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Relato erótico: Colegiala dominada (POR VIERI32)

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indefensa1
La joven Julia venía atravesando los vacíos pasillos de su colegio religioso, abrazando con fuerza contra su pecho, un oso de peluche. Mientras recorría, la leve brisa hacía levantar más su mínima falda y revelaba a los pasillos, sus dorados muslos y largas piernas. La colegiala Julia, de lisos pelos negros y ojos azules que contrastaban con su pequeño cuerpo brillante y que vivía con su padrastro, por que a sus padres, los perdió en un accidente de tránsito.
Y si las desdichas que mencioné no les son suficientes, su padrastro no es sino el director en aquel lugar. Y como casi todos los días, Julia, iba a su oficina.
– Ven – le llamó el hombre cuando ésta entró.
Cabizbaja se acercó, posó su osito de peluche en una esquina del lugar y empezó a desabotonarse su ajustada camisa de colegiala como de costumbre. No era ni por asomo la primera vez que ella lo hacía, y que por costumbrismo, ya no le veía el lado malo de ser abusada por él. Quedó entonces a la vista, el blanco brassier que daba cierto escote, pero al retirarlas éstas, demostraron que sus senos eran pocos insinuantes, como correspondía a su edad.
– ¿Y tu falda más corta?
– Aún no la lavé.
– Cuando terminemos, enviaré ésta falda de mojigata que tienes, a un sastre. Quince centímetros sobre las rodillas son pocos. No me convencen las miradas de tus compañeros, seguro puedes excitarlos más.
– Sí – susurró cabizbaja con el rostro enrojecido tremendamente.
– Tus bragas… –ordenó.
Llevó sus manos bajo la faldita, y retiró su ropa interior, intentó lanzarla a una esquina pero el hombre la atajó a tiempo: – ¿Y esto? – observó con los ojos serios la ropa – ¿Ya te mojas tan rápido?
Un segundo hombre entraba, bastante pasado de peso y edad, era uno de los profesores de aquel lugar.
– Mmm… Preciosita – masculló al verla. En su entrepierna empezó a crecer rápidamente su excitación. Fue a tocarla de arriba abajo mientras la pobre Julia, mordía sus labios y cerraba con fuerza los ojos. – Me encanta esta muchacha, dócil, pequeña y fogosa. Este rostro de virgen – dijo tocándole con su mano su pequeño mentón. – este trasero de adolescente, y su voz de niña. Mmm…
– Ponte sobre el escritorio – ordenó el padrastro.
La joven Julia se apartó del magreo de las manos, y tan sólo con su falda, y medias recogidas hasta los tobillos, se recostó en el escritorio con su cuerpo boca abajo, exponiendo a éstos dos pervertidos, sus dos accesos.
Uno subió la falda por su torso, y empezó a untar una crema con un dedo, en su acceso anal. Julia gemía y arañaba la mesa, no era su primera vez, pero siempre dolía aquello, aunque bien sus gritos de niña que hacía cuando ellos la penetraban allí, parecían excitarlos más.
Ya iban dos dedos que bombeaban su esfínter, la lubricación estaba siendo eficaz. Cuando hubo llegado a tres dedos y la pobre Julia retorciéndose, uno de los dos reposó su glande en la entrada. La sujetó de su pequeña cadera, y lentamente, como si de su primera vez se tratase, empezaba a introducirla.
Al ver a Julia retorciéndose, ordenó a su amigo;
– Mécela por la boquita, así no grita como la última vez.
– ¡No gritaré!- rogó la joven, ¡cuánto odiaba ella lamer aquel gordo venoso y asqueroso mástil! ¡Cuánto odiaba ella el viscoso líquido que depositaba en su dulce boca! Tanto así odiaba ello, que prometió no gritar durante la sodomización.
Gran parte de la hombría de su padrastro estaba en su recto, los bombeos eran extremadamente delicados, pero la joven Julia ya se la veía increíblemente retorcida. Y fue cuando no dio abasto al éxtasis, que chilló ensordecedoramente. No tardó venir el obeso, para enterrar su gordo sexo en su boca.
– ¡Mmm…!
– Te dijo que no gritaras. Y será mejor que ablandes tus músculos traseros, ya sabes lo que te podría pasar si no lo ablandas. ¡Y empieza a lamer pequeña zorrilla!
Por su parte, el padrastro aumentaba los bombeos mientras mandaba una mano en el capullo carmesí de la joven, restregándole sus dedos en la pequeña raja mientras la penetraba el trasero.
– Es increíble como esta muchacha, se moja tan rápido, ¿te gusta verdad?
– ¿A cuántos chicos se las chupaste esta mañana en el baño? –preguntó el profesor.
– Mmm… sie… siete… – dijo a raudas debido al gigantesco sexo que la repletaba su boca.
– ¿¡Siete?! – rió fuertemente el padrastro- ¿No era cinco la “ración” diaria? Vaya que te adelantas al proceso de puta. Veremos cuándo te preparamos algunas jovencitas.
Pobre Julia, aún no sabía cómo aquellos hombres lograron arrancar aquella vena sumisa de su ingenua persona. ¡Pero cuánto le gustaba todo ello!
Aquel que trabajaba en su boca, largó toda su pegajosa esencia dentro de ella, pero ni aún así cesó sus violentos bombeos allí, y fue tal el caso, que el semen se le escurría de sus rojizos labios mientras seguía taladrándola hasta su garganta. El viscoso líquido fluía hasta su mentón y caían al escritorio haciendo hilos blanquecinos. Pero tuvo que retirarse de la boca, pues perdía fuerzas su venosa hombría.
– ¿¡Ya te viniste tan rápido!? – preguntó el padrastro. ¿Aún tienes ganas de probar su mojadito sexo? Es bien apretadito, te lo digo por experiencia. – decía adquiriendo mayor velocidad en el trasero.
Julia se enrojecía, empuñaba sus manos y mordía más sus labios con todo el semen regándose y secándose en su rostro. No dolía tanto aquella sodomización, tantas veces la vejaron allí, que empezaba a verle el gusto. Pero se odiaba a sí misma porque aquello le gustaba.
El obeso empezaba a sobársela para adquirir de nuevo el vigor necesario, se dirigió tras ella, apartando levemente al hombre que la sodomizaba. Reposó su hombría entre los humedecidos labios vaginales, y se la enterró bruscamente hasta su cuello uterino.
Gritó como nunca, chilló como niña, sus pelos se restregaban por su cristalino rostro, empezaba a sudar, a convulsionarse, arqueaba su espalda mientras los dos la penetraban sus dos accesos.
Sentía los glandes de aquellos rozarse en su interior, uno en su sexo, y el otro en su ano. Todo ello la tenía en un punto de nirvana insospechado mientras aullaba y se estremecía sobre el escritorio.
– ¿Te gusta esto, zorra?
– ¿Lo quieres más al fondo? ¿¡Así!?
Los sintió llenarla nuevamente, depositaron todo el pastoso y tibio líquido en su trasero y en su abultado sexo. Los dos se apartaron y la vieron retorcerse mientras el semen se escurría de entre sus piernas hasta los muslos. Su faldita estaba remangada hasta su panza, y junto a sus medias, daban una imagen excitante de la pobre Julia.
– Tómale unas fotografías.
– Está bien. Por cierto, ¿cuándo la enviaremos a tatuarse el trasero?
– Mmm… tal vez la semana que viene. Toma chiquilla, te compramos esta ropa para la próxima vez que salgamos a un bailable. – y lanzó al suelo una bolsa negra.
La muchacha se sentía como el ser más bajo del mundo al ver las ropas, una faldita blanca y un top rosado. Odiaba, pero a la vez le excitaba, que ambos vejetes la llevasen a discotecas en las afueras- donde no la reconocerían- tomada de los brazos de aquellos dos hombres que no eran sino sus amos. Bailar con ellos mientras todos en el lugar la miraban, restregar su pequeño cuerpo al de ellos mientras la comían con la vista, dejarse manosear bajo su faldita mientras todos mascullaban sobre ella. Todo aquello le gustaba a extremos insospechados, pero se odiaba a sí misma por esos gustos. Tan mal la tenían, tanto así la dominaban, y lejos de oponerse, su frágil personalidad le hacía enrojecerse y excitarse al escucharla cómo la degradaban.
– Siéntate sobre el escritorio – ordenó el profesor con una cámara en manos. – y abre las piernas. Empezó a hacerlos a raudas, aquel capullo carmesí con leves vellos y con semen escurriéndose de entre los hinchados labios, harían de las fotos, adquirir valores monetarios atmosféricos para vendérselas a quién sabe qué pervertido. Tras minutos en que la ordenaban posar, abrir sus piernas y mostrar sus intimidades para tomarle las imágenes, la abandonaron allí.
– Mejor vuelve en dos días, que mi esposa vendrá a visitarme.
– Y tu madrastra también, que si se entera… – rió socarronamente.
Salieron de la oficina, y Julia se repuso lentamente, se volvió a vestir de sus mínimas ropas de colegiala, y buscó su oso de peluche. Tomó un cuchillo de uno de los cajones del escritorio, y empezó a degollar el osito con su cara sonriente, no le importaba limpiarse el rostro del líquido allí impregnado, tenía unas ganas tremendas de destrozar su peluche.
Una vez despedazado, Julia retiró del mismo una micro cámara, y dentro de aquel aparato, un pequeño vídeo que había grabado todo. Un vídeo, con el que nuestra joven colegiala, demandaría a esos dos hijos de puta que le robaron su inocencia.
Y al parecer no era tan ingenua…
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

 

 

 

“TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA DE PÓKER” (POR GOLFO) Libro para descargar

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2SINOPSIS:

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.

Cómo amigó de ese insensato quise darle un escarmiento, acepté su puja sin saber que al hacerlo mi vida quedaría irremediablemente unida a Laura…..

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B01ITNAJ8M

Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y el primer capítulo:

Introducción

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.
―¡No seas idiota!― exclamé cabreado e intenté hacerle cambiar de opinión porque una cosa es que no tuviera donde caerse muerto y otra cosa es que apostara a Laura, su esposa.
Desgraciadamente no pude convencer a Mariano y emperrado en sus cartas, insistió en que la aceptáramos incluso como pago.
―¿Cómo pago?― pregunté viendo que en mi mano tenía una jugada ganadora.
―Sí― contestó y dirigiéndose al resto, dijo: ―Me comprometo que si pierdo, mañana a las nueve haré entrega de mi mujer al que gane la apuesta.
De haber sido un desconocido, jamás hubiese aceptado el trato pero deseando darle un escarmiento a ese infeliz para que nunca volviera a jugar con lo sagrado, di por buenas sus condiciones. ¡No en vano era su mejor amigo!
El resto de la mesa trató de hacernos entran en razón y viendo que ambos seguíamos firmes en nuestra decisión, renunciaron a seguir jugando y se quedaron mirando el resultado.
―¿Estás seguro?― pregunté metiendo todo el dinero que tenía sobre la mesa ― Si pierdes, ¡tendrás que cumplir!
El insensato no lo dudó un instante y levantando las cartas, mostró que llevaba un full. El silencio se adueñó de la habitación, la tensión se mascaba en el ambiente y como mi intención era darle un escarmiento, fui una a una bajando las mías. El semblante optimista de Mariano se fue diluyendo al ver cuando llevaba cuatro levantadas que era un proyecto de escalera de color.
―¿Es un rey de corazones? – preguntó pálido por la quinta carta.
―Así es― repliqué mientras depositaba la última a la vista de todos.
Nadie se movió al ver que ese pirado había perdido. Os juro que se hubiese podido oír el sonido de una mosca por lo que tuve que ser yo el que rompiera ese mutismo al decirle mientras recogía mis ganancias:
―Recuerda tu promesa, mañana a las nueve.
―Ahí estaré― contestó destrozado y huyendo como perro apaleado, se fue de la partida.
Nada más desaparecer por la puerta, todos sin distinción se echaron sobre mí y me pidieron explicaciones por ser tan cerdo y haber aceptado que apostara a Laura.
―¿Quién coño creéis que soy?― respondí – Por supuesto que nunca ha sido mi intención quedarme con ella, solo lo he hecho para darle una lección. ¡Qué pase esta noche un mal rato! Mañana vendrá con el rabo entre las piernas buscando que me olvide de esta apuesta. Pienso hacerle sufrir antes de ceder― y alzando la voz, comenté: ―Pensad que hoy ha caído entre amigos pero ¿qué ocurriría si comete esta estupidez entre desconocidos?
Al igual que todos había salido en manada contra mí, al escuchar de mis labios los motivos que me habían llevado a jugar, me dieron la razón y sirviéndome una copa, el más avispado de ellos me soltó:
―Cabrón, ¡qué mal me lo has hecho pasar! Te veía tan serio que realmente pensaba que te querías quedar con Laura.
Soltando una carcajada, respondí de broma:
―Por un momento lo pensé, porque hay que reconocer ¡qué está muy buena!
Los cinco presentes rieron mi gracia y dejando a un lado lo que había pasado, repartí la siguiente mano…

Capítulo 1

El sonido del timbre de mi casa me despertó esa mañana. Con una resaca de mil demonios miré el reloj y al ver que marcaba las nueve y un minuto, recordé entre brumas la apuesta.
«Joder con Mariano, podía haberme llamado», pensé creyendo que venía a disculparse una vez se le había pasado la borrachera. Sin ganas de bronca, me puse un albornoz y abrí la puerta. Imaginaros mi sorpresa al encontrarme a Laura de pie en el descansillo y con una maleta a cuestas.
―¿Qué narices haces aquí?― pregunté totalmente confundido.
La rubia, de muy malos modos, me empujó a un lado y mientras trataba de entrar a mi piso con todo su equipaje, me soltó:
―¡Pagar la apuesta de mi marido!
Ni que decir tiene que me desperté de golpe al escuchar semejante insensatez. No queriendo discutir en mitad de la escalera, haciéndola pasar, la llevé a la cocina y me serví un café mientras intentaba acomodar mis ideas.
«¿Cómo le explico lo de anoche?», mascullé en mi mente buscando una solución al ver que la esposa de mi amigo se sentaba en una silla y me miraba con ojos de desprecio.
Viendo que no quedaba otra, tras dar un sorbo a mi taza, entré al trapo diciendo:
―Ayer tu marido iba pedo y como sabes te apostó.
―Lo sé― respondió con voz gélida – y perdió contigo, por eso estoy aquí.
Os juro que hubiese deseado estar a mil kilómetros de esa airada mujer pero asumiendo que venía a por una explicación, tomando asiento junto a ella, le expliqué que mi intención era dar una lección a su marido pero que en absoluto quería hacer efectiva la apuesta.
Laura al oír que lo que quería era hacer recapacitar a Mariano para que se centrara, perdió la compostura y echándose a llorar, me contó la discusión que habían tenido la noche anterior. Por lo visto, mi “querido” amigo se fue directo a casa y despertándola, le había contado que había perdido todo el dinero que les quedaba. Si ya de por sí eso fue duro, lo que más le dolió a ella, fue que perdiendo los papeles, su marido me echaba en cara el haberle obligado a arriesgarla a ella.
―¡Eso no es cierto! ¡Tengo testigos que intenté hacerle entrar en razón!― protesté indignado por la poca hombría que mostró al decírselo.
―Ahora lo sé― sollozando contestó: ―Mi marido es un enfermo. Por el juego hemos perdido todo nuestro patrimonio. Llevo años aguantando pero se acabó. ¡No pienso volver con él!
Comprendiendo el cabreo de Laura, dejé que se explayara a gusto y así me enteré del modo en que había despilfarrado tanto su herencia como el amor que ella le tenía. Pensando que era pasajero y que cuando se le pasase el enfado volvería con él, pregunté a esa mujer qué tenía pensado hacer.
―No lo sé, no tengo a donde ir y si lo tuviera, no podría pagarlo― respondió con amargura.
Viendo su dolor y recordando los tiempos en que era únicamente la novia cañón que me presentó mi amigo, cometí el mayor error de mi vida al ofrecerle que se quedara en el cuarto de invitados mientras decidía su futuro.
―¿Estás seguro?― secándose las lágrimas, susurró: ―Seré un estorbo.
Tratando de quitar hierro al asunto y en plan de guasa, contesté:
―De eso nada, imagina su cara cuando se entere que vives aquí, ¡tu marido pensará que me he cobrado la apuesta!
Aunque era broma, le gustó la idea y cogiendo mis manos entre las suyas, me soltó:
―¿Me harías ese favor? ¿Me dejarías simular que he aceptado ser el pago?
Jamás debía de haber dicho que sí. Pero sabiendo que Mariano necesitaba un empujón para dejar la ludopatía y si su mujer creía que así él aprendería, como buen amigo debía de correr el riesgo. No supe cuánto me cambiaría la vida al decir:
―De acuerdo, tómate un café y acomódate en la habitación de la derecha mientras me ducho.
El chorro de la ducha me hizo reaccionar y fue entonces cuando me percaté que la presencia de Laura en mi casa despertaría no solo las suspicacias de su marido sino también la de todos nuestros conocidos.
«La noticia que vive aquí va a correr como la pólvora», determiné francamente preocupado, «y lo peor es que todo el mundo va a pensar mal». La certeza que la reputación de ambos iba a correr peligro me hizo recapacitar; por eso al salir, me vestí rápidamente y fui en busca de mi invitada.
El destino quiso que al entrar en su cuarto, no la encontrara pero que justo cuando iba a salir de allí, viera que la puerta del baño estaba entreabierta. Sin otra intención que hablar con ella, me acerqué y fue entonces cuando la vi entrando a la ducha.
Sé que hice mal pero no pude dejar de observarla. Ajena a estar siendo espiada, Laura dejó caer su vestido, quedando desnuda sobre los azulejos mientras abría el agua caliente.
«¡Dios!», exclamé para mí.
Era la primera vez que la veía en cueros y jamás me había imaginado que la esposa de Mariano tuviese un cuerpo tan espectacular. Todos sus conocidos sabíamos que estaba buena pero ni en mis sueños más calenturientos, hubiese supuesto que tras la ropa ancha que solía llevar se escondieran esos impresionantes pechos.
«¡Menudas tetas!», sentencié al disfrutar de la visión de esas maravillas. Grandes y bien colocadas, sus pechugas terminaban en punta y estaban adornadas por unas areolas rosas que invitaban a llevárselas a la boca.
Estaba a punto de escabullirme cuando sus nalgas me dejaron anonadado. Os juro que jamás en mi vida había visto un culo tan impresionante y más excitado de lo que debería estar, me pregunté si el diablo había creado esos cachetes para tentar a los humanos. Y digo humanos porque viendo ese trasero no me quedó duda que hubiese dado igual que fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, nadie en su sano juicio podía quedar indiferente.
Para colmo Laura, canturreando y creyendo que estaba sola, se metió en la ducha y empezó a enjabonarse. Ante tal sugerente escena no pude evitar que mi pene reaccionara y totalmente acalorado, seguí embobado cómo esparcía el jabón por su piel. Estaba intentando sacar fuerzas para dejar de espiarla cuando a través del resquicio de la puerta, observé a esa rubia jugueteando con sus pezones al aclararlos.
Mientras la razón me pedía salir de allí, mi bragueta me hizo permanecer inmóvil. Sé que fue un acto inmoral pero es que ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras se duchaba, fue superior a mis fuerzas y cayéndose mi baba, seguí mirando:
«¡Qué buena está», reconocí al tratar de asimilar tanta belleza. Para que os hagáis una idea y sin que sea una exageración, os tengo que decir que en Laura hasta su coño perfectamente recortado es bello.
Por suerte advertí que estaba a punto de terminar de ducharse y no queriendo que me pillara espiándola, tuve tiempo de salir huyendo con mi rabo erecto entre las piernas. Ya en mi habitación el recuerdo de su cuerpo desnudo, me hizo imaginar a Laura masturbándose. En mi cerebro, esa rubia comenzó a toquetear entre los pliegues de su sexo hasta encontrar un pequeño botón. Una vez localizado y mientras se pellizcaba con dureza las tetazas que me habían dejado sin respiración, comenzó lentamente a acariciarlo.
Poco a poco sus dedos fueron incrementando el ritmo y lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. En mi cerebro, la esposa de Mariano se dejaba llevar y separando sus rodillas, torturó su ya henchido clítoris. De su garganta comenzaron a emerger unos suaves suspiros que fueron transmutándose en profundos gemidos mientras llevando mis manos entre mis piernas, cogía mi pene y me ponía a pajear.
«¡Quién pudiera comerle el coño!», pensé mientras por primera vez sentía envidia de mi amigo, sin saber todavía que esa mujer se convertiría en mi obsesión.
Esa idílica y espectacular rubia estaba temblando de placer fruto del orgasmo que asolaba su cuerpo cuando sobre mi cama, me corrí soñando que era yo el que la tocaba…
¿Simulación o realidad?
La torpeza de Mariano no terminó con la apuesta porque, al no volver su mujer a casa, supuso que la ausencia de Laura era resultado de su ludopatía. Siendo eso parcialmente cierto, nunca se le ocurrió pensar en que su pareja y su amigo le estaban haciendo sufrir para que recapacitara y erróneamente asumió que estaba haciendo uso de mis derechos y me estaba cobrando en carne su error.
«Este tío es un cretino», sentencié cuando a la hora de comer no había llamado.
Para entonces, las paredes de mi hogar me parecían los muros de una celda al tener a Laura deambulando por ellas y no queriendo que a ella le ocurriese lo mismo, decidí invitarla a comer fuera. Al comentárselo, aceptó pero puso como salvedad que nadie nos acompañase y que fuéramos solos. Reconozco que me extrañó esa condición y por ello le pregunté el porqué.
―Si vamos con amigos, tendremos que explicarles qué tramamos y no quiero que Mariano se entere que todo es una pantomima.
Sus razones, aunque de peso, me ponían en una difícil situación, ya que si alguien nos veía, podría malinterpretarlo. No queriendo ser el causante y menos el protagonista de ese sabroso chisme, metí la pata por segunda vez en el día y llevé a esa rubia a un coqueto restaurante de las afueras donde no nos íbamos a encontrar con ningún conocido. Sabía a la perfección que era un lugar seguro porque era el garito al que acudía cuando mis conquistas o yo teníamos algo que perder si nos pillaban. En pocas palabras, era a donde llevaba a las casadas o con pareja.
Supe de lo desacertado de esa elección al verla salir de la casa y comprobar que Laura se había arreglado a conciencia:
«Viene vestida para matar», mascullé entre dientes.
Y no era para menos porque la pareja de Mariano apareció con un entallado vestido que lejos de ocultar las excelencias de su cuerpo las realzaba.
«Ahora sí, ¡cómo nos vean van a pensar que hay algo entre nosotros!», murmuré de muy mala leche al darme cuenta que era incapaz de retirar mis ojos de su escote.
Sé que Laura se percató del efecto que la poca ropa que llevaba causó en mí porque con una sonrisa de oreja a oreja, riendo, me soltó:
―¿Te parece que voy un poco descocada?
―Un poco― con una mezcla de vergüenza y excitación, reconocí.
Mi respuesta satisfizo a esa rubia y dejando meridianamente claro que esas eran sus intenciones, comentó:
―Llevaba años sin ponerme este traje. Me parecía demasiado sexy para una mujer casada.
«¡La madre que la parió!», exclamé mentalmente mientras encendía el automóvil, «¡parece una puta cara!
Descompuesto, enfilé la Castellana rumbo a la carretera de Burgos. Os juro que mi corazón vio incrementado su ritmo exponencialmente cuando en un semáforo, descubrí que si giraba un poco la cara podía ver sus patorras en plenitud.
«Joder, ¿qué se propone está tía?», me pregunté.
Laura debía saber que, en esa postura, podía ver el inicio de sus bragas pero no hizo nada por taparse y de buen humor, me interrogó sobre nuestro destino.
―A un restaurant― fue mi lacónica respuesta.
Afortunadamente, no insistió porque no ve veía capaz de conversar con ella ya que al hacerlo, mi mirada irremediablemente se enfocaría entre sus muslos.
Comprendí que había sido un error el elegir ese lugar cuando al entrar, oí a José, el maître, decir con sorna:
―Don Pedro, viene hoy muy bien acompañado.
«¡Puta madre! Ha supuesto que Laura es una de mis pilinguis», maldije para mí temiendo que lo hubiera oído y se diera por aludida. La suerte quiso que o bien no lo escuchó o bien no se lo tomó en cuenta porque nada más sentarse alegremente le pidió que le pusiera un tinto de verano.
El empleado aleccionado por mí otras tantas veces, contestó:
―Señorita, iba a descorchar una botella de Dom Pérignon.
Poco habituada a esos excesos por la difícil situación económica a la que les había abocado la afición al juego de su marido, Laura me miró con picardía y contestó:
―Siempre me olvido de lo detallista que es mi Pedro― tras lo cual dirigiéndose a José, respondió: ―Ábrala.
No que decir tiene que ese “mi Pedro” hizo despertar todas mis suspicacias y preocupado por el rumbo que iba tomando esa comida, deseé nunca haberme ofrecido a sacarla a comer mientras el maître abría ese champagne.
A partir de ese momento, la situación se fue relajando al ritmo en que vaciábamos nuestras copas. Todavía hoy no sé si fue por el efecto del alcohol o por la natural simpatía de esa rubia pero lo cierto es que al poco tiempo, empecé a disfrutar de su compañía y a reírle las gracias.
Por otra parte la fijación con la que los camareros rellenaban nuestras copas, avivaron el descaro de esa monada y susurrando en mi oído, preguntó:
―¿Me estás intentando emborrachar?
La dulzura de su tono hizo reaccionar al dormilón entre mis piernas y desperezándose se irguió bajo mi pantalón mientras le contestaba:
―No entiendo, ¿con que fin lo haría?
Muerta de risa, entrecerró sus ojos al decirme:
―No sé, se nota que traes aquí a tus amiguitas.
Tratando de echar balones fuera, solté una carcajada y cogiéndole de la mano, quité importancia al hecho diciendo:
―Jamás he venido con una mujer tan guapa― mi piropo tuvo un efecto imprevisto y ante mis ojos los pezones de la esposa de Mariano se fueron poniendo duros por momentos.
Alucinado por ello, no pude retraer mi mirada de esos dos montículos cuando siguiendo con la guasa, Laura insistió:
―¿Y han sido muchas las incautas que han caído en tus brazos en este lugar?
―Algunas― respondí un tanto incómodo.
Descojonada por el mal rato que me estaba haciendo pasar, ese engendro del demonio incrementó mi turbación al contestar:
―¿Eso es lo que pretendías al traerme aquí?
Como comprenderéis, lo negué pero dando otra vuelta de tuerca, Laura me soltó:
―¿No me encuentras atractiva?
Viendo que me tenía contra la pared y que daría igual lo que contestara, contrataqué con una broma:
―Eres preciosa pero no necesito seducirte, recuerda que te gané jugando a las cartas.
Mi burrada consiguió ruborizarla al no esperársela pero reponiéndose al instante y de bastante mala leche, respondió:
―Si eso opinas, a lo mejor deberías intentar cobrar la apuesta.
El cabreo de Laura era tan evidente que traté de disculparme diciendo:
―Para mí eres territorio vedado.
Ese comentario inocente empeoró las cosas y con voz gélida, me rogó que la llevara a casa. Como no podía ser de otra forma, pedí la cuenta y en menos de cinco minutos, estábamos en el coche de vuelta a mi piso.
«¿Qué he dicho para cabrearla así?», me pregunté mientras a mi lado, la rubia permanecía mirando por la ventana y sin dirigirme la palabra.
Tras mucho cavilar, llegué a la conclusión que su enfado venía al haberla hecho recordar el modo en que Mariano se había jugado no solo su patrimonio sino su relación en una timba de póker. Por ello decidí dejarlo pasar y no volver a mencionarlo. Al llegar a mi apartamento, Laura se encerró en su habitación y sintiéndome parcialmente culpable de su dolor, decidí ponerme una copa mientras intentaba buscar una solución satisfactoria para los tres. Y digo los tres porque con el whisky en mis manos, no pude dejar de pensar en que mi amigo también lo debería estar pasando fatal al no saber nada de la que había sido tantos años su pareja.
«¿Qué le pasa a Mariano? ¡Son las cinco y todavía no ha llamado!», refunfuñé al no comprender que no hubiese hecho acto de presencia.
«De ser yo, estaría de rodillas, pidiéndole perdón», pensé para mí.
Fue entonces cuando me di cuenta que sentía algo por esa mujer. Enojado conmigo mismo, vacié mi vaso y levantándome del asiento, fui a la barra a rellenarlo. Me parecía inconcebible el sentir algo por la esposa de un amigo y más que tuviera que haber ocurrido todo eso para darme percatarme de ello.
«Estoy como una puta cabra», sentencié molesto, «Laura, después de lo que pasó con ese insensato, necesita espacio».
Sin pérdida de tiempo me bebí esa segunda copa y me puse una tercera, intentando quizás que el alcohol apaciguara los sentimientos recién descubiertos por esa mujer. Desgraciadamente, ese whisky me hizo rememorar su cuerpo desnudo al entrar a la ducha y comportándome como un cerdo, deseé que su marido nunca volviera por ella.
«¡No se la merece!», murmuré afectado por el recuerdo mientras se enjabonaba sus pechos, ya que en mi mente como si fuera realidad, esa rubia se estaba acariciando las tetas mientras me sonreía.
Estaba soñando con los ojos cerrados cuando de pronto, el sonido del timbre me despertó y por ello, me levanté a ver quién era. Tal y como me temía, me encontré a Mariano tras la puerta.
«Viene a disculparse», mascullé y mientras le hacía pasar, me fijé en sus ojeras, «se le nota arrepentido».
Sin darle opción a negarse, le puse un whisky. Tras lo cual, ambos tomamos asiento sin que ninguno de los dos tomara la iniciativa y rompiera el hielo, entrando al trapo. El silencio mutuo me permitió observarle con detenimiento. Además de venir sin afeitar, mi amigo parecía apesadumbrado.
«No me extraña», medité, «yo estaría avergonzado».
Durante un par de minutos, solo nos miramos. Era tal la tensión que se mascaba en el ambiente que decidí cortar por lo sano y directamente, pregunté:
―¿A qué has venido?
Incapaz de mirarme y mientras se frotaba las manos con nerviosismo, contestó:
―A negociar contigo que me devuelvas a Laura.
Todavía hoy desconozco que me cabreo más; que no mostrara un claro arrepentimiento o que hablara de su esposa como fuera un objeto. Disimulando mi ira, le di una segunda oportunidad al preguntarle que me ofrecía, pensando que quizás entonces se desmoronaría y prometería dejar el juego. Lo cierto es que nunca me imaginé que ese tonto de los cojones dijera que me pagaría con lo que ganara esa noche en otra partida y que encima me pidiera dos mil euros para invertir en ella.
Estaba a punto de echarle de casa a empujones cuando escuché a Laura decir:
―Dáselos pero que sepa que, gracias a él, he encontrado alguien que me mima y que nunca volveré a ser suya porque ya tengo dueño.
Al girarme me quedé tan sorprendido como horrorizado porque esa mujer se había cambiado de ropa y se mostraba ante nosotros, vestida únicamente con un picardías negro totalmente transparente.
«¡Qué coño hace!», exclamé creyendo que se iba a montar la bronca. Durante unos segundos, no sabía si mirar la reacción de Mariano o por el contrario admirar las rosadas areolas de Laura que se conseguían adivinar a través de la tela.
Consciente del efecto que esa nada sutil entrada había producido, sonriendo, me pidió si podía ponerse una copa. No pude contestar porque temía que en cualquier momento, su marido me saltara al cuello. Laura no esperó mi respuesta y meneando su trasero, se acercó hasta la barra.
«¿De qué va esto?», medité perplejo mientras miraba de reojo tanto al que había sido su pareja tantos años, como a las impresionantes nalgas que con todo descaro estaba exhibiendo.
Mariano estaba al menos tan sorprendido cómo yo. Jamás había supuesto encontrar a su mujer casi desnuda en mi casa y enfocando su cabreo en ella, exclamó:
―¡No llevas bragas!― y rojo de rabia, le ordenó que se tapara.
Sabiendo que solo podía empeorar si intervenía, me quedé callado. Era algo entre ellos dos y si decía algo, a buen seguro saldría escaldado.
―Te recuerdo que ayer me vendiste y que ahora tengo un nuevo dueño― contestó su esposa y sin mostrar un ápice de cabreo, le dijo: ―Solo Pedro puede decirme cómo debo ir vestida.
Para colmo, luciéndose, Laura se acercó a mí y como si fuera algo pactado, se sentó en mis rodillas. Mariano al ver a su mujer abrazándome casi en pelotas, supuso que ya éramos amantes y demostrando su falta de hombría, me recordó que necesitaba esos dos mil euros.
―Trae mi cartera― pedí a Laura― ¡la tengo en el cuarto!
Dejando su copa, me besó en la mejilla y siguiendo estrictamente el papel de flamante sumisa, dejándonos solos, fue en busca de lo que le había pedido. Para entonces, os tengo que reconocer que estaba indignado con Mariano y por ello cuando su preciosa mujer me trajo la billetera, saqué la suma que me pedía y demostrando todo el desprecio que sentía por su persona, se la di diciendo:
―Ya no eres bienvenido en esta casa. No vuelvas o tendré que echarte a patadas.
El impresentable de mi conocido cogió los billetes de mi mano y enseñando nuevamente la clase de hombre que era, desde la puerta, me soltó:
―Esta puta no vale tanto dinero. Cuando la uses, te darás cuenta que te he timado.
Sé que me extralimité pero era de tal magnitud mi cabreo, que cogiendo de la cintura a su esposa, respondí:
―Te equivocas, llevamos todo el día follando y te puedo asegurar que no tengo queja.
Para dar mayor realismo a mis palabras, besé a la mujer, hundiendo mi lengua hasta el fondo de su garganta. Sorprendentemente mientras su marido salía de la casa pegando un portazo, Laura respondió con pasión a mi arrumaco pegando su pecho al mío.
Si esa mañana, alguien me hubiese dicho que pocas horas más tarde estaría besando a esa mujer no le hubiese creído pero si llega a afirmar que estaría acariciando su impresionante culo, lo hubiese tildado de loco. La verdad es que en ese momento, yo tampoco me terminaba de creer el tener a mi disposición semejantes nalgas y no queriendo perder la oportunidad durante cerca de un minuto, dejé que mis dedos recorrieran sin limitación alguna ese trasero con forma de corazón.
Lo malo fue que eso provocó que mi pene reaccionara a ese desproporcionado estímulo, irguiéndose bajo mi pantalón. Laura recapacitó al notar la presión de mi entrepierna sobre ella y separándose, se sentó frente a mí diciendo:
―Tenemos que hablar.
Todavía con la respiración entrecortada, traté de ordenar mis ideas pero la belleza de esa mujer casi desnuda me lo impidió. Para entonces mis hormonas eran dueñas de mi mente y en lo único que podía pensar era en hundir mi cara entre sus tetas pero la seriedad con la que me miraba, me devolvió a la realidad y la culpa me golpeó en la cara y me eché en mis hombros la responsabilidad de lo sucedido.
―Lo siento― conseguí murmurar.
Mi sorpresa se incrementó por mil cuando cogiendo su cubata, la esposa de mi amigo me sonrió y dijo:
―No tienes nada de que arrepentirte, gracias a ti me he librado de mi marido― y recalcando sus palabras, prosiguió diciendo: ―Tendría que haberlo hecho antes pero nunca me atreví a dar ese paso.
A pesar de estar de acuerdo con ella, sabía que a partir de ese momento, tanto ella como yo, estaríamos tachados socialmente porque todos nuestros conocidos supondrían erróneamente que éramos amantes desde antes. Al explicárselo, la rubia contestó:
―Te equivocas, Mariano me perdió en esa partida y hoy al escuchar tu ira, me ganaste a mí.
―No entiendo― alucinado respondí.
La chavala, soltando una carcajada, se explicó:
―Hasta esta tarde, seguía guardándote rencor por haberte prestado a jugar con mi futuro pero al ver como reaccionabas con mi ex, me di cuenta que tenía que hacer que cumplieras con tu obligación y exigirte que me aceptes como tu mujer.
Durante unos pocos segundos, creí que estaba bromeando pero al ver la entereza de su mirada, me hizo comprender que iba en serio y aterrorizado por su significado, exclamé:
―¡Estás loca!
Su reacción a mi exabrupto fue insólita porque imprimiendo un tono duro a su voz, me soltó:
―Mi decisión es firme, ¡seré tuya!
Tratando de hacerla razonar, le expliqué que era inmoral, que me negaba y que ella no podía obligarme. Creí que al escuchar mis razones, Laura daría marcha atrás pero en vez de hacerlo, incrementó la presión diciendo:
―Sé lo mucho que te gusta el juego por lo que te propongo una apuesta…
―¿Qué apuesta?― casi gritando pregunté.
Descojonada, se levantó del asiento y dejando caer su ropa, se quedó completamente desnuda, mientras me decía:
―Durante una semana me quedaré en esta casa, si en ese tiempo no consigo que te acuestes conmigo, buscaré otro sitio donde vivir.
Temblando al comprender lo duro que me resultarían esos siete días, contesté:
―¿Y si pierdo?
Solemnemente, respondió:
―Nunca volverás a jugar a las cartas y te casarás conmigo.
A regañadientes al saber que no podía dejarla en la estacada ya que no tenía donde caerse muerta, acepté su oferta creyendo que en cuanto recapacitara, ella misma anularía tamaña insensatez…

 

Relato erótico: “Secuestrado, atado y humillado por mi ex suegra” (POR GOLFO)

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Sin título1

Primer acto:

Odio en lo que me he convertido, siempre me había considerado un hombre con mayúsculas. El poder, el sexo y el dinero habían marcado mi vida y hasta hace seis meses, creí haberlo conseguido. Toda mi existencia había discurrido sobre rieles. Licenciado de una de las mejores universidades de España, fui contratado por una multinacional con veintitrés años, inaugurando una brillante carrera, de manera que tras diez años de arduo trabajo era uno de los ejecutivos mejor pagados de la empresa. Respecto al sexo, siempre me había dejado llevar por las faldas, saltando de un coño a otro sin importarme los que dejaba atrás.
Desgraciadamente todo tiene un final y para mí, llegó una de tantas noches de copas. Había salido con un par de amigos de juerga y reconozco que me debí de pasar porque solo recuerdo salir de una discoteca con una rubia bajo el brazo. Estoy seguro que esa puta formaba parte del plan y que por culpa de mi bragueta, no me di cuenta del cambio que iba a representar en mi vida. Por mucho que intento hacer memoria no me acuerdo de mi secuestro ni de como llegué a donde me desperté.
Solo os puedo decir que amanecí con un gigantesco dolor de cabeza y que al tratarme de mover fui incapaz porque  estaba atado de pies y manos. Al abrir los ojos, me costó enfocar y cuando lo hice, me quedé aterrorizado al reconocer la habitación.
¡Ya había estado allí!.
Tres años antes, María me había llevado a esa casa en mitad  del campo y durante dos semanas había disfrutado de su cuerpo sin pararme a pensar que esa niña bien se había enamorado de mí. De vuelta a Madrid, había sido mi novia hasta que harto de su dependencia la mandé a volar. Todavía me estremezco recordando su llamada dos meses después de haberla dejado. La cría desesperada me pidió llorando que volviera con ella. Al no hacerle caso, me amenazó con quitarse la vida  porque, según ella, no podía vivir sin mí. Sé que me comporté como un hijo de perra, pero no aguantaba el cerco al que me tenía sometido y por eso creyendo que era un puto chantaje, le prometí que si se suicidaba, iría a su entierro. No debí ser tan duro y menos debí colgarle porque a la mañana siguiente, la policía tocó a mi puerta para avisarme de su muerte.
Por lo visto, María se había tomado un bote entero de pastillas pero antes de cometer esa locura, llevada por el dolor, había dejado dos cartas, una para su madre y otra para mí, explicando el porqué de su decisión.
Lo que en teoría era un claro suicidio se complicó porque mi ex novia dejándose llevar por la frustración había destrozado su apartamento  y su familia, podrida en dinero, había movido sus hilos buscando que me acusaran de haberla asesinado. Afortunadamente, las pruebas demostraron mi inocencia y jamás fui acusado formalmente de su muerte, pero todavía recuerdo con horror mi careo con su viejo.
Para don Lucas, un vasco de pura cepa, daba igual que tuviera una coartada o que los forenses dejaran meridianamente claro que nadie la había forzado, para él yo era el culpable del fallecimiento de su hija y a voz en grito, juró vengarse. Por mucho que intenté hacerle ver que nada había tenido que ver y que María había estado ingresada en un psiquiátrico antes de conocerme, no dio su brazo a torcer y solo la presencia de los agentes evitó que me agrediera.
Durante casi un año, estuve con líos de abogados. Personalmente sabía que esa muchacha habría tomado tarde o temprano esa decisión y que mi única culpa era no haberla hecho ni caso pero aun así me reconcomía haberle dado el último empujón. Temiendo su venganza tardé en no buscar a mi alrededor un sicario que cumpliera su mandato, por eso me alegré al enterarme de que un ataque al corazón había acabado con él y creyéndome liberado, reinicié mi vida como si nada hubiese pasado. El alcohol y las putas volvieron a poblar mis noches mientras mis días transcurrían de éxito en éxito.
Con todo ello torturando mi mente, traté de zafarme de los grilletes que me retenían pero tras muchos intentos, caí rendido al darme cuenta que ni siendo un superhombre podría deshacerme de las cadenas que me mantenían maniatado a esa cama. 
-Veo que te has despertado- oí decir a mi derecha.
Al girarme descubrí a la madre de mi ex en la puerta, sonriendo. Su rostro reflejaba la satisfacción de tenerme postrado a su antojo. Todo en ella era desprecio, no me costó comprender que iba a ser objeto de su ira y por eso, inútilmente traté de escapar. Al percatarme que era imposible, paré y casi llorando imploré su perdón.
-Por tu culpa, me he quedado sin marido y sin hija- me respondió acercándose a mí – desde hoy vas a reemplazarlos-
No comprendí sus intenciones hasta que cogiendo una tijeras, con la tranquilidad de una perturbada, esa mujer fue cortando mi ropa. Os reconozco que estaba aterrorizado, creía que había llegado mi última hora. Chillando intenté razonar con esa mujer pero ella enfrascada en su turbia labor, obvió mis ruegos y no paró hasta dejarme desnudo.

Atado y en pelotas, no pude evitar que esa arpía se apoderara de mi sexo y cogiéndolo entre sus manos, buscara obsesivamente mi erección.

-¿Qué hace?- grité al ver que esa señora de la alta sociedad,  lo meneaba rítmicamente mientras se ponía a horcajadas sobre mí..
-Llevo muchos meses sin sentir a mi hombre- soltó mientras separando sus piernas se lo introducía lentamente en el interior de su vagina. No me había fijado que mi ex suegra aun completamente vestida, venía sin bragas.
Creyendo que no era bueno en esas circunstancias hacerla enfadar, dejé de debatirme sobre las sábanas y quedándome inmóvil, permití que esa chalada tomara lo que había venido a buscar. La mujer lentamente se fue empalando mientras no paraba de decir lo mucho que me odiaba. Sin otra cosa que hacer, me puse a fijarme en mi captora. Con los cuarenta bien entrados, esa rubia si no llega a ser por su mirada homicida, podía considerarse como una mujer atractiva. Dotada al igual que su hija de grandes pechos, fue cogiendo ritmo acuchillándose con mi falo. Bajo la tela, dos enormes bultos subían y bajaban al compás de su cabalgar.
Tratando de hacer memoria, recordé que se llamaba como su hija y buscando su favor, le pedí que parara:
-Jamás, vas a darme lo que me quitaste- respondió mientras se desabrochaba los botones de su vestido y sin mediar palabra, los acercaba a mi boca -¡Chúpalos!- me ordenó.
Solo me quedó obedecer y sumisamente saqué la lengua para apoderarme de los negros pezones que esa tarada puso a mi disposición. Sus gemidos al sentir mi humedad recorriendo sus aureolas, lejos de excitarme me dejaron paralizado. Fue entonces cuando recibí su primer golpe. Con la mano abierta me cacheteó brutalmente, exigiendo que siguiera mamando de sus senos. Reconozco que me sentí indefenso y tiritando de miedo, absorbí con mi boca de sus enormes ubres.
-Vas aprendiendo- gritó acelerando el ritmo de su cabalgar.
Saltando sobre mi falo, esa mujer se ensartó sin pausa mientras su respiración cada vez más alterada me revelaba la siniestra excitación que la empezaba a dominar.
-Me encanta- aulló alegremente y llevando el frenesí de sus movimientos hasta el límite, me pellizcó dolorosamente mi pecho, diciendo: -¡Como echaba de menos a mi marido!-
La humedad que manaba de su vulva me avisó que esa mujer estaba a punto de correrse y suponiendo erróneamente que su liberación correspondería con la mía, me dediqué en cuerpo y alma a mamar sus tetas. Con la mi glande rebotando sobre la pared de su vagina, la madre de mi ex novia siguió violándome hasta que desplomándose sobre mí, experimentó un brutal orgasmo. Reptando sobre mi piel, exprimió su placer mordiéndome en el cuello. Mi grito no consiguió evitar que esa bruja soltara su presa hasta que provocándome una profunda herida, bebió de mi sangre.
-¡Qué dulce eres!- exclamó relamiéndose los labios.
Al bajarse y advertir que mi miembro seguía erecto, soltó una carcajada y poniendo su culo sobre mi cara, me exigió que relajara su ojete con mi lengua. Quise negarme pero ella asiendo mis testículos entre sus manos, me dijo regocijándose de mi angustia:
-¿No querrás sufrir más de lo necesario?- 
Humillado por tener que saborear su culo, saqué mi lengua y recorriendo los bordes de su ano, fui aflojando su esfínter mientras esa puta no paraba de gozar con mi degradación. Mi suplicio no hizo mas que empezar, María restregó su trasero contra mi cara sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Al cabo de unos minutos, esa maldita cuarentona decidió que su entrada trasera estaba lista y poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo, se fue clavando el culo sin parar de reír
-¡No sabes las veces que Lucas me usó así! Era un hombre viejo pero tenía un pene formidable-
No me pude creer lo que estaba oyendo, el marido de esa pervertida con fama de gran señora  la había acostumbrado a los placeres de la carne con una eficiencia que sería digna de encomio sino fuera porque en ese momento me estaba violando. Alucinado por el descubrimiento, me quedé perplejo al observar que sin ningún gesto de dolor esa zorra se había embutido toda mi extensión en el interior de sus intestinos y que sin esperar a que se acomodara, salvajemente me empezaba a cabalgar.
-¡Mierda!-chillé al sentir que mi pene era forzado hasta la locura.
Elevándose sobre mí y dejándose caer, esa guarra disfrutó tanto del trato que llevando su mano a la entrepierna, me gritó:
-Primero me vas a follar bien follada y luego seré yo quien te dé por el culo-
Disfrutando como la perra que era, Doña María no dejó de masturbarse mientras su estrecho conducto absorbía con facilidad cada una de las arremetidas de mi verga. Aullando y berreando sin importarle que alguien nos oyera, esa mujer buscó y consiguió ordeñarme el miembro. Solo cuando sintió que explotaba y que con bruscas sacudidas, dejaba mi simiente en su escroto, solo entonces, paró y poniendo una tierna expresión, me susurró al oído:

-Ves que fácil ha sido comportarte como mi marido. Ahora te dejo descansar durante una hora pero luego te toca sustituir a mi hija-

Quise llorar de impotencia. Solo el hecho de que si lo hacía esa engreída iba a ser consciente del dominio que ejercía sobre mí, evitó que mis ojos se poblaran de lágrimas y que como una plañidera me echara a berrear.  Cuando me dejó solo, suspiré aliviado pero al cabo de un tiempo, el no saber qué era lo que  esa bruja me tenía preparado hizo que me empezara a poner nervioso. Paulatinamente mi turbación se fue trasformando en miedo y el miedo en terror, de forma que cuando mi ex suegra apareció por la puerta, estaba nuevamente acojonado:
-¿Qué me vas a hacer?- grité al verla trayendo un recipiente caliente entre sus manos.
La cuarentona se rio y enseñándome el interior de la vasija, me contestó:
-Depilarte. Todas las semanas se lo hacía a mi niña-
Tengo que confesar que fui un idiota, al ver que era cera y que su siguiente paso era algo tan nimio como haberme la depilación, me serené.
 “¡Que pronto saldría de mi error!.  
Doña María, con fría profesionalidad, se sentó a mi lado y cogiendo una paleta de madera, se puso a extenderla. Tras dejar dos bandas de cera caliente sobre mi pecho, esperó a que se enfriara y entonces agarrando una por un extremo, jaló con todas sus fuerzas.
-¡Mierda! ¡Eso duele!- chillé al sentir cómo arrancaba parte de mis vellos al hacerlo.
Como respuesta, me dio el segundo tortazo mientras me decía:
-No te quejes, lo que tú me has hecho duele mucho más-
Comprendí que se refería a la muerte de sus seres queridos y sabiendo que de nada me serviría tratar de apaciguarla, me callé y dejé que siguiera sin quejarme. Sé que mi sumisión le dio alas, porque obviando mis gemidos de dolor cada vez que tiraba de la cera, esa perra cada vez más alegre prosiguió con su labor. En pocos minutos, se deshizo de todos los vellos que colmaban tanto mi pecho como mi estómago, dejando mi piel colorada y adolorida.
Creí que se había acabado mi suplicio al oir que me decía, comprobando el resultado:
-Ahora estas más guapo, antes parecías un oso-
Y digo creí porque reinició su faena con mis piernas. Nuevamente el dolor provocó que gimiera al sentir como arrancaba mis vellos y nuevamente mi captora me pegó una bofetada para recordarme que no debía quejarme.
-¡Puta!- le solté mostrándole todo mi desprecio.
Mi insulto la enervó y retirándose de la habitación, me dejó solo. No tardó en volver pero esta vez con un cinturón en sus manos:
-¡Te voy a enseñar lo que es dolor!- me gritó mientras descargaba un cinchazo sobre mi cuerpo.
Ese fue el primero de muchos porque esa arpía no paró hasta que completamente derrotado le pedí perdón por enésima vez. Curiosamente mis múltiples berridos no la habían apiadado, el modo en que conseguí que parara y cuando ya creía que me iba a matar, fue cuando se me ocurrió implorarla diciendo:
-¡Mamá! ¡Ya he aprendido mi castigo!-
Mis palabras suavizaron la dureza de su semblante y poniendo una sonrisa malévola en sus labios, me contestó:
-Ves que fácil es complacerme-

A partir de ese momento, fue incluso tierna al depilarme y os tengo que decir que cuando le tocó el turno a mi entrepierna, esa loca se permitió el lujo de hacerlo con brocha y jabón. No sé si fue el cambio, pero al sentir la caricia de la brocha en mis huevos, mi miembro me traicionó irguiéndose. Ella al ver mi estado, se  dedicó a excitar mi sexo mientras terminaba de afeitarme, de manera que cuando acabo, mi pene tenía una erección de caballo. Satisfecha, se levantó y con una extraña sensualidad se desnudó frente a mí junto antes de agachándose, meterse entre mis piernas. No comprendo cómo ni porqué me puso a mil ver que desnuda mi ex suegra acercaba su boca a mi miembro, pero la verdad es que desbordado por las sensaciones le rogué que me la comiera.

No se lo tuve que repetir dos veces, esa perturbada abriendo sus labios, fue introduciéndoselo lentamente en su interior mientras no dejaba de acariciar mis  testículos. Increíblemente no cejó hasta que su garganta terminó de absorber toda mi extensión y entonces imprimiendo un ritmo suave fue sacando y metiéndose mi pene de su boca.
“¡Dios que mamada!” pensé quejándome en ese momento de no poder colaborar con ella por tener mis manos atadas.
Absorta en su maniobra, María  llevó sus dedos hasta su clítoris y separando sus labios, se dedicó a masajearlo sin dejar de mamar mi miembro. Con mi mente confusa por la paliza y por lo que estaba experimentando, le pedí que me dejara corresponderle. Mi ex suegra no se hizo de rogar y poniendo su sexo a mi alcance, dejó que mi lengua se regocijara jugando con su botón.
-Sigue mi amor, ¡Como echaba de menos la lengua de mi niña!- gritó mientras frotaba convulsionando de placer su vulva contra mi cara.
Juro que nunca creí que en esas circunstancias hubiera actuado de forma semejante. Debo de admitir que bebí y lamí la vulva de mi secuestradora voluntariamente y lo que es peor, cuando sentí que se corría me dediqué en cuerpo y alma a satisfacerla, de forma que prolongué su éxtasis durante largo tiempo. Tiempo que ella consagró a  exprimir con un entrega  digna de alabanza mi pene. Cuando viendo que me iba a correr, se lo dije, mi ex suegra aceleró aún más sus maniobras, de modo que no tardé en eyacular en el interior de su boca.
María al saborear mi semen, se volvió loca y llenando mi cara con su flujo, se volvió a correr mientras devoraba una tras otra mis sacudidas.  Reconozco que pocas veces había experimentado un placer semejante, por eso cuando esa puta sacando su lengua se dedicó a limpiar los restos de mi eyaculación, no pude más que darle las gracias.
Agradecida, me agarró los huevos y retorciéndolos entre sus manos, me dijo mientras yo aullaba de dolor:
-Estoy cansada, luego nos vemos-
Agotado, roto y humillado, lloré como una magdalena cuando se fue. No era por el dolor que sentía en mi entrepierna sino por la certeza de que esa chiflada no pararía hasta someterme por completo a sus caprichos. Algo en mí, me dijo antes de quedarme dormido que si mi ex suegra había conseguido que me entregara a ella después de torturarme, cuando me hubiera tenido unos días a su merced sería su esclavo y por eso con el corazón encogido, lamenté la perdida de mi libertad.

Segundo acto.

Era la hora de la cena cuando esa perra volvió a la habitación. Vestida con un conjunto de lencería negro, tengo que reconocer que al verla no pude dejar de aceptar que esa rubia estaba buena.  Sus pechos alzados por el sugerente sujetador, me pedían a voz en grito que los acariciara y sus piernas decoradas con unas medias del mismo color hasta el muslo se me antojaron dos monumentos a los que besar. María se dio cuenta de lo que sentía porque mi miembro saliendo de su letargo, se puso morcillón al sentir su mirada.
-¡Qué putita es mi niña! ¡Se alegra al verme!- me dijo sentándose en la cama donde seguía atado.
Nada más hacerlo, me besó brutalmente, mordiendo mis labios mientras me empezaba a acariciar el pene, el cual al recibir sus toqueteos se terminó de erguir sobre las sábanas.
-¿Tienes hambre?, porque yo sí- me soltó y sin esperar mi respuesta, comenzó a masturbarme ferozmente –Dale a mamá tu leche-
La violencia de su perversa forma de amar consiguió demoler cualquier resistencia mía y cerrando los ojos me concentré en recibir placer. La bruja llevando la velocidad de sus maniobras al límite, me ordeñó con premura y cuando de mi miembro empezó a brotar el néctar que buscaba, metiéndoselo en la boca, saboreó hasta de la última gota. Yo, inmerso en un estado de confusión total, me dejé llevar y aunque cueste creerlo disfruté. Mi sumisión pareció molestarle porque llevando su otra mano hasta mi pecho, pellizcó salvajemente mis pezones, diciéndome:
-¿Recuerdas cuando te pillé masturbándote a los quince años?, fue la primera vez que tuve que castigarte por ser tan zorra y veo que no has cambiado-
Sus palabras me dejaron helado. Esa hija  de puta creía que estaba hablando con su hija. Si ya eso era perturbador de por sí más lo fue enterarme que mi pobre ex novia había recibido sus atenciones desde los quince años. “Con razón tenía depresiones” me dije al percatarme que si para mi estaba siendo imposible de soportar, para esa niña apenas salida de la niñez debió de ser el desencadenante de su locura. 
Estaba tan alucinado que no me di cuenta ni de que esa zorra se había levantado ni  de que tirando de las cadenas que me tenían sujeto, me daba la vuelta. Sé que perdí la oportunidad de escapar porque en un momento dado doña María debió de soltar al menos una de mis manos y uno de mis pies, pero la verdad es que para cuando quise reaccionar, estaba nuevamente atado y lo que es peor, dado la vuelta y con el culo en pompa. Tampoco sé de dónde sacó una fusta con la que de pronto se puso a flagelarme.
Gritando que lo hacía por mi bien, doña Maria se dedicó a castigar mi trasero sin importarle los tremendos gritos que salieron de mi garganta cada vez que sentía en mis nalgas la caricia de la vara.
-¡Así aprenderás a obedecer a mamá!- me decía.
El dolor era ya insoportable cuando de improviso cesó el correctivo y el infierno de los golpes se transformó nuevamente en una placentera caricia cuando esa loca, cogiendo crema de la cómoda, se puso a extenderla sobre mi adolorida piel:
-Lo ves, cuando te portas mal, tengo que castigarte pero al final también tengo que ser yo quien te consuele-
“Está jugando al palo y la zanahoria” comprendí pero incapaz de oponerme, me quedé inmóvil mientras apaciguaba el dolor producto de los golpes. Lejos de conformarse con un masaje, la señora separó mis nalgas y acercando su lengua a mi esfínter, me lo empezó a lamer. Jamás ninguna mujer y menos un hombre se había apoderado de esa parte tan íntima de mi cuerpo pero tras la sorpresa inicial, os tengo que confesar que la nueva experiencia me encantó. Al introducir su húmedo apéndice en mi ano, mi pene saltó como impulsado por un resorte e incomprensiblemente se volvió a poner duro. Mi captora debió disfrutar del sabor de mi entrada trasera porque durante al menos diez minutos, jugueteó con mi ojete relajando.

Juro  que no preví su siguiente paso,  cogiendo con una mano mi miembro, se puso encima de mí y fue entonces al sentir un extremo duro, supe lo que me tenía preparado. “¡La muy puta tiene un arnés!” pensé horrorizado al experimentar la presión de un glande de plástico sobre mi todavía virginal agujero.

-¡Ahh!- grité al ver horadado mi esfínter.
Infructuosamente intenté liberarme de su ataque pero doña María aprovechando que estaba indefenso, no solo no sacó el falo de plástico sino que con un movimiento de caderas lo fue introduciendo por completo en mis intestinos. Me creí morir, era tal el dolor que pensé que me iba a partir por la mitad y por eso, llorando le imploré que parara:
-Cállate, putita- soltó la mujer con un tono extrañamente dulce –Ya sabes que a mama le gusta hacerte el amor-
Paralizado por el sufrimiento y costándome hasta respirar, me quedé quieto deseando que terminara esa tortura.   Mi ex suegra obviando mi padecimiento, terminó de penetrarme y cuando la base del arnés ya chocaba contra mis nalgas, tomando nuevamente mi pene entre sus manos, empezó a moverse. Lentamente, mientras con sus dedos masturbaba mi miembro, esa puta usó su juguete para demoler la última de mis defensas. Nunca jamás se me había pasado por la cabeza que alguien me diera por culo y menos que ese alguien fuera la madre de mi ex, pero la verdad es que al cabo de unos minutos de gabalgar pausado, mi esfínter ya se había relajado e incomprensiblemente el dolor se fue convirtiendo en placer.
Doña María al percatarse del cambio, susurró a mi oído:
-Eres una calentorra-
Sus palabras fueron el inicio de una loca carrera donde esa puta machacaba sin compasión mi culo mientras se jactaba de ser mi dueña. Mi ex suegra contagiada de mi excitación movía con rapidez sus caderas, intentando que el extremo del arnés que tenía incrustado en su propio coño le llevara hasta el orgasmo.
-¡Muévete guarra!- exclamó excitada dando un sonoro azote en mis ya adoloridas nalgas -¡Quiero que te corras como la puta que eres!-
No sé si fue el golpe, si fue el dolor acumulado o si en realidad y contra toda mi lógica heterosexual, el que me tomara de esa forma me estaba gustando, pero lo cierto es que berreando entre lágrimas me corrí ruidosamente. Doña María al ver que de mi pene brotaba el producto de mi excitación, pegando un alarido se unió a mi orgasmo mientras mordía mi cuello en un intento de no gritar. El que si gritó fui yo, al sentir su mordisco, experimenté uno de los mayores placeres de mi vida y convulsionando sobre las sábanas terminé de vaciar de semen mis huevos.
Durante unos minutos yací casi desvanecido con el miembro de plástico incrustado en mi interior. Sin fuerzas para hacer otra cosa que esperar, me quedé tumbado con ella encima hasta que sin hablar, esa mujer se levantó de la cama y desapareció. Su partida me permitió desahogarme y llorando como un niño, pené mi desgracia sin importarme que mi captora me oyera. Esa zorra sin alma había acabado con toda mi personalidad en menos de doce horas y por eso, consumido por el llanto, sollocé por mi hombría perdida.


Epilogo:
 
Al cabo de dos horas, doña María retornó a la habitación. Se la veía contenta y nada más entrar, metió una cinta en el video y lo encendió mientras me decía:
-Putita, mira lo que he grabado-
Durante mas de una hora, tuve que soportar ver la humillación sufrida. Esa puta había filmado todo lo ocurrido. Cuando hubo terminado, me dijo:
-Ahora te voy a soltar pero recuerda que tengo copias de seguridad y si algo me ocurre, todos tus conocidos recibirán un ejemplar y sabrán que eres una zorrita masoquista y maricona. ¿Comprendes a lo que me refiero?-
-Si- contesté hundido porque esa mujer me tenía en sus manos.

 

Nada más liberarme de mis ataduras, recogí mi ropa y huí de esa casa, pero no de su vida porque todos los viernes, mi ex suegra viene a mi piso y renueva conmigo el perverso modo de amar con el que tenía sometida a su anterior familia. 


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erotico: “Carne tierna para dos abuelitos” (POR ROCÍO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Hola queridos lectores de Pornografo Aficionado, me llamo Rocío y soy de Montevideo. Quisiera compartir nuevamente con ustedes mis relatos. En una primera vez conté cómo mi instructor de tenis me calentó hasta liberar la putita que tenía escondida en mí, para convertirme en su esclava particular.

Luego cómo el mismo hombre amañó mis entrenamientos de tenis para que yo y mi hermano termináramos follando como cerdos.
—-
Yo estaba muy nerviosa porque terminó la sesión de entrenamiento. El Señor Gonzáles, mi instructor, me había dicho días atrás que pronto me metería cuatro dedos en el culito para seguir ensanchándolo y por fin hacerme debutar con su enorme tranca, pero la verdad es que con tres dedos yo me ponía a chillar y llorar porque me resulta muy doloroso aún. ¿Cuatro dedos? Me ponía caliente la idea pero mi culito pedía tregua. Pensé que tal vez si le hacía una pajita tras los arbustos podría perdonarme por ese día.  
-Rocío, te puedes ir a tu casa, tengo que prepararme porque me voy a Paysandú, me invitaron a un torneo Senior Amateur que durará una semana. Creo que tengo condiciones para llegar mínimo a la final, ¿tú qué piensas?
-¿Se va por una semana? Ojalá tenga un accidente en el camino y así nunca más volvamos a vernos.
-Qué malvada eres. ¿Vas a extrañarme, mi putita?
-No soy su putita. Debería darle vergüenza hablarle así a alguien de mi edad.
Claro que iba a extrañarlo. ¿Pero admitir que me gusta el contacto de su verga en mi coñito, de sus dientes en mis pezones, de sus peludos huevos en mi boquita? ¿Admitir que me mojo todita cuando me ordena ir a su oficina para “jugar un rato”? Jamás, que yo tengo una imagen de chica decente que mantener.
Me dio un beso y se alejó. Me hice de la remolona y crucé mis brazos como si no me importara. ¿Una semana sin mi querido instructor? Era una locura. Le seguí hasta su coche, a una distancia prudente sin que él me notara. Cuando se subió, me acerqué y golpeé la ventanilla insistentemente con mi raqueta:
-¿Qué pasa, Rocío?
-¿Ese torneo en Paysandú no tendrá una sección amateur para gente de mi edad?
-Sí, seguro que lo hay. ¿Y por qué quieres ir a ese torneo?
-Usted más que nadie ha visto mi progreso en la cancha, creo que un torneo para medir mis capacidades sería perfecto, ¿no?
-A ver, Rocío, ese torneo es importante para mí, preferiría evitar cualquier tipo de distracción. Y tú, tu culito, tus tetas y tu coñito son una maldita distracción.
-¿Qué le hace pensar que quiero estar con un viejo asqueroso como usted? Ya le dije, quiero probar mis habilidades, apoyarme y ayudarme es su responsabilidad como mi instructor. ¡Mi padre le paga para eso!
-Mira jovencita, si tanto quieres ir, voy a esperarte mañana aquí a las dos de la tarde, pero iremos para JUGAR TENIS y nada más. Habla con tu padre, él confía en mí, dile que te alojarás en mi casa en Paysandú.
-¡No me haga llorar de la risa, Señor! ¿Realmente piensa que solo lo hago porque quiero follar con usted? Baje esos humos, pero por favor.
………
Yo estaba afuera de la habitación de mi papá, esperando que terminara de hablar teléfono, pero parecía que nunca iba a terminar de discutir con su colega.  Para esa ocasión solo llevaba una remerilla rosada que revelaba mi ombligo y una braguita blanca. Me había deshecho de la coleta y dejé que mi cabello lacio y mojado terminaran de darme la imagen ideal.
Entré en su habitación. Él me miró fugazmente mientras hablaba, puso su mano en el móvil y me dijo:
-Rocío, ¿entras sin tocar?
-Perdón papi, quería pedirte un favor.
Me subí en su cama y a cuatro patas avancé lentamente hasta quedar encima de él. Su mirada era extraña, como si tratara de reconocerme. Aún no sabía que su hija se había convertido en una adicta al sexo duro. Me mordí el labio inferior y llevé un mechón tras mi oreja.
-Papi, hablemos un ratito.
-Te llamo luego  –colgó su móvil-. Pero bueno, mírate nada más, qué bonita estás, Rocío. ¿Qué quieres?
-Voy a irme a Paysandú para participar en un torneo amateur de tenis. No te preocupes por mí, me alojaré en la casa del Señor Gonzáles y su esposa –inventé lo de la esposa-.
-Sigues viviendo bajo mi techo. Mi casa, mis normas, chica. No hay trato, te quedas aquí.
Me estaba poniendo de los nervios, sentía que la tranca venosa de mi entrenador se alejaba de mis manos. Volvió a coger su móvil para llamar a su colega pero yo no iba a dejarle, me abalancé para abrazarlo con brazos y piernitas, mi manito disimuladamente lanzó el móvil al suelo, llevé mi naricita hasta su oído y le susurré muy sexy:
-Por fiiiii papiii, no seas malo, te prometo que te traeré una medalla para que estés orgulloso de tu nenita.
-Rocío… ufff, pero qué te pasa…
Quiso apartarme pero yo me senté sobre él y apoyé mis manos en sus hombros. Gemí porque el culo aún me dolía un poquito, pero decidí aguantármelo, me reí y mordí la puntita de mi lengua.
-No te soltaré hasta que me lo permitas, papi. Venga, solo serán unos siete días, te llamaré todos los días, te lo juro.
-Bufff… Confío en el Señor Gonzáles, ha enderezado un montón a tu hermano. No se lo digas a nadie, pero el muchacho me dijo que está enamorado de una chica y que busca ponerse serio con ella.
Pues claro que mi hermano estaba enamorado. Estaba enamorado de mí gracias a las clases de tenis de mi instructor. Pero él era de lo menos en ese momento, era evidente que mi papá no me veía como una mujer deseosa de carne, yo era simplemente su hijita, por más cortita de ropas que estuviera, por más que yo gimiera como cerdita y por más que me restregara contra su pelvis.
-Papi no hablemos de Sebastián, hablemos del torneo de tenis en Paysandú.
-Ah, eso. No, lo siento Rocío.
Mandé mi rodilla en su entrepierna y golpeé ligeramente su bulto. Él quería acomodarse pero yo lo tenía bien sujeto, me acerqué más y más con una carita de gatita triste.
-¿Me he portado mal alguna vez, papi?
-Ufff… Ro… Rocío, me estás golpeando ahí abajo. ¿Quieres salirte de encima?
-No hasta que me des permiso, papi.
Dejé que mi coñito, mojadito ya tras la braguita, se restregara contra su polla. Sonreí cuando sentí que poco a poco se endurecía, él quería salirse obviamente pero yo no le iba a soltar, iba a calentarlo a tope.
-Madre mía, niña… ¿puedes dejar de hacer eso?
-¿Hacer qué, papi? –Besé la puntita de su nariz–. Te voy a comer a besos y no te soltaré hasta que me des permiso.
Empecé a dar piquitos en su mejilla, luego fui hasta la comisura de sus labios de manera rápida. Él ladeaba su rostro con risas forzadas mientras su polla ya se ponía a pleno. Me reí tan inocentemente pude, restregándome más y más, luchando ambos en la cama. Un libro cayó al suelo, una almohada también, y así, enredados los dos entre las sábanas, por fin habló:
-¡Bufff!… Suficiente, Rocío… ¡Basta!, la verdad es que nunca me has fallado. Vale, puedes irte. ¡Simplemente sal de encima!
-Eres el mejor papi del mundo.
-Sí, claro, recuerda llamarme todos los días.

Me fui con una sonrisa de punta a punta pero con unas ganitas terribles también, de hecho me llevé una almohada para que no notara mi braguita mojadita. Obviamente no iba a follar con mi papá, que no soy tan guarra. Por eso fui a la habitación de mi hermano Sebastián, que con él sí podría descargarme todita.

Pateé su puerta violentamente y lo asusté. Estaba escuchando música desde su cama, tenía puesta una camiseta de Peñarol y nada más, se podía apreciar su pija morcillona reposando entre sus piernas. Con la mirada enojada le pedí que levantara sus brazos. Cuando lo hizo le quité su camiseta y lo tiré al suelo.
-Flaca, ¿estás con hambre, no?
-Imbécil, no soporto esa camiseta y lo sabes, solo te la he quitado porque no la quiero ver –mentí, evidentemente quería deleitarme con la vista.
-¿A qué se debe esta visita inesperada, Rocío?
-Mañana me voy a Paysandú para jugar un torneo. Estaré fuera por una semana.
-Vaya mierda, flaca, ¿ahora a quién le pediré una mamada matutina?
-Pues te buscas una novia y listo.
-No quiero una novia, te quiero a ti.
Me puse un poquito colorada pero tenía que ser firme: -Se ve que cuando eras bebé te caíste de cabeza, nene. Por nuestro bien será mejor que te consigas una chica y te dejes de tonterías conmigo.
-Ya, ya… supongo que tienes razón. Es una pena, flaquita, porque creo que tenemos mucha química en la cama. Digo, en la mesa.
-¿Ves cómo eres subnormal, Sebastián? Si tú quieres puede seguir como perrito faldero detrás de mí. Evidentemente no conseguirás nada, pero bueno, eso ya es tu problema.
-Claro, claro, “yo jamás me rebajaré a follar contigo” y tal.
Cerré su puerta y puse el seguro, me mordí el labio inferior, avancé hacia él y me quité la remerilla. Él sonreía como un tarado porque le encantan mis tetas, pero yo iba a borrar esa sonrisa muy rápido:
-Sebastián, he grabado cuando follamos en la cocina.
-¿Eh? ¿Que qué has hecho? … ¿QUÉ ME ESTÁS DICIENDO?
-Se lo mostraré a papá a menos que hagas algo por mí.
-No te atreverías, puta.
-¿A que no? He visto el vídeo solo una vez y se nota que eres tú el que insiste follarme –la verdad es que me he hecho un montón de pajitas muy ricas viendo varias veces ese video.
-¿Quieres dinero, eso quieres maldita ramera?
-Vas a ser mi esclavo, Sebastián. Y la única orden es que sientes tu puta cabeza. Que elijas una chica decente y te pongas serio. Y si quieres montar a tu nueva novia, lo harás LEJOS de aquí. No pienso volver a soportar tus griteríos tras la pared de mi habitación.
-¿En serio? ¿Es todo? Creo que puedo hacerlo.
-Te recomiendo que busques novia ya, que de mí no volverás a obtener carne -Me quité la braguita y la tiré en su cara.
-¡Jaja!, flaca, si no existieras te inventaría –dijo oliéndola.
Me arrodillé frente a su imponente polla. No tardó mucho en ponerse a tope gracias a mis manitos y lengüita, que si algo he aprendido desde que me he convertido en la putita de mi instructor, es mamar pollas. Puse la puntita de mi lengua en el glande y jugué un poco con ese agujerito en el centro, eso lo volvió loco y quiso salirse de encima porque se ve que aún no se acostumbra a mis mañas. Pero no pudo escaparse porque yo atajaba fuerte su tronco con ambas manitos.
Empecé a mordisquear la cabecita de su enorme pija, mirándolo y contemplando cómo ponía una cara retorcida. Envié una mano entre sus huevos y su culo, ahí donde es tan sensible y empecé a acariciarlo con mi dedito corazón. Eso lo puso más loco y se tuvo que morder una almohada. Yo estoy acostumbrada a que me tomen del cabello para que me follen la boca, pero como mi hermano es algo lerdo yo tuve que hacer todo el trabajo. Metí su tranca hasta el fondo de mi garganta, hasta que ya no pude respirar, luego lo retiré un poquito y seguí ensalivando.
Sebastián gemía demasiado pero por suerte su música estaba un poquito fuerte, pero si aumentaba sus gritos papá podría pillarnos. Eso me puso a cien, así que lamí con mucha fuerza ese pollón y acaricié esos huevos para verlo sufrir. Puso sus ojos en blanco y con una cara horrible se corrió en mi boca, yo me aseguré de succionar muy fuerte y exprimirlo bien, que por la experiencia sé que a veces quedan gotitas que les cuesta salir de la uretra. Quería tener toda su lechita, pero no para tragarla.
Cogí su camiseta de Peñarol. Yo soy hincha de Nacional, así que escupí toda su lefa caliente en su camiseta con mucho cariño. No lo vio pues se tiró en su cama para descansar. Me reí y me subí encima de él, más le valía al cabroncito volver a poner a tope ese cipote, que yo no me iría de su habitación sin una buena ración de carne porque mi padre me ha dejado cachondísima.
-Ufff… flaquita, ¿qué haces? Pensé que nunca te subirías a mi cama.
-Te voy a besar, Sebastián.
-Ni lo pienses, ¡aléjate! Eso es asqueroso, tienes los labios repletos de semen, putamadre.
-Eres mi esclavo ahora, toca complacer a tu dueña.
-Estás loca, Rocío.
Me acarició la mejilla y me miró muy tierno. Yo me mordí la lengua porque sabía que la noche solo comenzaba para nosotros.
…………….
Al día siguiente esperé a mi instructor en el predio. Me fui con una camiseta femenina de mi querido Nacional y unos leggins ajustados de color blanco, lo elegí adrede para que se vieran bien mis labios vaginales, que a esa altura ya estaban bien voluminosos debido a la succión matutina que me regaló mi hermano a modo de despedida. Básicamente, quería mostrarle a mi instructor que mi chumino tenía ganas de recibir pollas.
Vino puntual pero no quiso bajarse del coche para abrirme la puerta. Me enojé un poquito, ya podría ponerse caballeroso pero qué se puede esperar de alguien cuya meta en la vida es follarme el culito con su puño.
Llegamos a Paysandú cerca de las seis de la tarde. Casi cuatro horas de viaje en donde traté de calentarlo en vano, desde luego era verdad eso de que él quería evitar tentaciones. Incluso cuando hicimos una parada para cargar combustible, me salí del coche, levanté un poquito mi camiseta y le mostré mi culito para preguntarle si mi leggin tenía alguna rajadura. El cabrón soportó mis embistes pero yo no me iba a rendir.
Llegamos al recinto para inscribirnos en nuestras respectivas modalidades. Luego de merendar en ese hermoso lugar, nos fuimos a la casa del Señor Gonzáles. No estaba muy lejos del complejo deportivo, era una casa de dos pisos bastante grande, mucho más que la mía, y me dijo que vivía allí antes de separarse de su ex.
-Mi habitación está arriba, a la izquierda.
-¿Y cuál es la mía, profe?
-Al otro extremo, allá, a la derecha.
-Joder, me ha puesto muy lejos de usted.
-Mira, Rocío, en mi grupo está el señor Guillermo Peralta. Desde chiquillos siempre hemos sido muy enemigos y competitivos. Voy a enfrentarme a él mañana, y lo último que necesito es desconcentrarme. Así que por esta noche necesito que estés lejos de mí.
-Lo dice como si yo quisiera dormir con usted, viejo pervertido.
Cerca de las nueve de la noche me fui a su habitación para golpear su puerta. Me puse un camisón sexy y trasparente que revelaba que yo no tenía braguitas puestas. Toqué un montón de veces y parecía que no me iba a abrir, pero lo hizo al decimoprimer intento. El señor puso una cara de perros y se recostó en el marco de la puerta:
-Rocío… ¿Qué haces aquí a estas horas?
-Señor Gonzáles, esta casa es enorme. La mía es pequeña y estoy muy acostumbrada a dormir con gente cerca de mí. Más allá de que las paredes me separan a mí de mi hermano y mi padre, siento que están cerca para protegerme.
-Ajá…
-Voy a entrar en su habitación para dormir. Agradecería que no hiciera nada obsceno conmigo Señor, verá, yo también tengo un partido de tenis importante mañana.
-No entrarás, Rocío, me va a ganar la tentación. Además no hay lugar en mi cama, tal vez si hubieras traído tu colchón jaja…
-Resulta que sí he traído mi colchón, Señor Gonzáles –le señalé el pasillo en donde se quedó trancado.
Y así pude descansar más tranquila sabiendo que estaba cerca de alguien. El colchón lo acomodé al lado de su cama, pero no podía dejar de pensar en el macho que dormía a un paso de mí. Me levanté y subí en su lecho. Me arrodillé y puse mis manos en mi regazo, mi boquita estaba levemente abierta, mi respiración entrecortada.
-Rocío, ¿qué mierda tienes en la cabeza? -me preguntó cuando estiré su frazada y la tiré al suelo. Su deliciosa polla se podía apreciar bajo el slip, si era por mí me abalanzaba y le metía mi lengua hasta la uretra. Pero me atajé.
-Acompáñeme hasta la cocina, Señor, quiero tomar agua.
Mi cara estaba colorada. Mi camisón no podía disimular mis pezones paraditos y mi chumino húmedo. El señor Gonzáles me vio la cara desesperada, toda calentita y cabreada a la vez porque no podía tranquilizar mis ganitas.
-¿Y por qué no vas tú sola?
-Tengo miedo, es todo. No le molestaría si realmente no tuviera sed.
No me hizo caso, buscó su manta y se arropó de nuevo. Con mucho cabreo y muy cachonda, dormí a su lado pegando mis pechitos contra su espalda, restregando mis piernitas por las suyas. Reposé mi nariz cerca de su oído para que escuchara mi respiración, y hasta fingí tener pesadillas para que escuchara mis gemidos de perrita pero el desgraciado no me prestaba atención. Ambos teníamos prioridades, él ganarle a su enemigo de toda la vida, y yo, ganar una medallita para mi padre. Se ve que el único con fuerza de voluntad para alcanzarlas era él. 

El día siguiente estaba bastante nublado. Por las duda llevé una sombrilla de su casa antes de irnos al predio. Su partido era bien temprano y desde luego estaba concentrado al cien por cien, evitándome y dejándome con muchísima ganas de follar. Y eso que yo lucía bastante apetecible con mi faldita deportiva y mi camiseta ajustadita, lista para jugar. Eso sí, se sentía raro usar malla tras tanto tiempo sin ella.

Su juego fue el primero. Le acompañé hasta su cancha y me senté en una paupérrima gradería, con la increíble cantidad de tres personas más. Por lo visto mi instructor es famoso. Saludó y charló con su rival, calentaron un rato para después empezar el juego que consistía en tres sets. El Señor Gonzáles peleó duro en la primera tanda de manera increíble, eran idénticos en habilidades. Yo me enojé porque toda esa energía la podría usar mejor conmigo.
Ganó el primer set a duras penas, pero lamentablemente para él, no pudo comenzar el segundo set porque la lluvia se hizo presente. Vino junto a mí para resguardarse bajo mi sombrilla. Yo estaba cabreadísima, ¿he viajado cuatro horas para nada? Por un instante pensé que hubiera sido mejor haberme quedado con mi hermano Sebastián en casita.
-Señor Gonzáles, estuvo usted muy bien.
-Gracias Rocío, ¡la verdad es que no pude haber comenzado mejor! El segundo set será muy duro pero tengo energía a tope, esto de no follar me devuelve mucha vitalidad, seguro que gracias a eso tú también ganarás fácil, chica.
Me levanté bastante enojada. Se suponía que había viajado hasta Paysandú para comer carne pero no la estaba obteniendo. Le tiré la sombrilla y me fui a por una caminata bajo la lluvia esperando que mi calentura y cabreo se calmaran un poquito. Mi entrenador quiso detenerme pero yo no quería saber nada de él.
Durante mi caminar vi que el Juez de silla y el Juez de línea del partido me llamaron a lo lejos. Ellos estaban afuera de una pequeña oficina. Eran dos hombres mucho más mayores que mi entrenador: si él iba por los cuarenta, ellos probablemente rondarían los cincuenta y muchos como mínimo. Ambos canosos y con un poquito de pancita, pero se le veía muy felices, fumándose unos habanos. Me acerqué a ellos, toda mojadita y con la cara de pocos amigos.
-Oye, niña, ¿por qué caminas por ahí sin una sombrilla?
-Vas a pescar un resfrío, ven un rato, entremos hasta que pare la lluvia. ¡Hay toallas y café!
-Eso, no aceptaremos un no por respuesta. Por cierto, tú estabas en las graderías mirando el juego, ¿no?
-Sí señores, estaba mirando el juego entre el Señor Gonzáles y un tal Peralta. Como sea, aburrido a más no poder.
-¡Ja! Qué graciosa, vamos adentro.
Cuando entré en la pequeña oficina, me senté y crucé mis brazos. Ellos notaron que yo estaba visiblemente molesta, por lo que me tiraban muchas bromas para levantarme el ánimo sin éxito. Me pasaron una toallita y posteriormente una tacita de café. Fue cuando le di un sorbito que se prendió un foco dentro de mi cabeza, los dos árbitros me miraron con sonrisas amistosas. Desde luego no sabían lo que les tenía preparado.
-Mi novio me ha dejado, señores árbitros -mentí.
-¡Oh, ya veo niña! Pues lo lamento mucho, así que por eso estabas con esa carita tan malita.
-Nosotros hemos pasado mucho por esa clase de situaciones cuando teníamos tu edad, chica, y míranos ahora, sonriendo y pasándola bien. Lo que te quiero decir es que todo termina superándose.
-No sé, es que lo amaba mucho, pero resulta que es un cobarde porque de un día para otro decidió cortar conmigo por Wassap.
-¿Waqué? Mira, tú eres una chica muy bonita, en serio, no vas a tardar en encontrar a un chico que te sepa apreciar.
Empezaron a salir mis lágrimas de cocodrilo. Puse la tacita en una mesita y me levanté como para irme del lugar. No tardó uno de ellos en soltar su habano para rodear su brazo en mis hombros y zarandearme amistosamente.
-¡Ánimo, chica! ¿Cómo te llamas? Te pareces un poquito a mi nieta, por lo tremendista que eres.
-Rocío, me llamo Rocío, señor árbitro.
-Llámame Jorge. Y mi amigo allí es Alberto. Venga, no nos gusta ver una carita tan linda así de triste.
Como el señor no planeaba abrazarme a pleno, lo hice yo. Puse mi cabecita bajo su mentón y restregué un poquito mi cuerpito contra él, muy sutilmente y gimiendo. Sentí su mano acariciando mi cabello y aproveché para rozar un poquito mis piernitas contra su bulto.
-¡Nadie nunca más me querrá, señor Jorge!
-No digas eso, me voy a cansar de decirte que eres una chica muy hermosa. Si tuviera veinte, ten por seguro que estaría detrás de ti todo el rato.
-¡Y yo también, chiquilla, te diría un montón de guarrerías, jaja! –dijo Alberto, levantando su habano.   
-Tranquilo Alberto, no te pases y controla tu lengua, que ella tiene la edad de tu nieta Sofía.
-¿Qué me tranquilice yo? Eres tú el que la está abrazando demasiado apretado, hombre. Además, para mí tiene un aire a Rosalba, tu nieta.
La verdad es que me estaba cabreando un poquito que solo fueran capaces de pensar en sus malditas y tiernas nietas, así que decidí seguir estirando la situación hacia donde yo quería.
-¿Qué clase de guarrerías me dirías, señor Alberto? –le miré con mis acuosos ojitos.
-Pues tengo un montón en mi repertorio pero no te los voy a decir, ¡que no quiero corromperte!
Sonreí un poco. Me di cuenta que hasta ese momento Jorge no me soltaba de sus brazos, le miré y le di un beso en la mejilla para susurrarle “Muchas gracias por levantarme el ánimo”. Me abrazó muy fuerte con una gran sonrisa mientras ya podía sentir poco a poco su pollón erecto bajo su pantalón, rozándose contra mi muslo juguetón.
Me salí del abrazo y me acerqué a Alberto. Como él estaba sentado, aproveché y me senté en sus piernas. No me gustaba mucho ese olor pesado a habano pero debía aguantármelo.
-Ojalá consiga un novio como ustedes, señores.
-Rocío, ya quisiera que mi esposa fuera tan coqueta como tú.
A él también le besé su mejilla, no sin antes gemir levemente a centímetros de su oído. En cuestión de segundos su tranca se podía sentir bajo mis muslitos. Y así, sonriente, llevé accidentalmente mi mano en su paquete y puse una carita de sorprendida. Los dos viejos me miraban con asombro.
-Lo… Lo siento, Rocío, por favor sal de encima, qué vergüenza, vaya no sé dónde meter mi cara.
-No se avergüence, Señor Alberto. Me sorprende y me halaga, no sabía que a vuestra edad aún puedan levantar al soldadito.
-Jaja, te equivocas Rocío, claro que podemos. Y con la experiencia que tenemos, podemos guerrear de maneras que tu exnovio nunca podrá.
Jorge se acercó a nosotros y me tomó de la otra manito. Me la llevó hasta su enorme erección y yo fingí asombrarme, pero luego agarré esa enorme tranca que parecía iba a reventar su pantalón:
-Pues sí, niña, ¿o crees que tener canas y barriga nos quita el deseo sexual?
-Diossss… vaya, señor Jorge, es TREMENDO. Ufff… siento envidia de sus esposas.
-¡Bah! No hables de esa vieja testaruda que vas a bajar la erección.
-Perdón señor, pero realmente ellas se están perdiendo de grandes cosas.
Estaba empezando a acariciar lentamente ambas trancas por sobre los pantalones. Alberto me invitó a probar una bocanada de su habano, la verdad es que tosí brutalmente porque no estoy acostumbrada. Se rieron los dos de mí un rato pero fue Jorge el que me acarició la mejilla y me dijo:
-¿Quieres olvidarte para siempre de ese exnovio, Rocío?
No recuerdo en mi vida haber estado tan caliente. Ya estaba hartita de ir tirando balones fuera, por mí, que entraran todos los balones de una puta vez. Así que le sonreí y le respondí:
-¡Síiii!
Fui tomada de los brazos hasta el escritorio en donde estaban las boletas de inscripciones y algunas medallas. Me hicieron acostar allí, con mis tetas aplastándose contra los papeles. Uno de ellos remangó mi faldita y el otro bajó la malla hasta las rodillas, y juntos empezaron a sobar mi culito con sus rugosas manos.
-Qué precioso culo, mira Alberto, carne magra, ¿hace cuánto que no vemos algo así?
Me dieron unas cuantas nalgadas y apretaron mucho, me dolió un poquito pero me dejé hacer porque aún me faltaba recorrer un largo camino para concretar mi plan maestro. Sentí las gruesas manos de uno restregarse por mi conchita, separando hábilmente mis pequeños labios vaginales. Di un respingo cuando sentí su tibia lengua recorrerme mis carnes inferiores.
-Ayyyy, me gusta muchooo ssseñor… qué ricoooo por dioooss….
-Oye Rocío, ¿ya practicaste sexo anal? Seguro que Alberto va a follarte por tu coño, yo quiero usar este culito tierno que tienes.
-Nnnoooo… por favor noooo señor Jorge… solo aguanto hasta tres dedos… ufff… pero me dueleee cuando lo hacen….
-Eso es porque no te lo han hecho bien.
Llevó sus manos hasta mi boca y me pidió que lo lamiera. Pasé mi lengua por y entre cada uno de sus arrugados dedos. Yo estaba demasiado caliente pues su amigo Alberto chupaba y succionaba mis carnecitas tiernas, cuando él lamía mi puntito yo mordía los dedos de Jorge porque me volvía loquísima. Al terminar de humedecer sus dedos, me pidió que separara mis nalguitas con mis manos. Cuando lo hice, sentí un cuajo caerse en mi ano y posteriormente su dedo se introdujo. A esas alturas yo podía aguantarlo bien.
Me folló con su dedo un buen ratito, lento y tierno, no como esos negros cabrones o mi instructor. Los dos abuelos me hacían ver las estrellas, mi baba caía sobre las medallas y las hojas del escritorio de lo rico que se sentía. Mis piernas temblaban porque nunca en la vida pensé que existirían machos así de hábiles. Al meter su segundo dedo casi ni gemí del dolor, pero cuando vino el tercero volví a chillar y a quejarme mucho.
Me dijo que me relajara, que aflojara la presión de mi culito, que era la única forma de avanzar. Su amigo Alberto le ayudó, empezó a estimular a mi chorreante clítoris con la puntita de su lengua. Yo quería morirme, era una puta delicia, sentía un poquito de vértigo por lo bien que lo hacía el malnacido.
-Diossss… mmmmíooooo… me voy a volvvver… looocaaaa…
-Aguanta Rocío, siento que tu culito está cediendo. Ufff… pues sí, ya están entrando bien mis tres dedos.
-Métemeeee… másss… señoooorr…. másss dedosss…
-No, chica, por lo que veo, falta mucho para que puedas recibir una polla en tu culo. Pero oye, al menos he abierto un poquito más la brecha. Supongo que le dejaré el honor a algún otro afortunado.
El hijo de la grandísima puta quitó sus dedos y me dio un beso en el ano. Fue la primera vez que alguien lo hizo, me corrí fuertísimo, berreé como una putita barata y arqueé mi espalda. Fue demasiado rico para ser verdad, en serio esos viejos me estaban haciendo gozar más de lo que yo creía posible, me iba a desmayar de la ricura, de la pajita que me hacía su amigo y de la lengua áspera que jugaba en mi culo.
-Ayyyy diosssssss…. mbuffff… me vooyyyy a moooriiiiiiiirrrr de gusto cabronessss….
La lengua de Jorge abandonó mi culito y él se dirigió al otro lado del escritorio para ver mis vidriosos ojos. Yo estaba rojísima, muy sudada y con saliva colgándoseme de la boca, se suponía que yo era una putita con algo de experiencia pero esos maduros me demostraron que no. Jorge tomó de mi cabello y puso la punta de su polla en mi boquita. Era un mástil enorme, restregó por mi carita sus huevos y su tranca. Yo abrí la boca y engullí como buena chica que soy.
Alberto por su parte me tomó de la cinturita y dispuso su tranca en mi humedecida e hinchada rajita. Cuando la polla entró un poquito, dio un empujón violento que me hizo ver estrellas. El infeliz me atravesó toda, tocó carnes que yo no sabía que tenía adentro y removió mis carnes. Yo lloré un poquito y quise protestar, pero poco podía decir si la enorme verga del señor Jorge me llenaba la boquita hasta la garganta.
No tenían piedad de mis gárgaras, apenas podía respirar y mi pequeño cuerpito era vilmente embestido por ambos frentes. Alberto empezó a darme nalgadas dolorosas, yo arañaba la madera del escritorio como queriendo escaparme de esos dos monstruos sexuales, pero ellos eran muy fuertes y además la putita dentro de mí me exigía carne, carne, carne y más carne.
Me dieron unos gloriosos segundos para descansar. Yo respiraba agitadamente y trataba de pensar con claridad, pero ellos aún querían darme duro y yo buscaba una banderita blanca. Y de nuevo, sin tregua, me pusieron boca arriba y se intercambiaron los roles. Fue el pollón de Alberto el que empezó a follarme violentamente la boquita al tiempo en que sus dedos estrujaban mis pezoncitos. Mi boca se llenó de los jugos de él y los mi coñito, me puse muy caliente al saborearlos. Por otro lado Jorge reventaba mi tierno chochito, me dolía mucho joder, parecía que iba a desgarrarme. Con mis últimas fuerzas, saqué el venoso rabo de mi boca y aproveché para rogarles:
-Piieedddaaaad… joputassssss…. Ufff uffff… diosssss míooo… Piedaaaaddddd…
De poco sirvió, Alberto me quiso callar de un pollazo, pero yo cerré la boca porque en serio yo quería descansar un ratito. El apretó mi naricita y, segundos después, no me quedó otra que abrir la boquita para respirar… el cabronazo aprovechó y me la metió hasta la campanilla.
A esas alturas, los negros, el entrenador o mi hermanito ya se hubieran corrido. Yo estaba acostumbrada a ellos, pero no a esos maestros del sexo. Mi segundo orgasmo era inminente, pero los abuelos ni siquiera se habían corrido aún. Pensé por un momento que realmente iba a desmayarme porque no aflojaban el ritmo, porque el aire no entraba correctamente en mi cuerpo y porque mis tetas y nalgas me dolían de tantos pellizcos.
Y cuando el eléctrico orgasmo me llegó, quedé ciega, sorda, muda, sin poder controlar brazos y piernas. Yo me convertí en una muñequita de trapo vilmente follada por todos sus agujeritos. No sé si ellos llegaron a entender las palabras que yo decía, ni siquiera yo me entendía con tremendo pollón destrozándome la boca, con mi carita coloradísima y con los ojitos en blanco. Antes de desmayarme del placer, traté de rogarles por última vez, pero no salió nada entendible de mi boca, solo se escapaba saliva y rico jugo preseminal de la comisura de mis labios.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando me desperté, yo estaba sentada entre las piernas de Jorge, con mi rostro descansando en su pecho desnudo y peludo. Él estaba fumando su habano, acariciando mi cabello. Mi cabeza me dolía muchísimo y mis agujeros también.
-Rocío, despertaste.
-Ufff, señor Jorge, dígame que estoy en el cielo –dije quitándome algunos pelillos púbicos que se quedaron pegados en mi lengua.
-Jaja, mejor vístete mi pequeñita, que ya ha dejado de llover, tengo que ir a arbitrar el partido entre Gonzáles y Peralta en unos minutos. Alberto ya se fue, pero tú quédate un ratito aquí para recuperarte, si quieres.
-Necesitaré quedarme una semana para recuperarme, me habéis partido en dos.
Me invitó otra vez su habano. Yo lo probé pero realmente era difícil acostumbrarme, volví a toser y él se rio de mí: -Eres una chica muy especial, Rocío. Te doy las gracias.
Tomó de mi barbilla y me metió lengua hasta donde se podía. A esa altura ya me daba igual el olor a habano y me dediqué a chuparla a modo de agradecimiento. Antes de que se levantara ejecuté el paso final de mi plan:
-Señor Jorge. El padre de mi exnovio es el señor Gonzáles, el tenista que usted va a arbitrar.
-Vaya, no lo sabía.
-Síiii, es verdad. Él le dijo mentiras a su hijo para que termine conmigo. Dijo que soy una puta entre otras lindezas.
-¡Qué vergüenza! Hablar así de una chica… Rocío, no puedo expulsarle del torneo por algo como eso. Pero te prometo algo, vamos a hacer lo posible para arbitrar en contra de ese cabrón. Quedará eliminado en menos de lo que canta un gallo.
-Gracias, me hará muy feliz si él se queda eliminado. Y por cierto, ¿puedo llevarme una medallita para mí? Cualquiera de esas que están en el suelo está bien. Se lo prometí a mi papi.
-Toma, preciosa, esta medalla dice “Primer Lugar Tenis Junior Femenino”. Te lo has ganado.
Sonreí porque mi instructor quedaría rápidamente eliminado con el arbitraje comprado a mi favor. De esa manera podríamos pasar una rica semana en Paysandú, ya sin necesidad de preocuparnos por el torneo. Y desde luego, a mí no me sentaría nada mal hacerles una visita a mis abuelos preferidos antes de volver a Montevideo. Ellos nunca se corrieron, nunca me bañaron la carita y el coñito con su lechita, y lo último que yo quiero es dejar a medias a un hombre. Dos, en este caso.
Antes de terminar el día, el Señor Gonzáles vino hasta las graderías en donde yo estaba leyendo un mensaje raro de mi padre: “Rocío, cuando vuelvas quiero hablar en privado contigo”. Me pregunté qué quería de mí.
Pero noté que el Señor Gonzáles estaba muy cabizbajo y nervioso, pues perdió todos sus juegos y quedó eliminado. Guardé mi móvil y le puse buena cara porque esa rabia y esa energía habría que aprovecharla en la cama. Cuando se sentó a mi lado, reposé mi cabecita en su hombro.
-Perdón por haberlo abandonado, Señor Gonzáles. Ya estoy más tranquilita.
-Rocío… este torneo es una mierda.
-Vamos afuera para merendar, Señor. Ya no tiene sentido estar aquí en el predio, después de todo a mí también me eliminaron por Walkover. Tenemos seis maravillosos días por delante aquí en Paysandú.
-Pues es verdad, pensando en frío, debo decir que no todo es malo. Me quedas tú… mi putita.
Me alegró un montón que por fin haya vuelto a hablarme como a mí me gusta. Eso sí, le di una bofetada:
-No soy su putita, infeliz. Qué asqueroso, usted solo piensa en follar. No cuente conmigo, contrate unas putas y a mí déjeme tranquila.
-¡Bah! Quién te entiende, muchacha, vámonos ya –nos levantamos para irnos a comer. Y mientras nos alejábamos, me preguntó:
-Rocío, ¿por qué hueles a cigarro?
Estoy muuuuuy agradecida por vuestros comentarios de ánimo y consejos. Espero que me perdonen los fallos y la duración, lo he escrito con mucha ilusión y calentura también. Así que me doy por servida si a ustedes les ha gustado por lo menos la mitad de lo que a mí.
Un beso.
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es
 

Relato erótico: “¡Qué culo tiene esa mujer!: La esposa de un amigo” (POR GOLFO Y VIRGEN JAROCHA)

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no son dos sino tres2

Este relato lo hemos escrito entre Virgen jarocha y yo. La coautora ha decidido premiaros con otra foto suya. El resto Sin títulode las imágenes del relato son de una modelo.

Si quereis agradecerle a esta preciosidad, tanto su relato como su foto, escribirla a:
virgenjarocha@hotmail.com
Lo conocía desde niño porque aunque yo había nacido en España, ambos crecimos en Martínez de la Torre, un pequeño pueblo de Veracruz. Y ahora el hecho de que esté muerto, no afecta a que considere que Alberto era un buenazo. Como amigo no había otro igual. Cariñoso, atento, divertido. Si tenía un problema, era el primero en acudir en tu ayuda. Pero siendo una persona maravillosa, tenía un problema:
“¡Era un auténtico desastre!”
Siendo un tipo inteligente y trabajador, era también derrochador a extremos impensables. Tal y como le entraba dinero, se lo gastaba. Nunca pensó en el mañana hasta el día en que le diagnosticaron cáncer, pero entonces era tarde.
Mientras estaba sano, con su salario bastaba para dar a su mujer un más que digno tren de vida. Linda había nacido en una familia acomodada, dueña de una planta de jugos cítricos pero que desgraciadamente había quebrado. Sabiendo de la manera que había sido educada, se ocupó de que a ella no le faltase de nada: si quería un vestido, iba a una tienda y se lo compraba. Si perdía el celular, le conseguía el último modelo. En pocas palabras la trató como una reina pero malgastando el resto en copas y putas. Por eso cuando cayó enfermo, vivía de alquiler y su cuenta corriente estaba en números rojos.
Todavía recuerdo el sábado en que fui a verle a la clínica. Fue duro contemplarlo conectado a todos esos aparatos. Del hombre vital y divertido solo quedaba una cascara de piel y huesos. Al entrar en su habitación, me pidió que me acercara y tomando mi mano entre las suyas, me confesó que estaba acojonado.
-Te comprendo- contesté pensando que se refería a la parca. Morirse a los treinta años es una putada.
Mi amigo se percató de cómo le había interpretado y susurrando para que nadie lo oyera, me sacó de mi error.
-No me preocupa el palmarla. Lo que me trae jodido es dejar a Linda sin un peso- y haciéndome una confidencia, me dijo: –  Mi vida no me importa pero no sé qué va a ser de ella.
Tratando de quitar hierro al asunto, contesté en plan de guasa que valía más muerto que vivo porque cuando falleciera su mujer cobraría la pensión de viudez. 
-Ese es el problema. No he cotizado los años suficientes y con lo que le va a quedar no puede pagarse ni un mísero cuartucho- respondió casi llorando.
Ver como sufría por el destino de su mujer no fue plato de buen gusto y actuando como un verdadero irresponsable, le solté:
-Alberto, como sabes mi situación económica es buena. Me comprometo en buscarle un trabajo con el que pueda sobrevivir holgadamente.
Mis palabras lejos de tranquilizarle, le alteraron más y levantando el tono de voz, me explicó que su mujer nunca había trabajado fuera de casa y aunque era una buena cocinera, no la veía trabajando en un restaurante.
Me debí de haber mordido un huevo en ese instante pero ya lanzado, le ofrecí que podría darle trabajo yo mismo:
-Ya sabes tengo en el pueblo una vieja hacienda y me vendría bien tener alguien de confianza que  se ocupara de mantenerlo. Los guardeses de toda la vida se han jubilado y por eso vengo poco al no tener nadie que me cocine. ¡Me haría un favor!.  
Al oírme se agarró a mi oferta como a un clavo ardiendo y me hizo jurar que lo haría. Si vivo no hubiera jamás defraudado a ese amigo, en la antesala de su muerte ve vi incapaz de hacerlo y sin saber en el lio que me estaba metiendo, le prometí que cumpliría con la palabra dada. En ese momento no fui consciente que desde el sillón, la aludida no se había perdido nuestra conversación pero al cabo de una hora cuando ya me iba, se acercó a mí y dándome las gracias, me preguntó cuándo tenía que ponerse a trabajar.
Sabiendo su mala situación, contesté:
-Considérate contratada desde ahora mismo- y cogiéndola del brazo, susurré a su oído: -Yo solo vengo los fines de semana pero si es demasiado apresurado, cuida a tu marido y si desgraciadamente fallece, ya tendrás tiempo de empezar a trabajar cuando te recuperes.
La mujer se quedó pensando durante unos segundos sobre que le convenía y tras meditarlo, preguntó:
-¿El puesto incluye la casa donde vivían “los jarochos”?
Supe que se refería a un pequeño pabellón que se hallaba en un extremo de la finca. Aunque tenía pensado convertir ese cobertizo en un garaje y viendo por donde iban los tiros de esa mujer, contesté:
-Está muy deteriorada pero si la necesitas, podrías vivir allí.
Incapaz de mirarme a la cara, me respondió:
-Ve vendría bien porque como le ha dicho mi marido, andamos justos y si me presta esa casa, no tendría que pagar alquiler.
-Por mí, no hay problema- 
-Entonces, D. Manuel: Me gustaría entrar de inmediato porque “La Floresta” está a cinco minutos del hospital y podría cuidar de Alberto sin problemas.
Me di cuenta que me estaba hablando de Usted. Y comprendiendo que era la forma correcta de dirigirse a mí ya que iba a pasar a formar parte de mi servicio, decidí dejar para otro día el corregirla. Me sonaba raro que esa mujer que conocía desde cría no me tuteara pero como era una tontería, le estreché su mano cerrando el acuerdo.
Linda se traslada a vivir a “La Floresta”
Todavía no os he explicado que aunque siempre me refería a la propiedad familiar como el casón, en realidad era una finca de diez hectáreas sita en mitad del pueblo. Entre sus muros de piedra, además de la vivienda de los señores y de la casa de los guardeses había una piscina, un jardín descomunal y una gran huerta. Fue mi padre el que viendo que le sobraba terreno quien decidió vallar una parte para producir hortalizas. Desgraciadamente, al vivir yo en Veracruz, la había dejado caer y por aquellas fechas, no era más que un criadero de malas hierbas.
Volviendo a la historia que os estaba contando. Esa noche cené con unos conocidos y se me pasaron las copas. En pocas palabras, llegué con un pedo a casa de los de órdago. Por eso a la mañana siguiente, cuando tocaron el timbre de la puerta, me levanté sobresaltado y con un enorme dolor de cabeza.
“¡Quien coño será a estar horas! ¡Un sábado!” pensé al ver que mi reloj marcaba las nueve.
Cabreado, me puse una bata y descalzo, bajé a abrir a la inoportuna visita. Fue al ver a la esposa de mi amigo en la puerta, cuando recordé que el día anterior la había contratado. La enorme maleta que traía me hizo saber que Linda venía para quedarse, por lo que dejándola pasar le pedí que me diera quince minutos para enseñarle la casa.
-No me esperaba que vinieras tan temprano- dije a modo de disculpa- me cambio y bajo.
-Por mí no se preocupe, Don Manuel- contestó mirando a su alrededor.
Consciente del desorden, traté de excusar el deplorable estado, diciendo:
-Me da vergüenza que veas tanta mierda pero desde que se jubilaron los jarochos, nadie se ocupa.
-Para eso estoy yo, vaya a ducharse que mientras tanto veré que puedo hacer.
Descojonado porque mi nueva guardesa me mandara a la ducha, subí la escalera y me metí en el baño. Fue bajo el agua cuando me dio que pensar si había hecho bien en contratar a esa muchacha. Aunque fuera la esposa de mi amigo, no dejaba por ello de tener veinticinco años y conociendo la mala leche que se gastaban en el pueblo para inventar un chisme, temí que una vez muerto su marido su reputación quedara en entredicho. Por otra parte, estaba acostumbrado a traerme a mis conquistas de una noche a casa y teniéndola a ella ahí, ninguna de las          del pueblo se atrevería a aceptar por aquello del qué dirán. Esa fue la primera vez que me percaté que su presencia iba a cambiar mi modo de vida, pero como le había dado mi palabra, decidí que si surgían problemas, tendría tiempo posteriormente de tomar medidas.
Ya vestido, bajé a buscarla. Linda había decidido ponerse manos a la obra y por eso cuando la encontré limpiando la cocina, no solo me había preparado el desayuno sino que incluso había echado mi ropa a lavar. Cuando entré en la habitación, mi empleada estaba subida a una escalera tratando de quitar la roña de un estante. La forzada posición me permitió valorar las piernas de esa mujer.
“Está buena la condenada” pensé y disimulando mientras me servía un café, di un buen repaso a su anatomía.
Ajena a ser objeto de mi examen, la muchacha parecía contenta e intentando que siguiera obsequiándome gratis la visión de ese par de muslos, me senté en silencio.
“¡Menudo culo!” valoré desde mi silla. Nunca me había fijado en que la esposa de Alberto tenía un trasero digno de museo. Dos nalgas duras y bien puestas hacían a  esa parte de su cuerpo muy deseable. 
El sentir que mi pene se ponía erecto bajo el pantalón hizo me avergonzara de mi actitud y dejando a un lado esos pensamientos, le dije si quería visitar la casa. Aunque me resultó raro, Linda se mostró encantada de acompañarme.
Cómo la casa es enorme, le pregunté por donde quería empezar:
-Si no le importa, me gustaría dejar la maleta en mi cuarto.
Sonará mal pero agradecí su deseo porque de esa forma vería antes ese sucio cobertizo antes que el resto y no al revés, de forma que no le resultará tan deprimente en relación con donde yo vivía porque aunque no había entrado en los últimos tres años, me constaba que era una mierda. Mis peores augurios se confirmaron nada más entrar, porque al abrir la puerta me encontré con que una parte del techo se había caído, haciéndolo inhabitable.
Si mi cara fue de espanto, la de Linda no se quedó atrás y llorando me explicó que esa mañana había hablado con su casero y le había dicho que en una semana, le dejaba el apartamento que estaba alquilando. Viendo la desolación de su rostro, cometí otra idiotez y con visos de se tranquilizara, le ofrecí quedarse en la casa grande mientras mandaba arreglar esa mazmorra.
-¿Está usted seguro?- preguntó aliviada.
-Por supuesto, aquí no hay quien viva- comenté y haciéndome el bueno, dije: -El casón es demasiado grande para mí solo, no me importa que te quedes ahí mientras consigo que alguien repare el techo y adecente el resto.
La mujer de mi amigo recibió mi oferta con tamaña felicidad que solo el hecho de ser yo un antiguo conocido, evitó que me lo agradeciera besando mis manos. Su gratitud me hizo valorar en su justa medida las dificultades de ese matrimonio y suponiendo que sería cuestión  de un par de meses, no vi problema en ello.
Fue cuando le mostré la habitación de invitados que estaba al lado de la mía cuando percibí la exacta dimensión de mi propuesta, ya que como era una casa antigua tendría que compartir con ella mi baño. Mis padres al remodelarla habían colocado el servicio con entrada a ambos cuartos, de manera que tendría que cerrar la puerta de interconexión para mantener mi privacidad. Reconozco que no dije nada porque me parecía clasismo de la peor especie pero habituado a vivir solo, la perspectiva de que alguien usara mi misma ducha no me hizo ni puñetera gracia.
En cambio, Linda estaba ilusionada porque no en vano al lado del pequeño piso que compartía con su marido, mi herencia le parecía un palacio. Tras dejar su maleta en la habitación, le enseñé el resto de la vivienda mientras en mi fuero interno me iba encabronando conmigo mismo.
“¡Seré idiota!” mascullé para mí al terminar y para tranquilizarme decidí salir a dar una vuelta.
Ya me iba cuando me preguntó si iba a volver a comer:
-No, gracias- contesté aunque no era cierto que había quedado.
Mentir de esa forma tan absurda, me sacó de las casillas y por eso nada más entrar en mi coche arranqué y salí huyendo sin rumbo fijo. No podía concebir que a mis treinta y cinco años hubiese mentido para no reconocer que prefería estar solo. Durante dos horas estuve dando vueltas por la sierra y sintiendo hambre me paré a comer en un bar de carretera.
La mala suerte me hizo entrar en un sitio penoso, la comida era una mierda por lo que dejé la mitad en mi plato. Al volver a mi casa, no vi a Linda y creyendo que debía estar limpiando otra zona de la casa, no le di importancia y me fui directamente a mi cuarto. Como tantas veces, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado la cerré y me tumbé en la cama.
A partir de ahí, reconozco mi culpa. Que la mujer de mi amigo se estuviera bañando a escasos metros me hizo recordar la maravilla de piernas con las que la naturaleza le había dotado y comportándome como un cerdo, decidí beneficiarme de esa circunstancia. Cómo ya os expliqué, la casa era antigua y por lo tanto sus puertas. Por lo que aprovechando el ojo de la cerradura, me agaché para espiarla. Lo primero que vi fue a sus pantaletas y a su brasier colocados en el lavabo. Saber que Linda estaba desnuda, fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Como si fuera una película porno, disfruté del modo tan sensual con el que se enjabonaba.
Si sus piernas eran espectaculares qué decir de los pechos que descubrí espiando. Grandes, duros e hinchados eran los mejores que había visto hasta entonces y ya sin ningún recato me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme en su honor.
-¡Qué maravilla!- exclamé en voz baja al darse la vuelta y comprobar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como el cuidado coño que esa mujer lucia entre sus piernas.
Desde mi puesto de observación, me sorprendió no solo el tamaño de sus pitones sino también la exquisita belleza del resto de su cuerpo y por ende, desde ese momento envidié a mi amigo. 
“¡Joder! ¡Cómo se lo tenía escondido!”, pensé recordando que Alberto nunca había hecho mención del bellezón que tenía en su cama.
Me quedé con la boca abierta cuando la mujer separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su vulva. Linda llevaba el coño completamente depilado, lo que lo hacía extrañamente atractivo. Educado a la vieja usanza, me gustaba el pelo en el chocho pero os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravilla.
Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al admirar con detalle todos sus movimientos.  Para el aquel entonces, deseaba ser yo quien la enjabonara y recorrer de esta forma todo su cuerpo. Me imaginaba siendo yo quien  estuviera palpando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo lamiendo su sexo. Pero la gota que derramó el vaso y que provocó que mi pene explotara, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos. Al hacerlo, me permitió maravillarme nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, su rosado y virginal esfínter. Imaginarme siendo yo quien desvirgara  la entrada trasera de la esposa de mi amigo, me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.
Temiendo que descubriera las manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié tras lo cual, bajé al salón, intentando olvidar su silueta mojada. Cosa que me resultó imposible, su piel desnuda se había grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería. Esa tarde, Linda se fue a visitar a su marido al hospital, lo que me dio la oportunidad de revisar su habitación. Sé que fue algo inmoral pero esa mujer me tenía obsesionado y por eso cuando la vi marchar, esperé diez minutos antes de entrar.
Lo primero que hice fue asegurarme de que no me sorprendiera y por eso atranqué la puerta de entrada a la casa antes de introducirme como un voyeur en el cuarto donde iba a dormir. Ya una vez dentro, abrí su armario donde descubrí otra muestra más de lo mal que lo estaba pasando esa pareja. Había mucha ropa pero toda vieja. Se notaba que llevaba años sin comprarse ningún trapo. Pero lo que realmente me dejó encantado, fue descubrir en un cajón su colección de tangas. Tangas enanos y casi transparentes. Solo con imaginarme a esa belleza con esas prendas hicieron que volara mi imaginación. Me vi separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior.
Pero lo mejor llegó al final.  Al revisar su mesilla de noche, me encontré con que Linda tenía compañía por las noches. Daba igual que su marido estuviera postrado desde hace meses en una cama, su querida esposa aliviaba su ausencia con un enorme consolador.
“¡Joder con la mujercita de Alberto!” pensé mientras olisqueaba el aparato.
Fue entonces cuando descubrí que estaba recién usado. Todavía conservaba rastros de humedad y el olor dulzón que desprendía, era inconfundible.
-¡Se acaba de masturbar!- exclamé en voz alta, claramente excitado.
Colocando todo en su lugar, tuve que irme al baño a pajearme y mientras liberaba mi tensión, decidí que de algún modo ese culo sería mío. Aprovechándome de su situación económica y de que a buen seguro, debía llevar meses sin que su marido se la follara, esa mujer quisiera o no pasaría por mi cama. Intentaría primero seducirla pero si resultaba imposible, usaría todo tipo de malas artes para conseguir follármela.
El tiempo que transcurrió hasta su vuelta, lo usé para planear mis siguientes pasos y por eso nada más cruzar la puerta, le pregunté cómo seguía Alberto. Linda se echó a llorar al oírme preguntar por su marido y con lágrimas en los ojos, me contestó:
-Muy mal. Los médicos me han explicado que no le queda más de un mes-
Exagerando la pena que me produjeron sus palabras, la abracé y acariciando su pelo, le dije:
-Lo voy a echar de menos.
Su esposa se dejó consolar durante cinco minutos, sollozando contra mi hombro. Actuando como un buen amigo, actué como paño de lágrimas cuando realmente al sentir su cuerpo contra el mío, no podía dejar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas. Cuando comprobé que se había tranquilizado, me separé de ella y valiéndome de su dolor, le pregunté porque no salíamos a cenar fuera.
-No estás de humor de cocinar- insistí cuando ella se negó.
-Te juro que no me importa y mira con que fachas voy.
Su respuesta para nada rotunda, me dio ánimos y con voz tierna, le contesté:
-No aceptaré un no. Te espero mientras te cambias.
Dando su brazo a torcer, se metió en su habitación. Satisfecho por esa primera escaramuza ganada, me entretuve pensando donde llevarla. Si íbamos a cualquier lugar del pueblo, su salida nocturna podría crear un chisme pero si la sacaba a otro lugar, podría mosquearse. Por eso, mientras la esperaba, decidí que fuera ella quien tomara la decisión. No me extrañó al verla bajar que esa mujer viniera vestida de forma recatada. Ataviada con un traje gris horrendo, podía pasar perfectamente por una feligresa yendo a un servicio religioso.
“¡Qué desperdicio!” pensé al verla.
Aun así, ese disfraz de monja no pudo ocultar a mis ojos, la rotundidad de sus formas. Su culo grande y duro se rebelaba a quedar enterrado bajo la gruesa falda. Valorando en su justa medida el espécimen que me iba a acompañar a cenar, galantemente, le cedí el paso. Linda me agradeció el gesto con una sonrisa y preguntó dónde íbamos.  Tardé en responder porque mi mente divagaba en ese momento sobre cómo y cuándo atacarla pero cuando ella insistió, contesté:
-¿Te parece que vayamos a Papantla?-
Salir del oprimente ambiente de nuestro pueblo le pareció una buena idea por lo que enfilando la carretera, nos hicimos los veinte kilómetros que nos separaban de ese lugar. Ya dentro del casco urbano, me dirigí  a un coqueto restaurante donde solía llevar a mis conquistas.
-¿Conoces esta fonda?- pregunté mientras le abría la puerta.
La muchacha negó con la cabeza y con paso asustadizo dejó que el Maître nos llevara a nuestra mesa, donde una vez estábamos solos, me soltó:
-¿Por qué no vamos a otro sitio? Esté es muy caro.
Comprendí los reparos de Linda y sin darle mayor importancia, le contesté:
-Por eso no te preocupes. Tú te mereces todo esto y más.
Mi piropo diluyó sus reticencias y por eso cuando llegó el camarero con el vino, no puso inconveniente en que le sirviera una copa. Durante la cena, la rubia se relajó y sin darse cuenta, comenzó a beber más de la cuenta. Tras el vino y la cena, vinieron tres cubalibres, de forma que al salir del restaurante, la mujer ya iba más que entonada. Viendo en su ingesta etílica una más que plausible oportunidad de que la esposa de Alberto hiciera una tontería, le pregunté si quería tomar una copa en otro antro.
-Solo una- contestó ya con problemas de articular las palabras.
Esa fue la primera y tras ella vinieron otras dos, por lo que ya bien entrada la noche, me confesó que estaba aterrada por su futuro y que me daba gracias por acogerla bajo mi brazo. Comportándose como el típico ebrio, me abrazaba mientras me decía que me debía la vida y que contara con ella para todo.
“¡Si tú supieras para lo que te quiero!” pensé en silencio mientras pagaba.
Durante el viaje de vuelta, Linda se quedó dormida de la borrachera que llevaba y por eso al llegar a casa, la sujeté por debajo de sus brazos y subiendo por las escaleras, la llevé hasta su cuarto. Una vez allí, la dejé caer sobre la cama. Absolutamente  inconsciente, se quedó en la misma postura en que cayó. Su falda se le había enroscado permitiendo que mis ojos se recrearan en esas piernas morenas y macizas.   Dicha imagen me impactó porque ajena a mi examen, mi nueva empleada me mostraba su trasero casi desnudo y digo casi porque solo  la tira de la tanga enterrada entre sus cachetes, evitaba que lo contemplara por completo.
Sentándome en un sillón frente a su cama, me la quedé mirando. La tentación de tocar las maravillosas tetas que había visto en el baño era demasiado fuerte y tras cinco minutos donde debatí sobre qué hacer, me animé a mí mismo pensando que si lo hacía con cuidado nadie se iba a enterar. Queriendo comprobar su verdadero estado, me acerque a ella y le propiné unos suaves cachetes en la cara.
“¡Está grogui!” confirmé al ver que no se enteraba.
Sin pensármelo dos veces, le fui desabrochando la camisa botón a botón. Cuanto más la abría, más excitado me sentía al comprobar en persona las dos maravillas con las que le había dotado la naturaleza. Cuando ya tenía la blusa totalmente desabotonada, me deleité tocando esas tetas que me tenían obsesionado. Actuando como un drogata al que la primera dosis no le sabe a nada, llevé mi boca hasta sus pezones y me puse a mordisquearlos. Mis maniobras pasaron totalmente desapercibidas por mi victima que como en trance seguía durmiendo la mona.
Ya  para entonces estaba dominado por la lujuria y moviéndola sobre el colchón, la puse boca arriba y con sus piernas separadas. Solo la breve tela de su tanga me separaba de su sexo y por eso, con cuidado de no despertarla, se lo fui bajando hasta sacársela por los pies. Nuevamente comprobé in situ lo que ya había avizorado a través de la cerradura.
“Menudo coño tiene la zorra” sentencié al contemplarlo.
 

 

Completamente depilado, no había pelos que me impidieran observar tamaña belleza y actuando como un cerdo, pasé uno de mis dedos por la rajita que tenía a mi entera disposición. Me resultó sorprendente encontrarme que estaba mojado y por eso me fijé si en su cara había algún rastro de que se estuviera enterando de en esos momentos me estaba sobrepasando con ella. Pero todo me revelaba  que seguía sumida en un sopor intenso por lo que agachando mi cabeza entre sus muslos, pasé mi lengua por sus pliegues.
“¡Qué rico está!” me dije mentalmente y ya más confiado me puse a mordisquear su clítoris. Su sabor a hembra insatisfecha inundó mis papilas por lo que totalmente excitado, me entretuve comiéndole el chocho hasta que bajo mi pantalón, mi pene me pidió más.
El calentón que recorría mis entrañas era tal que hasta me dolía de lo duro que lo tenía. Sin poderme retener, me bajé los pantalones y sacando mi polla de su encierro, me puse a juguetear con ese sexo. La humedad que anegaba esa preciosidad facilitó mi penetración y suavemente, se la ensarté hasta el fondo. Estaba follándomela cuando me percaté que debía de aprovechar aún más esa feliz circunstancia y sacándola muy a mi pesar, me fui a mi cuarto a por mi celular.
Con él en mi mano, le empecé a sacar fotos de las chichis y del espléndido coño de la cría y no contento con ello, realicé varias poniendo mi glande en su boca, como si me lo estuviera mamando. Acto seguido, le separé las rodillas y metiéndome entre sus muslos, inmortalicé el modo en que mi pene se iba haciendo dueño de su interior. En ese momento, Linda suspiró por lo que me quedé petrificado pensando que se había despertado y que iba a descubrirme violándola, pero todavía hoy doy gracias por que fue solo un susto y la esposa de mi amigo seguía roncando su borrachera. A pesar de ello, os tengo que reconocer que mi corazón a mil y sin moverme esperé unos segundos.
“¿Te imaginas que se despierta y me pilla con mi verga dentro de ella?” balbuceé mentalmente asustado.
Al cabo del tiempo y viendo que no se movía, empecé a moverme lentamente penetrando su interior con mi forastero. Lo estrecho de su conducto y mi calentura hicieron el resto y al cabo de cinco minutos, comprendí que iba a correrme. No queriendo dejar rastro, la saqué y eyaculé sobre sus piernas.
Entonces saciado y aunque deseaba repetir, preferí dejar eso para otro día y limpiando los restos sobre su piel, eliminé toda evidencia de mi paso por su cama. Ya estaba casi en la puerta cuando recordé que no le había puesto el tanga, por lo que retrocediendo unos pasos, cogí su braguita. Desgraciadamente para ella, me acordé de su consolador y pensando en el día después, decidí que si amanecía con él en sus manos, cualquier escozor en su coño lo atribuiría a que borracha lo había usado.
Improvisando sobre la marcha, se lo clavé hasta el fondo para que tuviera rastros de su flujo y dejándolo sobre el colchón, lo encendí a nivel mínimo.
“En dos o tres horas, ese zumbido la despertará y creerá que es eso lo que ha sucedido”.
Muerto de risa, cerré su habitación y me fui a mi cama. Ni que decir tiene que cogiendo las fotos que había hecho, las mandé a mi email para que estuvieran a buen recaudo, tras lo cual, las borré y me quedé dormido.
Reconozco que soy un aprovechado…
Esa mañana me desperté temprano y al ir a desayunar, me topé con Linda en la escalera. Olvidándose de que era domingo, esa mujer estaba lavando los escalones agachada, lo que me permitió dar un completo repaso a su escote.
“Esta tía tiene mas que un polvo” me dije recordando cómo había abusado de ella la víspera.
La validación de que no recordaba nada de lo ocurrido, me llegó al oírla saludarme alegremente y diciéndome que tenía el desayuno preparado. Mi tranquilidad se hizo total al reírse de la borrachera que se había pillado y preguntarme como había llegado hasta su cuarto.
Obviamente, le mentí:
-Dando eses-
Mi respuesta le satisfizo y levantándose del suelo, se fue a calentarme el café sin saber que al mirar su culo por el pasillo, era otra cosa a lo que le había elevado su temperatura. Desgraciadamente, después de tomármelo, me tuve que despedir de ella porque al medio día tenía un compromiso.
-¿Cuándo volverás? – me preguntó con tono apenado.
-El viernes- respondí sin caer en que me había tuteado otra vez.
Ya en el coche, estuve a punto de darme la vuelta pero asumiendo que si quería convertir a esa mujer en mi amante, debía ser una labor de zapa. Lentamente iría cerrando su mundo hasta que no tuviera más remedio que abrirse de piernas. A partir de ese momento, no pude sacármela de la cabeza. Los días encerrado en mi despacho no hicieron mas que avivar la necesidad que tenía de volvérsela a meter.
El viernes nada más llegar a mi oficina, la llamé para confirmarle que llegaba a comer. La mujer se mostró encantada con el detalle de que la hubiese avisado y cruzando un límite hasta entonces impensable, me comentó:
-Te he echado de menos. Sin ti no tengo a nadie con quien hablar.
Su confesión me dejó perplejo y sin saber que contestar, quedé con ella a la tres.
-Te esperaré con la mesa puesta-
Mientras conducía hacia el pueblo, me fui calentando. Necesitaba a esa mujer. Aunque la conocía desde niña, nunca me fijé en ella como en una hembra a la que echar mi lazo y por eso ahora estaba descolocado.
-Joder, es solo un coño- grité aprovechando de que iba solo en mi coche.
Pero algo me decía en  mi interior, que si conseguía llevármela a la cama, difícilmente la dejaría irse.
-Me la follo y si te he visto no me acuerdo- sentencié sin llegármelo a creer.
Al llegar a “la Floresta”, estaba temblando como un puñetero crío ante su primer cita. No sabía lo que me esperaba después de ese desliz verbal de la mujer de mi amigo y por eso saludé discretamente desde la puerta.
Linda contestó que estaba en la cocina. Siguiendo su voz, entré en la habitación y me la encontré preparando la comida. Alucinado me la quedé mirando. El calor que desprendían los fuegos, había elevado la temperatura del ambiente y el sudor de su cuerpo hacía que se le pegara la blusa contra el pecho.  La sensualidad de la escena se magnificaba por acción de sus pezones que grandes y duros se marcaban bajo la tela. Me consta de que ella adivinó mis pensamientos al pillarme fijamente observando ese par de maravillas desde la puerta pero lejos de asustarse o de cortarse, me sonrió.
“¡Dios! ¡La tumbaría sobre la mesa!” me dije tratando de retener mis instintos.
Fue la esposa de Alberto quien tuvo que romper el silencio incómodo que se instaló entre nosotros, pidiéndome que me sentara a la mesa. Desde mi silla contemplé a esa mujer, servirme la sopa mientras dejaba que mis ojos se recrearan nuevamente en su escote. Os juro que si llego a tener el valor que hacía falta, me hubiese lanzado a su cuello pero en vez de ello me tuve que conformar con la cuchara. Sabía que Linda estaba jugando conmigo y que dicho cambio de debía deber a algo y por eso, tanteando el terreno, le comenté que yo también le había echado de menos.
Sentándose a la mesa, se puso a comer sin dejar de tontear conmigo de manera que en el postre, ya sabía que iba a pedirme algo. Primero me contó que su marido estaba de mal en peor y que los médicos le habían desahuciado, para acto seguido explicarme que esa mañana al ir a recoger sus cosas a su antiguo piso, el propietario le avisó que tenía dos meses impagados.
-¿Cuánto es?- pregunté.
-Quince mil pesos- y yendo directamente al grano, me rogó que se los prestara pidiéndome que se lo retuviera de su salario.
-Por eso no te preocupes, ya hallaré el modo de cobrarme- solté como si nada.
Entonces la boba sin pensar en mis palabras me abrazó y me dio un beso en la mejilla, momento que aproveché para darle un buen meneo a su trasero.
-¡Qué haces!- protestó al sentir mis manos recorriendo sus nalgas.
-Tomar un anticipo- dije sin soltarla.
La mujer espantada por mi actitud, se rebeló un poco pero viendo que no avanzaba más allá, dejó que magreara su culo durante un minuto, tras lo cual indignada, salió de la habitación.  Solté una carcajada al verla irse y sacando el dinero de mi cartera, lo dejé encima de la mesa. Había levantado mis cartas y ya no me podría echar atrás. De lo que hiciera esa mujer en una hora, iba a depender no solo que me la pudiera tirar sino incluso mi reputación porque un escándalo haría insoportable mis fines de semana en ese lugar.
Dando tiempo para qué pensará, salí al jardín y mientras lo recorría, comprendí que necesitaba unos mayores cuidados. Al volver a casa, Linda no estaba pero el dinero había desaparecido y temiendo que se hubiese ido definitivamente, entré en su cuarto. Al descubrir su ropa en el armario, sonreí al saber que esa mujer había firmado su sentencia.
¡No tardaría en venir ronroneando hasta mi cama!
Decidido a hacerme con las riendas de su vida, llamé al doctor Heredia, el medico que trataba a Alberto en la clínica. Tras presentarme, me reconoció como el viejo amigo de su paciente e interesándome por él, le pregunté por cómo iba el tratamiento del enfermo.
-Mal- respondió- en este hospital poco podemos hacer. He recomendado a su mujer que se lo lleven a una clínica privada donde puedan darle cuidados paliativos. No va a mejorar pero al menos no seguiría sufriendo.
-Y ¿Qué le ha contestado?.
-La pobre me confesó que no tenía dinero para hacerlo.
-¿Cuánto costaría?- pregunté interesado.
-Unos noventa mil-
La cifra era importante pero afortunadamente no era descabellado y por eso tras pensármelo dos veces, le informé que yo me haría cargo pero que le exigía confidencialidad, nadie debía de saberlo. El médico se quedó extrañado pero viendo que era lo mejor para Alberto, aceptó mi explicación. Haciéndome el buen amigo, justifiqué mi decisión en la amistad que me unía con su paciente. Una vez arreglado ese pequeño pero caro detalle, me tumbé en el sofá del salón y puse la tele.
¡Solo me quedaba esperar!
A las ocho y media de la tarde, Linda llegó hecha una energúmena y nada más soltar el bolso, vino a encararse conmigo:
-¿Quién coño te crees para organizarme la vida?
Se la notaba francamente alterada y por eso esperé que soltara toda clase de improperios de su boca y al terminar, sin dejar de mirar la tele, le respondí:
-¿Te refieres a evitar que tu marido siga sufriendo? ¿Quieres que llame a doctor para retirar mi oferta?
Tal como había previsto, fue incapaz de pedirme tal cosa y con lágrimas en los ojos, me preguntó:
-¿Qué quieres a cambio?
Solté una carcajada y levantándome, fui hacía ella. Me encantó ver como temblaba al conocer de antemano mis intenciones. Ya a su lado, la cogí de la cintura y dándole un beso no deseado, contesté:
-Ya lo sabes.
Destrozada, salió corriendo de la habitación mientras oía desde el pasillo mi risa. Cualquier otro hubiese tomado posesión de su propiedad en ese momento pero yo no. Prefería que con el paso del tiempo, mi víctima se fuera haciendo a la idea, que cuando la tomara ya hubiese asimilado que iba a ser mía.
Como es lógico, Linda se recluyó en su cuarto a llorar durante una hora y solo cuando la llamé para que me pusiera de cenar salió de su encierro. Nada mas verla, no me costó reconocer su completa claudicación porque sacando valor quiso mostrarme que su desprecio, saliendo completamente desnuda.
Su descaro me hizo acercarme a ella y cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, le pregunté:
-¿Cuántas veces te has tocado esta tarde imaginándote que te poseía?
-¡Ninguna!- contestó sin retirarse pero con un gesto de asco en su cara.
Encantado `por su rebeldía le cogí de la barbilla y la obligué a mirar la mueca burlesca que se dibujaba en mi cara.
-¿Te he dicho alguna vez que eres una putita muy bonita?
Sin hacer caso a mi insulto, se me quedó mirando con desprecio.
-¡Dejaré que me tomes con la condición de que ayudes a Alberto!.
Parecía tener todavía ganas de enfrentarse conmigo y haciendo caso a mis más bajos instintos, llevé uno de sus pezones a mi boca y recorrí con mi lengua todos sus bordes.
-Mi querida Linda, ¿Quién iba a suponer que tenías estas maravillas escondidas?
Tratando de evitar que la tomara, me preguntó si no le había llamado para que me sirviera de cenar pero entonces yo ya estaba excitado y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama.
Asustada por lo que se le venía encima, me pidió que no le hiciera daño. Una carcajada fue mi respuesta y obligándola a separar sus rodillas,  me quedé mirando su coño. Llorando de rabia, la rubia vio que me sentaba a su lado en el colchón. Aunque era consciente de lo que iba a pasar, no pudo reprimir un gemido cuando pasé mi mano por uno de sus muslos.
Temblando de miedo, tuvo que soportar que mis dedos recorrieran toda su piel mientras le miraba a sus ojos, en busca de alguna reacción. Manteniéndose impávida, soportó mis caricias sin hacer ningún gesto. Al notar que pellizcaba uno de sus pezones, sacó fuerzas de la desesperación y con voz seca, me soltó:
-Desgraciado, hazlo rápido.
Inclinándome sobre su cara, lamí sus mejillas y forzando su boca, introduje mi lengua en su interior. La ausencia de respuesta de la muchacha me enervó y agarrándola del pelo, susurré a su oído:
-Mañana, me pedirás que te vuelva a tomar. ¡Zorrita mía!
Acto seguido y obviando sus lloros, descendí por su cuello y recreándome en su pecho, mordisqueé  nuevamente esos pezones que me traían obsesionado. Para entonces aunque nunca lo reconocerá, el calor había invadido sus mejillas y sus lamentos se habían atenuado. Comprendiendo que debía mostrarle quien mandaba, pellizqué su aureola con dureza, consiguiendo que de su garganta saliera un alarido.
-¡Por favor! ¡No me hagas daño!
-Hare lo que me venga en gana porque eres una puta y ¡Te he comprado!
Incapaz de aceptar que era verdad, separó su mirada de mí y se concentró en el techo para evitar la mía. Viendo su reacción, no me importó y agachándome entre sus piernas, saqué mi lengua y con ella, recogí un poco de flujo de su sexo. Al sentir la húmeda caricia en su vulva, cerró los puños mientras dos lagrimones caían por sus mejillas.
-¡No!- musitó calladamente al notar que me había apoderado de su clítoris.
Su lamento se intensificó al percibir que su cuerpo no era inmune a mis caricias y cuando me le metí un dedo dentro de su cueva, tuvo que reprimir un gemido para que no me diera cuenta que le estaba empezando a gustar ese insano trato.
-¿Te gusta? ¡Verdad!
-¡¡¡No!!!-  chilló con todas sus fuerzas.
Reanudando mis maniobras, le introduje el segundo. La respiración de la rubia se hizo entrecortada al notarlo. Decidido a conseguir su rendición, lentamente empecé a sacarlos y a meterlos mientras mi boca se ocupaba de su botón.
-Hazlo ya y déjame.
Muerto de risa, llevé mi mano hasta su boca y abriendo sus labios le obligué a que lamiera su propio flujo mientras le decía:
-Eres una guarra y como tal estás empapada. Lo puedes negar de boquilla pero tu coño dice que estás excitada.
Sin poder negar lo evidente, intentó morderme. Como lo preveía, no consiguió su objetivo y lanzándola contra el colchón, le solté una bofetada.
-¿Quieres que sea violento?- pregunté y levantándome de la cama, fui a su cuarto a por su consolador.
Una vez de vuelta, le mostré lo que traía en las manos, diciendo:
-¿Reconoces tu juguete? ¿Crees que no sé qué te masturbas pensando en mí?
Aunque fue un farol, en sus ojos descubrí que había acertado y ya convencido de lo que estaba haciendo, le obligué a abrir su boca.
-Chúpalo y no te hagas la estrecha.
Habiendo sido  descubierta, Linda no pudo hacer otra cosa que abrir la boca y obedecer. Ni que decir tiene que me encantó verla lamiendo ese falo de plástico mientras yo inmortalizaba ese instante con la cámara de mi celular.
-He pensado en mandar imprimir esta foto y ponerla en mitad del salón- le solté al dejar el teléfono sobre la mesilla.
-No lo hagas por favor. Todo el mundo sabrá que soy tu puta- dijo sin percatarse de su significado.
Aunque no se hubiese dado cuenta, la rubia ya asumía su condición y solo pedía que fuera algo entre nosotros. Para recompensarla, le cogí el aparato y encendiéndolo, se lo metí hasta el fondo de su coño. Al sentir la vibración en sus entrañas, la esposa de mi amigo pegó un gemido que no tardé en interpretar como el primero de placer.
-¡Por favor!- protestó suavemente mientras sus caderas la traicionaban, meciéndose al ritmo de mi muñeca.
Su calentura era evidente pero tratando de profundizar en su sumisión, no dije nada y seguí penetrando su cuerpo con el consolador.
-Estás cachonda, ¡Zorrita mía!- susurré en su oído- No tardarás en correrte-
Asumiendo que su rendición no iba a tardar, la besé forzando su boca.
-Reconócelo, Putita. Dime que te gusta que te trate así.
-¡Nunca!- aulló mientras su cuerpo temblaba al ir siendo sometido por las sensaciones que surgían de su entrepierna.
Sacando el aparato de su sexo, lo sustituí con  mi lengua y recorriendo con ella su cueva, la encontré ya totalmente anegada. Por mi experiencia, supe que Linda iba a correrse y por eso, levantando mi mirada, le ordené que se corriera.
Su orgullo la hizo negarlo pero su voz ya sonaba apagada.
-Hazlo, zorrita mía. ¡Córrete para mí!
Linda estaba tan caliente que no pudo articular palabra y retorciéndose sobre la sábana, negó lo evidente aunque en su mente reinaba la confusión. La mujer sabía que la estaba volviendo loca pero seguía siendo incapaz de reconocerlo.
-No me hagas enfadar. Córrete ya.
En ese momento, Linda no pudo más y levantando su cadera, no solo colaboró conmigo sino que incluso se incrustó aún más el consolador. Su orgasmo fue brutal, mordiéndose los labios para no gritar, se retorció en silencio mientras el placer inundaba su cuerpo. Sabiendo que lo había conseguido, aceleré el ritmo con el que metía y sacaba el aparato con la intención de prolongar su clímax.
-Ves cómo eres una putita obediente- dije en su oreja sin dejar de apuñalar su sexo.
Llorando a moco tendido, unió un orgasmo con el siguiente mientras yo me reía en su cara por lo fácil que me había resultado.
-Sigue, ¡Por favor!- olvidándose de mi burla al estar dominada por la pasión.
Al oírla comprendí que había conseguido mi meta y bajándome de la cama, la dejé sola en el cuarto. Desde el pasillo oí sus lloros porque al cesar su excitación, volvió con más fuerza su vergüenza. No solo se había entregado a mí sino que encima ¡Había disfrutado!.
Al cabo de cinco minutos, bajó al salón donde yo estaba poniéndome una copa y con voz temblorosa, me preguntó si me ponía ya la mesa.
-Perfecto. Tengo hambre- contesté siguiéndola hasta el comedor.
La cena:
Satisfecho de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, me senté en la mesa mientras mi empleada-puta-amante iba a prepararme la cena. Con mi copa en la mano, me quedé pensando en cómo iba a aprovecharme de mi nueva adquisición y por eso estaba sonriendo cuando Linda llegó con la comida.
Estaba preciosa vestida únicamente con un mandil, sus enormes pechos sobresalían a ambos lados de la tela dándole una sensualidad difícil de soportar. Teniendo todo el tiempo del mundo para someterla, decidí primero comer y luego recrearme con ella. Estaba apurando mi copa, cuando la rubia llegó y al ir a poner el plato en la mesa, se le cayó encima de mí. Supe que lo había hecho a propósito al ver una sonrisa en su cara.
“¡Será cabrona!” pensé.
Sin hacer aspavientos y sentado, separé mi silla y le dije:
-Límpialo con tu boca.
La muchacha no respondió lo suficientemente rápido y tirándole de la melena, le obligué a agacharse entre mis piernas.
-Limpia tu estropicio.
La serena violencia con la que reaccioné la sacó de sus casillas y a voz en grito, se negó a cumplir mis órdenes.
-¡Tú lo has querido!- dije levantándome de la silla y valiéndome de su negativa, decidí usarla para hacer algo que deseaba desde que vi su culo en la ducha. Iba a castigarla rompiéndole ese maravilloso pandero.
Linda no lo vio venir. Todavía conservaba su sonrisa cuando la levanté del suelo pero al girarla y ponerla de pompas contra la mesa, comprendió lo que le iba a suceder:
-No, ¡Por ahí! ¡No!- chilló muerta de miedo.
Mientras la retenía de la cintura con una mano, usé la otra para desprenderme del pantalón y bajarme los pantalones. Mi miembro que ya estaba excitado desde antes, salió totalmente erecto de su encierro y dándole gustó, presioné con él la hendidura de sus cachetes.
Asustada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, Linda empezó a chillar rogándome que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, pasé mi mano por su coño en busca de flujo. Al notar en seguida que estaba seco, decidí que eso no iba a ser suficiente para hacerme cambiar de opinión y separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.
Mi empleada intentó escapar al sentir mi baba pero reteniéndola con dureza, puse mi glande en su entrada. La cara de terror de la mujer me confirmó que era virgen por ese agujero y recreándome en sus miedos, le solté:
-Puedes gritar: ¡Cuánto más grites mejor!
¡Y vaya si gritó!. Al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, sus ojos se abrieron como platos y de su garganta salió un alarido, en consonancia con el desgarrador dolor que le causó mi intrusión:
-Por favor, ¡Para! ¡Me duele horrores!
Sin ceder a sus ruegos, centímetro a centímetro, fui clavando mi estoque en su trasero. La lenta embestida no la permitía ni respirar y cerrando sus puños intentó no cerrar su  orificio pero le resultó imposible.
-¡No!- chilló golpeando la mesa.
Su sufrimiento me dio alas y al sentir que la base de mi falo, golpeaba contra sus cachetes, comencé un doloroso vaivén con mi cuerpo. El dolor se fue incrementando y la esposa de mi amigo en un vano intento de aguantarlo, cogió una servilleta y metiéndola en la boca, la mordió. Su intento de no gritar fue en vano porque entonces presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.
-¡¡¡Ahhhhhh!!!-
Su alarido debió de oírse a cuadras a la redonda y con muy mala leche, susurré a su oído:
-A lo mejor hasta tu marido lo ha oído-
Que mencionara al enfermo, la enervó y sacando una entereza de donde no había, contestó llorando:
-¡A Alberto no le metas en esto!
Profundizando en la herida, volví a forzar con violencia su maltrecho trasero y me reí de su desgracia diciendo:
-Él es el culpable de que me hayas regalado tu culo.
Linda no tuvo fuerzas para contestarme, bastante tenía con acostumbrarse a sentir mi grosor desgarrando su esfínter y con soportar el inexpresable sufrimiento que ello la ocasionaba.  Su inacción me permitió agarrarla de las nalgas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra la mesa.
-¿Te parece suficiente castigo o quieres más?
La rubia se agarraba al mantel para evitar el intenso zarandeo mientras su ano le ardía como si lo estuviera acuchillando con un puñal. Desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, la calentura acumulada durante toda la tarde, me hizo llegar al orgasmo con demasiada precocidad. Por eso al sentir que estaba a punto de explotar, la cogí de los hombros y jalando hacía mí, descargué mi simiente dentro de sus intestinos.  El suspiro que salió de sus gargantas al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír. Una vez había terminado de eyacular, retiré mi miembro y observé con detenimiento los desgarros que le había producido y a mi semen saliendo de su interior.
Hurgando en la humillación que sentía, la dejé sola y desde la puerta, le ordené:
-Vete a limpiarte, ¡En media hora te quiero en mi cama!
 

Relato erótico: “Prostituto 20 Correos obscenos de una puta preñada” (POR GOLFO)

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PORTADA ALUMNA2
Siendo un prostituto desde hace dos años, creía que nada podría sorprenderme pero os tengo que confesar que no entendí la actitud de Kim ni de sus correos. Todo empezó a partir de una fiesta a la que acudí como acompañante. Esa noche me había contratado Molly, una morena bastante simpática que pasada de copas, me pidió que la follara en el jardín de la casa. Como eso no representaba ninguna novedad, satisfice sus deseos echándole un buen polvo tras unos arbustos. Encantada con el morbo de la situación mi clienta quiso que la llevara a su casa y que allí repitiéramos faena, pero debido a la borrachera que llevaba en cuanto la desnudé, esa mujer se echó a roncar. Como ya había cobrado, la tapé y tranquilamente me fui a mi apartamento a dormir la mona. Fue una noche anodina como otra cualquiera y no la recordaría siquiera si al cabo de unos días, no hubiera recibido un correo de una amiga suya.
 
Para que os hagáis una idea de lo que estoy hablando, os transcribo lo que ponía:
 
Alonso:
No me conoces, soy Kim, una amiga de Molly. Le he pedido tu correo porque, gracias a ti, no duermo. Por tu culpa, cada vez que me acuesto, tengo que masturbarme pensando en lo que vi. Por mucho que intento sacarte de mi mente, no puedo.
 
Te preguntarás el porqué. ¡Es bien sencillo!:
 
El viernes yo también fui a esa fiesta. Lucian me invitó porque fui con él a la universidad. Acudí con mi esposo y te juro que me lo estaba pasando bien pero, al cabo de un rato, ese ambiente tan cargado me cansó y por eso estaba sentada en el jardín, cuando saliste con esa zorra.
 
Al principio me turbó ver que mi amiga te besaba con una pasión desconocida en ella. Estuve a punto de levantarme y salir corriendo, pero cuando ya había decidido hacerlo, vi que te quitaba la camisa e intrigada, me quedé a ver qué pasaba.  De esa forma fui testigo, de cómo te desnudaba mientras te reías de ella.  Tu risa pero sobretodo los músculos de tu abdomen me hicieron quedar allí espiando. Sé que no estuvo bien pero, cuando le obligaste a hacerte la mamada, me contagie de vuestra pasión y metiendo la mano por debajo de mi falda, me masturbé.
 
Te odio y te deseo. Soñé que yo era la hembra que abriendo la boca devoró tu miembro pero sobre todo deseé ser la objeto de tus caricias cuando dándole la vuelta, la follaste en plan perrito. Te juro que no comprendo cómo no oíste mis gritos cuando azotaste el culo de esa rubia.   Poseída por la lujuria, sentí en mi carne cada una de esas nalgadas y sin quitar ojo a tu sexo entrando y saliendo del cuerpo de mi amiga, me corrí como nunca lo había hecho en mi vida.
 
Ahora mismo, mientras te escribo, mi chocho está empapado y solo espero volverte a ver.
 
Tu más ferviente admiradora.
Kim
 
Creyendo que esa mujer lo que quería era una cita, contesté a su email informándole de mi disposición a acostarme con ella, así como mis tarifas y olvidando el tema, me fui a comer con un amigo. Después de una comilona y muchas copas, llegué a mi casa agotado y por eso no revisé mi correo hasta el día después. Con una resaca de mil demonios, observé que la mujer del día anterior me había respondido y creyendo que era un tema de trabajo lo abrí:
 
¡Cerdo!
¿Cómo crees que voy a rebajarme a pagar a un hombre?.
¡Jamás!
Ni siendo el único sobre la faz de la tierra, permitiría que tus manos me rozaran.
¡No sabía que eras UN MALDITO PROSTITUTO!  De haberlo sabido ni se me hubiera ocurrido escribirte.
Te crees que por estar bueno y tener un aparato gigantesco, voy a correr a tus brazos y después de pagarte, dejar que liberes tu sucia simiente, en mí.
¡Ni lo sueñes!
 

Si  saber las consecuencias de mis actos, di a contestar en el Hotmail y escribí un somero-¡Qué te den!- y olvidando el tema me fui a desayunar al local de enfrente. Acababa de pedir un café cuando recordé a esa loca y pensándolo bien, me recriminé por haberla contestado ya que una fanática, podía hacerme la vida imposible e incluso denunciarme a la policía. Por eso decidí no seguirle el juego y no contestarla si me enviaba otro correo.

 
Como esa misma tarde, tenía otra faena conseguida por mi jefa, al llegar las ocho, me vestí para ver a otra mujer que engrosaría mi cuenta corriente. Tampoco os puedo contar nada en especial de esta clienta, cena, polvo rápido en el parking del restaurante y antes de las doce de nuevo en casita.  Cansado por los excesos acumulados durante la semana, me dormí enseguida mientras miraba un coñazo en la televisión.
 
Os cuento esto porque a la mañana siguiente, con disgusto observé que esa trastornada había contestado a mi email, estuve a punto de no leerlo pero me quedé helado cuando lo abrí:
 
¡Maldito hijo de puta!
No te ha bastado con sacarle la pasta a Molly que hoy has tenido que llevar tus instintos a pasear en mitad de un estacionamiento.
Te preguntarás como lo sé, pues es muy sencillo: ¡Te seguí!.
Fui testigo de cómo te tirabas a esa pobre mujer y de como ella aullaba al sentir tu sucia verga retozando por su sexo. No comprendo porque me indigné al observar que ni siquiera le quitaste el vestido antes de separar sus nalgas y follártela.
Me apena creer que todas las mujeres somos iguales que ella y que disfrutaríamos sin medida con tu polla en nuestros coños, disfrutando de cada centímetro de tu extensión al tomarnos.   Todavía oigo en mis oídos, los berridos de tu víctima al correrse y no alcanzo a comprender lo necesitada que debía estar, al  recordar su sonrisa mientras que te pagaba.
Te lo advierto:
¡Deja en paz a las mujeres decentes de esta ciudad!.
 
Pálido y desmoralizado, imprimí ese correo y con él bajo el brazo, me fui a ver a Johana. A mi Madame le extraño que le fuera a ver a la boutique donde trabajaba y por eso, metiéndome en la trastienda, me preguntó que ocurría. Después de leerlo y con semblante serio, me dijo:
 
-Esta tía está como una cabra. Tienes que cuidarte, si quieres llamo a las clientas de este fin de semana y cancelo tus visitas-
 
-No creo que haga falta. Tendré cuidado y evitaré que nadie me siga- contesté fingiendo una tranquilidad que no tenía.
 
Mi jefa me advirtió de las consecuencias de una posible denuncia pero como en ese instante, entró una clienta, me despidió con un apretón de manos. Francamente preocupado, me fui a casa a intentar sacar de mi mente a esa puta pero tras una hora frente a un lienzo en blanco, di por imposible pintar algo.
Cabreado, comí en casa. No me apetecía salir del refugio que representaban esas cuatro paredes y solo cuando se acercaba la hora de ir a trabajar, me vestí. Tratando de evitar ser visto, salí por la puerta trasera del edificio y ya fuera, miré a ambos lados de la calle. Intenté descubrir si alguien me seguía pero por mucho que busqué no hallé ningún rastro de mi acosadora. Convencido de que aunque no la viera, esa puta podía estar siguiéndome, me cambié de acera varias veces como tantas veces había visto en las películas, antes de coger el taxi que me llevaría a mi cita.
 

De esa forma, llegué al hotel donde dormía la clienta que iba a ver. Más tranquilo pero en absoluto relajado, estuve atento a cualquier indicio que me hiciera suponer que estaba siendo espiado por eso me costó concentrarme en la cincuentona que esa noche me había alquilado. Sabiendo que la noche estaba siendo un desastre, le pedí a esa morena que subiéramos a su habitación. Ella se mostró reacia en un principio pero una vez allí, seguro de no ser observado, volví a ser el mismo y cinco horas después, salí del establecimiento dejando a una hembra satisfecha y agotada sobre las sábanas. Al llegar a mi apartamento, volví a entrar por detrás y directamente me fui a la cama.

 


Os tengo que reconocer que al despertar lo primero que hice fue mirar el puto email y al ver que no tenía ninguno de esa perturbada, con una felicidad exagerada, me fui a desayunar a bar de siempre. Una vez allí, saludé a la encargada con un beso en la mejilla y con nuevos ánimos, me senté en el sitio acostumbrado. No llevaba ni cinco minutos en esa mesa, cuando me tuve que cambiar porque dominado por una absurda paranoia, me di cuenta que desde ahí no veía quien entraba o salía del local. Por eso me cambié a un lugar donde pudiera observar todo el local y  desde allí, tras escudriñar mi alrededor, desayuné.
 
Al volver a mi estudio, directamente me puse a pintar y al contrario que el día anterior, las musas se apiadaron de mí y en menos de dos horas, había esbozado un cuadro. Satisfecho por la soltura con la que mis pinceles plasmaron las ideas de mi mente, me serví un café y haciendo tiempo, eché un vistazo al correo.
 
-¡Mierda!- maldije en voz alta al percatarme que esa puta me había escrito y sabiendo que debía leerlo, lo abrí:
 
Me alegro que hayas recapacitado y que como un buen chico, te hayas mantenido lejos de tu pecaminoso oficio. Te acabo de ver desayunando y se te notaba radiante.
¡Ves como tengo razón!
Solo manteniendo un comportamiento honesto, serás feliz. Sé que eres un hombre sensual y con necesidades, por eso te aconsejo busques  a una sensata mujer que te aleje del pecado. Con ella podrás dar rienda suelta a tu sexualidad y liberar la tensión que de seguro se está acumulando en tu hermoso sexo.
Cuando experimentes la sensación de poseer a una dama que sea realmente tuya y no una viciosa, te darás cuenta que sus gemidos al ser penetrada por ti, sonarán diferentes. Sus berridos al correrse serán una muestra de amor y no de lascivia.
Lo sé por soy mujer y con solo imaginarme tener un marido como tú, sé que me desviviría por complacerte. Te esperaría desnuda y dispuesta cada noche cuando llegaras de la oficina para que al tocarme y comprobar que tenía el coño chorreando por ti, me tomaras brutalmente.
Me daría por completo para que no tuvieses que buscar fuera, lo que ya tendrías en casa. Mis pechos, mi sexo, mi boca e incluso mi culo serían tuyos. Te pediría todas las mañanas que antes de irte a trabajar, me sometieras con tu verga entre mis nalgas y solo después de haber sembrado mi cuerpo, te despediría en la puerta con un beso y la promesa que al retornar a nuestro hogar, encontrarías a tu hembra ansiosa de ti.
Un beso y sigue por esa línea.
KIM
 
-¡Será hija de puta!- exclamé doblemente alucinado.
 

Por una parte, esa zorra me confirmaba que seguía espiándome y por otra, dando rienda a su mente calenturienta, describía una idílica relación donde ella era la servicial esposa y yo el marido. Cualquiera que leyera su escrito, comprendería que Kim era una perturbada que soñaba con ser poseída con dureza por mí. Como su locura la hacía más peligrosa, decidí que a partir de ese día debería incrementar mis precauciones y por eso, cuando nuevamente tuve que salir a cumplir con mi deber, me escabullí de la misma forma que la noche anterior pero cambié dos veces de taxi antes de dirigirme al chalet donde había quedado. Confiado de no haber sido seguido y sumado a que ese el servicio fuese en un domicilio particular, hizo que desde un principio fuese el de siempre y tras una noche de pasión, retornara contento a casa. Eran más de las seis cuando entré por la puerta y aunque estaba cansado, no pude dejar de mirar mi ordenador para comprobar si esa zumbada me había escrito. Desgraciadamente, una mensaje en negrita del Hotmail con su nombre me reveló que lo había hecho y sin poder esperar al día siguiente, decidí leerlo:

 
Querido Alonso:
Esta noche cuando he pasado por tu casa y he visto el resplandor de la televisión en tu ventana. Sabiendo que estabas solo, tuve ganas de subir para agradecerte que sigas firme en tu decisión de abandonar tu asqueroso modo de vida. Se lo duro que te tiene que resultar pasar las noches sin que una mujer se arrodille ante ti y bajando tu bragueta, introduzca tu miembro hasta el fondo de su garganta. Reconozco tu valor y tu fuerza de voluntad, al negar tus sucios instintos y sufrir en silencio, la abstinencia.
Te reitero que debes buscar una mujer que sea impecable de puertas a fuera de tu casa pero, que en la intimidad de tu dormitorio, deje que la poseas de todas las maneras que tu fértil imaginación planteé. La candidata debe saber que tú eres su dueño y obedecerte ciegamente. Una hembra consciente que esclavizándose a ti y siendo tu sierva, logrará alcanzar un placer sin límites.
Sabrás que has acertado cuando al llegar cansado, ella te descalce en la entrada y poniéndose a cuatro patas, te pida que la castigues porque ese día sin tu permiso se ha masturbado pensando en ti. Te aviso que entonces, debes quitarte tu cinturón y cogiéndola del pelo, azotar su culo para que respete. Una buena esposa disfrutará cada golpe y ya con trasero rojo, te pedirá que le separes las nalgas y sin más prolegómeno, tu sexo se enseñoree forzando su ojete.
Mientras la consigues para facilitarte el trance, considero mi deber, ya que yo soy la culpable de tu cambio, enviarte algo que te sirva de inspiración pero sobretodo que llene tus noches de soledad.
 
La voz de tu conciencia.
 
KIM
 
Después de leerlo, comprobé que tenía un archivo de video adjunto y aunque me suponía lo que me iba a encontrar, le di a abrir. Tal y como había supuesto era un video casero, donde una mujer se masturbaba diciendo mi nombre. No me extrañó observar que esa guarra estaba desnuda ni que abriendo su chocho de par en par, cogiera su clítoris entre sus dedos y se pusiera a pajear. Lo que fue una sorpresa fue descubrir casi al terminar que su vientre tenía una curvatura evidente.
 
“¡Está embarazada!” pensé parando la escena y ampliándola.
 
Aunque había tratado de ocultar su estado durante todo el video justo al terminar se le debió mover la cámara o el móvil con el que se había filmado, mostrando tanto su panza como unos enormes pechos.  Revisando a conciencia la imagen, me excitó observar que decorando esas ubres lucía unas negras aureolas. Nunca había visto nada igual, no solo eran gigantescas, lo más impresionante era que, producto de la excitación que consumía a su dueña, las tenía totalmente duras y desafiando a la gravedad, esta no había hecho mella en ellas.
 
-¡Menudas tetas!- exclamé hablando solo.
 
Estaba sorprendido y caliente por igual. Sin meditar las consecuencias de mis actos, me pajeé mirando a esa zorra mientras mis dedos tecleaban una respuesta:
 
Mi Querida Zorra:
 

Si no he salido durante dos noches, no ha sido porque recele de mi oficio sino porque he estado reservando mi leche para rellenar tu culo con ella. Y si crees que no sé quién eres, tengo que decirte que además de embarazada eres una ingenua.

Te descubrí desde el primer momento y por eso, me exhibí ante ti. No creas que no sabía que nos estabas mirando mientras me tiraba a la zorra de tu amiga o que no escuché tus berridos al correrte. No te dije nada porque quería calentar la puta olla a presión que te has convertido. La segunda noche en el aparcamiento, al localizarte espiando, decidí regalarte un espectáculo y por eso, tomé a esa guarra de pie contra el coche. Cada vez que la penetraba, me imaginaba que eras tú, la cerda que llorando de placer se retorcía entre mis piernas.
Tengo que informarte de que he decidido que ya estás preparada y por eso, esta tarde te espero en mi casa a las seis. Deberás venir con un abrigo que tape tu desnudez. Quiero que al abrir la puerta te lo quites y como la cerda sumisa que eres, te coloques en posición de esclava y así esperes la orden de tu dueño.
Te demostraré quien manda y retorciendo tus pezones, te follaré hasta que me ruegues que te deje correrte. Pero recordando el modo tan poco respetuoso con el que te has dirigido a mí,  te lo impediré y tras mojar mi pene en tu sexo, te romperé ese culo gordo de un solo empujón.
 
Un lametazo carente de cariño en tu pestilente clítoris.
 
Tu dueño.
 
Pd. Tengo el email de ese inútil con el que compartes cama, ¿no querrás que reciba una copia de tu video?
 
 
Envalentonado por el órdago y los whiskies que llevaba, mandé ese correo mientras veía, una y otra vez, los treinta segundos de masturbación que mi acosadora me había regalado sin saber que los iba a usar en su contra. Con su recuerdo en mi retina, me tumbé en la cama y tras dejar que el placer onanista me venciera, dormí como un tronco mientras se llenaba mi mente de imágenes donde, ejerciendo de estricto amo, castigaba a esa sumisa.
 
Habiendo descansado después de una semana de estrés y humillación, me levanté a la mañana siguiente pletórico pero con el paso de los minutos, me empezaron a entrar dudas.
 
“¿Habré metido la pata?, ¿Y si no es ella la protagonista?” pensé perdiendo mi supuesta confianza y por eso, antes de darme la ducha matutina, miré mi correo en busca de una respuesta de esa puta.
 
Comprendí su absoluta claudicación y que no me había equivocado, con solo leer el título del mensaje “¡Gracias, Amo!”. Sonriendo, lo abrí y empecé a leer:
 
Mi adorado amo:
 
He recibido con alegría su mensaje. Le agradezco  que me considere apta para ser su sierva y por eso le confirmo que tal y como me ha ordenado, esta tardé estaré en su casa y pondré mi cuerpo a su disposición.
Sé que tiene motivos suficientes para castigarme y con impaciencia espero el correctivo que usted desee aplicar a su puta.
Con mi coño ardiendo por el honor que me ha concedido, se despide:
 
Su humilde esclava Kim.
 
Pd. No hace falta que el eunuco de mi marido se entere que la zorra de su mujer tiene un dueño que no es él.
 
Al terminar tan grata lectura, solté una carcajada y encantado con la vida, me metí en la ducha. Bajo el chorro de agua y mientras me bañaba, planeé el modo con el que vengaría la afrenta. Cuanto más pensaba en ello, mas cachondo me ponía la idea de follarme a una tipa con semejante tripa. Excitado hasta decir basta, tuve que hacer un esfuerzo por no masturbarme. Quería ahorrar fuerzas para esa tarde, de forma que todas mis energías estuvieran intactas a la hora de someter a esa mujer.
Las horas pasaron con una lentitud insoportable y ya estaba al borde de un ataque de nervios cuando escuché el telefonillo.
 
-Sube- ordene con tono serio y dejando la puerta entreabierta, me senté en una silla del hall.
 

Kim no tardó en subir en ascensor y tocando previamente, entró en mi apartamento. Al verme allí cerró y mirándome a los ojos, dejó caer su abrigo al suelo quedando completamente desnuda. Siguiendo mis instrucciones, iba a arrodillarse cuando le ordené:

 
-No, quiero antes comprobar la mercancía-
 
La mujer obedeció de inmediato y en silencio esperó mi inspección. Desde mi asiento, me quedé observándola con detenimiento. Contra lo que había creído Kim era una mujer guapa a la que el embarazo lejos de marchitar su belleza, le había dado una frescura difícil de encontrar. Alta y delgada, la tripa aún siendo enorme parecía un añadido porque, exceptuando a sus dos enormes tetas, el  resto de su cuerpo no se había hinchado por su preñez. Su culo con forma de corazón podía competir con el de cualquier jovencita al mantenerse en forma.
Decidido a humillarla, me levanté y cogiendo sus peños entre mis manos, los sopesé mientras decía:
 
-Pareces una vaca-
 
La mujer, consciente de su atractivo, contestó:
 
-Mi leche es suya-
 
-No te he dado permiso de hablar- repliqué mientras con las yemas le daba un duro pellizco. Kim reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse.
 
Siguiendo mi inspección, palpé su abultada panza advirtiendo que la tenía tremendamente dura. Era una novedad para mí y por eso me entretuve tocándola de arriba abajo mientras los pezones de mi sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación. Al llegar a su sexo, descubrí que lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le dije:
 
-A partir de hoy te lo dejarás crecer, solo las mujeres libres pueden lucir un coño lampiño-
 
Sumisamente, la mujer me respondió que así lo haría, sin darse cuenta que me había desobedecido. Fue entonces cuando le solté el primer azote en su trasero. Aunque esperaba un chillido o al menos una lágrima, esa zorra me sorprendió poniendo una sonrisa. Su actitud me hizo saber que me estaba retando y que me había respondido conociendo de antemano que eso conllevaría un castigo.
 
“Si eso busca, eso tendrá” pensé justo antes de soltarle un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante mí.
 
Kim debía de haber tenido un amo con anterioridad porque con una pericia aprendida durante años, adoptó la postura de esclava y así, esperó mis órdenes. Arrodillada y apoyada en sus talones, tenía las manos sobre sus muslos mientras permanecía con la espalda recta y los pechos erguidos.
 
-Separa las rodillas-
 
Con la barbilla en alto, mostrando arrogancia, Kim abrió sus piernas y sin esperar a que se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándome contemplar su clítoris.  Cabreado me di cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordené que me siguiera a mi estudio. Comportándose como una esclava perfectamente adiestras, la mujer me siguió gateando sin que eso hiciera mella en su ánimo.
 
Ya en mitad del salón, le ordené que no cambiara de postura y así con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas, la dejé sola. Al minuto volví con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los di. La embarazada comprendió mis instrucciones y sumisamente se lo incrustó, rellenando su trasero y su sexo.
 
-A plena potencia- susurré mientras pensaba como podría vencerla.
 

Mecánicamente, Kim aceleró la vibración del aparato y sin mostrar ninguna emoción, se me quedó observando. Comprendí que esa puta jugaba con ventaja porque yo no era un amo y ella sí una sumisa. Bastante preocupado, me quedé pensando en lo que sabía de esa zorra, cuando al pasar mi mirada por su estómago, me di cuenta que estaba enfocando mal el asunto. Todavía hoy sé que vencí gracias a ese momento de inspiración que me hizo abrir un cajón y sacar un rotulador permanente.

 
Kim ni se inmutó cuando, colocándome detrás de ella, le pinté “SOY PUTA” en sus nalgas unas palabras y solo cuando después de sacarle un par de fotos con mi móvil se las mostré, convencida de su superioridad en esos menesteres, me preguntó con tono altanero:
 
-¿Mi amo piensa castigarme mandando las fotos a mi marido?-
 
-No, putita. El tipo ese me la trae al pairo. Las fotos son para tu hijo cuando crezca, quiero que sepa y lea en tu culo que eres una zorra-
 
Asustada, se quedó callada y con lágrimas en los ojos, me rogó que no lo hiciera. Ni me digné a contestarla y sacando una serie de instantáneas más, prolongué su sufrimiento. A base de flashes, fui socavando sus defensas y solo paré cuando la mujer ya lloraba abiertamente. Entonces y recreándome en el poder recién adquirido, le susurré mientras le soltaba un duro azote:
 
-Estoy seguro que al verlas, me pedirá que le deje disfrutar de este culo-
 
Vencida y con la imagen de su vástago fustigando su trasero, la mujer gimió sin parar de berrear. Con el mando en mi poder, me senté y le ordené que viniera hacia mí. Una vez a mi lado, le ordené que me hiciera una mamada.   Sumisamente, Kim se agachó y liberando mi miembro de su encierro, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Su pasado adiestramiento facilitó las cosas y con una maestría increíble, llevó mi glande hasta el fondo de su garganta.
 
Sus lágrimas bañando mi extensión, me confirmaron su derrota y mientras, completamente entregada, buscaba darme el placer que le había demandado, recordé que no sabía el sexo del bebé y lanzando un órdago a la grande, le solté:
 
-Estoy deseando ver a tu HIJA en tu misma postura. De seguro que saldrá tan puta como su madre-
 
Mis palabras la hicieron reaccionar y sacando mi falo de su boca, me insultó mientras intentaba huir. Al estar embarazada, sus movimientos fueron lo suficientemente torpes para que ni siquiera hubiera terminado de incorporarse cuando ya estaba a su lado. Poniéndome tras ella y aprovechando que tenía mi pene erecto, sustituí al consolador que se había quitado y de un solo empujón, se lo metí hasta el fondo de su vagina.
 
-¡No!, ¡Por favor!- gimió al sentir su conducto violado.
 
Sin apiadarme de ella, forcé su integridad a base de brutales embestidas mientras mis manos pellizcaban sus pezones con crueldad. Indefensa, la mujer tuvo que soportar que al darse por vencida y dejarse de mover, mis manos azotaran su trasero diciéndole:
 
-¿No es esto lo que venías buscando?-
Hecha un mar de lágrimas, me reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y paulatinamente, el dolor y la humillación que la turbaban se fueron diluyendo, siendo reemplazadas por una excitación creciente.  El primer síntoma de su claudicación fue la humedad de su coño. Completamente anegado por el flujo, su placer se desbordó por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que esa mujer estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Con una ferocidad inaudita, Kim forzó su sexo hacia adelante y hacia atrás, empalándose en mi miembro sin parar de gemir.
 
-Recuerda que tienes prohibido correrte- le recordé mientras me afianzaba en sus hombros con mis manos y reiniciaba un galope endiablado.
 

La nueva postura hizo que mi pene chocara contra su útero hinchado, al experimentar esa presión desconocida, la terminó de volver loca y aullando como loba en celo, me rogó que la dejara liberar la tensión de su entrepierna. Ni siquiera la contesté porque abducido por la lujuria, en ese momento, mi miembro explotó en su interior regando con mi semen su conducto. Completamente insatisfecha, se quedó inmóvil consciente que un movimiento más  le llevaría al orgasmo. Encantado con su entrega, eyaculé como poseso, tras lo cual, sin decir nada, saqué mi miembro y la dejé sola tirada en el suelo.

 
Kim me miró desconsolada en espera de nuevas instrucciones pero haciéndome de rogar, me tiré en el sofá y cerrando los ojos, le dije que se masturbara sin correrse mientras yo descansaba. Dócilmente obedeció y cumpliendo mis deseos, torturó su clítoris con sus dedos sin quejarse. Esa paja se convirtió en un cruel martirio que estuvo a punto de hacerla flaquear en varias ocasiones y solo el perfecto adiestramiento que tenía evitó que el deseo la dominase, corriéndose.  Lo que no evitó fue que su calentura se fuera convirtiendo en una hoguera y la hoguera en un incendio que estuvo a punto de incinerarla y por eso al cabo de media hora, cuando le ordené que se acercara, esa puta estaba a punto de estallar.
 
-¿Quieres correrte?- pregunté sabiendo la respuesta de antemano.
 
Sudando a chorros, me contestó que sí pero que no quería fallarme otra vez. Ya con el control absoluto en mis manos, metí dos dedos en su vulva y empapándolos bien de flujo, le pedí que se diera la vuelta y me mostrara el ojete. Sé que estuvo a punto de sucumbir con ese tratamiento pero haciendo un último esfuerzo, acató mi orden y separando las nalgas, lo puso a mi disposición. Se creyó morir al experimentar la acción de mis falanges jugueteando en su entrada trasera y pegando un gemido, apoyó los brazos en el sofá. Era tal su calentura que nada más acercar mis yemas a su ojete, comprendí que estaba listo pero forzando su lujuria, la estuve pajeando en ambos agujeros durante cinco minutos hasta que la rubia temblando  como un flan, me suplicó que la tomara. No pude dejar de complacerla y colocándome a su espalda, cogí mi pene y apuntando a su entrada trasera, la fui ensartando con suavidad. Mi lentitud la hizo sollozar y queriendo forzar su gozo, me ayudó echándose hacia atrás.
 
-Amo, ¡Por favor!- gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –Déjeme-
 
-Todavía, ¡No!- contesté,  disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura.
 
Reforzando mi dominio, al sentir mi verga hundida por completo en sus intestinos, me quedé quieto mientras con los dedos le pellizcaba los pezones. Kim chilló como una cerda a la hora del sacrificio y sin pedir mi opinión, se empezó a  empalar con rapidez.
 
-¿Te gusta mi preñada?- le dije incrementando la presión de mis dedos sobre su aureola.
 
-¡Me encanta!- sollozó tiritando al intentar retener su placer. Por segunda vez, me compadecí de ella y acelerando mis incursiones, le di permiso.
 
Lo que ocurrió a continuación fue  difícil de describir. Kim, al oírme, dejó salir la presión acumulada y  berreando con grandes gritos,  se corrió mientras su cuerpo convulsionaba contra el sofá.
 
-¡Fóllame!- ladró sin voz al sentir el ardiente geiser que brotando de su cueva, se derramaba por oleadas sobre sus muslos.
 
No necesitaba pedírmelo, impresionado por su orgasmo, había incrementado el vaivén de mis caderas y llevándola al límite, mi pene acuchilló su culo al compás de los gritos de la mujer. Convertidos en una máquina de placer mutuo, nuestro cuerpos se sincronizaron en una ancestral danza de apareamiento con la música de la completa sumisión de esa mujer ambientando el salón. Kim uniendo un orgasmo al siguiente, se sintió desfallecer y cayendo sobre el sofá, me rogó que terminara.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por su acoso había desaparecido y contagiado de su éxtasis, sembré su culo con mi simiente. La rubia al percibir mi eyaculación, no pudo evitar su colapso y desplomándose, se desmayó. Al verla transpuesta, me compadecí de ella y cogiéndola entre mis brazos, la llevé a la cama. Después de depositarla sobre el colchón, me tumbé a su lado a descansar.
 
No sé el tiempo que estuvimos tumbados en silencio, lo que si puedo deciros que al despertar esa mujer, me besó y pegándose a mi cuerpo, intentó y consiguió reactivar mi maltrecho instrumento, Una vez con el tieso entre sus manos, se agachó y antes de metérselo en la boca, me preguntó:
 
-¿Qué uso les va a dar a las fotos?-
 
-Ninguno, se quedarán guardadas en un cajón para que jamás intentes chantajearme- contesté sin percatarme que me había tuteado.
 
La muchacha poniendo cara de santa, sonrió y después de dar un lametazo a mi glande, me preguntó:
 
-¿Puedo pedirte un favor?-
 
Sin saber cuál era, le respondí que siempre que no fuera borrarlas, se lo haría. Kim, soltó una carcajada al oírme y con voz alegre, me respondió:
 
-¡Nunca me atrevería! ¡Me encanta saber que las tienes! Y soñaré con que un día repasándolas, me llames nuevamente a tu lado-
 
-¿Entonces qué quieres?- dije con la mosca detrás de la oreja.
 
-Quiero que le mandes una de ellas a mi amiga Molly- respondió luciendo una enorme y pícara sonrisa –Me aposté con esa zorra a que aún embarazada podía acostarme contigo sin pagarte y como veras: ¡Lo he conseguido!-
 
Tardé en asimilar que sus correos, su supuesto acoso e incluso su sumisión era parte de una apuesta y sabiéndome burlado, asumí mi derrota, diciendo:
 
-Lo haré dependiendo de la maestría que muestres en la mamada-
 
La muchacha se rio y mientras se agachaba a cumplir, me soltó:
 
-¡Pobre Molly! Cuando nazca mi hija, va a tener que gastarse otros tres mil dólares-
 
-¿Y eso?-
 
-Me ha prometido regalarme una noche con el prostituto más guapo de Nueva York- contestó justo antes de introducirse mi polla en su garganta.
 
Solté una carcajada y acomodándome la almohada, disfruté de la felación de esa manipuladora pero encantadora mujer.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 


 
   

 

 

Realto erótico: “Fui infiel a mi marido con su padre, mi suegro” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

Nunca creí que me pudiera comportar como una puta en celo y menos que fuera con Javier, mi suegro. Educada en Sin títulouna familia de clase media, mis padres me habían enseñado recios principios morales que sin ningún esfuerzo asimilé e hice míos. Desde niña creí en el matrimonio para toda la vida, en la fidelidad y sobre todo en la familia. Por eso cuando conocí a Alberto, me enamoré de él. Con mis mismos valores, era a pesar de su juventud un buen profesional y un hombre de provecho. El sintió lo mismo por mí y tras tres años de noviazgo, nos casamos por la iglesia, nos compramos un chalet e incluso adoptamos un perro.
Éramos un modelo de matrimonio para nuestros amigos. Mi marido al terminar de trabajar, venía a casa y solo aceptaba las invitaciones si estas me incluían a mí. Estoy plenamente segura que nunca me puso los cuernos y aunque viajaba mucho, no tenía miedo de que lo hiciera. Al fin y al cabo:
“Alberto era mío y yo, suya”
Por mi parte, siempre le había correspondido de la misma forma. Nunca dejé que nadie se me insinuara y si lo hacía algún incauto, le paraba en seco. Por aquel entonces, ni se me ocurría pensar que un día unas manos que no fueran las suyas acariciarían mi cuerpo y menos que otra boca besara mis pezones mientras su dueño se afianzaba en mi entrepierna.
Pero todo cambió e increíblemente, el tipo que me sedujo y abuso de mí, resultó ser mi suegro.  Aunque le había conocido al poco de hacerme novia de Alberto, ahora me doy cuenta que nunca le traté. Viudo orgulloso de su independencia y relativamente joven, Javier se había mantenido al margen de nuestras vidas. Director general de una multinacional, vivía en un casón de Somosaguas cuando no estaba en el extranjero y aunque salía con mujeres, nunca se las había presentado a su hijo, diciendo:
-Cuando haya una importante, serás el primero en saberlo-
Aunque mis amigas siempre decían que estaba bueno, para mí, ese hombre de cincuenta años era un ser asexuado porque era mi suegro. Hoy reconozco que con sus casi dos metros y una musculatura que contrasta con su edad, no solo está rico sino que está riquísimo. Nunca había reparado en su porte y menos en el enorme bulto que escondía bajo el pantalón porque era territorio vedado al ser el padre del único hombre que había amado. Ahora me río al recordar la insistencia de mi hermana mayor para que le concertara una cita con él. Siempre me negué porque Patricia con su falta de moralidad era capaz de ponerme en un aprieto.
-Vamos hermanita- me decía –Tu suegro es viudo y está forrado, hazme ese favor-
Aunque me rogó de mil maneras, siempre le puse una excusa para no hacerlo porque temía que habiéndose tirado a esa zorra, mi suegro llegara a pensar que yo era como ella. Confieso que hoy me alegro porque no sé si podría soportar la idea de que ella hubiera disfrutado de la polla que me trae loca. Odiaría saber que carne de mi carne hubiera gritado y aullado hasta desfallecer al ser poseída por él. Todavía hoy, cuando ya me he convertido en su amante y reconozco que soy adicta a la forma con la que me hace el amor, sigue atormentándome la idea de ser infiel a Alberto.
No lo puedo evitar, cuando mi suegro me llama, me quito las bragas y perdiendo el culo, acudo a su lado. Me enloquece que me llame “mi querida nuera” mientras desliza su pene por mi sexo pero más aún cuando dominado por el morbo, me exige ser su putita. Me ha poseído de todas las maneras y en todos los lugares, pero donde realmente saca la perra en la que me he convertido es cuando llega a casa y me folla en la misma cama donde duermo con su hijo. Es más, cuando lo ha hecho, esa noche no he podido evitar masturbarme pensando en él mientras su retoño dormía a mi lado, convencido de la castidad de su santa mujer.
Todas las semanas, al menos un par de veces, su adorado padre me telefonea diciendo dónde, cómo y hasta que manera debo de ir vestida para que sin casi prolegómeno alguno, me joda, folle, penetre, mame, acaricie, humille, ensalce, copule….. Sus deseos son órdenes que cumplo con satisfacción, sabiendo que al dejarle, retornaré a mi hogar con el chocho empapado y sintiéndome culpable pero deseando volver a leer en mi móvil “suegro” porque eso supondrá nuevamente llegar a sentir un placer indescriptible.
Mi marido no sospecha nada e incluso se alegra de que después de tantos años, su padre se acerque a nosotros y nos invite a cenar. Le hace gracia y alienta que su viejo se llevé tan bien conmigo que en vez de telefonearle a él, se dirija a mí directamente:
-Creo que el jefe está deseando ser abuelo- me dijo un día que le comentó que tuve una falta.
-¿Por qué dices eso?- pregunté asustada ya que ese mes me había acostado en muchas más ocasiones con mi suegro que con él.
-Se ha puesto muy alegre y me ha dicho que estaba convencido que embarazada, estarías mucho más guapa-

“Será cabrón” pensé en absoluto ofendida porque sabía que se lo había soltado a su hijo con la intención que yo me enterara que si me quedaba preñada, el seguiría haciéndome sentir viva y deseada. Soñando despierta con la idea de ser suya con el vientre hinchado, tuve que ir al baño a liberar el calor que estremecía mi entrepierna mientras su hijo no era consciente que de estar preñada, mi retoño sería su hermano.
Os preguntaréis como ese hombre ausente y distante llegó a convertirse en la razón de mi existencia. Pues es bien fácil, un día, Alberto llegó a casa con la noticia que  su padre nos invitaba ese verano a su casa en Marbella. Como mi marido estaba tan feliz, no puse ningún reparo sin saber cómo me cambiaría la vida ese verano. Aunque faltaba un mes, mi marido me rogó que fuera preparando las vacaciones porque no quería que nada fallase:
-¿Y qué quieres que haga?- pregunté divertida al observar su nerviosismo.
-No sé, llama y pregunta a mi padre si necesita algo- contestó emocionado con pasar una larga temporada en su compañía.
Aun sabiendo que era absurdo, cogí el teléfono y después de agradecerle su invitación, cumpliendo el capricho de mi esposo le pregunté si le podíamos llevar algo que necesitara. Mi querido suegro, que había estado alternando con unos amigos y llevaba un par de copas, se tomó a guasa mi pregunta y me contestó riendo:
-Lo único que necesito es una mujer y eso no podéis comprarlo-
Avergonzada, no pude seguir hablando con él y nada más colgar, le conté a su hijo lo que me había soltado su padre.
-¡Qué cachondo el viejo!- exclamó encantado de la ocurrencia y sin dar mayor importancia, me tranquilizó diciendo: -Te ha tomado el pelo porque esta mañana le he preguntado porque no se buscaba una esposa. Lleva más de diez años viudo y ya es hora que rehaga su vida-
-¿Y qué te ha respondido?- dije intrigada por la respuesta.
– Que ya tiene una candidata pero que desgraciadamente está casada-
-¡No fastidies! y tú, ¿Qué le has contestado?-
-Me he reído. Conozco a mi padre y sé que sería incapaz de intentar seducir a una mujer comprometida y con familia-
Esa conversación, a todas luces inocua, fue mi perdición. Por primera vez comprendí que mi suegro era un hombre y me pasé toda la noche, pensando que tipo de mujer le gustaría. Conociendo su carácter dominante y perfeccionista, tras mucho pensar, decidí que de seguro su elección sería mucho más joven que él y guapa porque no soportaba la mediocridad y menos  a alguien no le siguiera el paso. También me pregunté cómo sería ese gorila en la cama  porque si era, en ella, tan perseverante y eficaz como en el resto de su vida debía de ser una fiera.
Sin saber que había sembrado la semilla que le permitiría seducirme, dejé a un lado esos pensamientos y me concentré en mi marido. Alberto se estaba desnudando a mi lado y mientras lo hacía, me puse a valorar a mi hombre. Con veintiséis años y un metro ochenta de estatura, era un hombre atractivo y bien dotado. Estaba segura que había muchas zorras que me lo intentarían quitar si él les diese entrada y por eso, mirándole a los ojos me abrí el camisón y le llamé a mi vera, diciendo:
-Tu mujercita necesita cariño-
Mi marido no se hizo de rogar y tumbándose en la cama, me empezó a acariciar los pezones mientras me besaba. Como soy pequeñita y apenas alcanzo el metro cincuenta, cada vez que me abraza me siento protegida y amada, por eso, subiéndome encima, le pedí que me besara los pechos mientras yo introducía su pene en mi vulva. La diferencia de tamaño hacía que al penetrarme me llenara por completo y por eso, tuviera que estar muy excitada para no tener dificultades al hacerlo. Alberto que me conocía, mamó de mis pechos mientras con sus dedos jugaba con mi entrepierna, de forma que en menos de un minuto, sentí su glande chocando contra la pared de mi vagina.
Decidida a sentir, empecé a galopar su verga con mi vulva tan caliente que estaba a punto de explotar y gimiendo le pedí que cogiera con sus manos mis nalgas y me ayudara.   Mi entrega le hizo reaccionar y cogiendo mi trasero, me levantó y bajó con velocidad. Al estar empalada y empapada, gocé como  nunca cuando pegando un grito descargó su simiente en mi interior. Su eyaculación coincidió con mi éxtasis y uniéndome a él, me dejé caer sobre él. Estaba todavía recuperándome cuando me di cuenta que se había quedado dormido e insatisfecha, me quejé pensando que a buen seguro, mi suegro repetiría al menos tres veces.
“¡Estás loca!” maldije al darme cuenta de lo que había pensado y casi llorando, intenté dormir pero me resultó imposible. Había abierto la espita de gas y me resultaba imposible ya cerrarla y temiendo estallar, me masturbé pensando en Javier mientras me reconcomía por hacerlo.
 
 
Con mi suegro en Marbella.
Después de un viaje en coche, llegué a esa ciudad en el sur de España, cansada y de mal humor. Durante los últimos treinta días me había arrepentido de haberme dejado llevar por esa fantasía y me sentía incapaz de mirar a mi suegro a la cara. Javier, ajeno a lo que estaba torturando a su nuera, nos recibió en la puerta, vestido únicamente con un traje de baño. Debía de estar nadando cuando escuchó el timbre porque venía empapado.
Ni mi marido ni él se dieron cuenta que me quedé prendada al ver los músculos que lucía el maldito. Acostumbrado al ejercicio, ese maduro se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente, me encontré con un estomago plano al que las horas de gimnasio, habían dotado de unos abdominales de treintañero.
“¡Mierda!” exclamé para mí al advertir que me había quedado con la boca abierta al contemplarlo y haciendo un esfuerzo, retiré mis ojos de ese pecho musculado y repleto de vellos que había hecho que mi entrepierna se mojara.
Confundida y sin saber qué hacer,  dejé que mi marido me enseñara la casa mientras mi suegro se volvía a meter en la piscina. Alberto me sirvió de anfitrión pero mi mente estaba a años luz y aprovechaba cualquier descuido para echarle un vistazo al hombre que nadaba sin saber que lo estaba observando. Acabábamos de dejar la maleta en nuestra habitación, cuando mi marido me pidió lo acompañara con su padre, a regañadientes, agarré mi bolso y entonces, oí que me preguntaba extrañado:
-¿No te vas a bañar con el calor que hace?-
Juro que era lo último que me apetecía hacer pero, para no levantar sospechas, le pedí que me diera unos minutos y lo alcanzaba. Mi esposo se adelantó dejándome  sola mientras me ponía un bikini. Indecisa sobre cual elegir, opté por el más discreto y me lo puse. Al mirarme al espejo, la imagen que este me devolvió fue el de una mujer atractiva con pechos grandes para su altura y unas caderas redondas que tan feliz me habían hecho siempre, pero que en esa ocasión me pareció que mis medidas eran demasiado sensuales y deseé ser más plana y menos exuberante.
Al bajar a la piscina, me encontré a Alberto y a Javier charlando animadamente mientras se tomaban una cerveza. En cuanto me vio, mi suegro me acercó una silla y me preguntó si quería tomar algo:
-Una coca cola- pedí roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre mis pechos.
Mi esposo, que estaba en la inopia, incrementó mi turbación al decirle a su padre:
-Ves papa, Estefanía es pequeñita pero matona-
Mi suegro sin dar importancia a la falta de tacto de su hijo, contestó:
-Tenías razón. Es una mujer preciosa-
Su piropo hizo saltar todas mis alarmas y con los pezones duros como piedras, sentí que ambos se habían dado cuenta y por eso me tiré al agua. Asustada por la reacción de mi cuerpo, di unos largos esperando que el ejercicio me calmara pero cuando  quise salir de la piscina fue peor, porque la tela de mi bikini nuevo se transparentaba y dejaba entrever el color de mis aureolas. Intentando tapar mis vergüenzas, me puse una camisa y mientras lo hacía descubrí en la mirada del cincuentón que no le había pasado inadvertido mi problema.
“¡Coño!, ¡Me está devorando con su vista!” mascullé mentalmente tratando de disimular.

El idiota de mi marido no se había dado cuenta de lo que pasaba y metiendo el dedo en la llaga, me aconsejó darme crema para no achicharrarme con el sol. Creyendo que eso me daba la oportunidad de alejarme sin que se me notara, me acerqué a una tumbona y abriendo un bote de bronceador empecé a untármelo por las piernas. Rápidamente me di cuenta de mi error, porque al mirar a los hombres, advertí que Javier disimulando con una charla, no perdía comba de mis movimientos. Perpleja por ser objeto de su escrutinio nada filial, agaché mi cara y haciendo como si no me hubiese enterado de lo lascivo de su mirada, seguí esparciendo la crema por mis muslos. Lo que no pude evitar fue que nuevamente mis tetas se pusieran duras ni que en mente divagara entre la vergüenza y el morbo por su acción.
Lo peor fue que cuando iba a empezar con la parte de arriba, mi marido recibiera una llamada de la empresa y me dejara sola con su padre. Javier, me dirigió una sonrisa perversa y acomodándose en la silla, se puso a mirar con descaro mis senos. Aun solo medio excitada, le lancé una mirada asesina que no tuvo ningún efecto. Decidida a castigar su osadía, me le quedé mirando fijamente mientras mis manos esparcían el  líquido por mi escote. Sin retirar sus ojos, me volvió a sonreír y se levantó de la silla, para servirse otra cerveza. Momento que descubrí que debajo de su bañador una enorme protuberancia revelaba que no había presenciado impávido la escena y que estaba caliente.
Absolutamente indignada, cogí una toalla y me tapé mientras crecía mi rencor por ese hombre:
“¿Quién se creé para mirarme así? ¿No sabe que soy su nuera?” me quejé en silencio sin armar un escándalo porque sabía que mi marido sufriría si se enterara.
Al volver Alberto, me excusé de los dos diciendo que estaba cansada y que me iba a echar un rato. Mientras me iba, observé que mi suegro seguía mis movimientos y con esa caricia pecaminosa sobre mi trasero, hui escaleras arriba del chalet. Turbada hasta decir basta, me tumbé en la cama y solo pude calmarme, cuando mis dedos se afianzaron entre mis piernas y separando mis rodillas, torturaron mi botón. Aunque intenté inspirarme en mi marido, fue su padre, él que lo hizo, al imaginármelo mostrándome su trabuco mientras me extendía la crema por mi cuerpo. El sopor me invadió y sin darme cuenta me quedé dormida.
Debía de haber pasado una hora cuando un ruido en la habitación me despertó. Al abrir los ojos, vi que una negra vestida con un uniforme de criada traía unas toallas. Desperezándome, la saludé. La muchacha me pidió perdón por la interrupción y pasando a nuestro baño, se puso a cambiar el juego anterior. Mientras lo hacía, me la quedé mirando al darme cuenta que era una mujer muy atractiva. Con un culo impresionante y unos pechos exagerados, no parecía una sirvienta sino una stripper.
Mi sensación de inferioridad se incrementó al levantarme y percatarme que no le llegaba ni al hombro. Era altísima además de guapa y por eso pensé mientras se despedía:
“Jamás contrataría a esa hembra para que limpiara mi casa. Sería capaz de quitarme a mi marido”.
Cabreada por experimentar celos de su belleza, me metí a bañar y mientras el agua recorría mi cuerpo, me puse a imaginarme a Alberto follándose a esa morena y contra lo que debía haber sentido, me excité.  Mis pezones adquirieron una dureza inusitada y totalmente cachonda, bajé mis dedos hasta mi chocho y me toqué. Al sentir mis yemas sobre mi clítoris, cerré los ojos y seguí acariciándome mientras llegaban a mi cerebro imágenes de mi marido mientras penetraba a ese bombón. En mi mente, fui testigo de cómo su verga entraba y salía del sexo de esa mujer y de cómo con una bestialidad que nunca había ejercido sobre mi cuerpo, la azotaba sin compasión. Deseando ser ella y que alguien me tomara así, me corrí dando un gemido.
Escandalizada por  haberme tenido que desahogar dos veces en un mismo día, salí de la bañera y estaba ya secándome cuando escuché que mi esposo preguntaba por mí desde el cuarto.
-¡Aquí estoy!- le grité.
Alberto venía desolado, por lo visto le acababa de llamar su jefe y tenía que volver a Madrid durante dos días. Al oírlo, me enfadé y como una loca, le dije que me volvía con él que no iba a estar sola en esa casa. Mis palabras le destantearon y confuso, me intentó tranquilizar diciendo:
-No seas tonta, no vas a estar sola. Ya se lo he dicho a mi padre y él me ha prometido cuidarte-
Aunque no podía explicárselo, eso era exactamente lo que me temía y poniéndome melosa, intenté convencerle que lo mejor era que yo le acompañase. Mi estrategia no dio resultado y sin dar su brazo a torcer, me pidió que me quedara por él ya que le hacía mucha ilusión que después de tantos años su viejo intimara conmigo. Anticipando lo que ocurriría si me quedaba sola con ese cincuentón, temblé como una cría e quise hacerle cambiar de opinión pero poniendo un gesto serio, me preguntó:
-¿Te pasa algo con mi padre? ¿No te cae bien?-
Temiendo que no me creyera si le contaba que ese hombre del que estaba tan orgulloso me miraba con unos ojos nada paternales, no insistí y poniendo cara de niña buena, le dije que me quedaría con la condición de que me hiciera el amor. Mi ocurrencia le hizo gracia y dándome un azote en mi culo, me dijo que tendría que esperar hasta la noche pero que después de volver de cenar, me haría gritar en la cama. Su palmada y su promesa me hicieron recordar lo que me había imaginado minutos antes y comportándome como una puta por primera vez, le pedí un anticipo sobándole por encima del pantalón. Sé que le sorprendí pero nunca me esperé que reaccionara quitándome la toalla y poniéndome contra el lavabo, me penetrara sin más.
Reconozco que me encantó esa faceta desconocida de Alberto y gemí como posesa al experimentar el dolor de sentir forzado  mi estrecho conducto sin preparación.  Olvidando nuestra diferencia de tamaño, mi marido me poseyó con una pasión desbordante que me hizo olvidar a mi suegro y queriendo sentir lo mismo que había imaginado le pedí que siguiera follándome así. Tal y como había visto en mi mente,  se comportó como un salvaje y acuchilló con su estoque mi pequeño cuerpo hasta que berreando sin poder aguantar más me corrí sobre las baldosas del baño. Fue entonces cuando recapacitando en el modo en que me había hecho suya, me pidió perdón diciendo que no sabía que le había pasado y que nunca más lo volvería hacer.  Pero obviando que mi contestación iba a cambiar para siempre nuestra relación, le dije riendo:
-Me ha encantado y si no lo vuelves a hacer, dormirás en la habitación de invitados-
Mi respuesta le dejó helado pero rehaciéndose, me besó y mientras me daba el primer pellizco realmente doloroso en nuestra vida en común, me dijo:
-No sabía que tenía una putita en casa-
Jamás me había insultado de esa forma pero tengo que confesar que en vez de enfadarme, me reí y volviendo a la ducha, le pedí que entrara conmigo.
 
Me quedo sola
Esa mañana, nos levantamos a las siete porque el vuelo de Alberto salía temprano. Estaba cansada después de que nos hubiéramos pasado toda la noche explorando esa faceta recién descubierta de mi marido. Era increíble que, después de tantos años de relación monótona, hubiéramos descubierto que a ambos nos gustaba el sexo duro fortuitamente. Con el chocho y mi pecho adoloridos, me entristeció decirle adiós en el aeropuerto y sin ganas de volver al chalet, decidí dar un paseo por Puerto Banús. El esplendor y el lujo de ese pueblo no se habían visto afectados por la crisis. En sus calles puedes ver aparcado un Bentley como si fueran un utilitario cualquiera pero lo más impresionante era el tamaño de los yates fondeados en sus muelles. Mientras en cualquier otro puerto deportivo un barco de veinte metros de eslora es la atracción, ahí pasa desapercibido entre tanto  buque de lujo. Y qué decir de la gente que deambula por ese pueblo, junto a los turistas que, como yo, se quedan impresionados al ver tanta riqueza es fácil encontrarte con potentados árabes y personajes de las revistas de corazón.
Después de dos horas deambulando por sus calles, decidí volver a la casa. Estaba feliz, durante las últimas horas pasadas con mi marido, había disfrutado como una perra mientras el liberaba su tensión sometiéndome. Mi marido, esa persona cortés y educada se había convertido por azares del destino en un exigente amante que me sació por completa. Atrás se habían quedado mis dudas y más convencida que nunca que era el hombre de mi vida, entré al chalet. Al no ver a nadie, creí que estaba sola y por eso, con confianza, me dirigí a la cocina a beber agua. Estaba sirviéndome un vaso cuando, por la ventana, descubrí a mi suegro limpiando  la piscina.
Me quedé mirándole con fascinación. Era impresionante como se marcaban sus músculos al mover el limpia fondos. Eran los de un joven y no los de un cincuentón.  Marcados y completamente definidos era una delicia verlos mientras caminaba por el borde. Reconozco que en ese momento, no le observaba como nuera sino como mujer y estaba tan absorta que tardé en  fijarme en que su criada había salido al exterior.
“¡Será puta!” exclamé al  observarla acercándose a mi suegro en bikini y con una familiaridad nada habitual, decirle que si le echaba crema.
Javier sonrió al escuchar a la muchacha y dejando el aparato en el suelo, la cogió entre sus brazos. Desde mi posición vi a esa zorra restregar su cuerpo contra el del padre de mi marido, justo antes que este, soltando los tirantes de la mujer, se pusiera a besar sus pechos. Indignada, fui testigo de los gemidos con los que la porno-chacha respondió a las lisonjas de mi suegro y estaba a punto de irme de la cocina cuando de pronto vi que le daba la vuelta y apoyándola contra la mesa, le quitaba de un tirón su tanga.
Colorada y excitada, me escondí tras el visillo y me puse a espiarlos. Mi pariente se había quitado el bañador y alucinada, observé que su  pene era aún mayor de lo  que me había imaginado. No parecía humano, además de enorme era tan grueso que dudé que mi cuerpo fuera capaz de absorberlo.
-¡Dios! ¡Qué bicho!- mascullé en la soledad de la cocina mientras mis dedos me empezaban a acariciar.
La cara de deseo de la negra se multiplicó por mí cuando ese hombre le dio un sonoro cachete y separándole las nalgas, comenzó a lamerle su sexo. Su sirvienta aullando como la puta que era, le rogó que la tomara diciendo:
-Patrón, ¡Necesito su verga!-
No se lo tuvo que repetir dos veces y cogiendo su pene, se lo incrustó brutalmente.  Metiendo los dedos en mi entrepierna, me lancé en una carrera sin retorno al observar como desaparecía en el interior de la negra mientras esta no paraba de chillar. Cogiendo mi clítoris, lo torturé duramente completamente bruta por la escena que se estaba desarrollando a escasos metros. Mi suegro, ajeno a que su nuera se masturbaba mirándolo, terminó de introducir su falo y cogiendo a su pareja del pelo, la levantó en brazos con una facilidad pasmosa.  La muchacha al sentirse empalada, berreó de placer mientras mi suegro la llevaba a la tumbona.
Al ver su maniobra, pensé que la iba a tumbar para seguir machacando su cuerpo pero no fue así sino que se sentó y sin soltar a su sirvienta desde esa posición, siguió follándose a la muchacha sin parar. Yo ya había perdido toda cordura y con las yemas de una mano en mi coño, usé la otra para pellizcarme los pechos mientras soñaba con ser la hembra que ese semental se estaba tirando. Para entonces, Javier había tomado el control e izando y bajando el cuerpo de la criada con una velocidad pasmosa, llevó a esta al borde del orgasmo. Sus negros pechos empapados de sudor, rebotaban siguiendo el compás de las estocadas y creyendo que estaba sola con el padre de mi marido, chillaba y gritaba como si la estuviese matando. Con mi coño encharcado, me creí morir al observar que mi suegro giraba a la muchacha sobre sus piernas y poniéndola mirando a su cara, la empezaba a besar. Os juro que deseé que fuera mi boca, la que con fiereza forzara en vez de la de ella. 
“¡Qué salvaje!” pensé al ver que bajando por su cuerpo, había cogido un pezón entre sus dientes y sin importarle el sufrimiento de la mujer, lo mordía con dureza pero contrariamente a la lógica, me calentó de sobremanera y más cuando escuché los aullidos de placer que daba la morena. Mi cuerpo en completa ebullición, añoró ser el que sufriera esas “dulces” caricias y sin poderlo evitar, me corrí brutalmente. Habiéndome repuesto, la vergüenza de haber disfrutado espiando me golpeó y llorando compungida, hui de la cocina con su enorme polla en mi memoria.

Traté de calmar mi calentura con una ducha fría pero la imagen de su espectacular sexo así como la maestría que demostró al follarse a esa furcia, me lo impidió y por eso, mientras me secaba tuve que reconocer que seguía cachonda y tumbándome en la cama desnuda, liberé mis frustraciones masturbándome otra vez. Con los ojos cerrados, me vi dominada por ese semental y deseando convertirme en su puta, pellizqué mis aureolas del mismo modo que había visto hacer a mi suegro con su sirvienta. Sin ser consciente de que podría oírme, pegué un aullido mezcla de dolor y placer mientras mi cuerpo temblaba dominado por la lujuria.
“¡Ojalá Alberto fuera como su padre!” maldije al comparar a ambos hombres.  Ya saciada y con un charco bajo mi trasero como prueba, me percaté de la gravedad de lo que había pensado y asustada por la amoralidad de mis deseos, lloré abochornada.
Incapaz de enfrentarme cara a cara con mi suegro, me quedé el resto de la mañana encerrada en mi cuarto hasta que a la hora de comer, escuché que tocaban a mi puerta. Atormentada por mi culpa, pregunté que quien era:
-Soy yo, Vanessa- respondió la criada.
Como no me quedó más remedio, abrí la puerta y dejé pasar a la muchacha. Vestida de manera adecuada a su trabajo, entró en la habitación y mientras hacía la cama, me la quedé mirando. Esa mujer era un monumento, con un culo y unas tetas que para mí desearía, se movía con una soltura tal que no me extrañó que siendo viudo mi suegro se hubiera sentido atraído por ella y con unos celos impensables en una nuera, la asesiné con mi mirada. En ese momento, pasó Javier por el pasillo y saludándome con un beso en la mejilla, me informó que comeríamos fuera.
Ese cariñoso gesto, carente de segundas intenciones, me alteró y antes de contestar, supe que no podría negarme aunque eso supusiera estar con mi sexo encharcado toda la tarde y cogiendo mi bolso de una silla, contesté con toda la mala leche que pude, dejando claro mi estatus:
-Perfecto, así, EL SERVICIO podrá terminar de limpiar sin que le molestemos-
Mi suegro se percató de mi falta de respeto pero no dijo nada y dándome el brazo, me sacó de su casa.  Al entrar en el restaurante, este estaba atestado de gente y en plan protector, el padre de Alberto pasó su mano por mi cintura y con su enorme envergadura, abrió paso. No os podéis imaginar lo que sentí cuando su mano me tomó y me pegó a su lado pero tuve que morderme los labios para no gritar cuando involuntariamente mi sexo rozó su entrepierna y por primera vez, comprobé en vivo su tamaño.
“¡Qué grande es!” alborotada pensé separándome de él.
Mi reacción le pasó inadvertida por el gentío y con la gentileza habitual de él, separó una silla para que me sentara mientras hablaba de pie con el camarero. No sé cómo pero al sentarme, mi cara quedó a la altura de su bragueta y sin darme cuenta, me quedé embobada mirándola.
-¿Tengo alguna mancha?-  preguntó mi suegro al ver que tenía mis ojos fijos en su paquete.
Con vergüenza, le contesté que no y buscando una excusa a mi actuación le dije que estaba pensando en las musarañas. Sé que no me creyó pero con una sonrisa en los labios, me dio la carta y preguntó que quería de comer. Como comprenderéis, le mentí y dije que unos langostinos en vez de la polla que ya para aquel entonces atormentaba mi mente.
“¿Qué haces? ¡Es tu suegro!” me critiqué con dureza al darme cuenta que deseaba a ese hombre.
Durante la comida, Javier se comportó como un caballero y obvió que en un intento de olvidarme de esos funestos pensamientos, me dediqué a beber en exceso. Desconozco cuanto bebí pero lo que si me consta en que al levantarme de mi silla, me sentí borracha. Desinhibida por el alcohol, le pedí que me llevara a la playa porque quería darme un chapuzón. Muerto de risa, me recalcó que no teníamos traje de baño.
-Entonces, ¡Llévame a una nudista!- contesté con una carcajada, creyendo que no iba a hacer caso a tan absurda sugerencia.
Afortunadamente para mí y desgraciadamente para mi marido, se tomó en serio la propuesta. Juro que me monté en el coche sin saber dónde me llevaba y por eso cuando estacionó enfrente de Cabopino, comprendí que había cumplido mis deseos. Estuve a punto de echarme para atrás y pedirle que me llevara a casa, pero al visualizar en mi mente a ese maduro en pelotas a mi lado, me excité y bajándome del automóvil, corrí hacia la playa mientras me desnudaba.  Me imagino su cara al ver mi striptease pero como fui directamente al agua, no la vi. Lo que si me consta es que recogió las prendas que iba tirando en mi alocada carrera y una vez acomodadas en la arena, se desnudó y  esperó sentado mientras me bañaba.
El mar no consiguió apagar el fuego que consumía mi sexo y aprovechando que Javier no podía ver lo que estaba haciendo, me empecé a tocar de espaldas a él. Sabiendo que estaba loca, me dejé llevar y cada vez más caliente, busqué con mi mirada a mi suegro con la esperanza que se acercara a mí y calmara mi temperatura. Pero al darme la vuelta, le vi charlando con un par de rubias. Pillarle tonteando con esas dos putas, me cabreó y como si fuera una novia celosa salí del agua y sin pensar en las consecuencias, fui directa a reclamarle.
-¡Ha venido conmigo! ¡Es mío!- con una irracional furia reclamé a las inglesas al ver que no solo estaba  hablando sino que, a petición de una de ellas, le estaba untando crema por el cuerpo.
Javier se me quedó mirando con una expresión colérica en su cara pero sin montar un escándalo, me acompañó a donde estaba nuestra ropa. Solo entonces y cuando nadie podía oírnos, me soltó:
-Mira, muchachita, lo que yo haga con mi vida es asunto mío y te juro que prefiero estar esparciendo el bronceador en unos pechos que soportar a la loca de mi nuera-
Con el orgullo herido y azuzada por el vino, me tumbé en la arena y cogiendo sus manos, le contesté:
-Puedes hacer ambas cosas- y llevándolas a mis tetas, le grité: -Si no me echas tú la crema, ¡Me buscaré a otro que si lo haga!-
No os puedo explicar su indignación, rojo de ira, cogió el bote y derramando el potingue sobre mi piel, me soltó:
-¡Tú lo has querido!-
Con violencia pero también con una sensualidad sin límites, mi suegro empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos. Me creí derretir cuando sus dedos sopesaron el tamaño de mis senos justo antes de pellizcarlos cruelmente.
-¡Dios!- gemí a sentir ese dolor con el que había soñado desde que le viera tirándose a la sirvienta y comportándome como una perra en celo, abrí mis piernas dejando claro que le daba acceso a todo mi cuerpo.
Mi entrega no disminuyó su enfado y tras torturar mis pezones, sus manos bajaron por mi abdomen. Consciente de que la puta de su nuera estaba disfrutando, Javier separó mis rodillas y introduciendo dos dedos en mi sexo, empezó a follarme con sus yemas. Sé que no era yo pero confieso que me dominó el morbo de que mi suegro me masturbara a pocos metros de esas dos y dando un berrido, me corrí sobre la arena. Mi brutal orgasmo no le calmó y con los ojos inyectados, se tumbó a mi lado y cogiéndome del pelo, me soltó:
-¿Adivina quién es la zorra que me la va a mamar?-
Por supuesto queda que esa zorra: ¡Era yo! y olvidándome que solo había estado con un hombre en mi vida, me agaché y metiendo mi cara entre las piernas, empecé a besar sus huevos mientras mi mano le pajeaba.
-Puta, ¡Te he dicho que quiero una mamada!-
Indefensa ante semejante energúmeno pero ante todo sobre excitada, y lamí su gigantesco glande dudando que me cupiera. Fue entonces cuando incorporándose, cogió uno de mis pezones y apretándolo entre sus dedos, me exigió que introdujera su pene en mi boca. Tuve que abrirla por completo para que entrara y venciendo las arcadas, conseguí hacerlo desaparecer en mi garganta mientras se jactaba de la sucia sumisa con la que se había casado su hijo. Nadie ni siquiera mi marido me había tratado así pero mi coño nuevamente anegado me confirmó que me gustaba e imprimiendo velocidad a mi mamada, quise agradecerle el placer que me daba. Metiendo y sacando ese tronco con rapidez, conseguí que al cabo de cinco minutos, mi adorado suegro se vaciara en mi boca y no queriendo fallarle intenté tragarme su eyaculación pero  mi lengua no dio abasto a recoger el semen que brotó de su interior. Con la cara manchada de su lefa y con el estómago lleno,  observé que una vez saciado mi suegro se levantaba y se empezaba a vestir, mientras unos metros más allá, las dos inglesas aplaudían mi desempeño.
Humillada, le seguí y recogiendo mi ropa, me tuve que ir vistiendo camino al coche. Ya en él, me quedé callada mientras volvíamos a la casa y solo cuando nos bajamos, me miró y se dignó a hablarme, diciendo:
-Está claro que mi hijo no te sabe controlar pero, desde ahora te digo, que yo soy diferente-
Tras lo cual, se fue a su habitación dejándome sola en el hall. Asustada porque fuera a contarle a mi marido el comportamiento libertino de su esposa, corrí hacia mi cuarto y desplomándome sobre la cama, me puse a llorar. Mi vida pasada había quedado hecha añicos por culpa de la atracción contra natura que sentía hacia ese hombre y desconociendo lo que el futuro me reservaba, me hundí en la desesperación.
 
La cena y mi completa claudicación:

No tardé en descubrir lo que me tenía reservado. Estaba todavía tumbada en la cama cuando a las ocho y media, Vanessa entró en mi alcoba. Sin pedirme permiso, me ayudó a levantarme y me llevó al baño, donde después de encender el agua caliente me empezó a desnudar. Intenté protestar al sentir sus dedos desabrochando mi blusa pero con una sonrisa, la negrita me tranquilizó diciendo:
-Mi patrón me ha ordenado que la prepare para le cena-
La sensualidad que escondían sus palabras, me desarmó y en silencio dejé que me fuera quitando la ropa. Sus manos al rozar mi piel provocaron que me pusiera colorada al no saber qué es lo que realmente quería mi suegro. Temiendo que hubiese mandado a esa mujer a acostarse conmigo como método de humillarme, directamente le pregunté:
-¿Don Javier te ha pedido que me seduzcas?-
Vanessa soltó una carcajada y sin contestar me metió en la bañera. Su ausencia de respuesta, me terminó de poner nerviosa y más cuando comenzó a enjabonar mi pelo.  Con una dulzura sin límite, sus dedos se introdujeron en mi melena y dando un suave masaje en mi nuca, me comentó que su jefe quería que estuviera guapa y limpia para disfrutar de mí. Me escandalizó que ella conociera mi tropiezo pero como nada podía hacer, cerré los ojos y me relajé. La muchacha me  aclaró el pelo y dejando el teléfono de la ducha a un lado, se puso a dar jabón al resto de mi cuerpo. Me estremecí al sentir sus manos recorriendo mis pechos dando especial énfasis a mis pezones. Con el poco orgullo que me quedaba, me quejé de la sensual forma en que me los había limpiado pero ella, cerrando mi boca con un suave beso, riendo me contestó:
-Doña Estefanía, usted, tranquila. Va a ser su suegro quien haga uso de su cuerpo, yo solo soy su instrumento-
Pero no conseguí relajarme porque en ese instante, cogió una de mis aureolas en la boca y empezó a mamar mientras sus dedos bajaban por mi estómago y separando mis rodillas, se hacían fuertes en mi sexo.
-Tiene prohibido correrse- susurró en mi oído al escuchar el apocado gemido que había surgido de mi garganta.
Me quedé horrorizada al experimentar que mi cuerpo se excitaba con las caricias de una mujer y deseando que terminara esa tortura, le pedí que se diera prisa.
-Lo siento pero no puedo, me ha dado órdenes estrictas sobre cómo actuar – dijo mientras lamía el otro pezón e incrementaba la velocidad de su mano en mi entrepierna.
Asustada  por la fuerza de mis sensaciones, estaba a punto de correrme cuando la criada, viendo que estaba a punto de sucumbir, me sacó de la bañera y poniéndome de pie encima de las baldosas, cogió una toalla con la que me secó. Creí que entonces me iba a vestir pero rápidamente me percaté de lo errada que estaba porque una vez seca, me obligó a sentarme en un taburete y separándome las rodillas, untó de crema de afeitar mi vulva mientras me decía:
-No le gusta el pelo en el coño, dice que es de guarras-
Me quedé de piedra al pensar en que le iba a contar a mi marido cuando descubriera que me había afeitado ya que al contrario de su padre pensaba que solo las fulanas se hacían las ingles. Ajena al sufrimiento que me estaba causando, Vanessa con gran cuidado fue asolando con una cuchilla el bosque que crecía sobre mi sexo. Habiendo terminado, se agachó y lamiendo los restos de crema, lo limpió por completo.
-Así le va a gustar más- dijo y haciéndome una confidencia prosiguió diciendo: -Cuando me convertí en su esclava, yo también tenía mi coñito sin depilar-
Su involuntaria confesión me reveló mi destino y contrariando a mi educación, saber que mi suegro iba a ser mi dueño, me calentó. Increíblemente, me emocionó pensar en servirle y por eso, no me escandalicé cuando la morena me vistió como una fulana barata de un bar de carretera con un transparente picardías rojo que no llegaba a ocultarme ni el culo. Al saber que iba a ir a su encuentro así y sin unas bragas que taparan mi sexo, me hizo sentir desnuda pero caliente y por eso, abriendo la puerta pregunté a la sirvienta si bajábamos.
Ella me miró de arriba abajo y con una sonrisa en su rostro, contestó:
-Está usted preciosa pero le falta un adorno- y sacando un collar de cuero me lo puso y enganchando una correa, me aclaró que era un deseo expreso de su jefe.
No supe que decir y cuando ya estaba a punto de protestar, tiró de mí y me llevó hasta el salón donde esperaba Javier pero antes de entrar me obligó a arrodillarme y así gateando mientras ella jalaba de mi correa, me acercó al sillón donde estaba sentado. La sensación de presentarme  a cuatro patas ante mi suegro y que este se me quedara mirando como a una mercancía fue indescriptible: con mi chocho chorreando y mis pezones tiesos deseaba que ese hombre tomara posesión de su feudo.  Su mirada era una mezcla de interés por la hembra que excitada esperaba en el suelo y de desprecio  al saber que esa guarra era la que había engatusado a su único hijo.
-Tráeme una fusta- dijo a su criada después de estarme observando durante unos minutos.
Me quedé petrificada al escucharlo pero fui incapaz de levantarme e huir. La negra debía de saber de antemano lo que le iba a pedir su jefe porque se la dio inmediatamente. Ya con ella en la mano, se levantó y me exigió que hiciera lo mismo. Temblando me incorporé y entonces me volvi a percatar de nuestra diferencia de tamaño, de pie y con tacones, no le llegaba más que al pecho y eso me hizo sentir todavía mas indefensa.
-Te voy a demostrar que eres una putita- en voz baja pero con un tono serio, me informó de sus intenciones: – Me da vergüenza lo engañado que me has tenido todos estos años. Realmente pensaba que eras una santurrona pero no eres más que una perra en busca de dueño-
Sus hirientes palabras fueron la confirmación de mi sumisión e involuntariamente, contesté:
-Amo, quiero ser suya-
Mi suegro no me hizo caso y pasando la fusta por mis pechos, se entretuvo sopesándolos mientras yo me deshacía. Con toda la lentitud del mundo, pellizcó mis pezones mientras seguía revisando mi cuerpo como si en vez de ser su nuera, no fuera más una res que estaba decidiendo si comprar. El látigo se deslizó por mi cuerpo y al llegar a mi entrepierna, sentí un calambrazo en mis muslos. Tardé en asimilar que ese dolor había sido causado por ese instrumento al caer sobre mi piel.
-Abre las piernas, querida nuera- oí que me ordenaba usando ese cariñoso apelativo que a partir de ese día se convertiría en la señal de que mi suegro quería disfrutar de su propiedad.
Excitada separé los pies, dejando mi coño recién depilado listo para su inspección mientras, a unos metros, su sirvienta sonreía. Os juro que creí que me iba a correr cuando noté que con la fusta separaba mis labios y  usándola como si de un pene se tratase, se dedicó a rozar mi clítoris con ella.
-¡Dios!- aullé al sentir esa perversa caricia y con lágrimas en los ojos, deseé ser penetrada aunque fuera con ese aparato.
Obviando mis deseos, Javier me obligó a darme la vuelta y a separar las nalgas con mis manos. Con mi virginal ojete indefenso y mi sexo anegado, esperé sus instrucciones. Haciendo una seña a su criada, le pidió que me preparase. Vanesa no se hizo de rogar y arrodillándose a mi espalda, sacó su lengua y se puso a penetrar con ella mi culo. Quise protestar al sentir su húmedo apéndice violando mi esfínter pero, al recibir un merecido latigazo sobre mis nalgas, me quedé quieta.
-Relájate o te va a destrozar- me advirtió la morena al ver que mi suegro se quitaba la bata.
Tengo que confesar que me aterrorizó ver el tamaño del pene que iba a romperme el culo. Aunque lo había tenido en mi boca, al verlo erecto frente a mí y saber que iba a usarlo para sodomizarme, me pareció todavía más gigantesco y por eso, separé mis cachetes con mis dedos y casi llorando le pedí a la sirvienta que me ayudara a dilatarlo. La negra comprendiendo mi angustia, metió dos de sus yemas en mi agujero y con movimientos circulares, buscó relajarlo mientras mi suegro sonreía con satisfacción. 
-Apártate- ordenó a su amante cuando consideró que estaba lo suficientemente agrandado y obligándome a apoyarme contra la mesa, jugueteó con su glande en mi culo.
Aunque sabía que iba a sufrir, os juro que jamás creí que pudiera existir un dolor semejante al que asoló mi cuerpo cuando mi suegro introdujo su falo por mi entrada trasera. Forzando hasta el límite mis músculos, su extensión se abrió camino por mis intestinos mientras yo experimentaba un sufrimiento atroz que se prolongó mientras su incursión, centímetro a centímetro, iba rellenado mi hasta entonces intacto conducto.
-¡Por favor!- grité retorciéndome de dolor.
Sin compadecerse de su víctima, mi adorado suegro llevó mi tormento hasta unas cotas impensables metiendo su trabuco por completo en mi interior. Solo cuando la base de su pene rozó mi esfínter, solo entonces paró y dirigiéndose a la negra, le exigió que se comiera mi coño. Su dócil sirvienta se deslizó bajo mi cuerpo y llevando su boca a mi entrepierna, obedeció mordisqueando mi botón mientras sus dedos penetraban sin parar mi sexo. Con mis dos orificios invadidos, el dolor seguía siendo insoportable y por eso, llorando pedí que me dejaran libre, diciendo que ya había aprendido la lección.
-¿Qué lección?- gritó Javier dando un doloroso pellizco en uno de mis pezones -¿Qué eres una puta? o ¿Qué nunca debiste de intentar jugar conmigo?-
-Ambas- contesté con la voz entrecortada.
Creí desfallecer al advertir que haciendo a un lado mi sufrimiento, las caderas de mi suegro se empezaban a mover, metiendo y sacando lentamente su pene de mi culo.
-¡No!- aullé consumida por el dolor e intentándome zafar, me retorcí buscando una salida.
Mi rebeldía sacó su lado más dominante y tirándome del pelo, aceleró mi empalamiento con bruscas arremetidas. Su pene se convirtió en un martillo neumático que golpe a golpe fue derribando mis defensas, hasta que ya vencida, me dejé caer sobre la mesa.  Os prometo que creí que iba a morir destrozada por dentro al pensar que el líquido que recorría mis muslos era sangre pero entonces casi sin darme cuenta, el dolor se fue transformando en placer y aullando descompuesta, me corrí. Nunca había experimentado un orgasmo tan intenso y por eso, tardé en asimilar que esas placenteras sensaciones eran el inicio de una serie de clímax que entre esa mujer y mi suegro iban a regalarme esa noche.
-Mi querida nuera se acaba de correr-  informó brevemente a su sirvienta al comprobar los espasmos que recorrían mi diminuta anatomía.
Su afirmación dio inicio a la locura. Mientras Vanesa bebía de mi flujo, mi suegro continuó machacando mi culo con brutales cuchilladas. La combinación de ternura y de crueldad sobre mis dos agujeros me fue llevando a un estado de enajenación donde hasta la última neurona de mi mente, explotó de placer. Con mi sexo convertido en un torrente y mi ojete asaltado, oleadas de gozo golpearon contra la muralla de mis prejuicios y antes de caer agotada, supe que era su perra. Pero la gota que derramó el vaso, fue escuchar que Javier me susurraba al oído que esa noche iba a hacer uso de su esclava mientras mas abajo mi intestino recibía el ardiente semen que brotaba de su pene.
-Dele fuerte- gritó Vanesa al oir un azote en mis nalgas- enseñe a la puta de su nuera quien manda-
Reconozco que jamás hubiera supuesto que en vez de revelarme ante ese castigo, actuando como una sumisa, implorando nuevos azotes, le dijera:
-Son suyas, suegro-
Javier soltó una carcajada y abandonando mi culo, sacó su miembro de mi interior. El vacío que experimenté me hizo llorar y arrodillándome a sus pies, le juré que a partir de ese día sería solo suya. El padre de mi marido me miró con rencor y soltándome una bofetada, me gritó:
-Alberto está enamorado de ti aunque no te lo merezcas- .Os juro que  me sentí como una huérfana que hubiera perdido a sus padres al escuchar sus palabras pero cuando ya creía que me iba a sumir en la desesperación, me dijo con dulzura: -Serás su fiel esposa y le satisfarás todos sus deseos. Quiero que mi hijo sea feliz pero cuando te llame, dejarás lo que estés haciendo y vendrás a mi lado-
-Se lo prometo, amo- respondí ilusionada mientras Vanesa me besaba dándome la bienvenida al harén de su dueño.
Mi suegro al ver la entrega de sus dos sumisas, nos dijo que tenía hambre y felizmente fuimos a prepararle la cena. Ya estaba en la puerta cuando oí su orden:
-Por cierto, querida nuera, vas a dejar de tomar la píldora. Quiero que tu vientre germine y que el azar decida si voy a ser padre o abuelo-
Deseando que fuera su simiente la que me dejara preñada, con una sonrisa se lo prometí y cogiendo de la mano a  Vanessa, le susurré convencida:

-Nuestros hijos jugaran juntos-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 
 
 

Relato erótico: “American Woman” (POR VIERI32)

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PORTADA ALUMNA2 

El bar estaba infestado del gentío y de aquella humareda pesada y grisácea producida por los tantos cigarros que Sin títuloempañaban la vista. El efecto de la potente música rock y las luces verdosas láser bailando, cruzando y traspasando los humos era genial… al menos con algo de alcohol corriendo de mano en mano.

Estaba con un par de amigos recostando los codos sobre la barra y observando el local, todos meneando la cabeza al ritmo de la batería ruidosa, uno no paraba de hablar de nimiedades, el otro sin dejar de lanzar piropos hacia las jovencitas más libertinas, quienes, dicho sea de paso, atinaban a sacarle el dedo en gesto desaprobador.
Hacía par de días en que por buen augurio del destino, más mi buen Karma, gané la lotería, lo suficiente como para gozar un par de meses en la vagancia como ésta noche, y sin pensar demasiado, los fajos los guardé en donde más seguro podrían estar; mi billetera. Allá los extorsivos bancos, inseguras entidades y peor aún, amigas de… conveniencias.
A lo alto el Dj en su torre, presionando con una mano contra su oído, un gigantesco auricular, y con la otra, cambiando y mezclando músicas. Desde lo lejos, la puerta de entrada se abría, una luz azulina bañaba el lugar y todo oscuro nuevamente al cerrarse, en el preciso instante en que el coro del rock moderno sonaba, la vi entrar.
 
American Woman
Stay away from me
 
Como quisiera que aquella mujer vestida para matar tuviera al menos la gracia de mirarme. Pareciera que por efecto del alcohol, sus brillantes pelos negros se regaban por el aire en cámara lenta durante su caminar, aquellos ojos felinos que vislumbraban con autoridad el lugar, grosos labios impresos en labiales carmesí, portentosos senos exageradamente escotados por un top rojo intenso, deberían de usarlos jovencitas, pero al parecer a ella poco le importaba, y gracias al cielo, era tan corto que regalaba a mi vista un acaramelado ombligo que reposaba en su casi perfecta panza dorada cubierta de brillos.
Era tal el caminar de esta fémina de anchas caderas, seguras portadoras de prodigiosas nalgas, que el mundanamente ajustadojean blanco, no sólo brillaba cegadoramente a la luz de neón, sino que dejaba entrever entre su cintura, los bordes de telas rosadas de la ropa interior, y un sobresaliente monte de venus. Cuerpo de una madre por lejos, pero lo mejor de todo es que pese a su edad, en aparente doble a la mía, lucía con orgullo lo mucho que aún tenía. Y todos se abrían a su paso.
Las luces parecieran sólo iluminarla a ella, se contoneaba con una parsimonia de locos, atravesaba la intensa humareda, los verdosos láseres la atravesaban una y otra vez, y sus ojos brillaban color rubí por los efectos lumínicos, pero sabía que por las cervezas ingeridas, aquella mirada que me carcomía, parecía la de una diablesa, venía acompañada de otras dos mujeres, una más puta que la otra, faldas increíblemente reveladoras, medias de red, todo lo que quieras, pero ella… llamó mi vista desde que la vi entrar.
Sus amigas la tomaron de la cintura y empezaron a ceñir sus caderas entre ellas, al ritmo de la insinuante canción, en medio de un redondel de muchachos excitados. Prodigioso espectáculo, ya ni recordaba que tenía a mis lados a dos compañeros de la universidad, seguro me hablaban de ellas, no lo sé, tan sólo me funcionaban tres cosas; mi vista rendida a aquella belleza madura bailando con sus amigas, mis oídos opacados por la música que marcaría una etapa en mi vida… y un vigor latiente entre mis piernas. Sólo esas tres funciones me eran necesarias.
Se colocó entre aquellas dos compañeras, ambas la apretaron entre sus cuerpos, y al ritmo de la santa música, con las ya miles de miradas lascivas sobre ellas, se bamboleaban y agachaban lenta y rítmicamente. Allí, con un poco disimulado movimiento, logré ver, cuando las tres casi se inclinaban por completo, unos redondeles lechosos del trasero de una, marcados firmemente bajo la falda negra de cuero, y en la baja espalda, apenas se divisaba un tatuaje que imprimían en letras, obscenas vulgaridades. Muchos rugían, agitaban las botellas y aplaudían, en cuestión de segundos, se habían convertido, para delicias de nosotros, y celos de las más jóvenes, en las reinas de aquella fiesta.
De a poco entendía la motivación de la lírica que sonaba, letras hartadas de lo que hoy día estaba viendo, hartadas de que estas mujeres regalasen espectáculos para todos, y tan sólo entregasen sus maduros cuerpos a algún afortunado. ¿El resto? Seguro caían en un mar de decepciones y falsas premisas que mandaban estas mujeres en sus meneos lentos, manoseos entre ellas, y algún que otro beso entre sus sudorosos cuellos. Pero no creía en eso, ¿Cómo generalizarlas así? Y fue cuando ella me cruzó la vista. “Karma” pensé.
 
American Woman
Mama let me be
Como si el premio económico no le bastara al cielo, me entregaba el laurel mayor, aquellos ojos mininos que no se apartaban de mi atónito rostro, si bien ella seguía contoneándose entre sus dos libidinosas amigas, su insinuante rostro se dedicaba a recorrerme entero. Probaba y testeaba, si al menos, tenía valor para mantener ese contacto visual. Si osaba de desviar mi mirada por otros lugares, tal vez la perdería para siempre.
Sonreí a raudas, la mujer bailaba lenta y erótica, como solo la experiencia podía mandar, y el cielo mostró compasión a este pobre diablo… ella me devolvió la sonrisa entre aquellas dos mujeres que la manoseaban sin pudor.
Fue mi perdición responder a su mirada cargada de sexo, tomé un trago más de una botella cercana, y la seguí mirando. ¿Me dirijo allá? – pensé- Seguro me rechaza, los tantos que ocupaban el local se la tomarían conmigo.
De drástico movimiento, aquella mujer se separó de los besos y caricias de sus amigas, y avanzando entre el anonado público y la pesada humareda, se dirigió al bar, sentándose luego a una butaca de distancia.
Su libertino quedó demostrado en su ropa, algo de piel se escapaba de los bordes de las telas, irónico o no, ello acrecentaba mis ansias, y cuando en un momento en que las guitarras estrujaban notas al máximo, se acercó con una copa en manos, la bebió frente a mi rostro, con su gélida respiración sobre mí, y susurrando levemente, me invitó a otro lugar, firmando cortésmente, con una mundanísima lamida al lóbulo.
La miré atontado, de seguro le encantaba encender su morbo con jóvenes. Y si era víctima, sería confuso, pues la víctima se resiste. Yo, ante aquella diosa, jamás me sobrellevaría. Y ella lo sabía.
Mi conciencia se perdía en sus felinos ojos y en aquella sonrisa maliciosa, sin darme tiempo en gesticular mi obvia y desesperada afirmación, posó una mano sobre mis piernas, recorrió el largor hasta las rodillas, y mirándome con embeleso, tomó mi mano, se levantó, y quedé en seguirla.
Mis compañeros miraban atónitos en el bar, los demás seguían observando el baile obsceno de sus dos amigas en la pista… y yo, metido en mi mundo, detrás de ella tomándola de su mano, y aprovechando la vista de aquel glorioso trasero en su caminar, atravesando la horda de aquel ardiente local, y desapareciendo de entre la grisácea humareda.
Cayó sentada en aquellos confortables sillones, sumidos en la oscuridad total de los rincones del local, sin soltarme, me atrajo hacia sí. Una vez a su lado, tomó con ambas manos de mi tembloroso rostro, clavando un beso en exceso apasionado. Ladeaba la cabeza al son de la salivosa lengua, intentaba seguirle el paso como morbosamente fuera posible, pero tanta maestría y experiencia me dejaban muy detrás. Se apartó de un brusco movimiento, y sonrió maliciosamente;
– ¿Te conozco de algún lado? – Negué, negué como si la vida me fuera en ello, imaginaba que si me conociera, todo terminaría allí – Estoy segura que te vi en algún lugar – preguntaba rumiante y jovial.
– ¿El periódico? – me referí orgulloso, al parecer la lotería me hizo famosoHasta el momento, el Karma supo hacerme grata la vida, dicen que lo que te da en favor, te lo devuelve en forma de maldición, pero en mi caso, el dichoso Karma, sólo me sonreía. Y estaba en lo cierto, volvió al asalto, con más ímpetu si cabe, con impudorosos y fuertes manoseos en mi ya jodidaentrepierna.
Envié una mano hacia su groso muslo, recorriéndolo desde la rodilla, subiendo apasionadamente, restregando con total calentura mis dedos hasta la cintura, bajándolos luego en aquel monte, y frotándolo lentamente al ritmo de los besos y caricias.
Sentir sus entrecortados gemidos que le ocasionaba, en mi boca, su cuerpo restregándose con el mío, sus enormes senos ladeando por mi pecho, todo ello era demencial y surrealista. Pero aquella experiencia de mujer quedó nuevamente comprobada, al aumentar la violencia de su húmedo beso, la potencia en sus lujuriosos manoseos y la agitación de su tibia lengua, haciéndome quedar como tonto gimiente y con el cuerpo estrujado a sus caprichosos palpamientos.
En un intento desesperado por demostrar que no era manso, mandé mis manos tras su rostro, enlacé mis dedos por sus lisos cabellos, la presioné contra mi rostro, y atraje la húmeda lengua lo más humanamente posible hacía dentro de mí.
Se apartó brusca, cogió nuevamente la copa, bebió lo restante, con violencia me atrajo, y tras unir nuevamente nuestros labios, derramó la bebida en mi boca. Y era jodidamente deliciosa.
Llegó el punto del nirvana, aquel momento en el que yo al menos demostraba que los besos mundanos, caricias pervertidas y restregadas excitantes, si bien mundanos a más no dar, ya no eran suficiente para satisfacer las ansias. Se levantó, y tirando de mi mano, nos dirigimos hacia la salida trasera.
El golpe del frío se hizo más fuerte considerando que surgíamos de un averno bailable, a nuestra vista se presentaba un mugriento y grisáceo callejón, únicamente ocupado por unos contenedores de basura. Más al fondo, algunos drogadictos, seguramente tomando coloridas pastillas, pero demasiado lejos estaban como para vernos.
La música desapareció al cerrarse la puerta, aunque aquello ya no importaba.
Como poseída se volcó hacia mí, aún no concebía por qué el destino me sonreía tanto, y acorralado contra la pared, mandó una mano abierta y descarada a mi entrepierna, friccionándola al tiempo en que me volvía a invadir con toda su candente y experta lengua en mi boca.
La rodeé por su ancha cintura, subí por la curvatura en armónica velocidad, y sintiendo la ajustada tela del top, logré levantar y revelar a mi vista, unos insinuantes senos junto a unas rosadas y gigantescas aureolas. Dejé de besarla, me incliné a apretujar un seno, al tiempo en que aprisionaba con mis labios su pezón, y punzaba con la lengua en movimientos circulares, haciéndola gemir estrepitosamente y friccionarse más hacía mí.
Los besos partieron entre los pechos, bajaron lentamente por la deliciosa y lechosa panza, llegando hasta el ombligo, poco me importaban los fastidiosos brillos, y sujetando con ambas manos aquella portentosa cadera, bajé a duras su ajustado pantalón, bragas incluidas, hasta los tobillos.
Aquel capullo carmesí y abultado, húmedo al tacto y floreciente de vellos, fueron mi ruina. Sus manos rodearon mi nuca, y en fuerza tremenda, me abalanzó hacia su feminidad. Fue tal la calentura, fue tal el alcohol, y fue tal el éxtasis, que sin asco recorrí su intimidad como si mi vida fuera en ello. Pasaba la lengua entre aquellos pliegues, forzando la separación de sus abultados labios exteriores en medio de la piel de su velloso pubis.
La sujetaba por las prodigiosas nalgas, sentía como su sudoroso cuerpo vibraba a cada embestida bucal, el clítoris, hinchado tremendamente, palpitaba a cada roce de mi lengua que se abría paso, separando sus voluminosos y húmedos labios, arrancándoles de sus entrañas, fuertes gemidos lastimeros. Volvió a retirar mi rostro, mirándome con su penetrante vista.
De repentino movimiento, cayó arrodillada junto a mí, y tras perderme nuevamente en esos ojos cafés, volvimos a clavarnos un beso de aquellos, acuoso, ruidoso, sin pudor y con violencia. Subí mis brazos y elevó mi camisa, en cuestión de segundos, ambos estábamos desnudos, con nuestras ropas arrojadas en un rincón.
– Levántate – susurró con aire altivo.
Supe elevarme a duras penas, y allí, viéndola de rodillas, tomo mi virilidad con ambas manos, subiendo y bajando por el largor lentamente mientras me seguía carcomiendo con la contemplación gatuna entretanto se relamía los labios.
Observó la palpitante venosa entre sus manos, y tras abrir su boca, lo engulló lenta pero rítmicamente, sellándolo con sus carnosos labios. Una vez introducido todo, comenzó un burdo mete-saca bucal, ella gemía excitantes “emes“, bajé mi vista, viéndola masturbarse sutilmente con una mano en su sexo, y con la otra sujetando lo mío, al tiempo en que su boca devoraba impiadosa y ruidosamente.
Dejó de tocarse, y con total libertino, mandó la mano libre entre mis piernas, agarrando mis más sensibles pertenencias, jugándomelas y estrujándolas entre sus dedos mientras seguía succionando con gozo. Sentía su garganta de golpe, veía mi órgano reluciente bajo sus pómulos. Se alejaba lentamente, y luego abrigaba la tibia lengua humedeciendo como víbora todo el glande, en cuestión de segundos, ya no podía sostenerme de mis piernas, pareció leerme la mente, o fue simplemente su experiencia, ya que al rato cesó la espectacular felación.
Tomó un preservativo de su cartera cercana, y con total delicadeza, sujetó mi virilidad con una mano, y con la otra me la empalmó. Se repuso con leves líquidos preseminales escurriéndole de su sonrisa pícara y alejarse, sumida en una hermosa desnudez, si bien la edad hacía de las suyas en los muslos y algo en las caderas, aquello solo lograba acrecentar mi morbo.
Se acostó en el mugriento suelo, y sonriéndome, abrió pervertidamente las piernas;
– ¿Te gusta lo que ves? – decía sutilmente mientras con dos dedos separaba vulgarmente sus labios íntimos, revelándome aquella fruta rosada, excitante a la vista y seguramente deliciosa al tacto.
Ni pasaba por mi mente el por qué de aquella actitud. ¡Tal vez el dichoso Karma! En un arrebato de lujuria, caí arrodillado frente a su maduro sexo, me incliné y reposé mi rostro sobre el suyo, la sujeté de la cadera, reposé el glande en su fémina raja, y al tiempo en que volvía a besarla, mecí mi órgano dentro de ella en lento movimiento.
Su interior se notó totalmente lubricado para mi arribada, aunque la sentía obviamente demasiado ancha para mí y con el látex interponiendo nuestros cuerpos. Ella mordía mi cuello con intensidad, aplacando así, sus ganas de gritar. Ladeé mi cabeza para rozar nuestros labios, intenté besarla como nunca, demostrarle que podía ir a su velocidad, manosear aquel cuerpo, recorrer con vivo fuego en mis yemas su piel que como el mío, convulsionaba y transpiraba de los poco rítmicos bombeos, las puntas de nuestras traviesas lenguas punzaban y recorrían en movimientos empapados y estrepitosos.
Apoyé mis manos en el suelo, y adquirí más vigor en las arremetidas al ver aquel rostro estrujándose del placer, al sentir sus erectos pezones rozándome el pecho, los vellos contrarios espoleándose mutuamente, al sentir su cadenciosa lengua invadir con soltura mi boca.
Si no fuese por el momento, estaría seguro que todo gemido y gesticulación que ella hacía, era una santa simulación propia de las putas callejeras. Pero para no herir mi ego, me aseguraba en mi conciencia, que ella realmente disfrutaba.
Fui sintiendo como adquiría mayor velocidad, preparándome para el estallido final. Pero debía seguir el juego, aguantar a como dé lugar.
Mil y un pensamientos me venían por la mente, al verla mordiéndose los labios y unirse en candentes besos mientras me arañaba con fuerza la espalda, sentía el vivo fuego de nuestros cuerpos sudorosos y brillantes que se restregaban mientras la penetraba con poca soltura, la manera en que meneaba su cadera para excitarme como nunca, la sensación de abrigar sus calientes paredes interiores que apretaban lo mío con fuerza, sus provocativos pechos presionándose contra mí, con todo ello y más, ¿¡Cómo aguantaría!?
– Dámela – suspiró anhelante, sujetando la espalda, trayéndome más hacia aquel maduro cuerpo abrasador, socavándose los labios y rodeándome con las sudorosas piernas.
Y fue cuando la edad me jugó una mala pasada, sin siquiera darme el lujo del tiempo, libré todo, con una cara de espanto total. Pero ella rió;
– No pasa nada – susurró, acariciando con cierta ternura mis cabellos y con una sonrisa pícara de aquellas- muchos jovencitos no pasaron de cinco minutos conmigo.
Caí rendido entre sus prodigiosos pechos. Quería hacerla mía de nuevo, lo ansiaba, pero me apartó fríamente, se levantó, se dirigió hacia donde yacían nuestras ropas, y se hizo de las suyas. Me repuse, pero lo suficientemente “rápido” como para verla alejarse hacia las calles, sonriente se dio media vuelta, y me lanzó un beso con sus manos. Al retirarse ella, contemplé por última vez su extraordinario trasero bambolearse sutilmente en su caminar. Ni siquiera supe su nombre.
Recogí las ropas, y tras bajarme los ánimos, volví al averno. La música parecía estar finalizando.
Muchos me miraban sonrientes, algunos aplaudían, algunas jóvenes murmuraban entre sí, las otras dos amigas de ella, habían desaparecido hace ratos, y atiné a levantar sonriente los brazos;
– ¡Una ronda gratis para todos! – grité excitado. Palpé mi bolsillo trasero en busca de mi billetera, y fue cuando todo cayó en su pieza;
“…¿ Te conozco de algún lado?” – y seguía buscando mi billetera – ¿Sabía ella quien era yo?- pensé – “…cazafortunas…” murmuró una joven cerca de mí – y volví a recordar como había anunciado a casi medio mundo que no depositaría en ningún lado el dinero- ¿Tan ingenuo fui? ¡Ni siquiera la conocía! ¿Tan creído pude ser, como para pensar que de verdad, aquella me deseó? ¿Existe acaso el sexo sin compromiso y por pura lujuria? Esto último quedó, al menos para mí, al menos en esa noche, totalmente dilucidado.
Mi cabeza se mareaba, mis bolsillos vacíos, recordé que al confirmarle mi aparición en el periódico, se me abalanzó como fiera en aquella esquina oscura del local, los láseres verdosos me fustigaban la vista, los murmullos aumentaban, me comían todos con la vista.
De a poco entendía la motivación verdadera de las letras; “Aléjate mujer, no eres buena para mí“. En ese fastidioso instante quise generalizarlas. Al rendir la búsqueda por mi billetera, atiné a mirar a mis compañeros con unos ojos perdidos y con la sensación del mundo entero mareándose frente a mí;

 

– Karma… – mascullé.
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com
 

Relato erótico: “En el restaurante” ( POR CARLOS LÓPEZ)

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Después de lo que hice a María en los aseos del centro de conferencias (ver relato “Mi mejor conferencia”), me Sin títuloencontraba ya esperándola en mi coche. Sabía que María no tardaría mucho en llamarme, tenía aún muchas ganas de mí, mucho morbo acumulado en nuestras conversaciones de internet como para sentirse satisfecha con el orgasmo que la había proporcionado en el aseo únicamente con mi lengua, a pesar de que éste debió ser memorable por como se retorcía. Además, lo bueno de salir con una chica bien es que le gusta “pagar sus deudas”, y a mí me debía ya algunas otras situaciones excitantes y placeres con las que he hecho viajar a su mente algunas noches en el chat, además de lo del aseo.

Por otra parte, yo también necesitaba mucho más, a pesar de que soy de aquellas personas que disfrutan mucho más viendo como la chica se vuelve loca, pierde los papeles, y se desata, y todo ello provocado por mis maniobras, mis locuras, y las situaciones a las que mi mente es capaz de llevarla. Eso me hace sentir grande, fuerte, poderoso, pero ahora mi cuerpo necesitaba estar dentro de ella, de la chica triunfadora y brillante profesional que me iba a llamar muy pronto cuando consiguiera deshacerse de la compañía de los organizadores de las conferencias.
De todas formas, no tenía muy claro si tratar de empezar un pequeño juego que tenía en mi mente (siempre maquinando), o tratar de ser más cariñoso y convencional. En el fondo sentía afecto hacia ella. Habíamos compartido muchas horas por internet y ahora, en vivo, se había comportado como yo le había indicado. Además, en persona era aún más preciosa.
Por lo pronto estaba comenzando a llover y eran alrededor de las 10 de la noche. Cuando sonó el teléfono preguntando dónde estaba, le dije “sal, cielo, estoy aparcado justo en la puerta del centro de conferencias para que no te mojes con la lluvia. Busca un volkswagen golf blanco”. No tardó más de 30 segundos en salir, estaba preciosa, con los labios recién pintados, el maquillaje retocado y el pelo bien recogido. Entró al coche rápidamente para no mojarse, con una sonrisa preciosa me besó en la mejilla y dijo “gracias, me ha encantado tu juego pero, ¿no vas a decirme cómo te llamas?”
Devolviéndole el beso cariñoso en la mejilla contesté “Claro que sí, cielo, me llamo Carlos, y creo que durante la noche vas a tener muchas oportunidades de agradecerme lo de antes como es debido. Por cierto, el juego aún no ha terminado. ¿Quieres seguir jugando?”.
“Por supuesto que quiero hacerlo, a eso he venido”. Ahora hablaba con mucha seguridad en sí misma.
“Pues vamos…” y me puse a conducir por la ciudad dirigiéndome al restaurante donde había reservado mesa.
Con todo el tiempo que habíamos chateado a través del msn, y las múltiples fantasías sucias y salvajes compartidas en las últimas semanas, ahora no teníamos nada que decirnos, pero tampoco hacía falta. Se había establecido una corriente de buenas sensaciones entre nosotros. La música también era muy agradable. Cada vez que paraba en un semáforo besaba cariñosamente su boca, acariciaba su piel con mi mano abierta. El tráfico en Madrid era lento por la lluvia y, poco a poco, los besos en los semáforos iban siendo cada vez más húmedos y profundos hasta sentir cómo su respiración se aceleraba. Cuando el semáforo se ponía de nuevo en verde, seguía conduciendo tranquilo y centrado como si nada como si nada pasase, aunque algo en mi sonrisa dejaba entrever la pasión que entre los dos.
En un momento dado, distraídamente, mientras conducía dije “¿A ver como estás?” e introduje mi mano entre sus piernas. Seguía serio y concentrado en la conducción. Su mirada fue de sorpresa divertida pues ya le había dicho mil veces en el chat que eso haría en cuando subiera a mi coche, y ella había dicho que le encantaría que lo hiciese. Así que dije imperativamente “¡abre!”, ahora sonrió morbosamente abriendo muy lentamente las piernas, como indicando que ella marcaba el ritmo, y que si lo hacía era porque quería. Su piel era tan cálida y suave que la sensación en mi mano no se puede describir con palabras. Llevaba un tanguita de esos mínimos y super provocadores, que las chicas se ponen cuando se sienten “demonio”. Ella sabe perfectamente que lo que a mí me agrada, que soy un clásico, son las braguitas bonitas negras o blancas de algodón con un lacito de las chicas bien, y eso era una prueba más de que ella no se iba a comportar como antes. Iba a tomar las riendas del juego y yo no sabía si dejarla.
Yo trataba de aparentar calma y control de la situación. Era divertido el juego de ver quién iba a marcar los ritmos. Iba conduciendo y, por supuesto, miraba a la carretera atentamente, escuchábamos la radio música suave, pero a la vez mi mano estaba en su entrepierna y mi dedo corazón se movía adelante y atrás entrando y saliendo de su sexo con el sonido típico de la humedad que allí había. El contraste de nuestras caras era curioso. Yo, iba tranquilo y concentrado, conduciendo decididamente con una mano, mientras que ella tenía los ojos cerrados, la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba, y se mordía el labio inferior. Una vez más, ella estaba cediendo a los juegos que a mí me gustaban, que era básicamente tenerla en mis manos y controlar su excitación. Parece que le gustaba porque su sexo estaba empezando a ponerse mojadísimo, y estaba empezando a gemir “joder, joderr, jodeeeeerrrrr, era verdad lo que decías de tus dedos… que son mágicos!”. Yo, divertido contestaba “No era yo el que lo decía”. Fuera seguía lloviendo y no había muchos transeúntes por las calles.
Nos acercábamos al restaurante en el que había hecho una reserva y vi una plaza libre para aparcar. Detuve el coche, y aparqué a unos metros del lugar, pero antes de salir quería sentir su orgasmo. De hecho iba a empezar a decir palabras obscenas que tanto le gustan, a decir que si le parece correcto que una chica bien se viera en esta situación, pero repentinamente se movió y no me dejó articular palabra. A pesar de lo excitada que estaba, no había abandonado la idea de ser ella, la mujer profesional y brillante, la chica acostumbrada a que sus palabras fueran órdenes, la que quería marcar nuestras acciones. Se puso de rodillas en el asiento mirándome poderosa, y con una mano sujetó mi mano derecha en su coño. En décimas de segundo ya había lanzado su boca a mi boca sin dejarme reaccionar, con un beso húmedo, largo, con nuestras lenguas mezclándose y nuestros labios abarcando todo. Ya había notado que ella adoraba los besos y enseguida comenzó a morderme los labios, y yo contraatacaba mordiendo los suyos, pasando mi lengua por ellos, su mano derecha está en mi nuca, apretándome contra su boca. El morreo es descomunal, salen sonidos de su garganta, acelera el movimiento de mi mano en su entrepierna, donde yo había introducido dos dedos, moviendo descontroladamente las caderas hasta que, literalmente, se clava mis dedos hasta lo más profundo sin dejar de frotarse con mi mano y siento que se está corriendo. María grita y clava las uñas en mi antebrazo.
Yo estaba nervioso y muy inquieto. A mí me fascinan las situaciones morbosas en público en las que nuestra apariencia es de personas serias y nuestras acciones son disimuladas pero morbosas. Como cuando la tocaba mientras conducía. Pero ahora, con los ojos abiertos veía que estábamos en plena calle y, salvo la intimidad que nos dan las gotas de lluvia sobre los cristales del coche, por lo demás podríamos ser objeto de la mirada de cualquier persona que pasease por allí. Pensé que quizá ha sido eso lo que la había puesto tan caliente. Ahora estoy seguro de lo que pretendía. Ella sabía que las maniobras que yo hacía con ella mientras conducía eran las de una persona tímida y discreta, las de alguien que disfruta haciendo públicamente “cosas prohibidas” pero sin que se noten abiertamente, siempre manteniendo el aspecto de “personas de orden”. Ella lo que buscaba era romper mi juego, hacernos visibles a cualquiera que por azar pasase por la calle y a fe que lo consiguió.
Poco a poco se fue relajando la situación, se sentó lateralmente en su asiento, mirándome, su respiración se hizo más pausada y yo me dispuse a abrir la puerta para salir a la acera. Estaba parando de llover y pasaba gente a nuestro lado. Aún así, su mirada hacia mí era lasciva y divertida, lo cual me inquietaba. Yo, deseoso de salir de la exposición pública dije con una sonrisa forzada “anda, vamos a cenar que tenemos que coger fuerzas para luego”. Pero María no se movía y seguía mirándome “aún no he terminado contigo, tengo que empezar a pagarte lo que te debo y ahora te toca a ti portarte bien”. El tono de su voz, meloso pero firme. Su mirada, provocadora. Pero sobre todo, su mano que había empezado a acariciar lentamente mi pantalón, estaba empezando a hacerme sentir excitado. Todo ello corroboraba mis sospechas, ella había decidido ser la que juega ahora conmigo.
Su mano era caliente, su posición envolvente, su movimiento constante… y yo, yo estaba inquieto y excitadísimo por la situación y la gente que pasaba. Como un niño que sabe que ha hecho algo mal y espera ser pillado por su madre. Ya había sacado mi polla del pantalón y continuaba con sus cuidados sobre ella. Se mojaba los dedos con su saliva y me hacía caricias increíbles dejándolos deslizar por el capullo. Yo, intranquilo, miraba a un lado y a otro de la calle, alternativamente, o cerraba los ojos y me dejaba hacer. O la miraba a ella, que era la que aparentaba ahora la tranquilidad y el mando de la situación. Sin el menor pudor inclinó su cabeza sobre mi miembro, a punto de estallar, y se lo introdujo en la boca comenzando una felación suave y profunda. En ese momento ya cerré los ojos y, sin importarme donde estábamos, me entregué al placer que me daban sus labios y su lengua… uffff, cómo lo hacía. Y parecía una chica bien que nunca había roto un plato.
Lo que ocurrió a continuación parece sacado de la peor de las pesadillas, pero es que realmente fue así. Repentinamente sonó una sirena de policía con sus dos integrantes mirándonos divertidos. Fue sólo un segundo pero abrí los ojos asustado y vi, en paralelo al mío, un coche de policía municipal, con las luces azules encendidas… El corte de rollo fue brutal y, aunque estábamos con el coche aparcado y el motor apagado, tuve que abrir la ventanilla y escuchar la reprimenda del policía que decía: “¿Va todo bien, caballero? No está permitido hacer ciertas cosas en la vía pública y si persisten en ello voy a tener que denunciarle”. Fue un momento terrible, me tapaba como podía y mi corazón latía fuerte, más por el susto y el riesgo de tener que sacar todos los papeles del coche en ese estado, que por la excitación anterior que se me estaba pasando por la vía rápida. Tartamudeando acerté a decir “gra-gracias, todo bien, ya nos íbamos de aquí, lo-lo siento”. Tras saludarnos llevándose la mano a la cabeza, el policía cerró su ventana y el coche patrulla se situó unos metros delante de nosotros. Cuando ya no nos veían, María comenzó a reírse de mí, de mi tartamudez, se burlaba divertida de la situación y decía, que así era imposible, que tenía a la policía defendiendo mi castidad. Yo estaba un poco enfurruñado supercaliente y enfadado, no sólo me ganaba dos a cero en orgasmos, sino que encima ella se estaba partiendo de risa a mi costa. Dado que el coche de policía se había quedado cerca, nos recompusimos un poco y nos fuimos hacia el restaurante. Ella divertida y yo refunfuñando.
En esas estábamos cuando llegamos al restaurante. Era un lugar caro y formal. Elegante. Había elegido expresamente un sitio de esos donde las parejas son maduras y van bien vestidas y los “maitres” son absolutamente correctos y educados. Con lámparas de araña, cubiertos de plata y manteles hasta el suelo. No es que sean mis favoritos, pero me había parecido el sitio ideal para hacer juegos morbosos por debajo de la mesa, a la vez que sobre la mesa se aparenta absoluta respetabilidad. El sitio ideal para mis juegos sucios, aunque en ese momento llegaba un poco inquieto y derrotado por todo lo sucedido. No las tenía todas conmigo, pero algo ocurrió que hizo que los astros se alinearan a mi favor.
Según avanzábamos entre las mesas guiados por nuestro maitre, y cuando llegamos a la nuestra, noté como María cambió la expresión de su rostro repentinamente y, diciendo “disculpe un segundo”, se acercó a una mesa con cuatro comensales y en ella saludó a una elegante mujer de aproximadamente 35 años, que se puso en pié. Vestido granate entallado y muy ligeramente escotado, brazos descubiertos, collar y pendientes de perlas, una verdadera mujer elegante. Intuí que el hombre joven trajeado era su marido o pareja, y estaban cenando con otra pareja madura de aproximadamente 60 años y también elegantemente vestidos. Saludó a todos breve y amablemente, pues aún no habían comenzado a cenar, y se volvió hacia nosotros.
Fue una situación extraña, que no me quisiese presentar a ellos. Había sido una cierta descortesía por su parte. Presentí que eran personas conocidas por ella de su ciudad y no quería dar mucho que hablar o no sabía en calidad de qué presentarme. Tengo que recordar que María era una psicóloga importante y reconocida de una capital de provincia significada y no muy alejada de Madrid. Esperé de pié hasta que María llegó y, según la acompañaba con el brazo a su asiento, deslicé mi mano abierta a uno de sus fantásticos y curvaditos glúteos con un suave pellizco. Fueron dos segundos pero María se sobresaltó y ahora el que sonreía era yo. Estaba seguro de que su amiga lo había visto porque aunque estaba sentada lateralmente a nosotros, sabía que nos miraba con disimulo. Estaba claro que tenía muuuuuucha curiosidad por nosotros, creo que porque en las ciudades pequeñas los cotilleos son parte esencial de la vida. Ese era mi propósito, que María supiese que ahora era yo el que podía ser muy muy malo. A ella le tocaba estar inquieta, estaba algo enfadado por sus burlas de antes y quería tenerla intranquila. En el fondo sólo me conocía de nuestras conversaciones por el msn, muchas de ellas sucias, y no tenía motivos para pensar que iba a actuar correctamente. Yo, por mi parte, quería que se sintiese atrapada, porque estaba con un desconocido de mente muy sucia y ahora sí, estaba completamente expuesta a un escándalo por la observación de aquella mujer conocida de su ciudad.
Aquella mujer que, a pesar de mantenerse en la conversación de su propia mesa, nos miraba de reojo casi compulsivamente, y más después de lo que había visto. Lo cierto es que era muy atractiva, una mujer morena, de pelo largo y liso, labios carnosos y muchas curvas dentro de su vestido granate, elegante pero ajustado. Además de ser bella, se notaba que era distinguida y educada, una mujer con cierta clase. Por su parte, su marido era moreno se intuía que alto, con la piel muy blanquita y una expresión seria mientras hablaba. Aparentemente, la conversación en esa mesa la llevaban los hombres, mientras que las mujeres asentían educadamente a los argumentos. La conversación tenía pinta de ser muy aburrida en esa mesa.
María me contó que se llamaba Olga, la conocía porque tenía un niño que iba al mismo colegio privado de sus sobrinos. Como ella iba a buscarles ocasionalmente al cole, había mantenido algunas conversaciones con Olga mientras esperaban la salida de los niños. Me contó que habían venido a Madrid al teatro y que la otra pareja era el jefe de su marido y su esposa. Me rogó que me comportase bien en el restaurante. Yo, divertido le decía “¿no querías caricias? ¿no querías que nos vieran en público cuando estábamos en el coche?”. Y continuaba “Bueno, ya veremos a ver cómo nos comportamos, jeje” y seguía picándola “Por cierto, ¿cómo vas a compensarme si soy bueno?” Para mí era sólo un juego, pero ella no lo sabía. Yo no soy tan cruel como para arruinar su reputación de una amiga, psicóloga importante de capital de provincia, pero empezaba a gustarme la situación. Bromeaba diciendo que la iba a hacer chantaje y continuamente llenaba su copa de vino que ella bebía con cierto nerviosismo y prodigando periódicamente una sonrisa hacia la otra mesa.
La cena transcurría apaciblemente, pese a que mi mente maquinaba sin parar alguna manera de buscar una situación morbosa pero sin comprometer la reputación de María. El vino de la ribera comenzaba a tener también su efecto en nosotros y ya estábamos más relajados después de las peripecias vividas. Con todo, a mí me daba pena perder la ocasión de hacer algo con ella en ese lugar, así que sin previo aviso comencé a acariciar su pierna suavemente con mi pié. Ella dio un respingo y yo dije, “Tranquila, que ya no nos miran tanto, y el mantel llega casi al suelo”. Comprobó que era verdad lo del mantel y más relajada dijo “Eres malo, Carlos, eres malo, por favor no me des más sorpresas aquí, y luego hago lo que tú digas”. Yo, sin hacerle caso, seguía con nuestra conversación intrascendente, hablando de cine o de viajes, mientras mi pie iba ganando terreno subiendo por su pierna maliciosamente. Me vuelven loco estas situaciones disimuladas y pero picantes. María se dejaba hacer, su carita había tomado un color rosado precioso, y su mirada era una mezcla de excitación y preocupación. Por una parte le atraía la situación, y se moría por que mi pie llegase a su sexo, pero por otra deseaba que acabase la cena.
Cuando nos tomaron nota del postre, dijo “tengo que ir al aseo, con los nervios y el vino no puedo esperar”. Yo saqué mi pie y sonreí, estaba preciosa así con su carita avergonzada. Dije “quiero que vuelvas sin braguitas, que me debes un regalo por haber sido tan bueno y para que lo siga siendo”. Ella me lanzó una mirada morbosa, que me dejó claro que iba a tener mi regalo puntualmente.
Cuando se dirigía al aseo vi levantarse a Olga, la mujer conocida de María. Ufffff, era muy guapa, también tenía las mejillas algo sonrosadas. Pensé que quizá María no se atrevería a traerme sus braguitas si coincidía con ella en el aseo. Como luego me enteré, lo que ocurrió fue lo siguiente:
María iba algo alterada al ver que coincidiría en el baño con Olga, pensando en qué explicación daría a mi presencia con ella. Sabía que Olga habría notado que en nuestra mesa había algo extraño y estaba pensando con urgencia una explicación creíble, pero el efecto del alcohol no le dejaba pensar con agilidad. Olga también había tomado al menos dos copas de vino. Cuando llegaron al baño, las dos frente al espejo:
María – empezó con disimulo “¿Qué tal la cena? El rape era exquisito”
Olga – “La comida es fantástica en este restaurante, pero creo que tu cena está siendo más divertida que la mía jeje ¿pero quién es ese hombre? Qué bueno está, y qué escondido lo tenías”.
María – “Es un compañero de profesión, ha venido a mi conferencia en Madrid, y he aceptado por cortesía su invitación a cenar”
Olga – “Jajajajaja qué morro tienes! Joo, María, puedes decir lo que quieras, pero me he dado cuenta de lo que te ha hecho! ¡¡¡Por favor, qué suerte!!! Y yo con el imbécil de mi marido y su jefe, jajajajaja necesito un compañero de trabajo así que me haga esas cosas.” Dijo riéndose.
María no sabía que decir, roja como un tomate, y Olga seguía:
Olga – “Me cambiaría por ti ahora mismo, ¿sabes cómo me ha puesto la situación? No te puedes imaginar lo caliente que estoy. Necesito vivir algo así, mi marido no me toca. Mira lo que ha preparado para nuestro puto aniversario: Una cena con su jefe en Madrid!”
María – ya más animada – “Pues si te cuento lo que me ha pedido hacer ahora…”
Olga – “queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?”
María – “da igual, es un vicioso”
Olga – “tíaaa, cuéntameeeee” con los ojos como platos
María – “pero no se te ocurra contar nada a nadie”
Olga – “nooooo, díme”
María “me ha pedido que me quite la ropa interior y se la lleve”
Olga – con una mezcla de excitación y amargura en sus palabras “uffffffffffffffffffffffff, me muero yo porque me pase algo así”
María – “En realidad me ha pedido que le lleve un regalo, jajajajaja, si quieres se las regalas tú”
Una mirada de puro vicio se refleja en el espejo del aseo de señoras…
Cinco minutos después, las dos mujeres salen del aseo, preciosas y caminando con decisión. Hablan amigablemente y se despiden educadamente, separándose para ir cada una a su mesa. Noto una mirada traviesa en los ojos de María. “Toma, cielo, tu regalo…” y me da con su mano una prenda mínima, granate, arrugada, muy mojada en una parte. Yo la oculto en mis manos, sonriendo morbosamente… y la acerco a mi nariz. Pero me doy cuenta de algo raro “María, tus braguitas no eran de este color”, a lo que ella responde con un escueto “No”… 

Miré sus ojos y supe lo que había pasado. El color granate de la prenda y el del vestido de su amiga era una prueba que cualquier juez aceptaría sin dudar. Dirigí mi mirada a la otra mesa y Olga, la amiga de María, sostuvo atrevidamente su mirada durante unos segundos. Sus ojos brillaban. La situación me puso tan caliente que nunca pensé que iba a estar así. Estaba con su marido, su jefe y su esposa. Sus braguitas estaban mojadas en mi mano. María me miraba divertida y excitada. Lo había conseguido, sorprenderme y ser ella la que ha jugado conmigo. Llamé al maitre para que trajese la cuenta urgentemente. Dijo “Al momento, ¿Algún problema caballero?” y contesté “Ninguno, muchas gracias”. Tomé la mano de María y salimos con paso firme del restaurante. Fuera llovía. No había nadie, caminamos hasta el primer callejón que salía a la derecha hasta que localicé una zona más oscura en la calle, junto a la entrada de un garaje. María iba sonriendo. Con una mano la cogí sus muñecas en la parte de atrás de su espalda, la besé salvajemente, sin delicadeza alguna, la incliné sobre el capó de un coche hasta que su pecho tocó la chapa. Estaba mojado pero me daba igual. A juzgar por el ritmo de su respiración a ella también le daba igual, inclinada sobre el coche y con sus manos sobre él, esperando mi embestida. Subí su vestido saqué mi polla del pantalón. Tampoco ella tenía las braguitas puestas, seguro que había pensado darme dos regalos pero no esperé lo suficiente en el restaurante. No hizo falta intercambiar palabras, desabroché mi pantalón y se la metí suave y profundamente en su coñito. Estaba mojadísima y entró como un cuchillo caliente en mantequilla. Encajé perfectamente en ella y empecé a moverme bruscamente. Sujetaba sus caderas con mis manos la envestía fuertemente. Ocasionalmente le daba una palmada en su precioso culito, que estaba allí para mí. Cada palmada, así como con cada una de mis envestidas, era contestada con un fuerte gemido por su parte. A veces decía simplemente “¡Síii! ¡Síii!”. El agua de la lluvia caía rodaba por mi cara, por nuestros cuerpos. Estábamos empapados pero no nos importaba. Nada importaba ahora. No era el método que pensaba usar con ella, no es mi estilo, pero era lo único que tenía en mi mente en ese momento. Yo seguía y seguía y ella gemía y gemía, hasta que no pude más y me derramé dentro de ella. Fue un orgasmo largo. Largo y violento. Intenso, salvaje, brutal… pasamos un rato abrazados bajo la lluvia y, riéndonos de la situación, y del día entero…

Caminando despacio, ya relajados, de la mano como dos adolescentes, nos dirigimos hacia el coche para ir a su hotel… pero esto será otra historia. Iba a hacerla contarme con detalle lo que había pasado dentro del aseo del restaurante con Olga.
Carlos López diablocasional@hotmail.com. Gracias 🙂
 

Relato erótico: “Seducido por ella, desvirgué a la mejor amiga de mi hija”(POR GOLFO)

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no son dos sino tres2
Soy un cerdo, un maldito degenerado, un ser despreciable. Un cobarde que  si tuviera coraje, se descerrajaría un tiro en la boca para así olvidarse de lo que había hecho. Debía de estar en la cárcel, encerrado de por vida por gilipollas e incluso castrado. Me arrepiento de haberme dejado llevar por mi jodida bragueta pero lo peor es que ahora no soy más que una puta marioneta en manos de María, la mejor amiga de mi hija. Mi vergüenza no tiene límites, conozco a esa niña desde los seis años y no comprendo como pude caer tan bajo de acostarme con ella. Me da igual que sea mayor de edad. Me resulta indiferente que ella haya sido la causante de mi tropiezo y yo su puto pelele. Soy culpable de haberme dejado convencer por esa cría y olvidando que para mí era casi una sobrina, la desvirgué, disfruté y lo sigo haciendo con ella. Sé que mi hija sabe que su padre es ese novio maduro del que tanto le habla María con sus amigos y que incluso lo acepta pero aun así sigue siendo algo inmoral.
No solo son los veintitantos años que la llevo ni siquiera el hecho de que sus padres sean mis amigos, lo que realmente me descompone es que esa bebé lleva conviviendo conmigo desde la más tierna infancia. Debido a las dificultades económicas de su familia, los veranos enteros se los ha pasado en mi casa. A todos los efectos, la traté como a una hija; si se ponía enferma, he sido yo quien la ha llevado al médico; si sufría por un muchacho, era yo quien la consolaba. Era su referente, si tenía algún problema, me pedía opinión y ahora que mi verdadera hija se ha ido a estudiar al extranjero y que vivo solo, miente a sus viejos para meterse en mi cama sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.
Os preguntareis como sucedió, qué motivó que esa niña dejara de verme como el padre de su amiga y decidiera seducirme. Siendo sincero, ¡No lo sé!. Jamás le di un motivo, nunca la miré como mujer. Quizás fuera eso, cansada de tanto niño babeando por ella, le parecí atractivo al no verme alterado por su belleza. Ahora, sé y me consta que María es divina. Dotada de una inteligencia innata, si sumamos sus pequeños pechos, un culito respingón y una cara de ensueño, es el ideal que todo el mundo quiere para su hijo. Pero desgraciadamente y no sé qué hacer, fijó en mí su objetivo y soy su cautivo. Adicto a su juventud, hace conmigo lo que le viene en gana. Actualmente y por mucho que me duela, no podría vivir sin sus ojos negros ni sin esa melena que coquetamente se peina cada vez que estoy con ella. Si la llevo a un restaurant, todo el mundo supone que es mi retoño en vez de la ardiente amante en que se ha convertido y por eso tengo que hacer esfuerzos cuando se va al baño, meneando su trasero a propósito para provocarme, no quedármela viendo con lascivia.
La deseo con fiereza, me enloquece llegar a casa y desnudarla con avidez, mientras ella se ríe por mis prisas. Sé que es inmoral pero disfruto poniéndola a cuatro patas y follándola hasta que con su tierna voz me pide descansar. La niñita modosa de su infancia es ahora un volcán de veinte años que me exige sexo y más sexo sin perder la compostura. Nunca me levanta la voz, jamás me grita pero cuando se le mete entre ceja y ceja algo, manipula, ordena y exige hasta que consigue su empeño. Parece dulce, delicada e incapaz de romper ninguna regla pero yo sé bajo ese disfraz se esconde una hembra dominante, caprichosa, celosa y carente de escrúpulos.
Aunque me he ido por los cerros de Úbeda y no os he explicado cómo empezó mi claudicación, eso se debe a que quería explicaros antes que tipo de bruja es y así obtener vuestra comprensión.

María me lanza una red que no supe ver.
Separado desde hace muchos años, Isabel, mi hija, era mi única  compañía y por eso, cuando decidió irse a estudiar la carrera a Londres, sentí su perdida. Su curso empezaba en septiembre pero me pidió anticipar su marcha a julio para que, al iniciar las clases, tuviera fresco el inglés. Todavía recuerdo y me reconcome haber sido tan idiota de caer en la red que esas dos chavalas  cuando María, en el andén y mientras despedíamos a mi niña en el aeropuerto, me preguntó si como otros años podía acompañarme a Santander. Extrañado que quisiera venir a la casa de la playa, traté de evitarlo diciendo que sin mi hija se iba a aburrir.  La muchacha frunció el ceño al oírme y pidiendo auxilio a su amiga, entre las dos me convencieron de que la llevara ya que se lo pasaría bien gracias a la amplia pandilla que habían formado durante tantos años.
Reconozco que di mi brazo a torcer, cuando mi cría me susurró:
-Papá, sus padres no pueden pagarle una vacaciones. ¡Hazlo por mí!-
Sin saber su verdadero propósito, claudiqué y prometiendo hablar con sus padres, acepté que viniera. Debí de percatarme al ver en su cara una férrea decisión pero inmerso en el dolor por la ida de Isabel, creí que se debía a que podría veranear. Ya en el coche y con mi hija montada en un avión, me preguntó si íbamos a ir solos o por el contrario si iba a llevarme a una “amiguita”.
-¡Por supuesto que solos!- respondí escandalizado al oír su insinuación de que le ocultaba una mujer a su amiga -¡No tengo una novia escondida!-
Recibió mis palabras con interés y haciéndome pasar un mal rato, insistió:
-Raúl, no me creo que no tengas alguien con la que pasar un buen rato-
Avergonzado sin motivo, le contesté que desde que mi ex me había abandonado, solo había tenido un par de escarceos pero que al no tener ayuda, había tenido que ocupar todo mi tiempo en educar a Isabel. Contra todo pronóstico, esa dulce criatura sonrió y cogiendo mi mano entre las suyas, me dijo con ternura que ahora que mi hija había dejado el nido, debía de buscarme alguien con quien compartir el resto de mi vida. Ahora comprendo que se refería a ella, pero en ese momento agradecí su comprensión y cambiando de tema, le pregunté si tenía un novio esperándola en Santander.
-Todavía no es mi novio pero caerá – me contestó soltando una carcajada.
Su descaro me hizo gracia y devolviéndole una caricia en la mejilla, solté:
-Pobre tipo, va jodido si cree que va a poderse librar de tus garras-
Con una sonrisa de oreja a oreja, me miró y dijo:
-¡Eso espero!-
Esa misma noche, recibí la llamada de Antonio, su padre, agradeciéndome que le diera posada. Incómodo por que se enterara de que estaba al tanto de su mala situación, le dije que era un placer tener compañía y repitiendo las palabras de María le aclaré que su hija tenía muchos amigos en esa ciudad y por lo tanto, que no se preocupara que no iba a resultar un estorbo.
 
El viaje en tren.
 
Tal y como había hecho los últimos diez años, debido al miedo que sentía al volar, al llegar mis vacaciones, metí mi coche en el tren y alquilé un compartimento donde dormir durante el trayecto. Aunque había otros más rápidos, me había acostumbrado a coger el expreso en Chamartín por la tarde nada más salir de la oficina y pasarme la noche de viaje. Al llegar a la estación, esa cría, mi compañera de ese verano, me estaba esperando sola y con una enorme maleta en mitad del andén.
-¿Y tus viejos?- pregunté al no verlos ya que siempre acompañaban a su hija a decirle adiós.
-Raúl, ¡Qué tengo veinte años!- protestó haciéndose la madura.
Aunque sabía su edad, yo seguía viéndola como una niña y más aún ataviada como venía. Vestida con un ceñido traje de cuadros azules, parecía que acababa de cumplir los quince o dieciséis años. Muerto de risa, le dije lo que opinaba y ella, de mal humor, se levantó un poco las faldas y modelándome, me respondió:
-¿Son estas acaso las piernas de una niña?-
Cortado por tamaña exhibición, refunfuñé que no y desviando mi mirada, cogí su maleta y me subí al tren. Todavía mientras buscaba el vagón dormitorio, no fui consciente que detrás de mí, esa muchacha me estaba mirando el trasero con deseo mientras decidía cuándo y cómo me iba a atacar. Un revisor nos llevó hasta primera y señalando el compartimento número tres, nos informó que era el nuestro.
-Espero que su hija y usted descansen bien- respondió solícitamente a mi generosa propina.
De muy malos modos, María se dio la vuelta y se encaró a él diciendo:
-¡No es mi padre! ¿Algún problema?-
El empleado abochornado por su falta de tacto, huyó pasillo arriba mientras yo miraba incrédulo a la muchacha sin saber porque se había puesto así:
-María, ¡Piensa que es lógico que se haya confundido!- dije interviniendo a favor del tipo.
Meneando su melena, me miró y poniendo cara de no haber roto un plato, se carcajeó mientras me decía:
-Ahora estará convencido que soy tu amante-
-¿Y eso te hace gracia?- pregunté sin saber todavía sus intenciones.
-Mucha- respondió entornando los ojos- ¡Quiero que vean que sigues en activo!-
-¿No te entiendo?-
Disfrutando de mi sonrojo, me cogió de la mano, mientras me decía:
-Si quieres que las mujeres te miren, qué mejor que tener una novia joven-

Os prometo que ni ese más que claro coqueteo consiguió abrirme los ojos y con la familiaridad que dan los años, le solté un suave azote mientras le pedía que dejara de ser tan niña. Desgraciadamente mi mano se encontró con un culo duro y recio que no era el de una adolescente sino el de una mujer y completamente colorado, le pedí perdón por mi atrevimiento. Al descubrir el rubor que cubría mis mejillas, decidió dar otro paso y poniéndolo en pompa, exclamó:
-Para eso son, pero se piden-
Muerto de vergüenza, me hundí en mi asiento y sin levantar mis ojos del libro, comencé a leer tratando de olvidar el recuerdo de su trasero en mi palma. Mientras tanto, María se acomodó en el suyo y producto de aburrimiento, se quedó dormida. Llevábamos cerca de dos horas de viaje, cuando al terminarme un capítulo dejé mi lectura y levantando mi cabeza, la miré. Me quedé horrorizado al comprobar que sin darse cuenta de que se le había subido el vestido, esa muchacha dormía a pierna suelta mientras me mostraba involuntariamente su tesoro.
“Joder” exclamé mentalmente al percatarme que no llevaba bragas y que donde debía de haber una mata, esa cría lucía un monte desprovisto de cualquier pelo. Tratando de evitar recrearme con esa visión, me puse a mirar por la ventana pero irremediablemente una y otra vez, me giré a observar la belleza de su coño mientras me reconcomía por dentro la culpa.
Era impresionante,  los labios de su pubis me llamaban a adorarlo y por eso, acomodándome en el asiento, volví a coger el libro entre mis manos y disimulando me puse a observarlo. Tras mirarlo con detenimiento, el color rosado y lo cerrado de su sexo me informaron que, si esa niña no era virgen, poca experiencia tenía y más excitado de lo que me gusta reconocer, saqué mi móvil y  con alevosía, le saqué un par de fotos. Ahora me consta de que se dio cuenta y que lo hizo a propósito pero entonces supuse que fue el calor lo que la hizo tumbarse en dos asientos y provocó que sin querer dos de los botones de su vestido se abrieran dejando al aire sus pechos.
“Dios, ¡Qué belleza!- balbuceé al observar los abultados pezones que ese primor tenía decorando sus senos.
Como un loco, seguí fotografiando su cuerpo mientras mi víctima, ajena a lo que sentía el padre de su amiga, dormía profundamente. Cada vez más alterado y con un terrible dolor en mis huevos, decidí levantarme e ir al baño. Una vez encerrado allí, saqué mi móvil y recuperando las fotos me masturbé, soñando que ese cuerpo era mío. Desgraciadamente al eyacular, el recuerdo de mi perversión me golpeó en la cara y desesperado por mi ausencia de moral, me prometí que esa iba a ser la única vez que liberara mis bajos instintos usando a esa indefensa criatura.  Disimulando nuevamente, tiré de la cadena y salí al compartimento. Al volver, María se había despertado y sin reparar en que estaba medio desnuda, me preguntó dónde había ido.
Cortado y humillado, le contesté que al baño tras lo cual mirando hacía el suelo, le pedí que se tapara. En contra de la lógica, se rio al darse cuenta de su postura y mientras se abrochaba, me tranquilizó diciendo:
-No te he enseñado nada que no hayas visto o ¿no te acuerdas del retrato que tienes en tu despacho de nosotras?-
Tardé en comprender que se refería a una foto de ella y mi hija en la que jugaban desnudas en la playa pero “CON SIETE AÑOS”. Al defenderme diciéndola que esa foto tenía mucho tiempo y que en ella, eran unas bebés, María me contestó en son de guasa:
-Si quieres en este viaje, ¡la actualizamos!-
Su broma me terminó de abochornar porque aunque ella no lo supiera, en mi móvil ya tenía más de dos docenas de actualizaciones y tratando de desviar la conversación, miré mi reloj y dije:
-Son las nueve. ¿Te apetece cenar?-
Poniendo cara de agradecimiento, aceptó pero me pidió que la esperara en el restaurant porque quería cambiarse. Al preguntarle porque no iba así, me respondió:
-¿No me has dicho que vestida con este traje parezco todavía más joven?- y dotando de picardía a su voz, prosiguió: -¡No quiero que piensen que te gustan las menores de edad!-
Reconozco que debió enfadarme su descaro pero no fue así y pensando que al menos el revisor sabía que no era mi hija, creí prudente su decisión y despidiéndome de ella, salí del compartimento. Ya en el pasillo, me volvieron a asaltar las dudas y pensando que tendría que convivir con ese bombón durante treinta días, decidí que tendría que mantener una prudente distancia para no hacer ninguna tontería. Al llegar al vagón restaurant,  me senté en una mesa y pedí una cerveza. El camarero no tardó en llegar con ella y tras ponerla en la mesa, me preguntó si iba a cenar solo:
-No, estoy esperando. Somos dos-
Acababa de decirlo cuando María hizo su aparición. Casi se me cae al vaso al contemplarla, vestida con un sugerente vestido blanco y elevada sobre unos tacones de doce centímetros, la muchacha estaba impresionante. Sus movimientos, mientras se acercaba a mí, eran los de una pantera al acecho. Bebiendo un sorbo, traté de calmarme porque por primera vez temí que su víctima fuera yo. Al llegar a mi lado, me levanté, momento que ella aprovechó para darme un beso en la mejilla mientras preguntaba:
-¿Sigo pareciéndote una cría?
No pude ni contestarle al estar recreándome la mirada con el cuerpo que escondía esa especie de calcetín llamado vestido. De lycra y totalmente pegado, resaltaba la sensualidad de sus curvas, dotando a esa muchacha de un más que evidente atractivo. María, que se había percatado de mi sorpresa, sonrió satisfecha mientras ordenaba una botella de vino. Os juro que hasta ese detalle me escandalizó porque aunque era mayor de edad y legalmente estaba permitido, no me lo esperaba pues mi hija rara vez bebía alcohol. Asumiendo que era un viejo carca y al escuchar que el tinto que había elegido era una mierda, rectifiqué al camarero y pedí uno mejor.
-Gracias, me daba corte ese porque es muy caro- dulcemente me soltó mientras adoptaba una postura sumisa que nada tenía que ver con su carácter.
Dando por sentado que era un papel y que esa niña-mujer estaba actuando, me quedé observándola mientras volvía el empleado. “Realmente es preciosa” pensé fijándome en el sutil erotismo que manaba de sus poros. Con lentos movimientos e inofensivas miradas, María conseguía que cualquier hombre se volcara en servirla y con disgusto comprendí que yo mismo estaba cayendo bajo su embrujo. Al llegar el vino, cogió su copa y alzándola, me soltó:
-¡Brindemos por nosotros y nuestro verano!-
Ese inocuo brindis escondía un sentido que no supe captar y brindé con ella. Al hacerlo, mi copa estalló poniéndome perdida la camisa.  Mi acompañante se rio al ver mi cara y cogiendo su servilleta, se puso a limpiarme mientras sus manos palpaban más de lo necesario. Confuso por el manoseo al que me estaba sometiendo, pensé que era mi mente calenturienta la que me hacía ver lo que no existía, sin observar que se mordía los labios mientras recorría mi pecho. Tratando de evitar que esas “ingenuas” caricias terminaran excitándome y ella se diera cuenta, le quité sus manos diciendo:
-No te preocupes por la mancha-
Ella protestó un poco pero, como el camarero me había traído otra copa, no insistió pero entonces descubrí un brillo en sus ojos que minutos antes no estaba. Confieso que aunque intenté creer que se debía al vino, al haber dado un solo sorbo, comprendí que había algo más pero, temiendo que de enterarme no me gustara, me callé y aprovechando que traían nuestra cena, me puse a comer. El resto de la velada transcurrió con tranquilidad, resultando incluso divertida porque nos pasamos recordando diversas anécdotas que nos habían ocurrido durante tantos años. Ya en el postre, le pregunté por su padre.
-Jodido- contestó –No se ha repuesto desde que le despidieron. Se ha dejado vencer, en vez de levantar la cabeza y luchar-
-No es fácil hacerlo. La crisis es durísima y más aún para los mayores de cuarenta- respondí defendiendo a su progenitor.
La muchacha asintió al escucharme pero tras pensárselo durante unos segundos insistió en su ataque diciendo:
-Podría hacer algo más, fíjate en ti. Sin una pareja que te apoye, no solo has salido adelante sino que eres un hombre optimista al que todo le sonríe. Para mí siempre has sido mi ejemplo, desde niña he admirado  tu fuerza. Te parecerá ridículo pero no tengo  novio porque cada vez que conozco a un chico lo comparo contigo y comprendo que no te llega ni a la horma de los zapatos-
-¡No digas tonterías!- exclamé incomodo por sus piropos –Reconozco que desde el punto de vista económico me ha ido bien pero ¡Fíjate!: Tu padre tiene una esposa que le quiere y en cambio yo duermo solo sin que nadie se preocupe por mí-
-No es cierto que nadie se preocupe por ti. Nos tienes a Isabel…- creyendo que era el momento de revelar sus planes y cogiendo mi mano entre las suyas, me soltó:- … y a mí. Te queremos muchísimo y por eso hablamos entre nosotras y hemos decidido que necesitas una mujer-
Su afirmación me indignó. ¿Quién coño se creían esas dos crías para planear a mis espaldas sobre mi vida privada? Cabreado, pregunté:
-Ya que sois tan listas, ¿Habéis elegido una candidata perfecta?-
-Si- respondió mirándome con dulzura.
-¡Esto es el colmo!- repelé fuera de mí pero, calmándome a duras penas, le pregunté: -¿Y cuándo tenéis pensado presentármela?-
-Ya la conoces- contestó mirando la mesa- ¡La tienes enfrente!-
El impacto de su confesión en mi mente fue tremendo. Analizando el último mes, recordé la preocupación de mi hija por dejarme solo, su insistencia en que me llevara a su amiga de vacaciones e incluso el modo tan sutil con el que me había reiterado que María había crecido y que ya era una mujer. Tras quedarme mudo durante un minuto, la miré diciendo:
-¡Estáis completamente locas!. ¡Mañana te saco un billete y vuelves a Madrid!-
Con una tranquilidad y una determinación que me dejó helado, respondió:
-No pienso irme. Vas a tener que soportarme durante todo el mes si no quieres que Isabel deje la universidad y vuelva a España-  en ese momento sacó un sobre de su bolso y mientras se levantaba y me dejaba solo, exigió que lo leyera.
Alucinado la vi marcharse rumbo a nuestro compartimento. Esperé que hubiese desaparecido para leerlo. Al abrirlo descubrí que era una breve carta manuscrita de mi niña:
Papá:
Siento la encerrona pero después de darle muchas vueltas he comprendido que María tiene razón. Necesitas una mujer y que mejor que alguien que sé que te adora y se desvive por ti. Ella te ama y por eso te pido que le des una oportunidad. Comprendo que estés enfadado pero te aviso que como hija no puedo dejarte solo y si te niegas, lo tendría que aceptar pero entonces me obligarías a dejar mis estudios y a volver a tu lado.
Tu hija que te quiere
Isabel
Estrujé ese papel al terminar y hecho una furia pedí al camarero que me trajera un whisky. Lo irracional y ridículo del planteamiento no aminoraba el hecho de que ese par de arpías me estaban chantajeando y por eso mientras apuraba mi copa y pedía otra, decidí que cedería y dejaría que María se quedara todo el mes porque así comprendería que era absurda su pretensión de ser mi pareja. Cuanto más lo pensaba, más claro tenía que era grotesco suponer que podría enamorarme de ella. Obviando nuestras edades, había demasiados factores para hacerlo irrealizable: la sociedad, nuestros amigos, sus padres y en primer lugar ella misma. Aun sabiendo que me mantenía en forma, con el paso del tiempo, sería un anciano mientras María seguiría siendo una mujer joven. Con suficiente alcohol en mi cuerpo, pagué la cuenta y me dirigí a su encuentro con el convencimiento de no caer en su trampa y hacerla ver durante ese mes que su supuesto enamoramiento era algo pasajero.
María me esperaba, vestida con un sugerente camisón casi transparente, sentada en el asiento. Al verla tuve que hacer un esfuerzo para retirar mi mirada del precioso cuerpo que se adivinaba tras esa tela y con tono serio, dije:
-Te quedas pero no creas que voy a participar en vuestra locura-
La muchacha al oírme dio un salto y abrazándose a mí, me agradeció que la dejara quedarse. Sentí que me trasportaba a otra dimensión al notar la presión de sus pezones erectos sobre mi pecho y más excitado de lo que me gustaría reconocer, la retiré suavemente mientras su fragancia juvenil quedaba impregnada en mis papilas.
-Ahora vete dormir,  ¡Mañana hablamos!- exigí al ver que se quedaba de pie en mitad del compartimento.
-Mi amor, te juro que no te arrepentirás- contestó sensualmente mientras se subía a su litera y me dejaba disfrutar de su culo apenas tapado por un escueto tanga.
Me enfadó el modo en que se dirigió a mí pero como era una guerra a medio plazo, comprendí que si hacía caso a cada pequeña escaramuza que me plantease, iba a caer derrotado. Por eso, tampoco respondí a su provocación cuando medio desnuda y mordiéndose eróticamente los labios me dio las buenas noches.
“¿A qué juega esta niña?” me pregunté mientras me metía en el baño a cambiarme, “¿No se da cuenta que puedo ser su padre?”
Os tengo que decir que por mucho que me cueste reconocerlo, la labor de zapa que había emprendido iba dando resultados, de forma que al volver a mi litera e intentar dormir, me costó mucho hacerlo. Continuamente volvían a mi mente imágenes de María desnuda ofreciéndome su cuerpo, escenas donde ella me pedía que la hiciera mujer mientras sus manos me acariciaban. Para colmo de males, oír su respiración a un solo metro de mí y saber que si subía esa distancia, me recibiría con los brazos abiertos tampoco ayudó a calmarme. Debían ser mas de las tres, cuando al final el cansancio consiguió someterme y me quedé dormido.
Aun así, toda la noche me la pasé en un duerme vela con continuos sueños donde le separaba las piernas y hundía mi cara en ese primor de coño del que había disfrutado mirando. Me imaginé sacando la lengua y lamiéndole los labios mientras ella gritaba mi nombre pero desgraciadamente cada vez que cogía mi pene e iba a penetrarla, mi sueño se convertía en pesadilla al saber que era una aberración dicha fantasía.  Todos mis prejuicios me golpeaban de improviso, en algunas ocasiones era su madre o su padre los que nos descubrían en la cama pero el que me resultó más perverso fue cuando soñé que era mi hija la que abría la puerta y en lugar de enfadarse, sonreía y me dejaba solo para que culminara lo que había empezado.
“¡No puede estar de acuerdo!” maldije al despertarme de improviso con el recuerdo de su sonrisa, torturando mi cerebro y acomodando la almohada, decidí que al día siguiente la llamaría y aclararía las cosas.
Nuevamente el sopor me invadió y me hundí en un profundo dormitar del que solo salí cuando noté que María bajaba de su litera y se acomodaba a mi lado. Aterrorizado sentí que ponía su cabeza en mi pecho y me abrazaba. Esperando su siguiente paso, respiré tranquilo al percatarme que se había quedado dormida. Increíblemente la sensación de volver después de tantos años a tener una mujer entre mis brazos me encantó y por eso evité moverme para que no notara que me había enterado. El calor de su cuerpo contra el mío era algo tan maravilloso que provocó una grieta en mi decisión de permanecer soltero y cerrando los ojos, comprendí que ambas tenían razón:
¡Necesitaba una mujer!.
Aproveché ese momento para analizar las distintas mujeres que conocía y tratar de encontrar alguna con la que pudiera sentirme a gusto y pasar con ella el resto de mi vida. Desgraciadamente no hallé esa candidata idílica entre mis conocidas por lo que tuve que conformarme con decirme a mí mismo que debía de buscarla fuera. Justo en el instante que había resuelto explorar el mercado, María se movió y viendo que iba a caerse, la retuve posando mi mano en su culo.
“¡No puede ser!” exclamé mentalmente al sentir la suavidad de su piel sobre mis yemas y retirando mi palma de su trasero, me quedé impresionado de la tremenda erección que su contacto me había producido.
Ajena a mi embarazo, la mejor amiga de mi hija seguía frita mientras mi pene me pedía que volviera a acariciarla.  Totalmente horrorizado de que se despertara y viera el bulto evidente bajo mi pijama, me quedé inmóvil. Las horas siguientes se convirtieron en una tortura porque a mi vergüenza se unió un tremendo dolor de huevos, producto de tanto tiempo sobre excitado. Afortunadamente cuando a las ocho se despertó ya mi polla había vuelto a su tamaño normal. Al notar que se movía me hice el dormido porque así no tendría que explicar el porqué no la había echado cuando me enteré de su incursión hasta mi cama.
María se creyó que seguía dormido y deslizándose sin hacer ruido, se bajó de la litera. Una vez en mitad del compartimento, me dio la espalda y se puso a desnudar. Desde mi almohada vi cómo se deshacía de su camisón y se quedaba en pelotas, dejándome disfrutar de su trasero desnudo mientras buscaba que ponerse. Os confieso que intenté evitar seguir mirando pero fui incapaz y entre abriendo mis ojos, me puse a observar con deseo su pandero. Duro y con una forma de corazón que me dejó alelado, sus dos nalgas eran impresionantes pero la gota que colmó el vaso de mi excitación fue que al agacharse, me dejara vislumbrar un cerrado y rosado ojete que entonces me pareció un sueño inalcanzable. Una vez se había terminado de vestir, abrió sigilosamente la puerta y salió del compartimento.
Sé que fue inmoral pero nada más irse, cogí mi pene entre mis manos y rememorando la visión que involuntariamente me había obsequiado, me masturbé sin importarme que fuera ella. Cerrando los ojos, la vi arrodillada a mis pies y abriendo sus labios, introdujo mi falo en su boca mientras me decía lo mucho que me quería. Aun sabiendo que no era real, sentí sus besos sobre mi glande y la suave presión de su garganta al mamarme de forma que mi pene no tardó en estallar dejando una húmeda mancha sobre la sábana como recordatorio de mi depravación. Asustado de haber dejado una prueba tan evidente, fui al baño y cogiendo una toalla me puse a secarla, con la suerte que acababa de terminar cuando escuché que volvía.
Esperando que al entrar no notara nada extraño, me metí en la cama y nuevamente me hice el dormido. Con los ojos cerrados, oí el ruido de la puerta y a María entrando. Lo que no me esperaba es que después de dejar algo sobre la mesa, se acercara hasta mí y depositando un beso en mis labios, me diera los buenos días.
-¡Qué coño haces!- exclamé escandalizado de esa dulce caricia cuando minutos antes me había dejado llevar por la lujuria con su autora como protagonista.
-Lo que le prometí a Isabel: ¡Cuidarte! – respondió con ternura – Pero si me preguntas de dónde vengo, he ido a por tu desayuno-

Su respuesta me desarmó y más cuando se sentó a mirarme mientras me tomaba el café. La expresión de su cara era dulce pero provista de un erotismo que no me pasó inadvertido e incómodo por muchos motivos, le pregunté qué estaba haciendo:
-Darme cuenta que soy feliz al no tener que esconderme más. Te quiero y deseo ser solo tuya- dijo con determinación.
Pálido por tamaña confesión me costó tragar el sorbo de café que tenía en la boca y comprendiendo que de nada servía retrasar nuestra charla, me senté a su lado y le dije:
-María, yo también te quiero pero mi amor por ti es diferente. No creo que puedas ser feliz con un hombre de mi edad-
Contrariamente a lo que había pensado, mi respuesta le satisfizo y abrazándose a mí, me susurró al oído:
-¡Por ahora!, me conformo con que me quieras- y viendo que el tren había entrado en la estación, se levantó a recoger nuestras cosas mientras yo permanecía confuso en el asiento.
Absolutamente perplejo por su reacción, me quedé paralizado al darme cuenta que esa cría no iba a cejar en su empeño, de forma que tuvo que ser ella, la que viendo que todo el mundo se bajaba, me azuzara a darme prisa.
Nuestro primer día.
Debido a que teníamos que esperar a que nos liberaran mi coche, decidí meter nuestro equipaje en las consignas y así estar más libres para dar una vuelta por la estación. Ahora sé que fue una mala idea porque al no tener que llevar nada cargando, la muchacha me cogió de la mano y con ella bien agarrada, se puso a deambular por las tiendas. Siempre había odiado hacerlo pero no me expliquéis porqué me pareció agradable en su compañía hasta que se paró enfrente de una tienda de lencería. Tras unos minutos mirando el escaparate, me llevó a su interior y poniendo un coqueto picardías en mis manos, me preguntó:
-¿Te gustaría que lo llevara puesto en nuestra primera noche?-
Ni me digné a responderla. Dejando caer la prenda al suelo, hui de su lado mientras escuchaba la carcajada de ella retumbando en mis oídos. Enfadado busqué el abrigo de un bar y sentándome en una de sus mesas, pedí una tila que ayudara a calmarme. Aprovechando que estaba solo, cogí mi móvil e intenté llamar a mi hija. Tras varios intentos frustrados, le escribí un SMS, diciéndola que necesitaba hablar con ella. No debía de llevar medio minuto enviado cuando recibí su contestación:
“YA HE HABLADO CON MARÍA. TE REITERO QUE LE DES UNA OPORTUNIDAD. ELLA PUEDE HACERTE FELIZ”
La confirmación de que estaba al tanto y que su carta no era una falsificación, me dejó abrumado y temblando como un niño, deseé encontrarme a miles de kilómetros de las dos.  Sabiendo que Isabel era la persona que mejor me conocía y que su insistencia se debía deber a que sabía que me encontraba solo, no fue óbice para que hirviéndome la sangre maldijera los planes que habían elaborado a mis espaldas. Para terminarla de joder, mi supuesta novia llegó con una bolsa de la tienda donde la había dejado bajo el brazo y al verme, se abrazó a mí diciendo:
-Eres malo. Me has dejado sola decidiendo pero te prometo que te va a enloquecer el que al final he comprado-
-Por mí, ¡Cómo si es un burka!. ¡No pienso acostarme contigo!- contesté a voz en grito sin darme cuenta que teníamos público.
Colorada porque toda la gente nos miraba, respondió con firmeza en mi oído:
-¡Eso lo veremos! Eres mío aunque todavía no lo aceptes- tras lo cual se hundió en un mutismo del que no salió hasta llegar a mi casa.
Que se mantuviera en silencio mientras recogíamos el coche y durante el trayecto hasta el chalet, me dio tiempo de pensar. Mi hija tenía parcialmente la razón: Estaba tremendamente solo y no me había dado cuenta porque ella rellenaba ese vacío afectivo. En lo que estaba errada era que María fuera la mejor de las opciones. Mi verdadero problema era que si no quería que Isabel echara su vida por la borda y dejara sus estudios debía de soportar durante un mes ese acoso para que, vencido el plazo, fuera libre de hallar una candidata acorde con mi edad.
 Al llegar a mi casa, su amiga seguía enfurruñada y por eso, sin hacerle el mínimo caso, aparqué y saqué nuestro equipaje. Una vez dentro, llevé la maleta de María a su habitación y volví al hall, a por la mía. Fue entonces cuando la vi tirada al borde de las escaleras. Asustado por si se había hecho daño, le pregunté qué había ocurrido.
-Me he torcido el tobillo-

Creyendo su afirmación, la cogí en brazos y la llevé hasta el salón. La cría al sentir que la izaba, apoyó su cara en mi pecho y con una sonrisa en los labios, dejó que la depositara suavemente sobre un sillón. Acababa de dejarla, cuando escuché que me decía:
-Siempre había soñado que me metieras en brazos en “nuestra” casa-
Consciente de haber sido objeto de su burla, me encaré con ella, diciendo:
-María, me parece increíble que hayas simulado un accidente para conseguir tu fantasía. ¡Deja de comportarte como una zorra manipuladora! ¡No pienso ser tu juguete por mucho que te empeñes!-
La chavala, que había soportado mi bronca sin inmutarse, esperó a que terminara de desahogarme para con un tono tierno y afectuoso decirme:
-Amor mío,  me puedes llamar terca y manipuladora pero nunca zorra. Desde que soy mujer, y aunque he tenido deseos y no me han faltado oportunidades, he sabido que debía reservarme para ti. Quiero que tú seas mi primer y último amante-
Desarmado por el tono y el profundo significado de su respuesta, no supe que responder y dejándola sola, salí de la casa en busca de una tranquilidad y una paz que dentro con ella me resultaba imposible.  Me parecía inconcebible que esa monada, que me estaba acosando, nunca hubiera estado con un muchacho y que para más inri, me lo hubiese confesado con esa naturalidad. Consciente que tenía que cambiar de actitud porque no aceptaba mi rechazo, busqué otras soluciones. Por mi mente pasaron muchas, desde cogerla de los pelos y llevarla al aeropuerto, a violarla salvajemente y así se diera cuenta que yo no era ese “Don Juan” con el que soñaba. Conociéndome supe que no podría asumir el riesgo de la primera y que mi hija volviera pero menos podría llevar a cabo la segunda por ser una  burrada. Por eso cuando ya llevaba más de una hora paseando sin rumbo, decidí que lo que sí podría hacer era comportarme como un cerdo y que fuera ella la que saliera huyendo con las orejas gachas. Con mi ánimo repuesto y contento al tener al menos un plan, retorné a mi chalet.
Nada más entrar me encontré a María cocinando y poniendo en práctica la estrategia que había diseñado, metí mi mano bajo su falda y le toqué el culo.  Reconozco que ambos nos quedamos sorprendidos, ella por ser objeto de una caricia no pedida aunque sí deseada y yo al encontrarme que bajo esa  tela no llevaba ropa interior. Como había cruzado una línea sin retorno, seguí manoseando su trasero mientras le preguntaba con el tono más lascivo que pude dotar a mi voz:
-¿Es que nunca llevas bragas o solo lo haces para ponerme bruto?-
-¡Lo segundo!- contestó sin darse la vuelta y frotando sus nalgas contra mi entrepierna – y por lo que siento, ¡Lo he conseguido!-
Lo malo es que esa arpía tenía toda la razón, al sentir primero la suavidad de su trasero sobre mi mano y luego la dureza de sus cachetes contra mi pene, este se irguió bajo mi pantalón, descubriendo de antemano mi excitación. Cómo si me hubiese apaleado, salí humillado de la cocina mientras su risa confirmaba mi derrota.
“¡Será puta” pensé excitado y hundido, con el recuerdo de su voz retumbando en mi oídos y mi deseo acumulándose en las venas. De no ser porque era una cría hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero pero como me sabía incapaz de hacerlo, tuve que buscar la calma poniéndome un bañador y tirándome a la piscina.
El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado,  me tumbé a tomar el sol. Llevaba unos pocos minutos sobre la tumbona cuando la vi salir completamente desnuda. Alucinado por su falta de pudor, me quedé observando como sus pechos se bamboleaban al caminar. Eran tal y como me había imaginado al verlos en el tren, pequeños pero duros y con unos pezones rosados que invitaban a ser mordidos. Decidido a no dejarme vencer, me la quedé mirando y le dije:
-Estás demasiado delgada para mi gusto-

Mentira, ¡Era perfecta!. Su cuerpo era el de una modelo. Su cara era de por si guapa pero si a eso le sumábamos su breve cintura, su culo en forma de corazón y ese estomago plano, la muchacha era de una belleza sin igual. Contrariando mis expectativas no le molestó mi crítica y acercándose a mí, contestó con despreocupación:
-Eso se puede arreglar. Si te gustan gordas, me cebaré-  y sacando de su bolso una botella de bronceador, se puso  a esparcirlo por mi cuerpo, mientras me decía: -Ves como tenemos razón: Te vas a quemar, ¡Qué harías si no estuviera yo aquí para cuidarte!-
Debía haberle contestado otra impertinencia pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al ver su sexo a escasos centímetros de mi cara. Sé que hubiera podido alargar mi mano y forzarla a poner su vulva en mi boca pero tratando de mantener un resto de cordura, cerré los ojos deseando que terminara de untarme de crema y así cesara esa tortura. María envalentonada por mi supuesta indiferencia, recorrió con sus manos mi pecho, mi estómago y mis piernas y no contenta con ello, al comprobar que bajo mi bañador mi pene  no era inmune a sus caricias, me pidió permiso para subirse encima de mí y así poderme esparcir con mayor facilidad el bronceador:
-¡Haz lo que quieras!- contesté con una apatía que no sentía.
No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas en la tumbona, incrustó mi pene en su sexo y haciendo como si la follaba, se empezó a masturbar. No fui capaz de detenerla, sabiendo que la tela de mi bañador impedía que culminara su acto, me quedé quieto mientras ella se frotaba con sensualidad el clítoris contra mi polla. No satisfecha con ello, se tumbó sobre mi pecho, haciéndome sentir la dureza de sus pezones contra mi piel mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba dejar esa pose y follármela ahí mismo. Os confieso que casi estuve a punto de ceder cuando pegando un grito, se corrió sobre mí pero, en ese momento, esa manipuladora me bajó de golpe la excitación diciendo:
-Gracias, mi amor, por haberme dejado demostrarte que no soy una niña. Esta noche seré tuya, ¡Lo quieras o no!-
Tras lo cual, me dejó solo con mi extensión apuntando al cielo y mi cerebro en plena lucha. Mientras mi cuerpo me pedía que me levantase y corriera a su lado, mi mente lloraba por lo cerca que había estado mi claudicación. Cómo si poseyese telepatía y fuera conocedora de la guerra en la que estaba inmerso, María incrementó mi desasosiego con un SMS que decía.
-LA COMIDA ESTA LISTA PERO SI PREFIERES TE PUEDO DAR CONEJO- y por si no estuviera claro a qué se refería, unió al mensaje un video donde ella se masturbaba.

 Hecho un energúmeno, entré en la casa y me encontré a la muchacha perfectamente vestida, sentada a la mesa. Como un torrente, mis palabras se agolparon en mi garganta y de corrido le dije que me parecía una vergüenza que me mandara un archivo de esas características. María soportó la reprimenda con tranquilidad y viendo que había acabado, me dijo sin elevar el tono de su voz:
-Siéntate que se va a quedar fría- y sin darle importancia a lo sucedido, me soltó: -Te prometo no mandarte otro y si quieres, bórralo pero entonces también borra las fotos que me hiciste en el tren-
Sin poderme reponer a la sorpresa, me senté y me puse a comer mientras la muchacha sonreía sabiendo que si no me había vencido poco faltaba.
“¡Dios! ¡Qué vergüenza!”, pensé sin poder levantar la mirada del plato al saber que ella conocía lo depravado que podía llegar a ser y qué no le importaba.
Como un autómata fui degustando los platos sin llegarlos a saborear porque estaba tan hundido que lo único que pasaba por mi mente era terminar y así poder evitar la presencia de esa cría. María no metió sus dedos en mi herida y mientras yo me consumía en remordimientos, ella se mantuvo en silencio. Solo al terminar el postre y traerme el café, separó mi silla de la mesa y se sentó en mis rodillas, tras lo cual, apoyando su cabeza en mi pecho, me dijo:
-Amor mío, no sufras. Ese pequeño secreto quedará entre nosotros. Fue mi culpa,  debía de haberme puesto bragas pero deseaba tanto que supieras que soy una mujer, que no me las puse. Sé que he hecho mal y que ahora te sientes sucio, pero no te preocupes, a mí me encanta que me tengas en el móvil-
El modo tan sutil con el que me confirmó que había sido manipulado, no disminuyó mi embarazo y sintiéndome un ser despreciable, le pedí perdón casi llorando. La morenita sonrió al escucharme y posando sus labios sobre los míos, me soltó:
-Reconozco que estoy enfadada contigo pero no por eso. Soy una estupenda cocinera y ¡No me has dicho nada de lo bien que has comido!-
Lo absurdo y pueril de su respuesta terminó de derrotarme y cogiéndola entre mis brazos, busqué su boca con la mía. María respondió a mi pasión con más pasión y pasando su pierna sobre las mías, se sentó de frente. Mis manos no tardaron en recorrer su cuerpo y su culo mientras ella no dejaba de frotar su sexo contra mi pene. Poseído por un desenfreno atroz, desgarré su vestido dejando al desnudo su dorso y por vez primera, hundí mi rostro como tanto había deseado entre sus pechos. La cría gimió al sentir mi lengua recorriendo sus pezones y cogiendo uno entre sus dedos, me pidió que lo mordiera:
-¡Siempre he deseado saber que se siente!- gritó al notar el suave mordisco y quitándomelo de la boca, puso el otro para que repitiera la operación.
Obedeciendo a la que ya era mi dueña, metí la aureola en mi boca y mientras mamaba de ese precioso pecho, pellizqué el otro con fuerza. Lo novedoso de las sensaciones que su cuerpo estaba experimentando le hizo aullar de placer mientras su trasero se rozaba contra mi verga sin parar. Al oír que se corría, me volví loco y depositándola sobre la mesa, me bajé el pantalón y me dispuse a penetrarla pero entonces ella, cerrando sus piernas, soltó una carcajada y bajándose, huyó del comedor mientras me decía:
-Mi amor, necesito que mi primera vez sea romántica y ahora es imposible porque estás muy caliente. Te prometo que esta noche: ¡Te dejaré seco!-
Esa noche y su primera vez.
Como perro sin dueño, me pasé toda la tarde. Deambulando por la casa y una vez había desechado mis antiguas renuencias a hacerla mía, ahora no podía aguantar la espera. Mi mente anhelaba sentir su piel y besar sus labios mientras mis hormonas me exigían sumergirme entre sus piernas. María había desaparecido sin despedirse, de modo, que con el paso de las horas, el temor a haber sido objeto de una burla y que todo fuera una pantomima fue creciendo y por eso cuando a las nueve, seguía sin dar señales de vida, supuse que no vendría porque de seguro estaba alternando con alguien más joven mientras se descojonaban de mí.
“¡Cómo pude ser tan incauto!” maldije poniéndome un whisky, “¡Cómo me dejé liar de esa forma!”, me repetí mientras daba cuenta de la botella.
Estaba al borde de la desesperación cuando la oí llegar en mi coche. Ni siquiera me había dado cuenta que se lo había llevado y sin poderlo evitar, fui a abrir la puerta. La muchacha llegaba cargada con bolsas de comida y con un peinado nuevo que le hacía parecer mayor. Al ver los esfuerzos que hacía, la intenté ayudar con las bolsas pero ella se negó y encima, con un meloso reproche, me reclamó:
-¿No crees que tu mujercita se merece un beso al llegar a casa?-
No me lo tuvo que decir dos veces y levantándola en vilo, forcé su boca con mi lengua. La necesidad imperiosa que sentíamos hizo el resto, dejándonos llevar por la pasión, nos besamos mientras nuestros cuerpos empezaban a moverse completamente pegados.  Muerta de risa, María pasó su mano por mi entrepierna y poniendo cara de puta, me preguntó:
-Dentro de diez años, ¿Seguirás recibiéndome así?-
-¡Por supuesto!- declaré cogiendo uno de sus pechos en mi boca- y si no puedo, siempre me quedará el viagra-
Al sentir mi lengua juguetear con su aureola, presionó mi cabeza con sus manos mientras me susurraba:
-¡Me tienes bruta!-
Su completa entrega me dio alas y creyendo que había llegado la hora de hacerla mía, me arrodillé a sus pies y separándole las piernas, hundí mi cara en su sexo. Su aroma y su sabor recorrieron mis papilas mientras ella no paraba de reír histérica al experimentar la caricia de mi boca en el interior de sus muslos.
-¡Para!- me pidió al sentir que mis dedos separaban sus labios y mi lengua lamía su botón.
Pero ya era tarde, incapaz de retenerme, cogí entre mis dientes su clítoris y sin darle tregua alguna, me puse a mordisquearlo buscando sacar el néctar que ese coño escondía.
-¡Qué gusto!- gimió como una loca al sentir que su sueño se cumplía antes de tiempo y apoyándose contra la mesa, me rogó que continuara.
Sin darle tiempo a arrepentirse separé sus rodillas y quedé embelesado al disfrutar de la belleza de su coño. Desnudo, sin un pelo que estorbara mi visión, era un manjar demasiado apetitoso para comerlo con rapidez y por eso cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta la cama. Suavemente la deposité entre las sabanas y sin dejarla de mirar, me desnudé deseando que ella al ver mi cuerpo de hombre maduro no se arrepintiera de lo que íbamos a hacer.
Afortunadamente, María al comprobar mi erección, se quitó la camiseta negra que no me había dado tiempo a retirar y con cara de deseo me llamó a su lado. Ni que decir tiene que corrí a sus brazos. Nada más tumbarme a su lado, me cubrió de besos mientras su cuerpo temblaba cada vez que mis manos la acariciaban:
-Hazme tuya- me rogó al sentir mi aliento junto a uno de sus pezones.
Excitado brutalmente, tuve que retener mis ansias de penetrarla cuando vi que su aureola se endurecía con solo mirarla. Debí de actuar más lentamente  pero cayendo en la tentación, metí esa belleza en mi boca y bebí de esos pechos juveniles mientras su dueña no paraba de pedirme que la hiciera mujer. Sus ruegos se convirtieron en órdenes al  cambiar de objetivo y concentrarme en el tesoro que escondía su entrepierna. Con las piernas abiertas y sus manos pellizcando sus pechos, María chilló al notar la tortura de mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo.
“Dios, ¡Qué belleza!” exclamé mentalmente al ver esa tela casi transparente que confirmaba su virginidad, temblando en la mitad de su vulva.
Temiendo hacerla daño, tanteé con una yema su resistencia cuando de improviso la dulce y tierna amante se transmutó en una hembra ansiosa que dominada por la lujuria, cogió mi pene entre sus manos e intentó forzarme a desvirgarla. Negándome a cumplir sus deseos, seguí devorando su coño con tranquilidad disfrutando de cada lametazo como si fuera el último.  Mi parsimonia asoló sus defensas y cayendo hacia atrás, se retorció dando gritos mientras del interior de su sexo brotaba un ardiente geiser que empapó las sábanas. La cantidad de flujo que emergió entre sus piernas fue tan brutal que aunque intenté absorberlo, no di abasto a recogerlo y usando mi lengua, prolongué su éxtasis, uniendo su primer orgasmo con el siguiente.
Azotando su cuerpo contra el colchón una y otra vez, María se corrió tan brutalmente que agotada por el esfuerzo cayó en un estado de somnolencia del que tardó en salir. Mientras lo hacía, me la quedé mirando absorto en su belleza. Su juventud quedaba realzada por la sonrisa que lucía su rostro, producto del placer que había sentido y por eso un poco cohibido, esperé que se recuperara.

Al despertar, María me miró con dulzura y poniendo un puchero, me reclamó que todavía no la hubiera hecho mía diciendo:
-Necesito que me tomes como tu mujer. Quiero sentir tu hombría dentro de mí y así sepas que eres mío-
Os confieso que estaba asustado y por eso, tuvo que ser la propia muchacha la que poniéndose sobre mí, llevara la punta de mi glande hasta su sexo. La suavidad con la que se colocó para que la desvirgara y su cara de deseo mientras lo hacía, acabó con mis dudas de un plumazo. Sabiendo que esa postura iba a hacer más doloroso el trance, la cambié de posición y tumbándola sobre su espalda, le separé las rodillas.
-¿Seguro que es lo que quieres?- pregunté posando la cabeza de mi miembro en su sexo.
-¡Sí!, Raúl, !Hazlo ya!- imploró mientras sus caderas intentaban que mi pene se introdujera en su interior.
Convencido de que no podía dejar pasar la oportunidad, presioné contra ese último obstáculo y de un solo golpe, lo rompí mientras la cría pegaba un grito al sentir su intimidad desflorada. En ese momento, me quedé quieto esperando a que su dolor se amortiguara pero María me rogó chillando que terminara de introducir mi falo en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer mientras la mejor amiga de mi hija me miraba con una expresión de satisfacción en su cara. Al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, la cría se mordió los labios con una mezcla de sufrimiento y deseo sin saber que era lo que venía a continuación. Su falta de experiencia me hizo ir con cuidado y dotando a mi cuerpo de un lento vaivén, fui sacando y metiendo mi pene de ese estrecho conducto mientras ella empezaba a gemir de placer. El sonido que brotaba de su garganta me confirmó que estaba gozando y por eso fui incrementando poco a poco la velocidad de mis maniobras.
-¡Me encanta!- chilló alborozada al sentir como mi extensión rellenaba su interior
Su entrega se tornó en total al asir sus pechos con mis manos. La sensación de ser penetrada mientras mis dedos se apoderaban de sus senos y los usaban como agarre para incrementar la velocidad de mis movimientos fue excesivo para la cría y berreando de placer, gritó a los cuatro vientos su orgasmo.
-¡Me corro!- la oí chillar mientras su sexo se encharcaba.
Contagiado de su lujuria, llevé mi ritmo al infinito y mientras por mis piernas se deslizaba su flujo, seguí  martilleando su interior con la música de sus gemidos resonando en las cuatro paredes de mi dormitorio. Comprendí que no iba a durar mucho más si seguía a tal ritmo y por eso ralenticé mi asalto. María al notar que había bajado la intensidad, protestó y con voz dura, me exigió que siguiera más rápido.
-Cariño- dije a modo de disculpa- si sigo así, me voy a correr-
-Es lo que quiero- gritó dotando a sus caderas de un movimiento atroz –Quiero sentir que me inundas con tu semen-
Su determinación me obligó a satisfacerla y elevando el compás de mis penetraciones, usé mi miembro como un martillo con el que golpe a golpe derribé las bases que la retenían en la realidad hasta que como poseída por un ser diabólico, vi como su cuerpo se retorcía de placer mientras me rogaba que me corriera. Ese enésimo orgasmo fue el banderazo de salida del mío propio y pegando un aullido, mi miembro explotó en su interior, regando con mi semen las paredes de su vagina. María al notar los blancos proyectiles chocando contra su interior se unió a mí y pegando un postrer chillido, cayó rendida sobre las sábanas. 
Agotado por tamaño esfuerzo, me tumbé a su lado y acaricié su pelo, mientras mi mente se compadecía de mí al saberme su esclavo. Mi niña-mujer, la bruja que me había seducido en menos de dos días y que había convertido un cariño casi filial en una necesidad imperiosa debió de comprender que pasaba por mi cerebro, nadas más abrir los ojos porque poniendo una tierna mirada, me soltó:
-No esperes que me conforme con esto. Ya que sabes que eres mío, no pienso dejarte escapar. Ni se te ocurra mirar a otra mujer, tus ojos al igual que el resto de tu cuerpo son de mi absoluta propiedad. Si algún día te pillo con una zorra, la mato a ella primero y luego a ti-
Supe que era verdad porque mientras se imaginaba mi traición, su cara se fue endureciendo hasta adoptar una expresión tan siniestra que me hizo dudar que ese chavala no fuera una perturbada. Os juro que todos los vellos de mi cuerpo se erizaron al verla fuera de sí y tengo que reconocer que estuve a punto de huir pero en ese momento, la dulzura que me había seducido volvió a su rostro y cogiendo mi asustado pene entre sus manos, me susurró al oído:
-Esta tarde, he comprado comida suficiente para que no tengamos que salir de la casa  hasta que en mi vientre crezca tu hijo, mi hijo, el hermano de Isabel-

Aterrorizado, comprendí que no le bastaba con esclavizarme, en su siniestro cerebro había planeado que no sería completamente suyo mientras no me diera un retoño con el que sometiera también a su querida amiga.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 
 
PD. Markéta Štroblová (1988) conocida como Little Caprice es una actriz pornográfica y modelo Checa..Aunque no lo parezcan sus fotos tenía 21 años cuando entró en ese mundo.
Soy contrario y aborrezco la pedofilia pero el relato exigía que la modelo pareciera tener escasos 20 años.
 
 
 
 

Relato erótico: “Mi primer tatuaje” (POR ROCIO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando entré en la tienda de tatuados “Ribbon”, del barrio de Unión de Montevideo. Para esa ocasión salí de casa con ropa muy cortita: una remera ajustada de color rojo, una faldita blanca y sandalias. Por orden del jefe de mi papá, tuve que salir sin braguitas ni sujetadores. La faldita era tan corta que tenía que acomodármela todo el rato para que no revelara tanta carne durante mi caminar, la gente en la calle no disimulaba la mirada y para colmo la remera era tan ceñida que hacía que mis pezones se percibieran ligeramente. Y mis tetas, que son grandes, saltaban notoriamente a cada paso que daba. Básicamente me sentía la más puta de todo Uruguay con tanto cabrón mirándome y piropeándome.  
Las tiendas de tatuajes que había visitado durante toda la tarde eran terribles, parecían lugares clandestinos, con música rock a tope y muchachos punkers apestosos como encargados de los locales. Pero esa tienda en especial no era como las otras. Era un lugar muy bonito, muy aséptico, olía a rosas e incluso me gustaba la música reggae que ponía el dueño (no me refiero al reggaetón, se llama reggae).  Me sentí muy cómoda nada más ingresar.
En los estantes de vidrio a la izquierda, cerca de la entrada, había varios modelos de dibujos: Rosas, mariposas e incluso dragones. A la derecha, en cambio, había un montón de aros, bolillas y demás piercings con piedras preciosas o simples. El solo imaginar que debía elegir alguno de ellos me hizo poner muy nerviosa, pues nunca en mi vida he llevado tatuajes y ni mucho menos me he planteado injertarme piercings. Es que era algo que sobrepasaba mi límite.
Y mientras ojeaba el álbum de diseños encadenado al mostrador, se me acercó un atractivo hombre de tez negra, alto, bastante fuerte de complexión, la cabeza rapada y con barbita en el mentón, parecía una estrella de cine. Tenía tatuajes que le cubrían ambos brazos, también el cuello y además poseía un arito diminuto injertado en el labio inferior. Me pasé toda la tarde viendo a esa clase de gente por lo que ya no me sorprendía ni me asustaba. Muy amablemente me saludó. Por la forma de expresarse se notaba que era brasilero:
-“Olá”, menina. ¿Cómo te puedo ayudar?
-Buenos días, señor. He venido para hacerme un tatuaje temporal, nada permanente.
-No hay problema, eso no tardará mucho. ¿Ya sabes lo que quieres ponerte?
-Sí, sé lo que quiero ponerme… Señor, sobre eso, esta es la cuarta tienda de tatuajes que visito esta tarde, prométame que no me echará de aquí como los otros.
-¡Ja ja! ¿Por qué habría de echar a una menina tan bonita como tú?
Me puse coloradísima y me reí forzadamente. Cerré el álbum de tatuajes y, clavando mis ojos en los suyos con determinación, le solté la bomba:
-Señor, voy a ser directa. Necesito que pongas “Perra en celo” en el cóccix. Y que ponga “Putita tragasemen” en mi vientre.
Deus Santo
-No me juzgues con esa mirada. ¿Ves por qué me han echado de las otras tiendas? En una, un muchacho me dijo: “Puta, si me das una mamada te lo hago gratis”, así que salí de ahí muy indignada. ¡Yo no soy ninguna puta, que quede claro!
Menina, menina, es que esas son dos frases muy feas. ¿Tu novio te pidió que te tatuaras eso?
-Sí, claro… mi novio me lo ha pedido –mentí. La verdad es que fue el señor López, el jefe de mi papá, quien me ordenó que me pusiera piercings y tatuajes. Iba a llevarme a su casa de playa dentro de una semana para “pasarla bien” con él y sus amigos, y me pidió… me ordenó que “adornara” mi cuerpo con un par de cosas.
Realmente no tenía opción. Si cumplía con él, le darían un puesto a mi hermano Sebastián a tiempo parcial en la empresa. Y la paga para él sería buena. Simplemente tenía que aguantar otra sesión de orgía con viejos depravados. Solo una sesión más de trancas y alcohol, y podría encauzar la seguridad económica de mi familia. Y para qué mentir, tampoco es que me asqueaba la idea: cuando el jefe de mi papá me pidió que me hiciera un tatuaje guarro y que me pusiera piercings en la lengua y el pezón, me calenté un poquito.
-Bellísima, yo jamás te pediría ponerte algo tan fuerte en tu cuerpo, pese a que sea un tatuaje no permanente.
-Gracias señor, pero lo tengo decidido. Así que saque sus herramientas y hágalo rápido.
-No pierdes tiempo.
-Cuanto antes terminemos mejor. Así que por favor, dígame dónde debo ir. 
Minha mae… Ve al fondo, al cuarto tras las cortinas. Espérame allí porque voy a prepararme.
-No sabe cuánto le agradezco, señor. Pensé que no iba a conseguir a alguien que me ayudara.
-Lo haré porque me pareces una menina muito bela. Ahora ve, te llevaré un álbum para que elijas el tipo de letra.
Avancé hasta donde me indicó, descorrí la cortina y entré en un pequeño cuarto con paredes rojas y espejos adosados a ellas. Una preciosa angelita pelirroja estaba dibujada en la pared frente a mí, mientras que en un costado había un dibujo de una chica skater que ojeaba su patineta, y al otro lado había un dibujo de una valkiria que parecía sonreírme.  
Me sujeté de una mesita pegada a la entrada. Estaba repleta de papeles, servilletas, un notebook, recipientes con alcohol, vaselina. Todo aquello me dio un miedo atroz.
-Acuéstate en la camilla del centro, menina –dijo poniéndose unos guantes blancos de látex.
Me subí, era un poco alta y parecía el sillón de un dentista. Era de cuero y el tacto se sentía agradable, pero hice un gesto de dolor al sentarme porque mi culo aún me dolía tras la sesión de noches atrás, en donde me metieron hasta cuatro dedos y lo filmaron en HD.
El hombre se acercó con un álbum y lo abrió para mostrarme los distintos tipos de tipografía que tenía disponible. Como se trataba de un tatuaje que no duraría mucho, quise elegir un tipo de letra al azar, preferentemente uno horrible para encabronar a mis maduros amantes. Pero me llamó mucho la atención una llamada “Ruach Let Plain”, así que puse mi dedo índice sobre dicha tipografía y le dije al hombre:
-Quiero este. Es linda la letra.
-Claro, menina. Ya te lo imprimo.
Se acercó a su notebook y, mirándome con una sonrisa, puso los dedos en el teclado:
-¿Qué palabras querías ponerte, senhorita?
-Serás cabrón…
-Lo pregunto en serio.
-Pufff… “Putita Tragasemen”.
-P-u-t-i-t…
-Dios santo, ¡escríbelo en voz baja!
-Ya está. Lo estoy imprimiendo. Baja un poquito la faldita, pintaré cerca de tu monte de venus.
-¿Va a doler?
-¿Estás bromeado, menina? Claro que no. Si quieres un tatuaje de verdad, ahí la historia será diferente. Pero para presumir tattoo de verdad, hay que sufrir, así es la historia. ¿Tú quieres un tatuaje de verdad? 
-No me gusta la idea de tener algo permanente, tal vez lo haga en otra vida, señor.
Bajé mi faldita, el negro se sorprendió al ver que, mientras más plegaba la tela hacia abajo, no había nada que me pudiera cubrir mi coño. Vamos, que se dio cuenta que me paseé casi en pelotas por todo Montevideo. Por su mirada mientras posaba su mano en mi cinturita, deduje que me estaba llamando de todo menos “santa” en sus pensamientos.
Menina, a ti te quedaría muy bien un tatuaje de una rosa de color rojo, hacia un lado de tu cadera.
Con su mano retiró mi faldita por unos centímetros más para mostrarme dónde quedaría lindo un tatuaje de verdad. Para ser sincera, me calentó un poquito la manera tan sutil y amable de tocarme. Pero era evidente que quería quitarme la faldita y contemplar mi conejito, sus dedos poco a poco retiraban la pequeña tela que me cubría pero hice fuerzas para atajarla y que no viera más de lo que debía.
-Te dije que no quiero un tatuaje de verdad. Vamos, a pintar de una vez, señor.
-Pues es una pena. Allá vamos, menina… -Se sentó en una butaca y se acercó hasta colocarse entre mis muslos. Instintivamente quise cerrarle para que no viera más de lo necesario, pero él las tomó con sus enormes manos y me las separó, mirando de reojo mi expuesto chumino, y se hizo lugar para pintarme.
Sin saber yo dónde meter mi cara roja, él limpió mi vientre con un trapito frío y húmedo, y plegó en mi piel aquel papel que había imprimido. Al retirarlo, empezó a utilizar su aerógrafo. Sentía cosquillas, y de vez en cuando daba pequeños sobresaltos, pero él con su mano libre me sujetaba fuerte y me pedía que me quedara mansa.
Cuando terminó de pintar una palabra, creo que “Putita”, sopló ahí donde pintó y me hizo dar un brinco de sorpresa. El negro se rió de mí, y acariciándome la zona recién pintada, me dijo:
-No puedo creer que me haya olvidado preguntar el nombre de una chica tan bonita como tú.
-Ro… Rocío, me llamo Rocío  –le dije suspirando, la verdad es que yo estaba algo sugestionada. El cabronazo me seguía acariciando, soplando, tratando de plegar mi faldita de manera disimulada, creo que ya se podía apreciar mi mata de vello púbico. Mi cara estaba rojísima y mis pezones querían reventar bajo la remera. Mis manos temblaban pero hacían lo posible para que el negro no viera más de lo necesario.
-Ah, no me digas “señor”, yo me llamo Ricardo. Ahora ponte de nuevo quieta que voy a pintar la última palabra.
Tras cinco minutos más, Ricardo terminó su trabajo. Me mostró cómo quedó, pasándome un espejo. Pero lo que me alarmó fue ver cómo un poco de humedad se impregnaba en mis muslos y en su silla. Seguro que él lo había notado también, es que tanto toqueteo sutil me puso muy caliente y el charco que dejé fue muy evidente.  
Lejos de decirme que era una puta o una chica indecente, siguió profesionalmente su trabajo:
-Menina bonita, vamos a ponerte los piercings antes de dibujarte el tatuaje en el cóccix.
-Ay Dios, los piercings. ¿Eso sí que va a doler, no?
-Trataré de que no te duela tanto, Rocío. ¿Dónde te los vas a poner?
– Quiero una… quiero una bolilla en la lengua.
-OoooK. ¿Es todo?
-No, hay más. Madre mía, quiero que me injertes un arito en un pezón.
-Lo primero será fácil. Pero lo otro… Quítate la camiseta, Rocío, tengo que ver.
-No quiero…
-¿Eh? No tengas vergüenza, menina, yo he trabajado con muchas chicas.
-Sí, no me cabe duda, Ricardo…
Me ayudó a retirar la camiseta, la plegó y la dejó en su escritorio. Ya he dicho que tengo tetas bastante grandes, pero debo decir que mis pezones son muy pequeños. Con la cara coloradísima, me tapé los senos con las manos. El negro reventó a carcajadas, y sutilmente, me retiró las manos para que pudiera mostrarle mis tetas en todo su esplendor.
Palpó mi pezón rosadito con total naturalidad, gemí como cerdita y cerré los ojos mientras él jugaba. Me estaba volviendo loquísima, no sé si lo hacía adrede o era parte de su trabajo. Sea como fuere, yo empezaba a tener ganas de carne. A los pocos segundos, soltó mi pezón y carraspeó para sacarme de mis pensamientos lascivos:
-Tienes un pezón muy pequeño, va a ser difícil anillarte, Rocío. Pero con un cubito de hielo puedo hacer magia. Tengo un álbum lleno de fotos para que elijas cuál arito te pega más.
-Ufff… Simplemente ponme uno que te guste y ya.
Salió del cuarto por un par de minutos, y volvió con un cofrecito con aros, así como un vasito con un par de cubitos de hielo. Seleccionó un aro de titanio con una bolita y me lo mostró. Le dije que tenía pinta de ser caro, pero él me respondió que no me preocupara porque me lo iba a regalar. Retiró un cubito de hielo del vaso y se acercó peligrosamente hacia mis tetas.
-Quita tus manos, Rocío, ya te dije que no tengas vergüenza. Esto lo hago casi todos los días.
Me mordí los labios y saqué mi mano de mi teta izquierda, indicándole con la mirada que era esa la que debía trabajar. Cerré mis ojos y me dije para mis adentros que tenía que aguantar, que no debía gemir como una maldita niña inmadura. Yo estaba caliente, estaba muy susceptible, ese hombre para colmo era muy guapo y su voz con acento brasilero me derretía.
-¡Hummm! Diosss… Frío, frío, frío…
-Calma, menina preciosa, estoy pasando el cubito, hay que estimular ese pezón tan pequeño.
-Ricardo… en serio está muy frío… Deja de restregarlo asíii…
-Es un cubo de hielo, menina, ¿qué esperabas? Enseguida te acostumbrarás.
Y así fue que, tras dibujar círculos varias veces me logré acostumbrar. Se detenía en la punta del pezón, soplando y tocándolo de manera muy sensual. Me decía cosas muy bonitas, no sé qué quería decir porque no sé mucho portugués, pero por el tono de su voz imagino que quería tranquilizarme o halagarme por estar aguantando. Vi de reojo que efectivamente mi pezón estaba paradito; miré a Ricardo, me sonreía, era tan guapo; quería decirle que chupara la teta y me hiciera suya, pero realmente estaba cansada de parecer una chica fácil, últimamente, y como podrán comprobar en mis otros relatos, parecía que hombre que veía, hombre que me follaba hasta hacerme llorar. Me armé de fuerzas y traté de actuar lo más normal posible.
-Ufff… Funcionó, Ricardo…
-¿Qué te dije, eh? Ahora estate quieta, vamos a injertar este lindo aro.
Trajo una pinza de doble aro y aprisionó mi erecto pezón con ella. Agarró una aguja de su mesita y reposó la punta filosa en el aro de la pinza, lista para perforarme. Tengo que admitirlo, me dio un miedo atroz, parecía que estaba en una maldita carnicería clandestina. Cerré mis ojos con fuerza, mordí los labios y empuñé mis manos esperando el doloroso momento, pero Ricardo no atravesó la aguja, seguro vio mi carita de chica espantada y trató de tranquilizarme:
-Rocío, eres la chica más bonita que ha entrado aquí en mucho tiempo. Y mira que he tenido muchas clientas.
-¿En serio, Ricardo? Gracias. Desde que entré no has parado de decirme cosas bonitAAAAASSSSS… CABRÓN, LO HAS HECHO ADREDE.
-¡Quieta, menina! Voy a injertar el aro por el agujerito que acabo de hacer, ¡quieta!
-¡HIJOPUTA! ¿Eso es sangre? ¿¡Es que quieres matarme!?
-No, no, no, es normal, es solo una gotita, ¡espera que ya lo estoy injertando!
-¡Dios mío voy a morir desangrada!
-Estás exagerando Rocío, solo aguanta un poco más, ya casi está.
-¡En serio no quiero moriiiir!
Me deus… ya está, menina, eres una exagerada… Oye, ¿¡estás llorando!?
-No, no estoy llorando, imbécil –dije secándome las lágrimas que corrían como ríos por mis mejillas. La verdad es que fue una experiencia muy rápida pero de lo más infernal. 
Ricardo me tomó del mentón con sus enguantadas manos, sonriéndome como si no hubiera pasado nada. Yo no quería mirarlo a los ojos, los míos estaban vidriosos, mi carita estaba toda colorada y para colmo estaba temblando muy notablemente.
-Rocío, no he mentido cuando te dije que eres la menina más hermosa.
-Perdón Ricardo, no quise decirte “hijoputa” ni “imbécil”, en serio, a veces suelo ser muy grosera.
-Bueno, no pasa nada. Deberías oír  a los machitos a quienes tatúo. Si es que lloran como chiquillas de diez años.
Estábamos tan cerca, tenía ganas de besarlo. Cuando me acerqué para unir mi boca con la suya porque ya no aguantaba más, él se levantó y me acarició el cabello como si yo fuera una hija, sobrina o algo así. Me cabreó, es como si quisiera evitarme. Yo estaba casi desnuda, solo una maldita falda arrugada era el único trapito que me impedía estar a su merced, y aún así él se comportaba como un caballero.
Me limpió la teta con gasas y desinfectantes, tan profesional como era de esperar mientras yo me mordía los labios otra vez, gimiendo por el dolor punzante que a veces me venía.
-¿Segura que quieres continuar? Podemos hacerlo mañana.
-No, Ricardo, cuanto antes mejor.
-Pues bien menina, date media vuelta, voy a poner el tatuaje  en el cóccix. “Perra en celo”, ¿no?
-Diossss, qué vergüenza. Sí, hazlo rápido por favor…
Me di media vuelta, mis tetas se aplastaron contra el asiento de cuero. Me acomodé para que mi pezón recién perforado no me causara molestia, sujeté mis manos en sendos lados de la camilla y cerré los ojos. Escuché cómo tecleaba la palabra en su notebook para posteriormente imprimirla. Se acercó y tomó el pliegue de mi faldita para bajarla. A esa altura ya me daba igual, iba a dejar que me viera todo el culo si fuera por mí, estaba caliente por él e iba a hacer lo posible por encenderle los motores.
Tocó con su mano allí donde moría mi espalda y empezaban a nacer mis nalgas. “¿Quieres que dibuje aquí?” me preguntó. Le dije que quería un poquito más abajo. Llevé mis manos a mi faldita y la bajé más, dejándole ver el nacimiento de la raja de mi culito. Ricardo se mantuvo callado por unos segundos, yo no podía verle pero imagino que estaba contemplando mi cola como un perro faldero.
-OoooK… Voy a empezar.
Se sentó en su butaca y se puso a mi lado, una mano la reposó en mi nalga mientras que con la otra empezó a pintar las palabras. Realmente no dolía nada, pero aún así gemí como una putita para conseguir excitarlo. O al menos tratar de ponerle.
Mientras más pintaba, más movía mis piernas y más cedía la faldita. Creo que llegó un punto en donde la mitad de mis nalgas ya estaban expuestas. Si eso no lo ponía, madre del amor hermoso, no sé qué más podría funcionar. Cuando terminó de pintar, me dio un sonoro guantazo a la cola que me hizo chillar de sorpresa.
-¡Auch! ¡Ricardo!
-Listo, Rocío. Ya hemos terminado con los dos tatuajes temporales. Ya tienes un piercing en el pezón, solo falta el de la lengua. Si quieres continuamos mañana… ¿Qué me dices?
-Ya te dije que no, quiero hacerlo todo hoy. ¿Va a doler como con el pezón?
-Por suerte no tanto. Descansa un momento, ponte tu camiseta si lo deseas mientras voy a por el equipo.
-No quiero ponérmela todavía, me duele un poco el pezón –mentí. Me levanté para desperezarme un poco y reacomodarme la faldita lo más decentemente posible. Contemplé con mucha vergüenza lo encharcado que estaba su asiento de cuero, era evidente que se trataba de mis fluidos y me daba muchísimo corte. Si es que el jefe de mi papá tenía razón al elegir “Perra en celo” como tatuaje, menudo cabrón.
-Siéntate de nuevo, Rocío.
-Perdón por estar casi desnuda, vaya, seguro pensarás que soy alguna clase de zorra barata.
-Bueno… quitando el hecho de las groserías que acabo de tatuarte, creo que eres una chica muy decente. Casi. Vamos, siéntate y muéstrame tu lengua.
-¿Así?
-Perfecto. Quédate quieta.
Sujetó la puntita de mi lengua con una pinza similar a la anterior. Rápidamente, como si quisiera prevenir que me zarandeara como loca, me lo atravesó con una aguja, y con una velocidad tremenda, logró injertarme la bolilla. Pero para su sorpresa, aguanté como una campeona, no puse mucha resistencia y para orgullo mío, apenas lagrimeé. Enroscó la base del piercing para asegurarla, y tras sonreírme, me mostró cómo me quedó, facilitándome un espejito.
-¿Te gusta, Rocío?
-Ezz prezziozzo…
Menina, es verdad, vas a hablar raro un rato, tienes que acostumbrarte.
-Mmm… ziento que la boliyyya me golpea los dientezzz…
-¿Eso era todo, Rocío?
-Zzzí, ezz todo. Trabajo terminado.
Ricardo volvió a tomarme del mentón, y sin preámbulos, me besó. Sentí mariposas en el estómago y mucho fuego en el resto de mi cuerpo, por fin se decidió a mover ficha. Pese a que el piercing me molestaba, disfruté de su enorme lengua recorriendo toda mi boquita. Puso mucho en chupar mis labios y evitar la lengua recién perforada, seguramente sabía que estaría muy sensible aún.
-Rocío, soy un profesional, estuve aguantándome toda la tarde pues quería terminar mi trabajo… Pero me deus, qué cosa mais bonita eres…
-Yicadyo…
-No hables, Rocío. Quiero arrancarte la faldita y follarte aquí en la camilla, me pones como una moto, menina, es la puta verdad. Pero no haré nada si tú no quieres. Si lo deseas, me levantaré y te acompañaré hasta la salida como un caballero. No te cobraré el servicio decidas lo que decidas.
-No, no… no, Yicadyo…
La verdad es que era un parto tratar de hablar. Quería decirle un montón de cosas, pero como me dolía la boca a cada sílaba que soltaba, decidí ahorrar palabras e ir directo al grano. Le tomé de la mano, trayéndolo más y más contra la camilla en donde yo estaba ardiendo. Toda la tarde tocándome, piropeándome, tratándome como a una reina. ¿Qué chica en este mundo se podría aguantar? Era tan hermoso, su sonrisa, sus ojos, su olor a macho me cautivaba, su confianza y su acento lo hacían el ser humano más encantador de todo Uruguay. Con mi cara coloradísima y los ojos muy humedecidos, le confesé:
-Pod favod, deja de podtadte como un cabayedo…
-¿Qué? No entendí… ¿Estás diciéndome que quieres que te folle?
-Bueno… Tampoco zzoy una putita fácil, eh…
-Ah, pues no quieres que te folle, ¿no?
-Diozzzz… Serás cabrón… Está bieeeen… zoy una putita… lo pone claro en el tatuaje, imbécil…
-Mierda, apenas te entiendo menina… Dilo fuerte y claro. ¿Eres una puta o no?
-Zoy una putitaaaa… fóllame ya por favor, eres un cabronazo, me has calentado toda la tarde adredeeee…
-¿Te calenté adrede? ¡Ja! Te has calentado tú solita. La verdad es que encharcaste mi sillón, guarra.  
Se aljó para subir el volumen de su equipo de sonido. El reggae infestaba todo el lugar, seguramente lo hizo para que nadie de afuera escuchara la sinfonía de gritos y chillidos que yo haría al ser montada por ese semental. Se retiró el jean y, al bajar su ropa interior, abrí los ojos como platos y me sujeté del sillón para no caerme del susto. No solo por el pollón que tenía el cabronazo; resulta que tenía depilado el pubis y lo tenía tatuado con dibujos de llamas. Ese infeliz estaba loco, pero yo más.
-Ezzz… enodmeee…
Se apoyó a los lados de mi sillón, su tranca gigantesca y negra se acercaba peligrosamente a mi coñito. Cuando se pegó a mí, empezó a restregarlo deliciosamente contra mi rajita. Mis carnes estaban hirviendo, mi chumino estaba hinchado, rojo, caliente. Casi me desmayé de lo rico que se sentía en mis pliegues, pero por lo visto el cabrón no tenía ganas de penetrarme.
-¿Lo quieres, menina? Es todo tuyo, pero solo si me lo pides.
-Ufff… Fóyameee… pod favoood….
-No sé, Rocío, no sé. ¿Y me puedo correr dentro de ti?
-Uffff… Noooo… Estás loco… Nada de eso, solo fóllameee…
Remangué mi faldita por mi cintura, separé mis piernas y con ellas rodeé su espalda, trayéndolo junto a mí. Puse mis manos en sus hombros para tener algo de qué sujetarme en caso de que hiciera revolverme del placer. Yo estaba a tope, no sé qué más quería él, empujé mi pelvis contra él para que su polla entrara de una puta vez, pero él no quería metérmela aún.
-No te follaré hasta que me pidas que me corra dentro de ti, menina.
-Vaaaa… Serás infeliz… No, no, no te corras adentroooo… Fóllame de una vez por el amor de todos los santos…
Llevó una mano a mi coñito y empezó a buscar mi clítoris. Al encontrarlo, no tardó en estimularlo. Yo parecía una maldita poseída, quise volver a decirle que me hiciera su puta pero la verdad es que entre el piercing de la lengua y mis gemidos, solo salieron balbuceos que no entendía ni dios. Casi perdí la visión debido a la rica estimulación, mis piernas cedieron al igual que mis brazos, quedando colgados como si yo no pudiera controlarlos.
-Madre míaaaa….
-Rocío, meu deus, eres una puta en serio. ¡Mira cómo mojaste mi mano!
-Y tú eres un cabronazo de campeonatoooo…
-¡Ja ja! A pollazos te voy a tranquilizar, nena. ¿Vas a dejarme correr en tu cocha o qué?
-Cabróoon… valeeee, ¡ya deja de hablar que me vas a volver loca!
-Vaya flor de puta encontré. Chupa mis dedos, putón, vamos.
Lamí sus dedos que estaban, efectivamente, encharcados de mis propios jugos. No voy a mentir, no fue delicioso, pero estaba tan caliente que no me importaba probar el sabor de mi coñito. Mientras lamía su dedo corazón, aproveché y tomé su mano con las mías. Le miré con una carita de perrita degollada:
-Tienes una tranca enorme, Ricardo, trata de no partirme en dos. Sé cuidadoso, ¿sí?
El negro posó la punta del glande en mi entrada. Un ligero cosquilleo nació en mi vientre, mezcla de miedo y expectación. Realmente era un pedazo de carne de proporciones épicas, no sabía cómo algo así iba a caberme, por más lubricada y ansiosa que estuviera. Él se apoyó de los lados del sillón, y de un impulso metió la cabeza de su carne. Arañé sus hombros y me mordí los labios al sentirlo por fin adentro.
-Ughhh… No, no, hazlo más lento, te lo pido en serio, negro.
-¿Te gusta, Rocío? ¿Quieres más?
-Diossss… por favor, Ricardo, ¿me quieres desgarrar o quéee?
Empezó a empujar, más y más, contemplando mi cara roja de vicio. Cuando media tranca se encontraba enterrada, hizo movimientos circulares con su pollón dentro de mí que me volvieron loca. Se sentía tan rico que sentí que me iba a desmayar, pero tenía que aguantar para poder gozar de tan tremendo macho. Empezó a decirme palabras obscenas en su idioma, pero a mí no me importaba, yo también le insultaba en el mío. Cuando notó que las paredes de mi gruta se estaban acostumbrando a su tamaño, dio un envión que me hizo chillar como una auténtica loca. Si no fuera por la música tan fuerte, mi grito se hubiera escuchado hasta el otro lado de la calle.
Ricardo retiró un poco su pollón, viéndome vencida, babeando, con los ojos lagrimosos. Me acarició la mejilla y se acercó para meterme su lengua en mi boca y jugar con mi piercing nuevo. Cuando me vio más tranquilita, continuó embistiendo otra vez, lenta y caballerosamente, no como esos viejos cabrones con quienes solía estar.
Empezó a aumentar el ritmo, empezó a aumentar un poquito la incomodidad, realmente me estaba forzando mi agujerito y mis gemidos cada vez más fuertes así lo decían. El cabrón puso una cara feísima, muy rara, como si estuviera cabreado por alguna razón extraña, y me la clavó hasta el fondo. Grité, mi vista se nubló y perdí el control de mi cuerpo, era como si una maldita descarga eléctrica me dejara K.O.
Me tomó de la cinturita como para evitar que yo me escapara, aunque realmente yo no podría hacer nada pues mi cuerpo ya no me respondía. Sus enormes huevos golpearon secamente mis nalgas, y sentí cómo su miembro caliente palpitaba adentro de mí, para posteriormente correrse. Estuvo así casi un minuto, maldiciendo, gritando, parecía que la leche no paraba de salir de su verga, me dolía lo fuerte que me sujetaba y lo mucho que me forzaba acobijarlo en mi gruta.
Con un bufido animalesco, me soltó. Su polla hizo un sonido seco al salir de mí; me dolía un montón, por el reflejo de uno de los espejos contemplé el tremendo agujero ensanchado que el cabrón me dejó, mi coñito estaba hinchadísimo, enrojecido, con leche chorreando para afuera, recorriendo mis muslos y el cuero de la silla. Intenté reponerme pero era difícil, yo temblaba como una poseída.
-Ricardo… Ricardo estuvo fantástico…
-Menina, Rocío, la verdad es que tu cuerpito es un vicio.
-Necesito irme a tu baño, tengo que limpiarme.
Me ayudó a reponerme, recogí mis ropitas y salimos del cuartito. Cuando entré en el baño me vi en el espejo, realmente yo parecía y actuaba como la más puta de mi país. Y para qué mentir, me gustaba. Dejé que su semen se secara en mis muslos por puro morbo, recogí un poco con mi dedo y lo saboreé, ya me estaba acostumbrando a ese sabor rancio poco a poco.
Me puse mi remera roja y mi faldita blanca. Estaban arrugadas, desgastadas, cualquiera sabría qué es lo que estuve haciendo realmente.
Cuando salí del baño, me dirigí al mostrador donde Ricardo me esperaba sentado, ya vestido. Al acercarme a él para despedirme, me tomó de la manito de improviso y me hizo girar para él.
-Rocío, ¿en serio no quieres un tatuaje de verdad?
-Anda, sigues con eso, Ricardo.
-Piénsalo menina. Te pegaría. Una rosa roja.
-¿Y cuánto tardarías en hacérmelo?
-Dos, puede que tres días. ¿Qué me dices? La casa paga.
Arqueé los ojos y le sonreí. Acepté, le dije que me encantaría que fuera él quien me hiciera mi primer tatuaje permanente. Además, sería la excusa perfecta para volver a su local y poder estar juntos, sin que el jefe de mi papá se enterara de que me acostaba con un negro que triplicaba el tamaño de su polla.
Antes de irme, como aún notaba su bulto, le dije que le iba a hacer pasar su calentón. Cerró su tienda y me dediqué a comer su pollón a ritmo de la música reggae. Mis manos apenas podían agarrar la tranca, mi boca me dolía nada más tratar de tragar el glande, por lo que me limité a chupar la punta mientras lo pajeaba. Fue una odisea, y de hecho terminé de mamársela con un ligero dolor en la boca producto del sobre esfuerzo. Cuando se corrió, tragué lo que pude y dejé que el resto se secara dentro de mi boca y garganta.
Quiso agradecerme la cortesía, así que con sus poderosas manos me cargó y me sentó en su mostrador. Remangó de nuevo mi faldita hasta mi cintura, y me comió el chumino como ningún otro hombre. Su lengua sacó lo mejor de mí, y vaya que me mojé como una marrana mientras metía dedos y mordisqueaba mis labios vaginales.
Tras arreglarme nuevamente en su baño, y como se hacía tarde, llamé por el móvil al señor López para que me viniera a recoger. Fue él quien me dejó en medio del barrio de Unión esa tarde para que yo buscara por mi cuenta una tienda de tatuados, pues él tenía que almorzar con su esposa y no podría acompañarme. De mala gana, mi maduro amante aceptó venir a buscarme. Le esperé sentada en un banquillo de una plaza cerca de la tienda, con Ricardo haciéndome compañía.
-Adiós Ricardo, nos vemos mañana. Estoy ansiosa por hacerme un tatuaje de verdad.
-Adiós menina hermosa, te estaré esperando… ¿Ese hombre en el coche es tu padre?
-Ehmm… sí, es mi papá –mentí.
Me despedí besándolo en la mejilla, y corrí rumbo al coche para que Ricardo pudiera ver el bambolear de mi culito, húmedo y con su semen seco en mis muslos. Cuando subí al vehículo, el señor López arrancó el coche y me llevó a una zona descampada sin decirme nada.
Estacionó y encendió un cigarrillo. Le pregunté qué hacíamos ahí pero no me hizo caso. Cuando expelió el humo, me ordenó con su tono de macho alfa que me saliera del coche porque quería verme los tatuajes que me hice. Cuando salimos, hizo apoyarme de su capó para que pudiera inclinarme y poner la colita en pompa. Remangó mi faldita hasta mi cintura y, metiendo un dedo en mi culo mientras que con la otra mano palpaba mi tatuaje, me dijo:
-No creas que no sé lo que has estado haciendo con ese negro, ramera, se te nota en las piernas y el coño chorreando. Pero no estoy enojado pues eres libre de hacer lo que te guste y con quien te guste, con tal de que cumplas conmigo y mis colegas.
-Ughhh, odio cuando metes tu dedo ahí… Me parece perfecto que no te pongas celoso, don López, la verdad es que ese negro sí que es un hombre de verdad y sabe tratar a una dama, a diferencia de otros…
-Respondona como siempre, ¡ja! Mira, me gusta tu tatuaje, lo has hecho muy bien putita.
-Mmm… Deje de llamarme putita, imbécil.
-Date la vuelta y quítate la remera, quiero ver el arito… -Sacó su dedo y me dio un pellizco en la cola.
-Señor López, no sé… Me da corte seguir con esto, volvamos al coche y se lo mostraré… ¿Y si alguien nos ve aquí?
-Me importa una mierda si alguien nos ve. Rápido que no tengo tiempo, mi esposa me espera para cenar con mis hijos.
-Serás cabrón…
Me quité la remera y, con sus ojos muy iluminados, sonrió y palpó mi arito injertado en mi pequeño pezón. Tocando el titanio, la bolita, luego jugando con mi aureola, deteniéndose a veces en mi carnecita rosada para moverlo con la punta de su dedo, haciéndome gemir.
-Muy bien –dijo expeliendo el humo de su cigarrillo en mi cara, haciéndome toser-. Vístete rápido, Rocío, y sube al coche. Te llevaré a tu casa. Tu braguita y tu sujetador están en la guantera del coche.
-Gracias, las estaba extrañando…
-Vas a disculparme, pero mi colega, el señor Mereles, se masturbó con tus braguitas hoy en la oficina. Ahora está un poquito sucia, ¡ja ja!
-¡Será marrano!
-¡Ja! ¿Vas a volver a esa tienda de tatuajes?
-Pues claro que sí, señor López. Quiero hacerme un tatuaje de verdad, en mi cadera… aquí, ¿ve?
-Como quieras marranita, te lo pagaré yo. Ahora sube.
En los tres posteriores días, el señor López se encargó tanto de llevarme a la tienda como de recogerme, varias horas después. Debía ir siempre ligerita de ropas, y para colmo debía entregarle tanto mi sujetador como mis braguitas cada vez que me bajaba del coche. Al regresar, debía mostrarle en el descampado las pruebas de que, efectivamente, me follaba al negro, mostrándole el semen reseco en mis muslos y boquita. A veces le ponía caliente verme en esas condiciones, tanto que no aguantaba la situación y se dedicaba a montarme un rato a la intemperie antes de devolverme a mi casa.
Pero lejos de quedarme con esos recuerdos, prefiero quedarme con los de Ricardo, un auténtico macho negro y caballeroso. Vi las estrellas cada vez que me hacía suya en su camilla y en su baño al ritmo de su música reggae, entre las pinzas, agujas y aerógrafos de su local. En esos días llegué a memorizar todos y cada uno de los tatuajes de su esbelto cuerpo, y muy sobre todo recordaré el fuego dibujado en su pubis depilado.
Y en cuanto a mi primer tatuaje, aquella rosa roja dolió muchísimo; pero Ricardo, su boca, sus manos y su voz tan hermosa me consolaban cada vez que lagrimeaba o chillaba. Y a veces, entre los minutos de descanso, me sentaba en su regazo y dejaba que él me estimulara vaginalmente. El cabrón era muy bueno en esas lides y le gustaba verme balbucear de placer, retorciéndome y temblando en sus piernas. Y para compensar su amabilidad, antes de irme solía hacerle un oral, aunque sacarle leche era un auténtico martirio porque tenía mucho aguante, exigiéndome a usar todos los trucos que había aprendido.
Cuando terminó de colorear el tatuaje de la rosa, en el tercer día, se dedicó a fotografiarme. Supuestamente debía fotografiar el tatuaje para archivarlo en su álbum de muestra, pero realmente se empeñó en sacar fotos a otras zonas de mi cuerpo, aunque a mí no me importó mucho y con gusto hice varias poses lascivas. Me dio una copia de las imágenes y hasta hoy las guardo con mucho cariño.  
Pero el fin de semana había llegado y tenía que prepararme para irme a la casa de playa del señor López. Le mentí a mi papá, le dije que iría a dormir en la casa de una amiga por cuestiones de estudios, durante todo el fin de semana. De todos modos dudo que me hubiera creído si le dijera la verdad: que sería la putita de su jefe y de sus compañeros de trabajo por dos días completos.
En el baño de mi casa, mientras me preparaba para salir, me estimulé tocando mi coñito y mi teta anillada, recordando al negro de la tienda de tattoos, a su enorme pollón y sus tatuajes. Mi papá nunca entendió muy bien por qué yo, desde ese día en adelante, siempre que me iba al baño me ponía a escuchar música reggae.
————-
Gracias por haber llegado hasta aquí, queridos lectores de TodoRelatos, espero que les haya gustado como a mí. Un saludito muy especial a los que me han comentado hasta ahora 🙂 Estoy tratando de convencer a mi pareja para que me permita poner de nuevo mi mail en mi perfil. Christian, sé que vas a leer esto así que aprovecho para decirte que te quiero pero sos un gran mamarracho desconfiado.
Un besito,
Rocío.
Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:
 rociohot19@yahoo.es
 

Relato erótico: “Prostituto 21 Una clienta me confesó que era lesbiana” (por HEL con la colaboracion de GOLFO)

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verano inolvidable2

Hay veces que los deseos de unos padres, nada tienen que ver con los de sus hijos. El más claro ejemplo soy yo. Para agradar al mío, estudie y acabé derecho aunque desde primero sabía que no era mi futuro. Pero creo que ya he dado sobradas pistas de mi vida y lo que realmente esperáis es que os cuente otro episodio de mi vida como prostituto de lujo en Nueva York. Os he hecho esta introducción para explicarlos el problema donde me metí un día que recibí la llamada de una madre pidiendo mis servicios. Hasta ahí todo normal, lo que realmente me resultó raro y chocante fue que me quisiera alquilar no para ella sino para su hija. Extrañado pero habiendo recibido encargos más sorprendentes, pacté con ella mis emolumentos y quedé que recogería en su casa a su chavala. Al colgar, pensé descojonado sobre lo fea que debía ser la pobre para que la madre decidiera dar el paso y contratarle un hombre. Como le corría prisa, pagó casi el doble para que cancelara una cita con una clienta habitual y esa misma noche hiciera sentirse mujer a su retoño.
Habituado a servir de paño de lágrimas y satisfacer a las más diversas mujeres, me metí en la ducha y tranquilamente me preparé para cenar con la que se suponía que era un adefesio. Al llegar con mi coche hasta el chalet donde vivían, me quedé horrorizado que el propio padre me recibiera en la puerta y que tras saludarme, me invitara a tomarme una copa. Al escuchar su invitación, me negué aludiendo a que tenía que conducir pero el señor insistió en ofrecerme al menos una cerveza.
-Una sin alcohol- pedí considerando que estaba en Babia y que desconocía cual era mi profesión.
Os juro que hasta ese momento, creí que al pobre tipo  su mujer le había engañado como a un chino y suponía que era un amiguete de su hija. Pero al llegar con mi copa, me pidió que me sentara y sin mayor prolegómeno, me soltó:
-No sabes cómo te agradezco lo que vas a hacer. Estoy muy preocupado por Wendy. No sale casi de su cuarto, se pasa las horas en internet y ni siquiera nos consta que tenga amigos-
Tanteando el terreno e imaginándome la clase de Friki con la que me iba a encontrar, respondí que no se preocupara que la dejaba en buenas manos.   Si me quedaba alguna duda, esta se diluyó como un azucarillo cuando me dio la llave de una habitación en el Waldorf y con tono compungido, me dijo casi llorando:
-Trátala bien y que no vuelva a casa en toda la noche-
Alucinado porque me pidiera directamente que me follase a su hija, comprendí que realmente ese matrimonio tenía un problema y tranquilizando al sujeto, le prometí que haría todo lo que estuviese en mi mano para devolverle la confianza que me daban. El pobre viejo no pudo soportar la tensión y echándose a llorar, me dijo que yo era su última oportunidad. Comprenderéis el agobio que sentí mientras consolaba a ese padre, agobio  que no solo era  producto del dilema de esos esposos por el que tuvieron que acudir a mí sino porque realmente creí que me iba a tener que encargar de un feto malayo que espantaría hasta las moscas.
Os imaginareis mi sorpresa cuando vi entrar a un primor de mujer por la puerta. Mentalmente me había preparado para enfrentarme a un ser vomitivo y por eso al contemplar la belleza de esa rubia de ojos marrones, pensé que no podía ser ella:
“¡Tiene que ser su hermana!”
Cortado, me levanté de mi asiento y la saludé con  un apretón de manos al recordar que al contrario que nosotros los latinos, el saludar con un beso está mal visto. La muchacha haciendo un esfuerzo me dio la mano y con voz ausente, dijo:
-Soy Wendy-
Su reacción me hizo comprender que no estaba entusiasmada con la cita que le habían organizado sus viejos.
“No me extraña. Yo también estaría molesto si me la organizaran a mí” me dije mentalmente mientras mirándola de arriba abajo, me resultaba difícil de creer que esa niña tuviera problemas de adaptación.
Alta y delgada, lucía un vestido ajustado que dejaba entrever que además de guapa, esa chavala tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier universitario. Sabiendo que las apariencias engañan, me despedí de sus padres y sacándola de esa mansión, la llevé hasta mi coche.
Wendy al descubrir que el vehículo donde la iba a llevar era un porche, sonrió por vez primera y pasando la mano por el alerón, me confesó:
-Nunca he subido a un 911-
Al ver su asombro y que conocía ese modelo, creí ver una rendija donde romper la coraza que había instalado a su alrededor.
-¿Tienes carnet?- pregunté.
-Sí- contestó la extasiada chavala sin dejar de mirar el deportivo.
-Pues entonces, ¡Conduce!- dije lanzando las llaves.
La rubita las cogió al vuelo y sin dar tiempo a que me arrepintiera, se montó en el asiento del conductor y se abrochó el cinturón. Aun sabiendo que era un riesgo dejar ese coche en manos de una novata, decidí que había hecho lo correcto al sentarme y descubrir en sus ojos una vitalidad que segundos antes no existía.
-¿Dónde vamos?- dijo sin soltar el volante.
Se la veía encantada y por eso cambié mis planes sobre la marcha:
-¿Qué tipo de comida te gusta?-
-La japonesa- respondió ansiosa por encender y acelerar a fondo.
-Entonces coge la autopista rumbo a la Manhattan que tengo que hacer unas llamadas-
Tal y como había supuesto, Wendy hizo rechinar las ruedas al salir de la finca de sus padres y violando los estrictos límites de velocidad del estado puso mi porche a más de ciento ochenta.  Aproveché a observarla mientras llamaba al restaurant. Emocionada por la sensación de tener entre sus manos una bestia de tantos caballos, sin darse cuenta, sus pezones estaban al rojo, delatando la excitación de su dueña bajo la tela. Cuanto más la miraba, menos comprendía que cojones hacía yo allí:
“¡Está buenísima!” reafirmé mi primera impresión al contemplar las piernas perfectamente contorneadas que se dejaban ver bajo su minifalda.
Para colmo, habiendo olvidado su tirantez inicial, el rostro serio de la  muchacha se había trasformado como por arte de magia y mientras conducía, lucía una sonrisa de oreja a oreja que la hacía todavía más guapa. Satisfecho por el resultado de mi apuesta, le informé que me habían dado mesa en el Masa, uno de los mejores sitios para degustar ese tipo de comida en la ciudad.
-¿Estás seguro?, ¡Es carísimo!- exclamó horrorizada por la cuenta que yo tendría que pagar.
Buscando soltarle el primer piropo, le contesté:
-Una mujer tan bella como tú desentonaría en otro lugar-
Mi lisonja curiosamente la disgustó y poniendo una mueca, me soltó:
-Eso se lo dirás a todas-
No me hizo falta más para percatarme de que me había equivocado y que con esa mujer debía andar con pies de plomo hasta que me enterara de la naturaleza de su problema. Cambiando de tema, le expliqué como podía evitar el tráfico de entrada a Manhattan. Al hacerlo, la alegría volvió a su cara y mordiéndose los labios, me agradeció las indicaciones.
Al llegar al “Masa”, la mujer que se bajó del vehículo era otra. La tímida y apocada niña había dejado paso a una mujer segura de si misma que avasallaba a su paso.
-¿Qué te ha parecido?- pregunté al ver que con disgusto entregaba las llaves al aparcacoches-
-¡Increíble!- y con una picara mirada, me reconoció: ¡Casi me corro cuando me dijiste que podía conducirlo!-
Solté una carcajada al escuchar la burrada y pasando la mano por su cintura, entré al japonés. Ese sencillo gesto, me confirmó que la cría tenía un cuerpo duro y atlético que sería una gozada disfrutar y con  ánimos renovados, decidí que esa noche sería cojonuda.
Ya cenando, Wendy se mostró como una mujer inteligente y divertida que disfrutó como una enana comiendo su cocina favorita mientras criticaba sin piedad y en plan de guasa a los presentes en ese lugar tan selecto. Os juro que me lo pasé francamente bien y que incluso tonteé con ella, rozando nuestras piernas por debajo de la mesa. Pero aun así me di cuenta que algo fallaba porque al irse acercando el postre, se empezó a poner nerviosa. Pensando que su nerviosismo se debía a que iba a ser su primera vez, no quise forzarla y al llegar la cuenta, le pregunté:
-Ahora, ¿Qué quiere la princesita hacer?-
Como despertándose de un sueño, la cría asustada y huidiza de nuestro encuentro volvió y con tono desganado, respondió:
-Mi padre ha reservado una habitación, ¿No es así?-
Previendo problemas, le hice ver que no teníamos que hacer nada y que si quería podía llevarla de vuelta a su casa. La rubita agradeció mis palabras pero, totalmente angustiada, me pidió que la llevara a ese hotel. Mi pasada experiencia me reveló que esa mujer estaba intentando satisfacer la voluntad de otros y no la suya por lo que asumí que debía ser muy cuidadoso a partir de ese momento.
Al sacar el coche del parking, pregunté si quería conducir pero Wendy, hundida en un completo mutismo, ni siquiera me contestó. Su silencio confirmó mis peores augurios y por eso mientras la llevaba hasta el Waldorf, comprendí que, si quería salir triunfante, debía de conseguir que se relajara antes de hacer cualquier acercamiento.
Si llegan a hacer una encuesta entre las muchachas de su edad, preguntándoles cuantas hubieran deseado que su primera vez hubiere sido en ese hotel de cinco estrellas y con un hombre como yo, estoy seguro que la inmensa mayoría hubiese dicho que sí. Pero en cambio, Wendy parecía ir al matadero en vez de estar ilusionada y eso que me constaba que yo le resultaba simpático y agradable. Lo peor fue su reacción al entrar en la habitación, con lágrimas en los ojos dejó caer su vestido al suelo y mientras yo me quedaba embobado por la perfección de sus formas, me soltó casi llorando:
-¡Hagámoslo!-
-¡No digas tonterías!- respondí y recogiendo su ropa, acaricié su cara mientras le decía: ¡Tápate! Y vamos a tomar una copa-
Destrozada, se vistió y sin saber que iba a pasar, llegó a donde estaba poniendo dos whiskys con gesto resignado. Tanteando el terreno, le di su bebida y sentándome en un sofá, le pedí que me siguiera. Como reo que va hacia el patíbulo, se sentó junto a mí esperando que aunque antes no me había lanzado a su cuello, lo hiciera. Pero en vez de abrazarla, le pregunté que le pasaba:

-¿Estás bien?-
-Sí, no es nada. Solo quiero acabar con esto lo antes posible- 
Aunque no supiera que era exactamente lo que le estaba pasando por su mente, era claro que se estaba fraguando una guerra en su interior. Luego me enteré que aunque me consideraba un hombre por de más atractivo y varonil, no se sentía atraída por mí. Reconocía que era  guapo, amable, inteligente y muy caballeroso y por eso le estaba resultando tan difícil decidirse. Había prometido a sus padres que lo intentaría, que haría todo lo posible por ser normal, ser lo que ellos entendían como “ideal de hija”; pero no podía.
Ajeno a su lucha, de pronto vi una férrea determinación en su rostro y abrazándome, me besó. Casi llorando, cerró sus ojos al hacerlo mientras trataba ocultar su rechazo a esos labios en los que buscaba la aceptación paterna. Su cerebro se debatía mientras su piel se erizaba al comprobar que mi cuerpo y sus músculos poco tenían que ver con la suavidad del de una mujer. Wendy se estremeció al recorrer con su boca la mía pero no por la razón a la que estaba acostumbrado sino porque se dio cuenta que había sido una tonta al creer que por besarme su sexualidad se transformaría. Desde niña había soñado que, como en las películas, su primer beso la haría volar, que sentiría mil mariposas volando en su estómago pero desgraciadamente, nada de “eso” ocurrió. Besarme fue como acariciar a un cachorro juguetón, agradable pero nada más.
Cómo comprenderéis, noté su falta de pasión y por eso separándome de la muchacha, le pregunté:
-¿Ya me dirás que pasa?-
-Nada. Sígueme besando- dijo mientras trataba de mostrar una pasión que en absoluto sentía.
-Wendy, no me gusta abusar sexualmente de mis clientas, no si ellas no me lo piden y noto que lo estoy haciendo-
-No estás abusando de mí, ¡Yo quiero hacerlo!-
-¿Tú o tus padres? Fueron ellos quienes me contrataron y realmente, no parece que estés disfrutando esto-
Decidida a intentarlo y a ocultar su orientación sexual,  forzó la situación levantándose mientras dejaba el whisky en la mesa. Se notaba que no quería que seguir hablando, después me reconoció, no quería contarle a un perfecto extraño los verdaderos motivos de su desazón, no quería que la juzgara, ni que la tuviera lástima porque, entre otras cosas, no confesar en voz alta algo que ni ella misma aceptaba.
La vi temblar frente a mí mientras deslizaba los tirantes de su vestido. Aterrorizada se desnudó rozando con sus muslos mis rodillas y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se sentó en mi regazo y rodeándome con sus piernas, me volvió a besar con fuerza. Su belleza, ese cuerpo modelado por el ejercicio, su dulce pero triste sonrisa y el movimiento de sus caderas rozando mi sexo, hicieron que este se alzara presionando el interior su entrepierna.
La lógica reacción de mi miembro, no despejó mis dudas y sabiendo que daba igual lo que le pasaba a esa mujer, yo era un profesional y por eso, decidí que haría mi mayor esfuerzo en complacerla. Tratando de ser todo lo delicado posible, la cargué sin cambiar de posición, poniendo mis manos en ese duro trasero y la llevé hasta la cama.
Ya en ella, por mucho que la besé y me esmeré en acariciar su cuerpo, tocando cada tecla, cada punto erótico que usualmente hacían derretirse a mis clientas pero con franca desesperación descubrí que no conseguía alterarla. No es que hubiera un rechazo, incluso parecía disfrutarlo pero para nada se parecía a la reacción normal y por eso tanteando el terreno, me di la vuelta y me coloqué sobre ella. Mirándola a la cara, pedí con mis ojos el permiso para continuar. Sus dudas me hicieron incrementar la lentitud y suavidad de mis caricias. Con el miedo a fallar instalado en mi cuerpo, la besé en el cuello mientras le retiraba el sostén sin que se diera cuenta. Su cuerpo tembló al sentir mi lengua bajando hasta sus pechos. Creí que esa reacción se debía a que se estaba excitando sin entender que realmente las emociones que se estaban acumulando en su mente eran casi todas negativas. Ignorando la tortura a la que la estaba sometiendo, seguí besando su abdomen en mi camino hasta su sexo. Pero cuando mis manos ya habían retirado el tanga de encaje que cubría su entrepierna y me disponía a asaltar ese último reducto con mi lengua, escuché que me pedía que parara mientras como impelida por un resorte intentaba zafarse de mi ataque.
Asustado al pensar que había ido demasiado rápido, le pedí perdón por mi torpeza. Wendý se tapó con las sabanas y se echó a llorar mientras me decía:
-Lo siento, ¡No puedo hacer esto!. Se lo prometí a mis padres, pero no puedo- como comprenderéis me quede -¡Soy virgen!…- me confeso con un intenso rubor cubriendo sus mejillas.
-¡Tranquila!. No tenemos que hacerlo si no te sientes lista.- contesté sin tocarla, no fuera a sentirse agredida en vez de reconfortada
-¡No es eso!… es que aparte…soy… me gustan… me gustan las mujeres-  dijo totalmente avergonzada. Para ella era la segunda vez que lo decía en voz alta. La primera había sido ante sus padres, y aunque se sentía liberada, seguía siendo bastante vergonzoso porque no se aceptaba como tal. –Mis padres creen que necesito sentir lo que es estar con un hombre para que me “cure”;  me dijeron que si no accedía a estar contigo esta noche, dejaría de ser su hija, con todo lo que eso implica… y por eso acepté a quedar contigo-
“¡Mierda! ¡Era ese su problema!” pensé reconfortado al saber que no era yo quien había fallado sino que esa mujercita no buscaba un príncipe sino una princesa. En ese momento me vi en un dilema: Sus padres me habían contratado para que la desvirgara y eso era algo que me negaba a hacer pero por otra parte, no podía dejar a esa niña así destrozada y hundida por haber fallado a sus viejos por lo que pensando en ello, la llamé a mi lado y le dije que lo comprendía.
-¿Ahora qué hacemos?- preguntó al percatarse de que si volvía a su casa a esa hora se darían cuenta de nuestro mutuo fracaso.
-Déjame pensar- dije apurando mi copa.
Sé que sonará egoísta pero mientras daba vueltas en busca de una solución, comprendí que mi propio prestigio se vería afectado si no cumplía con el trato, su madre había sido muy concreta en lo que quería aunque muy ambigua al  querer ocultar su condición: “Quiero que hagas que mi hija tenga la mejor noche de su vida”. Solté una carcajada al dar con la solución:
“¡Me iba a ocupar de que a Wendy no se le olvidara jamás esa noche!”
Al oírme pero sobre todo al ver que cogía mi móvil, me preguntó que pasaba:
-¿Confías en mí?- respondí sin revelar mis planes.
La cría respondió afirmativamente sin saber que iba a hacer y habiendo obtenido su permiso, llamé a Lucy una colega de profesión que me constaba que además de bisexual era lo suficientemente  sensible para entender la situación. Tras llegar a un acuerdo en el precio, se despidió de mí diciendo que en diez minutos nos veíamos en la puerta del hotel. Sin descubrir mis cartas, le pedía a Wendy que me esperara en la habitación mientras bajaba a recibir a la que sería su verdadera acompañante. Al llegar al Hall, la espectacular morena  ya me estaba esperando y por eso sin dar tiempo a que la seguridad del hotel, nos preguntara que hacíamos ahí, subí con ella a donde nuestra nerviosa clienta nos esperaba. En el ascensor le expliqué con más detenimiento el problema y con una enorme sonrisa, me tranquilizó diciendo:
-Tú déjame a mí-
No os puedo explicar la cara de Wendy cuando me vio entrar con ese monumento, sus ojos estuvieron a punto de salirse de las órbitas cuando mi amiga se quitó el abrigo. Bajo esa prenda, venía únicamente vestida con un picardías negro casi transparente que dotaba a su anatomía de una sensualidad sin igual. Incapaz de dejar de observar el canalillo que se formaba entre sus enormes pechos, se creyó morir cuando con voz melosa, le pidió una copa.
-Enseguida, te la pongo- contestó sin darse cuenta que estaba casi desnuda.
Lucy sonrió al ver el estupendo cuerpo de la cría y guiñándome un ojo, fue a ayudarle. Muerto de risa, me quedé mirando como esas dos preciosidades se miraban tanteando como acercarse a la otra sin que esta se asustara. Decidido a ayudarla, puse música ambiente y cogiendo a las dos entre mis brazos, empecé a bailar con ellas. Mi colega comprendió mis intenciones y pasando su brazo por la cintura de mi clienta, la obligó a seguir el ritmo mientras contorneaba sensualmente sus caderas. Wendy se dejó llevar y  pegando su cuerpo al de mi amiga, experimentó por primera vez la suavidad de una piel de mujer contra su cuerpo.

No queriendo romper el encanto del baile a tres, Lucy me besó tiernamente mientras sus manos acariciaban disimuladamente el trasero de la muchacha. Esta creyó estar en el paraíso cuando sintió que los labios de mi amiga acercándose a los suyos. En contra de lo que había ocurrido conmigo, Wendy respondió con pasión al beso y permitió que la morena bajara por su cuello, gimiendo de placer.
Viendo que sobraba, me retiré y cogiendo mi chaqueta ya me marchaba cuando escuché que, con tono de súplica, me decía:
-Por favor, no te marches. Contigo me siento segura-
Comprendí que mi presencia, era un elemento que lejos de perturbarla, le daba tranquilidad porque no en vano, no conocía a esa mujer. Os tengo que reconocer que no me importó quedarme pero conociendo mi papel, me alejé de ellas, sentándome en el sofá.
Aunque fuera solamente un testigo de piedra, bien podía disfrutar del momento. Sería como ver una de esas películas con unas cuantas X en la que dos mujeres derrocharían pasión en aquel dormitorio de lujo. Mujeres que perfectamente podían ser la encarnación de Afrodita, las mismísimas encarnaciones de la belleza en Nueva York. Sabiendo que de saberse sería la envidia  de todo Manhattan y así, con ese lugar privilegiado, me dispuse a ver el debut de la joven, hermosa e inexperta  Wendy a  manos de Lucy.
La chica se veía fascinada con mi colega. Sus ojitos cafés claros brillaban de felicidad y de emoción, su sonrisa no paraba de estar presente en su rostro  y sus rodillas temblaban, anticipando su primera experiencia. Si Wendy era una cría, Lucy, en cambio, se comportaba como  toda una experta.  La elegí a ella porque, aparte de ser bisexual y tener buenos sentimientos,  estaba –digamos así- versada en el campo de los “novatos”, ya que, se había  encargado en otras ocasiones de desvirgar chicos y chicas por igual.
 Así que la pequeña estaba en buenas manos.
Las veía sentadas en la orilla de la cama, de frente a mí pero sin prestarme la menor atención.  Muy juntas la una con la otra. Con una copa de vino, la pierna cruzada y las miradas picaras a todo lo que daban.  Lucy le susurraba cosas al oído y me imagino el tema del que hablaban por el tono rojo que teñía el rostro y los pechos de Wendy; mientras que con su pie acariciaba de arriba abajo la pierna de la chica.
Tras varios minutos de coqueteos y acercamientos. Mi colega llevó a la rubia a la cama. La hizo que se recostara de lado, tras lo cual, la abrazó por la espada en la típica posición de cucharita. Como yo bien sabia, esa era una estrategia para hacer sentir seguros a los primerizos, pues así pueden ocultar la cara cuando sienten un poco de vergüenza. Lucy comenzó a acariciar con la yema de los dedos el brazo y el antebrazo de Wendy mientras pegaba completamente su cuerpo a la espalda de la nerviosa joven y le daba cortos besos en el cuello y los oídos.
Con este trato, Wendy fue relajándose y excitándose poco a poco hasta el punto en el que no pudo más y se dio la vuelta para quedar frente a la experta y plantarle un beso apasionado. Tiempo después me confesó que, con ella, sí había sentido todos esos clichés que le dan a los besos. 
Al poco rato, ambas, sin distinción,  se acariciaban febrilmente y mutuamente sus perfectos cuerpos…

A la inexperta joven, le había encantado el cuerpo de Lucy. ¿Y a quién no? Era alta, de la misma estatura que ella; morena clara, de un tono que contrastaba con la blanquísima piel de mi cliente; cabello negro azabache, lacio, largo y hermoso;  rasgos finos, mandíbula triangular, ojos un tanto felinos y salvajes, labios gruesos sin rayar en lo vulgar. Mi amiga era guapísima. Y en cuanto a cuerpo no se quedaba atrás. Tenía unos perfectos pechos redondos y firmes que ejercitaba seguido,  unos brazos y piernas tonificadas y un abdomen largo y plano con unos cuantos músculos levemente marcados. Os tengo que reconocer que viéndola me dieron ganas de ser yo quien la contratase.
Lucy se colocó sobre Wendy y los besos continuaron por un buen rato, pero las caricias no se hicieron esperar. Después de un tiempo, mi amiga bajó poco a poco por el cuello de esa bomba rubia hasta sus pechos. Esos firmes pequeños y blancos pechos coronados con unos apetitosos y rosados pezones.  Los besó, los lamió, los succionó y los mordió haciendo que la dueña de esos hermosos montes perdiera la razón; y para demostrarlo, gemía como una loca. 
Desde el sofá me estaba perdiéndome gran parte de la escena, por lo que cambié de lugar y me senté en una silla bastante cómoda ubicada junto a la puerta, desde donde podía observarlas en todo su esplendor sin perder detalle de los acontecimientos.
Pronto Lucy llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de Wendy. Tan húmeda que parecía que había sido el lugar azotado por un huracán. Primero la acarició por encima de la ropa interior, sintiendo los líquidos de su excitación manchar sus dedos… luego, los gemidos de la chica indicaron que quería más, por lo que los introdujo por debajo de la tanga. Al sentir esos dedos intrusos contra su intimidad, Wendy abrió los ojos como dos platos y detuvo sus contorsiones de placer para dar paso a unos inocentes ojos de miedo. Parecía una tierna corderita… y Lucy era toda una experta loba.
-Sh sh shhh… respira preciosa- le dijo al oído mientras la besaba y poco a poco reanudaba los lentos movimientos circulares en el ojo del huracán que se había convertido el sexo de mi clienta.
Al principio acariciaba de arriba abajo sus labios mayores, sintiendo la suavidad extrema de la aquella piel recién depilada; pero después fue introduciendo sus dedos por esa tentadora línea húmeda hasta que escuchó que, menos acordé, Wendy había vuelto a gemir sensualmente por el movimiento experto que Lucy realizaba en su hinchado clítoris.
La morena bajó un poco sus dedos para comprobar si la chica ya estaba lista para el gran momento y al comprobar que su vagina estaba dilatada y muy mojadita, decidió que está preparada.  Le abrazó con fuerza, la besó apasionadamente y puso sus dedos a la entrada de la virginal caverna; le dio masaje lentamente con su dedo índice, excitándola aún más, pero advirtiéndole que el momento estaba por llegar.
Con una mirada, Lucy pidió el permiso para adentrarse en aquel inexplorado lugar y la asustada chica respondió que si con sus ojos; y así, con los dedos firmes Lucy atravesó la inocencia de Wendy con un solo movimiento. Esta se contrajo de dolor y se aferró a la espalda desnuda de mi colega, quien con voz dulce y palabras tiernas la consoló. Luego pidió su permiso para mover los dedos y habiendo recibido la confirmación, así lo hizo.
Muy lentamente comenzó el mete y saca. Tan excitante que a los pocos minutos de haber perdido su virginidad, Wendy ya gemía de placer nuevamente.
-¿Te duele?- le preguntaba Lucy, mirándola a los ojos y con voz un tanto gutural, mientras la penetraba con dos dedos. La chica no podía articular palabra alguna, por lo que solo asentía con la cabeza.
Cuando vi eso creí que sería el final de la escena. Pero lejos de serlo, mi compañera de trabajo aumentó el ritmo; como si las palabras de Wendy hubieran significado “¡más duro!”. Eso solo me demostraba que con las mujeres es todo al revés.
La chica le clavaba las uñas en la espalda a la morena y movía febrilmente las caderas para marcarle a Lucy la velocidad con la que deseaba ser penetrada. Sin duda alguna, esa estaba siendo la mejor noche de  mi clienta, y yo me sentía más que satisfecho con eso.
En alguna ocasión había escuchado, de la propia voz de otra cliente, que la fantasía de toda chiquilla lesbiana era estar con una mujer mayor; no una anciana, sino una mujer en toda la extensión de la palabra, con experiencia, hermosa, inteligente, exitosa… y yo le había concedido eso a Wendy.  Ahora tenía a esa mujer para enseñarle a ser más mujer.
-¡¿Qué es esto?!- siseaba la excitada rubia.
-¿Qué es que, princesita?-
-Aquí, siento algo aquí- y se tocaba el vientre.
-¿Sientes rico?-
-Sí, mucho- y se removía en la cama mientras la maestra no dejaba de enseñarle la lección.
-¿Sientes como si tuvieras ganas?-
-Sí-

-Eso quiere decir que te vas a venir mojadito, preciosa. Déjate llevar…- y la besó apasionadamente aumentando la velocidad de sus penetraciones y la profundidad de estas. Conociendo bien la técnica para que una mujer eyaculara con un fenomenal orgasmo, dobló sus dedos dentro de ella para poder tocar su punto G.
De pronto, todos mis vellos se erizaron al escuchar el magnífico grito de placer que emanó de la garganta de Wendy al alcanzar el orgasmo… el primero que tenia que no era causado por ella misma.
Wendy se llegó a asustar cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo. Llorando, pero en esta ocasión de alegría, disfrutó una y otra vez de las delicias de un prolongado orgasmo mientras la propia Lucy se empezaba a contagiar de su excitación. Digo que mi colega se había dejado influir por el tremendo placer de su clienta porque olvidándose que era una profesional, se empezó a tocar buscando su propio gozo.
“No me extraña” pensé porque yo también estaba alterado al haber contemplado el estreno de esa cría.
Os juro que aunque he desvirgado a media docena de mujeres, esa forma tan tierna y “femenina”  me dejó impactado. Yo siempre había usado mi pene para romper esa barrera tan sobre valorada y que en mi modo de pensar, tan jodida porque ha sido y será usada por los retrógrados para catalogar a una mujer sin considerar su verdadero valor. El que Lucy se deshiciera de ella con una suave presión de sus yemas, además de novedoso, era  menos violento.
Volviendo a la pareja: la acción incrementaba su intensidad con el paso de los minutos. Lucy ya inmersa y dominada por la lujuria, no pudo resistir más y tomando la delicada mano de su clienta, de largos y finos dedos, la llevó hacia su sexo para darle explicitas instrucciones de que ahora ella tenía que devolver el “favor”.
Los ojos de Wendy expresaban miedo, un temor a no hacerlo bien. Pero los de la experta eran tiernos y firmes, seguros de sí misma y de su ahora compañera; Eso le dio suficiente confianza a la pequeña para comenzar a mover sus dedos contra el hinchado y húmedo clítoris de la ardiente morena.
 Eso era algo verdaderamente nuevo para mi. Nunca había visto como dos mujeres se podían comunicar con solo miradas. Ahí sobraban las palabras y las explicaciones.
¡Era fascinante!.
Lucy se tumbó en la cama al lado de la novata, y ésta tomó el lugar de activa poniéndose arriba de ella. Con su antebrazo izquierdo apolado en la cama cargaba todo su peso mientras entrelazaba sus piernas haciendo contrastar el color de sus tersas pieles. Alternando besos y caricias, fue perdiendo la timidez y se adentró más en la intimidad de su maestra. Pero ella no quería ternura, ella estaba ardiendo en pasión y estaba desesperada por que la follaran; por lo que tomando una vez más la mano de la joven, se penetró ella misma con los dedos de su compañera, quien entendió la lección a la perfección y la empezó a penetrar más ávidamente. 
Ahora era mi amiga quien movía las caderas en esa danza ancestral; y la chica, para no quedarse atrás, acompañó los movimientos de su mano con fuertes pero delicadas embestidas. Esa escena me hizo recordar aquella canción de Mecano “mujer contra mujer”.
La dulzura de esos movimientos acompasados las fue transformando a base de frotarse en un dúo epiléptico donde cada una de sus miembros exigía a su contraria más y más placer. Los suaves gemidos de Wendy se vieron acallados por los berridos de Lucy que pellizcándose los pezones, era la que llevaba la voz cantante y con su sexo como ariete, se follaba a la novata. Nunca la había visto tan trastornada y por eso comprendí que estaba a punto de tener un orgasmo no fingido
Dicho y hecho, aullando como una energúmena, mi colega se corrió brutalmente sobre las sábanas mientras la pobre cría asistía asustada a tal demostración. La intensidad de sus gritos correspondía a la profundidad del placer que en ese momento estaba asolando su entrepierna… pero quería más.  Por lo que alejó un poco a la rubia para poder abrir completamente las piernas y esperó a que la chiquilla procediera con  lo que ella deseaba y sobreentendía… pero la inexperta cría no tenía ni la menor idea de que hacer.
-¿Qué hago?-  me preguntó asustada la chavala.
Me quedé alucinado que su inexperiencia fuera tal que no supiera lo que hacer pero asumiendo el papel de profesor,  me acerqué y le dije con tranquilidad:
-Haz lo que yo de diga-
Con la calma que da la certeza de saber lo que la morena necesitaba, delicadamente acomodé a mi clienta entre sus piernas, y señalando el sexo de mi colega dije:
-Ese pequeño bulto que vez ahí es el clítoris, es lo que te da placer. Bésalo-
Mi pupila sin discutir acercó su cara hasta la entrepierna de la mujer y  abriendo su boca, le dio el  primer beso al sexo de una fémina, probando así el sabor a mujer.
-No sabe mal- dijo bastante roja y avergonzada mientras acomodaba un mechón de su rubio cabello tras su oreja para poder continuar con la faena sin que éste le estorbara.
-Continua- le dije –intenta con la lengua-
Mi nueva alumna me obedeció sin reparos, obteniendo su excelente calificación con los gemidos que empezaron a salir de la garganta de la homenajeada.
Mientras Wendy obedecía mis instrucciones, me dediqué a pellizcar los pezones de una indefensa Lucy que completamente dominada por el deseo vio en mis maniobras un estímulo extra del que se iba a aprovechar.
-Sin dejar de lamerlo, métele un dedito- exigí justo en el momento que la mano de mi colega me bajaba la bragueta del pantalón.
La maniobra de Lucy no pasó inadvertida a la pasmada cría que, sin quitar un ojo de cómo liberaba mi pene y lo empezaba a besar, siguió mientras tanto  metiendo y sacando su dedo del interior de la morena. Consciente de su interés, la obligué a incrementar sus maniobras añadiendo otra falange a la que ya torturaba el encharcado sexo. Para entonces, mi colega ya se había introducido mi verga hasta el fondo de su garganta y por eso decidí parar.
Me encantó ver el reproche en su cara y más oír que me pedía que volviera a metérselo.
-Te equivocas, preciosa. Estamos aquí para complacer a Wendy- le solté muerto de risa.
No la dejé correrse, y les indiqué que cambiaran de lugar. La dueña de esa noche era Wendy, por lo tanto debía ser ella quién recibiera las máximas atenciones. La rubia se acostó sobre los almohadones con esos ojos de temor aun presentes. Lucy, retomando su profesionalismo, se colocó frente a las cerradas rodillas de la cría y las abrió lentamente mientras le daba muchos besos cortos en la parte interna de los muslos.
Desde mi lugar pude ver como los labios de la pequeña brillaban de tan húmedos que me avisó de la cercanía de su orgasmo. Con la piel erizada, el sudor había hecho su aparición entre sus pechos y con la cara trastocada por la emoción, esperó las caricias de la lengua de mi amiga. Al sentir la acción de su boca sobre su clítoris, pegó un grito y tiritando sobre las sábanas se volvió a correr con mayor intensidad que antes. Todo su cuerpo convulsionó sobre el colchón mientras su maestra no daba abasto a recoger el flujo que brotaba de su sexo con la lengua….
………………………………………………………..
Satisfecho aunque no había participado en esa bacanal de dos, esa noche, fui testigo no solo de su estreno sino que gracias a mí, Wendy conoció y afianzó su sexualidad hasta unos límites insospechados. Límites que me quedaron claros cuando una hora después, habiendo dejado agotada a su maestra, la cual dormía acurrucada en un rincón de la cama, se acercó a mí en silencio y llevándome al baño, me preguntó si podía quedarse con Lucy toda la noche.
-¡Por supuesto!- contesté y aun sabiendo su respuesta, tuve que preguntarle si no le apetecía algo más. Os juro que mi intención era saber si requeriría de mis servicios, servicios que estaría más que encantado de darle porque después de una noche de continuo calentón, necesitaba descargar mi excitación de alguna manera.
Pero la dulce Wendy, esa inocente cría que jamás había hecho el amor y por la que sus padres estaban tan preocupados, me contestó con cara de putón desorejado:
-Si insistes, me gustaría que, el próximo día, ¡Me presentes a dos en vez de a una!-
Solté una carcajada y recogiendo mis cosas, le contesté mientras me iba:
-Nena, ¡Mis honorarios eran por hoy! Si quieres más acción, deberás `pagarla pero te aconsejo que busques en bares de ambiente. Con ese cuerpo, ¡No tendrás problema para encontrar compañía!.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 Para los que queráis disfrutar de mas relatos de esta estupenda autora y mientras la convenzo que los suba aquí, podéis leerlos en:
 

 

 

Relato erótico: “Entresijos de una guerra 1” (POR HELENA)

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no son dos sino tres2

Me llamo Erika Kaestner. Al menos eso es lo que dicen los nuevos documentos de identidad que recibí esta misma mañana antes de subirme al coche que me lleva hacia la casa en la que ejerceré como institutriz para la hija pequeña de un coronel de las SS. Viviré allí -a unos treinta kilómetros al norte de una intratable ciudad de Berlín que un día me vio jugar en sus calles- hasta nueva orden y con el propósito de informar una vez a la semana de cada uno de los movimientos del Coronel Scholz.

Suena arriesgado pero ya lo he hecho muchas veces. He conseguido información de incalculable valor para mis superiores valiéndome de todo tipo de engaños, artimañas, falacias y promesas vacías. Recapitulando en la brevedad del cuarto de siglo de mi vida encuentro que he sido actriz, cantante, prostituta, rica heredera, mujer de negocios y hasta una simple rubia tonta que parece no enterarse de nada. Soy cualquier cosa que requiera la situación. No sé si nací para esto, pero desde luego, sí me formaron para ello hasta el punto de poder decirse que no sé hacer otra cosa.
Ni siquiera me acuerdo de mi nombre. La persona que era, o la que iba a ser, murió el día en que mi padre intentó sacarnos de Alemania cuando todo esto comenzó a gestarse. Éramos ciudadanos alemanes pero a nadie le importó porque no estábamos de acuerdo con la ideología que avanzaba imparable como la lepra por todo el territorio de nuestro país. Sólo los ciudadanos alemanes que se comprometiesen con el partido o sus causas podían seguir siéndolo. A mi padre lo mataron cerca de la prometedora frontera con Suiza que queríamos cruzar, mi madre corrió la misma suerte tras servir primero para el deleite de unos cuantos “soldaditos valientes” y yo… yo fui encontrada cerca de la frontera después de que un jodido teniente pedófilo me reventase las entrañas y me diese por muerta con trece años. Crecí en un orfanato para huérfanos alemanes en territorio suizo, situado cerca del cantón francés. Decidí colaborar con las tropas francesas tan pronto como me fue posible y por circunstancias de la vida, terminé trabajando para algún departamento del servicio de inteligencia francés.
Mi puerta se abrió pocos segundos después de que el vehículo se detuviese y me apeé delante de la fachada principal de la vivienda. Un caserón imponente con hectáreas de finca, cuadras, jardines y todo un sinfín de comodidades que la familia Scholz podía permitirse gracias a un linaje militar estrechamente ligado al partido.
-¿Erika Kaestner?
Me volví hacia la voz que me llamaba y me quedé anonadada. Se suponía que el Coronel Scholz era un hombre que casi rondaba los sesenta años, de aspecto frágil, pelo canoso y nada agraciado pero el hombre que se dirigía hacia mí era todo lo contrario. Un apuesto joven de aproximadamente mi edad -quizás unos veintiséis o veintisiete años como mucho-, alto, perfectamente uniformado, peinado con raya al lado e intachablemente afeitado. Asentí cuando me dio la mano.
-Soy Herman Scholz, usted es la nueva institutriz de mi hermana, si no me equivoco – le asentí de nuevo sacando mi pitillera -. Mi padre me ha pedido que la reciba, ha tenido que ausentarse por asuntos de su cargo.
¿Herman Scholz? Tenía entendido que no iba a cruzarme con el hijo mayor del Coronel, me habían dicho que se encontraba destinado cerca de Polonia.
-No sabía que el Coronel Scholz tuviese un hijo – le mentí esperando que mi curiosidad le invitase a justificar su presencia.
Me sonrió gentilmente dejándome ver unos remarcados rasgos masculinos.
-Permítame – dijo sacándose un mechero del bolsillo y acercándose un poco para darme fuego antes de seguir hablando -. Supongo que nadie se lo habrá mencionado, he estado un par de años fuera. Acaban de ascenderme y mi padre ha movido algunos hilos para que pudiese desempeñar mi nuevo cargo aquí. Tendré que ir a Berlín todas las mañanas, pero podré vivir en casa.
-Vaya, me alegro entonces. Le resultará infinitamente más cómodo que estar lejos de su familia – le contesté con mi mejor cara mientras comenzaba a elaborar un plan alternativo.
Herman no estaba en mis planes y no era precisamente un sirviente más o una criada menos, era otro hijo de puta de las SS. No me gusta nada encontrarme con algo así cuando me juego el cuello. Tenía que informar rápidamente de que estaba de vuelta en casa y tenían que reportarme un informe acerca de él. Para jugar bien, hay que tenerlo todo bien atado.
-Acompáñeme, por favor. Le mostraré su habitación y le presentaré a Berta. Es encantadora.
<> pensé mientras le seguía.
Un mes. Tardé casi un mes en controlarlo todo en aquella maldita casa de cabrones engreídos y adinerados a base de un régimen abocado al fracaso. Lo sabía todo del Coronel, de la zorra de su mujer, de Herman, de Berta y de todo el servicio. Sabía por fin a qué hora iban y venían hasta los empleados que se ocupaban de la finca, del huerto y de las caballerizas. Incluso supe en menos de un mes lo que el Coronel ni siquiera sospechaba; que su petulante señora se la estaba pegando bien con uno de sus subordinados favoritos: Furhmann, un oficial pretencioso y lameculos que apenas debía sobrepasar la treintena y que se las daba de dandy. Por eso costaba encontrarla en casa, siempre estaba “atareadísima” hasta el punto de quedarse de vez en cuando a dormir en la casa que la familia tenía en Berlín, y desde luego, no lo hacía sola. Herman lo sabía también, no habíamos hablado de ello pero no hacía falta, se le notaba demasiado. Odiaba al tal Furhmann – que para colmo se dejaba caer por casa a menudo acompañando al Coronel – pero parecía no tener la menor intención de interferir en aquello de ninguna manera.
No me compadecía del Coronel, a él le gustaban más las mujeres que un caramelo a un niño. Se regocijaba con los escotes y los traseros de cada una de las criadas de la casa y yo misma le había sorprendido más de una vez mirándome. Pero no me mostraba nunca cohibida por ello, me daba asco, sí, pero eso me facilitaría las cosas. Cuando un hombre se encapricha con una mujer, por norma general suele acabar haciendo tonterías. Justo lo que necesito para que mi trabajo se simplifique notablemente.
La vida allí era tranquila, apenas ocurría nada especial salvo cuando se montaba una de esas fiestas de sociedad que llenaba la casa de gente absolutamente despreciable. Herman me propuso asistir a una de ellas casi tres meses después de mi llegada, y aunque jamás hubiese aceptado compartir una velada con todas aquellas ratas que conformaban la cúpula del poder alemán, acepté esa invitación teniéndola en cuenta como lo que era; el acceso a un tesoro. En las fiestas se habla, y se habla mucho.
Aquel día la casa Scholz amaneció entre una frenética organización que se afanaba por convertir el amplio comedor en una estancia digna del más refinado salón de fiestas. Los Scholz tenían que dar una imagen a la altura de lo que eran, asistirían mandatarios, cargos militares, pudientes empresarios… y todos ellos acompañadas por sus charlatanas esposas a las que seguramente se les escaparía más de una perla que yo sabría guardar a buen recaudo en mi mente. Y si ellas no se mostraban muy por la labor de “cooperar” con sus tertulias, siempre podría arrimarme a uno de sus esposos para entablar conversación. Con un buen vestido como el que tenía reservado, pocos se resisten a poner a una dama al tanto de su situación o sus quehaceres.
Me crucé con Herman en el recibidor después de desayunar y le miré de arriba abajo con curiosidad al comprobar que no llevaba el uniforme que lucía día a día. En su lugar vestía la indumentaria de un jinete y sinceramente, arrancaría los suspiros de más de una. El hijo del Coronel era un regalo para la vista, no hacía falta observarle demasiado para percatarse de ese detalle.
-¿Día libre? – inquirí amablemente en mi afán por no dejar que nada se me escapase. Si Herman disfrutaba de algún tiempo de permiso de vez en cuando, también era mi obligación saberlo.
-¡Buenos días, señorita Kaestner! Berta acaba de ir a buscarla a su habitación, la envié para que le dijese que hoy me la llevo a dar un paseo a caballo. Me debían un día libre y he pensado que a usted tampoco le vendría nada mal disfrutar de uno antes de la fiesta de esta noche.
Le sonreí sinceramente. Herman no sólo era indiscutiblemente guapo, también era un tipo amable. Me negaba a creer que fuese hijo de su padre, prefería pensar que la zorra de su madre había tenido las luces de no dejar que su primogénito heredase la sangre de aquel bastardo con el que se había casado persiguiendo un status social, como la mayoría de sus amigas. A veces manteníamos alguna que otra charla y para mi gran sorpresa, Herman resultaba incluso interesante. No decía tonterías la mayor parte del tiempo, ni trataba mal al servicio, como su padre. Tenía un extraño don del saber estar del que carecía por completo su progenitor. Aunque eso no le eximía de lo que era ni hacía que yo olvidase para qué estaba allí. Solamente hacía que de vez en cuando dejase a un lado mi trabajo para disfrutar de un hombre agradable.
-¡Qué detalle por su parte! – exclamé ante su propuesta.
Se lo agradecía de verdad, estaba infinitamente agradecida de que me librase por un día de ese calco de su superficial y caprichosa madre que era la fiera de Berta. Nunca antes había odiado a un niño hasta el punto de olvidarme que era sólo eso, un niño.
-¿Se anima usted a acompañarnos? Puede coger cualquiera de mis caballos.
-No, no. Muchas gracias. Prefiero quedarme aquí y relajarme un poco antes de la velada. Quizás a su madre no le venga mal que le eche una mano.
Herman me sonrió retocándose el pelo. Era muy atractivo cuando sus ojos azules se entrecerraban al sonreír.
-Claro. De todos modos, si quiere escaparse un rato, no dude en pedir que le ensillen uno de mis caballos.
-¡Herman, Erika no está! – la aguda voz de Berta nos perforó los tímpanos desde el piso superior.
-¡Baja, Berta! ¡Está aquí! – contestó su hermano.
Los pasos de la diabólica niña se escucharon mientras descendía las escaleras y tras pasar airosa a mi lado cogió la mano de Herman para dirigirse a la puerta.
Au revoir, madame Kaestner! – me dijo ese proyecto de diva haciendo referencia a nuestras clases de francés.
Mademoiselle, Berta. Erika es todavía una mademoiselle… – la corrigió su hermano mientras se encaminaban hacia la salida.
Invertí mi inesperado día libre en ir hasta Berlín. Todavía no me había acercado a la ciudad sólo para pasar el tiempo libre. La visitaba rigurosamente una vez a la semana, con el pretexto de enviar una carta a mi familia por medio de un intermediario que viajaba a mi supuesto pueblo todos los fines de semana. Pero mis informes eran lo único que depositaba en la trastienda de una taberna situada en los barrios bajos, leía algo si es que me remitían algún tipo de correspondencia con información o instrucciones y luego regresaba a la casa.
El día transcurrió rápido para mí mientras paseaba por una ciudad que no lograba reconocer. Todo estaba cambiado, lo único que merecía la pena ver era los barrios que frecuentaban los asociados al partido. Más allá de eso todo era un desorden generalizado lleno de propaganda ideológica y militares. Militares por todas partes que daban un aspecto triste y áspero a la ciudad.
Ya de vuelta en la casa de los Scholz, dediqué las pocas horas que me quedaban antes de la gran cita para prepararme debidamente. Lucir como una buena presa era crucial para entablar “interesantes conversaciones”. Eché un vistazo por la ventana para llevar un control de los invitados que iban llegando, a la espera de determinar un momento oportuno para presentarme cuando el salón estuviese lo suficientemente lleno como para que mi llegada no llamase la atención, pero alguien llamó a mi puerta. Al abrir me encontré a una de las sirvientas en el pasillo.
-Me envía el señorito Scholz para decirle que la está esperando al lado de la escalera principal.
-Gracias, dígale que bajo enseguida.
Herman había precipitado mi aparición así que no tuve más remedio que armarme con lo más imprescindible por si sucedía algún contratiempo y salir a escena. Me dirigí hacia la escalera principal y encontré a Herman, tal y como me habían indicado.
-Está usted muy guapa, si me permite que se lo diga – le dediqué una amable sonrisa aceptando el cumplido y me pregunté por primera vez hasta qué punto las palabras de Herman eran pura cortesía -. Veamos, no se separe de mí y deje que yo hable cuando la gente se acerque. Preguntarán quién es usted, por descontado, pero yo se lo explicaré. Los amigos de mi padre son lo menos original que se puede encontrar en cien kilómetros a la redonda, siempre quieren escuchar lo mismo.
¡Perfecto! Con el modélico hijo del Coronel Scholz se despacharían más a gusto que con una desconocida. Nos paseamos por todo el salón saludando a los invitados pero pude relajarme, la mayoría sólo se interesó por mí o por el reciente ascenso de Herman, ninguno soltó nada interesante, esas cosas se dejan siempre para la sobremesa.
Nos sentamos con los padres de Herman y algunos de los amigos de éstos, todos ellos cargos de las SS o íntimos del poder. Tenía razón, eran demasiado poco originales así que me dediqué a hablar con él sin dejar de prestar atención a la conversación que su padre mantenía con el resto de sus amigos. Al final, entre todo un elenco de anécdotas, conseguí anotar mentalmente un par de nombres y lugares que incluiría en el próximo informe.
Tuve que darme por satisfecha con aquello. La alternativa de bailar con alguno de aquellos imbéciles e intentar que soltasen algo más no me agradaba en absoluto y tampoco conseguiría gran cosa. El plato fuerte ya había pasado, los hombres en los bailes sólo abren la boca para cortejar a las damas y a mí no me gusta bailar ni dejarme cortejar. De modo que cuando las señoras decidieron que era hora de saltar a la pista me escabullí hábilmente hacia la balconada que daba al jardín trasero de la casa, me saqué los guantes y me dispuse a fumar un cigarrillo disfrutando del cuidado jardín que aquella noche lucía su iluminación con motivo de la gran fiesta de los Scholz.
-Creí que se quedaría por lo menos para el primer baile… – la voz de Herman me sorprendió cuando me quedaba aproximadamente la mitad del cigarro. Cualquier otro me hubiera molestado, pero no fue así con él – ¿una copa?
Asentí por pura curiosidad. Había gente del servicio portando bebidas por todo el salón pero Herman traía dos copas vacías en una mano. Se acercó a donde yo estaba, las dejó sobre la balaustrada y tras desabrocharse la chaqueta de su impecable uniforme de gala sacó del bolsillo interior de la misma una petaca. Me reí de un modo exagerado, él no encajaba para nada con el tipo de hombre que no podía vivir sin una de aquéllas.
-¿Pero qué lleva ahí? – quise saber cuando sirvió una pequeña cantidad de líquido transparente en los vasos emulando un chupito presentado en copa.
-Ginebra – me contestó entre risas –. Ya ha comprobado de primera mano que no le mentía con lo de los amigos de mi padre y supongo que estoy en deuda con usted por acompañarme esta noche.
Me senté sobre el balcón de piedra cogiendo mi copa y esperé a que Herman encendiese el cigarro que acababa de sacar de su bolsillo. Tras guardarse el encendedor se asomó fugazmente a la balaustrada y me sonrió.
-¿Está sopesando las posibilidades que tengo si me cayese? – le pregunté incrédula.
-Sí, más o menos… – vaciló durante unos segundos pero al final continuó hablando -. Lo cierto es que sólo quería ver qué flores tenía mi madre debajo… para hacerme una idea del desastre que usted causaría si tal cosa ocurriese…
Le sonreí abiertamente mientras se apoyaba a mi lado y levantaba la copa a modo de brindis.
-Por los amigos de mi padre, que hacen que uno salga al balcón con este frío a beber ginebra antes que aguantarles -. Ambos bebimos de un trago el contenido de los vasos y esperé a que sirviera otro -. Sabe, creo que usted y yo deberíamos pasar de las formalidades y tutearnos… – propuso con demasiada naturalidad mientras servía.
-Claro, Herman. Será un honor, ¡nunca había tuteado a nadie con tantos galones! – exclamé recogiendo de nuevo mi vaso mientras contemplaba la blanca sonrisa de mi acompañante.
-¡Pues olvídate de los galones! ¡A veces creo que sólo me los han dado por mi familia!
Bebimos de nuevo y me aventuré a usar aquel nuevo status un poco más íntimo que el hijo del Coronel acababa de otorgarme. Podría haberlo utilizado para intentar sonsacarle algo pero sentí la necesidad de interesarme por él, nada más.
-¿No te da miedo ser como ellos cuando tengas su edad? – pregunté como si sólo estuviese haciendo una reflexión.
-¿Te da miedo a ti ser como cualquiera de ellas? – ambos nos sonreímos sin decir nada, pero negué con la cabeza pasado un instante -. Porque no lo serás, supongo… ni yo seré como ellos… – admitió borrando la sonrisa con una nota de tristeza.
-No te discutiré que yo no vaya a ser así, pero tú… no vas nada desencaminado…
Herman suspiró y miró hacia el jardín mientras daba la última calada a su cigarrillo.
-Erika, estamos en guerra… de momento podemos hacer frente al conflicto pero llegarán tiempos difíciles… tiempos en los que quizás yo tenga que responder por los actos de otros, quizás de cualquiera de los que ahora están bailando en el salón de mi casa…
Mi sonrisa también se borró, mi cuerpo se tensó al sopesar la opción de que fuese a confesarme algo que me interesase y en el fondo, si tenía que ser sincera, también sentía un ápice de preocupación por Herman.
-Haces lo que tienes que hacer. Nadie te pedirá que respondas por nada – le apoyé siguiendo mi papel de patriota alemana que se solidariza con los líderes de su bando.
Él me sonrió de nuevo pero pude ver la preocupación parapetada tras el gesto de su cara. Iba a decirme algo cuando la voz de su padre deshizo la atmósfera de intimidad que ambos habíamos creado.
-¡Herman! Tu madre ha ido a acostar a Berta y le ha costado lo suyo, no quería irse a cama sin que le dieses las buenas noches. Ve rápido para que se duerma de una vez.
-Por supuesto, Padre.
Herman acató inmediatamente la orden de su padre al tiempo que éste se aventuraba hacia el balcón donde su hijo me había dejado con las dos copas.
-¿Ginebra? – Me preguntó el Coronel tras olisquear uno de los vasos – ¿Tengo la casa llena de gente que mañana mismo podría ascenderle y mi hijo está aquí fuera bebiendo ginebra con usted?
-Así es, Coronel. Sólo estábamos tomando el aire, nada más.
-Claro… – refunfuñó mientras apartaba las copas y se apoyaba en el mismo lugar en el que había estado su hijo. Supongo que no hace falta mencionar que las comparaciones pueden resultar odiosas –. No le culpo, de verdad que no lo hago. Por una mujer como usted bien valdría la pena renunciar a la oportunidad de ascender… – añadió casi con socarronería. Le sonreí con descaro mientras él echaba una rápida mirada al interior de la casa y luego volvía a clavar los ojos en mí, dejando que cayesen hasta mi busto al tiempo que comenzaba a hablar de nuevo -. Dígame, ¿hay algo entre Herman y usted? Me refiero a que, bueno… no sólo la ha invitado a la cena de esta noche, sino que tampoco se han separado en toda la noche…
-Su hijo ha heredado de usted muchas cosas, Coronel… – contesté en el tono adecuado – una de ellas es la galantería. Se agradece que a una le presten atención cuando se la invita a una fiesta en la que apenas conoce a nadie. Pero créame, entre Herman y yo no hay nada. Ni creo que pudiese haberlo, mi Coronel. A mí me gustan otro tipo de hombres…
¡Pero qué fácil me lo estaba poniendo! Apenas había terminado de pronunciar la frase y ya me estaba devorando con los ojos. Estaba un poco nervioso, dirigía sus pupilas una y otra vez hacia el salón, como si temiese que alguien le estuviese observando y sin darse cuenta de que precisamente ese gesto sería mucho más delatador que mostrarse sereno.
-No me diga… ¿qué tipo de hombres?
Casi se me escapa una carcajada al comprobar que le costaba entonar debidamente. Me arreglé el pelo sutilmente y cogí un cigarro de mi pitillera.
-Si es tan amable de darme fuego se lo diré encantada, Coronel -. Aguardé paciente mientras se sacaba el encendedor del bolsillo y me arrimaba aquella llama que bailaba entre sus manos debido al temblor de éstas. Aspiré el humo de la primera calada y tras soltarlo entre una sonrisa, continué hablando -. Hombres valientes, Coronel. Hombres que asuman su papel… el bueno de Herman está lleno de inseguridades, es demasiado joven…
Mi voz se deslizaba entre mis labios haciendo que el Coronel tuviese que ajustarse el cuello del uniforme y que entrase en mi juego.
-Sí, bueno… todavía le queda mucho que aprender, pero tiene una meteórica carrera por delante…
-Sin duda. Siendo hijo de quién es, lo lleva en la sangre… usted sin embargo… usted está en lo más alto y eso, Coronel, eso es algo que a las mujeres nos vuelve locas – el Coronel tragó saliva cuando le hice esta última confesión casi en un susurro. Cada vez que bajaba la voz, subía el tono del juego, es un contraste que siempre juega a mi favor –. Envidio a su señora esposa, Coronel Scholz, compartir cama con un héroe es algo que no nos toca a todas…
-Tampoco es para tanto, señorita Kaestner…
Su voz titubeó al pronunciar mi nombre mientras oteaba de nuevo el salón. Esta vez también echó un vistazo rápido a las ventanas de la parte trasera en la que estábamos.
-¡Ya lo creo que es para tanto, Coronel! – exclamé despreocupadamente mientras volvía a sentarme sobre la balaustrada y cruzaba las piernas dejando que mi vestido se deslizase a un lado mostrando buena parte del muslo que apuntaba a mi interlocutor. Sus ojos se posaron allí en menos de un segundo -. Si yo pudiese ser ella… – susurré de una manera felina como si de verdad me sedujese la idea.
-¿Qué? – me apremió el Coronel pasándose una mano por la frente antes de dirigir la mirada hacia el interior de la casa y volver a dejarla sobre mis pantorrillas.
-Pues que si yo fuese su señora, rara vez dormiría alguien en esta casa…
El Coronel se rió de una forma nerviosa que no le quedaba nada bien. En realidad, pocas cosas le quedaban bien a aquel hombre, pero estaba a punto de pedirle que me llevase a un lugar en el que una institutriz no debería estar y al que yo, precisamente, estaría encantada de ir.
-Coronel, ¿sabe que no me gusta nada esa manía que usted tiene de mirar continuamente hacia la casa? ¿No está cómodo?
-Sí, claro que lo estoy… – dijo con inseguridad. Si le pillaban en la guerra y mentía de aquella manera, estaría bien jodido.
Sonreí de forma melosa.
-¿Por qué no vamos a su despacho? Allí podremos hablar sin que nadie nos observe…
El Coronel Scholz me miró tragando saliva y echó un último vistazo al salón. A continuación se enderezó levemente y me habló llevándose las manos tras su espalda.
-Está bien. Pero deje que yo vaya primero, quédese aquí y venga tras unos diez minutos. Si alguien le pregunta, diga que se retira ya a su habitación.
Acepté con deseosa apariencia mientras atrapaba mi labio inferior bajo mis dientes antes de que se diese media vuelta para marcharse y esperé incluso un poco más de lo necesario. No esperaba que Herman regresase, la caprichosa de Berta seguramente le tendría leyéndole algo al borde de su cama, pero en el fondo me apetecía verle para darle las buenas noches, aunque en lugar de ir a mi dormitorio fuese al despacho de su padre.
Atravesé el salón de casa despidiéndome de un par de invitados que me había presentado Herman y tomé el corredor que llevaba al despacho del Coronel en lugar del que llevaba a mi habitación. Mi corazón tendría que latir atropelladamente pero marcaba el mismo compás de siempre. No había nada que temer, mi cabeza ya tenía la respuesta perfecta para cualquiera con el que me pudiese cruzar, siempre se me ha dado bien mentir. Llamé a la puerta del despacho y la cerradura se abrió. Entré cerrando la puerta a mis espaldas y dejé que el Coronel volviese a asegurar la puerta con su llave.
Caminé decididamente hacia la mesa tras dedicarle una juguetona sonrisa y me senté echando una discreta mirada alrededor. Casi me hacía cierta gracia dejar que me jodiese allí mismo, en medio de todos esos relicarios nacionalsocialistas.
-¿Le importa si me siento y me fumo un cigarro? – me preguntó.
Su voz me sorprendió. De repente parecía más decidido que antes. Encontré la razón a poca distancia de la puerta, donde sobre una mesilla auxiliar descansaba un vaso de whisky con apenas unas gotas de bebida y una botella al lado. El Coronel seguramente se habría metido un par de lingotazos entre pecho y espalda. Le sonreí de nuevo.
-Claro que no, ¿sería tan amable de darme uno?
Se acercó sacando los cigarrillos del interior de su chaqueta y me pasó uno. Luego me dejó su encendedor y se sentó en la silla, a mis espaldas. Elevé las piernas y giré sobre mis posaderas para mirarle frente a frente con picardía tras dejar los zapatos en el suelo.
-Herman me tiene preocupada, ¿sabe? Me ha hablado de sus inquietudes acerca de la guerra, le he dicho que no tiene nada que temer, que Alemania saldrá airosa pero no está seguro…
-Bueno, ya habíamos quedado en que mi hijo es todavía muy joven para tomar parte en algo así sin temer no estar a la altura… Alemania vencerá, está claro. No tiene por qué preocuparse…
-No. Si no soy yo la que se preocupa. Es él, ¿en qué anda metido exactamente? Me dejó bastante intranquila…
El Coronel se rió dejando a la vista una dentadura que haría las delicias de un odontólogo especializado en correctores. Cada vez ganaba más terreno en mi cabeza la idea de que él no había puesto la otra mitad de Herman. Deslicé una de mis piernas hasta apoyarla sobre un reposabrazos de la silla del Coronel y dejándole apreciar mi liguero mientras jugaba a repasar con los dedos del pie el ornamento tallado en la madera.
-Pues… lo cierto es que Herman desempeña un trabajo de lo más normal… – casi no podía hablar mientras daba una calada a su cigarro con la mirada puesta en mis muslos – …tenía pensado procurarle un puesto de más relevancia cerca de aquí…
-¿Ah, sí? Seguro que le hace muchísima ilusión… – susurré reajustándome una de mis medias – ¿puedo saber de qué se trata?
-Claro… es… es un trabajo de campo… ya sabe… – le miré fijamente mientras soltaba una calada de humo acercándome un poco, quería que se explicase mejor – Herman tendría que vigilar al enemigo de cerca, cobraría más y tendría más posibilidades de ascender…
-¿Al enemigo? – Pregunté haciéndome la tonta – creí que el enemigo andaba todavía muy lejos…
-No, no… no me refiero a las tropas rusas ni nada de eso… sólo debería asegurarse de que las cosas están en orden con los insurrectos, nada más…
El Coronel estaba tan entusiasmado hablándole a mis piernas que casi no se percata de que su colilla estaba consumiéndose peligrosamente llegando a rozar sus dedos. La temperatura debió avisarle porque buscó un cenicero aprisa y espachurró lo que quedaba de su cigarro contra él. Acto seguido lo dejó a mi lado y volvió a poner la vista allí donde la tenía.
-¿Quiere tocarme? – le pregunté invitándole a hacerlo mientras me inclinaba hacia delante y apoyaba uno de mis codos sobre mi rodilla.
Vi como su cuerpo se tensaba en aquella silla. Curvé una las comisuras de mi boca conformando una media sonrisa a la vez que apoyaba el otro pie en el otro reposabrazos y recogí el vestido un poco más, abriendo mis piernas completamente ante el Coronel.
-Vamos, Coronel. No haga ahora como que no me ha mirado desde que he puesto un pie en esta casa… – mis palabras le arrancaron una nerviosa sonrisa -. Hagamos una cosa… ¿por qué no me toca un poco mientras me habla de ese trabajo que tiene para nuestro Herman? No se lo diré, respetaré la sorpresa. Es sólo que… – bajé la voz un poco más mientras la mano del Coronel se posaba en mi muslo – todas esas cosas de soldados… me excitan demasiado, ¿sabe usted? Creo que es por los uniformes… las condecoraciones… – dije suavemente acariciando con mis dedos las insignias que lucía sobre su clavícula – todo esto me pone demasiado juguetona…
-Verá… toda esa escoria que estamos limpiando de las calles ha de ir a un lugar… un lugar en el que trabajen y hagan algo productivo para el país… pero no quieren, son unos vagos los muy hijos de puta. Sólo quieren estar por ahí holgazaneando… nosotros les vigilaremos para que lo hagan…
Sus manos habían ido trepando por mis piernas hasta llegar a mi ingle pero se habían detenido. No estaba seguro y si no estaba seguro de que pudiese tocar, tampoco lo estaría sobre si podía hablar. Apoyé mi peso en el reposabrazos de la silla del Coronel y tras apagar mi cigarrillo incliné mis caderas hacia delante ofreciéndome por completo.
-No tenga miedo mi Coronel… cuénteme más… así que nuestro querido Herman va a ser un carcelero, no le pega mucho…
-No exactamente – vaciló entre risas mientras su mano rozaba mi ropa interior – tampoco sería una cárcel… él sólo tendría que ocuparse de un tipo de lacra en concreto… un carcelero especializado, quizás…
-¿Por qué no lo hace usted? Seguro que a usted le sobra esa seguridad que a Herman le falta todavía – le dije apartando la tela y llevando su mano sobre mi sexo para que se dejase de rodeos.
Necesitaba que lo hiciera porque de ese modo hablaría casi sin pensar y probablemente el subidón de adrenalina que acababa de experimentar al rozarme le impediría recordar con claridad lo que me había dicho.
-Porque yo ya tengo una edad y ahora necesitan a gente que llegue a conocer bien el funcionamiento de esas cosas… especializarse en su trabajo… eso reduce costes y aumenta la efectividad…
Buena observación pero no entendía del todo lo que esperaba de su hijo ni qué clase de cargo le quería dar exactamente. Decidí usar el viejo truco de la ropa interior, quizás pudiese encontrar algo luego.
Me acomodé sobre la mesa y tras bajarme disimuladamente la cremallera del vestido dejé que éste se escurriese hasta mi cintura descubriendo el sostén. Los ojos del Coronel no me perdían de vista mientras sus dedos comenzaban a hurgar torpemente entre mis piernas, forcejeando tímidamente con los labios de mi sexo para abrirse sitio entre ellos. Comencé a gemir débilmente a la vez que masajeaba su miembro erecto con la planta de mi pie derecho y arrastraba el sujetador hasta dejarlo por debajo de mis senos, amasándolos hipnóticamente a escasos centímetros de su cara.
-¿Sabe qué? No tengo ni idea de nada sobre lo que hemos estado hablando… – le susurré con abierto descaro.
Era una gran mentira, pero alimentaba tanto su ego masculino que ésas serían las únicas palabras que recordaría de nuestra conversación.
Su lengua apenas tardó un instante en abalanzarse sobre mi cuerpo. Sujeté su cabeza con firmeza y la presioné contra mí mientras intentaba elevar un poco las caderas para que sus huesudos dedos entrasen con mayor facilidad e hiciesen que mi sexo comenzase a humedecerse con la fricción de sus manos ante la imposibilidad de que eso sucediese de otra manera. El Coronel, un hombre enclenque y consumido, con un bigote amarillo y desgastado por el humo del tabaco, difícilmente podría despertar el deseo de una mujer. Casi me sentí culpable por pensar en los escarceos de la señora Scholz de un modo negativo, cualquiera con un marido así necesitaría otro hombre o terminaría arrojándose desde algún tejado.
Una de sus manos apartó mi pie de su entrepierna antes de que se levantase de su asiento e intentase besarme. Desvié su intención rápidamente, dejando que mis párpados se deslizasen sobre mis ojos y que mi cabeza cayese hacia un lado mientras mis manos traspasaban una a una todas las barreras que se interponían entre ellas y el que en aquel momento constituía el punto débil del Coronel. Masajeé suavemente sus testículos con una mano mientras apoyaba la otra en su nuca y luego recorrí toda la verticalidad de aquel miembro que se alzaba de una forma pasmosa. No estaba nada mal para alguien de su edad, era como si el tiempo no hubiese pasado por aquella parte de su anatomía y todavía conservase allí el furor de la juventud que un día le correspondió. Comencé a masturbarle despacio, con suavidad, como si de verdad me fascinase lo que le hacía mientras él buscaba mis pechos con la mano que no estaba usando para provocarme la placentera sensación que comenzaba a sentir con la trayectoria de sus dedos.
Sentía también su aliento, estampándose contra mi cuello con cada uno de sus espiraciones justo debajo del incómodo roce de su bigote que casi me torturaba con su desagradable picor mientras mis manos se entretenían con aquella cosa que tanto me había sorprendido. Estaba dura, mucho más de lo que nunca habría jurado. Casi sentía ganas de reírme a causa de mi propia estupefacción. Apenas cedía unos centímetros a los movimientos que yo hacía y estaba consiguiendo que naciesen en mí las ganas de tenerla dentro para comprobar si también allí, enterrada entre mis piernas, esa barra podía sentirse así de inflexible.
Las manos del Coronel me abandonaron para anclarse con autoridad sobre mis nalgas y arrastrarme hacia delante hasta dejarme al borde de la mesa. Una de ellas desprendió mis manos de su falo para sujetarlo él mismo y tras dejar su cabeza sobre mi yugular, dejándome escuchar de nuevo sus profundas exhalaciones, su bálano me atravesó provocándome un escalofrío y entrando impasible hasta clavarse en el punto más profundo que podía alcanzar. Era placentero, allí dentro no sólo se sentía dura, también estaba suave y cálida.
Preferí no arruinar la cascada de agradables sensaciones que aquello me provocaba y cerré los ojos cuando las caderas del Coronel comenzaron a moverse entre mis muslos.
Nadie me manda expresamente acostarme con aquellos de los que necesito sustraer información, pero sí me invitan a valerme de lo que yo quiera para hacerlo y me han enseñado que el sexo no sólo me facilita infinitamente la tarea, sino que también puede ayudarme a mantenerme con vida. A partir de ese momento, el Coronel desconfiaría antes de cualquier persona de aquella casa que de mí. Así que mi única norma a la hora de hacer mi trabajo es que si me los tiro, entonces por lo menos he de disfrutarlo. Es otra manera de que todos salgamos ganando. Si me hundo en la miseria pensando en la facilidad con la que soy capaz de ceder mi cuerpo en beneficio de unos superiores que ni siquiera conozco, no me serviría de nada. Es preferible pensar que me sacrifico voluntariamente por un bien mayor y que como compensación, tengo derecho a correrme de vez en cuando. Aunque sea con un sucio cabrón entre las piernas.
Pero ahora estaba a salvo, el Coronel estaría lejos mientras mis ojos no le encontrasen. En mi cabeza aquella pelvis que empujaba con decisión, haciendo que respirase con dificultad cada vez que sentía aquello entrando y saliendo, introduciéndose hasta el final de mi cuerpo… todo aquello estaba llevado a cabo por alguien totalmente distinto. Quizás por un apuesto soldado francés con el que me había cruzado una vez en una cafetería de Besançon, la primera vez que viajé a Francia tras abandonar el orfanato. Supongo que puede parecer una estupidez pero la verdad es que si me cruzase con él de nuevo, estaría en la obligación de darle las gracias por el buen número de orgasmos que los diez minutos que pude contemplarle me reportaron a lo largo de mi carrera.
Allí estaba de nuevo, el apuesto soldado haciéndomelo con una pasión desbocada. Bajando el ritmo de vez en cuando para volver a embestirme con más fuerza tras unos instantes. Jadeando cerca de mi oído con una voz que esta vez era un poco más grave. Pero no me importaba, había aprendido a imaginármelo de mil formas y ésa tampoco era la peor. Seguía siendo igual de joven que aquel día que le vi, aunque quizás fuese incluso más guapo cuando nos encontrábamos en la intimidad de mis pensamientos. Le pasé un brazo por debajo de su nuca para agarrarme a él mientras me concentraba en sentirle dentro, afanándose por conquistar un poco más de mi cuerpo con cada uno de sus vaivenes. Me gusta abrazarle porque su forma de llevar el uniforme deja adivinar que tiene el mejor cuerpo del mundo, con unos anchos hombros musculados que mis manos no encontraban por ninguna parte y que mi mente me enseñaba con total nitidez.
Prefería esa última percepción, no cabía duda. Y la prefería porque sólo así era capaz de cumplir con mi propia norma. Si mi brazo rodeaba a mi apuesto soldado francés, disfrutaba cada uno de sus movimientos y disfrutaba acompañándolos con los míos tal y como lo estaba haciendo, elevando mis caderas al ritmo de sus empujones, dejando que me produjesen todavía más placer mientras gemíamos como posesos en medio de ese halo de calor que inundaba el espacio de la habitación.
Sus brazos me sujetaron con fuerza a la vez que sus mandíbulas se apretaban ahogando el sonido que pujaba por salir de su boca, excitándome al reparar en aquella perfecta cara de mi flamante soldado, que ahora tendría que lucir fruncida al verse envuelta en la imposición de hacer que yo tuviese el final que merecía. Sí, me encanta el empeño que pone en darme lo que me merezco, por eso me quedo quieta cuando sé que estoy a punto de obtenerlo y dejo que sea él quien me dé el empujón final.
Aparté el vestido torpemente, dejándome caer hacia atrás sobre mis codos y con mis ojos todavía cerrados apuntando al techo. Mi soldado siempre me miraba a los ojos mientras mi sexo encogía sus paredes involuntariamente antes de estallar en satisfactorias contracciones que me hacen gritar y retorcerme hasta el ocaso de mi deleite. Pero esta vez mi adorado soldado me abandonó antes de la última de mis sacudidas, escuché sus gemidos mientras una de sus manos sujetaba uno de mis muslos abiertos y algo duro y húmedo le propinaba leves golpecitos. Apenas un par de esos superficiales roces fueron suficientes para que un cálido fluido resbalase perezosamente por mi piel tras estamparse en distintos puntos de mi pierna.
Abrí los ojos justo a tiempo de ver cómo el Coronel con el que yo jamás haría lo que acababa de hacer con mi apuesto soldado se derrumbaba sobre la silla de su despacho y me miraba con incredulidad sin dejar de jadear de un modo demasiado acelerado.
-Estoy deseando que esto se repita, Coronel Scholz. Ni en mis sueños hubiera sido mejor… – dije posando mis pupilas sobre él con el mismo deseo con el que un alcohólico miraría una botella de añejo.
-Será usted mi perdición, señorita Kaestner… – articuló como pudo.
Me reí imitando con una mueca juguetona. El Coronel acababa de “entrar en nómina”. Tenía que poner a mis superiores al corriente, la nueva situación me brindaría la oportunidad de hacer algo más que atender a la rutina diaria. Eso resulta extremadamente aburrido tras unos meses.
-Debo regresar con los invitados, empezarán a echarme en falta… – anunció el Coronel levantándose de la silla tras recomponerse durante algunos minutos.
Traté de esconder la sonrisa que casi me aflora, era mi momento.
-Yo todavía tengo que arreglarme un poco. Vaya usted, tampoco le convendrá que aparezcamos juntos…
-No puedo dejar el despacho abierto con la casa llena de gente… – vaciló terminando de ajustarse la bragueta.
-Lo cerraré y bajaré a darle la llave sin que nadie se dé cuenta – le propuse como si todo aquello me divirtiese.
-Está bien. Pero no baje a darme la llave, será mejor que no volvamos a cruzarnos en toda la noche. Déjela en el baño que hay aquí al lado. Los invitados están usando los servicios de la planta baja pero por si acaso, métala dentro del mueble de las toallas, debajo de la primera.
Asentí como una colegiala obediente mientras comenzaba a colocarme el sostén y me reí cuando el Coronel pellizcó uno de mis pezones tras besarme rápidamente. Le seguí con la mirada hasta la puerta sin creerme todavía que hubiese tenido tripas para abrirme de piernas con él y en cuanto estuve sola me limpié un poco y me vestí a toda prisa para comenzar a rebuscar en todos los cajones en busca de algún tipo de documentación que pudiese resultarme de utilidad. Encontré una carpeta que contenía información que podría interesar a mis superiores pero no podía sustraer nada, se daría cuenta. Memoricé lo más primordial tras echar un vistazo rápido y salí de allí corriendo hacia mi habitación para apuntarlo todo después de dejar la llave donde me había dicho el Coronel.
Algún tiempo después de aquella noche, cuando llegué a la trastienda del local en el que dejaba mis informes para reportar el de la correspondiente semana, me encontré con un hombre esperándome en el reducido espacio sin apenas luz.
Liberté, égalité, fraternité… ¿êtes-vous Erika Kaestner?
Respiré tranquila, ningún alemán podía bordar el inconfundible acento francés con aquella minuciosidad. Aquel hombre pertenecía a mi bando.
-¿Es que hay otra? – Contesté en francés siguiendo mi parte del guión y dejando claro con nuestras respectivas contraseñas que ambos éramos camaradas.
-Me envían porque necesita órdenes – me informó tras sonreír en la penumbra -. Hace aproximadamente un par de meses usted escribió esto, ¿cierto? – Le asentí tras ojear los papeles que me había extendido y comprobar que era el informe de la semana correspondiente a la fiesta en la que me había tirado por primera vez al Coronel -. Desde entonces usted ha aportado información que pertenece a archivos e informes del bando alemán que ha tenido en sus manos… ¿podría seguir haciéndolo? ¿No?
-Por supuesto, es mi trabajo -. Contesté con seguridad.
-Bien. Es de suma importancia que siga teniendo a acceso a esos documentos – el hombre sacó un maletín de la sombra y lo abrió a mis pies – a partir de ahora fotografiará cada papel que esté a su alcance en esa casa y en sus informes incluirá los carretes.
Me enseñó el interior del maletín, allí había una pequeña cámara fotográfica un poco más grande que un carrete normal y un par de cajas de carretes y pilas. Tras hacer un par de pruebas para mostrarme cómo funcionaba, cerró el maletín y me lo entregó.
-Oiga, ¿cómo anda el tiempo en el Elíseo? – quise saber.
 
La pregunta resultaría ridícula teniendo en cuenta que estábamos ya entrando en la primavera de 1940, pero era la forma en la que nos preguntábamos qué tal iban las cosas en la capital francesa respecto al conflicto internacional.
-Revuelto – me contestó con cierta aprehensión -.Tenga cuidado y mucha suerte – dijo finalmente encaminándose hacia la puerta trasera.
Nunca volví a ver a aquel hombre, simplemente me limité a hacer lo que me ordenó.
Las cosas se pusieron feas en la casa. El Coronel “seguía en nómina” así que nos veíamos a solas un par de veces por semana y casi siempre lograba encontrar algo de tiempo para fotografiar documentos en ese despacho que habíamos convertido en nuestro picadero. La zorra de su mujer no se enteraba de nada porque estaba demasiado ocupada con Furhmann pero comenzaba a preocuparme Herman. Las cosas estaban tensas entre él y su padre porque pasaba demasiado tiempo conmigo sin saber que era eso lo que precisamente le molestaba al Coronel, y yo me vi arrastrada en medio de una crisis padre-hijo sin posibilidad de mediar al respecto.
Aguanté como pude la situación, solidarizándome con Herman e intentando calmar a su padre, que un día me soltó de repente que le andaba rondando la idea de destinar a su hijo a la frontera con Francia para un cometido mucho más importante que el que estaba desempeñando. Como si yo no supiera que era tan rastrero que le quería lo más lejos posible de casa porque no podía ver cómo discutíamos sobre algún libro en el jardín, cómo bromeábamos delante de todos en francés porque éramos los únicos que lo hablábamos a la perfección en aquella casa de dementes o cómo me esperaba las tardes de domingo con dos caballos ensillados delante de las cuadras para enseñarme los bosques cercanos. El Coronel no quería gloria para Herman, quería privarme de la única persona cuerda de aquel desguace de intelectos que era la puñetera residencia de los Scholz.
Logré convencerle de que no le enviase allí, alegando que se sentiría mal si algo le pasaba, enviar a un hijo a invadir un país como Francia no era algo que alguien con dos dedos de frente haría. Pero ese cerdo se lo pensó mejor y sin consultarme nada un buen día me encontré con el equipaje de Herman en el recibidor. Se incorporaba de urgencia al batallón que custodiaba la frontera del nuevo territorio ocupado, justo cuando más herida estaba Francia. Si el territorio se sublevaba ya podíamos olvidarnos de Herman.
Le echaría de menos pero decidí centrarme en mi trabajo para no pensar demasiado en cómo le irían las cosas allí. En realidad, una noche concluí que debería reprenderme cada vez que me sorprendiese a mí misma deseando que nada malo le pasase, ¡Herman era un capullo de las SS! ¡Debería alegrarme si le volaban la cabeza en el frente!
Tan sólo tres semanas después de que fuésemos uno menos en casa, al llegar a la trastienda de Berlín me esperaba otra persona, esta vez una mujer. Me hizo la misma pregunta que el último hombre que me habían enviado pero de una manera mucho más nerviosa y atropellada que me hizo dudar de que verdaderamente fuese uno de los míos. Agarré mi bolso con fuerza, dispuesta a sacar en cualquier momento la pistola que me acompañaba siempre que salía de casa. Pero lo repitió más convencida, mostrándome un documento con el sello del departamento de inteligencia francés. Contesté tal y como tenía que hacerlo para dejar claro que era yo.
-Se cae el Elíseo – soltó de repente sin mediar más palabras.
¡¿Qué?! ¡Joder! Me acerqué para ver el informe. Ella también estaba en Alemania por lo mismo que yo y tenía órdenes de encontrarme e informarme. Los alemanes estaban a un paso de tomar París y no podían contenerles. El Gobierno se trasladaba a Toulouse pero nosotras teníamos que mantener la posición y continuar con nuestro trabajo extremando las precauciones. Si algo salía mal podíamos darnos por muertas, ya no podían sacarnos de allí.
Aquella tarde regresé a casa hundida moralmente y sin ganas de hacer nada más que encerrarme en mi habitación. Me lo concedí por aquel día pero al siguiente retomé mi misión, no le iba a ser de ayuda a nadie si me quedaba en cama fingiendo estar enferma y dándole vueltas a la cabeza. Lo hice a pesar de que no podía quitarme de la cabeza dos cosas: París tambaleándose y Herman en primera línea.
Dos días después la estridente voz de Berta me espetó lo que temía escuchar en cualquier momento.
-Supongo que ya no la necesitaré más, París ha caído… En Francia se habla ahora alemán.
Tuve que cerrar el puño con fuerza para no partirle la cara en aquel mismo momento. Respiré profundamente un par de veces y me di la vuelta.
-Estudiarás francés hasta que tu padre diga lo contrario.
<> pensé mientras retomaba la lección acribillada por aquellos ojos azules que jamás tendrían la amabilidad de los de su hermano. Impartí mis clases y después de comer esperé en mi habitación a que el Coronel llegase a casa. Tan pronto lo hizo – bien entrada la tarde –, busqué la forma de acudir a su encuentro en el despacho. La suerte me sonreía, la señora Scholz se había llevado a Berta a Berlín para comprarle un par de vestidos y aunque era el peor momento para hacerlo, necesitaba conseguir algo que pudiese servirle a mis superiores. Era una necesidad personal por la que no debía dejarme llevar, esas cosas suelen salir mal, pero me dejé llevar y llamé a su puerta. Prácticamente me abalancé sobre él cuando cerré la puerta tras pasar, besándole apasionadamente mientras comenzaba a desabrochar su uniforme.
-Señorita Kaestner, está usted muy efusiva… – me dijo extrañado mientras mis manos abrían sus pantalones para colarse bajo ellos.
-Desde que me enteré de lo de París no he podido pensar en otra cosa que en verle a solas, Coronel. Golpes como ése son los que hacen que una caiga a los pies de hombres con uniformes como el suyo… – contesté deseosa mientras comenzaba a despertar su deseo con mis manos.
Él se rió vagamente mientras yo sacudía su verga un par de veces más antes de arrodillarme frente a él y metérmela en la boca. Sus débiles gemidos aparecieron casi en el mismo momento en el que lo hice para tornarse rápidamente más fuertes, denotando la placentera sensación que estaba experimentando al tiempo que yo deslizaba mis labios sobre él, jugando con mi lengua, haciéndoselo lo mejor que sabía, como si por ello fuese a recompensarme dejándome indagar libremente en el universo de papeles que era aquella estancia de la casa. Me rodeó la cabeza con sus manos, pero a modo de mero trámite porque en realidad me dejaba hacer, y yo seguía haciendo.
Me levanté después de darle unos buenos lametones y me saqué la blusa y la falda delante de un Coronel que hacía gala de una brillante erección. Arrugué la ropa para que la cámara fotográfica que iba sujeta a una de las costuras de la falda no me delatase al caer y la arrojé encima del sofá que había en una esquina del despacho.
Le dediqué una mirada llena de lascivia y me dirigí a su mesa tras deslizar mi lengua sobre sus labios con trabajada sugerencia. Esta vez no me subí a la mesa, apoyé mi torso sobre ella, estiré mis piernas y deslicé mis manos entre ellas, apartando mi ropa interior y toqueteando lentamente mi sexo ante los ojos del Coronel. Después de un par de pasos sobre el suelo, sus dedos se unieron a los míos y los apartaron tras jugar durante un instante con ellos. Sus manos abrieron mis nalgas sujetando la prenda de lencería con ellas y su lengua se hundió en mis bajos en busca de mi clítoris, deslizándose hacia el interior de vez en cuando para regresar hacia afuera mientras emitía débiles sonidos al hacerlo. Siempre me ha gustado que me laman en esa postura, me excita demasiado.
Continué disfrutando de aquello, retorciéndome cada vez que su lengua acertaba al repasar algún rincón en concreto o cada vez que se extendía sobre la superficie de mi sexo para recorrerlo de arriba abajo hasta que sentí que se incorporaba desde la superficie de la mesa en la que apoyaba mi cara y casi al instante, esa verga se incrustaba entre mis piernas con implacable decisión. El placer de una deseada penetración después de una grata sesión de sexo oral me hizo gemir casi de manera inconsciente a medida que avanzaba hacia mi interior. Retrocedió lentamente cuando llegó hasta el fondo y arremetió de nuevo contra mis glúteos violentamente, estampándome el escroto en mis labios vaginales. No era la única que estaba más efusiva de lo normal aquella tarde, él me lo hacía de un modo que rozaba lo violento, pero que me provocaba cierta excitación sin necesidad de correr a refugiarme en brazos de mi recurrido soldado francés desconocido. Aquella vez no me hizo falta, supongo que las ganas de hacer mi trabajo lo barrieron todo. Deslicé una de mis manos hacia mi clítoris y comencé a masturbarme mientras el Coronel me penetraba una y otra vez, arrastrándome con su pelvis cada vez que tocaba fondo con ese venoso miembro que seguía sorprendiéndome meses después.
Me desligué de todo y me dejé llevar por el movimiento de mis dedos, acompañando los empellones que no me concedían tregua y que me obligaban a gemir con cada una de mis respiraciones. Me gustaba, el sexo no tiene nada que ver con el amor, era algo que había tenido que aprender y que me daba la oportunidad de disfrutar de él independientemente del sujeto al que permitiese la entrada a mi cuerpo.
Elevé las caderas sutilmente, abriendo las piernas y acelerando el ritmo con el que masajeaba mi clítoris a la vez que unos testículos golpeaban mi mano con cada penetración. El placer se hacía más intenso, no importaba quién estuviese allí detrás, me gustaba y me hacía disfrutar. Hacía que mi respiración ocurriese atropelladamente sobre la mesa y hacía que mis ojos se cerrasen para concentrarse en el éxtasis previo que precedía al estremecimiento que bajó como un latigazo desde mi cerebro, recorriéndome la espalda hasta hacer que mi cuerpo se convulsionase de forma arrolladora en un orgasmo que duró hasta poco antes de que el Coronel saliese de mí y apoyase su pene sobre mi ropa interior, dejándome sentir cómo sus espasmos repartían una característica humedad sobre mi prenda a la vez que comenzaba a ser consciente de sus jadeos. Me había olvidado por completo de él hasta ese momento. O más bien debería decir que había rehuido el hacer hincapié en su presencia mientras intentaba correrme.
Me incorporé trabajosamente esperando que buscase algo que hacer para concederme esos minutos de rigor durante los cuales me recomponía en su despacho, pero su voz frustró mis planes.
-Hoy tengo cosas importantes que hacer – articuló con esfuerzo -. Vístase y déjeme solo, si no le importa.
Pensé algo rápido y contesté lo primero que se me ocurrió. No podía tirar la toalla tan rápido.
-¿Me haría el enorme favor de traerme un vaso de agua? – pregunté como una niña que pide algún capricho – Me ha dejado exhausta.
Torció el gesto cuando mi mano acarició su mejilla, pero tras ajustarse el pantalón se encaminó a la puerta.
-Ahora vuelvo – anunció antes de desaparecer.
Corrí atropelladamente en busca de mi cámara y rebusqué entre la estantería que había tras la mesa a la procura de algún dossier nuevo o alguna carpeta cuyo título resultase prometedor. Encontré un portafolios con el escudo de armas del Tercer Reich. Era nuevo, eso no estaba allí hacía un par de días. Lo cogí y lo abrí. Fotografié el primer documento sin pararme a leer si era verdaderamente importante e hice lo mismo con un par de hojas más hasta que la puerta del despacho se abrió de golpe.
El Coronel la cerró rápidamente después de verme y dejó el vaso en la mesa auxiliar de la entrada. No dije nada, simplemente dejé que me llevase en volandas hasta arrojarme sobre el sofá.
-¡Serás puta! ¡¿Para quién coño trabajas, maldita zorra?! – exigió hecho una furia mientras el cañón de su pistola se posaba en mi sien.
Estaba bien jodida, no tenía ningún arma pero tenía que calmarme. No iba a disparar porque no le convenía en ningún sentido. Querría respuestas primero y yo estaba desnuda, las preguntas que le lloverían cuando encontrasen a la institutriz sin vida y sin ropa en su despacho serían bastante incómodas. No sólo a nivel familiar, si se defendía alegando que yo era una espía su reputación caería en picado entre sus colegas del ejército. Casi podía imaginarme los titulares que proporcionaría si trascendía que le habían colado una espía a un conocido Coronel de las SS.
-Para Francia – susurré asustada.
-¡Debí imaginarlo! ¡Sucia embustera! ¡¿Cómo has tenido las narices de meterte en mi casa?! Lo vas a pagar, créeme… ¡¿Qué coño te han mandado buscar?!
-Nada en concreto… no sé lo que saben ni lo que no… yo sólo consigo documentación, nada más…
Intenté derramar algunas lágrimas. La única forma de que él se relajase un poco era que yo pareciese asustada. Me insultó en repetidas ocasiones mientras apretaba su pistola contra mi cabeza pero eso era una buena señal, la estaba apoyando…
-¡¡Contesta, furcia!! ¡¿Eres una jodida judía?!
¿Acaso importaba? De todos modos negué con la cabeza mientras agarraba con fuerza el cojín del sofá. Comenzó a hablar de nuevo pero no le escuché, simplemente pensé en lo que me habían enseñado y lo ejecuté. Cuando la pistola volvió a apoyarse sobre mi sien le di un golpe rápido en la mano. Tuve suerte, mi reacción le sorprendió tanto que se le cayó. Pero no me detuve por ello. Antes de que reaccionase me abalancé sobre él colocando el cojín sobre su cara y rodeando su cabeza con mi brazo para que no pudiese respirar. Intentaba gritar y se movía demasiado, tenía que tumbarle. Le puse la zancadilla, me tumbé sobre él y logré sobreponerme a lo peor, tras un infructuoso intento de detenerme con su escasa fuerza, sólo alcanzaba a arañar la alfombra o ponerse de rodillas. Le inmovilicé con relativa facilidad, era demasiado enclenque… nada que ver con su hijo… si hubiera sido Herman ni siquiera me plantearía aquella salida. Apreté con fuerza hasta la última sacudida de su cuerpo y continué apretando un par de minutos más hasta comprobar que no tenía pulso.
Me levanté y sopesé la situación, me había salvado pero estaba en un aprieto. Ordené el despacho hasta dejarlo impecable, sin ningún indicio de lo que había pasado allí. Me vestí y coloqué al Coronel en su silla, con la pistola en su funda, el vaso de agua a medio beber y aparentemente trabajando antes de que algún tipo de ataque hubiese puesto fin a su vida. Al menos, más me valía que las primeras hipótesis descartasen el asesinato. A parte del servicio, todo el mundo sabía que en casa solo estaba él y yo aquella tarde. Recogí mi cámara de fotos y me la guardé. La había cagado a base de bien y me acordé de aquello de <>, así que me concedí el capricho de coger una buena pila de carpetas y documentos que nadie echaría de menos allí. En caso de conocer su existencia pensarían que Scholz los guardaba en otro lugar. Toda aquella documentación quedaría de perlas al lado de un informe que tendría que concluir con una posdata que mencionaba que había tenido que cargarme al Coronel Scholz. Eché un vistazo al pasillo y tras comprobar que no venía nadie, caminé con decisión hacia mi dormitorio. Guardé las carpetas y documentos que acababa de requisar y me dormí.
Unas horas después me desperté a causa del barullo que se sentía en la casa. Puse una oreja en la puerta y constaté mis sospechas. La señora Scholz y Berta habían llegado y ya era oficial que el Coronel había muerto. Respiré profundamente un par de veces antes de salir y me hice la derrotada en cuanto se me comunicó oficialmente la terrible noticia. También me enteré de que Herman estaba de camino.
-Vaya con Berta, señorita Kaestner… – me pidió la reciente viuda cuando ofrecí voluntariosamente mi ayuda.
Hubiese preferido lavar al difunto, pero atravesé el salón camino de las escaleras y me encontré con el cabrón de Furhmann en el pasillo.
-¿Le ha visto un médico o algo…? – le pregunté señalando con la cabeza hacia el despacho con un gesto compungido, completamente metida en mi papel.
-Sí.
Un escalofrío recorrió mi espalda ante su respuesta. No parecía que nadie barajase hipótesis como el asesinato pero ya le había visto un especialista y nadie me había puesto al corriente de su dictamen.
-¿Y…? ¿Qué ha dicho? ¿No van a hacerle una autopsia?
Furhmann se rió en mi cara.
-¿Está de broma? El doctor de la familia dentro de poco tendrá que hacerse la suya propia pero no chochea tanto como para no saber qué tipo de molestia debe ahorrarse… le puso un dedo en la yugular y anunció lo que todos sabíamos. El cabrón de Scholz llevaba años padeciendo de corazón, la señora ni siquiera ha pedido la autopsia, prefiere enterrarle de una pieza… ya ve…
Me sorprendí ante su inalterable estado y me retiré fingiendo un profundo pesar, pero profundamente aliviada con el veredicto del doctor. Apenas tuve tiempo para regocijarme en la victoria, la voz de Furhmann me llamó.
-Señorita Kaestner… – me giré para atenderle y sus palabras me dejaron clavada en el primer escalón – …acabo de perder a un amigo de un repentino ataque cardíaco y estoy profundamente dolido, ¿sabe? – asentí asustada por el tono prepotente de su voz -. Bien, cuando termine todo esto me gustaría hablar con usted para discutir un par de cosas…
 

Relato erótico: “Preñé a la hermana gemela de mi mujer con su permiso”(POR GOLFO)

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Sin título1

Si esperáis leer la clásica y edulcorada historia de una esposa compasiva que, viendo que alguien de su sangre  tenía problemas para concebir, presta al marido, buscad otro relato y otro autor porque este trata de venganza. Os voy a contar el artero desquite planeado a conciencia con el que mi mujer castigó a su hermana sin que esta pueda ni quejarse y menos contárselo a alguien.
El odio que Elena sentía por su gemela venía de antiguo. Desde niña se había sentido ninguneada por Esther de muchas formas. Para sus padres, su hermana era la inteligente, la responsable, la sensata mientras catalogaban a mi pareja como la boba, la irreflexiva y la atolondrada. Las diferencias eran notables, rayando el maltrato. La ropa nueva, los viajes a aprender idiomas eran para Esther, en cambio, los vestidos heredados y las labores del hogar eran para mi querida esposa. Habiendo mamado eso desde su más tierna infancia, no es de extrañar que con treinta años y ya fuera del amparo de sus viejos, la odiase con toda el alma.
Para terminar de afianzar ese rechazo, mi cuñadita le había robado su primer novio y aunque actualmente estaba felizmente casada conmigo, era algo que le seguía torturando. Deseaba vengarse como solo una persona acostumbrada a ser torturada, sueña con devolver la tortura a su siniestro carcelero.  Para Elena, su hermana representaba ese ser que había nacido con el único objeto de hacerle la vida imposible y por eso un día vio en mí, su marido, el arma o instrumento con el que haría pagar cada uno de los menosprecios y la injusticia sufrida por parte de Esther.
Llevábamos cinco años casados cuando en una de las horrendas barbacoas que organizaba su familia, la boba le confesó que su marido se había hecho la vasectomía porque ella no quería tener hijos. En ese instante, quizás por no ser menos o quizás porque preveía que de alguna forma se valdría de esa mentira, le contestó que a mí también me había obligado a hacérmela.
“¡Eso es falso!” contesté sin comprender cuan retorcida era su mente, al contarme muerta de risa que se lo había creído.
Ahí se hubiera quedado todo en una absurda mentirijilla si no llega a ser porque, seis meses más tarde, Elena se quedó embarazada. Todavía recuerdo la expresión de horror que se materializó en cara de mi cuñada cuando aprovechando una de esas comidas, mi mujer informó a su familia de que estaba esperando un hijo.  Habiendo asumido que yo era incapaz de procrear, la curiosidad le pudo y en un momento en que se quedaron solas, directamente le preguntó qué había ocurrido, si mi vasectomía había fallado o por el contrario me la habían hecho reversible.
Después me reconoció que tardó en entender a qué se refería pero cuando se percató de la razón de la incomodidad de su hermana, como si tal cosa, le respondió:
-El hijo es de mi amante. Andrés es estéril y como al final si quiero tener hijos, me he dejado embarazar por otro-
-¡Eres una zorra! ¡No haberle pedido que se la hiciera! ¿Has pensado en cómo se debe sentir tu marido?- le espetó indignada por el comportamiento amoral que había mostrado.

 

Mi esposa, descojonada, le preguntó que si quería, ella le presentaba al semental que podría dejarla embarazada y no como el eunuco de su esposo. Mi cuñada al escuchar el insulto de su hermana, salió de la casa hecha una furia. Al preguntarle el motivo, Elena me explicó la conversación.
-¿Te has dado cuenta que me has dejado a la altura del betún?- protesté con el estómago revuelto del cabreo que sentía.
-Amor, ¡Sabré compensarte!- dijo, incapaz de dar su brazo a torcer mientras me acariciaba sensualmente la entrepierna.
A partir de ese día, Esther y Elena apenas se hablaban y mi cuñada queriendo joder a su hermana, intentó hacer un acercamiento motivado quizás también porque me veía como una víctima de la arpía hija de sus padres. Entre ella y yo nunca había habido una relación, manteniendo las distancias nos saludábamos y poco más. Por eso me sorprendió una mañana recibir su llamada invitándome a comer. Aunque en un principio me negué, su insistencia me obligó a aceptar pero conociendo la mala leche de mi esposa, nada más colgar, la llamé:
-Debes ir- dijo interesada en enterarse la razón de su llamada – esa puta seguro que quiere algo de ti-
Inmerso entre dos frentes, deseé que después de la comida mi integridad siguiera intacta sin que las balas enviadas por ambos bandos me hirieran. Sabiendo el odio mutuo que se profesaban, fui al restaurante persuadido de que debía ir con pies de plomo y no dejarme embaucar por la gemela de mi señora. Las dos mujeres además de su notable parecido físico eran unas zorras manipuladoras que usaban al prójimo a su antojo con el único objeto de cumplir sus metas. Sé que suena duro que hable así de mi esposa pero aun estando enamorado de ella, no puedo negar lo evidente: Elena es una bruja sin valores ni moral.
Os reconozco que estaba interesado en descubrir que quería esa mujer de mí y por eso cuando entré en el local, busque inmediatamente a mi cuñada. Como todavía no había llegado, me senté en la barra a esperarla. Con una cerveza en la mano, me puse a leer un periódico para hacer tiempo, por eso, no me di cuenta que entraba por la puerta. De pronto sentí que unas manos me tapaban los ojos, mientras unos pechos se clavaban en mi espalda. Aun sabiendo que era ella, me extrañó esa familiaridad porque siempre me había tratado con gran frialdad.
Al darme la vuelta, me encontré que venía vestida como una autentica fulana. Un top super pegado y una minifalda de esas que son cinturones anchos era su única vestimenta. Sé que se percató de que me quedé mirando el profundo canal entre sus dos tetas pero si le molestó, no lo dijo. En cambio al levantarme para ir a la mesa con ella, poniendo cara de guarra de tres al cuarto, me soltó:
-Andrés vas hecho un viejo. Eres demasiado joven para ir siempre de uniforme de ejecutivo agresivo. Deberías al menos quitarte la corbata cuando quedes con una mujer que no es tu esposa-
Estuve a punto de contestarle que acababa de salir de la oficina y por eso iba vestido de traje pero cuando ya iba a contestarle una fresca, advertí que se había referido a ella no diciendo “Tu cuñada” sino “Una Mujer” y creyendo que eso era deliberado, me callé. Mientras le acercaba la silla, divisé que la muy guarra iba enseñando que llevaba un tanga de talle alto debajo de su falda.
“Viene en son de guerra” pensé al sentarme en mi lugar.
Mi primera impresión se confirmó porque mientras el camarero apuntaba la comanda, mi cuñada me estuvo comiendo con los ojos. Queriendo ratificar su interés, me quité la corbata y me desabroché un par de botones para que pudiese disfrutar de los pectorales que había forjado durante años a base de ejercicio. Os juro que cayó en la trampa y sin darse cuenta, observé que no podía retirar la mirada de ellos mientras sus pezones la traicionaban bajo el top.

 

“Esta tía está cachonda” corroboré mentalmente al ver el estado de necesidad que manaba de sus poros y aprovechando el momento, le pregunté sobre el motivo de esa invitación.
Mi franqueza la desarmó y con voz entrecortada, me contestó que necesitaba mi consejo.
-¿En qué te puedo ayudar?- insistí porque no me había revelado nada aún que me dejara intuir que hacía comiendo conmigo.
-Manuel, mi marido, me ha puesto los cuernos y no sé qué hacer-
Esa confesión explicaba parte de su actitud pero no toda y por eso, hundiendo mi dedo en su herida, cogí su mano entre las mías y con voz dulce, le solté:
-Pobre, sé cómo te tienes que sentir-
Lo cojonudo fue su respuesta, os prometo que estuve a punto de soltar una carcajada cuando, buscando mi complicidad, me contestó:
-Tú mejor que nadie sabe lo que uno sufre cuando su pareja le traiciona. Cuando me enteré que la zorra de mi hermana se había embarazado de otro, no comprendí porque seguías con ella-
Sin saber que todo era una burla y que mi semen estaba en perfecto orden, mi cuñada venía en busca de apoyo y quizás de venganza. Por eso e imitando el ejemplo de Elena, mi mujer, decidí seguir dando pábulo a esa mentira, diciendo:
-La verdad y perdóname si te suena muy duro, me quedé porque folla bien y cocina aún mejor-
Esther no se debía esperar una respuesta así y durante unos minutos estuvo dándole vueltas antes de realizar su siguiente pregunta.
-¿Y no has hecho nada? ¿No te has vengado?-
Esa era la cuestión que le había hecho llamarme, de alguna forma quería vengar la infidelidad de su marido y no sabía cómo hacerlo.  Tomando un sorbo de cerveza, aclaré mis ideas e imprimiendo a mi voz un tono duro, contesté:
-¡Por supuesto! ¡Pero no como te crees! No vale la pena echarle en cara ni a él ni a ella su infidelidad-
Completamente intrigada, dejó su bolso en el suelo y casi temblando, preguntó:
-Entonces, ¿Qué hiciste?-
Habiéndola llevado hasta ahí, decidí confesar una medio verdad:
-¿Conoces a María?-
-Sí, claro, la mejor amiga de mi hermana-
-¡Me acosté con ella!-
-¡No jodas! ¡Qué cabrón! Me imagino la cara de Elena cuando se enteró, debió poner el grito en el cielo-
-Lo hizo-, contesté, sin revelarle que aunque era cierto que me la había tirado, me callé que fue durante unas vacaciones en las que su hermana y yo compartimos el cuerpazo de esa mulata bisexual.

 

Pensando en el modo que yo me había vengado, se quedó callada durante el resto de la comida y ya en el postre, me preguntó si podía quedar conmigo otra vez:
-Cuantas veces lo necesites- dije con un tono cómplice que no le pasó inadvertido.
Al despedirnos, mi cuñada no protestó cuando al besarla en la mejilla, mi mano acarició su trasero. Al contrario, luciendo una sonrisa en el rostro, prometió llamarme. Contento por cómo habían ido las cosas, salí del restaurante, convencido que esa putita iba a llamarme muy pronto.
Nada más entrar por la puerta de casa, mi mujer me asaltó con preguntas. En ellas quería saber qué había pasado y qué quería su hermana. Comportándome como un cabrón aprovechado, me negué de plano a responderle diciendo:
-Solo te puedo decir que vengo cachondo-
Sonrió al darse cuenta que si quería respuestas, tendría que pagar peaje y por eso, arrodillándose a mis pies, me bajó la bragueta mientras me preguntaba:
-¿Has comido bien?-
-No tanto como vas a hacerlo tú, ¿Verdad cariño?-
Mientras Elena se iba introduciendo el pene hasta el fondo de su garganta, empecé a relatarle mi reunión con Esther. Sé que disfrutó al escuchar que el imbécil de su cuñado le había puesto los cuernos a su odiada hermana porque incrementó el masaje que sus manos estaban ejerciendo en mis testículos. Pero lo que realmente la motivó, fue oír de mi boca que su hermana llegó vestida para la batalla y que durante la comida no había hecho otra cosa que coquetear conmigo. Decidida a contentarme y que así fuera incapaz de rechazar sus planes, incrementó la velocidad de su felación, usando su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi miembro de su garganta buscó mi complicidad con ansia y cuando no pude más y  derramé mi simiente en su boca, se la bebió como si fuera vital para ella el no desperdiciar ninguna gota.
Entonces y solo entonces, me dijo con tono duro:
-Esa puta quiere follarte-
-Lo sé- respondí acariciando el estupendo trasero de la mujer con la que me casé, creyendo que iba a montarle un espectáculo en cuanto la tuviese a mano.
Pero en ese instante me di cuenta de lo poco que la conocía porque mientras me llevaba directamente a la cama, me ordenó:
-Fóllatela pero con una condición- y poniendo cara de satisfacción, prosiguió diciendo: -¡Quiero que te lo hagas sin condón!-
Comprendí al instante su plan, aprovechando que mi cuñada pensaba que era estéril, no tomaría las debidas protecciones y con suerte, se quedaría embarazada. Os juro que no pude negarme porque, además que siempre había tenido la fantasía de tirarme a su gemela, en ese momento, mi adorada esposa, con el bombo de seis meses y todo, se había colocado a cuatro patas sobre la cama, posición que solo adoptaba cuando quería que usara su entrada trasera.
-Eres una puta, ¡Usas tu culo para convencerme!- respondí al ver que usando sus manos separaba sus nalgas, dejando ese obscuro objeto de deseo al descubierto.
-Y a ti, ¡Te encanta!- gritó como posesa porque justo en ese momento, había metido mi polla hasta dentro de sus intestinos.
 
Esther cae en la trampa.
 
La llamada de mi cuñada no se hizo esperar. Al día siguiente, me llamó para contarme que su marido tampoco había vuelto esa noche a casa. Con la tranquilidad que me daba el haber obtenido el permiso de mi mujer, estuve media hora escuchando los reproches que lanzaba sobre ese gilipollas y solo al terminar, lancé un órdago a la grande sin saber a ciencia cierta si lo aceptaría.
-Esther, lo siento pero hoy tengo prisa. Cómo tengo que ir a casa de tus padres en el pueblo, si quieres acompañarme, durante el viaje y mientras arreglo un par de asuntos, podré ofrecerte toda la atención que te mereces-
-¿En serio puedo acompañarte?- dijo con alegría sin darse cuenta que estaba cayendo en una trampa –Yo también tengo que ir y así mataría dos pájaros de un tiro: podría dejar solucionado el alquiler de un local que tengo y por otra parte, podría contarte la venganza que tengo planeada contra ese cerdo-
Subiendo la apuesta, le informé que lo pensara bien porque tenía que hacer noche allí y que no volvería hasta el sábado, añadiendo que quizás en la situación en que se hallaban, el que no durmiera en casa podría enfadar a su marido. La mención de ese baboso la hizo saltar como un resorte y sin meditar las consecuencias, me soltó:
-No creo que se mosquee de que vaya contigo y si lo hace, ¡Qué se joda!-
Tras ese vehemente exabrupto, quedé con ella en que pasaría por su casa a la ocho y me despedí de ella, sabiendo que o mucho me equivocaba o en menos de veinticuatro horas mi esposa acariciaría su venganza. Cuando llamé a Elena y le conté lo ocurrido, se hecho a reír diciendo:
-Siempre ha sido una puta envidiosa. Desde niñas, aunque ella era la mimada, ha deseado las migajas con las que mis padres me obsequiaban. Estoy deseando que la dejes preñada porque sé que sus creencias la impedirán abortar, entonces, como la buena cuñada que soy y en frente de toda la familia, felicitaré al eunuco de su marido-
-¿Te han dicho alguna vez que eres una hija de puta?- respondí muerto de risa.
-¡No las suficientes!-
Al colgar, me asaltaron las dudas porque de llevar a cabo los planes de mi mujer, no solo destrozaría lo poco que quedaba de ese matrimonio sino que ¡Me encontraría con un hijo bastardo creciendo en el vientre de mi cuñada!. Desgraciada o afortunadamente, al imaginarme a esa pelirroja gritando mientras me solazaba en su interior fue suficiente para disipar mis recelos y más excitado de lo que me gustaría reconocer deseé que pasaran las horas con mayor rapidez.

 

Esa noche, mi mujer se abstuvo de tener relaciones conmigo, aduciendo que debía guardar fuerzas para preñar a su hermanita cuanto antes y por eso cuando a las ocho recogí a Esther, andaba con una calentura sin parangón. Mi cuñada tampoco ayudó a calmarla porque apareció vestida con un camisón de lino blanca y sin un sujetador que sujetara los enormes pechos con lo que la naturaleza le había dotado.
“¡Dios! ¡Qué buena está!”, pensé advirtiendo además las sutiles diferencias que le diferenciaban de su gemela. Con el pelo rizado y  unos cuantos kilos de más, estaba para para un tren.
Esther sonrió al comprobar que no podía dejar de mirar su escote y haciendo como si no se hubiese dado cuenta, me saludó con un beso casto en la mejilla pero apoyando su cuerpo sobre el mío un poco más de lo que las normas de educación entre cuñados permitía. Mi sobre calentado pene me traicionó bajo el pantalón y por eso, mientras metía su equipaje en el maletero, esa mujer disfrutó de la visión de un enorme bulto entre mis piernas.
“¡Joder!” maldije mentalmente el erotismo que despedía esa zorra y poniéndome al volante, deseé que la carretera bajara mi excitación.
Intento fallido desde el principio porque al sentarse su vestido se le había subido, dejando al aire unas piernas de infarto. Sabiéndome incapaz de retenerme si seguía mirando, me concentré en el camino mientras ella no paraba de meterse con el que seguía siendo su marido. La hora y media que tardamos en llegar al pueblo de Burgos donde habían nacido sus viejos, se la pasó haciendo un recuento exhaustivo de los menosprecios sufridos a manos del hombre con el que se había casado. Si no llega a ser porque conocía su temperamento y sabía de primera mano que no era el dulce angelito indefenso que decía, me hubiese apiadado de ella. Mi cuñada, al igual que mi mujer, era una hembra manipuladora y con carácter, muy lejos de esa maltratada, incapaz de revelarse, de la que hablaba.
Agotado de tanta cháchara, aparqué en casa de sus padres y mientras ella iba a ver al tipo que quería alquilarle el local, yo me fui a ocuparme de mis asuntos en el ayuntamiento. Al cabo de tres horas, dos cubatas y un par de pinchos tomados con el burócrata de turno, volví al chalet para encontrarme a Esther bailando mientras cocinaba. Su pandero me pareció aún más atractivo al verlo siguiendo el ritmo de la música.
“¡La madre!” exclamé en mi cerebro al disfrutar del modo en que movía su pandero. “¡Qué culo!”
Al acercarme a saludarla, decidí dar otro paso y pegar mi cuerpo a ese manjar. Esther, que en un principio se sorprendió al no haberme oído llegar, no hizo ningún intento de separarse y sin cambiar de posición, respondió a mi beso en la mejilla con otro, breve, pero en los labios. Estuve a punto de lanzarme en barrena sobre ella pero al no saber si me lo había dado a propósito en la boca o por el contrario forzada por la postura, decidí dejar que el tiempo me revelara hasta donde llegaría esa pelirroja en su  venganza.

 

-¿Quieres una cerveza?- pregunté al coger una del frigorífico.
-No, cariño, he abierto una botella de vino para celebrar- contestó sin dejar lo que estaba haciendo.
-¿Celebrar el qué?- pregunté sin hacerle saber que había advertido el modo en el que me había llamado.
-Que he alquilado el local y que ya sé cómo vengarme-
Al preguntarle que había pensado, se rio y poniendo cara de puta, me dijo que me lo contaría en la comida pero que no me preocupara porque iba a gustarme. Su promesa hizo que mi pene se despertara del letargo y buscando que me anticipara algo, le serví una copa y se la  acerqué. Al hacerlo, vi que debajo de su vestido, mi querida cuñada tenía los pezones como escarpias, lo que motivó que conscientemente acariciara uno de sus pechos para ver si tenía razón y era yo con el que pensaba vengarse.
Mi caricia no por ser deseada, fue menos sorpresiva y por eso mientras se reía, me dijo:
-¡Cuidado que las manos va al pan!-
La alegría demostrada me dejó claro dos cosas: que esa mujer estaba cachonda y que yo era el elegido para calmar su calentura. Satisfecho por ambas, me senté en una silla a esperar que estuviera lista. Con mi mente a mil por hora, me pregunté qué tipo de amante sería y cuánto tiempo tardaría en darse cuenta que había sido burlada. Lo primero, no tardé en saberlo porque al terminar de cocinar, vino hacia mí y sentándose en mis rodillas, me informó de que iba a vengarse de su marido conmigo, diciendo:
-Cuñadito ¿Qué dirá mi hermana cuando se entere que hemos follado? O ¿NO PIENSAS DECIRSELO?-
-Yo, no- respondí mientras desabrochaba su vestido.
Bajo la tela aparecieron dos enormes pechos que ya conocía. Esther tenía los mismos pezones y las mismas ubres que Elena. La confirmación del parecido lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a mamar como un lactante mientras la dueña de esas dos maravillas, no paraba de gemir. Producto de la excitación que asolaba el cuerpo de mi cuñada, esta bañó mis pantalones con su flujo incluso antes que bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis.
Al tocarlo y sentir la mata de pelo que cubría su monte, encontré la primera diferencia entre las gemelas y ansioso por descubrir más, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo. No recordaba los años que llevaba sin acariciar un sexo peludo porque mi mujer y todas las últimas amantes que había tenido, seguían esa funesta moda de depilarse por completo. Encantado con la idea de tener algo que retirar cuando mi lengua recorriera los labios de su vulva, fui excitándola a base de pellizcos en su clítoris para después sin darle tiempo a reaccionar, meter una o dos falanges dentro de ella.
Ni siquiera le había quitado las bragas cuando esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr pero no me importó porque, gracias al permiso de Elena y la ignorancia del corneador cornudo, iba a poder disfrutar de ese cuerpo durante el resto del día y  toda la noche. Tal como había previsto, mi cuñada llegó al orgasmo al oír que la decía estaba más buena que su hermana. Los celos mutuos que ese par de zorras sentían desde niñas, le obligó a sumergirse en un estado de excitación tal que olvidando que era hora de comer, me rogó que la llevara a la cama de sus padres.

 

La perspectiva de mancillar el lecho sagrado donde daban rienda suelta mis suegros a su pasión, me convenció de inmediato y dejándome llevar de la mano, seguí a Esther escaleras arriba. Aunque suene a degenerado, me motivó aún más el follarme a mi cuñada en la misma cama donde ese par de ancianos lo hacían.
-¡Menudo cabreo se cogería tu vieja! si se entera que te has tirado al marido de tu hermana en su colchón- dije descojonado de risa al entrar en la habitación.
-¡Por eso lo hago!- contestó sonriendo mientras se sentaba en mitad de la cama y poniendo cara de deseo, me gritó: ¡A qué esperas a follarte a tu cuñadita!-
La visión de ese zorrón medio descamisado pidiendo guerra fue un estímulo al que no pude decir que no y mientras ella se pellizcaba los pezones intentando forzar la rapidez con la que me desnudaba, decidí que ya era hora de oir sus gritos mientras mi pene la destrozaba. Por eso, en cuanto estuve a su lado, la puse a cuatro patas y sin más prolegómeno se la metí. Esther aulló al ser violada de esa forma e intentando deshacerse de esa dura penetración, trató de separarse pero no se lo permití. Cogiéndola de los pechos seguí machacando su sexo a pesar de sus protestas, protestas que se intensificaron cuando dándole un azote, le exigí que se moviera.
-¡No me trates como a una puta!- gritó encolerizada.
-Es lo que eres cuñadita. ¿A qué has venido sino a follar?- respondí dándole otra nalgada.
-¡Cabrón!- chilló.
Pero entonces algo dentro de ella se transformó y como si fuera un hábito aprendido durante años que lo único que hubiera hecho era recordar, empezó a gemir de placer cada vez que con mi mano azuzaba su trasero. Totalmente descompuesta, disfrutó de cada una de esas caricias con una intensidad tal, que al cabo de unos minutos y pegando enormes berridos, era ella quien me pedía más. Con la cara desencajada y costándole respirar, Esther recibía cada vez más excitada mi embistes.
-¡Sigue! ¡Por favor!- imploró con su voluntad dominada por la nueva experiencia que estaba asolando tanto su coño como su culo.
Incrementando la velocidad de mis ataques, cogí su melena y usándola como riendas para controlar a esa yegua desbocada, continué cabalgando a mi montura mientras ella no paraba de disfrutar. Tirando de su pelo hacia tras, retenía su andadura para luego soltarlo y permitir que esa mujer volviera a acelerar el movimiento de su cuerpo. Esther no tardó en notar como el placer se iba concentrando en su interior y entonces mientras las gotas de sudor caían por sus pechos, pegó un último gemido antes de correrse con el pene de su cuñado entre sus piernas.
Ese segundo orgasmo fue tan intenso y produjo tanto flujo que creyó que se había meado al sentir la humedad que en esos momentos caía por sus piernas. Por mi parte al advertir que estaba nuevamente gozando, me uní a ella derramando mi fértil simiente en el interior de su vagina. La pelirroja, que luego me reconoció que jamás había sentido algo así,  disfrutó como una perra al sentir mi eyaculación rellenando su conducto y cayendo sobre el colchón agotada, se echó a llorar de alegría mientras su cuerpo se retorcía con los últimos estertores de placer.
Satisfecho, la dejé descansar. Al cabo de unos minutos y viendo que se había recuperado, decidí que tenía que reforzar mi dominio sobre ella y por eso, piqué su orgullo diciendo:
-Para ser novata, follas muy bien-
Cabreada, se levantó de la cama y acordándose de mi madre, me reclamó el modo en que la había tomado. En silencio, dejé que se explayara. Envalentonada por mi mutismo, me insultó llamándome degenerado y demás lindezas.
-¿Ya has terminado?- pregunté.
-Sí- contestó.
-Pues entonces, baja a la cocina y tráeme algo de comer. Tengo hambre y con el estómago vacío, no funciono. Así que ya sabes, si quieres que de otro meneo a la zorra de mi cuñada, necesito recargar baterías-
Se quedó paralizada al percatarse que su bronca no solo no había servido para nada sino que encima tenía la desfachatez de tratarla como a una criada. Indignada, tuvo que soportar que cogiendo mi pene entre mis manos, empezara a menearlo ante sus narices y le dijera:
-Cuando vuelvas y mientras como, me harás una mamada-
Solté una carcajada al verla marchar furiosa. Con mi risa retumbando en sus oídos, mi cuñada bajó al salón mientras su mente se debatía entre sus ganas de mandarme a la mierda y la necesidad de volver a sentirse mujer entre mis brazos. Diez minutos después, cargando su humillación en forma de bandeja repleta de comida, volvió a la habitación de sus padres. Se notaba a la legua que seguía cabreada y por eso, no seguí hurgando en su desdicha sino que la recibí con un beso apasionado.
Esther se deshizo de mi abrazo y colocando lo que había traído en una mesa, me soltó:
-Señor, su comida está servida y mientras disfruta de los manjares que su sirvienta le ha preparado, ¿Puedo demostrarle que de novata?, ¡Nada!-
Contra lo que pudiera parecer, sus palabras no fueron una demostración de sumisión sino una declaración de guerra. Tenía su orgullo herido y sin dejarme opinar, me obligó a sentarme en una silla y separando mis piernas, se arrodilló entre ellas. Sonreí al verla agacharse y colmar de besos mi miembro, para una vez erecto, metérselo en la boca. Esther demostrando una maestría adquirida a base de muchas pollas, abrió sus labios y lentamente fue introduciendo mi falo hasta el fondo de su garganta mientras sus manos daban un suave masaje a mis testículos. Sin prisas buscó mi aprobación a su pericia, metiendo y sacando mi pene de su boca, a la par que su lengua agasajaba mi extensión con dulces caricias. No pude negarme a admitir que mi cuñada sabía cómo complacer a un hombre y ya totalmente excitado, presioné su cabeza hasta que sus labios besaron la base del tronco que estaba mamando. Otras mujeres hubieren sentido arcadas pero ella no y convencida de su habilidad, incrementó la velocidad de sus maniobras.
Reconozco que no pude seguir durante mucho tiempo, mostrando una actitud fría y seducido por su mamada, le pedí que intensificara aún más el ritmo y la profundidad con la que se introducía mi falo. Para entonces, ella tampoco había podido  mantener la serenidad y bajando una mano a su entrepierna, estaba masturbándose. Al derramar mi semen  en el interior de su garganta y comprobar que como una autentica puta se bebió toda mi eyaculación, comprendí que me daba igual lo que pensara mi mujer, iba a seguir tirándome a su hermanita aunque hubiese cumplido mi objetivo de preñarla.
Reafirmé esa decisión cuando Esther, mirándome a los ojos, me soltó:
-Ahora, ¡Come!. Esta novata va a exigir otra dosis cuanto antes-

Eso fue el inicio de una noche de pasión que se prolongó en el tiempo de forma que cinco meses después y cuando mi esposa ya había dado luz a unas gemelas, un buen día me llamó a la oficina diciéndome que teníamos algo que celebrar. Al llegar a casa, la zorra de Elena estaba cachonda.

Durante todo el día había estado soñando con la promesa que le había hecho la noche anterior de que hoy íbamos a hacer algo nuevo y que metería mi mano por completo en su sexo pero la gota que había colmado el vaso fue una llamada de su madre.

 

Os tengo que explicar que el coño de mi señora es una maravilla. Cuando me la follo, Elena voluntariamente cierra los músculos de su chocho de forma que no conozco conducto más estrecho, donde introducir mi polla. Os juro que me encanta ponerla a cuatro patas y en posición de perrito, ir introduciendo mi pene allí con la certeza de que en un principio lo angosto de la vulva, con la que me encontraré, hará que  parezca imposible que mi aparato terminé de entrar pero también con la seguridad de que se irá dilatando a medida que la penetro.
Es brutal esa mujer. Capaz de meterse tres dedos mientras se masturba, el día anterior me había comentado que tenía una fantasía. Al preguntarle cual, con una sonrisa, me dijo que le enloquecería sentirse como una actriz porno y que grabara en video una escena que tenía en mente.
-¿Cuál?- le pregunté sabiendo de antemano que sería una burrada.
-Quiero que me folles con tu mano-
Supe a qué se refería. Una noche mientras veíamos una película X, se puso como una cerda en celo al ver que el protagonista iba introduciendo uno a uno sus dedos en el sexo de su partenaire, hasta que ya dilatado, consiguió meter la mano por entera.
Por eso al llegar ese día al llegar a mi hogar, me esperaba desnuda en su cama. A su lado, la cámara de video y una botella de lubricante y con una sonrisa de zorra insaciable, me miró sin decir nada. Ni siquiera me desnudé, solo fui al baño y me lavé mis manos ya que serían el instrumento con las cuales esa tarde forzaría su cuerpo hasta extremos impensables.
Ya de vuelta a su lado y mientras encendía la grabadora, mi guarra desobediente se estaba masturbando sin esperar a que su dueño le diera permiso por lo que la castigué dándole un pellizco en los pezones. El gemido que salió de su garganta no fue de dolor sino de deseo y completamente bruta, usó sus dedos para abrirse los labios de par en par.
“Eres una perra obsesionada por el sexo” le dije mientras recogía el flujo de su sexo con mis dedos y se lo introducía en la boca.
Elena chupó con desesperación toda mi mano, falange a falange, de forma que al terminar, estaba completamente lubricada pero aun así cogí un poco de aceite y embadurné mis manos. Mientras lo hacía, la mujer no pudo resistirse y me bajó la bragueta sacando mi pene todavía morcillón.
-¿No te habrás follado a la puta de mi hermana hoy?- protestó al comprobar que todavía no estaba totalmente erecto.
Ni siquiera la contesté y metiendo dos dedos en su coño, empecé un brutal mete saca mientras con mi otra mano, le torturaba el clítoris. Sus quejas y celos desaparecieron como por arte de magia y olvidando el reproche se metió mi polla en su garganta. Juro que aunque sea alta y con unos kilitos de más para el gusto actual, a mí sus curvas me encantan y deseo tirármela siempre que la veo, pero volviendo al momento que os estoy relatando: Elena es lo suficientemente flexible para mamar una buena polla en posturas extremas sin quejarse. Eso fue lo que ocurrió hoy, con mi miembro en su boca y completamente doblada porque yo estaba a un lado de su sexo, disfrutó como nunca cuando le metí el tercer y cuarto dedo.
-¿Te gusta?- solté sabiendo la respuesta mientras seguía penetrándola con las cinco falanges en su interior.
Su vulva aun forzada, recibió sin inmutarse esa agresión y completamente empapada se preparó a acoger en su seno toda mi mano.
-¡Hazlo ya!- imploró a punto de correrse.
Viendo su entrega, violenté su sexo introduciéndola por completo y ya dentro de su vagina cerré mi puño y empecé a follarla. Os juro que había hecho uso de ella muchas veces y en casi todas las posiciones pero jamás berreó tanto ni tan alto como cuando sintió mi puño estrellarse contra las paredes de su vagina. Como poseída por un demonio, se agitó y convulsionó sobre las sábanas sin dejar de gritar lo mucho que le estaba gustando.
El placer que asolaba su interior me inspiró el siguiente paso y sacando mi mano, la puse a cuatro patas. Nunca en mi vida lo había probado e incluso dudaba que fuera posible pero contagiado por su pasión, me bajé los pantalones y tras volver a introducir mi puño en su sexo, intenté darla por culo. No os podéis imaginar sus berridos cuando notó que mi glande forzaba su esfínter, solo contaros que una vecina estuvo a punto de llamar a la policía al creer que la estaba matando. Insertada por sus dos entradas, sollozaba de placer cada vez que mi pene recorría sus intestinos o que mi mano se movía en el interior de su sexo.
Os reconozco que me costó coger el ritmo pero cuando lo conseguí, llevé a mi amante a un extremo de frenesí tal que incapaz de soportar tantas sensaciones unidas, se desmayó tras sufrir lo que ella llamó “la madre de todas las corridas”. También confieso que fui un cerdo, porque con ella desmayada, saqué mi mano y no paré de darle por culo hasta que con brutales sacudidas vacié mi esperma en el interior de su ano.
A recuperarse, puso una sonrisa y me dijo con voz satisfecha:
-¿No me has preguntado que celebramos? Ya no necesitas seguir tirándote a Esther.
-¿Y eso por qué?- pregunté mientras la cambiaba de posición y le separaba las rodillas.
-La zorra de mi hermana está embarazada. Me ha llamado mi madre llorando porque su marido la ha abandonado ya que el hijo no es suyo-
-Ya lo sabía, hace más de un mes que me lo dijo– contesté metiendo mi miembro en su coño sin darle tiempo a reaccionar.
Elena tardó en asimilar que conocía de antemano el estado de Esther antes que me lo contara y cuando se dio cuenta sabiéndolo, había seguido tirándome a su gemela, se indignó y trató de zafarse de mi ataque. No se lo permití sino que seguí machacando su sexo, obviando sus quejas e insultos. Al explotar en su interior y derramar mi simiente en su vagina, me exigió que dejara a su hermana.
-¿Y eso por qué?- pregunté fingiendo demencia.
-¡Porque va a ser!- gritó hecha una fiera –porque eres mi marido y el padre de mis hijas-
-Disculpa, también voy a ser el padre de los niños que engendre Esther- contesté tranquilamente sin alzar mi voz- y fuiste tú quien me pidió que lo hiciera. ¡Ahora te aguantas!-
 Para no haceros larga la historia, todo esto ocurrió hace un año y aunque ese día, Elena me echó de casa, al cabo de dos semanas, recapacitó y habló con su hermana de lo sucedido. Ahora mismo, tengo dos casas, una que comparto con la que sigue siendo legalmente mi esposa y otra con la que vivo con Esther. Tengo dos pares de gemelos y viendo la fertilidad de mis dos mujeres: ¡Me he hecho la vasectomía!
Lo curioso es que una vez se han acostumbrado a la idea, se llevan mejor porque han comprendido que juntas pueden traerme más corto, no vaya a ser que busque incrementar mi harén. Lo cierto es que ni se me ocurriría pues mi situación actual es ideal, tengo unas mujeres que me quieren y unos hijos que adoro.

 

Eso sí no he permitido que Esther se depile ni que Elena se deje crecer el vello púbico. Son tan iguales que por la noche y con la luz apagada, solo sé con cual estoy durmiendo al bajar mi mano y comprobar si tiene pelo.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla” (POR GOLFO)

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Sin título1

La fantasía de todo hombre y de muchas mujeres, es tener a dos bellezas a su entera disposición. Si encima una de ellas es su prima y la otra, la clásica amiga buenorra todavía más. En este relato os cuento eso, como hice realidad mi sueño y como un accidente terrible, se convierte a la larga en lo mejor que me ocurrió en la vida.

Cómo llegamos a la isla.

 
Todo ocurrió durante unas vacaciones familiares en Indonesia. Mi tío Enrique es un capullo al que la suerte y el trabajo constante, le han hecho millonario y anualmente invita a mi familia y a otros amigos a acompañarle en un viaje a un lugar exótico. Para lo que no lo sepan, ese país consta de más de 17.000 islas de las cuales apenas unas quinientas están habitadas, el resto o bien nunca han tenido presencia humana o actualmente están desiertas. La historia que os voy a contar, trata sobre una de ellas, Woholu un islote de cinco kilómetros cuadrados que estuvo habitado pero que desde hace más de cincuenta años solo viven en ella, monos, cerdos y pájaros.
Ese verano, el caprichoso de mi pariente decidió que fuéramos a Bali y no solo se llevó a mis viejos y a mí sino que invitó a Rocío, la mejor amiga de mi prima  María. El plan era cojonudo, nos pasaríamos un mes navegando entre las islas teniendo como base un hotel alucinante en la capital, Denpasar. El “Four Season” donde nos alojábamos era enorme, además de seis piscinas, no sé cuántos restaurantes y discotecas, tenía embarcadero propio. De allí salían los yates de pesca que los huéspedes alquilaban por horas.   Como el tío quería dejar claro que él era un personaje importante, alquiló, durante todo el mes, ¡Dos!. Uno enorme en el que salían los mayores y uno de ocho metros para los jóvenes.
Como podréis comprender, no puse reparo alguno a esa clara marginación porque tanto mi prima como su amiga estaban buenísimas. Reconozco que eran unas pijas insoportables, que se lo tenían creído pero verlas en bikini hacía que se me olvidaran todos los feos que ese par acostumbraban a hacerme. Para ellas, yo era el primo pobre, el mendigo que recogía las migas que caían de la mesa, pero me daba igual.  María, por ejemplo, era una diosa de veintidós años, rubia teñida y un cuerpo de los que hacen voltear a cualquiera al pasar a tu lado. Daba igual que tuviera poco pecho, su trasero te hacía obviar la falta de glándulas mamarias porque era todo vicio. Al mirarlo, os juro que hacía que me sintiera en el paraíso vikingo, deseando que ella fuera mi valkiria particular. Rocío, su amiga, no se quedaba atrás. Castaña de pelo y con la piel morena, tenía una cara de morbo que me hacía suspirar cada vez que me pedía que le trajera aunque fuera un puto refresco. Dotaba por la naturaleza con más pecho, su breve cintura maximizaba no solo este sino el magnífico culo que movía sin parar. En suma, yo, con mis veinte años recién cumplidos, me creía dueño de un harén aunque realmente mi función fuera la de bufón. Sabía que el hermano de mi padre me invitaba para así no tenerse que ocupar de su hija.
-¡Ocúpate de qué se lo pase bien!- me soltó mi tío hace dos veranos y a partir de ahí siempre había sido ese mi cometido.

 

Daba igual el capricho que se le ocurriera a mi adorada prima, ahí estaba yo para pedirle una copa, echarle crema o incluso conseguirle el teléfono de algún macizo con el que quisiera ligar. Era su sirviente veinticuatro horas al día, siete días a la semana pero no me quejaba porque también tenía sus recompensas. Por ejemplo, en Suecia durante un crucero la había visto desnuda por un segundo o en Australia le tuve que quitar de un pecho un alacrán y donde  me permití el lujo de que  mis manos se recrearan en sus tetas buscando otro que pudiera haberse quedado en ellas.

María sabía que me gustaba y por eso no perdía  ocasión de excitarme. Continuamente se mostraba casi desnuda con el afán de turbar a su primo “pequeño” y por eso, no sé la cantidad de pajas que me había hecho en su honor. Si intentaba cualquier acercamiento, esa zorra se reía de mí e incluso me chantajeaba con decírselo a sus padres.
Todo eso cambió un feliz y desgraciado día en que los viejos quisieron ir a visitar unos templos, mi prima se negó a ir diciendo que prefería hacer submarinismo a una zona de la que le habían hablado. Lógicamente, su esclavo tuvo que acompañarlas y por eso, estaba yo en el yate cuando en mitad de la travesía, el capitán, un balinés entrado en años le informó que teníamos que volver porque se anticipaba tormenta. No os podeos imaginar el berrinche de niña malcriada que se cogió cuando el profesional le explicó que era peligroso. Enfurruñada y con el apoyo de su amiga hicieron de todo para ralentizar nuestra huida, de modo que cuando al final partimos de vuelta hacía puerto era demasiado tarde.
Supe que estábamos en problemas cuando vi la cara de terror de Wong. Luchando contra olas de seis metros y un viento huracanado, el marino intentó evitar el tifón pero no pudo, por lo que en un momento dado, decidió que nuestra única esperanza era embarrancar contra la primera isla que nos encontráramos. En un inglés penoso, el indonesio nos pidió que nos pusiéramos los salvavidas e histérico, explicó cuáles eran sus intenciones. María y Rocío fueron tan bobas que no se creyeron el peligro hasta pocos segundos antes que chocáramos contra el arrecife. Entonces y solo entonces se pusieron a gritar muertas de miedo. El choque fue tan brutal que nuestro barco se partió en dos. Yo, por mi parte, me vi lanzado por la borda y durante un instante, creí que moría al no poder respirar. Afortunadamente, conseguí salir a flote y nadar hacia los restos del yate.
Me encontré a mi prima con una brecha en la cabeza y a su amiga desmayada. Aterrorizado, conseguí agarrarme a un trozo de quilla que flotaba cerca, lo que me permitió recoger a mis acompañantes pero cuando intenté ayudar al capitán, lo hallé muerto con un golpe que se le había llevado media cabeza. No comprendo todavía como conseguí llevar a mi prima y a su amiga hasta la orilla. La tempestad era tal que nadamos a ciegas y cuando ya creía que no íbamos a sobrevivir, apareció de la nada la playa. Haciendo un último esfuerzo, toqué la arena y caí agotado sobre ella.
Desconozco cuanto tiempo, me quedé tumbado mientras me recuperaba. Solo sé que mientras trataba de tomar aire, ese par no hacía otra cosa que llorar. Cabreado, me levanté y sin mirar atrás busqué un cobijo donde guarecernos. Cosa que fue fácil porque a pocos metros de la playa se alzaba una iglesia y los restos de un antiguo poblado. Creyendo que estábamos a salvo, llamé a las dos muchachas mientras entraba en el lugar.

Reconozco que se me cayó el alma al suelo al comprobar que estaba en ruinas pero asumiendo que cuando amainase el temporal encontraríamos ayuda, busqué en la sacristía un sitio donde evitar el seguirnos mojando. Aunque no sea lógico, no llevábamos más de cinco minutos a resguardo cuando la arpía de mi prima me ordenó que saliera en busca de auxilio.  Como comprenderéis me la quedé mirando como si estuviese ida y me negué. María, furiosa al comprobar que no le obedecía, me juro que me arrepentiría de ello. Sus reproches en ese momento me entraron por un oído y me salieron por el otro, pero lo que realmente me sacó de quicio fue cuando me exigió de malos modos que hiciera una hoguera porque tenía frio.

-A ver cariño. ¿Cómo cojones quieres que haga fuego?- repelé con muy mala leche.
Por su cara, comprendió lo inútil de su exigencia y hundiéndose en la desesperación, se echó a llorar. Por suerte, en ese momento, Rocío se buscó en el short que llevaba y con una expresión de alegría en su cara, se sacó el encendedor del bolsillo con el que le había visto encenderse un par de porros.
-¿Esto servirá?- dijo con tono tímido.
-Por supuesto- contesté y mirando a mi alrededor, caí en que los asientos de la iglesia, nos podía servir de leña.
Poniéndome de pie, rompí un par de ellos y recogiendo las astillas y unos periódicos, al cabo de un rato, los tres disfrutamos del reconfortante calor de una fogata. Ni siquiera entonces mi primita me dejó en paz porque viendo que había reducido su intensidad la tormenta, quiso que me adentrara en la oscuridad y buscara ayuda.
-¡Tú estás loca!- contesté muy cabreado- si te fijas no hay una jodida luz que confirme que alguien vive por los alrededores. ¡Mañana! buscaré una carretera o una casa pero ahora, me niego-
-Eres un maldito cobarde-  respondió –No sé cómo mi padre confió, en un niño, nuestro cuidado-
-Perdona, bonita. Primero no soy un niño y segundo, lo único que me ordenó mi tío fue que os cumpliera todos vuestros caprichos, nunca se imaginó que la idiota de su hija fuera tan irresponsable de hacernos naufragar-
Mi respuesta la indignó y dándose la vuelta, buscó acomodo entre los brazos de su amiga. Rocío, comprendió que estaba entre dos frentes y decidió no optar por ninguno de los bandos. Mientras acogía a su amiga, me lanzó una mirada comprensiva cómo pidiéndome tiempo para que recapacitara. Todavía no lo sabía pero tiempo era lo único que podríamos obtener de esa jodida isla. Esa noche dormí fatal, porque además de dormir en el suelo cada vez que lo conseguía, me venía a la mente la inútil muerte del capitán.
 
Descubrimos que estamos solos.
 
A la mañana siguiente con el albor del día, me desperté. Ya no llovía y tras recargar la hoguera, decidí ir a dar una vuelta por los alrededores. Os tengo que reconocer que fui un idiota porque en vez de recoger de la playa los restos del naufragio, busqué un lugar alto desde donde buscar ayuda. Al ser una isla de coral, no había una maldita montaña desde donde otear el horizonte por lo que  decidí continuar por la playa, no fuera a perderme. Al cabo de dos horas, me quedé petrificado porque sin darme cuenta había dado la vuelta al islote sin encontrar más que cocoteros y un pequeño arroyo.

“Estamos jodidos” pensé al ver la torre de la iglesia porque o mucho me equivocaba o en todo ese maldito lugar no había más almas que las tres que ya conocía.

Al entrar en el edificio, me las encontré hablando tranquilamente. Mirándolas no solo me di cuenta que no estaban asustadas como yo, sino que sus ropas, es decir sus bikinis estaban desgarrados y por eso, lo único que les preocupó al verme fue taparse sus vergüenzas. Haciendo caso omiso al espectáculo que me ofrecían, les expliqué a las dos lo ocurrido. Mientras Rocío comprendió al instante pero  la idiota de María dijo sin ser consciente de nuestras dificultades que no había que preocuparse porque su padre la encontraría.
-Eso espero, pero lo dudo. No tuvimos tiempo de dar la alarma y para colmo estoy seguro que aunque supieran cual era nuestro destino, nadie sabe dónde estamos o si hemos sobrevivido-
-No entiendo- replicó todavía muy segura de sí misma.
-María, ¿Tienes idea de cuantas islas hay en este archipiélago?. Primero buscarán el barco y luego al cabo de los días, empezarán por las grandes y habitadas. ¡Hazte a la idea! ¡Si queremos sobrevivir, tenemos que hacerlo solos!-
A la princesa se le cayó hechos pedazos el castillo que su mente había construido para evitar enfrentarse con su realidad y llegando a mi lado, me lanzó un tortazo mientras me decía:
-¡Mentiroso! Nos has mentido para asustarnos-
-Si eso crees, haz lo que yo. Coge la playa y da la vuelta a la isla. Yo te espero aquí, tratando de recuperar algo que nos sirva del barco-
María sin dar su brazo a torcer, cogió a su amiga y enfiló hacía la playa. Por la actitud de Rocío, comprendí que me creía pero no queriendo contrariarla, decidió acompañarla. Las tres horas que tardaron en regresar, las usé para salvar todo lo que pudiera del naufragio. Afortunadamente, conseguí sacar de los restos, aparejos de pesca, cañas, cuatro mantas e incluso dos ollas con las que el marino pensaba prepararnos la cena. También encontré un par de cuchillos pero aunque lo intenté nada del yate nos servía para comunicarnos con el exterior. Al acabar de rescatar todo lo útil que encontré, recargué la fogata y cogiendo las ollas me dirigí hacía el arroyo que había visto esa mañana.
Una vez nuevo en la iglesia, calenté el agua que había traído y sacando las cañas, me puse a pescar. Estaba tranquilamente sentado en la playa esperando que algún pez picara cuando las vi venir en dirección contraria a su marcha. Venían con los ojos rojos, síntoma que habían llorado y por eso las dejé descansar antes de decirles:

-Como habéis comprobado, no he mentido. Estamos en una maldita isla desierta. Si queremos sobrevivir hay varias cosas que tenemos por narices que hacer. Primero, la fogata siempre tiene que estar encendida. No sabemos el tiempo que pasará hasta que nos encuentren y no podemos malgastar el gas del mechero. Segundo, hay que beber agua hervida por lo que todos los días una de vosotras tendrá que ir a por agua. Tercero, mientras yo pesco, la otra debe de buscar cocos o cualquier vegetal consumible ya que no podemos depender de la pesca únicamente. Quinto….-

 


-¡Pero tú quien te crees para mandarnos!- respondió hecha una energúmena mi prima –Hay que ahorrar fuerzas y me niego a cumplir tus ordenes-
Como me esperaba esa reacción, la dejé terminar de explayarse y solo cuando ya había acabado, le respondí:
-Tu misma. Hay dos cañas, dos cuchillos, cuatro mantas y un mechero. Yo pienso que es mejor que lo hagamos en común pero si queréis nos dividimos lo poco que tenemos. Yo quiero una caña, un cuchillo y una manta, lo demás quedároslo vosotras pero desde ahora te digo que no pienso trabajar para vosotras sin que me prestéis ayuda-.
Y cogiendo la parte que me correspondía busqué una choza donde guarecerme mientras Rocía se debatía entre que bando elegir. Viendo que se quedaba con mi prima, apilé un montón de leña y cogiendo un rescoldo de la de ellas, encendí mi propia hoguera.  Tras lo cual, agarré mi caña y me puse a pescar. Afortunadamente, se me dio bien y a la hora de comer ya tenía doss jureles en mi poder. Os reconozco que disfruté al ver sus caras hambrientas mientras yo me daba un banquetazo bien regado del agua de un coco que había conseguido partir. Sé que fui un poco cabrón pero me deleité haciendo ruido al comer, diciendo lo buenos que estaban mientras a cincuenta metros ellas seguían discutiendo sobre como lanzar la caña. Al terminar, esperé que se enfriaran los pescados y ya helados, se los llevé para que comieran. Era una labor de zapa y si las cosas venían mal dadas iba a necesitarlas sanas.
María ni siquiera me miró cuando le acerqué la comida pero su amiga me lo agradeció con un beso en la mejilla mientras dejaba que su pecho se pegara al mío en agradecimiento. Al percatarme que lo había hecho a propósito, ni corto no perezoso, acaricié uno de sus pezones, diciendo:
-Rocío, si quieres dormir calentito esta noche, ya sabes dónde me encuentro-
Tras lo cual, me fui a dar una vuelta por los alrededores mientras ellas dos se enfrascaban en una agría discusión. Mi prima le echaba en cara el haberse dejado magrear por mí mientras la otra le recriminaba nuestra delicada situación. Sonreí al escucharlas e internándome en el bosque, busqué algo de comer. Tal y como había previsto, aunque la isla estuviera deshabitada, sus antiguos habitantes debían de haber plantado árboles frutales por lo que a la media hora, volví a mi choza con una cantidad ingente de mangos e incluso una penca de plátanos. Pero lo mejor no fue lo que recogí sino lo que vi en un claro: alertado por el ruido, descubrí una piara de cerdos salvajes que careciendo de enemigos naturales, se habían acercado a mí a curiosear. Si hubiese tenido el cuchillo, podía haber matado a un par de crías pero como me lo había dejado en el poblado, tuve  que conformarme con el mero descubrimiento
De vuelta a la hoguera, la recargué y sentándome en una sombra, me puse a comer fruta. Rocío no tardó en acercarse y pedirme que le compartiera parte de lo recolectado pero me negué a hacerlo hasta que en compensación me trajera un poco de leña. Ni siquiera protestó y al cabo de diez minutos volvió con lo que le había pedido. María viendo que estábamos comiendo, llegó a nuestro lado y pidió su parte, pero nuevamente me cerré en banda a no ser que trajera agua que calentar.  Tal y como había previsto, me mandó a la mierda y dejándonos solos, siguió intentando pescar.

 

-¿Crees que no rescatarán?- preguntó su amiga mientras daba buena cuenta de uno de los mangos.

-Sin duda- contesté – el problema es cuando. Tenemos que mantenernos vivos mientras tanto y la idiota de mi prima no quiere comprenderlo-
-Dale tiempo, ¡Se tiene que dar cuenta que te necesitamos!- murmuró en mi oído mientras se pegaba en plan meloso –Yo confío en ti-
Aunque sabía que esa zorrita se acercaba a  mí por conveniencia, me dejé querer y abrazándola, le planté un beso en la boca.  Me respondió con pasión y por eso mientras nuestras lenguas jugaban, mis manos recorrieron su cuerpo palpando y disfrutando de cada centímetro de su piel. Descubrí que María nos miraba alucinada cuando mi boca ya había hecho presa en uno de los pezones de su amiga. Con los gemidos de la morena como música ambiente, me puse a lamer y a morder esas dos maravillas mientras mi prima se hacía la digna pero seguía observando.  Ni siquiera hice intento alguno de ocultarnos, a la vista, bajé la parte inferior del bikini de Rocío dejándole claro que a partir de ese instante ella era mía. Al hacerlo me encontré con el sexo que llevaba días soñando y metiendo mi lengua entre sus pliegues, me puse a mordisquear su clítoris mientras ella no paraba de aullar complacida por la mamada que le estaba obsequiando.
No sé si fue la propia desesperación que sentía la muchacha por nuestra desgracia, pero la verdad es que llevaba menos de un minuto enfrascado entre sus piernas cuando escuché los primeros síntomas de su orgasmo. Incrementando su deseo con pequeñas incursiones de mis dedos en su vulva, la llevé hasta el borde del abismo en poco tiempo.
-¡Me corro!- gritó sin importarle que su amiga la escuchara.
Mi propia calentura me hizo salirme de su entrepierna y bajándome el traje de baño, saqué mi miembro de su encierro y colocando mi glande en su entrada, lo inserté de un solo golpe hasta el fondo de su vagina.
-¡Dios!- chilló de placer la otrora niña pija y meneando sus caderas en plan goloso, convirtió su sexo en una especie de batidora con la que vapuleó mi pene.
Con mayor intensidad, seguí machacando su cuerpo al notar su excitación. Cada vez que la empalaba de su garganta salía un berrido de hembra en celo y por eso uniendo una descarga de placer con la siguiente, Rocío se entregó por entero a mí. Todavía no había descargado mi simiente en su interior cuando poniéndose enfrente, María le reclamó que se estaba tirando a su primo.
Sin separarse de mí y con sus piernas forzando otra penetración, la morena le contestó:
-¿Lo querías para ti sola? ¡Pues te jodes!, me ha elegido a mí-
Mi pariente no se debía esperar semejante respuesta porque completamente indignada salió huyendo con el sonido de nuestra pasión rebotando en sus oídos. Absortos en una danza ancestral, seguimos disfrutando de nuestra unión hasta que me derramé en su interior dando gritos.  Acababa de sacarla y ni siquiera me había dado tiempo a descansar cuando poniendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me soltó:

-Espero que te acuerdes que yo fui la primera, no quiero que luego me dejes insatisfecha por follarte a esa tonta-

Ni se me había pasado por la cabeza, beneficiarme a mi prima porque siempre había sido un objeto de deseo fuera de mi alcance pero las palabras de su amiga, me hicieron plantearme que era posible y solo imaginármelo, levantó mi alicaído miembro. Ella se rio al advertir que estaba nuevamente dispuesto y mientras bajaba por mi pecho en dirección a mi entrepierna, exclamó:
-Creo que aunque haya poca comida, ¡No voy a echar de menos el exterior!.
Nuestra primera noche:
 
Aproveché el resto del día para restaurar como pude una cerca donde encerrar a los cerdos que había visto esa mañana.  Comportándose como una buena asistente, mi nueva amante colaboró sin protestar y lo más raro sin preguntar para que la necesitaba.  María debía de seguir enfadada porque no apareció hasta la hora de cenar. Cuando quiso acercarse a compartir nuestra comida, fue la propia Rocío la que se negó de plano y le exigió que al menos trajese más leña. Sin querer dar su brazo a torcer, la mandó a la mierda y volviendo a la iglesia, nos dejó en paz.
Reconozco que me dio pena y por eso al terminar, me acerqué con un racimo de plátanos y se los di sin exigirle contrapartida alguna. Mi prima me miró con angustia pero su orgullo le impidió darme las gracias. No me importó, quedaba bien poco para que claudicara y corriera a nuestro lado, implorando ayuda. El resto de la fruta la coloqué dentro de la cerca pero antes instalé una trampa para que si algún animal entraba, se cerrara.
Al llegar a mi choza, acababa de empezar a llover y previendo que la noche iba a ser muy larga, me dispuse a recargar la hoguera cuando observé con satisfacción que Rocío lo había hecho en mi ausencia.  Al mirarla, me quedé extasiado al comprobar que me esperaba desnuda y que con gestos me pedía que la estrechara entre mis brazos. No me lo tuvo que repetir, cogiendo su barbilla le di un beso mientras mis dedos recorrían esos preciosos pechos que no me cansaría jamás de disfrutar. La morena ni siquiera me dejó tumbarme, cogiendo mi pene entre sus manos, me empezó a besar mi extensión sin dejar de masajear mis huevos.
-¿No has cenado bien?- pregunté con recochineo al ver que abriendo su boca, se lo metía sin hablar.
Como respuesta, lentamente se fue introduciendo mi falo mientras su lengua jugueteaba con mi extensión. Dotando a sus maniobras de una sensualidad brutal, no cejó hasta que con el enterrado en su garganta, besó la base de mi miembro con sus labios. Sorprendido por la facilidad que lo hubiera conseguido sin sufrir arcadas, me quedé quieto mientras ella daba un ritmo lento a su mamada. Poco a poco, fue acelerando el compás con el que se metía y sacaba el pene hasta que ya parecía que en vez de una boca era un sexo el que lo hacía. Sabiendo que estaba al mando y que esa cría seguiría estando al día siguiente, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Rocío disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen.

 

Mientras ella, sin dejarme descansar,  intentaba reanimar mi sexo, le pregunté por su urgencia.  Al oírme soltó una carcajada diciéndome:

-No quiero que esa puta disfruté de ti sin habérselo trabajado-
Sin entender a qué se refería, no me importó que se empalara con mi miembro pero al verla saltando sobre mí, no pude dejar de preguntar porque lo decía:
-Esta noche, ¡Tu prima vendrá a por auxilio!. No ves que la muy  idiota no ha echado leña a su fogata. Cuando lo intente, no encontrara nada seco y por eso empapada pedirá nuestro calor-
Muerto de risa, comprendí que tenía toda la razón pero advirtiendo que había usado nuestro en vez de tu calor, le pregunté directamente a que se refería. Mientras se pellizcaba un pezón, me respondió:
-Yo he trabajado y no esperarás que le deje entrar en nuestra manta: ¡Sin pedirle una compensación!-
El sonido de la lluvia ocultó el sonido de mi risa al asimilar que esa muchacha era bisexual y que compartiría gozosa conmigo el cuerpo de su amiga. Después de hacer el amor, la aguardamos desnudos. Nuestra espera se alargó hasta cerca de las dos de la mañana y por eso cuando María hizo su aparición en la choza, Rocío estaba dormida. Completamente empapada y con los labios amoratados por el frio, me pidió permiso para entrar. Sin hacer ruido se acercó a la hoguera y temblando alargó sus manos al reconfortante calor del fuego.
-Ven, metete entre nosotros para calentarte- dije sin especificar lo que le teníamos preparado.
Totalmente colorada, se percató de nuestra desnudez aun antes de sentir nuestra piel contra su piel. Intentando no forzarla en demasía, la abracé dándole ese calor que tanto necesitaba. Tímidamente apoyó su cabeza en mi pecho y dejó que mi mano se aposentara en su culo sin quejarse. La morena que se había despertado también la abrazó, diciendo:
-Pobrecita, ¡Estas helada!-
Tras lo cual, sin pedirle permiso empezó a acariciar su cuerpo, dando a sus caricias un sentido más alla del mero auxilio. Me di cuenta que mi prima estaba escandalizada por esos mimos no pedidos al mirarme con los ojos abiertos. No dejé que protestara porque cerrando su boca con mis labios la besé mientras mis propias manos empezaban a  sobrepasarse con ella. Pálida tuvo que soportar que mis besos fueran bajando por su cuello al estar más preocupada porque las manos de su amiga habían separado sus rodillas y esta se dedicaba a lo mismo que yo pero en sus muslos.
-Por favor- rogó muerta de miedo cuando sintió que me apoderaba de sus pezones.
Obviando sus protestas, seguí mamando de esos pechos de ensueño mientras de sus ojos brotaban unas lágrimas de vergüenza. Rocío hizo lo propio, recreándose en el cuerpo que la casualidad le había puesto a su disposición, se dedicó a dar pequeños mordiscos en el camino hacia su meta.
-No soy lesbiana- protestó sin éxito al sentir el aliento de su amiga acercándose a su sexo.
Completamente excitado, seguí bebiendo de esos pechos que me encantaban desde niño y que nunca soñé en poseer, mientras la morena separaba los pliegues de nuestra víctima.   Entonces, mi prima hizo el último intento de zafarse de nuestras caricias pero se quedó quieta cuando reteniéndola entre mis brazos, le expliqué con voz suave:
-Somos tres en una isla desierta, si quieres que te cuidemos y te demos de comer, debes compartir con nosotros todo-

 

Vencida y humillada, esperó tensa y asqueada que la lengua de su amiga llegara hasta su clítoris. Al hacerlo no solo se limitó a lamer ese botón de placer sino que incrementando su angustia, le metió dos dedos en el interior.

-¡Qué rico lo tienes!- sonriendo le soltó – Llevo años deseando comerme tu coño-
La escena de por si cachonda subió enteros al ver que la morena se empezaba a masturbar mientras daba rienda suelta a deseos de antaño. Por mucho que mi prima intentó mantenerse al margen, nuestros mimos fueron derribando una a una las murallas que se había auto impuesto e inconscientemente, empezó a reaccionar moviendo sus caderas. Rocío al comprobar que ese sexo se empezaba a llenar de flujo, incrementó la acción de su lengua y usándola como si fuera un pene, traspasó con ella esa entrada. Su primer gemido también venció mis reparos y llevando su mano a mi entrepierna, le exigí que me hiciera una paja. Lentamente como cogiendo confianza, mi prima me empezó a masturbar  con los ojos cerrados. Sus dedos se habían cerrado sobre mi extensión mientras su dueña se debatía entre la moralidad de lo que estábamos haciendo y las sensaciones que estaba sintiendo.
Comprendí que la pasión iba ganando cuando acelerando su muñeca me pidió que la besara.  Sé que estuvo mal y que fui un egoísta con mi primer amante pero absorbido por la lujuria, separé a Roció y obligando a mi prima a subirse a horcajadas sobre mí, le exigí que se empalara. Me encantó ver la indecisión en su cara antes de alzarse y cogiendo mi pene, empezárselo a meter. Solo el saber que por mucho que viviera esa imagen iba a quedar en mi retina, hacía que ese naufragio hubiese valido la pena. No sé si fue que en secreto, me deseaba o que su excitación era fruto de esa cuasi violación, lo cierto es que nada más sentir mi pene abriéndose camino en su vagina, mi prima empezó a aullar como loca y a retorcer su cuerpo sobre el mío.
-¡Ves que no era tan difícil!- exclamó su amiga, dándole un beso en los morros.
Esta vez María no le hizo ascos a su boca y devolviendo pasión con más pasión, gritó pidiendo nuestras caricias. La morena no solo respondió mamando de sus pechos sino que al hacerlo puso su coño en mis labios. Comprendí que era lo que quería y separando los pliegues de su sexo, cogí entre mis dientes su clítoris.  Rocío al experimentar el suave mordisco, rogó que continuara torturando su botón. No solo le hice caso y con mis dientes apreté fuertemente sino que usando mis dedos empecé a acariciar el oscuro objeto de deseo que se escondía entre sus dos nalgas. El orgasmo de mi prima coincidió en el tiempo con la incursión de mis falanges en su ojete y mientras se dedicaba en cuerpo y alma a las tetas de la rubia, gritó de placer.
-¡Me enloquece que me den por detrás!- espetó descompuesta sin dejar de mover su culo.
No sé si fueron sus palabras o la sobreexcitación que absorbía a María lo que provocó que esta, uniera un clímax con el siguiente sin dar tregua. Con la cara empapada de los flujos de Rocío y mi pene siendo maltratado por una prima convertida en loba en celo, os tengo que reconocer que me corrí tan brutalmente que dudé que me quedaran fuerzas para el resto de la noche.
Desgraciadamente no tuve oportunidad de comprobarlo, porque en el preciso instante que Rocío y María intentaban recuperar la vitalidad de mi miembro, escuchamos un alboroto en el exterior. Los bufidos y los gruñidos solo podían provenir de una piara que hubiese caído en la trampa, por lo que me levanté de un salto y en pelotas, corrí a asegurar la puerta de la cerca con una cuerda. Al volver empapado, las vi sonriendo desde dentro y nada más acercarme, Rocío me agradeció la captura diciendo:
-No te basta con dos cerdas, ¡Que has tenido que capturar otras!-
Me solté a reír y cogiendo entre mis brazos a mi par de guarras de dos patas, las llevé hasta la manta.
 
El segundo día.
 

Me desperté al alba con una a cada lado. Os juro que si no llega a ser porque tenía que comprobar cuantos cerdos habían caído en la trampa y asegurarme de que estaban bien encerrados, me hubiese quedado con ellas. Sin hacer ruido, me levanté y salí a ver los bichos. Os podréis imaginar la alegría que sentí al ver que eran una cochina con sus cinco lechones, los cautivos.

“Tenemos carne para más de un mes” me dije sin caer en la dificultad de conservarla en un ambiente tan húmedo y caluroso.
Después de revisar la cerca,  volví a la choza de un humor inmejorable o eso creía porque nada más entrar, me encontré que mis dos mujercitas se habían despertado y que en ese momento Rocío estaba comiéndose el coño de mi prima. Descojonado por lo rápido que María se había habituado a que su amiga fuera también su amante y aunque me apetecía unirme a esas dos, decidí que era más importante el ponernos en actividad.
-¡Cacho zorras! ¡Levantaos que tenemos cosas que hacer!-
No hice caso ni a sus protestas ni a sus peticiones de que me tumbara con ellas. Enojadas porque les había cortado el placer que buscaban, me obedecieron a regañadientes. Rápidamente, dividí los deberes y mientras María se debía ocupar de ir a por agua, recoger leña y de mantener la hoguera, Rocío y yo debíamos ir a por más fruta tanto para nosotros como para nuestros invitados de cuatro patas. Esta vez no hubo una sola queja y poniéndonos manos a la obras, salí con la amiga de mi prima rumbo a la plantación abandonada. Sin obviar lo delicado de nuestra situación, tengo que confesar que mi estancia en esa isla iba mejor de lo que había supuesto en un principio. Con carne, pescado y fruta a raudales, teníamos asegurado lo básico. El único problema real era saber si algún día nos rescatarían por lo que debíamos actuar como si eso no fuera a suceder.
-¿En qué piensas?- preguntó la morena al ver que estaba pensativo.
Cómo de nada servía ocultarle que quizás nos pasáramos mucho tiempo en ese lugar, le expliqué que quería acondicionar la choza y construir una cama donde dormir, lejos de la humedad, de los insectos e incluso de alguna serpiente que decidiera hacernos una visita.
-Por eso no te preocupes, de algo ha tenido que servir mis diez años como Boy Scout. No creo que tener problemas en levantar un sitio decente donde dormir-
-¿Dormir?- señalé muerto de risa al comprender que esa cría acababa de resolver uno de nuestro grandes problemas.
-Y follar- respondió encantada – No creas que me conformo con lo de ayer. Pienso explotarte a base de bien-
Anticipando su promesa, se pegó a mí y antes de que pudiera reaccionar ya me estaba besando. Su comportamiento pasado y como se restregaba contra mi sexo, me convenció de que me hallaba frente a una verdadera ninfómana. Sin importarle que estuviéramos en plena selva, me tumbó en el suelo y casi sin ningún prolegómeno, se empaló con mi pene mientras pedía que la tomara en plan salvaje. Su calentura era tal que ya tenía encharcado el coño antes siquiera de coger mi extensión entre sus manos y por eso, mi glande entró en su interior con una facilidad pasmosa.
-¡Estás cachonda!- le recriminé de guasa al advertirlo.
Rocío, dotando a su voz de una lujuria inaudita, respondió:
-Sí y ¡La culpa es tuya!.  Me cortaste cruelmente cuando estaba comiéndome el chochito de María y desde entonces, ando verraca-

 

Tras lo cual y con una urgencia total, comenzó a saltar sobre mi sexo mientras se pellizcaba los pezones.  La velocidad  excesiva que imprimió a su cuerpo me obligó a sujetarla, poniendo mis manos en su culo, para evitar que me hiciera daño. La morena al sentir mis garras en sus nalgas, lejos de ralentizar su cabalgar, lo aceleró. Cabreado por su brutalidad, le di un azote mientras le pedía calma. Lo súbito de mi caricia, le hizo parar.
-Sigue pero tranquila- reclamé mientras le lanzaba otro viaje a su trasero.
 Aunque sea difícil de creer, en ese momento, un torrente cálido brotó de su sexo empapando mis piernas por completo. Fue entonces cuando comprendí que le excitaba la rudeza y dándole otra nalgada, le pregunté:
-¡Te gusta!, ¿Verdad, putita?-
-¡Sí!- gimió descompuesta.

Su afirmación confirmó lo evidente y por eso, a base de palmadas en su trasero, fui marcando el ritmo mientras ella no paraba de aullar de placer ante cada caricia. El morbo de la situación pero sobretodo el oír como se corría una y otra vez, me obligó a acelerar sus incursiones de modo que en poco tiempo, Rocío se empalaba aun más rápido que antes. Con sus pechos rebotando arriba y abajo siguiendo el compás de sus caderas, esa zorra buscó mi placer mientras gritaba a los cuatro vientos lo mucho que estaba disfrutando.

Mi excitación, su entrega y ese elevado ritmo hicieron que en pocos minutos estuviera a punto de explotar. Al notar que mi orgasmo era inminente, agarré sus nalgas con fuerza. Roció chilló como posesa al sentir mi glande presionando la pared de su vagina y cayendo sobre mi cuerpo, se corrió sonoramente mientras mi pene expulsaba mi placer a base de blancos proyectiles de semen.
-¡Dios!- aulló forzando la penetración.
Completamente exhausta, disfrutó de las ultimas sacudidas de mi miembro, tras lo cual, se desplomó sobre mi pecho. Una vez había saciado mi calentura, la eché a un lado y me incorporé.
-Tenemos cosas que hacer- le dije mientras la levantaba del suelo.
Rocío, con una sonrisa en los labios, me miró satisfecha y saltando de alegría se adelantó. Al ver que se tocaba las nalgas coloradas por los azotes, me reí diciendo:
– Si te duele, espera. Esta noche pienso obligarte a cumplir tu promesa-
-¿Qué promesa te hice?- preguntó.
-¡Qué tu culo sería mío!- respondí.
Si pensaba que eso la sorprendería, me equivoqué, porque retrocediendo sobre sus pasos, se apoyó en un árbol mientras me decía:
-¡No tienes que esperar! Mi culo es tuyo-
Solté una carcajada al observar la cara de putón verbenero que puso mientras con sus manos se separaba sus cachetes y sin negar que me apeteciera poseer ese rosado esfínter, decidí no hacerlo en ese momento porque nos habíamos comprometido con María en recoger la fruta.
-Vamos, guapa. ¡Tenemos cosa que hacer!-
Hizo un breve intento de amotinarse pero al ver que me alejaba, corrió tras de mí como si nada hubiese pasado. Ya en la plantación, nos pusimos a recolectar dos bolsones, de forma que tras una hora de trabajo, decidimos que era suficiente por ese día. Estábamos cerca del poblado cuando de improviso, escuchamos un alarido. Comprendiendo que la única persona que podía haber emitido semejante grito era mi prima, salimos corriendo hacia ella. Esos quinientos metros en plena carrera se me hicieron eternos al pensar que María debía estar en peligro y por eso cuando vi lo que ocurría me eché a reír histéricamente.
-¡Imbécil!- me gritó al ver que me descojonaba de ella- ¡Quítamelo!-
Reconozco que no pude, tronchado de risa, observé que un macaco se le había subido a los hombros y tal como hacen con otros miembros de su especie, la estaba espulgando el pelo. Rocío en cambio fue mucho más práctica, pues al llegar y ver el “gran problema”, con una sonrisa en su cara, sacó un plátano y llamando al mono se lo dio.
Como si fuera amaestrado, el jodido primate se bajó de mi prima y cogiendo la fruta se la puso a comer mientras su “victima” nos echaba en cara nuestro cachondeo:
-¡Me podía haber mordido!- reclamó furiosa.
El problema fue que cuanto más repelaba y más indignada se mostraba, nuestro jolgorio se incrementaba:
-¡Es un animal salvaje!- gritó ya hecha una energúmena.
En ese momento, el bicho pareció darse por aludido y acercándose a mi prima, se agarró a su pierna y comenzó a frotarse contra ella como si se estuviera apareando.
-¡Y en celo!- recalqué.
Lo grotesco de la escena y nuestras continuas risas, terminaron de contagiar a María que cogiendo otro plátano, se lo lanzó lejos para que la dejara en paz. Ya más tranquila, peló otro y haciendo como si en vez de una fruta fuera un pene, lo empezó a lamer mientras me decía:
-¿A ti, primito? ¿No te pongo bruto?-

No hizo falta más para que mi polla saliera de su letargo y cogiéndola entre mis brazos, la besé mientras le decía que era una puta. Mi insulto no solo no la calmo sino azuzó su lujuria y bajando por mi pecho, me empezó a dar pequeños mordiscos. Sus actos que en otro momento me hubiesen parecido imposibles, me recordaron mi papel en esa isla.

“Tenía que complacer a las dos mujeres por igual”

Habiendo retozado esa mañana con Rocío, me pareció lógico hacerlo con mi prima y por eso, la apoyé contra la pared de la choza y separando sus nalgas, me puse a lamer el precioso coño de mi pariente. La postura me permitió también comprobar que su entrada trasera era virgen y tal descubrimiento me determinó a que dejara de serlo. Alternando las lamidas entre sus dos agujeros, fui elevando la temperatura de la cría.

Ya inmersa en el placer, no se quejó cuando introduje mi lengua en su ojete sino que pegando un gemido, me dio vía libre para continuar. Al mirar su reacción, me percaté que María tenía sus ojos fijos en algo que sucedía a mis espaldas. Girando la cabeza, comprobé que Rocío, su amiga y amante, se estaba masturbando viéndonos hacer. Decidido a desflorar esa maravilla, seguí follando su culo con mi lengua mientras mis dedos recogían entre ellos su clítoris.
Su orgasmo no tardó en llegar y recogiendo parte del flujo que salía de su sexo, embadurné dos dedos y con ellos empapados, me dediqué a relajar el culito que me iba a beneficiar. Mi prima, en cuanto sintió mis yemas en su interior, berreó pidiéndome que me la follara.
-Princesa, eso después. Ahora me apetece estrenar tu otro hoyo-
Increíblemente, no había caído en cuales eran mis intenciones hasta que se lo dije y muy nerviosa, me confesó que nunca había hecho el sexo anal.
-Esa enfermedad es fácil de curar- le espeté mientras cogía mi pene entre mis manos y lo acercaba a su trasero.
Temblando, esperó que mi glande forzara su esfínter. Sabiendo que le iba a doler decidí no prolongar su angustia y con un movimiento de caderas, penetré en su interior. El grito que pegó fue muestra del dolor que sintió pero no se apartó y por eso fui introduciendo lentamente toda mi extensión hasta que rellené por completo sus intestinos. Con lágrimas en los ojos soportó el sufrimiento y cuando esté llegó a hacerla temer que se iba desmayar, sintió que paulatinamente se hacía más soportable. Decidida a no dejarse vencer, empezó a moverse con mi pene dentro de su culo.  Rocío, que hasta entonces se había mantenido a la expectativa, se acercó y mientras le daba un beso, bajó la mano a la entrepierna de mi prima. Cogiendo entre sus dedos el botón de María lo empezó a acariciar sin dejar de consolarla al oído.
-¡Cómo duele!- murmuró convencida de que el suplicio debía de cesar en algún momento.
Su amiga forzando sus caricias, le dijo que se relajara. Al oírlas, con cuidado empecé a mover mis caderas, sacando y metiendo mi miembro. Los gemidos de dolor se incrementaron momentáneamente pero cuando llegado un momento que se creía morir, el dolor se fue transformando en placer sin darse cuenta.
-Cariño, ¡Déjate llevar!- insistió Rocío al ver que seguía tensa.
Reconozco que gracias a esa morena, mi prima consiguió relajarse, llegando incluso a ir marcando ella misma el ritmo. Sé que gran parte del mérito se debió a las caricias que su amiga estaba obsequiando a su amiga pero la realidad es que fui incrementando mi compás hasta que el lento trote de un inicio se convirtió en un galope desenfrenado.
-¡Me encanta!- gritó sorprendida de la manera que su cuerpo estaba gozando y ya dominada por la excitación, me rogó que continuara.
Sus palabras fueron el acicate que necesitaba para cogiéndola de los hombros, forzar aún más si cabe la profundidad de mis embistes. Con mi sexo trocado en una maza, seguí golpeando su espléndido culo  hasta que con su cuerpo convertido en una pira ardiente, mi prima logró llegar a un clímax desconocido para ella y pegando un aullido, se corrió ferozmente. Su flujo fue tal que parecía que se estaba meando. Su entrega elevó mi lujuria y uniéndome a ella, exploté en sus intestinos. María al advertir que mi esperma se adueñaba de su culo, chilló de placer y extenuada, se dejó caer sobre la arena.
Rocío haciendo un berrinche ficticio, se quejó de que hubiese estrenado el pandero de María antes que el suyo y mientras descansábamos nos amenazó diciendo:
-Esta noche, espero que los dos, ¡Os ocupéis de mí!-
-¿Y si no lo hacemos?- respondí muerto de risa.

 

-¡Llamaré al mono!-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!




 

Relato erótico: ” La Doctora Ortiz” (POR CARLOS LOPEZ)

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Hola a todos, continúo con las peripecias que tuve con María, la brillante psicóloga clínica que conocí en internet. María, la doctora Ortiz, tuvo que desplazarse a Madrid, mi ciudad, a dar una conferencia sobre la materia en la que ella era una personalidad notable. Yo aproveché la ocasión para pasar a la acción y llevar a la práctica algunos episodios sexuales con los que previamente habíamos fantaseado ella y yo por internet (ver relato anterior Mi Mejor Conferencia).
De las cosas que pasaron, algunas fueron por nuestra mente sucia, y otras por casualidad y, en concreto, una de las situaciones morbosas me dejó muy marcado hasta el punto que no podía quitármela de la cabeza. Sólo recordar que María, en el lujoso restaurante donde la llevé, se encontró por casualidad una elegante mujer a la que conocía de su ciudad, y lo que allí pasó, me ponía cardiaco. Me marcó tanto este suceso durante la cena en el restaurante que no podía quitarme de la cabeza la cara de la casada desconocida cuya ropa interior llevaba en mi bolsillo (ver relato anterior En el Restaurante). En las semanas siguientes al episodio, siempre volvía a mi mente, esa carita de mujer elegante, provocándome, y yo sin poder hacer nada al respecto.
Lo cierto es que la visita que había hecho María a Madrid había sido genial en todo su conjunto. Divertida en el plano personal. Brutal en el plano sexual y morbosa al máximo en el plano psicológico. Pero el episodio de la “casada desconocida” me tenía completamente captado. Pasé varias semanas excitándome sólo de pensar que ellas dos entraron al baño del restaurante y salieron sin sus braguitas que me dieron a mí. Ufffffffff. Le pedí mil veces que me contara lo que pasó allí, pero se siempre se negó. Jugaba conmigo. Por algo era una psicóloga brillante. Sabía que esa información me iba a tener siempre a sus pies… pidiéndosela. Pero yo también tenía mis recursos para la lucha psicológica.
Pero bueno, volvamos al siguiente episodio reseñable que me sucedió en mi relación con la doctora Ortiz. Y esta vez la situación la diseñé yo mismo. Le debía una a María y no se me ocurrió otra cosa que pedir una cita en su consulta (en su ciudad) para tratar mi obsesión acerca del episodio del restaurante. Por supuesto, tuve que pedir la cita con nombre simulado porque parte del plan era darle una sorpresa. Confieso que dinero que me costó la consulta con la Doctora Ortiz, María, fue el mejor empleado de mi vida.
Se trataba de un Centro Médico elegante y moderno, de esos que hay consultas de todo tipo. Llegué tranquilo, bien vestido pero informal. Sin corbata, pantalones marrones de marca, camisa a cuadros ligeramente abierta y americana de pana beige. Muy bien peinado y con el pelo levemente engominado me presenté ante la chica de recepción. Un chico bien en sus días libres pensó ella mientras me rellenaba la ficha por ser la primera vez que acudía a la consulta de la doctora. Por supuesto, todos mis datos eran falsos. Mientras estaba en la sala de espera, mi mente maquinaba lo que sucedería en el encuentro. Me provocaba tanto pensar en ella con una bata blanca con su nombre bordado, Doctora Ortiz, que no hice caso alguno a la recepcionista ni a las personas con las que compartía espera. Con todo, estaba tranquilo, repasando mentalmente mi plan. Todo iba a salir bien. Cuando dijeron mi nombre, me levanté sonriendo y esta vez sí me fijé en la recepcionista, era alta, morena, con el pelo largo, y contemplaba sus curvas según la seguía hacia la puerta de la consulta de la Doctora.
Llamó a la puerta, y me hizo pasar. Se puso en pié. No había bata blanca ni nombre bordado, pero aún así estaba preciosa. Llevaba unos leggins oscuros, unos zapatos de tacón discretos, una blusa holgada, azul con cuello de barco y una elegante gargantilla de perlas pequeñas a juego con los pendientes. Su pelo rubio recogido y poco maquillada. Ummmmmm. Durante unas décimas de segundo me miró sonriendo, pero en cuanto me reconoció le cambió el semblante y se apreció cierto nerviosismo en su voz cuando dijo a la recepcionista “Gracias Inma”, y ésta cerraba la puerta dejándonos solos y diciendo “en 45 minutos le aviso, Doctora”. La mesa era grande, de buena madera, larga y oscura, un poco clásica para el estilo de la clínica pero los elementos sobre la misma eran modernos. Las bandejas con dossieres, el vaso con bolígrafos, o el teclado y la pantalla de ordenador que quedaban en la esquina de la mesa más cercana a ella. Con decepción aprecié que no había diván. Coloqué mi americana sobre el perchero, y me senté en la silla de cuero frente a su mesa.
María comenzó hablando un poco tensa y educada, dijo que se alegraba mucho de verme, que me echaba de menos pero que allí, en la consulta “contaba con que mi comportamiento fuera correcto” y que, aunque se muera por tocarme “no podría permitirse un escándalo en la clínica” ya que ella se jugaba mucho allí”. Añadió que por la noche iríamos a tomar una copa y que allí “iba a compensarme”, esto lo decía un poco zalamera y provocadora, con una sonrisa pícara que le sentaba genial entre sus palabras serias. Yo, por mi parte, acepté sus argumentos pero comencé a desarrollar mi plan perverso. Como siempre, entre nosotros había una cierta competencia a ver quien se salía con la suya en el dominio de la situación. Dije “María, nunca he estado en un psicólogo, pero esta vez he venido para que me trates un pequeño trauma que no acabo de sacar de mi cabeza” movía mis manos pausadamente, tratando de aparentar sinceridad “de verdad, pensé que no habría nadie mejor que tú para ello, y por eso vine a la consulta”. Y continuaba con cierta inocencia “me apetece mucho verte, pero me preocupa lo que me pasa”.
A eso no se podía negar. En el fondo los psicólogos clínicos también tienen un juramento hipocrático y deben atender a la gente que lo necesita jajaja. Dijo “¿y bien? ¿Qué es lo que te pasa…?”. Estaba entrando en mi juego. Así que yo, con mi máxima seriedad, comencé a relatar mi “problema”. Conté cómo había asistido a la conferencia de una amiga especial. Conté como ella había decidido aceptar un juego morboso. Conté cómo hice que ella impartiese la conferencia sin las braguitas puestas bajo su falda. Conté cómo la cité en el aseo, lo excitada que estaba y, con detalle, describí cómo la hice llegar al orgasmo sólo con mi lengua, mientras ella estaba inclinada en el lavabo. Conté cómo quería continuar nuestro juego morboso en un restaurante…
Ella escuchaba, manejaba nerviosamente una pluma entre sus manos, sus mejillas se estaban poniendo coloradas. Sabía que se estaba excitando de recordar nuestros juegos sexuales. Había caído en mi trampa, pero aún me quedaba lo más difícil. Tenía que hacer que se entregase allí mismo, en su consulta, y el tiempo iba pasando.
Continué con mi relato pese a que ella lo conocía mejor que yo. Le conté cómo en el restaurante nos habíamos encontrado a una elegante mujer, conocida de ella, y que estaba acompañada de su marido y otra pareja. Cómo mi compañera (que era ella, María) se dejó tocar bajo el mantel pensando que no era observada, y que tuvo que ir al aseo. Cómo se levantó la elegante mujer y cómo salieron las dos al cabo de unos minutos. Cómo habíamos creado una excitación tal en la mujer casada, que sabía lo que estábamos haciendo, que había roto todas sus esquemas y convenciones, y … ufffffff no había podido mantener la compostura y había provocado entrar en nuestro juego yendo al aseo. Le dije que no sé lo que pasó en ese aseo de señoras, pero que fuese lo que fuese debió ser brutal y ambas, las dos chicas bien, salieron sin su ropa interior puesta y dispuestas a entregármela a mí.
Seguí con el juego de la consulta psicológica “Desde que eso ha pasado, me viene continuamente a la mente el episodio, y cada vez que eso ocurre me excito… Doctora, ¿qué puedo hacer?” y me levanté poniendo mis manos sobre la mesa, para que viera mi estado. Yo mismo me había excitado un montón y se notaba en mis pantalones. Pero ella, nerviosa, evitaba mirarme de frente y empleaba toda su tensión en el juego que hacía con su pluma en sus manos. Con un gesto rápido alargué mi mano y le arrebaté la pluma. Quería captar su atención directa, y eso fue lo que desencadenó todo. Lo logré.
María estaba ya muy inquieta, se levantó para pedirme casi en susurros “por favor, dame la pluma, anda, no hagas nada aquí…” mientras sus manos se movían nerviosas para intentar recuperarla. En un gesto rápido le cogí ambas muñecas con mis manos, sonriendo dije “tranquila, no haré nada si tú no quieres…”. A pesar de tener sus muñecas en mis manos, yo no actuaba violentamente, no era mi intención, pero sí la mantenía firmemente y nuestras caras estaban a pocos centímetros. Se notaba que ella estaba excitada, en una lucha interna por dejarse vencer por el deseo o mantener la compostura. Nuestros cuerpos se tocaban. No sé los segundos que transcurrieron pero pudo ser casi un minuto de pugna interna hasta que poco a poco fui guiando sus muñecas a su espalda, casi ella tiraba de mí en ese movimiento. Cuando las junté, sujeté ambas muñecas a su espalda con una de mis manos, dejando libre mi mano derecha.

Su cuerpo quedó totalmente expuesto para mí. Acaricié su cuello, y correspondió dirigiendo su boca a mi cuello y comenzó a recorrerlo, con movimientos cada vez más acelerados. Besándome y mordiéndome, como si hubiese estado esperando ese momento mucho tiempo. Con mi mano cogí sus cabellos y guié su cabeza hasta dirigir su boca hacia la mía. Estábamos desatados. Con todo y con eso, entre sus gemidos seguía diciendo “nooo, aquí noooo…” pero su propio cuerpo actuaba en contra de sus palabras.

Mi mano libre recorría su cuerpo, con pasión, con fuerza, impetuoso. No era delicado, apretaba sus pechos sobre la ropa, los músculos de sus brazos, sus muslos, su culo… pero a ella no le importaba mi rudeza, aplastaba su cuerpo contra mí en cada movimiento, gimiendo. Por encima de los leggins puse mi mano abierta sobre su sexo, lo agarraba a veces delicadamente, a veces con cierta brusquedad. Sabía que no lo estaba haciendo mal porque ella pivotaba todo su cuerpo sobre mi mano. Notaba cómo la humedad de su cuerpo me empezaba a impregnar, y continuábamos en nuestro beso apasionado. Una vez más me había salido con la mía. El ambiente era sexo, sólo sexo, puro, primitivo… olía a sexo. Ya había soltado sus manos y me arañaban la camisa, recorrían mi espalda y me tiraban del pelo.
No sé de dónde saqué la fuerza, pero con la mano que tenía entre sus piernas y con cuidado de no hacer fuerza sobre sus partes más sensibles sino sobre sus glúteos, elevé todo su cuerpo los centímetros necesarios para sentarla sobre la mesa de su despacho, a la vez que la empujé para tumbarla sobre ella. La mesa firme de de madera oscura iba a ser mi mesa de operaciones, y la doctora esperaba ansiosa su tratamiento. La despojé de los leggins recreándome con la visión de sus piernas de marfil. Su pequeño tanguita blanco, con encajes, mostraba claramente una mancha de humedad en la parte de abajo. María levantaba su culo, ayudándome a desprenderla de la ropa, mientras tiraba algunos objetos que le molestaban. Estaba ofreciéndose a mí, en la mesa de su consulta, muy guapa, excitada, ansiosa. Aproveché para hacer realidad una de mis fantasías y metí mi cabeza entre sus piernas, acoplando mi boca abierta sobre su tanga, y dejando que mi lengua recorriera la forma de su sexo sobre la tela. Uffffffff siempre me ha gustado este juego. Mi saliva se mezclaba con su humedad, sus caderas se movían adelante y atrás, contra mi boca, y mis labios apretaban el bultito de su clítoris.
Con las manos me quería impulsar hacia ella, pero yo no soltaba la presa entre mi boca. Su sexo era mío ahora y mi lengua marcaba su respiración. Estaba ansiosa y yo jugaba con ella. Con mis manos estiré su tanga introduciéndolo entre sus labios a la vez que pasaba mi lengua. Saqué mi móvil del bolsillo e hice una foto de su sexo así, a pesar de su cara de asombro y excitación. No sé porque lo hice. Puede que para seguir provocando una lucha interna entre la pasión y lo que nunca habría dejado hacerse. Quizá sólo para demostrarle que estaba completamente en mis manos, que su cuerpo me pertenecía y que hacía lo que yo quisiese con él. En todo caso, sólo salía su sexo en la foto. Dijo “no, por favor, no me hagas esto…” y yo “tranquila, es sólo de tu sexo y nadie sabe cómo es, no sale nada más de ti y es sólo para mí”. Yo estaba crecido. Crecido en todos los aspectos. Con mis manos rompí su tanga, que estaba completamente empapado y lo guardé en mi bolsillo. Ahora sí me subí yo también sobre la mesa y cubrí todo su cuerpo con el mío.
Sus manos me colocaron la polla, me ayudaron en la penetración y luego se situaron sobre mi culo, marcando el ritmo que debía seguir. Era muy rápido, y no me dejaba profundizar demasiado en su cuerpo, pero la sensación de sentir deslizarse mi miembro dentro de ella, mi polla dentro de su coño a velocidad de vértigo, era fascinante. Sus manos se desplazaban por mi espalda, arañándome, clavándome las uñas sobre la camisa. Se las cogí otra vez de las muñecas, y las sujeté de nuevo con las mías, esta vez sobre su cabeza. Un día tengo que preguntarle, ahora que es mi psicóloga, acerca de esa fijación mía de sujetarla, aunque creo que a ella le gusta aún más que se lo haga. Mis labios recorrían su cara, sus ojos, mi lengua, su cuello, sus oídos… sudábamos, pero el ambiente que predominaba era de sexo puro.
Al contrario que en otras ocasiones, yo decía “¿y esto era lo que no querías?, doctora, pues para no quererlo te has adaptado muy bien”, y la penetraba más vigorosamente. Seguía hablando, con una de nuestras fantasías acerca de si en determinados casos yo podría hacer con ella lo que quisiera. Le decía “¿ves? puedo hacer contigo lo que quiera…” y ella sólo contestaba “síiiiii, síiiiiii, soy tuya, soy tu puta, puedes hacer lo que quierasssss…”. Yo contestaba jadeando también “Esto es lo que quiero, follarme a la Doctora Ortiz” y repetía “follarme a la Doctora Ortiz” mientras seguía entrando y saliendo de su cuerpo.
Cuando notaba que estaba cerca de alcanzar su orgasmo, reducía mi ritmo, quería hacérselo desear, que supiera que llegaría pero cuando yo quisiese. Segundos después, cuando el momento de tensión había pasado, volvía a aumentar el ritmo, a lamer su cuello, a susurrar en su oído. Empleaba palabras rudas “Doctora Ortiz, ¿le gusta mi polla? ¿le gusta cómo la follo?”, y de nuevo sentía que se acercaba al climax y reducía mis estímulos. Lo había conseguido y estaba totalmente en mi poder. En su consulta, sobre su mesa, y en mi poder.
Yo estaba también muy excitado, me quedaba poco para vaciarme sobre ella y ya no le di más treguas. Comencé un ritmo al principio sostenido y luego lo incrementaba cada vez más. Notaba que se empezaba a contraer. SE iba a correr inminentemente y yo seguía, seguía sin parar. Sus gemidos eran cada vez más fuertes y puse mi mano sobre su boca. En ese momento noté como un escalofrío bestial recorría todo su cuerpo, y al tiempo lo agarrotaba pero sin tensión, convulsionaba sus músculos, su cabeza hacia atrás y su piel brillante de sudor. Tras varias contracciones de su sexo comencé a vaciarme dentro de ella, sentía cómo mi semen recorría el interior de mi miembro se impulsaba en su interior.
Me quedé tumbado sobre ella. Sobre su mesa. Notando cómo nuestros cuerpos se relajaban y nuestras respiraciones se hacían más regulares. Cómo las gotas de sudor resbalaban por nuestros cuerpos, y dándonos pequeños besos. Bromeando. Ella decía “te voy a matar, esta te la guardo”, pero yo sabía que estaba feliz con mi visita a su consulta. Un ligero “bip” en su ordenador la hizo darse cuenta de que quedaban 5 minutos para el fin de “mi consulta” y me levanté de mi posición sobre ella.
Rápidamente nos vestimos y nos recompusimos. Abrió la ventana aún a riesgo de coger una pulmonía con nuestro sudor. Se Ya, vestida, con sus gafas puestas y su pelo recogido, volvía a ser la doctora brillante y respetada. Y yo, volvía a estar loco por tenerla de nuevo debajo de mí, con los papeles perdidos y pidiéndome más.
Antes de irme, saqué un paquete de regalo del bolsillo de mi americana y dije con una sonrisa traviesa “Doctora, su tratamiento ha sido muy bueno, pero creo que voy a necesitar más sesiones, y con carácter urgente”, y añadí “por cierto, le he traído un regalo”, y le di el paquete, marchándome sin dejando a maría con cara de sorpresa y sin poder contestar ni una palabra.
En el próximo capítulo hablaré de lo que contenía ese paquete y de las instrucciones que en él iban. Muchas gracias por llegar hasta aquí y por los comentarios de ánimo. 
diablocasional@hotmail.com
 

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 2” (POR GOLFO)

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Sin título1

La situación aun siendo difícil no era dramática. El islote tenía comida suficiente para nosotros tres por lo que por ese lado no teníamos que preocuparnos. Además de pescado, teníamos fruta e incluso carne, ya que, los cerdos asilvestrados se habían adueñado de la isla y además de los que teníamos en la cerca, durante nuestras exploraciones, habíamos visto muchos más. El verdadero problema era el aburrimiento. Habiendo adecentado la choza que encontramos y establecido turnos para las labores diarias, nos sobraba la mitad del día por lo que ya desde el tercer día, empezamos a sufrir hastío.

Tercer día:
Después de una noche de pasión en la que María y yo nos dedicamos a complacer a nuestra amante, nos levantamos tarde porque en realidad no teníamos nada que hacer a excepción de sacrificar a uno de los animales. Reconozco que a ninguno de los tres, nos apetecía matar a uno de esos bichos pero asumiendo que teníamos que hacerlo, discutimos sobre cuál debía de ser el primero. Realmente la discusión era entre matar a la madre o a alguno de sus lechones. Yo realmente era partidario de la madre porque además de ser más grande y por lo tanto tenía más carne, comía el doble que su parentela  pero, cuando yo estaba resuelto a cargármela, llegó Rocío y con ese sentido práctico que ya había mostrado con anterioridad, me dijo:
-No seas bruto. Aunque sus crías ya comen fruta, siguen mamando. Mejor la dejamos hasta que verifiquemos que los cerditos han dejado de tomar leche-
Cómo tenía razón y si la matábamos corríamos el riesgo de que el resto enfermara, coincidimos en que fuera un cochinillo el sacrificado. Ya decidido también comprendí que debía de ser yo quien lo hiciera pero aun así me sentía culpable y como quería que ambas compartieran mi pecado, les pedí que fueran las dos quien eligiesen a mi víctima. Las muchachas se quedaron horrorizadas y se negaron a ser ellas quienes condenasen a la cría.
-De acuerdo, yo elijo cual pero vosotras lo matáis- respondí a su negativa.
Si ya era duro seleccionar a uno, peor era el hacer de matarife y por eso no tardaron en decirme cual era el elegido. Como no era un plato de mi gusto, directamente separé al pobre animal y llevándolo lejos de su madre, le di un tajo en el cuello, tal y como, había visto en diferentes reportajes de la tele. Lo que no preví fue que el chorro de sangre me salpicase en el rostro. Asqueado, colgué al lechón de las patas en un rama y corriendo me lancé al agua con sus chillidos retumbando en mis oídos. El cachorro tardó más de un minuto en morir, minuto que se me hizo eterno, tras lo cual, lo destripé y lo ensarté, metiéndole una varilla por el espinazo. Una vez empalado, lo dejé asándose a fuego lento sobre las brasas.
El olor que desprendió mientras se cocinaba, venció todos los reparos de las dos muchachas y acercándose a la lumbre, fueron ellas quienes le dieron la vuelta cada cierto tiempo.  Al cabo de una hora, María me avisó que la comida estaba lista y sentándonos sobre la arena nos pusimos a comer.

 

-¿Qué os apetece hacer esta tarde?- pregunté intentando romper el silencio que se había instalado entre los tres.
Lo reducido del islote no nos ofrecía mucha variedad más allá de nadar y recorrer su selva por lo que no obtuve ninguna respuesta. Vi enseguida que me enfrentaba a un problema: Si no conseguía interesarlas en algo, nuestra vida de anacoretas se convertiría en un infierno. Una vez acabé de comer, hice un agujero donde enterré los restos  y acercándome a ellas, dije:
-Como no me habéis respondido, he decidido salir a cazar una pieza muy especial. Tenéis media hora para escapar y esconderos. La primera que encuentre será la esclava de los otros dos, durante dos días. Os aconsejo que busquéis un buen escondite porque a la que localice, esta noche dormirá atada entre los cerdos-
Mi propuesta cayó como un jarro de agua fría y enfrentándose a mí, se negaron a acatar mis deseos.
-Os quedan veintinueve minutos- respondí cogiendo una rama y a modo de látigo, di un chasquido al aire: -Tengo pensado desahogarme con ella-
Viendo que iba en serio, salieron corriendo despavoridas. Muerto de risa las vi internarse juntas en la selva por lo que dándoles un grito, les avisé que si pillaba a las dos, el castigo sería por cuatro días. Haciendo tiempo, limpié la porqueriza y lanzando fruta dentro, di de comer a esa madre y a sus retoños. Al acabar, recogí una cuerda y el cuchillo y con la tranquilidad que me daba el saber que no podrían escapar, decidí sorprenderlas por la retaguardia.
“No se esperaran que en vez de seguirlas, vaya en dirección contraria” pensé saboreando de antemano mi captura.
La única duda era cual iba a caer en mis garras. Realmente creí desde un principio que la desafortunada iba a ser mi prima porque su amiga había demostrado que sabía enfrentarse a las adversidades. Había dado media vuelta al islote cuando sin hacer ruido me introduje entre los árboles. Suponía que al ser el punto más alejado de nuestro campamento, por lo menos una de las dos lo habría elegido como escondrijo. No tardé en descubrir a Rocío parapetada tras un árbol.  Al tener que correr entre la vegetación, se había destrozado las medias, dándole un aspecto indefenso que nada tenía que ver con el carácter fuerte de esa mujer. Parecía asustada mientras escudriñaba atentamente hacía donde yo pensaba que ella creía que iba a aparecer.
Estaba a punto de ir a por ella cuando de repente, observé algo en su actitud que me dejó extrañado. Sin dejar de mirar hacia adelante, la morena se acomodó en la tierra y dejando caer su mano por el cuerpo, empezó a acariciarse.
“¿Qué hace?” pregunté mentalmente sin entender que era lo que provocaba su excitación.
Aunque sabía que esa muchacha era insaciable, no me esperaba que le estimulara ser capturada. Mientras me decidía, Rocío había separado los pliegues de su sexo y cogiendo entre sus dedos el botón de placer, se estaba masturbando. Convencido de que debía explorar esa faceta recién descubierta de mi amante, la dejé proseguir con sus caricias hasta que sus gemidos, me hicieron saber de la cercanía de su orgasmo, entonces y solo entonces, revelé mi posición diciendo:
-Voy a por ti, ¡Zorrita!-

 

Al oírme salió corriendo despavorida. Su huida lejos de molestarme, me agradó porque así haría más larga su captura. Incrementé el morbo que sentía al ser perseguida, gritando lo que le haría en caso de apresarla. Manteniendo la distancia, la vi caerse varias veces en su carrera. Aunque gritaba mientras trataba de escapar por la playa, sé que no estaba aterrada sino excitada y sus chillidos eran una forma de liberar la tensión que se acumulaba en su entrepierna. Paso a paso le iba ganando terreno. Rocío, al darse cuenta, incrementó su velocidad sin percatarse de que cuanto más acelerase más rápido se cansaría.
-¡Traigo una cuerda con la que atarte!- grité – ¡Vas a estar preciosa indefensa!-
Desde veinte metros de distancia, oí su gemido al escuchar mi amenaza. Poco a poco el cansancio fue haciendo mella en ella hasta que totalmente agotada se dejó caer sobre la arena. Prolongué su excitación, acercándome despacio. En sus ojos descubrí deseo al llegar a su lado. Sin dirigirme a ella, le di violentamente la vuelta y cogiendo la cuerda, le até las muñecas. Trató de evitarlo dando patadas. Su resistencia me movió a ser perverso y tras inmovilizarle los tobillos, la llevé hasta la orilla.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó aterrada al ver a donde me dirigía.
No la contesté y lanzándola al agua, vi sus esfuerzos por no ahogarse. Poniéndome a su lado, cada medio minuto la sacaba para que respirase, tras lo cual la volvía a soltar, sin importarme que se hundiera hasta el fondo. Así la tuve un buen rato, hasta que comprendí que estaba agotada, tras lo cual, la llevé a la arena y tumbándola, le susurré al oído:
-Todavía ni María ni tu os habéis dado cuenta que sois mías. Dime que me costaría, dejarte que te ahogaras-
Llorando a moco tendido, me rogó que la liberara, jurando que me obedecería. Lo que en un principio empezó siendo un juego, se convirtió en realidad al sentir el erotismo que ser su dueño me provocó. Os juro que hasta entonces mi intención era incrementar su excitación haciéndola sentirse desvalida pero al experimentar su sumisión, me cautivó y decidí hacer uso de mi sierva. Sin dignarme a responderla, la puse a cuatro patas y separándole las nalgas, rocé con mis yemas su ojete mientras le avisaba:
-Te va a doler pero no quiero oír ni una queja- y antes de que pudiera contestarme, metí uno de mis dedos en su interior.
Mi brusca caricia le debió hacer daño pero no hizo ningún ruido sino se quedó quieta esperando que la tomara. Su total entrega me determinó a continuar y poniéndome en su espalda, cogí mi miembro y lo acerqué hasta su entrada trasera. Cogiendo impulso lo metí hasta el fondo en plan salvaje. Esta vez no pudo evitar que de su garganta saliera un alarido al ver forzado de esa forma su esfínter.
-Perdón, no quise quejarme- asustada y con lágrimas en los ojos, se disculpó.
Entusiasmado por su claudicación, me puse a cabalgar su culo obviando sus chillidos. La estrechez inicial se fue relajando y al poco de empezar a moverme, mi pene campaba libremente por sus intestinos mientras mi montura no paraba de gritar. Gritos de dolor que fueron dejando hueco a gemidos de placer al verse apabullada por el cúmulo de sensaciones. Luego me confesó que la bestialidad del modo en que violé su trasero, le hizo descubrir una clase de sexualidad nueva y por eso cuando lo consiguió asimilar, se vio desbordada. No tardé en detectar su entusiasmo por ser usada ya que pegando un berrido, me imploró que continuara. Como os podéis imaginar, no hizo falta que me lo repitiera dos veces y cogiéndome de sus hombros, incrementé aún más la profundidad de mis penetraciones.

 

-¡Dios!- gimió descompuesta por el gozo que estaba asolando su anatomía aunque interiormente seguía temiendo que su culo se rompiera por mi violencia.
Ya fuera de mí, azucé sus movimientos con un azote. Al sentir el escozor en sus nalgas, como si hubiera abierto un grifo, de su sexo brotó un arroyo de lujuria que empapó sus muslos.
-¿Te gusta? ¡Verdad puta!- increpé sin dejar de machacar su ojete con mi polla.
-¡Sí!- chilló a voz en grito, anunciando su rendición.
La sensación de poseer por completo el cuerpo y alma de esa mujer, elevó mi calentura hasta extremos impensables y acelerando mis movimientos, galopé hacia el orgasmo. Mi víctima se me adelantó y retorciéndose entre mis piernas, se corrió pegando unos berridos aún más intensos que los del lechón cuando lo sacrifiqué esa mañana. Incapaz de soportar más tiempo mi eyaculación, exploté llenando su culo de blanca simiente y dejándome caer sobre la arena quedé tumbado sobre ella.
Aunque no lo sabía, María estaba siendo testigo de la violación de su amiga y lejos de escandalizarse o huir, se quedó mirándonos mientras sus manos se hundían en su entrepierna.  Al ver que había terminado con su amiga, mi prima se dejó ver y acercándose a mí, alargó sus muñecas diciendo:
-Yo también juro obedecerte-
Sorprendido por su presencia, me la quedé viendo y le pregunté cuanto tiempo llevaba observándonos.
-Desde el principio- respondió bajando la cabeza avergonzada por lo que me iba a decir: -Si me permites, te ayudaré a llevar a esta zorra a casa y allí, quiero que también me enseñes a ser tuya-.
Soltando una carcajada, até sus manos y liberando los tobillos de Rocío, llevé mis dos capturas de retorno a nuestra casa. Durante el camino, me sentía como un general romano retornando a su patria con sus enemigos convertidos en esclavos pero en este caso no eran adversarios sino mi adorada prima y su amiga las esclavas que llevaba atadas y pensaba aprovecharme de ello.
Lo primero que hice fue desgarrar sus bikinis y echarlos a la hoguera. Al ver sus caras de extrañeza, le aclaré su situación diciendo:
-Me gusta veros desnudas y así, si me apetece tomaros, no tengo que andar quitándoos nada-
Curiosamente, María en vez de quejarse sonrió y poniendo cara de putón desorejado, preguntó mirándome entre las piernas:
-Primo, ¿Y si es a alguna de nosotras a quien le apetece? ¿Cómo le hacemos?-
Sabiendo sus intenciones de antemano, contesté:

-No tienes más que pedirlo y ya veré si me digno a complacerte-

Mi prima no se lo pensó y con tono sumiso, respondió:
-Esta guarra esta cachonda, podría mi idolatrado dueño ayudarme-
-Sí, puedo – contesté descojonado de risa porque la rubia anticipando mi respuesta se había arrodillado a mis pies y estaba bajándome el bañador.
Ni siquiera esperó a que estuviera erecto, nada más liberarlo, llevó su boca a mi ingle y con suaves besos, buscó reactivar mi hombría. Una vez había llevado mi extensión a su tamaño máximo, abrió la boca y sacando la lengua, lo empezó a chupar mientras se comenzaba a masturba ella misma. Fue entonces cuando me percaté del cambio que había dado mi prima. Solo necesitó tres días en la isla para que desapareciera la niña tonta y presumida, dejando emerger su verdadera naturaleza, una mujer hambrienta y deseosa de complacerme.
Con una maestría aprendida, se introdujo mi verga en la boca lentamente. Su parsimonia me permitió disfrutar del tacto suave de sus labios recorriendo cada centímetro de mi miembro. Su garganta se abrió para recibirme y tras tener todo el en su interior, besó su base e iniciando un mete saca impresionante, buscó mi placer. Acelerando el vaivén de su cabeza, mi rubia primita se comió mi sexo con ansia mientras a pocos palmos de su boca, sus dedos estaban torturando sin disimulo su clítoris.
-Sigue putita mía- le pedí y presionando su nuca, forcé su mamada.
Mi insulto exacerbó sus ánimos y completamente necesitada de mi aceptación, aceleró sus maniobras. Sobre excitado como estaba no tardé en correrme y entonces, hizo algo que me dejó alucinado: recogiendo mi semen sin tragarlo, buscó a su amiga y separándole los labios, vertió en su boca parte de lo recolectado y la besó. La escena me dio nuevos pábulos pero me contuve y me quedé mirando el modo en que mi prima se aprovechaba de que Rocío seguía atada de pies y manos. Con sus ojos fijos en los míos, me pidió permiso y viendo que se lo daba, separó cruelmente las rodillas de la muchacha mientras le decía:
-¿Qué prefieres? ¿Qué te folle el coño o que repita con tu culo?-
-¡El coño por favor!- exclamó en absoluto asustada.
-¡Tú lo has querido!- con una perversa sonrisa iluminando su cara, le respondió.
Tras lo cual, usando sus dos manos, empezó a recorrer los pliegues de su ingle. Sus caricias rudas desde el principio, no le bastaron con torturas el clítoris hinchado de la mujer sino que introduciendo un par de dedos en el interior de la vulva que tenía a su disposición, le preguntó:
-¿Crees que te cabrá toda mi mano?-

 

Al comprender lo que se le avecinaba, se retorció espantada. María soltó una carcajada al verla casi llorando y sin mediar palabra le metió el tercer dedo. Afortunadamente para Rocío, su amiga se abstuvo de seguir forzando su sexo durante un rato, esperando quizás que se relajara pero usó ese tiempo para sin recato alguno, pellizcarle con dureza los pechos.
-Me duele, ¡Puta!- protestó con lágrimas en los ojos al no soportar el castigo que su amiga le estaba obsequiando.
-¡Te jodes! A mí no me pediste opinión cuando me forzaste el otro día a tener sexo contigo. Te aprovechaste cuando fui a la choza de que tenía miedo y frio-
Con una expresión colérica en su rostro, aprovechó la confusión de su víctima para meterle el cuarto. La morena recordó con terror que hacía tres días, sin darle opción, habíamos cuasi violado a la que era ahora su torturadora. Olvidándonos que además de no ser lesbiana era mi prima, la obligamos a yacer con nosotros o a morirse de hambre.
-Veo por tu cara que sabes de que hablo- le soltó María mientras intentaba inútilmente, introducir el último dedo.
Gritando de dolor, la morena intentó convencer a su amiga que la perdonara pero esta le soltó un bofetón como respuesta y completamente fuera de sí, forzó el adolorido coño de Roció y consiguió meter todos sus dedos.
-¡Ves como si te cabían!- espetó riéndose de ella.
-Por favor- gritó la muchacha a sentir que poco a poco su amiga iba incrementando la fuerza con la que intentaba introducir el resto de la mano.
-¿No me digas que te duele?- le gritó satisfecha.
Viendo que no podía hacerla cambiar de opinión, Rocío se intentó relajar pero entonces María consiguió su objetivo y un dolor insoportable la dejó totalmente paralizada. Sin darle tregua cerró  el puño en el interior de su vagina y moviendo el brazo hacia adelante y hacia atrás empezó a follársela.
-¡Para!- chilló angustiada.
Para aquel entonces, mi verga  necesitaba descargar y por eso colocándome detrás de María, le susurré al oído.
-Tú sigue-
Mi beneplácito a su venganza le dio alas y mientras yo le clavaba mi estoque en su vagina, ella hacía lo propio con su puño en la de Rocío. Su coño me recibió empapado y agradecido y por eso solo necesité un par de embistes para empezar a oír sus gemidos. El sonido de su placer acalló los chillidos de su cautiva y siguiendo el ritmo con el que la tomaba, mi prima siguió violando a su amiga. La suma de sensaciones así como el ver cómo me tiraba a María, fue trastocando el duelo en gozo y casi sin percatarse de ello, hizo que Roció empezara a apreciar el duro trato.
La primera en darse cuenta fue mi pariente al sentir que la humedad rebosaba el coño que estaba maltratando y apretando un pezón con la mano libre, se rio de ella diciéndome:
-Nuestra putita está a punto de correrse-
Lo que no me dijo la zorra de mi prima es que ella también estaba al borde del orgasmo. Su chocho chorreando fue mucho más sincero y por eso, cogí sus pechos entre mis dedos y del mismo modo que ella se los estaba torturando a la morena, yo los pellizqué mientras aceleraba mis incursiones en su coño.
-¡Me corro! – escuché que decían al unísono mi dos mujeres.

 

 Aunque suene imposible, ambas a la vez habían alcanzado el clímax. María saco su mano del coño de Rocío y agotada se dejó caer al suelo. La nueva postura oprimió el pene que tenía dentro de su vagina y encantado con  ello, me lancé en busca de mi propia liberación. La morena, ya libre, me azuzó a empalar a su torturada sin parar de forma que en pocos segundos, descargué mi esperma en el coño de mi prima. Estaba aún en los estertores de mi eyaculación cuando vi a Roció morder los labios de Maria y tras ese cruel beso, decirle:
-¡Me vengaré!-
No me cupo duda de que de no estar atada lo hubiera hecho en ese instante. Como quería descansar, decidí atar también a mi prima y juntando a ambas a un lado de la hoguera, me fui a la cama.
Esa noche pude dormir solo sin que nadie me molestara.
El cuarto día en esa isla.
Me despertó la risa de mi prima y los gritos de su amiga. Pensando que María estaba nuevamente torturando a mi otra amante, decidí salir a ver qué ocurría. La escena que vi me hizo caer de rodillas y soltar una carcajada. .El puto mono había vuelto y aprovechando que las dos mujeres estaban atadas, se había abalanzado sobre Rocío y estaba mamando de sus pechos. La cara de asco de la muchacha chocaba con la satisfacción del primate mientras trataba de obtener el fruto de esos senos hinchados. Creyendo que al igual que las hembras de su especie, si las tetas de la morena estaban abultadas era señal de que tenían leche, el jodido animal quería robar ese néctar que suponía que el azar había puesto a su disposición.
-¡Quítamelo!- gritó la morena al verme salir.
Sin darse cuenta, había dicho las mismas palabras que su amiga ante el ataque del simio. Descojonado por la situación, espanté al intruso y desatando a las dos, me reí de la morena:
-La culpa es tuya. El pobrecillo solo ha seguido a su instinto. Yo personalmente lo comprendo: ¡Tienes unos pechos que son una tentación!- le solté acariciándolos.
Indignada por mi tomadura de pelo, se levantó y dándose la vuelta se zambulló en el mar a tratar de limpiarse las babas de sus pezones:
-¡Qué asco!- escuché que decía mientras se lavaba- ¡Como le coja, lo mato!-
El calor del día anterior, nos había dejado sudado por lo que acercándome a la playa, decidimos tanto María como yo unirnos a ella:
-Vamos a tener que poner nombre a mi competidor- exclamé mientras salpicaba a mi prima: -Ese bicho tiene predilección por mis hembras-
Muerta de risa, María contestó:
-Deberíamos llamarlo “Pollatiesa”, ¡Siempre está cachondo!-

 

-Si es por eso, deberíamos ponerle Mario- contesté cogiéndola de las caderas y presionando mi pene contra su culo.
Mi querida pariente restregó su trasero  encantada de sentir cómo mi miembro se iba despertando y cuando lo tuvo inhiesto, se dio la vuelta y pasando sus piernas por mis caderas, se ensartó pegando un gemido de satisfacción, tras lo cual y dirigiéndose a la morena, le gritó:
-Mientras mi primo me folla, puedes llamar a Mario para que te consuele-
La aludida ni se dignó a responderla y hecha una furia, volvió a la choza. Reconozco que debía de haber ido a consolarla pero en ese momento era más prioritario para mí, el terminar de tirarme a la rubia. Jamás había follado dentro del agua y por eso me sorprendió la facilidad con la que aun estando de pie aguanté su peso mientras la penetraba. También para la zorra de mi prima debía ser novedad porque comportándose como una loca, metía y sacaba mi pene de su interior con una ferocidad brutal:
-¡Me encanta!- gritó entusiasmada.
Su entrega me llevó a meditar sobre cómo había cambiado su actitud en esos cuatro días y agarrando sus nalgas con mis manos, pregunté:
-¿Te has dado cuenta de lo que te perdiste durante tanto tiempo?-
-Sí, ¡Cabrón!- chilló- de haberlo sabido, me hubiese acostado contigo desde hace años-
Satisfecho por su respuesta, seguí machacando su sexo con violencia hasta que la oí gritar de placer y entonces cortando su pasión me separé de ella.
-¡Vamos a la orilla!- ordené y llamando a su amiga, me dirigí hacia la playa.
Mi pene inhiesto marcaba el camino. Al llegar a la arena, me tumbé al sol y viendo que ya tenía a las dos muchachas a mi lado, cerré los ojos y les dije:
-Quiero que aprendáis a compartir-
Ninguna de las dos entendió mis palabras y por eso tuve que aclarárselo diciendo:
-Empezad a comer-
Mi gesto señalando el miembro erecto que tenía entre las piernas, les terminó de sacar de dudas y agachándose ante mí, las dos comenzaron a darme una mamada a dúo. No supe de quien era la boca que me chupaba la polla ni cuál era la que se había metido mis huevos en su interior y además me daba igual, lo único que deseaba era demostrarles quien mandaba. Alternándose en las caricias, María y Rocío consiguieron elevar mi excitación a niveles increíbles y profundizando en mi dominio, les exigí me dejaran y que se tocaran entre ellas. Debido a que mi prima estaba previamente excitada, la morena se encontró con un coño encharcado que tras un par de toqueteos, empezó a berrear de gozo pero en cambio María tuvo que emplearse a fondo por que Rocío seguía cabreada. Disfrutando de mi poder, les fui ordenando diversos cambios de posturas mientras las miraba decidiendo en cual de esos dos chochos iba a vaciar mi simiente.

Completamente embadurnadas de arena, mis dos hembras fueron variando sus funciones y unas veces era la rubia la que se comía el sexo de la morena y otras, era la morena la que hacía lo propio con el de la rubia. De tal manera que fui testigo de sus orgasmos y cuando ya estaban ambas lo suficientemente estimuladas, pregunté:

-¿Quién quiere disfrutar de mi pene?-
Las dos al unísono respondieron que ellas y soltando una carcajada, les solté mientras me dirigía hacia la choza:
-Solo puede ser una. Decididlo entre vosotras y cuando lo hayáis zanjado, espero a la afortunada en la cama-
Descojonado las escuché discutir y tal como había previsto, se enzarzaron en una pelea que si bien empezó a gritos terminó a golpes. Cada una deseaba para sí el privilegio de ser tomada por mí ya que interiormente suponían que sería la favorita durante nuestra estancia en ese puñetero islote. Durante varios minutos oí la pelotera y después silencio. Creyendo que había ganado una, esperé con impaciencia descubrir cual había resultado ganadora pero curiosamente las vi llegar a las dos arañadas y con un ojo morado.
-¿Qué ha pasado?- pregunté muerto de risa.
Mi prima tomó la palabra:
-Hemos decidido que no sea una sino las dos las que estén contigo. Vamos a pasar mucho tiempo juntos y creemos que como  has dicho, debemos aprender a compartir-
Me resultó extraño que hubiesen llegado tan pronto a esa decisión y como era exactamente lo que buscaba, las llamé a mi lado. Pegando un grito de alegría se acercaron hasta el camastro y sin esperar a que les diera permiso, se abalanzaron sobre mí. La primera en hacerse con mi pene fue Rocío que poniéndose a horcajadas sobre mis piernas se lo fue introduciendo en su interior mientras su amiga ponía su sexo en mi boca. La tentación de tener ese chocho a escasos centímetros me obligó a recorrer con mi lengua los pliegues de su vulva antes de concentrarme en su botón.
-¡Dios! ¡Qué gusto!- bramó María al sentir mis dientes mordisqueando su botón.

La humedad de su entrepierna me reveló hasta qué grado mi querida prima estaba cachonda y por eso metiendo un par de dedos, decidí forzar su calentura. Al experimentar mis yemas recorriendo su interior, la muchacha pegó un gemido y al oírlo su amiga, le cerró la boca con un beso mientras cogía sus pechos entre sus manos. Poseída por las sensaciones que se acumulaban en su entrepierna, no pudo evitar correrse en mi boca.

-Yo también quiero- señaló su amiga y cambiando de posición, puso su vulva en mi cara mientras mi prima se ensartaba con mi polla.
Amo absoluto de la situación, mi sexo fue alternando de un coño a otro mientras sus dueñas se besaban y acariciaban con pasión. Desgraciadamente mi sobre excitación hizo que me corriera en seguida pero entonces, observé que las dos crías completamente insatisfechas se lanzaron de lleno al placer lésbico mientras me recuperaba. Sus lenguas, sus pechos y sus coños fueron instrumentos que les fueron acercando al placer sin control. Ni siquiera me dieron ocasión de ayudarlas y al cabo de pocos minutos, las vi convulsionar víctimas de un gigantesco orgasmo mutuo.
Agotadas, se dejaron caer sobre el catre sin percatarse que ese placer solidariamente regalado les había unido más que los años de amistad en el exterior de la isla. Las dejé descansar y solo cuando comprendí que se habían recuperado, les recordé que teníamos cosas que hacer y les pedí que se levantaran. Entonces María, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me soltó:
-Primo, ¿No recuerdas que todavía hoy Rocío es nuestra esclava?. ¡Vuelve a la cama! Le toca a esta zorra servirnos-
Muerto de risa, observé que la aludida se levantaba y ya en la puerta de la choza se dio la vuelta y le respondió:
-Tienes razón, hoy soy yo vuestra criada pero recuerda que mañana y pasado mañana, serás tú. ¡Te aviso que pienso ser una ama exigente!-
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/

 

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Relato erótico: “¿Fantasía o realidad?” (POR VIRGEN JAROCHA)

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indefensa1En el lujoso apartamento de Kateryn la puerta de su estudio se abre y ella entra vistiendo un costoso juego ejecutivo. Sin títuloRápidamente activa la laptop colocada en un escritorio de madera de finísimos detalles. La mesa de lujo  hace juego con la colección de libros y pinturas que reposan en las estanterías y paredes. En esa habitación tan bellamente decorada, Kateryn espera que carguen los programas y activando la web cam de la portátil, empieza a grabarse a sí misma:
– Está es mi cuarta grabación del mes. Cómo he contado antesalgo en mi vida no está funcionando del todo bien. Me cuesta muchísimo trabajo prestar atención y tengo muchas lagunas mentales luego del accidente: los doctores dicen que todo está bien pero me siento muy contrariada. Todo esto sigue afectando mi vida cotidiana. Hay algo que me está empezando a preocupar más que cualquier otra cosa. ¡Estoy teniendo alucinaciones!
Todo se inició aproximadamente dos semanas atrás en el baño de un restaurantNo sé cómo puedo explicar lo sucedido: había salido a cenar y cuando entré al baño para arreglar mi maquillaje, dos chicas entraron tras de mi… empezaron a conversar entre ellas mientras las miraba a través del espejo. Poco a poco dejaron de reírse y conversar, cuando de pronto, una de ellas se acercó a la otra y vi cómo le acariciaba el rostro. Luego se acercaron más y se besaron.
 Yo me quedé petrificada, nunca había visto algo así, y menos en un restaurant como aquel. Entonces una de ellas subió a la otra a la repisa de los lavados y comenzó a acariciarle los senos y besarle. Os reconozco que me sentía como idiota allí parada inmóvil y solo las miraba gemir y acariciarse. Solo pude parpadear mientras sus trajes habían caído al suelo y ambas muchachas mostraban sus senos y sus nalgas. Alucinada vi que  se metieron a un de los privados…
¡Creo que me estoy volviendo loca!
Lo siguiente que recuerdo es estar frente al espejo y a mi lado las chicas, vestidas y conversando animadamente, mientras arreglaban su maquillaje.
¡Todo había sido producto de mi imaginación!
¡Nunca había fantaseado así con alguien totalmente desconocido! y mucho menos con mujeres…
Estaba aterrorizada porqué fue tan real que pude sentirlas gemir, oírlas, olerlas casi tocarlas…
-Debo ir al lavado.
Kateryn apaga la grabación y se apresura a ir a baño. Se quita su traje ejecutivo, quedando solo en ropa interior. Su coño sigue empapado, delicadamente se acaricia un poco sobre su ropa interior mientras se quita el maquillaje.La mujer está tan excitada que termina por sacarse toda la ropa y tratando de quitarse esa calentura que la está devorando, se da una ducha e intenta. De regresose quita la toalla quedando desnuda, entra a su cuarto y se desploma rendida en la cama, donde se queda dormida lentamente completamente desnuda como se había hecho habitual para ella desde hacía un par de semanas.
Si queréis agradecer a la autora tanto por el relato como por la foto de ella que lo ilustra, escribirle a:
virgenjarocha@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Doce noches con mi prima y su amiga en una isla 3” (POR GOLFO)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2


La mañana del quinto día me desperté al sentir que una mano me iba acariciando por mi cuerpo. Al abrir los ojos, vi a Rocío completamente desnuda bajando con su boca por mi pecho mientras su mano recorría mi entrepierna. Satisfecho por esa forma de amanecer, me la quede mirando a los ojos y  me puse a disfrutar de sus caricias.  La morena se percató que estaba despierto y poniendo tono de puta, susurró en voz baja:

-Necesito tu polla.-
Tras lo cual se agachó y comenzó  a besarme el capullo. Cerrando sus labios recorrió todo mi pene colmándolo de besos mientras con una mano lo agarraba fuertemente y con la otra me acariciaba los testículos. Habiendo conseguido su objetivo que no era otro más que consiguiera alcanzar su tamaño máximo, empezó a lamérmelo de arriba abajo sin dejar de masturbarme lentamente.
Como comprenderéis después de unos minutos, estaba loco de excitación e impaciencia:
-Chúpamela, joder.
-No seas ansioso- respondió con una sonrisa dando otro lametón. Desde mi posición, observe a la morena, bajando por mi pecho y abriendo su boca, comenzar a meterse alternativamente mis cojones, chupándolos fuerte mientras no paraba de masturbarme. Cuando consiguió dejarlos completamente empapados con su saliva, hizo algo que desde entonces es de lo que más me gusta: cogiendo mi pene como un bate de beisbol, se dio golpes  por toda la cara mientras gemía profundamente.
Mi excitación era total, deseaba que esa puta se introdujera mi pene hasta sus amígdalas pero haciendo caso omiso a mis deseos, Rocío siguió jugando con mi miembro cada vez más contenta. Sin previo aviso, abrió sus labios y se la metió en la boca. El ritmo de su mamada era lento pero constante. Buscando volverme loco, de vez en cuando paraba y me miraba para que yo fuera quien le rogara que siguiera y en cambio otras, dejaba que de su boca saliera el sobrante de saliva dejándolo caer sobre mi glande, con la clara intención de provocarme.
-Eres una guarra- le solté a la par que presioné su cabeza contra mi pene.
No le molestó que toda mi extensión se encajara en su boca ni que su garganta tuviese que absorberlo por entero y dando por sentado que eso era lo que o quería, se empezó a sacar y a meter mi verga sin quejarse. Al sentir el calor y humedad de su boca acogiéndola con mimo en su interior, creí que me iba a correr y por eso tuve que realizar un sobre esfuerzo para no derramar mi simiente en ese momento. Mi amiga cada vez más cómoda, incrementó la velocidad con la que me estaba realizando la mamada y llevando una de sus manos a su vulva, se empezó a masturbar.
-¿Te gusta cómo te la mamo?- preguntó con voz excitada.
-Sí, putita mía. ¡Me vuelve loco!.
La confirmación de mi lujuria lejos de satisfacerla la llevó a dar un paso más y con los ojos inyectados de deseo, me soltó:
-Creo que esto te va a gustar todavía más- tras lo cual, izando su cuerpo puso mi polla entre sus tetas y las apretó con las manos, creando un conducto estrecho alrededor de mi miembro. Una vez ya la tenía donde ella quería comenzó a hacerme una cubana, subiendo y bajando su cuerpo –o ¿No te gusta que te folle con mis pechos?.

 

No había comprendido hasta entonces porque se había ocupado de embadurnarme por completo mi sexo con su saliva. Anticipando lo que me iba a brindar, la había dejado llena de babas, de forma que al ponérsela en el canalillo estuviera lo suficientemente lubricada para resbalar con facilidad entre sus pechos. Con su pecho convertido en un sexo tibio y húmedo, Rocío me fue follando cada vez más rápido.
-¿Te gustan mis tetas? ¿Te gustaría correrte en ellas?- preguntó con voz sensual mientras se mordía los labios con el afán de provocarme.
Aprovechando mi más que patente calentura, la muchacha apretó con sus manos aun más sus senos y riéndose de la cara de deseo que descubrió en mí, preguntó:
-¿O acaso prefieres que vuelva a comérmela?- y sin dejar de menear mi pene, me soltó – A esta puta le apetece sentir tu semen en su cara. Me encantaría que te corrieras sobre mí.
Demasiado caliente para decidir donde explotar, me quedé callado al estar totalmente concentrado en la cubana. Rocío al verificar mi ausencia de respuesta, insistió:
-¡Me tienes brutísima!. Estoy sedienta y deseosa de tu leche. Quiero que desparrames tu semen por mi piel y me embadurnes con él, mientras me follas.
Sus palabras me hicieron enloquecer y reprimiendo mi impulso inicial que no era otro que ponerla contra la mesa y follármela en plan perrito, decidí que tendría todo la vida para hacerlo y que en ese momento, me apetecía que siguiera con su mamada. Al oír en voz alta mis deseos, la morena sonrió y agachando su cabeza, abrió su boca y sensualmente se la metió hasta el fondo. Sus labios, al introducírsela, fueron apretando mi extensión y llegando hasta la base de mi pene, la besaron dando inicio nuevamente a una espectacular felación.
Con una velocidad de vértigo, profundizó en mi placer a base de profundos lametazos sobre mi polla mientras con la mano me empezaba a pajear. La excitación acumulada y su maestría al hacérmela produjeron que naciendo de mis entrañas, el placer se fuera acumulando en mis huevos y sabiendo que no iba a tardar en explotar, se lo avisé. Rocío haciendo oídos sordos a mi advertencia, siguió dotando a sus maniobras de un frenético ritmo hasta que ya no pude contenerme más y estallé dando gritos.
La primera oleadas de places cayeron dentro de su boca pero entonces la muchacha se la sacó y pegando mi glande a su cara, fue repartiendo mi semen por su rostro como si estuviera esparciéndose una crema revitalizante. Alucinado al terminar de eyacular, observé sus ojos impregnados de deseo mientras su dueña escupía el semen que tenía acumulado en su boca en su mano y con una cara de zorra increíble, se empezaba a embadurnar sus pechos.
Nunca había visto hacer eso.
Descojonada, al ver mi cara de sorpresa, Roció soltó una carcajada antes de correrse ella misma al sentir mi simiente en su cuerpo. Ni que decir tiene que esa erótica visión volvió a reanimar mi alicaído miembro y queriendo reiniciar hostilidades, le di la vuelta.
-¡Espera!- protestó riéndose de mi cachondez -¡Tienes que ver algo!

 

No comprendía que se refería hasta que al salir de la choza tras ella vi a mi pobre prima atada entre dos postes. Me quedé de piedra al comprobar que mientras estaba dormido, la morena se las había ingeniado para inmovilizar a María. Con los brazos y las piernas sujetas con cuerdas, la rubia estaba de pie indefensa. Ella al verme se intentó zafar de su castigo pero no pudo quejarse porque tenía a modo de bozal un trapo en la boca.
-¿Qué te parece?- preguntó Rocío mientras le daba un doloroso pellizco en un pezón – ¡La muy tonta se ha dejado atar pensando que era un juego!
Muerto de risa, di una vuelta a su alrededor, verificando que estaba firmemente sujeta, tras lo cual, le di un azote mientras preguntaba a su captora que pensaba hacer con su víctima.
-Siempre he deseado tener una esclava que azotar y quien mejor que esta niña pija- contestó mientras cogía un trozo de cuera – ¿Me dejas probar?
Hasta entonces no había asimilado que lo que estaba haciendo era pedirme permiso. Convencida de que nuestra estancia en esa isla iba a ser larga, la muchacha no quería hacer algo que luego repercutirá en nuestra relación. Me consideraba el jefe del clan formado por los tres y por eso antes de cometer un fallo, me preguntaba.
-Toda tuya. Lo único, no dejes marcas- respondí dejándolas a solas.
Mientras me alejaba a darme un baño, escuché que la morena le decía que le iba a quitar la mordaza, tras lo cual, llegaron a mí tanto el sonido de la cuerda golpeando contra las nalgas de mi prima como los gritos de dolor de ella.  Durante largo rato, Rocío torturó a su amiga con autentico sadismo y solo cuando comprobó que si seguía maltratándola iba a dejar señales permanente en su piel, la dejó en paz y se acercó a donde yo estaba tomando el sol.
-Vengo cachonda- me informó y sin esperar mi respuesta, se sentó a horcajadas sobre mí y rozando su pubis contra mi sexo, me pidió que la tomara.
La perpetua calentura de la morena era algo que me hubiese preocupado si fuera mi novia pero en las circunstancias en la que nos hallábamos era cojonudo. Si quería liberar sus ansias no tenía a nadie más con quien satisfacerlas y por eso, cuando mi pene ya había alcanzado un tamaño suficiente, le solté:
-Quiero ver cómo te come el coño-
Mis palabras cayeron como una bomba. Deseaba y necesitaba ser follada por una polla y no lamida. Por eso, intentó convencerme de que primero la hiciese el amor y que luego fuera mi prima quien le lamiera los resto de semen de su chocho. Al comprobar mi negativa, se levantó y yendo a por la rubia, la desató y la trajo hasta mí:
-¿Dónde quieres que esta zorra me lo chupe?- preguntó aun enfadada.
-Aquí mismo- respondí poniéndome de pie.
María que comprendía que durante dos días no tenía voz ni voto, esperó a que la morena se tumbara en  la arena antes de agacharse. Su actitud me dio la oportunidad de comprobar el resultado de los azotes. Las nalgas de mi querida prima tenían sobre su piel el rastro de las caricias de la cuerda. Con el culo colorado y marcado, se arrodilló entre las piernas de su amiga y directamente se apoderó de su coño con los dientes. El modo tan brutal con el que mordió el botón de Rocío hizo que esta pegase un alarido de dolor y cabreada le soltase un bofetón:
-Zorra, ¡Me has hecho daño!

Interviniendo, le prohibí volver a golpearla y con una sonrisa en mis labios, le dije:
-Te aguantas- y dirigiéndome a María, le autoricé a comerse ese sexo como le viniera en gana.
-¿Puedo hacerlo a lo salvaje?- preguntó sin dejar de mirar con odio a su amiga.
-Puedes- contesté.
Mi permiso le dio alas y volviendo a introducir su cara entre las piernas de la ahora asustada amiga, le introdujo dos dedos en el coño mientras retorcía con su otra mano el clítoris que tenía a disposición. Los chillidos de la morena no se hicieron esperar y pidiendo perdón, intentó reducir ese castigo bien merecido. Desgraciadamente para ella, la rubia no se apiadó de sus lloros y con mayor énfasis siguió torturando a Rocío. Ninguna parte de su cuerpo se libró de su sadismo, sus pezones fueron pellizcados cruelmente, su esfínter fue violado por sus dedos…
Poco a poco, me volví a calentar y ya con mi pene tieso, dudé cuál de las dos mujeres usar para saciar mi hambre. Decidí que fuera mi prima al verla con el culo en pompa y sin mediar conversación alguna, separé sus nalgas con mis manos y escupiendo en su ojete, metí una de mis yemas para relajarlo.
-Estoy deseándolo- contestó mi prima cuando le pregunté si le apetecía sentirme en su entrada trasera.
Su entrega me permitió coger mi pene entre las manos y posando mi glande en su hoyo, tanteé su relajación. Al haber comprobado la misma, de un solo golpe lo introduje por entero con una brutalidad tal que de los ojos de María las lágrimas afloraron en señal de dolor. La forma en la que invadí sus intestinos le hizo gritar pero no intentó zafarse sino que profundizando su sufrimiento empezó a sacar y a meter mi pene con rápidos movimientos de su cadera.
-¡Sigue por favor!- berreó dejándose caer sobre el sexo de su amiga y cogiendo entre sus dientes los labios inferiores de la morena, los mordió para no gritar.
La que si gritó fue su antigua torturadora porque cada vez que mi pene se solazaba en el culo de María, está respondió apretando sus mandíbulas. No os podéis imaginar el volumen de los chillidos de la morena al sentir los mordiscos de su amiga. Altos y claros eran demostración palpable del daño que estaba experimentando en su cuerpo.
Al cabo de unos minutos y ya con su esfínter relajado, la rubia fue siendo menos dura y más cariñosa en sus arrebatos, de manera, que su víctima empezó a experimentar placer cada vez que ella respondía a mis penetraciones.
-¡Dios!- aulló al sentir los primeros síntomas del orgasmo y reptando sobre la arena, buscó el placer presionando la cabeza de María contra su entrepierna.
Curiosamente, fue mi propia prima la que al sentir que se aproximaba el clímax de su amiga, la que se corrió pegando gritos y con su cuerpo convulsionando brutalmente mientras mi polla seguía retozando en el interior de su culo, dejó de torturarla y ya claramente buscó compartir con ella el placer que estaba asolando su anatomía. El segundo en correrse fui yo, derramando mi semen en su trasero, mi polla se convirtió en un geiser que rellenó de lefa los intestinos de mi rubita. Esta al sentir su conducto bañado con mi esperma, volvió a experimentar un nuevo orgasmo y cayendo sobre Rocío, se derrumbó exhausta.
Al percatarse de ello, la morena me pidió insatisfecha que la tomara pero riéndome de ella, le respondí entre carcajadas:
-Por ahora no te toca. Te voy a mantener caliente durante todo el día y dependiendo de cómo te portes, decidiré esta noche si follarte.
-Por favor, necesito que lo hagas ahora- contestó intentando reanimar mi pene con su boca.
-Te he dicho que no- dije separándola de mí e imprimiendo un tono duro a mi voz, las ordené prepararme el desayuno.
Radiante al comprobar la calentura de su amiga, mi prima se levantó a cumplir mis deseos mientras Rocío murmurando entre dientes la acompañó muy enfadada.
Durante toda la jornada, aproveché cualquier momento para seguir excitando a la morena. Daba igual que estuviera haciendo o donde nos halláramos, cada vez que podía la acariciaba los pechos o jugueteaba con su coño con el único propósito de calentarla. Rocío calmó su mala leche con María pero no pudo aminorar un ápice el calor que se iba acumulando inmisericorde en su interior, de manera que a la hora de acostarnos, todo su cuerpo imploraba sentir placer viniera de donde viniera.
Sin saber si le iba a hacer caso, llegó gateando hasta mi cama. Con el deseo nublando su juicio, ronroneó mientras se acercaba a mí.
-¿Estas bruta?- pregunté aun sabiendo su respuesta de antemano.
-Sí- contestó nerviosa y con el sudor recorriendo sus pechos.
Disfrutando de su angustia la miré y con toda mi mala baba, le ordené:
-Mastúrbate para nosotros-
Mientras María se sentaba a mi lado, la morena intentó protestar pero al chocar contra mi total intransigencia, decidió cumplir mis órdenes. Desde el catre, vi como su respiración se agitaba y sus pezones se erizaban aun antes de empezarse a tocar. Su mente y su cuerpo entablaron una lucha entre la humillación que sentía y la calentura que llevaba horas dominando su cuerpo. No tuve que ser ningún genio para comprender y saber quién iba a ganar.
Al principio y aunque intentó cerrando sus piernas, sentirse excitada, la realidad es que al chocar sus muslos entre sí, empezó a frotarlos unos contra el otro. Dicho roce incrementó su excitación, azuzándola a dar rienda suelta a sus necesidades. Sonreí al verla apretar sus puños mientras dudaba entre acariciarse o desafiarme porque tenía claro cuál iba a ser el resultado.

El brillo de su coño desnudo me anticipó que estaba cada vez más alterada y por eso decidí ayudarla diciendo:

-Ábrete de piernas y enséñanos tu chocho-
Rocío no fue capaz de negarse y separando sus rodillas, mostró avergonzada su sexo encharcado a su amiga y a mí. Sabiendo que estaba a punto de claudicar, acaricié su vulva con la mirada mientras mi prima se relamía los labios al saber que no tardaría en disfrutar de esa belleza en su boca.
-Acaríciate los pechos-ordené.
Esa orden emitida solo para la morena produjo un fenómeno curioso puesto que fueron ambas las que obedecieron. Mi prima sin que se lo hubiese mandado, imitó a su amiga y cogiendo su pezón derecho entre los dedos, empezó a acariciarlo. Lo creáis o no, las dos mujeres se fueron retroalimentando entre ellas. Rocío al ver el resultado que sus toqueteos produjeron en María, pegó un gemido y ya incapaz de retenerse, dejó que su mano se apoderara de su sexo.
Entusiasmado por el modo en que se iban desarrollando las cosas, me concentré en ellas sin darme cuenta de que a mí también me estaba afectando. Observar a mi prima separando los pliegues de su sexo antes de incrustarse dos dedos en su interior mientras la morena un poco más adelantada los sacaba y metía con fruición, hizo que mi pene saliese de su letargo y se alzase con una dolorosa erección. Ya totalmente verraca, Rocío se tiró al suelo y rodó por el suelo mientras sus dedos seguían torturando su ansioso sexo. Os juro que fue alucinante verlo retorcerse de deseo implorando que la tomara allí mismo.
-¡Fóllame!- aulló mientras sus dedos recogían la humedad que brotaba de su vulva. -¡Necesito que me folles!- chilló angustiada mientras su interior explotaba.
Contra todo pronóstico, la gota que derramó el vaso y que me obligó a tomarla en ese instante fue mi propia prima que mientras se corría a mi lado, me rogó que liberara a su amiga de tamaño sufrimiento. Compadecida quizás o temiendo que repitiera el mismo trato con ella, María soltó:
-No va a aguantar mucho sin que la penetres- y dulcemente susurró a mi oído mientras con su mano me acariciaba el pene: -¡Hazlo por mí!
 Sus palabras fueron el acicate que necesitaba y acercándome a la morena, introduje de un solo empujón mi sexo en su coño. Rocío, agradecida al sentir mi polla retozando en su interior, gimió de placer mientras no dejaba de mover sus caderas. La sobre excitación que asolaba su cuerpo la llevó de un orgasmo a otro mientras yo seguía machacando su chocho con mi instrumento.
-¡Te amo!- gritó sorprendida por la fuerza de las sensaciones pero más aún por la profundidad de sus sentimientos.
Sin saber todavía lo que se avecinaba, le contesté que yo también sin dejar de penetrarla. Lo que no me esperaba fue que mi prima se abrazara a mí y llorando me preguntó si también la quería a ella. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que estaba prendado de las dos y cogiendo a Maria, la besé como respuesta.
Mi eyaculación fue total y vaciando mi semen en el coño de Rocío, asolé con ello también la última de sus defensas. Al caer agotada sobre el suelo, se puso a llorar por lo que significaba tamaña confesión. María al verla la acogió entre sus brazos y llevándola hasta la cama, me miró con cariño y me dijo:
-No sé si sabes lo que has hecho pero aunque algún día nos rescaten, ten por seguro que ni Rocío ni yo te vamos a dejar escapar.


Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!


 
 

Relato erótico: “Quimerica” (POR VIERI32)

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PORTADA ALUMNA2El sonido potente de un trueno la hizo despertar y el relámpago iluminó fugazmente la habitación de la joven. Abrió sus ojos, sus rojizos pelos desparramados en su sudoroso rostro daban la atinada impresión de no haber pasado una grata noche. Esquinó la vista a la ventana, eran tempranas horas, debería retozar el sol, pero la tormenta ensombrecía el campo a lo lejos.

Más allá, tras las montañas, apenas se divisaban los restos de millares de edificios, todos ennegrecidos, propios de una ciudad carcomida en cenizas. Aurora se levantaba cansada, sumida en una remerilla beige que denotaba aquel acaramelado ombligo, aunque bien poco insinuantes senos, y un pantaloncillo blanco, en el que no solo daba la vista a sus casi perfectos y lechosos muslos juveniles, sino un sugerente monte de venus que relucía en su caminar por los pasillos de aquella mansión en donde vivía aislada con su padre.
Cercada del cruento y violento mundo que existía afuera, lleno de guerras, violencia y movilizaciones. Sanguinario mundo que una vez fue tal, hasta que el agua ocupó un lugar más importante que el petróleo, que el oro… y que la vida misma. Cercada, de un mundo que ya no reconocía fronteras, sumido en seudo dictaduras militares hostiles.
Sus pasos resonaban en el lujoso pasaje, una fuerte lluvia se evidenciaba por las tantas gigantescas ventanas dispuestas en su recorrer. En su soledoso caminar, miraba la tormenta, y una sensación de melancolía la invadía, quería volver con sus compañeros de universidad, sentir el cariño madre, hablar de nimiedades con sus amigas, todos desaparecieron por la guerra, eran todos recuerdos de su vida que la hostigaban.
Aquellos ataques de ansiedad que la carcomían, solo eran aplacados por un momento de arrebatamiento con… alguien. Un ser, con la que nuestra joven pelirroja, osaba de dar suministro a su libertino, intentando, llenar el vacío que dejaron sus seres queridos en su vida.
Seguía caminando, pasaba de largo las tantas puertas, y se detuvo ante una enmarcada muy especialmente con maderas de aspecto ondulado e histórico. Sabía que el placer y el gozo esperaban por ella tras aquél ínfimo cubículo, una leve sensación se prendió en su estómago, y entró.
Un figura erguida firmemente, ocultada en la oscuridad, se presentaba inmóvil ante ella. Cerró la puerta, apenas cabían dos personas en aquel pequeño y oscuro aposento, se acercó, pegó su cuerpo ante aquella dureza, lo palpó extasiada con sus manos, recorriendo desde aquellos durísimos abdominales hasta los adónicos brazos, lo rodeó por las caderas, y sin pudor palpó lo que parecía una virilidad sin vigor.
Máquinas similares, pululaban en la mansión, pero sólo éste, tenía la propiedad viril de los hombres, vino casi descompuesto desde la metrópoli, tras aquella rebelión de civiles la dejara en ruinas y cenizas como hoy día. Y entre sus piernas, se evidenciaban las funciones que este aparato realizaba en aquella extinta ciudad
Recorría extasiada la muy formada espalda mientras se remojaba sus labios, buscaba una pequeña depresión en su dorso, y presionó lo que pareciera ser un botón. Unos leves sonidos surgieron de aquel cuerpo, la joven retrocedió unos pasos, esperando que el hombre, no tan hombre, despierte.
Y tuvo que esperar que aquel rubio adonis actualizase su sistema por contados minutos, leves movimientos de dedos se prestaron a la vista. Luego los labios comenzaron con tics nerviosos. No tardó en abrir levemente los ojos.
La joven oyó unos pasos en el pasillo, giró la vista y sacó apenas el rostro a divisar si su padre no rondaba. No había nadie, tal vez la potente lluvia haya jugado una mala pasada. Si aquel vejete se enterase que ella jugaba con las máquinas, le reprendería a lo lindo. 

Una firme mano palpó su trasero, recorrió la casi exquisita redondez juvenil, y posó unos dedos en la pequeña cintura, bajando el mínimo pantaloncillo que la joven Aurora tenía, deslizándosela hasta las rodillas. Tras darse media vuelta, cruzó la mirada con aquel personaje, si bien de ojos obviamente trucados, de plásticos y levemente humedecidos para imprimir realidad, inspiró una sensación eléctrica en la joven.

En un movimiento recto y poco natural, el personaje posó su mano bajo el mentón, lo levantó, y clavó un beso en exceso morboso. Aquella invasión labial, que Aurora había programado a sus gustos, recorría con ímpetu su pequeña boca. Y era tal la lubricidad que portaba aquella lengua quimérica, que la joven, en un momento de éxtasis, no dudó en atraparlo con sus tibios labios, y así succionar de la manera más cibernéticamente mundana.
Tras aquel beso, el hombre se rindió de rodillas frente al sexo de la joven, aquellas fuertes y grandes manos sujetaron la pequeña y temblorosa cadera de Aurora, y pegaba maquinalmente el rostro en su cálida intimidad, haciéndola vibrar, arrancándole un mísero gemido. No dio abasto, y se inclinó para sujetarse por la atlética espalda de aquel artefacto, a fin de no perder equilibrio.
Aquella lengua recorría con ahínco y fuerza el pequeño y rosado capullo en el que prosperaban rojizos vellos. Aurora sentía la lengua totalmente dentro y a más no poder, salía y recorría entera la raja, para luego prestarse con todo en sus adentros, sus piernas flaqueaban y no pudo dejar escapar una baba de entre las junturas de sus labios, quería gritar pero no podía arriesgarse a ser escuchada.
Un degenerado y violento bombeo de lengua la hizo casi perder el equilibrio, cerraba sus ojos, arañaba y enterraba sus uñas en la espalda de aquel insensible aparato, se mordía los labios a fin de no chillar por la placentera experiencia, aquel autómata sabía lo que Aurora quería.
Su clítoris se hinchaba y pulsaba cuando se lo rozaba y espoleaba. No tardó en segregar su dulce néctar, divisándoselo correr como riachuelos entre sus muslos, y bajo el mentón del hombre maquinal quien seguía metido en lo suyo, trayendo hacia sí, más y más, aquella beldad adolescente.
Retiró su boca, y sin dar respiro a la joven, se levantó, clavó aquella mirada vacía en los de ella, y la besó con acuoso vigor, momento en que Aurora osó de probar de su propia feminidad impregnada en aquella lengua sintetizada. La tomó de su sudoroso rostro, ladeando su cabeza mientras la invadía con más empeño. Sus brazos cayeron dormidos, sus piernas volvieron a aflojar y su cuerpo quedó rendido ante tanta maestría y potencia propia de aquel mecanismo.
La tomó de las caderas, girándola bruscamente, aprisionándola de espaldas a él, sus senos se comprimieron contra la pared y con un pie, separó las temblantes piernas de la joven. Bajó rápido una mano, y a lentos roces, restregó sus grosos dedos por la raja ya lubricada que ofrecía Aurora. Adentró uno dentro de la húmeda fisura, ella palpitaba y jadeaba boquiabierta, leves haces de saliva volvían a desprendérsele, pero aquello poco le importaba, eran tan expertos los movimientos y fricciones a su ya hinchado botón, que impudorosa gritó.
Para su suerte, afuera un ruidoso relámpago golpeaba, perdiéndose su alarido robóticamente excitante, entre los de aquella tormenta.
Seguía el tan placentero contoneo de los dedos, la joven se friccionaba por la puerta, gimiendo con furia, rogándole entrecortada; que ose de asediarla en su sexo. El hombre meció instintivamente aquella falsa y venosa masculinidad entre sus lubricados labios, y a lento arrebato, lo hizo adentrar en ella.
Mientras lo introducía delicadamente, el robótico amante se inclinaba para besarla el cuello, succionando y apretujando aquella piel lechosa con sus labios artificiales. Los besos seguían del cuello para abajo, entre la espalda, retumbando no sólo los lametones, sino los gemidos de Aurora, al tiempo en que la manoseaba con sus dedos por su cintura, dedos que impulsaban desde las yemas, leves vibraciones e impulsos eléctricos que la hacían retemblar impudorosa.
Eran pausados sus bombeos, le producían gemidos agitados, se contoneaba y arqueaba al ritmo del tremendo placer que sentía electrificarla en sus adentros.
La virilidad erguida a tope, despojaba de la misma, pequeñas descargas que golpeaban y rozaban las paredes internas de Aurora. Aquello atinaba a extasiarla más, pero si bien su rostro estaba estrujado del goce, unas lágrimas la surcaban. Le dolían como nunca los recuerdos, aquel hombre parecía ser su sustancia para olvidarse de las penas.
Los movimientos de caderas, de ser leves, se convirtieron en impulsos rápidos que arrancaban de la joven Aurora, mascullas cadenciosas y arqueos tremendos al ritmo de aquella embestida que la sacudía. El ente la tomaba de la cintura, pareciera tomar tracción, y la atravesaba hasta donde el físico diera, la jovencita chilló como nunca, arañaba la pared por donde era sacudida, sus cabellos se restregaban en su extasiado rostro y su cuerpo pegándose constantemente contra la puerta por las fuertes embestidas.
Sin pérdida de tiempo, el hombre arrancó su miembro de sus entrañas, la giró hacia sí, cara contra cara, y supo interpretar sus casi invisibles gestos corporales.
– ¿Por que lloras? – preguntó mecánicamente mientras seguía bordeando su cuerpo.
– Por nada – se excusó jadeante y sudorosa. Lo besó entre sus pectorales, y con tal dulzura, siguió bajando por las abdominales, hasta llegar, y a besos, a aquel miembro que yacía en su máxima expresión. Con ambas manos, Aurora lo rodeó, lo atrajo hacia sí, haciéndolo adentrar en su boca. Una degenerada succión comenzaba.
La joven empezó una lengüeteada de aquellas, recorriendo en círculos el glande. Succionaba, retirándose luego para lanzar un escupitajo al órgano, y volver al asalto para seguir engrasando y enjuagando su boca con sus propios brebajes impresos allí. En un movimiento fugaz, lo sintió hasta su garganta, y en consecuente, comprimió su rostro, lanzando un sonido retumbante de arcadas, haciendo que haces de salivas caigan desde sus labios hasta sus senos.
El hombre, tras separarse de aquella lasciva boca, no dudó en caer arrodillado frente a la joven, la miraba con los ojos fríos y perdidos, como esperando nuevas órdenes. Al verla sonrojada, pensó y volvió lentamente a mecer una mano en su feminidad, restregando nuevamente los dedos, haciéndola resoplar ruidosamente al ritmo de aquella vibración que realizaba en su lubricado sexo.
– Dime que me amas – susurró sofocada y ruborizada al máximo.
– La amo –dijo con su voz potente y fría, palpando aquel dulce cuerpo que se le entregaba sin pudor. Aurora sabía que esas palabras eran vacías, pero tanto lo necesitaba… ¡Tanto lo anhelaba! No pudo evitar sollozar, de la pena que sintió por ella misma, por haber rogado a un simple robot que se le declarase. Pero su soledad no daba para más, necesitaba escuchar aquellas dulces palabras, huecas… pero dulces.
¿Tanto se rebajó a pedirle a una máquina, un amor? ¿Era una quimera? Pero en su conciencia supo que las máquinas no aman, ni siquiera sienten como ella. El amor de Aurora hacia su madre fallecida, amigas perdidas y separadas, todo ello era verdadero, y pedírselo a aquel robot, era en definitiva tocar fondo. ¿Tan necesitada de amor? ¿Podría acaso un montón de cables corresponderle su pasión?
Ella lo abrazó, sus manos recorrieron su espalda hasta volver a encontrar el botón, lo apretó, y el hombre quedó en su posición de rodillas, inmóvil, inerte… y apagado. Aquel rostro estaba estático, frío, esos ojos quedaron abiertos y daban la impresión de haber muerto.
Retiró un minúsculo material azulino que yacía en el pecho del hombre, y lo cambió por otro en donde la experiencia sexual recientemente vivida, “nunca sucedió”. Se inclinó hacia su inerte rostro, y le echó un dulce pico entre sus falsos labios, musitándole dulcemente;
-Yo también te amo.
Volvió a vestirse con sus pequeñas ropas de dormir, salió del cubículo, y se dirigió nuevamente a los pasillos. La lluvia afuera seguía azotando fuerte, aquello le llamó la atención, fue a una ventana, y miró con melancolía la torrencial tormenta.
– ¿Que haces despierta tan temprano? – era su padre, la sorprendió desde atrás.
– Me despertó el sonido del rayo hace un rato… – e intentó disimular sus lágrimas.
– ¿Por que lloras hija?
– Por nada, son sólo tonterías. Recuerdos de amigos… de mamá, todos en la ciudad.
– Tranquila mi niña – y se prestó a abrazarla con una ternura de aquellas, la joven no pudo evitar sollozar en los pechos del padre.
– ¡Dime que me amas – susurró gimiendo- necesito escucharlo!
El hombre la bordeó por los hombros, la besó en una mejilla, Aurora lo apretaba contra ella con más fuerza, quería sentirlo. Su padre, sin dejarse de besos, bajó la mano hacia una depresión en la espalda de la muchacha, y presionó un botón.
La joven Aurora, quedó inmóvil, estática… y apagada. El hombre, tras levantar levemente la remerilla, retiró de los pechos de la joven, un pequeño material azulado, lleno de los falsos recuerdos, lo guardó e injertó otro nuevo, en donde la vida que la carcomía… “nunca sucedió”
– ¿Es probable que sepan amar? – pensó para sí, nunca la programó para tales fines, ¿Cuando una simulación de una personalidad se transforma en un ente que busca afecto?. Aún la humanidad distaba de encontrar una respuesta, a aquellos segmentos aleatorios que parecieran crear vida y sentimientos en donde no deberían existir.
Y se retiró hacia otros parajes de la mansión, giró su vista y la observó erguida e inerte, con aquella mirada perdida y muerta, se apiadó de ella, musitando un leve;
– Te amo.
Y se alejó mientras las nubes negras seguían empañando y oscureciendo más y más el pasillo. Antes que la negrura corroa el lugar, aún podréis apreciar una lágrima surcar el sonrojado pómulo de la joven Aurora.
Pareciera real, era quimérica.
Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

 
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