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Relato erótico: “Ayer me pediste sexo” (POR GOLFO)

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Ayer me pediste sexo.

Hoy el termostato de tu cuerpo está estropeado. No acabas de desperazarte desnuda sobre tus sabanas, cuando ya estas pensando en mí. Tus dedos son los míos, recorriendo tus piernas. El sudor te esta bañando por entera, solo por el mero hecho de recordar la noche anterior.
Quieres volver a sentir el anonimato de la capucha. Noche de carnaval en que el disfraz de sumisa que portabas, te permitía ser mi zorra, sin que nadie mas que yo supiera tu verdadera identidad. Sin él, no hubieras sido capaz de comportarte así en público. La madre amante y buena esposa no se habría atrevido a bailar en la pista, mientras mis manos recorrían tus senos y tu culo. No te hubieses reído al comprobar las miradas lascivas de mis amigos cuando mi boca bebía el champagne directamente de tu ombligo.
Pero anoche eras Catwoman, el cuero negro pegado y tu pubis ardiendo. Fuiste gata exhibicionista. Querías que todos se dieran cuenta de cómo tus labios se abrían para recibirme, te excitaba que todos oyeran tus jadeos. Durante una hora, con envidia hombres y mujeres te tuvieron en sus pupilas sin poder retirar los ojos de ti. Ellas querían tener tu valor de exigir a sus parejas que las montasen y ellos querían ser tu jinete.
Ya solos, en mi lecho, me rogaste que te estrujara, que te mordiera pero sobre todo que te arañara. Que dejara un rastro sobre tu piel, que te permitiera al día siguiente, saber a ciencia cierta que no había sido un sueño.
Que fue verdad que sin darte vergüenza de tus labios salió:
-¡Follame!-.
Que poniéndote a cuatro patas, no tuviste reparo en gritar que te castigara, pero lo que seguro que deseabas recordar toda tu vida era que tras tu brutal orgasmo, aferrándote me dijiste:

-Gracias amo.


Relato erótico: “Café con Sabor a Placer”(POR LEONNELA)

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_Lo siento, murmuré avergonzada
El mesero hizo una venia y se inclinó a recoger los vidrios de la copa, que gracias a mi distraimiento se había estrellado  contra el porcelanato del selecto restaurant Palace.  Juan Carlos, mi esposo, pasó sus dedos por mi mejilla  tratando de restar importancia al incidente; le sonreí y mientras  desdoblaba el periódico, eché un vistazo por encima de su hombro, alcanzando a percibir la discreta seña que me hizo el empleado antes de retirarse.
_Discúlpame un segundo querido, voy…voy a retocarme un poco, mentí
_Como gustes linda, aunque  luces preciosa.
Le di un rápido beso en la mejilla y con cierta curiosidad por la  actitud sigilosa  del camarero me dirigí a los sanitarios; el mesero me alcanzó en el pasillo  y de forma discreta me entregó una nota que guardaba en su camisa.
_Para usted señora, me pidieron que se la entregara con discreción
_Gracias respondí algo extrañada
_Con su permiso.
Una vez que el muchacho se retiró leí la nota, eran unas breves líneas que por lo inesperadas  me arrancaron una sonrisa
“Colega, las circunstancias se ensañan en hacernos coincidir…empiezo a creer  que es obra del destino.
 Antonio Ordoñez.
Instintivamente alcé la vista percatándome que el autor de la misiva se encontraba a escasos pasos pendiente de  mis reacciones, con similar interés al que noté en su mirada cuando coincidimos en el estacionamiento del restaurante.
Me sonrió y se acercó lentamente, con esa peculiar forma de caminar ocultando las manos dentro de  los bolsillos; lucía un atuendo informal que iba de maravilla con su rostro a medio afeitar y el cabello húmedo peinado hacia atrás. Su fisonomía era la un tipo cuaretón de lo más  común, pero su presencia netamente masculina me resultaba atrayente, sobre todo sus ojos negros que se clavaban profundamente en los míos.
_Al menos logré hacerle sonreír murmuró estrechando afectuosamente mi mano.
_Digamos que me causó gracia su curiosa forma de referirse al destino, respondí devolviéndole la sonrisa.
_Honestamente era escéptico con respecto a esos temas, pero usted licenciada, está cambiando mis percepciones; por cierto, hay una historia curiosa tras mis conjeturas añadió en tono místico _ me encantaría contársela mientras tomamos un café.
_Hummm así  que la intención de esta charla es invitarme un café?
_Considerando lo creativo que intento ser debería aceptar mi invitación, sugirió con un guiño de ojo_prometo no defraudarla
_Buen punto, pero me acompaña  mi esposo y no sé si le plazca invitarnos a los dos murmuré con sarcasmo
_Por supuesto, señaló con firmeza_aunque preferiría que el próximo café sea a solas, temo que a su esposo no le agrade charlar sobre …sobre el destino, aclaró con media sonrisa
_Antonio, por lo visto  usted está obsesionado con los temas místicos o  me equivoco?
-Mmmm yo diría más bien  que obsesionado con tomar un café en su compañía
Le regalé otra  sonrisa y una respuesta  que abría una  vaga posibilidad:
_Quizá, quizá en algún momento…
_Perfecto, le parece si nos ponemos de acuerdo y…
_Estem…ya que me ha hablado tanto del destino, sería  justo  dejarlo en sus manos, ya veremos si está en sus designios el tomarnos un café, concluí con cierta coquetería
_Jajaja buena jugada de evasión mi querida Camila, siempre lo hace, pero estoy seguro que el cosmos confabulará a mi favor, así que sigue en pie mi invitación
Le guiñé un ojo por respuesta y opté por despedirme,  Antonio rompió la poca distancia  que nos separaba y se  inclinó a besar mi mejilla, sus labios se posaron cerca de la comisura de mi boca, a su contacto un par de mariposas aletearon en mi estómago, un par de mariposas que pese a mis 38 años, me hicieron despedir nerviosa, nerviosa como una adolescente
Con paso torpe regresé al salón principal, Juan Carlos continuaba leyendo la prensa y dando uno que otro sorbo a su bebida, me senté a su lado intentando disimular la inexplicable emoción que me produjo el encuentro con Antonio
_Demoraste un poco cariño,  sucedió algo?
_No querido, solo saludaba con…con un colega
_De la oficina?
_N-no, en realidad alguien que conocí en el seminario municipal, señalé intentando ser honesta
_ Ahh entiendo, respondió sin darle importancia al asunto y volviendo la vista al periódico continuó_escucha linda esto te va a sorprender…
Mientras Juanca comentaba un par de noticias de la prensa, no pude evitar distraerme pensando en mi colega, reviviendo la sensación de aquellos labios prohibidos  cerca de los míos, el picor de su fina barba, el olor de su cuello; sé que hubiera bastado un sutil movimiento para sentir la carnosidad de su boca, su tibieza, su humedad. Dos segundos más hubieran sido suficientes para romper los pocos centímetros que nos separaban, lo anhelaba, lo deseaba, pero me contuve ante  un camino que quizá por haber sido siempre  fiel, me atemorizaba explorar.
Con Juan Carlos, mi esposo, llevaba una vida estable. Le conocí en mi época universitaria, cuando cursaba licenciatura contable, en ese entonces él  gerenciaba una empresa productora con la que mi facultad  mantenía un convenio de prácticas estudiantiles, por lo que me desempeñé como asistente en su departamento contable.
 Además de atractivo siempre fue un tipo fascinante, un hombre  maduro capaz de cautivar con sus atenciones, mientras que yo era una chiquilla ansiosa de comerme el mundo. Nos relacionamos y más pronto que tarde terminamos enamorándonos. Contra todo pronóstico, una relación que aparentemente no pasaría de una aventura, terminó formalizándose bajo la ley.
 Formamos un matrimonio, procreamos un hijo cimentando una relación sólida. Es cierto que con los años  la pasión se nos fue esfumando, pero a cambio había germinado un amor genuino basado en el cariño y el compañerismo. Honestamente durante mucho tiempo no creí necesitar nada más para ser feliz.
  Lastimosamente mis conceptos poco a poco fueron resquebrajándose, las rutinas se instalaron en casa, las ocupaciones tomaron posesión de nuestro tiempo, nuestras vidas se volvieron grises  y empecé a cuestionar el verdadero sentido de ser mujer. Pese al cariño algo había cambiado, algo intangible nos distanciaba; reconocía en mí  una necesidad profunda de sentirme viva…de quemar…de experimentar….
 Creo que el error fue no hablar de eso con mi pareja, intuyo que a él le sucedía lo mismo pero ninguno dio pie a abordar el tema, supongo que como la mayoría de parejas asumíamos que eran etapas normales del matrimonio,  sin darnos cuenta que estábamos boicoteando nuestra intimidad.
 Precisamente en aquella época de cuestionamientos conocí a Antonio, un hombre de mundo, cautivante a rabiar pese a no ser tan atractivo; compartimos un seminario de proyectos comunales por espacio de un par de meses en los que tuvimos la oportunidad de relacionarnos. Al término de la pasantía coincidimos en uno que otro lugar, pero de alguna forma siempre procuré mantener la distancia  porque estaba consiente que era un hombre peligroso, peligroso para mis emociones ya que encarnaba la tentación de todo lo prohibido.
 Siendo casi un extraño estremecía mi vida, despertaba sensaciones en mi cuerpo, deseo entre mis muslos y aunque la infidelidad física no se había consumado me sentía confundida, incluso culpable porque mi esposo era un  gran hombre, que confiaba en mi a todas luces y no quería lastimarle, pero igual que la insensata mariposa que se siente fascinada por el fuego, disfrutaba el riesgo, creyendo que fácilmente podría  huir sin quemarme las alas…craso error.
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La centenaria avenida Mireli  lucía bullanguera, el parque histórico otrora desolado albergaba decenas de personas que pululaban por las carpas instaladas para la feria del libro. Aquella mañana salí de casa, con el ánimo de zambullirme en mi mundo de obras; había pasado un par de horas entre estantes curioseando portadas, deambulando de un lado a otro hasta que el cansancio empezó a hacer mella y decidí  aventurarme a buscar un refugio donde tomar un café.
Caminé un par de cuadras sin encontrar un lugar disponible, pues los locales estaban a reventar debido a la magnitud del evento. Con la idea de descansar un poco para luego continuar curioseando, opté por cruzar la avenida hacia la plaza donde silletas a la sombra de arbustos permitían tomar un respiro.
Apenas me había encaminado, cuando escuché a mis espaldas una voz familiar:
_Confirmado!! el cosmos está de mi lado
Un brincoteo de mi corazón me hizo voltear intuyendo de quien se trataba .No me equivocaba, a un par de metros con paso firme y semblante risueño se aproximaba Antonio, traía como de costumbre la barba a medio afeitar, el cabello húmedo y las manos dentro de los bolsillos.
Nuestras miradas como siempre se engancharon, pero intentando disimular mi emoción con cierta indiferencia comenté:
_La ciudad es chica colega, no resulta  difícil coincidir
_Nada de coincidencias mi estimada Camila, entérese que he movido unas cuantas fichas y el destino me ha ayudado con otras respondió con su acostumbrado tono intrigante
_Hummm así que ahora pretende despertar mi curiosidad
_Entre otras cosas, señaló desviando la mirada a la cadenilla de plata que caía en el discreto escote de mi blusa. Instantáneamente sentí el poder de su mirada sobre mis senos y para su satisfacción se abultaron mis pezones. Sonrió notando mi descontrol,  pero discretamente  retiró la vista y continúo comentando
 _Permítame le explico. La verdad es que vine con la absoluta intención de encontrarla. Sé que ama los libros, así que era muy probable que usted visitara la Feria, lo que ni remotamente podía intuir es la hora de su llegada y para sorpresa mía le vi cruzar la avenida  breves momentos después que yo aparcara mi automóvil y optara por tomar esta ruta, así que considero que hice mi parte visitando la feria y el destino la suya permitiéndome encontrarla
_Mmmm veo que le gusta sacar conjeturas algo extrañas respondí sonriente
_En realidad lo que me gusta es verla sonreír murmuró bajando la vista a mi boca_sus labios roban absolutamente la atención cuando lo hace
Volví a sonreí esta vez con  nerviosísimo. Sin mayor esfuerzo lograba confundirme, debilitarme, desarmarme; él lo sabía y tomaba ventaja de ello.
Sí, justamente así Camila… como lo hace ahora… usted… me vuelve tan vulnerable…
Me mordí el labio excitada  quería que la sangre fluyera para calmar mi ansiedad o al menos tener fuerzas para evitar su cercanía. Con torpeza retrocedí un paso y casi sin saber que decir pregunté:
_ A..Antonio,  conoce una cafetería por aquí? es que…buscaba una, pero en esta cuadra todo está a reventar
_ Usted me invita un café???? Preguntó exagerando graciosamente los gestos_ definitivamente el cosmos está de mi lado
_Jaja hombre no sea exagerado, la mañana está fresca y se me apetece uno
_Camila hace cuanto no toma un café de chuspa? pero ojo, el tradicional de las abuelas
_Hace mucho, casi solo se lo encuentra en provincia
_Pues en mi cocina nunca falta el grano recién molido, la chuspa, y hasta las tortillas de tiesto; ventajas de visitar con frecuencia la finca del abuelo añadió con un guiño
_Pues por mi parte ya casi he olvidado las campiñas, el aroma del café invadiendo las cocinas de barro, las charlas familiares junto a la fogata..
_Quizá algún fin de semana pueda acompañarme al campo Camila, creo que lo disfrutaría mucho. Por ahora le invito un café de chuspa, seria delicioso tomarlo mientras revisamos las obras que ha comprado, incluso quizá le interese curiosear en mi biblioteca o simplemente charlar…
. Estaba consciente que aquella  invitación implicaba un riesgo, el riesgo de estar a solas; el café era una excusa, los libros también; aun así, como la insensata mariposa que disfruta el peligro quise volver a aletear cerca del fuego…
&&&&&
El café recién preparado aromaba la biblioteca. Dos tacitas en una mesa de centro, unos cuantos libros regados en el tapete, mi cartera en el sofá y mis tacones junto a sus zapatos…
Nunca habíamos compartido tan íntimamente, mis dudas las dejé en las escalinatas del departamento permitiéndome disfrutar del momento sin cuestionarme nada, lo necesitaba, lo merecía.  Las risas y confidencias poco a poco se redujeron a un encuentro de miradas  donde nada quedaba oculto, el deseo estaba a flor de piel y parecía no haber escapatoria posible.
Me enfrentaba a dos caminos, agarrar mi cartera y  huir  o dejarme llevar y terminar en su cama, así de simple, así de real. Lastimosamente yo continuaba indecisa, no tenía fuerzas para escapar ni la suficiente decisión para  desatar mis instintos, nada estaba dicho, todo o nada podía suceder.
Me recliné en el sofá consciente de que la falda de gasa ocre, subiría unos cuantos centímetros por encima de mis rodillas, dejando que mis muslos morenos con distraídos movimientos captaran su atención.  Su mirada inquieta deambulaba, de mis pupilas a su taza de café y de su café a la abertura de mi falda haciéndome disfrutar del poder de sentirme deseada, un poder que en mi casa y en mi cama hace mucho había pasado a segundo plano.
Mientras revisábamos uno de los  libros  me incliné ligeramente hacia adelante, dando lugar a una perspectiva más profunda de mi escote, el dije de la cadenilla de plata bamboleaba entre mis senos, logrando que su vista se distrajera en la marcada redondez de unos pechos que aún se conservaban bonitos.
La fina  tela de la blusa  permitía  ver la sombra del encaje del brasier que a su vez transparentaba mis inquietos pezones, prueba irrefutable de mi propia debilidad  ante su juego de miradas. Quizá solo era cuestión de tiempo o de tacto, para que aquel broche  del corpiño se abriera o el cierra de la falda bajara…
 Un inquietante calorcito me tenía con las mejillas sonrosadas, con los labios trémulos y las mariposas aleteando ya no solo en mi estómago sino también entre mis muslos. Sé que la reacción de otro hombre al intuir mi excitación probablemente hubiera sido  abalanzarse sobre mí,  pero Antonio parecía ser del tipo de hombre que hacía de la paciencia su mayor fortaleza; después de todo, las cosas caen por su propio peso y la piel se desnuda por sus propias ganas.
Su presencia tampoco me resultaba indiferente, más de una vez, abandoné las hojas del libro que curioseaba, para posar mis ojos  en sus labios carnosos,  en sus manos grandes cálidas al contacto,  en el vello oscuro  que asomaba entre la abertura de su camisa y en un par de ocasiones casi sin darme cuenta,  terminé con la mirada  fija en el bulto que se formaba en su entrepierna, una erección que sin duda era yo quien la  provocaba.
Hubo un momento en que al retirar la vista de aquel sexo endurecido me encontré de lleno con sus ojazos negros, cobardemente intenté rehuí su mirada, pero él me sujetó de la barbilla impidiéndolo y contrario a todo lo esperado tomó mi mano colocándola en su bragueta
Usted la pone así…dura….dura,  sin necesidad de hacer nada…
Aquellas palabras terminaron de encenderme; dejé mi mano sobre su miembro  sintiendo su palpitar, su calor, su necesidad de refugio;  con un pequeño apretón le transmití todas mis ganas de hacerla mía, de saborearla, de hundírmela hasta lo más profundo pero presa aún de mis inseguridades  titubeando pregunté
A-Antonio quiere  m-más.. mas….café?
La pregunta era realmente estúpida en un momento como ese, imperdonable hasta para una colegiala,  pero lejos de contrariarse, sonrió divertido
Café ahora? Jajaja dudo que pudiera ser más oportuna, hasta me parece una idea estupenda acotó graciosamente
Me sonrojé un poco por mi idiotez y con cierto nerviosismo me dirigí a la cocina
Ok, se..se lo traigo ahora mismo…
No huía o tal vez sí, lo cierto es que necesitaba un minuto de aire y  un momento de lucidez que me permitiera recobrar el control; no era fácil para mi estando casada tener cerca a un hombre que despertaba toda mi carnalidad, tampoco era fácil traicionar a un esposo bueno,  ni  ceder  a  mis ganas  aunque tuviera el sexo inundado…
_Mierda!!! Debe estar riéndose de mí, proferí  mientras servía un par de tazas de café. Aún no las había endulzado cuando escuché los pasos de Antonio a mi espalda
_Nunca me reiría de usted Camila, todo tiene su momento y quizá este no era el nuestro murmuró abrazándome por la espalda
 _Es que usted no entiende…
_Entiendo más de lo que cree,  me desea pero aún se siente insegura
_No sé qué  demonios le hace pensar que  yo…
_No meta a los demonios en esto Camila, esto es cosa de los dos, susurró subiendo las manos por mi abdomen hasta rozar mis senos disimuladamente
La suave caricia me estremeció de pies a cabeza, sentir la tibieza de sus palmas y el calor que emanaban nuestros cuerpos me debilitaba; hace mucho no me estremecía otra piel, ni deseaba tanto las caricias de nadie…
Mis luchas internas de pronto se vieron avasalladas por sensaciones que me empujaban al placer, a una búsqueda por  satisfacer mis instintos, por gozar…por aullar …por follar…
_Ahhhh …u-usted es un… ahhh..
_ Lo que quieras Camila… soy lo que quieras, mientras me dejes gozar de tus senos… los tienes deliciosos, me pasaría horas acariciándolos
_Ahhh Antonio…
Sus yemas estimulaban mis pezones hasta hacerlos crecer desmesuradamente, intercalando movimientos suaves con tirones enérgicos; excitada  le di más libertad para  que introdujera sus manos dentro de la ropa. y en breves momentos con pasmosa  habilidad zafó los botones de la blusa y los broches del sujetador. El placer era inigualable, sus manos ascendían desde mi abdomen hasta mis senos arrancándome gemidos que se confundían con sus susurros entrecortados…
_Camila…que tetas mujer!!! que tetas….
_Sigue Antonio sigue…
_Ahhh Cami al fin son mías, que  ganas que tenía de manoseártelas…
Ya no pensaba en nada, solo disfrutaba de sus caricias, del deseo encerrado en sus palabras, de sus labios sobre mis hombros, de su pelvis restregándose en mi trasero, de su miembro punteando mis nalgas…
Me di vuelta y le abracé del cuello,  Antonio respondió acariciando mi cabello y buscando mis labios  con desesperación; los besos eran intensos, cargados de deseo, de ganas reprimidas; con el ardor propio de los amantes que se permiten disfrutar de caricias prohibidas,  de cuerpos ajenos,  de fluidos distintos…
Nos comimos a besos permitiendo que nuestras lenguas exploraran nuestras cavidades, dejando que la saliva suavizara los labios  y fluyera de boca a boca como preludio del momento al que ambos queríamos llegar. Recorrió sin prisas desde mi clavícula hasta mi ombligo para volver a ascender en busca de mis pechos….
Con suavidad  me tomó de la cintura sentándome en el filo del mesón, ansiosa separé los muslos para que tuviera acceso a mi cuerpo y arqueando la espada hacia atrás le ofrecí mis senos; era deliciosa la sensación de aquellos labios carnosos succionándome, aquella boca abriéndose para chupar sin cansancio y aquellas manos que sabían muy bien que hacer para excitarme más.
En cuestión de minutos mi falda  quedo enrollada en mi cintura  quedándome  prácticamente  desnuda ,solo con un biquini que trasparentaba las escasas pelusas que solía dejar en mi pubis; me sentía húmeda y sabía lo que venía, pues Antonio parecía disfrutar anticipándomelo :
_Hummm Cami…mira nada más como has mojado la tanguita…me provoca hacértela a un lado y darte lengua
_Ahhh Antonio…uffff
_Lo quieres o no? Vamos mujer ábrete y demuéstrame lo que quieres
_Antonio Ordoñez deja de jugar conmigo y cómeme de una vez  que me muero de ganas!!!
_Mmmm así me gusta verte amor, caliente y pidiendo tranca
Colocó su cabeza entre mis piernas aspirando el olor a coño mojado, estremeciéndome con la sensación de su lengua entre mis ingles, y haciéndome gemir cada vez que  me apretaba el trasero. Me arrebató la tanguita y sin compasión se abalanzó sobre mi sexo saboreando mis fluidos. La suavidad de mis labios depilados me permitían sentir la frescura de su saliva, los soplidos tibios sobre mi clítoris y la inminente entrada y salida de sus dedos en mi orificio, todas eran sensaciones nuevas porque estaban cargadas del morbo de lo prohibido.
Gemido tras gemido, sacudida tras sacudida, me hacían ir del cielo al infierno al ritmo de las embestidas de sus dedos, ya no resistía más, en el centro de mi cuerpo se formaba un remolino de sensaciones que amenazaban con la imperiosa  llegada de un orgasmo,  levanté mis caderas empujándolas contra su boca  pero él se apartó y abriéndose el pantalón susurró:
_No se te antoja correrte con esto dentro? Ven, ven Cami para que te la midas completa
_Salté de la mesón y me apretujé contra su cuerpo buscando una posición que permitiera la penetración, pero tomándome de la mano me condujo hacia su habitación…
_Ves esa cama Camila? Preguntó acariciándome las nalgas_Ahí es donde he fantaseado infinidad de veces contigo, me la he jalado duro pensando en ti…
_También yo Antonio también yo he fantaseado contigo
_Como me imaginabas amor? Dándote tranca?
_Cogiéndome Antonio, cogiéndome  duro..muy duro…
_Qué rico amor, que rico, muero por hundírtela, susurró mordiendo mi oreja
_ La quiero toda!!! Gemí apretando sus testículos la quiero completa!!
_Ponte en cuatro Camila así es como te soñaba, quiero deleitarme mirándote antes de clavártela..
Le empujé contra la pared, di  vuelta y  sensualmente me solté la  melena, despacio muy despacio bajé los últimos centímetros del cierre de la falda que aún estaba atrapada en mi cintura quedándome en total desnudez…
_Esto es lo que querías ver Antonio? Pregunté inclinándome en el filo de la cama
_Ohhhh Camila….
_Así está mejor? Volví a preguntar ubicando las rodillas en el colchón, de forma que mi cuerpo al tomar la posición en cuatro mostraba todo mi sexo
_Camila carajo!!! Eres una verdadera delicia…
_O quizá así?  Pregunté elevando el cuerpo de forma provocativa
_Ohhhh cosita, mira como me la pones!!!  La vas  a hacer reventar…
Satisfecha al oír sus gemidos giré; sus pupilas brillaban de deseo y su sexo pedía guerra;  inmediatamente se abrió los botones de la camisa y se bajó los pantalones…
Caímos en la cama fundiéndonos en un beso desesperado, chupándonos, explorándonos a conciencia; ya no había vuelta atrás, el deseo se imponía a la razón. Decidida a tomar la iniciativa me deslicé por su cuello, dejado rastros de mi saliva en su pecho que extendí hasta la profundidad de su vientre. donde airosa se levantaba su tranca.
Sin prisas me introduje su glande y con un constante jugueteo en la extensión de su miembro le arranqué varios gemidos; subía y bajaba aumentando y disminuyendo el ritmo, lo que provocaba que su sexo se endureciera a tope. La insistencia con la que me desplazaba ocasionaba que algunos hilillos de saliva se desparramaran por mis comisuras suavizando la chupada. A momentos por el cansancio de mis maxilares  tomaba un respiro, pero lejos de retirarme embestía con más fuerza.
Luchado contra su propia naturaleza o más bien con su necesidad de correrse en mi boca, me sujetó de la cabeza en un intento vano de recobrar el aliento, sin embargo, a los pocos segundos con movimientos rápidos de cadera  hundió  su miembro en mi boca con verdadera saña
Continué con el oral, a cada lamida propiciada respondía con un jadeo y a cada succión con un gemido, era cuestión de breves  instantes para que su blanca esencia terminara en mi garganta, pero negándose a su propio placer ,me dio vuelta quedando sobre mí
Esta vez sus labios se concentraron en mi cuerpo, siguiendo la ruta de los hombros hacia los pechos, de los pezones hacia el ombligo y del vientre en caída limpia hacia mi sexo, un sexo cuya humedad permitía que jugueteara con los dedos. Hábilmente succionó  mis pliegues, a la vez que estimulaba con ritmo el capuchón de mi clítoris, con constancia, con sabiduría, y cuando estuve a punto de alcanzar u orgasmo levantó mis muslos por encima de sus hombros  enterrándome a profundidad su armamento.
El contraste de las sensaciones en mi piel, la promiscuidad de los besos y lo certero de la clavada desencadenó un orgasmo intenso que me robó gran parte del aliento. Abierta de piernas a más no poder, recibí estocada tras estocada sin poder más que gemir  entregándome completamente al placer
Un hábil movimiento de mis piernas engarfiándose en sus caderas permitió un acoplamiento rítmico que facilitaba la entrada y salida de su miembro en mis entrañas, sin descaso, sin compasión; ya no hacíamos el amor, follábamos, con palabras duras, duras como su verga y calientes, calientes como mi coño.
Su rostro era la viva imagen del placer, los ojos entrecerrados, los maxilares apretados, esperado tan solo el desenlace, pero yo no estaba dispuesta a dar término de forma pasiva, así que le empujé contra la cama y me senté sobre él. Co ritmo lento me la introduje, balaceado las caderas, subiendo y  bajando, aflojado y ajustado, en total sintonía con mis ganas. En cuestión de segundos acelere los movimientos volviéndolos profundos y precisos mientras que  Antonio levantó las caderas con violencia; no necesitábamos más, los espasmos y los gemidos eran prueba de casi simultáneamente habíamos alcanzado la gloria…
Terminamos envueltos entre sábanas,  ya no olía a café ni se respiraba a ganas, nuestros cuerpos hambrientos se habían saciado y el inmenso placer era reemplazado por besos dulces. Todo era casi perfecto,  pero las sombras de la culpa no tardaron en llegar y en el m momento menos esperado  me trajeron la imagen de mi esposo,  su cabello gris, su rostro sereno y sus ojos dulces; aquellos ojos dulces que aunque ya no despertaban una pasión arrolladora, era los que veía en cada amanecer…
Antonio ajeno a mis pensamientos, me abrazó con ternura como si quisiera alargar el momento
_Eres preciosa Camila, este es el mejor café que he compartido en mi vida
 _Y probablemente… el último conmigo  respondí con melancolía
-No mi niña, no digas eso, murmuró besando mi frente,   conseguiré que el destino juegue mi favor.. .
Sonreí con tristeza. Antonio no se dio cuenta que voltee el rostro para que no viera un par de lágrima que  rodaron por mis mejillas, ni comprendió porqué  pese a la llovizna, precipitadamente tomé mi ropa para marcharme; no  podía  explicarle que irónicamente me sentía  triste y  feliz, mucho menos confiarle, que el hombre con el que había compartido  mi vida durante años, aquel al que nunca hubiera querido  herir, después de hacer el amor también solía decirme : mi niña…
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: ¡Qué culo tiene esa mujer!: La entrego a una amiga (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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el-elegido2Esta primera foto es de Virgen Jarocha en la que os manda un beso por la gran acogida que le habéis hecho a sus relatos, AUNQUE LE DA TRISTEZA QUE NO HAYÁIS COMENTADO NADA DE SU RELATO: 
Sin-t-C3-ADtulo10“Fantasia o realidad”
http://pornografoaficionado.blogspot.com.es/2013/12/fantasia-o-realidad-por-virgen-jarocha.html
 Las demás son de unas modelos

Si queréis agradecérselo, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com 
 
Habiendo acordado conmigo Linda que,  a partir de ese día, cumpliría todos mis caprichos incluido el que la compartiera con otra mujer, decidí hacerlo realidad en cuanto pudiera. Por eso en cuanto dejé el pueblo, empecé a pensar cual de mis amigas aceptaría realizar un trío con esa monada. Repasando mis diferentes amistades, comprendí que solo Patricia daría la talla. Aunque no era precisamente bella, más bien era feílla, el hecho de ser bisexual reconocida y tener una vena dominante y morbosa, la hacía la idónea para realizar esa fantasía. El problema es que era de “Martinez” y como había crecido también allí, conocía a Linda. Tras analizar los pros y contras, decidí que lejos de ser un problema, el que se conocieran incrementaba el morbo.
Como debía darle tiempo para hacerse a la idea, llamé ese mismo lunes a esa morena. Sin decirle exactamente qué era lo que me proponía la invité a pasar conmigo el siguiente fin de semana de desenfreno en mi hacienda.
-Por el modo en que me hablas, me tienes preparada una encerrona- contestó muerta de risa-
-Solo te puedo decir que no te arrepentirás- dije picando su curiosidad.
La naturaleza femenina de mi amiga hizo el resto y aceptando de inmediato, quedé con ella en recogerla el viernes a la tres.
-¿Qué ropa debo llevar?
-Aunque no te va a hacer falta, vete dispuesta para matar.
Nuestra llegada a mi hacienda:

 

En la mañana de ese viernes avisé a Linda que llegaría a cenar con compañía sin especificarle el quien porque quería que fuera una sorpresa. Disfrutando de antemano, me imaginé la reacción de ambas al encontrarse frente a frente: Mi empleada se quedaría cortada por ver a su amiga de la infancia y no saber cuáles eran mis intenciones. Patricia en cambio, estaría descolocada porque le había prometido una juerga brutal y temería que la presencia de Linda, truncara sus planes.
Después del trabajo, recogí a mi amiga en su casa. Tal y como le había pedido, iba vestida pidiendo guerra. El escotado traje que se había puesto dejaba poco margen a la imaginación. Sus pechos no solo se intuían sino que parecía que se le iban a salir, debido a lo apretados que los llevaba. Al entrar y sentarse en el asiento del copiloto me la quedé mirando fijamente y en plan de guasa le pregunté:
-¿Le has robado el vestido a tu hermana pequeña?
-¿Por qué lo dices?- respondió haciéndose la boba mientras se inclinaba hacia delante, dejándome disfrutar del estrecho canalillo de sus senos.
-Cariño- susurré a su oído mientras mi mano se perdía bajo la tela: -O has engordado o te han crecido los pechos.
Mi acompañante se mordió los labios al sentir la caricia y sin protestar por ella, se dejó hacer mientras me preguntaba:
-¿Qué me tienes preparado?
-Un trio.
Mi escueta respuesta la excitó y ya con sus pezones duros, sonrió mientras intentaba sacar más datos:
-¿Y quién es tu amigo?
Muerto de risa, respondí:
-¿Quién te ha dicho que es un hombre?- mis palabras la desconcertaron por completo y más cuando viendo su silencio, le dije:- Puede que sea un perro.
-¡Baboso!- exclamó destornillada de risa.
Comprendiendo que no me iba a sonsacar nada, se hizo la indignada y quitando mi mano de sus tetas, me amenazó con que si no le gustaba la compañía que le había elegido, se tomaría un autobús de vuelta a casa.
-No te preocupes, ¡Te gustará!
El resto del camino se quedó callada pero cuando estábamos a punto de llegar al pueblo, se empezó a poner nerviosa. Aunque intentó interrogarme por el tercero en discordia, de mis labios no salió ningún otro dato. Por eso en cuanto entramos en la hacienda y Linda salió a recibirnos, me miró con ojos de incredulidad.
-¿Es ella?- preguntó en voz baja.
No la contesté y sacando las maletas de carro, cargué con ellas por las escaleras. Al dejar toda la ropa en mi habitación, pude observar un gesto de reproche en los ojos de mi empleada. Reconozco que me encantó ver que Linda estaba celosa y por ello, aprovechando que la morena se había ido al baño, acaricié su trasero mientras le robaba un beso.
Increíblemente, esa mujer me respondió con pasión y poniendo un puchero, me preguntó:
-¿No vas a acostarte conmigo este fin de semana?
-Sí- respondí.
-¿Y Patricia?
-¡También!
Solté una carcajada al observar su cara de terror. Sin dar importancia a sus reparos, le informé que cenaríamos los tres juntos. Intentó protestar pero entonces le recordé nuestro trato por el cual se había comprometido a cumplir todos mis caprichos. Viendo que no daba mi brazo a torcer, me informó que se iba a terminar la cena por lo que me dejó solo en mi habitación.
Patricia al volver y darse cuenta que no había nadie más en el cuarto, como una furia me recriminó la presencia de Linda:
-No te parece bastante la mala fama que tengo en el pueblo. Si se nos ocurre montar una fiesta, esa zorra irá con el chisme a todos.
-No lo creo- contesté sin darle más explicaciones.
No sé si fue mi seguridad o que mi amiga supuso que el desmadre empezaría cuando esa mujer nos hubiese dejado pero la realidad es que sin esperarse que fuera Linda el tercer componente del trío, confió en mi palabra.
-¡Como se vaya de la lengua, te la corto!- respondió mientras bajábamos al comedor.
Para relajar el ambiente, abrí una botella de vino y serví tres copas. Al percatarse que Linda iba a cenar con nosotros, su desconcierto fue patente pero no dijo nada e hizo como si no ocurriese nada. Mi empleada llegó entonces con la cena y preguntándome como nos íbamos a sentar, le respondí que una a cada lado y yo en medio.
Una vez en nuestros sitios empezamos a cenar. Haciendo honor a su destreza, todos los platos estaban deliciosos y por eso poco a poco ambas mujeres se fueron relajando. Momento que aproveché para llevar la conversación hacia el lado picante. Sin darse cuenta, las dos amigas contaron sus experiencias de adolescentes con muchachos del pueblo. Muertas de risa, me explicaron que entre ellas me llamaban el “marqués”. Al preguntarles el motivo, descojonadas reconocieron porque me creía superior.
-Eso no es verdad- protesté.
-Sí que lo es- respondió Patricia- Todas queríamos echarte el guante pero ninguna pudo.
Recalcando la idea, en plan de guasa, Linda soltó:
-Incluso empezamos a supones que eras gay.
Solté una carcajada ante semejante locura y bajando una mano a cada lado, empecé a acariciar los muslos de ambas mujeres por separado mientras que les decía:
-¿Os apetece que os demuestre lo contrario?
 Mi descaro las sorprendió pero ninguna hizo intento alguno por retirarla de su pierna y mirándose entre ellas, se preguntaron que iba a pasar después. Viendo su desconcierto, fui deslizando mis dedos hacia sus entrepiernas y ya cuando mis yemas habían alcanzado las pantaletas de ambas, comenté como si nada:
-Aunque pensándolo bien, os he oído gritar a ambas en mi cama- e introduciendo mis dedos bajo sus tangas, empecé a masturbarlas sin que ninguna pudiese hacer nada por evitarlo.
Desconcertadas por mis palabras ya que, importándome una mierda el qué dirán, le había confirmado que ambas habían sido mías se quedaron en silencio. La primera en reaccionar fue Patricia que dejándose llevar por la calentura que sentía, se dirigió a  Linda mientras separaba sus rodillas para facilitar mis maniobras, diciendo:
-¿Sabes que este cabrón, me ha traído engañada?. ¡Me ha prometido un trío!.
Sin ser capaz de mirarla, mi empleada contestó:
-No te ha mentido, esta noche seremos dos mujeres las que estaremos en su lecho.
Esa confesión la dejó anonadada y por eso no pudo reprimir un gemido al sentir mis dedos pellizcando el botón de su entrepierna. Cómo ya se había desvelado todo, decidí forzar la situación y levantándolas de sus sillas, las junté una contra la otra mientras ordenaba:
-Bailad para mí.
Patricia que tenía experiencia con otra mujer, tomó la iniciativa y llevando su mano a la cintura de Linda, la obligó a pegarse a ella. No tardé en observar como con sus cuerpos totalmente unidos, las dos muchachas iniciaban un sensual baile, teniéndome como testigo.  Sus movimientos cada vez más acusados me demostraron que ambas los deseaban.
-Linda, ¡Besa a Patricia!.
Mi empleada obedeció y cogiendo la cabeza de la morena, aproximó sus labios a los de la otra mujer. El brillo de los ojos de Patricia me informó de su excitación cuando su dueña, abriendo la boca, dejó que la lengua de su conocida entrara en su interior.   Con sus dorsos pegados mientras se comían los morros una a la otra, siguieron bailando rozando sin disimulo sus sexos. Para aquel entonces, los corazones de ambas estaban acelerados y más se pusieron cuando oyeron mi siguiente orden:
-¡Quiero veros los pechos!
Actuando al unísono, Patricia deslizó los tirantes que sostenían el vestido de la rubia mientras Linda hacía lo propio con los de la morena. Me encantó disfrutar del modo en que sus pezones ya duros se clavaron en los pechos de la mujer que tenía enfrente. Mi empleada no pudo  evitar que de su garganta brotara un  gemido de deseo al sentir la mano de su amiga recorriendo su trasero.
Aunque su entrega se iba desarrollando según lo planeado, comprendí al ver el nerviosismo de la rubia que para ella iba a ser difícil al ser su primera vez con una mujer. Por eso, para facilitar las cosas, me acerqué a Patricia y le susurré al oído:
-¡Es su primera vez!
Mi amiga percibió al instante que le pedía y mientras rozaba con su pierna la  encharcada cueva de Linda, cogió un pecho de la indefensa mujer. Antes de seguir, la miró a los ojos y al vislumbrar deseo, decidió seguir. Desde mi posición, la observé bajar por su cuello y con suaves besos acercar su boca al pezón erecto de su aprendiz.  Asustada pero excitada, la rubia experimento por vez primera la lengua de una fémina recorriendo su rosada aureola.
-¡Dios!- exclamó en voz baja.
Durante un rato, Patricia se  conformó con mamar esos pechos que había puesto a su disposición. Con la destreza que da la experiencia, chupó de esos dos manjares sin dejar de acariciar la piel de la primeriza. Viendo que había conseguido vencer sus reparos iniciales y que Linda estaba preparada para dar el siguiente paso, siguió bajando por su cuerpo dejando un húmedo rastro camino al tanga de la mujer.
Arrodillándose a sus pies, le quitó con ternura esa mojada prenda, tras lo cual la obligó a separar las piernas. Incapaz de negarse, Linda obedeció y fue entonces cuando se apoderó de su sexo. Con suavidad retiró a los hinchados labios de la rubia, para concentrarse en su  botón.
-¡Me encanta!- suspiró aliviada al asimilar que la boca de esa mujer, lejos de ser repugnante, le gustaba.
Esa confesión dio a mi amiga el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con sus manos en su larga cabellera de Patricia y  mirándome a los ojos, se corrió en la boca de la mujer arrodillada. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de ese sexo, y profundizando en la dulce tortura, introdujo un dedo en la empapada vagina. Sin importarle que pensara yo,  gritó de placer:
-¡Por favor! ¡Sigue!
Interviniendo, levanté a Patricia del suelo y cogiendo a ambas de la cintura, las llevé escaleras arriba hasta mi habitación. Una vez allí, ordené a la morena que se tumbara en la cama  y mirando a mi empleada, le solté:
-Es hora de que le devuelvas el placer.
Linda me miró aterrada pero cumpliendo con nuestro trato, se fue acercando hasta el colchón donde le esperaba la otra mujer. Patricia desde las sábanas esperó a que la rubia procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta mujer no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la muchacha.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer y asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que te gustaría que ella hiciera.
Sus ojos me pidieron que la dirigiera y por eso
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi empleada entre los muslos de mi amiga y señalando el abultado sexo de la mujer, le dije:
-Separa los labios con tus dedos y descubriendo el clítoris: ¡Bésalo!
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso a un sexo de mujer.
-Está rico- dijo bastante roja y avergonzada.
-Sigue- ordené
Linda me obedeció sin reparos y mientras seguía mis instrucciones, me a pellizcar los pezones de una indefensa Patricia que dominada ya por el deseo,  vio en mis duras caricias un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Métele tu dedo- le pedí justo cuando la mano de la morena me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Patricia hizo que Linda diera un chillido de deseo y sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene, siguió masturbando a la morena, metiendo y sacando su dedo de ese coño. Repartiendo mi atención entre lo que hacía la rubia y las caricias de la morena, obligué a la primera a incrementar sus acciones añadiendo otro dedo al que torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi Patricia ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta.
-No te aceleres- le solté sacando mi miembro -¡Por ahora disfruta!
Cabreada por dejarla sin su chupete, intentó volvérselo a meter. Al ver que no cedía se acomodó entre los almohadones y cerrando los ojos, dejó que mi empleada siguiera comiendo de su coño. Esta se colocó frente a la morena y separándole las piernas, recomenzó como si nada hubiese pasado, lamiéndole la parte interna de los muslos. Desde posición, pude contemplar por entero el sexo de la morena y la humedad que encharcaba los labios me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con su respiración entrecortada, esperó las caricias de la lengua de mi empleada. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y convulsionando sobre las sábanas se corrió dando gritos. Me encantó ver que su cuerpo temblaba mientras Linda no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua.
Sus gemidos coincidieron en el tiempo, con mi llegada a la espalda de Linda. Mientras la rubia seguía devorando el coño de mi amiga, con mis manos le abrí sus nalgas y tanteando el terreno, le solté un azote mientras le preguntaba si deseaba que la tomara.
-Cógeme, ¡Quiero sentir tu verga en mi interior!- chilló entusiasmada.
Su lenguaje soez espoleó mi lujuria, y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, la forcé lentamente, de forma que pude sentir el paso de toda la piel de mi tranca rozando sus adoloridos labios, mientras la llenaba.
Patricia exigiendo su parte, tiró del pelo de la rubia y poniendo nuevamente su coño a disposición de la muchacha, le exigió que su lengua se introdujera en el interior de su vagina mientras mi pene se recreaba en el interior de mi empleada. Sentir mi huevos rebotando contra su culo mientras ella seguía comiendo con auténtica pasión la cueva de mi amiga, fue algo alucinante.
Parecíamos un tren desbocado. Mis  embestidas obligaban a Linda a penetrar con su lengua más hondo en el interior de Patricia, y esta, al sentirlo, pegaba un grito que forzaban a un nuevo ataque por mi parte.
La morena fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la cama y mientras se pellizcaba los pezones, nos pidió que la acompañáramos. Aceleré el ritmo al escucharla y cayendo sobre la espalda de la rubia, me derramé regando su interior con mi semilla. El orgasmo de Linda en cambio fue algo brutal. Al sentir mi semen rellenando su estrecho conducto, se creyó morir y pegando un alarido, informó a los cuatro vientos su placer.
Satisfecho por lo sucedido, me tumbé en la cama entre ellas y mientras me abrazaban, pregunté a Patricia si seguía temiendo que Linda se fuera de la lengua.
-¡Por supuesto! – respondió muerta de risa -¡No te haces una idea de lo bien que la maneja! Solo espero que esto sea un aperitivo y que durante el fin de semana, vuelva a demostrarlo.
Mi empleada soltó una carcajada al oírla y llevando una mano al pecho de la morena, le apretó un pezón, mientras la contestaba:
-Tendrás que preguntar a José. Yo no hago nada sin que ¡Él me lo mande!

Relato erótico: “El pueblo de los placeres 2” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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El cantar de los pájaros y los primeros rayos de sol despertaron a Luís. Se giró, a su lado dormía su tía. Se levantó con cuidado y la dejó tapada con el abrigado edredón nórdico. Estaba desnuda y el frío crecía por días en ese recién estrenado invierno.
Mientras desayunaba conectó su portátil. Consultó la meteorología: mínimas de menos cuatro grados y máximas de diez en toda la sierra de Huelva. Despejado.
Apuró el desayuno y se preparó para ir a correr. Al salir topó con una nueva nota sobre la alfombrilla exterior de la entrada a su casa. La cogió y la leyó. Tras leerla la sopesó. “mismo papel y mismo tipo de letra que la nota anterior”. Volvió a leerla.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo.”
Esta vez se la guardó en el bolsillo del chándal. Cerró la cremallera, se ajustó el gorro, se colocó los auriculares y encendió su mp4.
Se adentró en el bosque oyendo su ópera favorita, “La flauta mágica”, de Mozart.. Los árboles iban quedando atrás con la misma elegancia con que la música deleitaba sus oídos. Todo era paz y armonía.
Al finalizar la sinfonía, Luís inició el camino de vuelta. Pero antes de colocarla de nuevo oyó el relinchar de un caballo justo antes de apretar el botón.
Se quitó los cascos y miró alrededor. No había ningún caballo. Solo el bosque y los húmedos matorrales. Con el cantar de mil pájaros como hilo musical. Cuando volvió a colocarse los auriculares, de nuevo un relincho. En esta ocasión pudo orientarse y se dirigió al lugar desde el que entendía que llegaba el sonido.
Avanzó a través de unos matorrales y pudo verlo. En un pequeño claro, protegido por rocas, matorrales y la espesa arboleda, estaba el animal. Se trataba de un precioso caballo andaluz color marrón oscuro, con una elegante melena negra, del mismo color que su amplia cola.
Cuando se empezaba a preguntar qué hacía ese caballo ahí solo, éste volvió a relinchar y se puso de lado. Entonces pudo verla.
Arrodillada en el suelo una mujer agarraba la tranca del animal, meneándosela de arriba abajo. La otra mano le acariciaba el lomo, pretendiendo calmarlo. Luís se fijó en la enorme polla. Descolgaba hasta casi rozar el suelo y tenía un diámetro más que respetable. Aquella mujer le resultaba familiar, a pesar que el caballo se interponía en su visión.
En un momento dado, la mujer se agachó más colocándose justo bajo el caballo; en un momento en el que el animal aguardaba quieto el siguiente paso. “Buen chico”. La voz no le dejó ninguna duda. Cuando esa mujer agachó la cabeza y se metió la tranca del caballo en la boca Luís por fin pudo verla. Era Tomasa.
Tuvo la tentación de correr, pero una morbosa curiosidad hizo que se escondiera un poco más para ver aquella escena.
Tomasa lamía y masturbaba con una viciosa velocidad. Al cabo del rato se levantó y acarició con calma el pelaje del precioso caballo. Luego miró alrededor para comprobar que seguían solos. Luís se tuvo que agachar más para no ser descubierto. De nuevo se levantó un poco para poder ver. Ahora Tomasa estaba desnuda de cintura para abajo. De pié con las piernas abiertas, dándole la espalda al caballo. Se giró y le agarró la tranca; sin soltarla volvió a darse la vuelta y la colocó en su coño. Luís frunció el ceño en señal de dolor. “su coño es grande, pero no tanto”.
A Luís le sorprendió la facilidad con la que el caballo se dejaba hacer. Tomasa se lamió las manos y se frotó el sexo, sin soltar el rabo. Luego se echó un poco hacia delante sin llegar a agacharse del todo. Puso una mano en el suelo para no perder el equilibrio y dejó la polla del animal en la entrada de su coño. Se la mantenía agarrada mientras se movía como pidiéndole que pusiera un poco de su parte. Hasta que el animal, en un movimiento cuidadoso, la metió un poco.
El grito de Tomasa fue desgarrador, pero su cara reflejaba todo el vicio que podría reflejar cualquier rostro humano. Aunque Luís empezaba a dudar que aquella hembra grande y chillona fuera verdaderamente humana.
Tomasa soltó la tranca, y esta se quedó clavada. Y empezó a moverse hacia atrás y hacia delante. El caballo no se movía, se dejaba hacer. Luís contemplo atónito como la mujer, en sus movimientos enculadores, cada vez abarcaba más rabo dentro de su coño. Hasta casi la mitad logró meterse una y otra vez.
Sus gemidos eran atronadores y Luís no pudo soportar ver aquella escena durante más tiempo. Con indignación, y sobre todo con una alta excitación, retrocedió con cuidado para volver al camino que le llevaba a su casa.
Pero pisó una rama seca. El crujido hizo que se quedara paralizado. Tomasa se detuvo en seco, avergonzada y alarmada.
-¿Quién anda ahí?
No lograba ver a nadie. En ese momento Luís salió corriendo. Tomasa pudo ver la figura de una persona corriendo. No pudo verle la cara pues se la tapaba el gorro de un chándal.
Avergonzada se levantó y se

vistió apresuradamente. Corrió por el camino hacia el pueblo. Medio lloriqueaba y estaba acalorada. Se sentía cachonda y aturdida. Aun conservaba en su boca el sabor del caballo. Y bajo sus bragas su coño palpitaba escocido, muy abierto, cerrándose poco a poco.

Luís entró en su casa y se fue directamente a la ventana de su despacho, en la planta superior. Por el camino se cruzó con la tía Ana, a la cual saludó sin echar cuenta a algo que le dijo.
Se encerró y miró el pueblo a través de la ventana de su despacho, la cual permitía su vista parcial.
“Qué clase de pueblo es este”. “qué clase de gente vive aquí”. “Está maldito”.
Este último pensamiento lo tuvo mirando a un cuervo sobrevolar un pequeño peral, antes de posarse en una de sus ramas más altas, cara al pueblo.
El pueblo le devolvía la mirada en silencio. Había algo que atraía a Luís en aquellas casas y no sabía el qué. Tal vez se habría encaprichado de Tomasa, aunque no estaba del todo seguro de ser eso lo que sintiese. La escena del caballo le había repugnado tanto como excitado. Pero se obligó a intentar olvidarla; se obligó a hacer prevalecer en su cerebro la mitad de repugnancia, olvidando la otra mitad de excitación. Le iba a costar olvidarse de aquella enigmática mujer.
Por otra parte están las notas. Una de ellas recomendándole precaución con Tomasa. Debe ser alguien del pueblo que sabe que se han acostado, no habría más solución. Por primera vez tomó en consideración esa primera nota. ¿Quién le podría haber avisado?, y lo que es más importante, ¿Por qué lo habría hecho?. Sin duda era alguien que intentaba advertirle de algo; o en cambio podría ser alguien que intentaba que se alejara de ella, por celos o lo que fuese. O alguien que solo quería tocarles las narices. Se acordó del la advertencia de su tía.
Sacó la segunda nota y la releyó.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo”.
La letra parecía de mujer. ¿Podría haber sido su tía abuela Leonor?. En seguida se quitó esa idea de la cabeza; la pobre vieja es demasiado mayor como para salir de casa. Además cree recordar que es medio analfabeta y casi no sabe escribir. Y menos aun esas letras tan grandes y bien definidas.
Entonces pensó en la sombra que le espió desde la ventana frente a la casa de Tomasa. Alba, ese nombre le había dado. Es la única persona que le había visto entrar en casa de su enigmática amante. Recordó la incomodidad que adoptó Tomasa cuando le preguntó por ella. Recordó la historia de su madre muerta y del fantasma que le hacía la vida imposible.
“Auxilio. Sálvame. Llévame contigo”.
Sin duda debía ser ella. Pero, ¿por qué?, ¿Quién era realmente esa mujer?. ¿Por qué le ha advertido sobre Tomasa?.
Sumido en sus pensamientos se le fue media mañana. Salió para hacer café, Ana ya no estaba; ni siquiera la había escuchado despedirse.
Al acabar el café concluyó que necesitaba desconectar un poco. Decidió irse unos días a Madrid a visitar a su madre, con la idea de ampliar clientela en la capital de España. Preparó la maleta y arrancó su BMW azul de última generación.
Antes se pasó por la dehesa para comunicárselo a Ana y a los demás encargados.

¿Cuándo volverás?.

Dijo Ana casi sin voz y con mala cara.

Serán solo unos días. Te llamaré. Te quedarás a cargo de la casa y el negocio.
No me hace gracia quedarme sola. Es por el pueblo…..
¿Qué le ocurre al pueblo?.

Ana vaciló un instante. Luego se acercó y abrazó a su sobrino. Ladeó un poco su cabeza y le susurró al oído:

Me da miedo.

Luís se separó y rió nervioso.

Tonterías. Volveré en unos días. Hasta pronto.

No hubo más palabras. Ana pudo oír al coche de Luís rugir entre los árboles del bosque, sintiendo como se alejaba. A medida que el motor sonaba más lejano, más crecía el miedo en su interior. El vacío se apoderaba de su alma, y como si el diablo mandase en ella, una excitación sobrenatural la hizo presa. La misma excitación incomprensible que la obligó a abandonar el pueblo. Su coño empezó a palpitar como si fuera el corazón de la tierra que pisaba.
Se sentó y se obligó a serenarse. No podría controlar qué pasaría en esos días. No podía creer que otra vez sintiese eso. “Otra vez no, por favor. Tan pronto no”.
Al caer la tarde Ana se dirigió a su despacho en una de las cabañas. Allí rebuscó en el listado de trabajadores y encontró a la chica que le había parecido ver días antes saliendo de la cocina. Cogió el teléfono y la llamó.

¿Sara?. Eres Sara Sánchez, ¿la hija de Silvia Sánchez?.
Sí señora,…. ¿Pero quién es usted?.
Soy Ana, jefa de cabañas y propietaria al mando de todo el complejo. Ahora que el señor Luís acaba de salir unos días para buscar negocios en Madrid.
Hola señora Ana. A sus pies, no he tenido el gusto de conocerla.
Yo a ti sí te conozco. Estoy en la cabaña despacho. Necesito que vengas.
Señora Ana, perdóneme pero tengo mucho trabajo, estoy preparando la cena a los trabajadores y clientes.
Seguro que el cocinero para el que trabajas lo entenderá. Es una orden superior. Te espero aquí, no tardes.

Colgó sin esperar respuesta y encendió un cigarrillo. Se acomodó en el sillón del despacho haciéndolo correr un poco hacia atrás. Se cruzó de piernas, sus faldas blancas cedieron dejando sus muslos a la vista, oscuros por las medias negras que llevaba. Un río de nervios acudieron a sus pies en forma de movimiento intermitente, aleteando sus tacones. El humo del cigarro envolvía su ambiente. Se le colaba por el recién ajustado canalillo escotado. Sus ojos se enrojecieron por el humo, más diabólicos que humanos, inyectados en sangre. No parecía ella.
Al rato un sonido débil aporreó la puerta de la cabaña.

Adelante. Está abierta.

Ante Ana se presentó Sara. Aspecto juvenil. Linda de cara y muy delgada, aunque con voluminosos pechos. Vestía humildemente con una chaquetilla de cremallera medio deshilachada y unos pantalones grises viejos.
Ana la miró de arriba abajo.

Das pena. Siéntate.

Sara obedeció. Ana se levantó y anduvo paseando por la cabaña, detrás de Ana. Fumando, taconeando despacio, moviendo gustosa sus caderas maduras.

Te vi el otro día y pensé que eras tú. Te sienta mejor el traje de cocinera. ¿No tienes dinero para ropa?
Gano poco señora, al trabajo vengo cómoda pues aquí tengo uniforme de trabajo, como usted bien ha señalado.
Un empleado ha de cuidar su imagen. Cambie la ropa, anótelo.
El señor Luís..
¡El señor Luís no manda ahora mismo!. Está en Madrid, yo me encargo del negocio cuando él está fuera.
Sí, señora.

Sara miró a Ana. Sus ojos parecían los de un gato en la oscuridad. Se asustó un poco.
Ana se sentó y sonrió amistosamente.

¿Sabes?, yo fui amiga de tu madre.
¿Ah sí?. ¡que bien!.
No tan bien, era una buena puta. Me quitó dos novios. Y al final para qué, ¿para hacerse lesbiana?. ¿Sigue viva?.
Claro. Vive en Málaga con su ……
Con su mujer. Jajajajaja. No tengas miedo Ana. Es una pena que siga viva, merece morir. Este pueblo la transformó. Está infectada, como yo.
No sé de que habla señora.
Ya lo sabrás. Si sigues aquí lo acabarás sabiendo. Dime Ana, ¿qué edad tienes?.
Dieciocho.
Pareces más joven.
Eso dicen.
¿vives sola?
Sí. En la calle del agua, en la antigua casa de mis abuelos.
Esta noche te espero a las diez en la casa del señor Luís. Ven cenada pero no comas demasiado.

Sara sintió un extraño escalofrío.

¿Puedo preguntar para qué?.
Revisión de tu contrato. No entiendo por qué, pero Luís quiere pagarte más. Me ha encargado que lo resuelva hoy. Ahora estoy muy ocupada así que tendremos que hacerlo allí. No tardes.
Gracias señora, gracias.

Sara se levantó sonriente y abandonó la cabaña haciendo reverencias.
Ana quedó con una maléfica sonrisa. Entonces cogió el teléfono e hizo otra llamada.
Bebió mucho alcohol. Le sentaba bien y no se le notaba bebida. Solo se le manifestaba en la creciente excitación. No veía la hora de que dieran las diez.
Vestía en camisón rosa transparente. Desnuda debajo. Dejaba ver en un rosa artificial sus pequeñas tetas y ancha cadera. Con un leve color negro en su cuidado coño, y una bella raja por culo.
Ante ella estaban Mario y Roberto, sentados en el sofá del amplio y lujoso salón de Luís. Treinta y cinco y cuarenta y seis años respectivamente. Con músculos de gimnasio y tatuados. Bien armados. Ex presidiarios. Violación y violación repetida. Ambos de un pueblo cercano. Violaron a Ana un día en el que ella volvía andando a su casa cuando tenía quince años menos y aun vivía en el pueblo. Ese día, Ana tenía la misma excitación que ahora, con el mismo color rojo en los ojos. Estaba infectada, como le gustaba llamarlo a ella.
Quedó tan agradecida por aquella gratuita y brutal follada, que les pidió que volviesen cada mismo día de la semana a la misma hora, en el mismo lugar. En total fueron cincuenta y seis polvos con aquellos dos energúmenos, en mitad del bosque. Antes de obligarse a cambiar de vida y huir a Aracena.
Las órdenes eran claras. Ellos violarían a la joven y ella lo observaría desde una cómoda butaca situada frente a la cama. Nada de sangre. Luego la dejarían desnuda sobre la cama y se irían. Nada de preguntas. Jamás han estado ahí. Había extendido un sobre con mil euros para cada uno; toda una fortuna para ellos.
Sonó el timbre. Ana se preparó. Se abrió la bata y cogió una de sus pollas goma. Se acomodó en el butacón, con un posa-pies para poder abrirse cómodamente de piernas.
Ana pudo oír el grito de espanto de la chica, acompañado de forcejeo. Oyó los apresurados pasos acercándose a la habitación de Luís. Hasta que de repente irrumpieron.
Los dos hombres desnudaron a Sara frente a Ana. Sara la miraba incrédula. Le imploró, le suplicó, le lloró. Todo ello provocó un exceso de excitación en Ana. La cual miraba impasible a la chica. Aunque sus pezones estaban duros y su coño empezaba a chorrear un flujo que salía directamente de las entrañas de la tierra, a través de su sexo.
El cuerpo desnudo de Sara era algo contradictorio. Por una parte era un cuerpo débil y flacucho. Por la otra, tenía sendos pechos grandes y estaba bien depilada; se cuidaba.
Sus pechos bailaban flácidos, fuera de la más mínima excitación. Los chicos se sacaron las pollas y la obligaron a chupar. Sara las chupó de rodillas en el suelo. Sus lágrimas resbalaban por sus mejillas hasta depositarse en ambos penes. Lo cual hizo que le supieran salados, disfrazando algo el mal sabor a pis seco que tenían.
A pesar de verse obligada, Sara comió aquellas pollas sin hacer la más mínima intención de resistencia. Solo las lágrimas cayendo hacían ver que se trataba de algo obligado. Su lengua relamió cada capullo y su boca engullía ambos penes alternativamente; con un buen ritmo, masturbando el que no tenía en la boca en cada ocasión.
Y así estuvo hasta que recibió la siguiente orden.
Seria, con la esperanza perdida, se dejaba hacer. Ahora el más joven le follaba a cuatro patas. Sara miraba a Ana fijamente, con la mirada vacía, como si tuviera los ojos huecos. Ni la más mínima expresión, ni el más mínimo gemido, parecía no respirar. Las embestidas le hacían tener que agarrarse algunas veces a la cama para no caerse, y en cada momento se esforzaba en mantener el culo bien alto, para facilitar la labor al violador.
Ana experimentó un primer gran orgasmo, follándose duro el coño con su polla de goma.
Ahora Sara estaba cabalgando al más viejo; o menor dicho, el más viejo la follaba desde abajo. Mientras, el más joven se la clavaba en el culo. La polla del más joven era la mayor. Pero ni aun metiéndosela velozmente y fuerte por el culo Sara hizo el menor gesto.
Ana empezó a mirarla con devoción. Su cuerpo se amoldaba a la perfección entre los dos violadores. Dejando caer dos hermosos y amplios pechos en la cara del que empujaba desde abajo. Resistía estoicamente cada embestida, que ahora le llegaban de dos lados diferentes. Su forma de apoyarse en la cama, a la altura del tatuado pecho del que tenía debajo, era de una clase descomunal. Folladora experimentada a pesar de la edad. Ana se follaba fuerte con la polla de goma mientras acariciaba sus pechos, cada vez con más necesidad.
Los dos mantuvieron esa follada. Ana estaba hipnotizada con la mirada profunda y perdida que le dedicaba la chica. Entonces, sin esperárselo, Sara sacó la lengua y se la pasó por los labios. Ana juraría que los ojos cambiaron de color en ese instante. Ahora su mirada era profunda y viciosa. Sara, agachó un poco la cabeza y lamió el torso desnudo y tatuado de Roberto. Pasando su lengua lentamente por una inmensa cicatriz que le atravesaba el pecho en diagonal.

¿Eso es todo lo que sabéis hacer?. Vaya mierda de violadores.

Tras decir eso, Sara se liberó, y tumbó en la cama al más Joven. Le mamó fuerte la polla y se sentó encima, dándole la espalda a él; y siempre sin dejar de mirar a Ana. Se la clavó entera y comenzó a botar con gran soltura. Sus jóvenes carnes se mantenían tersas, y sus pechos ahora estaban muy duros. Pidió polla. El otro se tumbó frente a ella, con lo que empezó a darle una bestial mamada, mientras botaba como la mayor de las putas.
Ana ahora no se tocaba, se dedicaba a disfrutar de cada segundo de la escena que veía. La imagen de esa joven chica pudiendo con esos dos maromos, la calentó como jamás se había calentado, a sus cincuenta y cuatro años.
Tal follada y tal mamada hizo que apenas le duraran. Ambos se corrieron casi a la vez. Sara se vio obligada a cesar en la follada para evitar que el otro se corriera dentro. Los sentó en la cabeza de la cama, uno al lado del otro. Empezó por el más viejo. Se arrodilló levantando mucho las caderas, para que Ana pudiese ver su bello culo completamente depilado, y su coño pequeño y enrojecido.
Mamó la polla mientras la masturbaba, hasta que le salio el semen. Lo tragó todo. A continuación hizo lo mismo con el otro. En esta ocasión lo guardó en su boca.
Se levantó y se fue en busca de Ana. La cual la recibió con los brazos abiertos. La rodeó y sintió el suave calor de su piel madura. La besó, pasándole todo el semen, el cual Ana tragó hasta la última gota. Luego se levantó.
Ana hizo un gesto a los fallidos violadores para que se fueran.
Sara se tumbó en la cama, Ana permaneció en la butaca.

¿Puede explicarme que ha pasado?.
Has superado la prueba y me alegro mucho. Pensaba matarte. Pensaba vengarme de lo que me hizo tu madre. Pero me has demostrado que mereces vivir. A partir de ahora serás mi puta y harás todo lo que te diga.
¿Y si no acepto?.
Perderás tu trabajo.
Podría permitírmelo….
Perderás tu trabajo porque morirás. Si no obedeces, te mataré.

Sara tragó saliva. Ana había resultado muy convincente. De repente volvió a tener miedo.
Al día siguiente Leonor volvía a casa después de comprar algo de pan. Justo antes de entrar en su casa se encontró a una antigua amiga de su misma edad.

Hola Leonor, te veo muy bien. Me he encontrado a Antonio el mecánico. Me ha dicho que tu sobrina Ana ha vuelto al pueblo. Parece ser que vive con Luís y que trabaja para él.

Leonor no dijo nada. Se metió corriendo en casa y se santiguó.
Se llevó toda la tarde rezando. Al irse a dormir, tomó un bote de pastillas para el sueño y durmió eternamente.
En Madrid , a Luís le sonó el móvil cuando iba camino de la casa de su madre para darle una sorpresa.
Descolgó, le cambió el rostro, y colgó. Se quedó apesadumbrado y triste. Continuó caminando despacio, hacia el piso de su madre en Madrid.
 
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“Mi nueva criada negra” LIBRO PARA DESCARGAR (por Golfo)

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Sinopsis:

Una amiga viendo que era un desastre, me contrata una criada para que al menos organice la pocilga que es mi casa. Sin saber que la presencia de Meaza, cambiaría para siempre mi vida al descubrir junto a ella una nueva clase de erotismo.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

-Necesitas alguien fijo en tu casa- dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería.
Traté de defenderme diciéndola que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla ni de entrevistarla.
-No te preocupes yo te la busco-soltó zanjando la discusión.
Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana. Suponiendo que se le iba a olvidar, contesté que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
-Menuda carita- me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso diciendo: – Se nota que ayer te bebiste escocia.
-¿Qué coño quieres?- respondí ya enfadado.
-Te he traído a Meaza- dijo señalando a la muchacha que sumisamente la seguía: – No habla español pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, producto de las penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!- exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver dónde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé qué me pasó, quizás fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con él a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reírse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto- soltó tratando de quitar hierro al asunto.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está.
-Pues, entonces ¿de qué te quejas? Fóllatela y ya.
-No soy tan cabrón de aprovecharme- contesté bastante poco convencido en mi capacidad de soportar esa tentación dentro de casa.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter las llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara. Casi me caigo al verla únicamente vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Para colmo, lejos de incomodarse por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama.
Sentir su cuerpo pegado al mío alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que me impedía incluso el mantenerme de pie, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza usando como almohada su vestido, estaba totalmente desnuda y ajena a mi examen, descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla pero algo en mi me indujo a aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos. Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro. Redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara aun siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.
De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón. Por eso, todavía estaba ahí cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber qué hacer, me tapé con la sabanas mientras desayunaba y reconozco que no paré de mirar de soslayo a la muchacha.
Ella, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería y sonriendo abrió su boca para que le diera de comer.
Estaba alucinado, cuando todavía no me había repuesto de ese gesto, vi como sus blancos dientes mordían la tostada tras lo cual su dueña volvió a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido con ella mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda y los pechos hacía delante, mantenía su culo ligeramente en pompa.
«¡Qué buena está!», maldije al percatarme que me estaba volviendo a poner cachondo.
Tratando de evitarlo, me levanté a darme una ducha fría sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo. No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero. De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor y su cuerpo.
«No puede ser», mascullé entre dientes al pensar que aunque nunca había cruzado una palabra con ella y ni siquiera me entendí, me resultara hasta doloroso el comprender en lo difícil que me iba a resultar el respetar la relación criada-patrón si esa niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño con la toalla esperando secarme. Traté de protestar pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo por lo que al final, no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies.
«Esto no es normal», sentencié observando sus manos y la tela recorriendo mis piernas mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo.
Interiormente aterrorizado de lo que iba a pasar cuando esa mujer llegara hasta mi sexo, me quedé quieto. Al hacerlo, me tranquilizó ver su profesionalidad cuando se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
También os he de decir que aunque Meaza no mostró ningún rubor, mi pene en cambio no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose. La muchacha haciendo caso omiso a mi calentura sonrió y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo para acto seguido salir después con la toalla mojada hacía la cocina.
«Parezco nuevo», murmuré avergonzado. Me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí y saliendo al salón, encendí la tele.
Allí me resultó imposible concentrarme al ver a esa negrita limpiando la casa vestida únicamente con ese trapo. Confieso a mi pesar que aunque lo intenté que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
«Todo es culpa de Maria», sentencié hecho una furia con mi amiga por habérmela traído.
Cabreado hasta la medula, cerré los ojos mientras buscaba relajarme. No debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna. Tardé unos segundos en abrir mis párpados y cuando lo hice me encontré a Meaza hincada a mi lado con un plato de comida entre sus manos.
-No tengo hambre- dije tratando de hacerme entender.
Mis palabras le debieron resultar inteligibles porque obviando mis protestas, esa muchacha no hacía más que alargarme el plato.
– No quiero- contesté molesto por su insistencia y señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no.
Imposible, la negrita seguía erre que erre.
-¡Coño! ¡Que no quiero!- grité ya desesperado.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano me obligó a coger una loncha para posteriormente llevársela a su boca. Por fin entendí que lo que quería es que le diera de comer.
«Seguramente en su tribu, los hombres alimentan a las mujeres y obligada por su cultura espera que yo haga lo mismo», me dije y pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacía falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Agradecida, esa monada sonrió mostrándome toda su dentadura. Reconozco que estaba encantadora con una sonrisa en la cara y ya más seguro de mí mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Contra todo pronóstico comprendí que era una gozada el hacerlo porque de alguna manera eso me hacía sentir importante. Lo quisiera o no, era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles por lo que cuando se acabó todo lo que había traído, fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón. Más interesado de lo que nunca había estado con una mujer, acercándole el vaso a los labios, le di de beber. Meaza debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo pero como acto reflejo mi mano recorrió su seno y recogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos y con ellos, mi entrepierna. Cuando nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos pero decidí que me había equivocado por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
«Puta madre, ¡es preciosa!- pensé mientras combatía la lujuria que se estaba adueñando de mi cuerpo y sabiendo que eso no podía continuar así y que al menos debía de ir decentemente vestida para intentar que no la asaltara en cualquier momento, la cogí del brazo y la llevé a su cuarto.
Una vez allí, busqué algo con que vestirla pero al ver el armario totalmente vacío, descubrí que esa muchacha solo había poseía la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa- le dije.
Con los ojos fijos en mí, se echó a reír dándome a saber que no había entendido nada.
« Es primer domingo de mes», pensé, «luego los grandes almacenes deben de estar abiertos».
Tras lo cual, la obligué a ponerse esas ajadas pertenencias y la llevé de compras. Mi siguiente problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!- exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, ¡me estas volviendo loco! Cómo sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos.
Meaza, no me entendió pero me dio igual. Me gustaba como sonreía mientras le hablaba y por eso , le expliqué lo mucho que me excitaba el verla. Recreándome en su ignorancia, alabé su maravilloso cuerpo sin parar de decir burradas. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir a la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita pero hay que comprarte algo que te tape.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro porque le tenía miedo. Cómo no había más remedio, la obligué y ella asustada se abrazó a mí en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?- dije acariciándole la cabeza: -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en cómo llevarte a la cama.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla. Incapaz de comunicarme con ella, le pedí a una señorita que me ayudara inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé qué, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela para comprobar que le quedaba. Meaza me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si- asentí con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de las mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres está mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara cómo usarlo.
-Tienes unas tetas de locura- susurré mientras acomodaba sus perfectas tetas dentro de la copa: – Me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor.
La muchacha ajena a las bestialidades que salían de mi boca, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Todavía hoy me avergüenza mi comportamiento pero no pude evitar hacerlo porque estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
«Parece una modelo».
Nuevamente tuve que abrirle la puerta y de igual forma y aunque la negrita se había fijado como lo había hecho, en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón. Creo que incluso provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?- dije mirándola a los ojos sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
«Esta mujer está alterando mis neuronas y encima lo sabe- medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Sus piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Haciendo un esfuerzo retiré mi mirada y traté de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
-Yo también te deseo- contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Ya en el garaje de mi casa y habiendo aparcado el coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa.
«Debe ser lo normal en su país», pensé mientras acptaba que fuera ella quien cargara, tras lo cual y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mí me siguió con la cabeza gacha.
Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás. Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito proveniente de su cuarto.
Salí corriendo a ver qué pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?- pregunté. La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa con su infortunio.
Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura óptima. Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate- dije dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
-Quédate ahí, mientras busco algo que echarte- solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo las medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “Vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto. Estaba tan histérica que por mucho que intenté calmarla seguía llorando. Sin saber que hacer pero sobretodo sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estómago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aun sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos pero era una delicia el hacerlo y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo consciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, separó sus rodillas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuánto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas. Por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!- exclamé al ver que se había desmayado y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara para acto seguido y sin dejar de hacerlo, bajar por mi cuello recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono. Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón al no pararparaba de sonar.
Cabreado contesté diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.
-¿Qué quieres, cariño?- le solté.
Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al ver como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
-Bien, es una muchacha muy limpia- contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla- dije irónicamente al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
-Que sí. No seas cabezota, me voy a ocupar que coma bien- respondí por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil- tuve que mentir para que me dejara colgar, porque estaba notando que las maniobras de la mujer estaban teniendo su efecto y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante. Y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí y llevando mis manos a sus pechos me pidió por gestos que los estrujara…

Relato erótico: “La difícil decisión de la rica Erika Garza de Treviño 3 ” (POR RAYO MC STONE)

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LA DIFICIL DECISIÓN DE LA RICA ERIKA GARZA DE TREVIÑO
  1. 1.       Introducción
Esta es la historia real de una bella mujer “normal” de la clase alta mexicana que me fue contada por una amiga entrañable de la ciudad de Monterrey, Nuevo León y con quien en algún momento de mi vida tuve cierto contacto. La segunda ciudad en tamaño de México. Centro neural de negocios y empresas de alto nivel del país. Orgullo de sus habitantes por los logros económicos y sociales que han logrado. Rival eterno de la Capital del país, el Distrito Federal (DF). Actualmente es una de las ciudades más peligrosas de la nación mexicana por las constantes balaceras entre elementos del narcotráfico, el ejército, la policía, además de los constantes accidentes de tráfico que se dan por la manera desquiciada en que la mayoría transita en sus autos y sobre todo, sus camionetas. Monterrey, junto con otras ciudades del norte
mexicano como Tijuana, Ciudad Juárez, Torreón, Durango, Chihuahua, Tampico y otras se han hecho más conocidas por las noticias de muertos, descabezados, desmembrados, secuestros y robos que han llegado incluso a nivel nacional y mundial. Es la historia de una serie de decisiones que en su recién juventud madura iniciada tuvo y que tendrá que ir tomando a manera de mantener la imagen sobria y sí decirlo que genera admiración, pero también mucha envidia
  1. 2.       Contexto
Erika Garza de Treviño la rica señora de sociedad regiomontana es una mujer rubia muy hermosa  con 32 años. Con dos bellos hijos, el primogénito de nombre José Carlos Treviño Garza de 12 años y la menor, una preciosa niña llamada Lizbeth Treviño Garza de 10 años. Su afamado marido es el gran empresario, prototipo del hombre mexicano del norte, del joven hombre de negocios Carlos Treviño Fernández, ganador del ejecutivo en los 30´s que otorgan diversos organismos de empresas de México e incluso de Estados Unidos. Con un poco más de 12 años de matrimonio, representan una de las parejas más sólidas y reconocidas del jet set de Monterrey, Nuevo León. En diversas ocasiones han sido portada de conocidas revistas de sociales de dicha ciudad ya sea en familia o de manera individual. Son muy reconocidos en las altas esferas de la sociedad del municipio más rico de todo México: San Pedro Garza García, Nuevo León aledaño al de Monterrey.
Erika es Licenciada en Diseño Industrial egresada del prestigiado Tecnológico de Monterrey desde hace prácticamente 13 años. Obtuvo mención honorífica, ya que se trata de una mujer muy inteligente y muy dedicada a lo que hace. Con solo un año de haber salido de la carrera contrajo nupcias con Pablo Treviño Garza, Ingeniero Mecatrónico de la misma institución educativa con tan solo dos años más que ella y de quien se hizo novia desde que estaban en los inicios de la preparatoria, mucho a instancias de su propia familia que fue creando el contexto necesario para que de forma muy “natural” se diera el mencionado noviazgo para posteriormente llegar a concretarse en boda. En otras palabras, sin que ellos se dieran cabal cuenta, se trató de un matrimonio “arreglado” por las familias de ambos, situación que es muy común en dicho estrato social, aunque ahora manejado de una manera muy sutil, para que no se haga tan evidente e incluso como para que ni los mismos involucrados estén a plenitud sabedores de ello. Si en algo se parecen la clase alta y la baja (o más bien “rural”) de México es que aún hoy en el siglo XXI existen matrimonios de conveniencia.
Pues bien, Erika era una amazona rubia de aproximadamente 1.72 mts. (Estatura no normal para una mexicana común y corriente, pero si usual entre las que pertenecen a la clase pudiente). Su rostro era más bien parecido a la de una sueca de esas que salen en las postales, su cuerpo es escultural, muy bien formado, por naturaleza Dios le dio una belleza de cuerpo inusual, es decir de campeonato, de concurso de belleza para ser más precisos…Solo tenía que hacer ejercicio de manera moderada para reforzar aún más su espléndido cuerpo…situación que por supuesto no era así, porque como se ya se dijo, ella era muy “intensa” en todo lo que hacía…por lo que ella le dedicaba dos horas cada día a ejercitare a conciencia, por lo que estos dones otorgados por la diosa naturaleza no hacían más que convertirla a ella en toda una diosa de carne y hueso. Sus ojos son de color miel, lo cual hace un juego perfecto con su caballera de un cuidado y esmerado largo. Sus labios son rojos con un color intenso, los afamados labios de Angelina Jolie se quedan cortos ante este, que decir de sus partes nobles…sus pechos son como decía la vieja canción nicaragüense: “ son como cantaros de miel…”, sus nalgas son llamativas indudablemente, totalmente paradas, bien formadas, haciendo una sinergia completa con el resto del cuerpo, que son unas piernas que cualquier jugadora profesional de tenis envidiaría y que cualquier actricita “operada” quisiera que su cirujano le diera. En conjunto era una mujer que siempre llamaba la atención en el lugar en donde estuviera. Tal vez lo que más resaltaba ere ese aire como ausente de este mundo que por lo general tenía. Aunque sonreía y con frecuencia, normalmente estaba seria, como distante, como alejada de la realidad. A algunos hasta les podría parecer fría y altiva. Más cuando arqueaba una de su cejas, por lo que si daba la impresión de ser una mujer presumida. Pero no nos equivoquemos, es común en las mujeres hermosas y sobre todo en las de vidas resueltas desde la óptica económica, ver esa clase de desplantes, pareciéndolas  a otras personas que estaban con un témpano de hielo, con alguien muy orgulloso y que los veía de “arriba abajo” (que es una posición muy asumida por las clases más humildes del país). En realidad, Erika no era presumida, pero si estaba muy distante de las problemáticas ajenas a su círculo de referencia y si contaba con una serie de prejuicios, paradigmas e ideas que veremos cómo en su vida se irán derrumbando, dando pie a una persona más sensible a las enormes diferencias que existen en esta canija y a veces difícil vida.
Erika estudio en los colegios más caros y exclusivos de la capital nuevoleonesa. Su círculo de amistades siempre fue muy cuidado por sus padres. Su padre, el reconocido empresario José Garza de la Rimada, hombre ahora ya retirado de los negocios de 72 años y su madre, la noble impulsora del arte y la cultura, la bella Señora Lilian Murra de Garza ahora de 62 años habían esmerado su “educación”, amén de que sus otros dos hermanos eran hombres, uno el mayor y el otro el menor, siendo ella la de en medio y que resultaron fieles guardianes del honor y la reputación de la niña de la familia.
  1. 3.       Formación de Erika: explicaciones
¿Cómo puede una familia en la actualidad blindar de la realidad a sus hijos? Es muy difícil lograrlo, pero Don José y Doña Lilian procuraron darle fuertes principios morales, religiosos (todos los colegios, excepto la Universidad, fueron católicos), y de trabajo a su familia…cuidando con quien convivían, cuidando que siempre estuvieran activos, ya sea en la escuela, en la clase de música, en la clase de deporte, o en alguna actividad social para que el ocio…a ese terrible enemigo, causa de muchos males de la sociedad entrará en sus vidas…el ocio…si lo podían controlar, lo que no pudieron prever fue un tanto el aburrimiento, el hastío y la ignorancia de otras cosas que le ponen la sal y la pimienta a la vida de cualquier ser humano en el planeta. Evidentemente que para lograr esto, se tiene que tener mucho dinero, control y poder, dinero del cual disponían los padres de Erika con facilidad y poder que si llegaron a tener. ¿Han conocido personas así? Estoy seguro que sí…personas que transitan por este mundo, a diferencia de otros muchos (incluyéndome yo mismo) que no sufren percance alguno, no ven perturbada su vida color de rosa, como de película americana con final feliz. Afortunadamente para Erika, no así tal vez para los “puritanos” o “falsos recatados” (entre los que podrían estar su propios padres, familiares y ciertas amistades) este final de película no se vería, sino al contrario nacería una nueva mujer, claro no antes, de llevar a cabo una difícil decisión que trastocaría por completo el giro de esta posible y predecible realidad.
¿Cómo en la actualidad alguien puede crecer con el desconocimiento  de pecados, maldades, vicisitudes? Pues viviendo en esa burbuja rosa, teniendo la mente y el cuerpo ocupados en actividades nobles como lo son el estudio, y el trabajo social, por ello Erika desde niña ocupaba su tiempo en estudiar, aprender a tocar piano, bailar danza clásica, hacer deporte…ya jovencita, pues el estudio la absorbía más, además tiene talento para la pintura. Cuando su noviazgo, ya que su futuro marido Carlos Treviño tuvo una educación prácticamente igual a la de ella, eran muy parecidos, muy similares en sus ideas y puntos de vista…a veces su preocupación en que restaurante de lujo irían a comer o cenar, que traje o vestido se pondrían en tal o cual fiesta, que tipo de ayuda darían en el club o en la sociedad civil en la que colaboraban. Aunque todo esto lo hacían con gusto, en realidad no lo hacían con plena conciencia de las desventajas que los “otros” tenían, más bien lo hacían porque era parte de su formación, parte de si educación, parte de sus vidas ya estructuradas.
También contribuye a ello el hecho de que  trabajar para ganarse el pan  nuestro de cada día no es una necesidad, en donde esforzarse para estar bien, no es detalle alguno y no es una crítica a la clase alta, ya que desafortunadamente este tipo de vidas también se dan en la clase media y baja, en donde los padres procuran que sus hijos vivan de alguna manera “aislados” de la realidad de los “otros”. En México son famosos los “ninis” (ni trabajan, ni estudian) y la mayoría de ellos son de la clase media y baja.
Erika por ello normalmente era muy seca con los demás, casi siempre de grandes gafas de sol y en su camioneta extranjera de último modelo si parecía distante, y aunque sus amigas eran de una cara frente a ella, a sus espaldas sobre todo envidiaban esa naturalidad con la que llevaba su vida sin contratiempos. No tenía problemas con el marido, mucho menos con sus hijos que aún eran pequeños y en su educación ayudaban bastante los suegros y sus propios papás. Al parecer era una mujer ajena a los avatares y sinsabores del sexo, a ese tremendo ingrediente en la vida de hombres y  mujeres, causa de felicidad para unos y de infelicidad para otros.
  1. 4.       La vida actual de Erika
Erika tenía una pandilla de 6 amigas (todas ellas ricas, sin necesidad de trabajar en forma seria, aunque algunas si lo hacían, mas por pasatiempo que por otra cosa, todas ellas profesionales y guapas, aunque la que sobresalía notoriamente era nuestra Erika) que se reunían de dos a tres veces por semana, casi nadie faltaba a dichas reuniones, ya sea a desayunar, a tomar café, al cine, a intercambiar noticias, a “comer” gente, a chismear , a perder “sanamente” el tiempo…eran unas dos horas por reunión, por lo general. En las pláticas entre las mencionadas amigas, claro que había dos de ellas: Susana y Clara que sin ambigüedades comentaban o más bien intentaban comentar con las otras: Marisa, Cecilia, Ana y Amanda acerca de sexo…de que tenían “amantes” ocasionales (además de que era sabido por el resto de mujeres, de que habían sido muy “novieras”), pero el resto del grupo ya sea por guardar las apariencias, ya sea por mojigatería (sobre todo, Amanda)  evitaban el tema, no sin dejar de “regañar amistosamente” como decir “fresamente” a las otras dos niñas de que eran unas pérdidas, unas “locas” por hacerles eso a sus maridos…aunque, en el grupo también tenían sus quereres “ocultos” la misma Marisa, Cecilia y Ana…es decir, en la realidad solo Amanda y Erika no engañaban ni pensaban hacerlo, ni les preocupaba en realidad en lo más mínimo el tema del sexo.
Sin embargo, no podían evitar que estas Susana y Clara hicieran comentarios, tales como: “ay manitas, si supieran lo rico que es sentir la verga de ese hombrazo de allá” “tuve un orgasmo que casi me desmayo” “Sabían que el entrenador de tenis, la tiene bien chiquita, jajaja” “El viejo jardinero de la Sra. Rosales si tiene una que te hace ver la luna y las estrellas, jajaja”, “Dicen que en la Colonia Country Norte hay una casa de citas de lujo, donde van todos los hombres de dinero de Monterrey…dizque que son mujeres extranjeras, uff…de lo que se pierden, de verdadera carne norteña, jajaja”
…Ante dichos comentarios Erika, solo reía y lo veía como algo lejano, como una tontera de sus amigas, como una pérdida de tiempo, ya que estas aunque de buen ver y mucho mejor tocar, habían descuidado la educación de sus hijos, sus entrenamientos y rutinas diarias,,, ”ay…que pérdida de tiempo, se decía”…
Las otras en el fondo envidiaban a estas dos, ya que se habían liberado y al parecer si gozaban de ese anhelado y a veces desconocido fenómeno erótico y sexual llamado orgasmo femenino…Lo cierto, es que los maridos de estas mujeres tienen lo que suele llamarse “workalcoholismo” o síndrome de trabajar en demasía, en palabras más mundanas, viven para trabajar y no trabajan para vivir, por lo que tienen descuidado a sus bellas señoras.
Así mismo, todas, excepto Amanda envidiaban a Erika, ya por su belleza sobresaliente, o por su notoria inteligencia y eso que estas mujeres también tenían lo suyo…pero más bien por su indiferencia ante este tema, que a ellas les inquietaba, y les inquietaba porque no todas estaban satisfechas con su vida sexual…algunas veces habían rozado el cielo y la plenitud en ese terreno, pero no con sus esposos como lo hubieran querido y lo dictan las buenas costumbres y sus prejuicios y eso sí un tanto de discriminación hacia los “otros” las hacía sufrir de más en ello, pero cuidaban de no hacérselo evidente a la dulce, fría y hasta altiva belleza rubia de la norteña, de la regiomontana Erika.
¿Cómo había logrado mantenerse ajena a este tema, el del sexo, la belleza de Erika? Si es lo más lógico hoy en día, ante los mensajes masivos de los medios de comunicación, si es uno de los principales temas de los mexicanos, si es una cuestión de la que casi todo el mundo habla…pues si es complejo de explicar, pero es lógico y totalmente creíble…miren, si la niña siempre estuvo resguardada por los canes de sus hermanos, los padres le procuraron un ambiente idílico y luego si el novio que se cargó que era de mucho más dinero que su familia, de mucho mayor poderío político que la suya, pues “asustaba” y alejaba a los más atrevidos, que si los hubo, sobre todo en la Universidad, hubo dos que tres chavos de clase media que la pretendieron, pero se tuvieron que alejar al ver el peligro que corrían de meterse en broncas con familias de prestigio y poderío en la ciudad.
Claro que cuando estaba en el gimnasio, en el club deportivo, incluso en la Iglesia, en un mall, en cualquier espacio público no faltaban las lisonjas, los piropos o incluso el atrevimiento de abordarla, pero el mujerón simplemente estaba indiferente a este tema, ya que no lo consideraba importante…le daba risa y más bien le sacaba provecho al indudable atractivo que sabía ejercía en el sexo opuesto e incluso en otras mujeres para de una manera muy desarrollada, en un estilo muy provocativo, pero sutil, casi sensual, sin que ella lo supiera, ya que en esta clase de hembras, es un proceso innato, natural y que se da como flores en un jardín del edén. Usaba ese poderío para lograr pequeños caprichitos que se daba y de hecho le gustaba usarlo para su beneficio y el de quien le cayera bien.
¿Cómo fue que con su novio y ahora marido no se despertó esa fuerza avasalladora del sexo? Pues el pobre hombre también recibió una educación muy especial como la que se ha explicado, lo enfocaron más al trabajo y a la búsqueda de la riqueza económica, y así fue como Carlos se desarrolló en el concepto de que el sexo es solo un medio para procrear y formar una familia…su noviazgo fue muy limpio, de manita sudada como se dice, a él más bien le interesaba que se dijera de la hermosa mujer que tenía como novia y ahora como esposa y de los bellos hijos que tenía…le dedicaba grandes horas al trabajo…aunque si había hecho deporte y se había cuidado en su juventud temprana…ahora era un calvo incipiente aún a sus escasos 34 años…y tenía una pequeña panza, la llamada “panza de la felicidad” que no viene del sexo, sino del bien comer y de una vida de oficina y de viajes constantes. Tampoco sabía lo que era el verdadero sexo y como tal pues nunca le enseño, ni mucho menos pretendió junto con su novia, ahora esposa aprender juntos…era muy respetuoso en la cama y eso si la halagaba a cada rato y le hacía regalos simbólicos porque sabía que de esa manera siempre podía tener contenta a su mujer…no le interesaban otras, sino más bien el manejo de sus empresas…incluso a sus hijos tampoco les dedicaba gran tiempo o importancia…solo le interesaba la imagen bonita que de ellos tenía la sociedad en que se desenvolvía..
Sus encuentros de novios se concretaban a besos muy cándidos, a masajes suaves casi tímidos en las nalgas y senos de la mujer, ya de casados casi siempre el encuentro duraba pocos minutos, sin que supiera se trataba de un eyaculador precoz…solo en una ocasión, que se había pasado un poco de tragos, logro que la rubia se excitará un poquito más, logrando sacarle pequeños gemidos que le dieron miedo bajándole de inmediato la briaga y detenerse, contenerse, en esa ocasión, tardo un poco más en masajear, acariciar, a veces rudo a veces tierno en las protuberancias perfectas de su mujer, le recorrió las piernas, el vientre, el nalgatorio, los senos a plenitud, con calma, pero en cuanto  su mujer empezó a convulsionarse, le dio miedo y se detuvo, penetrándola ipso facto para venirse después de unos cuatro o cinco empellones…en esa vez, la diosa rubia, sintió por primera vez en su vida lo más cercano que estuvo a un orgasmo, le gusto, pero al ver el miedo en los ojos de su marido se quedó con la idea de que eso no era adecuado, ni bueno…lo único cierto, es que de esa follada fugaz nació su hija…
Como Erika se movió con un círculo muy cerrado de amistades desde su niñez hasta la fecha, pues no tenía contacto con otras experiencias, en la Universidad a pesar de la diversidad de alumnos y compañeros, no se llevó en demasía, más que con sus compañeras. Además, Amanda siempre fue su amiga fiel y estudio lo mismo que ella, así que no la dejaba para que pudiera convivir con otros…su grupo de amigas es desde niñas.
Sus contactos actuales en gimnasio, clubes, Iglesia, escuela no dejaban de ser lo que las reglas sociales de civilidad permitían, era muy difícil acercarse, por ello ella lucia más bien como una reina nórdica.
Claro que había lobos hambrientos de carne humana cercanos a ella, mucho más cercanos de lo que ella misma se hubiera podido imaginar aún en sus más recónditos pensamientos, pero que por el momento y por no meterse en problemas sobre todo familiares y hasta económicos, no dejaban ver sus más oscuros propósitos, solo se contentaban con verla, con convivir con ella, con estar cerca de ella, verla sonreír de vez en vez y bailar de vez en vez con ella…claro, siempre el peligro está durmiendo cerca de ti…se trata de familiares políticos, de familiares de su esposo, quienes la deseaban, ¿quiénes? Poco a poco se irá explicando la vida de esta impresionante beldad, de esta amazona espacial.
¿Cómo era la vida de esta exquisitez de mujer? Pues era llevar y traer hijos, asistir a juntas escolares, ir al gimnasio del club todos los días, misa los domingos, daba tres veces a la semana clases de pintura y de diseño en una pequeña academia de lujo de la colonia a niños y niñas de sociedad…lo hacía más como pasatiempo que otra cosa…también cada semana asistía a diversas empresas de carácter social de su marido, suegro y de sus papás a ofrecer diversos tipos de servicio y ayuda, que veía como parte de su vida más que por una real necesidad de solidaridad con los demás, con los “otros”…así transcurría la vida de esta buenísima mujer, hasta que un viaje detonaría un proceso de aprendizaje que la llevaría a tomas de decisiones  que nunca pensó se tendrían que llevar a cabo en su cálida y tranquila vida.
Empecemos…
  1. 5.       El proceso de reaprendizaje en la vida de Erika
Carlos: Querida, creo que ahora si tendremos que ir a la reunión anual de generación, esta vez no podremos zafarnos … (y es que aunque salieron del Tec de Monterrey, no se llevaban con toda la generación, ya que es bien sabido que en dicha institución educativa también asisten y egresan jóvenes que no son necesariamente de su nivel, de su estrato social, ya que han algunos que son becados o apoyados con préstamos en su carrera y no todos son grandes empresarios, más bien existe de todo: ejecutivos, pequeños empresarios, empleados, y hasta algunos que no logran hacerla ya en la realidad)
Erika: ¿Por qué amor?
Carlos: Se trata de que me van a dar a un premio por ser el empresario del año, además de que será ahora en el DF donde afortunadamente se liga con un Congreso al que quiero asistir, así que estaremos cerca de semana y media en el DF…será en quince días
Erika: Bueno, a lo mejor ya nos hace falta ese tiempo para nosotros dos, ¿no crees, querido? Y a lo mejor mis amigas también podrían asistir, me voy a poner de acuerdo con ellas para los días en que estarás en tus conferencias….
Carlos: Así es…es un Congreso de negocios, no creo que te guste asistir, ¿verdad?
Erika: Claro, déjame ponerme de acuerdo con Amanda y las chicas…
Días después…
Erika: solo Amanda y Clara podrán asistir y solo a los festejos de la generación, después se tienen que regresar a Monterrey, que lastima, ya teníamos planes para ir de compras y a turistear por ahí…está el Concierto de Luis Miguel en el Auditorio Nacional…no me gustaría ir sola, ¿me acompañas?
Carlos: Veremos, tengo la agenda muy apretada, que lastima, pero así podrías estar solita y hacer lo que quisieras…a lo mejor te está muy bien, unos días sin hacer nada en concreto, sin plan alguno…
Ya en el festejo de la generación 1998- 2002 del Tec de Monterrey de todos sus campus a lo largo y ancho de México en un prestigioso y lujoso hotel de la mejor zona del DF con cerca de doscientos hombres y mujeres de alrededor de 32 a 36 años con cierto y relativo éxito en sus vidas convivían en la comida de cierre del evento, Erika (su marido no podía estar ya que estaba en otro hotel en una reunión de negocios con otros empresarios del DF), Amanda, Clara y a invitación de esta última un matrimonio muy divertido. La mujer de nombre Elsa era Arquitecta, habiendo tomado algunas clases con Clarita…si eran amigas de esa época, aunque ahora ya no convivían para nada, si estaban recordando viejos momentos… era oriunda de Villahermosa, Tabasco. Su marido, Ricardo era Licenciado en Administración de Empresas, de Córdoba, Veracruz…Ambos vivían en la ciudad de Veracruz, en donde tenían un pequeño negocio…él era ejecutivo importante de Ventas de una empresa de dulces y ella daba clases a nivel universitario. Tenían dos hijos, y como buenos sureños, eran más liberales, más divertidos, menos serios, menos “intensos” que los del norte (esto no es un prototipo o perfil generalizado, más bien es un patrón cultural que más o menos se da entre Norte y Sur en México, no es bueno ni malo, simplemente existen diferencias que si no se acentúan no se perciben o causan ningún mal a nadie).
La principal diferencia entre este matrimonio y las otras mujeres…es que ellos eran morenos, siendo ella ya casi una morena oscura como buena tabasqueña…Ella es más baja, 1.68 mts., él de 1.74 mts. Ella muy pero muy exuberante de curvas, de una cara muy tropical, casi de rasgos similares a los de las brasileñas…muy bella, en su peculiar estilo, pensaba la rubia y divertida Erika, que se maravillaba de como un matrimonio de su edad pudiera llevarse tan bien, tan natural, sin estiramientos que se daban con sus conocidos.
Él muy atlético, pero muy natural, en su ciudad se da mucho el que los hombres se llenan de bolas enormes exagerando sus músculos, cosa que para nada gustaba a la bella rubia…su cara aunque no fea, no le agradaba, ya que ella estaba acostumbrada a otro tipo de rostro, pero no podía dejar de reconocer que el hombre que alegremente albureaba (término que después entendería Erika, ya que en algunas ocasiones no sabía de qué se reían y tuvieron que explicárselo y fue cuando comprendió) hasta a su mujer, tenía muy buen cuerpo. Vale explicar que la rubia por su inclinación al diseño y a lo estético, a lo bello, si reconocía cuando alguien era bien parecido…este no lo era, pero su cuerpo sí…En Monterrey quien tenía buen tipo, tenía una alta probabilidad de ser gay, ya que si algo tenía la capital de los negocios es una clasificación masculina más o menos en esta proporción, según había leído en alguna ocasión en un artículo de una revista de circulación local: 80 % de los hombres jóvenes en edad de casarse son gays, del 20 % restante, 15 % tienen sobrepeso, otro 5 % se mete anabólicos para parecer fisicoculturista y el otro 5 % es indefinido….Y ya en el total de los masculinos la cifra de homosexuales alcanza hasta un 45 %, lo que deja un 55 % de los cuales casi el 70 % son obesos…es decir, es la capital de los gordos, es la reina de las operaciones para disminuirlo, es la reina de las aseguradoras ya que los ejecutivos y empresarios tienen que operarse para poder dar el peso que exigen dichas empresas para poder hacer válidas las pólizas de seguros, jajaja
Eso a Erika le chocaba de su ciudad, la ciudad de mayor consumo de refresco y de comida chatarra, la primera en obesidad infantil…por eso, ella era muy cuidadosa con su cuerpo…eso pensaba la rubia distanciando otra vez de la conversación…cuando
Elsa: Pues Ricardo y yo vamos mañana a ver al tal Luis Miguel…ya ven es de nuestra época, jajaja que lástima que mañana te vas temprano Clarita…
Erika que si había comprado un par de boletos con la esperanza de asistir con su marido, se apresto y se apuntó para ir con el matrimonio al evento, ya que en definitiva Carlos, su esposo no podría ir…
Ricardo: Pues ya está, mañana te esperamos en el lobby desde temprano ya que tenemos todo un tour por la ciudad…
Así transcurrió la velada, Amanda se tuvo que disculpar ya que empezó a sentirse un tanto mal, quedándose Clara, Elsa y su marido Ricardo y nuestra belleza, por lo que los comentarios subidos de tono entre Clara y Elsa empezaron a correr…nunca en su vida, por increíble que parezca Erika había escuchado una conversación tan larga de contenido sexual y al no tener apoyos en otros iguales a ella, no le quedó más que escuchar todo, varias cosas no las entendía y mucho menos entendía cómo es que se reían con tantas ganas, también le gusto como bailaron la pareja de sureños, se veían tan felices, tan espontáneos, tan naturales…no sabía cómo explicarlo…también se maravilló como Clara se estaba ligando a un hombre que estaba solo en la mesa cercana y como en el baile ya de plano se abrazaban con todo…riéndose y murmurando entre sí..de verdad que Clara no se mide, pensaba y que diría Cesar, su esposo si supiera que su mujer era toda una vampiresa…A Erika, la sacaron a bailar, pero con ninguno bailo, porque no quería dar pie a murmuraciones a sus nuevos conocidos.
Ya en su cuarto, Erika pensaba que sería raro convivir con sus nuevos conocidos ya que eran de otro mundo, muy diferentes a ella, cuando se percató de que no había traído una crema limpiadora extra y no se había dado cuenta de que la que usaba ya se terminaba. Carlos le había hablado de que la reunión todavía estaba como para dos horas más y que ya no lo esperara, que descansará…Bueno, iré a ver a Clara a sus cuarto para que me preste su crema, se dijo a sí misma la beldad, sin saber que presenciaría una de las escenas que más la marcarían de allí en adelante en un nuevo camino sin retorno alguno ya.
Toc, toc, toc tocaba la rubia en el cuarto de su amiga Clara sin recibir respuesta alguna y es que eran un toques muy discretos, como no queriendo molestar, cuando la mujer se sobresaltó al empezar a escuchar con bastante claridad unos gemidos que le pusieron la piel de gallina, empujo levemente la puerta y oh…esta se abrió…hay un pequeño recibidor en estos lujosos cuartos que dan un pequeño espacio entre la puerta de acceso, la del baño y el cuarto mismo, por lo que los sonidos, gemidos y palabras ya fueron bastante evidentes y claros para la hermosa mujer como para dejarla paralizada haciéndola retroceder antes de entrar a la estancia propia del cuarto, su primer intención fue salirse de inmediato, pero pensó que si se salía rápido tal vez se dieran cuenta y la pena no la hubiera podido aguantarse, por lo que no le quedó otra que quedarse sin asomarse a la recamara para escuchar en toda plenitud:
Papiii…dale fuerte, asíiii, asiiii que ricccoooo…
Nadie contesto ante esos gemidos de espanto que emitía su amiga Clara, solo se escuchaba una especie de glog, glog, glog….
La curiosidad se despertó en la rubia y es que ni siquiera en películas se había acercado este mujerón de 32 años a vivir esta experiencia totalmente desconocida, totalmente nueva…se asomó para ver como una fuerte espalda morena se veía con las dos piernas blancas y bellísimas de su amiga sobre sus hombros, de hecho solo veía los pies de Clara, estando oculta la cabeza del hombre en la entrepierna de la mujer y haciendo ese ruido tan raro de glog, glog, glog y los gemiditos que emitía la mujer…¿Qué era eso?, ¿que veía? El hombre estaba tal vez besando con su boca las partes de su amiga…que asco, pensó, ella no sabía que eso pudiera pasar….lo que si la inquietaba es que su amiga parecía estar gozando mucho ya que alcanza a decir entre gemido y gemido…riccooo, commeemmee, mi machoooo, mi hombreeee..ahiiiiii, asiiii, seguiiiii sin llegar a terminar exhalar muy fuerte y sacudirse como convulsionándose….ayyyyyyy
Erika volvió a retroceder toda asustada, cuando de pronto escucho la voz del hombre que reconoció era la del tipo con la que Clara había estado bailando en la velada, supo que era un tipo casado del mismo DF que asistió sin pareja al evento y que al parecer era abogado de la misma generación (aunque ella nunca se acordó de haberlo visto o conocido, y como no, si su círculo de amigos era muy cerrado y no prestaba atención en los demás, en los “otros”), porque por momentos el susodicho se había sentado en su mesa…
Ahora si putita….a mamar verga que es a lo que venías, ¿verdad zorrita?
Volvió a asomarse para ver al tipo totalmente desnudo y con un cuerpo moreno ya brilloso por el sudor que resaltaba sin duda el trabajo de gimnasio que hacía, no era exagerado, al contrario era armonioso, atlético, no pudo dejar de abrir los ojos la rubia al ver la parte masculina del hombre ya que tenía claramente un pene mucho más largo y grueso que el de su marido y como su amiga también casi en cueros, solo tenía un liguero y una pequeña tanga que se veía toda desmadejada ya, sin estar en su lugar, como que la habían estirado rompiendo su elástico hincada empezando a besar ese aparato reproductor del hombre…quedo paralizada, nunca en su vida había visto algo semejante…el hombre empezó a hacer una caras de gozo, luego como de sufrimiento, luego como que se reía y también emitía pequeños gemidos, aunque ciertamente muy masculinos….vio cómo su amiga totalmente arrodillada ante el hombre empezaba a meter y sacar con cierto ritmo agarrando con sus manos los costados de la cadera del hombre y empezando incluso a amasar y masajear el cuerpo del mismo, alternando el costado con incluso las nalgas del hombre que no dejaba de decir: asssíi….ahiii reiniitta….no sabes cuantas   me hiceee de joveeen en el Tecc,,,,te teníiaaa unas ganassss,,,pinchheee putitita…estas biennn buennaaa…
A lo que en un momento, Clara se detuvo y hablándole con una calma pasmosa al hombre decirle, pues aquí me tienes, nunca es tarde para ponerse al corriente, aprovechemos esta noche, con una voz y tono que no le reconoció a su amiga….continuando con la actividad de succionar, chupar, no supo definir la hermosa voyeur (después aprendería que eso era una felación).
Casi a punto de desmayar, la rubia Erika se volvió a colocar en el pasillo-recibidor para decidir que tendría que hacer para salir de esta horrible situación, cuando volvió a escuchar ahora otro nuevo ruido…la cama empezó a hacer un pequeño ruidito como si la estuvieran moviendo de su lugar…
Hummmm, hummm, humm empezó a escucharse, el ruidito empezó a despertar otra vez la natural curiosidad de toda hembra, para volverse a asomar al cuarto y ver como ahora la rubia estaba colocada sobre la cama en una de sus orillas con sus dos brazos estirados sobre la misma y las piernas abiertas  y el hombre por atrás de ella empujándole su pene…como si fueran perros, solo que ella en la cama y él de pie…ella ya había visto que los perros hacen el sexo de esa manera, pero nunca hubiera creído que las personas lo hacían así…ya que ella no lo hacía de esa manera con su Carlos.
Ahiiii. Ahiii , ayyyyy escuchaba que su amiga emitía y veía como sus senos se movían al ritmo que el hombre imprimía en sus embistes…no dejo de reconocer que su amiga tenía un muy buen cuerpo, muy trabajado, muy blanco y que contrastaba con el moreno del hombre que le estaba haciendo el amor…¿amor? Pensó la mujer, ese hombre no es su marido, lo acaba de conocer, al parecer se conocían de la Universidad, pero como era posible que hiciera esto…
Dioosss que gozooooo, estooo es cogeeer y no chingaderas, se asustó la  niña-mujer inocente de Erika, que en una sola exhibición real estaba viviendo hasta ahora algo desconocido para ella
Se asustó aún más cuando el hombre se detuvo para subirse a la cama y darle una vuelta completa a la mujer para acostarse él y subirse encima a su amiga con una agilidad y rapidez pasmosa, para decirle: a cabalgar se ha dicho, potranquita norteña….a lo que su amiga con una de sus manos agarrar el pene del hombre e introducírselo en la punta de la vagina dándose un sentón ella misma, exhalando ajuaaa….este si es un potro…ahhhhh, mi potrrorooo rabiosososoo….ahiiii….y empezar a moverse como una licuadora sobre del hombre
Duraron así un rato largo, mucho más largo que lo que ella con su marido Carlos empleaba para estos actos…De pronto, su amiga se viró para quedar sobre el hombre pero ahora dándole la espalda y seguirse moviendo a un ritmo acelerado, en esta posición Erika pudo ver el rostro todo desmadejado de su amiga, pero evidentemente un rostro lleno de felicidad…Así mismo, la joven casada empezó a sentir mucho calor en su cuerpo, los senos se le habían erectado sin siquiera haberse tocado, sintió cosquillas en su entrepierna y en un momento fugaz se dijo a si misma:¡Que se sentirá estar así? Mi amiga se ve muy feliz…y yo siento ahora muchas cosas raras en mí…
….ahhhh alcanzo a decir la pecadora infiel…..y empezó un movimiento frenético hasta que el hombre exhalando…ahiii te voyyyy…ahiiiii con lo que la amiga también gimió más y más cayendo sobre el varón, para voltearse a  abrazarse a su amante recostando su cabeza en el pecho de él y aparentemente dormidos lo que hizo que Erika decidiera ya salir de ese cuarto de pecadores infieles…para irse casi corriendo a su cuarto, donde su marido aún no llegaba…vio el reloj abriendo más los ojos para calcular que el sexo que su amiga había estado haciendo había durado cerca de la hora, no pudiendo evitar comparar que con su esposo eso duraba cerca de diez minutos…se acostó de inmediato para tratar de calmarse por lo que había visto y escuchado…
Fue una noche muy intranquila, sintió a su marido llegar tal y como había dicho en un lapso de dos horas desde que le había hablado antes de ir al cuarto de Clara.
Al día siguiente, su marido a su Congreso, sus amigas Amanda y Clara desde más temprano ya se habían trasladado al aeropuerto…y ella esperando en el lobby a la pareja de Ricardo y Elsa…le habían comentado que en el día se vistiera cómoda ya que caminarían bastante, por lo que se había vestido con un pantalón de mezclilla corte clásico, ya que no le agradaban los que se ponían a la cintura por considerarlos incomodos y muy pecaminosos, por lo que el pantalón cubría por completo su maravilloso nalgatorio, pero sin dejar de resaltarlo, de dejarlo expuesto y atractivo, ya que se puso una blusa ligera también de mezclilla, pero más ligera y metida en el pantalón por lo que su cinturita, sus nalgas y portentosas piernas lucían en todo su esplendor, en las manos llevaba colgada un pequeño bolso en donde tenía una chamarra ligera…el pelo se lo había recogido en una coqueta melena, por lo que realmente lucía mucho más joven, casi no tenía maquillaje, ya que no lo requería, sus gafas de sol no podían faltar y ocultaban las pequeñas ojeras que si se le habían formado ya que no había podido dormir después de los cerca de 60 minutos que estuvo en el cuarto de Clara…uff…mi amiga es tremenda, pero se ve que gozaba como un animal, pensaba la rubia cuando vio llegar muy abrazados y sonrientes a sus nuevos compañeros de un nuevo día en su vida…día que tampoco podría olvidar en mucho tiempo…
Elsa: ahora si amigocha…a vivir un poco, a darse un “baño de pueblo”…jajajaja
Erika no entendió esto último pero estaba decidida a pasársela bien con ellos para olvidar el trauma de la noche anterior.
Lo primero que hicieron fue salir a caminar por la calle Reforma y desayunar al aire libre en una de las callecitas cercanas a esta gran avenida en un puesto de comida informal, cosa que por primera vez hacía en su vida la bella casada sola…se dijo la rubia: otra primera vez, ohhh diosss que más me puede pasar hoy….no dejando de ver las miradas muy distintas que le lanzaban los hombres que estaban en el puesto, miradas que no veía en sus ocasionales encuentros con otros hombres como maestros, directores de escuela, o en su academia, en donde los dos que había de plano eran gays declarados. Si acaso en ocasiones, se decía se lo había descubierto a su suegro, el poderosos y omiprescente Don José, el papa de su Carlos…y al Tío Alberto…hermano de la mama de su marido…miradas que en su momento atribuyo a que como todo hombre sabía les gustaba su belleza, que a cada rato le recordaban todos, sobre todo su mismo esposo, que siempre le andaba halagando.
Después  la sorprendieron diciéndolo que subirían al metro de la ciudad, transporte que ni de chiste Erika había abordado ahí en el DF o en el de Monterrey…como ellos estaban en pareja no se quisieron separar en los vagones en donde separan a hombres y mujeres, decidiéndose subir al de hombres (es bien sabido que en las principales estaciones del metro de la ciudad de México separan a hombres y mujeres para evitar los posibles manoseos y molestias sobre todo de varones a las féminas). Además a esa hora en esa estación no había casi usuarios. Dicho y hecho, se subieron, ella se sentía totalmente fuera de lugar…observaba a los pocos que había y solo veía rostros cansados, algunos durmiendo, rostros que no se atrevían a mirar directamente a los ojos…por otro lado, la pareja de compañeros parecía estar en lo suyo, como si estuvieran de novios, es más eso parecían, un par de novios y una pareja de casados ya con tiempo y con dos hijos…siempre se estaban abrazando y besando, en más de una ocasión pillo como él le daba una nalgada a ella o como esta de plano también le sobaba el trasero a su marido. Ni en los más remotos pensamientos, ella hubiera tenido ese comportamiento con su esposo Carlos.
La incomodidad fue cuando en dos estaciones más, el vagón se llenó a la exageración…y todos en su mayoría eran hombres, identifico de inmediato  a dos gays que por su escultural figura y exagerado trasero, aunque realmente bien puesto, no pudo dejar de reconocer.. Le llamo la atención una jovencita que también entro, era blanca sin llegar a ser rubia, evidentemente el pelo lo tenía tiñado de ese color, tenía una minifalda de mezclilla que resaltaba unas bonitas piernas y un buen trasero. También ingreso una mujer muy maquillada y con curvas muy pronunciadas…se ve que fue bella, ahora era evidente su madurez, traía un vestido un poco arriba de la rodilla muy entallado y con un escote muy pronunciado…también vio como acto seguido dos hombres se colocaron de inmediato atrás de dichas mujeres que estaban separadas entre sí para empezar a moverse rítmicamente pero lento sin que fuera evidente para otros que se estaban restregando sobre los nalgatorios de las mujeres que evidentemente se empezaban también a repegar, eso mismo lo vio con los dos gays cuando vio que otros dos hombres se ponían atrás de ellos para empezar a simular lo que la noche anterior vio entre el hombre abogado y Clara, es decir, como si estuvieran cogiéndose unos perros. La mujer después supo que eso se llamaba “perreo”. Todo esto lo podía ver ya que ella era más alta que la mayoría de los presentes. Sus amigos se colocaron delante de ella, aunque un hombre se interpuso entre la espalda de Ricardo que también empezó hacer lo mismo con Elsa, por lo que está por ser  chaparrita y estar de espaldas a ella no la podía ver a ella, mucho menos Ricardo que solo atino a medio voltear para decirle que faltaban como cinco estaciones para llegar a su destino, que no era otro que el Palacio de Bellas Artes. Que él le avisaría cuando bajar por lo que a la rubia no le quedo más que volver a ver como ellos, la pareja de gays, la joven y la madura empezaron un sutil meneo y alcanzo a ver rostros de felicidad y gozo como los que Clara tenía la noche anterior.
En eso estaba, cuando sintió como el hombre de enfrente se aplasto contra ella…como era más bajo podía casi sentir el aliento de su boca por encima de sus senos, situación que le incomodo por lo que en un acto reflejo hacerse hacia atrás y sentir como su nalgatorio se enterraba sin querer en las ingles de otro hombre que estaba detrás de ella y que poco a poco ya pensaba empezar a puntear las mejores y más grandes nalgas que había visto en su vida entera…este hombre era casi de la misma estatura que el de la rubia por lo que el encuentro entre verga ya totalmente parada y ranura de nalgas fue totalmente válido, totalmente exacto, como si se estuvieran esperando de toda la vida. La rubia casi brinca al sentir en su trasero con plena conciencia un pene muy duro y grande, nunca su marido le había pedido o insinuado siquiera poner su aparato en esa parte de su anatomía…lo sintió totalmente, sintió como se acomodaba en su trasero, como se aplastaba en sus nalgas que por ser grandes y muy paradas acojinaron y de alguna manera acogieron el miembro masculino, es más hasta sintió como palpitaba, del susto solo atino a exhalar un ayyyy…que le arranco una malévola sonrisa al puntillador de atrás, la rubia se hecho rápidamente para adelante para ver como la cara del otro sujeto casi se entierra en la canalura de sus pechos…el puntillador de adelante ya había visto que había otro sujeto dándole un perreo al mujerón que le puso por suerte Diosito en su trayecto diario a vender al centro de la ciudad sus humildes productos…era un vendedor de chucherías cualquiera, por lo que sin reparo alguno poso sus labios sobre la textura de la camisola de mezclilla y de plano se empujó hacia adelante…el de atrás al ver que la rubia había gemido interpreto que era una de esas busconas que le encanta subirse al metro a buscar que las cachondeen, que las manoseen, que las calienten, así que con valentía inusitada se restregó por completo flexionando sus piernas para impulsar su verga que sintió coincidía exactamente con las nalgas de esa diosa caída del cielo…Gracias virgencita pensaba el individuo que en su trinche vida había tenido ante si unas nalgas tan divinas como estas, empezando así un empuje fuerte y vigoroso por dos desconocidos a la portentosa rubia que ya sonrojada ante la situación no sabía si gritar y pedir auxilio a sus amigos que veía estaban en lo suyo…
La hermosa hembra pensaba que si gritaba se armaría un escándalo de primera, que todos se burlarían de ella, ya que prácticamente se percató de que otros hombres se estaban dando un agasajo visual con las arrimadas a ella misma y a los gays, sus amigos, y las otras dos mujeres, casi todos los que estaban en el vagón eran conscientes de lo que estaba pasando, pudo ver como un joven desaliñado veía con enorme satisfacción como los otros hombres la estaban empujando entre sí…sin más decidió guardar silencio y agachar su cabeza para dejar que esto ya terminara…paso una estación larga, oscura, como de cinco minutos en donde los besos sutiles del hombre de enfrente a parte de sus senos eran más que claros, sentía además el pene también grande y durísimo del sujeto en sus muslos que el mencionado se alternaba para acariciarlos por encima de la ropa con su aparato. También, sentía como el pene del de atrás estaba ya encajado entre sus nalgas haciendo un movimiento oscilatorio de atrás hacia adelante, de un lado a otro…inició otra estación como de otros cinco minutos para de pronto detenerse por completo y estar a oscuras (esto es común en algunas partes del metro del DF), con lo cual sintió como de plano el hombre de atrás con sus dos manos empezaba a masajear, a palpar, a acariciar y toquetear sus nalgas, sus piernas, su cintura….empezó despacio, como pidiendo permiso, al ver que la rubia solo tenía la cabeza agachada pensó que era un consentimiento a sus avances, de pronto el joven de al lado también con una de sus manos empezó a rozar sus manos, él si más tímidamente…el de adelante al ver esto, también inició un manoseo con sus dos manos a la cintura y nalgas de la joven hembra…parecía que los tres hombres se coordinaban, se ponían de acuerdo para no tener sus manos juntas o estorbarse…la mujer pensó que solo sus masajistas (una mujer muy grande y un gay muy suave) habían tocado así su cuerpo, ni su marido, solo en esa ocasión en que empezó a sentir un hormigueo, un calor raro que le recorría el cuerpo al tener un poco más de tiempo de preámbulo, antes de penetrarla…situación que empezaba a sentir…al ser un toqueteo no tan exagerado para guardar las apariencias, esa situación de suavidad, le empezaron a ser gratificantes, al grado que con los ojos semi cerrados no pudo evitar exhalar el gemido más sensual, más erótico que los tres pobres infelices habían escuchado en sus vidas, a ella le pareció como un desahogo ante tantas experiencias y esta situación tan anormal en su vida, a ellos fue una invitación a  continuar con el magreo, siguieron y siguieron, aun cuando el vagón volvió a iniciar su trayectoria, paso otra estación, la mujer alcanzo a calcular que llevaban así como veinte minutos, alzando su rostro para con una sorpresa inaudita ver como los dos gays tenían bajado sus pantalones apenas cubriendo con manos de los sujetos que los punteaban y de ellos mismos las partes de carne humana que dejaban ver dos glúteos más parecidos a los de una mujer que a los de un varón, también vio que la joven de mezclilla y la otra mujer dejaban ver parte de sus nalgas, con sus respectivas prendas subidas a la cintura, era ¡evidente, se las estaban cogiendo ahí mismo! Diosss, no pudo dejar de mencionar, con lo que ya liberadas las barreras de los hombres de delante y del de  detrás empezaron a meter su  mano en su entrepierna de manera alternada, casi se cae, si no es porque los mismos hombres la detenían al tenerla prácticamente empalada, como si fuera el relleno de un sándwich…ante este nuevo ataque, la rubia sintió un escalofrío que la recorrió por completo, ya llevaba así cerca de media hora, diooss que calor sentía la hembra, sin querer pretenderlo, como en un acto natural este bello ejemplar femenino empezó a moverse al compás de sus agresores, su mente ágil e inteligente no podía evitar a que su cuerpo entero empezará a sudar finamente, a ponerse con la carne chinita, chinita, a que empezará a temblar sin control alguno y lo peor, oh diosss a moverse al ritmo de la fenomenal metida de mano y sobajeo a sus nalgas, piernas, senos, entrepierna ya al 100 % de los dos hombres de cuyos nombres desconocía y que al de frente ni siquiera se atrevía a mirar hacia abajo, alcanzo a escuchar a Ricardo que le casi grito: ¡ Faltan dos estaciones más!, mensaje que fue captado de inmediato por los astutos y sagaces varones que redoblaron el magreo, la mujer ya no pensaba , ya se meneaba al ritmo que le dictaban los hombres, sentía a plenitud las vergas de los mismos y en un acto que la sorprendió a ella misma, con una de sus bellas y cuidadas manos, la izquierda atrapo el miembro del chico que al lado también la manoseaba sintiendo un largo, aunque delgado aparato masculino, aunque mucho más largo y ancho que el de su esposo, se viro para ver al joven y este solo alcanzo a sonreírle como agradecido con un ojos que se clavaron en la mente de la fémina, el meneo de los cuatro continuo, se llegó a una estación en donde más gente subía y bajaba…ufff…ya solo falta una más para acabar esto, exhalando un sensual gemido..humm, que prendió a los tres hombres que continuaron con su ardua y sencilla tarea, al grado que el primero en estallar y hacer sentir su humedad a través de la tela delgada del pants que llevaba fue el joven que Erika de inmediato sintió en su mano izquierda, después el hombre de enfrente se paró casi de puntas para venirse convulsionando y ya prácticamente abrazado por las nalgas de la portentosa diosa rubia con la cual se perreo, la rubia sintió como el miembro palpitaba haciéndose como más duro y más grande, claro que lo sintió en uno de sus exquisitos muslos, finalmente  el de atrás apuro los movimientos de restregarse en el nalgatorio y la rubia paraba más su culo apoyándose para ello en los fuertes antebrazos de su agresor delantero al cual por primera vez, descubriendo un rostro de rasgos claramente indígenas con arrugas notorias en la frente pero con unos ojos de gratitud que nunca había visto en su vida, al tiempo que sentía en su parte trasera como ese pene le palpitaba haciendo que su orificio anal palpitará de una forma que no conocía en su cuerpo y que ya el hormigueo, el calor, el sudor ya notorio en su frente le inundarán de una sensación en todo el cuerpo como de liberación, sobre todo en su vagina que también palpitaba, sentía algo dentro de ella, algo duro que le hizo reprimir ya un gemido más notorio, sintiendo que estallaba algo dentro de ella, dejándole una sensación super agradable, se sintió relajada, feliz, plena al tiempo que el de atrás la puntillaba más fuerte y también sentía como se agrandaba como lanzando algunos latigazos que sintió como pequeños picazones similares a los de las agujas de acupuntura que luego utilizaba en sus múltiples tratamientos de cuidado.
Ahí en el vagón de un metro de la ciudad de México a manos de tres desconocidos que nunca volvería a ver seguramente en su acomodada vida había tenido el primer orgasmo (aunque no el último) de sus 32 años…fue una sensación nueva e increíble…solo se necesitó cerca de 40 minutos para tener una sensación mucho mejor a hacer ejercicio que era lo que más se le acercaba a ello y sin tener sexo en realidad. La rubia estaba maravillada.
Se llegó al final de la estación en donde bajarían, en ese instante casi brinco de su posición para alcanzar la salida no sin antes voltear para ver que su agresor trasero era un hombre casi de su estatura con el pelo gris, de un rostro moreno también de rasgos indígenas que sonriendo le lanzo un beso con sus labios no pudiendo ver los ojos extasiados del hombre  y sin dejar de escuchar como una señora sentada en unos de los asientos cercanos al espacio del magreo alcanzaba a decirle en voz baja: Pinche putita que buen faje te pusieron esos pinches cabrones, jajaja se ve que te encarga la verga mijita…pues gózale mientras puedas, eso es vida mijita no como un regaño sino al contrario guiñarle sonriéndole de que eso estaba bien….¡Vieja caliente y alcahuete, pensó asustada la rubia! Que se llegó a la salida para alcanzar a sus compañeros de día.
Las primeras dos horas siguientes fueron normales para la rubia ya que visitaron el Palacio de Bellas Artes y un museo cercano, aunque no pudo evitar estar como apenada y otra vez distante con la pareja de acaramelados sureños. En un momento Elsa solicito ir al baño del museo en que estaban, a lo cual se quedó un rato a solas con el hombre Ricardo que empezó a mirarla con atención para decirle: ¡Pues yo también tengo ganas de ir al baño, así que si me disculpas!, quedándose así a solas otro rato…se empezó a extrañar de que no llegarán sus nuevos conocidos cuando decidió ir al baño de mujeres a buscar a Elsa…entró y no vio a nadie, pero sí pudo escuchar con claridad la voz de Elsa que decía: Ricardooo…estas como burro en primavera…lo de ayer no fue suficiente…so cabrocinto..a lo que Ricardo decía: ¡Sabes que me tienes loquito, estas bien buena cabrona…ya quiero que llegue la noche para volverte a dar otras cogidas como bien te mereces!…a lo que su esposa respondió: claro amorcito…claro, para que quiero carne, si tengo la carnicería completa en casa, ya vez la puta de Clara aventándote los canes y al que se dejara, de seguro se cogió al tipo con el que estuvo bailando…Seguramente así fue, pero ya sabes mientras yo te cumpla y sea tu señor en la cama, no tienes porqué andar de buscona por ahí.. aquí tienes macho pa toda la vida, mi negra santa….dejándose oír unos sonidos que evidenciaban que se estaban besando con todo….
La rubia sonriendo salió discretamente del baño pensando que esa pareja era el ideal de pareja ya que al parecer se entendían en todos los terrenos, cosa que ella empezaba a descubrir desconocía ya que el tema del sexo era un tema muy superficial, ,muy ligero en su vida marital, de hecho en su vida misma.
La siguiente hora fue otro rompimiento en los paradigmas de la casada apetecible, ya que ellos la invitaron a un centro de comercios pequeños que indudablemente eran de  “piratería” cercano al Palacio de Bellas Artes en donde le explicaron comprarían unas películas eróticas que le recomendaban para alentar la vida marital y que era difícil encontrar en internet o a precios que ellos no estaban dispuestos a pagar, ya que su pequeño negocio y las deudas típicas de la clase media alta como casa, colegiaturas, seguros y pequeñas diversiones no permiten ese tipo de inversiones y gastos. Su sorpresa fue por la compra ilegal de productos piratas y por la compra en sí de películas que en su vida había soñado acercarse a ver…ella, por no querer quedar mal y por un interés compro “La dama del autobús” de la afamada actriz brasileña Sonia Braga que fue la que le llamó la atención de un conjunto como de cerca de 30 películas.
Comieron en un buen restaurante, regresaron al hotel ya en taxi a cambiarse para prepararse al concierto de la noche. El concierto estuvo sensacional…el cantante prendía a las mujeres con sus frenéticos movimientos y la rubia no entendía como algunas de ellas parecían estar extasiadas con ello. El regreso ya fue normal, se despidió de sus amigos que le cayeron tan bien, sobre todo, porque el tal Ricardo nunca se le insinúo, ni le lanzaba miradas que ya descubría la mayoría de los hombres le hacía, era como si le hubieran quitado de sus ojos esas eternas gafas de sol que tenía o una venda. Ellos ya se regresaban a su ciudad y ella tendría otros dos días para ella sola, ya que Carlos todavía seguía en su Congreso.
Al día siguiente, martes, su día empezó con dos horas de estudio en internet del tema sexual. La noche anterior se dijo a sí misma la rubia que no era posible que estuviera a ciegas en el tema. Intento tener sexo con su marido sin tener éxito ya que el hombre no quiso alegando que estaba muy cansado. Reaprendió términos vistos desde la preparatoria, pero como en esa época todavía se manejaban con poca profundidad no les había hecho mucho caso al no tener interés alguno en ello. Recordemos que esta mujer es muy intensa en lo que hace y que cuando se decide a estudiar algo, lo hace a fondo…así que se quedó en su cuarto a analizar el tema…después vio la película de la Braga que le causo una fuerte impresión de como la protagonista se buscaba los hombres para que la satisfacieran. De alguna manera ella vivió algo parecido en el metro.
Por la tarde siguió su exploración en internet el cual manejaba a la perfección, llegando en una de sus lecturas a la página de “todorelatos” en donde descubrió los diversos géneros de sexo, llamándole la atención la sección de heterosexual y de infidelidad. Se leyó bastantes relatos (ya que tenía una habilidad para leer bien y rápido, su estándar era de 3 o 4 libros por semana, aunque siempre de otros géneros)…le llamaron la atención despertando su deseo sexual los relatos de Gabriela escritos por Ragnas1 y la continuación de Rayo Mc Stone, también el de Una Familia Decente de Roger David ya que eran situaciones de alguna manera parecidas a la que ella empezaba a descubrir. Fue un día intenso, solo se detuvo para comer en el mismo cuarto.
En la noche volvió a intentar tener sexo con su amado Carlos, quería poner en práctica algo de lo estudiado. No pensaba serle infiel, ni andar buscando hombres por ahí…eso lo tenía super claro más bien pensaba que con sus artes y con lo analizado podría llevar a su esposo por el camino de la sexualidad bien practicada. De cierta forma quería parecerse a Elsa y Ricardo…desafortunadamente, solo logro que Carlos le dijera: Guuauu que bien te ves en ese conjunto, ¿es nuevo? Erika solo bajo a la recepción a la tienda de regalos a comprarse un conjunto un tanto discreto pero diferente a los que usaba para ver si así despertaba algo más en el esposo. No se frustro, hace falta mucho más para que la mujer se dé por vencida, pensó que le faltaba analizar más el tema.
El día siguiente, miércoles sería el último completo en el DF, ya que el jueves marcharían temprano a Monterrey…así que decidió que se auto exploraría ella misma en la soledad de su habitación…le impresiono la escena narrada por Roger David en el primer capítulo de Una Familia Decente en donde la protagonista iniciaba su aprendizaje sexual al masturbarse de una manera natural.
Después de estar una hora en el gimnasio del Hotel, se dispuso a su primera masturbación, dios, a sus 32 años en la habitación. Se bañó lentamente, haciendo énfasis en la limpieza de su vagina y de su orificio anal…se introdujo sus finos dedos empezando a friccionarse en su clítoris que fácilmente detecto donde y cual era…el toqueteo fue como una descarga eléctrica que casi hace que se resbale de la regadera…por lo cual así húmeda como estaba se sentó en la taza del baño estirando sus largas y bellísimas piernas haciéndose un toqueteo y un friccionamiento más intenso…se escuchó lanzar gemidos, que decir, casi bramidos que una nueva voz ronca que nunca se había percatado a si misma podría llegar a tener…con su otra mano se pellizcaba suavemente sus senos en sus aureolas rosaditas…así estuvo con los ojos semi cerrados y gimiendo como vio hacían las actrices de los videos sexuales que había visto en su PC el día anterior, hasta que todo su cuerpo se estiro cuan largo era para emitir un gemido animal…ayyyyy….y ver como salían fluídos abundantes de su vagina…había descubierto por sí misma como masturbarse, había tenido así su segundo orgasmo…
Se vio al espejo, era otra mujer, se había comprado una falda corta que sin llegar a ser minifalda si descubría parte de sus piernas de portento, unas sandalias deportivas y una blusa tipo polo, claro de marca…todo el conjunto era de Chemise Lacoste y se lo había comprado en una de las boutiques cercanas al hotel…había decidido ver su poder sexual volviendo al metro de la ciudad de México y al centro en donde estuvo con sus amigos del Sur…su decisión era indudable, quería saber más, quería poner en práctica cosas estudiadas…quería vivir…quería saber, aprender y ver su grado de control…tenía claro que no se metería con nadie…le escandalizaban las historias en donde la protagonista fácilmente caía en manos de otro (s) hombre (s)…ella conquistaría a su hombre y le enseñaría que era una mujer en toda la extensión de la palabra…tomando su bolso se apresto a salir a conquistar el monstruo de ciudad que era la ciudad de México…
¡Hombres allá va una mujer que nunca tendrán…una real hembra…pensó audazmente la rubia ya dirigiéndose al elevador del Hotel…!
Continuará…
 
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Relato erótico: “Mi madre y el negro V: Aprendizaje” (POR XELLA)

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Sin título1

Alicia durmió plácidamente. Tanto como no lo había hecho en las ultimas semanas. Cuando se despertó, en cambio, se dio cuenta de que estaba reventada: le dolía la cabeza, las piernas y el coño. Realmente la polla de Frank era MUY grande.
Se levantó y se miró al espejo, una pequeña mancha de sangre en su nariz la intranquilizó. ¿Como había sido capaz de meterse una raya? Estaba claro que ayer había estado fuera de sí…
Bajó a desayunar y se tomó una aspirina para aliviarse. 
Durante el día, comenzó a fijarse en su hermana pensando en las palabras de Frank, ¿Deberia hablar con ella? Pero… ¿Que le diría?
“Oye, que este chico que se folla a tu madre y además a tu hermana, me ha dicho una cosa sobre ti que me ha preocupado”
Era ridículo…
También observó a su madre. ¿Que diría si se enterase de todo? ¿Se sentiría avergonzada ante su hija? ¿Se sentiría celosa? ¿Se enfadaría con ella? Ni lo sabía ni lo quería saber…
Bip Bip.
Su móvil. Otro mensaje de Gonzalo. Se arrepentía mucho de lo que hizo el fin de semana anterior, había sido un error terrible. Solo había servido para hacerle daño a ella y a él. No le contestó, pensó que lo mejor era alejarse definitivamente de él.
Pasó el sábado entero descansando, tirada en el sofá, recordando la noche anterior. El domingo solamente salió a correr para que la diese un poco el aire y cuando llegó a casa tenia un nuevo mensaje.
“Que pesado es Gonzalo” Pensó. Pero cuando vio lo que ponía se puso pálida.
Hija de la gran puta, cuando te encuentre te voy a matar. Eres una zorra de mierda.
Era un número desconocido. Se intentó tranquilizar pensando que se habrían equivocado.
Creo que te has confundido. – Escribió.
¿Acaso no eres Alicia?
Ahora sí. Dejó caer el móvil al suelo de la impresión. ¿Que cojones estaba pasando? 
No contestó más. Dejó el móvil en la habitación y pasó el resto del día encerrada allí, preocupada.
El lunes fue a la universidad nerviosa, desconcertada. Al principio estaba atenta a todo el mundo pero a lo largo del día se fue calmando. Todo parecía normal, no veía nada ni nadie raro… Seguro que había sido algún tipo de broma.
El martes, a mitad de la mañana sonó su móvil y soltó un pequeño gritito de miedo debido al sobresalto. Cuando el profesor y los compañeros dejaron de observarla se atrevió a mirar el mensaje. Una indescriptible sensación de alivio la embargó cuando vio que no era el número desconocido, sino Frank.
Ven a tu casa ahora mismo. Me da igual lo que estés haciendo. No entres, acercate por la ventana de atrás y espera. Voy a estrenar algo y quiero que lo veas.
¿Queria que saliese de clase así por que si? No… No podía… Aunque…
—————–
Tardó menos de lo que pensaba, a esas horas no había tráfico. Rodeó silenciosamente la casa y se situó donde el chico le había dicho. 
Ahí estaba.
A través de la ventana podía ver el salón perfectamente y Frank estaba sentado en el sofá. Cuando la vio, le hizo un ligero movimiento de cabeza y le guiñó un ojo.
Alicia estuvo observando unos minutos en los que no pasaba nada hasta que vio como el chico sacaba el móvil.
Bip Bip.
La había escrito a ella.
¿Has sido una chica buena? ¿Has aprendido la lección? ¿O te has puesto unas putas bragas de nuevo?
Se puso roja como un tomate, por un lado por lo que iba a hacer ahora mismo, por otro por haber cometido el mismo error dos veces. Por suerte llevaba una minifalda vaquera, lo que facilitaría la tarea. Se apartó de la ventana y se quitó las bragas enseguida. Blancas, de algodón… de Hello Kitty… Se avergonzó un poco más…
Volvió a mirar por la ventana y enseño un segundo a Frank las bragas en su mano, antes de guardarlas en su mochila. Todo seguía igual excepto….
Excepto que su madre estaba entrando por la puerta.
Alicia se asustó por si la veía, intentó esconderse lo más posible pero le resultó imposible dejar de mirar. Nunca había visto así a su madre…
Llevaba puesto un conjunto de lencería negro, con ribetes rojos, a juego con el color de su pintalabios. Llevaba una mezcla de sujetador y corpiño de encaje, que la cubría hasta un poco por encima del ombligo, un liguero sujetando unas medias negras a medio muslo, un tanga diminuto y unos tacones de aguja de vértigo. El pelo suelto le caía sobre los hombros.
Llevaba en las manos un bote de cerveza y otro bote que Alicia no sabia bien lo que era. Se sentó al lado de Frank dándole la cerveza y dejó el otro bote a un lado. El chico la besó, abrió la lata y se acomodó. Estuvieron hablando unos minutos mientras Elena le acariciaba melosa. 
“¿Que estarán hablando?” Se preguntaba Alicia. Aunque ya había visto a Frank con su madre, no dejaba de resultar impactante. Sabia perfectamente lo que iba a pasar, pero esa certeza no rebajó la extraña sensación que recorrió su cuerpo cuando vio como su madre bajaba los pantalones del chico y cogía su enorme polla entre sus manos. Se sentía rara… Era una mezcla de humillación, vergüenza, excitación y… celos… Se imaginaba a ella en el lugar de su madre.
Elena estaba reclinada sobre el regazo de Frank, comenzando a masturbarle lentamente mientras con la lengua recorría el glande del chico. Su culo estaba a la altura y distancia perfecta para que el negro tuviese total acceso a él, cosa que no desaprovecho. Agarraba sus nalgas con ansia, con pasión, de vez en cuando soltaba algún azote que Alicia escuchaba ahogado a través de la ventana.
La chica, hipnotizada ya ante la depravación de la escena que estaba contemplando, se comenzó a fijar en la maestría de su madre. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, comenzó a introducir la tranca en su boca hasta que la tuvo completamente dentro. Aguantó unos segundos y comenzó un movimiento de vaivén, arriba y abajo. La sacaba entera, lamía el glande y volvía a tragársela hasta el fondo.
Frank miraba de vez en cuando hacia la ventana y sonreía viendo como la chica no perdía ojo del espectáculo que tenia delante. Apartó un poco el tanga de Elena y comenzó a acariciar su coño, notando complacido que estaba empapado. A los pocos segundos las caderas de la mujer empezaron a acompañar el movimiento de su mano, acompasando la mamada, manteniendo el ritmo.
Alicia no se lo podía creer, su madre se movía como una gata en celo, cada vez más agitada mientras ese cabrón bebía tranquilamente de la lata de cerveza. 
Pasaron unos minutos en los que su madre no despegó los labios ni un segundo del rabo de Frank, hasta que el chico tirándola ligeramente del pelo hacia arriba, la indicó que parase.
Elena esperó arrodillada en el sofá mientras su amante rebuscaba algo.
“No puede ser… Eso no… Mi madre no…” Pensó Alicia cuando veía como el chico sacaba el espejito y preparaba un par de rayas.
Elena esnifó la suya sin dudar un segundo, lo que hizo pensar a su hija que no era la primera vez…
Frank se levantó, acarició la cabeza de Elena como si fuera la de su mascota y ésta inmediatamente se apoyó sobre el respaldo del sofá, lo que dejaba su culo en pompa y a disposición del chico.
El negro cogió el bote que había traído la mujer y comenzó a manipularlo, pero Alicia había visto algo raro y no podía apartar la mirada.
Su madre tenia un tatuaje en la nalga izquierda. No lo sabía, nunca se lo había visto ni se lo había oído mencionar. Parecía una pica, como las de la baraja de poker, pero no lo veía bien. Entonces Frank la sacó de sus pensamientos. Se situó tras su madre y, después de darle un fuerte azote que incluso la dejó marca, comenzó a untarle el contenido del bote en… en… en el culo…
¡Ese cerdo iba a sodomizar a su madre! ¡Y la había llamado para que lo viera! Voy a estrenar algo, le había dicho… Alicia estaba roja de rabia, pero la situación era tan depravada y morbosa que no podía apartar la mirada… Estaba cachondísima…
Elena se separó ella misma las nalgas, mostrando a su hombre el camino que debía seguir, mostrando su rosado y cerrado ojete, preparado para que esa enorme polla lo reventara.
Frank se embadurnó el rabo con el lubricante y después metió un par de dedos en el culo de Elena. Ésta estaba inmóvil, esperando pacientemente su desvirgación anal. Alicia vio perfectamente como el hombre apoyaba la punta de su polla y, lentamente, muy lentamente, comenzaba a introducirla. Su madre se tensó, Frank se detuvo unos segundos, la acarició la espalda para tranquilizarla y después continuó. 
Centímetro a centímetro desaparecía en las entrañas de Elena. Alicia se fijó en su cara, tenía los ojos fuertemente cerrados y mordía la tela del sofa, pero no se quejaba, aguantaba estoicamente la brutal invasión en su recto. Cuando la pelvis de Frank chocó contra Elena, ésta soltó un gemido mezcla de dolor y alivio: ya había entrado entera.
El negro sacó lentamente la tranca y la volvió a introducir. Cada repetición aumentaba el ritmo ligeramente, estando al poco tiempo sodomizando a Elena violentamente. Esta se había soltado las nalgas para agarrarse con fuerza al respaldo del sofá, Alicia pensó que lo iba a arrancar.
Pero la expresión de su cara estaba cambiando. Mantenía la boca ligeramente abierta, dejando escapar pequeños suspiros y miraba hacia el fondo de la sala sin enfocar. Sus tetas se bamboleaban de un lado a otro y al poco los suspiros se convirtieron en sonoros gemidos que incluso Alicia podía oir.
No podía creer que estuviese viendo impasible como un chaval rompía el culo de su madre y ésta lo permitía y lo disfrutaba, pero era un hecho, y lo peor de todo es que la escena la excitaba. Sus manos levantaron la falda y rápidamente encontraron su coño empapado. Se movió veloz, buscando su clítoris, sin andarse con rodeos y rápidamente tubo un orgasmo en el que se tuvo que tapar la boca para no hacer ruido, mientras veía como Frank gritaba como un animal mientras derramaba todo su semen dentro del culo de su madre.
El negro sacó el móvil, la polla e hizo una foto para recordar el momento.
Bip Bip.
El móvil de Alicia.
Lo cogió con la mano todavía pringada de su flujo y vio que aquel cabrón le había enviado la foto que acababa de hacer.
Se veía la polla de Frank sobre el ojete completamente abierto y enrojecido de su madre. Un hilo de semen colgaba desde el glande hasta el interior de aquel pozo sin fondo. Y se veía la cara de su madre, deshecha y deslavazada, pero satisfecha.
Ahora pudo contemplar el tatuaje con claridad, efectivamente era una pica negra, pero dentro tenía pintada un F mayúscula. 
¿Ese cabrón le ha tatuado su inicial a su madre? ¿En el culo? ¡Como si fuera de su propiedad! ¡Como a una vulgar zorra!
La ira la embargaba.
“Pues claro que es de su propiedad, imbécil” Decía una voz en su cabeza. “No hay mas que verla… Y tu estás deseando seguir el mismo camino…” Ese pensamiento había salido de lo mas hondo de su mente, dando forma a una idea que sabia cierta pero que (todavía) no aceptaba.
La ira se convirtió en vergüenza, miró a su madre, todavía tirada en la misma postura. Su ojete esta recuperando su tamaño normal y parte de la corrida del negro comenzaba a resbalar por sus muslos. Entonces sonó el timbre.
Alicia se sobresaltó, pero Elena no mostró ningún tipo de inquietud por estar como estaba. Frank fue a abrir la puerta. La chica rodeó la casa para ver quien era. Casi se cae de culo alnver que era Gonzalo.
Frank salió de la casa y cerró la puerta tras él, Alicia no era capaz de escuchar lo que estaban hablando, pero veía que Frank negaba con la cabeza.
Verles uno al lado del otro le hizo conpararles inevitablemente, Gonzalo era guapo, delgado y atlético, no le sobraba ni pizca de grasa. Frank era un poco mas alto y tampoco le sobraba un gramo. La diferencia estaba en que Frank era mucho más musculoso, tenía mas espaldas que su ex novio.
“Es mucho más hombre…” Pensó.
Gonzalo parecía decepcionado, dio media vuelta y se fue.
Alicia le dejó alejarse unos segundos y después salió tras él.
– ¡Gonzalo! 
– A-Alicia. Frank me dijo que no estabas.
– Estaba llegando y vi como te marchabas… ¿Que quieres?
– Hablar contigo, no me coges el teléfono, ni contestas mis mensajes… No se nada de ti desde…
– No te molestes. – Cortó la chica. – Fue un error. Me equivoqué y además te metí en un lío. Ahora tienes novia y yo… He sido una imbécil. No debí llamarte…
– Yo ya… Ya no tengo novia. Lo he dejado con Rebeca.
– ¿Qué? ¿Por qué has hecho eso?
– ¡Por ti! Joder, ¿Que esperabas? Hace meses me dejaste en la estacada y ahora, cuando por fin estaba rehaciendo mi vida, cuando empezaba a levantar el vuelo, vuelves. ¿Que querías que hiciera?
– Yo… L-Lo siento…
– Después de lo del otro día me di cuenta de que estaba viviendo un engaño. Y estaba arrastrando a Rebeca a él. Ella no se merecía esto, así que lo hablé con ella. Todo ha terminado, ahora lo único que quiero es estar contigo.
Alicia estaba asustada y arrepentida, ¿En qué momento se le ocurrió llamar a su ex? Había cometido un error horrible.
– Gonzalo, yo… Lo siento… De verdad que lo siento, pero…
– No me digas pero. Por favor. Te quiero Alicia. Nunca he dejado de quererte, y se que tu también sientes algo por mí.
– No… Yo no… Gonzalo por favor, no sigas…
– La semana pasada viniste a mí, me buscaste y me hiciste ver la realidad. No intentes ocultarlo, yo te quiero y tu me quieres, volvamos a lo que teníamos antes, volvamos a intentarlo.
– Gonzalo… No puedo… Hay…
– ¿Hay que? – El chico la miró y entonces comprendió. – ¿Otro? ¿Hay otro? ¿Y lo del otro día? ¿Ya estabas con él? ¿O empezaste con él justo después de chuparmela?
Alicia se puso roja. Gonzalo estaba poniéndose furioso.
– No lo entiendes. No es tan fácil.
– ¿Que no es tan fácil? ¿Por que me buscaste el otro día? ¿Para comparar? ¿O por que llevabas tanto tiempo sin follar que querías calentar? – Alicia bajó la mirada. – Eres una jodida zorra. Y pensar que he dejado a Rebeca por ti… 
Alicia se fijó en el chico. Estaba cabreado pero sus ojos estaban enrojecidos y humedos.
– Solo una pregunta – continuó. – ¿Que tiene el que no tenga yo?
A la cabeza de Alicia vinieron los orgasmos y la excitación que le había provocado Frank, la sensación de sentirse protegida por un verdadero hombre, de sentirse… sometida a él…
“¿Por donde empiezo?” pensó. Pero no dijo nada y se dio la vuelta, dejando al chico sólo en mitad de la calle.
Claudia llegó a casa después de ver como su hermana discutía con su ex en mitad de la calle. No se había acercado a ellos, no quería entrometerse. Cuando fue a abrir la puerta, Frank la abrió desde el otro lado.
– ¡Ah! Hola Frank. No sabía que estabas en casa. ¿Ya te vas?
– Si, ya he acabado con lo que tenía que hacer. ¿Has hecho novillos para ir de compras? – Preguntó, señalando una pequeña bolsa negra que llevaba la chica.
– Si, necesitaba algunas cosillas nuevas. – Contestó, guiñando un ojo al negro. – ¿Esta mi madre en casa? 
– Si, pero no te preocupes, está un poco cansada, no creo que se fije mucho.
– Perfecto… Bueno, pues ya nos veremos.
– Si, sale recuerdos a tu hermana de mi parte.
Claudia entró y vio a su madre andando hacia la cocina. Caminaba de manera extraña, como si le molestase algo.
– Hola mamá. – Saludó escondiendo un poco la bolsa. – ¿Te pasa algo? Andas de forma extraña…
– No te preocupes hija, me he hecho daño haciendo unos ejercicios de yoga…
– Yoga… Claro… No se como no se me había ocurrido. – Claudia mostró una sonrisa mientras hablaba. – Subo a mi habitación, ¿De acuerdo?
– Vale hija, voy a preparar la comida.
Claudia subió a su cuarto y escondió la bolsa en el fondo del armario mientras oía como su hermana llegaba a casa.
Sacó el móvil y escribió un mensaje.
– ¿Habeis tenido una mañana dura mi madre y tu? La has reventado, no podía ni andar.
Como única respuesta le llegó una foto. Una foto con su madre arrodillada, con el ojete obscenamente abierto y lleno de semen en primer plano.
Claudia se rió ligeramente, echó el móvil a un lado de la cama y se puso el pijama.
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Relato erótico: “A mi buhita anónima” (POR GOLFO)

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Hoy acabo de comer en un restaurante donde su dueña es mi cómplice. Tras la puerta del local, Ana es copartícipe del desenfreno de mi lujuria, colaboradora necesaria de mis delitos. 

Entre ella y yo, hemos dado rienda suelta a nuestros mas depravados instintos. La lujuria y el placer mezclados con la satisfacción animal de nuestros estómagos han obligado a María, la camarera, ha servirnos. Entre plato y plato, hemos tenido nuestro postre. Desnudo y poblado, hemos comido y sorbido grandes dosis del néctar de su cueva. Y ella, instrumento pasivo de nuestra perversa imaginación, ha disfrutado de la intromisión masiva de nuestras lenguas en su sexo.

Nuestra querida mesera, victima dispuesta, ha soportado estoicamente que la despojáramos de su ropa interior, tras posarla sobre la dura superficie de la mesa, y consintiendo que abriéramos su néctar a nuestra papilas, se ha licuado en nuestras bocas mientras nuestras manos pellizcaban sus pezones.
Sexo y pago, mi semen y su flujo no tenían nada que ver, lo que realmente excitaba a la socia de nuestro gozo, eran los billetes que sin timidez se asomaban de nuestra cartera. Pero nimia e insignificante contrariedad, por que nos daba igual el aspecto monetario de su sumisión, importándonos solo el sonido de sus gemidos y sus suspiros al sentir como nuestras manos recorrían gozosas su cuerpo.
Mi querida Ana, amante de mis-sus mas pérfidos instintos, ha disfrutado del lascivia de la muchacha, al sentir que aprovechándome de su calentura, la violación inmisericorde de su propio sexo. De su garganta han emergido ruidosas imprecaciones que rememoraban pasadas penetraciones, mientras ruidosamente alcanzaba el clímax de placer al que la tenía acostumbrada.
Es mi hembra, aunque por la noches tenga que padecer los tocamientos vacíos de ese tipo que se autonombra su marido. Pobre hombre al que se le levanta su libido, escuchando unos sollozos cuyo origen duerme a kilómetros de él.
Es mi amante, esclava de mis deseos, que incapaz de negarse a mi llamada, acude sin bragas a que yo, su dueño, la use de la forma que a ella le encanta. Sus pechos solo se erizan con mis dedos torturando sus pezones. Su vulva siempre está presta a recibir la humedad de mi lengua.
Pero su vida me es ajena, años y meses y días y horas al lado de la pareja que le conviene, le impiden liberarse, soltarse la negra melena, cayendo en mis garras. Garras que agarrando su delgado cuello, la mortificarían con el placer de lo prohibido, hasta que su sexo incapaz de emanar mas líquido, se quedase seco de tanto hacerlo.
Por eso, me es tan cercana. Incapaz de romper lo lazos que me unen a un matrimonio de pega, soy su igual. Cobarde y heroe. Comprometido y desmemoriado, me nutro de su sexo para diariamente levantarme de la cama y afrontar cada día, sabiendo que de no existir ella, me hundiría en la depresión del despreciado.
Gracias Ana, gracias María. Por vuestros orgasmos, por el sabor agridulce de vuestras grutas, madrigueras hogareñas en las que me oculto de mis propias miserias. Os amo por vuestros cuerpos, os odio por la dependencia absurda que ejercéis cada sobre mi cada vez que os miro.

Soy vuestro, de la dos que es una. Diferentes facetas de la misma mujer. Yo solo consigo a ocupar esas dos vertientes de una existencia compleja. La madre, la esposa, la compañera están lejos de mi alcance. Esas otras tres mujeres tienen un dueño, que no soy yo, un hombre que no sé si es bueno, pero que me encela. Paciente pareja de una diosa que amo.
¡Le odio!.


Relato erótico: “Obsesión por mi cuñado (Parte 1 de 2) ” (POR TALIBOS)

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OBSESIÓN POR MI CUÑADO (PARTE 1 DE 2)
23 de junio. 3 de la mañana.
Supongo que la mayor parte de las personas son incapaces de precisar el momento exacto en que su existencia da un vuelco. No es mi caso, yo sí puedo afirmar que fue en ese día y a esa hora cuando mi vida cambió. Bueno, no es exacto. Ese fue el instante en que mi vida empezó a cambiar.
Como es normal, a esas horas de la madrugada yo estaba profundamente dormida, compartiendo el lecho con Juanjo, mi marido, cuando el teléfono empezó a sonar, despertándonos sobresaltados.
Aunque segundos antes ambos estábamos fritos, el insistente timbre bastó para despabilarnos de golpe, mirándonos el uno al otro con un nudo en la garganta, asustados, pues, obviamente, nadie te llama a las 3 de la mañana para darte buenas noticias.
–          Có… cógelo, anda – animé con voz temblorosa a Juanjo, que no acababa de decidirse a descolgar, la vista clavada en el teléfono como si fuera una bomba a punto de explotar.
–          ¿Dígame? – dijo por fin mi marido – Sí, soy yo…
La expresión que se dibujó en su rostro bastó para confirmarme que algo terrible había pasado. Aunque esté feo el decirlo, lo cierto es que, interiormente, experimenté cierto alivio, pues comprendí que, si la mala noticia estuviera relacionada con mi familia, habrían preguntado por mí y no por él.
Juanjo alzó la vista, sin dejar de atender al teléfono y leí en su mirada que algo horrible había pasado. ¿Sería su hermano, Iván? No, no podía ser, ese chico jamás se metía en líos y, además, estaba interno en el colegio hasta final de mes.
Entonces… sus padres. Los adinerados señores Moraga. Estaban de viaje en Costa Rica, pues Manuel tenía que dar un par de conferencias… pero no podía ser, si habíamos hablado con ellos el día anterior…
Pero sí que eran ellos.
Minutos después, le servía a mi marido un café bien cargado, rociado con una generosa dosis de coñac, tratando de devolver el color a sus mejillas.
–          Joder – decía Juanjo sin despegar los ojos del suelo – No puedo creerlo. Accidente de coche. No puede ser…
Abracé a mi esposo con fuerza, estrechándole contra mi pecho, tratando de consolarle. Pobrecito, huérfano a los 30 años, sólo de pensar que algo así les pasara a mis padres…
–          Y el pobre Iván… ¿Qué va a hacer ahora? Joder, Nieves, todavía no puedo creerlo… ¿Me traes una aspirina? La cabeza me va a estallar.
Mientras buscaba las pastillas en el baño, me puse a pensar en Iván, el hermano pequeño de Juanjo. A sus 17 años, se pasaba la vida interno en el colegio de Zaragoza, pues sus padres, que estaban siempre de viaje, no podían dedicar tiempo a su educación.
Yo, en realidad, no estaba demasiado afectada por la muerte de mis suegros, pues realmente no les tenía especial aprecio. Siempre me parecieron unos snobs, que miraban a la gente a la que consideraban inferior (yo, por ejemplo) por encima del hombro. Nunca tuvieron tiempo para sus hijos, aunque, por fortuna, Juanjo salió bastante independiente y no acusó en exceso la falta de cariño paterno. En cambio Iván, el sensible Iván, era harina de otro costal.
……………………………………..
Los siguientes días los pasé separada de mi marido, que tuvo que tomar el primer vuelo disponible a San José para hacerse cargo de los trámites de repatriación de los cadáveres, para lo que tuvo que ponerse en contacto con la embajada.
Aunque, antes de irse, se vio obligado a pasar por el mal trago de darle la noticia a Iván. Por fortuna, en aquel entonces vivíamos en Soria, relativamente cerca de Zaragoza (un par de horas), por lo que le dio tiempo a pasar a recogerle al internado.
–          Me lo llevo conmigo Nieves – me comunicó Juanjo por teléfono – Ya sé que no es muy buena idea hacerle pasar por esto, pero creo que sería peor dejarle solo.
Así que los dos hermanos cruzaron el océano para traer de vuelta a España a sus padres y poder así enterrarlos en Madrid, de donde eran ambos, en el pequeño panteón que la familia poseía.
Todos los días Juanjo me llamaba para tenerme al tanto de todo y yo siempre aprovechaba para pedirle que me pasara con Iván, para charlar un poco. Juanjo me contaba que le veía bastante deprimido y apagado, como si no acabara de creerse que aquello hubiera sucedido y lo cierto era que yo también percibía en nuestras conversaciones que su estado de ánimo no era muy bueno.
Iván siempre se había mostrado muy amable y cariñoso conmigo, un encanto de chico y ahora, cuando hablaba con él, lo único que obtenía eran respuestas monosilábicas. Me daba muchísima pena.
–          Cariño – le dije a Juanjo cuatro días después de su marcha – He estado pensando mucho en Iván.
–          Sí, yo también lo he hecho – me respondió mi marido.
–          Oye, ¿qué te parecería… que se viniera a vivir con nosotros? Ese internado tiene que ser un lugar horrible. Y total, ya le queda sólo un año para ir a la universidad…
–          ¿En serio nena? – me respondió mi marido con voz animada – ¡No sabes el peso que me quitas de encima! Yo había pensado lo mismo, pero no sabía qué pensarías tú y no se me ocurría cómo proponértelo…
–          Pero mira que eres tonto. Sabes que quiero mucho a Iván. Me hará muy feliz que se venga con nosotros.
Y así quedó sellado mi destino.
………………………….
A Iván la idea le pareció maravillosa. Casi se echa a llorar por teléfono, dándome las gracias con tanta efusividad que hasta me hizo sentir incómoda. Pobrecito, qué mala suerte había tenido con unos padres así. No es que me alegrara de que hubieran muerto, pero al pobre chico le iría mucho mejor sin ellos, de eso estaba segura.
Por lo menos logramos que se animara un poco. Al parecer, la incertidumbre sobre su futuro era uno de los motivos por los que estaba tan taciturno.
Un par de días después, los hermanos regresaron a España. Yo les esperé en Barajas, recibiéndolos a ambos con un buen beso y un fuerte abrazo, tratando de transmitirles mi cariño y mi apoyo.
Los de pompas fúnebres se hicieron cargo de los señores Moraga, mientras yo llevaba a los hermanos al hotel donde había reservado dos habitaciones contiguas. Tras almorzar, nos reunimos en la que compartía con mi marido y les puse al día de lo acontecido en su ausencia.
Los abogados de sus padres se habían puesto en contacto conmigo, pero tan sólo habíamos podido concertar una cita, pues era con Juanjo y con Iván con quienes tenían que tratar.
Yo me había encargado además de transmitir la dolorosa noticia a los parientes y amigos de sus padres, utilizando para ello una agenda que Juanjo me dio. La verdad es que no fue plato de gusto tener que encargarme de eso, pero no dije nada, pues mucho peor era lo de ellos.
El entierro era a las doce de la mañana siguiente, así que, tras levantarnos, tuvimos tiempo de desayunar sin prisas, aunque charlamos poco, sumidos en nuestros propios pensamientos.
Lo cierto era que ninguno de los dos parecía estar destrozado por el dolor, cosa que no me sorprendió demasiado, pues era plenamente consciente de que no había mucho amor entre ellos y sus padres.
Después de desayunar, volvimos a los cuartos a cambiarnos. Juanjo, como siempre, se vistió como un rayo y bajó a recepción, pues había quedado allí con unos familiares que venían de fuera.
Yo, sabiendo que íbamos bien de hora, me di una ducha rápida para refrescarme, poniendo buen cuidado en no mojarme mi rubio cabello. Me puse la ropa interior y las medias, todo de color negro y una falda oscura.
Salí del baño vestida únicamente con la falda y el sostén, dirigiéndome al armario para sacar la blusa negra que había escogido. Me la puse sin abrochar y me dirigí a la cama, pues tenía la molesta sensación de que no había fijado bien el liguero.
Me senté en el colchón y me subí la falda, afanándome en colocar correctamente la media rebelde para poder cerrar bien el broche. Cuando estuvo bien colocada, estiré la pierna, deslizando mis manos sobre la sedosa tela, mientras experimentaba un ramalazo de orgullo al admirar mis bien torneadas piernas.
–          Tienes buenas cachas, nena – dije para mí sin poder evitar sonreír.
Justo en ese momento, algo me hizo levantar la mirada, encontrándome con Iván, que me miraba subrepticiamente desde su cuarto a través de la puerta de comunicación, que estaba entreabierta.
–          Yo… lo… lo siento – balbuceó poniéndose coloradísimo – Quería ver si estabas lista. Yo… Perdona…
En un acto reflejo (sintiéndome también un poquito avergonzada porque me hubieran pillado en plena sesión narcisista) bajé la pierna con rapidez, poniéndome bien la falda.
Iván seguía mirándome fijamente, lo que me hizo notar que aún llevaba la blusa abierta, brindándole al muchacho un buen primer plano de mis senos embutidos en lencería fina.
Abochornada, cerré la blusa con la mano mientras el joven, aturrullado, apartaba la vista clavándola en el suelo.
–          Te… te pido mil perdones. Yo no pretendía…
–          Tranquilo, no pasa nada – respondí un poco más serena – Pero la próxima vez acuérdate de llamar.
–          Sí, sí, claro – dijo el chico alzando la vista de nuevo hacia mí – Te ruego que me disculpes. Yo…
–          Que no pasa nada, tonto – le interrumpí – Anda, espérame en tu habitación, que en cinco minutos estoy lista. Yo te aviso.
–          Vale – asintió Iván, cerrando la puerta sin atreverse a mirarme directamente.
Sin darle mayor importancia al suceso (era algo normal a su edad), me puse en pié frente al espejo y empecé a arreglarme, observando con satisfacción mi propio reflejo. La verdad es que aquella ropa me sentaba muy bien, de hecho, de haber sido la falda un poco más corta hubiera sido un conjunto más que apropiado para salir por ahí de marcha.
Pobre Iván, seguro que había alucinado viendo a su cuñadita en paños menores. ¡Qué mono! Ahora que había pasado el mal trago encontré el suceso bastante gracioso. Pobrecito, seguro que en el internado de chicos no había visto nunca a una chica tan ligera de ropa…
–          Y menos a una tan guapa – me dije sonriéndome a mí misma en el espejo – No me extrañaría mucho que ahora mismo estuviera dándole a la zambomba en su cuarto…
Entonces me acordé de que ese día era el funeral de sus padres, con lo que la sonrisa se me borró de golpe. No sé en qué estaría pensando.
Un poquito avergonzada, terminé de arreglarme, me maquillé muy ligeramente y me reuní con Iván, que aún se veía bastante azorado.
………………………………..
Luego la misa, el funeral, Juanjo e Iván ayudados por unos familiares portando los ataúdes y metiéndolos en el coche fúnebre… Un día duro.
Me sorprendió la cantidad de gente que vino al sepelio, aunque no vi a nadie que pareciera estar verdaderamente apesadumbrado. Muchas caras serias y eso, pero no pude evitar preguntarme cuantas de aquellas personas estarían allí por compromiso y cuantas porque lo sintieran de verdad. Soy un poco mala, lo sé.
Por fin todo terminó y dejamos a los pobres señores Moraga reposando en el panteón. Me pregunté si algún día yo también acabaría allí dentro como miembro de la familia. Poco me imaginaba entonces que no iba a ser así.
Fuimos los últimos en marcharnos, pues, lógicamente, todo el mundo quería darnos el pésame. Aguanté el tirón lo mejor que pude, poniendo cara de pena y dando las respuestas adecuadas a las expresiones de condolencia, aunque mi mente vagaba lejos de allí, preguntándome qué íbamos a hacer a partir de entonces.
Juanjo y yo habíamos hablado un poco, pero aún no teníamos nada claro lo que íbamos a hacer. Aún había que hablar con los abogados, ver el testamento y, sobre todo, hablar con Iván. Ahora era más que nunca parte de la familia y tanto Juanjo como yo queríamos que su opinión contara.
Finalmente, los últimos asistentes se marcharon, exceptuando al tío Carlos y su esposa, un hermano septuagenario del difunto Manuel, que permanecían con nosotros, pues Juanjo se había ofrecido a llevarlos a su hotel en coche, ya que estaban muy mayores y no se fiaba de dejarlos tomar un taxi.
Caminamos lentamente hacia donde estaba aparcado el coche. Yo llevaba cogido del brazo a Iván, pegadita a él, intentando no sólo trasmitirle mi afecto, sino también demostrarle que el incidente del hotel estaba más que olvidado.
El pobre caminaba a mi lado sin decir ni mu, mirando únicamente donde ponía los pies. Juanjo iba un poco adelantado, junto a los ancianos, escuchando con paciencia cómo su tío rememoraba anécdotas de la niñez junto a su hermano.
En cierto momento, me pareció sentir cómo el brazo de Iván se apretaba contra mí, presionando ligeramente contra mi seno, pero la sensación pasó enseguida, así que pensé que lo había imaginado.
Tío Carlos se sentó en el asiento del pasajero, junto a Juanjo y los demás nos ubicamos detrás, sentándome yo entre la anciana y mi cuñado.
La verdad es que el pobre me daba mucha pena, pues me había parecido que realmente era el único sinceramente triste en el funeral.
Sin pensarlo, rodeé sus hombros con un brazo, atrayéndole hacia mí y dándole un cariñoso beso en el pelo. No sé, me sentía conmovida y el instinto maternal se despertó en mí, supongo.
Él no se resistió, ni protestó porque le estuviera tratando como a un crío, limitándose a dejarse abrazar y a reposar la cabeza en mi hombro. Alcé la vista y me encontré con la mirada aprobadora de Juanjo, que me sonreía desde el espejo retrovisor.
Al poco rato empecé a sentirme un poquito agobiada por ir tan pegada al chico, pero me faltó valor para apartarme, así que no dije ni pío. Por fortuna, Juanjo subió el aire acondicionado, con lo que el ambiente se refrescó.
Fue justo entonces cuando, al mirar hacia abajo, me di cuenta de que llevaba un botón de la blusa desabrochado y por el hueco se podía ver perfectamente el borde de encaje del sujetador.
Comprendí que Iván, con la cabeza apoyada en mi hombro, disponía de un magnífico primer plano de mi teta izquierda, lo que provocó que un ramalazo de vergüenza me azotara.
Durante un segundo, estuve a punto de apartarle para poder abrochar correctamente el descarado botón, pero entonces pensé en lo triste que estaba el pobre y el día tan duro que llevaba y me dije:
–          ¡Qué demonios! Déjale que mire, que no se van a gastar. Y si así consigo que deje un poco de pensar en su padres… pues perfecto.
Así hice como que no me había dado cuenta, por lo que seguí el resto del trayecto permitiéndole a mi cuñado que se recreara la vista espiando mi escote.
……………………….
Esa misma tarde tuvimos la reunión con los abogados. No hubo sorpresas. Quitando algunos legados menores, toda la fortuna de los Moraga pasaba a sus hijos en partes iguales, aunque Iván no podría entrar en posesión de lo suya hasta cumplir los 18. De todas formas, el chico no se mostró muy interesado en ese tema.
Juanjo  aprovechó para indicarles a los abogados que tramitaran la custodia de Iván, que pasaría a nosotros hasta su mayoría de edad. Eso sí que alegró al joven, que veía confirmada su esperanza de vivir bajo nuestro techo.
Y conseguimos hacerle realmente feliz cuando, esa misma noche durante la cena, le anunciamos que no tenía por qué volver al internado el curso siguiente si no quería y que podía matricularse en el instituto que le diera la gana.
–          Cuando decidamos donde vamos a vivir, claro – sentenció mi marido.
Y es que ese era otro tema.
Juanjo y yo residíamos en Soria por motivos de trabajo. Yo era traductora en una pequeña editorial, por lo que trabajaba casi siempre desde casa. Juanjo, en cambio, que era arquitecto, trabajaba en un estudio de la ciudad.
Pero ahora, con los fondos obtenidos con la herencia, se abría ante él la oportunidad de hacer realidad su sueño: abrir su propio estudio.
–          Piénsalo, Nieves. Podríamos venirnos a Madrid, nos mudamos a casa de mis padres… bueno, ahora es nuestra casa. Yo puedo alquilar una oficina, dinero no me falta, contratar unos ayudantes…
Para qué entrar en detalles. Teníamos la oportunidad, teníamos los medios y teníamos las ganas. A Iván le pareció fantástico, pues los pocos amigos que tenía fuera del internado eran de Madrid.
Yo, por mi parte, no tenía problemas con el trabajo, podía hacerlo igual en Madrid que en Soria, pues casi todo era vía internet. Y total, si tenía que pasarme por las oficinas, en un día podía ir y volver, o como mucho quedarme una noche.
Así que nos trasladamos a Madrid, a la antigua casa de mis suegros. Era un bonito chalet situado fuera de la ciudad, en un paraje muy tranquilo, pero bastante bien comunicado.
La casa tenía dos plantas, dos amplios salones, una cocina en la que cabría el piso entero de mis padres, varios cuartos de baño… y un jardín espectacular, con un bungalow de auténtico lujo y una piscina de impresión.
Así que la jovencita Nieves Santiago, que tres años antes se casaba con el apuesto Juan José Moraga, pasó en un visto y no visto a vivir en un pisito de 100men Soria, a hacerlo en un chalet de cinco estrellas en la capital. No estaba mal para una joven soriana.
………………………………..
Los siguientes días fueron frenéticos. Juanjo estaba hasta el cuello con lo del estudio nuevo. Ya tenía el local y había decidido asociarse con un antiguo compañero de facultad, pero, aún así, tenía mil cosas que resolver.
Así que Iván y yo nos encargamos de acondicionar la casa.
Tampoco es que hubiera mucho que cambiar, pues mis suegros tenían muy buen gusto y todo estaba muy bien amueblado, pero yo quería dejar mi huella allí, convirtiendo aquel lugar en mi verdadero hogar, transmitiéndole mi impronta.
Los Moraga tenían contratado un servicio de limpieza (jardinero incluido) que venía tres veces por semana y no vimos ninguna razón para cambiar. Además, mantuvimos también a Manoli, la cocinera, que venía de lunes a sábado un par de horas por la mañana, para preparar el almuerzo y la cena (que dejaba ya lista al marcharse).
No me costó nada aclimatarme a aquellos lujos con los que poco antes no hubiera soñado y enseguida me acostumbré al ritmo de la casa.
Iván, por su parte, se mostraba mucho más animado y nuestra relación se hizo más estrecha. Como quiera que aquella era su casa, no tuvo mucho trabajo en colocar las cosas que había traído del internado en su propio cuarto, así que, muy amablemente, me echó una mano con las literalmente cientos de cajas con cosas de Juanjo y mías (sobre todo mías) que trajeron los de la mudanza desde Soria.
Es realmente increíble la cantidad de trastos que puede llegar una a meter en un piso; cuando los colocas todos juntos, te parece imposible que todo eso quepa en algo más pequeño que un hangar.
Y así empezó todo.
……………………
Llevábamos ya instalados en la casa tres días y yo aún no había desempacado ni una tercera parte de las cajas que habíamos traído.
Me lo tomaba con calma, pues no había prisa ninguna una vez abiertas las que traían la ropa de verano. Ayudada por Iván, abría con calma una caja, por ejemplo de libros, les quitábamos el polvo y los colocábamos en estanterías.
Pero claro, yo no iba a conformarme con simplemente ordenar mis cosas, así que se me ocurrió que no estaría mal darle una manita de pintura a los dormitorios y, ya que estábamos en ello, le propuse a Iván que lo hiciéramos nosotros mismos, para divertirnos.
Dicho y hecho; obligué al pobre chico a ayudarme a sacar todos los trastos que ya habíamos ordenado y a pintar las paredes y techos. Usaba al pobre chaval como ayudante, ya que no podía disponer de Juanjo ni un minuto. Me ayudó a escoger los colores (de entre cientos de muestras), me acompañó a comprar la pintura, a escoger las cortinas…
–          Todo esto lo hago para que aprendas para cuando tengas novia – le dije medio en broma tras pasarnos dos horas viendo catálogos – Ahora ya sabes lo que te va a tocar aguantar… Ésta es la parte mala.
–          ¿Y cuál es la buena? – preguntó.
–          El sexo, por supuesto – respondí con picardía.
El pobre se puso coloradísimo, justo como yo pretendía. Me encantaba burlarme un poquito de él, en parte para vengarme del incidente del hotel.
Bueno, de aquello y de todo lo que pasó después, ya que el chico no paraba de lanzarme miraditas disimuladas siempre que podía. Más de una vez le pillé mirándome el culo o asomándose por el cuello de una camiseta a ver qué lograba ver.
Yo no le daba la menor importancia, pues era perfectamente normal en un chico de su edad el sentirse atraído por una mujer pocos años mayor que él. Y además, es justo reconocer que su atracción me halagaba e inflamaba bastante mi ego. Me gustaba sentirme deseada.
Ojalá Juanjo hubiera mostrado el mismo interés. Quizás así no habría pasado lo que pasó. Bueno, sólo quizás…
…………………………
Recuerdo que había sido un día de muchísimo calor y había acabado derrengada de ordenar trastos. Había almorzado con Iván, charlando tranquilamente de las cosas que aún nos quedaban por hacer.
Como siempre, el hacendoso chico se encargó de recoger la mesa mientras yo le mandaba un mensaje por el móvil a Juanjo. Cuando acabó, se sirvió un zumo de la nevera y me preguntó si quería, a lo que respondí afirmativamente.
Nos sentamos a reposar la comida en el salón, bebiéndonos tranquilamente el zumo. Cansada como estaba, me entró una morriña que te mueres, así que acabé tumbándome en el sofá, donde me quedé frita.
Cuando desperté, un par de horas después, me sentí bastante aturdida, aunque pasó tras un par de minutos. Me sentía un poco incómoda, pues el sujetador se me había movido mientras dormía. Me lo puse bien y llamé a Iván con un grito, respondiéndome él desde el piso de arriba.
Tras pasar por la cocina para beber agua (tenía la boca muy seca), subí a reunirme con él. Mi cuñado, tan apañadito como siempre, había seguido pintando él solito, dejándome descansar.
Sonriendo, le abracé el cuello desde atrás y, poniéndome de puntillas, le di un beso en la mejilla por encima de su hombro. Al hacerlo, apreté bien las tetas contra su espalda, procurando que las sintiera perfectamente.
–          Un regalito por ser tan apañado – pensé para mí.
–          Eres un encanto, me dejas dormir tranquilamente y mientras sigues trabajando – dije, apartándome de él para inspeccionar su trabajo de pintura.
–          No… no es nada – respondió él todo aturrullado, supuse que por el abrazo – Parecías muy cansada y yo no tenía nada que hacer…
–          Ay, hijo – le dije sonriendo con picardía – Algún día harás muy feliz a alguna afortunada. Eres tan atento… A ver si tu hermano toma nota.
Se puso otra vez colorado, lo que me hizo sonreír. Me encantaba avergonzarle de aquel modo.
…………………………
El día siguiente pasó sin incidentes. Tocaba visita de las limpiadoras, que como siempre, le dieron un buen lavado de cara a toda la casa, mientras nosotros seguíamos ensuciando todo lo que podíamos con la pintura, logrando que en el suelo hubiera al menos tanta cantidad como en las paredes.
Un día después la escena se repitió. Iván y yo solos en casa trabajando, almuerzo en agradable compañía… Y luego siesta profunda en el sofá del salón.
Volví a despertarme a las dos horas, con la cabeza bastante obnubilada. Estaba un poquito mareada, pero, como la vez anterior, pasó pronto.
Me senté en el sofá, despejándome, las manos apoyadas en el asiento. Estiré el cuello a los lados, tratando de librarme del aturdimiento y, al mirar hacia abajo, me di cuenta de una cosa que me heló la sangre en las venas: llevaba la blusa mal abrochada.
No, no me refiero a que se hubiese abierto un botón, sino a que los botones estaban mal cerrados, de forma que sobraba un ojal al final, quedando uno de los botones sin abrochar. Y yo estaba segura de que antes no estaban así.
La comprensión de lo que podía haber sucedido se abatió como una ola sobre mí, estremeciéndome. No, no podía ser… ¿Iván?
En ese instante fui consciente de todas las miradas, todos los roces involuntarios… ¿Sería verdad? ¿Habría aprovechado mi cuñado para meterme mano mientras dormía? El otro día el sostén, hoy la camisa… Pero, ¿cómo era posible? ¿Cómo no me había despertado?
Y la respuesta apareció como un fogonazo en mi cerebro. La boca pastosa. Otra vez. ¿Me habría drogado? No, no podía ser… El zumo… Ese día había vuelto a ofrecerme un vaso… Imposible.
Revisé mi ropa, los shorts vaqueros, la camisa, la ropa interior, en busca de algo que delatase las maniobras de Iván, pero no hallé nada. Cada vez más nerviosa, miré a mi alrededor, buscando no sé qué y entonces la vi… una pequeña manchita brillante y pringosa en el suelo, junto al sofá.
Me agaché y la recogí con la yema del dedo, acercándomela a la nariz para olerla. Conocía aquel olor… lo conocía bien.
El resto de la tarde fue un infierno. No sabía qué hacer. ¿Se lo contaba a Juanjo? ¿Cómo hacerlo? Tampoco estaba segura al 100% ¿Y si me equivocaba?
Joder, mierda… ¿Qué hacer? Bien pensado, tampoco era tan grave… Estaba en la edad… Pero, ¡coño, que me había drogado! De no ser por eso, lo habría dejado pasar, poniendo más cuidado en no provocarle. Pero las drogas… la madre que lo parió, a saber qué me había dado.
Como Iván seguía pintando en un dormitorio, me colé subrepticiamente en su cuarto, revisando sus cajones. No tardé nada en encontrar una caja de somníferos. Faltaban varias pastillas. Me sentí un poco mejor, al menos no me había administrado ninguna droga rara, escopolamina de esa o como se diga. Era una estupidez, pero me sentí un aliviada.
Esa noche no pegué ojo, dándole vueltas y vueltas a qué hacer. Decidí no contárselo a Juanjo, al menos hasta estar segura. Y eso era lo que tenía que hacer, asegurarme, averiguar si había pasado de verdad o eran imaginaciones mías.
Y me decidí a atraparle. Dos días después (cuando no venían las limpiadoras) puse mi plan en marcha.
…………………………….
Sin embargo, nada pasó. Comimos tranquilamente, me ofreció un zumo como siempre, pero nada. No me entró sueño, así que seguimos ordenado cajas el resto de la tarde.
Me sentía confusa. ¿Lo habría imaginado todo? No, no podía ser. ¿Me estaría montando la película?
Decidí que había que subir las apuestas, tentarle para que entrara en acción, así que la siguiente tarde que nos quedamos solos, dije que no tenía ganas de trabajar, que me apetecía pasar el día en la piscina.
Estaba claro que él (fuera cierto o no que había abusado de mí) no iba a poner pega alguna a mis planes. Jovencito de 17 años pasando la tarde en la piscina con su guapa cuñada en bikini.
La verdad es que fue una mañana bastante divertida, lo pasamos bien tonteando en la terraza. En realidad fui yo la que tomó la iniciativa, pues él se mostraba bastante tímido, supongo que por sentirse intimidado por estar en compañía de una chica en bañador por la que se sentía atraído.
Me sentía extrañamente inquieta, nerviosa por si todo aquel asunto acababa por ser fruto de mi imaginación, así que quizás puse demasiado interés en tentarle. Me decía a mí misma que mi intención era salir de dudas de una vez por todas, aunque ahora, con la perspectiva que da la lejanía en el tiempo, tengo que admitir que quizás la falta de sexo que últimamente padecía jugó un papel determinante en mi comportamiento de ese día.
Y es que, desde el fallecimiento de sus padres, mis encuentros con Juanjo habían sido bastante esporádicos. Obviamente, al principio no le dije nada, pues no estaba bien presionarle para que me echara un polvo con sus padres recién enterrados, pero claro, fueron pasando los días…
Y no es que no hubiéramos hecho nada, pero desde que estábamos en Madrid, Juanjo regresaba siempre tan tarde y tan cansado… Cuando yo me insinuaba, él me contestaba que estaba agotado, que estaba siendo muy duro poner el negocio en marcha… joder, creía que éramos nosotras las del dolor de cabeza…
Leo estas líneas y me doy cuenta de lo que intento es excusarme a mí misma, convencerme de que lo que pasó no fue culpa mía, que tenía motivos…
En definitiva y retomando el relato de los hechos, he de admitir que esa mañana en la piscina traté de “calentar” un poco a mi cuñado, buscando que pusiera en marcha sus planes y así poder pillarle in fraganti.
Usé todo el arsenal de técnicas que tenía y algunas nuevas que me fui inventando sobre la marcha.
Le hacía ahogadillas cuando estábamos en el agua, procurando que mis tetas se apretaran bien contra él, llegando incluso un par de veces a frotárselas por la cara; me salía de la piscina por el borde, sin usar la escalera, asegurándome de que la braguita del bikini estuviera bien hundida entre mis nalgas; me agachaba frente a él, de forma que tuviera un buen primer plano de mis pechos embutidos en el bikini…
El pobre parecía a punto de estallar, se pasó toda la mañana colorado como un tomate. Yo me sonreía interiormente, divertida por el aturrullamiento del pobre Iván. Y los esfuerzos que hacía para que no me diera cuenta del bulto en su bañador… ja, ja, me lo estaba pasando en grande riéndome a su costa, aunque he de reconocer que, en el fondo, me sentía halagada y un poquito excitada por la situación.
Pensé en pedirle que me untara aceite solar cuando me tumbé en la hamaca para tomar el sol, pero decidí no hacerlo, pues, si permitía que el chico me pusiera la mano encima, parecía capaz de correrse sólo con eso, con lo que quizás (una vez satisfecho, ja, ja), acabarían por arruinarse mis planes.
A eso de las dos entramos en la casa para almorzar. Yo me quedé en bikini, liándome únicamente un pareo a la cintura a modo de falda. El pobre no podía evitar mirarme las tetas con disimulo, cosa que me encantaba.
Sí, ya lo sé, debo de parecer loca sintiéndome tan relajada con un chico que con toda probabilidad había abusado de mí después de drogarme, pero no sé, supongo que en el fondo le creía inofensivo y que todo aquello había pasado debido a su inexperiencia en tratar con chicas.
Pensaba que, una vez descubierto el pastel, podría ayudarle a superar sus problemas y conseguir así que fuera capaz de mantener una relación normal con una mujer. Me sentía casi como una madre tratando de ayudar a su hijo.
Una madre 8 años mayor que su vástago y que además se sentía más que halagada por las miraditas que el chico le echaba…
Para acabar de rematar la faena, no se me ocurrió otra cosa que tomar vino con el almuerzo. Creo que fue una forma para armarme de valor ante lo que venía, aunque creo que resultó contraproducente, pues el alcohol me desinhibe.
No sé, quizás lo hice aposta.
Por fin llegó el momento. Acabamos de comer, recogimos los platos entre ambos y entonces Iván, visiblemente nervioso, me ofreció un zumo, que yo acepté tranquilamente con una sonrisa, aunque en realidad el corazón me iba a mil.
Intenté espiarle con disimulo, a ver si le pillaba en el proceso de echar el somnífero en el vaso, pero no vi nada raro, con lo que la duda persistía.
–          Allá vamos – pensé para mí.
Como quien no quiere la cosa, me llevé el zumo tranquilamente de vuelta a la piscina, tumbándome de nuevo en la hamaca tras quitarme el pareo. Me puse las gafas de sol y me tumbé, tratando de aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir.
Por la mañana, previsoramente, había ubicado la hamaca justo al lado de uno de los desagües que había en el patio para recoger el agua de lluvia, con idea de vaciar el vaso en cuanto Iván se despistara un segundo.
Sin embargo, no hicieron falta tantas precauciones, pues el chico dijo que se iba un rato a su cuarto, dejándome sola en la terraza.
Las dudas me atormentaban, amenazando con volverme loca. Pero estaba decidida a no echarme atrás. El plan estaba en marcha.
Tras asegurarme que Iván estaba efectivamente en su cuarto, vacié con mucho cuidado el vaso en el desagüe, sin llegar a probarlo, a pesar de no estar segura de si estaba “aderezado” o no. Volví a tumbarme en la hamaca, fingiendo quedarme dormida mientras tomaba el sol, con lo que únicamente me quedaba esperar.
Pero aquello, que parecía ser lo más fácil de todo, resultó ser realmente duro. Permanecer allí quieta, sin mover un músculo, fingiendo estar bajo los efectos de la droga y esperando que mi cuñado me asaltara para atraparle…
Y lo peor era que no paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Y si no había puesto nada en el zumo? ¿Y si no venía? ¿Y si me lo había imaginado todo?
Aún así, me las apañé para quedarme quietecita en la hamaca, aparentando estar profundamente dormida, pero con el cuerpo tan tenso que parecía estar a punto de saltar.
Estaba ansiosa, deseando que Iván viniera para poder ponerle fin a todo aquello. Casi tenía miedo de que no hubiera puesto nada raro en el vaso y no pasara nada en absoluto, pues eso dejaría todas mis dudas sin resolver, así que esperaba que pasara algo por fin, lo que fuera.
¿Y qué iba a hacerme? Si finalmente venía… ¿Qué haría Iván? Estaba claro que las otras veces me había dejado las tetas al aire, no atinando luego  a ponerme bien la ropa. ¿Se limitaría a exponer mis pechos y a masturbarse mirándolos? ¿Intentaría tocarme? ¿Se conformaría con las tetas o intentaría algo… más íntimo?
Mi cabeza era un torbellino de imágenes, imaginando las cosas que Iván podía llegar a hacerme… quería que todo acabase de una vez, que viniera y me sacara por fin de dudas…
Estaba tan absorta en mis pensamientos que no escuché la puerta corredera de la terraza, así que Iván pudo aproximarse sin que me diera cuenta.
–          Hey, Nieves, ¿estás dormida?
Su voz me provocó un gran sobresalto, no sé cómo me las ingenié para permanecer inmóvil, fingiendo dormir. El corazón se me desbocó en el pecho y me costó horrores no salir corriendo de allí.
Y es que, en el fondo, me moría por saber qué iba a pasar…
De pronto, su mano en mi hombro… bueno, su mano no, sólo un dedo, que usó para zarandearme suavemente, tratando de asegurarse de si estaba dormida.
Con disimulo y aprovechando que llevaba puestas las gafas de sol, abrí los ojos una minúscula rendija, lo que me permitió observar a Iván, de pie junto a la hamaca, mirándome fijamente.
Vi entonces como se inclinaba hacia un lado, sobresaltándome, pero su intención no era acercarse a mí, sino asegurarse de que el vaso estaba vacío. Una vez satisfecho, se sentó en su hamaca, que estaba próxima a la mía y siguió mirándome un rato más.
Yo estaba nerviosísima, expectante porque hiciera algo inapropiado para poder pillarle, pero él seguía quieto, contemplándome. Entonces hizo algo muy extraño: se puso a canturrear con toda la pachorra del mundo.
Comprendí que lo que estaba haciendo era meter ruido para asegurarse de que yo dormía, así que no moví ni un músculo, sintiéndome cada vez más nerviosa. Creo que, de haber tardado un minuto más en ponerse en marcha, habría simulado despertarme, poniéndole fin a aquella locura, pero, justo entonces, Iván se calló y se puso en pie sin hacer ni un ruido.
Con mucho cuidado, levantó su hamaca a pulso y la acercó hasta dejarla muy cerca de la mía, volviendo a sentarse de nuevo.
–          Joder, hazlo ya – pensaba para mí – ¡Méteme mano de una vez, puñetero!
A esas alturas la cabeza no me regía demasiado bien, lo reconozco.
Y por fin lo hizo. Con mucho cuidado, con delicadeza incluso, alargó una mano hacia mí y apoyó un dedo en uno de mis pechos, dejándolo allí unos segundos. Me puse en tensión, el contacto de su yema sobre mi seno me sacudió, sentía un inexplicable ardor que empezaba a brotar de mis entrañas.
–          Quieta, tranquila Nieves – me repetía en silencio – Esto no es suficiente, si sólo te roza una teta no es para tanto…
Pero el dedo no se estuvo quieto. Lentamente, sentí cómo deslizaba la yema con extremo cuidado por el pecho, describiendo con suma delicadeza el contorno del bikini, paseando lentamente el dedo por encima de la tela.
Aquella caricia me hizo estremecer, sentía cómo su dedo se movía sutilmente sobre mi piel, recorriéndola casi con cariño.
Más confiado al ver que yo no daba muestras de enterarme de nada, Iván movió el insidioso dedito hasta localizar mi pezón por encima del bikini, reanudando la delicada caricia, describiendo esta vez enloquecedores movimientos circulares, excitando y enervando el delicado fresón que, poco a poco, iba adquiriendo volumen y dureza.
–          Venga, Iván , no te cortes – pensaba para mí – ¡Échale narices! ¡Que estoy frita!
Pero el chico seguía acariciándome con enorme cuidado, excitando mi pezón, endureciéndolo, pero claro, aquello no era suficiente para pillarle, no era tan grave que un adolescente le tocara una teta a su cuñada dormida. Tenía que atreverse a algo más.
Pero que va, lo único que hizo fue cambiar de pecho cuando tuvo el primero ya totalmente duro y excitado. Así que, durante un rato, se dedicó a repetir el proceso sobre mi otro seno, poniéndolos pronto a los dos como rocas.
–          Mierda, pues si con esto te conformas, vas a resultar…
El siguiente ataque fue inesperado; yo casi pensaba que el chaval, tímido como pocos, iba a conformarse con aquella temerosa caricia, pero olvidé que ya tenía experiencias previas en el tema.
Bruscamente, Iván deslizó los dedos bajo el bikini, justo en el punto en que las dos copas se unen y, con un brusco tirón, desplazó la prenda hacia arriba, dejando por fin expuestas mis enardecidas mamas. El contacto directo del aire sobre mis sobreexcitados pezones provocó que un leve quejido escapara de mis labios, pero el chico, loco de calentura, no se dio cuenta de ello.
Ese era el momento que estaba esperando, ahora sólo tenía que “despertarme” y pillarle con las manos en la masa, pero entonces Iván, bruscamente, se arrodilló junto a mi hamaca y, sin pensárselo dos veces, hundió el rostro entre mis tetas apoderándose con sus lujuriosos labios de uno de mis pezones, comenzando a chuparlo y mordisquearlo con voluptuosidad.
Mientras lo hacía, su lengua, juguetona, empezó a lamer la sensible piel, a la vez que una de sus manos se apoderaba del pecho libre, amasándolo y estrujándolo con torpeza, pero con una ansia y un deseo que me sobrecogieron.
No pude evitarlo, un ramalazo de placer azotó mi cuerpo y de pronto sentí cómo me ardían las entrañas. En un acto reflejo, apreté con fuerza los muslos, oprimiendo mi vagina, dándome cuenta por fin de que había empezado a mojarme…
–          Joder con el cabrito éste – pensé – Me va a arrancar las tetas…
Y era verdad. Iván estaba bastante descontrolado. Me estrujaba y me acariciaba las tetas con tantas ganas que sin duda iba a dejarme marca. No era consciente de que, aunque yo hubiera estado realmente dormida, no me habría costado nada adivinar lo sucedido al despertarme. O quizás fuera que le daba igual.
Repentinamente, sus labios cambiaron de pezón, echándose un poco sobre mí, haciéndome sentir su peso. Abrí los ojos, mirando excitada cómo aquel chico literalmente devoraba mis pechos, dejándome asombrada, pues nunca le habría creído capaz de tanta lujuria.
Entonces, percibí cómo una de sus manos se deslizaba por mi estómago, hacia abajo, dejando perfectamente claras sus intenciones. Durante un segundo, pensé en levantarme, darle un bofetón y poner fin a aquella locura, pero en el tiempo que tardé en decidirme, su mano se deslizó bajo la cinturilla del bikini y uno de sus inquietos deditos se introdujo sin miramientos entre mis labios vaginales, provocando que un espasmo de placer me sacudiera.
Iván, sin embargo, poseído por la lascivia, no se dio cuenta de nada. Tenía el cuerpo serrano de una bella joven a su disposición y en ese momento no era consciente de nada más. Con torpeza, sus dedos empezaron a sobar mi vulva, separando los labios con cierta rudeza, lo que hizo que tuviera que morderme los labios para ahogar un gritito a medias de dolor, a medias de placer.
No sé por qué lo hice. No sé por qué no le paré los pies…
Qué mentirosa. Sí que lo sé.
A esas alturas, yo estaba cachonda perdida, sentía cómo la humedad desbordaba entre mis piernas, los pechos duros como piedras, el corazón a mil por hora… pero aún mantenía el control de mí misma, aún hubiera sido capaz de detener todo aquello.
Hasta que Iván continuó.
De repente y como activado por un resorte, el chico se incorporó, quedando de rodillas junto a la hamaca, contemplándome jadeante.
Durante un loco instante, pensé que se había dado cuenta de que estaba despierta, lo que me acojonó muchísimo, porque a ver cómo justificaba yo el haber permanecido quieta mientras un niñato me metía mano hasta los ovarios.
Pero no era eso, simplemente quería cambiar de juego.
–          Dios mío, qué buena está, no puedo más – siseaba el chico, consiguiendo con sus palabras enardecerme todavía más.
Levantándose, el chico volvió a sentarse en su hamaca y empezó a forcejear con la cuerdecilla del bañador, haciéndome comprender que iba a echar mano de su herramienta.
–          Coño, ¿y ahora qué hago? – pregunté para mí sintiendo una profunda inquietud.
Al apartar Iván sus manos de mí, dejando de excitar mi cuerpo, conseguí recuperar parcialmente el control, así que empecé a sopesar las opciones que tenía.
Podía simular despertarme en ese momento, pero resultaría un poco sospechoso hacerlo en ese preciso instante , pues no quería que él se diese cuenta de que le había dejado meterme mano. La otra opción era aguantar el chaparrón, dejarle que se la machacara a gusto admirando mi cuerpo y aguantar quizás algún sobeteo más. No creía que fuera a ser capaz de follarme, no le veía capaz de atreverse a tanto, así que lo mejor sería dejar que hiciera conmigo lo que quisiera.
Sí, eso era lo mejor, la oportunidad de pillarle había pasado, no había contado con que disfrutaría con que me metieran mano. Menuda golfa había resultado ser, aunque, realmente, no me arrepentía para nada de que aquello hubiera pasado. La Nieves falta de sexo, caliente y excitada, había tomado el control de las operaciones.
–          Ya le trincaré otro día – me dije, tratando de justificar lo injustificable – Hoy le dejaremos disfrutar un rato. Otro día, después de que Juanjo me haya echado un buen polvo, le pillaré bien y me las pagará todas juntas. Así que, venga, Ivancito, sácate la pichita y hazte una buena paja a mi salud.
Casi me eché a reír mientras pensaba esto, aunque, en el fondo, estaba que me moría de ganas por averiguar qué escondía mi cuñadito entre las piernas.
Por fin, Iván consiguió deshacer el nudo del bañador, bajándoselo con prontitud hasta los tobillos, enarbolando frente a mí una tremenda erección.
–          Vaya, no está mal armado el chico – pensé en silencio.
Era verdad. La polla de Iván, durísima y rezumante, aparecía entre sus piernas apuntando con descaro al frente, hacia mí, permitiéndome observarla con disimulo desde detrás de los cristales oscuros. Tenía una buena polla el chaval, nada monstruoso o desmesurado, pero, desde luego, algo de lo que estar orgulloso.
Volví a estremecerme.
–          Venga, chico, dale un poco a la manivela y acabemos con esto, que estoy empezando a quedarme entumecida – me dije en silencio.
No era cierto. En realidad estaba que me moría por ver qué pasaba a continuación, sólo que me resistía a admitirlo.
Tal y como esperaba, Iván se dejó caer en la hamaca y, empuñando su manubrio, empezó a meneársela con frenesí. Para aprovechar a fondo la circunstancia, alargó su mano libre y la llevó a mis tetas, que fueron estrujadas nuevamente mientras el chico daba rienda suelta a sus impulsos.
–          Umm, la madre que lo parió – pensé mientras ahogaba un gemido cuando sus dedos pellizcaron un enardecido pezón – Espero que no tengas en mente correrte encima mío.
Pero, en realidad, me seducía la idea de sentir su semen caliente deslizándose por mi piel. No lo entendía, normalmente yo no era tan… guarra.
Sin embargo, Iván tenía otros planes. De repente, su mano abandonó mis tetas y me agarró un brazo por la muñeca, atrayéndome hacia su entrepierna. Sus intenciones eran cristalinas, pero, a esas alturas, la oportunidad de escape se había esfumado, así que sólo me quedaba dejarme hacer. O al menos eso me dije a mí misma mientras permitía que Iván cerrara mi propia mano sobre su polla y reanudara la masturbación usando la mía en vez de la suya.
Y justo entonces pasó. En cuanto mis dedos se cerraron sobre la verga del muchacho, todo cambió, el tiempo pareció detenerse.
No podía creerlo, era imposible. Tuve que abrir un poco más los ojos, para asegurarme de que, efectivamente, Iván me había obligado a agarrarle la polla y no un hierro al rojo…
Estaba caliente, sí, increíblemente caliente, pero eso no era lo espectacular… Su dureza, oh, Dios, bendita dureza… No podía ser. Parecía esculpida en roca, en acero… No podía entender cómo algo hecho de piel y músculo podía ponerse tan duro… Por favor, si me metía aquello me iba a destrozar, era imposible, increíble…
Sin poder evitarlo, mis dedos apretaron levemente sobre aquella barra de hierro, tratando de comprobar si era real, pero Iván no pareció darse cuenta de nada, limitándose a seguir deslizando mi propia mano sobre su hombría.
La cabeza me daba vueltas, me acordé estúpidamente de una antiguo novio que tuve en el instituto, Pablo, un musculitos de gimnasio y en cómo le gustaba alardear de lo duros que tenía los bíceps…
–          Pablo, querido, si mi cuñadito te diera un pollazo, te aseguro que te partía el brazo por tres sitios, esto sí que es un músculo duro…
Creo que, durante un momento, llegué incluso a perder la razón; todo mi mundo era aquella POLLA.
–          Joder, qué dura está, qué dura está – repetía en mi cabeza una y otra vez, incapaz de procesar el cúmulo de sensaciones que me estaban devastando.
E Iván, ignorante de la locura a la que estaba arrastrando a su cuñada, seguía dale que dale a la zambomba usando mi mano, que apretaba con incredulidad aquella barra de carne.
Dando un gruñido de placer, el chico decidió entonces mejorar la sesión, volviendo a sobarme las tetas sin interrumpir en ningún momento la paja.
Eso me hizo desvariar de nuevo, soñando en qué se sentiría con semejante tranca de acero deslizándose entre mis pechos… ¿le gustaría que le hiciera una cubana? ¿Y chupársela? ¿Qué sentiría con semejante dureza hundiéndose entre mis labios?
Entonces Iván, cada vez más cachondo, volvió a llevar su otra mano a mi entrepierna, zambulléndola de nuevo en el mar de humedad que allí había, animándose esta vez a hundir un dedo hasta el fondo de mi intimidad, echando aún más leña al fuego que devastaba mis entrañas.
Noté que iba a correrme, mis tetas y mi coño, acariciados a la vez, aquella polla divina, celestial, siendo pajeada demencialmente por mi mano, la admiración y el deseo que sentía por mí aquel jovencito… eran demasiado.
Entonces me quedé helada, había perdido la cabeza por completo. Totalmente entregada a la lujuria, no me había dado cuenta de que las manos de Iván habían liberado la mía y yo había seguido masturbándole con todo el entusiasmo y la entrega del mundo. Fue un acto reflejo. Aterrorizada, detuve el movimiento de mi mano, aunque en ningún momento solté el tieso juguete.
Y justo entonces la comprensión de lo que sucedía penetró en el obnubilado cerebro de Iván. Su cuñada estaba despierta y había estado meneándole la polla.
Bruscamente, el chico se apartó de mí dando un grito de sorpresa. Con la cabeza medio ida, me resistí a soltar mi presa, con lo que el pobre se llevó un buen tirón en salva sea la parte. Por desgracia, sus propios jugos actuaron como lubricante y literalmente se me escurrió de entre los dedos, provocándome un gruñido de decepción.
Iván se derrumbó sobre su hamaca, aterrorizado, estando a punto de romperse la crisma cayéndose por el otro lado, con el bañador enrollado en los tobillos.
Yo, por mi parte, empecé a recobrar el juicio, dándome cuenta de las cataclísmicas consecuencias que se derivaban de lo que acababa de suceder. ¿Cómo había permitido que las cosas llegaran a ese extremo? ¿Es que estaba enferma?
Me quité las gafas y miré directamente a Iván, que me observaba con pavor, completamente acojonado.
–          Iván, yo… – traté de decir.
Pero mi recién descubierta e inagotable lascivia intervino y, sin poder evitarlo, mis ojos se desviaron del rostro del chico hacia su polla, que seguía al aire, refulgente y dura como una roca, provocándome una íntima ansiedad.
Al ver la dirección de mi mirada, el pobre se sobresaltó todavía más, y, levantándose con torpeza, salió disparado de la terraza, sin darme tiempo a decir ni pío, dejándome allí sola, con las tetas al aire, la braguita del bikini medio bajada y tan caliente como jamás antes había estado en toda mi vida.
–          Pero ¿qué he hecho? – exclamé mientras la realidad de lo sucedido se abatía sobre mí.
Permanecí allí tirada unos minutos, tratando de serenarme y de centrar mis pensamientos, pero el formidable calentón que llevaba encima me impedía pensar en nada más.
Estuve a punto a de arrojarme a la piscina, para que el agua fría bajara unos grados mi temperatura, pero decidí que no, que lo único que podía paliar, aunque fuera parcialmente, aquella situación, era pegarme una buena corrida. Alcanzar el orgasmo de una maldita vez.
Me metí mano en el bañador, constatando que estaba literalmente chorreando entre los muslos, mucho más mojada que nunca antes en mi vida. Estaba a punto de masturbarme, cuando un pequeño rayo de luz penetró en mi mente, haciéndome notar que no era muy buena idea que Iván se asomara por la ventana y descubriera a su cuñada haciéndose una paja.
Con un bufido de frustración, me levanté de la hamaca y entré en la casa, poniéndome medio en condiciones el bikini mientras lo hacía, no fuera a tropezarme con el chico.
Subí las escaleras en dirección a mi dormitorio, comprobando que la puerta del fondo, la del dormitorio de Iván, estaba cerrada a cal y canto. Sabía que tenía que solventar ese problema enseguida, pero lo primero era lo primero…
Me precipité en mi cuarto como una exhalación, sintiendo una ansiedad, una necesidad de obtener por fin alivio, que eran casi un malestar físico. Prácticamente entré a la carrera en el baño del dormitorio, cerrando con rapidez la puerta y metiéndome en la ducha, abriendo el grifo del agua fría.
El helado líquido literalmente siseó al entrar en contacto con mi ardiente piel, procurándome un gran alivio, aunque mis entrañas siguieran en llamas. Con brusquedad, me bajé las braguitas del bikini y, dando una patada, las arrojé volando contra la puerta cerrada, donde se estrellaron con un chapoteo antes de caer al suelo.
Empecé a masturbarme con frenesí, frotando mi vulva con la mano, sintiendo los labios hinchados y trémulos. Usé dos dedos para estimularme el clítoris, obligándome a apretar los dientes para ahogar el grito de placer que pugnaba por escapar de mi garganta.
No tardé ni un minuto, qué digo, ni treinta segundos en estallar en un violento orgasmo que provocó que mis piernas fueran incapaces de sostenerme. Arrasada por el placer, caí de rodillas bajo el chorro de agua, mientras mis caderas se agitaban en pequeños espasmos y todo lo que me rodeaba desaparecía literalmente de mi mente, ocupada únicamente por el goce.
Jadeante y agotada, permanecí allí unos minutos más, dejando que el agua fría calmara mis ardores, tratando de recuperar el control para poder afrontar la tarea que se presentaba frente a mí: solucionar el problema con Iván.
Iván, joder, qué coño iba a hacer yo ahora. Tenía que hablar con él, pedirle disculpas… ¿Disculpas? ¡Si había sido él quien me había metido mano! Sí, y yo le había dejado hacerlo. ¡Me había echado droga en la bebida! Y no podía demostrarlo… ¡me había chupado las tetas! ¡y un dedo en el coño! Y yo me había vuelto loca sólo por acariciar su durísima verga…
Oh, Dios, aquella verga… Sólo de pensar en ella…
Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos. Me puse en pié, librándome del sostén del bikini, que aún llevaba medio puesto. Empapé la esponja con jabón y froté hasta el último centímetro de mi piel, borrando el olor a sudor, a sexo, a excitación que me impregnaba por todas partes.
Más relajada, regresé al cuarto y me vestí, poniéndome una camiseta y un pantalón vaquero cortado encima de la ropa interior, armándome de valor para enfrentarme con Iván. No podía posponerlo más.
–          ¿Iván? – exclamé minutos después, de pie al otro lado de la puerta del dormitorio del muchacho – Sé que estás ahí…
No hubo respuesta.
–          Iván, tenemos que hablar. Tengo que explicarte…
–          Vete – respondió su voz desde el otro lado – Te lo suplico, Nieves, vete por favor. Tengo tanta vergüenza que no puedo ni mirarte a la cara…
Bien. Eso era bueno. Se sentía culpable por lo sucedido. Le parecía más grave lo que había hecho él que lo que había hecho yo.
–          Cariño, no podemos dejar esto así. Tenemos que hablar – dije sin obtener respuesta – Mira, voy a entrar…
Armándome de valor, giré el picaporte y abrí la puerta. Iván, sorprendido, se incorporaba en ese momento de la cama, supongo que para intentar impedirme la entrada. Sin embargo, al ver que ya era tarde, volvió a dejarse caer sobre el colchón, apartando la ojos para no mirarme directamente. Estaba avergonzadísimo.
Seguía vestido únicamente con el bañador, lo que provocó en mí un agradable hormigueo que traté de ignorar.
–          Iván, tenemos que hablar. Quiero que comprendas que lo que ha pasado antes…
–          No, por favor Nieves. No sigas, que bastante vergüenza siento ya. Mañana recogeré mis cosas y me iré a un hotel. A partir de mediados de Agosto puedo volver al internado, pero te suplicaría que no le contaras nada a mi hermano – me dijo con ojos llorosos.
Ahí podría haber terminado todo. Podría haber consentido que él cargara con toda la culpa y haberle condenado a regresar al internado. Pero me daba pena el chico, comprendía sus motivos para hacer lo que había hecho y además, no todo era culpa suya…
Pero, sobre todo y aunque en ese momento no lo habría reconocido ni en el potro de tortura, las llamas que ardían en mis entrañas distaban mucho de estar apagadas…
–          Iván, lo que ha pasado antes – dije mientras me sentaba a los pies del colchón, provocando que él se encogiera en el otro extremo de la cama – Entiendo que estás en una edad difícil, pero lo que ha pasado…
Entonces me vino la inspiración.
–          Me he despertado sintiendo… bueno, ya sabes, que me acariciaban. Yo creía que era Juanjo. No me di cuenta… – mentí, tratando de esquivar la culpa.
El pobre chico seguía sin mirarme, mientras yo le contaba un guión de cine en el que yo aparecía como la inocente princesita que no se enteraba de nada (como la de verdad). Sin embargo, la malvada pécora que habitaba dentro de mí empezó a aderezar la historia, sólo por divertirse un poco, claro…
–          Y a ver, qué quieres que te diga… Cuando sentí tu polla en la mano, creía que era la de tu hermano, aunque no sé, debería haberme dado cuenta, porque la tenías durísima… en serio Iván, más dura que ninguna otra que yo haya visto en mi vida…
Pero ¿qué me pasaba? ¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué decía aquellas guarradas, es que pretendía volver a excitarle?
–          No sé, la verdad es que perdí un poco el control – admití – Para ser sincera, te diré que me di cuenta de que eras tú un instante antes de parar, pero seguí acariciándote unos segundos, no sabía lo que hacía…
Iván sí que me miraba ahora, completamente alucinado. No podía creerse que yo estuviera hablándole así, reconociendo que le había sobado la polla y sin mostrarme enfadada porque me hubiera metido mano. Y por haberme drogado, aunque claro, él no sabía que yo sabía…
–          Pero Iván, lo que no comprendo es cómo se te ocurrió… Sé que tengo el sueño pesado, pero era imposible que no me despertara…
Se quedó callado un segundo, antes de aprovechar la salida que yo le ofrecía. El chico pensó que, al menos, yo no sospechaba que me había echado nada raro en la bebida.
–          Yo, no sé… no sé qué me pasó. Estabas allí, tan hermosa…
–          Vaya, ¿me encuentras atractiva? – exclamé fingiendo (un poco) sentirme halagada.
–          ¡Claro que sí! – profirió él con gran entusiasmo – ¡Siempre he pensado que eras bellísima! ¡No sabes cuánto envidio a Juanjo!
Me quedé un poco sorprendida por tan vehemente arrebato, no parecía propio de Iván. Y, francamente, me aduló muchísimo que dijera de mí que era bellísima y hermosa, no es algo que le digan a una todos los días.
–          ¿En serio? ¿Y qué es lo que más te gusta de mí? – pregunté con picardía.
–          ¿Cómo? No sé, todo…
–          ¿Todo? No me lo creo. Yo habría apostado por las tetas, como me las magreaste con tanta energía…
El pobre se puso coloradísimo otra vez, haciéndome sonreír.  Volvió a recostarse en la pared, permaneciendo sentado en la cama con las piernas encogidas, procurando que su entrepierna no quedara expuesta.
Me pregunté si habría conseguido aliviarse a pesar del disgusto, mientras yo me duchaba y un disimulado vistazo a la papelera que había junto a su mesa de estudio me permitió constatar la presencia de unos reveladores kleenex arrugados, que dejaban muy claro que no había sido yo la única en aprovechar el tiempo.
Además, ahora que lo pensaba, me di cuenta de que en el cuarto se percibía un olorcillo, la mar de característico… No sé, quizás aquel olor a feromonas contribuyó a que mi ánimo se mantuviera juguetón.
O quizás era que, a esas alturas, ya me había convertido en una puta del carajo. No lo sé.
–          Iván, mira, fuera de bromas – dije tratando de ponerme seria – Lo que ha pasado es muy grave y ninguno de los dos ha actuado como debía.
–          Persóname, Nieves… – trató de decir nuevamente compungido.
–          No, cállate y escucha. Entiendo que te sientes atraído por mí, estás en una edad complicada y seguro que, metido en el internado, tendrás poca experiencia…
–          Ninguna – dijo él con un hilo de voz.
–          O sea, que eres virgen ¿no?
Él asintió con la cabeza, avergonzado.
–          No pasa absolutamente nada. Todo llegará. Lo que no está bien es que andes metiéndole mano a tu cuñada (ni a ninguna otra mujer, claro), mientras duerme.
–          Lo sé.
–          Sabes que te quiero mucho, Iván, eres como mi hermanito y tienes que saber que haré siempre cualquier cosa para ayudarte. Puedes hablarme de lo que quieras, deseo que tengas confianza conmigo, pero espero que algo así no vuelva a repetirse.
–          ¡Claro! ¡Te lo prometo! – exclamó entusiasmado, pues empezaba a vislumbrar que yo no iba montar ningún escándalo por lo sucedido.
–          No voy a contarle nada a tu hermano, es mejor que no se entere…
–          ¡Gracias! – exclamó Iván inmensamente feliz.
Incorporándose, se abalanzó sobre mí, se arrodilló sobre la cama y me abrazó, tratando de agradecerme lo comprensiva que me mostraba. Lo que no entraba en sus cálculos (ni en los míos) fue que, al hacerlo, su erección quedó aplastada contra mi cuerpo, permitiéndome comprobar que, a pesar del rato transcurrido desde nuestra aventurilla (y después de al menos una buena paja, quizás dos) la polla de mi cuñado seguía como el acero, clavándose en mi costado, provocando que mi cuerpo temblara de excitación entre sus brazos.
–          Vaya, no puedo creerme que todavía sigas así – le susurré presionando ligeramente su erección con mi cuerpo.
Fue como si le hubieran dado un calambrazo, se apartó de mí como un rayo, recuperando su posición con la espalda contra la pared, de nuevo con el miedo dibujado en su rostro.
–          Tranquilo, no seas tonto, es normal que sigas un poquito excitado – dije tratando de tranquilizarle – Si te digo la verdad, yo también estoy un poquito… inquieta.
Y era más que cierto. De no ser porque la camiseta me quedaba holgada, de seguro que mis pezones habrían aparecido bien marcados en la tela. A esas alturas yo tenía el ánimo mucho más que juguetón. Decidí divertirme un poco más a costa del chico, para hacerle pagar el mal rato que me había hecho pasar…
Soy experta en mentirme a mí misma…
–          Pero no creas que vas a escapar sin castigo – le dije – Vas a tener que hacer lo que te diga si quieres que te perdone…
–          Haré lo que quieras – respondió él muy serio.
–          Eso está bien. Mira, quiero que confíes en mí siempre que tengas un problema y que comprendas que puedes contarme cualquier cosa. Y yo, por mi parte, me comprometo a hacer lo mismo y tratar de ayudarte todo lo que pueda.
–          De acuerdo – asintió – te lo agradezco mucho.
–          Y vamos a empezar ahora mismo. Entiendo que, en temas de sexo, no tienes mucha experiencia, ¿verdad?
Se quedó callado un momento, dudando si contestar.
–          Ya te he dicho que soy virgen – dijo por fin.
–          Ya, ya. Pero se pueden hacer muchas cosas sin perder la virginidad.
–          Lo sé, pero no, no he hecho nada. Nunca he estado con una chica.
–          ¿Y nunca antes habías hecho nada parecido?
–          N… no – mintió él tras una pequeña vacilación.
–          ¿Nunca habías tocado a una chica? ¿Alguna amiga?
–          No, nunca. Hoy ha sido la primera vez – mintió con mayor aplomo – Y no sabes cuánto me arrepiento.
–          Vamos Iván, no seas tan melodramático. Tampoco vamos a provocarte un trauma. Se trata de todo lo contrario…
Él me miró con desconcierto. No comprendía a donde conducía todo aquello. Y no era de extrañar, porque ni siquiera yo lo tenía del todo claro.
–          ¿Y cómo se te ocurrió hacerlo? – dije entrando en materia.
–          No sé… – respondió sin mirarme directamente – Te vi allí, tan sexy, dormida… Como no te despertabas, te acaricié un poco y, como no te dabas cuenta de nada…
–          ¿Dónde me tocaste? – pregunté sintiéndome un poquito más cachonda.
–          El pecho… – dijo él ruborizándose.
–          Ya. Las tetas. Todos los tíos sois iguales. Pero, cuando me desperté, me estabas tocando también ahí abajo…
Iván no respondió, terriblemente avergonzado.
–          Y por eso sé que no tienes experiencia. Me hiciste daño, desde luego no sabes cómo acariciar a una mujer…
–          Lo siento – dijo él, sin aclarar si sentía el haberme tocado o el haberlo hecho mal.
Me quedé callada un momento, mirándole en silencio. Había que reconocer que era guapo, más que Juanjo y tenía una polla… Joder, estaba cada vez más caliente. Sabía que tenía que salir de aquel cuarto de una maldita vez, pero estaba disfrutando de cada segundo de aquella conversación… ¿Sería capaz de llevarle un poco más allá?
–          Y dime. ¿Sigues excitado? – le solté de sopetón.
El pobre se quedó atónito.
–          ¿Có… cómo dices?
–          Te pregunto si sigues cachondo. Dime la verdad.
Iván asintió levemente con la cabeza.
–          Ya he notado que sigues teniéndola muy dura – ataqué haciéndole enrojecer – Lo que no entiendo es cómo es posible si acabas de masturbarte.
–          ¿Cómo?
–          Venga, no te hagas el tonto. Sé que, por muy asustado que estuvieras tras lo que ha pasado en la piscina, te has metido aquí dentro a terminarte la paja.
El chico me miraba con la boca abierta, sin acabar de creerse lo que había escuchado (como yo no me creía que hubiera sido capaz de decirlo).
–          Dime, ¿te has masturbado o no?
–          Sí.
–          Yo también lo he hecho – admití de sopetón, antes de detenerme a meditar lo que decía.
Iván me miró muy serio, sin acabar de creerse mis palabras.
–          Te digo la verdad. Qué quieres, soy una mujer, tengo mis necesidades. Y últimamente tu hermano anda tan liado con el trabajo… que no tiene tiempo para mí.
–          Mi hermano es idiota – sentenció Iván mirándome muy fijamente.
–          No digas eso. El pobre trabaja mucho y llega tan cansado…
–          Si fueras mi mujer lo haríamos todos los días… – exclamó, dejándome sorprendidísima por su inesperado descaro.
–          ¿El qué me harías? – pregunté más que nada por oírselo decir.
–          Follarte.
Un escalofrío me atravesó de parte a parte. Decidí echarme a reír para disimular mi turbación.
–          ¡Ja, ja, ja! ¡Menos lobos Caperucita! – exclamé apartando esta vez yo la mirada un poquito azorada – ¡Anda, que no te queda nada todavía! A tu edad lo que tienes que hacer es pelártela por lo menos tres veces todos los días hasta que te eches novia… ¡Y luego, cuando la tengas, empezarás a pelártela cuatro veces en vez de tres!
Me levanté de la cama, temblorosa, decidida a marcharme de allí, pero realmente deseando no hacerlo.
–          Bueno, te dejo tranquilo. Hagamos borrón y cuenta nueva y olvidemos lo que ha pasado. Además, si las cuentas no me fallan, hoy todavía te faltan dos veces…
El pobre chico apartó la vista, avergonzado. Me conmovió un poco, pero también me excitó…
–          Oye, Iván, ahora que lo pienso…
–          Dime.
–          Según dices, me has encontrado atractiva desde siempre…
–          Desde el día que te conocí.
–          Y, alguna vez… ¿te has masturbado pensando en mí?
El chico tardó unos segundos en armarse de valor para responder.
–          Sí… claro. Alguna vez…
–          ¿Y qué haces? ¿Cierras los ojos y me imaginas en bikini? No, supongo que desnuda, ¿verdad?
–          No…bueno… A veces…
–          ¿A veces? ¿Cómo que a veces? ¿Y las otras?
–          Tengo… tengo fotos en el ordenador…
–          ¿Cómo? ¿Qué fotos? – exclamé un poquito escandalizada.
–          No… nada malo. Ya sabes, las del año pasado en Mallorca…
Sabía a qué fotos se refería, de las vacaciones el año anterior. Claro, en muchas de ellas salía en bikini.
–          Enséñamelas – dije sintiendo un nudo en la garganta por la excitación.
Consciente de que no servía de nada negarse, Iván se levantó de la cama (lo que aproveché para constatar que seguía empalmado con un disimulado vistazo) y cogió su portátil, que me entregó.
Yo lo encendí inmediatamente, sentándome de nuevo en el colchón, mientras él permanecía de pie.
–          ¿Cuál es la clave de acceso? – pregunté cuando el ordenador me preguntó el dato.
–          Nieves – respondió él con un hilo de voz.
Me sentí muy halagada con aquel simple detalle, así que, dedicándole una cálida sonrisa, le invité a sentarse a mi lado dando unas palmaditas en el colchón. El chico se sentó con cuidado, procurando disimular lo mejor posible el bulto de su bañador.
–          A ver, ¿dónde están las fotos?
Siguiendo las instrucciones de Iván, navegué por las carpetas hasta localizar una serie de álbumes de imágenes. Las fotos estaban muy ordenaditas, con nombres y fechas. Enseguida localizó la correspondiente al verano anterior y me mostró varias imágenes en las que, efectivamente, yo aparecía en bañador.
–          Ya veo – asentí – Y te masturbas mientras miras estas fotos, ¿eh?
–          Sí. Perdóname – dijo muy avergonzado.
–          Ya te he dicho que no es para tanto. Lo que sí lo es que me metas mano mientras hago la siesta.
–          Lo siento.
Estaba monísimo, tan compungido y con esa carita de niño bueno… uno con una cosa dentro de los pantalones que…
–          ¿Y las fotos porno? – pregunté.
–          ¿Cómo? – exclamó él alucinado – No sé…
–          Venga, no te hagas el tonto. Un chico de tu edad, sin novia, con el ordenador para ti solito… seguro que tienes porno a montones…
–          Yo no…
–          Venga. Hemos quedado en que serías sincero…
El pobre estaba atrapado. No le quedaba otra que claudicar.
–          Nieves, por favor…
Su resistencia sólo servía para incrementar mi interés. Sus excusas eran inútiles.
–          Vamos… ¿Dónde están?
Mientras le insistía, yo seguía manipulando el portátil. No me costó mucho encontrarlas, pues el chico era muy organizadito.
–          ¡Ah! – exclame triunfante – ¡Aquí están! ¡Ahora veremos qué más usa mi cuñadito para machacársela!
Había un montón de carpetas bien ordenadas… morenas, rubias, mamadas, tríos, anal… Entonces vi una que me llamó la atención: montajes.
Me decidí a revisarla, pero, en cuanto acerqué el puntero del ratón a la carpeta. Iván dio un grito y trató de arrebatarme el portátil.
–          ¡NO! – exclamó con los ojos como platos.
–          Estate quieto, Iván – dije dándole la espalda para evitar que me quitara el aparato – Voy a ver esto digas lo que digas.
Abrí la carpeta y me encontré justo lo que esperaba. Un montón de fotos manipuladas, en las que, usando fotos pornográficas, había sustituido el rostro de la actriz porno de turno por el de alguna famosa de buen ver. Allí habían un buen puñado de actrices, modelos y cantantes, haciendo cosas que…
Justo entonces vi la subcarpeta que llevaba mi nombre. Y la abrí con el corazón atronando en el pecho…
Joder, me quedé estupefacta. La verdad es que el chico era un as del montaje fotográfico. Me vi a mi misma en la pantalla recibiendo polla por delante, por detrás, chupando nabos y a veces haciéndolo todo a la vez…
Alcé los ojos hacia Iván, que derrotado, se refugiaba en un rincón de la cama, el rostro tapado con las manos, sollozando. Me acerqué hacia él y, agarrando sus manos, las aparté obligándole a mirarme a los ojos.
–          En realidad son éstas las que usas para masturbarte, ¿verdad? – dije con voz insinuante.
El agobiado chico no dijo nada, mirándome aterrado, pero como el que calla otorga…
–          Quiero verlo – dije por fin, derribando las últimas barreras de sentido común que me quedaban.
–          ¿Qué? – exclamó él atónito, los ojos como platos.
–          Ya me has oído. Si no quieres que Juanjo se entere de lo que ha pasado, tienes que masturbarte delante de mí. Quiero verlo.
Me aparté de él, sentándome un poco retirada en el colchón, mientras él me miraba alucinado. Sin decir nada, le alargué el portátil, que el agarró con manos temblorosas, a punto de dejarlo caer.
–          ¿Y bien? – le espeté – ¿A qué esperas? Empieza de una vez.
–          Nieves, yo…
–          Te dije que no ibas a escapar sin castigo. Pues bien, éste es tu castigo. Tienes que masturbarte frente a mí.
El chico aún dudó unos instantes, mirándome a los ojos en un último intento de adivinar si aquella locura era en el fondo una broma. Pero yo, terriblemente excitada, me mostré inflexible, haciéndole un gesto con la barbilla de que se bajara de una vez el bañador y empezara el show.
Resignado, aunque sin duda deseando hacerlo, Iván se puso en pie y se bajó el bañador hasta los tobillos, permitiéndome contemplar de nuevo su extraordinaria erección, esta vez sin obstáculos por en medio. Fue sólo verla, y un nuevo estremecimiento sacudió mi ser.
–          Venga, empieza – dije  con voz estrangulada.
El chico se sentó de nuevo, apoyando la espalda en la pared y con la polla apuntando al techo. Giró levemente el portátil, que estaba a un lado sobre el colchón, para poder ver bien la pantalla. Por fin, con cierta rigidez en sus movimientos, se agarró la erecta polla y deslizó la mano de arriba a abajo, descubriendo el brillante glande por completo y provocando un nuevo ramalazo de electricidad en mis entrañas.
Pero entonces, en vez de seguir, se levantó de nuevo del colchón, con su hermosa cosota bamboleando entre las piernas. Por un loco segundo pensé que iba a abalanzarse sobre mí, lo que me llenó de júbilo, pero en realidad el chico sólo iba a coger unos pañuelos de papel, que colocó bien estiraditos, sobre la cama, dejando el paquete justo al lado.
–          Mira tú que apañado – dije sonriendo – Así me gusta, preparado para no manchar nada.
Él me devolvió la sonrisa, demostrándome que estaba cada vez más relajado y metido en el juego.
Retornando a su posición sobre la cama, el chico empezó a masturbarse lánguidamente, deslizando su mano sobre su nabo con lentitud, sin duda deseando alargar todo aquello lo máximo posible. El pobre, todavía avergonzado, no despegaba los ojos de la pantalla, sin atreverse a mirarme, mientras yo, por mi parte, tenía la vista clavada en su erección, preguntándome si estaría tan dura como antes o estaría más calmada.
Seguimos así un par de minutos, en silencio, sintiéndome cada vez más cachonda y con las llamas de mis entrañas a punto de desbordarse. No pudiendo más, me acerqué a él, para verle más de cerca, pero también para poder mirar también la pantalla del portátil, cosa que antes no podía hacer por el ángulo.
–          Vaya, vaya – dije mirando la foto que en ese momento servía de inspiración a mi cuñado – Ignoraba que me cupieran dos pollas a la vez en el culo.
–          Uf, uf – resoplaba Iván, más enardecido por mi proximidad.
–          Aunque ahí te has pasado, porque la verdad es que nunca he practicado el sexo anal.
–          ¿E… en serio? – preguntó él, jadeante.
–          Y tan en serio. Más de una vez me lo han propuesto. Pero nunca he querido hacerlo. No entiendo esa fijación de los tíos en metértela por el culo. Que se busquen un maromo…
–          ¿Mi… mi hermano también?
–          Pues claro. Pero él es muy comprensivo y tras mi negativa no insistió. Una vez salí con un tío que cortó conmigo porque no dejé que me enculara – mentí con todo el descaro.
–          Imbécil – resolló Iván sin dejar de meneársela – Yo no te dejaría por nada del mundo.
Sus palabras agitaron algo en el fondo de mi alma. Me encantó que dijera aquello.
–          ¿De veras? – dije tratando de ocultar mi turbación – ¿Aunque no te dejara metérmela en el culito?
–          Ya… ya te convencería… – jadeó.
Aquello me hizo reír.
–          Ja, ja, ja, mira tú el picha brava – exclamé – ¿Todavía no has estado con una mujer y ya estás planeando cómo sodomizarme?
–          Bueno… Ahora estoy con una mujer – dijo él mirándome fijamente.
La boca se me quedó seca. Sus palabras volvían a turbarme.
–          ¿Y qué? ¿Disfrutas? ¿Te gustan las fotos? – dije cambiando burdamente de tema.
–          Sí. Me gustan. Aunque las fotos no son nada comparado con sentir cómo me miras.
–          ¿Te gusta que te mire? – dije azorada.
–          Sí. Aunque me gusta más mirarte.
–          ¿Eso quieres? ¿Mirarme?
–          Sí.
–          Vale.
Las pupilas de Iván se dilataron por la sorpresa. No se esperaba que yo claudicara tan fácilmente. Su falta de experiencia era acojonante, porque, a esas alturas, yo ya no tenía ninguna duda de cómo iba a terminar todo aquello.
Ahora sólo quedaba disfrutar del juego lo máximo posible.
–          ¿Te vale así? – inquirí mientras me quitaba la camiseta dejando mis tetas al aire embutidas en el sostén.
Iván dio un respingo, los ojos como platos al verme de medio desnuda. Su mano incrementó el ritmo sobre su erección.
–          Venga ya, Iván, que no es para tanto. Ya me has visto en bikini ¿no?
–          E… esto es mejor.
–          ¿En serio? ¿Y esto?
Mientras decía estas palabras solté con habilidad el broche del sujetador, que saltó como un resorte dejando mis tetas al aire. El pobre chico dio un gemido, sin parpadear, devorando literalmente mis pechos con la mirada, la mano deslizándose vertiginosamente sobre su masculinidad. Pero yo no quería que acabara tan rápido.
–          Vamos, vamos, Iván, más despacio… Relájate y disfruta…
Entonces cometí un error. Tratando de que el chico serenara el ritmo, coloqué mi propia mano sobre la suya, tratando de ralentizar el movimiento. Sin embargo, al hacerlo, no pude resistir las ganas de darle un pequeño apretón en el miembro, para comprobar si estaba realmente tan duro como antes. Y sucedió lo inevitable.
El contacto de mi mano en su excitadísimo miembro actuó como detonante y el pobre chico estalló como un volcán. Con un gorgoteo ininteligible, el afortunado chaval se corrió como un animal, disparando un tremendo pegote de semen que, volando como un cometa fue a estrellarse directamente en una de mis tetas.
Con rapidez y tratando de evitar el desastre, agarré los kleenex y envolví la vomitante polla con ellos, tratando de recoger toda la lefa que fuera posible, lográndolo solo a medias.
El ardiente jugo resbalaba entre mis dedos, pringándolos, quemándolos, mientras yo, un  poco obnubilada, empuñaba su verga y le daba unas cuantas sacudidas para ayudarla a descargar por completo.
–          Joder, Dios mío, sigue igual de dura, sigue igual de dura… – pensaba en silencio mientras mi entrepierna se hacía literalmente agua.
Por fin, Iván fue serenándose, recuperando el resuello, mientras yo seguía aferrada a su polla como un náufrago a un flotador. Las entrañas se me derretían
–          Jo, chico, vaya corrida te has pegado. Mira, me has pringado una teta.
Él alzó la vista, jadeando y la clavó en mi pringoso seno. El semen se había deslizado sobre mi piel, trazando un sendero que acababa justo en el pezón, donde la corrida se había acumulado, pareciendo estar a punto de gotear de un momento a otro.
–          Límpiame – le ordené arrojándole el paquete de pañuelos, que impactó en su pecho sin que él hiciera ademán alguno de cogerlo.
Sin decir nada, Iván sacó un par de pañuelos e, incorporándose un poco, estiró la mano para, con toda la delicadeza del mundo, limpiarme el pringoso seno con cuidado. Bastó ese ligero contacto en el pezón para sentir una nueva oleada de placer recorriéndome de la cabeza a los pies. Me mordí los labios para no gritar.
–          ¿Te ha gustado? – pregunté una vez terminó de asearme.
–          Sí – respondió él con voz un poco más firme – Ha sido increíble.
Me encantó que dijera aquello, provocando una nueva oleada de calor en mi cuerpo. Intentaba mirarle a los ojos, pero, involuntariamente, mi mirada se desviaba hacia su polla, que incomprensiblemente, seguía como el asta de la bandera.
–          Veo que no se te baja, ¿eh? – dije tratando de relajar un poco el ambiente.
–          Imposible.  A tu lado no se bajará nunca.
Un nuevo escalofrío. Aquel chico iba a acabar conmigo.
–          ¿Y qué quieres hacer ahora? – pregunté.
–          Lo que tú quieras – dijo él.
–          ¡No! ¡Coño! – grité en mi interior sin proferir ni un sonido – ¡Vamos, idiota! ¡Si me tienes entregada! ¡Pídemelo!
Pero Iván, sin experiencia ninguna, no se atrevía a dar el paso, así que comprendí que tenía que llevar yo  la iniciativa hasta el final.
–          ¿Quieres que me masturbe yo ahora? – pregunté sintiendo una infinita vergüenza – Tú lo has hecho para mí, así que…
–          Me encantaría – respondió él con ojos brillantes.
Caliente como una perra y habiendo admitido ya que me moría porque aquella durísima barra se hundiera en mí sin compasión, me puse en pie con excesiva rapidez, revelando el ansia que sentía y que yo me esforzaba por disimular.
Desabroché el botón de los pantalones, única prenda que me cubría, pero entonces se me ocurrió un jueguecito.
–          ¿Quieres quitármelos tú? – pregunté.
Iván, con rapidez, se deslizó sobre la cama hasta sentarse en el borde, los pies en el suelo y la polla mirando al cielo. Con menos timidez de la esperada, llevó sus manos a la cintura del pantalón y, muy lentamente, fue bajándolos, deslizándolos poco a poco por mis piernas, recreando su mirada con mi piel desnuda, haciéndome sentir su deseo y su admiración y excitándome con ello.
–          Eres preciosa – me dijo mientras se deleitaba con mi cuerpo, vestido únicamente con unas cómodas braguitas.
Yo ya no podía más. Cada palabra suya se clavaba en mi alma, enardeciéndome más y más.
–          Tócame – le supliqué con voz temblorosa.
Sin decir nada, Iván metió una mano dentro de mis bragas, hundiéndola en el mar que había entre mis muslos. Al sentir su contacto, un placer indescriptible se apoderó de mí y me obligó a encogerme, atrapando con fuerza su mano entre mis piernas, con intención de no dejarla escapar jamás.
–          Dime qué he de hacer – me dijo de repente.
–          ¿Có… cómo? – pregunté sin comprender.
–          Antes me dijiste que lo había hecho mal. Enséñame. Quiero que disfrutes.
Me conmovió y me excitó a partes iguales su actitud. Me encantaba que se mostrara tan considerado.
–          Espera. Deja que me tumbe.
Con cierta reluctancia, Iván sacó la mano su acogedor encierro, permitiendo que me quitara las bragas por completo. Una vez desnuda, me tumbé en la cama, colocando la almohada a mi espalda para mantener el torso un poco levantado y, apoyando la planta de los pies en el colchón, mantuve las piernas recogidas y bien abiertas, para brindarle a mi cuñado un perfecto primer plano de mi coño rezumante.
Iván, ni corto ni perezoso, se situó con rapidez a mis pies, justo entre mis piernas y se quedó mirándome el coño como quien mira una obra maestra en un museo.
–          Eres preciosa – susurró.
–          Ay, hijo, qué suerte tengo – bromeé tratando de esconder mi turbación – Hasta el coño lo tengo hermoso.
–          Es la verdad.
–          No has visto muchos para comparar – dije aún avergonzada.
–          Cientos. En fotos.
–          Ya, ya veo.
–          El tuyo es el más bonito. ¿Te depilas tú?
Miré mi coñito perfectamente depilado y sin el menor rastro de vello. Me había depilado esa misma mañana, consciente de que íbamos a pasar el día en la piscina.
–          No, contrato a un jardinero que…
–          Venga, Nieves, que no estoy de broma… Me refiero a si lo haces tú misma o vas a algún sitio…
–          Las dos cosas. Aunque aquí en Madrid aún no sé donde ir a que me lo hagan. Tiene que ser un sitio de confianza…
–          ¿Y a Juanjo le gusta? – preguntó muy serio.
–          Le encanta – respondí sintiéndome traviesa – No le gusta encontrarse pelos cuando me lo come…
Iván me miró un instante a los ojos, en silencio, lo que me puso un poquito nerviosa.
–          ¿Y bien? – preguntó por fin – ¿Qué tengo que hacer?
–          ¿Cómo?
–          ¿Qué hago? ¿Cómo te acaricio?
Joder. Estaba a punto de follarme a mi cuñado. No había vuelta atrás. Ni yo quería que la hubiera. No me acordé de Juanjo para nada, ni siquiera mientras hacía la broma del sexo oral pensé para nada en mi marido. Como si estuviera a 10000 kilómetros.
–          Tienes que ser delicado. Esa zona es muy sensible. Pero sobre todo, lo más importante es que esté muy lubricado. Ni se te ocurra tocar a una chica ahí abajo con los dedos secos. Si por un casual le tocas el clítoris con el dedo seco, la piel puede adherirse y es super doloroso despegarla.
–          ¿Te ha pasado alguna vez?
–          Pues claro, hijo, todas hemos estado alguna vez con un tío torpe que no sabe cómo acariciar a una mujer.
–          Yo no quiero ser de esos. Enséñame.
Y empezamos la lección.
Iván era un alumno aplicado, sin tener que decírselo se chupó los dedos, ensalivándolos bien  y empezó a acariciar con mucho cuidado los labios vaginales, describiendo el contorno con una suavidad y un cariño simplemente estremecedores.
Siguiendo mis instrucciones, empezó a mimar cuidadosamente la vulva, entreteniéndose en los puntos donde yo le decía y aprendiendo rápidamente a identificar el tipo de caricias que más me gustaban.
Minutos después, el chico estaba masturbándome de una forma sencillamente deliciosa, sobando con cuidado mi clítoris con dos dedos , mientras otros se hundían en mi interior, explorando y horadando de una forma que me enloquecía.
–          Está brotando mucho líquido – dijo él con aire experto.
–          ¿Y qué quieres? Me tienes cachonda perdida – respondí sin pensar.
–          ¿A qué sabe?
–          ¿Cómo?
Sin esperar respuesta, Iván incrustó la cabeza entre mis muslos y su boca se apoderó prontamente de mi vagina, permitiéndome sentir cómo su lengua se hundía en mi interior, haciéndome alcanzar las estrellas, chupándolo y absorbiéndolo todo.
Sin poder evitarlo, mis manos se engarfiaron en sus cabellos acariciando su cabeza, atrayéndole hacia mí, mientras aprendía cómo comerse un coño.
No sé qué me pasó, normalmente no bastaba con el sexo oral para llevarme al orgasmo, pero ese día me provocó la madre de todas las corridas.
Aullando de placer, alcancé un clímax brutal, mientras Iván deleitándose con mi sabor, no dejaba ni un instante de chuparme y lamerme por todas partes.
–          Joder, no puedo creerlo, no puedo creerlo – jadeaba yo – ¡Esto es la hostia! ¡AAAAAAAAAAH!
Por fin, mi cuerpo se relajó, satisfecho, los últimos ramalazos de placer recorriéndolo de arriba a abajo. Iván, con el rostro brillante de mis jugos, salió de entre mis piernas y se puso de rodillas en la cama, mostrando que su erección no había menguado un ápice.
–          ¿Puedo meterla? – preguntó colocando una mano en cada una de mis rodillas, manteniendo mis muslos separados como si fuera un conquistador.
–          E… espera – jadeé – Acabo de correrme… deja que me recupere…
–          Pero no puedo más… Nieves, siento que voy a estallar…
–          No… si la metes… si la metes ahora me vas a matar, te lo juro. Espera un poco.
Pero el chico no estaba para esperar y supongo que pensó que lo de la muerte era sin duda una exageración mía.
Avanzando de rodillas entre mis muslos, enarbolando la erección en ristre, acercó la formidable barra de acero y la apoyó en mi excitada vulva, tratando de meterla por fin.
–          No quieto, espera – jadeaba yo sin fuerzas para detenerle – No lo hagas, me harás daño…
Aquello bastó para convencerle. No quería hacerme daño por nada del mundo. Me encantó su forma de comportarse.
–          Sin quieres, frótala un poco en la vulva, sin llegar a meterla. Verás cómo te gusta….
Entendiendo a la primera a qué me refería, Iván colocó su durísima verga entre mis hinchados labios y empezó un suave vaivén con las caderas, provocando que su rígida barra se frotara con mi trémula carne de forma harto placentera.
El chico gemía y gruñía de placer, mientras yo me excitaba cada vez más y me recuperaba con rapidez, deseando cada vez más averiguar qué se sentía con aquel trozo de mármol enterrado en las entrañas.
–          Espera, Iván, para – gimoteé – Métemela ya… Hazlo ya…
Mientras decía esto, llevé una mano hasta mi coño y separé bien los labios, ofreciéndole mi vagina por completo. Guiándole con cuidado, logré que el chico colocara la punta justo en la entrada y, con un gesto, le indiqué que fuera metiéndola poco a poco.
No tengo palabras para describir lo que sentí cuando aquella estaca invadió mi interior. El calor, el ardor eran increíbles, pero la rigidez, la dureza… jamás había sentido nada igual. Mi cuerpo le recibió con entusiasmo, amoldando mi carne a su hombría, rodeándole y acariciándole con mi calor.
Me di cuenta de que todo mi cuerpo estaba en tensión, como temiendo que aquella cosa me fuera a desgraciar, pero no, sólo había placer y deleite.
Por fin, Iván llegó hasta el fondo, clavándomela por completo. Sentir aquella rígida forma en mi interior era alucinante, pero el placer se vio pronto superado por el que sentí cuando el chico, sin aguardar instrucciones, empezó a bombear lentamente, empitonándome cada vez con más entusiasmo, haciendo rebotar sus pelotas una y otra vez en la entrada de mi coño.
–          ¡Oh, Dios, Iván! ¡Sí, cariño, así! ¡Muy bien, ahí, justo ahí, más fuerte, muévete un poco más rápido! – gemía yo cada vez más entregada.
–          Madre mía, Nieves, no puedo creerlo, cómo arde tu interior, no puedo creer que esté tan caliente, no, no… – gemía él aumentando mi gozo.
Seguimos follando en esa posición varios minutos más. Iván, cada vez más enfebrecido, bombeaba cada vez más fuerza y con más ganas, haciéndome literalmente gritar de placer.
–          ¡SÍ, ASÍ, IVÁN! ¡FÓLLAME! ¡MÁS, MÁS FUERTE! ¡JODER, CARIÑO, CLÁVAMELA HASTA EL FONDO!
Puedo jurar que jamás en mi vida me habían follado tan bien que me hicieran perder el control, pero he de reconocer que esa tarde lo perdí por completo. Le gritaba obscenidades a Iván, porque percibía que le excitaban todavía más, con lo que el ritmo de la follada me hizo prácticamente enloquecer.
Me corrí no sé cuantas veces más, jamás había experimentado nada semejante. Iván, en cambio, aguantó de forma increíble, follándome un buen rato sin sacarla, arrastrándome a desconocidos paraísos de placer.
Por fin, el chico al que con seguridad le habían venido de vicio las dos corridas que ya llevaba a sus espaldas, alcanzó por fin el clímax, aunque, muy caballerosamente, se retiró justo a tiempo de evitar rellenarme el útero hasta arriba.
Sin duda que, influenciado por todo el porno que se había tragado, Iván se arrodilló entre mis piernas y, agarrándose la polla, la usó a modo de manguera para rociarme de ardiente semen por todas partes.
Puedo jurar que, de habérmelo hecho cualquier otro tío (Juanjo incluido), le habría pegado tal patada que habría salido volando de la cama, pero, en ese momento y en ese lugar, me pareció lo más morboso y excitante del mundo el sentir aquella tremenda lechada impactando sobre mi piel.
Agotados, nos derrumbamos el uno al lado del otro, tratando de recuperar el aliento. Ni en mil años me hubiera imaginado esa mañana que el día iba a ser uno de los más placenteros de mi existencia. Me había despertado compungida por tener que darle una lección a mi cuñado y había terminado echando el polvo de mi vida y embadurnada de semen.
–          Ha sido increíble, increíble – dijo Iván cuando logró calmarse un poco, haciéndome sonreír.
–          No ha estado mal – respondí en broma – Para ser la primera vez, lo has hecho bastante bien. Has aguantado como un campeón.
–          Pues verás la segunda, seguro que lo hago todavía mejor.
Divertida, me incorporé en la cama y vi, con asombro infinito, que la polla de Iván seguía tiesa como un palo.
–          No puede ser – dije atónita – ¿Sigues empalmado? Pero, niño, ¿de qué la tienes hecha?
–          Ya te dije que, contigo al lado, es imposible que esto se baje.
–          No me lo creo – dije tratando de negar la realidad que me mostraban mis ojos.
–          ¿Lo hacemos otra vez? Enséñame otra postura…
–          ¿En serio?
–          ¡Pues claro! ¡Hacerlo contigo es lo mejor del mundo! ¡Podría estar días haciéndotelo!
–          Ya, claro, y nos morimos deshidratados.
–          ¿Tienes sed? ¡Te traigo un refresco!
–          Vale – respondí – Pero que no sea un zumo.
Se quedó parado en seco en la puerta, como si lo hubiera fulminado un rayo.
–          Lo sabes, ¿verdad? – preguntó apesadumbrado.
–          Pues claro que lo sé. No soy imbécil. Tráeme una lata de bebida isotónica, anda.
Tardó un par de minutos en regresar. La erección se le había bajado bastante.
–          Vaya, veo que estabas exagerando. Ya se está ablandando la cosa…
–          Nieves, yo… perdóname. No tengo excusa para lo que he hecho, yo…
–          ¿Cuántas veces lo has hecho? – le pregunté cortándole.
–          Tres – admitió sin atreverse a mirarme.
–          Bien. Ya lo sospechaba.
Y le conté toda la verdad. Mi plan para pillarle in fraganti y cómo había acabado poniéndome cachonda. No me callé nada.
–          Aunque te juro que, cuando vine a este cuarto, no tenía intención de que esto pasara. Pero así han salido las cosas – terminé.
–          Pues, ahora que todo ha pasado, me alegro de cómo se ha desarrollado la historia. Hoy es el día más feliz de mi vida – dijo él.
–          Pues apúntatelo bien, porque hoy se acabó lo que se daba. Como vuelva a ocurrírsete echarme algo en la bebida, te juro que…
–          ¿Cómo que se acabó? – preguntó el chico espantado – ¡Yo quiero estar contigo!
Me conmovió su inocencia y me halagó profundamente, todo hay que decirlo.
–          Iván, cariño – dije acariciándole la mejilla – Lo de hoy ha sido una locura, un error al que nos han llevado las circunstancias. Yo quiero mucho a tu hermano y jamás imaginé que acabaría siéndole infiel (y menos contigo), así que tengo la intención de hacer borrón y cuenta nueva y dejar atrás todo lo que ha pasado hoy.
Iván me miraba en silencio, apesadumbrado.
–          No te digo que lo olvides; yo, desde luego, no voy a poder olvidarlo, pero sí que lo dejes estar. Eres consciente de que bastaría una palabra tuya para arruinar mi matrimonio, pero estoy segura de que tú nunca…
–          ¡Por supuesto que no! – exclamó él lleno de santa indignación – ¡Yo nunca te haría daño!
–          Lo sé, cariño – dije volviendo a acariciarle el rostro – Guardaremos el secreto para siempre y siempre nos quedará el bonito recuerdo de la tarde que hemos pasado…
En su rostro se adivinaba que Iván no estaba muy conforme con la idea, pero al menos no se negó en redondo a hacerme caso.
–          Recuerdos – dijo simplemente.
–          ¿Cómo?
–          Has dicho ” bonito recuerdo”, como si fuera sólo uno.
–          No te entiendo – dije realmente confusa.
–          Que al menos tendremos “recuerdos”, más de uno. Si va a ser tan sólo esta tarde… no quiero que se acabe todavía.
Comprendiéndole al fin, reí divertida. Me di cuenta entonces de que, efectivamente, su miembro estaba empezando a recuperar su vigor.
–          Vaya, vaya, el pequeño Iván empieza a despertar – dije sintiéndome juguetona otra vez.
–          Sí. Y si le das un besito, seguro que se despierta antes.
Me quedé sorprendida por su descaro, pero, al mirarle al rostro, colorado como un tomate, comprendí que había tenido que reunir muchos arrestos para decidirse a decirme tal cosa.
–          O sea, que te apetece que te la bese un poquito – dije sonriéndole con picardía.
–          Sí, por favor.
–          Quieres que tu cuñadita te haga las cositas sucias que hacía en las fotos ¿eh?
No iba a hacer falta besársela, su polla estaba recobrando su esplendor ella solita.
–          ¿Tu pollita mala quiere que la besen? – le dije insinuante mientras mi mano aferraba el cada vez más duro instrumento.
–          Sí – gimió el pobre chico al sentir el contacto sobre su hombría.
–          Vaaaaaaale – concedí arrodillándome sobre el colchón.
Bastó el primer lametón para que el chico diera un respingo sobre el colchón que casi le hace llegar al techo, haciéndome sonreír.
De rodillas sobre la cama, hundí el rostro en su entrepierna y, suavemente, empecé a lamer y a chupar el cada vez más enardecido miembro. Ni un minuto tardó en recuperar su anterior vigor y dureza, por lo que pronto me encontré descubriendo qué se sentía al introducir semejante barra de hierro entre los labios.
–          Ughhh – gimoteaba Iván, acariciando mi pelo con delicadeza.
–          Como te corras en mi boca, te juro que te la corto – dije apartando un instante mis labios de su estaca.
–          No… no quiero correrme… Quiero meterla…
–          Vaya con el chico – reí – Y parecía tonto. ¿Quieres meterla otra vez en mi coñito?
–          Por… por favor, Nieves…
–          ¿Probamos otra postura? ¿Cual quieres?
–          A cuatro patas.
Su rápida respuesta me sorprendió. Pero no me pareció mala idea.
–          De acuerdo – dije moviéndome sobre el colchón y adoptando la postura requerida.
Para que voy a insistir en el tema. Está perfectamente claro qué pasó a continuación. Iván bromeó un poco sobre metérmela por el culo, pero, como yo amenacé con romperle la crisma, se dejó guiar para aprender la postura más convencional.
Luego echamos otro polvo conmigo sobre él, otro de pié apoyados en su mesa, otro…
Estaba anonadada. No creía que existiera un amante igual. Era inagotable.
Aquella noche, mientras cenábamos los tres juntos, los muslos apretados bajo la mesa para aliviar el intenso escozor que sentía, no paraba de darle vueltas a todo lo sucedido. No acababa de creérmelo.
De vez en cuando, nuestras miradas se encontraban, compartiendo una complicidad que excluía a Juanjo, mientras el pobre se esforzaba en narrarnos lo duro que estaba siendo empezar con la empresa. Menos mal que no nos hizo ninguna pregunta, porque no me enteré de nada de lo que decía.
Por lo menos esa noche el pobre Juanjo no tuvo que soportar que su calenturienta esposa le pidiera un buen repaso. La pobre se acostó más que satisfecha.
Pero bueno, en definitiva, Iván y yo estábamos decididos a que nuestra vida siguiera igual, ninguno quería hacerle daño a Juanjo, así que pusimos punto y final a nuestra aventura.
Siempre nos quedaría el hermoso recuerdo de aquella mágica y lujuriosa tarde. Bueno, recuerdo no… recuerdos.
Sin embargo, las cosas nunca salen como se planean.
CONTINUARÁ
 
 
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

Relato erótico “Paris” (POR SARAGOZAXXX)

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Gracias a Marie Pape y a este vídeo que encontré en internet, tuve una de las experiencias más excitantes de mi vida. Me gustaría que lo vieses para entender mejor lo que me sucedió. Te adjunto el enlace para verlo en mi blog, cosa que me haría muchísima ilusión que lo visitases. De paso, también podrás conocerme un poco mejor y ver algunas fotos mías que espero que te gusten. Para los que no me conozcan decir que me llamo Sara y tengo treinta y un años.  Estoy casada, aunque no satisfactoriamente, al menos no como a mí me gustaría.
Como ya os dije anteriormente he estado un tiempo fuera de casa por motivos de trabajo. Durante una temporada me alojaron en un modesto apartamento en Saint Germain en Laye a las afueras de Paris (Francia), aunque relativamente cercano a mi lugar de trabajo en esos días. Mi empresa sabía que debía pasar  una temporada larga allí, y pensaron que para tantos días me encontraría más cómoda alojada en un apartamento que no en un hotel. Ya en el aeropuerto pude alquilar también un coche reservado a mi nombre en el mostrador de AVIS, para mis desplazamientos. Lo cierto es que el apartamento tenía lo justo e imprescindible, carecía de ciertas cosas, pero se encontraba muy bien situado. Se trataba de un edificio típico del siglo pasado con unos pocos vecinos, cercano a una parada de metro, próximo al centro de trabajo, en una zona residencial rodeada de espacios verdes, y a un paseo andando de un modesto centro comercial para mis compras.
Aquella tarde pude regresar pronto del trabajo a mi nueva casa, y me encontraba con ganas de dedicar un tiempo especial a cuidar y disfrutar de mi cuerpo. Llevaba ya unos días sola y estaba más que aburrida de tanta formación y reuniones. En esos momentos, me encontraba tumbada sobre la cama de la habitación, y acababa de salir de la ducha.
Cremitas por todo el cuerpo, especialmente en mi recién rasurado pubis para aliviar el picor. Me gusta llevarlo así a temporadas, otras en cambio me dá por decorarlo con alguna forma, o bien con una fina tira de pelillos. El caso es que  allí tantos días solita me apeteció arreglármelo, no sé porque me apetecía cuidarme. Me acababa de hacer la manicura, francesa claro está, y una vez con el albornoz puesto me tumbé sobre la colcha a esperar que se secasen las uñas, y ojear por mi portátil alguna página interesante por internet. Tenía la televisión puesta, aunque apenas le prestaba atención, tan sólo la enchufaba para familiarizarme con el idioma. Hasta que me llamó la atención un trailer en la TV5 que anunciaba la proyección de la película de la actriz Marie Pape.
Podéis ver el vídeo en el blog.
Cautivó mi atención al instante, me excité pensando que podía ser yo la protagonista y vivir una experiencia de ese tipo. Quise saber más sobre la película y así di con el trailer que os he colgado. Ya sabéis que una página lleva a la otra, y poco a poco me encontraba navegando por páginas de contenido adulto, sobretodo dedicadas a temas de exhibicionismo.
No pude evitar comenzar a acariciarme. Mi mano se perdió por debajo de la lycra de mis braguitas. Cada imagen y cada vídeo que visionaba hacían que mi mente comenzase a imaginarse fantasías al respecto, a cual más morbosa y excitante. Recuerdo que mis dedos jugueteaban con mi clítoris por el interior de mi prenda más íntima mientras navegaba por internet. Sin quererlo comencé a masturbarme, acariciaba mis pliegues lentamente dejando volar mi imaginación. Siempre me gusta comprobar cómo me voy humedeciendo poco a poco.
Mi mente comenzaba a fantasear visualizándome a mi misma paseando desnuda en medio de las calles de Paris. Llegué a un punto en que ya no podía remediarlo, tuve que recostarme sobre la cama para dejar de acariciar el exterior de mis labios más íntimos, y comenzar a introducirme mis propios dedos. Uno no era suficiente, necesitaba más, mis dedos corazón e índice se removían en mi interior a la vez que machacaba mi clítoris presionándolo con furia, con urgencia. El sonido característico de mi frenético movimiento resonaba en el silencio de la habitación. Me acaricié los pechos, e incluso me pellizqué en un pezón. Siempre me ha gustado que mis amantes me estrujen los senos y los amasen como si de pan se tratase. A mí en cambio me gustaba estirarme de la puntita de mis pezones hasta hacerme daño. No lo pude evitar…
.-“Uuuuhmm” un primer gemido se escapó de mi boca. Estaba aconteciendo lo irremediable. Mi olor a hembra en celo impregnaba desde mis manos todo el cuarto.
.-“Uuuummmhhh” de nuevo otro gemido, esta vez  tuve que ahogar mi desesperación contra la almohada, temerosa de que algún vecino pudiera escucharme, de lo contrario comenzaría a gritar presa del placer que yo misma proporcionaba a mi cuerpo.
.-“Oooh, si, sihh, siiiihhh” grité definitivamente mientras mi cuerpo se convulsionaba gozoso. Las sacudidas de mi cuerpo fueron remitiendo.
Poco a poco me fui recuperando del orgasmo, aunque mi mente continuaba dándole vueltas a la idea de pasear desnuda por las calles de Paris.
Recuerdo que me incorporé de la cama de un salto y me desnudé por completo. Sin pensarlo. Como empujada por un extraño impulso. Recuerdo a cámara lenta en mi cabeza el momento en el que me deshice de mis braguitas. Las dejé caer sobre la moqueta del dormitorio. Me dirigí al vestidor del pasillo, abrí el armario y comprobé los abrigos que había en su interior. A decir verdad eran todos más bien cortitos, salvo una levita de cuero que compré recientemente y que me llegaba a medio muslo. Decidí probármela, así, desnuda, tal como estaba. ¡Cuánta excitación!.
Quise sentir el contacto directo del cuero sobre mi piel. Me miré en el mismo espejo de la puerta del vestidor. Realmente me pareció muy agradable, incluso pude percibir como el olor a cuero me penetraba por cada poro de mi piel. Pensé que con unas botas de piel estaría más que espectacular. Lo cierto es que con el abrigo abrochado y las botas, no parecía que debajo estuviese completamente desnuda, sin absolutamente nada de ropa. Bien podía llevar una minifalda o short. Las botas me daban un aire de bdsm que todavía me agradaba más. Como si fuese la sumisa de un amo imaginario.
Me miré de nuevo en el espejo, esta vez examinando meticulosamente si podría salir así a la calle,  comprobando una vez más que con la levita abrochada no podía verse nada. Llegué a la conclusión de que no tenía porque levantar sospecha, y comencé a preguntarme si sería capaz de salir sólo con la levita, y las botas a la calle. ¡Dios mío!, creo que me estaba obsesionando con la idea.
Me gustó contemplarme frente al espejo posando en diferentes posturas, como si fuesen las ordenes de ese amo que solo existía en mi calenturienta imaginación.
.-“Te ordeno que te desabroches la levita” imaginaba mi mente, y yo procedía como si fuese la protagonista de una película de Andrew Blake.
Recuerdo que por primera vez sopesé de verdad la posibilidad de salir de esa forma a la calle. Nunca creí que el hecho de exhibirme paseando media desnuda por las calles me estuviese poniendo tan dispuesta a cometer semejante locura.
Quise comprobar por última vez que realmente la levita me cubría el cuerpo lo suficiente como para no llamar la atención, así que me hice unas fotos a mi misma posando frente al espejo del vestidor en medio del pasillo. Como queriendo autoconvencerme. Quise disfrutar del momento. En plan selfie de celebrity. Me gustaba contemplarme a mi misma frente al espejo. Opté por utilizar el temporizador de mi cámara de fotos. Así me daba tiempo a posar entre foto y foto. Tuve que bajar la persiana de la ventana que había enfrente y que daba a un viejo patio, o de lo contrario algún vecino podría sorprenderme. Imaginaba que algún viejo verde me observaba, y a mí me gustaba exhibirme, fantaseando con que alguien me espiaba, imaginaba alguna que otra perversión particular, y un montón de cosas más.
(Podéis ver algunas de las fotos en el blog).
Con cada flash de la cámara me entraban más ganas de salir así vestida a la calle. De nuevo mi imaginación me estaba gastando una mala jugada. Ese amo imaginario me ordenaba una y otra vez que me atreviese a salir así a la calle. Me gustó adquirir el roll de ser mi propia sumisa. A las ordenes de mi imaginación y mi necesidad. Incluso pude notar mis propios fluidos empapando de nuevo mi rasurado coñito. ¡¡Caray que caliente estaba!!.
.-“Lo que pasa es que no te atreves, eres tan puritana y recatada como todas tus amigas del colegio de monjas en el que te educaste. ¡Mojigata!, ¡santurrona! ” me gritaba a mi misma en mi loca cabeza. Ese tipo de adjetivos siempre me han sublevado, aunque fuese yo en persona quien se los repetía una y otra vez mentalmente.
¡¡Ya está!!. Estaba decidida, debía atreverme a salir a la calle. Necesitaba intentarlo. Necesitaba correr el riesgo, acabar con esa obsesión.
.-“Una vuelta a la manzana y regreso” me repetía una y otra vez en la cabeza, al tiempo que me miraba en el espejo.
.-“¿Qué puede pasar?, estás en una ciudad que nadie te conoce” me preguntaba repetidamente. El temor a ser descubierta aún me excitaba más.
.-“Sal a la calle así” me ordenaba mi propio yo más maquiavélico.
Me miré por última vez en el espejo de la habitación justo antes de salir, y armándome de valor me atreví a abrir la puerta del apartamento. Recuerdo que me temblaban las piernas cuando llamé al viejo ascensor del edificio. Por suerte no se oían ruidos de vecinos, y cuando llegó el elevador no había nadie dentro. Pude bajar sola desde mi tercer piso. El olor a madera rancia impregnaba mis sensaciones, mientras mi cabeza no paraba de repetir una y otra vez que eso era una locura. Todos mis temores se cruzaban por mi cabeza sin cesar.
Al salir, nada más abrirse las puertas del ascensor, con los nervios, las prisas,  y la excitación, tuve un encontronazo con Alain, un vecino bastante mayor, jubilado, alrededor los setenta años, y que trataba de entrar en ese momento al elevador. Siempre que me cruzaba con él intercambiaba alguna palabra. Manteníamos pequeñas conversaciones insulsas. Las típicas charlas de ascensor. Le hacía gracia mi acento de española, y siempre me recordaba que le encantaba la costa del sol. Siempre lo sorprendía mirándome el culo o el escote. Esta vez choqué de frente contra él muerta de miedo.
.

-“Pardon, madame” dijo el Sr. Alain sorprendido por mis prisas, mientras se giraba y contemplaba como yo salía despavorida por la puerta del portal sin decirle ni palabra. Seguramente aprovechó para mirarme el culo una vez más.

No me lo podía creer pero estaba en plena calle medio desnuda protegida únicamente por la levita de cuero. Acababa de hacerlo.
.- “Esto es una locura” pensé, pero lo más difícil ya estaba conseguido, y comencé a caminar llena de vergüenza.
Tenía la sensación de que todo el mundo me miraba y deseaba que la tierra se abriese y me tragase allí mismo. Caminaba mirando fijamente al suelo, sin levantar la cabeza para nada. Comencé a sentir frío, mis pezones reaccionaron poniéndose de punta y totalmente sensibles a cualquier roce con el cuero de mi levita, provocando que incluso llegasen a dolerme. No sé cuantos pasos llevaba ya. El frío y la humedad hicieron que al fin me atreviese a levantar la cabeza y mirar a mi alrededor.
Me tranquilicé cuando pude observar que no había nadie en la calle, y me sentí mejor conmigo misma, felicitándome porque había sido capaz de atreverme a cometer semejante disparate. Era como lograr una pequeña victoria. Aminoré el paso y traté de disfrutar el momento. Podía notar el contraste de temperatura en mi piel, entre el frío de la calle y la calentura de mi cuerpo.
A lo que quise darme cuenta había dado la vuelta a la manzana y me encontraba de nuevo en el portal del apartamento. Recordé mi encontronazo con Monsieur Alain al entrar en el ascensor de casa, y una pícara sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro frente al espejo del elevador. Estaba ansiosa por llegar a mi apartamento, necesitaba masturbarme de nuevo.
Nada más entrar al apartamento, me recosté sobre el sofá del cuarto de estar, abrí mi levita de cuero, y observé mis botas de piel enfundando mis piernas. Me acaricié con verdadera urgencia, y enseguida tuve un primer orgasmo, casi antes incluso de penetrarme con mis propios dedos.
No me detuve, continué. Ese primer orgasmo no era suficiente, sabía a poco, muy poco,  quise demorar el momento, esta vez introduciéndome yo misma varios dedos a la vez, y enseguida experimenté otro maravilloso orgasmo. Nunca antes había tenido dos orgasmos tan seguidos. El segundo algo más intenso que el primero. Tras relajarme un poco, continúe acariciándome, casi por acto reflejo, la exigencia corporal estaba remitiendo, al mismo tiempo que aumentaba la necesidad mental.
Mi cabeza no podía dejar de darle vueltas a los sucedido e imaginaba una situación tras otra, a cual más excitante. De repente me sobrevino un brutal orgasmo, y luego otro, y otro, seguidos, encadenando uno tras otro. Era maravilloso, de una intensidad que no recordaba en mi vida. No sé cuánto tiempo estuve gritando y convulsionándome de placer. Al final, caí rendida al instante. Me quedé dormida desnuda sobre el sillón…
Al día siguiente no pude dejar de pensar durante todo el día en el trabajo en lo sucedido en la tarde anterior. Me costó concentrarme. Incluso llegué a imaginarme a mis compañeros franceses desnudos por la oficina y cosas por el estilo. La experiencia de la tarde anterior había sido de lo más excitante, acompañada de lo que posiblemente habría sido mi mejor orgasmo en los últimos meses.
 Con mi marido hacía ya más de un año que no hacía el amor, creo que ni siquiera se fija en mí. Así que necesitaba de nuevas experiencias. Me dije que aquello tenía que repetirlo.
Dicho y hecho, nada más llegar a casa esa tarde me desnudé por completo con la intención de volver a dar un paseo únicamente con mi levita como prenda de vestir. Aún recuerdo la sensación tan excitante de ver caer de nuevo la ropa que llevaba puesta sobre la moqueta del dormitorio. La última prenda de la que me desprendí fueron mis braguitas. Me temblaba todo el cuerpo de los nervios mientras las deslizaba por mis muslos al igual que la tarde anterior. Pude ver que estaban ya manchadas en su parte central de mis propios fluidos. ¡Hay que ver lo caliente que estaba!. Incluso repasé mi pubis rasurado de la tarde anterior. Quería sentirme bien desnudita.
Esta vez, bajo la levita, me puse tan solo unos zapatos de tacón antes de abandonar el apartamento. Necesitaba sentir mis piernas desnudas. Necesitaba exponerme algo más al peligro.
Una vez en el ascensor me aseguré varías veces de que todos los botones de mi abrigo estaban bien abrochados. Pude comprobar en el espejo del elevador que mi respiración era agitada fruto de mi excitación. Estaba temblando hecha un manojo de nervios. No sé porqué me sentía algo más insegura que la otra vez, y eso me excitaba aún más. Tal vez el hecho de no llevar ni tan siquiera medias. Por suerte no me topé con nadie al salir esta vez del ascensor. De ser así, creo que hubiese abandonado.
Me paré por unos momentos en el interior del portal de la casa antes de salir. Miré pegada a la puerta, y advertí que algo de vaho se produjo en los cristales. Estaba ardiendo por dentro, y mi calor empañaba los cristales del portalón. Me felicité porque gracias a dios no se veía gente en la calle. Algo más o menos normal en las afueras de Paris a esas horas. Abrí la puerta y comencé a andar sin rumbo fijo.
No sabía a dónde ir, sólo sabía que esta vez estaba dispuesta a prolongar algo más mi paseo que la tarde anterior, y disfrutar de las sensaciones por más tiempo. Necesitaba demostrarme a mi misma que dominaba mis miedos. De nuevo el frío hizo que mi sangre circulase más deprisa, mis pezones estaban hipersensibles a cualquier roce, y los muslos de mis piernas comenzaban a enrojecerse por el frío. Pensé en regresar al apartamento, cuando me dí cuenta de que había andado verdaderamente despistada, totalmente concentrada en mis pensamientos, no me había dado cuenta de por dónde había comenzado a caminar, y no sabía exactamente dónde me encontraba.
El caso es que estaba en una especie de parque, con zonas ajardinadas y algún que otro banco repartido por los senderos que hacían de paseo. No recordaba haber pasado por esa zona en días anteriores. Tan sólo pude divisar a lo lejos un hombre que paseaba a su perro en una zona con césped.
Por unos momentos no supe que hacer, sopesé la idea de regresar al apartamento, pero por otra parte tenía ganas de continuar con esa locura. De hacerlo realidad, de atreverme y lograr la satisfacción por haber sido capaz de superar mis dudas. Lo cierto es que nunca me había sentido así, tan temerosa y tan caliente al mismo tiempo. Decidí continuar un poco más con mi propio juego.
Caminé despacio hacia el tipo que paseaba el perro sin dejar de mirarlo. El señor estaba en medio del césped mientras el perro deambulaba dando vueltas a su alrededor oliendo el suelo todo el rato. Por la forma de reconocer el terreno y de levantar la pierna para mear en los árboles cercanos, pude ver que se trataba de un pastor alemán macho. El dueño no pareció advertir mi presencia, miraba fijamente como se consumía su cigarrillo bastante pensativo, absorto tal vez en sus problemas cotidianos.
Parecía un señor de unos cincuenta y muchos años, con buena presencia, elegantemente vestido, lo que me relajó un poco. Me gustó observarlo sin que advirtiera mi presencia. ¡Qué pensaría el pobrecillo si supiera que estoy desnuda bajo mi levita!. Me excitaban hasta mis propios pensamientos.
Justo enfrente de él, al otro lado del sendero junto a la hierba, había un banco. Decidí sentarme a observarlo, estaría a unos veinticinco o treinta metros del individuo. El tipo continuaba ensimismado en sus pensamientos con la mirada perdida en su cigarrillo, sin advertir mi presencia.
Llegué a plantearme la posibilidad de exhibirme ante aquel desconocido. La idea de mostrarle mi cuerpo comenzaba a excitarme. Pero… ¿cómo?. Tampoco quería parecer una cualquiera, y mucho menos que avisase a la policía o algo por el estilo.  Aún con todo dudaba de que yo misma fuese capaz de mostrarle alguna parte de mí. Una nueva lucha en mi interior entre la razón y la excitación. De momento me conformaba con permanecer sentada a observar al dueño del perro a unos metros de distancia, y disfrutar de mis pensamientos.
Debió de transcurrir un tiempo en silencio observándolo, preguntándome cosas como si estaría casado, tendría hijos, cómo lo haría con su mujer, si parecía imaginativo, cariñoso, si le gustaba a lo misionero o prefería a lo perrito, si sería fogoso…, y cosas por el estilo, hasta que un mensaje sonó en mi móvil.
El característico sonido del whatssap resonó en medio de aquel  parque, y por primera vez el tipo del perro miró hacia donde yo estaba advirtiendo mi presencia.
.-“Hola cariño. Qué tal estas?” ponía en la pantalla de mi móvil. Era mi marido. Alcé la vista antes de contestar para asegurarme de que el hombre me miraba. Pude comprobar que había fijado su mirada en mí mientras apuraba su cigarrillo.
.-“Estoy bien gracias” escribí en mi móvil, al tiempo que cruzaba las piernas a lo Sharon Stone en instinto básico. Siempre quise hacer lo mismo y esta vez me salió instantáneo, sin pensarlo. Después del cruce de piernas, dejaba ver gran parte de mis desnudos muslos mientras me acomodaba de nuevo en el banco. Además, fue como si el mero hecho de chatear con mi esposo me animase instintivamente a provocar al tipo del perro.
Simulé mirar la pantalla del móvil, pero lo que realmente miraba era la reacción del hombre a lo lejos mostrándole mis piernas de manera tan indecorosa. Creo que el tipo no se creía del todo lo que veía. Incluso se restregó varias veces los ojos no dando crédito a lo que yo le estaba mostrando. Seguramente pensaba que debía llevar medias color carne o algo que él no lograba divisar. Me gustó observar su reacción, me estaba excitando el hecho de exhibirme de esa manera ante ese desconocido mientras chateaba con mi esposo. La situación parecía controlada. Abrí y cerré varias veces las piernas, insinuándole a la vista mi cuidado pubis. El tipo me miraba a intervalos entre calada y calada de su cigarro, como no dando crédito a lo que veía, cosa que me excitaba aún más a mí.
Dios!!, pese al frío de la noche mi cuerpo estaba ardiendo. Hacía un rato que no sonaba el whatssap.
.-“Te hecho mucho de menos” pude leer en la pantalla. Desperté de mi ensimismamiento.
.-“Yo también te echo mucho de menos” me costó teclearle a mi esposo.
Al entretenerme en escribir un mensaje tan largo en la pantalla, no advertí que el tipo, apurando del todo su cigarrillo y pisándolo contra el suelo, comenzó a caminar en la dirección en la que yo me encontraba. Probablemente en dirección a su casa, pero pasando por mi lado, como queriendo comprobar lo que le pareció ver y no acababa de creerse. El perro lo precedía corriendo unos metros delante suyo.
Al ver aquel  pedazo de perro dirigirse en mi dirección a toda prisa, no se me ocurrió otra cosa que cruzar bruscamente las piernas y tratar de cubrirme cuanto pude con la levita. Mi reacción alertó aún más al pastor alemán que corrió hasta donde yo estaba, anunciando mi presencia a su dueño con algún que otro sonoro ladrido. Seguramente reaccionó alertado por la brusquedad de mis movimientos.
El maldito perro comenzó a husmearme nada más alcanzar mi posición, creo que incluso pudo diferenciar el olor de mis fluidos corporales más íntimos. Se le veía algo excitado. Yo trataba de ocultarme agarrada con los brazos cruzados a mi levita. El perro se acercó a olerme varias veces y comenzó a jadear nervioso sacando la lengua.
.-“Calme, ne mordez pas. Est un bon chien” escuché la voz del dueño que se encontraba ahora en píe justo enfrente mío. Su mirada se clavó en mis desnudas piernas, todavía quedaba más de medio muslo sin cubrir por la levita. Yo lo miré en silencio, rezando porque cogiese el maldito chucho y se fuese de allí. Estaba paralizada presa del pánico. La situación se había tornado del todo inesperada. Nunca pensé cuando me senté en el banco, que pudiera entablar contacto con el dueño del perro.
El tipo al ver que no reaccionaba se sentó a mi lado, con su mirada fija en mis piernas desnudas. Yo sólo podía preguntarme una y otra vez en mi mente si se estaría dando cuenta de algo.
.- “Dios mío que se vaya, que se vaya” repetía como un mantra mentalmente en mi cabeza, a la vez que me impedía que pudiese pensar y reaccionar con claridad.
.-“ Est-ce que je peux vous aider? (¿Le puedo ayudar en algo?)” preguntó el tipo pensando que me ocurría algo. Yo cruzando los brazos y mirando hacia otro lado sólo pude decir…
.-“Non, merci” mi acento delató que no era francesa, además al cruzar los brazos por debajo de mis pechos en señal de rechazo, la levita se abrió a la altura de la cintura desnudando aún más si cabe mis piernas ante su atenta mirada. Tapando sólo lo justo, y destacando gran parte de mi muslo en la pierna cruzada de por encima. Antes de que pudiera cubrirme de nuevo, el tipo puso una de sus manos sobre la rodilla de mi pierna cruzada superiormente.
.-“Vous êtes très belle (eres muy hermosa)”  dijo acariciándome la pierna sobre mi piel desnuda. Yo quedé paralizada sin saber cómo reaccionar. Aquello no estaba en mis planes, mientras continuaba bloqueada repitiendo una y otra vez en mi cabeza “que se vaya, por favor dios mío, que se vaya”.
.-“Oh, merci” pronuncié como una chiquilla muerta de miedo. De repente mi particular voyeur había pasado a acosarme, antes de que mi cerebro lograse asimilar el cambio de roll en el juego.
.-“ Je peux vous aider si vous ovules (Yo puedo ayudarte si quieres)” ahora lo miré como asustada a los ojos sin entender lo que quería decir.
.-“ Il peut vous donner de l’argent si vous avez besoin (Te puedo dar dinero si es lo que necesitas) “ fue entonces cuando tuve claras sus intenciones, ¡no me lo podía creer!, ¡me estaba confundiendo con una puta!.
Me quedé aún más perpleja totalmente incrédula a sus palabras. Boquiabierta, y con cara de tonta. El tipo por el contrario aprovechó mi pasividad para deslizar su mano a lo largo de mi pierna tratando de alcanzar mi zona más íntima. Por suerte pude detener su mano aprisionándola entre mis muslos.
Pero para mi desgracia, por el movimiento de mis piernas, la levita se abrió del todo a ambos lados, evidenciando que estaba desnuda, y exhibiendo mi rasurado pubis ante la atenta mirada de ese desconocido. El tipo quedó sorprendido, se le salían los ojos de sus órbitas.
Ahora fui yo quien aprovechó su pasividad para incorporarme, ponerme de pie enfrente suyo y decirle mientras me cubría con la levita lo siguiente:
.-“ Je pense qu’il a error (creo que se equivoca)” pronuncié en mi francés, a la vez que le daba la espalda airada y salía de allí corriendo en dirección a mi apartamento.
.-“Pute, chienne (puta, zorra)” pude escuchar que murmullaba el tipo al tiempo que yo me alejaba.
Corrí cuanto pude directamente a casa colorada por el bochorno que acababa de pasar, muerta de vergüenza, gracias a dios no había nadie más por la calle.
 Llegué con la respiración totalmente entrecortada al portal, recuerdo que abrí la puerta echa un manojo de nervios, me temblaba todo el cuerpo y me costaba atinar con la llave en la cerradura. Una vez crucé el umbral de mi casa cerré de portazo y me apoyé de espaldas contra la puerta respirando aliviada. Dos cosas se repetían una y otra vez en mi mente, una era la palabra “pute”, y la otra la visión de la mano de aquel tipo aprisionada entre mis piernas desnudas mientras sus ojos se clavaban en mi entrepierna. No sé muy bien porqué, pero una vez a salvo, aquellos dos pensamientos repitiéndose una y otra vez en mi mente me mantenían excitadísima al máximo. Dejé caer mi levita al suelo en la misma entrada del apartamento y corrí aún con los zapatos de tacón a tumbarme sobre la cama, dispuesta a acariciarme pensando en cuanto había ocurrido. Nada más explorar mis intimidades pude advertir que estaba ya muy mojadita.
Pronto comencé a acariciarme mi pierna recordando tal y como lo hiciese ese desconocido. Quise recordar cada pequeño detalle. El tacto de su mano en mi piel, el olor a cigarrillo, su mirada profunda y penetrante clavada en mis piernas, pero sobretodo el momento en el que mi levita se abrió de par en par y mi conejito quedó desnudo ante su vista. Estaba claro que durante ese instante el tipo me penetró con la mirada.
.-“Uuuhmm” comencé a gemir a la vez que me acariciaba sin piedad mi clítoris.
Pronto introduje uno de mis dedos en mi interior. ¡¡Dios mío estaba totalmente empapada!!.
Necesitaba más, y más, y mucho más, me urgía de nuevo alcanzar el orgasmo, así que comencé a pellizcarme los pezones. Me dolían debido todavía al frío sobre mi piel, y a la vez era de lo más placentero. Me imaginaba que hubiera podido pasar de permitir que ese hombre continuase acariciándome. Me excitó fantasear con la idea de que me hubiese podido contemplar completamente desnuda en medio de aquel parque. Trataba de recordar una y otra vez el tacto de su mano en mi pierna. Una palabra resonaba en mi mente, que me repetía al mismo ritmo con el que mis propios dedos entraban y salían de mi cuerpo chapoteando:
.-“Pute, pute, puteeeehhhh” me repetí mentalmente a la vez que alcanzaba mi esperado orgasmo, y mi cuerpo se convulsionaba de placer.
Permanecí rendida sobre la cama durante un buen rato tan solo con los zapatos de tacón puestos tratando de recuperarme. Cuando pude tranquilizarme y calmar mis pensamientos, me dí una buena ducha. Al fin y al cabo al día siguiente debía madrugar para acudir al trabajo.
El día se pasó volando, anhelaba todo el rato que llegase la tarde para cometer alguna nueva locura. Era obsesivo, un pensamiento único se repetía en mi mente una y otra vez, y era la idea de pasear medio desnuda por las calles de una ciudad en la que apenas nadie me conocía.
Nada más llegar al apartamento se repitió el ritual de siempre. Llevaba todo el día esperando el momento en el que desnudarme frente al espejo, y observarme tan sólo con la levita de cuero puesta. Esta vez abrí una botella de vino para acompañar el momento. Las escenas de Jean Marie Pape se repetían en mi cabeza. Quise probarme otros abrigos.
.-“Huy no, este no, que es muy corto”, y enseguida me volvía a poner mi levita de cuero. Aprovechaba cada vez que cambiaba de abrigo para dar un largo trago a mi copa de vino.
Había logrado dar grandes pasos, me había atrevido a hacer mucho más de lo que nunca hubiera imaginado, y sin duda había sido lo más excitante en toda mi vida. Me adornaba con algún complemento, tipo pañuelos en el cuello, collares, pulseras, y cosas por el estilo, pero siempre con mis medias y las botas puestas. No sé cuánto tiempo había podido transcurrir contemplándome frente al espejo, el necesario para que terminase la botella de Burdeos.
En medio de mi alegría, me percaté de que todo comenzó por culpa del video de Jean Marie Pape, y que lo que realmente me excitó la primera vez, fué imaginarme al igual que ella medio desnuda en el metro de Paris. Fué como un deja vou en mi mente. Me senté en el viejo butacón y apuré las últimas gotas de mi botella de vino. Recordar las imágenes del video, en que la protagonista viajaba sin ropa por el metro, lograban que me excitase de manera irracional.
Supongo que sería por culpa del vino francés…
.-“Que carajo” me dije a mi misma, y sin pensarlo dos veces cogí las llaves del apartamento, las introduje en mi bolso, y salí de allí dispuesta a hacer realidad mis fantasías. Así que salí prácticamente como estaba, con las medias y las botas, en dirección a la boca del metro más cercana.
Caminé decidida, totalmente envalentonada, seguramente a causa del vino y el exceso. Apenas note frío esta vez, todo lo contrario. Me costó mucho menos de lo imaginado. Una vez en las compuertas de acceso al metro me percaté de que había salido tan deprisa de casa que no había cogido nada más que las llaves. Dentro del bolso apenas llevaba unos pañuelos de papel, un pintalabios que llevaba allí desde no sé cuánto tiempo, unos salva slip, y pocas cosas más.
Por suerte recordé que en uno de los bolsillos de la levita llevaba también un bono del metro que utilicé en los primeros días de visitas por Paris. No llevaba ni cartera ni documentación. Total, no lo necesitaba. Una vez superada la barrera, me dirigí nerviosa al andén sin fijarme muy bien en la línea que cogía.
El tren llegó enseguida, había poca gente, aún estábamos distantes del centro de la ciudad. Me fijé en las personas que estaban dentro del vagón y de cómo estaban situadas. Decidí sentarme en el asiento más cercano a las puertas de acceso. Se trataba de una fila de asientos en dirección paralela a la marcha y me situé en el asiento más pegado a la puerta, dejando el asiento de al lado libre. Al frente, en el otro lado del vagón, había otra hilera de asientos. Estos estaban ocupados por un par de matrimonios de ancianos que se notaba iban todos juntos, por lo que respiré aliviada al comprobar que estaban distraídos hablando de sus cosas entre los cuatro componentes.
Al sentarme mis piernas quedaron al descubierto peligrosamente, y decidí cruzarlas. Por unos momentos recordé la situación en el parque, no podía evitar excitarme al recordar las manos de aquel desconocido del perro manoseando mi pierna. Los pensamientos y el vino me estaban jugando una mala pasada y comenzaba a ponerme caliente. Conforme avanzábamos en paradas hacía el centro de la ciudad subía más gente al vagón. En una de ellas subió un grupo numeroso de jóvenes que ocupó la parte central. Eran adolescentes, y deduje que serían del mismo instituto por la forma de hablar, y porque prefirieron permanecer en pie y hablar entre sí todos con todos que ocupar los asientos.
En la siguiente parada subió un joven con rasgos argelinos que se sentó a mi lado. Olía a sudor. Era un olor fuerte y penetrante. Se notaba que salía de trabajar. Se sentó con las piernas abiertas y las manos apoyadas sobre sus rodillas. Apenas me dedicó una mirada. Luego se ocupó observando a las chiquillas del instituto que chillaban mientras hablaban con sus compañeros. Pero sobretodo se fijaba, en las que llevaban minifalda.
Lo cierto es que mientras permanecía sentada en el trayecto me sentía más segura de mi misma. Hubiese permanecido todo el trayecto ensimismada en mis fantasías, de no ser porque el olor a macho sudado del argelino distraía mis pensamientos. No pude evitar fijarme en el chaval y en sus peculiares rasgos como moro. Bien mirado tenía cierto atractivo. Por un momento me indignó que ni siquiera se hubiese fijado en mi, y que sólo tuviese miradas para las piernas de las jovencitas que ocupaban el pasillo central del vagón.
De vez en cuando se acomodaba el paquete bajo sus jeans mientras repasaba visualmente de arriba abajo a las chiquillas con sus minifaldas. Sus vastos modales se hacían evidentes. Incluso se relamía inconscientemente imaginando yo qué sé que perversión. Advertí como aumentaba el bulto de su entrepierna. Me dió rabia. Me fijé en su mano. Era grande y fuerte. Me pregunté si su miembro sería igual de grande. Los moritos siempre han llevado su fama. Comencé a imaginármelo mientras trataba de adivinar cómo sería su miembro entre los pliegues de su pantalón. Ese era un juego con el que siempre me gustaba distraerme.
Pero su olor. Su olor a sudor me estaba penetrando por cada uno de los poros de mi piel. Lo cierto es que comenzaba a excitarme la situación. Me imaginaba esas firmes y grandes manos del argelino recorriendo mi cuerpo. Una vez más recordé la imagen de la mano del tipo del perro acariciando mi pierna, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Recordar su tacto en mi piel….uhhhmm, pero que cachonda me ponía al imaginar y recordar que un desconocido acariciase mi pierna.
Decidí descruzar mis piernas buscando el máximo contacto con la pierna más cercana del argelino. Junte mis rodillas y dispuse mi bolso sobre mi regazo, tratando de ocultarme por si pudiera verse algo. En la maniobra, la mano del muchacho que estaba sobre su rodilla próxima a mi posición, quedó atrapada entre su pierna y la mía. Esta vez me miró como comprobando si yo era consciente del contacto que acababa de producirse, y le esquivé la mirada intencionadamente, como haciendo entender que no me daba cuenta de que su mano estaba ahí, en pleno contacto con mi media. Disimulé mirando al infinito.
El muchacho me observó de reojo y movió su dedo meñique buscando acariciar mi pierna sutilmente, como si nada. Uuuffhh!!, como me estaba poniendo.
Yo continué impertérrita mirando al infinito, fingiendo no darme cuenta de sus movimientos. Pero en mi interior trataba de grabar a fuego en mi mente el recuerdo del tacto de su mano sobre mi pierna. Me tuve que contener para no moverme al son de sus caricias, pues estaba como una moto.
El chaval comenzó a ser algo más descarado y simulando masajearse los músculos de su pierna, movió sus manos enérgicamente de abajo arriba a lo largo de su pierna, aunque lo que realmente buscó desde un principio, era el roce del torso de su mano con mi pierna.
Poco a poco sus movimientos se volvieron más suaves, hasta que fue subiendo sus manos lentamente desde su rodilla hasta alcanzar los bolsillos de sus jeans. Concentrándose al igual que yo, en el roce entre el torso de su mano en mis piernas. Una vez con su mano en el bolsillo, y a esa altura, mis medias terminaban desnudando mis muslos bajo la levita. El torso de su mano sobrepaso el límite del borde elástico de lycra entrando en contacto directo con mi piel.
 Se quedó sorprendido y esta vez me miró descaradamente. El tipo sabía que era imposible que yo no me diese cuenta de nuestro roce. Yo disimulaba agarrándome con las dos manos al bolso que reposaba encima de mi regazo, y que ocultaba la maniobra del muchacho en mi pierna del resto de pasajeros. Siempre con la mirada en el infinito, sin dar importancia al contacto entre nuestros cuerpos.
El argelino no tenía intención de retirar su mano para nada, simulaba posar con su pulgar por dentro del bolsillo de su vaquero, mientras buscaba el roce de su piel con la mía. Se notaba que le gustaba lo que acariciaba en la parte alta de mis muslos, incluso buscó descaradamente el final de mis medias para cercionarse de que había sobrepasado el límite de lo decente.
Ahora me miraba fijamente. Me sentí observada, debió apreciar que mi respiración era más agitada de lo que el rostro reflejaba, además yo debía realizar verdaderos esfuerzos para no reflejar el estado de mi calentura. Esta vez buscó osadamente el contacto de su mano con la piel más fina de mis muslos. Deslizó su mano por debajo de la levita acariciándome descaradamente la piel desnuda de mis muslos. Solo pude morderme el labio inferior levemente rezando porque esa tortura tan satisfactoria terminase cuanto antes.
El chico de origen argelino debió percatarse de mi estado, y ante mi impasibilidad movió su mano por debajo de mi levita acariciándome sin pudor ni reparo. Su maniobra continuaba oculta por mi bolso al resto de pasajeros que ocupaban el vagón.
Guauuuh, me hubiese corrido allí mismo de gusto de no ser porque el tren estaba lleno de gente que no se daba ni cuenta de nuestra pequeña aventura. El chaval presionó un par de veces mi pierna entre sus dedos pulgar e índice como cerciorándose definitivamente que era imposible que no me diese cuenta, y asegurándose de que mi mirada al infinito era tan sólo una coartada frente al resto de pasajeros.
Se entretuvo jugando con el borde elástico de lycra de las medias durante un tiempo, y luego subió y bajo levemente un par de veces su mano sobre mi trozo de muslo desnudo entre el final de la media y el comienzo de lo indecente. Creo que descubrió que no llevaba ropa interior siquiera, y de que yo misma era una fuente que no paraba de chorrear. Lo miré de reojo y pude apreciar como con la otra mano se acomodaba su paquete entre la tela de sus jeans. Por fin su erección se debía a mi culpa. Me encontré como más satisfecha conmigo misma.
De repente la voz característica del metro alertó de que estábamos llegando a la parada en Strasbourg. Decidí que era el momento preciso de detener el avance del argelino en sus caricias. Yo ya tenía demasiado que recordar y con lo que fantasear.
Me incorporé súbitamente y me dirigí hacia la puerta con la intención de abandonar el vagón cuanto antes. Le costó tiempo frenar al metro. El tiempo suficiente para que el muchacho se levantase también y se situase justo detrás de mí ante la puerta. Con el frenazo final el argelino aprovechó para refrotarme su miembro por todo mi culo.
¡¡¡Dios mío!!  pude notar su polla clavada entre mis cachetes, desde luego el argelino llevaba un empalme considerable, se la había puesto bien dura. Me pareció dotado de enormes proporciones mientras notaba su miembro aplastado contra mi trasero.
Las puertas se abrieron, todo el mundo salió y entró. Todo el mundo excepto yo y el muchacho argelino, de hecho hice el ademán de comenzar a caminar pero me frené en seco. Todo con la intención de que inevitablemente el muchacho argelino me envistiese por detrás y sentir como su miembro se clavaba una vez más en mi culo. Incluso puse mi culo en pompa para notarle mejor. El moro enseguida se dió cuenta de mis intenciones. Sabía perfectamente que yo era una hembra en celo en esos momentos. Ahora fue él quien permanecía quieto, y era yo la que buscaba refrotar mi culo por todo su miembro, en una actitud totalmente vergonzante para mí en otras circunstancias  Su mano se agarraba por encima de nuestras cabezas a la barra del vagón rozándose con la mía, y tenía su aliento clavado en mi nuca. La gente terminó de entrar al vagón.
Ambos estábamos aprisionados entre el resto de pasajeros. Yo cerraba los ojos tratando de concentrarme en su olor a sudor y en comprobar  el tamaño de su miembro con mi culo. Era yo quien le daba pequeñas nalgadas hacia tras provocándole  tremendísima erección que podía sentir entre mis cachetes. Incluso el tipo se apartó levemente hacia atrás en varias ocasiones relamiéndose y regocijándose por mi estado de emputecimiento.
De repente pude notar su mano apretando con fuerza una de mis nalgas por encima de la levita. Quise voltearme pero la aglomeración de gente en el vagón me lo impedía. Tan solo pude girar la cabeza por encima del hombro para lanzarle una mirada recriminándole su osadía. Su maniobra me parecía demasiado descarada. Pero a pesar de mi enfado, el chico me devolvió una sonrisa al tiempo que me apretaba aún más mi culo con su mano.
Volví a darle la espalda, esta vez con la intención de salir en la próxima parada. Durante medio minuto estuvo tocándome el culo a su antojo mientras yo perdía la mirada por la ventanilla del tren tratando de disimular. Su mano se dirigió lenta y firmemente hasta el final de mi levita. Una vez alcanzó el extremo de mi abrigo, introdujo su mano en el interior y comenzó un ascenso  rápido, acariciando la parte trasera de mis muslos, directo hasta alcanzar su único propósito: mi culo. En su maniobra mi levita subió arrugándose y desnudando mis cachetes en medio de la gente. Yo trataba de bajarla disimuladamente para que no se pudiese ver nada. Pero las caricias del morito manoseándome el culo apretujados entre la gente lo impedía. Miré a uno y otro lado, y para mi suerte la gente parecía no darse cuenta de nuestro juego. Le gustó acariciar sobretodo la zona donde terminan las piernas y comienzan las nalgas.
Me dió un tímido pellizco que me hizo daño. Dí un respingo por el dolor. De nuevo me giré para recriminarle con la mirada su acción, y de nuevo me devolvió una sonrisa impermutable en su rostro. Pude apreciar que se estaba acariciando el paquete con la otra mano. No se conformó con manosear a su antojo mi culo, quiso explorar otras zonas. Sin dejar de acariciar la piel de mi culo, deslizó su mano hacia delante queriendo alcanzar mi entrepierna. Logró deslizar su mano desde mi vientre hasta el interior de mis muslos, acariciándome de pasada por encima de mi pubis, y comprobando que no llevaba ropa interior, ni había apreciado pelo alguno en su recorrido. Creo que estaba tan encelado que tenía la clara intención de hacerme un dedo allí mismo.
Por suerte el tren llegó a su parada y las puertas se abrieron de golpe, logré aprovechar la confusión y el barullo de gente para tratar de perderlo de vista. Subí a toda prisa por las escaleras mecánicas, una vez en lo alto pude girarme y ver que trataba de seguirme, aunque el tumulto de gente se lo dificultaba.
 La situación ya no me gustaba, debería saber que nuestro jueguecito había terminado, decidí perderlo en el nudo de líneas, intencionadamente volví a bajar a la misma línea y en la misma dirección en la que me había salido. Ahora no había nadie en el andén. Me dirigí lo más al fondo posible tratando de esconderme, pues había una columna al final del andén tras la que me sentí relativamente protegida.
Para mi sorpresa pude ver como al otro lado de las vías, en el andén de enfrente, bajaba por las escaleras mi acosador.  Se quedó totalmente perplejo al verme del otro lado. Miró a ambos lados buscando una forma de saltar las vías, pero era imposible, no había manera. Yo respiré aliviada. Una voz avisó por los altavoces que el metro de mi andén llegaría en dos minutos. Decidí cometer una última locura, y sin dejar de mirar al muchacho de rasgos argelinos al otro lado de la vía, comencé a desabrocharme los botones de mi levita. El chico me miraba expectante. En un abrir y cerrar de ojos separé las solapas de mi levita de par en par mostrándole al muchacho mi cuerpo totalmente desnudo. Me dió tiempo de lanzarle un besito desde la palma de mi mano, mientras mi levita permanecía abierta de par en par exhibiéndole mi cuerpo. Pude comprobar cómo se acariciaba el paquete por encima del pantalón al otro lado de las vías y me hacía gestos obscenos. Luego le dediqué una peineta, y me cubrí de nuevo con la levita justo antes de que el gentío procedente de otra línea, comenzase a llegar al final del andén y sobrepasar el espacio tras la columna que me ocultaba.
Enseguida llegó mi metro. Bajé en la próxima parada y repasé la combinación de líneas que tenía para regresar a mi apartamento. Podía volver sin tener que pasar de nuevo por la estación anterior, lo malo es que la ruta alternativa era por otra línea que me dejaba relativamente distante de mi apartamento. Preferí esta segunda opción de retornar dando un paseo andando, que volver a pasar por dónde había venido, y enfrentarme a tener que topar de nuevo con el muchacho argelino. Así que poco a poco las paradas y los intercambios de línea se fueron sucediendo.
Siempre miraba a uno y otro lado temerosa de que el argelino hubiera podido seguirme. Tenía un no sé qué metido en el cuerpo que me hacía presagiar que el muchacho no se habría dado por vencido tan fácilmente. De esta forma, parada a parada, el tiempo se me pasó volando. Por suerte, conforme me alejaba del centro de la ciudad, el número de gente en el interior de los vagones era menor, y por algún extraño motivo me sentía más segura.
Al fin alcancé la parada objeto de mi destino. Respiré aliviada mientras subía las escaleras del metro. Me volteé en una última mirada para asegurarme de que definitivamente  nadie me seguía. Gracias a dios que me giré guiada por mi sexto sentido, o por mi  instinto de mujer. El caso es que pude divisar a lo lejos como mi perseguidor saltaba los controles de acceso con una agilidad espantosa y corría en mi dirección.
.-“Oh!!!, nooOOO!!!, mier…, no puede ser cierto” pensé al tiempo que corría hacia la calle.
Nada más salir despavorida de la boca del metro, me llamó la atención una jovencita que se encontraba abandonando un taxi en medio de la calle. Pensé que podía ser mi salvación, y antes de que la chiquilla cerrase la puerta del coche me introduje en el interior del vehículo, cerrando desesperadamente tras ocupar el asiento trasero y dando un portazo. Mi maniobra sorprendió al conductor, que me miró extrañado por el retrovisor mientras trataba de contar y ordenar los cambios que le había dado su clienta anterior. Me desesperó su lentitud. Luego me preguntó en un riguroso francés a dónde íbamos.
.-“Rapide, a Avenue a Saint Fiacre, de Saint Germain en Laye,  s’il vous plait” dije nada más subir al taxi. Y nada más pronunciar la dirección de mi apartamento, giré la cabeza para mirar por la ventanilla y comprobar cómo el muchacho argelino lograba alcanzar el vehículo. Justo en el momento en el que el taxi se puso en marcha, mi perseguidor golpeó un par de veces contra el cristal de mi ventanilla mientras gritaba:
.-“Salope, salope” (puta, puta) dijo un par de veces antes de que el taxi se alejase definitivamente.
.-“ Est quelque chose de mal? (¿Ocurre algo?)” preguntó el chófer al tiempo que me miraba de nuevo a través del retrovisor.
.-“ Non, je ne sais pas si vous pouvez aller à cet homme.( No, no sé que le podía pasar a ese hombre.)” mi pronunciación no fué nada correcta dado mi estado de nerviosismo por la situación, lo que provocó una mueca de desaprobación en el rostro del conductor.
El taxista frunció el ceño mientras me observaba detenidamente por el retrovisor. Probablemente pensó que le estaba mintiendo. Lo que estaba claro es que me estaba juzgando. Seguramente mi acento de extranjera, y mis explicaciones con tono jadeante de la carrerita, no debieron convencerlo. Era evidente que me miraba todo el rato por el retrovisor mientras trataba de adivinar de dónde provenía, y a qué venía todo ese jaleo.
.-“ Ne soyez pas l’espagnol?? (¿No será usted española?)” preguntó el taxista a través del espejo.
.-“Ouais, pourquoi ne demandez-vous?Sí, ¿por qué lo pregunta?)” dije cruzando nuestras miradas a través del retrovisor.
Por su cara y sus gestos manifestó claramente que no le agradaba en absoluto la situación.
.-“ Je parle un peu de leur langue  (Yo hablo un poco su idioma)” dijo captando mi atención.
.-“Me alegro mucho. ¿Cómo lo aprendió?” le pregunté en español pensando que quería practicar el idioma.
.-“Estuve un tiempo trabajando en la España” dijo con su peculiar acento francés. Yo lo miré preguntándome que podía haber sucedido.
.-“Incluso me casé” dijo en un tono ciertamente desconcertante para mí. No sabía si estaba enfadado por algo o simplemente es que era así. El caso es que me llamaron la atención sus palabras.
.-“¿Qué paso?” le pregunté movida por la curiosidad.
.-“Un día regresé antes a casa del trabajo porque me encontraba mal, y al regresar sorprendí a mi mujer en la cama con otro” pronunció con su particular entonación, y mirándome muy serio por el retrovisor.
.-“Ohps, lo siento” pronuncié con cierta lástima por mi parte.
Yo no supe que decir. Sin duda entendía su malestar y prejuicio para conmigo. Opté por guardar silencio y mirar a mi alrededor. Pude fijarme entonces en los detalles del taxi y su conductor.
El chófer se trataba de un señor mayor, a punto de jubilarse diría yo, entorno a los sesenta y tantos años de edad. Tenía algo de calva en su coronilla, el pelo canoso a los lados, las cejas pobladas, y muchas arrugas en su rostro. Su barriga era prominente, se notaba que pasaba muchas horas en el taxi. El vehículo estaba tan desordenado como el aspecto de su dueño. Olía a una mezcla entre tabaco y polvo. No pude ver ningún ambientador por ninguna parte. Desde luego, no me extrañó que su ex mujer lo dejase por otro más ordenado y limpio. Cautivo mi atención el palillo que mordisqueaba entre sus amarillentos dientes. Era todo una malabarista, su visión moviéndolo a un lado y a otro de su boca  llegó a ser algo hipnótica para mí. Traté de desviar mi atención y tratar de fijarme en otros puntos. Estuve un rato mirando por la ventanilla, en silencio, sin decir nada.
Hasta un momento en el que no sé porqué me fijé en sus manos. Seguramente me llamaron la atención en algún cambio de marcha. Eran unas manos fuertes, grandes y algo callosas, justo como a mí me gustan. Tal vez porque estábamos llegando a casa y me sentía más tranquila conmigo misma, comencé a imaginarme esas manos acariciando mis piernas. Y es que mi loca cabecita no tiene remedio, ya estaba fantaseando otra vez. Si ese malhumorado y despechado hombretón supiese que voy desnuda bajo mi levita, seguramente se abalanzaría a devorarme.
Por un momento imaginé la posibilidad de que sus dedazos recorriesen mis piernas. Los dedos de sus manos eran tan regordetes como su cuerpo. Se veían unas manos fuertes y peludas. Uhfff, me estaba poniendo otra vez como una moto, creo que lo que necesitaba era llegar a mi apartamento y aliviar mi tensión acumulada de una vez por todas.
Durante mis pensamientos tuve que cruzar y descruzar un par de veces mis piernas presa de mi calentura, y claro está, el conductor no se perdió detalle alguno vigilante siempre a mis movimientos. La última vez que cruzamos nuestras miradas por el espejo retrovisor lo sorprendí tratando de apreciar algún detalle más allá de mis piernas. Así que volví a perder mi vista por la ventanilla.
A través del cristal se sucedieron las calles y luces de la ciudad, reconocí la salida de la periférica del centro de Paris por Le Port Marly, y contemplé cómo subía la cuesta que rodeaba el Château de Monte Cristo. Me alegré porque estábamos llegando a nuestro destino.
.-“ Quel numéro je pars, mademoiselle?( ¿En qué número la dejo, señorita?)” el taxista interrumpió  el silencio reinante entre ambos . A mí me pilló distraída en mis pensamientos y algo sorprendida.
.-“ Oh, es junto a la Rue de la Justice” Respondí en una mezcla entre español y francés. Un nuevo carraspeo de desaprobación se escuchó de la garganta del conductor. Traté de desviar la mirada del espejo intimidada una vez más por su repaso visual.
Enseguida llegamos a nuestro destino. El taxista detuvo el vehículo antes de que le hiciese ninguna indicación. Se ladeó en una zona de grava bajo unos árboles, se trataba de un espacio reservado para los contenedores de basura de los vecinos. Era la única zona dónde podía detener el coche sin entorpecer la circulación a otros vehículos en medio de la calzada.
.-“ Nous sommes venus (Hemos llegado)” dijo al tiempo que paraba el contador dando por finalizada la carrera y me observaba de nuevo a través del retrovisor.
En esos momentos recordé que había salido sin efectivo de casa, y traté de encontrar las palabras  adecuadas con las que explicarle a ese hombre que debía esperar mientras subía a casa por dinero.
.-“ Ils sont  cinquante-cinq ans avec trente-sept cents (Son 55 euros con 37 céntimos)” indicó señalando el contador con nerviosismo dada mi pasividad, y observando atentamente mi reacción.
Supe por su gesticulación que había algo por lo que ansiaba cobrar con prisa. Sentí desilusionarlo, y traté de contrarrestarlo siendo muy amable con él.
.-“Je crains que je n’ai pas assez d’argent. Je vous prie de bien vouloir attendre pour moi de venir jusqu’à mon appartement et le dos de l’argent. ( Me temo que no llevo el dinero suficiente encima. Le ruego que sea tan amable de esperarme a que suba a mi apartamento y regrese con el efectivo)” dije al tiempo que trataba de salir del vehículo.
Pero el sonido del cierre centralizado impidió que pudiese ni tan siquiera abrir la puerta.
.-“¿Qué ocurre?” pregunté algo sorprendida al verme de repente con las puertas bloqueadas y sin poder bajar del coche.
.-“ Ainsi personne ne bouge jusqu’à ce que j’ai payé pour le voyage. (De aquí no se mueve nadie hasta que me hayas pagado el viaje)” dijo el taxista algo malhumorado alzando el cuello para mirarme a través del retrovisor.
.-“Ya se lo he dicho, no llevo dinero encima” dije algo nerviosa por su comportamiento.
.-“ Malédiction, est la troisième course, je ne fais pas cette semaine (Maldición, es la tercera carrera que no me pagan en esta semana)” murmuró enfadado maldiciendo su mala suerte, y me miró nuevamente por el retrovisor con cara de pocos amigos. Tras observarme detenidamente por unos instantes dijo:
.-“Está bien, sube a tu casa por mi dinero, pero déjame esa levita de cuero que llevas en prenda para asegurarme de que regresas, seguro que cuesta algo más de lo que me debes” dijo sin apartar la mirada ni un segundo del retrovisor.
Pudo comprobar que me ponía nerviosa tras escuchar sus palabras. Yo no encontraba los argumentos con que explicarle toda aquella locura. Mi demora en cumplir la petición, lograron poner aún más nervioso al taxista.
.-“¿Qué ocurre?” preguntó alzando la voz.
Yo continuaba callada sin saber por dónde comenzar a exponerle la situación, lo único que tenía claro es que no podía dejarle mi levita como señal, me quedaría totalmente desnuda.
.-“No tienes ninguna intención de pagarme, ¿eh?” dijo al tiempo que se agachaba a coger no sé que de debajo de su asiento con gestos algo intimidatorios para mí.
.-“No, no es eso, el caso es que yo…” no encontraba la forma de explicárselo.
.-“Vamos, dime” ordenó el abuelo quitándose el palillo de su boca.
.-“No puedo prestarle mi levita porque debajo no llevo nada de ropa” pronuncié avergonzada con la cabeza baja y la mirada perdida en la moqueta del suelo del coche.
.-“¿Cómo?” preguntó incrédulo el taxista. Yo no sabía qué más podía decir, ni qué tipo de explicaciones podía darle a aquel hombre que me observaba atónito al otro lado del retrovisor.
.-“Por favor, déjeme subir a casa por dinero y regreso enseguida, se lo prometo” le dije esta vez en tono suplicante, totalmente desesperada.
.-“Es la excusa más ridícula que he escuchado nunca, si no me pagas llamaré a la gendarmería” pronunció al tiempo que estiraba la mano para alcanzar la emisora de radio.
.-“No por favor, no haga eso, es verdad, ¡¡se lo juro!!” dije esta vez totalmente desesperada y prácticamente entre sollozos. El tipo me miró incisivamente de nuevo a través del espejo retrovisor.
.- “Demuéstrame que es verdad lo que dices” dijo expectante a mi reacción alzando la cabeza para verme mejor a través del espejo.
Sentí rabia al escuchar sus palabras. Estaba claro que aquel tipo no me iba a dejar marchar. Por alguna razón que no lograba entender se mostraba totalmente desconfiado de que regresase con su dinero. No daba la impresión de que se creyese ninguna de mis palabras, y de creérselas, estaba claro que tenía la intención de aprovecharse.
Llegados a ese punto supongo que no tenía otra alternativa para convencerlo que mostrarle mi desnudez. Dudé. Por supuesto que dudé, y mucho. Dudaba si debía hacerlo o no.
Pensaba en si podía haber otra salida, otra solución, pero si la había, yo no la encontraba. Aquel señor mayor, calvo, gordinflón, y dejado, se estaba aprovechando. Pero… ¿cómo podía salir del lio en el que me había metido?.
Quise pensar que si me atrevía de algún modo a mostrarle mis pechos, se daría cuenta de que le decía la verdad y me dejaría subir a casa a por el maldito dinero. Era la única esperanza que tenía. Ese pensamiento era mi único consuelo. Me aferré a esa idea para armarme de valor y plantearme seriamente la posibilidad de mostrarle mi cuerpo.
Resoplé. Me atreví a mirarlo desafiante a través del espejo retrovisor, al mismo tiempo que comenzaba a desabrocharme los botones de mi levita por la parte superior.  Desde luego que me veía capaz de salir airosa de esa situación, y acepté el desafío.
A partir de ese momento, fue como si el tiempo transcurriese a cámara lenta. Nuestras miradas se cruzaban por el retrovisor en un duelo entre mi orgullo y su deseo. Tuve que contemplar como el tipo se mojaba expectante los labios con la lengua. Las manos me temblaban, entorpeciendo mis movimientos y retrasando el momento. De alguna forma alentaba la expectación del taxista que comenzaba a creerse su suerte.
Una vez  desabotoné los cuatro botones superiores de mi levita, retiré las solapas y le mostré mis pechos desnudos ante su atenta mirada. Sus ojos se abrieron como platos y la boca se le abrió cayéndosele la baba de la sorpresa. Casi se le sale la dentadura postiza.
.-“Vé, ya se lo dije, no llevo nada de ropa debajo”, dije al tiempo que me cubría de nuevo los pechos avergonzada ante su atenta mirada.
Un silencio se hizo dentro del coche…
.-“Joder, es verdad” musitó el anciano sorprendido.
.-“Por favor, abra el coche, déjeme marchar” le supliqué mientras trataba de abotonarme de nuevo la levita.
.-“No te cubras aún, quiero verlos otra vez” ordenó haciendo caso omiso a mis súplicas.
.-“No por favor, no me pida eso, me da mucha vergüenza, le prometo que regresaré con su dinero” dije tratando de convencerlo.
.-“Vamos mujer, no seas así. Si ya los he visto, ¿por qué no me los enseñas otra vez?” dijo poniendo carita de niño bueno ansioso porque accediese de nuevo a su petición.
.-“No por favor” le repetí al tiempo que comprobaba que me encontraba encerrada en el coche, tratando de abrir repetidas veces la manivela de la puerta.
.-“Vamos, sólo un poquito más. Hace tiempo que no veo unos pechos así. Sabes…, me han parecido muy bonitos. Venga mujer, una vez más y te dejo salir” dijo el taxista tratando de mostrar confianza entre ambos.
Dejé de tratar de abrir inútilmente la puerta del coche y me detuve a mirarlo sopesando sus últimas palabras. De nuevo un duelo de miradas a través del retrovisor. No sé porqué lo hice, sabía que no estaba siendo sincero conmigo y que trataba de engañarme, pero en cierto modo me dio lástima.
.-“¿Luego me dejará marchar?” le pregunté a pesar de que temía que me mintiese en su respuesta.
.-“Pues claro mujer” dijo tratando de aparentar ser un honorable ancianito.
Yo procedí a tirar de nuevo de las solapas de mi levita hacia los lados, mostrándole mis pechos por segunda vez. De nuevo bajé la mirada al suelo, y  conté mentalmente el tiempo que transcurría tratando de no pensar en otra cosa para pasar de forma tan absurda el mal rato.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… pero el tipo no decía nada.
Doce, trece, catorce, quince… ¿hasta cuando pretendía que estuviese así?, me preguntaba inquieta sin apartar la mirada de la moqueta del suelo.
.-“¿Dijiste antes que no llevabas nada de ropa debajo?” interrumpió el anciano el  silencio entre ambos.
.-“¿Cómo?” le pregunté sorprendida por sus palabras alzando la vista para retarlo de nuevo con la mirada a través del retrovisor. Quise pensar que mi fulminante mirada sería lo suficientemente disuasoria, como para que no se atreviese a proponerme ninguna barbaridad.
.-“Quiero saber a qué te referías con eso de nada de ropa debajo” dijo ahora algo más claro y en tono desafiante, para que lo entendiese bien.
.-“No me lo puedo creer, ¿qué es lo que quiere saber?” gesticulé exagerando mis movimientos malhumorada por sus intenciones.
.-“Pues no sé…”, dijo ahora algo titubeante “¿me preguntaba por el tipo de braguitas que podías llevar puestas, por ejemplo” dijo con ganas por salirse con la suya.
Yo lo miré airada. No daba crédito a lo que me estaba proponiendo, el tío quería verme desnuda. Seguramente estaba excitado tan sólo de ver mis pechos y quería más. Por un momento me auto culpé al pensar que mis cruces de piernas durante el trayecto alentaron su curiosidad.
.-“No llevo bragas” solté por mi boca sin pensarlo dos veces presa de mi mal humor.
.-“ Oh, mon dieu!” musitó el ancianito, “no me lo creo” dijo esta vez en español con su peculiar acento francés.
Ahora era yo quien lo miraba alucinada, negando a un lado y a otro con la cabeza, y tratando de resignarme al hecho de que aquel viejo gordinflón, no me dejaría salir de su taxi hasta que le mostrase mi cuerpo desnudo.
.-“Vamos mujer, alegra la noche a este viejo taxista” trató de convencerme otra vez, poniendo carita de niño bueno.
.-“Si lo hago, …,¿me dejará marchar?” le pregunté tratando de creer que esta vez sí decía la verdad y se quedaría conforme definitivamente.
El asintió con la cabeza un par de veces.
Desde luego, debía hacer algo para salir de allí, y por más que trataba de encontrar una salida, no se me ocurría otra forma que no fuese cumplir con sus malditos deseos.
.-“Vamos Sara” pensé, “lo que tengas que hacer hazlo rápido. Total es un anciano, ¿no lo ves?, ¿qué puede pasar?” pensaba para mis adentros, y comencé a desabotonarme la levita por completo.
No pude evitar fijar de nuevo la mirada en el suelo, mientras abría mi levita de par en par en el asiento trasero, para que ese desconocido conductor pudiese contemplarme completamente desnuda. Incluso me incorporé del asiento levantándome levemente para retirar mi levita y arrugarla a mi espalda.
Una vez expuesta a sus miradas, casi por acto reflejo me tapé mi depilado pubis con las manos, mientras juntaba mis rodillas todo lo que podía muerta de vergüenza. Un calor sofocante en mi cuerpo hizo que mi cara comenzase a enrojecerse.
.-“Caray, era verdad, vas desnuda” dijo el taxista al tiempo que comenzaba a acariciarse disimuladamente por encima del pantalón mientras me miraba por el retrovisor.
Yo permanecía inmóvil muerta de vergüenza. Lo que estaba sucediendo no entraba en mis planes, ni tan siquiera hubiera imaginado nada por el estilo. Durante esos momentos, alzaba mi vista el tiempo justo para verificar como aumentaba el bulto de su pantalón, y luego volvía a fijar mi mirada en la moqueta del suelo del coche. Dios mío aquello era…, no sabía que pensar.
Por una parte me parecía repugnante que aquel anciano se estuviese acariciando sus partes mientras me observaba desnuda, aunque fuese por encima del pantalón. Y por otra parte….tenía que reconocer que había algo de morbo en todo eso. No quería admitirlo. No quería ni pensar en la idea de que la situación pudiera agradarme lo más mínimo, aunque…, aunque mi cuerpo reaccionara de forma distinta a mis pensamientos.
Aquello era repugnante y ya está. No sé cuánto tiempo transcurriría, me pareció una eternidad, hasta que escuché al abuelo decir:
.-“¿Porqué no abres un poquito más las piernas para que pueda verte mejor?” dijo al tiempo que se volteaba sobre su asiento, y trataba de separar mis rodillas con sus manos, a través del reposabrazos que separa los asientos delanteros. Lo intentaba pero yo me resistía.
.-“No por favor se lo ruego, me da mucha vergüenza. Ya es suficiente, por favor déjeme marchar” le supliqué mientras apartaba su mano de mis piernas, y juntaba con toda la fuerza con la que podía mis rodillas.
.-“Vamos mujer, si ya te he visto que vas desnuda, tan sólo quiero verte mejor y lo dejamos” dijo tratando de separar de nuevo mis rodillas con sus manos por el hueco de entre los asientos delanteros. El pequeño forcejeo que nos traíamos entre manos no me agradaba en absoluto.
.-“Esta bien” le dije “pero a condición de que no me toque” le propuse tratando de evitar el contacto de sus manos. El tipo detuvo su maniobra y acomodándose de nuevo sobre su asiento dijo:
.-“Très bien” pronunció al tiempo que reajustaba el espejo retrovisor para verme mejor las piernas y mi zona más íntima.
Yo separé mis piernas, obedeciendo a su petición. Tampoco mucho. Pero lo que sí es que mi rasurado pubis quedó suficientemente expuesto ante sus miradas lascivas. Continuaba muerta de vergüenza, por lo que inevitablemente cerré los ojos tratando de ausentarme mentalmente de aquella situación tan embarazosa. Lo último que pude ver del taxista era como se relamía los labios con su asquerosa lengua, mientras se acariciaba su miembro con total descaro. Era como si mi recato aún lo excitase más. Mientras tenía los ojos cerrados solo podía pensar en dos cosas, que aquel tipo se estaba acariciando su miembro mientras me observaba por el retrovisor, y en que todo eso acabase cuanto antes.
.-“¿Por qué no te acaricias los pechos un poco para mí?” propuso como si fuese la cosa más natural del mundo. De nuevo lo miré airada por su osadía.
“¡Acaso no tenía suficiente con verme desnuda!” pensé para mi, “¿Acaso pretende que le dé un espectáculo?”,me preguntaba yo misma.
Opté por no llevarle la contraria, ni hacer ninguna pregunta. Me concentré en la forma de conseguir que todo eso terminase de una maldita vez. Así que torpemente, me pasé las manos por encima de mis pechos. Más con la intención de cubrirme, que de montarle un espectáculo al viejo baboso. Trataba de evadirme cerrando los ojos con fuerza, tratando de pasar como fuese el bochorno y la vergüenza a la que estaba siendo sometida.
De repente pude escuchar cómo se abría la puerta del conductor y se cerraba en tan solo  un instante, prácticamente a la vez que se abría la puerta de mi izquierda y se acomodaba el taxista a mi lado en el asiento trasero. Yo lo miré aterrorizada.
.-“¿Pero qué hace?” le espeté indignada por su maniobra cubriéndome el cuerpo con mis propias manos.
.-“Sssscht” el taxista me hizo gestos para que no me alarmase y me tranquilizase.
.-“Tan solo quería verte más de cerca” dijo sin darme ninguna otra opción, “por qué no continuas, lo estabas haciendo muy bien” pronunció mientras terminaba de acomodarse a mi lado.
.-“Yoooo…, estooo, creo que deberíamos dejarlo. Debería subir por su dinero.” dije temerosa por su presencia a mi lado.
.-“Olvídate del dinero, yo estaba pensando en otra forma de solucionar esto ahora” dijo haciendo caso omiso a mis palabras, y posando su mano en mi rodilla.
Yo me quedé paralizada al notar el contacto de su mano en mi pierna. Era tal y como había imaginado en tantas ocasiones en los últimos días. En mis fantasías visionaba continuamente la imagen de unas manos grandes, fuertes, y callosas recorriendo mis suaves piernas. En esos momentos temí porque mi cuerpo se descontrolase. Mi respiración comenzó a agitarse notablemente. Mis pechos subían y bajaban al mismo ritmo con el que el aire penetraba en mi cuerpo. Y lo peor es que cada vez necesitaba tomar más y más aire, por lo que el movimiento de mis pechos comenzó a ser más que evidente. El tipo se dio perfectamente cuenta de mi reacción. Una sonrisa saboreando su particular victoria se dibujó en su cara.
Yo permanecí impertérrita a sus caricias. El viejo taxista observándome se atrevió a subir su mano acariciando mi pierna, aventurándose a comprobar la suavidad de mis muslos.
.-“¿Era verdad, no?, lo que dijo ese chaval al subirte al coche, ¿era verdad?” preguntó al tiempo que me miraba a los ojos.
Yo tuve que apartar mi mirada de su mano deslizándose por mi pierna para contestarle mirándolo a la cara.
.-“¿El qué?”pregunté como una tonta sin saber a qué se refería.
.-“¿Era cierto, verdad?, ¿eres una puta?” preguntó mirándome a los ojos mientras su mano trataba de alcanzar lo indecente. Tuve que aprisionar su mano entre mis muslos para detener su avance.
.-“¡Noooh!” exclamé sorprendida por sus conclusiones mientras la palabra “puta” resonaba desde su boca en mi mente una y otra vez.
.-“Vamos, no trates de engañarme” dijo el anciano ahora con cierto tono paternalista, “¿cuánto le cobraste al morito?” preguntó haciendo referencia al muchacho que golpeó los cristales del taxi.
.-“Yooo, no…, no….no es lo que cree” trataba de encontrar la manera de convencerlo de lo contrario, pero tan solo lograba titubear.
.-“¡Vé!, soy una mujer casada” dije alzando mi mano entre ambos para mostrarle la alianza que relucía sobre mi dedo anular de la mano izquierda.
El hombre se quedó pensativo mirando por unos instantes mi anillo de compromiso que brillaba entre mis dedos. Aquello no le había encajado. Me alegré al suponer que podría hacerlo entrar en razón.
Pero para mi sorpresa el viejo cogió mi mano con la suya y la guió hasta posarla sobre su regazo, a la altura de su miembro por encima del pantalón.
.-“Mira como me tienes” pronunció el muy cerdo.
Yo  retiré mi mano nada más notar el contacto, haciendo evidente mi repulsa por lo que acaba de hacer.
.-“Oiga yo no…” dije tratando de recuperar el roll de una mujer decentemente casada.
Pero el viejo, sin ningún tipo de reparo mientras yo trataba de excusarme, se incorporó un poco sobre el asiento trasero a mi lado, y procedió a bajarse la cremallera del pantalón. Rebuscó con su mano entre su ropa interior  hasta extraer su miembro, que lució orgulloso para mi total sorpresa.
.-“¿Por qué no la acaricias un poco?” dijo sacudiéndose su miembro ante mi incrédula mirada por lo que acababa de hacer.
.-“¡Pero que hace, guarde eso!, se confunde,  ¡ya se lo dije!, soy una mujer casada” dije haciéndome la recatada sin dejar de mirar estupefacta como el anciano se meneaba su verga ante mis ojos.
Pude fijarme bien. Mostró un miembro semiflácido, rodeado de un pelo blanquecino descuidado. Pero sobretodo un olor nauseabundo que enseguida inundó todo el aire del coche. Para mí era algo totalmente esperpéntico, y sin embargo por alguna extraña razón no podía evitar fijarme en su miembro.
.-“¿Te gusta, eh?” dijo acompañando mis ojos al tiempo que se la sacudía nuevamente ante mi atenta mirada. Esta vez lo observaba como hipnotizada. Estaba totalmente desconcertada por lo que estaba pasando.
.-“Vamos, no irás a decirme ahora que no quieres trabajar para mí” dijo sin hacer ningún tipo de caso a mis explicaciones, al tiempo que acariciaba de nuevo mi pierna a la altura de la rodilla.
Me dio reparo al pensar  que la misma mano con la que se había sacudido hacía unos instantes su sucia polla, me estaba acariciando ahora mi pierna. Aunque por otra parte…, por otra parte debía reconocer que llevaba fantaseando con algo como eso desde hacía unos días.
.-“Estoooh…, es que se confunde señor, yo no soy una cualquiera” dije al tiempo que trataba de apartarle su sucia mano de mi pierna y fingir de nuevo mi papel de esposa recatada.
.-“Ya, eso lo dicen todas para subir el precio” dijo haciendo caso omiso a mis palabras y avanzando en las caricias de su mano por mis piernas.
 .-“¡Es usted un pervertido!” le dije ofendida por sus palabras y tratando de arrearle un bofetón. Pero el anciano estuvo más rápido que yo esta vez, y reteniendo mi mano por la muñeca, la guió de nuevo hasta su miembro, obligándome ahora por la fuerza a tener que rozarla con mi propia mano.
.-“Mira preciosa, tú me haces un servicio y yo me olvido de la carrera, ¿qué te parece?” dijo reteniendo mi mano por la fuerza,  mientras me obligaba a acariciarlo sin remedio. Por una parte me hacía verdadero daño, y de otra no podía apartar mi mirada de su miembro.
En esas condiciones era incapaz de pensar con claridad. Si hay algo que temo, es el dolor. Así que absurdamente pensé que si lograba que se corriese de una maldita vez, todo aquello habría terminado.
Pensé que después de todo, la situación no parecía tan mala. Dadas las circunstancias, si se conformaba con una simple paja, me daba por satisfecha, habría salido más o menos triunfante de la situación. Así que no me quedó más remedio que rodear su polla con mis dedos y comenzar a meneársela.
Era la primera vez en mucho tiempo que acariciaba otra polla que no fuese la de mi marido. Me pareció algo más gorda, y eso que todavía estaba algo flácida. Estaba bien descapullada, con un prepucio algo más recio que el resto del tronco. Al contacto de mi mano pude apreciar como su polla daba un respingo y comenzaba a bombear sangre entre sacudidas.
.-“Tienes las manos frías” dijo en viejote al tiempo que guiaba mi mano rodeándola con la suya en sus movimientos de arriba y abajo a lo largo de su miembro, marcándome el ritmo.
Yo no sabía qué hacer, el anciano llevaba toda la iniciativa. Me cubrí los pechos tímidamente, mientras juntaba mis rodillas de nuevo. Sólo pensaba en que todo eso terminase, tratando de ganar tiempo.
.-“Déjame que te acaricie un poquito” pronunció el anciano al percatarse de mi pudor mientras su mano se posaba en mi pierna de nuevo, y se deslizaba por mi muslo desde mi rodilla hasta mi zona más íntima.
Logró separar mis piernas de nuevo. No ofrecí resistencia y las deje abiertas a su antojo, obedecía como una tonta a sus indicaciones, rezando por qué sucediese algo que terminase con esa locura.
Lo único que pensaba es que tenía que ganar tiempo. Debía ganar tiempo y hacer que terminase cuanto antes.
“¿Qué puedo hacer?, ¿qué es lo que puedo hacer?” me repetía una y otra vez mientras dejaba que aquel desconocido, viejo y dejado me manosease.
En medio de mis pensamientos y sus caricias no podía evitar fijarme en sus atributos. Desde luego el abuelete estaba bastante bien dotado, y eso que su polla todavía no estaba del todo dura, se encontraba en un estado de semierección pese a mis caricias. Me llamó la atención la abundante mata de pelo que la rodeaba, era de color gris, todo canas. Nunca había visto una polla así de canosa. Pero sin duda, lo que más me llamó la atención fue el tamaño de sus pelotas. Cada una sería del volumen de mis puños. Eran enormes. Era como si con el paso del tiempo los atributos de ese hombre hubieran continuado creciendo mientras el resto de su cuerpo menguaba.
Durante un buen rato de tiempo, me quedé ensimismada contemplando como su miembro crecía entre los dedos de mi mano, alcanzando lentamente un tamaño más que considerable. El taxista liberó mi mano de su opresión por primera vez en todo el rato, y procedió a retirarme el pelo de la cara para acariciar mi rostro.
Yo alternaba entre mirarlo a los ojos, y contemplar incrédula como pajeaba con mis manos a ese desconocido. No podía creérmelo ni yo misma. ¡Le estaba haciendo una paja a un desconocido!, y lo peor es que no me estaba resultando tan desagradable como había pensado. El por su parte tenía sus ojos clavados en los míos y su mano recorría mi cuerpo.
Sopesó el tamaño de mis pechos varias veces, apretujó entre su mano uno de ellos, y me pellizcó en el otro. Mis muecas de dolor y repulsa fueron de su agrado. Así que volvió a estrujarlos y amasarlos como si fuesen pan, siempre atento a mis gestos de sumisión. De alguna forma le hice evidente que me gustaba que me tocasen de esa manera tan tosca, y el muy cerdo trató de aprovecharse cuanto pudo. Todo esto sin dejar de masturbarlo por mi parte.
Cuando se cansó de sobarme los pechos deslizó su mano por mi vientre hasta alcanzar mi zona más íntima. Me acariciaba de una pierna a otra pasando siempre su mano con la palma bien abierta por todo mi pubis rasurado, haciéndome indicaciones para que abriese bien las piernas. Sin duda le llamó la atención la suavidad de esa zona al no haber ningún pelo.
Yo lo miraba totalmente sometida a sus caricias. Por mi boca entreabierta se escapaban tímidos gemidos, y mis caderas se movían en pequeños círculos acompasando las caricias del viejo taxista, haciendo evidente mi grado de excitación. Mis movimientos de sube y baja a lo largo de su polla ya no eran acompasados, eran torpes y carecían de sincronización, era como si no tuviera fuerzas para masturbarlo mientras me derretía por dentro.
Se detuvo por un momento a juguetear con sus dedos y los pliegues de mis labios vaginales. Se regocijó comprobando el calor que desprendía mi cuerpo en esa zona. Se dedicó a abrir y cerrar mis labios mayores con sus dedos, mientras la yema de otro de ellos trataba de abrirse camino entre ellos. Me restregaba frenéticamente la palma de su mano de un lado a otro, repitiendo varias veces las mismas maniobras. Hasta que…
.-“Uuuuhm” gemí al notar cómo me penetraba el viejecito con uno de sus rechonchos dedos.
Cerré los ojos abandonada a sus caricias, y dejé de masturbarlo. En esos momentos estaba totalmente abandonada a que ese viejecito aliviase con sus caricias mi urgente necesidad.
El tipo se entretuvo en sacar y meter un par de veces su dedo en mi interior, observando mis demostraciones de placer y comprobando que me encontraba sumisa a sus caricias.
Dejó de masturbarme para besarme en la boca. Aquello sí que no me lo esperaba. Me pilló por sorpresa. Me cogió por el cuello, aprisionando mi garganta, mientras su lengua exploraba cada rincón de mi boca. Era inútil resistirme. Me ahogaba. Yo trataba de separar con mis dos manos y todas mis fuerzas, su mano que oprimía mi garganta.
Cuando al fin dejó de besarme, sin mediar palabra, me agarró esta vez del cuello por la nuca, y me obligó a reclinarme hasta que mi cara quedó a la altura de su entrepierna. De repente todo se tornó algo violento.
Yo intentaba resistirme y tratar de recuperar mi posición, trataba sentarme de nuevo correctamente, pero me era imposible. El taxista era bastante más fuerte que yo.
.-“ Venez me sucer la bite. (Vamos chúpamela)” repitió al tiempo que aumentaba su fuerza en mi nuca, y me forzaba a que mi cara se restregase por toda su polla.
Su olor, su olor me penetraba por cada poro de mi cuerpo sin dejarme pensar. Era una mezcla de orina y sudor reconcentrado. Al principio me pareció nauseabundo.  Yo me resistía como podía a sus intenciones. Cerraba mis labios con fuerza, mientras el anciano me obligaba a restregar mi cara por todo su miembro. Mis labios se cerraban tratando de impedir lo inevitable. El por su parte me aprisionaba contra su regazo. Prácticamente me ahogaba contra su bragueta.
.-“mmmmmmhh” era el sonido que se escuchaba mientras sellaba mis labios con todas mis fuerzas. Me faltaba el aire.
El viejo, hizo todavía más fuerza con las dos manos obligándome a hundir completamente mi rostro entre  sus piernas, sin hacer ningún caso a mis súplicas. Desde luego era más fuerte que mi ineficaz resistencia. Me costaba incluso respirar, y lo único que conseguía era que su repugnante aroma se impregnase por cada poro de mi rostro.
.-“ Ok, je suis d’accord, mais laissez-moi mal (Está bien, acepto, pero no me haga más daño)” le supliqué para que me dejase respirar tranquilamente. El taxista dejó de sujetarme y pude incorporarme de nuevo sobre el asiento. Volvía a estar sentada, y al fin respiraba aliviada. Lo miré tratando de encontrar una explicación a su cambio de comportamiento.
Mentalmente traté de encontrar la manera en que ese hombre se corriese enseguida. Pensé en desnudarme para aumentar  su excitación. Así que me deshice de mi única prenda de vestir, de mi levita, tratando de ganar algo de tiempo. Lo hice despacio, siempre ante su atenta mirada mientras él mismo se acariciaba su polla. Trataba de excitarlo al máximo con mi particular striptease.
.-“No tenías más que habérmelo pedido” le dije tratando de tranquilizarlo mientras me quitaba la levita. Pero el viejo empezaba a impacientarse deseoso por que cumpliese mi parte del trato.
Luego me recogí el pelo enredándolo a un lado, para desesperación del anciano que observaba mis preliminares algo nervioso. Nunca me ha gustado comerme mis propios pelos. Además, no quería que mi media melena se enredase por todo el miembro de ese cabrón y se impregnase de su olor. Me puse de rodillas sobre el asiento trasero del taxi para estar más cómoda, y armándome de valor me recliné de nuevo sobre el regazo del abuelete.
Recuerdo que me apoyé sobre una mano mientras con la otra procedí a agarrar de nuevo el miembro del viejo taxista. Pude notar como nada más rodearla con mis dedos su polla daba otro respingo y adquiría algo más de dureza. Subí y bajé unas cuantas veces mi mano a lo largo de su polla, comprobando que esta se endurecía ahora sí con cada maniobra. En ese momento no me quedó ninguna duda: aquella polla era de lo más grande que había visto en mi vida.
No tuve más remedio que proceder resignada a lo acordado. Le dí un primer  lametazo de abajo a arriba con cierto pudor. Pude notar como la sangre corría a través de las hinchadas venas de su miembro. Luego le dí un segundo, y un tercer lametazo en toda su longitud, desde la base hasta la punta.
“Bueno no ha sido para tanto” pensé, y procedí a introducirme su capullo entre mis labios. Fue una sensación extraña, pues a diferencia de otras ocasiones, tan sólo su prepucio me llenaba la boca por completo.
.-“Uuuhmm, très bien (Uhm, qué bien)” suspiró el anciano.
Me agradó escuchar su gemido de satisfacción, pensé que si me esforzaba en proporcionarle verdadero placer, todo aquello terminaría pronto de una maldita vez. Así que me esforcé por hacerlo lo mejor que sabía.
Procedí a introducirme cuanto pude de su miembro en mi boca, hasta que su polla alcanzó mi campanilla al final de mi garganta. Me produjo algunas arcadas, pero a pesar de mis nauseas continué con mi felación. Me concentré en mi maniobra de sube y baja. Traté de acompasarlo con el movimiento de mi mano. Traté de aprisionar su cabezota entre mis labios, buscando siempre estimularlo al máximo y que se corriese cuanto antes.
Al poco, su polla dejó de tener el sabor salado de su sudor y comenzó a saber a mi propia saliva. Ya no me resultaba tan desagradable. Pude pensar, y decidí que debía esforzarme  por proporcionarle algo más de placer, mi obsesión era que terminase cuanto antes y se corriese.
.-“Menuda zorra estas hecha” pensé en mi interior, mientras extrañamente para mí, lo más importante en ese momento fuese  tratar de demostrar mis habilidades.
Para mi sorpresa pude notar como el anciano comenzaba a acariciar mi culo en pompa con su mano. En un principio lo dejé hacer. Seguramente se excitaría más al apreciar la suavidad de mi piel en esa zona, y se correría de una vez por todas. Su mano me acariciaba desde la espalda hasta mis nalgas, y se recreaba en ellas comprobando su tacto.
.-“ Cul incroyable doux vous avez (Menudo culito más suave que tienes)” dijo al tiempo que sobaba de lado a lado mi culo con su mano. Yo por mi parte me concentraba en hacer mi felación lo mejor posible para que eyaculase cuanto antes. Supongo que mi pasividad ante sus provocaciones lo envalentonó a avanzar un poco más en sus caricias, e hizo intención de jugar con sus dedos y mi esfínter.
Me incorporé como un resorte al notar sus dedos acariciar mi anillo más sagrado. Interrumpí súbitamente la felación, necesitaba incorporarme para quitarme algún pelo suyo que me molestaba en la boca, y de paso recriminarle con la mirada su atrevida maniobra mientras recogía mi melena a un lado de mi cuello.
.-“ Ces très humide (Estas muy mojadita)” dijo al tiempo que se llevaba los dedos con los que se había atrevido a explorar la entrada de mi ano a su nariz.
Me pareció un cínico en sus comentarios.
.-“Oui, sucer très bien (Y la chupas muy bien)” dijo el taxista reclinando su cuerpo hacia detrás, y cogiendo de nuevo mi cabeza por los pelos con sus dos manos hizo fuerza para que continuase.
No me quedó más remedio que comenzar a recorrer de nuevo la longitud de su polla con mi lengua. Esta vez pude reconocer claramente el sabor de mi propia saliva. Empezaba a gustarme a mi misma verme así, tan puta, tan sometida,… tan necesitada. Llegados a ese punto el sabor era ya el de mis propios fluidos.
Después de tanta saliva resultaba lo mismo chupársela a ese anciano que a mi esposo.
El viejo taxista se dedicó a recogerme el pelo en una coleta, y a marcarme el ritmo con el que debía subir y bajar mientras chupaba su polla. Usaba las dos manos para forzarme a un ritmo más rápido. Comencé a distinguir el sabor a líquido preseminal. Creo que estaba a punto de venirse en mi boca. Yo en esos momentos me concentraba por apartarme en el momento preciso.
Fue entonces cuando tiró de mi coleta hacia arriba, obligándome a incorporarme, y mientras yo trataba de recuperarme por el tirón de pelo, el tipo se abalanzó sobre mí, tirándome de espaldas contra la parte del asiento trasero que quedaba detrás de mí. No tuve tiempo a reaccionar.
El viejo gordinflón pesaba lo suyo, traté de apartarlo de encima, pero era inútil mi esfuerzo por zafarme de él. Por su parte aprovechó que era capaz de inmovilizarme con su propio peso para bajarse a una mano los pantalones y calzoncillos incluidos, mientras con la otra separaba mis piernas una a cada lado de su cintura. Luego pude notar como acomodaba su miembro entre nuestros cuerpos
Pude sentir su polla completamente dura aprisionada entre su barriga y mi vientre. ¡Dios mio!, pude apreciar como su polla apoyada desde mi pubis contra mi cuerpo alcanzaba a superar mi ombligo. Aquello me asustó, máxime cuando pude comprobar cómo cogía su propia polla con la mano y la dirigía a la entrada de mis labios vaginales. ¡Aquel tipo se había propuesto penetrarme!
.-“No” dije al tiempo que me revolvía como podía en el asiento, debajo de su peso. Lo golpeaba con todas mis fuerzas con los puños cerrados en su espalda, pero tan solo eran caricias que excitaban aún más a ese macho fuera de sí.
Para su suerte y mi desgracia mis labios estaban lo suficientemente hidratados como para facilitarle la penetración.
.-“AAaaaaahhhyy!!!!!” tuve que gritar cuando me penetró de un solo golpe y hasta el fondo. Se movió un par de veces más tratando de alcanzar la máxima penetración. Luego se detuvo a contemplar mi rostro dolorido y saborear las sensaciones que mi cuerpo le proporcionaba.
Sentí como me abría por dentro al borde del desgarro. Menos mal que se detuvo, durante esos instantes pude comprobar cómo mis paredes vaginales dilataban lo suficiente como para albergar todo eso dentro de mí.
.-“Puta española. No sé a coño estás jugando, pero estoy seguro que te gusta que te follen como a una puta” pronunció con cierto desprecio antes de empezar a moverse de nuevo.
Mi respuesta fue un arañazo a dos manos en su peluda espalda y un mordisco en su hombro. Pensé que desistiría, pero mi maniobra no hizo más que envalentonar a esa fiera. Me sujetó fuerte con las dos manos por mis caderas, y comenzó a moverse con rabia, me embestía con todas sus fuerzas. Con cada golpe de riñón se regocijaba en el movimiento de mis pechos bamboleándose al ritmo que él marcaba.
Se abalanzó sobre mí para chuparme los pechos. Al principio se dedicó a juguetear con la punta de su lengua y mis pezones. Luego comenzó a babearlos. Recorría cada poro de mi piel con su lengua, pringándome toda con su saliva.
Yo todavía no acababa de asimilar lo que estaba sucediendo. No me podía creer que estuviese siendo follada por un desconocido en el asiento trasero de su coche. Solo sé que mi cuerpo reaccionaba a los estímulos que le sobrevenían.
En esos momentos debía aceptarlo muy a mi pesar, siempre me ha gustado eso que llaman sexo duro. Estaba harta de los mimos y carantoñas de mi esposo. Necesitaba más pasión, más fuego, más entrega…, y ese viejo taxista sabía satisfacer mi urgencia. Llegados a ese punto lo único que podía hacer era abrirme cuanto pudiera de piernas para que ese cabrón terminase cuanto antes y tratar de disfrutarlo por mi parte.
Una vez se cansó de babear por todo mi escote, recorrió mi cuello con su lengua, hasta alcanzar el lóbulo de mi oreja. Chupeteó mi pendiente, y jugó con él en el interior de su boca. Lo sacaba y lo metía en su boca al tiempo que me lamía por el cuello con su lengua.
.-“¿De verdad estás casada?” me preguntó en un susurro al oído.
.-“Siiiih” le respondí entre gemidos.
.-“Nunca te han follado como te mereces, ¿eh?” susurró de nuevo en mi oreja.
Esta vez no le respondí. El tipo aceleró sus embestidas como queriendo demostrarse a sí mismo que era un auténtico macho. En esos momentos me dí cuenta  de que todo se trataba para él, como si estuviese teniendo su particular revancha con su ex mujer. Pues bien, si lo que le ponía era saber que le estaba poniendo los cuernos a mi marido, no sería yo quien lo defraudase.
.-“¿No sabes follar mejor?” lo provoqué  mientras lo rodeaba con mis piernas por su cintura y le marcaba un ritmo más rápido con mis manos en su culo. El taxista hizo un esfuerzo por aumentar el ritmo de sus embestidas.
.-“Vamos, eso es, fóllame duro cabrón. Fóllame como se follaron a tu mujer” lo incitaba al tiempo que deslicé una de mis manos hasta estimular mi clítoris buscando alcanzar  mi esperado orgasmo. Mis palabras lograron enfadarlo. Arremetió con más ímpetu.
.-“Putain, no eres más que otra puta española” bufaba el anciano con todo su peso encima mío, mientras se movía con toda la rabia del mundo.
.-“Oh, siii, siiih,” gemía yo próxima al orgasmo.
El viejo taxista dio un par de golpes de riñón más, luego tuvo la sutileza de salirse de mi interior para correrse sobre mi vientre. Yo aproveché sus últimas gotas de semen salpicando mi cuerpo para correrme mientras torturaba mi clítoris.
.-“Sssssiiiih” grité al correrme y alcanzar un maravilloso orgasmo entre sacudidas y espasmos, abierta de piernas ante su atenta mirada.
Todo terminó.
Ambos nos miramos sin cruzar palabra mientras nos recuperábamos. Era más que evidente lo que acababa de pasar.
El taxista se acomodó de nuevo sobre el asiento trasero a mi lado mientras se subía los pantalones. Luego estiró su mano para desbloquear las puertas presionando el botón del cierre centralizado, y abriendo la puerta sobre la que yo apoyaba parte de mi cuerpo dijo:
.-“Ya puedes irte” pronunció al tiempo que me empujaba a mí, y a mi levita fuera del coche.
Yo caí sobre la mezcla de grava y asfalto que conformaban el suelo, lastimada por el empujón, pero más aún por el trato recibido. La caída ocasionó algún raspón en mi piel. Me sentí humillada.
Supongo que me incorporé del suelo y me puse la levita al mismo tiempo que el taxista pasaba a los asientos delanteros, pues nada más terminar de abrocharme mi abrigo el vehículo se puso en marcha abandonándome por la espalda.
Ni un adiós, ni un hasta luego, ni nada de ha estado genial ni sutilezas por el estilo. Se fue, y ya está.
Me costó caminar hasta el apartamento. Estaba dolorida por todas partes. Nada más llegar me puse una bañera. Necesitaba hacer desaparecer los restos de fluidos de ese hombre, del que ni siquiera sabía su nombre, de mi cuerpo. Sus restos de semen, sus babas, su sudor…. Al mirarme frente al espejo me percaté de los moratones en mi cadera, los raspones en mi piel, sentí mi vagina desgarrada, y sobretodo mi orgullo herido.
Pero a pesar de todo, una maléfica sonrisa se dibujó en mi cara. Al fín me habían follado como me merecía.
Besos,
Sara.
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Relato erótico: “La difícil decisión de la rica Erika Garza de Treviño ” (POR RAYO MC STONE)

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LA DIFICIL DECISIÓN DE LA RICA ERIKA GARZA DE TREVIÑO
  1. 1.       Introducción
Esta es la historia real de una bella mujer “normal” de la clase alta mexicana que me fue contada por una amiga entrañable de la ciudad de Monterrey, Nuevo León y con quien en algún momento de mi vida tuve cierto contacto. La segunda ciudad en tamaño de México. Centro neural de negocios y empresas de alto nivel del país. Orgullo de sus habitantes por los logros económicos y sociales que han logrado. Rival eterno de la Capital del país, el Distrito Federal (DF). Actualmente es una de las ciudades más peligrosas de la nación mexicana por las constantes balaceras entre elementos del narcotráfico, el ejército, la policía, además de los constantes accidentes de tráfico que se dan por la manera desquiciada en que la mayoría transita en sus autos y sobre todo, sus camionetas. Monterrey, junto con otras ciudades del norte mexicano como Tijuana, Ciudad Juárez, Torreón, Durango, Chihuahua, Tampico y otras se han hecho más conocidas por las noticias de muertos, descabezados, desmembrados, secuestros y robos que han llegado incluso a nivel nacional y mundial. Es la historia de una serie de decisiones que en su recién juventud madura iniciada tuvo y que tendrá que ir tomando a manera de mantener la imagen sobria y sí decirlo que genera admiración, pero también mucha envidia
  1. 2.       Contexto
Erika Garza de Treviño la rica señora de sociedad regiomontana es una mujer rubia muy hermosa  con 32 años. Con dos bellos hijos, el primogénito de nombre José Carlos Treviño Garza de 12 años y la menor, una preciosa niña llamada Lizbeth Treviño Garza de 10 años. Su afamado marido es el gran empresario, prototipo del hombre mexicano del norte, del joven hombre de negocios Carlos Treviño Fernández, ganador del ejecutivo en los 30´s que otorgan diversos organismos de empresas de México e incluso de Estados Unidos. Con un poco más de 12 años de matrimonio, representan una de las parejas más sólidas y reconocidas del jet set de Monterrey, Nuevo León. En diversas ocasiones han sido portada de conocidas revistas de sociales de dicha ciudad ya sea en familia o de manera individual. Son muy reconocidos en las altas esferas de la sociedad del municipio más rico de todo México: San Pedro Garza García, Nuevo León aledaño al de Monterrey.
Erika es Licenciada en Diseño Industrial egresada del prestigiado Tecnológico de Monterrey desde hace prácticamente 13 años. Obtuvo mención honorífica, ya que se trata de una mujer muy inteligente y muy dedicada a lo que hace. Con solo un año de haber salido de la carrera contrajo nupcias con Pablo Treviño Garza, Ingeniero Mecatrónico de la misma institución educativa con tan solo dos años más que ella y de quien se hizo novia desde que estaban en los inicios de la preparatoria, mucho a instancias de su propia familia que fue creando el contexto necesario para que de forma muy “natural” se diera el mencionado noviazgo para posteriormente llegar a concretarse en boda. En otras palabras, sin que ellos se dieran cabal cuenta, se trató de un matrimonio “arreglado” por las familias de ambos, situación que es muy común en dicho estrato social, aunque ahora manejado de una manera muy sutil, para que no se haga tan evidente e incluso como para que ni los mismos involucrados estén a plenitud sabedores de ello. Si en algo se parecen la clase alta y la baja (o más bien “rural”) de México es que aún hoy en el siglo XXI existen matrimonios de conveniencia.
Pues bien, Erika era una amazona rubia de aproximadamente 1.72 mts. (Estatura no normal para una mexicana común y corriente, pero si usual entre las que pertenecen a la clase pudiente). Su rostro era más bien parecido a la de una sueca de esas que salen en las postales, su cuerpo es escultural, muy bien formado, por naturaleza Dios le dio una belleza de cuerpo inusual, es decir de campeonato, de concurso de belleza para ser más precisos…Solo tenía que hacer ejercicio de manera moderada para reforzar aún más su espléndido cuerpo…situación que por supuesto no era así, porque como se ya se dijo, ella era muy “intensa” en todo lo que hacía…por lo que ella le dedicaba dos horas cada día a ejercitare a conciencia, por lo que estos dones otorgados por la diosa naturaleza no hacían más que convertirla a ella en toda una diosa de carne y hueso. Sus ojos son de color miel, lo cual hace un juego perfecto con su caballera de un cuidado y esmerado largo. Sus labios son rojos con un color intenso, los afamados labios de Angelina Jolie se quedan cortos ante este, que decir de sus partes nobles…sus pechos son como decía la vieja canción nicaragüense: “ son como cantaros de miel…”, sus nalgas son llamativas indudablemente, totalmente paradas, bien formadas, haciendo una sinergia completa con el resto del cuerpo, que son unas piernas que cualquier jugadora profesional de tenis envidiaría y que cualquier actricita “operada” quisiera que su cirujano le diera. En conjunto era una mujer que siempre llamaba la atención en el lugar en donde estuviera. Tal vez lo que más resaltaba ere ese aire como ausente de este mundo que por lo general tenía. Aunque sonreía y con frecuencia, normalmente estaba seria, como distante, como alejada de la realidad. A algunos hasta les podría parecer fría y altiva. Más cuando arqueaba una de su cejas, por lo que si daba la impresión de ser una mujer presumida. Pero no nos equivoquemos, es común en las mujeres hermosas y sobre todo en las de vidas resueltas desde la óptica económica, ver esa clase de desplantes, pareciéndolas  a otras personas que estaban con un témpano de hielo, con alguien muy orgulloso y que los veía de “arriba abajo” (que es una posición muy asumida por las clases más humildes del país). En realidad, Erika no era presumida, pero si estaba muy distante de las problemáticas ajenas a su círculo de referencia y si contaba con una serie de prejuicios, paradigmas e ideas que veremos cómo en su vida se irán derrumbando, dando pie a una persona más sensible a las enormes diferencias que existen en esta canija y a veces difícil vida.
Erika estudio en los colegios más caros y exclusivos de la capital nuevoleonesa. Su círculo de amistades siempre fue muy cuidado por sus padres. Su padre, el reconocido empresario José Garza de la Rimada, hombre ahora ya retirado de los negocios de 72 años y su madre, la noble impulsora del arte y la cultura, la bella Señora Lilian Murra de Garza ahora de 62 años habían esmerado su “educación”, amén de que sus otros dos hermanos eran hombres, uno el mayor y el otro el menor, siendo ella la de en medio y que resultaron fieles guardianes del honor y la reputación de la niña de la familia.
  1. 3.       Formación de Erika: explicaciones
¿Cómo puede una familia en la actualidad blindar de la realidad a sus hijos? Es muy difícil lograrlo, pero Don José y Doña Lilian procuraron darle fuertes principios morales, religiosos (todos los colegios, excepto la Universidad, fueron católicos), y de trabajo a su familia…cuidando con quien convivían, cuidando que siempre estuvieran activos, ya sea en la escuela, en la clase de música, en la clase de deporte, o en alguna actividad social para que el ocio…a ese terrible enemigo, causa de muchos males de la sociedad entrará en sus vidas…el ocio…si lo podían controlar, lo que no pudieron prever fue un tanto el aburrimiento, el hastío y la ignorancia de otras cosas que le ponen la sal y la pimienta a la vida de cualquier ser humano en el planeta. Evidentemente que para lograr esto, se tiene que tener mucho dinero, control y poder, dinero del cual disponían los padres de Erika con facilidad y poder que si llegaron a tener. ¿Han conocido personas así? Estoy seguro que sí…personas que transitan por este mundo, a diferencia de otros muchos (incluyéndome yo mismo) que no sufren percance alguno, no ven perturbada su vida color de rosa, como de película americana con final feliz. Afortunadamente para Erika, no así tal vez para los “puritanos” o “falsos recatados” (entre los que podrían estar su propios padres, familiares y ciertas amistades) este final de película no se vería, sino al contrario nacería una nueva mujer, claro no antes, de llevar a cabo una difícil decisión que trastocaría por completo el giro de esta posible y predecible realidad.
¿Cómo en la actualidad alguien puede crecer con el desconocimiento  de pecados, maldades, vicisitudes? Pues viviendo en esa burbuja rosa, teniendo la mente y el cuerpo ocupados en actividades nobles como lo son el estudio, y el trabajo social, por ello Erika desde niña ocupaba su tiempo en estudiar, aprender a tocar piano, bailar danza clásica, hacer deporte…ya jovencita, pues el estudio la absorbía más, además tiene talento para la pintura. Cuando su noviazgo, ya que su futuro marido Carlos Treviño tuvo una educación prácticamente igual a la de ella, eran muy parecidos, muy similares en sus ideas y puntos de vista…a veces su preocupación en que restaurante de lujo irían a comer o cenar, que traje o vestido se pondrían en tal o cual fiesta, que tipo de ayuda darían en el club o en la sociedad civil en la que colaboraban. Aunque todo esto lo hacían con gusto, en realidad no lo hacían con plena conciencia de las desventajas que los “otros” tenían, más bien lo hacían porque era parte de su formación, parte de si educación, parte de sus vidas ya estructuradas.
También contribuye a ello el hecho de que  trabajar para ganarse el pan  nuestro de cada día no es una necesidad, en donde esforzarse para estar bien, no es detalle alguno y no es una crítica a la clase alta, ya que desafortunadamente este tipo de vidas también se dan en la clase media y baja, en donde los padres procuran que sus hijos vivan de alguna manera “aislados” de la realidad de los “otros”. En México son famosos los “ninis” (ni trabajan, ni estudian) y la mayoría de ellos son de la clase media y baja.
Erika por ello normalmente era muy seca con los demás, casi siempre de grandes gafas de sol y en su camioneta extranjera de último modelo si parecía distante, y aunque sus amigas eran de una cara frente a ella, a sus espaldas sobre todo envidiaban esa naturalidad con la que llevaba su vida sin contratiempos. No tenía problemas con el marido, mucho menos con sus hijos que aún eran pequeños y en su educación ayudaban bastante los suegros y sus propios papás. Al parecer era una mujer ajena a los avatares y sinsabores del sexo, a ese tremendo ingrediente en la vida de hombres y  mujeres, causa de felicidad para unos y de infelicidad para otros.
  1. 4.       La vida actual de Erika
Erika tenía una pandilla de 6 amigas (todas ellas ricas, sin necesidad de trabajar en forma seria, aunque algunas si lo hacían, mas por pasatiempo que por otra cosa, todas ellas profesionales y guapas, aunque la que sobresalía notoriamente era nuestra Erika) que se reunían de dos a tres veces por semana, casi nadie faltaba a dichas reuniones, ya sea a desayunar, a tomar café, al cine, a intercambiar noticias, a “comer” gente, a chismear , a perder “sanamente” el tiempo…eran unas dos horas por reunión, por lo general. En las pláticas entre las mencionadas amigas, claro que había dos de ellas: Susana y Clara que sin ambigüedades comentaban o más bien intentaban comentar con las otras: Marisa, Cecilia, Ana y Amanda acerca de sexo…de que tenían “amantes” ocasionales (además de que era sabido por el resto de mujeres, de que habían sido muy “novieras”), pero el resto del grupo ya sea por guardar las apariencias, ya sea por mojigatería (sobre todo, Amanda)  evitaban el tema, no sin dejar de “regañar amistosamente” como decir “fresamente” a las otras dos niñas de que eran unas pérdidas, unas “locas” por hacerles eso a sus maridos…aunque, en el grupo también tenían sus quereres “ocultos” la misma Marisa, Cecilia y Ana…es decir, en la realidad solo Amanda y Erika no engañaban ni pensaban hacerlo, ni les preocupaba en realidad en lo más mínimo el tema del sexo.
Sin embargo, no podían evitar que estas Susana y Clara hicieran comentarios, tales como: “ay manitas, si supieran lo rico que es sentir la verga de ese hombrazo de allá” “tuve un orgasmo que casi me desmayo” “Sabían que el entrenador de tenis, la tiene bien chiquita, jajaja” “El viejo jardinero de la Sra. Rosales si tiene una que te hace ver la luna y las estrellas, jajaja”, “Dicen que en la Colonia Country Norte hay una casa de citas de lujo, donde van todos los hombres de dinero de Monterrey…dizque que son mujeres extranjeras, uff…de lo que se pierden, de verdadera carne norteña, jajaja”
…Ante dichos comentarios Erika, solo reía y lo veía como algo lejano, como una tontera de sus amigas, como una pérdida de tiempo, ya que estas aunque de buen ver y mucho mejor tocar, habían descuidado la educación de sus hijos, sus entrenamientos y rutinas diarias,,, ”ay…que pérdida de tiempo, se decía”…
Las otras en el fondo envidiaban a estas dos, ya que se habían liberado y al parecer si gozaban de ese anhelado y a veces desconocido fenómeno erótico y sexual llamado orgasmo femenino…Lo cierto, es que los maridos de estas mujeres tienen lo que suele llamarse “workalcoholismo” o síndrome de trabajar en demasía, en palabras más mundanas, viven para trabajar y no trabajan para vivir, por lo que tienen descuidado a sus bellas señoras.
Así mismo, todas, excepto Amanda envidiaban a Erika, ya por su belleza sobresaliente, o por su notoria inteligencia y eso que estas mujeres también tenían lo suyo…pero más bien por su indiferencia ante este tema, que a ellas les inquietaba, y les inquietaba porque no todas estaban satisfechas con su vida sexual…algunas veces habían rozado el cielo y la plenitud en ese terreno, pero no con sus esposos como lo hubieran querido y lo dictan las buenas costumbres y sus prejuicios y eso sí un tanto de discriminación hacia los “otros” las hacía sufrir de más en ello, pero cuidaban de no hacérselo evidente a la dulce, fría y hasta altiva belleza rubia de la norteña, de la regiomontana Erika.
¿Cómo había logrado mantenerse ajena a este tema, el del sexo, la belleza de Erika? Si es lo más lógico hoy en día, ante los mensajes masivos de los medios de comunicación, si es uno de los principales temas de los mexicanos, si es una cuestión de la que casi todo el mundo habla…pues si es complejo de explicar, pero es lógico y totalmente creíble…miren, si la niña siempre estuvo resguardada por los canes de sus hermanos, los padres le procuraron un ambiente idílico y luego si el novio que se cargó que era de mucho más dinero que su familia, de mucho mayor poderío político que la suya, pues “asustaba” y alejaba a los más atrevidos, que si los hubo, sobre todo en la Universidad, hubo dos que tres chavos de clase media que la pretendieron, pero se tuvieron que alejar al ver el peligro que corrían de meterse en broncas con familias de prestigio y poderío en la ciudad.
Claro que cuando estaba en el gimnasio, en el club deportivo, incluso en la Iglesia, en un mall, en cualquier espacio público no faltaban las lisonjas, los piropos o incluso el atrevimiento de abordarla, pero el mujerón simplemente estaba indiferente a este tema, ya que no lo consideraba importante…le daba risa y más bien le sacaba provecho al indudable atractivo que sabía ejercía en el sexo opuesto e incluso en otras mujeres para de una manera muy desarrollada, en un estilo muy provocativo, pero sutil, casi sensual, sin que ella lo supiera, ya que en esta clase de hembras, es un proceso innato, natural y que se da como flores en un jardín del edén. Usaba ese poderío para lograr pequeños caprichitos que se daba y de hecho le gustaba usarlo para su beneficio y el de quien le cayera bien.
¿Cómo fue que con su novio y ahora marido no se despertó esa fuerza avasalladora del sexo? Pues el pobre hombre también recibió una educación muy especial como la que se ha explicado, lo enfocaron más al trabajo y a la búsqueda de la riqueza económica, y así fue como Carlos se desarrolló en el concepto de que el sexo es solo un medio para procrear y formar una familia…su noviazgo fue muy limpio, de manita sudada como se dice, a él más bien le interesaba que se dijera de la hermosa mujer que tenía como novia y ahora como esposa y de los bellos hijos que tenía…le dedicaba grandes horas al trabajo…aunque si había hecho deporte y se había cuidado en su juventud temprana…ahora era un calvo incipiente aún a sus escasos 34 años…y tenía una pequeña panza, la llamada “panza de la felicidad” que no viene del sexo, sino del bien comer y de una vida de oficina y de viajes constantes. Tampoco sabía lo que era el verdadero sexo y como tal pues nunca le enseño, ni mucho menos pretendió junto con su novia, ahora esposa aprender juntos…era muy respetuoso en la cama y eso si la halagaba a cada rato y le hacía regalos simbólicos porque sabía que de esa manera siempre podía tener contenta a su mujer…no le interesaban otras, sino más bien el manejo de sus empresas…incluso a sus hijos tampoco les dedicaba gran tiempo o importancia…solo le interesaba la imagen bonita que de ellos tenía la sociedad en que se desenvolvía..
Sus encuentros de novios se concretaban a besos muy cándidos, a masajes suaves casi tímidos en las nalgas y senos de la mujer, ya de casados casi siempre el encuentro duraba pocos minutos, sin que supiera se trataba de un eyaculador precoz…solo en una ocasión, que se había pasado un poco de tragos, logro que la rubia se excitará un poquito más, logrando sacarle pequeños gemidos que le dieron miedo bajándole de inmediato la briaga y detenerse, contenerse, en esa ocasión, tardo un poco más en masajear, acariciar, a veces rudo a veces tierno en las protuberancias perfectas de su mujer, le recorrió las piernas, el vientre, el nalgatorio, los senos a plenitud, con calma, pero en cuanto  su mujer empezó a convulsionarse, le dio miedo y se detuvo, penetrándola ipso facto para venirse después de unos cuatro o cinco empellones…en esa vez, la diosa rubia, sintió por primera vez en su vida lo más cercano que estuvo a un orgasmo, le gusto, pero al ver el miedo en los ojos de su marido se quedó con la idea de que eso no era adecuado, ni bueno…lo único cierto, es que de esa follada fugaz nació su hija…
Como Erika se movió con un círculo muy cerrado de amistades desde su niñez hasta la fecha, pues no tenía contacto con otras experiencias, en la Universidad a pesar de la diversidad de alumnos y compañeros, no se llevó en demasía, más que con sus compañeras. Además, Amanda siempre fue su amiga fiel y estudio lo mismo que ella, así que no la dejaba para que pudiera convivir con otros…su grupo de amigas es desde niñas.
Sus contactos actuales en gimnasio, clubes, Iglesia, escuela no dejaban de ser lo que las reglas sociales de civilidad permitían, era muy difícil acercarse, por ello ella lucia más bien como una reina nórdica.
Claro que había lobos hambrientos de carne humana cercanos a ella, mucho más cercanos de lo que ella misma se hubiera podido imaginar aún en sus más recónditos pensamientos, pero que por el momento y por no meterse en problemas sobre todo familiares y hasta económicos, no dejaban ver sus más oscuros propósitos, solo se contentaban con verla, con convivir con ella, con estar cerca de ella, verla sonreír de vez en vez y bailar de vez en vez con ella…claro, siempre el peligro está durmiendo cerca de ti…se trata de familiares políticos, de familiares de su esposo, quienes la deseaban, ¿quiénes? Poco a poco se irá explicando la vida de esta impresionante beldad, de esta amazona espacial.
¿Cómo era la vida de esta exquisitez de mujer? Pues era llevar y traer hijos, asistir a juntas escolares, ir al gimnasio del club todos los días, misa los domingos, daba tres veces a la semana clases de pintura y de diseño en una pequeña academia de lujo de la colonia a niños y niñas de sociedad…lo hacía más como pasatiempo que otra cosa…también cada semana asistía a diversas empresas de carácter social de su marido, suegro y de sus papás a ofrecer diversos tipos de servicio y ayuda, que veía como parte de su vida más que por una real necesidad de solidaridad con los demás, con los “otros”…así transcurría la vida de esta buenísima mujer, hasta que un viaje detonaría un proceso de aprendizaje que la llevaría a tomas de decisiones  que nunca pensó se tendrían que llevar a cabo en su cálida y tranquila vida.
Empecemos…
  1. 5.       El proceso de reaprendizaje en la vida de Erika
Carlos: Querida, creo que ahora si tendremos que ir a la reunión anual de generación, esta vez no podremos zafarnos … (y es que aunque salieron del Tec de Monterrey, no se llevaban con toda la generación, ya que es bien sabido que en dicha institución educativa también asisten y egresan jóvenes que no son necesariamente de su nivel, de su estrato social, ya que han algunos que son becados o apoyados con préstamos en su carrera y no todos son grandes empresarios, más bien existe de todo: ejecutivos, pequeños empresarios, empleados, y hasta algunos que no logran hacerla ya en la realidad)
Erika: ¿Por qué amor?
Carlos: Se trata de que me van a dar a un premio por ser el empresario del año, además de que será ahora en el DF donde afortunadamente se liga con un Congreso al que quiero asistir, así que estaremos cerca de semana y media en el DF…será en quince días
Erika: Bueno, a lo mejor ya nos hace falta ese tiempo para nosotros dos, ¿no crees, querido? Y a lo mejor mis amigas también podrían asistir, me voy a poner de acuerdo con ellas para los días en que estarás en tus conferencias….
Carlos: Así es…es un Congreso de negocios, no creo que te guste asistir, ¿verdad?
Erika: Claro, déjame ponerme de acuerdo con Amanda y las chicas…
Días después…
Erika: solo Amanda y Clara podrán asistir y solo a los festejos de la generación, después se tienen que regresar a Monterrey, que lastima, ya teníamos planes para ir de compras y a turistear por ahí…está el Concierto de Luis Miguel en el Auditorio Nacional…no me gustaría ir sola, ¿me acompañas?
Carlos: Veremos, tengo la agenda muy apretada, que lastima, pero así podrías estar solita y hacer lo que quisieras…a lo mejor te está muy bien, unos días sin hacer nada en concreto, sin plan alguno…
Ya en el festejo de la generación 1998- 2002 del Tec de Monterrey de todos sus campus a lo largo y ancho de México en un prestigioso y lujoso hotel de la mejor zona del DF con cerca de doscientos hombres y mujeres de alrededor de 32 a 36 años con cierto y relativo éxito en sus vidas convivían en la comida de cierre del evento, Erika (su marido no podía estar ya que estaba en otro hotel en una reunión de negocios con otros empresarios del DF), Amanda, Clara y a invitación de esta última un matrimonio muy divertido. La mujer de nombre Elsa era Arquitecta, habiendo tomado algunas clases con Clarita…si eran amigas de esa época, aunque ahora ya no convivían para nada, si estaban recordando viejos momentos… era oriunda de Villahermosa, Tabasco. Su marido, Ricardo era Licenciado en Administración de Empresas, de Córdoba, Veracruz…Ambos vivían en la ciudad de Veracruz, en donde tenían un pequeño negocio…él era ejecutivo importante de Ventas de una empresa de dulces y ella daba clases a nivel universitario. Tenían dos hijos, y como buenos sureños, eran más liberales, más divertidos, menos serios, menos “intensos” que los del norte (esto no es un prototipo o perfil generalizado, más bien es un patrón cultural que más o menos se da entre Norte y Sur en México, no es bueno ni malo, simplemente existen diferencias que si no se acentúan no se perciben o causan ningún mal a nadie).
La principal diferencia entre este matrimonio y las otras mujeres…es que ellos eran morenos, siendo ella ya casi una morena oscura como buena tabasqueña…Ella es más baja, 1.68 mts., él de 1.74 mts. Ella muy pero muy exuberante de curvas, de una cara muy tropical, casi de rasgos similares a los de las brasileñas…muy bella, en su peculiar estilo, pensaba la rubia y divertida Erika, que se maravillaba de como un matrimonio de su edad pudiera llevarse tan bien, tan natural, sin estiramientos que se daban con sus conocidos.
Él muy atlético, pero muy natural, en su ciudad se da mucho el que los hombres se llenan de bolas enormes exagerando sus músculos, cosa que para nada gustaba a la bella rubia…su cara aunque no fea, no le agradaba, ya que ella estaba acostumbrada a otro tipo de rostro, pero no podía dejar de reconocer que el hombre que alegremente albureaba (término que después entendería Erika, ya que en algunas ocasiones no sabía de qué se reían y tuvieron que explicárselo y fue cuando comprendió) hasta a su mujer, tenía muy buen cuerpo. Vale explicar que la rubia por su inclinación al diseño y a lo estético, a lo bello, si reconocía cuando alguien era bien parecido…este no lo era, pero su cuerpo sí…En Monterrey quien tenía buen tipo, tenía una alta probabilidad de ser gay, ya que si algo tenía la capital de los negocios es una clasificación masculina más o menos en esta proporción, según había leído en alguna ocasión en un artículo de una revista de circulación local: 80 % de los hombres jóvenes en edad de casarse son gays, del 20 % restante, 15 % tienen sobrepeso, otro 5 % se mete anabólicos para parecer fisicoculturista y el otro 5 % es indefinido….Y ya en el total de los masculinos la cifra de homosexuales alcanza hasta un 45 %, lo que deja un 55 % de los cuales casi el 70 % son obesos…es decir, es la capital de los gordos, es la reina de las operaciones para disminuirlo, es la reina de las aseguradoras ya que los ejecutivos y empresarios tienen que operarse para poder dar el peso que exigen dichas empresas para poder hacer válidas las pólizas de seguros, jajaja
Eso a Erika le chocaba de su ciudad, la ciudad de mayor consumo de refresco y de comida chatarra, la primera en obesidad infantil…por eso, ella era muy cuidadosa con su cuerpo…eso pensaba la rubia distanciando otra vez de la conversación…cuando
Elsa: Pues Ricardo y yo vamos mañana a ver al tal Luis Miguel…ya ven es de nuestra época, jajaja que lástima que mañana te vas temprano Clarita…
Erika que si había comprado un par de boletos con la esperanza de asistir con su marido, se apresto y se apuntó para ir con el matrimonio al evento, ya que en definitiva Carlos, su esposo no podría ir…
Ricardo: Pues ya está, mañana te esperamos en el lobby desde temprano ya que tenemos todo un tour por la ciudad…
Así transcurrió la velada, Amanda se tuvo que disculpar ya que empezó a sentirse un tanto mal, quedándose Clara, Elsa y su marido Ricardo y nuestra belleza, por lo que los comentarios subidos de tono entre Clara y Elsa empezaron a correr…nunca en su vida, por increíble que parezca Erika había escuchado una conversación tan larga de contenido sexual y al no tener apoyos en otros iguales a ella, no le quedó más que escuchar todo, varias cosas no las entendía y mucho menos entendía cómo es que se reían con tantas ganas, también le gusto como bailaron la pareja de sureños, se veían tan felices, tan espontáneos, tan naturales…no sabía cómo explicarlo…también se maravilló como Clara se estaba ligando a un hombre que estaba solo en la mesa cercana y como en el baile ya de plano se abrazaban con todo…riéndose y murmurando entre sí..de verdad que Clara no se mide, pensaba y que diría Cesar, su esposo si supiera que su mujer era toda una vampiresa…A Erika, la sacaron a bailar, pero con ninguno bailo, porque no quería dar pie a murmuraciones a sus nuevos conocidos.
Ya en su cuarto, Erika pensaba que sería raro convivir con sus nuevos conocidos ya que eran de otro mundo, muy diferentes a ella, cuando se percató de que no había traído una crema limpiadora extra y no se había dado cuenta de que la que usaba ya se terminaba. Carlos le había hablado de que la reunión todavía estaba como para dos horas más y que ya no lo esperara, que descansará…Bueno, iré a ver a Clara a sus cuarto para que me preste su crema, se dijo a sí misma la beldad, sin saber que presenciaría una de las escenas que más la marcarían de allí en adelante en un nuevo camino sin retorno alguno ya.
Toc, toc, toc tocaba la rubia en el cuarto de su amiga Clara sin recibir respuesta alguna y es que eran un toques muy discretos, como no queriendo molestar, cuando la mujer se sobresaltó al empezar a escuchar con bastante claridad unos gemidos que le pusieron la piel de gallina, empujo levemente la puerta y oh…esta se abrió…hay un pequeño recibidor en estos lujosos cuartos que dan un pequeño espacio entre la puerta de acceso, la del baño y el cuarto mismo, por lo que los sonidos, gemidos y palabras ya fueron bastante evidentes y claros para la hermosa mujer como para dejarla paralizada haciéndola retroceder antes de entrar a la estancia propia del cuarto, su primer intención fue salirse de inmediato, pero pensó que si se salía rápido tal vez se dieran cuenta y la pena no la hubiera podido aguantarse, por lo que no le quedó otra que quedarse sin asomarse a la recamara para escuchar en toda plenitud:
Papiii…dale fuerte, asíiii, asiiii que ricccoooo…
Nadie contesto ante esos gemidos de espanto que emitía su amiga Clara, solo se escuchaba una especie de glog, glog, glog….
La curiosidad se despertó en la rubia y es que ni siquiera en películas se había acercado este mujerón de 32 años a vivir esta experiencia totalmente desconocida, totalmente nueva…se asomó para ver como una fuerte espalda morena se veía con las dos piernas blancas y bellísimas de su amiga sobre sus hombros, de hecho solo veía los pies de Clara, estando oculta la cabeza del hombre en la entrepierna de la mujer y haciendo ese ruido tan raro de glog, glog, glog y los gemiditos que emitía la mujer…¿Qué era eso?, ¿que veía? El hombre estaba tal vez besando con su boca las partes de su amiga…que asco, pensó, ella no sabía que eso pudiera pasar….lo que si la inquietaba es que su amiga parecía estar gozando mucho ya que alcanza a decir entre gemido y gemido…riccooo, commeemmee, mi machoooo, mi hombreeee..ahiiiiii, asiiii, seguiiiii sin llegar a terminar exhalar muy fuerte y sacudirse como convulsionándose….ayyyyyyy
Erika volvió a retroceder toda asustada, cuando de pronto escucho la voz del hombre que reconoció era la del tipo con la que Clara había estado bailando en la velada, supo que era un tipo casado del mismo DF que asistió sin pareja al evento y que al parecer era abogado de la misma generación (aunque ella nunca se acordó de haberlo visto o conocido, y como no, si su círculo de amigos era muy cerrado y no prestaba atención en los demás, en los “otros”), porque por momentos el susodicho se había sentado en su mesa…
Ahora si putita….a mamar verga que es a lo que venías, ¿verdad zorrita?
Volvió a asomarse para ver al tipo totalmente desnudo y con un cuerpo moreno ya brilloso por el sudor que resaltaba sin duda el trabajo de gimnasio que hacía, no era exagerado, al contrario era armonioso, atlético, no pudo dejar de abrir los ojos la rubia al ver la parte masculina del hombre ya que tenía claramente un pene mucho más largo y grueso que el de su marido y como su amiga también casi en cueros, solo tenía un liguero y una pequeña tanga que se veía toda desmadejada ya, sin estar en su lugar, como que la habían estirado rompiendo su elástico hincada empezando a besar ese aparato reproductor del hombre…quedo paralizada, nunca en su vida había visto algo semejante…el hombre empezó a hacer una caras de gozo, luego como de sufrimiento, luego como que se reía y también emitía pequeños gemidos, aunque ciertamente muy masculinos….vio cómo su amiga totalmente arrodillada ante el hombre empezaba a meter y sacar con cierto ritmo agarrando con sus manos los costados de la cadera del hombre y empezando incluso a amasar y masajear el cuerpo del mismo, alternando el costado con incluso las nalgas del hombre que no dejaba de decir: asssíi….ahiii reiniitta….no sabes cuantas   me hiceee de joveeen en el Tecc,,,,te teníiaaa unas ganassss,,,pinchheee putitita…estas biennn buennaaa…
A lo que en un momento, Clara se detuvo y hablándole con una calma pasmosa al hombre decirle, pues aquí me tienes, nunca es tarde para ponerse al corriente, aprovechemos esta noche, con una voz y tono que no le reconoció a su amiga….continuando con la actividad de succionar, chupar, no supo definir la hermosa voyeur (después aprendería que eso era una felación).
Casi a punto de desmayar, la rubia Erika se volvió a colocar en el pasillo-recibidor para decidir que tendría que hacer para salir de esta horrible situación, cuando volvió a escuchar ahora otro nuevo ruido…la cama empezó a hacer un pequeño ruidito como si la estuvieran moviendo de su lugar…
Hummmm, hummm, humm empezó a escucharse, el ruidito empezó a despertar otra vez la natural curiosidad de toda hembra, para volverse a asomar al cuarto y ver como ahora la rubia estaba colocada sobre la cama en una de sus orillas con sus dos brazos estirados sobre la misma y las piernas abiertas  y el hombre por atrás de ella empujándole su pene…como si fueran perros, solo que ella en la cama y él de pie…ella ya había visto que los perros hacen el sexo de esa manera, pero nunca hubiera creído que las personas lo hacían así…ya que ella no lo hacía de esa manera con su Carlos.
Ahiiii. Ahiii , ayyyyy escuchaba que su amiga emitía y veía como sus senos se movían al ritmo que el hombre imprimía en sus embistes…no dejo de reconocer que su amiga tenía un muy buen cuerpo, muy trabajado, muy blanco y que contrastaba con el moreno del hombre que le estaba haciendo el amor…¿amor? Pensó la mujer, ese hombre no es su marido, lo acaba de conocer, al parecer se conocían de la Universidad, pero como era posible que hiciera esto…
Dioosss que gozooooo, estooo es cogeeer y no chingaderas, se asustó la  niña-mujer inocente de Erika, que en una sola exhibición real estaba viviendo hasta ahora algo desconocido para ella
Se asustó aún más cuando el hombre se detuvo para subirse a la cama y darle una vuelta completa a la mujer para acostarse él y subirse encima a su amiga con una agilidad y rapidez pasmosa, para decirle: a cabalgar se ha dicho, potranquita norteña….a lo que su amiga con una de sus manos agarrar el pene del hombre e introducírselo en la punta de la vagina dándose un sentón ella misma, exhalando ajuaaa….este si es un potro…ahhhhh, mi potrrorooo rabiosososoo….ahiiii….y empezar a moverse como una licuadora sobre del hombre
Duraron así un rato largo, mucho más largo que lo que ella con su marido Carlos empleaba para estos actos…De pronto, su amiga se viró para quedar sobre el hombre pero ahora dándole la espalda y seguirse moviendo a un ritmo acelerado, en esta posición Erika pudo ver el rostro todo desmadejado de su amiga, pero evidentemente un rostro lleno de felicidad…Así mismo, la joven casada empezó a sentir mucho calor en su cuerpo, los senos se le habían erectado sin siquiera haberse tocado, sintió cosquillas en su entrepierna y en un momento fugaz se dijo a si misma:¡Que se sentirá estar así? Mi amiga se ve muy feliz…y yo siento ahora muchas cosas raras en mí…
….ahhhh alcanzo a decir la pecadora infiel…..y empezó un movimiento frenético hasta que el hombre exhalando…ahiii te voyyyy…ahiiiii con lo que la amiga también gimió más y más cayendo sobre el varón, para voltearse a  abrazarse a su amante recostando su cabeza en el pecho de él y aparentemente dormidos lo que hizo que Erika decidiera ya salir de ese cuarto de pecadores infieles…para irse casi corriendo a su cuarto, donde su marido aún no llegaba…vio el reloj abriendo más los ojos para calcular que el sexo que su amiga había estado haciendo había durado cerca de la hora, no pudiendo evitar comparar que con su esposo eso duraba cerca de diez minutos…se acostó de inmediato para tratar de calmarse por lo que había visto y escuchado…
Fue una noche muy intranquila, sintió a su marido llegar tal y como había dicho en un lapso de dos horas desde que le había hablado antes de ir al cuarto de Clara.
Al día siguiente, su marido a su Congreso, sus amigas Amanda y Clara desde más temprano ya se habían trasladado al aeropuerto…y ella esperando en el lobby a la pareja de Ricardo y Elsa…le habían comentado que en el día se vistiera cómoda ya que caminarían bastante, por lo que se había vestido con un pantalón de mezclilla corte clásico, ya que no le agradaban los que se ponían a la cintura por considerarlos incomodos y muy pecaminosos, por lo que el pantalón cubría por completo su maravilloso nalgatorio, pero sin dejar de resaltarlo, de dejarlo expuesto y atractivo, ya que se puso una blusa ligera también de mezclilla, pero más ligera y metida en el pantalón por lo que su cinturita, sus nalgas y portentosas piernas lucían en todo su esplendor, en las manos llevaba colgada un pequeño bolso en donde tenía una chamarra ligera…el pelo se lo había recogido en una coqueta melena, por lo que realmente lucía mucho más joven, casi no tenía maquillaje, ya que no lo requería, sus gafas de sol no podían faltar y ocultaban las pequeñas ojeras que si se le habían formado ya que no había podido dormir después de los cerca de 60 minutos que estuvo en el cuarto de Clara…uff…mi amiga es tremenda, pero se ve que gozaba como un animal, pensaba la rubia cuando vio llegar muy abrazados y sonrientes a sus nuevos compañeros de un nuevo día en su vida…día que tampoco podría olvidar en mucho tiempo…
Elsa: ahora si amigocha…a vivir un poco, a darse un “baño de pueblo”…jajajaja
Erika no entendió esto último pero estaba decidida a pasársela bien con ellos para olvidar el trauma de la noche anterior.
Lo primero que hicieron fue salir a caminar por la calle Reforma y desayunar al aire libre en una de las callecitas cercanas a esta gran avenida en un puesto de comida informal, cosa que por primera vez hacía en su vida la bella casada sola…se dijo la rubia: otra primera vez, ohhh diosss que más me puede pasar hoy….no dejando de ver las miradas muy distintas que le lanzaban los hombres que estaban en el puesto, miradas que no veía en sus ocasionales encuentros con otros hombres como maestros, directores de escuela, o en su academia, en donde los dos que había de plano eran gays declarados. Si acaso en ocasiones, se decía se lo había descubierto a su suegro, el poderosos y omiprescente Don José, el papa de su Carlos…y al Tío Alberto…hermano de la mama de su marido…miradas que en su momento atribuyo a que como todo hombre sabía les gustaba su belleza, que a cada rato le recordaban todos, sobre todo su mismo esposo, que siempre le andaba halagando.
Después  la sorprendieron diciéndolo que subirían al metro de la ciudad, transporte que ni de chiste Erika había abordado ahí en el DF o en el de Monterrey…como ellos estaban en pareja no se quisieron separar en los vagones en donde separan a hombres y mujeres, decidiéndose subir al de hombres (es bien sabido que en las principales estaciones del metro de la ciudad de México separan a hombres y mujeres para evitar los posibles manoseos y molestias sobre todo de varones a las féminas). Además a esa hora en esa estación no había casi usuarios. Dicho y hecho, se subieron, ella se sentía totalmente fuera de lugar…observaba a los pocos que había y solo veía rostros cansados, algunos durmiendo, rostros que no se atrevían a mirar directamente a los ojos…por otro lado, la pareja de compañeros parecía estar en lo suyo, como si estuvieran de novios, es más eso parecían, un par de novios y una pareja de casados ya con tiempo y con dos hijos…siempre se estaban abrazando y besando, en más de una ocasión pillo como él le daba una nalgada a ella o como esta de plano también le sobaba el trasero a su marido. Ni en los más remotos pensamientos, ella hubiera tenido ese comportamiento con su esposo Carlos.
La incomodidad fue cuando en dos estaciones más, el vagón se llenó a la exageración…y todos en su mayoría eran hombres, identifico de inmediato  a dos gays que por su escultural figura y exagerado trasero, aunque realmente bien puesto, no pudo dejar de reconocer.. Le llamo la atención una jovencita que también entro, era blanca sin llegar a ser rubia, evidentemente el pelo lo tenía tiñado de ese color, tenía una minifalda de mezclilla que resaltaba unas bonitas piernas y un buen trasero. También ingreso una mujer muy maquillada y con curvas muy pronunciadas…se ve que fue bella, ahora era evidente su madurez, traía un vestido un poco arriba de la rodilla muy entallado y con un escote muy pronunciado…también vio como acto seguido dos hombres se colocaron de inmediato atrás de dichas mujeres que estaban separadas entre sí para empezar a moverse rítmicamente pero lento sin que fuera evidente para otros que se estaban restregando sobre los nalgatorios de las mujeres que evidentemente se empezaban también a repegar, eso mismo lo vio con los dos gays cuando vio que otros dos hombres se ponían atrás de ellos para empezar a simular lo que la noche anterior vio entre el hombre abogado y Clara, es decir, como si estuvieran cogiéndose unos perros. La mujer después supo que eso se llamaba “perreo”. Todo esto lo podía ver ya que ella era más alta que la mayoría de los presentes. Sus amigos se colocaron delante de ella, aunque un hombre se interpuso entre la espalda de Ricardo que también empezó hacer lo mismo con Elsa, por lo que está por ser  chaparrita y estar de espaldas a ella no la podía ver a ella, mucho menos Ricardo que solo atino a medio voltear para decirle que faltaban como cinco estaciones para llegar a su destino, que no era otro que el Palacio de Bellas Artes. Que él le avisaría cuando bajar por lo que a la rubia no le quedo más que volver a ver como ellos, la pareja de gays, la joven y la madura empezaron un sutil meneo y alcanzo a ver rostros de felicidad y gozo como los que Clara tenía la noche anterior.
En eso estaba, cuando sintió como el hombre de enfrente se aplasto contra ella…como era más bajo podía casi sentir el aliento de su boca por encima de sus senos, situación que le incomodo por lo que en un acto reflejo hacerse hacia atrás y sentir como su nalgatorio se enterraba sin querer en las ingles de otro hombre que estaba detrás de ella y que poco a poco ya pensaba empezar a puntear las mejores y más grandes nalgas que había visto en su vida entera…este hombre era casi de la misma estatura que el de la rubia por lo que el encuentro entre verga ya totalmente parada y ranura de nalgas fue totalmente válido, totalmente exacto, como si se estuvieran esperando de toda la vida. La rubia casi brinca al sentir en su trasero con plena conciencia un pene muy duro y grande, nunca su marido le había pedido o insinuado siquiera poner su aparato en esa parte de su anatomía…lo sintió totalmente, sintió como se acomodaba en su trasero, como se aplastaba en sus nalgas que por ser grandes y muy paradas acojinaron y de alguna manera acogieron el miembro masculino, es más hasta sintió como palpitaba, del susto solo atino a exhalar un ayyyy…que le arranco una malévola sonrisa al puntillador de atrás, la rubia se hecho rápidamente para adelante para ver como la cara del otro sujeto casi se entierra en la canalura de sus pechos…el puntillador de adelante ya había visto que había otro sujeto dándole un perreo al mujerón que le puso por suerte Diosito en su trayecto diario a vender al centro de la ciudad sus humildes productos…era un vendedor de chucherías cualquiera, por lo que sin reparo alguno poso sus labios sobre la textura de la camisola de mezclilla y de plano se empujó hacia adelante…el de atrás al ver que la rubia había gemido interpreto que era una de esas busconas que le encanta subirse al metro a buscar que las cachondeen, que las manoseen, que las calienten, así que con valentía inusitada se restregó por completo flexionando sus piernas para impulsar su verga que sintió coincidía exactamente con las nalgas de esa diosa caída del cielo…Gracias virgencita pensaba el individuo que en su trinche vida había tenido ante si unas nalgas tan divinas como estas, empezando así un empuje fuerte y vigoroso por dos desconocidos a la portentosa rubia que ya sonrojada ante la situación no sabía si gritar y pedir auxilio a sus amigos que veía estaban en lo suyo…
La hermosa hembra pensaba que si gritaba se armaría un escándalo de primera, que todos se burlarían de ella, ya que prácticamente se percató de que otros hombres se estaban dando un agasajo visual con las arrimadas a ella misma y a los gays, sus amigos, y las otras dos mujeres, casi todos los que estaban en el vagón eran conscientes de lo que estaba pasando, pudo ver como un joven desaliñado veía con enorme satisfacción como los otros hombres la estaban empujando entre sí…sin más decidió guardar silencio y agachar su cabeza para dejar que esto ya terminara…paso una estación larga, oscura, como de cinco minutos en donde los besos sutiles del hombre de enfrente a parte de sus senos eran más que claros, sentía además el pene también grande y durísimo del sujeto en sus muslos que el mencionado se alternaba para acariciarlos por encima de la ropa con su aparato. También, sentía como el pene del de atrás estaba ya encajado entre sus nalgas haciendo un movimiento oscilatorio de atrás hacia adelante, de un lado a otro…inició otra estación como de otros cinco minutos para de pronto detenerse por completo y estar a oscuras (esto es común en algunas partes del metro del DF), con lo cual sintió como de plano el hombre de atrás con sus dos manos empezaba a masajear, a palpar, a acariciar y toquetear sus nalgas, sus piernas, su cintura….empezó despacio, como pidiendo permiso, al ver que la rubia solo tenía la cabeza agachada pensó que era un consentimiento a sus avances, de pronto el joven de al lado también con una de sus manos empezó a rozar sus manos, él si más tímidamente…el de adelante al ver esto, también inició un manoseo con sus dos manos a la cintura y nalgas de la joven hembra…parecía que los tres hombres se coordinaban, se ponían de acuerdo para no tener sus manos juntas o estorbarse…la mujer pensó que solo sus masajistas (una mujer muy grande y un gay muy suave) habían tocado así su cuerpo, ni su marido, solo en esa ocasión en que empezó a sentir un hormigueo, un calor raro que le recorría el cuerpo al tener un poco más de tiempo de preámbulo, antes de penetrarla…situación que empezaba a sentir…al ser un toqueteo no tan exagerado para guardar las apariencias, esa situación de suavidad, le empezaron a ser gratificantes, al grado que con los ojos semi cerrados no pudo evitar exhalar el gemido más sensual, más erótico que los tres pobres infelices habían escuchado en sus vidas, a ella le pareció como un desahogo ante tantas experiencias y esta situación tan anormal en su vida, a ellos fue una invitación a  continuar con el magreo, siguieron y siguieron, aun cuando el vagón volvió a iniciar su trayectoria, paso otra estación, la mujer alcanzo a calcular que llevaban así como veinte minutos, alzando su rostro para con una sorpresa inaudita ver como los dos gays tenían bajado sus pantalones apenas cubriendo con manos de los sujetos que los punteaban y de ellos mismos las partes de carne humana que dejaban ver dos glúteos más parecidos a los de una mujer que a los de un varón, también vio que la joven de mezclilla y la otra mujer dejaban ver parte de sus nalgas, con sus respectivas prendas subidas a la cintura, era ¡evidente, se las estaban cogiendo ahí mismo! Diosss, no pudo dejar de mencionar, con lo que ya liberadas las barreras de los hombres de delante y del de  detrás empezaron a meter su  mano en su entrepierna de manera alternada, casi se cae, si no es porque los mismos hombres la detenían al tenerla prácticamente empalada, como si fuera el relleno de un sándwich…ante este nuevo ataque, la rubia sintió un escalofrío que la recorrió por completo, ya llevaba así cerca de media hora, diooss que calor sentía la hembra, sin querer pretenderlo, como en un acto natural este bello ejemplar femenino empezó a moverse al compás de sus agresores, su mente ágil e inteligente no podía evitar a que su cuerpo entero empezará a sudar finamente, a ponerse con la carne chinita, chinita, a que empezará a temblar sin control alguno y lo peor, oh diosss a moverse al ritmo de la fenomenal metida de mano y sobajeo a sus nalgas, piernas, senos, entrepierna ya al 100 % de los dos hombres de cuyos nombres desconocía y que al de frente ni siquiera se atrevía a mirar hacia abajo, alcanzo a escuchar a Ricardo que le casi grito: ¡ Faltan dos estaciones más!, mensaje que fue captado de inmediato por los astutos y sagaces varones que redoblaron el magreo, la mujer ya no pensaba , ya se meneaba al ritmo que le dictaban los hombres, sentía a plenitud las vergas de los mismos y en un acto que la sorprendió a ella misma, con una de sus bellas y cuidadas manos, la izquierda atrapo el miembro del chico que al lado también la manoseaba sintiendo un largo, aunque delgado aparato masculino, aunque mucho más largo y ancho que el de su esposo, se viro para ver al joven y este solo alcanzo a sonreírle como agradecido con un ojos que se clavaron en la mente de la fémina, el meneo de los cuatro continuo, se llegó a una estación en donde más gente subía y bajaba…ufff…ya solo falta una más para acabar esto, exhalando un sensual gemido..humm, que prendió a los tres hombres que continuaron con su ardua y sencilla tarea, al grado que el primero en estallar y hacer sentir su humedad a través de la tela delgada del pants que llevaba fue el joven que Erika de inmediato sintió en su mano izquierda, después el hombre de enfrente se paró casi de puntas para venirse convulsionando y ya prácticamente abrazado por las nalgas de la portentosa diosa rubia con la cual se perreo, la rubia sintió como el miembro palpitaba haciéndose como más duro y más grande, claro que lo sintió en uno de sus exquisitos muslos, finalmente  el de atrás apuro los movimientos de restregarse en el nalgatorio y la rubia paraba más su culo apoyándose para ello en los fuertes antebrazos de su agresor delantero al cual por primera vez, descubriendo un rostro de rasgos claramente indígenas con arrugas notorias en la frente pero con unos ojos de gratitud que nunca había visto en su vida, al tiempo que sentía en su parte trasera como ese pene le palpitaba haciendo que su orificio anal palpitará de una forma que no conocía en su cuerpo y que ya el hormigueo, el calor, el sudor ya notorio en su frente le inundarán de una sensación en todo el cuerpo como de liberación, sobre todo en su vagina que también palpitaba, sentía algo dentro de ella, algo duro que le hizo reprimir ya un gemido más notorio, sintiendo que estallaba algo dentro de ella, dejándole una sensación super agradable, se sintió relajada, feliz, plena al tiempo que el de atrás la puntillaba más fuerte y también sentía como se agrandaba como lanzando algunos latigazos que sintió como pequeños picazones similares a los de las agujas de acupuntura que luego utilizaba en sus múltiples tratamientos de cuidado.
Ahí en el vagón de un metro de la ciudad de México a manos de tres desconocidos que nunca volvería a ver seguramente en su acomodada vida había tenido el primer orgasmo (aunque no el último) de sus 32 años…fue una sensación nueva e increíble…solo se necesitó cerca de 40 minutos para tener una sensación mucho mejor a hacer ejercicio que era lo que más se le acercaba a ello y sin tener sexo en realidad. La rubia estaba maravillada.
Se llegó al final de la estación en donde bajarían, en ese instante casi brinco de su posición para alcanzar la salida no sin antes voltear para ver que su agresor trasero era un hombre casi de su estatura con el pelo gris, de un rostro moreno también de rasgos indígenas que sonriendo le lanzo un beso con sus labios no pudiendo ver los ojos extasiados del hombre  y sin dejar de escuchar como una señora sentada en unos de los asientos cercanos al espacio del magreo alcanzaba a decirle en voz baja: Pinche putita que buen faje te pusieron esos pinches cabrones, jajaja se ve que te encarga la verga mijita…pues gózale mientras puedas, eso es vida mijita no como un regaño sino al contrario guiñarle sonriéndole de que eso estaba bien….¡Vieja caliente y alcahuete, pensó asustada la rubia! Que se llegó a la salida para alcanzar a sus compañeros de día.
Las primeras dos horas siguientes fueron normales para la rubia ya que visitaron el Palacio de Bellas Artes y un museo cercano, aunque no pudo evitar estar como apenada y otra vez distante con la pareja de acaramelados sureños. En un momento Elsa solicito ir al baño del museo en que estaban, a lo cual se quedó un rato a solas con el hombre Ricardo que empezó a mirarla con atención para decirle: ¡Pues yo también tengo ganas de ir al baño, así que si me disculpas!, quedándose así a solas otro rato…se empezó a extrañar de que no llegarán sus nuevos conocidos cuando decidió ir al baño de mujeres a buscar a Elsa…entró y no vio a nadie, pero sí pudo escuchar con claridad la voz de Elsa que decía: Ricardooo…estas como burro en primavera…lo de ayer no fue suficiente…so cabrocinto..a lo que Ricardo decía: ¡Sabes que me tienes loquito, estas bien buena cabrona…ya quiero que llegue la noche para volverte a dar otras cogidas como bien te mereces!…a lo que su esposa respondió: claro amorcito…claro, para que quiero carne, si tengo la carnicería completa en casa, ya vez la puta de Clara aventándote los canes y al que se dejara, de seguro se cogió al tipo con el que estuvo bailando…Seguramente así fue, pero ya sabes mientras yo te cumpla y sea tu señor en la cama, no tienes porqué andar de buscona por ahí.. aquí tienes macho pa toda la vida, mi negra santa….dejándose oír unos sonidos que evidenciaban que se estaban besando con todo….
La rubia sonriendo salió discretamente del baño pensando que esa pareja era el ideal de pareja ya que al parecer se entendían en todos los terrenos, cosa que ella empezaba a descubrir desconocía ya que el tema del sexo era un tema muy superficial, ,muy ligero en su vida marital, de hecho en su vida misma.
La siguiente hora fue otro rompimiento en los paradigmas de la casada apetecible, ya que ellos la invitaron a un centro de comercios pequeños que indudablemente eran de  “piratería” cercano al Palacio de Bellas Artes en donde le explicaron comprarían unas películas eróticas que le recomendaban para alentar la vida marital y que era difícil encontrar en internet o a precios que ellos no estaban dispuestos a pagar, ya que su pequeño negocio y las deudas típicas de la clase media alta como casa, colegiaturas, seguros y pequeñas diversiones no permiten ese tipo de inversiones y gastos. Su sorpresa fue por la compra ilegal de productos piratas y por la compra en sí de películas que en su vida había soñado acercarse a ver…ella, por no querer quedar mal y por un interés compro “La dama del autobús” de la afamada actriz brasileña Sonia Braga que fue la que le llamó la atención de un conjunto como de cerca de 30 películas.
Comieron en un buen restaurante, regresaron al hotel ya en taxi a cambiarse para prepararse al concierto de la noche. El concierto estuvo sensacional…el cantante prendía a las mujeres con sus frenéticos movimientos y la rubia no entendía como algunas de ellas parecían estar extasiadas con ello. El regreso ya fue normal, se despidió de sus amigos que le cayeron tan bien, sobre todo, porque el tal Ricardo nunca se le insinúo, ni le lanzaba miradas que ya descubría la mayoría de los hombres le hacía, era como si le hubieran quitado de sus ojos esas eternas gafas de sol que tenía o una venda. Ellos ya se regresaban a su ciudad y ella tendría otros dos días para ella sola, ya que Carlos todavía seguía en su Congreso.
Al día siguiente, martes, su día empezó con dos horas de estudio en internet del tema sexual. La noche anterior se dijo a sí misma la rubia que no era posible que estuviera a ciegas en el tema. Intento tener sexo con su marido sin tener éxito ya que el hombre no quiso alegando que estaba muy cansado. Reaprendió términos vistos desde la preparatoria, pero como en esa época todavía se manejaban con poca profundidad no les había hecho mucho caso al no tener interés alguno en ello. Recordemos que esta mujer es muy intensa en lo que hace y que cuando se decide a estudiar algo, lo hace a fondo…así que se quedó en su cuarto a analizar el tema…después vio la película de la Braga que le causo una fuerte impresión de como la protagonista se buscaba los hombres para que la satisfacieran. De alguna manera ella vivió algo parecido en el metro.
Por la tarde siguió su exploración en internet el cual manejaba a la perfección, llegando en una de sus lecturas a la página de “todorelatos” en donde descubrió los diversos géneros de sexo, llamándole la atención la sección de heterosexual y de infidelidad. Se leyó bastantes relatos (ya que tenía una habilidad para leer bien y rápido, su estándar era de 3 o 4 libros por semana, aunque siempre de otros géneros)…le llamaron la atención despertando su deseo sexual los relatos de Gabriela escritos por Ragnas1 y la continuación de Rayo Mc Stone, también el de Una Familia Decente de Roger David ya que eran situaciones de alguna manera parecidas a la que ella empezaba a descubrir. Fue un día intenso, solo se detuvo para comer en el mismo cuarto.
En la noche volvió a intentar tener sexo con su amado Carlos, quería poner en práctica algo de lo estudiado. No pensaba serle infiel, ni andar buscando hombres por ahí…eso lo tenía super claro más bien pensaba que con sus artes y con lo analizado podría llevar a su esposo por el camino de la sexualidad bien practicada. De cierta forma quería parecerse a Elsa y Ricardo…desafortunadamente, solo logro que Carlos le dijera: Guuauu que bien te ves en ese conjunto, ¿es nuevo? Erika solo bajo a la recepción a la tienda de regalos a comprarse un conjunto un tanto discreto pero diferente a los que usaba para ver si así despertaba algo más en el esposo. No se frustro, hace falta mucho más para que la mujer se dé por vencida, pensó que le faltaba analizar más el tema.
El día siguiente, miércoles sería el último completo en el DF, ya que el jueves marcharían temprano a Monterrey…así que decidió que se auto exploraría ella misma en la soledad de su habitación…le impresiono la escena narrada por Roger David en el primer capítulo de Una Familia Decente en donde la protagonista iniciaba su aprendizaje sexual al masturbarse de una manera natural.
Después de estar una hora en el gimnasio del Hotel, se dispuso a su primera masturbación, dios, a sus 32 años en la habitación. Se bañó lentamente, haciendo énfasis en la limpieza de su vagina y de su orificio anal…se introdujo sus finos dedos empezando a friccionarse en su clítoris que fácilmente detecto donde y cual era…el toqueteo fue como una descarga eléctrica que casi hace que se resbale de la regadera…por lo cual así húmeda como estaba se sentó en la taza del baño estirando sus largas y bellísimas piernas haciéndose un toqueteo y un friccionamiento más intenso…se escuchó lanzar gemidos, que decir, casi bramidos que una nueva voz ronca que nunca se había percatado a si misma podría llegar a tener…con su otra mano se pellizcaba suavemente sus senos en sus aureolas rosaditas…así estuvo con los ojos semi cerrados y gimiendo como vio hacían las actrices de los videos sexuales que había visto en su PC el día anterior, hasta que todo su cuerpo se estiro cuan largo era para emitir un gemido animal…ayyyyy….y ver como salían fluídos abundantes de su vagina…había descubierto por sí misma como masturbarse, había tenido así su segundo orgasmo…
Se vio al espejo, era otra mujer, se había comprado una falda corta que sin llegar a ser minifalda si descubría parte de sus piernas de portento, unas sandalias deportivas y una blusa tipo polo, claro de marca…todo el conjunto era de Chemise Lacoste y se lo había comprado en una de las boutiques cercanas al hotel…había decidido ver su poder sexual volviendo al metro de la ciudad de México y al centro en donde estuvo con sus amigos del Sur…su decisión era indudable, quería saber más, quería poner en práctica cosas estudiadas…quería vivir…quería saber, aprender y ver su grado de control…tenía claro que no se metería con nadie…le escandalizaban las historias en donde la protagonista fácilmente caía en manos de otro (s) hombre (s)…ella conquistaría a su hombre y le enseñaría que era una mujer en toda la extensión de la palabra…tomando su bolso se apresto a salir a conquistar el monstruo de ciudad que era la ciudad de México…
¡Hombres allá va una mujer que nunca tendrán…una real hembra…pensó audazmente la rubia ya dirigiéndose al elevador del Hotel…!
Continuará…
 
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Relato erótico: “UNA HERMOSA JOVENCITA CONTRA DOS OMINOSOS DEPRAVADOS” (POR PERVERSO)

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UNA HERMOSA JOVENCITA CONTRA DOS OMINOSOS DEPRAVADOS
Advirtiendo que el relato conserva un poco lo burdo y desagradable de su predecesora y agradeciendo a los que comentan, valoran y siguen esta retorcida historia, disculpen la extensión, lo modifique lo mas resumido posible.
TERCERA PARTE
Mar seguía arrodillada y sin ganas de levantarse, con uno de sus brazos se sostenía del suelo y el otro apoyaba su sudada frente, su apetitoso cuerpo descansaba maltrecho recargado del suelo por sus prominentes caderas, el desagradable sabor del esperma de Felipe aun continuaba en su boca, sus rosáceos labios presentaban una amarillenta capa proveniente del enfermo líquido que el viejo descargó en su boquita, Pancho se acercó e intentó levantarla pero su ayuda fue rechazada por Margarita con un jalón de brazo que la liberó de la sucia mano del gordo.
-¡suélteme cerdo!,- dijo Margarita entre sollozos.
-¡viejo asqueroso, lo odio maldito!- decía Mar al viejo Pancho.
-jejejejeje, no te pongas berrinchuda pinche mocosa que yo no te hice nada,- decía Pancho intentando volver a levantarla.
-¡que me suelte que no oye, viejo desgraciado!- dijo Mar y lanzó un escupitajo combinado con restos de semen de Felipe al viejo Pancho pero este cayó a escasos centímetros de donde ella se encontraba, escupir no era lo suyo.
-y me escupes, parece que no has aprendido a respetar a tus mayores, ¡TOMAAAAAA!- gritó el viejo Pancho y valientemente regaló una bofetada al bello rostro de Margarita, la niña cayó al suelo sobándose su cachete, llorando por la rudeza del golpe.
-eeeesfff, esssffff un bruto- dijo la sollozante Margarita.
-y agradece que no te pegue con el puño, a ver, vuélveme a escupir, vuélveme a escupir y te muelo orita a golpes, jajajajajajajajaja- retaba el viejo sabiendo que Mar había entendido quien mandaba, la jovencita lo miraba con ojos de odio y con una mano en su adolorida mejilla.
El viejo Pancho la levantó de sus cabellos y la llevó de nueva cuenta a donde los viejos; la vieja proxeneta encargada también de las cantineras veía cuando Felipe salía de la puerta a la que solo el personal tiene acceso, lo veía sudado, agitado y acomodándose la cremallera de su pantalón, desde luego que supuso la situación que se llevó a cabo ahí adentro, y más aun, cuando vio a Pancho tomando del brazo a una jovencita con su vestido sucio, subido prácticamente mostrándolo todo y un rostro deshecho en donde lo último que se veían eran ganas de seguir viviendo.
La vieja cantinera se acercó a la pareja, Mar la divisó con un caminar para nada coqueto, más bien cascorvo, era fea de la cara y muy cachetona, tenía una nariz larga y afilada, exageramente maquillada con combinaciones de colores que ni al caso, su cabello era color rubio oxigenado y estaba muy reseco y maltratado, una verruga con pelos cerca de su nariz, cejas postizas a simple vista y mal acomodadas, y cerca de su boca una espinillota muy madura, blanca de la parte de arriba, casi reventándose por sí sola, ni siquiera los kilos de maquillaje podían cubrir esa imperfección, además de un cuerpo algo robusto casi rayando en lo masculino, traía puesto un vestido negro que no le favorecía en nada.
-pero mira nada mas, pobre muchacha, que le hiciste puto Pancho?,- decía la vieja cantinera con un acento de preocupación muy convincente.
-yo nada, Felipe le llenó la boquita de leche, jejejejeje- reían enfermamente el viejo Pancho y sin que Mar lo viera hizo una seña al viejo que se había quedado en la barra en sustitución de Felipe, dicha seña era la clave para la preparación de un afrodisiaco brebaje.
-ay mija que te hicieron estos animales, a ver, acomódate tu vestidito- la señora muy humanitaria le acomodaba el vestido a la tremenda chamaca.
El gordo Pancho se dirigió hacia una mesa, platicaba muy interesante con el viejo que se atrevió a pellizcarle las nalgas a Margarita cuando recién llegó a este elegante sitio, se alcanzó a ver como el anciano casi de la cuarta edad pasaba disimuladamente cuatro billetes de 500 pesos a las callosas manos del gordo Pancho y este rápidamente se los metía a su bolsillo.
-señora por favor, ayúdeme, ese tipo me quiere violar y….. sepa dios que otras cosas quiera hacerme, ya le dije que solo quiero irme a mi casa y no me deja irme………. por favor ayúdeme, sáqueme de aquí…….. se lo ruego por lo que más quiera,- hablaba desesperada la jovencita quitándose la pena, sin saber que se lo decía a una vieja tan corrupta como Pancho y que ya conocía el protocolo que lleva a cabo el gordo cada que trae una hembra a sus aposentos, pues Margarita no era la primera que amanecía violada por tan fino caballero.
-shhh, baja la voz niña, te va a oír, voy a hablarle a alguien para que te lleve a tu casa sin que se dé cuenta ese bruto, mira nada mas, tan bonita chiquilla y que te quiera violar ese viejo tan feo- decía la vieja.
La vieja sacó un celular carísimo y fingió teclear un conjunto de números para después sacar todos sus dotes de frustrada actriz y convencer a Mar que estaba hablando con alguien y que le decía que tenía a una muchachita que quería regresar a su casa, obviamente Mar no pensaba revelar la ubicación exacta de su vivienda a otro desconocido así que en su ingenua y confiada mente ya se estaba imaginando en qué lugar bajarse.
-listo, dice que en menos de media hora pasa por ti, ahora mientras lo esperamos que tal un trago,- decía la vieja.
-señora, su amigo es de confianza?- preguntó Margarita.
-claro mi niña, es de confianza, es el que lleva a estas muchachas a sus casas cuando se les hace tarde, no te preocupes es incapaz de faltarle al respeto a una mujer, no como ese pinche gordo depravado, ahora tomemos un trago mientras llega- decía la vieja.
-lo siento señora, pero no tengo dinero, ese desgraciado me robó- decía Mar con unos ojitos medio empañados.
-no te preocupes hija, este yo lo invito- insistía la vieja
-no señora, muchas gracias de todos modos, pero no bebo- rechazaba la oferta la jovencita.
-ay mija, no seas apretada, en este lugar vendemos puro alcohol no juguitos, además después de lo que te hizo ese desgraciado de Felipe lo que necesitas es algo que raspe y que te quite el mal sabor de esa porquería- decía la prostituta.
-bueno, está bien- dijo Mar, pensando que con una copa no pasaría nada, la señora se levantó y se dirigió hacia la barra.
Mar volteaba a su alrededor, la frescura e inocencia de esa hermosa muchacha no encajaba con lo vulgar y corrompido del lugar, si bien estaba sentada sola, con sus manos recargadas en la mesa y sus carnosas y brillosas piernas cuidadosamente cruzadas comprendía que no podía salir huyendo así como así, aunque la posibilidad la tenía pues nada le impedía llegar a la puerta de esa cantina apenas a unos 15 metros de ella, en primera no sabía exactamente en qué parte de la cuidad se encontraba, si es que todavía seguía en su cuidad pues Mar vivía en una urbe tan grande que comprendía la unión de tres ciudades, en segunda los vagos que había afuera representaban un peligro mayor que los mismos viejos que la mancillaron, eso sin pensar la posibilidad de caer en manos de algún loco sádico que la violara y después le sacara los órganos para venderlos ya que lo único que le faltó ver en todo su turístico recorrido al llegar a este distinguido sitio fue gente que aparentara decencia, y por último veía en esta señora una ligera esperanza para poder librase de este tormento.
La señora regresó con dos vasos, uno para ella que utilizaría para disimular y el otro para la chiquilla seguramente aseados a partir del proceso de calidad certificado por la ISO que realizaba el viejo Felipe, puesto que fue él quien los limpió pues ya había regresado a su labor y no dejaba de ver burlonamente a la dulce Margarita, además de admirar ese exquisito cruzado piernas que mantenía la joven y mandarle besos cada que sus miradas se cruzaban, dentro de su pantalón su asquerosa herramienta ya rugía otra vez por volver a meterse dentro de esa fina boquita, la muchachita lo veía de reojo y cuando notaba la mirada del tipejo desviaba la suya y ponía cara de enojo.
-anda niña toma- dijo la vieja y puso el vaso al alcance de la jovencita, lo que Mar no sabía era que su bebida era una combinación exótica de whisky barato, agua mineral, un raro energetizante y un poderoso, costoso y muy difícil de conseguir afrodisiaco, todo esto para que la niña se mostrara un poco mas complaciente y con suerte disfrutara lo que se le avecinaba, además la bebida contaba con un ingrediente secreto, un escupitajo del viejo que ayudaba a Don Felipe.
Mar se tomó esa pócima de un jalón, tenía sed y le resultó agradable al paladar, además era cierto que borraba el desagradable sabor de la corrida del viejo Felipe.
-quieres más?- preguntó la vieja
-otro y ya por favor- contestó la nena.
La vieja demoró un poco y regresó con otro vaso igual de cargado, pero ahora, en vez de escupitajo, la bebida venia adicionada con unos cuantos grumos de la corrida que el ayudante se había tirado al ver para quien iban dirigidos los tragos y de nueva cuenta Mar se la bebió de un jalón, lo que si notó fue algo espeso correr por su garganta pero no dio importancia.
-si quieres puedo ir por otro?- dijo la vieja.
-no señora, ya no, gracias, no vaya a ser que se me suba,- respondió la nena esbozando una leve sonrisa.
“esa es la idea chiquilla estúpida” decía la vieja en su mente
-cómo te llamas niña?- dijo la vieja mientras le agarraba la mano a la preciosa jovencita.
-Margarita- respondió la jovencita alejando un poco su suave mano.
-sabes Margarita,- la vieja se levantó y caminó hasta quedar de espaldas a la chica, depositando sus viejas manos en los desnudos hombros de la nena.
-eres muy bonita, te pareces a una sobrina que tengo- decía la vieja mientras jugaba con los castaños cabellos de la joven y acercaba su boca con aliento a alcohol a la oreja de Margarita.
Mar se incomodó un poco y se tensó, sintió ese acercamiento con otras intenciones mas allá de hacer una simple plática amistosa, esto fue notado por la vieja quien se acercó más a su oído para susurrarle:
-que te pasa?, te pongo nerviosa? jejejejejeje,- dijo la vieja esbozando una sonrisa tan espantosa que haría llorar a un niño pequeño, mientras aplicaba un suave masaje en los hombros de la engalanada joven.
-no, no es eso, es que……- Mar comenzó a sentir un rico calorcito, además de una especie de oleaje creado por el aire que por ahí circulaba y que chocaba deliciosamente con su sexo, y que estaba haciendo que se humedeciera.
-entonces?,-dijo la vieja mientras se sentaba en la silla que estaba al lado de Margarita, la vieja colocó descaradamente una de sus arrugadas manos en el desnudo muslo de la chiquilla y ahí lo dejó.
-tienes un cuerpo muy bonito, con razón volviste loco al Pancho, eres exactamente como le gustan, güeritas, piernuditas, nalgoncitas y chichoncitas- decía la doña, dando a conocer que el viejo tenía muy buenos gustos.
Mar tragó saliva y comenzó a sentir ese calor proveniente de su vagina esparcirse rápidamente por todo su cuerpo y en un acto de reverenda calentura abrió sus piernas para sentir más intenso el supuesto roce que el aire mantenía contra su sexo, eso sin contar las intensas ganas que tenia de tocarse que hacían que sus manos se retorcieran arriba de la mesa por no poder aguantarlas.
-tienes unas bonitas piernas Margarita, haces ejercicio?- preguntó la vieja mientras apretaba levemente los muslos de la joven, haciendo que la chica volteara al lado contrario y exhalara un leve suspiro para cerrar sus piernas mientras las friccionaba entre ellas.
Margarita volteaba a su alrededor, muy nerviosa, empezó a sentirse más incomoda con la señora que con el viejo, su respiración se empezó a acelerar y su todo su femenino cuerpo comenzó a traspirar, de su sexo comenzó a rodar una gotita de flujo que terminó por impregnarse en su tanga y que no pasó desapercibida por la calenturienta chiquilla.
-seño, donde está el baño?- dijo la estimulada muchacha.
-allá a la vuelta- dijo la vieja señalando otro corredor diferente por el que anteriormente la habían llevado.
“esta pendeja sí que anda urgida, tan rápido y ya se calentó” pensaba la señora.
La muchachita se levantó y llegó a la puerta del baño en cuestión de segundos, se extraño porque solo vio una puerta, dos viejos que se encontraban ahí intercambiando barajas con imágenes de muchachas en poca ropa rápidamente se abalanzaron sobre la espectacular chiquilla.
-híjole, buenaaaaaaas, muuuuuy buenas noches,- dijo un viejo en tono morboso.
-trabajas aquí chamaca?, no te habíamos visto antes- dijo el otro y comenzaron a acercarse lentamente a Margarita.
-señor, disculpe este el baño de mujeres?- decía la nerviosa y excitada joven haciendo movimientos extraños con su exquisito cuerpo.
-no, es el de hombres- dijo uno de los viejos, mientras el otro se le acercaba peligrosamente por detrás y le repegaba su deforme cuerpo.
-busco el baño de mujeres,- dijo Margarita.
-también es ese, lo ocupan hombres y mujeres para hacer sus necesidades, jejejejeje- decía el otro viejo quien se acercó a Margarita por enfrente y la tomó de su breve cintura, agarrando un par de pliegues del vestido y empezándolo a levantar muy lentamente.
-es el mismo?- preguntó la acorralada joven, quien no hacia esfuerzo por alejar de su cuerpo esas chaqueteras manos y seguía moviéndolo apretadamente.
-sí, el mismo, para eso querían igualdad de género, no?, aquí compartimos todo,- decía el viejo de enfrente y descarado metió su sucia mano (con la que hace poco se había masturbado) dentro del sexo de Margarita, notándolo muy mojadito y moviendo circularmente uno de sus callosos dedos.
-ahhhhhh- Margarita abrió su boca muy seductoramente y emitió un pequeño gemido.
-uuuuuuuuuuuuuuuuuyyyyyyyyyyy, parece que esta niña quiere que le den pa´dentro- el viejo empezaba a desabrocharse su cinturón.
-señor suélteme,- dijo Margarita, ahora si empezando a poner resistencia aunque fuera solo verbal.
El viejo que tenia pegado por atrás comenzó a restregarle el paquete sobre sus tremendas nalgotas, haciendo que el vestido se levantara hasta casi tener expuestos la mitad de sus glúteos, al pobre viejo casi se le salen los ojos al contemplar la redonda perfección de esos dos carnosos atributos.
-a ver niña, que tienes aquí?- preguntó el viejo de atrás y jaló el hilo de la tanga de Mar, haciendo que esta se ajustara perfectamente a su sexo, llegándose a ver la húmeda rajita de la jovencita.
-mmm, señor, no haga eso- dijo Margarita, esbozando otro leve gemido.
-y aquí que tienes?- dijo el otro viejo y deslizó uno de los finos tirantes del escotado vestido por el hombro de la joven.
-no por favor, no me violen- decía la chamaca.
-oye eso es una buena idea, vamos para mi casa, llevémonos a esta pendeja calenturienta, ya que no la aprovecharon vamos a aprovecharla nosotros,- decían los jariosos viejos haciéndole prácticamente sándwich a la curvilínea Margarita.
-siiii, además dicen, que las mujeres cuando dicen no, es siii, entonces si quiere verga jejejejejejejejeje- dijo un viejo jalando el hilo hasta casi romperlo.
-a donde creen que van con esta puta?- dijo la vieja quien había ido a ver porque tardaba tanto la jovenzuela.
-que te importa pinche Lencha, quítate no estorbes- decía uno de los viejos.
-esa putita vino con Pancho, si se la quieren llevar llévensela, pero a ver como les va cuando los vea que salen con ella- amenazó la vieja.
-es de Pancho?- dijo el otro de los viejos, liberando el hilito haciendo que le pagara a los glúteos de la chica como una liga.
-ehhhh, creo que mejor me voy- volvió a decir el viejo.
-sí, es lo más prudente, además como que ya es algo tarde y mañana tengo que trabajar- dijo el otro
-viejos collones,- decía Lencha, los dos viejo salieron rápidamente sin voltear a ver a tan espectacular hembra.
-y tu ven acá, te voy a quitar lo arrecha- dijo la vieja agarrando a Mar de un brazo.
La vieja la llevó adentro del asqueroso y maloliente baño, ahí adentro la recargó sobre el lavabo y maliciosamente acercó su boca a la de la chiquilla para darle un lento y sensual beso, Mar solo se sonrojó pues nunca en su vida había sido besada por otra mujer, sentía la lengua de la vieja recorrer cada centímetro de su boca y retorciéndose entre su prefecta y blanca dentadura, la vieja encontró la lengua de Mar y ambos órganos se entrelazaron para seguir fundiéndose en un caloroso beso que hizo que Mar sudara de su hermoso rostro, la chiquilla a pesar de que quería no podía dejar de besar a esa vieja tan fea, al separase ambas bocas seguían unidas por un espeso hilo de saliva, el cual se rompió pues ambas bocas se iban alejando poco a poco, cabe mencionar que en el tiempo que duro el lésbico beso Margarita no mostró incomodidad alguna.
La vieja ahora metía mano dentro del sexo de Mar y con uno de sus dedos comenzó a aplicar un leve roce, estimulada se abrió de piernas a tal punto de permitirle el acceso entre ellas al robusto cuerpo de la doña, la vieja aprovechó la docilidad de la muchachita y literalmente se enterró entre las torneadas piernas de la chica, comenzó a realizar obscenos movimientos copulatorios como si de una pareja heterosexual se tratara.
-lástima que no tengo mi dildo princesa, te la ibas a pasar muuuuuuy bien- dijo la vieja guiñando un ojo.
Mar cerró sus ojos e hizo hacia atrás su cabeza, dejando vulnerable su femenino cuello, la vieja se acercó a él y procedió a lamerlo con mucha maestría, babeaba toda la extensión de esa fresca piel a la que podía tener acceso, fue en este momento cuando su mano comenzó a moverse muy profesionalmente en forma de círculos sobre la depilada panochita de la joven, Mar empezó a emitir gemidos cada vez más intensos y a apretar sus manos en contra del lavabo mientras su humedad vaginal aumentaba, las bocas de ambas féminas se mantenían abiertas muy cerca la una de la otra pero sin llegar a besarse, aunque poco les faltaba, estaban tan cercanas lo que permitía que cada una pudiera sentir el caloroso aliento proveniente de la excitada respiración de la otra.
La vieja Lencha se apoderó de las espectaculares piernas de la joven e hizo que se enrollaran en su masculina cintura, Mar apoyó sus carnosas nalgas aplastándolas sobre el lavabo que parecía querer doblarse al soportar el pedazo de culote que se le formaba a la niña en dicha posición y que parecía querer romper el vestido.
La lésbica pareja fue detenida por un grito que venía del nacimiento del corredor,
-¡Lencha, donde vergas estas?!- gritó el descomunal Pancho.
Rápidamente la vieja dejó de manosear a la chamaca y se salió de entre sus piernas, Margarita se cerró de piernas y se acomodó el vestido, pues se le había subido bastante.
-ni modo mi amor, tendremos que dejarlo para otra ocasión- dijo Lencha guiñándole un ojo a la sensual muchacha.
-¡Lencha, pa´ la verga!- el viejo decía casi a dos metros de la puerta del baño.
-qué quieres Pancho?, aquí estoy, y si buscas a tu hembra está ahí en el baño- decía la mujerzuela.
Margarita seguía recargando su despampanante cuerpo en el lavabo y con sus piernas bien juntas, su mente meditaba la situación “¿Por qué?, ¿qué me pasa?, ¿porqué estoy tan…… mojada?” su mente era una nube de confusión que estaba alterando sus sentidos así como elevando su calentura, los deseos carnales aumentaban a cada segundo, a estas alturas Mar sentía la necesidad fisiológica de aparearse con alguien lo más rápidos posible, pero lo que más preocupaba a la caliente chiquilla era la idea de mostrase igual de dócil con el repulsivo gordo, el solo pensar eso le entraban unas ganas de vomitar, sin embargo con ese pensamiento su conchita dejó escapar una buena cantidad de lubricante vaginal.
Mar se echaba agua en su hermoso rostro para ver si así se le pasaba lo caliente, en verdad que sentía unas ganas bárbaras por tener sexo, ni siquiera se daba cuenta del espectacular meneo de caderas que había adoptado haciendo que se moviera su culo de manera tan provocativa que cualquiera pensaría que la chiquilla estaría haciendo una invitación a penetrarla, su mente rápidamente buscaba una respuesta hacia esa repentina cachondez, aunque no era fácil pensar en ese momento en otras cosa que no fuera meterse algo por su vagina, sin embargo, como un chispazo se le vino a la mente la pócima, “la bebida” pensó la muchacha “esa maldita vieja le echó algo a la bebida”.
Pancho se metía al baño y le dijo a su amada:
-apúrate, apúrate, que nos están esperando-
-señor, no me siento bien- decía la muchacha agarrándose su frente.
-orita te vas a sentar bien pero arriba de mi verga, órale- el viejo Pancho al ver que Mar se hacía tonta tratando de retrasarlo lo más que pudiera la jaló del brazo sacándola a la fuerza, Mar se detuvo frente a Lencha y le dijo:
-señora, entonces su amigo, el que iba a venir por mí, no…..-
-así es mi niña, nadie va a venir por ti, que eso te sirva, nunca confíes en desconocidos jejejejejeje- decía la vieja mostrando una burlona sonrisa.
El viejo Pancho tomó las cervezas que dijo que agarraría y salió con una sumisa muchachita por la puerta trasera del negocio, mientras caminaban Pancho se iba imaginando cualquier cantidad de porquerías que podría hacer con la chamaca en la cama, esto permitía que su verga se revolcara como un ser vivo dentro de su pantalón casi queriéndolo romper para poder salir y meterse lo más adentro de la apretada vagina de la muchachita, mientras ella en cada paso sentía como su íntima prenda se mojaba mas y mas, además la vieja se la había dejado mal acomodada, metiéndosele dentro de sus labios vaginales y cosquilleándola de manera exquisita.
El rostro de Margarita lucia descompuesto, sabía lo que le esperaba y ya estaba resignada a ello, a pesar de que el viejo prácticamente la llevaba empujándola, aun así no perdía las esperanzas de que a última hora ocurriera un milagro que la liberara de ese viejo, con todo este embrollo de la bebida y la calentura que iba creciendo en ella hacían que los aromáticos olores del viejo que hace rato la incomodaban hasta el punto del vómito ahora no le resultaban tan desagradables que digamos, además estos dos factores desarrollaban en Mar una sugestividad nunca vista en ella ya que realizaba el menor movimiento con la mayor femineidad posible con que su desarrollado cuerpo se pudiese comportar.
Llegaron a la casa de Pancho, ubicada detrás de la cantina, dicha casa estaba protegida por una barda de block de 3 metros de altura con vidrios de botellas y alambre de púas recorriendo todo el perímetro, una auténtica fortaleza, antes de entrar la jovencita comenzó a gritar pidiendo auxilio pero era más que obvio que nadie la escucharía, los vecinos mas decentes que antes por ahí residían ya se había marchado tenía tiempo debido a los numerosos asaltos y robos a casa-habitación que empezaron a suceder cuando el anteriormente tranquilo barrio se empezó a llenar de escoria humana, quedando solamente los más cínicos y deshonestos habitantes quienes se habían acostumbrado y resignado a convivir con este tipo de gente.
Una vez dentro la inusual pareja encontró a un singular personaje.
-vaya Pancho ya era hora,- decía el viejo que le había pagado 2000 pesos por tener un poco de diversión y que había podido accesar gracias a una copia de la llave de Pancho.
-esta puta que se le ocurrió ir al tocador cuando le dije que tú también ibas a estar- dijo Pancho.
Mar se llenó de coraje al ver que ese otro viejo era el que se atrevió a pellizcarles las nalgas.
-oye niña, es cierto, te pusiste bonita para mí? Jajajajajajajaja- reía el malsano anciano.
Mar no dijo nada, solo permanecía parada enfrente de esos dos viejos calientes, con su silueta perfecta digna de concurso ligeramente recargada a un costado, ese vestido a la que la suciedad le había dado un aspecto más morboso y se ceñía insinuantemente, sus carnosas y femeninas piernas estilizadas gracias a las zapatillas, esos senos que se balanceaban provocadores ante el mas mínimo movimiento de la chamacona y que asomaban más de la cuenta por el sugerente escote lo que hacía casi imposible para cualquier mortal verla directamente a los ojos, unos labios rosáceos que nada extrañaban el brillo del lápiz labial embarrado en las vergas de Pancho y Felipe, sin duda Margarita era la femineidad en su máxima expresión, era tal el efecto de descomposición lasciva que despertaba Margarita en las neuronas masculinas que incluso si el mismo Dios estuviera presente encarnado en el cuerpo de un hombre, lo más seguro era que en vez de ayudarla, él también pagaría por tener un rato de diversión.
-mira todo lo que te vas a comer chiquitita, jejejejejeje,- decía el anciano agarrándose vulgarmente sus genitales y lanzando aullidos, lo que hacía ver lo mentalmente dañado que se encontraba.
Mar no pudo evitar voltear a ver el paquete del viejo, un bulto enorme que se marcaba por debajo del sucio y holgado pantalón de vestir, una poderosa erección que se pensaría imposible en un cuerpo tan viejo y oxidado, una persona a la que la vida le estaba regalando tiempo extra en este mundo, privándonos del cada vez más escaso oxigeno.
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En otro lado de la ciudad Mary y Cruz se preocupaban por su desaparecida amiga, ya tenían rato que habían abandonado el cine porno pero cuando llegaron a la camioneta vieron que la chiquilla no se encontraba, y eso que habían dejado pasar más de una hora esperándola afuera, por sus mentes pasaban toda clase de ideas y posibles lugares en donde podría encontrarse su amiga, pero nunca, que estuviera a punto de ser abusada sexualmente por dos depravados, Mary marcaba a cada rato al celular de su amiga, sin saber que este vibraba debajo de una butaca del cine porno al que asistieron.
-no contesta- decía preocupada Mary a su afeminado amigo.
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Mar reaccionó cuando sintió que una mano bajaba el cierre trasero de su vestido, poco a poco se iba abriendo dejando expuesta una perfecta y breve espalda cubierta solamente por la tira del bra, quiso impedir pero algo dentro de su cuerpo la paralizaba, el cierre seguía bajando muy lentamente hasta llegar a donde la espalda pierde su nombre, una casi extinta tanguita aparecía ante los amorfos ojos del viejo Pancho.
El anciano que estaba sentado en la cama se bajo su pantalón, no traía calzones, así que no era difícil ver un poste que se erigía como cual vela de barco, húmeda de la parte de arriba, venuda, muy deteriorada pero con una firmeza que comprobaba que todavía podía satisfacer a una dama, obviamente estaba haciendo trampa, el viejo se había tomado una sildenafil de 100 mg que para su edad ponía en riesgo su vida, poco le importaba, como él decía: “que mejor morir que clavándome a una deliciosa putita”
-otra vez tomándote esas pastillas pinche Taco- decía Pancho
-es que si no, no paraguas- decía el anciano Eustaquio.
-a ver que día caes de un paro, pinche viejo rabo verde jejejejejeje- dijo Pancho.
El viejo Pancho se quitó su camisa, mostrando un cuerpo lejos de lo marcado, pero de dimensiones muy exageradas, sus brazos eran gordos e imponentes capaces de sacarle un susto a cualquiera y cubiertos de grotescos tatuajes de todo tipo que lo hacían ver más intimidante, su masa corporal era tan tosca que casi comparaba un cuerpo tipo Mark Henry, solo que con mas panza, y con su casi 1.95 de altura le daban un aspecto muy respetable cuando salía a la calle.
El gordo Pancho llegó a la parte del vestido en donde acaba el cierre, con sus manos lo arrancó dejándola en ropa interior, Don Eustaquio al ver ese despampanante cuerpo semidesnudo que estaba por poseer comenzó a pelarse la verga muy vulgarmente, a una velocidad exagerada, moviéndose más su cuerpo que el viejo aparato, emitiendo una risa enferma y mostrando una falsa dentadura, sus labios estaban casi desaparecidos, su huesuda mandíbula de dibujaba perfecta sobre ese cuero viejo.
Pancho llevó a la cama a la joven, sentándola exactamente en medio de ambos disparejos cuerpos, uno gordo intimidante, y el otro seco y de apariencia quebradiza, si no fuera por el sostén se diría que Mar estaba completamente desnuda, pues la tanga desaparecía entre las frondosas carnes de la jovencita al estar sentada y con sus piernas bien cerradas.
-qué bonita niña,- dijo el anciano poniendo una de sus arrugadas manos en el suave muslo de la joven, ella se corrió pero solo se arrimó más a Pancho, el alcoholizado olor de ambos viejos no afectaba la nariz de la joven.
Pancho fue el primero, el gordo tomó a la nena de los cachetes y se abalanzó sobre sus carnosos labios como un desesperado, besándola mientras emitía sonidos extraños, al mismo tiempo Eustaquio lamía las piernas de Margarita, nada que ver al comparar las carnosas piernas de la nena en contra de los flacos palillos del anciano, esta vez Mar no hizo por luchar, ya que sus manos no llegaron a repeler las cochinas caricias, se quedaron quietas y poco a poco bajaban recargándose en el peludo pecho del viejo, la pobre niña recordaba su posición y sabia que si seguía negándose le podía ir muy mal, así que se había resignado y esperaba a que todo esto pasara rápido, comprendía que debía de mostrarse algo complaciente para evitar despertar la ira de esta mole humana y no terminar con su hermosa carita desfigurada.
Después de ese fogoso beso, el viejo Pancho se separó, mostrando sus labios humedecidos por su propia saliva y la de la jovencita, en la misma condición se encontraban los de Margarita, ella se separó dando la impresión de que había disfrutado el beso pues su lengua recorrió tímidamente el contorno de sus labios como si quisiera llevarse a su boquita la asquerosa saliva que los empapaba, el anciano seguía en su labor lamiendo cada centímetro de esas interminables piernas, su negra lengua resbalaba por toda la aterciopelada piel como una especie de gusano escurridizo.
-así me gusta puta, que sean mansitas- dijo Pancho y atoró dos de sus dedos en el bra de la chica, y de un jalón su prenda de encaje tuvo la misma suerte que su vestido liberando esos perfectos atributos, Pancho al ver los pezones paraditos, rosaditos y con un brillo espectacular se abalanzó sobre ellos, con una de sus manos amasaba uno y con su boca chupaba el otro, Mar gemía delicadamente  sintiendo dos babosas lengua actuar en diferentes partes de su cuerpo, sus manos en vez de intentar separar a los depravados se acercaban a su boquita tapando disimuladamente sus labios al gemir.
Rápidamente el otro viejo, Eustaquio, con ayuda de una navaja cortó ambos laterales de la tanga de Mar y la jaló de la parte de enfrente, sintiendo la pobre muchacha como su prenda resbalaba por entre su culito al abandonarla, quedando completamente desnuda ante este par de degenerados.
Ambos viejos se pusieron de pie, desnudándose completamente en fracciones de segundos y dejando expuestas sin ningún pudor ni respeto sus malolientes vergas, la del viejo Eustaquio con una aceptable longitud de 17 centímetros aunque delgada pero muy venuda y con una cabeza más puntiaguda que redonda, la del gordo Pancho lucia colosal, con sus 22 centímetros, gruesa, muy morena, con una grandísima vena morada surcándole por en medio casi tan gruesa como el dedo meñique de Margarita y una brillante cabezota que casi parecía una manzana, ambas húmedas por efecto de la lubricación.
-mámalas puta,- ordenó Pancho, Mar veía esos dos trozos apuntándola amenazantemente, ambas vergas parecían bajar pero casi al instante recuperaban su poderío por medio de pulsaciones, las del gordo Pancho casi parecía reventar por lo desmedido de sus punzadas.
Los hermosos ojos de Mar tímidamente veían esos mutantes instrumentos, su boquita se torcía de forma curiosa, ese calorcito rico que invadía su cuerpo aun no desaparecía y los olores jugosos de los machos hacían que su cerebro trabajara para que ese calorcito aumentara, la manita derecha de Mar se levantó y se aferró a la verga de Pancho, podía sentir sus pulsaciones en su suavecita manita, acercó su boca tímidamente y sin pensárselo la engulló de manera golosa y ahí la retuvo, su mente casi no le daba para pensar, simple y sencillamente seguía sus instintos más bajos, como si la parte racional de su cerebro se hubiese apagado y solo quedara funcionando aquella que responde a estímulos carnales, entonces sin mostrar ningún tipo de asco a ese tipo que prácticamente la secuestró y que se había portado con ella como el peor de los patanes, comenzó a mover su salivada lengua delicadamente por toda la apestosa cabeza de esa desproporcionada verga.
-jejejeeeehhhhhhh,- reía fanfarronamente Pancho.
-acá chiquilla, acá hay otra- dijo Eustaquio.
La mano izquierda de Mar se apoderó de la verga del otro hombre, si es que todavía se le podía llamar hombre a esa auténtica reliquia viviente, y comenzó a masturbarla, dicha verga comenzó a escurrir en líquido preseminal hasta parecer como si estuviera orinando.
-ahhhhh, que mano de suavecita, ni un solo callo- decía Eustaquio.
Poco a poco la boca de la jovencita se inundaba de lubricante de la verga de Pancho, hasta que llegó un momento en que su bucal capacidad cúbica fue incapaz de retener tanto salado líquido, teniendo de esta manera que tragar todo esa babosa secreción para evitar ahogarse, observándose por su garganta como bajaban los sorbos acompañados de su saliva con destino a su estómago.
-y deberías de sentir su boca, jajajaja- decía Pancho
-pues qué esperas pásamela- Pancho sacó su verga de la boca de Margarita de manera dificultosa ya que la chica dio la impresión de no querer desprenderse de ella.
-mámasela a este pobre viejito, jejejejejejejeje- la chica solo veía a aquellos dos animales que se estaban dando un agasajo con su boca.
De la misma manera Mar se metió el trozo del anciano, empezando a recoger el grueso hilo preseminal que colgaba de él hasta llegar a su glande y enroscando su lengua alrededor suyo, Taco al sentir el comprimir de semejantes labios casi se corre, aguantando su vaciada teniendo que apretar el mismo su verga, tenía mucho que no le chupaban su podrido aparato con esa golosidad que estaba utilizando la joven Margarita que del puro gusto movía una de sus piernas en un movimiento similar a como cuando un perro menea su pata cuando se le rasca la panza.
-jejejejejeje, que puta eres, se ve que te encanta la verga, y la verga vieja, mira que en una sola noche mamársela a tres, no cualquiera- dijo Pancho
Margarita no escuchaba todos los insultos dirigidos a ella, estando tan concentrada en su labor y con el efecto del afrodisiaco poniendo de su parte, sus ojos estaban idos, como si no mirara a ningún lado, solo su boca al emitir ligeros gemidos, murmullos succionadores, mojados sonidos y su cabeza al moverse mientras realizaba sus chupadas eran las únicas señales de vida que mostraba.
Ahora procedía a masturbar la verga de Pancho con su mano, ambos órganos masculinos desprendía un olor insalubre, sin embargo los sentidos de Margarita estaban tan distorsionados por el efecto de la bebida que ni siquiera los sentía, al contrario, se relamía los labios cada vez que podía sintiendo el sabor del líquido preseminal, pasaba su boca de un miembro a otro, ensalivándolos y mezclando dentro de ella el sabor hediondo de ambas vergas, la saliva comenzó a caer y prácticamente bañaba sus enormes pechos que parecían haberse hechos más grandes.
Los desnudos viejos permanecían parados al lado de la joven, Eustaquio con los brazos sobre la cabecita de la niña y temblando de sus piernas y Pancho su masa corpórea casi inamovible y con sus brazos agarrando su enorme cintura, una cintura tan abultada que parecía que tenía una llanta de tractor como lonja.
-que ganas tengo de mamarle la pepita a esta chiquilla- dijo Eustaquio
-no se la mamas porque no quieres- respondió Pancho.
– jejejeje, acomódamela- dijo el vejestorio.
-a ver putita vamos a acomodarnos- dijo Pancho.
-nooo, Donn- dijo Margarita, sin embargo recordó lo violento que podía ponerse el marrano si no se hacia lo que el quería.
Pancho levantó a Margarita, dada su fortaleza no le costó mucho, como levantar un muñeco de trapo, y la acomodó en la cama, acomodándose él detrás de ella y sujetándole ambos brazos con sus toscas manos y aprisionando su breve cintura con sus peludas pantorrillas, la pobre niña para su sorpresa se abrió de piernas como un acto reflejo, mostrándole a Eustaquio su exquisita panochita ya brillosa por sus fluidos vaginales.
Eustaquio comenzó a mover su mandíbula de manera graciosa, acomodando su postiza dentadura dentro de su sepulcra boca y hundió su anciano rostro en la mojada intimidad de la joven.
-ahhhhh, que rico, ya se me había olvidado como huelen las niñas,- aspiraba Eustaquio levantando su horrenda cara empapada en jugos vaginales llenando sus podridos pulmones de ese femenino aroma que se desprendía del sexo de la nena.
El viejo comenzó a lamer de manera obscena la panochita de la joven como un perro tomando agua, pasaba su lengua por toda la extensión haciendo que Mar comenzara a derretirse en gemidos debido a las placenteras sensaciones que le regalaba el apuesto caballero, poco le importaba gemir y revelar su nivel de calentura, la joven y más que nada su sexo reconocían que este viejito estaba haciendo bien su trabajo.
Eustaquio casi enterraba su podrida boca dentro de esa bien cuidada vagina, dejándola llenas de babas y absorbiendo los jugos que de ella salían, su postiza dentadura se le movía constantemente y tenía que acomodarla a cada rato, entonces el viejo con aprobación de Pancho se acomodó entre las carnosas piernas de Margarita con la intención de penetrarla.
Margarita veía con terror como ese auténtico muerto viviente se acercaba cada vez más a ella (su anciano rostro parecía como de un zombie acercándose al cuello de su víctima) pero no podía hacer nada para evitarlo, sus manos estaban inhabilitadas, el viejo llevó su negra boca y le robó un malsano beso a Margarita, su lengua se metía hasta casi llegar a la campanilla, haciendo que las ganas de vomitar en Mar tuvieran presencia, parece ser que el efecto del afrodisiaco ya estaba pasando o será que ni ese brebaje podía ocultar el asco a un anciano como este.
Una de las arrugadas y temblorosas manos de Eustaquio agarró su acorazada verga y empezó a tallarla en ese húmedo sexo, las talladas iban de izquierda a derecha haciendo que los muslos internos de la niña se llenaran de lubricante formando un puente lúbrico entre ellos, casi parecía que Taco le quería comer la boca a la niña, el viejo estaba tan desesperado que también besaba y lamía de manera repulsiva el rostro de la joven, llenándolo de babas que escurrían por toda su cara, Margarita ya debería tener unas tres capas de babas cubriendo su hermoso rostro.
El desnivelado viejo intentaba meter su lengua en las fosas nasales de la jovencita, ella solo ladeaba su colorada cara tratando de evitar esa zafada acción pero el viejo era tan insistente que terminaba acorralándola, en un movimiento hábil para la edad del cadavérico logró meter a su inmunda boca la respingadita nariz de Margarita y la absorbía como si quisiera tragarse su mucosa, el viejo Pancho apoyó a su compañero y con sus manotas tomó el rostro de Margarita de los costados de manera que impedía cualquier movimiento lateral del rostro de la joven mientras que sus peludas piernas se habían enrollado en los frágiles brazos de la joven cajera.
-que asqueroso eres Taco, ya métele la verga de una vez o te la quito- dijo Pancho
-no Pancho, no me la quites, es….. es que…..esta niña esta rebuena, como quisiera tener una así en mi casa, me la cogería todo el tiempo, cuanto quieres por ella?, te la compro, te la compro- dijo el cerdo asqueroso de Taco, tratando a Margarita como un objeto que se vende.
-nada Taco, esta putita no está en venta, esta es para mi uso personal, pero si me llegó a encontrar otra así ya veremos jejejejejeje- dijo Pancho
El viejo Taco volvió a profanar la ya no tan aseada boca de la niña, en un arranque de desesperante besuqueo su dentadura cayó dentro de la boca de Mar, ella intentaba sacarla pero sus brazos estaban sometidos por Pancho con sus piernas en una especie de llave de lucha libre, la prótesis dental se le fue mal y hacia que Mar pareciera como si se estuviera ahogando, a pesar de que la pobre joven trataba desesperada de quitarla con su lengua esta no tenía la fuerza ni equilibrio suficiente como para liberar su boquita de tan cochambroso aparato, el viejo Taco se carcajeaba y aplaudía por la escena para el cómica mostrando una boca cubierta solo de dientes inferiores y se abalanzó sobre ella a comerle nuevamente la boca y hacerle prácticamente una transfusión de saliva, teniendo la niña que tragarla para no ahogarse.
-creo que ya con esto chiquilla, ahora te perforare ese tamalito, jejejejejeje- reía el vejete, el viejo dijo esas palabras tan cerca de la boca de la necrofílica Margarita, sintiendo la nena todo el aliento a muerto.
“Dios mío que sea rápido” rezaba la nena.
Los ojos de Mar se abrieron al máximo, el asqueroso viejo la había penetrado de un solo empujón todo gracias a la lubricación de ambos órganos reproductivos, le había metido esa verga (con todo y pelos) casi en estado de descomposición lo más profundo que le pudiera llegar, sin dejar fuera de esa vagina ni un milímetro de esa podrida pija llena de manchas hepáticas, el viejo como pudo se empezó a menear, pareciera que era el solo el que se movía pues las embestidas de su flacucho cuerpo no tenía la fuerza suficiente como para mover la voluptuosa anatomía de su compañera de cama, incluso el viejo tomaba impulso con sus pies y simulaba estar escalando la perfecta anatomía de la chamaca.
-mírame puta, mírame, mira el podrido rostro del viejo que te está metiendo la verga,- ordenaba el perturbado Taco mientras jadeaba como un perro y realizaba sonidos similares a rebuznos.
Mar obedeció al viejo y aunque ella no lo hacía a propósito miró a ese decrépito y ojeroso rostro con esa verde hermosura que forzosamente tenían que mostrar sus ojos, era imposible no ser cautivado por semejante mirada, excepto estos viejos que pareciera que la juvenil mirada solo los desequilibraba mas, Pancho retiró con asco la dentadura del otro vejete de la boca de Mar haciendo que la chica tosiera.
-que puerco Taco, con razón ya ni pagando cogen contigo-
El vejete sudaba más que un caballo, su arrugado abdomen escurría en sudor mientras penetraba a Margarita como un perro excitado, Pancho se había apoderado de la boquita de Mar y le metía su babosa lengua hasta la campanilla, la chiquilla solo deseaba que ya fuera el otro día.
-te gusta verdad putita- decía el viejo pancho al oído de su sensual víctima.
Margarita podía sentir el eco de esas palabras dentro de su cabeza.
-lo estas disfrutando verdad, jejejejeje, te encanta la riata,-
Eustaquio no paraba de penetrara a la jovencita, quien sabe de donde sacaba toda esa energía, su ritmo cardiaco había rebasado por mucho la media, la cueva de Margarita era un auténtico lago y cada embestida que recibía era acompañada por un morboso sonido húmedo que podía ser escuchado por el desproporcionado trío.
-nooooooo, ustedesss  aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhh, dan ascooooooooooooooommmmmmmmmmmm- decía a medias la pobre Margarita quien sufría las vulgares embestidas.
-asco, y porque estas tan mojada?- dijo Pancho.
– y porque gruñes como una puerca? Jejejejejejejeje- dijo Taco
-no seeeeeeeeeee hhhhhhhhhhhhhhhmmmmmmmm, aaaaayyyyyyy déjenmeeeeeeeee por favooorrrrrrrrrrr-
-cállate puta, jejejejejejeje, esto es mejor que metérsela a la muñeca inflable que tengo en la casa, ahhh, tenía mucho tiempo que no la metía en una pepa tan calientita- dijo Eustaquio, y aceleró aun mas sus animalescos movimientos.
Mar trataba sin éxito de retener los gemidos, las embestidas eran tan intensas que parecía como si estuviera siendo cogida por una especie de máquina que no necesita descanso, el viejo llevaba algo de tiempo que no bajaba el ritmo, se escuchaba el golpeteo de ambos cuerpo sudados, risas de ambos viejos burlándose de esa pobre mártir, y pujidos de dolor consecuentes a los movimientos del viejo tan violentos y que lastimaban a Margarita por dentro al meterle la verga de manera torcida.
Eustaquio llegó a un punto que su verga se deslizaba a una velocidad tremenda, arrancándole suspiros a la joven apoyándose de su cintura mientras la penetraba, la verga comenzó a rozar de manera tan apasionada su sensible e hinchado clítoris, los labios de Mar permanecían en cada momento abiertos solo emitiendo gemidos cada vez más orgásmicos, indicando que el clímax estaba cerca.
“no puede ser me voy a correr, me voy a correr, noooooooooo, estooooo se sienteeeeee……………………. ricooooo”, pensaba la chiquilla quien a pesar de ser un moribundo viejo la estaba haciendo correrse como una burra.
-te vas a correr verdad zorra, te estás apretando- dijo el sofocado viejo.
-ahhhhh, nooooooo, pareeeeeeeeeeeeeeee, ahhhhhhhhhhhhhh- gritaba la orgásmica joven, mientras intentaba mover sus brazos para impedir que Taco le regalara un orgasmo, obviamente no podía, Pancho la estaba inmovilizando.
-sigue Taco, acábatela, dale duro, dale duro, ya la tienes,- alentaba el viejo Pancho.
-aaaaahhhhhhhhhhhh, me vengoooooooooooooooo, malditooooooooo viejooooooooooooooo me vengooooooooooooooooooooo aaaahhhhhhhhmmmmmffffffffffffffff- Margarita se vino en un bestial orgasmo y producto de la fuerza de su corrida apretó sus potentes piernas contra el debilucho cuerpo del vejete, los músculos de las piernas de Margarita se contraían tanto que casi parte en dos a su violador, para poco a poco volver a ponerse flojita y exhalar un prolongado suspiro.
Taco estaba feliz, parecía como si la vida le hubiera regresado a su decadente cuerpo, como si se hubiese nutrido con los fluidos vaginales de la chica que se regaban por toda su apestosa verga y gran parte de la cama, sacó su verga que no había perdido dureza, el putrefacto miembro goteaba en flujos y se mantenía más roja que nunca, al igual que la sensible vagina de Mar.
-Pancho, Pancho viste, viste como hice que se corriera, y aquellas putas cantineras que no me creen que todavía puedo, anda sácame una foto para enseñárselas anda y acomódamela de perrito, le quiero dar como la perra que es- decía el zafado vejete.
Pancho sacó la foto con el viejo Taco posando como un campeón, la niña al escuchar el flashazo despertó de su orgásmico estado.
-nooo, q… que hace?, no me tome fotos- decía la nena dificultosamente, sin embargo el viejo no le tomó la palabra, los femeninos puntos de vista no eran tomados en cuenta por tan machista sujeto.
-cállate, deja de ladrar perra caliente, jejejejeje perra caliente jejejejeje, si yo fuera tu dueño te tendría prohibido hablar y solo te permitiría ladrar como la perra que eres, y te metería una correa por el culo y solo podrías moverte como una vil perra, y harías tus necesidades como las perras, porque para mí no eres más que una perra que solo sirve para preñarla y que nos de mas perritas, entendiste, es más las perras valen más que tú- decía el desequilibrado anciano a una jovencita con unas ganas inmensas por llorar ante tales palabras.
-basta de pláticas-dijo Pancho.
Pancho acomodó esa sensual anatomía femenina, ahora el viejo Taco se acomodaba detrás de ella, y de un empujón metió nuevamente su miembro en la conchita de Mar.
-ayyyyy,- dijo Mar al sentir nuevamente esa verga dentro de ella, a pesar de estar hechizada sabía perfectamente lo que le estaban haciendo y recordaba el orden exacto de las anteriores y crudas palabras, por eso sus ojos comenzaron a dejar caer lágrimas de impotencia por no poder hacer nada, y más que eso por dejar que un bastardo así la penetrara, haber disfrutando de la anterior cogida y haberse corrido como una perra.
-jejejejejeje, eso perra, aúlla, aúlla, aaauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu- decía Taco volviendo a mostrar que su cerebro tenía alguna especie de desorden psicológico.
Taco empezó a bombear nuevamente a la joven moviéndose desesperado como si quisiera que su verga le saliera a Mar por la boca, las perfectas nalgas de la joven (que aun marcaban el cinturonazo que le dio Felipe hace poco más de una hora) chocaban contra ese despellejado cuerpo, el desnutrido viejo golpeaba las frondosas posaderas de la jovencita dejándoselas mas rojas aun y haciendo ademanes como si estuviera montando a caballo, el viejo aullaba y gritaba como un loco (como si le estuvieran metiendo a él un palo por el culo), Pancho reía al ver lo trastornado de su amigo.
Pancho aprovechó su posición para meter a la boca de la niña su enorme palanca, los viejos llegaron a efectuar por un prolongado momento una perfecta sincronía, es decir, mientras Taco penetraba a Mar por su panocha, el viejo Pancho lo hacían de la misma manera pero por su boca, los ojos de la niña se ponían blancos y enormes ríos lagrimales escurrían de ellos ya que la fuerza de Pancho era muy superior a la del otro violador, la enorme verga morena desaparecía por completo dentro de esa rosácea boquita, los pelos púbicos que cubrían la base del miembro llegaban a meterse y enredarse con los finos vellos que protegían las fosas nasales de la mujercita, debido a la potencia de los masculinos embates llegaba a formarse un ligero bulto en la garganta de Mar cada que el viejo Pancho embestía a tan preciosa jovencita ya que su verga se deslizaba alegremente encorvándose hacia la garganta.
Hubo un momento en que Pancho hacia que Mar se ensartara en la verga de Taco; es decir, el viejo Taco se dio cuenta de que los empujones de Pancho tenia por mucho más fuerza que los suyos, así que se quedó quieto con su verga dentro de la joven panocha admirando el perfecto culo de la nena, esa exquisita forma que el cuerpo femenino adquiere en la perruna posición, Pancho embestía la boca de la niña con tanto vigor que hacía que ella misma echara su cuerpo hacia atrás debido a la fuerza del impacto, lo que hacía que solita se ensartara en la verga del otro viejo sin querer, y cuando la joven intentaba desatorarse de Taco ya estaba recibiendo otro empujón que la hacía volver a clavarse.
Pancho sacó su maloliente verga de la húmeda boca, Mar emitió un quejido casi de parto cuando se liberó, la saliva era el elemento viscoso más presente en esa inmunda cama ya que cayó como cascada de la carnosa boquita, de repente Mar empezó a gemir nuevamente, pues Taco aceleró sus enfermos movimientos, el difunto la tomó de los cabellos y la atraía hacia él, mientras Pancho le volvía a comer su boquita sin importar que su verga hubiera estado alojada ahí segundos antes, la niña presa de la calentura movía su lengua tratando de llegar lo más lejos de la boca de tan desagradable sujeto a la vez que con una de sus finas manos masturbaba la poderosa verga del seboso queriéndolo vaciar lo antes posible con la esperanza de que este no la penetrara, podía sentir ese aliento característicamente alcohólico en ella, incluso al humear en sus amarillentas encías la jovencita quitaba restos de comida alojada entre las cariadas piezas dentales del gordo, prácticamente haciéndole un lavado a esa pútrida boca.
El viejo Taco penetraba sin misericordia esa castigada panochita, comenzaba a gritar y a balbucear palabras que no se podían entender debido a las babas que inundaban su chimuela boca y a una especie de espuma que se formaba por tanta bacteriana saliva que sin detenerse su producción caía hasta el cuerpo de la nena resbalándose por su espalda.
Pancho posicionó a Margarita, prácticamente enterrando el rostro de la joven en la sucia cama, el viejo ejercía presión en la espalda de Mar, inmovilizando en este acto el cuerpo y los brazos de la nena que se sometían cruzados por su breve espalda, Taco se encargó de mantener elevado ese provocador culo, penetrándolo sin tregua, era la única parte de Margarita que seguía levantada, y así continuo hasta que Margarita no pudo más y se desbordó en otro orgasmo, quedando con sus sudados glúteos levantados y sometida debajo del monstruoso cuerpo de Pancho, respirando entrecortadamente.
El anciano Eustaquio continuo penetrándola sin importarle su estado, comenzó a bajar el nivel de intensidad pues sentía su corrida próxima, fue en uno de estos periodos en que el viejo no pudo evitar retrasar su eyaculación por más tiempo y se corrió dentro del fértil útero de Margarita mostrando una cara de esfuerzo como si estuviera levantando algo extremadamente pesado, una gruesa vena se le marcaba en su delgado cuello producto de la dedicación que exigía mientras expulsaba semen añejo casi agusanado dentro de la joven, el anciano apretaba su verga con crudeza y la exprimía como queriendo sacarle hasta la última gota lechosa de el más alejado reducto testicular, Margarita reaccionó ante tal depravado acto.
-nooooooooooooooooo, por……. porqueeeeeeeeeeeee, porque se ha venido adentroooo?- dijo una cansada y casi sin fuerza muchachita.
-jejejejejejeje, tranquila chiquilla moquienta, no hay de qué preocuparse, mi leche ya no pega, jejejejeje- dijo el cansado Taco secando con su mano el sudor que corría en su frente y embarrándolo en el cuerpo de la joven, Pancho aprovechó para inmortalizar a la desnivelada pareja con otra comprometedora foto.
Taco sacó su flácida verga, completamente vomitada en semen, su espumosa boca se dirigió al ano de Margarita y lo lamio aplicándole un sonoro masaje rectal para después con su lengua penetrar ese reducido conducto (dicha lengua se movía serpenteantemente mientras intentaba alojarse dentro del apretado agujero) y por ultimo pegarle una mordida a sus nalgas, el viejo podía oler la fragancia masculina de su esperma aun fresco y que se asomaba tímidamente por el sexo de Margarita.
-nooooo, pare, pooooor  ahí nooooooooooo- dijo Mar asustada de que el viejo loco intentara penetrarla por su culito.
Afortunadamente para ella el viejo se detuvo para incorporarse y dejarse caer en un sillón, sacando de su pantalón una cajetilla de cigarro y llevándose uno a la boca, festejando su triunfal batalla, ya contaba con otra anécdota para relatar a sus nietos.
-ahhhhhh, que cogida te pegué niña, Pancho, de veras no quieres venderme a esta chamaquita, dime, te doy 15 000 ahorita, dime cuanto quieres por ella?- dijo Eustaquio.
Un poco de la historia de Eustaquio, el viejo Taco era un ex diputado con grandes amistades en la alta política, y que siempre veló por los intereses de grupos criminalísticos, y que ahora en su retiro de las cámaras, seguía conviviendo con estos desalmados, quienes sin olvidarse de sus aportaciones como fiel contacto y nexo político, cada cierto tiempo le ofrecían culitos de seleccionada manufactura, claro que no dé a gratis, pero al menos se las amansaban.
El viejo Taco seguía recibiendo pensiones exageradas por parte del gobierno, jubilarse en un alto puesto político en México significa casi asegurar un pedazo de lote en la tierra prometida, por eso siempre se la daba de que podía comprarlo todo, un diputado con mucho poder que toda su vida fue corrupto y ambicioso y que todavía seguía codeándose con espectaculares mujeres con las que muchos solo podemos soñar y que como persona era visto por sus familiares, vecinos (su residencia no se ubicaba por esa malandra zona), amigos y conocidos como un hombre pulcro y recto, todo un caballero, sin imaginarse lo perturbado que se encontraba la garrocha andante.
-no está en venta……………………………….. por ahora- respondió Pancho.
– a ver putilla, no te duermas que ahora voy yo- dijo Pancho y acomodó a la joven otra vez boca arriba, metiéndosele entre sus sudados muslos a manera de predecir otra morbosa sesión de sexo oral.
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En otra parte de esta gran ciudad, Mary y Cruzito ya habían llegado a casa, estaba preocupados por su amiga porque no contestó ninguna de sus llamadas.
-y si le marcas a su papá, a lo mejor se haya chocado de esperarnos y se vino sola y ya esté en su casa- decía Cruz
-no manches, y si no está, que vamos a decir si se supone que se quedaría a dormir conmigo- contestaba Mary, si algo tenía el papá de Margarita es que era muy reglamentario con su única hija y si Mar no se encontraba en el lugar en donde le había dicho que estaría, era capaz de ir a buscarla y traérsela de los cabellos, sin embargo le había dado permiso de quedarse a dormir con Mary pues consideraba a esta chica como una jovencita seria, desconociendo la fama que poseía esa chiquilla.
-ay mana, que problema- decía el amariconado.
-ay Mar, en dónde andarás?,- se preguntaba Mary preocupada volviendo a marcar al número de su amiga.
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El viejo había comenzado con lamidas sutiles, sus dedos le servían para abrir esa entrada que poco antes había sido cobardemente penetrada, podía aspirar el aroma de esa vieja verga impregnado en el joven sexo de la chica, saboreaba el repulsivo semen que se encontraba embarrado en todo el sexo de la joven y con su lengua lo empujaba para que no abandonara su recinto vaginal.
La lengua del viejo se movía como si tuviera vida, el viejo procedió a lamer no solo su sexo, sino también la parte que se encuentra entre el sexo y donde inicia el muslo, regresó a su sexo para seguir lamiéndolo pero pronto cambio y ahora con su boca cubría toda la panochita, lo succionaba tragándose la gran cantidad de fluidos que de la vagina de Mar se escapaban, succionaba como si estuviera succionado el jugo de una naranja, el chipo del viejo había adquirido una forma similar a una nariz de cochino.
Con un movimiento brusco e involuntario Mar dio un grito y de igual modo acomodó sus piernas para enrollarlas en la cabeza del viejo, este dejó de succionar pero sin cambiar la posición de su boca metía su lengua dentro de la húmeda cuevita de Mar, moviéndola en forma de circulo y penetrándola a una velocidad brutal, la chica empujó la cabeza del viejo apretándola con sus potentes piernas, al mismo tiempo su cuerpo se enroscaba presentando contracciones orgásmicas, señales evidentes de que el viejo estaba haciendo que nuevamente se corriera.
-nooooooooooo, señoooooorrrr, no me chupeeeeeeeeeeeeeeeeeeee- grataba la ardiente chiquilla, pero al viejo poco y nada le importaba, el seguía degustando ese manjar prohibido, ese suculento batido de flujos y que lo animaban a continuar, y menos se detenía al contemplar el hermoso rostro fruncido orgásmicamente de una muchachita preciosa que recién acababa de conocer.
“nooo, otra vez noooooooooooooooooooooo” dijo Mar para después desplomarse en otro orgasmo.
Mar enrolló sus piernas por sobre la nuca del viejo y expulsó una gran cantidad de fluidos que fueron a parar a la boca de Pancho quien saboreaba hasta la última gota de tan peculiar caldo, escupía sobre el sexo de Mar y volvía a tragar la exótica mezcla compuesta también por restos de semen de aborrecible Taco.
El viejo se incorporó y colocó su poderosa herramienta venuda sobre los frágiles labios vaginales de Mar, la talló por encima de ellos arrancándole suspiros a la muchachita y poniendo más que colorados los pómulos, cachetes y zona T del hermoso rostro de la joven, la piel de todo su curvilíneo cuerpo se erizó, el viejo comenzó con un movimiento muy lento como si estuviera penetrando a la chica pero su verga no se incrustaba dentro de su sexo, solo se tallaba por encima de esa zanjita que sudaba a chorros, la verga se paseaba por el clítoris de la muchachita en toda su morena extensión, todo esto continuo hasta que la verga del viejo fue prácticamente abrazada por los labios vaginales externos de Margarita.
El viejo juntaba saliva para después dejar caer una gran cantidad sobre el sexo de la joven, ella gemía con solo sentir la saliva bajar como un río de sus labios vaginales hasta caer a la cama o desviarse hacia donde empieza su culito.
El viejo tomó la cabeza de su verga y la acomodó a manera que quedara a la entrada del sexo de Mar, poco a poco el viejo fue ejerciendo presión, la panochita de Mar resistía todo lo que podía negándose a ser penetrada por ese repugnante sujeto, la verga del viejo era demasiado gruesa para ese canal a pesar de haber sido recién penetrado sin embargo el viejo de un fuerte y seco movimiento de cadera logró penetrarla hasta el fondo, arrancándole un grito a Mar moviéndose desesperada para poder liberarse, el viejo solo se reía de los vanos intentos de la pobre muchacha quien sufría un momento muy fuerte y perturbante para ella.
 “me la está metiendo, este viejo asqueroso me la está metiendo, que ascoooooo” decía Mar en su mente como respuesta a la retorcida, anormal e irrazonable copulación que se llevaba a cabo en ese momento en la casa de un viejo malnacido.
-ah, qué rica estas chamaca, que apretada tienes tu panocha, ni porque te la metió Taco- dijo el gordo.
-eehhh, esa perra ya se volvió a cerrar, pa´ la otra le meto un bate de beisbol- dijo el distinguido Taco.
-jejejejeje, lo que pasa es que la tienes flaquita, verdad putita, que se siente tener hasta dentro una verga de verdad, ehh?- dijo Pancho, Mar no contestó nada, solo su nariz hacia señales de que estaba conteniendo el llanto.
El viejo arremetía muy despacio, disfrutaba del momento, de la espectacular vista del cuerpo de la nena cubierto por millares de gotas de sudor recién salido y que olían a esencia pura de mujer, su sudor era una especie de perfume natural; sus pechos se levantaban como montañas, el viejo disfrutaba de ver esa breve cintura al igual que ese abdomen completamente plano y levemente marcado por las contracciones abdominales que hacia la niña contrastando en comparación con su obeso cuerpo peludo, disfrutaba el ver como su grueso y moreno aparato se perdía entre los delicados y rosaditos labios vaginales de Mar y cuando la gruesa vara venía de reversa podía verse como salía empapada en jugos lubricantes, abriéndose más los labios vaginales cuando la cabezota estaba por salir, pero, sin sacarla completamente, el viejo volvía a enterrársela repitiendo otra vez el procedimiento.
El viejo aceleró un poco sus movimientos, ahora con sus manos se apoyaba de la breve cintura de Mar, atrayéndola hacia él en cada una de sus embestidas, haciendo que el femenino cuerpo se moviera y por ende sus senos comenzaran con un provocador danzar logrando que algunas gotas de sudor que los cubrían comenzaran a rodar cuesta abajo.
El viejo ya había acelerado otro poco su mete y saca, ahora apoyaba sus brazos en la cama, entre sus poderosos brazos quedaba el apetecible cuerpo de Margarita, el viejo había echado un poco su obeso cuerpo hacia adelante para apoyarse mejor, sus brazos yacían sosteniendo esa pesada masa marcándosele todo un sistema de venas que los hacían ver más intimidantes, el sudor de su grasoso rostro corría como pequeños riachuelos buscando caída y logrando encontrarla principalmente en su nariz y barbilla, cayendo hacia el frágil cuerpo de Margarita, formándosele en su vientre un pequeño lago de sudor.
Los ojos negros y rojos por el efecto de la cerveza del viejo se cruzaron con los verdes y seductores de Margarita, ambos se vieron directamente a los ojos por pocos segundos, hasta que los de Mar voltearon a otro lado debido a la mirada tan pesada que tenía el viejo y a lo incómodo de la situación.
Mar se estaba reconociendo como una hembra en celo que disfrutaba lo que estaba viviendo, a pesar de lo desagradable de la masculina persona era imposible que con esa maestría culiadora la jovencita no sintiera estimulantes descargas de júbilo y éxtasis que muy difícil se logran ocultar, poco a poco su rostro se descomponía en facetas placenteras y risueñas que por más que la joven quería esconder simple y sencillamente no podía, y más repugnante, estaba reconociendo al macho que la estaba poseyendo sin importar que se tratara de un despreciable sujeto, machista, cobarde, y que se valía del sufrimiento de otras personas para sacar la mayor cantidad de provecho que pudiera sin importar los momentos tormentosos que hacía pasar a sus víctimas, pero por otro lado lo veía como un macho bruto, fuerte, dominante, en parte lo feo también ayudaba a que su morbo aumentara mas; contrario a ella, una muchachita tan femenina y débil, que sin importar lo que hiciera nunca iba a poder contra la fortaleza del viejo, esa sensación de sometimiento sumado a los efectos de la bebida la habían derrumbado a tal grado de abrazarse tímidamente a tan desagradable persona.
El viejo llevó una de sus manos al cuello de Margarita para apretarlo levemente (según él) pero con la fuerza suficiente como para que Mar sintiera dificultosa su respiración, la sometida joven llevó ambas manos aferrándose del brazo del viejo, intentando liberarse pero le era imposible, la joven volteó a ver al viejo y veía un rostro desbordado en la depravación, este apretaba sus dientes y de sus fosas nasales auténticos humos de calor salían al tiempo que bufaba como un toro.
-s…. seeeñoorrr m…. asfixiaaa….. cooooooffffffff, coooffffffffff- dijo Margarita.
El viejo colocó sus brazos ahora rodeando y aferrándose al cuerpo de Margarita, pegando su sudado cuerpo al de ella, quien solo se dejó aferrar por esos venudos y poderosos brazos, el viejo comenzó a penetrarla nuevamente, el rostro que ponía la niña denotaba que estaba sintiendo la penetración hasta el fondo casi tocándole con el glande la pared uterina y revelaba el grado de excitación que la envolvía, poco a poco sus piernas fueron enrollándose alrededor del seboso cuerpo del viejo.
Pancho con una de sus manos levantaba la cabeza de Mar apoyándola por sobre su nuca, sus dedos se perdían entre los castaños cabellos de la joven, y la otra mano levantaba el curvilíneo cuerpo de la parte de sus caderas, esas caderas tan desarrolladas que hacían ver a Mar una hembra que había llegado al punto ideal para la concepción, prácticamente se la cogía en el aire.
Su fértil útero recibía al desagradable intruso y se llenaba de líquido preseminal, ya que el miembro del viejo babeaba este líquido a chorros, Mar no comprendía cómo es que un viejo tan feo, gordo, sucio, borracho y lépero podía coger con esta maestría, sentía un placer nunca antes experimentado que la estaba llevando al borde de otro orgasmo que la dejaría rendida y a merced de un viejo completamente desconocido que esa misma noche la suerte le había sonreído y todo le había salido a la perfección al grado que ya tenía a la jovencita en su cama, desnuda, estimulada y con su oloroso trozo dentro, muy adentro de ella.
El viejo llevó su séptica boca hasta los senos de Mar, esos globos de carne que se movían en cada embestida del viejo y que ya tenía rato que lo estaban provocando visualmente, los succionaba y jugaba con sus pezones moviendo su lengua en forma de círculo, Mar sentía esa lengua babosa y caliente recorrer cada centímetro de sus pechos, estas caricias y la penetración la tenían totalmente entregada, por momentos gemía mientras sus labios denotaban una especie de morbosa risa.
Los gemidos de Mar y el viejo resonaban por todo el cuarto, era lo único que se podía escuchar además de el golpeteo que provenía de las embestidas que hacían chocar ambos cuerpos sudados que por momentos alcanzaba velocidades tan agresivas escuchándose un sonido similar como si una señora estuviera haciendo tortillas a mano, lo que hacía que Mar se diluyera en quejidos y aferrara sus manitas a la sudada sábana que cubría la vieja cama de Pancho.
La verga del viejo hacia maravillas en el colorado botoncito que casi parecía querer salir disparado de tan hinchado que se encontraba, Mar se mordía su labio inferior al mismo tiempo que seguía gimiendo tan fuerte que casi dejaba sordo al gordo, su cuerpo se convulsionaba de nuevo avisando que sería sacudida por otro orgasmo, esta vez jaló la sábana prácticamente tapando su voluptuoso cuerpo junto con el del viejo, haciendo que Taco por un momento dejara de observar la panorámica vista a cambio de una sábana que se movía fornicadoramente.
-te gusta puta, te gusta sentir mi verga dentro verdad?, nada mas con verte se da uno cuenta de que te encanta la verga- preguntaba el ya algo cansado viejo mientras no dejaba de perforarla.
-aaaah, aaaahh, aaaahhh, aaaahhhh, mmmmmmmmmmmhhhhhhhh,- era lo que el viejo tenía como respuesta por parte de Margarita.
-te gusta, dime que te gusta mi verga, dímelo, puta hija de la mierda- decía Pancho, Mar en un completo estado de depravación y en un abandono total de coherencia y cordura grito:
-siiiiiiiiiiiii, me gusta, me gusta su verga, maldito viejoooooooooooooooooo, lo odiooooo  uuuuhhhhhhhhhgggggggg…………. lo odio p………. pero ahhhhhhhhhhhhhhhh, – decía Mar presa de la morbosidad.
-entonces que vergas te estoy haciendo según tuu, vas a ver te voy a dejar bizca de tanto vergazo pedazo de culooooo- dijo Pancho acelerando sus movimientos endiabladamente.
Cada vez que Margarita era ensartada un sonido similar como si un cuerpo macizo chocara con un charco se escuchaba, así como un salpicar de fluidos salían disparados fuera de su vagina producto de la catastrófica colisión de entre ambos órganos reproductivos, los golpes que el viejo daba eran tan bravíos que Margarita debería de tener mucha suerte si su pelvis no resultaba con alguna fractura después del encarnizado y desnaturalizado ayuntamiento carnal.
-no creo poder aguantar mucho puta malnacida, siento que ya viene, aaaaaaaaaahhhhhhhh, no he descargado en casi un meeeeeeeessss- decía el viejo algo forzado.
Los ojitos de Mar veían al viejo pronunciar esas palabras, estaba preocupada porque sabía que el viejo se correría dentro de ella, pero también era imposible no desear llegar a otro orgasmo, el viejo seguía penetrándola y nuevamente la mente de la joven se nublaba por la excitación y la sumisión, no le importaba el trato y todas sus asquerosidades, se aferraba al cuerpo del viejo sintiendo toda su obesidad en su esbelto cuerpo, la cama rechinaba por la fuerza en que era penetrada y parecía que se iba a despernancar, de por si esa cama se había movido unos 30 centímetros de su ubicación inicial gracias a la fuerza que el macho desempeñaba.
-ahora si putita ahí viene mi lecheeeeeeeeeeeeeeee- bramó el viejo.
-n…, noooo, dentro noooooooo, me va a embarazaaaaaaaaaaaaaaaaaaarrrr- alcanzó a gritar Margarita, sin embargo ella misma fue quien enrolló sus piernas como serpiente en el obeso cuerpo del viejo con toda la intención de sentir dentro de ella el correr del apestoso líquido.
-¡siiiiiii Pancho, préñala! ¡quiero cogérmela panzona!, ¡si la preñas te doy lo doble que pagué orita!, jejejejejejejeje- gritaba extasiado el viejo Taco y meneaba más rápido su semierecta verga.
Las piernas de Mar se habían quedado abrazadas al viejo mientras esperaba la descarga, pero también sintió en su cuerpo un calor infernal que provenía de su intimidad, de pronto su cuerpo se tensó mientras ella comenzó a moverse de arriba hacia abajo con la verga del viejo dentro de ella, por más que Margarita quiso impedir su orgasmo el viejo muy hábil meneaba su verga dentro de ella, cosquilleándola por dentro y haciéndola correr una vez más.
-mee vengooooo, meeee vengoooooooooooooooooooo, meee vengoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo- gritaba Margarita sin importar al tipo de hombre que se lo decía.
Todos los músculos del cuerpo de Mar se contrajeron principalmente los de su vagina, la chica se ahogó en un intento por jalar aire que casi le resulta imposible, para explotar en un orgasmo descomunal, una corrida que expulsaba fluidos de su sexo todavía ocupado por la verga del viejo como si de una presa desbordada se tratara, el moreno miembro resistió heroico el apretón que la chiquilla le dio, logrando retrasar otro poco su corrida, el viejo tuvo que realizar un esfuerzo sobrehumano para no venirse.
Mar se retorcía y temblaba en la cama, boca arriba, exhausta y tapada con esa andrajosa sábana, el viejo también se veía agotado, aunque más entero que Mar, comenzó a retroceder sacando su verga lentamente del encharcado sexo de la joven cuidando que un roce traicionero le hiciera derramarse en ese momento.
-te corriste Pancho?, te corriste?- preguntaba Eustaquio.
-no, aun no- decía el agitado Pancho.
El viejo sacó su ciclópeo barreno completamente brilloso dejando el coño de Mar muy abierto, un enorme agujero estaba ahora en donde antes eran dos labios vaginales apretadísimos y se podía hacia adentro sin ninguna dificultad, sin embargo su panochita volvía a recuperarse y a través de exquisitas pulsaciones su sexo se volvía a cerrar casi en cámara lenta.
-uuuuhhhhhhhhhhhhh, que bruto, que cogidas pega esta chiquilla, y según ella no sabe, jejejejeje- dijo Pancho.
-debería de pasarle la receta a las chiquillas de la cantina, para que estén igual de cerraditas como ella- dijo Taco
-voy a acabarla de una vez- dijo Pancho.
-siiii, pero préñala Pancho, préñala, hazle una chamaca y cuando nazca me la vendes, jejejejejejeje, la voy a tener bien cuidadita para que crezca igual de tronca que la puta de su madre- decía ese desperdicio de ser humano.
-jejejeje, veré que puedo hacer- dijo Pancho
El viejo se acomodó al lado de la casi desmayada Margarita, quedando ella de espaldas a él, el viejo llevó su brazo derecho por debajo de la cabeza de la semiinconsciente chica, de esta manera la aprisionaba y podía manipular su rostro y sus senos, su brazo izquierdo bajaba por toda la espalda de la joven hasta llegar a manosear sus partes, meter un poco sus gruesos dedos dentro de la adolorida panochita y poner su verga en la entrada de su vagina.
La enorme verga se volvía a alojar entre esos canales vaginales, arrancándole nuevamente gemidos a Margarita, ella pegaba su cuerpo al del viejo sintiendo su calor y llenándose otra vez de su sudor, el cuerpo de Mar, el cual estaba libre de cualquier vello ahora se veía en partes peludo por los vellos que se soltaban del cuerpo del viejo y se pegaban a ella.
El viejo la penetraba con fuerza, podía sentir el perfecto culito femenino chocar contra su abultado vientre, mordía la espalda de la joven y por momentos la daba un fuerte abrazo que apretaba el cuerpo de Mar contra el de él, prácticamente haciéndole crujir sus frágiles huesos para que la chica sintiera el poderío de un verdadero macho.
Pancho se daba gusto observar a Mar, le excitaba su breve espalda, sus hombros estaban cubiertos por varias pecas que respetaban la perfección de su rostro y se negaron a salir sobre su cutis, le excitaba ver ese rojo culito castigado cubierto de gotas de sudor, su cabello que aunque no era muy largo si lo suficiente como para tener ese seductor movimiento que le daba cada una de las estocadas del viejo, pero lo que más llamaba la atención del viejo era ver esos dos hoyitos que se marcaban en la parte baja de la espalda de las muchachas y que muchas gustan lucir, hoyitos que por supuesto se marcaban en la espalda baja de Margarita.
La joven, entregada, confundida y sin explicarse que le pasaba buscó con desesperación los labios del viejo y cuando los encontró le regalo un amoroso beso, si bien el viejo besaba a la chica con depravación y asquerosidad, la chica lo besaba con inocencia y ternura.
El viejo volvió a tomarla de la cintura, las nalgas de la joven chocaban contra su bofa panza, Pancho al estar en esa posición, detrás de Mar, no podía ver el rostro de la chica, pero si podía escuchar todos sus gemidos provocados por la cogida que le estaba dando, el viejo apretaba los dientes a cada embestida que le daba a la afortunada chica, su rostro estaba totalmente descompuesto, los ojos rojos, sudado, la grasa de su cara lo hacían parecer como si le hubieran untado una especie de aceite, su frente mostraba venas muy saltadas que parecían iban a reventar debido a la fuerza que estaba utilizando.
Mar en cambio mantenía su muslo izquierdo levantado para facilitar la penetración, fue en este momento cuando Mar pronunciaba otras imprudentes palabras.
-ayyyyyy, Doooonnn Panchoooooooooo, mmmmmmmmmm que ricooooooooooo,- dijo la muchacha y rápidamente llevó una de sus manos para tapar su boca, esta vez había recapacitado, se había dado cuenta de lo bajo que había caído.
-jejejejeje, dime Pancho o papacito- respondía el viejo con voz agotada.
Entonces el viejo mientras la penetraba dejó de tomar la cintura de la chica y con su mano izquierda estimulaba el clítoris, movía su mano muy rápido hasta que con ese movimiento y la penetración logró arrancarle otro orgasmo que hizo que Mar se retorciera primero y luego tallara su cuerpo en el del viejo, la vagina de Mar se contrajo nuevamente, hasta que hubo un momento en que el conducto vaginal tomó por sorpresa al morado glande mientras se introducía y lo rosó de manera tal que lo obligó a eyacular.
-ahhh cabrona, esa no me la sabia, ¡AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!- gritó el viejo
Su verga se hinchó para de repente empezar a soltar cantidades exageradas de una asquerosa secreción amarillenta dentro del útero de la chica, los bombeos eran tan grumosos que hacían que los conductos deferentes del viejo tuvieran que ampliarse para permitir la salida de ese apestoso fermento, la uretra se expandía hasta la desproporción para dejar salir los voluminosos grumos espermáticos que casi parecían pequeños cálculos renales y que acompañaban al esperma en forma más cercana a líquido, Mar al sentir los potentes chorros chocando contra sus paredes uterinas cerró los ojos y su rostro se descompuso en una especie de gesto gozoso, las paredes del útero eran repelladas por ese pastoso líquido, el viejo en cada chorro también daba otro empujón para hacer que este llegara hasta el fondo, el útero literalmente se llenó de esperma formándose una poza calórica y amarillenta dentro de el y buscando el orificio que lo llevaría a inundar las trompas y ovarios de tan apetitosa chica para así consumar el propósito que tiene la unión sexual entre un macho y una hembra, la preservación de la especie.
El útero de Margarita estaba invadido por semen aun fértil, costras de semen yacían pegadas en la parte superior y no caían debido a lo pegajoso del líquido, el viejo dejó su verga dentro haciendo el efecto de tapón y levantaba ligeramente la femenina pelvis con la finalidad de que su semilla se fuera hasta lo más hondo, Margarita debería de tener mucha suerte si esperaba no quedar embarazada.
Una vez vaciado el viejo bajó el muslo de la fecunda chica quien quedó acostada de ladito abrazada por el viejo quien todavía no sacaba su verga, la sacó hasta que sintió que ya no salía nada, aun así no se le desinfló del todo y seguía en estado de semierección, Mar se quedó quieta, sus ojos se cerraban mostrando lo cansada que estaba, de su sexo salían pequeñas cantidades de esperma, así como un pestilente olor a semen la invadía, un hediondo aroma que llegaba hasta las narices del viejo Taco.
Pancho se despegó de Margarita con mucha dificultad pues ambos cuerpos parecían estar unidos por una especie de velcro que no era otra cosa que el sudor reseco de ellos, el ventoso Pancho se paró de la cama solo para ponerse su viejo calzón y sucio pantalón, mientras Taco reía al haber presenciado el desagradable acto inhumano de apareamiento que se llevó a cabo dentro de ese sucio cuartucho, nuevo hogar de la dulce Margarita.
-ahhh, que rico coges putita, creo que siempre si te vas a quedar a vivir conmigo, jejejejeje,-dijo Pancho
Mar reaccionó asustada
-¡queeeeeee! señor no, por favor ya me cogió, ya por favor déjeme ir- decía de manera dificultosa debido a su agotamiento jalando aire en cada oración pronunciada.
-ehhh, dejarte ir, no putita, me arriesgo demasiado, además ya conoces el camino hasta aquí y eso no me conviene- dijo Pancho.
-señor, le juro que no diré nada, por favor, déjeme ir- decía Mar rompiendo en llanto y respirando todavía algo cansada.
-cállate puta, deja de chillar porque ora si te rajo tu puta madre, mira que no está Felipe para que te defienda- dijo Pancho.
-siiii, pégale, agárrala a golpes hasta molerla,- dijo el mentalmente dañado Eustaquio.
-señor, por favor, no puede hacerme esto, tengo que regresar a mi casa- rogaba la chiquilla.
-desde ahora esta es tu casa, a partir de hoy eres mi nuevo juguete, solo servirás para dos cosas, para limpiar y para coger, esas serán tus dos funciones aquí, entendiste- dijo Pancho.
-señor no, usted está loco, no me haga esto, por favor- la pobre chiquilla ya no sabía que mas decir.
-jejejeje, siiii ya dije, así que presta mucha atención a lo que te voy a decir, como primera tarea, quiero que limpies esta pocilga, no sé cómo le vas a hacer pero quiero que quede reluciente, no tengo jerga así que agarra ese cochino vestido para trapear, ahhh, y si te sobra tiempo te duermes un rato para que agarres fuerzas, porque en la noche vamos a seguir cogiendo y quiero que ora si me des mas batalla, jajajajajaja- dijo Pancho.
-noooooo, por favor, no me haga estooo, pooor favooor, cuantas veces le tengo que decir que no soy una putaaa,- Mar rompía en llanto, poco le importaba mostrar su lado más débil a este par de desalmados a los que parecían no conmoverse con nada.
Pancho y Eustaquio salían con dirección a la cantina a seguir conviviendo y presumir sus valientes logros con la chiquilla dejando a Mar encerrada en la cama, desnuda, sudada y muy cansada, la joven lloraba desconsolada pero también resignada, a pesar de que intentó inútilmente abrir la reforzada puerta golpeándola hasta que sus finas manitas no pudieron mas, desilusionada se regresó a la cama, se enrolló en la sudada sábana para cubrir su desnudez, se recostó con los ojos cerrados pensando que esto era una pesadilla y que pronto despertaría en su casa, gracias al cansancio ni siquiera se dio cuenta cuando se quedó dormida.
Horas después……
Ya había amanecido, los hermosos ojos de Margarita se abrían gracias a tenues rayos de luz que los iluminaban, por un momento había olvidado donde estaba y todo lo que le había sucedido hasta que reconoció el cuarto y volvió a sentir el mancillar en su cuerpo, su espectacular anatomía estaba llena de moretones, su vestido yacía tirado en el suelo completamente roto, lo que hace unas horas era una tanga blanca ahora eran solo dos inservibles hilos tirados en el piso.
La hermosa chica se levantó enrollada en la sucia sábana que cubría la apestosa cama para evitar su desnudo andar, no sin antes sentir un molesto dolor de caderas y una punzada en su vientre, levantó su vestido y vio que estaba completamente roto, observó un viejo ropero, lo abrió y sacó una camisa propiedad del viejo Pancho, no dudó en ponérsela pues la sábana que traía era algo traslucida y además apestaba a toda clase de fluidos corporales, la prenda le quedaba grandísima, las mangas cubrían por completo todo el largo de sus brazos, pero para ella era perfecta para cubrir sus endemoniadas curvaturas.
Observó un pequeño cuarto que la noche anterior no había visto, entró y vio un baño, buscó la taza y sin importar su precario estado se vomitó tras recordar lo sucedido, el efecto del afrodisiaco había desaparecido y ahora si sentía asco de lo acontecido y de ella misma por haberlo disfrutado y permitido.
Buscó algún jabón de tocador y encontró uno muy desgastado y cubierto de pelos, jaló la rechinadora perilla y afortunadamente si servía, así que procedió a desvestirse, a pesar de la ausencia de luz podía observa tímidamente un clavo para colgar la camisa.
Revisó todo el pequeño cuarto, tratando de descubrir alguno de esos bichos desagradables que suelen habitar los baños descuidados, al no percatarse de ninguno procedió a bañarse.
La fría agua de la regadera caía sobre el voluptuoso cuerpo de la chica, haciendo maravillas en ese maltratado cuerpo, regresándole la frescura perdida, mientras ella con la coquetería que distinguía cada uno de sus movimientos tallaba el jabón por toda su femenina piel, podía sentir que junto al agua cayendo por su cuerpo también caían todos esos restos de babas y fluidos asquerosos que la cubrían.
La jovencita quitaba todos esos líquidos repulsivos de su rostro, e intentaba sacar toda esa porquería que se había alojado dentro de su vagina pero le era inútil, sabía que estaba en días fértiles, lo único que le quedaba era que el semen del moreno y gordo viejo ya no fuera tan potente, como en forma de río un pequeño chorro de agua caía por su blanco monte Venus, su alborotado cabello adquirió un alaciado perfecto gracias al agua de la regadera, y gracias a lo frío del agua sus labios tomaron una tonalidad rojiza que los hacía ver muy comestibles, sin mencionar que sus puntiagudos pezones reaccionaba de la misma manera.
Mar terminó de bañarse dejándose como nueva, lo único que no pudo quitar fue el semen alojado en su interior y los numerosos moretones que cubrían su piel, se vistió con la misma camisa y con un coqueto pero acostumbrado caminar se dirigió de nuevo a la cama, allí se sentó y no pudo evitar llorar por todo lo que le había pasado y por lo que imaginaba le faltaba pasar.
En ese momento, en la cantina, Pancho platicaba con Felipe y otros tres hombres, de edad y corpulencia similar a él e igual de feos, se habían puesto de acuerdo para platicar sobre la persona a la que espiaban, un hombre de buena posición económica.
-bueno caballeros el jefe me está presionando porque no le hemos dado su cuota mensual, lo malo es que ustedes no reciben los regaños, está insiste e insiste que casi lo tengo metido en el culo, a ver, quien me da opciones,- decía Felipe.
-por suerte yo tengo ubicado a un cabrón que casi nos va a sacar de pobres- decía el moreno Pancho.
-quién Pancho?- preguntó uno de los rufianes.
-su nombre es Gustavo Fuentes, un importante empresario- dijo Pancho.
-ese puto viejo yo lo conozco, es bien caliente con las hembras, yo lo he visto como entra a bares finos de gente rica y sale con putas bien buenas directo a los moteles,- dijo otro viejo
-yo digo que entremos a su casa y violemos a su esposa enfrente de él y de paso también se la metamos a él por puto- dijo otro viejo
-no, tampoco podemos hacer tanto escándalo, tiene que ser limpio y solo a él, y si no quiere cooperar entonces secuestramos a su hija, mira que le tengo unas ganas a esa escuincla, con lo que me calientan las chiquillas altaneras,- dijo Pancho.
-sí, esas altanerillas siempre son las más putas, se tragan unas vergotas como la mía, jejejejeje- decía uno de los depravados enseñando un bulto considerable mientras todos los demás reían.
-Pancho, pero como podría ser entonces, y porque no quieres escándalo, la poli ya sabe como trabajamos- dijo otro viejo.
-tampoco hay que llamar tanto la atención, mira que hay mucho policía nuevo que aun no saben quién manda aquí, además que tal si los perros andan sueltos, te les vas a poner al brinco a ellos?- decía Pancho refiriéndose a los militares, quienes ya empezaban a hacer recorridos en otras zonas bajas.
-pues mira, ese pendejo tiene cierta debilidad por las putas, pero putas de buen ver, hay que aprovecharnos de eso, no sé, podemos contratar una puta que esté tan sabrosa que no pase desapercibida para él, y que esta piruja lo lleve a un motel alejado, que nos mande un mensaje o llamada en donde se encuentran y el número de la habitación donde están, entramos y lo trabamos, todo en menos de cinco minutos,- dijo uno de los viejos.
-aja, y donde vamos a conseguir una puta de esas, si mira que la Silvia y la Citlalli serán las más buenas del bar pero ya se les ven lonjas, y ya caminan bien abiertas, ahora no pensaras llevarle a la Lencha- dijo Felipe.
-jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja- todos los viejos rieron a carcajadas.
Todos los demás se quedaron callados, pensando, sin embargo no daban con una muchacha de tanto calibre, hasta que Pancho habló.
-jejejeje, tengo una, la acabo de secuestrar, una a la que ese vejete no podrá resistirse, está tan buena que es capaz de levantarle la verga a los muertos,- dijo Pancho mostrando una sonrisa presumida.
-la Margarita?- dijo Felipe.
-esa mera- dijo Pancho mientras los demás viejos ponían cara de ignorantes pues no conocían a tan escultural fémina.
-y crees que se preste, que tal si aprovecha que la soltamos tantito para escaparse- dijo Felipe.
-para eso debemos de tener algo que la amarre a nosotros, algo que haga que esa puta a pesar de que la dejemos en otro Estado regrese a nosotros por decisión propia- dijo Pancho.
-algo como qué?- preguntó otro.
-algo como………  su jefecito, jejejeje, tengo pensado hacerle una visita hoy a mi suegro- dijo Pancho.
-eres malo Pancho- dijo Felipe
-lo sé jejejeje, es mas orita mismo voy a convencer a esa hija de puta, jajajajajajajajajajajajajajajajajaja- reía Francisco.
Margarita estaba acostada en la cama, la visión era impresionante al verse con una camisa de manga larga húmeda (ya que al no encontrar una toalla no se había secado) trasparentando su apetitoso cuerpo, con sus interminables piernas arqueadas e imaginarse que debajo no llevaba ningún tipo de ropa interior, claro está que la niña tenía sus piernas cerradas y utilizaba la camisa para tapar sus íntimos encantos, su cabello aun continuaba mojado y al ser castaña y estar a contra luz aparentaba un hermoso tono rubio rojizo, la belleza natural de esta niña era simplemente inigualable.
Estaba distraída pensando como escapar mirando como las ventanas tenían angostas protecciones por donde nunca cabría cuando un duro jalón a la puerta la despertó, era el viejo Pancho que venía a explicarle su nueva tarea como carnada de viejos verdes y ricos.
-mira nada más, ahí te ves bien, acostadota, porque no has limpiado el cuarto?- dijo Pancho.
-váyase al diablo viejo asqueroso, yo no voy a ser su chacha- dijo Margarita.
-jejejejeje eso lo arreglaremos después, mira chiquilla bolluda, por hoy pospondremos lo de la cogida, necesito que te emputescas porque esta noche nos vas a ayudar a capturar a un importante hombre de negocios- dijo Pancho.
-queeee?- dijo Mar
-escuchaste bien, o que, la cogida de ayer te dejó sorda?- decía el gordo.
-yo no me prestare a hacer esas cosas, yo no soy una……….- dijo Mar
-¡ah no quieres?!, mira chiquilla, aquí tengo tu credencial de elector (el viejo mostraba la cartera de la joven) que me dice la dirección exacta donde vives, y gracias a ello puedo hacerle una visita al maricón de tu jefe, y no será una visita agradable,- amenazaba el viejo.
-nooooo, no haga eso, le juro que lo mataré si hace eso- decía Margarita envalentonada mostrando un rostro enojado.
-jejejejeje, tu, matarme a mí, cuantos cabrones no lo han intentado y ninguno lo ha conseguido y ahora me dices que tu, una putilla cualquiera, una chiquilla mugrosa, una…………… escuincla pendeja, me va a matar a mí, a ver, eso es algo que quiero ver, ora inténtalo- retaba burlonamente el viejo Pancho haciéndole a dar a Margarita su navaja para que mandara el primer golpe.
Margarita se llenó de impotencia al darse cuenta de que sus fuerzas no eran lo suficiente como para hacerle daño al viejo, ella reconocía que el viejo podía aplastarle la cabeza en cuanto se le diera la gana.
-entonces que chamaca, vas a venir con nosotros sí o no?, ya sabes lo que pasará si te niegas- dijo Pancho.
-sí, lo haré- dijo la resignada joven, su rostro se empañaba nuevamente y uno de sus ojos dejaba caer una fría lágrima por la responsabilidad que se acababa de echar.
-más fuerte que no te escuché- dijo Pancho.
-dije que sí, lo haré, haré todo lo que me diga a cambio de que no lastime a mi papá- dijo una desamparada muchachita.
-eso, así me gustan, pendejas y obedientes jejejejejeje- dijo Pancho.
El risueño Pancho salió del cuarto dejando nuevamente encerrada a la chamaca, la había engañado, la visita que tenía pensada hacerle a su padre no la había cancelado, Margarita sollozaba por el ahora nuevo trabajo que desempeñaría, una actividad que ella siempre vio de personas cobardes e incapaces de ganarse el dinero dignamente, una actividad que solo practicaba la escoria de la sociedad, ahora ella formaría parte de ellos; ella, una preciosa y elegante muchachita de recién 18 años, seria y de buenos sentimientos junto a cinco bastardos y depravados animales, si es que los animales se merecen tal insulto.
Continuara……………
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Relato erótico: “¿Quién es Ella?” (POR GOLFO)

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Tumbado en la cama, no dejo de pensar en las sábanas vacías y frías que ha dejado su marcha. Ayer la conocí, hoy la perdí. Menos de doce horas, durante las cuales ha horadado un profundo agujero, de donde me va a costar salir. Trampa escarpada de la que ni destrozándome las uñas, me va a resultar fácil escapar.
En un inicio, noche como cualquier otra, tabaco, copas, risas en el bar de José. Música estridente, atmósfera sobrecargada y hielos disolviéndose en mi whisky, mientras oteaba mi coto de caza. Niñas, maduras, casados, solterones empedernidos, bailando todos al ritmo del DJ, saturan la pista.
Un toque en mi espalda, sobresalto, no he visto venir a la persona que ha turbado mi ojeo. Me doy la vuelta, cortando la espesa niebla formada por el humo de los cigarros, aparece Ella.
Mujer, mujer, no cría. Lo primero que veo, son sus ojos. Negros, oscuros como el pelaje de un cuervo. Luego su cuerpo, lentamente repaso sus sandalias, sus pies , sus piernas, todo ella.
-¿Bailas?-, me sorprende. A punto de negarme, me indigna ser la presa, pero Ella sin esperar mi respuesta, me arrastra.
Su mano estrechando a la mía, camino de la pista, está helada, gélida, pero al contrario de la lógica, consigue que mi yo reaccione. Soy un depredador, ella la presa, me digo mientras mis ojos se posan en su silueta.
Codazos, gente, agobio. Poco a poco llegamos al centro. La luces crean ambiente. La música lo complementa. Ella empieza a moverse siguiendo el compás. Estoy perdido, y no me he dado cuenta. Idiotizado, sigo el vaivén de sus pechos. Tras la delgada tela, se me muestran perfectos, sus pezones me hipnotizan sobresaliendo lascivos.
Se pega a mi cuerpo, restregándose contra mí, sin importarle los presentes. Paso mi brazo por su espalda, atrayéndola aún mas. Risas, su dentadura reluce perversa mientras sonríe. Por efecto de la iluminación, me parece entrever largos colmillos de vampiresa letal. No me importa, sus senos clavándose contra mi pecho, lo han convertido en accesorio. Necesito tomarla, poseerla.
-Te deseo-, el volumen de la canción, me obliga a repetírselo.
Sus ojos reaccionan dándome la conformidad. Esta vez soy yo, quien la arrastra. Fuera del local nos besamos. Primer beso posesivo, mi lengua fuerza sus labios, abriéndole la puerta a ella para que me conquiste.
Cogemos el coche, las calles pasan a nuestro lado sin darnos cuenta. Mas besos, sus dedos recorren mi entrepierna manteniendo mi excitación mientras conduzco.
Ascensor, mi camisa y su blusa se abren y nuestras pieles se tocan. Me quema todo, descarga eléctrica, pasión. Me urge traspasar la puerta de mi piso.
La ropa va cayendo al suelo, mientras nos dirigimos a mi cuarto. Desnuda, totalmente desnuda. Se agacha y libera mi miembro. La levanto, y sin esperar a llegar a la cama, la penetro usando la pared como apoyo.

Sus uñas se clavan contra mi espalda, al sentir que la invado. Dolor, deseo. Mi boca se apodera de la suya. Brutales embestidas, humedad. No me puedo creer lo bella que es. Gemidos, placer. Siento como su flujo recorre mis piernas. Excitación, acelero. Me abraza con sus piernas, incrementado nuestra pasión. Mordisco, sangre. Siento como se aferra con sus dientes a mi cuello, mientras su cueva se licua. Comunión, descarga. Exploto dentro de ella, regándola con mi simiente.
Ella no está satisfecha, quiere más. Bajándose de mis brazos, me lleva a la cama. Empujándome sobre el colchón, me tumba. Vuelve a sonreír.
-Déjame hacer-, me dice mientras se acerca.
Los segundos se hacen eternos, paso a paso se aproxima a mi lecho. No albergo ninguna duda, de que estoy jodido, cuando poniéndose a horcajadas sobre mí, se empala. Reinicia una danza ancestral que durara toda la noche. Sin dejarme descansar, me posee una y otra vez, las posturas y los orgasmos se suceden mientras el reloj no deja de girar.
No dormimos, trasnochando el día nos sorprende fundidos. Pero el amanecer no nos importa, somos presa del deseo, nuevamente consigue reestablecer mi virilidad con su boca, exigiéndome que la posea.
Su último orgasmo es brutal, licuándose grita su placer, arañando mi pecho. Tras lo cual se levanta y se viste. Estoy a punto de perderla y lo sé, por lo que haciendo el último intento le digo que quiero verla.
Esta vez, su mirada es triste, quizás rememorando lo que hemos experimentado me dice:
-Lo siento, tengo dueño-.
Pero antes de cerrar la puerta, dejando hundido, una esperanza en voz de mujer.
-Sé donde encontrarte-.
Tumbado en la cama, no dejo de pensar en las sábanas vacías y frías que ha dejado su marcha, pero ilusionado sé que volveré todos los viernes al bar de José, con la confianza que algún día Ella volverá.

Fetiches y más

Relato erótico: “¡ DESNÚDATE !” (POR GOLFO)

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Suéltate, despójate de todos tus prejuicios y desnuda acude a mis brazos.

Te quiero sin ropa, con el único atuendo de unas botas hasta la rodillas, para que mis manos al recorrer tu cuerpo no encuentren ninguna frontera.

Quiero convertirme en un mojado, un ilegal que se aposenta entre tus piernas mientras escucha la sirena de tus orgasmos, al cruzar la línea prohibida marcada por la sociedad.

Miembro ilustre que atándote a tu propia cama, te haga declamar los deseos que hasta ahora te han resultado prohibidos.

Arrodíllate, mientras separas mis piernas. Agacha tu cabeza al apoderarte de mi sexo. Disfruta mientras tus labios se abren para recibir mi miembro en tu boca. Y Comparte conmigo cada centímetro de la piel, que paulatinamente y sin prisa se humedece al explorar tu humedad.

Grita si te humillo agarrándote del pelo. Regurgita si mi hombría te molesta al introducirse en tu garganta. Pero no pares, te deseo. Quiero darte la vuelta, y sentir tu espalda sobre mi pecho mientras te monto.

Soy un jinete distante, pero nuestro galope nos dejara exhaustos. Sentirás mis manos en tu trasero como espuelas que buscan tu desenfreno y yo esperare tus gemidos como la meta a la que cada noche debo acudir.

Buscaras en mi cuerpo, el placer tantas veces vedado. Tu imaginación se recreará al sentir como va siendo ocupada tu vagina, y al golpear mi pene en su pared, gemirás llorando la perdida de tu virtud.
Puta y santa te elevarás a los altares, al ser regada por mi semen. Te purificaré al ritmo brutal de mis caderas y cual mártir querrás ser empalada en público por mí . Me deseas, necesitas notar mi sudor recorriendo tus muslos, mientras tus uñas se hunden en mi espalda, reclamando la dosis a la que no te tienen acostumbrada.

“PROSTITUTO POR ERROR” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Un caliente y divertido recorrido por las distintas formas de sexualidad a través de la vida de un joven que llegó a prostituto de manera casual. 
Alonso, nuestro protagonista llega a Nueva York y durante su primera noche en esa ciudad, se acuesta con una cuarentona. A la mañana siguiente descubre que le ha dejado dinero sobre la mesilla, pensando que es un hombre de alquiler. 
A partir de ahí junto con Johana, su madame, va conociendo a diferentes clientas y ellas le enseñaran que el sexo es variado e interesante. 
Narrado en capítulos independientes, el autor va desgranando los distintos modos de vivir la sexualidad con un sentido optimista que aun así hará al lector pensar mientras disfruta de su carga erótica. 

PARA QUE PODAÍS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1     Ángela, la azafata buenorra.

La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia. Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.

Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas. Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que  me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar. Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces.

No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones,  ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.

Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.

« ¡Cojones con la vieja!», exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía  orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.

No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.

Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.

« ¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!», pensé sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.

El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.

Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la  bandeja con la insípida comida.

― No te comprendo― respondí.

La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:

― Está claro que te pongo cachondo ― dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.

― A mí y a todos― contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.

Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad  de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.

La realidad es que no me importó:

¡Estaba en Nueva York!.

Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo. Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “ deja vu” , la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.

Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.

Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway,  el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:

¡Me subí al Empire State!

Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.

Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado.  Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo.

Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.

«Menudo idiota», pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.

La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.

― ¿Con quién vas a cenar?― me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.

― Contigo― respondí sin creerme mi suerte.

Tras una breve presentación, me dijo al oído:

― Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir― asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: ― Voy a usarte para darle celos a ese cabrón.

Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:

― Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche.

Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:

―No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe― y cogiendo su bolso, me susurró: ― El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa.

Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:

― No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis.

Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador.

Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:

― Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía.

― Dime al menos si te gusta lo que ves― le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.

No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.

Dándole toda la parsimonia que me fue posible,  me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:

― ¿Quieres que siga?― le pregunté con recochineo al advertir  que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.

―Sí― respondió con mirada hambrienta.

Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:

―Desenvuelve tú, tu regalo.

La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:

― ¡Qué maravilla!

Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección. Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.

― No te muevas―  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.

Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.

Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:

― Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones― y dirigiéndose a mí, exclamó: ― Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido.

A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar. La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.

― Soy esclavo de tu belleza― respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.

Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.

Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:

―Tengo que cambiarme.

Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara. Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:

―Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho― y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.

Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que  realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:

― Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel.

Ruborizándose por completo, me contestó:

― Eso se lo dirás a todas tus clientas.

Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:

―¿Dónde quiere la señora ir a cenar?

―Al Sosa Borella.

Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo―argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir,  me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.

Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.

― No te preocupes― le respondí. ―Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan.

―Perfecto― suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.

―Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo.

Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:

―Mentiroso― me contestó encantada.

―Es verdad― le aseguré. ―Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura.

―Tonto― me susurró dándome un beso en la mejilla.

Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:

―Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta.

―Te lo agradezco― contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.

El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:

―Disculpe, ¿le conozco?

La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:

― Soy Pascual, el compañero de Ángela.

Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse  un tono despectivo al contestarle:

― Ah, el chofer del avión― y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: ―No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos.

Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:

― Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido.

―¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven.

Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del  plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:

―¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú.

―Siento haber sido tan despótico.

Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:

―Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante.

La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:

―Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta.

No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.

No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:

―Estoy deseando comerte entera.

Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:

―Abre tus piernas.

La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.

Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:

―Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!.

Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:

―      ¿Has hecho el amor en el metro?

― No― respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.

― Pues esta noche, lo harás.

Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.

― Y tu marido, ¿qué hace?

― Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años―, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: ―No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite.

Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.

Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era.  Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro.  No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.

― ¿Te gusta?― pregunté mientras mis dedos pellizcaban  sus pezones.

― ¡Sí!― sollozó sin dejar de mover su cintura.

La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.

― ¡No puede ser!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.

― ¡Qué gozada!― chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.

No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.

― Sigue, por favor― me pidió apabullada por el placer.

Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su  ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.

― ¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?― preguntó temiendo que diera por terminada la velada.

Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:

― Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.

Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se  arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.

―Desnúdate― pedí.

Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.

―Tócate para mí― ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.

Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.

Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo  tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:

―Te debo algo.

Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.

― ¡Fóllame!― imploró con el sudor recorriendo su piel.

Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna  bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi orgásmica.

La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.

No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.

Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:

―Ha sido maravilloso― me contestó con una sonrisa en los labios, ―nadie nunca me había dado tanto placer.

Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:

―Todavía me falta probar este culito― le solté.

Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y  acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.

― ¿Y esto?― pregunté.

― Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida.

La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.

―Lo haré― contestó con ilusión por poder volverme a ver.

Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.

Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:

― He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?

Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:

―Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena.

« Joder», exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:

― Y tú, ¿Qué ganas?

― Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía.

Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.

Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en  día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí: Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler.

Capítulo 2      Helen, enculando a la gorda.

Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gigolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.

Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.

« Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar», me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dólares por mi capricho.

Era una pasta pero podía permitírmelo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en  una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “ propina” descomunal,  me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de qué tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.

Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta. Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.

―Okay― le contesté ―ahora bajo a probarme el smoking.

Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.

« Me tendré que acostumbrar», pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.

Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:

― No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!

Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.

― Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola.

― Y ¿cómo es?― pregunté interesado en su físico.

― Una mojigata, tendrás que esforzarte― contestó sin darme más detalles.

No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.

«Joder, este sitio es una mina», sentencié al darme cuenta de las intenciones de ambas.

Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.

― No puede ser― me contestó la más interesada, ―mañana  nos vamos.

Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:

―Lo siento, debo irme― susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía.

Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. «Está jamona», dictaminé mientras la saludaba con un beso en la mejilla:

―Soy Alonso.

Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.

―¿Qué te ocurre?―, le dije sentándome a su lado.

Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.

―Y eso, ¿por qué?― respondí acariciándole la cabeza.

La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:

― Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente.

Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.

―Levántate― ordené.

«Puta madre», exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:

―¿A qué hora es la cena?

―A partir de las ocho.

Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.

La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.

―Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos.

Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.

―Ahora necesitamos ropa interior acorde con el vestido y que sea sexy― insistí.

Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.

― ¡Es perfecto!― sentencié nada más verlo.

La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.

Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos,  se mostraban orgullosos, dándole el aspecto  de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:

― Estás para comerte.

Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada,  incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “ rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:

―Había pensado en coger un taxi― respondió avergonzada.

― De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina― le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil  dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.

Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se  alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:

―Tenemos que planear nuestra actuación.

―No sé a qué te refieres― respondió.

Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.

― ¿Qué tienes pensado?― dijo avergonzada.

― Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen  en lo que se han perdido.

― No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz.

― Podrás― le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.

Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer, me puse de rodillas frente a ella y le solté:

―Pídemelo.

Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:

― ¡Cómeme!

― Sus deseos son órdenes― respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.

Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.

Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía,  mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas. Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.

La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis  maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.

―No me lo puedo creer― aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones.

Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:

―Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas.

Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa,  se acomodó la ropa  y adoptando su papel, me ordenó:

―Cuando salgamos, ábreme la puerta.

Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.

La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.

Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.

―Tráeme un poco de ponche― me pidió con un sonoro azote.

Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con una sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.

―Vale, pero date prisa― respondió con voz altanera.

Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse,  me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:

― Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso―

― ¡Cómo te pasas!― soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, ―Yo lo tendría en palmitas.

― Si quieres cuando me canse de él, te lo paso― dijo muerta de risa mi clienta.

Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena.  En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.

Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me  seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir.  Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:

―Vamos a ver si eres tan bueno como dice.

Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y  por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:

―Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?.

Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.

―Ves, así se trata a una zorra― le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.

El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara.   No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.

Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.

Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:

―Tuve que bajarle los humos― susurré a su oído.

Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja  a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.

―Todavía no hemos terminado― contesté.

―Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente―

Acariciando su trasero, le dije en voz baja:

―No puedes dejarme así― y señalando mi entrepierna,―solo y alborotado.

La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba  de mi extensión:

―Tendré que hacer algo para consolarte.

Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.

Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco. Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.

― ¡Cómo me gusta!― la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.

Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome.  Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.

― Nos está viendo― susurré a mi clienta.

Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.

― Me excita que nos mire― confesó cogiendo uno de sus pechos.

Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.

― ¡Córrete!― le ordené.

La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito,  su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y  buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.

Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.

No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.

― ¡Qué locura!― sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. – ¡No puedo más!

―Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima.

Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:

― Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana.

Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chófer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.

― ¿Te gusta?

Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta,  se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba  a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.

« Menudo culo», exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas.  Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.

Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos. De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.

Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete―saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.

Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella,  mi orgasmo no tardó en llegar y al fin conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.

        ―Perdona― le dije al comprender que me había pasado.

Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:

― ¿Cuál?― pregunté.

― Quiero que me desvirgues el trasero― contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.

Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.

Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:

― Tengo algo mejor― contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.

Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares,   le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.

― ¡Me encanta!― chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh― gritó mordiéndose el labio.

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.

― ¡No puede ser!― aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:

― ¿Estás lista?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.

― ¡Cómo duele!― exclamó cayendo rendida sobre el colchón.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.

― ¡Sigue!― me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.

― ¡Serás puta!― le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.

― ¡Qué gusto!― gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.

― ¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.

Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.

Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.,

« Helen ha dejado atrás a la gorda», pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.

Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz

A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.

― Toma― le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.

― No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo― contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, ―Tienes dos días libres, búscate un apartamento.


“Herencia Envenenada” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:
No quería saber nada del hombre que me había dado la vida, lo odiaba. Nos había dejado a mi madre y a mí cuando era un niño. Por eso cuando me informaron que había muerto, no lo sentí. Me daba igual, Ricardo Almeida nunca fue parte de mi vida y una vez fallecido menos.
O al menos eso quería porque fue imposible. Si bien en un principio cuando me enteré que ese grano en el culo al morir me había dejado toda su fortuna la rechacé, al explicarme mi abogado que si hacia eso mi mayor enemigo se haría con mi empresa tuve que aceptar, sin saber que irremediablemente unidas a su dinero venían cuatro científicas tan inteligentes y bellas como raras. 
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

 

INTRODUCCIÓN

Inmerso en el día a día de la oficina, mi secretaria me preguntó si podía recibir a mi abogado. Conociendo al sujeto, comprendí que esa visita no programada debía ser urgente, de no ser así, Manuel hubiese pedido cita. Sabiéndolo, pedí a Lara que lo hiciera pasar.
― ¿A qué se debe este placer? –pregunté nada más verle.
Bastante nervioso contestó que venía a cumplir el deseo póstumo de un cliente y antes que pudiera reaccionar, me informó que mi padre había fallecido.
No supe qué decir ni qué hacer porque a la sorpresa de la noticia se unía un total desprecio por esa figura paterna que nos había abandonado a mi madre y a mí, siendo yo un niño. El rencor que sentía por él no menguó al saber que había muerto y por ello esperé sentado a que me informase de su encomienda.
―Tu viejo me contrató hace dos años para servir de albacea porque se temía que una vez supieras que te había nombrado su heredero renunciaras por despecho.
―Y tenía razón, no quiero nada de ese hijo de perra. Cuando lo necesité, no estaba y ahora que soy rico, no lo necesito― respondí con ganas de soltarle un guantazo por tener la osadía de haberle aceptado como cliente.
―Lo sé y además comparto tu punto de vista― contestó consciente del odio visceral que sentía por mi padre porque no en vano además de mi abogado, Manuel era un buen amigo― pero creo que antes de tomar cualquier decisión debes saber las consecuencias de ese acto.
Por su tono supe que era mejor escuchar qué tenía que decirme y deseando acelerar ese trámite, le pedí que se explicara:
―Aunque teóricamente don Ricardo os dejó cuando tenías apenas seis años y que según tú muchas veces me has comentado nunca hizo nada por ti ni por tu madre, tengo documentos que demuestran que eso no es cierto. Tu padre no solo financió tu educación, sino que sus compañías fueron las que te apoyaron cuando necesitabas un inversor para hacer realidad tus sueños.
―Desconozco que te traes entre manos, pero puedo asegurarte de que no tuvo nada que ver. Estudié con una beca de una farmacéutica suiza que fue la misma que entró como accionista cuando fundé esta empresa.
―Dolbin Farma, ya lo sé― replicó y sacando unos papeles de su maletín, me soltó: ―Aunque no era del conocimiento público, él era el dueño y se aseguró que recibieras toda la ayuda que necesitaras de su organización sin que nadie te revelara quien estaba detrás de ese conglomerado.
― ¿Me estás diciendo que ese malnacido era millonario y que maniobró a mis espaldas para que nunca me enterara?
―Así es… no me preguntes sus motivos porque no los sé, pero lo que si tengo claro es que también era el propietario de Manchester Investment, la compañía con la que te acabas de fusionar.
Impresionado por esas noticias, me tomé unos segundos antes de contestar:
―Aun así, no quiero nada, que se meta por el culo su herencia.
Tomando un sorbo de agua, Manuel respondió:
―Será mejor que estudies antes su testamento. Si te niegas a aceptar lo que te deja, Antonio Flores será su heredero y con ello se convertirá en el accionista mayoritario de todo lo que has creado.
«Nadie más que un ser retorcido podría haber planeado algo así», pensé al escuchar que mi mayor enemigo, el tipo con el que llevaba en guerra casi diez años se convertiría en mi jefe si me negaba a aceptar su herencia y con un cabreo de narices, arrebaté el testamento de las manos de Manuel.
«No puede ser», exclamé en mi mente al leer todos los bienes que poseía ese indeseable, pero también al comprobar que mi abogado no había mentido cuando me hizo saber que, en la sombra, mi viejo había sido mi mayor socio desde que fundé mi empresa.
Enfrentado al dilema de aceptar algo de ese maldito o verme en la calle, seguí leyendo y casi al final descubrí que había puesto como condición necesaria para heredar que me comprometiera a vivir durante seis meses en un rancho en el suroeste mexicano y hacerme cargo de por vida de su mantenimiento, ¡con la prohibición expresa de venderlo!
Asumiendo que era una especie de trampa de ese cretino, pregunté a Manuel si sabía algo de esa finca.
― Solo sé que tu viejo vivía ahí, pero nada más.
― ¿Cuándo tengo que contestar? ― pregunté asumiendo que no me quedaba más remedio que viajar allí en cuanto pudiera.
― Tienes de aquí a un año, pero antes que transcurra ese plazo si al final aceptas, debes cumplir la condición de vivir ahí el periodo estipulado. Mientras tanto seré yo quien administre todo en su nombre― dijo mi amigo mientras guardaba todos los papeles en su maletín…

CAPÍTULO 1

Soltero y sin cargas personales, un mes después había organizado mi partida hacía la trampa urdida por mi progenitor y digo progenitor porque me niego a catalogarlo como padre porque nunca ejerció como tal. Mi ausencia tan dilatada me había obligado a dejar todos los asuntos de mi empresa bajo la dirección de mi mano derecha y eso me incomodaba.
La noche anterior a mi viaje, me fui con un par de amigos de juerga y suponiendo que en el “exilio” tendía pocas ocasiones de disfrutar de los placeres de la carne, tras la cena insistí en ir a un tugurio de mujeres alegres.
Mis acompañantes apenas pusieron objeción a mi capricho, de forma que directamente fuimos a uno de los puteros más famosos de Madrid. Lo malo fue que ya una vez dentro del burdel, perdí todo el interés al preguntarme uno de ellos cómo me había afectado lo del difunto.
―Ese capullo no existía para mí― respondí.
Pero lo cierto fue que por mucho que las meretrices intentaron vaciar nuestras carteras, al menos con la mía no lo consiguieron. Ya en el avión que me llevaría a cruzar el charco, me puse a pensar en mi destino y tengo que reconocer que odiaba todo lo referente a mi viaje. Incluso el nombre que el difunto había elegido para el rancho me escamaba y me jodía por igual.
«Solo a un imbécil se le puede ocurrir poner “el futuro del hombre” a una finca», murmuré mientras revisaba el itinerario que me llevaría hasta allí.
La información que había podido recolectar sobre esa hacienda no era mucha, aparte de unas fotos sacadas de Google Maps donde aparecía una mansión típicamente indiana y de la descripción de las escrituras, no sabía nada más.
«¿Qué se le habrá perdido ahí?», me preguntaba.
Me resultaba difícil de entender su importancia, algo debía tener para que un hombre tan rico como había sido ese cretino lo pusiese como condición indispensable para aceptar su herencia.
Me constaba que no era el valor económico porque ciento cincuenta hectáreas de selva montañosa no era algo representativo del total de su dinero, por lo que debía ser otra cosa. Y considerando que ese malnacido era incapaz de albergar sentimiento alguno en vida, tampoco creía que tuviese un valor afectivo.
«Una puta encerrona, eso debe ser», sentencié cabreado al saber que no me podía escabullir, pero también que iba preparado para no caer en ella.
«Seis meses, acepto su herencia y vuelvo a Madrid», me dije mientras me abrochaba el cinturón de seguridad de mi asiento.
Durante las once horas de viaje apenas pude dormir porque, cada vez que lo intentaba, el recuerdo de las penurias que ese cabrón había hecho pasar a mi madre volvía a mi mente. Por ello, al bajarme del avión, tenía un cabreo de narices y dado que Manuel había organizado que una persona de su confianza me recogiera en el aeropuerto, tuve que hacer el firme propósito de no demostrar de primeras mi disgusto por estar en ese país perdiendo el tiempo cuando tenía mucho trabajo en España.
Acababa de pasar la aduana mexicana cuando de pronto escuché mi nombre. Al darme la vuelta, me encontré de frente con una impresionante morena que reconocí al instante por haber asistido a un par de conferencias suyas.
―Doña Guadalupe… ¡qué casualidad encontrarme con usted! ― exclamé bastante cortado por el hecho que esa eminencia en terapias génicas me hubiese reconocido, no en vano solo había cruzado un par de palabras con ella.
Para mi sorpresa, Guadalupe Cienfuegos respondió:
―No podía ser de otra forma. En cuanto me enteré de que el hijo de don Ricardo venía a comprobar el estado de nuestras investigaciones, insistí en recibirle en persona.
Totalmente fuera de juego, me la quedé mirando y molesto por haber mencionado mi relación de parentesco con ese capullo sin alma, contesté:
―No sé de qué habla. Mi intención en este viaje es cumplir con las directrices del testamento y me temo que eso no tiene nada que ver con sus investigaciones. Vengo a una finca que fue de él y que por alguna causa quiere que conozca antes de aceptar o no ser su heredero.
Con una enigmática sonrisa, ese cerebro con tetas replicó:
―El futuro del Hombre no es una finca. Es el laboratorio de ideas que su padre creó con la intención de explorar nuevas técnicas, alejado del foco de los periódicos y de la lupa de los gobiernos.
― ¿Qué tipo de estudios o ensayos hacen ahí? ― pregunté sintiéndome engañado.
Mirando a su alrededor como si comprobara que no había nadie escuchando, contestó:
―No estamos en un área segura. Espere a que estemos en el helicóptero para ser más explícita. Solo le puedo decir que de tener éxito la empresa ¡usted cambiará la historia de la humanidad!
Por lógica que envolviera sus estudios en tanto misterio me debía de haber preocupado, pero lo que realmente me sacó de mis casillas fue enterarme que íbamos a usar ese medio de transporte para llevarnos a nuestro destino. Hoy seguramente me hubiese negado, pero la vergüenza a reconocer mi fobia ante esa mujer fue mayor que el miedo cerval que tenía a ese tipo de aparato. Por eso dejé que me condujera sin decir nada a un helipuerto cercano mientras interiormente me llevaban los demonios.
Aun así, mi nerviosismo no le pasó inadvertido y al ver las suspicacias con la que miraba el enorme Eurocopter posado en tierra, comentó:
―Está considerado el más seguro de su especie.
Si intentó tranquilizarme con su sonrisa no lo consiguió y cagándome en el muerto por enésima vez, me subí al bicharraco aquel. Una vez dentro, tengo que reconocer que me impresionó tanto el lujo de su cabina como la sensación de solidez que transmitía, nada que ver con las cajas de zapatos en las que había montado con anterioridad.
Más calmado me senté en uno de los asientos y deseando que el mal rato pasara pronto, pregunté cuanto iba a durar el viaje.
―Casi dos horas― comentó Guadalupe mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
Ese sencillo gesto provocó que me fijara en ella y contra todo pronóstico me puse a admirar su belleza en vez de estar atento al despegue. Y es que no era para menos porque esa mujer además de tener un cerebro privilegiado poseía otros dones que eran evidentes.
«Está buena la condenada», me dije mientras recorría disimuladamente sus piernas con la mirada.
Morena de ojos negros y pelo rizado, la señorita Cienfuegos era una preciosidad de casi uno ochenta muy alejada del estereotipo que tenemos los europeos de las mexicanas porque a su gran altura se le sumaba unos pechos generosos, una cintura estrecha, con la guinda de un trasero duro y bien formado, todo lo cual la hacía ser casi una diosa.
«No me importaría darme un revolcón con ella», pensé mientras intentaba recordar quien me la había presentado en el congreso farmacéutico de Londres.
«¡Fue Manuel!», exclamé mentalmente al percatarme que era demasiada casualidad que mi abogado fuera también el de mi padre y que encima conociera a esa mujer.
Asumiendo que mi amigo me debía otra explicación al resultar que no había sido algo casual, sino que premeditado, me abstuve de comentarlo y en vez de ello le pedí que me explicara qué hacían en nuestro destino.
―Consciente que el futuro de la industria estaba en el estudio de los genes y sus aplicaciones en el ser humano, su padre reunió un conjunto bastante heterogéneo de científicos con los que buscar sin ninguna cortapisa las soluciones que siempre han acosado al hombre― contestó en plan grandilocuente.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí en que fuera más concreta y entonces fue cuando esa mujer dejó caer la bomba en forma de pregunta:
― ¿Ha oído hablar de la “Turritopsis Nutricula”?
―Cualquiera que trabaje en la industria farmacéutica conoce esa medusa― respondí con los pelos de punta al saber por primera vez cual era el objeto de tanto secretismo.
―Entonces sabrá que es el único animal que no muere de viejo y que es técnicamente inmortal porque es capaz de revertir su envejecimiento.
«No puede ser que gastara su dinero en esa entelequia», sentencié convencido de que era imposible reproducir en el ser humano ese proceso en el que, al llegar a su madurez sexual, en vez de originarse un deterioro irreversible, los miembros de esa variedad se ven afectados por una adolescencia al revés y comienzan un proceso de rejuvenecimiento hasta que el sujeto vuelve a ser una especie de bebé.
Resumiendo, en mi cerebro lo que sabía de la medusa, pensé:
«De una forma similar en que una serpiente pierde su piel sin dejar de ser ella misma, los Turritos se renuevan completamente, ¡manteniendo su identidad como individuo!».
La expresión de mi rostro, mitad estupefacción y mitad recochineo, la hizo reaccionar y adoptando un tono defensivo, me soltó:
―Como comprenderá no queremos llevar al límite ese proceso, pero queremos aprender de él para alargar la vida humana.
―En pocas palabras quieren conseguir la inmortalidad.
Sin cortarse en lo más mínimo, esa doctora en medicina replicó:
―Ese es el fin último, pero nuestros objetivos son más humildes. Nuestra prioridad es ralentizar el deterioro neuronal y conseguir la regeneración de miembros amputados o enfermos.
Que reconociera el buscar esa quimera sin ruborizarse, me extrañó. De decirlo en un entorno académico hubiera sido tachada irremediablemente de charlatana o lo que es peor de estafadora.
Aun así, insistí en el tema:
―Me imagino que están estudiando como consiguen transformar sus células a través de la transdiferenciación, pero como sabrá en la naturaleza solo se da en animales que pueden regenerar órganos o extremidades.
―Así es y la razón de centrarnos en esas medusas se debe a que los Turritos son los únicos que lo aplican invariablemente a todo su cuerpo al alcanzar determinado punto de sus ciclos.
―Personalmente no creo en ello― confesé midiendo mis palabras― pero no puedo emitir una opinión hasta estudiarlo.
Guadalupe estaba tan acostumbrada a que la tildaran de loca que tomó mi rechazo como un triunfo al darle la oportunidad de mostrarme sus hallazgos y con una alegría fuera de lugar, contestó:
―Don Ricardo me dijo antes de morir que no tendría problemas en continuar mis experimentos porque si de algo se vanagloriaba era de que su hijo poseía una mente una mente abierta, no anquilosada por prejuicios morales. Desde ahora le aseguro que no se arrepentirá… no sé cuánto tardaremos en tener éxito en humanos. Quizás tardemos años, pero al final demostraremos a la comunidad científica que estaba equivocada y usted aparecerá en los libros de historia como el salvador de la humanidad.
Esa perorata destinada a ensalzar mi figura no cumplió su objetivo de elevar mi ego porque fui capaz de vaciarla de palabras inútiles y caer en la cuenta del desliz que había cometido: Al decir que tardarían años en tener éxito con humanos, implícitamente estaba reconociendo que habían tenido éxito con otras especies.
Espantado por las consecuencias que podría acarrear ese descubrimiento de ser cierto, me quedé callado y mientras rumiaba toda esa información no pude más que aceptar que la sonrisa de ese cerebrito era hasta pecaminosa.
«No me importaría hacer con ella un ejercicio de anatomía comparada», mascullé mientras me preguntaba cómo sería en la cama…

CAPÍTULO 2

Desde el aire, nada podía hacer suponer que esa finca no fuera la típica hacienda productora de café y por mucho que busqué señales que delatara su verdadera función me resultó imposible.
«El camuflaje es perfecto», pensé al ver que el helicóptero tomaba tierra en una explanada cercana a la mansión y que incluso la pista de aterrizaje podía ser confundida con un vulgar prado.
Un automóvil nos esperaba y decidida a que no perdiéramos el tiempo, Guadalupe ni siquiera esperó a que recogieran el equipaje para ordenar que nos llevaran hasta el edificio principal.
«Se nota que tiene prisa por enseñar sus logros», pensé cuando ya en la escalinata de la mansión me tomó del brazo para forzar mi paso.
Tal y como había previsto, no se paró a mostrarme el lujoso salón por el que pasamos, sino que directamente me llevó a un ascensor escondido tras una cortina. Tampoco me extrañó que como tuvieran como medida de seguridad un escáner de retina, pero lo que realmente me dejó acojonado fue que antes de abrirse la puerta, ese cerebrito me informara que como éramos dos también tenía que pasar yo el examen de esa máquina.
―No tienen mi registro― contesté.
―Se equivoca, su padre insistió en grabar su pupila cuando instalamos este sistema.
Asumiendo que era verdad y que de alguna forma habían conseguido escanearla acerqué mi ojo al sensor. La puerta abriéndose confirmó sus palabras y con un cabreo del diez, entré junto a la morena.
«Llevan años preparando este momento», comprendí molesto por haber sido manipulado de esa forma y no haberme percatado de ello.
Mi desconcierto se incrementó exponencialmente al llegar a nuestro destino porque al abrirse el ascensor me encontré con un enorme laboratorio instalado bajo tierra donde pude observar que al menos trabajaban allí unas cuarenta personas.
«Debió de tener claro que debía mantener el secreto, para asumir la millonada que debió costar escarbar estas instalaciones», refunfuñé para mí mientras trataba de calcular cual sería el precio de mantenerlas abiertas y operativas tal y como mi progenitor establecía en su testamento.
Guadalupe aprovechó mi silencio y haciendo uso nuevamente de su arrebatadora sonrisa, comentó:
―He concertado una reunión con las máximas responsables para presentártelas.
En ese momento no caí en el género que había usado y por eso me sorprendió que fueran tres, las jóvenes científicas que estaban esperándonos en la sala a la que entramos.
―Alberto, te presento a Lucienne Bault, experta genetista de la universidad de Lausanne.
La aludida se levantó de su silla y llegando hasta mí, me saludó con un beso en la mejilla. Ignoro que fue más perturbador si esa forma de presentarse o que esa francesa me dijera medio en guasa que habían salido ganando con el cambio de jefe porque yo era mucho más guapo que mi padre.
―Gracias― alcancé a decir totalmente colorado antes que Guadalupe me introdujera al siguiente cerebrito señalando a una increíble hindú de ojos negros.
―Trisha Johar es nuestra heterodoxa bióloga y una de las culpables con sus teorías de que estemos aquí.
Al oír su nombre y su apellido caí en la cuenta de un artículo que había leído hacía años donde se criticaba con violencia unos enunciados teóricos de una doctora del Delhi Tech Institute en los que sostenía que era posible forzar la protógina en los mamíferos.
―Conozco sus estudios sobre el cambio de sexo en los animales― contesté francamente escandalizado por el tipo de investigación que me debería comprometer a mantener si aceptaba esa herencia.
«¿Qué coño esperaba ese cabrón obtener de estas locas?», pensé mientras observaba que al contrario que su predecesora esa morena se abstenía de acercarse a mí y desde su sitio me hacía la típica genuflexión de su país.
La tercera y última especialista resultó ser una candidata a premio nobel de la universidad de Chicago por sus investigaciones en la reproducción basada en el desarrollo de las células sexuales femeninas sin necesidad de ser fecundadas, la llamada partenogénesis.
A ella no hacía falta que la presentaran porque no en vano la conocía desde que, hacía casi diez años, habíamos coincidido en un curso impartido en Tokio donde presentaba el nacimiento de una rata engendrada sin necesidad de padre.
―Julie, me alegro de verte― comenté mientras esta vez yo era quien la saludaba de beso.
La treintañera se mantenía en plena forma y a pesar del tiempo transcurrido seguía con el mismo tipo exuberante que había intentado sin éxito conquistar. Alta, rubia y dotada de dos enormes ubres había sido la sensación de ese simposio, pero enfrascada en su carrera no conocía a nadie que se vanagloriara de habérsela llevado a la cama, a pesar de que fueron muchos los que al igual que yo lo habían pretendido.
Manteniendo las distancias, contestó tomando la palabra en nombre de sus compañeras:
―Estamos deseando mostrarte los avances que hemos conseguido en nuestras áreas. Te aseguro que te van a sorprender.
Durante un segundo temí que se pusieran a exponer sus locuras en ese instante, pero afortunadamente Guadalupe saliendo al quite comentó que era casi la hora de cenar y que todavía no me había instalado. Tras lo cual las informó de que esa noche la cena se retrasaría media hora para dar tiempo a que me diera una ducha.
― ¿Dónde vamos a cenar? ― pregunté inocentemente al no haber visto ningún restaurante por las cercanías.
―En la casa― y sin dar importancia a la información, me soltó: ― No te lo he dicho, pero durante la reforma de la hacienda, tu padre se reservó la parte noble de la mansión para alojar tanto a él como a sus más estrechas colaboradoras y así no perder el tiempo con los desplazamientos.
― ¿Me estás diciendo que viviré con vosotras? ― pregunté alucinado.
Con una sonrisa pícara, la mexicana contestó:
― ¿Tan desagradable te parece la idea? Piensa en el lado práctico, nos tendrás a tu disposición a todas horas.
Podía haber malinterpretado sus palabras si no se refiriera a ella y a los otros tres cerebritos porque tomándolas literalmente me estaba ofreciendo compartir algo más que sus conocimientos. Rechazando esa idea por absurda, tomé su frase desde una óptica profesional y contesté:
―Normalmente suelo separar el trabajo de los momentos de esparcimiento, pero lo tendré en cuenta si me surge alguna duda.
Lucienne soltó una carcajada al escuchar mi respuesta y deseando quizás acrecentar mi turbación, se permitió el lujo de intervenir diciendo:
―Por eso no te preocupes, hemos prohibido hablar de trabajo en casa. Bastantes horas trabajamos en este zulo, para llevarnos tarea a la cama.
Nuevamente al mirarlas, mi impresión fue que de algún modo estaban tanteando el terreno y que sin desear ser demasiado explicitas, se estaban ofreciendo como voluntarias a sudar conmigo entre las sábanas.
«O bien llevan tanto tiempo encerradas aquí que andan cachondas o bien han decidido darme la bienvenida tomándome el pelo», mascullé para mí.
Asumiendo que era la segunda opción, decidí seguir con su broma y sin cortarme, respondí:
― En eso estoy de acuerdo… en la cama se duerme o se estudia anatomía comparada.
Mi andanada lejos de reprimir a la francesa, la azuzó y riendo mi gracia, replicó:
―Ten cuidado con lo que dices. Somos cuatro y tú solo uno para comparar. No vaya a ser que te tomemos la palabra.
Sin pensar en las consecuencias, respondí mirándola a los ojos:
―Mi puerta siempre estará abierta para el estudio.
Si esperaba ver algún signo de vergüenza en ella, me equivoqué porque lo único que conseguí fue que, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me regalara la visión de su perfecta dentadura.
Guadalupe debió pensar que había que cortar esa conversación no fuera a ser que se despendolara y llamando a la calma, me recordó que todavía no me había mostrado la oficina que iba a ocupar a partir de ese día.
―Soy todo tuyo― respondí mientras teatralmente le ofrecía mi brazo.
La mexicana aceptó mi sugerencia y tras despedirse de sus compañeras, me llevó por los pasillos del laboratorio hasta una puerta con el mismo sensor que el ascensor y por segunda vez tuve que escanear mi retina para que el puñetero chisme se abriera.
―Resulta raro entrar aquí sin tu padre― murmuró la morena con tono apenado.
Me resultó extraño que alguien pudiese echar de menos a mi viejo, pero no queriendo indagar en sus sentimientos pasé a su interior con una mezcla de desconfianza e interés porque no en vano ese sujeto era un completo desconocido para mí.
Juro que me sorprendió descubrir lo mucho que se parecía a mi propia oficina. El mismo tipo de decoración, muebles muy semejantes pero lo que realmente me dejó impactado fue comprobar que al igual que ocurría en la mía, una de sus paredes lucía llena de pantallas.
―Se nota que os habéis inspirado en la reforma que hice en mi empresa― comenté al ver las semejanzas.
Guadalupe me preguntó porque lo decía y al explicarle lo mucho que se parecía a la oficina que había estrenado hacía unos seis meses, contestó:
―Debiste contratar al mismo decorador que don Ricardo porque lleva así al menos tres años que es cuando empecé a trabajar aquí.
No dije nada y me quedé pensando:
«Es imposible, yo mismo la decoré».
Que esa mujer me mintiera en algo tan nimio, despertó mis suspicacias y para no provocar que se pusiera a la defensiva, me puse a chismear el resto del despacho mientras mi cicerone se quedaba sentada en una de las sillas de cortesía.
«El cabrón de mi progenitor quiso que me sintiera cómodo trabajando aquí», deduje al no aceptar que fuese fortuita tanta similitud.
Habiendo satisfecho mi curiosidad, volví donde estaba la morena y le dije si nos íbamos.
―Todavía no. Tu padre me dejó instrucciones de traerte aquí ― replicó y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, se encendieron los monitores y la figura de mi odiado ascendiente apareció en ellos.
―Hola hijo. Gracias por estar aquí― fue su entrada.
― ¿Me dejó un mensaje grabado? ― escandalizado pregunté a la mujer.
En vez de ella fue la voz de mi padre quién contestó:
―Sí y no. Lo que estas escuchando es un programa resultado de años de desarrollo con el que he querido anticiparme a las dudas que te surjan sobre este proyecto en el que embarqué mi vida. Se puede decir que es un compendio de mis vivencias y opiniones.
Por si fuera poco, acto seguido esa especie de inteligencia artificial pidió a mi acompañante que nos dejara solos. Me disgustó ver que Guadalupe obedecía como si realmente hubiese sido su antiguo jefe quien le hubiese ordenado desaparecer de escena.
Tomando asiento, esperé a ver qué era lo que esa condenada máquina quería decirme. Nada más cerrar la puerta la mexicana, escuché que me decía:
―Antes de nada, nunca os abandoné, sino que fue tu madre la que me prohibió todo contacto bajo la amenaza de hacer público la que considero que es la obra de mi vida.
Indignado porque metiera a mi santa en la conversación, espeté a su imagen:
―No te creo. Fuiste un maldito egoísta toda tu vida… ¡me alegro de que estés muerto!
Nada más soltarlo, caí en la cuenta de que estaba enfadado con un programa de ordenador y que, al gritarle, me había comportado exactamente igual que su subalterna. Si ya de por sí eso era humillante, más lo fue cuando con tono monótono, ese personaje virtual me contestó:
―No creo que sea la mejor forma de empezar nuestra relación, pero te puedo ofrecer pruebas de qué no miento.
Ni siquiera aguardé a que terminara de imprimirse, en cuanto escuché que la impresora se ponía en funcionamiento, salí de su despacho jurando no volver jamás…

Relato erótico: “Al conocer a mi hija, recuerdo el amor de su madre. (POR GOLFO)

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Cuántas veces hemos oído que la vida te da siempre una nueva oportunidad. En mi caso, me la dio cuando menos me la esperaba y de quien menos me lo merecía. Como muchos sabéis, soy mexicano aunque llevo viviendo muchos años en Madrid, no estoy muy orgulloso de mi última época en mi país porque con un matrimonio que se tambaleaba, busqué el consuelo en la juerga. Aprovechando mi situación económica, me hice de una fama de hombre apunto del divorcio para acaparar amiguitas, que convencidas de que tarde o temprano me separaría, hacían cola para estar en una posición privilegiada cuando eso ocurriera.
En ese tiempo y todavía hoy la diferencia entre clases sociales es enorme. Mientras la clase obrera estaba y está pésimamente pagada, los ejecutivos cobran como en Europa. El resultado es que por ejemplo en mi caso, yo cobraba lo mismo que treinta de los operarios a mi cargo. Para que os hagáis una idea, el salario mínimo en México es de 67.29 pesos diarios, unos 3,75 euros, lo que supone que con todas las pagas al mes ganen unos 2.500 $, alrededor de los 140 €. Un directivo que gane un salario alto pero no escandaloso para la óptica española, 7.000 €, realmente está embolsándose lo que medio centenar del salario de sus compatriotas más humildes.
Si tomamos en cuenta que los lujos están a precios europeos, un todoterreno de alta gama cuesta lo que ¡Un operario gana en 24 AÑOS!. Porque os cuento esto:
Fácil porque si como en mi caso, conseguía que una muchacha me acompañara a un día de juerga, en solo doce horas, me gastaba lo que su padre ganaba en dos meses y sin ser puta, se quedaba apabullada por mi nivel de vida. Es como si en Madrid, a cualquier hija de vecino le llega un tío y se la lleva a Paris a desayunar, comen en Roma, cenan en Londres y duermen Berlín, llegando al día siguiente a tiempo para ir a la universidad.
¡Así son las diferencias sociales! y ¡Yo me aproveché de ello!
Con treinta años y desde el punto de vista mexicano, montado en el dólar, no me costó hacerme con una serie de jóvenes que suspiraban cada vez que las llamaba.
Una vez hecha esta aclaración, os paso a narrar la historia de cómo mi pasado me vino a buscar a mi exilio dorado español:
Estaba una tarde en mi oficina de la calle Habana, cuando mi secretaria me informó que tenía visita. Al preguntarle quien venía a verme, medio preocupada, me contestó:
-Una jovencita mexicana que dice que tiene que hacerle una sola pregunta.
Me extrañó que fuera tan poco precisa pero  por su tono, comprendí que al ser de mi país de origen  se imaginaba que era un tema personal  por eso decidí acceder a verla y no dilaté su espera.
Dos minutos después cuando Alicia volvió acompañada de una preciosa morena, creí que estaba viendo un fantasma. Aunque fuera imposible porque habían pasado casi veinte y cuatro años, la mujer que le acompañaba era la Olimpia que recordaba. Casi temblando, pedí a mi secretaria que nos dejara,  sin ser capaz de retirar mis ojos de la joven porque no era posible que fuera mi antigua amante. El recuerdo de las noches que pasé junto a ella, me vino de golpe a la mente:
“No puede ser ella”, me dije, “hoy en día, Olimpia debe tener cuarenta y cinco”.
 Os juro que era como si el pasado me viniera a tocar mi puerta y mientras trataba de asimilar su presencia, le pedí que se sentara diciendo:
-Siéntese señorita-
La cría, tan cortada como yo, se aposentó en la silla y durante un minuto fue incapaz de mirarme a la cara. Cuando se hubo serenado, me dijo con voz avergonzada:
-Me llamo  Lupe  y soy la hija de Olimpia Gil. ¿Sabe de quién hablo?
Sus palabras lejos de tranquilizarme, me aterrorizaron porque aún me sentía culpable de como habíamos terminado. Enamorado de ella, la había dejado cuando me vine a España. Me pareció más importante el trabajo que me ofrecían y mi esposa que esa vana ilusión. Por mucho que me rogó, me negué a abandonar a María y  por eso la dejé tirada allá en Veracruz.
-Por supuesto que sé quién es. Tu madre fue alguien muy importante de mi pasado- contesté y tratando de agilizar el mal trago, le pregunté que necesitaba de mí.
-Quiero hacerle una pregunta- respondió y tomando fuerzas, me dijo: -¿Es usted mi padre?
Esa era la misma cuestión que me estaba reconcomiendo desde que supe de quien era hija y buscando escabullirme, le contesté:
-¿No debería preguntárselo a ella?
-No puedo, murió el mes pasado- dijo echándose a llorar.
El dolor de la cría me desarmó y por eso directamente, pregunté:
-¿Qué edad tienes?
-Veintitrés años- me respondió alzando su mirada.
 
Su respuesta me dejó helado porque de haber estado embarazada cuando la dejé, esa niña podía ser mi hija y por eso, cogiendo un vaso de agua, pegué un buen sorbo antes de contestar:
-Sinceramente, ¡No lo sé! Las fechas coinciden pero lo dudo porque tu madre me hubiese informado.
Mi franqueza le dio alas para decirme enfadada:
-Si conociera a mi madre, sabría que nunca se lo hubiese dicho porque no era el tipo de mujer que retiene a un hombre que no la quiere.
-Tienes razón en lo que respecta a Olimpia pero quiero que sepas que yo si la quería, pero no tuve el valor de quedarme con ella- reconocí con el corazón destrozado-. Fue entonces cuando una parte desconocida de mí salió del dolor y cogiéndola de la mano, le dije: -Una vez dejé a la persona que más quería por miedo, ahora que soy viejo, te digo ¡No volveré a escabullir mis responsabilidades!
La morenita sonrió al escucharme y me soltó con voz dulce:
-No le pido nada. Solo quiero saber mi origen.
Ante semejante respuesta no pude más que decirle:
-Si eres mi hija, te reconoceré como tal.
La muchacha al escucharme se echó a llorar desconsoladamente y al cabo de un rato, cuando se hubo tranquilizado, me confesó que sabía de lo mío con su madre gracias a un diario que descubrió al morir y que en él, Olimpia me describía como un hombre bueno. 
-¿Entonces? ¿Ese diario dice que soy tu padre?
-No. Mi madre dejó de escribir cuando usted la abandonó.Sin-t-C3-ADtulo32
Tratando de recapacitar, me puse a pensar en lo que había sido mi vida desde que partí de México y aunque en lo profesional, me había ido bien, en lo personal fatal. Me separé de María a los diez años de llegar y como durante mi matrimonio no habíamos tenido descendencia, llevaba quince viviendo solo. Si realmente esa cría era mi hija, nada me retenía para darle el puesto que se merecía y por eso sacando de mi interior unos principios que no sabía ni que tenía, le pregunté donde se estaba quedando:
-En una pensión del centro.
Al oírla, comprendí que por bueno que fuera ese lugar, mi chalet debía de ser mejor:
-¿Por qué no te quedas en mi casa mientras averiguamos si eres mi niña? – le solté.
-No quiero ser una carga- dijo esperanzada por la oferta.
-¡Tonterías!- respondí. –Aunque al final no sea tu padre, no puedo permitir que la hija de Olimpia se quede en una mugrienta pensión.
 Dando su brazo a torcer, aceptó mi proposición y por eso, dejando todo, la acompañé a recoger su equipaje de la habitación que tenía alquilada. Ya en el coche, me la quedé observando. La puñetera cría tenía la misma belleza de su madre pero fijándome bien era más alta y sus ojos tenían un color dorado que no reconocí como maternos:
“¡Son como los de mi madre!”, pensé y ya convencido de mi paternidad, os reconozco que empecé a encariñarme con ella.
Lupe por su parte resultó ser una chavala simpática y cariñosa, deseosa de conocerme en persona. En un momento dado, cuando ya íbamos cerca de sol, le pregunté cómo había fallecido Olimpia:
-De cáncer- contestó lacónicamente.
Su breve respuesta me dejó desolado al ser consciente de que había muerto en la flor de la vida y encima por una dura enfermedad:
“Solo tenía ocho años menos que yo”, mascullé entre dientes deseando dar marcha atrás al reloj.
La angustia de lo que había perdido me golpeó en la cara y avergonzado, no pude reprimir  que unas lágrimas brotaran de mis ojos.  Su hija se conmovió al verlas y cogiendo mi mano, me dijo:
-Mi madre tenía razón en su diario. ¡Usted la quería!
La congoja se apoderó de mí y ya llorando a moco tendido, golpeé el volante con mi puño.
-Fui un mierda- le confesé destrozado. –Olimpia fue lo mejor que me ocurrió en la vida y tengo que darme cuenta cuando ya no puedo hacer nada por remediarlo.
Sin saber que decir, Lupe se quedó callada el resto del camino y solo cuando ya había aparcado, se atrevió a decir:
-¿Por qué no volvió por ella?
-Cuando quise, pensé que era tarde y que se habría casado.
-Nunca lo hizo. Se dedicó a cuidarme y aunque tuvo muchos pretendientes, no quiso que entraran en casa.
La certeza que  me equivoqué al abandonarla, se multiplicó por mil al percatarme de que nuevamente había errado al no volver por ella.  Fue entonces cuando ya plenamente decidí no volverlo a hacer y que me ocuparía de nuestra hija.
Tal y como había previsto, la pensión resultó un lupanar lleno de putas y malvivientes.  Comprobar que al menos no iba desencaminado, me alegró y recogiendo su ropa, desaparecimos de ese tugurio sin mirar atrás.  Fue al cargar su maleta cuando me di cuenta de que esa niña había quemado sus naves porque, si como me imaginaba era de clase humilde, había traído todas sus pertenencias a España. No hice mención a ello y enfilando rumbo a mi casa, intenté averiguar si había estudiado:
-Empecé la carrera de Finanzas pero la tuve que dejar cuando mamá enfermó.
-Por eso no te preocupes, en Madrid hay muy buenas universidades- contesté asumiendo que me iba a ocupar de que esa bebé completara su formación a mi cargo.
Mi tácita oferta sacó una sonrisa de su rostro y al verla sonriendo, me recordó nuevamente la alegría innata de su difunta progenitora. Curiosamente, por primera vez su recuerdo fue alegre porque recordé cómo la había conocido…


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….Aunque había pasado mucho tiempo, me parecía que fue ayer cuando en la entrega de unos premios, el festejado insistió en que me sacara unas fotos con las edecanes que había contratado. Al principio me negué sin darme cuenta que una de ellas se tomaba mi renuencia mal, pensando que era un maleducado pero la insistencia del tipo hizo que al final accediera a hacerlo.  Esa fue la primera vez que la vi y aunque era un monumento de mujer, os juro que nunca pensé ni siquiera en echarle los tejos porque equivocadamente pensé que era la consentida de uno de esos ricachones.
Afortunadamente a la semana, un amigo me invitó a comer camarones en un local cerca de la fábrica donde trabajaba y cuando llegué me sorprendió ver que junto a él estaban sentadas dos de las azafatas con la que me había hecho la foto. Sin saber que para ella yo era un patán clasista, me senté a su lado y presentándome nuevamente, le pregunté su nombre:
-Olimpia Gil- respondió secamente.
Os confieso que ni siquiera me percaté de ello, porque mis ojos estaban prendados en su belleza. Morena apiñonada, su pelo rizado cayendo por su cara le confería un aspecto aniñado que, en cuanto se levantó al baño, su culo prieto y sus perfectos pechos hicieron desaparecer como por arte de magia.
“¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al admirar el modo tan sensual con el que meneaba su trasero.
Decidido a conquistarla, pregunté a mi conocido si estaba libre.
-Eso creo- me dijo mientras intentaba ligarse a su compañera.
Mirándola de reojo, comprendí que aunque Araceli era una preciosidad de origen italiano, no tenía nada que hacer contra su amiga. Si bien era guapa de cara y con un cuerpo estupendo lleno de curvas, Olimpia con su figura le llevaba la delantera. Con un porte aristocrático a pesar de su origen humilde, en cuanto sonrió pareció que se iluminarse la palapa de ese restaurante.
Ya ensimismado con ella, la atracción que sentía se incrementó al llegar un viejo cantante al lugar, porque llamándolo hasta la mesa me dijo:
-Ya que el otro día fuiste tan sangrón, invítame a una canción.
Sin saber que se convertiría en nuestra canción, le pregunté cual quería:
-Mujeres divinas- contestó divertida.
La perfección de sus rasgos se hizo todavía más maravillosa en cuanto empezó a cantar junto con el anciano. Dotada de una voz dulce, parecía un ángel recién caído a la tierra.  A partir de ese momento fui su más fiel admirador y supe que de alguna forma tenía que conseguirla. No sé si fueron las copas o qué pero lo cierto es que al cabo del rato, Olimpia cambió su opinión de mí y empezó a tontear conmigo.
La primera vez que me cogió entre sus manos, creí estar en el paraíso y sin importarme que me vieran, intenté besarla. Ella retiró su cara al ver mis intenciones y soltando una carcajada, me dijo:
-No te resultará tan fácil conquistarme, todavía sigo enfadada contigo.
Al preguntarle el motivo, me contó que se había sentido humillada cuando me negué a tomarme esa foto y por mucho que la intenté explicar que lo había hecho exactamente porque me parecía que el festejado se estaba pavoneando de ellas, no dio su brazo a torcer.
-Fui un cretino- tuve que admitir.
Al escuchar mi confesión, me cogió de la barbilla y depositó en mis labios el beso más tierno que jamás sentí.  Y desde entonces, caí prendado por ella……
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-¿Está pensando en mi madre?- preguntó Lupe sacándome de mi ensoñación.
-¿Cómo lo sabes?- respondí.
-¡Está sonriendo! ¡Ella siempre conseguía que olvidara mis penas! y por lo que veo a usted te ocurre lo mismo.
Con esa sencilla frase, esa muchacha demolió mi precoz alegría y retornando mi angustia llegué a mi casa. Ya estaba metiendo el coche en el garaje cuando un poco asustada me preguntó quién le iba a decir a mi esposa que era ella.
-Llevo quince años divorciado- contesté sin darme cuenta que esa noticia le había sacado una sonrisa.
Tras lo cual, le mostré la casa y llevando su ropa hasta la habitación de invitados, la informé de que a partir de ese día ese era su cuarto. Agradeciéndome mis atenciones me preguntó a qué hora cenaba.

-A las nueve- y viendo por sus ojos que tenía hambre, la acompañé hasta la cocina donde se la presenté a la cocinera diciendo: -Ana te presento a Lupe- y sin saber que más decir, le pedí que le diera de merendar, para acto seguido decirle que me iba a mi cuarto a repasar unos asuntos.

En mi habitación recuerdo a su madre.
Encerrado entre las cuatro paredes donde dormía, me dejé llevar por mis recuerdos y en un principio, solo vino a mi mente la imagen de nuestra última discusión cuando le dije que iba a cruzar el charco y que no la llevaba conmigo. Todavía hoy recuerdo su cara de dolor cuando en mi coche me rogó que no la dejara sola. Comportándome como un cerdo, le mentí diciendo que en cuanto llegara a Madrid me divorciaría de mi mujer y volvería  a por ella. Hoy sé que esa promesa se la hice por un doble motivo, para calmarla pero sobre todo para dejar una puerta abierta por si lo mío con María terminaba como terminó.
¡Pero cuando acabó fue tarde! Y ¡No volví por ella!
Avergonzado por mi actitud, recordé como al principio la había estado llamando todas las semanas hasta que la distancia fue alargando el tiempo entre ellas y a los seis meses ya solo la llamaba de pascuas a ramos.
-¡Fui un capullo!- dije en voz alta, tratando que esa confesión sirviera de algo.
La sensación de fracaso me hizo tambalear y deseando limpiarme de esa horrible sensación, decidí tomar una ducha. Bajo el chorro de agua, lloré su pérdida durante largos minutos hasta que desahogado salí del baño. Una vez seco, quise recordarla primera vez en que estuvimos juntos en la misma cama. Después de tantos años, tuve que hacer un esfuerzo:
-¡Fue en Veracruz!-  exclamé al acordarme….


 
……Llevaba quedando con ella unas dos semanas y aunque nos dábamos algún que otro beso y algún que otro achuchón, nunca habíamos dormido juntos. Sin planearlo, me surgió una reunión en la capital del estado y aprovechando que tenía que ir, le pregunté si me acompañaba.
Olimpia aceptó de inmediato y a las ocho de la mañana de ese día, la recogí cerca de su casa. La muchacha vivía en un fraccionamiento del Infonavit, lo que en España conocemos como de protección oficial. Siendo un barrio de clase baja, mi flamante Cadillac no pasaba inadvertido. Tratando de que sus vecinas no empezaran a hablar de ella, me pidió que la recogiera en la esquina.
Al llegar la vi sentada en la parada del autobús y su belleza era tal que los viandantes que pasaban por esa calle, aminoraban el paso para mirarla:
-¡Menudo bombón!- mascullé entre dientes dentro de la seguridad de mi automóvil.
Vestida con un coqueto vestido de verano, parecía aún más joven. Todo en ella era perfecto, su rostro, su cuerpo pero sobre todo su culo que aunque todavía no lo había probado, supe que algún día sería mío. La morena al verme aparecer, se dio prisa en meterse en el coche para evitar habladurías y solo cuando habíamos salido a la autopista, se permitió el lujo de darme un beso diciendo:
-¿Dónde me vas a llevar?
Su alegría juvenil se me contagió y soltando una burrada, le dije:
-Directamente al hotel.
Esa frase debía haber provocado que Olimpia me pidiera que la llevase de vuelta a su casa pero en contra de la lógica, me soltó:
-¿Pero no tenías una cita?
Comprendiendo que tenía razón, me inventé una excusa:
-Si pero como voy a tardar dos horas, había pensado que te quedaras en la alberca mientras yo iba con esos pesados.
Fue entonces cuando la muchacha sonriendo me contestó:
-No tengo traje de baño.
-Por eso no te preocupes. Allí te compro uno.
La hora que se tardaba desde la ciudad donde vivía al puerto se me hizo eterna porque esa cría había aceptado pasar conmigo la noche en un hotel y por eso no pude dejar de anticipar el placer que obtendría entre sus piernas. Nada más llegar a Veracruz, me dirigí al Camino Real y tras inscribirnos en la recepción, la acompañé a comprar en una de sus tiendas un bikini.
Un tanto cortada, eligió uno horroroso porque era el más barato pero optando yo uno mucho más aparente, le pedí que se lo probara. Quejándose de que era muy caro, aceptó en cuanto la amenacé con llevarla de vuelta a nuestra ciudad y se lo fue a probar. Cuando salió me quedé babeando al verla con él puesto. Su cuerpo moreno era aún más impresionante de lo que me había imaginado:
Sin una gota de grasa, ¡Esa mujer era una diosa!
La escueta tela de esa prenda lejos de tapar su belleza, la realzaba y no pudiendo evitarlo me quedé mirándola. Olimpia al sentir la caricia de mis ojos, me lo modeló diciendo:
-¿Estoy guapa?
-Sí- contesté mientras bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control.
Sabiendo que tenía que darme prisa para no llegar tarde a mi cita, la dejé junto a la alberca, diciéndole que pidiera lo que quisiera y que lo cargaran a nuestra habitación. Tras lo cual me dirigí a ver a mi cliente. Como comprenderéis y aceptareis, despaché rápidamente a ese tipo y en menos de una hora, estaba de vuelta.
La encontré medio dormida en una tumbona, lo que me permitió observarla sin que ella fuera consciente. Sentándome a su lado, mis ojos se recrearon en su cuerpo. Empezando por sus pies, no dejé un centímetro de su anatomía fuera de mi examen. Se notaba a la legua que esa morena hacía ejercicio porque la firmeza de su cuerpo así lo reflejaba. Sus largas piernas eran un prodigio que anticipaba de alguna forma la rotundidad de su trasero. Con unas nalgas de ensueño, Olimpia no podía negar que, aunque fuera en un porcentaje mínimo, por su sangre corrían genes de raza negra.
“¡Dios! ¡Cómo está la niña!!”, pensé justo en el momento que se dio la vuelta para tomar el sol de frente.
Su nueva posición me mostró que si su parte trasera era impresionante, la delantera no le iba a la zaga. Dotada de unos pechos en punta, su delgadez los hacía todavía más atractivos. Fue entonces cuando me descubrió mirándola y con una sonrisa, me preguntó cómo me había ido.
-Bien- respondí con mis ojos fijos en sus senos.
Olimpia al sentir la caricia de mi mirada, no pudo reprimir que involuntariamente sus pezones se le pusieran duros y tratando de que no me diera cuenta, se volvió a dar la vuelta mientras me pedía que le echase crema en la espalda. No tuvo que repetírmelo y cogiendo el bote, empecé a embadurnarle con ella. Os juro que cuando puse mis manos sobre su piel, supe que había encontrado un tesoro.
Su tacto suave era tan cautivante que convertí esa acción en un sensual masaje. Empezando por su cuello, mis dedos recorrieron cada musculo de su espalda hasta que se toparon con el tirante de su tanga. Al principio no me atreví a traspasar esa frontera pero tras un minuto tanteando al ver que no se quejaba, me dediqué a esparcir la crema por sus cachetes.
Un inaudible suspiro me confirmó que le gustaba sentir mis manos en su trasero y dominado ya por la calentura,  probé a acercar mis yemas a su sexo. En cuanto mis dedos rozaron su bikini, descubrí que la humedad la envolvía. Dicho descubrimiento provocó que mi pene se pusiera erecto y sin prever las consecuencias de mis actos,  empecé a acariciar su coño por encima de la tela.
-Uhmm- escuché que gemía.
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Actuando como un inconsciente, le puse una toalla encima y tapando mis maniobras con mi cuerpo, empecé a masturbarla. Mi pareja al sentir que me apoderaba de su sexo, se dio la vuelta separando sus rodillas para que facilitar mis caricias.  Mis dedos no tardaron en descubrir que bajo ese tanga, Olimpia llevaba su vulva casi depilada por completo y que solo un breve triángulo de pelo púbico daba entrada a su coño.
Separando sus pliegues, me encontré con su clítoris totalmente hinchado y cuando con mis yemas lo acaricié, la morenita se mordió los labios intentando no chillar. Su entrega me permitió incrementar mis mimos, de manera que en menos de cinco minutos, observé como se corría.
Una vez se hubo repuesto del orgasmo, me miró con una sonrisa diciendo:
-¿Por qué no me llevas a la habitación?
Ni que decir tiene que no hice ascos a esa propuesta y cogiéndola de la cintura, entré con ella en el hotel. Ya en el ascensor, la modosa chavala se comportó como una mujer ardiente, besándome sin parar mientras pegaba su sexo al mío pero fue al llega a nuestro cuarto cuando realmente se convirtió en un volcán en plena erupción. Ni siquiera esperó a que cerrara la puerta, poseída por una pasión sin igual, comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé el tanga y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Olimpia chilló al experimentar por primera vez que era yo quien la follaba y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer.
-Me encanta!- berreó y de pie, apoyando sus brazos en la pared, se dejó tomar sin quejarse.
Desde el inicio , mi pene se encontró con su sexo encharcado y por eso no me costó que campeara libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
Olimpia, gritando en voz alta, se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Asiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Cógeme!-
No tuvo que insistir y pasando sus piernas a mi cuello, levanté su trasero y la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados. Su piel morena resaltaba contra la blancura de la mía y acariciando su melena llena de rizos, le dije de broma:
-A mi lado pareces mulata.
Siguiéndome la guasa, se mostró indignada y poniendo en su cara un gesto de asco, me dijo:
-Yo soy trigueña, eres tú el que parece enfermo.
Divertido, le di la vuelta y le solté un azote. Olimpia pegando un gritó, se volteó diciendo:
-Para eso son, ¡Pero se piden!

Su rostro no reflejaba enfado sino alegría y abrazándola, la besé temiendo  enamorarme de ella…

La cena con mi supuesta hija:
Fue Lupe la que paró de golpe mis recuerdos, tocando a mi puerta:
-Don Armando, son la nueve y cuarto. ¿No va a bajar a cenar?
-Ahora bajo- respondí terminándome de vestir.
Al llegar al comedor, mi supuesta hija estaba ayudando a Ana a poner la mesa y desde la puerta, me quedé observándola. Lupe tenía el mismo cuerpo de su madre. Alta delgada y con un culo estupendo tenía todos los requisitos que exigía para que una mujer me resultara atractiva pero por algún motivo no podía verla como mujer sino como niña.
“Puedo ser su padre”, me dije al comprobar que lejos de sentirme atraído por ella, era otro sentimiento el que me provocaba y tratando dar sentido a ello, comprendí que debía despejar mis dudas sobre su paternidad.

Tratándome con un exquisito cariño, me pidió que me sentara mientras ella traía la cena. Al verla salir por la comida, nuevamente me puse a rememorar el día que conocí a su abuela….

 

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… Llevaba saliendo con Olimpia un par de  meses, cuando me pidió que le acompañara ese fin de semana a la comunión de su prima. Aunque ya había asumido que esa cría me gustaba, me pareció fuera de lugar aparecer en ese festejo familiar.
Tratando de escaquearme, le dije:
-¿Sabe tu madre que estoy casado?
Soltando una carcajada, me dijo que sí pero que no me preocupara porque para ella, yo solo era un buen amigo. Aún sabiendo que eso no se lo creía ni mi abogado, accedí al ver la ilusión que le hacía que su familia me conociera.
“Sé que me voy a arrepentir”, pensé mientras aceptaba.
El día de la fiesta, conseguí no ir a la iglesia pero no me quedó más remedio que ir a la casa de su tía Lupe a festejar a la chiquilla. Allí, Olimpia me esperaba en la puerta y nada más entrar me presentó a la hermana de su madre. Siendo la menor de las tres, Lupe era de mi edad. Bajita, con buen tipo, pero bajita, era la reproducción en pequeño de su sobrina.
Desde el primer momento me acogió con cariño y me llevó a presentarme a su hermana, la madre de mi morena. Doña Cruz resultó ser una mujer tan alta como su hija a la que los años habían tratado mal. Con un marido en los estados Unidos y otros tres hijos, esa señora no era ninguna tonta y por eso en cuanto me la presentaron me llevó a una esquina y me dijo:
-Solo le pido que sea bueno con Olimpia.
Su tono serio me dejó claro que no se creía la versión que le había dado su hija sobre mí. Manteniendo una distancia, supe que a partir de ese día esa mujer aceptaba sin hacerle gracia que su niña fuera, lo que llaman en México, mi mantenida. En cambio sus dos tías maternas me trataron con simpatía llegando a bromear conmigo sobre si no me consideraba un poco viejo para la muchacha.
-Le llevo ocho años, ¡Nada más!- me defendí.
Entonces, sentándose sobre mis rodillas, Olimpia se entrometió en la conversación diciendo:
-Armando, no te preocupes…¡Pareces mucho mayor!- y para recalcar sus palabras empezó a cantar una vieja canción de José José:
“Mentiras son todas mentiras
cosas que dice la gente, 
decir que este amor es prohibido 
que tengo cuarenta y tu veinte”
 La desfachatez que demostró, me hizo reír y olvidándome de la presencia de las dos hermanas de su madre, la besé. Devolviendo con pasión mi beso, me susurró al oído:
-No decías que no querías que supieran que eres mi hombre.
Al mirar a sus tías descubrí una complicidad que no desapareció durante los cuatro años que estuvimos juntos….


….Volví a la realidad cuando llegó con la cena. Luciendo la misma sonrisa de la que me enamoré y leyendo mis pensamientos, me dijo mientras servía la sopa:
-Mis tías le mandan saludos.
-¿Cómo están pregunté?- realmente interesado, no en vano, esas dos mujeres habían sido siempre agradables conmigo.
-Como siempre, siguen compartiendo la casa de la Poniente 31.
-¿Tampoco se han vuelto a casar?
-No- respondió- Lupe sigue con el mismo tipo mientras Toñi salta de un impresentable a otro.
-¿Y tu abuela?
Entornando sus ojos, me contestó:
-En los Estados Unidos con mi abuelo y luchando contra su diabetes.
Así de un modo agradable, me fue informando de la vida de su familia durante la cena. Habiendo acabado, me dijo que estaba cansada porque para ella era cerca de las cinco de la mañana y me pidió permiso para irse a dormir.
-Vete cariño- le dije.
Fue entonces cuando llegando a mi lado me pidió algo que me dejó helado. Medio avergonzada, me soltó:
-Don Armando, ¿puedo pedirle algo?
-Claro- respondí.
-¿Me podría dar un beso en la frente? ¡Quiero saber que se siente que un padre te dé así las buenas noches!
Aunque no tenía la certeza de que fuera mi hija, no pude negarme y al dárselo, salió corriendo hacia su habitación con los ojos llenos de lágrimas.
Una vez solo, la angustia de saber que si realmente yo era su progenitor era culpable de que no hubiese tenido una figura paterna me hizo casi llorar y yendo hasta el bar del salón, me puse un whisky con el que intenté ahogar mis penas. Pero lo único que consiguió fue que me pusiera a pensar en la increíble criatura que había sido su madre.
Si desde un punto de vista moral nuestra relación era una bajeza, lo cierto es que mi añorada Olimpia consiguió que algo deshonesto se convirtiera en una bella historia. Desde un principio, comprendió su papel y no me recriminó que siguiera viviendo con la que entonces era mi mujer. Creyó erróneamente que el tiempo haría que no pudiera vivir sin ella y que entonces dejaría a mi esposa.
Nunca llegamos a vivir juntos pero como por el aquel entonces, trabajaba de martes a jueves en el D.F., me pareció una buena solución que ella me acompañara todas las semanas. Los martes la recogía a las seis de la mañana en su casa y no la devolvía hasta el jueves en la noche, de forma que durante esos cuatro años, realmente fue mi segunda mujer intermitentemente.

Sentado en el sofá, me puse a recordar la primera vez que la llevé al apartamento que la fábrica me tenía alquilado en Las Lomas….

 

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…Habíamos llegado a la capital ya tarde y por eso directamente nos fuimos a cenar a una taquería llamada  Iguanas Ranas que había al lado de la que a todos los efectos se convertiría en nuestro hogar.  Después de varias cervezas y algunos tacos, llegamos medio alegres a la puerta del piso y entonces bromeando, me pidió que la cogiera en brazos porque quería imaginarse que era mi mujer.
Olvidándome de lo que eso significaba la alcé y traspasé con ella el umbral del apartamento. En cuanto la bajé, no le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el vestido. Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Viendo que sus negras areolas me esperaban excitadas, di rápidamente cuenta de ellas.
Olimpia duras penas me bajó la cremallera liberando mi miembro de su prisión, gimiendo por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos, se arrodilló enfrente de mí y como si estuviera recibiendo una ofrenda sagrada, fue devorando lentamente en la boca toda su extensión, hasta que sus labios tocaron la base del mismo. Entonces le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en una silla, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo.
Con mis venas inflamadas por la pasión, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. La excitación me fue dominando y ya sin recato alguno, separé mis piernas y agarrándole la cabeza, le introduje todo mi falo en su garganta.
La morena lo absorbió sin dificultad, y la sensación de ser prisionero en una cavidad tan estrecha hizo que explotara derramándome por su interior, mientras su dueña se retorcía buscando mi placer. Mi semen salió expulsado al ritmo de sus movimientos pero mi amante se lo tragó sin quejarse y sobre todo sin que al hacerlo disminuyera el compás de sus caricias, de forma que consiguió ordeñarme hasta la última gota, sin que al dejar de hacerlo quedara rastro de mi eyaculación.
Ya satisfecha  por haber conseguido cumplir sus dos caprichos, me llevó hasta la cama. Una vez me hube acomodado en el colchón, me pidió que me desnudara mientras ella iniciaba un sensual striptease ante mis ojos. Dejando caer una a una las prendas que cubrían su piel, Olimpia se fue quedando desnuda mientras, desde el colchón, yo la miraba. Por mucho que ya estuviera acostumbrado a su belleza, me excité y más cuando se tumbó junto a mí diciendo:
-Desde que te conocí, supe que era tuya- y pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba.
Sin preguntarme, intentó introducir mi pene en su sexo pero separándola, le dije:
-Déjame a mí-.
Deseando que esa noche fuera algo especial, la coloqué frente a mí y olvidándome de su urgencia, la fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos se me antojó aún más perfecta al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su areola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a la morena suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé su flujo directamente de su sexo.
No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dediqué a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de Olimpia empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su clímax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-¡Me vengo!-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, la morena se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de ser mi amante:
-No-, me contestó con una sonrisa, -te amo.
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Fue entonces cuando decidí formalizar nuestra unión, haciéndola por entero mía y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le pedía que se diese la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Fue entonces cuando separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
Dominada por la lujuria, Olimpia me dijo:
-Mi culito es de mi hombre.
Sin tenérselo que pedir, se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su disposición. Con mis dedos llenos de su flujo, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de tocarse el clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta?-, le dije.
-Me  encanta-, contestó.
Su último orgasmo coincidió con el mío, tras lo cual, me desplomé a su lado. Exhaustos nos besamos. Sin dejar de acariciarme, Olimpia me dijo:
-Nunca he sido tan feliz….
Decido que no me voy a hacer las pruebas.
Esa noche dormí fatal. El recuerdo de lo mal que me había portado con Olimpia me martirizó  una y otra vez, impidiéndome conciliar el sueño. Su fantasma me visitó haciéndome rememorar la felicidad que sentí durante esos años en que ella me cuidaba. Aunque para todos incluido yo, Olimpia fuera mi amante, ella no se sentía así:
¡Yo era su hombre y ella era mi mujer! Los papeles le venían sobrando ya que creía en mí.
Por eso, cuando la traicioné fue tan duro para ella. Habiéndome dado sus mejores años, la dejé tirada como una colilla usada.
La certeza de mi felonía me sacó de la cama de madrugada y me obligó a hacer un examen de conciencia. Durante horas, medité sobre mi actuación de forma que cuando Lupe se despertó, ya había tomado una decisión:
¡Iba a reconocerla sin hacerme pruebas! Divorciado y sin hijos, mi amada Olimpia al morir me había dado un último regalo: ¡Su hija!
 Mindy-20Vega-20blubbdoll-20-78-

 

Relato erótico: “Mi madre y el negro VI : Venganza” (POR XELLA)

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Alicia pasó la tarde en casa sin ser capaz de mirar a su madre a la cara. Se fijó que caminaba con dificultad y, al sentarse, lo hacía con el máximo cuidado.

 
“No me extraña” pensó “Con el rabo que gasta Frank ha debido romperla por dentro…”
 
En cambio Claudia soltaba de vez en cuando algún comentario sarcástico sobre el estado de su madre, al parecer le había dicho que había sido haciendo yoga…
 
“Si, claro… La postura del perrito…”
 
Pero al parecer Claudia se lo había creído… Realmente no tenia motivos para no hacerlo.
 
Esa noche, mientras Alicia jugaba con Manolo, no podía dejar de pensar en lo que había visto por la mañana. Su madre había sufrido. Al menos al principio, por que después no había dudas de que lo había disfrutado. ¿Frank le pediría lo mismo a ella?
 
Se estremeció de arriba a abajo, se le puso la carne de gallina al imaginar aquella enorme polla forzando su culo, abriéndose paso por un lugar que nadie había tenido permiso a investigar y, aunque le daba pánico que eso sucediera, una parte de ella estaba deseando saber que se sentía. Extrajo el consolador empapado de su coño, separó y levantó sus piernas para abrirse paso y situó la punta sobre su ano. Cerró los ojos, respiró hondo y empujó suavemente. El consolador era grande y al vencer la resistencia inicial de su culo, se le escapó un gritito de dolor. Rápidamente se tapó la boca con una mano. Intentó introducirlo un poco más, despacito y con calma, pero era como si su culo se estuviese desgarrando al paso de Manolo.
 
Sacó el juguete de su culo e intentó calmarse. ¿Por que no podía? Si Frank quería… Si Frank intentaba… Sería imposible… La polla de Frank era más grande que el consolador, ¿Como había sido capaz su madre?
 
Lo intentó de nuevo embadurnando el consolador con un poco de crema hidratante que tenía en la mesilla, esperando que actuase de lubricante. Cambió de posición, se puso a cuatro patas y con el culo en pompa apuntó de nuevo a su ojete. Apretó los dientes cuando vio su culo forzado de nuevo, pero no paró esta vez, aguantando el dolor comenzó a introducir el juguete casi hasta la mitad, una vez había vencido la primera resistencia, el resto entraba con mas facilidad, aunque el dolor no disminuyó. Cuando notó que había introducido por completo el aparato, lo sacó y se quedó tendida en la cama. No quería moverse. Le dolía horrores, ¿Se suponía que tenia que disfrutar con eso?
 
“Tu madre ha disfrutado” Se dijo a si misma. 
 
Nuevamente la envidia y los celos la atacaron. Miró el consolador y vio que tenía algo de sangre. No era mucha, pero eso la convenció de no volver a intentar nada esa noche.
 
 
 
—————–
 
Al día siguiente, casi al final de la mañana mientras estaba en clase,  su móvil vibró  de nuevo. Era Frank otra vez. 
 
– Hola Ali. ¿Te gustó lo de ayer? 
 
– ¿Ahora que quieres? ¿Otra vez quieres que vuelva a ver como enculas a mi madre? 
 
– No, no,  no te preocupes por eso. Hoy no quería espectadores 😉 
 
A Alicia le llegó una foto. Miró alrededor por si alguien le prestaba atención y, notando un ligero cosquilleo en el coño,  la abrió. 
 
Se veía la espalda y el culo de su madre en primer plano.  Al parecer Frank estaba sentado en el sofá y Elena estaba sentándose sobre él, empalándose ella sola con la enorme polla del chico. 
 
– Eres un cerdo… ¿Por qué  nos haces esto? – La cara de la chica se había puesto roja. 
 
– ¿Que por qué? Como si no lo disfrutaseis… Ha sido tu madre la que me ha pedido repetir, parece que ayer le gustó mucho que la diera por el culo y creía que hoy lo podía hacer mejor aún. 
 
A la chica le daban ganas de tirar el móvil al suelo. 
 
– ¿Y que coño la has obligado a tatuarse? ¡A mi madre! 
 
– ¿Obligado? Yo no la he obligado a nada, es un pequeño símbolo que representa que es mi zorrita,  y que le encanta serlo. Ahora estábamos planteandonos  que tal sería anillarle los pezones. Está  encantada con la idea… 
 
– ¡Deja a mi madre en paz! 
 
– ¿Tienes celos de ella? ¿Te habría gustado que ayer fuese tu culito el que hubiese estrenado? No te preocupes ricura, tendremos tiempo para todo… 
 
La chica recordó cómo la noche anterior había insertado a Manolo en su culo…  Solo por…  Solo por ver que se sentía… Por si acaso en algún momento ella lo hacía… No lo había hecho para prepararse para Frank,  o eso quería pensar… Aunque no quería admitirlo,  si que había comparado el tamaño del juguete con el de la polla del chico.
 
– Tengo ganas de ver si tu culo tiene tanta hambre cómo el de tu madre… – Seguía escribiendo el chico. 
 
– ¡Señorita Alicia! – Se escuchó a voz en grito. Era el profesor. – ¿Sería tan amable de leer eso tan interesante que tiene en su móvil? 
 
– ¿Q-qué…? ¡No! – Toda la clase la miraba ahora. 
 
– Así todos podremos saber que tiene ahí que es más importante que el temario que estoy explicando. – Alicia guardó el móvil rápidamente en el bolsillo, negando con la cabeza. – Por favor, deme el móvil y continuemos con la clase. Al final de la hora se lo devolveré después de tener una charla con usted. 
 
– N-No…  No le voy a dar mi móvil. 
 
– Entonces haga el favor de irse de la clase y dejar de molestar. 
 
Alicia recogió sus cosas y salió, roja de la vergüenza. 
 
– ¡Imbécil! – Escribió al chico. – Por tu culpa me han echado de clase. 
 
– Yo no he hecho nada, pero gracias a eso tienes algo de tiempo libre… ¿Que te parece si pasamos un buen rato?
 
Alicia se dio cuenta de que aunque no quería admitirlo, aunque le asqueaba lo que ese chico estaba haciendo con su madre y con ella, en el fondo lo estaba deseando. La sola idea de dejarse poseer por Frank la comenzó a excitar. 
 
– Pero antes quiero saber si has sido una buena zorrita. No quiero perder el tiempo. 
 
Alicia sabia perfectamente a lo que se refería, después de las dos últimas veces,  esta vez si se había puesto tanga. 
 
– Hoy si. – Contestó de manera escueta. 
 
– ¿Hoy si, qué? 
 
– Hoy si que me he puesto tanga. – Estaba deseando que se la tragara la tierra. 
 
– Así me gusta, que vayas aprendiendo. Pero no me fío. Mandame una foto. 
 
– ¿Cómo? 
 
– ¿No sabes leer? Mandame una foto tuya en la que vea que llevas tanga. Si no, ni te molestes en venir por aquí. 
 
– ¿Estás loco? 
 
Frank no volvió a contestar. Le daba igual, no pensaba hacerlo. 
 
Se dirigió al servicio a lavarse un poco la cara y se quedó mirándose en el espejo. 
 
“¿A quien quieres engañar? Sabes perfectamente que lo vas a hacer…” 
 
Debía estar volviéndose loca, ese chico ejercía una fuerte influencia sobre ella. Miró a los lados para asegurarse de estar sola, bajó sus shorts negros hasta la mitad del muslo y, dándose la vuelta para que se le viera el culo a través del espejo, se sacó una foto. 
 
– ¡Oh! ¡Perdona! No sabía que… 
 
Una chica había entrado en el baño y salió de allí azorada, al ver la tarea de Alicia. Ésta rápidamente subió sus pantalones de nuevo y salió de allí. Cuando estuvo fuera del edificio envió  la foto. 
 
– Buena chica. – Contestó Frank. – Ahora ven a mi casa, que tienes la comida preparada. 
 
Recibió una foto de la enorme polla de Frank a continuación. Estaba completamente empalmada, apuntando al cielo. Su entrepierna se humedeció aún más. 
 

Había aparcado en el fondo del parking, que ahora estaba lleno de coches pero no había nadie. Nadie excepto una oportuna chica apoyada en la puerta de su coche, fumando. 

 
– Perdona, – Dijo Alicia, impaciente. – ¿Me permites? 
 
La chica del coche la miró con desdén mientras echaba el humo del cigarro hacia su cara. 
 
– Hola, ¿Eres Alicia? – Preguntó mientras la examinaba de arriba a abajo. 
 
Alicia no la conocía. Era una chica guapísima, alta y delgada, ¿Era de su facultad? No recordaba haberla visto… Tenía el pelo largo y liso cayendo sobre sus hombros, una nariz respingona y rodeada de pequeñas pecas que la daban una apariencia algo aniñada. Llevaba una camisa que dejaba entrever unas tetas no demasiado grandes y unos vaqueros de pitillo que realzaban su culo y sus piernas. Unas cuñas de 10 centímetros hacían que esto ultimo destacase todavía más.
 
– Si… Soy Alicia… ¿Quien eres tu?
 
La chica sonrió, echó el cigarro al suelo y lo apagó, separándose del coche y acercándose a Alicia.
 
– Encantada de conocerte. Yo soy Rebeca.
 
Acompañó su nombre de una fuerte bofetada que hizo perder el equilibrio a Alicia.
 
“¿Rebeca la exnovia de Gonzalo?”
 
Sin darle tiempo a reaccionar Rebecca se tiró encima suya y comenzó a golpearla, gritandola.
 
– ¡Eres una zorra! ¡Te has tirado a mi novio! ¡Te voy a matar, puta!
 
Alicia a duras penas podía defenderse, la sorpresa le había dado demasiada ventaja a su contrincante, y además, Alicia no es que se hubiese pegado muchas veces en su vida…
 
– ¡D-Dejame! ¡Te lo puedo explicar!
 
– ¡Me ha dejado! ¡Por tu culpa me ha dejado! ¡Me las vas a pagar!
 
Los golpes llovían sobre la cara de Alicia. ¿Como  esa chica tan delgada podía tener tanta fuerza? Se limitó a intentar cubrirse la cara para evitar mas golpes, y entonces alguien gritó a lo lejos.
 
– ¡Eh! ¿Que está pasando ahí?
 
Rebeca paró de golpear y levantó la cabeza.
 
– Como vuelva a ver que te acercas a Gonzalo, lo de hoy te va a parecer un juego de niños.
 
Y diciendo eso salió corriendo.
 
Alicia fue vagamente consciente de que el que había gritado llegaba a su lado y pedía una ambulancia. Después cayó inconsciente.
 
———-
 
Cuando despertó, estaba en una cama de hospital. Frank estaba sentado en un pequeño sofá a un lado de la cama, al sentir que la chica se movía se levantó rápidamente.
 
– ¡Alicia! ¿Que ha pasado? – Nunca le había visto así, estaba compungido y mostraba abiertamente su preocupación. – ¿Me oyes? ¿Te encuentras bien?
 
– Eh… Creo que si… – La chica hizo una mueca de dolor al incorporarse. – ¿Estas tu sólo?
 
– Si. Tu madre se quedó toda la noche, le dije que se fuera a descansar. Ahora en un poco viene tu hermana. El chico que llamó a la ambulancia dijo que había una chica dándote una paliza… ¿Que pasó?
 
– Si… Era… Era Rebeca… La ex novia de Gonzalo. – Apuntilló al ver que el chico no tenía ni idea de quién hablaba. – Decía que por mi culpa le había dejado.. Y yo… Yo…
 
Alicia rompió a llorar y Frank la acogió entre sus brazos.
 
– Sshhh, tranquila – Susurró a su oído. – Ya ha acabado todo. Sólo te tienes que preocupar de recuperarte rápido, ¿Eh? – La chica nunca había visto ese lado tierno de Frank, y era… reconfortante. – Voy a ocuparme de todo. – Estaba completamente serio y no había sombra de duda o burla en sus palabras.
 
Mientras hablaba llegó Claudia.

– ¿Por fin te has despertado? ¡Todos aquí preocupados por ti y tu durmiendo! Anda que…
 
Claudia dio un cariñoso achuchón a su hermana, hacía mucho tiempo que no se daban una muestra de cariño tan evidente. “Debía haber estado muy preocupada por mí.” Pensó Alicia.
 
– Puedes ir a descansar Frank, ya me quedo yo con ella. 
 
El chico echó una última mirada a las dos jóvenes y se fue dejándolas a solas.
 
– Gracias por venir, hermanita.
 
– No digas tonterías, ¿Quien más te iba a aguantar a parte de mí? – Alicia sonrió a su hermana. – Y que… ¿Que pasó? ¿Por qué alguien querría hacerte esto? No te han robado nada…
 
Alicia tragó saliva y le contó todo lo que había pasado con Gonzalo y cómo éste había dejado a su novia por ella. Omitió todo lo relacionado con Frank y, por supuesto, con su madre.
 
—————-
 
Claudia despertó en su cama bastante cansada, hacia dos días que su hermana había despertado y desde que estaba ingresada había dormido bastante poco. Por suerte no había tenido ninguna lesión grave y sólo querían mantenerla en observacion, por si acaso.
 
Cuando apartó las sábanas cayó al suelo el consolador con el que había estado masturbándose la noche anterior. Una sonrisa apareció en sus labios al pensar en lo que estaba a punto de hacer, desde que había empezado a pensar en ello vivía en un estado de excitación constante.
 
“Ahora solo falta que me avise Frank” Pensó.
 
El chico había estado durmiendo en su casa desde que su hermana estaba ingresada, para que ella o su madre no estuviesen solas en casa. Pero hacía un tiempo que había salido.
 
Como si estuviese programado y no fuese casualidad, su móvil sonó. Era un mensaje de Frank.
 
– El conejo ha entrado en la madriguera.
 
La sonrisa de Claudia se hizo mas pronunciada aún.
 
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Relato erótico: “LA FÁBRICA (12)” (POR MARTINA LEMMI)

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Al otro día, Evelyn me convocó a su oficina.  ¿Se habría enterado de mis tratativas secretas con Luis?  No, yo no podía ser tan paranoica: ¿acaso requerir mi presencia no era lo que hacía todos los días?  Cuando entré en la oficina, fue como si me encontrara con la indecencia en su máxima expresión; parecía que nada había cambiado desde que me retirara de allí la tarde anterior.  En realidad, lo único diferente era que Luciano se hallaba a cuatro patas sobre el escritorio de Evelyn; el resto de la escena era básicamente lo mismo: ella lo estaba penetrando por detrás con el consolador  mientras tenía una perversa sonrisa dibujada en su rostro; él, en tanto, lucía como embobado, fuera de sí, en otro mundo…
Apenas me vio, Evelyn retiró el objeto del ano de la cola de Luciano al tiempo que con su otra mano le propinaba una palmada.
“Bueno – le dijo -; suficiente por hoy, bebé.  Quiero hablar a solas con nadita”
A Luciano se lo notó decepcionado, casi como un chiquillo al que le retiraban el juguete; en realidad se lo habían retirado pero de adentro del culo.  Aun en cuatro patas, giró la cabeza hacia Evelyn y la miró con gesto implorante.
“Vamos, abajo – le conminó ella propinándole una nueva palmada -; ya habrá tiempo de seguir.  Ahora dejanos solas, bebé”
Era increíble ver a Luciano reducido a eso.  Y no se trataba tan sólo de la patética imagen que daba siendo penetrado a cuatro patas sobre un escritorio sino además el modo sumiso en que se comportaba para con Evelyn; ella era, virtualmente, la jefa de la fábrica ahora, aun cuando formalmente fuese sólo la secretaria.  Luciano se bajó del escritorio y se acomodó la ropa; me miró de soslayo, como avergonzado, y se marchó de la oficina.  Yo no cabía en mi incredulidad: Evelyn, literalmente, lo había echado.
“Está hecho un vicioso – dijo ella sonriendo una vez que él se retiró -; cada vez quiere más, jiji”
No comenté nada; sólo quedé a la espera de que ella me transmitiera el motivo por el cual había requerido mi presencia.
“Sole querida – dijo, al cabo de una pausa -; he vuelto a decidir algunos cambios en la distribución del trabajo”
Me vi venir lo peor.  O, al menos, lo que yo imaginaba que podía ser lo peor: más sobrecarga para mi escritorio.  Me equivoqué:
“He encontrado más errores en tus cuentas, Sole… y entiendo que eso puede ser producto de que estás muy sobrecargada; quizás haya sido excesivo el número de cuentas que te pasé: son cosas que voy viendo poco a poco con el correr de los días porque te darás cuenta que soy nueva en esto y aún se me escapan unos cuantos detalles.  He decidido transferir algunos de tus clientes a Milagros: y no es un número menor; son unos doscientos cincuenta”
Me tomó tan de sorpresa que no pude evitar que una desconfianza repentina me invadiera.  ¿A qué venía tanta amabilidad?  ¿Le habría Luis puesto al tanto de mi intención de renunciar para pasar luego al servicio de él?  De hecho, desde que Luciano se había retirado de la oficina, había vuelto a llamarme en cada oportunidad “Sole”, sin utilizar el odioso apodo que ella misma me había puesto
“Pero hay algo más – continuó -.  Esta mañana tuve que despedir a alguien de planta: el encargado de codificar los motores y también de hacer buena parte del embalado de las cortinas”
Yo no entendía por qué me contaba eso, pero fingí estar interesada en el tema por mera cortesía:
“¿Pasó algo?” – pregunté.
“Habló cosas de más – me explicó Evelyn -, sobre mí, sobre Luciano, en fin: en la planta todo circula muy rápidamente y hay que cortar la cabeza de la serpiente rápido antes de que se extienda.  Si los demás ven que él ha sido despedido, sabrán bien que deben mantenerse callados”
Claro; todo me cerraba: difícil era pensar que en la planta no fueran a notar que Luciano ya casi no estaba ahí y que pasaba mucho tiempo en la oficina de Evelyn, sobre todo considerando que a él se lo veía embobado y no daba la impresión, en tal estado, de ser muy capaz de disimular.
“Entiendo, señorita Evelyn – dije -, pero… ¿tiene eso algo que ver conmigo?”
“Así es, querida Sole.  Quiero que pases a encargarte del codificado de los motores y de supervisar todo lo que tenga que ver con el embalado”
Tal como imaginaba, la muy perra se venía reservando un nuevo baldazo de agua helada para arrojarme encima.  Lo que me estaba diciendo era una locura a todas luces.  Su amabilidad había sido sólo una más de sus trampas.
“Pero, Evelyn…” – comencé a protestar.
“Señorita Evelyn”
“S… sí, p… perdón, señorita Evelyn.  Yo… no tengo idea de ese trabajo…”
“No es complicado y, de hecho, es bastante más simple que lo que hacés en el escritorio y los errores no son tan graves.  El que despedimos hoy era poco menos que un analfabeto, Sole.  ¿Cómo, entonces, no vas a poder hacer su trabajo vos siendo una chica capacitada e inteligente? – había un deje de ironía en sus palabras -.  Lo vas a aprender muy rápido; yo algo te voy a explicar”
Yo seguía turbada, conmocionada.
“Pero… ese trabajo… lo tengo que hacer en planta, ¿no?”
“Exacto”
La angustia se apoderó de mí; bajé la vista y me miré de los pies a la cintura.
“¿Vestida así?”
“Jajaja… cierto es que los vas a distraer un poco, pero por otra parte puede ser que estando vos allí trabajen con más ganas e incluso tengan más presentismo: lo normal es que falten al trabajo apenas estornudan…”
Yo estaba atónita; no conseguía salir de mi asombro.
“Pero…¿y mi trabajo de oficina?”
“Lo seguirás haciendo, al menos durante la mañana y algún rato de la tarde, pero la idea mía es que a partir de las quince te cruces a la planta para encargarte de esas tareas; no te va a requerir más de dos horas por día y, ahora que estás más aliviada en escritorio, podrás dedicarte sin problemas”
Quedé sin palabras: estaba claro que oponerse no tenía sentido.  Fijé la vista en el consolador que aún permanecía sobre el escritorio.  Ella se dio cuenta y lo tomó.  Avergonzada, miré para otro lado.
“¿Extrañás esto? – preguntó, sonriente y, a la vez burlona –  Mmm, no te estarás volviendo viciosa como Luciano, ¿o sí?  Mirá que no me cuesta nada decirle a Ro que venga: es levantar el tubo nomás”
Todo mi cuerpo comenzó a temblar y di un paso atrás.  Negué con la cabeza; ella amplió aún más su sonrisa.
“Vamos a la planta, nadita – dijo, como si súbitamente recordara el apodo que me había puesto -.  Te voy a explicar en qué consiste tu trabajo allí”
Hecha un tembleque, seguí a Evelyn a través del pasillo hasta llegar a la planta.  Una vez más la jauría de lobos famélicos clavó los ojos sobre mí; pude comprobar que Luciano no estaba en el lugar: ¿se estaría masturbando en el baño luego de haber sido penetrado por el consolador?  De todos modos, el pensar en él me trajo a la memoria cómo se había puesto al verme a mí en planta; ése era un antecedente de peso que yo bien podía utilizar a mi favor: me acerqué a Evelyn para hablarle al oído.
“La última vez que me presenté aquí – dije -, Luciano se puso como loco.  No sé si será buena idea que…”
“A Luchi lo controlo yo; ya te lo dije” – replicó ella girándose ligeramente hacia mí para guiñarme un ojo.
Haciéndome seña de que la siguiese, avanzó hasta una mesa que se hallaba en el centro del gran recinto.  No se trataba de una mesa de altura normal sino más bien baja, apenas medio metro por encima del piso: algo así como una mesa ratona pero alargada.  Evelyn solicitó a uno de los operarios que colocara uno de los motores sobre la misma y éste así lo hizo.  En derredor, el resto no paraban de mirarme y ello me ponía muy nerviosa: ¿acaso no iban a regresar nunca a sus tareas normales?  ¿Por qué Evelyn no les decía algo al respecto ya que tanta posición parecía haber alcanzado dentro de la fábrica?  Y, por otra parte, ¿tendría que soportar esas miradas todos los días de allí en más?
Ella se inclinó hacia la mesa y, tomando un destornillador, quitó los tornillos de una tapita metálica en la parte superior del motor para, a continuación, explicarme en dónde debía ir el código y de qué manera debía yo realizar la codificación.  Durante el momento en que estuvo inclinada, noté que algunas de las molestas miradas me dejaron en paz por un rato y se posaron en ella pero lo cierto era que la falda de Evelyn, más larga que la mía, no llegaba nunca a mostrar lo esencial por mucho que ella se insinuara.
“¿Entendiste? – me preguntó.
Asentí con la cabeza; tal como ella había dicho, no parecía difícil en sí: lo incómodo era, desde luego, el tener que inclinarse hacia una mesa tan baja a la vista de todos aquellos sujetos ávidos de ver partes íntimas femeninas.
“¿No… se pueden colocar los motores sobre una mesa más alta?”
“Hmm, no hay, como verás – respondió ella mientras echaba un vistazo en derredor -, pero, además, los motores son bastante pesados y cuanto más alta la mesa más va a costar subirlos”
Sonaba a excusa, desde ya, y en el supuesto caso de que tanto quisieran cuidar la espalda del operario que alzase los motores, no parecía haber la misma preocupación por la mía.
“A ver, nadita – me conminó Evelyn, volviendo a utilizar el odioso apodo -.  Intenta hacerlo”
A una seña suya, el mismo operario que había subido el motor hasta la mesa, lo bajó y lo ubicó a un costado de la misma para, seguidamente, colocar otro.  Evelyn se puso las manos a la cintura, en clara actitud expectante, pero también de poder: ya no me quedaba más remedio que inclinarme.
Apenas me doblé, supe que mi cola entangada había quedado expuesta a los ojos de todos y, por si quedaba alguna duda al respecto, un coro de murmullos me lo terminó de confirmar.  Alguien, muy desagradablemente, chifló.  Esperé alguna respuesta o recriminación por parte de Evelyn pero no ocurrió.  En el momento en que apoyé mi mano derecha sobre el motor, Evelyn estalló súbitamente en un aullido de alegría:
“¡Aaaay, nadita!  ¿Qué es eso que tenés en la mano?”
Al bajar la vista, me quise morir.  Mi anillo: el que me había regalado Daniel y que era indicativo de la proximidad de mi boda.  Todos los días me lo quitaba apenas entraba a la fábrica pero, entre tanta conmoción reciente, me había olvidado.
“¿Hay boda dentro de poco?” – preguntó en tono pícaro, sin importarle en lo más mínimo que los demás escuchasen.
“S… sí – respondí -.  En un mes…”
“¡Qué bueno!  ¡Esa sí que es una gran noticia!  Bien, volvamos a lo nuestro; a ver, quitale los tornillos a esa tapa…”
Si faltaba algo para hacerme sentir una mierda en ese momento, era un recordatorio de que Daniel existía y que, en poco tiempo más, yo me uniría a él en matrimonio.  No sé por qué pero me dio la impresión que la noticia, tan poco disimulada por Evelyn, contribuyó a alimentar aún más el morbo de quienes me devoraban con los ojos.
Lo hice bien.  Ella se mostró satisfecha.  Una vez que me hube incorporado nuevamente, me tomó por la mano conminándome a girar.
“Chicos, les presentó a Soledad – anunció Evelyn a viva voz -; le pueden decir “nadita”, que es como la conocemos en administración.  Desde hoy compartirá algunas horas de trabajo con ustedes así que espero que la traten bien”
“La vamos a tratar bien, señorita Evelyn, no se preocupe, je” – dijo alguien de voz cavernosa y todos rieron detrás, festejando su repugnante broma mientras yo no sabía en dónde meterme de la vergüenza que sentía.
Evelyn apoyó la yema del dedo índice sobre uno de sus párpados y ensayó una recriminación que, en realidad, sonó más bien a cómplice mofa.
“Ojito, eh – dijo, con una expresión seria que todos sabían que era deliberadamente fingida -.  ¡Cuidadito, que la chica dentro de muy poquito va a ser señora!”
Risas y aplausos coronaron su comentario.  Ella me tomó por la mano y me guió hacia la sección de embalajes para explicarme cómo era el trabajo que yo debía supervisar; de algún modo, me estaba confiriendo allí una cierta posición jerárquica y, sin embargo, yo no podía verlo de ningún modo como una concesión o un privilegio que me daba: más bien era como si me estuviese arrojando en el zoo dentro de la jaula de los orangutanes.
“Bueno, nadita – dijo, una vez que hubo terminado con su explicación -.  Te dejo porque tengo que volver a la oficina”
El terror se apoderó de mí; me puse blanca y eché un vistazo en derredor: la atmósfera del lugar se me antojó de pronto más espesa y lóbrega que nunca.  Una repentina claustrofobia me invadió.
“S… señorita Evelyn – balbuceé -. ¿Me… va a dejar acá?  ¿Sola?”
“Sola, no, están todos ellos – repuso en tono burlón mientras trazaba un semicírculo con su dedo índice -. Ja, no te preocupes, linda: lo que quiero es que te vayas familiarizando con la nueva tarea que TE ASIGNÉ – remarcó bien esas dos palabras -, así que me gustaría que te quedes aquí hasta la hora de salida.  Después de todo – se encogió de hombros, sonriente -, es lo que vas a tener que hacer todos los días”
Una vez más ella ganaba la partida; era como si se complaciera sádicamente en seguirme humillando, como si no le alcanzase aun con todo lo que me había hecho.  Nunca sentí más ganas de renunciar pero no podía hacerlo sin saber qué determinación iba a tomar Luis con respecto a mí.
Cuando Evelyn se marchó, resonando sus tacos por toda la planta, me sentí terriblemente desvalida, indefensa.  Eran increíbles las paradojas que generaba en mí la fábrica: el día anterior había tenido que acudir buscando ayuda a Luis, ahora me lamentaba de que Evelyn ya no estuviera allí conmigo.  Era como si con cada nueva pesadilla que me tocaba vivir, más y más sintiera el deseo de regresar a la pesadilla anterior: la fábrica era un gigantesco monstruo que me engullía y de cuyas fauces ya no era posible salir; creaba tanto perversiones como necesidades.
Allí estaba yo, a la vista de todos; sé que era mi imaginación, pero hubiese podido jurar que en sus rostros veía fauces babeantes… Traté de desviar la vista y pensar lo menos posible.  Éramos yo y mi trabajo; punto: debía mentalizarme en que alrededor no había nadie.  Al dirigirme hacia la mesa comprobé que un operario muy joven ya había colocado sobre ella un nuevo motor y, automáticamente, daba dos pasos hacia atrás con la más que obvia intención de ubicarse a mi retaguardia.  Más aún: de pronto me percaté de que, contrariamente al panorama que yo había visto al entrar con Evelyn, ahora resultaba que, de pronto, todos los operarios de la fábrica tenían que hacer sospechosamente sus actividades a mis espaldas.  Sentí repulsión.  Conté hasta diez.  Y me incliné.
Los murmullos y chiflidos arreciaron nuevamente, como era de esperar, y más aún que antes al no estar ya Evelyn cohibiéndoles con su presencia.  Codifiqué un par de motores y, mientras lo hacía, fue como si toda la planta hubiese suspendido sus actividades: no había ruido de máquinas ni de cintas o rondanas; todo lo que se oía eran los incesantes y odiosos murmullos… y los silbidos… y los chiflidos… y algún comentario desubicado que, de tanto en tanto, era dicho a viva voz no sólo para que yo lo oyese sino también para que fuera festejado por el resto.
“Eso que tenés atrás, si querés, te lo codifico yo”
“Me parece que vamos a tener que traer una mesa todavía más baja, jaja”
“Por si te interesa, yo tengo un destornillador más grande que ése”
“¿De qué color es esa tanguita?  Está tan metida adentro que no llego a verla, jeje”
Cada una de esas guarradas era seguida y celebrada por un coro de risas que comenzaron bajas pero terminaron en estruendo a medida que los comentarios siguieron sucediéndose.  Aun cuando estuviera lejos de ser fácil, busqué ignorarlos y concentrarme en lo mío.  Estaba, precisamente, a punto de quitar uno de los tornillos cuando sentí claramente una mano apoyarse sobre una de mis nalgas.  Me giré hecha una furia y, aun cuando fui rápida, ya no había nadie detrás de mí o, mejor dicho, estaban todos allí pero ninguno lo suficientemente cerca como para ameritar ser el culpable.  Los miré uno a uno; todos reían: algunos se cubrían el rostro y otros fingían, disimuladamente, mirar para otro lado.  Eran como un curso de estudiantes en el cual todos eran cómplices de una diablura y se cubrían entre sí a través del silencio.
Estuve a un solo paso de mandarlos a todos a la mierda pero me contuve: tal como Evelyn me había dicho, yo iba a trabajar allí todos los días.  Tomé aire, crispé los puños y tragué mi rabia; me giré para volver a mi trabajo.  Como era de esperar los comentarios, silbidos y chiflidos volvieron a poblar el lugar apenas les di la espalda; yo retomé lo mío y, una vez más, busqué hacer oídos sordos.  En eso, otra vez sentí cómo una mano se apoyaba sobre mi cola pero no sólo eso sino que además entraba con sus sucios dedos en mi zanja y la recorría completa de arriba abajo.  Apreté los dientes y me giré pero otra vez  me encontré con la misma escena: todos estaban allí, los más cercanos a unos dos metros y medio pero ninguno lo suficientemente cerca como para quedar en evidencia.  Risitas, miradas cómplices, actitud distraída… No pude más: roja por el odio, eché a andar en dirección a las oficinas…
Entré intempestivamente en la oficina de Evelyn; estaba tan fuera de mí que olvidé golpear y me di cuenta al instante de mi descuido.  Quedé allí, en el vano de la puerta, petrificada y como avergonzada, sin saber si debía terminar de entrar o bien recular y volver a llamar.  El rostro de Evelyn, sin embargo, parecía mostrar más sorpresa que enfado.
“¡Nadita! – exclamó, abriendo grandes los ojos; comprobé que frente a ella se hallaba sentada Rocío, cruzada de brazos y, desde luego, sin hacer nada salvo charlar con su amiga, lo cual debía ser justamente lo que estaban haciendo antes de que yo irrumpiera tan abruptamente -.   ¿Qué te pasa?”
Miré a Rocío; me dio pudor hablar en su presencia.  Evelyn adivinó de inmediato mi pensamiento:
“Podés hablar delante de Rocío – dijo -; es de absoluta confianza”
Yo no sabía hasta qué punto podía ser de confianza alguien que, por lo que recordaba, se lo pasaba cuchicheando con Evelyn en administración cuando ambas trabajaban juntas allí.  De cualquier modo, una cosa era cierta: esa rubiecita que estaba sentada allí había visto cómo yo era azotada y luego se había divertido como adolescente descontrolada penetrándome con un consolador.  Después de todo eso, casi era ridículo de mi parte sentirme avergonzada por lo que debía decir delante de ella.
“En… la planta – tartamudeé -; me… to… tocaron el c… culo”
Roció se llevó una mano al rostro para cubrir una risita.  Evelyn, por su parte, abrió los brazos en jarras y pareció mostrar aun mayor sorpresa que antes.
“¿Y reaccionaste del mismo modo cuando te lo tocó Hugo?  ¿O Luciano?  No recuerdo haberte visto salir corriendo de las oficinas…”
Me descolocó por completo; hasta di un paso atrás.  Evelyn siguió hablando:
“Tal como siempre supuse, sos la clase de zorrita que no tiene problema en dejarse manosear por tipos de dinero pero se hacen las monjitas ofendidas cuando les pone la mano encima un operario que cobra un sueldo de miseria.  ¡Son obreros, nadita!  ¡O-bre-ros! ¿Entendés?  ¿Qué esperás?  ¿Qué te traten como a una lady?  Tenés que comprenderlos; trabajan horas y horas en esa planta para después volver a su casa y tal vez encontrarse con un adefesio gordo y fofo  al que tienen como esposa y junto a quien tienen que dormir esa noche.  De pronto les caés en la fábrica, con esa faldita tan cortita y mostrando ese culito que, por cierto, es bastante apetecible y no me olvido que me ganaste un duelo, jaja… Aunque perdiste el otro, je… Pero es lógico, nadita, que tengan ganas de mirarte, de tocarte y… bueno, en fin, jiji…”
Su respuesta era lo suficientemente contundente.  ¿Qué podía yo decir?  Sólo sentía odio y quería renunciar cuanto antes pero, de momento, sólo me quedaba agachar la cabeza y… seguir inclinándome en la planta a codificar motores.
“¿No estás de acuerdo, nadita?” – me preguntaba Evelyn, siempre abriendo enormes los ojos y con los brazos en jarras.
“Sí – dije con resignación -; lo entiendo perfectamente, señorita Evelyn”
“¡Bien! – celebró ella palmoteando el aire -.  ¡Qué bueno saber eso!  Sos algo tontita pero a la vez inteligente y, a la larga, logro hacerte entender cómo son las cosas aquí dentro.  Ahora… ¡vuelta a la planta!”
Chasqueó los dedos como si yo fuera un perro.
“Si, señorita Evelyn” – dije, apesadumbrada.
Di media vuelta y me marché de allí para desandar nuevamente el pasillo en dirección a la planta.
Demás está decir que tuve que acostumbrarme a lo denigrante, tanto en lo que restaba de ese día como en los sucesivos.  Los manoseos, obviamente, se siguieron repitiendo y cuando llegaba la hora de ir a la planta, yo ya sabía lo que me esperaba.  A Luciano se lo veía muy poco y, de todas formas, su presencia no ayudaba en nada a cohibir al resto; se lo veía desentendido, como en otro mundo y yo bien sabía que tenía su cabeza puesta en ese consolador con el cual, día a día, Evelyn lo hacía gozar.  Ni siquiera fue capaz de recriminarme nada por mi presencia allí; lo más posible era que ya hubiera sido puesto en vereda de antemano por ella.  ¡Dios!  ¡Y pensar que yo había sido tan ingenua de creerle cuando me dijo que había logrado imponerse a Evelyn en lo referente a mi posible despido!  Después de haberlo visto a cuatro patas sobre el escritorio de ella, me quedaba más que claro que Luciano no le podía imponer absolutamente nada; estaba totalmente perdido y bajo su control.
La noticia de mi boda corrió, obviamente, rápido y ya no tenía sentido seguir ocultando el anillo; debo decir que en realidad si hasta el momento  lo había hecho no era por vergüenza sino por negación y por esa distancia cada vez mayor que sentía crecer entre Daniel y yo.
Nos veíamos muy poco y cuando lo hacíamos la comunicación era fría, insípida; él se esforzaba por hacerla más fluida pero era yo la que le rehuía.  Los fines de semana, incluso, prefería salir a caminar sola: de hecho, lo necesitaba ante la marea de cosas que me venían ocurriendo y la tormenta que tenía en la cabeza.  Cuando eso ocurría, me vestía lo más recatada que fuera posible, casi como queriendo construir mi propia antítesis de lo que ocurría en la fábrica: usaba pantalones bien amplios, que no resaltasen las formas.
Un sábado, cuando pasaba por la puerta de un gimnasio, vi salir a alguien cuyo rostro me resultó familiar.  Tardé un rato en darme cuenta que se trataba de la esposa de Luciano pero, claro, costaba reconocerla al verla fuera de contexto: era la primera vez que la veía fuera de la fábrica, con ropa deportiva y calzas ajustadas al cuerpo.  Ella me miró muy fugazmente pero creo que tampoco me reconoció.  De inmediato reflotó en mi cabeza aquel plan que alguna vez había urdido acerca de contarle a ella todo lo referente a Luciano y así llevar a cabo mi venganza ante el comportamiento horrible y desleal que él había tenido hacia mí.  La seguí un par de cuadras; al parecer, no había ido en auto por lo cual no debía vivir lejos de allí.  En un momento aceleré el paso y me ubiqué a la par; se giró hacia mí.
“Te conozco, ¿no? – me preguntó, con el ceño fruncido -; pero no logro darme cuenta de dónde”
“De la fábrica” – respondí con una sonrisa.
“¡Claro! – se golpeó la frente -.  Ya está: sos una de las chicas de administración; una que entró hace bastante poco, creo”
“Así es; mi nombre es Soledad”
“El mío es Carolina.  ¿Me estabas siguiendo?”
“Hmm, bueno, sí – admití con vergüenza -.  Es que… quería hablar con vos”
“¿Conmigo?” – preguntó sorprendida apoyándose la mano en el pecho.
“S… sí, es sobre… Luciano”
“Ah” – la cara se le trastocó totalmente; ya no lucía afable y jovial sino algo sombría y, hasta me atrevería a decir, aburrida.
“Carolina: yo… tengo algo que contarte y no sé cómo hacerlo.  Es que… Luciano…”
“Ya lo sé todo” – me cortó, con un encogimiento de hombros.
La miré azorada.
“¿Q… qué?”
“Ya no estamos juntos – dijo, para aumentar mi sorpresa -; no es fácil encontrar a tu esposo a cuatro patas sobre un escritorio mientras una colorada cualunque le mete un consolador por detrás”
Fue como caer a tierra.  Yo ni siquiera le había llegado a hablar de lo ocurrido entre Luciano y yo… y ahora me parecía que ya no tenía sentido hacerlo.
“Sí… imagino” – dije, en tono de lamentación.
“Yo no.  O sea: sí, me duele… y sobre todo por mi hijo, pero… no tiene sentido tener una venda sobre los ojos creyendo que tu esposo es una cosa cuando es otra.  Y además, si te soy sincera, ya hace rato que se venían acumulando sospechas y rumores.  Lo que quiero decir es que de algún modo ya me venía preparando psicológicamente para esto”
“Entiendo… ¿Y él ahora…?”
“Está con ella.  Son pareja.  Pareja muy particular, hay que decir, porque pareciera ser ella el macho y él la hembrita, pero bueno, será que ésa era su naturaleza oculta”
Fue como si de pronto me cayeran todas las fichas juntas.  Me mordí la lengua para no decirle que su ex esposo me había penetrado analmente y, por otra parte, ya no tenía sentido.  Ella estaba al tanto de lo de Evelyn y no había por qué echar más leña al fuego, sobre todo cuando ya no había fuego; se la veía, en apariencia, bastante bien y hasta superada.  Y en cuanto a Luciano, ya ni siquiera podía yo perjudicarlo ni aun contando lo que contase.  Me despedí de ella amablemente e incluso me correspondió con un beso en la mejilla; me pareció una persona sumamente agradable y me produjo un cierto remordimiento el haber sido parte de las infidelidades de su ex marido.  Me quedé preguntándome cómo era posible que Luciano hubiera desperdiciado una relación así y habiendo, incluso, un hijo de por medio entre ambos, pero, en fin, es algo bastante común en los hombres el buscar cosas novedosas o excéntricas sin valorar a la mujer que tienen a su lado.
Fue al lunes inmediatamente siguiente cuando, estando en la fábrica, me dirigí poco antes del mediodía hacia la oficina de Luis.  Su demora en hacerme saber su decisión acerca de la propuesta que yo le había hecho comenzaba a exasperarme y la ansiedad me estaba matando.   Yo no podía soportar seguir trabajando en esas condiciones y bajo las órdenes de Evelyn.  Esperaba todos los días un llamado de él pero nunca llegaba, así que me dirigí por cuenta propia para preguntarle al respecto.  Grande fue mi sorpresa cuando, al golpear con los nudillos, me invitó a pasar una voz que no era la suya y ni siquiera era de hombre sino de mujer: una voz insinuante y sensual en extremo.
Abrí la puerta ganada por la curiosidad y me encontré con que Luis no estaba allí.  A su escritorio había sentada una rubia despampanante a la que me pareció conocer pero sin estar segura de dónde: un deja vu muy semejante al que había tenido al cruzarme en la calle con la esposa de Luciano.  Su belleza era admirable hasta a los ojos de una mujer y cuando digo que estaba sentada al escritorio debería corregirme y decir que estaba sentada en realidad sobre él, con sus largas y formidables piernas pendiendo hacia un costado.  Me quedé mirándola sin saber qué decir y ella pareció darse cuenta rápidamente de mi desorientación.
“Soy Tatiana, la novia de Luis – se presentó -; él va a venir de un momento a otro.  No tengo mucha idea pero, hmm, ¿hay algo en que pueda ayudarte?”
Recién entonces la reconocí.  Era la mujer que él me había mostrado en el monitor y de la cual yo había pensado que no era nadie en particular; resultaba ser que no sólo lo era sino que además era… su nueva novia: debía tener como treinta años menos que él.  Un súbito respingo se apoderó de mí y me recorrió la espalda al recordar que Luis me había preguntado si me revolcaría con ella en caso de que él me lo pidiera.  ¡Qué cerdo!
“N… no, está bien – tartamudeé -; no hay problema, ha sido… un… g… gusto co…nocerla”
Yo ya había empezado a recular con la intención de marcharme, pero ella me detuvo.
“¿Cómo es tu nombre?  Es para decirle quién lo anduvo buscando”
“S… Soledad, ése es mi nombre”
Su cara pareció llenarse de una repentina alegría al tiempo que juntaba las manos por encima de su pecho.
“¿Soledad?  ¿Vos sos Soledad?  Él me habló mucho de vos”
“¿Ah, sí?  B… bueno, espero que bien, je”
“¡Muy bien! – exclamó con tono grandilocuente -.  ¿Es verdad que te gusta toquetearte con chicas?”
Tierra, trágame, pensé para mis adentros…
Para contactar con la autora:


(
martinalemmi@hotmail.com.ar)

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verano inolvidable2Sinopsis:

Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.

Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
“Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
“¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».

Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
―He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
―Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
«No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
―¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
―Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
«Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
«¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
“¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
“¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
“Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
“¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
“Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
“Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
“Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…

Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
«¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
«¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino.
«¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
―A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
―¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
―Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
«¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
«Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas.
―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
«Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
«¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
«¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
«¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó:
―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
―Te deseo, Elena― susurré en su oído.
―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
―Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
―¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
―Júrame que no te vas arrepentir de esto.
―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
―Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió:
―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!

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