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Relato erótico: “Prostituto por error: Ángela, la azafata” (POR GOLFO)

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La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia.

Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.
Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas.
Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que  me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar.
Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces. No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones,  ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.
Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.
“¡Cojones con la vieja!”, exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía  orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.
No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.
Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.
“¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!”, me dije sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.
El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.
Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la  bandeja con la insípida comida.
-No te comprendo- respondí.

 
La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:
-Está claro que te pongo cachondo- dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.
 
-A mí y a todos- contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.
Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad  de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.
La realidad es que no me importó:
“¡Estaba en Nueva York!”.
Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo.
Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “deja vu”, la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.
Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.
Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway,  el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:
¡Me subí al Empire State!
Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.
Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado.  Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo. 
Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.
“Menudo idiota”, pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.
La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.
-¿Con quién vas a cenar?- me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.
-Contigo- respondí sin creerme mi suerte.
Tras una breve presentación, me dijo al oído:
-Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir- asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: -Voy a usarte para darle celos a ese cabrón-
Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:
-Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche-
Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:
-No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe- y cogiendo su bolso, me susurró: -El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa-
Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:
-No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis-
 

Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador. 
Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:
-Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía-
-Dime al menos si te gusta lo que ves- le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.
No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que me fue posible,  me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
-¿Quieres que siga?- le pregunté con recochineo al advertir  que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
-Sí- respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:
-Desenvuelve tú, tu regalo-
La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:
-¡Qué maravilla!-
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección.
Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.
-No te muevas-  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.
Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.
Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:
-Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones- y dirigiéndose a mí, exclamó: -Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido-
A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar.
La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.
-Soy esclavo de tu belleza- respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.
Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.
Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:
-Tengo que cambiarme-
Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara.
Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:
-Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho- y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.
 
Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que  realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:
-Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel-
Ruborizándose por completo, me contestó:
 
-Eso se lo dirás a todas tus clientas-
Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:
-¿Dónde quiere la señora ir a cenar?-
-Al Sosa Borella-
Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo-argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir,  me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.
Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.
-No te preocupes- le respondí, -Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan-
-Perfecto- suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.
-Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo-
Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:
-Mentiroso- me contestó encantada.
-Es verdad- le aseguré, -Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura-
-Tonto- me susurró dándome un beso en la mejilla.
Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta-
-Te lo agradezco- contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.
El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:
-Disculpe, ¿le conozco?-
La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:
-Soy Pascual, el compañero de Ángela-
Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse  un tono despectivo al contestarle:
-Ah, el chofer del avión- y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: -No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos-
Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:
-Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido-
-¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven-
Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del  plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:
-¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú-
-Siento haber sido tan despótico-
Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:
-Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante-
 
La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:
-Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta-
No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:
-Estoy deseando comerte entera-
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:
-Abre tus piernas-
La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.
Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:
-Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!-
Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
-¿Has hecho el amor en el metro?-
-No- me respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.
-Pues esta noche, lo harás-
Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.
-Y tu marido, ¿qué hace?-
-Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años-, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: -No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite-.
Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.
Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era.  Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro.  No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.
-¿Te gusta?- le pregunté mientras mis dedos pellizcaban  sus pezones.
-¡Sí!- sollozó sin dejar de mover su cintura.
La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
-¡No puede ser!- aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.
-¡Qué gozada!- chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.
No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.
-Sigue, por favor- me pidió apabullada por el placer.
 
Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su  ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.
 
-¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?- preguntó temiendo que diera por terminada la velada.
Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
-Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía-

Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se  arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.

-Desnúdate- le pedí.
 
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.
-Tócate para mí- le ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.
Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo  tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:
-Te debo algo-
Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.
-¡Fóllame!- imploró con el sudor recorriendo su piel.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna  bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi-orgásmica.
La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.
No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:
-Ha sido maravilloso- me contestó con una sonrisa en los labios, -nadie nunca me había dado tanto placer-
Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:
-Todavía me falta probar este culito- le solté.
Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y  acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.
-¿Y esto?- le pregunté.
-Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida-.
 
La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.
-Lo haré- contestó con ilusión por poder volverme a ver.
Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.
Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:
-He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?-
Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:
-Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena-
“Joder”, exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:
-Y tú, ¿Qué ganas?-
-Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía-
Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.
Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en  día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí:
“Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler”

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “MI DON: Raúl – Las amigas de mi hermana (38)” (POR SAULILLO77)

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verano inolvidable2La cosa iba bien, tenia la semana cubierta mas o menos, había pasado un mes desde que comencé a Sin títulocepillarme a Yasira, la hija de Luz, todos los viernes y un sábado que se quedó en mi casa a dormir, se fue de fiesta conmigo y disfrutaba de su cuerpo tanto bailando en discotecas bien arreglada, como con el sexo, era una pantera insaciable, en poco tiempo ya aguantaba 3 polvos, y os juro que esa mujer adoraba el sexo anal, de las 3 corridas solo la 1º era en su coño, si llegaba, el resto era todo anal, el sábado que se quedó volvimos a salir de juerga ese día para volver a casa el domingo y no salir hasta el lunes, la dejaba durmiendo en casa mientras iba a trabajar, lo hacíamos al irme, al regresar, al acostarme o al levantarme, vaya ”fichaje” había hecho, pero solo era los fines de semana, entre semana tenia a Jeni por las tardes, de lunes a jueves venia a mi casa después de correr y disfrutaba de ella, enseñándola algunos trucos, aun se negaba al anal, pero ya le metía un par de dedos, se dejaba por que aprendía rápido y todo le gustaba. Además Eli regresó de su gira y la tenia todas las mañanas de lunes a viernes cuando venia a casa después de sus clases en antena, me dijo que Mariluz, la presentadora MILF, la presionaba para que le dijera quien era, con su calentura solo sabia mi nombre, mi numero y mi dirección, pero Eli la daba largas, así que presionaba al director de la cadena para que la echaran, hasta que el director de la cadena se cansó de sus reproches y la dijo que si no estaba gusto que se fuera, Mariluz agachó la cabeza y la dejó en paz a ella y a mi, que aun me llegaban mensajes suyos amenazadores.

Entre medias de todo eso también habían caído un par mas del cajón, nada destacable, una monitora del gim donde fui, una amiga del grupo que me pilló de fiesta sin Yasira, y en el trabajo una de los 2 cajeras, Adriana, durante ese turno no moví una caja pero si destrocé a la pobre, gritó tanto en el almacén donde nos metimos que retumbaba su voz como si la estuvieran matando, de igual forma me cogió pánico y se alejó de mi unos días. Aparte, la experiencia mas decepcionante fue Lucy, la madre del grupo de deporte, quedó conmigo un domingo para que fuera a su casa por la tarde, ya que sus hijos estaban con los abuelos, y “me chantajeó” para que me la tirara, como si hiciera falta, o si no, contaba lo mío con Jeni, como si a mi me importara mucho, una vez en su casa me acosté con ella, pero fue horrible, no la chupaba, casi le daba asco tocármela, se asustó al vérmela empalmada y al verla desnuda sus buenas tetas se convirtieron en 2 colgajos no muy atractivos sin sostén, no le entró mas de media polla y se cagó encima del esfuerzo al acabar, sobra decir que me fui de allí cabreado y no la volví a ver por el parque, la vergüenza la podía, aunque no le dije a nadie lo que pasó y la disculpé ante el resto. Por suerte me llamó Alba, la enfermera militar, y pasamos un par de horas entretenidas, quería irse calentita a casa, antes de que su marido regresara.

Estaba buscando algún hueco que llenar, me estaba encantando esto de follar a todas horas con mujeres diferentes, y si pasaba más de 3 horas sin alguna cerca me entraba una sed incontrolable de sexo, sobretodo desde que el jueves se iba Jeni y no tenia a Yasira hasta el viernes de madrugada al sábado, o los propios sábados y domingos en que si no se quedaba Yasira me debatía en llamar a Lara, pero no, quería reservarme ese piso, una idea estúpida danzaba en mi cabeza y necesitaba a Lara ansiosa de mi. Buscando entre los papeles un viernes a las 12 de la mañana, con Eli retozando del placer que nos habíamos dado hacia unos minutos, me llamó mi hermana, no somos muy de hablar por teléfono, si nos llamamos es por que queremos o necesitamos algo, si teníamos que hablar quedábamos y punto, me pidió que si podían ir ese fin de semana a mi casa, aun hacia buen tiempo de día y todas las piscinas publicas habían cerrado ya hacia semanas, le dije que si encantado, me parecía una idea genial, y mejor aun cuando me dijo que llevaría a un par de amigas, a mi madre y mi padre no les hacía gracia el plan y sentían que mi hermana necesitaba un descanso, un escape, así que no vendrían.

Me abalancé riendo sobre Eli que aun estaba en mi cama, se abrió de piernas para recibirme en su interior y me rodeó con ellas mientras me la comía entera, su cuello, su pecho y su vientre eran lamidos y chupados, me deleitaba comiéndola los pezones a Eli, a punto de estallar en un orgasmo, cuando me fui a correr me apartó y se metió mi rabo hasta el esófago tal y como me enseñó que era capaz, vi su nuez y su garganta expandirse con mi miembro dentro y derramé mi semen en su boca, donde no quedó nada cuando tragó. No la volvería a ver hasta el lunes y no nos podíamos despedir de mejor manera, si había suerte pasaría el periodo ese fin de semana y para el lunes retomaríamos el tema. Esa noche salimos de fiesta de nuevo, Yasira y su forma de moverse me deleitaron en la pista de baile y al llegar a casa su pasión era tan grande como la mía, ni se como iba vestida, solo la recuerdo desnudada cabalgándome, y luego la montaba por el culo, era espectacular vernos en ación y cada día Yasira era mas ardiente conmigo, creo que me agradecía, sin estar segura creo que sabia que la había dado cierta libertad de su casa, y darla por el culo era de lo mas placentero que tenia a mi disposición, que no era poco, me dormí después de llenarla le culo de semen por 2 veces, y me desperté con ella comiéndomela, mis empalmes mañaneros eran deleitados por sus labios carnosos, al verme despierto se situó de rodillas sobre mi metiéndosela entera en el coño y hasta que no me vacié en su útero no dejó de moverse pese a los continuos orgasmos. Nos dimos una ducha juntos en la que no me resistí en darla por el culo, pegándome a su espalda mientras el agua corría por neutros cuerpos, la levantaba de la bañera con cada embestida pero lejos de sentirte abrumada disfrutaba como una condenada. Me fui a trabajar con una gran sonrisa en los labios, en el trabajo Adriana me huía, como hacia desde que me la tiré, pero la jefa me miraba con ojos de deseo, como siempre, era mona pero eran mas las ganas de follarla para bajarla los humos de soberbia que tenia lo que me la fijó como objetivo, llegaba a ser cruel con algunas de las cajeras, casi todas la odiaban, y a mi me miraban mal por que ella se mostraba mas dócil y amable conmigo, apoyándose en mi hombro o dándome abrazos sin venir a cuento, ¿que culpa tenia yo de que me tratara mejor a mi?, pero seria más adelante, hoy no tenia tiempo, acabó mi turno y fui corriendo a casa, el móvil me quemaba a llamadas de mi hermana, habíamos quedado en que llegarían a casa cuando saliera del trabajo, pero siempre ha sido muy impaciente. Al llegar las vi en la calle con un par de mochilas.

-HERMANA: joder tato, ya era hora.- me golpeó en el pecho sin mucha fuerza.

-YO: joder, tata, vengo corriendo, ya sabias que vengo de currar.

-HERMANA: ya pero hace calor y estamos aquí tiradas, anda ayúdanos, date prisa – lo que para mi hermana significaba, “coge todo lo que mas pese y déjame a mi esa bolsa pequeña”, me dio igual, así me hice el fuerza ante sus 2 amigas, cogiendo 3 mochilas y 2 maletas.

Subimos en el ascensor tan apretados que pude escudriñar y sentir la piel de todas, mi hermana, como ya os dije alguna vez, era 4 años mayor que yo, morena de media melena, no era fea pero tampoco era guapa, estaba algo pasada de kilos, andaría por los 85, pero a su vez heredó el gen de altura de cierta rama de la familia, tengo 2 primos, uno de 1,98 y otro de 2,03, ambos mayores que mi hermana, ella media casi 1,86, por lo tanto sus kilos no se notaban tanto, y aun siendo mi hermana debo reconocer que tenia unas tetas bien puestas y grandes, casi una 100, que para mi deshonra fijaron mi mirada mas de una vez en mi pubertad, por lo demás su aspecto es como las pinturas de las diosas griegas, donde las curvas eran predominantes y la piel tersa no existía, tenia sus fans, nunca le faltó novio o pretendiente, pese a que su forma de vestirse siempre era mas cómoda que estilista. Ya os digo que con ella no pasó nada, nunca, no es que la quisiera y respetara tanto, es que la tenia cierto miedo, en le buen sentido, era una mujer ruda, de carácter hosco y muy dada a montar pollos por cualquier chorrada, mientras supieras llevara era simpática y graciosa, pero mas valía no enfadarla. Respecto a sus amigas, eso era otro tema.

Como le pasaba a Mara, la hermana de Alicia, su férreo carácter le había negado una vida social amplia, y su grupo social se fue reduciendo a cada afrenta que ella creía digna de merecer desterrar a alguien, y una vez que lo hacia estabas muerto, no había forma de recuperar su afecto si sentía que la fallabas, lo cual la dejó con únicamente 2 amigas de confianza:

una era Liz, amiga de toda la vida, y una de las primeras mujeres no familiares con la que tuve confianza, era española como su madre pero su padre era de Indonesia, no recuerdo de donde exactamente, lo único importante es que tenia la piel morena y el pelo negro como la noche, como sus ojos, era mas divertida y mas afable que mi hermana, crecimos juntos, era como otra hermana a la que si se la podía hablar, físicamente también estaba pasada de kilos, pero menos, unos 70, y corpulenta, 1.79 de altura, pero mucho mas cerca del canon de belleza actual, pechos normales y eso si, una cadera descomunal, su trasero era aun incluso mas grande que el de mi hermana, pero inexplicablemente era mas atractivo, vestía igual que mi hermana, mas cómodas que otra cosa y como os digo, fue la 1º relación con aun mujer que no era familia, aunque se comportara como tal, pero jugaba conmigo de críos, me rascaba la espalda, o aunque suene asqueroso, le encantaba reventarme los granos de los hombros, pero explica claramente el nivel de complicidad que teníamos. Ante la falta de novios o parejas de ambas se creó cierto rumor sobre si eran lesbianas y estaban juntas pero al llegar a los 18 y salirles las tetas se terminaron los rumores y les cayeron los novios.

La otra amiga era Iziar, alias “la peque”, una amiga que hizo en Internet con el tema de juegos de rol que les encantaban, era la cosa mas bobalicona y ñoña que me he cruzado nunca, se sonrojaba con nada y se escondía cuando yo hacia mis números desvergonzados, se reía como un cerdo y no se callaba nunca con voz de pito, pero si aun seguía al lado de mi hermana significaba que era buena gente y de fiar, físicamente le venia el alias al pelo, era pelirroja con el pelo algo largo pero siempre la veía con coleta, solo 3 años mayor que yo, usaba gafas, las necesitaría pero la sensación era que las usaba para tapar la multitud de pecas en la cara, tenia los ojos azul oscuro, mezclado con gris, diría que era lo mas bonito que tenia, mentiría, pese a medir menos de 1,55 y tener brazos, piernas y cintura finas y delgadas, pesaba 76 kilos, ¿como puede ser? Por unas tetas y unas caderas antinaturales, de frente era como un 8, tenia una 120 de pecho, aunque yo creo que más, le daría apuro cómpraselos más grandes y eso hacia que sus tetas rebosaran de forma exagerada, cada una debía de pesarle al menos 3 kilos, era una versión comprimida de Lara, pero mientras que a ella sus tetas grandes y tersas seguían manteniéndose firmes sin sujetador, la sensación era que si le quitabas el sostén a Iziar caerían de forma inevitable, de caderas no iba mal tampoco, eran como si hubieran cogido a una chica normal bajita y le hubieran hinchado la cadera y el pecho hasta el punto de casi reventar. Pero a diferencia de las otras 2 Iziar si usaba su cuerpo, su forma de vestir era más femenina y sobretodo lucia siempre un escote animal.

Todas iban vestidas con ropas ligeras de verano, obviamente mi miraba se fue a las tetas de Iziar que estaba pegada a mi de cara, roja como un tomate al no poder evitar que sus tetas quedaran en mi cintura, su coronilla a penas me llegaba al pecho, le sacaba más de cabeza y media, por fin llegamos arriba, y mi hermana y Liz no entendían por que Iziar salió riéndose como un gorrino, yo si, al moverse para salir, sus tetas repasaron el contorno de mi rabo, chocando claramente contra el, entramos en el piso y quedaron de nuevo alucinadas, mi hermana ya no tanto, pero Liz y sobretodo Iziar, que no la había visto aun, recorrieron toda la casa exclamando, mi hermana era una versión mas furiosa de mi madre y rápidamente me ordenó que las instalara, no quise empezar discutiendo que no era su criado, así que las acompañé a las habitaciones, la grande era la mía, pero al ver la cama enorme las 3 fueron a por ella saltando encima, les dio igual que estuviera desecha y oliera a sexo salvaje con Yasira, que se fue con unas amigas y no la volvería a ver hasta el viernes siguiente, las instalé en las 2 habitaciones de arriba y mi hermana se quedó en la de debajo de invitados, las escaleras no eran lo suyo, luego planearon la comida y hablamos de cómo lo haríamos todo, se quedarían todo el sábado y el domingo hasta la noche, comimos entre risas y me fui directo a la piscina, iba solo con el bañador bermuda, era mi casa y no iría incomodo con el slip debajo por la presencia de nadie, y bastante con que me tapaba, mi hermana se cambió y salió con un bañador de cuerpo entero, se lanzó al agua de cabeza, era muy buena nadadora, como yo, mi madre nos inscribió en cursos de natación y ella participó en salto de trampolín de 3 metros donde ganó algún premio provincial, era increíble como un cuerpo tan corpulento casi no salpicaba agua, Liz e Iziar decidieron dejar pasar las 2 horas de rigor tumbabas en las hamacas, con sus biquinis ya puestos y pareos a juego, no me di cuenta cuando se cambiaron, bastante tenia con chinchar a mi hermana que no tenia el menor problema en sobrepasarse a la hora de pegarme, sabia que muy mal se tenia que dar para hacerme daño, me reí como hacia mucho que no hacia, joder echaba de menos a mi hermana, quien lo diría, al salir fue cuando me percaté de sus cuerpos, a Liz ya la conocía, le había visto en biquini mas que a nadie hasta la operación, y fue Iziar la que me llamó, en vez de ir con un traje de baño o algo mas “aparatoso” para sujetarse las ubres, iba con un biquini que en otra seria normal, pero en ella quedaba ridículo, apenas le quedaba hilo para atárselo al cuello al tener que rodear todos su senos, y si pegaba el inicio de la tela a la piel de debajo de su seno la tela se acababa antes de llegar al pezón, así que como con los sujetadores, se cubría los pezones y luego tiraba pegándose los senos al torso hasta poder atarlo como fuera, esa visión me movió la polla, lo noté por que al ir solo con las bermudas el agua pegó la tela húmeda a mi piel envasándome al vacío, y no pasó desapercibido para ellas cuando me tumbé en la hierba, antes sus ojos me comían el cuerpo, estaba bueno que puedo decir, mi hermana se dio cuenta igual pero dejó pasar el tema tumbándose a mi lado, se soltó los tirantes del bañador para que la diera un poco el sol.

-YO: si queréis crema o lo que sea hay en el armario ese de la pared.

-LIZ: no gracias estamos bien.

-IZIAR: a mi no me vendría mal, estoy muy blanca.

-HERMANA: pues póntela mujer, que no pasa nada, tu – me codeó- ve a por la crema.

-YO: a mi déjame en paz que estoy aquí muy a gusto

-HERMANA: ¡¡Raúl!!

-YO: vooooooy……….- me levanté a desgana mojándola la espalda con los restos del agua de mi cabeza, fui a por el bote y luego se lo di a Iziar repasando sus tetas, que maravillas, las palabras “mega estructuras” se pasaba por mi cabeza.

-IZIAR: gracias….por todo.

-YO: nada peque, si no os dejo venir mí hermane me corta los huevos – se rió roncando, era tan fácil sacarla una risa tonta……

-LIZ: pues ya que estas puedes echarme crema en la espalda a mi.

-YO: calor aunque tu ya estas morena…….- otra broma estúpida al ser mulata, que me costó la 1º muerte por mirada de mi hermana.

-LIZ: jajaja no seas crío y échame – se giró sobre la hamaca dándome la espalda y sin rubor alguno se desató el biquini, no era raro, a lo largo de los veranos ya le había visto las tetas mas de una vez, de hecho creo que fueron las primeras tetas que vi.

Extendí la crema en su espalda y la di un suave masaje que la relajó, Iziar hizo lo mismo y me pidió que la diera crema en al espalda, pero esta no desató el biquini, bastante le habría costado tenerlo atado, mi mano abierta casi la cubría toda la espalda, sus senos asomaban por debajo de sus brazos aplastados contra la hamaca, y su cabeza daba con la frente en el respaldo, sus pechos no la dejaban bajar más, se los rocé con pericia, pero poco mas, ambas se quitaron el pareo, y el culo de Liz le robó protagonismo a Iziar, al moverse temblaba como la gelatina pero se mantenía en su sitio, y no se si queriendo pero se metió la braga del biquini por el culo a modo de tanga, algo que ya no era habitual, aun así mi hermana me llamó para que me sentara en la hierba y la diera crema a ella también, su concepto de hermano pequeño era la de un sirviente, y le daba igual que fuera mi casa.

Me tumbé boca abajo para disimular una posible erección, ladeándomela del todo, mi hermana me dio algo de crema, pero apenas dos pasadas de mano en los hombros, al pasar las 2 horas nos metimos todos en el agua, jugamos con una pelota hinchada, yo era el peor de todos, tenia la vista clavada en otros 2 globos hinchados, los de Izar que al saltar se tenia que colocar el biquini de nuevo, nadamos y bromeamos, las di un buen repaso jugando a las ahogadillas, a mi hermana en el tanteador, a las otras 2 en el tanteador y un repaso a sus cuerpos también, me estaba poniendo tonto al rozar la polla con el culo de Liz, pero la confianza era demasiada, en cambio Iziar estaba roja, se diría que de las continuas ahogadillas al ser la mas frágil, moverla me resultaba tan fácil como una pluma, era tan menuda que olvidaba sus enormes tetas, pero bajo el agua se las agarraba con firmeza, y como no decía nada lo seguía haciendo, a estas alturas ya planeaba como follárme a alguna de las 2, si es que no iba a por las 2, no eran ninguna maravilla dignas de revista, pero eran lo que tenia a mano, me daban mucho morbo, y mi hermana estaba descartada, y hasta agradecí que se quedara en el piso de abajo, allí no se oiría los ruidos de sexo de la planta de arriba, me reía a carcajadas mientras me dejaba ahogar algunas veces, bajo el agua veía el culo de Liz y las tetas de Iziar, mis 2 objetivos, ¿o eran 3?, si, tenia cierta ventaja, ¿pero como hacerlo? Planeaba hasta que la falta de oxigeno me obligaba a subir, y atacar a alguna de mis 3 sirenas por la ofensa, una de las veces fui a por Liz, la saqué del agua por completo con la fuerza de los brazos y la hundí de golpeteando mi polla en su culo, que para entonces ya marcaba cierta dureza, la sintió, vaya que si la sintió, su cuerpo quedó petrificado, la estaba rozando con el tronco todo su coño, lo sentía palpitar, cuando salimos al agua seguíamos igual, ella quieta si que yo la sujetara o presionara contra mi, y con mi rabo frotándola por detrás, la jugada sin bañadores hubiera acabado conmigo penetrándola, los 2 los sabíamos, los 2 callamos, y ambos disfrutamos de aquello, ya era mía, lo sabia, si no era yo seria ella quien vendría a mi, se giró por sorpresa y me agarró la polla y los huevos apretando con fuerza hasta que me dobló del dolor.

-LIZ: aquí la pirata sabe manejarse ante un buen mástil- me susurró al soltarme y salir corriendo.

Por raro que parezca no era la 1º vez que hacia algo así, cuando me pasaba de la raya con ella de crío me daba patadas o puñetazos en las pelotas, pero esta vez fue diferente, no golpeó, si no que sujetó, palpó y notó mi verga medio empalmada. Mi hermana y ella se salieron del agua, se iban duchar para salir de fiesta, Iziar se quedó en el agua conmigo, seguía roja como el principio y según me acercaba me apartaba la mirada, la tenia asustada, igual que Liz ya había sentido mi rabo rozándose y mis manos en sus senos, pero no había dicho nada.

-YO: que tal por aquí, ¿seguimos jugando tu y yo?

-IZIAR: no, no, jajajaja ¿yo sola?, me ganarais muy fácil. -Me puse en pie en esa zona algo menos profunda, me erguí como Poseídón saliendo de las aguas, a escasos centímetros de su cara, ella estaba de pie y el agua le llegaba al cuello, al estirarme apenas me llegaba al ombligo, se le escapó un suspiro al ver mi torso, girando la cabeza pero no la mirada.

-YO: venga podríamos divertirnos.- su risa de cerdito se deslizaba por sus labios.

-IZIAR: jajaja que bobo, ya podrás con una chica tan pequeña como yo.

-YO: no serás alta, pero de pequeña nada.- la levanté la vista con los dedos, me miró anonadada mordiéndose el labio, una mano casi me roza el pecho.

-IZIAR: que tonto, soy enana.- la cogí de los costados, la saqué del agua con fuerza y las senté en el borde de las piscina de un movimiento veloz, del golpe sus tetas rebotaron no menos de 4 segundos y se quedó abierta de piernas, lugar donde me coloqué.

-YO: enana pero con las tetas mas grandes y apetecibles que he visto nunca.- grandes si, pero las de Ana, Eleonor o Lara estaban mejor colocadas, se sonrojó, que era mi propósito, sin poder cerrar las piernas por mi presencia, acariciándola la cintura con las manos.

-IZIAR: jijiji para, que me vas a poner colorada, además ya te has deleitado bastante con las ahogadillas, que me he dado cuenta como las sobabas.- joder, ni que fuerza un secreto de estado, que chica tan inocente.

-YO: lo siento, no he podido resistirme, espero que mi hermana no…….- sonrío de nuevo roncando.

-IZIAR: tranquilo, no tiene importancia no hace falta que se entere.- sonreí al saber que estaba tan entregada como para ocultárselo a mi hermana, me alcé hasta casi pegarme a ella, se echó atrás para ganar terreno y apoyó las manos a su espalda, pero eso solo me dejó sus tetas aun mejor puestas.

-YO: con estas dos no te faltarán pretendientes.

-IZIAR: pues no, la verdad, aunque ahora estoy sola.- jajaja me reía a carcajadas, ella estaba tan en celo como yo, me estaba ofreciendo su cuerpo en bandeja de plata.

-YO: no te creo, con ese par de………ojazos – casi la beso – y este par de melones – le agarré una teta con descaro – los tienes que tener a tus pies a cientos, hasta yo estoy cachondo.- casi le revienta la cabeza del calor que sentía.

-IZIAR: jajaja, para, nos puede ver tu hermana.

-YO: así que no te molesta que te este cogiendo una teta ¿si no que te vean?- tosió entre risas, casi se ahoga, se vio pillada.

-IZIAR: pues no, pero si tu hermana se entera me tira por la terraza.- sus manos me apartaron de su pecho.

-YO: pues que no se entere.- me lancé a besarla, su corto cuerpo no la dio para evitarlo y nos fundimos en un beso rápido y fugaz.

Estaba a punto de meterla la lengua cuando al agacharme a coger impulso mi hermana me gritó desde el balcón de habitación, ya había terminado y tenia la ducha libre, no pareció percatarse de lo que ocurría por que justo en ese momento estabamos algo separados, al meterse en la habitación Iziar reía entrecortada, me salí del agua pesando por encima de ella, arrasándola, dejándola mi polla marcada y dura en su cara, la cogí de las manos y tiré hasta ponerla en pie pegada a mi sintiendo mi polla entre sus tetas.

-YO: una pena, ya lo acabaremos más tarde.- asintió entre risas, tardando un mundo en separarse de mi.

Al verla caminar podía oler su coño mojado, olía a hembra sexualmente dispuesta, era un polvo seguro, me fui a darme una ducha fría, iba a salir con ellas, mi madre me había obligado “tienes que cuidar de ellas”, me ponía de los nervios que durante toda mi vida mis padres me tuvieran por una especie de guardaespaldas de mi hermana, de mi hermana mayor para más cachondeo, ”pero como ella era mujer”, muchas veces tuve que ir a recogerla al metro o a su trabajo cuando salía tarde, y cuando había noticias de violadores no salía de casa sin mi, yo me quejaba de que igual que a ella le podía pasar algo, a mi también, “pero tu eres un hombre”, era la respuesta, así que me tenia que joder y acompañarlas de fiesta, bueno, eso era hasta esa tarde en la piscina, ahora estaba encantado, sobretodo por un conocimiento de tu familia que solo da el tiempo, mi hermana apenas aguantaba el alcohol, se pedía un par de copas, ni siquiera bien cargadas de bebidas fuertes, si no cócteles afrutados con sombrillas, y ya se mareaba, en cuanto cogía la cama se quedaba roca durante horas. Cenamos y se arreglaron para salir, yo lo de siempre, vaqueros ajustados sin slips y camiseta, la chaqueta me daba calor así que solía dejarla hasta que llegara el frío de verdad. Mi hermana y Liz como siempre, algo más pintadas, pero poco más, Iziar fue la que salió con un escote grotescamente llamativo, y una minifalda azul cielo, a ella la minifalda llegaba por las rodillas, sin ofender, parecía un puta de 20€ recién salida de una esquina, con botas de cuero altas y pintada como una puerta, no se le notaban las pecas siquiera.

Fuimos a un par de sitios que a mi hermana le gustaban y las invité a todas a unas copas, como pretendía mi hermana a la 2º ya estaba achispada, Iziar aguantaba mejor pero no bailaba mucho, bastante hacia con apartarse moscones de sus tetas, como solía pasar la morena de piel era la mas atrevida bailando conmigo, y esa vez Liz no fue diferente, incluso sus gestos eran más eróticos que cualquier otra vez, no le llegaba a la suela a Yasira, obviamente, pero no dejaba de pasarme su culo por la pelvis, hasta el punto de desear tomarlo allí mismo, al par de horas ya la tenia dura, y ella lo sabia y lo disfrutaba, Iziar trataba de despertar a mi hermana, pero estaba cansada y sentada en una esquina, Liz al verla resopló y se fue a ayudarla, yo me fui a por Iziar, la tuve que arrastrar a la pista de baile y casi obligarla a moverse, alguna copa más la ayudó a dejar de ponerse roja y contonearse un poco, cuando más estaba disfrutando de su tetas frotándose contra mi verga Liz apareció, me hermana pedía que nos fuéramos a casa, así que no quedaba otra pese a ser solo las 2 y media de la madrugada, la tuve que llevar agarrada del brazo al coche y luego subirla a casa, en la habitación las dejé desvestirla y ponerla el pijama dejándola acostada y si no los estaba ya, se quedó frita profundamente, al verlo sonreía, no estaba bien hacerle eso a mi hermana, pero era un carbón en busca de sexo, mi actitud era que todo valía. Liz se fue a su cuarto y nos quedamos Iziar y yo solos tonteando en un sofá, sus ojos eran de cansancio pero se obligaba a seguir por mi, le acariciaba una pierna mientras la regalaba los oídos, y cuando pensé en dar el ataque final se durmió mientras la hablaba, fue frustrante, la desperté sacudiéndola la cara, pero se volvió a dormir incluso cuando la estaba agarrando de las tetas, la cogí en brazos y la subí a su cama, la desvestí yo mismo viendo sus tetas enormes sin nada, y la dejé el tanga que llevaba y una camiseta mía que llegaba por las rodillas, joder, me la había puesto dura y ahora me iría a la cama sin follar, la única opción era Liz pero no sabia si ya dormía y no se me ocurría nada ingenioso para abordarla de golpe, tenia toda la sangre lejos de la cabeza, así que me fui a mi cuarto y me puse el ordenador un viendo de Ana, Eleonor y yo follando de los que guardé, ¿para que usar porno y no recuerdos reales?

No me di cuenta, la costumbre de vivir y dormir solo o como queráis llamarlo, pero me estaba pajeando con la luz encendida, la puerta abierta y el ordenador a todo volumen, era agotador hacerme una paja, se diría que hasta había perdido destreza, tardaba un mundo sin sentir el calor de una hembra siendo penetrada, así que llevaba mas de 10 minutos cascándomela, un reflejo de la pantalla del PC se movió, presté más atención a una zona oscura y el rebote de la luz me dejó ver a Liz mirándome escondida tras el marco de la puerta, a mis espaldas un poco de lado, lo justos para que pudiera ver mi polla erecta siendo masacrada, disimulé continuando, la situación era delicada, pero lejos de avergonzarme pensé en sacar provecho.

-YO: joder, así no hay manera, si no me tiro a una me puedo hacer viejo con esto.- hablé alto pero para mi, pero lo escuchaba ella, cogí el móvil y amagué que llamaba, mientras me la seguía cascando mirando la pantalla, pero miraba a Liz, no a lo que ocurría en ella – si, hola princesa, ¿como te va?……..si, es tarde, pero me preguntaba si podrías pasarte……venga no seas tonta, así nos divertimos…….pues vente y………que te jodan, no me vuelvas a llamar.- simulé llamar a otra.- y el mismo discurso sutilmente cambiado, así varias hasta que me levante enfadado, siempre de espaldas, Liz no se había movido del sitio.

Con gesto felino me deslicé en ángulo muerto, me puse el bañador con la polla tiesa marcándose de forma exagerada y salí por la puerta en apenas unos segundos, Liz estaba en mitad del pasillo fingiendo estar despistada, con la respiración agitada de tener que dar un salto para alejarse de la puerta en el ultimo segundo.

-YO: ah, hola Liz, ¿que tal?

-LIZ: bien, bien………aquí estirando las piernas…. ¿y……..y tu?

-YO: pues algo cabreado, no consigo……..- no podía ser tan directo- ……dormir.

-LIZ: jaja ya veo- me señaló el paquete fingiendo apartar la vista, yo no moví un músculo.

-YO: ya bueno, ese es el problema, me he puesto contento y no tengo con quien compartir la cama.

-LIZ: una pena…….- jugaba con los dedos descalzos en el suelo esperando una respuesta de mi parte, llevaba un camisón de seda blanco, escotado que le llegaba a los muslos, se le adivinaban los pezones tras la tela, sin sujetador.

-YO: pues si, sois crueles.

-LIZ: ¿las mujeres?

-YO: no, vosotras, Iziar y tú, lleváis todo el día danzando por aquí en bañador y uno no es de piedra.- me miró al paquete.

-LIZ: parte si.- sonrió con picardía.- pero no es culpa neutra, si no tuya, que tienes la cabeza muy sucia.

-YO: o tú el culo muy bonito- caminé hacia ella – así que esto es culpa tuya jajajaja

-LIZ: gracias.- al llegar a ella la pillé desprevenida, de lado le agarré de una nalga con una mano levantando la parte baja de delante de su camisón con mi erección, y me soltó un bofetón, pero no me apartó la mano ni se alejó de mi.

-YO: puede pegarme cuanto quieras, no quitare la mano de ahí.

-LIZ: ¿estas loco? – me volvió a abofetear – suéltame, tu hermana esta abajo.

-YO: dormida como un oso en invierno, ya la conoces cuando bebe, hasta mañana a la hora de comer no se levantará.- la otra mano fue a su otra nalga, cara a cara, y pegué mi polla a su vientre levantándola el camisón por el ombligo con mi rabo.

-LIZ: suéltame Raúl, por favor- golpeaba mi pecho con los puños sin mucho esmero, lo leía en sus ojos, era un no que quería decir si.

-YO: ¿a la pirata ahora le da miedo el mástil?

-LIZ: eso era una broma, por favor, déjame, esto no esta bien.

-YO: bien que te gustaba sentir mi rabo entre tus piernas esta tarde en la piscina, te recuerdo que seguías con ella en tus muslos después de que te soltara, o como te frotabas en la pista de baile, y ahí n o te tenia sujeta, ¿ahora te pones puritana?- apartó al vista avergonzada ante esas verdades.

-LIZ: Raúl, te lo pido como amiga tuya, suéltame.- la estaba masajeando culo haciendo que su cuerpo se elevara sobre mi y contra mi miembro.

-YO: esta bien, te soltare si me prometes algo.- me miró sin fiarse, y bien que hacia.

-LIZ: ¿el que?- sonreí.

-YO: no te lo diré si no aceptas- me golpeó el pecho sin fuerza.

-LIZ: carbón, eso no lo haré, suéltame o……o……..- la apreté tanto el culo que se puso de puntillas.

-YO: ¿o que? ¿llamarás a mi hermana? – alcé la voz – hermana, aquí Liz te quiere decir algo – me tapó la boca con las manos.

-LIZ: ¿que haces?

-YO: esta tan borracha que no se despertará, igual que Iziar, créeme, ya lo he intentado, pero si por algún milagro consigues despertarla ¿que las vas a decir?, ¿que su hermano pequeño te esta metiendo mano?, ¿o que me has pillado pajeándome y te has quedado mirando? – abrió los ojos como platos.

-LIZ: yo….no…lo siento……….solo……..- le apreté de nuevo el culo levantándola del suelo unos segundos.

-YO: me dan igual tus balbuceos, y que miraras no me ofende en absoluto, guarda tus falsas disculpas, te has quedado mirando por el mismo motivo que has “zorreando” conmigo todo el día – agaché la cabeza hasta su oído – por que quieres que te folle, lo deseas tanto como yo o ya hubieras salido corriendo, solo te estoy agarrando el culo, no impido que te vayas.

-LIZ: no…….eso no es así………te conozco de hace mucho……….tus padres…..

-YO: eres una mujer y yo un hombre, estas cosas pasan, me la pones dura y se que tu coño rezuma ahora mismo, ¿o me equivoco? – sin soltarla una nalga metí mi imano por debajo del camisón en su coño – ¿que me dices?, si esta seco te suelto y te vas, pero si esta húmedo duermes conmigo.- fue una jugada maestra, si estaba mojado me daba la razón y si no lo estaba al sentir mis dedos se mojaría, o eso deseaba.

-LIZ: ¿solo dormir?- sonreí, había picado.

-YO: vamos, que estas chorreando – apreté su coño por encima de las bragas sentido su humedad claramente.

-LIZ: esta bien……..pero solo dormir.- me señaló con el dedo.

-YO: solo dormir no, ¿te crees que soy tonto?, esta polla no se calma con dormir a tu lado, quizá unas caricias……..- asintió vencida.

-LIZ: unas caricias hasta que se te baje, pero nada de sexo, no tengo condones.- jajajaja dios, que fácil, si ese era su impedimento solamente, yo podría tener preservativos y anular su argumento, pero no me hacían falta.

-YO: te cuento un secreto y así estamos a la par, yo se que te pongo cachonda – giró los ojos aceptando ese hecho – pues que sepas que tengo la vasectomía hecha, podría correrme dentro de ti cuanto quisiera y no te dejaría preñada.

-LIZ: imposible, tu hermana me lo habría dicho.

-YO: no lo sabe ni mi madre, ¿como lo va a saber ella? – conocía a mi madre y sabia de sus dones adivinatorios.

-LIZ: eso no cambia nada, no follaré contigo – el masaje en sus nalgas era mas sensual y su cuerpo se contoneaba, estaba cediendo.

-YO: como quieras, pero algo tendrás que hacer, yo no puedo estar así por tu culpa.- negociábamos desde hacia rato, ahora era el momento clave, si la convencía de una paja podría avanzar desde allí.

-LIZ: puf……..no se………… ¿y si te la chupo? – tosí con risas, esa mujer no sabia negociar, pero yo si.

-YO: puede que se me pase, aunque no te aseguro nada.- mis manos bajaron hasta levantarla el camisón y ahora le agarraba del culo piel con piel, salvo por unas bragas bastante grandes, negras y de seda.- vamos a mi cuarto.

Entramos y cerré la puerta, se quedó mirando el vídeo del PC que aun seguía, con mi rabo en 1º plano entrando y saliendo del coño de Eleonor, quité el vídeo y puse a grabar mi cámara escondida sin que se diera cuenta. Ella se estremeció al sentirme pegado a su espalda.

-YO: que sepas que duermo desnudo, tú también deberías, hace mucho calor para este camisón.

-LIZ: no puedo…………. no, no llevo sostén.- le acariciaba los muslos.

-YO: como si fuera la 1 º vez que te veo las tetas – sujeté del camisón y fui tirando de él hacia arriba, sus brazos hicieron algo de fuerza pero al tirar salió, y se dio la vuelta tapándose con las manos las tetas.

-LIZ: ¿y ahora que? – según terminó de hablar me bajé el bañador de golpe con mi polla saltando ante sus ojos, dura y apuntando al techo, instintivamente su cara de asombro fue acompañada por una mano que se tapo la boca, me lancé sobre ella agarrándola la teta libre y chupándole el pezón, oscuro y diminuto.

-YO: tus tetas saben genial.

-LIZ: gracias….digo, espera, eso no estaba en el acuerdo.

-YO: las caricias si.

-LIZ: caricias, no que me comas los pechos.

-YO: ¿y que es si no una caricia con mi lengua y mis labios?- su jadeo la cortó la respuesta, se soltó el otro pecho para agarrarme la cabeza y me aferré sus dos tetas con las manos mientras de rodillas lamía y succionaba sus pezones diminutos pero erectos.

-LIZ: por favor, no me hagas esto….- mordisqueaba un pezón cuando suspiró de gusto.

-YO: he dicho dormir desnudos, podría quitarte las bragas ahora mismo.- mentira eso no formaba parte de ningún trato, solo fue una sugerencia, pero coló.

-LIZ: no, no, vamos a la cama, pero déjame las bragas puestas, por favor- ¿acaso tenia poder para quitárselas o dejárselas puestas? Ahora parecía que si.

Se tumbó de espaldas a la cama y caí suavemente sobre ella sin dejar de comerme sus senos, amasándolos con las manos, se abrió de piernas para dejarme paso, sus respiraciones acompasaban mis movimientos, era delicioso verla cerrar los ojos y disfrutar de aquello, después de tantos años, mi polla cabeceaba en su vientre.

-YO: me pasaría el día comiéndotelas pero me la tienes que chupar.

-LIZ: cierto.- me sonrojé ante su increíble amansamiento.

Me tumbé en la cama con las piernas colgando y ella se arrodilló entre ellas, cogió con ambas manos mi tremenda 3º pierna, pajeo unos instantes, casi incrédula, cuando la iba a dar un toque besó mi glande, un par de veces, pajeaba bien, pero solo daba besitos en la punta.

-YO: ¿que haces?

-LIZ: pues comerte la polla, mira al otro……- se mostró ofendida.

-YO: ¿eso es lo que sabes hacer?- su ofensa se convirtió en vergüenza.

-LIZ: bueno…..yo es que…no…no he chupado muchas. – me alcé acariciándola la cara.

-YO: normal, si los haces así ninguno repite…….-me miraba como un cordero-……..anda déjame que te enseñe a comerte una buena polla de verdad.

-LIZ: vale.- sonrió casi agradeciéndolo, era increíble, abuso de esa palabra, pero no me creía que estuviera pasando, no tan fácil.

Le fui dando instrucciones, sus manos jamas debían de parar, sus labios deben rodear el glande, no dejarlo pasar sin rozarlos, tenia que lamer bien cada parte, el tronco era importante, chupar los huevos era excitante……….me reía por que cada cosa era mas atrevida y ella lo hacia sin pestañear, aprendiendo y memorizando, luego ayudándola por la nuca se fue metiendo mi rabo chupando y lamiendo cada parte hasta que metí media polla dentro, cuando vi su 1º arcada retrocedí un poco y la dejé así un minutos, casi se ahoga, al salir un río de babas llenaba todo, la indiqué como lamer y dejarlo seco, para seguir repitiéndolo una y otra vez hasta que la técnica parecía depura y me estaba matando, cuando me fui a correr la avisé, separó la cara y aumento el ritmo de las manos.

-YO: no, así no, tienes que hacerlo con la boca.

-LIZ: ya, y si te corres dentro……… ¿que? – más que una reprimenda, sonó a curiosidad, tenia parte de ambas.

-YO: así es como se hace, tu sigue – para mi sorpresa, con cara de disgusto, si, pero lo hizo – así muy bien, dios, aumenta el ritmo, sigue chupando el glande y no apartes …….dios…no apartes la boca, deja que uffffff……..deja que me corra en tu boca.

Obedeció asqueada, sintió con repugnancia en los ojos como mi semen la iba llenando la boca, la cantidad era enorme, casi 12 horas desde que se fue Eli.

-LIZ: arghhhhhh…………¿y……….y aforha? – mantenía la boca abierta y la cabeza hacia arriba, le cerré la boca con una mano.

-YO: ahora te lo tragas – negó con la cabeza – ¿como vas a chupar bien una polla si te da asco el semen?, tienes que demostrar que eres fuerte. – me miró creyéndome, cerró los ojos y con esfuerzo tragó, 2 y 3 veces, hasta que paladeó con a boca abierta.

-LIZ: ya esta, dios, que asco. – sonreía

-YO: no es tan malo.

-LIZ: ya, si, pero esta caliente, lo noto bajar por mi pecho.

-YO: pues ya esta, ya sabes comer rabo como tiene que ser, no era tan difícil ¿no?

-LIZ: pues no, ayuda practicar con alguien que sabe.- ¡¡¡se estaba repasando del contorno de los labios algunas gotas de mi semen y luego se chupaba los dedos!!! Apenas me podía contener la risa.

-YO: pues para ser la 1º vez no esta nada mal.

-LIZ: no es la 1º vez que……

-YO: si, querida, es la 1º vez que comes una polla como dios manda.- asintió dándome la razón, metiéndose un dedo con restos de semen en la boca y chupándolo.

-LIZ: bien esto ya parece mas clamado- mi polla flácida era clara.- ¿me puedo ir ya? – ¡¡¡me estaba pidiendo permiso!!! Obviamente se lo negué.

-YO: que va, el trato era que dormirías conmigo.

-LIZ: pero ya se te ha pasado.

-YO: esta, puede haber mas durante la noche – puede no, las iba a haber – y te has comprometido a dormir conmigo y calmarme todas las veces que pase.- otra mentira, eso no iba incluido, pero como la otra, no la negó.

-LIZ: esta bien, si te pasa otra vez te la chupo de nuevo- se levantó para ir a por su camisón.

-YO: ¿donde vas?

-LIZ: a ponerme…- me miró comprendiéndome -…….ah ya, desnudos, lo siento.- jajaja ¿En serio? ¿Me estaba pidiendo disculpas?

Gateó sobre la cama hasta tumbarse boca abajo yo me eché a su lado acariciándola la espalda.

-YO: ten cuidado, si vuelves a por el camisón te quito las bragas- sonreí dispuesto a todo, por ver hasta donde llegaba su sumisión.

-LIZ: si, si, tranquilo, no hace falta que me las quites si no quieres – si quería, ¿podía?

-YO: vale, pero solo por que me la has chupado como una campeona.- sonrió entendiéndolo como un halago, mi mano fue a su culo que apreté con fuerza provocándola un suspiro.

-LIZ: dios, no me creo lo que hemos hecho – el que no se lo cree soy yo bonita – eres el hermano pequeño de mi mejor amiga, he crecido contigo, esto no esta bien.- mi mano amasaba su nalga con habilidad.

-YO: ya no soy ese gordo al que animabas, siempre me has tratado con cariño y te lo agradezco.

-LIZ: no es nada, nos hemos divertido mucho pero ahora es diferente, tú eres diferente.

-YO: por fuera, pero por dentro siempre te he deseado – una verdad a medias.- tu culo me ha dado para muchas pajas – apreté de nuevo pero ahora metí mi mano por dentro de las bragas sintiendo el potencial de su trasero piel con piel.

-LIZ: ¿en serio?

-YO: ya lo creo, si hasta me pillaste una vez entrando en mi cuarto, aquel día del padre.

-LIZ: ¿si? – hizo memoria – bueno te vi en la cama tapado.

-YO: pues estaba con el rabo en la mano dándome placer pensando en tu culo.- otra mentira, si, me estaba pajeando, pero con unas fotos de la madre cachonda de un colega que nos dejó.

-LIZ: jajajaja que golfo, y yo sin darme cuenta. – suspiraba disimuladamente, mi mano en su trasero estaba haciendo maravillas.

ÝO: pues ahora puedes remediar tantos años de deseos truncados.

-LIZ: ¿en serio me deseas?

-YO: ¿a cuantas te crees que voy enseñando a comer pollas?- la cuenta iba por 12, Jeni la ultima, pero eso ella no lo sabia.

-LIZ: una pena que ya te hayas corrido – fue un pensamiento que se le escapó.

-YO: tranquila, ya la tengo dura otra vez- se giró viendo que efectivamente mi mano en su culo me la había puesto como una estaca.

-LIZ: ¡¡dios, ¿otra vez?!!

-YO: ya te dije que podía pasar.

-LIZ: normal si no me quitas la mano del culo……- tenia razón.

-YO: pues a chuparla otra vez, – asintió sin replique alguno gateando a mi cintura.- pero esta vez tu sola, demuéstrame lo que has aprendido.

Vaya que si lo hizo, me hizo una mamada de escándalo, más de 20 minutos pajeando sin parar, lamiendo y chupando el glande, besando el tronco con dedicación, lo que ella no sabia es que si era mi 2º corrida y con una mamada, por buena que fuera, no bastaba.

-LIZ: me duele la mandíbula.

-YO: puffff, me esta matando, tu sigue un paco más, a ver si sale……- mentira, no estaba ni cerca.

-LIZ: dios, no puedo más, me duelen los brazos. – se giró sin dejar de masturbarme mirándome a la cara.

-YO: y yo que quieres que haga, es culpa tuya.

-LIZ: ya lo se – ya no me sorprendía que se lo creyera – pero no se que mas hacer.

-YO: hombre, algo se me ocurre pero no te gustará – alzó la vista inocentemente.- quizá si…….no déjalo.

-LIZ: dilo, lo que sea, por favor.

-YO: no se, si te como el coño quizá me cliente más……- el silencio paró hasta su mano.

-LIZ: no…………. me da vergüenza.

-YO: ¿por que?

-LIZ: nadie………nadie me lo ha………..comido.- las carcajadas que solté la enfadaron.- no tiene gracia, vale, no todos vamos por ahí follando.

-YO: vale, perdona, déjame que te enseñe, solo para probar – asintió soltando la polla.- venga arrodíllate y déjame el coño en la cara.

-LIZ: vale pero apaga la luz.- la miré con un enfado inexistente.

-YO: mira que te quito las bragas del todo eh……..- negó nerviosa.

-LIZ: no, no, vale, vale – rápidamente se puso en posición, ¡¡que muslos la virgen!! , me sentía atrapado con ella sentada en mi pecho, la visión desde mi poción era espléndida, la veía todo el coño de las bragas totalmente empapadas, su vientre y sus pechos desde abajo y su cara de intriga.

Abrí un poco las bragas y las separé, el olor que salió me excitó aun más, hembra salida, al 1º beso se estremeció, cuando lamí jadeo y cuando chupé, golpeó la almohada con fuerza, tiré un poco más para tener el coño oscuro a mi alcance, rosado por dentro y con una leve mata de pelo mal cuidada, le separé los labios mayores y la comí el coño con dedicación, sus gemidos aumentaron rápidamente y al sentir mi lengua penetrándola se corrió a los minutos, pero la sujeté con fuerza las piernas y seguí lamiendo hasta llegar a su 2º orgasmo, me bañó, literalmente, la cara, su rostro era el de la sorpresa más placentera.

-YO: casi me ahogas.

-LIZ: lo………lo siento……….no me había pasado nunca…….no así…..

-YO: venga que esto me esta gustando, date la vuelta.

Lo hizo quedando ahora mirando a mi rabo, las seguí comiendo el coño hasta que por propia voluntad se dejó caer para comerme la polla entre gritos leves de lujuria, apenas recordaba nada de cómo chuparla, solo se aferraba a ella como a un clavo ardiendo, sus caderas se movían al compás de mi lengua y cuando la metí los dedos rompió en varios orgasmos seguidos mientras le chupaba el clítoris.

-LIZ: dios………..para por favor…………. para, córrete de una vez y para…….

-YO: lo siento, esto no va así, tienes que lograrlo tú.

-LIZ: pero no puedo mas, me voy a morir si sigues así – de rodillas subía y bajaba las caderas mientras seguía masturbando con una mano, con la cabeza echada hacia ataras disfrutando de mi pericia.

-YO: pues tú dirás, esto hay que acabarlo.

-LIZ: lo se, pero no puedo mas.- pajeaba con fuerza nula.

-YO: pues como no follémos no se me ocurre nada.

-LIZ: no, ya te dije que no, lo que sea, todo menos follar.

-YO: que no es cosa mía Liz, es que no existe nada más.

-LIZ: me da miedo, ¿y si me haces daño?

-YO: ¿eres virgen acaso?

-LIZ: no imbécil, he follado como la que mas pero es que tu polla es enorme.

-YO: me he tiro a mujeres mucho menos corpulentas que tú, se la he metido hasta la base y gozan como perras, prometo hacértelo con cuidado.

-LIZ: vale.- asintió pasados unos segundo en que mis dedos no la daban opción, al sentir como los volvía a meter – pero deja que apague la luz – y dale con la burra al trigo, ¿que más le daba?, pues le iba acostar caro.

-YO: mira, estoy candado de tus tonterías, si tienes el valor de llegar hasta aquí déjate de chiquilladas, ya eres una mujer, no una cría.

-LIZ: esta bien………. yo…….yo no…………- la azoté el trasero.

-YO: ahora quítate las bragas.- se giró negando con la cabeza.

-LIZ: no, por favor.

-YO: no me enfades que va a ser peor, sabes que te lo mereces, te lo he advertido.

-LIZ: lo se, pero por favor……………

-YO: ¿Como quieres que te folle con las bragas puestas? ¿O es que no quieres? – mi lengua regresó a su clítoris haciéndola temblar.

-LIZ: si, si quiero que me folles, pero es que me da cosa………- suplicaba con la mirada mientras decía que quería que me la follara.

-YO: no lo repetiré, o te las quitas tú o te las quito yo.- asintió, de nuevo, rendida.

Se sentó bajándose las bragas de la cintura y luego se dejó caer hacia atrás estirando las piernas sacándose las bragas por los tobillos que estaban en alto, al hacerlo, por inercia, se abrió de piernas y me metí entre ellas fugazmente, lamiéndola las tetas, y con mi mano en su coño acariciándola con varios dedos, me rodeó con los brazos y me levantó la cabeza para besarme, era al 1º vez y pareció la 1000, nuestras lenguas formaron 1 sola y abría tanto la boca que podría meter un puño cerrado dentro.

-YO: vamos a ver si es verdad que has follado tanto.- se aferró a mis hombros respirando profundamente.

La penetré de una sola estocada y le entró entera, solté un bufido animal de aprobación, de león en la batalla, ella arqueó la espalda y levantó el pecho hasta que la gravedad los hicieron caer hacia su cara, retrocedí y volví a penetrarla varias veces de igual forma, no me sorprendía que le entrara toda y tan fácil, tenia unas caderas enromes, aunque sentía fuerte presión la cadencia iba aumentando y sus respiraciones agitadas la devolvieron al planeta, recuperó una posición normal en la espalda mientras las tetas botaban y rebotaban de mis embestidas, me acariciaba el pecho con una mano mientras se tapaba la cara con la otra, cerrando el puño y mordiéndolo acallando sus gritos. Bombeé incesantemente para provocarla varios orgasmos, en el ultimo aceleré lo justo para estar a punto de llamar a la bestia y me corrí dentro de ella, sudando y victorioso, ella aun movía sus caderas de la inercia.

-YO: pues si que eres una buena pieza.

-LIZ: madre mía……….que polla………que forma de follar………me has partido en dos………- me agarró de la cabeza besándome con su lengua casi en mi campanilla.

-YO: eres una buena mujer.- y tu culo seria mío antes de una hora, seas virgen o no por allí.

-LIZ: dios, eres increíble……….. normal que tengas a todas detrás – la saqué de ella y me tumbé boca arriba en la cama con ella aun sintiendo tirones pélvicos.

-YO: pues solo van 2.- y la bestia aun no ha aparecido, mascullé.

-LIZ: ¿como que 2?- se limpiaba el sudor de la frente.

-YO: si, con algunas hago 3 o hasta 5 – su cara de horror fue graciosa.

-LIZ: ¡¡pero eso es imposible!!

-YO: dame unos minutos y lo veras – gateó con rapidez para besarme con pausa y tumbándose a mi lado.

-LIZ: no, no, por favor, no más, no podría con otro, menos con 5.- vi la oportunidad.

-YO: pues va a pasar, al menos otra más, y eso como poco.

-LIZ: no, por dios, páralo, haz lo que sea.

-YO: no puedo hacer nada, es pensar en tu delicioso coño y mira – ante sus horrorizados ojos veía como mi rabo cogía forma, de forma instintiva lo agarró queriendo parar su avance, pero lo que hizo fue aumentarlo.

-LIZ: no, no me hagas esto, me duele todo.

-YO. Que espada eres, que esto es culpa tuya.

-LIZ: si, lo se, pero no puedo mas, ¿que hago?

-YO: no se, aveces si es muy seguido me corro antes de que se ponga dura – de cabeza se fue a chupármela con fiereza, mientras mis dedos buscaban su entrepierna, llegó tarde.

-LIZ: nada, esto ya esta duro.

-YO: pues ya solo queda follar de nuevo.- su cara era de pánico era sexy, y sus ojos brillaban de pasión, la dejé caer boca abajo y la llamé con una palmada

Acudió gateando sin voluntad, paso una pierna por encima mía y se penetró el coño con temblores, según la sentí dentro la levanté con la cadera y con los pies plantados solté mi ira, todo lo que Raúl daba, de la impresión casi sale volando, pero la tenia sujeta de las caderas y me la estaba follando a base de bien, su cara era entre dolor y placer, desesperación y esperanza, hacia fuerza al caer para ser ensartada del todo y gemía sin parar. Desatado la daba azotes en el culo, cuando más ritmo llevaba ella gritaba de pasión, le daba igual todo, por fin un hombre de verdad la estaba haciendo correrse sin parar, la estaban haciendo el amor como toda mujer desea ser tomada, a los 20 minutos estaba rendida sobre mi pecho jadeando sin control, seguía siendo perforada sin compasión, y no mostró ningún gesto negativo al acariciar y meter un dedo por su ano, así que me levanté y la puse a 4 patas, ensartándola de golpe en su coño haciéndola salir de su ensoñación, aferrándose a 20 uñas a las sabanas mientras hacia fuerza contra mis embestidas, trabajándola el ano con 2 y 3 dedos, cuando se corrió de nuevo la saque de su coño, lamí su ano babeándolo bien, y apunté a su culo.

-LIZ: no……- me pareció escuchar antes de meter lentamente toda mi verga en su ano.

La sensación era de presión absoluta, de tornillos de submarino cediendo, un grito ahogado salió de su boca, hizo un nudo con una sabana y la mordió, amordazando los gemidos que la provocaba que estuviera sacándola y metiéndola lentamente en su culo, al poco tiempo me la estaba follando a conciencia, y ella desataba se erigió pegando su espalda a mi pecho, la sujeté de las tetas manoseándolas mientras su culo retumbaba ante los golpes de mi vientre, giró la cabeza mirándome, pidiendo compasión y a la vez que continuara, fue cuando me sentí más poderoso, me estaba pidiendo que la abriera aun más el culo con mi verga, la chica que hacia una hora larga me abofeteaba por agarrarla el culo.

La empujé para dejarla a 4 aptas y saqué a la bestia, eso la destrozó, sentía arrancarle la vida con cada penetración, y llegaron sus orgasmos anales, seguro que eran los primeros por como gritó, y como los disfrutó, yo ya algo agotado, daba azotes para marcar el ritmo y a los 10 minutos llené su culo de leche, dejándola dentro dar cabezazos para que sintiera como la manchaba. La cogí de las tetas para levantarla una vez más, estaba medio ida justo como la quería, tiré de ella hasta que quedó tumbada encima de mi, de espaldas, conmigo tumbado en la cama boca arriba, agarrado a su teta en una mano y a su coño en la otra, frotando levemente, cogí mi semen y sus fluidos mezclados con sudor, y los llevé a su boca, los lamió y chupó con gusto.

-LIZ: por favor, ya……..- la desesperación mas absoluta la atenazaba, cogí más mezcla, de hecho más de su ano goteante, y se lo fui dando como a una cría de teta, se lo comió todo.

-YO: eres una buena pieza, te quiero en mi cama cuando me de la gana, ¿esta claro?- asintió lamiendo con lascivia.

-LIZ: si, cuando quieras, pero por hoy ya, por favor.- la acariciaba el clítoris con esmero, y sentía su escozor.

-YO: ¿entiendes que no serás la única?, que me follo a quien quiera, como a ti, que es solo sexo – asintió cogiéndome la mano y lamiendo mis dedos. – y jura que no saldrá de aquí.

-LZI: si – ladeó la cabeza buscando mis labios.- lo juro no se lo diré a nadie.- la metí un dedo en el coño y la provocó un escalofrío.

-YO: ni a mi hermana, como se lo digas me enteraré, ya sabes como se pone, te traeré aquí, y no parare por mucho que me supliques, ¿me entiendes?- asintió asustada.

-LIZ: a nadie, tu hermana menos, pero por favor saca tu dedo de mi coño.- metí 3, una anguila se moviera menos, pero la sujeté con fuerza.

-YO: tú no das órdenes, aquí mando yo, si quieres algo te lo tienes que ganar con sexo, y yo decidiré si es suficiente o no.

-LIZ: de……..de acuerdo.- me gustaba esto, había olvidado lo que era tener a una esclava sexual, desde Lara no tenia a ninguna.

-YO: bien, por tu torpeza de hoy, que te he tenido que enseñar todo, vas a ir sin bragas siempre que este aquí, en falda o minifalda, sin nada mas, y sin bragas ni tanga, con la s tetas al aire, aféitate esa mata un poco, y siempre que te llame vendrás a mi casa, ¿como lo harás?

-LIZ: en falda y sin nada debajo, ni nada más.

-YO: bien, eso te recordara que puedo follarte donde y cuando me de la gana, ¿verdad?

-LIZ: si, pero…….- metí mis 5 dedos en su coño y cerré el puño, casi le entraba – …….dios……..si….¡¡¡SI!!!…….donde y cuando quieras.

-YO: cuidare de ti, eso hacen los buenos señores con las damas que se lo merecen, ¿me crees?- asintió angustiada, pero estaba grabando todo aquello a fuego en su mente.

-LIZ: si te creo….mi amo.- la solté un bofetón en la teta.

-YO: no soy tu amo, soy quien te folla, y mientras tu quieras seguirá siendo así, pero bajo mis condiciones.- asintió con miedo ha hablar.- por que quieres que te folle ¿verdad? – asintió otra vez al sentir como sacaba unos dedos de su interior.- ¿desde cuando? Y no me mientas….

-LIZ: desde…..desde que saliese de instituto, y te vi en la piscina con la polla marcada en el bañador, desde ese día quiero que me folles.

-YO: ¿has venido este fin de semana a que te folle?

-LIZ: no…..bueno…….no pensaba que con tu hermana pasaría….pero lo deseaba.

-YO: pues que te quede claro, bajo este techo mando yo, no mi hermana, aunque se lo haga pensar, tu eres mía ahora, vendrás cuando te llame, te montaré cuanto quiera te dejaré días en la cama sin salir, siendo follada por mi o por quien me de la gana, y tu no dirás nada a nadie, lo disfrutaras como has disfrutado conmigo, ya me aseguraré yo de eso, y cuando estés en esta casa, ¿que harás?

-LIZ: vender con falda, sin nada debajo, para que me folles en cualquier momento, me arreglaré el bello del coño, seré tuya.

-YO: muy bien, así me gusta – saqué mis dedos pringados de su coño y ella relajó el cuerpo, su boca lamió encantada hasta dejaremos limpios – muy buena chica, por ahora ponte las bragas mientras este mi hermana, pero por ser tan descuidada mañana te vas a poner en top less a tomar el sol, y en tanga, quiero ver tu cuerpo desnudo durante todo el tiempo posible, invéntate lo que sea, pero hazlo, y si puedes convence a Iziar para que haga lo mismo

-LIZ: lo haré, pero con Iziar no puedo asegurar nada.

-YO: lo se, pero haz lo que puedas el resto lo haré yo, que sepas que mañana me voy a follar a Iziar, y necesito que entretengas a mi hermana en la terraza con la puerta cerrada, así no nos oirá.

-LIZ: no habrá problemas.

-YO: bien, vamos a dormir, te has ganado un descanso, pero en cuanto te despiertes veras mi polla tiesa, me gusta despertarme con una mamada, hazlo, pero si no me corro no se me baja, así que sabré si no lo has hecho al despertarme, y si me despiertas haciéndola retomaré justo donde lo hemos dejado.- asintió agradecida y haciendo un esfuerzo por recordar mis palabras.

Se recostó sobre mi pecho con mi brazo rodeando su cuerpo y me dormí boca arriba con sus tetas pegadas a mi costado, acariciando su espalda, degustado mi nueva pieza de caza, tenia un morbo terrible al ser la amiga de toda la vida de mi hermana, de conocerla desde que tenia 8 años, y ahora era una marioneta en mis manos, fui muy brusco con ella, pero lo tenia que ser, la tenia que tener completamente a mi merced, 1 sola palabra a mi hermana y me cortaría la cabeza, esa idea me estaba pasando por la cabeza en sueños, quizá se le pasara el calentón y hablara, pero se disipó al despertarme, no me moví, pero sentía como me la estaba chupando, abrí un ojo para observar a 4 patas sobre mis piernas mamándomela tal y como la había enseñado, me contuve, tenia unas ganas locas de follarla otra vez, me había encantado la sensación, pero la dejé deleitarse y cumplir, al correrme se llenó la boca y se lo tragó sin decir nada, allí ya me ”desperté”, la cogí de la nuca y la tumbé encima mía, besándola con fuerza, mostrando mi entereza y que lo de anoche no era pasajero.

-YO: muy bien, eres una mujer obediente – le amasaba el culo con una mano.

-LIZ: ¿que hago ahora?

-YO: vete a tu cuarto antes de que alguna se despierte, y finge que esto no ha pasado, pero recuerda todo, eres mía, y tienes tus órdenes – le metí un dedo por el culo haciéndola gemir entre la depravación y el placer.- ¿las recuerdas o te las tengo que volver a enseñar?

-LIZ: no, lo recuerdo todo, por favor déjame ir.- tiré de su pelo echándola la cabeza hacia atrás y comiéndome una de sus tetas.

-YO: te los has ganado, con sexo como debe de ser, así que vete.- azoté su culo tan fuerte que al irse mi mano se intuía en su trasero.

Salió avergonzada pero mirándome con deseo, le había encantando tanto o más que a mi, se puso el camisón peor la quité las bragas y me las quedé de recuerdo, ya tenia 2, las puse junto al tanga de Yasira, me fui a trabajar con una gran sonrisa. Mi jefa seguía tentándome, se quedó en el almacén conmigo ayudándome a colocar cosas aunque no era necesario, acabamos tan rápido que me pasé más de hora y media ayudándola a hacer inventario, sujetando la escalera, y a ella, le metí mano tan descaradamente en el culo cada vez que subía que no podía ser obviado por ella, el pantalón verde fino le marcaba un trasero duro y bonito, pero era la camiseta marrón semi transparente la que me gustaba, marcando por debajo un sujetador fucsia, la sobé un poco sin pasarme y la debí de dejar con un calentón de narices cuando bajaba la escalera y no aparte mis 2 manos de la escalera, pegando su culo a mi polla, fingía seguir contando mientras me frotaba contra ella, sonriendo un poco y acalorándose, pero mi turno terminó sin incidentes, al llegara a casa me eché un par de horas, todas seguían durmiendo, hasta Liz en su cuarto, la vi solo con el camisón y el culo en pompa sin bragas, estuve por ir a follármela, pero era tarde, y ya se oía a Iziar en la otra habitación. Después de dormir me di una ducha y bajé a comer algo, saludé a mi hermana en la terraza, Izar estaba con ella habían salido a tomar el sol cuando terminaron de comer, y Liz en la cocina, me pegué a su culo metiéndola mano por debajo del camisón, se había puesto unas bragas pero metí mi mano por dentro de ellas, ella solo suspiraba y miraba a la puerta de la cocina no se si deseaba que entrara alguien o no para detenerme.

-YO: no olvides tu parte o lo pagaras……..- asintió aturdida.

Al salir a la terraza con el bañador mi hermana me miró con resaca, 2 copas, ni siquiera se terminó la 2º y aun le duraba el dolor de cabeza, me di chapuzón rápido y me quedé tumbado en la hamaca, desde mi posición me comía las enormes peras de Iziar, apenas tapadas por el biquini, es que no daba mas de si, era demasiado a tapar, se metió en el agua sola y fui detrás de ella, para jugar, si, y volver a meterla mano bajo el agua, esta vez no solo en los senos, si no que la sujeté del coño acariciándoselo por encima de la tela, me miraba compungida y avergonzada, soltando risitas roncas, pero se abría de piernas para facilitar mi labor, se salió del agua tan caliente como yo, y se tumbó junto a Liz, que iba en top less, y con solo un tanga puesto, al verla Iziar se puso aun mas colorada si era posible, y lo mejor de todo era que Liz le había sacado un copa a mi hermana, y esta, aparte de ponerse en top less igual, se había vuelto a quedar frita tostándose al sol, que fácil me lo estaban poniendo, miré a Liz que me guiñó el ojo, esa copa había sido una genialidad de su parte, no tardaría en agradecérselo, y más aun al ver las tetas de mi hermana, joder, eran más pequeñas que las de Iziar, pero no mucho, y peor posesionadas que las de Liz, pero tampoco tanto, la mezcla era la mejor de todas. Iziar se quedó charlando con Liz mientras yo le hacia un gesto para hacerla entender que había llegado el momento, entré en casa y me quedé observándolas, no se que le dijo pero a la media hora se quitó la parte de arriba revisando si estaba mirando, pero detrás de un cortina el reflejo de la luz en el cristal me cubría, fue apoteósico, sus berzas cayeron bastante, pero no tanto como esperaba, tenia unas aureolas rosadas gigantescas y unos pezones enormes, se me puso dura solo de verlas, el bañador apenas me daba de si, y cuando Liz se puso a darla crema por todo el cuerpo casi salgo a follarlas a las 2 con mi hermana allí tirada medio achispada, no se si sabia que estaba mirando pero Liz la embadurnó entera, la dio la vuelta y le metió la braga del biquini a modo de tanga repasando sus piernas y su trasero, me asomé para que Liz me viera pero no Iziar, la señalé que la hiciera entrar, no necesitaba más, y que ella se ocupara de que mi hermana no entrara en casa, aunque ya parecía hecho, al menos en 2 horas mi hermana no levantaría la cabeza, como mucho se giraría ante el sol. La susurró algo al oído e Iziar pasó, di un rodeo a la cocina donde se dirigía y cerré la enorme puerta de cristal insonorizado, al entrar en la cocina Iziar estaba en la nevera buscando algo y al verme se tapó a duras penas las tetas con las manos, pero su mirada fue a mi paquete, tan dura estaba que me separaba la goma de la cintura de la pelvis.

-IZIAR: ho….hola……solo buscaba…

-YO: ¿algo de beber?

-IZIAR: si, Liz….me……..me ha dicho que……..- me puse detrás de ella posando mi rabo en su espalda, era tan bajita.

-YO: deja que te ayude……… – me estiré doblándome sobre ella – ………bonitas tetas, por cierto.

-IZIAR: ¿nos…nos has visto? – creía que dormías

-YO: claro, ¿por que te crees que la tengo así? – cogí su mano y la llevé a mi polla, la agarró con sorpresa, pero no se soltó ni se tapo el seno libre, que con el frío de la nevera se estaba poniendo un pezón largo y duro.

-IZIAR: que guarro eres……. ¿nunca te cansas de ir metiéndome mano?

-YO: que loco que se cansaría, y más después de lo de anoche.

-IZIAR: eso…….¿quien me cambió de ropa?

-YO: pues quien va a ser, yo, te quedaste dormida cuando estaba a punto de saltar a tus labios.

-IZIAR: pero estaba desnuda, vamos solo me dejaste el tanga – lo mejor era que seguía sin soltar mi polla.

-YO: y de milagro no te follé dormida, date por contenta, me pusiste muy cachondo ayer.

-IZIAR: que bruto, no te atreverías……no con tu hermana aquí – por fin me soltó la polla así que apreté contra la nevera buscando algo en el fondo, casi metiéndola en la nevera las tetas.

-YO: no me provoques mujer, no sabes de lo que soy capaz. – se ruborizó por el frío y por mis palabras sinceras y contundentes.

-IZIAR: mira, yoghurt liquido, de fresa además, ¡¡¡mi preferido!!! – desvió el tema, lo solía hacer cuando la vergüenza la podía, cogió bote y cerró la nevera, sacudiendo con gracia el yoghurt, sus tetas se bamboleaban de forma maravillosa, y yo no apartaba mis ojos de ellas mientras me colocaba la polla, me estaba doliendo.- ¿donde están los vasos?

-YO: ahí, en ese armario de arriba – lo miró como si fuera el Everest, caminó hacia él, no lo alcanzaba, ni dando saltos sujetándose las tetas para no golpearse la barbilla con ellas.

-IZIAR: jo, soy muy pequeña, no llego, ¿me ayudas?- asentí con una sonrisa frívola.

La agarré de las costillas para elevarla pero en vez de hacia el armario, la llevé a la encimera en mitad de la cocina y la senté en ella, quedando así a mi altura, aunque aun media cabeza por debajo de mi.

-IZIAR: jajja ¿que me haces?, solo quería un vaso. – su risa era grotesca pero hacia que sus senos se movieran y era brutalmente llamativo y excitante.

-YO: te estoy ayudando, yo seré tu recipiente.- le quité el bote de la mano, su cara era de sorpresa y timidez, más cuando lo abrí echando la espalda hacia atrás y dejé caer unas gotas del liquido espeso en mi pecho, el frío me erizó la piel, y ella se puso roja.

-IZIAR: ¿que haces? Vas a manchar todo.- su risa de cerdo era casi de lastima.

-YO: rápido, lame, date prisa antes de que se caiga…….- esa tontería y ver como 2 gotas caía con velocidad la apresuraron, sonriendo aceptando la “broma”, me sujetó de la cintura pegándome a ella echándose el pelo hacia atrás con cierta sensualidad, pasó su lengua por mi vientre recogiendo esas gotas, tragó y fue subiendo haciendo lo mismo, lamiendo mi tableta y mi pecho, mientras le rozaba los muslos con las manos.

-IZIAR: jajajja esta rico.

-YO: ¿quieres más?- asintió clavando su mirada en la puerta.- tranquila, mi hermana esta roca y Liz esta con ella, no nos verán ni nos oirán.- esas palabras la tranquilizaron.

Eché bastante más cantidad, tanta que goteó rápidamente y ella trató de pararlo con sus manos en mi torso, lamiendo como un perro, esta vez cerró los ojos y siguió lamiendo incluso cuando ya no quedaba nada, pasando sus dedos por mi piel.

-YO: sabes, a mí también me gusta la fresa – se contoneó sonriendo, pero fue la 1º vez que su risa no me provocaba desagrado, me había comprendido y le gustaba la idea.

Se juntó las enormes tetas, y derramé gran parte del yoghurt sobre ellas, un gemido se le escapó al sentir el frío espeso sobre su senos y su cuello, las ultimas gotas las dejé caer desde alto en su boca, sacó la lengua para recibirlas, tiré el bote al suelo y me lancé a comerme sus pechos descomunales bañados por encima con una gruesa capa de yoghurt liquido de fresa, sacó pecho como si la hiciera falta, lamí con placer y repasé su piel lentamente, lamiendo zonas especificas con detenimiento y pausa, sus pezones erectos del frío y las caricias eras aun mayores que los de Eleonor, del tamaño de meñiques de bebe, los chupé hasta dejarlos rígidos, sus gemidos aumentaban y al subir por su cuello me detuve a lamer, desde sus pezones hasta su barbilla, de varios lengüetazos que tardaban unos 5 o 6 segundos, al terminar le agarré las tetas como pude, ni siquiera mis enormes manos de gigantón daban para, si quiera, sostenerlas, si sujetaba de un lado rebosaban en otro, un ultimo lengüetazo lento desde su ombligo la hizo estirar el cuello hacia arriba al pasar por allí, el gancho de mi lengua al llegar a su barbilla la hizo soltar un suspiro de placer, cuando bajó la vista la besé con furia y me respondió con lujuria, aun sabia a fresa, su lengua se mostró hábil y mis manos aun más en sus pezones.

-IZIAR: dios……….que gusto……………. fóllame, ahora. – la di un manotazo en un teta mientras agarraba la otra chupando su pezón como un bebe hambriento.

Deslicé los nudos de la parte de abajo del biquini, y le arranqué de un tirón la prenda, mi mano se metió en su coño frotándolo, estaba chorreando, apenas hice esfuerzo y le estaba metiendo 3 dedos, jadeaba moviendo la cintura en círculos mientras sus tetas eran devoradas, tenia una mata de pelo brutal en el coño, la mas grande y menos cuidada que había visto nunca, me dio grima comérselo así que me bajé el bañador, cuando vio la polla tiesa apuntando a su coño casi se desmaya de la impresión, pegué la pelvis y posé mi rabo en su vientre, casi se ahoga de la risa ronca, con los huesos de la cadera juntos mi rabo se metía entre sus tetas, le llegaba del coño al escote, me dio miedo hasta a mi, si lo hacía por dentro igual no es que la rozara la pared del útero, es que podía dañarla un pulmón o algo. El deseo pudo más, como siempre, y apunté a su coño, temblaba de solo verlo, apreté y la punta entró fácil, deslizándose con suavidad, pasada media polla se retorció de forma incontrolada, pero le seguía entrando mas, agradecí que cuando iba por ¾ rocé la pared de su útero, levemente, lo agradecí por que al menos daba para follármela. La dejé dentro y sintiendo sus paredes vaginales palpitar cuando se expandían, su rostro era una bombilla de Navidad, roja redonda y con los ojos brillando entre lagrimas de gozo y dicha.

Tenia mas que claro que Iziar no había pasado la prueba, no me atraía como mujer lo suficiente como para ignorar ciertas cosas, así que me iba a desquitar con ella y no la volvería a tomar, pero la haría recordar ese día, saqué a la bestia y la follé salvajemente, midiendo siempre no pasarme y hacerla daño, sus gritos eran altos y fuertes, pero se aferraba a mis hombros siguiendo el rimo unos minutos, luego se dejó caer sobre la encimera, la altura me venia perfecta, algo alta y así no la metía entera, pero lo justo para poder estas montándola como a la mejor, la cogí de las tetas como lugares de apoyo y embestía sin parar mientras una oleada de orgasmos la hacia berrear y roncar como un camionero, la azotaba los senos al verlos botar incontrolados, las masas de carne eran independientes una de la otra y chocaban entre ellas en formas irregulares, tenia que sujetárselas para que no la dieran en la cara cada ida y venida, ella estaba aferrada a la encimera como con miedo a entrar en órbita si se soltaba, en algunos caos lo creí cierto, la cogí de la cintura y la bajé de la encimera follándomela cogida en el aire, me rodeó con las piernas cortas lo que pudo y trataba de hacer fuerza para elevarse, mientras seguía, me comía sus tetas al no haber otra opción, eran tan grandes que las tenia en la cara quisiera o no, mis dedos fueron a su ano, si iba a ser una sola vez, seria completo.

-IZIAR: no……….dios…….no…por el culo no…..soy virgen.- eso solo me dio mas deseos de hacerlo.

-YO: a partir de hoy, no lo podrás decir.- se puso colorada, tenía todas las gamas del rojo en su rostro.

Cogiéndola como a una niña de 4 años, la dejé tumbada boca abajo sobre la encimera, con el culo y las piernas colgando sin llegar al suelo por bastante, le separé las nalgas con las manos y las piernas metiendo las mías como tope para que no las pudiera cerrar, y me comí su coño desde atrás, luego jugué con su ano, se retorcía al sentir mis dedos metiéndose en su culo, al principio estaba cerradísimo, pero mi lengua la estaba relajando, una mano suya fue a su culo y me agarró del pelo de la cabeza, me pegaba más a su trasero, al 3º dedo me cansé, me puse detrás de elle haciendo presión para que mi cuerpo no la dejara moverse y mi rabo fue entrando en su ano, los golpes que dio en la encimera le debieron de hacer daño, unas palas de madera saltaron por los aires cuando braceó, pero se hizo un silencio abrumador hasta que le metí mi polla entera en el culo, Eli me lo enseñó con su amiga, “a las que no le entra en el coño, el culo es la mejor opción, es más profundo”, y allí estaba, azotándola el culo enrojecido mientras me la estaba follando como un oso tirándose a un conejo, estaba desatado de verdad, sus gritos de cólera se fueron apagando, sus “PARA, PARA”, ya no sonaban, y después del silencio llegaron los, “SIGUE, SIGUE”. La agarré de las tetas y la pegué a mi pecho, ella solo tocaba la encimera por la cintura, el resto del cuerpo suspendido en el aire botando ante mis acometidas, me separé de la encimera y la tenia en vilo solo agarrada de las tetas y de mi rabo en su culo, de un gesto acompasado la dejé caer de golpe y di una estocada con la cintura hacia arriba, del golpe gritó como si la hubiera atravesado con una espada, se mantuvo unos segundos flotando en el aire solo ensartada y luego se fue al suelo usando mi miembro como eje, a 4 patas, la cogí la cintura y la estiré las piernas, con su cuerpo haciendo una triángulo, y seguí machacándola el culo unos minutos hasta correrme, me dio igual que sus orgasmos anales la hubieran hecho desvanecerse, era un cuerpo inerte siendo ultrajado, pero me gustó que aun gimiera de placer, la cogí en brazos y la llevé a la puerta del cristal de la terraza, con cuidado de que mi hermana siguiera dormida golpeé llamando la atención de Liz, miró y entonces pegué a Iziar al cristal, sus tetas empotradas contra el viro, con las piernas abiertas casi en 180º sujetada en el aire por mis brazos y la volví a follar por el coño estrujándola contra el cristal, mirando a Liz a los ojos, estaba atónita frotándose la parte interior de los muslos , lo que buscaba. Como a un llavero cogí a Iziar y la llevé al cuarto de arriba, allí la abrí de piernas y le continué follando cuando estaba totalmente ida, no se desmayó pero no estaba allí realmente, solo se corría y jadeaba, su cuerpo estaba, su mente no, pero a mi me bastaba con eso, mas de una hora después de abusar de su coño y de su ano cuanto me dio la gana me corrí en su coño, con la mano, que me entraba en su coño entera, rebañé un puñado de mi semen y sus fluidos, se lo hice lamer de mi pecho, tal como habíamos empezado, le comí las tetas un buen rato y me fui a dormir a mi cuarto, dejándola desnuda, sudada, ultrajada con unos agujeros en el coño y el ano del tamaño de mandarinas, sollozando entre respiraciones y espasmos musculares profundos.

Dormía totalmente desnudo, boca arriba y con la polla brillante al no tener una triste sabana encima, medio tiesa aun de sentirme colmado por lo que le había hecho a Iziar, antes me hubiera comportado con mas delicadeza y hubiera sido más cuidadoso, pero ahora no, iba a reventar a quien se pusiera por delante, si aguantaba bien, si no, que pase la siguiente. Al transcurrir unas horas mi hermana apareció por la puerta y me vio durmiendo boca arriba con la polla medio tiesa aun.

-HERMANA: ¡joder Raúl, tápate hostias!- me sobresalté.- ¿y si te ven estas?- demasiado tarde hermana, Liz es mía e Iziar no andará bien en un par de semanas.

-YO: lo siento, ahora me tapo.

-HERMANA: Izar y yo nos vamos ya, dice que se encuentra mal.- y yo se de que, pero no abrirá la boca.

-YO: ¿solo vosotras? – me intrigó.

-HERMANA: si, Liz dice que prefiere quedarse un día más, no trabaja así que si quiere déjala por aquí unos días, ¿vale?- más que un favor parecía una orden – y trátala bien, no seas imbécil…..- la voy a tratar como se merece.

-YO: pues nada un placer verte, mi casa es tu casa y la de tus amigas.- bufó cansada.

-HEMRNA: no se si volveremos, a mi beber me ha sentado fatal e Iziar igual, dice que no quiere venir mas.- jajajajajajaja – pero Liz me ha dicho que va a venir a menudo, así que ten ojo de que no te pillé como ahora ni con ninguna de tus ligues.- jajajajajajjajajajaja, no sabia que me hacia mas gracia, si que Iziar no quisiera volver o que mi hermana me “obligara” a que Liz se pasara por allí a menudo.

-YO: una pena lo de Iziar, y tranquila, cuidaré de Liz.

Nos despedimos sin más y oí como se iban, silbé y apareció Liz por la puerta, totalmente desnuda, solo con un pareo atado a la cintura.

-LIZ: lo……………..lo siento…….no tengo faldas aquí, cuando pase por casa traeré todas.

-YO: ven siéntete conmigo, no pasa nada – sonrío y acudió a la cama corriendo con alegría tumbándose a mi lado, acariciándome el pecho con los dedos.

-LIZ: ¿que le has echo a Iziar? ¿parecía asustada al irse? – se abrió de piernas, me cogió de la mano llevándomela a su coño húmedo.

-YO: lo mismo que te hice a ti, pero mucho menos, aunque a ella la estrené en culo.- tosió de risa.

-LIZ: ¡¡peor si es virgen por detrás!!

-YO: ya no – separaba sus labios mayores con los dedos.- pero no me ha gustado, no le entraba toda por el coño y se ha desvanecido enseguida, no como tu – la besé en los labios con dulzura – tu eres mil veces mejor y ahora tengo mucho tiempo para disfrutar en una mujer de verdad.- sonrió feliz.

-LIZ: soy tuya.- su mano fue a mi rabo, que a estas alturas ya estaba como una piedra, al sentirlo sonrió.- ¿cuantas veces te la has……….?

-YO: 2 anda más, ¿por que?

-LIZ: quiero…- rectificó a tiempo -….me gustaría que me hicieras el amor como esta noche, me lo tengo que ganar, ¿como? – que joyas estaba encontrado en las chicas de piel morena, no solo recordaba mis palabras si no que quería ganárselo.

-YO: ya te lo has ganado, ¿que le has dicho a mi hermana para que la convenzas de que te quedes aquí?

-LIZ: tu hermana es un ogro, que si sabes llevar, no es más que un cordero – tenia razón.- si sabes que decir, puedes tener lo que quieras, y yo quería estar aquí, a tu lado – me besó con lengua pajeándome con suavidad.

-YO: te quiero en esta casa día y noche, múdate si hace falta, vas a ser la residente de esta casa.

-LIZ: ¿residente?

-YO: follas bien, pero no eres la mejor, ni serás la única, tengo a mujeres haciendo cola y a unas cuantas que me tiro a diario, vienen y van, son como pasatiempos, pero tú no, tu eres mía, vivirás aquí y dormirás en la habitación que quieras, no trabajas ¿no? – negó con al cabeza.

-LZI: mi madre gana dinero y no nos hace falta.

-YO: bien, pondrás parte para la compra, si te vas a quedar es lo justo, y ayudarás a Dani, mi sirvienta de las mañanas, con la casa, estas a sus ordenes como de las mías, menos en lo sexual, piensa que soy yo, y si la faltas al respeto me rendirás cuentas a mi.

-LIZ: así lo haré.- que sencillez, sus ojos eran de completa adoración.

-YO: cuando este con otra te quedarás en tu cuarto, y no saldrás a menos que te llame, ni montaras líos de celos, no soy tu novio ni tu amigo, soy quien te folla cuando quiere – accedió con la cabeza – si te portas bien será a menudo, las chicas con las que quedo no siempre están disponibles cuando yo lo deseo, TU SI.

-LIZ: ¿y lo de que folle con otros?

-YO: eso ya se verá, te avisaré si surge, pero tranquila, te dije que cuidaría de ti, no te obligaré a nada que no quieras hacer, si algo te molesta me lo dices y lo hablamos, no me debes obediencia ciega, escucharé tu opinión, eso si, queiro la verdad absoluta de ti, nada de mentirme, medias verdades o ocultarme algo.

-LIZ: seré sincera contigo, lo prometo.

-YO: bien, puede que por ahora te llame y juegues con otras chicas en tríos, nada más

LIZ: no hay problemas, soy bisexual.- me sorprendió mucho, tanto que no pregunté por mi hermana.

-YO: genial, y si quieres dejar todo esto, o llegas a un punto en el que esto no te gusta, dímelo, y me busco a otra residente.

-LIZ: no por favor, déjame ser tu residente, seré buena, lo juro.- se me subió encima besándome con pasión.

-YO: si aceptas todo esto, no habrá problemas, serás mi residente mientras te lo ganes.

-LIZ: lo acepto, pero quiero ganármelo, ahora.- la azoté el trasero dándola el si que buscaba, la hizo vibrar, se relamió arqueando la espalda y cayó sobre mi cara metiéndome la lengua hasta el esófago.

Respondí como mejor sabia, apunté mi rabo a su coño y la ensarté de golpe certero, esta vez gritó todo lo que se guardó aquella mañana, sabiendo que ahora estabamos solos, sus gemidos al comenzar a follarla mientras me cabalgaba eran atronadores y me encantaban, podía ver y sentir como la abría los labios mayores con cada penetración y como sus tetas botaban ante mi siendo pellizcadas por ella misma con una mano, la otra estaba en mi pecho, apoyándose o arañando a ratos, cuando se corrió la cogí de las caderas y aumenté el ritmo al limite, sacándola otros 2 orgasmos que la debilitaron, se recuperó un poco al correrme en su coño, pero aprendió la lección, cogía lo que caía y se lo comía con devoción, mientras me la chupaba hasta ponérmela dura de nuevo, se cuadró a 4 patas.

-LIZ: fóllame por detrás, te lo suplico.

-YO: eres buena, te dejo que decidas, ¿coño o ano? – golpeó las sabanas al sentirse tan dominada que sus pensamientos dieron paso a sus deseos, tanto que dijo la verdad, lo que ansiaba.

-LIZ: ábreme el culo, por favor, lo imploro.

Me arrodillé tras ella y lamí su ano con suavidad, abriéndolo con un par de dedos, luego apunté con cuidado y con un giro de cadera hábil la penetré casi la mitad del tirón y sin retroceder fui apretando ante sus gritos y su movimientos de cadera, hasta tenerla toda dentro, una sonora ventosidad se el escapó, me divertía, y saqué a la bestia, para que jugara, mas de 30 minutos percutiéndola el culo provocando orgasmos anales continuos y que pidiera más me llevaba de orgullo, y no se porque. Me corrí en su culo azotándola tan fuerte que me hice daño en la mano, pero tenia unas nalgas enormes, la piel morena estaba banca de los golpes, cayó rendida moviéndose de forma sensual y agotada por las sabanas, la cogí de un tobillo y tire de ella hasta abrirla de piernas y meterme entre ellas, le comí las tetas hasta tenerla dura otra vez, después de los 2 de Iziar, el descanso de horas, y ahora iba a por el 3º con Liz, y me sentía en la gloria, la penetré tan fuerte que la saqué la cabeza por el borde de la cama, la sujeté de una pierna mientras la bestia se deleitaba con su coño, sus orgasmos bañaron las sabanas una y otra vez, hasta que sus ojos se pusieron en blanco, allí aceleré el ritmo y me corrí con golpes de cintura tales que del ultimo resbaló por el borde de la cama y rodó por el suelo exhausta y riéndose de nervios, sudada, con el coño y el culo que goteaban semen, fluidos y despedían un olor deliciosamente atractivo.

-YO: vuelve a la cama, a partir de hoy dormirás conmigo siempre que no encuentre a alguna que cubra ese horario – se arrastró con los brazos temblando hasta la cama, la ayudé a subir y la tumbé boca arriba, esta vez fui yo quien me acosté sobre su pecho, lamiendo sus tetas mientras le acariciaba el cuerpo, ella me acariciaba, abrumada y perdida, el pelo de la cabeza, mientras sonreía.

-LIZ: rezo por que no encuentres a nadie.- la oí entre susurros y palabras de sexo.

Estaba encantando, no os podéis imaginar lo feliz que era de tener a Liz de “residente”, término acuñado recientemente, pensaba en Lara cada vez que tenia ganas de un polvo y no tenia a ninguna cerca, pero eso se acabó con Liz, la conocía de toda la vida, me fiaba de ella y la tenia tan dominada que si la pedía que saltara del 10º piso lo haría, era lista y hasta cierto nivel, manipuladora si sabia llevar a mi hermana, pero no tanto como para no sucumbir a mis encantos, me iba a ser tremendamente útil y encima follaba como pocas, o al menos a muy pocas la 1º y la 2º vez las había follado 3 veces sin que huyeran, menos por el culo y menos aun con la bestia de por medio gran parte del tiempo, su cuerpo era mas robusto y con curvas de lo que se denominaría una tía buena, ¿pero a quien el importaba eso?, con el tema pareo y faldas totalmente desnuda parecía una mujer de una tribu perdida de la selva. Charlamos unas horas, sonrojó al saber que las espiaba de crío a mi hermana y a ella, y que le había visto las tetas una docena de veces antes de aquel día, me daba igual, ella solo se reía y se mostraba complaciente acariciándome el pelo.

Se fue a duchar y la seguí para follarla por el culo en la ducha, pero me suplicó que la dejara descansar, así que me duche cuando se fue, hizo la cena, la manoseaba en la encimera, y también esperando al de la pizza ya que se nos había quemado la cena entre caricias, la cara que puso el chico al ver a Liz solo con el pareo pagándole fue un escándalo, cenamos y vimos una película, Liz me miraba desesperada, quería que la dejara en paz unas horas seguidas pero cuando terminó la película ya estaba chupándomela como toda una experta, nos dimos un chapuzón en la piscina desnudos y me la folle allí 2 veces, la ultima por el culo, su cuerpo empatado, con el pareo pegado a su piel trasparente y su pelo mojado brillando a la luz de la noche fueron demasiado, ya ni me salía semen, apenas unas gotas transparentes, estaba magullado, cansado y abrumado, ella mucho más que yo, pero mi maldito rabo seguía poniéndose dura cuando la tenia cerca, nos duchamos por separado, y por fin, con los cuerpos frescos y desnudos, nos dormimos, le expliqué que me encanta dormir de cuchara agarrado a la espalda de una mujer con mi polla entre las piernas, ella me dijo, servicial, que también le gustaba, pero que por los años de amistad, la dejara por esa noche, ella no podía mas, no pude mas que besarla y pegarme a ella con mi miembro rozando sus muslos, durmiéndome así.

Me levanté cuando sentía su culo pegándome en la pelvis, ni me había despertado y ya estaba follándome ella, que barbaridad, la 2º ronda ya participé y la 3º con la bestia la destrocé el culo para dejarla mansa y tranquila, se tragaba el semen de forma voraz, de mi rabo, de su coño o de su ano, había descubierto un manjar y le encantaba, cuando la pregunté por que siendo bisexual comía polla tan mal, me dijo que era bisexual por que tenia mucho mas éxito con mujeres que con hombres, aunque siempre era ella la que metía la cabeza entre las piernas, así que me susurró de forma lasciva que no tenia mucha idea de pollas, de follar con un hombre o de que la comieran a ella su vulva, pero comía coños como nadie, de nuevo no pregunté por mi hermana. Bajamos a desayunar, ella solo con el pareo, ya era más que yo, Dani llegó y las presenté, como si una no estuviera prácticamente desnuda, y yo sin el prácticamente, Liz se tapaba algo hasta que la di un azoté en el culo y vio como Dani ni se inmutaba, entonces se relajó un poco. Las expliqué y hablamos de la funciones de Liz en casa, Dani pareció encantada de tener una ayudante, y no prestó atención a que estuviera desnuda, Liz algo mas coartada me pregunto si me la follaba también, era normal, Dani estaba muy buena, pero no, al saberlo Liz sonreía picara, y me acarició el rabo, la puse contra la encimera y la masturbé el coño delante de Dani, a ella, su vida de prostituta y los 3 meses que llevaba conmigo la tenían curada de espanto, recogía parte de la cocina rodeándonos mientas Liz gritaba sin parar, me reí a carcajadas cuando recogió el bote de yoghurt liquido del suelo, Dani me pellizcó el culo al pasar a mi lado y yo rápido la agarré el suyo pegándola a mi cuerpo mientras Liz se movía cachonda ante mi mano, Dani se reía cuando la besaba el cuello, y no la dejaba irse aferrado a su culo, la cogí de la nuca a Dani y a Liz y las hice besarse, unos picos graciosos hasta que le pedí a Dani algo más de profesionalidad, que había sido puta, me golpeó el pecho con dulzura al reírse, y exhalando una bocanada de aire entendiendo que no la dejaría irse si no colaboraba, sus ojos azules se tornearon y se soltó la coleta del pelo rubio platino contoneándose para que su cuerpo recordara aquella actitud olvidada, agarró la cara de Liz que estaba morada de lujuria con mis dedos penetrándola, la lamió el cuello con lengüetazos largos y sensuales, tenia lengua de gata, enorme y larga, le abrió la boca a Liz con las manos y metió la lengua en ella con experta pasión, Liz cerró los ojos y se lo devolvió, sus mejillas se hinchaban al paso de sus lenguas revoloteando entre ellas, y una mano de Dani fue a un seno de Liz, lo acarició con maestría erótica, al separarse Liz la persiguió con los labios, y Dani la frenó con un pico sonoro, largo y sexy, Dani abrió los ojos y me miró, sonrió al verme con la boca abierta, y dio una palmada con las manos rompiendo en una carcajada, me pareció ver como aquella fugaz aparición de su yo del pasado se esfumó, pero me dejó claro que Dani era experta de 1º nivel, tenia a Liz aun con los ojos cerrados y buscando sus besos.

La solté cuando la bestia quiso follar el culo de Liz, hasta Dani se quedó mirando como el agujero de su culo se hacia enorme ante mi, y cuando me corrí, Dani se relamió al ver como Liz me dejaba la polla limpia y lamía sus dedos mojados en la mezcla de su ano.

Eran las 10 en punto, así que decidí darnos un respiro, quería estar bien para Eli, y así Liz seguía a Dani por la casa aprendiendo que cosas hacer, a las 10:47 llegó Eli, la recibí desnudo y con un dulce beso con legua nos saludamos, la desnudé en la misma puerta y la empotré contra la pared, penetrándola salvajemente, la hice ascender por la misma con cada envestida y al correrse me golpeaba los hombros entre gritos, vio como Dani pasaba y como Liz la miraba, pero estaba demasiado desinhibida para que el importara, la llevé al sofá y la follé por el coño para correrme, jadeaba atónita.

-ELI: ¡¡DIOS, lo necesitaba, como te echaba de menos!!……- me acariciaba el pecho con las manos -…….tu si que me has echado de menos, estas hecho un animal, ¿que te pasa? – sonreí.

-YO: Liz – la llamé, llegó corriendo y se puso de pie a nuestro lado, con la cabeza gacha – esto es lo que me pasa, acabo de descubrir que la mejor amiga de mi hermana, una mujer que conozco desde primaria, es adicta a que la folle – Eli sonrió sonoramente.

-ELI: encantada, soy Eli – extendió su mano mientras yo la comía las tetas.

-LIZ: encantada, soy………. la residente, yo cuidaré de él mientras no estéis ninguna por aquí.

-ELI: no lo dudo querida……no lo dudo……………pues un placer, si nos dejas, seguimos a lo nuestro, tranquila, te lo dejaré manso como un perro adiestrado – la cogí de la cintura y me la subí al piso de arriba.

-YO: jajaja que educación…….

-ELI: pobre muchacha, ¿que la has hecho? , tenía la mirada perdida y sonreía sin parar.

-YO: nada, nada que no quiera, y no sabes como folla, llevo apenas 2 días y creo que ya van 10 veces. – abrió los ojos incrédula.

-ELI: joder, a ver si no va a dejar para las demás.- me pasó por el pecho las yemas de los dedos de una mano, la puse a 4 patas y la penetré por el culo sacándola alaridos de lujuria que estarían escuchando abajo sin ninguna duda, Eli gritaba mucho y de forma esperpéntica, pero disfrutaba de un anal como la que mas, yo gozaba mientras me la follaba con bestia incluida.

-YO: tranquila, tengo para todas.

CONTINUARA………
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Relato erótico: “Prostituto por error 2: Helen, enculando a la gordita” (POR GOLFO)

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Sin título1

 

Capítulo dos:

Sin títuloHelen, enculando a la gordita.
 
Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gígolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.
 
Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.
 
“Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar”, me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dolares por mi capricho.
 
Era una pasta pero podía permitirme lo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en  una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “propina” descomunal,  me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de que tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.
 
Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta.
 
Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.
 
-Okay- le contesté, -ahora bajo a probarme el smoking-
 
Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.
 
“Me tendré que acostumbrar”, pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.
Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:
 
-No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!-
 
Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.
 
-Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola-
 
-Y ¿cómo es?- pregunté interesado en su físico.
 
-Una mojigata, tendrás que esforzarte- contestó sin darme más detalles.
 
No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.
 
“Joder, este sitio es una mina” pensé al darme cuenta de las intenciones de ambas.
 
Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.
 
-No puede ser- me contestó la más interesada, -mañana nos vamos-
 
Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:
 
-Lo siento, debo irme- susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía-
 
Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. “Está jamona” sentencié mientras la saludaba con un beso en la mejilla:
 
-Soy Alonso-
 
Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.
 
-¿Qué te ocurre?-, le dije sentándome a su lado.
 
Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.
 
-Y eso, ¿Por qué?- respondí acariciándole la cabeza.
 
La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:
 
-Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente-.
 
Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.
 
-Levántate- ordené.
 
“Puta madre”, exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:
 
-¿A qué hora es la cena?-
 
-A partir de las ocho-
 
Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.
 
La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.
 
-Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos-
 
Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.
 
Acto seguido, le pedí a a la encargada que nos trajera un conjunto de ropa interior de acorde con el vestido:
 
-Que sea sexy- insistí.
 
Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.
 
-¡Es perfecto!- sentencié nada más verlo.
 
La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.
 
Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos,  se mostraban orgullosos, dándole el aspecto  de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:
 
-Estás para comerte-
 
Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada,  incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:
 
-Había pensado en coger un taxi- respondió avergonzada.
 
-De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina- le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil  dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.
 
Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se  alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:
 
-Tenemos que planear nuestra actuación-
 
-No sé a qué te refieres- respondió.
 
Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.
 
-¿Qué tienes pensado?- dijo avergonzada.
 
-Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen  en lo que se han perdido-
 
-No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz-
 
-Podrás- le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.
 
Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer  me puse de rodillas frente a ella y le solté:
 
-Pídemelo-
 
Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:
 
-¡Cómeme!-
 
-Sus deseos son órdenes- respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.
 
 Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.
 
Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía,  mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas.
 
Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.
 
La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis  maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.
 
-No me lo puedo creer- aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones. 
 
Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:
 
-Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas-
 
Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa,  se acomodó la ropa  y adoptando su papel, me ordenó:
 
-Cuando salgamos, ábreme la puerta-
 
Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.
 
La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.
 
Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.
 
-Tráeme un poco de ponche- me pidió con un sonoro azote.
 
Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con un sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.
 
-Vale, pero date prisa- respondió con voz altanera.
 
Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse,  me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:
 
-Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso-
 
-¡Cómo te pasas!- soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, -Yo lo tendría en palmitas-
 
-Si quieres cuando me canse de él, te lo paso- dijo muerta de risa mi clienta.
 
Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena.  En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.
 
Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me  seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir.  Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:
 
-Vamos a ver si eres tan bueno como dice-
 
Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y  por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:
 
-Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?-.
 
Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.
 
-Ves, así se trata a una zorra- le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.
 
El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara.   No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.
 
Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.
 
Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:
 
-Tuve que bajarle los humos- susurré a su oído.
 
Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja  a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.
 
-Todavía no hemos terminado- contesté.
 
-Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente-
 
Acariciando su trasero, le dije en voz baja:
 
-No puedes dejarme así- y señalando mi entrepierna,-solo y alborotado-
 
La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba  de mi extensión:
 
-Tendré que hacer algo para consolarte-
 
Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.
Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco.
 
Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.
 
-¡Cómo me gusta!- la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.
 
Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome.  Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.
 
-Nos está viendo- susurré a mi clienta.
 
Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.
 
-Me excita que nos mire- confesó cogiendo uno de sus pechos.
 
Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.
 
-¡Córrete!- le ordené.
La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito,  su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y  buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.
 
Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.
 
No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.
 
-¡Que locura!- sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. –¡No puedo más!-
 
-Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima-
 
Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:
 
-Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana-
 
Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chofer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.
 
-¿Te gusta?-
 
Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta,  se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba  a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.
 
“Menudo culo”, exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas.  Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.
 
Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos.
 
De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.
 
Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete-saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.
 
Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella,  mi orgasmo no tardó en llegar y al fín conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.
 
-Perdona- le dije al comprender que me había pasado.
 
Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:
 
-¿Cuál?- pregunté.
 
-Quiero que me desvirgues el trasero- contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
 
Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.
Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:
 
-Tengo algo mejor- contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.
 
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares,   le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.
 
-¡Me encanta!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.
 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
 
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio.
 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
 
-¡No puede ser!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
 
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:
 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
 
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
 
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla.
 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
 
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
 
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.
 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.
 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
 
Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.
 
Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.
 
Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.
 
“Helen ha dejado atrás a la gorda” pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.
 
Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz.
 
A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.
 
-Toma- le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.
 
-No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo- contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, -Tienes dos días libres, búscate un apartamento-.
 

Relato erótico: “El tatuaje: Vero ” (POR ALEX BLAME)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Entró en su vida por sorpresa. Caminaba distraído por la calle, pensando en las típicas idioteces en Sin títulolas que piensa un hombre cuando no tiene un cigarrillo o una copa en la mano y cuando dobló la esquina se encontró con el hocico de un rottweiler a menos de cinco centímetros de su pierna. Jorge pegó un respingo y se apartó del perro que gruñó sordamente como si estuviese pidiendo espacio.

Estaba a punto de soltar un taco, pero cuando levantó la vista todos sus pensamientos se esfumaron de su mente. Frente a él, tirando de la correa, una joven menuda y hermosísima de ojos grandes y pelo negro y largo, le miró un instante y se disculpó apenas en un susurro.

—No importa, en realidad la culpa ha sido mía, el bicho solo se ha limitado a decirme que me aparte y deje de caminar por ahí como si fuese un zombi. —dijo Jorge.

—En realidad es un perro muy tranquilo. —replicó ella— Creo que se sorprendido él tanto como tú.

—Es un rottweiler, ¿No? ¿Cómo se llama? —preguntó él intentando desesperadamente alargar la conversación.

La joven asintió con la cabeza y le dijo que se llamaba Clyde. Respondió con amabilidad, con una voz dulce, pero en el fondo de su actitud había un rastro de tensión. Fue el perro el que acercándose a Jorge y olfateándole con interés abrió una grieta en el muro que la joven trataba de levantar y Jorge intentó aprovecharlo.

—Así que te llamas Clyde. ¿Sabes que es un nombre de malote? —dijo restregando la cabeza del perro que movía la cola entusiasmado—¿Dónde tienes a Bonnie?

—Todavía me acuerdo de uno como este que vi hace años. —continuó Jorge incorporándose y mirando por primera vez a los ojos de la joven— Yo iba de casa en casa, vendiendo enciclopedias y sin saber muy bien cómo acabé en una casa de las afueras. Tenían al perro atado con una cadena y habían aparcado un flamante Golf GTI a su lado. En cuanto el perro me vio se volvió loco y se lanzó sobre mi ladrando y montando un barullo increíble. Yo, instintivamente me cubrí detrás del coche. La cadena no le permitió llegar hasta mí, pero si hasta el coche, al que se subió con las patas delanteras y comenzó a arañar intentando trepar por encima de él para llegar hasta mí. Dejó la puerta del conductor y la aleta hechas un cromo. Aunque este malo decirlo estuve riéndome una semana.

La joven sonrió, una sonrisa tan amplia como efímera, que Jorge se vio intensamente tentado de besar. El tiempo se le acababa y la joven daba muestras de querer seguir su camino. No sabía qué hacer, lo único que sabía es que no quería dejarla escapar así que no se lo pensó.

—Me gustaría compensar el susto que le he pegado a Clyde. A no más de cinco minutos de aquí hay una terraza donde permiten los perros y ponen unas tapas que le van a saber a gloria.

—Lo siento, pero apenas te conozco. —dijo la joven dubitativa.

—Me llamo Jorge soy vendedor a domicilio, mensajero, reparador de electrodomésticos y periodista cuando me dejan. Por los próximos dos meses trabajo a la vuelta de la esquina e iba a tomarme un café en el descanso mañanero. Lo tomo siempre solo y la verdad es que me aburre un poco, así que me haríais un gran favor si me acompañaseis.

Verónica dudó un instante, aquel chico le atraía con su aire bohemio y desenfadado. Era alto y delgado como un esparrago y tenía una melena larga y tan rubia que parecía desteñida por el sol como la de un surfero, pero lo que más le atraía era la permanente sonrisa que tenía plasmada en su cara.

Finalmente fue Clyde el que tomó la iniciativa y se puso a caminar al lado del joven, interponiéndose protectoramente entre los dos, pero tirando suavemente de ella. Caminó en silencio dejándose llevar y escuchando a Jorge contar con un toque de humor en qué consistía su trabajo como “ayudante ejecutivo” de un cargo medio en una revista de cotilleo por una miseria.

Se sentaron en la terraza, el sol otoñal había acabado con los últimos jirones de niebla y calentaba sus cuerpos produciéndoles una agradable sensación de bienestar. El café era bueno y Clyde recibió un cuenco con agua y medio sándwich de jamón y queso que duró apenas unas centésimas de segundo en su boca.

Charlaron un rato, fue agradable aunque aun no se sentía del todo cómoda en presencia de un hombre. Si no hubiese sido por el perro probablemente no se hubiese atrevido a intercambiar una sola palabra con el desconocido.

Jorge no quería irse pero tenía cientos de fotocopias pendientes así que tenía despedirse y aun no sabía el nombre de la chica, que se mostraba anormalmente esquiva con él. La verdad es que no estaba acostumbrado a que las mujeres se le resistiesen tanto y eso solo hizo que aumentase su interés.

—Bueno, —dijo mirando al reloj— me temo que se me ha acabado el tiempo. Todos los días vengo aquí a tomar el café media hora más o menos, así que si quieres acercarte por aquí podré invitar a Clyde a tomar un piscolabis. Todavía no me ha contado ninguna de sus travesuras. —dijo golpeando suavemente la cabeza del perro y levantándose tras dejar unas cuantas monedas en la mesa.

Verónica se levantó a la vez aliviada y a la vez apenada por tener que separarse de él. Clyde se estiró y se dispuso a dar el paseo de vuelta a casa cuando ella armándose de valor se puso frente a él.

—A propósito me llamo Verónica, pero mis amigos me llaman Vero.

— Encantada Vero. —dijo él acercándose y dándole un par de besos en ambas mejillas.

***

Vero se miró frente al espejo. El jersey holgado y la gabardina eran efectivos ocultando sus curvas. Se giró y le preguntó a Clyde.

—¿Qué te parece?

Clyde se limitó a girar la cabeza y soltar un pequeño gañido de disgusto.

—Sí, ya lo sé. Estoy haciendo el gilipollas. —respondió al perro y a si misma desnudándose de nuevo.

Cuando se quitó la ropa ante el espejo no pudo evitar ver la fea cicatriz que tenía en el abdomen. Unos flashes asaltaron su cerebro y un escalofrío recorrió su columna. Sacudió la cabeza exorcizando los terribles recuerdos y cogió algo más adecuado. Un vestido de lana gris, discreto pero que se ajustaba a su cuerpo y realzaba su figura era lo único que tenía que resultase apropiado. Se lo puso rápidamente junto con unos tacones y la gabardina y poniéndole la correa a Clyde salió a la calle.

La indecisión la había dominado aquellos tres días. El hombre había llamado su atención. Era guapo, atento y le hacía reír. No recordaba la última vez que había reído. Pero seguía siendo un hombre y en su presencia, como en presencia de cualquier otro, se sentía insegura y de no ser por la presencia de Clyde hasta tendría momentos de pánico.

Finalmente el deseo de volver a verle se impuso y el veranillo de San Martin ayudó. El sol y los casi veinte grados la animaron y la obligaron a quitarse la gabardina y colgarla del brazo. Durante un segundo vaciló sintiéndose el centro de atención con el ajustado vestido y los tacones.

—¡A la mierda! —se dijo mientras aceleraba el paso y se dirigía a la cafetería.

Con un suspiro de alivio vio a Jorge sentado cómodamente en la silla metálica con un café humeante y el As en la mano.

En cuanto oyó el sonido de los tacones levantó la cabeza y allí estaba. Por fin se había decidido a venir. Llevaba un vestido de punto de falda corta que permitía ver unas piernas esbeltas y morenas y que se ajustaba deliciosamente a su cuerpo revelando una cintura estrecha y unos pechos firmes del tamaño justo, ni grandes ni pequeños.

Intentando no ponerla demasiado nerviosa con su mirada inquisitiva bajó los ojos y llamó a Clyde. El perro respondió con un corto ladrido y se acercó corriendo y meneando la cola alegremente. Jorge le rascó la orejas dejando que Vero se pusiese cómoda frente a él.

El perro gruñía de satisfacción y le lamía las manos mientras la joven le observaba entre sorprendida y divertida. Con la mayoría de la gente su perro se mostraba prudente y desconfiado, pero con Jorge era distinto, parecía sentirse tan atraído por él como lo estaba ella.

No hubo reproches ni malas caras por la tardanza. Él solo se limitó a llamar al camarero y a decirle lo contento que estaba de que hubiese aceptado su invitación. En cuestión de minutos estaban enfrascados en una animada conversación… o algo parecido. Como la vez anterior era él el que llevaba la voz cantante y ella se limitaba a responder escuetamente. Aunque la vio más relajada que el primer día seguía habiendo algo que nublaba sus pensamientos y le impedía disfrutar completamente del momento.

Durante uno minutos charlaron sobre el buen tiempo y lo poco que iba a durar. Jorge fue dirigiendo hábilmente la conversación hasta que finalmente se decidió a preguntar:

—Mañana tengo el día libre ¿Qué te parece si vamos a La Alameda de picnic? Yo me encargo de todo, tu solo tienes que hacer el postre y traer a Clyde.

Vero se quedó callada. Podía sentir como la indecisión y algo que parecía… miedo la atenazaban, impidiéndola tomar una decisión. Jorge esperó pacientemente sin tratar de presionarla, sonriendo tranquilizador y dejando que fuese ella la que tomase la decisión.

Tras lo que le pareció una eternidad la joven le miró con aquellos ojos color miel grandes y dulces y asintió tímidamente. Solo puso una condición. Que no fuese a buscarla. Quedarían allí directamente.

Tras un par de minutos Jorge se vio obligado a despedirse. Mientras caminaba por la acera distraídamente no paraba de imaginar que podía haberle pasado a aquella mujer para que se sintiese tan insegura en su presencia. Cada vez que recordaba esa mirada sentía una irresistible necesidad de abrazarla y protegerla intentando borrar la tristeza y el miedo de su hermoso rostro.

—Jorge, ¿Aun acabas de llegar? —le preguntó su jefe devolviéndole a la realidad— ¿Dónde están mis fotocopias?

—Lo siento jefe ahora mismo se las llevo. —dijo olvidando por un momento a la mujer que ocupaba todos sus pensamientos.

El día amaneció radiante. Apenas unos pocos borreguitos surcaban el cielo azul, empujados por una suave brisa procedente del sur. El sol hizo que la temperatura subiese rápidamente y las doce del mediodía ya había unos agradables dieciocho grados.

Jorge salió de casa con el tiempo justo. Se había entretenido preparando la ensalada de pasta y la tortilla de patatas y se le había echado el tiempo encima. Corriendo por la calle vio un taxi y se subió a él de un salto.

En cuestión de diez minutos el taxi le dejó en la entrada sur de La Alameda. El parque era una mancha verde y alargada que discurría por la orilla del río algo más de kilometro y medio. El césped corto y verde y los árboles centenarios que lo salpicaban, hacían de él uno de los lugares favoritos de los habitantes de la ciudad para dar un paseo, correr o merendar en una de las mesas que salpicaban el lugar.

Miró el reloj. Llegaba diez minutos tarde. Se dirigió al quiosco que ocupaba una pequeña glorieta más o menos en el centro del parque. Cuando llegó, ella ya le estaba esperando. La vio de espaldas, pero la reconoció al instante. su larga melena negra y suavemente ondulada era inconfundible.

Se paró un momento y la observó con atención llevaba un vestido negro floreado, ceñido en el torso y con una falda de vuelo. Por encima, para combatir el fresco de la mañana, llevaba una fina chaqueta de lana negra. Jorge no pudo evitar echar una mirada a las esbeltas piernas de la joven realzadas por unas sandalias de cuña.

Fue Clyde el primero en darse cuenta de su llegada. Andaba merodeando y olfateando los alrededores y cuando le vio se lanzó a la carrera hacia él.

Jorge lo saludó intentando apartar las bolsas del inquisitivo hocico del rottweiler. Pocos segundos después Vero estaba a su lado ordenando a Clyde que se estuviese quieto. La joven estaba espectacular, apenas unos toques de maquillaje habían transformado sus facciones haciendo su belleza aun más espectacular.

—Hola Vero. Estás preciosa. —dijo él sin poder evitarlo.

—Gracias, —dijo ella cohibida y a la vez convencida de que había sido buena idea renovar todo su vestuario la tarde anterior— tú también estás…

—¿Muy elegante? —replicó Jorge dando una vuelta sobre sí mismo para que ella pudiese admirar los vaqueros rotos y la gastada camiseta del Hard Rock Café.

—Eres un estúpido —dijo ella con una sonrisa.

Deambularon unos minutos por el parque hasta que encontraron una mesa libre cerca del río y donde no daba el sol demasiado directamente.

Clyde había olido la tortilla de patata y no paraba de dar vueltas en torno a ellos gimiendo y salivando. Se sentaron uno al lado del otro, de cara al río y Jorge sacó los tapers de la bolsa y unos platos y unos cubiertos de plástico. Vero no se quejó y comió con apetito, alabando al cocinero a pesar de que la tortilla le había quedado poco hecha.

Terminaron con unos deliciosos Brownies que había hecho Vero y que tanto Clyde como él se zamparon en breves instantes. Cuando terminaron el último bocado, Jorge insistió en recoger todo. En cinco minutos había tirado todo a la basura y los tapers estaban de nuevo en la bolsa.

Los bancos estaban bien para comer, pero eran bastante incómodos así que Jorge sacó una manta y le propuso sentarse sobre el césped. Encontraron un gran roble y se sentaron con Clyde siempre entre ellos. Charlaron de todo un poco y admiraron como la luz de sol se reflejaba en el agua. Los insectos y las motas de polvo pasaban ante su ojos arrastrados por el viento.

Jorge observó a Vero un momento, su cara parecía por fin relajada en su presencia. Sin poder evitarlo alargó un brazo y acarició suavemente su mejilla. Verónica se sobresaltó y se apartó con un gesto defensivo haciendo que Clyde gruñera inquieto.

—Lo siento —se disculpó ella nerviosa—pero no puedo.

—No pretendo ser un entrometido, ni presionarte de ningún modo. —dijo Jorge agarrando la mano de la joven para evitar que escapase corriendo— Pero creo que tienes un problema y me gustaría ayudarte de alguna manera.

—¡Ojalá pudieras! —replicó ella a punto de llorar de desesperación.

—A veces hablar de ello ayuda bastante.

—Es que es tan… vergonzoso.

—Creo tener una idea más o menos aproximada de tu problema y créeme si te digo que no eres tú la que debería sentirse avergonzada. —dijo estrechando su mano temblorosa.

Verónica dudo de nuevo, pero Jorge insistió un poco más y finalmente se lo contó todo. Como había conocido a Jero y se había enamorado inmediatamente de él. Al principio se había mostrado atento aunque un poco celoso. Tras dos años de noviazgo se casaron y todo cambió. La fue aislando poco a poco de sus amigos y su familia hasta que se vio sola y totalmente dependiente de él, pero lo peor estaba por llegar.

Un día Jero estaba intentando reparar un tubería en el garaje. Vero estaba allí y le dijo que no debía usar el destornillador de aquella manera, que podía hacerse daño. Jero no la hizo caso y al final el destornillador salido disparado y le hizo un corte en la mano. En vez de admitir que se había equivocado, él le echó la culpa de lo sucedido y en un arrebato le dio un bofetón. A partir de ese momento comenzó un infierno de insultos y palizas. Llegó un momento que empezó a creer que ella era la que tenía la culpa de todo y se merecía como la trataba.

Pero un día Jero llegó borracho a casa y cuando ella se lo recriminó cogió un cuchillo y se lo clavo en el vientre, Vero totalmente indefensa optó por hacerse la muerta y Jero borracho y desorientado se fue de casa. A partir de ese momento todo se volvía brumoso. No sabía muy bien cómo, pero logró llamar a emergencias. Cuando despertó estaba en un hospital con una agente de policía sentada a la cabecera de la cama y un aparatoso vendaje en el vientre.

Cuando terminó de contarlo las lágrimas corrían libremente por la mejillas de Verónica.

—¿Y Jero?

—Lo detuvieron y lo acusaron de homicidio. Pasó seis meses en la cárcel pero lo liberaron en espera del juicio con una orden de alejamiento. No puede acercarse a menos de trescientos metros de mí.

Jorge no dijo nada y estrechó su mano de nuevo. La miró. Parecía más tranquila. Los churretones de maquillaje la hacían parecer aun más vulnerable y no pudo evitarlo, necesitaba demostrarle su afecto. Intentando parecer lo menos agresivo posible se acercó y le dio un suave beso en los labios.

El contacto fue como una chispa. Los labios de Jorge despertaron en ella sensaciones que creía olvidadas y que creía que nunca volvería a experimentar. Instintivamente abrió los labios para responder al beso, pero solo tocó el aire, Jorge ya se había retirado y la observaba, no con pena o compasión sino con adoración.

Por un momento, mientras contaba su historia, las palabras que le decía Jero una y otra vez habían cruzado su mente: “no vales nada” “¿Quién te va a querer más que yo?”

Jorge alargó la mano y con un pañuelo le limpió los restos de rímel y aquellas estúpidas frases de su mente para siempre. Esta vez Vero no se apartó. Ante la atenta mirada de Clyde, Jorge la cogió por la nuca y la besó de nuevo, un beso largo y suave. La joven sintió como todo su cuerpo despertaba y deseaba a aquel hombre guapo y dulce. Desde que había despertado de aquella pesadilla nadie la había tratado con tanta sensibilidad y naturalidad. Sentía ganas de gritar y llorar a la vez y como tenía la boca ocupada optó por la segunda alternativa.

—Creo que vamos a tener que hacer algo con esta actitud —dijo Jorge volviendo a secar las lagrimas, esta vez con sus besos— Necesitas reír hasta que te duelan las mandíbulas.

—Ah ¿Sí? —preguntó ella apoyando la cabeza en su pecho.

—Estoy seguro. Y tengo el remedio perfecto. ¿Qué tal si vamos al cine? Aun está en la cartelera ocho apellidos catalanes. Estoy seguro de que te divertirás.

***

Verónica salió de la ducha y se dirigió a la habitación para buscar algo que ponerse. Cuando se acercó al armario, el espejo le devolvió la imagen de su cuerpo desnudo. Hacía años Jero la había obligado a depilarse todo el cuerpo y a aumentarse los pechos. Afortunadamente entre ella y el cirujano plástico consiguieron convencerle de que las tetas de Pamela Anderson no le pegaban, aunque con la depilación no pudo hacer nada, el laser recorrió todos sus recovecos y solo le dejó el pelo de las cejas, las pestañas y el de la cabeza, el resto había desaparecido para siempre y cada vez que se miraba las ingles echaba de menos tener un poco que cubriese sus zonas más íntimas.

En cuanto a las tetas, hubiese preferido dejarse las suyas, pero no podía estar totalmente descontenta con el resultado. Las cicatrices apenas se veían y el resultado eran dos pechos del tamaño de pomelos grandes, perfectamente tiesos y de aspecto y tacto casi natural. Aun recordaba como Jero la había obligado a pasearse por casa, únicamente vestida con unos tacones, durante más de un mes. Como la asaltaba y la follaba en cualquier momento le apeteciese o no. La única vez que intentó negarse recibió una paliza y no se volvió a atrever.

Pero eso no volvería a pasar, Jero ya era historia. Debía pasar página y por primera vez parecía que estaba preparada para ello. Aunque estaba terriblemente asustada también estaba emocionada y excitada. Cogió un sujetador negro y se lo puso. Bastó el contacto de la tela para que sus pezones oscuros y grandes se erizaran. Vero se estrujó los pechos con fuerza, una súbita necesidad de sexo la asaltó como no la asaltaba desde hacía años. Sintió la tentación de masturbarse, pero se contuvo. Quería que esa necesidad le ayudase a superar sus miedos.

Escogió un tanga a juego y se lo puso empleando una eternidad para ajustarlo. Cuando estuvo satisfecha, eligió una minifalda de tubo gris que le llegaba un poco por encima de la rodilla y una blusa blanca que había comprado con el vestido el día anterior, con un escote en v espectacular que le llegaba casi hasta el ombligo y por encima, para combatir el frío de la noche y disimular la profundidad del escote, se puso una chaqueta de paño que se ciñó a la cintura.

Antes de ponerse los tacones, se acercó a Clyde y dándole un abrazo le dijo que se portase bien. Era la primera vez que salía a la calle sin él y se sentía desnuda mientras esperaba en el portal a que llegase Jorge.

Afortunadamente no le hizo esperar porque no sabía cuánto hubiese aguantado allí sola y desprotegida. Jorge la saludó con naturalidad. Los dos besos que le dio en la mejillas no le causaron ni malestar ni rechazo, fueron más bien la promesa de algo mejor.

El cine estaba a rebosar y se tuvieron que conformar con unas butacas al final y en uno de los laterales de la sala, pero dio igual. La peli, aun sin ser nada del otro mundo, fue divertida y les hizo reír. Vero no recordaba haberse reído tanto en su vida, quizás animada por las desinhibidas carcajadas de Jorge, al que todo le hacía gracia.

Cuando salieron del cine, Jorge le invitó a cenar una hamburguesa en un restaurante cercano. Durante toda la velada estuvo deseando y temiendo el momento en que Jorge intentase un nuevo acercamiento. Estaba pensando que no iba a llegar nunca cuando cogió una servilleta de papel y le limpió una pequeña mancha de mostaza del labio. Sus dedos se entretuvieron rodeando sus labios y sus miradas se cruzaron. El deseo en ellas era inconfundible.

Jorge la besó con suavidad saboreando el tabasco y la Coca Cola. Sintiendo como la lengua de Vero se debatía entre devolver el beso y gritar pidiendo auxilio.

En ese instante todo se difuminó alrededor. Solo estaba Jorge acariciando amorosamente su pelo mientras alargaba el beso haciendo que fuese casi eterno. Finalmente se separaron para respirar.

—Vamos a mi casa —dijo Vero con un suspiro ahogado.

Se besaron a la salida del local, se besaron en el taxi, se besaron en el portal y en el ascensor. Mientras más le besaba más hambre tenía. Los brazos de Jorge envolvían su cintura y la atraían hacia él con suavidad, permitiéndole apartarse si en algún momento se sentía agobiada.

Contarle su historia fue un acierto, cuando ella decidía tomarse una pausa el esperaba con una sonrisa consciente de que de vez en cuando Vero necesitaba un poco de espacio.

Cuando entraron en casa, Clyde les saludó moviendo el rabo con alegría, pero rápidamente se retiró consciente de que su ama necesitaba intimidad.

Vero cogió a Jorge de la mano y lo llevó hasta su habitación. Desde que se había mudado allí ningún hombre, aparte de el de la mudanza había entrado en su santuario. Jorge detectó sus dudas y acarició el rostro de Vero besándola de nuevo y acariciando su espalda.

Sus manos se deslizaron con suavidad sobre su ropa bajando cremalleras y soltando cierres hasta que estuvo totalmente desnuda. Vero se puso rígida un instante, pero Jorge fijó la mirada en sus ojos hasta que ella se sintió cómoda. Fue entonces cuando la bajó y recorrió su cuerpo con ella.

—Eres preciosa —dijo él acercando su mano y rozando su piel con los dedos.

Toda su piel se erizó y una intensa sensación de deseo recorrió su cuerpo haciéndola estremecerse. Jorge era consciente de que cualquier paso en falso podía llevarle al desastre así que se lo tomó con tranquilidad y apenas echó un fugaz vistazo a su cicatriz. Posó las manos sobre sus caderas y comenzó a recorrer sus costados, sintiendo en las yemas de sus dedos su agitada respiración. Besándola de nuevo, adelantó las manos y envolvió con ellas sus pechos presionándolos suavemente sintiendo como sus pezones erectos se le clavaban en las palmas. Verónica gimió mientras él la empujaba con suavidad hasta sentarla sobre la cama.

Sentada en el borde de la cama vio como Jorge se quitaba apresuradamente la ropa hasta quedar totalmente desnudo frente a ella. Observó su cuerpo delgado y sin poder evitarlo bajó la mirada hacia su entrepierna donde un pene sobresalía semierecto de una maraña de pelos oscuros. Acercó su mano a aquel órgano que en otro tiempo había sido un arma agresiva destinada a someterla y lo acarició con suavidad. Estaba caliente y palpitaba deseoso de calor y caricias. Jorge gimió un instante y agachándose se acercó a ella y la besó invitándola a tumbarse.

El joven en vez de tumbarse sobre ella y penetrarla inmediatamente se tumbó a su lado y se dedicó a recorrer su cuerpo con los dedos, besándola aquí y allá, aumentando su deseo y su urgencia hasta límites casi intolerables.

Cuando pensó que el momento no iba a llegar nunca Jorge enterró la cara entre sus piernas, mordisqueó y lamió unos instantes el interior de sus muslos antes de besar su pubis rasurado y ardiente. Con suavidad separó los labios de su sexo recogiendo con su boca los flujos que inundaban su interior. El contacto con su lengua fue delicioso, no fue capaz de contener un largo gemido de satisfacción que incluso llamó la atención de Clyde, que asomó su cabeza un instante dispuesto a protegerla si era necesario.

Vero le lanzó una almohada para echarlo mientras abría sus piernas para hacer su sexo más accesible. Los besos de Jorge se hicieron más largos e intensos a la vez que sus manos se movían acariciando sus piernas y su vientre volviéndola loca de placer.

El orgasmo no tardó en llegar colmándola de placer y obligándola a retorcerse atravesada por miles de relámpagos mientras Jorge se agarraba a ella y seguía acariciándola incansable.

Vero no aguantaba más deseaba tenerle dentro de ella, quería que su polla le colmase con su calor. Cogiéndole por el pelo tiró de él y el obligó a ponerse a su altura. Mirándole a los ojos le cogió la polla y alzando ligeramente su pubis la guió hasta su interior.

La sensación de plenitud fue inconmensurable. Jorge se sumergió en su mirada y comenzó a moverse con suavidad mientras Vero ceñía sus piernas a sus flancos y se mordía inconscientemente los labios.

Aun debajo de él, con su miembro apuñalando con fuerza su sexo, Vero se sentía liberada. Volvía a sentirse una mujer normal, deseada y deseosa. Con un giro Jorge se colocó bajo ella y dejó que llevase el ritmo. Apoyó sus manos en el pecho de él y comenzó a moverse, lentamente, alternando el mete saca con movimientos circulares. Jorge acariciaba sus pechos y ella sabiendo lo que deseaba, se inclinó poniéndolos a la altura de su boca. Jorge besó y chupó sus pezones disfrutando de su sabor y jugando con ellos, multiplicando su placer.

Jadeante, se irguió de nuevo y Jorge, cambiando de postura, hizo lo mismo, abrazándola amorosamente mientras ella seguía moviendo sus caderas y se sumergía en su mirada. Se sentía tan amada y tan completa que no pudo evitarlo, unas lágrimas de emoción escaparon de sus preciosos ojos color miel.

—Se que no soy un gran amante, —dijo Jorge entre beso y beso— pero hasta ahora nunca había dado pena.

—¡Estúpido! —exclamó ella sonriendo y enjugándose las lágrimas—sabes perfectamente que no es por eso.

Jorge iba a decir otra idiotez, pero ella no le dejó. Se abalanzó sobre él, comiéndoselo a besos sin dejar de empalarse con su miembro. Jorge respondió abrazándola aun más fuerte y explorando todo su cuerpo hasta que ella de un empujón le obligó a tumbarse de nuevo. Sin romper el contacto con su mirada, se echó hacia atrás y comenzó a mover sus caderas con tan rápido como pudo.

Jorge no aguantó más y volvió a tumbarse sobre Vero penetrándola hasta que se corrió en su interior. Vero sintió como una marea cálida inundaba su sexo. Jorge siguió empujando con fuerza unos instantes hasta producirle un brutal orgasmo. El placer le recorrió desde de la cabeza hasta la punta de los pies, obligándola a crispar todo su cuerpo mientras Jorge la acariciaba con suavidad susurrándole al oído, haciéndole la sentir la mujer más especial del mundo.

Reventados y jadeantes se tumbaron abrazados, acariciándose el uno al otro. En un momento dado Jorge repasó la cicatriz de su vientre. Verónica sintió sus dedos y durante un momento la magia de la noche pareció a punto de derrumbarse…

—Esta cicatriz no es tu vergüenza. —intervino Jorge acariciándola de nuevo— Es su vergüenza y debería ser el símbolo de tus ganas de vivir.

Sin dejar que Vero respondiese nada se inclinó sobre la cicatriz y la besó con suavidad. Era fea y rugosa, pero para él era preciosa ya que era el signo de la lucha de Verónica por sobrevivir.

Sus besos hicieron que la piel de su amante se pusiese de gallina. Jorge, de nuevo hambriento deslizó las manos por su vientre recorriendo su monte de Venus liso y brillante. Vero soltó un apagado suspiró y elevó su pubis excitada y dispuesta a hacer el amor de nuevo…

Aquellas dos semanas habían sido maravillosas. Era como si hubiese estado dormida durante años y su príncipe azul la hubiese despertado con un beso. Jorge la colmaba de atenciones y la animaba a probar cosas nuevas constantemente. Había dejado los colores oscuros y ahora la ropa ajustada y colorida le hacía sentir observada, pero no amenazada. Seguía paseando con Clyde, pero ahora no lo llevaba a todas partes como hacía antes.

Aquel día había quedado con Jorge en el barrio viejo. Le llevó a una pequeña tienda con los cristales oscurecidos. Cuando entró, una mujer con un complicado peinado tipo años cincuenta y los brazos y el escote cubiertos de tatuajes les recibió sin levantar la mirada de su sudoku.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó con curiosidad.

—Te voy a hacer un regalo. —dijo Jorge — Hola, Umbra ¿Qué tal? ¿Esta Leo?

La mujer asintió con la cabeza y señaló una puerta con el bolígrafo con el que hacía el pasatiempo. Jorge entró y saludó al tatuador con familiaridad. Vero se preguntó de que se conocerían tanto, ya que Jorge solo tenía un tatuaje pequeño en el hombro, pero no tuvo tiempo de preguntar. Con delicadeza la invitaron a sentarse y Leo le preparó la zona anterior del brazo izquierdo.

El hombre trabajaba rápido y con una precisión impresionante. No necesitó plantilla, tan solo dibujar un par de pequeñas líneas como referencia. Apretó los dientes y aguantó las pequeñas y rápidas punzadas en el brazo, le habían vendado los ojos y no podía ver lo que Leo estaba haciendo, pero confiaba en Jorge y se dejó hacer. Cuando terminaron y finalmente le dejaron verlo tenía una frase escrita en el brazo con una preciosa caligrafía. “Mis cicatrices son tu vergüenza y mi poder”

Jorge la miró con incertidumbre esperando una reacción de Vero. Ella se levantó y colgándose de su cuello le besó con los ojos arrasados en lágrimas de agradecimiento y satisfacción.

 

Relato erótico: “Prostituto por error 3: Ann, la ejecutiva tetona de microsoft” (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2

Con el recuerdo de mis primeras dos clientas en mi mente, me desperecé en la cama del hotel. Ángela y Helen, cada una a su forma, resultaron ser unas parejas estupendas, sobre todo porque ademas de echar un buen polvo dejaron en mi cartera el dinero suficiente para sobrevivir dos meses en Nueva York.
Esa mañana había quedado con Johana, la muchacha que contactaba con las mujeres, para ver un apartamento. Según ella no era bueno para el negocio que siguiera viviendo en ese establecimiento porque de allí saldrían la mayoria de nuestra clientela. Por eso al salir de la ducha decidí vestirme elegante, debía de causar una buena impresión a la dueña del piso que íbamos a ver. Para ello, elegí un traje de lino azul y una camisa tipo mao. Al mirarme al espejo, me gustó la combinación y silbando una canción, salí de mi cuarto.
Estaba entusiasmado por mi nueva forma de vida, no solo me iba a forrar sino que ese trabajo esporádico me permitiría dedicarme a la pintura. La noche anterior cuando hablé con mi jefa, le dije que me daba igual el tamaño del piso, lo que necesitaba era luz, ya que había pensado que un trabajo de pintor, me otorgaría la coartada para que muchas mujeres pasaran por él sin levantar sospechas. A Johana le pareció una idea estupenda porque además esa pantalla me serviría para justificar unos ingresos que de otra forma sería imposible.
-Si esto sigue así, deberás declararlos ante hacienda. En Estados Unidos todo está informatizado y serías carne de cañón ante cualquier inspección- dijo recalcando el problema.
Al salir del Hotel, tomé un taxi porque el apartamento que íbamos a visitar estaba en el Soho, el barrio de los artistas, y aunque estaba en Manhattan era demasiado lejos para hacerlo andando. Nos habíamos citado en la puerta del edificio y como llegaba pronto, decidí tomarme un café en el Starbucks de la esquina. Nada más entrar al percatarme que la mayoría de los presentes eran de mi edad, comprendí que si me quedaba finalmente con ese piso sería un visitante asiduo de ese lugar. Si de por sí, el local me gustaba, me pareció maravilloso al disfrutar de la visión celestial que servía los cafés. Tras la barra se encontraba una de las mujeres más bellas que había tenido la oportunidad de ver en mi vida.
La encargada era el objeto de mi mirada. El horroroso uniforme de la cadena no podía esconder ni disimular su belleza. No solo era su sonrisa ni su espectacular cuerpo, esa mujer que tenía enfrente podría ser modelo en cualquier pasarela de París.  Babeando esperé mi turno. No podía dejar de observar la sincronía de sus movimientos ni de estremecerme cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Sus ojos escondían una calidez que difícilmente volvería a encontrar.
-¿Qué deseas?- preguntó profesionalmente cuando llegó mi turno.
-Un café con leche y tu teléfono- respondí.
La muchacha sonrió y profesionalmente me sirvió el café, sin embargo como era previsible pasó por alto mi impertinencia poniéndose al siguiente de la cola. Con las orejas gachas por mi fracaso, me senté en una mesa que me permitía seguir observándola con más recato. Con el pelo a lo afro, esa mujer era impresionante. Mulata, sus rasgos tenían una delicadeza digna de una princesa pero lo que realmente me cautivó fueron sus ojazos negros.
“¡Que buena que está!”, pensé mientras apuraba mi vaso al darme cuenta que era la hora y que tenía que ir a ver a Johana.
La pecosa me esperaba en el portal. Se la veía molesta porque llegaba cinco minutos tarde. Al saludarme se pegó más de costumbre y magreándome el trasero, me soltó:
-Nunca me hagas esperar, no soy una de tus putitas-
Su caricia provocó un efecto indeseado. Venía alborotado de la cafetería y cuando ella me tocó el culo, mi pene reaccionó bajo la bragueta poniéndose inmediatamente erecto. Tratando que no se diera cuenta, me cerré la chaqueta, pero ya era tarde, esa cabrona se había percatado de mi excitación y haciéndose la ofendida, me recriminó mi calentura.
-Lo siento pero es que está muy buena- dije a modo de excusa, mintiendo. Aunque esa tipa tenía un polvo,  no me atraía de ella otra cosa que su agenda. Sabía que en su bolso esa mujer guardaba mi futuro.
Mi respuesta le agradó y olvidando mi supuesta afrenta, me llevó al interior del edificio.  El piso me encantó, el salón tenía dos ventanales enormes que dejaban entrar la luz que necesitaba. En cambio a mi jefa lo que le gustó fue la decoración minimalista, el jacuzzi del baño y  el tamaño de la cama. Al verla me quedé asombrado, era una King Size de dos por dos:
-¿Dónde voy con esa plaza de toros?- le dije.
Asumiendo un supuesto papel de novia, me abrazó mientras me decía al oído, lo suficientemente alto para que lo escuchara la casera:
-Ya sabes cómo me gusta jugar. ¡Cuánto más grande mejor!-
Aunque tenía razón, me jodió su actuación y aprovechándome de su abrazo, decidí vengarme. Pegándola a mí, posé mi miembro contra su pubis mientras le robaba un beso. Contra todo pronóstico, la mujer se dejó llevar y respondió con pasión, restregando su sexo contra mi entrepierna. Encantado por su respuesta, la separé mientras le daba un azote y dirigiéndome a la dueña, le informé que nos lo quedábamos.
Al voltearme y mirar a Johana, descubrí que estaba hecha una furia e intentando que se cámara le pedí que me explicara el contrato. Por su tono crispado no me quedo más duda si su enfado era por haberle robado un beso o por el contrario por haberla separado bruscamente. Tras unos minutos de tira y afloja firmamos y con las llaves en la mano, salimos del piso.
Nada más entrar en el ascensor, me soltó un bofetón y convertida en una fiera, me exigió que fuera la última vez que ponía mis sucias garras en ella.
-Tú empezaste- respondí con una sonrisa en los labios.
-Estaba actuando- protestó con los ojos brillando a punto de llorar.
Sabiendo que debía darle tregua pero seguro que algún día tendría a esa cría entre mis sabanas, le pedí que me informara de la cita de esa tarde. Viendo en mi cambio de tema una escapatoria, Johana me explicó que mi clienta era un tanto especial. Ejecutiva de alto nivel de Microsoft, era bastante déspota.
-¿Y que busca en mí?-
Tardó unos segundos en contestar, era como si esa pregunta la hubiese cogido en fuera de juego y no tuviese clara la respuesta. Tratando de sonsacarla insistí:
-Toda mujer  tiene su lado perverso, algo debe querer si paga tanto dinero por mí-
-No estoy segura. Piensa que está acostumbrada a mandar. No sé si lo que realmente busca es una fantasía romántica o por el contrario solo desea relajar el estrés que le provoca el trabajo. ¡Tendrás que descubrirlo!-
“Menuda ayuda”, exclamé mentalmente al tratar de sacar un significado oculto de sus palabras pero sabiendo que no ina a sacarle nada más, le pregunté donde habíamos quedado y cómo la reconocería.
-Te esperará a las ocho en la barra del Balthazar. Es una rubia de treinta y cinco años bastante aparente. La reconocerás enseguida, será la única que no te mire-
No me podía creer mi suerte, ese local era el favorito de la estrellas y es normal encontrarse con actores y actrices cenando junto con altos ejecutivos. Esa mujer debía de ser importante porque para realizar una reserva hay que hacerlo con varios meses de anterioridad. Solo me quedaban dos preguntas:
-Para no meter la pata, esa mujer te paga a ti por lo que no debo ni siquiera mencionárselo-
-Así es- me contestó.
-Y me imagino que me debo vestir informal, ese sitio es muy chic-.
Asintiendo con la cabeza, se despidió de mí y sin más paró un taxi, dejándome solo en mitad de la calle. Aproveché que era pronto para comer para ir al hotel y cerrar mi cuenta, no tenía sentido seguir pagando por una habitación si ya tenía mi piso. Una vez saldada, cogí mi equipaje y sin más demora, fui a tomar posesión de mi feudo. Estaba que no caía en mi de gozo, ni siquiera en sueños me había imaginado vivir en el Soho y menos en un sitio tan estupendo como ese.
Lo primero que hice fue ordenar mi ropa, tras lo cual me fui al supermercado a rellenar la despensa. Mientras recorría sus anaqueles, me di cuenta que quizás  algún día, tendría que recibir a una de “mis patrocinadoras” en casa, por lo que añadí a la cesta, champagne, refrescos, diversos tipos de alcohol y hasta cepillos de dientes extras, no fuera a ser que alguna de ellas los necesitara. Al llegar a la casa, acomodé la comida y viendo que tenía tiempo, coloqué un lienzo en blanco en el caballete y me puse a pintar. Cómo quería practicar antes de ponerme  seriamente a realizar una obra vendible, cogí la foto que le había hecho a Helen y tomándola de modelo, esbocé su figura tumbada sobre la cama.
Enfrascado en la pintura, las horas pasaron y por eso cuando a las seis sonó la alarma recordándome que tenía que vestirme para la cena, el cuadro estaba casi terminado. Bastante satisfecho con el resultado, me metí a duchar. Mientras me enjabonaba, me puse a pensar en lo desesperadas que estaban las mujeres que me contrataban e hipócritamente, disculpé el rumbo que había tomado mi vida, subrayando que el pago que ellas realizaban era por una labor parecida a la de un psiquiatra:
“Les ayudo a sobrellevar sus míseras vidas”, sentencié mientras me vestía para la ocasión.
Cómo el restaurante estaba a tres manzanas, fui andando hasta allí. Me encontraba nervioso, mis nervios se podían asimilar a los de un potro de carreras antes de un derby, encajonado y acojonado pero deseando salir a recorrer el circuito. Venciendo la paranoia en la que me había instalado, abrí la puerta del recinto y entré.
El lugar estaba atestado de manera que tardé cinco minutos en llegar a la barra. Tratando de hallar a mi clienta recorrí con la mirada el local buscando a una rubia:
“¡Puta madre” farfullé cabreado al percatarme que había al menos cinco mujeres que coincidían con la descripción, “¿Cómo voy a saber quién es?”.
Afortunadamente mientras me decidía, tres candidatas se cayeron de la lista, bien porque tenían compañía o bien porque se mostraban demasiado ansiosas de conseguirla. Solo me quedaban dos: una rubia insípida y una tetona espectacular. Deseando que fuera esta última, me acerqué a ella y me presenté:
-Soy Alonso, creo que me estas esperando-
Su fría mirada me dejó paralizado y ya estaba a punto de retirarme cuando la escuché decirme con voz aún más gélida:
-Llegas cinco minutos tarde-
Mascullando un pretexto, le pedí perdón. La mujer poniendo una forzada sonrisa, aceptó mis excusas y sin más me pidió que pasáramos a cenar. Fue entonces cuando cometí mi segundo fallo:
“¡La cogí de la cintura!”.
Como activada por un resorte la mujer se zafó de mi abrazo y adelantándose dos metros, se dirigió hacia la mesa. Es fácil de explicar mi desazón, siguiéndola como un perro apaleado llegué hasta mi silla sin saber cómo cojones tratarla. Lo único que tenía claro, era que esa puta me haría sudar sangre para ganarme mi dinero.
Antes de sentarme, galantemente retiré su asiento y haciendo como si no me hubiese afectado su trato, me senté frente a ella con una sonrisa iluminando mi cara. Al hacerlo dio comienzo un arduo interrogatorio de la dama. Esa zorra estaba interesada en saber cómo había llegado a ser prostituto. Aunque estaba cortado e indignado, puse buena cara y siendo parcialmente sincero, le dije que me gustaban las mujeres y que valiéndome de mi éxito con ellas, había decidido pasarme un año en Nueva York. Ante su extraña insistencia sobre si tenía un pasado turbio que me hubiera abocado a esa profesión, no pude menos que soltar una carcajada:
-No busques abusos ni nada parecido. Tuve una infancia feliz, acabo de terminar la carrera y solo hago esto porque me apetece-
Curiosamente mi respuesta le gustó, porque poniendo por primera vez una sonrisa, revisó la carta mientras me decía:
-Perfecto, odiaría que fueras un amargado-
La rubia entonces llamó al camarero y le pidió que nos trajera unos aperitivos. Aproveché el momento para darle un repaso. Tal y como me había comentado esa mañana Johana, esa mujer era al menos aparente. Dotada con unos pechos enormes y una cara guapa, en teoría no debía de tener ningún problema para obtener los hombres que necesitaba y por eso me extrañaba aún más que hubiese alquilado mis servicios. Lo que no me cuadraba era su  rechazo al contacto, por todo lo demás, se había demostrado como una autentica zorra. Pensando en ello, le solté:
-Eres muy  guapa-
Mis palabras provocaron que la mujer se sonrojara y se pusiera a tamborilear con los dedos sobre la mesa. “¡Qué curioso!” pensé al darme cuenta de que al alabarla se había puesto nerviosa y tratando de confirmar mis pensamientos, señalé a un grupo de hombres sentados a nuestra izquierda:
-No sé si te has dado cuenta de cómo me envidian esos. Cualquiera de ellos desearía estar sentado en mi lugar-.
Completamente colorada, Ann, evitó el contacto de mis ojos mientras me decía:
-No seas tonto, deben estar pensando en que hace una vieja como yo con un chaval como tú-
-De vieja nada, estás buenísima- respondí con sinceridad, esa mujer era un cañón.
Mi clienta cada vez más alterada, empezó a jugar con su pelo siendo incapaz de retener mi mirada. Yo, por mi parte estaba disfrutando al percatarme que bajó su vestido de encaje blanco, sus pezones se habían puesto duros. “Aunque se queje, le gustan los piropos”,  pensé mientras tomaba un poco de vino de mi copa. Ann, haciendo un esfuerzo, me pidió con voz entrecortada que dejara de alagarla. Cómo ella pagaba, no tuve más remedio que hacerle caso pero antes le pedí:
-Si quieres que deje de hacerlo, me tienes que prometer que seguirás sonriendo. ¡Estás preciosa cuando lo haces!-
-Bobo- contestó encantada.
Desde ese momento, la tirantez inicial desapareció entre nosotros y la mujer, completamente animada, me confesó  que estaba harta de que sus subalternos intentaran congraciarse con ella con piropos.
-Yo no trabajo bajo tus órdenes. Si te digo que eres guapa es porque lo eres- dije incapaz de dejar de mirarle los senos.
-Gracias- respondió mientras involuntariamente se acariciaba con la mano uno de sus pezones.
“Se está poniendo bruta”, pensé al observarla y queriendo congraciarme con ella, le pregunté que le apetecía hacer después de cenar.
-Bailar- me contestó, –llevo años sin ir a una discoteca-
-Conozco una aquí al lado- dije mientras cogía su mano entre las mías.
Por primera vez, no rechazó el contacto y sonriendo, me respondió que le parecía perfecto porque así no tendría que coger un taxi. Desgraciadamente nunca llegamos a ir porque cuando al terminar de cenar ya habíamos pagado la cuenta, ocurrió algo que dio al traste nuestros planes. Estábamos saliendo del restaurante cuando un cretino borracho se le encaró, quejándose de que le había quitado una cuenta. Ann tratando de conciliar, le contestó que no era el momento y que si quería lo discutían al día siguiente. El tipejo hecho un energúmeno le tiró una jarra de cerveza encima mientras la llamaba puta en voz alta. Sé que me pasé pero me indignó que ese capullo abusara de mi acompañante y sin pensármelo dos veces, le solté un puñetazo, dejándolo tirado en el suelo.
Os podréis imaginar el escándalo  que ello provocó y pensando que no me convenía seguir en ese lugar, cogí a mi clienta del brazo y entre empujones salí a la calle.  Al traspasar la puerta del restaurante, me fijé en la mujer. Mi clienta estaba histérica. Incapaz de dejar de llorar, trataba de taparse los pechos con sus manos porque su vestido mojado se transparentaba todo. Comprendiendo su bochorno, paré un taxi y sin pedirle su opinión la llevé a mi casa.
La ejecutiva agresiva había desaparecido dejando en su lugar una muñeca rota. Comportándose como una autómata sin voluntad, la saqué del taxi y de mi brazo, la metí en mi apartamento. Verdaderamente preocupado por su actitud, la senté en el sofá y acariciando su cabeza, traté de tranquilizarla. Pero por mucho que lo intentaba, Ann lo único que hacía era  sollozar en voz baja.
-Tranquila, estás a salvo- susurré a su oído.
La mujer me abrazó y poniendo su cara en mi pecho, siguió llorando calladamente.  Durante unos minutos, dejé que se explayara hasta que levantando su cabeza, me dijo que tenía frio.
-Espera un momento- le pedí dejándola sola y yendo al baño, le preparé el jacuzzi.
Una vez me había asegurado de que la temperatura era la correcta, volví a por la mujer y sin decirle donde íbamos, la llevé hasta allí. Al ver mis intenciones, intentó protestar pero haciendo caso omiso a sus objeciones, la desnudé y con ternura, la introduje en el agua. Como por arte de magia, Ann dejó de llorar y en silencio, dejó que, de rodillas frente a ella, empezara a enjabonarla.
-Gracias- susurró mientras cerraba los ojos.
Su entrega me permitió recorrer con la esponja su cuerpo. Tratando de no alterar su ánimo, fui acariciando su cuello y hombros sin otra intención que relajarla pero, al llegar a sus grandes pechos, sus pezones se me mostraron erectos y no pude reprimir cogerlos entres mis manos y darles un suave pellizco.  Al escuchar su gemido y recordar cual era mi trabajo, llevé mi boca a ellos y tras recorrer los bordes de su aureola con mi lengua, descaradamente empecé a mamar de esa enormidad.
Mi clienta, sin abrir los ojos, suspiró de deseo, lo que me  ratificó que era lo que esperaba de mí y por eso, bajando por su torso, me fui aproximando a su entrepierna. Ella separó sus rodillas dejándome disfrutar por primera vez de la visión de su sexo. Me quedé ensimismado al comprobar que lo tenía meticulosamente arreglado y que solo un pequeño triangulo de vellos, decoraba tal maravilla.
-Me encantas- murmuré  mientras acariciaba los pliegues que me separaban de mi meta.
Mis palabras y mis caricias provocaron que la mujer, mordiéndose los labios, empezara a gemir calladamente. Ya seguro de sus deseos, tomé entre mis dedos su clítoris y lentamente di inicio a un ligero toqueteo. Toqueteo que se convirtió en masaje, al comprobar que Ann lo recibía con agrado y que moviendo sus caderas, trataba de colaborar conmigo. Acelerando mis maniobras, froté a un ritmo endiablado su botón mientras introducía una de mis yemas en el interior de su cueva.
-¡Que gusto!- suspiró al experimentar que su cuerpo se retorcía de placer y que el orgasmo se avecinaba.
Queriendo forzar su excitación, ya sin recato, hundí mi dedo en su vagina mientras le seguía mordisqueando los pezones. Mi intromisión tuvo por efecto que la mujer llevando su mano a la entrepierna, gritara en voz alta que quería más. Siguiendo sus órdenes, empecé a sacar y a meter dos dedos en su interior sin dejar de masturbar su clítoris. Ann no tardó en correrse y cuando lo hizo pegando un grito, llevó mi boca a la suya y me besó.
Su beso me sirvió de acicate e incrementando mis caricias, la llevé hasta el borde de la locura y ella, posando su cabeza en la bañera, convulsionó de placer.  Me mantuve acariciándola hasta que comprendí que estaba agotada y dejándola descansar, fui a por algo de beber.
Al volver con una botella de champagne y dos copas, la mujer abriendo los ojos sonrió y poniendo cara de viciosa, me pidió:
-Fóllame-
Solté una carcajada al oírla y sin hacerla caso me senté al borde del jacuzzi.
-Estás preciosa- dije mientras le servía una copa –pero antes tendré que desnudarme o ¿quieres que me meta con ropa?-
Supo al instante que estaba de cachondeo y uniéndose a mi guasa, exclamó:
-No por favor, tendría que secarla. Ya tengo suficiente con mi vestido-
Dejando la botella a su lado, me puse en pie y viendo que me miraba con verdadera ansia, desabroché botón a botón mi camisa. Mi striptease no le resultó indiferente e inconscientemente ello, se empezó a acariciar los pechos sin dejar de observarme mientras lo hacía.
-¿Te gusto?- pregunté mientras la dejaba caer.
Ann no pudo contener un suspiro al ver mi torso desnudo y aún más interesada si cabe, esperó a que me quitara el pantalón. Jugando con su deseo, me hice de rogar y tomando un sorbo de champagne en mi boca, la besé mientras aprovechaba para tocar los formidables pechos con los que estaba dotada la mujer.
-No seas malo y termina ya- protestó al sentir mi caricia en los pezones y tratando de acelerar el asunto, me lo desabrochó.
-No tenemos prisa- dije riendo y separándome de ella, fui bajando mi pantalón lentamente.
-¡Que cabrón!- se quejó al ver que me tomaba mi tiempo.
Para el aquel entonces, mi miembro me pedía que lo liberara de su encierro pero decidí hacerle esperar. Con tranquilidad me lo quité y dando una vuelta completa con mi cuerpo, afiancé su deseo. La rubia estaba claramente excitada y ya haciéndose la enfadada, me ordenó que me quitara el bóxer.
-Si tanto lo quieres, ¡Hazlo tú!- le respondí metiéndome en la bañera.
La mujer se quedó cortada en un principio pero al ver que con los brazos en jarras, me mantenía firme, tímidamente llevó sus manos a mis calzoncillos y me lo empezó a bajar. Desde mi ángulo de visión, vi que se debatía entre el morbo y la vergüenza. Poco a poco deslizó la tela hasta que mi miembro erecto le impidió seguir y con los ojos, me pidió permiso para continuar.
-Sigue- ordené.
Ya completamente segura de mi autorización, forzó el elástico con sus manos y con una sonrisa en los labios, disfrutó de la visión de mi sexo a escasos centímetros de su cara.
-¡Qué bello!- musitó mientras terminaba de bajármelo y antes que me diera cuenta, empezó a besarlo.
Completamente ensimismada en mi miembro, recorrió con sus labios mi extensión mientras acariciaba con sus manos mis testículos. Era tal su necesidad que tuve que apoyarme en la pared para no caer. Ajena a que estuve a punto de resbalar, Ann cada vez más alterada, había sacado su lengua y con ella había empezado a explorar mi piel, dejando un sendero húmedo a su paso. Los mimos de esa explosiva mujer me estaban llevando al orgasmo y temiendo correrme antes de tiempo, le pedí que parara. Ni siquiera tomó en cuenta mi sugerencia y abriendo su boca fue engullendo lentamente mi pene.
“No puede ser”, pensé al percibir que Ann estaba tan sobreexcitada que se estaba corriendo al hacerme una mamada sin necesidad de que la tocara.
Torturando su propio clítoris mientras disfrutaba de mi sexo, esa mujer gritó en voz alta su placer mientras todo su cuerpo tiritaba a mis pies. Sabiendo que debía de aprovechar ese instante, me separé de ella y dándole la vuelta, comencé a penetrarla. Mi clienta perdiendo cualquier tipo de decoro, convirtió sus gritos en estremecedores aullidos al sentir mi pene apoderándose de su interior. Fue alucinante, a cada movimiento por mi parte, esa mujer respondía con un chillido, de manera que parecía que estaba matándola. Pensando en los vecinos decidí acelerar mi ritmo para terminar cuanto antes porque ya me veía atendiendo y respondiendo a las preguntas de la policía.  Mi decisión alargó su clímax y totalmente descompuesta, convirtió sus caderas en una batidora del sexo. Meneando su culo, no dejó de bramar como una perra mientras de su cueva un torrente de flujo caía por sus piernas.
-¡Dios mío!- la oí imprecar cuando buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.
Ese nuevo anclaje, permitió que mis penetraciones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope que hubiera dejado en ridículo al sexto de caballería. Ann, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.
Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta sumisión fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó en la bañera mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de su rendición.
Echándome a un lado, la miré mientras descansaba. Increíblemente esa mujer siguió sacudiéndose y gimiendo durante unos minutos presa de una extraña posesión. Ya empezaba a estar preocupado cuando abriendo sus ojos, Ann me sonrió y acercándose a mí, me abrazó.
La dejé descansar en mis brazos durante un rato y viendo que estaba respuesta, con voz dulce, le reclamé:
-Menudo susto me has dado, podías haberme advertido que eras multiorgásmica-
La rubia se quedó pensando en mis palabras y soltando una carcajada, me contestó:
-Difícilmente te podía avisar, si no lo sabía- y quejándose, me dijo: -Eres tú quien tendría que alertar que eres tan bueno en la cama-
Con el ánimo inflado por el piropo, sonriendo, contesté:
-¿Y tú cómo lo sabes?, no recuerdo haber estado contigo en una-
Muerta de risa, me cogió de la mano y sacándome del jacussi, exclamó:
-¡Eso lo arreglamos en un instante!-


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (23)” (POR ADRIANRELOAD)

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SOMETIENDO 2Mili seguía trepada encima de mí y aferrada como koala… yo la sostenía con mis brazos debajo de Sin títulosus gordas nalgas, sus piernas al aire… de la cintura para abajo Mili estaba desnuda… ah y claro, estábamos enganchados porque mi verga atoraba su ano, mientras gotas de leche salían de ahí…

En esta ocasión no estaba tan temeroso de ser descubierto… estábamos en un bosque donde sería fácil esconderse… pero igual había que ser precavidos, si yo encontré el rastro de Mili, un militar entrenado como su viejo también lo hallaría fácilmente…

Había escuchado mejor, y parecía que las voces de sus padres aún estaban lejos en el camino… aun no llegaban al atajo en que estábamos… nos daba algo de tiempo…

– Mili… le dije.

– ¿Qué?… pregunto en voz baja.

– Como que va siendo hora que te bajes… dije al sentir que mi flácido miembro salía de ella.

– Oh… cierto… respondió reaccionando.

Se bajó de mí, con las piernas abiertas, procurando que los líquidos que salían de su ano no manchen sus medias ni sus zapatillas. De mi mochila, tirada a un lado en el suelo, nuevamente saque agua y algo de papel para limpiarnos. Mientras en el camino, unos metros arriba, veíamos luces entre los arboles…

– Yo ya estoy listo… ¿cómo vas?… pregunte.

– No encuentro mi ropa… dijo preocupada.

Mili ya estaba limpia y todo, solo con el pubis y las nalgas al aire, como bebita sin pañal… niña descuidada, no podía recibir así a sus padres… en su arranque pasional había pateado su short, que salió volando, quien sabe a dónde.

En mi mochila yo tenía mi ropa de baño porsiacaso… pero qué pensarían sus viejos si ven a Mili con una bermuda de hombre que por mi talla le quedaría floja a ella, solo en la cintura, porque quizás en las caderas le cabria bien. A pesar que ya estaba casi oscuro, seria evidente lo que estuvimos haciendo…

Mientras las luces y las voces ya habían llegado al desvío… estaban cerca…

– Ya, la vi… dijo mientras la veía saltar graciosamente y sus nalgas desnudas rebotar.

– ¿Cómo llego eso ahí?… pregunte sorprendido.

Estaba en una rama algo alejada, cerca al barranco. Mili en su arrechura al sacar el short lo pateo con fuerza… Hice a un lado a mi pequeña acompañante y me estire para alcanzar su short. Ya sentía pasos y a lo lejos veía la polvareda que se armaba, ya estaban descendiendo por el camino.

¡Apúrate!… le pedí, y la muy nerviosa se puso el short al revés. Se lo hice notar y nuevamente se sacó el short… veía que por los nervios perdía el equilibrio, me agazape a su lado para que se apoye, lo hizo y termino de colocarse el short… mi corazón latía a mil escuchando la voz de su padre cerca… hasta que sentí la luz de una linterna en mi rostro…

– ¿Aun te duele?… pregunte terminando de agazaparme y tomándole el tobillo, disimulando.

– Ah no… ya no… gracias… dijo Mili siguiéndome la corriente.

Me fui levantando y por suerte esta vez sí vi el short de Mili correctamente puesto… puse mi mano frente a mi vista, ya que la linterna me seguía apuntando… me sentía como en un interrogatorio…

– ¡Aquí estas!… dijo la madre de Mili asustada, yendo a abrazarla.

– No se preocupen estoy bien… respondió Mili calmándola.

Bajaron la luz de la linterna y apenas veía al viejo de Mili, ya estaba oscuro, más el color de su piel y mis ojos que sufrieron el destello de la linterna, su papa era solo una sombra para mí, casi un árbol más… sentía que me miraba como a un insecto… con cara de pocos amigos… seguro se preguntaba que hacia este pelele con su nenita en medio del bosque… y en realidad pregunto algo similar:

– ¿Qué paso? ¿Cómo terminaste acá?… pregunto su viejo entre severo y preocupado.

Mili estaba muda, como esperando la reprimenda de su padre, no sabía que inventar para excusar su ausencia, como cubrir que se la habían cogido dos veces en medio de la naturaleza, contra natura por el ano y también contra el árbol detrás nuestro…

– Nos desviamos del camino, buscando ir al rio… Mili bajo trotando y con la inercia termino golpeándose con el árbol… parece que también se torció un poco el tobillo en la bajada… esperábamos a que se sintiera mejor para regresar… le explique de corrido para evitar preguntas y bueno algo nervioso también.

– Y ¿cómo está tu tobillo?… pregunto el viejo acercándose a revisar a su nena.

– Esta mejor… solo fue un susto… replico nerviosa, evitando que su viejo se acerque más, quizás ella aun despedía olor a mi semen.

Obviamente vino una pequeña reprimenda: que su madre se preocupó, que debía tener más cuidado, que ya era tarde, etc., etc. Luego de esa pequeña terapia familiar su viejo volteo a verme.

– A todo esto… ¿Quién eres tú?… pregunto bajando la mirada, me llevaba casi una cabeza.

– Disculpe señor por no presentarme… mi nombre es Daniel, soy compañero de estudio de Mili en la universidad… replique, ofreciéndole la mano y ajustando mi hombría.

Aunque también anal-izo a su hija, pensé… pero no quería ser chocante y atribuirme ser su enamorado, porque nunca se lo pedí y no lo hablamos, solo follamos… además veía que su viejo intentaba meterme miedo (y en realidad lo estaba logrando), era mismo el careo entre boxeadores antes de una pelea…

Mili por su parte no quería su papi piense que ella se iba con cualquiera al bosque…

– Papi, en realidad él es…. es mi enamorado… dijo Mili un poco tímida, vendiéndome.

Su viejo la miro atónito, como si no supiera el significado de aquella palabra, después me miro desconfiado y sentí que me apretaba más la mano, al darse cuenta me soltó… auuu… mierd… mi mano… obviamente no emití ni queja ni expresión de dolor… aguante como los machos…

– Ah sí… ¿Por qué no sale corriendo como los otros?… dijo medio en serio y medio en broma, quizás pensó que su hija pudo conseguir algo mejor.

– Soy difícil de intimidar señor… respondí, no me ganaría el respeto de este militar escondiéndome detrás de Mili.

– Eso lo veremos… me dijo casi retándome.

– Ya papi, no lo espantes, que de verdad me gusta mucho… suplico como niña defendiéndome.

– En realidad es el primer chico que conocemos como su enamorado… dijo su mama sonriendo acercándose a besarme en la mejilla y abrazarme. Cariñosa la suegra.

– Te voy a dar el crédito de ser el primero en presentar batalla (darle la cara)… los otros no pasaron del teléfono ni llegaron a la puerta de mi casa… gruño el viejo.

Si supiera que había llegado hasta su cochera, que abuse de su hija apenas metros debajo de donde él dormía… que así como el me apretó la mano, el ano de su hija me apretó la verga días atrás en su cochera y minutos antes acá en el bosque, dos veces…

– Espero que sepas en que te metes… dijo advirtiéndome.

Creo que a estas alturas me había metido más de la cuenta, sobre todo en el ano de su golosa niña… para mí lo que dijo el militar era una advertencia de lo que me haría si lastimaba a su hija… pero la mama de mili entendió otra cosa:

– Vamos… ni que fuéramos tan malas… bromeo la madre de Mili.

Luego de esa pequeña charla, retornamos por el camino, ellos adelante, nosotros detrás. Mili caminaba un poco adolorida, mas por su ano maltratado, pero sus padres podían entender que era por su supuesto tobillo lesionado… para eso ya mi corazón latía más tranquilo, había salvado el momento, encarado al viejo… me le plante sin amilanarme y parece que le gusto que no le demuestre temor.

Mili contenta me tenía tomado de la mano, por momentos me dejaba llevar y la abrazaba o ella me robaba besos. En el camino de cuando en cuando el viejo volteaba a vigilarme… le era raro ver a su niña acaramelada con un chico. Supongo que era el día que temía, ver a su niña convertida en mujer.

Llegamos a las instalaciones del club, los padres de Mili habían planeado quedarse un día o dos, para relajarse, vacaciones familiares. Alquilaron una cabaña para ellos… Mili me pidió que me quede, pero obviamente no iba a dormir con ellos. Dudaba que su viejo acepte.

Sus padres nos dejaron cenando, ellos ya lo habían hecho. Conversamos de varias cosas, cuando estábamos a mitad de la cena… se nos acercaron Guille y Vane… como comprenderán Mili se erizo, por instinto, como una gata cuando ve a una perra, analogía que calzaba después de lo sucedido entre ellas.

Al fin y al cabo Mili guardo la compostura… se saludaron como si nada hubiese pasado… yo me imaginaba que Mili mentalmente la había destrozado, o al menos enviado saludos a la mama de Vane…

Cenamos juntos, algo tensos, evitando comentar cosas pasadas para no reavivar peleas… Guille de buen ánimo porque la pasaba bien (después de tirarse a Vane en el rio), me propuso quedarnos también en el club. Guille quería alquilar una cabaña, sospecho que quería aprovechar al máximo a Vane.

Los padres de Vane estaban de viaje en Europa, así que ella no tenía con quien reportarse. Había escuchado por rumores en la facu, que sus viejos o se la pasaban viajando o trabajando. Ella había sido prácticamente criada por su abuela, una señora medio neo-nazi, ya entendía porque sus actitudes.

En previsión, Guille ya había pedido que lleven el auto de mi viejo a mi casa. Solo quedaba yo… llame a mi casa, para mi suerte contesto mi vieja, me confirmo que el auto había sido devuelto… mi padre había salido a visitar a un hermano enfermo. Lo bueno que mi vieja era más asequible y, como toda madre, solo pidió que me cuide, así que todo arreglado.

Guille alquilo una cabaña pequeña, con 2 dormitorios, una sala, una pequeña cocina y baño. En teoría como Vane era la dama, dormiría sola en un dormitorio… pero vamos, obvio que Guille iba a dormir con ella y yo me iba al otro dormitorio. No me hacía problemas por eso. Solo rogaba que no hicieran ruido.

Era un poco tarde, pero ya había quedado con Mili en vernos en la piscina… Para evitar roces y demás, Guille y Vane eligieron otra actividad para entretenerse, me parece que fueron a la zona de juegos.

Mili quería disfrutar al máximo nuestra estadía ahí… era el primer fin de semana juntos como enamorados oficialmente. Ahí no teníamos que escondernos de los demás, no habrían rumores… sus viejos me aceptaban… es decir, todo había vuelto la calma y todo se había corregido…. Vane estaba neutralizada y Javier no nos interesaba que haría…

– Sabes que Javier me propuso vengarnos de ti… me cito para verlo… me dijo Mili.

– Ese maldito… es un granuja, traidor, abusivo… dije molesto.

– Me estas describiendo a un hombre promedio… dijo Mili intentando bromear, como yo hice respecto a Vane, pero no me agrado tanto y lo noto, era otro contexto.

Me vino a la mente, como golpee a Javier en la fiesta de Guille y quise hacerlo nuevamente… el ambiente era similar, un jardín enorme, un baño al lado, solo que ahora estábamos recostados frente a una piscina casi vacía y con una luna llena iluminándonos…

– Nunca aceptaría nada de Javier… Amor, no te molestes… dijo acariciando mi rostro.

– ¿Soy tu amor?… pregunte, embobado por el inicio del romance.

– En realidad… no se… me dijo haciéndose la interesante.

– ¿Por qué?… pregunte contrariado.

– Nunca me pediste ser tu chica… dijo algo resentida.

– Ah… en serio… es cierto… respondí.

En realidad era gracioso que después de tirar como conejos en todos los rincones posibles, en todas las posiciones que pudimos… arriesgando nuestro pellejo en enredos… al final no éramos nada….

– Y ¿bien?… pregunto ansiosa.

– ¿Qué?… pregunte extrañado.

– ¡Tienes que pedírmelo!… me dijo impaciente.

– Ok… ahí va… Milagros ¿quieres ser mi enamorada?… pregunte simplemente.

– Ay… que romántico eres… así nomás… dijo graciosamente decepcionada.

– ¿Qué esperabas? ¿la declaración de independencia? ¿fuegos artificiales?… replique.

– Ay, hombres… No me imagino como será si algún día pides mi mano… refuto muy engreída.

– Mejor pido tu ano… dije bromeando.

– Eres un tonto… sinvergüenza… dijo riendo y dándome palmazos de reprimenda.

– Oye… pero no me respondiste… le dije.

– Está bien… acepto… ¿Qué me queda?… peor es nada… bromeo Mili.

– Ah con esas estamos… dije y me abalance sobre ella.

Reímos, nos besamos y dimos caricias envueltos entre las toallas. Hasta que tanta fricción surtió efecto y comenzó a aflorar en mi short… Ella se dio cuenta, sonrío pícaramente pero se contuvo.

– No Dany… acá no… mis padres rondan y hay aún un par de personas… me dijo.

Vi alrededor, aun había una pareja en la piscina y un chico terminando de hacer limpieza, además la cabaña de sus viejos estaba cerca. No sabía si su viejo me vigilaba a través de la mira de un rifle.

Así que la única manera de quitarme la calentura era con el agua fría y nadando un poco. Mili lo entendió y me dejo ir mientras ella me miraba al pie de la piscina, no se animaba a entrar, no era buena nadadora y alguna vez casi se ahogó, por eso aun algún trauma al respecto tenía.

A Mili no le gustaba pasearse con bikini, era algo vergonzosa y sus formas eran llamativas, las miradas la incomodaban. Por eso solía vestir trajes de baño de una pieza y cuando usaba ropa de baño dos piezas, la de abajo era tipo short o malla corta, e incluso andaba con la toalla o pareo a la cintura. Creo que para ella era diferente vestirse con ropa apretada (jeans, minis, etc.) para salir, que andar en una piscina mostrando las nalgas al aire, ella no llegaba a tanto.

Tras un rato insistiéndole… al final decidió entrar al agua, el chico de limpieza se había ido, solo éramos nosotros y otra pareja que más andaba al otro lado de la piscina, buscando su propio espacio y dejándonos nuestra privacidad. Entonces Mili me dio una sonrisa coqueta y se despojó la toalla.

Al verla nuevamente se me armo la cuestión… parece que por deleitarme la vista se puso un bikini de 2 piezas… creo que era de su madre, porque sus formas apenas eran contenidas y desbordaban tanto arriba como abajo. Poso un momento para mí…

Luego al darse cuenta que el chico de la otra pareja de la piscina la observaba, decidió meterse en la piscina. Creo que no solo Mili se dio cuenta que la miraba, la pareja del chico también lo noto y le armo una escena, la chica salió molesta de la piscina y el chico tras ella… bueno, al menos nos dejaron solos.

– ¿Ves el lio que armas?… le reproche en broma.

– Ay Danny… solo por ti me estoy vistiendo así… me dijo un poco avergonzada

Nadamos y jugamos un rato… llego un momento en que ella se alejó nadando, pero no se dio cuenta que había ido a una zona más profunda, al notarlo se puso nerviosa y se hundió… mierd… fui nadando rápido hacia ella… en realidad no era tan profundo, yo de puntitas estaba con la cabeza afuera, pero ella más pequeña y miedosa… se desesperó y se hundió…

– Te tengo… le dije, remolcándola a la orilla más cercana y a menor profundidad.

Mili se aferró a mí como un koala, igual que en la tarde, parecía una niña asustada, temblaba y me abrazaba con fuerza. Yo empecé a acariciarla para calmarla y calentarla… aunque el que se calentaba era yo al sentir sus infladas formas temblando encima mío, igual que en el árbol horas antes.

– ¿Estás bien?… le pregunte.

– Contigo si… siempre me cuidas… dijo un poco alegre pero aun nerviosa.

Me miro con un brillo de amor en sus ojos, empezó a besarme tiernamente, yo se lo devolví de la misma manera. Como era de esperar, mi verga endureció nuevamente, Mili comenzó a sentirla debajo de sus abultadas nalgas, casi situándose en su raja, dividendo sus cachetes e incentivando sus genitales…

– Uhmmm… gimoteo conteniendo la respiración.

Esta fricción en el agua provoco que los besos de Mili fueran cada vez más apasionados, su lengua fue haciéndose participe, sus jadeos… conteniéndose se apartó y me miro… como intentándome hacer entrar en razón… era una locura, sus padres estaban cerca… ya me había dicho que ahí no…

– Que sea rápido… dijo excitada.

Me dio a entender que la posea ahí, antes que vinieran a buscarla sus padres. No lo pensó mucho, quería hacerlo con su enamorado por primera vez, con el chico que le desvirgo el ano, con el que la defendió de Javier y Vane, el que la salvo de ahogarse… estaba muy arrecha, se olvidó de sus padres, por la forma en que me veía y besaba le daba igual… yo era su hombre y ella mi mujer…

– Apúrate… métemela… me pedía, apartando ella misma el bikini, dejando su pubis visible.

Abrí rápido mi bermuda y saque mi verga… ella seguía abrazándome, se la hundí en el agua, por lo fácil que fue intuyo que era su vagina. Ella me apretujo más… yo la tenía prisionera entre mi cuerpo y la pared de la piscina.

– Ohhh… siii… mi amorrr… exclamo satisfecha en mi oído.

Igual que en la tarde, pase mis brazos por debajo de sus piernas y mis manos debajo de sus voluminosas nalgas, esta vez ayudado por el agua parecía que sus infladas nalgas flotaban. Yo me dedicaba a alejar y atraer su cuerpo, clavándola en medio del agua…

– Uhmmm… siempre seré tu puta… ouuu… bramaba a voz baja en mi oído.

Ella se contenía de gemir a voz en cuello como en el bosque, acá era diferente, sus padres podrían salir a buscarla, sabían que estaba en la piscina conmigo, estaban cerca… apenas se escuchaba el murmullo de la marea que generábamos con nuestros apurados movimientos. Si bien éramos enamorados para sus padres, hay ciertos formalismos que guardar, no podía el primer día ser descubierto clavándome en la piscina a la niña que ellos pusieron tácitamente a mi cuidado.

– Ufff… eres mi perra… le replicaba yo excitado,

– Uhmmm… Si, si… tu perra… uhmmm… me respondió alocada.

Y esta idea parece que le corroyó la mente, trayendo imágenes y sensaciones de terribles cogidas que le propine… sin decirle nada, ella se bajó de mí, me apartó con sus manos, dándose, espacio… me dio la espalda y se puso en posición sugerente…

– Cógeme como… tu perra… me pidió ansiosa.

Aquella posición esperaba que la clave como le gustaba… por el ano… que le revienten el culo de manera diferente, en el agua…

– ¿Qué esperas?… hazme tu perra… me rogaba.

Se había agarrado del borde de la piscina, esperando que la someta… Por la poca y lejana iluminación de los postes y la luz de la luna, me guiaba para ver a través del distorsionado reflejo del agua, a través del agua veía sus piernas abiertas y sus nalgas empinadas. La tome de los bordes de sus nalgas y con el tacto sentí su rugoso ano… y le fui taladrando su goloso esfínter…

– Uyyy… siii… como me gusta estooo… uhmmm… gimió satisfecha al sentirse atorada.

Comencé a embestirla como le gustaba, ella se contraía por momentos, el agua caía de sus cabellos, ponía su rostro de lado para que viera como soportaba mi castigo con su boquita en mueca de dolor placentero y sus mejillas encendidas…

– Asiii… asiii… masss amorrr masss… uhmmm…. me pedía extasiada.

Me dedique a acariciar sus senos, sin quitarle la parte superior de la ropa de baño, si llegaba sus padre era más evidente lo que hacíamos si tenía las tetas flotando… por momentos volteaba buscando mis labios y mezclaba sus besos con su tibia y deseosa lengua…

– Ayyy amorrr… tu verga me hace feliz… ohhh…

Con cada empalada, sin darme cuenta, la estaba empujando más contra la pared de la piscina, ella antes agazapada casi en 4, termino casi con las piernas abiertas contra la pared, como rana, mientras yo la clavaba más fuerte cada vez, casi haciéndola saltar de emoción y placer…

– Ayyy siii… nooo… uyyy…. Uhmmm… exclamo finalmente contrayéndose toda.

Mientras yo la estampaba por última vez contra la pared de la piscina, mi torrente de leche inundaba su recto. Ella resoplaba satisfecha y yo jadeaba detrás suyo, casi en su oído, con mi cabeza en su hombro.

– Ufff… me… dejas… sin… aire… ufff… se quejaba ella disfrutando de haber llegado al clímax.

– Que rico es cogerte… le decía agradecido.

Nuevamente volteo el rostro, buscando mis labios y mi lengua, quise apartarme para voltearla y besarla mejor… pero no me dejo, con una mano detrás de su espalda, me jalo la cintura para que permanezca ahí, aun quería sentirse unida a mí, enganchada por el culo como le gustaba.

En esa posición me hizo un pedido:

– Estaba pensando… me dijo

– ¿En qué?… pregunte curioso.

– Algún día me harás eso que planeaste para Vane…

– ¿Qué cosa?… pregunte.

– Eso pues… de amarrar y tapar la vista… solo para sentir… me dijo deseosa.

Recién terminaba de disfrutar de llegar a un genial orgasmo, sus senos apenas se recuperaban de su agitada respiración… y la muy golosa ya estaba pensando en cómo sería la siguiente cogida. O tal vez simplemente en esa competencia que se tenían, ella quería experimentar lo mismo…

– Ah Ok… jajaja… le puedo pedir el depa a Guille de nuevo… le dije.

Sonreí al pensar que sometería a Mili, como lo idee para Vane… me había quedado con las ganas de tenerla así, casi como cuando estuvo apresada contra el árbol, parece que le gusto… lo que yo no imaginaba que eso sucedería más pronto… y de una manera que no esperaba… pero antes de eso….

Nuestro amigo karma llamo a su amigo mala suerte que a su vez llamo al viejo de Mili…

– Miliii… ¿dónde estás?… pregunto el militar engorilado.

Caraj… tanto tiempo en la piscina y disfrutando que no nos dimos cuenta que una sombra crecía cerca de nosotros, estaba a pocos metros y más molesto que nunca… ya me había salvado 2 veces… quizás la tercera era la vencida…

Continuara…

 

Relato erótico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra part 1” (POR GOLFO)

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Aunque parezca imposible, después de toda una noche follando, a esa mujer le quedaban ganas de seguir cuando se levantó a la siete de la mañana. Estaba completamente dormido cuando sentí que a mi lado, Ann se había despertado y que pegándose a mí, quería reactivar mi maltrecho pene. Ni siquiera había abierto los ojos, cuando la humedad de su boca fue absorbiendo mi extensión todavía morcillona. Asaltando mi feudo a traición, la rubia se puso a lamer los bordes de mi glande mientras sus manos acariciaban mis testículos.  Poco a poco, mi pene fue saliendo de su letargo y gracias a sus mimos, en pocos segundos adquirió una considerable dureza.

Como había tenido ración suficiente de sexo, decidí hacerme el dormido. Mi supuesta vigilia no fue óbice para que poniéndose a horcajadas sobre mí, esa mujer se fuera empalando lentamente sin hacer ruido. La parsimonia con la que usando mi sexo rellenó su conducto, me permitió sentir cada pliegue de su cueva recorriendo mi piel.
“Sera puta”, pensé y ya completamente despierto, decidí seguir fingiendo, “vamos a ver hasta dónde llega…”.
Moviéndose a cámara lenta, Ann fue alzando y bajando su cuerpo calladamente. Supe que estaba cada vez más excitada por la facilidad manifiesta con la que mi miembro recorrió su interior.
“¡Que gozada!”, exclamé mentalmente al sentir como los músculos de su vagina se contraían y relajaban a su paso. La mujer, quizás pensando que me podía molestar ser usado sin mi permiso, en ningún momento posó el peso de su cuerpo sobre el mío sino que haciendo verdaderos esfuerzos, su penetración se quedaba a milímetros de hacerlo.
No tardé en escuchar sus suspiros y entreabriendo los ojos, descubrí que se estaba pellizcando con dureza los pezones mientras se mordía los labios para no gritar. Ajena a mi escrutinio, la rubia iba en busca de un placer robado y sintiéndose una ladrona, llevó una de sus manos a su entrepierna y con dureza se empezó a masturbar mientras seguía perforando su interior con mi miembro. Me encantó ver sus dos enormes ubres, saltando como poseídas al hacerlo y conociéndola comprendí que no tardaría en correrse.
Esperé a ver el sudor recorriendo su canalillo y su flujo empapando mis piernas, para salir de mi ensimismamiento y cogiendo entre mis dedos, sus pezones, aplicar un dulce correctivo a mi violadora:
-Eres una puta muy mala- dije mientras mis yemas presionaban el botón de sus aureolas.
La mujer dejando de disimular, gimió los pellizcos y como una loca, se puso a cabalgar sobre mí. Me puso cachondo darme cuenta que cuanto más apretaba, mas gemía y por eso, obviando que era mi clienta le solté un azote en su trasero. Mi nalgada le hizo chillar pero con más pasión prosiguió su galope. Entusiasmado por el descubrimiento, fui repitiendo mi caricia ante la brutal excitación demostrada por Ann. Berreando la mujer me rogó que no parara y ateniéndome a sus órdenes continué castigando sus cachetes a dos manos.
-Me encanta- escuché que me decía mientras mi estoque se clavaba profunda mente en su vulva.
Totalmente enardecido por su entrega, la eché a un lado y poniéndola a cuatro patas, la penetré de un solo golpe. La brutalidad de mi embestida sacó un aullido de su garganta pero, lejos de protestar o intentar zafarse,  esa mujer abriendo sus nalgas con las manos, buscó que mi siguiente acometida le llegara aún más profundo. Desgraciadamente para ella, me mostró un ano rosado y virgen que se me antojó una meta a conquistar y cogiendo parte de su flujo, me puse a embadurnarlo sin esperar su opinión.
Desesperada al ver mis intenciones, se intentó escapar pero reteniéndola con mi brazo, se lo impedí mientras uno de mis dedos violaba su hasta entonces inmaculado esfínter.
-¡No!- gritó reptando por las sábanas, -Por ahí, ¡No!-
Fue demasiado tarde para ella, cogiendo mi extensión, puse mi glande en su entrada y presionando con mis piernas, la desfloré.
-¡Para!- chilló incapaz de moverse.
Su parálisis me dio alas y forzando su ano, fui introduciéndome centímetro a centímetro en su intestino mientras ella no dejaba de sollozar. Mi intromisión continuó hasta que sentí su ano rozando la base de mi pene y entonces durante unos segundos, dejé que se acostumbrara. Cuando decidí que estaba preparada, comencé a tomarla con brutalidad. Sus gritos en vez de retraerme me servían de acicate y cogiéndola por los pechos, busqué mi placer sin importarme el modo.
Sé que fue una violación y no estoy orgulloso pero,  en ese momento, ella era el instrumento con el que saciar el furor que me tenía obsesionado y usando su pelo como si de riendas se tratara, cabalgué a mi yegua a un ritmo desenfrenado.
-Muévete puta- le ordené dándole otro azote.
Mi flagelo le obligó a moverse y totalmente sometida, colaboró con su violador sin dejar de llorar. Nada me podía parar, necesitaba desfogarme en ese culo y estocada tras estocada,  mi tensión se fue acumulando hasta que rugiendo por el dominio alcanzado, me corrí sonoramente en su interior y exhausto me dejé caer a su lado.
Ya liberado me percaté de la burrada que acababa de cometer y lleno de remordimientos, me levanté al baño a limpiarme los restos que impregnaban mi falo. Mientras me lavaba decidí pedirle perdón y si quería le devolvería el doble del dinero que me había pagado. Todo menos tenerme que enfrentar a una denuncia en la policía. Al retornar a la cama, me quedé helado. Ann recogiendo su ropa había desaparecido y dejando solo una pequeña mancha de sangre en mitad del colchón.
La imagen de un juicio recorrió mi mente y absolutamente acojonado, comencé a recoger mi ropa del apartamento.  Al terminar de meterla de cualquier manera en la maleta, encendí mi ordenador y realmente aterrorizado, busqué una web donde reservar el primer billete que me sacara de Estados Unidos. No me costó encontrar varios vuelos que me sacarían de ese país y cuando ya estaba a punto de pagar un pastón por un billete a las bermudas, escuché que me llamaban por el móvil.
¡Era Johana!, la mujer que me había contratado para acostarme con Ann. Estuve a un tris de no contestarla pero quizás fueron las ganas que tenía de disculparme lo que me llevó a responderla. Nada más descolgar, por el tono supe que no estaba enfadada y por eso antes de contarle lo ocurrido, esperé a ver qué era lo que quería:
-Alonso, eres una máquina de hacer dinero- dijo con voz alegre.
-¿Por qué lo dices?- contesté confuso porque me esperaba una bronca.
La pecosa soltando una carcajada, me preguntó que les daba y viendo mi desconcierto me explicó que Ann le acababa de llamar y le había pedido volverme a ver, pero en esta ocasión había reservado mis servicios durante una semana.
-¿De qué coño hablas?-
-De quince mil dólares, ni más ni menos. Esa estirada se ha quedado tan entusiasmada contigo que te lleva de viaje. Quiere que le acompañes, por lo visto tiene una casa de playa y se ha pedido una semana de vacaciones para disfrutarte a solas-
-No puede ser- exclamé con la mosca detrás de la oreja.
-Sí puede, lo único raro es que me ha rogado que te diga que durante el tiempo que estéis ahí, debes tratarla como esta mañana-
No podía ser que esa mujer  que había salido huyendo tras esa cuasi violación fuera la misma que ahora quería contratar mis servicios durante siete días y por eso con la mosca detrás de la oreja le pregunté cómo podía asegurarme de cobrar:
-Por eso no te preocupes, esa zorra ya ha pagado tus siete días y se ha permitido el lujo de adelantar otros tres por si le apetece seguir disfrutando de tus favores-.
Que esa bruja hubiese gastado por anticipado tal cantidad de pasta me tranquilizó. Nadie tira a la basura casi veinte mil dólares, si quisiera denunciarme jamás habría anticipado semejante cantidad de dinero.  Comportándome como un auténtico profesional, le pedí los detalles de mi contrato:
-Tienes tres horas, te recogerá enfrente de tu casa a las once. Desde entonces eres suyo durante una semana-
-Vale- contesté sin saber si sería capaz de cumplir  los términos de mi alquiler  y por eso, con un montón de dudas sobre cómo debería comportarme, le confesé lo que había ocurrido.
Mi jefa, descojonada, me respondió que eso era mi problema que ella solo se ocupaba de rellenar mi agenda y que el modo en que yo desempeñara mi labor era un tema estrictamente mío.
-No me jodas. Va a querer que me comporte como una bestia y sinceramente, ¡Me veo incapaz!-
-Ese es tu problema, el mío es cobrar y ya lo he hecho- contestó escabulléndose de mis quejas.
Convencido que, si no cogía ese trabajo, podría enfrentarme a una acusación de abuso sexual,  decidí aceptar y tras colgar el teléfono, al asumir  que no necesitaba preparar mi equipaje al haberlo hecho con anterioridad, salí de mi apartamento a tomar el aire. Me costaba respirar. Estaba espantado tanto por la posibilidad de la denuncia como por mi supuesta obligación de actuar como un estricto dominante durante tanto tiempo. Internamente era consciente de que no tenía ni puta idea del roll y aunque Ann se lo hubiese exigido a Johana, dudaba si sería capaz de llevarlo a cabo.
Sin otra cosa que hacer, deambulé por la calle como un autómata y sin rumbo fijo. Durante dos horas no hice otra cosa que reconcomerme por mi idiotez, tras lo cual, tomé la decisión de que ese iba a ser mi último “trabajo”. Nada de mi educación pasada me había preparado para enfrentarme a esa vida. Acababa de decidir volver a Madrid cuando al mirar el reloj, vi que faltaba poco para que esa puta viniera por mí. Dándome prisa, subí a mi piso y recogiendo mi bolsa de viaje, bajé al portal a esperarla.
No llevaba ni cinco minutos en la acera, cuando la vi llegar conduciendo un Ferrari descapotable.
-¡Menudo cochazo!-, exclamé.
Estaba tan embobado con semejante máquina que ni siquiera respondí a su saludo. ¡Era un 458 spider!, el coche de mis sueños. Un trasto que hace de 0 a 100 en 3,4 segundos y cuyo costo es superior a los 225.000€.
-¿Te gusta?- preguntó al ver mi interés.
-¿Y a quién no?- respondí entusiasmado con la perspectiva de irme de viaje montado en él.
Lo que no me esperaba es que esa mujer,  con una enorme sonrisa iluminando su cara, me soltara mientras me lanzaba las llaves:
-¡Conduce! Yo estoy cansada-
No me lo tuvo que decir dos veces, tirando mi equipaje en el minúsculo maletero ubicado en el frontal, me até el cinturón y encendí el Ferrari. El sonido de sus ocho cilindros rugiendo al acelerarlo era musical celestial. Absolutamente entusiasmado, tuve que hacer un esfuerzo para sacar mi vista de los controles y mirar a mi clienta. La rubia se había olvidado de la etiqueta y venía ataviada con un vaporoso vestido de verano de tirantes. Sus enormes pechos parecían aún mayores al estar encorsetados por el elástico. Sabiendo que ni siquiera me había dirigido a ella, le di un beso en la mejilla, mientras le preguntaba hacia dónde íbamos.
-A los Hamptoms. Tengo un chalet en East Hampton Beach-
“¡Dios mío!” me dije al conocer nuestro destino. Esa zona era la más elitista de todo Long Island y cualquier casa pegada a la playa, no sale por menos de un par de millones de dólares. Si ya suponía que esa mujer estaba forrada, eso lo confirmó. Temblando por la responsabilidad de conducir ese coche, aceleré dejando atrás mi calle.
Bastante cortado por lo grotesco de la situación tuvo que ser ella la que rompiendo el silencio que se había instalado entre nosotros, me dijera:
Sin título-¿Te habrá extrañado que te contratara después de lo de esta mañana?-
-La verdad es que sí, sobretodo, porque al volver del baño ya no estabas-
-La razón por la que salí huyendo de tu apartamento no fue la que te esperas. He hablado con Johana hace un momento y me ha contado tus temores- respondió con voz serena. –Me fui no por lo que me habías hecho, sino por lo que había sentido. Nunca creí que se podía experimentar tanto placer y menos al ser forzada-
-No te entiendo- respondí todavía apesadumbrado por mi comportamiento.
-Al tratarme así y sentir tanto y en tan corto espacio de tiempo, sentí miedo. Ya en el taxi, comprendí que había sacado de mi interior una faceta de mí que no conocía y lo más importante, una faceta que quiero explorar con tu ayuda-
-No sé si seré capaz de cumplir con tus expectativas- reconocí mientras le acariciaba la rodilla pegada a la caja de cambios.
-Serás- masculló entre dientes mientras separaba sus piernas.
-No seas zorra- dije, mientras soltaba una carcajada, al percatarme que Ann me había malinterpretado y encima se había excitado.
La mujer tampoco entendió mis palabras y poniendo un reproche en su cara, me soltó:
-¡Dime que quieres que haga!-
Comprendí que su queja venía porque creía y esperaba órdenes y sabiendo que tenía una semana para defraudarla, decidí que al menos durante ese viaje de dos horas a su casa, no iba a hacerlo. Por eso, sin mirarla, le dije:
-No esperaras que sea yo quien te masturbe. ¡No te lo has ganado!-
Se quedó callada durante unos minutos, rumiando quizás el significado, tras lo cual, bajándose las bragas a la altura de las rodillas, se empezó a acariciar sin importar que el coche estuviera descapotado y que en ese momento, el puente Robert Kennedy, que estábamos cruzando, estuviera atestado de vehículos. Colorada hasta extremos inauditos, la mujer buscó complacerme torturando su clítoris a la vista de todo aquel que se fijara en el rutilante Ferrari. Estuve a un tris de decirle que parara, tenía miedo que alguien nos denunciara porque en una sociedad tan hipócrita como la americana sigue existiendo  el delito de escándalo público pero, al comprobar que esa mujer estaba cada vez más excitada, la dejé continuar y tratando de evitar problemas innecesarios, subí la música del cd con el ánimo de amortiguar sus gemidos.
Ann, absolutamente inmersa en su papel y con las piernas completamente separadas, se había sacado un pecho y mientras se pellizcaba un pezón con una mano,  con la otra se masajeaba duramente la entrepierna. La visión de esa mujer entregada, me empezó a afectar a mí también y mi pene no tardó en removerse inquieto bajo mi cremallera.  Aunque me parecía un error, tengo que confesar que me estaba poniendo cachondo. Mi calentura tampoco le pasó desapercibida a la rubia que sin pedirme permiso empezó a acariciar mi sexo por encima del pantalón.
Aprovechando que acabábamos de entrar a la autopista y que en teoría era más complicado que alguien nos acusara, la miré de reojo y señalando mi entrepierna, ordené a la mujer que lo liberara de su  encierro. No se hizo de rogar, soltándose el cinturón de seguridad, se agachó y bajándome la bragueta, saco mi pene con su mano:
-Te echaba de menos- soltó mientras le daba un beso.

Por su cara de felicidad,  la rubia estaba encantada con mi pedido y sin quejarse en absoluto, abrió sus labios para engullir lentamente toda mi extensión. La sensación de ser mamado al volante de ese deportivo es una experiencia digna de contar. La música a tope, el aire despeinándome el pelo y ese pedazo de hembra mimando mi falo en su boca, me estaban llevando al paraíso. Queriendo disfrutar plenamente, puse el controlador de velocidad y llevando una mano a la cabeza de mi clienta, la empecé a acariciar.
Ella al sentir la presión de mi mimo, creyó que quería que acelerara sus maniobras e introduciéndose mi sexo hasta el fondo de su garganta, buscó mi placer antes que el suyo. La humedad de su lengua recorriendo la piel de mi miembro consiguió elevar mi calentura y previendo que me iba a correr, le avisé de lo que se avecinaba. Mi advertencia le sirvió de acicate e incrementando la velocidad de su mamada, usó su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi sexo de su interior, con la lengua presionaba mi falo mientras con sus dedos acariciaba mis testículos.
“Menuda mamada” exclamé mentalmente al experimentar los primeros síntomas de mi orgasmo.
La mujer al percatarse de lo que ocurría, llevó una mano a su entrepierna y dando a sus dedos un ritmo infernal, intentó que su clímax coincidiera con el mío pero no lo consiguió porque soltando oleadas de semen en su garganta, desparramé mi placer antes que ella. Ann, con auténtica ansia, disfrutó del sabor de mi leche y sin dejar de masturbarse, fue tragándola a la par que la expulsaba.
-¡Me encanta!- escuché decir a mi clienta mientras se relamía los labios en búsqueda de algún rastro de mi semilla, – sería feliz cuidándote de por vida-
Su entrega me puso los pelos de punta. No en vano solo me unía a esa mujer el color de su dinero y no me apetecía que se enamorara de mí. Cabreado, le ordené que se sentara en el sillón del copiloto y en silencio recorrimos los sesenta kilómetros que nos separaban de su chalet. Esa bruja había roto el encanto del viaje. Ni siquiera la gozada de conducir ese deportivo, valía la pena y por eso decidí que iba a hacer todo lo posible para que Ann comprendiera que, aunque podía alquilarme, no tenía dinero suficiente para comprarme. El amor no entraba en el juego. Desde el mismo momento que  decidí dedicarme a este oficio, supe que no podía ni debía de sentir nada por las mujeres que contrataran mis servicios pero hasta entonces no me había percatado que también era mi obligación evitar que ellas se encariñaran conmigo.
“Los sentimientos generan celos”, me dije mientras recorría los últimos kilómetros que nos separaban de nuestro destino. “O tengo cuidado o esta tipa es capaz de meterme en un problema”.
Al llegar, no me sorprendió descubrir que más que chalet, era una mansión el lugar donde iba a pasar los siguientes siete días. Construida a finales del siglo pasado, la casa de Ann era una magnifica finca con dos hectáreas de terreno pegada a la playa. El jardín, si es que se puede llamar así a esa enorme extensión, podría formar parte de cualquier botánico. Perfectamente cuidado y con multitud de variedades de plantas era espectacular. Todo estaba en su sitio, no cabía duda de que había sido diseñado por un paisajista.
Al pie de las escaleras, nos esperaba una sirvienta a la antigua usanza. De raza negra, la muchacha era una monada pero no me fijé en ella por su cuerpo sino porque su uniforme tradicional con cofia y mandil, te retrotraía a épocas pasadas. Su apariencia y modales tan en boga a principios del siglo xx eran una reliquia fuera de lugar hoy en día.
-Señora- escuché que le decía a mi clienta –Sus habitaciones están preparadas siguiendo sus órdenes-
La rubia no la saludó sino que comportándose de un modo altanero, le exigió que recogiera nuestras pertenencias y sin mediar otra conversación, me cogió del brazo para mostrarme su propiedad. El enorme hall daba paso a un salón todavía más imponente. En él, las vistas eran espectaculares. Sus grandes ventanales, daban la impresión óptica de estar sobre la cubierta de un barco al ser solo mar lo que se vislumbraba.
-¡Coño!- exclamé al comprobarlo.
Me habían hablado de riqueza pero eso era mucho más de lo nunca me había imaginado. Tratando de evitar que se notara que estaba impresionado, le pregunté dónde estaba el baño:
-Pillín- me soltó pegando su cuerpo al mío –No sé cómo has averiguado lo que te tenía preparado-
Sus palabras me terminaron de destantear al no tener ni idea de lo que hablaba pero lejos de mostrar mi confusión, dejé que me mostrara el camino y en silencio la seguí por la escalinata que daba acceso al piso superior. Ann, con una expresión pícara en su cara me enseñó su habitación. Si el cuarto era gigantesco la cama era todavía más desproporcionada.
“La debió mandar hacer bajo pedido”, pensé al percatarme que una cama de esas dimensiones no se vende en el mercado. Nunca supe sus medidas exactas pero debía de medir tres por tres. Lo único que me quedó claro fue que era como una plaza de toros.
Recordando que tenía algo planeado, la cogí entre mis brazos y acariciándole el trasero le pregunté si eso era todo.
-No, mi amor. Acompáñame al baño- respondió.
Picado por la curiosidad, la seguí y al entrar, me quedé pasmado al contemplar que el susodicho consistía en una estancia de más de treinta metros cuadrados al que no le faltaba nada. Dotado con sauna, jacuzzi, ducha de masaje y demás artilugios parecía sacado de las páginas de una revista. Si ya eso era sorprendente, comprobar que nos había preparado el jacuzzi y que junto, de pie, aguardaba la criada me dejó alucinado.
-He pensado que llegarías cansado después del viaje y que necesitaría un baño relajante- me informó mientras, llegando hasta mí, me empezaba a desnudar.
Sin importarle la presencia de su empleada, mi clienta fue desabrochando los botones de mi camisa, aprovechando para irme besando la piel  de lo que iba descubriendo. Resultaba extraño, para ella, la negrita era un mueble. Algo que formaba parte del mobiliario y no una mujer con sentimientos. Al terminármelo de quitar, Ann se quedó mirando mi pecho desnudo y actuando como una verdadera ninfómana, siguió recorriéndolo con sus besos mientras sus manos trataban de abrirme el cinturón.

Un tanto extrañado por su comportamiento, me fijé en la morena. Aunque intentaba mantener una postura profesional, sus ojos la delataron. Esa mujer no era de hielo y se ruborizó al ser descubierta. Entre tanto, la rubia había conseguido despojarme del pantalón y completamente absorta, contemplaba el prominente bulto que se escondía bajo mi bóxer.

-¡Qué ganas tengo de que me folles!- confesó.
La criada, quizás obedeciendo instrucciones anteriores, se acercó a nosotros y en silencio, llevó sus manos a los tirantes de su jefa, deshaciendo los nudos que mantenían el vestido sujeto a sus hombros. Resultó excitante ver caer la tela al suelo, mientras mi clienta permanecía mirándome.
Sus pechos se me mostraron en todo su esplendor. Realmente grandes, eran una tentación demasiado fuerte y llevando mi boca hasta ellos, fui recorriendo los bordes de sus pezones, obviando que a menos de un metro, estaba su empleada. Ann gimió al sentir las caricias de mi lengua y protestando, me dijo mientras me terminaba de desnudar:
-Vamos al agua-
No puse ningún inconveniente, el morbo de la situación me estaba excitando. Estaba convencido que iba a tomarla en presencia de la morena pero sin saber a ciencia cierta cuál iba a ser su cometido. Dudaba si iba a ser una simple voyeur o por el contrario iba a colaborar activamente pero a tenor del tamaño que estaba alcanzando mi miembro, decidí que me daba igual.  Ya en el jacuzzi, me tumbé a esperar acontecimientos.
Mi clienta dejó que la criada se agachara y le quitara las bragas, antes de entrar conmigo en la bañera. La naturalidad con la que su chacha la ayudó, me reveló la completa sumisión en la que la mantenía y por eso me extraño aún más que una mujer que se mostraba tan dominante, hubiese aceptado el trato de esa mañana.
Al meterse en el agua y sin más prolegómenos, la rubia se sentó a horcajadas sobre mí, introduciéndose mi extensión en su interior. Lo hizo despacio pero no por ello menos brutal. Me había equivocado esa mujer quería sexo y nada más. No había terminado de acomodarse cuando dirigiéndose a la morena, dijo:
-Sandy, quiero beber-
La cría sacando una botella de champagne de una pequeña nevera bajo el tocador, la descorchó y cuando ya cría que iba a servirlo en unas copas, bebió a morro y acercándose a su jefa, le dio a beber de su boca. Como comprenderéis me quedé atónito al ver a esas mujeres besándose mientras una de ellas tenía mi pene incrustado en su interior y sin saber cómo actuar, instintivamente me empecé a mover.  Mi clienta aceptó de buen grado mi reacción y sin dejarse de morrear con la morena, puso sus pechos a mi disposición.
No tuve que ser ningún genio para conocer los deseos de la rubia y mordisqueando sus pezones, busqué complacerlos. Estaba mamando como un niño de sus gigantescas ubres, cuando me percaté que la mano de la negra se deslizaba por su cuerpo y se hacía fuerte en la entrepierna de su jefa. Sin ningún reparo, Sandy empezó a masturbarla con decisión.
“¡Puta madre!”, exclamé mentalmente al cerciorarme nuevamente del error que cometí al pensar que esa mujer quería comportarse como sumisa y comprender que lo que realmente deseaba explorar era el roll de dominante.
“Mientras no intente sobrepasar los límites”, pensé cada vez más excitado,” me importa una mierda como quiera usarme”.
Ann al experimentar que eran cuatro manos y dos bocas las que recorrían su cuerpo, empezó a jadear de deseo e imprimiendo a sus caderas un ritmo trepidante, siguió empalándose con mi miembro sin dejar de berrear.  Completamente abstraída en sus sensaciones, no vio que la morena se iba desnudando sin dejarla de tocar. Cuando ya completamente en cueros, se metió en la bañera y  pegó sus pequeños pechos en la espalda de mi clienta, esta,  convulsionando dentro del agua, se corrió dando alaridos.
La morena se quedó paralizada al escuchar semejantes gritos por lo que  tuve que ser yo quien la tranquilizara, diciéndola:
-Es normal, tú sigue-
Devolviéndome una mirada cómplice, Sandy le agarró las nalgas y separándolas, sacó su lengua y sin esperar permiso, se la metió en el ojete. Ann recibió la incursión en su, hasta esa mañana, inmaculado ano con verdadera pasión e imprecando ordinarieces se volvió a derramar sin parar. Cada vez más subyugada  por sus sensaciones, la rubia me rogó que la usara sin compasión.

Acelerando el compás de mis penetraciones, la llevé hasta la locura al morder con dureza sus ya maltratados pezones. No me resulta sencillo narrar cómo esa mujer trepidando con mi sexo en su interior, se colapsó. El cúmulo de emociones fue excesivo e incomprensiblemente, como ya me había hecho el día anterior, se desmayó ante nuestros ojos. Sandy que no había sido testigo de la peculiar forma con la que esa mujer llegaba al orgasmo, se quedó aterrada al verla desplomarse en la bañera. Sin hablar,   cogí a mi clienta entre mis brazos y la llevé hasta la cama.

Nada más depositarla sobre las sábanas, me giré a ver a la negrita que con paso indeciso me seguía. Por sus ojos, se notaba  a la legua que seguía asustada. Sé que estuvo mal pero  no pude reprimir la broma y poniendo voz seria, le solté:
-Estaba enferma del corazón y quería morir de esta forma-
La cara de pavor de la pobre mujer fue increíble, tartamudeando de miedo, me preguntó que le íbamos a decir a la policía. Profundizando en el engaño, le contesté que ese era su problema y no el mío porque yo me iba en ese instante. Al borde de un ataque de nervios, Sandy se echó de rodillas a llorar , implorando que no la dejase sola. Estaba a punto de decirle la verdad cuando incorporándose en la cama, Ann nos preguntó qué era lo que pasaba.
Soltando una carcajada, le expliqué la burla a la que había sometido a su criada. Mi clienta uniendo su risa a la mía, respondió:
-No es mi chacha, creía que te habías dado cuenta. Es  una puta igual que tú-
Con lágrimas en los ojos de la risa, producto de darme cuenta que a mí también me habían tomado el pelo, ayudé a la morena a levantarse del suelo. Sandy, poniendo una dulce sonrisa, se me quedó mirando  mientras me decía:
-Eres un cabrón y no tengas duda de que me vengaré-

 

Relato erótico: “Diario de George Geldof – 5” (POR AMORBOSO)

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indefensa1Diario de George Geldof – 5

Sin títuloCon buen viento y mar tranquila, a mis casi 16 años, partimos Stephen, su mujer Janice y su hija Hannah, de 18 años.

Durante el viaje, hablamos mucho. Eran una familia muy amigable y cariñosa. Nada más conocerlos, Janice me indicó que debería llamarla Janice, a su hija Hannah y que al mayor, todos le llamaban Mayor, incluso la familia. El era un hombre rígido y disciplinado. El clásico ejemplo de militar.

Normalmente, ellas y yo hablábamos en cubierta de múltiples cosas y el Mayor se entretenía con el capitán del barco. (Creo que después de este viaje se dedicó a otra cosa). Hubo alguna vez, que, en las conversaciones que manteníamos, Janice soltó la clásica pregunta:

-¿Y qué, dejas alguna novia en Inglaterra?

Yo pensé en Desireé, y dudé, pero al fin la mande a la mierda mentalmente y respondí.

-No, Janice, no dejo a nadie.

-No pareces muy convencido. Quizá te enamores de Hannah y no eches de menos a nadie allí. ¿Te parece bonita Hannah?

-Claro que si, mucho, al igual que tú. El Mayor tiene mucha suerte al tener dos mujeres tan hermosas como vosotras.

-El Mayor no sabe lo que tiene. –Dijo como protesta, y cambió la conversación.

Cuando llegamos a la India, todavía nos esperaba un largo viaje en carreta y caballos hasta el fuerte, pero aguantamos todo, calor, bichos, mala comida, salidas rápidas tras las matas del camino para evacuar lo que nuestras tripas no podían mantener sujeto. Etc.

Una vez instalados, disponíamos de una gran casa junto al fuerte, con criados, por supuesto, y casi tantas habitaciones como en casa de mis padres.

Yo empecé como soldado en uno de los batallones, donde puse todo mi interés. La zona no era precisamente pacífica, y todos los días había escaramuzas con los ladrones, rebeldes propios y rebeldes vecinos. Mi manejo de las armas, mi prudencia y mis ideas, me llevaron a ser pronto teniente de lanceros. El teniente más joven de la India. Pero antes…

En la casa vivía una mujer hindú, de unos veinticinco años, llamada Akuti que estuvo casada desde los doce años, con un hombre que había fallecido. En la zona se practicaba el rito Sari que consistía en que la esposa era arrojada al fuego de la pira del marido, la familia lo intentó pero ella se negó, huyó y fue rescatada por el antiguo Mayor, que la llevó a su casa y la tuvo de criada. Nunca había querido a ese hombre, parece ser que muy mayor ya cuando se casaron y no estaba dispuesta a perder una vida que no había vivido.

No podía salir de la casa, porque si la encontraba por la calle algún pariente fuera de su familia o de la de su marido, la matarían. Lo único que había sacado de ese matrimonio era que su marido le había permitido aprender, e incluso le había enseñado algunas cosas él mismo, tal que así, además de una gran cultura, hablaba varios idiomas y algunos dialectos del país.

Cuando me contaron la historia, le pedí que me enseñase la lengua del país, y los dialectos de los habitantes de la zona que defendíamos. Accedió gustosa y dos días a la semana nos reuníamos en mi habitación durante una hora para enseñarme el idioma y costumbres.

Cuando no tenía servicio ni tenía que estar en el cuartel, permanecía en la vivienda, ya que nunca me había gustado beber, y allí era lo único que se podía hacer. Eso o ir de vista al mercado. Cosa que me pedían Janice y Hannah frecuentemente para que las acompañase y protegiese. El Mayor lo veía bien, porque así le podía informar si alguien se les acercaba, ya que, según me enteré, había pedido el traslado a la india porque su mujer había tenido o querido tener un lío con alguien, por lo que decidió poner tierra de por medio.

El Mayor acostumbraba a darme dinero y me decía:

-Toma, que tú sueldo es bajo. Lleva a mi mujer y a mi hija de compras y cómprate algo tú también. Cuando volváis, me cuentas lo que habéis hecho y con quien habéis estado. –Con eso se ganaba tener un informador para evitar los posibles engaños de su mujer.

Uno de los días de mercado, pasamos ante un puesto donde un ermitaño o algo así, esquelético a más no poder, permanecía con las piernas separadas y entre ellas una enorme piedra colgada de su polla, cuya punta estaba por debajo de su rodilla. Preguntamos al acompañante que nos traducía, qué hacía ese hombre y nos dijo:

-Ser hombre santo. Venir a la ciudad por comida para seguir en su soledad, allá en la montaña. La piedra es para hacer penitencia por encontrarse fuera de su solitaria cueva.

Janice dijo:

-¡Vaya cosa que tiene! –y mirándome a mi- ¿A ti te gustaría tener algo parecido? ¿O quizá lo tienes ya?

-No, que va, qué más quisiera yo. A mi solamente me llega a media pierna.

-¡No me digas! –soltó con gran énfasis.

-Pues te digo.

-¡Eso habrá que verlo!

-Cuando quieras. –Le dije, no era del todo verdad, pero total, ya estaba curado de espanto. Si le parecía pequeña, me daba igual.

La verdad es que no tardó mucho en comprobarlo.

Cuando volvimos, el mayor me tomó por el brazo y me hizo un aparte:

-¿Qué tal muchacho? ¿Cómo ha ido el mercado?

-Muy bien mayor, parece que las señoras han disfrutado con sus compras y los regateos en los tenderetes.

-¿Y se ha encontrado con alguien conocido?

-¡Qué va, mayor, si al verme con el uniforme de soldado, no se acercaban ni los ladrones!

-Muy bien, hijo mío, y ¿qué vas ha hacer?

-Ahora, después de cenar, me daré un baño y me relajaré un buen rato, luego me iré a la cama, leeré un rato y a dormir, ya sabe, Mayor, que no me gusta beber ni salir de noche.

-Eso está muy bien, hijo, yo me iré al club de oficiales y cenaré allí. Vendré un poco tarde. Y si no te importa, te dejo al cargo de la casa.

-Gracias Mayor, lo acepto gustoso. No creo que se produzcan incidencias, pero si hay alguna, le avisaré.

-Te dejo entonces que tomes tu baño. Hasta mañana, que yo volveré tarde seguramente.

Dejé de preocuparme por ello, fui a mi dormitorio, me desnudé, tomé un albornoz y me fui al baño. Éste era una habitación en la que había una piscina de unos cinco metros de larga por unos dos de ancha, con distintos niveles de profundidad, que se oscilaban entre el metro y los diez centímetros de altura de agua. Me metí en el agua tan refrescante y me dispuse a realizar una de las tareas que me resultaban más gratificantes desde que había salido de Inglaterra.

En ello estaba, con mi polla en totalmente erecta y a reventar por no haberla podido calmar durante el día, recorriéndola con mi mano con distintos cambios de ritmo, cuando se abrió la puerta, que estaba a mi espalda y apareció Janice que vino directa hacia mí.

Cuando me di cuenta, la tenía a mí lado diciendo:

-¡Madre mía! ¡Tenías razón! ¡Vaya aparato que gastas para la edad que tienes!

-Si, ya lo se, es demasiado pequeño. Ya me lo han dicho varias veces.

-¿Pequeño eso? ¡Pues con el que lo has comparado tiene que ser monstruoso! ¡Tendrás que presentármelo! ¡Jamás había visto algo tan grande y gordo!

Yo me quedé totalmente desorientado. Siempre había pensado que la tenía pequeña, desde que, de niño, la comparaba con la de mi padre y hermano. Nunca pensé que crecería a la vez que yo. No obstante, enseguida me olvidé del tema, al fin y al cabo, nunca había tenido problemas por ello y lo único que me molestaba es que me dijesen que era pequeña porque me parecía más infantil.

-¿Me dejas probarla?

-¡Tu misma, sírvete al tu gusto!

Se quitó el saris, vestimenta que había adoptado desde que llegó allí por su comodidad, ya que simplemente es una tela que rodea el cuerpo y cae por el hombro, quedando totalmente desnuda.

Pude observarla mientras entraba en el agua. Se conservaba bien a sus treinta y cinco, treinta y seis años. Tetas grandes todavía bastante altas, coño peludo y negro, culo respingón con algunos gramos de más, buenas y largas piernas, un poco de tripa que en nada la afeaba. En fin, una mujer muy apetitosa.

Se arrodilló a mi lado, en el agua y tomó mi polla que sobresalía porque estábamos en la parte menos profunda, comenzó a lamerla desde la base a la punta, entreteniéndose en darle rápidos lengüetazos en el borde del glande. Después de tres o cuatro recorridos, se la metió en la boca.

Sabía tragar pollas. Se la metía toda entera, presionando con la lengua, lo que la hacía parecer más estrecha. Yo ya estaba casi a punto con mis manipulaciones anteriores, así que se lo hice saber:

-Me voy a correr. Ya casi estaba apunto cuando has veniiiidoooo. –Ella había acelerado la mamada al escucharme y no me había podido contener, descargando todo en su garganta, que no fue desperdiciado.

-¡Y además muy rico!

Como siempre y sobre todo después un tiempo de abstinencia, la erección bajó muy poco. La tomó con su mano y empezó a pajearme.

Arrodillada a cuatro patas como estaba, sus tetas se encontraban colgando, con los pezones sumergidos bajo el agua. Alargué mi mano y comencé un frotamiento circular con la palma sobre la punta de sus pezones, que ya estaban duros y grandes.

Enseguida terminó de ponérseme totalmente dura y ella, sin más dilación, se levantó, puso una pierna a cada lado mío y la punta a la entrada de su coño y comenzó a bajar despacio, con paradas y pequeños empujones, mientras soltaba pequeños quejidos:

-¡AAAAAHHHHH!

-¡OOOOOHHHHH!

-¡UUUUUFFFFFFF!

Y repetía, hasta que consiguió que le entrase entera.

-¡Madre mía! ¡Me siento como de parto! ¡Creo que voy a reventar con eso dentro!

Yo disfrutaba de la presión que ejercía sobre mi polla. Se arrodilló con una pierna a cada lado y mi polla dentro, y comenzó un movimiento metiéndosela y sacándosela, pero no de abajo arriba, sino de delante atrás, con lo que mi polla rozaba su clítoris, y al doblarla me generaba una tremenda presión.

Ella debía estar también muy excitada, porque no tardó ni un minuto en anunciar su corrida:

-¡OOOOOOOOOOOOOOOHHHHHHHH! ¡ME CORROOOO! ¡ME ESTOY CORRIENDO COMO NUNCAAAAAAA! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!

Pero no se detuvo, siguió moviéndose, cambiando de ritmo y dirección, lo que me estaba volviendo loco de placer. Aún tuvo tres orgasmos más, hasta que le anuncié que estaba a punto otra vez, por lo que ella, se salió, y se la metió en la boca para recibir todo lo que tenía para darle.

Después de dejarme totalmente limpia la polla, se estiró en el agua hacia la parte más profunda, siguiéndola al momento. Nos besamos, acaricié sus pechos, chupé sus pezones, estuvimos un rato jugueteando en el agua, tocándonos por todas partes. Poco a poco volvimos a estar preparados para una nueva sesión.

La senté en el borde de la piscina, en la parte profunda, donde si me encontraba arrodillado, mi boca caía justo en su coño. La abrí bien de piernas y comencé a comérselo, poniendo todo mi mejor saber hacer.

Recorría con mi lengua su coño de arriba abajo y viceversa. Cuando empezó a gemir, le metí primero un dedo y luego dos. Coloqué sus piernas sobre mis hombros y ella se tumbó en el suelo. Seguí con mi tratamiento mientras ella ya no emitía gemidos, sino auténticos gritos.

Al momento, apareció Hannah terminándose de quitar la última prenda y, colocando una rodilla a cada lado de la cabeza de su madre, apretó el coño contra su boca, con lo que los gritos de la madre, se cambiaron por los gemidos de la hija:

-¡MMMMMM! ¡Qué gusto! Llevo un rato viéndoos y ya estaba harta de masturbarme. ¡MMMMM! ¿Me dejáis participar en los juegos?

Nadie respondió, ya que cada uno estaba a lo suyo.

Al poco rato, Janice, la madre, empezó a agitar el culo, en señal de que se estaba corriendo, por lo que centré mis caricias bucales en su clítoris y aceleré mis dedos dentro.

La hija, que si que debía estar muy caliente, se corrió siguiendo los estertores de su madre y cayendo sobre ella.

Yo me retiré y ellas entraron en el agua. Nos sentamos y me preguntaron:

-¿Te ha gustado la escena?

-Por supuesto. Esas cosas siempre me encantan.

Y me contaron que en Inglaterra compartían los amantes y cuando no los tenían, se consolaban mutuamente.

-Y por qué le engañas. ¿No le quieres?

Janice comentó que el Mayor no la tenía bien atendida.

-Nuestras relaciones son un desastre. Su pene es pequeño, no me ayuda a excitarme ni practica ningún juego previo, directamente se sube encima, intenta meter su pene y se corre casi antes de hacerlo. Luego me pregunta: ¿ha estado muy bien, verdad?, yo le respondo: Si cariño. Se da media vuelta y se duerme. ¿Comprendes el porqué?

-Si claro. ¿Y lo vuestro?

-Un día encontré a Hannah con un muchacho y los coaccioné para que me incluyeran en sus actos. Aceptaron y fue una auténtica orgía. Mi hija y yo hablamos de lo mucho que nos había gustado y decidimos repetirlo siempre que pudiésemos. Como el hablar y recordarlo, nos había puesto calientes, nos dedicamos atenciones mutuamente y decidimos pedírnoslo cada vez que tuviésemos ganas. Y desde entonces …

Como se había hecho tarde y el Mayor debía estar a punto de llegar, nos fuimos cada uno a nuestra habitación. Yo me entretuve leyendo tanto mis notas sobre costumbres e idioma como libros de técnicas militares que sacaba del cuartel.


Cuando llegó el mayor, todavía estaba despierto, y al ver luz, entró en mi habitación. Iba bastante bebido, pero aún tenía la suficiente lucidez para preguntarme con voz pastosa:

-¡Buenazzz nooochees, George. Debelías estar domido ya!.

-Buenas noches Mayor, si, voy a acostarme ya, se me ha pasado el tiempo volando mientras leía.

-¿Ha venido alguien mientras yo estaba fuera?

-No, Mayor, he estado con su mujer y su hija hasta que, hace un rato, nos hemos retirado a nuestras habitaciones y no ha venido nadie.

El, satisfecho, me dio unas monedas y dijo dando media vuelta y saliendo.

-Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde, hijo.

Al día siguiente, después de la marcha del Mayor, me fui a bañar, recibiendo la visita de la madre y de la hija, casi sin darme tiempo a sentarme.

Se ubicaron una a cada lado y empezaron a acariciar mi cuerpo, una por cada lado, lamían mis tetillas, se alternaban en sobarme la polla y las besaba alternativamente.

También yo besaba su cuello, lóbulos y bajaba hasta sus pezones, en unos juegos que nos proporcionaban risas y suspiros.

En un momento dado, con mi polla a reventar, dijo Hannah

-¿Mamá, me concedes ser la primera, ya que ayer fue toda para ti?

-Por supuesto, hija, adelante.

Y sin más, se puso a caballo sobre mí, dándome la espalda y se la fue metiendo poco a poco.

-¡UUUFFFFF! Tenías razón, mamá, te llena toda. ¡MMMMMMMM!

Empezó a moverse adelante y atrás, lo que me provocaba una fuerte fricción de su coño con mi polla, que me subía la temperatura a pasos agigantados.

Mientras tanto, su madre se puso de pie, colocó una pierna a cada lado y el coño en mi boca.

Comencé a chupar y lamer, mientras con una mano acariciaba su culo y metía mi dedo en el ano y con la otra acariciaba el coño de la hija. Después de dos orgasmos casi seguidos de la hija, se separó para ser sustituida por la madre en un intercambio de papeles.

No se oía otra cosa que gemidos y suspiros.

-¡MMMMMM! Qué gusto. ¡Cómo me llena!

-¡AAAAAAAAAAAA! Sigue, sigue. ¡Cómeme todo!

-¡… SLUP,SSLLLFFFF!

-¡MMMMM! Me corrooooo.

Cuando noté que mi orgasmo se aproximaba, anuncié:

-¡MMMMMM! Me voy a correr.

Janice en un movimiento increíble avanzó hasta sacarse la polla del coño totalmente y en un movimiento de retroceso, se la encajó en el culo, en un movimiento visto-no visto, siguiendo con sus movimientos.

No tardé mucho en correrme, llenándole el culo con una buena descarga. Aún seguimos un buen rato intercambiando entre una y otra hasta que obtuve mi segundo orgasmo y ellas habían perdido la cuenta de los que llevaban.

Cuando dimos por terminada la sesión, nos retiramos a descansar a nuestras habitaciones. Yo estuve leyendo y, como el día anterior, pasó el Mayor, que, después de algunas vueltas, hizo la pregunta:

-¿Ha estado alguien con mi mujer o mi hija?

-No Mayor, solamente he estado yo hasta que se han ido a dormir.

Me dio otra vez monedas y repitió las frases del día anterior.

-Gracias, cómprate algo. Y no te acuestes tarde, hijo.

Unos días después, estando recibiendo mis clases de idiomas, dialectos y costumbres, notaba a Akuti, la sirvienta y profesora, como huidiza y nerviosa. Le temblaban las manos y, a veces, parecía que me iba a decir algo, pero se arrepentía.

Al final, le dije:

-¿Qué te pasa Akuti? Estás nerviosa, y como deseosa de contarme algo.

Me dijo:

-Perdona sahib, quiero decirte algo, pero no encuentro la forma. Además, podría no gustarte y enfadarte conmigo y castigarme.

-No temas Akuti, dime lo que sea, que no me voy a enfadar, y mucho menos castigarte.

-Verás sahib. Estos días he visto lo que hacías con las amas y he sentido un calor en mi cuerpo que no había sentido nunca. Me he sentido deseosa de que me hicieses a mi lo mismo para saber qué se siente y el porqué de tantos gemidos y gritos de placer.

-¿Nos has estado espiando?

-No, sahib. Las amas dejaban la puerta abierta y yo he mirado por una rendija.

-No creo sahib, no lo sé.

-Pero.. ¿Tú no eres viuda? ¿No estuviste casada?

-Si sahib, a los 13 años, mis padres me vendieron a mi marido por un cerdo y seis cabras. Mi marido era un hombre muy mayor ya, y me quería más para que le diese calor que para que actuase de esposa. Yo carecía de experiencia, nadie me explicó nada, yo no sabía qué hacer.

Hizo una pequeña pausa y siguió:

-Lo más parecido a lo que he visto, era que me obligaba a chupar su pene, flácido como un cordel y pequeño, a veces durante horas, aguantando su mal olor y sabor hasta que se dormía. Alguna vez, emitía un corto gemido y echaba en mi boca un líquido blancuzco, de mal sabor también, entonces, mi labor había acabado y podía acostarme a su lado.

Otra pausa

-Jamás se preocupó por mí. Los momentos en los que me prestaba más atención, era cuando me pegaba porque, según decía, había hecho algo mal. Cosa que nunca sabía el porqué, ya que tampoco me daba más explicaciones.

Pausa

-Cuando falleció, sentí una alegría inmensa, hubo tres días de luto y durante ellos, los familiares me obligaron a estar velándolo, alimentándome solo con agua. Cuando lo llevaron a la pira, yo pensaba que quedaría liberada, pero tras encenderla y arder un buen fuego, los familiares me cogieron con intención de echarme a la pira. Me revelé y sacando fuerzas de no se donde, conseguí soltarme y salir corriendo, perseguida por ellos, hasta que choqué con el antiguo sahib mayor, quien me protegió y trajo aquí.

– ……

-Cuando terminó, nos quedamos un momento en silencio. Ella me miraba con miedo, mientras asimilaba lo que me había contado.

-Entonces…..-dije al fin- ¿Todavía eres virgen? ¿Nadie ha penetrado en tu sexo?

-No sahib, nadie me ha tocado ahí, ni en ningún otro lado, excepto lo que hacía con mi marido.

Estábamos sentados en un banco, arrimado a una mesa. Se encontraba a mi lado. Moví mi mano hacia ella, que entendiendo mal mi gesto, se apartó un poco, pero se mantuvo en el sitio, esperando mi golpe. Yo la tomé del hombro y la atraje hacia mí, con la otra mano, acaricié su mejilla, la tomé de la barbilla y deposité un suave y casto beso en sus labios.

Seguí acariciando y besándola, avanzando cada vez más, hasta meter mi lengua en su boca y jugar con la suya, que pronto aprendió a manejar. Nos pusimos de pie, la abracé contra mi cuerpo y seguí con su nariz, sus ojos, su frente, su cara su cuello.

Tenía los ojos brillantes, cuando un criado llamó a la puerta porque me esperaban en otro sitio, ya que había pasado el tiempo habitual que dedicábamos al estudio.

-Esto es solamente el principio –le dije- cuando vuelva seguiremos lo que hemos empezado.

Desgraciadamente, la llamada era porque íbamos ha realizar una expedición de castigo a los rebeldes de más al norte, según nos informaron, y tardamos una semana en volver.

Todavía no tengo muy claro para quién era el castigo de la expedición. Salimos del fuerte más de 400 hombres y regresamos unos 350. Creo que eliminamos unos 10 insurgentes, y la mayoría de los que volvimos tuvieron que permanecer en cama más de un mes.

Los oficiales eran jóvenes que ingresaron en el ejército la mayoría directamente con ese cargo, gracias al dinero de sus familias. Procedían de los miembros más descarriados de esas familias, que los metían en el ejército para que aprendiesen disciplina.

Con estas razones, carecían de interés por conocer el espíritu militar, eran violentos y bebedores, maltrataban tanto a soldados ingleses como nativos y, generalmente, no eran apreciados por sus hombres

Los oficiales solamente querían destacar sobre los demás, con el fin de obtener méritos para ascender y acceder a otros fuertes más importantes o a la propia Inglaterra. Nos obligaban a caminatas agotadoras sin sentido. Nos llevaban por sitios que hasta el manual para tontos decía que debían ser evitados, lo que aprovechaban lo rebeldes para atacarnos. Presentábamos batalla en situaciones totalmente adversas a nosotros.

Si no hubiese sido por nuestra mayor disciplina y armamento, no habríamos vuelto ninguno.

En mi pelotón, en la primera escaramuza, caímos en una encerrona, junto al resto de nuestra compañía. En el primer momento, murió el cabo que nos dirigía. Al no haber nadie dispuesto a hacerse cargo, opté por ser yo quien lo hiciese, organizando a los hombres y a los de otros dos pelotones que estábamos juntos, para realizar un ataque, ocultándonos en el terreno, sobre el enemigo, en el que, siguiendo mis instrucciones, caímos gritando como posesos y disparando a todo lo que se movía. No hubo buena puntería, pero los insurrectos que tenían bloqueada a la compañía, pensando que los atacantes éramos más, salieron huyendo a toda marcha.

Fui felicitado por mis superiores y, ante la escasez de mandos, y personal preparado, y habiendo demostrado mis dotes de mando y organización, así como mi rápida respuesta ante el peligro, fui nombrado sargento de la primera compañía.

Uno de los días en el que la compañía acampó para reponerse, recibí la orden de elegir a seis hombres e incorporarme a una patrulla junto a otros doce, dos cabos y un teniente, con la misión de recorrer la zona buscando rebeldes y proteger e informar a la compañía.

En nuestro patrullar, entramos en un poblado de chozas, habitado por viejos, mujeres y niños. Era ya las últimas horas de la tarde y nuestro teniente decidió pasar la noche allí para estar más o menos cubiertos.

A mi me pareció sospechoso que no hubiese hombres y mujeres jóvenes, que, entre otras cosas, pudiesen ser las madres de los niños, y así se lo hice saber al teniente, el cual se rió de mis temores diciendo que habrían huido al vernos.

Por la noche, no me costó convencer al teniente de que mis hombres hiciesen la primera guardia, por lo que los mandé camuflarse alrededor del poblado y que no hiciesen el menor ruido, haciéndoles partícipes de mis temores. Las órdenes eran no hacer nada si veían acercarse a alguien mientras no viesen intención de atacar o disparar. Si intentaban entrar en el poblado, que los dejasen pasar y comenzasen a disparar para pillarlos entre dos fuegos y si solamente quedaban a la espera, no hiciesen nada hasta que yo disparase.

Yo elegí un árbol cuyas ramas me proporcionaban un cierto acomodo, teniendo a mi derecha el poblado y a mi izquierda la selva.

Así pude observar cómo el teniente tomaba a una de las mujeres más jóvenes de entre las que había y se metía en una de las chozas. Tras esto, el resto de los hombres prepararon su fiesta.

Colocaron a las cinco mujeres más viejas y desdentadas, desnudas y arrodilladas, en un círculo mirando hacia fuera. Amontonaron paja y hierba seca de los animales junto al círculo y tumbaron sobre ella a las otras cuatro mujeres previamente desnudadas.

Se desnudaron todos y comenzaron su juego. Sortearon un orden entre ellos y los cabos y los dos primeros se pusieron a follar a las mujeres más jóvenes, mientras los otros se colocaban delante de las viejas y les iban follando la boca. El resto hacía fila esperando.

El último, a ritmo de paso marcial, decía:

-Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, Un, dos, tres, cuatro, ¡Cambio!

Y todos se movían una posición para follarle la boca a la siguiente.

Cuando alguno se corría, salía del círculo y se colocaba en la fila. Cuando los que se follaban a las más jóvenes se corría, también volvía a la fila, mientras que el siguiente del círculo pasaba a follarla y uno de la fila ocupaba su lugar.

Así estuvieron mucho rato, porque conforme se iban corriendo, aguantaban más en la siguiente ronda.

En esto estaban, cuando escuché ligeros ruidos y vi desde mi posición, cómo se acercaban los rebeldes ocultos por la maleza.

Debían de haber rodeado el poblado y no debían de ser muchos, porque quedaron ocultos esperando, probablemente a que los hombres se durmiesen.

Empecé a pensar que podían ser un peligro para todos y que, si lanzaban un ataque rápido sobre los compañeros, tenían todas las de ganar, por lo que, a la luz de la luna llena, localicé a los que estaban a mi alcance, que eran tres e hice tres rápidos disparos que acabaron con sus vidas.

Al momento, se oyó una descarga cerrada de mis hombres, como puestos de acuerdo para disparar, seguida de disparos sueltos, indicando que habían localizado más rebeldes.

Los del poblado, tomaron las armas que habían dejado junto a sus uniformes en el suelo y desnudos como estaban corrieron a protegerse donde pudieron.

Al mismo tiempo, los rebeldes, que habían quedado sorprendidos, reaccionaron al grito de su jefe y entraron en el poblado disparando y vociferando. Por suerte, los habíamos mermado lo suficiente para que, cogidos entre los vigilantes y los folladores, fuesen barridos en un momento.

Cuando el teniente salió de la choza, ya había terminado todo. Hubo que convencerle que perseguir a los tres o cuatro que habían escapado por la selva era un suicidio de los que fuesen a perseguirlos porque los conocedores del terreno eran ellos y un hombre bien escondido podía cargarse a toda una compañía.

Ya nadie durmió esa noche ni se reanudó la fiesta, entre otras cosas porque dos de las viejas y una de las jóvenes habían muerto por el fuego cruzado y porque ya nadie tenía ganas de divertirse pensando en lo cerca que habían estado de la muerte.

Al día siguiente nos reunimos con el resto de la compañía, nuestro oficial dio su informe y los soldados comentaron lo ocurrido, corriendo la historia por todo el campamento y llegando a oidos del comandante en jefe, al que la versión que había dado el teniente era muy distinta, atribuyéndose todo el mérito.

Fui llamado ante él para que le informase de lo sucedido, tomó sus notas y me despidió.

Durante los días siguientes, fuimos cayendo en las emboscadas más tontas, algunas de libro, muriendo muchos hombres de las otras compañías. De la nuestra no murió nadie más, porque el teniente bajo cuyo mando estaba yo, que era un compendio de tonto, vago e inútil confió en mis consejos y buscábamos la forma de causar los mayores daños con el menor esfuerzo en materiales y hombres. Éstos, al ver la nueva forma de actuar, empezaron a confiar plenamente en mí y obedecían las órdenes con prontitud y efectividad.

Todo eso hizo que al volver, la primera compañía fuese nombrada y premiada con honores, lo que empezó a crear resquemores entre las demás compañías y oficiales.

Después de 7 largos días volví a la casa, en el día y hora de mi clase, encontrando, al entrar en mi habitación, a Akuti sentada en su sitio habitual del banco, de espaldas a mi, sin volverse al entrar yo.

Cuando me acerqué, temblaba. Besé su cuello, levanté su pelo y besé su nuca, acaricié sus mejillas desde detrás y comprobé que lloraba. Le dije

-Akuti, no sabes cuanto te he echado de menos. Quiero seguir con lo que dejamos pendiente al marcharme. ¿Todavía lo deseas?

Ella asintió con la cabeza. Tomé su mano y le dije:

-Necesito tomar un baño. ¿Me acompañas?

Se puso en pie y salimos hacia el baño. Por el camino nos cruzamos con el Mayor, el cual me felicitó y me invitó a celebrarlo con él en el club de oficiales. Rehusé alegando que tenía otros planes, el, viendo que llevaba a Akuti de la mano y los albornoces, sonrió y dijo:

-Disfrutad, que os lo habéis ganado.

Una vez en la piscina, nos desnudamos mutuamente entre besos y caricias y nos metimos en el agua. Ella fue lavando mi cuerpo y yo seguí acariciando el suyo, cuando no podía aguantar más mi erección, la senté en el borde de la piscina y le estuve comiendo el coño despacio. Mi intención era lubricarla y excitarla lo suficiente para que no le molestase mi entrada y la pérdida de su virginidad.

Después de llevarla un par de veces al borde del orgasmo y cuando tenía próxima la tercera, me levanté y puse mi polla a la entrada de su coño, punteando y sacando mientras rozaba con la punta su clítoris, para volver a bajar y meter un poco más.

-¡AAAAAAAAAHHHHHH! Cómo me gusta. Jamás había sentido esto. Métemela toda ya, quiero sentirla dentro.- decía ella

-Espera, aún falta un poco, disfruta de esto. ¿Te gusta mucho?

-¡SSSIIIIIIIII!.

-¿Quieres que siga?

-¡SSIIIIIIII! No pares.

-¿Sientes como te entra?

-¡OOOOOHHHHH! ¡SSSIIIIIIII! Métela ya.

Con estas y otras frases, fui metiéndola, hasta que encontré una mayor resistencia al alcanzar el himen. Detuve el avance y metí mi mano entre nuestros cuerpos para alcanzar su clítoris, y empecé a acariciarlo, al tiempo, empecé a entrar y salir, recorriendo el territorio conquistado.

Cuando sentí que se iba a correr, empuje hasta dentro, acelerando el masaje del clítoris, lo que la hizo estallar en un tremendo orgasmo, que empezó abrazándome y terminó sujetándola yo entre caricias y besos.

Cuando se repuso me dijo:

-¡Gracias sahib, no sabía que podía ser tan hermoso!

-De nada Akuti, te lo merecías después de lo que has pasado.

-Ahora debo ser yo la que te de placer a ti. Te lo daré con mi boca, porque se que te gusta.

-No Akuti, se que no te gusta por tu mala experiencia.

-Pero las amas te lo hacían y no parecía disgustarles.

-Prueba entonces, y si no te gusta, te retiras.

Ahora fui yo quien se sentó en el borde y ella la que se metió entre mis piernas para empezar a lamer y chupar como había visto a sus amas.

Tragaba todo lo que podía, y la sacaba hasta lamer los bordes del glande. También hacía algo que no logré descubrir, que imagino sería lo que le gustaba a su marido, pero que me daba un gran placer, hasta el punto que pronto le indiqué que estaba listo para correrme. Ella ni paró ni disminuyó el ritmo, lo que provocó que mi abundante corrida contenida entrase directamente a su boca y garganta.

Cuando terminé, procedió a dejármela limpia y se puso a mi lado.

-¡Me ha gustado mucho! ¡Ha sido muy excitante! Tu polla no tiene mal sabor, al contrario y tu semen sabe a gloria.

Seguimos besándonos un buen rato más, luego nos fuimos a mi habitación donde continuamos nuestra fiesta particular. Volví a comerle el coño, estuve dilatando su ano, tuvo tres orgasmos más. No quise penetrarla para no causar dolor. Ella volvió a mamarla y quedé totalmente satisfecho.

Al día siguiente, yo volví con la madre y la hija. Al poco de empezar, vi que ella estaba mirando. La llamé y vino mirando al suelo, avergonzada. Le pedí que se desnudase y participase de nuestros juegos. Janice y Hannah ya sabían lo nuestro y no se opusieron. Ellas la ayudaron a entrar en el agua y fueron las primeras en ponerse a excitarla. Recorrieron todo su cuerpo, hasta que terminaron comiéndole una el coño y otra el culo, a la vez que se lo dilataba.

Yo alternaba clavando mi polla un rato en el coño de la madre y otro en el de la hija, hasta que ambas alcanzaron su orgasmo. Después, coloqué a Akuti en el borde de la piscina, tumbada boca arriba pero con los pies dentro del agua, que puse sobre mis hombros, apunté la polla a su ano, ya bien dilatado y fui empujando poco a poco. Mientras, Janice colocada sobre ella, le comía el coño y la hija a su madre.

Estuve bombeando un rato, mientras ella gemía como loca disfrutando tanto de la comida de coño como de la enculada. No sé cuantos orgasmos tuvo esa noche, pero se que fueron muchos. Al fina, me corrí en su culo y, como siempre, después de un rato de charla, nos fuimos a la cama, solo que esta vez, Akuti vino conmigo a pasar la noche.

Cuando el Mayor vino a dar vuelta y preguntar, le dije:

-No ha venido nadie, Mayor, hemos estado los cuatro juntos pasando un rato entretenido y nos hemos ido a acostar a la vez. Por cierto, Mayor, como verá Akuti se encuentra conmigo y quiero seguir con ella, me he enamorado y quiero compartir el resto de mi vida con ella. ¿Tiene algún inconveniente?

-No hijo, al contrario, estoy muy contento de que tengáis esa relación. Tenéis mi beneplácito. Ahora me voy a dormir, mañana hablamos y me contáis mas cosas sobre vosotros.

La historia continuó durante meses, pero con Akuti incluida en nuestros juegos. Fueron los meses más felices de mi vida. Hubo varias expediciones de castigo, tan desastrosas como la primera. En una de ellas, el teniente de mi compañía no supo cubrirse bien y fue muerto a tiros, lo que supuso que yo ascendiera y ocupase su puesto, siendo felicitado por mis actos de valor e inteligencia, incrementando así el odio de los demás. El resto de tenientes, no me hablaban ni incluían en sus reuniones, pero tampoco me importaba mucho

Viviendo en ese peligro constante y teniendo presente que podría morir en cualquier momento, quise dejar un descendiente en el mundo si me pasaba algo. Lo hable con Akuti y acepto contenta el quedarse embarazada, nos pusimos a ello y al mes ya me anunció que iba a ser padre.

La colmé de besos y abrazos de la alegría desde ese momento solamente vivía para mimarla.

Dos semanas después de cumplir yo los 18 años, hubo un ataque nocturno a la casa del Mayor, por un grupo desconocido de rebeldes que al parecer buscaba mi muerte, pero la fortuna hizo que en ese momento estuviese levantado, y pude repeler el ataque en parte. Y digo en parte, porque los disparos alcanzaron a Akuti, embarazada de 7 meses y a mi futuro hijo, matando a ambos.

Quedé totalmente desolado. Pensé en morir con ella porque la vida no tenía sentido para mi. Tras el funeral, salí yo solo de expedición buscando huellas de los autores, recorrí los poblados rebeldes y localicé sus campamentos, ya que, por sus ropas, pensamos que era obra de ellos, me acercaba a escondidas, capturaba uno o varios y los torturaba hasta matarlos, pero nadie sabía nada. Maté a más de doscientos, sin conseguir resultados.

Después de casi seis meses, cuando ya desesperado volvía a casa, me encontré con un rebelde anciano, casi ciego, con fusil al hombro. Cuando lo vi, le disparé a las piernas y quedó tumbado en el suelo. Al acercarme, me di cuenta de que no me veía, sin embargo, enseguida supo quien era:

-Tú eres el que está matando a los míos, verdad. Puedes matarme ya, hace tiempo que estoy preparado.

Sus palabras su actitud me impresionaron, por lo que le pregunté lo mismo que a todos, pero sin violencia.

-¿Qué sabes tu del atentado a la casa del mayor?

-Poca cosa. Se que fueron unos maleantes de la ciudad, pagados con dinero de algunos de los oficiales del fuerte.

-Sabes algún nombre.

-El que dirigía el grupo se llama Malik, los otros no lo se.

-¿Y los nombres de los oficiales?

-Esos los desconozco, busca a Malik y pregúntale a él.

Insistí para que repitiese y me dijese más, pero no cambió ni una sílaba.

Lo dejé con vida y volví a casa, el Mayor, su familia y mis hombres me recibieron con gran alegría, pero yo solamente sentía odio. Me encerré en mi habitación varios días para calmarme y pensar.

Janice y Hanna venían a menudo a visitarme y hablar conmigo para darme consuelo, hasta que al fin tomé una decisión.

No dejé de cumplir con mi obligación, presentando un informe por escrito de todos los poblados y campamentos rebeldes que había encontrado, así cómo sus ubicaciones.

Gracias a eso, las siguientes incursiones dieron mejores resultados.

Gracias por vuestras valoraciones y comentarios. Sugerencias en privado a: amorboso arroba hotmail punto com

 

Relato erotico: “Prostituto por error 4: Ann y su criada negra parte 2” (POR GOLFO)

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Relato continuación de Ann y su criada negra parte 1.
 

El saber que tanto Sandy, la mulata vestida de criada, como yo, no éramos más que una pareja de alquiler en manos de esa ricachona, me divirtió y sabiendo que no tardaría en enterarme del modo que Ann tenía pensado en usarnos, me relajé tumbándome en la cama.

Mi clienta se había levantado mientras tanto y poniéndose al lado de la morena, la besó de un modo tan posesivo que me dejó perplejo. Nunca había visto a una mujer actuar así. Asiendo la cabeza de su víctima, la llevó hasta las suya y sin importarle lo más mínimo los sentimientos de la cría, mordió sus labios mientras con las manos le daba un azote en el trasero.
La sonora nalgada resonó en la habitación, lo que me hizo comprender que bajo el uniforme esa muchacha no llevaba ropa interior. De llevar bragas no hubiese sonado tan alto ni tan agudo.
“O es sumisa o le ha pagado estupendamente”, pensé inicialmente al no oír ninguna queja de sus labios pero cuando observé que se le iluminaba la cara con una sonrisa, comprendí que me había equivocado. Esa niña además de recibir un estupendo salario por estar con ella, le gustaba ese tipo de tratamiento.
Más interesado de lo que me gustaría reconocer, no perdí ojo de lo que ocurrió a continuación. La rubia  desgarrando con sus manos el traje de la morena, la desnudó violentamente, tras lo cual, abriendo un cajón, sacó una fusta. Al ver ese instrumento en manos de mi clienta, me dejó helado al no saber cómo reaccionar si esa puta intentaba hacer uso de él conmigo. Afortunadamente Ann tenía otras intenciones y obligando a Sandy a ponerse a cuatro patas sobre la alfombra, se montó encima.
Contra toda lógica, esa mujer mostró alegría al sentir el peso de la rubia en su espalda y con expectación no fingida, esperó el primer azote. Este no tardó en llegar, Ann  nada más aposentarse, la cogió del pelo a modo de riendas y azuzándola como a una potrilla, dejó caer su fusta contra el culo de la morena. Ese azote fue lo que esperaba para comenzar a gatear por la habitación. Durante unos minutos, mi clienta la fue llevando de un lado a otro con la única indicación de tirones de pelo. Si quería que su montura torciera a la izquierda, no tuvo más que jalar de un mechón hacia el mismo lado y si por el contrario deseaba ir hacia la derecha, solo tenía que tirar del otro lado. En cambio si lo que quería era que acelerara, la morenita recibía una caricia de la fusta en su trasero.
Cuanto más observaba el comportamiento de esas dos mujeres, más convencido estaba de la predisposición de Sandy a ser tratada con dureza porque no me costó reconocer en esa cría los primeros síntomas de su excitación. También Ann se percató de los mismos y con voz autoritaria, le espetó a voz en grito:
-Puta, ni se te ocurra correrte antes que te lo digamos-
Escuchar de su boca que íbamos a ser dos los que usáramos a la mujer, me tranquilizó al comprender que no me tenía preparado un papel de sumiso en esa opereta. Fue entonces cuando decidí intervenir y saliendo de la cama me puse detrás de ellas y separando las nalgas de la morena, con dos dedos comprobé la elasticidad de su ano.
Sandy no pudo evitar quejarse del modo tan brusco con el que introduje mis falanges en su interior. Ann, al escuchar su lamento, azotó con dureza su trasero como castigo mientras le recriminaba:
-Me habían asegurado que eres una perra acostumbrada a soportar pero oyéndote pienso que eres una aficionada-
La mulata debió de pensar que se iba a quedar sin la paga prometida porque con lágrimas en los ojos, le pidió perdón diciendo:
-Ama, lo siento. Fue la sorpresa, puede estar segura que cumpliré a pie juntillas tanto sus deseos como los del macho que pone a mi disposición-
Mi clienta sonrió al escuchar la sumisión de la muchacha y levantándose de su espalda, se tumbó en la cama mientras le decía:
-Vamos a comprobarlo, quiero que me comas el coño-
Sandy no se hizo de rogar, poniéndose entre sus piernas, sacó su lengua y con auténtico frenesí, se apoderó del clítoris de la mujer. Asumiendo que Ann era quien pagaba y que yo estaba ahí para servirla, me tumbé a su lado y sin esperar a que me lo pidiera, empecé a acariciar su cuerpo mientras mi boca jugueteaba con uno de sus pezones. Tal y como había previsto, mi clienta se vio desbordada por tantas sensaciones y por eso no me chocó, escuchar sus primeros gemidos de placer resonando en la habitación.
Tengo que reconocer que yo también me fui excitando y con mi pene completamente erecto, entendí que debía de esperar sus órdenes para desahogarme. Mientras tanto, la morena seguí bebiendo del flujo  de Ann y conociendo a la perfección su trabajo, buscó el placer de la mujer introduciendo un dedo en su vulva.
-Me encanta- sollozó al sentir su interior vulnerado por Sandy y sus pezones mordisqueados por mí y colaborando con nosotros, se retorció sobre las sábanas.
“Esta guarra no tardará en correrse”, pensé mientras aumentaba la presión de mis dientes sobre su aureola.

Cuando estaba a punto de obtener el ansiado orgasmo, Ann hizo algo no previsto. Separándose de nosotros, se levantó y poniendo la cabeza de Sandy en mi entrepierna, le ordenó que me hiciera una mamada. Extrañado, no presté atención a como la morena se introducía mi miembro en su boca porque quería enterarme de los planes de mi clienta, aun así, sentí sus labios abriéndose y a su lengua recorriendo mi extensión antes de lentamente embutir mi pene hasta el fondo de su garganta.

Me quedé petrificado al observar que Ann abría un cajón y sacaba un arnés que llevaba adosado un falo de gigantescas dimensiones.

“¡La va a matar!” exclamé mentalmente al comprobar que ajustándose el tremendo instrumento alrededor de su cintura, se aproximaba con él dispuesta a sodomizar a la morena.
Afortunadamente para la muchacha, Ann cogió un bote de vaselina y antes de nada, se puso a lubricar el ano que pensaba desflorar. Esta, al sentir los dedos de la rubia relajando su entrada trasera, lejos de quejarse, se excitó e imprimiendo a su boca de un ritmo frenético, se dejó hacer sin protestar. Mi clienta,  mientras tanto, viendo que el esfínter de esa chavala estaba acostumbrado a ese tipo de uso, se puso a embadurnar el falo de plástico que iba a usar. Al hacerlo y necesitar de las dos manos, me apiadé de su víctima. Su grosor debía de doblar al mío y por eso asustado pero interesado, me deshice de su boca y me levanté a ver desde cerca como narices el estrecho culo de esa cría iba absorber semejante atrocidad.
Mi ausencia le permitió a Sandy observarlo por primera vez. Con los ojos abiertos de par en par, se quedó alucinada al saber que iba a ser usada con él, pero en vez de cabrearse e irse, usó sus manos para separarse las nalgas mientras pedía a la rubia que lo hiciera con cuidado.
“Es una locura”, pensé al ver que Ann posaba el enorme glande en la entrada trasera de la morena, “no podrá meterle ese tronco”.
No tardé en comprobar que me había equivocado. Mi clienta ni siquiera preguntó si estaba dispuesta y cogiendo a la muchacha por sus caderas, forzó con el aparato el esfínter y lentamente, lo fue introduciendo mientras su víctima no dejaba de gritar.  Realmente me sorprendió no solo que entrara la cabeza sino que al cabo de menos de un minuto, Sandy tuviera incrustado por completo ese portento en su trasero. Contra lo que había previsto, la mulata había sido de soportar el dolor y cuando ya se hubo acostumbrado, se giró para decirle que podía empezar.  
La sensación de  tener la completa sumisión de esa preciosidad, desbordó a Ann, la cual obviando toda prudencia empezó a cabalgar sobre el maltrecho trasero de la muchacha. Fue acojonante, comportándose como una perturbada imprimió a sus penetraciones de una velocidad endiablada mientras no paraba de insultarla. Reconozco que me indignó el trato y cuando estaba a punto de saltar, incomprensiblemente Sandy se puso a berrear de placer. Chillando con toda la fuerza de sus pulmones, la mulata le pidió que continuara mientras llevando su mano a la entrepierna se empezó a masturbar.
Su entrega hizo desaparecer mis reparos y colocándome detrás de mi clienta, me apoderé de sus pechos mientras le preguntaba qué era lo que quería que hiciera.
-Fóllame- contestó la rubia.
No me cuestioné más cómo comportarme, cogiendo mi pene lo acerqué a su vulva y de un solo arreón, se lo introduje hasta el fondo. Su coño me recibió empapado, mi sexo no tuvo ninguna dificultad de encajarse en su vagina e imitando a Ann, me sincronicé con ella de forma que cuando sacaba el arnés del culo de Sandy, yo le metía a ella toda mi extensión en su interior.  Esa postura la terminó de volver loca y azotando el trasero de su sumisa me pidió que hiciera lo propio con el suyo.
Sé que puede resultar grotesco y raro, pero ese brutal apareamiento, nos terminó de excitar y casi al mismo tiempo, los tres nos corrimos sobre la cama. La primera fue Ann que, desplomándose agotada sobre la morena, le incrustó dolorosamente el siniestro arnés mientras su sexo era machaconamente golpeado por mi pene. Sandy, al sentir sus intestinos rebosando, gimió desconsoladamente mientras sus piernas se empapaban de placer. Y por último, yo sin poder retener mi eyaculación por más tiempo, me derramé en la vagina de mi clienta al ver a esas dos mujeres comiéndose la boca entre ellas.

Ni que decir tiene que durante  las siguientes horas y los siguientes días usamos y disfrutamos del cuerpo de la negrita de todas las formas habidas y por haber, ninguno de sus agujeros salió indemne. Su boca, su culo y su sexo fueron hoyados sin darle tiempo a descansar. Lo único que os puedo asegurar es que Sandy se ganó con creces el dinero que Ann le pagó. Por otra parte, desde entonces, cada vez que una clienta me pide que vaya con mi pareja, la llamo porque además de estar muy buena, esa mujer folla como los ángeles.


 
 

Relato erótico: “Viviana 13” (POR ERNESTO LOPEZ)

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PORTADA ALUMNA2Cuando se fue Viviana le dije a su madre, “bañate y ponete un poco más decente que iremos a Sin títulocomer”

Se bañó, se vistió y se maquilló más sutilmente, igual tenía bastante pinta de puta pero no tan alevosa, le di un saco de lana mío abierto adelante y así salimos.

Paré un taxi y le pedí que nos lleve a un restaurante que quedaba a un par de cuadras de su casa, mostró asombro pero no dijo nada.

Elegí una mesa sobre un lateral, pedí una picada y una botella de vino, Mierda no dejaba de mirar la puerta por si entraba algún vecino o conocido. “Quedate tranquila, sino no vas a disfrutar el almuerzo” y mientras le decía esto le metía aceitunas o pedacitos de queso en la concha.

Los sacaba y se los daba a comer en la boca como dos novios enamorados, ella no hacía nada por evitarlo, al contrario, abría bien las piernas para que me fuera más fácil meterle la comida, mientras llenaba su copa de vino y la instaba a beber sin pausa.

Le abrí todos los botones de la blusa y jugaba con sus tetas, en el negocio no había casi nadie, el único que se dio cuenta era el mozo.

Pedí algo más para comer y otra botella de vino, le puse mucha sal a la comida para que le diera sed, ella se tomó casi toda la segunda botella. Estaba bastante borracha y muy caliente, la mandé al baño a hacerse una paja breve pero sin acabar, también le di la copa: “si querés mear podes hacerlo acá y tomártelo”

Volvió al ratito muy colorada, “¿Qué te pasa?”, pregunté haciéndome el boludo

_” No aguanto más por favor, cogeme acá mismo si querés, pero necesito que me hagas acabar con tu pija YA”

_”Pero si había salido puta la vieja” dije en vos bastante alta para que alguien oyera. “vas a tener que aprender que vos sos un juguete para mi placer, no para el tuyo, si se me ocurre estarás sin un orgasmo un mes seguido”

Su cara no tenía desperdicio, imploraba con sus ojos y su cuerpo, no se atrevía a contradecirme pero toda ella gritaba que no podía mas.

“Bueno le dije chúpame la pija acá y mientras te podés tocar un poco hasta acabar.”

Me sonrió agradecida e inmediatamente se metió debajo de la mesa, sacó mi chota del pantalón y se puso a chuparla como si en ello fuera su vida. Aguanté poco , en un par de minutos le llené la boca de leche y mientras la tragaba escuchaba los suspiros que provocaba su orgasmo tan deseado.

Volvió a sentarse aún más colorada que antes pero con una cara de felicidad que no le permitía mentir. Por supuesto que el mozo que hacía rato nos miraba se dio cuenta de lo ocurrido, pero se hizo el boludo. Lástima, si nos decía algo tenía pensado convencerlo dejando que se echara un polvo con Mierda, él se lo perdió.
Me di cuenta que, a diferencia de lo que me pasaba con Viviana, no me importaba que a Mierda se la cogieran otros, al contrario sentía que me gustaría, sobre todo si eran tipos desagradables.

Mierda pagó y nos fuimos, con la blusa aun desprendida, se colocó el saco y abrochó un par de botones, los pezones se marcaban estupendamente a través de la lana. Era un placer caminar con ella tocándola a escondidas o no tanto a un par de cuadras de su casa. Lo más maravilloso era que no ofrecía ninguna resistencia, al contrario lo provocaba.

Mientras comíamos y en el trayecto a su casa le fui preguntando por su vida sexual, pero a diferencia de Viviana su historia era corta y aburrida: se había casado muy joven casi sin experiencia previa, su marido al principio estaba muy entusiasmado pero cuando quedó embarazada perdió interés, su deseo aumentaba pero el esposo cada vez la atendía menos.

Nació la niña y pasado el periodo de cuarentena creyó que todo volvería a ser como al principio, pero no fue así, el esposo sólo la cogía cada tanto y sin mucho interés. Pasaba el tiempo, ella culpaba a la niña por el descuido de su marido y descargaba en ella su frustración.

Así a los pocos años su esposo se instaló en otro cuarto y directamente no tuvieron más vida sexual ni casi ningún contacto. Solo vivían en la misma casa.

Ella mientras tanto se tenía que conformar con masturbarse, algún encuentro lésbico con una amiga o algún operario que iba a arreglar algo a la casa y trataba de cogérselo.

Su educación católica y su vergüenza por el que dirán le impedía buscar algo más permanente que la satisficiera, su bronca crecía por dentro.

Descubrió que tocar a su hija mientras la cambiaba le producía cierto cosquilleo agradable, así empezó sin llegar a la penetración profunda a hacerle la paja a la bebé tanto vaginal como analmente, luego de eso se desnudaba y se hacía flor de paja.

Cuando Viviana creció era más difícil hacerlo, entonces comenzó con los “castigos” que eran excusas para desnudar a su hija y poder tocarla mientras le pegaba, una de sus amigas lesbiana le gradaba mucho participar de esta perversión, cada vez que ella venía la tocaban y castigaban entra ambas y luego de dejarla encerrada satisfacían sus bajos deseos entre ellas.

Mientras me contaba esto me pasaron varias cosas, por un lado me sorprendió que Viviana no me hubiera contado estos detalles, tal vez en su inocencia los borró para cuidar su salud mental. Por otro le tomé odio a Mierda, si hasta el momento no me generaba más que calentura ahora al saberla pedófila de su propia hija logró que la odiara y me prometí hacerle pagar lo que sufrió esa criatura.

No se sorprendan, si bien soy capaz de hacer cualquier cosa con una persona adulta, jamás me gustaron los que se aprovechan de niñas o personas que no pueden elegir, los mataría.

Llagamos a su casa y ni bien entramos me agarró la pija por encima del pantalón tratando que me la coja, “te lo vas a tener que ganar, y no va a ser fácil” afirmé enigmático. “desnudate inmediatamente”.

No tardó ni 10 segundos en estar totalmente en bolas, “ahora mostrame toda la casa”, yo no sabía si estaba el esposo o no pero tampoco me importaba demasiado, a los sumo el problema sería de ella.

Fuimos recorriendo la casa que era muy grande, en bajos estaba la cocina, comedores, tres baños, cuarto de servicio, parque y piscina. Arriba había varios cuartos, el de ella con baño en suite, el del marido (que no estaba) con otro baño y otros tres uno de ellos había sido el dormitorio de Viviana.

Le pedí algo fuerte para tomar, solo había vino y licores, ningún destilado, decidí mandarla a comprar pero antes escribí sobre su cuerpo con un marcador grueso todo tipo de groserías.
La hice vestir con una túnica que estaba en el cuarto de servicio y que usaba la muchacha que hacía la limpieza.

Así descalza y vestida solo con el delantal la mandé al almacén a comprar un buen whisky. Cuando volvió ya tenía dos vasos con hielo esperando, los llené con la excelente bebida y le dije: “quiero ver el fondo blanco” La boluda apuró el trago creyendo que luego la cogería, era lo que deseaba. Volví a llenar su vaso mientras disfrutaba el mío lentamente.

Esto se repitió un par de veces hasta que estuvo totalmente borracha, no era dueña de sus actos. La saqué desnuda al jardín y le ordené: “ a cuatro patas, quiero verte mear como una perra” El jardín estaba rodeado de varios edificios de departamentos altos desde cuyas ventanas se podía ver perfectamente

No tuvo empacho en obedecer , bajó el culo y se echó una larga meada en el pasto, no contento le volví a ordenar: “revolcate encima y gritá que sos una degenerada”. No creí que obedeciera pero entre el pedo y la calentura lo hizo sin dudar. La premié con una meada en su boca que bebió con placer. Estoy seguro que varios vecinos disfrutaron del espectáculo.

A pesar de ser una hija de puta logró que me calentara muchísimo, la llevé casi a la rastra a su dormitorio, la tiré sobre la cama, empapada en pis como estaba y la cogí de la manera más violenta posible. No paraba de orgasmar y disfrutó como una yegua bien garchada por un semental.

Me puse a revisar sus cajones y armarios, encontré un montón de prendas íntimas de las cuales solo unas pocas eran sexis: “tirá todo esto a la mierda, a partir de hoy las pocas veces que uses ropa interior deberán ser bien de puta” “Comprate también zapatos de taco bien altos y mucha ropa de puta: calzas finitas, camisas transparentes, minifaldas cortitas, aunque podés conservar la ropa de señora seria, así a veces serás la señora bien que se porta mal”.

También le ordené que compre una videocasetera y que instale espejos en las puertas de los placares, “de a poco le vamos a poner un poco de onda a esta habitación de vieja chota” le informe para humillarla un poco más.

Pregunté si tenía consoladores pero dijo que no, que en general usaba sus dedos o una zanahoria, prometí que iríamos de compra juntos, imaginándome las cosas que le haría Verónica contando con total libertad para sus sádicos instintos.

Como no había consoladores tuve que improvisar, en el baño busqué el aerosol más grande que encontré y se lo traté de meter en el culo, pero por más fuerza que hice no conseguí que entrara, lo tenía muy apretado aún, le ordené: “a partir de hoy vas a dormir todas las noches con un pepino en el culo, cada día será un poco más grande que el anterior. La próxima vez que nos veamos voy a meter todo mi puño en tu orto y más te vale que estés dilatada”

Y le metí en aerosol en la concha, donde si entró con más facilidad, le hice la paja con este aparato hasta que logre que entrara completo, debía doler bastante pero estaba como ida y no se quejaba.

De repente se puso a llorar, recordé que le habíamos dado la orden de hacerlo para pedir hablar,
“¿Qué querés? Pregunté enojado imaginado que iba a pedir que se lo saque.

-“Me podés mear un poquito más por favor?

Me paré en la cama y regué su cara y su torso con una buena meada, ella trataba de embocarlo en su boca y yo quería dejar todo lo más enchastrado posible.

“ No se te ocurra cambiar las sábanas hasta la próxima vez que yo esté aquí, me miró como un cachorro agradecido.

Me vestí y me fui

CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “Prostituto por error 5: Betty, una mamá lactante” (POR GOLFO)

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JEFAS PORTADA2

Me había tomado una semana de relax cuando recibí la llamada de Johana. Para los que no hayan seguido mi historia, ella es la mujer que me consigue mis clientas. Al contestarle, noté que algo le pasaba y por eso gracias a la confianza que teníamos, le pregunté qué ocurría:
-No te lo puedo contar ahora. ¿Te importa que me pase por tu casa a las siete?-
Después de colgar, me quedé con la mosca detrás de la oreja al no ser algo habitual en esa pecosa el estar tan tensa.  Dotada con un optimismo natural, esa mujer era además una perfeccionista insoportable, no se quedaba contenta hasta que me obligaba a cumplir a rajatabla sus órdenes. Además se había instalado una especie de juego, donde ella alternaba conmigo los roles de ratón y gato. A veces era yo quien la provocaba y ella huía pero en cambio en otras ella se comportaba como una depredadora y entonces era yo el que salía por patas. Ambos sabíamos que lo nuestro era una relación profesional pero debido a la innegable química entre nosotros, siempre bordeábamos peligrosamente el enrollarnos. Nunca habíamos pasado de un furtivo beso o de un roce casual.
Sabiendo que no servía de nada seguir elucubrando acerca de su desazón, salí a tomarme un café al Starbucks de la esquina con la esperanza que estuviera la gerente. Llevaba dos semanas intentando que esa mujer me hiciera caso pero lo único que había conseguido era saber su nombre. Alice había rechazado educadamente todos mis intentos y eso la hacía todavía más atrayente. Al entrar en el local, la vi tras la máquina registradora. Estaba preciosa. Su color trigueño y su aspecto desaliñado, la conferían un atractivo juvenil innegable.
“¡Que belleza!” pensé mientras me sentaba en la mesa.
Su sonrisa era cautivadora. Nadie era inmune a esa mujer. Dando por sentado que no me iba a hacer ni caso, después de tomarme el café, me levanté a pagar. Al hacerlo, me sonrió diciendo:
-¿No se te olvida nada?-
Pensando que me había dejado algo en mi sitio, miré el lugar donde me había sentado y al comprobar que no me había olvidado nada, me la quedé mirando con cara de extrañeza. La morena soltó una carcajada al ver mi expresión y escribiendo su teléfono en un papel, me lo pasó mientras decía:
-¡Qué pronto os cansáis los hombres de insistir! Hoy había pensado en dártelo. Solo espero que me llames- tras lo cual, pasando al siguiente cliente, le preguntó qué era lo que había tomado.
Actuando como un verdadero lelo, no supe qué contestar y guardándome su número en mi cartera, le prometí que la llamaría mientras salía por la puerta. Ya en la calle no me creía la suerte de esa tarde y silbando de alegría, entré en el portal de mi casa. Saboreando de antemano el poder estar con ese portento de mujer, abrí la puerta de mi apartamento para llevarme la sorpresa que Johana estaba en mitad del salón mirando mis cuadros. Sabía que tenía llaves pero aun así me extraño verla allí.
-Son estupendos- dijo con cara de satisfacción – ¿Saben tus clientas que las estás retratando?-
-Sí, como verás no hay caras. Es más Ann quiere que le venda el suyo-
-No me extraña, está estupenda-
-Si quieres te hago uno- respondí sabiendo que se negaría porque todos eran desnudos.
Contra toda lógica, mi jefa dudo unos instantes antes de negarse, tras lo cual, entrando directamente al trapo, me explicó que era eso tan urgente que le traía:
-Alonso, necesito que me hagas un favor. Tengo una amiga que está pasándolas putas. Acaba de tener un hijo y su novio la ha dejado en la estacada sin un jodido dólar con el que alimentar a su bebé-
-¿Y qué quieres que haga? ¿No esperarás que me haga cargo del retoño?-
-No soy tan geta- respondió. –El problema es que mi amiga necesita dinero y es demasiado orgullosa para aceptarlo, por eso, he pensado en ti-
-La quieres meter a puta- sentencié creyendo que esa era su intención.
Johana, muerta de risa, lo negó. Estaba tan descojonada que tuve que esperar unos minutos a que parara de reírse para enterarme en qué había pensado:
-Le he dicho que conozco a un artista que le pagaría mil dólares por posar-  dijo y tomando aire, aclaró: -El dinero lo pongo yo-
Más tranquilo, por no tener que desembolsar ese disparate, le dije que no tenía problema en hacerle ese favor pero entonces vi que se le cambio el semblante y que el rubor se había afianzado en su rostro:
-Hay algo más, ¿Verdad?-
-Sí, Betty está muy deprimida desde el parto. Cree que a raíz del embarazo esta horrenda y por eso necesito de tu ayuda, quiero que la hagas sentir mujer-
-¿Me estás pidiendo que me tire a tu amiga?-
-¡No seas bruto! ¡Claro que no! Lo que quiero es que la piropees y le hagas ver lo que es en realidad-
Tomándome a guasa su pedido, sobretodo porque tampoco me importaba acostarme con ella con tal de hacerla un favor, le pregunté si era horrenda:
-¡Que va!, es lo que llamamos en Estados Unidos una MILF-
-Perdona pero no entiendo ese término-
Encantada de haberme pillado en un renuncio, la pecosa me explicó:
-MILF es un acrónimo de Mother I´d  Like to fuck-
-Ahh-  respondí al traducir y entender que se refería a “Madre a la que me follaría” . Ya más tranquilo, le solté: -De acuerdo, pero todo tiene un precio-
-¿Qué quieres?- preguntó sabiendo que tenía trampa.
-Un beso tuyo-
-¡Serás cabrón! Sabes que no quiero tener nada contigo, eres demasiado peligroso-
-Pues búscate a otro- contesté soltando una carcajada mientras la cogía de la cintura y llevaba su boca hasta la mía.
Comprendí que su rechazo era un puro paripé al sentir que abría sus labios y me respondía con pasión, pegando su cuerpo. Casi sin creerme la oportunidad brindada, abracé a la mujer y pasando mi mano por su delicada anatomía, disfruté de su beso durante unos minutos hasta que, producto de mi calentura, mi sexo se irguió contra su entrepierna. Asustada por nuestra reacción mutua, Johana se separó y cogiendo su bolso del sillón donde lo había dejado, se despidió de mí diciendo:
-Hoy no golfees, le he dicho a Betty que la esperas a las nueve de la mañana-
Como no podía ser de otra forma, no la hice ni puñetero caso y nada más irse, llamé a un amigo y me fui de farra con él, llegando a las seis bastante perjudicado. Esa noche me bebí Escocia y por eso al llegar la hora en la que había quedado, Betty me sacó de la cama. Arrastrando los pies por el pasillo y con un tremendo dolor de cabeza, abrí la puerta para descubrir que la amiga de Johana venía acompañada de su bebé. Agradecí a Dios que el crío estuviera plácidamente dormido en su carrito por que dudaba que mis sienes soportaran su llanto en tal estado.
Pidiéndole que pasara, me fui a la cocina a prepararme un café. Necesitaba cafeína recorriendo mis venas antes de enfrentarme a esa mujer. Betty, totalmente cortada, me siguió arrastrando el carrito y viendo que era incapaz de hablar se sentó en la mesa de la cocina. Tratando de ser educado, le ofrecí una taza pero, colorada, me explicó que no podía tomar café porque le estaba dando el pecho al niño.
Fue entonces cuando me percaté de los enormes pechos que esa rubia lucía bajo el vestido pre-mama. No hizo falta terminarme la bebida para que el calor entrara en mi cuerpo, Johana tenía razón: cualquier habitante de Nueva York se follaría a esa mamá. Tratando que no se notara mi excitación, le pregunté si había visto el tipo de pintura que realizaba. La mujer me confesó que lo único que sabía era lo que Johana le había dicho. Intrigado por la opinión que mi jefa tenía de mi obra,  le pedí que me dijera que le había comentado. Betty, mirando al suelo, me confesó:
-Según Johana, es preciosa pero un poco subida de tono-
Sus palabras me hicieron gracia y sin poder contener la risa, solté una carcajada:
-Exagera- dije al ver su cara de miedo y cogiéndole la mano, la llevé al salón donde tenía mi estudio.
Con gran cuidado de no reconocerle que las modelos eran mis clientas, le fui mostrando los cuadros que tenía terminados. Mi detallada exposición y mi compromiso de no mostrar su rostro, terminaron de tranquilizarla, es más, en su cara adiviné que lejos de importarle ser retratada, algo en ella le impelía a verse plasmada en un lienzo. Betty se mantuvo en silencio los diez minutos que tardé en explicarle que intentaba en cada cuadro mostrar la personalidad de la modelo y señalando el de Angela, le conté que era el retrato de una mujer de cuarenta años, encantada con su edad y su vida.
-Se nota- me contestó haciendo un puchero.
No me costó adivinar que ese gesto se debía a la depresión que según su amiga sufría y no queriendo ahondar en su sufrimiento, le pregunté si estaba segura de posar para mí. La rubia levantando la mirada, sonrió amargamente mientras me decía:
-Necesito el dinero-
Cambiando de tema, le pedí que me enseñara a su hijo. Tal y como había previsto, a Betty se le iluminó su cara al mostrarme a su posesión más valiosa. Aunque el niño, tengo que reconocer, era feo como un mandril, no fue óbice para que le dijera que me parecía guapísimo y como a toda buena madre, al escuchar el piropo de mis labios, se le cambió hasta el ánimo y con genuina alegría, me dio las gracias.
Después de hacer una cuantas carantoñas a ese engrendo del infierno, me pudieron las ganas de verla desnuda y poniendo voz profesional, le pregunté si empezábamos.  Al contestarme que sí, le pedí que fuera a mi habitación a cambiarse. Por un momento temí que saliera corriendo, pero afortunadamente la necesidad pudo más que la vergüenza y cogiendo su bolsa, se metió a desvestirse. Mientras se desnudaba, me entretuve preparando el lienzo y los distintos utensilios que iba a necesitar. Acababa de terminar de ubicar el caballete ante la ventana para recibir la luz de la mañana cuando la escuché salir del cuarto.
Al girarme, vi que venía envuelta en una sábana. Tratando de entrar en confianza, le pedí que se sentara y me contara donde había nacido. Extrañada me obedeció mientras me preguntaba para qué lo quería saber.
-Cómo te dije, necesito conocerte para plasmar tu personalidad en el cuadro-
Parcialmente aliviada, se puso a narrar mecánicamente su infancia. Sin dar ninguna entonación a su voz, me contó que había nacido en un suburbio a veinte kilómetros de donde estábamos y que nunca había salido del estado.
-Soy una paleta- dijo con un deje de angustia.
Buscando contentarla, le repliqué que su ciudad era la capital del mundo y que por lo tanto debería estar contenta.
-Si lo estoy pero me hubiese gustado viajar-
-Todavía estas a tiempo, eres una mujer joven y guapa-
-Gracias por la mentira- respondió con tristeza- pero desde  el embarazo, soy una foca fea, sola y sin pareja-
-Respecto que estás sola y sin pareja, no puedo llevarte la contraria porque no lo sé, pero sobre que eres una foca fea eso no es cierto-
-Eso lo dices porque no me has visto, estoy llena de lonchas-.
-De acuerdo, vamos a comprobarlo- le dije mientras la levantaba del sillón – desnúdate, a eso has venido-
Aunque doté a mi tono de todo el sosiego posible, Betty se abochornó al oírme y sabiendo que tenía razón, totalmente colorada, dejó caer la sábana al suelo. No queriendo avergonzarla en exceso, la miré profesionalmente aunque en el interior estuviera disfrutando de la visión de esos pechos llenos de leche y de ese culo perfectamente perfilado mientras daba una vuelta a su alrededor. Con la respiración entrecortada, producto de la excitación, le di mi opinión diciendo:
-Si me vuelves a decir que eres fea y gorda, pensaré que estás loca. No solo eres preciosa sino que tienes un cuerpo que envidiaría el noventa y nueve por ciento de las mujeres-
-¡Deja de mentirme!- exclamó casi sollozando y cogiendo entre sus dedos un minúsculo michelín, me lo enseñó hecha una furia – Ves, ¿crees que esto es normal?-
-Tú eres idiota. Por supuesto que no es normal, ¡estás buenísima!- le respondí bastante mosqueado y sin pensar dos veces lo que decía, le grité: -Es más, si lo le llego a prometer a Johana que no intentaría acostarme contigo, en este momento estaría buscando el método de llevarte a la cama- y señalando mi entrepierna, recalqué mis palabras diciendo: -¿No creerás que recibo normalmente a todas mis visitas con la polla tiesa?-
Mi ordinariez la dejó pasmada y sin saber cómo actuar, avergonzada, se tapó los senos con sus manos. Sabiendo que debía dejarla sola, aproveché para ir a rellenar de café mi taza. Alargué durante unos minutos mi estancia en la cocina para aligerar la tensión de la situación, de manera que al volver con ella a la habitación, la encontré desnuda cómodamente sentada en el sillón. Al verla, comprendí que algo había cambiado en su interior, aunque en ese momento no tenía constancia de cómo esa mujer había asimilado mis palabras.
-Perdona, no sé qué me pasa- casi susurrando confesó –desde que el padre de mi hijo me dejó, no levanto el vuelo-
Sin darle importancia, le pregunté si estaba preparada para posar. La mujer me pidió como quería que lo hiciera, lo cual me resultó un problema porque no me atrevía a tocarla después de lo que le había soltado y por eso, verbalmente le fui indicando diversas posturas para valorar cual era la indicada. Lo que no había previsto era que al forzarle a adoptarlas, esa mujer se moviera sensualmente como si quisiera provocarme. Lo cierto es que me relamía los labios cada vez que cambiaba de posición. Era impresionante, esos no eran dos pechos, eran dos obras del demonio realizadas para hacer caer en la tentación a los humanos. Siendo enormes, se mantenían firmes contrariando las leyes de Newton y demás físicos.
Y qué decir del resto, esa mujer estaba para mojar pan. Si empezábamos por sus piernas, estaban hechas para ser acaricias y si por el contrario nos ateníamos únicamente a su trasero con forma de corazón, este llamaba a morderlo. Pero lo que sobresalía por encima de todo era su sexo, depilado casi por completo, la brevísima franja de pelos indicaba el camino que debería recorrer cualquier varón que se precie para llegar al paraíso. El mejor resumen es confesaros que en ese instante mi pene se revelaba cabreado bajo mi bragueta. Mi erección no le pasó inadvertida y lejos de incomodarla, la estaba provocando.
Betty, cada vez más metida en su papel, seguía mis órdenes sin rechistar con su mirada fija en mí. Adiviné por el  brillo de sus ojos  que esa mujer también se estaba viendo afectada por mi escrutinio. Lo que me confirmó su excitación fue ver a sus pezones encogidos y duros, así  como, la humedad que lucían los labios de su vulva.
“Tranquilo muchachote”, pensé mientras cogía los pinceles y empezaba a bocetar su figura, “cómo no dejes de verla como mujer, vas a caer entre sus piernas”.
Haciendo a un lado el morbo que me producía esa mamá, me enfrasqué en mi obra, destacando su cuerpo al ponerle un fondo oscuro. Los minutos fueron pasando y el tedio de permanecer inmóvil sobre el sofá, pudo más que el morbo que estaba experimentando y sin percatarse de lo que ocurría, se quedó dormida. Sé que no era lo acordado, pero, al verla echando una cabezada, saqué mi cámara de fotos y sin hacer ruido, tomé fotos de su cuerpo desde todos los ángulos porque quería tener un testimonio gráfico con el que cascarme unas pajas en su honor.
Cuando ya tenía un completo reportaje en la memoria de la máquina, volví tras el caballete y seguí pintando de manera que al cabo de una hora ya tenía bastante perfilado el cuadro. Iba a empezar los detalles cuando el puto crío empezó a berrear, despertando a la muchacha. Betty, salió de su ensueño de golpe y disculpándose se levantó a cogerlo mientras me decía:
-Tiene hambre-
El enano al sentir la cercanía del pecho de su madre se lanzó a mamar como si estuviera famélico. Ese hecho repetido diariamente varias veces era nuevo para mí y sin poderlo evitar, me quedé mirando absorto. La rubia, que en un principio no se había dado cuenta de mi mirada, al percatarse que no le quitaba ojo, se empezó a mover incomoda en el sillón. Involuntariamente me fui acercando a donde ese querubín se estaba alimentando y poniéndome de rodillas frente a ella, dije maravillado:
-¡Qué hermoso!-
Mi halago tuvo un efecto no previsto, Betty soltando un suspiro me pidió que me acercara más y la acariciara. No pude negarme y un poco confuso inicialmente pasé mi mano por sus piernas mientras seguía embobado. La muchacha se removió inquieta y sin ningún reparo, empezó a gemir al experimentar mis caricias sobre su piel. La mezcla de sensaciones, el sentir a la mano de su bebé apretando su pecho, su boca mamando, mi mano tocándola pero sobretodo mis ojos fijos en su seno libre, la fueron llevando a un estado de euforia difícil de describir.
Es difícil plasmar en palabras lo que sentí al ver que del pezón desocupado iban emergiendo un poco de leche, lo cierto es que ni pude ni quise evitar que mi mano se acercara a esa fuente y con dos dedos recoger ese néctar. Si Betty ya estaba excitada, se desbordó al ver que los metía en la boca y soltando un quejido, me pidió que le ayudara.
Supe a qué se refería, y acercando mi boca, con la lengua fui recogiendo las gotas que iban manando de ese maravilloso pecho. Costándole respirar, no dejó de gemir al sentir como jugaba con su pezón pero cuando abriendo mis labios, me puse a competir con el chaval, no pudo más y se corrió sobre el sofá. Para el aquel entonces yo estaba disfrutando del sabor de la leche de esa mujer y queriendo que no se negara a seguir dándome de mamar, llevé mi mano a su entrepierna y cogiendo su clítoris entre mis dedos, la empecé a masturbar.
-¡No puede ser!- sollozó al ver prolongado su orgasmo y sin poder controlar su impulso, colaboró conmigo moviendo sus caderas.
Curiosamente, no solo fue su vulva la que fluyó, sino que su pecho se convirtió en una fuente de la que bebí como poseso. Apenas me daba tiempo a tragar, cuanto más mamaba mayor era la cantidad que segregaba su pezón y completamente entregado a ese dulce sabor, seguí bebiendo sin dejar de tontear con el botón del placer de su entrepierna.
-¡Espera un momento!- la oí decir mientras se levantaba y llevaba al bebé a su carrito.
Creyendo que me había pasado y que se había terminado el banquete que me estaba dando, me quedé mirándola. Afortunadamente esa mujer no era lo que quería porque al volver, me pidió que me sentara en el sillón. Nada más hacerlo, vi cómo me bajaba los pantalones y liberaba mi miembro, tras lo cual sin mediar palabra, se empaló y cogiendo sus pechos me los ofreció diciendo:
-Termina lo que has empezado-
Ni que decir tiene que asumiendo mi papel, llevé esas ubres a mi boca y sin parar, me puse a disfrutar del manjar que me brindaba. Pocas cosas se pueden comparar a estarse tirando a una mujer mientras te recreas con la leche que destilaban sus pechos. La verdad es que ella debió pensar lo mismo porque nada más sentir mis manos ordeñando sus senos y mis labios recorriendo sus aureolas, buscó su placer con un frenesí alocado. Retorciéndose sobre mis piernas, imprimió a su trasero un ritmo constante mientras no dejaba de chillar que siguiese mamando.
Sexy horny huge ass big tits juicy MILF takes a milk bath. I...Poseída por la calentura que estaba experimentando, Betty forzó mi lactancia apretando mi cabeza contra sus pechos. Esa mujer era un fiera follando, los músculos de su vagina se contraían con cada sacudida, ordeñando mi miembro del mismo modo que yo lo hacía con sus pechos. Sus gemidos y sollozos se fueron convirtiendo en aullidos al ir acumulando, golpe a golpe de mi sexo contra el suyo, un exceso de excitación, de manera que, tras unos minutos de mete y saca, explotando sobre mis piernas se corrió sonoramente.
La sensación pringosa en mis muslos y la tibieza de su leche en mi cara, fueron los elementos necesarios para darme la puntilla y sin poder retrasar más mi propio orgasmo, rellené con mi semen su interior mientras mi cuerpo convulsionaba por el placer. Esa mujer, mi supuesta modelo, al sentir las descargas en su vagina, gritó con todas sus fuerzas que no parara y prolongando su propio clímax, se desplomó agotada contra mi cuerpo.
Permanecimos abrazados mientras nos recuperábamos del esfuerzo. Betty fue la primera en reponerse y separándose de mí, me obsequió con una dulce sonrisa mientras me decía:
-¿No te da vergüenza haber faltado a tu palabra? Si quieres que no le vaya con el cuento a Johana, me vas a tener que hacer el amor todo el día-
Era un amistoso chantaje pero al fin de cuentas chantaje, por lo que poniendo cara seria, le contesté diciendo:
-De acuerdo, pero en compensación quiero seguir ordeñándote-
La rubia soltó una carcajada y muerta de risa, me dijo:
-Voy a hacer algo mejor, te voy a dejar una botella entera- y cogiendo la pañalera, sacó un instrumento que no me costó reconocer al ser “¡Un saca-leches!”.
Con todo el desparpajo del mundo, feliz y contenta se puso a sacar el jugo de sus senos, sentada a horcajadas sobre mí. Nunca había visto uno en acción e interesado en conocer cómo funcionaba, me quedé mirando a la mujer con gran atención. Poniéndolo en acción, el aparato fue succionando el pecho y rellenando un biberón que llevaba acoplado. No me podía creer lo que estaba observando, esa mujer era una autentica vaca lechera, no solo había saciado a su hijo sino que había colmado mi sed y aún le quedaba suficiente para llenar una botella en poco más de un minuto y ¡solo usando un pecho!.
-Con tal cantidad, tu hijo va a engordar- dije a la mujer en son de guasa.
-Sí- me respondió confiriendo a sus palabras un tono pícaro que no me pasó inadvertido –hasta hoy tenía que tirarla, pero me gusta más que tú seas el que se aproveche-.
No sé explicar por qué pero, al oírla, mi miembro rebotó e irguiéndose a su máxima longitud, presionó contra su vulva. Sonrió al comprobar mi excitación y sin pedirme mi opinión, me dio a beber de la botella recién rellenada.
-Ahora quiero ser yo quien te exprima hasta la última gota- y cogiéndome de la mano, dijo soltando una carcajada: -Vamos a tu cama-


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
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Relato erótico: “La Fábrica (39)” (POR MARTINA LEMMI)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Creo que no hace falta decir que todos los ojos del evento estuvieron clavados sobre mí mientras ese Sin títulotipo me guiaba a través del gran salón. Previamente, la atención había sido acaparada por el inesperado espectáculo del personal de seguridad llevándose a alguien por causar revuelo; quizás alguno de entre los asistentes se haya preguntado, en todo caso, por qué lo llevaban hacia el ascensor y no hacia la calle. Yo, desde luego, caminé con la vista baja por la vergüenza; el hombre bajito, que no me despegaba la mano de la cola, lo notó:

“¿Por qué esa cabecita gacha? – me dijo, con un claro deje de burla -. ¡Cambiemos esa carita que te voy a hacer pasar un momento que no vas a olvidar fácilmente!”

No podía ser tan cerdo, tan chocante, tan repulsivo. Intenté, de todas maneras, disimular una sonrisa, más para el resto de la gente que para él; la realidad fue que sólo me salió una mueca triste, que de sonrisa tenía muy poco. Y si el mundo parecía caerse sobre mí en esos momentos, yo sólo veía todavía la punta del iceberg, ya que no se me ocurrió pensar entonces que todo eso estaba, de algún modo, sentando un precedente ante quienes presenciaban la escena; dicho de otra forma, más de uno, viéndome en manos de ese sujeto inmundo, podía estar infiriendo que mi cuerpo estaba disponible para quien quisiese. Para ellos, tal vez yo fuera una simple puta por la cual había que pagar; de ser así, pecaban de ingenuos pues yo ni siquiera eso, sino simplemente una promotora de ventas disponible a los efectos de crear buena imagen para la empresa entre los clientes: extraña y paradojal situación la de considerar que, de ser una prostituta vip, tendría al menos más dignidad. Pero de todas formas, todo eso lo pensé después: en ese momento lo que sí sentí fue una humillación indescriptible y lo único que veía por delante de mí era el amplio corredor que nos llevaba hacia el ascensor, desde donde sólo cabía imaginar el camino hacia la habitación para ser cogida por ese cerdo delante de mi marido. Llegué, incluso, a pensar si no estaba exagerando en mis presunciones y no fuera ése su plan en mente, pero en cuanto echaba un vistazo de reojo a ese inmundo pervertido, casi no cabía suponer otro destino para mí.

No me soltó la cola durante el trayecto de dos pisos en el ascensor; por el contrario, volvió a insistir con lo de tantear bajo mi falda e, incluso, deslizar un dedo por debajo de mi ropa interior. Yo veía mi imagen reflejada en el espejo que ocupaba la pared lateral del ascensor y no puedo dar una idea de cuánto hubiera, en ese momento, preferido que no hubiera espejo alguno. Verme era la peor forma de tomar conciencia de mi decadencia; verme era tratar de hurgar en lo que yo ahora era para buscar, infructuosamente, encontrar algún vestigio de lo que alguna vez había sido. Pero no: cada vez había menos de Soledad en “nadita”. Cuando llegamos al piso, el sujeto soltó una risita y me dio una palmada en la nalga, como si se estuviese complaciendo o relamiendo de pensar en lo que (él) estaba a punto de disfrutar.

Para mi desgracia, había gente esperando el ascensor y, una vez más, me vi obligada a bajar la vista: un par de mujeres que, al parecer, aguardaban junto a sus maridos, me miraron con una mezcla de espanto y repugnancia; yo era la imagen misma de la indecencia. Recorrimos el corredor alfombrado hasta llegar a la puerta de la habitación 29, junto a la cual se hallaban los cuatro roperos sosteniendo a Daniel; no pude evitar mirarle por un instante al rostro y la impresión que me dio fue que él ya ni siquiera luchaba, no forcejeaba: su rostro, más bien, mostraba un intenso y profundo abatimiento, pareciendo a punto de romper en lágrimas de un momento a otro. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sus ojos sólo rezumaron incomprensión; había en ellos algo no dicho, como si, de algún modo, me suplicase que, de una vez por todas, diera media vuelta y mandase a aquel tipo a la mierda. Yo desvié la vista y no lo seguí mirando pero, aun así, pude perfectamente adivinar su gesto de derrotismo y resignación al ver que tal cosa no ocurría.

El repugnante hombrecito colocó la llave y la hizo girar, tras lo cual, en una actitud caballeresca que, en realidad, estaba llena de sarcasmo, se apartó para dejarme entrar. Él ingresó detrás y, por último, lo hicieron los cuatro hombres de seguridad que tenían inmovilizado a Daniel. Era una habitación lujosa y, por alguna razón, la administración del hotel la había destinado a cosas así: finos cortinados, cuarto de baño con paneles semitransparentes, jacuzzi a la vista y sillones tapizados en animal print; más que una habitación de un prestigioso hotel, parecía corresponderse con un albergue transitorio: lujoso, pero albergue transitorio en sí.

El tipejo hizo una seña a los hombres de seguridad indicándoles claramente que se ubicaran sobre un costado de la habitación, a un lado de la cama y distanciados unos dos metros de la misma. Era, desde ya, una ubicación ideal, casi privilegiada, para que Daniel fuese testigo de cuanto él tuviera en mente hacerme. Yo me quedé de pie junto a la cabecera de la cama con mi vista siempre baja y las manos entrelazadas sobre mi sexo, casi como si pretendiera cubrirme con pudor de fuera a saber qué. El sujeto se dejó caer de espaldas sobre la cama y adoptó una actitud relajada mientras la expresión de su rostro sólo evidenciaba satisfacción. Sonriente, miró a Daniel, quien ahora se mantenía mudo, si bien su semblante hablaba por sí mismo: confluían impotencia, pesar y el odio.

“Bájenle el pantalón” – ordenó, súbitamente, el hombrecillo desde la cama, sorprendiendo con su impensada actitud de mandamás que parecía ejercer sobre aquellos hombres que, en definitiva, eran empleados del hotel.

Éstos, de hecho, se miraron entre sí como súbitamente descolocados; quizás se estaban preguntando cuál sería el límite al momento de someterse a los requerimientos de ese tipo. Uno de ellos pareció asimilar la situación algo más rápido que los demás; con un encogimiento de hombros, soltó a Daniel (los otros tres se las arreglaban sobradamente para mantenerlo inmovilizado) y, cruzándole los brazos desde atrás, le desabrochó el pantalón para llevárselo hasta las rodillas junto con el bóxer. Daniel pataleaba pero sin lograr demasiado pues el pantalón bajado le limitaba muchísimo el movimiento de las piernas. En ese momento levanté la vista ligeramente hacia él y me es imposible describir la expresión de humillación que dimanaba el rostro de mi esposo. El pitito le colgaba fláccido entre las piernas y quedaba terriblemente ridiculizado ante los prominentes bultos que delataba la entrepierna de cada uno de los roperos de seguridad que le rodeaban. El hombre bajito, siempre sobre la cama y con las manos entrelazadas haciéndole de almohada, le miró y soltó una risita burlona:

“Tal como me lo imaginaba – dijo -. Chiquito. Insignificante. Una mujer tan bella como ésta – señaló con el mentón en dirección a mí – se merece bastante más que esa mierdita…”

Apenas dichas tan humillantes palabras, procedió a desabrocharse el cinturón y bajar luego el cierre de su pantalón para, a continuación, sacar a relucir un miembro que me hizo abrir enormes los ojos. ¡Dios! Era, de hecho, impensado suponer que un tipo tan bajito pudiera tener semejante falo, digno de un superdotado; los propios guardias de seguridad parecieron conmocionados ante la imagen, pues la verdad era que su bulto debajo del pantalón no había dado trazas de contener un portento semejante.

“Una mujer como ésa – continuó diciendo el hombrecillo – se merece algo como esto”

Se acarició la verga de un modo asquerosamente obsceno y, tomándola entre sus dedos, la izó de forma que, aun sin tener todavía una erección, el tamaño podía apreciarse en toda su verticalidad. Eché un vistazo a Daniel con su pitulín colgando y me dio una profunda lástima; viéndole, además, la expresión del rostro, se lo notaba claramente desahuciado, vencido… Si el tipo había querido hacerlo sentir menos, había logrado con creces su objetivo.

“A ver, linda, acercate” – me instó el hombrecillo, en lo que ya para esa altura era una absoluta obviedad.

Caminando despaciosamente, giré en torno a la cama procurando dar a Daniel mi espalda; fuese lo que fuese que ese sujeto me hiciera hacer, me sentiría mucho menos apesadumbrada en la medida en que no tuviese que mirarlo de frente, razón por la cual elegí el mismo flanco de la cama sobre el cual él, a unos dos metros de distancia, era sostenido por los hombres de seguridad.

“No, querida – me dijo el tipejo, con un tono de voz suave que sonaba a impostada cortesía; trazó un semicírculo en el aire con su dedo índice -; por el otro lado…”

Debí suponerlo: tenía pensado todo y si quería degradar a Daniel, elegiría el modo más alevoso de hacerlo; ingenuo de mi parte era pensar que me iba a permitir darle la espalda a mi marido. Fui, por lo tanto, hacia el otro lado y volví a quedar con la vista caída y las manos cruzadas sobre mi regazo.

“Quiero que me digas la verdad – espetó el asqueroso sujeto, siempre toqueteándose -. ¿Alguna vez viste una pija como ésta? La de tu marido ya sé que no, jeje, pero… ¿otras?”

Su pregunta, con comentario incluido, fue acompañada por las risitas que, al parecer, no pudieron contener los hombres de seguridad. Más muerta de vergüenza que nunca, negué con la cabeza.

“No… – musité -; nunca…”

Y la realidad era que no mentía…

“Bien, ahora la vas a conocer personalmente, je – anunció, terriblemente morboso y perverso; empujó con los dedos hacia atrás la piel del prepucio de tal forma de dejar a la vista el enorme glande -; así que, adelante, linda: es toda tuya; disfrutala”

Lo único en que pude pensar en aquel momento fue en tratar de terminar el asunto lo antes posible en lugar de prolongar insufriblemente el calvario. La cama era amplia, razón por la cual tuve que apearme a ella a cuatro patas y, sobre mis rodillas, acercarme al tipejo por el costado hasta tener su increíble verga justo bajo mis ojos… y mi boca. No podía, por supuesto, mirar a Daniel, a quien imaginaba queriendo morir allí mismo. Despegué mis labios y, haciendo un aro con ellos, bajé en busca del enorme falo, pero el hombrecillo me detuvo por los cabellos antes de que alcanzara mi objetivo.

“No nos apresuremos – dijo, dejándome con ello en claro que mi plan de terminar todo de manera rápida no se condecía con el suyo -; primero quiero una buena lamida en las bolas”

¡Dios! ¡Qué asco! Llegó a mis oídos una débil protesta que no llegué a entender pero que, obviamente, había surgido de labios de Daniel; casi de manera simultánea, oí el inconfundible sonido de un nuevo e infructuoso forcejeo por liberarse. Yo, por mi parte, saqué mi lengua por entre mis labios y bajé la cabeza hasta hacer contacto con sus testículos: desagradables, rugosos, llenos de vello. Haciendo caso a la orden, se los lamí una y otra vez; no puedo describir la repulsión que sentía, lo cual se evidenciaba en mis ganas de vomitar.

“Suficiente, linda – dijo, al cabo de un rato -; ahora sí, encargate de ELLA”

Cuán extraño puede llegar a ser todo cuando se ha creído tocar el fondo de la decadencia, porque fue tanto el asco que me produjo lamerle los huevos que, puedo jurarlo, me significó en ese momento un inmenso alivio el tener que pasar a su verga, la cual, ahora sí, y luego de la lamida, estaba perfectamente erecta y, más que nunca, impresionaba a cualquiera. Volviendo a hacer aro con los labios, rodeé el glande y bajé a lo largo del tronco pero, por más que quisiera abarcar todo el miembro y tragarlo por completo, no había forma: no lo lograba. Sólo conseguía quedar casi colgada o ensartada con la verga prácticamente apoyada contra mis amígdalas. Una arcada, luego otra: el estómago se me revolvía…

“Cuesta comérsela toda, ¿verdad? – dijo, mordaz, el tipejo, percatándose de lo inútil de mi esfuerzo -. Ahora, quiero que lo mires a tu esposo”

Me sacudí como si hubiera recibido una descarga eléctrica. ¿Era necesario tanto morbo y sadismo? Era increíble pero, de pronto, y no sé bien por qué, me sentía terrible al tener que obrar de ese modo para con Daniel: justo yo, quien, por “venganza”, me había cogido a un par de tipos en el baño durante nuestra fiesta de casamiento. Pero hacerle lo que el tipo me exigía, era, a todas luces, demasiado: él ya había sido lo suficientemente humillado. ¿Qué necesidad había de llevar las cosas tan lejos? Sin embargo, ese despreciable sujeto no parecía dispuesto a hacer concesiones.

“Te dije que lo mires” – insistió, dándole más severidad al tono de su voz.

No me quedó pues, más remedio: sin soltar la verga y manteniéndola en mi boca, alcé los ojos para mirar a Daniel y, al hacerlo, pude sentir cómo el enorme glande se me clavaba ahora en el paladar. Miré a mi esposo y él me miró: sus ojos eran incomprensión, dolor y derrota… El tipo no me había especificado durante cuánto tiempo mantenerle la vista, de modo que sólo lo hice durante algunos segundos y volví a bajarla; la verdad era que ya no podía seguirlo mirando: me dediqué, en cambio, a mamar esa portentosa verga y, tal como antes dije, procurar, lo antes posible, dar fin a toda esa perversa locura. Por eso mismo me invadió un cierto entusiasmo cuando noté que el sujeto se retorcía y jadeaba, mientras su miembro parecía a punto de estallar, de un momento a otro, dentro de mi boca; al notar entonces la inminencia de la eyaculación, incrementé el ritmo de la succión y, en efecto, pronto pude sentir cómo su líquido tibio me invadía la garganta. El tipo aulló, más que gritó, y si bien estaba claramente excitado, me dio la impresión de que exageró a los efectos de hacer más dura la humillación para con Daniel…

Una vez que todo hubo terminado, solté la verga y aparté mi rostro, quedando de rodillas sobre la cama y sin atreverme, desde ya, a levantar los ojos; no quería, desde luego, toparme con los de Daniel. El hombrecillo yacía extenuado sobre la cama y su respiración fue pasando de jadeante a entrecortada para luego, poco a poco, irse normalizando. Yo, simplemente, aguardaba el momento en que se subiera el pantalón y diera todo por concluido, para así poder volver al stand. El momento, sin embargo, se dilataba y comencé a temer que ese cerdo inmundo no se fuera a dar por satisfecho con la mamada de verga que le había dado; ladeó su rostro y, sonriente, miró a mi marido. Se regodeó un rato manteniéndole la vista, al punto que Daniel terminó por bajar la suya: cada vez luchaba menos… El sujeto no decía palabra alguna y yo comencé a preguntarme a qué iba el asunto o por qué no daba, simplemente, por concluido el episodio de una vez por todas. Mirándolo de soslayo, me pareció advertir que su mirada ya no estaba posada sobre mi desdichado marido sino que parecía más bien recorrer a los roperos de seguridad que le retenían. Imposible descifrar el por qué de esa detestable sonrisita dibujada en su rostro mientras lo hacía; llegué a pensar que quizás fuera bisexual o algo así, pero me equivoqué… Su pervertida mente estaba en otro lado.

“¿Cuál de ellos te gusta más?” – me preguntó de sopetón, girando la cabeza hacia mí.

Su pregunta, claro está, me tomó totalmente por sorpresa, tanto que casi caí de espaldas fuera de la cama. Lo miré sin entender…

“¿Cuál te gusta? – insistió -. Te permito elegir…”

La cabeza comenzó a girarme. ¿Qué se proponía ahora? ¿Humillar aun más a mi esposo haciéndole presenciar cómo yo, por cuenta propia, elegía a un tipo? Por lo pronto, yo ya estaba acostumbrada a que no hubiera, para mí, demasiado lugar para dudas u objeciones, así que, simplemente, hice lo que me decía. Recorrí con la vista a cada uno de los cuatro y, realmente, costaba hacer un balance: el que lucía una musculatura más formidable no era precisamente el más bello facialmente; el que, por el contrario, se destacaba en ese aspecto por sobre el resto, estaba, por supuesto, muy bien dotado físicamente pero no tanto como otros y algo parecido pasaba con su bulto. Terminé optando por uno de aspecto moreno y bien latino, calvo y muy ancho de hombros que, distaba de ser carilindo y, sin embargo, tenía algo… además de, por supuesto, un bulto bastante prominente aunque la verdad era que ya nada podía impresionarme tras haber visto y mamado la impresionante verga del hombrecillo… Sí, ése era el equilibrio justo.

“Aquél” – dije, señalándolo con el dedo y no sin sentir una profunda vergüenza al hacerlo.

Al tipo así elegido, se le dibujó una sonrisa en el rostro al tiempo que los demás parecieron manifestar un cierto despecho que, de todas formas, daba impresión de ir más en broma que en serio: no era descabellado pensar que serían amigos, más allá de la insólita competencia que acababa de tener lugar para determinar cuál era el macho elegido por la hembra.

“Bien – asintió el hombrecillo -. Andá y mamale la verga entonces…”

Una vez más, siempre parecía haber un nuevo peldaño para la incredulidad; lo miré con una mezcla de perplejidad, confusión y desprecio, pero el tipejo, siempre de espaldas sobre la cama, se mantuvo impertérrito.

“Vamos – insistió -; te quiero ver hacerlo”

Mientras la repulsión crecía dentro de mí, comencé a ver mejor el plan de ese degenerado: era obvio que no estaba aún satisfecho y que pensaba disfrutar de mí algo más, pero le sería difícil hacerlo si no se excitaba nuevamente. ¿Y qué mejor forma de excitarse que viendo cómo yo le mamaba la verga a uno de los hombres de seguridad delante de mi propio esposo? Qué aborrecible; no podía creerlo… Pensé en escupirle el rostro; me contuve…

Sabiendo que no sólo cualquier resistencia sino también cualquier disenso de mí parte eran allí inútiles, me bajé de la cama y caminé hacia el hombre, quien lucía aun más extasiado e incrédulo que yo pero también y de manera ostensible, gratamente sorprendido por la buena nueva. Los demás, claro, lo miraban con una mezcla de envidia y diversión; y en cuanto a Daniel, por supuesto, su expresión sólo evidenciaba querer ser tragado por la alfombra de la habitación para no tener que ver más. Estoy segura de que, para esa altura, sólo debía sentir arrepentimiento por haber tenido la desgraciada idea de colarse en el evento.

Me encaré con el hombre al cual debía practicarle sexo oral; tendría unos treinta y tantos y había que decir que gozaba de algún atractivo muy especial: quizás ello haría algo más placentera para mí la tarea a cumplir. Él me dedicó una ligera sonrisa, en tanto que yo mantuve mi expresión facial en absoluta neutralidad. Me acuclillé y, prestamente, le desprendí el cinturón y el botón de su pantalón: cuando jalé de él hacia abajo, fue casi como irle desprendiendo la piel de tan ceñido al calce que lo llevaba. Una vez que lo dejé en slip, su bulto quedó ante mis ojos y había que decir que era más que generoso, sólo que, claro, después de la verga que había tenido que tragar hacía apenas un momento, parecía ahora como si cualquier otro miembro masculino quedara empequeñecido y ni qué decir, en ese sentido, del pitulín de Daniel, hacia el cual eché un ligero vistazo de reojo y sólo me produjo una infinita tristeza. En fin, no había mucho más para pensar y, después de todo, el tipo a quien tenía que mamársela era bien atractivo, así que me dije: ¿por qué no?

Jalé hacia abajo el slip y, entonces sí, su verga quedó desnuda a centímetros de mis ojos: y digo bien, a centímetros, ya que se le había parado apenas bajarle el pantalón. “A comer”, me dije, y debo decir que, a comparación del inacabable falo del tipo bajito, aquello parecía para mí un juego de niñas y, por mucho que me costara y doliera admitirlo, debía yo reconocer que ya tenía una cierta experiencia al respecto. Es muy loca la mente, pues por un momento me quedé recontando en mi mente cuántas eran las vergas que ya había entrado a mi boca… y me perdí; de lo que sí estaba perfectamente segura era de que nunca había entrado la de Daniel, por lo cual no era difícil imaginar cuánto le debía estar doliendo presenciar escenas como aquella. Yo necesitaba, sí o sí, limpiar mi mente de culpas si quería chupársela bien a ese tipo; no funcionaría si me mantenía pensando en que Daniel estaba allí, al lado mío. Me concentré, por lo tanto, en Floriana y en el hecho de que, en definitiva, Daniel me había sido infiel con ella; sí, sé que suena a burda autojustificación y admito que lo era, pero funcionó…

Acuclillada como estaba, lo aferré por las caderas y le enterré las uñas en las nalgas: ¡Dios! ¡Qué firmes las tenía! Me causó placer y excitación arrancarle un quejido a semejante hombretón y ello me puso a mil; definitivamente, y tal vez simplemente por contraposición, yo no me estaba tomando el asunto del mismo modo que lo había hecho con el tipo bajito. Puedo asegurar que aquí no había repulsión, sino sólo irrefrenables ganas de devorar ese pene erecto… y eso fue lo que hice. Succioné y succioné, mientras él jadeaba y los demás reían o, incluso, alentaban; y en cada movimiento de succión traje a mi mente la imagen de Daniel cogiendo con Flori… Así lo hice hasta que el tipo acabó en mi boca con un aullido gutural que, una vez más, fue festejado ruidosamente por sus compañeros: hasta llegué a temer que, si estaban demasiado enfrascados en observar la escena, perdieran control sobre Daniel y lograra éste liberarse pero, afortunadamente, nada de ello ocurrió. Le tomé toda la leche mientras, apretándole las nalgas, lo traía hacia mí una y otra vez. “Te voy a dejar sin nada adentro”, me decía para mí misma y, en efecto, actué en consecuencia hasta que ya no quedó gota y el tipo fue recuperando su respiración. Tragué todo, por supuesto; ya sé que suena a delirio, pero tenía mejor sabor que la del tipo bajito: quizás fuera sólo parte de la subjetividad ejercida por el inconsciente, pues la diferencia fundamental era que terminaba de mamarle la verga a un tipo a quien, verdaderamente, daban ganas de mamársela. En ese sentido, había que decir que el hombrecillo inmundo había estado acertado al permitirme elegir, pues con ello había introducido en el asunto un elemento muy morboso que contribuía a aumentar mi excitación. Se la había mamado a ese tipo por obligación, sí, pero ello sólo servía para intentar tranquilizar mi conciencia puesto que, en realidad y a fin de cuentas, lo había disfrutado… Y cómo…

Un palmoteo en el aire resonó a mis espaldas; desde la cama, el tipo bajito estaba aplaudiendo:

“¡Fantástico! ¡Hermoso! – repetía una y otra vez a viva voz -. ¡Ya la tengo parada nuevamente, jaja”

Claro: ése había sido siempre su objetivo. Por lógica, lo siguiente sería llamarme a su lado para mamársela nuevamente, o bien ser penetrada por alguna otra entrada.

“Venga conmigo, hermosa” – me dijo el tipejo, en falso tono de invitación; persistía además en no llamarme por mi nombre y, de hecho, jamás lo preguntó. Y si lo había oído durante el revuelo en el salón principal del hotel, estaba claro que lo ignoró o, sencillamente, no se preocupó en retenerlo: ello sólo contribuía a hacerme sentir aun más como una cosa.

Con cierta nostalgia, le eché un último vistazo a la verga que acababa de mamar y me giré hacia la cama: el asqueroso sujeto no se hallaba ya acostado sobre la misma sino totalmente desnudo y de rodillas sobre la cabecera; su miembro, por supuesto, absolutamente erecto.

“Colóquese por delante de mí, hermosa” – me ordenó.

Le faltó decir “a cuatro patas” pero eso era algo que se caía de maduro. Me trepé nuevamente a la cama y, gateando sobre la misma, me ubiqué en la postura que él reclamaba y dándole la espalda. Una vez que lo hice, él simplemente soltó uno a uno los portaligas, me acarició durante un momento y después me bajó la tanga sin más miramiento. Lo que siguió, por supuesto, fue cogerme; de eso yo no tenía ninguna duda y, en todo caso, la única incógnita posible pasaba por saber si me penetraría por la vagina o analmente. Fue la primera de ambas, por fortuna.

Antes dije que el tipo parecía un cerdo y puedo aseverar que me montó como tal; el único lubricante que utilizó fue su propia saliva, así que no necesito describir el dolor que sentí al ser taladrada por semejante miembro; juro que hasta llegué a temer por mi bebé de tan profundo y potente que me entraba: y a la vez, rogaba que no se le fuera a dar luego por dármela por el culo.

“¡Sole!” – gritó Daniel de pronto, en un súbito arrebato de alguna resistencia.

Maquinalmente, y con mi mejilla apoyada contra la cama, le miré: ahora él forcejeaba nuevamente para librarse de sus captores, pero demás está decir que los tipos lo tenían perfectamente inmovilizado y, de hecho, se reían de sus absurdos esfuerzos.

“¡Chist! ¡Silencio! – le recriminó el hombre bajito sin dejar de cogerme ni por un instante -. Usted se calla y sólo mira…”

“¡Sole, por favor! – aullaba desesperado Daniel, ignorando la advertencia -. No… me hagas esto: no se lo permitas… ¡Te lo ruego! ¡Te pido, por favor, que… te acuerdes de tantos hermosos momentos que hemos vivido siendo novios! ¿Te acordás de aquel primer fin de semana en Gesell? ¿O de cuándo traté de enseñarte a manejar y chocamos? Y, sin embargo, todo eso era, para nosotros, una anécdota graciosa… Sole, te lo ruego, pensá en todo eso: hacé memoria; todo está allí… No murió…”

En contra de mi voluntad, los recuerdos acudían a mi mente e, incluso, creo que esbocé una levísima sonrisa al recordar lo del auto, cuando se nos cruzó un cerdo suelto y, en lugar de tocar el freno, me abataté y giré el volante. Pero mientras mi cabeza se devanaba en recordar y algún atisbo de felicidad parecía surgir del pasado, la verga formidable de ese tipejo no hacía más que traerme de vuelta al presente una y otra vez, sacudiéndome y llevándome adelante y atrás como si yo fuera un estropajo; tanto fue así que cerré los ojos y, de pronto, allí donde hasta segundos antes veía un cerdo cruzándose en la carretera, ahora resultaba que el cerdo lo tenía detrás… y me cogía… y me cogía… y me cogía. La lucha interior, una vez más, terminó con la derrota de Soledad pues, simplemente, giré mi cabeza hacia el otro lado y apoyé sobre la cama la mejilla contraria para no tener que ver a Daniel.

Y el tipo me acabó; tardó algo más de lo que yo hubiera deseado porque, claro, hacía muy poco que lo había hecho en mi boca, pero el semen llegó y me invadió. No puedo decir cuánto agradecí el momento en que retiró su verga…

“Te dije que te callaras y sólo miraras” – le oí reprochar, en obvia alusión a mi esposo; el tono era de fastidio.

Se sentó sobre el borde de la cama mirando fijamente a Daniel y yo me giré hasta apoyarme sobre un codo. El asqueroso sujeto hizo una seña a los hombres de seguridad.

“Llévenlo al jacuzzi – espetó -. Lávenle el culo para que aprenda”

Se me contrajo el pecho ante tanta perversión. Los cuatro roperos llevaron a Daniel prácticamente en vilo y, pasando por delante de la cama, se dirigieron hacia el jacuzzi, el cual se hallaba sobre el flanco opuesto de la habitación. Daniel, desde luego, seguía aún con el pantalón y el bóxer en las rodillas y, por lo tanto, con su pitulín colgando. Uno de los hombres accionó los comandos de tal modo que el agua comenzó a correr. En cuanto al hombre bajito, se había ya bajado de la cama y caminaba hacia el lugar con un aire que, por alguna razón, se me antojó casi mafioso.

“Tu esposa es una hembra fantástica – dijo, en tono sereno – y, como tal, sólo merece ser cogida por hombres de verdad, no por putos a los que apenas les cuelga una mierdita por entre las piernas”

Ya sé que para esa altura debía estar curada de espanto, pero yo no podía creer lo que estaba viendo y oyendo: el lenguaje era soez y denigrante; dolía imaginar el estar en los oídos de Daniel y tener que oír todo eso. Uno de los roperos de seguridad, el calvo moreno al cual yo se la había mamado, tanteó el agua hasta comprobar que estaba a punto; parecían ser la patota de algún mafioso a punto de llevar a cabo una “vendetta” y, de no haber mediado el anuncio del tipejo acerca de lavarle el culo a Daniel, cualquiera podía pensar que estaban en plan de ahogarlo.

“Ya está lista” – anunció el hombretón con la mano aún en el agua.

“Bien, empiecen entonces, pero… aguarden un momento – se detuvo y se giró para mirarme -; te quiero aquí, junto a tu marido: quiero que veas lo que van a hacerle”

Su morbo parecía no tener límites y, al parecer, quería someter a Daniel a una última humillación antes de dejarlo ir: que su propia esposa viera cómo cuatro tipos fornidos le lavaban la cola a manaza limpia. Haciendo caso al requerimiento, me bajé de la cama y caminé hasta quedar de pie junto al jacuzzi mientras tres de los cuatro tipos tenían ahora a Daniel doblado sobre su propio vientre para hacerle exponer su cola. El primero en depositar su mano sobre la misma fue, precisamente, el moreno calvo; trazó círculos con su mano húmeda por todo el traste de Daniel y, luego, lo enjabonó. Casi como si se hubiese tratado de alguna tarea previamente consignada y ya organizada, le siguió otro, y luego otro… y otro, mientras Daniel se retorcía inútilmente para tratar de esquivar el contacto, pues cada vez que alguno de ellos le enjugaba el culo, los otros tres lo sostenían. El tipejo caminó junto al particular grupo y se ubicó sobre un costado; se inclinó (sin que le hiciera falta demasiado) como para escudriñar por debajo del cuerpo doblado de Daniel y, apenas lo hizo, sonrió con satisfacción y me hizo seña de que me acercara con un movimiento de su dedo índice. Yo no sabía realmente a qué iba el asunto y lo que sí podía decir era que constituía una experiencia casi traumática el ver a mi esposo ser degradado de esa manera; pero siempre parecía haber algo más y esta vez no fue la excepción. Cuando llegué junto al hombrecillo, éste me indicó con su dedo índice en dirección a la entrepierna de Daniel y, al doblarme para poder mirar donde él señalaba, me encontré con que el pitulín de mi marido estaba… erecto.

“Es lo que pasa siempre con los putos – dictaminó el hombrecillo, como haciendo gala de ojo clínico -; se les para cuando les acarician o les lavan la cola. Sólo quería que vieras qué tan poco hombre es tu marido”

Daniel, ya vencida toda resistencia, comenzó a sollozar y yo pedí internamente que aquel suplicio terminase de una vez, tanto para él como para mí, pues en verdad dolía en el alma verle humillado tan cruelmente. Yo ignoraba y sigo ignorando si el dictamen de ese tipejo era verdadero pero, para esa altura, poco importaba… Daniel lloraba y se sentía poco hombre, con lo cual ese cerdo conseguía su objetivo. Luego dio por terminado el espectáculo y les ordenó a los cuatro tipos que, ahora sí, lo sacaran del hotel de una vez por todas, así que éstos le acomodaron la ropa y se lo llevaron nuevamente a la rastra. Al momento de salir, Daniel giró levemente la cabeza para mirarme y su rostro era sólo derrota y angustia…

Después, el tipejo me despidió con un beso en la cola que sólo me produjo más asco y ni siquiera se tomó la delicadeza de acompañarme en mi regreso al salón principal sino que, directamente, me dijo que me marchara y se quedó vistiéndose para hacerlo lo propio luego, supuse. Me acomodé la ropa y salí de allí, casi a la carrera, en busca del ascensor.

Al llegar al stand, me encontré con que Evelyn estaba hablando por su teléfono celular:

“Sí, Ro, no te das una idea: ¡qué tipo asqueroso! – decía -: el imbécil se me acercó y pretendió tener sexo conmigo. ¿Quién se piensa que soy? ¡Obvio que le crucé la cara de un cachetazo!”

Hablaba con su amiga, desde luego; yo no sabía a quién hacía referencia la conversación pero, al parecer, lo ocurrido conmigo había sentado precedente y algún otro se le había arrimado a Evelyn con idéntico objetivo. La diferencia era que, a juzgar por lo que ésta contaba al teléfono, le había estampado una bofetada. No tenía yo forma, por supuesto, de saber si lo que narraba era cierto; no porque Evelyn tuviera tendencia a mentir sino porque no era nada loco que estuviera fabulando o exagerando una historia al habla con su amiga sólo por el hecho de que yo estaba allí, escuchando. Y como siempre lo hacía, ella quería marcar diferencias conmigo: quería mostrarme todo el tiempo que era digna, altiva, soberbia; lo peor de todo era que yo debía admitir que todo eso era cierto… Y, aunque pueda sonar increíble, yo, en algún punto, la admiraba, pues ella era lo que yo no podría ser nunca…

CONTINUARÁ

 

Relato erótico: “Celos de mi rival” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Celos de mi rival.
Celos:
Los celos son la angustia ante la posibilidad de que el objeto del deseo -que no necesariamente es el objeto amado- te sea sustraído por otra persona.
Rival:
Persona que compite contigo, luchando por obtener un mismo fin o por superarlo.
Amante:
“Lo que nos apasiona”. Lo que ocupa nuestro pensamiento antes de quedarnos dormidos y es también quien a veces, no nos deja dormir.
Hay veces que las definiciones no concuerdan, no casan con la idea preconcebida que uno tiene de ella, pero en otras ocasiones son un fiel reflejo de lo que sentimos en lo mas hondo de nuestra mente.
Hoy, tengo que reconocer que tengo celos de mi rival, ese que compite conmigo en la imaginación de mi amante.
Celos enfermizos, angustia brutal que me obliga a recrearme en una auto inflingida tortura.
Estocada hiriente en mi autoestima. Fue brutal oir de sus labios que le gustaba otro. Los cimientos de mi orgullo se tambalearon al escucharla.
Fue un comentario casual, que dejado caer dentro de una larga conversación, me ha hecho reconsiderar que siente ella por mí.
En la cama es un fiera, tigresa agresiva que busca el placer mutuo. Largas noches de excitación avalan su atracción. No tengo ninguna razón para dudar, que al desnudarse se siente atraída por mí. Sus pezones al igual que su sexo reaccionan en cuanto me acerco, les da igual si es en la oficina, en un restaurante, o en la intimidad de una cama de un hotel. Solo mi proximidad hace que se levanten duros de su letargo y se anegue su cueva.
Muchas veces lo he constatado e incluso jugado con esa debilidad.
Unas veces sirviéndome de la vergüenza que siente y aprovechando que su jefe está presente, la he piropeado sabiendo que invariablemente dos pequeños bultos van a aparecer emergiendo paulatinamente a través de la tela de su camisa.
Otras en cambio mi juego es mas intimo como cuando desde mi despacho, contemplando su figura sentada en su mesa, le mando un correo donde le recuerdo como me gusta verla desnuda mientras ella arrodillada rinde culto a mi extensión. No lo puede evitar, al leer mi mensaje, inconscientemente tiene que cerrar sus piernas en un intento de sofocar el incipiente fuego que le nace en su interior.
Entonces, ¿qué le ocurre?.
No sabe acaso, que aunque han pasado ya cinco años, desde que la tomé por vez primera entre mis brazos, es incapaz de evitar acudir a mi llamada. Que se vuelve loca, solo con que le diga que esa tarde tengo tiempo para ella. Que es adicta a mi cuerpo. Que solo yo entre los millones sé que debajo de su sujetador lleva un pequeño mechón de mi cabello.
Se olvida acaso, de la pasión desenfrenada que le provoca una caricia de mis manos. De lo mal que se siente, cuando estamos solos y no le hago caso. De cómo es la primera en ofrecerse voluntaria para acompañarme en un tedioso viaje de trabajo. De cómo nada mas traspasar mi puerta, se despoja de su ropa y busca el placer que sabe que yo solo le otorgo.
Entonces, ¿por qué su subconsciente la delató al acudir a esa exposición de arte?. ¿por qué se quedó petrificada al verlo?, ¿por qué solo con pararse a su lado, su pulso se acelera?. ¿por qué me obligó a permanecer a su lado, mientras con la boca abierta no dejaba de babear al contemplarlo?.
Tengo celos, celos brutales. Me gustaría con una tijeras agujerearlo de arriba abajo, apuñalarlo repetidamente hasta esparcir sus restos por toda la calle. Quemarlo, destrozarlo, pisotearlo, hacerle desaparecer de la memoria de mi amante.
Estoy loco, profundamente loco.
No es posible pero estoy celoso.

Celoso de un cuadro, metro cuadrado de lienzo que ha conseguido dejarme en un segundo plano. Ya no soy lo más bello, ya no soy lo único, al lado de ese Kandinssky soy una bazofia. Y lo peor, lo que mas me encorajina es que en cincuenta años, habrá otras amantes que babearan al contemplarlo, mientras a mí, si Dios me los da, solo mis hijos se acordarán que he existido.

 

Relato erótico: “Ana, mi secretaria, está embarazada” (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2
Cinco años juntos y no la había mirado. Todo ese tiempo, Ana era un mobiliario mas de la oficina. Aunque entre nosotros había nacido una gran amistad, no podía verla como mujer. Mis amigos, mis clientes e incluso mis otros compañeros de trabajo alucinaban que no me fijara en sus piernas esculturales, que no babeara, como un niño al que le están saliendo los dientes, contemplando su cuerpo contoneándose mientras se acercaba a mi despacho. Siempre mi respuesta era la misma, “Es mi secretaria”.
Por mucho que ensalzaban sus rotundos pechos, yo no tenía ojos para ellos, formaban parte del trabajo. Me daba igual que me comentaran la preciosidad de canalillo que sus provocativos escotes dejaban entrever, o que me susurraran al oído que era tonto al no darme cuenta de cómo coqueteaba conmigo. Siempre la misma contestación, “Donde tengas la olla, no metas la polla”.
Tuve que soportar el rumor de una supuesta homosexualidad, cuando en una fiesta de la empresa, estando yo totalmente borracho y Ana con más copas de las necesarias, se quejó en público que yo era insensible a sus encantos. No fue su intención, ella me estaba defendiendo, pero eso no evitó que los chismes corrieran por los pasillos. Miradas incrédulas de las otras secretarias, risas calladas de los otros jefes de sección que tuve que combatir haciendo una exhibición exagerada de mis conquistas. No pasaba un mes, en el que no pidiera a una amiga que me fuera a recoger a la salida del trabajo. “Es mona, pero es una compañera”.
Pero todo eso cambió el día que me dijo que estaba embarazada.
-¿Quién es el padre?-, le pregunté dándome cuenta que era una indiscreción pero la curiosidad pudo mas en este caso ya que no le conocía ninguna relación.
Un imbécil-, me contestó muy enfadada.
Ofendida hasta lo mas hondo, durante más de dos meses nuestras conversaciones se redujeron a la mínima expresión, mero intercambio de papeles y de órdenes. Pero en franco contraste, no pude evitar aprovechar cualquier momento para mirarla. Mi ojos no podían evadirse de su fijación, daba igual el motivo, si mi secretaria se levantaba por algo, me resultaba imposible no observarla, si en cambio se quedaba sentada, también tenía que fijarme en ella, escudriñando si la luz me iba a permitir esa vez, llegar a ver su silueta.
Pero el verdadero detonante, fue el día que al pedirme permiso para irse a su casa, por que se encontraba mal, le pregunté como llevaba el embarazo, y ella sin saber lo que iba a provocar, se levantó la camiseta, y orgullosa me enseñó la curvatura de su vientre.
-¿Puedo?-, le pregunté alargando mi mano hacía su estómago. Mis intenciones eran sanas, sin ningún contenido sexual, pero al sentir la tirante piel de embarazada bajo mi palma, todo se precipitó. Fue como una descarga de adrenalina inyectada directamente en la vena. Mi corazón empezó a palpitar sin freno, y fui incapaz de separar mi mano de ella.
-¿Te gusta?-, me dijo coquetamente, sin pedirme que retirara mis dedos que ya jugaban con su ombligo.
Balbuceé una respuesta, pero hoy en día soy me resulta imposible recordar que es lo que le contesté, estaba absorto, todavía esa tarde no era conciente de la atracción que me invadía, pero creo que ella sí, por que bajando la tela, me dijo que era un sol, que no comprendía que la tratara tan bien cuando iba a ser madre soltera y encima ahora que estaba gorda.
-Estas preciosa-, le dije volviendo a cometer el mismo fallo. Al levantar la mirada, me costó un esfuerzo brutal, no seguir fijo en sus pechos, que presionados por un sujetador de una talla menor a la que necesitaba, eran una tentación insoportable.
-¡Bobo!-, me dijo saliendo del despacho, dejándome sacado de onda por mi extraño comportamiento.
Fue algo inocente, pero tuvo un efecto brutal al haber roto el hielo que se había formado entre nosotros. Creyendo que me había pasado, al salir del trabajo fui a una tienda a comprarle un detalle, una tontería como desagravio a mi estúpida reacción.

Si algo fue estúpido, fue eso.

Porque al día siguiente, nada mas verla le pedí que entrara en mi despacho, venía con ojeras, sin maquillar y daba la impresión que el desayuno le había sentado mal y que no había tenido mas remedio que vomitar. En resumen venía hecha un desastre. Pero al darle el regalo, me abrazó para darme un beso en la mejilla, y entonces al sentir como su panza de tres meses chocaba contra mi propio vientre, hizo que de golpe mi pene reaccionara al instante.
Ana, lo notó, pero no me hizo ningún comentario. Dudo que se hubiera ofendido, quizás al contrario se sintió halagada, por que sonriéndome me susurró un “gracias”, que para mí fue más excitante que la escena más erótica de la más sugerente actriz. Y con su contoneo característico, volvió a su mesa. Cabreado conmigo mismo pero sobretodo preocupado por la fascinación que me provocaba su embarazo, me fui de la oficina, aduciendo que tenía que visitar a unos clientes, aunque la verdad era que no podía estar a cinco metros de ella sin excitarme.
Me vino bien salir a la calle, el frío viento de la mañana me dio en la cara, haciéndome olvidar momentáneamente el calor que sentía en mi interior. Tratando de racionalizar que es lo que me pasaba, llegué a la conclusión que sufría un raro síndrome que me obligaba a protegerla debido a que no conocía a su pareja, por lo que temía por su futuro. Una vez, localizado el problema debía de averiguar quien era el padre, para que todo volviera a su lugar.
Parcialmente repuesto volví al trabajo con la firme convicción que había hallado la solución y que además sabía como afrontarlo. Si alguien podía informarme, esa era Sara, secretaria del departamento de contabilidad y gran amiga de Ana, por lo que nada más encerrarme en mi cubículo, llamándola por teléfono, la invité a comer. Su primera reacción fue de extrañeza, casi nunca había hablado con ella, y no comprendía mi interés, por lo que tuve que inventarme una excusa, que hoy me río de su puerilidad, ya que no se me ocurrió otro motivo que decirle que no sabía que regalar a Ana cuando naciera su hijo.
Eran poco mas de las dos de la tarde, cuando la recogí en la puerta de la oficina, la muchacha venía vestida con un traje de chaqueta que no podía disimular esos kilos de mas de su figura. Su cara era agradable, sin ser guapa, la simpatía que emanaba por sus poros hacía que uno estuviera a gusto en su compañía. Sonrió al entrar en el coche, y no paró de hablar hasta que ya estábamos sentado en la mesa del restaurante.
Haciéndome el despistado, entre al trapo explicándole que fue una sorpresa para mí el enterarme que se había quedado embarazada, y que por lo tanto no tenía ni idea de que regalarle. La respuesta de ella, no pudo turbarme más, al escuchar de sus labios que estaba segura que cualquier cosa que yo le regalara le iba a encantar.
-¿Por qué lo dices?-, le pregunté.
Sara, se puso colorada y evitó contestarme yéndose por las ramas, pero pude intuir que se sentía mal, al haberse extralimitado en algo que no conseguía descubrir. Traté de comprender que es lo que había dicho entre líneas, pero todos mis esfuerzos fueron en balde, por lo que volví a insistir preguntándole esta vez directamente quien era su novio, ya que nunca le había oído hablar de él, ni siquiera ahora que estaba esperando un hijo suyo.
-No le has oído hablar de él por que no existe-.
-¿Entonces?-, tuve que hacer una pausa, estaba desconcertado, -¿Quién es el padre?-.
-Eso debe de decírtelo ella-.
-No puedes dejarme así-, le dije casi gritando, al darme cuenta que me había salido el tiro por la culata.-Además de su jefe, soy su amigo-, protesté.
La reacción de Sara fue brutal.
-¿Amigo?, ¡No tengas jeta!-, me contestó enojadísima, -para ti, Ana siempre ha sido un cero a la izquierda, nunca te has preocupado por ella, por sus sentimientos…-
-¿Sentimientos?, ¿de qué coño hablas?-.
-¿Cómo crees que le sentaba que hicieras gala de tus conquistas?, ¿Te parece de buen amigo, que ella tuviera que llamar a la floristería cada vez que le echabas un polvo a una guarra?- .
Mi mundo se desmoronó, sin ningún reparo debido a su ira, Sara había delatado a su amiga, me había llamado insensible, pero también me había confirmado algo que no quise o no pude ver y era que mi secretaría estaba secretamente enamorada de mí. “Pobrecilla”, pensé, “el niño debe ser producto de una noche loca, ¡No tiene pareja!”. Me angustió darme cuenta que ahora mas que nunca se iba a convertir en una necesidad vital el protegerla, estaba jodido, y mas ahora que sabía que se desbebía por mí.
El resto de la comida fue un suplicio, ninguno de los dos hablaba, mecánicamente comíamos los alimentos que el camarero nos servía sin ni siquiera disfrutarlos. Fue en los postres, cuando Sara me cogió mi mano entre las suyas, y casi llorando me pidió que no le dijese nada sobre su indiscreción. Tratando de tranquilizarla, le contesté que no se preocupara, que por mi parte no iba a saberlo.

Mas preocupado que antes de la comida regresé a mi despacho, Ana, ignorante de que sabía lo que sentía por mí, estaba de buen humor, por lo visto se había probado el traje premamá que le había regalado y le quedaba estupendamente. Le gruñí entre dientes un me alegro, pero entonces ella me preguntó si quería ver como le sentaba y no pude negarme. Los tres minutos que tardó en volver, se me hicieron eternos.

Llegó riendo, como una niña a la que le acaban de decir que el niño que le gusta, esta por ella, pero no me fijé en su sonrisa, sino en la bella silueta que se dibujaba al trasluz de los focos de la oficina.
-¿Estoy Guapa?-, me dijo con picardía mientras se daba una vuelta para que pudiera disfrutar de todo su cuerpo.
-Si-, tuve que reconocer y sin poder apartar mis ojos de ella, -estás guapísima-.
-Gracias-, me contestó, y pegando la tela del vestido a su estomago, me dijo: -Mira, ya se me nota la pancita-.
No pude reprimir mi impulso, y poniendo mi mano en ella, recorrí la curvatura de su vientre. Estaba duro, suave, terso. Me entretuve acariciándola mas allá de lo educado, y de pronto descubrí que mis caricias habían provocado un efecto no deseado, sus pezones se habían endurecido y se me mostraban a través de la fina tela del vestido. Se había quitado el sujetador, para que no se le transparentara, y al percatarme de ello, estuve a un tris de tocarlos. Tenerlos tan cerca, con su aureolas en pleno florecimiento, me excitó pero todavía mas al mirarle a la cara y descubrir que ella también se había calentado. Como un par de tontos nos quedamos callados, sabiendo que lo que ambos sentíamos en ese momento era muy fuerte, y solo gracias a que en ese preciso instante sonó mi teléfono, pudimos separarnos.
Era el gran jefe, que quería que fuera a su oficina. Aprovechando que me llamaba, salí de mi despacho, casi sin despedirme de ella, pero no había pisado casi el pasillo cuando ya había decidido que tenía que hablar con ella. Don Roberto me hizo esperar mas de medía hora en la puerta, sentado en la sala de espera no podía quitarme de la cabeza su boca entreabierta como esperando que mis labios la cerraran, esos senos hinchados pero sugerentes y ese cuerpo germinado.
-Pase-, me dijo la asistente del jefe.
El viejo me esperaba tras de su imponente mesa, aunque en la compañía todo el mundo le tenía miedo, a mi me caía simpático. Era una ave de presa, frío, interesado, siempre dispuesto a comerse a un competidor, pero a la vez justo, honesto, imparcial, nunca entraba en chismes de oficina, solo valoraba a sus empleados por sus resultados, eso sí estaba educado a la antigua con retrógrados principios morales.
-Fernando, quería hablar contigo-.
-Usted dirá-, frase protocolaria que realmente quería decir: “aquí su esclavo para lo que desee”.
-Ha quedado vacante el puesto de director administrativo, y he pensado en ti-, increíblemente me estaba diciendo que me iba a nombrar número dos de toda la empresa, –pero antes quiero que me aclares algo-.
“¡Malo!”, me quedé callado esperando saber cual era el problema, revisando mentalmente cual era su duda, por eso no pude reprimir una carcajada cuando me preguntó si era homosexual.
-No, jefe, no lo soy-, y marcándome un farol le dije: -Tengo pareja estable e incluso ya tenemos planes de boda-.
-No sabes como me alegro, siempre he tenido buena imagen de ti, y por eso me costaba creer ese bulo. Para celebrar tu ascenso te espero a cenar en mi casa, y vente con tu novia-.
La entrevista había terminado, por lo que levantándome del asiento, me despedí de él, saliendo hecho un mar de nervios. Me había metido en un problema y no sabía como solucionarlo. Al llegar a mi despacho, Ana estaba esperándome, quería saber que es lo que quería el presidente de la compañía, pues era raro que se dirigiera a un subordinado directamente.
Temblando por la preocupación, le expliqué que me habían ascendido, pero que para ello había tenido que inventarme una novia y ahora no sabía que hacer. No tenía a ninguna amiga con suficiente confianza para pedirle que se hiciese pasar por ella.
-Si la tienes-, me contestó con decisión , -recógeme a las nueve-.
-¿Harías eso por mí?-.
-Claro, pero te voy a pasar la cuenta del vestido que me voy a comprar, y te aviso, te va a salir caro-.
No me dio tiempo de contestarla, porque antes de que me diera cuenta, ya se había ido. Había quedado como un imbécil otra vez, me había ofrecido su ayuda y yo no se lo había agradecido.
Me fui a casa, preocupado, no tanto por la atracción que sentía por Ana, sino por que Don Roberto descubriera nuestra farsa, me jugaba mi futuro profesional. Me fue imposible tranquilizarme mientras me preparaba para ir a la cena. Como no quería llegar tarde a la cita salí con tiempo suficiente a recoger a mi secretaria de forma que cuando toqué en la puerta de su casa eran la nueve menos cuarto.
Me recibió todavía sin acabar de vestir, y por eso me hizo pasar al salón para esperarla. Verme solo, me dio la ocasión de chismear las fotos de la librería buscando una que me diera una pista de quien podría ser el padre del niño, pero solo encontré fotos de su infancia en el pueblo con sus padres y una del personal de la oficina. Me quedé mirando esta última, en ella Ana aparecía abrazada a mí. No me acordaba de que nos la hubieran echo, debía de ser de la fiesta en la que me cogí esa gran borrachera, de esa noche no me acordaba de nada a partir de la una de la madrugada, solo tenía recuerdos del enorme dolor de cabeza con el que me desperté.
Un ruido me hizo dar la vuelta, era Ana que salía de su cuarto. Pero lo que vi, no era a mi secretaria sino a una diosa. Envuelta en un breve vestido de raso negro, llegó a mi lado contorneándose sobre unas sandalias con tacón. No me podía creer la transformación, era impresionante. El escote sin ser exagerado, dejaba intuir la perfección de sus senos de embarazada, y la tela pegada sobre su piel no escondía sino mostraba la voluptuosidad de sus formas.
-¡Uauhhh!-, solté al verla sin poderme reprimir.
-Eres tonto-, me dijo riéndose por mi reacción, y dándome un beso en la mejilla, me informó que ya podíamos irnos.
No se dio cuenta de la tremenda erección que me provocó el olerla y posteriormente verla agachándose a por su bolso, o llevaba un diminuto tanga o no llevaba nada, por que sus dos nalgas me pedían silenciosamente que las tocara.
Hecho un flan le abrí su puerta para que se subiera al coche, y al hacerlo la raja de su falda me dejó contemplar en su plenitud sus piernas contorneadas. “Pero que buena que esta”, me dije para mis adentros, “como no me di cuenta antes”. Rápidamente intentando no pensar me senté al volante.
-¿Me ayudas?-, la escuché decir.
Tenía problemas con el cinturón que se había quedado bloqueado. Al intentar destrabarlo pasé mi mano por enfrente de su pecho, fue un ligero roce pero suficiente para alterar mi biorritmo. Ella, con la mirada al frente, trataba de disimular pero dos pequeños botones la delataron bajo la tela. La había excitado el contacto. Sabiendo que o arrancaba el coche o no sería capaz de detenerme, aceleré saliendo del parking.
Durante todo el trayecto, no dejé de mirar de reojo a mi acompañante, su cara, sus ojos, su pecho, sus piernas. Casi al llegar a nuestro destino, se percató de mis miradas y haciéndose la indignada me preguntó:
-¿Te gusta lo que ves?-
Estaba jugando conmigo y yo lo sabía, pero aun así le contesté afirmativamente. Y provocándome de manera descarada se levantó un poco el vestido diciéndome:
-¿Verdad, que me queda bien el moreno?-.
-No seas mala, te estas aprovechando de que hemos quedado con el gran jefe, que si no-
-Que si no, ¿qué?-
-Te violaba-, le dije un poco mosqueado.
Se rió a carcajada limpia, la burrada que le había soltado le había encantado, y profundizando en su guasa, me dijo que me conocía y que sabía que no me atrevería jamás. Con mi orgullo herido, paré a la derecha, y agarrándola suavemente del pelo, la atraje dándole un beso, mientras mis manos acariciaban su espalda. Era un primer beso, robado, pero beso al fin y ella no se había resistido.
-¡Te has atrevido!-, me espetó un poco confusa.
-Si-, le contesté reanudando la marcha.
Estaba encantado, le había demostrado que si juegas con fuego puedes quemarte, sin darme cuenta que era yo el que se había quemado, al notar que seguían sus labios en los míos, aunque estuvieran a un metro. Ella en cambio se mantuvo seria los tres minutos que tardamos en llegar al chalet de la cena. Pero al bajarme para abrirle la puerta, sonriendo con una cara de pícara que asustaba, me informó que pensaba vengarse.
El propio Don Roberto fue quien nos abrió, el puto viejo se quedó embobado mirando a mi supuesta novia mientras nos invitaba a pasar. Menos mal que llegó su esposa, una señora cañón, a la que le debía de llevar al menos treinta años. No le echaba más de cuarenta.
-¿Donde tenías escondida a este bombón?-, me preguntó mi jefe.
-Ana trabaja en la compañía, es mi secretaria-, le contesté con aprensión, pensando que le podría sentar mal el hecho que de que hubiera abusado de mi estatus.
Si le molestó, no dio señales de ello, al contrario acercándose a Ana, le felicitó por la futura boda y nos preguntó cuando iba a ser. La muchacha me dirigió una de esas miradas asesinas que lanzan las mujeres cuando nos agarran en un renuncio, pero reponiéndose al momento, pegándose el vestido con las manos a su abultado vientre contestó:
-Ya sabe usted, Don Roberto que Fernando es muy tradicional, y no quiere que su hijo nazca fuera del matrimonio y por eso hemos fijado la boda para dentro de un mes-.
-Bien hecho, muchacho, ya sabía yo que eras un tipo de fiar. No hay cosa que mas me guste que uno se responsabilice de sus actos-, me dijo el viejo dándome un abrazo,- Ahora ya tenemos tres motivos que brindar, tu ascenso, tu boda, y el nacimiento de tu hijo-.
No había tardado ni cinco minutos en vengarse, y cuando lo hizo fue de manera brutal, poniéndome una soga al cuello de la que no podría librarme. El resto de la cena fue un interrogatorio masivo, que desde cuando salíamos, como me había declarado, que me había contestado, …. que mi “queridísima novia y futura esposa” sorteó con facilidad inventándose una bonita historia acerca de un acoso y derribo por mi parte, y una negación inicial por la suya. En pocas palabras, lo nuestro fue “flechazo por coñazo”. Buena la había hecho, ahora o transigía y me casaba o perdía mi ascenso y hasta mi empleo.
Eres una cabrona-, le dije al oído en un momento que nos quedamos solos.
-¡Verdad que si!, amor mío-, me dijo mientras su mano recorría mi trasero.
Debería de haberme indignado, pero percibir su caricia recorriendo mis nalgas mientras su olor impregnaba mi papilas, hizo que en vez de hacerlo, todo mi ser deseara besarla y abrazarla en ese instante. Como sería mi calentura, que tuve que acomodarme la servilleta, para que nadie viera mi erección.
Nadie excepto, Ana, que exacerbando mi vergüenza, recorrió la tela de mis pantalones haciendo una pequeña pausa en mi entrepierna.
Te estas pasando-, volví a susurrarle.
-Lo sé, amor mío-, disfrutaba de su juego. Su ojos irradiaban un brillo inusual, y como si fuera una cazadora, volvió a agarrar a su presa diciéndome:-Luego si quieres, no me vuelvas a hablar pero este es mi momento y no quiero parar-.
Sentí como su mano, se introducía debajo de la servilleta y bajándome la bragueta, liberaba mi ya sobreexcitado miembro. Su palma sobre mi piel, era tersa, deliciosamente tersa, y los movimientos verticales que le imprimió a mi sexo, una locura. Me estaba masturbando mientras yo tenía que seguir dándole conversación a la esposa de Don Roberto. No sé si os ha ocurrido algo semejante, tener que disimular en público algo que normalmente, se hace en privado, es un corte pero brutalmente excitante.
-Ana, quédate quieta, por favor, si quieres seguimos en tu casa-, le murmuré horrorizado con la idea de correrme manchando la servilleta y que nos pillaran.
-¿Me lo juras?-
-Si-, le respondí, si me hubiera hecho jurar que me tenía que vestir de mujer, también lo hubiese hecho, todo con tal de no tirar al traste mi futuro.
Una sonrisa satisfecha iluminó su cara, había conseguido su objetivo, y tal y como había empezado terminó, cerrándome la bragueta sin que nadie se diera cuenta. Quizás ilusionada con la perspectiva, Ana me dijo en voz alta que estaba cansada. Fue el propio Don Roberto, quien apiadándose de mi secretaria y atendiendo a su estado, dio por terminada la reunión.
María, la esposa de mi jefe, me dio su brazo para acompañarme a la puerta, mientras el viejo hacía lo mismo con Ana. Perfecta anfitriona, que cuando su marido ni mi novia nos oían me dijo al oído:
-No me habéis engañado, no sois novios pero esa muchacha te conviene. Hazla feliz, es una buena chica, y si no te llena, siempre puedes llamarme-, me soltó mientras disimuladamente me acariciaba el trasero.
No sé que me había puesto mas cachondo, si Ana masturbándome en frente de todos o María proponiéndose como sustituta, lo cierto es que nada mas acomodarme en el asiento de mi coche, estaba brutísimo, con mi sexo erecto y sudando por la excitación.
Mi supuesta novia estaba un poco cortada, esperando cual iba a ser mi actitud, en cuanto estuviéramos solos.
No tardé en sacarla de su duda al decirle:
-Quiero verte los pechos-.
Me miró sorprendida pero a la vez divertida, y bajando por sus hombros los dos tirantes, me mostró su torso. Sus dos pechos hinchados por el embarazo, fueron descubriéndose lentamente mientras sus dueña me preguntaba si me gustaban. Alargando mi brazo, los acaricié suavemente, sus negros pezones se erizaron solo con la cercanía de mis dedos. La suavidad de su piel me sorprendió, aunque luego supe que para evitar estrías, la muchacha se embadurnaba de crema, lo cierto es que me en ese momento me recordó a la piel de un bebé. Mi pene dio un salto dentro del pantalón, cuando noté que la mano de la muchacha se acercaba a mi entrepierna.
-¿Puedo?-, me preguntó mientras lo sacaba de su encierro, y sin esperar a que respondiera, agachó su cabeza sobre mis piernas, introduciéndoselo en la boca abierta.
Dudando si podría conducir con ella entre mi piernas, traté de retirarla, pero ella insistió diciendo:
-Conduce y déjame hacer-
Volví a sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi extensión con su saliva. No me podía creer que la mujer que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una felación. Era excitante, ver como se retorcía en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y levantándole el vestido descubrí que como había supuesto no llevaba bragas.
La visión de sus nalgas desnudas incrementó mi calentura, y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna. Ella suspiró al sentir mi mano, recorriendo su culete. Mucho mas envalentonado por su respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. Estaba totalmente licuado, el flujo lo anegaba, mostrándome claramente su excitación.
Ana estaba fuera de sí, buscando su placer se estaba masturbando brutalmente mientras devoraba mi miembro, metiéndoselo por completo en su garganta. Nunca nadie se había introducido mi pene hasta la base, jamás había sentido la presión que me estaba ejerciendo, con sus labios besándome el inicio de mi falo. “No debe de poder respirar”, pensé justo antes de oír como se corría empapando mi mano y la tapicería de asiento. Fue bestial mirarla arquearse y estremecerse por su orgasmo , sin sacar mi sexo de su boca, intentando que yo profundizara mi caricias. Absorto disfrutando de su climax, estuve a punto de chocar contra el coche que tenía enfrente, lo que me hizo recapacitar y decirle que parara, que ya estábamos cerca de su casa, y que podíamos esperar a terminar allí.
Mi frenazo y su susto consecuente, le hizo comprender que tenía razón y acomodando su vestido, me miró diciendo:
-No tienes porque subir sino lo deseas-. Su cara mostraba pena.
-Si quiero-, fue toda mi respuesta.
El silencio se adueño del vehículo, ni ella ni yo hablamos el resto del trayecto, pero tampoco, cuando después de aparcar subimos en ascensor hasta su piso. Ana no las tenía todas consigo cuando tras hacerme pasar a su salón, me dijo que si quería una copa.
-No-, le contesté,- Vamos a tu cuarto-
Sin saber todavía a que atenerse, me llevó a su habitación, temiendo haberse pasado. De pie al lado de la cama, la atraje hacía mi, y acercando mis labios a los suyos, la besé. Fue un beso posesivo, mi lengua forzó su boca mientras mis manos se apoderaban de su trasero. Ella respondió frotando su pubis contra mi pene, haciéndolo reaccionar.
Tranquila, quiero disfrutar de ti-, le dije mientras la despojaba del vestido.
Nada mas retirar los tirantes, cayó al suelo, permitiéndome observarla totalmente desnuda por primera vez. Era impresionante, su cuerpo era de escándalo con grandes pechos y cintura estrecha que el embarazo no había deformado todavía.
De buen grado me hubiera quedado observándola durante horas, pero decidí tumbarla en la cama. Ella se dejó llevar. Teniéndola sobre el colchón, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Los dos negros botones reaccionaron incluso antes de que los tocara, de forma que recibieron mis caricias duros y erguidos. Mi secretaria gimió cuando pellizcándolos le dije que eran hermosos.
Realmente eran bellos, bien formados, suaves y excitantes. No dudé en sustituir mis yemas por mi lengua, y apoderándome de ellos, los mamé como iba a hacer su hijo en unos meses. Tener su botón en mi boca, mientras tocaba su hinchado vientre, era una gozada. Me sentía como un lactante, disfrutando de su alimento.
Quería poseerla, pero lentamente. Por eso poniéndome de pié, me desnudé apreciando sus ojos clavados en mi cuerpo. Su mirada era de deseo, no de lascivia, me observaba ansiosa, nerviosa, temerosa de fallarme. Ya sin ropa, me tumbé a su lado abrazándola. Ella pegándose a mí, restregó su pubis contra mi sexo, buscando la penetración, pero la rechacé diciéndole:
Antes quiero, tocarte-, le dije concentrándome en su embarazo. Su vientre estaba precioso, con la curvatura típica de la mujeres embarazadas, mi lengua fue recorriéndolo hasta hallar un ombligo casi desaparecido por la tensión de su piel.
-¡Que buena estas!-, me escuchó decir mientras notaba que me acercaba a su entrepierna. Su sexo olía a hembra hambrienta, bien depilado era excitante, pero aun mas era observarla abrir sus piernas dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris.
Separando sus labios, como si fueran los pétalos de un fruto largamente ansiado, apareció ante mí un más que erecto botón rosado. Primero lo tanteé con la punta de mi lengua, antes de apretarlo entre mis dientes mientras pellizcaba sus pezones. No llevaba todavía un minuto recorriendo sus pliegues cuando mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. La muchacha que llevaba gimiendo un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo. Paulatinamente, éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura. No dejé de beber de su rio, hasta que llorando me imploró que le hiciera el amor.
-¿Te gusta?-, le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
Si-, me respondió todavía con la respiración entrecortada por el orgasmo pasado.
-¿Mucho?-, le dije, mientras jugaba con su clítoris.
-¡Si!-, contestó, apretando sus pechos con su manos.
Escucharla tan caliente, me calentó, e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Hazlo!, por favor, ¡no aguanto mas!-.
Lentamente, centímetro a centímetro, le fui metiendo mi pene. Toda la piel de mi extensión, disfrutó de los pliegues de su sexo al hacerlo. Su cueva, que era estrecha y suave, ejercía una intensa presión al irla empalando. Su calentura era total, levantando su trasero de la cama, intentaba metérsela mas profundamente pero chocaba contra su embarazo.
Me recreé viéndola tratando infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, su ganas de ser tomada eran tantas que incluso me hizo daño.
-Quieta-, le grité, y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún mas, sus poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que estuve a punto de desvirgar, y que no lo hice solo por estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Poniendo mi verga en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. Pero o bien no me entendió, o tenía demasiadas ganas, por que nada mas notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se la insertó.
Gimió al sentirse llena, pero al instante empezó a mover sus caderas, recreándose en mi monta. Mi yegua relinchó al sentir que me asía a sus pechos iniciando mi cabalgata, mientras mi pene la apuñalaba sin piedad. Escuchar sus suspiros, cada vez que mi sexo chocaba contra la pared de su vagina, y el chapoteo de su cueva inundada al sacar ligeramente mi miembro, fue el banderazo de salida para que acelerara mi incursiones. Y cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas de tratara y palmeándole el trasero, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la excitó más si cabe, y chillando me pidió que no parara. Con su respiración entrecortada, no dejaba de exigirme que la tomara, que quería sentirse regada por mí.
Todavía no quería correrme, antes me apetecía verla convulsionarse en un segundo orgasmo, por lo que dándole la vuelta, me apoderé de su clítoris con mis dientes, a la vez que le introducía dos dedos en su vagina. Su sexo tenía un sabor agridulce que me volvió loco, y usando mi lengua como si fuera un micro pene, la introduje recorriendo las paredes de su cueva, mientras sorbía ansioso el flujo que manaba su interior. Esta vez la muchacha berreó brutalmente al notar como su placer la envolvía derramándose sobre mi boca, y sin poderlo evitar se corrió retorciéndose sobre la cama.
Insatisfecha, y queriendo más, me tumbó boca arriba, y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro, mientras lágrimas de placer mojaban mis piernas. Sus pechos rebotaban al compás de sus movimientos y su vientre rozaba el mío en un sensual contacto. Estaba hipnotizado con sus senos, su bamboleo y la imposibilidad de besarlos al chocar con su embarazo, me habían puesto a cien. Mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos, tras lo cual le pedí que fuera ella quien los besase.
Me hizo caso, estirándolos se los llevó a su boca y sacando su lengua los beso con lascivia. Tanta lascivia que fue demasiado para mi torturado pene, y naciendo en el fondo de mi ser, un genuino orgasmo se extendió por mi cuerpo explotando en el interior de su cueva.
Ana, al sentir que mi simiente bañaba su ya germinado vientre, aceleró sus embestidas consiguiendo culminar conmigo su gozo. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de mi semen salía expulsada, ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, se enroscaba en mi pene moribundo, dándome las gracias por sentirse mía.
Totalmente exhaustos, caímos sobre las sabanas. Estaba en el séptimo cielo, abrazado a la mujer que durante años no me había fijado pero que ahora era mi obsesión.
-Ana-, le dije totalmente subyugado por ella,- sé que no me he portado bien contigo, pero si me dejas me gustaría tratar a tu hijo como si fuera mío-
Sonrió y levantando su cara de la almohada me miró a los ojos diciendo:
-Todavía no te acuerdas-, no era una pregunta sino una afirmación.
-¿De que tengo que acordarme?-, le pregunté mosqueado.
-El día de la fiesta, ibas tan borracho que intentaste forzarme-.
-¿Qué?-
-Pero no te preocupes, por que al final fui yo quien te violó-, me dijo soltando una carcajada.
Mi mundo se desmoronó al escucharla, sabiendo que había caído en una trampa, de la que difícilmente podría escaparme, pero tras reflexionar un momento, dándole un tierno azote en su trasero, le dije:
Me excita verte preñada, por lo que estoy deseando que tengas a mi hijo, para volverte a embarazar-, esta vez fui yo el que se carcajeó, mientras ella dudaba si había elegido bien su pareja.

 

 

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas del jefe 3” (POR GOLFO)

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Sin título1


Esa mañana, decidí que tenía que cambiar de táctica, no fuera que las privaciones a las que tenía sometidas a las dos hermanas hicieran mella en sus cuerpos, y enfermaran. Para ello, debía encontrar una persona que me las cuidara mientras yo trabajaba. El problema era quien, no conocía a nadie que me inspirara la suficiente confianza para dejarle a Natalia y a Eva a su cuidado.
Nada más despertarlas, la obligué a darse un baño, a peinarse, y a pintarse, ya que las quería en plena forma.
Os necesito guapas-, les dije, mientras les elegía la ropa.
Encantadas con la idea, esperaron ilusionadas que les dijera que es lo que debían de ponerse. Por eso, creo que quedaron un poco decepcionadas cuando les mostré su vestimenta, la cual consistía en un collar de cuero y un conjunto muy sexy de sumisa, con el sujetador y el cinturón de castidad a juego.
La primera en vestirse fue la mayor. Eva, con sus grandes pechos y hermosas caderas, estaba perfecta. Esa noche había hecho uso de ella, pero al verla con ese atuendo, me empecé a poner bruto. Sólo el saber que tenía que vestir a Natalia, evitó que la tomara allí mismo. Ésta tampoco tenía desperdicio. Con su metro setenta, su piel blanca contrastaba con el negro del cuero, dotándola de una morbosidad fuera de lo común. Todavía no le había terminado de atar el cinturón, cuando con su cara de no haber roto un plato, me pidió que al volver la eligiera a ella, quería ser mi favorita esa noche.
Sonreí al darme cuenta que las estaba subyugando poco a poco, y llevándolas a la cocina, les dije:
Tenéis diez minutos para desayunar, y hoy os voy a dejar que os llevéis al cuarto toda la comida que queráis, pero debe ser rápido-.
Las muchachas no comieron, sino devoraron, recordando las penurias pasadas. De tal manera que pensé que les podía sentar mal, tamaña ingesta. Satisfechas, las llevé cada una a su cuarto, pero antes de cerrar sus puertas, les di a cada una, un consolador y un vaso, diciéndolas que esa noche cuando volviera a casa, debían de llenarlo de flujo, y que la que consiguiera más cantidad, iba a tener premio.
Todavía me estaba riendo al coger el coche, pensando en como las muchachas se iban a masturbar durante todo el día, intentando ordeñar sus coños al hacerlo, de manera que al retornar, me las iba a encontrar exhaustas y calientes. Pero sobre todo, que de esa forma, no iban a tener tiempo de pensar. “Soy malo”, me dije, disfrutando de la excelente idea que había tenido.
Al llegar a la oficina, el trabajo se me había acumulado, por lo que me pasé toda la mañana firmando pedidos y autorizando presupuestos. El tiempo voló y casi sin darme cuenta ya era la hora de comer. Isabel, mi secretaria, llegó con una bandeja de sandwiches.
-Fernando, ¿quieres algo más?-, me preguntó antes de irse.
Algo en su actitud, me hizo levantar la cara de mis papeles, y viendo que era ella, quien quería decirme algo, le pedí que se sentara.
-¿Qué te ocurre?-.
Se puso colorada, al saber que me había dado cuenta, y bajando la mirada me respondió:
-Disculpa, pero quería saber como te iba con las dos hermanitas-.
Era eso, recordaba como se había excitado oyendo los castigos que había inflingido a las dos mujeres el día anterior, y ahora, venía a que le siguiera contando más.
-¿Quieres escuchar como hice que Natalia azotara a su hermana?-.
La sola idea de pensar en ello, provocó que sus pezones se erizaran bajo la tela, y la muchacha totalmente ruborizada, no pudo más que reconocer que era lo que buscaba.
-¡Desabróchate dos botones!-
-¿Como?-, me respondió protestando.
-Si esperas que te cuente todo sin nada a cambio, ¡vas jodida!-
Estuvo a punto de levantarse indignada, pero tras pensárselo durante unos segundos, se llevó la mano al escote y aflojándose la blusa, retiró dos botones de sus ojales. Como ya conté Isabel era una mujercita regordeta, pero atractiva a la vez, y al hacerlo, su canalillo perfectamente formado tras un sujetador de encaje, quedó a la vista.
-¿Por donde empiezo?-
Por el principio-, me contestó, cerrando involuntariamente las piernas.
Sin darle tiempo a pensar, me coloqué detrás de ella, y posando mis manos en sus hombros, empecé a explicarle como las había hallado después de más de veinte horas sin comer y unas diez sin beber. Mi secretaria no dijo nada, su mente sólo estaba centrada en mis palabras, en como les había derramado el agua en sus cuerpos, obligando a las dos muchachas a absorberla de sus propios sexos.
-¡Que excitante!-, me alcanzó a decir, mientras ya sin ningún reparo le acariciaba el cuello.
-Quítate la camisa-, le susurré al oído.
Isabel estaba con la mirada ausente, debía de estar meditando acerca de lo bajo que iba a caer si me obedecía. Pero cuando ya pensaba que se iba a negar, mi secretaria suspiró y manteniendo la cabeza gacha, se despojó con rapidez de su blusa y de su sujetador. Sonreí al percatarme que se había desnudado totalmente de cintura para arriba, y eso era mucho más de lo que le había pedido.
Sus enormes pechos se me antojaron atractivos, y sin medir las consecuencias me apoderé de ellos, sopesándolos con mis manos. No hubo rechazo, al contrario se acomodó hacia atrás en la silla, para facilitarme el hacerlo. La muchacha se estaba calentando a marchas forzadas, con los pezones erizados, me pidió susurrando que siguiera.
La situación se estaba convirtiendo en algo muy fuerte, y previendo su curso, decidí cerrar la puerta de mi despacho. Al volver a su lado, directamente le pellizqué un pezón. Jadeó sorprendida, pero cogiendo mi otra mano se la llevó al pecho libre, para que repitiera la operación. Esta vez, como si estuviera sintonizando una radio, retorcí sus pezones, escuchando sus primeros gemidos de placer.
-¿Te gusta?-.
Con la respiración entrecortada, me respondió afirmativamente.
-¡Quiero ver como te masturbas!-
No tuve que repetírselo. Isabel abriendo sus piernas, se introdujo la mano bajo la falda pasando su dedo por encima de la braga, mientras yo alucinaba de su calentura. No había marcha atrás, y ella lo supo cuando separándome de ella, acerqué mi silla, para verlo mejor. En ese momento quiso parar, quizás cortada, pero dándole un tortazo le dije que no le había dado permiso para hacerlo.
Era la primera bofetada que le daba, pero no iba a ser la ultima, ya al contrario de la lógica le había excitado, y quitándose el tanga, se afanó en ser observada. Sus rollizos muslos terminaban en un sexo totalmente depilado. Pude ver, como se abría los labios, y se concentraba en su clítoris, mientras no dejaba de mirarme. En pocos minutos, ya olía a sexo, y sus gemidos se escuchaban en la habitación.
Fue el momento que elegí, para despojarme de mi pantalón, y acercando mi sexo a su boca, le ordené que me mamara sin dejar de pajearse. Sentada, con las piernas abiertas y con su mano torturando su pubis, abrió la boca para recibir mi extensión. Dejé que llevara el ritmo, acariciándole la cabeza. Su lengua era una experta recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva, y la muchacha forzando su garganta, se lo introdujo lentamente.
Me encantó, la forma tan sensual con la que se lo metió, ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Noté como se corría, sus piernas temblaban al hacerlo, pero en ningún momento dejó de masturbarme, era como si le fuera su vida en ello. No soy un semental de veinticinco centímetros, pero mi sexo tiene un más que decente tamaño, y aún así, la muchacha fue capaz de metérselo por entero. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene, mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
Fue demasiado placentero, y desbordándome dentro de ella me corrí, sujetando su cabeza al hacerlo. Mi semen se fue directamente a su estómago, porque Isabel no trató de zafarse, sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
-¡Fernando!-, me dijo feliz, al sacar mi pene de su boca,-tienes el miembro tan rico como me imaginaba-.
Su lujuria me dio la idea, y levantándola de la silla, mientras la terminaba de desnudar, le dije:
-¿Te apetece ayudarme con dos putitas?-.
-¿Qué tengo que hacer?-
-Por ahora, disfrutar-, le respondí mientras la inclinaba sobre mi despacho, dejando su trasero sensualmente dispuesto.
Su culo era enorme, pero bien formado. Separando sus dos nalgas, descubrí una entrada todavía virgen. Era rosada, cerradita y mía, saber que estaba a mi disposición me provocó una brutal erección. Isabel lo notó al instante, y cogiéndose ambos cachetes con las manos, me pidió que lo hiciera con cuidado.
Pasé mi mano por su sexo, y recolectando un poco de su flujo, lo unté en su hoyuelo. La muchacha, más alterada de lo que era normal, se tumbó directamente en la mesa, dejándome hacer. Con un dedo recorrí sus bordes, antes de introducirlo en su interior. Era tentador, pero no quería destrozarla por lo que me entretuve en relajarlo antes de meter el segundo. Escuché un jadeo. Le dolía pero no se quejaba, lo que me dio motivos para continuar. Forzando un poco sus músculos, fui encajando y sacando mis dedos hasta que desapareció la resistencia, entonces y solo entonces, acerqué mi glande a su entrada.
Durante unos instantes, jugueteé acariciándolo, y al percatarme que estaba lista, posé mi manos en sus hombros y le introduje la cabeza. Chilló de dolor al sentir violado su recto, creo que incluso derramó unas lágrimas, pero no se rajó, al contrario echándose para atrás, obligó a mi pene a empalarla con su consentimiento. Lo hizo tan lento, que me dio tiempo a notar, como toda mi extensión iba rozando las paredes de su ano, destrozándolo. Mordiéndose los labios, aguantó el dolor de sentirse desgarrada. Con mi sexo completamente en su interior, esperé a que se acostumbrara.
-¿Lista?-, le pregunté.
Al no contestarme, deduje que lo estaba, iniciando mi ligero trote. A Isabel nunca le habían echo un anal, y por eso le dolió brutalmente al principio, pero después de unos minutos, con el esfínter ya relajado empezó a disfrutar. Me di cuenta de ello, cuando bajando su mano, se empezó a masturbar. Sabiendo que era el momento, le azucé dando un azote en su trasero.
Fue como si se desbocara mi gordita, berreando como una hembra en celo, movió sus caderas violentamente hacia atrás, clavándose hasta el fondo mi herramienta. Gritando me pidió que la ayudara, y entonces comprendí que le excitaba el maltrato, y dándole una tanda a modo de aguijón, conseguí que su cuerpo adquiriera un ritmo infernal. Sus pechos se bamboleaban al compás de mis penetraciones y sus carnes oscilaban como un péndulo, mientras ella se desgañitaba chillando su placer.
Su orgasmo me empapó de arriba abajo, ya que de su sexo manó su flujo en demasía, recorriendo sus piernas, de modo que cada vez que chocaba contra su trasero, salpicaba por todos lados. Su brutal reacción terminó de excitarme, y uniéndome a ella, le regué con mi semen todos sus intestinos.
Agotados, quedamos unidos por nuestros sexos, mientras descansábamos del esfuerzo. Y sólo cuando nuestras respiraciones ya eran normales, ella separándose de mí, se arrodilló a limpiar con su boca mi pene. Era increíble, una máquina, usando su lengua retiró rápidamente todos los restos de nuestra lujuria, y al terminar como si no hubiese pasado nada se vistió sin hablar. Pero justo, cuando ya salía por la puerta, se volvió para decirme:
-¿A qué hora?-.
La muy zorra no se había olvidado de mi promesa, y riendo le contesté:
-A las ocho, pero tráete ropa, te vas a quedar por lo menos una semana-.
-¿Y el trabajo?-
-Soy tu jefe, ya veré que me invento-.
Meneando sus caderas, salió del despacho, no sin antes prometerme que no me iba a arrepentir. Poniéndome manos a la obra, llamé al departamento de personal de la compañía, para advertirles que Isabel iba a ser trasladada durante un mes a Barcelona, por lo que debían de preparar sus dietas. De esa manera, nadie la iba a echar de menos durante un mes, dándome tiempo para adiestrar de manera conveniente tanto a las hijas de mi jefe, como a mi más reciente adquisición.
Lo que no tenía claro, es cual iba a ser el papel de mi secretaria, porque le gustaba demasiado recibir azotes. Pero algo si era seguro, fuera cual fuese su participación, es que se había ofrecido voluntaria, por lo que me podía fiar de ella. Meditando sobre ello, pensé que detrás de una buena masoquista, se podía descubrir a una buena sumisa o a la domina más cruel. Cerrando mi ordenador, me dije que lo iba a saber en pocas horas.
Al salir de la oficina, me entretuve comprando en un sex-shop los artilugios que me faltaban, no en vano, aunque el viejo tenía todo un arsenal, era insuficiente al estar pensado para una pareja, y a partir de esa noche íbamos a ser cuatro. Llevaba años sin entrar en un tugurio parecido, y por eso me quedé pálido al observar hasta donde podía llegar la imaginación perversa de los fabricantes. Obviando el hecho de que había muchos instrumentos cuya finalidad no entendía, me maravilló observar la exageración del tamaño de muchos de ellos, siendo el culmen una verga que imitaba el sexo de un burro, con más de cincuenta centímetros de largo y al menos diez de ancho. También había otros, en los que mi sorpresa era lo retorcido de su uso, y que sólo una mente sádica podía haber diseñado, como una especie de ataúd, con clavos donde encerrar a una esclava.
No sé cuanto tiempo pasé dentro del local, pero mucho, cada estante tenía una novedad, de forma que cuando fui a pagar, el palo que di a mi tarjeta de crédito fue de órdago, más de dos mil euros. Al llegar a casa, cargado con tres bolsas, Isabel me estaba esperando en la puerta. Venía vestida como al mediodía, pero al ver el tamaño de su maleta, comprendí que me había hecho caso y que traía ropa suficiente para su estancia.

Lo primero que hice, fue mostrarle la casa, donde estaba el comedor, la cocina y los diferentes salones, dejando para el final lo más importante que eran las dos muchachas. A propósito, alargué el momento invitándole una copa, ella tomaba ron, por lo que mientras se sentaba en el salón, le expliqué que quería.

Mira, Isabel, como te dije esta mañana necesito ayuda, no puedo mantenerlas eternamente atadas, y me vendría estupendamente alguien que me relevara cuando no estoy-.
-Sólo tengo una duda, ¿voy a poder hacer uso de ellas?-.
Soltando una carcajada, le contesté:
Claro, deberás participar en su adiestramiento, tendrás barra libre cuando no esté yo, pero en mi presencia siempre tendrás que obedecerme-.
-Eso no será difícil-, me contestó en plan coqueta, –me imagino que la obediencia, también será sexual-.
-Sexual, oral, anal, y mental. A todos los efectos serás mi esclava, pero ellas tendrán que tratarte como su maestra, ¿comprendido?-.
-Si, amo-, dijo sonriendo,- creo que si me vas a presentar, será mejor que me cambie antes, no vayan a tener una idea equivocada de mi función-.
Su completa aceptación, me satisfizo. Isabel no sólo me iba a ayudar, sino que había aceptado voluntariamente ser mi esclava. Las próximas semanas iban a resultar placenteras, me dije, mientras aprovechaba para ir a por las dos muchachas, que ignorantes de su destino me esperaban cada una en un cuarto. Lo primero de lo que me di cuenta era que ambas habían cumplido mi orden y orgullosas me mostraron que el vaso con su flujo estaba lleno, pero además se había producido un cambio, las dos estaban perfectamente aseadas, peinadas y hasta pintadas, luego poco a poco se iban acostumbrando al nuevo rol que les había impuesto.
Sin explicarles que les tenía preparado, las llevé al salón. Ellas pensaron que era el premio a su diligencia, no suponían que les iba a presentar a su nueva ama y compañera, por lo que cuando les dije que se sentaran, creyeron que su suplicio había terminado. Por eso cuando les serví una copa, esperando a Isabel, Natalia me preguntó si podía quitarse el collar. No pude contestarle por que en ese mismo momento, mi secretaría entró en la habitación, vestida totalmente de cuero con un corsé que realzaba sus curvas, dotando a sus enormes pechos de un siniestro atractivo, al estar comprimidos por un sujetador con forma cónica.
Tanto Eva como su hermana menor se quedaron calladas, al verla entrar. Realmente, disfrazada de esa forma era una mujer impresionante. Tras ese atuendo, se adivinaba a una hembra seductora y fascinante, segura de su feminidad, cuya silueta rellenita, lejos de causar rechazo, tenía una belleza singular.
-Amo, ¿me permite explicarles que hago aquí?-, me dijo sabiendo mi respuesta por anticipado.
La rapidez con la que entró al meollo de la cuestión, me sorprendió, y haciendo un gesto con la cabeza, le autoricé a dirigirse a ellas.
-Zorritas, mi nombre no os importa, pero a partir de ahora deberéis dirigiros a mí como Maestra. Mi amo me ha ordenado que os enseñe las bondades de la sumisión. Debéis estar agradecidas, por que vais a descubrir lo maravilloso que es la entrega total-, para aquel entonces las muchachas se abrazaban asustadas, y con los ojos fijos en Isabel seguían sus instrucciones sin pestañear. –Una mujer que no ha probado la subordinación a un ser superior, no ha disfrutado del sexo-.
Hizo una pausa antes de proseguir, y yo viendo que mi función iba a ser la de mero observador, decidí ponerme una copa. Estaba sirviéndome los hielos, cuando escuché:
-Un amo no debe mancharse las manos teniendo tres sirvientas. ¡Tú! , la rubia, levántate y ponle su whisky. Lo toma con mucho hielo-.
No tuvo que ordenárselo dos veces, Natalia levantándose de un salto, llegó corriendo a auxiliarme, mientras su hermana se quedaba sola en manos de la mujer. Estaba nerviosa, sus manos temblaron al echar los hielos en el vaso, y susurrándome me dijo:
-Amo, ¿acaso está enfadado conmigo?-.
-No, preciosa, es por vuestro bien. Verás como en unos días me agradeces el haberos traído alguien que os enseñe-.
Isabel esperó que la niña volviese a su lugar para seguir hablando:
Antes de nada, os voy a enseñar a permanecer en posición de sumisa-, les dijo obligándolas a arrodillarse, con el cuerpo y los brazos echados hacia delante, de manera que sus culos quedaron en pompa, en disposición de ser usados. No le costó ningún esfuerzo ponerlas así, quizás debido al miedo o quizás por el interés de aprender algo nuevo, las muchachas dócilmente aceptaron sus órdenes. Contenta, por el resultado, siguió diciendo mientras les acariciaba con una fusta: –Este mundo está dividido entre amos y sirvientes, los primeros han nacido para mandar y ser obedecidos. Puede parecer que es el papel ideal, pero estáis equivocadas, porque jamás podrán liberarse del poder y disfrutar realmente de la vida. En cambio, las sirvientes, al no poder decidir por nosotras mismas, podemos lanzarnos al disfrute sin pensar en las consecuencias-.
Creo que fue entonces, cuando realmente empezó la clase, ya que eligiendo a Eva y recorriendo con la fusta los bordes de su sexo, dijo:
-Fijaros, ahora estoy acariciando a esta perra. Mientras ella sólo tiene que concentrarse en lo que siente, yo debo de decidir que hago. Por ejemplo, tengo dos posibilidades, o azotarla o penetrarla-, y dirigiéndose a la hermana preguntó, -¿qué quieres que haga?-.
Natalia, apiadándose de ella, respondió que penetrarla. Su maestra separando los labios de la mujer, le introdujo el instrumento duramente hasta que chocó con la pared de la vagina. Eva, indefensa, se retorció al sentirse violada. Mi secretaría sacando y metiendo la fusta, la estaba follando, de modo que en pocos instantes los chillidos de Eva se fueron transformando en placer. Viéndola disfrutar, volvió a preguntarle a la hermana, que venía a continuación. Ésta, levantó los hombros sin saber que responder, por lo que tuvo que ser Isabel quien le dijera que le pellizcara en ambos pechos.
La rubia, medio excitada ya, se acercó y agarrando los pezones de la otra, los torturó con saña, mientras su maestra sin dejar de mover la fusta, empezó a azotar el trasero de la sumisa con una mano. Eva no pudo resistir el notar como era violada, pellizcada y azotada, por lo que pude oír como se corría entre grandes gritos. Su coño rebosando de flujo, se licuó mientras pedía que no pararan.
Entonces, Isabel dio por terminada la primera lección diciendo:
-¿Quién ha disfrutado?, ¿Eva o nosotras?, ¿la sumisa sólo sintiendo?, o ¿Natalia y yo actuando?-.
Con la respiración todavía entrecortada, Eva respondió que ella.
-Lo veis, es mejor servir que actuar-.
En sus miradas supe que, aunque todavía no habían aceptado plenamente, había nacido la duda y sólo era cuestión de tiempo que ambas mujeres se convirtieran, en sus manos, en perfectas esclavas. El morbo de verla dando una cátedra me empezó a calentar, pero sabiendo que no podía intervenir, me mantuve en un segundo plano.
Sentado en el sofá, terminándome la copa, me dispuse a disfrutar de la segunda lección. Esta vez, no eligió a una de las dos, sino que sacando de la bolsa del sex-shop, unas cuerdas, las ató tumbadas sobre la alfombra, de modo que eran incapaces de moverse, con sus culos levantados, y sus sexos expuestos.
-Ahora, vais a aprender el placer de la inmovilización-, les dijo mientras colocaba en sus cuerpos dos cinchos, cuya principal virtud era el tener un enorme consolador adosado, y con él que las penetró,- No debéis correros, ni intentar disfrutar, nada más tenéis que sentir como os calienta y evitar el orgasmo, cuanto más duréis mayor será la recompensa. La primera que se corra, será azotada-.
En la habitación sólo se oía la vibración de los dos aparatos, ninguna de las dos mujeres se movía, creo que incluso ni respiraban, temerosas de defraudar a su maestra. Si verlas en esa posición era excitante, más aún fue ver a Isabel gateando hacia mí, diciendo:
-¿Le gusta a mi amo como las enseño?-.
Sus pechos se bamboleaban hacia los lados, mientras su dueña se acercaba a mí. Sus propios pezones, totalmente erectos, me gritaban que los tocase, pero no era el momento, debía permanecer quieto demostrando quien mandaba. Al llegar a mí, adoptando la posición que les había mostrado, apoyó su cabeza en mis piernas. Mi pene se alborotó por su cercanía, pero no dije que me lo sacara, sabía lo que quería y no pensaba complacerla fácilmente, quería que sufriera un poco.
De esa manera, estuvimos contemplando a nuestras dos siervas. Ninguna hacía demostración de lo que sentía, pero tanto Isabel como yo sabíamos que en ese momento sus sexos estaban hirviendo y que sólo era cuestión de tiempo que una o las dos se corrieran. Pudimos percatarnos de los primeros efectos de tanta estimulación , Natalia, sin poder reprimir unos ahogados jadeos, fue la primera en moverse, pero corriendo a su lado mi secretaria de un sonoro bofetón le cortó de cuajo el orgasmo. La sensación de poder me hizo soltar una carcajada y sacando mi pene de su prisión, le ordené que me complaciera.
Me sorprendió ver la cara de felicidad que puso al volver a mi lado, y sin esperar ninguna otra orden, se apoderó con sus manos de mi miembro.
-Con la boca-
-Si, amo-, me respondió sacando su lengua, y recorriendo sensualmente toda mi extensión.
No quise esperar y, cogiéndola del pelo, forcé su garganta al introducirla por completo dentro de ella. No se quejó, creo que se lo esperaba, de manera que permaneció con mi pene incrustado, esperando mis mandatos.
-Usa tu boca como un coño-, le ordené.
Dicho y hecho, sacándoselo, lo besó, para acto seguido metérserlo, y repitiendo la operación consiguió hacerme creer que la estaba penetrando, en vez de estar recibiendo una mamada. Era increíble, el sentir como su garganta presionaba mi glande. La mujer era una experta, rozándose, como una perra, contra mis zapatos se masturbaba en silencio. Su cara era todo lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente, sin dejar de moverse a mis pies.
-¿Qué desea mi esclava?-, pregunté.
-Servirle-.
Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. La conocía hacía años, y durante ese tiempo jamás me había llevado la contraria, es más cuando estaba equivocado, me lo hacía saber de una forma tan sutil, que al final la rectificación parecía haber surgido de mí y no de ella. Me di cuenta que su vena sumisa la llevaba incluso al aspecto profesional, aceptando y maniobrando a mis espaldas, evitando siempre el enfrentamiento directo. Realmente, no conocía a Isabel.
-¿Eres bisexual?-.
-Hasta ahora, ¡ no!, pero seré lo que quiera mi dueño-, me contestó.
-Si quiero-.
Debía convertirse en la jefa del harén, no es que lo necesitase, pero me complacía la perspectiva de tener un firme aliado para controlar a tanta mujer, por lo que debería disfrutar de sus siervas. Recapacitando sobre ello, sentí que me iba a correr en su boca, y no era lo que quería, por lo que separándola le dije:
-Quiero verte con una de ellas, ¿quién prefieres?-
Tardó en contestarme, creo que dudó al elegir. Por una parte estaba Natalia con su cuerpo casi adolescente, y por la otra Eva con sus curvas y grandes pechos. No era una elección fácil, ya que ambas tenían su atractivo.
-La que me elijas, estará bien-
-Entonces, las dos-, su gesto me hizo saber que aceptaba gustosa mis órdenes, y más cuando le exigí que las llevara a mi cama, ya que si iba a gozar, mejor que lo hiciera cómoda,-suéltalas pero no le quites los cinchos, no quiero que se enfríen-.
Rápidamente, les quitó sus ataduras, manteniendo el cinturón con el consolador incrustado en sus cuerpos, de manera que al andar parecían que se acababan de bajar de un caballo. Ambas muchachas sudaban del esfuerzo continuado por no correrse. Me excitó verlas seguir a su maestra con la cabeza gacha, pero con la mirada plagada de deseo.
-Tumbar a vuestra maestra-, les ordené.
Sin vacilar, agarraron a Isabel y la echaron sobre el colchón.
-Inmovilizadla-, dije, lanzándoles cuatro ataduras que especialmente había comprado esa misma tarde, las cuales consistían en cuatro sujeciones a la cama, diseñadas para atar a la sumisa con unos brazaletes de cuero que se ajustaban con una hebillas corredizas.
Las caras de las muchachas eran de dicha, iban a poder abusar de su dueña y encima con mi consentimiento. No tuve que ordenarles lo que tenían que hacer, porque nada más atarla, se lanzaron como posesas a chupar y pellizcar sus pechos, mientras sus manos acariciaban el inmóvil cuerpo de mi secretaria. Era alucinante verlas apoderándose de su piel, parecía como si les hubiesen inyectado un afrodisiaco. Las dos hermanas competían en ser la que más excitara a la mujer, de manera que Isabel no tardó en notar los primeros síntomas del orgasmo.
-Tienes prohibido correrte hasta que yo te diga-, le susurré al oído.
Al oír Natalia y Eva mi orden, incrementaron sus caricias con el objeto de hacerla quedar mal. Pero la más perversa, a gran distancia de su hermana, fue la mayor que agachándose sobre el sexo cautivo de mi secretaria, le separó sus labios y cogiendo con los dientes su clítoris, empezó a mordisquearlo mientras la penetraba con los dedos.
-Toma-, le dije extendiéndole un estimulador anal, –úsalo como te gustaría que ella lo usase-.
Eva entendió a la primera, y metiéndoselo en la vagina, lo lubricó, para que no le doliera en exceso antes de introducírselo por el ano. Su maestría me confirmó, que de las dos era la que más inclinaciones lésbicas tenía. La muy perra estaba disfrutando incluso más que su victima, y sin poderse aguantar se corrió con grandes gritos, mientras no dejaba de maniobrar en el cuerpo de la mujer.
Tanta excitación me afecto, y quitándole el cincho a Natalia le puse a cuatro patas, penetrándola de un solo golpe. Gimió al sentirse llena, y como loca me pidió que acelerase. No tenía que pedírmelo por que mi propia calentura me hizo hacerlo, cogiéndole de los pechos y apuñalando con mi pene su ya bien mojada cueva, conseguí que se corriera.
-Por favor, amo-, chilló Isabel, viendo que le dominaba el placer.
Córrete!-, le dije apiadándome de ella.
Fue una explosión, berreando y reptando sobre las sábanas, gritó su placer, llenando la boca de su sierva de su flujo, la cual satisfecha de hacer conseguido su propósito se afanó en beber el resultado de sus caricias, de forma que prolongó el éxtasis de la mujer.
Sólo faltaba yo, pero no quería hacerlo en Natalia, Isabel se merecía el ser inseminada, por lo que quitando a Eva de su sexo, coloqué mi miembro en su entrada, y jugando con su clítoris, se lo introduje hasta el fondo. No me esperaba lo que ocurrió a continuación, ya que contra todo pronóstico la hermana mayor cogió a la pequeña y poniéndola en posición de perrito, la forzó analmente, mientras le azotaba el trasero. La cueva de mi secretaría me recibió totalmente mojada, pero a la vez con una suave presión que hizo mis delicias, y más cuando asiéndome de sus pechos le oí decir:
-Esto es lo que deseaba desde que le conocí, mi querido amo–.
La aceptación de su deseo y los gritos de Natalia al correrse por segunda vez, me llevaron al orgasmo y derramándome en su vagina, le llené de mi simiente mientras le gritaba mi deseo de preñarla. Incapaz de callarme mientras explotaba en su interior, le hice saber que debía dejar de tomar anticonceptivos, que si regordeta me gustaba, embarazada me iba a encantar. Mi imaginación volaba, idealizando las posturas que iba a tener que efectuar para penetrarla con una panza germinada.
Creo que a ella, le ocurrió lo mismo, por que me contestó que si yo quería me iba a dar familia numerosa, mientras de su cueva manaba el fruto de su gozo.
Exhausto, me desplomé sobre ella. Y usando sus enormes pechos como almohada, descansé mientras me recuperaba. Entonces la oí quejarse, no podía respirar, por lo que ordené a las dos hermanas que la soltaran y se despojaran de sus cinchos.
-¿Como nos colocamos?-, me preguntó Natalia.
-Una a cada lado –, ordené, de manera que se puso Eva a mi vera y ella, a la de Isabel.
“Debo de hacerme una cama a medida”, pensé al darme cuenta que aún siendo de dos por dos, quedaba estrecha para cuatro personas. “No sé que voy a hacer cuando vuelva el viejo, me he acostumbrado a lo bueno”. Inconscientemente, abracé a Eva, quizás como una forma de asegurar mi dominio.
Ella al sentir mi brazo, apretándola contra mi cuerpo, levantó su cara y susurrándome al oído me dijo:
-Amo, si usted quiere, a mi también me encantaría darle un hijo
Desde el otro lado de la cama escuché a Natalia gritar:
Yo al ser la más joven, le daría un heredero más fuerte-.
Sin dar crédito, las tres mujeres empezaron a discutir quien debía preñarse antes. En menudo lío me había metido, si no las ataba corto iba a tener un equipo de fútbol, por lo que estuve a punto de hacerlas callar, pero entonces pensé: “ Quieto que por fin, has conseguido adiestrar a Isabel y a las hijas de mi jefe”, y levantándome de la cama, dejé que se enzarzaran en una pelea, esperando sólo que si llegaban a las manos, al menos sus lesiones no fueran permanentes.
 

Relato erótico: “Cuento de Navidad. Cuarta parte” (POR ALEX BLAME)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Cuarta Estrofa

Cuando llegó a la oficina y la vio desierta, sin Julia por ninguna parte, se sintió un poco desnuda y estuvo a punto de arrepentirse de haberle dado el día libre. Se acercó a la mesa y observó como la joven le había dejado todos los documentos que necesitaría en Chicago pulcramente ordenados en una carpeta. Ojeándolos pudo imaginar lo tarde que habría llegado a casa anoche.

Apenas tenía nada que hacer hasta el vuelo así que optó por echar un rápido vistazo a sus inversiones. A pesar una de las tareas más gratificantes, aquel día tampoco podía concentrarse. Cada poco su mente se perdía en las desazonadoras imágenes de los sueños de las noches anteriores. Cada vez que se imaginaba a su marido encima de la mulata las columnas de números bailaban y toda su satisfacción por las ganancias acumulabas se esfumaba.

El problema era que, no sabía cómo, había empezado a tratar a su marido como una pertenencia más y no de las más preciadas, con lo que no se había dado cuenta de que era una persona que tenía unas necesidades, que no tenían por qué coincidir con las suyas propias.

La alarma del móvil le reveló que era la hora de coger el vuelo. Durante un instante pensó en aplazarlo todo y pasar la Nochebuena con su marido, pero en ese momento entró Marce con un montón de papeles en el regazo y soltando una catarata de agradecimientos por tener la oportunidad de hacer ese viaje. Marce era un becaria soltera y se moría por hacer méritos para continuar en la empresa así que no tenía problema en pasar las navidades fuera.

En cuestión de minutos estaban subiendo a la escalerilla del Gulfstream. Una azafata rubia y sonriente le recibió con una copa de Champán francés. Se arrellanaron en los cómodos asientos y tras un par de miradas airadas Marce finalmente se calló y se enfrascó en los papeles que había llevado consigo.

Al principio el vuelo fue entretenido, pero tras treinta minutos más o menos llegaron al mar y el paisaje se volvió de un monótono azul. Eran aun las seis de la tarde pero el aburrimiento y el champán le produjeron un ligero sopor y no tardó mucho en quedarse dormida.

No esperaba que el tercer espectro fuese la muerte en persona. Se quedó congelada de terror mientras la figura embozada en la negra túnica, con la capucha ensombreciendo su cadavérico rostro, se acercó y la rozó con un dedo huesudo.

Cuando sus ojos abandonaron la oscuridad se encontraban en un cementerio. El césped que cubría el suelo estaba totalmente agostado y las lápidas refulgían al la intensa luz del sol. Ni una nube se veía en el cielo. Un par de filas más adelante una familia se reunía en torno a una modesta tumba.

Se acercó un poco más y pudo distinguir a su asistente entre los presentes, vestida con un sobrio vestido negro. Se acercó un poco más y la observó más de cerca. Había engordado un poco y algunas hebras grises se intercalaban en su cabellera. Sin embargo lo que más le llamó la atención fue la cara, el dolor que se reflejaba en su rostro le recordó a La Piedad de Miguel Ángel. Sintiéndose una intrusa, a pesar de saber que no era visible para los presentes, se acercó a la lápida. Pablo Arbás había muerto con apenas veintidós años.

—Era un luchador. —dijo de repente un anciano que debía de ser su abuelo— A pesar de que nunca pudo disfrutar de los mejores cuidados, nunca se quejó ni pareció mostrar ninguna señal de desaliento.

—Sí. — dijo su padre— Cuando salió vivo de la tos ferina, lo primero que pensé fue que quizás hubiese sido mejor que hubiese muerto, pero ahora atesoro cada recuerdo que tengo de él. Nuestra vida nunca volverá a ser la misma y me parece increíble que no pueda volver a ver aquella sonrisa. La más sincera que haya visto jamás en un ser humano.

Durante un buen rato la familia de Pablo se reunió en torno a la tumba a rezar y a recordar. Antes de abandonar la tumba la mujer se agachó y dejo un pequeño Papa Noel sobre la lápida. En ese momento Elena se dio cuenta:

—¿Es Navidad? ¿Cómo es posible? Todos van en manga corta.

Las preguntas quedaron en suspenso cuando Julia le dijo a su familia que esperasen un momento y a pesar de las malas caras de todos se acercó a un enorme mausoleo de mármol negro.

El enorme monumento parecía abandonado estaba lleno de pintadas obscenas y la hierbas se incrustaban en las juntas de la piedra. Se acercó un poco más. Ningún adorno, ninguna señal de que alguien se acordase del ocupante de aquella tumba.

Al ver su nombre grabado en la piedra se le encogió el corazón.

—¡Déjalo ya! —gritó el marido de Julia— Esa mujer no merece más que pudrirse en el infierno. Buena parte de lo que ocurre en este país se debe a su intervención y tú deberías saberlo mejor que nadie.

Finalmente Julia se volvió hacia su familia y se unió a ella caminando de vuelta a casa.

Elena sintió ganas de preguntarle a la muerte qué era lo que había hecho, pero una mirada bastó para saber que ella mía conocía la respuesta. Todos los impedimentos que ponía en las reuniones sobre el cambio climático para favorecer a las empresas contaminantes , el abaratamiento de los sueldos. La sustitución de la mano de obra por computadoras, todo eso solo podía llevar al caos.

En vez de desplazarse a otro lugar, la muerte lo guio entre las hileras de tumbas. Cuando creyó que caminaban sin rumbo fijo el espectro se paró y señalo otro panteón más modesto que el anterior. Frente a él estaba un hombre que le costó reconocer como su hijo. Estaba delgado vestía ropas baratas. Cuando se acercó a la lápida vio que allí estaba enterrado su marido y Fabián el mayor de sus hijos. Al parecer habían muerto el mismo día.

—Un accidente de tráfico. —dijo la muerte rompiendo por fin su silencio—Tu marido llevaba a tus hijos a un centro de desintoxicación cuando un camionero exhausto tras doce horas conduciendo se quedó dormido chocando contra ellos. Solo Ricardo sobrevivió.

—¿Y dónde estaba yo? —preguntó Elena al borde de las lágrimas.

—De viaje, como siempre. Para entonces tu marido ya se había divorciado de ti y era el único que se preocupaba por los chicos. Tú para no sentirte culpable les dabas todo lo que querían haciendo la labor de Arturo aun más difícil.

La muerte se acercó a ella. Podía oler el intenso hedor a moho y podredumbre que emanaba de su cuerpo. Finalmente sintió el frío roce de sus dedos y todo se volvió oscuridad de nuevo.

Abrió los ojos de golpe y no pudo evitar un escalofrío a pesar de que el calor allí era infernal. Giró la cabeza para descubrir que esta vez era su tío el que la acompañaba.

—¡Ah! Sí, querida sobrina. Esto es lo que te espera. —dijo el fantasma mostrando los abismos hirvientes en los que miles de almas pecadoras eran torturadas hasta el fin de los días—Dios no solo es amor, también es justicia. Y una justicia severa con los que más le decepcionan. Porque tú tenías capacidad para hacer un gran servicio a la comunidad.

—Tú fuiste el que me guio… —replicó ella intentando justificarse.

—¡No te atrevas a echarme la culpa! —rugió el fantasma de César— Nunca nadie ha logrado que hicieses nada que tú no deseases hacer, así que no me eches la culpa de tus defectos.

Elena se encogió, intentaba cerrar los ojos y taparse los oídos para aislarse de aquella realidad, pero todo era inútil.

—Bueno, quizás me equivoqué y no tengas remedio. —dijo su tío acercándose y empujándola hacia la grieta.

Elena intentó oponer resistencia, pero César la fue empujando inexorablemente hasta que se despeñó por la grieta. Elena cayó entre la multitud de brazos anhelantes que tiraban de su cuerpo arrancándole la ropa con gritos desgarradores. Elena se cubrió la cabeza con las manos intentando protegerse del intenso calor, pero nada podía evitar que el fuego de la avaricia la consumiese…

Despertó y apenas pudo contener el grito de espanto. Había tenido pesadillas antes, pero ninguna comparable a esta. Cuando al fin se recobró había tomado una decisión.

Le bastaron unos minutos para averiguar dónde estaba el instituto de investigación líder en parálisis cerebral y desvió el vuelo hacia Atlanta.

El viaje fue maratoniano. Llegaron a Atlanta a la medianoche y tras unas llamadas, el director del proyecto accedió a concederle unos minutos aquella noche a cambio de una jugosa donación.

La conversación fue rápida y provechosa para ambas partes. Ante la confusa mirada de pilotos y ayudantes ordenó la vuelta a casa lo antes posible.

Llegó a casa destrozada, pero aun estaba a tiempo. Solo eran las diez de la mañana. Unas pocas llamadas más y la mejor ortopedia de la capital estuvo abierta solo para ella. Escogió una silla adecuada y dándole la gracias al dueño se la llevó ayudada por dos operarios.

La cara de sorpresa e incredulidad que puso toda la familia cuando Elena se presentó en casa de Julia con la silla de ruedas fue la mejor fuente de placer que había experimentado en su vida.

—Sé que no he sido la jefa que debería. —dijo Helena antes de que nadie pudiese decir nada— Pero algo me ha abierto los ojos, me he mirado al espejo y no me ha gustado nada de lo que he visto. Por eso no quiero que me deis las gracias.

—Yo… —intentó decir Julia.

—No, por favor, aun no he terminado. —le interrumpió Elena— También quiero decirte que te voy subir el sueldo un setenta por ciento y que voy a dedicar parte de mis recursos para dotar una fundación que se dedique a la investigación y tratamiento de la parálisis cerebral.

Tras un momento de suspense toda la familia de Julia la rodeó para darle las gracias. Montaron a Pablo en la silla de ruedas y este pronto se olvidó de ellos dedicándose a dar vueltas por el apartamento gritando de alegría.

La invitaron a la comida de navidad, pero Elena dijo que tenía cosas que hacer.

—¿Ves como no era tan mala? —dijo el marido de Julia dándole un codazo muerto de risa.

***

La casa estaba en total silencio. Creyó que no había nadie, pero Viola salió a recibirla.

—El señor llegó tarde. Aun está en la cama. No la esperábamos hasta mañana, ¿Algún problema señora?

—Oh, no. Gracias Viola y feliz Navidad. Puedes tomarte un par de días de permiso no te necesitaremos. Y esto es para ti. —dijo dándole a la sirvienta un abultado sobre.

—Gracias señora, es muy generosa.

—Eso no es nada. Te lo mereces por aguantarme y ahora pasa un feliz día de Navidad con tu familia.

La mujer salió y se esfumó rápidamente sin poder creer del todo lo que pasaba. Cuando llegó a la habitación de Arturo, le escuchó roncar suavemente un instante antes de que su presencia le despertase.

—Ah eres tú. —dijo un poco desorientado— ¿No estabas en América?

—Debería, pero me he dado cuenta de que dónde debería estar es con mi familia. Vamos vístete he quedado con los chicos en Zúrich. Vamos a tener una comida navideña y tenemos el tiempo justo para llegar.

Arturo enarcó las cejas sorprendido pero no dijo nada.

—Sé que estos últimos tiempos he sido una esposa nefasta. Lo entenderé si crees que lo nuestro no tiene remedio, pero me gustaría empezar de nuevo.

Su marido se quedó mirándola estupefacto un instante, luego se acercó poco a poco mirándola a los ojos y la besó suavemente.

—Todos tenemos de qué arrepentirnos.

De repente Elena sintió un irresistible impulso de abrazar a aquel hombre. El calor y la firmeza de su cuerpo despertó en ella deseos que hacía tiempo que no sentía. Miró el reloj. Aun tenía tiempo. El avión esperaría.

Su marido no se lo pensó tanto y levantándola en el aire la sentó sobre la cómoda. Elena colgó los brazos del cuello de su marido y le besó de nuevo, esta vez con más intensidad. Sus bocas se juntaron ansiosas y sus lenguas contactaron. El viejo y conocido sabor a tabaco de Arturo inundó su boca excitándola.

Abrió las piernas permitiendo que su marido acariciase sus muslos y su sexo por debajo de la falda. Con un tirón impaciente, Arturo le rompió los pantis y acarició con sus dedos la entrada de su coño. Elena se tensó y gimió un instante antes de bajar las manos y bajarle el pijama a Arturo. Durante un instante Elena bajó la mirada para observar como la polla de su marido entraba en ella colmándola de placer.

Solo entonces levantó la vista y mirándole a los ojos dejó que él la penetrara. Sus empeñones eran duros y secos llegando con ellos hasta lo más profundo de sus entrañas. Con las piernas entorno a sus caderas Elena le abrió el pijama acariciando su torso velludo. Él no fue tan paciente, le arrancó la blusa a tirones y le bajó las copas del sostén para poder besar sus pechos.

Arturo liberó años de frustración castigando a su esposa con todas sus fuerzas. Ella gemía y se agarraba a él con desesperación totalmente rendida.

Volviendo a cogerla en el aire la llevó hasta la cama y la depositó sobre ella. Elena se separó y se quitó lo que quedaba de su ropa mostrando a su marido un cuerpo aun atractivo con unos pechos grandes unas caderas rotundas y unas piernas torneadas por los ejercicios matinales.

Antes de que Arturo se acercara, ella se dio la vuelta dejando que la tomase como más le gustaba. En un instante estaba a cuatro patas soportando el peso de su marido que la follaba con todas sus fuerzas soltando roncos gemidos.

Sintió como el placer ahogaba todas sus dudas y vacilaciones. Aun amaba a ese hombre, aun amaba a su familia. Arturo la envolvió con sus brazos agarrando sus pechos. Notó como el sudor de su marido se mezclaba con el suyo anegando su espalda.

El calor, la excitación y el placer se mezclaron haciendo que el orgasmo fuese brutal. Su marido se dio cuenta y la penetró aun como más intensidad hasta correrse en su interior, provocando nuevos y más prolongados relámpagos de placer hasta caer rendido sobre ella.

Tras unos instantes se levantaron y se dirigieron a la ducha. Ahora el tiempo era todavía más justo.

—Tengo que confesarte algo. —dijo Arturo poniéndose serio.

—Me imagino lo que quieres contarme y no me importa. —le interrumpió ella poniéndole un dedo en los labios— Ahora lo que quiero es salvar mi matrimonio y mi familia. Si quieres contármelo para descargar tu conciencia hazlo, si no quedará olvidado para siempre.

Arturo la miró y fue lo suficientemente caballeroso para evitarle el mal trago. Cogiendo una esponja la impregnó de gel y la pasó por el sudoroso cuerpo de su esposa.

Elena se dejó arrullar por el agua caliente y las suaves caricias de su marido pensando que el futuro no estaba escrito…

FIN

Sin título

 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (27)” (POR ADRIANRELOAD)

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no son dos sino tres2Vane me había sometido en la cabaña, aprovechando mi cansancio y el de Guille, se escapó de la habitación que Sin títulocompartían con sigilo. Las sogas no fueron difíciles de hallar, las obtuvo de una vieja hamaca que estaba a la entrada de la cabaña, pero que nadie usaba.

Ahora que lo recuerdo, entre mis sueños sentía que me movían, pero dado mi mareo y cansancio no le preste importancia, ya que ebrio suelo cambiar seguido de posición en la cama al dormir.

El resto es sabido, Vane prácticamente abuso de mi… o según ella se cobró su revancha, venganza, como quisiera llamarlo ella para justificar su ego herido de mujer, de hija y todos los demás traumas que tuviera por no ser la primera opción de su entorno… al final se las desquito conmigo.

Tras buscar a Mili y poseerla en el rio, y ver que Vane aun nos fisgoneo… yo no quería cruzarme con ella en el camino. No sabía cómo actuar, aun no digería toda la situación. Así que entretuve un rato a Mili en el camino y no fue difícil, con lo satisfecha que estaba tras sus dos orgasmos, se había puesto cariñosa y cada cierto tiempo me colmaba de besos y abrazos en el árbol que más le gustara.

Al retornar al club fuimos directo al restaurante a desayunar, yo iba medio paranoico viendo cada cierto tiempo a todos lados, esperando que Vane aparezca y me malogre el día y quizás la vida, puede sonar dramático pero recuerden que mi suegro militar podía dejarme invalido.

– ¿Qué te pasa? Estas distraído… ¿esperas a alguien?… pregunto Mili notando mi ansiedad.

– No… es solo que… no quiero… (no quiero ver a la perra de Vane, pensé)… no quiero decir algo fuera de tono y que tus padres me sorprendan… seria vergonzoso… dije inventando cualquier tontera.

– Jajaja… ah sí… y ¿qué me querías decir?…

– Palabras cariñosas, bromas sexuales, sucias, etc… dije y vi cómo se sonrojaba.

– Déjalo para la noche… dijo sonriendo coqueta y pasando su pie por mi entrepierna

Afortunadamente el mantel de la mesa cubría todo, y su desnudo pie hizo una maniobra sobre mi verga, que llego a soltar una gotita de leche ante tan audaz maniobra, robándole otra sonrisa.

– Además… No te preocupes mis padres seguro ya desayunaron y no vendrán por aquí.

Me relaje un poco, si se armaba un escándalo al menos sus viejos no estarían. Vane no aparecía, Guille tampoco. Creo que el escandalo no era una opción para Vane, tampoco querría quedar como mujerzuela en el club, pero estoy seguro que algo tramaba. Era como un juego de ajedrez, solo me quedaba esperar que ella hiciera su siguiente movimiento y ver como contrarrestarlo.

Pero el siguiente movimiento lo hicieron los viejos de Mili… al ir a su cabaña, ella me hizo pasar y encontramos a sus viejos haciendo maletas. A mi aun suegro le asignaron un trabajo de emergencia, un personaje político quería irse de vacaciones y necesitaba guardaespaldas… trabajo es trabajo…

La mama de Mili tenía consulta médica al día siguiente y quería ahorrarse el estrés del viaje a la ciudad a última hora… y Mili, bueno, quería quedarse en el club conmigo… solo había un pequeño detalle… tendría que convencer a sus viejos que la dejen con el enamorado que recién conocían…

Era una conversación familiar, así que me hice el desentendido y salí de la cabaña a esperar el veredicto… minutos después se abrió la puerta, sonreí pensando que era Mili… mi expresión cambio al ver la silueta oscura del gigante de casi 2 metros con cara de pocos amigos…

– Hablemos… me dijo a secas.

– Si señor… respondí siguiéndolo, mientras veía que por las cortinas se asomaba Mili.

– Lamentablemente en mi casa se practica la democracia… 2 votos a 1, la madre es convincente y rara vez le niego algo a mi hija… ella se queda un día más, además ya estaba pagado…

– Entiendo señor… dije con una leve sonrisa que no pude evitar y que él me borro al instante.

– No, no entiendes… conozco gente aquí, me tendrán informado si te ven rondar esta cabaña… recuerda que ahora conozco tu apariencia y tu nombre… comete un error y me encantaría salir a cazarte y provocarte dolor… ahora si… ¿entendiste?… me dijo con fuego en los ojos.

– Está claro señor… dije tragando saliva y sudando por donde no sabía que podía.

– Ahora dame la mano y sonríe, disimula para las espectadoras en la ventana… dijo sonriendo.

Me apretó con inusual fuerza y resistí lo más que pude, me soltó cuando escucho la voz de Mili en la puerta… su padre nos dejó un rato. Mientras la sangre volvía a mi mano, Mili me dijo que los ayudaría a hacer maletas, que almorzaría con ellos (en familia, no me opuse) y que en la tarde nos veríamos.

Yo también debía regresar a mi cabaña a asearme, aunque en realidad no quería… quería evitar a Vane y Guille, pero no tenía salida, mis cosas estaban allá. Entre con sigilo, escuche sus risas en el cuarto de al lado… había que reconocerlo, era buena actriz, no solo eso, sin remordimientos…

Procure no pensar en ellos más de la cuenta, me duche y caí rendido en la cama. Bueno, antes revise si no habían sogas a lado de mi cama, le puse seguro a la puerta y ventanas, para evitar otra visita de Vane. También por si acaso mire en el closet y debajo de la cama, por si esa bruja se escondía ahí.

Creo que me sugestione pensando en Vane, al final soñé con ella… al inicio la imagine algo así como Gollum, el atormentado personaje del Señor de los Anillos, con sus cambios de actitud, por momentos gentil por momentos macabro… yo era como su precioso anillo que quería pero a la vez detestaba…

Luego se volvió sexual… yo la sometía analmente y me gustaba, ni ella estábamos amarrados, lo hacía libremente por mi voluntad. ¿Sería a manera de castigo por lo que me hizo? O ¿sería porque inconscientemente deseaba hacerlo?… esas dudas me asaltaban en mi sueño.

Aquello tenía algo de similitud con el sueño que tuve con mi ex, Viviana, cuando le clavaba mi verga desde arriba y ella en 4 lo resistía sufridamente, llorosa… en cambio en este sueño era Vane quien disfrutaba esa posición y me pedía más… Vane y Vivi eran parecidas, de piel clara, estatura similar, cabello del mismo color… solo que Vivi tenía cuerpo de modelo y Vane era mas carnosa…

Sería que ese sueño era un presagio, que en mi mente Vane era una versión mejorada de Vivi, es decir, bonita, inteligente, buena familia y a la vez una golosa sexual como Mili… ese pensamiento me trajo de vuelta a Mili a la cabeza y me sentí culpable de soñar con esas cosas… quería despertar…

– Mierd… desperté sudando, aturdido y con una floreciente erección.

Ya estaba oscuro, ¿Cuánto dormí?… Oí un golpeteo, vi la puerta y no era eso… gire a la ventana y vi a Mili tocando el vidrio asustada… ¿ya le habría ido Vane con el chisme?… abrí la ventana y le dije que fuera por la puerta, al parecer no había nadie. Mili me conto que vio a Vane y Guille por la piscina.

Le conté que por cansancio caí rendido, creo que Mili tenía otras intenciones… pero tras lo sucedido con Vane ahí y el sueño que tuve, ese cuarto estaba maldito para mi… no me podría concentrar, y pensar en ir a su cuarto era tentar mi suerte… su viejo prácticamente me amenazo para no acercarme ahí…

Al final el sonido de mi estómago vacío mato toda pasión, terminamos yendo al restaurante, no había almorzado y me moría de hambre, ya eran más de las cinco. Mili comió algo ligero, se la notaba un poco aburrida… el inicio del día fue auspicioso en el rio, pero luego paso el día con sus padres, yo me desaparecí, además andaba medio ido con los recuerdos de Vane y la expectativa de lo que diga.

Pensé que toda pareja tiene momentos así, no todo siempre es diversión… tratando de ponerme en su lugar, quizás en algo envidiaba a Vane y Guille que parecían iniciar su romance, y disfrutar más su estadía… pero si ella supiera que todo eso era tan frágil y artificial…

– Disculpa que este así… es que… Es mi madre… me dijo melancólica.

– ¿Qué sucede con ella?… pregunte, no recordaba haberle faltado el respeto o algo.

– Ella sufrió de cáncer… y cada que va a esos chequeos, me da miedo… … ya pasamos por la quimio… mi papa dejo el ejército para estar más con nosotras… repuso casi lagrimeando.

– Amor… todo va estar bien… no te preocupes… dije abrazándola.

Me conto que en su adolescencia prácticamente la paso sola, su padre se dedicó más a su madre, y cuando le tocaban trabajos como esta vez, ella era la que se quedaba cuidando a su madre. En parte ahora entendía que Mili no tuvo tiempo de ser adolescente, no tuvo fiesta de quince años, no fue a su fiesta de graduación de colegio…

No tuvo la atención de su padre cuando la necesitaba, sus problemas de adolescente no eran tan grandes como los de su madre. Tal vez por eso el militar me decía que rara vez le negaba algo a su hija, por ese sentimiento de culpabilidad de no haber estado tanto para ella como debió.

A medida que conoces a alguien y descubres sus capas, lo que paso, su historia, le das sentido a como son ahora, me da por analizar a veces esas cosas… como con Vane… en el caso de Mili, viendo fotos de ella de su temprana adolescencia, no usaba ropa llamativa, al contrario era muy conservadora.

El quiebre en la manera de vestir de Mili se da gradualmente tras la enfermedad de su madre, hace sentido que buscaba la atención que no tuvo en casa, en la admiración de los demás llevando ropas pegadas o cortas, quería sentirse querida, quizás deseada, suerte que en su caso no llego a más.

También me parecía raro que el padre siendo militar no fuera más estricto con la vestimenta de su hija, pero parecía que con el consentimiento de la madre optaron por dejarla que se sintiera cómoda, ya suficientes cosas le negaron por esa maldita enfermedad.

Intente confortarla, pero no sabía cómo alegrarle el día, ¿qué podía decirle?, no había sufrido lo mismo tan de cerca, algún familiar lejano… pero para mi suerte… o desdicha… el mozo nos dejó un panfleto colorido en la mesa… no le preste mucha atención, pero luego se me ocurrió algo.

– Esta será como tu fiesta de graduación… le dije y vi como de a pocos se le iluminaba el rostro.

Habría una fiesta en el restaurante unas horas después, estaban alistando un espacio para la banda y decorando con globos y demás. Era el primer fin de semana da vacaciones, la decoración iba más con los carnavales… pero era cuestión de darle el sentido que quería.

Quedamos en cambiarnos y que la recogería a las diez, la música ya sonaba desde las 9. Por suerte había empacado un pantalón drill claro y una camisa blanca. Escuche el ruido al lado, eran Vane y Guille que llegaban de la piscina, nuevamente risas… ni una pizca de remordimiento de Vane, pobre Guille.

No sé por qué recordé lo sucedido la noche anterior… como Vane se movía encima de mí como licuadora, incitándome y excitándome… como a pesar de mi rencor hacia ella me hizo llegar… luego el sueño… ¡Diablos! Esta mujer se me está metiendo en la cabeza, quizás eso quería… pensé, pero si la dejo, ella gana… se estaba convirtiendo en la versión de Rubí de Bárbara Mori, mujer sensual y fatal.

Suprimí esos pensamientos y el amago de erección que tuve, pero con el ruido al lado volvían a mi mente… entonces salí a buscar a Mili, aun no terminaba de cambiarse, así que espere afuera. Ahí note que había una persona de seguridad haciendo ronda… debe ser este el tipo que el viejo de Mili dejo a cargo de su castidad… Estaba distraído en eso… cuando de pronto…

– Wow… exclame gratamente sorprendido al ver a Mili.

– Uhmmm gracias… que guapo… respondí ella sonrojada y dándome un beso.

Se había puesto un vestido blanco que le entallaba perfecto al cuerpo, no era ceñido, pero con sus voluptuosas formas no era necesario porque se dibujaba bien su silueta. Era un poco escotado en el pecho y terminaba en una mini discreta por encima de las rodillas…

Es hermosa… pensé, y yo pensando en tonterías con esa bruja de Vane… fue suficiente, me dije. Escolte a Mili a la fiesta, a pesar de ser temprano se estaba llenando, habían muchos adolescentes de últimos años escolares, otros recientemente universitarios y nosotros estudiantes de último ciclo.

La estábamos pasando genial, bailando, bebiendo, nos habíamos embriagado… era su fiesta de graduación y quince años juntas… ella lo disfrutaba como nunca, era perfecto… hasta que…

– Mira… se animaron a venir… me dijo Mili.

Voltee a ver… y si… eran ellos… Guille y la insidiosa de Vane, que me sonreía como si nada hubiera pasado… por un momento se me descompuso el rostro, pero disimule, no quería que Guille o Mili se dieran cuenta… procure no prestarles atención ni darles importancia… pero…

– Cambiamos de pareja… me propuso Guille.

Sin darme cuenta, entre baile y baile… se nos habían acercado, el buen Guille con ánimo de confraternizar y zanjar rencillas se le ocurrió intercambiar parejas de baile… inocente, si supiera… no quería aceptar, pero de hacerlo, mataría el momento, empezarían las preguntas, etc.

Tome de mala gana a Vane, a diferencia de Guille a Mili, la canción termino rápido por suerte… luego vino una música lenta, iba a volver con Mili, pero Guille me hizo una seña para que continúe… ingenuo enamorado, creía que estaba limando asperezas entre su enamorada y su amigo…

– ¿Ahora que te propones?… pregunte, alejándome de Guille y Mili, viendo que Vane callaba.

– Nada… todo está hecho… respondió fríamente Vane, sin embargo sonreía para disimular.

– Osea que todo quedo acá… estamos a mano… repuse incrédulo pero algo aliviado.

– Así es… la próxima, no me amarraras, ni te amarrare, será porque ambos lo queremos… dijo sonriendo con malicia y hasta con convicción.

– No habrá próxima… replique cortantemente pero sonriendo, ¿sabrá lo de mi sueño?.

– Eso lo veremos… respondió Vane con una sonrisa entre coqueta y desafiante.

La música había terminado, sin embargo seguíamos juntos… esa situación y el juego de sonrisas no le estaba gustando a Mili, que vino a recuperarme. Había visto que el alcohol le hizo efecto, eso en general la ponía coqueta, pero ante la presencia de Vane se le activaron los celos…

Pusieron otra música lenta, esta vez bailaba con Mili… no sé por qué ahora se me escapaba la vista hacia Vane. Las situaciones vividas, el sueño que tuve y la conversación reciente hacia que mantuviera mi fijación sobre ella… Vane parecía saberlo porque me sonreía provocativamente…

No le había prestado mucha atención, recién aprecie que ella había venido con un micro short ajustado que terminaba en su entrepierna, poco más y dejaba sus bien trabajadas nalgas casi al aire. Creo que cada vez que se activaba su peor versión, de femme fatal, se vestía más provocativa…

Luego Vane traía una blusa blanca algo ceñida, semi escotada pero sobre todo translucida… se apreciaba su blanco brasier y las dimensiones de sus apetitosos senos y las pecas que las coronaban que me hacían recordar a Viviana y que eran también una de mis debilidades…

Al terminar la canción… Mili prácticamente me dejo sobre la pista de baile, salió del local tranquila, la seguí pensando que iba al baño, en mi distracción seguro me dijo algo y no lo note… pero no era eso…

– Hey ¿a dónde vas?… le pregunte, mientras veía que se perdía entre los arbustos y árboles.

– Quiero estar sola… me dijo de mala gana casi sollozante, deteniéndose frente a un árbol.

Se había mantenido tranquila para no darle el gusto a Vane de vernos pelear en la pista de baile, pero ahora se la veía despechada, decepcionada… sin darme cuenta ella había notado mi distracción hacia Vane… lo que debió ser su baile, se malogro por ella…

– ¿Qué te traes con Vane?… me pregunto molesta.

– ¿Qué?… estas loca… caíste en su juego y ya viste donde estamos… intente calmarla.

– Ah… crees que no me di cuenta como la mirabas… replico más molesta aun.

– Ya, párala… está bien que me guste cogerte por atrás, pero tus celos tontos ya me están aburriendo… le dije de mal animo viendo que venía otra pelea para mí, absurda.

Plashh… recibí una sonora bofetada por desatinado comentario que enfureció a Mili. A mí se me escapo ese hiriente comentario más por la molestia de mi situación con Vane, la pobre Mili termino soportando mi desquite de frustración de esas cosas… además ambos estábamos semi embriagados, lo que nos hacía exagerar la situación…

En parte también me sentía frustrado, ¿Qué más tenía que demostrarle a esa mujer?… deje a Viviana por ella, me pelee con Javier por defenderla, le hice el amor en todos los lugares más peligrosos por ella… bueno por mí también… invente un embrollo para que Vane no la desprestigie en la facu, me arriesgue a buscarla en ese club a pesar de su viejo… ¿Qué más debía hacer para demostrar amor?…

– Diablos… ¿qué te pasa?… le dije tomándome el rostro rojo de ira.

– ¡Eres un imbécil!… solo eso soy para ti… ¿una buena cogida por atrás?… me reclamo, alzando nuevamente su mano para dirigirla a mi mejilla hinchada.

– Hey… no te atrevas… le dije deteniendo su mano.

Sin embargo ella levanto la otra mano… que también la cogí… y lleve ambas manos suyas para su espalda… casi abrazándola, mientras ella tenía sus senos clavados en mi pecho, su escote subía y bajaba en su airada respiración… igual sus nalgas que sentía sometiendo sus manos detrás… ella estaba apresada entre mi cuerpo y un árbol.

Mi cabeza hacia amagos de besar y ella me recibía con los dientes, queriendo morderme… hasta que hice un amago y termine besándole el cuello… ella cedió, se le doblaron las piernas y comenzó a mover nerviosa su torso, hasta creo que froto la raja de su trasero contra el árbol para acallar la picazón que empezaba en su esfínter… pero volviendo en sí, no quiso ceder… me mordió el cuello…

– Mierd… ahora vas a ver… dije, sintiendo que se pasó, esta hembra debía ser domada.

La di vuelta toscamente, aun con sus manos atrás, sus senos entre el árbol y su rostro queriendo voltear a ver… preso de la ira la imagine como una potra salvaje que tenía que ser domesticada… o como una niña malcriada que merecía ser dada de nalgadas… la aleje un poco del árbol.

– ¿Qué haces? Suéltame… reclamaba casi pataleando.

– ¿Qué crees?… le dije, mientras separaba sus manos haciéndola apoyarse en el árbol.

Ella contrajo la espalda al sentir sus nalgas abriéndose por la erección contenida en mi pantalón. Tenía sus dos manos apresadas por una mía contra el árbol, me baje el cierre con mi mano libre, levante la falda… no hubo que escudriñar mucho en su delgada ropa interior, fácilmente se hizo a un lado…

A pesar de su fiereza inicial sentía que no oponía mucha resistencia… por el contrario… veía que sus piernas se retorcían, como cuando excitas a una mujer y la humedad comienza a perturbarla… quizás en su mezcla de furia y excitación, no quería que lo note… quizás me usaba para someterla…

– Ouuu… vocifero Mili al sentir que me la clave sin piedad por el ano.

Para nuestra suerte estábamos casi en la oscuridad, entre los árboles, unos halos de luz se filtraban entre las hojas y el ruido de la música impediría que alguien la escuche. Con sus manos aun contra el árbol, contenidas levemente por la mía, soportaba mis brutales embestidas…

– ¿Esto querías?… para que no vuelvas a dudar de mi… le susurre al oído.

– Auchhh… ouuu… se quejaba pausadamente.

Ella permanecía con el rostro hacia el suelo, envuelta en una maraña de pelos… quizás no quería que la vea sufrir mis arremetidas, o tal vez no quería delatar que lo estaba disfrutando… o era solo que esta vez, como Vane, no quería ver, solo dedicarse a sentir…

– Uhmmm… Ahhh… parecía que comenzaba a disfrutar Mili, pero luego agrego desafiante… disfruta que es la última vez que me haces esto… uhmm… Ahhh…

– No… serás la última a la que le haga esto… replique martillándole el culo.

Llevado por la intensidad de la situación y el amor que le tenía, di a entender que sería mi última mujer, que quería todo con ella, matrimonio, hijos, etc… en realidad en esas situaciones ofrecemos todo.

Para dar intensidad al halago, me incline y le bese el cuello… eso la desarmo por completo… llego a un orgasmo brutal, hasta les diría que se orino de placer… lo que hacen unos halagos y un beso en el momento y lugar correcto…

Yo sin embargo me sentía mareado por el ímpetu y el alcohol aun en mi sangre… en un momento resbale con algo de barro y caí de espaldas en el pasto… Mili permanecía inclinada y apoyada contra el árbol, en mi ímpetu, la había empujado contra el tronco del árbol, ella se recuperaba y la notaba avergonzada… con lo que resbale fue producto de lo que ella chorreo en su excitación…

Yo intentaba pararme y no podía… se me nublaba todo… mezcla de agitación, embriaguez, cansancio… opte por quedarme ahí, tendido de espaldas, apoyado en mis codos… Mili volteo cansada pero satisfecha, al verme, en vez de compadecerme… cambio de actitud… no sabía si me golpearía o…

– Yo soy tu mujer… y me vas respetar… me dijo seria, luego agrego: y también a satisfacer…

– ¿Qué?… pregunte en mi desvarío etílico, la había hecho orinarse de placer.

No dio pie a que diga otra cosa, se levantó la falda y se sentó frente a mí, sobre mí aun tiesa verga… por la extrema humedad entendí que era su conchita la que quería que fuera satisfecha esta vez… luego ella misma comenzó a brincar armónicamente sobre mi pene…

– Solo me lo harás a mi… ¿entiendes?… uhmmm… exclamo autoritaria, como su viejo militar.

Creo que aquella frase que dije, acerca que sería mi última mujer, le dio un sentido de pertenencia, de propiedad sobre mí, mezcla de seguridad y confianza para su ego, que dio a pie que se transforme, que ella tome las riendas aprovechando mi mareo y prácticamente abuse de mí.

– Ohhh… uhmmm… exclamaba satisfecha.

En cada salto veía su vestido iba cayendo de a pocos y fueron apareciendo sus senos, saltando al ritmo de sus propios movimientos… se recostó hacia atrás, apoyando sus palmas de sus manos sobre el grass, sus piernas ladeaban mi tronco y ella proseguía saltando.

Esta imagen trajo a mi mente el recuerdo de la noche anterior con Vane, en la misma posición… para colmo Mili decidió sacar mi verga de su vagina y metérsela en el ano de nuevo… no quería pensar en Vane, cerraba los ojos y…. era peor… la veía más claramente… Diablos…

– Ahhh… si mi amor… uhmmm… profería Mili, que parecía cercana a otro orgasmo.

Mili meneaba su enorme rabo en mi entrepierna, como para sentir mi verga en toda su longitud y dureza… yo me calentaba más en una mezcla de recuerdos… mientras ella volvía a saltar… cerré los ojos, buscando sentir más y venirme… nuevamente la vi… mierd… nooo…

– Ohhh… ufff… ohhh… exclamo Mili triunfalmente al sentir mi leche y venirse.

– Wow… eso estuvo… ufff… dije aliviado de que terminara.

Me deje caer de espaldas, Mili hizo prácticamente lo mismo… mi verga elástica como chicle aun nos mantendría unidos hasta que se deshinchase. Me sentía como los perros cuando después de tener relaciones pasan una pierna por detrás y quedan tontamente enganchados…

Obviamente no le diría a Mili que llegue con la confusa imagen de Vane, esa arpía polifacética… ya suficientes problemas nos causó esa noche su presencia, para traerla a colación de nuevo… quería que esa sea la noche de Mili…

Solo me quedo en la cabeza aquella advertencia, casi amenaza de Vane sobre nosotros y la posibilidad de otro encuentro, la seguridad que tenía que pasaría de nuevo… ya veremos…

Continuara…

 

Relato erótico: “¿Por qué me atrae esa mujer?” (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2
Estaba sentado, tomándome una copa, cuando me la presentaron. No comprendí, en un primer momento, la razón por la que me afectó tanto su llegada. Claudia era una mujer atractiva, pero soy un perro viejo que no se alborota fácilmente con un escote sugerente, por eso me resultó tan extraño que, al darle un cortés beso en la mejilla, todo mi ser reaccionara de esa forma. Era como si el reloj de mi vida, hubiera dado marcha atrás y volviera a ser un adolescente. Creo que incluso permanecí con la boca abierta mientras ella seguía saludando a mis amigos.
Confuso traté de analizar que es lo que me atraía de ella. Sin importarme que me pillara observándola, recorrí su cuerpo, fijándome en su piel, en su vestido, en la coquetería de sus movimientos, hasta que llegando a su cara, descubrí en sus ojos una mirada mezcla de picardía y curiosidad.
-¿Te gusta lo que ves?-, me preguntó echándose hacia delante, para darme una mejor visión de sus pechos.
-Si-, le respondí descaradamente,- pero no es eso. Hay algo en ti que me provoca-.
Le debió hacer gracia mi comentario, por que levantándose de la silla, se dio la vuelta, y llamando mi atención, me dijo riéndose:
-¿Será esto?-, mientras sus manos recorrían su trasero, pegando la tela del vestido para que me fijara en la rotundidad de sus formas.
Tenía un culo perfecto. Duro y respingón, que en otra época hubiera sido suficiente para alterarme la hormonas, pero no para perturbar la tranquilidad de un cuarentón de esa manera . Debía haber algo más.
-Lo tienes precioso-, le dije galantemente. Realmente lo tenía, pero no podía ser esa la razón por la que tenía erizado todos mi vellos. Esa mujer me agradaba físicamente, incluso me resultaba atractiva la idea de poseerla, de levantarme de mi asiento y llevármela lejos para disfrutar de sus caricias, pero tenía miedo.
Miedo de saber que por primera vez en años, una mujer desconocida había hecho que mi sangre se alterara. Que sin casi haber cruzado con ella dos palabras, toda mi mente se replanteara mi vida de solterón, soñando con tenerla entre mis brazos. No me reconocía en el idiota que incapaz de soportar la tensión, tomó la decisión de marcharse.
Sin despedirme, salí del local. Ni siquiera aguardé como otras tantas veces que me trajeran el coche, sino que pidiéndole las llaves al aparca, lo saqué yo mismo del garaje. Todo me daba vueltas, -¿Qué estoy haciendo?-, me preguntaba al detenerme en el semáforo. -¿Por qué huyo?-, trataba de comprender mientras esperaba que se pusiera en verde.
Esa mujer había derretido mis defensas. Con su sola presencia, mis muros alzados durante tantos años, habían caído hechos añicos, dejándome sólo la certeza de mi debilidad. La máscara de imbatibilidad que tanto me había costado forjar, se había deshecho en jirones, nada más verla. Acelerando al llegar a la Castellana, una pregunta retumbaba en mis oídos, ¿por qué?, ¿por qué?…..
Mi propio apartamento, que siempre había sido para mí un refugio, me resultó deprimente. Los cuadros de las paredes, que hasta esa noche me recordaban mi éxito y que eran la envidia de mis conocidos, me parecían láminas sin ningún valor. Incluso el Antonio López, que era mi orgullo y que tanto me había costado adquirir, en ese momento me recordaba a una postal barata.
Cabreado, me serví un whisky. Con el vaso entre mis manos, traté de analizar mi comportamiento pero me resultó imposible. Nada me daba la clave que me hiciera comprender lo que me ocurría. Estaba a punto de caer en la desesperación, cuando escuché el telefonillo.
-¿Quién será?-, me pregunté al descolgar.
-Ábreme-.
Como un autómata obedecí. Era ella.
Nervioso, esperé, en la puerta del ascensor, su llegada. No sabía como me había localizado, ni siquiera que es lo que le había llevado allí, pero supe mientras oía el ruido de la maquinaria subiendo que estaba hundido. Que tras esa noche, mi vida iba a tomar otro rumbo y que no podía hacer nada por librarme.
Su sonrisa, al salir, no hizo más que confirmar mis temores. Claudia segura de si misma, entró en mi casa como si fuera suya, y sentándose en el salón, me dijo riéndose que le había dejado a medias, y que como estaba intrigada por saber que era lo que me atraía de ella, no se iba a ir sin descubrirlo.
-No lo sé-, tuve que reconocer, y tratando de cambiar el tema le ofrecí una copa.
No esperé su respuesta, huyendo, por segunda vez de ella, fui a servírsela, pensando en que eso me daría tiempo de pensar. Pero de nada me sirvió, porque al darme la vuelta, la encontré desnuda en el centro del salón, y muerta de risa, me dijo:
-Volvamos a empezar, ¿Te gusta lo que ves?-.
Hipnotizado, me acerqué observándola. Estaba disfrutando de mi nerviosismo. Sin pensar en las consecuencias, acaricié sus pechos con mis manos, mientras ella sonreía. Sus pezones eran oscuros como mi futuro, pero aún así acercando mis labios, no pude evitar el besarlos.
-¿Es esto lo que te atrae de mí?-, me dijo, mientras se los pellizcaba.
Absorto, vi como se erizaban sus aureolas. Convertidas en dos pequeños botones, me llamaban a su lado, y ya babeando intenté volver a besarlas, pero su dueña jugando se separó de mí, bromeando:
-¿O será mi espalda?-.
Levantó sus brazos, y ridiculizándome, me mostró su parte trasera. Con la respiración entrecortada, observé la perfección de sus curvas, su columna, su cintura y sus nalgas, sin atreverme a nada más.
-Tócame-, me ordenó.
Para aquel entonces, mi voluntad había desaparecido, la urgencia de mi deseo era mayor que mi reticencia a ser usado, y por eso arrodillándome a su lado, mis labios y mi lengua recorrieron su trasero mientras ella, no paraba de reírse. Mis dedos me ardían al tocar su piel, era como si una fogata se hubiera instalado dentro de mi cuerpo, quemándome.
Torturándome, me dejó hincado sobre la alfombra, y sentándose sobre la mesa, me llamó diciendo:
-¡Mira!-.
Había abierto su piernas, y separando sus labios, me mostraba su rosado botón del placer. La lujuria con la que me ordenaba que me acercara, me transformó en su esclavo y gateando por el suelo, fui a su encuentro.
Su sexo perfectamente depilado, y sus dedos ensortijados se unieron en una sensual danza de la que yo sólo era convidado de piedra. Teniéndolos a menos de un palmo de mis ojos, observé como sus yemas se hacían con su clítoris, mientras yo era un espectador de sus maniobras. Quieto a su lado, vi como se licuaba, como temblaban sus piernas al ritmo de su orgasmo, y como requiriendo mi presencia, me agarraba la cabeza acercando su vulva a su presa.
Saboreé sus pliegues. La penetré con mi lengua. Acaricié sus muslos. Bebí de su placer, hasta que cortando mi inspiración, y dejándome sediento, me llevó a mi cama.
-Desnúdate-, me exigió, mientras se ponía a cuatro patas sobre mi colchón.
Mi ropa cayó al suelo. No hacía falta que insistiera. La visión de su desnudez era demasiado atractiva para oponerme, y con mi pene totalmente excitado me acerqué a ella.
-¿Qué esperas?-, me dijo moviendo sus caderas.-¿Necesitas ayuda?-, me preguntó mientras separaba sus nalgas, enseñándome el camino.
Recogiendo un poco de su flujo, le embadurné su hoyuelo tratando de no hacerle daño, pero ella agarrando mi extensión la puso en su entrada, gritándome que estaba lista. Sin voluntad, sentí como se clavaba mi miembro en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer, mientras sus músculos presionaban la piel de mi erección. Me pareció que estaba en el cielo, y que sus chillidos eran alabanzas celestiales a mi virilidad.
La locura se desencadenó en cuanto sentí como se deshacía entre mis piernas y colocando mis manos en sus hombros, me di cuenta que la tenía en mi poder. Se había roto el hechizo, por fin sabía que era lo que me atraía de ella, y era su olor.
La mezcla de su esencia natural de hembra necesitada con Dune, un perfume carísimo de Christian Dior, era lo qué me excitaba.
Ya sabiendo la razón de tan insana atracción, forzando sus caderas, empecé a apuñalarla con mi pene. Ahora era yo quien mandaba, y ella la víctima. Claudia se dio cuenta del cambio al sentir mis mano azotando su trasero. Intentó protestar pero no le di opción al marcarle el ritmo infernal. Primero se quejó de la virulencia de mis embestidas, luego gimió desesperada por los golpes, para deshacerse entre mis piernas al percibir que bajo mi mando su cuerpo se retorcía de placer, pidiéndome más.
-¡Date la vuelta-, le ordené.
Indefensa, vio su sexo violado mientras me apoderaba de sus pechos. Sin compasión, me vengué pellizcándole los pezones. Sus gritos ahora hablaban de sumisión, la bella mujer que me había poseído, se retorcía pidiéndome perdón, mientras su sexo se anegaba al compás que yo le marcaba.
-¿Te gusta?, Putita-, le susurré al oído.
Cuanto más bestial me comportaba, más se excitaba. Su mirada reflejaba la tensión de la entrega cuando mis manos se cerraron sobre su cuello.
-¿Sabes lo que es la apoxia?-, le pregunté mientras empezaba a apretar.
-No-, alcanzó a gritar antes de que su garganta se cerrara.
-Es la falta de oxígeno-, su tez se estaba amoratando por la ausencia de aire, – y resulta que incrementa el placer de quien lo sufre-.
Aterrada, intentó zafarse de mi abrazo, pero cuando ya creía que iba a morir estrangulada, notó como su cuerpo reaccionaba y como el placer reptaba por su piel consumiéndola. Su espalda, totalmente encorvada, se retorcía buscando profundizar en el abismo que la dominaba mientras de su cueva emergía como un riachuelo el resultado de su deseo. Al desplomarse sobre la cama, la solté dejándola respirar, pero el oxigeno al entrar en sus pulmones, lejos de calmarla maximizó su orgasmo y gritando se abrazó a mí con sus piernas, mientras lloraba pidiéndome perdón.
-¿Por qué te tengo que perdonar?-, le respondí mientras regaba con mi simiente su interior, -Has venido a mí sin que yo te lo pidiera, intentando someterme, pero ahora la esclava es otra, y así te voy a mantener-.

Sus ojos repletos de lágrimas me hicieron saber que la había descubierto, y que desde esa noche, en la que ella había salido de caza, era adicta a mis caricias. Había querido entretejer una tela de araña alrededor de mi cuerpo, pero ahora sabía que se había enredado en su propia trampa, y que ya era incapaz de escapar.

 

Relato erótico: “Me follé a la puta de mi jefa y a su secretaria 1” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es mas sé sin lugar a dudas que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.
Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos. En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo, jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.
Soy un amargado. Con un coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología. Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.
Pero aún así me considero afortunado.
Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.
Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.
Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.
Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

“Será puta, seguro que son para ponerle verraco al presidente”, me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada mas pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.
Coño, ¡Qué gilipollas soy!, esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es unos de los juegos que practican”, pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.
Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.
Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.
Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

-Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá-.

-Vete a la mierda-.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia. Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía cosas más importantes en las que pensar.

-¿Qué haces?-, me preguntó al verme tan atareado.

-Se llama trabajo, o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?-.

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

-Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño-. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.
Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.
En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. “Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando”, pensé desanimado, “que idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía”.

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner a funcionar en veinte segundos.
Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

“Catorce, quince, dieciséis…”, estaba histérico, “dieciocho, diecinueve, veinte”.

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.
Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería. No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.
Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.
Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.
Deja de jugar, si quieres algo me llamas-, la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.
Qué previsibles son los humanos, sino me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina”, me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. “Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda”.

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.
A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.
Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

“Ya solo queda ocuparme del correo”. Una de las primeras decisiones de la guarra fue instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.
No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. “Se lo tienen merecido por no valorarme”,sentencié cerrando el ordenador.
Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.
Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.
Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al traste, pero confiaba en la lujuria que su fama y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.
Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N-414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.
Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. “Creo que no te las has quitado, so puta”, pensé muerto de risa, “sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra. Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición”.

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

-¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!-, protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

“¡Esto no me lo esperaba!”, me dije al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. “¡Son lesbianas!”, confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. “Esto se merece una paja”, me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en tener los pechos desnudos de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa. Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

“Que bien me lo voy a pasar”, me dije mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón, “estas putas no se van a poder negar a mis deseos”. Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!.

 

CAPÍTULO 2

Nada más salir de la oficina, fui a comprar en el sex-shop las famosa braguitas pero cambié de opinión y compré dos coquetos conjuntos compuestos de braga y sujetador, por lo que mi trabajo se multiplicó exponencialmente al tener que añadir nuevos artilugios a los que ya tenía preparados. Especialmente difícil fue adaptar a los tangas unas bolas chinas y un estimulador anal, pero no me importó al saber lo mucho que iba a disfrutar viendo a mis presas corriéndose a mi merced.
Para estimular mi creatividad, puse en la pantalla de 42 pulgadas la escena que había grabado esa tarde. Me encantó ver a cámara lenta como esa zorra se corría, pero más descubrir que había apagado el monitor antes de tiempo, porque cuando ya creía que todo había acabado, la zorra de Doña Jimena subió a su secretaría a la mesa y quitándole las bragas, se dedicó a hacerle una comida impresionante.

“Esta guarra tiene dotes de actriz porno”, pensé al verla separar los labios de su empleada y con brutal decisión introducirle tres dedos en la vagina mientras con su lengua se comía ese goloso clítoris.

Anonadado, me relamí al observar que la jovencita se dejaba hacer y que facilitaba la penetración de la que estaba siendo objeto, sujetándose las piernas con las manos. Su siniestra jefa debía estar fuera de sí porque, mordiéndole los rosados pezones, forzó aún más el sexo de María haciendo penetrar toda su mano en el interior.
Vi a la muchacha gritar de dolor y como si fuera una película muda de los años 20 veinte, correrse ante mis ojos. Todavía insatisfecha, Jimena tiró todos los papeles de la mesa para hacerse hueco y subiéndose encima de su amante, buscó nuevamente su placer con un estupendo sesenta y nueve. Desgraciadamente, había programado que la grabación durara quince minutos y por eso no pude deleitarme más que con su inicio.

“No hay problema. Jimenita de mi alma tendrás que repetirlo muchas veces antes de que me canse de ti”, me dije mientras apagaba la televisión y me ponía a trabajar.

Me había pasado toda la puta noche en vela, pero había valido la pena sobre la mesa del comedor tenía los artilugios, productos de mi mente perversa, listos para ser enviados. Con paso firme, salí de mi casa rumbo a la oficina, pero antes hice una parada en un servicio de mensajería, donde pagué en efectivo y exigí que los dos paquetes debían de ser entregados sobre las doce.
Al aterrizar en mi puesto de trabajo, el orgullo no me cabía en las venas, gracias a mi inteligencia y a un poco de suerte, iba a tener un día muy entretenido. Haciendo tiempo, releí el mail que esa misma mañana le había mandado a mi deseado trofeo.

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 08:33
Para: “la zorra”
Asunto: Curioso video

 

Mi estimada zorra:

Te anexo un curioso video que por casualidad ha caído en mis manos, sino quieres que circule libremente por la empresa, deberás seguir cuidadosamente mis instrucciones:

1.- Como no tardarás en averiguar, he colocado una cámara en tu biblioteca. No la quites.

2.-Hoy antes de las doce, recibiréis un paquete María y tú. Debéis ponéroslo en tu oficina para que compruebe que me habéis hecho caso.

3.-Esperarás instrucciones.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Me encanta tu culo, so guarra.
 

Sonreí al terminar, la puta acostumbrada a machacar a los hombres se iba a cabrear al leerlo, pero se iba a mear encima del miedo al visualizar su contenido. Desde que nació, se había ocupado solamente de satisfacer su ciega ambición, sin importarle que callos tuviera que pisar o que hombre tirarse para conseguirlo y por primera vez en su vida sentiría que todo eso por lo que había luchado se iba al garete.
Ni siquiera me importó esa mañana que González hiciera una de sus bromas al saludarme. Aunque no lo llegara nunca a saber, desde esa mañana, yo era el jefe. Cualquier cabrón que se me pusiera en mi camino sería despedido y todo gracias a que un viernes entré en un sex-shop a comprar una película porno.

“Te adoro mi querida Jenna Jameson”.

Al oír el sonido característico de sus tacones, encendí el monitor, minimizando el tamaño de la imagen para que nadie me fuera a descubrir. Me descojoné al comprobar que Doña Jimena cumplía escrupulosamente con su rutina. Besó en la mejilla a la secretaria, preguntó que tenía ese día tras lo cual, entró en su oficina y tras quitarse la chaqueta, encendió el ordenador. Se la veía tranquila, sacando un espejo de su bolso, retocó su maquillaje mientras se cargaba el sistema operativo.

“¡Que pronto se te quitará esa estúpida sonrisa!, puta”.

Con la tranquilidad producto de saberme seguro, esperé a que leyera mi e-mail. Su cara se transformó, pasó de la ira al desconcierto y de ahí a la profunda angustia. No pudo reprimir un grito al ver que le acababa de enviar la tórrida escena de ayer. María, al oír su grito, entró pensando que le había ocurrido algo, para descubrir a su amada jefa llorando desconsoladamente mientras en el monitor ella le estaba besando los pezones.

-¿Qué coño es esto?-, creí leer en sus labios.

Haciéndole un gesto la obligó a callar y sacándola del despacho se encerró con ella en la sala de juntas. No tuve que ser un genio, que lo soy, para imaginarme esa conversación. La zorra de la “Directora General” seguro que tuvo que convencer a su amante de que no tenía nada que ver con esa filmación y explicarla que eran objeto de un chantaje. Conociendo su trayectoria, Doña Jimena no se iba a quedar con las manos atadas, e iba a intentar atrapar y vengarse de quien le había organizado esa trampa. Tardaron más de un cuarto de hora en salir, al hacerlo el gesto de la jefa era duro y el de la secretaria desconsolado, por eso no me extrañó que nada más volver a su asiento, se pusiera a escribirme un mail de contestación. Pacientemente esperé a recibirlo, no tenía prisa, cuanto más tirara de la cuerda esa mujer, más sentiría como se cerraba la soga alrededor de su cuello.

De: “la zorra”
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 9:45
Para: “Tu peor pesadilla”
Asunto: Re: Curioso video

 

Mi peor pesadilla:

No sé quién eres, ni qué es lo que buscas. Si quieres dinero dime cuanto, pero por favor no envíes este video a nadie más.

Atentamente.

Tu estimada zorra

P.D. Me encanta que te guste mi culo.

 

“¡Será hija de puta!, no esperará que me crea sus dulces palabras. La muy perra debe de estar planeando algo“, pensé al leer lo que me había escrito.

Estimulado por la sensación de poder que me nublaba la razón, empecé a escribir en mi teclado que esperando mis instrucciones, si quería podía darme un anticipo con un toqueteo de tetas frente a la cámara pero cuando estaba a punto de enviarlo, lo borré. No debía caer en su juego. Primero tenía que recibir mi regalo.
Durante diez minutos, esperó mi respuesta, poniéndose cada vez más nerviosa. Al ver que no le contestaba decidió ponerse manos a la obra y cogiendo su bolso, salió de su despacho. La vi dirigirse directamente hacia el departamento de personal. Su paso ya no era tan seguro, miraba a los lados buscando a alguien que la estuviera vigilando.
La reunión no duró en exceso y cuando salió su cara reflejaba su cabreo.

“¿Malas noticias?, pequeña zorra”.

Doña Jimena, en vez de volver a su cubículo, se metió nuevamente en la sala de juntas.

“No quieres que te vea, ¿verdad?”, estaba pensando cuando de repente sonó mi teléfono.

Al descolgar, oí su voz:

-¿José Martínez?-.

-Sí, soy yo-, respondí.

-Soy Jimena Santos, necesito que venga a verme. Estoy en la sala de juntas ejecutiva. Dese prisa y no le diga a nadie que le he llamado-.

-No, se preocupe señora, ahora mismo voy-, le contesté acojonado por enfrentarme a ella.

No podía creer que me hubiese descubierto tan pronto, no era posible que esa zorra hubiera adivinado el origen de sus problemas. ¿Cómo lo había hecho?, y lo peor, no tenía ni puta idea de que decirle. ¡No estaba preparado!. Derrotado entré a la habitación.
Sorprendentemente amable, me invitó a sentarme frente a ella y cogiéndome la mano, me dijo en voz baja:

-José, tengo un problema y según el director de recursos humanos, tú eres el único capaz de ayudarme a resolverlo-.

-¿Qué le ha pasado?-, le pregunté un poco más seguro, al ver que esa zorra estaba usando todas sus dotes de seducción.

Un hacker se ha metido en mi ordenador y me consta que ha puesto una cámara con la que espía todo lo que hago. Quiero que descubras quién es, sin que se percate, por lo tanto debes de tener cuidado, el tipo es bueno, trabajarás solo en el despacho que hay frente de mí. Te ordeno completa confidencialidad-, y entornando los ojos me dijo:-Sabré como compensarte-.

“Estúpida de mierda, estás poniendo al zorro a cuidar de las gallinas”, pensé mientras le prometía que haría todo lo posible y que la mantendría al tanto de mis progresos.

Al volver a mi estrecho cubículo, cogí todos mis papeles, las pruebas y los resultados y se los tiré encima de la mesa a González:

-¡Qué coño haces!-, irritado me gritó.

-Me acaban de asignar otro proyecto. Te quedas solo, tienes catorce días para terminarlo-.

Entusiasmado más por la venganza que por mi súbito ascenso, recogí mis bártulos y corriendo me fui a instalar en mi flamante despacho. Tenía que darme prisa ya que el mensajero no tardaría en llegar y debía de estar conectado cuando hiciera entrega de los paquetes, para dar a esas perras instrucciones precisas. Al sentarme en mi nuevo sillón, casi me corro del gusto, no solo era cómodo sino que desde ahí tenía una perfecta visión de la jefa y de su secretaria.
Acababa de ubicarme cuando María tocó mi puerta:
José, vengo a decirte que Jimena me ha pedido que te ayude en todo lo que necesites-.

-Gracias-, le respondí un poco acobardado.

-¿Quieres un café?-.

-No me apetece, otro día-.

Que servilismo el de esa puta. Necesitaban a un buen informático y como yo era el mejor disponible, no tenían reparo ahora en rebajarse a hablar conmigo, pero durante los dos últimos años, para la preciosa jovencita y la zorra de Jimena, yo no existía. “¡Eso iba a cambiar!”,sentencié justo en el momento que vi por el pasillo llegar al mensajero.
Completamente histérica, la secretaría firmó el recibí de la mercancía y cogiendo los dos paquetes, entró en el despacho de su amante. Encendí la cámara, para ver qué es lo que ocurría tras esa puerta cerrada.
María y la Doña abrieron sus respectivos paquetes para descubrir los coquetos conjuntos. Fue entonces cuando supo mi jefa que era lo que quería el chantajista, no tardó en descubrir los estimuladores de pezones, así como los demás artilugios y desnudándose mecánicamente frente a la cámara, se vistió con mi regalo, introduciéndose en su coño las bolas chinas y colocándose estratégicamente el estimulador anal, tras lo cual ordenó a María hacer lo mismo mientras ella escribía en su ordenador con el ceño fruncido un mensaje.
No tardé en recibirlo. En él, Jimena me decía que ya habían recibido el regalo y que esperaban instrucciones. Rápidamente le contesté, el juego no acababa más que empezar:

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 12:01
Para: “la zorra”
Asunto: Instrucciones.

 

Mi estimada zorra:

Tenéis diez minutos de relax, antes que ponga en funcionamiento los hábiles dispositivos que como ya has visto he incorporado. Tomároslo con tranquilidad. Si no quieres que todo se haga público, deberéis seguir al pie de la letra las siguientes instrucciones:

1.- Durante diez días, no os lo quitareis. He instalado un sensor que me avisará que lo habéis hecho.

2.- Quiero veros a las dos frente a la cámara diariamente a las cinco de la tarde.

3.-Disfrutar.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Te tengo en mis manos. Si quieres mear o cagar, dispondrás solo tres minutos antes que me avise.

Creo que la puta se esperaba algo peor porque me pareció percibir alivio en su cara al leer mi mensaje. En cambio, María estaba super nerviosa, por sus gestos supe que estaba echándole en cara que ella tenía la culpa de la situación en la que ambas estaban inmersas. Todo estaba listo, solo debía sentarme a esperar a que el programa por mi diseñado diese sus frutos. “¡Soy un puto genio!”, pensé convencido del resultado que la serie de estimulaciones sexuales previamente programadas iba a tener sobre la libido de esas dos mujeres.
La primera en sentir que se ponía a funcionar fue la jefa. Sentada en el sillón, sus piernas se abrieron involuntariamente cuando su clítoris recibió las primeras vibraciones. Con un gesto avisó a su secretaría que ya venía. María se sentó en la mesa resignada. Poco a poco la potencia del masaje fue creciendo, encendiéndose además el mecanismo oculto en las bolas chinas. Fue cojonudo ver cómo ambas tipejas cerraban los ojos, tratando de concentrarse en no sentir nada. “Qué equivocadas estáis si pensáis que vais a soportarlo”, me dije disfrutando como un cerdo. El masaje continuado que estaba recibiendo se aceleró justó cuando sus pezones recibieron las primeras descargas. Las vi derrumbarse, lloraron como magdalenas al sentirse violadas. Sus cuerpos las estaban traicionando. Cada una en un rincón del despacho, se acurrucó con la cabeza entre sus piernas, temerosas que la otra viera que estaba disfrutando, de reconocer que se estaba excitando.
Con el vibrador, las bolas chinas y las pezoneras a máximo rendimiento, ambas mujeres intentaba no correrse cuando el estimulador anal comenzó a masajear sus esfínteres. Doña Jimena tumbada en el suelo se retorcía gimiendo mientras María tirada sobre la mesa no paraba de moverse y cuando ya creían que se iban a correr, todo acabó. Incrédulas se miraron a los ojos, incapaces de confesar a la otra que la sesión las había dejado mojadas e insatisfechas y que de no ser porque el chantajista se enteraría, se lanzarían una contra la otra a terminar lo que él había empezado.

“Ahora, otros veinte minutos de relax tras los cuales una suave estimulación intermitente que os va a tener todo el día excitadas”.

Las vi vestirse sin mirarse. Sus semblantes hablaban de derrota y de humillación. Se sabían marionetas, muñecas hinchables de un ser malévolo que desconocían. María salió de la habitación sin hablar y corriendo fue al baño a echarse a llorar desconsolada, en cambio Doña Jimena se tomó su tiempo, se pintó, se peinó y cuando ya se vio suficientemente tranquila, vino a mi despacho.
Se la veía tensa al entrar y sentarse frente a mí:

-¿Qué has averiguado?-, me preguntó.

Haciéndome el inocente, bajando la mirada le contesté:

-Más de lo que me hubiese gustado-.

-¿A qué te refieres?-.

Tomando aire, le repliqué:

-Usted me pidió que intentara averiguar quién se había colgado de su ordenador y al hacerlo no he tenido más remedio que leer sus mensajes y ver lo que acaba de pasar. Jefa, ¡Ese hacker es un verdadero cabrón!-.

Se quedó cortada al oírme, durante unos instantes se quedó pensativa. Poniendo un gesto serio, me dijo:

-Cierra la puerta-.

Obedientemente, me levanté a cerrarla. Al darme la vuelta, me sorprendió ver que la mujer se estaba desvistiendo en mi presencia. Viendo mi desconcierto, ruinmente se explicó:

-No creas que me estoy ofreciendo. ¡No estoy tan necesitada!, lo que quiero, ya que lo sabes todo, es que revises que narices ha hecho ese hijo de puta y si hay alguna forma de desconectarlo sin que él lo sepa-.

Profesionalmente me arrodillé frente a esa mujer casi desnuda y haciendo como si estuviera revisando los mecanismos, le pedí permiso para tocarla, ya que para cumplir sus órdenes no tenía más remedio que hacerlo.

-¡Hazlo!, no te cortes, no me voy a excitar porque me toques-, me respondió altanera, dejándome claro que no me consideraba atractivo.

“Cacho puta, en una semana vendrás rogando que magreé tus preciosas tetas“, pensé mientras retiraba suavemente la parte delantera de su mojada braga. Inspeccionando el vibrador llegó a mis papilas el olor al flujo que la pasada excitación había dejado impregnado en la tela.“Que rico hueles”, pensé y tirando un poco del cordón que llevaba a las bolas chinas, dije:

Señora, me imagino que el final de este cordón es en un juguete, ¿quiere que lo saque para revisarlo?-.

-Si lo crees necesario, no hay problema, pero date prisa, ¡es humillante!-.

Una a una, saqué las bolas de su sexo todavía humedecido. El adusto gesto de la perra me decía que consideraba degradante el tenerme ahí jugueteando con sus partes íntimas. Poniéndolas en la palma de mi mano, las observé durante un instante y, sin decirle nada, se las reintroduje de golpe.

-¡Qué coño haces!, ¡Me has hecho daño!-, protestó.

Riendo interiormente, le contesté:

-Lo siento pero al descubrir que llevaba un sensor, he creído que debía de volverlas a colocar en su lugar-.

A regañadientes aceptó mis disculpas, mordiéndose sus labios para no hacer evidente que la ira la dominaba.

-¿Puede darse la vuelta?-, le pregunté, -debo revisar la parte trasera-.

Sumisamente, se giró poniendo su culo a mi disposición, momento que aproveché para lamer mis dedos y probar, por primera vez, su flujo. Con bastante más confianza, puse mis manos en sus nalgas.

-Tengo que …-

-Deja de hablar y termina de una puñetera vez-, me gritó enfadada que le fuera anticipando mis pasos.

Separando sus cachetes, descubrí que la guarra además de tener perfectamente recortado el vello púbico, se depilaba el culo por entero.“Qué bonito ojete”, me dije mientras recorría los bordes de su rosado esfínter con mi dedo. El estimulador anal se introducía como había previsto dos centímetros en su interior. Tenerla ahí tan cerca, provocó que la sangre se acumulara en mi pene, produciéndome una tremenda erección que, cerrando la bata, intenté disimular.
Solo quedaba revisar el sujetador. Poniéndome en pié, la miré. Sus negros ojos destilaban odio contra el culpable de esa brutal deshonra a la que se veía sometida por tener que dejarse sobar por mí. Haciendo caso omiso a sus sentimientos, le expliqué que en el cierre del sostén tenía escondido un sensor y la batería, para que no saltar debía de inspeccionar el mecanismo sin quitárselo.
Ni siquiera se dignó a contestarme. Ante su ausencia de respuesta, palpé por fuera esos pechos, con los que tanta noches me había masturbado, antes de concentrarme en teóricamente descubrir cómo funcionaba las pezoneras. Seguía teniéndolos durísimos, como de quinceañera. Introduciendo un dedo entre la tela y su piel, estudié las orillas del mecanismo aprovechando para disfrutar de su erizada aureola.
Actuando como un médico que acaba de auscultar a su paciente, me alejé de ella y sentándome en mi asiento, le pregunté:

-¿Quiere que le haga un resumen?-.

-Eso espero, cretino-.

-Lo primero y más importante es que el hacker es un empleado o directivo de esta empresa-.

-¿Cómo lo sabes?-, me respondió por primera vez interesada.

-Es fácil, ha utilizado al menos dos dispositivos desarrollados por nosotros y que no están en el mercado-.

Se quedó meditando durante unos instantes, consciente que tenía el enemigo en casa y que sería mucho más difícil el sustraerse a su vigilancia pero que a la vez tendría más oportunidades de descubrirlo, tras lo cual me ordenó a seguir con mi análisis.

-Desde el aspecto técnico es un técnico muy hábil. El mecanismo es complejo. Consta sin tomar en cuenta a los estimuladores que usted conoce, con tres sensores, dos receptores-emisores de banda dual y baterías de litio suficientes para un mes de trabajo continuo-.

No acababa de terminar la breve exposición cuando pegando un grito, me informó que se acababa de poner en funcionamiento nuevamente. Yo ya lo sabía, habían pasado los veinte minutos de relax que el programa tenía señalado. Alterada al no saber que solo iba a ser un suave calentamiento, me pidió que agilizara mi explicación.

-Se controlan vía radio y GPS, luego les aconsejo que no visiten aparcamientos muy profundos, no vaya a ser que al perder la señal crea que los han desconectado-.

-Entiendo-, me contestó con una gota de sudor surcando su frente,- ¿y qué sabe de la cámara y del correo?-.

-Ahí tengo buenas y malas noticias. Las buenas es que es sencillo hacer un bucle a la imagen-.

-No entiendo-.

-No se lo aconsejo, pero si usted necesita estar en su despacho sin que la vea, puedo crear una serie de secuencias en las que no haya nadie en la habitación o por el contrario, algo anodino como que usted este sentada en la silla trabajando pero se corre el riesgo que si el hacker quiere jugar con usted, interactuando, se daría cuenta al no corresponder la imagen con lo que realmente está ocurriendo-.

-¿Y las malas?-.

-Bien se lo voy a explicar cómo se lo expondría a un profano. Si se pierde, me lo dice. Verá, desde el CPU de su ordenador ha establecido una compleja red por internet que va saltando de una IP fija a otra cada cinco segundos dificultando su rastreo. Para poder averiguar donde está ubicado, deberé de obtener muchos registros pero para ello debe forzar a ese tipejo a contactar con usted-.

-No le comprendo-, me contestó angustiada.

Déjeme exponérselo crudamente. La cámara, aunque está permanentemente funcionando, no emite nada, a menos que el hacker lo deseé. Es decir, solo iré acumulando registros mientras la esté observando en directo, por lo que si quiere rapidez, deberá provocarle y que se mantenga en línea lo más posible-, por mis cálculos, en pocos segundos su estimulación se iba a acelerar y la mujer iba a salir corriendo de mi oficina, por lo que siendo un bruto, le dije: -¡Tiene que ponerlo cachondo para que yo pueda localizarlo!-.

Lo haré. No se preocupe, tendrá sus registros-, me contestó, saliendo directamente de mi oficina.
Al verla irse, me reí:

“Lo que no sabes es que cuanto más te excites, más rápida será tu sumisión absoluta. Llegará el momento que solo con pensar en tu chantajista, te correrás como la perra que eres. Y no me cabe duda que para entonces, sabrás que yo soy el objeto de tu deseo”.

 

Relato erótico: “Me folle a la puta de mi jefa y a su secretaria 2” (POR GOLFO)

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no son dos sino tres2

CAPITULO 3
 

Para celebrar mi triunfo, me fui a comer a una pizzería cercana a la oficina. Estaba tan concentrado mirando la carta, que no me di cuenta que María acababa de entrar por la puerta del restaurante.

-José, ¿puedo sentarme?-, me preguntó sonriendo.

-Sí, claro-, respondí, pensando que cómo habían cambiado las cosas. Antes a esa rubia no se le hubiera pasado por la cabeza, pedirme permiso para sentarse en mi mesa.

Gracias, creía que iba a comer sola, es una suerte que hoy hayas decidido comer aquí-.
Ese fue el inicio de una conversación insustancial durante la cual, la muchacha no dejó de tontear conmigo. Supe que quería sonsacarme información, por lo visto no estaba seguro que su adorada jefa le hubiese contado toda la verdad y no se atrevía a confesarlo.
Ya en el postre, le pregunté:

-¿Qué es lo que quieres de mí?, no me creo que este encuentro haya sido tan casual.

María se ruborizó al oírme. No sabiendo como disculparse, ni que decir, empezó a llorar desconsoladamente. Siempre me ha jodido que usen el chantaje emocional, por lo que en vez de ablandarme, su llanto me encabronó.
Deja de llorar-, le dije sin querer que se me notara mi enfado, – no seas boba, que todo se va a arreglar.

Creyendo que había conseguido el objetivo, paró de llorar y bajando la voz, se explicó:

-José, sé que ese tipo no ha hecho todo esto por mí, sino por Jimena. Soy una víctima inocente-.

-Eso es cierto, pero estate segura que ahora que te tiene, no va a dejar que te escapes. Eres una presa demasiado bonita para soltarla. Creo que tu destino está irremediablemente unido al de tu amante-, contesté dándole una de cal y una de arena. Por un parte le había dicho un piropo y por otra la había acusado de usar su cuerpo para medrar en la empresa.

No es mi amante, me obligó-, protestó al escuchar mis palabras.
Por favor, ¿me crees un idiota?. Fui testigo de cómo le hacías el sexo oral y tampoco se te veía a disgusto cuando ella te tumbó en la mesa-.

 

-¿Lo vistes todo?-, me preguntó totalmente colorada.

-Si te refieres al estupendo sesenta y nueve que os marcasteis, sí-.

Derrotada, me reconoció que era bisexual pero no dio su brazo a torcer respecto a que era su amante. Según María, Jimena la usaba cuando le venía en gana sin pedirle su opinión. Intrigado por su respuesta no pude evitar el preguntarle cada cuanto era eso.
Depende-, me respondió, -hay veces que pasa un mes sin tocarme y otras que me usa toda la semana e incluso fuera del horario laboral-.

-Es decir, que si te necesita, te llama y tú vas-.

-Sí, no puedo negarme. Mi sueldo es bueno y no puedo perder este trabajo-.

Eso cuadraba, las malas lenguas llevaban hablando años del furor uterino que consumía a la jefa. Aprovechando ese halo de confianza que sus confidencias había creado, le pregunté:

-Y tú, ¿cómo te sientes?-.

-Mal, me siento permanentemente violada. Estos malditos cacharros me tienen todo el día excitada. Ese cabrón consigue ponerme a mil y cuando creo que me voy a relajar con un orgasmo, todo se para. He pensado en masturbarme pero me da miedo, no vaya a ser que se entere y me castigue por ello-.

-Si quieres eso tiene solución, no puedo anular sus sensores, pero no creo que haya problema en modificar las frecuencias para que cuando creas que no puedes mas, vengas a mí y yo libere tu tensión, haciendo que te corras-.

-¿Harías eso por mí?-.

-¡Claro!, ¿no somos amigos?-.

Su esplendida sonrisa fue una muestra clara de que se había tragado mi supuesta buena fe. María creyendo que me tenía en el bote, pidió la cuenta y tras invitarme, me dio un beso diciendo:

-Pensaré en tu oferta-.

Al verla salir meneando su trasero, pensé:

“¡Esta tía es aún más imbécil que Jimena!, si viene a mi despacho a que le ayude, su adicción por mí va a ser casi inmediata”. Me sentía un triunfador, todo se estaba desarrollando mejor que lo planeado, ya me veía comiéndole el coño a esa preciosidad mientras ella se corría sin control. La sensación de control era alucinante, después de una existencia gris se abría el cielo para mí. Saber que en poco tiempo tendría dos estupendas mujeres a mi entera disposición, me hacía sentir eufórico.

 
Al llegar a la oficina, me sorprendió ver sentada en mi flamante despacho a la gran jefa. Estaba cabreadísima, nada mas verme entrar, empezó a despotricar pidiéndome resultados. En cinco segundos, me llamó inútil, inepto y demás lindezas. Aguanté esa bronca inmerecida sin inmutarme, dejé que soltara todo lo que tenía dentro antes de responderla. Su furia no era otra cosa que el resultado inesperado de las sesiones. Al igual que su secretaria, Jimena no podía aguantar estar en permanente estado de excitación y necesitaba liberarse.
Señora, no creo merecerme esta reprimenda. Estoy haciendo todo lo posible, pero como ya le he explicado necesito datos-.

Viendo que había metido la pata y que me necesitaba, cambió de actitud pidiéndome perdón.

-No sé qué me pasa-, me confesó.-Llevo cabreada todo el día desde que descubrí que ese hijo de puta me estaba haciendo chantaje. Solo pensar que en menos de media hora, voy a ser el objeto de su lujuria, me saca de quicio-.

-Pero también le excita, ¿verdad?-.

Me fulminó con la mirada antes de responderme:

-¿Cómo se atreve?. ¡No le despido ahora mismo porque le necesito!, ¿Con quién coño se cree que está hablando?-.

Bajando la mirada, haciéndome el sumiso, le pedí perdón, casi de rodillas, diciéndole:
Le pido que me disculpe, soy un bruto insensible. Le quería explicar que creo que he descubierto qué es lo que se propone ese maldito hacker- .

-No le capto-, me confesó interesada.

Jefa, María a la hora de comer ha estado hablando conmigo y me ha contado que el hacker ha diseñado la ropa interior de forma que ustedes dos se vayan excitando poco a poco y que antes de llegar al orgasmo, les da una combinación de descargas que hacen que se les baje de golpe-.

-Si eso es verdad-.

-No se enfade pero creo que su enemigo busca convertirla en una olla a presión…-, le contesté haciendo una pausa, …Quiere mantenerlas al límite de orgasmo, para así manejarlas a su antojo. Cómo ya le he dicho a su secretaria y si usted lo considera oportuno, no creo que sea difícil alterar esos instrumentos para conseguirle un orgasmo y desbaratar sus planes-.

-No creo que lo necesite, pero vete estudiando cómo hacerlo por si te ordeno que lo hagas-, me respondió dando un portazo. ayudes

“¿Me ordenarás?. Puta, no creo que aguantes la sesión de las cinco sin venirme a rogar que haga que te corras”, pensé al comprender que había tenido un error de principiante. Cuando calculé la duración de su entrenamiento, no tomé en cuenta la angustia que les produciría la posible vergüenza de ser expuestas al escarnio público, no soportaban la idea que ese video se difundiera en internet. Si aplicaba esa variante al cómputo, la resultante era que esas dos hembras iban a rendirse en menos de dos días.

Para ahondar en ese sentimiento de vergüenza, las mujeres tenían que sentirse observadas y por ello, sonriendo, me puse a escribir un e-mail modificando las reglas. La vez pasada, se habían acurrucado cada una en una esquina, incapaces de reconocer a la otra su humillación, en cambio para esta sesión les iba a ordenar que se colocaran una enfrente de la otra y que durante los diez minutos que durara no se tocaran pero que debían no dejar de mirarse entre ellas. Satisfecho por lo escrito, mandé el correo sabiendo que en menos de treinta segundos, la zorra de Jimena lo leería. Acto seguido, encendí el monitor para espiar su reacción. Mi querida jefa cumpliendo al pie de la letra mis recomendaciones de excitar a su chantajista, estaba haciendo ejercicio medio en bolas, solo cubierta con mi regalo. “¡Qué buena está, mi futura sierva!“, me dije al comprobar que las largas horas de gimnasio, le habían dotado con un cuerpo no solo bello sino flexible.
Cuando escuchó que el clásico clic del Messenger, dio una voltereta en el aire para acercarse a mirar mi mensaje. “Está esforzándose en captar mi atención“. Tal y como había anticipado, palideció al leer que María iba a estar observándola mientras su intimidad y su persona eran violentadas. Pude leer en sus labios una palabrota.
Faltaban cinco minutos para la hora cuando vi entrar a la secretaria a la habitación. Jimena le explicó las nuevas instrucciones y entre las dos cerraron las cortinas y movieron las sillas para estar enfrentadas cuando todo empezara. Como el reo va al patíbulo, cabizbajas y humilladas se sentaron en su sitio a aguardar que diera inicio su tortura. En María, creí vislumbrar una lágrima aún antes que el vibrador incrustado en su braga se pusiera a funcionar. “Esa va la primera en caer”, pensé satisfecho mientras mi pene se empezaba a alborotar, “pero a la que realmente tengo ganas es a la puta estirada de la jefa”.

Las vi tensarse al percibir que los tres aditamentos de su ropa empezaban a trabajar al mismo tiempo. Inconscientemente, cerraron sus piernas y se aferraron a los brazos de sus asientos, buscando retrasar lo inevitable. Recordé que esa sesión iba ser más corta pero más intensa. Las descargas en los pezones serían continuas y en cambio, las vibraciones en el clítoris y el esfínter serían intermitentes, buscando calentarlas pero sobre todo confundirlas. No me hizo falta estudiar los controles para saber qué era lo que estaban sintiendo, María se agarraba los pechos intentando controlar la excitación de sus aureolas mientras que Jimena no dejaba de mover su pelvis como producto de una imaginaria penetración. El sudor recorriendo sus pechos no tardó en hacer su aparición, las muchachas jadeando, exteriorizaban su calentura. Temblaban por entero al ser conocedoras de que la otra estaba siendo coparticipe de su humillación. Cada una de ellas era víctima y verdugo. Al estar siendo violadas en público la degradación era máxima y aunque les costara reconocerlo, también su excitación. Deseaban que terminara pero a la vez anhelaban lanzarse una contra la otra, pero sabían que se les había prohibido expresamente apagar el incendio que recorría sus cuerpos con el extintor de sus bocas y manos. Jimena fue la primera en agitarse descontroladamente encima de la silla. María, quizás alentada por su jefa, rápidamente la secundó. Estaban a punto de correrse, pero sabían que antes de poder explotar todo terminaría. Miré mi reloj, quedaban solo treinta segundos. Era el momento que lanzando una salva final, las pezoneras, las bolas chinas y los dos vibradores se volvieran locos, cortando de cuajo el placer que asolaba ambos cuerpos. Disfruté viendo sus caras de sorpresa cuando esto ocurrió, asustadas las muchachas se quedaron petrificadas sin saber que hacer o que sentir, para respirar aliviadas al terminar.
Ni siquiera se miraron al vestirse, no tenían nada que decirse. María salió sin hacer ruido del despacho de su jefa y se sentó en su mesa esperando que nadie se diera cuenta que en su interior lloraba. Jimena, por lo contrario, esperó que su secretaria saliera para derrumbarse en la alfombra. La vi llorar y patalear durante cinco minutos. La orgullosa jefa estaba rota y no le importó que su chantajista la viera así, no le quedaban fuerzas ni dignidad para oponerse. Transcurrido un rato, se levantó del suelo y cogiendo su bolso, salió de su oficina en dirección a la mía. La vi acercarse, estuvo parada en medio del pasillo, luchando contra la idea de pedirme ayuda pero cuando ya creía que iba a claudicar, dándose la vuelta, cogió el ascensor. Desde mi ventana la vi marcharse.

“¿Faltó poco?, verdad. ¡Mañana caerás!”.

Su espantada me dejó la tarde libre. Sin supervisión, invertí mi tiempo en preparar las distintas trampas que mi fecunda mente había diseñado. Usaría mi nueva posición para aprovechar y desembarazarme de todos aquellos que en un pasado, se habían mofado de mí. Por supuesto, el primero en caer iba a ser mi jefe, el Sr. González. Llevaba una hora enfrascado en mi venganza, cuando tocando la puerta, María me pidió permiso para entrar.

-¿Tienes un momento?, me preguntó histérica. Sus profundas ojeras me narraban por si solas el doloroso sufrimiento que aquejaba a su dueña.

-Sí, ¿en qué puedo ayudarte?-. Era una pregunta retórica, ya que su repuesta era evidente.

José, me da mucha vergüenza pero necesito tu ayuda, no lo soporto más-, me contestó echándose a llorar.
La tonta estuvo berreando durante largos minutos, repartiendo la culpa de lo que le pasaba entre el hacker y Jimena. Al primero, no le podía perdonar haberla mezclado en su vendetta, pero era a su jefa-amante a la que acusaba directamente de todos sus males. Era una ironía del destino que eligiera el hombro de quien le estaba puteando para sincerarse. María se quería morir de la vergüenza, no podía soportar que sus padres y hermanos algún día descubrieran que había sido capaz de tirarse a una mujer para mantener un buen trabajo.
Me gustan las mujeres pero prefiero a los hombres-, afirmó intentado recalcar su independencia,-Maldito sea el día que esa zorra se fijó en mí, daría todo lo que tengo para librarme de su acoso-.

No le pude decir que no se preocupara por eso, cuando yo terminara sería del mío, del que tendría que preocuparse. En vez de ello, le ofrecí mi apoyo, jurándole que en mí iba a tener un amigo. Poco a poco se fue tranquilizando, le estaba dando una vía de escape a la que aferrarse, sin caer en la cuenta que lo que le extendía a sus pies era una trampa incluso peor que la de su odiada Jimena. Cuando ya pudo hablar tranquilamente, me pidió ruborizada que cumpliera la promesa de la comida, necesitaba liberar toda la excitación acumulada.
Me tomé mi tiempo antes de contestar:

-Cumpliré lo prometido pero, para hacerlo, necesito acoplar a un emisor de ondas una serie de aparatos que tengo en casa. Tardaré al menos cuatro horas. Mañana si quieres quedamos a las ocho, antes que lleguen todos y lo hago -.

En su cara descubrí decepción, la muy ilusa debía de pensar que su caballero andante la iba a salvar nada mas pedirlo. Por supuesto que podía proporcionarle un orgasmo en ese preciso instante, pero según mis cálculos no sería hasta las once de la noche, cuando el estrés llegara a su punto álgido. Además tenía que ser prudente, que tuviese la solución levantaría las sospechas tanto de ella como de su jefa.

“¡Qué espere, coño”.

-¿Estás seguro que mañana lo tendrás listo?, no puedo pasar otra noche en vela, sufriendo esos ataques-, susurró en un tono desesperado.

-Lo único que puedo hacer es llamarte cuando haya terminado y así sabrás que está listo-, le respondí con un doble propósito; provocarle aún más tensión al esperar mi llamada y conseguir su teléfono personal que me sería muy útil en el futuro.

Sin demora, cogió un papel que tenía en mi mesa y garabateó su número mientras me agradecía mis atenciones y me prometía compensarme de alguna forma. Tras lo cual, se acercó donde yo estaba y, por vez primera, me dio un beso en los labios, dejándome solo y cachondo en el despacho.
 

CAPITULO 4

La maquinaría estaba aceitada, el firme de la carretera en perfecto estado, tenían sus motores encendidos y sobre revolucionados, solo faltaba un pequeño empujón para que esas dos aceleraran sus cuerpos sin control y se despeñaran por el barranco. Tenía ya mis redes extendidas. Redes que al liberarlas de un siniestro chantaje, las mantendrían atadas de por vida.
Ese empujón iba a ser que ambas supieran que con solo pedírmelo, yo podría hacerlas disfrutar como nunca antes. Para ello, tenía que fabricar dos mandos portátiles que sustituyeran al teclado de mi ordenador, uno lo suficientemente aparatoso para que ellas estuvieran seguras de no haberlo visto antes, y otro tan pequeño que aún buscándolo pasara desapercibido.
Esa tarde, me volví a escapar antes de tiempo. Sabiendo que tendría que invertir por lo menos un par de horas, me fui directo a casa a trabajar. No me costó esfuerzo transformar un simple mando de la tele en un instrumento práctico para controlar los distintos aditamentos de la ropa interior de mis víctimas. Otra cosa fue crear de la nada un dispositivo no detectable que al acercarse ellas a mí, los pusiera en funcionamiento sin que ellas se diesen cuenta del cambio, y adujeran su excitación a una supuesta atracción por mí. Vencidas las trabas técnicas, lo acoplé a mi cinturón.
Miré la hora al terminar. Eran las diez y media de la noche y tenía hambre. Siempre he sido un desastre en la cocina en mi nevera no había nada decente que comer, por lo que ordené en el Telepizza una margarita. Tardaría media hora, para hacer tiempo a que llegara, decidí darme una ducha.
El agua caliente fue el detonante que necesitaba mi fértil imaginación para empezar a divagar. Bajo el chorro, soñé despierto que Jimena venía gateando sumisamente a mi cama en busca de mis caricias. Sus ojos hablaban de lujuria y rendición. Haciéndose un hueco entre mis sábanas, sus manos recorrieron mi cuerpo buscando mi pene bajo el pantalón del pijama. En mi fantasía, la vi abrir la boca y con su lengua transitar por mi sexo, antes de introducírselo completamente hasta su garganta. Siguiendo el guión de esa visión onírica, mi mano aferró mi endurecido tallo y empecé a masturbarme al ritmo imprimido por mi jefa. Estaba a punto de regar la ducha con mi semen, cuando el sonido del timbre me sacó de mi ensoñación.

“¡Puto repartidor!, podía haber tardado un minuto más”, pensé mientras salía de la ducha y cogía una toalla con la que tapar mi erección. Al abrir la puerta, me llevé la sorpresa que en vez del empleado de Telepizza, quien estaba ante mí era María. Me quedé de piedra. Casi desnudo, no tuve la rapidez ni el valor de evitar que entrara.

-Disculpa que haya venido sin avisar, pero tenía que saber cómo ibas-, me dijo mirando el bulto que resaltaba bajo la toalla.

-Estaba duchándome-, protesté.

-Por mí no te preocupes, termina que aquí te espero-, me contestó con el desparpajo que solo una mujer, que se siente guapa, tiene.

Cabreado por esa intromisión, volví al baño a secarme. “¿Quién cojones se cree esta niña para venir a mi casa?”, no podía dejar de repetir. Tardé en tranquilizarme, mi casa siempre había sido un lugar sagrado, jamás había permitido que las prostitutas, que había contratado, manchasen con su presencia sus paredes. Estaba poniéndome los pantalones cuando empecé a verle el lado bueno, si esa perra había venido por mi ayuda, se iba a llevar a casa mucho mas. Era incluso una oportunidad de oro que no podía desaprovechar, mis planes antiguos me daban de ocho a nueve para someterla, pero su indiscreción, me permitía contar con tiempo ilimitado.
De vuelta en el salón, María estaba de pie ojeando la colección de porno que tenía en la estantería. “Posee un culo estupendo”, pensé al ver su trasero respingón. Al oírme, se giró diciendo:

-Tienes buen gusto, para mí Jenna Jameson es la mejor-.

-¿Ves porno?-, le respondí extrañado. No conocía a ninguna mujer que abiertamente reconociera que era fan de ese cine tan mal catalogado por las mentes pensantes.

-Sí, me encanta, me ayuda a relajarme-.

Su respuesta me ablandó, quizás no fuera tan tonta como parecía. Tratando de verificar que no se estaba echando un farol solo por contentarme, le pregunté cuál era su película preferida. Sonrió al darse cuenta que era una prueba:

-Sin lugar a dudas es los tatuajes de Jenna, me dio mucho morbo la protagonista tatuando esos cuerpazos mientras le contaban sus fantasías-.

Prueba superada y con nota, la chica sabía de qué hablaba. Tras un momento incómodo donde no sabía que decir ni que hacer, le pregunté si quería una copa. Me preguntó si tenía un whisky.

-En mi apartamento puede faltar comida, pero nunca alcohol-, le contesté cogiendo el hielo.

Estaba sirviendo las dos copas cuando escuchamos el timbre:

-¿Esperas a alguien?-.

-No-, le respondí, -debe de ser el repartidor. Hazme un favor, sobre la cómoda hay dinero. Págale-.

Al volver, la rubia esta riéndose a carcajadas. Por lo visto el motero le había echado los tejos, diciéndole que había terminado su turno y que si quería se quedaba a disfrutar con ella de la pizza.

-¿Y qué le has contestado?-.

-Que ya tenía la mejor de las compañías-.

Me ruboricé al oírla. Esa muchacha estaba usando todos sus encantos para echarme el lazo. Lo sabía y, curiosamente, no me molestó. Tratando de evitar que al humanizarla tuviese algún reparo en usarla, le dije que ya tenía listo el emisor y que si quería podía darle lo que había venido a buscar.
Frunciendo el seño, me dijo:

-¿No me vas a invitar a cenar?, estoy que devoro-.

-Claro-, le respondí asustado por su franqueza. Había supuesto que había venido a correrse y nada más, por lo que ese cambio de actitud me desarmó.

La cena fue estupenda. María demostró tener ingenio y sentido del humor, además de estar buenísima. Paulatinamente fuimos cogiendo confianza. Me preguntó por mi vida, por mis aspiraciones y lo que más me sorprendió si tenía a alguien con quien compartir una pizza de vez en cuando.

-Soltero y sin compromiso-, le repliqué orgulloso de haber mantenido mi celibato intacto.

-Eso se puede arreglar-, pícaramente me contestó mientras recogía los platos y los llevaba a la cocina.

Había llegado el momento y de nada servía retrasarlo más. Esperé a terminar de recoger la mesa para preguntarla si estaba lista:

-¿Qué quieres que haga?-, me respondió.

-Me da corte decírtelo pero tengo que confirmar que tienes los mismos aparatos que Jimena. Necesito que te desnudes-.

Se le iluminó su cara como si fuera algo que realmente deseaba. “Está actuando”, pensé tratando de protegerme de su influjo, “no debo de caer, es una puta”, me dije buscando un motivo de no excitarme. Me quedé maravillado al ver la forma en que se desnudó. Como si fuera una stripper, María se bajó la cremallera de su falda contoneándose y sin dejar de mirarme. “Mierda, me estoy poniendo bruto”, tuve que reconocer cuando la chica empezó a desabrochar los botones de su camisa.

-Eres una cabrona-, le solté sin poder contenerme, – date prisa que si no voy a ser yo el que se ponga como una moto-.

-Me pides que me desnudes y ahora ¡te quejas!-. su desparpajo me estaba cautivando,- Si quieres que sea impersonal, ¡te jodes!-.

-Vale, vale-, le contesté tratando de mantener una aséptica posición.

Dejó caer su ropa al suelo y modelando, me hizo deleitarme con la belleza de su juvenil cuerpo. Con ella casi desnuda, aproveché el paripé de revisar los aparatos para disfrutar de su cuerpo con absoluta libertad. Me encantaron sus pechos de colegiala, sus contorneadas piernas, pero lo que realmente me cautivo fue su culo y su pubis. Dos poderosas nalgas que eran el complemento perfecto al sexo completamente imberbe que tenía.

-¿Estoy buena?-, me preguntó sin dejar de jugar conmigo.

-No lo sé todavía no te he probado, pero como dices eso se puede solucionar-, le dije metiendo un dedo en su sexo y llevándomelo completamente embadurnado de su flujo a la boca,-Sí, ¡estás muy buena!-.

-¡Qué pedazo de hijo puta eres!-, me respondió muerta de risa por mi caradura-, para eso es, pero se pide-.

Dándole una nalgada, le respondí que ya bastaba de jugar, que había venido a desbaratar los planes de ese chantajista, y eso íbamos a hacer:
Un favor, antes que empieces. Te importa poner una película y sentarte a mi lado, no quiero darle el placer de correrme como una autómata, prefiero que sea Jenna quien me excite-.

No pude negarme, y tras poner el video, me acomodé a su lado en el sofá.

-¿Cuando quieras?-, le dije.

Nerviosa, me rogó que esperara a que diera comienzo la película y que no le avisara cuando, que no quería saber que parte era natural y cual inducida. Eso no solo no me venía mal sino que favorecía su futura adicción a mí, por lo que no tuve ningún reparo en prometerle que así sería. Reconozco que no fue una decisión cien por cien racional también me excitaba la idea de verla entrando en faena por sí sola.
La película que había seleccionado no podía ser otra que su favorita. Ella al percatarse de mi elección, me dio un beso en la mejilla y apoyo su cabeza en mi regazo para verla tumbada.

-¿No te importa?-, susurró sin apartar su ojos de la tele.

En la pantalla, Jenna estaba atendiendo a una espectacular morena en su tienda de tatuajes. La protagonista quería que le tatuara un corazón muy cerca de su pubis, lo que daba al guionista el fútil motivo para que la actriz afeitara el sexo de su clienta.

-Tócame-, pidió sin mirarme,-nunca he follado viendo una porno-.

Esas palabras eran una declaración de guerra, María quería que le diese caña y recorriendo con mi mano su dorso desnudo, decidí que caña iba a tener. Recibió mis primeras caricias, diciéndome que no comprendía porque nunca se había fijado en mí. No quise escucharla, llevaba demasiado tiempo sin una mujer que me diera cariño. No podía creerla. Para tener las manos libre, programé los controles para que fuera subiendo su excitación y en menos de media hora se corriera brutalmente.
En la película, Jenna estaba pellizcando uno de los pechos de la intérprete, fue entonces cuando decidí seguir el guión marcado por el celuloide. Subiendo mi mano por su estómago, atrapé uno de sus pechos y sin importarme si estaba lista, apreté su pezón entre mis dedos.

-Ahh…me gusta-, la escuché decir mientras se llevaba su mano a la entrepierna.

Envalentonado, repetí la operación con el otro mientras le decía que era una putita muy dispuesta. Mis palabras coincidieron con la puesta en funcionamiento de los aditivos de su ropa interior, y sin poderse aguantar la muchacha me rogó que siguiera acariciándola.
Para obedecerla, me puse de rodillas. Verla tirada en el sofá, esperando mis mimos, me calentó de sobremanera. Cogí uno de sus pies, y usando mi lengua fui recorriendo cada uno de sus dedos antes de metérmelos en la boca.

-Dios, ¡qué maravilla!-, gimió descontrolada.

El suave sonido del vibrador me indicaba que aún quedaba más de quince minutos para que mis artilugios estuvieran a plena potencia. Tenía tiempo, mucho tiempo, podía disfrutar lentamente de esa cría. Bajando por su tobillo, fui embadurnando de saliva sus piernas mientras mis manos apresaban sus pechos, magreándolos. Sus caderas bailaban al ritmo de las caricias de mi boca en una arcaica danza de fertilidad. Su excitación se fue incrementando producto de mis caricias. El flujo estaba empezando a manchar la braguita. Al notar ella que ya tenía su sexo a escasos centímetros de mi lengua, me imploró que no parase que necesitaba sentirla en sus labios.
No le hice caso, ralentizando mi acercamiento, recorrí su muslo cruelmente. Tenía que llevar el control. Con la respiración entrecortada, me gritó que me diera prisa. En vez de ello, le aticé una sonara nalgada mientras le decía:

-Llevas mucho tiempo esperando a correrte, no te vendrá mal unos minutos-.

Estaba desbocada, le urgía sentir un pene entre cualquiera de sus labios. Sin pedirme permiso se bajó del sofá y sentándose en la alfombra, sacó mi pene de su encierro y hecha una loca golosa, se lo introdujo en la boca. Su humedad envolviendo mi sexo coincidió con el inicio de su estimulación anal. María no podía dejar de retorcerse de placer, mientras su mano acariciaba mis huevos y su garganta se empalaba con mi tallo.

“¡Qué buen francés!”, certifiqué al sentir que estaba usando su lengua para presionar mi glande cada vez que se lo introducía. “Esta muchacha es una verdadera máquina”.

Viéndome a su merced y sin importarle que pudiera pensar de ella después, se levantó y preguntó:

-¿Donde están los sensores?-.

-En los pechos y el coño-, le respondí sin saber a qué se refería.

Poniéndose a cuatro patas, se quitó el estimulador anal y agarrando mi pene, se lo acercó a su entrada trasera.

-¡Qué esperas!-, me gritó.

Sus palabras dieron carpetazo libre a mi lujuria y cogiendo con mi mano parte de su flujo, aflojé los músculos de su esfínter antes que, de un solo golpe, le introdujera toda la extensión de mi falo en su interior.

-¡Animal!– chilló al sentir como se abría camino en sus intestinos, pero no trató de sacarlo sino que tras una breve pausa empezó a agitar sus caderas buscando llegar a su clímax.

Verla tan dispuesta, me exacerbó y usando sus pechos como agarre, empecé a montarla sin misericordia. Tras un minuto de loco cabalgar, mi montura se empezó a cansar por lo que le tuve que espolear dándole una fuerte nalgada. Como buena yegua respondió al castigo acelerando su ritmo. María no podía dominarse, gritando y gimiendo, me pidió que siguiera azotando su trasero. Dominado por la pasión, no le hice ascos a castigar ese maravilloso culo mientras su dueña berreaba sin control.

-¡Me corro!-, bramó retorciendo todo su cuerpo sobre la alfombra.

Inconscientemente miré el reloj de mi pulsera, su clímax estaba coincidiendo con el momento álgido de la acción de los aparatos. Acelerando mis maniobras busqué sincronizar mi goce con el de ella. Agarrando su melena, tiré de ella para conseguir que mi penetración fuera total. A punto de explotar, fui coparticipe de su placer. Al rebotar mis testículos contra su coño, el flujo que brotaba libremente de su cueva salpicó mis piernas, dejándolas totalmente empapadas. Todo mi ser estaba disfrutando de ella cuando desplomándose contra el suelo empezó a agitarse como posesa, pidiéndome que abonara su sexo con mi simiente. Sus gritos fueron la espuela que me faltaba para explotar dentro de María en feroces oleadas de placer. No tuve piedad y seguí derramando mi esperma hasta que conseguí vaciar todo dentro de ella.
Al sacar mi pene, María me obsequió con una visión celestial. Abierta de piernas, tirada sobre la alfombra, su esfínter totalmente dilatado no pudo contener toda mi eyaculación por lo que me maravilló ver los blancos riachuelos, que surgían de su interior, recorriendo sus piernas. Mi adorada presa le costó recuperarse, desmayada no dejaba de gemir con los últimos estertores de su orgasmo mientras, en la tele, Jenna se corría en la boca de una apetitosa negrita. Agotado, me senté en el sofá con la satisfacción del trabajo bien hecho. Al cabo de unos minutos, gateando se acercó a donde yo estaba y con la felicidad impresa en su rostro, besó mi mano diciéndome que nunca en su vida había disfrutado de un orgasmo semejante.

-Tienes mucho que aprender-, le dije acariciándole la cabeza mientras volvía a poner en funcionamiento las pezoneras y el vibrador-, esta noche te quedas a dormir, tengo que enseñarte un montón de cosas-.

Apoyando su cabeza en mi regazo, solo pudo murmurar un GRACIAS antes que, cogiéndola en mis brazos, la llevase a mi cama.
 

CAPITULO 5

 

Una mano acariciando mi pene me despertó. Medio adormilado observé a María acurrucada a mi lado, tratando de animar a mi amorcillado tallo con sus dedos. Mi querida presa me expresaba de ese modo que no había tenido bastante con los múltiples orgasmos que asolaron sus defensas antes de caer dormida por puro agotamiento. Recordé que de madrugada, la muchacha, llorando de alegría, me rogó que la dejara descansar, que le dolía todo el cuerpo de tanto como había gozado. No habían trascurrido más de tres horas y ya estaba ansiosa por repetir.

“Esta niña me va a dejar seco”, pensé al verla ponerse en cuclillas y sin pedirme mi opinión, recorrer con su lengua mi extensión. “Qué arte tiene“, certifiqué al sentir como jugaba con mi glande, con besos y lengüetazos mientras me acariciaba suavemente mis testículos. No tuve que tocarla para que se fuera calentando de una manera constante. Era una locomotora que se dirigía hacia el abismo y su maquinista lejos de intentar frenar aceleraba cada vez más. Sus jadeos comenzaron aún antes que consiguiera despertarme por completo, Moviendo sus caderas, usó mi propia pierna para masturbarse. Fuera de sí, fui espectador de su primer orgasmo. Retorciéndose como una sanguijuela, se introdujo mi pene en la boca. Estaba poseída por la pasión, exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Aunque le costaba respirar era tal su pavorosa necesidad que, alucinado, experimenté como las paredes de su garganta se abrían para dar cobijo al intruso hasta que sus labios rozaron la base de mi falo. Su coño empapado no dejaba de rozarse contra mi piel, cuando sentí como todo su cuerpo volvía a temblar. Totalmente excitada, no supo o no pudo detenerse y levantándose sobre el colchón, la vi quitarse las bragas y las bolas chinas y de un solo arreón empalarse. Gritó al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina y antes que pudiera, yo, siquiera moverme, caer derrotada retorciéndose mientras no paraba su placer de fluir por mis piernas.

-Estás loca-, dije poniéndole las bragas y reintroduciendo las bolas chinas en su interior,– el chantajista puede saber que te las has quitado-.

Me da igual, te necesitaba-, me respondió con una sonrisa, – y la culpa la tienes tú-.

-No sé a qué te refieres-, dije extrañado.

-No te hagas el tonto, has encendido los aparatos cuando sentiste que te tocaba-.

Entonces al oírla supe que la misión de los artilugios había terminado, María con solo tocarme se había excitado hasta el orgasmo sin ayuda exterior.
Te equivocas, no he usado el mando. Has sido tú sola-.

-¡Imposible!-, me respondió.- He sentido su acción en mis pechos, en mi coño y en mi culo. No me digas que no-.

Era el momento de confirmar mi teoría. Dándole el mando, le ordené que verificara ella misma que estaba apagado.

-José, no fastidies, te repito que lo noté-.

-Y, ¿Ahora?-.

Torciendo el gesto, visiblemente enfadada, me contestó que no.
Termina lo que empezaste-, le ordené acercando mi sexo erecto a su boca.
Nada mas sentir sus labios rozar mi glande, la excitación recorrió su cuerpo y renovando su pasión, se lanzó en la búsqueda del placer mutuo.
Cinco minutos después, tirada en la cama y con su estómago lleno de mi semen, derrotada, me miró:
-¿Qué me has hecho?, ¿porqué siento esto cada vez que te toco?-.

-No lo sé, pero creo que el chantaje ha tenido este efecto secundario. Te has vuelto adicta a mí-.

Se quedó unos minutos callada, pensando, tras lo cual sin ningún rastro de vergüenza o de rencor me contestó que si era así, ella estaba encantada. Nunca había experimentado tanto placer y si ser adicta significaba que con tocarme su cuerpo iba a volver a disfrutarlo, bienvenido.

-Hay un problema, Jimena-, le recordé.

Mi querido celebrito, ¿cómo es posible que siendo tan inteligente, seas a la vez tan tonto?, no te das cuenta que durante dos años he estado en manos de esa zorra y que con tu ayuda, le devolveremos con intereses sus desprecios-.

Solté una carcajada al oírla y usando mi nuevo poder, le pedí que se levantara a preparar el desayuno.

-Sí, mi amo-, me dijo con una esplendida sonrisa.

Después de desayunar y mientras se estaba vistiendo, le comenté que si quería no era necesario llevar el conjunto.

-Y eso ¿porqué?-

-Todavía no has caído en que yo soy el chantajista-.

Me miró alucinada y tras unos instantes de confusión me contestó:

-Eres un cabrón, pero …MI CABRON…me lo voy a poner hoy porque seguimos con un trabajo que hacer pero, esta noche, ¡Te juro que me vengaré!-.

 

CAPITULO 6

Fuimos al trabajo en el coche de María, pero antes de llegar me bajé para que nadie nos viera. Teníamos que seguir guardando las apariencias, no nos convenía que llegara a oídos de Jimena que nos hubieran visto coger llegar juntos porque podría atar cabos. Durante el trayecto, habíamos planeado los pasos a seguir, las diferentes trampas que extenderíamos a su paso para que al terminar esa jornada, nuestra odiada jefa hubiese perdido su capacidad de reacción y por eso al entrar en mi oficina, me enfrasqué en el trabajo. Ni siquiera me di cuenta que rompiendo con una rutina de años, la zorra llegó con dos horas de retraso.
Al salir del ascensor, vino directamente a verme. Me sorprendió su aspecto desaliñado. Estaba histérica, no había podido pegar ojo en toda la noche y quería saber que había averiguado.

-Muchas cosas-, le contesté, –he localizado la IP del hacker y en este instante estoy intentando romper las claves de su firewall. Solo queda esperar, en menos de veinticuatro horas, sabremos quién es y si la suerte nos acompaña, podré inocularle un virus que destroce su disco duro, borrando toda su información-.

-Entonces, solo queda esperar-.

-Sí, conviene seguirle la corriente para que no sospeche y no se le ocurra hacer públicos los videos antes de tiempo-.

Le acababa de decir que su problema se podía considerar terminado. Lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese saltado de alegría al saberlo, pero su semblante seguía siendo cetrino.

-Jefa, no comprendo, ¿porqué no se alegra?-.

-No sé si voy a poder aguantar hasta mañana sin volverme loca. Ese malnacido ha diseñado el instrumento de tortura perfecta. Desde que lo llevo puesto no he podido dormir ni comer, me da miedo hasta beber, por si al ir al baño saltan las alarmas. Fíjate lo mal que estoy que me parece insalvable esperar estas veinticuatro horas-.

-Ya veo. Mire no sé si le puede servir pero ya he terminado de desarollar el aparato que le conté. Solo hace falta encenderlo. Si me da usted permiso, lograría relajarse-.

Se le iluminó la cara al oírme. No era consciente pero en ese instante estaba siendo excitada por mí.

-¿En qué consistiría?-.

-Nada que no haya sentido pero amplificado. El hacker diseñó un ingenioso sistema que les llevaba al borde del orgasmo, lo único que he hecho ha sido romper esa barrera, por lo que no solo conseguirá correrse sino que según mis cálculos, el placer que sentirá será algo nunca experimentado-.

-¿De verdad?, ¿conseguirías hacerme descansar?-.

-Sí-.

-Entonces, ¿a qué esperas?-.

Señora, no creo que la oficina sea el lugar adecuado. Piense que el proceso tardará al menos una hora y cuando se aproxime, ustedes dos perderán por completo el control-.

-Entiendo-, se quedó pensando en lo acertado de mi consejo, si era la mitad de salvaje de lo que ella misma suponía, convenía hacerlo en su sitio que no tuviera testigos. –José, voy a llamar a María y nos vamos-.

No me había dicho donde pero daba igual el sitio que eligiera. En dos horas, esa mujer iba a ser nuestra sirvienta, quisiera o no. A través de mi ventana, observé a sus secretaria haciéndose la sorprendida. Tal y como habíamos previsto, Jimena no iba a poder soportar el estado de excitación continua y aceptaría gustosa cualquier vía de escape que le propusiéramos. Llevando todo lo necesario en mi maletín, las esperé en el pasillo.
Siguiendo a pies juntillas mi papel, bajé la mirada al montarme con ellas en el ascensor. Para que no desconfiara, yo debía de seguir siendo ese tímido empleado, mero ejecutor de sus órdenes. Fuimos directos al parking donde había aparcado el Jaguar. Me hizo sentar en los asientos de atrás mientras le pedía a María que se sentase a su lado.
La certeza de que quedaban minutos y no horas para liberarse, fue haciendo que humor cambiase y en menos de diez minutos, había vuelto a ser la misma hija de puta estirada de siempre.

-Mi linda, ¡cómo vamos a disfrutar!-, estaba encantada con la idea de volverse a tirar a su secretaria y refiriéndose a mí, le soltó:-Por éste no te preocupes, piensa que es un mueble, mañana cuando descubra quien es ese hacker, le daré una gratificación y todo olvidado-.

No demostró enfado por ser tratada de puta en presencia de un extraño, al contrario pude ver, a través del espejo, cómo mi ahora cómplice me guiñaba un ojo mientras le preguntaba hacia adonde nos dirigíamos.

-A mi casa-.

Fui incapaz de evitar sonreír al oírlo. Según María, Jimena solo la llevaba a su apartamento en contadas ocasiones, la mayoría de ellas cuando quería dar rienda suelta a su faceta dominante. “Esta puta no sabe donde se está metiendo” pensé, disfrutando por anticipado, al saber que entre otros artilugios esa mujer había hecho instalar una silla de ginecólogo como objeto de placer. En ella, solía atar a su secretaria para abusar de ella.
Esa zorra tenía tanta prisa que, en un trayecto que normalmente le tomaba medía hora, tardó veinte minutos. Sin bajarse del coche, abrió la verja de su chalet y sin meter el coche en el parking, nos hizo bajarnos . Nunca había estado en la Moraleja, no sabía que pudiera ser posible tanta ostentación y lujo. Se mascaban los millones que se había gastado en decorarlo. Abriendo el camino, nos llevó a su habitación. Reconozco que me quedé alucinado al entrar, en ese cuarto cabían al menos dos pisos como el mío.

-Esperad aquí mientras me cambio-, nos ordenó nada más entrar.

No nos hizo falta hablar, ambos sabíamos nuestra función en ese drama. Teníamos que seguirle la corriente hasta que se excitara, entonces y solo entonces daríamos la vuelta a la tortilla y la cazadora se convertiría en víctima. Tardó unos minutos en volver vestida, además de con el conjunto, con un antifaz y unas botas negras. Esa zorra se había disfrazado de dominatriz. Haciéndome el idiota, pregunté si quería que me escondiera en un armario para no ser testigo de lo que ocurriera.
No hace falta, me da morbo que estés mirando. Tómatelo como un anticipo-, contestó mientras desnudaba a su secretaria. María se dejó hacer. Callada, soportó sin inmutarse que su jefa desabrochara su falda y su blusa, dejándola solo con el conjunto que yo les había regalado. –Acerca la silla a la cama-, me ordenó a la vez que tumbaba sobre las sabanas a la muchacha,-quiero ver cómo te masturbas mientras me tiro a mi secretaria-

No hacía falta esperar más, sacando de mi maletín el mando a distancia, di inicio al programa que había diseñado especialmente para ella. La siguiente medía hora Jimena iba a sentir como se iba calentando hasta conseguir llevarla más allá del orgasmo, sin saber que María solo disfrutaría de una suave sesión.
La zorra de mi jefa gimió a sentir las primeras vibraciones en su coño y poniéndose a cuatro patas abrió las piernas de María. No le pidió su opinión para hundir su lengua hasta el fondo del sexo de la rubía al saber que al igual que durante los dos últimos años esta no iba negarse, le pagaba un buen sueldo y se creía en el derecho de usarla cuando le diera la gana. “Qué buen culo a desflorar. Qué poco te va a durar virgen”, pensé catalogando mentalmente como un diez las nalgas de Jimena que su lujuria me permitía observar pero no tocar por ahora. Mi cómplice me había comentado que esa mujer solo tenía un tabú en el sexo. Podía ser una ninfómana pero nunca aceptó que nadie hoyase su entrada trasera. “¡Eso va a cambiar!, de hoy no pasa que yo te desvirgue tu rosado agujero”.

La temperatura de la escena iba subiendo por momentos. Desde mi posición, pude percibir como del fondo de su coño fluía sin control un riachuelo que discurría por sus piernas, yendo a morir sobre las sábanas. María era la persona que mejor la conocía, era ella quien debía de dictaminar el momento de tomar el control y someterla. Mientras tanto solo podía observar y callar. Sin quitar ojo de la escena, fui preparándome mentalmente para el instante en que por medio de una seña previamente pactada me dijera que era el momento de actuar. María no dejaba de decirme con su mirada que me deseaba pero que esperara, que todavía Jimena no estaba lista.
Ser el convidado de piedra de un show lésbico no me resultó sencillo y más al ser consciente que una de sus integrantes lo que deseaba es sentir mi pene nuevamente deambulando por el interior de su coño, y no la lengua de la otra. La secuencia de descargas y vibraciones estaban llevando a Jimena al colapso, olvidándose de su pareja se dejó caer sobre las sábanas y retorciéndose buscó con sus manos su propio placer.
Ven. Déjame hacerte el sexo oral como a ti te gusta-, escuché decir a María mientras tumbaba a su acosadora sobre las sábanas. Cuando mi amante, aprovechándose del estado de Jimena, cerró los grilletes en torno a sus muñecas, supe que había llegado el momento de levantarme y ayudarla a inmovilizarle las piernas.

-¿Qué hacéis?-, gritó echa una furia al percatarse de que estaba indefensa.

-Evitar que te escapes mientras María y yo hacemos el amor-, le contesté mientras cogía el mando e incrementaba la velocidad de los distintos aditamentos pero sobretodo del estimulador anal.

Os ordeno que me soltéis, ahora mismo-, chilló histérica.
Poniéndose a horcajadas encima de ella, María le soltó un tortazo.

-¡Puta!, ¡cállate!. Necesito silencio para disfrutar del pene de mi hombre-.

Asustada, obedeció. Se le notaba aterrorizada al saber que la mujer que la tenía sometida había sido objeto de sus desprecios durante mucho tiempo y que ahora se estaba vengado. María me llamó a su lado. Dijo susurrando que quería que le hiciera el amor encima de su presa. Rápidamente terminé de desnudarme.

-Jimena, chúpame mientras yo disfruto de su hombría. Y hazlo bien, o ¡te arrepentirás!-, oí que le ordenaba poniendo su sexo en la boca de la mujer y dirigiéndose a mí, me rogó que me acercara.

Asiendo mi pene con dulzura, acercó su boca a mi tallo y sacando la lengua fue acariciándolo mientras me decía lo mucho que me había echado de menos y que esa puta ya no conseguía excitarla. Su odiada jefa tuvo que soportar escuchar que era un segundo plato, pero lejos de protestar, incrementó sus caricias al sentir que su cuerpo se revelaba contra esa humillación y que contra su voluntad estaba sobreexcitada. La rubia cambiando de posición se tumbó sobre Jimena dándome la espalda, dejando su sexo expuesto a mí pero permitiendo que la morena siguiera mamando de su néctar:

-Fóllame mientras está puta te chupa los huevos, ¡quiero que se trague el flujo de mi placer!-.

Comprendí cual era su intención, mi amante deseaba que fuera coparticipe de nuestro placer para forzar su sumisión. Usando mis manos separé sus nalgas y acercando mi glande a su vulva, exigí a nuestra víctima que la lubricara. Incapaz de negarse abrió su boca engullendo mi miembro mientras yo acariciaba los pechos de mi amada. Ya completamente ensalivada, fui penetrando el sexo de María lentamente para que pudiera experimentar como cada uno de sus pliegues se retorcía al dar paso a toda mi extensión.

-Te necesito-, gritó al sentir como que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina.

Sus palabras de pasión me dieron la motivación extra que esperaba. Usando mi miembro como ariete fui derribando una a una todas sus defensas, a la par que mis huevos rebotaban contra la cara de Jimena. La mujer no pudo evitar soltar un sollozo al oír los aullidos de placer de María. “Estás celosa, puta”. Acelerando mis penetraciones, usé los pechos de la rubia como agarre. Completamente poseída por sus pasiones, me estaba rogando que me corriera dentro de ella cuando empezó a temblar presa del éxtasis que dominaba su cuerpo, momento que aprovechó nuestra jefa para beberse con gran sed el flujo que su sexo derramaba sobre mis huevos.

-¡Me corro!-, clamó desesperada Jimena, retorciéndose bajo nuestros cuerpos.

-No la dejes-, me pidió María,- debo ser yo la primera-.

Reconozco que fui insensible a sus ruegos, pero tenía una buena razón para ello, debía ser mi pene el que la sometiera. Por eso y solo por eso, saqué mi miembro de su sexo y liberando a la zorra, le di la vuelta. Ese culo con el que tantas veces me había masturbado tenía que ser mío. Jimena chilló al darse cuenta de mis intenciones. No hice caso de sus lloros y desgarrando la tela de sus bragas, le abrí sus nalgas y cogiendo flujo del coño de María, relajé durante un momento su esfínter y de un solo golpe la desvirgué analmente. Se quedó paralizada al sentir que le rompía el culo. Había supuesto que iba a revelarse a mi agresión, pero en contra de mi previsión, esperó pacientemente a que yo marcara el ritmo. Mi rubia amante decidió que ella también quería su parte y tirándole del pelo llevó su boca a su sexo.

-¡Dale duro!-, me ordenó María.

No sé si fue eso, o verme como un semental que se estaba cruzando con la mejor yegua de la oficina, pero dándole un azote en las nalgas empecé a mover mi pene en su interior.

-Agg…-gimió al notar que sus músculos eran forzados por los movimientos de mi extensión en su trasero.

Hice caso omiso a ambas mujeres, la posesión de ese ansiado trasero me espoleó y acelerando mis penetraciones tiré de su negra melena, mientras seguía castigando sus cachetes con mi mano. La presión de su esfínter se fue relajando facilitando que la mujer se fuera acostumbrando a sentir mi verga en su interior. Paulatinamente, el dolor fue dando paso al placer, hasta que completamente rendida a mi acoso, clavando las uñas en el colchón reanudó la mamada a la rubia. Ésta al sentir la lengua de su odiada jefa hurgando en su clítoris, me miró buscando mi aceptación.

-Está bien-, al escuchar que no me importaba que fuera su boca quien la hiciera gozar, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se puso a disfrutar.

Ya tenía suficiente confianza con ella para sentir celos de mi montura. Pero aún así, no podía olvidar los malos ratos que le había hecho pasar ni los continuos desplantes con los que mi jefa me había tratado durante años, por eso acercándome a ella, le susurré al oído que ya había descubierto al chantajista y que entre su secretaría y yo habíamos montado esa orgía con el único propósito de bajarle los humos.

-Eres una puta de culo fácil-, le solté mientras cambia de agujero.

Su coño recibió mi pene totalmente mojado. La zorra estaba a punto de correrse y al constatarse del cambio, empezó a estremecerse pidiéndome que no parara. Obedeciendo a mi instinto de depredador, mordí su cuello coincidiendo con el orgasmo de las dos mujeres. Cabreado por no haber conseguido desahogarme, continué acuchillando su cuerpo con mi sexo, prolongando su clímax más allá de lo razonable. María al ver que no conseguía vencer mi erección se agachó a mi espalda y separándome las nalgas, violó mi esfínter con su lengua. La sacudida fue brutal, mi verga explotó anegando la cueva de Jimena con mi semen, mientras su dueña caía desplomada sobre la cama.
Tirados sobre las sábanas, nos costó unos minutos recuperar el aliento, tras lo cual, mi amante me dio un beso diciéndome:
Vámonos a casa, José. Aquí ya hemos terminado
Sabía que tenía razón, solo quedaba una cosa por hacer:
Jimena, en este pendrive, tienes las pruebas que el hacker es González. Haz lo que quieras con él, su disco duro ha sido borrado y no tiene ninguna prueba que usar en contra de ti. Mañana pasamos por el finiquito-.
Lejos de sentirse aliviada, mi querida jefa, totalmente espatarrada y con el culo roto, se echó a llorar al saber que todo había terminado. Ni María ni yo quisimos consolarla y vistiéndonos salimos de su chalet.

-Podíamos haberle pedido que nos acercara a coger un taxi-, me susurró la rubia al caer en la cuenta que teníamos que andar un largo trecho hasta la entrada de la urbanización.

-Eres una ingenua. Antes de cinco minutos esa zorra va a venir corriendo a buscarnos. Acostumbrada a mandar nunca había disfrutado del sexo realmente. Hoy, la hemos desvirgado en más de un sentido. Por primera vez en su vida ha sabido lo que es el placer y ya nunca se le va a olvidar.

 

EPÍLOGO

Esto que os he narrado ocurrió hace seis meses. Hoy en día seguimos teniendo nominalmente un trabajo de mierda, María sigue siendo la secretaria de Jimena y yo, ese empleaducho de tres al cuarto del departamento de desarrollo pero al salir del trabajo y llegar a nuestra casa en la Moraleja, nuestra altiva jefa cambia su traje de chaqueta por el uniforme de criada y se dedica en cuerpo y alma a servirnos.
 
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