Entiende esto mujer, me gusta tu compañía y me excitas, me excitas demasiado…ven mami, ven que tengo todo listo para ti…

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Entiende esto mujer, me gusta tu compañía y me excitas, me excitas demasiado…ven mami, ven que tengo todo listo para ti…
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Un magnate de bolsa, cansado y asustado por los continuos ingresos de su única heredera en clínicas de desintoxicación, ve en las novedosas teorías de Jack Mcdowall, un neuropsiquiatra con un oscuro pasado como agente de la CIA, la única forma de que su hija deje las drogas. No le importa que el resto de la comunidad científica las tache de peligrosas y decide correr el riesgo. Para ello no solo lo contrata, sino que pone a su disposición el saber y la intuición de una joven química, pensando que esas dos eminencias serán capaces de tener éxito donde los demás han fracasado.
Desde el principio existen claras desavenencias entre ellos pero no amenazan el resultado porque lo quieran o nó, sus mentes se complementan…. hasta que el experimento se sale de control.
En este libro, Louise Riverside y Fernando Neira se unen para crear una atmósfera sensual donde los protagonistas tienen que lidiar con sus miedos sin saber que el destino y la ciencia les tiene reservada una sorpresa..
MÁS DE 200 PÁGINAS DE ALTO CONTENIDO ERÓTICO
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
Capítulo 1
Jack McDowall se había quedado sin trabajo. Hasta que publicó su último ensayo en Journal of Psychology, todo el mundo reconocía su valía como neuro psiquiatra, pero las controvertidas propuestas que se había atrevido a enunciar en esa revista lo habían convertido en un paria, un peligroso iluminado.
«Y si supieran que dichas teorías las desarrollé en gran parte gracias a mi labor en la CIA, querrían lapidarme», se dijo pensando en la mala prensa que tenían todos aquellos que habían servido en Afganistán.
Todavía recordaba la defensa que había hecho del tema cuando el decano de la prestigiosa universidad en la que colaboraba le había comunicado que debía tomarse una excedencia.
―John, no he dicho nada que la gente no supiera― comentó al verse acorralado por la polémica: ―Solo sistematicé una serie de técnicas que se vienen utilizando desde hace años y les di una aplicación práctica en un problema que acucia a toda la sociedad.
―No me jodas, Jack. Siempre te ha gustado provocar y hasta el título de tu artículo “Violencia coercitiva y uso de sustancias en la desintoxicación de drogadictos” es una muestra de ello.
Defendiéndose, el neuro psiquiatra respondió que su ensayo que estaba dirigido a un público informado y no a la plebe.
―Exactamente por eso, ¿no te das cuenta de que lo que sostienes es el uso de drogas sustitutivas y el lavado de cerebro como medio para desenganchar a los enfermos? ¿Qué pasaría si tus técnicas las usara un desaprensivo que se cree un mesías?… ¡No tendría problemas en convertir a sus acólitos en zombis incapaces de pensar!
― ¿Acaso Seaborg o McMillan son responsables de las bombas atómicas por haber descubierto el plutonio? Los científicos tenemos que estar por encima de eso― protestó acaloradamente: ―Por supuesto que los métodos que propongo pueden ser usados en otros fines, pero no por ello dejan de ser menos válidos. Piensa en los millones de personas que dependen de las drogas en nuestra sociedad, ¡les estoy dando una salida a sus miserables vidas!
― ¡Te equivocas! Lo que realmente has hecho es sistematizar y perfeccionar una herramienta con la que se puede controlar a las masas y eso crearía una sociedad cautiva, sometida y sin libertad. ¡Una dictadura perfecta!
Que le acusaran veladamente de nazi le indignó porque no en vano había dedicado dos años de su vida a combatir los estragos que los talibanes habían provocado en la mente de los americanos que habían caído en su poder.
―No acepto una simplificación como esa. Si un presidente quiere un lavado de cerebro en masa solo tiene que coger el teléfono y llamar al dueño de Facebook.
―Esa es tu opinión, pero no la del consejo. Por eso hemos decidido que debes tomar un año sabático mientras todo se calma― sentenció su jefe dando por terminada la conversación.
«Sigo sin poder aceptar que los miembros de la élite cultural de este país sean tan estrechos de mente», murmuró preocupado porque llevaba una semana buscando otra universidad que le diera cobijo.
Y todas con la que había contactado le habían dado largas cuando no le habían rechazado directamente. Por ello esa mañana, estaba en casa intentando hacer algo para romper la monotonía en que se había instalado desde que le habían notificado su cese, cuando escuchó el sonido agudo del timbre.
«¿Quién será?», se preguntó extrañado de que alguien, rompiendo su aislamiento, estuviera llamando a su puerta.
Al abrirla, se encontró con un chofer que tras cerciorarse de quien era, señalando la limusina que conducía, le pidió educadamente que le acompañara porque su jefe quería verle.
La sorpresa no le dejó reaccionar y antes de poder recapacitar, se vio dentro del lujoso vehículo con rumbo desconocido.
«Ni siquiera le he preguntado quién le manda», murmuró para sí mientras decidía si pedirle que parara o dejar que le llevara hasta su superior. La ausencia de otras ocupaciones le hizo comprender que nada tenía que perder y por eso relajándose, disfrutó de la comodidad de su asiento mientras a través de la ventana observaba la ajetreada vida de los neoyorquinos, sabiendo que muchos de ellos necesitaban una pastilla o una dosis de cocaína para levantarse todas las mañanas.
«Si me dejaran terminar mis estudios, ¡podría salvarlos!», se lamentó sintiéndose una víctima de la hipocresía reinante entre la clase pensante de ese país.
Seguía torturándose con lo que consideraba una injusticia equivalente a la que había que había sufrido Copérnico por hablar de heliocentrismo cuando de pronto el conductor paró frente a un impresionante edificio de la Quinta Avenida.
«¡Menuda choza tiene por oficina el que vengo a ver!», sentenció mientras junto al uniformado recorría el hall de entrada.
Si el lujo de esa construcción le había dejado apantallado, más lo hizo el que el sujeto que fuera a ver tuviera un ascensor privado cuyo único destino era su despacho.
«Esto huele a servicio secreto», dijo para sí pensando que quizás algún jerarca de una oscura agencia de seguridad había sabido de sus teorías, y escamado tras su experiencia en la Agencia, pensó: «Si es así, ¡me voy! ¡No voy a trabajar más para el gobierno!».
Los veinte segundos que ese elevador tardó en llegar a la planta superior le parecieron eternos y por eso se animó cuando por fin sus puertas se abrieron. La alegría le duró poco al reconocer al tipo que se acercaba renqueando hacía él.
«¡No puede ser!», murmuró en silencio confundido porque el hecho de que quien casi lo había secuestrado fuera uno de los más famosos magnates de Wall Street, «¿Qué cojones querrá de mí Larry Gabar?».
Su cara y su nombre eran habituales en los periódicos financieros de todo el mundo, pero también en los sensacionalistas por los continuos escándalos que su hija Diana provocaba cada dos por tres. No sabiendo a qué atenerse y tras saludarlo con un apretón de mano, lo siguió hasta su despacho.
«En persona, parece más viejo», sentenció fijándose en las profundas arrugas que surcaban la cara del ricachón.
Acababa de sentarse cuando ese hombre acostumbrado a enfrentarse con tiburones de la peor especie, con el dolor reflejado en su rostro, le soltó:
―Muchas gracias por venir, necesito su ayuda.
Que un sujeto como aquel se rebajara a hablar con un profesor de universidad ya era suficientemente extraño, pero que encima casi llorando le pidiera auxilio le dejó pasmado. Desconociendo en qué podía socorrerlo, Jack espero a que continuase.
―Mis contactos me han explicado que usted está desarrollando una novedosa terapia para desenganchar a drogodependientes.
―Así es, pero todavía está en pañales.
Levantando su ceja, Larry Gabar le taladró con la mirada:
―No es eso lo que me han dicho. Según mis fuentes, solo está a expensas de que alguien financie la puesta en práctica de sus teorías y ¡ese voy a ser yo!… Siempre que acepte mis condiciones.
A pesar de que para él era vital que alguien sufragara los enormes gastos de sus estudios, supo de inmediato que el interés de ese hombre no era mero altruismo, sino que era debido por algo que estaba a punto de conocer. Por eso, controlando el tono de su voz, para no revelar su alegría, Jack le preguntó cuáles eran esos requisitos que tenía que cumplir.
―Como me imagino que sabe, tengo una hija drogadicta. Quiero que la desenganche de esa mierda y que no vuelva a recaer.
El neurólogo comprendió lo peligroso que podría resultar tratar a la hija de uno de los hombres más poderosos de todo Estados Unidos, pero también que, de tener éxito, al hacerlo se le abrirían las puertas que de otra forma permanecerían cerradas.
―No tengo problema en tratarla una vez se haya confirmado la validez de mis métodos― contestó aceptando implícitamente el hacerse cargo de su vástago.
― ¡Mi hija no puede esperar! ¡Cualquier día la encontrarán tirada en un rincón víctima de una sobredosis! ¡Debe usted empezar de inmediato!
Esa era la contestación que más temía. No en vano sus planteamientos seguían siendo eso, planteamientos que jamás habían sido puestos en práctica. Tratando de no perder esa financiación, pero también que el millonario aquel comprendiera lo novedoso de los métodos que proponía, le preguntó si sabía en qué consistía la terapia.
Para su sorpresa y sacando un dosier, se lo dio diciendo:
―Me he informado y si acepto que un antiguo interrogador de la CIA le lave el cerebro a mi pequeña, es porque lo he intentado todo. Me trae al pairo como lo consiga, solo quiero a Diana lejos de las jeringuillas.
No supo que decir. Se suponía que nadie sabía que, además de ayudar a las víctimas de los Talibanes, la compañía lo había utilizado para sonsacar los planes a esos fanáticos. Jack mismo intentaba olvidarlo porque le avergonzaba el haber usado sus conocimientos como torturador.
Que ese hombre estuviera al tanto de ese papel, lo dejó acojonado al comprender que había tenido que usar todo su poder para conseguir esa información. Tras reponerse de la sorpresa, supo que de nada serviría fingir ni minorar el riesgo que ser la cobaya con la que experimentarían por primera vez sus arriesgadas teorías, replicó:
―Es consciente que la llevaré al borde del colapso físico y psíquico para poder manipular su mente y del peligro que se corre.
Con una mueca amarga en su boca, Larry Gabar contestó:
―Lo sé y antes de verla un día más tirada como piltrafa, prefiero correr el riesgo de que muera.
Impresionado por el valor del viejo, insistió:
― ¿Sabe que para ello propongo usar unas drogas que todavía no están plenamente desarrolladas?
―Eso cree, pero no es cierto. Tras leer su artículo, puse a mi gente a indagar y descubrí que existen.
―No es posible, ¡yo lo sabría! ― el neurólogo contestó casi gritando porque, de ser cierto, podría poner en práctica sin más dilación sus teorías.
Apretando un botón, el ricachón pidió a su secretario que hiciese pasar a su otro invitado.
―Jack, le presentó a J.J., la investigadora que ha creado unos compuestos que se adecuan a sus requerimientos.
Le costó creerse que esa joven rubia fuera experta en química orgánica. Por su juventud parecía más una colegiala que una científica y tampoco ayudaba que el jersey de cuello que llevaba fuera el que usaría una militante de ultraizquierda.
―Encantado de conocerla ― aun así, se presentó como si fuera una colega.
La recién llegada masculló a duras penas un hola, tras lo cual se hundió en un sillón como si esa conversación no fuera con ella. Gabar sin duda debía conocer las limitadas habilidades sociales de la muchacha porque olvidándose de la autora, empezó a explicar sus descubrimientos leyendo un documento que tenía en sus manos.
Llevaba menos de un minuto, relatando las propiedades de las diversas sustancias cuando impresionado por lo que estaba oyendo, Jack le arrebató los papeles y se los puso a estudiar en silencio.
El ricachón obvió la mala educación del neurólogo y sabiendo que lo había deslumbrado, esperó sonriendo que terminara.
«No me lo puedo creer, ¡ha modificado la metadona añadiendo unas moléculas que nunca había visto!», exclamó mentalmente mientras repasaba una y otra vez las supuestas propiedades de ese compuesto.
Lo novedoso de ese desarrollo lo tenía alucinado porque saliéndose de la línea que se estudiaba en todo el mundo, esa niña había planteado una nueva vía que se ajustaba plenamente a sus requerimientos.
― ¿Quién es usted? ― le espetó al no entender que jamás hubiese oído hablar de ella, de ser cierto todo aquello, esa pazguata era el químico más brillante que jamás conocería.
―Jota .
― ¿Tendrá apellido? ― molesto Jack preguntó.
―Jota ― sin levantar su mirada replicó ésta con un marcado acento español.
Interviniendo, el ricachón explicó al neurólogo que, en el acuerdo que había llegado con ella, estaba mantener su identidad oculta porque quería seguir viviendo anónimamente una vez acabara su colaboración.
Jack estaba a punto de protestar cuando de improviso escuchó a la cría alzar la voz:
―Como comprenderá, de saberse, los cárteles de la droga llamarían a mi puerta porque mis compuestos se podrían fabricar a una ínfima parte de los que ellos distribuyen. Solo he accedido a desarrollar lo que usted necesitaba porque me interesa que tenga éxito y consiga sacar de las drogas a la gente.
― ¿Me está diciendo que los ha hecho exprofeso para mi investigación? ¡Eso es imposible! De ser verdad, ¡solo ha tenido un mes para conseguirlo!
Levantado su mirada por unos momentos, contestó:
―Tardé quince días. La verdad es que me resultó fácil porque, con su artículo, usted mismo me fue guiando.
El cerebro que debía poseer esa criatura para llevarlo a cabo hizo crecer en una desconfianza creciente porque nunca había escuchado algo igual. Por ello y dirigiéndose al magnate, preguntó:
―Usted se creé esta mascarada. Me parece una estafa. Es técnicamente imposible.
Riendo a carcajadas, Gabar le respondió:
―Jota lleva trabajando para mí desde los dieciséis años y si ella dice que sus compuestos cumplen las condiciones que usted planteaba, le puedo asegurar que es así. Confío en ella y usted deberá hacerlo porque, si acepta mi oferta, trabajarán juntos.
Que esa veinteañera fuera un genio que llevaba en su nómina desde niña le intimidó, pero también le hizo comprender que, junto a ella, su proyecto avanzaría a pasos agigantados y venciendo sus reticencias, se puso a negociar con el magnate las condiciones en las que se llevaría a cabo ese experimento.
Contra todo pronóstico, Larry Gabar no discutió apenas los términos y en lo único que se impuso fue en que quería que la desintoxicación de su hija tuviera lugar en una de sus instalaciones.
Al explicarle que estaba alejada más de cincuenta kilómetros del pueblo más cercano y que Diana no la conocía, Jack aceptó porque era necesario aislar al sujeto de todo lo que le resultara familiar, así como de cualquier estímulo que le hiciera recaer.
Lo que no le gustó tanto fue que, al cerrar el acuerdo, la tal Jota preguntara al magnate si era seguro que se quedarán ellas dos solas ¡con un torturador!…
Capítulo 2
Larry Gabar tenía previsto que aceptara el encargo y por eso, cuando Jack estampó su firma en el contrato que le uniría al magnate, apenas le dejó tiempo para ir a casa a preparar su maleta. Para su sorpresa, la finca donde pasarían los siguientes tres meses ya estaba completamente equipada para la labor.
―Diana llegará en tres días. Para entonces espero que todo esté listo para comenzar su desintoxicación― informó al neurólogo: ―Por lo que, si encuentra algo a faltar, dígamelo y se lo haré llegar.
―Una pregunta, ¿su hija está de acuerdo con internarse?
― ¿Acaso importa? ― replicó el padre.
―Lo digo por mero formalismo legal porque desde el punto de vista del tratamiento, da igual.
El sesentón respiró aliviado al escuchar que no hacía en principio falta el consentimiento de la paciente, pero sacando un papel, se lo entregó a Jack diciendo:
―Diana fue incapacitada por un juez y como su tutor soy yo el que lo autoriza.
Jack ni siquiera leyó el documento porque sabía que en caso de un percance de nada serviría tenerlo al tenerse que enfrentar con los mejores abogados del país. Aun así, se lo guardó. Tras despedirse del ricachón, se percató que Jota le seguía y girándose hacia ella, le preguntó si le iba a acompañar al avión.
La rubia contestó:
―Considero necesario estar desde el principio porque además de crear las sustancias que usted vaya necesitando, mi otra función será informar a nuestro jefe de los avances que vayamos teniendo.
A Jack le gustó que reconociera sin tapujos que era una infiltrada del magnate porque así sabría a qué atenerse. Quizás por ello, en plan gentil, le cedió el paso mientras salían del despacho, sin saber que al hacerlo la muchacha malentendería ese gesto y cabreada le exigiría que fuera esa la última vez que se comportara como un cerdo machista.
―Mira niña, antes me acusaste de torturador y me quedé callado. Pero el colmo es que ahora me insultes tildándome de sexismo sin conocerme. Intenté ser educado, pero ya que lo prefieres así: ¡mueve tu puto culo que tenemos prisa!
Nadie la había tratado jamás con tanta falta de consideración y como no estaba acostumbrada a ese trato, anotó esa afrenta para hacerle saber lo que pensaba en un futuro, pero no dijo nada.
«Si cree que me puede tratar así, va jodido», sentenció sin dirigirle la palabra.
Jack deploró el haberse dejado llevar por su carácter, pero tampoco hizo ningún intento por disculparse.
«Menudo infierno va a ser tener que vivir con esta imbécil. Sería darle la razón, pero lo que me pide el cuerpo es ponerla en mis rodillas y darle una tunda para que aprenda a tener más respeto», pensó fuera de sí…
Una hora después el avión personal de Gabar estaba despegando del aeropuerto de LaGuardia con el neurólogo y la joven química en su interior. La falta de sintonía entre los dos quedó de manifiesto al sentarse cada uno en una punta para así no tener que hablar siquiera entre ellos. Es más, por si le quedaba alguna duda, Jota sacó de su bolso dos libros y se los puso a leer, dándole a entender que no deseaba entablar ningún tipo de comunicación.
Jack reconoció por sus tapas que eran libros de psicoanálisis y eso le dejó perplejo porque lo especializado de su temario hacía que solo alguien versado en la materia pudiera entenderlo.
Tratando de devolver veladamente sus insultos, desde su asiento ofreció a la rubia su ayuda diciendo:
―Si necesitas que te aclare algún concepto, solo tienes que pedirlo.
Levantando su mirada y por un momento, la cría le pareció humana, pero fue un espejismo porque al momento, luciendo una sonrisa de superioridad, esa bruja contestó:
―No creo que me haga falta, solo estoy repasando conceptos que tengo un poco oxidados. Piense que ya hace cuatro años que me doctoré en psiquiatría y desde entonces apenas he tocado estos temas.
No sabiendo que le jodía más, si que ese cerebrito fuese doctora en su misma rama o que lo hubiese dejado caer sin darle importancia, Jack replicó molesto que, ya que sabía del tema, quería escuchar su opinión sobre el método que él proponía para desenganchar de las drogas a los pacientes.
Sin separar los ojos del libro, Jota respondió:
―Es un enfoque que en un principio me escandalizó, pero tras meditarlo, comprendí que podía ser acertado el planteamiento. Hasta ahora todos los psiquiatras han tratado a los drogodependientes por medio de la persuasión, pero usted propone algo más. Mientras ellos se conformaban con se alejen de las drogas, usted desea que piensen y se sientan libres de ellas, aunque para ello tenga que usar la coerción para moldear los flujos de información de sus cerebros.
Al oír sus palabras, esa criatura lo había descolocado porque había sintetizado en apenas treinta segundos su teoría. Por ello, menos molesto, le preguntó qué pasos creía que iba a seguir para conseguirlo.
―Nuevamente, me toma por novata― respondió Jota: ―cualquier estudiante de primero puede responder a esa pregunta: Lo primero que va a hacerle es una revisión física completa mientras sigue confusa por hallarse en un ambiente hostil. Me imagino que además de los análisis normales, le hará unos escáneres para comprobar el daño que las drogas han hecho en su cerebro.
―Así es― confirmó el neurólogo: ― por mi experiencia si sabemos que el estado de sus lóbulos y cómo funcionan, nos resultará más sencillo detectar las debilidades que vamos a usar para manipular su mente.
― ¿Qué espera encontrar en Diana?
―Deterioros en su capacidad cognitiva, memoria dañada, falta de autocontrol… nada que no haya visto antes― contestó.
Confirmando a su interlocutor que conocía a su futura paciente, Jota insistió:
―Diana no es la típica drogata. Además de ser una mujer bellísima, de tonta no tiene un pelo. Se ha llevado a la cama a todos y cada uno de los terapeutas que su viejo ha puesto en su camino.
―No dice nada en su historial― cabreado señaló Jack mientras revisaba su expediente ― ¿Cómo nadie me ha avisado de algo así? ¡Es importantísimo!
―Me imagino porque esos papeles han sido escritos por los mismos que sedujo y nadie es tan honesto de dejar al descubierto sus pecados.
―Sabrás lo importante que es el sexo en el sistema de recompensas cerebrales. El placer puede ser la herramienta con la que hacerla cambiar. Las dosis de dopamina que se producen en cada orgasmo las podemos aprovechar para desmoronar su adicción a otras sustancias.
― ¿Está hablando de hacerla adicta al sexo? ¿Eso sería cambiar una adicción por otras?
―En un principio puede ser, pero cuando ya esté recuperada de las sintéticas será más fácil tratarla y no existen casi contraindicaciones. ¡A todos nos viene bien echar un polvo!
Jota estuvo a punto de protestar porque siempre había tenido dudas sobre los efectos beneficiosos del sexo más allá de los meramente físicos. Además, ella nunca se había visto atraída por otra persona, con independencia de su sexo, pero considerando que su vida personal no tenía nada que ver en el tratamiento, se lo quedó guardado.
«No me interesa que este capullo sepa que soy virgen y menos que nunca he sentido un impulso sexual. Como el manipulador que es, lo usaría en mi contra», decidió en el interior de su mente.
Asumiendo que era una anomalía, no por ello podía negar que la lujuria era común a la mayoría de los humanos. Y dando la razón en principio al neurólogo, aceptó desarrollar un compuesto que incrementara el deseo físico y la profundidad de los orgasmos.
―Por lo que deduzco, quiere una especie de “Viagra femenino” con los efectos que supuestamente produce el “Éxtasis”, mayor sensibilidad táctil, disminución de ansiedad e incremento del deseo.
―Sí y no me vale con un coctel de serotonina. Necesito que pienses en algo que incremente exponencialmente el placer. Tienes cuatro días para diseñarlo y producirlo, quiero usarlo en nuestra paciente en mitad de su síndrome de abstinencia para que psicológicamente su impacto sea mayor.
―Lo que me manda es complicado por falta de tiempo, pero intentaré que al menos ese día tenga algo con lo que trabajar, aunque luego perfeccione la fórmula― respondió la rubia mientras sacaba su portátil y se ponía a trabajar.
Mirandola de reojo, Jack observó cómo se concentraba en la misión mientras se preguntaba cuántos químicos que conocía hubiesen aceptado ese imposible.
«Ninguno», sentenció, «todos me hubiesen mandado a la mierda y llamándome loco, ni siquiera lo hubiesen intentado» …
Las luces se habían apagado hacía rato y Mario yacía en su cama, sin poder dormir. Su cabeza era un revoltijo de pensamientos que le impedían cerrar los ojos. Lo que había pasado esa tarde podía calificarse de muchas formas. Imprudencia, impulso, estupidez… pero él prefería calificarlo como una oportunidad. Si jugaba bien sus cartas y tenía un poco de suerte podría salir de ese agujero y retirarse a un país que no admita extradiciones.
Después de dar a Sergio instrucciones para que no se interpusiese en su camino, volvió al piso franco. Cuando llegó faltaban solo tres horas para el amanecer y decidió aprovecharlas para dormir, dejando la lectura de los informes para la mañana siguiente.
El sol, atravesando la ventana del pequeño estudio, le dio en la cara despertándole. Echó un vistazo para cerciorarse de que los dos tortolitos seguían durmiendo y leyó los informes del detective en el ordenador mientras desayunaba un café y un par de tostadas.
El hombre era minucioso y anotaba todo lo que observaba dando una crónica detallada del día a día del hombre, que no parecía separarse de la joven ni un minuto, con lo que Hércules consiguió hacerse una imagen de la pareja. Parecía obvio que era él quien llevaba la voz cantante y la joven se limitaba a hacer lo que le ordenaba. A menudo Julio se mostraba como un tipo dominante y caprichoso y ella se limitaba a obedecer y adorarle como a un dios, su dios.
Cuando continuó con la lectura descubrió que con cierta frecuencia visitaban un club en la zona vieja, el nombre le sonaba, pero no terminaba de ubicarlo.
Buscó en internet y rápidamente recordó de que lo conocía. El Janos era un club de intercambio de parejas. Lo sabía porque uno de sus compañeros del equipo de rugby iba allí con frecuencia.
No le extrañó demasiado. Joanna ya había sido capaz de cometer un delito por él. No le parecía descabellado que eso incluyese sexo con otras personas.
A eso del mediodía, la pareja al fin se puso en marcha y Hércules apagó el ordenador dispuesto a seguirles el resto del día.
Pasó un par de días más persiguiendo a la pareja en sus andanzas. Básicamente no hacían otra cosa que follar y salir de fiesta. Como no quería seguirlos tan de cerca y arriesgarse a que lo reconociesen, había optado por clonar el móvil de Joanna y usarlo como micrófono y GPS para tenerlos siempre vigilados.
El detective había cumplido su palabra, seguía las instrucciones que le había dado, se mantenía en un segundo plano y solo aparecía lo justo para poder seguir realizando informes para la misteriosa mujer. Por ese lado podía estar tranquilo.
A la noche del tercer día, los dos tortolitos se pusieron sus mejores galas y salieron de nuevo a la calle. Hércules salió a la azotea y les siguió pensando que volverían de nuevo a una de las discotecas del centro a beber y a follar, pero le sorprendieron tomando un camino diferente. Finalmente llegaron al club Janos. Hércules se quedó en la azotea del edificio de enfrente y se conectó al móvil de Joanna para poder enterarse de lo que estaba pasando.
Al principio solo oyó el crujido de los objetos que golpeaban contra el móvil dentro del bolso, pero tras uno segundos el bolso dejó de moverse y pudo escuchar algo.
La música en el local era suave y estaba en volumen bajo, permitiendo conversar a los presentes sin tener que forzar la voz. Escuchó como sus objetivos pedían unos gin tonics mientras charlaban con las distintas personas presentes en el club. Las conversaciones eran desinhibidas. Hablaban de preferencias sexuales posturas y fantasías eróticas con otras parejas. Al principio no parecían tener preferencia por nadie, pero tras poco más de media hora pareció que solo quedaba una pareja con ellos.
Charlaron un rato, Julio alabó el pelo largo y castaño y los ojos azules de la mujer de la otra pareja lo que puso a Hércules en guardia. A continuación Julio les preguntó que por que les habían elegido a ellos ya que estaba claro que todas las parejas del local se habían fijado en ellos. Sus interlocutores respondieron que les habían caído bien y que el hombre se había fijado en el cuerpo de Joanna.
Joanna no contestó, pareció la más cohibida de los cuatro. Durante unos segundo se produjo un silencio incómodo que Julio interrumpió con un chiste e invitó a la pareja a una de las habitaciones que había en la parte trasera del club.
El ruido de golpes y roces le indicó que se habían puesto de nuevo en movimiento. Un par de minutos después llegaron a la habitación y Hércules oyó como Joanna sacaba el móvil mientras Julio no paraba de parlotear y posándolo sobre una superficie plana conectaba la cámara.
Hércules pudo ver como la cámara del Iphone abarcaba una habitación tenuemente iluminada con una enorme cama con dosel por todo mobiliario.
En el otro extremo de la habitación Julio entretenía a la otra pareja sin parar de hacerles preguntas y procurando que le diesen la espalda a Joanna para que pudiese colocar adecuadamente la cámara sin que la otra pareja se diese cuenta.
Cuando Joanna terminó, se volvió y se acercó al trío que se acariciaba y se desnudaba mientras conversaba animadamente. No le extrañaba que Julio los hubiese elegido; la belleza de la otra pareja era espectacular. El chico era un hombre joven perfectamente musculado de pecho profundo con un rostro atractivo y una sonrisa socarrona de las que suele volver locas a las mujeres.
La mujer le produjo a Hércules un escalofrío. Era exactamente como la había descrito el detective. No le gustaba nada, pero como aun no sabía lo que aquellos dos pretendían exactamente prefirió esperar. No podía entrar allí y matar a aquella pareja sin ninguna prueba. No sabía lo que querían de Joanna y Julio y ni siquiera estaba seguro al cien por cien de que aquella espectacular mujer fuese la que había contratado a Sergio Lemman.
A pesar de que ya habían acudido a aquel club varias veces nunca se acostumbraría a aquello. Joanna se sentía tan nerviosa y vulnerable que estaba a punto de salir corriendo. Solo una sonrisa de aliento y un ligero cachete de su novio le animaron a continuar.
Por lo menos esta vez su pareja le resultaba realmente atractiva. A pesar de ser más joven que Julio tenía el mismo punto canalla y malote que tanto le ponía. De todas maneras dejó que fuesen su novio y aquella zorra de pelo castaño los que empezasen a acariciarse. Miró a la otra mujer con envidia. Era una belleza. Tenía el pelo largo y liso, de color castaño hasta la cintura, una cintura de avispa que daba paso a un culo respingón y unas piernas largas, esbeltas y morenas que incluso ella estaba tentada de acariciar.
Vio como Julio miraba, estrujaba sus grandes tetas y chupaba sus pezones, sintiendo como los celos la dominaban. Julio la miró y su sonrisa se le clavó en el corazón haciendo que reaccionase.
Apretando los puños para contener el temblor que dominaba su cuerpo se acercó al otro hombre.
Así que quieres que te llame Sirena, —dijo el desconocido acariciando el cabello de Joanna— Puedes llamarme Trancos.
El hombre se desnudó ante ella con una sonrisa desvelando el por qué de haber elegido ese apodo. La polla que colgaba, aun semierecta de su entrepierna era la cosa más enorme e intimidadora que había visto jamás.
Saboreando la revancha, Joanna se acercó al hombre y arrodillándose frente a él la tomó entre sus manos acariciándola con suavidad mientras de reojo miraba la cara de duda y fastidio de Julio al ver semejante herramienta.
Tras un par de minutos abrió la boca todo lo que pudo y se metió la punta de la polla. Inmediatamente un sabor acre inundó su boca. Durante un instante la joven dio un respingo, pero el calor y la suavidad de aquella polla la excitaron animándola a seguir chupando. Medio asfixiada se sacó el pene de Trancos y recorrió aquel bruñido pistón con su lengua, sintió la sangre correr apresurada por aquellas gruesas venas calentando aquel miembro y de paso calentándola a ella.
Giró un instante la cabeza y vio como su novio estaba encima de aquella mujer besándola y acariciando sus pechos y sus piernas. Se quedó un instante parada observándolos y su pareja aprovechó para darle un empujón tirándola sobre una espesa alfombra. Antes de que pudiese reaccionar Trancos esta inmovilizándola con su peso restregándole el pubis con su polla y lamiendo y mordisqueando su cuello y los lóbulos de las orejas.
De un nuevo tirón giró su cuerpo de modo que si la joven levantaba la vista podía ver como su marido le hincaba la polla a la mujer de Trancos sin contemplaciones. Joanna observó como la mujer rodeaba la cintura de Julio mientras este la penetraba con golpes secos, sin apresurarse, haciendo temblar todo el cuerpo de la desconocida.
Por un instante no se dio cuenta de que la boca del hombre bajaba por su cuerpo hasta que se cerró entorno a su sexo. Un gemido salió incontenible de su garganta al sentir como una lengua exploraba su húmedo interior. Inconscientemente, cerró los muslos y combó su espalda incapaz de estarse quieta.
Pronto los gemidos de la otra mujer se unieron a los suyos llenando la habitación. Trancos la dio la vuelta y la puso a cuatro patas. Cuando la polla del desconocido entró en ella sintió como su coño se estiraba lentamente acogiéndola hasta que estuvo alojada en el fondo, golpeándolo y distendiéndolo, provocando un intenso placer que recorría todo su cuerpo.
Joanna gritó y estiró su cuello viendo como la desconocida cabalgaba a su novio dejando que su larga melena ondease al ritmo de sus caderas. Se fijó unos instantes en la cara de su novio que se dio cuenta y el guiñó un ojo antes de agarrar un pecho de la mujer y metérselo en la boca.
Los duros empujones la obligaron a afirmarse en la alfombra y el placer se hacía cada vez más intenso a la vez que los empujones se hacían más rápidos y profundos. El miembro de aquel hombre entraba y salía con fuerza enterrándose profundamente en ella haciendo que perdiese el control sobre si misma…
El orgasmo le llegó arrasador e incontenible, el calor que invadió su cuerpo se unió al del semen de Trancos que eyaculaba dentro de ella una y otra vez prolongando su placer y haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Joanna abrió la boca y gritó a la vez que abría los ojos justo en el momento en que veía como la desconocida se sacaba un largo alfiler que había camuflado entre su cabellera y apuñalaba repetidamente a Julio con él.
Joanna gritó, esta vez de terror e intentó incorporarse y apartar a aquella bruja de su novio, pero Trancos la agarró por las caderas inmovilizándola con su cuerpo y rodeándole el cuello con sus manos.
—Lo siento mucho querida. —dijo el desconocido apretando el cuello de la joven— Pero tu novio no ha sido sincero con nosotros y debe recibir un castigo. No se puede engañar al cártel y pensar que no va a pasar nada.
La presión de las manos aumentaba inexorablemente cerrando sus vías respiratorias. Joanna intento gritar pidiendo auxilio, pero solo salió un áspero gañido de sus labios.
—Quiero que sepas que lo tuyo es pura mala suerte, pero como no os separabais ni un minuto no hemos tenido más remedio que acabar contigo también, no me gusta, pero así es la asquerosa realidad. —continuó el asesino dando un último apretón.
Notaba como sus fuerzas se escapaban. Con un último esfuerzo levantó la vista para ver como la sangre brotaba mansamente del cuerpo inerte del que fuera su novio. Pequeñas motas negras aparecieron ante sus ojos y empezaban a revolotear preludiando la llegada de la inconsciencia y la muerte cuando la puerta de la habitación salió proyectada hacia el interior con estruendo.
Como una tromba, un desconocido de larga melena rubia y rizada y de aspecto intimidante irrumpió en la habitación. La asesina reaccionó inmediatamente y con un grito se lanzó intentando apuñalar al gigantón.
El nuevo invitado agarró a la mujer en el aire y con un gesto de fastidio la estampó contra la pared. La mujer emitió un grito de dolor y cayó como un saco en el suelo, totalmente inconsciente.
Con un juramento Trancos apartó las manos del cuello de Joanna y se levantó. En un principio parecía que iba cargar sobre el desconocido, pero en el último segundo hizo una finta y se lanzó sobre el montón de ropa que había en una esquina.
El gigantón no logró atraparle a la primera, pero con un gruñido se lanzó sobre Trancos.
—¡Cabrón! ¡Hijo de puta sin alma! —exclamó agarrando al asesino por el tobillo.
Tomando aire con ansia Joanna vio como aquel hombre agarraba el cuerpo del asesino por el tobillo lo elevaba en el aire y lo estampaba contra el suelo con todas sus fuerzas. La pistola que había conseguido sacar el desconocido de entre el montón de ropas se le escapó de las manos y cayó mansamente al lado de Joanna.
Como activada por un resorte, se incorporó con la brillante pistola en las manos. De dos pasos sorteó al hombre que yacía en el suelo con el cráneo aplastado, se acercó a la bella desconocida que intentaba recuperarse del vuelo y le apuntó con el arma.
—No te atreverás. —dijo la mujer con desprecio— Y si lo haces pasarás el resto de tu vida en la cárcel.
—Te equivocas en las dos cosas. —dijo Joanna apretando el gatillo— Lo haré y no iré a ningún sitio porque tengo pasaporte diplomático.
Hércules estuvo tentado de parar a la joven, pero se identificaba totalmente con ella y sabía que aunque no le devolviese la vida de su novio, probablemente la venganza le ayudaría a pasar página.
***
—Bien, el tiempo se ha agotado. —dijo Hera observando cómo Hércules borraba las huellas en pistola y la ponía en las manos del cadáver del asesino— ¿Estará preparado?
—No lo sé, pero como dices no hay más remedio. Tiene que estarlo. —respondió Zeus mientras acompañaba a Hera y miraba como Hércules cogía a la joven y se la llevaba en volandas fuera del edificio— Esa diabólica mujer está cada vez más cerca de su objetivo. Va a montar una expedición que le llevará hasta la caja y solo Hércules puede impedirlo. Nadie más podría resistir la tentación de abrir esa puñetera caja.
—Espero que aprendas la lección y te dejes de jueguecitos de ahora en adelante.
—Necesito un último favor…
—¡Oh! ¡Por favor! —replicó Hera con hastío.
—Solo necesito que entretengas a Hades un rato para que yo pueda hablar con Hércules y convencerle de la importancia de la misión. Debe entregarse a fondo.
—¡Maldito seas! —dijo Hera— Espero que todo esto termine bien, porque si no…
Zeus no perdió el tiempo y antes de que Hera desapareciese en busca de Hades ya se había transformado en el anciano director de La Alameda.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO AMOR FILIAL
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De esa forma fue la primera pero no la última vez que tomé a mi criada mientras mi mente soñaba con que era la hija de mi tío la que recibía en su seno mis acometidas. Y tal como no tardó en confirmarme la propia Malena, esa mañana ella descubrió que una mujer le podía resultar sexualmente atractiva.
No pude estar más de acuerdo y dándole la razón, le pedí que ya que Manuel había roto cualquier puente conmigo, ella al menos intentara seguir en contacto con él. Pero tal y como me temía, mi ex también se vio apartada de su lado y por eso durante dos años, apenas supimos nada de su vida.
Comencé la nueva semana experimentando un pequeño inconveniente de ser mujer: el periodo. Aunque me resultó incómodo, por fortuna no fue traumático para mí como hubiera podido ser la primera menstruación de una adolescente. Ya tenía la experiencia de la Lucía original en este tema, y el que tomase la píldora anticonceptiva lo hizo todo mucho más fácil porque, incomodidades aparte, supe exactamente cuándo me iba a llegar, y apenas tuve molestias como las que los recuerdos de Lucía me mostraban de su vida antes de tomar el medicamento que regulase sus ciclos. De hecho, aparte de por el sexo que con relativa frecuencia Lucía había practicado antes de ser yo ella, la razón principal de tomar ese método anticonceptivo había sido la prescripción médica para controlar unos ciclos irregulares y particularmente dolorosos. Por eso, aunque yo pensé que había empezado a tomarla para seguir las rutinas de mi jefa, en realidad había sido mi subconsciente el que me había empujado a ello, conocedor de los efectos que tendría interrumpir el tratamiento.
El trabajo comenzó a volverse, en cierto modo, rutinario. El estrés y las prisas eran el pan de cada día, y siempre tenía que convocar alguna reunión de urgencia para hacer frente a las continuas eventualidades y pulir cuantos aspectos fuesen necesarios.
Mis subordinados aceptaron con agrado mi cambio de actitud, encontrándome más dialogante y con trato más cercano, aunque finalmente mis decisiones y forma de trabajar tampoco distaban mucho de las de la antigua Lucía. Tal vez fuera una estirada exigente y autosuficiente, pero también había sido una gran profesional que había sido capaz de rayar la perfección en cuantos proyectos había abordado, por lo que en ese aspecto yo no podía aportar nada nuevo.
Tengo que confesar que en muchos momentos me sentí abrumada, y que llegué a creer que no sería capaz de soportar el cargo de Subdirectora de Operaciones como mi predecesora lo había soportado. En más de una ocasión tuve que admitirme a mí misma que yo no era tan brillante como ella lo había sido, pero por suerte, mi transformación en Lucía no había consistido en un mero cambio físico, y siempre podía echar mano de sus recuerdos, conocimientos y experiencia, los cuales sumados a los que yo ya tenía siendo Antonio, eran suficientes para cubrir las necesidades que el duro puesto requería.
El trabajo era tan exigente, que durante la semana apenas tenía tiempo más que para dedicarme a ello, hacer algo de ejercicio en mi gimnasio, y hacer algunas compras por internet. Había descubierto que me encantaba ir de compras, y a falta de tiempo, internet era mi aliado. Mi holgadísima situación económica me permitía cuantos caprichos se me antojasen, y sí, descubrí que ahora era un poco caprichosa. El día a día de una mujer y las intensas experiencias vividas desde que era una, habían cambiado muchas cosas en mi propia personalidad. Apenas quedaba rastro del antiguo Antonio que había habitado en mi cabeza. Había sido ahogado en un río de hormonas femeninas cuyo caudal se había descontrolado cada vez que había tenido una nueva experiencia sexual, hasta el punto de convertirse en un mar impredecible en el que, por el momento, no era capaz de tomar el timón para controlar la navegación. Cuando algo me gustaba, me gustaba mucho, y tenía que tenerlo. Ya fueran cosas, dulces u hombres. Por eso siempre había cedido al deseo, porque aún no era capaz de controlarlo, era presa de las pasiones y estaba totalmente desinhibida para hacer cualquier cosa que se me pasase por la cabeza.
Afiancé un inicio de amistad con las chicas con las que tomaba el café de media mañana, especialmente con las dos que eran de mi misma edad. Con una de ellas, Eva, estaba haciendo muy buenas migas. Eva era una chica muy inteligente y bastante tímida, pero una vez que conseguí franquear la barrera de su timidez, empezó a mostrarme su verdadero carácter, cayéndome fenomenal. Supe que sentía cierta admiración por mí en el terreno profesional, y sospeché que también en otros aspectos. Ella era una chica bastante atractiva, pero su timidez le impedía sacarse todo el partido con el que sería capaz de deslumbrar, así que me propuse ayudarle en ese terreno, ya que desde que me había convertido en Lucía, había desarrollado un especial y fino gusto por estar siempre radiante. Mi intención podría parecer frívola, pero en absoluto lo era. Quería hacerme amiga de Eva y ayudarle en lo que estuviera a mi alcance, y un cambio de look y actitud podría ser un comienzo.
Volví a hablar con mi amiga Raquel por teléfono, quien me contó que la relación con su nuevo novio iba viento en popa, disfrutando de la pasión y el descubrimiento mutuo. También me dijo que habían decidido ir a verme, estaba deseando presentarme a Sergio, como se llamaba su chico, aunque eso ya sería para un par de semanas después de aquella conversación, así que quedamos en que ya me avisaría de cuándo podrían visitarme.
También recibí algunos mensajes de Pedro, y tuvimos algunas conversaciones a través de ellos, pero siempre decliné sus invitaciones para quedar. No es que no me apeteciese quedar con él y charlar, pero sabía lo que él realmente deseaba, y la verdad es que yo también, por lo que sabía que si nos encontrábamos no podría reprimirme, en cuanto viera su paquete abultado por mí, dejaría que me follara sin compasión, Y eso no podía ser, tenía que pasar página y dejar aquello como un placentero capítulo pasado de mi vida, puesto que no podía llegar a nada más.
El jueves fui al hospital a ver a Antonio. Yo ya había asumido completamente que era Lucía, y así sería para siempre, pero me reconfortaba encontrarle allí tumbado y poder contarle mis experiencias como a un silencioso amigo que siempre me apoyara.
Cuando iba a marcharme, apareció allí Pedro, y no venía solo, le acompañaba su madre. Me dio un vuelco el corazón cuando vi a ambos. Alicia, su madre, estaba tan guapa como la recordaba, y por un momento despertó al resquicio de hombre que quedaba en mi interior clamando por aquella bella mujer que le había desvirgado. Ya rozaba la cuarentena, pero los amigos de Pedro tenían razón: estaba buena, y fui capaz de apreciarlo tanto desde mi ahogada masculinidad, como desde mi nueva y desbordante feminidad.
Pedro me la presentó como “Alicia”, recordándome lo curioso que me resultaba que siempre la llamase por su nombre; tal vez algún día le preguntaría la razón. Sentí una descarga eléctrica recorriéndome cuando su madre y yo nos dimos dos besos. Ella no pareció sentir lo mismo, tan sólo me observó de la cabeza a los pies sin ningún pudor, haciéndome un completo escáner con el que me clasificó y catalogó, aunque no mostró emoción alguna que me indicase cual era el resultado de esa catalogación.
– “Si supieras lo que he hecho con tu hijo…”- pensé-. “Y… si tu hijo supiera lo que tú hiciste con Antonio…”
Al final, Pedro me convenció para que me quedase un poco con ellos. Le explicó a su madre que yo era jefa de Antonio, y que nos habíamos conocido allí, en el hospital. También le contó que yo había estudiado la misma carrera que Antonio y que él estaba estudiando, y que le había dicho que tenía futuro. Así que de repente, tuvo una idea feliz:
– Lucía podría darme clases particulares de las asignaturas que me resultan difíciles –soltó repentinamente con una sonrisa.-. ¿Qué te parece, Alicia?.
– ¿Ah, sí? – dijo su madre-. La verdad es que te vendría bien, te han quedado tres para Septiembre…
– En dos de ellas me podría ayudar mucho…
– Bueno, no, yo no… -contesté buscando una excusa.
– ¡Sí, sí! –exclamó Pedro visiblemente excitado-. Alicia, convéncela, por favor…
– Si es por el dinero, no hay problema, podemos pagarlas –añadió ella-. Tal vez un par de horas a la semana por asignatura…
– ¡Eso es! –volvió a exclamar Pedro con brillo en sus ojos ante tal perspectiva.
– No, de verdad – contesté-. No es por el dinero, ni mucho menos, no podría cobrarle siendo amigo de Antonio… Es que no sé si soy buena profesora…
– Que sí –dijo Pedro-, eres buena profesora, ¡seguro!.
Ante el incontenible entusiasmo de su hijo, Alicia volvió a mirarme de arriba abajo, y ya sospechó.
– Bueno, cariño –le dijo-, si no quiere no insistas.
– No es que no quiera –traté de suavizar-, es que estoy fatal de tiempo por el trabajo…- traté de excusarme.
– Venga –insistió el chico-. Además, si uno solo te parece poco, se lo puedo decir también a mis amigos Carlos y Luis, seguro que ellos también quieren formar un grupo.
“¡Será cabrón!”, pensé. Mis hormonas se dispararon al instante. La posibilidad de repetir la experiencia con aquellos tres jovencitos calentó mi mente presentándome esa oportunidad como algo muy apetecible. Pero pude sobreponerme a ello, y tras tragar saliva, volví a negarme:
– No, no podría…
– Pedro –le inquirió Alicia con severidad-, deja de ponerla en un compromiso, ¿vale?. Si ya te ha dicho que no, es que no.
Volvió a estudiarme, y ante la insistencia de su hijo, llegó a la conclusión de que lo mejor sería dejar el tema.
Pedro agachó las orejas, y aunque se trataban de igual a igual, guardó un respetuoso silencio ante el toque de atención de su madre.
– Bueno, yo tengo que marcharme –dije rompiendo el incómodo silencio y poniéndome en pie.
– Te acompaño hasta abajo –me dijo Alicia-, voy a fumarme un cigarro. Ahora subo, cariño –le dijo a su hijo guiñándole un ojo con complicidad para suavizar la pequeña tensión que había surgido entre ambos.
Él sonrió asintiendo, estaba claro que sentía adoración por su madre. De hecho, el ponerse a estudiar una carrera, aparte de por el consejo de Antonio, había sido por hacerle feliz a ella.
Le di dos besos de despedida al chico, y salí de la habitación acompañada por su madre.
– Perdona por la insistencia de Pedro- me dijo cuando llegamos a la salida del hospital.
– No te preocupes –le contesté resuelta-. Los chicos de su edad son muy impetuosos.
– Precisamente por eso…
Salimos a la calle, encendió un cigarrillo y me ofreció a mí otro. Por un momento dudé, pero finalmente lo acepté. Llevaba casi una semana sin probar uno, desde aquella noche, y no me apetecía especialmente, pero sí que me apetecía prolongar la compañía de Alicia, me resultaba agradable, así que dejé que me encendiera el cigarrillo ofrecido.
– ¿A qué te refieres con lo de precisamente por eso? –le pregunté con curiosidad.
– ¿Puedo serte totalmente sincera? –me preguntó exhalando suavemente el humo del cigarrillo hacia arriba.
– Claro…
– Si hubieras sido un hombre, Pedro no habría puesto tanto entusiasmo en unas clases particulares.
– Ya…
Aunque no tenía ni idea de la historia entre su hijo y yo, Alicia era una mujer observadora. No sospechaba que hubiera habido nada entre nosotros, pero el comportamiento del chico había sido bastante evidente.
– A su edad, los chicos son un saco de hormonas – le dije-, pero bueno, a mí me ha parecido que Pedro estaba realmente interesado en que le diera esas clases para mejorar…
– Sí, sí- contestó Alicia-. Es muy buen chico, y no dudo de su verdadero interés por las clases, pero de verdad que te agradezco que finalmente hayas rechazado el dárselas.
– ¿Ah, sí?, ¿y eso por qué?.
– Si me permites seguir siendo sincera… Eres demasiado atractiva para darle clases… No creo que consiguieras centrarle en los estudios, y no quisiera pagar para que mi Pedro se pase el tiempo desnudándote con la mirada…
Aquello hirió mi orgullo más allá de lo que jamás hubiera podido imaginar. Lucía había pasado toda su vida luchando por no ser juzgada únicamente por su físico, y yo había asumido esos sentimientos haciéndolos míos. La nueva Lucía también era más que una cara y cuerpo bonitos, y estaba dispuesta a demostrarlo; así que ocultando el haberme sentido ofendida, cambié de opinión contestando con amabilidad:
– Gracias por el cumplido, pero no tienes que preocuparte por el tema económico… No me hace falta el dinero, y seguro que puedo sacar algún hueco para darle las clases a tu chico…
– De verdad, no hace falta que te molestes –me contestó sorprendida por mi cambio de opinión.
– No es molestia, lo haré encantada por vosotros. Sois amigos de Antonio, y me gustaría hacer algo por él, aunque sea ayudando a su amigo…
Alicia se quedó totalmente desarmada, y no pudo rechazar el generoso ofrecimiento. No estaban económicamente sobrados, y el que su hijo recibiese clases de apoyo gratuitas para aprobar las asignaturas que se le habían atragantado, ayudaría a rebajar la factura de matrícula en la universidad para el siguiente curso.
– Tranquila –concluí apagando el cigarrillo-, conseguiré que se concentre en los estudios.
No tenía nada que perder, y sí mucho que ganar, así que finalmente Alicia aceptó de buen grado, por lo que quedamos para la tarde del día siguiente en su casa con el objetivo de ver junto a Pedro las asignaturas en las que necesitaba ayuda, con vistas a empezar las verdaderas clases la siguiente semana.
Por la noche, recibí un entusiasta mensaje de Pedro:
– ¡Me vas a dar clases!. No sabes las ganas que tengo de volver a estar a solas contigo… ¡Eres mi diosa!.
– Sí, te voy a dar clases –le contesté-, y nada más. Tu madre estará en casa también, y me aseguraré de que aprovechas las clases para aprobar los exámenes.
– Seguro que las aprovecharé. El aliciente de verte me hará aplicarme. Gracias, Lucía.
Realmente Pedro era un buen chico, y la experiencia de darle clases también podría ser enriquecedora para mí. Me demostraría a mí misma que podía hacerlo y, por supuesto, también se lo demostraría a Alicia, quien a pesar de haberme ofendido por unos momentos, seguía cayéndome bien.
El viernes lo pasé en el trabajo de reunión en reunión, con un par de clientes importantes y, finalmente, con los Jefes de Sección para hacer un balance del trabajo semanal. Esta última reunión, de la última hora del día, del último día de la semana, la hice mucho más distendida, lo cual mis subordinados agradecieron. Discutimos de forma amable los pormenores de la semana, y me permití la frivolidad de coquetear un poco con aquellos tres hombres. Me encantaba sentirme deseada, y alenté los deseos de aquellos tres hombres para que acabaran la reunión regalándome la vista de sus entrepiernas abultadas al desfilar ante mí mientras les invitaba a salir de la sala de reuniones. Puesto que mi jefe y el Subdirector Económico no habían estado ese día en la oficina, habíamos tenido la planta entera para nosotros solos, y he de confesar que si en lugar de Rafael, Julio y Andrés, dos sexagenarios y un cincuentón, en aquella reunión hubiera tenido a tres hombres más jóvenes en la misma situación, les habría brindado todos mis agujeritos para que me los llenasen con sus duras y gordas vergas. La experiencia disfrutada con los tres jovencitos el fin de semana anterior, había dejado huella en mí, y cada vez que mi mente la evocaba, las hogueras rugían en mi interior. En el transcurso de la reunión, entre aleteos de pestañas, jugueteos de bolígrafo en mis labios, y algún que otro reclinado sobre la mesa mostrando abertura de camisa, mi mente recordaba una y otra vez la sensación de sentirse poseída por tres hombres, así que yo también salí de la reunión con un buen calentón.
Tras comer en casa, me di un satisfactorio baño en el hidromasaje, disfrutando de los cálidos chorros de agua incidiendo en mi piel mientras mis manos la acariciaban y mi mente fantaseaba con tres atractivos hombres tomándome vigorosamente en la sala de reuniones. Con dos dedos de una mano metidos en el coñito, y el corazón de la otra metido por detrás, alcancé un breve pero relajante orgasmo tras el que me quedé medio dormida, parcialmente sumergida en agua caliente.
Al salir de mi ensoñación, me di cuenta de que se me había pasado el tiempo sin enterarme. Había quedado con Alicia y Pedro en su casa, y ya que finalmente había sido yo quien había insistido en el asunto de las clases, no quedaría bien si llegaba tarde.
Me presenté en su casa vestida de forma más casual de lo que iría cuando realmente empezara a darle las clases al chico, ya que, cuando saliera de trabajar, comería algo rápido e iría directamente a su casa, ataviada con alguno de los trajes de trabajo que ayudarían a recalcar sobre Pedro mi figura de profesora, y no de amiga.
Alicia me recibió con dos sonoros besos. A pesar de su inicial reticencia en aquel asunto, pensando en que su hijo pondría más atención a mis tetas que a mis explicaciones, me dejó entrever que le había caído bien el día anterior, como ella a mí, aunque yo jugaba con la ventaja de haberla conocido siendo Antonio. Incluso, mi anfitriona comentó que le gustaba mi top veraniego y lo bien que me quedaba.
Su hijo me recibió en el salón con una sonrisa de oreja a oreja, y tras darme dos efusivos besos, no pudo evitar hacerme un escáner completo, tan exhaustivo como el que me había hecho su madre al abrirme la puerta. Así como su madre se había fijado en mis ajustados y caros pantalones vaqueros, y había alabado la colorida prenda superior que llevaba, la mirada del hijo no reparó en la ropa, sólo tenía ojos para la figura que ésta envolvía.
Nos sentamos los tres en el sofá, quedando yo en medio. ¡Qué recuerdos me traía ese sofá!. Tuve que apartarlos inmediatamente de mi mente.
Pedro me explicó en qué asignaturas necesitaba ayuda para aprobar en Septiembre. Como a casi todos los alumnos de primer año, se le había atragantado una asignatura de Física aplicada a la ingeniería, y una de Cálculo Integral. Juntos, bajo la atenta mirada de Alicia, que no entendía nada, echamos un rápido vistazo a sus apuntes y separatas sacadas de libros. Yo necesitaría recordar algunas cosas que no utilizaba en mi día a día profesional, pero en general, no tendría ningún problema para explicarle al chico cualquiera de las dos asignaturas. No en vano, Antonio había sido un alumno aplicado, y Lucía, directamente, había sido brillante. Entre los tres acordamos que le daría cuatro horas semanales de clase, dos de Física los Martes y dos de Cálculo los Jueves. Alicia volvió a insistirme con lo de pagarme, pero amablemente rechacé la oferta alegando un principio de amistad.
Como era viernes, Pedro había quedado con sus amigos, así que se disculpó ante mí por marcharse, dejándome sus apuntes para que pudiese hojearlos tranquilamente en casa y, dándome dos besos, se despidió de mí expresándome las ganas que tenía de comenzar las clases. Le dio un beso a su madre y, sorprendentemente, me dejó a solas con Alicia. Supuse que el chico estaba ansioso por ir a contar a los dos amigos que ya conocía quién sería su profesora particular.
– Yo también debería marcharme ya –le dije a la madre del joven.
– ¿Tienes algún plan? – me preguntó encendiéndose un cigarrillo y ofreciéndome otro-. Al menos podrías dejarme que te invite a tomar algo, yo no tengo ningún plan.
– Bueno, en realidad no tengo nada- le contesté dudando si coger el cigarrillo para finalmente aceptarlo.
– ¡Pues perfecto!. ¿Te apetece una cerveza o eres más de copas?. Ahora que Pedro se ha marchado podemos tomar algo aquí tranquilamente y conocernos más.
Me gustó la idea, me caía realmente bien, y ya que iba a pasar muchas tardes en su casa, me encantaría conocerla mejor, especialmente desde mi nueva perspectiva tratando con ella de mujer a mujer.
– Pues si tienes –le contesté-, me tomaría un ron-cola.
– Tú eres de las mías- me dijo guiñándome un ojo y levantándose para ir a la cocina.
Tomándonos una copa cada una, entablamos conversación. Con ella era muy fácil, era una persona extrovertida y vitalista. Le conté sobre mi trabajo, y ella me habló del suyo como jefa de tienda de una franquicia de moda. Le hablé de mi familia (la de Lucía, por supuesto), y ella me habló de la suya y de cómo había tenido que criar sola a Pedro. Conectamos enseguida, y comprobamos que nos íbamos a entender muy bien. Salvando ciertas distancias, coincidíamos bastante en forma de pensar y gustos, y la conversación fluía incesantemente, entre tragos y cigarrillos, pasando de la música a la cocina, del cine al arte, del deporte en gimnasio a la moda…
– La verdad es que esos vaqueros te quedan divinos – me dijo dando un trago de su segunda copa cuando yo volvía del servicio.
– ¿Ah, sí?- le dije girando sobre mí misma presumidamente para que los viera bien, y comprobando que el alcohol ya afectaba un poco a mi equilibrio-. Son los primeros que he pillado del armario…
– ¡Uf!, pues debes tener un armario bien surtido, porque esos cuestan una pasta…¡Menudo culazo te hacen!.
Alicia también sentía ya los efectos del alcohol, y sumándolos a la complicidad que habíamos asentado entre ambas, estaba muy desinhibida.
– ¿Me hacen el culo gordo?- le pregunté poniéndome en jarras simulando enfado.
– ¡Qué gamberra!- exclamó entre risas-, sabes que me refiero a que te hacen un culo precioso.
– Gracias, guapa, seguro que a ti también te quedarían genial.
– Uy, no creo, ojalá volviera a tener tu edad, entonces sí que hubiera podido ponérmelos, pero ahora… no me entrarían…
– ¡Venga ya! –le dije haciéndole ponerse en pie para poder observarla bien-, ¡si somos casi de la misma edad!. ¿A qué edad tuviste a Pedro?, ¿a los 15?.
Sabía que no era así, pero si realmente la hubiera conocido el día anterior, aquello sería lo que habría pensado.
– ¡Jajajaja!. Qué encanto eres. A Pedro lo tuve a los 21, así que imagínate… En un mes cumplo los 40… ¡Menudo palo!.
– ¡Vaya, pues quién lo diría!. Parece que los que cumplirás serán 30, ¡estás tremenda!.
– Gracias –me contestó con una amplia sonrisa-. Sí que es verdad que nadie acierta con mi edad, todo el mundo me cree mucho más joven. Será porque trato de cuidarme –me guiñó un ojo indicándome el paquete de tabaco y la copa sobre la mesa.
Me reí a carcajadas.
– Ahora en serio – me dijo-. Sí que me cuido con la alimentación, salgo a correr, voy al gimnasio… Ya sabes. Y siempre intento estar bien arreglada.
Alicia llevaba un vestido de color rosa palo, con tirantes y media falda con vuelo. Le quedaba perfecto. En su cuarentena conservaba un precioso cuerpo trabajado en el gimnasio, prieto pero no musculado, y era evidente que se había arreglado para estar guapa ante mi visita. Tal vez no fuera explosiva, pero era una mujer muy atractiva a la que seguramente muchas jovencitas envidiarían.
Observando su bien proporcionado cuerpo, sus grandes ojos color miel, su sedoso cabello castaño recogido con esmero para ensalzar su cuello y hombros, y sus sensuales labios, el hombre recluido en lo más profundo de mi ser se despertó para aclamar su belleza.
– Ojalá llegue yo a tu edad estando así de buena –añadí guiñándole un ojo.
Las dos nos reímos y volvimos a sentarnos para dar sendos tragos a nuestras copas. Nos sentíamos cómodas juntas, entablando una prometedora amistad que la Lucía original jamás habría logrado.
– Bueno- me dijo entre risas-, he de reconocer que sigo teniendo mi puntito. Pretendientes no me faltan…
– Cuenta, cuenta… -le pedí animada.
-¡Jeje!. Bueno, tengo mis cosillas por ahí, para darme algún homenaje esporádico, pero nada serio. Estoy muy desengañada de los tíos y no necesito ninguna relación estable. ¿Y tú tienes novio?.
– No, no, ¡qué va!- contesté resoplando-. Ahora mismo no me siento preparada para ningún romance… Sólo tomo lo que va surgiendo.
– Eso está bien, disfruta cuanto puedas, aún eres joven y no tienes por qué arruinar tus mejores años, como me pasó a mí. Soy feliz, pero si hubiese podido elegir, mi vida habría sido diferente…
– ¿No habrías tenido a Pedro? –le pregunté interesada.
– Bueno, sí, seguramente, pero no siendo tan joven. Habría tenido un hijo con un tío que realmente mereciera la pena, no con aquel cobarde que me dejó tirada para desaparecer de la faz de la tierra.
– Entiendo… Tienes un chico estupendo, y muy guapo… Se parece a ti.
– Gracias, la verdad es que estoy muy orgullosa de él. Nuestra vida no ha sido fácil, pero creo que he conseguido criar a un buen chico que se está convirtiendo en un auténtico hombre… Y sí, es muy guapo –añadió con un suspiro.
En aquel momento, me pareció percibir en ella que algo se cruzaba por su mente.
– Buen chico, guapo, y con un futuro prometedor por delante –le dije-. Y yo me aseguraré de que apruebe esas asignaturas que se le han atragantado para sentar las bases de ese futuro.
– Eres un encanto… –me contestó encendiéndose otro cigarrillo-. Aunque cuidado con él, está saliendo de la adolescencia y no piensa más que en lo único…
– Lo sé, lo sé… “Y no te imaginas cuánto”- pensé.
– Confío en que sepas centrarle en los estudios… Me he dado cuenta de cómo te mira…Y le gustas mucho, lo cual no me extraña…
Su gesto se había tornado serio, y me pareció ver un atisbo de celos en su mirada que se disipó al darle un último trago a su segunda copa. Se sirvió otra, ofreciéndome a mí también, pero yo apenas había empezado esa segunda.
– Tranquila –le dije con una sonrisa-. Podré manejarlo… Tu niño está a salvo conmigo…
– Precisamente porque ya no es un niño te prevengo. Sé por propia experiencia lo tentadores que pueden ser estos yogurines…
– ¿Ah, sí? –pregunté inocentemente sabiendo a la perfección de qué hablaba.
– Sí, y sé muy bien lo que es caer en la tentación…
La conexión que se había establecido entre nosotras, y la velocidad con la que Alicia consumía su bebida, le estaban proporcionando una sinceridad apabullante.
– ¡No me digas!- exclamé tratando de expresar sorpresa-. ¿Y cómo le conociste?. Y fue… ¿bien?.
– Era el hijo de una amiga… – contestó tras dudar unos instantes.
En aquel momento supuse que su duda se debía a que se había dado cuenta de que yo conocía a aquel jovencito al que se refería, de hecho, era la causa de que nos hubiésemos conocido, por lo que no quería revelarme su identidad.
– Digamos que fue un calentón… -prosiguió rememorando-. Tampoco es que fuera un polvazo, el chico era virgen y se notó, pero cumplió bien. Pero lo mejor de todo es que una experiencia así te da un auténtico subidón de autoestima.
Le dio otro trago a su bebida, y el hombre oculto en lo más profundo de mi mente comenzó a dar saltos de alegría ante tal revelación.
– Me alegro por ti –le dije con sinceridad-. A veces hay que soltarse la melena para disfrutar de la vida, pero no te preocupes, que yo no lo voy a hacer con Pedro, por muy tentador que pueda llegar a parecerme. Se ve que eres una madraza y le quieres mucho, es normal que quieras proteger a tu chico…
– “Si supieras la verdad…”- pensé-. “Pero no volverá a pasar”.
– Sí, es mi chico –dijo Alicia pensando en voz alta-. Y ya es todo un hombre… Y eso se nota en que nuestra relación ya ni siquiera parece de madre e hijo, más bien somos muy buenos amigos.
– Entiendo. Él, prácticamente, es un adulto, y tú aún eres joven. Os queréis mucho, y como la diferencia de edad no es tan grande, es normal que hayáis evolucionado así.
– Sí, supongo que sí –contestó manteniendo el aire pensativo y dándole un nuevo trago a su copa-. Es cierto que nos queremos muchísimo, siempre nos estamos dando muestras de cariño, tomamos decisiones juntos y tenemos nuestras peleas… En realidad, si lo piensas detenidamente, ahora somos más como una pareja de novios… solo que no follamos. -concluyó con una sonrisa en la que adiviné cierta ironía.
Estaba descubriendo algo en Alicia, algo que empezaba a intuir en sus palabras y señales, aunque me parecía increíble. Así que envalentonada por el alcohol ingerido y su arranque de sinceridad, favorecido por la mayor cantidad de alcohol que ella había consumido, me atreví a pregunta:
– ¿Pero a ti te gustaría?.
El silencio que se hizo por unos momentos fue revelador, y vi cómo un oscuro y profundo deseo prohibido se reflejaba por unos instantes en su mirada. Alicia apuró su copa de un trago.
Me quedé de piedra. Aquella bella mujer, a la que durante toda mi adolescencia masculina me había pasado admirando y deseando, tenía un lado muy oscuro. No sólo había sido capaz de desvirgar al mejor amigo de su hijo (Antonio, yo en aquel entonces), sino que ahora deseaba secretamente a su propio hijo… Mi fascinación por Alicia aumentó exponencialmente, y corroboré que, desde que me había convertido en Lucía, tenía la capacidad de hacer aflorar los más profundos deseos de cuantos me rodeaban.
– Y aquel yogurín que te comiste –traté de reencauzar el tema para que no se sintiese violenta-, ¿volverías a hacerlo?.
– No, claro que no –contestó aliviada viendo que yo había obviado su velada respuesta-. Primero porque es imposible…
– “Claro –pensé yo-, está en coma”.
– …y segundo porque es hijo de una amiga, y más de una vez acabaría con malas consecuencias… Aparte de que han pasado los años y ya no es tan yogurín –añadió con una carcajada.
Reí con ella.
– Creo que tengo un alto impacto en los chavalitos –añadió entre risas-. Ahora hay un par de compañeros de Pedro que vienen de vez en cuando por aquí, que noto que me comen con la mirada.
– ¡Jaja!. Seguro que para ellos eres una MQMF (Madre Que Me Follaría).
Alicia rio a carcajadas conmigo. De verdad que parecíamos amigas de toda la vida, y nos lo estábamos pasando en grande.
– Eso me temo, ¡jaja!. Sobre todo para uno de ellos, Luis, ese directamente me desnuda con los ojos, ¡jajaja!.
– ¡Le conozco! – exclamé-. “Y tampoco imaginas cuánto”- pensé-. Es monillo ese chico, ¿no?.
– Sí, no está mal… Pero lo que de verdad me pone “on fire” es su forma de mirarme. A veces tiene una expresión de salido que, no sé por qué, me pone burrísima.
– Sí, tienes razón. A mí también me pone mucho esa expresión de pervertido. Tal vez, si se me pusiera a tiro, sí que me comería ese yogurín. “Otra vez”- dije para mis adentros.
– La verdad es que si se dieran las condiciones, creo que yo también caería –afirmó mi nueva amiga apagando su cigarrillo-. No sé, supongo que esa cara de salido que se le pone, y su forma de desnudarme con la mirada, me dan para pensar que haría conmigo toda clase de guarradas…
– Mmmm, entiendo a qué te refieres –afirmé recordando mi experiencia con él-. Y si te pregunto qué guarradas le dejarías hacerte, ¿me contestarías?.
– Pues claro que sí, chica, no seas tan políticamente correcta. Ahora somos amigas, y creo que vamos a ser grandes amigas… Pues te contestaría que le dejaría follarme de todas las formas posibles…
La lengua de Alicia estaba totalmente desatada, ya no sentía ninguna necesidad de moderar su lenguaje, estábamos en confianza, y el alcohol nos permitía, sobre todo a ella por las tres copas que ya se había tomado por una y media que me había tomado yo, hablar sin ningún tipo de tapujo, expresando las cosas tal y como nos venían a la cabeza. Estábamos realmente cómodas las dos en compañía de la otra.
– ¡Ufff! –suspiré yo-. Eso suena de lo más excitante… ¡Al final va a resultar que eres una perra cachonda!.
Las dos nos partimos de risa.
– ¡Uy!, ¡y tanto!, ¡jajaja!. He estado casi 20 años criando a un niño yo sola, sin tiempo para mí misma, por lo que ahora que empiezo a tener tiempo para mí, me gustaría hacer cuanto no pude en su momento. Sí, soy una perra cachonda, y si pudiera pillar al “pervertido” de Luis…
– Te lo follabas sin compasión, de todas las formas posibles –le dije entre risas y continuando su lenguaje desinhibido-. No te ibas a dejar ningún agujerito sin explorar…
Esa última frase me recordó que precisamente eso era lo que yo había hecho en ese mismo sofá, y lo que esa misma tarde había fantaseado con hacer en la sala de reuniones… Me sentí excitada, muy excitada.
– ¡Exacto! – dijo Alicia casi tan excitada como yo.
Su respiración estaba acelerada, los pezones se le marcaban en el vestido subiendo y bajando al ritmo de su pecho, y arrastraba las palabras por su lengua saboreándolas como si al pronunciarlas pudieran hacerse reales.
– Me has preguntado qué guarradas le dejaría hacerme – me dijo bajando el tono de voz e indicándome con el dedo que me acercase para poder escucharle bien-, y ahora te lo voy a decir sin cortarme, porque veo que tú eres como yo…
Salvé la escasa distancia entre ambas, y coloqué mi rostro mejilla con mejilla, sintiendo la suavidad de su cutis sobre el mío.
– Soy toda oídos – le susurré sintiendo una ebullición en mi entrepierna al contactar sus duros pezones con la dureza de los míos.
Con delicadeza, apartó mi negro cabello de mi oreja, y su aliento se coló en mi oído produciéndome un exquisito cosquilleo:
– Le comería la polla hasta conseguir que se corriera en mi boca… Y le dejaría explotar dentro de ella para que me la llenase con su pervertida leche… ¿A ti te gusta eso?.
– Mmmm, a mí me encanta…
– Sabía que tú eras de las mías… Y después de sentir su corrida repentina dentro de mi boca, me lo tragaría todo mientras sigue follándomela hasta quedarse seco…
– Uffff…me calienta muchísimo que me llenen la boca de leche y me la hagan tragar…
– Y luego le dejaría comerme el coño, que me lo explorase con la lengua, y me pusiera el clítoris en carne viva…
Yo ya sentía la braguita mojada, y percibí que nuestros cuerpos, inconscientemente, se pegaban más el uno al otro. Nuestros pechos se aplastaban sobre los de la otra, y podía sentir cómo nuestras respiraciones se sincronizaban, subiendo y bajando a la vez nuestros femeninos atributos.
– …después dejaría que me pasara su dura polla por todo el cuerpo, se la cogería entre mis tetas, y le haría una paja con ellas…
– Ummm, creo que eso no lo he probado nunca –le susurré dubitativa.
– Yo tampoco, pero suena muy divertido. Recuerdo que hace años una amiga me contó que se lo había hecho a su chico…
– ¡No me digas!, ¿y qué tal fue?.
– Pues a ella no demasiado bien, ¡jaja!. La pobre no tiene mucho con lo que coger así una polla…
– ¡Jajaja!. Bueno, tú no tendrías ese problema, tienes un buen par de tetas –le dije sintiéndolas contra las mías-. Seguro que sí sería divertido.
– ¡Jaja!. Y tú tampoco tendrías ese problema con este par de melones que tienes –me contestó presionándome aún más los pechos con los suyos.
Las dos reímos.
– Sí, seguro que sería muy divertido cogerle la polla con mis tetas y ver el capullo aparecer y desaparecer por el canalillo –prosiguió-, viendo su cara de gusto mientras le estrujo el rabo con ellas…
– “¡Me encantaría que me lo hiciera a mí!”- gritó mi oculto macho interior.
– …y le pajearía y pajearía con las tetas, y le miraría a los ojos con cara de zorra para hacerle correrse otra vez. Dejaría que Luis, con lo pervertido que parece, se corriera en mi cara para que disfrutara disparando su semen sobre mi rostro, tratando de hacer diana en mi boca desde mis lolas…
– Joder, sí que le dejarías hacerte guarradas.
– Ya te lo he dicho… ¿Pero a que a ti también te gustaría?.
– Uuuufffff… – suspiré- Sí, creo que sí… Ahora mismo estoy cachondísima escuchándote e imaginándolo.
– Uuufffff, yo tengo el coñito hecho agua –confesó Alicia-. Pero espera, que aún hay más. –añadió rodeándome la cintura con uno de sus brazos para impedir que me separase de ella.
Yo no tenía ninguna intención de separarme y perderme esa íntima y excitante confesión-relato.
– Cuenta, cuenta, e imaginemos que no necesita descansar entre corridas. ¿Qué más dejarías que te hiciera ese chavalito salido?.
– Le dejaría frotarme el clítoris con la punta de la polla, para que me lo hiciera vibrar, y luego le dejaría que me la metiese salvajemente hasta clavármela entera en el coño.
– Uuuuuffff… cómo me gusta que me den caña…
Yo también le tomé a ella por la cintura, estaba tan excitada que necesitaba agarrarme a algo para que la cabeza no se me fuese, y hallé la bien delineada cintura de mi nueva amiga.
– Eso es, le dejaría darme caña sin parar, y le dejaría correrse dentro de mí para que me abrasase por dentro.
– Alicia, me estás matando…
– Después, volvería a comerle la polla, embadurnada de mis jugos y su leche, pero en lugar de correrse en mi boca, esta vez le dejaría que se corriese sobre mis tetas. Me encanta cómo quema la leche de hombre sobre la piel según cae…
– Y a ellos les encanta correrse sobre nosotras –completé su frase-. Eso también tendré que probarlo…
– A mí se me corrieron encima una vez, por accidente, y fue una sensación deliciosa…
– Alicia, estoy demasiado cachonda…
– Yo también…
Sin ser realmente consciente de ello, mi mano libre se deslizó entre los muslos de Alicia. Su piel estaba febril, y avanzando bajo su falda, llegué hasta sus húmedas braguitas.
– Mmmmm –gimió.
Correspondió mi gesto llevando su mano libre a la bragueta de mi pantalón vaquero. Con habilidad metió sus dedos entre los botones y los desabrochó para tocar con la punta de sus dedos mis también mojadas braguitas. Gemí como ella.
– No me van las tías –me susurró suspirando con mis caricias en su íntima prenda-. Pero estoy tan cachonda…
– Creo que a mí tampoco –le susurré suspirando yo también con sus caricias-. “¡A mí sí!” -gritó mi resquicio de masculinidad-. Pero me estás poniendo tanto con lo que me estás diciendo…
Nuestras mejillas se frotaron, hasta que nuestros labios se encontraron. Una descarga eléctrica recorrió nuestras espinas dorsales, esa característica descarga que se produce cuando algo que parece prohibido se prueba. Sus labios eran suaves y carnosos, y acariciaron los míos con la misma dulzura con la que los míos rozaron los suyos, una delicia de tenue y tímido encuentro. Recorrimos con los labios nuestros rostros, y volviendo a estar mejilla con mejilla, su voz se coló por mi oído con un cosquilleo:
– Qué labios tan suaves tienes… me gustan…
– A mí me gustan los tuyos –le contesté en el mismo tono-, son tan jugosos… Sigue contándome qué más guarradas dejarías que te hiciera el amigo de tu hijo.
– Después de correrse sobre mí –prosiguió manteniendo sus caricias en mi braguita como yo en la suya-, le tumbaría y le montaría con ganas. Dejaría que me estrujase las tetas hasta llegar al límite del dolor, y dejaría que me apretara el culo con sus manos para ensartarme su polla hasta el fondo…
– Uuuuffff, te gusta tan duro como a mí.
Mis dedos se colaron por un lateral de su ropa interior, y palparon los mojados y abultados labios vaginales de mi narradora.
– Ooooohhhh –gimió.
Sus dedos, tomando mi ejemplo, se abrieron paso por mi encharcado coñito, y dos de ellos lo penetraron arrancándome un gemido que coreó al suyo. Nuestras mejillas volvieron a frotarse, y nuestros labios se reencontraron en suaves caricias. La punta de mi lengua delineó su carnoso labio inferior, y la punta de la suya recorrió mi labio superior. Nuestras lenguas apenas llegaron a rozarse, tan sólo un efímero avance de lo que podría ser después. Aquellos besos de mujer eran un exquisito manjar prohibido, que postergaban el encuentro final prolongándolo y haciendo desearlo aún más.
– Le cabalgaría con fuerza, ensartándome más y más en su polla –continuó susurrándome al oído tras el beso-, y dejaría que me metiera un dedo por el culo mientras me lo follo…
Nuestros dedos ya estaban bien alojados en el coñito de la otra, y nos derretíamos mutuamente metiéndolos y sacándolos sin ningún pudor, entregadas a la satisfacción que mutuamente nos estábamos dando mientras nuestras imaginaciones volaban con el relato de Alicia.
– Vas a hacer que me corra en cualquier momento –le confesé.
– Y tú a mí…
– No pares, por favor –le supliqué-, esto me está gustando demasiado.
– Y a mí también –contestó entre jadeos-. Esto no significa que ahora nos gusten las mujeres…
– No, claro que no –le respondí alcanzando su duro clítoris con mis dedos para acariciarlo arriba y abajo-. Sólo somos dos amigas pasándolo bien mientras fantasean con una polla…
– Sí, eso es. Dos amigas que disfrutan de su nueva amistad…
Nuestros labios fueron nuevamente al encuentro, y nuestras lenguas dejaron de lado su timidez para acariciarse húmedamente la una a la otra, mientras nuestros pétalos de rosa seguían buscándose para acariciarse.
– ¿Dejarías que el chico se te corriera otra vez dentro? – le pregunté cuando volvimos a estar mejilla con mejilla.
– Uuuum, sí, dejaría que se corriera dentro de mí con su abundante y ardiente semen llenándome todo el coño mientras su dedito se me clava por el culo…
– Es una sensación increíbleeeeeee – dije prolongando la palabra al sentir sus dedos jugueteando hábilmente con mi clítoris.
– Sí, y después me tumbaría y le dejaría que me follase la boca haciéndome saborear su leche y mi flujo mezclados, sin darme casi tiempo a respirar, siendo él quien me la metiese y sacase penetrándome los labios y obligándome a comérmela entera a base de golpes de cadera. Hasta que me la llenase de repente otra vez de semen, obligando a tragármelo todo. Así de guarra soy…
– Yo también soy así de guarra, me encanta sentir cómo se corren en mi boca, aunque tan violento no lo he llegado a hacer… ¡Ufffff!, suena salvaje…
– Así de salvaje tampoco me lo han hecho nunca, pero… uuuummmmm… -gimió interrumpiéndose al disfrutar con mis dedos acariciando la rugosidad interna de su encharcado coño.
– Aún te falta un agujero por ser follado… -le dije con una carcajada de satisfacción al sentir sus dedos haciendo lo mismo dentro de mí.
– Por supuesto, es que me lo reservo para el final. Antes de que me follase ese agujerito, me pondría a cuatro patas, y dejaría que me comiera todo el culo…
– Mmmmm…
– …dejaría que me metiese la lengua y me lamiese el agujerito haciéndome cosquillas. Luego permitiría que su lengua entrase húmeda y jugosa dentro de él, cuanto pudiera metérmela…
Sus dedos salieron de mí y volvieron a penetrarme con decisión, arrancándome un gemido que ella coreó cuando mis dedos la perforaron del mismo modo.
– …y después dejaría que su gorda polla se metiera entre mis nalgas y me perforase el culito hasta taladrármelo…
Nuestros pechos se restregaban contra la voluptuosidad de los de la otra. Apretándose nuestras turgencias, mientras nuestros erizados pezones se rozaban a través de las finas prendas veraniegas.
– Me daría por el culo sin compasión, muy duro y profundo, porque es un pervertido. Y yo le apretaría tanto esa polla que me parte en dos, que se correría otra vez, sacándomela para colocarla en lo alto de mi culito y descargar su hirviente semen sobre mi espalda, haciendo que se me doble por la sensación…
-¡Guau!, ¡qué guarro y excitante suena eso!. ¿Te lo han hecho alguna vez?.
– No, siempre me han acabado dentro, y con condón, así que me encantaría que me lo hicieran. Seguro que a Luis le gustan esas guarradas…
– Seguro… Creo que a mí también me gustaría que me lo hicieran. Somos tan pervertidas o más que él…
Las dos nos reímos, y nuestras carcajadas hicieron que nuestros pechos se presionasen con mayor fuerza y nuestros dedos alojados dentro de la otra fueran estrujados por nuestros potentes músculos vaginales. ¡Qué delicia de mutua masturbación!.
– Me encanta tu forma de pensar –me contestó Alicia dándome un beso en la mejilla y recorriéndola para que nuestros labios y lenguas pudieran encontrarse de nuevo.
Sus jugosos labios acariciaron la suavidad de los míos, la punta de mi lengua jugueteó con la suya sintiendo la calidez de su aliento. La atrapó entre sus labios, y la succionó invitándola a entrar en su boca, donde su húmedo músculo la recibió trazando círculos sobre ella. Nuestros pétalos de rosa se acoplaron, y nuestras bocas se fusionaron. Nos fundimos en un tórrido beso con el que exploramos cada rincón de la voracidad de la amiga que nos masturbaba y era masturbada.
– Alicia, mmmmm -le dije al oído entre jadeos tras dejar un reguero de saliva mezclada en su rostro-, estoy a punto de correrme…
– Uuuuffff, yo también…
– Termina de contarme tu fantasía, y corrámonos juntas, uuuufffff….
– Para terminar, como nunca me han follado el culo sin condón, dejaría que me la clavara entera, a pelo y salvaje, que me montase poniéndome a cuatro patas, cogiéndome del culo y empujándome con tanta fuerza que me hundiría la cara en el colchón… Dejaría que me diese unos azotes en las nalgas mientras su polla se me clava en las entrañas, y finalmente le dejaría que me llenase las tripas con una corrida brutal que me dejase empotrada en el colchón, quemándome por dentro mientras yo me corro una y otra vez…
Su boca buscó la mía y me besó con urgencia. Nos devoramos mutuamente. Mis dedos entraban y salían de su chorreante coñito a toda y velocidad, y los suyos perforaban el mío cuanto podían profundizar.
– Mmmmmm, mmmmm, mmmmm….- gemía Alicia con su lengua en mi boca-. Oooh, ooooh, ooooooohhhh… –emitió separándose de mis labios para poder respirar.
– Aaaah, aaaaaah, aaaaaaaaah… – jadeé yo.
El aire entre ambas olía poderosamente a hembra y, gimiéndonos la una a la otra cara a cara, sincronizamos nuestros orgasmos embadurnando nuestras manos con los cálidos fluidos del placer alcanzado. Alicia me dio un tierno beso en los labios.
– Uuuuuffff, hacía años que no me masturbaba con una amiga –me dijo.
– Ha sido genial –le contesté recuperando la respiración normal-. Esto es empezar bien una amistad y lo demás son tonterías.
Las dos nos reímos a carcajadas.
-¡Y todo por fantasear con un chavalito que probablemente no sea ni la mitad de pervertido de lo que creemos! – exclamó Alicia entre risas.
Ambas nos recompusimos y adecentamos en el baño. Al volver al salón, el olor a sexo de hembra mezclado con el aroma del tabaco era tan evidente, que Alicia tuvo que abrir la ventana para que la estancia se ventilara.
– Ya te quedarás a cenar, ¿no? – me preguntó.
– Ahora mismo no estaría más a gusto en ningún otro lugar –le contesté.
Ayudé a Alicia a preparar una buena ensalada, y cenamos tranquilamente, hablando y riendo sin parar. Mi nueva amiga era tan golosa como yo, con especial preferencia por el chocolate, mi mayor debilidad, por lo que de postre disfrutamos juntas de un delicioso helado de chocolate que Alicia sirvió generosamente para ambas.
Nos despedimos con dos cariñosos besos, quedando en que volveríamos a vernos el martes siguiente, el primer día que le daría clases a su hijo.
Ya metida en mi cama, rememoré cada minuto del día. Me sentía llena de vida, encantada por todo lo vivido. Iba a poder ayudar a Pedro con sus estudios y eso me daría una gran satisfacción personal. Su madre me había fascinado, pasando de ser el amor platónico de mi masculina adolescencia, a lo que prometía ser una verdadera amiga en mi joven madurez femenina. Me dormí feliz.
CONTINUARÁ…
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR
Al ir a ver a mi nieto, lo hallé dormido en manos de su otra abuela. Cómo ya era tarde y durante el viaje le habían dado de cenar, ordené a Teresa que lo llevara a la cama, tras lo cual, me serví una copa. No llevaba ni tres sorbos cuando escuche que Aurora exigía la presencia de su consuegra y como en ese momento lo que me apetecía era disfrutar de mi whisky, no me urgió averiguar porque la llamaba.
-Sí, putita-, respondí y sonriendo, le solté: -Si hubiera sabido esto, no me hubiera separado de ti.
Sinopsis:
El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:
CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO
El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.
CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.
Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.
CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS
Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…
Por eso es mi Diosa, ídolo de mis sabanas, señora de mis ordenes y esclava de mis deseos.