su polla en el interior de la hembra.

-¿Qué te ha parecido mi técnica especial de tiro? – le preguntó, mientras se la follaba, un más que nunca prepotente Lenders, sabedor del placer que estaba provocando en la pequeña mujer.

-Tigre… mi tigre… – acertaba a decir Mónica mientras arañaba la brutal musculatura de la espalda del gitano, con los ojos cerrados, recordando todas y cada una de las fantasías que había tenía con el dibujo animado que ahora la penetraba, al tiempo que recibía un orgasmo tras otro.

Creía morir de placer cuando Mark la sorprendió separándose de ella y alzándola agarrada por las caderas al tiempo que la volteaba y la atraía hacía él dejándola boca abajo. Tras unos segundos de desorientación, notó la ávida lengua del futbolista lamiéndole el coño. Cerró los ojos disfrutando de las placenteras chupadas mientras cavilaba la posición en la que se encontraba.

En cuanto se dio cuenta de que estaban haciendo un 69, pero en vertical, únicamente posible debido a la fuerza del hombre que la sujetaba, abrió los ojos inclinando su cabeza lentamente hacia atrás, divisando poco a poco el tronco de la vigorosa polla que se alzaba imponente a escasos milímetros de su rostro. Cuando su cuello se movió lo suficiente pudo contemplar por completo el oscuro pollón venéreo que se alzaba ligeramente en dirección a su cara cada vez que Mark Lenders lamía su palpitante raja con la lengua, pudiendo olfatear el olor inconfundible que desprendía la verga del gitano. No lo pensó más y abrió la boca para, con ayuda de una mano, introducirse el cipote.

Empezaba a estar cansada de la postura, aunque placentera, no dejaba de ser incómodo estar boca abajo, con la boca dolorida por el grosor del miembro del delantero goleador. Pensó en el esfuerzo que debía estar haciendo él para sujetarla y se maravilló de la fuerza del semental que no tambaleaba ni cejaba en la comida de coño y, por supuesto, la polla no perdía ni un ápice de su vigor.

Mark pareció leer los pensamientos de Mónica y, en un nuevo gesto hábil, la volvió a voltear sin dejar de sujetarla por la cintura dejándola nuevamente boca arriba y bajándola en un continuado gesto, introduciéndole nuevamente la verga en la humeante vagina.

Mónica se dejaba llevar. Los fuertes brazos del greñudo futbolista la hacían subir y bajar haciendo que la inmensa polla la destrozara. Mark notaba las carnosas ubres de la mujer restregándose por su masculino pecho, haciendo que no perdiera las ganas de seguir el vaivén que llevaría a la mujer a una nueva corrida. Sus gemidos y gritos de placer se esfumaron en el interior de la boca de Mark, que recibió el morreo de la enardecida mujer. El hombre le mordió ligeramente la lengua, provocando que ella se retirara. Mark aprovechó para morderle el labio inferior ahora con más fuerza para evitar que se separara de él. Mónica sintió un pinchazo de dolor, que unido al orgasmo, se transformó en éxtasis, refrendado en la ostia que, en un acto reflejo, le pegó a Mark.

-No hace falta que te hagas el duro conmigo – se quejó.

Pero Mark no le respondió. Simplemente, con la rabia marcada en su rostro, descolgó a la mujer que se aferraba a él con los brazos y piernas rodeándolo. Ella se resistió, no queriendo acatar sus órdenes, pero la desmesurada fuerza de Lenders no encontró demasiada oposición para arrodillarla en el suelo, agarrándole el rostro con una mano mientras no dejaba de masturbarse con la otra apuntado al rostro de la bella mujer.

Mónica se resignó a la fuerza de la naturaleza que era aquel macho. Realmente no le disgustaba ser maniatada por ese morenazo y, mirando a los ojos del dibujo animado, sonrió con satisfacción y suficiencia. Una sonrisa que mostró toda su belleza y poder, iluminándola. Mark, al verla, no pudo evitar correrse con contundencia, invadido por el placer que sólo Mónica era capaz de provocar.

Los chorros de semen salieron disparados de la enorme verga en dirección al precioso rostro de Mónica que abría la boca lujuriosamente intentando saborear la leche de su dibujo animado preferido. Tras la intensa corrida, la cara de la mujer quedó completamente pintada de blanco. Antes de tragarse la lefa con la que jugaba con su lengua en el interior de su boca, ella se aferró a la monstruosa polla de Mark para succionarle todo el líquido blanquecino. Tras tragárselo todo, lamió el pollón por última vez, enormemente satisfecha.

Lenders se separó de la mujer, dejándola en el suelo, dándole la espalda y dirigiéndose al cuarto de baño. Mónica lo observaba, fijándose en su cuerpazo y recapacitando, por primera vez, sobre lo que había hecho. Ella quería a su novio y lo que acababa de suceder no cambiaba eso, había sido simple y llanamente lujuria. Algo que no dejaba de sentir por ese dibujo de carne y hueso al que le estaba mirando el imponente culazo. Preocupada, se acercó al lavabo donde estaba su amante para limpiarse el rostro.

-Mark, de esto que ha pasado…

-Soy Mark Lenders, así es como follo y así es como soy – la interrumpió – No debes preocuparte por tu chico, no voy a decir nada.

-Gracias. Yo… no es que me arrepienta – miró el cuerpazo del greñudo y supo que no podía arrepentirse – pero yo le quiero, el año que viene arreglaremos los papeles, alguna vez hemos hablado de tener hijos… no quiero estropear nada de eso.

Mark no dijo nada. Se guardó los sentimientos como en él era habitual y se quedó pensando en qué era lo que Mónica tenía que le atraía tanto. Estaba muy buena, parecía una buena tía, pero había algo más.

-¿Eres tú? – quiso resolver la duda definitivamente – ¿Eres el auténtico Mark Lenders? ¿el dibujo animado?

-Digamos que has cumplido un sueño de tu infancia – le sacó una última sonrisa a la satisfecha mujer.

-Es increíble – pensó en voz alta mientras se secaba la cara que se acabada de lavar limpiándose la corrida del dibujo animado.

Los 2 amantes se despidieron y Mónica, tras la necesaria ducha y recoger el salón, se dirigió a la cama pensando cómo abordar lo sucedido. Tendría que vivir con su primera y única infidelidad. El hecho de haber sido con un personaje tan especial lo hacía más llevadero. Al fin y al cabo todo parecía tan irreal…

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Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 11):
 
CAPÍTULO 22: EL SHOW DEL SEX-SHOP:
Poco más de una hora más tarde, los tres estábamos sentados a la mesa en un restaurante de la zona, cenando tranquilamente y charlando como buenos amigos.
Bueno, en realidad la que hablaba era Ali, pues Tati, como siempre, se mostraba un poquito cohibida, mientras que yo no prestaba mucha atención a lo que se decía, rememorando una y otra vez los excitantes momentos que había compartido con Alicia un rato antes en el jacuzzi.
Aún podía sentir su delicada mano aferrando con garbo mi polla y masturbándola con maestría. Y las dos nenas que nos habían visto… madre mía, sus expresiones cuando me corrí y la leche salió disparada… lo único que lamenté fue no haber podido grabar la escena para poder deleitarme una y otra vez con sus caras de asombro y lujuria.
–          Ya se lo he explicado a Víctor y le ha parecido buena idea, ¿verdad? – decía Ali en ese instante.
–          ¿Cómo? – pregunté despistado – Sí, sí, no está mal.
Ni puta idea de lo que estaban hablando. Un poquito avergonzado, me obligué a mí mismo a centrar mi atención en mis acompañantes y en dejar de divagar de una maldita vez.
–          Bueno, si a Víctor le parece bien – dijo Tati con duda manifiesta en la voz.
–          Te aseguro que Víctor disfrutará mucho… – dijo Ali con cierto retintín – Además, piénsalo, de todas las cosas que hemos hecho, esta es la más segura…
–          Pero, ¿y si me reconociese alguien? – insistía Tatiana.
–          Que no, nena, te juro que es imposible. Mira, si no me crees, lo haré yo; ya lo he probado antes y fue super excitante. Por eso quería que lo hicieras tú y le brindaras un buen espectáculo a Víctor. Además, yo también quiero ver cómo te desenvuelves…
Más o menos tenía claro que Ali pretendía que Tatiana se exhibiera en un sexshop del que era clienta. Me inquietaba un poco montar el número en un local cerrado y, para más inri, en uno donde Alicia era conocida. Tenía que averiguar más antes de dar el visto bueno, pero disimulando el hecho de que no me había enterado de nada de lo que me había contado.
–          Mira, Tati – intervine entonces – Creo que lo mejor es que no decidas nada aún. Podemos pasarnos por allí, vemos cómo está la cosa y entonces decides. Y ya sabes nena, si no quieres hacerlo, no hay más que hablar.
–          Buena idea – asintió Ali.
La pega fue que Tati interpretó mis palabras como si me sintiera decepcionado por su actitud, por lo que inmediatamente reaccionó asegurando que por supuesto lo haría, que sólo quería asegurarse de que no íbamos a meternos en ningún lío.
Habiéndose salido con la suya, Ali se apresuró a cambiar de tema, dejando la cuestión aparcada. No le di mucha importancia, así que me apliqué a devorar con ganas mi cena, pues después de la intensa tarde que habíamos pasado, tenía un hambre de lobo.
Una hora más tarde, aparcábamos el coche en una zona céntrica y, guiados por Alicia, caminamos tranquilamente en dirección al famoso sexshop, mientras la chica nos contaba cómo había conocido al dueño, el tal Iván y cómo había acabado por convertirse en su clienta, cuestiones que a mí, y lo digo con toda el alma, me importaban un pimiento.
Nuevamente (y para no perder la costumbre) iba pensando en lo mío, pasando olímpicamente de la conversación. Al menos esta vez la excusa era buena, pues tenía la mirada perdida admirando cómo se contoneaban los esculturales traseros de mis dos acompañantes, que desde mi perspectiva (caminando un poco retrasado) eran dignos de cualquier monumento.
Las dos estaban preciosas. Tati vestida con la ropa del trabajo, camisa blanca y falda negra a medio muslo y Alicia simplemente espectacular, con un vestido negro de una sola pieza, llegándole la falda tan sólo unos centímetros por debajo de las nalgas, permitiendo así a su dueña exhibir sus extraordinarias piernas enfundadas en una elegantes medias del mismo color.
Como no hacía nada de frío, ambas llevaban sus abrigos colgados del brazo, con lo que pude deleitarme a placer admirando el hipnótico vaivén de sus culitos enfundados en sus faldas.
Como dije antes, mi excusa para no prestar atención era excelente esta vez.
Por fin llegamos al local. Recordé que ya lo había visitado en una ocasión, años atrás, con motivo de la organización de la despedida de soltero de un amigo antes de su boda (aunque sin duda lo pasamos mucho mejor en la juerga que nos corrimos un año más tarde, con motivo de su divorcio).
Entramos al local, mirando hacia todos lados con curiosidad y poniendo la cara que todos adoptamos al entrar en un sitio de estos, como indicando que hemos venido por casualidad y no tenemos el más mínimo interés en ninguno de los artículos que allí se venden. Esas cosas las usan otros, yo no… ya sabes a qué me refiero.
Enseguida tuvimos encima al tal Iván. Era un tipo alto, bien formado, con la cabeza completamente afeitada pero luciendo unos muy bien cuidados bigote y perilla. Vestía con elegancia, camisa burdeos y pantalón y chaleco negros.
Eso sí, tenía un aire de chulo putas que no me acabó de convencer, aunque se mostró en todo momento tan correcto, educado y libre de prejuicios, que acabó por caerme bien.
–          ¡Hola Alicia! ¡Así que finalmente habéis venido! – exclamó mientras se aproximaba.
Alicia, haciendo gala de cierto nivel de confianza con el tipo, le saludó efusivamente con sendos besos en las mejillas. Con educación, Ali se apresuró a presentárnoslo, estrechándome el tipo la mano con firmeza para a continuación, besar la mano que Tatiana le tendía, dejándola absolutamente estupefacta. Sin duda era la primera vez en su vida que un hombre la saludaba así y la verdad es que yo tampoco recordaba a nadie haciéndolo fuera de las películas.
–          Así que tú eres Tatiana – dijo mirando a mi novia de una forma que no me gustó demasiado – Ali me ha hablado mucho de ti. Bueno, de los dos en realidad – añadió mirándome con simpatía.
–          ¿Te ha hablado mucho? – dije mirando sorprendido a Ali.
–          Sí. Me ha contado todo lo vuestro. Vuestros juegos y aficiones.
–          ¿Cómo? – exclamé estupefacto.
–          Tranquilo – dijo Iván alzando la mano en son de paz – Yo soy como los médicos. Me une la más absoluta confidencialidad con mis clientes. Lógicamente, para saber qué es lo que les gusta, tienen que confiar en mí y decírmelo, sólo así puedo satisfacer sus demandas.
–          Perdona – dije un tanto confuso – Pero no veo…
–          Y, si así te vas a quedar más tranquilo – continuó Iván ignorando mis protestas – te diré que mis propios gustos tienen algo en común con los vuestros. Aunque yo soy de los que gustan de mirar, no de que los miren…
–          Me parece genial – dije un poco cortante – Pero creo que Alicia debería de habernos consultado antes de ir por ahí contando…
–          Alicia no me ha contado nada en especial. Sólo que junto a un par de amigos había estado dando rienda suelta a ciertos impulsos exhibicionistas. Al saberlo, yo le propuse el uso de nuestras instalaciones; ella las probó, se lo pasó estupendamente, nuestros clientes disfrutaron de lo lindo y entonces me comentó que os traería algún día para ver si os animabais a probar vosotros. Si no queréis, no pasa absolutamente nada.
–          ¿Nos? – pregunté sorprendido – Yo había entendido que era Tati…
–          A ver hijo – intervino Alicia – ¿Tú me escuchas cuando hablo? Te expliqué antes que la idea era que probara Tati, pero si os gusta el sitio, otro día puedes probar tú, o hacerlo los dos juntos o…
Ahora sí que no entendía nada. Pero no podía admitirlo, pues se descubriría que no le había hecho ni puñetero caso durante la cena (en toda la tarde en realidad), así que me limité a asentir, como si supiera de qué estaba hablando.
Iván me miraba con una sonrisa mal disimulada, lo que me hizo comprender que el muy cabrito sabía sin duda lo que estaba pasando por mi mente. Sin embargo, como buen vendedor, no dijo ni pío, echándome un capote con la entrenada mano izquierda de alguien bien curtido en esas lides.
–          Ali, creo que lo mejor será que lo vean ellos mismos. Cómo es la sala y para qué la usamos. Seguro que les va a encantar.
–          Sí. Creo que es lo mejor – dije apresurándome a agarrar el salvavidas que me ofrecían.
–          Si sois tan amables, venid conmigo. Señorita…
Muy educadamente, Iván ofreció su brazo a Alicia, que lo aferró haciendo una graciosa reverencia con una sonrisa satisfecha en los labios. Yo rodeé a Tati por la cintura, atrayéndola hacia mí y abrazándola suavemente. Temblaba como un cervatillo.
–          Tranquila nena. Si esto no te gusta o te sientes incómoda, dímelo y nos largamos en un segundo.
–          No, cari – me dijo dedicándome una cálida sonrisa – La verdad es que siento un poco de curiosidad. Si es como dice Alicia…
Sí. Eso. A ver qué coño había dicho Alicia.
Iván nos condujo por un largo y estrecho pasillo, con un montón de puertas dispuestas a los lados.  Aunque la iluminación era tenue, se veía todo bastante limpio, lo que restaba sordidez al ambiente. Yo sabía que esas puertas llevaban a pequeños cuartos para ver porno y que en todas ellas no faltaban una pantalla de tv, una silla, rollos de papel higiénico… y una ranura para echar monedas.
Me sorprendió lo largo que era el pasillo, debía haber al menos 20 puertas dispuestas a los lados y encima de casi todas brillaba una lucecita indicando que estaban ocupadas. Bueno, los que estaban dentro sí que estaban ocupados.
–          Jo – exclamé señalando las luces – ¿Tanta gente viene aquí a ver porno? Pensé que, con Internet, este tipo de negocios estaría de capa caída.
–          ¿Porno? – dijo Iván volviéndose a mirarme – Aquí no se viene a ver porno. Esto es peep show.
La comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Por fin entendía cuales eran las intenciones de Alicia.
Iván se detuvo junto a la puerta que había al fondo, sobre la cual había un cartel de “PRIVADO”. Sacando una llave del bolsillo, abrió y nos invitó a pasar, haciéndose a un lado.
–          Este es mi despacho. Poneos cómodos.
Penetramos en una estancia bastante grande, amueblada con un gusto realmente exquisito. Contrariamente a lo que me esperaba del gerente de un sexshop, no había por las paredes posters o cuadros de mujeres en pelotas, sino cuadros al óleo y alguna litografía, de paisajes sobre todo.
–          Aquí es donde me refugio cuando me saturo de tanto… sexo – dijo Iván simplemente.
Se veía que estaba orgulloso de aquella habitación y le agradó que nos gustara. Me senté en un cómodo sillón que había frente al escritorio y las chicas hicieron otro tanto. Educadamente, nos ofreció una copa, aunque nadie quiso tomar nada. No quería tener nada en la mano por si acababa saliendo disparado de allí.
–          Veréis – dijo Iván tomando asiento al otro lado del escritorio – Nuestro negocio de peep show es en la actualidad una de nuestras más importantes fuentes de ingresos. La gente está saturada de tanta pornografía; en Internet haces clic en una web que vende potitos para niño y te salta un enlace que te permite descargar porno.
–          Eso es verdad – intervino Tati con timidez, demostrando que estaba un poquito más relajada.
–          Así que eso ya no es negocio para nosotros. Seguimos vendiendo DVD, claro, pero normalmente cosas muy específicas. Ya sabéis, un cliente al que le gusta el porno alemán, otro que quiere zoofilia…
–          ¡Agh! – exclamó Ali.
–          Yo no juzgo a nadie – dijo Iván – Mientras sea legal y me paguen…
De la segunda parte estaba seguro. De la primera no tanto.
–          Hace unos años inauguramos las dos salas de peep show, tratando de ofrecer a nuestros clientes una experiencia más real, más cercana. Voyeurismo en estado puro. Y nos fue bastante bien.
–          ¿Dos salas? – dije – Por eso hay puertas a ambos lados del pasillo.
–          Sí. Así aprovechamos la infraestructura de las cabinas antiguas. Además, desde la tienda se accede a otros dos pasillos que literalmente rodean las salas peep (las llamamos así para abreviar). Adquirimos el local de al lado para poder hacer las obras. Fue una fuerte inversión, pero la amortizamos en poco tiempo.
–          Me alegro – dije por decir algo.
–          Gracias – respondió él adivinando mis pensamientos – Pero no fue hasta el día en que cambiamos el modelo de espectáculo, cuando conseguimos realmente triunfar en el negocio.
–          ¿Cambiar? – intervino Tati interesada.
–          Sí. Veréis, al principio, nos limitábamos a montar espectáculos… profesionales. Ya sabéis, stripers (cientos de stripers), shows lésbicos, algún espectáculo de sexo en vivo… incluso montamos un par de sesiones bdsm, contratando gente en un club que hay aquí cerca. Pero no tuvieron el éxito esperado, pues los fans del tema… simplemente acuden a dicho club.
–          Es lógico. Pero no has dicho en qué consistió el cambio – aunque ya sabía perfectamente a qué se refería.
–          Empezamos a contratar gente amateur. Actores no profesionales, que desprendieran ese “tufillo” a vergüenza, a morbo y el éxito se disparó. Es esa “realidad”, la autenticidad, lo que atrae al público. Y, si os soy sincero… a mí me ocurre lo mismo.
–          No me extraña – pensé.
–          Y gente como vosotros… Venís caídos del cielo. La primera vez que vi a Ali me pareció una mujer increíblemente atractiva. Pero cuando el otro día se animó por fin y se metió en la sala… Uf. Ali, querida, ya te he dicho que, en cuanto te decidas, dejes a ese novio tuyo y te convertiré en la reina de la ciudad. Y en mi reina… si te apetece – dijo Iván guiñándole un ojo Alicia con todo el descaro, haciendo que la chica se echara a reír.
–          Ya te dije que me lo pensaría – dijo ella con desparpajo – Pero no prometo nada…
Me tapé la boca con la mano ocultando mi sonrisa. ¡Ay, calvito del sexshop! ¡Ese tiesto ya lo he regado yo cien veces! ¡Y un jamón!
–          Bueno – dijo Iván enderezándose en su asiento – Vayamos al grano. Lo que os propongo (en este caso a ti Tatiana) es la posibilidad de dar rienda suelta a vuestro impulso exhibicionista, permitiéndote mostrarte desnuda frente a un buen montón de gente que te observará desde sus cubículos, separados de ti por un cristal. Como ves, es un medio completamente seguro, pues, aunque alguno pierda el control (lo que no sería de extrañar dada tu belleza), no podría llegar a ti, a no ser que saliera disparado por el pasillo, derribara esa puerta – dijo señalando la que habíamos usado para entrar – y tumbara al guarda que hay custodiando la entrada del peep.
–          No, no – dijo Tati – Si eso no es lo que me preocupa. Quiero decir… ¿Y si me reconoce alguien? No sé. Imagínate que algún conocido está aquí esta noche y…
–          Cht, cht, cht – negó Iván con la cabeza, interrumpiéndola – Eso no es problema alguno. Normalmente, nuestros “actores amateurs” tienen el mismo reparo que tú, así que, simplemente salen disfrazados. Ya sabes, una peluca, un antifaz… lo que quieras.
–          ¡Ah! Claro. No lo había pensado – dijo Tati.
–          Es natural. Es tu primera vez – respondió él con serenidad – Pregunta todo lo que quieras.
Tati le sonrió con simpatía. Su nerviosismo se había evaporado. Aquel tipo sabía lo que se hacía.
–          Claro que sí. Creí que te lo había dicho – dijo Ali – Yo salí con peluca y una máscara. Además, iba vestida de doncella francesa. Ni mi madre me habría reconocido.
Aquello me interesó.
–          ¿Doncella francesa? ¿tenéis disfraces?
Iván me miró, divertido.
–          A ver, esto no es una tienda de disfraces, si buscas uno de spiderman, no lo vas a encontrar.
–          Comprendo – asentí riendo.
–          Pero, aquellos que tienen cierta carga… fetichista. Seguro que sí.
–          Ya, ya, ya imagino que no tendréis uno de Harry Potter, pero…
–          Bueno, de Harry Potter no – me interrumpió Iván – Pero si quieres el de la chavala, la brujita… podremos complacerte.
Todos nos echamos a reír.
–          Bien. A lo que iba – dijo Iván retomando el hilo – Si te animas a participar, Tatiana, entrarás en un camerino donde podrás cambiarte, disfrazarte o desnudarte. Como te venga en gana. Luego, cuando salga de la sala quien esté utilizándola en este momento, se encenderá una luz verde y podrás entrar… a hacer lo que quieras.
–          Sí. Es super erótico Tatiana – dijo Alicia con entusiasmo – Sabes que en todo momento hay un montón de gente mirándote… te pones muy caliente. Es increíble. Pero no pueden tocarte. Además, te ves a ti misma reflejada en todos los espejos… y eso hace que tu imaginación se desboque…
La verdad, la idea no me parecía mala para nada. Era seguro, morboso… es cierto que se perdía la excitación de ver al que te mira, pero, acordándome de las antiguas ideas de Alicia, aquella no estaba nada mal.
–          No sé cari, ¿cómo lo ves tú? – me preguntó Tati.
–          Como tú quieras, cariño. Aunque, si te soy sincero, me seduce la idea de verte haciendo un buen striptease…
Dije aquello sabiendo que Tati sería incapaz de negarse.
Y, efectivamente, no lo hizo.
Tras un par de minutos de charla, nos pusimos en marcha. Tati estaba otra vez un poquito nerviosa, así que Alicia, que al parecer se conocía el sitio al detalle, se encargó de acompañarla al camerino para ayudarla a cambiarse. Yo me quedé con Iván, charlando amistosamente.
–          Bueno – dije de repente – ¿Y nosotros? ¿Vamos a uno de los cubículos?
–          ¿Vosotros? ¡No, no, amigo, en absoluto! – respondió él con vehemencia – ¡Vosotros sois VIPS!
–          ¿VIPS? – pregunté divertido.
–          ¡Por supuesto! Alicia es una buena clienta, una amiga y sobre todo – dijo él mirándome con picardía – no cobráis por el espectáculo.
Me eché a reír. Ya había caído en la cuenta de que Iván había hablado de “contratar” actores para el peep show, pero de pagarnos a nosotros no había dicho ni una palabra.
–          Alicia se ofreció a actuar gratis a cambio de disfrutar de ciertos… privilegios. Y hasta donde yo sé, no hemos cambiado los términos de nuestro acuerdo.
–          ¿Privilegios? – pregunté intrigado.
–          Acompáñame – me dijo Iván levantándose.
No salimos del lugar, pues nuestro destino era una habitación anexa a la que se accedía por otra puerta. No sé qué pensaba encontrar, sobre todo teniendo en cuenta que el despacho del que veníamos era un ejemplo perfecto del buen gusto, pero lo cierto es que la acogedora “sala de observación” a la que entramos me sorprendió bastante.
Era una habitación grande, más de lo que yo esperaba, del tamaño de un dormitorio estándar más o menos. Como la sala anexa, estaba decorado con sobriedad, las paredes pintadas de color oscuro y adornadas, esta vez sí, con fotografías de desnudos, pero todas muy artísticas, nada de pornografía ni ordinarieces.
En la pared del fondo, un enorme espejo reflejaba el contenido de la sala y, justo enfrente, un mullido y cómodo sofá de 4 plazas invitaba a sentarse y a disfrutar del espectáculo.
Junto al sofá, un carrito con ruedas repleto de todo tipo de bebidas alcohólicas de primeras marcas, lo que me hizo comprender que lo de tratamiento VIP iba bien en serio.
–          Normalmente uso esta sala para mi disfrute personal – me dijo Iván tras dejarme unos instantes para familiarizarme con el lugar – Pero, en algunas ocasiones, la cedo con gusto a clientes especiales.
–          Vaya. Entiendo que somos de esos clientes especiales – dije sin dejar de admirar las fotografías de bellas mujeres.
–          Al menos Alicia lo es y viniendo vosotros con ella… Además, Tatiana es muy hermosa y seguro que esta noche nuestros clientes lo pasarán muy bien admirándola; sin duda eso merece situaros en la lista de clientes preferentes.
Nos quedamos callados unos segundos, hasta que por fin le hice la pregunta obvia.
–          Supongo que ese espejo es la ventana que da a la sala peep.
–          En efecto. Mira, se usa así.
Iván cogió un pequeño mando a distancia que había en el carrito de las bebidas. Accionando un botón, el reflejo del espejo pareció difuminarse, convirtiéndose en una especie de cristal a través del cual pude ver una enorme sala circular, en cuyo centro había una especie de colchón redondo, cubierto por unas sábanas  de satén. Las paredes estaban literalmente cubiertas de espejos, tratándose en realidad de ventanas que daban a los cubículos de observación. Pude comprobar que, en efecto, la nuestra era la más grande de todas.
Justo en ese momento, en la sala estaba actuando una chica, con un cuerpo bastante impresionante, que estaba realizando un número de pole dance, usando la barra que había situada justo en medio del colchón.
La chica, completamente desnuda, colgaba en ese instante cabeza abajo de la barra, mientras se las apañaba para que su cuerpo fuera descendiendo progresivamente, girando alrededor del metal, para acabar tumbada sobre el colchón, completamente despatarrada.
Entonces, metiendo una mano entre sus muslos, se abrió por completo el chochito con dos dedos, exhibiéndolo para la clientela que la observaba desde sus habitáculos, haciendo quien sabe qué cosas en la intimidad de esos cuartos.
–          Esa chica es de las profesionales, ¿no? – pregunté mientras veía a la chavala levantando la pelvis del colchón y brindándome un excelente primer plano de su expuesta intimidad.
–          Sí. Bueno, en realidad se dedica al striptease sólo los fines de semana. Es estudiante de derecho.
–          ¡Coño! – exclamé sorprendido – Si no lleva la cara cubierta. Como venga alguno de sus compañeros…
–          ¿Como venga? – dijo Iván mirándome con una sonrisa burlona – Ella reparte panfletos en la facultad entre sus compañeros para que acudan. Por cada cliente que presenta aquí ese panfleto, ella se lleva un porcentaje de las ganancias. Te aseguro que, los fines de semana que actúa aquí, se lleva un buen pico. Y no vienen a verla sólo los alumnos, no sé si me entiendes…
Miré de nuevo a la chica, que estaba de nuevo en pié, bella y con la piel brillante por el sudor, girando de nuevo alrededor de la barra. Vaya si le entendía…
–          Joder. Debo parecerte un mojigato tremendo – dije – La verdad, siempre me he sentido bastante abierto en cuestiones de sexo, pero comparado contigo parezco un crío.
–          ¡Bah! No te creas – dijo Iván – Yo llevo años en esto y todavía me sorprendo con las actitudes de la gente.
No sé si lo dijo en serio, pero Iván logró caerme todavía mejor con aquel comentario. Me sentía cómodo con él, a pesar de que era potencialmente peligroso que un completo desconocido supiera en detalle cuales eran mis inclinaciones.
–          ¿Quieres una copa? – dijo entonces Iván.
–          Sí. Te la acepto ahora. Un gin-tonic, por favor.
–          Siéntate en el sofá, Víctor. Es comodísimo y se ve el espectáculo perfectamente.
Era verdad. Me senté y, al ser la ventana-espejo bastante baja, se podía observar la sala peep perfectamente.
–          Oye, desde dentro no puede vernos ¿verdad? – pregunté a Iván mientras él preparaba las copas junto al carrito.
–          No. Como has visto, desde su lado son simples espejos. Aunque hay algunas salas (como ésta) en las que es posible hacer transparente la ventana por ambos lados.
–          ¿Para qué? – pregunté un tanto desconcertado.
–          Bueno… es algo que no puede activarse desde los habitáculos por razones obvias. Imagínate lo que pasaría si permitiéramos que los clientes pudieran mostrarse a quien está dentro de la sala… Madre mía.
–          ¿Entonces?
–          Es algo que sólo hacemos a petición expresa de la persona que esté usando la sala peep. Ya sabes, gente con gustos parecidos a los vuestros a los que les pone que les miren… y también mirar ellos.
–          Y supongo que eso se pagará aparte.
–          Por supuesto – dijo Iván sonriéndome mientras me alargaba la copa.
Iván no se sentó, sino que se quedó en pie, situándose junto a la ventana, mirando el show de la universitaria mientras bebía de su copa.
–          La habrás visto muchas veces, ¿no? – pregunté.
–          ¿A Eli? – dijo él señalando hacia la sala peep – Muchas.
–          ¿Y te has acostado con ella?
Iván me miró, creo que un poco sorprendido. Pensé que quizás le había molestado.
–          Eres muy directo.
–          Te pido disculpas. No es asunto mío, sólo sentí curiosidad…
–          No, no, tranquilo – dijo él agitando una mano – Me gusta que seas directo. Me parece una señal de confianza. Sí, sí que me he acostado con ella.
Lo dijo con sencillez, como si fuera la cosa más natural del mundo. Aunque, bien pensado, sí que lo era.
–          ¿Sabes? – continuó – La verdad es que te envidio un poco.
–          ¿A mí? – exclamé sorprendido – ¿Por qué?
–          Porque tienes mucha suerte. Tener una novia tan hermosa como Tatiana ya es una suerte de por si, pero, que además comparta tu fetiche y le vaya lo mismo que a ti… No es fácil.
–          Sí – dije completamente de acuerdo – Es cierto.
–          Y además… también está Alicia…
Iván me miró fijamente a los ojos, insinuándome con la mirar lo que estaba pensando en ese momento…
–          Bueno, no saques conclusiones precipitadas. Entre Alicia y yo no hay nada.
–          ¿En serio? – preguntó él con genuina sorpresa.
Iba a explayarme un poco sobre el tema cuando la puerta de la sala se abrió y Alicia, con aspecto bastante satisfecho, penetró en la sala.
–          Estaba un poco nerviosa – dijo inmediatamente – Pero, en cuanto se ha puesto el disfraz y el antifaz… parecía otra. Creo que lo va a hacer muy bien.
–          ¿El disfraz? ¿De qué se ha vestido?
–          No, no – dijo Ali agitando un dedo – Es una sorpresa… Iván, querido, ¿me pones una copa?
El hombre, muy obediente, hizo una ligera inclinación y se apresuró a prepararle un combinado a Alicia, que se sentó en el sofá a mi lado dejándose caer literalmente sobre el asiento.
Muy sutilmente, usando todo el arte de que la naturaleza ha dotado a las mujeres, Alicia se adueñó inmediatamente de la situación en aquella sala, limitándose simplemente a cruzar elegantemente las piernas, regalándonos el espléndido espectáculo de unos muslos bien torneados enfundados en medias negras. Inmediatamente tuve que echarle un buen trago a mi copa y no pude evitar sonreír al ver cómo Iván hacía otro tanto.
Alicia, plenamente consciente de nuestras miradas de admiración, aceptó la copa que Iván le tendía y dijo con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, no veas cómo se mueve esa chica. Yo sería incapaz de colgarme de esa manera.
Efectivamente, Eli, la universitaria striper, estaba de nuevo cabeza abajo suspendida de la barra, brindando al con toda seguridad enfebrecido público un buen espectáculo, por el que estaban pagando… una y otra vez… Imaginé que las ranuras de las monedas estarían funcionando a pleno rendimiento aquella noche y sabía que, cuando Tati apareciera, iban a echar humo de verdad.
–          Bueno, os dejo ya – dijo Iván apurando su vaso y dejándolo en el carrito – Espero que disfrutéis la velada. Encantado de conocerte Víctor.
–          ¿Te vas? Creí que verías el show con nosotros – dije tontamente.
–          ¡Oh, no! Gracias, amigo. Esta noche cedo mi salita a los clientes VIPS, yo aquí… sobro. Además, ya he dejado desatendido el negocio bastante rato.
–          Sí – intervino Alicia – Pero tranquilo, que Iván no se perderá detalle. Tiene cámaras instaladas en la sala peep y además, siempre puede asomarse a algún cuarto vacío para ver a Tatiana en acción.
Iván miró a Alicia durante un segundo, estableciéndose entre ambos una comunicación silenciosa. Finalmente, volvió a saludarnos y, tras repetirnos que dispusiésemos de la salita tanto rato como quisiéramos, se despidió y salió, cerrando la puerta tras de si.
–           Estás loca – dije medio en broma en cuanto nos quedamos solos – En menudo berenjenal has ido a meternos.
–          ¿Berenjenal? – exclamó ella divertida – Esto no es nada. Reconoce que te pone la idea de ver cómo un montón de tíos se comen a tu novia con los ojos. Imagínate la de pajas que ella solita va a provocar esta noche. Y además, esto es completamente seguro, ni pueden tocarla ni reconocerla ¿no es eso lo que querías?
–          Sí, vale, reconozco que la idea no es mala. Pero no me hablaste de Iván, ni de que le habías contado nuestro secreto. No me siento cómodo sabiendo que un completo desconocido sabe que soy exhibicionista. Parece un buen tipo, pero…
–          Tú simplemente confía en mí – dijo ella un poco cortante.
No sé por qué, pero sus palabras me sonaron más bien como “tú haz lo que yo diga”. Por un momento el fantasma de la antigua Alicia planeó por la habitación.
–          Te aseguro que no va a pasar nada – dijo ella en tono más amistoso – Tú sígueme el rollo y verás que noche tan estupenda pasamos.
Mientras decía esto, la mano de Alicia se posó en mi rodilla. Fue sólo un segundo, pero bastó para que se me erizara el vello de la nuca. Nervioso, fui de pronto consciente de lo solos que estábamos en aquella sala, de lo erótico del espectáculo que íbamos a presenciar y de lo increíblemente sexy que estaba Ali con aquel vestido negro. Empecé a tener miedo de no ser capaz de controlarme.
–          Vaya, la verdad es que esa chica lo hace realmente bien – dijo Ali desviando la mirada hacia el espectáculo.
–          Sí, es verdad – coincidí mirando a cristal a mi vez mientras echaba un trago – Me ha dicho Iván que se dedica a esto los fines de semana.
–          Pues seguro que cobra una pasta; se le da de miedo.
Era verdad, la danza que estaba realizando Eli en sobre el colchón era tremendamente sensual y erótica. Se movía con una gracia y soltura realmente notables y además poseía una especie de aura felina que resultaba a la vez elegante y sexy.
Eso sí, de vez en cuando, la joven abandonaba el erotismo y se adentraba directamente en la pornografía, abriéndose el coño con los dedos o acercando sus pechos a la boca para lamerse los pezones con lascivia.
–          Espera, voy a poner la música – dijo Ali.
Accionando el mando, Ali activó el sonido de ambiente, con lo que pudimos escuchar la melodía a cuyo son se movía la muchacha. No la había escuchado nunca, pero me gustó. Era muy apropiada, pues la música se compenetraba perfectamente con la coreografía del show.
Eli se movía cada vez con más ganas, deleitándonos con el excitante espectáculo de su escultural cuerpo brillante por el sudor, danzando y contorsionándose al ritmo de la canción.
Me pregunté si realmente estaría tan excitada como aparentaba y si, de ser así, tendría esperándole a algún afortunado tipo que se deleitaría más tarde probando sus mieles. Quizás el propio Iván…
Poco a poco, el baile de la chica fue haciéndose más febril, más intenso. Era como si la joven pretendiera emular el acto sexual con su danza, abandonándose a un progresivo frenesí que culminó en un clímax de pasión. Aunque no podía escucharla, pude ver perfectamente cómo la joven culminaba su actuación con un grito desenfrenado mientras, arrodillada sobre el colchón, se derrumbaba sobre su espalda, las piernas dobladas bajo el cuerpo y los brazos en cruz. Permaneció así unos instantes, recuperando el aliento después del esfuerzo realizado.
Me di cuenta de que había estado medio hipnotizado admirando el sensual baile de Eli. Ni siquiera me había percatado de que me había excitado un poco, comenzando mi soldadito a despertar dentro de mi pantalón.
–          Es muy buena – refrendó Alicia, los ojos clavados en la jadeante muchacha.
–          Desde luego que sí – coincidí – Sin duda Tati no va a hacerlo tan bien.
–          Ni falta que hace – respondió Ali mirándome – Ya oíste antes a Iván; es mucho más excitante ver a una amateur que a una profesional.
–          Es cierto.
–          Bueno. La próxima es Tatiana – dijo Ali – Verás qué sexy está.
–          Me muero por verla – afirmé.
Ali me miró un instante sin decir nada. Yo hice como si no me diera cuenta. Me sentía nervioso.
–          ¿Otra copa? – dije levantándome sin esperar respuesta.
–          Vale.
Cogí ambos vasos y preparé las bebidas, mientras Ali me miraba en silencio, consiguiendo enervarme todavía más.
Cuando regresé a su lado, había vuelto a cruzar las piernas y estaría dispuesto a jurar que la falda estaba subida varios centímetros más que antes.
–          Ahí viene – dijo Ali para mi alivio.
Sin darme cuenta, caminé hasta quedar de pie frente al cristal, deseoso de no perderme detalle del debut de mi novia en el mundillo del striptease. Me volví un instante para sonreírle a Alicia al descubrir por fin de qué se había disfrazado mi chica.
–          ¿Idea tuya? – pregunté.
–          Digamos que de ambas – respondió la mujer echando un trago a su bebida.
Me volví de nuevo hacia el cristal, deleitándome con el cuerpazo de la sexy colegiala que había penetrado en la sala. Iba vestida con una falda a cuadros, camisa blanca (con lacito azul al cuello) y una rebeca de color rojo.
Llevaba además una peluca negra, con el cabello recogido a los lados en dos coletas y un antifaz del mismo color. Me costó reconocer a mi novia. De hecho, podría haber pasado por una auténtica colegiala de no ser por sus rotundas curvas, que delataban que se trataba de una chica de más edad.
–          Está buenísima – dije con admiración.
–          Sí. Está muy guapa. Tiene suerte, todo le queda bien.
Alicia se había levantado del sofá y se había acercado a la ventana, quedando casi hombro con hombro conmigo. Sin embargo, esta vez no me enervó su proximidad, el ver por fin a Tatiana en la sala había tenido la virtud de serenarme un poco.
–          Vamos nena – dije en voz alta – Deléitanos como tú sabes. Vuélvelos locos de deseo…
Tati, que parecía un poco avergonzada nada más entrar, pareció reaccionar a mis palabras. Alzó la cabeza, mirando hacia nosotros fijamente y, cuando empezó a sonar la música, empezó a moverse al compás sensualmente, provocando que la boca se me secara. Por lo visto, el anonimato que le brindaba el antifaz le permitía a mi novia soltarse por completo, con lo que pronto estuvo entregada al baile, consiguiendo que la faldita del uniforme aleteara sin parar, haciéndome estar completamente pendiente de lograr atisbar debajo. Parecía un quinceañero salido tratando de verle las braguitas a una compañera.
De repente, Tati se abrió la rebeca de un tirón, librándose de ella y arrojándola a un lado, con lo que pude comprobar que la camisa que usaba le iba un par de tallas pequeña, por lo que sus tetas parecían estar a punto de hacerla estallar en cualquier momento.
 Tati, a diferencia de la chica anterior, no permanecía quieta en el centro de la sala, sino que se desplazaba por toda ella, asegurándose de que desde todas las ventanas pudiera disfrutarse de un buen primer plano de su cuerpazo. Estaba entregadísima.
Por fin llegó a la nuestra. Para ese entonces ya se había librado del lazo del cuello y se había abierto unos cuantos botones de la camisa, con lo que sus senos, envueltos en lencería fina, asomaban desafiantes por el escote de una forma harto erótica.
Durante unos segundos, nos dedicó un baile super sexy frente a nuestra ventana, agachándose y levantándose al ritmo de la música, mientras su cuerpo no dejaba de contonearse eróticamente.
Pensé que Tati iba a desnudar sus pechos frente a nosotros como regalo, pero hizo en cambio otra cosa que me sorprendió. De repente, paró por completo de bailar y, poniendo una expresión avergonzada (fingida, pero super morbosa) se inclinó un poco, aferró el borde de su falda y se la subió hasta el pecho mostrándonos sus braguitas en un gesto a la vez inocente y sensual.
Para ese entonces yo ya la tenía como una roca.
–          Muy bien, Tati, impresionante – la aplaudía Alicia desde mi lado.
–          Desde luego. Hay que ver cómo se ha desinhibido. Es muy sexy.
Tati se alejó bailando con una sonrisa en los labios. Cada vez más metida en su papel, se entretuvo en apretar los pechos contra varios de los cristales, logrando sin duda que a los ocupantes de esas salas se les salieran los ojos.
–          Guau – dije admirado – Quien la ha visto y quien la ve.
–          ¿Lo ves tonto? Te dije que era buena idea venir aquí – dijo Ali triunfante.
En ese instante, Tati estaba justo en el lado opuesto de la sala, contoneándose frente a uno de los cristales. Se había abierto por fin la camisa totalmente, por lo que el ocupante de aquel habitáculo estaba disfrutando de un buen par de tetas enfundadas en lencería fina sacándole brillo a su cristal. Sonriendo, regresé al sofá y me senté.
–          Víctor, dime. ¿Cuántas pollas crees que estarán ahora mismo siendo masturbadas gracias a tu novia? – preguntó Ali con malicia.
–          Je, je – reí un poco achispado – No sé. Contando las ventanas… Unas 30 ¿no?
–          Bueno. 30 no. Sólo 29 – dijo Ali mirándome con intensidad.
Tardé unos segundos en comprender lo que me decía.
–          Pues tienes razón – dije entrando de lleno en el juego – Hay que redondear la cifra.
Con un poco de dificultad, pero extrañamente excitado, me las apañé para extraer mi polla por la bragueta, agarrándomela con la derecha y empezando a masturbarme muy lentamente. Alicia, vuelta hacia mí, me miraba con una tenue sonrisa, logrando que me olvidara por un momento de Tatiana y su show.
El nerviosismo había vuelto con intensidad. No sabía qué pretendía Alicia, pero estaba consiguiendo que me pusiera cachondo perdido y eso, unido a las copas que me había tomado, hacían que el riesgo de perder el control no fuera desdeñable.
Tratando de aparentar tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo estar allí encerrado con una bella mujer mientras me masturbaba, volví a clavar los ojos en el cristal, pajeándome mientras disfrutaba del show de mi novia.
Sin embargo, percibí que Tati ya no se movía como antes, supuse que por el cansancio del baile y ahora se contoneaba un poco más envarada, de pié sobre el colchón, aferrada a la barra metálica sin demasiada gracia.
–          Dime una cosa – dijo Alicia atrayendo de nuevo mi atención – ¿Por qué crees que te masturbé antes en el jacuzzi?
La respuesta obvia acudió a mis labios, pero juzgué que no era inteligente espetarle que lo había hecho para manipularme y que estuviera de acuerdo con el plan que tenía en mente.
–          No sé. ¿Te apetecía tocar mi pollón? – bromeé.
–          Sí que me apetecía – dijo ella enervándome – Pero no fue por eso. Adivina.
–          Para poner cachondas a las chicas. La oportunidad era que ni pintada.
–          Nah, nah – dijo ella meneando la cabeza – frío, frío…
–          ¿Te apiadaste de mí y quisiste hacerme un favorcito?
–          Helado…
No me había dado cuenta, pero Ali se había desplazado poco a poco, apartándose de la ventana hasta quedar de pié frente al sofá, muy cerca mío.
–          ¿No se te ocurre nada más? – dijo en un tono super erótico.
–          No… no. Déjame pensar.
Ali, sin recato alguno, levantó un pié del suelo y lo plantó encima del sofá, justo a mi lado. Al hacerlo, la falda se le subió unos centímetros, permitiéndome atisbar el borde de encaje de la media, dificultándome la respiración.
–          ¿Quieres saber por qué? – dijo en voz más baja, inclinándose hacia mí.
–          Cl… claro.
Me sentí un poco ridículo, sentado en el sofá con la polla fuera de los pantalones, olvidado por completo el motivo por el que estábamos allí, toda mi atención centrada en aquella mujer capaz de manejarme como quería.
–          Pues pensé que era mejor que descargaras un poquito… Para asegurarme de que luego fueras capaz de aguantar lo que hiciera falta.
Me quedé mirándola sin pestañear, completamente atónito. ¿Habría entendido bien lo que decía? ¿Se estaba insinuando?
No me di cuenta en ese momento, pero me había quedado con la boca abierta, mirándola. Para añadir más leña al fuego, Ali hizo un sencillo gesto con la mano, dando un suave tirón a su vestido para revelar una porción mayor de muslo.
La cabeza me daba vueltas, estaba volviéndome loco. ¿Era eso lo que quería? ¿Me estaba proponiendo follar en ese cuarto?
Ella no decía nada, se limitaba a permanecer de pie frente a mí, el pié sobre el sofá, exhibiendo su carnoso muslo con total tranquilidad, como invitándome a deslizar la mano bajo su falda. ¿Lo hacía? ¿Me llevaría una ostia?
Lentamente, casi temblando, moví una mano y la posé sobre la rodilla de Alicia, sintiendo el sedoso tacto de la media en mi piel, lo que me excitó todavía más si es que eso era posible. Ali no dijo nada, limitándose a mirarme fijamente a los ojos, invitándome con su silencio a que prosiguiera con mis maniobras.
Estaba a punto de estallar por la excitación. Muy despacio, fui deslizando la mano por el muslo, acariciándolo suavemente, sintiendo el tacto y tersura de su carne, deleitándome con su contacto. Cuando mi mano llegó al borde de su vestido, la llevé hacia abajo, colándola justo en medio de los muslos abiertos, introduciéndola en la misteriosa gruta que existía entre sus piernas, en busca del más preciado de los tesoros.
Sin embargo, aún me quedaba un ápice de autocontrol, así que, antes de enterrar por completo mi mano bajo su falda, intenté asegurarme una vez más.
–          ¿Estás segura de esto? Una vez que empecemos no habrá marcha atrás…
–          Llevo tiempo deseándolo – dijo ella con sencillez.
Mi mano se perdió por completo, temblorosa, con ansia, deseosa de llegar por fin a su destino. No pude evitar sonreír cuando mis dedos rozaron su trémula carne desnuda, arrancándole un tenue gemido de placer a la bella mujer y un delicado espasmo en sus caderas, que no pudieron contenerse bajo mi contacto.
No sé cómo no me había dado cuenta, me había pasado toda la tarde mirándole el culo a Alicia y no me había apercibido de que iba sin bragas. No puedo describir cómo me sentí al notar la humedad, el calor en mis dedos… Con delicadeza, recorrí con las yemas los hinchados labios de palpitante carne, mientras su dueña temblaba de placer por mi caricia, apretando levemente los muslos, atrapando mi mano entre ellos.
Más tranquilo al estar seguro del suelo que pisaba, fui un paso más allá hundiendo por fin con decisión un par de dedos en la gruta de la chica, haciéndola bufar de placer e inclinarse por la súbita intrusión, justo como yo quería.
Sin darle oportunidad a incorporarse, la atraje hacia mí y la obligué a sentarse en mi regazo, apoderándome de sus labios con los míos y hundiéndole la lengua hasta el fondo, mientras la suya me devolvía el beso con entusiasmo, llenándome de alegría.
Ali se retorció entre mis brazos, pero no trató de escapar, sino que se sentó a horcajadas sobre mi muslo, de forma que pude sentir perfectamente el calor y la humedad de su coñito al apretarse contra mi pierna.
Un poquito descontrolada, Alicia empezó a mover las caderas mientras no dejábamos de besarnos, de forma que empezó literalmente a frotarme el coño en el muslo, incrementando la excitación de ambos.
Loco de calentura, la aparté con cuidado pero con firmeza, obligándola a tumbarse sobre el sofá, de forma que quedara por completo a mi merced. Ella, lejos de resistirse, abrió las piernas, permitiéndome admirar su hinchada y húmeda vagina a la luz de la lámpara que había en el techo. Faltó poco para que me arrojara sobre ella y la violara a lo bestia.
–          Eres hermosa – siseé.
–          Ven – dijo ella por toda respuesta.
Pero no, había anhelado tanto ese momento que estaba decidido a que se convirtiera en una experiencia memorable. Iba a brindarle a Ali el sexo de su vida. Es noche iba a dedicarme por competo a su placer.
Arrodillándome en el suelo, separé sus muslos con las manos, exponiendo por completo su ardiente intimidad. Comprendiendo mis intenciones, Ali me facilitó la tarea levantando una pierna y apoyándola en el respaldo del sofá, ofreciéndose a mí con una expresión tal de lujuria que creí volverme loco.
Prácticamente me zambullí entre sus muslos, apoderándome con rapidez de su vagina con mis labios, chupándola y lamiéndola con frenesí. Mientras mi lengua chupaba y lamía, mis dedos acariciaban y sobaban, entreteniéndose especialmente en el enhiesto clítoris de la chica, provocándole estremecedores gemidos de placer.
–          Sí, así. Justo ahí – jadeaba ella, enervándome todavía más – Por Dios, qué bien lo haces. Menudo espectáculo, el sexo oral de mi vida mirando a Tatiana pajearse…
¿Pajearse? Extrañado y sin dejar de comerle el coño un segundo, me las apañé para asomarme ligeramente de entre sus muslos, atisbando por un instante a través del cristal.
Efectivamente, Tatiana había abandonado su número de danza y, desnuda de cintura para arriba y con la falda enrollada en las caderas, se masturbaba furiosamente con un consolador que no sé de donde habría sacado.
–          Muy bien nena – siseaba Alicia – Métetelo hasta el fondo. Así…
Joder. No sabía que a Ali le pusiera tanto ver a una chica tocándose.
–          Mejor para mí – pensé.
Seguimos con la tórrida sesión de sexo oral un ratito más, mientras yo degustaba aquel delicioso coñito como un buen gourmet, recorriendo y estimulando hasta el último centímetro de hirviente carne.
–          Sí. Así. Clávatelo. Muy bien – siseaba Ali – Y tú, ya no puedo más, métemela de una vez…
Mi plan era lograr que se corriera al menos una vez con el sexo oral, pero, de repente, su idea me parecía mucho mejor. Estaba ya que me moría por meterla en caliente.
Con gran ansiedad, salí de entre los muslos de Alicia e intenté echarme sobre ella, con mi palpitante miembro cabeceando entre mis piernas, pero ella me detuvo.
–          No, aquí no… Ven.
Al fin del mundo habría ido si hubiera hecho falta. Ya no aguantaba más.
Alicia se incorporó, jadeante, el vestido subido hasta la cintura, con el coñito brillante de saliva y jugos. Temblorosa, caminó hacia la ventana y, volviéndose hacia mí, apoyó la espalda en el cristal y me invitó a acercarme con un gesto.
–          Aquí. Fóllame aquí. Quiero que me folles mientras miras a tu novia.
No dije nada. En ese momento no pensaba en Tatiana para nada. Para mí sólo existía Alicia.
Me acerqué a ella, mis ojos clavados en los suyos, a punto de explotar por la excitación. Acaricié sus mejillas con ambas manos, deleitándome con su belleza, con la lujuria que brillaba en su mirada. La besé de nuevo, con profundidad, con ansia, apretando nuestros cuerpos, frotándonos, estrujando una erección que era casi dolorosa contra su ser.
–          Dámela ya – dijo ella con un suspiro – La necesito dentro de mí…
Joder. Era para morirse. Estuve a punto de eyacular sólo de escucharla suplicarme que la follara. Era demasiado.
La penetré enseguida, hundiéndome en su carne con un gruñido de placer. El calor, la humedad, cómo apretaba mi enardecido miembro… su coño era una maravilla… Toda la excitación, los riesgos, todo lo que habíamos pasado juntos, merecieron la pena en ese momento, cuando me hundí por fin en el interior de Alicia, alcanzando por fin el paraíso.
Noté cómo sus brazos y sus piernas me abrazaban, rodeándome, atrayéndome contra sí. Yo sostenía su peso por completo contra el cristal, pero en mi vida había soportado una carga más ligera ni más agradable.
Con un gruñido, embestí contra ella, hundiéndome en su gruta hasta la matriz, provocándole un gritito de placer.
–          Sí, así Víctor, hasta el fondo, quiero que me folles hasta el fondo..
Y obedecí, vaya si lo hice. Con toda el ansia y la excitación acumulada de las últimas semanas descargándose por fin. Le di con todo.
Alicia gemía y resoplaba como una loca, poseída por el frenesí del sexo. Medio ida, me mordió con saña una oreja, pero no me importó lo más mínimo, concentrado únicamente en complacerla en todo, en hacer que disfrutara de aquel momento como nunca antes en su vida.
–          Fóllame, fóllame – jadeaba ella mientras yo redoblaba mis esfuerzos en su interior – Mírala, mira a tu novia mientras me follas, mira cómo hace todo lo que queremos, cómo se desvive por complacerte…
Alcé la vista, mirando por encima del hombro de Alicia, sin dejar de penetrarla, comprobando que Tatiana seguía masturbándose con furia, con una ansiedad que nunca antes había visto en ella.
–          Sí, mira cómo se masturba. Mira lo caliente que se pone al saber que la están mirando un montón de tíos. ¿Lo ves? Te lo dije, tu novia disfruta con estas cosas. Le encanta que la miren mientras se mete un consolador en el coño. Es una puta, como yo… Fóllame – dijo mordiéndome de nuevo el lóbulo de la oreja.
Sus palabras obscenas, el calor de su cuerpo, la imagen de Tatiana masturbándose como loca, todo se juntó para seguir dándole placer a Alicia. Cuando por fin se corrió, creí que iba a estallar de orgullo y alegría, pero, en lugar de eso, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, haciéndola aullar literalmente de placer.
–          ¡No, para! ¡Por favor! – gemía mientras me la follaba contra el cristal – ¡Espera, espera, no puedo más!
Y una mierda iba a esperar. Desmadejada, con las caderas todavía bailando por la tremenda corrida que acababa de pegarse, Alicia casi se desmaya entre mis brazos, quedando como un peso muerto empalado en mi verga.
Sintiéndome pletórico por haber sido capaz de darle tanto placer a tan impresionante hembra, hice un  alarde de fuerza y, sujetándola con los brazos, la transporté de regreso al sofá todavía empitonada en mi hombría.
–          No, no, para – jadeaba ella, agotada.
–          Shissst – siseé – Tú déjame a mí. No te vas a olvidar de esta noche en tu vida.
Lentamente, pero incrementando el ritmo con rapidez, reanudé el metesaca entre los muslos de Alicia, cargando mi peso sobre ella, que yacía desmadejada sobre el sofá.
Poco a poco, la joven fue recuperándose y pronto me encontré con sus brazos rodeando mi cuello, atrayéndome hacia sí para besarme.
–          No sabes cuánto he esperado este momento – le dije desde el fondo del mi alma.
–          Y yo – respondió ella llenándome de dicha.
Más calmados, seguimos follando sobre el sofá, a un ritmo más pausado, lejos del demencial desenfreno de momentos antes.
Cuando se cansó de la postura, Alicia me obligó a sentarme en el sofá, colocándose a horcajadas sobre mi regazo, metiéndose ella sola mi polla hasta el fondo, empezando un delicioso baile de caderas sobre mí.
Mis manos se apoderaron con prontitud de su culo, amasando los tiernos mofletes, magreando la tierna carne con entusiasmo, jugueteando con los dedos en su apretadita entrada trasera.
–          Otro día te dejaré que me sodomices – me susurró Alicia al oído sin dejar de mover las caderas sobre mí.
Me sentí feliz, no por lo del sexo anal, sino porque había confirmado que íbamos a volver a hacerlo. Me sentí pletórico.
–          Madre mía Víctor – dijo Ali cabalgándome con las manos apoyadas en mis hombros – Menudo aguante tienes. Lo de la paja del jacuzzi ha sido una idea espléndida.
–          Nena, tenía tantas ganas de que esto pasase que tenía que quedar bien.
Pero no resistí mucho más. Era demasiado exigirme. Sentí que estaba a punto de correrme, así que avisé a Alicia, ya que no estábamos tomando precauciones.
–          No, da igual – dijo ella sin dejar de moverse sobre mí – Quiero tu leche, la quiero dentro de mí.
Y exploté. Me derramé en su interior como una manguera. Con un bufido, la estreché con fuerza entre mis brazos, mientras mi esencia se derramaba en su interior. Ella gimió profundamente, devolviéndome el abrazo y besándome con ansia.
Permanecimos un rato así, abrazados, sintiendo cómo poco a poco mi miembro iba menguando en su interior, cómo mi semilla se mezclaba con sus jugos.
–          El polvo de mi vida – dijo ella dándome un besito – Me has dejado impresionada.
–          Pues claro, nena – dije sonriendo – y el que te voy a echar ahora va a ser todavía mejor.
–          No, de eso nada – dijo ella levantándose, provocando que mi todavía morcillona polla saliera de su coñito – Mira, Tatiana ya ha terminado y vendrá en cualquier momento.
Era verdad. La sala peep estaba vacía. Al verla, un súbito sentimiento de culpabilidad me golpeó con fuerza. Lo cierto es que se me pasaron las ganas de echar otro polvo. Me sentí fatal. Pobre Tatiana, no se merecía aquello.
Adivinando mis sentimientos, Ali no dijo nada, limitándose a tomarme de la mano y a conducirme de vuelta al despacho. Allí, tras otra puerta camuflada en la decoración, pudimos asearnos un poco usando el cuarto de baño privado de Iván.
Una vez limpios, esperamos a Tati sentados en el despacho, pues temí que, si ella entraba en la salita, el inconfundible aroma a sexo que habíamos dejado descubriría el pastel.
Ali salió un segundo, regresando enseguida con unas copas, que bebimos en silencio. Por fin, no aguantando más, tuve que hablar.
–          ¿Y ahora? – pregunté.
–          ¿Ahora? – dijo ella simulando ignorar a qué me refería.
–          Lo que ha pasado. ¿Ha sido sólo una vez? ¿Ha sido un calentón repentino?
–          Ahora… Será lo que tú quieras – dijo ella con sencillez.
–          ¿Lo que yo quiera?
–          Bueno. No. Si me preguntas si voy a dejar a mi prometido… No sé qué contestarte. Aunque te confieso que ahora tengo dudas.
El corazón se me aceleró en el pecho.
–          Pero si te refieres a que seamos… amantes. La verdad es que estoy deseándolo.
–          ¿Amantes? ¿Y Tatiana?
–          Si yo fuera tú… No le diría nada. Creo que podemos seguir así un tiempo, pasándolo bien los tres juntos. Ya veremos a donde nos lleva la cosa. ¿Qué opinas?
El rostro de Tatiana, deshecho en lágrimas cuando intenté cortar con ella apareció en mi mente, llenándome de desasosiego. Así que tomé la salida fácil.
–          Tienes razón. Mejor que no se entere. Más adelante ya veremos.
–          De acuerdo entonces. Lo mantendremos en secreto. Así podremos seguir saliendo por ahí los tres juntos. Se me han ocurrido un par de ideas que…
Pero Ali no tuvo tiempo de exponerme cuáles eran sus planes, pues en ese momento la puerta se abrió y una Tatiana bastante seria y un poco pálida penetró en la sala, no atreviéndose a mirarme directamente siquiera, clavando sus ojos en Alicia.
–          ¡Cariño! – exclamé exagerando un pelo el entusiasmo que sentí – ¡Has estado increíble! ¡Madre mía, cómo te movías! Y luego, con el consolador… ¡Jamás habría imaginado que te atreverías a tanto! ¡No sabes cuánto me has excitado!
Levantándome, abracé con ganas a mi novia, deseando que se sintiera relajada tras los nervios que sin duda había pasado. Le di un ligero besito que ella devolvió sin mucho entusiasmo, todavía avergonzada por el show que acababa de protagonizar.
–          Sí. Has estado genial Tatiana – dijo Ali levantándose de su asiento – Ha sido increíblemente erótico y te aseguro que tanto Víctor como yo lo hemos pasado muy bien. Hemos disfrutado hasta el último instante.
El doble sentido era más bien evidente, pero no se lo tuve en cuenta, preocupado por lograr que Tati se relajara por fin.
Seguimos charlando un rato y Ali le sirvió una copa a mi novia, lo que devolvió un poco de color a sus mejillas. Ambos alabamos enormemente su actuación, pero no fue hasta que Iván regresó al despacho y la felicitó efusivamente, que Tati no empezó por fin a sosegarse.
Un rato después, nos despedimos de Iván y, tras prometer que volveríamos pronto, salimos del local a la fría noche. Estábamos cansados, así que decidimos dar por concluida la velada.
Llevamos a Alicia hasta su coche con el nuestro y después nos dirigimos a casa.
Tati seguía un poco callada, lo que me inquietaba un poco. Esperaba de corazón que la pobre no lo hubiera pasado muy mal en la sala peep. Desde luego, no parecía que le hubiera costado mucho marcarse el numerito. Yo habría jurado que estaba disfrutando mucho.
–          ¿Estás bien, nena? – le pregunté.
–          Sí, sólo un poco cansada. Ha sido un día largo y lo del sex-shop ha sido muy intenso.
–          Sí que lo ha sido. Has estado increíble. No sabes lo caliente que me he puesto…
–          ¿En serio? Me alegro mucho – dijo ella sin mucho entusiasmo – Ya sabes que esto lo hago por ti…
–          Ya lo sé, nena. Y sabes que te lo agradezco. No sabes la suerte que tengo de tener una chica como tú.
Tati me miró un instante, con una expresión indescifrable en el rostro.
–          ¿Quieres que te la chupe? – dijo de repente.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito.
–          Si quieres te la chupo. Si te has puesto tan caliente estarás a punto de reventar. Sabes que adoro hacer cosas por ti. Si no puedes más, te hago una mamada ahora mismo. ¿Te apetece?
¿Qué podía decir? Ahora no, nena, que acabo de echar un polvo del copón y estoy bien satisfecho, gracias. No me quedaba otra.
–          Pues claro, nena. ¿A qué tío no le apetecería tener unos labios tan sensuales como los tuyos chupándole la polla?
Tati no contestó, limitándose a inclinarse desde su asiento hacia mi regazo. Nervioso, miré a los lados por si había alguien cerca, obviamente no porque me preocuparan que nos vieran, sino para ver si había suerte y alguna chica guapa disfrutaba del espectáculo.
En menos de diez segundos, Tatiana extrajo mi polla del pantalón y la engulló de golpe, jugueteando con la lengua en el glande, haciéndome unas cosquillas la mar de excitantes.
Habilidosa, no le costó nada lograr que me empalmara y enseguida la tuve practicándome una soberbia felación mientras conducía hacia casa. Esta vez no me chupó los huevos, ni deslizó la lengua por el tronco, sino que simplemente la absorbió entre sus labios y empezó a deslizarlos rápidamente por mi verga, sin parar de estimularme con la lengua.
–          Ya, nena, ya – jadeé cuando noté que estaba a punto de correrme.
Pero ella no se apartó, sino que se metió mi polla hasta el fondo, enterrando el rostro en mi entrepierna. Alucinado, me corrí como una bestia directamente en su garganta, notando cómo ella se esforzaba para tragarlo todo y dejarme los huevos bien vacíos.
–          Joder, cariño, ha sido increíble – jadeé mientras ella se limpiaba la boca con un pañuelo – Sí que te ha puesto cachonda el bailecito del sexshop.
–          Sí. Es verdad – dijo ella un poco seca.
Cuando volvimos a casa, echamos un buen polvo. Bastante sosegado, pero bueno. Fui yo el que tomó la iniciativa, pero, como siempre, Tatiana no se negó a nada de lo que le pedí.
CAPÍTULO 23: AMANTES:
A partir de ese momento, Alicia se convirtió en una obsesión.
No sé qué me pasaba, era como si al conseguir por fin que nuestra relación se hiciera física tras haberlo deseado tantísimo, el resto de aspectos de mi vida pasaran a un plano secundario. No sé cómo expresarlo, no es que ya no me importara Tatiana, mi trabajo o mi familia…. era sólo que, de repente, se volvieron menos importantes. Vivía exclusivamente concentrado en mi siguiente encuentro con ella.
Nos convertimos en amantes en toda regla. Prácticamente nos veíamos a diario, normalmente en su piso y allí follábamos como locos. Ni una sola vez dimos rienda suelta a nuestro fetiche exhibicionista; era sólo follar y follar.
Yo, acomodado a la situación, mantuve el secreto con Tatiana, sin insinuarle nada, procurando evitarle el dolor que sabía sufriría si se enteraba de lo mío con Ali. Tanto sacrificio, tratando de satisfacer mis deseos… para que al final yo acabara con otra.
Me sentía culpable cuando estaba con ella, así que me esforzaba en hacerla feliz. Le hice muchos regalos, la sacaba por ahí siempre que podía, estaba pendiente de sus necesidades… lo que fuera con tal de acallar mi conciencia.
Aún así, tenía la sensación de que Tati no se portaba como siempre, estaba un poco más fría que de costumbre.
Aunque claro, eso tenía una explicación perfectamente razonable y era que Alicia había retomado el liderazgo de nuestra pequeña banda. Ahora que me tenía comiendo de la palma de su mano, empezó muy sutilmente a proponer ideas cada vez más atrevidas y, en la mayor parte de las ocasiones, era Tati la protagonista de nuestras aventuras.
Y lo cierto era que yo no le negaba nada. Ya no me importaba que nos descubrieran, o que corriéramos riesgos innecesarios para cumplir con las fantasías de Ali. Bastaba que ella me lo sugiriera, para que yo me mostrara de acuerdo en todo… y luego yo hacía lo mismo con Tatiana.
Y no era sólo eso lo que había cambiado. Incluso mi vida laboral empezó a resentirse por mi aventura con Alicia. Muchas tardes me ausentaba de la oficina para verla, simplemente porque ella me llamaba, sin importarme si tenía trabajo pendiente o no. Los jefes incluso hablaron un par de veces conmigo, interesándose por el motivo de que mi rendimiento hubiera bajado, teniendo que inventarme excusas que justificasen mis continuas faltas al trabajo.
Pero nada de eso me importaba. Me bastaba con ver a Alicia, estrecharla entre mis brazos, hundirme entre sus piernas… estaba obsesionado.
Y ella lo sabía perfectamente.
Mira, te doy un ejemplo de hasta qué punto me tenía sorbido el sexo. Se trata de una de sus locas ideas y además, por una vez no fue Tatiana la víctima, sino que me tocó a mí arriesgarme.
Alicia llevaba varios días quejándose de su jefa, Claudia, que al parecer le estaba haciendo la vida imposible. Por lo visto, como la recepcionista de la agencia estaba de baja, había obligado a Alicia a ocupar su puesto, teniendo que recibir a los clientes en el mostrador de recepción y atender las llamadas, lo que, por lo visto, la ponía a parir.
Despotricaba un montón de la pobre mujer mientras yo, obviamente, le daba la razón en todo y me compadecía de lo injustamente que estaba siendo tratada Ali. Y esto no era un secreto de alcoba entre ambos, sino que también le contaba sus penas a Tati cuando quedábamos los tres, obteniendo idénticas muestras de conmiseración por parte de mi novia.
–          Pues cuando quieras te echamos un cable y le damos una lección a esa golfa – le dije un día sin meditar bien mis palabras.
Ali se quedó mirándome muy seria, sopesando en profundidad lo que le acababa de decir.
Y vaya si lo hizo, pues un par de días después, nos contaba el plan que su maquiavélica cabecita había maquinado para darle un susto a su jefa.
–          Vamos a montarle un espectáculo directamente en la agencia – nos espetó muy ufana.
Las dudas me atenazaron en ese momento. Aquello era pasarse de rosca. Podía acabar en la cárcel. Pero bastó una mirada subrepticia de Ali para que la protesta muriera en mis labios y me mostrara de acuerdo con todo lo que propuso.
El plan era arriesgado, por no decir una auténtica locura. Ali me suministró una especie de disfraz de repartidor, un mono de trabajo, una gorra, una peluca y una de nuestras gafas con cámara oculta: “Para no perderme la cara de acojone de esa zorra” dijo Ali simplemente.
La idea era que Tati me llevara por la tarde en coche (en su día de descanso) y permaneciera aparcada en el callejón que había detrás de la agencia, como si fuera la conductora en un atraco.
Desde allí, podría captar perfectamente la señal tanto de mi cámara como las de las otras dos que Ali iba a encargarse de colocar subrepticiamente en el despacho de su jefa.
Yo debía acceder al local, simulando ir a entregarle un paquete y, como sería Ali quien estuviera en recepción, no tendría problemas para acceder a su despacho, que por lo visto estaba tan sólo unos metros más adelante del mostrador (Ali incluso me dibujó un mapa).
Por lo visto, la tal Claudia estaba acostumbrada a recibir paquetes en la oficina, por lo que me franquearía el paso sin problemas.
La sorpresa se la llevaría al abrir el paquete, pues dentro iría mi polla bien erecta, con la que se toparía al abrir la caja.
Para ello, en uno de los laterales habríamos practicado un agujero por el que yo podría meter mi cosota, ocultando el asunto a la vista de los demás simplemente llevando la caja pegada al cuerpo.
 Lo dicho. Una locura. Pero lo cierto es que salió a pedir de boca.
La tarde de autos yo estaba nervioso perdido; no dejaba de preguntarme cómo había permitido que Ali me convenciera de aquello. El plan era un disparate, mil cosas podían salir mal. La tal Claudia podía llamar a la poli, a la que no le costaría nada localizarme gracias a las cámaras de vigilancia urbana, porque, para más inri, habíamos ido en mi coche particular.
Pero yo no podía negarle nada a Alicia y menos todavía con su voz dándome órdenes al oído, pues me había obligado a llevar colocado el auricular mientras ella ocultaba en su mano con disimulo el micrófono.
Siguiendo sus instrucciones, Tati y yo estábamos estacionados en el callejón de atrás, con mi novia en el asiento del conductor y el portátil en su regazo. Lo que estábamos haciendo era comprobar que la señal de las cámaras llegaba sin problemas, cosa que, en efecto, era así.
Una pena, pues de no haber llegado la señal, habríamos tenido que abortar aquella chifladura. Pero que va, la imagen era excelente. En mi cámara se veía a la propia Tatiana y las del despacho nos permitieron observar durante unos minutos a la “malvada” jefa de mi amante.
Era una mujer de unos cuarenta, rubia, alta y bastante exuberante en sus formas. Sin duda una MILF de las que tanto se habla actualmente y no pude menos que reconocer que, en otras circunstancias, habría estado encantado de exhibirme para ella.
Pero allí, de esa forma… estaba bastante acojonado.
Sin embargo Ali lo tenía todo previsto. Temiendo sin duda que los nervios por la actuación redundaran en una falta de “actitud” por mi parte, la joven me había suministrado una de las archiconocidas pastillitas azules.
Yo, que en mi puta vida había necesitado una de esas cosas, me hice el machote delante de ella alardeando de que, en ese tipo de situaciones, empalmarme no era un problema para mí precisamente. Sin embargo, lo cierto era que, allí sentado en el coche, con mi herramienta completamente mustia en los pantalones, agradecí mentalmente el haberme tomado la dichosa pastillita una media hora antes. Por lo que había leído, debería haberme hecho efecto ya, pero lo cierto era que aún no sentía nada.
–          Venga, Víctor, date prisa – me susurraba Alicia en ese momento por el micrófono – Antes me ha dicho que hoy se iba temprano. A ver si se va a largar.
Como yo no tenía micro para responderle, me veía obligado a usar el wassap para mantener la conversación.
–          Un momento Ali, que todavía no estoy listo – le escribí.
–          ¡Coño! ¡Pues dile a tu novia que te eche una mano! – me regañó directamente al oído.
Alcé la mirada hacia Tati, un poco avergonzado de tener que pedirle ayuda. Sin embargo, no hizo falta decirle nada, pues la chica comprendió la situación al momento. No sé, quizás era que Alicia le había dado instrucciones previas.
Dando un suspiro de resignación (se veía que a ella tampoco le apetecía mucho estar allí), mi novia me echó mano al paquete y, con habilidad abrió la cremallera lo suficiente para deslizar la mano dentro.
Obviamente, esa tarde yo no llevaba calzoncillos, para facilitar las maniobras que iba a tener que realizar, así que no tuvo dificultad alguna en agarrarme directamente el nabo, empezando a acariciármelo como ella sabía que me gustaba.
Aquello tuvo la virtud de relajarme. Siempre podía contar con Tati para que me “echara una mano”. Con cualquier cosa en realidad.
No le costó demasiado hacer que me empalmara, aunque quizás también influyó que la pastilla empezó a funcionar por fin. Lo cierto es que, un par de minutos después, la tenía por fin como el asta de la bandera, justo como Alicia quería.
Llevado por un impulso, coloqué la mano en el cuello de Tati y la atraje hacia mí, besándola con cariño. Ella se puso tensa bajo mi contacto, pero se relajó enseguida, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas.
–          Víctor yo… – empezó a decir.
–          ¡Víctor! ¿Te queda mucho? – resonó la voz de Ali en mi oreja.
–          No. Ya voy – le escribí – Cariño. Ahora después me dices lo que sea. Si no acabo en la cárcel claro.
Tati estaba seria de nuevo, pero asintió en silencio.
Tras asegurarme de que no había nadie más en el callejón, me apresuré a bajar del coche, con la picha bien erecta asomando por la cremallera. Con rapidez, saqué el famoso paquete del asiento de atrás y lo coloqué en la posición adecuada, apretándolo contra mi cuerpo tras haber introducido la polla por el hueco que habíamos hecho antes en casa. No estaba mal. Mientras mantuviera pegada la caja a mí, nadie podría notar nada raro.
Resoplando, saludé a Tati con la cabeza y caminé fuera del callejón, con los nervios a flor de piel. Por fortuna, la química acudió en mi socorro, con lo que la erección no bajó un ápice. Era una sensación extraña caminar por la calle sintiendo cómo mi pene se movía a lo loco dentro de la caja. Como me crucé con un par de guapas señoritas, el morbillo de la situación empezó a hacer presa en mí, con lo que pronto sentí que la excitación característica de ese tipo de situaciones empezaba a recorrer mi cuerpo.
Por fin, llegué a la puerta de la agencia, empujando la puerta con una mano mientras me aseguraba de sujetar bien la caja con la otra.
Tal y como habíamos acordado, caminé hasta el mostrador de recepción, tras el que me esperaba sentada Ali, un poquito nerviosa y con los ojos brillantes, esforzándose por no sonreír.
–          Buenas tardes. Una paquete para la señora Claudia Amorós.
–          Sí. Es aquí.
–          ¿Es usted? Es una entrega directa y necesito su firma y DNI.
–          No, no. La puerta del fondo – dijo Ali señalándome la entrada del despacho.
Esta parte del plan había sido trazada conforme al comportamiento habitual en aquel sitio. Lo hicimos así para que nadie pudiera relacionar a Ali con lo que iba a pasar; de esa forma, si alguien escuchaba por casualidad nuestra conversación, no notaría nada raro.
Bastante acojonado, pero a esas alturas muy excitado por la perspectiva de lo que iba a pasar, caminé hasta el despacho con la caja bien sujeta. Al llegar, llamé educadamente a la puerta.
–          Un paquete para la señora Amorós. Necesito su firma – dije en voz alta.
–          Pase.
Respirando hondo, me armé de valor y abrí, penetrando en el despacho. Sabía la disposición exacta de los muebles, no sólo por la descripción de Alicia, sino también por las imágenes que había visto en las cámaras desde el coche.
Por fin pude ver en primera persona a la mujer que cabreaba tantísimo a Alicia. Un soberbio ejemplar de mujer, realmente atractiva, aunque con ciertas señales de haber invertido bastantes euros en costosos tratamientos de belleza, que, en su caso, habían sido sin duda un dinero bien gastado. Iba vestida con una blusa de seda, con los botones superiores estudiadamente abiertos y una falda negra (que había podido ver a través de las cámaras) por encima de la rodilla. Para acabar de darle el toque de madurita sexy, llevaba unas gafas color negro que le daban un toque muy sexy.
–          Buenas tardes – saludé entrando en el despacho.
–          Buenas tardes – contestó ella sin dignarse a levantar la vista hacia mí.
Un poco envarado, caminé hasta su escritorio y deposité la caja encima, asegurándome  de seguir bien pegado a ella, no se fuera a “descubrir el pastel”.
–          ¿Es usted Claudia Amorós? – dije recitando la lección aprendida.
–          Sí. Ya le he dicho que sí – respondió alzando por fin la mirada hacia mí.
Tenía unos ojazos azules de ensueño. De repente deseé con intensidad sentirlos admirando mi polla. La boca se me quedó seca.
–          Ne… necesito ver una identificación, Es un paquete personal y no puedo entregarlo más que a la señora Amorós directamente.
–          ¿Personal? – dijo ella extrañada – ¿Quién lo envía?
–          Eso no lo sé señora. Pero si quiere puedo dejarla mirar el contenido antes de aceptar el paquete…
Como excusa no era muy buena, pero por suerte la mujer sintió suficiente curiosidad como para hacerme caso. Levantándose de su asiento, rodeó la mesa hasta quedar a mi lado. Yo, de acuerdo con el plan, en cuanto la tuve a tiro abrí las solapas de la caja (que en realidad no estaban pegadas) revelando el contenido del paquete a la sorprendida mujer.
Sus ojos se abrieron como platos y su boca dibujó una “o” tan perfecta que era casi cómica. Pero yo no tenía ganas de reírme. Estaba cachondo perdido de ver cómo aquella mujer se quedaba atónita con sus lindos ojos clavados en mi polla.
Bien, ya estaba. Hasta entonces todo había salido bien. Ahora llegaba lo más difícil, salir cagando leches de allí mientras a la pobre mujer le daba un soponcio y montaba un follón de mil pares de pelotas. Estaba en tensión, listo para guardarme el rabo en la bragueta y salir como un misil de allí.
Pero ella no decía nada, no hacía nada, limitándose a seguir mirando alucinada el contenido de la caja, recorriendo con su mirada mi erección desde la base hasta la punta.
De pronto, una ligera sonrisilla se dibujó en sus labios y, alzando la mirada hacia mí, me habló con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, vaya, qué tenemos aquí… menudo regalito me han enviado.
Al decir esto, la mujer puso una voz de zorra tal que hasta me temblaron las rodillas. No podía creerme que hubiera reaccionado así. Aquello no estaba en los planes.
Con un sensual movimiento de caderas, la señora caminó hacia la puerta del despacho y, alargando la mano, la empujó cerrándola por completo. Yo estaba flipando.
–          Ay, ay, ay, este Saúl. Cómo sabe las cosas que me gustan…
Mientras decía esto, Claudia caminó de regreso a mi lado, volviendo a recrear la vista en el interior de la caja. Yo, terriblemente excitado, sentía cómo mi polla palpitaba y empezaba a segregar fluidos preseminales, supongo que debido a la combinación de morbo y química que llevaba en el cuerpo.
De repente, sin cortarse un pelo, la buena señora metió la mano dentro de la caja y aferró mi polla, estrujándola con ganas, sopesando su dureza.
–          Jo, chico, la tienes como un leño. Justo como me gustan a mí. Me ha encantado el regalo que me has traído, te has ganado la propina.
Y, ni corta ni perezosa, empezó a deslizar su cálida mano por mi duro tronco, masturbándome tranquilamente allí mismo, de pie junto a la mesa de su despacho. Yo, alucinando en colores, no atinaba a decir ni hacer nada, limitándome a dejar que la señora le sacara brillo a mi rabo.
La mujer, golosa, se deleitaba apretando con ganas sobre mi enhiesta carne, deslizando la piel al máximo sobre mi erección, revelando el glande por completo antes de volver a deslizarla en dirección opuesta, hasta dejar mi capullo completamente encerrado en su mano.
No pude menos que jadear de placer, la señora era una experta meneando rabos. No importaba que el ritmo fuera lento, estaba disfrutando de una de las mejores pajas que me habían hecho en mi vida. Presentía que no iba a tardar mucho en correrme.
–          La tienes durísima, amiguito. Tienes una polla magnífica, justo como a mí me gustan.
–          Gracias – acerté a responder.
–          ¿Para qué agencia trabajas? – me preguntó sin dejar de pajearme.
Le di el nombre de la agencia de transportes de la que Ali había conseguido el uniforme.
–          Sí, ya, muy bueno – dijo ella sonriendo – me refiero a donde trabajas de verdad. ¿Dónde te ha contratado Saúl?
Ni muerto hubiera reconocido yo en ese momento que no tenía ni puta idea de quién demonios era el tal Saúl, así que me limité a cerrar los ojos y a gruñir de placer.
Y justo en ese momento, se alinearon los planetas y las fuerzas del destino se abatieron sobre mí. El móvil de la señora, que estaba sobre la mesa, empezó a sonar: era el tal Saúl.
–          ¡Anda, hablando del rey de Roma! – exclamó la mujer alargando una mano para coger el teléfono mientras la otra seguía haciendo diabluras dentro de la caja.
–          ¡Joder! ¡Mierda! – pensé – estaba a puntito de correrme. ¡Qué tío más inoportuno!
–          Hola, Saúl, querido – dijo la mujer, contestando al teléfono – Como siempre, tu sincronización es perfecta.
–          Venga, puta, dale al manubrio – dije en silencio – ¡Que la botella está lista para descorcharse!
Y ella seguía dale que dale a la manivela mientras charlaba con toda la calma del mundo con el tal Saúl.
–          Sí, cariño. Dentro de un rato nos vemos. Ya te dije que saldría antes. Por cierto, me ha encantado tu regalo, en este mismo momento estoy admirándolo. Sabes cuánto me gustan este tipo de detalles. Luego te lo agradeceré como te mereces.
–          Ya la hemos liado – pensé.
–          Sí. Sí. Grande y bien duro. Ahora mismo lo tengo en la mano…
Y me corrí. Con un bufido, eyaculé como una bestia dentro de la caja. Fue de tal calibre el lechazo, que se escuchó perfectamente el ruido que hizo al impactar con el cartón. Apoyé ambas manos en la mesa, sujetándome para no caerme, derrotado por la monumental corrida que me estaba pegando, mientras berreaba como un búfalo.
Claudia, sin perder la compostura, seguía deslizando su habilidosa mano por mi rabo, ordeñándome con maestría para derramar hasta la última gota de semen en el interior del paquete. Qué bien lo hacía la puñetera.
De repente, su mano se detuvo sin dejar de aferrar mi erección.
–          ¿Cómo que qué regalo? – dijo la mujer alzando los ojos hacia mí, súbitamente asustada – el chico de la agencia. El que va disfrazado de mensajero…
La mano soltó su presa y Claudia la sacó de la caja, totalmente pringosa por mi leche. Yo le dirigí una sonrisa nerviosa, mientras en su rostro se dibujaba progresivamente la comprensión de lo que había pasado.
Su boca volvió a abrirse en una graciosa mueca de sorpresa, mientras la pobre mujer comprendía que acababa de cascársela a un completo desconocido que no tenía nada que ver con el tal Saúl ni nada parecido.
Atónita y aterrada, dio unos pasos hacia atrás, apartándose de mí, hasta que su espalda quedó apoyada contra la pared.
Intuyendo que había llegado el momento de poner pies en polvorosa, me apresuré a guardarme el pringoso miembro en la bragueta y, tras cerrarla, abrí la puerta del despacho y salí. Acordándome de ser educado, me volví y saludé a la alucinada mujer tocándome la visera de la gorra a modo de despedida.
La pobre seguía recostada contra la pared, mirándome con la boca abierta, con la mano embadurnada de semen alzada y apartada de su cuerpo, como si fuera un objeto extraño en vez de una parte de su anatomía.
Estiré la mano y cerré la puerta, caminando con rapidez hacia la salida. Al pasar junto al mostrador de recepción, saludé a Ali con un disimulado gesto y salí zumbando de allí, esforzándome por sofocar las ganas de echar a correr hasta el coche.
Ali, sin duda intrigadísima por saber qué demonios había pasado en el despacho durante tanto rato, me miró interrogadora, pero, obviamente, no pude decirle nada.
–          Venga, arranca, arranca – le decía instantes después a Tati tras prácticamente arrojarme de cabeza en el coche.
Ella, muerta de risa, obedeció y nos alejamos de allí con rapidez. Por primera vez en mucho tiempo, Tati se mostró un poquito más relajada y divertida, lo que me alegró bastante.
–          Vaya. Sin duda esto tendremos que contarlo como uno de tus grandes éxitos – me dijo cuando nos detuvimos en un semáforo.
Ambos nos echamos a reír.
………………..
Cuando llegamos a casa, yo iba cachondo perdido, pues entre lo que había pasado y la maldita pastillita, no acababa de bajárseme la cosa. Por fortuna Tati, tan complaciente como siempre, no tuvo reparos en echar un polvete mientras esperábamos a Alicia, quien yo estaba seguro no tardaría en aparecer.
Efectivamente, poco tiempo después pegaban al timbre y Alicia se presentó en casa. De hecho, de haber llegado un par de minutos antes nos habría pillado en pleno polvo.
–          ¿Se puede saber qué cojones ha pasado allí dentro? ¡has estado casi diez minutos! – exclamó arrojando el bolso sobre el sofá y adueñándose inmediatamente del portátil.
Nos reímos (y excitamos mucho) visionando las grabaciones de las cámaras y disfrutando de las habilidades pajeadoras de la jefa de Alicia. Ella, divertidísima, se rió con ganas de la situación, mientras yo , que me sentía extrañamente orgulloso, me recreaba comentando la acción que se veía en pantalla y les explicaba lo que la lujuriosa señora me había dicho en cada momento.
–          ¿Saúl? ¿Has dicho Saúl? – exclamó Ali atónita.
–          Sí. Saúl. Estoy seguro… – dije encogiéndome de hombros.
–          ¡La muy puta! ¡Su marido se llama Ángel! ¡Saúl es uno de nuestros clientes! ¡Será golfa! Y lo mejor es que no ha dicho ni pío de lo que ha pasado. Se ha encerrado en su despacho y a los 10 minutos a salido diciendo muy seria que se iba a casa . ¡Qué pedazo de zorra!
Ahora sé que, incluso en ese momento de diversión, la cabecita de Ali estaba urdiendo planes para sacar provecho a aquellas grabaciones que habíamos obtenido.
CONTINUARÁ
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:
ernestalibos@hotmail.com
 
 

 

 

 

Relato erótico: !El diablo hecho mujer. Ilse, una morena cachonda” (POR GOLFO)

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LA OBSESION 2

 

Aunque parezca imposible, con  cuarenta y siete años y una larga experiencia en mujeres, estaba nervioso. Había quedado con una fan de mis relatos y eso era nuevo para mí. En todo el tiempo que llevaba escribiendo, nunca había llegado más allá de unos intercambios de correos más o menos picantes con mis lectoras pero, en el caso de Ilse, todo fue diferente.

Todavía recuerdo que estaba en la oficina cuando leí el email que me mandó a mi cuenta de Hotmail. El título no tenía desperdicio, esa muchacha  sin cortarse lo más mínimo al escribir a un desconocido, tecleó como encabezado de su correo “Mira que rico”.
Extrañado por esa sugerente frase, lo abrí temiéndome que fuera publicidad de una página porno, pero en contra de lo que había imaginado, me encontré con dos fotos del trasero de una joven trigueña. Me hubiese encantado el haberos anexado las imágenes para que también vosotros pudieses disfrutar de la visión de semejante monumento pero mi querida amiga me ha pedido que no lo haga y que las mantenga para mi uso personal. Solo puedo deciros que esa cría tiene un par de preciosas y poderosas nalgotas. Se nota a simple vista que Ilse ha modelado esas dos bellezas a través de largas horas en el gimnasio y que, en las dos instantáneas que me mandó, un tanga amarillo realzaba la sensualidad de esa mujer.
 
“Quien fuera su dueño”, pensé al observar con detenimiento ese trasero.
 
Incapaz de controlarse, mi pene no necesito nada más para alzarse inquieto bajo mi pantalón.
 
“Que buena que está”, me dije mientras veía las fotos en pantalla completa para no perderme detalle de esas maravillas.
 
Queriendo agradecer a mi fiel lectora el obsequio la contesté y esa muchacha que solo me conocía por medio de mis relatos, me regaló en otro correo otras dos fotos de su culo ataviado con una escueta minifalda contra un fregadero.  Al recibir su segundo email, todos los reparos a iniciar un diálogo por internet con esa desconocida desaparecieron y completamente alborotado, decidí que ese culo tenía que ser mío. Ningún hombre con su sexualidad bien definida podía ser inmune a los encantos de esa mujer y por eso tras unas cuantas conversaciones e intercambio de imágenes mutuas, decidimos vernos en persona.
 
El problema residía que ella vivía en México D.F. y yo en Madrid, por lo que tuve que tomar un avión y cruzar el charco para disfrutar de esa preciosidad. Al llegar a al aeropuerto Benito Juárez, sabía que Ilse me iba a estar esperando en la sala de espera y por eso al recoger mi equipaje, me sentía como un caballo de carreras en espera que dieran la salida.
 
Los trámites de la aduana mexicana son al menos curiosos para una mentalidad europea, lo creáis o no, hay un semáforo aleatorio que decide si los policías deben revisar o no tus maletas. Si os preguntáis la razón de ese despropósito no es otra que evitar la corrupción consiga que un individuo tenga asegurado que no lo van a registrar y por otra parte, también sirve para limitar los abusos sobre turistas inocentes. Aun sabiéndolo, no pude evitar ponerme tenso al tocar el botón que iba a determinar si pasaba sin revisión. Afortunadamente, me salió verde y por eso cogiendo mis bártulos me dirigí hacia la salida.
 
Nada más traspasar los controles de seguridad, la vi esperando. Saludándome con el brazo estaba mi amiga cibernética y lo que vi, no me defraudó en absoluto.  Las fotos no le hacían justicia, en persona esa chaparrita era todavía más atractiva. Saltando para asegurarse que la viera tras el montón de gente que esperaba a los viajantes, se la veía super sensual. Sus pechos botando y rebotando sin descanso, eran motivo suficiente para no perderse a esa monada.
 
Al comprobar que la había visto se tranquilizó, pero no sé qué fue peor porque se puso a escuchar la música de sus cascos y sin darse cuenta, empezó a bailar contorneando su cintura siguiendo el ritmo. La sensualidad que esa criatura trasmitía, dejó embobados a todos los presentes. Yo no fui una excepción, completamente absorto, fui recorriendo los metros que me separaban de esa joven de piel morena con la que tanto había soñado.
 
Mientras me acercaba no pude evitar el recordar las noches que me había liberado sobre mis sábanas, pensando en ese momento. Aunque me había preparado mentalmente para no parecer un payaso cuando la tuviese enfrente, os tengo que confesar que me resulto difícil porque esa cría era un peligro.
 
Era la lujuria hecha mujer.
 
Si el diablo hubiera decidido crear un ser que llevara a la perdición a todos y cada uno de los habitantes de la tierra, la hubiese tomado como modelo.
 
En un momento dado, ese portento  luciendo una sonrisa, se agachó para recoger su bolso y se acercó a mí. Si tenía alguna duda de que era Ilse, desapareció al observar su trasero. Era ella, ese culo perfecto era único y por eso, impaciente esperé que llegase a mi lado.
 
-¿Fernando?- preguntó un tanto indecisa.
 
Sus ojos color miel dejaban entrever una mezcla de curiosidad y de miedo. No en vano, nunca nos habíamos visto y la única información que tenía de mi carácter era la que relato tras relato había dejado caer.  Interiormente, Ilse sabía que lo que le había atraído de mí era mi carácter dominante. En sus mensajes, me había confesado que estaba cansada de las medias tintas y que lo que realmente la excitaba era la idea de ser la compañera de un hombre que la sedujera y consiguiera controlar su carácter pero aun así temía dejarse llevar por su pasión y ser incapaz de estar a mi altura.
 
Siendo consciente de su estado, la sonreí mientras pasaba una mano por su cintura y la atraía hacía mí:
 
-Eres preciosa- le solté mientras le daba un suave beso en los labios.
 
Ilse  no pudo reprimir una carcajada y pegando su cuerpo contra el mío, me dijo:
 
-Tú en cambio eres enorme. Me siento una muñeca en tus brazos-.
 
Tenía razón. Aunque llevaba unos tacones de aguja de más de trece centímetros, con dificultad me llegaba a los hombros. Quizás nunca había estado con un tipo de uno noventa como yo y por eso, deseando descubrir nuevas sensaciones me abrazó mientras me decía lo mucho que había deseado que llegase ese momento.  Su proximidad hizo que mi sexo se irguiera protestando por el encierro por lo que no deseando que todo el mundo se diera cuenta que estaba empalmado, agarré del brazo a la muchacha y sin darle opción, la llevé por los pasillos de la terminal hasta el Snack Bar. Ya dentro del local, nos sentamos en una mesa un tanto apartada, ubicada  en un rincón.
 
Se la veía encantada con mi presencia y caballerosamente, le pregunté si quería algo de tomar.
 
-Una coca cola- respondió sin dejar de removerse inquieta de su silla.
 
Llamando al mesero, pedí que le trajera su consumición y para mí, ordené una cerveza. Con la tranquilidad que da la edad, aguardé a que volviera con nuestras bebidas y entonces cogiendo la mano de la mujer, le dije:
 
-Espero que te hayas puesto las pantaletas que te pedí-.
 
No debía esperarse que mis primeras palabras fueran acerca de su ropa interior y poniéndose colorada, me confesó que me había hecho caso y que esa mañana se había colocado  las braguitas de encaje blanco que tanto me habían gustado cuando me mandó una instantánea de ella en el cuarto de su casa.
 
-¿Y qué esperas para enseñármelas?- le solté mientras apuraba mi chela.
 
Avergonzada porque estábamos en un sitio público, se debatió durante unos instantes sobre la conveniencia de mostrármelas pero el saber que si no me complacía podía enfadarme e irme sin más, la obligó a, mientras disimulaba, levantarse la falda y demostrarme que había cumplido con mi pedido. Para lo que tampoco estaba preparada fue que, aprovechando que había separado sus rodillas, llevara mis manos a su entrepierna y sin cortarme en lo más mínimo por estar en un lugar tan concurrido, le empezara a acariciar el sexo. Como accionada por un resorte, Ilse intentó cerrar sus piernas pero se lo impedí diciendo:
 
-¿Qué haces? ¿No has jurado que era mío?-
 
Humillada pero excitada a la vez, la chilanga estuvo a punto de llorar pero en vez de hacerlo, puso su bolso en sus piernas para ocultar al público que atestaba el lugar que la estaba masturbando. Con las mejillas ruborizadas y el sudor recorriendo el collar que rebotaba en su escote, la muchacha se dejó hacer mientras miraba a su alrededor, temiendo en cada instante que alguien se percatara de lo que estaba sintiendo. Sé que me porté como un verdadero cabrón pero os tengo que reconocer que disfruté de cómo su angustia se iba transmutando en deseo y el deseo en placer. El primer síntoma de su calentura fue que a tenor de mis caricias a la muchacha le contaba respirar.
 
-¿Te gusta?- susurré a su oído mientras mis dedos separando sus labios, se habían apoderado de su clítoris.
 
No pudo contestarme, pegando un grito ahogado se retorció al sentir que jugaba con su botón y removiéndose indecisa en el sillón, cerró los ojos para evitar que me diera cuenta que estaba a punto de venirse. Desgraciadamente para ella, al cerrar los parpados, se magnificaron sus sensaciones y sin poderse reprimir, se corrió calladamente entre mis yemas.
Sabiendo que estaba en mis manos, sintió que las cadenas que su educación había instalado en su mente iban cayendo una a uno rotas por la acción de mis dedos, de forma que cuando el orgasmo le nubló su razón, unas nuevas ataduras estaban firmemente anudadas en su cerebro pero curiosamente se sentía libre. El saber que esa noche, ese gachupín cuarentón iba a tomar posesión de todos sus agujeros le alegró y por eso una vez recuperada, me miró sonriendo, mientras me decía:
 
-¿Qué quieres que haga?-
 
-Vete al baño y mastúrbate mientras me  esperas-
 
No sabiendo a ciencia cierta cómo actuar, Ilse se levantó y sin protestar se dirigió hacia el servicio ubicado al final del local. Apurando mi copa, la observé mientras se marchaba.  Sus pasos eran inseguros, su mente protestaba por mi trato pero al sentir que la humedad anegaba su cueva, la mujer comprendió que deseaba con locura entregarse a mi juego y por eso, al cerrar la puerta se puso a cumplir mis órdenes sin más. Buscando ahondar su excitación, la dejé unos minutos sola y cuando comprendí que había llegado el momento, me acerqué donde estaba y tocando en su puerta, le exigí que me abriera.
 
Al ver sus ojos inyectados con una lujuria sin límite comprendí que estaba dispuesta. Sin hablar me bajé los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, di la vuelta a la muchacha y comencé a jugar con mi glande en su sexo. Ilse estuvo a punto de venirse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Agachada sobre el lavabo, solo podía imaginarse lo que ocurría a su espalda.
 
Me alegró comprobar que estaba empapada y por eso cogiendo un poco de su flujo, embadurné su esfínter. Ella misma me había escrito en sus mail que solo en dos ocasiones había tenido sexo anal pero que aunque le dolió, era algo que le encantaba y por eso no me extrañó que sin tenérselo que pedir, esa cría separara sus nalgas con sus manos para facilitar mi labor. No había metido ni medio dedo en el interior de su ojete cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Ilse moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, llevé otro dedo a su interior y durante unos instantes, recorriendo sus bordes relajé sus músculos.
 
-Cógeme, por favor- gritó fuera de sí.
 
No tuvo que repetírmelo dos veces, acercando mi glande lo puse sobre su entrada trasera y forzando con una pequeña presión de mis caderas, lo fui introduciendo lentamente a través de ese rosado ano.  Poco a poco, mi extensión fue desapareciendo en su interior mientras Ilse apretando sus mandíbulas hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
 
-Ufff- exclamó a sentir que finalmente había terminado -¡Es enorme! Creí que no iba a caberme-
 
Contra toda lógica, el culo de esa morena había absorbido tanto el grosor como la longitud de mi miembro sin quejarse y felicitándola con un pequeño azote, le pregunté si podía empezar a moverme.
 
-Papito, dame fuerte-
 
Ni que decir tiene que la hice caso. Moviéndome lentamente en un principio, fui incrementando el ritmo mientras la muchacha no dejaba de susurrar en voz baja lo mucho que le gustaba. Os tengo que reconocer que no me había dado cuenta que mientras metía y sacaba mi pene de su estrecho conducto, Ilse se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.
 
-Más duro- me pidió dando un grito.
 
Fue entonces cuando comprendí que esa mujer necesitaba caña y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi tranquilo trote en un alocado galope. Ilse al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
 
-Me vengo- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el lavabo.
 
Al caer, me llevó con ella, de manera que sin quererlo, mi pene forzó más allá de lo concebible su trasero. Ilse aulló al notar que su esfínter había sobrepasado su límite pero en vez de apartarse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso.  Afortunadamente para ella, no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que tenía una semana para disfrutar de ese cuerpo, me dejé llevar  derramándome  en el interior de su culo.
Tras unos minutos durante los cuales estuvimos besándonos como si fuéramos novios mientras descansábamos, nos acomodamos la ropa y disimulando, salimos del servicio. Se veía a la legua que Ilse estaba encantada porque al recorrer los pasillos en busca de su coche, me cogió de la cintura y pidiéndome que bajara la cabeza, me susurró al oído:
 
-Eres un cabronazo, me da miedo pensar cuando tenga que ir al baño-
 
Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:
 
-No te preocupes, cuando me vaya, te costará incluso andar-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
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Relato erótico : El legado (6) el primer crimen ” (POR JANIS)

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El primer crimen.

 

Despierto suavemente. Apenas hay ruido en la calle, por lo que tiene que ser aún temprano. Mi brazo izquierdo abraza la cinturita de Maby, quien tiene sus desnudas nalgas contra mi cadera. Pam duerme apoyando su cabeza rojiza sobre mi pecho, con mi otro brazo como almohada. Lo saco con mucho cuidado, pero Pam abre los ojos. Me mira y sonríe, los labios hinchados.
―           ¿Dónde vas?
―           A correr un rato. Sigue durmiendo – y la beso suavemente.
Me hago el firme propósito de comprarme unas buenas zapatillas para correr. No puedo seguir con estas botas en la ciudad. Es extraño como cada mañana, me siento más ágil y resistente. ¿Cosa de Rasputín?
Pues claro, ¿de quien va a ser entonces?
Hoy tomo una nueva ruta que acaba llevándome ante un gran bazar de electrónica. Pienso que necesito moverme por Madrid, con la camioneta. No puedo depender de taxis, ni metro. Me encuentro con una zona para peatones, donde se alzan varias máquinas para gimnasia. Están diseñadas para la gente de la tercera edad, por lo que no son agresivas. Es divertido usarlas. Me paso casi una hora con ellas, casi forzándolas, hasta que decido regresar.
El bazar de electrónica está abriendo. Me detengo y palpo la pequeña riñonera donde llevo las llaves, el móvil, mi documentación y, por suerte, una tarjeta de crédito. Me llevo una gran sonrisa del dependiente por ser el primer cliente del día.
―           Necesitaría un GPS, pero no tengo ni idea de cómo se usa – confieso al joven sonriente.
―           No se preocupe. Son muy fáciles de manejar.
Me muestra varios modelos. Elijo el más facilón y grande. Le pregunto si lleva un buen callejero de Madrid.
―           Si, por supuesto, aunque puedo meterle también uno de los mejores, antes de que se lo lleve.
Acepto y se dedica a ello. Me enseña a manejar el aparato. Tiene razón, es fácil. Introducir el destino y actualizar posición. Se pueden elegir rutas alternativas, solicitar información del tráfico, estimación del tiempo y del combustible, y hasta información sobre gasolineras, restaurantes y ocio. Muy completo. Me lo carga a la tarjeta y me despido. No estoy seguro, pero me parece que me ha guiñado un ojo al irme.
Cuando llego al piso, las chicas ya están despiertas. Me meto en la ducha mientras ellas preparan el desayuno. Me sorprenden con un bol de avena dulce y leche, y tostadas con queso fresco.
―           Desayuno bajo en calorías – explica Pam.
Mientras desayunamos, Pam nos da los nombres de las dos chicas que ella reconoció en la fiesta a la que la llevó Eric, así como el de la agencia en la que trabajan. También le pido el apellido del proxeneta, puede que lo necesite en la indagación. Maby se viste para la ocasión, haciendo honor a las viejas películas de detectives.
Traje de chaqueta y pantalón, color crema, con una camisa azulona, y una corbata estrecha beige tostado. Cinturón y zapatos a juego, de cuero marón. Los zapatos, masculinos y flexibles, por supuesto, por si hay que correr. Cubre todo, con el impermeable que usó para salir en Salamanca, y lo remata con un pequeño sombrero de hombre, gris y de corte clásico, años 50.
¿Qué tendrá esa chica en el armario?, me pregunto.
Parece excitada por el asunto. Nos subimos a la camioneta. Coloco el GPS y lo conecto. Maby mira con curiosidad. Me encojo de hombros ante su muda pregunta. Inserto la dirección de la agencia de las chicas, y, en segundos, me da un camino. Tardamos casi media hora, sobre todo en encontrar un sitio para aparcar. La oficina de la agencia está en el tercer piso de un edificio centenario.
Maby se ocupa de hablar con la recepcionista. Le pide información sobre los próximos castings de la agencia, y, de paso, si están visibles las dos chicas que estamos buscando, alegando una amistad con ellas. El comentario acertado de que son sus madrinas, predispone a la madura recepcionista. Nos dice que una de las chicas se marchó ayer para un trabajo en Marbella y no regresará hasta el final de semana. La otra, por el contrario, llamó, la misma mañana, para suspender una sesión de fotos que tenía programada, aludiendo una enfermedad. Según la recepcionista, sonaba más a resaca que a enferma. Maby, con su maravillosa sonrisa y dulces palabras, consigue la dirección de esa chica.
―           ¿Has visto? ¿A que soy buena como detective? – me dice, al descender las escaleras del edificio.
―           Tú estás buena desde que naciste – la sorprendo.
―           ¡Chulazo! – me responde, con un meneo de caderas, justo en el último escalón.
Esta vez, llegar a la nueva dirección, nos toma casi una hora. El tráfico está fatal y, al parecer, la chica vive en las afueras. Es un barrio de reciente construcción, con muchos edificios aún sin acabar. Maby llama al timbre de la puerta, situada en una sexta planta de un inmueble de ángulos redondeados.
―           ¿Si? – pregunta una voz desde detrás de la puerta.
―           ¿Belén Toro?
―           Si, ¿Quién es?
―           Soy una compañera. Trabajo en Visión Martínez, y me gustaría hablar contigo. Me llamo Maby Ulloa y seguro que nos hemos visto en alguna pasarela.
―           ¿Maby Ulloa? Si. Tú hiciste el pase para Stella McCarney, ¿no? – pregunta, abriendo la puerta.
―           Si, así es.
―           Me gustaste mucho. Eres buena para ser tan joven – la chica se apretuja más en su bata, apoyándose en el quicio. Su mirada pasa de Maby a mí. Sus ojos huyen del contacto directo.
Tiene miedo.
―           Este es Sergi, mi novio – me presenta Maby. Le estrecho la mano. Por algún motivo, la miro fijamente, y la noto estremecerse. – Mira… te seré sincera. Tengo un problema con un modelo que trabaja en Massante Models. Se llama Eric y creo que tú también le conoces.
Belén mira a ambos lados del pasillo y nos indica que pasemos. El piso es muy luminoso y está amueblado con estilo modernista, muy coqueto. Belén me resulta mano, pero la curvatura de sus hombros encogidos y ese miedo huidizo que destila, la afean.
―           ¿Un problema con Eric? – vuelve a preguntar.
―           Si. Tiene algo sobre mí que no me gustaría que se conociera, ¿comprendes?
Belén asiente. Seguro que ella está igual.
―           Trata de obligarme a hacer cosas que no quiero. Sergi se ha ofrecido para ayudarme, pero necesitamos saber si Eric está solo o tiene más socios que pueden usar esa información.
Belén no contesta. Solo se muerde el labio y mira el suelo.
―           Belén – susurro su nombre. – Mírame…
Ella levanta la vista lentamente, y posa sus ojos lánguidos y oscuros sobre los míos. Parecen los de un cervatillo.
Así… déjame a mí… háblale suave…
―           Sé que te encuentras en poder de ese cabrón. Conozco lo que hace con las chicas, como abusa de ellas, como las vende – me acerco a ella despacio. Belén mantiene el contacto visual. – No quiero que Maby pase por eso, jamás. Si es necesario, le mataré y ya no podrá hacer nada…
―           Pero, las fotos… — gime ella.
―           Todo desaparecerá cuando él ya no esté. Fotos, vídeos, archivos.
Se arroja en mis brazos, llorando. La acuno, dándole calor y confianza. La bata que lleva puesta, resbala de uno de sus hombros, revelando varios surcos oscuros. Miro a Maby y ésta se acerca, bajando aún más la prenda. Belén tiene toda la espalda llena de gruesos verdugones. Ha sido azotada con saña, recientemente.
―           ¿Te ha hecho él esto? – le pregunta Maby.
Belén niega, sin dejar de llorar.
―           Tranquila, pequeña, tranquila. Yo te protegeré – le susurro. No sé aún por qué, pero le beso la frente y el cabello, recogido en una graciosa cola castaña. Maby me mira, pero no parece recriminarme.
La verdad es que parece una muñeca entre mis brazos. Es delgada y muy frágil. Sus sollozos se serenan. Hipa un poco y sorbe sus lágrimas. Abandona mis brazos. Sin más palabras, se da la vuelta y deja deslizar la bata por su espalda, hasta dejarla en el suelo. No parece importarle quedarse en bragas delante nuestra.
Maby se lleva las manos a la boca. No solo la espalda de Belén está llena de brutales señales, también sus nalgas y la parte posterior de sus muslos. Con razón, se ha excusado en el trabajo. No puede aparecer así para una sesión de fotos.
―           El sábado, Eric trajo un hombre, sin avisar, sin contar conmigo para nada. Venían muy enfadados – nos confiesa. – Por lo que pude comprender, ese cliente hijo de puta esperaba estar con otra chica, la pelirroja la llamó… No sé si es que la chica había huido o estaba enferma, no lo sé, pero me obligó a estar con él… se desahogó conmigo.
¡Me cago en Satanás! ¡Ese tío iba para Pam, si no hubiera ido a la granja!
―           ¿Qué tiene contra ti? – le pregunta Maby.
―           Unas fotos de una despedida de solteras.
―           ¿Comprometedoras?
Ella asiente. No quiero preguntarle más.
―           La mayoría de las veces no es nada malo. Eric nos pone en contacto con señores amables, limpios y discretos. Muchas de nosotras necesitamos ingresos extras – explica. – Incluso muchas de las chicas están en esto voluntariamente. Pero, otras, como yo, pues no…
―           Te juro que intentaré destruir todas esas pruebas que Eric guarda – le prometo, cogiéndola de las manos y mirándola.
―           Gracias – musita, con una bella sonrisa. – No he visto a Eric nunca con amigos o socios. Siempre viene solo, pero sé que está en contacto con una mujer…
―           ¿Una mujer? – pregunta Maby.
―           Una vez teníamos que acudir a una importante fiesta de disfraces. Así que nos llevó, de una en una, a una gran casa, donde nos probamos disfraces y nos lo retocaron para adecuarlos. En esa casa, había chicas desnudas y una señora madura parecía la directora. La llamaba señora Paula y parecía conocerle muy bien.
Eso tiene todo el aspecto de un burdel.
―           ¿Sabes donde está esa casa? – pregunto, esperanzado.
―           En Arturo Soria, casi metida en el pinar de Chamartín. Es una casa grande, de ladrillo rojo, con verja alrededor y jardines.
―           Gracias, Belén – le digo, tomando su carita con mis manos. Con un impulso, me inclino y la beso suavemente en los labios. Ella responde, tímidamente. – Le daré un par de ostias de tu parte.
Maby no dice nada hasta estar en la camioneta. Noto que me mira fijamente mientras meto la nueva dirección en el GPS.
―           ¿Has sido muy tierno ahí arriba? – me dice.
―           ¿Por comprenderla?
―           Y por besarla. Belén parecía necesitar precisamente eso, una muestra de confianza y respeto, y tú has sabido cómo dársela. Estás sorprendiéndome mucho en estos días. No parece que quede gran cosa del chico paleto que conocí hace meses.
“Gracias, Rasputín.”
De nada.
―           ¿No te has enfadado por el beso?
―           No, en absoluto – responde ella, con aplomo. – Ni siquiera lo he considerado como algo sexual. Creo que si no se lo hubieras dado tú, lo hubiera hecho yo, aunque así, ha quedado mejor.
―           Venga, no nos pongamos sentimentales – me río y arranco la camioneta.
Es casi mediodía cuando localizamos el caserón. Está apartado y rodeado de árboles y setos, así como de una gran valla. Nos quedamos a curiosear, sin salir de la camioneta. Llevo unos buenos prismáticos en la guantera. Rasputín tiene razón, parece un burdel. En el par de horas que estamos allí plantados, entran, al menos, una docena de hombres bien vestidos, con maletines, por la pequeña puerta de la gran reja. No solo eso, sino que varios coches han entrado y salido; vehículos con los cristales oscurecidos. Cada media hora o así, un tipo grande, con gafas de sol, da una vuelta por los jardines, fumando un cigarrillo. ¿Seguridad? Seguramente. Además, hay cámaras en las esquinas de la verja y en la puerta de entrada.
No creo que haya manera de colarse sin ser vistos. Debe de ser un sitio bastante exclusivo. Maby piensa lo mismo.
Estos sitios se quedan desiertos después del almuerzo. Es una hora tonta, sin clientela. Si haces lo que te diga, tendremos una oportunidad.
Decido escucharle.
Las madames de los burdeles suelen ser, en su mayoría, putas jubiladas, o verdaderas oportunistas que se han hecho ricas con el trabajo de otra gente. En cualquier caso, esas mujeres no buscan hombres, hastiadas de ellos, sino savia joven, ya sean jovencitos o chiquillas primerizas. Lo que las pone a todas ellas es corromper la inocencia, educar en el vicio y el placer. Como te he dicho, tienes una oportunidad. Debes presentarte buscando a Eric, desesperado, cándido, perdido. Debes dejar claro que, sin Eric, no puedes sobrevivir. Le has buscado en su casa y no está, no contesta a tus llamadas, y tienes que encontrarlo. Tendrás que inventar algún pretexto creíble.
Puede que a esa señora le vayan las chicas, con lo que no te ayudará y te echará a la calle, pero cabe que le gusten los jovencitos y vea en ti una presa codiciada, que es exactamente lo que buscas. Entonces, debes dejarme actuar… sé como sonsacar a esas mujeres maduras. Puede que acabes en la cama con ella, pero, el que algo quiere, algo le cuesta, ¿no?
“¿Eso es un plan? ¿Tengo que dejarlo todo a la improvisación, a la suerte, y a los deseos corruptores de una mujer?”
¿Tienes algo mejor?
Refunfuñando, le digo a Maby que es buena hora para darle una sorpresa a Eric. A cada momento que pasa, estoy más seguro que Eric trabaja solo como gancho. La dirección de Eric es un pequeño adosado en la zona alta del Limonar, no muy lejos de allí, pero más metido en la ciudad. Al llegar, las persianas están bajadas y no se escucha nada en el interior. Ni siquiera llamo. Una fuerte patada, y la jamba de madera de la puerta salta en pedazos, liberando la cerradura.
―           ¡Joder, que bruto! – exclama Maby, con el sobresalto pertinente.
Después de recorrer todo el cubil de Eric, tres cosas quedan en evidencia: la primera, el sujeto no está y, al parecer, no ha pasado la noche ahí; la segunda, que no brilla por su limpieza, y, la tercera, no hay rastro de ordenadores, ni archivos.
―           Volvamos a casa. Comeremos y pensaremos en algo – dice Maby, tirando de mi mano.
―           Vale.
Pam está muy ansiosa por saber noticias. Quiere que se lo contemos todo, nada más llegar al piso. Maby se encarga de eso, mientras yo me dedico a guisar un buen arroz caldoso, con verduras y mariscos.
Mi hermana se queda muy impresionada con mi comportamiento en casa de Belén, y me abraza por detrás, mientras el arroz hierve.
―           ¿Sabes de algún sitio dónde se haya podido esconder esa rata? – le pregunto a Pam.
―           No, a no ser que haya vuelto con sus padres.
―           ¿Sus padres viven aquí, en Madrid?
―           No, en Huesca, en los Pirineos.
―           ¿Tienes su número?
―           No – contesta Pam, abatida.
―           Bueno. Volveré a darme una vuelta por su casa, esta tarde. Puede que encuentre allí el número o la dirección.
―           Si, es una buena idea. Iremos en cuanto…
―           No, tú no vienes – corto a Maby.
―           ¿Por qué no? Esta mañana he sido muy útil.
―           Si y te lo agradezco, pero, esta tarde, voy a intentar colarme en un burdel, y tú, con tu edad, no te puedes presentar para puta.
Pam se ríe, pero después se queda seria.
―           ¿Será peligroso? – me pregunta, preocupada.
―           No más que ir al dentista, supongo. No voy a meterme en la cama con ninguna puta. Intentaré sonsacar a esa señora Paula.
Si, la reina puta.
¡El cabrón se ríe!
Nadie parece que se ha dado cuenta de la puerta reventada del chalé de Eric. La verdad es que la deje bien atrancada cuando nos fuimos. Entro con autoridad, como si la casa fuera mía. Hay que confiar a los posibles vecinos. Tengo suerte a los quince minutos de estar dentro. En un cajón lleno de papeles, encuentro un papel con un teléfono anotado y las palabras “papá casa” escritas. También encuentro varias cartas y postales de sus padres, con el remite. Seira, Huesca.
Si Eric está herido, como creo, lo más lógico es que se haya refugiado con sus padres. La montaña sería perfecta. Pero ese viaje turístico es mi último cartucho. Antes tengo que probar en el burdel.
Llamo a Pam. La convenzo de que debe llamar a Eric y averiguar donde está, aunque tenga que simular que le pide perdón por lo que yo le he hecho. Si no contesta o no puede averiguar donde está, que llame al número de sus padres, el cual le paso, y se invente algo. Me contesta que lo hará, que Maby le ayudará.
El tipo me mira fijamente. Pone mala cara. No parezco un cliente. No llevo traje, ni tampoco maletín, ni tengo la edad adecuada.
―           ¿Si? ¿Buscas algo? – me pregunta el tipo de las gafas de sol, abriendo la puerta de la casona.
―           Por favor, tengo que ver a la señora Paula. Es muy urgente – le digo, con voz compungida, evitando mirarle a la cara.
―           ¿Para?
―           Necesito su ayuda… por favor…
El tipo parece pensárselo y, finalmente, me deja pasar. El vestíbulo es lujoso y el pasillo que nos conduce a la sala de espera, está lleno de viejas fotos del Madrid de principios del siglo XX. Me encuentro con varias chicas ligeras de ropa en la sala de espera. Por el momento, no hay clientes. Las chicas me miran con curiosidad. El matón ha desaparecido por una puerta.
―           ¿Tu primera vez? – me pregunta una de las putas, una chica con aire latino, de generosos muslos, cubiertos por medias oscuras.
Asiento, manteniendo la cabeza baja.
Así, muy bien. Interpretas muy bien la timidez.
“Hasta hace poco lo era.” Me empiezo a dar cuenta de lo que estoy cambiando. Este juego incluso me gusta. Disfruto de él.
El hombre vuelve a salir y me indica que pase. Lo hago enseguida. Contemplo a la famosa señora Paula. Está sentada a un escritorio de bruñida madera, atareada con un libro de contabilidad y un sinfín de facturas. Deja el bolígrafo y levanta los ojos. Los tiene muy negros, rasgados.
Contará con cuarenta y cinco años, más o menos, muy bien llevados. Aún conserva un bello rostro, de pómulos marcados y amplia boca. Un lunar negro ocupa un lugar privilegiado en un lado de su labio superior.
―           Dicen que buscas mi ayuda. ¿De qué me conoces, niño? – me pregunta, con un tono muy suave, engañoso.
―           Eric me habló de usted, señora Paula.
―           ¿Eric?
―           Si, Eric, el guapo – dejo caer.
Ella sonríe. No hay tantos Eric en el mundo que sean tan guapos.
―           ¿Por qué te ha hablado de mí?
Suéltale la historia, Sergio.
―           Verá usted, señora. Me prometió que me escondería… Yo no… — bajo la cabeza todo lo que puedo. – no sé donde ir… no conozco Madrid… me dijo que me podía quedar en su chalé…
―           Tranquilízate, jovencito. Respira, eso es. Por lo que puedo ver, tienes problemas, ¿verdad?
Asiento presuroso. Dejo que mis manos retuerzan los dedos.
―           ¿Y Eric te dijo que te ayudaría con ellos?
―           Si, señora.
―           Entonces, ¿por qué vienes a verme?
―           Porque Eric no está en su casa. Lleva dos días sin aparecer. No contesta al móvil… me ha dejado tirado…
―           Vale, comprendo.
―           Él me habló de usted… que trabajaban juntos…
―           ¿Te dijo eso? – su tono suena preocupado.
Asiento nuevamente. Rasputín no me deja mirarla directamente.
―           Si. Me dijo que podía confiar en usted… que entendía los problemas de los jóvenes.
―           Cierto.
Bien jugado.
―           No puedo volver a casa. Tengo diecisiete años, soy menor, pero no… no quiero volver – no sé de donde saco el sollozo, pero es convincente.
―           ¿Vas a contarme porque has huido de tu casa?
Niego vehementemente con la cabeza. Noto los ojos de la mujer recorrer mi cuerpo, calibrándome.
¡Ahora! Mírala y no apartes los ojos. Sostén su mirada.

 

Nuestros ojos conectan en cuanto los alzo, con una fuerza desconocida. He dejado de respirar, ella también. Es como si no existiera nada más a nuestro alrededor, solo sus ojos y los míos. Su labio inferior empieza a temblar, como si estuviera a punto de llorar, pero no aparece lágrima alguna. De repente, con un gran suspiro, retoma el ritmo de sus pulmones. Se atusa el pelo tras apartar la vista.
Ya está.
“Ya está ¿qué?”
Está hechizada. Se dejará convencer de cuanto le digas o pidas, siempre que no lo hagas de forma brusca y directa.
“¿Es broma?”
No. Ese es uno de las cosas que debo enseñarte, clavar la mirada. Un impulso sugestivo que relaja las defensas de quien lo recibe, tanto éticas como morales. Conseguí mucho con esa técnica.
Joder. Joder…
―           Entonces, ¿en qué puedo ayudarte? – pregunta la señora Paula.
―           Tengo que encontrar a Eric… puede que usted sepa si tiene otra casa, o dónde viven sus padres… no puedo perder a Eric también… me lo prometió.
―           Pobrecito. Estás desesperado, ¿verdad? – la señora se pone en pie y rodea el escritorio, cogiéndome de las manos. Yo asiento una vez más.
Ahora puedo verla al completo. Por debajo del metro setenta. Viste blusón oscuro, de satén, y un pantalón blanco, algo ceñido, que pone de manifiesto que aún conserva una admirable figura.
―           Parece que estás muy pillado con Eric. ¿Harías cualquier cosa por encontrarle?
―           Si, señora, cualquier cosa.
―           Ese cabroncete sabe escogerles, no hay duda – murmura ella y no sé a qué se refiere. – Ven, vamos a tratar esta cuestión con más calma, en mi habitación…
Aprovecha la sugestión… cuanto más baje sus defensas, más colaborará.
Tíos, es como tener tu propio manual de instrucciones personalizado.
Para ella, yo soy un dulce que robar, una oportunidad de caramelo. Me lleva a su dormitorio, donde destaca una amplia cama redonda, con sábanas de seda. La señora se cuida. Hace que me sienta en el borde y se coloca delante, desabotonándose la camisa y sonriendo.
―           Veras, puedo contarte cosas de Eric, pero siempre hay un precio. ¿Comprendes? Debes complacerme. ¿Cómo te llamas, chico?
―           Jesús, señora. Haré lo que usted quiera…
―           Eso es. Has comprendido a la perfección – acaba mostrándome unos senos opulentos, de grandes pezones y un poco caídos, pero aún atractivos. — ¿Te gustan?
―           Si, señora Paula.
―           Pues ven y me los besas – dice mientras los sujeta con sus manos.
Avanzo de rodillas hasta ella y hundo mi rostro entre sus grandes tetas. Succiono, chupeteo y mordisqueo como un niño hambriento. Ella comienza a suspirar, aferrándose a mis hombros.
―           ¡Que hambre tenías, Jesús!
―           Mucha… mucha…
―           ¿Has estado antes con una mujer, Jesús? – me

atrapa las mejillas con las manos y me mira, apartándome de sus senos.

―           No, señora.
―           Perfecto, hoy vas a convertirte en todo un hombre – dice mientras me empuja de nuevo hacia la cama.
La dejo que me quite los pantalones y después la sudadera. Entonces es cuando presta atención al bulto de mis boxers. Me los baja con dedos temblorosos. Veo como su expresión se transforma.
―           Jesús, por tu madre… esto se avisa antes… ha estado a punto de darme una cosa mala… ufff… ¡la madre que me parió! ¿Cuánto te mide?
―           Treinta centímetros, señora. ¿Es malo?
―           No, no, por Dios, ¡que va a ser malo! Pedazo de gilipollas el Eric… ¿Me dejas chupártela, Jesús?
―           Si, lo que usted quiera, señora.
La experta boca de la señora Paula cae sobre mi polla demostrando su hambre atrasada. Pone todo su empeño, su sapiencia, y su deseo en pulir mi herramienta. La verdad es que la señora tiene arte, hay que decirlo. Mi polla jamás se ha puesto tan dura. Finalmente, se pone en pie, resollando. Los ojos le arden, las mejillas encendidas. Se baja el pantalón y el tanga, con desesperación.
―           ¡Tengo que metérmela! ¡Por Dios, que me la meto! – murmura, tomándola con las manos y restregándola contra su pubis, bajo sus muslos, enfebrecida.
Es mi turno de actuar. Me siento en la cama, dejándola jugar con mi miembro, pero impidiéndole que se empale.
―           Antes de eso, señora Paula, debería saber donde puede estar Eric…
―           ¡No lo sé! – exclama histérica. – Puede que esté en casa de Julien. Ese camello también está por sus huesos. Déjame que me clave, por favor…
―           Aún no. ¿Eric es gay?
―           Es bisexual, le saca partido a todo, pero, por lo que sé, solo mantiene relaciones sentimentales con hombres, nunca con mujeres. ¿Puedo ya? – busca frotarse el clítoris contra mi mástil.
―           Una pregunta más. ¿Eric trabaja por su cuenta?
―           No, Eric es un gancho más de la organización. Se ocupa de las modelos, ya que trabaja en ese mundillo. No seas malo, ya no aguanto más… Te dejaré que me la metas también por el culo, si quieres, por favor…
Como ha cambiado la cosa. Tengo que aprender eso de “clavar la mirada”. Es de alucine. Con una sonrisa, la dejo que se empale lentamente. No deja de gemir, los ojos en blanco.
―           ¿Sabes cómo consigue Eric a las modelos? – pregunto mientras la dejo a su aire.
―           Las chan… tajea…
―           ¿Y comparte sus archivos con la organización?
―           Noooo… es muy celoso… con sus inver…siones…
―           ¿Conoces dónde guarda esos archivos?
―           Uuuhhh – se mete toda mi polla, como una campeona. – No… no sé… espera… espera… no te muevas aún… que me partes…
―           Cuando usted diga, señora Paula… ¿qué pasaría si Eric no apareciera más?
―           Suuu… pongo que sus chicas… se perderían…por lo menos, las que chantajea…aaaaahhh… eres un borrico, cariño… la organización buscaría otro… gancho y ya está…
Giro y la dejo caer sobre la cama. Pongo en marcha mis caderas, con un ritmo lento.
―           ¿Y usted, señora Paula, qué es usted para la organización? – le pregunto mientras ella intenta alcanzar mi boca con su lengua.
―           Controlo a las putas… las de esta casa y otras…quédate conmigo y las tendrás a todas… serás el chulo mayoooor… te las follarasss a todasssshiiiii…
―           ¿Te gustaría tener esta polla para siempre, eh guarrona? – susurro mientras aumento las embestidas.
―           Ooh si, claro que siiii… ooooh, dulce santa madre de los malditos… jamás…
―           ¡Dilo!
―           Jamás me… habían machacado… así…
Sus manos se aferran a mi cuello, con fuerza, para poder levantar más las piernas, ya que no queda más espacio para mi polla. Atrapo su lengua con mis labios y tiro de ella, con fuerza. Gruñe como un animal. Está totalmente entregada a sus sentidos.
―           ¡Córrete! ¡Córrete ya, que quiero meterla en tu culo! ¿Lo soportaras?
―           Si, si… oh siiii… ya, cariño mío, ya me corro… me corrooo… ¡¡ME CORROOOO!!
Un auténtico mal de San Vito recorre su cuerpo, agitando caderas y piernas, entre estertores. La saco y le doy la vuelta. Tiene buenas nalgas, amplias y redondas. Ella alza la cabeza en cuanto se recupera algo.
―           ¡Espera, espera! ¡En seco no! – exclama con miedo.
Se arrastra por la gran cama hasta alcanzar una de las mesitas de noche, de donde saca un tubo de crema lubricante.
―           Deja que te la ponga en esa magnífica polla, cariñito.
Ella misma se mete un dedo en el ano, lleno de crema. Se nota que está acostumbrada porque enseguida dilata el anillo del esfínter.
―           Con cuidado, eh, Jesús, que lo tuyo no es una polla, es un obús – murmura, pero sus ojos parecen decir lo contrario.
Es mi primera sodomía y me cuesta meterla, aún con una señora tan experimentada. El ano es mucho más estrecho que una vagina y no está apenas lubricado. Hay que abrir camino lentamente, y dejarlo despejado y resbaladizo. La señora Paula muerde las sábanas de seda, de color salmón y huevo. Mi polla la está matando, pero no protesta lo más mínimo.
―           Lento… lento… así… Jesús. Hasta que la metas toda… la quiero toda dentro…
―           Si, señora. ¿Empujo?
―           Si, un poco más… ñññggghh… para, para… déjame descansar.
Métela de un tirón. No le hagas caso. Le gusta que le hagan daño.
“¿Cómo lo sabes?”
He conocido a otras como ella. Son controladoras y frías con sus allegados, pero cuando sucumben a la lujuria, sale su verdadera condición. Son autoritarias porque en el fondo no son más que unas putas esclavas sin freno. Es una forma de compensar o de esconderse. ¿Comprendes? Ella ya se te ha entregado, es tuya para lo que quieras, mientras te recuerde. ¡Dale con fuerza!
Se la clavo de un tirón, sin miramientos. La señora aúlla con fuerza. Se estremece toda, babea y llora a la vez.
―           Ca…brón – apenas puede hablar.
―           Si, tu cabrón, recuérdalo – le digo al oído, embistiendo con rapidez en su culo.
―           Si… si… mi niño…
Pinzo su clítoris con dos dedos, con fuerza, y lo retuerzo. Un sonido estrangulado surge de sus labios. Su cabeza cae sobre la sábana, sin fuerzas, abandonado a lo que le hago sentir. Siento que mi orgasmo es inminente. Azoto con mucha fuerza sus nalgas, un par de veces. Alza de nuevo la cabeza con presteza mientras jadea con fuerza. Sus nalgas adoptan un ritmo vertiginoso, follándome a su vez. Descargo al menos cinco veces en su culo, mientras mis dedos tironean de uno de sus pezones. Ella rinde la espalda y cae de bruces sobre la cama, estremeciéndose toda.
―           Soy tu puta… soy tu putaaaa… toda una putaaa – la escucho decir bajito.
Tras unos minutos de descanso, la señora Paula me limpia la polla con unos pañuelos humedecidos en colonia y nos vestimos. Ella tiene una extraña sonrisa en los labios. Me acompaña hasta la puerta, cogida de mi brazo, tras darme el número de móvil de Eric, el móvil laboral. No me sirve de mucho, pero no se lo voy a despreciar.
―           Y recuerda, Jesusín, cariño, si Eric no puede ayudarte, vente por aquí, que yo te apadrino en la organización, con mucho gusto – me dice, dándome un tierno beso como despedida.
Hay buenas noticias cuando regreso al piso. Pam ha conseguido que la chica de servicio de la finca de los padres de Eric, le confirme que toda la familia está allí. Si, el “guapo modelo” también, palabras textuales. Les digo lo que ha averiguado en el burdel, aunque me callo la forma como he conseguido la información. Las chicas me miran, contritas.
―           Tengo que ir. No hay más remedio – respondo cuando me doy cuenta de cómo me miran. – El único que puede hacerte daño es ese chulo. “Muerto el perro, se acabó la rabia”.
―           Pero estás hablando de matar a una persona – insiste Pam.
―           Yo no lo considero una persona.
―           Pero es peligroso. Algo puede salir mal – Maby también tiene dudas.
―           Entonces, ¿qué proponéis? ¿Nos quedamos aquí, a esperar que se recupere y vuelva a por ti y por mí, mucho más preparado, con ganas de vengarse?
―           No, no – se echa Maby en mis brazos. – Cariño, eso jamás. Si hay que hacerlo, se hace. Por eso vamos a ir contigo.
Pam asiente, dando su brazo a torcer.
―           ¡Ni de coña! ¡Esto es cosa de uno solo! Si algo sale mal, ¿quereis que vayamos todos al talego? Eso no es juicioso. Yo estoy más preparado físicamente, así que yo voy.
Las chicas bajan la mirada. No pueden discutir mi lógica.
―           Entonces, tengo que salir ya. Son las seis de la tarde. Tengo casi cinco horas hasta Seira, puede que algo más con esas carreteras de montaña. Necesito un par de mantas para no perder demasiado calor durante la vigilancia. Una buena linterna, un termo, una pala y una palanqueta. Mejor ir preparado. Bajo a la ferretería y, de paso, llenaré el depósito de la camioneta. ¿Me preparáis unos sándwiches y un poco de café?
―           Claro – dice Pam, dándole un codazo a Maby, que me mira embelesada.
Salgo de Madrid sobre las ocho de la tarde. No hay demasiado tráfico. Llevo una buena recopilación de AC/DC sonando a toda pastilla. He descubierto que los roqueros australianos también le gustan a Rasputín.
Este no deja de hablarme sobre aprender a “clavar la mirada”, lo que me dará mucha ventaja en hacer que la gente me obedezca o me preste una especial atención. Es pesado dando la vara, pero tiene razón, es hora de que me enseñe sus trucos más sucios.
Aún no sé lo que voy a hacer. No tengo ningún plan pensado. Todo está en mano del azar y de la improvisación. Sé que soy bueno improvisando y, además cuento con Rasputín y sus consejos, pero no tengo ni idea con lo que me voy a encontrar. No conozco la finca, ni el terreno, ni siquiera a la familia. El reconocimiento se hace necesario.
Hago varias paradas para no quedarme dormido, no por sueño, sino por aburrimiento. En la última parada, lleno el termo de fuerte café en una venta de carretera y compro varias chucherías. El azúcar me va a hacer falta.
Encuentro la finca bien de madrugada. Está en la falda de una montaña, es extensa, y está rodeada de un alto y viejo muro de piedra. Aparco en lo que me parece el bosque, aunque hay poca luna. Me abstengo de encender demasiado la linterna. Pongo el despertador del móvil para las seis de la mañana, y me envuelvo en las mantas. Me cuesta poco quedarme dormido.
El pitido repetitivo me despierta. Apago el móvil y atrapo el termo. El café aún está tibio. Un buen trago para despertar. Meto la linterna, los prismáticos y el machete que llevo en el coche, en la pequeña mochila de viaje que también llevo tras los asientos. Seria buena idea llevar también la palanqueta, aunque sea en la mano. Echo dentro la bolsa que contiene aún un sándwich y las chucherías que he comprado, junto con el termo casi vacío. Ahora, es cuestión de buscar un buen sitio para observar.
No me he equivocado, he metido la camioneta en un bosque de pinares y fresnos. Me muevo bajo los árboles en dirección de la finca. Encuentro unos riscos que me permiten otear la gran casa de una sola planta que se levanta en una gran plataforma o bancal, ganada a la montaña. En otra plataforma, más pequeña e inferior, han construido una piscina, junto con el espacio que necesita para la comodidad de los bañistas.
Al amanecer, veo movimiento. Enfoco los prismáticos. Un hombre, maduro y fornido, saca varios aparejos de pesca y carga un 4×4. Poco después, sale la finca por la gran puerta metálica de la entrada. Sin duda el padre.
¿De pesca? Bien, uno menos. Espero. Hago flexiones. Espero aún más. Desayuno con el sándwich y el café que queda. Espero.
Sobre las nueve y media, una señora rubia y alta, saca del garaje un pequeño utilitario y sale de la finca también. Es la mía. Puede que haya más gente dentro, pero debo arriesgarme. Me meto un pastelito en la boca y salto el muro.
Mala suerte. Hay un perro, un pastor ovejero. Le espero llegar, ladrando. Un fuerte sopapo en el hocico le frena y le aleja. No es demasiado fiero. No molesta más. Rondo la casa, buscando un sitio para colarme y no dejar huellas. Bien, la puerta del garaje no se ha cerrado del todo, sin duda al sacar el utilitario.
Entro en la casa. Escucho. Nada. Marcó el número de móvil que la señora Paula me ha dado. Suena al fondo del pasillo. ¡Eric está aqui! Corto la llamada. Dejo pasar diez minutos para que vuelva a dormirse y me meto en su habitación. Le encuentro roncando, con un brazo en cabestrillo y el otro vendado. También tiene el torso vendado, bajo la camiseta. Si que le he hecho pupa. A pesar de eso, parece un angelito durmiendo. El cabrón es muy guapo. Le despierto suavemente, colocando la punta del machete sobre uno de sus ojos.
Se queda muy quieto, balbuceando preguntas. Le sonrío.
―           Hola – le susurro. — ¿Me echabas de menos?
Cógele la polla.
No entiendo lo que me quiere decir Rasputín.
Tienes que controlarle. Con alguien tan asustado, no sirve de nada la sugestión, ni la hipnosis, ni nada de eso. ¡Piensa! Si no ve salida alguna, puede no decirte la verdad, o hacer una locura. Tienes que darle siempre una salida para que haga lo que tú quieras.
El viejo Rasputín parece saber de estas cosas.
Sabemos que es homosexual.
“Bisexual.”
¡Lo que sea! Si le acaricias sexualmente, creerá que él te gusta, que puede recuperar el control y disponer de una oportunidad de salvar su vida.
Muy listo. Meto mi mano bajo las mantas y le sobo la polla. La tiene empalmada, a pesar del miedo, y no es muy grande. Respinga al no esperar la caricia.
―           Pensaba matarte para que no me denunciaras, ni usaras lo que tienes de mi hermana, pero, al verte así, dormidito, no sé… eres demasiado guapo. No puedo matarte – le susurro.
―           No… me mates – suplica. — ¿Cómo me has encontrado?
―           Soy un sabueso – ironizo, apretándole los huevos.
―           Haré lo que tú quieras… todo lo que quieras – se ofrece.
―           ¿Quién hay en la casa?
―           Mis padres.
―           ¿Alguien más? ¿Criada, algún hermano?
―           No. ¡Ouch! – le he vuelto a apretar. — ¡Lo juro!
―           ¿Dónde tienes los archivos de todas las chicas?
―           En mi casa, en Madrid.
Mentira. Son su garantía. No los dejaría solos.
Le pincho en una ceja. Salta una gota de sangre.
―           ¡Está bien! Están en un servidor seguro, a la espera de que los desencripte si son necesarios – confiesa.
―           Entonces, podrás borrarlos online.
―           Si, pero aquí no hay Internet.
―           Está bien. Levántate y haz la maleta. Te vienes conmigo.
―           ¿La maleta? ¿Por qué?
―           Porque vas a hacer un viajito. No me fío de dejarte atrás. Se te pueden ocurrir muchas cosas raras.
―           ¡No haré nada! ¡Lo juro!
―           He pensado que mejor compras un pasaje a… no sé, ¿Río de Janeiro? Te puedes pegar una buena vida allí.
―           Si, si… — acaba comprendiendo, con alivio.
―           Y no volverás jamás. Así ganaremos todos, tú, yo, las chicas que extorsionas, y hasta tus pobres padres…
―           Eso haré. No quiero problemas – sin embargo, seguía empalmado, con mi mano en su polla. La verdad es que no me desagradaba el tacto.
Le dejo que se levante. Eric, con un gemido de dolor, atrapa un petate e intenta llenarlo con su ropa, pero no puede. Me mira, asustado, su erección se ha esfumado.
―           Tengo el hombro dislocado, una fisura en el cubito del otro brazo y tres costillas astilladas. ¿Me ayudas?
Meto todo eso rápidamente y, además, el portátil. Noto que me está mirando, los brazos afirmados sobre su pecho. Necesito confiarle más.
―           Mira, Eric, siento haberte machacado tanto. Perdí la cabeza cuando te escuché amenazar a mi hermana. De otra forma, no te hubiera hecho daño nunca. A un chico tan guapo, jamás. La verdad es que no he podido dormir en estos dos días. Se me venía a la cabeza tus ojos llenos de miedo…
Me estaba excitando al contarle todo esto, extraño. ¿Seré bisexual yo también o bien es que disfruto controlándole? El caso es que mi polla se está quejando del encierro. Es extraño, nunca me ha gustado un tío. Ahora, no es el momento para pensar en eso, me recrimino. Eric pierde esa expresión de perro apaleado, e incluso me sonríe un poco. Pero no le dejo pensar.
Le saco de la casa, llevándole por el cuello. Es como un muñeco en mis manos. Atravesamos el bosque hasta la camioneta, a paso vivo. Le hago conducir, con mi machete apoyado en su entrepierna. Conduce hasta el cercano pueblecito, Seíra, 141 habitantes. La leche, vamos. Menos mal, hay una gasolinera. Mientras relleno el tanque, Eric usa el wifi para conectarse con su portátil. Sobre el capó, le obligo a borrar todos los archivos que tiene almacenados. Al menos cuarenta. Le empujo de regreso a la camioneta, a ponerse al volante.
―           ¿Y ahora? ¿Me dejas marchar?
―           ¿Me juras que te vas a ir del país?
―           De verdad, te lo juro. La verdad es que no sirvo para esto.
―           Bien. Te creo – ya no tengo el machete en la mano. Me sonríe, más confiado. – Vamos a hacer una cosa. Conduce tú hasta un sitio apartado, donde te pueda dejar. Regresaras andando. Así me dará tiempo a quitarme de en medio.
―           Claro, pero de verdad, no voy a hacer nada – su tono es casi amistoso.
―           Mejor porque no me gustaría que me decepcionaras. Creo que eres un buen tío, algo equivocado, pero con sentimientos.
―           Te lo juro, tío. Ya he aprendido la lección. Me iré en cuanto saqué la pasta que tengo en el banco.
Eric se mete por un camino vecinal.
―           Tío, no sabes cuanto sentí pegarte. Eres toda una dulzura – aunque no fuera cierto, en este momento no le tengo demasiada tirria.
―           Joder, ojala nos hubiéramos conocido de otra forma. También me gustas un montón – se confiesa él, deteniendo la camioneta en mitad del camino.
Se inclina sobre mí y me besa delicadamente. Saboreo los labios masculinos. En Eric, no hay apenas diferencia con una chica. Le agarro de la nuca y le doy un buen morreo. Nos apartamos jadeando.
―           ¡Tío, bestial! – exclama.
―           Me gustaría probar esos labios en otra parte del cuerpo – le digo.
―           Te la puedo mamar aquí, en el coche – susurra, inclinándose de nuevo sobre mis labios.
―           ¿Tú crees que puedes mamar esta dulzura dentro de un coche? – le digo, desabrochando mi pantalón y sacando la polla.
Se queda sin palabras. La mira y remira.
―           ¡Joder, tío! ¿Es de verdad?
―           Puedes tocarla para convencerte.
La aferra con las dos manos. Está alucinado con mi polla, incluso creo que se ha olvidado de que yo le he sacado de la cama, amenazándole con un machete. Tiene razón Rasputín, si les das una salida, aunque sea poco creíble, harán lo que uno quiera.
Arranca de nuevo, y, al parecer, con prisas. Sigue el camino que, más adelante, se bifurca y acaba ante las estructuras de unos chalés en construcción, detenidos cuando la caída del sector. Mete mi camioneta detrás de los muros de ladrillos sin terminar.
―           Esto se paró hace un año. No viene nadie por aquí – dice, abriendo la puerta.
Cae de rodillas ante mí cuando me bajo. Está deseando catar mi polla, se le ve. Aplica su boca con suavidad. Nunca ha tenido una de ese tamaño. Se afana en masajearme la polla y las bolas, mientras que su lengua se convierte en un torbellino. Es todo un experto en chupar pollas. No creía que me fuera a gustar la boca de un tío, pero ahí está. Bueno, hay que decir que más que un tío, Eric es un tanto andrógino, sin ningún vello en la cara, con una belleza casi femenina, y, encima, sometido a mi voluntad. Eso cambia algo las cosas. De todas maneras, sigue siendo un tío y me está gustando que me la mame. Si no le miras, no hay apenas diferencias con una tía.
Tienes la oportunidad ahora.
Lo sé, por eso le he llevado allí. Puedo ocultarle en cualquier agujero y nadie le encontrará hasta meses o años después, si es que le encuentran.
Utiliza tu polla, Sergio. Es tu mejor arma. Métesela en la garganta y asfíxialo.
¡Me morderá!
Si se la metes a fondo, no podrá. Las mandíbulas no tendrán apoyo. Córrete en su garganta mientras agoniza. ¡Es lo mejor del mundo!
La idea me da tanto morbo que le hago caso. De un golpe, se la cuelo hasta la garganta, produciéndole fuertes arcadas. Intenta apartarse, sacársela, pero le sujeto la cabeza con fuerza, mi tripa golpeándole la frente. Tiene los brazos inútiles para hacer palanca y apartarse. Embisto con fuerza su garganta, próximo al orgasmo. Sus esfuerzos por aspirar aire producen espasmos en su garganta que me vuelven loco. Finalmente, me corro con fuerza, vaciándome durante lo que me parecen minutos, directamente a su esófago. Eric ha dejado de retorcerse. Sus pies mantienen un corto movimiento involuntario, fruto de la agonía, hasta que todo queda en silencio.
Me aseguro, dejándole mi polla aún metida un tiempo, aunque va perdiendo consistencia. Le tomo las pulsaciones. Cero. Está frito. Me guardo la polla matadora y exploro un poco la obra. Encuentro un poco negro sellado. Uso la palanqueta para destaparlo y arrojo el cuerpo dentro, junto con su bolsa y su portátil.
―           Adiós, Eric. Espero que se la chupes igual de bien al diablo – me despido, cerrando la tapa y colocando sobre ella varios bloques de cemento.
¿Te ha gustado la experiencia?
“Puede que demasiado.”
¿Qué has sentido al planear la muerte de otro ser humano, y después ejecutarle?
“Poder, Rasputín, absoluto poder, y mucha excitación.”
Bien, ahora conoces las dos constancias de la sociedad humana.
“El placer y el poder.”
Vámonos a casa.
                                           CONTINUARÁ
 
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Destino de hermanas IV FINAL” (POR XELLA)

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Las chicas durmieron esa noche juntas, abrazadas y acurrucadas en la misma cama. Así se daban fuerza y consuelo entre ellas para lo que las esperaba. Lo que no podían esperar era la manera tan horrible de la que se iban a despertar…         
Una fuerte descarga desde el collar recorrió sus cuerpo, haciendo que se despertasen gritando de dolor y recordando de la peor manera posible en qué lugar estaban.         
– ¿Qué cojones es esto? – Gritaba el Oso, entrando en la habitación y encendiendo la luz.         
Las chicas se miraban asustadas, ¿Qué habían hecho para cabrearle así? El hombre se acercó a Miranda y, agarrándola del brazo la dió un tirón para obligarla a bajar al suelo.         
– ¿Desde cuando los perros duermen en las camas? ¡Tu lugar es el suelo, zorra!         
Le dió un par de fuertes azotes en el culo y se dirigió a las dos sirvientas.          
– ¿Y vosotras? ¡Deberíais estar preparando el desayuno!          
– N-No sabíamos nada… L-Lo siento… – Balbuceó Lorena.          
– ¡No quiero excusas!          
Apretando un botón, dió una nueva descarga a las tres chicas.          
– ¡Rápido, a la cocina! No me hagáis esperar más.          
Erika y Lorena salieron corriendo de la habitación… Ni siquiera sabían donde estaba la cocina, pero no tenían valor a preguntarlo… Por suerte, era la única habitación en la que se veía luz… porque Roco y el Piernas estaban esperandolas allí…          
Miranda seguía arrodillada ante el Oso.          
– No te preocupes,  Missy. – Le decía el hombre. – Poco a poco irás adaptándote a tu nueva forma de vida… a partir de entonces será todo más fácil… Y ahora vamos, nos están esperando para desayunar.          
El negro empezó a andar y Miranda se levantó para ir tras él…          
Se oyeron gritos en la cocina y una taza que se rompía, a la vez que Miranda volvía a caer al suelo debido a la descarga.          
– ¿Qué te dije ayer? Las perras van a cuatro patas…          
Miranda, resignada, comenzó a gatear tras el hombre en dirección a la cocina. Cuando atravesaron la puerta encontraron a Lorena barriendo la taza rota y a Erika arrodillada bajo la mesa, tragándose entera la polla del Piernas.          
– Avisa antes de darles una descarga, cabrón. – Dijo enfadado el Piernas. – Porque había parado a coger aire, que si llega a tener mi polla en la boca en ese momento me la arranca…          
– Mucho no te ha debido molestar cuando has vuelto a hacer que te la chupe. – Replicó el jefe.          
– Joder, es que lo hace de miedo… Vaya joyita hemos encontrado.          
Erika miraba de reojo a su hermana, que iba detrás del Oso, con la cabeza gacha. Nunca la había visto tan derrotada…          
– Ves preparándome un café y unas tostadas, pelirroja. – Dijo el Oso. – Yo voy a echar comida a Missy.          
Diciendo eso se acercó a la nevera, sacó un tupper con sobras y lo echó en un comedero de perros que había en un rincón de la cocina. También relleno con agua un bebedero.          
– Ahí tienes tu comida, zorrita. Y que no te vea usar las manos…          
Miranda se quedó en el sitio. Ni siquiera se acercó a los platos.          
– Bueno… Ya tendrás hambre… – Comentó el Oso ante su actitud.          
– OOOOOoohhhhhhhh! – Gritaba el Piernas, sujetando la cabeza de Erika, forzándola para que tuviera su polla metida hasta la garganta. – ¡Tragatelo todo, zorra! ¡Joder!        
Poco a poco, dejó que la chica separara la cabeza y respirara. Un hilo de baba y semen unía la boca de la chica con la polla del hombre. Éste se sujeto el rabo y se lo restregó a Erika por toda la cara, llenándola de sus restos.        
– Hala, ya estás preparada para seguir trabajando…        
Erika salió de debajo de la mesa y se situó junto a Lorena para ayudarla. En unos minutos tenían el desayuno preparado y se lo sirvieron a los hombres. Se mantuvieron a un lado, intentando que no se fijasen en ellas, las dos modelos estaban de pie, y la detective arrodillada junto a su plato de comida.        
 
Nada más acabar, Roco se levantó, agarró a Lorena por la cabeza y la obligó a inclinarse sobre la encimera. Apartó el tanga a un lado, quitó de un tirón el plug anal, provocando un pequeño grito de dolor en ella.         
– No te quejes, lo que viene ahora va a ser algo más grande. – Le dijo el hombre. – Toma. – Estaba dando a Erika el plug. – Sujetalo mientras me la follo.         
La chica lo cogió, y se quedó observándo como ese hombre penetraba de un golpe el culo de su amiga. Lorena gritaba, y no era para menos… Roco tenía un pollón enorme… Debía estar partiendola en dos…         
– ¡Callate, zorra! – La gritaba. – Vas a tener que acostumbrarte a esto, todas las mañanas voy a follarte el culo hasta que dejes de quejarte.         
Los otros dos hombres seguían acabando su desayuno tranquilamente, sin prestar atención a la violenta sodomizacion que estaba ocurriendo a su lado. Miranda y Erika estaban inmóviles.         
– Aaaaahhh. – Gritaba Lorena. – ¡Me vas a partir en dos!         
Roco disfrutaba de los gritos de la chica, sabía que haría lo que el quisiera por mucho que se quejase. La agarró del pelo, obligandola a levantar la cabeza, mientras aumentaba el ritmo de la follada.         
Tardó pocos minutos en descargar dentro de su culo.         
– ¡Ven Missy! – Exclamó el hombre. – Aquí tengo un regalo para ti.        
Miranda sabía lo que quería que hiciera. Siempre, después de follarla, la obligaban a limpiarles las pollas… Al principio le daba reparo, sobre todo después de que la polla en cuestión hubiese estado dentro de su culo, pero a base de palizas, había aprendido a hacerlo sin rechistar…         
La chica se acercó gateando, sabía que no debía levantarse, y agarrando la polla del negro, se la metió en la boca hasta el fondo. No quiso pensar en el sabor que tenía después de haber estado en el culo de Lorena, sabía que no tenía opción.         
Un par de minutos después, había terminado de limpiar, así que paró y agachó la cabeza.         
– ¿ Qué pasa zorra? ¿ Crees que has terminado?         
Miranda miró al hombre y luego a su polla, viéndola impecable.         
– Aquí todavía tienes trabajo. – Añadió Roco, señalando el ojete de la pelirroja.         
Un reguero de semen se deslizaba desde el dilatado agujero trasero de la chica, deslizándose por su coño hasta los muslos… Eso sí que no… Miranda no estaba dispuesta a eso… Nunca había estado con una chica, y por supuesto no estaba dispuesta a hacerle eso a la que siempre había considerado como una hermana pequeña… Todos estaban expectantes.         
El negro agarró del pelo a la detective, obligandola a mirarle.         
– ¿No me has oído, perra? ¿No has aprendido que tu única opción es obedecer? ¡Déjame el control! – Pidió.         
El Oso se lo lanzó y Roco lo atrapó al vuelo.         
– Noooo – Gritaron a la vez Erika y Lorena.         
Demasiado tarde. Ya había apretado el botón.  Las chicas se retorcían entre gritos de dolor. Los espasmos en el culo de Lorena, hacían que los chorretones de lefa salieran de él. Cuando Roco paró, se quedó observando a Miranda, con el interruptor en la mano.        
– Por favor, Miranda… – Suplicó Erika.        
La detective miraba a su hermana con cara de pena… No podía dejar que sufriese aun más por su culpa… Se acercó lentamente a los muslos de Lorena, y comenzó a recoger el semen que caía por ellos con su lengua. Quería retrasar todo lo posible el momento de lamer el coño y el culo de la pelirroja, pero sabia que era inevitable…        
Cuando dió el primer lametón al coño de la chica, habría jurado que la había notado estremecerse… El sabor no era desagradable… Cerrando los ojos y sin pensar realmente lo que estaba haciendo, se sobre llevaba mejor…        
– ¡Venga, perra! No seas remilgada y mete bien la lengua. – Espetó Roco.        
El hombre separó las nalgas de Lorena con las manos, mostrando a Miranda el camino que tenia que seguir. La detective no luchó más… Metió su lengua en el rosado ojete que tenía delante, aplicándose en dejarlo limpio lo antes posible.        
Cuando terminó, Lorena continuó ayudando a Erika con las labores de la cocina… Miranda habría jurado que tenía la cara ligeramente colorada… No sabia si por la vergüenza o… ¿Habría disfrutado?        
Durante el resto del día, las dos asistentas estuvieron atendiendo a los hombres en todas sus necesidades. Mientras, Miranda esperaba acurrucada en un camastro en un rincón de la habitación, de vez en cuando le tiraban un hueso de plástico y la obligaban a traerlo, como una perrita de verdad. Al principio se negaba, pero después de varias descargas comenzó a hacerlo de forma bastante eficiente.      
Para combatir el aburrimiento, los hombres obligaron a Erika y a Lorena a entretenerles, montándose un pequeño número lésbico. Las chicas no querían más descargas, así que se aplicaron desde el principio… No fue demasiado difícil… Ya habían participado juntas en algunas orgías y, en cuanto lograron olvidarse de donde y con quién estaban, comenzaron a centrarse la una en la otra, a sentir sus caricias, sus besos, su aliento… En unos minutos estaban haciendo un 69 en medio del suelo del salón, ante la mirada de los noegros y de Miranda.      
Los hombres no aguantaron más aquella situación y se añadieron rápidamente al juego. Entre los tres, se follaron a las asistentas por todos sus agujeros, mientras las “obligaban” a seguir besándose… Erika se corrió un par de veces mientras aquellos bestias la follaban, estaba comenzando a disfrutarlo de verdad… En cambio, Lorena era más reticente… se notaba que estaba caliente… Aquellos hombres la follaban muy bien… Pero su subconsciente no la dejaba disfrutar de la misma manera que lo hacía Erika…      
Una vez acabaron, la perrita de la casa volvió a ser la encargada de limpiar tanto las pollas de los hombres como los agujeros de las chicas…      
Al final del día, cuando las tres chicas se quedaron solas en su cuarto, cayeron derrumbadas en la cama.        
– ¿Q-Qué haces? – Preguntó Erika a su hermana, temerosa.        
– ¿Cómo?        
– N-No puedes estar en la cama, ya les has oído…        
– ¿Qué? No estarás hablando en serio… No pensarás que voy a dormir en el suelo…        
– Yo… Yo no quiero más descargas… – Apuntó Lorena       
– Tiene razón… Tenemos que evitar enfadarles… – Erika miraba a su hermana a los ojos mientras hablaba. – Hoy hemos recibido muchas descargas… Y muchas por tu culpa…        
– ¿ Qué? – Miranda no creía lo que estaba escuchando. – ¡Quieren que sea su mascota! – Gritó. – ¿Crees que voy a dejar que hagan lo que quieran?        
Las nuevas asistentas de la casa miraban a Miranda impasibles, dando a entender que no iban a dar su brazo a torcer.        
– No tenemos salida Miranda. Lo único que podemos hacer es intentar evitar los castigos…        
La detective miraba incrédula a su hermana… Con todo lo que había pasado por ella… En silencio, bajó de la cama y se tumbó en el suelo, dando la espalda a las dos modelos. Pasó toda la noche llorando, acurrucada en un rincón.      
El resto de los días transcurrieron entre infinidad de humillaciones para las tres chicas, querían llevarlas al límite y allí, obligarlas a superarlo. Las descargas eran habituales al principio… Pero Erika y Lorena aprendieron rápido como debían comportarse para evitarlas… No así Miranda, que se rebelaba, intentando evitar lo inevitable. Ella era la más humillada de todas… Pasaban el día jugando con ella como una perrita de verdad, la obligaban a hacer sus necesidades en un rincón y a comer y beber de un plato en el suelo.      
Erika y Lorena, sin embargo, eran obligadas a actuar como las sirvientas que eran, pero además, eran folladas a cada ocasión. Sus esculturales cuerpos de modelos no eran desaprovechados por los hombres,  que habían comprado multitud de lencería y disfraces eroticos para que luciesen sus cuerpos ante ellos.       
Primero, elegían con qué atuendo les deleitarian esa vez, después, las chicas hacían un pequeño pase de modelos que acababa con streptease y numerito lesbico, para calentarles tanto a ellos como a ellas. Por último solían acabar en una orgia desenfrenada entre los cinco. Miranda rara vez participaba ya, salvo para la limpieza y aseo de los participantes, por supuesto, con su lengua. Alguna vez tenía que chupar una polla, o la sodomizaban, pero normalmente disfrutaban de las modelos que, además, se habían vuelto bastante receptivas y participativas… Disfrutaban casi tanto como los hombres de las sesiones de sexo.     
Pasaron varios meses. Erika y Lorena habían aceptado su rol en la casa mientras que Miranda seguía rebelándose. Una noche, Miranda decidió que no podía más. No podía someterse tan facilmente, sin siquiera hacer intención de escapar.     
– Erika… – Susurró la detective, desde el suelo. – Erika…     
– ¿Q-Qué pasa? ¿Qué hora es?…     
– Da igual la hora. Tenemos que irnos.     
– ¡¿Qué?! ¿Te has vuelto loca? ¡No podemos irnos!     
– ¡SSssshhhh! Nos van a oir…     
– ¿Qué pasa? – Dijo Lorena, desperezándose.     
– Miranda quiere que escapemos…     
– P-Pero…     
– ¡Tenemos que salir de aquí! – Susurraba Miranda, intentando no gritarlas. – No podemos aguantar esto más tiempo.      
Miranda se levantó. Erika y Lorena se miraban.     
– Pero… Miranda… Los collares… – Decía Lorena.     
– Me dan igual los collares…     
– ¡No quiero más descargas! – Dijo Erika.      
– No nos darán descargas. – Contestó su hermana.      
– Dijeron que al salir del edificio se activarían solos…     
– ¿Y nos lo vamos a creer? ¿Sin intentar comprobarlo? ¿Así de fácil se lo vamos a poner?     
Miranda avanzó hasta el conducto de ventilación por el que había entrado, hacía tanto tiempo. Mientras andaba, se extrajo el plug anal que estaba unido al rabo de perra que llevaba, tirándolo a un lado. Al quitárselo, notó una sensación extraña, mezcla de alivio y vacío.     
– Si los collares se activan no habrá nada que hacer… Pero no puedo dejar de intentar todo lo posible por huir…     
Erika y Lorena se levantaron y se situaron al lado de Miranda. Se miraban entre ellas, sin decir nada, mientras la detective apartaba la rejilla.     
– Miranda… Yo… – Comenzó Erika.      
– ¿Tú qué? – Increpó su hermana, sin dejar de trabajar con la rejilla     
– …     
– ¿Qué pasa? – La mujer dejó de hacer lo que estaba haciendo.     
– Yo no me quiero ir.     
El silencio que siguió a esa declaración  fue aplastante.     
– ¿Qué? ¿Cómo que no te quieres ir?     
– Yo…  Yo tampoco. – Apuntó Lorena, situándose al lado de su amiga.     
– ¿Os habéis vuelto locas? – Las gritó Miranda, perdiendo los papeles. No podía creer que le estuviesen diciendo eso.     
Las dos chicas se miraron entre ellas y, sonrojandose, agacharon la cabeza.     
– Aquí… – Comenzó Erika. – Aquí no se vive tan mal…     
– ¡Estamos secuestradas! – Gritó la detective, sin tener ya cuidado por el volumen de su voz. – ¡Somos sus putas! No, peor… ¡Somos sus esclavas!     
– No nos tratan mal… – Apostilló Lorena.     
– ¿Cómo que no? ¿Y esto que es? –  Miranda recogió del suelo el rabo que llevaba permanentemente en su culo y se lo lanzó a Lorena a la cara. La pelirroja lo apartó de un manotazo. – Vosotras no lleváis rabo, pero también lleváis uno de estos…     
Las dos asistentas miraron el culo de su compañera. Efectivamente allí asomaba el plug que las obligaban a llevar… Casi se habían olvidado de él… una vez se habían acostumbrado no era tan malo,  era incluso… placentero…     
– ¿Y esto qué? – Continuó Miranda, agarrándose el collar de descargas. – ¿Os gusta que nos electrocuten cuando quieran?     
– Ellos… Ellos solo lo hacen cuando nos portamos mal…  – Susurro Erika, acobardada ante la actitud de su hermana. Nunca había discutido así con ella…     
– ¿Te estás oyendo? “Cuando nos portamos mal”… ¿Y qué es portarse bien? ¡Limpiarles la casa! ¡Hacerles la comida! ¡Chuparles la polla! ¡Poner el culo! Erika, ¡Despierta!     
La chica aguantó la regañina de su hermana hasta ese punto. Entonces estalló.     
– ¡Despierta tu! ¡Los únicos castigos que nos hemos llevado desde hace meses son por tu culpa! ¡Eres la única que no lo acepta!     
Miranda no se esperaba esa reacción de su hermana.     
– ¡Si no fuese por tu puto orgullo la vida nos iría mucho mejor! – Lorena asentía, apoyando las palabras de Erika. – Cuando aceptes tu lugar en esta casa todo irá mejor…     
– ¿Mi lugar? ¡Soy una perra! Y aunque vayáis vestidas de otra forma… Vosotras también… Aunque no lo queráis ver…     
– ¿Qué está pasando aquí?    
Las tres mujeres se quedaron paralizadas mirando a la puerta. Habían perdido las formas y estaban gritandose, lo que había alertado al Oso. El hombre las miraba con un enfado notable en su cara. No les pasó desapercibido que llevaba el mando de los collares en la mano…    
– ¡Os he hecho una pregunta! – Gritó mientras asestaba una descarga a sus esclavas.    
Las chicas cayeron al suelo, agarrándose el cuello. El hombre reparó en el plug anal que se había quitado Miranda y, recogiendo avanzó hacia ella, amenazante.    
– ¡¿Quien te ha dado permiso para quitarte…?!    
El Oso no acabó la frase… Había visto la rejilla descolgada.    
Una nueva descarga azotó a las mujeres.    
– ¿Estabais planeando escapar? – Dijo de forma calmada. Erika y Lorena se encogieron de miedo, esperando una descarga. Miranda, por contra, miraba al hombre a los ojos.    
– Fue… Fue idea mía… Ellas intentaban impedirmelo… – Dijo la detective.    
El Oso la miró, y después observó a las dos asistentas. Éstas miraban con una mezcla de incredulidad y agradecimiento a Miranda,  por protegerlas aun en esos momentos.   
Por supuesto, el hombre sabía perfectamente lo que había pasado… Tenía cámaras y micrófonos en la habitación y en cuanto escuchó el ruido, observó la situación. Vió como aquellas dos zorras estaban tan encantadas de estar allí que no querían irse… Nunca pensó que llegarían a ese punto… Se veía que habían asimilado su situación, y que disfrutaban enormemente siendo folladas, pero tanto como para elegir quedarse… Había sido una grata sorpresa.   
En esos momentos entraron por la puerta Roco y el Piernas.   
– ¿Qué pasa aquí? – Preguntaron.   
– Esta zorra. – El Oso agarró del pelo a Miranda, obligandola a levantar la cabeza. – Quería escapar… Menos mal que nuestras pequeñas amigas estaban aquí para impedírselo…   
Erika y Lorena agacharon la cabeza… Se daban cuenta de que por su culpa Miranda lo pagaría caro…   
– Piernas, trae la bolsa. Vamos a jugar un poco con esta zorra.   
El hombre obedeció y salió de la sala.   
– Y tu… – El jefe de la banda propinó un fuerte bofetón a la detective. Seguidamente la lanzó boca abajo a la cama y comenzó a darle fuertes azotes en el culo.   
– Así… Aprenderás… A… No… Desobedecer… – El hombre acompañaba sus palabras con los golpes. – Eres… Una… Perra… Tu… Lugar… Es… A… Nuestros… Pies…   
El Piernas entró de nuevo en la habitación.   
– Aquí estoy, jefe.   
– Perfecto…   
El Oso dejo a Miranda tirada en la cama y se dirigió a la bolsa. De allí saco un amasijo de correas con un enorme consolador negro enganchado a él y, tirandoselo a Lorena, la instó a ponérselo.   
La chica cogió el aparato y se quedó paralizada, mirándolo. Tenía varias correas para engancharlo y, a parte del enorme consolador que había visto, había otro algo más pequeño por la parte de dentro…   
– ¿Qué pasa? ¿No sabes por donde te tienes que meter eso? Ja ja ja – Reía Roco. – ¡Vamos! Que no tenemos todo el día…   
El hombre hizo ademán de acercarse, con la mano levantada y Lorena se apresuró a ponerse el arnés. Estaba nerviosa, le costó introducirse el falo de plástico que le correspondía a ella, pero en un par de minutos, ante la atenta mirada de todos, estaba armada con una enorme polla negra.   
– Follatela. – Dijo secamente el Oso, señalando a Miranda.   
– ¿C-Cómo?   
– ¡Qué te la folles! – El hombre volvió a activar el collar, haciendo que las chicas gritaran. – ¡Y tu, perra, ábrete de piernas!  – Añadió, señalando a la mascota de la casa.   
Miranda no pudo hacer más que obedecer, sabía que no tenía opción… Con la cabeza agachada para ocultar su vergüenza, se tumbó boca arriba en la cama y separó sus piernas, dejando libre acceso a la pelirroja. Lorena, con lágrimas en los ojos mezcla de la descarga y de la situación se acercó a su amiga, se situó ante ella e, intentando hacerlo con la mayor suavidad posible introdujo lentamente la polla que blanda entre sus piernas. La detective dejo escapar un grito de dolor, pero intentó ocultar su sufrimiento… No quería darles el gusto de verla sufrir a aquellos cerdos.   
Lorena nunca había hecho nada parecido… El movimiento de “penetracion” era nuevo para ella, de tal manera que le costaba seguir el ritmo correctamente. Los primeros momentos de la follada fueron duros para las dos, pero en pocos minutos Lorena se empezó a mover correctamente y el consolador que llevaba introducido comenzó a hacer efecto. Ligeros gélidos comenzaron a salir de su boca, dando muestra a los demás de que estaba comenzando a disfrutar…  
Entonces, Roco la tiro de ella hacia atrás, agarrandola del pelo y separandola de Miranda.  Sin miramientos la tiró encima de la cama, boca arriba.  
– Ahora follate tu sola. – Le dijo a Miranda. – Queremos ver como cabalgas a tu amiguita…  
La mujer obedeció, sabiendo que no tenía otra opción. Se sentó a horcajadas sobre el falo negro y se lo introdujo lentamente.  
– Eso es… Ahora, comienza a moverte perra…  
Miranda comenzó a cabalgar aquel rabo de plástico, llevando ella el ritmo era más placentero que de la manera anterior, aunque no podía quitarse de la cabeza la situación. Los comentarios de los hombres que observaban no ayudaban a ello tampoco…  
– ¡Eso es! ¡Metetelo hasta dentro, perra!  
– Mira como le botan las tetas… ¿Por qué no jugáis un poquito con ellas?  
Lorena estaba desatada. Desatada y cachonda…  Sin pensarlo comenzó a lamer los pezones de Miranda, deteniéndose en los brillantes aritos que le habían colocado como castigo. ¿Le pondrían alguna vez piercing a ella?  
Entonces, Erika noto que se le acercaban por detrás. El Piernas estaba tras ella colocándole algo… ¡Eran otro arnés! No… No pensarían…  
Cuando el hombre se lo empezó a poner intentó resistirse, pero un par de bofetones la hicieron recapacitar.  
– ¡Tu, la zorrita pelirroja! Abrele el culo a la perra que vamos para allá.  
Lorena miro a Miranda a los ojos y esta asintió con la cabeza… Ya le habían sodomizado muchas veces… ¿Qué más daba una más? Pero entonces vió la cara de terror de la pelirroja y se giró. Lo que vió la dejo helada… ¡Querían que su hermana la diese por el culo!  
Intentó levantarse e irse pero el Oso estaba preparado a su reacción y las frió a descargas.  
– ¡Vamos putas! Sabéis que no tenéis elección, así que no os lo pongáis más difícil.  
Miranda cerró los ojos y se inclino hacia delante, pegándose a Lorena y permitiendo que esta le separase las nalgas con facilidad, para que todo fuese más sencillo, pero, cuando notó la punta del consolador penetrando su ojete, no pudo evitar dar un grito. Más que por el dolor, por tomar conciencia de hasta donde las habían hecho llegar.  
Al principio, como a su amiga, a Erika le costó acostumbrarse al movimiento, pero en breve estaban las dos acompasadas, moviéndose rítmicamente mientras se follaban a la “perra” de la casa…  
Los hombres estaban disfrutando del espectáculo, era impresionante ver a las tres allí fallando y gimiendo. Para desfogarse, se subieron a la cama, alrededor de las chicas, y comenzaron a masturbarse hasta correrse encima de ellas. Ni se inmutaron. Sabían que si paraban las castigarian y, además, con lo calientes que estaban ya no podían parar. 

 

Al cabo de unos minutos, se corrieron entre sonoros gritos y cubiertas del semen de los hombres. Se quedaron quieras, abatidas, una encima de la otra, todavía con las pollas dentro de Miranda. Entonces, Roco agarró su polla, apunto a Miranda a la cabeza y comenzó a mearse sobre ella.  
El grito que dieron las mujeres fue escandaloso, a la altura de las risotadas de los otros dos hombres que, agarrando sus pollas imitaron a sus compañeros.  
Cuando acabaron de mearlas, volvieron a colocar la rejilla en la pared y las dejaron allí, tiradas en la cama, entre semen y orín.
A la mañana siguiente, cuando entraron en la cocina para preparar el desayuno a los hombres, el Oso estaba hablando por teléfono.
– Si…
– En cuanto pueda…
– Ya está todo preparado…
– Estupendo
– ¿Esta tarde? ¡Magnifico! Cuanto antes mejor…
– Si…
– De acuerdo…
– Muchas gracias, señorita Aizawa.
Y colgó.
– ¿Qué tal se han levantado mis niñas? – Preguntó, dirigiendole a las asistentas. – ¿Y Missy? ¿Qué tal ha dormido mi perrita? Seguro que bien… Recién follada… ja ja ja
Ese día no hicieron nada con ellas, a parte de algún manoseo o algún cachete.
Cuando llegó la tarde, el timbre de la puerta sonó. El Oso abrió la puerta y entró una bella mujer asiática, de pelo negro, largo y liso. No parecia mayor, pero tampoco parecía joven… Unos preciosos ojos verdes destacaban en el conjunto de su belleza, atrayendo las miradas hacia ellos.
– Buenas tardes, Tamiko. – Saludó amablemente el Oso. – Me alegra que hayas podido venir tan pronto.
– Buenas tardes, Adrián. – Saludó la mujer, por el nombre de pila del hombre. – Sabes que es un tema que me interesa, necesito una cobaya y me vienes de perlas… 
Miranda se quedó observandola… ¿Tamiko? ¿Tamiko Aizawa? ¿La misma Tamiko Aizawa que había sido investigada cientos de veces por trata de blancas y prostitución? Siempre había salido indemne… pero… ¿Que querrían hacer con ella?
– Bueno… – Continuó la mujer. – ¿Donde está?
– Aquí la tienes. – El Oso se acercó a Miranda y, agarrandola del pelo la obligó a acercarse a la asiática. – Está un poco sucia pero, como te dije, esta nomche hemos tenido que castigarla…
– No te preocupes… Ya me encargo yo del resto…
Tamiko Aizawa se acercó a Miranda, le quitó el collar de descargas y le colocó un collar de perro, al que enganchó una cadena. Al acercarse, Miranda notó un olor dulce e intenso… parecían… lilas… y algo más… Se quedó mirando a la mujer a los ojos fijamente… Ésta le devolvía la mirada. Estuvieron así un instante, pero a Miranda se le hizo eterno…
– Está bien, pues entonces me voy ya. – Finalizó la mujer. – ¿A estas os las quedáis?
– Si, estas de momento nos seguirán sirviendo.
– Es una pena… Son una preciosidad… Ya sabes… Si algún día te cansas…
– Lo tendré en cuenta, Tamiko. Muchas gracias por todo.
Se despidieron con dos besos y la asiatica salió, arrastrando a Miranda por la cadena. Lorena y Erika estaban pasmadas… ¿Qué acababa de pasar? ¿A donde la llevan? ¿Qué pasaría con ellas? ¿Porqué Miranda no se ha resistido?
– ¿Q-Qué…? – Comenzó a balbucear Erika. 
– No tienes que saber nada. – La cortó el Oso – Lo único que te diré, es que no vas a volver a ver a tu hermana. 
La cara de Erika era de confusión… No se hacía a la idea de lo que acababa de escuchar… 
– Lo único que debéis saber es que si seguís como hasta ahora y obedece en todo, no tendréis que seguir el mismo destino que ella, que, por otra parte, no os recomiendo… 
Desde aquél día, efectivamente, no volvieron a tener noticias de Miranda. Erika y Lorena continuaron como hasta ahora, de asistentas y esclavas sexuales de la casa, la única diferencia es que a sus números lesbicos, incorporaron los arneses, para su satisfacción y la de sus dueños. 
Lorena, después de un tiempo, pregunto si le podían anillar los pezones. A los hombres les pareció tan buena idea que se los anillaron a las dos, así como un arito más en el clitoris a cada una. 
Realmente esa vida no les parecía mal… No tenían que preocuparse por nada y tenían una vida sexual totalmente satisfactoria… Aquellos hombres sabían como hacer que se corrieran… Desde que se fue Miranda, no volvió a hacer falta que les diesen ni una descarga más… 
Y ellas eran felices siendo las esclavas de aquellos hombres. 
 

 

Miranda, por su parte… Se puede decir que se convirtió en una perrita sumisa y obediente en manos de su nueva ama… 
 
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Relato erótico: “Madre de alquiler o hembra hambrienta de sexo” (POR GOLFO)

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verano inolvidable2

Cuando Enrique me llamó para que fuera su secretaria no supe decirle que no. Le conocía desde que el estudiaba en la universidad, y empezaba a salir con Laura, la que es ahora su esposa. Los tres formábamos parte del mismo grupo de amigos, que todos los fines de semanas nos reuníamos para salir de copas.

De eso hace mas de quince años, durante los cuales les perdí la pista, debido a que me casé con un hombre sumamente celoso. Paulatinamente Carlos me fue separando de mis compañeros, de mi familia, de todo lo que podía representar para él un peligro. Mi matrimonio fue un desastre. Lo que en un principio eran desconfianzas y celos se fueron convirtiendo en reproches e insultos, hasta que hace tres meses, una noche en la que mi marido había salido de juerga, llegó a casa totalmente borracho y con la excusa que no le había contestado al teléfono con la rapidez que él quería, me pegó una paliza, mandándome al hospital.
Fueron los propios médicos los que me convencieron que le denunciara, y al preguntarme que a quien podía llamar para que me fueran a recoger, les pedí que telefonearan a mi hermano José. Dio la casualidad que mi hermano estaba en una fiesta en casa de Enrique y de Laura, y en menos de veinte minutos estaban en la puerta de Urgencias de La Paz.
De esa forma tan traumática, reestablecí contacto con ellos. José, al que no veía desde hacía tres años, llegó acompañado del matrimonio. Venía fuera de sí, y al encontrarse en la puerta de la clínica con mi marido, se le lanzó al cuello. Desgraciadamente, mi hermano comparte conmigo no solo los genes, sino la baja estatura, por lo que casi sin despeinarse Carlos se deshizo de él. Pero lo que no se esperaba es que viniera acompañado, por lo que al entrar en la sala Enrique y ver como su amigo estaba siendo objeto de una paliza, intervino.
Quique es otra cosa, casi dos metros y mas de noventa kilos de músculos perfectamente entrenados. Su sola presencia impone, pero cuando Carlos le intentó pegar, se desató la bestia que tiene dentro y con solo dos puñetazos lo mandó a la habitación contigua de la mía, con la mandíbula y la nariz rota.
La policía, al llegar al lugar del altercado, se llevó detenidos a los dos, por lo que fue Laura quien obedeciendo a su marido, la que me sacó del hospital. Me extrañó que fuera ella quien me estuviera esperando en la salida. Al verla le pregunté por mi hermano, ya que los de servicios sociales me habían informado que era él quien me estaba esperando.
Tranquila, estaba aquí pero se han encontrado con Carlos y han tenido una pelea-, y sin inmutarse me contó lo sucedido, explicándome que se los habían llevado a declarar a la comisaria. –Pero no te preocupes, están bien y me han dicho antes de irse que te lleve a casa-.
-No, por favor, ¡a mi casa no!-, le respondí asustada.
-No, boba, a la mía. ¿Cómo crees que te íbamos a dejar con ese energúmeno?-, me dijo sin alterarse. Desde joven, me sorprendió la sensatez y la tranquilidad de Laura. Nada conseguía alterarla.
Era una mujer super atractiva, pero su mayor virtud era su dulzura. Y ayudándome a caminar, cogiéndome del brazo, me llevó hasta el coche.
Viven en un chalet de Pozuelo, por lo que tardamos bastante en llegar, casi treinta minutos durante los cuales estuve preguntándo por su vida. Supe que se habían casado dos años después que yo, y que debido a un accidente Laura se había quedado estéril, por lo que no podían tener hijos. Al enterarme le dije que los sentía, y en sus ojos vi que no se había repuesto de esa perdida.
-¿No has pensado adoptar?-, le dije apenada.
Quique quiere, pero yo no estoy convencida-, me contestó
secamente, por lo que decidí cambiar de tema.
Cuando entré en la casa, sentí envidia de mi amiga. Se notaba que eran felices, por todos lado había fotos de su boda, de sus viajes. En ellas quedaba claro que se querían y que no había problemas en su matrimonio. Al verlas, me di cuenta de mi fracaso y sin poderme aguantar me eché a llorar desconsolada.
-¿Qué te pasa?-, me preguntó, mientras acariciaba mi pelo para consolarme.
Que mi vida es un desastre, mi marido es un cabrón, estoy sola, sin amigos, sin familia, sin nadie-, le dije entre sollozos.
Eso no es cierto, aunque no nos hayamos visto, eres nuestra amiga, nos tienes a nosotros, y a tu hermano-, me contestó tratando de confortarme, –Ahora lo importante es que descanses-.
-Pero no tengo ropa, todo mis cosas están en un apartamento al que no pienso volver-, le repliqué llorando.
Sin hacer caso a mis objeciones, buscó un camisón que prestarme, y obligándome a meterme en la cama, me dio las buenas noches. Me quedé dormida al instante, debieron de ser los calmantes que me habían dado. Perdí la noción del tiempo, pero de pronto unas risas me despertaron. Eran José y Quique, que volvían de la comisaría, venían muertos de risa.
Pude oír como mi hermano le decía a su amigo:
No te quejaras, te he dado la oportunidad de entrenarte con un capullo-
-No te descojones, que te pienso cobrar la multa que me ponga el juez por partirle la cara-, escuché como le contestaba antes que Laura les pidiera que hablaran mas bajo para no despertarme.
Estuve a un tris de bajar y decirles que ya lo habían hecho cuando mi hermano respondió que tenía razón, que era mejor dejarme descansar, y que al día siguiente me iba a llevar a vivir con él. Quique le respondió bromeando que por fín había conseguido una mujer que le hiciera compañía. José haciéndose el ofendido le contestó:
No seas cabroncete, ¡es mi hermana!.
-Coño, que me refería a que vas a tener alguien que te cuide, y encima ¡Gratís!-
-Ya lo sé, era broma-, y dirigiéndose a Laura le dijo:-Gracias, por todo, no sabes como te agradezco tu ayuda. Mañana vendré a las ocho a por Isabel, ¿Te parece bien?-
-Claro, tu tranquilo, aquí estará bien-, y acompañándole hasta la puerta, se despidió de él.
Al volver al salón, su marido se estaba poniendo un whisky.
Estarás contento, te has comportado como un salvaje. A tu edad y pegándote como si fueras un chaval-, le dijo mientras le quitaba la copa de sus manos.
-¿Te has enfadado?-, le preguntó extrañado, -lo hice para defender a José-.
Si me ha cabreado, el verte rebajándote, pero también me ha excitado-, le contestó abriéndole la camisa.
Me sentí incomoda de espiarles, pero en vez de volver a la cama, busqué una posición donde observarles sin que me vieran. Vi como Laura se arrodillaba y desabrochándole los pantalones, sacaba de su interior un enorme sexo. No me podía creer lo que estaba viendo, la dulce mujer que parecía no haber roto un plato, estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su marido. Lo hizo con exasperante lentitud, mi propia almeja ya estaba mojada, cuando sus labios, se toparon con su vientre. Estaba viendo garganta profunda en vivo, siempre había creído que era mentira que una mujer se pudiera meter tamaño bicho en la boca, sin que le vinieran arcadas. Pero que equivocada estaba, mis amigos me acababan de demostrar mi error.
Desde el rellano de la escalera, pude observar como Enrique levantado a su mujer del suelo, le desgarraba el vestido y tras apoyarla sobre la mesa del comedor, la penetraba de un solo golpe, mientras le preguntaba:
-¿Te gusta esto?, putita mía-
Si, mi amor, dame fuerte, enséñame el macho que tengo en casa-, le contestó Laura, al sentir como su pene la llenaba por entero.
Su marido no se hizo de rogar, y sin piedad brutalmente la embestía, mientras que con sus manos castigaba su trasero. El ruido de los azotes, se mezclaba con los gemidos de la muchacha. Era alucinante, algo en mí, se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta, pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris, al ver como mi amiga disfrutaba. Tenían unos cuerpos maravillosos. Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de su marido, cuando la penetraba. Eran enormes y definidos, largas horas de gimnasio, le conferían un aspecto de guerrero medieval. Quique no hubiera resaltado en una película de gladiadores. En cambio Laura era femenina, pechos pequeños que rebotaban al compás de sus movimientos, y un cuerpo pequeño que me recordaba al mío. Por eso no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental, y por vez primera no solo envidie a mi amiga, sino que también deseé a su pareja.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, disgustada tuve que volver a la cama, por miedo a que me descubrieran espiándolos.
Al meterme entre las sabanas, la calentura me había dominado y separándome los labios, empecé a torturar mi sexo, con creciente lujuria. Poco a poco me dejé llevar, ya no solo era mi amigo quién me poseía, en mi mente su mujer le ayudada a someterme a sus caprichos. Era una muñeca en los brazos de los dos. Me imaginé como invitándome a su cama, me ataban a la cama, separando mis piernas. Y totalmente fuera de mi, me corrí en brutales espasmos, de solo pensar que ella me besara en los pechos, mientras su marido llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa, me derramé cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Laura que quería hablar conmigo que si podía pasar. Asustada, le respondí que si, y antes de que me diera cuenta, se había sentado en el borde de la cama. Traía sus mejillas coloradas, “por la excitación”, pensé. Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Isa, perdónanos, creíamos que estabas dormida, no era nuestra intención que nos vieras haciendo el amor-.
Mis temores desaparecieron al oírla, no solo no estaba enfadada que los hubiera estado observando sino que estaba avergonzada pensando que era su culpa.
-No tengo nada que disculparos, fui yo que al escuchar ruido, salí a ver que ocurría-, le dije.
Laura se tranquilizó con mis palabras. Una sonrisa apareció en su rostro, al observar que a mí tampoco me preocupaba lo ocurrido, y soltó una carcajada cuando bromeando le expliqué que ya me gustaría a mi tener ese marido y no la bestia con la que me había casado.
Una vez aclarado, se despidió de mí con un beso en la mejilla, yéndose a reunir con Enrique. Lo que no supo fue, que al besarme, pude oler su aroma a hembra hambrienta, y que en cuanto se fue, para poder dormirme tuve que hacerme otra paja, pero esta vez pensando solo en ella. Nunca me habían gustado las mujeres y menos había estado con ninguna, por eso me asombré de que me atrajera y me aterroricé al correrme soñando con estar entre sus piernas.
Dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía mi marido, y empezaba a golpearme, llamándome puta. Era repetitivo, muchas veces sentí su puño contra mis costillas mientras me insultaba porque me había acostado con otros hombres. De nada servía que le dijera que no era cierto, el proseguía con su venganza hasta que Quique me salvaba, llevándome lejos. Le veía como mi salvador, hasta que parando el coche, me destrozaba la falda y con ayuda de su mujer me violaban. En mi sueño, me obligaban a comerme el coño de Laura, mientras él me poseía por detrás, y siempre me intentaba defender en un principio, pero terminaba disfrutando como una perra, mientras le pedía que me follasen. Por eso, me desperté mas cansada y sobretodo mas caliente de lo que estaba al dormirme. Tratando de calmarme me fui a duchar, intentando sacar esos pensamientos de mi mente.
El agua tardó en calentarse, por lo que me entretuve mirándome al espejo. Tenía los ojos morados y la cara hinchada por la paliza del día anterior. Me dolía todo, pero lo peor no era mi dolor físico, sino la certidumbre que mi vida anterior había desaparecido por completo, estaba sola, sin pareja, sin hijos, dependiendo únicamente de un hermano y unos amigos que no había visto en años. Paulatinamente me fui sumiendo en una depresión, y sin poderme aguantar me eché a llorar desnuda, sentada en la taza del váter. Fue así como me encontró Paula, con la cabeza entre mis piernas mientras con mis manos golpeaba el suelo, totalmente enloquecida.
Al verme, me levantó y soltándome una bofetada, intentó hacerme reaccionar.
Isabel, ¿que te ocurre?-, me gritó mientras me zarandeaba.
-Me quiero morir-, sollocé mientras intentaba chocar mi cabeza contra la pared.
Sin saber que hacer, me abrazó para evitar que siguiera haciéndome daño, y tras unos minutos en los que seguía llorando en sus brazos, decidió meterse conmigo en la ducha para tranquilizarme. El agua y su cercanía me hicieron reaccionar pero no del modo que ella se esperaba, y sin pedirle permiso me apoderé de sus labios pidiéndole que me amara.
Su única respuesta fue darme otro bofetón, alejándose de mí. Pero después de unos momentos se acercó, diciéndome que no era lesbiana, que no me equivocara. Si estaba ofendida por mi actitud no lo demostró, y metiéndose conmigo, empezó a enjabonarme mi cuerpo. Con su boca me tranquilizaba diciéndome que era normal mi trastorno, que no me preocupara, que no me lo iba a tomar en cuenta, pero a la vez con sus manos recorría mi cuerpo excitándome. Lo que empezó mal, mejoró al llegar a mi sexo con el jabón. Separando mis labios, empezó a restregarme, diciéndome que estaba muy tensa, que me relajara. Sin dudarlo abrí mis piernas, permitiendo sus caricias. Sus dedos se apoderaron de mi clítoris en una deliciosa tortura, y sin poderlo evitar me corrí entre sollozos.
Vamos a secarnos-, me dijo sacándome del agua. Sin hablar me dio una toalla, y cuando vio que empezaba a secarme, me dijo:-Lo necesitabas, pero no va a volver a ocurrir-, y saliendo del baño me dejó sola.
Al bajar a la cocina, ya vestida, me encontré con José y Enrique, que estaban desayunando. En cuanto me vieron, mi hermano me preguntó, que cómo estaba. –Bien-, le contesté sin atreverme a levantar los ojos. Ellos debieron suponer que me avergonzaba de mi aspecto, ya que desconocían lo que había ocurrido. Fue una suerte, que Laura acudiera en mi ayuda y dándome su apoyo les pidió que no me atosigaran. Se lo agradecí diciéndole al oído , que sentía lo que había pasado. Pero ella guiñándome un ojo, dijo en voz alta que no era mi culpa sino de la del cabrón de Carlos. Por supuesto, que ni José ni Quique, tenían ni idea de lo a que nos referíamos, y ya que ella no dijo nada, quien era yo para sacarles del error.
Terminando de desayunar nos fuimos, José vive en un coqueto apartamento de soltero en la Castellana, que se convirtió en mi guarida. La pequeña habitación de al lado de la cocina, en mi refugio.
A partir de ese día, el terror desapareció de mi vida pero las largas horas solas entre esas cuatro paredes me agobiaban quería ser útil, vivir mi vida y dejar de cómo un parásito alimentarme de la yugular de mi hermano. El tenía una vida antes que se la truncara mi marido, y era mi deber dejarle en paz, debía permitirle retomar su propio rumbo. Por eso no me negué a ser la secretaria de Quique, y por eso, ese lunes me vestí con mis mejores galas para acudir a mi nuevo trabajo.
Estuvo muy atareado por lo que tuve que esperar pacientemente sentada mas de una hora hasta que se pudo liberar y atenderme diez minutos.
Aunque iba vestido de traje y con corbata, no pude dejar de recordarle como le había visto esa noche, con todos sus músculos marcados, su culo potente y ese pene que había hecho disfrutar a dos mujeres aunque el solo tuviera constancia de una. Cabreada conmigo misma, tuve que cerrar mis piernas en un intento de parar mi excitación, pero que no solo resultó vano sino que la propia fricción de mis mulos hizo que me corriera en silencio mientras el hablaba por teléfono. Ya no me parecía tan buena idea el trabajar para él. Sabía que cada vez que lo viera, me lo imaginaría poseyéndome, y cada vez que nuestros cuerpos se tocaran rutinariamente, todo mi ser se aflojaría mojándome y empapándome. Nada mas el hecho de dejar de ser una carga, evitó que me largara, huyendo de él.
-Perdona-, me dijo acercándose a mí,-Disculpa el retraso-, y mirándome de arriba abajo en una forma carente de morbo, me halagó diciendo:-Estas muy guapa-.
Nuevamente, de mi entrepierna surgió una llamarada. En ese momento pensé tratando de justificar que deseara al marido de mi amiga, que se debía a mi pésimo estado emocional, y que el tiempo apaciguaría el fuego, que me quemaba.
A partir de ese día, fui su humilde asistente, jamás me molestaba que me retuviera haciendo horas extras, nunca me quejaba de su mal humor y de sus malos modos al reprenderme, al contrario me gustaba oír que se dirigía a mí, que me hablaba aunque fuera de un modo rudo, pero de lo que realmente disfrutaba era de sus ausencias que me permitían encerrarme en su despacho y masturbarme mientras pensaba que me usaba.
En mi imaginación me veía a cuatro patas gateando a su encuentro, Quique me esperaba sentado en su sillón, y sin hablar me exigía que le bajara la bragueta y me apoderara de su sexo.
Mil veces, mi lengua recorrió mentalmente su capullo, mientras que con mi mano apretaba sus testículos buscando su placer. Mil veces los lápices con los que escribía los memorandos, fueron el pene, con el que pensando en él, me penetraba. Mi sumisión a sus deseos era total, soñaba que desgarrando mi falda me violaba, por haber redactado mal un informe, que sus manos azotaban mi trasero como le había visto hacer con su esposa solo por haberle derramado el café, y que desfloraba mi culo violentamente con la única excusa de haberme retrasado.
Pero la realidad era otra, nunca me miró durante meses como mujer, para él era su secretaria, y si acaso su amiga. Su trato era cordial, profesionalmente aseado, demasiado pulcro para mi que suspiraba y lamía el terreno que él pisaba. Todo ese tiempo, no vi a Laura, solo tuve contacto con ella cuando le informaba de las citas infructuosas con su ginecólogo. Seguían buscando el tener hijos, pero visita tras visita, irremediablemente llegaban los análisis y tenía que informar a mi amiga, que nuevamente su vientre no alojaba el tan añorado hijo.
Por eso, al escuchar a través de la puerta que Quique discutía con su mujer y que sin importarle que le oyera, la llamó loca por proponerle una madre de alquiler, tomé la iniciativa. Esperé media hora a que se calmase y después marqué el teléfono de Laura.
-Necesito verte-, le rogué, mi amiga suponiendo que había vuelto a tener problemas con Carlos, mi ex, accedió al instante, quedando citadas para ese sábado.
Era miércoles, toda la semana me fui preparando para que nada se torciera, planifiqué lo que le iba a decir, estudié la forma de rebatir cualquier objeción que ella pusiera y ansiosa espere que fueran pasando las horas y los días para verla.
Esa mañana me vestí con minifalda, y un top, estaba orgullosa de mi cuerpo y quería que ella lo viera que supiera que aunque tenía treinta y cinco años, mi piel se mantenía firme y mis pechos erguidos.
Laura me esperaba en su casa, había decidido que lo mejor era la intimidad de su hogar. Lo que no sabía era que al recibirme en el mismo sitio donde la había visto con Quique haciendo el amor, me había alterado.
-¿Qué te pasa?-, me dijo nada mas sentarnos en la salita.
Sin contestarle saqué los resultados de mis análisis, donde se demostraba que era fértil, prueba de mi compatibilidad con su marido. Documentos que era una forma de declararle que estaba dispuesta.
-¿Porqué me enseñas esto?, por qué eres tan cruel de vanagloriarte que tú si puedes
La lágrimas corrían por sus mejillas, me había malinterpretado creía que había venido a restregarle su esterilidad.
No, boba-, le contesté abrazandola, -Quiero que sepas que deseo ser tu madre de alquiler-.
Paulatinamente fue rumiando mis palabras, y mientras lo hacía sus sollozos se fuero calmando, al contrario que yo que solo por sentirla entre mis brazos, me estaba empapando. Su olor, su pelo, su frágil cuerpo me excitaba. Tuve que hacer un esfuerzo para no lanzarme sobre ella.
Harías eso por mí-, alcanzó a decir.
-Eso y mas, solo pídemelo-
Sonrió al escuchármelo decir, y agarrándome la barbilla depositó el mas dulce beso que nunca me habían dado. La tersura de sus labios, su tibieza al besarme desencadenó mi locura. Forcé sus boca con mi lengua, y jugando en su interior mientras mis manos buscaban sus pechos, conseguí excitarla.
Solo el sonido de la puerta del chalet abriéndose, consiguió separarnos y como si no hubiese ocurrido nada nos levantamos a saludar a Quique que llegaba de jugar al tenis.
No le digas nada-, me rogó Laura,- conozco a mi marido y si se lo decimos se negará-.
Llegaba sudoroso tras el partido, la camisa se le pegaba mostrando los enorme pectorales que decoraban su torso. El pantalón corto tampoco pudo evitar que me fijara en el bulto que nacía entre sus piernas. Caliente por ambos, busqué una excusa para irme.
Laura me acompañó a la puerta, y tras decirme al oído que fuera a cenar esa misma noche, sus labios rozaron los míos.
No sé como llegué a casa, no solo no se había negado sino que necesitaba que fuera su cómplice para engatusar a su marido. Perdí la noción de mi alrededor, las manzanas pasaban al lado de mi coche como fantasmas. Solo recuerdo el llegar a mi cuarto de baño totalmente alborotada, y que tras sumergirme en la tina caliente, las espumas de jabón que fueron los brazos de mis amantes al masturbarme.
Comí poco, mi estómago estaba tan cerrado como mi sexo abierto. Decidí hacer una hora de bicicleta con las esperanza de calmarme, pero el sillín al rozar la parte interna de mis muslos reavivó mi fuego. Se hundía inmisericorde constriñendo mi tanga contra mi sexo. Aceleré el pedaleo al sentir que me corría y sabiéndome sola, grité de placer sin miedo que nadie me oyera. Todo era lujuria, el cepillo de dientes se me antojaba su pene, y el dentífrico el fresco semen brotando a mi llamada, la caricía de la brocha al maquillarme, me recordaba a la mano de mi amada recorriendo mis mejillas.
Por eso, cuando habiendo terminado de vestirme y mirarme en el espejo, descubrí que bajo el pegado vestido negro, mis pezones se erguían duros y suplicantes de besos. No sabía si me había pasado, la raja que se abría a un lado, dejaba ver mi pierna en su conjunto, incluso se podía vislumbrar el inicio de mi negra braguita.
Eran las nueve y media cuando llegué a su casa, como colegiala en su primer cita eché de menos la carpeta que siendo niña tapaba pudorosa mis pechos. Quique fue quien abriendo la puerta, me cedió el paso. Y mi dicha fue enorme al oír que me piropeaba diciendo:
-Estas preciosa-.
Me sabía guapa, atractiva, pero nada que ver con el monumento que infundado en un vestido blanco hacía su entrada bajando las escaleras. Laura como una diosa, eternizaba los peldaños, y yo me vi incapaz de retirar mis ojos de sus pechos, rítmicamente se movían al vaivén de sus pies, pequeños, duros, bien hechos eran una invitación a tocarlos.
A mi lado, su marido babeaba, y no me extraña porque yo misma tuve que hacer un esfuerzo consciente para cerrar mi boca. Ella encantada de notar nuestra reacción se rió a carcajadas, y sin hacer mas comentario nos pidió que pasáramos a cenar, abrazándonos a los dos. Nuevamente susurrando a mi oído me dijo:
Tú, sígueme la corriente-.
Cenamos con champagne una cena frugal pero exquisita, Laura sin dejar que termináramos de vaciar nuestra copa ya estaba rellenándola, de forma que antes de llegar al postre ya habíamos dado buena cuenta de tres botellas.
Las risas se sucedían, las bromas, los recuerdos de cuando nos conocimos y el calor del alcohol en nuestros cuerpos, caldearon el ambiente. Quique un poco mas chispa, de lo que quería reconocer, nos soltó un piropo diciendo:
Que suerte que tengo, dos pedazos de mujeres para mi solo-.
La mirada pícara de Laura me aviso que había llegado la hora, por eso no me extraño, que poniendo música la oyera decir:
-¿Quieres vernos bailar?-.
No dejó que la contestara su marido, porque extendiéndome la mano me sacó a mitad del comedor, que se convirtió en improvisada pista de baile.
Sentí como con su mano, me obligaba a pegarme a ella. Su cuerpo soldándose al mío, inició una sensual danza. Sus pechos se clavaron en mis pechos, sus pezones acariciaron los míos, mientras sin ningún pudor recorría mi trasero. Me besó en los labios antes de quitarme los tirantes que sostenían mi vestido, y con mi dorso al descubierto, coquetamente me miró al desprenderse los corchetes que mantenía el suyo. Piel contra piel bailamos mientras su pierna tomaba posiciones en mi ya encharcada cueva, mientras su marido había pasado de la sorpresa inicial a la franca excitación. Sabiéndose convidado de piedra no intervino cuando bajando por mi cuello, sentí la lengua de su esposa, mi amiga acercándose a mi rosada aureola. No pude reprimir un gemido cuando sus dedos colaborando con su boca, pellizcaron mi pezón, e impertérrita observe como Laura seguía bajando por mi cuerpo, dejando un húmedo rastro sobre mi estómago al irse acercando a mi tanga.
Arrodillándose a mis pies, me quitó la tela mojada, y obligándome a abrir las piernas se apoderó de mi sexo. Con suavidad retiró a mis hinchados labios, para concentrarse en mi botón. Con los dientes a base de pequeños mordiscos, me llevó a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con mi manos en su larga cabellera, mirando un marido observador, me corrí en su boca. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de mi sexo, y profundizando mi tortura introdujo sus dedos en mi vagina. Sin importarme que pensara, grité mi deseo y levantándola la llevé a la mesa del comedor.
Era preciosa, su piel blanca resaltaba su belleza, y por vez primera mi boca disfrutó de un pecho de mujer, era una sensación rara el sentir en mis labios la curvatura de su seno, pero lejos de asquearme me encantó, envalentonándome a seguir bajando por su cuerpo. Dejo que le abriese las piernas, y por fin pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que me indicara el camino.
Nuevamente el sabor agridulce de su coño, era una novedad, pero en este caso fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara mis dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. Ella recibió húmeda las caricias de mi lengua sobre su clítoris, y sin pedirle su opinión exigió a su marido que me follase.
Sus primeros gemidos coincidieron en el tiempo, con la llegada de Quique a mi lado. Su grandes manos abrieron mis nalgas, y como si tantearan el terreno sentí que me azotaba. Carlos me había pegado, pero esta violencia era diferente, cariñosa compartida y me excitaba. Por eso le exigí:
-Sigue, tómame, sin medirte, quiero sentir tu verga en mi interior
Mi lenguaje soez espoleo su lujuria, y colocando la punta de su enorme glande en la entrada de mi cueva, fue forzándola de forma que pude sentir el paso de toda la piel de su tranca rozando mis adoloridos labios, mientras me llenaba.
Laura exigiendo su parte, tiró de mi pelo acercando mi cara a su pubis y tras unos intentos fallidos por mi inexperiencia en comer coños, mi lengua consiguió introducirse en el interior de su vagina, al mismo tiempo que el magnífico pene chocaba con la pared de la mía. Sentir sus huevos rebotando contra mi culo, al ritmo de sus embestidas fue sublime, pero mejor sentir a la vez que mi boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de mi dueña.
Éramos un engranaje perfecto, las embestidas de Enrique obligaban a mi lengua a penetrar mas hondo en el interior, y los gritos de Laura al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque de mi amante.
Ella fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la mesa, mientras se pellizcaba sus pezones nos pidió que la acompañáramos. Su marido aceleró el ritmo al escucharla y cayendo sobre mi espalda se derramó regando el interior de mi vientre con ansiada semilla. Lo mío fue algo brutal, desgarrador, su semen me quemaba, cada convulsión con la que me regaló, me producía un estertor y licuándome al sentirlo, chillé y lloré a los cuatro vientos mi placer.
Durante unos minutos, nos mantuvimos en la misma posición hasta que el semental que era su marido se levantó y tomándonos entre sus fuertes brazos, nos llevó en volandas hasta la cama.
-Lo teníais preparado, ¿no es verdad?- afirmó mientras nos depositaba sobre el colchón.
No mi amor, como crees-, rió descaradamente Laura tomándole el pelo, y acercándose a mí, me dijo en voz baja: -Cuando se de cuenta de nuestros planes, ya estarás embarazada-.

Esta vez fui yo la que se carcajeó, para conseguir que prendiera su semilla en mi vientre, tendría que practicar mucho, me dije pensando en las azules pastillas anticonceptivas que tenía en mi bolso. Y dándole un beso posesivo en sus labios, puse mis manos sobre sus pechos, al saber que “cuando se dé cuenta de mi juego, decidiré si quedarme o no, preñada”.Pero hasta entonces iba a disfrutar con esos atletas del amor, sus cuerpos serían míos y yo suya y eso era lo importante.

 

Relato erótico: “Gaby, mi hija 1” (POR SOLITARIO)

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–¡¡Mamáaa!!

–¡Mamá, ven, mira!

–¡¿Que pasa niña?!

–Mamá, mira esto. ¿Esta eres tú?….. ¡¡Eres tú!!

— ¿Si soy yo? ¿Quién?……………¡¡¡Ay, por dios!!! ¡¡Quita eso!!

Mi hija está, en su habitación, ante la pantalla de su ordenador, conectada a internet, viendo unas imágenes que me horrorizan.

Son mías, de hace veinte años, un video, teniendo relaciones lésbicas con otra chica de mi edad.

–¿Mamá, qué es esto? ¿Cómo pudiste hacerlo?

–¡Por favor, por favor, quita eso! ¡No me preguntes! ¡Por favor! ¡Te lo suplico!

–¡No mamá! Quiero que me expliques, por qué hay colgado en internet un video tuyo follando con una tía. ¡Pero mira! ¡Ahora hay otro tío! ¡Eres una puta!

No pude más y empecé a llorar. Dejé la habitación y me fui a mi cuarto. Mi hija vino detrás.

–¡Joder con mami! Estas hecha un zorrón. Estoy descargando el video, lo guardaré y lo veremos después de cenar, cuando esté papá.

–¡¡No por dios!! ¡Gabriela! ¡Te lo pido, por lo que más quieras! ¡A tu padre no! El no sabe nada de esto, destrozarías nuestro matrimonio. Acabaríamos separándonos y dios sabe que sería de nosotros. No lo hagas, si aún te queda algo de cariño por mí, no lo hagas.

–Vaalee, tía, pero lo tengo guardado. ¡No lo olvides! Además, sé dónde encontrarlo en internet. ¡Te tengo en mis manooos! Jajaja.

Se fue a su cuarto y me quede en un mar de confusión. Mi cabeza daba vueltas. Dios mío, que voy a hacer. Me llevo fatal con Gaby y ahora tiene un medio para hacer lo que le dé la gana, sin que yo pueda evitarlo. Con los problemas que he tenido con ella. Aquí viene otra vez.

–Y ahora mismo, me vas a contar como te metiste a grabar pelis porno.

–No lo hagas Gaby, por favor.

–O me lo cuentas o me chivo. Jajaja

Tengo que hacer de tripas corazón y contarle. Pero ¿Qué le voy a contar?

Se sienta a mi lado en la cama. Me pasa la mano por la espalda, parece que me acaricia, pero no me fio. Hace poco llegó a levantarme la mano, menos mal que estaba su padre delante, si no.

–Fue una locura de juventud. Yo….

–¿Estabas casada?

–¡No! Fue antes de conocer a tu padre. Vine del pueblo, a Sevilla, para estudiar en la Universidad. Me matriculé en psicología, solo tenía diecinueve años. Me alojaba en un piso de estudiantes, en la barriada de El Juncal, cerca de la facultad. Estábamos cuatro chicas, a dos las conoces, son Carmen y Nati. La otra es la que está en el video conmigo, se llama Lara.

–Ya sabes que tus abuelos son muy humildes, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para que yo pudiera estudiar en la universidad. Yo no tenía suficiente dinero para pagar el piso, la comida y algún trapito que necesitaba. Además de los gastos de matrícula, libros, en fin. Necesitaba dinero. Y no podía pedírselo a mis padres, no podían sacrificarse más.

Todo empezó………..

Una mañana, me levante para ir a la facultad y me encontré, con una mancha de vino, en el único vestido que tenia para ponerme. La noche antes había estado con unas amigas de copas y me habían derramado vino encima.

Las otras ya se habían ido, estaba sola, entré en la habitación de Lara, que era la dueña del piso. Tenía mucha ropa en el armario y pensé cogerle, prestado, algo que ponerme. Me llamó la atención una cinta de video, VHS, sobre la mesita. Como soy muy curiosa, encendí el reproductor y la tele, puse la cinta y me llevé la sorpresa.

Lara era la protagonista de una película porno. Me asusté, dejé todo como estaba y me fui a clase. No podía concentrarme, la imagen de Lara, siendo penetrada por un enorme pene, mientras ella, le chupaba el chocho a otra muchacha, me excitaba. Juntaba los muslos, los apretaba y casi llegué al orgasmo. No podía más. Me levanté de la banca y me fui a los servicios. Entré en un WC, cerré la puerta y me masturbé, furiosamente, hasta correrme.

Por la tarde no tenia clase, cuando llegue al piso estaba Lara, le dije que le había cogido un vestido y que se lo devolvería, después de lavarlo. Me miraba de forma rara.

–¿Has visto la cinta no?

–Yo, no…Bueno. Sii, pero, pero no te preocupes, no diré nada, te lo juro.

–Bueno, guárdame el secreto, si no lo haces te lo haré pagar. ¿Está claro?

–Si, ssi. Muy claro. Puedes confiar en mí…. Pero… ¿por qué lo haces?

–¿Por qué va a ser? Por dinero. Bueno y por qué me gusta.

–¿Te gusta hacerlo con mujeres? Te vi, comiéndoselo a una chica.

–Pues claro, a veces es mejor que con los hombres, son más delicadas y saben donde darte para que te mueras de gusto. ¿Tú no has probado nunca hacértelo con otra?

–Noo. Bueno, alguna vez he intentado imaginármelo, pero no me pone.

–¿Te gustaría intentarlo conmigo? Lo vas a pasar bien, te lo aseguro. Además, tú me gustas.

–No sé. Me da vergüenza.

— Ven, acércate. ¿Te han besado alguna vez?

–Si, claro. En el pueblo, tengo novio desde hace seis meses.

–¿Y folláis?

–¡Nooo, que va! Si se enteran mis padres me matan. Nos besamos. Antes de venir a Sevilla, le dejé tocarme las tetas. Pero nada más.

Acarició mi mejilla, con el dorso de la mano, se acercó y rozo mis labios con los suyos. Sentí un escalofrío, me estaba besando una mujer. Y me gustaba. Cerré los ojos, me abandoné en sus manos. Me besó las mejillas, los ojos, la boca. Abrió los labios y con su lengua acarició los míos. Era delicioso, me estaba mojando, solo con besarme.

Me llevó a la cama, la suya era de matrimonio, la mía era de ochenta. Me empujó hacia el lecho. Yo me dejaba hacer, ella se dejó caer a mi lado, me acariciaba.

–¿Eres virgen, verdad?

–Si, por eso, tengo miedo.

–No te preocupes, no te robare tu virginidad, la conservaras intacta, eso solo te lo puede garantizar una mujer. De todos modos, es algo que deberías solucionar. Cualquier día, tropezaras con algún bruto, que te follará y tal vez te haga daño.

Me hablaba cerca de mi oído, seguía acariciándome, yo estaba cada vez más caliente. Me pasaba la mano por el muslo, hasta casi tocar mis braguitas, luego subía a mis tetas, sobre la ropa, las acariciaba, mis pezones se erizaban, me ponía la carne de gallina.

–¿Quieres que siga?

–Si, por favor, sigue, estoy ardiendo.

–Lo sé, putita, ya me he dado cuenta, que eres una calentorra. Tú servirías para el porno, te lo digo yo. Eres bonita, tienes un cuerpo precioso y me encantaría comerte tu bomboncito ¿Me dejas?

No contesté, me incorporé, me desnude del todo y me deje caer de espaldas, con las piernas entreabiertas.

Se reía, me acarició todo el cuerpo, lentamente, sin tocar mi rinconcito, me dio la vuelta, se puso en pie, se desnudó y se tendió sobre mi espalda. Su respiración en mi nuca me provocaba escalofríos, sentía mis muslos chorreando, se deslizó, rozando sus tetas por toda mi espalda y mi culo, con sus manos, abrió mis nalgas y metió la cara entre ellas. Lamia mi culo, lo chupaba, era extraño, pero la sensación muy agradable. Separó mis muslos y con una mano llegó a mi vulva, acariciaba los labios, desde el empeine hasta el ano, que seguía chupando. Cuando me toco el bultito, me dio como un calambre, me moría, que gusto, que placer mas grande. Grité. Me dio la vuelta, me lamía, me comía el chocho, me mordía los labios, el clítoris. No había sentido tanto gusto, nunca. De pronto fue, como una explosión dentro de mí vientre, que subía y bajaba y subía…Fue la primera persona que me tocó el coño. La primera vez que me corría con otra persona. Hasta entonces, solo yo, me había proporcionado placer, masturbándome.

La puerta del piso se abre.

–¡Eva! ¡Gaby! Estoy en casa. ¿Dónde estáis?

–Tu padre ha llegado. Ni mu ¡Eh!

–¡Estamos aquí, Carlos! ¡Ya vamos!

Carlos está en el salón sentado, leyendo el periódico.

–Vamos, que tengo poco tiempo ¿Qué hay para comer? ¡Ah! Traigo noticias.

–¿Buenas o malas?

–Depende de cómo se mire, tiene una parte buena, otra mala.

–La parte buena, es que me ascienden a director comercial.

–¡Vaya! Felicidades. ¿Y la mala?

–Pues, que tenemos que mudarnos a Barcelona.

–¿QUEEEEE? ¡Yo no voy! ¡Yo me quedo aquí!

–Gaby, tranquilízate. Vamos a estudiar el asunto con tranquilidad y ya veremos cómo lo hacemos. Ahora vamos a comer, la mesa está puesta.

–¡No mamá, que yo no voy a Barcelona!

Durante la comida no hablamos. Cada uno con sus pensamientos. Se avecinaba tormenta. Con lo tranquila que estaba….Lo de los videos, Gaby, ahora el traslado.

Carlos termina, se pone la chaqueta, coge el maletín, nos da un beso.

–Esta noche hablamos más tranquilamente. Pensad qué vais a hacer, esto va a ir muy rápido.

Se marcha.

–Mamá, puedes decir lo que quieras, yo a Barcelona no voy a vivir. Tengo mis amigos aquí, allí no conozco a nadie. ¿Y la facultad? Tendría que trasladar la matrícula. Profesores nuevos. ¡Y el problema de la lengua! ¡No sé hablar catalán! Un lio. Me quedo. Si te quieres ir con él, te vas. Yo, me quedo.

Miro a mi hija, nos parecemos mucho, somos rubias naturales, ojos claros, estatura media, un metro sesenta y cinco descalzas. A pesar de la diferencia de edad, tenemos la misma talla, lo que hace que nos peleemos por la ropa, los zapatos…. Es muy guapa. El problema es su carácter, por eso nos llevamos tan mal, es muy caprichosa, dominante. Si no se sale con la suya se pone hecha un basilisco.

–Gaby ¿Eres virgen?

–¡Mamá! ¿Qué pregunta es esa? ¡Pues claro que no! Eso ya no se lleva, hace dos años que lo hice por primera vez. Ahora podemos hablar de esas cosas ¿No? Después de conocer tu secretitooo.

–No te lo tomes a pitorreo, es serio. Cuando tu padre ha dicho de irnos a Barcelona, me ha dado un vuelco el corazón.

–¿Por qué?

–Porque allí fue donde se rodó la película, bueno, las películas. Fueron tres.

–Joder mamá, pues si me has salido puta. Y yo que creía que eras una mojigata, que no te habías tragado un rosco en tu vida. Vaya, vaya. Las sorpresas que se lleva una. Oye. ¿Te lo montaste con una tía? ¿Te gustó?

–Si, me lo monte, no con una, con varias. La primera vez fue con Lara, en el piso de estudiantes.

Aquella noche la pasamos juntas. Me comía el chichi como lo que era, una profesional. Y me enseño a comérselo a ella. Hicimos de todo. De un cajón sacó un arnés, con un dildo montado, me lo colocó a mí, se arrodillo en el suelo y se tendió en la cama, presentándome el culo. Me guió para metérsela en su coño. Y la follé.

Me gustaba aquello. Me encendía. El roce del arnés en mi pelvis, al penetrarla, me ponía a mil. Le costaba correrse, me obligo a darle más y más fuerte. A ella le costaba, pero a mí no. Yo me estaba corriendo como cuando me doy con el dedo. No es muy intenso, pero se mantiene el placer más tiempo.

Cuando ella llegó al clímax, a mí las piernas no me sostenían. Sudaba, mi coño era un reguero de flujo que corría por mis muslos. Se la saque, caí sobre la cama, rendida, por el esfuerzo y las corridas que, durante un buen rato iban y venían. Se tumbó a mi lado y me besó, tiernamente. Nos quedamos dormidas.

Aún no había amanecido cuando me desperté. Lara dormía a mi lado. Era muy bonita y tenía un cuerpo precioso, morena, más alta que yo, piernas largas y bien torneadas. Me fijé en los pies, los tenia pequeños, como de niña. La redondez del talón, los deditos en orden decreciente desde el gordo hasta el meñique, con las yemas redonditas y gorditas. No me había dado cuenta que se había despertado y me estaba mirando.

–¿Te gustan mis pies?

–¡Oh! Perdona. Si, son muy bonitos. Y muy cuidados.

–Puedes jurarlo. Son mis herramientas de trabajo.

–¿Cómo?

–Hay una forma de fetichismo, poco conocida, basada en el culto a los pies. En el mundillo de la pornografía se denomina Foot fetish. Y me he especializado en esto. O sea, follo con los pies. ¿Quieres probarlo?

–¡No! Por dios. Ya he probado bastantes cosas en las últimas horas. Gracias.

–Mira Eva, puedes pedirme lo que quieras, puedes usar mi ropa, mis zapatos y si necesitas dinero, pídemelo. Te ayudaré en lo que pueda. Por cierto. Este fin de semana, voy a Barcelona a un casting para una peli. ¿Te vienes conmigo?

–¡Que dices! Si no tengo dinero para pagarte el mes, ¿cómo voy a ir contigo a Barcelona?

–Pues muy fácil, tontina. Yo corro con todos los gastos, ahora eres mi confidente, conoces mi secreto y te debo tener contenta. Vente, verás cómo nos divertimos.

–Déjame pensarlo, aunque me da un poco de miedo. Lo más lejos que he viajado ha sido a Córdoba, a ver a mis tíos.

–Bueno, como quieras, tienes hasta mañana. Tengo que hacer las reservas para ir en avión.

–¿Cómo? ¿En avión? No me he subido nunca, que miedo.

–No seas tonta. Puede que sea la mejor experiencia de tu vida. ¡Decídete! No seas mojigata.

–Dios mío. Pero ¿De verdad me llevarías?

–Tú eres tonta. Te lo estoy diciendo. ¡Vamos!

–Sabes que te digo. ¡Que si! ¡Iré contigo!

–Estupendo. Te conozco mejor de lo que crees. Tienes espíritu aventurero. Y estas, muy buena. Déjame que te coma el chochito.

Y así fue. Me comió el chochito, se lo comí a ella, nos revolcamos como perras en celo. Me hizo sentir más gusto en una noche, que en toda mi vida anterior. Me masturbo desde que tengo uso de razón. Mi madre me pillo un día tocándome, sonrió, me abrazó y me enseño a darme gustito, me dijo que eso no podía saberlo nadie, era un secreto entre las dos. Nunca más me tocó, ni volvimos a hablar de ello. Yo tendría unos ocho años, desde entonces no he parado. Ahora, más de treinta años después de aquello, me sigo masturbando, sobre todo cuando tu padre me deja a medias.

Descansábamos cuando llaman a la puerta y se abre. Era Nati.

–Caramba, vaya lote de follar, se han dado las señoritas esta noche. Os oíamos tan entusiasmadas, que no os hemos querido molestar. Así que nos lo hemos montado Carmen y yo. Nos habéis puesto cachondas, no veas como gritabais. Veremos a ver si no hay quejas de los vecinos. Lara se reía.

–Déjalos que vengan, como estén buenos nos los follamos. Jajaja

–Lara, por favor, no digas esas cosas.

–¿Qué no diga qué? Cuéntale, Nati, lo que le hicimos el año pasado al vecino de aquí al lado. Jajaja

–¿Qué le hicisteis?

–Pues eso, nos lo follamos. Cuando se fue aún le temblaban las piernas. Jajaja

–Sois malas. Muy malas.

Los días que estuvimos en el piso, hasta que nos fuimos a Barcelona, los pasmos follando de todas las formas posibles. Estábamos como idas. Carmen y Nati se unían a nosotras y formábamos unas orgias inolvidables. Cada vez que me acuerdo mojo las bragas y han pasado casi veinte años.

Fui con Lara a Barcelona. Y así fue como entré en el mundo de la pornografía.

Pase muchísimo miedo en el avión, pero no pasó nada. En el aeropuerto estaban esperando a Lara. Un muchacho, alto, moreno, pelo corto, fuerte de gimnasio. Me llamaron poderosamente la atención sus brazos. Eran casi como mis muslos. Y guapo. Besó a Lara en la boca, se conocían. Me presentó y también a mi me besó, en la boca. Casi me mareé. El corazón me latía a mil. Balbuceé un, hola como estas, me sentía tan tonta. Subimos al coche y nos llevó por carreteras y calles a un piso en el centro histórico de la ciudad. Era grande, salas, salón, no sé cuantas habitaciones. Lara me llevó a una de ellas y se tumbó en la cama. Yo estaba muy cortada, no sabía qué hacer, como comportarme. Había más gente, cuatro chicas, guapísimas, tres chicos que hacían que mis bragas se mojaran, todos guapos. Me sentía rara. Desconocía aquel ambiente. Lara me miró, sonriendo.

–No te asustes, todo esto no es más que fachada. Los que ves aquí, son aspirantes a actores, que no han logrado serlo y se dedican a esto para sobrevivir. Como yo. Estudié arte dramático, pero no daba la talla. Me ofrecieron esto y acepté. Ahora me alegro. Quién sabe, quizá un día, consiga hacer realidad mis sueños. Ven aquí, a mi lado. No dejes que esto te intimide. Bésame.

Sus besos sabían dulce, sus caricias me enardecían.

–Ahora vámonos a comer. Te presentaré a todos. Ya verás lo simpáticos y alegres que son.

En el comedor, alrededor de una mesa grande se sentaron las cuatro chicas, los chicos y nosotras dos.

–¡Un momento de atención! ¡Esta belleza que aquí veis es, Eva!.

Se levantaron, casi al unísono repitieron, ¡Hola Eva! Y se sentaron a comer.

Durante la comida se gastaron bromas, uno de los chicos, el más bajo, se coló bajo la mesa. No me atrevía a mirar lo que hacía, pero si a la, o el que se lo hacía. Lara se reía mucho, me miró, se dio cuenta de lo escandalizada que estaba.

–No te asustes, solo son bromas, pero…coño, que me está…Jajaja…me ha apartado las bragas y me está metiendo los dedos en el coño. ¡Fuera! Jajaja.

–No ahora no te vayas mamoncete, sigue, que me has puesto cachonda. Jajaja Ya se me fue. Este muchacho es un calienta coños, le gusta provocar y dejarte a medias. Jajaja

–Observa, ahora se la está chupando a Javi, el rubio de ahí.

Efectivamente el chico se retorcía y tensaba los músculos de todo el cuerpo. Todos los presentes estaban pendientes de él. Respira hondo, apoya la cabeza en el respaldo de la silla, se arquea y se deja caer, sentado, con los ojos cerrados. Algo roza mis piernas, separan mis rodillas.

–¡Me está tocando a mí! ¿Qué hago Lara?

–Jajaja, ¡Déjalo! Si te gusta ¡Déjalo que toque!

Y me tocó, vaya si me tocó. Tiró de mis piernas, hacia delante, hasta casi sacar mi culo de la silla. Me agarre con ambas manos a la mesa. Metió la cabeza entre mis muslos, apartó las bragas y lengüeteó mi clítoris hasta hacerme llegar a un escandaloso orgasmo.

Se hizo el silencio, todos me miraban. Yo no sabía qué hacer. Qué vergüenza, pero, qué gusto me daba. Todos vieron como me corría, con aquel muchacho entre mis piernas.

Cuando salió de debajo, se vino hacia mí y me besó los labios, me los lamia, me dejó el sabor de mi coño en la boca.

Entonces, supe que estaba perdida. Aquello me gustaba.

Sonó un estruendoso aplauso de todos los presentes. Avergonzada, cubría mi cara con las manos. Lara me puso de pie y me abrazó. Apartó mis manos y me besó.

–Eva, puedes llegar a ser una estrella del cine X. Nunca he visto a nadie correrse como tú.

No sabía qué hacer, que decir. Me daba vergüenza mirar a los demás.

–Lara, por favor, déjame ir. ¡Qué vergüenza!

–Eva, si esto te hubiera pasado en otro lugar, con otra gente, tendrías razón para avergonzarte. Pero aquí estás entre amigos, que valoran esta facilidad tuya para correrte, como un don. Eres puro sexo, natural, salvaje, sin tapujos, sin falsedad.

Una chica, Bea, se acerca.

–Chica, como te envidio, no puedes imaginar lo mal que lo paso, para fingir orgasmos, es que no puedo llegar, cuando hay gente delante. Me corto y eso que llevo ya un año en esto. Pero no lo consigo. Además, siempre seca. ¿A qué, estás mojada?

–Pues, sí, lo estoy.

–A ver, ¿Puedo?

Sin esperar respuesta sube mi falda, las bragas siguen en un lado de la ingle, los labios expuestos, coge mi sexo, con la palma de la mano. La saca empapada.

–Joder Eva, estás chorreando. A mí, me tienen que estar regando, con lubricante a cada momento, cuando están grabando.

Se aleja muy mohína, refunfuñando.

–Al final me lo voy a tener que creer. Lara. ¿Se gana dinero con esto?

–Jajaja. No, si verás. ¿A que me quitas el papel?

Si, se puede ganar mucho dinero si usas la cabeza, pero tienes que valorar lo que pierdes. Es difícil para una actriz porno, casarse, formar una familia, tener hijos. Somos proscritas en esta sociedad hipócrita y falsa. Nos repudian por prostitutas, pero, en la soledad de sus casas, ven nuestros videos y se corren con nosotras. Tenemos que renunciar a una vida “normal”. Piénsalo, antes de decidirte.

–¿Y si pruebo? Si me gusta sigo, si no, lo dejo. ¿Puedo hacerlo?

–Teóricamente si, en la práctica es más complicado. ¿Qué quieres hacer? ¿Qué no quieres hacer?

–Bueno, quiero seguir virgen, por ahora. Me gusta lo que hemos hecho. ¿Puede ser que lo hagamos entre nosotras?

–A mi me encantaría. Pero te conozco, querrás seguir. Por tu virguito, no te preocupes. Lo respetarán. Pero ¿Y tu culito? Ahí no se nota lo que hagas. Y sé que te gustará.

–¿Por el culo? ¿Lo dices en serio?

Se dirige al muchacho a quien le chupaban la polla.

–Javi, ven un momento, por favor.

Se acerca. Se le ve amanerado.

–¿Que deseáis princesa? Estoy a vuestros pies. Por cierto Lara, quiero comértelos. ¿Cuándo me dejaras? Quiero chuparte esos deditos.

–Anda, déjate de pamplinas. Eva no se cree que pueda gozar con su culito. ¿Qué piensas tú?

–¿Qué, que pienso? Pues que es la mayor fuente de placer que existe. La naturaleza hizo ese agujero del tamaño y la forma adecuada para recibir una polla. Que a su vez fue diseñada para meterse en el culo. Si se hubiera hecho para el coño, tendría forma de lenguado, plana.

Mira chiquilla. Cuando pruebes el placer del anal, puede que se convierta en una fijación, y no quieras que te follen por el coño. Te lo digo yo, que me he tragado un montón de pollas por detrás.

–Pero eso tiene que doler.

–Si se hace bien, no. Como todo en esta vida, precisa de un aprendizaje, una adaptación, que aprendas a controlar tus esfínteres. A relajarlos. No hacerlo de golpe y a lo bruto. Siempre con mucho lubricante. Lo único que me gusta de la mujer es su ojete. Cuando quieras puedo enseñarte. Estoy seguro de que te gustará.

Me da un piquito en los labios y se va con los otros.

–¿Lo ves? Te queda mucho que aprender.

Y aprendí. Vaya si aprendí. Lara me llevó al casting. Nos trasladamos en coche hasta una casa en el campo, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. La verdad, yo estaba muy cohibida. En una habitación amplia, con una cama en medio, las paredes cubiertas con telas de distintos colores.

Y lo peor, un señor mayor, daba órdenes, un muchacho atendía a las luces, una chica llevaba una carpeta, anotando cosas y hablándole al oído al señor mayor. Lara me arrastro hacia él y nos presentó. A ella ya la conocía.

–Mario, esta es Eva, una buena amiga, ¿Puede participar en la prueba?

–Claro, es muy bonita, vamos a ver, si la quiere la cámara. Ahora quédate aquí y no te muevas ni hables.

Se preparan para rodar, hay tres cámaras.

La primera para la prueba fue Lara.

Al salir de la habitación donde la habían maquillado. ¡Dioss! Estaba preciosa. Su cara deslumbraba, dejo caer el albornoz celeste que la cubría, mi coño se agitó.

Una contracción involuntaria de los músculos vaginales. Cruce las piernas. Ella se acercó a la cama y subió con movimientos felinos. Mostró el culo a la cámara. Pude ver su sexo, brillante, húmedo. El orificio anal invitaba a lamerlo.

Una mano me cogió por la muñeca y tiró de mí. Me deje llevar, entramos a la habitación de donde había salido Lara.

Era una muchachita rubia bajita, el pelo muy corto, de facciones aniñadas, sonreía.

–Me llamo Berta, no te asustes, no nos comemos a nadie, bueno, a veces sí. Jajaja Voy a prepararte para escena. Desnúdate y coloca la ropa ahí.

–Yo me llamo Eva.

Me desnudé. Temblaba de miedo de emoción, no sé, por lo que era, pero temblaba.

–Ven cariño. Te voy a maquillar. A ver, como tenemos el chochito. ¡Uy! ¡Si estas mojada! Te voy a limpiar un poco. Pues no que me estoy poniendo caliente, cuando termines, si quieres nos lo montamos las dos.

–Bueno, yo… vengo con Lara.

–Que suerte tiene esa lagarta. ¿Te hago algo en el culo?

–No sé, no he hecho nunca nada de esto.

–¿Es tu primera vez? Que tierna. Bueno, no tengas miedo. Verás como todo sale bien. Ya estas, cúbrete con este albornoz y vamos al plató. No te harán nada en el culo hoy.

Tira de mi mano, al entrar en la sala se vuelven todos, me miran, estoy en el centro, al pie de la cama, donde Lara juega con un chico, al que no he visto antes, se están besando.

Berta tira del albornoz y me deja desnuda, delante de todos.

La primera intención fue, cubrir mis pechos con las manos y cerrar las piernas, juntando las rodillas. Pero cierro los ojos y dejo caer los brazos a lo largo del cuerpo, separo los pies. Sé que están viéndome desnuda, mis tetas, mi sexo. No me importa.

Lara se acerca por la espalda, sus manos sobre mis hombros, me besa en el cuello, la nuca. Me estremezco, de nuevo los latigazos en mi vientre. Me siento en la cama, a los pies, se acerca el otro muchacho.

Entre los dos me empujan hacia atrás y me tiendo, se dedican a acariciar todo mi cuerpo, mis piernas cuelgan a los pies de la cama, abiertas, mi sexo expuesto, a la vista de todos, me excitaba saber que me estaban mirando. Lara me besaba la boca, laceraba mis pezones, mientras el muchacho lamia mis labios vaginales, los mordía como me lo había hecho el otro chico bajo la mesa, el placer que me producían era insoportable, me picoteaba con la lengua el clítoris y no podía más.

Me habían llevado a la cima del placer, la sensación no se detenía, subía desde mi sexo a la garganta y bajaba de nuevo, para concentrarse en el coño. Vi, miles de estrellitas, en mi cerebro, destellos luminosos, con los ojos cerrados. Me contraje y me abrí de pronto, empuje a los dos y los aparté, para encogerme de nuevo, como una niña pequeña. Lloraba, de placer. Se acercaron Lara y el otro muchacho, para ver que me pasaba. Con la visión borrosa por las lágrimas, los miré a los dos, me reía, lloraba y me reía. Me abrace a los dos.

–Ha sido brutal. Maravilloso. Perdonadme por haberos empujado, pero no podía más. Sois estupendos.

Un nuevo aplauso general, a mi espalda, sentenció mi destino. En quince días empezaba el rodaje de la película. Firmé un contrato, para tres películas, en el que se especificaba que no habría penetración vaginal. Pero si anal. Y la hubo, vaya si la hubo

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Relato erótico: “Me follé a la puta de mi jefa y a su secretaria 1” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es mas sé sin lugar a dudas que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.
Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos. En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo, jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.
Soy un amargado. Con un coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología. Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.
Pero aún así me considero afortunado.
Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.
Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.
Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.
Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

“Será puta, seguro que son para ponerle verraco al presidente”, me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada mas pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.
Coño, ¡Qué gilipollas soy!, esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es unos de los juegos que practican”, pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.
Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.
Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.
Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

-Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá-.

-Vete a la mierda-.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia. Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía cosas más importantes en las que pensar.

-¿Qué haces?-, me preguntó al verme tan atareado.

-Se llama trabajo, o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?-.

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

-Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño-. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.
Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.
En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. “Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando”, pensé desanimado, “que idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía”.

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner a funcionar en veinte segundos.
Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

“Catorce, quince, dieciséis…”, estaba histérico, “dieciocho, diecinueve, veinte”.

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.
Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería. No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.
Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.
Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.
Deja de jugar, si quieres algo me llamas-, la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.
Qué previsibles son los humanos, sino me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina”, me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. “Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda”.

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.
A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.
Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

“Ya solo queda ocuparme del correo”. Una de las primeras decisiones de la guarra fue instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.
No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. “Se lo tienen merecido por no valorarme”,sentencié cerrando el ordenador.
Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.
Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.
Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al traste, pero confiaba en la lujuria que su fama y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.
Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N-414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.
Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. “Creo que no te las has quitado, so puta”, pensé muerto de risa, “sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra. Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición”.

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

-¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!-, protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

“¡Esto no me lo esperaba!”, me dije al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. “¡Son lesbianas!”, confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. “Esto se merece una paja”, me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en tener los pechos desnudos de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa. Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

“Que bien me lo voy a pasar”, me dije mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón, “estas putas no se van a poder negar a mis deseos”. Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!.

 

CAPÍTULO 2

Nada más salir de la oficina, fui a comprar en el sex-shop las famosa braguitas pero cambié de opinión y compré dos coquetos conjuntos compuestos de braga y sujetador, por lo que mi trabajo se multiplicó exponencialmente al tener que añadir nuevos artilugios a los que ya tenía preparados. Especialmente difícil fue adaptar a los tangas unas bolas chinas y un estimulador anal, pero no me importó al saber lo mucho que iba a disfrutar viendo a mis presas corriéndose a mi merced.
Para estimular mi creatividad, puse en la pantalla de 42 pulgadas la escena que había grabado esa tarde. Me encantó ver a cámara lenta como esa zorra se corría, pero más descubrir que había apagado el monitor antes de tiempo, porque cuando ya creía que todo había acabado, la zorra de Doña Jimena subió a su secretaría a la mesa y quitándole las bragas, se dedicó a hacerle una comida impresionante.

“Esta guarra tiene dotes de actriz porno”, pensé al verla separar los labios de su empleada y con brutal decisión introducirle tres dedos en la vagina mientras con su lengua se comía ese goloso clítoris.

Anonadado, me relamí al observar que la jovencita se dejaba hacer y que facilitaba la penetración de la que estaba siendo objeto, sujetándose las piernas con las manos. Su siniestra jefa debía estar fuera de sí porque, mordiéndole los rosados pezones, forzó aún más el sexo de María haciendo penetrar toda su mano en el interior.
Vi a la muchacha gritar de dolor y como si fuera una película muda de los años 20 veinte, correrse ante mis ojos. Todavía insatisfecha, Jimena tiró todos los papeles de la mesa para hacerse hueco y subiéndose encima de su amante, buscó nuevamente su placer con un estupendo sesenta y nueve. Desgraciadamente, había programado que la grabación durara quince minutos y por eso no pude deleitarme más que con su inicio.

“No hay problema. Jimenita de mi alma tendrás que repetirlo muchas veces antes de que me canse de ti”, me dije mientras apagaba la televisión y me ponía a trabajar.

Me había pasado toda la puta noche en vela, pero había valido la pena sobre la mesa del comedor tenía los artilugios, productos de mi mente perversa, listos para ser enviados. Con paso firme, salí de mi casa rumbo a la oficina, pero antes hice una parada en un servicio de mensajería, donde pagué en efectivo y exigí que los dos paquetes debían de ser entregados sobre las doce.
Al aterrizar en mi puesto de trabajo, el orgullo no me cabía en las venas, gracias a mi inteligencia y a un poco de suerte, iba a tener un día muy entretenido. Haciendo tiempo, releí el mail que esa misma mañana le había mandado a mi deseado trofeo.

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 08:33
Para: “la zorra”
Asunto: Curioso video

 

Mi estimada zorra:

Te anexo un curioso video que por casualidad ha caído en mis manos, sino quieres que circule libremente por la empresa, deberás seguir cuidadosamente mis instrucciones:

1.- Como no tardarás en averiguar, he colocado una cámara en tu biblioteca. No la quites.

2.-Hoy antes de las doce, recibiréis un paquete María y tú. Debéis ponéroslo en tu oficina para que compruebe que me habéis hecho caso.

3.-Esperarás instrucciones.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Me encanta tu culo, so guarra.
 

Sonreí al terminar, la puta acostumbrada a machacar a los hombres se iba a cabrear al leerlo, pero se iba a mear encima del miedo al visualizar su contenido. Desde que nació, se había ocupado solamente de satisfacer su ciega ambición, sin importarle que callos tuviera que pisar o que hombre tirarse para conseguirlo y por primera vez en su vida sentiría que todo eso por lo que había luchado se iba al garete.
Ni siquiera me importó esa mañana que González hiciera una de sus bromas al saludarme. Aunque no lo llegara nunca a saber, desde esa mañana, yo era el jefe. Cualquier cabrón que se me pusiera en mi camino sería despedido y todo gracias a que un viernes entré en un sex-shop a comprar una película porno.

“Te adoro mi querida Jenna Jameson”.

Al oír el sonido característico de sus tacones, encendí el monitor, minimizando el tamaño de la imagen para que nadie me fuera a descubrir. Me descojoné al comprobar que Doña Jimena cumplía escrupulosamente con su rutina. Besó en la mejilla a la secretaria, preguntó que tenía ese día tras lo cual, entró en su oficina y tras quitarse la chaqueta, encendió el ordenador. Se la veía tranquila, sacando un espejo de su bolso, retocó su maquillaje mientras se cargaba el sistema operativo.

“¡Que pronto se te quitará esa estúpida sonrisa!, puta”.

Con la tranquilidad producto de saberme seguro, esperé a que leyera mi e-mail. Su cara se transformó, pasó de la ira al desconcierto y de ahí a la profunda angustia. No pudo reprimir un grito al ver que le acababa de enviar la tórrida escena de ayer. María, al oír su grito, entró pensando que le había ocurrido algo, para descubrir a su amada jefa llorando desconsoladamente mientras en el monitor ella le estaba besando los pezones.

-¿Qué coño es esto?-, creí leer en sus labios.

Haciéndole un gesto la obligó a callar y sacándola del despacho se encerró con ella en la sala de juntas. No tuve que ser un genio, que lo soy, para imaginarme esa conversación. La zorra de la “Directora General” seguro que tuvo que convencer a su amante de que no tenía nada que ver con esa filmación y explicarla que eran objeto de un chantaje. Conociendo su trayectoria, Doña Jimena no se iba a quedar con las manos atadas, e iba a intentar atrapar y vengarse de quien le había organizado esa trampa. Tardaron más de un cuarto de hora en salir, al hacerlo el gesto de la jefa era duro y el de la secretaria desconsolado, por eso no me extrañó que nada más volver a su asiento, se pusiera a escribirme un mail de contestación. Pacientemente esperé a recibirlo, no tenía prisa, cuanto más tirara de la cuerda esa mujer, más sentiría como se cerraba la soga alrededor de su cuello.

De: “la zorra”
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 9:45
Para: “Tu peor pesadilla”
Asunto: Re: Curioso video

 

Mi peor pesadilla:

No sé quién eres, ni qué es lo que buscas. Si quieres dinero dime cuanto, pero por favor no envíes este video a nadie más.

Atentamente.

Tu estimada zorra

P.D. Me encanta que te guste mi culo.

 

“¡Será hija de puta!, no esperará que me crea sus dulces palabras. La muy perra debe de estar planeando algo“, pensé al leer lo que me había escrito.

Estimulado por la sensación de poder que me nublaba la razón, empecé a escribir en mi teclado que esperando mis instrucciones, si quería podía darme un anticipo con un toqueteo de tetas frente a la cámara pero cuando estaba a punto de enviarlo, lo borré. No debía caer en su juego. Primero tenía que recibir mi regalo.
Durante diez minutos, esperó mi respuesta, poniéndose cada vez más nerviosa. Al ver que no le contestaba decidió ponerse manos a la obra y cogiendo su bolso, salió de su despacho. La vi dirigirse directamente hacia el departamento de personal. Su paso ya no era tan seguro, miraba a los lados buscando a alguien que la estuviera vigilando.
La reunión no duró en exceso y cuando salió su cara reflejaba su cabreo.

“¿Malas noticias?, pequeña zorra”.

Doña Jimena, en vez de volver a su cubículo, se metió nuevamente en la sala de juntas.

“No quieres que te vea, ¿verdad?”, estaba pensando cuando de repente sonó mi teléfono.

Al descolgar, oí su voz:

-¿José Martínez?-.

-Sí, soy yo-, respondí.

-Soy Jimena Santos, necesito que venga a verme. Estoy en la sala de juntas ejecutiva. Dese prisa y no le diga a nadie que le he llamado-.

-No, se preocupe señora, ahora mismo voy-, le contesté acojonado por enfrentarme a ella.

No podía creer que me hubiese descubierto tan pronto, no era posible que esa zorra hubiera adivinado el origen de sus problemas. ¿Cómo lo había hecho?, y lo peor, no tenía ni puta idea de que decirle. ¡No estaba preparado!. Derrotado entré a la habitación.
Sorprendentemente amable, me invitó a sentarme frente a ella y cogiéndome la mano, me dijo en voz baja:

-José, tengo un problema y según el director de recursos humanos, tú eres el único capaz de ayudarme a resolverlo-.

-¿Qué le ha pasado?-, le pregunté un poco más seguro, al ver que esa zorra estaba usando todas sus dotes de seducción.

Un hacker se ha metido en mi ordenador y me consta que ha puesto una cámara con la que espía todo lo que hago. Quiero que descubras quién es, sin que se percate, por lo tanto debes de tener cuidado, el tipo es bueno, trabajarás solo en el despacho que hay frente de mí. Te ordeno completa confidencialidad-, y entornando los ojos me dijo:-Sabré como compensarte-.

“Estúpida de mierda, estás poniendo al zorro a cuidar de las gallinas”, pensé mientras le prometía que haría todo lo posible y que la mantendría al tanto de mis progresos.

Al volver a mi estrecho cubículo, cogí todos mis papeles, las pruebas y los resultados y se los tiré encima de la mesa a González:

-¡Qué coño haces!-, irritado me gritó.

-Me acaban de asignar otro proyecto. Te quedas solo, tienes catorce días para terminarlo-.

Entusiasmado más por la venganza que por mi súbito ascenso, recogí mis bártulos y corriendo me fui a instalar en mi flamante despacho. Tenía que darme prisa ya que el mensajero no tardaría en llegar y debía de estar conectado cuando hiciera entrega de los paquetes, para dar a esas perras instrucciones precisas. Al sentarme en mi nuevo sillón, casi me corro del gusto, no solo era cómodo sino que desde ahí tenía una perfecta visión de la jefa y de su secretaria.
Acababa de ubicarme cuando María tocó mi puerta:
José, vengo a decirte que Jimena me ha pedido que te ayude en todo lo que necesites-.

-Gracias-, le respondí un poco acobardado.

-¿Quieres un café?-.

-No me apetece, otro día-.

Que servilismo el de esa puta. Necesitaban a un buen informático y como yo era el mejor disponible, no tenían reparo ahora en rebajarse a hablar conmigo, pero durante los dos últimos años, para la preciosa jovencita y la zorra de Jimena, yo no existía. “¡Eso iba a cambiar!”,sentencié justo en el momento que vi por el pasillo llegar al mensajero.
Completamente histérica, la secretaría firmó el recibí de la mercancía y cogiendo los dos paquetes, entró en el despacho de su amante. Encendí la cámara, para ver qué es lo que ocurría tras esa puerta cerrada.
María y la Doña abrieron sus respectivos paquetes para descubrir los coquetos conjuntos. Fue entonces cuando supo mi jefa que era lo que quería el chantajista, no tardó en descubrir los estimuladores de pezones, así como los demás artilugios y desnudándose mecánicamente frente a la cámara, se vistió con mi regalo, introduciéndose en su coño las bolas chinas y colocándose estratégicamente el estimulador anal, tras lo cual ordenó a María hacer lo mismo mientras ella escribía en su ordenador con el ceño fruncido un mensaje.
No tardé en recibirlo. En él, Jimena me decía que ya habían recibido el regalo y que esperaban instrucciones. Rápidamente le contesté, el juego no acababa más que empezar:

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 12:01
Para: “la zorra”
Asunto: Instrucciones.

 

Mi estimada zorra:

Tenéis diez minutos de relax, antes que ponga en funcionamiento los hábiles dispositivos que como ya has visto he incorporado. Tomároslo con tranquilidad. Si no quieres que todo se haga público, deberéis seguir al pie de la letra las siguientes instrucciones:

1.- Durante diez días, no os lo quitareis. He instalado un sensor que me avisará que lo habéis hecho.

2.- Quiero veros a las dos frente a la cámara diariamente a las cinco de la tarde.

3.-Disfrutar.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Te tengo en mis manos. Si quieres mear o cagar, dispondrás solo tres minutos antes que me avise.

Creo que la puta se esperaba algo peor porque me pareció percibir alivio en su cara al leer mi mensaje. En cambio, María estaba super nerviosa, por sus gestos supe que estaba echándole en cara que ella tenía la culpa de la situación en la que ambas estaban inmersas. Todo estaba listo, solo debía sentarme a esperar a que el programa por mi diseñado diese sus frutos. “¡Soy un puto genio!”, pensé convencido del resultado que la serie de estimulaciones sexuales previamente programadas iba a tener sobre la libido de esas dos mujeres.
La primera en sentir que se ponía a funcionar fue la jefa. Sentada en el sillón, sus piernas se abrieron involuntariamente cuando su clítoris recibió las primeras vibraciones. Con un gesto avisó a su secretaría que ya venía. María se sentó en la mesa resignada. Poco a poco la potencia del masaje fue creciendo, encendiéndose además el mecanismo oculto en las bolas chinas. Fue cojonudo ver cómo ambas tipejas cerraban los ojos, tratando de concentrarse en no sentir nada. “Qué equivocadas estáis si pensáis que vais a soportarlo”, me dije disfrutando como un cerdo. El masaje continuado que estaba recibiendo se aceleró justó cuando sus pezones recibieron las primeras descargas. Las vi derrumbarse, lloraron como magdalenas al sentirse violadas. Sus cuerpos las estaban traicionando. Cada una en un rincón del despacho, se acurrucó con la cabeza entre sus piernas, temerosas que la otra viera que estaba disfrutando, de reconocer que se estaba excitando.
Con el vibrador, las bolas chinas y las pezoneras a máximo rendimiento, ambas mujeres intentaba no correrse cuando el estimulador anal comenzó a masajear sus esfínteres. Doña Jimena tumbada en el suelo se retorcía gimiendo mientras María tirada sobre la mesa no paraba de moverse y cuando ya creían que se iban a correr, todo acabó. Incrédulas se miraron a los ojos, incapaces de confesar a la otra que la sesión las había dejado mojadas e insatisfechas y que de no ser porque el chantajista se enteraría, se lanzarían una contra la otra a terminar lo que él había empezado.

“Ahora, otros veinte minutos de relax tras los cuales una suave estimulación intermitente que os va a tener todo el día excitadas”.

Las vi vestirse sin mirarse. Sus semblantes hablaban de derrota y de humillación. Se sabían marionetas, muñecas hinchables de un ser malévolo que desconocían. María salió de la habitación sin hablar y corriendo fue al baño a echarse a llorar desconsolada, en cambio Doña Jimena se tomó su tiempo, se pintó, se peinó y cuando ya se vio suficientemente tranquila, vino a mi despacho.
Se la veía tensa al entrar y sentarse frente a mí:

-¿Qué has averiguado?-, me preguntó.

Haciéndome el inocente, bajando la mirada le contesté:

-Más de lo que me hubiese gustado-.

-¿A qué te refieres?-.

Tomando aire, le repliqué:

-Usted me pidió que intentara averiguar quién se había colgado de su ordenador y al hacerlo no he tenido más remedio que leer sus mensajes y ver lo que acaba de pasar. Jefa, ¡Ese hacker es un verdadero cabrón!-.

Se quedó cortada al oírme, durante unos instantes se quedó pensativa. Poniendo un gesto serio, me dijo:

-Cierra la puerta-.

Obedientemente, me levanté a cerrarla. Al darme la vuelta, me sorprendió ver que la mujer se estaba desvistiendo en mi presencia. Viendo mi desconcierto, ruinmente se explicó:

-No creas que me estoy ofreciendo. ¡No estoy tan necesitada!, lo que quiero, ya que lo sabes todo, es que revises que narices ha hecho ese hijo de puta y si hay alguna forma de desconectarlo sin que él lo sepa-.

Profesionalmente me arrodillé frente a esa mujer casi desnuda y haciendo como si estuviera revisando los mecanismos, le pedí permiso para tocarla, ya que para cumplir sus órdenes no tenía más remedio que hacerlo.

-¡Hazlo!, no te cortes, no me voy a excitar porque me toques-, me respondió altanera, dejándome claro que no me consideraba atractivo.

“Cacho puta, en una semana vendrás rogando que magreé tus preciosas tetas“, pensé mientras retiraba suavemente la parte delantera de su mojada braga. Inspeccionando el vibrador llegó a mis papilas el olor al flujo que la pasada excitación había dejado impregnado en la tela.“Que rico hueles”, pensé y tirando un poco del cordón que llevaba a las bolas chinas, dije:

Señora, me imagino que el final de este cordón es en un juguete, ¿quiere que lo saque para revisarlo?-.

-Si lo crees necesario, no hay problema, pero date prisa, ¡es humillante!-.

Una a una, saqué las bolas de su sexo todavía humedecido. El adusto gesto de la perra me decía que consideraba degradante el tenerme ahí jugueteando con sus partes íntimas. Poniéndolas en la palma de mi mano, las observé durante un instante y, sin decirle nada, se las reintroduje de golpe.

-¡Qué coño haces!, ¡Me has hecho daño!-, protestó.

Riendo interiormente, le contesté:

-Lo siento pero al descubrir que llevaba un sensor, he creído que debía de volverlas a colocar en su lugar-.

A regañadientes aceptó mis disculpas, mordiéndose sus labios para no hacer evidente que la ira la dominaba.

-¿Puede darse la vuelta?-, le pregunté, -debo revisar la parte trasera-.

Sumisamente, se giró poniendo su culo a mi disposición, momento que aproveché para lamer mis dedos y probar, por primera vez, su flujo. Con bastante más confianza, puse mis manos en sus nalgas.

-Tengo que …-

-Deja de hablar y termina de una puñetera vez-, me gritó enfadada que le fuera anticipando mis pasos.

Separando sus cachetes, descubrí que la guarra además de tener perfectamente recortado el vello púbico, se depilaba el culo por entero.“Qué bonito ojete”, me dije mientras recorría los bordes de su rosado esfínter con mi dedo. El estimulador anal se introducía como había previsto dos centímetros en su interior. Tenerla ahí tan cerca, provocó que la sangre se acumulara en mi pene, produciéndome una tremenda erección que, cerrando la bata, intenté disimular.
Solo quedaba revisar el sujetador. Poniéndome en pié, la miré. Sus negros ojos destilaban odio contra el culpable de esa brutal deshonra a la que se veía sometida por tener que dejarse sobar por mí. Haciendo caso omiso a sus sentimientos, le expliqué que en el cierre del sostén tenía escondido un sensor y la batería, para que no saltar debía de inspeccionar el mecanismo sin quitárselo.
Ni siquiera se dignó a contestarme. Ante su ausencia de respuesta, palpé por fuera esos pechos, con los que tanta noches me había masturbado, antes de concentrarme en teóricamente descubrir cómo funcionaba las pezoneras. Seguía teniéndolos durísimos, como de quinceañera. Introduciendo un dedo entre la tela y su piel, estudié las orillas del mecanismo aprovechando para disfrutar de su erizada aureola.
Actuando como un médico que acaba de auscultar a su paciente, me alejé de ella y sentándome en mi asiento, le pregunté:

-¿Quiere que le haga un resumen?-.

-Eso espero, cretino-.

-Lo primero y más importante es que el hacker es un empleado o directivo de esta empresa-.

-¿Cómo lo sabes?-, me respondió por primera vez interesada.

-Es fácil, ha utilizado al menos dos dispositivos desarrollados por nosotros y que no están en el mercado-.

Se quedó meditando durante unos instantes, consciente que tenía el enemigo en casa y que sería mucho más difícil el sustraerse a su vigilancia pero que a la vez tendría más oportunidades de descubrirlo, tras lo cual me ordenó a seguir con mi análisis.

-Desde el aspecto técnico es un técnico muy hábil. El mecanismo es complejo. Consta sin tomar en cuenta a los estimuladores que usted conoce, con tres sensores, dos receptores-emisores de banda dual y baterías de litio suficientes para un mes de trabajo continuo-.

No acababa de terminar la breve exposición cuando pegando un grito, me informó que se acababa de poner en funcionamiento nuevamente. Yo ya lo sabía, habían pasado los veinte minutos de relax que el programa tenía señalado. Alterada al no saber que solo iba a ser un suave calentamiento, me pidió que agilizara mi explicación.

-Se controlan vía radio y GPS, luego les aconsejo que no visiten aparcamientos muy profundos, no vaya a ser que al perder la señal crea que los han desconectado-.

-Entiendo-, me contestó con una gota de sudor surcando su frente,- ¿y qué sabe de la cámara y del correo?-.

-Ahí tengo buenas y malas noticias. Las buenas es que es sencillo hacer un bucle a la imagen-.

-No entiendo-.

-No se lo aconsejo, pero si usted necesita estar en su despacho sin que la vea, puedo crear una serie de secuencias en las que no haya nadie en la habitación o por el contrario, algo anodino como que usted este sentada en la silla trabajando pero se corre el riesgo que si el hacker quiere jugar con usted, interactuando, se daría cuenta al no corresponder la imagen con lo que realmente está ocurriendo-.

-¿Y las malas?-.

-Bien se lo voy a explicar cómo se lo expondría a un profano. Si se pierde, me lo dice. Verá, desde el CPU de su ordenador ha establecido una compleja red por internet que va saltando de una IP fija a otra cada cinco segundos dificultando su rastreo. Para poder averiguar donde está ubicado, deberé de obtener muchos registros pero para ello debe forzar a ese tipejo a contactar con usted-.

-No le comprendo-, me contestó angustiada.

Déjeme exponérselo crudamente. La cámara, aunque está permanentemente funcionando, no emite nada, a menos que el hacker lo deseé. Es decir, solo iré acumulando registros mientras la esté observando en directo, por lo que si quiere rapidez, deberá provocarle y que se mantenga en línea lo más posible-, por mis cálculos, en pocos segundos su estimulación se iba a acelerar y la mujer iba a salir corriendo de mi oficina, por lo que siendo un bruto, le dije: -¡Tiene que ponerlo cachondo para que yo pueda localizarlo!-.

Lo haré. No se preocupe, tendrá sus registros-, me contestó, saliendo directamente de mi oficina.
Al verla irse, me reí:

“Lo que no sabes es que cuanto más te excites, más rápida será tu sumisión absoluta. Llegará el momento que solo con pensar en tu chantajista, te correrás como la perra que eres. Y no me cabe duda que para entonces, sabrás que yo soy el objeto de tu deseo”.

 

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 3” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 3.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Las compañeras de apartamento de Cynthia la miraban boquiabiertas, ellas aún estaban vestidas con su ropa de dormir pero la estudiosa del grupo ya estaba arreglada y lista para salir, lo que era normal un sábado, pero la manera en que estaba arreglada las había dejado sin aliento.
– ¡Hola Cintis! -la saludó efusiva la rubia, Ana, con la que mejor se llevaba.
– ¡Te ves muy bien! -la halagó la pelirroja de piel apiñonada, Mitzy, la más coqueta.
– ¿A que se debe la sorpresa? -dijo con mal disimulado desdén la chica de piel blanca y cabello negro, Ariadna. Evidentemente con la que peor relación tenía.
La linda morena no pudo evitar sonrojarse al llamar la atención de esa manera, pero ni siquiera estaba segura de porque se había vestido así, se sentía avergonzada, pero también empezó a percibir un suave cosquilleo entre sus piernas y en su vientre.
– Oh… no es nada, solamente me dieron ganas de arreglarme un poco para ir de compras…
– ¿En serio? Pues estás hablando con las personas correctas -le dijo sonriente Mitzy- danos quince minutos y te acompañamos, sabemos dónde encontrar las mejores ofertas…
– Gracias pero yo… -balbuceó Cynthia intentando explicar que solamente quería comprar víveres.
– Vamos, vamos, no tienes que agradecerlo, te encantará, es la ropa más sexy y de moda que puedas encontrar.
– Seeeexy… -la palabra hizo eco en la mente de la joven, haciendo que le faltara el aire por un momento.
– Oh… yo… bueno, de acuerdo -finalmente respondió- si me ayudan a escoger…
– Claro Cinthis, encantadas, me alegra ver que decidiste soltarte el pelo y atreverte… -le dijo la rubia entre risas.
– Bueno, veremos si tienes salvación… -dijo fríamente la trigueña que siempre había visto a la estudiosa morena como a una inferior.
Los quince minutos se convirtieron en una hora de arreglarse, pero finalmente salieron las cuatro y se dirigieron a una enorme plaza comercial en el auto de Ariadna.
Las chicas sabían cómo lucirse: usaban minifaldas, pantalones cortos, escotes pronunciados y tacones altos, sin embargo Cynthia no lucía fuera de lugar en absoluto, de hecho se destacaba por su belleza, su elegancia y su encantadora timidez.
Pronto estaban probándose todo tipo de prendas y luciendo preciosas con todas, Mitzy y Ana escogieron para la morena minifaldas, pantaloncillos minúsculos, así como blusas y camisetas escotadas.
Algunas prendas en elegante color negro, otras en colores casi chillantes. Se reían y gritaban emocionadas mientras Ariadna las observaba desde un sillón con aire aburrido.
– Que bien me la estoy pasando -tuvo que admitir la joven morena para sí misma, pues no acostumbraba salir con sus compañeras, excepto claro por Ana. Sin embargo tenía una inquietud, al pasear por la plaza pronto se dio cuenta de que los hombres con que se cruzaba la miraban atentamente, sobre todo sus piernas, algunos impresionados, otros con franca lujuria, incluso un par de chicas la habían observado de una forma que mostraba más que admiración, sin embargo lo que la confundía era que por un lado tantas miradas y atenciones la avergonzaban, haciendo que se sonrojara pero a la vez se sentía acalorada y el cosquilleo en su entrepierna aumentaba de forma muy placentera.
– ¿Qué me pasa? -pensaba excitada mientras se pasaba lentamente dos dedos por los labios, después de descubrir a un par de adolescentes que la seguían por la plaza como perritos falderos. No podía saber que aunque le avergonzaba la atención que recibía de los demás X la había condicionado para excitarse precisamente por ello. Finalmente, después de comer en la plaza, volvieron al apartamento a descansar.
– Vaya día… -dijo Ana a la vez que entraba con varias bolsas de tiendas a su cuarto-necesito recostarme, te veo al rato Cinthis…
– Creo que haré lo mismo Ana… -dijo la joven a modo de despedida, a la vez que en la sala se escuchaba a Ariadna y a Mitzy todavía platicando. Entró en su cuarto, dejó las bolsas junto a la cama y se recostó sonriente.
– Que bien me siento, aunque muy cansada… -pensó la chica al mirar al techo y por primera vez desde que llegó a la ciudad sintió que las chicas eran más que compañeras de apartamento- creo que ya pronto empezaré a salir a divertirme con amigas. Se sentó y miró sus bolsas llenas de ropa, pensó sacarla y acomodarla, pero solamente un momento antes de hacer un gesto de molestia y volverse a recostar.
– Nnnhhh… estoy cansada, mañana lo haré… -susurró para sí mientras rápidamente se quitaba la blusa y los pantaloncillos, tras lo cual dormitó un rato vestida únicamente con su ropa interior… y sus zapatillas de Scorpius.
Un rato después Cynthia regresaba a su cuarto tras terminar de cenar con las chicas y recordar entre risas las anécdotas del día. Excepto claro por Ariadna que había intentado varias veces molestarla con frases hirientes.
– Es ropa preciosa pero no creo que alguien como tú tenga lo necesario para usarla -le había dicho con una mueca burlona a la primera oportunidad, pero de nuevo no recibió apoyo de las otras chicas así que poco más pudo hacer contra la morena.
Incluso se planteó la posibilidad de salir todas juntas a bailar para estrenar sus compras, pero las chicas estaban aún cansadas de haber salido la noche del viernes y además haber ido de compras hasta la tarde del sábado, pero quedaron en salir a divertirse el siguiente fin de semana.
Ya con su holgada camiseta por pijama y habiéndose quitado al fin sus zapatillas la joven se recostó lista para dormir viendo algo de televisión. Horas después dormía profundamente boca arriba, su rostro de lado, sus brazos relajados a los lados, sus piernas ligeramente separadas.
A las 3 de la madrugada la computadora de la chica se encendió con un suave murmullo, al instante una música inaudible revivió a las zapatillas bajo la cama, en minutos ya estaban subiendo por las cobijas, y luego, latiendo suavemente, se apoderaron de los pies de la indefensa mujer, las correas como dedos controlando sus tobillos y causándole de nuevo un pequeño orgasmo al ajustarle las zapatillas en los talones.
– Ooohhh -gimió de nuevo, pero sin poder despertar debido al sopor sobrenatural del calzado. Las piernas se tensaron y flexionaron, luego se cruzaron y descruzaron elegantemente, las puntas de sus pequeños pies se deslizaron sobre las sábanas de forma acariciante, y entonces siguieron moviéndose obedeciendo a una voluntad ajena a la suya.
Esta vez el sueño era diferente, vestía una serie de capas de tela ligera, se miró en una fuente y descubrió que lo único que veía de sí misma entre tanta tela eran sus expresivos ojos maquillados de forma exótica y sensual, sus manos tatuadas con extraños motivos geométricos y sus pies desnudos adornados con pulseras y cascabeles.
En la realidad y a ritmo con la música se movía por la habitación, su cabeza inclinada levemente, como sonámbula se recogió el cabello en un peinado alto y empezó sacar ropa de las bolsas que dejó junto a la cama. Entonces empezó a vestirse, lenta y sensualmente, como en una especie de striptease inverso.
En el sueño escuchó un carraspeo tras ella y al darse vuelta se encontró con alguien que identificó como un rey, vestido con ropas elegantes y exóticas, reclinado en un extraño diván o sofá, mientras la observaba expectante.
Minutos antes en Hong Kong, el discreto personal de una pequeña y nueva empresa de Internet puso a funcionar su página por primera vez, mientras en otra ciudad más cercana a donde vivía Cynthia un joven de cabello corto había encontrado una nueva página web que prometía grandes placeres eróticos por medio del Internet.
El sitio se llamaba www.bailarinas-esclavas.com, y parecía que estaba a punto de estrenarse, la gran cantidad de testosterona en su cuerpo adolescente rápidamente lo impulsó a entrar al sitio.
– No hará daño si doy un vistazo… -pensó brevemente mientras se abría la página.
En segundos pudo ver un fondo negro con el nombre del sitio en exóticos caracteres plateados. Un instante después entre luces brillantes aparecía la leyenda:
¡Estás estrenando nuestro sitio! Recibes de regalo una sesión de cortesía con una de nuestras primeras bailarinas-esclavas. ¡Disfrútalo!
Con una sonrisa complacida el adolescente dio clic, rápidamente un programa de autodiagnóstico se activó y revisó si la computadora cumplía los requisitos mínimos: tarjeta de vídeo, bocinas, micrófono, etc. En segundos apareció otro anuncio:
Todo funciona. Puedes empezar. ¡Bienvenido!
Unas cortinas rojas creadas por computadora aparecieron y se descorrieron mostrando a una mujer en una habitación a media luz, aparecía de cuerpo completo, de pies a cabeza era esbelta y de piel morena e iba vestida de forma sexy aunque no escandalosa.
Llevaba una bella y ajustada blusa blanca de manga corta y botones abierta hasta la mitad, dejando ver un apetitoso escote del que se asomaban parte de las curvas de sus senos, parecía no llevar bra.
En sus caderas colgaba una linda minifalda elástica color azul cielo que exhibía cada curva de la chica y que apenas llegaba a medio muslo, dejando expuestas unas bellas y esbeltas piernas morenas. En sus pies llevaba unas zapatillas de altísimo tacón de aguja del color de la falda, eran puntiagudas, estilizadas y llevaban un delicado juego de delgadas pulseras sujetando sus tobillos.
– ¡Guaaauu! Que belleza -pensó el boquiabierto muchacho. Se dio cuenta de que el rostro de la chica estaba cubierto por una especie de capucha o pasamontañas negro que cubría por completo su cabeza, lo que le pareció algo extraño, incluso siniestro- vaya… de veras quieren mantener su anonimato.
Pero en un instante se olvidó de todo cuando vio como la mujer empezaba a mover sus hombros y caderas en un suave vaivén mientras flexionaba una de sus preciosas piernas siguiendo el ritmo con una melodía de jazz que había empezado a sonar en las bocinas del adolescente.
La música era sensual, cadenciosa, pero la chica no se movía de su lugar, solamente marcaba el ritmo, sin embargo el admirador ya parecía atrapado ante esa visión.
– Dios… como se mueve… -murmuró el chico embelesado sin perderla de vista.
En ese momento la música cambió de ritmo, aceleró y se volvió aún más poderosa. Al instante la bailarina-esclava levantó los brazos y extendió su pierna derecha hasta ponerla horizontal antes de lanzarse al frente y empezar a bailar.
En su sueño Cynthia vio como el rey hizo una seña con la mano y una exótica música empezó a sonar, al momento sintió un gran placer que la hizo arquear su espalda y sin poder evitarlo empezó a bailar.
– Nnnhh… que bien… se siente… -gimió de placer y en voz alta casi sin darse cuenta. El rey ante ella sonrió satisfecho y lujurioso mientras la confundida joven bailaba por el salón, agitando sus hombros y caderas con la música.
En su computadora el adolescente miraba embobado a la mujer mientras movía su cuerpo al ritmo de la canción, nunca había visto a una chica bailar así, la sensualidad brotaba con cada paso, de cada poro de su lozana piel, eran movimientos entre árabes, africanos y latinos tan candentes que casi sin darse cuenta el chico se bajó el cierre del pantalón, sacó su miembro duro y excitado y empezó a masturbarse.
– Mmm… -gruñó al ver como la mujer se ponía de espaldas a él y sacudía lujuriosamente sus nalgas mientras sus manos se mantenían en su propia cintura- sigue…
Los rápidos movimientos habían causado que su blusa se desabotonara más, sus firmes senos insinuándose con cada paso de una forma tan sexy que parecía una deliciosa tortura. Sus vigorosos pasos provocaron que la minifalda azul se subiera hasta sus caderas, mostrando no solamente parte de sus estilizadas pantaletas blancas adornadas de delicado encaje sino también sus preciosas piernas en toda su magnificencia, que con los altísimos tacones parecían trozos de deseo de color canela.
En ese momento la mujer recostada en la cama extendía las piernas hacia el techo, paralelas como columnas sexuales perfectas, entonces las abrió lentamente en V, dejando ver la cálida humedad que empezaba a manchar sus pantaletas.
– ¡Dios… ten piedad! -gimió enloquecido el joven, casi al borde del orgasmo mientras su mano se movía salvaje arriba y abajo. De pronto la mujer se levantó, se detuvo justo frente a la cámara, juntó sus palmas a la altura del pecho e inclinó la cabeza, como esperando, mientras la música se volvía más relajada.
– Nnnnhhhh… ¿Qué?… ¿Por qué paras? -gruñó molesto y confundido al ver detenida su inspiración.
– Soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -sonó en las bocinas del muchacho una voz encantadora, femenina… acariciante. No sabía si las palabras las había dicho realmente la mujer en la pantalla pues la capucha cubría su boca, pero su significado hizo que la cabeza le diera vueltas ante las posibilidades.
– Muéstrame tus ricas tetas… -le dijo al micrófono de su computadora con voz ronca mientras empezaba de nuevo a masturbarse… lentamente.
En su sueño de placer la chica morena bailaba casi sobre las puntas de sus delicados pies en el suelo alfombrado, disfrutando cada vez más de cada paso, de pronto el rey dio una palmada, la música aceleró su ritmo y Cynthia tuvo el irreprimible deseo de irse quitando las telas que cubrían su cuerpo a la vez que bailaba.
En un elegante movimiento circular se quitó uno de los velos que la cubrían, sintiendo una gran satisfacción al empezar a exponer su cuerpo, sus pezones ahora insinuándose bajo la vaporosa tela translúcida.
– ¡Aaaahh! -gimió de puro gozo en la realidad al agarrar los bordes desabotonados de su blusa que apenas cubrían ya sus senos y de un erótico movimiento los descubrió y arqueó la espalda, dejando que la prenda resbalara por sus hombros y brazos, su torso totalmente expuesto y la blusa adornando su cintura. Luego siguió bailando, giraba y saltaba abriendo las piernas en compás y sus brazos extendidos uno al frente y otro atrás de ella, mientras sus maravillosos senos se sacudían desafiando a la gravedad de forma hipnótica.
– Mmm… que… bien… -susurró sin aliento el chico. – Ordéname y te complaceré… -repitió la sensual y femenina voz.
– Quiero ver… tus… pantaletas… -dijo el joven ya sin pensarlo.
La mujer detuvo sus saltos y empezó a ondular su cuerpo y sus piernas sin moverse de su lugar, mientras sus manos sujetaba el borde de su falda y lo subían poco a poco, hasta mostrar sus exquisitas pantaletas rematadas de encaje y finalmente unir la falda con la blusa en un encantador aunque confuso cinturón.
De vuelta en su sueño Cynthia se había quitado otro velo, descubriendo parte de su entrepierna, dejando ver bajo el material semitransparente un pequeño trozo de tela blanca cubriendo su femineidad y la deliciosa separación de sus nalgas.
En su habitación la joven estaba a cuatro patas sobre la cama, luciendo justo esa parte de su cuerpo, haciéndola sacudirse con la música mientras alternativamente arqueaba su espalda y ondulada sus caderas.
– ¡Aaahhh! -gimió el adolescente aún más excitado, a punto de venirse- dime tu… nombre…
– Soy Cynthia… tu bailarina-esclava… es mi único nombre… -resonó en las bocinas la acariciante voz.
– ¡Nnngghhh! -gruñó el muchacho al llegar al orgasmo, enloquecido de ver como esa maravillosa hembra lo había obedecido más allá de sus fantasías- Mmm…
La mujer se había recostado boca arriba, de perfil para la cámara, su mano izquierda acariciando sus senos, la derecha metida suavemente en sus pantaletas y entre sus piernas, sus caderas subiendo y bajando con la música, sus tacones clavados en la colcha.
En el sueño, la morena bailarina se había desprendido de todos los velos, excepto del que rodeaba su cintura. El placer que sentía amenazaba con volverse intolerable, mientras giraba y giraba sin poder controlarse ante ese desconocido.
En la realidad el adolescente, al verla acariciándose de esa manera, empezó de nuevo a masturbarse ante su monitor, mientras la chica aceleraba el ritmo y en las bocinas se escuchaba la femenina voz.
– Soy tu bailarina-esclava… soy tu bailarina-esclava… -repetía una y otra vez como un cántico.
– ¡Aaaahh… Dios…! -exclamó el joven al escuchar las palabras, y de inmediato aceleró el ritmo de su mano. Pero justo entonces el sonido se cortó, las cortinas animadas por computadora se cerraron y el programa lo llevó de vuelta a la página principal.
– ¿Qué? No, no, por favor -casi gritó el muchacho mientras desesperado intentaba volver a la pantalla. Pero lo único que consiguió fue un anuncio que indicaba:
Fin de la sesión de cortesía. Para continuar favor de suscribirse. Aceptamos tarjetas…
– ¡Uuuhhh… maldición…! -gimió decepcionado mientras dejaba de leer y se recargaba en su asiento. A partir de ese momento no pudo pensar en nada más que en conseguir dinero para continuar, para volver a ver a su bailarina-esclava…
En el sueño Cynthia finalmente estallaba de placer luego de arrodillarse ante el rey que la controlaba, ese desconocido esbelto y carismático con su cabello recogido en una cola de caballo. Un orgasmo maravilloso que había alcanzado al bailar, simplemente al bailar para él. Hizo un arco con su espalda, apoyó sus manos tras ella y miró al techo mientras daba un grito de gozo.
– ¡Aaaaahhhh… aaahhh…! Cynthia despertó al escuchar que tocaban suavemente a la puerta de su cuarto. Se enderezó en la cama y medio dormida vio como Ana se asomaba tras abrir la puerta.
– ¿Estás bien Cinthis? No pretendía meterme si tu permiso pero me pareció oírte llorar y me preocupé…
– Oh… que linda… estoy bien, estaba dormida y… -sacudió la cabeza tratando de liberarse del pesado sueño que aún la dominaba- quizás tuve una pesadilla… gracias Ana.
– No hay problema, descansa…
La rubia cerró la puerta y sus pasos se alejaron, dejando a la morena aún somnolienta y confundida, se dio la vuelta en la cama… y entonces sintió algo extraño, llevaba puesta su vieja y cómoda camiseta para dormir y su ropa interior de algodón, pero en sus pies…
De un movimiento se sentó y apartó las cobijas para encontrarse con que llevaba puestas sus zapatillas de Scorpius.
– ¿Eh? ¿Me dormí con ellas? ¿Pero en qué momento me las puse otra vez? -pensó confundida mientras encendía la luz junto a su cama- ¿Qué demonios?
Sacudió la cabeza ante la extraña alucinación ante ella… pero… no, ya todo se veía normal… por un instante le había parecido que sus zapatillas eran de un suave color azul, con varias esbeltas correas al tobillo y una afilada punta, y que sus altísimos tacones se clavaban profundamente en las sábanas y el suave colchón.
– Mmm… quizás aún estoy soñando -pensó mientras que por reflejo se quitaba las zapatillas blancas de tacón mediano y las colocaba a lado de la cama. Finalmente la chica pudo dormir, y sobre todo descansar en paz.
A las 4 de la madrugada la puerta del departamento se abrió lentamente y Ariadna entró casi de puntillas para no despertar a sus compañeras, había estado casi toda la noche en casa de su más reciente galán, un hombre atractivo y arrogante, tal y como le gustaban, pero por eso mismo acababan de tener una tremenda discusión y prefirió regresar al apartamento con sus compañeras.
Se había dejado seducir por él ya tarde la noche anterior y aceptó su invitación a cenar en su casa, luego cogieron placenteramente y después pelearon por una estupidez.
– Vaya pérdida de tiempo… -pensó molesta mientras silenciosamente caminaba por el pasillo. En ese momento recordó como había tenido que tolerar a la cerebrito en la salida de compras, y no pudo reprimir un suspiro.
– Otra pérdida de tiempo… -susurró para luego hacer una mueca de desagrado.
Entonces pasó frente al cuarto de Cynthia y notó que la puerta estaba ligeramente entreabierta, pensó cerrarla pero lo meditó brevemente y luego sonrió con malicia.
– Veamos como duerme la estudiosa… ¿Será pijama de abuela? -bromeó consigo misma antes de empujar lentamente la puerta hasta que pudo ver el interior del cuarto.
La morena dormía de costado y de espaldas a la puerta, respiraba de forma lenta y relajada, su hombro desnudo asomaba del cuello de su camiseta y su cabello cubría la almohada.
Ariadna no pudo evitar sentir una punzada al verla.
– Uff… que envidia -pensó mientras torcía la boca- yo no puedo estar más de diez minutos expuesta al sol sin quemarme como un vampiro y ella puede pasar horas bronceándose. Aaarrgg… la odio.
Entonces las vio, las zapatillas blancas de diseñador que Cynthia había ganado al entrar a la página de Scorpius, tuvo que admitir que eran exquisitas.
– Además de todo tiene muy buen gusto -caviló molesta mientras entornaba los ojos- esas zapatillas son… son…
Por un instante la trigueña se quedó paralizada mirando el calzado, incapaz hasta de pensar mientras todo le daba vueltas.
De pronto volvió en si…
– ¿Qué estoy haciendo? Si ella se despierta pensará que soy una pervertida… -pensó sacudiendo la cabeza mientras se daba la vuelta y salía silenciosamente del cuarto. Pero sin saber por qué volvió a dejar la puerta entreabierta.
Rápidamente entró a su habitación, se quitó su minivestido negro y sus zapatillas de altísimo tacón a juego, luego se quitó su sexy lencería negra, se puso su pijama, un conjunto de playera y pantaloncillos muy cortos y cómodos, de color gris de una tela similar a la seda.
Apagó la luz pero se quedó un momento en donde estaba, como pensando, luego dejó su puerta entreabierta y al fin se acostó a dormir.
– Mmm… necesito algo de música -pensó ya casi vencida por el sueño, encendió su radio junto a la cama en una estación de música clásica y cerró los ojos.
Apenas minutos después las zapatillas de Scorpius entraban silenciosas al cuarto de la trigueña. Ella ya dormía boca arriba, su cuerpo más alto y esbelto que el de la morena era terso y pálido como la porcelana, sus senos bajo la tela se insinuaban medianos pero firmes, de forma similar sus nalgas eran pequeñas pero musculosas, una de sus piernas se asomó de las cobijas, no eran tan torneadas como las de Cynthia pero eran más largas y esbeltas, las uñas de sus manos y pies estaban pintados de negro.
Su rostro suavemente ovalado mostraba unos brillantes ojos verdes enmarcados en larguísimas y rizadas pestañas, su nariz respingada y afilada combinaba perfectamente con sus rasgos, su boca tenía labios rojos y delgados que la hacían parecer dominante y agresiva.
Las correas como garras de las zapatillas se abrieron y cerraron ansiosas ante la vulnerable y deliciosa hembra en la cama.
Rápidamente subieron por un costado y sincronizadas se acercaron a su objetivo, una se introdujo entre las sábanas y la otra se acercó al pie expuesto, se sujetaron a las puntas de sus pies y poco a poco fueron subiendo hasta que, a la vez, se apoderaron de los tobillos de Ariadna, haciéndola arquear su espalda y sentirse totalmente indefensa, como si estuviera maniatada.
Por un instante las zapatillas se quedaron inmóviles, pues los pies de esa mujer eran claramente más grandes que los de Cynthia, pero en un segundo el calzado se alargó y expandió visiblemente hasta igualar el tamaño requerido por la trigueña, y luego en un rápido movimiento la forzaron a calzarse la prenda haciéndola gemir suavemente.
– Aaahhh… -exhaló mientras giraba su cabeza de izquierda a derecha al sentir un pequeño orgasmo apoderarse de su cuerpo.
Ariadna cayó en una extraña pesadilla, se encontraba completamente atada, sus brazos y torso atrapados en una compleja red de cuerdas que dejaban sus antebrazos cruzados tras ella y sus manos casi tocando sus omoplatos, las cuerdas se cruzaban una y otra vez, alrededor de sus senos, de su cuello, su cintura, incluso una que salía tras su cuello se encajaba en su boca y pasaba entre sus dientes, amordazándola por completo. Solamente sus piernas estaban libres de esa red y aun así sus tobillos estaban atados con una cuerda corta, permitiéndole caminar a pasos cortos pero no correr.
Ariadna estaba completamente desnuda y expuesta, atada y vulnerable, una presa sometida, una ofrenda digna de un antiguo dios pagano.
En su cuarto las piernas de la trigueña se cruzaban y descruzaban, se extendían, se abrían, de pronto la hicieron saltar de la cama y empezar a bailar por el cuarto de forma primitiva y lujuriosa, con sus manos inmovilizadas a su espalda a ritmo con una melodía de Strauss. En sus pies brillaban con la escasa luz de la ventana sus zapatillas demoniacas, color rojo intenso, tacones altísimos, puntas afiladas, dominantes y sensuales.
De vuelta en su mal sueño, unos extraños sacerdotes llevaban a la mujer por un obscuro pasillo sujetándola de los brazos, eran ancianos, vestían túnicas largas y llevaban báculos, iban rezando en una lengua que Ariadna nunca había escuchado, pero de algún modo esas palabras la aterrorizaron…
– ¡Nnnngg… nnnhh…! –gruñía desesperada en la mordaza, trataba de resistir pero atada como estaba no podía defenderse.
– ¡No… por favor… ¿A dónde me llevan?… Suéltenme! -pensaba mientras forcejeaba.
Finalmente llegaron a un cuarto de piedra adornado con algunas estatuas y relieves, pebeteros y antorchas iluminaban la estancia mientras con calma los sacerdotes ataban una cuerda fijada a una gran piedra a la cintura de la mujer y desataban sus piernas, acto seguido se marcharon.
– ¡Auxilio… alguien ayúdeme…! -trataba de gritar pero solamente podía gemir a la vez que forcejeaba inútilmente con la cuerda, entonces notó que en sus tobillos llevaba unas bellas pulseras adornadas con cascabeles.
De pronto un rugido bajo y largo se escuchó en el cuarto, aterrorizada Ariadna volteó en todas direcciones sin encontrar de dónde venía el sonido, luego lo volvió a escuchar pero ahora muy cerca de ella. Entonces pudo verlo.
Caminando de cabeza en el techo avanzaba una extraña bestia negra de tipo felino, con una melena como la de un león y ojos rojos, de un fluido movimiento bajó al piso y se quedó mirando a la mujer como si fuera un manjar.
– ¡Mmmm… nnnhhgg… mmm…! –aullaba mientras intentaba mantener distancia a pesar de la cuerda que la limitaba, retrocedió y saltó asustada haciendo sonar los cascabeles en sus tobillos.
Al instante la bestia la miró fijamente, sus ojos brillando con intensidad mientras cambiaba de forma hasta convertirse en una sombra con forma de hombre.
En la realidad la mujer bailaba de forma fluida y sensual por la habitación, como una deliciosa ninfa de placer, se recostaba en el piso, abría y cerraba sus piernas como tijeras, de un salto se levantaba de nuevo y luego bailaba abriendo y cerrando los muslos.
En la pesadilla Ariadna se quedó paralizada… en parte por ver el increíble cambio del ser, en parte porque los ojos rojos de Baal la fascinaban de una forma incomprensible para ella. La entidad la miró de arriba abajo, como analizándola.
Al fin la chica se sacudió la parálisis e intentó retroceder de nuevo asustada, el tintineo de sus cascabeles volvió a sonar, la sombra inclinó la cabeza, extendió una poderosa mano con garras, sujetó la cuerda y dio un poderoso tirón que arrastró a la trigueña por los aires, haciéndola caer en sus brazos negros como la obscuridad del templo.
– Mmm… -gruñó al quedarse sin aire al chocar con el cuerpo a la vez duro y suave de Baal, su aroma parecía una mezcla de fuerza, dulce y deseo. Entonces el ente la sujetó del cuello y la hizo recostarse de espaldas en la roca.
– ¡Nnnnn… nnnnggh… ooorrr… aaaoorr…! –trató de resistir la mujer mientras negaba con la cabeza y apretaba sus muslos.
Pero el ser solamente hizo un gesto levantando una mano y las blancas piernas de ella se levantaron como por encanto, perfectamente derechas, tiesas y verticales, la mano de Baal abrió los dedos y como un reflejo erótico las piernas de Ariadna se separaron en una amplia y sexy V.
– ¡Ayuda… Dios… ayúdenme…! –rogaba inútilmente en su mordaza al sentir esas manos tibias deslizarse por el interior de sus muslos, por sus redondos senos y ya duros pezones rosados, a la vez que sus traicioneras piernas cooperaban con su atacante.
En el cuarto ella se había recostado de espaldas en la cama, su boca abierta gemía suavemente mientras sus piernas bailaban y dibujaban figuras en el aire guiadas por sus rojas zapatillas demoniacas.
Dentro de la pesadilla Baal disfrutaba mucho la situación, le encantaba el sonido que las hembras humanas hacían al gemir, eran como la música de los cascabeles de la época anterior a Babilonia, pero su verdadero placer venía de someter, pervertir y poseer a las mujeres bajo su influjo.
Con la hembra morena gozaba al corromper su alma inocente para convertirla en un animal puramente sexual, aunque no le gustaba estar bajo el dominio del humano al menos le permitía disfrutar a las mujeres… ya encontraría la manera de librarse del control de ese mortal.
Pero con esta mujer la sombra se encontró con que su espíritu ya estaba muy receptivo a los placeres carnales, no había necesidad de corromperla, con una sola vez que la poseyera la convertiría en su esclava para siempre.
Precisamente por ser tan susceptible, a Baal le había sido fácil imponerle un par de sugestiones simples, incluso sin que ella tuviera que ponerse las zapatillas: que dejara las puertas abiertas y pusiera música había sido sólo el primer paso.
La sombra quería poseer a Ariadna pero así sería muy fácil, para que pudiera disfrutarlo de forma completa tenía que poder corromperla, doblegarla, quebrantarla, pero ella ya era una muñeca sexual, al menos en parte, le faltaba un último empujón que el ser fácilmente podía darle.
Con sus ojos como brasas Baal escudriñó lujurioso el alma de la mujer, como un Casanova lo hace con el cuerpo de su amante, buscando cada duda e imperfección… un momento después sonreía malicioso mostrando sus colmillos. Había encontrado como corromperla, un motivo para doblegarla, aumentando así su propio placer a niveles que ningún humano podía entender.
– ¡Nnnnhhhh… nngghhh…! -trataba de gritar Ariadna aterrorizada por la mirada ardiente y la sonrisa siniestra de la sombra, pero seguía indefensa, sus firmes senos apretados y dominados, los brazos inmovilizado tras su torso, su boca sometida a la mordaza y sus traicioneras piernas bien arriba y abiertas, sus esbeltos tobillos adornados con cascabeles posados involuntariamente en los negros hombros de Baal, sus pies completamente de punta.
Entonces la trigueña vio como la forma del ente fluctuaba ante ella, se volvía más pequeña, más esbelta, menos angulosa, mientras la negrura que la formaba se desvanecía dejando en su lugar un cuerpo humano…
Un instante después los ojos de Ariadna se abrían como platos por la confusión y la sorpresa, la sombra ya no estaba, en su lugar, entre sus piernas separadas y receptivas la miraba Cynthia mientras seguía acariciando el interior de sus muslos
Su mirada cargada de lascivia le quitaba el aliento…
CONTINUARÁ
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
sigma0@mixmail.com
 

“MI NUERA SE CONVIERTE EN MI MUJER” Libro para descargar (POR GOLFO)

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NUERA4Sinopsis:
 

Al morir mi hijo, tengo que hacerme responsable de su mujer e intentar que salga de su depresión. Tomo esa decisión sin saber que Jimena desarrollará una fijación por mí e intentará llevarme a la cama. Con el tiempo, se va afianzando mi relación con ella a pesar que mi nuera no deja de mostrar síntomas de desequilibrio mental.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

 

Capítulo 1.

Con cuarenta y nueve inviernos creía que mi vida ya no tenía sentido. Y cuando digo inviernos y no primaveras se debe a que después de tantos años trabajando con único propósito de crear un patrimonio con el que pasar mi vejez con mi mujer y tantos esfuerzos para criar a mi único hijo, resulta que por un desgraciado accidente me vi solo. A raíz de ese suceso, estaba hundido. Cada mañana me resultaba un suplicio el tener que levantarme de la cama y enfrentar un nuevo día sin sentido.
Con dinero en el banco, la casa pagada y un negocio que marchaba a las mil maravillas todo era insuficiente para mirar hacia adelante. Por mucho que mis amigos me trataban de animar diciendo que me quedaban al menos otros cuarenta años y que la vida me podía dar una nueva oportunidad, no les creía. Para mí, el futuro no existía y por eso decidí vivir peligrosamente. Asqueado de la rutina comencé a practicar actividades de riesgo, quizás deseando que un percance me llevara al otro barrio y así unirme a María y a José.
¡Dios! ¡Cómo los echaba de menos!
Nada era suficientemente peligroso. Me compré una moto de gran cilindrada, me uní a un grupo de Ala Delta donde aprendí a surcar los aires, viajé a zonas en guerra buscando que la angustia de esa gente me hiciera ver que era un afortunado… Desgraciadamente la adrenalina no me sirvió para encontrar un motivo por el que vivir y cada día estaba más abatido.
Pero curiosamente cuando ya había tocado fondo y mi depresión era tan profunda que me había llevado a comprar una pistola en el mercado negro para acabar con mi vida, la enésima desgracia me dio un nuevo aliciente por el que luchar. Hoy me da vergüenza reconocer que estaba sondeando el quitarme de en medio cuando recibí la llamada de Juan, el mejor amigo de mi hijo:
―Don Felipe disculpe que le llame a estas horas pero debe saber que Jimena ha intentado suicidarse. Se ha tomado un bote de pastillas y si no llega a ser porque llamó a mi mujer para despedirse, ahora estaría muerta.
Confieso que, aunque había estado coqueteando con esa idea, el que mi nuera hubiese intentado acabar con su vida me pareció inconcebible porque al contrario de mí, ella era joven y tenía un futuro por delante. Sé que era una postura ridícula el escandalizarse cuando yo estaba de tonteando con lo mismo pero aun así pregunté dónde estaba y saliendo de casa, fui a visitarla al hospital.
Durante el trayecto, rememoré con dolor el día que mi chaval nos la había presentado como su novia y como esa cría nos había parecido encantadora. La ilusión de ambos con su relación confirmó tanto a mi mujer como a mí que nuestro retoño no tardaría en salir del nido. Y así fue, en menos de un año se casaron. Su matrimonio fue feliz pero corto y desde que la desgracia truncara nuestras vidas, no había vuelto a verla porque era un doloroso recordatorio de lo que había perdido.
Sabiendo a lo que me enfrentaría, llegué hasta su habitación. Desde la puerta, comprobé que estaba acompañada por la mujer de Juan y eso me dio los arrestos suficientes para entrar en el cuarto. Al hacerlo certifiqué la tristeza de mi nuera al ver lo delgadísima que estaba y observar las ojeras que surcaban sus anteriormente bellos ojos.
« Está hecha una pena», pensé mientras me acercaba hasta su cama.
Jimena al verme, sonrió dulcemente pero no pudo evitar que dos lagrimones surcaran sus mejillas al decirme:
―Don Felipe, siento causarle otra molestia. Suficiente tiene con lo suyo para que llegue con esta tontería.
El dolor de sus palabras me enterneció y cogiendo su mano, contesté:
―No es una tontería. Comprendo tu tristeza pero debes pasar página y seguir viviendo.
Cómo eran los mismos argumentos que tantas veces me había dicho y que no habían conseguido sacarme de mi depresión, no creí que a ella le sirvieran pero aun así no me quedó más remedio que intentarlo.
―Lo sé, suegro, lo sé. Pero no puedo. Sin su hijo mi vida no tiene sentido.
Su dolor era el mío y no por escucharlo de unos labios ajenos, me pareció menos sangrante:
« Mi nuera compartía mi pena y mi angustia».
María, su amiga, que desconocía que mi depresión era semejante a la de ella, creyó oportuno decirle:
―Lo ves Jimena. Don Felipe sabe que la vida siempre da segundas oportunidades y que siendo tan joven podrás encontrar el amor en otra persona.
La buena intención del discurso de esa mujer no aminoró mi cabreo al pensar por un instante que Jimena se olvidara de mi hijo con otro. Sabía que estaba intentando animar a mi nuera y que quería que yo la apoyara pero no pude ni hacerlo y hundiéndome en un cruel mutismo, me senté en una silla mientras ella comenzaba a llorar.
Durante una hora, me quedé ahí callado, observando el duelo de esa muchacha y reconcomiéndome con su dolor.
“¿Por qué no he tenido el valor de Jimena?”, pensé mirando a la que hasta hacía unos meses había sido una monada y feliz criatura.
Fue Juan quien me sacó del círculo autodestructivo en que me había sumergido al pedirme que le acompañara a tomar un café. Sin nada mejor que hacer le acompañé hasta el bar del hospital sin saber que eso cambiaría mi vida para siempre.
―Don Felipe― dijo el muchacho nada más buscar acomodo en la barra: ―Cómo habrá comprobado Jimena está destrozada y sin ganas de seguir viviendo. Su mundo ha desaparecido y necesita de su ayuda…
―¿Mi ayuda?― interrumpí escandalizado sin ser capaz de decirle que era yo el que necesitaba auxilio.
―Sí― contestó ese chaval que había visto crecer,― su ayuda. Usted es el único referente que le queda a Jimena. No tengo que recordarle qué clase de padres le tocaron ni que desde que cumplió los dieciocho, huyó de su casa para no volver…
Era verdad, ¡No hacía falta! Conocía a la perfección que su padre era un alcohólico que había abusado de ella y que su madre era una hija de perra que, sabiéndolo, había mirado hacia otra parte al no querer perder su privilegiada posición. Aun así todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al oír que seguía diciendo:
―Jimena, siempre envidió la relación que tenía con su hijo y vio en usted un ejemplo al que seguir. Por eso quiero pedirle un favor… Aunque sea por el recuerdo de José, ¡Usted debe ayudarla!
―No comprendo― respondí asustado por la responsabilidad que estaba colocando sobre mis hombros:― ¿Qué cojones quieres que haga?
Mi exabrupto no hizo que el amigo de mi hijo se quedará callado y con tono monótono, me soltó:
―Fíjese. Mientras usted ha enfrentado con valentía su desgracia, su nuera se ha dejado llevar, ha perdido su trabajo, la han echado del piso que tenía alquilado y para colmo, ¡Se ha intentado suicidar! Si usted no se ocupa de ella, me temo que pronto iremos a otro entierro.
Me sentí fatal al no saber las penurias que había estado pasando mi nuera y con sentimiento de culpa, pregunté al chaval cómo podía arrimar el hombro:
―Mi esposa y yo hemos pensado que: ¡Debería irse a vivir con usted!
En ese momento esa propuesta me pareció un sinsentido y así se lo hice saber, pero el muchacho insistió tanto que al final, creyendo que mi nuera no aceptaría esa solución, acepté diciendo:
―Solo pongo una condición. Jimena debe de estar de acuerdo.

Capítulo 2.

No preví que mi nuera aceptara irse a vivir conmigo pero su situación anímica y económica era tan penosa que vio en mi ofrecimiento un mal menor y por eso al salir del hospital, se mudó a mi casa. Todavía recuerdo con espeluznante precisión esos primeros días en los que Jimena no hacía otra cosa que llorar tumbada en la cama. No le deseo ni a mi mayor enemigo que algún día sufra lo que sufrí yo viéndola apagarse consumida por el dolor.
Era tan profunda su depresión que llamé a Manolo, un amigo psiquiatra para que me recomendara qué hacer.
―Lo primero es obligarla a levantarse, no puede estar acostada. Y lo segundo tráemela para que yo la evalúe.
Ni que decir tiene que seguí sus instrucciones al pie de la letra y aunque se negó en un principio tras mucho insistir conseguí que fuera a ver a ese loquero. Mi conocido después de verla le diagnosticó una severa depresión cercana a la neurosis y después de mandarle una serie de antidepresivos, me dio una serie de pautas que debía seguir. Pautas que básicamente era mantener una permanente supervisión y forzarla a ocupar sus horas para que no tuviera tiempo de pensar.
Por eso conseguí convencerla de inscribirse en unas clases de dibujo y acudir después al gimnasio. A partir de entonces me convertí en una especie de niñero que todas las mañanas la despertaba, la llevaba hasta la academia y al salir del trabajo tenía que pasar por el local donde hacía aerobic. De esa forma, muy lentamente, mi nuera fue mejorando pero sin recuperar su estado previo al accidente donde murieron mi hijo y mi mujer. Pequeños pasos que hablaban de mejoría pero a todas luces insuficientes. Una pregunta con la que salió un día de su encierro, una sonrisa al día siguiente por un comentario… Aun así era raro el día que la veía en mitad del salón llorando al recordar a su marido.
« Tengo que darle tiempo», repetía cada vez que retrocedía hundiéndose nuevamente en la tristeza.
Otros detalles como su insistencia en que saliéramos a cenar a un restaurante o que en vez de en coche la llevara en moto, me iban confirmando su recuperación sin que yo los advirtiera a penas. Pero al cabo de dos meses, un día me llegó con una extraña petición del psiquiatra que me dejó muy confuso:
―Suegro, Don Manuel me ha pedido que tiene que ir a verle. Me ha dicho que quiere hablar con usted.
Que mi amigo usara a mi nuera como vehículo, me resultó cuando menos curioso y por eso aproveché un momento que me quedé solo para llamarle.
―Manolo, ¿Qué ocurre?
Advirtió en el tono de mi pregunta mi preocupación y por eso me aseguró que no debía preocuparme pero insistió en verme. Porque lo que tenía que plantearme era largo y que prefería hacerlo en persona. Cómo comprenderéis su respuesta no me satisfizo y por eso al día siguiente cuando me presenté en su consulta, estaba francamente nervioso.
Al sentarme, mi amigo decidió que de nada servía andarse con circunloquios y tras describirme los avances de mi nuera durante esas semanas, me soltó:
―Todo va bien, mucho mejor de lo que había vaticinado pero hay un problema y quiero ponerte en guardia…
―¡Tú dirás!― respondí más tranquilo.
―Tu nuera ha tenido una infancia terrible y cuando ya se veía feliz con tu hijo, sufrió un revés…
―Lo sé― interrumpí molesto por que lo me recordara: ― ¡Dime algo que no sepa!
Manolo comprendió que mi propio dolor era quien había hablado y por eso sin darle mayor importancia, prosiguió diciendo:
―Gracias a tu apoyo, ha descubierto que tiene un futuro y por eso te aviso: ¡No puedes fallarle! Porque de hacerlo tendría unas consecuencias que no quiero ni imaginar― la seriedad de su semblante, me hizo permanecer callado. – Para Jimena eres única persona en la que confía y de perder esa confianza, se desmoronaría.
―Comprendo― mascullé.
―¡Qué vas a comprender!― indignado protestó: ―En estos momentos, eres su sostén, su padre, su amigo, su compañero e incluso su pareja. De sentir que la rechazas, entraría en una espiral de la que nunca podría salir.
―¡Tú estás loco! Para mi nuera solo soy su suegro.
―Te equivocas. Aunque no lo ha exteriorizado, Jimena está enamorada de ti y temo el día que se dé cuenta porque no sé cómo va a reaccionar.
―Me he perdido― reconocí sin llegármelo a creer pero sobretodo confundido porque yo la veía como a una hija y no albergaba otro sentimiento.
―Cuando Jimena se percate del amor que te tiene, si no conseguimos que focalice ese cariño bien, buscará en ti esos mismos sentimientos.
―¿Me estás diciendo que intentará seducirme?
―Desgraciadamente, no. Jimena considerará un hecho que tú también la amas y se considerara tu mujer antes de qué tú te des cuenta.
―No te creo― contesté riendo aunque asustado en mi interior y tratando de dar argumentos en contra, le solté: ―Coño, Manolo, ¡Si me sigue tratando de usted!
―Tu ríete. Yo ya he cumplido avisándote.
El cabreo de mi amigo incrementó mi turbación de forma que al despedirme de él, le dije:
―Gracias, tomaré en cuenta lo que me has dicho pero te aseguro que te equivocas.
―Eso espero― contestó mientras me acompañaba a la puerta.
Al salir de su consulta, os tengo que confesar que estaba acojonado porque me sentía responsable de lo que le ocurriera a esa cría.
El resto del día me lo pasé en la oficina dando vueltas a la advertencia de Manuel. Por más que lo negara algo me decía que mi amigo tenía razón y por eso estuve durante horas tratando de encontrar si había sido yo el culpable de la supuesta atracción de la que hablaba, pero no hallé en mi actuación nada que hubiese alentado a mi nuera a verme como hombre.
Más tranquilo, me auto convencí que el psiquiatra había errado con su diagnóstico y cerrando mi ordenador, decidí volver a casa. Ya en ella, Jimena me esperaba con una sonrisa y nada más verme, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
―He pensado que me llevaras al Pardo.
Esa petición no era rara en ella porque como ya os he dicho solíamos salir frecuentemente a cenar a un restaurante pero esa tarde me sonó diferente y por eso quise negarme pero ella insistió diciendo:
―Llevo todo el día encerrada, creo que me merezco que me saques a dar una vuelta.
Esa respuesta me puso la piel de gallina porque bien podría haber sido lo que me dijera mi difunta mujer si le apetecía algo y yo no la complacía. Asustado accedí. De forma que tuve que esperar media hora a que Jimena se arreglara.
Me quedé de piedra al verla bajar las escaleras enfundada en un traje de cuero totalmente pegado pero más cuando con una alegría desbordante, me lo modeló diciendo:
―¿Te gusta cómo me queda? He pensado que como siempre vamos en moto, me vendría bien comprarme un buzo de motorista.
Aunque cualquier otro hombre hubiese babeado viendo a esa muñeca vestida así pero no fue mi caso. La perfección de sus formas dejadas al descubierto por ese tejido tan ceñido, lejos de excitarme me hizo sudar al ver en ello una muestra de lo que me habían vaticinado.
« Estoy exagerando», pensé mientras encendía la Ducatí, « no tiene nada que ver».
Desgraciadamente al subirse de paquete, se incrementó mi turbación al notar que se abrazaba a mí dejando que sus pechos presionaran mi espalda de un modo tal que me hizo comprender que bajo ese traje, mi nuera no llevaba sujetador.
« ¡Estoy viendo moros con trinchetes!», maldije tratando de quitar hierro al asunto. « Todo es producto de mi imaginación».
Los diez kilómetros que tuve que recorrer hasta llegar al restaurante fueron un suplicio por que a cada frenazo sentía sus pezones contra mi piel y en cada acelerón, mi nuera me abrazaba con fuerza para no caer.
Una vez en el local fue peor porque Jimena insistió en que no sentáramos en la terraza lejos del aire acondicionado y debido al calor de esa noche de verano, no tardó en tener calor por lo que sin pensar en mi reacción, abrió un poco su traje dejándome vislumbrar a través de su escote que tenía unos pechos de ensueño.
Durante unos instantes, no pude retirar la mirada de ese canalillo pero al advertir que mi acompañante se podía percatar de mi indiscreción llamé al camarero y le pedí una copa.
«La chica es mona», admití pero rápidamente me repuse al pensar en quien era, tras lo cual le pregunté por su día.
Mi nuera ajena a mi momento de flaqueza me contó sin darle mayor importancia que en sus clases la profesora les había pedido que dibujaran un boceto sobre sus vacaciones ideales y que ella nos había pintado a nosotros dos recorriendo Europa en moto.
Os juro que al escucharla me quedé helado porque involuntariamente estaba confirmando las palabras de su psiquiatra:
―Será normal para ella el veros como pareja.
La premura con la que se estaba cumpliendo esa profecía, me hizo palidecer y por eso me quedé callado mientras Jimena me describía el cuadro:
―Pinté la moto llena de polvo y a nuestra ropa manchada de sudor porque en mi imaginación llevábamos un mes recorriendo las carreteras sin apenas equipaje.
Sus palabras confirmaron mis temores pero Jimena ajena a lo que me estaba atormentando, se mostraba feliz y por eso siguió narrando sin parar ese supuesto viaje, diciendo:
―Me encantaría descubrir nuevos paisajes y conocer diferentes países contigo. No levantaríamos al amanecer y cogeríamos carretera hasta que ya cansados llegáramos a un hotel a dormir.
El tono tan entusiasta con el que lo contaba, no me permitió intervenir y en silencio cada vez más preocupado, esperé que terminara. Desgraciadamente cuando lo hizo, me preguntó mientras agarraba mi mano entre las suyas:
―¿Verdad que sería alucinante? ¡Tú y yo solos durante todo un verano!
Recordando que según su doctor no podía fallarle, respondí:
―Me encantaría.
La sonrisa de alegría con la que recibió mi respuesta fue total pero justo cuando ya creía que nada podía ir peor, me soltó:
―Entonces, ¿Este verano me llevas?
«Mierda», exclamé mentalmente al darme cuenta que había caído en su juego y con sentimiento de derrota, le aseguré que lo pensaría mientras cogía una de las croquetas que nos habían puesto de aperitivo. Mi claudicación le satisfizo y zanjando de tema, llamó al camarero y pidió la cena.
El resto de esa velada transcurrió con normalidad y habiendo terminado de cenar, como si fuera algo pactado ninguno sacó a colación el puñetero verano. Con un sentimiento de desolación, llegué a casa y casi sin despedirme, cerré mi habitación bajo llave temiendo que esa cría quisiera entrar en ella como si fuera ella mi mujer y yo su marido. La realidad es que eso no ocurrió y al cabo de media hora me quedé dormido. Mi sueño era intermitente y en él no paraba de sufrir el acoso de mi nuera exigiendo que la tomara como mujer. Os juro que aunque llevara sin estar con una mujer desde que muriera mi esposa para mí fue una pesadilla imaginarme a mi nuera llegando hasta mi cama desnuda y sin pedir mi opinión, que usara mi sexo para satisfacer su deseos. En cambio ella parecía en la gloria cada vez que mi glande chocaba contra la pared de su vagina. Sus gemidos eran puñales que se clavaban en mi mente pero que ella recibía gustosa con una lujuria sin igual.
Justo cuando derramé mi angustia sobre las sabanas un chillido atroz me despertó y sabiendo que provenía de su habitación sin pensar en que solo llevaba puesto el pantalón de mi pijama, corrí en su auxilio. Al llegar, me encontré a Jimena medio desnuda llorando desconsolada. Ni siquiera lo pensé, acudiendo a su lado, la abracé tratando de consolarla mientras le preguntaba qué pasaba:
―He soñado que me dejabas― consiguió decir con su respiración entrecortada.
―Tranquila, era solo un sueño― respondí sin importarme que ella llevara únicamente puesto un picardías casi transparente que me permitía admirar la belleza de sus senos.
Mi nuera posando su melena sobre mi pecho sin dejar de llorar y con una angustia atroz en su voz, me preguntó:
―¿Verdad que nunca me vas a echar de tu lado?
―Claro que no, princesa― contesté como un autómata aunque en mi mente estaba espantado por la dependencia de esa niña.
Mis palabras consiguieron tranquilizarla y tumbándola sobre el colchón esperé a que dejara de llorar manteniendo mi brazo alrededor de su cintura. Una vez su respiración se había normalizado creí llegado el momento de volver a mi cama pero cuando me quise levantar, con voz triste, Jimena me rogó:
―No te vayas. ¡Quédate conmigo!
Su tono venció mis reticencias a quedarme con ella y accediendo me metí entre las sábanas por primera vez. En cuanto posé mi cabeza sobre la almohada, mi nuera se abrazó a mí sin importarle que al hacerlo su gran escote permitiera sentir sobre mi piel sus pechos.
« Pobrecilla. Está necesitada de cariño», pensé sin albergar ninguna atracción por mi nuera pero francamente preocupado.
Mis temores se incrementaron cuando medio dormida, escuché que suspiraba diciendo:
―Gracias, mi amor…

 

Relato erótico: “Reencarnacion 6” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 6

Durante los siguientes dos meses mi vida es un desastre, pero un desastre que no conocía, y por lo cual, me siento todavía más insegura en él.

Javier ya es oficialmente el novio de Celia, y son la maldita pareja perfecta. Veo fotos, comentarios en redes sociales y de vez en cuando viene a comer a mi casa para no dejar de hablar de lo bien que les va todo. Me dan asco. Mi relación con él es pura fachada de mi parte, sonrío, le escucho y le felicito, pero estoy que echo chispas por dentro. No lo nota nadie y me parece que es que nadie le importa mi estado emocional. Lloro casi todas las noches, y sobre todo los días en que, de forma estúpida, sigo acudiendo cada vez que me llama para sacar a Thor, y darles un respiro para acostarse juntos.

La semana pasada hasta se la subió a mi casa tras un sábado de fiesta, y durmieron en el sofá, aquel en el que me abrazó medio borracho, y me tuvo días pensado en sus brazos rodeándome. Aquello fue demasiado y me inventé que me molestaba subir a tanta gente a mi casa, cuando en realidad es que es verles juntos y tengo ganas de sacarla los ojos. Hay algo en esa chica que no me gusta, lo obvio es decir que es por celos, pero es tan lanzada que me da mala espina.

Para colmo, ahora mi hijo, el chulo guaperas, se ha echado también novia, la chica con la que estaba tonteando, que se llama Isabel, y es una imbécil de cuidado. Se pasa la mayor parte de los días en mi casa, mejor dicho, en su habitación, con la música a todo volumen para no lograr a callar los polvos que echan sin parar. Es una jovencita de su edad, de piel morena y rasgos árabes, aunque es española, de pelo negro enmarañado, ojos marrones y cara bonita. Alta, casi de la estatura de Carlos, y diría que hasta pesa más, es algo robusta pero no le afea en absoluto, es más, le queda genial con unos pechos grandes y caderas opulentas. El problema es que desde el día uno se cree la dueña de la casa, y como el idiota de mi crío, ya que se comporta así, se lo permite, yo debo tragar sus desasieres, del tipo, “Lávame la ropa” o “Esto no me gusta de comer”. Al principio lo pedía por favor, pero ahora lo ordena, y bastante tengo con un vago marimandón, como para tener a dos.

En el trabajo siguen los recortes, y estoy saturada. David ha decido que en vez de echarme a mí, ha despedido a mi compañera, de turno completo, y a mí me ha subido de horas. Es más dinero, pero tampoco lo necesito, lo que si me viene bien es estar más horas lejos de casa. El contrapunto es que tengo menos tiempo para las cosas del hogar, y no tengo ayuda alguna.

Ha llegado el verano, y eso incluye el calor asfixiante de Madrid, y que todas mis amigas se han ido de vacaciones, con lo cual no tengo con quien salir a tomar algo para despejarme. He pensado en volver a salir de discotecas, como hice el día de Jimmy, pero me da apuro ir sola y el único que se ofreció fue Javier, al que casi no puedo ver a solas, con la otra pegada como una lapa a él.

Con lo cual, vivo entre sofocones, enfados y lloros. Carlos está harto, pero no más que yo, de verdad que no tengo ni idea de lo que hacer con mi vida.

Mi único bálsamo, es el viaje de la universidad. Se pagó hace tiempo, y mi hijo irá a Londres casi un mes, junto a muchos de sus amigos, incluidas Isabel, su nueva novia, y Celia, la imbécil que le absorbe la vida a la versión joven de mi marido. Todo me hace suponer que Javier también irá a ese viaje, aunque según creo, ya que no he hablado con él directamente, le avisaron tarde y no tiene el dinero para ir. Si no va, se pasará una semana de visita en casa de sus padres en Zamora, pero regresará a Madrid. Lo más triste de todo, es que para no viajar con el animal, me lo dejaría a mí para cuidarlo hasta que regrese, tanto si va a Inglaterra cuatro semanas, como si se va solo una a su pueblo.

Faltan unos pocos días, y podré estar en casa sola y tranquila. Thor es grande, pero está bien adiestrado, me hará compañía y me obligará a sacarlo a pasear, necesito una distracción, y a estas alturas un perro me vale. Tres paseos al día con visitas a parques, es más de lo que me ha sacado nadie en tres años.

Dicho todo esto, Javier se va a pasar esta tarde con el enorme dogo negro, para que se acostumbre a mi casa, y no sea de golpe. Creo que va a ser la primera vez desde que le enseñé a quitar sujetadores, que le voy a ver a solas. Estoy un poco nerviosa, en este tiempo he logrado refrenar mis sentimientos cuando le veo, es fácil cuando Celia literalmente no deja de abrazarlo y besarlo. Creo que hasta él se ha dado cuenta de mi incomodidad, y por eso ya no le veo tanto. Es por eso que ahora mismo no tengo ni idea de lo que voy a sentir cuando le vea.

Regreso del trabajo ya casi de tarde, y me da tiempo a subir y darme una ducha antes de que venga. Me tengo que morder el labio de frustración cuando me encuentro unos tangas y sujetadores de Isabel tirados en mi baño, y luego otra vez cuando veo que Carlos y su novia se han comido lo que había preparado de cena para mí. Iba de cabeza a echarles la bronca y tener otra discusión, pero me arrepiento a última hora, la experiencia me dice que no me va a servir de mucho. Me pongo unos pantaloncitos cortos a rayas blancas y negras, con un top azul oscuro de tirantes, porque el calor es demasiado hasta para los camisones, y limpio la cocina y el baño, mientras los otros dos no salen de su cuarto. Tengo la sensación de ser la sirvienta de la casa, no la dueña.

Por fin suena el timbre, tengo que lavarme un poco la cara para refrescarme y voy a abrir. Es Javier, y le espero en la puerta hasta que sube, me hace gracia escuchar las aceleradas pisadas del animal, es como si supiera que estoy allí, y deseara verme. Cuando llegan a mi rellano, Thor ladra, pero como he notado que me ladra a mí, una especie de saludo efusivo. Su dueño trata de sujetarlo pero hasta a él le cuesta, y con unas chanclas en los pies, junto a un pantalón corto vaquero y un polo amarillo, no ayudan a sujetarlo.

– YO: Hola Javier…hola Thor. – ya le saludo, y como hace siempre que me ve por primera vez ese día, salta y se pone sobre dos patas sobre mí. Es casi de mi altura, y técnicamente no hay diferencia con que me abrace una persona.

– JAVIER: Quieto, que la vas a hacer daño. – le chista y el animal me lame el brazo antes de acudir a sentarse a los pies de Javier.

– YO: No pasa nada.

-JAVIER: Vaya cariño te ha cogido, es decir tu nombre y se pone como loco.

– YO: Es que ya son muchos paseos ¿Verdad? – le acaricio la enorme cabeza al perro, que saca la lengua jadeando. – Anda, pasad.

Entran con celo, el animal olfatea todo, pero está bien sujeto. Le doy un buen recibimiento, un cuenco lleno de agua fresca que casi vacía, y unas salchichas que se come enteras. Le hablo a los dos, y le índico al cuadrúpedo que no se meta en mí cuarto ni se suba al sofá, como si me entendiera.

Tras la visita guiada, nos sentamos en la cocina, y dejamos algo suelto a Thor para que investigue por su cuenta. Me fío lo suficiente como para saber que no hará ninguna trastada, y ya me he ocupado de guardar todo lo susceptible de romperse o caerse.

– JAVIER: Muchas gracias por quedarte con él, Laura, eres la mejor.

– YO: No hay de qué, pero al final no sé si es un mes o una semana.

– JAVIER: Estoy probando mil maneras para poder ir a Londres, pero lo veo imposible.

– YO: Si es por dinero, yo podría… – me coge de la mano afectuosamente.

-JAVIER: Nada de eso, no lo permitiría, y es que no es sólo eso, ya no hay asientos, y reservar todo fuera del viaje conjunto, sale por mucho más.

-YO: Lo lamento, esperaba que pudieras ir.

-JAVIER: Y yo, tengo ganas, pero…creo que va a ser bueno no ir.

-YO: ¿Y eso?

– JAVIER: Nada, cosas con Celia, llevamos unas semanas raras…se habrá pasado el efecto inicial. – contengo el aliento.

-YO: ¿Raras, cómo?

– JAVIER: Pues no sé, cada vez que salimos se emborracha mucho y me deja algo de lado, no hablamos tanto, ni anda pendiente del móvil por si la escribo, y ya no siento que me toca o me besa de la misma forma….tal vez es que nos hemos pasado casi dos meses pegados, y el roce ya cansa, un descanso de un mes separados puede ser bueno, ¿No? – analizo las respuestas posibles. Es la primera vez que le escucho una mínima brecha en su relación, y debo decidir si hago caso a mis sentimientos, y hago el agujero más grande, o si debo ayudarle.

– YO: Pero eso es normal, es que tú forma de querer es muy constate, y si la otra persona no está preparada, puede agobiar.

– JAVIER: Pues por eso, que se lo pase bien, y así desconectamos un poco el uno del otro.

– YO: No quiero ser mala, pero en esos viajes pasan muchas cosas, aclaro todo antes de que se vaya.

– JAVIER: Ya, eso sí que me da un poco de respeto, pero confío en ella.

– YO: Tú la conoces mejor que yo. – le sonrío sin saber si he instando a unir o separar.

– JAVIER: Eso creía….En fin, que me iré entonces la semana que viene a casa de mis padres. Qué asco quedarme sin vacaciones.

-YO: Te vas al pueblo. Si al final no vas a Londres, podrías quedarte en Zamora todo el mes ¿No?

-JAVIER: Lo he pensado, pero mi familia trabaja muchas horas y pasaría mucho tiempo solo o estorbándoles. Aparte que alguien debe cuidar el piso de estudiantes, todos se van y no quiero que se quede la casa sola tanto tiempo. Prefiero no incordiar a mis padres, pasaré una semana con ellos, y luego volveré aquí…lo que no sé es qué hacer, literalmente se van todos los que conozco. ¿Y tú qué, no sales por ahí?

– YO: Que va, si ahora con mi turno es de locos, y no tengo vacaciones hasta dentro de dos meses.

-JAVIER: Todo el verano aquí sola, puf, no te envidio.

– YO: Ya, Javier, pero es lo que hay, ser adulto es un fastidio.

– JAVIER: Digo yo, ya que vamos a estar los dos solos, podemos quedar a pasear el perro y tomar algo. – me doy cuenta de que las cosas se tercian para que sea solo mío, al menos tres semanas.

-YO: ¡Claro, sería estupendo! Que últimamente me tienes algo abandonada. – lo digo con sorna para ocultar la ilusión que me ha hecho el detalle.

-JAVIER: Lo sé, y lo lamento, te tengo mucho cariño, pero entre la universidad y Celia, estaba hasta arriba.

-YO: Lo comprendo.

-JAVIER: Oye, hasta podríamos ir a la piscina, a mi novia no le gusta nada, y todavía no he pisado una este verano. – me quedo paralizada ante él.

– YO: Yo…bueno…si te apetece. – desde que murió mi marido, tampoco soy asidua, hay mucho baboso para ir sola.

– JAVIER: Me gustaría mucho, así algún fin de semana que libras, vamos y de noche te saco a bailar como te mereces, que te debo mucho. – me muerdo el labio anonadada, todavía se acuerda de aquello.

-YO: Vale, pero nada de pasarse con la bebida. – digo por frenar mi alegría. Me pongo en pie junto a él, lleva un rato mirando el reloj del móvil, y eso me indica que ha quedado con Celia.

– JAVIER: Claro que sí, nos lo vamos a pasar genial. – se pone en pie y, sin dudarlo, me abraza, es como si nada hubiera pasado, me siento de nuevo envuelta en su calidez, y le aprieto contra mí. No puedo evitarlo, me encanta sentir sus brazos sobre mí, mi cara en su pecho y las carantoñas de sus dedos a lo largo de mi espalda.

– YO: Pásalo bien, y dale recuerdos a tus padres.

-JAVIER: Lo haré, pero ahora me voy a pasar una semana pensando en ti. – se me suben los colores como llevo meses sin sentir.

-YO: Anda, bobo. – me besa tres veces en la mejilla, y me saca una carcajada sentir a Thor metiendo su hocico entre mis piernas, para luego saltar y juntarnos en un triple abrazo.

-JAVIER: Vaya con el perro…será mejor que me marche antes de que decida quedarse contigo ya, que he quedado. – No me fallaba el olfato y me confirma que se va a buscar a su novia.

Le pone la correa y me da otro abrazo antes de irse. No es hasta que cierro la puerta que empiezo a dar saltos de alegría, sonriendo y apretando el puño. No tenía ni idea de lo que iba a sentir, pero ahora lo sé, y me encanta. Javier tiene todo para lograr animarme, y lo que se planteaba como un verano soso y aburrido, puede convertirse en el más divertido en mucho tiempo.

Me voy derecha a mi armario y saco mis biquinis, están algo anticuados y rancios, así que me decido a comprar unos nuevos, y ya puestos, algo más de ropa juvenil.

A la hora de cenar sigo sonrojada, y para cuando vuelvo a la cama, saco el consolador, casi olvidado de mi cajón, y me doy un par de horas de placer. Es solo imaginar a los dos bailando en una discoteca o en la piscina, y me pongo mala. Acabo durmiéndome completamente desnuda y empapada en sudor, pero es la mejor noche desde que Celia llegó a nuestras vidas.

Pasan los días y llega la hora de despedirse. Hasta ayudo a hacer las maletas a la odiosa Isabel, no vaya a ser que pierda el vuelo, y a Carlos le despido con los consejos de madre preocupada más típicos. Temo por lo que le pueda pasar a mi hijo, pero ahora mismo, le necesito lejos de mí.

Llevo al aeropuerto de Barajas, a unos cuantos kilómetros al noreste de Madrid, a mi hijo y su novia, y a Celia y Javier, así me vuelvo con él. Esperamos con ellos hasta que se marchan, y aparto la mirada ante el efusivo beso con lengua de las parejas, sobretodo la del joven que se va a quedar conmigo. Al meternos en el coche de regreso, tengo la misma sensación que cuando dejas a los niños en el colegio el primer día, tienes pena, pero por dios ¡Qué alivio!

Nos vamos derechos a casa de Javier, donde nos espera su mascota. Hoy soy el taxi oficial, y aparte de recoger al perro, tengo que llevar a su dueño a la estación de autobuses de Plaza de Castilla, al norte de la ciudad. Él no tiene tanto dinero para ir en avión, y me ofrecí para llevarle a casa de sus padres, son muchos kilómetros juntos, pero declinó férreamente, y hasta me dijo que si lo hacía, me quedaría con él allí la semana entera. Lo hablé con mis jefes de pasada, pero era imposible cuadrar las fechas con tan poco tiempo de antelación.

Llegamos pronto, y nos da tiempo a hacer las cosas con calma. Thor el último, para que no se agobie por el calor en el coche, y vamos metiendo un par de maletas y una mochila en el maletero. Mientras lo hacemos, se da una ducha para refrescarse, y si tuviera ropa para cambiarme, iría detrás. El calor es terrible, una ola de aire caliente africano nos está asolando desde hace cuatro días y no bajamos de los cuarenta grados de día, y de los veinticinco de noche. Ahora mismo tengo la falda blanca vaporosa hasta las rodillas y el top a juego, empapados y la tela se pega a mi piel, noto el sudor cayendo entre mis senos y pese a la coleta, me tengo que abanicar la nuca para no desmayarme.

Javier sale del baño con una toalla anudada en la cintura. No es la primera vez que le veo el pecho, hinchado y robusto, sin músculos aparentes pero sí dando una imagen poderosa, con la piel brillante del agua y un poco de pelo bajando por el vientre y todavía más en las piernas, que le queda muy varonil. Tengo que empezar a abanicarme más rápido.

– JAVIER: Puf, con este calor me muero, menos mal que me voy al norte, allí dice mi padre que no pasan de los veinte grados.

-YO: Cállate, que me voy contigo.

-JAVIER: Invitada estás, ya lo sabes…

– YO: Porque no puedo, trabajo, que si no me iba de cabeza. – se me queda mirando y me sonríe.

– JAVBIER: Perdona que te lo diga, Laura, pero estás preciosa hoy. – abro la boca impresionada.

-YO: Vaya…muchas gracias…será que otros días no lo estoy…- uso la salida fácil.

-JAVIER: Siempre vas espectacular, pero no sé, con el sudor y la ropa pegada, estás para comerte….me preocupa volver y que tengas a alguien que te distraiga. – está de broma, lo sé, pero mi cara se ha encendido como una bola de Navidad.

-YO: Ya, es que este calor me puede…pero tú tranquilo, estaré esperándote, soy toda tuya. – mi cerebro me juega una mala pasada, y Javier sonríe mirando al suelo.

-JAVIER: Afortunado de mí. – le veo venir, y me abro de brazos. Si normalmente me encantan sus abrazos, hacerlo con su torso desnudo y después de lo que me ha dicho, me hace elevarme para besarle la mejilla. Me zarandea feliz, murmurando lo mucho que me va a echar de menos. – Por cierto, tengo que vestirme. – dice con unos calzoncillos en la mano, tardo medio segundo en reaccionar y salir de su cuarto.

No cierro del todo, y no puedo evitar quedarme mirando por la rendija, no se ve mucho, pero si intuyo que se quita la toalla, y cuando se agacha a ponerse la pernera de la muda, veo su culo en primer plano. Solo dios sabe cómo evito entrar y agarrárselo, es casi la perfección, pero me voy al baño y me echo agua fría en la cara. “Madre mía, es que se lo muerdo” me dice mi yo más travieso. Al regresar ya está vestido con una siempre camiseta blanca y un pantalón corto azul oscuro.

Bajamos a Thor, y tras una leve pelea logramos subirlo a la parte de atrás del coche. Vamos a la estación, y me da lástima no poder esperar con Javier todo el rato, pero no podemos dejar al perro en el coche con este calor, y tampoco nos dejan meterlo hasta las dársenas.

– JAVIER: Bueno, trasto, me voy, pórtate bien, y cuida de mi mujer favorita. – le dice al animal, que sin ser consciente del todo, intuye que no lo va a ver durante tiempo, y le lame como nunca le había visto hacerlo.

– YO: La que se supone que tiene que cuidarle, soy yo.

-JAVIER: Ya, pero él tiene su cometido, mantenerte sana y salva hasta que vuelva. – se alza y me abraza. Me dejo, adoro la sensación, ya lo he dicho mil veces, y este dura casi un minuto, con carantoñas, besos y palabras de cariño.

– YO: Tú cuídate, y vuelve entero, que eres mi única esperanza para divertirme un poco.

-JAVIER: Aquí estaré.

-YO: Te voy a extrañar mucho. – se me escapa, no es el decirlo, es el tono, tengo incluso peor cara que Celia cuando se han despedido.

-JAVIER: Y yo a ti, pero es una semana, y te voy a acribillar a mensajes por el perro, y porque así nos distraemos el uno al otro, que en Zamora no hay tanto que hacer.

-YO: ¿Y con Celia?

-JAVIER: Hemos charlado, y sí, hablaremos, pero vamos a dejarnos nuestro espacio.

-YO: Está bien, pues vete ya, anda, que no llegas.

-JAVIER: Vale, cuídate mucho. – coge las maletas y le dedica una última mirada al perro, antes de darme un beso y marcharse. Me cuesta un par de tirones y chistar que Thor no salga corriendo detrás de Javier, pero al final me mira, con ojos tristes, y comprende que se queda conmigo.

-YO: Yo también le voy a echar de menos. – le acaricio la cabeza, y ya más obediente, se va conmigo, dedicando un par de vistazos atrás.

Al llegar a casa suelto al animal, que en su desconocimiento, busca a su dueño allí. Pero tras una hora dando vueltas, se calma, y se sienta a mi lado, junto al sofá. Da algo de pena ver a un portento de su tamaño, lloriquear un poco, gime angustiado, y acaba apoyando la cabeza en mi regazo. Se la acaricio con mimo, y tras un rato se le ve más animado.

Me ducho por segunda vez ese día antes de comer, y la verdad es que la tranquilidad de la casa es relajante. Salvo algún gruñido o el sonido de la respiración de Thor, el resto está tan silencioso que me emociona. Me bebo medio litro de agua comiendo, y me llevo otro frío medio al sofá. El perro se ha comido todo lo que le he puesto, y he tenido que reponer el cuenco para que beba.

Trato de tumbarme a descansar, pero entre el calor y los gimoteos del animal no puedo. Ahora no está triste, es que quiere subirse conmigo a dormir. Le digo que no, muchas veces, y le chisto, pero amaga un par de veces, y al final, se mete a la fuerza. Quiero echarlo pero me da lástima, y acabo acomodándome a su tamaño. Me recuerda a Javier borracho allí mismo, y tenerle entre mis brazos.

Duermo del tirón, pero a media tarde su ladrido me dice que quiere salir. Me pongo un vestido vaporoso de flores y salgo con él a pasear. Una vez en el parque le dejo suelto, y es cuando me llegan los mensajes de Carlos, comentando que han llegado bien a Londres. Aviso a Javier y me dice que se alegra, pero que a él le quedan al menos dos horas de trayecto. Y como tal, empezamos a hablar, casi como el primer día que me dio su número.

Charlamos hasta que llega a Zamora, y me dice que en cuanto pueda, me manda un mensaje. Dejo de estar abstraída y busco a Thor entre una maraña de perros en persecución de una mariposa. Le llevo a casa y nos bebemos cada uno al menos un litro de agua. Hago algo ligero de cena, y le pongo su pienso, que Javier me trajo hace dos días, junto a una mezcla de salchichas y carne picada, que se zampa desesperado hasta no dejar nada. Me tumbo en el sofá, y tras un leve duelo de miradas, le dejo subirse conmigo. Se hace una bola detrás de mis piernas y apoya la cabeza en mi cadera, le acaricio la cabeza con suavidad durante un rato, hasta que el sueño casi nos vence a ambos.

Es cuando le saco por última vez, es apenas una vuelta a la manzana, pero así se desquita. Al volver, me escribo con Javier, ha llegado bien y le digo que el perro está genial. Luego me pego otra ducha, la tercera del día, y me quedo pensando si ponerme algo encima, pero al final me dejo un tanga, y con eso ya tengo calor. El perro se tumba en el suelo de mi habitación, pero gimotea, y harta de verle con su carita triste, palmeo el colchón, y de un salto mueve casi toda la cama al subirse. Busca posición, me lame la cara y se tumba a mi lado. Es raro, pero el calor de su cuerpo me tranquiliza, hace mucho que nadie dormía conmigo, y caigo profundamente dormida acariciado del lomo a esa bestia de carácter afable.

Por la mañana me toca trabajar, así que me levanto, me ducho y me visto cómoda, saco al animal a dar un buen paseo a primera hora. Luego me cambio a ropa de oficina y le dejo comida y bebida, para pasarme unas cuantas horas fuera de casa. Todo el día estoy pendiente entre el trabajo y el móvil, charlando con ese joven que me tiene embobada, aunque no quiera.

Me dice que llegó bien y que se ha instalado, que está muy fresco y que me manda besos y caricias, supongo que en lo segundo, se refería para Thor. Me manda unas fotos suyas, el maldito va con jersey y todo, cuando aquí me sobran hasta las pestañas. Le cojo el gusto y le mando yo una instantánea mía en el trabajo, sentada en la mesa de mi oficina, saludándole con una gran sonrisa, y me responde que no sabe lo que le pasa a los hombres, cuando tendría que tener a todos besando por donde piso de lo guapa que soy. Me suelta ese tipo de cosas, y me confunde, porque me gusta ser halagada, pero sé que lo hace para que me sienta bien, no porque quiera nada conmigo, y no lo quiere porque yo misma le dejé claro que no lo habría. Eso me duele en muchos aspectos.

Regreso a casa sin dejar de hablar con él de lo que ha comido, y de lo mucho que le ha gustando ver a su familia. Al llegar temo encontrarme un desastre épico de Thor por dejarlo solo, pero simplemente me salta encima cuando entro, casi me tira, pero nada más. Se ha portado bastante bien, y juego con él un rato mientras me cambio, casi me ducho pero prefiero sacar al perro y hacerlo luego.

Me pongo las zapatillas, unos shorts blancos y una camiseta a rayas azules y negras, encima de la misma ropa interior del trabajo, y me veo estupenda en el espejo, con el cabello suelto dorado. Damos una gran vuelta hasta acabar en el parque del oeste de nuevo, y allí le suelto mientras juego a lanzarle la pelota y hacer carreras. Me divierto un montón con él, es incansable, y no se queja ni pide volver a casa. Termino rodando por el suelo junto a él, y como le estoy cogiendo el gusto a eso del móvil, le mando a Javier unos videos cortos de Thor, y de mí, haciendo un poco el tonto. La respuesta que recibo es demoledora, “Ojalá estuviera allí contigo”, me hace suspirar su franqueza. “Ojalá estuvieras, Thor te echa mucho de menos…y no es el único.” es mi contestación, junto con una foto de mi cara pegada a la del perro.

Volvemos a casa, y ahora sí, me pego una ducha para sacarme la suciedad y el sudor. Luego meto al animal a la fuerza en la ducha, y con un champú especial que me dejó su amo, le doy un buen cepillado. Es casi una hora de luchar contra los elementos, su fuerza y testarudez son entretenidas, y al finalizar, tengo que volver a ducharme, mientras él sale al pequeño balcón del piso a secarse al sol del atardecer. Cuando salgo, me pongo un tanga y un camisón para salir a la ventana con él, y mirar a la gente pasar. No falta el grosero que me suelta alguna guarrada, desde un segundo piso si no tengo cuidado se me ve todo, pero no me molesta.

Al entrar nos sentamos en el sofá, y me gusta verle buscar la forma de apoyar la cabeza en mis piernas o el costado. Luego cenamos copiosamente, el paseo me ha dejado famélica, y tras ver un rato la televisión, le saco a dar una vuelta en plena noche, con el camisón y todo. Normalmente no me atrevería, es tan corto como un vestido de “putón”, pero con Thor al lado no tengo miedo a nada, hasta la gente normal se aparta de él, y todo aquel que pueda tener mala pinta, recibe una mirada inquisitiva del perro antes de que pueda decir o hacer nada. Al volver a casa me voy directa a la cama, estoy rendida pero me paso una hora hablando con Javier, me dice que se lo está pasando bien con viejos amigos del pueblo, pero que se aburre un poco.

Le mando una foto de Thor estirado en mi cama, y al rato me dice que “es listo el jodido bicho, se va a tu cama y no a otra”. Me sonroja pensar que le tiene envidia al perro, al menos esta noche. Me acuesto y abrazo al pobre animal, que se deja hacer sin comprender que, en realidad, es un sustituto de su amo.

La semana pasa larga y eterna, en unos términos similares. Levantarme, pasear a Thor, ir a trabajar, volver, comer, ir al parque con el perro, regresar, ocuparme de la casa, cenar, sacar al dogo un poco, ver la televisión un rato, y dormir con él animal. Es simple, sumándole dos o tres duchas diarias, dependiendo de si baño al monstruo, que le tiene miedo a la bañera si le dejo solo, o no.

También paso las horas muertas hablando con Javier, es un encanto, y siempre me responde, da igual si tarda más o menos. Nos mandamos fotos y notas de audio, hasta me atrevo a mandarle un vídeo de Thor retozando conmigo en la hierba, en que por jugar con él, el escote es de vértigo.

Los primeros días me decía que estaba bien, y que me echaba de menos, con el tono amable que le caracteriza, pero en los últimos su tono ha cambiado, pasa mucho tiempo en casa, y no sabe qué hace allí, su familia le quiere, pero tienen sus trabajos y sus vidas, así que pasa mucho tiempo solo. Ahora ya no parecen frases protocolarias cuando dice que me quiere dar un abrazo que me va a partir en dos cuando me vea, está necesitado de un cariño y un afecto que allí no tiene, que estoy segura que Celia no es capaz de dar, y todavía menos por teléfono, desde Londres.

He hablado con Carlos, pero salvo decir que está bien, y que todos lo están pasando de cine, no responde nada más. En el ordenador veo que sube cosas de su viaje en las redes sociales, y para mi sorpresa, Isabel ha quedado relegada, sale poco o nada, mientras que Celia aparece en casi todas, siempre pegada a mi hijo. Me da muy mala espina, pero si a mí me la da, a Javier, que lo verá igualmente, imagino que más, y decido no comentar nada.

El fin de semana es de lo mejor. Dejo de ir al gimnasio por la mañana, me llevo a Thor a la Casa de Campo, una porción de bosque al sur de Madrid, y echo a correr con él a mi lado. Es una buena zona de día, y me cruzo con muchos otros ciclistas y corredores, así como grupos de familias acudiendo al zoo o al parque de atracciones, muy cercanos uno del otro. Me he llevado algo de comida y tirada bajo la sombra de un árbol, me la como, con el animal al lado, zampándose su parte correspondiente. Luego busco una fuente y reponemos líquidos, me hace cosquillas la lengua grande y áspera en mis manos cuando la uso de cuenco para él. Luego le mojo entero, ya que el calor aprieta y regresamos al coche dando brincos y saltos, esquivado también a alguna prostituta y drogadictos que empiezan a salir en cuanto llega la tarde, así como ancianos homosexuales que se esconden tras los matorrales para tocarse entre ellos.

Así es mi cuidad, un contraste tras otro.

Al regresar a casa me meto en la ducha, Thor se siente más cómodo si entro con él, y ahora se mete conmigo. Me dio algo de apuro el sábado, pero el domingo me encantó verle allí sentado mirándome como si no estuviera desnuda enjabonándome entera. Así le baño a él también y ahorro agua, que al ritmo que voy, agotaré los embalses cercanos a la capital.

Tras vestirme con un tanga y un sujetador cómodo, me pongo un vestido suave y me voy a comprar ropa a un centro comercial cercano. Se acercan mis tres semanas con Javier, y no quiero que me vea como hasta ahora. A parte que necesito biquinis, me he probado los viejos y no me gusta nada cómo me quedan, hasta tengo bañadores de cuerpo entero, que estilizan pero no enseño nada. Me digo que es para ponerme morena de sol natural, pero la verdad es que quiero impresionar a cierto joven.

Acabo con varias bolsas de ropa de secciones juveniles, es un gustazo verme con esa ropa, no me siento muy cómoda, ya que realmente todo se ha acortado o empequeñecido a niveles “sonrojantes”, pero no voy a negar que estoy tremenda con una minifalda elástica negra o un top banco sin mangas palabra de honor, que apenas cubre mis senos. En mi época de joven he llevado cinturones más anchos que esas prendas. De los biquinis, me han gustado varios, uno blanco y otros de flores estampadas que se atan por los lados con lazos diminutos, así como la parte de arriba, con pequeños triángulos que tapan lo justo. Y para remate, me he comprado un bañador de esos de tanga, negro, de hilo tan fino que atrás no tiene tela, solo las gomas, y al caminar con ellos noto una presión en mi vulva de lo más placentera.

Regreso a casa y me pruebo todas las combinaciones para verme lo mejor posible, con Thor allí sentado, mirándome, le pido opinión y todo, pero sólo ladea la cabeza y jadea. Me dejo un vestido negro de tela ligera, que si levanto ambos brazos se me ve el tanga, y como lleva la espalda totalmente al aire, voy sin sujetador a sacar al perro. Ni loca haría esto sin él, y vaya por delante que cada una puede ir como quiera, pero entiendo que se piensen los que me vean así, que voy pidiendo guerra. Tal vez lo haga, pero esperaré a que Javier venga para que me la den. Me ilusiono al ver que, incluso con el poderoso perro delante, alguno no pude evitar acercarse, siempre en tono amable y cariñoso, hablando de los animales, pero tratando de jugar conmigo. Soy amable, sonrío, pero nada más, mi objetivo es otro, y ya he demostrado que estoy para comerme entera.

De vuelta apuro el paso, no es que nadie me siga, pero tengo algo de miedo, no he debido regresar tan tarde. No ocurre nada, y al llegar me pego un buen baño, con el perro sentado mirando cómo me relajo. Quiero estar reluciente, mañana viene Javier. Me paso una hora decidiendo si le mando las fotos de hoy, no se ve nada raro, pero si lo hago le quitaré la parte de la sorpresa. Simplemente me escribo con él, y noto, temblando de alegría, que está deseando verme, me ha dicho, literalmente “Dios, no sabes cuantas ganas tengo de abrazarte y no soltarte en tres semanas.”, es lo que más deseo ahora mismo. Temo mucho estar equivocándome, otra vez, pero tengo la sensación de que si no hago algo antes de que Celia regrese, me lo arrebatará para siempre, tengo que aprovechar esa leve brecha en su relación.

Salgo y me doy un buen tratamiento para la piel, me pongo unas braguitas y un camisón para acostarme, pero a mitad de noche el calor, y el tibio cuerpo de Thor, me pueden, y me quito el satén, abrazando al animal, que me lame el cuello, casi como si entendiera que estoy necesitada de caricias. Me quedo dormida y sueño con mil situaciones que puedan darse a partir de hoy, sobretodo, empezando por mañana.

Continuará…

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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas III” (POR XELLA)

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Sofía sentía frío. Empezó a abrir los ojos, poco a poco, entre fuertes dolores de cabeza, ¿Qué había pasado?
No sabía bien donde estaba, parecía… ¿Barrotes? Aún no veía con claridad y, donde se encontraba no había ninguna luz.
Intentó mirar alrededor pero no le sirvió de mucho, intentó moverse, pero había algo que la bloqueada esos… barrotes estaban por todos lados, no tenía mucho sitio para moverse. Algo la molestaba en el cuello, se acarició de las manos y se encontró con una especie de collar que llevaba puesto. del collar salía una especie de cadena… Sofía comenzó a asustarse.
Su miedo aumentó cuando se dió cuenta de que estaba desnuda, ¡Desnuda! Los recuerdos comenzaron a volver a su cabeza, ¡Estaba en Xella Corp! El pánico comenzó a abordarla, su último recuerdo era estar yendo al despacho de Marcelo… La cabeza le dolía. De repente todas las luces se encendieron, cegándola. Entonces, mientras recuperaba la visión, reconoció donde estaba. Una sala enorme, llena de jaulas… ¡Y ella estaba dentro de una! “¡NO NO NO! ¡Esto no puede estar pasando!” Pensó.
Un guardia que acababa de entrar era el que había encendido las luces.
– ¡Oiga! – Le llamó Sofía. – ¡OIGA!. – El hombre se giró hacia ella.
Las mujeres que estaban en las jaulas contiguas se apartaron todo lo que pudieron de ella, y se acurrucaron en un rincón, mientras la miraban como si estuviera loca.
– Tiene que sacarme de aquí. – Continuó la reportera. – ¡Yo no tengo que estar aquí! ¡Estaba haciendo un reportaje! Pregúntale a Marcelo, ¡Él te lo dirá!.
El guardia se iba acercando lentamente a la jaula. Con desgana, rebuscó en una carpetilla con papeles.
– Sofía, ¿Verdad?
– ¡Sí! – Contestó la mujer, con optimismo.
– Aquí no pone nada de que tu captura sea un error… Es más… Tu entrenamiento comienza hoy… – Sofía se puso pálida, ¿Entrenamiento? – Y parece que va a ser muy divertido… – Una sonrisa macabra se dibujó en la cara del guardia.
– ¿Qué? ¡NO! ¡No me podéis hacer esto! ¡No tenéis derecho!
¡PAM!
El guardia dió un fuerte golpe en los barrotes de la jaula con una porra, haciendo callar a Sofía.
– ¡Cállate perra! ¡La que no tienes derechos eres tú! ¡Ahora no eres más que una esclava! Así que no hagas ninguna tontería o tendrás tu merecido.
– ¡No soy una esclava!
El guardia se había cansado, volviendo a acercarse a la jaula introdujo por los barrotes el extremo de una barra metálica. Sofía no sabía lo que era pero, en cuanto la tocó, una gran descarga eléctrica la recorrió entera, haciendola gritar y dejándola tendida en el suelo de la jaula.
– Ya me he cansado de hablar contigo, perra. Todavía no tenemos permiso para tocarte, pero en cuanto empieces tu entrenamiento…
Sofía miró al hombre desde el suelo, con cara de asustada. ¿Cómo coño se había metido en ese lío?
– Y no vuelvas a molestarme si no quieres que te vuelva a tocar con mi amiguita… – Continuó el hombre, alzando la barra con la que le había dado la descarga. – No tendré reparos en asarte como un pavo como me toques los cojones…
Se dió la vuelta y se fué, dejando a Sofía electrocutada y sola, arrinconada en un rinconcito de la jaula…
El tiempo pasaba y allí no había ningún cambio, de vez en cuando algún guardia se acercaba a alguna jaula para increpar a la chica que la ocupaba, o traían y se llevaban a alguna de las chicas. Empezaba a dolerle el cuerpo de estar en un espacio tan pequeño, y empezaba a tener sed… Miraba el falo de plástico que colgaba en un lado de la jaula, conectado a un depósito de agua y recordaba la función que le habían explicado que tenía… Se negaba en redondo… Antes moriría de sed.
Había intentado hablar un par de veces con alguna de las chicas de las celdas contiguas, pero estas la habían evitado. Lo más que consiguió fue que una de ellas le dijera que la dejara en paz, que no quería recibir un castigo.
El tiempo pasaba muy despacio… No sabía cuanto llevaba de día pero le parecía una eternidad. De repente, la puerta se abrió y, en vez de entrar un guardia, entró una mujer.
– ¡Angélica! – Exclamó Sofía. – Por favor, ¡Tienes que sacarme de aquí!
Mistress Angélica la miró, desde el otro lado de la sala, le dijo algo a un guardia al oído, y éste se dirigió a la jaula de Sofía, abriéndola y dejándola salir.
¡Por fin! ¡Ese calvario iba a acabar! Sofía se estiró nada más salir de la jaula y el guardia le dió un tirón de la cadena, apresurándola para que caminase hacia Angélica.
– ¡Vale vale! No seas tan brusco… Ya voy… – A Sofía no le desaparecía la sonrisa de la cara, estaba deseando que le devolvieran su ropa ya y salir de aquél lugar. – Muchas gracias, Angélica. – Dijo, sin contener su alivio. – He pasado un rato horrible, ¿Por qué han hecho est…
¡ZAS!
Un rápido fustazo en sus nalgas hizo que Sofía dejara la frase a medias para sustituirla por un grito.
– ¿¡Qué creés que estás haciendo!? – Gritó sorprendida la reportera.
¡ZAS!
Otro fustazo, en el otro lado del cuerpo. Sofía estaba confundida, el guardia seguía a su lado, sin moverse, sonriendo.
– Ponte de rodillas. – Susurró la dominatrix.
– ¿Q-Qué?
¡ZAS!
– ¡Obedece!
¡ZAS!
¡ZAS!
Sofía se arrodilló, intentando cubrirse con las manos de los fustazos que le proporcionaba la mujer.
– ¿P-Por qué…? – Susurró Sofía.
– Por desobediente, una esclava debe saber como comportarse ante su ama.
– Y-Yo… Yo no soy una esclava… Soy periodista…
¡ZAS!
– No hables si no eres preguntada. – Replicó Angélica. – Y te dirigirás a mí con respeto, no has olvidado cómo, ¿Verdad?.
Sofía calló y agachó la cabeza, las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero se negaba a llorar delante de aquella mujer.
¡ZAS!
– ¡Te he hecho una pregunta!
Sofía estalló de rabia, saltó desde el suelo para llevarse por delante a esa odiosa mujer. Un tirón de la cadena que la aferraba por el cuello la hizo detenerse en medio del ataque, y un par de puñetazos en el estomago propinados por Angélica consiguieron que volviese a caer al suelo.
– Vaya vaya… esta perra tiene genio… esta bien, así será más divertido. – Comentó divertida Angélica.
¡ZAS!
¡ZAS!
¡ZAS!
Rápidos fustazos cruzaban el cuerpo de Sofía.
– No te preocupes zorra (¡ZAS!), no tardarás (¡ZAS!) en aprender (¡ZAS!) cual es (¡ZAS!) tu lugar (¡ZAS!) – Angélica acompasaba el ritmo de sus palabras al de los fustazos.
– ¡Para! ¡Por favor! – Gritaba Sofía. – ¡Ya vale! – Angélica no paraba, Sofía sabía lo que quería oir. – P-Por favor, mistress, ¡Por favor! ¡No volveré a hacerlo!
El oir como Sofía se rendía produjo una gran satisfacción en la dómina, aunque sabía que en este momento sólo lo decía por el dolor, no tardaría en sucumbir ante ella de manera total.
Con un movimiento de la mano pidió la cadena al guardia, que se la tendió rápidamente.
– Vamos perra, vas a acompañarme a un sitio muy divertido.
Sofía se levantó y se dispuso a seguirla.
– ¿Alguien te ha dado permiso para levantarte?. – Dijo mistress Angélica, acariciando la fusta. – Las perras caminan a cuatro patas…
Sofía volvió a echarse al suelo derramando lágrimas de impotencia ante la situación ante la que se encontraba.
Angélica comenzó a andar y Sofía la siguió. Caminaban bastante despacio, a la chica le costaba andar en esa postura. Después de un rato en el que a Sofía le comenzaron a sangrar las rodillas se detuvieron ante una puerta.
– Creo que no viste estas salas durante tu visita, ¿verdad?. – Preguntó Angélica mientras abria la puerta.
Una gran sala se abría ante Sofía. Una gran sala vacía. Bueno, realmente no estaba vacía. Las paredes estaban llenas de instrumentos que hicieron que Sofía volviera a echarse a llorar: látigos, cadenas, fustas, picanas eléctricas, consoladores, esposas…
Avanzaron hacia el centro de la habitación y Angélica enganchó la cadena de Sofía a otra que colgaba del techo. Después fué a un rincón y recogió algo que la reportera no fué capaz de reconocer.
La dómina se acercó.
– ¿Reconoces esto? – ¡Era su cámara! – Ya hemos visto todo el material que grabaste… Y por supuesto lo hemos editado para que ni nombres ni caras ni lugares sean reconocibles. Pero creo que podemos completar un poco más el reportaje…
Sofía la miraba con rabia, esa era la razón por la que había llegado a ese horrible lugar.
– Creo que la mejor manera de acabar el reportaje es mostrando un proceso completo de esclavización y, me alegra comunicarte que has sido la afortunada elegida.
Angélica conectó la cámara y la colocó en un trípode desde donde se pudiese ver completamente lo que iba a suceder. Se colocó delante de la Sofía y comenzó.
– Entrenamiento de la captura nº 722. Sofía Di Salvo. A cargo de Mistress Angelica. ¿Qué edad tienes, perra?
Sofía no contestó. Mistress Angélica no usó la fusta, si no que la propinó un fuerte bofetón que la derribó.
– ¡Te he hecho una pregunta! ¿Qué edad tienes? ¡No me hagas repetirtelo otra vez!
– ¡V-Veintinueve!
¡ZAS!
– ¿¡Veintinueve, qué!?
– V-Veintinueve, mistress… – Contestó Sofía, agachando la cara, asustada por si recibía otro golpe.
– Pronto aprenderás que lo mejor que puedes hacer es obedecer y portarte como debes… En cuanto lo hagas, todo irá bien para tí.
Angélica continuó con las preguntas.
– ¿Por qué estás aquí?
– Y-Yo estaba haciendo un re-reportaje, mistress. – Sofía balbuceaba mientras hablaba, entre las lágrimas y los golpes recibidos no era capaz de hablar bien.
– No… – Sofía se encogió, esperando otro golpe, pero éste no llegó. – Eso es para lo que ESTABAS aquí. Ahora estás aquí para convertirte en una perfecta esclava. Vamos, dilo.
– Estoy aquí para ser una… una… – Mistress Angélica alzó la fusta. – ¡una perfecta esclava!, mistress…
– Estás aquí para aprender a obedecer.
– Estoy… Estoy aquí para aprender a obedecer, mistress
– Vas a aprender a complacer a tus amos en todos sus deseos.
– Voy a prender a complacer a mis… a mis… – Las lágrimas se escapaban de los ojos de Sofía.
¡ZAS!
– ¡AH! ¡A mis amos! Mistress…
– Muy bien, quiero que eso quede grabado en tu cabeza de la misma manera que quedará grabado en esa cámara. A partir de este momento tu opiniión no tiene ningún valor, sólo existes por y para tus amos.
Angélica se acercó a un lado de la habitación y cogió una especie de taparrabos de metal.
– ¿Sabes qué es esto?
– No, mistress
– Es un cinturón de castidad. De momento has perdido el derecho a tener orgasmos hasta nueva orden.
Angélica comenzó a colocárselo. Cuando acabó, cerró un pequeño candado y se guardó la llave. Sofía estaba en shock, más por el control sobre ella que tenía esa acción que por el hecho de no poder tener orgasmos. Aunque había disfrutado bastante del sexo durante su vida, también había pasado grandes temporadas sin él y nunca había pasado nada.
– Ahora vamos a empezar a practicar algunas de las posiciones que debe adoptar una buena esclava. He visto que durante tu reportaje viste a alguna de las esclavas practicándolas… ¿Recuerdas alguna?
– S-Si, mistress. – Recordaba haber visto dos… y no quería tener que repetirlas…
– Colócate en la posición de espera.
Sofía se colocó de rodillas, mirando a Angélica.
¡ZAS!
– ¡Mal! No digas que las recuerdas si no es verdad, esclava. ¡Espalda recta! ¡Rodillas a la misma distancia que los hombros! ¡Agacha la cabeza! ¡Las manos sobre los muslos!
Sofía iba realizando los movimientos que le indicaba su mistress.
– Eso está mejor… ¿Recuerdas alguna postura más esclava?
– S-Si… mistress… – Afirmó la esclava, sabiendo que si decía que no sería castigada.
– ¿Cuál?
– La posición de ofrecimiento… mistress…
Mistress Angélica se quedó mirando. Esperando a que la realizara.
Sofía, lentamente y llorando de nuevo, agachó su cabeza hasta el suelo, alzó el culo y separó sus nalgas con las manos.
Angélica daba vueltas a su alrededor, observándola mientras la esclava sollozaba.
– Ésta está mejor… ¿Tantas ganas tienes de ofrecerte? No te hagas ilusiones puta, no te voy a quitar el cinturon de castidad todavía…
Sofía mantuvo la posición, casi le costaba menos estar con la cara pegada al suelo, así por lo menos ocultaba su llanto y vergüenza.
– De momento está bien por hoy. – Angélica comenzó a desenganchar la cadena del techo. – Volvamos a tu jaula. Pero antes debes agradecerme todo lo que estoy haciendo por tí.
Sofía se quedó mirandola, ¿agradecerle? Angélica puso su bota delante de la cara de Sofía. Ésta se puso blanca como la leche. Recordaba como la esclava que acompañaba a la dómina la última vez lo había hecho servilmente.
Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, amenazante y ésta, haciendo de tripas corazón, sacó la lengua, cerró los ojos y empezó a pegar lentos lametones en el empeine de la joven. Estuvo durante varios minutos limpiando con su lengua ambas botas. El tácto del cuero con su lengua era extraño, pero tampoco era desagradable…
Cuando Angélica consideró que tenía suficiente, dió un tirón de la cadena para indicarla que debía comenzar a gatear.
Un interminable paseo después, llegaron ante la jaula que ahora era su hogar. Angélica examinó el dispensador de agua.
– ¿No has bebido nada en todo el día? Eres una perrita mala… ¿Quieres deshidratarte?… – Preguntó Angélica, con sorna, sabiendo que Sofía conocía el uso que daban a ese artefacto y que por eso no bebía.
La dómina llamó a un guardia y éste le trajo una pequeña pastilla.
– Abre la boca.
Sofía asustada, apretó las mandíbulas tanto como pudo.
¡ZAS!
– ¡Abre la boca!
¡ZAS!
¡ZAS!
Angélica cogió a Sofía de los mofletes, apretando, obligándola a hacer lo que le pedía. Al ver que no lo hacía, la retorció con fuerza de un pezón, haciendo que la esclava gritara. La dómina aprovechó el resquicio para introducir la pastilla, tapó la boca de Sofía, después la nariz y esperó a que se tragara la dichosa pastillita.
Sofía quedó jadeando en el suelo… La mujer estaba derrotada… No peleó más cuando intentaron introducirla en la jaula.
– Espero que te haya gustado tu primer día de entrenamiento. Para tu información, la pastillita que te he dado tiene dos funciones: por un lado, te dará la suficiente sed como para que no puedas resistirte a usar nuestro aparatito… y por otro… es un potente afrodisiaco… que hará que disfrutes al máximo ese pequeño cinturón del que sólo yo tengo la llave…
Angélica se dió la vuelta y salió de la sala, riendose a carcajadas, dejando a Sofía encogida en un rincón de su jaula.
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Relato erótico: “Me folle a la puta de mi jefa y a su secretaria 2” (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2

CAPITULO 3
 

Para celebrar mi triunfo, me fui a comer a una pizzería cercana a la oficina. Estaba tan concentrado mirando la carta, que no me di cuenta que María acababa de entrar por la puerta del restaurante.

-José, ¿puedo sentarme?-, me preguntó sonriendo.

-Sí, claro-, respondí, pensando que cómo habían cambiado las cosas. Antes a esa rubia no se le hubiera pasado por la cabeza, pedirme permiso para sentarse en mi mesa.

Gracias, creía que iba a comer sola, es una suerte que hoy hayas decidido comer aquí-.
Ese fue el inicio de una conversación insustancial durante la cual, la muchacha no dejó de tontear conmigo. Supe que quería sonsacarme información, por lo visto no estaba seguro que su adorada jefa le hubiese contado toda la verdad y no se atrevía a confesarlo.
Ya en el postre, le pregunté:

-¿Qué es lo que quieres de mí?, no me creo que este encuentro haya sido tan casual.

María se ruborizó al oírme. No sabiendo como disculparse, ni que decir, empezó a llorar desconsoladamente. Siempre me ha jodido que usen el chantaje emocional, por lo que en vez de ablandarme, su llanto me encabronó.
Deja de llorar-, le dije sin querer que se me notara mi enfado, – no seas boba, que todo se va a arreglar.

Creyendo que había conseguido el objetivo, paró de llorar y bajando la voz, se explicó:

-José, sé que ese tipo no ha hecho todo esto por mí, sino por Jimena. Soy una víctima inocente-.

-Eso es cierto, pero estate segura que ahora que te tiene, no va a dejar que te escapes. Eres una presa demasiado bonita para soltarla. Creo que tu destino está irremediablemente unido al de tu amante-, contesté dándole una de cal y una de arena. Por un parte le había dicho un piropo y por otra la había acusado de usar su cuerpo para medrar en la empresa.

No es mi amante, me obligó-, protestó al escuchar mis palabras.
Por favor, ¿me crees un idiota?. Fui testigo de cómo le hacías el sexo oral y tampoco se te veía a disgusto cuando ella te tumbó en la mesa-.

 

-¿Lo vistes todo?-, me preguntó totalmente colorada.

-Si te refieres al estupendo sesenta y nueve que os marcasteis, sí-.

Derrotada, me reconoció que era bisexual pero no dio su brazo a torcer respecto a que era su amante. Según María, Jimena la usaba cuando le venía en gana sin pedirle su opinión. Intrigado por su respuesta no pude evitar el preguntarle cada cuanto era eso.
Depende-, me respondió, -hay veces que pasa un mes sin tocarme y otras que me usa toda la semana e incluso fuera del horario laboral-.

-Es decir, que si te necesita, te llama y tú vas-.

-Sí, no puedo negarme. Mi sueldo es bueno y no puedo perder este trabajo-.

Eso cuadraba, las malas lenguas llevaban hablando años del furor uterino que consumía a la jefa. Aprovechando ese halo de confianza que sus confidencias había creado, le pregunté:

-Y tú, ¿cómo te sientes?-.

-Mal, me siento permanentemente violada. Estos malditos cacharros me tienen todo el día excitada. Ese cabrón consigue ponerme a mil y cuando creo que me voy a relajar con un orgasmo, todo se para. He pensado en masturbarme pero me da miedo, no vaya a ser que se entere y me castigue por ello-.

-Si quieres eso tiene solución, no puedo anular sus sensores, pero no creo que haya problema en modificar las frecuencias para que cuando creas que no puedes mas, vengas a mí y yo libere tu tensión, haciendo que te corras-.

-¿Harías eso por mí?-.

-¡Claro!, ¿no somos amigos?-.

Su esplendida sonrisa fue una muestra clara de que se había tragado mi supuesta buena fe. María creyendo que me tenía en el bote, pidió la cuenta y tras invitarme, me dio un beso diciendo:

-Pensaré en tu oferta-.

Al verla salir meneando su trasero, pensé:

“¡Esta tía es aún más imbécil que Jimena!, si viene a mi despacho a que le ayude, su adicción por mí va a ser casi inmediata”. Me sentía un triunfador, todo se estaba desarrollando mejor que lo planeado, ya me veía comiéndole el coño a esa preciosidad mientras ella se corría sin control. La sensación de control era alucinante, después de una existencia gris se abría el cielo para mí. Saber que en poco tiempo tendría dos estupendas mujeres a mi entera disposición, me hacía sentir eufórico.

 
Al llegar a la oficina, me sorprendió ver sentada en mi flamante despacho a la gran jefa. Estaba cabreadísima, nada mas verme entrar, empezó a despotricar pidiéndome resultados. En cinco segundos, me llamó inútil, inepto y demás lindezas. Aguanté esa bronca inmerecida sin inmutarme, dejé que soltara todo lo que tenía dentro antes de responderla. Su furia no era otra cosa que el resultado inesperado de las sesiones. Al igual que su secretaria, Jimena no podía aguantar estar en permanente estado de excitación y necesitaba liberarse.
Señora, no creo merecerme esta reprimenda. Estoy haciendo todo lo posible, pero como ya le he explicado necesito datos-.

Viendo que había metido la pata y que me necesitaba, cambió de actitud pidiéndome perdón.

-No sé qué me pasa-, me confesó.-Llevo cabreada todo el día desde que descubrí que ese hijo de puta me estaba haciendo chantaje. Solo pensar que en menos de media hora, voy a ser el objeto de su lujuria, me saca de quicio-.

-Pero también le excita, ¿verdad?-.

Me fulminó con la mirada antes de responderme:

-¿Cómo se atreve?. ¡No le despido ahora mismo porque le necesito!, ¿Con quién coño se cree que está hablando?-.

Bajando la mirada, haciéndome el sumiso, le pedí perdón, casi de rodillas, diciéndole:
Le pido que me disculpe, soy un bruto insensible. Le quería explicar que creo que he descubierto qué es lo que se propone ese maldito hacker- .

-No le capto-, me confesó interesada.

Jefa, María a la hora de comer ha estado hablando conmigo y me ha contado que el hacker ha diseñado la ropa interior de forma que ustedes dos se vayan excitando poco a poco y que antes de llegar al orgasmo, les da una combinación de descargas que hacen que se les baje de golpe-.

-Si eso es verdad-.

-No se enfade pero creo que su enemigo busca convertirla en una olla a presión…-, le contesté haciendo una pausa, …Quiere mantenerlas al límite de orgasmo, para así manejarlas a su antojo. Cómo ya le he dicho a su secretaria y si usted lo considera oportuno, no creo que sea difícil alterar esos instrumentos para conseguirle un orgasmo y desbaratar sus planes-.

-No creo que lo necesite, pero vete estudiando cómo hacerlo por si te ordeno que lo hagas-, me respondió dando un portazo. ayudes

“¿Me ordenarás?. Puta, no creo que aguantes la sesión de las cinco sin venirme a rogar que haga que te corras”, pensé al comprender que había tenido un error de principiante. Cuando calculé la duración de su entrenamiento, no tomé en cuenta la angustia que les produciría la posible vergüenza de ser expuestas al escarnio público, no soportaban la idea que ese video se difundiera en internet. Si aplicaba esa variante al cómputo, la resultante era que esas dos hembras iban a rendirse en menos de dos días.

Para ahondar en ese sentimiento de vergüenza, las mujeres tenían que sentirse observadas y por ello, sonriendo, me puse a escribir un e-mail modificando las reglas. La vez pasada, se habían acurrucado cada una en una esquina, incapaces de reconocer a la otra su humillación, en cambio para esta sesión les iba a ordenar que se colocaran una enfrente de la otra y que durante los diez minutos que durara no se tocaran pero que debían no dejar de mirarse entre ellas. Satisfecho por lo escrito, mandé el correo sabiendo que en menos de treinta segundos, la zorra de Jimena lo leería. Acto seguido, encendí el monitor para espiar su reacción. Mi querida jefa cumpliendo al pie de la letra mis recomendaciones de excitar a su chantajista, estaba haciendo ejercicio medio en bolas, solo cubierta con mi regalo. “¡Qué buena está, mi futura sierva!“, me dije al comprobar que las largas horas de gimnasio, le habían dotado con un cuerpo no solo bello sino flexible.
Cuando escuchó que el clásico clic del Messenger, dio una voltereta en el aire para acercarse a mirar mi mensaje. “Está esforzándose en captar mi atención“. Tal y como había anticipado, palideció al leer que María iba a estar observándola mientras su intimidad y su persona eran violentadas. Pude leer en sus labios una palabrota.
Faltaban cinco minutos para la hora cuando vi entrar a la secretaria a la habitación. Jimena le explicó las nuevas instrucciones y entre las dos cerraron las cortinas y movieron las sillas para estar enfrentadas cuando todo empezara. Como el reo va al patíbulo, cabizbajas y humilladas se sentaron en su sitio a aguardar que diera inicio su tortura. En María, creí vislumbrar una lágrima aún antes que el vibrador incrustado en su braga se pusiera a funcionar. “Esa va la primera en caer”, pensé satisfecho mientras mi pene se empezaba a alborotar, “pero a la que realmente tengo ganas es a la puta estirada de la jefa”.

Las vi tensarse al percibir que los tres aditamentos de su ropa empezaban a trabajar al mismo tiempo. Inconscientemente, cerraron sus piernas y se aferraron a los brazos de sus asientos, buscando retrasar lo inevitable. Recordé que esa sesión iba ser más corta pero más intensa. Las descargas en los pezones serían continuas y en cambio, las vibraciones en el clítoris y el esfínter serían intermitentes, buscando calentarlas pero sobre todo confundirlas. No me hizo falta estudiar los controles para saber qué era lo que estaban sintiendo, María se agarraba los pechos intentando controlar la excitación de sus aureolas mientras que Jimena no dejaba de mover su pelvis como producto de una imaginaria penetración. El sudor recorriendo sus pechos no tardó en hacer su aparición, las muchachas jadeando, exteriorizaban su calentura. Temblaban por entero al ser conocedoras de que la otra estaba siendo coparticipe de su humillación. Cada una de ellas era víctima y verdugo. Al estar siendo violadas en público la degradación era máxima y aunque les costara reconocerlo, también su excitación. Deseaban que terminara pero a la vez anhelaban lanzarse una contra la otra, pero sabían que se les había prohibido expresamente apagar el incendio que recorría sus cuerpos con el extintor de sus bocas y manos. Jimena fue la primera en agitarse descontroladamente encima de la silla. María, quizás alentada por su jefa, rápidamente la secundó. Estaban a punto de correrse, pero sabían que antes de poder explotar todo terminaría. Miré mi reloj, quedaban solo treinta segundos. Era el momento que lanzando una salva final, las pezoneras, las bolas chinas y los dos vibradores se volvieran locos, cortando de cuajo el placer que asolaba ambos cuerpos. Disfruté viendo sus caras de sorpresa cuando esto ocurrió, asustadas las muchachas se quedaron petrificadas sin saber que hacer o que sentir, para respirar aliviadas al terminar.
Ni siquiera se miraron al vestirse, no tenían nada que decirse. María salió sin hacer ruido del despacho de su jefa y se sentó en su mesa esperando que nadie se diera cuenta que en su interior lloraba. Jimena, por lo contrario, esperó que su secretaria saliera para derrumbarse en la alfombra. La vi llorar y patalear durante cinco minutos. La orgullosa jefa estaba rota y no le importó que su chantajista la viera así, no le quedaban fuerzas ni dignidad para oponerse. Transcurrido un rato, se levantó del suelo y cogiendo su bolso, salió de su oficina en dirección a la mía. La vi acercarse, estuvo parada en medio del pasillo, luchando contra la idea de pedirme ayuda pero cuando ya creía que iba a claudicar, dándose la vuelta, cogió el ascensor. Desde mi ventana la vi marcharse.

“¿Faltó poco?, verdad. ¡Mañana caerás!”.

Su espantada me dejó la tarde libre. Sin supervisión, invertí mi tiempo en preparar las distintas trampas que mi fecunda mente había diseñado. Usaría mi nueva posición para aprovechar y desembarazarme de todos aquellos que en un pasado, se habían mofado de mí. Por supuesto, el primero en caer iba a ser mi jefe, el Sr. González. Llevaba una hora enfrascado en mi venganza, cuando tocando la puerta, María me pidió permiso para entrar.

-¿Tienes un momento?, me preguntó histérica. Sus profundas ojeras me narraban por si solas el doloroso sufrimiento que aquejaba a su dueña.

-Sí, ¿en qué puedo ayudarte?-. Era una pregunta retórica, ya que su repuesta era evidente.

José, me da mucha vergüenza pero necesito tu ayuda, no lo soporto más-, me contestó echándose a llorar.
La tonta estuvo berreando durante largos minutos, repartiendo la culpa de lo que le pasaba entre el hacker y Jimena. Al primero, no le podía perdonar haberla mezclado en su vendetta, pero era a su jefa-amante a la que acusaba directamente de todos sus males. Era una ironía del destino que eligiera el hombro de quien le estaba puteando para sincerarse. María se quería morir de la vergüenza, no podía soportar que sus padres y hermanos algún día descubrieran que había sido capaz de tirarse a una mujer para mantener un buen trabajo.
Me gustan las mujeres pero prefiero a los hombres-, afirmó intentado recalcar su independencia,-Maldito sea el día que esa zorra se fijó en mí, daría todo lo que tengo para librarme de su acoso-.

No le pude decir que no se preocupara por eso, cuando yo terminara sería del mío, del que tendría que preocuparse. En vez de ello, le ofrecí mi apoyo, jurándole que en mí iba a tener un amigo. Poco a poco se fue tranquilizando, le estaba dando una vía de escape a la que aferrarse, sin caer en la cuenta que lo que le extendía a sus pies era una trampa incluso peor que la de su odiada Jimena. Cuando ya pudo hablar tranquilamente, me pidió ruborizada que cumpliera la promesa de la comida, necesitaba liberar toda la excitación acumulada.
Me tomé mi tiempo antes de contestar:

-Cumpliré lo prometido pero, para hacerlo, necesito acoplar a un emisor de ondas una serie de aparatos que tengo en casa. Tardaré al menos cuatro horas. Mañana si quieres quedamos a las ocho, antes que lleguen todos y lo hago -.

En su cara descubrí decepción, la muy ilusa debía de pensar que su caballero andante la iba a salvar nada mas pedirlo. Por supuesto que podía proporcionarle un orgasmo en ese preciso instante, pero según mis cálculos no sería hasta las once de la noche, cuando el estrés llegara a su punto álgido. Además tenía que ser prudente, que tuviese la solución levantaría las sospechas tanto de ella como de su jefa.

“¡Qué espere, coño”.

-¿Estás seguro que mañana lo tendrás listo?, no puedo pasar otra noche en vela, sufriendo esos ataques-, susurró en un tono desesperado.

-Lo único que puedo hacer es llamarte cuando haya terminado y así sabrás que está listo-, le respondí con un doble propósito; provocarle aún más tensión al esperar mi llamada y conseguir su teléfono personal que me sería muy útil en el futuro.

Sin demora, cogió un papel que tenía en mi mesa y garabateó su número mientras me agradecía mis atenciones y me prometía compensarme de alguna forma. Tras lo cual, se acercó donde yo estaba y, por vez primera, me dio un beso en los labios, dejándome solo y cachondo en el despacho.
 

CAPITULO 4

La maquinaría estaba aceitada, el firme de la carretera en perfecto estado, tenían sus motores encendidos y sobre revolucionados, solo faltaba un pequeño empujón para que esas dos aceleraran sus cuerpos sin control y se despeñaran por el barranco. Tenía ya mis redes extendidas. Redes que al liberarlas de un siniestro chantaje, las mantendrían atadas de por vida.
Ese empujón iba a ser que ambas supieran que con solo pedírmelo, yo podría hacerlas disfrutar como nunca antes. Para ello, tenía que fabricar dos mandos portátiles que sustituyeran al teclado de mi ordenador, uno lo suficientemente aparatoso para que ellas estuvieran seguras de no haberlo visto antes, y otro tan pequeño que aún buscándolo pasara desapercibido.
Esa tarde, me volví a escapar antes de tiempo. Sabiendo que tendría que invertir por lo menos un par de horas, me fui directo a casa a trabajar. No me costó esfuerzo transformar un simple mando de la tele en un instrumento práctico para controlar los distintos aditamentos de la ropa interior de mis víctimas. Otra cosa fue crear de la nada un dispositivo no detectable que al acercarse ellas a mí, los pusiera en funcionamiento sin que ellas se diesen cuenta del cambio, y adujeran su excitación a una supuesta atracción por mí. Vencidas las trabas técnicas, lo acoplé a mi cinturón.
Miré la hora al terminar. Eran las diez y media de la noche y tenía hambre. Siempre he sido un desastre en la cocina en mi nevera no había nada decente que comer, por lo que ordené en el Telepizza una margarita. Tardaría media hora, para hacer tiempo a que llegara, decidí darme una ducha.
El agua caliente fue el detonante que necesitaba mi fértil imaginación para empezar a divagar. Bajo el chorro, soñé despierto que Jimena venía gateando sumisamente a mi cama en busca de mis caricias. Sus ojos hablaban de lujuria y rendición. Haciéndose un hueco entre mis sábanas, sus manos recorrieron mi cuerpo buscando mi pene bajo el pantalón del pijama. En mi fantasía, la vi abrir la boca y con su lengua transitar por mi sexo, antes de introducírselo completamente hasta su garganta. Siguiendo el guión de esa visión onírica, mi mano aferró mi endurecido tallo y empecé a masturbarme al ritmo imprimido por mi jefa. Estaba a punto de regar la ducha con mi semen, cuando el sonido del timbre me sacó de mi ensoñación.

“¡Puto repartidor!, podía haber tardado un minuto más”, pensé mientras salía de la ducha y cogía una toalla con la que tapar mi erección. Al abrir la puerta, me llevé la sorpresa que en vez del empleado de Telepizza, quien estaba ante mí era María. Me quedé de piedra. Casi desnudo, no tuve la rapidez ni el valor de evitar que entrara.

-Disculpa que haya venido sin avisar, pero tenía que saber cómo ibas-, me dijo mirando el bulto que resaltaba bajo la toalla.

-Estaba duchándome-, protesté.

-Por mí no te preocupes, termina que aquí te espero-, me contestó con el desparpajo que solo una mujer, que se siente guapa, tiene.

Cabreado por esa intromisión, volví al baño a secarme. “¿Quién cojones se cree esta niña para venir a mi casa?”, no podía dejar de repetir. Tardé en tranquilizarme, mi casa siempre había sido un lugar sagrado, jamás había permitido que las prostitutas, que había contratado, manchasen con su presencia sus paredes. Estaba poniéndome los pantalones cuando empecé a verle el lado bueno, si esa perra había venido por mi ayuda, se iba a llevar a casa mucho mas. Era incluso una oportunidad de oro que no podía desaprovechar, mis planes antiguos me daban de ocho a nueve para someterla, pero su indiscreción, me permitía contar con tiempo ilimitado.
De vuelta en el salón, María estaba de pie ojeando la colección de porno que tenía en la estantería. “Posee un culo estupendo”, pensé al ver su trasero respingón. Al oírme, se giró diciendo:

-Tienes buen gusto, para mí Jenna Jameson es la mejor-.

-¿Ves porno?-, le respondí extrañado. No conocía a ninguna mujer que abiertamente reconociera que era fan de ese cine tan mal catalogado por las mentes pensantes.

-Sí, me encanta, me ayuda a relajarme-.

Su respuesta me ablandó, quizás no fuera tan tonta como parecía. Tratando de verificar que no se estaba echando un farol solo por contentarme, le pregunté cuál era su película preferida. Sonrió al darse cuenta que era una prueba:

-Sin lugar a dudas es los tatuajes de Jenna, me dio mucho morbo la protagonista tatuando esos cuerpazos mientras le contaban sus fantasías-.

Prueba superada y con nota, la chica sabía de qué hablaba. Tras un momento incómodo donde no sabía que decir ni que hacer, le pregunté si quería una copa. Me preguntó si tenía un whisky.

-En mi apartamento puede faltar comida, pero nunca alcohol-, le contesté cogiendo el hielo.

Estaba sirviendo las dos copas cuando escuchamos el timbre:

-¿Esperas a alguien?-.

-No-, le respondí, -debe de ser el repartidor. Hazme un favor, sobre la cómoda hay dinero. Págale-.

Al volver, la rubia esta riéndose a carcajadas. Por lo visto el motero le había echado los tejos, diciéndole que había terminado su turno y que si quería se quedaba a disfrutar con ella de la pizza.

-¿Y qué le has contestado?-.

-Que ya tenía la mejor de las compañías-.

Me ruboricé al oírla. Esa muchacha estaba usando todos sus encantos para echarme el lazo. Lo sabía y, curiosamente, no me molestó. Tratando de evitar que al humanizarla tuviese algún reparo en usarla, le dije que ya tenía listo el emisor y que si quería podía darle lo que había venido a buscar.
Frunciendo el seño, me dijo:

-¿No me vas a invitar a cenar?, estoy que devoro-.

-Claro-, le respondí asustado por su franqueza. Había supuesto que había venido a correrse y nada más, por lo que ese cambio de actitud me desarmó.

La cena fue estupenda. María demostró tener ingenio y sentido del humor, además de estar buenísima. Paulatinamente fuimos cogiendo confianza. Me preguntó por mi vida, por mis aspiraciones y lo que más me sorprendió si tenía a alguien con quien compartir una pizza de vez en cuando.

-Soltero y sin compromiso-, le repliqué orgulloso de haber mantenido mi celibato intacto.

-Eso se puede arreglar-, pícaramente me contestó mientras recogía los platos y los llevaba a la cocina.

Había llegado el momento y de nada servía retrasarlo más. Esperé a terminar de recoger la mesa para preguntarla si estaba lista:

-¿Qué quieres que haga?-, me respondió.

-Me da corte decírtelo pero tengo que confirmar que tienes los mismos aparatos que Jimena. Necesito que te desnudes-.

Se le iluminó su cara como si fuera algo que realmente deseaba. “Está actuando”, pensé tratando de protegerme de su influjo, “no debo de caer, es una puta”, me dije buscando un motivo de no excitarme. Me quedé maravillado al ver la forma en que se desnudó. Como si fuera una stripper, María se bajó la cremallera de su falda contoneándose y sin dejar de mirarme. “Mierda, me estoy poniendo bruto”, tuve que reconocer cuando la chica empezó a desabrochar los botones de su camisa.

-Eres una cabrona-, le solté sin poder contenerme, – date prisa que si no voy a ser yo el que se ponga como una moto-.

-Me pides que me desnudes y ahora ¡te quejas!-. su desparpajo me estaba cautivando,- Si quieres que sea impersonal, ¡te jodes!-.

-Vale, vale-, le contesté tratando de mantener una aséptica posición.

Dejó caer su ropa al suelo y modelando, me hizo deleitarme con la belleza de su juvenil cuerpo. Con ella casi desnuda, aproveché el paripé de revisar los aparatos para disfrutar de su cuerpo con absoluta libertad. Me encantaron sus pechos de colegiala, sus contorneadas piernas, pero lo que realmente me cautivo fue su culo y su pubis. Dos poderosas nalgas que eran el complemento perfecto al sexo completamente imberbe que tenía.

-¿Estoy buena?-, me preguntó sin dejar de jugar conmigo.

-No lo sé todavía no te he probado, pero como dices eso se puede solucionar-, le dije metiendo un dedo en su sexo y llevándomelo completamente embadurnado de su flujo a la boca,-Sí, ¡estás muy buena!-.

-¡Qué pedazo de hijo puta eres!-, me respondió muerta de risa por mi caradura-, para eso es, pero se pide-.

Dándole una nalgada, le respondí que ya bastaba de jugar, que había venido a desbaratar los planes de ese chantajista, y eso íbamos a hacer:
Un favor, antes que empieces. Te importa poner una película y sentarte a mi lado, no quiero darle el placer de correrme como una autómata, prefiero que sea Jenna quien me excite-.

No pude negarme, y tras poner el video, me acomodé a su lado en el sofá.

-¿Cuando quieras?-, le dije.

Nerviosa, me rogó que esperara a que diera comienzo la película y que no le avisara cuando, que no quería saber que parte era natural y cual inducida. Eso no solo no me venía mal sino que favorecía su futura adicción a mí, por lo que no tuve ningún reparo en prometerle que así sería. Reconozco que no fue una decisión cien por cien racional también me excitaba la idea de verla entrando en faena por sí sola.
La película que había seleccionado no podía ser otra que su favorita. Ella al percatarse de mi elección, me dio un beso en la mejilla y apoyo su cabeza en mi regazo para verla tumbada.

-¿No te importa?-, susurró sin apartar su ojos de la tele.

En la pantalla, Jenna estaba atendiendo a una espectacular morena en su tienda de tatuajes. La protagonista quería que le tatuara un corazón muy cerca de su pubis, lo que daba al guionista el fútil motivo para que la actriz afeitara el sexo de su clienta.

-Tócame-, pidió sin mirarme,-nunca he follado viendo una porno-.

Esas palabras eran una declaración de guerra, María quería que le diese caña y recorriendo con mi mano su dorso desnudo, decidí que caña iba a tener. Recibió mis primeras caricias, diciéndome que no comprendía porque nunca se había fijado en mí. No quise escucharla, llevaba demasiado tiempo sin una mujer que me diera cariño. No podía creerla. Para tener las manos libre, programé los controles para que fuera subiendo su excitación y en menos de media hora se corriera brutalmente.
En la película, Jenna estaba pellizcando uno de los pechos de la intérprete, fue entonces cuando decidí seguir el guión marcado por el celuloide. Subiendo mi mano por su estómago, atrapé uno de sus pechos y sin importarme si estaba lista, apreté su pezón entre mis dedos.

-Ahh…me gusta-, la escuché decir mientras se llevaba su mano a la entrepierna.

Envalentonado, repetí la operación con el otro mientras le decía que era una putita muy dispuesta. Mis palabras coincidieron con la puesta en funcionamiento de los aditivos de su ropa interior, y sin poderse aguantar la muchacha me rogó que siguiera acariciándola.
Para obedecerla, me puse de rodillas. Verla tirada en el sofá, esperando mis mimos, me calentó de sobremanera. Cogí uno de sus pies, y usando mi lengua fui recorriendo cada uno de sus dedos antes de metérmelos en la boca.

-Dios, ¡qué maravilla!-, gimió descontrolada.

El suave sonido del vibrador me indicaba que aún quedaba más de quince minutos para que mis artilugios estuvieran a plena potencia. Tenía tiempo, mucho tiempo, podía disfrutar lentamente de esa cría. Bajando por su tobillo, fui embadurnando de saliva sus piernas mientras mis manos apresaban sus pechos, magreándolos. Sus caderas bailaban al ritmo de las caricias de mi boca en una arcaica danza de fertilidad. Su excitación se fue incrementando producto de mis caricias. El flujo estaba empezando a manchar la braguita. Al notar ella que ya tenía su sexo a escasos centímetros de mi lengua, me imploró que no parase que necesitaba sentirla en sus labios.
No le hice caso, ralentizando mi acercamiento, recorrí su muslo cruelmente. Tenía que llevar el control. Con la respiración entrecortada, me gritó que me diera prisa. En vez de ello, le aticé una sonara nalgada mientras le decía:

-Llevas mucho tiempo esperando a correrte, no te vendrá mal unos minutos-.

Estaba desbocada, le urgía sentir un pene entre cualquiera de sus labios. Sin pedirme permiso se bajó del sofá y sentándose en la alfombra, sacó mi pene de su encierro y hecha una loca golosa, se lo introdujo en la boca. Su humedad envolviendo mi sexo coincidió con el inicio de su estimulación anal. María no podía dejar de retorcerse de placer, mientras su mano acariciaba mis huevos y su garganta se empalaba con mi tallo.

“¡Qué buen francés!”, certifiqué al sentir que estaba usando su lengua para presionar mi glande cada vez que se lo introducía. “Esta muchacha es una verdadera máquina”.

Viéndome a su merced y sin importarle que pudiera pensar de ella después, se levantó y preguntó:

-¿Donde están los sensores?-.

-En los pechos y el coño-, le respondí sin saber a qué se refería.

Poniéndose a cuatro patas, se quitó el estimulador anal y agarrando mi pene, se lo acercó a su entrada trasera.

-¡Qué esperas!-, me gritó.

Sus palabras dieron carpetazo libre a mi lujuria y cogiendo con mi mano parte de su flujo, aflojé los músculos de su esfínter antes que, de un solo golpe, le introdujera toda la extensión de mi falo en su interior.

-¡Animal!– chilló al sentir como se abría camino en sus intestinos, pero no trató de sacarlo sino que tras una breve pausa empezó a agitar sus caderas buscando llegar a su clímax.

Verla tan dispuesta, me exacerbó y usando sus pechos como agarre, empecé a montarla sin misericordia. Tras un minuto de loco cabalgar, mi montura se empezó a cansar por lo que le tuve que espolear dándole una fuerte nalgada. Como buena yegua respondió al castigo acelerando su ritmo. María no podía dominarse, gritando y gimiendo, me pidió que siguiera azotando su trasero. Dominado por la pasión, no le hice ascos a castigar ese maravilloso culo mientras su dueña berreaba sin control.

-¡Me corro!-, bramó retorciendo todo su cuerpo sobre la alfombra.

Inconscientemente miré el reloj de mi pulsera, su clímax estaba coincidiendo con el momento álgido de la acción de los aparatos. Acelerando mis maniobras busqué sincronizar mi goce con el de ella. Agarrando su melena, tiré de ella para conseguir que mi penetración fuera total. A punto de explotar, fui coparticipe de su placer. Al rebotar mis testículos contra su coño, el flujo que brotaba libremente de su cueva salpicó mis piernas, dejándolas totalmente empapadas. Todo mi ser estaba disfrutando de ella cuando desplomándose contra el suelo empezó a agitarse como posesa, pidiéndome que abonara su sexo con mi simiente. Sus gritos fueron la espuela que me faltaba para explotar dentro de María en feroces oleadas de placer. No tuve piedad y seguí derramando mi esperma hasta que conseguí vaciar todo dentro de ella.
Al sacar mi pene, María me obsequió con una visión celestial. Abierta de piernas, tirada sobre la alfombra, su esfínter totalmente dilatado no pudo contener toda mi eyaculación por lo que me maravilló ver los blancos riachuelos, que surgían de su interior, recorriendo sus piernas. Mi adorada presa le costó recuperarse, desmayada no dejaba de gemir con los últimos estertores de su orgasmo mientras, en la tele, Jenna se corría en la boca de una apetitosa negrita. Agotado, me senté en el sofá con la satisfacción del trabajo bien hecho. Al cabo de unos minutos, gateando se acercó a donde yo estaba y con la felicidad impresa en su rostro, besó mi mano diciéndome que nunca en su vida había disfrutado de un orgasmo semejante.

-Tienes mucho que aprender-, le dije acariciándole la cabeza mientras volvía a poner en funcionamiento las pezoneras y el vibrador-, esta noche te quedas a dormir, tengo que enseñarte un montón de cosas-.

Apoyando su cabeza en mi regazo, solo pudo murmurar un GRACIAS antes que, cogiéndola en mis brazos, la llevase a mi cama.
 

CAPITULO 5

 

Una mano acariciando mi pene me despertó. Medio adormilado observé a María acurrucada a mi lado, tratando de animar a mi amorcillado tallo con sus dedos. Mi querida presa me expresaba de ese modo que no había tenido bastante con los múltiples orgasmos que asolaron sus defensas antes de caer dormida por puro agotamiento. Recordé que de madrugada, la muchacha, llorando de alegría, me rogó que la dejara descansar, que le dolía todo el cuerpo de tanto como había gozado. No habían trascurrido más de tres horas y ya estaba ansiosa por repetir.

“Esta niña me va a dejar seco”, pensé al verla ponerse en cuclillas y sin pedirme mi opinión, recorrer con su lengua mi extensión. “Qué arte tiene“, certifiqué al sentir como jugaba con mi glande, con besos y lengüetazos mientras me acariciaba suavemente mis testículos. No tuve que tocarla para que se fuera calentando de una manera constante. Era una locomotora que se dirigía hacia el abismo y su maquinista lejos de intentar frenar aceleraba cada vez más. Sus jadeos comenzaron aún antes que consiguiera despertarme por completo, Moviendo sus caderas, usó mi propia pierna para masturbarse. Fuera de sí, fui espectador de su primer orgasmo. Retorciéndose como una sanguijuela, se introdujo mi pene en la boca. Estaba poseída por la pasión, exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Aunque le costaba respirar era tal su pavorosa necesidad que, alucinado, experimenté como las paredes de su garganta se abrían para dar cobijo al intruso hasta que sus labios rozaron la base de mi falo. Su coño empapado no dejaba de rozarse contra mi piel, cuando sentí como todo su cuerpo volvía a temblar. Totalmente excitada, no supo o no pudo detenerse y levantándose sobre el colchón, la vi quitarse las bragas y las bolas chinas y de un solo arreón empalarse. Gritó al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina y antes que pudiera, yo, siquiera moverme, caer derrotada retorciéndose mientras no paraba su placer de fluir por mis piernas.

-Estás loca-, dije poniéndole las bragas y reintroduciendo las bolas chinas en su interior,– el chantajista puede saber que te las has quitado-.

Me da igual, te necesitaba-, me respondió con una sonrisa, – y la culpa la tienes tú-.

-No sé a qué te refieres-, dije extrañado.

-No te hagas el tonto, has encendido los aparatos cuando sentiste que te tocaba-.

Entonces al oírla supe que la misión de los artilugios había terminado, María con solo tocarme se había excitado hasta el orgasmo sin ayuda exterior.
Te equivocas, no he usado el mando. Has sido tú sola-.

-¡Imposible!-, me respondió.- He sentido su acción en mis pechos, en mi coño y en mi culo. No me digas que no-.

Era el momento de confirmar mi teoría. Dándole el mando, le ordené que verificara ella misma que estaba apagado.

-José, no fastidies, te repito que lo noté-.

-Y, ¿Ahora?-.

Torciendo el gesto, visiblemente enfadada, me contestó que no.
Termina lo que empezaste-, le ordené acercando mi sexo erecto a su boca.
Nada mas sentir sus labios rozar mi glande, la excitación recorrió su cuerpo y renovando su pasión, se lanzó en la búsqueda del placer mutuo.
Cinco minutos después, tirada en la cama y con su estómago lleno de mi semen, derrotada, me miró:
-¿Qué me has hecho?, ¿porqué siento esto cada vez que te toco?-.

-No lo sé, pero creo que el chantaje ha tenido este efecto secundario. Te has vuelto adicta a mí-.

Se quedó unos minutos callada, pensando, tras lo cual sin ningún rastro de vergüenza o de rencor me contestó que si era así, ella estaba encantada. Nunca había experimentado tanto placer y si ser adicta significaba que con tocarme su cuerpo iba a volver a disfrutarlo, bienvenido.

-Hay un problema, Jimena-, le recordé.

Mi querido celebrito, ¿cómo es posible que siendo tan inteligente, seas a la vez tan tonto?, no te das cuenta que durante dos años he estado en manos de esa zorra y que con tu ayuda, le devolveremos con intereses sus desprecios-.

Solté una carcajada al oírla y usando mi nuevo poder, le pedí que se levantara a preparar el desayuno.

-Sí, mi amo-, me dijo con una esplendida sonrisa.

Después de desayunar y mientras se estaba vistiendo, le comenté que si quería no era necesario llevar el conjunto.

-Y eso ¿porqué?-

-Todavía no has caído en que yo soy el chantajista-.

Me miró alucinada y tras unos instantes de confusión me contestó:

-Eres un cabrón, pero …MI CABRON…me lo voy a poner hoy porque seguimos con un trabajo que hacer pero, esta noche, ¡Te juro que me vengaré!-.

 

CAPITULO 6

Fuimos al trabajo en el coche de María, pero antes de llegar me bajé para que nadie nos viera. Teníamos que seguir guardando las apariencias, no nos convenía que llegara a oídos de Jimena que nos hubieran visto coger llegar juntos porque podría atar cabos. Durante el trayecto, habíamos planeado los pasos a seguir, las diferentes trampas que extenderíamos a su paso para que al terminar esa jornada, nuestra odiada jefa hubiese perdido su capacidad de reacción y por eso al entrar en mi oficina, me enfrasqué en el trabajo. Ni siquiera me di cuenta que rompiendo con una rutina de años, la zorra llegó con dos horas de retraso.
Al salir del ascensor, vino directamente a verme. Me sorprendió su aspecto desaliñado. Estaba histérica, no había podido pegar ojo en toda la noche y quería saber que había averiguado.

-Muchas cosas-, le contesté, –he localizado la IP del hacker y en este instante estoy intentando romper las claves de su firewall. Solo queda esperar, en menos de veinticuatro horas, sabremos quién es y si la suerte nos acompaña, podré inocularle un virus que destroce su disco duro, borrando toda su información-.

-Entonces, solo queda esperar-.

-Sí, conviene seguirle la corriente para que no sospeche y no se le ocurra hacer públicos los videos antes de tiempo-.

Le acababa de decir que su problema se podía considerar terminado. Lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese saltado de alegría al saberlo, pero su semblante seguía siendo cetrino.

-Jefa, no comprendo, ¿porqué no se alegra?-.

-No sé si voy a poder aguantar hasta mañana sin volverme loca. Ese malnacido ha diseñado el instrumento de tortura perfecta. Desde que lo llevo puesto no he podido dormir ni comer, me da miedo hasta beber, por si al ir al baño saltan las alarmas. Fíjate lo mal que estoy que me parece insalvable esperar estas veinticuatro horas-.

-Ya veo. Mire no sé si le puede servir pero ya he terminado de desarollar el aparato que le conté. Solo hace falta encenderlo. Si me da usted permiso, lograría relajarse-.

Se le iluminó la cara al oírme. No era consciente pero en ese instante estaba siendo excitada por mí.

-¿En qué consistiría?-.

-Nada que no haya sentido pero amplificado. El hacker diseñó un ingenioso sistema que les llevaba al borde del orgasmo, lo único que he hecho ha sido romper esa barrera, por lo que no solo conseguirá correrse sino que según mis cálculos, el placer que sentirá será algo nunca experimentado-.

-¿De verdad?, ¿conseguirías hacerme descansar?-.

-Sí-.

-Entonces, ¿a qué esperas?-.

Señora, no creo que la oficina sea el lugar adecuado. Piense que el proceso tardará al menos una hora y cuando se aproxime, ustedes dos perderán por completo el control-.

-Entiendo-, se quedó pensando en lo acertado de mi consejo, si era la mitad de salvaje de lo que ella misma suponía, convenía hacerlo en su sitio que no tuviera testigos. –José, voy a llamar a María y nos vamos-.

No me había dicho donde pero daba igual el sitio que eligiera. En dos horas, esa mujer iba a ser nuestra sirvienta, quisiera o no. A través de mi ventana, observé a sus secretaria haciéndose la sorprendida. Tal y como habíamos previsto, Jimena no iba a poder soportar el estado de excitación continua y aceptaría gustosa cualquier vía de escape que le propusiéramos. Llevando todo lo necesario en mi maletín, las esperé en el pasillo.
Siguiendo a pies juntillas mi papel, bajé la mirada al montarme con ellas en el ascensor. Para que no desconfiara, yo debía de seguir siendo ese tímido empleado, mero ejecutor de sus órdenes. Fuimos directos al parking donde había aparcado el Jaguar. Me hizo sentar en los asientos de atrás mientras le pedía a María que se sentase a su lado.
La certeza de que quedaban minutos y no horas para liberarse, fue haciendo que humor cambiase y en menos de diez minutos, había vuelto a ser la misma hija de puta estirada de siempre.

-Mi linda, ¡cómo vamos a disfrutar!-, estaba encantada con la idea de volverse a tirar a su secretaria y refiriéndose a mí, le soltó:-Por éste no te preocupes, piensa que es un mueble, mañana cuando descubra quien es ese hacker, le daré una gratificación y todo olvidado-.

No demostró enfado por ser tratada de puta en presencia de un extraño, al contrario pude ver, a través del espejo, cómo mi ahora cómplice me guiñaba un ojo mientras le preguntaba hacia adonde nos dirigíamos.

-A mi casa-.

Fui incapaz de evitar sonreír al oírlo. Según María, Jimena solo la llevaba a su apartamento en contadas ocasiones, la mayoría de ellas cuando quería dar rienda suelta a su faceta dominante. “Esta puta no sabe donde se está metiendo” pensé, disfrutando por anticipado, al saber que entre otros artilugios esa mujer había hecho instalar una silla de ginecólogo como objeto de placer. En ella, solía atar a su secretaria para abusar de ella.
Esa zorra tenía tanta prisa que, en un trayecto que normalmente le tomaba medía hora, tardó veinte minutos. Sin bajarse del coche, abrió la verja de su chalet y sin meter el coche en el parking, nos hizo bajarnos . Nunca había estado en la Moraleja, no sabía que pudiera ser posible tanta ostentación y lujo. Se mascaban los millones que se había gastado en decorarlo. Abriendo el camino, nos llevó a su habitación. Reconozco que me quedé alucinado al entrar, en ese cuarto cabían al menos dos pisos como el mío.

-Esperad aquí mientras me cambio-, nos ordenó nada más entrar.

No nos hizo falta hablar, ambos sabíamos nuestra función en ese drama. Teníamos que seguirle la corriente hasta que se excitara, entonces y solo entonces daríamos la vuelta a la tortilla y la cazadora se convertiría en víctima. Tardó unos minutos en volver vestida, además de con el conjunto, con un antifaz y unas botas negras. Esa zorra se había disfrazado de dominatriz. Haciéndome el idiota, pregunté si quería que me escondiera en un armario para no ser testigo de lo que ocurriera.
No hace falta, me da morbo que estés mirando. Tómatelo como un anticipo-, contestó mientras desnudaba a su secretaria. María se dejó hacer. Callada, soportó sin inmutarse que su jefa desabrochara su falda y su blusa, dejándola solo con el conjunto que yo les había regalado. –Acerca la silla a la cama-, me ordenó a la vez que tumbaba sobre las sabanas a la muchacha,-quiero ver cómo te masturbas mientras me tiro a mi secretaria-

No hacía falta esperar más, sacando de mi maletín el mando a distancia, di inicio al programa que había diseñado especialmente para ella. La siguiente medía hora Jimena iba a sentir como se iba calentando hasta conseguir llevarla más allá del orgasmo, sin saber que María solo disfrutaría de una suave sesión.
La zorra de mi jefa gimió a sentir las primeras vibraciones en su coño y poniéndose a cuatro patas abrió las piernas de María. No le pidió su opinión para hundir su lengua hasta el fondo del sexo de la rubía al saber que al igual que durante los dos últimos años esta no iba negarse, le pagaba un buen sueldo y se creía en el derecho de usarla cuando le diera la gana. “Qué buen culo a desflorar. Qué poco te va a durar virgen”, pensé catalogando mentalmente como un diez las nalgas de Jimena que su lujuria me permitía observar pero no tocar por ahora. Mi cómplice me había comentado que esa mujer solo tenía un tabú en el sexo. Podía ser una ninfómana pero nunca aceptó que nadie hoyase su entrada trasera. “¡Eso va a cambiar!, de hoy no pasa que yo te desvirgue tu rosado agujero”.

La temperatura de la escena iba subiendo por momentos. Desde mi posición, pude percibir como del fondo de su coño fluía sin control un riachuelo que discurría por sus piernas, yendo a morir sobre las sábanas. María era la persona que mejor la conocía, era ella quien debía de dictaminar el momento de tomar el control y someterla. Mientras tanto solo podía observar y callar. Sin quitar ojo de la escena, fui preparándome mentalmente para el instante en que por medio de una seña previamente pactada me dijera que era el momento de actuar. María no dejaba de decirme con su mirada que me deseaba pero que esperara, que todavía Jimena no estaba lista.
Ser el convidado de piedra de un show lésbico no me resultó sencillo y más al ser consciente que una de sus integrantes lo que deseaba es sentir mi pene nuevamente deambulando por el interior de su coño, y no la lengua de la otra. La secuencia de descargas y vibraciones estaban llevando a Jimena al colapso, olvidándose de su pareja se dejó caer sobre las sábanas y retorciéndose buscó con sus manos su propio placer.
Ven. Déjame hacerte el sexo oral como a ti te gusta-, escuché decir a María mientras tumbaba a su acosadora sobre las sábanas. Cuando mi amante, aprovechándose del estado de Jimena, cerró los grilletes en torno a sus muñecas, supe que había llegado el momento de levantarme y ayudarla a inmovilizarle las piernas.

-¿Qué hacéis?-, gritó echa una furia al percatarse de que estaba indefensa.

-Evitar que te escapes mientras María y yo hacemos el amor-, le contesté mientras cogía el mando e incrementaba la velocidad de los distintos aditamentos pero sobretodo del estimulador anal.

Os ordeno que me soltéis, ahora mismo-, chilló histérica.
Poniéndose a horcajadas encima de ella, María le soltó un tortazo.

-¡Puta!, ¡cállate!. Necesito silencio para disfrutar del pene de mi hombre-.

Asustada, obedeció. Se le notaba aterrorizada al saber que la mujer que la tenía sometida había sido objeto de sus desprecios durante mucho tiempo y que ahora se estaba vengado. María me llamó a su lado. Dijo susurrando que quería que le hiciera el amor encima de su presa. Rápidamente terminé de desnudarme.

-Jimena, chúpame mientras yo disfruto de su hombría. Y hazlo bien, o ¡te arrepentirás!-, oí que le ordenaba poniendo su sexo en la boca de la mujer y dirigiéndose a mí, me rogó que me acercara.

Asiendo mi pene con dulzura, acercó su boca a mi tallo y sacando la lengua fue acariciándolo mientras me decía lo mucho que me había echado de menos y que esa puta ya no conseguía excitarla. Su odiada jefa tuvo que soportar escuchar que era un segundo plato, pero lejos de protestar, incrementó sus caricias al sentir que su cuerpo se revelaba contra esa humillación y que contra su voluntad estaba sobreexcitada. La rubia cambiando de posición se tumbó sobre Jimena dándome la espalda, dejando su sexo expuesto a mí pero permitiendo que la morena siguiera mamando de su néctar:

-Fóllame mientras está puta te chupa los huevos, ¡quiero que se trague el flujo de mi placer!-.

Comprendí cual era su intención, mi amante deseaba que fuera coparticipe de nuestro placer para forzar su sumisión. Usando mis manos separé sus nalgas y acercando mi glande a su vulva, exigí a nuestra víctima que la lubricara. Incapaz de negarse abrió su boca engullendo mi miembro mientras yo acariciaba los pechos de mi amada. Ya completamente ensalivada, fui penetrando el sexo de María lentamente para que pudiera experimentar como cada uno de sus pliegues se retorcía al dar paso a toda mi extensión.

-Te necesito-, gritó al sentir como que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina.

Sus palabras de pasión me dieron la motivación extra que esperaba. Usando mi miembro como ariete fui derribando una a una todas sus defensas, a la par que mis huevos rebotaban contra la cara de Jimena. La mujer no pudo evitar soltar un sollozo al oír los aullidos de placer de María. “Estás celosa, puta”. Acelerando mis penetraciones, usé los pechos de la rubia como agarre. Completamente poseída por sus pasiones, me estaba rogando que me corriera dentro de ella cuando empezó a temblar presa del éxtasis que dominaba su cuerpo, momento que aprovechó nuestra jefa para beberse con gran sed el flujo que su sexo derramaba sobre mis huevos.

-¡Me corro!-, clamó desesperada Jimena, retorciéndose bajo nuestros cuerpos.

-No la dejes-, me pidió María,- debo ser yo la primera-.

Reconozco que fui insensible a sus ruegos, pero tenía una buena razón para ello, debía ser mi pene el que la sometiera. Por eso y solo por eso, saqué mi miembro de su sexo y liberando a la zorra, le di la vuelta. Ese culo con el que tantas veces me había masturbado tenía que ser mío. Jimena chilló al darse cuenta de mis intenciones. No hice caso de sus lloros y desgarrando la tela de sus bragas, le abrí sus nalgas y cogiendo flujo del coño de María, relajé durante un momento su esfínter y de un solo golpe la desvirgué analmente. Se quedó paralizada al sentir que le rompía el culo. Había supuesto que iba a revelarse a mi agresión, pero en contra de mi previsión, esperó pacientemente a que yo marcara el ritmo. Mi rubia amante decidió que ella también quería su parte y tirándole del pelo llevó su boca a su sexo.

-¡Dale duro!-, me ordenó María.

No sé si fue eso, o verme como un semental que se estaba cruzando con la mejor yegua de la oficina, pero dándole un azote en las nalgas empecé a mover mi pene en su interior.

-Agg…-gimió al notar que sus músculos eran forzados por los movimientos de mi extensión en su trasero.

Hice caso omiso a ambas mujeres, la posesión de ese ansiado trasero me espoleó y acelerando mis penetraciones tiré de su negra melena, mientras seguía castigando sus cachetes con mi mano. La presión de su esfínter se fue relajando facilitando que la mujer se fuera acostumbrando a sentir mi verga en su interior. Paulatinamente, el dolor fue dando paso al placer, hasta que completamente rendida a mi acoso, clavando las uñas en el colchón reanudó la mamada a la rubia. Ésta al sentir la lengua de su odiada jefa hurgando en su clítoris, me miró buscando mi aceptación.

-Está bien-, al escuchar que no me importaba que fuera su boca quien la hiciera gozar, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se puso a disfrutar.

Ya tenía suficiente confianza con ella para sentir celos de mi montura. Pero aún así, no podía olvidar los malos ratos que le había hecho pasar ni los continuos desplantes con los que mi jefa me había tratado durante años, por eso acercándome a ella, le susurré al oído que ya había descubierto al chantajista y que entre su secretaría y yo habíamos montado esa orgía con el único propósito de bajarle los humos.

-Eres una puta de culo fácil-, le solté mientras cambia de agujero.

Su coño recibió mi pene totalmente mojado. La zorra estaba a punto de correrse y al constatarse del cambio, empezó a estremecerse pidiéndome que no parara. Obedeciendo a mi instinto de depredador, mordí su cuello coincidiendo con el orgasmo de las dos mujeres. Cabreado por no haber conseguido desahogarme, continué acuchillando su cuerpo con mi sexo, prolongando su clímax más allá de lo razonable. María al ver que no conseguía vencer mi erección se agachó a mi espalda y separándome las nalgas, violó mi esfínter con su lengua. La sacudida fue brutal, mi verga explotó anegando la cueva de Jimena con mi semen, mientras su dueña caía desplomada sobre la cama.
Tirados sobre las sábanas, nos costó unos minutos recuperar el aliento, tras lo cual, mi amante me dio un beso diciéndome:
Vámonos a casa, José. Aquí ya hemos terminado
Sabía que tenía razón, solo quedaba una cosa por hacer:
Jimena, en este pendrive, tienes las pruebas que el hacker es González. Haz lo que quieras con él, su disco duro ha sido borrado y no tiene ninguna prueba que usar en contra de ti. Mañana pasamos por el finiquito-.
Lejos de sentirse aliviada, mi querida jefa, totalmente espatarrada y con el culo roto, se echó a llorar al saber que todo había terminado. Ni María ni yo quisimos consolarla y vistiéndonos salimos de su chalet.

-Podíamos haberle pedido que nos acercara a coger un taxi-, me susurró la rubia al caer en la cuenta que teníamos que andar un largo trecho hasta la entrada de la urbanización.

-Eres una ingenua. Antes de cinco minutos esa zorra va a venir corriendo a buscarnos. Acostumbrada a mandar nunca había disfrutado del sexo realmente. Hoy, la hemos desvirgado en más de un sentido. Por primera vez en su vida ha sabido lo que es el placer y ya nunca se le va a olvidar.

 

EPÍLOGO

Esto que os he narrado ocurrió hace seis meses. Hoy en día seguimos teniendo nominalmente un trabajo de mierda, María sigue siendo la secretaria de Jimena y yo, ese empleaducho de tres al cuarto del departamento de desarrollo pero al salir del trabajo y llegar a nuestra casa en la Moraleja, nuestra altiva jefa cambia su traje de chaqueta por el uniforme de criada y se dedica en cuerpo y alma a servirnos.
 

Relato erótico: “Preparador personal 1” (POR JULIAKI)

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CAPITULO 1

Siempre me he considerado una mujer afortunada a todos los niveles, pero a veces las cosas no son como una cree o como deberían ser y cuando parece que lo tienes todo y no te hace falta nada más, descubres que no es así exactamente, pero bueno, para no liar la cosa relataré la historia desde el principio y voy poniendo en antecedentes para que se comprenda mejor:

Mi nombre es Adriana, aunque todos me conocen por Adri. Soy argentina, de nacimiento pero vivo en España desde hace más de quince años. Actualmente tengo 45 y estoy felizmente casada, bueno, puntualizo: estoy casada y soy feliz. Estoy muy orgullosa de mi familia, con dos hijos preciosos: El mayor, Darío, de 20 años, está cursando segundo de historia del arte en la universidad. Mi hija pequeña, Martita, de diez, es mi chiquitina y reconozco que me desvivo por ella, a pesar de que… como se suele decir, llegó por accidente. Mi marido, Raúl, es un importante ejecutivo de una gran multinacional y eso nos ha permitido poder tener una vida más que placentera, llena de lujos y comodidades, por eso lo de ser afortunada y reconozco que me he convertido en una pija en muchos aspectos, pero en el fondo he de confesar que me gusta.

Raúl y yo nos conocimos en Buenos Aires cuando él visitaba a una de las empresas de mi país. Yo por entonces era azafata de vuelo y las coincidencias o las casualidades hicieron que nos re-encontráramos en varias ocasiones, unas en pleno vuelo y otras en un hotel, aunque a decir verdad alguna era premeditada por mí.

Recuerdo aquella época con bastante nostalgia, en la que ambos éramos además de jóvenes muy fogosos, haciendo de nuestra vida íntima un regalo esperado cada día por ambos. Nuestros encuentros se hacía más que necesarios a medida que nos íbamos conociendo más. Además de enamorados, éramos dos buenos amantes y subrayo lo de “éramos”.

Apenas un año después, contrajimos matrimonio. Yo me retiré de mi profesión para dedicarme a mi marido y posteriormente a mis hijos, aunque no precisamente para ser una de las de la pata quebrada, ni mucho menos. Debido a nuestra aventajada posición he podido siempre disfrutar de mi familia y al tiempo dedicarme todo el tiempo del mundo a mí misma. Siempre fui muy coqueta, incluso ahora, por eso que me gusta cuidarme especialmente en la terreno físico, ya que en el mental, siempre que puedo me enriquezco aprendiendo cosas, especialmente los idiomas que se me dan muy bien, pero es que además disfruto aprendiéndolos.

Reconozco ser una mujer agraciada físicamente, aunque para ser honesta, siempre ayudada por unas buenas sesiones de belleza y cuidados personales, con gimnasia, deporte y todo eso. Procuro acudir a la esteticene, al menos una vez por semana, tomar mis rayos UVA para tener todo mi cuerpo moreno, mis sesiones de depilación láser me permiten tener el cuerpo sin nada de vello. Soy una fanática de cuidar mi cabello que es moreno y largo y mi peluquera sabe que soy exigente, pero me conoce a la perfección. De siempre me gustó mucho el deporte y practico natación a diario en mi piscina, pádel dos veces por semana en el club y ejercicios en mi gimnasio de casa para no perder el fondo físico y al tiempo mantener erguido mi busto, tener mi cintura plana y mi culito respingón, que es sin duda uno de mis fuertes que siempre procuro ensalzar, junto a mis piernas.

Mi marido en cambio dejó de ser el guapo y elegante hombre que me sedujo tiempo atrás y no sólo porque se haya quedado calvo con el tiempo, algo que es casi inevitable para muchos hombres, lo mismo que su prominente barriga, pero es que tampoco ha hecho nada por evitar un deterioro notable y con el paso de los años, si no pones remedio, estos no perdonan. Él solo se ha preocupado de que su vida se centre en sus negocios y como mucho en estar tumbado a la bartola, como se suele decir. Siempre ha odiado lo de cuidarse y hacer deporte. Vamos, todo lo contrario a mí.

Mi vida social está siempre ocupada en uno de mis vicios que son las compras y gracias a mi poder adquisitivo no me he privado de ningún capricho, comprando continuamente trapitos, joyas y cosas que a veces, sinceramente, no me sirven para nada. Tengo un grupo de amigas del club de pádel y allí solemos reunirnos cada cierto tiempo, para charlar, criticar a los hombres y “quemar” nuestras tarjetas de crédito, como solemos decir.

De mi vida íntima poco tengo que contar, dejó de ser hace tiempo aquella vivida tiempo atrás, pero supongo que la rutina y la desidia han ido contribuido para que fuera decayendo paulatinamente y ahora lo de tener sexo con mi marido se ha convertido en casi anecdótico. Reconozco que a veces me siento caliente, pero o bien él se encuentra muy cansado o no encontramos el momento oportuno, pero el caso es que tengo que recurrir a mi autosatisfacción para apagar esos momentos ardientes. Vamos que en ese sentido mi vida es de lo más aburrida y hasta hace poco creía que era lo normal.

Un buen día todo cambió de repente sin haberlo premeditado ni preparado. Ese giro en mi vida se produjo el día que yo me encontraba en el club de pádel y estaba duchándome después de un partido con una de mis amigas y oía a unas chicas que reían en el vestuario sobre las gracias de un nuevo monitor que había llegado al club. No dejaban de nombrarlo, de decir que Martín era guapísimo, que estaba muy bueno, que todas querían que él les diera las clases y que soñaban con que les diera “algo más”. En ese momento no le di más importancia, ya que comprendía que eran chavalas jóvenes en plena efervescencia sexual, en la que un profesor de pádel nuevo y guapete les había causado sensación. Era lógico y en cierto modo añoraba mis épocas juveniles cuando yo también andaba revoloteando con los chicos y la verdad es que sentía algo de envidia, primero por su juventud alocada y segundo por sentir ese chispazo en el cuerpo que te mantiene caliente casi de continuo, pensando en chicos, soñando con estar con uno y con otro. Las risas de aquellas chicas se oían por todo el vestuario y nombraban a ese tal Martín como un chico muy especial.

Esa misma tarde, mi hijo me esperaba en la cafetería del club como otras muchas veces, pero en esa ocasión estaba en la barra acompañado de un joven muy atractivo. Enseguida comprendí que era uno de sus amigos, al que por cierto, no había visto antes y que me pareció espectacular, sin que apenas pudiera ver claramente su cara, pero observándole vestido con su indumentaria deportiva, le hacían parecer más atrayente si cabe. Su camiseta se ajustaba a un cuerpo robusto y muy bien formado y su pantaloncito de tenis corto permitía ver unos prominentes muslos.

Ya sé que en esos momentos una debe pensar que podría ser su madre, pues ese joven debía tener la edad de mi hijo Darío, sin embargo, me ajusté el sostén tirando de mi blusa hacia abajo para mostrar más canalillo y subí instintivamente mi falda de tubo para enseñar algo más por encima de la rodilla; ya dije que soy muy coqueta, siempre me ha gustado provocar de esa manera, no lo puedo remediar. A continuación me acerqué a la barra.

– Hola – saludé sonriente mirando a mi hijo y de reojo a su amigo.

Ambos se dieron la vuelta, pero tras el saludo de Darío, solo me pude fijar en su amigo. De cerca era aún más impresionante. Sus ojos de un verde intenso, unos pómulos marcados, sus cejas muy bien definidas, su nariz perfecta, su barbilla con un pequeño hoyuelo, sus labios gruesos, su sonrisa deslumbrante y el cuerpo que ya había podido catar a distancia me dejaron realmente impactada. Hacía tiempo que no sentía algo así.

– Hola mamá, este es Martín – comentó mi hijo presentándome a su amigo.

En ese momento entendía las risas nerviosas de aquellas chiquillas en el vestuario, hablando del tal Martín, que sin duda era el que tenía yo enfrente en ese momento, pues casi lo habían retratado ellas, pero incluso se habían quedado cortas en sus definiciones. El chaval era realmente increíble.

– Hola. Me llamo Adri – tardé en responder cuando estiré mi mano para saludarle y sin dejar de hipnotizarme con su blanca sonrisa.

– Caramba, ¿en serio es tu madre? – contestó ese portento sin dejar de sonreír y admirando mi cuerpo que en ese momento no paraba de temblar.

Hacía tiempo que no vivía nada parecido y si bien es verdad que muchas veces me he sentido atraída por un hombre, unas veces por su cuerpo, algunas otras por su mirada o por su sonrisa, en ese momento yo estaba temblando de tener a un chico perfecto delante de mí.

Martín tomó mi mano y llevando el dorso hasta su boca la beso suavemente con una caballerosidad impropia de un joven, pero que me encandiló aún más.

– Nunca hubiera jurado que fuera tu madre, Darío. – añadió el chico.

Yo no era capaz de articular palabra, simplemente sonreír ante su cumplido y ante la incomodidad de sentirme muy extrañamente atraída por ese chico… demasiado joven para mí, pero demasiado bueno para ser verdad.

– Bueno, Darío, quedamos en eso, nos vemos mañana en el gimnasio. ¿Vale? – comentó el deslumbrante Martín a mi hijo.

– Vale, nos vemos. – contestó este a su saludo.

– Espero volver a verla Adri.

– Por favor, tutéame – le dije al tiempo que él volvía a besar mi mano, aunque mis imaginaciones me hacían ver que esos labios se podían posar sobre los míos.

– Claro, perdona Adri, espero volver a verte. – añadió con su deslumbrante sonrisa.

Cuando me quise dar cuenta, mi vista se fue detrás de su culo y me quedé observando sus andares hasta verle desaparecer del local. Creo que mi hijo se dio cuenta pero no dijo nada.

– Esto… nunca me hablaste de Martín. – comenté a mi hijo al quedarnos solos.

– ¿Ah no? – preguntó mi hijo tomando un trago de su bebida isotónica.

– No, no le he visto nunca, la verdad. ¿Es compañero de universidad?

– No mamá, le conozco del gimnasio.

– Ah, entiendo. Coincidís allí. Pero tampoco le relaciono, no recuerdo que sea amigo tuyo ni el hijo de ninguna de las familias con las que solemos tratar.

– Mamá qué intrigada estas… – respondió Darío con una sonrisa.

– Bueno, no. Simplemente que me gusta saber con quién andas.

– Ya. En realidad Darío no es de una alta posición como nosotros, ni tampoco es cliente del gimnasio.

– ¿No?, ¿Entonces?

– Bueno, es monitor del gym y también aquí es monitor de pádel para los niños en el club.

– Ya.

– ¿Te sorprende?

– Bueno, no. Pero como le presentaste como amigo… – respondí todavía con más curiosidad.

– Mamá, siempre me andas controlando. Es un amigo y punto.

– Hijo, no te molestes, es que no le conozco.

– Martín es un amigo, porque es un gran tipo y aunque sea un muchacho que ha tenido que currar mucho para salir adelante y no se relacione con pijos como nosotros, no deja de ser alguien al que aprecio y es una buena persona.

Las palabras de mi hijo me dejaron ciertamente contrariada, porque mi intención no era ofenderle, ni tan siquiera poner condiciones para sus amistades, pero cuando le iba a explicar, él fue el que cortó la conversación sin dejarme terminar.

– Bueno, ya. ¿Nos vamos?

– Vale. – respondí algo avergonzada por haber hecho tanto interrogatorio a Darío.

El viaje en el coche fue en silencio y yo no me quitaba de la cabeza la imagen de Martín, sus impresionantes ojos, sus perfectos labios, aquel cuerpo tan bien formado… Llegamos a casa y Raúl andaba con sus papeleos en su despacho, ni tan siquiera nos saludó al llegar, como tantas otras veces.

Me metí en mi habitación dispuesta a cambiarme y cuando me quedé en ropa interior me observé frente al espejo, preguntándome a mí misma si realmente había podido impactar a Martín, tanto como él lo había hecho conmigo. Luego pensé que era una tonta al pensar así, pues un muchacho de su edad se fijaría más en las chicas jóvenes, como es lógico. Me desnudé para ponerme una bata y al sacarme las braguitas noté que estaban húmedas en señal de que mi sexo había respondido a esos momentos de atracción lubricando esa parte fuera de lo normal. No me extraña que aquellas jovencitas estuvieran tan contentas describiendo a Martín, apenas le tuve delante de mí un minuto y me causó la misma sensación, incluso más.

Estuve ciertamente toda la tarde bastante excitada y tuve que acostarme con el calentón, porque una vez más Raúl se quedó en su despacho con sus papeles, dejándome caliente y en esta ocasión más todavía.

Comencé a acariciarme suavemente mis pechos bajo el camisón y el hecho de no haberme puesto ropa interior me puso fácil la tarea de acariciar mi rajita suavemente sin impedimento de ningún tipo y curiosamente no necesité de un calentamiento previo, pues en apenas dos o tres minutos estaba tan ardiente que un orgasmo se apoderó de mí, haciendo que todo mi cuerpo se convulsionara sobre la cama y cerrando los ojos me dejé llevar con la imagen de Martín, viendo su boca, sus ojos, sus manos y en eso mi propia mano estaba atrapada entre mis muslos al tiempo que mi aliento jadeante se dejó llevar a una corrida como pocas veces había tenido.

No sé cuando me quedé dormida, supongo que no mucho después pero a la mañana siguiente quise quitar importancia a todo ese lío con el amigo de mi hijo, que tanta expectación me había causado sin ver tampoco un motivo aparente, pero creo que es de esas veces en la que una no es dueña de sus actos ni de lo que sucede a su alrededor.

Me metí en la bañera e intenté por todos los medios borrar de mi mente esa actitud que me parecía infantil y poco sensata, pues ese chico, en cuestión de edad, podría ser perfectamente mi hijo, esos pensamientos chocaban en mi mente, sabiendo que estaba mal y por otro lado mi cuerpo seguía en sus trece y volvía a imaginarle, a tener sus labios cerca de los míos y su voz susurrante en mi oído, era algo que me poseía. Mis manos volvieron a acariciar mi sexo de forma suave al principio y frenética después, como si aquello fuera algo que necesitase con urgencia. Sentía un placer que me invadía por dentro y mi cuerpo se convulsionaba con cada caricia imaginando las manos de Martín sobre mi piel.

– Mamá, tengo que irme a la Uni, ¿necesitas algo? – era la voz de Darío al otro lado de la puerta del baño que me despertó de todos mis pensamientos dándome un susto de muerte.

– No, cariño. – contesté apurada retirando la mano de mi entrepierna como si mi hijo hubiese adivinado lo que hacía su madre al otro lado de la puerta.

– Ok mamá.

– ¡Darío! – dije de pronto incorporándome de la bañera, agarrada a sus bordes.

– Dime mamá. – se oía su voz de nuevo tras la puerta.

– ¿Tienes un segundo antes de irte? Quiero hablar contigo. – le dije.

– Vale, pero rapidito.

Me levanté de la bañera y me puse el albornoz sin casi tiempo a secarme. Al salir fuera del baño estaba mi hijo mandando algún mensaje con su móvil.

– Darío, cariño, ¿Me dijiste que Martín era profesor de pádel para los niños?

Tardó un rato en contestar, algo que me hizo volver a estar incómoda, y aunque supuse que lo estaba pensando, me pareció también que pudiera estar leyéndome el pensamiento. Al fin me miró y contestó.

– Sí, mamá, es monitor para los críos.

– ¿Y las crías? – pregunté.

– Sí, claro. ¿Por?

– Pues nada, había pensado en meter a Martita a dar clases de pádel.

– ¿A Martita? – preguntó levantando su mirada hacia la mía muy sorprendido.

– Sí.

– A ella no le gusta el pádel en absoluto, mamá, ya lo sabes.

– Bueno, tiene que hacer algún deporte y no tirada todo el día con la consola.

– ¿Otra vez con la cantinela? – respondió Darío molesto.

– Sí, ya sé que soy una pesada con eso hijo, pero sabes que me atormenta veros todo el día jugando con esas maquinitas encerrados en vuestros cuartos desaprovechando el tiempo.

– No lo desaprovechamos.

– Bueno, creo que voy a intentar convencer a la niña para que haga deporte. ¿Te parece? – esta vez lo dije más seria intentando imponerme ante Darío que estaba en una edad bastante complicada, por cierto.

– Vale, lo que tu digas. – respondió de mala gana.

– Bueno, pues dame el teléfono de tu amigo y miro a ver si tiene algún horario libre.

Nada más decir eso, noté como mis carrillos ardían. Sin duda yo sabía que estaba comportándome de una forma tonta y lo de apuntar a Martita a las clases no era más que una absurda excusa para volver a encontrarme con ese chico. Tenía miedo de que mi hijo lo notara y al final me miró de arriba abajo y respondió:

– Vale, te lo paso por un mensaje luego que ahora se me hace tarde.

– ¿Ni un beso a tu madre? – le dije cuando se daba la vuelta sin despedirse.

A regañadientes me besó en la mejilla y salió corriendo.

Toda la mañana estuve nerviosa esperando el momento en el que mi hijo me mandase el dichoso mensaje y no se hubiera olvidado del dato del teléfono de su amigo. Cuando por fin me llegó y vi el texto en el que aparecía el número de Martín mi corazón empezó a bombear más rápido de lo normal. Pero ¿Por qué me estaba comportando así? ¿No era eso más propio de una chiquilla de la edad de él y no de la mía? ¿Qué me había hecho ese chico sin apenas tener contacto con él? ¿Cómo había podido tenerme tan loca ese crío?

Dudé unos instantes, con mi dedo en el móvil y al fin marqué su número. Me tuve que apoyar sobre la encimera de la cocina pues mis piernas temblaban.

– Hola. ¿Quién eres? – respondió la atrapante voz de Martín al otro lado.

– Hola, soy… yo… Adri. – mis palabras salían entrecortadas.

– ¿Adri?

– Sí, soy la mamá de Darío…

– ¡Ah, sí, claro!, ¡Qué bien!, ¿Cómo estás Adri?

– Bien, verás, le pedí tu número a mi hijo porque me dijeron que eres profesor de pádel.

– Sí.

– Vale, pues quería saber cuándo podrías tener horas libres.

– ¿Para ti? No creo que te hagan falta, juegas muy bien.

– ¿Cómo? Yo… – contesté algo aturdida por su comentario.

– Sí, Adri, no creo que necesites clases, te he visto jugar y eres muy buena..

– ¿Me has visto? – mi corazón bombeaba tan fuerte que casi lo notaba sobre mis sienes.

– Claro que te he visto y me tendrías que dar clases tú a mí, jeje..

– No, jajaja, las clases no son para mí, serían para mi hija Marta. – respondí intentando parecer natural.

– Ah, vale, claro. Pásate por el club esta tarde y concertamos una hora.

– De acuerdo, Martín. Muchas gracias. A las cinco te veo.

– Muy bien, te espero. Un beso, Adri.

Cuando dijo lo del beso volví a notar como mi sexo emanaba la humedad que yo creía estaba traspasando mis braguitas.

Pensando como una persona sensata tendría que haber dejado todo en ese momento, pero no estaba muy convencida de hacerlo. Reconociendo que el tonteo estuvo bien en un principio, incluso con la lejana idea de que yo pudiera atraer a ese joven, no me parecía medianamente normal estar jugueteando con él o al menos intentándolo. Desde luego, me tocó luchar con Martita, pues ella tampoco puso de su parte cuando le sugerí que tenía reservadas unas horas con un nuevo monitor de pádel.

Tras la discusión con mi pequeña llegamos ella y yo al club a las cinco en punto y no podía evitar estar terriblemente nerviosa. Miré mi atuendo en el espejo de recepción y me di cuenta que me había vestido para la ocasión algo más atrevida que de costumbre. Mi falda negra de cuero era más corta de las que suelo usar y mi blusa, seguramente aquella que se me quedó una talla más pequeña. Mis zapatos de tacón ensalzaban mis piernas. Por un momento el reflejo del espejo me devolvió la imagen de mi cara cargada de lujuria dibujada.

– ¡Hola Adri! – saludó Martín al verme desde lejos pudiendo notar cómo me escaneaba de arriba a abajo. Sin duda había conseguido que se fijara en mí y aquello me gustaba.

– Hola Martín. – respondí juntando mis muslos pues ese juego me seguía poniendo nerviosa y excitada.

Iba a darle la mano, pero de pronto él me tomó por la cintura con ambas manos y me plantó dos besos, consiguiendo que mis carrillos ardieran y mis piernas temblaran aún más.

Tras guiñarme un ojo de un modo pícaro, sonrió a mi hija que estaba a mi lado.

– ¿Así que tú eres la famosa Marta? – le preguntó pellizcando suavemente su nariz.

– Sí – contestó mi hija algo cortada. Siempre ha sido algo tímida, supongo que como yo.

– Vaya, no imaginaba que fueras tan guapa. – añadió el chico.

– Gracias. – respondió la niña con vergüenza.

– Eres igual que tu madre. – dijo esto y al mismo tiempo me miró de forma descarada y volvió a guiñarme un ojo.

– Eso dice todo el mundo… – añadí yo intentando no despertar ninguna sospecha en Marta.

– ¿Así que quieres apuntarte a pádel? – comentó Martín a la pequeña.

– Bueno, yo… – contestó ella y miró mi cara que intentaba recomponer todo y disimular, pero por la sonrisa de Martín, enseguida me di cuenta que él lo imaginaba, que casi podía leerme el pensamiento y que el motivo de traer a mi hija no era otro que el hecho de volverle a ver.

– No has jugado nunca, creo, pero ¿Te parece que probemos a echar un partidillo, Marta? – preguntó Martín a mi hija haciéndola sentir más cómoda y en cierto modo a mí también.

Por un momento pensé que ella se iba a negar, sin embargo aceptó con una gran sonrisa. Sin duda la simpatía de Martín, había conseguido convencerla para dar esas clases a las que tanto se oponía en un principio en casa.

– ¿Puedes volver a las seis, Adri? – me comentó Martín sin dejar de mirar a mi escote.

– Sí, claro, pero no hemos hablado de tarifas y horarios… – dije.

– Tranquila, primero hagamos unas clases de prueba con Marta y después vemos.

La hora de espera se me hizo interminable, pues estaba como loca por volver a ver a Martín. Ese chico había conseguido cosas que hacía tiempo tenía olvidadas. De siempre me ha gustado lucirme y ponerme sexy, haciendo que muchos hombres me miren, me sonrían o incluso me piropeen, pero con Martín, la cosa había superado todo y la atracción era como un chispazo. Yo parecía gustarle, al menos a mí me daba esa impresión, pero desde luego, él a mí, me estaba volviendo loca, haciendo que me comportara como una boba. Soy una mujer madura, pero en ese momento yo me veía a mí misma como una jovencita.

Naturalmente las clases con Martita funcionaron y así me lo hizo ver Martín y mi propia hija que se sentía muy a gusto con su nuevo monitor, algo que me encantó pues me daba la oportunidad de volver a verle cada poco tiempo aunque solo fuera para traer a mi hija al club y recogerla una hora después. Así fue durante unos cuantos días y en cada ocasión yo procuraba lucir mi cuerpo delante de ese chico, algo que a él parecía gustarle por cómo me miraba en cada encuentro.

Una tarde que pasé a recoger a Martita en el club, Martín salió solo a mi encuentro. Yo había escogido para mi atuendo de ese día un vestido ceñido de cuadros bastante corto. La forma de mirarme el chico hacia mi busto y a mis piernas me volvió a fascinar.

– ¿Y Martita? – pregunté sorprendida.

– Está jugando un partido muy importante con una compañera y tardará algo más de lo normal. ¿Te va bien esperar un rato más?

– Claro, esperaré. No tengo prisa.

– Es que las chicas se han picado y están en pleno partido y me he tenido que ir para que ellas solas lo dieran todo en el campo sin que yo les incomode, ya sabes lo que es la competitividad… – añadió Martín al tiempo que pasaba su mano por mi cintura, pudiendo percibir su calor atravesando la tela de mi vestido.

– Ah, entiendo – respondí azorada.

– Pues déjame invitarte a algo en el bar. – dijo de pronto Martín.

Sin soltar mi cintura me llevó hacia la cafetería del club. En otro momento me hubiera molestado que un chico se tomara tanto atrevimiento conmigo, sobre todo porque en el club había gente conocida y eso siempre podía entenderse mal y una, evidentemente, tiene que guardar las apariencias, sin embargo, el hecho de que fuera Martín, me encantaba y la excusa de que fuera el gran amigo de mi hijo, me permitía la confianza que habíamos ido tomando en ese tiempo. Nadie parecía sorprenderse y en ese momento tampoco me importaba demasiado con tal de ir agarrada por ese portento de hombre. Casi parecía disfrutar con ello como queriendo dar envidia a todas las mujeres del gym.

Pedimos dos refrescos y yo me senté en uno de los taburetes, haciendo un lento cruce de piernas, algo que no pasó desapercibido para Martín. Quise parecer inocente en mis movimientos, pero yo estaba interpretando mi lado más exhibicionista, con gestos, miradas y acciones premeditadamente sensuales. Disimulando, me puse a hablar de los avances de Martita queriendo romper el hielo y sacando de mis pensamientos las fantasías más acaloradas, aunque me resultaba difícil teniendo a ese hombre tan cerca sin dejar de mirarle y sin que él dejara de mirarme.

– Es una chiquilla muy espabilada. Ha avanzado mucho y en muy poco tiempo será una jugadora sobresaliente. – comentó él.

– Sí, es muy lista. – respondí como madre orgullosa.

– Es muy buena jugadora. Me gustaría que acudiera a mis clases al menos tres veces por semana, si te parece.

– Claro. – respondí pensando en la suerte que tendría de ver a menudo a ese portento de belleza masculina.

– Ya digo que tiene arte como jugadora.

– Qué bien. – respondí.

– Y además, muy guapa, a alguien tenía que salir, en ambas cosas.

Mis carrillos ardían y seguramente se habrían tornado rojos, algo que Martín tenía que notar, me sentía apurada por su comentario, pero al tiempo muy excitada, era algo extraño que hacía mucho tiempo que no me pasaba.

– Por cierto Adri, ¿te puedo preguntar algo? – dijo de pronto Martín mirándome fijamente a los ojos.

– Claro – respondí dando un trago a través de la pajita de mi refresco.

– ¿Qué haces para tener ese cuerpazo?

Si antes estaba roja, en ese momento debía cambiar a multicolor, pues no me esperaba ese comentario por parte del chico y menos con tanto descaro.

– Espero que no te moleste, que te lo comente. – añadió Martín con total naturalidad.

– No, es que…

– Tranquila mujer, hay confianza, digo que tienes una figura increíble.

– Bueno, tampoco creo que sea para tanto… – intentaba yo restar puntos a su halago.

– En serio, me pareces una mujer muy atractiva, no solo porque eres muy guapa, eso ya está dicho con solo mirarte, sino por tu cuerpo. No es por nada, pero porque sé que eres la madre de Darío, pero jamás lo hubiera jurado.

Me asombraba el descaro, la desfachatez y la soltura con que me hablaba aquel chiquillo, que perfectamente podría ser mi hijo por la edad que nos separaba, pero le veía tan envalentonado, como pocas veces un hombre se había dirigido a mí y me parecía además muy maduro en muchos aspectos, incluido el físico, que le hacía parecer más mayor de lo que realmente era. Me gustaba su piropo y esa cierta chulería al hacerlo.

– ¿Te molesta que te lo diga? – insistía el chico mientras yo no dejaba de sorber con la pajita aquel refresco sin saber qué decir totalmente avergonzada.

– No, no…

– Bien, me alegro, porque tenía que decirlo. Supongo que mantienes esa figura con gimnasia a diario, ¿no? Me tienes intrigado.

– Bueno, sí, tengo aparatos en casa y también nado en la piscina y como sabes, juego al pádel aquí en el club…

– Claro, por algo tienes ese cuerpo.

– Gracias, pero no creo que esté tan en forma como parece.

– ¿Ah no? Pues la apariencia que ven mis ojos, no parece mentir.

– Bueno, ya sabes, la ropa hace lo suyo. – dije con disimulo y un nuevo cruce de piernas.

– ¿No me digas que ganas más vestida que desnuda?

Mis ojos parecían querer salirse de las órbitas tras su comentario que luego rectificó al darse cuenta de mi asombro.

– Perdona, Adri, era una broma que suelo gastar. – añadió Martín con una gran sonrisa y mirando hacia mis piernas que estaban mostrando una buena porción de mis muslos después de mi último movimiento.

– No, no pasa nada.

– Pues sigo opinando que ese cuerpo no se consigue así como así. ¿Qué tipos de ejercicios haces? ¿Spinning?, ¿pesas?

– Sí, bueno, pesas no. Tengo algún aparato en casa con pesas, pero no sé manejarlo del todo bien y no quiero hacerme daño. Me da miedo.

– Ah, vale, perfecto, pues entonces te vienes al gym y te voy orientando.

– ¿Cómo? – pregunté sorprendida aunque le había entendido perfectamente.

– Pues que si quieres te voy orientando con algunos aparatos y con las pesas. Será difícil mejorar ese cuerpo que ya tienes pero siempre se puede tonificar y retocar en algunos aspectos. Lo principal es sentirte bien y en forma, ya sabes.

– ¿En serio me darías clase, Martín?

– Claro. Sería un enorme placer para mí… y además lo haría gratis.

– No, eso tampoco. Sería un abuso.

– Adri, eres la madre de mi mejor amigo y de mi mejor alumna de pádel, jeje.

– No, no, preferiría pagarte. – dije seria.

En ese momento apareció Martita y su nueva amiga en la cafetería y nos dejó a medias en la conversación que estaba siendo tan interesante con el guapísimo de Martín. Me salí a la calle bastante aturdida, acompañada de mi hija y sin que pudiera escuchar apenas lo que ella me estaba contando tan entusiasmada acerca de su partido que acababa de jugar y lo feliz que se sentía de acudir al club y conocer nuevas amigas.

.

Al cabo de un rato, todavía con mi mente torturada dando vueltas, me llegó un mensaje al móvil.

– “Adri no hemos quedado. A las ocho de la tarde de mañana, ¿te va bien?”

El mensaje, evidentemente, era de Martín, lo que volvió a alegrarme enormemente, tanto que mis braguitas se humedecieron de nuevo. Estaba loca y estaba teniendo unas sensaciones que casi había olvidado. Tenía que decir que no, que mejor para otro momento, siendo diplomática y educada, pero rechazando cualquier avance que yo veía muy peligroso.

Contrariamente a mis pensamientos más cuerdos, contesté a su mensaje afirmativamente y dirigí mi coche hasta un centro comercial dispuesta a comprarme material para mi nueva clase en el gimnasio y muy especialmente para él, mi preparador personal. Mi hija, mientras, aprovechó para jugar en la zona de video-juegos y yo me metí en la sección de deportes en busca de nueva indumentaria, incluyendo zapatillas y todos los complementos necesarios. Me decidí por unas mallas largas negras que se pegaban a mis muslos y me hacían un culito redondo que con mi tanga se veía en el espejo sin costuras y me parecía que podía ser muy atrayente para mi nuevo preparador personal. Para la parte de arriba encontré un top de neopreno de color rojo que resaltaba mi pecho mostrando un canalillo más que sugerente. Ambas prendas las elegí en una talla menor a la que uso normalmente.

Volví a casa y por dentro mi cuerpo daba vueltas a todo lo sucedido, intentando ser consecuente, pero estaba tan nerviosa, que incluso di un golpe en el garaje con el coche al aparcar. Todo aquello me estaba convirtiendo en otra persona.

El día siguiente se me hizo largo y no quise llegar demasiado pronto, pero me quedé esperando metida en el coche durante casi una hora a las puertas del gimnasio. Llegué a recepción y allí estaba mi hijo, precisamente hablando con Martín.

– Hola mamá. – saludó mi hijo mirándome muy contrariado al verme allí en el gym y ataviada con aquellas ajustadas prendas.

– Hola cariño.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó observando sorprendido mi cuerpo embutido en aquellas mallas tan ajustadas que no dejaban mucho a la imaginación.

– ¿No le dijiste que teníamos clase? – intervino Martín mirándome fijamente a los ojos al principio y al resto de mi cuerpo después, derrumbándome una vez más.

Negué con la cabeza y sentía como ardían mis carrillos, sin duda volvía a estar nerviosa, más todavía cuando el bueno de Martín me miraba de arriba a abajo y a me parecía que con mucha lujuria.

– ¿Le vas a dar clase? – miró mi hijo hacia su amigo.

– Claro, tío. No te importa, ¿verdad?

Darío tardó en contestar, supongo que entre mi indumentaria, verme allí de repente y haberle ocultado aquello, no debió gustarle demasiado, yo sé que mi hijo es muy particular con sus cosas y no le gusta que yo me entrometa en su vida y todo eso… imagino que el hecho de estar tanto tiempo con Martín le incomodaba.

– No claro, ¿por qué me iba a importar? – añadió aunque yo le vi en sus ojos que no le hacía gracia precisamente.

– Pues vamos para adentro y te doy el primer repaso, Adri.

Aquella frase, sacada de contexto, hubiera sido escandalosa, pero refiriéndose a la clase, no debía significar otra cosa. En cambio yo también me lo llevé al otro significado y por un momento le vi abalanzándose sobre mí en alguna colchoneta del gimnasio. ¡Dios qué cachonda estaba!

Llegamos a la zona de spinning y allí me ubicó sobre una bicicleta para que fuera calentando. Unos minutos después volvió él. Llevaba un pantalón corto, tipo ciclista y que le marcaba un paquete más que considerable. Tuve que mirar al techo porque aquello me hizo volver a ponerme roja.

– Bien, Adri, veamos cómo se menea ese cuerpito sobre la bici. Yo te acompaño. – dijo Martín pasando su mano por mi espalda hasta casi llegar a mi culo.

Se situó en la bicicleta contigua a la mía y nos pusimos a pedalear. Hablábamos de cómo debía poner la espalda y levantar las rodillas. Una de las veces puso su mano en mi vientre muy muy abajo, casi por encima de mi pubis y aquello era muy fuerte, pero me gustaba demasiado como para detenerlo.

Durante nuestra sesión de spinning estuvimos hablando de muchas cosas, al principio salió a relucir el tema de las clases de Martita y su progreso con el pádel, también hablamos de Darío y de lo bien que se llevaban ellos dos, que eran grandes amigos. A continuación la conversación fue tomando otro color:

– Adri, no te dije lo guapa que has venido hoy – me dijo echando una mirada de arriba a abajo de mi anatomía con aquellas prendas tan ceñidas.

– Gracias – respondí algo azorada pero orgullosa por haberle causado tan buena sensación.

– Es cierto, no lo digo como halago, bueno sí, también, pero es que es cierto.

– Gracias Martín, pero supongo que estarás harto de ver mujeres bonitas y mucho más jóvenes que yo en el gym.

– Pues no digo que no y aunque uno no se harte, la verdad es que pocas se ven que tengan tantos componentes atractivos como tú. Eres una mujer elegante y atractiva, con un cuerpo de escándalo y terriblemente seductora.

– ¿Cómo? ¿Seductora?- pregunté sorprendida.

– Sí, mucho. No sé si lo pretendes pero irradias sensualidad.

– Vaya, me vas a sonrojar, Martín.

– Con eso irradias más sensualidad, todavía.

– ¿No soy algo mayor para ti? – pregunté lo evidente.

– Para nada. La edad nunca debe ser un problema y tú estás en la mejor… y por cierto, me gustan las mujeres maduras, con el atractivo en su máximo esplendor y su total experiencia.

– ¡Caramba! ¿Has tenido muchas experiencias con mujeres maduras?

– Sí, bueno, no… ninguna como tú.

– Mejor sigamos pedaleando – dije queriendo quitar hierro al asunto, pero en el fondo mi cuerpo estaba ardiendo no solo por el ejercicio y mi sexo emanaba fluidos cada vez con más intensidad.

– ¿Y a ti Adri?

– ¿A mi qué? – pregunté confusa sin dejar de pedalear.

– ¿Te gustan los chicos jóvenes?

– No.

– ¿No?

– Bueno, sí, entiéndeme, soy una mujer casada.

– Comprendo, pero eso no quita para que te guste una cosa. ¿Te gusto yo?

Era increíble que lo preguntara tan directamente y que yo no fuera capaz de responderle, pero estaba tan aturdida por ese comentario y por su forma de decirlo, que no sabía si era parte de su propia seducción o si realmente estaba causando esa sensación a un chico al que doblaba la edad. Pero curiosamente no me sentía mal por ello, sino todo lo contrario, me gustaba provocar eso, tanto que sentía un cosquilleo por todo mi cuerpo que me magnetizaba.

Acabamos la sesión de bicicletas y me llevó a un “potro de tortura” como él definió. Era una especie de asiento con numerosas pesas a la espalda y una polea con un manillar que había que bajar bien por la espalda o bien sobre el pecho, para fortalecer el tronco superior o algo así, según me dijo.

Mi pose debía ser bastante expuesta, con mis piernas completamente abiertas, mi espalda erguida, mis manos sobre mi cabeza subiendo y bajando la polea haciendo que mi pecho oscilara a cada movimiento y Martin delante de mí, apuntando las correcciones pertinentes, pero sin dejar de decir “bravo, genial, maravillosa, campeona, bien guapa…”, vamos, que acabé mojada de sudor por fuera y creo que también por dentro de mi pequeño tanga que a esas alturas debía estar empapado. Pocas veces me he puesto tan mojada sin tocarme.

No sabía muy bien a donde miraba Martín cuando yo me daba la vuelta en algún otro aparato, pero notaba que era mi culo su principal centro de atención.

– Bien, Adri, por hoy lo dejamos, no quiero agotarte, te veo empapada.

Si el supiera que aparte del sudor de los ejercicios estaba mojada también en mi sexo, lo notaba a cada paso y temía que pudiera traspasar la tela de mis mallas.

– Si te parece, en un par de días, tenemos otra sesión, ¿vale? – dijo Martín

– No sé…

– Vamos, Adri, verás qué bien te sientes.

Lo cierto es que estaba encantada, no por las clases, sino más bien por el profesor.

Me dirigí a la ducha y allí intenté relajarme dentro de lo posible, pues a pesar de que me había metido una buena sesión de ejercicios durante toda la hora, seguía estando excitada por cada recuerdo que había tenido con aquel chico. No pude evitar rozar con mis dedos los labios dilatados de mi vagina y jugar con ellos soñando que eran las manos de ese hombretón las que lo hacían.

De pronto se oyeron voces en el vestuario y dejé mi tarea de autosatisfacerme para otro momento aunque no logré apagar mi calentura lo más mínimo.

Me fui secando algo avergonzada de que alguien me hubiera podido oir algún gemido justo en el momento en que tuve la oportunidad de escuchar una conversación de dos chicas que estaban al otro lado de las taquillas donde yo me encontraba vistiéndome en silencio

– Pero ¿Cómo te lo hizo? – decía una.

– Pues me bajó las bragas y me hizo una comida de coño bestial.

Me quedé sorprendida por la conversación y la frase tan contundente que había soltado una de ellas, pero lejos de irme y alejarme de una conversación íntima y privada, puse más atención al diálogo entre ambas y permanecí callada para no que no me descubrieran.

– Pero dame detalles, tía… – volvía a insistir la primera.

– Joder, qué cotilla eres, pues que además de estar buenísimo es que no veas que manera de chupar, de lamer, de morder, es que moría de gusto con su cabeza entre mis piernas.

– ¡Que suertuda!

– Yo es que alucinaba con el tío, su lengua se metía por los pliegues de mi raja y luego mordía los labios de alrededor, cuando me apretó el clítoris con sus labios, casi me muero.

Instintivamente me llevé una mano a mi sexo y lo acaricié por encima de las braguitas, oyendo aquella excitante y cachonda conversación de las dos jóvenes.

– ¿Tan buena lengua tiene? – insistía la amiga.

– No te haces idea, nunca me lo han comido así, pero lo mejor es cuando me tocó a mí, pues no quería correrme sin que me follara. Estaba cachonda perdida.

– No me extraña, es que el tío está buenísimo y si encima lo hace bien… – animaba la otra.

– Pues cuando le bajé el pantalón, me quedé de piedra. Salió algo espectacular, una cosa enorme. – añadió la protagonista de ese escarceo sexual que lo contaba viviéndolo con total fogosidad.

– ¿Cómo que grande? ¿No me digas que tiene un pollón?

– No, más que eso, es la cosa más grande que nunca hayas imaginado. Es gigante.

– ¿En serio es tan grande? – decía la otra intrigada tanto como yo.

– Es enorme, te lo juro. No he visto una cosa igual. pero grande y gorda, es una polla alucinante – contestaba otra.

– Te lo habrá parecido a ti.

– Te lo juro, porque estaba sentada, porque si no me caigo de espaldas. – añadió la relatadora de la historia. – pero era tan grande que con mis dos manos no la cubría

Era mi mano la que no se conformaba con acariciar mi rajita por encima de las bragas, sino que se adentró por la costura de la pequeña prenda para empezar a acariciarme directamente sobre mi empapada conchita y a medida que aquella chiquilla iba contando todos los detalles la cosa se iba poniendo más y más caliente. Por un lado yo estaba ya muy excitada con mi primera clase con Martín y para colmo aquella conversación me estaba poniendo aún más.

– Qué más, qué más. – insistía su amiga y yo estaba al acecho.

– Pues se la agarré y comencé a mamársela. Qué cosa tan deliciosa, no hay nada como chupar una buena polla, pero si es grande mejor. Ya sé que el tamaño no importa, pero viendo una de esas te mojas más, tía.

– ¿Y te cabía en la boca?

– Ni de lejos. Metía la punta y hasta menos de la mitad. Es que ya te digo que era una polla enorme.

– Joder, estoy viéndole y ahora le imagino con esa tranca…

– Jajaja, ya te digo, a mí me tiembla el chichi cada vez que le veo.

– ¿Y no pudisteis follar? – preguntó de nuevo.

– Al principio me asusté. Dije, eso no me entra.

– Jajaja, que exagerada. eres.

– Que no tía. Es que te lo juro, es enorme.

– Joder, además de estar buenísimo la tiene gigante.

– La acercó a mi coño y me fue pasando la punta de arriba a abajo. Yo me quedaba mirando embobada aquella cosa y pensando que me iba a doler al meterla, pero estaba tan cachonda que no podía esperar. Le pedí que me follara.

Mi dedo iba jugando con los pliegues de mi sexo y acariciaba mi vagina desesperadamente escuchando aquella conversación tan interesante y tan cachonda. No podía detener mis manos jugando con mi sexo.

– De pronto entró la punta y notaba como mi chocho se iba abriendo, poco a poco de pronto le agarré de ese culo y le empujé para que me taladrase del todo, pero él quería hacerlo despacio, no sé si para no partirme en dos o porque le gustaba ver mi cara de puta deseándolo más y más.

La conversación además de ardiente era relatada con tanta pasión que me hacía estar casi viviéndola, pero además su lenguaje sucio la hacían todavía más excitante. Ya no sabía si era todo una exageración, una mentira o lo que fuera, pero desde luego era algo muy muy acalorado.

– Que pasada tía. Me lo estoy imaginando y es que flipo. – volvía a intervenir la otra.

– Y es que de vez en cuando me besaba y su polla avanzaba un centímetro más y otro y otro. Se iba colando y es que no me lo creía.

Mis dedos seguían jugando con mi sexo y la otra mano ya se había colado por el sostén para pellizcar uno de mis pezones.

– De pronto me miró de aquella forma a los ojos y me sonrió antes de decirme si estaba preparada.

– Joder, con lo bueno que está. Lo estoy viendo y me mojo entera, cabrona. Y ¿qué pasó?

– Pues que le hice un gesto y de pronto me la metió hasta el fondo, que alucine, me puso los ojos en blanco y empezó a follarme que no te puedes hacer idea. Casi pierdo el conocimiento.

– Me parece que me estas vacilando.

– Que no, te lo juro, es un pasote de tío. Y no es que la tenga grande es que me llenó con ella y me folló como nadie. Y yo viéndole esa carita delante de mí…

– Ya tía, que guapo y que bueno está. Acabo de verle en la piscina y ahora mismo me lo comía.

En ese momento me di cuenta que hablaban de uno de los chicos del gimnasio y la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de Martín, aunque claro podían estar hablando de cualquier otro. Sin embargo, una de esas chicas me dejó petrificada cuando lo confirmó con su comentario.

– Pues ten cuidado que hoy ha estado dando clase a la nueva y estará agotado, jajaja.

– ¿A qué nueva? – preguntó la chica.

– Adriana… creo que se llama.

Me quedé petrificada al oír que hablaban de mí. Permanecí callada intentando no hacer ruido y ser descubierta. Ya no había duda de que las aventuras vividas, con un portentoso tío, que además estaba provisto de un gran miembro era nada más y nada menos que el bueno de Martín y que follaba como nadie en palabras literales de aquella joven.

– ¿No me digas?, ¿Adri?, ¿La que estaba antes con las pesas? – preguntaba intrigada la primera.

– Sí, ¿qué pasa?

– Joder, es la madre de Darío.

– ¿Ah sí? ¡Ostras!

– Pues enseguida le pone los ojos en blanco, jajaja – comentó la otra riendo y haciendo que ambas carcajeasen imaginando la escena.

– Ya tenemos cotilleo para rato. – fue su última frase. En ese momento entre risas desaparecieron del vestuario y no pude seguir escuchando nada más pero en cambio mi mano seguía acariciando mi sexo por dentro de mis braguitas y la otra pellizcando mi pezón con fruición.

No fui ni precavida, ni tuve ningún tipo de miedo en ese momento, pero es que no podía quedarme así, y tuve que seguir masturbándome recordando las hazañas de esa chica, que había vivido con tanta intensidad y nada menos que con mi espectacular Martín. Los jadeos fueron en aumento hasta que tuve que soltar un gemido prolongado teniendo un orgasmo brutal, como pocas veces había tenido dándome placer a mí misma.

Intenté recomponerme y escuchar si alguien hubiera podido darse cuenta, pero a pesar de la inconsciencia, creo que saber que era Martín el protagonista de tan buenas maneras amatorias y de estar así de armado me habían obnubilado del todo, sino lo estaba ya. Mi comportamiento estaba siendo de lo más impropio, pero mi cuerpo pedía realmente otra cosa.

Yo salí de los vestuarios pasados unos minutos sin dejar de pensar en todo lo sucedido, no paraba de llegarme a la mente el miembro de Martín, que según decía una de ellas era enorme. Estas chicas jóvenes seguramente se sorprendían con cualquier cosa y yo no es que haya visto muchas vergas, pero sí las suficientes para valorar que tampoco debía ser para tanto. Lo que me preocupaba más era lo del cotilleo y que la gente empezase a rumorear sobre Martín y de mí, que eso llegase a oídos de mis amigas o peor, a oídos de mi hijo o mi marido y eso me incomodaba, casi hasta asustarme.

De camino a casa no paraba de darle vueltas y de sentirme intranquila pensando que estaba siendo una inconsciente, que había ido demasiado lejos y que tenía que cortar con esa estúpida intención de jugar con ese chico, que era de la edad de mi hijo, que además era su íntimo amigo y que aparte de comprometerme con problemas en mi matrimonio, no me parecía que todo aquello fuera decente y aunque eso fuera lo de menos, lo que más me preocupaba era mi propio comportamiento, que no parecía el de una mujer madura y sensata.

Al llegar a casa fui a saludar a mi marido en su despacho y una vez más, me respondió con uno de sus gestos, sin tan siquiera darme un beso o preguntarme por cómo me había ido el día, algo que en el fondo agradecí, pues seguramente hubiera enrojecido con esa pregunta. Después saludé a Martita que estaba viendo la tele y a continuación fui al cuarto de mi hijo mayor.

– Hola Darío, puedo pasar – dije tocando con los nudillos en la puerta de su habitación.

– Sí, pasa, mamá.

Allí estaba sentado en la cama y con su mando entre las piernas intentando conducir un 4×4 en el juego que se desarrollaba en el monitor a través de su consola de juegos.

– ¿Ya estás otra vez con tus jueguitos?

– No empieces – contestó sin dejar de permanecer con la vista fija en el monitor.

– Cariño, ¿podemos hablar? – le dije sentándome a su lado sobre la cama.

– ¿Qué quieres? – preguntó algo disgustado dándole a la pausa en el juego y deteniéndose también el sonido atronador de la música que envolvía su habitación.

– Nada, hijo, solo hablar contigo. – le comenté.

– Vale. – dijo mirando mi indumentaria que era en ese momento una blusa y un vaquero.

– ¿Qué pasa? – le pregunté al darme cuenta de su mirada.

– No, nada, que veo que ya no llevas la ropa ceñida de gimnasia.

– Sí, me cambié. ¿No te gustó? – pregunté, pero Darío tardaba en contestar.

– No sé, mamá, era algo distinto a lo que sueles llevar. No estoy acostumbrado a verte así.

– No te gusta, entonces…

– No es eso, pero…

– A ver, Darío, hijo, ¿te parece que tu madre es una buscona por ir así vestida dentro de un gimnasio, como van todas? – hice la pregunta directa y concisa con algo de enfado.

– No, mamá, no es eso, sí me parece bien…

– ¿Entonces? ¿No quieres que vaya a tu gimnasio?

– No, no me importa.

– ¿Y…? ¿Qué te preocupa?

– Martín. – contestó mirando hacia el suelo.

– ¿Martín? – pregunté haciendo que nuestras miradas se cruzasen unos segundos.

– Sí, no quiero que…

– Que le cuente nada tuyo o que me lo cuente él de ti… – terminé su frase.

– No, no es eso, mamá… Ya sé que no lo va a hacer. Es un buen amigo.

– ¿Entonces qué te preocupa?

– Que te líe…

– No te comprendo, hijo… – decía yo aunque sospechando por dónde iban los tiros.

– Que te intente camelar, ya sabes… con su simpatía, sus vaciles y tal, te lleva a donde quiera.

– Jajajaja, pero hijo, que soy tu madre y ya tengo unos años…. – dije riendo, aunque en el fondo pensaba que era una realidad, el chico me había camelado y mucho más de lo que pudiera imaginar tanto mi hijo como yo misma.

– Te lo digo, porque es un ligón, mamá.

– Bueno, cariño, pero no creo que lo intente.

– Lo hace con todas.

– Entiendo… – me quedé pensativa intentando recapacitar sobre lo que me contaba mi hijo.

– Es un ligón profesional. Ataca a todo lo que se mueve. – afirmaba Darío.

– Ya, pero yo… podría ser su madre. No creo que…

– Le gustan maduritas. – añadió mirándome de reojo.

– Vaya. De todos modos pierde cuidado, puedo controlarme y él no me gusta a mí.

Esa mentira me hizo enrojecer aún más, primero porque ni yo misma era capaz de creerla, pero mucho menos Darío, que tampoco es tonto. Aun así intenté ser todo lo convincente posible, poniéndome seria y haciéndole entender que aquello que pensaba era imposible. El hecho de saber que le pudieran gustar maduritas al bueno de Martín, le ponía más picante todavía a todo aquello.

– Ten cuidado, por si acaso. – sentenció él.

– HIjo, gracias por preocuparte por mí, pero ya soy mayorcita, tú tranquilo, además soy una mujer casada. ¿Recuerdas? Quiero a tu padre y no voy a irme con el primer chiquillo que vea – esto último lo dije para que le quedara claro a él, aunque en el fondo me lo decía a mí misma, queriendo poner una frontera en el lugar adecuado, pero lo cierto es que mi cuerpo iba por otro lado..

– No sé, no te molestes, lo decia por…

– No pasa nada, mi amor, me alegro que te preocupes por mí, pero tú estate tranquilo porque estoy pensando en no volver al “gym”.

– Pero, ¿por qué?

– No sé, no me convence del todo, ya sabes.

– A mí me gusta.

– Sí, pero hay mucha niña tonta y alguna muy chismosa.

– Bien, mamá, como veas, pero no lo hagas por mí.- respondió con una cierta sonrisa en su rostro supongo que de verme tan segura y de sentirse aliviado por mis explicaciones sensatas en apariencia.

– Bueno, cariño, me lo pensaré, te dejo con el juego, pero no te estés mucho. – le dije dándole un beso en la frente.

– ¡Vale!

Me dirigí a la puerta para salir de su cuarto y con el pomo en mi mano, dudé unos instantes, pero estaba llena de intrigas y tenía que preguntarle algo sino me moría.

– ¡Darío, cariño!

– Dime, mamá – respondió él, con la vista fija en las imágenes del juego.

– ¿La tiene muy grande?

– ¿Qué? – preguntó confuso haciendo que el vehículo que conducía en el juego se estrellase contra unas rocas y perdiese la partida dirigiendo su mirada hacia mí.

– Martín, digo. – apunté.

– No te entiendo, mamá. – decía, pero por sus ojos abiertos como platos mirándome fijamente sabiendo perfectamente a lo que me refería.

– Verás, es que escuché en el vestuario hoy a unas chicas que decían que Martín, tenía… esto… un pene muy grande. – dije por fin notando el calor subir por mis mejillas y también por mi entrepierna.

– Esto, sí… eso dicen.

– ¿Dicen o se lo has visto?

– ¡Mamá!

– ¿Hijo, hay confianza con tu madre o no? No es tan raro, hacéis deporte juntos, os veréis desnudos… le habrás visto su…

– Pero, mamá, esa pregunta… No voy contando por ahí las cosas de mis amigos…

– ¿Sí o no? – pregunté impaciente con aire autoritario de madre.

– Sí.

– ¿Sí, qué? ¿Que se la has visto o que la tiene grande?

– Las dos cosas. – contestó Darío con cierta timidez pensando que podría regañarle por eso..

– Entonces las chicas que oí hoy en los vestuarios, ¿no exageraban?

– No.

– Pero… Darío, entonces tú… ¿Lo has visto…?

– Sí.

– Supongo que en reposo la cosa debe ser grande ya. No quiero imaginarla empalmada. – dije eso sin pensar, salió atropelladamente de mi boca.

– ¡Mamá! – la mirada de mi hijo denotaba su apuro, pues nunca hablábamos de esas cosas y menos que yo empleara términos tan directos.

– Hijo, soy tu madre, no me voy a asustar.

– En reposo y empalmada – añadió bajando la vista.

– ¿Empalmada? ¿Se la has visto así?- pregunté más que sorprendida pues eso sí que no me lo esperaba.

– Sí, bueno… le pregunté un día de algo que había oído yo también y las comparamos.

– ¿Las comparasteis?

– Sí, quería saber si era verdad eso que decían de que la suya era enorme. – comentaba Darío muerto de vergüenza.

– Pero ¿cómo hicisteis esa comparación?

– Midiéndolas, mamá, ¿qué otro modo? – añadió enrojeciendo más.

– ¿Y..? – pregunté impaciente.

– Mamá es que…

– ¡Vamos Darío! – grité autoritaria e impaciente.

– Pues… la mía es normal, de unos 16 ó 17 cm.

– ¿Y la suya? – aunque lo intentaba disimular mi agitación era ya puro nervio. – ¿la mediste, hijo? – le pedía con premura.

– Sí, 23 centímetros. – respondió Darío bajando su cabeza.

Cerré la puerta de la habitación de mi hijo sin asimilar lo que acababa de decirme. ¡23 centímetros!

Juliaki

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “Secuestrado, atado y humillado por mi ex suegra” (POR GOLFO)

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Sin título1

Primer acto:

Odio en lo que me he convertido, siempre me había considerado un hombre con mayúsculas. El poder, el sexo y el dinero habían marcado mi vida y hasta hace seis meses, creí haberlo conseguido. Toda mi existencia había discurrido sobre rieles. Licenciado de una de las mejores universidades de España, fui contratado por una multinacional con veintitrés años, inaugurando una brillante carrera, de manera que tras diez años de arduo trabajo era uno de los ejecutivos mejor pagados de la empresa. Respecto al sexo, siempre me había dejado llevar por las faldas, saltando de un coño a otro sin importarme los que dejaba atrás.
Desgraciadamente todo tiene un final y para mí, llegó una de tantas noches de copas. Había salido con un par de amigos de juerga y reconozco que me debí de pasar porque solo recuerdo salir de una discoteca con una rubia bajo el brazo. Estoy seguro que esa puta formaba parte del plan y que por culpa de mi bragueta, no me di cuenta del cambio que iba a representar en mi vida. Por mucho que intento hacer memoria no me acuerdo de mi secuestro ni de como llegué a donde me desperté.
Solo os puedo decir que amanecí con un gigantesco dolor de cabeza y que al tratarme de mover fui incapaz porque  estaba atado de pies y manos. Al abrir los ojos, me costó enfocar y cuando lo hice, me quedé aterrorizado al reconocer la habitación.
¡Ya había estado allí!.
Tres años antes, María me había llevado a esa casa en mitad  del campo y durante dos semanas había disfrutado de su cuerpo sin pararme a pensar que esa niña bien se había enamorado de mí. De vuelta a Madrid, había sido mi novia hasta que harto de su dependencia la mandé a volar. Todavía me estremezco recordando su llamada dos meses después de haberla dejado. La cría desesperada me pidió llorando que volviera con ella. Al no hacerle caso, me amenazó con quitarse la vida  porque, según ella, no podía vivir sin mí. Sé que me comporté como un hijo de perra, pero no aguantaba el cerco al que me tenía sometido y por eso creyendo que era un puto chantaje, le prometí que si se suicidaba, iría a su entierro. No debí ser tan duro y menos debí colgarle porque a la mañana siguiente, la policía tocó a mi puerta para avisarme de su muerte.
Por lo visto, María se había tomado un bote entero de pastillas pero antes de cometer esa locura, llevada por el dolor, había dejado dos cartas, una para su madre y otra para mí, explicando el porqué de su decisión.
Lo que en teoría era un claro suicidio se complicó porque mi ex novia dejándose llevar por la frustración había destrozado su apartamento  y su familia, podrida en dinero, había movido sus hilos buscando que me acusaran de haberla asesinado. Afortunadamente, las pruebas demostraron mi inocencia y jamás fui acusado formalmente de su muerte, pero todavía recuerdo con horror mi careo con su viejo.
Para don Lucas, un vasco de pura cepa, daba igual que tuviera una coartada o que los forenses dejaran meridianamente claro que nadie la había forzado, para él yo era el culpable del fallecimiento de su hija y a voz en grito, juró vengarse. Por mucho que intenté hacerle ver que nada había tenido que ver y que María había estado ingresada en un psiquiátrico antes de conocerme, no dio su brazo a torcer y solo la presencia de los agentes evitó que me agrediera.
Durante casi un año, estuve con líos de abogados. Personalmente sabía que esa muchacha habría tomado tarde o temprano esa decisión y que mi única culpa era no haberla hecho ni caso pero aun así me reconcomía haberle dado el último empujón. Temiendo su venganza tardé en no buscar a mi alrededor un sicario que cumpliera su mandato, por eso me alegré al enterarme de que un ataque al corazón había acabado con él y creyéndome liberado, reinicié mi vida como si nada hubiese pasado. El alcohol y las putas volvieron a poblar mis noches mientras mis días transcurrían de éxito en éxito.
Con todo ello torturando mi mente, traté de zafarme de los grilletes que me retenían pero tras muchos intentos, caí rendido al darme cuenta que ni siendo un superhombre podría deshacerme de las cadenas que me mantenían maniatado a esa cama. 
-Veo que te has despertado- oí decir a mi derecha.
Al girarme descubrí a la madre de mi ex en la puerta, sonriendo. Su rostro reflejaba la satisfacción de tenerme postrado a su antojo. Todo en ella era desprecio, no me costó comprender que iba a ser objeto de su ira y por eso, inútilmente traté de escapar. Al percatarme que era imposible, paré y casi llorando imploré su perdón.
-Por tu culpa, me he quedado sin marido y sin hija- me respondió acercándose a mí – desde hoy vas a reemplazarlos-
No comprendí sus intenciones hasta que cogiendo una tijeras, con la tranquilidad de una perturbada, esa mujer fue cortando mi ropa. Os reconozco que estaba aterrorizado, creía que había llegado mi última hora. Chillando intenté razonar con esa mujer pero ella enfrascada en su turbia labor, obvió mis ruegos y no paró hasta dejarme desnudo.

Atado y en pelotas, no pude evitar que esa arpía se apoderara de mi sexo y cogiéndolo entre sus manos, buscara obsesivamente mi erección.

-¿Qué hace?- grité al ver que esa señora de la alta sociedad,  lo meneaba rítmicamente mientras se ponía a horcajadas sobre mí..
-Llevo muchos meses sin sentir a mi hombre- soltó mientras separando sus piernas se lo introducía lentamente en el interior de su vagina. No me había fijado que mi ex suegra aun completamente vestida, venía sin bragas.
Creyendo que no era bueno en esas circunstancias hacerla enfadar, dejé de debatirme sobre las sábanas y quedándome inmóvil, permití que esa chalada tomara lo que había venido a buscar. La mujer lentamente se fue empalando mientras no paraba de decir lo mucho que me odiaba. Sin otra cosa que hacer, me puse a fijarme en mi captora. Con los cuarenta bien entrados, esa rubia si no llega a ser por su mirada homicida, podía considerarse como una mujer atractiva. Dotada al igual que su hija de grandes pechos, fue cogiendo ritmo acuchillándose con mi falo. Bajo la tela, dos enormes bultos subían y bajaban al compás de su cabalgar.
Tratando de hacer memoria, recordé que se llamaba como su hija y buscando su favor, le pedí que parara:
-Jamás, vas a darme lo que me quitaste- respondió mientras se desabrochaba los botones de su vestido y sin mediar palabra, los acercaba a mi boca -¡Chúpalos!- me ordenó.
Solo me quedó obedecer y sumisamente saqué la lengua para apoderarme de los negros pezones que esa tarada puso a mi disposición. Sus gemidos al sentir mi humedad recorriendo sus aureolas, lejos de excitarme me dejaron paralizado. Fue entonces cuando recibí su primer golpe. Con la mano abierta me cacheteó brutalmente, exigiendo que siguiera mamando de sus senos. Reconozco que me sentí indefenso y tiritando de miedo, absorbí con mi boca de sus enormes ubres.
-Vas aprendiendo- gritó acelerando el ritmo de su cabalgar.
Saltando sobre mi falo, esa mujer se ensartó sin pausa mientras su respiración cada vez más alterada me revelaba la siniestra excitación que la empezaba a dominar.
-Me encanta- aulló alegremente y llevando el frenesí de sus movimientos hasta el límite, me pellizcó dolorosamente mi pecho, diciendo: -¡Como echaba de menos a mi marido!-
La humedad que manaba de su vulva me avisó que esa mujer estaba a punto de correrse y suponiendo erróneamente que su liberación correspondería con la mía, me dediqué en cuerpo y alma a mamar sus tetas. Con la mi glande rebotando sobre la pared de su vagina, la madre de mi ex novia siguió violándome hasta que desplomándose sobre mí, experimentó un brutal orgasmo. Reptando sobre mi piel, exprimió su placer mordiéndome en el cuello. Mi grito no consiguió evitar que esa bruja soltara su presa hasta que provocándome una profunda herida, bebió de mi sangre.
-¡Qué dulce eres!- exclamó relamiéndose los labios.
Al bajarse y advertir que mi miembro seguía erecto, soltó una carcajada y poniendo su culo sobre mi cara, me exigió que relajara su ojete con mi lengua. Quise negarme pero ella asiendo mis testículos entre sus manos, me dijo regocijándose de mi angustia:
-¿No querrás sufrir más de lo necesario?- 
Humillado por tener que saborear su culo, saqué mi lengua y recorriendo los bordes de su ano, fui aflojando su esfínter mientras esa puta no paraba de gozar con mi degradación. Mi suplicio no hizo mas que empezar, María restregó su trasero contra mi cara sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Al cabo de unos minutos, esa maldita cuarentona decidió que su entrada trasera estaba lista y poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo, se fue clavando el culo sin parar de reír
-¡No sabes las veces que Lucas me usó así! Era un hombre viejo pero tenía un pene formidable-
No me pude creer lo que estaba oyendo, el marido de esa pervertida con fama de gran señora  la había acostumbrado a los placeres de la carne con una eficiencia que sería digna de encomio sino fuera porque en ese momento me estaba violando. Alucinado por el descubrimiento, me quedé perplejo al observar que sin ningún gesto de dolor esa zorra se había embutido toda mi extensión en el interior de sus intestinos y que sin esperar a que se acomodara, salvajemente me empezaba a cabalgar.
-¡Mierda!-chillé al sentir que mi pene era forzado hasta la locura.
Elevándose sobre mí y dejándose caer, esa guarra disfrutó tanto del trato que llevando su mano a la entrepierna, me gritó:
-Primero me vas a follar bien follada y luego seré yo quien te dé por el culo-
Disfrutando como la perra que era, Doña María no dejó de masturbarse mientras su estrecho conducto absorbía con facilidad cada una de las arremetidas de mi verga. Aullando y berreando sin importarle que alguien nos oyera, esa mujer buscó y consiguió ordeñarme el miembro. Solo cuando sintió que explotaba y que con bruscas sacudidas, dejaba mi simiente en su escroto, solo entonces, paró y poniendo una tierna expresión, me susurró al oído:

-Ves que fácil ha sido comportarte como mi marido. Ahora te dejo descansar durante una hora pero luego te toca sustituir a mi hija-

Quise llorar de impotencia. Solo el hecho de que si lo hacía esa engreída iba a ser consciente del dominio que ejercía sobre mí, evitó que mis ojos se poblaran de lágrimas y que como una plañidera me echara a berrear.  Cuando me dejó solo, suspiré aliviado pero al cabo de un tiempo, el no saber qué era lo que  esa bruja me tenía preparado hizo que me empezara a poner nervioso. Paulatinamente mi turbación se fue trasformando en miedo y el miedo en terror, de forma que cuando mi ex suegra apareció por la puerta, estaba nuevamente acojonado:
-¿Qué me vas a hacer?- grité al verla trayendo un recipiente caliente entre sus manos.
La cuarentona se rio y enseñándome el interior de la vasija, me contestó:
-Depilarte. Todas las semanas se lo hacía a mi niña-
Tengo que confesar que fui un idiota, al ver que era cera y que su siguiente paso era algo tan nimio como haberme la depilación, me serené.
 “¡Que pronto saldría de mi error!.  
Doña María, con fría profesionalidad, se sentó a mi lado y cogiendo una paleta de madera, se puso a extenderla. Tras dejar dos bandas de cera caliente sobre mi pecho, esperó a que se enfriara y entonces agarrando una por un extremo, jaló con todas sus fuerzas.
-¡Mierda! ¡Eso duele!- chillé al sentir cómo arrancaba parte de mis vellos al hacerlo.
Como respuesta, me dio el segundo tortazo mientras me decía:
-No te quejes, lo que tú me has hecho duele mucho más-
Comprendí que se refería a la muerte de sus seres queridos y sabiendo que de nada me serviría tratar de apaciguarla, me callé y dejé que siguiera sin quejarme. Sé que mi sumisión le dio alas, porque obviando mis gemidos de dolor cada vez que tiraba de la cera, esa perra cada vez más alegre prosiguió con su labor. En pocos minutos, se deshizo de todos los vellos que colmaban tanto mi pecho como mi estómago, dejando mi piel colorada y adolorida.
Creí que se había acabado mi suplicio al oir que me decía, comprobando el resultado:
-Ahora estas más guapo, antes parecías un oso-
Y digo creí porque reinició su faena con mis piernas. Nuevamente el dolor provocó que gimiera al sentir como arrancaba mis vellos y nuevamente mi captora me pegó una bofetada para recordarme que no debía quejarme.
-¡Puta!- le solté mostrándole todo mi desprecio.
Mi insulto la enervó y retirándose de la habitación, me dejó solo. No tardó en volver pero esta vez con un cinturón en sus manos:
-¡Te voy a enseñar lo que es dolor!- me gritó mientras descargaba un cinchazo sobre mi cuerpo.
Ese fue el primero de muchos porque esa arpía no paró hasta que completamente derrotado le pedí perdón por enésima vez. Curiosamente mis múltiples berridos no la habían apiadado, el modo en que conseguí que parara y cuando ya creía que me iba a matar, fue cuando se me ocurrió implorarla diciendo:
-¡Mamá! ¡Ya he aprendido mi castigo!-
Mis palabras suavizaron la dureza de su semblante y poniendo una sonrisa malévola en sus labios, me contestó:
-Ves que fácil es complacerme-

A partir de ese momento, fue incluso tierna al depilarme y os tengo que decir que cuando le tocó el turno a mi entrepierna, esa loca se permitió el lujo de hacerlo con brocha y jabón. No sé si fue el cambio, pero al sentir la caricia de la brocha en mis huevos, mi miembro me traicionó irguiéndose. Ella al ver mi estado, se  dedicó a excitar mi sexo mientras terminaba de afeitarme, de manera que cuando acabo, mi pene tenía una erección de caballo. Satisfecha, se levantó y con una extraña sensualidad se desnudó frente a mí junto antes de agachándose, meterse entre mis piernas. No comprendo cómo ni porqué me puso a mil ver que desnuda mi ex suegra acercaba su boca a mi miembro, pero la verdad es que desbordado por las sensaciones le rogué que me la comiera.

No se lo tuve que repetir dos veces, esa perturbada abriendo sus labios, fue introduciéndoselo lentamente en su interior mientras no dejaba de acariciar mis  testículos. Increíblemente no cejó hasta que su garganta terminó de absorber toda mi extensión y entonces imprimiendo un ritmo suave fue sacando y metiéndose mi pene de su boca.
“¡Dios que mamada!” pensé quejándome en ese momento de no poder colaborar con ella por tener mis manos atadas.
Absorta en su maniobra, María  llevó sus dedos hasta su clítoris y separando sus labios, se dedicó a masajearlo sin dejar de mamar mi miembro. Con mi mente confusa por la paliza y por lo que estaba experimentando, le pedí que me dejara corresponderle. Mi ex suegra no se hizo de rogar y poniendo su sexo a mi alcance, dejó que mi lengua se regocijara jugando con su botón.
-Sigue mi amor, ¡Como echaba de menos la lengua de mi niña!- gritó mientras frotaba convulsionando de placer su vulva contra mi cara.
Juro que nunca creí que en esas circunstancias hubiera actuado de forma semejante. Debo de admitir que bebí y lamí la vulva de mi secuestradora voluntariamente y lo que es peor, cuando sentí que se corría me dediqué en cuerpo y alma a satisfacerla, de forma que prolongué su éxtasis durante largo tiempo. Tiempo que ella consagró a  exprimir con un entrega  digna de alabanza mi pene. Cuando viendo que me iba a correr, se lo dije, mi ex suegra aceleró aún más sus maniobras, de modo que no tardé en eyacular en el interior de su boca.
María al saborear mi semen, se volvió loca y llenando mi cara con su flujo, se volvió a correr mientras devoraba una tras otra mis sacudidas.  Reconozco que pocas veces había experimentado un placer semejante, por eso cuando esa puta sacando su lengua se dedicó a limpiar los restos de mi eyaculación, no pude más que darle las gracias.
Agradecida, me agarró los huevos y retorciéndolos entre sus manos, me dijo mientras yo aullaba de dolor:
-Estoy cansada, luego nos vemos-
Agotado, roto y humillado, lloré como una magdalena cuando se fue. No era por el dolor que sentía en mi entrepierna sino por la certeza de que esa chiflada no pararía hasta someterme por completo a sus caprichos. Algo en mí, me dijo antes de quedarme dormido que si mi ex suegra había conseguido que me entregara a ella después de torturarme, cuando me hubiera tenido unos días a su merced sería su esclavo y por eso con el corazón encogido, lamenté la perdida de mi libertad.

Segundo acto.

Era la hora de la cena cuando esa perra volvió a la habitación. Vestida con un conjunto de lencería negro, tengo que reconocer que al verla no pude dejar de aceptar que esa rubia estaba buena.  Sus pechos alzados por el sugerente sujetador, me pedían a voz en grito que los acariciara y sus piernas decoradas con unas medias del mismo color hasta el muslo se me antojaron dos monumentos a los que besar. María se dio cuenta de lo que sentía porque mi miembro saliendo de su letargo, se puso morcillón al sentir su mirada.
-¡Qué putita es mi niña! ¡Se alegra al verme!- me dijo sentándose en la cama donde seguía atado.
Nada más hacerlo, me besó brutalmente, mordiendo mis labios mientras me empezaba a acariciar el pene, el cual al recibir sus toqueteos se terminó de erguir sobre las sábanas.
-¿Tienes hambre?, porque yo sí- me soltó y sin esperar mi respuesta, comenzó a masturbarme ferozmente –Dale a mamá tu leche-
La violencia de su perversa forma de amar consiguió demoler cualquier resistencia mía y cerrando los ojos me concentré en recibir placer. La bruja llevando la velocidad de sus maniobras al límite, me ordeñó con premura y cuando de mi miembro empezó a brotar el néctar que buscaba, metiéndoselo en la boca, saboreó hasta de la última gota. Yo, inmerso en un estado de confusión total, me dejé llevar y aunque cueste creerlo disfruté. Mi sumisión pareció molestarle porque llevando su otra mano hasta mi pecho, pellizcó salvajemente mis pezones, diciéndome:
-¿Recuerdas cuando te pillé masturbándote a los quince años?, fue la primera vez que tuve que castigarte por ser tan zorra y veo que no has cambiado-
Sus palabras me dejaron helado. Esa hija  de puta creía que estaba hablando con su hija. Si ya eso era perturbador de por sí más lo fue enterarme que mi pobre ex novia había recibido sus atenciones desde los quince años. “Con razón tenía depresiones” me dije al percatarme que si para mi estaba siendo imposible de soportar, para esa niña apenas salida de la niñez debió de ser el desencadenante de su locura. 
Estaba tan alucinado que no me di cuenta ni de que esa zorra se había levantado ni  de que tirando de las cadenas que me tenían sujeto, me daba la vuelta. Sé que perdí la oportunidad de escapar porque en un momento dado doña María debió de soltar al menos una de mis manos y uno de mis pies, pero la verdad es que para cuando quise reaccionar, estaba nuevamente atado y lo que es peor, dado la vuelta y con el culo en pompa. Tampoco sé de dónde sacó una fusta con la que de pronto se puso a flagelarme.
Gritando que lo hacía por mi bien, doña Maria se dedicó a castigar mi trasero sin importarle los tremendos gritos que salieron de mi garganta cada vez que sentía en mis nalgas la caricia de la vara.
-¡Así aprenderás a obedecer a mamá!- me decía.
El dolor era ya insoportable cuando de improviso cesó el correctivo y el infierno de los golpes se transformó nuevamente en una placentera caricia cuando esa loca, cogiendo crema de la cómoda, se puso a extenderla sobre mi adolorida piel:
-Lo ves, cuando te portas mal, tengo que castigarte pero al final también tengo que ser yo quien te consuele-
“Está jugando al palo y la zanahoria” comprendí pero incapaz de oponerme, me quedé inmóvil mientras apaciguaba el dolor producto de los golpes. Lejos de conformarse con un masaje, la señora separó mis nalgas y acercando su lengua a mi esfínter, me lo empezó a lamer. Jamás ninguna mujer y menos un hombre se había apoderado de esa parte tan íntima de mi cuerpo pero tras la sorpresa inicial, os tengo que confesar que la nueva experiencia me encantó. Al introducir su húmedo apéndice en mi ano, mi pene saltó como impulsado por un resorte e incomprensiblemente se volvió a poner duro. Mi captora debió disfrutar del sabor de mi entrada trasera porque durante al menos diez minutos, jugueteó con mi ojete relajando.

Juro  que no preví su siguiente paso,  cogiendo con una mano mi miembro, se puso encima de mí y fue entonces al sentir un extremo duro, supe lo que me tenía preparado. “¡La muy puta tiene un arnés!” pensé horrorizado al experimentar la presión de un glande de plástico sobre mi todavía virginal agujero.

-¡Ahh!- grité al ver horadado mi esfínter.
Infructuosamente intenté liberarme de su ataque pero doña María aprovechando que estaba indefenso, no solo no sacó el falo de plástico sino que con un movimiento de caderas lo fue introduciendo por completo en mis intestinos. Me creí morir, era tal el dolor que pensé que me iba a partir por la mitad y por eso, llorando le imploré que parara:
-Cállate, putita- soltó la mujer con un tono extrañamente dulce –Ya sabes que a mama le gusta hacerte el amor-
Paralizado por el sufrimiento y costándome hasta respirar, me quedé quieto deseando que terminara esa tortura.   Mi ex suegra obviando mi padecimiento, terminó de penetrarme y cuando la base del arnés ya chocaba contra mis nalgas, tomando nuevamente mi pene entre sus manos, empezó a moverse. Lentamente, mientras con sus dedos masturbaba mi miembro, esa puta usó su juguete para demoler la última de mis defensas. Nunca jamás se me había pasado por la cabeza que alguien me diera por culo y menos que ese alguien fuera la madre de mi ex, pero la verdad es que al cabo de unos minutos de gabalgar pausado, mi esfínter ya se había relajado e incomprensiblemente el dolor se fue convirtiendo en placer.
Doña María al percatarse del cambio, susurró a mi oído:
-Eres una calentorra-
Sus palabras fueron el inicio de una loca carrera donde esa puta machacaba sin compasión mi culo mientras se jactaba de ser mi dueña. Mi ex suegra contagiada de mi excitación movía con rapidez sus caderas, intentando que el extremo del arnés que tenía incrustado en su propio coño le llevara hasta el orgasmo.
-¡Muévete guarra!- exclamó excitada dando un sonoro azote en mis ya adoloridas nalgas -¡Quiero que te corras como la puta que eres!-
No sé si fue el golpe, si fue el dolor acumulado o si en realidad y contra toda mi lógica heterosexual, el que me tomara de esa forma me estaba gustando, pero lo cierto es que berreando entre lágrimas me corrí ruidosamente. Doña María al ver que de mi pene brotaba el producto de mi excitación, pegando un alarido se unió a mi orgasmo mientras mordía mi cuello en un intento de no gritar. El que si gritó fui yo, al sentir su mordisco, experimenté uno de los mayores placeres de mi vida y convulsionando sobre las sábanas terminé de vaciar de semen mis huevos.
Durante unos minutos yací casi desvanecido con el miembro de plástico incrustado en mi interior. Sin fuerzas para hacer otra cosa que esperar, me quedé tumbado con ella encima hasta que sin hablar, esa mujer se levantó de la cama y desapareció. Su partida me permitió desahogarme y llorando como un niño, pené mi desgracia sin importarme que mi captora me oyera. Esa zorra sin alma había acabado con toda mi personalidad en menos de doce horas y por eso, consumido por el llanto, sollocé por mi hombría perdida.


Epilogo:
 
Al cabo de dos horas, doña María retornó a la habitación. Se la veía contenta y nada más entrar, metió una cinta en el video y lo encendió mientras me decía:
-Putita, mira lo que he grabado-
Durante mas de una hora, tuve que soportar ver la humillación sufrida. Esa puta había filmado todo lo ocurrido. Cuando hubo terminado, me dijo:
-Ahora te voy a soltar pero recuerda que tengo copias de seguridad y si algo me ocurre, todos tus conocidos recibirán un ejemplar y sabrán que eres una zorrita masoquista y maricona. ¿Comprendes a lo que me refiero?-
-Si- contesté hundido porque esa mujer me tenía en sus manos.

 

Nada más liberarme de mis ataduras, recogí mi ropa y huí de esa casa, pero no de su vida porque todos los viernes, mi ex suegra viene a mi piso y renueva conmigo el perverso modo de amar con el que tenía sometida a su anterior familia. 


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Detective Conan – Detrás de las cámaras” (POR TALIBOS)

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DETECTIVE CONAN: DETRÁS DE LAS CÁMARAS.
Me llamo Conan Edogawa. Supongo que, si estás leyendo esta historia, sabes quien soy y lo que me ha pasado, pero claro, habrá lectores que no tengan ni idea de lo que me sucedió, así que les haré un pequeño resumen.
Mi verdadero nombre es Shinichi Kudo, y soy detective. A pesar de ser todavía un adolescente, he resuelto cientos de casos. Robos, asesinatos, secuestros, ningún crimen se me resistía… Hasta que me topé con los hombres de negro.
Estos tipos conforman una peligrosa organización criminal, de la que tuve noticias por primera vez mientras resolvía un asesinato en un parque de atracciones. Estos criminales, para librarse de mis pesquisas, me obligaron a beber un veneno que habían desarrollado ellos mismos. Por suerte, el brebaje falló, así que no acabé muerto, pero tuve que sufrir un inesperado efecto secundario: rejuvenecí varios años, volviendo a convertirme en un crío de primaria.
Ayudado por el profesor Agase, un científico amigo mío, conseguí mantener en secreto mi situación, y acabé viviendo bajo el mismo techo que la chica de la que estaba enamorado, Ran Mouri, una morenaza deportista con un cuerpo de impresión y un carácter de perros, la cual pensaba que Sinichi estaba de viaje por un caso y yo era un primo lejano de visita.
Imagínense el infierno en que se convirtió mi vida a partir de entonces, convivir con la chica que amas, atrapado en un cuerpo infantil, mientras tu mente adolescente se llena de pensamientos muy poco infantiles.
Esto no aparece en los comics, ¿verdad? Apuesto a que ninguno de ustedes se ha parado a pensar en la tormenta desatada en mi interior. Vivir con Ran, verla día a día, era algo a la vez maravilloso y enervante.
Y claro, lo peor era que ella no sabía nada y me tomaba por un simple crío, por lo que no se cortaba en pasearse vestida “cómoda” delante mío, vestiditos veraniegos, pantaloncitos cortos y lo peor de todo, toalla de baño rodeando su juvenil cuerpo tras darse una ducha…
Y yo, más caliente que un mono, en celo permanente, trataba de huir de ella, sabedor de que, si me quedaba a su lado cuando me asaltaban esos impulsos, podía abalanzarme sobre Ran, lo que, en el mejor de los casos, acabaría con mi tapadera y en el peor, Ran, que era campeona de karate, podía cortarme las pelotas.
Mis pelotas… tema interesante, que me lleva a otra cuestión nunca abordada en los comics… Mis atributos masculinos no habían rejuvenecido con el resto del cuerpo. Sí, sí, lo que oyen, mi polla continuaba siendo la de un adolescente de 16 años, lo que suponía un problema adicional.
Y es que no se imaginan lo que me costaba ocultar en casa mis erecciones matutinas, o lo difícil que me resultaba esconder mi empalmada cuando Ran me obligaba a tomar un baño con ella (costumbre muy japonesa). La chica se reía de mí, pensando que yo era increíblemente tímido para mi edad, sin imaginar siquiera que, si me mostraba ante ella en todo mi esplendor, podía saltarle un ojo de un pollazo. Qué dura es mi vida.
Pues así trascurría todo, ocultándole continuamente a mi amor mi auténtica identidad y resistiendo los impulsos de asaltarla. Infernal.
Y la cosa siguió así durante bastante tiempo, hasta el bendito día en que Sonoko nos invitó a pasar un fin de semana en la casa de montaña de su familia. Les cuento.
Sonoko Suzuki es compañera mía y de Ran del instituto. Sin duda, es la mejor amiga de mi amorcito, se lo cuentan todo. Físicamente no está nada mal, rubia, buen cuerpo y con mucho dinero, aunque tiene un defectillo que yo siempre encontré enervante. Es bastante pendón.
Ante la ausencia de mi yo adulto, Sonoko trataba siempre de convencer a Ran para salir por ahí a ligar. La chica tenía novio, pero el pobre no sabía el tamaño de la cornamenta que portaba, pues Sonoko no dejaba pasar ni una oportunidad. Y trataba de que Ran hiciera lo mismo conmigo. Afortunadamente, mi chica es buena persona y no le hacía caso, pero conforme pasaba el tiempo y yo no regresaba, veía como la firmeza con que Ran rechazaba las invitaciones de Sonoko de salir de marcha comenzaba a flaquear. Supongo que después de haber probado el sexo conmigo, la entrepierna debía picarle a ella tanto como a mí, y si yo no volvía…
Pues sí, señores, les revelo otro secreto que no aparece en los comics. Algún tiempo antes de mi desaparición, Ran y yo habíamos llevado nuestra relación a un nivel superior y habíamos comenzado a acostarnos. ¡Toma ya detective adolescente!
Pues eso, Sonoko, la niña rica, nos había invitado a pasar un par de días en una de las mansiones de su familia. Por suerte, la invitación me incluía a mí, pues tío Kogoro (el padre de Ran) estaba de viaje y yo no podía quedarme solo en casa. Eso me tranquilizó bastante, pues no me seducía la idea de dejar sola a Ran con el pendón desorejado, que aunque fueran a una casa pija, seguro que cerca había algún pueblo o sitio para ir de marcha.
Así que me apunté a la excursión.
El viernes por la tarde Sonoko pasó a recogernos, sentada en la parte trasera de un enorme coche. En la parte delantera iban un par de empleados del padre de Sonoko, a los que yo conocía de vista de habernos llevado en otras excursiones. El conductor se llamaba Yoshi y el otro, que actuaba más bien de guardia, creo recordar que se llamaba Taro. Era lógico que Sonoko llevara guardaespaldas, al fin y al cabo era heredera de una importante fortuna.

 

Las dos chicas iban vestidas de forma parecida, muy primaverales ellas, con tejidos ligeros y fresquitos. Especialmente sexy iba Ran, con una minifalda playera blanca que dejaba al aire sus torneadas piernas, esculpidas a conciencia con sus duros entrenamientos. Y yo, bajito como era, zascandileando entre las piernas de las dos chicas, procurando echar disimulados vistazos por debajo de sus falditas, para ver hasta donde lograba atisbar.
Por fin, nuestros dos guardianes acabaron de cargar las maletas en el coche y nos dispusimos a partir. Nos montamos los tres en el amplísimo asiento trasero, conmigo sentado entre las dos chicas, tratando de aparentar estar emocionado por la perspectiva del viaje, tal y como correspondía a un crío de mi edad. Pero mi mente iba ocupada en otras cosas. Ir montado en el coche entre dos pares de muslos juveniles estaba comenzando a alterar mi tranquilidad.
Y lo peor era que las dos chicas, pensando que viajaban acompañadas de un crío, no se preocupaban mucho de su ropa, así que las minifaldas se les subían continuamente, dejando al aire sus magníficos muslámenes, lo que me ponía burro total. Tratando de ocultar el bulto que comenzaba a formarse en mi pantalón, me senté al borde del asiento, asomándome entre los respaldos delanteros, fingiendo en estar muy interesado en el viaje y lo que íbamos a tardar en llegar a nuestro destino. El conductor, muy simpático, comenzó a charlar conmigo, diciéndome que aún nos quedaban un par de horas de viaje. Continué hablando con él un buen rato, haciéndole preguntas lo más infantiles posibles, y como el tío era buena gente y me respondía a todo, pasé un rato bastante agradable, en el que logré olvidarme un poco de las chicas y tranquilicé un poco mi erección.
Mientras, ellas proseguían su cháchara a mis espaldas. Como no les prestaba mucha atención, no sé muy bien de qué hablaron, aunque capté retazos en los que hablaban de darse un baño en las fuentes termales que había en la mansión. No me pilló de sorpresa, pues ya sabía que la casa de Sonoko poseía sus propios baños calientes.
Así pasó un buen rato, hasta que, un poco cansado de ir inclinado hacia delante, me eché hacia atrás, apoyándome en el respaldo. Las chicas seguían habla que te habla, sin prestarme la menor atención, como si yo no estuviera allí.
Aburrido, me dediqué a mirar el paisaje por la ventana. Ya habíamos dejado atrás la ciudad y transitábamos por una carretera que atravesaba un área rural, aproximándonos a una zona boscosa que debíamos atravesar. Después de hacerlo, subiríamos por una carretera secundaria de montaña hasta llegar a Hayashima, un pueblecito rústico que estaba a un par de kilómetros de la casa de Sonoko.
Como seguía aburrido, comencé a prestarle un poco más de atención a mis compañeras de viaje, en concreto a sus deliciosos muslos, porque la verdad es que no me interesaba nada de lo que estaban hablando (si la conversación hubiera versado sobre chicos, yo hubiese sido todo oídos), así que comencé a echarles miraditas disimuladas, aprovechando que no me hacían el menor caso.
Descuidadamente, empecé a mirar de reojo las piernas de las dos muchachas, que estaban bastante al aire al ir sentadas con minifalda. La temperatura de mi cuerpo comenzó a subir, pues mi mirada no se apartaba de aquellos cuerpos juveniles.
Especial atención mostraba hacia Ran claro, aunque alguna que otra miradita sí que se llevó Sonoko. Embobado espiando los muslazos de Ran, mi mente empezó a divagar, viajando unos meses atrás, cuando los dos, completamente desnudos, explorábamos nuestros cuerpos en mi dormitorio.
Recordé cada sensación, cada olor, cada sabor de aquella tarde mágica en los que los dos nos hicimos adultos. Después hubo otras tardes, sí, pero ninguna tan cargada de electricidad como la primera vez. Recordé cómo se estremecía el cuerpo de Ran entre mis brazos mientras le besaba el lóbulo de la oreja, cómo gemía quedamente mientras mis labios se apoderaban de sus dulces pezones, cómo su mano se abría paso entre mis piernas, para acariciar torpemente mi inhiesto falo, haciendo que fuera yo el que se estremeciera…
De pronto, un brusco bote del automóvil me sacó de mi ensimismamiento. El coche había pillado un bache de los gordos, lo que nos había sobresaltado a todos.

Perdón señorita – dijo el conductor sin apartar los ojos de la carretera.
Tranquilo Yoshi – respondió Sonoko – pero ten más cuidado que casi me rompo la cabeza con el techo.
Descuide.

Fue justo entonces cuando noté el estado en que me encontraba. Me había empalmado a lo bestia. Aquello era muy problemático, pues al ser tan pequeño mi cuerpo, costaba mucho esconder una polla adolescente de tamaño normal dentro de mi pantalón. Disimuladamente, volví a echarme hacia delante, rezando para que las chicas no se hubieran dado cuenta del bulto.

Conan – dijo Ran de repente – ¿estás bien?
Sí, sí – balbuceé – sólo quiero ver la carretera.
¿Seguro? –insistió ella.
Que sí, que sí.

Para tranquilizarla me volví un poco hacia ella, esbozando una sonrisilla afable. Sin embargo, lo que vi me paralizó el corazón.
El bache había hecho que la faldita de Ran se subiera por completo, quedando prácticamente enrollada en su cintura. Su dueña, que no se había dado cuenta de nada, me miraba con gesto de preocupación, mientras que yo, con la cabeza un poco ida, clavaba mis ojos en las blancas braguitas que Ran me enseñaba inadvertidamente.
Pasaron un par de segundos hasta que Ran, siguiendo la dirección de mi mirada, se dio cuenta de lo que había pasado, y se apresuró a colocarse la falda correctamente, mientras su rostro se encendía de un vivo color rojo.
Y qué decir de mí. Pillado in fraganti, me puse colorado como un tomate, así que me apresuré a inclinarme de nuevo hacia delante, con las orejas como dos farolillos de feria. Ran, supongo que avergonzada, decidió ignorar el incidente y continuó su charla con su amiga, mientras yo le hacía nuevas preguntas tontas a Yoshi.
Seguimos así un rato, bastante la verdad, pues ya me dolía el cuello y todo por la postura. Más calmado (sobre todo de cintura para abajo), volví a sentarme entre las chicas, sin que me pasara inadvertida la mirada un poquito avergonzada que Ran me dirigió.
Decidido a ser bueno, me recosté en el respaldo, tratando de prestar atención a la conversación de las chicas, que versaba principalmente sobre trapos, música y películas, temas en los que no teníamos los mismos gustos en absoluto, por lo que volví a aburrirme. Pero eso sí, esta vez logré controlar mis instintos y no espié a las chicas, así que pronto pasó lo lógico en un crío de mi edad: me entró sueño.
Sin saber muy bien cómo, pronto me encontré dando cabezadas y como no me parecía mal echar una siestecita, me abandoné. No sé cuanto rato después me desperté y medido amodorrado, me di cuenta de que me había recostado sobre Ran. Ella, con naturalidad, había dejado que el pobre crío reposara en su regazo, de forma que mi cara estaba apoyada en sus piernas. Incluso me había echado una rebeca por encima para que no cogiera frío. Dulce Ran.
Pero claro, mi calenturienta mente juvenil volvía a actuar, pues mi mejilla estaba apoyada directamente contra la piel desnuda del firme muslo de Ran. Qué delicia. El tacto de su piel envió nuevas oleadas de cálidos recuerdos a mi mente, de forma que mi imaginación volvió a dispararse.
Pronto estuve cachondo de nuevo, pero ahora me sentía más seguro, pues la rebeca tapaba mi cuerpo (ocultando la nueva erección que experimentaba) y además las chicas creían que estaba dormido. Con disimulo, deslicé una mano bajo la rebeca, muy despacito para no llamar la atención, y la dejé reposando junto a mi cara, palpando suavemente el muslo de mi amiga.
Qué maravilla, volver a sentir su calor, el roce de su piel… se me había puesto como un leño. Muy lentamente, y siempre bajo la cobertura que me ofrecía la prenda que me tapaba, llevé mi otra mano hasta mi entrepierna, y deslizándola por la cinturilla del pantalón, me agarré con fuerza la polla, dándome delicados estrujones mientras sentía la cálida piel de Ran con la otra mano.
Aunque mi cuerpo me lo pedía a gritos, no me atreví a pajearme de forma más decidida, pues la posibilidad de que las chicas me pillaran me aterrorizaba. Además, si me corría en los pantalones me iba a poner perdido y sería algo imposible de ocultar.
Así que me dediqué a acariciarme subrepticiamente, sin atreverme a nada más, pero disfrutando cada segundo del viaje. Llegué a sopesar la posibilidad de darme la vuelta en sueños, de forma que mi rostro quedara apretado contra la entrepierna de Ran, a ver si conseguía echarle un nuevo vistazo por debajo de la minifalda, pero después de que me hubiera pillado antes no me atreví.
De pronto, un nuevo bache sacudió el coche, la rebeca se desplazó, descubriéndome parcialmente, aunque, por fortuna, quedé arropado del pecho para abajo, por lo que no quedaron al descubierto mis manejos dentro de mi pantalón.

Yoshiiii – resonó la voz de Sonoko.
Lo siento señorita, ya estamos en la carretera de Hayashima, y ya sabe usted que está fatal.

Sonoko pareció aceptar las explicaciones del chofer, pero entonces se fijó en mí.

Joder con el niño – dijo Sonoko haciendo gala de su exquisita educación – no se despierta ni con un cañonazo.
Déjale que duerma – dijo Ran – el viaje ha sido muy largo para él. Todavía es un crío.

Un ramalazo de enfado recorrió mi cuerpo por las palabras de Ran. Sentí ganas de incorporarme, bajarme los pantalones y demostrarle lo crío que era en realidad. Sin embargo, opté por lo más prudente y, con cuidado, saqué la mano de los calzoncillos, liberando mi torturado pene, deseoso de obtener alivio, cosa que me propuse suministrarle en cuanto llegáramos a la mansión.

Oye tía – continuó Sonoko – ¿no te parece que te está sobando la pierna?

Me quedé paralizado. Al quitarme la rebeca de encima se podía ver mi manita apoyada en el muslo de Ran. Afortunadamente, mantuve la presencia de ánimo y no me moví ni un ápice, pues, de haberlo hecho, se habría descubierto que fingía estar dormido.

Anda, no digas tonterías – respondió Ran tras pensárselo un segundo – Todavía es muy pequeño para pensar en esas cosas.
¿Seguro? – dijo Sonoko, burlona.
Claro que sí. Simplemente está recostado como si yo fuera una almohada.
¿Y a las almohadas también las soba así?

Cómo la odié en aquel momento.

Pues yo no estoy tan segura – continuó Sonoko – Antes, cuando fui a recogeros, me di cuenta de que nos echaba miraditas por debajo de la falda.

Ran no contestó, aunque yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Yo, por mi parte, sólo pensaba: ¡Mierda! ¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda!

En serio nena. Me parece que al pequeño Conan están empezando a interesarle las chicas, Ja, ja, ja.
Zorra – pensé.

La situación era jodida, pues no podía mover un músculo, pues entonces se descubriría el pastel, y se darían cuenta de que no dormía. Resignado, me dispuse a aguantar el tirón como fuera.

¿Has notado si ya le han salido pelillos en los cataplines? – dijo riendo Sonoko.
¡Sonoko! – exclamó Ran en el tono de enfado que yo también conocía.
Venga, dímelo, ya sé que os bañáis juntos. Te habrás fijado…
No.
Dímeloooo – bromeaba Sonoko – ¿O prefieres que le baje los pantalones y lo compruebe yo misma?

Sí, tú hazlo. Ahora mismo. Veremos quién se sorprende más.

Te digo que no lo sé. Es muy celoso de su intimidad. Cuando vamos al baño, no me deja que le lave ni nada. Le da vergüenza.
Yo creo que lo que le pasa es que se le pone dura y no quiere que te des cuenta…

¿Qué coño pasaba con aquella tía? ¿Era pitonisa? ¡Con lo tonta que era para todo lo demás y resulta que era ponerse a hablar de pollas y era toda una experta!
Entonces se escuchó un suave carraspeo. Provenía de uno de los asientos delanteros. Claro, Sonoko se había olvidado de que no viajaban solas y desde delante le recordaban que no dijera ninguna barbaridad. No saben lo agradecido que le estuve a quien quiera que fuese el que carraspeó.
Gracias al cielo, Sonoko, supongo que un poco avergonzada, cambió súbitamente de tema, poniéndose a despotricar de Miss Aoyama, nuestra profesora de lengua, con lo que la conversación de las chicas pasó a versar de temas más seguros para mí. Yo seguí fingiendo estar dormido, pues habría sido sospechoso que me despertara de repente, sobre todo cuando los baches no habían logrado espabilarme antes. Eso sí, me cuidé muy mucho de hacer nada raro, portándome ejemplarmente bien. Me aburrí tanto que llegué a adormilarme de nuevo.
Un rato después llegamos a nuestro destino. Ran me agitó del hombro, pues realmente me había quedado traspuesto, así que, cansinamente, me bajé del coche.
Craso error, en mi somnolencia, no me di cuenta de que, como me sucedía habitualmente en esa época, me había despertado con el miembro bien morcillón. Mientras me desperezaba fuera del coche, me encontré con la mirada entre divertida y admirada de Sonoko, que contemplaba la tienda de campaña de mi pantalón. Por fortuna, no dijo ni mú, alejándose hacia la casa con una maliciosa sonrisilla en los labios.

A tomar por el culo todo – musité.

A pesar de la presencia de los dos criados (un matrimonio muy amable) que acudieron a recibirnos, Ran y yo ayudamos con las maletas. Aún no me explico para qué coño quería Sonoko tantos bultos si íbamos a pasar allí sólo un par de días.
Tras dejar nuestros zapatos en la entrada y calzarnos unas zapatillas de cortesía, el matrimonio de guardas nos condujo a nuestras habitaciones en la planta de arriba, donde dejamos nuestras cosas. Mi cuarto era vecino del de Ran, existiendo incluso una puerta que comunicaba ambas habitaciones. Eran dormitorios a la europea, con camas, aunque el mayordomo que nos acompañaba nos indicó que si lo preferíamos, podían instalar futones japoneses, pero los dos dijimos que estaba bien así.
Mientras nos instalábamos, dejamos la puerta de comunicación abierta, pues los dos dormitorios compartían un solo cuarto de baño. Mientras colocaba mis cosas, no dejaba de echarle disimuladas miradas a Ran, que se afanaba en disponer el cuarto a su gusto. Su libro sobre la mesita de noche, su cepillo en el tocador, su ropa en el armario… ¡Qué bonita era!
Yo, más desastrado, dejé caer la maleta sobre una silla y me tumbé en la cama. Pronto Ran me anunció que iba a darse una ducha y yo, como quería alejar cuanto antes las sospechas que Sonoko había despertado sobre mí, dije que iba a salir a explorar la casa, para que Ran no pensara que iba a intentar espiarla en la ducha. Soy buen chico ¿verdad?
Como aún faltaban horas para la cena, decidí echar un vistazo por ahí, aprendiendo pronto la configuración de la mansión. Dos plantas, la baja ocupada por el salón, comedor, terraza (con piscina), la cocina… La segunda planta estaba llena de dormitorios, uno de los cuales era ocupado por el matrimonio que se encargaba de cuidar la casa, mientras que nosotros ocupábamos tres más, unos junto a otros, aunque bastante alejados de los del servicio.
Pero lo más interesante estaba abajo, en la parte trasera. Había un corredor con el suelo de madera, que conducía hasta una sauna. Al fondo, unas puertas correderas dobles daban a la gran atracción de la casa: los baños termales.
Era chocante encontrarse con algo tan japonés en una casa completamente occidental. Era un baño de los clásicos, decorado con plantas autóctonas, isletas de piedra, palmeritas y demás. Junto a la entrada, el suelo estaba alicatado con azulejos, habiendo bancos para sentarse y grifos de agua caliente y fría. Dando unos cuantos pasos, te adentrabas en los baños, formados por una fuente termal natural, que surgía de las grietas de la montaña.
El agua parecía estar bastante caliente, a juzgar por el vapor que inundaba todo el lugar, provocando una especie de neblina que lo envolvía todo, dándole un aire misterioso al sitio.
Pronto me encontré imaginándome lo agradable que sería usar esas termas para darme un relajante baño de agua caliente. Además, era la única oportunidad que tendría de tenerlos para mí solo, pues yo sabía que el plan de las chicas era aprovechar la estancia en la casa para aplicarse “baños de belleza”.
Miré mi reloj (sí, el del cómic, el que contiene dardos anastesiantes, que además da la hora) y vi que faltaba mucho para la cena. Ran estaba en la ducha y Sonoko había dicho que nos sintiéramos como en casa, así que…
Pero lo que verdaderamente me convenció para darme un baño fue la posibilidad de cascarme una agradable paja sumergido en las calientes aguas y aliviar por fin toda la tensión sexual acumulada durante el viaje en coche. Seguro que era la leche.
Decidido por fin, me dirigí hacia unos armarios que había a un lado y dentro encontré una gran cantidad de toallas. Cogí una de las pequeñas (mi cuerpo era bastante enano) y tras quitarme la ropa, me la enrollé en la cintura. Dejé mi ropa y todas mis cosas en el armario y, como un rayo, corrí hacia el agua.
Deseoso de probar las fuentes, me zambullí de un salto, cosa que jamás se debe hacer en unos baños, pero como estaba solo… el agua estaba caliente, pero en pocos segundos me acostumbré, deslizándome lánguidamente por el agua. La toalla se desprendió enseguida, quedando flotando por ahí, pero a mí me importó un bledo, pues allí no había nadie más.
Los baños no estaban pensados para dedicarse a nadar, pues eso es una falta de educación, pero al estar solo allí dentro, decidí explorarlos en toda su extensión, nadando lentamente. Pronto descubrí que había zonas en las que el agua estaba más fría, lo que suponía un agradable contraste con las partes calientes.
Por todas partes había islitas de roca, que habían sido erosionadas de forma que tenían su superficie muy pulida, por lo que eran tremendamente apropiadas para sentarse o apoyar la espalda mientras se disfrutaba del baño.
La profundidad media del agua no era mucha, un metro aproximadamente, pero sobraba para permitirme nadar a mis anchas, aunque pronto me cansé de hacerlo. Como no sabía cuánto tardarían en venir a buscarme y tenía una actividad ligeramente diferente en mente, me deslicé hacia una de las islitas que quedaban más alejadas de la entrada. Me coloqué en el lado opuesto, de forma que no se me viera desde la puerta, pues pensaba dedicarme a hacer ciertas “cositas” y no quería que nadie me pillara entrando de improviso en los baños.
Por fin, me senté en la roca pulida, con el agua caliente cubriéndome casi hasta el cuello, relajando mis músculos con su deliciosa temperatura.
Pero había un músculo que no se relajaba en absoluto. Supongo que sería por la voluptuosidad de andar por allí desnudo, o por el recuerdo del viajecito en coche, o porque a mi edad (la real digo, no la aparente) basta con cualquier cosa para excitarse, o quizás fuese la perspectiva de la paja que me iba a hacer… no sé, pero lo cierto es que estaba empalmado de nuevo.
Lentamente, comencé a sobarme el falo bajo el agua, masturbándome sin prisa, disfrutando del momento. El agua caliente en que estaba sumergido dilataba mis poros, haciéndome más sensible, con lo que disfrutaba más de lo habitual.
Relajado, cerré los ojos, rememorando el viaje hasta la casa, pensando en cada centímetro de la piel de Ran que había podido atisbar, recordando su arrebolado rostro cuando se dio cuenta de que le estaba viendo las bragas…
El ritmo de la paja fue aumentando y mi mente voló de nuevo a la tarde en que perdimos juntos la virginidad. Lo preciosa que estaba con su traje del instituto mientras nos dirigíamos a mi casa a hacer los deberes. El deseo que vi reflejado en su mirada mientras la besaba amorosamente y comenzaba a desabrochar los botones de su uniforme… la tersura de su piel cuando mis dedos la acariciaron tiernamente… me estaba poniendo como una moto.
Justo entonces me interrumpieron.
La puerta se abrió de repente, aunque yo, entretenido en mis cosas como estaba, no me apercibí inmediatamente. No fue hasta que escuché la risa de las chicas, que me di cuenta de que ya no estaba solo en los baños.
Acojonado, abandoné lo que estaba haciendo y me asomé disimuladamente desde detrás de la islita, encontrándome con que las dos chicas habían entrado en la sala y cerrado la puerta tras de sí.

¿Y seguro que no nos molestará nadie aquí dentro? – preguntaba Ran en ese instante.
Claro, tía. He puesto el cartel de ocupado en la puerta. Además, ¿quién iba a molestarnos? – contestó Sonoko.

¡Mierda! ¡Había un cartel de ocupado! Me había lucido.
Qué quieren que les diga, hasta ese preciso momento la posibilidad de haber salido airosamente de la situación existía. Por un segundo pensé en darles una voz, alertándoles de mi presencia, con lo que hubiera quedado como un caballero. Incluso era posible que las chicas me hubieran permitido bañarme con ellas, poniéndome antes un bañador claro (y procurando que se me bajase pronto la erección, cosa tampoco muy difícil con el susto que tenía en el cuerpo).
Pero justo entonces Sonoko, sin cortarse un pelo, se sacó su fino vestidito veraniego por la cabeza, pudiendo entonces comprobar que la linda chica no usaba sujetador. Me quedé paralizado, viendo las respingonas domingas de Sonoko bamboleándose en libertad, mientras su dueña se apoyaba en uno de los armarios para quitarse el sexy tanguita blanco que cubría su entrepierna.
No les mentiré diciendo que dudé sobre si quedarme escondido o no, ya saben, con el angelito de mi conciencia diciéndome que avisara a las chicas desde un hombro mientras el diablito de mi líbido me ordenaba que me callara desde el otro. Qué va. Yo tenía dos diablos bien hermosotes gritándome que me escondiera bien, que allí iba a haber material para cascarme la paja sin necesidad de usar la imaginación.
Con rapidez, me escondí bien tras las rocas, asomándome con cuidado entre unas plantas, de forma que era casi imposible que me descubrieran. Con cuidado, reanudé mi masturbación, mientras contemplaba el espectáculo de las chicas desnudándose.
Sonoko ya andaba por allí en bolas, mientras rebuscaba una toalla de las grandes. Ran, más comedida, se desvestía poco a poco. Cuando se hubo despojado del vestido y se quedó en ropa interior, el corazón me dio un vuelco. ¡Qué buena estaba!
Y Sonoko no desmerecía en absoluto, la chica, delgadita como era, tenía un tipazo impresionante (supongo que debido a la danza y al gimnasio). Desde donde estaba, podía distinguir el rubio vello de su pubis, bien recortadito, mientras su dueña se dirigía a los grifos. Tras sentarse en una pequeña banqueta y coger uno de los cubos que había, comenzó a echarse litros de agua helada por la cabeza, para desentumecer los músculos.
Mis ojos se dirigieron de nuevo hacia Ran, que acababa de quitarse el sostén. Ante mí aparecieron de nuevo sus deseados senos, lo que me hizo recordar el maravilloso sabor de sus pezones. La boca se me hacía agua.
Ran se quitó las bragas de espaldas a mí, por lo que no pude ver si seguía llevando el mismo “peinado” que cuando estaba conmigo, pero sí pude confirmar que sus nalgas seguían tan firmes y espectaculares como siempre. Más tímida que su amiga, se enrolló una toalla en la cintura y se sentó en otra banqueta junto a Sonoko, para darse un buen remojón de agua fría.
Yo seguía dale que te dale al manubrio, aunque procurando regular el ritmo, pues en cuanto se metieran dentro del agua, estarían mucho más cerca de mí, con lo que tendría mejores vistas para excitarme.
Pronto, las dos chicas terminaron de mojarse, no sin antes gastarse alguna bromita de mojarse la una a la otra con el agua fría. Riendo, se pusieron de pié y caminaron hacia el agua, las dos juntitas, con lo que pude comprobar lo impresionantemente buenas que estaban las dos, aunque por desgracia, seguía sin poder ver las partes bajas de Ran, que se ocultaban bajo la toalla.

Te han crecido las tetas – dijo entonces Sonoko, colocándose a la espalda de Ran y agarrándole los senos con las manos.
¡Sonoko! – chilló la chica, mientras trataba de escapar de la presa de su amiga.

Las dos chavalas forcejearon un instante entre risas, Ran tratando de soltar sus tetas de las inquietas manos de Sonoko mientras ésta apretaba bien las suyas contra la espalda de mi amorcito. Casi me corro con la escenita.
Aún riendo, Sonoko soltó a Ran y corrió hacia el agua, perseguida por su amiga. De un salto se zambulló, arrojando la toalla que llevaba en la mano a un lado. Ran, más tranquila, se deslizó lentamente en el líquido elemento, emitiendo un suspirito de satisfacción que me erizó el vello de la nuca.
Sonoko, ya remojada, se acercó a su amiga, sentándose ambas junto al borde. Por desgracia, se sumergieron bastante en el agua, de forma que ésta las cubría justo por encima del pecho. ¡Mierda!
No queriendo acabar sin tener un buen paisaje a la vista, detuve la masturbación, manteniéndome en mi escondite a la espera de que mejorara el espectáculo.

¡Ummmm! – susurró Ran, mientras estiraba los brazos – ¡Qué bien se está aquí!
Te lo dije – respondió Sonoko – Esto es mucho mejor que la ducha.
Digo. Te agradezco que me avisaras, yo ya iba a meterme en el cuarto de baño.
De nada hija. Tía, no hace falta que te andes con tantos cumplidos. Relájate y disfruta.
Vaaale. Oye, ¿no sabrás dónde se ha metido Conan? – preguntó Ran

Me puse tenso

Ni idea. ¿Por qué lo preguntas? ¿Es que crees que va a venir a espiarnos?
Anda, Sonoko, déjate de tonterías, no empieces otra vez con lo mismo.

Sí, sí… Tonterías.

Pues tampoco sería tan raro. Estoy completamente segura de que antes nos ha mirado bajo la falda. En serio, al pequeñín está empezando a picarle ahí abajo… las chicas comienzan a ponerle…
No seas ridícula – insistía Ran – Todavía es muy pequeño para esas cosas.
¿Y qué tiene que ver la edad? Cuando se despierta la líbido, ya no se puede pensar en otra cosa. Y si el crío es un poco precoz, tampoco tiene nada de raro.
Te estás montando la película.
¿Seguro? Mira, niña, te juro que cuando llegamos tenía un bulto en el pantalón de mil demonios. Seguro que de pasarse todo el viaje sobándote las piernas.
Será zorra – pensé.
¡Anda ya! – contestó mi amor – No te inventes historias.
Bueno, pues no me creas… Pero te juro que tenía un bulto bastante grande.
¡Sonoko, déjalo ya! – dijo Ran enfadada – ¡Conan es sólo un niño!
Vale, vale, no te cabrees. Dejaré de hablar de la picha de Conan…

 

Te lo agradezco – dijo Ran muy seria.
¿Te parece que hablemos entonces de la de Shinichi?
Eres inaguantable – dijo Ran sonriendo a su pesar.

Aquello me interesó mucho más.

Venga tía, me dijiste que ibas a darme detalles de lo tuyo con Kudo. Yo bien que te cuento todas mis aventurillas.
¡Ay, hija! Me tienes harta. A ver, ¿qué quieres saber? – dijo Ran con resignación.

La madre que las parió. Iban a ponerse a hablar de mí. Pánico me daba.

¿Cómo la tiene de grande?

Ahí va, directa a la yugular.

No sé – dudó Ran un instante – Así más o menos – indicó separando un palmo las manos.
Pero ¿cuánto? ¿La tiene grande? ¿Cuántos centímetros?
Pues no sé… 17 o 18 calculo…
No está mal. Aunque las he visto mejores…

No lo dudo, pedazo de guarra.

Pues qué quieres que te diga – dijo Ran un poco picada – A mí me pareció enorme. Yo no tengo tanta experiencia como tú y sólo se la he visto a él.
¿En serio? Si quieres luego te enseño unas fotos que tengo en el móvil de algunos de los tíos con los que he estado.
No gracias – dijo Ran ruborizándose – ¿En serio les haces fotos de su cosa?… No, no me respondas. No quiero saberlo.
Si quieres te paso la de Mamoru. La tenía así de grande – dijo Sonoko separando las manos por lo menos 30 centímetros – No pudo ni metérmela entera. Sentía que me iba a partir.
Déjalo ya, Sonoko – dijo Ran, roja como un tomate.
Ay, hija, no seas estrecha. ¡Espera! Se me ocurre una idea.

Sonoko salió de repente del agua y corrió hacia los armarios. Abrió el primero de ellos y de dentro sacó un telefonillo, donde dio algunas instrucciones que no alcancé a escuchar. Mientras lo hacía, reanudé mi paja muy lentamente, pues la chica seguía en pelotas, pero pronto tuve que detenerla pues cogió una toalla seca y se lió el cuerpo con ella.
Fue justo a tiempo, pues la puerta del baño se abrió, entrando la mujer que cuidaba de la casa. Le entregó a Sonoko una especie de cubo y se retiró en silencio. En cuanto cerró, Sonoko volvió a despojarse de la toalla y corrió a reunirse con su amiga, que la miraba intrigada.
Al acercarse, vi que llevaba una cubitera de la que asomaban varias botellitas de sake frío.

¿Estás loca? – dijo Ran cuando comprendió las intenciones de la rubia – ¡Somos muy jóvenes para beber!
¡Pero qué mojigata eres! ¿Quién se va a enterar? Además, no vamos a emborracharnos, sólo a tomar unas copitas de sake frío. Va divinamente con el baño.
No sé…
Calla ya. Y bébete esto – dijo Sonoko sirviéndole a Ran un vasito de sake.

La chica dudó un instante, mientras su amiga retomaba su posición dentro del agua junto a ella y se servía a su vez una copita.

¡Campai! – gritó Sonoko entrechocando su copa con la de Ran.
Campai… supongo – dijo Ran aún dubitativa.

Las dos chicas se echaron el sake al coleto, Sonoko con una sonrisa de satisfacción y Ran tosiendo medio ahogada.

¡Venga chica! ¡A partir de la tercera esto entra como el agua! – la animó.

Debía de ser verdad, pues tras un par de copas medio obligadas más, Ran pareció ir cogiéndole el gusto a la priva y comenzó a ser ella la que rellenaba los vasos.

Pues tenías razón, esto da un calorcillo….
¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Chica, hay que disfrutar mientras podamos!
¡Brindo por eso! – exclamó Ran dándose otro lingotazo.
¡Así me gusta! – respondió Sonoko haciendo lo propio.

Las dos estallaron en carcajadas, comenzando a mostrar síntomas de estar bien curdas.

Bueno – dijo Sonoko – Sigamos por donde íbamos. ¿Cuántas veces te lo montaste con Shinichi? ¿Cinco me dijiste?
¡S…seis! – respondió Ran agitando la cabeza vigorosamente – La última dos días antes de que se fuera…
¿Y no te has comido una rosca desde entonces?

Toda mi atención estaba puesta en las dos chicas.

N…no. Yo soy una chica fiel.
¿Y tú te crees que él te estará siendo fiel a ti?
E… eso espero porque si no…
¿Qué?
¡LE CORTO LAS PELOTAS! – gritó Ran, estampando su puño contra el agua.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Venga, no te enfades – dijo Sonoko pacificadora – Kudo es un gilipollas por dejarte aquí sola, pero estoy segura de que no se le ocurriría ponerte los cuernos.

Vale, Sonoko, acabas de recuperar algunos puntos.

¡Sí que es un gilipollas!
Venga, tranquila… Verás como vuelve pronto…
¡Eso espero! ¡Porque como no vuelva me voy a ir contigo y me voy a acostar con el primer tío que pille! – gritó Ran echando otro trago.
¡Eso es! – corroboró Sonoko entusiasmada – ¡Nos vamos a ir a Shinjuku una noche de estas sin bragas y nos vamos a pasar la noche chupando nabos!
Yo no hago eso – dijo Ran poniéndose de repente muy seria.
¿El qué? ¿Chuparla?

Ran asintió con la cabeza, mientras yo hacía lo mismo desde mi escondite. A mí me lo iban a contar.

¿En serio? – continuó Sonoko – ¿Os acostasteis seis veces y no se la chupaste nunca?
No.
Hija, qué estrecha eres.
Es que… eso es de guarras – dijo Ran en voz baja.

Sonoko estalló en sonoras carcajadas.

¿De guarras? ¡Ja, ja, ja! ¿Pero tú que eres, monja? ¡Hija, se trata simplemente de sexo! Además, si tú se lo haces a él, después él te lo hace a ti. Es una regla no escrita. ¡Y no sabes lo alucinante que es que te lo coman bien comido!
Sí que lo sé. Shinichi me lo hacía.
¿Que Kudo te practicaba sexo oral y no te exigía a ti que hicieras lo mismo? – exclamó Sonoko, incrédula.
Bueno, sí que me lo pedía, pero como yo me negaba, él se conformaba.
¡Ese tío es un tesoro nacional! ¡En cuanto vuelva voy a ser yo el que se lo tire! – gritó Sonoko entusiasmada.
¡Y una mierda! – aulló Ran poniéndose de pié de golpe.

El agua chorreaba por su cuerpo, como una diosa surgida entre las aguas. Pude comprobar que seguía llevando el pubis arregladito, no se había abandonado por mi simple ausencia. Mi mano se apoderó de nuevo de mi instrumento y reanudé la paja, gozando de la visión del escultural cuerpo de mi novia.

¡Ja, ja, ja! – se desternillaba Sonoko – ¡Venga tía, que es broma!
Ni se te pase por la imaginación Sonoko…
Ran, tía, que estaba de cachondeo…
Sobre todo porque cuando regrese… ¡lo voy a meter en un cuarto y no lo voy a dejar salir en una semana! ¡Me lo follaré hasta dejarlo seco! – exclamó Ran entre carcajadas.
¡Así me gusta! ¡Brindo por eso!
¡Campai! – gritaron a unísono.

Mientras las veía beber sake, me admiró el poder de la bebida sobre las personas. Ni en mil años hubiera creído posible que Ran dijera semejantes barbaridades. La verdad es que el simple hecho de oírlas hablar me tenía cachondo perdido, así que decidí que era un buen momento para terminar mi paja, por lo que aceleré el ritmo, acercándome al clímax.

Bueno – siguió Sonoko rellenando de nuevo las copas – ¿Y cómo te las apañas para calmar tus “necesidades”?
¡Me masturbo! – exclamó Ran alzando su copa – ¡Tengo escondido un consolador en la mesita de noche de mi cuarto!

Me quedé de piedra.

¡En cuanto me quedo sola en casa, saco una foto de Shinichi, agarro el consolador y me lo meto en el coño!

Ran estaba ya como una cuba.

¿En serio? – dijo Sonoko, divertida – ¿Y sólo lo haces con la foto de Shinichi?
¡Y la de Bradd Pitt!

Cerdo americano.

¡Ja, ja, ja! ¿Brad Pitt? – rió Sonoko.
¡Sí! ¡Eshtá buenízimo….!

A Ran comenzaba a costarle hablar con claridad. Estaba bastante borracha. Se veía que le costaba mantenerse de pié, pues se tambaleaba un poco. Sonoko se puso de pié a su lado y la ayudó a sentarse de nuevo en el agua.

Ya has bebido bastante – dijo la rubia quitándole el vaso a Ran – Tampoco conviene pasarse, que no estás acostumbrada.
Vale – respondió Ran – estoy un poco mareada.
Tranquila. Relájate.

Estuvieron calladas un par de minutos, mirando al techo. Yo disminuí el ritmo, pues, sin saber por qué, intuía que iba a pasar algo.

Oye Sonoko – dijo de pronto Ran – ¿Alguna vez has estado con una chica?
Claro, ahora mismo estoy con una.
No seas tonta. Me refiero a… ya sabes…
¿Si me he acostado con una mujer? Alguna vez.
¿En serio? – dijo Ran incorporándose – ¿Y cómo fue?
No estuvo mal. Distinto. Las chicas conocemos mejor nuestro cuerpo, por lo que sabemos donde tocar y acariciar, pero, donde esté una buena polla…
¡Ay, hija! ¡Qué fina eres!
¿Qué pasa? Soy sincera.

En ese momento, la conversación me interesaba más que nunca.

¿Por qué lo preguntas? – dijo Sonoko con voz juguetona- ¿Es que quieres que hagamos “cositas”?

Mientras decía esto, se deslizó lentamente por el agua, aproximándose a su amiga. Ran, para mi sorpresa, no dijo nada, dejando que la rubia se acercara hasta quedar casi pegada a ella.

Sonoko… – susurró Ran.
Shissss. Tranquila. Te haré olvidar a Shinichi durante un rato…

Inclinándose sobre Ran, Sonoko la besó tiernamente en los labios. Mi chica, excitada, no dudó en responder a los labios de su amiga, fundiéndose ambas en un tórrido morreo. Sonoko, delicadamente, reclinó el cuerpo de Ran sin dejar de besarla, mientras una de sus manos se hundía en el agua, buceando en busca de la entrepierna de Ran.
Al estar desarrollándose la acción bajo el agua, no pude ver cuando la mano llegó a su destino, aunque no me cupo duda del momento exacto, pues el cuerpo de Ran se tensó visiblemente, mientras estremecedores gemidos escapaban de sus labios.
Mientras, yo me había quedado petrificado. No podía creer lo que estaba pasando. Desesperado, traté de estirar el cuello entre las plantas que me ocultaban, pues desde donde estaba, el cuerpo de Sonoko me tapaba lo interesante de la acción.
No sabía qué hacer, pero cuando Sonoko, abandonando los dulces labios de Ran, viajó al sur comenzando a chuparle las tetas, me decidí a buscar un observatorio mejor.
Moviéndome por el agua muy despacio, sin hacer ruido y sumergido casi por completo, fui desplazándome de islita en islita, acercándome poco a poco al excitante show lésbico.
Por fin, me oculté detrás de unas piedras que quedaban a unos tres o cuatro metros de las chicas, peligrosamente cerca, pero yo estaba tan excitado que ni pensé en ello.
Desde mi nuevo puesto de vigilancia, tenía una perspectiva mucho mejor de la acción, pudiendo ver cómo Sonoko chupaba los pezones de mi Ran mientras la masturbaba hábilmente con la mano. Ran, dejándose hacer, tensaba el cuerpo presa de la excitación, sacándolo del agua, permitiéndome así ver todo lo bueno.
Mientras, yo me la machacaba con furia, alucinando con el impresionante espectáculo que se me ofrecía. Menuda idea había tenido Sonoko con la excursioncita de las narices. Había que darle un premio.
Y justo entonces se jorobó todo.

¿Qué coño es esto? – exclamó Sonoko – sacando algo del agua que no acerté a ver.
¿Ummm? – siseó Ran sin comprender.
¿Una toalla? ¿Qué demonios hace aquí?

¡Mierda! ¡Mi toalla! La había dejado flotando por ahí, de forma que había terminado enganchándose en la espalda de Sonoko.

Tía, es sólo una toalla – dijo Ran – ¿No es la tuya?
No, la mía está ahí – respondió la rubia, señalando hacia un lado.
Pues estaría aquí de antes. Se le habrá pasado a los criados cuando limpiaron el baño por última vez.
¿A Rumiko? ¡Imposible! No sabes lo atenta que es. Tiene contadas las toallas al milímetro.

Mientras decía esto, Sonoko, sospechando algo, echaba rápidas miradas a su alrededor. Si yo no hubiese sido tan imbécil y me hubiera quedado lejos de las chicas, no me habría visto y hubiera bastado con bucear un poco para ocultarme.
Pero no, el señorito había tenido que acercarse hasta poder sentir el olor a hembra cachonda… Y claro, me pillaron.

¡Ahí, mira! – exclamó Sonoko – ¡Es Conan!
¿Conan? – aulló Ran, incorporándose de un salto y liándose en su toalla a la velocidad de la luz.

Me quería morir. Me iban a matar. Y lo peor es que estaba a punto de correrme, los huevos me latían a puntito de disparar su carga.

¡CONAN! – gritó Ran – ¿se puede saber qué haces?

Compungido, no tuve más remedio que salir de mi escondite, teniendo buen cuidado de que mi cuerpo quedara sumergido de cintura para abajo. Ran me miraba con los ojos fuera de las órbitas, mientras Sonoko, con los brazos en jarras, se partía de la risa.

¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Al nene ya le gustan las mujeres! ¡Y menudo espectáculo que le hemos dado!
¡SONOKO! – gritó Ran – ¿QUIERES TAPARTE?

La rubia se echó un vistazo, dándose cuenta de que estaba completamente desnuda frente a mí. Encogiéndose de hombros se dirigió a donde flotaba su toalla, enrollándosela al cuerpo.
Mis ojos, traviesamente, no se habían apartado de ella ni un segundo mientras se tapaba, lo que no pasó inadvertido para Ran.

¿Y TÚ QUÉ DEMONIOS ESTÁS MIRANDO? – aulló.

Avergonzado, bajé la vista, fijándola en la superficie del agua, esperando que el castigo me fulminara en breves instantes. Pero lo que llegó fue la risa divertida de Sonoko.

Venga, Ran, no te pongas así, que no es para tanto.
¿QUE NO ES PARA TANTO?
Pues no, hija. Ya te dije que me parecía que a Conan le atraían ya las chicas y el numerito que hemos montado no era como para perdérselo…
¡TÚ TE CALLAS! ¡Y TÚ – gritó dirigiéndose a mí – ¿CÓMO SE TE OCURRE COLARTE EN EL BAÑO PARA ESPIARNOS?
Yo no me he colado – susurré.
¿QUÉ?
Que no me he colado. Yo estaba antes que vosotras, pero no sabía que había que colgar un cartel de ocupado. Luego llegasteis vosotras…
¡PUES PODÍAS HABERNOS AVISADO DE TU PRESENCIA!
Es que… me había quedado dormido. Me despertasteis vosotras con vuestros gritos. Entonces no supe qué hacer y cuando empezasteis a besaros…

Decidí que lo mejor era ocultar parte de la verdad, asumiendo un poco de culpa. Además, Sonoko se mostraba como un buen aliado en la situación.

¿Lo ves? – dijo la chica – ¡No es para tanto! Es normal que un chico que se encuentre con dos tías buenas montándoselo eche una miradita.
¿NORMAL?

Juro que Ran echaba humo por las orejas. Su piel estaba completamente roja, no sé si por vergüenza, calor o ira. Supongo que por las tres cosas.

¡Ay! – dijo Ran llevándose una mano a la frente mientras se tambaleaba – Creo que me voy a desmayar.
Tranquila nena, eso es el sake – rió Sonoko.

Ran se sentó en el borde, sin querer mirarme siquiera. Yo no sabía dónde meterme. Y entonces, la cosa se lió todavía más.

Vamos, Ran, no te enfades con Conan. Es un tío y ya sabes cómo son los tíos…

Mientras decía esto, Sonoko se había colocado detrás de mí, abrazándome suavemente, supuse que para darme consuelo. Aunque pronto comprendí que en realidad tenía otras intenciones en mente.
Sus manos, con disimulo, se deslizaron por mi pecho hasta hundirse en el agua. Yo, que sabía a dónde iban, traté de zafarme, pero me tenía bien sujeto. De pronto, sus manos chocaron con su objetivo: mi monumental empalmada.

¡OH! – exclamó Sonoko con admiración, mientras sus manos se apoderaban de mi instrumento.
¿Qué dices? – dijo Ran levantando un poco la mirada.

Las inquietas manitas de Sonoko no soltaron en ningún momento su premio. Supongo que admirada por el tamaño inesperado en un chico tan joven, la recorría en toda su longitud, enviando descargas de placer a mis aturdidos sentidos, precipitando sin saberlo el acontecimiento que estaba a punto de ocurrir.

Así que Conan es todavía un crío y es muy joven para pensar en mujeres ¿eh? Pues aquí tengo algo que demostrará quien tiene razón.

Mientras me sobaba la polla, Sonoko había ido empujándome poco a poco hasta quedar frente a frente con Ran. Súbitamente, tiró de mi cuerpo hacia arriba, sacando mi entrepierna fuera del agua y exhibiéndola ante los asombrados ojos de mi querida Ran. Nunca olvidaré la mirada de asombro de la chica cuando se encontró de bruces con la polla adolescente que había entre mis muslos infantiles.
Aunque la verdad, mucho más impresionante fue su gesto de incredulidad cuando mi pene, no aguantando más, alcanzó el clímax disparándole gruesos churretes de semen directamente en la cara y pecho.
No todo fue culpa mía. Os juro que fue Sonoko la que, empuñando mi polla cual manguera, dirigió mis lechazos contra el cuerpo de Ran, manchándole la cara, el cuello y el pecho, hasta que Ran interpuso sus manos tapándose, de forma que los últimos disparos impactaron en sus palmas.

Joder, tía – dijo Sonoko rompiendo el silencio sepulcral – Ha sido como si fuese yo la que se te corría encima.

…………………………………
Horas después Sonoko y yo cenábamos a solas en el salón. La muy zorra no paró de burlarse de mí en toda la cena.
Ran, enfadadísima, no había querido permanecer con nosotros y se había refugiado en su cuarto para darse una ducha y no tener que vernos.
Yo estaba acojonadísimo, pero Sonoko no le daba mayor importancia al asunto, diciéndome que ya se le pasaría, aunque sería mejor que procurara “no correrme encima de ella la próxima vez”.
Así transcurrió la cena, entre comentarios sobre el tamaño de mi miembro, invitaciones jocosas a que me pasara luego por su cuarto, y sobre cual era mi dieta habitual “salchichas supongo”.
Compungido, apenas si probé bocado de la cena, pensando solamente en cómo hacer las paces con Ran. No tenía ni idea.
En cuanto pude, dejé sola a Sonoko y me fui a mi cuarto. Cansado, pero sabiendo que no iba a poder pegar ojo, me tumbé sobre la cama. Como hacía bastante calor, me despojé de la ropa, pero no me puse el pijama, quedándome solo con los calzoncillos. Tras encender el aire acondicionado, me tumbé de nuevo a pensar.
Ran, Ran, Ran… No me odies. ¿Pero cómo había podido ocurrírseme hacer semejante cosa?
Pasaron horas y la madrugada llegó, encontrándome desvelado en mi cama, mirando al techo. Yo, que me tenía por una de las mentes más inteligentes de Japón, el detective al que ningún caso se le resistía, era incapaz de imaginar un plan mágico que solucionara aquel tremendo problema. ¿Qué podía hacer?
Por más vueltas que le daba, lo único que se me ocurría era hablar con Ran y suplicarle que me perdonase. No me convencía ninguna mentira que pudiera suavizar la cosa. Podía decirle que no sabía lo que me había pasado, que era la primera vez que ese líquido me salía, que había sido Sonoko la que lo había provocado tocándome… No, no me iba a creer. Mejor la verdad. Y aceptar el castigo.
Justo entonces me di cuenta de que tenía ganas de orinar.
Me levanté y me dirigí a la puerta de comunicación con la habitación de Ran, pues el baño quedaba en su cuarto. Por un segundo, pensé que Ran habría cerrado la puerta de comunicación, pero, girando el picaporte, comprobé que no era así.
Procuré entrar sin hacer el menor ruido, llegando incluso a entrar en el baño sin encender la luz, para no molestar a Ran. Oriné sentado en la taza, para minimizar los ruidos y cuando tiré de la cisterna, comprobé complacido que no emitía ruido alguno… lo que no haga el dinero… hasta waters silenciosos se pueden comprar.
Con cuidado, salí del baño, decidido a regresar a mi habitación, pero un quedo gemido proveniente de la cama de Ran me hizo detenerme en el acto.
Me volví hacia su cama y, alumbrado por la tenue luz que entraba por la ventana, pude vislumbrar que Ran yacía desarropada, con el camisón mal colocado. Por un segundo, el diablillo de mi interior me tentó a hacer otra barrabasada, pero mi sentido común (o mi culpabilidad) me hicieron desechar la idea.

Ummmm – siseó Ran desde su cama, mientras su cuerpo se retorcía levemente.
¿Ran? – pregunté en la oscuridad – ¿Estás bien?

Tonto de mí.
Ran pegó un respingo en su cama. Como un rayo, se incorporó sentándose. Algo voló en la oscuridad, chocando contra mi pié. Extrañado, me agaché y recogí el misterioso objeto.

¿Qué haces aquí? – exclamó Ran mientras encendía la luz.
Yo… he venido a orinar, y como te he escuchado quejándote me he acercado a ver si estabas bien.

No hizo falta que Ran encendiera la luz, pues mis manos identificaron enseguida el objeto. Cuando la luz se encendió, me encontré con un hermoso consolador de látex entre los dedos, todo húmedo y pegajoso, lo que indicaba bien a las claras dónde había estado metido segundos antes.
Ran, con el rostro coloradísimo, no acertó a decir palabra, mientras que yo, por fin tranquilo tras horas de angustia, depositaba cuidadosamente el cacharro en el colchón, a su lado, con una sonrisilla de suficiencia en los labios.

¿Lo ves? – no pude menos que decir – Todos sentimos esos impulsos.

Y me largué.
Una vez en mi cuarto, resoplé relajado. Vale, yo era un guarro y me habían pillado pero bien, pero Ran también hacía sus “cositas”. Así que seguro que le daba vergüenza regañarme. Conociéndola como la conocía, lo más probable es que decidiera ignorar todo lo que había pasado y fingir que nada había sucedido. Borrón y cuenta nueva. Pelillos a la mar.
Recuperada la tranquilidad y mucho más sosegado, me di cuenta de que me había entrado hambre. Lógico, casi no había probado la cena. Así que, mucho más seguro de mí mismo, salí sigilosamente del cuarto, dirigiéndome a la cocina, en la planta baja.
No queriendo despertar a nadie y dado que la noche era clara, no me molesté siquiera en encender las luces, pues el trayecto no tenía pérdida.
Pronto llegué a la cocina y, rodeando la gran mesa central, me acerqué a la nevera, que abrí de par en par.
El frío me golpeó agradablemente en el rostro y me paré unos instantes sintiéndolo. Refrescado, rebusqué en el interior, buscando restos de la cena que antes había rechazado.

Vaya, vaya, así que tú tampoco puedes dormir.

Casi me da un infarto. Las luces de la cocina parpadearon encendiéndose. Alcé la vista, sobresaltado, encontrándome con Sonoko en el umbral de la puerta.

¿Qué haces? – me dijo.
Só… sólo buscaba algo de comer – tartamudeé.
Pues no te cortes. Y acércame una botella de agua.

¿Que por qué tartamudeé? La respuesta es bien sencilla. Sonoko estaba de impresión.
Iba prácticamente desnuda. Llevaba puesto para dormir un pantaloncito corto hiper super mega pegado, que le marcaba perfectamente los labios de su chochito, el “camel toe” como dicen los americanos, mientras por detrás, se le incrustaba bien incrustado entre los cachetes del culo.
Y arriba llevaba una camisetita por llamarla de alguna forma, pues era tan corta que dejaba toda su barriguita al aire, asomando incluso, por debajo, la parte inferior de sus pechos, obviamente completamente libres de sujetador. En la camiseta podía leerse “SEX BOMB”. Era cierto.
Ella sonrió complacida al ver mi rostro con la boca abierta y se dirigió con andares felinos hacia una silla donde tomó asiento, cruzando las piernas y apoyando los codos en la mesa.

Conan – susurró – El agua…

Sus palabras me sacaron de mi embeleso, con lo que logré por fin ponerme en marcha. Como un rayo, cogí una botellita de agua mineral y se la acerqué a Sonoko, volviendo rápidamente a la nevera para rebuscar algo de cena y ocultar mi coloradísimo rostro a la chica.

Gracias – escuché que me decía.
De nada – siseé.

Recolecté un par de platos con sobras de la cena y un refresco de cola, dejándolos torpemente sobre la mesa, enfrente de Sonoko, que me miraba con expresión divertida.

El pan está en ese armario de ahí – me dijo tras dar un trago a su botella.
Gracias – repetí.

Cerré la nevera y me dirigí a la alacena que ella me indicó, de donde saqué un paquete de pan de molde, que dejé en la mesa junto a lo demás. Tras coger un cuchillo, me senté enfrente de Sonoko, comenzando a prepararme un sándwich. No me atreví a alzar la mirada hacia la chica, tratando de concentrarme en la comida, pero podía sentir perfectamente sus ojos clavados en mí.

¿Te pongo nervioso? – dijo de pronto.
Un poco – admití.
¿Por qué?
………………………………..
¿Porque soy una chica?

Asentí.

Y por como vas vestida – dije en voz baja.
¿En serio? ¿Te molesta que vaya cómoda? – dijo ella jugando conmigo.
No, no es eso…
¿O es que te pone cachondo?

No respondí, aunque el cada vez más intenso rubor en mis mejillas era respuesta suficiente.
Justo entonces noté como el pié de Sonoko se estiraba bajo la mesa y comenzaba a frotarme la pantorrilla.

No hagas eso – le dije.
¿Te molesta que te toque? – me dijo fingiendo sorpresa.
No – dije un poco más tranquilo, convencido de que lo que quería la chica era burlarse de mí – Lo que me molesta es que lo que pretendes es reírte de mí otro rato, como durante la cena.

El pié de Sonoko se apartó de mí.

¿Eso piensas? – dijo.
Claro – respondí – Estás intentando ponerme nervioso, sabiendo que no estoy acostumbrado a estar con mujeres medio desnudas para poder reírte un rato a mi costa.

Sonoko sonrió ladinamente mientras yo le daba un mordisco a mi sándwich.

A lo mejor estoy intentando otra cosa… – me dijo – A lo mejor es que quedé impresionada esta tarde… A lo mejor quiero probar un poco de esto…

Casi me atraganto cuando sentí el pié de Sonoko apretando esta vez directamente contra mi entrepierna; frotó la zona un momento antes de abandonarla, riendo maliciosamente.

No. Tienes razón. Estaba cachondeándome de ti – dijo, estallando en carcajadas.
Eres bastante zorra – le dije sin pensar.
Sí, me lo dicen mucho – contestó ella riéndose todavía más.

Sacudiendo la cabeza, decidí ignorarla, dedicándome a mi cena, aunque mirándola por el rabillo del ojo, pues, aunque estuviera divirtiéndose a mi costa, la chica estaba super sexy, así que la observaba con disimulo. Cuando por fin dejó de reír, se sentó un poco más recta en el asiento y retomó la conversación.

¿Has hablado con Ran? – dijo cambiando bruscamente de tema.
No – mentí – Se ha encerrado en su cuarto. A saber cómo se levantará mañana.
¡Bah!, no te preocupes. Seguro que cuando se le pase el enfado te perdona y lo ve como una chiquillada.
Eso espero – asentí.
Si quieres puedo hablar yo con ella. Le diré que es normal que un chico que comienza a interesarse por las chicas no pueda resistirse a espiar en unos baños si se le presenta la ocasión.
No sé yo si te va a hacer caso. Además, lo peor no fue que me pillarais espiando…
¡No! ¡Eso es verdad! – exclamó Sonoko riendo de nuevo – ¡Lo peor fue que te le corrieras en toda la cara! ¡A quién se le ocurre!
¡Pero si fuiste tú la que me obligó a hacerlo! ¡Me tenías agarrado!

Sonoko me miró divertida unos instantes antes de continuar.

Vale, vale, admito mi parte de culpa…
¿Parte de culpa? – dije indignado – ¡Si me agarraste la polla y apuntaste hacia ella!
Cierto – asintió la chica – La verdad es que me sorprendí muchísimo cuando empezaste a correrte. No me esperaba que llegaras tan sólo por tocártela. Pero a mí no me engañas…
¿Cómo? – dije extrañado.
No pretenderás que me crea que te corriste como una bestia, disparando leche a diestro y siniestro simplemente porque te la agarré un poco ¿verdad? Tú ya llevabas un buen rato pelándotela a nuestra costa y te pillamos cuando estabas a puntito. Y claro, fue rozártela y ¡PUM!

Ya lo dije antes. Era ponerse a hablar de pollas y Sonoko demostraba tener unos conocimientos y una intuición fuera de lo común.
Derrotado, no supe qué decir. Así que imploré clemencia.

Por favor, no se lo digas a Ran. Ya es bastante malo que crea que me pasó por la excitación del momento para que además se entere de que estaba masturbándome mientras la espiaba.
¿Mientras la espiabas? ¿Así que la mirabas sólo a ella? – dijo Sonoko con un brillo divertido en los ojos.
No, claro – respondí sabiendo lo que ella quería escuchar – Os miraba a las dos. ¡Sois tan bonitas!
¿En serio te parezco bonita?
Claro, eres preciosa.

Una esplendorosa sonrisa iluminó el rostro de Sonoko.

¡Caray, Conan! Gracias.

Mientras decía esto, Sonoko se incorporó y echándose para adelante me besó dulcemente en la mejilla. Al acercarse, pude notar perfectamente el delicioso aroma que desprendía su cuerpo, lo que provocó que se me erizase el vello de la nuca. De pronto fui consciente de la situación; estaba a solas, de madrugada, con una bella y descarada chica semidesnuda, hablando de cómo me había corrido en la cara de su amiga por la tarde. Comencé a excitarme.

Verte comer me ha abierto el apetito – dijo ella rompiendo el encanto – Creo que voy a picar algo también.

Se puso de pié y rodeó la mesa, dirigiéndose a la nevera que estaba a mi espalda. Yo no me perdí ni un segundo del espectáculo de su delicioso cuerpecito caminando por la cocina. Ella, plenamente consciente de mi admirativa mirada, sacó pecho y se contoneó sensualmente, hasta quedar detrás de mí. Entonces, me abrazó desde atrás, pegando su cuerpo contra el mío.

Te gusta lo que ves, ¿eh, guarrete?

No respondí, me limité a dejarla hacer, a ver cual era su siguiente paso.

No me dirás que no, al menos a tu amiguito sí que le gusta mucho, ¿verdad?

Diciendo esto, deslizó sus manos por mi pecho hasta llegar a mi entrepierna, donde volvió a encontrarse con mi erección, como había sucedido por la tarde en el baño. Una de sus manos se metió en mis calzoncillos, masajeándome la polla, que estaba como el asta de la bandera.

¡Uf! – siseó – Todavía no me puedo creer lo que tienes aquí abajo. Si fueras un poco mayor…

Dándome un último estrujón, se separó de mí, dejándome ansioso de más. Estoy seguro de que lo que pretendía era burlarse aún más de mí, poniéndome cachondo, pero lo que ella no sabía es que estaba jugueteando con un chico de su edad, más caliente que el palo de un churrero y no con el crío salido que ella pensaba.
Tras separarse de mí, fue hasta la nevera y la abrió, inclinándose para buscar en los estantes algo de comer. Al hacerlo, hizo lo mismo que yo había hecho antes, regodearse unos segundos en el exquisito frescor que irradiaba el frigorífico.
Para mí fue una bendición, pues, al estar inclinada hacia delante, me ofrecía una vista realmente impresionante. Su culito, con el sexy pantaloncito incrustado entre sus cachetes, quedaba a un metro más o menos de mi cara. Además, la camisetita, se había abolsado, separándose de su torso, por lo que podía ver perfectamente sus tetas al natural, colgando como fruta madura, meciéndose rítmicamente mientras su dueña rebuscaba en el refrigerador.
Pero lo mejor era que, no sé si por el frío de la nevera o por el morbo del momento, los pezones de la pequeña Sonoko se habían puesto duros como escarpias, provocando que mi erección fuera casi dolorosa.
La chica, seguro que perfectamente consciente del espectáculo que me estaba brindando, se demoró bastante en la búsqueda de su cena, hasta el punto que yo…yo… no aguanté más.
Con la cabeza completamente ida, moviéndome medio hipnotizado, como si fuera un sueño, me levanté de la silla y me quedé de pié, tras Sonoko. Debido a la diferencia de estatura, su rotundo trasero quedaba justo a la altura de mis ojos, que no se perdían ni el más mínimo detalle de las excitantes curvas del culo de mi amiga.
Aún hipnotizado, mis manos, guiadas por los dos diablillos de mi conciencia, se izaron y fueron a plantarse directamente en el culo de Sonoko, un cachete para cada mano, apretando con firmeza.

¡Ay! – exclamó ella sorprendida – ¡Pero qué coño haces! ¡Déjame!

Sonoko trató de debatirse, sin mucha convicción, pero por si acaso yo no le di ninguna oportunidad de escape, empujándola suavemente hacia delante y obligándola a agarrarse a la nevera con las manos para no caerse dentro.

¡Conan! – exclamó un poco más enfadada – ¡Ya está bien de juegos! ¡Una broma es una broma, pero te estás pasando!

¿Juego? ¿Broma? Pero, ¿qué coño se creía aquella tía? A aquellas alturas a mí ya me daba igual, Ran, Sherlock Holmes y el papa de Roma. Lo único que sabía es que no se me escapaba viva.
Hábilmente y sin dejar de empujarla, le bajé el pantaloncito hasta medio muslo, dejando su culito al aire. Con mis manos separé ampliamente sus cachetes, echándole un vistazo a su apretadito ano, aunque no me detuve allí, pues mi destino estaba un poco más adelante.
Abriéndole un poco las piernas, los tiernos labios de su chochito aparecieron frente a mí y la manera que Sonoko tuvo de “resistirse” (separando los muslos) me confirmó que ella no deseaba escapar de mí precisamente.
Sin perder un segundo más, hundí mi cara entre sus muslos, desde atrás, postura que no es la más cómoda para comerse un coño, no, pero que dada la situación tenía un morbo que para cagarse.
Mi lengua se hundió en la rajita de Sonoko, mientras mis dedos buceaban en la humedad que inundaba su intimidad. Sonoko gemía medio poseída, agarrándose como podía a la nevera para no empotrarse dentro mientras yo abusaba de ella.

¡AH! ¡¡Ostias, qué bueno! ¡Pe…. Pero…¿cómo coño eres tan bueno? – siseaba la chica.

Yo seguía a lo mío, acariciándola por todas partes y comiéndole el coño a lo bestia. Mi polla era una dura barra en mis calzoncillos, pero ni se me pasó por la cabeza tratar de aliviarme, pues estaba seguro de que en pocos minutos podría meterla en un sitio bien acogedor.
El chichi de Sonoko sabía a gloria, y yo seguía chupa que te chupa mientras los jugos de la chica comenzaban a resbalar por mi barbilla y mi cuello hasta mojarme el pecho. Uno de mis dedos comenzó a juguetear con su clítoris, mientras otro comenzaba a horadar el interior de la chica.

¡OH, DIOS! ¡SIGUE! ¡ES TAN BUENO! ¡ES TAAAAAN BUENO!

La voz excitada de Sonoko tenía un efecto como de eco, debido a que su cabeza estaba completamente dentro de la nevera. Mi oído captó como algunas de las viandas eran derribadas por nuestro forcejeo y caían al piso de la cocina, pero mi cerebro ni siquiera registró el suceso, completamente concentrado en darle placer a Sonoko.
Decidí probar entonces algo nuevo, que jamás me había atrevido a probar con Ran en nuestros encuentros. Con delicadeza, llevé uno de mis deditos al ano de Sonoko, comenzando a juguetear con el agujerito. Instantes después, le metí el dedo hasta el fondo, consiguiendo que la chica aullara de placer.

¡NOOOOO! ¡CONAN! ¿QUÉ HACES? ¡NO JUEGUES CON ESO! ¡DEJA MI CULO EN PAAAAAAAZ!

Mientras me gritaba, los inconfundibles espasmos de un devastador orgasmo azotaron el cuerpo de Sonoko. La chica, casi sin fuerzas, se derrumbó por completo, y habría caído dentro del frigorífico destrozándolo todo si yo no hubiera tirado con todas mis fuerzas de ella, dejándola tumbada en el suelo.
Sonoko, completamente desmadejada, jadeaba agotada, tumbada entre los restos de la comida que habíamos tirado antes, sin importarle en absoluto el mancharse. Su pantalón seguía bajado hasta medio muslo, permitiéndome ver perfectamente su depilado chochito, con los labios bien brillantes de mi saliva y de sus propios jugos. Para acabar de rematar el cuadro, le subí la camisetita hasta el cuello, dejando al aire sus domingas, con los pezones erectos apuntándome desafiantes. Estaba matadora.
Podría haberme quedando contemplándola durante horas, admirando el excitante cuadro de una mujer arrasada por el placer, pero mi propia necesidad era intensísima.
Arrodillándome junto a su rostro, procuré que mi entrepierna quedara bien a su alcance. En mi mente retumbaban las palabras de Sonoko por la tarde, cuando alardeaba frente a Ran de las muchas pollas que se había comido. Y eso precisamente era lo que quería que me hiciera: comérmela.
Para despertarla un poco (y por mi propio placer, claro) masajeé un poco sus tetas, jugueteando con los pezones, lo que le provocó un par de sensuales gemiditos de placer.
Sonoko pareció espabilar un poco y se volvió hacia mí, encontrándose frente a frente con mi entrepierna. La chica, buena entendedora, comprendió enseguida mis deseos y esbozando una sonrisilla traviesa dijo:

Vaya, vaya, Conan. Menuda sorpresa me has dado. Todavía no me creo que se te dé tan bien…
Ahora te toca a ti – dije adelantando la pelvis hacia ella, sin ganas de conversar.
Tranquilo, tranquilo. Soy una chica agradecida y verás lo bien que te devuelvo el favor que me has hecho.
¡Viva la madre que te parió! – pensé ilusionado.
Pero antes, dime ¿dónde has aprendido a practicar el sexo oral tan bien?

Para qué decir la verdad, no me iba a creer…

En una película.
¿En una película? ¿Y es la primera vez que lo haces?
Sí – asentí.
Pues vas a tener que decirme qué película es – continuó Sonoko mientras se incorporaba y se ponía en pié – Conozco a un par de tipos a los que les vendría de perlas aprender lo que sale en ella.

Sonoko se quedó mirándome un segundo, con su sonrisilla pícara imborrable en el rostro. Por fin, pareció decidirse y, agarrándome por los sobacos, me levantó en el aire, sentándome encima de la mesa.

¡Eh! ¿Qué haces? – exclamé más sorprendido que otra cosa.
¿Cómo que qué hago? – respondió ella acercando una silla y sentándose frente a mí – Devolverte el favor…

Aquello acalló todas las protestas de golpe. Me quedé, tieso como un palo, aguardando a que la chica comenzase a actuar. No cabía en el cuerpo de la emoción. Mi primera mamada. Recuerdos imborrables. Uno de los momentos más importantes de la vida de cualquier hombre (—lagrimita—).
Sonoko, buena conocedora de la psiquis masculina, se despojó por completo de ropa, mientras yo la observaba admirado. Volvió a sentarse en la silla, con las tetas al aire y posó sus manos en mis muslos, comenzando a acariciarlos. Sorprendido, di un gran respingo en la mesa, pues la chica tenía las manos heladas.

Están frías, ¿eh? – dijo divertida – es por haberlas tenido dentro de la nevera. Verás qué bien cuando te toque la polla.

Dicho y hecho. Con gran habilidad, Sonoko me hizo levantar el trasero de la mesa y me libró de los calzoncillos en un santiamén, Sus gélidas manitas se apoderaron de mi instrumento, que en contraste estaba a 100º. La frialdad de su contacto hizo que un ramalazo de placer recorriera mi cuerpo.

Te gusta, ¿verdad? – dijo ella mientras yo asentía vigorosamente – Espera, se me ocurre algo.

Pese a mi desencanto, Sonoko se levantó de la silla, abandonando su presa, abriendo la nevera a continuación. Tras buscar un segundo, sacó algo que me hizo estremecer: un spray de nata montada. Después, abrió el congelador y sacó una cubitera de hielo. Tras golpearla en la encimera para soltar los cubitos, dejó ambas cosas en la mesa, a mi lado y volvió a sentarse.
Yo sabía bastante bien lo que ella pretendía hacer y estaba verdaderamente impaciente de que empezara a hacerlo.

Esto te va a gustar – canturreó Sonoko cogiendo un par de cubitos.
Estoy seguro – respondí, haciéndola sonreír de nuevo.

La chica cogió uno de los cubitos y lo chupó con placer, presagio de lo que iba a pasar. Tras un segundo, agarró mi polla con una mano y comenzó a recorrerla lentamente con la otra, acariciando todo lo largo del tronco con el hielo. Cuando llegó casi al final, justo donde termina el prepucio y aparece el glande, el frío envió tales descargas de placer a mi cerebro que casi me desmayé.

¡JODER, JODER, SONOKO! ¡OSTRAS, QUÉ BUENO! – exclamé.
¿Te gusta? Pues verás ahora.

Sonoko, ni corta ni perezosa, se metió el cubito en la boca y, sin demorarse más, comenzó a hacer lo que yo estaba deseando: empezó a mamármela.
Cuando mi polla comenzó a deslizarse entre sus carnosos labios, creí que iba a enloquecer de placer, pero cuando mi miembro se encontró de golpe con la frialdad del hielo unida a la humedad y el calor de la boca de la chica, pensé de verdad que me moría el gusto.
Cómo había podido ser tan gilipollas de consentirle a Ran que yo le practicara sexo oral sin hacérmelo ella a mí también. Menuda pérdida de tiempo, cuanto sexo desaprovechado. Aquello era lo mejor del mundo. Ahora comprendía que ella quisiera siempre que se lo comiera. Si yo era capaz de darle con mi boca la mitad del placer que Sonoko me estaba dando a mí, lo normal era que Ran se pasara la vida contando los segundos hasta la siguiente comida de coño.
Sonoko se mostraba como una maestra en aquellos menesteres. Cierto era que yo no tenía otras experiencias con las que comparar, pero dudaba de que fuera posible procurar más placer que el que ella me estaba dando con una mamada, porque entonces sería ilegal y calificado como droga peligrosamente adictiva. Bien pensado, ya lo era.
La chica seguía chupa que te chupa, con mi polla atrapada en su boca; de vez en cuando la sacaba, atrapando el cubito entre los labios y lo deslizaba por todo lo largo del tronco, haciendo que me estremeciera de placer, para a continuación volver a metérsela en la boca, jugueteando con su lengua, labios y garganta con mi afortunado pene y el cada vez más derretido hielo.
Estaba claro que, yo, inexperto en esas lides, y con el descomunal calentón que llevaba encima, no iba a aguantar mucho más. Cuando noté que estaba a punto de correrme, pensé en avisar a Sonoko, como me habían dicho algunos colegas del instituto que hay que hacer para no cabrear a la chica, pero una vez más los diablillos acudieron en mi ayuda y me obligaron a darme el gustazo de correrme en la boca de una chavala. Demasié.

¡AAAAAAH! ¡SONOKO! ¡OSTIAS! ¡ME VOY!

Sí, sí, mucho gritar de placer, pero la corrida había ido casi toda a la boquita de la rubia. Para mi sorpresa, ésta ni se inmutó, limitándose a tragarse mi semen como si fuera agua. Por si fuera poco, y para postre, cogió el spray de nata y se echó un buen chorreón en la boca, no sé si para eliminar el sabor a polla o para qué.

Conan – dijo muy tranquila – Debes avisar antes de correrte. A muchas chicas no les gusta que se le corran en la boca.
¿Y a ti no te pasa?
Bueno – dijo ella encogiéndose de hombros – No es que me entusiasme, pero tampoco es para tanto.
Oye, ¿la nata era para eso? – le pregunté.
No, en principio tenía otra cosa en mente, pero viendo lo bien que te lo pasabas con el hielito, pensé que lo mejor era no interrumpir el juego.
Sabia decisión – dije filosóficamente, arrancándole nuevas risitas a la chica.

Allí estábamos los dos, desnudos, a las cuatro de la mañana en la cocina, después de haber alcanzado ambos sendos espectaculares orgasmos, mirándonos sonrientes el uno al otro. Pero yo quería más. Y ella también.

Vaya – dijo Sonoko apuntando hacia mi pene – Parece que tu amiguito no se calma.

Tenía razón. Seguía empalmado.

Es que… quiero probar más cosas de las que vi en la película – respondí con descaro.
Vaya, vaya… ¿cómo qué por ejemplo? – dijo ella continuando con el juego.
No sé, podríamos… follar un poco.
¿De verdad que tú nunca habías hecho esto antes? Me parece que voy a tener que decirle a Ran que te controle más de cerca de partir de ahora. Yo creo que tú andas por ahí con tus amiguitas… ¿Cómo se llamaban? ¿Aibara y…?
Anda, no digas tonterías. Si son sólo dos crías.
¿Y tú que eres majete? – rió Sonoko.
Bueno, lo mismo. Pero tú antes dijiste que yo era muy precoz.
¿Y cuando fue eso?
Antes, en el baño.
Así que la historia esa de que te habías quedado dormido en el baño era mentira ¿eh? Tú no te perdiste detalle desde que entramos…

Mierda. Me había pillado.

Bueno – dije dubitativo – Es que…
No, si a mí no tienes que explicarme nada. Yo también fui muy precoz para el sexo. Con tu edad ya andaba por ahí cachonda perdida.
¿Tú perdiste tu virginidad con mis años?
No, no. En eso me ganas. Pero con tu edad ya andaba yo por ahí frotándome el coñito con todo lo que pillaba, espiando a mi hermana con sus novios…
Oye – la interrumpí – Has dicho que yo te gano en lo de perder la virginidad.
Sí que lo he dicho – dijo ella sonriendo al adivinar por dónde iba yo.
Pero yo aún soy virgen… – mentí sonriendo pícaramente.
¡Ah, pues verdad! – dijo ella haciéndose la tonta.
Pero… podría dejar de serlo ahora mismo…
¿En serio?
¿Era así cómo te frotabas cuando tenías mi edad?

Mientras hablábamos, había ido acercándome hacia ella, pegando mi tremenda erección contra su pierna, frotándome de arriba abajo, haciéndole sentir mi dureza. Ella sólo podía dejarse hacer, pues yo era tan bajito que a duras penas le llegaba a las tetas. Tras unos segundos de sobeteo, llevé mi mano a su entrepierna, deslizando mis dedos entre sus labios vaginales, comprobando que la chica seguía tan caliente y mojada como antes.
Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de Sonoko cuando volví a hundir la cara entre sus piernas. Ella, sin dudarlo, se abrió de piernas mientras yo chupeteaba por ahí abajo.
Poco a poco, Sonoko fue sentándose en el suelo, hasta quedar de nuevo tumbada. Yo me fui dejando caer a la vez que ella, sin dejar de saborear su deliciosa intimidad. Queriendo darle un poco más de sabor a aquello, me incorporé y cogí la nata, acercándome de nuevo a la chica.
Con rapidez, deposité pequeños montoncitos de nata sobre el cuerpo de Sonoko, mientras ella se dejaba hacer a la expectativa. Cuando terminé, procedí a limpiar con la lengua toda la nata del juvenil cuerpecito, recreándome especialmente en la que tapaba sus pezones, que eran como duros fresones entre mis labios.
Sonoko tanteó hasta hacerse con el bote de nata y lo llevó de nuevo a su boca, donde disparó un buen chorro. Yo pensé que iba a tragársela, pero no era ese su plan, sino que me ofreció sus jugosos labios repletos de nata para que la besara. No tardé ni un segundo en fundir nuestras bocas en una sola, mientras nuestras lenguas jugueteaban juntas, compartiendo el dulce sabor de la nata.
Mientras nos besábamos, noté como la manita de Sonoko se aferraba a mi instrumento, acariciándolo y pajeándolo levemente, para que los jugos preseminales lo lubricaran bien para lo que estaba a punto de venir.
Con reluctancia, Sonoko abandonó mis labios y volvió a reclinarse, quedando tumbada boca arriba con las piernas abiertas. Yo, como loco por meterla ya en caliente, corrí hasta situarme entre sus juveniles muslos, arrodillándome justo en medio. Echándome hacia delante, acerqué mi polla hasta la meta, deseoso de atravesarla en cualquier momento.

Ummm – Susurró Sonoko removiéndose un poco – El suelo está duro. Esto es un poco incómodo para ser tu primera vez ¿verdad?
Por mí está bien – respondí con la mirada clavada en el abierto chochito de la chica.
¿No prefieres que subamos a mi cuarto o al tuyo?
No. Sonoko, por favor – supliqué.
Vale, vale. Ven aquí.

Gracias fueran dadas al cielo. Yo ya no podía más. Como pude, coloqué mi polla en la entrada de su gruta, pero ella, pensando que no tenía experiencia, fue la que se encargó de colocarla bien en posición.

Ahora empuja lentamente – me susurró.

Sí, para explicaciones complejas estaba yo. Echándome bruscamente hacia delante, se la enfundé de un tirón.

¡AAAAAHHH! ¡CONAN! ¡DESPACIO! ¡AY, QUE ME LO VAS A DESTROZAR!
Ya, seguro que no lo tienes acostumbrado a estas cosas – pensé.

Sin hacer ni caso a las falsas quejas de Sonoko, procedí a bombearla con ganas. Como yo era muy bajito, mi cara quedaba justo entre las tetas de la chica, lo que no me pareció mal en absoluto, pues así podía lamerlas y chuparlas a placer mientras me follaba aquel tierno chochito.
Redoblé mis empujones, comiéndole las tetas, sin preocuparme por dejar caer todo mi peso sobre ella, pues mi cuerpo era bastante pequeño. Me la follé con rapidez y con fuerza, redoblando mis culetazos con ganas, horadándola sin piedad mientras ella gemía y chillaba.

¡ASÍ, CONAN, ASÍ! ¡DAME MÁS DURO! ¡ASÍ, NIÑO, MÁS, MÁS….!

Joder, qué escandalosa era la tía, Ran era mucho más discreta. Se iba a enterar todo el mundo en la casa, aunque la verdad es que, a esas alturas, me importaba un comino. Si nos pillaban, iba a ser ella la que se metiera en un lío, por corruptora de menores.
Como pude, agarré las tetas de Sonoko con las manos, estrujándolas con fuerza, pues notaba que eso le gustaba más, mientras mis labios seguían chupeteando sus pezones como si me fuese la vida en ello. Mis caderas bombeaban enfebrecidas entre los muslos de la chica, hundiendo mi caliente bálano en el ardiente interior de mi compañera.
Ella, por su parte, aplicaba toda su experiencia en darme placer, sus manos acariciaban mi cabello, sus muslos ceñían mis caderas e incluso notaba cómo tensaba y relajaba sus músculos vaginales, demostrando que, en las batallas del sexo, era toda una maestra.

¡OSTIAS, OSTIAS, ME CORRO, DAME MÁS FUERTE QUE ME CORROOOOO….! – aullaba, posesa.

Yo, rezando mentalmente en que no se la escuchara en el piso de arriba, redoblé mis empellones para intensificar su orgasmo. Noté cómo su vagina se inundaba de líquidos, que empaparon mi entrepierna, mientras nuestros vientres seguían aplaudiendo el uno contra el otro con mis certeros culetazos.
Cuando se calmó un poco, relajándose tras la corrida, quise hacer algo que había visto hacer en alguna peli porno: cambiar de postura y seguir follando sin parar.
Se la desclavé a Sonoko brevemente, ignorando su gemido de protesta. Agarrando uno de sus tobillos, tiré de ella haciendo que se diera la vuelta. Ella entendió mis intenciones y no se resistió, pero no colaboraba mucho, disfrutando aún de los últimos estertores de su corrida. Queriendo acelerar la cosa, le di un cachete en el culo, lo que le provocó una risita la mar de sexy.

Ji, ji. Aprendes rápido – me dijo – Ya te estás poniendo en plan machito conmigo. Todos los hombres sois iguales.
Lo siento, Sonoko – dije con urgencia de meterla en caliente otra vez – Es que quiero probar otra cosa que vi en la peli. Otra postura.
Oye – me dijo mirándome muy seria – Ni se te ocurra intentar ninguna tontería ¿eh? Que mi culo es sagrado.
¿Cómo? – dije extrañado, sin comprender – ¡Ah, no, tranquila! Sólo quiero probar a cuatro patas.
Bueno, si es eso…

Un poco escamada, Sonoko adoptó la postura que yo le pedía. Yo me situé justo detrás y afiancé mi polla justo a la entrada de su coño, que se me ofrecía magníficamente abierto, por estar su dueña un poco inclinada. Me disponía a penetrarla, cuando súbitamente se me ocurrió una maligna idea.

Espera un segundo – dije.
¿Qué? – dijo Sonoko girando la cabeza y mirándome – ¿Qué coño haces?
Tranquila, esto te va a encantar.

Como un rayo, fui a la mesa y cogí un par de cubitos de hielo. Regresando junto a Sonoko, comencé a acariciar sus hinchados labios vaginales con el hielo, lo que hizo que un impresionante estremecimiento de placer recorriera el cuerpo de la chica.

¡COÑO! – exclamó – ¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES?
Lo mismo que tú antes. ¿No te gusta? – respondí sin dejar de deslizar el hielo por el chochito de mi amiga.
No, no… si no es ESOOOO…. – aulló mientras frotaba el hielo sobre su clítoris.
¿Te gusta?
¡MMMMPPHHHH! – asintió Sonoko mientras se mordía los labios para no gritar.

Pero ese no era todo mi plan. Cuando la tuve bien cachonda y abriéndose el chocho a más no poder, hice lo que me pareció más lógico. Le metí los cubitos en el coño, primero uno y después el otro.

¡UAHHHHHH! ¿QUÉ HACES? ¿QUÉ HACES? ¡SÁCALO! ¡SÁCALO!
¿De verdad? ¿Quieres que lo saque? – dije riendo.

Lo que hice en realidad fue hundírselos mucho más adentro usando el dedo más largo que tengo. Se la clavé hasta los huevos, empujando los cubitos hasta lo más profundo de sus entrañas.

¡ME MATAS! ¡ME MATAS! ¡ME MATAS DE GUSTOOOO!

Joder. Menudo resultado. La tía se había vuelto medio loca de placer. Y yo no disfrutaba menos, sentir en la polla el ardor volcánico de su coño unido al frío del hielo era enloquecedoramente placentero. Como estaba seguro de que, a semejantes temperaturas, el hielo no duraría mucho, redoblé mis esfuerzos en su coño, usando sus caderas como asidero, mientras la penetraba una y otra vez sin compasión.
Creo que Sonoko se corrió un par de veces por lo menos antes de que yo alcanzara el clímax. No sé cómo aguanté tanto, teniendo en cuenta lo excitadísimo que estaba, aunque creo que fue gracias al hielo, que me insensibilizó un poco el miembro, permitiéndome retrasar el orgasmo.
Cuando noté que llegaba, no me anduve con tonterías, no quería correr riesgos innecesarios, así que se la saqué del coño, apoyándola entre sus nalgas y disparando toda mi leche sobre su espalda, poniéndola perdida de esperma. A ella no le importó.
Sonoko, rendida, se derrumbó en el suelo jadeando, tratando de respirar como podía. Yo, sintiéndome un dios, orgulloso de haber dejado derrengada a semejante ninfómana, contemplé la escena, como el cazador que contempla a su presa tras cazarla.
Sonoko, pringosa de semen y sudor, se removía agotada en el suelo, manchándose todavía más por la comida que había tirada. Alcé la vista, buscando un paño para limpiarla un poco y entonces fue cuando la sangre se me heló en las venas: Ran estaba en la puerta, agarrada al dintel, medio derrumbada contra él.
Cuando nuestros ojos se encontraron, reaccionó, y, tras mirarme un segundo, se largó corriendo mientras yo no acertaba a decir ni hacer nada. Fue Sonoko la que habló.

La has visto ¿eh?
¿Cómo? – dije sin comprender.
A Ran. En la puerta. La has visto ¿verdad?
¿Quieres decir que tú la habías visto antes? – exclamé atónito.
Claro. Lleva ahí por lo menos desde que saqué el hielo de la nevera. Puede que desde antes.
¿CÓMO?
Hijo, pues sí que estabas concentrado. Lleva ahí un buen rato.
No me lo creo.
¿De verdad? Y no solo eso, ha estado haciendo lo mismo que tú esta mañana. Haciéndose una paja con el espectáculo.
¿QUÉ? – grité sin importarme que me oyeran todos en la casa.

Me sentí súbitamente mareado, entendiendo por fin cómo se había sentido Ran por la mañana. Me dejé caer sentado en el suelo, junto a Sonoko, que me miraba divertida.

Venga, Conan, que no es para tanto. Creía que te había demostrado que todos sentimos estos impulsos. Es de lo más normal. No tiene nada de malo lo que ha hecho.
No – dije – Si no estoy pensando en eso.
¿Entonces?
Pienso en lo que me hará mañana por la mañana, cuando se le enfríe la cabeza y se dé cuenta de lo que ha pasado. Me va a dar una buena…
Venga, ya será menos, al fin y al cabo ella también estaba haciendo sus “cositas”.
Sí, pero no la hemos pillado in fraganti. Se limitará a negarlo todo y nos cascará. Sobre todo a mí.

Sonoko se quedó pensativa unos instantes, comprendiendo que yo tenía razón. De pronto, esbozó una sonrisilla maquiavélica y volvió a hablar.

Mira, Conan, conozco a Ran desde hace mucho más tiempo que tú y creo que sé la mejor manera de solucionar esto.

Eso no era del todo correcto, pero ella no lo sabía.

¿Y cual es?
Será mejor que vayas a su cuarto a hablar con ella.
¿Ahora? Si me coge, me arranca la cabeza.
Que va. Yo la conozco. Ahora mismo está alucinada. Lo que tienes que hacer es hablar con ella. Invéntate algo. Explícale que ya eres mayor, que sientes impulsos… como ella. Si quieres, échame la culpa a mí… dile que estuve bromeando contigo en la cena con que quería verte la polla, que te he asaltado en la cocina… lo que sea, pero asume tú parte de la culpa. Le parecerás más sincero.
Coño, eso no es inventarse nada. Has sido tú la que se ha metido conmigo en la cena y después me has asaltado aquí en la cocina.
Oye, rico – dijo Sonoko haciendo un mohín – Que has sido tú el que me ha dejado el culo al aire y ha comenzado a comerme el coño.
Y has sido tú la que me metió mano en los calzoncillos y se puso con el culo en pompa – respondí burlón.

Los dos nos echamos a reír.

En serio, Conan, hazme caso. Lo mejor es coger el toro por los cuernos y hablar con ella ahora. Mañana se habrá pasado toda la noche rumiando su enfado y no habrá quien trate con ella.
De acuerdo. ¿Y todo este lío? – dije señalando el estropicio en la cocina.
Yo me encargo. Y después me daré un buen baño.
Si quieres, voy a bañarme luego contigo – dije ilusionado.
No creo que puedas – respondió ella guiñándome un ojo misteriosamente.

Minutos después, vestido de nuevo con calzoncillos limpios y una camiseta, estaba en mi habitación, delante de la puerta de comunicación entre los cuartos, tratando de armarme de valor para enfrentar a Ran.
Yo no le veía la lógica al plan de Sonoko por ningún sitio, aunque, como me repetía a mí mismo, jamás había logrado entender a las mujeres, por lo que a lo mejor funcionaba. Además, no dejaba de pensar en Sonoko, desnudita y solita en los baños, pensando sin duda en el extraordinario polvo que acababa de echar, tocándose lánguidamente sumergida en el agua caliente… me voy con ella.
Pero, no. Tenía que arreglar las cosas con Ran. Sonoko debía saber lo que se hacía. Tenía que seguir su consejo. Ahora o nunca. Alea jacta est.
Decidido, abrí la puerta de comunicación y penetré en la oscuridad del cuarto de Ran, deslizándome sigilosamente hasta su cama, donde podía distinguir la silueta de mi novia. Noté cómo se estremecía al acercarme yo, asustada sin duda y pensé que lo mejor era tener una conversación lo más serena posible.
A tientas, busqué la luz y la encendí. Miré a Ran y vi que su cuerpo se había tensado enormemente, sin duda con tan pocas ganas como yo de tener la charla que debíamos tener. Pero era necesario, guardárnoslo para nosotros podía terminar por envenenar nuestra relación. Las cosas es mejor hablarlas.

Ran – susurré.

El cuerpo de la chica se puso todavía más tenso, pero no me contestó, tratando de fingir que dormía. Estaba de espaldas a mí, tratando de no moverse ni un ápice, lo que me recordó el viajecito en coche hasta la casa, cuando era yo el que simulaba dormir.
Fue entonces cuando me dí cuenta de un detalle muy extraño. A pesar del sofocante calor que hacía esa noche, Ran estaba arropada hasta el cuello con la sábana. Eso hizo despertar mi instinto de detective, intuyendo que allí pasaba algo raro.
Con una súbita iluminación en la mente, me acerqué despacio a la cama, llamándola de nuevo, ahora con voz más firme.

Ran. No te hagas la dormida. Sé bien que estás despierta. Te he visto en la cocina.

Ran se agitó casi imperceptiblemente, pero yo noté su movimiento, pues tenía los ojos clavados en ella. Cuando llegué junto a la cama, abrí con cuidado el cajón de la mesita de noche y eché un vistazo dentro. Al ver su contenido (o más bien la falta de contenido) sonreí ladinamente, pues todas las piezas del puzzle encajaron por fin en mi cerebro.
¿Qué creen ustedes que eché en falta en el cajón? Seguro que lo habrán adivinado ya: el consolador con el que la sorprendí antes…
Sí, es cierto, existía la posibilidad de que lo hubiera guardado en otro sitio, en una maleta o algo así. Pero conociendo como conocía a Ran, estaba seguro de que habría ordenado todas sus pertenencias como si estuviera en casa, ¿y antes había dicho que guardaba el consolador en su mesita de noche, verdad?
Al hacerse la luz en mi mente, todo comenzó a tener sentido. Ahora entendía en qué consistía el plan de Sonoko al enviarme de madrugada al cuarto de Ran. Ya entendía qué esperaba ella que pasara para impedir que Ran nos echara la bronca al día siguiente. Ya sabía lo que tenía que hacer… pero antes debía asegurarme.

Ran – llamé por tercera vez, sin obtener respuesta – Como quieras.

Suavemente, agarré el borde de la sábana que tapaba el tentador cuerpecito de la chica y la destapé. Ran se cubría con un ligero camisón que yo conocía muy bien de habérselo visto puesto por casa y que le quedaba divinamente. Pero lo que me paró el corazón fue el comprobar que Ran tenía las bragas bajadas hasta medio muslo, indicio inequívoco de lo que había estado haciendo hasta mi llegada.
Aquello me puso medio loco de excitación. Ran, después de espiarme y masturbarse mientras follaba con Sonoko, había regresado a su habitación para completar la faena. Pero esta vez iba a ser yo el que la completara.

¿Qué has estado haciendo aquí solita? – susurré.

Con delicadeza, levanté el borde del camisoncito de Ran, dejando sus excelsas posaderas al aire y la liberé por completo de las bragas, que arrojé al suelo. La chica continuó esforzándose en no mover ni un músculo, tratando de fingir que nada estaba pasando. Pero yo estaba decidido a que pasaran cosas… y de las gordas.
Su culito era firme y delicioso, tal y como lo recordaba, pero esta vez estaba además empapado en sudor, lo que le daba un aspecto erótico y sensual. Tenía uno de los muslos echado un poco hacia delante, lo que me permitió echarle un vistazo a su coñito desde atrás, pegando la cara al colchón.
Y ¡voilá!, allí estaba. Al asomarme entre los muslos de mi chica desde atrás, pude atisbar el extremo del desaparecido consolador, que estaba bien enterrado en la entrepierna de la muchacha.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me incorporé y me apresuré en desnudarme. Me disponía a meterme en la cama junto a la nena cuando pensé que lo mejor sería tensar la cuerda un poco más. Inclinándome junto al oído de Ran, le susurré unas palabras.

Ran. Te he visto antes mientras me espiabas con Sonoko. Sé que, aunque lo niegues, estás deseando que haga lo mismo contigo. Ahora voy a meterme en la cama a tu lado y te voy a follar hasta el fondo. Si no quieres que lo haga, dímelo y me iré a mi cuarto, pero si sigues callada, no dudaré más.

El silencio fue toda la respuesta que obtuve.

Como quieras – dije mientras me deslizaba en la cama quedando detrás de la chica.

Me sentía exultante, pletórico. Había logrado poner tan cachonda a Ran que ni siquiera se planteaba la posibilidad de no hacérselo conmigo. Estaba tan necesitada de verga, que había terminado de un plumazo con todas sus convenciones sociales y sus principios. Iba a follármela… otra vez… aunque ella pensara que era la primera.
Con cuidado, pegué por completo mi cuerpo al de Ran, apretando con fuerza mi tremenda erección contra las posaderas de la chica. Como ésta no decía ni mú, deslicé suavemente una mano por su cuerpo, acariciando su muslo, su cadera, su vientre, hasta llegar hasta sus durísimos senos, de pezones enhiestos, donde me entretuve un rato masajeando y jugando.
Poco después, llevé esa mano hacia abajo, hacia la entrepierna de Ran, donde tironeé suavemente del escaso vello púbico de la chica, logrando que su cuerpo se estremeciera contra el mío, clavándole con más fuerza la polla contra las nalgas. Mi inquieta manita comenzó a acariciar con dulzura su chochito, hasta que me topé con el intruso de látex que Ran se había metido. Agarrándolo con los dedos, procedía a masturbar a mi preciosa morena con el consolador, que hacía un ruidito de chapoteo de lo más erótico cuando penetraba en la intimidad de mi chica.
Ella, sin poder aguantarlo más, comenzó a gemir y a contonearse contra mí, disfrutando como loca de la paja que le estaba haciendo.
Como pude, logré deslizar mi otra mano entre su cuerpo y el colchón, volviendo a apoderarme de los senos de Ran, dedicándome ahora a dar delicados pellizquitos en los sobreexcitados pezones de la chica.
Ela, retorciéndose como una culebra, empujó hacia atrás girándose un poco, de forma que su cuerpo quedó boca arriba acostado sobre el mío. Yo quedé atrapado debajo del cuerpo de ella, soportando todo su peso, pero sin liberar en ningún momento las presas que había hecho en sus tetas y en su coño.
Seguí masturbándola unos instantes, pero ella pesaba mucho más que yo, por lo que su peso comenzó a sofocarme.

Ran – siseé sin dejar de pajearla – me aplastas…

Como un zombi, Ran volvió a girarse en la cama, quedando de nuevo acostada de lado como al principio. Yo prendido de ella cual garrapata, no dejé de masturbarla ni un segundo, hasta que decidí que ya era suficiente para ponerla a tono y que ya era hora de pasar a ejercicios más interesantes.
Como pude, liberé el brazo con el que le sobaba las tetas, que había quedado atrapado bajo su cuerpo al girarse. Poniéndome de rodillas en la cama, la hice volverse del todo, de forma que quedó tumbada boca arriba. Qué buena estaba, sudorosa, con la respiración agitada, los pezones duros como rocas y los labios de su chochito, húmedos e hinchados y con el extremo del consolador asomando entre ellos. Y además, con los ojos cerrados haciéndose la dormida… el que calla otorga.
Como un rayo, salté sobre el colchón hasta situarme entre las piernas de Ran. Con cuidado (y con una ligera expresión de descontento en el rostro de la chica) tiré del extremo del consolador, sacándoselo por completo del coño. Sin pararme un segundo arrojé el empapado juguetito a un lado, agarrando con fuerza los muslos de mi compañera.
Ella, lejos de resistirse, aprovechó para separar levemente las piernas, ofreciéndome tentadoramente su abierto conejito. Sonriendo como llevaba un buen rato haciendo, me agarré la polla para colocarla bien en situación y lentamente, fui clavando mi ardiente pene en las húmedas y calientes entrañas de mi novia. Impresionante.

¡AAAAHHHHHH! – gimió Ran sin poder evitarlo mientras la penetraba.
UMMMMMM – respondí yo mientras sentía como cada centímetro de mi verga era absorbida por la acogedora cueva de mi amiga.

El coño de Ran era tan cálido y maravilloso como lo recordaba. Parecía que ella y yo estábamos hechos el uno a la medida del otro, así de bien encajábamos. Sin perder el tiempo, comencé a bombear firmemente en el coño de la chica
.
Para mi sorpresa, Después de solamente cinco o seis culetazos, Ran se corrió intensamente. Pensándolo bien no era tan raro, pues al fin y al cabo yo la había interrumpido en su jueguecito con el dildo dejándola
a medias, y quizás justo al borde del orgasmo: como yo por la tarde en el baño.
Imperturbable, sentí con placer como la avenida de líquidos vaginales que anunciaron el orgasmo de mi compañera empapó mi entrepierna, produciendo un sexy chapoteo cada vez que le clavaba el nabo. Enfebrecido, redoblé mis esfuerzos en martillearle el coño a Ran, provocando que la intensidad de su orgasmo se multiplicara.

¡AHAHAHAHAAAAAAHHHHHHHH! ¡QUÉ BUENO! ¡QUÉ BUENO! ¡SIGUE CONAN, NO PARES!

 

¡Vaya! – exclamé, sin dejar de zumbármenla – ¡Ya me hablas!
¡SÍ! ¡SÍ! ¡LO QUE TÚ QUIERAS! ¡PERO NO TE PARES!

No pensaba hacerlo.
Envalentonado por el gran éxito de mi estrategia, cambié de postura sin sacársela (cada vez era más experto). Quedé de rodillas sobre el colchón, con los muslos de Ran apoyados contra mi pecho, mientras le aferraba los tobillos con las manos. Esta postura era muy erótica, pues nos permitía mirarnos a los ojos mientras follábamos.

¡AH! ¡AH! – gemía Ran ¡SHINICHI, MÁS, DÁME MÁS!

Un escalofrío me recorrió la columna. Por in instante pensé que Ran había descubierto todo el pastel, pero me di cuenta de que no era así, sino que elevada a los altares del placer, llamaba a gritos al hombre que ocupaba su corazón. Afortunadamente era yo mismo, así que no pude cabrearme porque ella me llamara de otra forma.
Seguí dale que te pego, logrando llevarla hasta un nuevo orgasmo, mientras yo notaba cómo se aproximaba el mío. Por desgracia, no fui capaz de lograr que nos corriéramos a la vez, pero aún así, mi corrida fue bastante intensa.
En cuanto noté que los huevos me entraban en erupción, desclavé a Ran de golpe y me pajeé la polla rápidamente, dirigiendo los lechazos contra el cuerpo de la chica, empapándole los muslos y el vientre. Me hubiera encantado pegarle un par de disparos en la cara, pero tenía las bolas un tanto vacías después de la aventurilla con Sonoko.
Nos tumbamos los dos, jadeantes y agotados, ella mirando hacia la pared y yo abrazándola pegado a su espalda. De momento, me sentía plenamente satisfecho, así que intenté descansar unos minutos, para recuperarme.

No puedo creer lo que hemos hecho – dijo de pronto Ran.
Vamos, Ran. No le des más vueltas. Sonoko tenía razón. Las mujeres me interesan ya, así que imagínate la oportunidad que he tenido este fin de semana. Y tú no has hecho nada malo, simplemente has seguido el impulso del momento. Eres joven y preciosa, y tu novio está muy lejos. Es normal que te desahogues de alguna forma. Shinichi lo vería de esa forma.
Eso no te lo crees ni tú – respondió sarcásticamente.
Bueno, y qué más da – sentencié – Él no está aquí y no se va a enterar ¿verdad?
No, supongo que no – dijo ella.
Pues eso – continué – No se va a enterar nunca de lo que ha pasado… y de lo que va a pasar dentro de un rato tampoco…
¡Dios mío, he creado un monstruo! – dijo ella resignada.

Ambos tratamos de dormir un rato, pero un par de horas después me desperté con una dolorosa erección apretada contra las nalgas de Ran. Aprovechando que seguíamos los dos desnudos y sin dejar de abrazarla, acerté con cierta dificultad a penetrarla desde atrás, y procedí a follármela lentamente, estando los dos tumbados de costado. Ran despertó enseguida, al sentir su intimidad invadida por mi tieso pene, pero no se quejó en absoluto, limitándose a disfrutar lánguidamente del sexo que yo le proporcionaba.
Esta vez no sé si logré que se corriera, aunque si lo hice debió ser un orgasmo dulce y profundo y no salvaje e intenso como los anteriores. Yo, por mi parte me corrí tras un buen rato de lento mete y saca, empapando todavía más la retaguardia de mi amiga con mi semen.
Por la mañana desperté en la cama de Ran, solo y tras echar un vistazo por el cuarto comprobé que la chica se había duchado y vestido, dejándome a solas.
Yo hice lo mismo rápidamente, cambiándome de ropa, bajando como un rayo a desayunar, pues tenía un hambre de lobo.
En el salón me encontré únicamente con Sonoko, que no me dio ni la oportunidad de preguntar.

Si buscas a Ran, se ha ido a dar un paseo en bici. No ha querido que fuera con ella.

La inquietud volvió a apoderarse de mí.

¿Está muy cabreada? – inquirí.
¡Oh, no! Estaba muy tranquila, es sólo que le apetecía estar un rato sola.
Menos mal.
No sé lo que le “dijiste” en vuestra “charla” de anoche – dijo Sonoko riendo – Pero parece mucho más calmada y feliz que hace bastante tiempo.
¿En serio? – dije resignado a aguantar las pullas de Sonoko durante un rato.
De verdad. Parece que por fin ha encajado la cosa. Mira, al menos le quedas tú como consuelo, ya que Shinichi no está.
Bueno… – dije sin saber muy bien qué responder.
A propósito – dijo entonces Sonoko – Aún nos queda pendiente el baño que dijimos anoche.
Es verdad – respondí esbozando una sonrisilla pícara muy parecida a la que esgrimía la chica.
Pues si quieres, desayuna bien para reponer fuerzas, que yo te espero en la sauna…
Me parece perfecto.
Y tranquilo, que Ran iba a bajar hasta el pueblo, así que tardará un par de horas en volver. Si quieres, podrás “charlar” con ella luego, después de comer.
Estaría bien.
Por cierto – concluyó Sonoko – No hace falta que traigas el bañador a al baño. Yo no lo uso…
……………….

Y le hice caso.
FIN
TALIBOS
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“DE LOCA A LOCA, ME LAS TIRO PORQUE ME TOCAN” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. I LIBRO PARA DESCARGAR

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

Sinopsis:

Un universitario al entrar a vivir en una pensión que le eligió su madre, descubre que las únicas personas que viven ahí son la dueña y su hija. La primera es una viuda estricta y religiosa mientras que la segunda es una rubia preciosa. Lo que no sabe es que ambas creen que su llegada a la casa es un regalo de Dios y que su misión será sustituir al difunto en la cama de la primera.

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

Mi vida dio un giro de ciento ochenta grados cuando me mudé a Madrid a estudiar la carrera. Acostumbrado a la rutina de un pueblo de montaña, me costó asimilar el ritmo de esa gran ciudad pero sobre todo cuando el destino quiso que cayera en esa pensión regentada por una cuarentona y una hija de mi edad.
Como cualquiera en su lugar, al saber que me pasaría cinco años estudiando fuera de casa, mi madre se ocupó de seleccionar personalmente donde iba a vivir. Aunque os parezca increíble se pasó una semana recorriendo hostales, residencias y hasta colegios mayores sin encontrar nada que fuera acorde a sus rígidos conceptos morales y ya cuando creía que se iba volver de vacío, visitó una coqueta casa de huéspedes ubicada muy cerca de mi universidad.
-No sabes la suerte que hemos tenido- recalcó mi vieja al explicarme las virtudes del lugar. –Resulta que acaban de abrir y son muy selectas a la hora de elegir quien se puede alojar con ellas. Para aceptarte, tuve que aguantar un largo interrogatorio, durante el cual se querían asegurar que eras un muchacho de una moralidad intachable.
-¿Y eso?- pregunté extrañado que se pusieran tan exigentes.
En eso, mi queridísima progenitora se hizo la despistada al responder:
-Creía que te lo había comentado. La dueña de la pensión es una señora que se acaba de quedar viuda y que debido a su exigua pensión se ha visto obligada a alquilar cuartos para llegar a fin de mes.
Oliéndome la encerrona, insistí:
-¿No me estarás mandando a un campo de concentración?
Ni se dignó a contestar directamente a la pregunta sino que saliéndose por la tangente, me soltó:
-Un poco de disciplina no te vendrá mal.
Sus palabras junto con la religiosidad de mi madre me hicieron saber de antemano que mis sueños de juerga aprovechando los años de universidad se desvanecerían si aceptaba de buen grado vivir ahí. Por eso, intenté razonar con ella y pedirle que se replanteara el asunto amparándome en que necesitaba vivir cerca de la facultad.
-Por eso no te preocupes, está a una manzana de dónde vas a estudiar.
Sin dar mi brazo a torcer, comenté mis reparos a compartir cuarto con otro estudiante:
-Te han asignado un cuarto para ti solo- y viendo por donde iba, prosiguió: -La habitación es enorme y cuenta con una mesa de estudios para que nadie te moleste.
«¡Mierda!», mascullé pero no dejándome vencer busqué en el precio una excusa para optar por un colegio mayor.
-Es más barato e incluye la limpieza de tu ropa…
Mi llegada a “la cárcel”.
Cómo supondréis por mucho que intenté zafarme de ese marrón, me resultó imposible y por eso me vi maleta en mano en las puertas de ese lugar el día anterior a comenzar las clases. Todavía recuerdo las bromas de mis amigos sobre el tema. Mientras ellos iban a residencias “normales”, a mí me había tocado una con toque de queda.
-Recuerda que me he comprometido a que entre semana, llegarás a cenar y a que durante los fines de semana la hora máxima que volverás serán las dos de la madrugada.
-Joder, mamá. Si en casa llego más tarde- protesté al escuchar de sus labios semejante disparate.
A mis quejas, mi madre contestó:
– Vas a Madrid a estudiar.
Cabreado pero sobre todo convencido en hacer lo imposible para que esa viuda me echara en el menos tiempo posible, miré el chalet donde estaba ubicada la pensión y muy a mi pesar tuve que reconocer que al menos exteriormente, era un sitio agradable para vivir. Desde fuera, lo primero que pude observar fue el coqueto jardín que rodeaba la casa.
Aun así, la perspectiva de convivir con una mujer tan mojigata como mi vieja seguía sin hacerme ni puñetera gracia.
«Menudo coñazo me voy a correr», pensé mientras tocaba el timbre.
Al salir la dueña a abrirme y a pesar de ser una mujer atractiva, mis temores se vieron incrementados al salir vestida con un traje completamente de negro y cuya falda casi le llegaba a los tobillos.
«¡Sigue de luto!», titubeé durante un segundo antes de presentarme.
La mujer ni siquiera sonrió al escuchar mi nombre. Al contrario creí ver en su gesto adusto una muestra más de la incomodidad que para ella representaba que un desconocido invadiera su privacidad. Asumiendo que mi estancia sería corta, decidí no decir nada y cogiendo mi equipaje la seguí al interior. Apenas traspasé el recibidor, me percaté que ese lugar denotaba clase y lujo por doquier, lo que afianzó mi idea que en vida de su esposo a esa bruja no le había faltado de nada. Y en vez de alegrarme por las aparentes comodidades que iba a tener, me concentré en los aspectos negativos catalogando a esa señora como “una ricachona venida a menos”.
Tampoco pude exteriorizar queja alguna de mi habitación porque además de su tamaño, estaba decorada con muebles de diseño de alto standing pero fue la cama lo que me dejó impresionado:
«Es una King size», me dije nada más entrar.
Mi sorpresa se incrementó cuando la cuarentona me enseñó que por medio de una puerta tenía acceso a un lujoso baño con jacuzzi pero entonces bajando mis expectativas, Doña Consuelo me informó que tendría que compartir ese baño con ellas. No queriendo parecer un caprichoso, me abstuve de informarle que según mi madre iba a tener baño propio.
«No creo que eso sea problema», me dije al ver que tenía pestillo mientras me imaginaba disfrutando de esa enorme bañera llena de espuma.
Fue entonces cuando con tono serio, mi casera me informó que la comida estaba programada a las dos y que se exigía un mínimo de decoro para sentarse en la mesa. Asumiendo que no era bueno causar problemas desde el primer día, pero como desconocía a qué se refería con ello, se lo pregunté directamente:
-Somos una familia clásica y por ello deberá llevar corbata.
Comprenderéis que para un muchacho actual esa prenda era algo que jamás se pondría para comer y por eso comprendí medio mosqueado que mi madre hubiese insistido en meter una en la maleta.
«¡La jefa lo sabía y se lo calló!», maldije en silencio mientras me retiraba ya cabreado a mi habitación.
Me sentía estafado al no saber qué otras cosas me había ocultado para que aceptara a regañadientes vivir allí. Cómo comprenderéis me esperaba cualquier otra idiotez y reteniendo las ganas de mandar todo a la mierda, me tumbé en la cama a descansar.
«Al menos es cómoda», murmuré al disfrutar de la suavidad de las sábanas de hilo y lo mullido del colchón.
Sin darme cuenta y quizás porque estaba cansado por el viaje, me quedé dormido. Durante casi una hora disfruté del sueño de los justos hasta que un pequeño ruido me despertó. Al abrir los ojos, me encontré con la que debía ser la criada de la pensión deshaciendo mi maleta y colocando mi ropa en el armario.
«No debe haberse dado cuenta que estoy en la habitación», pensé mientras disfrutaba del estupendo cuerpo que alcanzaba a imaginar tras el uniforme que llevaba. «Tiene un culo de infarto», sentencié ya espabilado al contemplar las duras nalgas que involuntariamente exhibió frente a mí mientras se agachaba a recoger uno de mis calzoncillos. Fue entonces cuando de improviso, vi que esa rubita se llevaba esa prenda a la nariz y se ponía a olerla con una expresión de deseo reflejada en su rostro.
«Joder con la cría», me dije al comprobar que bajo la tela de su camisa dos bultitos reflejaban la calentura que le producía husmear mi ropa interior. Reconozco que me pasé dos pueblos al querer aprovechar ese momento:
-Si quieres te dejó oler uno usado- le solté señalando mi entrepierna.
La muchacha, al oírme, se giró asustada y al comprobar que no solo el cuarto estaba ocupado, sino que el huésped había descubierto su fetiche, huyó sin mirar atrás. Esa reacción me hizo reír y por primera vez pensé que no sería tan desagradable vivir allí si todo el servicio se comportaba así…

Conozco a Laura, la hija de la dueña de la pensión.
Sobre las dos menos cuarto, decidí que ya era hora de cambiarme de atuendo y ponerme la dichosa corbata. Había pensado en seguir vestido igual y anudármela sobre la camisa que llevaba pero la visita que había recibido en mi habitación, cambié de opinión y deseando dejar un regalito a la criada, me puse otra muda dejando el calzón usado colocado en una silla.
«Espero que le guste», murmuré, tras lo cual, bajé al comedor a enfrentarme con la siguiente excentricidad de Doña Consuelo.
La señora se estaba tomando un jerez en el salón, haciendo tiempo a que yo bajara. Al verme entrar, me preguntó si deseaba algo de aperitivo antes de comer.
-Lo mismo que usted- respondí.
Luciendo una extraña sonrisa, abrió un barreño y sacando una botella, rellenó una copa mientras por mi parte, echaba una ojeada a las innumerables fotos que había en esa habitación. La presencia en todas ellas de un tipo, me indujo a pensar que era el difunto marido de esa cuarentona. Siendo eso normal, lo que me extrañó fue que en ninguna aparecía nadie más.
«Parece un homenaje al muerto», resolví y no dándole mayor importancia, recogí de sus manos la bebida que me ofrecía.
Curiosamente al llevármela a los labios, la viuda se quedó mirando fijamente a mi boca y creí vislumbrar en sus ojos un raro fulgor que no comprendí. Medio cortado al sentirme observado, alabé la calidad del vino.
-Era el preferido de mi marido. Juan siempre se tomaba una copa antes de comer. Me alegro que sea de tu gusto, es agradable tener nuevamente un hombre en casa que disfrute de las pequeñas cosas de la vida- contestó saliendo de su mutismo.
La inesperada expresión de felicidad que leí en su hasta entonces hierática cara, despertó mis dudas del estado mental de esa mujer pero cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, vi entrar a la criada al salón. Las mejillas de esa chica se ruborizaron al advertir que aprovechaba su llegada para dar un rápido repaso a su anatomía. No queriendo que su patrona me descubriera admirando las contorneadas formas con las que la naturaleza había dotado a esa cría, dirigiéndome a Doña Consuelo comenté:
-Aunque mi madre había alabado esta casa, tengo que reconocer que nunca creí que iba a vivir entre tanta belleza- ni siquiera había terminado de hablar cuando me percaté que mis palabras podía ser malinterpretadas. Había querido ensalzar el buen gusto de la decoración pero, aterrorizado, comprendí que podía tomarse por un piropo hacia ellas.
No tardé en advertir que la cuarentona lo había entendido en ese sentido porque, entornando en plan coqueto sus ojos, me respondió:
-Gracias. Siempre es agradable escuchar un halago y más cuando llevaba tiempo sin oírlo.
Sabiendo que había metido la pata, me tranquilizó comprobar que no se había enfadado, me abstuve de aclarar el malentendido. Justo en ese momento, la uniformada rubia murmuró:
-Mamá, la cena ya está lista.
Mi sorpresa fue total y mientras trataba de asimilar que una madre humillara a su hija vistiéndola de esa forma, la cuarentona respondió:
-Gracias- y pidiéndola que se acercara, me presentó diciendo: -Laura, Jaime se va a queda a vivir con nosotras.
La cría, incapaz de mirarme a la cara, bajó sus ojos al contestar:
-Encantada de tenerle en casa.
«¡Qué tía más rara!», reflexioné al notar que se dirigía a mí de usted siendo más o menos de mi edad. «Debe de estar cortada al saber que conozco su secreto».
No queriendo parecer grosero, fui a darle un beso en la mejilla pero retirando su cara, alargó su mano y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:
-El placer es mío.
La reacción de la chiquilla poniéndose instantáneamente colorada me indujo a pensar que me había malinterpretado y que veía en esa fórmula coloquial, una velada referencia a su fetiche. No queriendo prolongar su angustia, pregunté a la madre si pasábamos a comer.
La cuarentona debió ver en esa pregunta una galantería porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo como antiguamente se colgaban las damas de su pareja al entrar a un baile y sin mayor comentario, me llevó al comedor.
«¡No entiendo nada!», mascullé sorprendido.
Si estaba pasmado por el comportamiento de esas mujeres, realmente no supe a qué atenerme cuando ya sentados a la mesa, Doña Consuelo bendijo la comida diciendo:
-Señor, te damos las gracias por los alimentos que vamos a tomar y por haber escuchado nuestras oraciones al permitir nuevamente la presencia de un hombre en nuestro hogar.
«¿De qué va esta tía?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”.
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar y más nervioso de lo que me gustaría reconocer pronuncié “amen”, mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban. Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa señora me estaba mirando con deseo y no queriéndome creer que fuera verdad, esperé a que comenzaran a comer antes de atreverme a coger los cubiertos.
Afortunadamente, Laura rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al preguntar qué iba a estudiar. Agradeciendo su intervención, le contesté:
-Ingeniería Industrial.
Al oírme, dio un suspiro diciendo:
-¡Cómo me hubiese gustado estudiar esa carrera!
Desconociendo que iba a pisar terreno resbaladizo, cortésmente, le pedí que me dijera porque no lo hacía pero entonces de muy mal genio, su madre respondió por ella:
-Esa no es una carrera para una dama. Laura debe centrarse saber llevar una casa para así conseguir un buen marido.
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa respuesta un grotesco machismo pasado de moda pero sabiendo que no era un tema mío, me abstuve de hacer ningún comentario y mirando a la muchacha, le informé con la mirada que no estaba de acuerdo.
Al darse cuenta, la cría sonrió y al pasarme la panera aprovechó para agradecérmelo con una caricia sobre mi mano. La ternura de sus dedos recorriendo brevemente mi palma tuvo un efecto no deseado y bajo mi bragueta, mi pene se desperezó adquiriendo un notorio tamaño. De no estar sentado, estoy seguro que la hinchazón de mi entrepierna me hubiese delatado.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé excitado.
Doña Consuelo, o no vio la carantoña o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a enumerar las costumbres de esa casa:
-Como ya sabes, somos una familia tradicional. Comemos a las dos y cenamos a las nueve. Si algún día no puedes venir, deberás avisarnos para que no te esperemos…
-No se preocupe- dije molesto al recordar el estricto horario que debería cumplir durante mi estancia allí. –Si por algún motivo me retraso, se lo haré saber con tiempo.
La mueca de la cuarentona me informó que no le había gustado mi interrupción y me lo dejó meridianamente claro al seguir diciendo:
-Tu madre me informó que tus clases empiezan a las ocho y media de la mañana por lo que diariamente, te despertaremos a las siete para que así te dé tiempo de darte un baño y desayunar antes de salir de casa…
«¡Qué mujer tan pesada!», sentencié mientras escuchaba las reglas por las que se regía esa casa.
-Todas las mañanas, Laura recogerá tu ropa y arreglará tu cuarto para que al llegar, encuentres todo listo.
Acostumbrado a valerme por mi mismo, le expliqué que no hacía falta y que desde niño me hacía la cama pero entonces casi gritando, la cuarentona me soltó:
-En esta casa, ¡Un hombre no realiza labores del hogar!- y dándose cuenta que había exagerado, cambió su tono diciendo: -Queremos que te sientas en familia y no nos gustaría que pensaras que somos de esas feministas que no saben ocupar su lugar.
«Esta mujer sigue anclada en el siglo xix», me dije alucinado por lo rancio de sus pensamientos justo cuando ya creía que nada me podía sorprender, Doña Consuelo exigió a su hija que se pronunciara al respecto:
-Laura, ¡Dile a Jaime qué opinas!
La rubia, mirándome a los ojos, contestó:
-Don Jaime, lo que mi madre quiere decir es que mientras viva en esta casa, nos ocuparemos gustosamente de satisfacer todas sus necesidades.
Os juro que fui incapaz de contestar porque mientras la hija hablaba, un pie desnudo estaba recorriendo uno de mis tobillos.
«¡Cómo se pasa teniendo a su madre enfrente!», rumié mientras mis hormonas se alborotaban al sentir que esos dedos no se conformaban con eso y que seguían subiendo por mis muslos.
«Va a conseguir ponerme bruto», temí cuando noté que se hacían fuertes entre mis piernas y comenzaban a rozarse contra mi pene.
Preocupado por las consecuencias de tamaño descaro, retiré ese indiscreto pie y mientras lo hacía, devolví la caricia regalándole un cómplice apretón con mi mano. Laura debió decidir que había captado la idea porque no volvió a intentar masturbarme durante la comida.
Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a Doña Consuelo. No tuve que ser un genio para comprender que se había dado cuenta de lo ocurrido al ver que, bajo la tela negra de su vestido, los pezones de la viuda mostraban una dureza que segundos antes no tenían.
«¡Lo sabe y no le importa!», proferí en silencio una exclamación mientras pensaba en lo extrañas que eran esas dos mujeres. «Exteriormente se comportan como unas mojigatas pero algo me dice que son un par de putas», sentencié ilusionado. Ya creía que sin saberlo mi madre me había colocado en mitad de un harén cuando la cuarentona pidió a Laura que bajara el aire acondicionado porque tenía frio.
«Era eso», mascullé mientras me recriminaba lo imbécil que había sido al pensar que Doña Consuelo se sentía atraída por mí.
Asimilando mi error, todavía me quedó la certeza que al menos la hija era un putón desorejado y sabiendo que tendría muchas oportunidades de calzármela, decidí tomármelo con calma:
«¡Ya caerá!».
El resto de la comida transcurrió sin nada más que reseñar y por eso al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando recordé las normas de la casa y girándome, informé que en media hora me iba de la casa.
-Señora, he quedado con un amigo pero no se preocupe, volveré antes de la nueve.
-Te estaremos esperando- contestó la viuda mientras ordenaba a su hija que recogiera los platos.
Y en mi habitación, vi el calzoncillo que había dejado en la silla y recordando las caricias de la rubia decidí premiarla con otro regalo.
«Estoy seguro que le gustará», sonreí y cogiéndolo, me puse a pajearme mientras me imaginaba a la muchacha entrando en la habitación maullando como una gata en celo.
Era tanta la excitación que me había producido su magreo durante la comida que no tardé en descargar mi simiente sobre la prenda. Satisfecho cogí un boli y un papel para escribir una dedicatoria:
“Zorra, dejo mi leche para tu boquita”.
Tras lo cual la escondí en su interior y devolví el calzón a la silla de donde lo había cogido. Sin nada más que hacer, me quité la corbata y salí a recorrer Madrid como el muchacho de dieciocho años que era….

 

Relato erótico: “De profesión, canguro (010)” (POR JANIS)

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La primera tijera.
Tamara rebuscaba en la ruleta perchero de la tienda, repleta de largas camisetas estampadas con rostros de cantantes de moda. Buscaba uno en particular, el de Bruno Mars. Sería ideal poder llevarse su ídolo a la cama, de forma platónica, claro.
Al moverse, chocó con alguien a su espalda. Se giró para excusarse y se encontró con unos ojos oscuros que emergían del pasado.
—    ¿Tamara? ¿Eres tú? – le preguntó la mujer, con una mirada inquisitiva.
—    Elaine… ¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo hace? – sonrió la joven.
—    Para tres años ya – la mujer se acercó hasta hacer coincidir sus mejillas. — ¿Qué tal te va?
—    Bueno, he acabado el bachiller y estoy estudiando puericultura – explicó la rubia.
—    Siempre supe que te dedicarías a eso. Eres buena con los niños. ¿Nos tomamos un té? – propuso Elaine, señalando hacia una de las cafeterías del centro comercial.
—    Claro. Así nos pondremos al día.
Elaine había engordado en el tiempo en que no se habían visto. Ahora tenía caderas amplísimas y muslos jamoneros. El apretado pantalón que llevaba no le sentaba nada bien, aunque siguiera siendo tan elegante como siempre. Su rostro no había cambiado apenas, salvo un poco de papada y unas diminutas arrugas en la comisura de los ojos. Quizás llevaba el alborotado pelo un poco más corto, pero tan rebelde y oscuro como siempre.
—    ¿Dónde os marchasteis? – preguntó Tamara, cuando se sentaron a una mesa. – No supe nada más después de… ya sabe.
—    Nos mudamos a Spondon. No he vuelto a Derby desde entonces.
Tamara asintió. Se habían encontrado en unos grandes almacenes situados en un área comercial entre Derby y Alvaston, otro núcleo importante de la zona.
—    ¿Y Cloe? ¿Cómo se encuentra? – preguntó Tamara, con un titubeo.
—    Bien, bien. Ahora está estudiando Moda y Confección en Nottingham. Va y viene todas las semanas, ya sabes.
—    Sí. Me alegro.
—    Estuvo una larga temporada sin hablarme pero después lo superó – la mujer levantó los ojos para pedir un té Twinings, con leche y canela, al joven chico con delantal que se colocó ante la mesa. Tamara asintió, aceptando lo mismo. – Se tragó todo el asunto con estoicismo y no ha querido hablarlo nunca conmigo. Pobrecita.
—    Lo siento.
—    No. Tú no tienes que sentir nada. No tuviste culpa alguna. Yo fui la que cometí la falta, yo era la adulta – agitó la mano Elaine, acallando a Tamara.
La rubia la miró fijamente. Aún era una mujer hermosa, aunque parecía algo descuidada. Tenía cuarenta y cinco años en ese momento y aún despertaba hormigueo en los dedos de Tamara. Elaine había sido su primer amante, tras Fanny y, además, era la madre de su mejor amiga.
Tras el té, se despidieron. Ponerse al día empezó a resultar doloroso, así que lo dejaron. Se besaron en la mejilla y cada una tomó una dirección. Tamara ya no se sentía a gusto en los almacenes, así que volvió a casa en su coche. Musitó una excusa a Fanny y se encerró en su dormitorio.
Elaine la había puesto a pensar y quería rememorar cuanto pasó. Así que sacó el viejo diario digital de su escondite y lo conectó a su portátil…
* * * * * * * * * *
Cloe y Tamara eran las mejores amigas del mundo, al menos desde que Tamara llegó a Derby. Habían hecho migas desde el primer día en que Tamara acudió a clase y tuvo que compartir pupitre con ella. Eran niñas muy parecidas emocionalmente, algo introvertidas, con cicatrices sentimentales en el interior, y bastante dependientes de sus familias. Ninguna de las dos había cumplido los dieciséis y ambas querían estudiar en el colegio de Enfermería en un futuro.
Tan solo había dos detalles que las diferenciaban. Uno, Cloe era morena de ojos pardos y tiernos, Tamara era rubia nórdica de ojos celestes. Dos, Cloe era toda una inexperta sexual y sentimental, en cambio, Tamara ya estaba acostándose con su cuñada Fanny. Claro que esa relación era puro secreto. Tamara no hablaría jamás de ello con alguien, por muy amiga suya que fuese. Era algo pecaminoso que se limitaba a las paredes de casa y, concretamente, al dormitorio cuando su hermano se ausentaba.
Sin embargo, esto suponía una experiencia vital para Tamara, con respecto a cuanto conocía su amiga. Tamara sabía perfectamente lo que era sentir un orgasmo y regalarlo, experimentar las intensas sensaciones de compañerismo, los inconscientes gestos de ternura, los murmullos cómplices, las risitas acalladas, y, sobre todo, el peculiar morbo de estar haciendo algo prohibido. Y todo ello no podía explicárselo a su mejor amiga.
Como la vivienda de Cloe se encontraba a medio camino, entre la escuela y la casa de Tamara, ésta empezó a pasar mucho tiempo en el bonito apartamento de su amiga. Hacían los deberes juntas, al volver del colegio, y Tamara se levantaba media hora antes para desayunar en casa de Cloe y así no molestar a Fanny y dejarla dormir con el bebé. Se convirtió en toda una costumbre llegar a casa de Cloe, tirar las mochilas y llamar a Fanny por teléfono para comunicarle dónde estaba. Después merendaban y se ponían con los deberes hasta medio terminarlos, al menos. Después, un poco de tele los días en que Fanny podía recogerla, sino de vuelta a casa antes de que anocheciera.
Así que, por ello, Tamara tomó mucha confianza con Elaine, la madre de Cloe, una madura mujer en la cuarentena que se había quedado viuda dos años antes. Cloe aún añoraba mucho a su padre y ya había llorado un par de veces sobre el hombro de Tamara. Elaine trabajaba de mañana en una gran agencia de viajes e inmobiliaria del centro, un trabajo que llevaba haciendo desde antes de casarse. Como gerente, procuraba mantenerse en forma y con muy buena presencia. Iba al gimnasio tres tardes a la semana, nadaba otras dos, y cuidaba su alimentación y la de su hija. Su lozanía y su vivaracha actitud fueron las que atrajeron a Tamara.
Elaine era una mujer de fuerte carácter, acostumbrada a tomar decisiones y a dirigir empleados, y eso se notaba a la hora de influir en la vida de su hija. Para redondear, se había ocupado de todo cuanto su marido había dejado inacabado a su muerte, tanto en tareas – su esposo poseía un celebrado taller de marroquinería – como en deudas. Elaine quería muchísimo a su hija y se lo demostraba, pero también se enfadaba mucho con los incesantes titubeos de la insegura Cloe y la recriminaba duramente, usando su tono de directiva.
Lo que hacía que Cloe hundiera la cabeza entre los hombros y le temblara la barbilla, a Tamara le mojaba ciertamente las bragas. No podía evitarlo. Cada vez que escuchaba el tono áspero y vibrante de Elaine recriminando algo a su hija, Tamara tenía que unir sus muslos y tragar saliva, todo el vello de su cuerpo erizado. Todo esto marcó su amistad con Cloe porque empezó a darse cuenta que le interesaba más la atención de la madre que su relación con la hija. Tamara no era consciente de lo que hacía, cada vez más obsesionada con la autoridad que fantaseaba experimentar, y se acercaba emocionalmente cada día más a Elaine, actuando como si fuera otra hija.
Elaine pronto se dio cuenta de que algo sucedía con Tamara. Cuando reprendía a su hija ante ella, ambas bajaban los ojos, ambas enrojecían al mismo tiempo, e incluso derramaban lágrimas al unísono. Sin embargo, conociendo la lamentable pérdida de la rubita no se extrañó que la chica reaccionase así a una severa actitud maternal. Así que, inconscientemente, también pasó a convertirse en la madre de la amiga de su hija.
Como siempre estaban juntas, las regañinas y las recompensas eran compartidas y Tamara pasó a ser parte de la familia de Elaine y la amante de su cuñada cuando regresaba a su casa. Pero llegó un día en que el destino empujó un poco más la posición de Tamara, haciéndola caer directamente a la cama de Elaine.
Cloe padeció una infección estomacal que derivó en una peritonitis y tuvieron que extraerle el apéndice. Por ello, se pasó todo el fin de semana en el hospital y Tamara, sabiendo que su hermano Gerard estaría en casa todo ese tiempo, se ofreció para acompañar a la madre de su amiga. Elaine le dio las gracias y le dijo que no era necesario, pero Tamara insistió tanto en ello que acabó aceptando. Era su oportunidad para disfrutar de esa seudo madre en solitario.
La misma noche del viernes, día que operaron a Cloe por la mañana, Tamara simuló ciertas pesadillas y Elaine le ofreció dormir con ella en la gran cama de matrimonio. Tamara se regodeó a placer, acurrucada contra el cálido cuerpo de la mujer. Cuando notó que su respiración era profunda y lenta, indicando que estaba dormida, se quitó el pijama y se quedó desnuda. Se abrazó al rotundo cuerpo de Elaine y fantaseó durante casi una hora en la oscuridad en cómo sería su vida ellas dos solas.
Mientras imaginaba y recordaba situaciones en que Elaine destacaba, el culito de Tamara no dejaba de moverse, frotando lentamente su pubis contra una nalga de la dormida. Lo hacía con mucha delicadeza y lentitud, pero eso no evitó que, tras largos minutos, tuviera la entrepierna empapada. Nunca había estado tanto tiempo frotándose de esa manera. Fanny se revolvía al instante y la besaba o la acariciaba largamente. Frotarse, para su cuñada, era sinónimo de que había que pasar a la acción. Sin embargo, tenía que admitir que también era muy ameno y debía serlo más si ambas participasen. Se prometió comentarlo con Fanny a la menor ocasión.
Sin embargo, el problema persistía. Estaba metida en la cama de su “madre”, desnuda y cachonda, y no sabía cómo resolver la ecuación, así que se abandonó a su instinto. Inspirando profundamente, alargó una mano y acarició la cadera cubierta de Elaine, la cual estaba durmiendo de costado, dándole la espalda a Tamara.
La sensación de palpar aquella rotunda cadera cálida erizó el vello de Tamara y llevó una mano a su pecho desnudo para pellizcar uno de sus propios pezones. La calidez de su cuerpo contra el de Elaine llevó a la mujer, con un pequeño cambio en su respiración, a rebullir y encoger más sus piernas, alzando de esa forma un poco más sus nalgas. Ahora se rozaban contra el vientre de la chiquilla, que dejó su mano inmóvil sobre la cadera de Elaine.
Cuando Tamara se aseguró que la respiración de la mujer volvía a ser regular, movió de nuevo su mano, bajando a acariciar las poderosas nalgas que se le ofrecían tan cercanas. Tamara intentó controlar el temblor que afectaba a su labio inferior, debido al ansia que se estaba apoderando de su cuerpo. Su mano bajo la manta se introdujo bajo las bragas de Elaine, sobando delicadamente la turgente grasa del glúteo, llenando su febril mente con la agradable sensación del acto en sí, como si quisiera tener suficiente material para poder recordarlo toda su vida.
Elaine dormía con un fino camisón, esa vez de color rosa, ya que solía mantener la calefacción encendida toda la noche. Una simple manta cubría a las dos. Tamara suspiró y pegó aún más su esbelto y desnudo cuerpo al de la mujer, notando el calor que irradiaba. Pasó un brazo sobre la cintura de Elaine y se abrazó a ella, apoyando la mejilla sobre el suave hombro. En ese momento, fue absolutamente feliz y retomó el movimiento de fricción, frotando su pelvis contra las nalgas, pero con la diferencia que ahora estaba abrazada, que las nalgas estaban mejor colocadas, y que se trataba de un frotamiento en toda regla.
Aún dormida, Elaine llevó instintivamente su mano hacia atrás, intentando tocar el cuerpo que la envolvía tan voluptuosamente, y acabó despertándose a medida que la idea de tocar piel desnuda se abría paso en su adormilada mente. Se giró de repente, sobresaltando a Tamara, la cual dejó de abrazarla y se retiró lo que pudo de ella.
―           ¿Por qué te has desnudado? – inquirió la mujer en un susurro. Tamara pudo percibir el difuso brillo de sus ojos en la penumbra.
Tamara murmuró algo que pretendía ser una excusa pero que surgió ininteligible de sus labios. Elaine era consciente por cuanto estaba pasando la amiga de su hija, por la pérdida de sus padres, por tener que dejar su ciudad natal y mudarse a una nueva ubicación, en casa de su hermano. Incluso había pensado si la chiquilla estaría bien atendida por su cuñada ahora que había tenido un bebé. Pero aquella reacción no tenía mucho que ver con un problema de afecto o un sentimiento de falta de atención; no, más bien tenía todas las trazas de una reacción ninfomaníaca, a pesar de la corta edad de la chiquilla. El resplandor de la iluminación de la calle caía sobre los rasgos de Tamara, que mantenía la vista baja, avergonzada de haber sido sorprendida. Elaine no pudo distinguir si enrojecía, pero el compungido gesto le otorgó una belleza que no había sido capaz de vislumbrar antes en ella.
En un impulso que no se detuvo a analizar, la mujer se incorporó sobre un codo y accionó el interruptor de la lamparita del lado en el que se encontraba Tamara, haciéndolas parpadear a ambas. La chiquilla se tapaba hasta la barbilla tirando de la manta y mantenía la mirada baja. Sus mejillas estaban tan arreboladas como si hubiera corrido un largo trecho. Elaine alargó una mano y atrapó la manta, tironeando suavemente de ella hasta conseguir que Tamara la soltara, descubriendo el desnudo cuerpo ante sus ojos. Sin decir una palabra, la mujer se regodeó largamente admirando las esbeltas y juveniles formas.
Elaine no había tenido ninguna aventura lésbica en su vida pero con la muerte de su marido experimentó ciertas formas demasiado sugerentes en el consuelo que le mostraba su cuñada. La joven Lorraine se pasaba casi todas las semanas a visitarlas durante los primeros meses de duelo. Trabajaba como pasante en un bufete de la ciudad que quedaba cerca de casa. Lorraine no mantenía relación alguna con hombres por lo que se comentaba, entre los miembros de la familia, que era lesbiana, aunque jamás declaración alguna había surgido de sus labios. Sin embargo, Elaine pudo comprobar personalmente que los abrazos y caricias de consuelo de su cuñada iban un poco más allá de eso. Al principio, se envaraba cuando los dedos de Lorraine cobraban vida en lugares poco apropiados, pero acabó reconociendo que las caricias la tranquilizaban y eran muy agradables, sobre todo porque las utilizaba cuando estaban solas.
Lorraine nunca se propasó más allá pero Elaine se quedó con la curiosidad insatisfecha, algo que jamás admitiría ante otras personas. Ahora, al contemplar el cuerpo desnudo de Tamara, se preguntó si esta vez la ocasión era perfecta.
―           Tamara… ¿acaso te gusto? – le preguntó a la chiquilla muy suavemente, alargando su mano hacia ella.
―           Sí… Elaine – musitó Tamara sin mirarla, con indecisión. – Creo que es usted… perfecta.
Elaine fue consciente del tratamiento respetuoso. Hasta el momento, cuando Tamara estaba con Cloe, la tuteaba y la trataba con toda confianza. Entonces, ¿por qué ahora la trataba de usted?
―           ¿Perfecta? ¿Perfecta para qué? – los dedos de Elaine rozaron el esbelto hombro de la chiquilla, notando el escalofrío que desencadenó en ella.
―           Como mujer… es usted una… señora – la miró por primera vez, con aquellas ojazos celestiales.
―           Gracias, pequeña. Una señora, ¿eh? En tus labios suena a halago – los dedos aletearon sobre el menudo pecho, sin rozar siquiera el pezón.
―           Lo es, no lo dude, señora – la respiración de Tamara se convertía en un dulce jadeo.
―           Sí, seguro que sí. ¿Puedo besarte, dulzura? – la mano de Elaine se posó sobre el suave vientre, formando allí un reducto de calor en su palma.
―           Por favor… – musitó la chiquilla, ofreciendo sus labios con pasión.
Fue un beso lento, dulce y muy pastoso, sobre todo cuando a punto de desunir sus labios, Tamara introdujo la punta de su lengua en la boca de Elaine. Eso influyó en el deseo de la mujer, que en vez de separarse se lanzó a besar en profundidad, dejando que su mano acariciara largamente la cadera de la joven. Cuando se separaron, ambas jadeaban y sus bocas estaban húmedas por las salivas intercambiadas.
―           Dios, chiquilla… ¿dónde has aprendido a besar así? – preguntó Elaine, tomando aire.
Tamara sonrió, contenta de haber sorprendido a la mujer. Estuvo a punto de echarle los brazos al cuello y seguir besándola, cuando Elaine se puso de rodillas y se sacó el camisón por encima de la cabeza. No utilizaba sujetador para dormir y los maduros pechos quedaron colgando ante sus ojos, pesados y redondos como frutas en su punto.
―           Nunca he estado con una chica pero algo me da en la nariz que tú sí lo has hecho, ¿verdad, niña? – le preguntó la mujer, echando mano a bajarse la braga de algodón beige tras tirar el camisón a los pies de la cama.
―           Sí, señora – los ojos de Tamara devoraron el abultado pubis que la señora le dejó entrever. Poseía un encrespado y abundante penacho, oscuro e impregnado de almizcle.
―           ¿Otra compañera de colegio? ¿Una amiga? Dios mío… ¿Cloe? – Elaine abrió mucho los ojos cuando la idea pasó por su mente.
―           No, señora, una mujer… casada, una vecina…
―           Oh, ya veo – susurró Elaine, abrazando a la chiquilla y besuqueándola en el cuello. – Te van las maduritas, ¿no es eso?
―           Creo que sí… señora.
―           ¿Y os veis en su casa? – preguntó la mujer, atareada con el suave lóbulo.
―           Sí, cuando su marido se marcha a trabajar – apuntó Tamara, pensando en los días que su hermano pasaba lejos de casa.
―           Madre mía, qué morbo pensar en esa situación – masculló Elaine, contemplando cómo su mano descendía hasta apoderarse de uno de esos tiernos pechitos que se deshacía bajo su tacto. — ¿Y qué hacéis cuando estáis a solas las dos?
Tamara no contestó pero incrementó su tono de rubor.
―           ¡No me digas que te da vergüenza ahora! – bromeó la mujer. – Venga, suéltalo. ¿Os besáis?
―           Sí – reafirmó con la cabeza la chiquilla y continuó en un murmullo. – Nos besamos mucho tiempo y nos acariciamos hasta que empieza a quitarme la ropa entre caricias. Cuando me quedo desnuda, me lleva a su cama.
―           Sigue – susurró roncamente Elaine, atareada en retorcer dulcemente los sensibles pezones.
―           Se… instala entre… mis muslos… aaaaah – Tamara dejó escapar un profundo quejido mientras echaba hacia delante sus pequeños pechos.
―           ¿Y?
La mano de Tamara se apoderó de la que le torturaba el pecho y la llevó hasta su entrepierna. Elaine notó el acelerado pulso de la chiquilla latir en la húmeda sedosidad del tejido interno de la vagina, así como el incitante calor que despedía.
―           Me lo… come todo… durante mucho… mucho tiempo – Tamara gimió estas palabra a un par de centímetros de la boca de la mujer, consiguiendo que se aflojase su bajo vientre con una sacudida.
―           Dioooss… Tamara…
―           ¿Me lo vas a hacer tú? – la pregunta de Tamara estaba hecha con voz aniñada, pero en absoluto le pareció una niña a Elaine. La estaba tentando como nunca nadie lo había hecho en su vida, ni siquiera su marido cuando eran novios.
Elaine no tenía mucha idea de comer coños, salvo por las ocasiones en que su difunto compañero le brindó, pero conocía sus propias debilidades y rincones. De un manotazo, lanzó la manta a los pies de la cama, quedando ambas desarropadas, y deslizó su cuerpo hasta quedar bien situada entre las esbeltas y blancas piernas de Tamara, bien abiertas y dobladas. La chiquilla tenía una sonrisa triunfal que irradiaba luz propia a su hermoso rostro.
Elaine abrió delicadamente los pétalos de la flor que componía la pequeña vagina, husmeando con pasión el efluvio que surgió. “Esta niña está cerca del paroxismo”, se dijo al comprobar la humedad que impregnaba las paredes. Una mano de Tamara aleteó momentáneamente sobre su propio clítoris, consiguiendo que su pelvis se agitara, y se posó sobre la cabeza de Elaine, empujando firmemente hacia su entrepierna.
Sin detenerse a pensarlo, Elaine pasó su lengua largamente por toda la vulva expuesta, saboreando por primera vez el rico y salado regusto de una vagina en su jugo. Tuvo que admitir, interiormente, que era un sabor noble y de apretado solera que era obligado a degustar más de una vez para distinguir todos sus matices y, con una sonrisa mental, tomó la decisión de tener más oportunidades para este tipo de cata.
Tamara, al sentir aquel lametón precursor, se aferró con ambas manos a la cabeza de la madre de su amiga, apretándola aún con más fuerza. Se estremeció entera al mismo tiempo que se quejaba en voz alta:
―           Oooh… por todos… los santos… señoraaa…
La gruesa lengua de Elaine se colaba en el interior de su vagina como una juguetona alimaña, dispuesta a extraer todo cuanto fuese apetitoso de dentro. De vez en cuando, se apretaba obscenamente contra su hinchado clítoris, presionando con una lasciva firmeza que nunca antes la chiquilla había disfrutado. Elaine era muy diferente a Fanny, en todo; era distinta en formas y en hechos y eso le encantaba. Sin ser capaz de apartarse, Tamara notó el crescendo que marcó el inminente orgasmo en todo su cuerpo, arqueando los dedos de los pies, tensando los riñones y la pelvis, estremeciendo toda su columna hasta estallar en alguna parte de su bulbo raquídeo, según había aprendido. Los dedos de sus manos se aferraron a la revuelta mata de pelo de la señora, al mismo tiempo que su garganta se contraía, cortando el largo gemido en varios trozos.
―           Dios santo… ¡qué manera de correrse! ¡Qué envidia! – dijo la señora con una risita, incorporándose sobre las rodillas.
Tamara no pudo contestar, recuperando el aliento, pero se la quedó mirando intensamente, llevando una de sus manos a las rubias guedejas que se esparcían sobre su rostro y apartándolas. Su lengua humedeció los resecos labios y el gesto enardeció enormemente a la señora.
―           ¿Y ahora qué? – preguntó suavemente Elaine, con un tono juguetón.
Por toda respuesta, Tamara deslizó uno de sus pies entre los muslos de la señora, la cual se sentaba sobre sus talones. La mujer entreabrió las piernas cuanto pudo cuando el empeine le rozó la acalorada entrepierna, pero, a medida que la caricia se incrementaba, necesitó más espacio, por lo que se levantó sobre las rodillas y lanzó el pubis hacia delante, presionando más el pie de la chiquilla. Ambas se miraban a los ojos, los rostros encendidos por la pasión. Elaine empezó a gemir y a contorsionarse cuando el dedo gordo acabó entrando en su vagina. Con la boca entreabierta por la sensación, pensó que nadie le había hecho aquello nunca y una mocosa de la edad de su hija la estaba introduciendo en un mundo que prometía maravillas.
El pie de Tamara dio paso a su suave tobillo, que friccionó con delicadeza la vulva, presionando a la perfección. Elaine aferró aquella pierna que no necesitaba depilarse aún y se frotó con verdaderas ansias contra ella. Se sentía desatada, como una sacerdotisa pagana llena de lascivia divina, urgida por bendecir con ella a cada uno de sus fieles. Se preguntó qué aspecto tendría, erguida sobre sus rodillas en la cama y frotándose contra la pierna de una niña tan desnuda como ella. Con una sonrisa, se dijo que tendría que colocar un espejo en su dormitorio.
Abrió los ojos cuando las manos de Tamara se posaron sobre las suyas, tirando de ella hacia delante. La muda indicación de la chiquilla la terminaron colocando a horcajadas sobre uno de los muslos de Tamara. La presión contra su vagina era menor que con la pantorrilla pero la cadencia que le mostró la chiquilla, al agitar la pierna y la cadera, era más sensual aún, sobre todo si Elaine seguía el ritmo agitando sus nalgas.
Aquel muslito era tan suave y delicado que parecía… otra cosa. Como un gran pene sobre el que se sentada a horcajadas, demasiado enorme para insertarlo pero ideal para frotarse sobre él.
Observo el rostro de Tamara. Tenía los ojos cerrados, concentrada en las sensaciones que compartían. De repente, elevó la pierna que mantenía libre, sujetando la pantorrilla con una mano. La pierna quedó doblada casi a la altura de su pecho, mostrando generosamente la entreabierta e inflamada vulva. La mano que mantenía sobre la cadera de la mujer presionó con fuerza, casi un pellizco, indicando que Elaine subiera a lo largo del muslo, atrayéndola hasta el coñito expuesto.
―           Coño contra coño… ¿eso quieres? – balbuceó Elaine.
Tamara asintió con la cabeza, sin abrir los ojos, pero su sonrisa se acrecentó. La muda petición pareció lógica en la enfebrecida mente de la señora, así que movió rodillas y pelvis hasta situar sus labios mayores sobre los de la jovencita. En su mente, Elaine imaginó los fluidos mezclándose, de sexo a sexo, y se estremeció de lujuria. ¿Seguro que aquella chiquilla era Tamara, la amiga de su Cloe? Porque tenía la impresión de que podría tratarse de un espíritu diabólico, un súcubo que se estuviera alimentando de su alma, llevándola a pecar cada vez más… aunque, en aquel momento, eso no le importaba en absoluto.
―           Oooh… putilla… qué coñito más… suave – murmuró la señora, presionando su coño de través al de Tamara, y sujetando con una mano la pierna en alto de esta, justo por el calcetín amarillo que aún llevaba puesto.
 

 

 ―           Más… más rápido – escuchó murmurar a Tamara y, con alegría, se puso a ello.
Las caderas de ambas se agitaban, buscando instintivamente el ángulo más adecuado para coincidir plenamente, para que los clítoris se rozasen plenamente, consiguiendo continuos estremecimientos que agitaban aún más sus ardientes cuerpos. Cabalgando con fiereza hacia un terminante orgasmo – Elaine ya había tenido dos pequeños y cortos, como era su costumbre –, fue consciente de que lo que estaban haciendo era lo que había escuchado comentar en ciertos chistes lésbicos: estaba haciendo una tijera. ¡Una tijera!
Estuvo a punto de soltar una carcajada casi histérica, pero, afortunadamente, el orgasmo cortó esa reacción, atrapándola en un tiránico abrazo que la crispó completamente contra el pubis de la chiquilla, echándole el cuello y cabeza hacia atrás. Tamara, más entera que ella, llevó su pulgar al clítoris de la señora, dispuesta a que se corriera a gusto antes de reclamar ella su propio orgasmo. Era tan feliz por tener aquel adorado coño contra el suyo, notando el áspero y largo vello púbico rozarse contra su piel, contra su clítoris; los gruesos labios mayores derramando flujo sobre su pubis, aprestándola hacia un estallido que la haría farfullar palabrotas con el placer…
La señora se dejó caer sobre su cuerpo, jadeando por el intenso placer que había experimentado por primera vez. Tamara abrió sus brazos para abarcar la espalda de la dama en ellos y le susurró al oído:
―           Soy suya, señora, para siempre…
 CONTINUARÁ…
 
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 
 
 

Relato erótico: “Ana, mi secretaria, está embarazada” (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2
Cinco años juntos y no la había mirado. Todo ese tiempo, Ana era un mobiliario mas de la oficina. Aunque entre nosotros había nacido una gran amistad, no podía verla como mujer. Mis amigos, mis clientes e incluso mis otros compañeros de trabajo alucinaban que no me fijara en sus piernas esculturales, que no babeara, como un niño al que le están saliendo los dientes, contemplando su cuerpo contoneándose mientras se acercaba a mi despacho. Siempre mi respuesta era la misma, “Es mi secretaria”.
Por mucho que ensalzaban sus rotundos pechos, yo no tenía ojos para ellos, formaban parte del trabajo. Me daba igual que me comentaran la preciosidad de canalillo que sus provocativos escotes dejaban entrever, o que me susurraran al oído que era tonto al no darme cuenta de cómo coqueteaba conmigo. Siempre la misma contestación, “Donde tengas la olla, no metas la polla”.
Tuve que soportar el rumor de una supuesta homosexualidad, cuando en una fiesta de la empresa, estando yo totalmente borracho y Ana con más copas de las necesarias, se quejó en público que yo era insensible a sus encantos. No fue su intención, ella me estaba defendiendo, pero eso no evitó que los chismes corrieran por los pasillos. Miradas incrédulas de las otras secretarias, risas calladas de los otros jefes de sección que tuve que combatir haciendo una exhibición exagerada de mis conquistas. No pasaba un mes, en el que no pidiera a una amiga que me fuera a recoger a la salida del trabajo. “Es mona, pero es una compañera”.
Pero todo eso cambió el día que me dijo que estaba embarazada.
-¿Quién es el padre?-, le pregunté dándome cuenta que era una indiscreción pero la curiosidad pudo mas en este caso ya que no le conocía ninguna relación.
Un imbécil-, me contestó muy enfadada.
Ofendida hasta lo mas hondo, durante más de dos meses nuestras conversaciones se redujeron a la mínima expresión, mero intercambio de papeles y de órdenes. Pero en franco contraste, no pude evitar aprovechar cualquier momento para mirarla. Mi ojos no podían evadirse de su fijación, daba igual el motivo, si mi secretaria se levantaba por algo, me resultaba imposible no observarla, si en cambio se quedaba sentada, también tenía que fijarme en ella, escudriñando si la luz me iba a permitir esa vez, llegar a ver su silueta.
Pero el verdadero detonante, fue el día que al pedirme permiso para irse a su casa, por que se encontraba mal, le pregunté como llevaba el embarazo, y ella sin saber lo que iba a provocar, se levantó la camiseta, y orgullosa me enseñó la curvatura de su vientre.
-¿Puedo?-, le pregunté alargando mi mano hacía su estómago. Mis intenciones eran sanas, sin ningún contenido sexual, pero al sentir la tirante piel de embarazada bajo mi palma, todo se precipitó. Fue como una descarga de adrenalina inyectada directamente en la vena. Mi corazón empezó a palpitar sin freno, y fui incapaz de separar mi mano de ella.
-¿Te gusta?-, me dijo coquetamente, sin pedirme que retirara mis dedos que ya jugaban con su ombligo.
Balbuceé una respuesta, pero hoy en día soy me resulta imposible recordar que es lo que le contesté, estaba absorto, todavía esa tarde no era conciente de la atracción que me invadía, pero creo que ella sí, por que bajando la tela, me dijo que era un sol, que no comprendía que la tratara tan bien cuando iba a ser madre soltera y encima ahora que estaba gorda.
-Estas preciosa-, le dije volviendo a cometer el mismo fallo. Al levantar la mirada, me costó un esfuerzo brutal, no seguir fijo en sus pechos, que presionados por un sujetador de una talla menor a la que necesitaba, eran una tentación insoportable.
-¡Bobo!-, me dijo saliendo del despacho, dejándome sacado de onda por mi extraño comportamiento.
Fue algo inocente, pero tuvo un efecto brutal al haber roto el hielo que se había formado entre nosotros. Creyendo que me había pasado, al salir del trabajo fui a una tienda a comprarle un detalle, una tontería como desagravio a mi estúpida reacción.

Si algo fue estúpido, fue eso.

Porque al día siguiente, nada mas verla le pedí que entrara en mi despacho, venía con ojeras, sin maquillar y daba la impresión que el desayuno le había sentado mal y que no había tenido mas remedio que vomitar. En resumen venía hecha un desastre. Pero al darle el regalo, me abrazó para darme un beso en la mejilla, y entonces al sentir como su panza de tres meses chocaba contra mi propio vientre, hizo que de golpe mi pene reaccionara al instante.
Ana, lo notó, pero no me hizo ningún comentario. Dudo que se hubiera ofendido, quizás al contrario se sintió halagada, por que sonriéndome me susurró un “gracias”, que para mí fue más excitante que la escena más erótica de la más sugerente actriz. Y con su contoneo característico, volvió a su mesa. Cabreado conmigo mismo pero sobretodo preocupado por la fascinación que me provocaba su embarazo, me fui de la oficina, aduciendo que tenía que visitar a unos clientes, aunque la verdad era que no podía estar a cinco metros de ella sin excitarme.
Me vino bien salir a la calle, el frío viento de la mañana me dio en la cara, haciéndome olvidar momentáneamente el calor que sentía en mi interior. Tratando de racionalizar que es lo que me pasaba, llegué a la conclusión que sufría un raro síndrome que me obligaba a protegerla debido a que no conocía a su pareja, por lo que temía por su futuro. Una vez, localizado el problema debía de averiguar quien era el padre, para que todo volviera a su lugar.
Parcialmente repuesto volví al trabajo con la firme convicción que había hallado la solución y que además sabía como afrontarlo. Si alguien podía informarme, esa era Sara, secretaria del departamento de contabilidad y gran amiga de Ana, por lo que nada más encerrarme en mi cubículo, llamándola por teléfono, la invité a comer. Su primera reacción fue de extrañeza, casi nunca había hablado con ella, y no comprendía mi interés, por lo que tuve que inventarme una excusa, que hoy me río de su puerilidad, ya que no se me ocurrió otro motivo que decirle que no sabía que regalar a Ana cuando naciera su hijo.
Eran poco mas de las dos de la tarde, cuando la recogí en la puerta de la oficina, la muchacha venía vestida con un traje de chaqueta que no podía disimular esos kilos de mas de su figura. Su cara era agradable, sin ser guapa, la simpatía que emanaba por sus poros hacía que uno estuviera a gusto en su compañía. Sonrió al entrar en el coche, y no paró de hablar hasta que ya estábamos sentado en la mesa del restaurante.
Haciéndome el despistado, entre al trapo explicándole que fue una sorpresa para mí el enterarme que se había quedado embarazada, y que por lo tanto no tenía ni idea de que regalarle. La respuesta de ella, no pudo turbarme más, al escuchar de sus labios que estaba segura que cualquier cosa que yo le regalara le iba a encantar.
-¿Por qué lo dices?-, le pregunté.
Sara, se puso colorada y evitó contestarme yéndose por las ramas, pero pude intuir que se sentía mal, al haberse extralimitado en algo que no conseguía descubrir. Traté de comprender que es lo que había dicho entre líneas, pero todos mis esfuerzos fueron en balde, por lo que volví a insistir preguntándole esta vez directamente quien era su novio, ya que nunca le había oído hablar de él, ni siquiera ahora que estaba esperando un hijo suyo.
-No le has oído hablar de él por que no existe-.
-¿Entonces?-, tuve que hacer una pausa, estaba desconcertado, -¿Quién es el padre?-.
-Eso debe de decírtelo ella-.
-No puedes dejarme así-, le dije casi gritando, al darme cuenta que me había salido el tiro por la culata.-Además de su jefe, soy su amigo-, protesté.
La reacción de Sara fue brutal.
-¿Amigo?, ¡No tengas jeta!-, me contestó enojadísima, -para ti, Ana siempre ha sido un cero a la izquierda, nunca te has preocupado por ella, por sus sentimientos…-
-¿Sentimientos?, ¿de qué coño hablas?-.
-¿Cómo crees que le sentaba que hicieras gala de tus conquistas?, ¿Te parece de buen amigo, que ella tuviera que llamar a la floristería cada vez que le echabas un polvo a una guarra?- .
Mi mundo se desmoronó, sin ningún reparo debido a su ira, Sara había delatado a su amiga, me había llamado insensible, pero también me había confirmado algo que no quise o no pude ver y era que mi secretaría estaba secretamente enamorada de mí. “Pobrecilla”, pensé, “el niño debe ser producto de una noche loca, ¡No tiene pareja!”. Me angustió darme cuenta que ahora mas que nunca se iba a convertir en una necesidad vital el protegerla, estaba jodido, y mas ahora que sabía que se desbebía por mí.
El resto de la comida fue un suplicio, ninguno de los dos hablaba, mecánicamente comíamos los alimentos que el camarero nos servía sin ni siquiera disfrutarlos. Fue en los postres, cuando Sara me cogió mi mano entre las suyas, y casi llorando me pidió que no le dijese nada sobre su indiscreción. Tratando de tranquilizarla, le contesté que no se preocupara, que por mi parte no iba a saberlo.

Mas preocupado que antes de la comida regresé a mi despacho, Ana, ignorante de que sabía lo que sentía por mí, estaba de buen humor, por lo visto se había probado el traje premamá que le había regalado y le quedaba estupendamente. Le gruñí entre dientes un me alegro, pero entonces ella me preguntó si quería ver como le sentaba y no pude negarme. Los tres minutos que tardó en volver, se me hicieron eternos.

Llegó riendo, como una niña a la que le acaban de decir que el niño que le gusta, esta por ella, pero no me fijé en su sonrisa, sino en la bella silueta que se dibujaba al trasluz de los focos de la oficina.
-¿Estoy Guapa?-, me dijo con picardía mientras se daba una vuelta para que pudiera disfrutar de todo su cuerpo.
-Si-, tuve que reconocer y sin poder apartar mis ojos de ella, -estás guapísima-.
-Gracias-, me contestó, y pegando la tela del vestido a su estomago, me dijo: -Mira, ya se me nota la pancita-.
No pude reprimir mi impulso, y poniendo mi mano en ella, recorrí la curvatura de su vientre. Estaba duro, suave, terso. Me entretuve acariciándola mas allá de lo educado, y de pronto descubrí que mis caricias habían provocado un efecto no deseado, sus pezones se habían endurecido y se me mostraban a través de la fina tela del vestido. Se había quitado el sujetador, para que no se le transparentara, y al percatarme de ello, estuve a un tris de tocarlos. Tenerlos tan cerca, con su aureolas en pleno florecimiento, me excitó pero todavía mas al mirarle a la cara y descubrir que ella también se había calentado. Como un par de tontos nos quedamos callados, sabiendo que lo que ambos sentíamos en ese momento era muy fuerte, y solo gracias a que en ese preciso instante sonó mi teléfono, pudimos separarnos.
Era el gran jefe, que quería que fuera a su oficina. Aprovechando que me llamaba, salí de mi despacho, casi sin despedirme de ella, pero no había pisado casi el pasillo cuando ya había decidido que tenía que hablar con ella. Don Roberto me hizo esperar mas de medía hora en la puerta, sentado en la sala de espera no podía quitarme de la cabeza su boca entreabierta como esperando que mis labios la cerraran, esos senos hinchados pero sugerentes y ese cuerpo germinado.
-Pase-, me dijo la asistente del jefe.
El viejo me esperaba tras de su imponente mesa, aunque en la compañía todo el mundo le tenía miedo, a mi me caía simpático. Era una ave de presa, frío, interesado, siempre dispuesto a comerse a un competidor, pero a la vez justo, honesto, imparcial, nunca entraba en chismes de oficina, solo valoraba a sus empleados por sus resultados, eso sí estaba educado a la antigua con retrógrados principios morales.
-Fernando, quería hablar contigo-.
-Usted dirá-, frase protocolaria que realmente quería decir: “aquí su esclavo para lo que desee”.
-Ha quedado vacante el puesto de director administrativo, y he pensado en ti-, increíblemente me estaba diciendo que me iba a nombrar número dos de toda la empresa, –pero antes quiero que me aclares algo-.
“¡Malo!”, me quedé callado esperando saber cual era el problema, revisando mentalmente cual era su duda, por eso no pude reprimir una carcajada cuando me preguntó si era homosexual.
-No, jefe, no lo soy-, y marcándome un farol le dije: -Tengo pareja estable e incluso ya tenemos planes de boda-.
-No sabes como me alegro, siempre he tenido buena imagen de ti, y por eso me costaba creer ese bulo. Para celebrar tu ascenso te espero a cenar en mi casa, y vente con tu novia-.
La entrevista había terminado, por lo que levantándome del asiento, me despedí de él, saliendo hecho un mar de nervios. Me había metido en un problema y no sabía como solucionarlo. Al llegar a mi despacho, Ana estaba esperándome, quería saber que es lo que quería el presidente de la compañía, pues era raro que se dirigiera a un subordinado directamente.
Temblando por la preocupación, le expliqué que me habían ascendido, pero que para ello había tenido que inventarme una novia y ahora no sabía que hacer. No tenía a ninguna amiga con suficiente confianza para pedirle que se hiciese pasar por ella.
-Si la tienes-, me contestó con decisión , -recógeme a las nueve-.
-¿Harías eso por mí?-.
-Claro, pero te voy a pasar la cuenta del vestido que me voy a comprar, y te aviso, te va a salir caro-.
No me dio tiempo de contestarla, porque antes de que me diera cuenta, ya se había ido. Había quedado como un imbécil otra vez, me había ofrecido su ayuda y yo no se lo había agradecido.
Me fui a casa, preocupado, no tanto por la atracción que sentía por Ana, sino por que Don Roberto descubriera nuestra farsa, me jugaba mi futuro profesional. Me fue imposible tranquilizarme mientras me preparaba para ir a la cena. Como no quería llegar tarde a la cita salí con tiempo suficiente a recoger a mi secretaria de forma que cuando toqué en la puerta de su casa eran la nueve menos cuarto.
Me recibió todavía sin acabar de vestir, y por eso me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear las fotos de la librería buscando una que me diera una pista de quien podría ser el padre del niño, pero solo encontré fotos de su infancia en el pueblo con sus padres y una del personal de la oficina. Me quedé mirando esta última, en ella Ana aparecía abrazada a mí. No me acordaba de que nos la hubieran echo, debía de ser de la fiesta en la que me cogí esa gran borrachera, de esa noche no me acordaba de nada a partir de la una de la madrugada, solo tenía recuerdos del enorme dolor de cabeza con el que me desperté.
Un ruido me hizo dar la vuelta, era Ana que salía de su cuarto. Pero lo que vi, no era a mi secretaria sino a una diosa. Envuelta en un breve vestido de raso negro, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. No me podía creer la transformación, era impresionante. El escote sin ser exagerado, dejaba intuir la perfección de sus senos de embarazada, y la tela pegada sobre su piel no escondía sino mostraba la voluptuosidad de sus formas.
-¡Uauhhh!-, solté al verla sin poderme reprimir.
-Eres tonto-, me dijo riéndose por mi reacción, y dándome un beso en la mejilla, me informó que ya podíamos irnos.
No se dio cuenta de la tremenda erección que me provocó el olerla y posteriormente verla agachándose a por su bolso, o llevaba un diminuto tanga o no llevaba nada, por que sus dos nalgas me pedían silenciosamente que las tocara.
Hecho un flan le abrí su puerta para que se subiera al coche, y al hacerlo la raja de su falda me dejó contemplar en su plenitud sus piernas contorneadas. “Pero que buena que esta”, me dije para mis adentros, “como no me di cuenta antes”. Rápidamente intentando no pensar me senté al volante.
-¿Me ayudas?-, la escuché decir.
Tenía problemas con el cinturón que se había quedado bloqueado. Al intentar destrabarlo pasé mi mano por enfrente de su pecho, fue un ligero roce pero suficiente para alterar mi biorritmo. Ella, con la mirada al frente, trataba de disimular pero dos pequeños botones la delataron bajo la tela. La había excitado el contacto. Sabiendo que o arrancaba el coche o no sería capaz de detenerme, aceleré saliendo del parking.
Durante todo el trayecto, no dejé de mirar de reojo a mi acompañante, su cara, sus ojos, su pecho, sus piernas. Casi al llegar a nuestro destino, se percató de mis miradas y haciéndose la indignada me preguntó:
-¿Te gusta lo que ves?-
Estaba jugando conmigo y yo lo sabía, pero aun así le contesté afirmativamente. Y provocándome de manera descarada se levantó un poco el vestido diciéndome:
-¿Verdad, que me queda bien el moreno?-.
-No seas mala, te estas aprovechando de que hemos quedado con el gran jefe, que si no-
-Que si no, ¿qué?-
-Te violaba-, le dije un poco mosqueado.
Se rió a carcajada limpia, la burrada que le había soltado le había encantado, y profundizando en su guasa, me dijo que me conocía y que sabía que no me atrevería jamás. Con mi orgullo herido, paré a la derecha, y agarrándola suavemente del pelo, la atraje dándole un beso, mientras mis manos acariciaban su espalda. Era un primer beso, robado, pero beso al fin y ella no se había resistido.
-¡Te has atrevido!-, me espetó un poco confusa.
-Si-, le contesté reanudando la marcha.
Estaba encantado, le había demostrado que si juegas con fuego puedes quemarte, sin darme cuenta que era yo el que se había quemado, al notar que seguían sus labios en los míos, aunque estuvieran a un metro. Ella en cambio se mantuvo seria los tres minutos que tardamos en llegar al chalet de la cena. Pero al bajarme para abrirle la puerta, sonriendo con una cara de pícara que asustaba, me informó que pensaba vengarse.
El propio Don Roberto fue quien nos abrió, el puto viejo se quedó embobado mirando a mi supuesta novia mientras nos invitaba a pasar. Menos mal que llegó su esposa, una señora cañón, a la que le debía de llevar al menos treinta años. No le echaba más de cuarenta.
-¿Donde tenías escondida a este bombón?-, me preguntó mi jefe.
-Ana trabaja en la compañía, es mi secretaria-, le contesté con aprensión, pensando que le podría sentar mal el hecho que de que hubiera abusado de mi estatus.
Si le molestó, no dio señales de ello, al contrario acercándose a Ana, le felicitó por la futura boda y nos preguntó cuando iba a ser. La muchacha me dirigió una de esas miradas asesinas que lanzan las mujeres cuando nos agarran en un renuncio, pero reponiéndose al momento, pegándose el vestido con las manos a su abultado vientre contestó:
-Ya sabe usted, Don Roberto que Fernando es muy tradicional, y no quiere que su hijo nazca fuera del matrimonio y por eso hemos fijado la boda para dentro de un mes-.
-Bien hecho, muchacho, ya sabía yo que eras un tipo de fiar. No hay cosa que mas me guste que uno se responsabilice de sus actos-, me dijo el viejo dándome un abrazo,- Ahora ya tenemos tres motivos que brindar, tu ascenso, tu boda, y el nacimiento de tu hijo-.
No había tardado ni cinco minutos en vengarse, y cuando lo hizo fue de manera brutal, poniéndome una soga al cuello de la que no podría librarme. El resto de la cena fue un interrogatorio masivo, que desde cuando salíamos, como me había declarado, que me había contestado, …. que mi “queridísima novia y futura esposa” sorteó con facilidad inventándose una bonita historia acerca de un acoso y derribo por mi parte, y una negación inicial por la suya. En pocas palabras, lo nuestro fue “flechazo por coñazo”. Buena la había hecho, ahora o transigía y me casaba o perdía mi ascenso y hasta mi empleo.
Eres una cabrona-, le dije al oído en un momento que nos quedamos solos.
-¡Verdad que si!, amor mío-, me dijo mientras su mano recorría mi trasero.
Debería de haberme indignado, pero percibir su caricia recorriendo mis nalgas mientras su olor impregnaba mi papilas, hizo que en vez de hacerlo, todo mi ser deseara besarla y abrazarla en ese instante. Como sería mi calentura, que tuve que acomodarme la servilleta, para que nadie viera mi erección.
Nadie excepto, Ana, que exacerbando mi vergüenza, recorrió la tela de mis pantalones haciendo una pequeña pausa en mi entrepierna.
Te estas pasando-, volví a susurrarle.
-Lo sé, amor mío-, disfrutaba de su juego. Su ojos irradiaban un brillo inusual, y como si fuera una cazadora, volvió a agarrar a su presa diciéndome:-Luego si quieres, no me vuelvas a hablar pero este es mi momento y no quiero parar-.
Sentí como su mano, se introducía debajo de la servilleta y bajándome la bragueta, liberaba mi ya sobreexcitado miembro. Su palma sobre mi piel, era tersa, deliciosamente tersa, y los movimientos verticales que le imprimió a mi sexo, una locura. Me estaba masturbando mientras yo tenía que seguir dándole conversación a la esposa de Don Roberto. No sé si os ha ocurrido algo semejante, tener que disimular en público algo que normalmente, se hace en privado, es un corte pero brutalmente excitante.
-Ana, quédate quieta, por favor, si quieres seguimos en tu casa-, le murmuré horrorizado con la idea de correrme manchando la servilleta y que nos pillaran.
-¿Me lo juras?-
-Si-, le respondí, si me hubiera hecho jurar que me tenía que vestir de mujer, también lo hubiese hecho, todo con tal de no tirar al traste mi futuro.
Una sonrisa satisfecha iluminó su cara, había conseguido su objetivo, y tal y como había empezado terminó, cerrándome la bragueta sin que nadie se diera cuenta. Quizás ilusionada con la perspectiva, Ana me dijo en voz alta que estaba cansada. Fue el propio Don Roberto, quien apiadándose de mi secretaria y atendiendo a su estado, dio por terminada la reunión.
María, la esposa de mi jefe, me dio su brazo para acompañarme a la puerta, mientras el viejo hacía lo mismo con Ana. Perfecta anfitriona, que cuando su marido ni mi novia nos oían me dijo al oído:
-No me habéis engañado, no sois novios pero esa muchacha te conviene. Hazla feliz, es una buena chica, y si no te llena, siempre puedes llamarme-, me soltó mientras disimuladamente me acariciaba el trasero.
No sé que me había puesto mas cachondo, si Ana masturbándome en frente de todos o María proponiéndose como sustituta, lo cierto es que nada mas acomodarme en el asiento de mi coche, estaba brutísimo, con mi sexo erecto y sudando por la excitación.
Mi supuesta novia estaba un poco cortada, esperando cual iba a ser mi actitud, en cuanto estuviéramos solos.
No tardé en sacarla de su duda al decirle:
-Quiero verte los pechos-.
Me miró sorprendida pero a la vez divertida, y bajando por sus hombros los dos tirantes, me mostró su torso. Sus dos pechos hinchados por el embarazo, fueron descubriéndose lentamente mientras sus dueña me preguntaba si me gustaban. Alargando mi brazo, los acaricié suavemente, sus negros pezones se erizaron solo con la cercanía de mis dedos. La suavidad de su piel me sorprendió, aunque luego supe que para evitar estrías, la muchacha se embadurnaba de crema, lo cierto es que me en ese momento me recordó a la piel de un bebé. Mi pene dio un salto dentro del pantalón, cuando noté que la mano de la muchacha se acercaba a mi entrepierna.
-¿Puedo?-, me preguntó mientras lo sacaba de su encierro, y sin esperar a que respondiera, agachó su cabeza sobre mis piernas, introduciéndoselo en la boca abierta.
Dudando si podría conducir con ella entre mi piernas, traté de retirarla, pero ella insistió diciendo:
-Conduce y déjame hacer-
Volví a sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi extensión con su saliva. No me podía creer que la mujer que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una felación. Era excitante, ver como se retorcía en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y levantándole el vestido descubrí que como había supuesto no llevaba bragas.
La visión de sus nalgas desnudas incrementó mi calentura, y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo su culete. Mucho mas envalentonado por su respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. Estaba totalmente licuado, el flujo lo anegaba, mostrándome claramente su excitación.
Ana estaba fuera de sí, buscando su placer se estaba masturbando brutalmente mientras devoraba mi miembro, metiéndoselo por completo en su garganta. Nunca nadie se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el inicio de mi falo. “No debe de poder respirar”, pensé justo antes de oír como se corría empapando mi mano y la tapicería de asiento. Fue bestial mirarla arquearse y estremecerse por su orgasmo , sin sacar mi sexo de su boca, intentando que yo profundizara mi caricias. Absorto disfrutando de su climax, estuve a punto de chocar contra el coche que tenía enfrente, lo que me hizo recapacitar y decirle que parara, que ya estábamos cerca de su casa, y que podíamos esperar a terminar allí.
Mi frenazo y su susto consecuente, le hizo comprender que tenía razón y acomodando su vestido, me miró diciendo:
-No tienes porque subir sino lo deseas-. Su cara mostraba pena.
-Si quiero-, fue toda mi respuesta.
El silencio se adueño del vehículo, ni ella ni yo hablamos el resto del trayecto, pero tampoco, cuando después de aparcar subimos en ascensor hasta su piso. Ana no las tenía todas consigo cuando tras hacerme pasar a su salón, me dijo que si quería una copa.
-No-, le contesté,- Vamos a tu cuarto-
Sin saber todavía a que atenerse, me llevó a su habitación, temiendo haberse pasado. De pie al lado de la cama, la atraje hacía mi, y acercando mis labios a los suyos, la besé. Fue un beso posesivo, mi lengua forzó su boca mientras mis manos se apoderaban de su trasero. Ella respondió frotando su pubis contra mi pene, haciéndolo reaccionar.
Tranquila, quiero disfrutar de ti-, le dije mientras la despojaba del vestido.
Nada mas retirar los tirantes, cayó al suelo, permitiéndome observarla totalmente desnuda por primera vez. Era impresionante, su cuerpo era de escándalo con grandes pechos y cintura estrecha que el embarazo no había deformado todavía.
De buen grado me hubiera quedado observándola durante horas, pero decidí tumbarla en la cama. Ella se dejó llevar. Teniéndola sobre el colchón, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Los dos negros botones reaccionaron incluso antes de que los tocara, de forma que recibieron mis caricias duros y erguidos. Mi secretaria gimió cuando pellizcándolos le dije que eran hermosos.
Realmente eran bellos, bien formados, suaves y excitantes. No dudé en sustituir mis yemas por mi lengua, y apoderándome de ellos, los mamé como iba a hacer su hijo en unos meses. Tener su botón en mi boca, mientras tocaba su hinchado vientre, era una gozada. Me sentía como un lactante, disfrutando de su alimento.
Quería poseerla, pero lentamente. Por eso poniéndome de pié, me desnudé apreciando sus ojos clavados en mi cuerpo. Su mirada era de deseo, no de lascivia, me observaba ansiosa, nerviosa, temerosa de fallarme. Ya sin ropa, me tumbé a su lado abrazándola. Ella pegándose a mí, restregó su pubis contra mi sexo, buscando la penetración, pero la rechacé diciéndole:
Antes quiero, tocarte-, le dije concentrándome en su embarazo. Su vientre estaba precioso, con la curvatura típica de la mujeres embarazadas, mi lengua fue recorriéndolo hasta hallar un ombligo casi desaparecido por la tensión de su piel.
-¡Que buena estas!-, me escuchó decir mientras notaba que me acercaba a su entrepierna. Su sexo olía a hembra hambrienta, bien depilado era excitante, pero aun mas era observarla abrir sus piernas dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris.
Separando sus labios, como si fueran los pétalos de un fruto largamente ansiado, apareció ante mí un más que erecto botón rosado. Primero lo tanteé con la punta de mi lengua, antes de apretarlo entre mis dientes mientras pellizcaba sus pezones. No llevaba todavía un minuto recorriendo sus pliegues cuando mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. La muchacha que llevaba gimiendo un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Paulatinamente, éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura. No dejé de beber de su rio, hasta que llorando me imploró que le hiciera el amor.
-¿Te gusta?-, le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
Si-, me respondió todavía con la respiración entrecortada por el orgasmo pasado.
-¿Mucho?-, le dije, mientras jugaba con su clítoris.
-¡Si!-, contestó, apretando sus pechos con su manos.
Escucharla tan caliente, me calentó, e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Hazlo!, por favor, ¡no aguanto mas!-.
Lentamente, centímetro a centímetro, le fui metiendo mi pene. Toda la piel de mi extensión, disfrutó de los pliegues de su sexo al hacerlo. Su cueva, que era estrecha y suave, ejercía una intensa presión al irla empalando. Su calentura era total, levantando su trasero de la cama, intentaba metérsela mas profundamente pero chocaba contra su embarazo.
Me recreé viéndola tratando infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, su ganas de ser tomada eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta-, le grité, y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún mas, sus poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que estuve a punto de desvirgar, y que no lo hice solo por estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Poniendo mi verga en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. Pero o bien no me entendió, o tenía demasiadas ganas, por que nada mas notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se la insertó.
Gimió al sentirse llena, pero al instante empezó a mover sus caderas, recreándose en mi monta. Mi yegua relinchó al sentir que me asía a sus pechos iniciando mi cabalgata, mientras mi pene la apuñalaba sin piedad. Escuchar sus suspiros, cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina, y el chapoteo de su cueva inundada al sacar ligeramente mi miembro, fue el banderazo de salida para que acelerara mi incursiones. Y cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas de tratara y palmeándole el trasero, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la excitó más si cabe, y chillando me pidió que no parara. Con su respiración entrecortada, no dejaba de exigirme que la tomara, que quería sentirse regada por mí.
Todavía no quería correrme, antes me apetecía verla convulsionarse en un segundo orgasmo, por lo que dándole la vuelta, me apoderé de su clítoris con mis dientes, a la vez que le introducía dos dedos en su vagina. Su sexo tenía un sabor agridulce que me volvió loco, y usando mi lengua como si fuera un micro pene, la introduje recorriendo las paredes de su cueva, mientras sorbía ansioso el flujo que manaba su interior. Esta vez la muchacha berreó brutalmente al notar como su placer la envolvía derramándose sobre mi boca, y sin poderlo evitar se corrió retorciéndose sobre la cama.
Insatisfecha, y queriendo más, me tumbó boca arriba, y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro, mientras lágrimas de placer mojaban mis piernas. Sus pechos rebotaban al compás de sus movimientos y su vientre rozaba el mío en un sensual contacto. Estaba hipnotizado con sus senos, su bamboleo y la imposibilidad de besarlos al chocar con su embarazo, me habían puesto a cien. Mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos, tras lo cual le pedí que fuera ella quien los besase.
Me hizo caso, estirándolos se los llevó a su boca y sacando su lengua los beso con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene, y naciendo en el fondo de mi ser, un genuino orgasmo se extendió por mi cuerpo explotando en el interior de su cueva.
Ana, al sentir que mi simiente bañaba su ya germinado vientre, aceleró sus embestidas consiguiendo culminar conmigo su gozo. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de mi semen salía expulsada, ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se enroscaba en mi pene moribundo, dándome las gracias por sentirse mía.
Totalmente exhaustos, caímos sobre las sabanas. Estaba en el séptimo cielo, abrazado a la mujer que durante años no me había fijado pero que ahora era mi obsesión.
-Ana-, le dije totalmente subyugado por ella,- sé que no me he portado bien contigo, pero si me dejas me gustaría tratar a tu hijo como si fuera mío-
Sonrió y levantando su cara de la almohada me miró a los ojos diciendo:
-Todavía no te acuerdas-, no era una pregunta sino una afirmación.
-¿De que tengo que acordarme?-, le pregunté mosqueado.
-El día de la fiesta, ibas tan borracho que intentaste forzarme-.
-¿Qué?-
-Pero no te preocupes, por que al final fui yo quien te violó-, me dijo soltando una carcajada.
Mi mundo se desmoronó al escucharla, sabiendo que había caído en una trampa, de la que difícilmente podría escaparme, pero tras reflexionar un momento, dándole un tierno azote en su trasero, le dije:
Me excita verte preñada, por lo que estoy deseando que tengas a mi hijo, para volverte a embarazar-, esta vez fui yo el que se carcajeó, mientras ella dudaba si había elegido bien su pareja.

 

 

Relato erótico: “Ritual de masturbación” (POR LEONNELA)

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Tengo el brasier a medio caer, rebosan mis pechos grandes y se desabrigan mis pezones, la  bombacha despernancada realza mi cuerpo que sin tener medidas perfectas mantiene esa forma de venus que da la cintura estrecha y las caderas salientes, con un vientre casi plano, como una sábana extendida que termina en un pubis desértico de vellos. Dibuja también la silueta de mis lomas traseras, sostenidas por un par de muslos fuertes que protegen la estrechez de un sexo que no ha parido hijos pese a sus 33. Me miro detenidamente, una cabellera rizada, larga y oscura da marco a un rostro que sin tener rasgos especiales forma un cuadro armonioso, ojos cafés,  piel dorada, como suele ser una mestiza  amazona.
 La sangre ardiente de mujer selvática despierta mi erotismo, tengo ganas de tocarme a mi antojo, seducirme, como si yo fuera el amante insaciable a quien quisiera calentar…
 No he quitado la vista de mi espejo, me acerco, y un poco fetichista, extiendo mi lengua hacia él, dejo que mi humedad lo empañe, la muevo sinuosa disfrutando de una felación imaginaria, lengüeteando,  lamiendo, dejando la huella de mis deseos sobre su piel de cristal,  mis manos dibujan las formas de mi silueta, agarro la imagen de mis pechos perdida en él, buscando placer y a pesar de solo sentir el frio de su cuerpo cristalino, tiemblo de ganas, acerco mis pechos desnudos y mis pezones impactan contra aquel vidrio que me acaricia. Como quisiera meterme en él, fundirme con la imagen sensual que el espejo me devuelve…definitivamente soy algo fetichista y me excita mirarme semidesnuda.
 Me regalo una caricia  desde la nuca hacia mis hombros, bordeo la ruta de mis pechos, los miro enamorada, y eso basta para que desvergonzadamente se disparen, maliciosa lamo mi índice y aplico él bálsamo de mi saliva para calmarlos, pero solo consigo que despierten más. Dejándolos sufrir un poco giro mi cuerpo, devoro el perfil de mi trasero premiándole con un dulce mimo que se deforma en una caricia morbosa.
 Flexiono mis rodillas expulsando el cuerpo hacia atrás como una felina que se acomoda para  ser cogida, mientras mi rostro se desfigura en gestos que simulan una profunda  penetración. Trepo una pierna hacia una silla ubicada estratégicamente, y vuelvo la vista hacia el espejo, mi cabello cubre mi espalda y a la vez deja entrever la forma redondeada de mis caderas, y la rebosante carne de mis glúteos, no miento, se me enerva la piel de ganas y me estremezco con algo parecido a la sensación de tener a un hombre, besando bajo mi cintura, succionando aquel punto prohibido que me hace gemir como una putita desvergonzada que suplica por mas.
 Acalorada dejo caer la bombacha, me siento de lado, haciendo que mi cadera exagere su forma curveada, con ansias de ver más, extendiendo mi pierna  hacia arriba regalándome la visión lasciva de una tanguita perdida en la línea de mi sexo, ahhh que placer me produce cuando con saña  tiro de ella ahorcándomela, imagino una lengua apagando mi fuego, buscando cobijo en mis grutas e inevitablemente la telita suave del encaje toma el tono inconfundible de la humedad.
 Cambio de posición, extiendo mi torso hacia atrás, y con suaves caricias alegro mis pechos, mi abdomen, mi vientre,  flexiono mis piernas prodigándome más gozo. Desde los tobillos subo por la parte interna de mis muslos, hasta separar mis ingles, abriéndome entera, mis ojos se clavan en aquellos labios sonrosados que escapando de la tanga  imploran  por un par de dedos morbosos caminando entre ellos, pero no, aún no es tiempo de rozar mi flor, no es tiempo, pero al menos dejo que mi dedo corazón valorice mi humedad, que ya está a punto.
 Despierta mi codicia de mirar mi sexo desde otro enfoque,  me pongo en cuatro, mis muslos asemejan ser torres que en medio de su ser tiene una gema incrustada, mas bien dos gemas que ansían ser profanadas por mis propios ojos, por mis propios dedos, por mis propios labios, pero no, odiosamente mis labios no podrían regalarme ese milagro…hago a un lado mi interior, el liquido de mi sexo resbala, y como  no podría dejar de beber el agua de mi fuente, con dos dedos en forma de cuchara calmo mi sed.
 Ya estoy caliente sin duda, mis caderas se agitan, mi sexo pide batalla, la sangre se marca en mis mejillas, y en la transpiración que empiezo a sentir en  medio de mis pechos, los junto, paso mi lengua por mis labios, la extiendo para alcanzar aunque sea un milímetro de la piel de mi pecho, no alcanzo, así  que sentándome como una diosa, levanto mi sagrada mama y logro que mi lengua roce mis botones y mis labios los atrapen. Qué placer!! felices las que logramos hacerlo!!
 Ya nada me frena, recibo de mi misma una ofrenda de caricias que va desde suaves masajes hasta pellizcos apretados, qué más da, si estoy como un animal alebrestado. Separo mis piernas, agacho mi rostro, el perfume que sale de entre mis muslo me excita es un aroma suave a hembra calenturienta, me derrito por tocarme pero no me doy gusto,  tengo que esperar hasta matarme de ganas. Retiro la tanguita y con desesperación la percibo, aspiro profundamente llenándome hasta el alma de mi olor carnal, socarrona, me la paso por el cuello, por los pechos por los muslos, … huelo más que nunca a zorra,… una zorra  solitaria, que gime y se araña de ganas.
 El ritual de calentamiento se ha cumplido, y ahora mi cuerpo clama por el desenlace.
 Con locura estrello mi ropa contra el espejo, y me toco, me toco con desesperación, llevo mis manos a mis senos que ansiosos han esperado por las caricias de quien sabe amarlos, los aprieto dejando las huellas de mis dedos sobre ellos, relajo… masajeo… aplasto… mojo…. atornillo… estiro…. les gusta, claro que les gusta, si se erectan exigiendo más,  les propicio de nuevas caricias y del placer de ser bañados por mi tibia humedad. Bajo hacia mi vientre deslizando mis manos hasta llegar a mi pubis, subo y me desvío hacia los confines de mis caderas que ansiosas no paran de oscilar,  el momento sublime ha llegado, basta de caricias, al fin la flor va a ser profanada…
 Mi cuerpo entero conspira en la búsqueda de placer, viajan mis dedos deleitándose en la humedad de mis labios inquietos que desean ser catados como si fueran un buen vino; los extiendo, los separo, deslizo un dedo  hacia el interior, otro dedo mas, los muevo pretendiendo nadar en mis profundidades. Qué delicia estoy siendo ensartada por mis propias armas sin la menor piedad, un par de minutos dando batalla, y la guerrera amazona sucumbe ante la mortal herida provocada en medio de sus muslos, gimoteo, gruño, me contraigo presa de un orgasmo intenso que me hace arquear la espalda y gemir de gusto.
 Aún disfrutando de las palpitaciones en mi sexo, exploro mi clítoris para alargar el placer, lo acaricio, lo muevo de un lado hacia el otro, masajeo circularmente, horizontalmente que es como más me gusta, he esperado tanto por tocarme  que mi cuerpo no necesita mucho para correrse otra vez, quizá no es un segundo orgasmo tal vez es solo uno largo e intenso, que fluye desde mi clítoris hasta perderse en el horizonte de mi culito, mientras mi  pobre vagina, se contrae al ser corchada por mis implacables dedos. Gimo a rabiar.
 El goce de mi masturbación,  solo es comparable, al placer que me produce el mirarme frente al espejo con el rostro de satisfacción, los ojos perdidos, los maxilares apretados, el cabello cayendo en mi cara, el sudor bajando por mis senos, mis muslos abiertos, mi flor gozosa, mis ingles bañadas, y mi silla, mi silla totalmente mojada…
 Algo recuperada, me arrodillo frente a mi silla, la acaricio con ternura, con el mismo amor que suelo tener por mi espejo, me inclino sobre ella, lamo su humedad y  la seco con mis labios, ya está, ya está lista para un nuevo encuentro…
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com
 
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