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Relato erótico: “De crucero con mi papá” (POR ROCIO)

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me daríasDe crucero con mi papá

Sin títuloCuando era pequeña pasaba mucho tiempo de calidad con mi papá. Íbamos al estadio, de shopping, al cine, hasta de paseo en la playa, donde, en las noches más oscuras donde destacaban infinidad de estrellas, nos dedicábamos a trazar constelaciones imaginarias.

Era extraño porque lo normal, pensaría uno, sería que él prefiriera pasar más tiempo con mi hermano porque de seguro entre hombres se entenderían mejor, pero nada de eso se aplicaba en mi caso. Claro que ahora, yo en la facultad y con novio, él con un mejor puesto de trabajo y con novia, ya no pasábamos la misma cantidad de tiempo juntos.

Así que me emocioné muchísimo cuando un domingo entró a mi habitación para despertarme con una gran sorpresa. El siguiente viernes iríamos juntos, en crucero, a Ilhabela, Brasil. Sin novio, sin novia, sin libros ni teléfonos móviles que se interpusieran, solo él y yo. A mí al principio me molestó que gastara tanto dinero para algo que podíamos realizar con menos inversión, pero antes de que se lo reclamara me comentó que fue de luna de miel con mi mamá en su momento, también en crucero, y que quería llevarse ahora a “el amor de su vida, la nena de papá”.

O sea… que ya estaba enamorada de él pero ahora lo quería comer…

El crucero iba zarpar cerca del mediodía, pero ansiosa como estaba arrastré a mi hombre conmigo bien temprano a la mañana. La excusa era que yo no quería esperar mucho para abordar, que entre la gente y el despache de equipaje te puedes tirar una hora, y por otro lado me atraía la idea de disfrutar un rato de un crucero vacío.

Apenas había unas pocas personas a bordo y pudimos almorzar tranquilos, con el paisaje de los edificios como telón de fondo. Todo fue fantástico en el momento que el barco empezó a moverse, rumbo a Ilhabella. No sentí ningún tipo de problemas para navegar, ni mareos ni nada extraño, muy por al contrario, disfruté muchísimo pues el barco parecía desafiar a las olas como si fuese una tabla de surf. Realmente todo me pareció perfecto, ¡mágico!

Lamentablemente el discurso de la “nena de papá” se fue al garete en el momento que una amiga suya, una rubia despampanante, se nos topó en la cubierta y robó la atención de mi padre durante varios minutos. Yo no estaba cómoda yendo detrás de ellos, que conversaban sobre temas que yo ni conocía ni me interesaban, así que agarré la mano de él y tiré para que se acordara que yo también estaba ahí.

—Papá, ¿no quieres prepararte para ir a los jacuzzis?

—¿No ves que estoy charlando? ¿Por qué no vas tú y luego te alcanzo?

—Pero papá… Yo quería entrar a los jacuzzis contigo. Tienen hidromasaje y también tienen sales efervescentes.

—Ya habrá momento, bombón.

Enojada como estaba me volví para irme al camarote, y así cambiarme para luego ir a los jacuzzis. Al menos tenía que recrearme de las comodidades del crucero, tal vez hasta conseguía que se me pasara el enojo por haber sido abandonada. Me puse un bikini bastante bonito, de color cremita y lazos laterales rojos; me quedaba como guante y lucía coqueta. Confieso que pensaba ingenuamente que tal vez podría llamarle la atención a mi papá.

Pero no lo encontré en la cubierta donde lo había dejado, así que concluí que lo mejor sería serenarme y disfrutar del agua tibia de un jacuzzi. Entré en uno relativamente pequeño y desocupado. Estaba calentándome la cabeza y apenas disfrutando de las burbujitas cuando una voz me sacó de mis adentros.

I. Agarrando el timón

—¡Llamen a seguridad, hay una sirena en el crucero! —exclamó un sonriente señor de edad, acuclillado frente a mí. De cabellera canosa, bien afeitado y peinado, se le veía con más edad que mi papá aunque tenía un físico que ya quisiera él. Llevaba un traje blanco radiante, y la gorra plato que llevaba me dio a entender que era miembro de la tripulación del crucero.

—¿Yo? —me señalé. Fue inevitable sonreír porque nadie nunca me había dicho “sirena”. En un santiamén logró cambiarme la cara.

Él tenía los ojos más bonitos y chispeantes que había visto en mucho tiempo. Ya ni hablar de esa sonrisa de galán que hizo que yo retorciera mis pies sin que él pudiera notarlo debido a las burbujas. Me acercó una copa de Margarita que acepté con gusto.

—Me vas a disculpar, pero tendremos que registrarte en la sala de mando, es la primera vez que el crucero recibe una criatura mitológica.

—¡Ya! No soy ninguna sirena —bromeé, levantando un pie para mostrarle que no tenía aletas.

—Pues estoy hipnotizado y enamorado, no encuentro otra explicación.

—¡Exagerado! ¡A otra quien se crea tu cuento! —mordí la pajilla.

—¡Ja! ¿Qué haces aquí sola, niña? Estabas con el rostro serio y quería saber si podía hacer algo al respecto.

—Bueno, no me pasa nada —mentí, mirando para otro lado—. Estoy bien, solo algo aburrida.

—Si tú lo dices. Si estás sola y aburrida, ¿por qué no me haces compañía en la sala de mando?

—¿Sala de mando?

—Claro. Soy el Capitán de la MSC Lírica, Arístides Reinoso, a tu servicio.

—¿El capitán? Ufa, qué honor. Siempre quise ir a una sala de mando y rodar el timón…

—Pues ahora es tu oportunidad. ¿Cómo te llamas, preciosa?

—¡Me llamo Rocío, Capitán Reinoso! —mordí la pajilla, madre mía, ¡el Capitán me estaba invitando a la sala de mando! —. ¿Y puedo manejar el crucero y todo?

—¡Claro que sí, te declaro oficialmente la princesa del crucero!

Me ayudó a salir del jacuzzi y me llevó de la cintura por la cubierta. Charlando amenamente le confesé que mi papá prácticamente me había abandonado en la cubierta y por eso estaba sola. Ojalá él fuera así de atento, allá él si planeaba pasar el resto del día con su estúpida amiga, ni me sentí culpable por irme a otro lado sin avisarle.

En el enorme cuarto de mando estaban dos señores más, todos bien engalanados con sus trajes de marineros, charlando distendidamente entre ellos. Y me dio algo de vergüenza porque yo estaba con un bikini nada más, no es que yo estuviera vistiendo provocativa ni nada de eso pero había un contraste evidente allí, con hombres bien vestidos mientras que yo lucía solo un par de trapitos.

—No te vayas a preocupar por mis colegas, Rocío, pueden ser muy molestos pero son buena gente. Tú dime y yo les pongo en su lugar si te incomodan. Te vi allí triste y pensé que alguien tan linda como tú tenía que sonreír.

—Gracias, don Reinoso, aprecio lo que hace.

—¿Pero quién es esta garota? —preguntó un señor de piel oscura y precioso acento brasilero. Era enorme, tenía un poco de panza y contaba con una preciosa sonrisa, le pondría unos cincuenta y muchos, no sé. Se quitó su gorra plato y se inclinó para besarme la mano—. Me llamó André, Contramaestre de la MSC Lirica. Me Deus, ¿eres la famosa sirena que vimos abordar?

—¡No es verdad, no soy ninguna sirena!

—Esta sirenita se llama Rocío y estaba sola en los jacuzzis. Tenía la cara más triste que cuando André vio en vivo y en directo cómo Alemania le enchufaba siete goles a su selección.

—¡No te pases conmigo, Capitão! —carcajeó don André.

—Pensaba que sería buena idea levantarle el ánimo. No quiero rostros tristes en mi crucero.

—¿Y ya tienes novio? —preguntó el otro señor, probablemente era el más mayor de todos, aunque parecía tener un físico bastante bien cuidado que le daba porte y presencia. De barba fina y elegante, de mirada de ojos claros—. Ya estaba por pedirte tu número telefónico para invitarte a una cita. ¿Me lo vas a dar igual, no? Soy don Cortázar, mi amor, el Oficial de Máquinas a tus órdenes.

—¡Ja! Ya tengo novio, señor.

—Nada de pasarse con la sirena, compañeros, es una invitada especial. Vamos, Rocío, el timón te espera.

El Capitán me tomó de la mano y avanzamos hasta donde destacaba la enorme rueda del timón, hecha de madera y bronce. Lo toqué, pero no lo agarré, tenía algo de miedo, no quería meter la pata pues no sabía cómo funcionaba nada.

—Si le cuento a mi papá que estuve en la sala de mando no se lo va a creer…

—Ah, es verdad —dijo el Capitán Reinoso—, vino con el padre pero parece que la abandonó.

—¡Hay que ser desconsiderado! —bramó don Cortázar—. Rocío, ¿qué dirá tu papá si sabe que estás aquí con nosotros?

—No sé, probablemente me vaya a regañar por irme por ahí sin avisar.

—Aquí estás en buenas manos, tu papá no tiene por qué preocuparse. ¿Por qué no agarras el timón?

—Ah, no sé… ¡Ja! No voy a agarrar el timón frente a todos ustedes, qué vergüenza, voy a volcar el crucero o qué.

—¿Volcar? —carcajeó estruendosamente el Capitán—. Está todo guiado por computadoras, solo usamos el timón para entrar y salir del puerto —se acercó para ponerme su gorro plato, y apartó un mechón de mi cabello para besarme la mejilla ruidosamente—. ¡Mírate, toda colorada! ¡Así me gusta, que sonrías!

—¿Por qué no dejas en paz a la niña, Capitán? —susurró don Cortázar, a mi otro lado, rodeando mi cintura con un brazo, besándome la otra mejilla de tal forma que me dejó boqueando tontamente debido a la sorpresa.

—Ahhh… No soy ninguna n-nena… y tengo n-novio…

—Pues no veo ningún anillo, entonces eres libre como el viento —insistió el viejo Cortázar.

—¡Meu Deus! Déjenla en paz —don André separó a sus colegas de mí—. Rocío, ¡gira el timón unos treinta y cinco grados hacia la izquierda!

Estaba completamente demolida ante el tacto de esos señores. Pero meneé mi cabeza y aparté un poco cualquier pensamiento indecente, ¡ellos podrían ser mis abuelos! Así luego de ajustarme mi diminuto bikini, que entre tanto toqueteo se me querían desprenderse los lazos, agarré con firmeza el timón para darle la tímida vuelta que me ordenaron.

Don André se colocó detrás de mí, poniendo sus enormes manos oscuras sobre las mías. Me imaginé a los cientos de pasajeros que en ese instante estaban a mi merced. Creí que me entraría un pánico o miedo tremendo ante tamaña responsabilidad, pero la verdad es que en ese momento en donde era yo quien les guiaba me sentí súper… ¡poderosa!

—Bom, garota, lo haces muito bom, naciste para agarrar un timón enorme como este.

—Ufa… Me encanta esto, don André. En serio me alegra haber venido.

Estuve largo rato mirando el azulado horizonte. Si no fueran por las olas, ni sabría dónde comenzaba el mar y dónde el cielo, era algo alucinante. El Contramaestre Cortázar me daba órdenes sobre dónde ir, lo cierto es que el señor me estaba volviendo loquita con su insistencia. Obviamente me contenía por dentro pero me decía a mí misma “Está para remojarlo en leche, mamá, a saber cuántos años tendrá”.

—¿Cuándo me vas a decir dónde escondiste tus aletas?

—¡Ya dije que no tengo aletas!

—¿Te gusta el timón, Rocío?

—Me en-can-ta, don Reinoso, estoy pensando en venir a trabajar aquí y todo.

—Eso sería grandioso, ¿pero qué diría tu papá?

—No sé, seguro que no le importaría mucho…

—No seas así, seguro que en su corazón eres la nena consentida de papá. Además, con tus poderes de sirena, puedes encantarlo para que solo se fije en ti, como debe ser.

—¡Basta, deje de decirme “sirena”! —reí de nuevo. ¿Cómo no hacerlo? El lujo a nuestro alrededor, el precioso cielo fundido con el mar, el enorme barco, esos señores tan atentos, ¡y ese timón! Parecía que mi cabeza no podía con tanto; era, literalmente hablando, ¡el paraíso!

La verdad es que cuando el crucero salió del puerto ya no hacía falta usar el timón, pero yo no lo quería soltar, aunque bueno, tuve que hacerlo. Fue entonces cuando el Capitán me tomó de la mano y me llevó de nuevo a la cubierta, para “devolverme” junto a mi papá, con la misión conseguida: la “sirena” de rostro triste ahora estaba a rebosar de felicidad.

II. Preparando los torpedos

No dejaba de sentirme culpable cuando vi a mi papá, bebiendo solo en un bar. Lo había abandonado, sí, aunque él también lo había hecho conmigo. El Capitán Reinoso me acompañó hasta la zona de los jacuzzis pero tuvo que volver a sus labores, así que se despidió de mí con un sonoro y fuerte beso en la mejilla, con la amenaza de que volvería a por mí si me ponía triste.

Me acerqué para charlar con mi padre, ajustándome de nuevo los lazos de mi bikini, que los señores no tuvieron piedad conmigo y juraría que me lo querían quitar disimuladamente entre tanto toqueteo.

Me pidió disculpas porque que la chica con la que hablaba era una vieja a amiga y quería ponerse al día, pero por cómo hablaba de ella y cómo ponía sus ojos, melancólicos casi, yo al menos entendí que se trataba de una antigua novia. Es que ni siquiera se fijaba en mí, era como si estuviera rebuscando por esa mujer entre el gentío.

Repentinamente mi papá miro mi cintura y abrió los ojos como platos. Se me congeló la sangre porque, queridos lectores de TodoRelatos, él aún no sabía que yo tengo un tatuaje de una rosa cerca de mi pubis. No sabía cómo iba a reaccionar mi padre así que siempre se lo ocultaba. Ahora, por culpa de los tocamientos con los señores del crucero, mi bikini cedió un poco y mostró la punta de la rosa asomando sobre el triangulito que me cubría mis partecitas.

—¿Es un tatuaje lo que estoy viendo? —con un dedo bajó un poco más el bikini.

—¡Papá! —dije golpeando su mano, por poco no me dejaba en pelotas en medio del crucero—. ¡Te lo quería mostrar un día, te lo juro! Es… es una rosa, ¿ves?

Tragué saliva y me quedé quieta, aguantando la respiración, mientras él volvía al asalto. Él podía ser capaz de tirarme a los tiburones si se ponía malo, ¡no es broma! Mi colita temblaba de miedo recordando un viejo castigo que me dio cuando era niña, pero él meneó la cabeza con un mohín mientras acariciaba los pétalos de la flor.

—Es bonita. Pero como sigues viviendo en mi casa, espero que la próxima vez que te hagas algo así me pidas permiso, ¿queda claro?

—Sí, perdón, papi, nunca más.

Estaba súper aliviada. Casi hasta me dieron ganas de confesarle que tengo los pezones anillados por barritas de titanio con bolillas en las puntas, pero me contuve, obvio que eso sería algo muy difícil de digerir para él. Me acomodé el bikini mientras él seguía insistiendo.

—¿Qué más tienes?

—Nada más, te lo juro. ¿No estás enojado?

—Eres mi nena, además vinimos para pasarla bien, ¿no? ¿Cómo voy a enojarme?

Cuando caía el sol intenté resarcirme y, en el camarote, me puse una camiseta más que especial que me compré al día siguiente de que me sorprendiera con el viaje en crucero. Era una camiseta rosada que ponía “La nena de papá”, rodeado por un enorme corazón, en letras súper coquetas, además de la foto de él y yo abrazados durante mi último cumpleaños, encuadrada en el centro.

Me hacía ilusión que la viera, para que supiera que siempre tiene un lugar en mi corazón por más que la facultad o mi novio nos hayan separado un poco. Me puse una chaqueta para ocultarla, la idea era que viera la sorpresa mientras caminábamos por la cubierta bajo la luces de las estrellas. Por último me puse un short de algodón blanco, coqueto, sencillito y cómodo.

Nuevamente le tomé de la mano para arrastrarlo y pasear. Eso sí, en el momento que salimos y vimos esas hermosas estrellas empezando a centellear durante la puesta del sol, la maldita rubia volvió a hacerse presente de camino, pero ahora llevaba un coqueto vestido verde manzana de infarto que me dejó boquiabierta hasta a mí. Además ella era muy bonita, y bueno, yo no iba a poder hacer competencia porque no tenía sus largas piernas ni su estilizado cuerpo, ni su súper ajustado y corto vestido atrapa-hombres.

Y sucedió lo que tenía que suceder. De nuevo caminaban juntos por el lugar mientras yo les seguía por detrás; reían, hablaban de viejos tiempos, de viejos amigos y demás tonterías. Juraría que la mujer pretendía reconquistarlo. Yo estaba jugando con el cierre de mi chaqueta, amagando quitármelo para que él viera mi camiseta. ¿O tal vez ni lo notaría? Sinceramente, no iba a soportar estar todo el rato siguiéndolos, así que luego de varios minutos intentando interceder y reclamar a mi padre, me aparté para irme a pasearme sola.

—¿Adónde vas? —preguntó papá.

—Voy a dar un paseo por el crucero.

—No te pierdas, bombón.

—¡Ya!

Estaba sentada en una silla plegable, perdida entre el montón de gente, escribiéndome con mis amigas y enviándole fotos del lugar, cuando se sentó a mi lado el mismísimo Capitán Reinoso, siempre coqueto y galán con su traje de marinero. Supe que era él cuando sentí que me puso una gorra plato.

—Muchos vienen aquí para quitarse de encima el estrés de la vida. Pero tú parece que estás siempre tensa y ofuscada. Sirenita, ¿qué te pasa ahora?

—Buenas noches, don Reinoso. No me pasa nada, ya deje de preocuparse por mí.

—La culpa la tienes tú, tienes que deshacer ese hechizo de sirena con el que me has encantado.

—¡Ya, ya, eso de la sirena seguro que se lo dice a todas sus conquistas!

—¡Claro que no! Escúchame, ¿por qué no me acompañas a un bar privado que tenemos en la tripulación? Tiene una vista hermosa. Te hará bien a ese ánimo decaído que tienes.

—¿En serio? Bueno, dentro de un rato tengo que volver junto a mi papá, así que no sé.

—No me digas. ¿Te abandonó otra vez, sirenita?

—Sí —dije por lo bajo, mirando para otro lado. Recordé a esa mujer, era súper despampanante y me volvió muy celosa. Entonces necesitaba demostrar, no sé si a mi papá o a mí misma, que yo también podría ser atractiva. Y bueno, ese señor no se cansaba de decirme lo guapa que yo le parecía, así que me gustaba la idea de pasarla con buena compañía.

—Yo creo que vas a divertirte más con nosotros que aquí sola.

—¡Ay, qué insistente es usted, don Reinoso! ¡Bu-bueno, pero solo iremos un ratito!

—¡Eso es lo que quería oír!

En la cubierta superior se encontraba el famoso bar del Capitán Reinoso, era espacioso pero oscuro, teñido de luces azuladas. Me fijé que en un sofá al fondo estaban sus dos amigos, el brasilero André y el viejo Cortázar, compartían tragos, dicho sofá tenía forma la letra “C”. A un costado había un jacuzzi y, tras ellos, había un enorme ventanal oscuro que ofrecía una vista hermosa de toda la cubierta, en donde se veía al gentío ir y venir.

—Miren a quién capturé otra vez con la carita triste, colegas.

—¡Rocío, garota preciosa! —exclamó don André, quien inmediatamente se levantó del sofá para tomarme de la mano—. ¡Ya te extrañábamos, meu Deus! ¡Ven, siéntate a mi lado!

—La noche acaba de dar un subidón —dijo don Cortázar cuando me senté. Quedé atrapadita entre él y su enorme colega brasilero. Él me tomó de la cintura, trayéndome hacia él—. ¿Cuántos años tienes, mi amor?

—No soy nena, tengo diecinueve ya.

—¿Cómo?, tienes la edad de mi nieta. Si mi señora se entera de que estoy con una preciosura como tú se desatará una furia como la de Poseidón.

—¡Pues no le diga nada a su señora, don Cortázar! —dije riéndome.

Los elogios empezaron de caer uno tras otro, sacándome los colores y risas varias, seguramente porque me vieron el rostro alicaído. Si no era don André diciéndome piropos en portugués, era don Cortázar comparándome con sus romances de juventud, o el Capitán Reinoso acuclillándose frente a mí para mostrarme su tatuaje de un ancla en su enorme brazo. Con los tres hombres luchando por ganarse mi atención, ¡me sentía como una reina!

—¿Tú tienes tatuaje, sirenita?

—¡Sí!… Es una rosa muy bonita.

—Garota brava, no me digas, ¿se puede ver? —preguntó don André.

—¡Claro que no! Está muy escondido, ¿capisci?

—Sí, capisco. Vamos, ¡solo muéstramelo, aunque sea um pouco!

Siguieron sus embates, incluso don Cortázar posó su mano cálida en mi muslo y me dijo que me llevaría de paseo a Brasil para comprarme todas las ropas que yo quisiera, pero solo si le mostraba mi tatuaje, aunque obviamente le dije que nada de nadita, que yo soy una chica decente.

—Bueno, sirenita, ¿por qué no jugamos a algo para hacer la noche más divertida?

—Supongo… ¿Qué clase de juego?

—Se llama “Verdad o Reto”. No te preocupes, no vas a hacer nada que no te guste, tenlo por seguro.

—¡Bueno, pero no voy a mostrar nada, que conste!

Todos aplaudieron el que aceptara jugar, y yo súper colorada, a saber qué me deparaba, seguro que querrían ver mi tatuaje. Por si acaso, les volví a insistir que ni en mil años iba a mostrárselos, que una cosa es jugar y tal, lo otro ya sería pasarse la línea, no sé, mi tatuaje es privado y no es algo para andar mostrando a cualquiera.

—Venga, Capitán, yo comienzo —dijo don Cortázar—. ¿Cuántas mujeres te esperan por puerto? ¿Verdad o reto?

Todos reímos por la pregunta tan directa, y más aún cuando el Capitán negó al aire con una sonrisa. No lo quería decir, de seguro que eran muchas. Suspiró y dijo “Reto”. El castigo fue simplemente que el Capitán llamara a su señora por móvil, para decirle lo mucho que la amaba, cosa que cumplió de mala gana ya que según él tenía una mujer algo cascarrabias. Puso en altavoz para que todos oyéramos, y vaya que oímos, la señora le riñó por despertarla a mitad de su sueño.

—¡Ya está, ya cumplí el condenado reto! —rugió el Capitán al colgar su móvil—. Ahora es mi turno. Rocío. ¿Cuántos años tenías cuando te dieron tu primer beso? ¿Verdad o reto?

—¡Ja! ¡Verdad! Tenía quince, don Reinoso.

No iba a decir “Reto” ni loca, que seguro querrían ver mi tatuaje. Sabía que ahora me tocaba a mí hacer la pregunta, así que miré a don Cortázar, que estaba a mi lado.

—Hmm… a ver, dígame, don Cortázar, ¿cuántos años tiene usted? ¿Verdad o reto?

—¡Maldita sea, niña! —rio estruendosamente, bebiendo de la tequila. Como parecía el más mayor, tenía curiosidad, no era mi intención ofenderle ni nada de eso, por suerte se lo tomó con humor—. ¡Reto!

—¡El abueliño del barco no quiere decirlo! —carcajeó don André.

A mí me parecía adorable, como dije era el más insistente de los tres y me generaba un poco de ternura, con un poquito de atracción. O sea, era natural, era un hombre guapo y coqueto; concluí que no iba a hacerle cumplir un reto humillante ni nada de eso. Así que me ajusté mi short y le ordené:

—Don Cortázar… cánteme algo.

Me tomó de la mano y enredó sus rugosos dedos entre los míos, me mostró una matadora sonrisa de hoyuelos, clavándome sus ojos claros en los míos. Sus colegas le llamaron aprovechado pero yo me dediqué a oír su dulce voz, que cantaba: “¡Ay! Rocío, caviar de Riofrío, sola entre el gentío, tortolica en celo. Como un grano de anís, un weekend en París, un deshielo.” Al terminar me dio un beso en la nariz que no tenía forma de esquivar, ni quería, sinceramente. ¡Vaya con el señor y su coquetería!

Estaba derretida mirando a Cortázar, no quería soltar su mano. Él había ladeado el rostro para beber un trago, y cuando la devolvió a la mesa, notó que yo aún le observaba como tonta, con la boca entreabierta y sin ser capaz de armar una frase.

—Rocío, va a ser verdad que eres una sirena que hechiza a los hombres, ¡estoy enamorado! —besó mi mano—. ¿Te gustó la canción?

—S-sí, don Cortázar, tiene una voz muy bonita…

—Gracias, mi amor. ¿Te puedo besar?

—No sé…

Entonces sonrió de lado cuando humedecí mis labios, y depositó un besito casto que hizo olvidarme completamente de la situación. Ya podría chocar el crucero contra un témpano de hielo, que no había forma de traerme de vuelta a la realidad. Empuñé mis manos y las llevé hacia mis pechos mientras degustaba esos labios con un ligero sabor a tequila.

Apretujó sus labios con los míos, los de él estaban secos pero luego se humedecieron un poco debido al contacto. Abrí los ojos como platos cuando sentí la punta de su lengua queriendo entrar en mi boca, atravesó la barrera de mis finos labios y palpó mi propia lengua, para luego retirarse fugazmente. Siguió con el jueguito de labios, me puso tan cachondita que decidí buscar su lengua, con la mía, en señal de venganza.

Estuvimos así un rato, solo escuchando cómo nos comíamos la boca, yo gemía un poquito y retorcía mis manos y pies, hasta que el viejo Cortázar decidió dar por terminado el beso más caliente y sensual que había vivido nunca. ¡Y con un señor que podría ser perfectamente mi abuelo!

Sus compañeros lo felicitaron, pero él no les hizo caso, sino que me preguntó:

—Chiquita sabrosa. ¿Tienes labiales de sabor frambuesa?

—S-sí, me lo puse… me gusta… Espero que le haya gustado a usted, don Cortázar.

—Desde luego. Eres única, mi amor. Dime, ¿con cuántos chicos ya has tenido relaciones? ¿Verdad o reto?

—Ahhh… —respondí atontada. Me puse coloradísima porque uno, no esperaba que me hicieran esa pregunta, y dos, aún tenía ganas de besarme con él—. ¡Re-reto, pero no sean malos!

Todos celebraron al unísono mientras yo hundía mi rostro en mis manos, toda avergonzada.

—Minha garota —dijo don André—. ¿Tanta vergüenza tienes de decirlo?

—No es eso, don André, ¡es que eso no se pregunta, tramposos!

—Tranquila, niña, no voy a ser malo. Allá en el bar dejé los habanos, ¿por qué no nos los traes y nos los enciendes, mi amor?

Mi corazón latía rapidísimo porque no tenía idea de qué me iban a ordenar, pero suspiré aliviada cuando me dijo lo de los habanos. Le dije que sí, que no tardaba. Lo cierto es que mientras buscaba los habanos en el bar empecé a sentir muchísima culpabilidad. Es decir, ¿qué iba a decir mi papá si me pillara así, pasando la noche con tres señores, todos más mayores que él, y para colmo en un lugar tan privado como aquel? Y si supiera que uno de ellos ya me comió la boca como nadie…

Como tenía calor, me quité el abrigo y lo dejé sobre una butaca. Volví al sofá con los tres habanos y un mechero. Cuando me acerqué, los tres señores estaban sentados juntos, y vieron mi camiseta rosada. Me había olvidado completamente que tenía la foto de mi papá y yo, impresa allí, además de la frase de marras.

—“La nena de papá” —dijo el Capitán—. ¡Qué bonito!

—¿Quieres hacernos sentir culpable, mi amor, al mostrarnos esta linda foto? —preguntó don Cortázar.

—¡No, era una sorpresa para mi papá, no para ustedes!

—Como dijimos, tu papi no tiene por qué preocuparse, su nena está en buenas manos —afirmó don Cortázar—. Vamos, ponme el habano entre los labios, mi vida.

Uno a uno se los puse, y sumisamente se los encendí tal y como se me exigió para cumplir con el reto. La verdad es que al encendérselos ellos expelían el humo hacia mi rostro, cosa que me hacía toser y a ellos les hacía reír. Estaba encendiéndole el habano a don Cortázar cuando el Capitán me expelió de nuevo el humo de su habano en mi rostro:

—Rocío. ¿Quién te parece el más guapo de nosotros? ¿Verdad o reto?

—¡Ya! No voy a decir eso, ¡reto!…

Otra vez vitorearon los señores.

—Sirenita, ¡qué mal! La verdad que es estuve todo el día con este uniforme y no veía la hora de quitármelo. Seguro mis colegas piensan igual. Mi reto es que te pongas este lindo bikini que dejó una de las camareras por aquí. Y bueno, nos gustaría que nos acompañes en el jacuzzi que tenemos. ¿Qué me dices?

Inmediatamente sus colegas callaron, mirándome con detenimiento, como esperando mi respuesta. A mí me parecía pasarse un montón, pero los señores me agradaban y no habían hecho nada que yo no quisiera, así que me sentía en buenas manos. Si quisieran propasarse, yo solo debía poner las cosas claras, o eso pensaba.

El Capitán sacó de su bolsillo dos diminutos pedacitos de tela que según él eran un bikini de una de las camareras del Crucero; me puse coloradísima y me arrepentí de haber dicho reto porque a la vista no parecía que eso pudiera entrarme. Además, lo de la camarera me parecía sospechoso, de seguro que yo no era la primera ni la última en entrar en su bar privado.

—¿Qué hacía una camarera por aquí?

—Limpiando —dijo don Cortázar. Reinoso y André rieron.

—¿Vino a limpiar con un bikini tan diminuto puesto?

—Mira, Rocío. Nos harías un gran honor —dijo el Capitán, poniendo en mis manos el bikini—. De estar con la muchacha más hermosa de este crucero.

—¿En serio? ¿M-más hermosa que esa mujer que está con mi papá?

—Niña, te diré con sinceridad —dijo don Cortázar, mordiendo su habano mientras se desprendía de los botones de su traje—. Tú tienes algo que hace que me olvide del resto de mujeres. Por ejemplo, ni siquiera sé de quién me estás hablando, ¡y no me importa! Lo de la sirena va en serio, mi amor, porque nos tienes enamorados, para qué te vamos a mentir a estas alturas.

—Creo que sé de quién hablas, minha garota —dijo don André, desabotonándose también—. ¿La rubia de vestido verde manzana, no? Si me dieran a elegir, tú serías siempre mi elección.

Me súper convencieron, era inevitable sonreír y morderme un dedo ante tanto piropo.

—¡Bu-bueno, voy a cumplir el reto, pero solo porque no quiero que me digan tramposa!

Los viejitos rugieron de alegría mientras me iba al baño. Me quité mis ropas y empecé a colocarme el bañador. Era demasiado pequeño y diametralmente distinto al que yo había usado esa mañana. La parte superior apenas cubría mis pezoncitos pero de igual forma tiraban fuerte y mostraban la generosidad de mis pechos, los realzaban de una manera exuberante que no me lo podía creer. “Si mi papá me viera”, pensé mordiéndome los labios.

Luego me puse la parte inferior; me di cuenta qué era lo que pretendían porque el triangulito que me iba a cubrir mi vaginita era una cosa de lo más pequeña, por lo tanto mi tatuaje de la rosa se veía con claridad. Entonces me sentí súper sentí mal por mi papá ya ahora unos señores iban a verlo completamente antes que él.

Terminé ajustándomelo bien, era tan fino y apretado que sentí un gusto súper rico recorrerme la espalda cuando el hilo se ciñó con fuerza entre mis piernas. Miré para atrás para comprobar cómo el hilito desaparecía entre mis nalgas. Así y todo me miré en el espejo y no me lo podía creer, iba a modelar tamaño modelito para unos sesentones.

Estos son los momentos en los que una sabe que, de seguir, no hay forma de dar marcha atrás. Sin darme cuenta, o tal sí me daba cuenta y solo me negaba a reconocerlo, estaba entrando en una tormenta en medio del mar del que no iba a escapar fácilmente. Tragué saliva, esperando que la tempestad no durase mucho. Y si duraba mucho, qué menos que pedirle que fuera inolvidable.

“Perdón, papi”, pensé, saliendo del baño para ir al jacuzzi, donde ya me esperaban los tres señores.

III. La más putita de los siete mares

Yo avanzaba a pasos tímidos, tapando con mi mano mi tatuaje de forma disimulada, mientras ellos se acomodaban y fumaban. Podía sentir sus miradas comiéndome a cada paso, madre. Pensé que me iban a acribillar a piropos, pero no, ahora estaban más relajados, seguramente porque me veían muy nerviosita, o seguramente porque disfrutaban de las burbujitas del jacuzzi.

—Eres una jovencita muy hermosa, realmente somos hombres muy afortunados —dijo el Capitán, con los brazos reposando fuera del jacuzzi. Miré de refilón su pecho poblado de vello canoso, y como sospechaba, tenía un cuerpo para mojar pan, de seguro que hacía ejercicio como un condenado todos los días.

—Gracias don Reinoso, usted también se mantiene súper bien.

—Antes de que entres, déjanos ver ese tatuaje, Rocío, prometemos que no nos vamos a burlar, si es por eso que no quieres mostrarnos.

Tragué mucho aire antes de mostrarle el tatuaje, pero me sentí bien al hacerlo porque no me hicieron bromas pesadas ni nada de eso, al contrario, suspiraron sorprendidos. Les dije que era una rosa roja que me lo puse hacía tiempo y que muy, pero que muy poca gente lo había visto. De hecho, ni mi papá lo había visto, al menos no completamente. Les encantó porque miraron embobados por largo rato, cosa que me hizo sonreír porque yo no esperaba que unos señores de esa edad quedaran así por mi culpa.

Cuando entré al agua me sentí en el paraíso, entre las sales efervescentes y el hidromasaje que me hacía cosquillas. Eso sí, me aparté un poco de los señores. Ellos tres estaban juntos, uno al lado del otro, pero yo estaba al otro lado del jacuzzi, frente a ellos.

—Rocío —continuó el capitán, en medio de los tres—. ¿Qué es lo que más te excita? ¿Verdad o reto?

—¡Ah! —grité, salpicándole el agua a su rostro—. ¡Era mi turno, tramposo!

—¡Mi barco, mis reglas!

—¡Re-reto, pero me voy a vengar, don Reinoso!

Echó la cabeza para atrás y empezó a carcajear. Con los brazos descansando fuera del jacuzzi, se acomodó y juraría que se abrió de piernas, pero no podía verlo con claridad porque había muchas burbujitas. Mirándome, dio una última calada a su habano antes de decirme:

—Ven aquí.

—Ahhh… ¿para qué?…

—¿Tienes miedo, sirenita? No muerdo.

A cuatro patitas avancé hasta poder sentarme frente a él. Pero él insistía, “Ven más, ven más”. Cuando estuve demasiado cerca, me preguntó si yo estaba bien, a lo que respondí que sí, aunque en realidad estaba excitadísima porque de seguro que me querían merendar ya, que no soy tonta. Todo ese deseo que podía sentir de su parte, de parte de esos tres señores, era algo palpable en el aire y me contagiaba. Eso sí era algo que me mareaba, que me arrancaba sensaciones riquísimas en mi vientre: ¡deseo, eso era! ¡Que me desearan! ¡Que me mostraran que yo podía ser como esa amiga de mi padre que me lo arrebató sin que yo pudiera hacer nada!

—Ven aquí, vamos, no te asustes. Bésame el pecho, sirenita.

—¿Besar su pecho?

—Sí. Eso me gustaría muchísimo. Ven, no tengas miedo.

—S-sí, don Reinoso.

Y lo hice, me acerqué de cuatro patas y di un par de besos, pero él me decía que no parase, así que, todo su pecho repleto de canas fue objeto de besitos, y cuando me puse súper viciosita, le di un par de chupetones y mordiscos. Me decía que chupara sus pezones y así lo hice, que mordiera y jugara cuanto quisiera. Lo hice gruñir, lo hice gemir, me excitó oírle pues yo era la provocadora de sus reacciones, ¡sí!

Estaba mordisqueando su pezón cuando él me agarró de la mano y la llevó para que tocara su verga, ocultada bajo las burbujitas. Suspiré largo y tendido, la tenía súper dura por mi culpa. Cuando lo toqué mi vaginita empezó a picar un montón.

—¿Sigues dudando de lo que te dijimos? Nos tienes locos, pequeña sirenita. Ven, siéntate entre mis piernas, de espaldas a mí.

Me guió para que me sentara sobre él y, luego de ladear mi bikini, pudiera restregarme su verga por mi panochita. Sus colegas se levantaron del agua y, parados como estaban, con sus vergas a tope, agarraron, cada uno, una manita mía, y la llevaron hasta sus grandes trancas para que les pajeara. Don André la tenía gigantesca y negra, mi manita no se cerraba en su tronco, y me guiaba para que le estrujara suavemente su verga. Don Cortázar en cambio era muy bruto y me exigía que se la cascara con violencia y rapidez a esa verga larga, algo curvada, pero no muy gruesa.

Fue en ese momento que me sentí realmente una sirena que domaba a los hombres con sus encantos.

—Don Reinoso… ahhhh… soy muy estrechita… sea ama-amable, por favor…

—Parece que sí eres estrechita, me cuesta encontrar tu agujerito. Maldita sea, ¿ves cómo nos tienes, Rocío? ¿Sabe tu papi que eres así de coqueta?

—¡Ah! N-no es mi culpa. Ustedes estaban haciendo preguntas y retos muy tramposos…

—Si su papá se entera no le va a dejar jugar más con nosotros —picó el Capitán, meciendo la cabecita de su verga entre mis gruesos labios vaginales—.Dime, ¿cuántas veces te han comido tu almejita? ¿Verdad o Reto?

—¡Tra-tramposos, ya es mi turno! —protesté sin ser capaz de soltar las vergas de esos viejos; me encantaba masturbarles y oírles gemir.

—¿Cuándo fue la última vez que vocé… te masturbaste, menina? ¿Verdad ou Reto?

—Ahhh… ¡Re-reto, reto! —gemí cuando la polla del capitán empezó a hacer presión para entrar en mi conchita.

—Rocío, ¿cuántas vergas has chupado? ¿Verdad o reto?

—Ahhh… Ahhhh… ¡Re-reto… Ahhhh!

El Capitán encontró mi agujerito y penetró un poco, lo cual me hizo retorcer toda. Fue tanto el gustirrín que me olvidé de pajear a los otros dos señores y mis manitas resbalaron, pero rápidamente ellos las recapturaron para que siguiera estrujándoselas con fuerza.

—¡Son unos tra-tramposos! —respondí mientras el viejo empezaba a metérmela. Perdí la vista mientras sentía perfectamente la forma de una verga larga y gruesa entrar en mí de manera suave.

No tardé en retorcerme como si estuviera poseída, cosa que le habrá asustado a los tres señores. Aunque estuviera follando en el agua del jacuzzi, sentía perfectamente cómo derramaba mis fluidos de manera bestial, corriéndome como una cerdita sin que pasaran más que un minuto. La verdad es que cuando me excito mucho no me controlo y no puedo llevar una relación sexual por mucho tiempo, cosa que me da muchísimo corte…

—¿Qué te pasa, sirena? —el Capitán me habrá sentido cómo mis músculos vaginales le estrujaban su verga—. ¿Por qué tiemblas toda?

—¡Ahhh, ahhh!

—No me lo puedo creer, se está corriendo solita. Su coñito me está haciendo fiesta adentro, amigos.

El viejo Cortázar gruñó, seguramente estaba celoso porque quería follarme también, pero eso era privilegio del capitán. Se inclinó hacia mí para hundir sus dedos en mis mejillas, de tal forma que mis labios fueron empujados hacia afuera. Oí una gárgara y el señor escupió en mi rostro, sentí cómo su saliva resbalaba desde mis labios y nariz para adentro de mi boca. Cabeceó satisfecho, y empezó a meter sus gruesos dedos para follarme la boca.

—Se vuelve muy sumisa cuando se excita. Parece que encontramos un tesoro en medio del mar, Capitán.

—¡Mff!…. —dije al apartarme, presta a evitar que los dedos entraran más. Me dio unos segundos para que volviera a tomar aire, mientras hilos de saliva caían de mi boca. Inmediatamente, el enorme brasilero también me agarró del rostro, escupiéndome otro cuajo enorme dentro de mi boca.

—Chupa, vamos, chupa —dijo metiendo sus gruesos y oscuros dedos, desencajándome la cara.

No podía chupar esos dedos con comodidad, ya que por poco no metía el puño completo en mi boca. Pero logré pasar lengua por los dedos como me ordenó, hasta que por fin, tras largo rato, retiró los malditos dedos de mí, todos encharcados y ensalivados.

Repentinamente, el capitán bramó, apretándome la cinturita con fuerza:

—¡Madre de Dios!, me voy a correr dentro de ti, sirenita. ¡Qué muñequita tan linda eres!… eres preciosa y tienes el coño más apretadito que he sentido en toda mi vida.

—¡Men-mentira!…

—¡Es verdad! Luego te la voy a comer hasta que te desmayes de gusto… ¿Por qué no le das tu cola a uno de mis colegas, para que no se queden con las ganas?

—Ahhh… ¡A m-mí nadie me toca la cola!

Entonces sentí la lechita caliente del Capitán; su verga escupía semen sin cesar dentro de mi interior, lo podía percibir con claridad, además que salía en cantidad. No me lo podía creer, en ese entonces me asusté muchísimo. Me imaginaba preñada, paseando por la borda de la mano de esos tres viejos mientras mi novio y mi papá me miraban decepcionados. ¡Qué humillación, todo por ser una cerdita! Pero mientras el Capitán me seguía llenando de su leche, me dijo que ya no podía tener hijos, así que no pasaría nada.

Quedé demolida, sin fuerzas en los brazos y pies, si don Reinoso vaya con el abuelito, me había follado a base de bien. Yo aún estaba sufriendo algunos temblores productos del intenso orgasmo cuando sus dos colegas se masturbaron con fuerza frente a mí para llenarme la cara y los pechos de sus corridas. Un cuajo enorme de semen cayó en uno de mis ojos y me lo cerró durante toda la noche, causando risas varias.

Don Cortázar seguía estrujándose su verga frente a mí. Don André le prestó su habano y el viejo, luego de expeler el humo hacia mí, me dijo:

—Lo estás haciendo muy bien. Tu papá tiene que estar orgulloso de tener a una nena tan obediente.

—No hablen de mi papá ahora mismo —susurré, tratando de limpiarme la cara.

—¿Ves esta verga, Rocío?

No respondí, pero cabeceé tímidamente.

—Esto va a entrar en tu colita. Así que ponte de cuatro y la colita en pompa.

—E-estoy cansada, don Cortázar…

—Ya veo. ¿Crees que esa rubia que está con tu papá duraría más que tú?

—¡N-no, claro que no! Don Cortázar, bueno… pero tenga mucho cuidado o me voy a enojar…

—Excelente, eso es, papi la tiene bien entrenadita por lo que se ve.

Me volví a poner de cuatro patitas y me apoyé del borde del jacuzzi mientras los tres viejos me veían todas mis partecitas. Estaba temblando de miedo, mis colita parecía latir y boquear, como rogando por verga, pero vamos que un poquito más y me orinaba ahí mismo.

—Vaya tesoro tiene escondido. Nunca vi un culito tan pequeño. Seguro que cuando caga salen fideos.

—¡N-no me hable así, don Cortázar!

Escuché una fuerte gárgara y pronto sentí un enorme cuajo de saliva caerse en mi colita, cosa que me dejó boqueando como un pez de lo rico que se sintió. El Capitán me tomó la cabellera y ladeó mi rostro, hizo una gárgara y me escupió en la boca. Luego su colega brasilero hizo exactamente lo mismo, solo que su escupitajo fue más grande. Ambos asintieron de satisfacción al ver lo sumisita que me volvía al estar tan caliente.

—Bendigo a tu papi por haber engendrado este pedazo de hembra —dijo don Cortázar, que parecía que se había arrodillado ante mi cola—. Dime, sirenita, ¿tu novio al menos te come la almejita?

—Mmffsíiii…

—¿Cómo te lo come? O sea… ¿Te gusta cuando lo hace? ¿Trabaja bien con la lengua?

—Ahhh, no sé…

En ese momento don Cortázar metió mano y empezó a estrujarme la conchita. Dos dedos separaban mis labios y uno iba actuando como si fuera una especie de lengua en mi rajita, mojándose todo de mí mientras acariciaba mi clítoris. Era súper caliente y rico, lo hacía súper bien, así que disimuladamente arqueé mi espalda para que siguiera, gimiendo y disfrutando del hábil manoseo.

Luego pude sentir la lengua de viejo recorriendo el anillo de mi ano, boqueé al notar cómo se entraba en mi culito. Primero pareció tantear el terreno, luego fue punzante y parecía que la lengua me follaba mi agujero. Me retorcía todo, es que me gustab un montón cómo ese viejo me chupaba el culo.

—Estás muy rica. ¿Me dejas hacerte la cola?

—Tengo… m-miedo, me va a doler…

—Tranquila, voy a ser muy despacioso.

Me separó las nalgas y empezó a acariciarme el anillo de mi cola. Al meter su dedo, uno rugoso y grueso, empezó a follármelo con rapidez. Di un respingo y arañé el borde del jacuzzi, pero aguanté como pude, apretando los dientes. Mi vista se emborronó y no sé si habré dicho algo pero de seguro fue inentendible, ¿quién iba a poder hablar en esas condiciones?

—Es estrechito, haré lo posible para que no te duela.

—Culo chico, esfuerzo profundo, goce grande —dijo don André—. Me gustaría darte por culo también, pero será mejor que lo haga cuando tu colita esté más acostumbrada a tragar vergas. Esto que tengo aquí te va a dejar el culo como la bandera de Japón durante semanas.

—No cierres el ano, relájalo —Cortázar se apartó y escupió de nuevo en mi agujerito.

Tragué todo el aire que mis pulmones me permitían cuando el señor empezó a meter su verga. Primero fue la cabeza de su polla; me invadió un dolor terrible pues estaba estirando el anillo del ano más de lo que su dedo o su boca habían hecho. Grité fuerte y desencajé mi cara de dolor. El señor, pese a su edad, tenía vigorosidad, y me sostuvo de mi cinturita, no fuera que me escapara.

—Tranquila, tranquila, la cabecita ya está adentro, mi amor. ¿Te sientes bien?

El abuelo se mantuvo un rato así, dejándome casi al borde del desmayo. Yo estaba temblando de miedo, podía sentir perfectamente la forma de la cabeza de su verga ensanchando mi agujerito. Cada vez que parecía que me iba a desmayar, recordaba a esa maldita rubia de vestido verde manzana y me decía que yo tenía que ser mejor que ella.

—Aguanta. Seguro que te va a encantar y vas a querer hacerlo todos los días.

Era un señor mentiroso porque no me encantó en ningún momento. El dolor cuando entró toda la cabeza en mi cola fue terrible, tanto que creía que el crucero se había metido en medio de una tempestad. Arqueé las plantas de mis pies, también mi espalda, apreté los dientes pero don Cortázar me sostenía fuerte de la cintura por lo que su tranca seguía partiéndome en dos.

—Parece que la verga me va a reventar por la presión, cómo cuesta meter. Se nota que no está acostumbrada. Venga, aquí viene más, Rocío, tú puedes tragar, se nota que eres una niña con ganas.

Dio un envión fuerte que me hizo blanquear la visión debido al dolor. En ese entonces me oriné completamente, ya no podía controlar ni mi vejiga y de mi boca salieron insultos varios dirigidos a ese viejo cabrón, pero babeando no me habrá entendido nadie. Si el abuelito me soltaba, me caería

—Afloja, Rocío, afloja el culo y disfrutarás. Créeme. Yo estoy disfrutando como un condenado. Es más, creo que me voy a quedar así para siempre, se siente muy bien. Al héroe que quite mi verga de tu culo lo van a llamar Rey Arturo.

Pero mintió otra vez, no se quedó así, dio un empujón terrible que casi me hizo reunir con mis ancestros, en serio creía que iba a morir de dolor pues entró otra porción más que me partió en dos y vació mis pulmones.

Aunque la verga no estaba toda dentro de mí, sí podía sentir claramente la forma de la punta y el tronco curvado dentro de mis intestinos. Estaba temblando de miedo y de hecho pensaba en renunciar si la cosa seguía así de dolorosa.

—No creo que entre más, por más que empuje. En mi vida encontré un culito tan estrecho. Venga, afloja, niña, afloja y déjate gozar, ¿quieres?

—Ahhh… Ahhh…

—¡Cuidado, un témpano de hielo! —gritó el brasilero.

Me súper asusté, tanto que di un respingo y mi culito aflojó debido al pánico; abrí el ano y los ojos como platos. Pero solo fue una broma para asustarme porque se rieron un montón, y parecía que el truco funcionó porque mi cola empezó a tragar más y más de aquella tranca vieja pero hábil. Y así, boqueando como un pez y arqueándome toda, empecé a disfrutar poco a poco mientras mis intestinos eran ocupados por toda la verga del viejo.

—¡Men-mentirosos… Ahhh… Ahhh!

—Madre mía, este culo está tragándose por sí solo toda mi verga. ¿Qué pensará tu papi si sabe que te estoy partiendo el culito, mi amor?

—Ahhh… Ahhh… me va a ma-matar…

—¿Sabe papi que tienes un culito tragón? ¿Sabe que su hija es la putita viciosa de los miembros de la tripulación?

—¿¡Cómo va a saber eso, cabrón!? ¡Ahhh… Ahhh!

Debo decir que me empezaba a gustar la sensación de tener a don Cortázar dentro de mí. De hecho, él también creo que lo notó porque mi cola tragó casi naturalmente lo que quedó de su verga y, según él, no quedó nada afuera. Vaya salvajada de hombre, ya estaba por desfallecer del gusto y del dolor pero él empezaba a menear su cintura, golpeando sus huevos contra mis nalgas. Chapoteaba el agua, gemía yo como una cerdita, más aún cuando mi colita se ensanchó y se acostumbró al tamaño de su tranca, permitiéndole ir y venir a gusto.

El placer era tan apabullante que quería seguir siendo enculada por ese pervertido durante toda la noche. Pero me acaricié mi perlita para terminar rápido pues que ya era hora de volver junto a mi papá; al instante empecé a mear descontroladamente más jugos, mojando más aún el jacuzzi.

Chillé de placer, arqueando el cuerpo sin que mi vaginita dejara de salpicarlo todo de manera descontrolada mientras la verga de don Cortázar poco a poco abandonaba mi culito.

Me quedé temblando toda y súper sonriente. No podía ser, había gozado toda una orgía con hombres más viejo que mi papá, uno de ellos incluso me hizo la cola de una manera ruda pero experta, que supo vencer mis miedos y a mi propio cuerpo.

Al final de la noche, todo el jacuzzi estaba literalmente encharcado en mis juguitos, los de los señores, un poco de orina y algo de… bueno, no voy a decirlo pero básicamente el mini bar privado de los viejos no quedó como el lugar más higiénico del crucero.

Yo ya estaba agotada, mi garganta me escocía de lo mucho que chillé y me dolía todo el cuerpo, pero ninguno de ellos menguó, al contrario, los abuelitos me habían estado follando durante horas y parecía que no había quién los parase. Cuando don André tomó mi cabello para levantar mi rostro y darme de comer su verga, supe que la noche iba a ser muy larga.

IV. La nena de papá

Así fue como la sirenita volvió sonriente a la cubierta, en compañía de los tres marineros, orgullosos de haber contribuido con mi felicidad. Comprobé que mi short tapara cualquier evidencia de mi noche salvaje con los abuelos, que me llenaron las nalgas de besitos y mordiscones, lo mismo con mis pechos, ahora resguardados por la camiseta rosada de “Nena de papá”.

—Me alegra que estés de nuevo con la carita sonriente, sirenita —dijo el Capitán—. Misión cumplida.

—¡Ya dejen de decir que soy una sirena!

—Cuidado, si te vemos triste, te llevaremos de nuevo a la sala de mando o al bar privado —amenazó don Cortázar.

—En Illhabela incluso tenemos un lugar muy bonito y privado, garota —sugirió don André—. Es de mi propiedad, con hermosa vista al mar. Tú harás que la vista sea más hermosa.

—¡Ya, qué exagerados!

Pero yo no podía olvidarme de mi papá, así que me despedí de ellos con la idea de reunirnos una vez más, que nos quedaban tres días muy largos. Pero no les podía prometer nada, pues como dije, tenía que pasar tiempo de calidad con el hombre de mi vida.

Mi papá me tomó de la mano cuando llegué hasta él. Me quiso quitar el short entre bromas, dijo que quería ver otra vez mi tatuaje ya que le gustó mucho, pero le dije que no, el solo pensar que me pillaba los mordiscones y chupetones me hizo marear.

—¿Me disculpas, bombón, por haberte abandonado? Te lo compensaré.

—Más vale que sí, papá. Al menos no estuve aburrida.

Entonces me dijo algo que me desarmó por completo:

—Mi amiga es camarera de este crucero, sirve al Capitán y todo, aunque hoy se tomó el día libre. Me dijo que él y sus colegas unos rompecorazones de cuidado, ¿te lo puedes creer? Si deberían estar jubilados a esta altura, ¡ja!

Me quedé blanca por un rato pero meneé la cabeza.

—Algún día vas a ser viejo también, ¡no te burles! —le golpeé el brazo.

Pero cuando nos paseábamos por la cubierta, bajo las luces de las estrellas, tiré de su mano y le pregunté:

—Papá, ¿tú crees en las sirenas?

Muchísimas gracias a los que llegaron hasta aquí.

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Relato erótico: “jane V” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 25

Sin títuloJane espero pacientemente en el agua hasta que Tarzán perdió momentáneamente el interés por ella y salió del estanque. La joven sólo tuvo unos instantes para admirar su cuerpo musculado e imaginar lo que escondía bajo el taparrabos. Se mordió el labio con un gesto de indecisión y se dirigió al arbusto donde había dejado la ropa. Cuando llegó descubrió a Idrís y otros dos colegas haciendo girones sus bloomers y poniéndose sus bragas de sombrero. Jane cogió el sujetador y se lo puso antes de que los chimpancés lo intentasen e intentó quitarle las bragas de la cabeza al compañero de Idrís, un joven macho, obviamente sin conseguirlo. El chimpancé la esquivó con facilidad y se subió al árbol más cercano sin dejar de hacerle muecas y tirándole pequeñas ramas y hojas. Afortunadamente Idrís estaba despistada observando las monerías de su compañero y se dejó arrebatar lo que quedaba de los bloomers con facilidad, de las botas no había ni rastro. Cuando se los puso, observó con desesperación que ambas perneras estaban rajadas y mordisqueadas y la izquierda estaba descosida casi hasta la cintura. Con un suspiro de resignación se puso la prenda y se arregló las perneras provisionalmente ciñéndoselas al muslo con los restos de la blusa. Con la cara roja de vergüenza se incorporó y buscó a Tarzán. Sorprendida vio como estaba peleando con un viejo gorila macho, bastante más grande que él. Tarzán lo azuzaba y le daba sonoros golpes en el pecho y la espalda mientras eludía los gigantescos puños del simio. Al principio se asustó, pero pronto se dio cuenta que tanto los golpes de uno como del otro eran controlados y no pretendían hacer daño de verdad. Tras unos minutos terminaron por abrazarse y espulgarse mutuamente ajenos a lo que pasaba a su alrededor.

Jane los observó largo rato, totalmente confundida, incapaz de asumir que la relación entre un hombre y un animal pudiese llegar a ser tan íntima. Jane había tenido perros y recordaba con especial afecto a Jack, un viejo terrier al que quería con locura. Era listo y parecía anticiparse a los pensamientos de su ama pero perro y ama sabían cuál era su lugar. Ella mandaba y el obedecía. Sin embargo, lo que estaba viendo en ese momento, era a dos individuos de especies distintas relacionándose en un plano de igualdad…

-¡Joder! –exclamo Jane por tercera vez en su vida dándose un golpe en el cuello.

Cuando se miró vio su mano decorada con los restos de un mosquito de considerables dimensiones. Tarzán levantó la cabeza y se acercó curioso a ella para ver lo que pasaba. Acercó su nariz al cuello de Jane y la olisqueó interesado. La joven notó como el suave vello que cubría su cuello se erizaba ante la sensual caricia del aliento del salvaje. Tras unos segundos Tarzán retiró su aliento y le indicó por señas que la siguiera hasta una zona fangosa cerca de la orilla sur del estanque donde estaban los elefantes. Con un gesto con los brazos y un par de gritos les hizo retirarse y acercó a Jane hasta el borde fangoso.

Cuando Tarzán cogió un buen montón de barro y se lo extendió por el cuello ella hizo el amago de protestar. El fango era de color claro, casi blanco y olía a vegetación en descomposición pero enseguida notó el frescor y un inmediato alivio de la picadura. El hombre no se limitó al cuello sino que empezó a untar el resto del cuerpo con el barro haciéndole entender a Jane mediante señas que evitaría la picadura de los mosquitos. Las manos de Tarzán acariciaron su cara dejando una fina capa de barro que rápidamente se endureció formando una costra impermeable a las picaduras de los insectos. Jane cerró los ojos disfrutando del cálido contacto de las manos del hombre. Tarzán cogió un poco más de barro y comenzó a bajar por el pecho untando sus hombros y sus clavículas y la parte del escote que dejaba al descubierto su sostén. Cuando Tarzán recorrió sus costillas y juntó sus manos en su vientre Jane no pudo contener un corto suspiro de placer. El salvaje pareció no advertirlo y siguió con su tarea lenta y metódicamente embadurnando su espalda hasta la cintura de los bloomers. A continuación continuó con sus pies. Untó su empeine y el puente, siguió con el talón y terminó en sus dedos donde se demoró acariciándolos uno a uno y recorriendo toda su longitud. Jane abrió los ojos respirando agitadamente. Tarzán la estaba mirando de una manera que la hacía temblar. Sin dejar de mirarla a los ojos comenzó a masajearle las pantorrillas y lentamente empezó a subir por las piernas arriba, electrizando todo su cuerpo, hasta introducirse en las perneras de los destrozados pantalones. Afortunadamente las manos chocaron contra el arreglo provisional que había hecho Jane y el hombre no pudo pasar de la parte baja de los muslos.

Contrariado, Tarzán intentó deshacer los nudos pero Jane se separó y cogió un puñado de fango con su mano –ahora me toca a mí –pensó mientras acercaba la mano al pecho del hombre.

Tarzán no se apartó y Jane pudo acariciar el pecho del salvaje. El pecho era amplio, duro y musculoso, mientras hacía dibujos en el con el barro que había cogido de la charca recordó el de Patrick más pálido, más blando y con más pelo y con una punzada de remordimiento apartó la mano y se retiró un par de metros confundida y arrepentida. Tarzán hizo el amago de acercarse pero pareció pensárselo mejor y terminó el sólo de cubrir su cuerpo de barro.

Avery se levantó tarde, la cabeza le estallaba y se sentía aún mareado por el efecto de los excesos de la noche anterior. Se dirigió al porche dónde ya le estaba esperando Henry con los restos de su desayuno, viendo como las nubes descargan sin piedad millones de litros de agua sobre la arrasada llanura.

-Dentro de un par de semanas, el paisaje habrá cambiado tanto que no lo reconocerías –dijo Lord Farquar con un deje de tristeza en la voz -¡ojalá estuviese Jane para verlo!

-¿Y Patrick? –preguntó Avery.

-Se levantó al amanecer y le dijo al mayordomo que iba a ver si encontraba algo de caza por los alrededores. Yo que las hienas me escondería, ese hombre está guardando mucha rabia en su interior.

-Me vuelvo a Inglaterra. Jane está muerta, no quiero saber nada más de este continente. En cuanto tenga listo el equipaje me iré.

-A la tarde sale un tren con dirección a la costa, me ocupare de que todo esté listo para que lo cojas.

-Gracias Henry. Patrick se quedará aquí, ¿Podrías hacerme el favor de acogerle en tu casa? –Preguntó Avery a su viejo amigo –necesito saber que hay alguien pendiente de él.

-Descuida, eso ya lo tenía en mente. –Respondió Henry –Lo que necesita Patrick es desahogarse. Los jóvenes son fuertes y poco a poco ese dolor se irá suavizando y podrá volver a su vida.

-Eso espero, Patrick estaba totalmente prendado de mi hija, pero su vida debe continuar, ya no puede hacer nada por… ella.

La visión de Mili con un traje oscuro y discreto pero incapaz de disimular sus generosas formas despertó en Avery vagos e inquietantes recuerdos de la noche anterior. Entre las brumas alcohólicas las imágenes de Mili desnuda cabalgando desaforadamente sobre él le provocaron una sensación de desazón. Por un momento se sintió un miserable pero la cara de Mili serena y su gesto de ternura hacia él le tranquilizaron un poco.

Intentando no pensar en todo lo que estaba ocurriendo, se inclinó sobre los huevos revueltos y el zumo de fruta y durante la siguiente media hora se dedicó a engullir comida sin decir absolutamente nada. Pasado un rato Henry se disculpó y los dejó solos y sólo entonces Avery se atrevió a apartar la vista de la comida y dirigirla a Mili.

-Respecto a lo que ocurrió anoche, espero no haber…

-Tranquilo –le interrumpió Mili aparentando serenidad –no ocurrió nada que yo no desease. Quizás te parezca un fresca al decir esto pero nunca comprendí eso que dicen de que la desgracia une a las personas hasta anoche.

-Me alegro, si te soy sincero anoche bebí demasiado y desde que apareciste por la puerta he empezado a recordar fragmentos de lo que pasó.Temí haber abusado de ti por la fuerza. Por experiencia sé lo que un hombre borracho puede llegar a hacer y temía haberme dejado llevar por mis impulsos más primitivos. –Replicó Avery aliviado –de todas formas este no es el lugar adecuado para hablar, durante el viaje tendremos intimidad suficiente y tiempo para pensar. Prepárate, nos vamos esta misma tarde.

Mili asintió sin decir nada pero obviamente parecía satisfecha. Probablemente esperaba que él la tratase como a una puta que le había seducido en un momento de debilidad con el cuerpo de su hija aún caliente pero Avery no era de esa clase de hombres. Si de algo estaba seguro era de que si se había cometido un error la noche pasada era un error compartido, una culpa compartida…

Avery apuró lo que quedaba del zumo y despidiéndose educadamente se retiró para ultimar su equipaje.

Afortunadamente Patrick ya estaba de vuelta de su excursión para el mediodía y pudieron despedirse. Llegó cansado y cubierto de barro pero con un aspecto más tranquilo después de haber abatido un par de impalas. Se despidieron con un abrazo no antes de recordarle que sus puertas siempre estarían abiertas para él. El joven lo agradeció educadamente pero sus ojos le decían a Avery que probablemente no lo volvería a ver.

La tarde empezaba a decaer cuando el tren llegó finalmente a la estación de Kampala con tan sólo un par de horas de retraso. Avery y Mili tomaron posesión del único vagón de primera clase que había en el tren y que estaba totalmente vacío.

Entraron en uno de los compartimentos y se sentaron uno frente el otro aliviados por estar al fin en movimiento. Protegida de los insectos y de la persistente lluvia, Mili se quitó la pesada capa que la cubría mostrando un vestido cómodo y sencillo de un discreto color beige. Avery intentó mirar el paisaje que se deslizaba ante él con desesperante lentitud pero no podía evitar mirar de vez en cuando a Mili con la que mantenía un incómodo silencio. Ella no demasiado incómoda se mantenía sentada en el asiento muy erguida mirando a través de la ventanilla. De vez en cuando una pequeña pela de sudor brotaba de detrás de su oreja y resbalaba despacio por su cuello abajo para terminar perdiéndose de vista entre los generosos pechos de la mujer.

En esos momentos Avery lamentaba no poder recordar nada más de la noche anterior, lamentaba no atreverse a seguir con sus labios el recorrido de la gota de sudor hasta que el escote de su vestido se lo impidiera…

Un camarero interrumpió sus pensamientos sirviéndoles una cena fría y poco apetitosa. Ambos comieron poco y en un obstinado silencio. El camarero terminó de servirlos rápidamente y se despidió deseándole que pasaran una buena noche. Ambos se recostaron en sus asientos y se acomodaron como pudieron para pasar la noche lo mejor posible. Con el rabillo del ojo vio como Mili metía la mano en su escote e intentaba aflojar un poco su corsé para estar un poco más cómoda.

Avery oyó un ligero suspiro de alivio y en pocos minutos la respiración de la mujer se tornó suave y acompasada. Cerró los ojos dejándose mecer por el movimiento del tren e intentando dormir, pero estaba demasiado turbado. Ahora que Jane no estaba con él su vida había perdido sentido. Al morir su esposa había dejado el ejército y se había dedicado en cuerpo y alma a la educación de su hija. Muchos de sus familiares le habían aconsejado que se casara con una mujer joven y guapa, y no le faltaron proposiciones de padres interesados por procurarle una buena situación a sus hijas, pero siempre se mostró reacio y al final le dejaron por imposible. Ahora que se había quedado sin ella, no se sentía con fuerzas para ir de fiesta en fiesta con una joven y activa esposa del brazo. Todo lo que deseaba era una tranquila vida en familia, pero lo único que le quedaba era un yerno loco de dolor y Mili. En cuanto pensó en ella los recuerdos de la noche le asaltaron, las imágenes del rostro de Mili crispado por el placer le excitaron y deseo tenerla de nuevo en sus brazos.

Cuando Jane alcanzó la adolescencia, Avery descubrió que había cosas de las que no podía hablar con su hija, así que habló con el padre de Mili un primo lejano que había arruinado a su familia con toda clase de excesos y le había sugerido que la joven, que tenía unos diez años más que Jane, fuese su dama de compañía. Las dos jóvenes congeniaron casi de inmediato. Mili resultó ser inteligente y avispada y constituyó una inestimable ayuda para Avery. Pero a pesar de su figura exuberante, sus ojos azules, su pelo negro y brillante, sus facciones suaves y su sonrisa dulce nunca había pensado en ella de manera lasciva.

Un relámpago sobresaltó a la mujer que abrió los ojos y descubrió a Avery observándola.

-¿No duermes? –Preguntó Mili.

-No puedo… -dijo Avery turbado sin saber que decir.

-Has estado muy callado durante el viaje.

-Sí, lo siento pero me temo que no soy una alegre compañía.

-Tranquilo, lo entiendo –dijo ella con dulzura –son demasiadas cosas en las que pensar. Quizás sea un buen momento para charlar sobre lo que te preocupa…

-Cómo traducir en palabras la confusión que se ha adueñado de mí. –replicó él – Hecho de menos a Jane y sé que hago bien en volver a Inglaterra pero a partir de aquí no sé qué más hacer. El futuro que tan claramente se mostraba hace unas semanas ahora es un vacío negro y turbador.

-Te entiendo perfectamente, yo he perdido a mi mejor amiga y confidente, ahora sólo me quedas tú –dijo Mili acercando su mano a la cara de Avery.

-Mili, no deberíamos… -dijo él sintiendo como todo su cuerpo respondía ante una sencilla caricia.

Mili se incorporó y sin hacer casó de la débil protesta del hombre deslizó su mano por su pecho mientras acercaba sus labios a los de él. El beso fue violento y húmedo, como la tormenta que había estallado en el exterior, pero mucho más placentero. Avery no podía apartar los ojos de los enormes pechos que se insinuaban bajo el escote del vestido. Mili se dio cuenta y desabrochándose la parte superior del vestido y aflojándose el corsé los liberó para que él pudiera admirarlos.

Avery los cogió entre sus manos y los estrujó con fuerza sin dejar de besarla, Mili gimió excitada, metió la mano por debajo de los pantalones de Avery y cogió su paquete. Está vez su polla se irguió inmediatamente. Mili le quitó los pantalones y los calzoncillos dejando el pene de Avery a la vista. Con una mirada traviesa lo agarró y lo enterró entre sus pechos. Su polla reaccionó palpitando con fuerza al sentir el calor y la blandura de los grandes pechos de Mili. Usando sus manos para apretarlos entorno a su verga comenzó a subir y bajar haciéndole estremecerse de placer. Mientras lo hacía, la mujer mantenía la vista baja con las mejillas arreboladas por el deseo y la vergüenza. Avery alargó el brazo y cogiéndola suavemente por la barbilla le hizo levantar la vista. Avery observó la cara de mujer, sus ojos azules y sus pestañas largas y rizadas unos segundos antes de besarla de nuevo. Con los ojos brillando de deseo, aparto sus labios y se concentró de nuevo en su miembro.

Empezó acariciarlo con sus manos y a besar la punta con sus labios. Avery gimió de placer y hundió sus manos en el largo y suave pelo de la mujer. Cuando Mili se metió el miembro en su boca creyó que su polla iba a estallar pero se contuvo y cerrando los ojos disfrutó de la boca y la lengua de la joven recorriendo su miembro con suavidad. Unos segundos después apartó a Mili con brusquedad y se derramó sobre sus pechos. Cuando abrió los ojos vio que Mili se estaba acariciando bajo el vestido. Sintiéndose un poco culpable por no haber pensado en él placer de la mujer le levantó la falda y apartándole la mano comenzó a acariciar su sexo por encima de las ligeras bragas de algodón. El tejido estaba empapado por una mezcla de flujos vaginales y sudor volviendo el tejido casi transparente. La visión del coño de la mujer junto con sus gemidos anhelantes hicieron que la polla de Avery se endureciese de nuevo. Con un movimiento rápido la levantó y la puso de cara contra el cristal. Apartando faldas y enaguas apresuradamente logro bajarle las bragas lo suficiente para poder penetrarla. Ante las súplicas de ella comenzó a penetrarla empujando con todas sus fuerzas y notando como llenaba su coño húmedo y caliente haciéndola vibrar. Mili apoyaba las manos en el cristal para aguantar las embestidas de Avery mientras observaba como la tormenta arrasaba la sabana. Avery levantó la falda de la mujer por encima de su cintura y hundiendo dos dedos en su ano le propinó dos salvajes empujones provocando que se corriese. El cuerpo de Mili tembló y ella gritó mientras Avery continuaba follándosela hasta correrse en su interior, llenando aquel coño ya rebosante de flujos con su leche. Con su polla aún en el interior de la joven tiro de su pelo para volverle la cabeza y le dio un largo beso mientras la luz de los relámpagos y el estruendo de los truenos les envolvía.

-Esta vez procuraré no olvidarlo –dijo Avery separándose jadeante.

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Relato erótico: “La fabrica (24)” (POR MARTINA LEMMI)

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Sin título1LA FABRICA 24

Sin títuloEl dolor me hizo retorcerme y enroscar una pierna sobre la otra mientras mi rostro se contraía en un rictus indefinible y mi sexo, por contraste, se iba humedeciendo; en parte, a eso último apuntaba al cruzar mis piernas: no quería por nada y por nada que Rocío o Evelyn advirtiesen mi excitación. De ser así se reirían a carcajadas haciendo mi humillación infinitamente mayor.

“Duele. ¿Verdad, linda?” – preguntó burlonamente Rocío junto a mi oreja; como pude y mientras jadeaba quejosamente, asentí con la cabeza pues, en la condición en que me hallaba, no había forma de que surgiera de mis labios palabra alguna.

“Pero ya lo tuviste adentro y te acostumbraste – continuó la rubia, tras propinarme un muy suave beso junto al lóbulo -: y tuviste adentro otras cosas también, así que no te preocupes que tu culito tiene memoria; de acá a un par de horas ni siquiera te vas a dar cuenta de que lo tenés adentro”

Presa del estupor, abrí grandes los ojos. Fue como volver en mí.

“¿Un… par de horas?” – pregunté, con la voz entrecortada por el dolor.

“Así es. ¿O acaso pensabas quitártelo apenas llegues a tu casa? No, no es la idea; tenemos un pacto y queremos que lo tengas presente en todo momento”

Yo no podía creer lo que estaba oyendo. Me estaba diciendo que debería marcharme de allí con ese objeto insertado en mi retaguardia.

“Pero… ¿du… durante cuánto t… tiempo?” – balbuceé.

“El que nosotros dispongamos que sea necesario y conveniente” – respondió la rubia, en un tono que mezclaba gélida frialdad con cruel burla. Me dio una veloz lamida por detrás de la oreja como corolario a sus palabras.

“Ro tiene razón – me susurró sobre el otro oído Evelyn -: queremos que te acuerdes de nosotras siempre; no sólo estando en la fábrica”

Justo en ese momento sentí que el objeto me era empujado aún más adentro, lo cual me arrancó un nuevo alarido sin siquiera llegar a determinar cuál de ambas lo había empujado. Quienquiera de las dos que fuese, me lo enterró a tal punto que lo sentí dentro de mí en su totalidad a sola excepción de la base del consolador, que había quedado a flor de mi entrada anal. Como para terminar de coronar tan perversa obra, alguien (supongo que Rocío) subió nuevamente la tanga hasta calzármela bien adentro de la zanja, con lo cual, obviamente, el consolador viajó aún más adentro, si eso era posible, y quedó allí prácticamente aprisionado.

“Bien – dictaminó la odiosa rubia -. Ya lo tenés bien metidito, jiji… Ahora, cuando Eve lo disponga – se puso súbitamente seria y blandió un dedo índice muy cerca de mi rostro, vas a volver a tu lugar de trabajo y pobre de vos con que se te salga”

Terriblemente confundida, me estremecí ante tales palabras y, como pude, me sobrepuse al dolor para preguntar:

“¿Q… qué ocurre s… si se sale?”

“Hugo se entera de tu pancita – terció Evelyn, con voz fría y átona -. Y nadita se queda en la calle: pobrecita”

Me removí de terror y sacudí mi cabeza en implorante señal de negación.

“N… no, por favor, s… señorita Evelyn – dije, suplicante y al borde del llanto -. S… se lo ruego”

“’¡Tranquila! – dijo la colorada mientras me acariciaba una nalga con fingida ternura -. Nadie dijo que vayamos a hacerlo: sólo te estamos diciendo lo que te va a ocurrir SI NO CUMPLÍS CON TU PARTE”

Acercó su boca a mi oído izquierdo para decirme la advertencia del final. Yo, impotencia pura, estaba ganada por la angustia y no podía dejar de temblar.

“P… pero… ¿qué pasa si se m… me sale… in… voluntariamente?”

“A los efectos, querida – dijo Rocío, volviendo a acercarse a mi oído derecho – no hace diferencia alguna el que te quites el consolador o que simplemente se te caiga; en ambos casos, la responsable sos vos: por deslealtad o por negligencia… O por estupidez”

“Mejor dicho imposible” – dictaminó Evelyn.

“Es… tá bien – acepté, con voz extremadamente débil -. P… pero… ¿cómo voy a…?”

“¿Hacer caquita?” – me cortó Evelyn.

Cuánta humillación. Cuánta vergüenza. Todo era una gran pesadilla de la que deseaba despertar. ¿Cómo era posible que estuviese tratando con ellas las condiciones para poder defecar?

“S… sí, eso mismo” – asentí.

“La buscás a Ro o a mí para que te lo saquemos. Cualquiera de ambas es lo mismo para el caso” – respondió Evelyn, en tono seguro y concluyente.

“P… pero… no entiendo…” – comencé a protestar débilmente.

“Ay, qué mina estúpida – terció Rocío, irritada y con la voz cargada de menosprecio -. ¿Qué mierda es lo que no entendés, pelotuda? ¿Se puede saber?”

“Chist, chist – la calmó Evelyn mientras me acariciaba la cabeza -. Tengámosle paciencia, Ro: es un poco lenta. ¿Qué es lo que no entendés, nadita?”

Por una vez sentí que Evelyn salía en mi defensa; tal sensación, sin embargo, fue fugaz. Me di cuenta rápidamente que lo que quería era seguir hablando el tema para degradarme aun más. La muy perra se debía estar divirtiendo a más no poder con el contenido de la charla.

“Es que… – musité -: ¿qué pasa si, estando en casa, tengo ganas de…?”

“¿Hacer caquita…?”

“Sí, eso… Tengo ganas y estoy en casa. ¿Qué hago?”

“Casa de Luis – me corrigió Evelyn -. Creo que seguís allí, al menos de momento”

“Sí, c… casa de Luis. ¿Q… qué pasa si me vienen ganas estando allí?”

“¿Ganas de qué?” – indagó cruelmente Evelyn; estaba obvio que sólo quería oírlo de mis labios.

“B… bien: eso q… que u… usted ha d… dicho, señorita Evelyn” – dije, muerta de vergüenza mientras oía a Rocío soltar una sádica risita”

“¿Qué?” – dijeron ambas prácticamente al unísono.

Cómo se divertían a sus anchas las muy perras. Cerré los ojos para evitar llorar y junté fuerzas para hablar. Sólo me salió un susurro muy bajito.

“Hacer… caquita”

“No te oigo” – dijo Evelyn.

“Yo tampoco” – agregó Rocío en tono fingido; sentí el roce de su cabellera contra mi hombro derecho: era evidente que estaba acercando su oído para oír mejor o, al menos, fingía hacerlo pues me había oído más que bien.

Llené de aire los pulmones; me aclaré la garganta.

“Hacer… caquita” – repetí, esta vez bastante más alto.

“¡Ah, eso! – exclamó Evelyn dando una palmada en el aire -. Bien: supongamos que estás en casa de Luis o en cualquier otro lado y tenés ganas de hacer cacona; bueno, en ese caso, no hay nada diferente: simplemente nos llamás a Rocío o a mí para pedirme autorización”

“Obvio, linda – intervino la rubia -. Primero me llamás a mí – intervino la rubia -. No molestes a Eve innecesariamente. Sólo si no te contesto o no estoy disponible, podés llamarla a ella”

“No… tengo su número, señorita R… Rocío” – musité.

“Ahora mismo lo vas a agendar”

“¿Y… p… puedo llamar a cualquier hora?” – pregunté, ingenuamente.

“No, estúpida. ¿Acaso te pensás que Eve o yo vamos a estar allí disponibles cada vez que te vengas ganas de hacer caca? Ni se te ocurra llamar después de las diez de la noche”

“¿Y… q… qué hago en ese caso?”

“¡Aguantás, estúpida!” – vociferó Rocío junto a mi oído derecho al punto de casi taladrármelo.

“Bien dicho, Ro” – apostilló Evelyn entre risas -. Bueno, basta de palabras. ¡A su escritorio, vamos!”

Propinándome una fuerte palmada en las nalgas que me hizo gritar, me tomó por los cabellos y jaló de ellos obligándome así a incorporarme. Luego, prácticamente a empujones me llevó hasta la puerta y me arrojó al corredor como si fuera un desecho. La analogía, sin embargo, no alcanza para describir en su exacta magnitud mi sentir en ese momento: al menos un desecho es arrojado a la basura para no volver a ser utilizado nunca más; muy por el contrario y aunque sonara paradójico, yo era para ellas una “basura útil”, un desecho a su disposición para ser reciclado y divertirse con él a gusto.

Una vez en el corredor, me sentí terriblemente sola, lo cual venía a constituir una nueva paradoja: esas dos hijas de puta me sometían a tal punto que terminaban generándome dependencia y bastaba con que ellas no estuvieran para que, extrañamente, me sintiera desprotegida. Pensé unos instantes sobre el asunto y me dije a mí misma que era una locura, que estaba enferma. De manera resuelta y tratando de alejar esos locos pensamientos de mi cabeza, eché a andar hacia mi escritorio tal como me había sido ordenado que hiciera. Recién entonces recalé en el no menor inconveniente que me acarrearía el tener que pasar por delante del resto; una vez más, un súbito temblor me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies pues yo no sabía si el objeto que tenía instalado en la retaguardia sería o no visible para ellas. Decidí desviarme y fui en busca del toilette a los fines de chequear y así despejar toda duda al respecto. Una vez ante la hilera de lavatorios, me giré para verme y, por supuesto, no llegué a ver nada pues nadie instala un espejo a una altura como para mirarse el trasero; tuve entonces que alejarme un par de pasos para luego girarme sobre mis espaldas y así mirar por encima de mi hombro. La curva inferior de mis nalgas se apreciaba justo por debajo de las hilachas que Rocío me había dejado colgando de la falda pero no llegaba a distinguirse, al menos por lo que llegaba a ver, el consolador inserto bajo la línea de mi tanga. Sin embargo, apenas me incliné un poco, ya fue suficiente para que el depravado objeto se mostrase a la vista: tragué saliva y cerré los ojos; no me quedaría más opción que mantener mi espalda lo más recta posible.

Salí nuevamente hacia el corredor y retomé el camino hacia mi sitio de trabajo. Me envaré lo más que pude para caminar bien erguida: cualquiera que me viera me hubiese juzgado como petulante o altanera. Me vino a la cabeza que yo misma, cuando veía caminar a alguien de ese modo, solía bromear diciendo que caminaba “como si tuviera un palo en el culo”. Triste y patético resultaba pensar que, en ese momento, el comentario no hubiera sido desatinado para referirse a mí. Por otra parte, la marcha se me hacía harto difícil con tan molesto objeto dentro de mi cola; me dolía horrores y, además, tenía que tensar cada músculo a los efectos de evitar que el mismo tendiese a salirse con el movimiento. Traté de disimular y poner la mejor cara posible, pero algo debieron haber advertir las chicas cuando pasé ante ellas porque, claro, mi modo de caminar distaba de verse natural o, por lo menos, no se parecía al que era común en mí. Mirando de soslayo, pude notar que la mayoría clavaban sus ojos por debajo de mi cintura, lo cual me llenó de espanto: ¿se estaría viendo el objeto? Quizás yo no había llegado a verlo en el toilette debido a que el espejo no me proporcionaba un buen ángulo, pero ellas, que estaban sentadas, bien podían gozar de una mejor perspectiva.

No, Soledad, me dije. Tranquila. No seas paranoica. Si te miran no es porque el consolador esté a la vista sino porque la falda ha quedado convertida en una ignominia luego de haber sido masacrada por Rocío. Buscando calmar mis pensamientos, recorrí el pasillo entre los escritorios fingiendo mostrarme serena pero, en cuanto llegué al mío, cobré conciencia de que no iba a ser nada fácil sentarme sin que se me notara el intruso. Por fortuna para mí, sin embargo, mi escritorio era el último del fondo contra la pared, lo cual, por un lado, me exponía a la desventura de tener que hacer el recorrido completo por delante de todas para llegar, pero, por otro, me libraba de la paranoia de ser espiada desde atrás al sentarme. La única que hubiera estado en condiciones de verme, en caso de haber estado, era Floriana, ya que su escritorio era contiguo al mío, pero, para mi alivio, su lugar permanecía aún desocupado y a la espera de que la nueva empleada apoyase su atractivo culo sobre esa silla en escasos días más.

Así y todo, espié por debajo de mis cejas y noté que algunas de las chicas seguían atentas a mí e incluso habían girado sus cabezas por sobre sus hombros. Un ataque de ira me hirvió por dentro, pugnando por estallar: sólo quería explotar y mandarlas a la mierda; ¿por qué no se ocupaban de sus cosas? Sin embargo, me contuve: no debía llamar la atención. Me senté despaciosamente, lo cual no evitó que, al apoyar mi trasero sobre la butaca, el consolador se me enterrara como una estaca: sé que sólo fue una sensación, pero me pareció como si me subiera por dentro hasta alcanzarme la garganta. Aun cuando intenté reprimirlo, solté un quejido que, infortunadamente, sirvió para llamar la atención de algunas otras que, curiosas, sumaron sus miradas a las que sobre mí ya estaban clavadas; decidí que lo mejor sería disimular y mostrarme enfrascada en mi trabajo, así que, fingiendo dirigir la atención hacia mi monitor, me desentendí del asunto o, al menos, eso quise aparentar. La realidad, sin embargo, era que no podía estar sentada; tuve que tensar las piernas y levantar mi cola unos centímetros a los efectos de que el objeto no se me enterrase tanto: no era fácil, desde ya. Levanté la vista cada tanto por debajo de mis cejas para escudriñar cuál era la actitud general y noté que, poco a poco y para mi alivio, iban dejando de mirarme y volvían a sus labores. De pronto mi vista se posó tristemente sobre el escritorio de al lado y lo noté insoportablemente vacío: cuánto extrañaba a Floriana; la necesitaba horrores ahora que, en aquel demencial lugar, me sentía prácticamente sola…

Al rato apareció Rocío, taconeando orgullosamente y luciendo esa sonrisa petulante que se había enseñoreado de su rostro desde hacía algún tiempo. Era definitivamente otra: marchaba altiva y envarada, colocando al caminar un pie por delante del otro casi como lo haría una modelo profesional. Me ignoró, por suerte: yo había temido que, con tal de humillarme ante el resto, se valiera de alguna excusa para hacerme ir hasta su escritorio a fin de que las demás vieran su nueva “obra”, pero, contrariamente a ello, el tiempo simplemente transcurrió sin novedad hasta la llegada del sonido de la chicharra.

Por razones obvias, me quedé esperando a que el resto se retirara aun cuando no tenía en claro cómo diablos haría para marcharme de allí discretamente. No sé si habrá sido para fastidiarme o qué, pero Rocío fue, además de mí, la única que no se retiró; tampoco lo había hecho Evelyn, a quien no había visto salir de su oficina: al cabo de algunos minutos, apareció y fue directamente hacia Rocío. Hablaron algo mientras, de tanto en tanto, miraban y señalaban el monitor; agucé el oído para escuchar y por lo poco que llegué a captar, la charla giraba en torno a ese bendito pedido que la rubia había entregado a Luciano en mano. Luego parecieron desentenderse del asunto y, primero Evelyn, luego Rocío, se giraron y clavaron la vista en mí, lo cual me obligó a desviar nerviosa la mirada, aunque seguí dirigiéndoles fugaces miradas de reojo sólo para constatar si persistían en su actitud y la verdad era que sí: sonreían cada tanto y estaba más que obvio que hablaban de mí. Evelyn se puso súbitamente de pie y comenzó a avanzar a grandes zancadas hacia mi escritorio siendo seguida por Rocío. Muerta de miedo y de vergüenza, me hice la distraída y clavé la vista en mi monitor.

“¿Qué vas hacer, nadita? – preguntó, de sopetón, la colorada -. ¿Pensás quedarte acá? Te aviso: hay sereno nuevo. No sé, pensalo: por las dudas te recuerdo que la última vez que quedaste en la fábrica con un consolador adentro del culo, te terminaron cogiendo”

Las palabras eran dagas envenenadas: todo en ellas era humillación; no se conformaba con hacerme notar mi situación actual sino que además se regodeaba en recordarme episodios desagradables de un pasado nada lejano que, de hecho, me había dejado lo suficientemente traumada y ella bien lo sabía. Rocío, por su parte, se cubría el rostro para ocultar (innecesariamente) su risa. La imagen que ambas daban al verlas, era la de haber pasado a ser las dueñas de la fábrica o, al menos, se comportaban como tales; se movían a sus anchas en un mundo que, de pronto, había pasado a estar a sus pies. Hasta se me hacía difícil reconstruir el camino a través del cual eso había terminado por suceder.

“No… lo sé aún, s… señorita Evelyn. Supongo que me iré sola” – dije, siempre nerviosa.

“¿Así como estás? – inquirió Evelyn con los ojos enormes -. No, queridita, estás loquita… Yo te puedo llevar hasta tu casa o a la de Luis o adonde sea. De hecho, siempre llevo a Ro”

La cabeza me daba vueltas. La idea de subirme a un auto con esa dupla de arpías no me gustaba y la de quedarme allí con el nuevo sereno tampoco. Me quedaba la posibilidad de que Luis estuviera aún en el lugar y se ofreciera a llevarme; miré, casi involuntariamente, en dirección hacia su oficina y ello fue suficiente para que Evelyn me leyera el pensamiento.

“Luis no está – dijo, en tono concluyente -; se marchó al mediodía”

Golpe certero: me estaba dejando cada vez menos opciones, pero yo no podía por nada y por nada subirme a ese auto con ellas. Además, en la medida en que las ideas, con gran esfuerzo, se me iban aclarando un poco, me preguntaba ahora por qué diablos tendría que seguir con ese objeto en la cola cuando ellas ya no estuvieran allí o bien me hubiese marchado de la fábrica. Suponiendo que me lo quitase, ¿cómo iban ellas a darse cuenta al día siguiente, cuando me vieran? Qué estúpida había sido. Recién ahora caía en la cuenta de que, en mi paranoica turbación, no había recalado en el hecho de que la orden de no extraer el consolador era imposible e impracticable: bastaría con estar fuera del ámbito de influencia de Evelyn y Rocío para poder hacer lo que quisiera; en todo caso, al otro día podía perfectamente mentir y decir que no me había quitado el objeto de la cola en ningún momento. Lo mejor que podía hacer, entonces, era zafar de ellas lo antes posible.

“Es… tá bien, s… señorita Evelyn. No… había pensado en el s… señor Luis de todas formas – mentí, con una sonrisa fingida en mi rostro -, pero de todos modos… me voy sola; lo prefiero así”

“A menos que te ordenemos que vengas con nosotras” – terció Rocío, manos a la cintura y con la más antipática sonrisa dibujada en el rostro.

La putita tenía razón. Después de todo, ¿qué tanto podía yo decidir en la situación en que me hallaba? Si Evelyn, como parecía, me dejaba elegir era sólo porque estaba jugando conmigo como el gato con un ratoncito. Sabía perfectamente que bastaba una orden suya para que yo tuviera que acompañarles.

“En… ese caso… las… acompañaría, señorita Rocío” – acepté, en tono conformista.

Evelyn sonrió y los ojos le brillaron. Se sentía claramente una triunfadora cada vez que yo me veía obligada a admitir mi inferioridad. Se intercambiaron una mirada cómplice con Rocío.

“Estás aprendiendo bien y rápido – me felicitó irónicamente mientras me acariciaba la cabeza -. Así me gusta. Como quieras, nadita. Te AUTORIZO – remarcó bien esa palabra, como marcando territorio – a que te vayas por tu cuenta si ése es realmente tu deseo”

“Pero sólo porque EVE TE AUTORIZA” – enfatizó Rocío mientras, apoyando las manos contra el borde de mi escritorio, se inclinaba hacia mí y me dedicaba un odioso movimiento de hombros y de tetas a mitad de camino entre la sensualidad y la burla.

“Así es” – aprobó Evelyn, asintiendo con la cabeza.

“¿Y cómo se dice?” – inquirió Rocío, revoleando los ojos para luego clavarme una mirada expectante.

“G… gracias, m… muchas gracias, s… señorita Evelyn – balbuceé y rápidamente miré a Rocío con expresión culpable -. G… gracias a ambas en realidad. A us… ted también, s… señorita Rocío”

Las dos sonrieron, ampliamente satisfechas. Había realmente que tener estómago para soportar la situación pero consideré que si lograba que se fueran, ya sería para mí un logro, pues el objeto en mi ano me estaba ya entumeciendo por dentro y no veía la hora de extraerlo de allí. Se me hizo eterna la espera y, de hecho, Rocío me dictó su número de teléfono para que lo incluyera en mi agenda; luego se quedaron un rato mirándome en silencio no sé por qué, siempre luciendo sendas y amplias sonrisas; finalmente se miraron entre sí con un aire entre cómplice y satisfecho y se marcharon; agradecí al cielo cuando escuché cerrarse la puerta.

Ése era el momento: me puse en pie y, rápidamente, me bajé la tanga; me incliné hasta apoyar mi vientre contra el escritorio para, luego, tomar el objeto con las puntas de mis dedos y tirar del mismo hacia afuera. Estaba casi encastrado; era como si se hallara cómodo allí o nunca hubiera estado en otro sitio: me di cuenta entonces de cuán iluso había sido de mi parte el pensar en que pudiera caérseme accidentalmente. Rocío lo había instalado como para que no se saliera más y, en la medida en que fueron pasando las horas, el objeto se fue convirtiendo casi en parte de mi cuerpo, tanto que al tirar de él para extraerlo, sentí que me estaba arrancando alguna parte de mi anatomía y, de hecho, una vez con el consolador extraído y en mano, lo revisé detenidamente para comprobar que no le había quedado adosado nada mío. Lo miré durante largo rato: me costaba creer que algo de ese tamaño podía alojarse en mi cola, pero el dolor en mi retaguardia y mis plexos dilatados eran la mejor muestra de que había sido así; de hecho, podía sentir que a mi orificio le costaba volver a cerrarse y, de haber contado con algún medio para poderme ver allí, estoy segura de que hubiera visto una ancha y profunda caverna en proceso de cerrarse muy lentamente. Me erizaba la piel el pensar que al día siguiente tendría que volver a colocarme ese objeto que ahora tenía ante mis ojos y, al cual, si yo quería, podía en ese mismo momento arrojar a un cesto de papeles y mandar todo a la mierda. Pero, claro, apenas lo pensaba, acudían a mi mente cuestiones tales como el trabajo, mi embarazo, mi situación económica, etc. Definitivamente ese objeto tan intimidante era, en ese momento, casi un candado para mis actos e incluso para mi vida.

“Es verdaderamente grande” – resonó, repentinamente, la voz de alguien en las cercanías.

Di un salto hacia atrás y quedé con mi espalda contra la pared. El impacto de haber oído una voz masculina tan cerca me sobresaltó al punto que dejé caer el consolador, que rodó por el piso hasta llegar casi a los pies de quien me había hablado: se trataba de un joven que tendría mi edad o quizás algo más pero no mucho; viendo el overol que llevaba puesto, no hacía falta ser demasiado adivina para darse cuenta de que debía ser el nuevo sereno.

Quedé muda, aterrada, inmovilizado cada uno de mis músculos y agitadísima mi respiración mientras el corazón parecía pugnar por salírseme del pecho, que no paraba de subir y bajar. El joven me miró y sólo atinó a dibujar una muy ligera sonrisa sobre la comisura de su boca. Definitivamente, no se parecía a Milo ni en aspecto ni en actitud. Era, había que decirlo, muy atractivo: de rostro delicado pero a la vez muy varonil, ojos verdes, cabello corto y prolijo más una barba incipiente de dos o tres días. Lo que menos parecía ser, por cierto, era el sereno de una fábrica y sólo la indumentaria lo delataba como tal: más bien daba el porte de un promotor de viajes o algo por el estilo. Y si algo faltaba para diferenciarlo claramente de Milo era la actitud segura y autosuficiente que lucía. Bajó la vista hacia el suelo y clavó sus ojos en el objeto que se había detenido casi a sus pies; siempre sonriente, volvió a alzar la vista por un instante hacia mí y no pude menos que sentir una intensa y poderosa vergüenza. Su sonrisa se amplió un poco más pero seguía sin decirme más palabra: yo estaba muerta de miedo.

Volviendo a bajar la vista, se hincó y tomó el objeto entre sus dedos. Se incorporó sosteniéndolo frente a sus ojos como si lo analizara minuciosamente.

“Es demasiado grande – insistió, en tono de dictamen y meneando ligeramente la cabeza -. ¿Le va bien? Yo creo que tendría que comenzar por algo más pequeño”

Otra vez silencio. Nos quedamos mirándonos mutuamente mientras yo aplastaba cada vez más contra la pared mis espaldas y las palmas de mis manos.

“El mío es más pequeño – dijo, sonriendo y guiñando un ojo -, pero no crea que mucho eh, jajaja”

¡Dios! Quería huir de allí pero estaba paralizada. La triple combinación de sorpresa, vergüenza y terror era un cóctel que me inmovilizaba cada fibra. El comentario que el joven acababa de hacer era, por supuesto, de lo más guarro: ¿y qué podría haber esperado yo de todos modos? La primera impresión que yo le había dado era la de ser una mujer que se consolaba introduciéndose en el culo objetos en forma de falo. ¿Qué esperaba yo entonces? ¿Qué me tratara como a una dama de la corte británica? A sus ojos, estaba más que obvio que yo era una chica fácil y desesperada sexualmente: casi el sueño ideal para un tipo al que le toca permanecer horas y horas dentro de una fábrica sin más entretenimiento que su teléfono celular o, tal vez, la autosatisfacción.

Extendiéndome el consolador en mano, comenzó a avanzar hacia mí y ése fue el momento en el que mis músculos, casi por obligación, se soltaron por completo. No sé de dónde saqué fuerzas pero, aplastándome aún más contra la pared, tomé impulso para prácticamente salir disparada y pasar junto a él tratando de evitar que me capturase, lo cual, para esa altura, consideraba ya como una más que inminente obviedad. La realidad, sin embargo, fue que logré pasar a su lado sin mayor problema, salvo por el hecho de llevarme puestos un par de moretones al chocar contra alguno de los escritorios, pero no detecté que él hiciera el mínimo ademán para detenerme a la pasada.

Corrí hasta la puerta y salí a la acera, presa de la angustia y la desesperación; en ese momento, yo sólo imaginaba al sereno corriendo detrás de mí, lo cual, viéndolo hoy, era posiblemente más fantasía que realidad pero, claro, estaba paranoica a partir de episodios similares ya vividos dentro de esa fábrica. Una vez fuera, miré nerviosamente en todas direcciones, mientras mi pecho seguía en su frenético movimiento ascendente y descendente en la medida en que no lograba recuperarme del momento vivido: se me dio por pensar que el sereno bien podría salir en mi persecución e interpreté, por lo tanto, que tenía que desaparecer de allí lo antes posible, aun ataviada como estaba y con parte de mi trasero a la vista. Pero, al salir afuera, me encontré con dos sorpresas: una fue que Daniel estaba allí… Luego de varios días y de haber pensado yo que ya se habría resignado o se habría olvidado de mí, allí estaba una vez más, sin que supiera yo qué le había dado por aparecerse en la puerta de la fábrica así como así. Ni siquiera había recibido mensajes suyos en mi celular luego del episodio en la parada del colectivo. Seguramente habría pensado, en su ingenuidad, que lograría impresionarme gratamente al caer allí de sorpresa y sin previo aviso. Lucía en su rostro una amplia sonrisa que se estiró aun más al verme pero que rápidamente se borró y trocó en gesto de preocupación al notar mi evidente estado de conmoción y, por supuesto, el largo de mi falda.

Rápidamente, bajó del auto y vino presurosamente hacia mí. Huir de allí para caer en manos de Daniel no era seguramente la mejor opción, así que, llena de nervios, busqué con la vista tratando de descubrir algún otro modo de largarme de allí y fue entonces cuando me topé con la segunda sorpresa. Sobre la mano de enfrente y saliendo del estacionamiento, divisé el auto de Evelyn, quien, desde luego, estaba al volante con su amiga como copiloto. No sabía yo por qué cuernos no se habían marchado antes pero no era ése el momento de averiguarlo y tampoco me interesaba. Le hice señas desesperadamente pero no me vio: tanto ella como su amiga miraban hacia la calle, atentas al momento en que dejaran de circular autos para, entonces sí, hacerse a la misma

“Sole – me dijo Daniel, que ya para ese entonces estaba frente a mí y me miraba con ojos desencajados -. ¿Qué… te pasó? ¿Por qué… estás así?”

No le contesté. Volví a mirar hacia el auto de Evelyn y decidí que debía correr a toda prisa hacia el mismo, pero apenas amagué dar el primer paso, Daniel me tomó con fuerza por la muñeca.

“¡Sole! – exclamaba desesperadamente, a la vez que me zamarreaba -. ¿Qué pasa? ¡Decime! ¿Adónde vas?”

Yo seguía forcejeando pero era inútil; mis tacos rechinaban contra las baldosas de la acera e, inclusive, perdí un zapato en el intento por liberarme. Pero, por alguna razón, parecía en los últimos tiempos que había un salvador en los momentos críticos y esa vez no fue la excepción. De pronto noté que alguien tomaba a Daniel como si fuera prácticamente una bolsa y me lo sacaba de encima arrojándolo contra la pared de la fábrica. Inesperadamente libre, eché a correr como no podía ser de otra manera, pero ni siquiera la urgencia por alejarme cuanto antes logró vencer la tentación por girar la cabeza y echar una fugaz mirada hacia atrás por encima de mi hombro. Con sorpresa, descubrí que quien me había quitado de encima a Daniel no era otro que el sereno, no Milo esta vez sino el nuevo, para quien la escena presenciada no podía ser otra cosa más que una tentativa de abuso o violación, ante lo cual acudió en mi auxilio: no dejaba de ser paradójico si se consideraba que apenas minutos antes yo había huido de él con ese mismo temor. Como fuese, por alguna razón parecía que los serenos de aquel establecimiento, aun cuando fueran muy distintos entre sí en aspecto y comportamiento, siempre terminaban por ser mis salvadores y, de todos modos, lo cierto era que el sereno no había intentado violarme ni nada por el estilo sino que todo había estado en mi imaginación: él tan sólo se había limitado a hacer algún comentario guarro y a levantarme el objeto que se me había perdido. Viéndolo forcejar con Daniel, me dije que la escena no podía ser más bizarra: el sereno mantenía a mi esposo contra la pared valiéndose de una sola mano mientras en la otra sostenía todavía el objeto en forma de falo: de haberse tratado de una película, sólo podría haber sido una parodia…

Volví a concentrarme en lo mío: escapar… y alcanzar el auto de Evelyn. No estaba claro si yo estaba más segura en manos de ella, de Daniel o del sereno, pero en ese momento y en mi desesperación, vi que la odiosa colorada era mi más rápida escapatoria. ¿Por qué diablos tenía que haber tanto tránsito ese día? Esa calle era, por lo general, de lo más tranquila y, sin embargo en ese momento no dejaba de pasar un auto tras otro; corrí por entre ellos: no me quedaba otra opción. Un vehículo estuvo a punto de embestirme y si no lo hizo fue porque el conductor estuvo presto en frenar a tiempo aunque, por supuesto, no se privó de insultarme, tanto él como la mujer que iba como acompañante. Desde algún otro auto también me gritaron cosas procaces y no era para menos considerando cómo iba yo vestida. Alcancé el auto de Evelyn en el exacto momento en que comenzaba a bajar hacia la calle. Desesperada, le golpeé la ventanilla y fue recién entonces cuando advirtió mi presencia: me miró con ojos inmensos ganados por la súbita sorpresa y Rocío hizo lo mismo; de pronto no se las veía sonrientes ni autosuficientes sino preocupadas y, hasta se diría, atemorizadas al no entender la situación. Con todo, Evelyn captó mi gesto de que liberara el seguro de la puerta trasera y así lo hizo, tras lo cual me zambullí de cabeza dentro del auto.

“¿Q… qué mierda…?” – comenzó a decir la colorada pero no la dejé terminar e incluso olvidé todo tratamiento jerárquico al dirigirme a ella.

“¡No importa! ¡Vámonos de aquí! – aullé -. ¡Vámonos!”

Mi nerviosismo y mi premura fueron suficientes, por supuesto, para convencer a Evelyn de pisar el acelerador y desaparecer rápidamente de allí. Ya habría tiempo para explicar. Recién cuando pusimos un par de cuadras de distancia con la fábrica mi respiración fue recuperando, poco a poco, su ritmo normal. Rocío, girada la cabeza, no hacía más que mirarme con ojos que eran un interrogante en sí mismos en tanto que Evelyn hacía lo mismo desde el espejo retrovisor. Supongo que aguardaban alguna explicación de mi parte; ya llegaría el momento de darla. Me acomodé en el asiento trasero: me sentía como si hubiera zafado de un gran peligro aunque, claro, se trataba de una sensación exagerada y alimentada por mi paranoia: probablemente ni Daniel ni el sereno habían constituido en momento alguno un peligro real y tangible pero, en ese momento, yo lo veía como que sí.

Al acomodarme en el asiento trasero, me di cuenta de que me sentía cómoda, demasiado cómoda… De pronto los ojos se me abrieron a más no poder, llenos de estupor. ¡El consolador! ¡No tenía en mi cola el consolador que tanto Evelyn como Rocío me habían ordenado mantener allí! Ellas, al parecer y con la repentina conmoción, no daban visos de haberse percatado, pero, ¿cuánto más tardarían en hacerlo? ¿Cómo iba yo a lograr que no lo hicieran? Me hundí en el asiento, desconsolada (en cualquier sentido que se quiera interpretar esa palabra), y me sentí morir. Tuve la sensación de que el asiento me tragaba, me engullía… o que yo me hundía…

Es extraña, de todos modos, la mente de las personas. A mi cabeza acudía una y otra vez la imagen del sereno extendiéndome el consolador para devolvérmelo y, mientras me devanaba los sesos pensando en cómo mierda lo recuperaría, no pude evitar hacer una analogía con el cuento de la cenicienta y el príncipe que se quedaba solo en la escalinata con el zapatito de cristal en la mano. Insólitamente para la situación en que me hallaba, se me escapó una risita ante la imagen. Y, de hecho, también a mí me faltaba un zapato…

CONTINUARÁ
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Relato erótico: “La cazadora VIII” (POR XELLA)

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POLICIA portada3Ding Dong.

Sin títuloPor fin. Seguramente sería el paquete que estaba esperando.

Elisa se dirigió rauda a atender al timbre y al abrir allí estaba el mensajero con el paquete.

“Menos mal” Pensó Elisa. “Ya creía que no iba a llegar nunca”

Firmó la orden de entrega, dio una pequeña propina al mensajero y fue al salón a dejar el paquete.

Llevaba toda la mañana nerviosa, esperando. Lo más raro es que no sabía muy bien por qué… El paquete ni siquiera era para ella…

Pero ya había llegado, ya podía estar tranquila y olvidar esa extraña tensión que tenía en la cabeza, dejó el paquete sobre la mesa y se dirigió al su habitación.

Tenia que estudiar, al día siguiente había un examen bastante importante en la facultad y no había conseguido concentrarse en todo el día. Pero ya está, el paquete había llegado.

Abrió el libro y comenzó a leer el temario. Cuando había leído tres páginas sacudió la cabeza, frustrada, ¡No le entraba nada! Volvió a empezar pero seguía sin enterarse de nada.

Se recostó sobre la silla a tomar aire, ¿Qué le estaba pasando? Quería aprobar ese examen…

“Lo que quieres es…”

Volvió a sacudir la cabeza, como intentando despejarse. Tenia que olvidarse de ese paquete de una vez si quería continuar con sus obligaciones.

Se puso de nuevo delante del libro, pero no se concentraba en las páginas, una y otra vez el paquete aparecía en su cabeza.

“¿Qué será?”

“¿Qué más te da? No es tuyo”

No se imaginaba que podía haber dentro.

Por la mañana, temprano, había llamado a su timbre la nueva vecina. No había hablado nunca con ella más allá de saludarla en el ascensor, pero tenía algo que producía en Elisa un enorme desasosiego “Son imaginaciones tuyas” Se decía, pero no podía evitarlo. A pesar de ello, cuando le pidió por favor si podía recoger el paquete puesto que no iba a estar en toda la mañana, no pudo negarse. “Hay que ser buena vecina, nunca sabes cuando serás tú la que necesite algo”.

Desde ese momento no podía sacarse de la cabeza. Pensaba que al recibirlo se calmaria, se olvidaría y podría seguir estudiando. Pero no era así.

Se hallaba de pie, en la puerta de salón. Y allí estaba. Un pequeño paquete, no muy grueso, envuelto en papel marrón. Se fijó en la etiqueta y se sorprendió al ver que venía su nombre y no el de su vecina.

“¿Es para mi?”

Pero, cuando volvió a mirar, se dio cuenta de que se había equivocado. Diana Querol, Ático B. Rezaba claramente en el destinatario.

La curiosidad la estaba matando, ¿Por qué la interesaba tanto? Ni siquiera la conocía… Aunque a lo mejor era eso… Quería conocerla mejor, ver que tipo de persona tenia viviendo en la puerta de enfrente…

Comenzó a romper el envoltorio. “¿Qué haces? ¡Para!” pero no paró. En ese momento no pensaba en que le diría a la vecina cuando le entregase su paquete abierto. Necesitaba ver el contenido.

Cuando lo abrió se quedó mirando, sin saber muy bien que pensar. Era un uniforme. Un uniforme de asistenta.

“¿Era para ella?” No creía que quisiese hacer las tareas de su propia casa vestida de asistenta… Seguramente quisiese contratar a una y hubiese comprado el uniforme antes.

Ya había satisfecho su curiosidad, iba a guardarlo pero en vez de eso se encontró sacándolo del paquete para verlo bien. Y eso la descuadró más todavía.

Era minúsculo. Más que un uniforme de asistenta parecía un disfraz sexy, de los que te pones para sorprender a tu pareja. No creía que nadie se pusiese eso para trabajar…

A su mente acudió la imagen de su vecina con el pequeño uniforme puesto. Nunca le habían atraído las mujeres, pero tuvo que reconocer que era una imagen extremadamente sexy. Las largas piernas enfundadas en las delicadas mediaz, el cabello moreno cayendo sobre los hombros desnudo, coronado con la pequeña cofia blanca, los pechos, mostrándose obscenamente ante quien tuviese el privilegio de mirar, aquellos ojos verdes, tan inevitablemente atrayentes…

“¿Qué me está pasando? Me estoy poniendo cachonda…” Dejó el uniforme tan doblado como pudo y volvió a su cuarto, a estudiar.

Pasaba las hojas una tras otra sin ver su contenido. “Joder, voy a suspender, ¿Por qué no me consigo concentrar?”

Una y otra vez la imagen de su vecina asaltaba su mente. Comenzó a frotar los muslos uno con otro, intentando calmar su calentura.

– ¡A la mierda! – Dijo en voz alta, apartando el libro.

Se fue a tumbar a su cama y llevó la mano a su sexo. Estaba chorreando. No era la primera vez que se masturbaba, ni mucho menos, pero nunca lo había hecho con tal ansiedad. Normalmente lo hacían para relajarse, olvidarse de las tensiones, ahora lo necesitaba. Su cuerpo le pedía un orgasmo a gritos así que se afanó en complacerle.

No podía sacarse a su vecina de la cabeza, la imaginaba completando el atuendo con unos altos zapatos de tacón, un plumero y una solicita sonrisa. Estaba tan caliente…

Pero la explosión llegó de otra manera. Estaba a punto de correrse y su mente la brindó una imagen que la hizo estallar de placer. Era ella. Ella misma vestida con el diminuto disfraz de asistenta. En ese momento convulsionó entre oleadas de placer, se le erizó la piel, las piernas le temblaban mientras sus dedos se hundían una y otra vez en su coño, haciéndola encadenar un orgasmo tras otro.

Se quedó tendida sobre la cama, sin aliento. Nunca había sentido algo semejante, ni siquiera en otras ocasiones en las que había tenido múltiples orgasmos. Decidió darse una ducha aun jadeante y caminando con dificultad, pensó que eso la relajaria pero, en lugar de eso, la calentó aun más. Notaba el agua tibia recorrer su cuerpo, sus pezones, todavía erizados, estaban tan sensibles que el simple roce de la esponja la hacia estremecer.

No podía quitarse de la cabeza aquel uniforme, el resto le daba igual. Salió de la ducha y, tras secarse, caminó desnuda hasta el salón. Allí estaba, tal como lo había dejado, parecía que la esperaba.

“No es tuyo, ¿Recuerdas? No deberías ponértelo”

“Solo será un momento, ya lo he sacado de la bolsa, no habrá diferencia si me lo pongo”

Su mente intentaba resistirse pero la decisión estaba tomada. Primero cogió las medias y empezó a deslizarlas por sus piernas. Siempre le había gustado el tacto de ese tipo de ropa, pero esta era incluso más agradable. Las medias llegaban hasta sus muslos y se ajustaban perfectamente. Entonces se fijó que todavía quedaba algo que no había sacado del paquete… Unas pequeñas bragas. Eran negras, casi transparentes menos por la parte de atrás, en la parte de atrás no tenían nada…

El morbo de imaginarse con ellas puestas era enorme, se veía vestida con el uniforme, arrodillada limpiando el suelo con una balleta mientras su culo en pompa era perfectamente accesible gracias a esa prenda.

“Oh, dios. ¿Qué me está pasando?”

Comenzó a ponerse el vestido, dejando las bragas para el final, le quedaba algo ajustado, pero le iba bien. Sus tetas asomaban en el escote dando la impresión de que cualquier movimiento las liberaría de su prisión. Se ajustó la cofia y se puso las braguitas, disfrutando del tacto de las mismas en su húmedo sexo.

“Falta algo…”

No sabía que era, pero sabía que tenía razón. Empezó a buscar en el envoltorio roto del paquete pero no había nada más. Comenzó a sentir una extraña sensación de desazón, como si el no encontrar ese “algo” su pusiese fracasar. Entonces se le ocurrió. Salio disparada hacia su cuarto, abrió el armario y extrajo unos preciosos zapatos de tacón de aguja, negros, a juego con el uniforme.

Nada más ponérselos sintió un agradable alivio. Ahora necesitaba verse. Se situó frente al espejo y se quedó sin habla, lucía espectacular.

El uniforme parecía ser más de su talla que de la de su vecina, aun estando ajustado. Su pelo castaño estaba perfectamente en marcado por la cofia, y sus rizos caían sensualmente sobre sus hombros desnudos. Sus pechos se mostraban obscenamente a cualquiera que se quisiese asomar a aquel balcón, y sus piernas…

La falta minúscula acababa un poco por encima del inicio de las medias, dando una imagen bastante sensual. Entonces se dio la vuelta. Su culo, perfectamente expuesto gracias a las braguitas, asomaba por debajo de la falda ante cualquier movimiento.

Llevó de nuevo la mano a su entrepierna, buscando aliviar una calentura que se estaba convirtiendo en un verdadero infierno pero, al igual que antes, notó que faltaba algo.

Rápidamente fue al servicio, y allí comenzó a desplegar un arsenal de productos de cosmética. Se empolvó la cara, se maquilló los ojos con sombra oscura y se pintó los labios de rojo pasión.

Volvió a mirarse, parecía una furcia, y eso la volvió loca.

Ahora sí, viéndose en el espejo comenzó a acariciarse con ansia. Una mano directa a su coño y la otra a sus tetas, que salieron con facilidad de su encierro. Pellizcaba sus pezones mientras sus dedos se empapaban de sus jugos. Se bajó las bravas hasta las rodillas, después debería lavarlas: Estaban empapadas. Pero eso ahora no la preocupaba, en un acto irracional, que nunca antes había hecho, ni siquiera se lo había planteado, llevó sus dedos a la boca, chupándolos como si fuesen el caramelo más delicioso. Notó por primera vez el sabor de sí misma, y no le desagradó en absoluto.

Repitió ese gesto varias veces, incluso el pintalabios llegó a correrse por su cara. Ahora si que tenia pinta de furcia.

“¿Te gusta verte así? Eres una puta” Se repetía una y otra vez.

Sus piernas comenzaron a temblar cuando sobrevino el primero de los orgasmos y se dejó caer al suelo. Allí, sin parar de masturbarse le asaltaron varios orgasmos más, hasta que quedo exhausta y jadeante.

“¿Y ahora que vas a hacer con el uniforme?”

——————-

Diana acababa de llegar al casa. Como todos los días, Missy y Bobby salieron a saludarla, alegres de su llegada. Permanecían todo el tiempo desnudos solamente con su collar de mascota al cuello y, cada uno, con su complemento: Bobby llevaba un aro que sujetaba sus huevos y su polla, y Missy un plug anal con una cola de animal sobresaliendo. Esta semana la cola era de conejita. Había decidido que cada uno tendría su función definida en casa, así que si ellos eran mascotas, serían mascotas, nada de hablar, nada de limpiar, nada de hacer cosas de humanos. Solamente jugaban, comían y follaban, entre ellos o con Diana. También había habilitado una sala para que pudiesen hacer ejercicio, quería que estuvieran en forma.

Esa decisión había hecho surgir un pequeño problema, ¿Quien iba a limpiar a partir de ahora? Pero rápidamente había encontrado una solución…

Entró en el salón y dejó caer en la mesa los papeles que le había dado Marcelo. En ellos se podían ver las fotos de una mujer rubia cogida desprevenida, comprando, paseando, tomando un café… Había estado observándola todo el día, preparándose para el asalto. Entonces sonó el timbre.

– Ya está aquí la solución a mi pequeño problema.

Y cuando abrió la puerta, allí estaba Elisa, enfundada en el diminuto traje de asistenta, con la cabeza gacha.

– B-Buenas tardes… – Balbuceó. – T-Traigo su paquete.

Diana la miró de arriba a abajo, excitada por la visión de la chica, y satisfecha por el resultado de sus planes.

– Pasa. – Dijo sin más.

Parecía que no le extrañaba el hecho de que hubiese dos personas desnudas en la casa, actuando como mascotas.

Diana se quedó mirando su precioso culo al aire mientras caminaba. Hasta se había puesto las bragas. Nunca había hecho algo como lo de hoy, y no estaba segura de sí funcionaría. Había reprogramado el cerebro de Elisa para que se fuese adaptando a sus deseos ante un disparador, el uniforme, que ni había llegado ni estaría Diana presente cuando pasara todo eso. Cada vez se asombraba más de las capacidades de sus poderes…

– ¿Qué haces aquí? – Preguntó la cazadora.

– Y-Yo… He abierto su paquete… Lo siento…

– Lo has abierto y te lo has puesto. ¿Qué voy a hacer ahora con el uniforme ya usado?

Elisa guardaba silencio, abochornada.

– Podemos hacer una cosa… ¿Qué tal si te lo quedas tú? – A Elisa se le iluminó la cara – Pero… Era un uniforme para mi nueva asistenta…

– Y-Yo puedo ser su nueva asistenta… – Susurró Elisa, comenzando a ponerse caliente por la idea.

– ¿Estás segura? En esta casa trabajarás de forma… peculiar.

– Sí. Estoy dispuesta a enmendar mi error.

A Diana le encantaba ese juego, hacía creer a sus víctimas que todas las decisiones las tomaban ellas, aunque realmente no tuviesen elección.

– Está bien, si tu ocupas el puesto de asistenta no buscaré más. Missy, trae el regalo de bienvenida de nuestra nueva amiga.

La chica salió de la sala, y Elisa no pudo evitar mirar la pequeña cola de conejo que sobresalía del culo de la chica. No se dio cuenta de que Diana se acercó por detrás y llevó la mano a la accesible entrepierna de la chica, acariciando su coño sin ningún reparo.

– Mmmhh – Gimió la asistenta.

Missy regresó con un objeto pequeño y negro que Elisa no alcanzó a ver. Diana la empujó ligeramente por los hombros, indicandola que se inclinase, se arrodilló tras ella y comenzó a lamer su sexo. Elisa iba a explotar de placer “¿Cuantas veces van ya hoy?” nunca había estado con una mujer, pero no le desagradaba. Sentía la delicada lengua recorriendo cada recoveco de su sexo, deteniéndose con atención en cada rincón de placer, incluso comenzó a hacer incursiones hacia su ojete.

Cada vez se detenía más tiempo en ese pequeño agujero, hasta que de pronto apartó la cara de allí. Elisa notó algo, primero una ligera presión, luego algo que intentaba abrirse paso, ¡intentaba abrirse paso en su culo!

“¿Qué hago? ¿Qué me está metiendo?”

“Cállate, ahora solo tienes que servir, nada más hacer lo que te pidan, sin objeción”

Notaba como aquel aparato forzaba las paredes de su recto, suave pero implacablemente. Ahora entendía por que la había estado lamiendo ahí, y lo agradeció internamente.

Un último empujón hizo que el plug entrara hasta el fondo, quedando sujeto por la propia presión que ejercía el culo de Elisa. Diana la propinó un sonoro azote.

– Ahora ya estás preparada para el trabajo. – Dijo. – Quiero que estés aquí todos los días nada más salir de la universidad, ya vestida. Y no te olvides de tu nuevo juguetito.

“¡La universidad! Al día siguiente tengo un examen y no he estudiado nada” Se acordó la chica. Pero realmente, en el fondo le daba igual. Ya había encontrado su sitio.

——————-

Cómo habían hablado, todos los días acudía después de la universidad a hacer su trabajo. Acabó por mudarse a casa de Diana, y ésta se apropió de su piso, tiraron un muro y unieron los dos, haciéndose una auténtica mansión.

Elisa no podía explicarse como continuaba aprobando, si no tenia ni tiempo ni ganas de estudiar. Poco sabia que Diana tenia mucho que ver en eso.

Por su parte, Diana, había conseguido varios objetivos, por un lado una preciosa asistenta que le hiciera las tareas de la casa y aportase más variedad a sus juegos con Missy y Bobby, y por otro, una universitaria que le serviría de anzuelo para conseguir más trabajadoras para el burdel, y nuevos clientes entre sus compañeros y profesores.

Ahora se centraría en el trabajo que le habían pedido. Esa rubia no se le iba a escapar.
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“Las jefas, esas putas que todo el mundo desea” (POR GOLFO) Libro para descargar

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

 

Relato erótico: “EL LEGADO (20): Nuevas responsabilidades laborales” (POR JANIS)

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SOMETIENDO 5Nuevas responsabilidades laborales.

Sin títuloNota de la autora: Gracias a todos por vuestros comentarios y opiniones. Son siempre de agradecer. Pueden escribirme a mi correo si quieren mantener una charla más extensa o una opinión más personal. Gracias. janis.estigma@hotmail.es

Llevo a cabo mi habitual visita de los martes a la mansión Vantia. He dejado a Katrina sola en el piso. Las chicas tienen trabajo. He dudado si atarla al sofá, pero, al final no lo he hecho. La he mirado seriamente, diciéndole que es hora de confiar en ella, en dejarla sola. Tendrá tiempo libre en cuanto acabe con sus tareas, pocas de hecho: hacer la gran cama, limpiar el baño, y barrer. Le doy permiso para coger mi portátil.

Katrina me da las gracias, pero me mira de una manera extraña.

― Espero que no se te ocurra nada raro. No voy a cerrar siquiera la puerta con llave. Si vengo y no estás, te garantizo que no lo pasarás nada bien en los próximos tres meses – la advierto.

― Si, Ser… Amo.

¡No va a aprender nunca!

A medida que me acerco al aparcamiento de la mansión, distingo algunos andamios en las ventanas del último piso y también sobre el tejado. Víctor se ha decidido a empezar con su nuevo proyecto. Bien. Le hace falta algo para distraerse. Esta guerra soterrada, que se le ha declarado, le está minando.

Basil me espera en la escalinata de la entrada. Cada vez tenemos más confianza. Es un hombre prudente y receloso, tremendamente fiel a su patrón. No sé mucho más de él, salvo que es de Jáskovo, al sur de Bulgaria, y que no tiene familia.

― ¡Buenos días, Basil! – le saludo al subir.

― Buenos días, Sergei. El patrón está en el segundo piso, con los obreros. Te acompañaré.

― Bien – es mejor seguirle la corriente. Cuando Basil dice que te acompaña, es por algo.

Las escaleras secundarias, o del servicio, están siendo usadas por los obreros, para su comodidad. Los materiales son elevados por un camión pluma, por un hueco que han hecho, en la parte trasera de la mansión. Me doy cuenta de que todo cuanto están usando son materiales temporales, poco pesados. Paredes de cartón y escayola, mucho aluminio, en imitación a madera, y parqué sintético cuando es necesario subir un poco el piso, recubriendo el original.

― Ah, Sergio, mi querido amigo – me saluda Víctor sorteando un andamio y abriendo sus brazos para darme un efusivo abrazo. Como siempre, parecía salir de una recepción de gala.

― ¿Qué hay, señor Vantia?

― Llámame Víctor, Sergio. Básicamente, se podría decir que eres mi… ¿yerno? – enarca una ceja, sonriendo. — ¿Cómo está?

― Hoy es su primer día a solas en casa. Tiene la puerta abierta y el teléfono liberado, así que de ella depende.

― ¿Te has atrevido a dejarla sola? – se asombra.

― Algún día tenía que ser, ¿no? Las chicas debían acudir a la agencia. No he querido atarle un pie. Pero, debo decir que ha hecho grandes progresos en este fin de semana.

― ¿Ah, si? ¿Cuáles?

― Por lo pronto, ya me llama amo, dos de cada cinco veces – nos reímos los dos, ¿qué le vamos a hacer? – y humilla la mirada, siempre y cuando no esté enfadada.

― No te lo creerás, pero para no llevar aún dos semanas contigo, es un gran avance. Katrina tiene un genio letal. Mató un hombre con doce años porque atropelló su pony.

― ¡Joder! ¿Cómo lo hizo?

― El hombre traía un tractor de paja fresca para el establo. La culpa fue de ella, que sacó al caballito del corral sin avisar a nadie. En una maniobra, el remolque lo aplastó. Mientras el hombre se lamentaba e intentaba ayudar al agonizante animal, ella le clavó una horca en la espalda.

― ¿Qué le dijo usted?

― ¿Qué le iba a decir? ¡Ya había perdido su pony! No le iba a dar otro berrinche…

¡Dios! ¡Que familia! Después se queja de que su hija no tiene remedio.

― ¿Cómo van los trabajos? – le pregunto, más por cambiar de tema. – Veo que se ha decidido a instalar el orfanato en la mansión.

― Si, bueno… más bien una casa de acogida. Quiero seleccionar los candidatos, tanto en edad como en físico.

Le miro, sin comprender. Él sonríe.

― Ven, déjame que te muestre todo esto.

La otra vez que subí a este piso, se reducía a unas habitaciones enormes, que abarcaban, al menos cada una de ellas, dos ventanas de la fachada. El centro quedaba diáfano, sin luz natural, con el hueco de las dos escaleras que se unían al final.

Ahora, todo parece cambiado. Los obreros han derribado todas las paredes y cortado nuevos habitáculos, de diferentes dimensiones. Hay dormitorios, una amplia sala de estar, un gran comedor, sala de estudio, una sala de recreo.

― Están instalando un gran montacargas para subir la comida desde las cocinas de abajo. Se ha reconducido una de las galerías inferiores, para que desemboque en el gimnasio y las instalaciones de recreo. De esa forma, se pueden compartir varias salas, como la biblioteca o una de las salas de ocio – me explica.

― Bien pensado. Tendrá que poner turnos, no es cosa de tener mocosos rondando por la mansión a todas horas.

― Por supuesto.

Parte del tejado ha sido retirado y se están instalando varias claraboyas, en forma de tiendas canadienses, para iluminar el espacio que queda alrededor de los dos tramos de escaleras.

― El arquitecto ha conseguido recuperar espacio para acoger y criar de quince a veinte chicos, en dormitorios dobles, con todas las comodidades y facilidades para su total integración.

― Ya lo creo. Yo diría que hay sitio para más, incluso.

― Ten en cuenta que sus educadores vivirán aquí también.

― Ah – quien sea el organizador de todo este tinglado, ha pensado en todo. — ¿Y los chicos provienen todos de los países del este?

Víctor me mira durante unos cuantos segundos, que se hacen eternos. Mi pregunta es de lo más inocente, casi rutinaria, pero, al aguantar su mirada, me hace dudar si, inconscientemente, no le he dado alguna entonación. De pronto, echa a andar y me hace una señal de que le siga. Nos dirigimos a una escalera metálica que lleva al tejado, de forma temporal. Salimos al descubierto, por encima de todos los obreros, por encima de cuantos puedan escucharnos. ¿Está paranoico?

Podemos ver los huecos donde se colocaran las claraboyas. Una barandilla de tubos rodea el lugar para impedir que nadie caiga al piso inferior. Víctor se apoya en ella e inspira. Hace viento a esta altura, que mece nuestros cabellos. Sé que se acerca un momento de gran importancia, pero aún no sé para quien de los dos.

― Sergio, me has demostrado que eres una persona en la que puedo confiar. Podría decir que eres casi parte de mi familia. Así que voy a ponerte al tanto de mis negocios y de mis intenciones.

― Víctor… — intento excusarme, pero me calla con un gesto.

― Así ambos nos sentiremos obligados, el uno con el otro. Poseo más clubes como el Años 20, concretamente en Bilbao, en San Sebastián. en Valencia y en Barcelona. Pero son meras fachadas…

― ¿Fachadas? – pregunto, sin comprender.

― Si, tapaderas. No digo que no generen buenos dividendos, pero se han creado para poder lavar parte del dinero que genera el verdadero negocio.

― Me da miedo de preguntar cual es…

Se ríe, palmeándome un hombro.

― Tranquilo, no es nada demasiado diferente. Sigue tratándose de prostitución, pero a un altísimo nivel. Si el Años 20 es para gente de una media y alta burguesía, las mansiones solo se dedican al más alto estrato social, ¿comprendes?

― Si, solo para millonarios.

― Exacto. No son locales abiertos al público, ni disponen de un rótulo luminoso en la fachada. Solo se accede por citación o invitación.

― Discreción total.

― Y garantizada – acuña, levantando un dedo. – Totalmente garantizada. ¿Has visto algún reportaje sobre la mansión Playboy?

― Si.

― Pues yo dispongo de dos en España.

― ¿Dos? – su comentario me pilla totalmente por sorpresa.

― Si, una aquí, en Madrid, la otra en Barcelona. Dos mansiones llenas de chicas de primera clase, entrenadas en todos los vicios, adecuadas a cualquier deseo… ¿Sabes cuanto pagan por una fantasía como esa? Pasar una noche desenfrenada, imitando a Hugh Hefner, sale por la friolera de un cuarto de millón de euros.

Me da por toser, impresionado, pero seguro que hay gente que pagará esa cifra. Vaya, con la sorpresa, yo conozco solo que la punta del iceberg y eso ya genera un montón de pasta, así que la totalidad tiene que ser de órdago.

― Las mansiones tienen su propio servicio de acompañantes por si se requiere y funcionan como un hotel de lujo. Se puede pernoctar, cenar, almorzar, o divertirse en sus instalaciones. Se organizan fiestas y saraos para gente muy selecta.

― Comprendo. ¿Usted está a cargo de todo eso?

― Estos negocios son absolutamente míos, pero, desde el pacto que me hizo salir de Bulgaria, gran parte de mis beneficios se ingresan en el fondo común de la organización. Todos los que pertenecemos a ella, hacemos lo mismo, para luego repartir beneficios, cada año. Quintuplica lo que puedo ganar por mí solo.

― Le creo, seguro – respondo, aún anonadado.

― Cada miembro de la organización se instaló en un país de Europa, digamos creando raíces para el futuro. Yo me quedé España y me ha ido bien. Existen otros miembros que no han conseguido un desarrollo tan rápido o tan exitoso como el mío, frenado por mafias locales, por las fuerzas del orden, u otras circunstancias. Ellos son los insurgentes que han organizado esta rebelión. Tratan de unir fuerzas para arrancarnos nuestros territorios, sin merecerlos.

― ¿Y que hacen para frenarlos?

― Por ahora, hemos cortado amarras con la organización madre. Me he unido a Alemania, Holanda, Reino Unido y Escandinavia. Conformamos el bloque más poderoso. Ahora habrá que ir reconquistando terreno, si queremos mantener nuestra hegemonía.

― ¡Parece que estamos hablando de las guerras napoleónicas! – musito, pasando una de mis manos por la cara.

― Sé que parece algo terrible, pero es más una guerra comercial que física.

― Si, puede ser, pero las puñaladas traperas son de verdad.

― Si, tienes razón. Bueno, con estos datos que te he dado, llegamos a mi idea de la casa de la acogida.

― Me había olvidado de ella – me disculpo, con una sonrisa.

― La gente que me seguía, en Bulgaria, han desaparecido o se han vendido. Han abandonado el pacto. Solo confío en Basil y en la guardia pretoriana que tengo aquí. Son los más antiguos y los más fieles. Pero, después de lo de Konor, ya no me fío de los soldados del Este…

― Por supuesto.

― No dispongo de refuerzos y mis negocios en España peligran, demasiado sujetos a sobornos y alianzas. Necesito convertir estos negocios en legales, para que puedan tener una base firme, ¿ves por donde voy?

― Creo que si. ¿Tiene algo que ver con lo que le comenté de las comunas agrícolas?

― Lo has captado a la primera, Sergio.

Bufff. La cabeza me da vueltas. Esto está poniéndose a un nivel que desconozco.

― Tranquilo, chico. Me encuentro en mi salsa. No te imaginas el puterío que se liaba en la corte de Nicolás II. Se parecía mucho a esto, solo que las chicas no tenían derecho a nada, eran campesinas. Veremos a ver lo que el buen Víctor te ofrece al final.

No creo que pueda explicar lo reconfortante que puede llegar a ser el viejo Ras. Es como tener la mano de tu padre permanentemente en el hombro, dándote la confianza que necesitas.

― Me has demostrado lo agradecida que puede ser la gente en cuanto les ayudas un poco. Gracias a tu iniciativa, he ganado una gobernanta de toda confianza, y una informadora de primera. Las dos darían su vida por mí y por ti, por supuesto.

Por supuesto, se refiere a Mariana y a su madre, Juni. Ya me había comentado estos hechos. Mariana llevaba camino de sustituir a Pavel en unos años, controlando mucho mejor a las chicas que el viejo mariquita.

― Con dos o tres comunas de este tipo, podría tener a todas las chicas con contratos de trabajo, cotizando a la seguridad Social, y con permiso de residencia si lo necesitaran. Podría desgravar sus sueldos, su alimentación y estancia, reduciendo gastos. Podrían pactar el viaje de sus familiares más cercanos, y su deuda conmigo se reduciría considerablemente.

Asiento, comprendiendo su planteamiento.

― Se que si están felices y tienen esperanzas, trabajan mucho mejor, por eso cuido bien de mis chicas, en la medida que puedo. Pero, de esa forma, no tendría necesidad de cambiarlas de país, sino que podrían instalarse aquí, casarse si lo desean, y montar sus propios negocios. ¿Sabes lo que eso significa?

― Eeeh… ¿ampliar la comunidad?

― Casi, Sergio, iniciar una red de contactos… ahora, imagina que a todas esas trabajadoras de última categoría, añadiera, cada seis u ocho años, una veintena de agentes de policía, abogados, trabajadores sociales, y quien sabe que más… sacados de las hornadas de esta casa de acogida – comenta, exultante, señalando hacia abajo.

― Tendría uno montón de colaboradores en todos los estamentos – repongo suavemente. La luz se hace en mi obtuso cerebro.

― Exacto. Todos contentos y felices de ayudarme, porque me deberan lo que son, lo que han llegado a ser. Por eso mismo, quiero elegir cada huérfano personalmente. Quiero comprobar si es buen estudiante, si es hermoso, o puede llegar a serlo, su motivación, y sus capacidades. No los quiero demasiado pequeños, pues tardarían mucho en desarrollarse. Los quiero en edad productiva. Diez años sería lo ideal.

― Traerlos de sus países, asentarlos aquí, y educarles como españoles…

― … para que me lo agradezcan sirviéndome – acaba Víctor la frase.

Debo reconocerlo, es un genio, aunque el plan tiene un pequeño fallo, que es a largo plazo, y la guerra está desatada ahora. Así se lo hago saber.

― Lo sé, lo sé. Por eso mismo estoy haciendo pactos que, de otra manera, jamás habría hecho. Pero espero depurar la situación, al menos, hacerme con una situación de poder que traiga una tregua. En un par de años, tengo pensado blindarme y ya no podrán hacerme daño. Miro al futuro, Sergio. No solo es mi organización, será también el imperio de Katrina, y de sus hijos… Pero olvidémonos de eso ahora. Ya que conoces mis verdaderos negocios, quiero que reemplaces a mi agente contable.

― ¿Yo, contable? No, no, que va…

― Calla. Un agente contable es quien recoge los beneficios – me corta.

¡La hostia! Eso son palabras mayores.

― No quiero dar más oportunidades a esos buitres, pues no confío en ninguno. Quiero savia nueva, gente que sea desconocida para mis enemigos, y tú encabezas la lista. Te adjudicaré un ayudante, el cual ya ha realizado este trabajo con el anterior agente contable. Se llama Maren y él si es de confianza.

― ¿Por qué no le pone a él como agente contable? – le pregunto.

― Porque se está muriendo. Tiene cáncer de próstata y quiero que te enseñe las rutas antes de jubilarle.

Asiento con una mueca. Es de lógica, ley de vida.

― Te presentará a los gerentes y directores. Quiero que inspecciones todos los locales, que veas sus posibilidades. Recoge los informes que te entregaran, tanto del personal, como de la actividad. Fotografías los registros de entrada y recuperas todos los cheques, talones, bonos y joyas que haya en la caja fuerte. No te preocupes por el dinero en efectivo. Eso se recoge en furgones blindados.

― Está bien. ¿Cuándo empiezo?

― Empieza mañana con la mansión de Madrid. Estimo que lo idóneo sería dedicarle uno o días a cada local, para conocerlos en profundidad. Después, podrás hacerlo más rápido.

― Me parece bien.

Víctor se inclina y comienza a bajar la escalerilla metálica. Le sigo de cerca.

― Las opiniones y sugerencias de las chicas de las mansiones son muy importantes. Son las verdaderas protagonistas y saben de lo que hablan. Quiero que charles con ellas, que las presiones, que las adules, que las diviertas, si es necesario, pero deben confiar en ti y confesarse como en misa. ¡Es imperativo! – me dice, antes de llamar al encargado de la obra y empezar a rectificar ciertas medidas.

Entiendo que la entrevista se ha terminado. Me alejo en busca de las escaleras, cuando aún me grita:

― Mañana, a las diez de la mañana. Maren estará aquí, esperándote.

Me despido con un dedo en la sien. Aún me siento temblar por cuanto me ha explicado. Se ha volcado sobre mí, ha depositado toda su confianza, y no es la primera vez que lo hace. ¿Seré capaz de retribuirlo?

¡Joder, agente contable de la organización, y sin haber cumplido aún los dieciocho años! ¡Rockefeller, jódete! Cuatro zonas, una semana dedicada a cada zona. Un viaje de uno o dos días, in situ, y después, el resto de la semana, en Madrid, redactando o analizando. Es un buen trabajo, digno de un tipo como yo, ¿o no? ¡Jajajaja!

― Sergei… — el susurro me toma por sorpresa, perdido en mis ensoñaciones, al llegar al primer piso.

Anenka me espera, la espalda apoyada contra la pared, los brazos cruzados sobre el pecho. Viste un traje verdoso, de falda tubular, hasta la rodilla, y chaquetilla corta. Una blusa de seda, asalmonada, brilla suavemente al respirar. Mantiene uno de sus zapatos de alto tazón, clavado en la pared, en una pose que resulta sensual y tímida, a la vez.

― Hola, Anenka, ¿cómo estás? – le pregunto, recuperándome de la sorpresa.

― En el fondo, la esperábamos, ¿no? No pretendías venir aquí y no cruzártela…

No quiero repetir lo de que siempre tiene razón, pero es que es así…

― Bien, gracias. ¿Podemos hablar en privado?

― Por supuesto, Anenka. ¿En tu boudoir?

― Si – y se retira de la pared para tomar uno de los pasillos.

Parece venir de la calle por su vestimenta, pero no puedo estar seguro. Anenka lo mismo está desnuda que está vestida, sin motivo aparente. La sigo, preparando mis defensas. Con ella, más vale estar preparado, aunque, por el momento, no tiene mucho que recriminarme… salvo que no he abandonado a Katrina.

Me hace pasar, sujetando la puerta de su habitación privada, y me instalo en uno de los sofás. Sorprendentemente, ella se queda en pie, apoyando la cadera contra el alto escritorio. Cruza los brazos y me mira. “¡Cuidado con los láseres!”, sonrío mentalmente.

― Me lo prometiste, Sergei – susurra, pero es veneno lo que escupe.

― ¿Te refieres a Katrina?

― Si.

― Bueno, la cosa cambió cuando se desmadró. Víctor me la ofreció como esclava, como pago por todo lo que me hizo.

Anenka se sorprende tanto que su boca se abre. El bueno de Víctor no le ha dicho nada. Seguro que cree que ha enviado a Katrina a uno de esos lugares exóticos, como recompensa.

― ¿Tienes a Katrina? – la pregunta me confirma que he dado en el clavo.

― Si. Está en mi casa. Mis niñas la están educando cuando no puedo ocuparme personalmente. Como comprenderás, no iba a perder esa oportunidad.

Ella me devuelve la sonrisa, pero absolutamente forzada.

― En cuanto a lo que te prometí… bueno, formaba parte de mi trabajo.

― ¿Parte de tu trabajo es mentirme?

― No, señora, vigilarte.

Enrojece violentamente. Esta vez si la he tomado por sorpresa y la verdadera Anenka ha quedado expuesta.

― ¡Maldito niñato! ¿Cómo te atreves a…? – exclama, dando un paso.

― Yo que tú, me lo pensaría, Anenka. Últimamente, no llevo muy bien lo de soportar que me golpeen.

Se frena a dos pasos de mí, rumiando las palabras. Finalmente, se serena y se gira.

― Entonces, ¿debo considerar que no aceptas mi oferta?

― Exactamente, señora. Solo tengo un patrón, y es su esposo.

― No te preocupes, niño – la palabra es todo un insulto. – Víctor y yo hemos llegado a un pacto.

― ¿Un pacto? – pienso en lo que Víctor me ha dicho en el tejado.

― Si, una tregua. No nos interesa desgastar nuestros efectivos. Hemos acordado defendernos mutuamente de cualquier agresión que venga de fuera. Al menos, hasta que se resuelva este conflicto.

“Por eso mismo estoy haciendo pactos que, de otra manera, jamás habría hecho.” ¿A ese pacto se refería Víctor, o habría algún otro peor?

― Me alegra esa provechosa unión – digo, levantándome para irme.

― ¿Qué hay de nosotros, Sergei? ¿No podemos solucionarlo?

La miro y, finalmente, meneó la cabeza.

― No me fío de ti, Anenka. Me pones en tensión y eso no es bueno para mi presión arterial. Además, tu marido acaba de ascenderme y aumentar mis responsabilidades. No creo disponer de tiempo para una distracción más, Maby y Katrina ya reclaman demasiada franja horaria diaria.

― ¿Eso te lo has estudiado?

Sonrío levemente ante el comentario de Ras.

― ¿Quién sabe, Sergei? Puede que algún día, te tragues esas palabras – me contesta Anenka, apretando tanto los dientes que le marcan las mandíbulas.

― Todo puede ser – digo, abandonando su boudoir.

Sé que le he hecho daño, pero debo ser cruel. No puedo seguir llevando la máscara del niño bueno, no entre lobos como estos. Además, me ha encantado humillarla, ¡que cojones!

Me quedo con la llave en la mano, dudando un segundo ante la puerta del piso. ¿Abro con la llave o llamo para que abra Katrina? Al final, me decido por la llave. La suelto en el pequeño mueble del recibidor y entró en el salón. Me quedo clavado, ¡no es para menos!

Katrina está sentada en el sofá, con solo sus braguitas, como es habitual. Se gira y me mira, al escucharme. A su lado, aún gesticulando en una de sus peculiares expresiones, Patricia también me mira, pero ella me sonríe. Se levanta y salta sobre mí, besándome hasta cinco veces en los labios. Katrina no mueve ni un músculo, pero su mirada se acera, se endurece.

― ¿Qué haces aquí, canija?

― Mamá está haciendo huevos rellenos y se ha quedado sin mahonesa. He subido a ver si tenías.

― Si, hay en la…

― Ya la he cogido y se la he llevado a mami. He vuelto a subir a charlar con Katrina. No nos has presentado, malo… — me corta, eufórica.

― Bueno, Katrina, ella es Patricia, la hija de la vecina del tercero B.

― Lo sé, llevamos hablando media hora larga – responde mi perra.

― ¿Por qué la tienes desnuda?

― No te hagas la tonta, ya te hablé de ella – corto de raíz sus tonterías.

No es un buen día para darme la vara. Hoy me han dado todas las noticias de golpe, las buenas y las malas, y necesito asimilarlas. Saco un cazo.

― ¿Te apetecen unos fideos con crema de queso, Katrina? – le pregunto, rebuscando en la despensa.

― No los he probado nunca, Amo.

― Bien, pues ven y aprende, perra.

Patricia lleva sus ojos de uno a otro, y palmotea, encantada con ese diálogo.

― ¿Así es todos los días? – pregunta.

― A veces – contesto yo. – Depende del humor con el que se levante la perrita.

Le doy a Katrina un suave cachete en el culo, aprovechando que pasa por delante de mí. No se inmuta. Aferra el mango del cazo y espera instrucciones. En contra de lo que me creía, aprende rápido con la cocina, tiene intuición y sabe mezclar sabores. Claro que hay que vigilarla, a la más mínima, te ha vaciado medio salero dentro, a caso hecho, o ha escupido en lo que está cocinando. Pero, en los días que llevamos, ha demostrado que la cocina no le disgusta. Algo es algo.

Le digo que llene medio cazo de agua y la ponga a calentar.

― Un poco de sal, una cucharada de mantequilla, y una hoja de laurel – le digo que añada.

― Pues a mí me cae genial, Sergi. Además, está muy buena – se ríe Patricia.

― Gracias, Patricia – agita las caderas Katrina, con gracia.

― No está aquí para divertirte, Patricia, sino para educarla. No quiero que te lo tomes a la ligera.

― Descuida – me contesta con una sonrisa de suficiencia. Joder, cuanto ha madurado la canija, me digo.

― Tu padre me ha dado recuerdos para ti, perrita – la informo, observándola de reojo.

No me contesta, alzando levemente un hombro.

― Me ha contado que mataste un hombre cuando tenías doce años. Le clavaste una horca en la espalda.

Patricia se queda con la boca abierta. Lo he comentado para que sepa con quien charla alegremente. Katrina vuelve a alzar el hombro.

― Aplastó a mi pony – responde lacónicamente. – Esto está empezando a hervir.

― Pon los fideos. La mitad de la bolsa.

― Bueno, yo me voy – dice Patricia, agitando la mano. – Ya subiré cua… ya llamaré mejor…

Sonrío al verla marchar. Se ha llevado una fuerte impresión. Solo me faltaba que Katrina pudiera confabular con algún vecino, para joder aún más. ¡Que es una psicópata en potencia, coño!

Me dedico a cortar unos tacos de queso Emmental y Gruyère, para añadirlos después a los fideos. Katrina tiene los ojos clavados en el cazo lleno de pasta.

― Te has sorprendido de verme, al entrar, Amo – me dice, de repente.

― Si, es cierto. Venía pensando que estarías haciendo dedo enla M30, por lo menos. ¿Por qué no has aprovechado la ocasión?

Se gira hacia mí y me mira. Ya no queda rastro del pudor de los primeros días, por ir medio desnuda. Ahora se mueve de una forma tan natural que resulta casi erótica.

― No lo sé… puede que no quiera defraudarte…

Es una respuesta que no me espero, la verdad. No consigo saber si lo ha dicho en serio o no.

― ¿Qué has hecho en tu tiempo libre? – le pregunto, intentando salir de esa conversación.

― Aburrirme. Estuve a punto de masturbarme, solo para hacerte enfadar, cuando ha llegado Patricia.

Y me lo dice así, la muy puta, tan campante y ancha. Debo tener cuidado, esta puede darse conmigo, si la dejo.

― Ya puedes jurarlo – se ríe Ras.

― ¿Sabes que tiene a su madre esclavizada? – me comenta, con una ceja alzada.

― Si, yo las uní.

― Vaya, eso no me lo ha dicho, pero si me ha contado de tu promesa de desflorarla – me suelta, mirándome de reojo.

― ¿Qué pasa? ¿Es que estás celosa o qué?

― No, no, Amo… pero… es muy pequeña, la rasgarás…

― ¿Cómo te rasgaste tú? No veo que te pasara nada.

― Pero Patricia tiene catorce años y se la ve muy…

― ¿Niña?

― Si.

― Está bien. cuando suceda, tú te encargaras de lubricarla con la lengua. Si le hago daño, será por tu culpa – y me voy a la ducha, dejándola con cara de preocupación, vigilando los fideos.

Estrecho la mano de Maren cuando Víctor me lo presenta. Ha pasado de los cincuenta años y lleva su enfermedad marcada en la cara. Está pálido y ojeroso, con los rasgos demacrados. Sin duda, ha perdido muchos kilos porque su ropa le está ancha y floja. Sin embargo, parece un tipo locuaz y animado, y suele llevar una gorra escocesa para ocultar los estragos de la quimioterapia.

Nos subimos al Toyota y un par de hombres de Víctor se suben a otro coche, para escoltarnos. No es cuestión de ir por ahí solo, con tanta pasta, y menos siendo nuevo en esto. No tengo ganas de suicidarme.

Maren me indica que ponga rumbo a Aranjuez. Me parece un sitio curioso para colocar una de las mansiones.

― En verdad, está casi a la entrada de la villa, en la avenida del Príncipe, frente a los jardines. Es el palacio de Godoy y Osuna – me confiesa.

Le miro con fijeza y, seguramente, interpreta la pregunta que bailotea en mis ojos.

― El señor Vantia compró el palacio y la manzana entera hace unos seis años. Se han mantenido un restaurante y otro par de negocios, tal y como estaban, para no llamar la atención…

― Joder con el poderío…

Tardamos apenas media hora en llegar y, ante el imponente edificio, circundado por varias calles adoquinadas, se nos abre un portalón, por el cual introducimos los coches, hasta un patio vestibular, sin duda remanente de lo que queda del patio de caballerizas. Puedo dar un vistazo al interior, pero es idéntico a la fachada exterior, lo cual me deprime un poco. Parece más un cuartel que un palacio. Tres pisos, tejado a dos aguas, una fila de balcones con rejas en el primer piso, y feas ventanas cuadradas en los demás; todo pintado en un rosa desvaído, con los huecos en blanco.

Ah, pero el interior cambia… y mucho.

Un hombre vestido de librea nos está esperando, sosteniendo una gran puerta abierta. Nos conduce, en silencio, hasta un despacho tras unas puertas enormes, primorosamente cinceladas. Una mujer de unos cuarenta años se pone en pie, sonriéndonos. Lleva el pelo corto y trasquilado, en un tono rojizo que, evidentemente, no es suyo, pero que le sienta bien. Sigue siendo atractiva y ostenta un cuerpo bien definido y curvilíneo. Me fijo en que arrastra un tanto su pierna izquierda.

― Bienvenido, Maren – saluda, besándole en la mejilla.

― Ella es Marla Stiblinka, directora de la mansión. Marla, te presento al señor Talmión, nuevo agente contable – nos presenta mi ayudante.

― Por favor, solo Sergio – me inclino sobre la señora, besándole la mano.

― Oh, un joven bien educado – me sonríe. Posee ese acento suave y gutural que caracteriza a las mujeres del Este. — ¿Te gustaría conocer la mansión?

― Por supuesto, señora.

― Oh, nada de señora, por Dios. Tú eres Sergio y yo Marla.

― Esta te lleva a la cama, amigo.

― Está bien, Marla. ¿Comenzamos?

Recorrimos los salones de la planta baja, donde se organizaban fiestas y grandes celebraciones, e incluso convenciones. Los salones son enormes, totalmente acondicionados e insonorizados. El mobiliario es elegante y funcional, y se adapta a diversas funciones, desde una boda a una orgía.

La gira incluye las suntuosas habitaciones del primer piso, dónde las chicas reciben los clientes. Algunas de estas suites, están decoradas y amuebladas según ciertos esplendores pasados: la suite Versalles, el ala Buckingham, la suite del Despacho Oval… incluso tienen una suite decorada como un calabozo. Se nota que se han gastado la pasta.

Cada habitación dispone de su cuarto de baño, acabado con los más insignes materiales, y disponiendo de todas las comodidades.

En el segundo piso, están las habitaciones privadas de las chicas, mucho más pequeñas y más íntimas. Disponen de climatización, televisión y equipo informático. Hay una serie de salas comunes, repartidas por el vasto piso: cuatro grandes cuartos de baño, una sala de ocio, un amplio gimnasio con piso para danza, y un pequeño comedor, con un montacargas con capacidad para un carro, que lleva directamente a la cocina del piso bajo. De esta manera, las chicas pueden bajar y subir sin pasar por el piso “comercial”, o bien tomar algún refrigerio sin tener que vestirse y bajar. También disponen de un enorme vestidor, con camerinos integrados.

― Nosotros suministramos toda su ropa y joyas, por lo que no hay nada en propiedad, salvo lo que las chicas se compren particularmente. Para eso disponen de los armarios de sus habitaciones – me comenta Marla.

― Impresionante. ¿Dónde están las chicas ahora? – le pregunto, intrigado. No he visto ninguna en el recorrido.

― Oh, a estas horas estarán tomando el sol. Algunas han pedido permiso para salir.

Me conduce a la zona interior del palacio. Nos asomamos a una ventana, que da a una serie de patios, o plataformas, centrales, totalmente ocultos a cualquier vecino, salvo a un helicóptero, enclaustrados por los cuatro grandísimos costados del edificio. Abajo, desparramadas en varias chaises longues, situadas entre parterres de suave hierba y aromáticas flores, así como plantas exuberantes, languidecen ocho o diez maravillosas hembras. Parecen acumular rayos de sol en sus cuerpos, con avidez. Salvo una o dos que usan las braguitas de sus bikinis, las demás están desnudas. Nadie las va a recriminar, por supuesto.

La primavera está en puertas, y el sol, en un espacio protegido del viento como aquel, calienta suavemente, permitiendo hasta broncearse mínimamente. En verano, puede que sea casi imposible estar allí, sin sombras adecuadas.

En el centro de los pequeños jardines, una gran piscina rectangular permanece cubierta por una lona plastificada, para que su agua no se ensucie.

― Aún estamos acondicionando esta zona para la clientela. Por el momento, solo las chicas la disfrutan.

― Una lástima. Se podrían hacer muchas cosas en un vergel como ese.

― Si, tenemos algunas propuestas, pero nada en firme todavía.

― ¿Podría charlar con las chicas un rato? – pregunto, casi como por descuido.

― ¿Con las chicas? – se extraña Marla.

― Si. ¿No lo hacía mi antecesor?

― No charlaba precisamente con ellas…

― Entiendo. Pues yo si quiero charlar y pedir sus opiniones. Son las directas interesadas de este negocio. Pueden tener nuevas ideas, sugerencias, e incluso tendencias, que deberíamos escuchar y analizar.

Marla se encoge de hombros, pero me conduce hasta una puerta, que oculta una escalera metálica, unas escaleras de emergencia. Conducen a una gran puerta de batientes de presión, que desemboca en el patio vestibular donde tenemos los coches. Al otro lado de las escaleras, una gran cristalera da entrada al enorme patio interior.

― Antes de hacernos con el edificio, éste estaba dividido en viviendas y algunos negocios. Estos patios estaban parcelados, cerrados con vallas y paredes, y teniendo diversas alturas que hemos respetado. Anulamos los muros y plantamos jardines – me explica Marla.

― Es hermoso. Los cambios de niveles permiten pasear sin aburrirse, y disponer de pequeños escenarios naturales. Este patio podría prestarse a nuevos eventos.

Marla asiente, como si ella ya hubiera pensado en ello. Llegamos ante las chicas, las cuales nos miran con curiosidad, pero ninguna hace gesto alguno para tapar sus desnudeces. Marla me presenta.

― Niñas, prestad atención. Este joven es el nuevo inspector contable. Su nombre es señor Talmión, y desea haceros algunas preguntas – se gira hacia mí. – Todas para ti. Te dejaré un rato a solas. Estaré en mi despacho, ultimando los registros para tenerlo todo dispuesto.

― Muchas gracias, Marla. Es usted muy amable – le beso nuevamente la mano.

Las chicas cuchichean ese gesto. Me enderezo y contemplo la marcha de Marla y de Maren. Entonces, me giro y paseo mi inquisitiva sobre cada una de ellas. La mayoría baja la mirada, impresionadas; un par de ellas, quedan enganchadas a mi voluntad.

― Cada vez se te da mejor el golpe de ojos.

“La mirada de basilisco”, le rectifico con humor.

― Más bien pareces un ternero degollado – se ríe.

“¿Cómo lo sabes? No puedes ver mi rostro.” Aún demostrando mi superioridad, puedo escuchar ciertos comentarios musitados entre ellas.

― Es muy joven.

― Al menos es guapo.

― ¿Qué le ha pasado al estirado anterior?

― ¡Que alto es!

― Señoritas – las llamo al orden – mi nombre es Sergio. Supongo que todas hablaréis castellano, más o menos correctamente, ¿cierto?

Asienten e incorporan sus cuerpos, dejando de lado su laxitud bronceadora. Están prestando atención, reaccionando al tono de mi voz y a la gesticulación.

― Soy el nuevo agente contable de la organización. No solo he asumido el papel de mi predecesor, sino que se me ha dejado muy claro que revise y clarifique la opinión personal de cada trabajador.

― ¿Qué significa eso, señor? – me pregunta una exuberante morena, de boquita de piñón.

― Tu nombre, por favor.

― Verónica, señor – responde, cabalgando las piernas más largas que he visto jamás.

― Bien, Verónica. No soy señor, a no ser que seas un guardia civil. Me llamo Sergio, y soy tan joven como vosotras, así que tuteadme, con respeto, claro.

― Gracias, Sergio. Disculpa la pregunta, pero mi noción de español es muy básica. Hay palabras que no entiendo.

― No importa. Estás en tu derecho. En palabras más fáciles, he dicho que la organización quiere conocer vuestras opiniones sobre el negocio. Si se puede mejorar en algunos aspectos, cuales son los fallos que vosotras, como trabajadoras más cercanas a los clientes, habéis detectado… Preguntaros por las sugerencias que podáis tener… ese tipo de cosas. Es como una reunión de trabajo, pero aquí, al solecito, todos relajados – sonrío.

― Vaya… nadie nos había pedido nuestra opinión… jamás – comenta otra chica, con trencitas multicolores.

― Pues ahora va a ser así. Sé que ahora os he pillado de sorpresa y muchas ni siquiera os planteáis abrir la boca, pero me gustaría que para la siguiente visita, tuvierais vuestras ideas y opiniones anotadas en papel, para que no se os olvide nada.

― ¿Y podemos pedir cualquier cosa? – pregunta una tercera, provista de unas tetas impresionantes.

― Cualquier cosa que mejore vuestra vida laboral, o que penséis que se pudiera mejorar en ese aspecto. No tengo que especificar al detalle, ¿no? Si la petición es lógica y asumible, daré parte de ella al jefe. Así es como se hará. ¿Tenéis algo que decir ahora?

― Bueno, tenemos escasez de disfraces – dijo Verónica, mirando a sus compañeras, las cuales afirmaron, apoyándola.

― ¿Disfraces? – pregunto, un tanto despistado con el asunto.

― Ya has visto que muchas suites tienen temática, y nos vestimos según ella. Otras veces, el cliente quiere que recreemos escenas o personajes – explica una rubia de pelo muy corto y percings por todas partes.

― Si, y nunca tenemos suficientes disfraces. Tenemos que improvisar y vestirnos de lechera en vez de pastora – gruñe de nuevo Verónica, arrancándome una risita.

― Es cierto. Nos traen muchos vestidos y ropa de diseño, que está muy bien cuando salimos de acompañantes, pero que, en la mayoría de casos no nos sirve, porque aquí vamos casi siempre en ropa interior. Pero no nos envían apenas disfraces, que es la otra ropa que si funciona en la mansión – se queja otra de ellas.

― Bien. Necesitan más disfraces – comento al grabador del teléfono. — ¿Algo más?

― ¿Cuándo piensan acabar con el arreglo de los jardines y de la piscina? – me pregunta una chica con coletas adolescentes, aunque su cuerpo es de infarto.

― No estoy al tanto, chicas – digo, cogiendo una de las sillas y sentándome entre ellas. Se está genial al sol. – Si me lo explicáis…

Sin duda, no ha sido buena idea. Ellas se arriman y tratan de llamar mi atención sobre cada una. Al final, me rodean y empiezan los toqueteos inocentes, en el hombro, en el pecho, en la pierna. Tengo que llamarlas al orden.

Tienen razón, tal y como yo le dije a Marla. Esos patios interiores están desaprovechados. Muchos clientes, en verano, desean probar la piscina y disfrutar de una velada en los jardines. Se han propuesto fiestas de mediodía para ese lugar, que se han tenido que olvidar. Hay que terminar de adecuarlo. Un mobiliario ibicenco, de teca y bambú vendría bien, y una carpa daría la sombra necesaria. Quizás una cubierta sería genial para el invierno. ¿Piscina climatizada? Porque no.

Tardo casi una hora en reunirme con Marla y Maren, en el despacho. Me están esperando, con los libros abiertos. Marla me pregunta si quiero un aperitivo, pero eso no es lo mío. Nos ponemos a nuestros asuntos. Maren me explica que no tengo que llevar la contabilidad, de eso se ocupa la gente adecuada. Solo debo hacer una serie de fotografías a las páginas del libro, con los meses pertinentes.

Así que las hago de los meses de diciembre, enero y febrero. Tres a la columna del Deber, otras tres a las del Haber. También otras fotos a las facturas más gordas. En las columnas hay mucho dinero anotado, tanto que no puedo sumarlo mentalmente. Maren me hace un rápido desglosamiento.

― El mes de diciembre no suele ser bueno para este negocio. Las fiestas familiares no dejan que la mayoría de los clientes aparezcan por aquí – dice, con una sonrisa.

― Es natural.

― Sin embargo, el ambiente festivo que se respira antes de las fiestas, aumenta el gasto de los clientes habituales. Es una especie de catarsis ante una pronta imposibilidad de regresar. Se celebran cenas de socios, fiestas improvisadas, y alguna que otra reunión, que, a final del balance, compensan con las tres semanas de casi inactividad, durante las Navidades.

― Ajá – digo, asimilando el concepto.

― Luego se vuelve a la normalidad. Hubo un par de convenciones políticas en Madrid, lo que se traduce con una afluencia permanente a la mansión de personajes ilustres e influyentes. Una media de cinco clientes al día, durante mes y medio, da una cifra de doscientos veinticinco clientes. Se estima una media de gasto de dos mil quinientos euros por cada cliente, en concepto de chica, espectáculo, y habitación, lo que hace un total medio de quinientos sesenta y dos mil quinientos euros, para esos dos meses…

¡Jooooder! ¿Cuánto gana Víctor?

― Ahora bien. Esta mansión está acreditada como una sociedad sin ánimo de lucro, dedicada a recuperar usos y costumbres de otros tiempos. Así nadie mete las narices. La contabilidad que hay que presentar, legalmente, es mínima, pero la nuestra interna, es exhaustiva. A esta facturación bruta, hay que quitarle los gastos – me dice, señalando la columna de Débitos. – Electricidad, agua, basura, impuestos locales, sueldos del personal, tanto de las chicas, como el de mantenimiento y servicio, compras de suministros, de bebidas alcohólicas, extras como ropa y productos de belleza e higiene… unos trecientos cincuenta mil euros…

― O sea, ¿que la organización ha ganado en tres meses, unos ciento cincuenta mil euros, libres de impuestos?

― Algo más. solo son números redondos.

― ¡La hostia! – Marla se ríe, al ver mi impresión.

― Estas facturas serán adjuntadas junto al dinero en efectivo, en el furgón blindado que vendrá a recoger todo, y enviadas a los gestores, los cuales se encargan de llevar la verdadera contabilidad – puntualiza Maren.

Marla abre una caja fuerte de mediano tamaño, que se encuentra detrás de uno de los grandes anaqueles llenos de libros, que tiene a su espalda. Saca una cartera metálica, que abre sobre la mesa. En su interior, un legajo de papeles timbrados y varias joyas ostentosas, así como un par de sobres grandes.

― Bonos de estado, al portador y cheques personales – nos dice, levantando los sobres. – Tenemos unas pocas escrituras, debidamente legalizadas por el notario, y joyas valoradas en ciento veinticinco mil euros. Aquí está el listado.

― Compruébalo y fírmalo – me dice Maren, señalando el listado.

Especifica el valor de cada cheque y cada bono, así como los números de registro de las escrituras, y el epígrafe mercantil de cada joya. Todo correcto y legal para manipular esos bienes. Lo firmo y Marla me da una copia.

― Mete la copia del listado en el maletín y ciérralo. Tiene unas esposas por si quieres ponértelo a la muñeca – me susurra Maren.

― Tengo que conducir.

― Como quieras.

— ¿Deseas alguna de las chicas? – me ofrece Marla.

El ofrecimiento me coge desprevenido.

― ¿Chicas?

― Tu predecesor se llevaba siempre un par de ellas a una suite, antes de regresar.

― No, gracias. Nos marchamos ya – les digo, apretando los dientes.

Ya en el patio vestibular, me despido nuevamente de Marla y nos subimos a los coches. Nuestros guardaespaldas se muestran muy atentos a cada rincón. De hecho, salen a comprobar la calle antes de salir mi Toyota, y nos siguen muy de cerca. No es para menos.

― ¿Qué te parece tu trabajo? – me pregunta mi maduro ayudante.

― No es ni duro, ni difícil – me encojo de hombros.

― No, no lo es, pero si tiene mucha responsabilidad. Uno de tus antecesores perdió la cabeza, literalmente, al despistarse una escritura del maletín.

― Ya veo.

― Solo tienes que seguir los pasos adecuados. Forma un protocolo de visita y síguelo a rajatabla. Así no se te olvidará nada y lo tendrás todo controlado.

― Si, suena bien. ¿Qué haremos mañana?

― Subiremos a Bilbao y San Sebastián.

― ¿Debo llevar chapela?

Maren se ríe, haciendo una mueca por el súbito dolor que siente en su bajo vientre.

Al llegar a casa, me encuentro una escena curiosa. Maby está sentada sobre la encimera de la cocina, manteniendo un libro de recetas abierto en sus manos. Su faldita está remangada y sus piernas abiertas. Katrina tiene la cabeza entre ellas, produciendo sensuales ruidos de succión. Maby suspira y tiene los ojos cerrados. Me acerco a ellas, en silencio, y acaricio el trasero expuesto de mi perrita, que aún no se ha quitado sus acostumbradas braguitas. Menea las nalgas, agradeciendo la caricia.

― ¿Qué hacéis? – pregunto suavemente.

Maby abre los ojos y me sonríe.

― Una paella con marisco…

― ¿De verdad? Será una receta nueva.

Maby se ríe y me enseña la página del libro que mantiene asido. Si, señor, una paella, con sus gambas y sus mejillones. Echo un vistazo a lo que tienen sobre la vitrocerámica. Muevo el sofrito antes de que se pegue.

― Ya me encargo yo – les digo.

― ¿Te importa si me la llevo un ratito al sofá? – me pregunta Maby.

― Claro que no, también es tu perra, ¿no?

Maby se baja de un salto de la encimera y se la lleva corriendo, cogiéndola de la mano.

― ¿Pam y Elke vienen a almorzar? – pregunto, levantando la voz.

― Siiii… pero tardarán un poco – contesta Maby, tumbada ya en el mueble y frotando el rostro de la búlgara contra su pubis.

No las molesto más y añado el agua de cocer los mariscos. Pienso que Katrina apenas muestra resistencia con las chicas, solo conmigo. ¿Significará algo?

El primer club que nos encontramos no está propiamente en Bilbao, sino en Basauri, apenas a dos kilómetros de los límites de la gran ciudad. Oculto tras un bosquecillo de arces blancos y cedros, se alza el club, ocupando varios edificios que, un siglo atrás, formaban un extenso caserío. Distingo un buen aparcamiento, con capacidad para, al menos, doscientos coches, y el camino de acceso está bien asfaltado. El club tiene un nombre sencillo:La Villa.

Cuando Maren me lo enseña en toda su magnitud, concuerdo con él en que es alucinante y dispone del sitio ideal. Es una recreación de una auténtica villa romana, llena de lujo y comodidades. Plataformas de teca sobre las losas del suelo para no enfriar el ambiente, divanes por doquier, amplias gradas, medio ocultas por tapices y cortinajes, y un pequeño escenario con anfiteatro para los espectáculos. Las chicas andan con sedosas togas, que dejan entrever sus caderas, e incluso uno de los senos, pues no suelen llevar ropa interior.

El encargado, un tipo vasco, de ascendencia germana, me trata con muchísimo respeto, y me entrega toda la contabilidad. Al contrario que en la mansión de Madrid, aquí no hay bonos, ni escrituras, ni joyas, pero si bastantes cheques, unos al portador y otros personales. Fotografío los activos y pasivos, así como el tocho de facturas. Solo entonces, le digo a Maren que me lleve a charlar con las chicas.

Estas se encuentran en otro edificio, al que llegamos por una galería cubierta por las ramas entrecruzadas de los arces. Al igual que en Años 20, aquí están sus habitaciones privadas. La encargada las reúne y me presento. Les pasa lo mismo que a las chicas de la mansión. No están acostumbradas a ser tratadas así, ni a que se les pida opinión, pero estoy seguro que para la próxima visita, tendrán preparada una buena lista de sugerencias.

Por el momento, tomo nota de que se necesita aumentar la calefacción del edificio principal. La mayoría anda con ropa finísima y escasa, y los inviernos suelen ser duros en la región.

Almorzamos en una antigua casa de postas reconvertida, de camino a San Sebastián. Me gusta el paisaje norteño, tan verde y tan bucólico. Una hora y media más tarde, el navegador del coche me conduce hasta una serie de naves, de espalda al mar. Se trata de una antigua zona industrial, que se ha quedado en desuso. Ahora, se han montado talleres de artesanía, restaurantes, un spa, e incluso, una galería. Camuflada entre ellos, el TNT nos acoge. Este club no cierra nunca. Está abierto veinticuatro horas, trescientos sesenta y cinco días al año. Es uno de esos típicos locales de strip-tease que vemos en las películas, lleno de rincones y barras americanas, e incluso trapecios. Las chicas, vestidas con los conjuntos más sexys y putones que pueden encontrar, deleitan a los clientes, bailan para y sobre ellos, y puedes llevarte a la que prefieras, escaleras arriba, previo pago estipulado, por supuesto.

Como todos los clubes, dispone de servicio de restaurante, cafetería, y bebidas alcohólicas. Este, además, tiene cabinas privadas para poder ver espectáculos, o esconderte con una de las chicas.

La música es genial, escogida especialmente por las propias chicas, y hace mover el cuerpo, nada más entrar.

El gerente, en este caso, es un croata de ojos crueles y mediana edad. Maren me aconseja que tenga cuidado con él; tiene mal talante. Me entrega los libros y las facturas, así como varios cheques. Mi ayudante me susurra que este es el club que más dinero mueve en efectivo. Lógico, si animas a las chicas con billetes de cinco y diez euros… ya me dirás.

Sin embargo, al pedirle hablar con las chicas, el fulano croata me pone mala cara. Escucho carraspear a mis dos perros guardianas, detrás de mí. Se excusa en que la mayoría está descansando, o han salido de compras. No quiero escuchar excusas; debo imponer mi propio estilo de inspección para que se me respete en la siguiente visita.

Maren me informa que las chicas duermen en un edificio adyacente, a la trasera, mirando el mar. No me gustan los ojos del gerente, oculta algo. Nos conduce a la puerta que da a la otra casa. Hay que atravesar una especie de patio techado, lleno de plantas en macetas. Al abrir la otra puerta, me encuentro con un tipo inmenso, sentado a una mesa, jugando al solitario. Tiene un walkie al alcance de la mano, sobre la mesa.

― ¿Es el encargado de las chicas? – le pregunto, algo sorprendido.

― No, se ocupa de avisar a las chicas de que les toca actuar…

― ¿Qué pasa? ¿No habéis escuchado hablar de los intercomunicadores? ¿De un buen programa de horarios? – bromeo, pero él no se ríe. – Me gustaría ver a la persona encargada de los asuntos de las chicas.

― No tenemos a nadie – musita, apartando la mirada. – Madame Costi murió en un accidente y el puesto está vacante.

― Nadie nos ha informado de ello – dice Maren, alzando las manos.

― Bueno, las chicas mismas se ocupan de eso y no creí que…

― ¿Tiene a un tío solamente para llamarlas a escena y no dispone de un encargado de las chicas? ¡Es demencial! Las chicas deben tener a una persona para exponerle sus necesidades y sus problemas. ¡Es imperativo!

― Mañana mismo buscaré…

― Nada de eso. Nosotros lo haremos. Ya le enviaremos a alguien – le corta Maren.

― Si, por supuesto.

No sé por qué, pero me muevo, abriendo puertas. Empiezo a encontrarme fulanos culeando sobre varias chicas, que me injurian y lanzan cosas para que cierre la puerta. Miro a Maren.

― ¿Esto es normal?

― No. Solo pueden traer hombres a sus habitaciones, al final de la noche, para dormir con ellos. Si quieren hacer algún trabajito, disponen de las cabinas.

― ¡Son sus novios! – exclama el croata, asustado.

Entro en la habitación más cercana y aferro al tipo que está tan entusiasmado, dándole por detrás a la chica, por el cuello. Protesta y patalea, pero lo saco a pulso, con una pequeña polla tiesa como una antenita.

― ¡Suéltame! ¡He pagado ya! – chilla, molesto y acojonado de ver a tantos tipos tan grandes.

― Sus novios, eh… ya veo. Supongo que el dinero que están generando las chicas en este momento, no está en la contabilidad, ¿verdad?

― Iba a anotarlo ahora mismo – el tipo está pálido y sudoroso.

― Si, hombre, lo que tú digas…

Un negocio redondo. Sin la encargada de las chicas para rendir cuentas, el croata las prostituye durante las horas más bajas de clientela, y se embolsa un montón de pasta. Señalo al hombretón del solitario.

― ¿Cuánto cuesta un baile?

― Cien.

― ¿Y manosear a la chica?

― Doscientos, con una paja. Trescientos una mamada.

― ¿Tirártela?

― Ellas ponen el precio, pero no menos de cuatrocientos. Son todas chicas de primera – el hombre contesta rápidamente, con la esperanza de salvarse.

― ¿Cuánto has pagado? Quiero la verdad – sacudo al tío que he sacado de la cama y que aún mantengo alzado.

― ¡Doscientos cincuenta! ¡Deje que me vaya! ¡Yo no he hecho nada! Es lo que me han pedido, por favor…

Le dejo en el suelo y le suelto. La chica con la que estaba ya le tiene la ropa preparada, de pie en el quicio de la puerta de su habitación. No he visto nunca a alguien vestirse tan rápido. El croata tiene la vista en el suelo, quizás pensando en cómo va a salir de esto.

― Tienes que dar ejemplo, Sergio. Un buen ejemplo.

“Lo sé.” Hablo de nuevo con el echador de cartas.

― Tráeme un martillo y cinco clavos largos, de quince centímetros al menos. De ti depende que me olvide de tu cara. Si los traes antes de quince minutos, jamás te habré visto.

No he acabado de hablar cuando el tipo ha salido por la puerta. Le indicio a mis sombras que vigilen al croata. Maren y yo empezamos a abrir puertas y a echar a fulanos a la calle. Maren usa una Glok pequeña y siniestra para ayudarse; yo no necesito armas. En cinco minutos, hemos despejado las habitaciones y reúno a las chicas en la bonita sala de ocio, de la que disponen.

Me presento y les digo que la prostitución obligada, a la que han sido sometidas, acaba desde este momento.

― Esta situación no tiene nada que ver con lo que se os pide a cambio del sueldo. No volverá a repetirse. Quería reuniros para preguntar vuestra opinión sobre el negocio; si teníais alguna sugerencia que mejoraría vuestras vidas, o alguna idea para plantear sobre el club.

Están tan agradecidas de haberlas sacado de esa obligación que les mermaba el descanso y las ajaba, que no saben qué decirme. Una de ellas, con timidez, levanta la mano.

― A lo mejor sería conveniente cambiar el sistema de altavoces. a veces suenan cascados – dice, finalmente.

― Si, es cierto – la apoya una compañera.

― En las cabinas, suena estridente – comenta otra.

― Yo creo que se necesitaría diversos canales para ecualizar distintas partes del local…

Sonrío. Se han integrado y ya están buscando propuestas. Maren me avisa de que el hombre del solitario con lo que le he pedido. Les pido a las chicas algunos cordones, o pañuelos largos, algo con los que poder atar. Entre todo lo que me ofrecen, elijo una comba y varios cordones largos.

Compruebo los clavos que ha traído. Están bien, largos y no muy gruesos. Le digo al gerente que se desnude. Me mira como si estuviera loco.

― ¡En cueros! ¡Ya! – le grito y tarda poco en satisfacerme.

Le ato unos cordones a la altura de los codos, apretándolos fuertemente, con la ayuda del mango del martillo. Son torniquetes que le están cortando el flujo sanguíneo. Utilizo la cuerda de la comba para hacer lo mismo debajo de las rodillas.

Tanteó la puerta de entrada al edificio. Es sólida, de recia madera. Pido a mis guardianes que le sujeten a pulso, los brazos extendidos. Sin hacer caso de sus gemidos, coloco un clavo en su antebrazo y con un par de martillazos, traspaso carne y madera. El grito casi me rompe un tímpano. Siento las chicas, detrás de mí, ahogar sus exclamaciones. Repito la misma faena con el otro brazo, dejándole clavado con los brazos extendidos y alzados por encima de sus hombros.

Ahora, le toca a sus tobillos. Estos le duelen más que los antebrazos. ¿Habré pillado el hueso? Peor para él. En unos pocos minutos, queda crucificado sobre la ancha puerta, con sus miembros formando aspas, en X. la sangre ha salpicado mis ropas y la madera, pero apenas gotea, debido a los torniquetes.

― Ahora, el último paso – le digo, cogiéndole la engurruñida polla. – A ver, necesito una voluntaria…

Una de las chicas avanza, empujada por sus compañeras, hasta ponerse a mi lado.

― Tienes que tirar de su polla, para que pueda clavarla sin que se le encoja como un matasuegras – le digo, mirándola a los ojos. — ¿Serás capaz?

Niega con la cabeza.

― ¿Alguna se ve motivada para hacerlo? – pregunto en voz alta.

Una de ellas, una morena de melenita recortada y ojos de gato, camina hacia nosotros, con determinación. Le aferra de la punta de la polla, estirando el pellejo. El hombre no deja de gemir, pues el dolor de sus miembros es muy superior al pellizco que le está dando en la polla.

Coloco el último clavo en el tallo, por debajo del glande. Procuro no dar con ninguna vena, y dejo caer el martillo. Se queja un poco, pero no tanto como creía. Paso uno de los cordones por la base de su pene, frenando la sangría. Me retiro unos pasos, pasando un brazo por los hombros de la voluntariosa morena, y contemplo mi obra.

“¿Te parece un buen ejemplo?”

― Una obra de arte. No me has defraudado en absoluto.

― Bien. Cuando las chicas empiecen el trabajo de la noche, – me dirijo al matón que jugaba al solitario – vendrás aquí y le descolgarás. Le llevarás al hospital y dirás que lo has encontrado así, en la playa.

― Si, señor.

― ¿Has escuchado? – abofeteo el rostro del gerente. – Disfruta de tu estancia en el hospital, por que será lo último que te paguemos. No aparezcas más por aquí, o clavaré también tu cabeza a la madera.

― Si… s…ssi… — jadea, sin fuerzas.

Según Maren, ya es demasiado tarde para salir hacia Barcelona, así que nos quedamos a dormir en un hotel cercano, para salir temprano a la mañana siguiente.

Este trabajo le viene de perlas a mi mentalidad de amo.

Me encanta el poder.

CONTINUARÁ…..

Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/

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Relato erótico: “Destructo: La herejía más bella” (POR VIERI32)

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Sin títuloTras el coro, la noche en Paraisópolis se volvió fría, pero la joven Perla no lo sentía en absoluto mientras caminaba por las vacías calles de la ciudadela. Estaba metida en sus adentros, observando su sombra extenderse por el empedrado del suelo, que variaba de forma y tamaño durante su caminar, transformándose constantemente por la luz de la luna sobre ella.

La sombra había menguado y parecía proyectar a la niña que fue una vez. Aquella Querubín que había traído esperanza con su llegada, que pronto daría una respuesta a los miles de ángeles de la legión, una respuesta que no tenía ni le importaba no tener. Aquella que saboreó el poder que conllevaba ser el ente superior de la angelología, que abusaba de su estatus porque aún no era capaz de percibir la responsabilidad que venía con el cargo. Siempre consentida, siempre altanera.

Dobló una calle y la sombra de su figura, ahora alta y atractiva, se proyectaba en las paredes de las casonas. Creció, pero descubrió que su estatus implicaba un compromiso demasiado grande. Se había convertido en una joven que poco a poco era consumida por el estigma de ser una Querubín sin respuestas, una enviada que ahora sentía el peso de las miradas afligidas de los ángeles.

Pero ahora notaba que en la sombra destacaba la hoja de su sable. Creía fervientemente que se había convertido en un ángel poseedora de la fuerza necesaria para vencer a cualquier enemigo que se le cruzara. Ahora podría derrotar a Destructo, pensaba, y consolar con ello a la legión.

“Cuando Destructo venga, seré quien deba ser”, concluyó.

Perla había llegado a una peculiar fragua montada en las afueras de Paraisópolis, repleta de ángeles yendo y viniendo entre el humo y el olor a acero templado; era extraño tanto movimiento de noche, pero tenía la certeza de que cierta persona estaría allí, seguramente reparando armas o aconsejando a otros sobre el uso de espadas.

—¡Durandal! —gritó, abrazando con fuerza su sable. “Ya sé quién seré”, sonrió para sí. Ahora tenía entre sus pechos un filoso motivo para alegrar a la legión y, por sobre todo, para alegrarlo a él, el esquivo y severo ángel a quien admiraba. Tal vez, pensaba ella, si Durandal notara que ahora Perla era capaz de defenderlos de Destructo, entonces la vería con otros ojos.

En la fragua, en medio del humo y de los estudiantes que se giraron para verla, se encontraba el Serafín. Algunos susurros se oyeron entre sus pupilos, pues no esperaban que alguien como la Querubín, todo un símbolo de la facción contraria, se presentara. No obstante, Durandal hizo caso omiso al murmullo generalizado: Perla no sabía nada de rebeliones ni de facciones, por lo que, apartando a sus propios estudiantes, se acercó al encuentro.

—Buenas noches, ángel —cabeceó como saludo, observando ese sable que abrazaba tontamente.

—Durandal, te busqué por la plaza, ¿acaso no has ido al coro para escucharme? —inmediatamente los murmullos tras él aumentaron. A la joven Perla no le importaba las voces, pero aquella inocente pregunta derrumbó, a los ojos de los estudiantes, un par de mitos acerca de la regia figura del Serafín.

—¿En serio ha ido al coro de esta noche, maestro? —preguntó uno de sus pupilos.

Durandal giró la cabeza para observarlos. Orfeo se encontraba entre ellos, algo disgustado en su gesto; su estudiante más aventajado no comprendía por qué el Serafín dialogaba con la Querubín. Los demás lucían entre divertidos y confundidos, pues no era común ver a adusto maestro charlando amenamente con un ángel, como si no hubiera una rebelión en cuestión de horas.

—¿No tenéis nada mejor que hacer? —protestó el Serafín.

—La verdad es que no, maestro —respondió otro, reprimiendo una carcajada.

—Durandal —insistió Perla, avanzando un tímido paso—. Prometiste que irías.

—¡Oh, lo ha prometido! —clamó otro ángel en la fragua.

—Os estáis tomando demasiada confianza con vuestro maestro, ¿no es así? —Durandal volvió a protestarles.

—¿A qué has venido? —preguntó Orfeo, algo brusco en su tono, mientras posaba una espada sobre un yunque para martillearla con fuerza pero destreza. A diferencia de Durandal, Orfeo aún veía a la Querubín como la causante del retraso de sus planes de libertad. Pero ahora, tras varios años de su llegada, ya poco importaba, esas cadenas que una vez les ligaron a los dioses, pronto se romperían.

Perla abrió la boca, pero se había olvidado completamente para qué había caminado hasta allí; sentirse a merced de aquella dura mirada del Serafín la había superado completamente.

—Esa no es forma de llevar un sable, ángel —Durandal ladeó el rostro, esbozando una ligera sonrisa.

Perla abrió los ojos cuanto pudo y retrocedió un paso; aquello era un gesto idéntico al de Curasán cuando Celes le ofrecía sus pechos durante sus furtivos encuentros en el bosque. Esa media sonrisa, esos ojos pícaros, esos labios que, tal vez, tan pronto la desnudara, aprisionarían fuertemente uno de sus pezones. “Me… ¿me los está mirando?”, pensó entre confusa y vanidosa, pues creía estar resaltando atributos que le atraían al Serafín.

Sus senos, en comparación a los de su guardiana, no eran tan grandes, y ese varón que admiraba no tendría mucho por dónde agarrar. Tragó saliva y meneó su cabeza; era imposible que el Serafín estuviera haciendo algo tan perverso como observarla de esa manera, por lo que en un fugaz destello, recordó para qué había ido hasta la fragua.

—¡Ah! ¡Funda! He venido a por una funda, Durandal —apartó su arma de entre sus pechos para mostrársela.

—¿Acaso es tuya? —la arrebató de sus manos, levantándola al aire, ladeándola para ver la inscripción—. Es una espada preciosa. No hay muchas hembras que blandan una, por no decir ninguna. Todas prefieren la arquería con Irisiel, o se alejan de los combates y prefieren el coro, la recolección de frutas o la jardinería.

—¡Es mía! —afirmó hinchando el pecho, extendiendo ligeramente sus alas en una acto de orgullo—. Con mi maestro he entrenado esgrima, pero hace poco que reclamé ese sable. Durandal… mi deseo es calmar vuestra angustia con esta espada.

—Ya veo. “Destructo”, ¿no es así? —recordó que la joven deseaba derrotar al ángel de las profecías. Pero el peso de proteger a la legión recaía sobre los Serafines y sus estudiantes, no era algo que precisamente le correspondiera a Perla; no obstante, decidió callárselo para no desanimarla, pues estaba al tanto de que ya había sufrido bastante de su estatus de Querubín—. Es un motivo noble. Te buscaré una funda.

Durandal volvió a la fragua con el sable en su mano, rebuscando en la mesa de trabajo alguna funda para espada curva, con correas y asas de sujeción. Fue en ese momento cuando Orfeo dejó sus instrumentos para acercarse al Serafín, apartando a sus compañeros de en medio.

—Maestro, esa hembra es a quienes los otros ángeles llaman Querubín.

—Yo veo un ángel común y corriente, Orfeo —midió una de las tantas fundas con el sable de Perla. Era un arma muy grande, por lo que siguió buscando otra—. ¿O tú no la ves así?

—Maestro, de todos los días que podría haberlo hecho… —insistió en voz baja. A sus ojos, la Querubín era la única en toda la legión que no conocía el dolor que sintieron ellos ante la muerte de sus camaradas en la rebelión de los Arcángeles. Alguien como ella, viva imagen de la esperanza de la vuelta de los dioses que él detestaba, no merecía ningún tipo de atención, menos cuando ya estaban templando las últimas espadas para armarse—. ¿Cree conveniente hablar con ella en una noche como esta?

—Tranquilízate, Orfeo —lo tomó de un hombro para serenarlo—. Solo desea una funda.

Volvió junto a la joven Perla, enfundando el sable frente a sus sorprendidos ojos verdes; era una vaina de cuero de largos lazos de sujeción.

—Hay muy pocas que le queden bien a tu espada, es algo grande, pero esta le va perfecta. Si no te gusta el diseño puedo buscarte otra. Lamentablemente no tendremos tiempo de confeccionarte una.

—Me encanta —dijo agarrándola fascinada, volviendo a abrazarla—. Muchas gracias, Durandal.

—No vuelvas a abrazarla —ordenó, tomándola de los hombros para girarla. Notó que la túnica de la Querubín era distinta a las de diseño entubado que solía ver en los demás ángeles; llevaba una camisa de tiras que desnudaba una espalda atractiva y sugerente. Y enmarcada por una falda de corte diagonal, notaba una cintura de tímidas curvas que por un momento le recordaron a Bellatrix. Entonces, apartó delicadamente sus alas, presto a hacerle un lugar a la funda.

Perla se había paralizado sintiendo la cálida mano del Serafín. Al sentirlas sobre sus hombros dio un respingo de sorpresa, pero cuando esas manos acariciaron suavemente sus alas, la joven fue invadida por ese calorcillo en el vientre que tanto placer le causaba. “¡Mi-mis… mis alas!… ¡Está tocándome mis alas!…”, pensó nerviosa, acariciándose sus labios con la yema de sus finos dedos, con la mirada perdida.

—Esta funda tiene dos correas —Durandal apartó de su mente aquellos recuerdos del cuerpo de su amada, y continuó con la labor—. Esta primera es para llevarla aquí —hábilmente rodeó dicha correa en la cintura de la hembra. Se recreó, contrario a lo que se pudiera esperar, de las curvas de la Querubín, levantando ligeramente el borde de su camisa para rozar esa suave y cálida piel. Solo para recordar, solo para revivir por un breve segundo cómo era aquella sensación de palpar a una fémina.

—Pe-pensarás que soy torpe —susurró suavemente ella, llevándose un mechón de pelo tras la oreja para dejarle ver su cuello, imitando a conciencia a su guardiana Celes.

—Ya te acostumbrarás —atenazó la pequeña cintura con sus brazos para asegurar la correa mediante la hebilla, cerca del vientre. Fue breve, pero bastó para deleitarse del dulce aroma que desprendía su cabellera. “Probablemente…”, pensó Durandal, cerrando los ojos. “Probablemente se bañe en ese lago en las afueras de Paraisópolis”, concluyó, recordando aquel mismo lugar donde se reunía con su antigua amada.

—S-sí… es… cuestión de practicar… —Perla había quedado completamente demolida. Sentía la respiración del Serafín, tibia pero ardiente, sobre su expuesto cuello, y esos fuertes brazos rodeándola, ajustando el cinturón. Ni en sus más tórridas fantasías, en la privacidad de su casona, imaginó posible algo tan tenso y excitante.

—Esta otra correa la debes cruzar sobre uno de tus hombros —Durandal luchaba por aparentar serio. Al cruzarle la correa, la volvió a girar para ajustarlo todo a la hebilla del cinturón. Levantó la mirada y notó esas mejillas sonrojadas, esa sorprendida mirada de ojos verdes, esos finos labios humedecidos que le resultaban atractivos. Para colmo, la correa se hacía lugar entre sus tímidos senos, apretujando la tela y resaltándolas.

Parecía que Perla en cualquier momento encendería aquella mecha que solo Bellatrix fue capaz de despertar en el Serafín.

—¿Has… —Perla acarició su cuello, palpando la zona donde Durandal había entibiado sin querer con su respiración—, has ido al coro o no?

—He ido—susurró, aprovechando el cercano sonido de acero hirviendo entrando al agua, no fuera que sus alumnos lo escucharan.

Pero la sonrisa de la Querubín lo delató a sus pupilos. Se alisó su camisa, ahora demasiado ceñida debido a la correa, avanzando otro tímido paso hacia el Serafín; el ser más esquivo de los Campos Elíseos había cumplido su promesa y parecía que al menos era posible forjar una amistad. Con los ojos cargados de ilusión, Perla preguntó:

—¿Te ha gustado mi canción?

Durandal giró disimuladamente la cabeza para ver a sus alumnos, pues no estaba cómodo con su papel de Serafín sensible. Absolutamente todos escuchaban atentos; desconocían ese lado de su maestro y la curiosidad les carcomía. Aunque, huérfanos de deseos carnales como eran, no podían verle otras intenciones. Orfeo, solo él, seguía trabajando en la fragua, pues no soportaba la sola presencia de Perla.

—Durandal, he estado practicando muchísimo. Yo… incluso sé otras canciones.

—Estoy seguro de que gustarán a la legión. Tienes una gran voz, ángel.

—Llámame Perla —agregó sin poder disimular su sonrisa, doblando las puntas de sus alas—. Practico en el lago, con mis amigas. Podrías… podrías venir una tarde…

Segundos. Lo sabía él. Solo bastaban unos pocos segundos más viendo esos ojos, esa boca entreabierta de labios húmedos, ese aroma de hembra que recordaba su pasado; solo unos segundos y volvería a abrirse esa grieta dentro de su corazón que dejaba colar deseos que despertarían su cuerpo de varón como antaño. Lo sabía él, anhelaba volver a experimentarlo, pero esa noche apremiaban otras acciones más importantes.

—Perla. Tienes una gran voz, y también una funda que te queda perfecta entre tus alas. Pero si me permites, tengo que volver.

La joven había experimentado tantas sensaciones nuevas en tan poco tiempo que no deseaba que él se alejara. No le importaba estar rodeada de ángeles, era la primera vez que se encontraba tan ensimismada que le pareció, durante ese breve lapso junto a él, que los Campos Elíseos habían desaparecido por completo. Deseaba aferrarse a esa sensación que la tenía hirviendo, que exigía que metiera su mano bajo su falda… “O tal vez su propia… su propia mano”, pensó resoplando, imaginándose desnuda a orillas del lago mientras el Serafín palpaba suavemente todos sus secretos.

—¡Durandal! —insistió, avanzando un paso firme hacia adelante—. ¿Vas a algún tipo de entrenamiento nocturno? ¿No… no te gustaría que te acompañe?

Era evidente que ella no estaba al tanto de la rebelión. Esa noche no habría clases de ningún tipo, sino que se reuniría con su legión en las islas para huir juntos de los Campos Elíseos. No obstante, Durandal imaginó cómo sería tenerla en sus filas, a aquella que una vez fue Querubín a los ojos de toda la legión, a aquella a quienes muchos ángeles la seguían viendo como la esperanza de la vuelta de los dioses. Si Perla lo seguía hasta el reino de los humanos, probablemente muchos otros ángeles también se les unirían. “Me ganaría la confianza de otro tercio de la legión, seguramente”, pensó. “Aunque estaría usando ese título de Querubín que tanto desprecia ella”.

—Creo que deberías volver con tu guardiana, Perla.

—¿Mi guardiana?

—Tu guardiana —Durandal se volvió junto a sus alumnos en la fragua, despidiéndose con un gesto de mano al aire—, la que está tras la columna de aquella casona, espiándonos desde que viniste. Te deseo unas buenas noches.

Completamente alicaída por la despedida, se palpó por última vez el cuello, sintiendo esa tibieza que dejó la respiración del Serafín sobre su piel. Suspirando, y algo enrojecida, retrocedió hasta llegar a la columna donde Celes aguardaba pacientemente con un gesto de incertidumbre.

Desde su improvisado escondite, la guardiana había notado los gestos de Perla; el alisarse la cabellera, el mojarse los labios, algún levantamiento rodilla, los susurros y el mostrar cuello; le parecía que su protegida estaba imitando sus propias armas de seducción. Aún desconocía que la Querubín tenía por pasatiempo espiarla en el bosque, durante sus ardientes encuentros con Curasán.

“Debo estar imaginando cosas, ¡es solo una niña!”, concluyó, viéndola acercarse.

—¿Has oído todo, Celes? —preguntó Perla, quien al llegar, buscó la mano de su protectora para enredar sus dedos entre los de ella.

—Bu-bueno, un poco de todo, mi niña —con la otra mano, Celes apartó algunos mechones de su protegida que cayeron hacia la funda—. Es un regalo precioso el que te ha dado, pero creo que va a ser mejor que te corte un poco el cabello. Va a ser molesto sacar y meter el sable si se meten mechones en la funda.

—Está bien. Daritai no dirá nada, pero seguro que le sabrá mal si me quito la trenza, así que se queda.

La guardiana notó que el rostro embriagado de su pequeña hermana no cedía; dedujo que la charla con el Serafín había ido mejor de lo que esperaba. Tirando de su mano, volviendo a Paraisópolis, intentó sacarla de sus adentros.

—Ahora que tienes una funda, ¿por qué no vamos a mostrársela al Trono luego del corte de cabello?

—No es mala idea. ¿Qué crees que dirá Nelchael cuando me vea con este sable?

El líder de la legión nunca había mostrado mucho apoyo a la idea de que la Querubín entrenara desde tan pequeña, pero estaba acostumbrado a consentirle absolutamente todo para martirio de Curasán y Celes. Fuera el entrenamiento, fuera una casona propia cuando había crecido. El viejo Nelchael se excusaba con el hecho de que al ser superior de la angelología no se le podía negar nada, aunque sus guardianes sospechaban que mimarla y contentarla era su debilidad.

—¿Crees que Nelchael aceptaría un duelo contra mí, Celes? —se apartó para desenvainar su sable torpemente, peleando contra la funda y sus alas, pues aún no estaba acostumbrada.

—Esto… —empezó a jugar con sus dedos, viendo que a su pequeña hermana aún le faltaba algo de práctica en el manejo del sable. Además, el Trono no fue creado para luchar, sino para liderar legiones; habilidades de lucha no las tenía en exceso, y menos con un cuerpo como el que poseía el viejo líder—. No creo que el Trono sea ese tipo de ángel, Perla. Pero primero ese corte, que lo llevas largo.

II. 3 de Septiembre de 1260

El viaje fue largo y poco placentero como era de esperar. Soportando el calor abrasador y alguna tormenta de arena, los dos emisarios representantes del ejército mongol llegaron hasta las afuera de la ciudad de Acre, del Reino de Jerusalén, desde donde ya se notaban las mezquitas resguardadas celosamente tras las grandes murallas, además de los francos de la Séptima Cruzada Cristiana quienes patrullaban diligentemente por donde sea que mirasen Sarangerel y Roselyne.

Aunque fueran dos enviados, a la vista de muchos soldados y transeúntes se trataban más bien de un emisario mongol acompañado de una enigmática mujer de cabellera dorada como el sol. Aun en las afueras, cabalgando a paso lento entre las caravanas y comerciantes que iban y venían de la urbe, el guerrero sentía una infinidad de miradas posarse sobre la pareja, pero no le parecía precisamente por tener de compañía a tan llamativa acompañante. Fuera la poca amabilidad en el trato por parte de los francos o los murmullos que oían al pasar, el ambiente no era precisamente el que Sarangerel esperaba.

Tal vez Roselyne hubiera percibido algo si no fuera porque todos sus sentidos estaban enfocados en la reunión con el Rey Luis IX de Francia, que tendría lugar en el Castrum. Estaba consciente de que para lograr su objetivo debía alejarse de Sarangerel cuanto antes, no fuera que su deseo de asesinato, de lograrse, fuera visto como un complot de los mongoles.

Pero tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no notó que Sarangerel había detenido su caballo ya desde varios pasos atrás, con la mirada perdida hacia un costado de las murallas exteriores de Acre.

—¿Qué sucede, Sarangerel? ¿No vamos a entrar a la ciudad?

—Es como si en cualquier momento Odgerel fuera a venir para decirme que el aire está viciado. Aunque no soy de darle la razón porque todo lo exagera, lo cierto es que aquí tengo la misma sensación que tuve cuando fuimos a El Cairo para reunirnos con el Sultán Qutuz.

—Si te preocupan los murmullos de los soldados francos, te confieso que han estado comentando y preguntándose cómo es posible que un guerrero mongol esté acompañando de una occidental. Tierra Santa está llena de necios, haz oídos sordos.

—Escúchame, mujer, la armadura de cuero te sienta bien, pero ahora que tendremos la protección de las murallas de la ciudad sugiero que te la quites.

—¿Acaso ya deseas tocarme? —preguntó haciendo una mueca cómplice.

—No hay motivos de peso para creer que seremos recibidos con hostilidad, es una precaución. Ponte una túnica y guarda distancias conmigo.

—Admiro tu deseo de protegerme, pero creo que estás preocupándote demasiado. La comodidad de la ciudad nos reanimará, estoy segura.

Pero Sarangerel se encontraba intranquilo. Notó una cantidad considerable de tiendas montadas hacia un costado de las murallas exteriores de Acre, de confección beduina: rectangulares, bajas pero extensas, con pelos de camello como cobertores; sin duda pertenecían a los mamelucos puesto que eran visiblemente diferentes a las tiendas que solían montar los francos en las afueras de Damasco, que además no dudaban en engalanarlo todo con los símbolos del cristianismo.

¿Pero cómo era posible ver montado todo un campamento mameluco en las afueras de Acre, cuando sus más acérrimos rivales eran los cristianos que ocupaban dicha ciudad? Aquello debería causar un revuelo entre los cruzados y los ciudadanos, situación que no se daba de ninguna manera. Para colmo, los francos de la Cruzada parecían más bien incómodos ante la presencia del mongol que de aquel asentamiento mameluco.

—Cambio de planes, Roselyne —Sarangerel retomó la cabalgata—. Volvamos a Shomrat.

—¿Ese pueblo? ¿Acaso sospechas de que habrá problemas en el Castrum?

—Te cambiarás de ropa allí y me seguirás desde lejos. Perderemos medio día como mucho. Mejor que perder la vida.

—¿Per…? ¿Perder la vida, has dicho? ¿No estás siendo exagerado? —preguntó, siguiéndole la cabalgata. “Y pensar que ya estábamos por entrar”, se lamentó.

A casi doscientos leguas de distancia, hacia el este de Acre, tras cruzar del Río Jordán, el ejército mongol acampaba en la llanura de Esdrelón, entre las montañas Gilboa y las colinas de Galilea, por orden del general Kitbuqa Noyan, quien percibía en la mayoría de los rostros de su vasto ejército el cansancio, efecto del fuerte sol. La ciudad de Jerusalén estaba a solo dos días, y antes de que cayera la noche ya deberían llegar los francos para unirse al batallón.

Incontables tiendas empezaban a ser armadas a lo largo y ancho del valle de Ain Jalut, y el ajetreo recordaba al de las grandes ciudades.

Acercándose a la reunión de los comandantes y el general Kitbuqa, celebrada en la tienda principal, Odgerel se mostraba intranquilo. Los mongoles se habían forjado una fama en las estepas, donde utilizaban la flora como medio de ocultación, además de aprovechar los espacios abiertos para flanquear al enemigo con sus temidas tácticas de asedio constante, pero en el desierto, terreno principal de batalla, su conocida movilidad estaría más limitada ante enemigos que se desempeñaban mucho mejor con rápidos caballos y hábiles guerreros.

—Os saludo, camaradas. Un campamento gigantesco y estupendo —dijo al llegar a la reunión—. Pero… el aire está viciado, ¿no lo creen?

—Tranquilo, Odgerel —Kitbuqa Noyan se levantó para acercarle un cuenco de kumis, plato que ya había repartido entre los comandantes como tradición—. Tienes el comando ahora, deberías mostrar más temple ante tus guerreros. Guíalos con mano firme, guerrero, te necesitan.

—Yo necesito prostitutas jóvenes, General Kitbuqa. Mal acostumbrado que quedé en Damasco…

—Deja de preocuparte. Si te has fijado, de camino se nos han unido más de quinientos armenios de Cilicia para prestar ayuda. Solo debemos esperar a los francos de la Cruzada. La alianza es la clave para la victoria.

—¿Armenios? Tengri nos ha bendecido, sin duda. No sabes cómo me complace tener a quinientos campesinos de nuestro lado, general —ironizó, bebiendo el kumis.

El trotar de una rápida cabalgata interrumpió la reunión; un jinete atravesó el campamento mongol, levantando polvareda y dudas a partes iguales, sorteando cuanto soldado se interpusiera en su camino, hasta llegar a la gran tienda donde charlaban los altos mandos. Enviado para recibir a los francos y guiarlos hasta el campamento, era raro que se lo viera pasmado como en ese momento pues su ruta carecía de peligros. Sudaba, estaba agitado.

—¡Kitbuqa! —el joven tomó respiración, bajando de su animal y casi cayendo debido a su apuro—. ¡General Kitbuqa!

—Respira, joven —tranquilizó el general—. ¿A qué vienen esas prisas?

—¡General, un ejército de mamelucos viene para aquí! ¡Por la retaguardia!

—¿Mamelucos? —Odgerel dejó el cuenco a un lado y se acercó al mensajero, mientras los mongoles a los alrededores se reponían de su descanso al oír tan sorpresiva noticia.

—¡Están tomando la misma ruta de los cruzados de Acre, general Kitbuqa!

—¿¡Cómo es posible!? —uno de los comandantes se levantó encolerizado. Para llegar por la retaguardia del campamento solo era posible hacerlo atravesando el reino de Jerusalén.

—No tiene sentido que tomen esa ruta —agregó otro comandante—. Los cruzados no permitirían pasar a los mamelucos por su reino.

—¡Callaos! ¿Cuántos guerreros has visto, mensajero? —tranquilizó Kitbuqa, manteniendo temple para no dejarse llevar por aquella desconcertante noticia.

Odgerel notó entonces en los lejanos montes aquellas miles de sombras que asomaban terroríficamente, levantando el polvo y haciendo temblar la tierra conforme se acercaban a velocidad frenética. Decenas de cientos de arqueros mamelucos, montados sobre sus rápidos caballos, galopaban hacia ellos, rumbo a un ataque sorpresa a un campamento que apenas estaba empezando a descansar.

—¿Puedo ser sincero, mi general? —preguntó Odgerel, quien simplemente no salía de su asombro viendo aquel sorpresivo y numeroso ejército.

—Más te vale…

—Que el Dios Tengri nos proteja, pero vamos a necesitar mucho más que quinientos cilicianos.

La situación en el campamento mongol empeoraba a cada segundo, pero lejos de aquel ambiente de guerra, Roselyne se desprendía de su armadura en la privacidad de una habitación alquilada en el pequeño pueblo de Shomrat, ante la mirada de un guerrero demasiado intranquilo que, sentado al borde de la cama, pasaba trapo a su sable. Parecía anhelar un choque de aceros; el guerrero trataba de no pensar demasiado en sus camaradas.

—¿No deseas que te la limpie yo? —preguntó ella, quitándose las botas de cuero.

—Solo apúrate, Roselyne.

En el momento en que la francesa se quitaba los pantalones, Sarangerel levantó la mirada para contemplar aquel trasero redondo y atractivo. Sonrió ligeramente al notar la marca de una mordida que quedó grabada en un cachete, prueba de un breve revolcón que tuvieron de camino. Pero un brillo fugaz lo sacó de su goce, pues notó la espada enfundada en el cinturón de la mujer. “La espada de los Coucy”, pensó al reconocerla.

—¿Dónde está tu sable, mujer?

—Lo está guardando la mujer de Kitbuqa, en Damasco. Me prometió cuidarlo. Prefiero llevar la espada de mi hermano, tiene más significado así, ¿no lo crees?

—Por cómo está el ambiente, parece que tendré que ayudarte a consumar tu venganza. Sigo sin comprender cómo es que hay un asentamiento mameluco en las afueras de Acre.

—No hay nada que más desee que me ayudes a matar al rey Luis, pero si quieres que sea sincera —se acercó desnuda para pasar su mano por la caballera del guerrero, esperando que oliera el perfume de su sexo prácticamente frente a sus narices; jugaba con las largas trenzas con la esperanza de tranquilizarlo—, creo que estás demasiado tenso, te preocupan tus camaradas y lo entiendo, pero relájate un poco. Pensar en que cristianos y musulmanes están aliados es un disparate, si me preguntas.

—Es complicado —la tomó de la cintura y besó su vientre, arrancándole un suspiro—. Ojalá todo se solucionara con un trasero bien formado y unos senos apetecibles —hundió los dedos en el trasero de la mujer, atrayéndola contra sí para que su boca siguiera saboreando de ella, para que su lengua recorriese fuertemente los pliegues de su dulce sexo.

—Sarangerel —suspiró, arqueando la espalda, poniendo en blanco los ojos y tratando de morderse los labios para no gemir, pero es que ni podía siquiera cerrar la boca—. ¡Con-contén un poco esa lengua, las paredes son mu-muy finas!

—No más que la de mi tienda —se apartó del manjar para martirio de la mujer—. Entonces, ¿qué deseas que haga, Roselyne?

—Po-poséeme —susurró, subiendo a la cama para esperarlo. Estaba excitada, pero no podía negar que cierto miedo la invadía con las advertencias de Sarangerel. ¿Y si realmente tuviera razón? ¿Acaso aquella podría ser la última ocasión en la que podrían estar juntos?—. Poséeme… como si fuera la última vez.

Quién diría, viendo el porte del regio guerrero de mirada de lobo, que en la cama era tan dulce. A la francesa la había enviciado en los placeres de la carne desde hacía tiempo, por tratarla como mujer antes que como un objeto o botín de guerra, algo a lo que no estaba tan acostumbrada debido a su duro pasado.

—Ponte la túnica, mujer. Urgen otros asuntos más importantes —ordenó serio, pero al girarse para verla notó que Roselyne ya había comenzado la faena por sí sola, acariciándose con dulzura, retorciendo sus muslos, entrecerrando los ojos y suspirando de su propia masturbación. Con las mejillas enrojecidas por el calor que se expandía en su cuerpo, ladeó ese rostro lascivo y lo observó con deseo.

—¿Acaso no quieres venir, emisario?

—Mujer pérfida —sonrió, subiendo a la cama, agarrando sus piernas para separarlas y degustar con fuerza esa sonrojada fruta. “Supongo que me estoy preocupando demasiado”, concluyó, hundiendo su lengua dentro de ella.

Cerca del Río Jordán, el campamento mongol había quedado diezmado ante el ataque sorpresa. Incontables tiendas ardieron debido a las flechas de fuego que habían lanzado los arqueros del Sultanato, y el sonido de los disparos de los cañones de mano, una invención de los musulmanes cuya existencia desconocían los mongoles, asustó a más de la mitad de los caballos, que huyeron despavoridos y causaron mayor confusión. En medio del caos, una horda de la veloz caballería ligera mameluca había entrado al campamento para diezmarlos con sus mortales cimitarras.

Tras el mortífero ataque, los enemigos galoparon presurosos hasta los montes de donde surgieron, repelidos por las flechas y sablazos de los mongoles, que a duras penas consiguieron defenderse de la violenta y terrible oleada sorpresa.

—¡Kitbuqa! —gritó Odgerel, sosteniendo su sable manchado de sangre en una mano, mientras que con la otra lanzaba al suelo un cadáver mameluco que usó como escudo ante los flechazos enemigos—. ¿¡Dónde están los putos francos!? ¿Cómo es posible que los mamelucos nos estén atacando aquí en nuestro campamento? ¿Quién mierda los ha dejado pasar por territorio cristiano?

—Alguien tiene que rendir explicaciones, pero ahora mismo no hay tiempo para ello… —Kitbuqa, con un hilo de sangre cayéndole de la boca y una seria rajada en el pecho, fue ayudado por sus guerreros para reponerse—. ¡Oídme, comandantes! ¡Preparaos para ir a por ellos! ¡Organizaos y tened listos a vuestros guerreros cuanto antes! Atacaremos mientras se reorganizan.

—¿Tiene la certeza, mi general, de que es seguro ir a por ellos? —preguntó un comandante—. Podrían estar esperándonos.

Con todos los mongoles observando el monte donde los enemigos se habían escondido, solo Odgerel, que percibía algo raro en el aire de nuevo, se giró para notar que, ahora por el otro frente, un nuevo contingente de jinetes mamelucos venía en presurosa galopada hasta ellos. Pronto, al oír el trotar de los veloces caballos árabes, los incrédulos guerreros también cayeron en la cuenta de que no habría tiempo para reorganizarse pues les tocaba enfrentar otra oleada tan violenta como la primera.

“Nos han tendido una trampa…”, concluyó Odgerel, mientras sus temblorosas manos apenas podían sostener su sable. Un comandante no debía poseer sentimientos, palabras del general Kitbuqa, pero aquello era demasiado desgarrador para ser verdad.

—Esta sensación en el corazón… —Odgerel se limpió la sangre enemiga desparramada en su rostro—. Es como si nuestros dioses nos hubieran abandonado…

III

Una fisura irreparable amenazaba hacerse lugar en el cielo del sagrado reino de los ángeles. La rebelión había llegado en una noche oscura y fría en los bosques de los Campos Elíseos, y pronto, los que una vez fueron hermanos de escudo, se enfrentarían el uno contra el otro en mortal duelo.

El Serafín Durandal se elevaba lentamente sobre su imponente legión, más de cuatro mil ángeles reunidos en las islas, quienes esperaban la orden de partir. Su corazón se desbocaba de satisfacción al ver a todos sus pupilos dispuestos a seguirlo hasta un nuevo y desconocido mundo, lejos del yugo de los dioses. Pero si bien la libertad pronto sería de ellos, una cuestión atormentaba al guerrero:

“Orfeo”, pensó, mirando a sus alrededores, buscando a su más hábil estudiante; su mano derecha durante todos esos años. Era el momento más importante desde que volvieran a los Campos Elíseos y su paradero era desconocido. “¿Dónde diantres está?”.

Notó que algunos de sus guerreros extendían y sacudían sus alas, pues el frío amenazaba con entumecerlas. En sus rostros vio reflejado sus propios deseos y voluntad, su propio nerviosismo y miedo, pues ni siquiera él sabía qué encontraría en el reino de los humanos, más allá de su anhelada libertad, más allá de cadenas rotas.

“No puedo seguir retrasándolos, están impacientes por escapar”, concluyó, desenvainando su espada cruciforme, aquella reparada por su amada Bellatrix, quien originó los deseos de libertad del Serafín.

—¡Oídme, ángeles! ¡Vuestros corazones han estado sufriendo demasiado en un mar de recuerdos y sangre agitado por el dolor y la desesperación! ¿Es acaso esta tortura el magnífico plan de los dioses? ¿Existe alguna justificación para todos los errores que han cometido con nuestros camaradas caídos? ¿Dónde veis la Justicia? ¿Dónde veis la Redención? Perdonadme, mis guerreros, pero así no hay quien conserve amor, celo ni fe por nuestros creadores.

Las alas de los miles de seguidores ahora se extendían orgullosas ante su gran adalid, unidos a gritos de júbilo y orgullo. La vía de escape estaba más que planificada: el Principado Abathar Muzania les había facilitado la ruta segura para evitar el encuentro contra los otros dos Serafines. En presuroso vuelo y aprovechando el manto que ofrecía la oscuridad de la noche, la libertad de la legión del Serafín Durandal sería reclamada.

—¡Los pecados de los dioses nunca morirán en nuestros corazones, ellos no pueden limpiar la sangre de nuestros camaradas de sus sucias manos! ¡Abrámonos paso a través de esta jaula que nos han creado, y reclamemos un lugar allá en ese reino libre! ¡Al Aqueronte, guerreros!

Mientras, al este del silencioso bosque, suspendidos en el frío aire, los esperaban los Serafines Rigel e Irisiel, cada uno al frente de sus respectivas legiones, quienes descansaban sobre los árboles aledaños a ambos. Más de ocho mil ángeles esperaban convencerlos de no avanzar hasta el reino de los humanos.

—¡Rigel! —gritó la Serafín, quien no paraba de acariciar las aristas de su arco de caza—. Trata de darle varias oportunidades al diálogo. Lo último que necesito es que tus estudiantes quieran presumir de fuerza antes que cabeza. Recuerda, es un amigo el que tendremos en frente.

—¡Qué conveniente que lo saques a colación, Irisiel! Iba a decirte algo similar. Temo que tus pupilos hayan enloquecido tras tener que sufrirte todos los días y empiecen a disparar para todos lados.

—¡Ja! Son fuertes de espíritu. Vosotros en cambio entrenáis tanto el cuerpo que habéis olvidado la cabeza. El día que Destructo venga nos preocuparemos más en salvaros el pellejo que en atacar al enemigo.

—¿Destructo? ¿Tú no has pensado en Durandal como el ángel de la profecía?

—Por favor —se acomodó la coleta, incapaz de quedarse quieta—. Durandal tendrá todos los deseos de libertad que quiera, pero no es alguien que destruiría los Campos Elíseos, ni mucho menos se levantaría en armas contra nuestro líder. Será muchas cosas, pero no es el ángel destructor.

Rigel compartía la visión de su compañera, aunque el alivio no era suficiente. Desde que fuera informado acerca de la rebelión y se le ordenara estar presente en el bosque para detener la huida, no dejaba de temer una batalla contra Durandal, ese varón frío, calculador y habilidoso, poco expresivo pero que explotaba en los momentos de tensión. “Que los dioses se apiaden de todos”, pensó, cruzándose de brazos, pues si allí en el bosque se desataba una batalla entre Serafines, la rebelión de los Arcángeles sería vista como un juego de Querubines.

—Rigel… ¿estás listo para luchar en caso de que sea necesario?

—Sería más sencillo para mí tener enfrente a Destructo que a Durandal. Mis estudiantes y yo hemos estado entrenando y enfocándonos en ello durante tanto tiempo, pero no hemos ni siquiera pensado en tener que usar la fuerza contra un amigo como él. ¿Acaso tú estás lista?

—Por supuesto que no —suspiró largamente—. ¿Quién podría estar lista para luchar contra sus propios camaradas?

El viento se había detenido, asustado por el encuentro menos deseado del reino sagrado. Ambos Serafines vieron llegar la facción contraria hasta ellos. Pese al manto de la noche, se hicieron reconocibles los rostros de algunos camaradas aliados en la legión enemiga; Israfel, Nuriel, Proción, Sachiel, Altaír, y desde luego, al frente, Durandal. La grieta en el cielo se había resquebrajado más aún, y los corazones de los dos Serafines se habían desgarrado por completo: pensaban que estarían listos, pero no existía entrenamiento alguno que los pudiera preparar para estar allí, frente a frente contra sus iguales.

Los ángeles de Durandal, mediante la señal de su perplejo líder, se posaron sobre las altas ramas de los árboles adyacentes, dejando a los tres Serafines en el aire. En la mirada del regio Serafín había confusión y en su corazón solo cabía la decepción y la rabia; era imposible que la facción contraria supiera de su verdadera ruta salvo que alguien de su legión le hubiera traicionado.

—¿¡Rigel, Irisiel!? —preguntó Durandal, rompiendo el incómodo silencio de la noche—. ¿Cómo… cómo sabíais que tomaríamos esta ruta? ¿¡Quién ha hablado!?

—Despierta, chica, te necesitan —susurró Irisiel para sí misma, meneando la cabeza para centrarse cuanto antes—. ¡Durandal!… ¿Qué tal si conversamos como ángeles civilizados? Tal vez podamos llegar a un acuerdo.

—¿¡Vosotros dos tenéis algo que ver con la desaparición de Orfeo!?

—¡Nadie ha hecho nada aún, Durandal! —Rigel estaba preocupado. Conocía como pocos al Serafín, y esa mirada intensa no auguraba nada bueno. Poco o nada faltaba para que ese espíritu de guerrero estallara; aparentemente, la desaparición de su estudiante predilecto lo tenía desconcertado—. Tranquilízate, por el bien de tu propia legión.

“¿Acaso?”… pensó Durandal, sin saber dónde posar su mirada, pasando su mano por la cabellera. “¿Acaso he sido traicionado?”. ¿Cómo era posible si el propio Principado le había recomendado cruzar por el este del bosque? ¿Tal vez Orfeo había delatado al Trono sus verdaderos planes y fue por lo que lo abandonó esa noche? ¿Por qué querría su mano derecha traicionarlo? ¿O el propio Abathar Muzania tenía que ver con ello? Ninguno de los dos había mostrado señales que levantaran sospechas. La rabia y desazón se apoderaban del Serafín ante incógnitas que aún no tenían respuesta, y no ayudaba que tuviera a dos legiones frente a él dispuestas a detenerlo.

—¿¡Qué pretendéis, perros de los dioses!? —gritó encolerizado—. ¿¡Detenernos a la fuerza!?

—¿¡Perr… Perros, has dicho, renegado!? —la frágil paciencia de Rigel sucumbió ante el insulto; Irisiel tenía razón en que la cabeza no la tenía muy preparada para confrontaciones verbales—. ¡No me entraría remordimiento alguno en usar fuerza bruta si no desistes de tu ridículo plan!

—¡Cuidad esa boca, los dos! —Irisiel intentaba interceder desesperadamente al ver cómo subían los ánimos—. ¡No habrá ninguna batalla aquí, no en mi presencia! ¿¡Durandal, por q…!?

—¿¡Acaso ya has olvidado tu propio pasado, Rigel!? —Durandal lo fulminó con la mirada, ignorando a la Serafín—. ¿Has olvidado el sacrificio de Betelgeuse? ¿Crees que esto es lo que ella querría para ti?

—¡Suficiente! —A Irisiel no le agradaba la tónica privada de la discusión. El titán Rigel, por su parte, quedó paralizado ante aquellas palabras. “Betelgeuse”, pensó, abandonando por breves momentos la tensa reunión en el bosque—. ¡No vayáis por allí, Rigel, Durandal, estáis hablando de más ante nuestras legiones!

—¡Ninguno de los Serafines estamos libres de pecado! ¡Tú tampoco, Irisiel! —Durandal desenvainó su espada y la apuntó—. ¿No estaría de acuerdo en eso nuestro dios Dionisio?

—¡Ángel pérfido! —gritó, para inmediatamente taparse la boca. Ahora ella entraba en el juego con un asunto demasiado personal—. ¿¡A dónde quieres llegar con esta discusión, Durandal!?

—A donde voy, nadie os juzgará, nadie os culpará por lo que habéis hecho. No seréis vistos como herramientas sin conciencia que pecaron contra sus creadores. Esto que veis —señaló el bosque con ambos brazos extendidos—, ¡esta jaula ya no es mi hogar, ni la deseo para el vuestro! ¡Os consumís poco a poco con vuestros ridículos pecados! ¿¡Es por eso que entrenáis tanto día tras día!? ¿¡Acaso vuestra idea es derrotar a Destructo para redimiros!? ¿¡Para contentar unos dioses a quienes ya no importamos!?

Rigel había vuelto en sí. Venas cruzaban su frente perlada de sudor. Extendió sus seis alas y, contra todo pronóstico, fue directamente a por Durandal con una ferocidad inusitada en sus ojos. Le había tocado un punto débil, una fibra sensible, un recuerdo demasiado doloroso. Le había revivido un pecado inmortal grabado a fuego en su corazón.

—¡Serafín indigno! —gritó, mordiendo cada sílaba, partiendo a velocidad frenética. Su sola velocidad y potencia revolvía el aire; las nubes en el cielo se partieron en dos, revelando una fuerte luna azulada que tiñó el bosque y arrebató el aliento de todas las legiones—. ¿¡Quién te crees que eres para nombrar a Betelgeuse!?

—¡Ven a por mí, Rigel! —respondió Durandal, extendiendo su brazo para que un aura blanquecina lo rodeara como una llama; inmediatamente, un flamante escudo de diamante fue invocado en su mano, mientras preparaba su espada en la otra. De un horizontal sablazo al aire, un fuerte y filoso viento destrozó y levantó incontables árboles para entorpecer la embestida del titán.

Los boquiabiertos ángeles se encontraban aterrorizados y asombrados ante aquel duelo celestial. ¿Quién hubiera pensado que aquella fuera la verdadera fuerza de los Serafines? Estaba más que claro quiénes eran los protectores de los Campos Elíseos; aunque más de uno, tanto de una como de otra legión, se lamentaba por aquella batalla entre camaradas.

—¡Deteneos ahora mismo! —Irisiel sentía cómo su pobre intento de diálogo se había escurrido completamente de sus manos; la batalla era inevitable. Y la legión, otra vez, reiniciaría su ciclo de destrucción, de revolución, de cenizas y sangre cayendo sobre suelo sagrado.

No lo iba a permitir, que el cielo llorase de tener grietas incurables y que dejara caer gélidas lágrimas; preparó su arco y apuntó en dirección a las alas del titán, con la esperanza de hacerlo caer antes de que llegara hasta Durandal, pero eran tantos los árboles, ramas y hojas que caían del cielo como torrencial lluvia que era imposible fijar su objetivo.

Inesperadamente, entre ambos grupos, sobre una rama de un alto árbol sin hojas, se materializó un hálito blanquecino que detuvo a Rigel de continuar su embestida. El aura tomó forma de aquel ángel que conocían como Principado, figura alta, delgado, de larga túnica blanca radiante y capucha que ocultaba su rostro oscuro. Acuclillándose sobre la rama más alta, Abathar Muzania miró uno y otro bando reunidos en la fría noche del bosque.

—Interrupción —la voz gutural del Principado había detenido una inminente batalla. Posándose tal cuervo, desenvainó su gigantesco mandoble y acarició la hoja con sus largos y finos dedos—. Diez mil trescientos cuarenta y dos ángeles. Las tres legiones, los tres Serafines, están reunidos —levantó la mirada hacia la luna, sacudiéndose sus largas alas—. Escuchadme con atención.

Muy lejos, e imposibilitado de pensar en otro asunto que no fuera la probable batalla en el bosque, el Trono Nelchael, sentado en el amplio sillón de sus aposentos, se martirizaba con la idea de perder a cualquiera de sus Serafines, sus más hábiles guerreros. Durandal sería probablemente la baja más segura en caso de surgir una batalla, debido a la clara desventaja numérica, por lo que había exigido a Irisiel, probablemente la más sensata de los tres, que evitara una confrontación a toda costa.

Abriendo las puertas de par en par, la joven Perla entró a los aposentos con una sonrisa y brillo en los ojos como no había tenido hacía mucho tiempo. La Querubín desconocía de revoluciones y batallas, Nelchael no deseaba que la mente de una de sus ángeles preferidas se estresara por ello, por lo que rápidamente cambió su semblante para recibirla.

—¡Nelchael! ¡Uf! No vas a creer lo que vengo a mostrarte.

—Alguien está más contenta que de costumbre —esbozó una ligera sonrisa. Aquello era más de lo que usualmente demostraba a los demás ángeles, pero con Perla cambiaba; una sonrisita, una mirada divertida, y sobre todo, muchas concesiones a la niña que había crecido ante sus ojos—. Tu presencia alegra mi corazón, pero, ¿no deberías estar durmiendo?

—Cygnis me ha dicho que estabas despierto, ¡y yo tampoco puedo dormir!, así que he decidido hacerte una visita —se acercó dando pasos cortos pero apresurados. Acostumbrada a sus beneplácitos, Perla era juguetona y retozona con el Trono. Se sentó en el brazo de su amplio sillón, enredando sus dedos en la blanca cabellera del líder para peinarlo—. Por cierto, ¿has ido al coro, Nelchael?

—No me lo podría haber perdido.

—Pues no recuerdo haberte visto. Y mira que también te he buscado.

—Tal vez debería haberme quedado un rato más, de seguro me habrías encontrado —mintió, dando un par de golpecitos en su propio regazo—. Ven aquí, vamos.

—¿En serio? Creo que ya estoy demasiado grande para sentarme sobre tus piernas, Nelchael…

—No pienso oír otra palabra hasta que mi niña se siente sobre mi regazo.

—¡Hmm! Esto de los chantajes se te da muy bien —resopló, levantándose para acomodarse sobre su regazo. No le importaba actuar como una pequeña ante él, solo él; aun así miró hacia la puerta, no fuera que alguien la pillara en ese momento—. Mira lo que traje…

Plegando sus alas, y arqueando la espalda para alcanzar la funda, logró desenvainar su deslumbrante sable frente a los atónitos ojos del líder de la legión. Perla sabía de las pesadillas acerca de Destructo que a veces lo acosaban, por lo que darle caza al ángel siniestro para que el viejo Nelchael pudiera dormir tranquilo era una de sus tantas motivaciones.

—Dime que no es lo que pienso, mi niña…

—¡Es mi sable! Y la cura para tu insomnio, ¡ja! ¿No es la cosa más hermosa que has visto? —lo volvió a abrazar entre sus pechos—. ¿Quieres… tocarlo? Pero solo un rato.

—Lo que quiero saber es dónde están tus guardianes. Dejarte pasear con semejante arma es…

—¿Podrías tener un poco de fe en mí? ¿O debo desafiarte a un duelo para que veas mis dotes?

—Niña infame, mi corazón no podría aguantar la idea de levantar un arma contra ti, ¿por qué me haces esto? —la tomó de la cintura para zarandearla divertido mientras ella extendía las alas por las cosquillas.

En medio de las risas y el ambiente distendido, notaron que alguien había llegado a sus aposentos. Tras un carraspeo que paralizó del susto a ambos, un joven ángel se arrodilló para presentar sus respetos tanto al líder de la legión como a la Querubín.

—Disculpe la interrupción, Trono.

—¿Orfeo? —preguntó Nelchael, ladeando el ala de Perla que le tapaba la vista. Era el estudiante de Durandal, su mano derecha nada más y nada menos, que misteriosamente estaba presente en el Templo—. ¿Qué haces aquí?

El hecho de que Abathar Muzania se presentara en el bosque sin previo aviso sembró nuevas dudas en Durandal. ¿Acaso fue el propio Principado quien había planeado que ambas facciones chocasen frente a frente? ¿Deseaba que hubiera enfrentamiento? Pero de ser así, ¿por qué interrumpir en el momento que la batalla parecía inevitable? ¿Qué quería de ellos al reunirlos?

—¡Traidor! —gruñó Durandal—. ¡Tienes valor para presentarte aquí!

—Necesidad. Pretendía reuniros lejos del Trono. Lejos de él, no corro peligro. Lejos de él, os diré la verdad oculta entre sus mentiras. Acerca de la herejía, acerca del pecado cometido por vuestro líder.

Irisiel había descendido sobre la rama de un árbol bajo ella, bastante aliviada al ver que el Principado había intercedido. Pero no esperaba que Durandal lo tachara de traidor. “¿Acaso el Principado hizo las veces de agente doble?”, pensó. ¿Pero qué era aquello del pecado cometido por su propio líder? Preguntas que apremiaban respuestas urgentemente.

—¡Explícate, Abathar Muzania! —exigió la Serafín.

—Revelación. Es importante que sepáis qué sucedió mientras vosotros no estabais, mientras los arcángeles y su legión batallaban entre sí. Al suceso que vosotros llamáis “La rebelión de los arcángeles”.

El gigantesco Rigel aterrizó sobre otro árbol alto, tratando de tranquilizarse de su reciente arranque. En cuanto el Principado terminara de hablar volvería al asalto a por Durandal, pensaba. Pero no confiaba del todo en Abathar Muzania, el hecho de que ni ellos ni Durandal esperasen su aparición en medio de la batalla no le despertaba buenas sensaciones. ¿Acaso el Principado pertenecía a alguna especie de tercera y desconocida facción dentro de los Campos Elíseos?

—Legión —el Principado levantó su mandoble al aire con la fuerza de un solo brazo—. Si bien es verdad que los arcángeles asesinaron a casi la totalidad de los ángeles, destrozando los Campos Elíseos, no fue ninguno de ellos quienes llevaron el Apocalipsis al reino de los humanos.

Un fuerte y frío viento se hizo presente. La flameante túnica del Principado se tornó oscura como la noche, y la larga hoja de su mandoble comenzó a resquebrajarse poco a poco, perdiendo brillo, como si de alguna forma estuviera muriéndose en sus manos. Y aquellas alas se ennegrecieron tanto que daba miedo el solo contemplarlas desde la distancia; un espectáculo dantesco que aterrorizó a cada uno de los ángeles, incluso al propio Serafín Durandal, quien descendiendo hasta una alta rama de un árbol, intentó obtener respuestas:

—¿Quién… eres… tú?

Desecho el mandoble, quedó solo una guadaña afilada que violentamente fue clavada al tronco del árbol donde el oscuro ser se posaba tal cuervo. El aire se había enfriado aún más y el viento murmuraba alrededor del extraño ente; no importaba desde qué ángulo o distancia lo vieran los Serafines o cualquiera de los ángeles de las legiones, el asombro y el terror se apoderaron de todos.

—Confesión. Así como los dioses os han creado, yo también soy creación de uno. Fui concebido como ángel espía y celador del infierno, herramienta a disposición de Perséfone, diosa del inframundo.

—¡Segador! —Irisiel tensó su arco. ¿Cómo era posible que alguien que ellos consideraran parte de su legión resultara ser durante todo ese tiempo un ente completamente distinto? ¿Acaso los dioses no tenían total confianza en sus ángeles, que tuvieron que crearlo para espiarlos? Pero por sobre todo, ¿por qué ahora el Principado decidía revelarles su verdadera naturaleza?—. ¿¡A qué ha venido ir de oculto en la legión!?

—Necesidad —el Segador llevó su mano hacia la negrura de su capucha, acariciándose el oscuro rostro con la palma abierta—. Ni siquiera vuestro Trono sabe de mi identidad. Vuestro líder no dudaría en darme caza si supiera que estoy aquí contándoos la verdad. Soy el único sobreviviente del Armagedón que destruyó el reino humano, soy el único testigo de su pecado.

Extendió la otra mano hacia el cielo. Pronto, imágenes del último Apocalipsis se formaron en el aire materializados por sus largos y huesudos dedos. Aquellos recuerdos del fuego extendiéndose por el moderno reino humano, esos dragones revoloteando entre edificios y ángeles luchando entre sí, ese mundo cuyo cielo se había teñido de rojo pues el Armagedón se había desatado. Y en medio de aquel horroroso tormento, un ángel, una hembra, lloraba de rodillas, agarrando el mango de una espada flamígera de hoja zigzagueante clavada en el suelo.

—Dolor. Vosotros creéis que los arcángeles destruyeron el reino humano porque así lo ha contado vuestro Trono. Pero quien lo hizo fue un ángel, de corazón podrido de dolor, dueña de oscuridades que solo podrían equipararse a las de Lucifer, y de cabellera del color de la sangre de sus víctimas.

—¿Quién…? —Irisiel ladeó la cabeza, contemplando a esa misteriosa hembra que sollozaba mientras todo a su alrededor era devorado por un fuego que se levantaba y arrasaba como olas—. ¿Quién es ella?

—Información. Ángel caído. Rubí. Fue ella quien trajo el fin de los tiempos en el reino humano con el solo odio cobijado en su corazón, no un Arcángel.

—¡Quién haya llevado el Apocalipsis al reino humano es indiferente! —Rigel defendió a su líder, pero lo cierto es que por dentro se preguntaba por qué el Trono querría ocultar ese hecho. ¿Qué implicaciones tenía que la portadora del último fin del mundo haya sido ese ángel? Y viendo de nuevo la imagen de aquella hembra llamada Rubí, notó algo en su mirada, en su semblante, en las facciones finas de su rostro. “Esto… se le da un aire a alguien…”, pensó contrariado.

—Herejía. La noche antes del apocalipsis, Rubí se unió a un humano. Obvió la prohibición de los dioses. Pecado mortal. Cuando el Trono bajó a la tierra para buscar ángeles sobrevivientes de la hecatombe, descubrió que no sobrevivió ninguno, pero sí sintió algo en el vientre del cuerpo inerte del ángel caído.

—No… no continúes, Segador —susurró Irisiel, pues viendo a aquella hembra notaba algo que no le estaba agradando en lo más mínimo. Se agarró su propio vientre y clavó sus uñas; la Serafín se estaba dando cuenta, antes que nadie, lo que el espía estaba revelando. “Esto es una maldita broma… ¡Tiene que ser una maldita broma!”, pensó desesperada.

—Anatema. Esa joven a quien llamáis Perla, no es ninguna Querubín ni es una enviada de los dioses. Posee el cuerpo de un ángel pero crece como un humano. Híbrido, producto de la relación de un ángel y un humano, resultado de la unión de quienes no deben unirse. Herejía y prohibición de los dioses.

La grieta en el cielo sagrado se había ensanchado, y de ella surgieron los peores miedos de Irisiel. Nunca hubo una Querubín, nunca hubo una esperanza, nunca recuperaría esos años viviendo una mentira. Su corazón había sido víctima de fríos cuchillazos en forma de una cruenta revelación; sus piernas flaquearon, sus manos temblorosas dejaron caer su arco de caza. Y pronto dos ríos de lágrimas se abrieron paso en un rostro que aún no sabía cómo digerir la dura realidad.

—Que alguien me despierte de esta vil pesadilla…—susurró la Serafín, completamente desconsolada y mareada—. ¿Cómo…? ¿Qué es eso de que no hay ninguna Querubín? ¿¡Cómo es posible que no haya ninguna Querubín!?

—¿Es por eso… que Perla crece? —el enorme Rigel tampoco salía de su asombro. ¿Por qué su propio líder querría ocultar algo tan importante? ¿Acaso temía que Perla fuera excluida de la sociedad angelical si supieran que era hija de un ángel caído? Pero el enorme corazón del Serafín era fuerte. Independientemente de que ella fuera o no una Querubín, nadie podía negar, sobre todo su legión, la alegría que despertaba en él con su sola presencia. “No me importa en lo más mínimo”, pensó, apretando los puños.

—Revelación. Aquella noche en el reino humano, vuestro líder me entregó al híbrido, apenas un embrión, para que lo guardara en un altar en los infiernos. Tanto él como yo concluimos que aquella herejía podría exasperar a los dioses, quienes tal vez regresarían al sentir a la prohibición. Pero mientras reconstruíais los Campos Elíseos y esperabais a los creadores, el híbrido, siempre durmiendo, se desarrollaba y crecía ante mis ojos.

—¡Suficiente, Segador! ¡Esto no cambia absolutamente nada! —bramó Durandal, a quien la historia de Perla no le había afectado en lo más mínimo. Sus objetivos no tenían absolutamente nada que ver con ella ni con los dioses—. Si esa necedad es la que has venido a decir, entonces mi legión y yo seguiremos por nuestro camino.

—Equivocación. Te interesa más que a nadie, Serafín. Con el tiempo, el Trono temía que tú huyeras de los Campos Elíseos, por lo que me exigió que yo trajera al híbrido a los Campos Elíseos y la despertara. La usó como una supuesta señal de los dioses. Necesitaba tiempo, necesitaba teneros a todos controlados con una falsa esperanza. Os ha engañado todo este tiempo.

Irisiel torció el gesto y vociferó con fuerza:

—¡No hables más! ¡No creeré absolutamente nada de ti! Hablaré con Nelchael y juzgaré yo misma. Ya nos has manipulado para reunirnos aquí, ¿¡cómo sabemos que esto no es otra treta tuya!?

—Necesidad. No puedo mentiros. Os necesito. He venido a detener vuestra batalla porque sois mis últimas herramientas si pretendo encontrar a los dioses. Si vosotros morís, pierdo mis herramientas, pierdo mi oportunidad. Yo también fui creado por los dioses, yo también siento esta necesidad de volver a verlos. A ella, sobre todo, Perséfone.

—¡Conmigo no cuentes en tu patética búsqueda de los dioses, Segador! —Durandal estaba harto de estar allí—. Resultas ser tan ingenuo como muchos ángeles. Acepta la realidad, tu diosa o está muerta o te ha abandonado.

—Preocupación. Independientemente de lo que creamos tú o yo, deberíais estar al tanto, todos vosotros, que corréis serio peligro si seguís cobijando al híbrido. Veréis, cuanto más crecía, más se hacía familiar a la epifanía del Trono —se acarició de nuevo el rostro con la mano abierta, mientras la luna, como si se anticipara a la terrible revelación, se ocultaba entre las nubes para oscurecer más la figura del Segador—. El híbrido es Destructo.

El cielo había caído completamente sobre los estupefactos ángeles en el bosque como una gélida lluvia infernal. Miedos, pesadillas, dolor y locura imperecedera se colaron entre las grietas de la noche como una profunda herida sangrante. Parecía imposible que una simple frase pudiera acuchillar de aquella manera tan vil los espíritus de cada uno de los seres; muchos se miraron entre ellos, otros, boquiabiertos, intentaban asimilar lo que acababa de revelar el Segador.

Pero nadie sufría tanto como los dos Serafines más allegados a la joven.

—¿Perla? ¿Destructo? —El Serafín Rigel se tomó del pecho, completamente descorazonado. No le importaba que Perla fuera o no una enviada por los dioses, pero aquella nueva revelación tumbó por completo al ángel más fuerte de la Legión. Y sus recuerdos, su amor por ella, sus tardes jugando con una simple niña que reía y lo admiraba por su fortaleza, hasta incluso esa promesa de enseñarle a volar, absolutamente todo fue agitándose violentamente con sus deseos de protegerla y sus deseos de eliminar al ángel Destructor—. ¡Estás… estás mintiendo, maldito desvergonzado! —apretó sus puños y de un golpe destrozó la gruesa rama en donde se posaba.

—¡Ri… Rigel!—clamó Irisiel, pues notaba que ahora él cedía a la impotencia a su brusca manera—. ¡Basta! Lo… ¡lo estás viendo con tus propios ojos! Es… idéntica a su madre, la portadora del Apocalipsis…

—Pecado. Cuando el híbrido crecía aquí, el Trono también empezaba a sospechar de la naturaleza verdadera de la joven a quien llamáis Perla. Pero ahora se niega a aceptar la realidad. Deduzco que con el tiempo ha desarrollado sentimientos por el híbrido. Probablemente cree que criándola en vuestra legión, Destructo os perdone. Pero no os perdonará a ninguno.

—¡Blasfemo insolente, deja de hablar ya! —Irisiel notaba cuánto sufría Rigel, por lo que invocó su arco en las manos para disparar directo a la cabeza del Segador. El disparo fue potente, se abrió paso derribando árboles y haciendo temblar la tierra del bosque al paso de la saeta como si de una tempestad se tratase. Aunque, para su sorpresa, la flecha lo atravesó como si el ente fuera etéreo, impactando y creando un cráter de estremecedor tamaño en el bosque.

—Error. No tiene sentido atacarme. No pertenezco a este plano. Solo soy una proyección, apenas una sombra que se arrastra en la oscuridad. Si fuera por mí, el híbrido hubiera muerto desde el momento que noté que era Destructo. Pero no tengo presencia, no tengo manos, por eso os necesito. Eliminad al Trono por su alta traición pues no permitirá que matéis al híbrido. Eliminad a Destructo si queréis sobrevivir.

—¡Suficiente, perro del inferno! —Durandal volvió al asalto, ahora preocupado por los dos Serafines quienes, a diferencia de él, estaban completamente destrozados. Aunque ahora caminasen distintos senderos, sentía que ellos seguían siendo sus camaradas, por lo que decidió interceder para tranquilizar tanto a su legión como a la de ellos—. Estás equivocado si piensas que eliminaremos al Trono para paliar tu miedo, subestimas de manera indignante a los nuestros. Me temo que has venido a encontrarte con una decepción.

—Investigación. Os tengo estudiados. A vosotros. A toda la legión. Casi todos los ángeles son incapaces de lastimar a vuestro Trono, por más traición y engaño que haya de por medio. Lo respetáis demasiado. Ya había deducido que hablar aquí solo sería… una pérdida de tiempo… —aunque nadie lo pudiera ver debido a la oscuridad de su rostro, el Segador esbozaba una sonrisa.

En el Templo, un reguero de sangre corría por los aposentos del Trono. El espectáculo era terrible, el líder de la legión yacía tendido sobre el suelo entre las plumas revoloteando, testigos de una breve pero feroz batalla. De rodillas, a su lado, Orfeo clavaba su espada en el corazón de Nelchael. El Trono no tuvo oportunidad de ofrecer lucha pero había hecho lo posible para que aquella joven ángel a quien amaba pudiera huir. Aquella joven a quien veía en sus pesadillas pero que se negaba a ponerle un dedo encima.

—¿Por qué no has huido, Perla? —preguntó un debilitado Nelchael, viéndola temblando de miedo en una oscura esquina.

¿Cómo esa dulce joven sería capaz de algo tan terrible? Esa niña que le llenaba la cara de besos cada vez que le consentía un deseo, que le llevaba ramos de flores, esa joven que le lloraba cuando su cargo de Querubín le pesaba sobre los hombros. Su mayor pecado fue hacer oídos sordos a las súplicas de sus propias pesadillas. Tal vez, se decía a sí mismo, tal vez si le dedicara toda su voluntad y atención, ella aprendería el camino virtuoso. Pero las pesadillas siempre continuaban reclamando la muerte de Perla, a pesar de su afligido corazón.

La joven estaba paralizada de miedo, tratando de entender qué había sucedido en cuestión de segundos. Una embestida, un rápido intercambio de espadazos entre el Trono y el estudiante de Durandal. Y pronto, sangre salpicando y un grito desgarrador llenando los aposentos. Aún no sabía que Orfeo era el único ángel de la legión que había desarrollado un odio tanto por ella como por el Trono, aún no sabía que había un ser, un Principado y celador del infierno, que esa noche había aprovechado esos sentimientos para manipularlo y así poder deshacerse del líder de la legión, el mayor protector de la joven.

No sabía que había un hábil maestro de las sombras que llevó a todos los ángeles guerreros al bosque con el objetivo de distraerlos y así no entorpecer la misión de Orfeo.

Una vez eliminado el líder de la legión, se abría el camino para asesinar a Destructo.

—¡Nel… Nelchael! —gritó Perla, viendo cómo su adalid parecía perder el conocimiento sobre un charco de sangre. ¿Por qué ella no pudo hacer nada? ¿Había entrenado tanto para al final terminar congelada de miedo? ¿Por qué sus manos se negaron a desenvainar el sable para defender al querido Nelchael? ¿Por qué sus brazos no respondían? ¿Acaso era tan difícil? La joven Perla aún no conocía esa sensación de angustia en plena batalla.

—¿¡Cómo pudiste, Trono!? —lloraba Orfeo, hundiendo más la espada—. ¡Engañarnos de esa manera rastrera, cuando hasta Durandal te profesaba un respeto tan grande! ¿¡Qué diantres somos para ti, para que tuvieras que criar a esta niña, que sabías perfectamente que era el ángel de tus profecías!? Ya lo veía, todos te perdonarían, todos me tomarían del hombro y me dirían que me tranquilizara, pero he visto a Perla, el mismísimo Destructo, levantarse contra los Campos Elíseos y contra mis camaradas… ¡He visto a esa puta asesinando a mi propio maestro, en una epifanía demasiado real! Podía…. —soltó la espada para mirar sus temblorosas manos manchadas de sangre—. Podía incluso palpar la sangre de todos con la yema de mis dedos… ¡Ángel pérfido, yo no te lo perdono!

—¿Destructo? —se preguntó Perla, con un frío recorriéndole la espalda. “¿Me ha llamado… Destructo?”. Entonces vio su larga sombra extendiéndose frente a ella. Allí no había una Querubín rota, ni una joven guerrera, ni una hermana, ni una niña consentida, ni una protegida, ni una pupila. Había algo asomando; sus peores miedos, su peor pesadilla, algo que ni siquiera había imaginado como una posibilidad. “¿Por qué me ha llamado… Destructo?”.

—Perdóname, maestro Durandal —susurró Orfeo, como si el Serafín pudiera escucharlo. Retirando la espada del cuerpo del líder, se repuso para dirigirse hacia la muchacha, quien se había quedado inmovilizada ante la revelación; poco ayudaba aquella terrible imagen del envilecido Orfeo caminando lenta y erráticamente hacia ella, con su espada goteando abundante sangre—. Perdóname, maestro, pero frente a mí no veo ningún ángel.

Deshecha la inocencia, se abrió paso el dolor, y en las grietas que generó este en su paso por el corazón, se colaron las interrogantes. Y esas lágrimas, gélidas y abundantes que asomaban en el rostro aniñado de la herejía más bella, serían capaces de conmover hasta a los mismísimos dioses, pero no al corrompido Orfeo.

Quién diría que en los Campos Elíseos caía una helada lluvia del infierno.

Continuará.sex-shop 6

 

Relato erótico: “Una Familia Decente 10.1 (UFD – 10.1)” (POR ROGER DAVID)

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portada narco2UNA FAMILIA DECENTE 10.1

Sin títuloA los señores lectores: Doy aviso que el presente relato es totalmente salido como grosero, y está muy lejos del contexto inicial que cada uno le dio a la zaga, aunque por mi parte al menos esta siempre tuvo la misma dirección. Debo también aclarar que está lleno de situaciones incoherentes, la trama es muy poco creíble, y las continuas faltas de ortografía son peores que las de un crio de 5 años, además de tener personajes y situaciones muy mal construidas con las que queda claro que nunca en mi vida he leído un libro entero. Ahora, el que quiera leerlo… bueno, ahí se los dejo. Se aceptan todo tipos de críticas hacia el relato en sí.

Saludos… RD

En la semi oscuridad de las mugrientas calles de aquel miserable barrio dos desmadejadas figuras masculinas caminaban al lado de un esbelto cuerpo femenino, la mujer rubia, de 35 años y con un cuerpo soberbio se tambaleaba de vez en cuando dando la impresión que en cualquier momento se iba de bruces al suelo por lo que vejetes la tomaban y la abrazaban situación que aprovechaban para manosearla y agarrarle el culo a su total antojo. Andrea, acompañada de los dos ordinarios sujetos, don Sandalio y don Silverio, iban de vuelta para la fonda, los dos viejos se la habían estado culeando por espacio de un poco más de 2 horas.

Una Familia Decente 10.1 (UFD-10.1)

En el momento en que el agotado trió hacía su ingreso al ya casi desierto antro en donde solo se veía una que otra mesa con vasos vacíos, otros a medio llenar, botellas y jarras de vino barato desparramadas por doquier, con borrachos durmiendo tirados por cualquier rincón de aquella patética y mugrienta fonda en clara señal de haberse tomado hasta la última gota después de estrujar las botellas, fue la mujer quien con espanto y con su cuerpo ya comenzando a temblar de terror vio que el dominante jardinero con su hija ya la estaban esperando en la misma mesa en que horas antes habían estado compartiendo tan festivamente.

Don Pricilo por su parte estaba más que embravecido por el solo hecho de que él al ya haber vuelto con su joven pareja y al no encontrar a su otra mujer donde él mismito la había dejado casi en el acto había sacado sus propias conclusiones, además que por el solo hecho de no haber podido encamarse con la bella jovencita por haber estado su casa ocupada por una gran cantidad de indigentes había decidido volver lo antes posible a la casona para desquitar sus ganas también en el otro cuerpazo del cual el además ya era dueño, encontrándose con que sus estrafalarios camaradas y la madre de Karen sencillamente habían desaparecido sin dejar rastros.

El viejo Pricilo bien conocía a sus pervertidos amigos, pero había estado seguro de que su otra hembra no le daría cabida a ese par de calientes y miserables vejetes, mas ahora viendo en las deplorables condiciones en que este par de mal nacidos se la traían de vuelta caía en cuenta de que se había equivocado rotundamente, por lo que supuso acertadamente que los muy hijos de puta se la habían estado chingando casi por más de dos horas seguidas según sacaba sus cuentas.

Si bien el aireado vejestorio no podía afirmar que esos tres venían de darse una tremenda cogidota, el solo hecho de ver que Andrea venía con sus rubios cabellos desgreñados, el vestido negro mal trecho en su cuerpo y con sus negras medias con vistosos puntos corridos notoria y grotescamente por distintas partes de sus portentosas piernas, como así mismo al percatarse también que ella una vez que llegaba a donde estaban él y su hija esperándola le esquivó su escrutadora mirada llevando sus ojos verdes hacia cualquier parte del lugar en clara señal de esconder las puteadas en que había andado metida con sus amigos, según le demostraba, sencillamente le dieron ganas de matarla a patadas, de ahorcarla con sus propias manos, y por más que la miraba de pies a cabeza, más cara de zorra le encontraba.

Estaba casi seguro que la por ahora muy masca chicles de Andrea ni se la había pensado para irse a culear con sus dos amigotes una vez que se vio a solas con ellos en quizás que callejón aledaño a la fonda, pero él no iba a hacer el ridículo delante de sus compinches, en la casa ya arreglarían cuentas, de alguna forma le haría confesar que se había abierto de patas sin su autorización y a sus espaldas.

–Jejejejeje… donde te habías metido rubita…?, con tu hija te estamos esperando desde hace mas de una hora…, -le pregunto don Prici mirándola fijamente a su cara, el viejo realmente tenía cara de pocos amigos.

Por su parte la avergonzada hembra quien ya se daba cuenta de que el viejo jardinero podría tener más o menos claro de lo que ella imprudentemente había hecho con sus amigos, nerviosamente se dio a contestarle, claro que por nada del mundo le admitiría la verdad, sabía que el viejo era capaz hasta de mandarla a la Unidad de Tratamientos Intensivos de un hospital público después de la soberana pateadura que le daría si es que este se llegaba a enterar de que ella le había sido “infiel”.

–Ehhh… solo fuimos a la casa de don Sandalio… es que me dieron ganas de usar un baño y como aquí no había ninguno…, -el viejo le cortó en el acto, no estaba dispuesto a escuchar las desvergonzadas zorrerías de su parte,

–Pero la casa del amigo Sandalio no está lejos de aquí mi rubita linda… así porque se demoraron tanto…?, -Andrea solo se daba a morderse el labio inferior nerviosamente y mirando hacia el suelo, tal cual como si ella fuera una nena siendo reprendida por su maestro por el hecho de haber llegado atrasada a sus clases, hasta que por fin se dio a contestarle,

–Es que… es que… es queee…, -a la arrepentida mujer le dieron ganas de decirle la verdad a don Pricilo, de que ella solo había ido a esa miserable casa para que le prestaran un baño y que esos dos mugrientos tipejos casi se la habían violado, que la habían escupido y golpeado en la cara para que ella les diera de probar de sus encantos, pero el viejo… le creería?, se preguntaba sin saber cómo mierda contestarle.

–Nos quedamos a conversar un ratito, jijiji…, -soltó don Sandalio de pronto intentando auxiliar a esa potente hembra que momentos antes los había hecho ver las estrellas a él y a su amigo.

–Mmmmm… ya veo… y que dices tú Andreíta…?, es cierto eso que dice mi buen Sandalio?, se demoraron por haberse quedado a conversar un ratito…?, -el vejete quien estaba a solo un metro de ella le hablaba mirándola siempre a la cara, su objetivo era uno solo y este era asustarla más de lo que ya la tenía, ya que él desde que la había visto entrar a la fonda en vergonzosas condiciones en su presentación personal se había decidido pegarle si o si para que la muy yegua aprendiera a no andarse abriendo de patas sin su consentimiento, y de alguna forma quería transmitírselo para que se fuera haciendo la idea antes de llegar a la casa.

La rubia al escuchar la pastosa voz de don Sandalio levantó su mirada y lo vio a este observándola con una negra y horrible sonrisa en donde solo resaltaban sus dos colmillos amarillentos y cariados, para luego mirar a don Pricilo que su mirada era la del mismísimo demonio en persona, veía que sus verrugas en la cara parecía tenerlas más grandes de lo que eran producto del enojo, y cuando quiso volver a mirar al suelo rápidamente pensó que le podría llegar un fuerte manotazo en la cara por no contestar a su pregunta así que se dio a contestarle.

–Ehhhh… si don Pricilo estuvimos conversando un r… ra… ra… ti… tooo…, -le dijo finalmente y rogándole a Diosito para que el sanguinario viejo le creyera, a la misma vez que al volver a mirar a don Sandalio y sus colmillos ennegrecidos se preguntaba que cómo había sido capaz de acostarse con tan horripilante sujeto, aunque en un principio forzadamente, mientras veía también al otro hombre gordo y que era tan asqueroso como el primero, y con el cual ella también se había estado apareando y que este la miraba con cara de caliente y de degenerado.

A los dos recién complacidos espectadores, les llamaba la atención la forma en que se refería la mujer al que se suponía que era su macho, lo trataba de “don Pricilo”, según escuchaban. También se percataron que la mujer daba muestras de tenerle mucho miedo y respeto, ya que no lo miraba a la cara cuando le hablaba.

–Bien, bien… ahora entiendo, y yo que estaba pensando mal, jejejeje… porque tú no serias capaz de hacerme una pendejada verdad…?, -ahora el viejo Pricilo miraba a sus dos amigos y alternaba mirando a la asustada hembra.

–Noooo…!, eso no lo haría nuncaaaa…!!!, Lo jurooooo…!!!, -Ahora Andrea veía como el par de viejos ordinarios se habían alejado un par de pasos y que se secreteaban riéndose y mirándola, obviamente la alterada mujer supuso que se estaban riendo de ella y de sus falacias.

–Y menos con mis propios amigos verdad rubia…?, -continuaba atacando don Pricilo sin dejarla pensar claramente.

–No…!, y menos con sus propios amigos…!!, -Andrea estaba muy sonrojada ya que en su mente aun tenia las ardientes imágenes de verse a ella siendo ensartada por esos dos hombres que ahora por la descarada forma en que se estaban comportando no le ayudaban en nada en hacer creer a don Pricilo de lo contrario.

–Ok… entonces todo está bien… Pero Mmmmmm… no sé…, aquí hay algo raro… traes todo tu pelo desordenado… y mira esas medias todas rotas, que te ocurrió…?, así pareces una puta barata?, porque me vienes llegando en estas condiciones si no hiciste nada malo, jejejeje…?, -al decirle esto último la aterrada hembra no pudo evitar de levantar su verdosa mirada para encontrarse con los enrojecidos ojos de don Pricilo, que en sus pupilas ya se notaban resquebrajadas debido a lo encolerizado que ya se encontraba por culpa de las estupideces que decía su otra mujer quien a estas alturas ya caía en cuenta que las últimas palabras del viejo jardinero más que comprenderla o creer lo que ella estaba diciendo, mas la estaban inculpando.

–Contéstame rubia…! Dime entonces porque vienes llegando con aspecto de puta de poca monta…?, o en verdad me estas ocultando algo que yo debiese saber…?, -ahora el jardinero había avanzado hasta posarse justo delante de ella.

La femenina blonda temblaba ante esa grotesca humanidad, así también lo veía con horror nuestra bella Karen que estaba a un lado de ellos, como así mismo lo presenciaban muertos de la risa don Sandalio y el fotógrafo de la plaza, hasta que el horripilante viejo con sus gruesos dedos la levantó desde su delicada barbilla para que ella lo mirara a sus negros ojos, Andrea lo único que veía en ellos mientras solo se daba a gesticular con su boquita sin saber que contestar, era una sulfurante y contenida ira de la cual ya estaba casi segura que en cualquier momento el vejete la descargaría en ella.

Fue en ese momento en que los dos suertudos vejetes que efectivamente en un principio casi se la habían violado, al notar que la situación se estaba poniendo densa para la mujer prefirieron alejarse para que aquel trió arreglara su situación más privadamente ya que ellos no paraban de reírse de Andrea.

Don Sandalio y don Silverio disimuladamente comenzaron a emprender la retirada, y don Pricilo quien se percató de esto solamente los dejó ya que él era de esos machos que pensaba que cuando una mujer se abría de muslos para que se la metieran era porque ella sola lo había querido llevada por sus auténticos instintos de puta, y no culpaba de nada a esos dos pobres hombres que solamente habían aprovechado su oportunidad de cogerse a tan suculenta hembra, en muchas ocasiones así lo había discutido con sus amigos, aun así su furia interna cada vez se iba acrecentando mas con las estúpidas respuestas que daba la mujer intentando negar lo innegable, además de notar como el silencio de Andrea ahora le estaba otorgando la razón a sus mas que claras sospechas.

Los dos vulgares amigotes del jardinero ahora ya más alejados del lugar de donde se encontraba la pareja de a tres miraban la conversación desde el otro lado del escenario.

Andrea quien notó que ahora estaban solamente los tres se armó de un poco de valor y equivocadamente intento de hacer creer al vejete que ella no había hecho nada indebido.

–Don Pricilo… es verdad todo lo que le digo…! solo estuvimos conversando…!!, yo… yo… no hice nada malo…!!!, -le exclamaba en forma angustiada y ahora mirándolos a ambos con sus ojos llorosos, Karen por su parte y siempre manteniéndose al margen para que a ella no le pegaran también muy a su pesar tampoco le creía nada a su madre.

–Sabes rubia?, no creo nada de las puteadas que me estas diciendo… y esta conversación la terminaremos a mi modo en cuanto lleguemos a la casa, jejejeje, -rió el viejo con una mueca maliciosa en su cara. Andrea en el acto comenzó a temblar más de horror que antes ya que el ahora feroz jardinero a la misma vez de decir lo último puso vistosamente su mano en el grueso cinturón de cuero que llevaba puesto en sus pantalones de mezclilla.

–Karen…, -ahora el enfurecido don Pricilo hablaba refiriéndose a su joven mujer, –Llévate al carro a esta putona, métela en los asientos de atrás y tú me esperas en del copiloto, jejejeje… yo iré a despedirme de mis amigos y vuelvo enseguida.

La jovencita como pudo tomó de un brazo a su quebrantada progenitora y se la llevó hacia donde estaba estacionado el vehículo, en el trayecto ella misma trató de sonsacarle la verdad a su madre,

–Andrea… cómo pudiste haber ido a acostarte con esos dos caballeros…!?, si estaban bien re feos…, -le consultaba la joven con su carita de preocupación, mientras caminaban al vehículo, por lo que ya creía ella saber de lo que le esperaba a la rubia una vez que llegaran a la casa…

–Hija no fue así… te lo juro que no fue así…!, le contestaba la casi destruida hembra no poniendo atención en algo lejano que le indicaba su mente, y esto era de lo raro de toda esa situación. Nunca en su vida había imaginado que ella Andrea Rojas ex de Zavala iba a llegar a la instancia de intentar convencer a su hija de algo para que un ordinario sujeto no le pegara, ya que pensaba que tal vez Karen podría interceder por ella.

–Es que…! Mmmm… no sé…, -le contestó la joven en forma muy seria, ambas mujeres ahora se miraban a los ojos mientras caminaban hacia el vehículo, –Mira Andrea yo quisiera creerte… pero no se te nota nada… estas toda demacrada… y con las medias corridas… debes entender que nosotras somos las mujeres de don Pricilo… como no lo entiendes…!?

–Lo sé…, lo sé hija… pero de verdad que yo no quería que me lo hicieran…!!!, -automáticamente se quedaron de pie ante las auto incriminadoras palabras de Andrea, en ese momento ya habían llegado a un lado del lujoso carro que contrastaba con la ordinaria figura del hombre que lo manejaba en esos momentos, pero la situación era que a la rubia en su desesperación se la había salido la verdad ante su hija,

–O sea… era verdad…!?, -la nena miraba mas fijamente a su madre con sus penetrantes ojos azules ahora que ella mismita se lo había confirmado, para luego contestarle en forma indignada, –Como fuiste capaz…!?, como fuiste capaz de hacerle algo así a don Prici…!?, y después de todo lo que él ha hecho por nosotras…!?, -Karen cayó en un extraño estado de ira al ya estar al tanto de la deslealtad de su madre hacia la grotesca persona del jardinero que también se entremezclaba con el de la incredulidad al imaginar a su madre acostada desnuda con esos dos viejos al mismo tiempo y que tenían características de ser delincuentes caídos en desgracia, sobre todo el de la barba amarillenta.

–Hija por favor no se lo digas…!, por favorcito no se lo vayas a decir…!!, que o si no me va a moler a patadas…!!!, -le rogaba la rubia madre a su hija gesticulando y moviendo sus manitas como una verdadera trastornada mental.

La chica quien en esos momentos no podía pensar con sensatez solo le contestaba a su madre dejándose llevar por la tensión del momento,

–Pues bien que te lo mereces…!, eres una desconsiderada, no pensaste en mi ni en él, o acaso ya se te olvido que él dijo que los tres somos una sola pareja!?

–Me lo hicieron a la fuerza…!, entiéndeme tu también…!!!, yo no quería…!!!

–Pues tú tienes la culpa por haberte dejado y por comportarte como una autentica puta…!. –Ahora súbete al auto y esperemos que llegue don Pricilo, y apenas el llegue se lo diré…!

–Nooo… hija no se lo digas…!!! Dios…! Dios…!! Me va a matar cuando se lo digas…!!!, -la angustiada hembra decía lo ultimo agarrándose sus rubios cabellos, ya que a estas alturas tenía claro que su hija no estaba de su parte, y menos puso atención en las groseras palabrotas de ella hacia su propia persona.

La joven por su parte ya sabía que la muy guarra de su madre les acababa de cagar la noche a los tres al pensar solamente en el placer de ella sola y no en el común de los tres, así que solo se dio a contestarle,

–Solo dime Karen…!, recuerda que ahora andamos con don Pricilo y solo nos debemos llamar por el nombre como a él le gusta…

–Si, si, Karen… cariño… por favor que sea un secreto entre nosotras, júramelo, júramelo…, -se daba a insistir la pobre Andrea quien ya imaginaba el infierno que le esperaba si a su hija se le ocurría contarle la verdad al jardinero.

–Solo entra al auto…, y por favor ya no me hables más…!, no quiero escucharte, yo no le seré desleal a mi marido, tu sabrás lo que haces… no es mi problema!.

Una vez en que ambas mujeres estuvieron dentro del carro Andrea con su voz llorosa desde los asientos traseros se daba a seguir suplicándole a su hija por su silencio,

–Karen… júrame que no se lo dirás… bien sabes que si se entera me va a pegarrrrr…!!!, -Andrea estaba casi desesperada y no abandonaba la idea de poner a su hija de su lado.

–Eso debiste haberlo pensado antes no crees?, -le decía la muchachita con cara de enojada mientras se daba a mirarse la cara en el espejo retrovisor, por este mismo vio la figura de su madre sentada en los asientos traseros con los codos posados en sus rubias rodillas y tapándose la cara con sus manitas. Y si…!!!, ella sabía que si don Pricilo llegaba a confirmar que su mamá había mantenido relaciones sexuales con ambos sujetos al mismo tiempo, este no se mediría en el castigo que le aplicaría, ya que ella también vio la forma en que se agarró su cinturón de cuero cuando dijo que en la casa arreglarían cuentas, y ella recordaba muy bien la forma en que el vejete arreglaba sus asuntos con aquel grueso cinto de cuero color café oscuro que ella tantas veces había sentido quemarle sus tiernas carnes de las nalgas cuando al vejete no le parecía bien algo o porque simplemente a él le daban ganas de pegarle, estos pensamientos la hicieron compadecerse.

–Esta bien… no se lo diré…!, pero yo no respondo por lo que él quiera hacerte una vez que estemos en la casa.

La rubia al instante subió su verdosa mirada en señal de agradecimiento, cosa que no tardó en hacérselo saber a su hija…

–De verdad…!? De verdad no se lo dirás…!?.

–Nop… no se lo diré… pero aun así no creo que te vayas a salvar de la tremenda paliza que te van a dar, don Prici no es tonto sabes?, el es celoso y muy machista, es tan machista para sus cosas que es de esos que les cae mal a las mujeres que se las dan de liberales, de esas que dicen que andan ligeras de ropas porque les da calor y no para andar parando vergas a diestra y siniestra… por eso te digo que no te la dejará pasar, aunque él no esté seguro si te acostaste o no con esos hombres no se va a arriesgar a quedarse con la duda, -en la cara de la nena se notaba de la seguridad con la que ponía en antecedentes a su madre.

–No importa hija, y gracias… gracias por ayudarme… y no te preocupes, lo podré sobrellevar, al menos ya no se ensañará tanto al no estar seguro…

En ese mismo instante madre e hija advirtieron que los tres vejestorios ya se acercaban hacia ellas, claramente se estaban despidiendo, no sin antes charlar un par de minutos entre ellos riéndose y mirando hacia el vehículo. Andrea quien se encontraba con su estado mental más que alterado imaginaba que en esos momentos los dos viejos asquerosos tal vez le estaban diciendo al jardinero lo que habían hecho los tres en la casa de don Sandalio, de cómo ella les había chupado la verga… o de como la pusieron, y que también se la habían cogido los dos al mismo tiempo, como además se decía que tal vez estaban hablando de otras cosas, el asunto era que en aquellos minutos la muy preocupada rubia le rogaba a todos los santos que a esos hombrones no se les ocurriera decirle cosas indebidas a don Pricilo.

Hasta que por fin lo vieron caminar al vehículo, el vejete venía hacia ellas casi babeando de ira y con sus gruesas cejas en señal de enojo, o al menos así lo advertía la muy temerosa hembra, mientras que su hija solo se daba a mirarse sus uñitas en el asiento delantero.

Don Pricilo tras cerrar de un fuerte portazo y echar a andar el motor del carro cruzó uno de sus brazos por el respaldo del asiento de Karen y volteó para quedarse mirando a Andrea con cara de demonio y para luego decirle,

–Esos pendejos no me quisieron decir nada de lo que seguro te hicieron en tus agujeros, pero la cara de estar recién deslechados no se las quitaban ni a palos, y tu también estas con una cara de perra caliente recién desabotonada, así que te doy la última oportunidad para que desembuches rubia… –Te acostaste con ellos sí o no…!

Andrea quien estaba prácticamente enterrada en los asientos negros de cuero, tragando saliva y sin saber qué cosa contestar solo le dijo por lo bajito,

–No don Pricilo… yo no me he acostado con ellos…

–Bien putita… que conste que yo quiero creer en tus palabras, así que eso lo averiguaremos en cuanto lleguemos a la casa.

Ya sin esperar nada más el vehículo se puso en movimiento para ponerse en dirección al infierno que le esperaba a la tan atractiva mujer.

El trío llego casi de amanecida a la gran casona de los Zavala, ambas mujeres esperaban al macho dominante en la habitación matrimonial mientras él terminaba de cerrar y asegurar los gruesos portones de fierro que antecedían al gran antejardín de la propiedad.

Andrea pensaba en la clase de conversación que iba a tener con el viejo, ya que este había sido enfático en que no se dirigieran a ningún sector de la casa hasta que él no llegara a la recamara.

Los minutos eran interminables y la rubia nuevamente estaba que se meaba, pero ahora era de pavor, incluso sentía unas tremendas ganas de salir corriendo a esconderse en cualquier parte de la casona, pero sabía que si así lo hacía su complicada situación empeoraría aún más, por lo que sin darse cuenta ella misma de lo que hacía se sentó frente a su tocador y rápidamente se dio a maquillarse deliciosamente, amparándose que si al viejo esto le gustaba tal vez así le darían ganas de cogérsela pasando por alto la indiscreción que ella había cometido, fue en eso y mientras que una muy temerosa Andrea ya cepillaba sus rubios cabellos que escuchó los pesados pasos del jardinero quien ya hacía su aparición como si él fuese un autentico general romano dispuesto a pasar revista a sus tropas.

La rubia había alcanzado a ponerse de pie para esperar lo que se viniera, Karen por su parte estaba sentada en la cama con cara de preocupación, sabía que nada bueno acontecería.

–Jejejejee… ahorita sí que llegó la hora de la verdad mi par de yegüitas, jejejeje…, -les dijo el vejete con una burlona sonrisa en su cara para luego continuar, –Ya son casi las 6 de la mañana y no tengo nada de sueño…

–Don Pricilo… -le interrumpió la asustada rubia, –Yo creo que Ustedes dos deberían descansar, yo me ajustare mi cadena en el cuello y me iré a dormir desnuda al patio, -fue lo único que atino a decir e improvisar Andrea mientras que con sus temblorosas piernotas se ponía en dirección hacia el pasillo que daba a la puerta de la terraza en una desesperada acción de congraciarse con el vejete para que a este se le olvidara el asunto de su desaparición por más de dos horas con los dos viejos amigos de este.

El ordinario jardinero en un rápido recorrido por el pasillo le dio alcance tomándola fuertemente de un brazo,

–No tan rápido putona…!, como es eso que te ofreces de voluntaria para encuerarte e irte a dormir echada como las perras en algún lugar de nuestro patio…!?, jejejeje, acaso te has portado mal!?, -le consultaba a la misma vez que con energías le hacía levantar y arquear su curvilíneo tronco para que ella le viera a la cara cuando él le hablaba.

–No don Pricilo…!!!, solo deseo que Usted con Karen descansen como se lo merecen… sobre todo Usteddd…!!!, -le contestó estúpidamente la atribulada mujer ya sabiendo que el viejo no le creía nada de lo que ella decía.

–Claro que si así lo deseas dormirás encuerada y en el patio putonaaaa…!!, pero primero vamos a echar una miradita a tus agujeros, quiero verlos tal cual como te los deje la última vez que los ocupe jejejeje…, sobre todo el de la concha…! –Tu putillaaa…!, -grito el viejo ahora dirigiéndose a Karen quien esperaba en la habitación, –Si quieres acuéstate, yo con tu mami estaremos algo ocupados en el patio, jejejeje…

La muy angustiada nena al ya creer saber que a su madre se la apalearían bestialmente por andar abriéndose de patas con hombres desconocidos sin más y algo curiosa simplemente se dirigió a los ventanales de la recamara, decidió que se daría a echar una miradita al seguro y cruel espectáculo en el cual su progenitora seria la actriz principal en manos del despiadado verdugo de don Pricilo.

El ya sulfurado viejo se llevó casi a la rastra a una angustiada hembra que no se atrevía a pronunciar una sola palabra por miedo a que la cosa se le complicara más de lo que ya estaba, y una vez que ya estuvieron al medio del patio y justo al frente de la piscina, el jardinero nuevamente se daba a atacar el alterado temperamento de la refinada mujer que él había decidido hacerla de su propiedad, la tenue luz del día tímidamente ya aclaraba en el gran patio en donde se llevaría a cabo el arregle de cuentas.

–Muy bien zorrita…!, vamos encuerándonos…! sácate toda la ropa incluyendo los calzones y los sostenes…!!! Jajajaja!!!!, -reía aborrecidamente mientras el mismo se daba a sacarse su grueso cinturón de suela, para luego de haberlo hecho tomarlo por ambos extremos y hacerlo sonar fuertemente, con ese solo hecho la aterrada Andrea creyó sentir en sus propias carnes el primer brutal correazo que descargarían contra su curvilínea anatomía.

–Don Pricilo… créame… yo no hice nada indebido… sniffsss…!, por favor no me pegueeee…!! Sniffssss…!!!, -la pobre mujer ya cansada de toda esa pesadilla se largo a llorar como una verdadera Magdalena.

–Pero porque te pones a chillar zorra…!? Si no es para tanto… jejejeje…!!!, solo te pedí que te empelotaras para echarle una miradita a tus hoyos, si yo veo que está todo en orden nos iremos a descansar para mañana o cuando nos den ganas a los tres ponernos a coger como mal nacidos…–Ándale estúpida…!, ya no me hagas perder el tiempo…!! Quítate toda la ropa que ya quiero revisar esos agujeros que me pertenecen…!!!.

Un fuerte martilleo le destrozaba las sienes a nuestra distinguida y femeninamente hermosa hembra, quien solo se daba a mirar al asqueroso viejo con sus intensos ojos verdes titilando ya que en el acto recordó que una vez que los viejos terminaron de cogérsela, ella en su desesperación en que no la siguieran viendo en tan escandalosas condiciones se había puesto rápidamente las medias y el vestido, nunca supo cual fue la suerte que corrió su íntima prenda inferior, ya que el sostén si se lo había alcanzado a poner.

El vejete, tal como lo había anticipado Karen, que de tonto no tenía nada, había puesto atención en como la muy zorra de Andrea antes de salir al patio se había ofrecido ella sola para encadenarse y dormir encuerada a la intemperie, y aunque él ya daba por hecho que su rubia se había acostado descaradamente con sus amigotes, ella aun se negaba a admitírselo, esa sola situación lo enervaban y enfurecían por cada minuto que pasaba así que ya no aguantándose más decidió que ya era suficiente, ahora le enseñaría a no andarse abriendo de patas sin su consentimiento.

La rubia no se dio ni cuenta del momento en que el viejo se le abalanzó sobre su cuerpo cual oso al acecho de su presa, y que fue este mismo quien a punta de zarpazos comenzó a rasgarle la ropa.

–Noooo…! que hace…!? Don Prici…loooo…!!! Nooooo…!!!, me está destrozando el vestidooo…!!!

–Pus en la semana vamos al Shopping y te compras otro nuevo si quieres pedazo de yeguaaaa…!!!, -ahora el vejete también había puesto una de sus grandes manos en el frágil cuello de Andrea, como si verdaderamente la estuviese ahorcando claro que poniendo cuidado de no excederse y despachársela, para luego continuar vociferándole, –Además que te lo pedí por las buenas desgraciada…!!! hija de tu chingada y cerda madreeee…!!!, a mi no me vienes con zorreadas de puta barata…!!!, y si no estás como yo mismo te deje la última vez que te ocupé… te voy a dar una de madrazos en el bonito cuerpo de putinga que te gastas que en tu vida vas a olvidarlo zorra asquerosaaaa!!!!, lo único que haces en enfurecerme aun mas con tus puteadas…!!!, -el vejete ahora sí que estaba realmente enojado, si hasta una carísima estatua de mármol renacentista que era una muy buena copia al cuerpo desnudo de David de “Miguel Ángel” del tamaño de una personal normal, y que adornaba el patio sobre un pedestal parecía estar lagrimeando de miedo por lo que estaba a punto de sucederle a la atractiva dueña de casa.

–Nooo…! por favorrrrr…!! No lo hagaaaa…!!!, -gritaba una más que desesperada Andrea mirándole con espanto sus llamativas verrugas de la cara al estar el viejo casi encima de ella, en ese mismo segundo sintió el claro sonido de telas que se despedazaban. En menos de un minuto la hembra se vio solo con sus pantimedias puestas ya que el sujetador también salió volando ante los bestiales desgarrones a que la sometió el iracundo jardinero.

En una ocasión en que el viejo la soltó para poder mirarla con más detenimiento, la asustada mujer como pudo corrió descalza y con las tetas al aire para ponerse a salvo detrás de una gran mesa de jardín, de esas que son de rusticas maderas de arboles nobles y milenarios.

El viejo a sabiendas que esa putilla no se le escaparía se dio a contemplarla, claramente se percató que no llevaba nada de ropa interior debajo de las rasgadas medias negras, la veía respirar agitadamente mientras que con una de sus manitas se tapaba las tetas con la otra se limpiaba las lágrimas, ahora entendía a sus amigos, quien se podría aguantar las ganas de no meterle la verga a tan soberbia amazona de cabellos dorados, su furia y su ira ahora se entremezclaban con su libido, la parte desequilibrada de su temperamento iba ganando terreno poco a poco en su mente, sentía unas tremendas ganas de hacerle miles de cosas tanto para vengarse como para saciar esa extraña calentura en que se estaba viendo asaltado, hasta que en un momento dado volvió de una a la realidad, en forma calientemente emocionada se dio a continuar martirizándola emocionalmente, sumándole a que ya se acercaba el momento para pegarle tanto como él ya lo deseaba,

–Pero mira nada mas puta desgraciada…!!!, -bufaba el viejo con una voz que parecía si como este en cualquier momento se fuese a poner a llorar de ira, –Y que pasó con tus calzones que no los traes puestos!!??

–Sniffsss…!!, Don Priciloooo…!!! Ya no le sigaaaa… sniffssss yo no he hecho nada malooooo snifffsssss…!!!!

–Así ahhhhh…!? Así que la muy putinga no ha hecho nada malooo…!!??, pus adonde se quedaron tus calzones… dimelooo zorraaaaa…!!!, o te juro que te saldrá mucho piorrrrr…!!!!!!, -don Pricilo era muy mal hablado y en todo sentido de la palabra.

En eso el sulfurado y ya muy lujurioso vejete agarró la mesa de gruesas maderas con sus dos manazas y por ambos cantos de esta para luego levantarla y arrojarla hacia cualquier parte de aquel amplio patio, a la misma vez que con paso firme avanzaba hacia ella quien a su vez retrocedía.

Desde los ventanales de la habitación la asustada adolescente de 18 añitos recién cumplidos no se había perdido ningún detalle de lo que estaba ocurriendo en el patio trasero de su casa, con una manita en su boca en señal de asustada expectación y con la otra pasándose parte de su azulado cabello negro por detrás de su orejita acababa de ver como el obeso viejo de don Pricilo quien estaba convertido en todo un Hércules había levantado una inmensa mesa hecha de gruesos maderos y la había arrojado a unos buenos metros de donde estaban él y su madre.

Ahora veía como el viejo jardinero se acercaba en forma amenazante al casi desnudo cuerpo de su víctima, con horror vio desde su posición como el vejete de un rápido movimiento de manos agarraba a la rubia fuertemente de sus cabellos para con su otra mano levantarla y darle una serie de fuertes bofetadas que hicieron quedar tambaleando el delineado cuerpo de su progenitora para luego verla caer desplomada en el suelo de pasto y quedar llorando acurrucada y en posición fetal.

La nena estaba aterrada, pero extrañamente también se encontraba fascinada observando como aquel horrendo vejestorio que su padre lo había convertido en su marido se estaba zurrando a su madre.

Dejándose llevar por una inusual y lujuriosa sensualidad al estar presenciando aquellas perversas imágenes y sin quitar sus ojos azules del estilizado y potente cuerpo de Andrea a quien ya le estaban quitando las medias de sus piernas, y como si ella estuviese verdaderamente hechizada por todo aquello temblorosamente llevó sus manitas hacia su espalda para bajar el cierre trasero de su vestido para luego dejarlo caer a sus pies, en el acto destrabó su sujetador dejando sus brillosas tetas al aire, y siempre con su vista fija en lo que estaba sucediendo a un lado de la piscina se las comenzó a masajear, inconscientemente estaba esperando disfrutar el momento de los brutales correazos en el culo que con toda seguridad le iban a poner a su madre en muy pocos momentos, fue en eso en que también se comenzó a bajar sus pequeños calzoncitos.

(Un par de minutos antes en el jardín de los Zavala)

La rubia quedo horrorizada al caer en cuenta que ahora al no estar la mesa que la separaba de aquel amorfo demonio con patas que ya echaba espumarajos por su podrida bocota y que se le acercaba peligrosamente con cara de ser un verdadero enfermo mental con claras desviaciones sexuales, solo se dio a continuar con sus suplicas,

–Nooo don Priciloooo por favorrrrr…!, no me vaya a peg…

–Cállate perra calienteeee…! solo sirves para culiarrrrrr…!!, y yo tan decentita que te creía pedazo de furciaaaa…!!!!, -el vejete al ya haber llegado a una distancia en que fácilmente la podría vapulear, sin más la agarro de sus rubios cabellos y concentrándose en la imagen de verla a ella culiando con sus amigos y quizás también hasta con cara de estar disfrutándolo, con todo el odio del mundo, con ese odio que solo se sienten con los celos enfermizos de un hombre profundamente machista se dio a asestarle 5 bestiales bofetadas que le llegaron de pleno en su rostro,

–Plaffffff…!!! –Plaffffff…!!!! –Plaffffff…!!!!! –Plaffffff…!!!!!! –Plaffffff…!!!!!!!, retumbaron en el patio las fuertes cachetadas que fueron de menos a más en cuanto a energías que le puso el viejo, o así se notaba por lo menos debido a los rápidos movimientos hacia ambos lados que hizo la cabeza de Andrea por cada tortazo que recibía en el rostro.

Si el viejo hubiese hecho esto con sus puños cerrados los más seguro habría sido que le hubiera desfigurado toda su linda cara, no obstante a ello para nuestra suerte y sobre todo para la suerte de la rubia, el viejo solo le dejo su carita coloreando, eso sí que Andrea sintió como si le arrancaran las carnes de su rostro por cada lacerante guantazo que le pusieron, fue por eso que cuando el vejete la liberó de sus dolorosos mechoneos la desfalleciente hembra después de retroceder un par de pasos simplemente se desplomó quedando tirada en el pasto y semi desmayada, solo tuvo fuerzas para encoger su cuerpo en clara señal de vulnerabilidad, sus lamentosos sollozos así se lo daban a entender al furioso y enloquecido jardinero.

Don Pricilo veía en forma eufórica y libidinosa ese portentoso cuerpo femenino de curvas diabólicamente llamativas para los ojos de cualquier macho independiente de cual fuese su especie, y que solo hace un poco tiempo atrás le había estado terminantemente vedado para hombres de su status y calaña, ahora este era completamente para él, y ese era el hecho de su total ofuscamiento. Si bien él no era mezquino a la hora de compartir alguna hembra pensaba que esta debía hacerlo solo cuando él lo autorizara, quien se creía ella para andar pasando la zorra sin avisarle a el primero?, se preguntaba, además que encontraba que aun era muy pronto como para haberlo hecho, pensando en esto y no teniendo ya nada más que esperar se dispuso a arrancarle las medias que era lo único que le quedaba puesto a la mancillada mujer quien no hizo nada para impedírselo.

Andrea quien se vio despojada de sus medias a manos de un alienado viejo Pricilo aun se mantenía tendida en el suelo, fue en eso que sintió en sus piernas el helado frescor de la mañana, no sabía qué horas eran, el patio ya estaba completamente claro pero entendía que aun era temprano, sus preocupaciones en aquellos momentos no eran de la hora precisamente, sus temores eran el no saber qué era lo que pensaba en hacerle ahora el viejo desgraciado de don Pricilo y hasta que horas se las estaría haciendo, eso sí que ya creía saber que serían largas horas de suplicio, en eso fue que a sus oídos llegaba nuevamente la aguardentosa voz del vejete quien a la vez le contemplaba lujuriosamente sus desnudeces,

–Tienes un cuerpo de escándalo yeguaaa…!!!, -le decía recorriéndola centímetro a centímetro, y curva por curva, –Pero lamentablemente se lo prestaste a esos hijos de puta sin consultármelo a mí primero.

–Nooo don Pricilo… eso no es verdad… yo… yo… no se los presteee…!! Sniffsss…!!!, -le contestó entre sollozos su joven y atractiva suegra quien aun se mantenía acurrucada en el suelo, la pobrecita se sentía impotente y vulnerable al estar tirada en el suelo ante la bizarra y obesa presencia del jardinero que la miraba de pie y a un lado de ella con cara de ser el verdadero Satanás recién emergido de los infiernos.

El viejo a quien de sus narices parecían estarle saliendo rojas llamaradas de fuego a causa de los celos y la ira al no tolerar que tan tentadora Diosa se haya atrevido a deshonrarlo de tal manera, por unos breves momentos se dio a mirarla de la forma más caliente y mundana imaginable, para luego de limpiarse con su brazo un mar de babas que le caían de su voraz bocota abierta seguir con aquella cruel rueda interrogatoria:

–Pero por qué me sigues mintiendo viciosa perra asquerosaaa…??!!!, acaso te calienta eso…!!?? Ahhhh…!!!??, vamos putonaaa… admiteloooo…!!!, -el sulfurado vejete mientras le decía lo último había decidido que ya era hora de revisarla, así que mientras le hablaba se fue agachando para rápidamente tomarla desprevenida e introducir su dedo medio en la dorada vagina de la hembra quien automáticamente comenzó a retorcer sus piernotas para impedírselo.

–Noooo…!!! Que hace don Priciloooo…!!! Dejemeeee…!!!!, -le gritaba entre pataleos y contorsionando sus desnudas curvas, en ese mismo momento el viejo ya retiraba sus dedos desde el intimo interior de su nuevamente estrecha ranura de carne.

–Pero si mira nada mas so putaaaaa…!!!, si aun mantienes grumos de mocos al interior de tu conchaaaa…!!!, que me dices ahora perra mal paridaaaa…?!!!! No me vas a seguir negando que te pusiste a culiar a penas te viste a solas con ellos verdad…?!!!!!, -le exclamaba a modo de consulta mostrándole ante sus asustados ojos verdes vistosas cantidades de semen coagulado y algo amarillento entre medio de sus gruesos dedos, situación que extrañamente al vejete mientras le hembra mas lo negara el mas se calentaba, como al mismo tiempo sus ganas de patearla hasta dejarla inconsciente mas se acrecentaban en su perturbada mente.

Luego de que don Pricilo se agachara para mostrárselos bien de cerca y limpiar sus dedos en el suave cutis de Andrea, sencillamente la agarró nuevamente de sus cabellos y la fue arrastrando con fuerzas hacia el sector de donde la había tenido amarrada unas cuantas noches atrás.

La dolorida mujer al sentir los fuertes jalones en su pelo, se percató de que su suplicio apenas comenzaba ya que estaba siendo literalmente arrastrada quizás hacia que parte, solo se daba a bramar y a patalear, a la misma vez que llevaba en forma desesperada sus manitas hacia su cabeza para ver si de alguna forma lograba que el ahora endemoniado viejo la liberara de su calvario.

La escena era tal cual de esas imágenes que circulan por ahí del tiempo en que los cavernícolas se llevaban a las mujeres a las cavernas para aparearse con ellas, pero ahora era otro el fin por el cual tan inhumanamente arrastraban a nuestra bella Andrea.

–Suéltemeeeee…!!!, Suéltemeeeee…!!!! Que haceeeee!!!!!??, -eran los despavoridos gritos de mujer que se escuchaban en el patio de los Zavala.

El obeso jardinero mordiéndose la lengua la arrastraba sin hacerle caso, y una vez que ya la tuvo al lado del poste metálico en forma rápida la encadenó a este, tal cual como si ella fuese un animal.

–En 4 patas perraaaaa…!!!!, esta puteada que me hiciste me las vas a pagar orita mismo…!!!

La ahora mas asustada mujer por el déspota tratamiento que estaban haciendo con ella en forma instantánea y obediente adoptó en el acto la posición en que el alterado viejo quería tenerla por miedo a que la mataran si no hacía lo que ese endemoniado hombre quería, en eso vio como el odioso jardinero de don Pricilo sacaba de sus pantalones su teléfono celular y se daba a marcar un número, para luego escuchar la extraña conversación que ahí se sostuvo quizás con qué tipo de persona.

–Aloooo…!!!, si… si, habla Pricilo Tomisticles…!!!, Oye pendejooo…!!, necesito el encargo que les hice hace un par de semanas… si… si… ya me he decidido, lo quiero para ahorita mismo… que…!? Una hora…!?, claro que puedo esperarlo… y está preparado? Grandiosooo!!!! Ok… si… si… yo mismo lo recibiré… Si en efectivo…!

Andrea vio que una vez que el viejo guardo su teléfono, una extraña mueca de triunfo mezclada con calentura se le marcaba en su feo rostro mofletudo cuando este se dio a contemplarla.

–Muy bien zorraaaa…!, mientras espero el encarguito que acabo de hacer para castigarte nosotros dos arreglaremos cuentas por la tremenda pendejada que me hiciste anoche, siendo que yo lo único que esperaba era que tú con la putilla de tu hija se distrajeran un ratito, jejejeje…, -le decía siniestramente a la misma vez que tomaba su grueso cinturón de cuero que lo andaba trayendo puesto en su cuello.

–Don Pricilo… por favor no lo hagaaaa… yo… yo… no quería hacerloooo… ellos me v… vi… vio…laronnnnn…!!!! Snifsssss…!!!!!, -fue lo único que atinó a decir la afligida rubia desde su posición y ya encadenada, al saber que su momento había llegado.

–Ya es tarde perraaaaa…!!!, te pedí muchas veces que me dijeras la verdad y ahora me sales con que ellos te violaron!!??, no me vengas con ese tipo de puteadas, ahora te daré una lección mientras esperamos a que llegue tu castigo, jajajaja…!!!!

–Nooooo don Priciloooo no me pegueeeee…!!!!!, –Ellos me violaronnnnn…!!!, -insistía la ya casi destruida rubia.

–Pus fuiste tú la que se abrió de patasss…!!!, mis amigos no son culpables de nada zorraaaaa…!!!, aquí la única yegua que prestó el culo por propia voluntad fuiste tu desgraciadaaaa…!!!!, así que tomaaaaa…!!!! -Andrea creyó ver como el viejo a medida que le hablaba se iba dando fuerzas con la mano en que mantenía agarrado su grueso cinturón de cuero hasta que:

–Plaffffffffffffffffffffff…!!!!!!!!!!!!!!

El viejo con ensañamiento había estirado su cinturón hacia atrás y de la misma forma y con fuerzas descomunales había descargado un certero, seco y lacerante correazo que casi se incrusto en las tiernas carnes de sus doradas y suaves nalgotas haciéndolas retumbar.

–Auchhhhhhhhhsssssssssssss!!!!!!! Ohhhhhhhhhhhhh…!!!!!!!!!! Ayyyyyyyyyyyyy…!!!!!!!!!!, Noooooooo no le sigaaaaaaaaaaa… Ayyyyyyyyyyyyy…!!!!!!!!!!!

–Plafffffffffffffffffffffffffffffffffff…!!!!!!!!!!!, -le cayó otro que dobló en dolor y bestialidad al anterior según determinaba la pobre y flagelada Andrea.

Desde el interior de la casona, Karen completamente desnuda se había acomodado en un sillón que ella misma había puesto a un costado del ventanal, la nena quien estaba completamente abierta de piernas y con sus muslos doblados y recogidos simplemente se acariciaba su sedosa panochita de escasos pelitos negros, pero cuando cayó en cuenta que ya se venían los correazos en el culo de su madre, sus suaves caricias se fueron transformando en sensuales sobajeos masturbatorios, sus azules ojos ni siquiera pestañeaban en esos momentos para no perderse nada del espeluznante espectáculo que se llevaba a cabo en el patio de su casa, pero que sin embargo a ella la excitaban hasta el alienamiento.

Mientras tanto en el patio trasero, el viejo Pricilo se daba a la tarea de sonsacarle a la rubia de lo muy puta que era ella…

–Admítelo zorraaaaa…!!!, admite que tu sola te quisiste ir a culiar con mis amigos…, jajajaja… Tomaaaaaaa…!!!!!

–Plafffffffffffffffffffffffffff…!!!!!!!!!!!!!!!, -aquel nuevo y feroz cinturonaso le hizo vibrar todas las carnes de su cuerpo, desde sus brillosas nalgas hasta los pezones de las tetas, el viejo estaba tan furioso como caliente.

–Ooooooohhhhhhhhh…!!! Ayyyyyyyyyyy…!!! Snifffffffsss…!!! Snifsssss…!!!! Snifsssssssss…!!!!!, -por cada fuerte correazo que le asestaban en el culo a la martirizada hembra su atractivo rostro más se desfiguraba en muecas de autentico dolor.

La fustigada rubia, como ya se dijo, con su bella y nórdica cara contraída solo se daba a aguantar los encarnizados azotes que le estaban descargando en las suaves y relucientes carnes de su trasero, si en el cuarto fustazo la pobre perdió la cuenta de cuantos iban, mientras tanto estos seguían retumbando prietamente a medida en que salvajemente se los propinaban, su mente le decía que debía admitírselo para que el fiero vejete terminara con su dolorosa tortura, pero era tanto el dolor de su suplicio que este mismo no le permitían a su mente ni a sus sentidos dejar salir desde sus labios lo que el jardinero quería escuchar.

Hasta que en un momento del doloroso martirio del cual era víctima y en que sus pulmones se pudieron llenar de aire por fin pudo gesticular a duras penas lo que le estaban pidiendo.

–Ayyyyyyyyyyyyy…!!!! Snifsssss…!!!! snifssssssssss…!!!! Si don Pricilitooooooo…!!!!!, yo sola me quise ir a culear con sus amigossssss…!!!!! Sniffssssss…!!!!! Por favorrrrr ya pareeeeee…!!!!! Por favor ya pareeee…!!!! Sniffssssss…!!!!,

–Jajajajajaja…!!!!, lo sabía furcia mal nacidaaaaaaaaa…!!!!, desde hoy no te quedarán ganas de andar abriéndote de patas sin que yo te lo permitaaaa…!!!, tomaaaaa…!!!!!!. –Plafffffffffff…!!!!!!! -El enloquecido vejete ni siquiera tomo en cuenta la confesión de la hembra, solo se limitó a descargar en ella toda su furia.

Fueron incontables los brutales correazos que recibió la rubia en su trasero que en esos momentos estaba enrojecido y ardiendo en llamas, pero igual de antojadizo como siempre.

Entre femeninos llantos pero con alivio la rubia notó que el vejete había cesado en sus tortuosos azotes, sin embargo ella solo se mantenía sollozante y puesta en 4 patas incapaz de hacer cualquier movimiento que a don Pricilo no le gustara, con su frente puesta en el pasto en el cual su dorada cabellera se desperdigaba desordenadamente, solo se daba a respirar agitadamente y exhalando, para luego de vaciar sus pulmones de aire volver a llenarlos.

El delineado talle de aquella poderosa hembra recién flagelada seguía siendo el de una verdadera Diosa, su desnudo cuerpazo resaltaba en el verdor del pasto en que la tenían y el solo hecho de que cualquiera pudiera verla con sus dorados muslos doblados y separados uno del otro por espacio de unos 60 cts. por lo menos, sosteniendo con ellos su tronco para mantener bien empinadas sus curvilíneas nalgotas, y con aquellas suaves tetas aplastándose en el suelo, créanme amigos míos que verdaderamente la escandalosa imagen de contemplar en tales condiciones a tan atractiva ninfa era para hacer perder la razón a cualquiera, si hasta la estatua de mármol que simulaba a David de “Miguel Ángel”, y que hace un rato parecía estar llorando de miedo ahorita parecía que se le estuviera parando la verga de calentura… la neta…!!!.

–Bien con eso será suficiente por ahora, jejejeje…!!! Estas viva…!?, -le consultó el vejete a la misma vez que se agachaba para luego empuñar su manaza en su pelo y hacer que levantara su cabeza, y cuando vio que sus ojos verdes se encontraron con los de él después del despiadado castigo, el muy aprovechador y miserable ni se la pensó para tirarle un tremendo escupo en la cara, a la misma vez que la soltaba para comenzar a desabrochar su pantalón y por fin liberar sus 25 centímetros de vergota que ya estaba que reventaba de tan parada que la tenía.

Una muy agotada Andrea supo en el acto que ahora debía mamársela, ya que el viejo sencillamente había comenzado a refregársela en la cara y por sus áureos cabellos que le nacían por detrás de uno de sus oídos, así que a sabiendas de que ya no tenía mas opción como pudo elevó su tronco para quedar con sus hermosas tetasas meciéndose alucinantemente en el aire.

–Jejejeje a que esperas putona, ahora quiero que me la chupes, mira que aún no hemos terminado, jejejeje…

La rubia como pudo intento ordenar sus cabellos y con una de sus manitas despejó su cara de ellos, para luego buscar sumisamente con sus labios la punta del miembro que le ofrecían. Con sus ojos verdes entre abiertos vio que esta se inclinaba erectamente hacia abajo debido a su peso y grosor, observando que todas sus venas hinchadas ya pulsaban sincronizadamente, así que con la poca experiencia que ya contaba en este tipo de tareas posó sus rosados labios en el aceitado y brilloso glande en donde poco a poco se la fue tragando hasta lo que más le permitiera su boca, creía saber que desde ese momento el viejo se daría a regodearse con todo lo que quisiera de ella y de su cuerpo, y asumía también que por su parte no le pondría objeciones, extrañamente sentía unas tremendas ganas de pedirle su indulto por el error cometido, pero ahora le tenía tanto miedo que optó a solo seguir succionando la verga para que el sintiera lo rico que le podía hacer sentir ella con su boquita y lengua, en una de esas así se le pasaba el enojo, pensaba en forma desequilibrada mientras que sentía que el trasero se lo habían dejado al rojo vivo, además que ya determinaba en dejarlo hacer con ella todo lo que a él le viniera en gana ya que por fin comprendía que el viejo Pricilo era su único dueño y que ella no tenia que porque haberse dejado a que se lo hicieran sin él saberlo primero.

En tanto Don Pricilo con sus pantalones ya bajados solo hasta la altura en que no le molestara a su verga se había puesto de rodillas delante del femenino cuerpo de Andrea, este solamente se daba a sentir el calor de esa tibia boquita que le estaba mamando la tranca en forma muy deliciosa, sentía que esa femenina lengua se movía exquisitamente rodeándole el glande y una buena parte del tronco, comprobando con esto que su correctiva y bestial medida le había hecho muy bien a la rubia ya que le parecía que esta era una de las mejores mamadas de todas las que ella ya le había practicado, pero lo que lo tenía caliente hasta la locura era el imaginar las reacciones que tendría la hembra con la sorpresa que le tenía preparada, pero por ahora solo se daría a disfrutar de la gratificante y salivosa succión de verga que su rubia desleal le estaba mandando en claras señales de congraciarse con él.

Karen por su parte en el silencio de la habitación lo había visto todo, ahora sencillamente se había arrojado en el suelo alfombrado y a patas abiertas se masturbaba la concha como una verdadera enferma mental, sus ojos azules bien abiertos así lo demostraban al menos, su mente en aquellos acalorados momentos en que se autosatisfacía sexualmente solo se concentraba en la imagen de su hermosa madre puesta en 4 patas y recibiendo los lacerantes correazos en las doradas carnes de su trasero, mientras más imaginaba lo doloroso que debió haber sentido ella su panochita mas se le derretía, e inclusive en un momento sintió el insano instinto de ir corriendo hacia donde estaban ellos y ponerse en posición para ver si a don Pricilo le daban ganas de complacerla a ella también con unos cuantos y fuertes correazos en su blanco y estilizado culote que se gastaba, así que ya no aguantándose más al imaginar lo muy bien que se lo debían estar pasando allá afuera y luego de chuparse los dedos que se los saco estilando en sus propios jugos vaginales simplemente se puso en 4 patas para ponerse en dirección gateando como las perras (Ojo con esa: gateando como las perras) hacia el lugar en donde se llevaba a cabo el lujurioso bacanal del cual ella también deseaba ser participe.

Andrea quien sabía que prácticamente la seguridad de su cuerpo y quizás hasta de su vida ahora dependían de aquella mamada que le estaba pegando a don Pricilo, poco a poco fue poniéndole empeño, ahora movía su cabeza rítmicamente de atrás para adelante sintiendo en sus mandíbulas como la verga se había ido inflamando de ansiosos deseos más de lo que ella la había visto el momento antes de echársela a la boca, esta vez la rubia no disfrutaba de la felación, solo se la succionaba intentando que al viejo le gustara como ella lo hacía.

En un momento dado en que se frenó un poco para despejarse la cara de sus cabellos con estupor vio que su hija se venía acercando totalmente desnuda y gateando en 4 patas, por lo que pensó en forma angustiada que obviamente a su dulce chiquilla tras haberlo mirado todo desde los ventanales le habían dado ganas de unírseles a la fiesta, y olvidando las situaciones ocurridas con anterioridad su fuerte instinto maternal le espoloneo la conciencia debido al brutal tratamiento que le habían dado, su estado anímico no estaba para andarse calentando ni nada parecido, por lo que con un fuerte nudo de amargura que se le formó en la garganta como también en el estomago y así como estaba, en silencio y chupándole la verga al ex jardinero de su casa simplemente se largó a llorar sin sacársela de la boca y continuando con sus succiones para que ellos no se dieran cuenta, Karen ya se había arrodillado a un lado del vejete.

Don Pricilo al notar la presencia de Karen a un lado de donde a él le estaban mamando la verga no cayó más de gozo, ya que su otra putita más joven y que por propia voluntad se le había encuerado para ir a unírseles según escatimaba, también sería testigo entonces de las barbaridades que obligaría a hacer a su madre, claro que si ella se animaba a participar en sus dementes perversidades él por su parte no le haría problemas. Ese viejo sí que estaba totalmente loco.

–Pero mira nada mas quien llegó a unírsenos a la fiesta, -le dijo a Andrea mientras ella no paraba de mamarle la nervuda tranca con sus mejillas bañadas en lagrimas, –Jejejejeje, te apuesto que anoche te quedaste con ganas de que te metieran la verga, jejejeje…, -el vejete ahora decía esto ultimo refiriéndose directamente a Karen a la misma vez que posaba una de sus traspiradas manazas en la desnuda y aun fresca piel de la cintura de la nena.

–Ay si don Pricilo… estaba mirando por la ventana y al notar que Usted ya terminó sus asuntos pendientes con Andrea decidí…

–Con la putona pendeja…!!!, -le corto de una el vejete ahora con un aire de enojo en su semblante, –O con la yegua de mierda…!!!, nada de Andrea, que no se lo merece…!!!

La chica al instante cayó en cuenta que el viejo quería escucharla decir leperadas en contra de la persona de su progenitora, además que algo de razón le encontraba la desnuda muchachita ya que Andrea había tenido la lujuriosa osadía de haberse acostado con los dos amigos del viejo, y eso si que era inaceptable, pero también sabía que con solo estar pensando en la posibilidad de pronunciar vulgaridades y palabras humillantes en contra de la rubia ya su panochita estaba que se derretía, si la había traído punzando hasta más no poder después de haber presenciado el brutal show de correazos en el culo en que la habían sometido.

–Bueno… ya que terminooo… s… sus a… a… suntos con esta y… ye… yegua c… ca… calienteee quise venir… t… tengo m… mu… muchas ganas sabe?,

–Jajajaja… si… me imagino como debes tener de ardiente la concha pendeja, y ya que estas tan cooperadora me vas a ayudar a darle el tratamiento que se merece, jejejeje, y si lo haces bien te dejaré que le hagas todo lo que tú quieras, se te antoja pendejita caliente…!?, jejejeje…

–Hay claro que se me antoja… c… creooo… q… queee… y…ya quiero hacerlo y que me lo hagannnn…

–Pues empecemos dulzura…

El vejete diciéndole lo último a la hembrita más joven, retiro su verga de la boca de Andrea, para luego de despejarle la cara tomarla firmemente de sus rubios cabellos haciendo con esto que los mirara a ambos para luego solicitarle a Karen,

–Ahora mi amor, tírale un escupo en la cara a esta puta barata…, jejejeje…

La tierna adolescente por muy caliente que estuviera igual se la pensó para cumplir con las ordenes del viejo, pero al verse a ella misma en tal situación con ella completamente desnuda, con su madre en iguales condiciones y puesta en 4 patas con la gruesa manguera venosa de don Pricilo colgándole y botando transparentes cantidades de moquillo a un lado de su cara despejada, todo esto fue un verdadero detonante de lujuria para la ardiente chiquilla, y abandonándose a todas esas perversidades y sin estar ella acostumbrada a andar escupiendo frunció su nariz y boquita y –Strupsss…!, Karen le mandó un femenino escupo que impactó en plena cara de una muy quebrantada Andrea que aun no daba crédito a lo que acababa de ocurrir.

–Jejejeje… así se hace zorrita…, -le celebraba su osadía el jardinero a su joven esposa, para luego continuar con los actos de vejación, –Hoy nos vengaremos de las puteadas en que andaba metida esta furcia… mira como lo hago yo…

El vejete a modo de ejemplo junto con también hacer temblar una de sus fosas nasales al darse impulso de regurgitación le mando un tremendo y asqueroso gargajo entre amarillento y verdoso que triplificó en cantidad al pequeño escupito que le había tirado Karen a Andrea, este ultimo dio en plena frente de la rubia y comenzó a escurrir por entre medio de sus ojos, bajándole por la nariz, bañándole sus labios y comenzar a gotear por su barbilla.

Karen al sentir que su panochita le punzaba mas delicioso que un rato antes y envalentonada por estar haciendo esos demenciales actos degradantes respaldada por don Pricilo, fue ella quien tomó con sus dos manitas el rostro de Andrea para ahora tirarle otro escupo que no fue tan abundante como el del viejo pero si mas superior del que ella le había mandado anteriormente.

–jejejeje…, así me gustas mi putilla…, que cada día que pase te pongas mas guarra de lo que ya te tengo, jajajaja, ahora deja que esta furcia me siga mamando la verga y luego te pegaré una tremenda cacha que capaz que hasta te mate de tanta calentura que te haré sentir, jajajaja…!!!

Mientras don Pricilo que con una mano le agarraba la cabeza a una muy escupida Andrea empuñando sus cabellos para marcarle nuevamente el ritmo de esta otra mamada, con la otra tomo de la suave cadera a la poderosa jovencita que había salido al patio en las mismas condiciones en que Diosito la había mandado a este mundo pecaminoso, y que luego de haberse atrevido a escupir en la cara a su propia medre ahora se masturbaba casi al frente de su cara observando como ella le succionaba la verga al ordinario jardinero.

–Sabías que la puta de tu madre anoche se acostó a mis espaldas con mis dos amigotes?, jejejeje…, -le dijo a modo de consulta a la ya mas degenerada jovencita mientras le recorría sus redondeces traseras, sintiendo y tocándolo todo, la nena no paraba de refregarse la zorra con sus ojos entrecerrados y siempre mirando a su madre como se tragaba por la boca la gruesa verga del viejo.

Por su parte la destruida Andrea tampoco se quedaba atrás ya que luego de haber ido superando lo traumático de la paliza que le habían dado por andar abriéndose de patas sin preguntar primero, sumándole al inmenso dolor maternal que sintió al caer en cuenta que su propia hija ni se la había pensado para escupirla en la cara, a pesar de todo ello, su cuerpo ya estaba comenzando a responder a todas esas perversidades, su dorada vagina ya le mandaba tímidos avisos a su mente de que tal vez ya necesitaba ser ocupada, aun así la rubia no estaba dispuesta a entregarse a la maldad del viejo Pricilo, por lo menos eso era lo que ella pensaba en aquellos desequilibrados momentos.

Por otro lado la ya muy excitada adolescente quien se mantenía con sus dos rodillas posadas en el pasto, con sus dos bien dibujados muslos levemente separados y con sus ojos cerrados disfrutando de aquel vil manoseo en la hermosura de su jovial y brillosa anatomía, principalmente desde sus caderas hacia abajo, por ahora solo se daba a sentir. Su carita de quinceañera ahora sutilmente inclinada hacia arriba le demostraba a don Pricilo que ella ya estaba más que caliente, así lo manifestaban sus cejitas fruncidas hacia su frente, y con sus blancos dientes superiores mordiéndose su labio inferior por uno de sus lados. Esto al viejo lo enardecían, por lo que decidió seguir diciéndole guarradas para que la nena se le siguiera elevando la temperatura hasta la insanía, el sabía muy bien como era su Karen cuando ella ya estaba realmente caliente.

–La muy descarada por eso se puso ese vestidito negro, creo salió desde la casa con la idea de buscarse buenas vergotas para ponerse a culear, jejejeje…

–Ohhhh… q… que h… ho… rror don P… Pri… Pricilo… n… nunca me lo h… hu… biese i… ima… i… ma… ginadoooo…, -fue lo único que pudo responder entre cortadamente la nena quien no paraba de masturbarse y mirar de reojo el soberbio cuerpazo de la rubia desnuda puesta a lo perra que no menguaba en sus acuosas succiones de verga.

–Yo tampoco mi putita predilecta, pero ya le enseñé a esta furcia que no debe andar mostrando esas nalgotas perfectas que te heredó a ti misma, jejejeje, ahora sabe que si le bajan ganas de coger, me lo debe decir a mi primero para yo decidir con quién lo hace, culiarmela yo mismo, o simplemente dejarla con la calentura, Ohhhh que bien la chupa la muy desgraciadaaa…!! Ohhhhh…!!! Arghhhhhh…!!!!, bufaba el salido vejestorio.

–Don Pricilooo… hagameloooo… el solo imaginarme a ella haciendo eso con sus amigos me dan ganas también de hacerlooo…, -y lo que decía la chica se reflejaba en el sonido que hacían los líquidos entre sus dedos en la chapoteante vagina, líquidos que ya también le salpicaban a Andrea en parte de su cara y en sus cabellos.

–A quien te refieres nenota…!?. –al vejete le encantaba hacer hablar a Karen cuando se encontraba en aquellas condiciones de sensualidad.

–Me refiero a la putonaaaaa…!!!, a la misma yegua que le esta succionando la vergaaaa…!!!! Ohhhhh… don Priciiiii… si no me la mete luego creo que me iré cortada en el aireeee…!!!!, -por cada leperada que mencionaba la muy excitada jovencita su zorrita más se le derretía.

La rubia en tanto mientras escuchaba las soeces palabras de su hija en contra de ella solo se daba a la tarea de mamar, succionar y lengüetear la gruesa tranca palpitante que ella tenía atrapada entre sus bien delineados labios.

En un principio la Andrea lo hacía solo para que el viejo dejara de zurrarla con su cinturón, y luego de haber superado los traumas que le atacaron por verse otra vez en tan infame situación junto a su hija, ahora mientras seguía chupando la gruesa cosota del jardinero y mientras escuchaba todas las peladeces que estaban hablando de ella inconscientemente la iban entusiasmando en la tarea, su rosada hendidura ya no le punzaba sino que ahora era un delirante aguijoneo que sentía en su interior, anhelaba que se la abrieran y que le metieran algo duro para dentro, sumándose a que ahora también veía de reojo el exuberante cuerpo de su hija, fijando a veces su verdosa mirada principalmente en su núbil vagina escasamente peludita, con finos pelitos negros que se llegaban a notarse azules (ß)de tan brillositos y negros que se le veían ante los rayos del sol mañanero, mientras arriba de ella las crudas palabrotas continuaban.

–Ahhhh entiendo…, jejejeje… o sea te están dando ganas de abrirte de patas?, -el viejo a veces no se la creía de estar en aquellas condiciones con dos mujeres de tan alto calibre, una chupándole la verga y la otra masturbándose de rodillas a un lado de su cuerpo dejándose manosear por él.

–Siiiiii… pero yo me abro de piernas… solo para U… Us… Usted…!!! Ohhh… Ohhh…!!!, -gemía la nena al sentir un amenazante dedo del vejete en la entrada de su orificio anal.

–Para mi… y con quien yo lo diga…!!, te queda claro pendeja!?, recuerda que tu eres la putilla y que solo sirves para culear al igual que esta otra yegua… jajajajaja…!!! dilooooo…!!!!

–Siiiiii… don Priciloooo yo soy la putillaaaa… Shhhhhtsss… y solo sirvo para que me culien… al igual que esa otra yeguaaaa…!!!, Ohhhhh…!!! Diosssss…!!! Hagameloooo por favorrrrr…!!!

–Aun no potranca caliente…jajajajaja…!!!, ahora le ayudaras a la putinga de tu madre a mamarme la verga, jajajaja… vamos en 4 patas putillaaaa…!!!, y quiero que mientras una me la succiona la otra me pase la lengua por las bolas…!!!!!

Karen como si ella hubiese nacido para complacer al aborrecible jardinero se lanzó hacia abajo como una desesperada, adoptando la misma posición de Andrea con la única diferencia es que por ahora ella tenía el privilegio de estar desencadenada, libre, y no con el estigma de estar siendo tratada como un mero animal como si lo estaba siendo Andrea, claro que este detalle a la caliente jovencita no le importaba, incluso ya hasta casi lo veía normal, además que ella coincidía con don Pricilo en eso de que ellas no tenían que porque andar poniéndose a culiar por ahí sin antes avisarle a él.

Andrea a penas vio a su hija ponerse a lamer las peludas bolas del viejo aprovechó para tomar un poco de aire, agarrar el nervudo armatoste del viejo y apuntar a los purpuraceos labios de Karen quien se la recibió enfervorizadamente, mientras ella se daba a seguir con la otra tarea, así por lo menos descansaría las mandíbulas ya que le dolían mucho al estar soportando por tanto rato el grosor de la verga del viejo.

Don Pricilo que la lujuria ya casi lo desbordaba se las quería violar de todas las formas posibles miraba como su Karen se daba a la tarea de entusiasmadamente mandarle unas terroríficas succiones a la verga, haciendo sonoros sonidos salivales y de fruición al momento que al ir saliendo a la altura del glande volver a tragársela casi por completo, al viejo le llamaba la atención de cómo la nena al estar tan compenetrada en la tarea igual se daba a mirarlo de vez en cuando con sus ojos azules, para luego cerrarlos, fruncir el ceño y seguir con sus tibias y exquisitas chupadas como si estuviese enojada haciéndolo, mientras la rubia con su tronco más abajo que el de su hija y con su culazo mas levantado por la posición en que estaba se daba a probarle las bolas con sus labios y lengua, ensalivándolas y recorriéndolas todas con su ya casi experimentada boquita, el viejo estaba en el cielo.

El enardecido vejete solo las miraba babeando y con cara de sicópata,

–Así putas baratas… chupenlaaaaa…!!!!!, demuéstrenme que quieren recibir la verga por todo el día… mientras más fuerte me la chupan más me van a querer…!!! Jajajaja…!!!, –Plafffff…!!! –Plafffff…!!!!, -sonaron las dos fuertes nalgadas que recibieron en cada uno de los relucientes culos en un momento en que el viejo se estiró para mandárselas, pero fue Andrea la única que gimió por la fuerte palmada, ya que su aun ardiente trasero a pesar de ya estar nuevamente tomando sus tonalidades naturales este aun lo tenía más que adolorido, sumándose a esto que con las ultimas palabrotas emitidas por el aprovechador jardinero ellas las dos por igual mas fuerte comenzaron a succionársela con sus labios bien apretados para demostrarle que lo querían.

A estas alturas de la mañana nuevamente en el patio de los Zavala las dos majestuosas hembras ya hervían de calentura, y los motivos eran obvios, si bien Andrea solo en la noche anterior se había comido dos vergas distintas por el culo y por la zorra, los largos años en que su homosexual marido la había tenido en veda la habían convertido en una autentica bomba de erotismo puro y verdadero tal como había detonado en la casa de don Sandalio, mientras que su hija por su lado estaba en la mejor edad en que una hembra despierta a los deseos de la carne para ponerse a culear a la hora que se lo pidieran, y había sido don Pricilo el afortunado macho quien al ya haberse percatado del nivel de sensualidad que emanaban ellas por cada uno de sus poros él se encargaba muy bien de explotar los calenturientos deseos de sexo en que ambas mujeres caían con solo darles un primer empujoncito.

En eso estaba la pareja de a tres cuando empezó a sonar el teléfono del jardinero quien totalmente emocionado y con lágrimas de calentura en sus enrojecidos ojos se dio a contestar la llamada deseando que esta fuera por el encargo que había realizado, y tras comprobar que esto así era simplemente les quitó su verga a ese par de guarrillas que por la forma en que chupaban y lamían le daban a entender que ya estaban entregadas para lo que fuera.

Karen se puso rápidamente de rodillas limpiándose su boca con su bracito mientras Andrea que seguía encadenada no tuvo más opción que continuar en 4 patas, por su barbilla escurrían gruesos cordones de saliva mezcladas con mocos del viejo.

–Tranquila par de trolas, jejejeje que esto recién comienza… Tu putilla, yo iré a recibir un encargo que hice hace un rato, cuida que esa otra puta no se me vaya a escapar, aunque lo dudo, jejejeje… pero no está demás estar vigilándola, mira que si nos descuidamos se nos puede largar a culear quizás con quien, jejejeje…

Andrea al caer en cuenta de cómo el vejete se burlaba de ella y todo por culpa de ese asqueroso viejo de don Sandalio que la había engatusado para llevársela hasta su casa, ella igual sabía que nada bueno ocurriría ya que cuando el vejete había hecho la llamada había sido en el momento en que mas enojado había estado con ella. La voz de su hija la saco de sus certeros planteamientos.

–Pero don Pricilo… para donde se va a ahora…!?

–Tranquila putita… tu tranquila…, si quieres ve a buscar una botella de whisky con dos vasos para que disfrutemos del espectáculo, yo me rajo con los cigarros… jajajaja…!!!!! Voy y vuelvo, -les dijo finalmente el vejete una vez que estando ya de pie se guardó la verga y se iba en dirección hacia la parte principal de la casa.

–Y que se la habrá ocurrido ahora…!!??, -le consulto Andrea a su hija en un momento en que se le bajó un poco la calentura.

–No lo sé… esperemos a ver…, mientras iré a buscar la botella que me pidió don Pricilo…

–Nooooo…!, Karen…!, por favor no me dejes sola…!!, presiento que nada bueno me va a ocurrir desde ahora…!!!, -La hembra aunque estaba muy caliente a estas alturas también estaba muy asustada, ya que el viejo había sido claro que los azotes en su trasero solo habían sido la antesala de lo que verdaderamente le iba a suceder.

–Andrea no seas tan dramática… no creo que a don Pric…

Ambas mujeres quedaron atónitas cuando el viejo Pricilo con una aborrecible sonrisa hacía nuevamente su aparición con el famoso encargo que había hecho, fue en este momento en que una horrorizada Andrea confirmó que este viejo asqueroso era un verdadero enfermo mental, ya que no hacía falta pensar mucho para adivinar cuales eran las desequilibradas intenciones del perverso vejestorio, y la rubia sabía que ella era el objeto para llevar a cabo aquella aberración.

–Nooooo…!!!, don Priciloooo yo no haré esooooo…!!!!, eso si que no lo hareee…!!!!, -le exclamó con cara de desquiciada desde su posición y temblando de asco y medio,

–Jajajajaja…!! Si lo harás perraaaaa…!!! Acaso no es lo que a ti te gusta…!!??, jajajaja…!!!!

Karen por su parte también estaba choqueada por lo abominable de todo lo que estaba sucediendo, por lo que asimismo se dio a oponer resistencia,

–Pero don Priciloooo…!!, que es esoooo…!!??, -le consultó de pronto casi en las mismas condiciones en que se encontraba su joven madre, los ojos de las nena automáticamente se bañaron en lágrimas debido al miedo y al horror.

–Jajajajajaja…!!!! Les presento a Nosferatus…!!!! -el viejo había llegado a dos metros de donde estaban ambas mujeres desnudas con un tremendo perro que más se parecía a un león que a un can de alguna raza conocida.

Tanto Karen como Andrea comenzaron a temblar de pavor, el perro que les traía don Pricilo era inmenso y las miraba a cada una de ellas con una tremenda y rabiosa mirada enrojecida que solo les demostraba una bestial ansiedad por morderlas y de comérselas vivas. Además de quizás que otro tipo de monstruosidades, según había pensado Andrea apenas lo vio, ya que de cada costado de su alargado hocico poblado de grandes y filudos colmillos caían abundantes cantidades de espuma mezclada con una saliva espesa y semi amarillenta demostrándoles a las horrorizadas mujeres su nivel de ferocidad.

Pero lo que aterraba a Andrea en aquel momento era que desde que el enfermo mental de don Pricilo se había plantado con semejante animal delante de ellas, vio como a este por debajo de su musculoso y grueso cuerpo cuadrúpedo que a cada momento con fuerzas intentaba abalanzarse hacia ellas se le iba asomando una tremenda cosa larga y roja, bien gruesa y que terminaba en una extraña punta, sumándole que además que la semejante y canina longaniza no paraba de botar una gran cantidad de mocos transparentes por cada rápida pulsación que hacía instintivamente al saberse estar cerca de tan atrayentes y deliciosas mujeres.

Karen sin embargo solo se imaginaba que ese siniestro animal literalmente las despedazaría a mordiscos para luego comérselas a cada una de ellas.

Fue don Pricilo quien la sacó a medias de aquel interrogante imaginario,

–Tu putilla…!!!, hazte a un lado que la cosa aquí no es contigo, o al menos no por ahora, siempre y cuando te sigas portando bien… jajajaja…!!!!, -le dijo el obeso jardinero a Karen quien salió disparada y gateando a 4 patas para ponerse a salvo.

El caliente animal con solo ver aquel voluptuoso y joven cuerpo femenino de cabellos azuladamente negros moviéndose en señal de escapatoria tal como lo hacen las hembras de su especie, este se llegó a parar en dos patas con la instintiva intención de ir a cruzarse con ella, para la su suerte de nuestra bella jovencita el viejo tenía fuerzas y lo tenía bien agarrado de su cadena por lo que le impidió al caliente animal realizar el antinatural apareamiento.

A Andrea se le había ido hasta el habla, solo se mantenía enganchada en su cadena y puesta en 4 patas mirando a don Pricilo gesticulando con sus rosados labios sin saber que palabras ocupar para hacer entrar en razón al desalmado vejestorio.

Karen ya a salvo detrás de la robusta mesa color café oscura que había quedado volteada y que en aquel momento le servía de trinchera, se dio a ahora por fin interceder a favor de su madre,

–Don Pricilooo…! Nooooo…! Sniffsss…! ese perro la va a destrozar a mordiscos cuando se la esté comiendo…!!! Sniffssss…!!!, -le pedía la nena al viejo entre medio de lloriqueos,

–Jajajajaja…!!!, Tú no te preocupes pendeja…!!!, Nosferatus está entrenado solo para lamer conchas y culear con mujeres hasta quedarse pegado a ellas por casi hasta una hora, jajajajaja…!!!!

–O sea… no se la comerá…!?, -le consulto Karen ahora de rodillas en el pasto y limpiándose las lagrimas de su cara, su ardiente mente en el acto también se puso en alerta en aquellas lujuriosas palabrotas: “Nosferatus está entrenado solo para lamer conchas y culear con mujeres hasta quedarse pegado a ellas por casi hasta una hora, jajajajaja…!!!!…”

–No lindura…!, continuo diciéndole el vejete, –Como serás de estúpida…!?, si es todo lo contrario…!!!, una vez que Nosferatus esté bien montado sobre ella hasta la hará bufar de placer con las tremendas cogidotas que le pondrá, jajajaja…!!!, en tanto que la muy puta de tu madre se acostumbre a su verga y se queden pegados ella también lo disfrutará… jajajajaja…!!!!, no es una maravilla…!!???, si capaz que hasta la deje preñada de una docena de perritos con las energías que tiene este maravilloso ejemplar… jajajajaja!!!!!

En la acalorada mente de la jovencita seguían pasando fugazmente miles de imágenes, o sea, a su atractiva madre la iban a poner a culear con un perro!?, se preguntaba ahora y aun algo escandalizada, mientras que Andrea con la sangre hirviéndole en sus venas de ira y con ganas de pararse e ir ella misma ahora a zurrarse a ese viejo desgraciado y pervertido por las desnaturalizadas intenciones que pretendía en que ella cayera con el tal Nosferatus solo se mantenía arrodillada haciendo miles de esfuerzos con sus dos manitas para arrancarse el collar de perra desde su cuello para luego ir y encarar al desequilibrado vejete, pero sus esfuerzos eran inútiles, su cadena estaba muy ajustada, o sea, con cero posibilidad de escapatoria. En eso vio con pavor como el vejete tironeando de la cadena del diabólico can se comenzaba a acercar a ella, por lo que se dio a oponer la mas férrea resistencia para no dejarse hacer, la tirantez de la cadena le recordaba su estado de perverso cautiverio.

–Nooo…!!!! no…!!!, no…!!, no…! yo no haré esoooo…!!!, ahora sí que no le seguiré la corriente viejo desgraciado…!!!, -se atrevió a decirle Andrea finalmente con una mirada desafiante y al borde también de ponerse a vomitar por ya estar graficando en su mente las espeluznantes imágenes de lo que ese asqueroso hombre pretendía hacer con ella si es que ella misma no le ponía un atajo.

–Cállate perraaaaa…!!! y ahora ponte en 4 patas que a partir de este día serás la hembra de Nosferatus, jajajaja, -le dijo el vejete ya muy cerca de su cuerpo, –Además te aviso que este enérgico can ya es parte de la familia y serás “TÚ” quien deberá atenderlo en todas sus necesidades y posiciones, jajajaja…!!!, y todo por haberte comportado de una forma tan puta… tan zorra… y tan perra para tus cosas, y agradece que no habían caballos, jajajajaja…!!!! Así no te quedarán ganas para que nunca más salgas a prestar la zorra por los callejones o por las pocilgas sin preguntármelo A MI PRIMERO…!!!!, – le dijo recargando su voz en las últimas palabras de su perorata.

En eso el desequilibrado jardinero se comenzó a ubicar peligrosamente por detrás del dorado cuerpo de nuestra rubia con el feroz y enardecido animal que ya gruñía de desesperación al tener al frente de su vidriosa mirada de bestia en estado de celo el cuerpo bien moldeado de una mujer humana, cuerpos que al él muy bien le habían enseñado a ensartar, y aunque no me la crean, o aunque esto suene irreal y poco creíble, semejante animal instintivamente sabía que la hembra que lo esperaba encadenada estaba realmente más que buena.

–Ya te dije zorraaaa…!!!, en 4 patas que Nosferatus te va a convertir en su perra, jajajajaja…!!!

–Nooooo…!!!, -fue lo único que atinó a gritar Andrea sabiéndose ya perdida al ver que el perro aun sin montarse ya hacia movimientos coitales y culiatorios, –Karen por favor ayúdame…!!! Dile algoooo…!!!!, -le exigía la madre a su hija para que esta última se manifestara en su favor.

Pero la joven ninfa en su ardiente y algo degenerada mente ya graficaba la posición en que Andrea debería ponerse para cruzarse con Nosferatus, según había dicho don Pricilo, como también ya creía ver los fuertes e instintivos movimientos de acople que haría el rabioso perro cuando este ya esté montado por detrás intentando quedar pegado con aquella voluptuosa hembra que le habían escogido, y como si las últimas palabras de ayuda que le había dicho su progenitora no las hubiese escuchado, la nena dándose la vuelta y siempre a 4 patas se fue en dirección a la casa para simplemente decirle,

–Lo siento Andrea… creo que voy por la botella de whisky y los dos vasos que me pidieron… -Mientras gateaba deliciosamente por el pasto con su azulado cabello negro cayéndole por un lado de su carita fácilmente se podía ver también que desde su conchita ya se filtraban abundantes destilamientos de jugos vaginales debido a la inmensa calentura que sentía su cuerpo por todo lo perverso y oscuro que estaba ocurriendo en su patio y sobre todo… por lo estaba por ocurrir.

La muy escandalizada rubia ahora que se vio sola en el campo de batalla, o mejor dicho en el jardín de su casa, se quedó mirando a don Pricilo con espanto percatándose que el demente vejestorio ahora ya estaba a solo un paso de su posición y que con fuerzas contenía al enajenado animal con el cual pretendía que ella se reprodujera, y justo en el momento en que el vejete tironeaba a Nosferatus hacia la parte trasera de la rubia para que este se le montara, Andrea que no estaba para ponerse a llorar ni estupideces parecidas rápidamente recurrió a la parte débil del vejete y que no se le había ocurrido antes.

Hincándose y volviéndose hacia donde estaba el enardecido viejo rápidamente se atrevió a hablarle intentando verse lo mas entera posible, ya que recordaba que a don Pricilo le gustaba cuando ella adoptaba esa posición…

–Don Pricilo…!, está bien…!! está bien…!!!, -la hembra al instante cayó en cuenta que algo de razón tenía en sus planteamientos ya que el viejo por unos momentos se contuvo en su demencial tarea para escuchar lo que ella tenía que decir, Andrea siguió con su táctica, –Solo escúcheme unos segundos… cálmese un poquito… sabe…?,

El viejo que estaba que se corría al ya estar deseando ver la función de apareamiento “can v/s woman”, y tras verla ahí hincada en el pasto con sus grandes tetas brillando al sol, con las líneas de su figura formando unas caderas amplias y relucientes de suavidad acompañadas de una cintura estrecha pero a la vez llena de carnes doradas que daban paso a un vientre plano y libre de imperfecciones, y que al seguir bajando con su desequilibrada mirada en donde ya veía aquellos preciosos bellitos dorados que escasamente adornaban el nacimiento de su pelvis y que estos se perdían al intimo interior del medio de unos firmes y poderosos muslos doblados, cayó en cuenta de lo débil que estaba siendo con esa guarrilla rubia pero que se gastaba un cuerpo despampanante, por lo que solo se dio a contestarle de la forma más ordinaria y pelada que se le venía a la mente al haber sido interrumpido en tan infartante tarea,

–Yo no tengo nada que escuchar… rubia conchetu…, -pero la hembra no lo dejo terminar su tan característico garabato y lo dejo perplejo con la idea que ahora le exponía…

–Negociemos…!!!, -le exclamó Andrea cortándole de una la leperada, dejando salir de sus labios aquella melodiosa palabra que era tan mágica para los oídos de don Pricilo.

La rubia lo vio quedarse casi estático ante tan tentadora oferta, si hasta veía desde su posición en donde la tenían encadenada que un par de metros más atrás hasta la imagen desnuda de David de “Miguel Ángel” le parecía que estaba atenta y esperando la respuesta del vejete.

Negociemos…!!!!, se gritó don Pricilo para sus adentros, y negociar con la rubia al él le encantaba, y así mismo lo notaron Andrea y David de “Miguel Ángel” ya que ambos creyeron ver que en los ojos del vejete se le dibujaron un gran signo $ en cada uno de ellos.

–Jejejejeje…!!, pero mira que eres buena estratega al momento de defender tus cositas rubita, jejejeje, -le decía aborreciblemente y ahora siendo él quien buscaba congraciarse con aquella desnuda hembra que lo miraba fijamente a sus ojos, a la misma vez que tironeaba a Nosferatus que había estado solo a segundos de soltarlo para que el hiciera con la rubia la excitante tarea de apareamiento para la que había sido adiestrado. –Así que quieres negociar con el buen Pricilo?, pus negociemos mi reina…

–OK… Ok…, -dijo con alivio la temerosa hembra, –Pero antes aleje a ese asqueroso animal de mi lado…

–Mmmm… pus Noooo…!, si vamos a negociar lo haremos aquí tal como estamos, porque si veo que a mí no me conviene, no me quedara más opción que verte culear con Nosferatus, jejejeje…

–Está bien…! está bien…! como Usted quiera…! solo escúcheme…!!, si me promete que no me obligará a realizar la vejación que pretendía estoy dispuesta a este mismo lunes llamar a mis abogados para reestructurar sus ingresos desde mis ganancias…!, -le soltó la rubia a la vez que lo miraba penetrantemente con sus hermosos ojos verdes.

–Mmmm… Ahhhh…!? pero mira que interesante, jejejeje, y de cuanto estaríamos hablando rubia…?, pero antes de decírmelo piensa en la pendejada que me hiciste, lo que es justo es justo primor, jejejeje…

La desnuda y encadenada rubia al instante se llevo sus uñitas a los labios en señal de sopesar los pro y los contras, de lo que ella había hecho mal y de lo que el viejo ahora pretendía que hiciera ella a modo de castigo por la falta, sopesando también que ella a lo mejor tenía la culpa de todo por haberse dejado a que se lo hicieran siendo que ya tenía un trato con el vejete, se decía intentando pensar lo más rápidamente posible y en forma equitativa para ambos y con la finalidad de que este no se arrepintiera de negociar.

Hasta que cuando ya tuvo algo en claro se dio a pactar comercialmente.

–Habíamos quedado en un 5% de las ganancias de mis acciones… que le parece un 8%…, -Le ofreció Andrea en forma inquietante ya que el rabioso animal casi la estaba olfateando de tan cerca que estaba de ella, pero el viejo que no era tonto y sabía que esta era una excelente oportunidad para aprovecharse de la situación estaba dispuesto a sacarle el máximo beneficio económico.

–Mmmmm… NO, creo que no me conviene… que tal un 15% y cerramos el trato de una… jejejeje, -Don Pricilo, como ya se dijo, era consciente que no podía excederse en sus requerimientos ya que estaba más que claro que la rubia contaba con los asesoramientos legales de un prestigioso estudio jurídico, o sea que si le pedía la totalidad de sus ingresos estos mequetrefes de terno y corbata podrían ponerse en alerta y dar aviso a las autoridades además que sabía que si un 5% había sido un excelente negocio, ahora con un 10% ya en su vida podría gastarse todo ese dinero, pero había solicitado un 15 por si la rubia se le ponía tacaña, y que lo más seguro era que así sería, al menos eso era lo que había meditado el afortunado ex jardinero.

–Un 10% y nos olvidamos del asunto, -le rebatió Andrea ahora mirándole la asquerosa verga al peludo animal que por mas que la miraba este mas botaba líquidos desde su roja cosota. La hembra toda escandalizada se daba fuerzas para negociar con aquel infame y degenerado jardinero.

–Ponle un 12% y no pienso bajarme más rubia, jejejeje…, -le exigió ahora el viejo haciendo fuerzas para contener al animal que ahora ya estaba casi desesperado por montarse instintivamente sobre ese potable cuerpo femenino que parecía estar esperándolo para cruzarse con él.

–Hecho…!!!, le exclamó la mujer, –Ahora saque esa bestia de mi patio…

–De nuestro patio rubia… o acaso ya se te olvidó quien es el hombre de esta casa…, jejejeje… pero no tan rápido mi putinga buena para la verga, aun debemos discutir las condicionales de este nuevo acuerdo, jejejeje…

–Condicionales!?, pero si acabamos de cerrar un negocio!, -Andrea no entendía a que se refería el vejete con eso de las condicionales.

–Cállate zorraaaa…!!, yo aun no doy por terminado la transacción…!!!, y si me da la gana te hago culear a la fuerza con Nosferatus y a puras patadas en la zorra te hago traer a tus abogados para que me regalen todo tu dinero, jajajajaja…!!!!, entiendes ahora cuál es tu situación…!!??

–Ok…Ok… que más quiere de mí…, -fue lo único que atinó a decir la descolocada ninfa por el temor que sintió con solo imaginar que el viejo se podía arrepentir en cualquier momento.

Mientras esto ocurría en el sector de donde se estaba llevando el acuerdo comercial entre la rubia encadenada y el aprovechador jardinero, dos minutos antes Karen con su corazón latiéndole a mil debido a una extraña nerviosidad ya venía de vuelta de la cocina con la botella de whisky y dos vasos, ahora lo hacía de pie y caminando totalmente encuerada y descalza, meneando exquisitamente su cintura, su jaspeado triangulito de pelitos negros y crespos que poseía mas debajo de su vientre se le veía alucinante, ya eran pasada las 10 de la mañana y lo más extraño de todo era que ninguno de los tres sentía sueño.

La nena estaba por llegar a ellos justo en el momento en que la rubia le estaba mencionando la palabra mágica a don Pricilo, por lo que se quedó paralizada justo al lado de la imagen desnuda de la copia en estatura humana de David de “Miguel Ángel”, cayendo en cuenta en el acto que aquella viciosa función de ver a una hembra estupenda siendo abotonada por un tremendo perro tan fibroso como rabioso sencillamente se había ido a la mierda, inconscientemente dejo caer la botella y los vasos de sus temblorosas manitas.

Karen aun estaba más que excitada, así se lo hacía saber su destilante panocha sumándose al tremendo nudo en el estomago que se la había formado con tan lujuriosas imaginaciones, su perversa calentura en aquellos momentos había llegado a límites casi intolerables, su vagina la traía afiebrada más que nunca y estaba punzándole a mil por hora por lo que había imaginado que presenciaría, y a sabiendas que no habría ningún tipo de función extra programática, y que su macho en esos momentos estaba más desbordado por la codicia que por la calentura no le quedo más remedio que comenzar a mirar que era lo que tenía disponible, vio a Nosferatus con su verga chorreante de semen transparentemente canino y cuando ya su desequilibrada mente estaba comenzando a analizar la posibilidad de tal vez ponerse en 4 patas y ofrecerse ella misma en cumplir con el castigo impuesto hacia la puta de Andrea y que ahora la muy zorra no quería consumar, fue en eso que su azulada mirada tropezó con la inerte verga de David de “Miguel Ángel” la cual en forma inexplicable la encontró tentadoramente preciosa.

Esto amigos míos fue el colmo de lo poco creíble para muchos pero ardientemente excitante para nuestra perdida Karen, ya que mientras la otra pareja se daba a negociar, a ella sin importarle nada se vio en la desesperada necesidad de aferrarse a la fría estatua de mármol para poco a poco ir acomodando sus muslos delante de esta y ubicar su ardiente y goteante fisura femenina justo a la altura de la verga dura e inerte, para comenzar a puntearla y a refregarse contra esta.

En tanto Karen gradualmente iba tomando velocidad en sus movimientos de caderas, arremetiendo y ondulando como si de verdad estuviese culeando con la estatua de tan noble piedra, la compenetrada pareja solo se daba a negociar, totalmente ajenos a lo que estaba haciendo la enajenada y caliente chiquilla a unos cuantos metros de donde estaban ellos.

–Bien… entonces quedamos en un 13%…, jejejeje…!, -estaba diciendo el vejete,

–Como que un 13?, si habíamos acordado solo un 12…, -le reclamo la rubia al instante,

–Pus… yo escuché un 13…!!!!, le gritó el vejete con ferocidad,

–Bien…!, bien…!, que sea un 13%…, -otorgo la desnuda hembra,

–Mmmmm… así me gustas mi rubia buena para abrirse de patas, jejejeje… entonces cerramos en un 14?

–Oiga no sea fresco…!!, -la dorada mujer ya pensaba en que tendría que seguir subiendo su oferta.

–Jejejjejje… tranquila putona era solo una broma…!, entonces un 13% y que no se hable más, pero debes entender que a pesar del excelente trato que me has ofrecido yo no puedo dejar pasar por alto la estupidez que cometiste… imaginas como se deben estar riendo el Sandalio con Silverio…, lo imaginas?,

–Si… si lo entiendo… pero entonces que más quiere que haga…!?

–Mmmmm… debo pensarlo, por lo pronto puedes estar segura que Nosferatus no te tocara ni un solo de tus pelitos dorados…

–Y los de mi hija tampoco…!, -le exigió Andrea pensando también en la seguridad de Karen.

–Jejejeje… no seas fresca, eso lo debe decidir solo ella… pero no te preocupes… Nosferatus era solo para ti, ahora la cosa puede cambiar si alguna de las dos se manda otra pendejada de similares características…

–O sea… no se los va a devolver a sus dueños?, -le consultó la rubia algo extrañada.

–De que mierda me hablas putaaa…!?, si ahora nosotros tres somos los dueños de Nosferatus, jejejeje… así que desde ahorita se queda a vivir en esta casa, lo dejaré permanentemente en el antejardín como una forma de asegurarme de que ninguna de las dos se me arrancará a coger cuando yo salga a ver mis asuntos, Jejeje, ya que si lo intentan, será Nosferatus quien se las culie primero, jajajajaja…!!!!

–Pero… pero… -Andrea no estaba de acuerdo para nada que semejante animal se quedara en su casa, pero que le iba a hacer?, si había sido el mismo viejo quien por fin y a correazo limpio la había hecho entender de que ahí era él quien en forma definitiva mandaba en todo sentido.

–Así que nada de peros putita… Nosferatus se queda y punto, y espero que no se te olvide que no estás autorizada a abrirte de patas para ponerte culear con nadie sin antes decírmelo a mí primero, verdad?

–Si don Pricilo… me quedó claro…!!, -dijo la rubia a la misma vez que ahora devolvía su mirada al pasto volviendo a adoptar una actitud más sumisa que la de hace un rato.

–Dime la frase completita para que a nadie le queden dudas, jejejeje…

La desnuda Andrea sabía que no le quedaba más opción que seguirle el juego a ese asqueroso hombre por lo que se dio a dejar salir de sus labios las leperadas que le estaban exigiendo decir, poco a poco los nervios que sentía por estar viviendo tan enajenada situación iban tomando nuevamente posesión de sus sentidos.

–OK… se lo direeee…, -respondió de pronto, y junto con tomar un poco de aire se dio a decirle al vejete lo que él quería escuchar, –Yo no estoy a… au… autorizada para a… abrirmeee de p… patas y ponerme a c… culear con nadie sin antes c… con… con… sultárselo…, e… está bien así…?, -le preguntó finalmente mirando hacia el verde pasto y casi muerta por la vergüenza.

–Jejejejeje… Si, así está bien… por ahora te quedarás aquí encadenada por toda la tarde para que medites, yo me voy a estar chingando a tu hija por todos sus hoyos adentro de la casa mientras pienso en cual será tu castigo por ser tan zorra para tus cosas, jejejeje…

Una vez que el viejo Pricilo dijo lo último y cuando ya se proponía a ir a soltar a Nosferatus al antejardín de la casona su desequilibrada mirada dio con los infernales movimientos copulatorios que hacía Karen con la estatua que ornamentaba el elegante jardín, en forma automática sintió que su verga de tres nudosos saltos le quedó nuevamente bien parada y más dura que la macana del capitán cavernícola ante tan escalofriantes y escandalosas imágenes.

–Pero que chuchas está haciendo esta pendeja endemoniada…!!??, -se preguntó por lo bajo como a su misma vez se le caía la legua y con sus ojos casi saliéndoseles de sus orbitas. Andrea llevó su mirada a la misma dirección en que estaba viendo babear y decir peladeces a don Pricilo, ella también quedo impactada.

–Diossss…!!!, creo… creo que se lo está haciendo con la estatua… Don Priciloooo por favor haga algooo…!!!, -exclamó la rubia con sus ojos verdes que también casi se le salían debido a los firmes y satánicos movimientos copulatorios que hacía su hija contra la estatua de mármol.

–Jejejejje… si mira nada más que ardiente está la pendeja, siempre supe que esta guarrilla heredó de ti lo muy putilla que es para sus cosas cuando se calienta, jejejeje, y claro que haré algo rubia… mira lo que hago…

El viejo junto con dejar encadenado a Nosferatus en un rincón más alejado de la escena en donde se estaban sucediendo los tan acalorados acontecimientos, casi en puntillas se dirigió al lugar en donde Karen con sus ojitos cerrados y con la punta de su lengüita asomándosele por un costado de sus purpuraceos labios en donde estando bien abrazada al frio mármol hacía sus alucinantes movimientos de caderas contra la dura verga de la escultura renacentista, a veces también subía uno de sus muslos de la misma forma en que lo suben las mujeres cuando están punteando rico.

Desde su posición su desnuda madre vio como el viejo jardinero llegó hasta el lugar en donde se llevaba a cabo la tan afiebrada sesión masturbatoria con la única finalidad por parte de este de ir a buscar la botella de whisky y los dos vasos que estaban tirados en el suelo para luego volver al lugar en donde lo esperaba ella.

–Esta pendeja sí que es una verdadera abominación… te das cuenta!?, si se comenzó a culear ella sola mientras nosotros arreglábamos nuestros asuntos… es una degenerada… una sinvergüenza… si ni siquiera le interesa que la estemos mirando… jejejeje, -le decía el viejo a una escandalizada Andrea mientras le servía un buen trago de licor para después servirse uno para el mismo.

–Aun no lo puedo creer…, -dijo Andrea a la misma vez que se llevaba en forma temblorosa el vaso a sus rosados labios bebiéndose más de la mitad de su contenido, la rubia también casi ya no le tenía vergüenza al vejete, ya que hablaba con él estando totalmente encuerada, y por la forma tan desenvuelta en que platicaban esto no parecía importarle ni incomodarle en lo mas mínimo.

En tanto la lujuriosa muchachita estaba dando su vida en la ardiente cacha que según ella se estaba mandando con la imagen de David de “Miguel Ángel”.

El duro mármol que daba la forma a la verga en consecuencia de las fuertes fricciones vaginales ya estaba tibio tirando para caliente y chorreando de íntimos líquidos femeninos que también corrían por las piernas del afortunado hombrecillo de piedra, mientras que desde los labios de la nena caían gruesos hilillos de saliva lo que demostraba a quien la viese lo muy rico que estaba sintiendo al estarse mandado semejante faja.

La rubia y el viejo miraban casi sin pestañear determinando ambos por su lado que las crudas imágenes masturbatorias y de irreal apareamiento eran casi pornográficas debido al empeño que le ponía la nena, veían que sus movimientos eran tan carnales y lascivos que nos le quedó más remedio que dejarla y que hiciera lo que a ella se le viniera en gana con la estatua para no crearle algún tipo de trauma psicológico-neuronal a futuro si es que la jovencita llegaba a quedar insatisfecha.

Andrea no supo en qué momento su dorada hendidura ya la tenía chorreando de calientes caldos vaginales, además que el viejo descarado de don Pricilo ni se la había pensado para empelotarse a un lado de ella y comenzar a masturbarse como desesperado sin dejar de mirar los arremetedores meneos de caderas que hacia el potente cuerpo de su propia hija, la ex postulante a universitaria, su mente lentamente ya comenzaba a perderse, y menos fue consciente de cuál fue el minuto en que ella ya abiertamente se sobaba las tetas y se refregaba su vagina siendo testigo del candente espectáculo que les estaba regalando Karen.

Fue en ese momento en que ambos degenerados, que se estaban masturbando a costillas de la dulce criatura, fueron espectadores que ante los fieros movimientos copulatorios que hacia la nena y al perder el equilibrio debido a estos por querer sentir más rico aun, con estatua y todo fue a dar al suelo en donde afortunadamente no se hizo ningún tipo de daño.

Ambos vieron que una desesperada Karen junto con ponerse de pie, levantó la imagen y ubicó la cabeza de David contra la baranda de la piscina dejándolo en diagonal y en una posición ideal para ella montarse arriba de él, lo que hizo casi sin pensarlo, tras subir uno de sus poderosos muslos se impulsó y se fue acomodando para quedar como ella quería y una vez que ya estuvo encaramada se podía apreciar que sus piececitos quedaron en el aire, el vejete con la rubia vieron el preciso momento en que ella al subir una de sus piernas les mostró a los dos y en todo su esplendor toda la abertura rosada de la parte más intima de su persona, ambos se miraron en aquel momento para luego de tragar saliva seguir mirando el espectáculo.

–Mira nada mas lo que se le ocurrió ahora a esta furciaaaa…!!, se propone a cabalgar a esa estatuilla con cara de mariconnnn…!!!!, -bufó el vejete sin dejar de masajearse la verga como un verdadero enajenado.

–E… Es… D…Da…David d… de… M… Mi… guel A… An… Ángel…, -le explicaba la rubia tartamudeando y sin dejar de refregarse su aurea vagina con la yema de sus dedos, y con sus ojos verdes ansiando ver que su hija comenzara a galopar al desnudo aquella copia de la renacentista imagen de mármol.

El morboso vejete no queriéndose perder ninguna parte de la diabólica galopada que ya se proponía a regalarles la lujuriosa jovencita llenó un vaso de whisky y encendió un cigarrillo, para luego de eso desencadenar y ubicar a la rubia en una posición en que ella tampoco se perdiera detalle alguno pero que a la misma vez le estuviera chupando la verga, y la hembra que a estas alturas estaba tan caliente como una locomotora recién llegada a destino no se hiso de rogar para nada, en forma casi desesperada agarró la gruesa y goteante verga del vejete y prácticamente se la atravesó en la boca succionando y chupando fuerte, para luego quedarse con la boca llena de verga salada esperando y mirando de soslayo el momento en que su hija iba a comenzar la ardiente galopada, todo sin dejar de chupetear grueso apéndice de don Pricilo.

A los 10 minutos de aquellos acalorados momentos el trió estaba cada cual en la suyo, mientras Andrea mamaba una tranca de carne caliente y salada estando más preocupada de lo que sus ojos estaban viendo que de lo que estaban succionando sus labios, con el viejo babeando, fumando y también bebiendo mientras la chupaban la verga ambos dos se enfermaban de la mente viendo como la dulce niña de la casa se estaba culeando a una inerte estatua de mármol con ella montada sobre esta emitiendo unos suaves ronroneos femeninos desde que sus tiernos pliegues vaginales se habían posado sobre la dura pero a la vez suave verga de piedra, poco a poco y minuto a minuto, estos exquisitos murmullos de placer se fueron transformando en gemidos algo más que lujuriosos, en tanto que a la misma vez sus suaves jadeos del principio iban dándole forma a una delirante y abierta cabalgada amazónica cuyos efectos hacían que todo su cuerpo se le estremeciera en alucinantes sacudidas femeninas que terminaban con excitantes exprimiciones de vagina por sobre la ya muy mojada verga artificial que enloquecían a la nena quedando esto demostrado con sus gritos y alaridos de calentura.

Lo anterior fue el colmo de lo lujurioso para el ya más que recaliente vejete que junto con lanzar el vaso y el cigarro hacia cualquier parte le quitó su verga a la rubia para luego decirle,

–Yo le enseñaré a esta guarrilla como se culia de verdad, -Andrea vio la enfermiza expresión que había adquirido la cara del jardinero, el brillo que predominaba en sus ojos era de autentico vicio, se decía para ella misma arrodillada y sin parar de masturbarse, la hembra estaba tan caliente que ni siquiera reclamó nada cuando sintió el clic de la cadena, nuevamente la dejaban en la misma condición que un mero animal.

Hasta que a la rubia se le acabaron sus dudas, el vejete había ido a buscar la gruesa mesa que poco a poco también ya iba tomando protagonismo en todo este lujurioso y calenturiento drama pasional la cual el viejo ubicó justo al frente de ella y debajo de una gran sombra de uno de los arboles, para luego dirigirse hacia donde estaba Karen culeando como una verdadera enajenada con David de “Miguel Ángel”, lo cual fue el acabose sexual para la ardiente chiquilla ya que el viejo sin ningún tipo de consideración ni aviso alguno la tomó fuertemente de sus azulados cabellos para prácticamente extraerla de donde estaba ella moviéndose y arrastrarla hasta el rustico mesón de maderos milenarios.

Karen por su parte casi no se dio ni cuenta de todo lo que estaba sucediendo ya que aparte de solo sentir un fuerte jalón en sus cabellos de pronto se vio ubicada y tendida sobre la mesa de madera que antes le había servido de trinchera y que ahora misteriosamente estaba ubicada a un lado del esbelto cuerpo de su progenitora quien aun se mantenía desnuda, encadenada y masturbándose sin quitarle sus verdosos ojos de encima.

La nena viendo que el obeso cuerpo de don Pricilo también se estaba subiendo a la mesa con sus bamboleante verga bien parada y chorreando líquidos a diestras y siniestras, cayó en cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir, por fin se la iban a culear, la rubia por su parte quiso saber que iba a pasar con ella ya que ante tan ardientes acontecimientos ella también quería ser partícipe de lo que ahí estaba ocurriendo.

–Don Pricilo… y a mí… también me lo hará luego!?, le consultó de la misma forma en que lo haría si le estuviese pidiendo un favor justo en el momento en que el vejete ya esta agarrando su verga para metérsela a su hija.

El vejete se la quedó mirando por algunos segundos y luego de meditarlo le contestó,

–Pus Nooo…!, por ahora no eres digna de mi verga puta asquerosa, que te hayas salvado de cruzarte con Nosferatus no es significado que me haya olvidado de tus puteadas, así que solo confórmate con mirar y refregarte tu inmunda concha que aun tiene restos de mocos de ese par de hijos de puta con los que te revolcaste anoche, jajajaja…!!!!!

El excitado vejete junto con decirle lo ultimo y sin prestar más atención a los ardientes requerimientos de su socia comercial le dio tres jalones a su verga la cual la tenía tiesa y bien parada ya que esta por cada jalón saltaba como resorte sin perder ni una pizca de dureza y enervamiento, y así se los demostró a su joven pareja de apareamiento quien lo miraba con sus ojitos entrecerrados esperando a que el viejo se lo hiciera.

Karen a sabiendas que ya no había nada más que esperar ella solita fue abriendo sus piernas a la misma vez que también en forma desmesurada iba recogiendo sus muslos para ponerse en posición mostrándole a su macho su más intima femineidad, ante esto y ante el viejo aparecieron en toda crudeza aquellos exquisitos labios vaginales que increíblemente se notaban bien cerrados como apretados producto de las continuas contracciones coitales que hacia su dueña debido a las tremendas ansias que sentía por verse ensartada.

Don Pricilo que ya estaba que vomitaba de tanta calentura se los veía rosaditos y bien brillantes por los continuos flujos íntimos que ella soltaba desde la zorra sin ni siquiera querer proponérselo, líquidos que lubricaban y encharcaban esa intima hendidura preparándola genuinamente para el inminente penetramiento que se aproximaba.

El vejete sin querer metérsela todavía se dejó caer con todo el peso de su obesidad y musculatura sobre el delicado y curvilíneo cuerpo de su bien formada contrincante, sus bolas quedaron por sobre el mojado tajito intimo de la ansiosa ninfa, mientras que el grueso tronco de su masculinidad cruzó el femenino bosque de suaves pelitos negros, también surco su vientre para quedar su aceitoso y morado glande que escupía continuas cantidades de líquidos pre seminales muy cerca del ombliguito, demostrando con esto las tremendas ganas de poseer nuevamente a esa deseable y potente jovencita quien en forma lujuriosa también se la sentía ardientemente resbalosa sobre su estomago, y eso a ella le encantaba.

Por su parte don Pricilo a sabiendas que ese joven cuerpo de mujer solo le pertenecía a él en todas las de la ley se dio a sobarle sus suaves hombros, para luego despejarle su carita de cualquier entrometido mechón de cabellos para después tomarla de sus mejillas con ambas peludas manazas e ir abriendo su hedionda bocota en claras señales de querer besarla, la nena quien se percató de esto solo se mantuvo esperándolo sin quitar su entre cerrada mirada de esa masculina bocota de macho poblada de dientes cariados con aquella tan característica parte ennegrecida de sus encías que parecía estar podrida, y que a ella increíblemente la atraían enloquecedoramente, hasta que una vez que el viejo fue bajando sus fauces hambrientas de hembra ambas bocas quedaron pegadas y chorreando asquerosamente todo tipos de babas.

Estando ya ambos cuerpos sobre la mesa junto con besarse y comerse ya se movían como si verdad estuviesen culiando, movimientos que eran rabiosamente tan pasionales como sexuales, mientras que sus leguas se enredaban y se lamian entre ellas haciendo que sus dueños se fueran calentando cada vez más de lo que ya estaban.

Mientras tanto Andrea estando ubicada a un lado de la gran mesa en donde se llevaba a cabo el ardiente preámbulo de la sesión sexualmente reproductora no paraba de masturbarse sin perderse ningún tipo de detalles, por ambas comisuras de sus labios ya caían gruesos cordones de saliva y ella no se daba cuenta de ello, en tanto que en otro rincón del patio Nosferatus con la lengua afuera y con sus ojos vidriosos veía la acción de pre apareamiento culeándose un gran cojín que había logrado sacar de uno de los sillones de fierro que en otro tiempo la decente familia había usado para conversar y pasar la tarde, todo el ambiente en aquel diabólico patio iba subiendo a una hirviente temperatura netamente erotizante.

Fue Karen quien era la más caliente de los 4 que en un autentico arranque de fogosidad y de deseos por sentirse atravesada tomó la gruesa tranca del macho dominante para ubicarla justo a la entrada de su panocha sedienta de placer para después casi rogarle al jardinero que se la metiera:

–E… Em… empuje don P… Pri… Pricilooo…!, e… empuje con todas sus f… fu… fuerzas…! –Le solicitaba en excitantes susurros que eran la más bella melodía para las peludos tímpanos del horrendo vejestorio, –P… Por f… favor don P… Pricilitooo…! lléneme de Ustedddd…! tengo tantas ganassss…!! Tantas ganassss…!!! Snifssss…!!!, -le dijo finalmente de corrido y ya casi llorando de calentura.

El vejete quien notó la vehemencia con que se lo pedía la joven limpió sus babas con un brazo, para luego posar ambas manazas una a cada lado de los desnudos y brillosos hombros de la joven, y estando ya preparado para el aunamiento de cuerpos cerró sus ojos en señal de concentración y le dio conocimiento a su hembra,

–Viendo que hasta estas llorando por sentir una buena verga embutida en tu tajo… ahí te voy putilla… Tomaaaaaaaaa…!!!!!

El viejo tras decir lo ultimo empujó su tieso y aceitoso taladro vergal hacia abajo como a la misma vez hiso también un movimiento hacia adelante para cosechar con este aquella núbil y bien jugosa vagina que le estaban ofreciendo.

Este bestial primer empujón fue con todas sus fuerzas tal como se lo había solicitado su caliente y joven combatiente de carne, dejándosela ir hasta el infinito de sus entrañas y de una hasta dejar a la nena prácticamente ensartada al mesón de gruesos maderos milenarios quedándose estático y sintiendo como el interior del vientre de la joven le abrazaba la verga con sus hirvientes y exquisitas acuosidades intimas haciéndole experimentar sensaciones indescriptibles en su verga la cual en aquellos momentos se encontraba inflamada y pulsando casi a reventar mientras se mantenía adentrada al máximo en aquellos íntimos mares interiores que poseía la joven al interior de su cuerpo que por cada segundo que pasaba hacían alterarle su sistema nervioso y neuronal, así se le notaba al menos ya que al estar ensartado y mirando hacia un punto ciego del patio en distintas partes de su obesa humanidad le tiritaban nerviosidades notoriamente.

Karen al sentir el feroz empalamiento que le pusieron por la zorra en forma refleja echó su cuello hacia atrás haciendo enarcar su cabecita sobre los maderos para quedar prácticamente mirando hacia atrás de cómo la tenían debido a esto y al feroz atravesamiento de verga que le acababan de propinar, de la misma forma también y a causa de lo mismo tuvo que doblar curvamente su espalda dejando ver un perfecto arco de carne entre su cuerpo y la mesa.

Andrea toda boquiabierta por tan impactantes acontecimientos y siempre refregándose su tajo con mas fogosidad que antes también puso atención como su hija en el momento en que se la dejaron ir toda se aferró con sus blancas manitas fuertemente al canto de la mesa, así mismo veía que ahora su ensartada nena solo se mantenía con sus ojos abiertos y perdidos, y solo respirando por su pequeña boquita que mantenía bien abierta, en ambas partes de su cara se dejaban ver ligeros tic nerviosos que daban a entender a cualquiera el real estado de éxtasis en que la habían dejado tras el primer espolonazo.

Don Pricilo tras recomponerse del primer impacto y no queriendo dejar pasar mucho tiempo se la fue sacando hasta dejar solo la aciruelada cabeza de la verga adentro para luego volver a mandársela a guardar con las mismas energías que antes, la nena por su parte aun se mantenía estáticamente arqueada, solo se daba a sentir las exquisiteces de las fricciones y de la profundidad en que se la metían, mientras el caliente vejete poniéndole más efusividad a la tremenda cogida que le estaba comenzando a mandar se dio a empujar una y otra vez… y otra más, para delante y para atrás y de atrás para adelante, debido a esto su tremenda panza más que cervecera se desparramaba en distintas direcciones por encima del cuerpo de la joven logrando con esto que ella siempre manteniéndose lo más abierta de piernas posible y aguantando el peso del semejante animal que tenia encima igual comenzara a relajar su cuerpo e ir cerrando poco a poco el arco de su espalda para así ella también empezar a moverse en forma cadenciosa al mismo ritmo en que la estaban poseyendo.

Andrea se sentía en el séptimo cielo al estar ella observando en primera fila la excitante cogida que el jardinero le estaba poniendo a su hija sobre la mesa del jardín, veía una sucesión de interminables movimientos tan carnales como coitales, era un místico ritual de sexo desenfrenado entre una bella y un monstruo mitológico, la tremenda cacha que se estaba otorgando la salida pareja era para tirar mas fuegos artificiales que para el año nuevo, ya que el volumen de los alaridos y aullidos de placer que emitía Karen se fueron sucediendo de menos a más y en aquellos delirantes momentos estos se habían visto multiplicados en frecuencia e intensidad debido a las impecables aserruchadas de verga que le estaba asestando don Pricilo con cara de enojado y echando espumarajos por su pestilente bocota abierta.

La nena ahora aguantaba con sus ojos cerrados todo el peso de ese obeso mastodonte que casi la tenían asfixiada pero esto era un mal menor debido a lo muy rico y placentero que estaba sintiendo por cada fricción y clavada que le hacían en su intima fisura carnal. Desde su posición y en los momentos que abría sus ojitos solo veía los verdes ramales de los árboles y parte del cielo azul, pero su mente no estaba para disfrutar de la naturaleza aquella mañana, ella solo se concentraba en sentir cada bestial arremetida que le ponía don Pricilo a su cuerpo, por lo que volvía a cerrarlos para entregarse en cuerpo y alma a la brutal cogidota que le estaban dando, su suave barbilla se rosaba con los pelos y lunares que el viejo tenía en sus hombros, como también su carita estaba al lado de las marañas canosas de la nuca del vejete ya que este tenía sus fauces enterradas en su cuello y su hombro lamiendo y chupando todo lo que podía, mientras que la nena apretando sus ojos en forma complaciente y de aguante sentía que sus arremetidas no menguaban en fuerzas e intensidad.

Karen por cada fuerte y resbaloso vergazo que le ponían por la panocha sentía como los espasmos de placer contenidos desde la noche anterior en que no se la había podido coger se comenzaban a acumular muy al interior de su vagina, sabía que estos en cualquier momento se desbordarían haciéndole experimentar aquellos exquisitos escalofríos que a ella tanto le gustaban, por lo que se dio a animar al vejete para que le rajara la concha a vergazos si este así lo quería, comenzando así un verdadero concierto de gritos guturales y a veces poco entendibles producto del mas lúbrico goce sexual que estaba sintiendo los cuales rompiendo finalmente en auténticos relinches de potranca en época de apareamiento, la excitada nena a pleno pulmón comenzó a exigirle al vejete:

–Mas adentro don Priciloooo…!!!! Más…!!!! Massss…!!!!! Ayyyy…!!!!! Ayyyy…!!!!!, -gritaba la nena desde abajo de la pesada humanidad del viejo jardinero, lo hacía de la misma forma en que lo había hecho su madre en el momento en que se la habían zurrado.

–Así…!? Te gustaaaa así… putillaaaa…!!??. –le consultaba el vejete con aires de enfurecido al mismo compas en que le incrustaba su verga,

–Siiiiiiiii… m… me e… encantaaaa…!!!, -le exclamó la muchachita a la misma vez que con sus delineados brazos intentaba abrazarlo por la espalda no pudiendo lograrlo del todo debido a la ancha circunferencia en el cuerpo del obeso vejete…

–Jajajajaja…!!! Así…!!! Culiaaa…!!! Culiaaaa mi putilla favoritaaaa…!!!! Recuerda que es para lo único que sirvessss… jajajaja…!!!!, -el viejo le gritaba encantado y mas excitado que nunca, ya que el mismo podía sentir en su verga como la tierna adolescente había logrado una perfecta sincronización con sus movimientos, ya que cuando el ya iba de vuelta hacia el interior de su cuerpo sentía como la nena también venía avanzando hacia él con sus caderas, y cuando ambos sexos impactaban eran tres firmes meneos por cada lado en donde el jardinero experimentaba las mas placenteras de las sensaciones al sentir como la joven vagina prácticamente le chupaba su tieso apéndice masculino hacia sus interiores.

En tanto la nena también estaba gozando como loca, tanto con la verga adentro como con las peladeces que le bufaba el vejete en su misma cara, por lo ella seguía también emitiendo escandalosas groserías de grueso calibre:

–Siiii…!!!!! D… deme m… masssss…!!!!! Así…!!!!! Así…!!!!! Así…!!!!! Dele verga a su putillaaaa…!!!!! Deme massss…!!!!! Así mi vidaaaa…!!!!!!, así Pricilo mi amorrrrrr…!!!!!! Dios como me hace sentirrr tan ricoooo con su cosaaa…!!!!!. –le aportaba la perdida hembrita siempre moviéndose e intentando exprimirle la verga lo mas que pudiera.

–Te gusta mi cosaaaa!?, -el vejete solo le preguntaba a la nena para que ella se excediera en sus peladeces.

–Me encantaaaa…!!!! Es… es… maravillosaaaa…!!!! Magnificaaaa…!!!! Grandiosaaaa…!!!! Ayyyy…!!!!! Ayyyy…!!!! Ohhhh…!!!! Ayyyyy…!!!!, -le gritaba a modo de respuesta y en forma efusiva.

–Tomaaaa…!!!! Tomaaaa…!!!!, -el vejete se le dejaba caer con todo el peso de su cuerpo a la misma vez que la perforaba y la taladraba lo más profundo que podía, -la antológica cacha que se esteban mandando ya era de escándalo y para el recuerdo mientras la joven no paraba de entusiasmar al vejete con sus salidas palabrotas.

–Mas fuerte mi machooo…!!!! Rómpeme toda por dentro si así lo quieres pero dame más fuerteeeee…!!!!! Mas fuerteeeee!!!!, -la jovencita ya estaba en el limbo del placer más absoluto, y así lo demostraba con todas las peladeces que se le venían a la mente a causa de la verga incluso al grado de ya llegar a perderle el respeto al vejete, si hasta ya lo estaba tuteando.

Karen desde que se la habían comenzado a coger tan bestialmente se había mantenido con sus bien hechitas piernas la más abiertas que le permitían sus articulaciones y en vilo, estas se movían en el aire subiendo y bajando al mismo ritmo en que le metían la verga, pero al cabo de un rato y gracias a las deliciosas sensaciones que le otorgaban a sus sentidos las fieras estocadas que don Pricilo le mandaba con su dura verga las enlazó en torno a la grotesca y ancha cintura del jardinero, prácticamente atenazándolo con una de sus piernas por la espalda y con la otra a sus fofos glúteos empujándolo con estas contra su propia pelvis haciendo con esto que la gruesa virilidad del vejete se hundiera más profundamente en su intima femineidad, hasta creer sentirla lo más al fondo que pudo de su vagina, penetrándola tan íntimamente en el mismo cuello de su matriz una y otra vez que hasta creía sentirla hasta una cuarta mas abajo de su garganta.

Por otro lado Andrea no paraba de soltar sendas cantidades de líquidos vaginales desde su dorada panocha mientras se corría una y otra vez, desde hace un buen rato que ya sin aguantarse más se había tendido de espaldas a un lado de la mesa pajeandose con su mirada puesta fijamente en la brillosa rodilla doblada de su hija que ahora sobresalía de la mesa mientras se la estaban culeando, esta se movía rítmicamente al son de las estocadas que le debían estar dando, pensaba la ardiente rubia, quien también se excitaba mirando como las patas de la mesa crujían y se movían de atrás para adelante al mismo compas de la colosal cacha que se estaban pegando sobre ella.

Aunque no podía ver nada desde su posición al estar tendida de espaldas en el pasto, aun así la mente de la rubia le graficaba cada centímetro de los cuerpos que estaban al otro lado de las maderas, y justo cuando creía que el orgasmo ya estaba terminando otro más exquisito que el anterior la asaltaba intempestivamente haciéndola abrirse de piernas y levantar su pelvis ondulando tal cual como si a ella también se la estuvieran culiando.

Volviendo a la superficie de madera, las sensuales impresiones sexuales de la ardiente jovencita la estaban haciendo casi perder la razón por lo tan rico que estaba sintiendo, pues lo que sentía era una mezcla de placer y dolor al mismo tiempo, estaba tan segura de que no iba a salir viva después de tan tremenda cogida, que con tan solo pensarlo esto potenciaba y multiplicaba por mil las sensaciones de placer que le estaban otorgando, y así se lo hacía saber a su macho ya que sus femeninos bramidos de deleite eran roncos e ininteligibles.

En tanto la ardiente culeada continuaba, don Pricilo le chupaba las tetas con fuerzas, se las escupía, se las manoseaba circularmente y se las apretaba, para luego seguir machacándola con ferocidad contra los duros tablones milenarios de la mesa, se la metía, la sacaba y se la volvía a meter, agasajándola con su verga con impecables movimientos de adentramiento que la jovencita recibía y que la hacían gritar mas fuerte aun, a la misma vez que ella intentaba menearse con las mismas fuerzas y al ritmo de su bestial oponente, hasta que al fin después de los incontables apuntalamientos que le pusieron por la más intima entrada hacia su cuerpo los espasmos acumulados en su vientre la hicieron ver la luz, sus alaridos de éxtasis se acentuaron hasta niveles nunca antes escuchados por el vejete al menos quien al notar en el estado que tenía a su putilla más joven redobló las fuerzas con las que se la estaba culeando, mientras la muchachita sabiéndose al borde del colapso se dio a ponerle en conocimiento:

–Ahhhhh… d…don P… Priciloooo…!!! C… creooo q… que m… me c… corroooo…!!!, me co… corrooooo…!!!! Don Pricilitoooooo…!!!! Ayyyyy…!!!!, ahora siiiii…!!!!, e… es… estoy acabandooooooo…!!!!, -y junto con bufar lo ultimo posó sus piececitos en los tablones para luego elevar con fuerzas su cintura a tal grado que nuevamente formo un arco de carne en la mesa y cuando comprobó estar lo más ensartada posible abrió las intimas compuertas de su represa casi rebalsada de calientes jugos vaginales que bañaron con un verdadero tsunami de íntimos caldos que casi estaban hirviendo los cuales se derramaron en cada centímetro de la endurecida verga del vejete que se la dejo bien enfundada dentro de la zorra mientras la caliente chiquilla no paraba de mearse eróticamente con su tranca metida hasta las mismísimas bolas.

–Jajajajaja…!!!, que rico es sentir tus miados pendeja…!!!, eso…!!! Eso…!!! Mantente así…!!! Sigue moviéndola circularmente…!!! Muévelaaa…!!! Exprímeme la verga con la concha…!!! Meame entero si así lo quieres…!!!!

Desde su incómoda posición la orgasmeada jovencita a duras penas se daba a contestarle,

–Ohhhh…!! Siiii…!! Es r… ri… coooo…!!!, aun estoy acabandoooo!!!!, Diossssss…!!!! Diossssss…!!!!, esto es el cieloooo…!!!! No puedo parar de acabarrrrr…!!! me sigo corriendoooooo…!!!! Snifsssss…!!!! Snifsssssss…!!!! Ahhhhh… que r… ri… ricoooooo…!!!!, -volvía a gemir la excitada nenota, mientras iba bajando su cuerpo para nuevamente posarlo en la mesa de madera y atenazarse con sus firmes piernotas al grotesco cuerpo peludo de don Pricilo.

El viejo jardinero estaba en el cielo, este veía y sentía casi hechizado como la jovencita se seguía corriendo debajo de su cuerpo con sus ojos vidriosos y con los labios hacia adentro de su boquita realizando eróticos movimientos con su cintura y con sus caderas, y cuando el dichoso vejete ya creía que la nena terminaba esta comenzaba nuevamente con otras serie de firmes movimientos más escandalosos y perturbadores que los anteriores,

–Que mierda te pasa pendeja…!!?? Si ya te fuiste cortada… porque te sigues estremeciendo como si te estuvieras electrocutando…!!???, me vas a arrancar de cuajo la verga con tus meneos de concha…!!!, -le consultaba y le decía don Pricilo a Karen ya que la veía retorcerse de calentura una y otra vez.

–Sniffssss…!!! Sniffsssss…!!! No p… puedo parar de corrermeeee…!!! Ahhhhhhh…!!! R… ri… cooooo…!!! Me v… vi… viene o…troooooo…!!!, -le dijo la nena con su carita bañada en lagrimas y desfigurada por la calentura a la misma vez que ella misma le mando un brutal empujón hacia arriba que llegó hasta levantar unos buenos centímetros al pesado cuerpo del vejete quien también sintió que en ese mismo momento la nena le volvía a soltar desde su vagina otro raudal de jugos íntimos y femeninos que superaban en cantidad a los anteriores.

Don Pricilo desde su posición la seguía sintiendo estremecer en temblorosos espasmos de placer mientras no paraba de dejar salir desde su conchita copiosas cantidades de todo tipo de líquidos vaginales, por ambos extremos de la mesa caían sendos goterones de lo que la nena estaba soltando por su afiebrada y palpitante panocha, el vejete aun no se la creía, y luego de caer en cuenta de lo que le estaba pasando a la nena lejos de asustarse decidió premiarla con otra serie de feroces vergasos para que la muy guarrilla siguiera corriéndose hasta que le diera un ataque cardiaco si es que ella así quería abandonar este mundo cruel, además de seguir animándola a que se fuera cortada todo lo que ella quisiera:

–Ohhhhh…!, que bien que te corres pendeja mal nacidaaa…!! Tomaaaa…!!! Aquí tienes más vergaaaa!!!, jajajaja…!!! Tomaaaaa…!!!, -le gruñía en su misma carita al momento de volver a dejársela ir toda, –Ohhhh… Diossss que venida que te estás pegando putaaaaa…!!!! Que corrida mas impresionanteeee…!!!, que polvazooooo…!!!, Que calientes se sientes tus meados en mi vergaaa…!!!! Que polvazooooo…!!!!, así… sigueeee…!!!!, sigueeeeee…!!!!!, -le seguía bufando el vejete animándola y entusiasmándola a que ella no parara de correrse, y en donde él tampoco amainaba en la fiereza de cómo la estaba ensartando.

Karen quien nuevamente estaba siendo asaltada con una serie de firmes estocadas de verga se retorcía de placer, se sentía elevada al mismísimo paraíso de los placeres mas mundanos y sexuales imaginables, pues en ella todo era eso en aquellos retóricos momentos, el curvilíneo cuerpo de la nena era pura y placentera sensualidad por cada uno de sus poros.

Aun en aquel ardiente instante en que estaba siendo presa de oleadas de múltiples orgasmos también notaba como en el interior de su estomago el miembro del vejete alcanzaba las inflamadas dimensiones que anunciaban sus sendas cantidades de lecherasos que ella ya bien conocía, cayendo en cuenta que el orgasmo de don Pricilo se avecinaba a toda velocidad, además que veía que el vejete nuevamente se estaba babeando, por lo que puso todo de su parte para intentar contenerse a ella misma para así lograr compartir el gran momento del estaxis reproductivo junta con el viejo, de modo que sus brillosas caderas siguieron moviéndose de adelante para atrás ondulando e intercambiando movimientos circulares de su pelvis, buscando con ello procurarle al jardinero el mayor gusto posible en su verga para así ayudarle a llegar junto a ella al paraíso de la inminente gran acabada que con toda seguridad le iba a otorgar.

–Así…! así don Pricilooo…!!!, sepa que Usted es mi potro semental, deme fuerteeeee…!!!, mas fuerteeeee!!!, muy… muy fuerteeeee…!!! Ahhhh…!!! Ohhhh…!!! Ayyyyy…!!!, Ahhh!!!, Ahhhh!!!!, -gemia la nena con sus ojos en blanco y sin ni siquiera saber ella misma de dónde sacaba esas palabrotas.

–Tranquila perrita que tendrás lo tuyoooo…!!! Ohhhh…!!! Ohhhhh!!!, eres una zorra exquisitaaaaa…!!!!

Karen ya estaba con todo su cuerpo mojado producto de la traspiración de ambos, se había ido cortada en reiteradas oportunidades y lo seguía haciendo, pero ella anhelaba que el vejete también llegara al éxtasis en esos tan memorables momentos, así que una vez más intento contener su sensualidad para esperar al aprovechador y abusivo vejestorio, comenzando ella también a animarlo para que este eyaculara todo su semen al interior de su cuerpo.

–Siiiiii…!!! Yo soy su zorraaaa…!!! Disfrute de su zorraaaa…!!!, de su hembraaaaa…!!! Acuérdese que yo para lo único que sirvo es para culiarrrrrr…!!! Recuerde que yo solo soy una cosa de carne que se culeaaaaaa…!!!! Le gusta asiiiii…!!???

Lo anterior ya fue el colmo de lo lujurioso por parte de la nena hacia el vejete y este último así también lo percibía, ya que esas sórdidas palabras pronunciadas por su jovial ninfa accionaron en sus testículos el click con el cual dejaba salir sus torrentes de mocos blancos y espesos,

–Ohhhhh…!!! Arggghhhtttttt…!!!! Eres toda una hembra pendejaaaa…!!!, vas a hacer correrme con tus puteadasssss…!!!! Arghhhhhhhh…!!!!

–Corraseeee…!!!! Corrase conmigo que lo estoy esperandoooo!!!! Así mi vidaaaa…!!!! Así mi amorrrrrr…!!!!, vamos!!!! Empujeee!!!!, empuje…!!!! Con mas fuerzas…!!!!, massss…!!!! Hay…!!!!, Hay…!!!! Asiii…!!!! Asiiii…!!!!, Ohhhh que grande que la tieneeee…!!!! Usemeee…!!!! Usemeeee…!!!! Use mi hoyo de carneeee…!!!! Acuérdese que yo soy solo su receptáculo de semennnnnn…!!!!

Las leperadas que con tanta convicción emitían los labios de la dulce jovencita se la ganaron a la mente del odioso vejete que una vez mas había querido contenerse, pero ahora con solo escucharla bramar tan salidas ordinarieces, el vejete por fin dejo salir desde sus testículos verdaderos torrentes de semen caliente, viscoso y condensado.

–Arrrrrrrrrrrrgggggggghhhhhh…!!!! Me mandaste cortado con tus zorreadassss…!!!! Argggggggghhh…!!!! Comete mis mocos pendejaaaa…!!!! Son todos tuyossss…!!!!

–Ahhhhhh…!! R… ri… cooooo…!!! Se los siento como le salen disparadossss…!!! Siiiiii…!!! Son míos…!!! Miossss…!!! Miossssss…!!!! Uffffffff…!!!! Voy a explotarrrrr…!!!! Voy a explotarrrrrrrrr…!!!!, -hasta que la ardorosa jovencita lo hiso, Karen explotó en mil pedazos en el más gutural y mundano orgasmo que jamás haya sentido producto de su forzada contención.

Y así se vinieron en el delineado cuerpo de Karen una serie de convulsiones y espasmos de supremo gozo al sentir como el vejete depositaba en su intima matriz cuantiosas y nutridas cantidades de caliente semen que salían escupidas con fuerzas desde la punta de su verga, estos se desparramaban por su útero cual hirviente lava volcánica inundándolo y eventualmente fertilizándolo todo, para luego de aquel momento cumbre en que finalizaba la sesión de apareamiento ser sacudida por un segundo y violento orgasmo venido desde lo más profundo de su ser, y estando ya desensartada con el viejo mirándola extrañado a un lado de la mesa masajeándose su adolorida verga junto a su madre que también ya se había hincado para mirar el escandaloso espectáculo que ella inconscientemente les ofrecía, verla ambos como se le venía un tercer clímax sin tener nada clavado en su zorra, moviéndose tal cual como si ella estuviera cogiendo con alguien, para después de este ser testigos de un cuarto orgasmo de similares características, hasta que por fin a medida que la jovencita iba aminorando las revoluciones placenteras de las cuales había sido presa para quedarse en estado desfalleciente y temblando sobre la mesa con continuos tics nerviosos en sus 4 extremidades.

–Ja…!, en un momento pensé que la pendeja se nos iba para el otro mundo, pero solo fue que se nos recalentó… jejejeje…, -le decía el recién deslechado y sudado vejete a la rubia hembra que en ningún momento se había asustado por el lamentable y agónico estado sexual en que le habían dejado a su tierna hija después de la bestial cacha que le habían plantado sobre la mesa, don Pricilo siguió hablándole mientras le sacaba la cadena del cuello, –Yo me llevaré a la habitación a la putilla para que descanse un rato, aunque creo que me la seguiré culeando por el resto de la tarde, tu puedes ir a ducharte a la habitación de invitados y vestirte en forma normal, eso sí que te quiero ver bien putona cuando la hagas, Jejeje, luego quiero que ordenes todo y que nos tengas lista la cena para cuando nos levantemos, ahí tú ves si descansas un rato.

Andrea cuando vio que el desnudo viejo desaparecía por los ventanales de la casona con el inerte cuerpo de su hija en sus brazos como pudo se puso de pie, recién caía en cuenta que aquella bestial mañana por fin se terminaba, ya era más del medio día.

Luego de sacudirse el pasto que le había quedado pegado en diferentes partes de su desnudo cuerpo procedió a estirarse ya que lo necesitaba al haber estado por más de 4 horas casi en una misma posición.

En eso fue que sus ojos dieron con la animalesca figura de Nosferatus que la miraba con la lengua afuera y mostrándole sus afilados colmillos, este aun estaba con su roja verga descubierta y bien parada escurriendo líquidos desde su uretra canina, la hembra recordó al instante los reales motivos del porque ese horrendo animal había llegado hasta su casa, por lo que rápidamente recogió sus destrozadas ropas y se propuso a desaparecer del patio para ir a taparse sus pudorosos encantos de mujer ya que estaba segura que el odioso animal perfectamente podía olerlos desde cualquier lugar de la casa en que lo dejaran encadenado.

La rubia quien al ya estar al interior de su casa claramente se encontraba un poco más tranquila. Luego de darse un largo y relajante baño de tina prefería no pensar en todo lo sucedido, hasta que cuando ya estuvo recién bañadita y vestida con un sobrio pantalón de paño negro pero que le dibujaba perfectamente su portentosa figura desde la cintura para abajo, con zapatillas de medio taco, y con una blusa algo ajustada y de media manga, ropas que usaba cuando estaba en la casa pero que aun así le hacían saber a cualquiera que ella era una hembra de categoría, se dio a comenzar a realizar las labores hogareñas para dejar su casa en perfectas condiciones, quien la viera nunca imaginaría en los acalorados rituales de apareamiento y masturbatorios en que ella se había visto obligada a participar a raíz de los extraños sucesos que habían ocurrido en su familia.

Andrea después de haber dormido una larga siesta en una de las habitaciones para invitados y luego de haber dejado el patio de su casa en condiciones normales después del caliente nirvana sexual que se había llevado a cabo esa misma mañana se había dado a prepararles la cena a su hija y a su extravagante esposo, en eso fue cuando escuchó que desde su misma habitación matrimonial venían esos ya bien conocidos sonidos que hacían los resortes de la cama cuando subían y bajaban rítmicamente, obviamente cayó en cuenta que la fogosa pareja nuevamente se estaba apareando, luego de eso vinieron los bufidos del jardinero acompañados por los excitantes gritos de su hija pidiendo que no pararan de meterle la verga, y un sinfín de cosas más, por lo que rápidamente les dejó todo listo en la mesa del comedor por si ellos se dignaban a levantarse a comer, para a posterior dirigirse a la recamara más alejada de la casa y proceder a acostarse para descansar como corresponde ya que sabía que el viejo quizás con que ideas se levantaría al día siguiente.

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Ya para el atardecer del día lunes Andrea había arreglado con sus abogados los acuerdos adquiridos con don Pricilo, el viejo con su hija se la habían pasado encerrados en la habitación matrimonial sin ni siquiera acordarse de que ella existía.

La situación era extraña para la confundida mujer, mientras se servía una tranquilizadora taza de té estando sentada en la sala de estar escuchaba como la pareja otra vez estaba en lo suyo encerrados en la recamara, pensaba que si bien había sido ella quien dio el primer paso para confiar en ese salido y viejo hombre con el cual su casi ex esposo obligó a su hija para que ambos se casaran también meditaba que a veces el vejete se aprovechaba de la situación, y lo más extraño de todo era que a ella lo dejaba que este se saliera con la suya, y muy en el fondo de su mente como que admitía que le estaba comenzando a gustar cuando el viejo salía con sus mas sórdidas ocurrencias.

También tenía claro que si ella hubiese querido con toda seguridad lo habría sacado de su casa, pero el viejo de alguna forma le transmitía cierta seguridad, no se veía a ella sola con su hija empezando desde cero, el tío Eulogio estaba enfermo y por ese mismo motivo no estaba para llevarle más problemas al pobrecito, además que ellos eran marido y mujer legalmente, que mas podría hacer ella al respecto?, si estaba más claro que el agua que a su hija le encantaba estar encerrada con él haciendo todo tipo de cochinadas, se decía ahora que estaba ya con sus 5 sentidos bien puestos.

En esos planteamientos estaba la rubia cuando vio aparecerse al vejete quien la saludaba al puro estilo de el mismo,

–Como está la yegua más rica y más guarra de toda de la ciudad que se anda abriendo de patas a penas la dejan sola, jajajaja…!!!

Andrea se lo quedo mirando por unos instantes, el jardinero se aparecía solo vestido con unos jeans todos desgastados mostrándole a ella una gran panzota algo morena y llena de pelos entre negros y canosos que le subían hasta el pecho, para luego desaparecer y retornar la población de este enjambre a la altura de sus hombros, también se fijo que el viejo traía puestas unas pantuflas que tenían forma de la cara de un osito sonriente con orejitas por los lados, mostrando la lengua y todo eso, lo que le dio algo de risa que no le quiso demostrar, hasta que se dio a contestarle.

–Don Pricilo, no sea tan ordinario… no es necesario que me recuerde a cada momento lo que paso el otro día, ya le dije que sus amigos se aprovecharon de la situación…

–Yo te trato como quiero estúpida… recuerda que tenemos un trato, pero intentaré contenerme, jejejeje…

–Mmmmm… así está mejor…, -le contestó Andrea haciéndose la que no ponía atención en lo altanera y grosera de su respuesta, por lo que prosiguió, –Recuerde que Usted ya vive en esta casa, e independiente a todo lo que ha ocurrido debe tener un mínimo nivel de buen comportamiento no cree…?

–Jajajajaja…!!! De que webadas me hablas rubia si basta con que te agarre, te empelote y te meta mi miembro por entre medio de tus piernas para que todas tus normas de buena conducta se te vayan a la mismísima verga… jajajaja…!!!, -reía y se burlaba el vejete mientras se sentaba en el sofá que estaba al frente de ella para luego comenzar a rascarse la panza.

–Bueno… y en qué quedamos recién…!?, -le volvía a consultar la dueña de casa al pelado hombre, ahora ya con una leve sonrisa en su cara al caer en cuenta que ese viejo no tenía remedio.

–Ah…! si…! si…!, discúlpame rubia…!, verdad que ahora no estamos encuerados para dar rienda suelta a todo eso que me gusta decirte, jejejeje…

–Oiga… cambiándole un poquito el tema, hoy vinieron los abogados y ya firme todos los documentos para que a su cuenta pase el 13% de mis ingresos, pero le advierto una cosa, desde hoy ya no habrán mas subidas, así que ni se le ocurra inventar otra de sus atrocidades de mal gusto porque yo no accederé a ello, además que ya en los bancos se pondrían en alerta y empezarían a hacer muchas preguntas, me entiende verdad?

–Si lo entiendo rubia… pero no vengas tampoco a dártelas de dama de alta alcurnia, recuerda que fuiste tú quien ofreció la alza de ingresos, Jejeje, y todo por tus putiadas, -palabrotas que en el acto hicieron ruborizarse a la nuevamente distinguida hembra, ya que caía en cuenta que el salido vejete tenía toda la razón del mundo, por lo que también se dio a contestarle para salir del paso,

–Lo tengo claro, -le dijo intentando adoptar una posición integra para luego continuar, –Pero debía decírselo igual para que lo tenga presente… aquí están los documentos, quiere revisarlos?, -le dijo a la misma vez que desde la mesita de centro tomaba una carpeta y se la extendía.

El viejo a sabiendas que con esa mujer no era necesario revisar nada de la documentación mencionada y junto con recibírsela la dejo a un lado de donde estaba sentado para quedar mirándola de pies a cabeza, Andrea estaba vestida con uno de sus vestidos primaverales con tirantes, no tan escandaloso, más bien dicho algo sobrio, pero al traerlo puesto tal portento de hembra era la imaginación del vejete la que le decía todo, ya que el borde bajo del vestido aunque estaba tapando mas abajo de la mitad de sus muslos enfundados en medias, los cuales los veía juntitos y tan bien femeninamente formados que no podía evitar de sentir sensaciones sexuales en su aun pegajosa tranca, y eso que venía de haberse pegado recientito una fenomenal cogidota con la hija de la mujer.

Una vez que el jardinero subió su ya más que ardiente mirada la vio llevarse la taza de té a sus rosados labios que brillaban como el almíbar, observó también que en aquellos momentos tenía sus rubios cabellos tomados hacia atrás como lo hacen las bailarinas de ballet dándole a sus preciosos ojos verdes un aspecto felino, lo que lo llevaron nuevamente a comerse mentalmente ese tremendo cuerpazo que se gastaba la venerable mujer mientras la recorría una y otra vez.

Lo que estaba viviendo el vejete en aquellos momentos era el espectáculo más atractivo que podía haber en la tierra se decía para el mismo, aquella hermosa hembra era de piel suave y fina como la seda según veía y recordaba las oportunidades en que se la había cogido, y lo que más lo calentaban era ver sus modales exquisitos para con él a pesar de lo despiadado y grosero con los que él se comportó solo hace un día atrás con ella, pero se había acostado con sus amigos se dijo de pronto, así que no se arrepentía de nada, por un momento le dieron ganas de salir al patio y traer a Nosferatus para que de una vez por todas hacer que la muy puta se encuerara y se cruzara con el caliente animal a modo de venganza, sin embargo recordó que la mujer para evitar tal apareamiento le había propuesto una tregua la cual el había aceptado, y ella acababa de darle conocimiento que por su parte esta estaba cumplida.

–Eres una mujer tremenda rubia… estas… estas tan buena que a pesar de estar recién deslechado y todo igual sería capaz de estarte cogiendo por toda una noche, pero lamentablemente por ahora no eres digna de mi verga tal como te dije el otro día, no debiste haberte acostado con mis amigos, -le dijo finalmente algo enrabiado y celoso.

–Ya le dije que ellos me obligaron… además que fue Usted quien nos llevó a esa fiesta, o acaso no lo recuerda…?, -se defendía Andrea ahora bien ruborizada, había algo en su mente que le aclaraba que las primeras palabras del vejete le habían encantado, pero las últimas la incomodaban.

–Pus yo sigo pensando que no tenías que porque haberte abierto de piernas para ellos… a todo esto que fue de nuestro perro…?, -le consultó el vejete ahora que estaba pensando en el castigo que le impondría para saldar la falta cometida por ella.

–Ahhh claro… Usted trae mascotas a esta casa y luego se olvida de ellas, no se preocupe que como pude le fui a dejar alimento que pedí al mercado, pero es Usted quien deberá dársela desde aquí en adelante, ya que esa cosa casi me comió viva cuando me acerque para dárselo,

–Jejejejeje… no te preocupes rubia, que yo me haré cargo, además que el bicho es inofensivo, seguro que quería pasar un buen rato contigo, Jejeje…

–Yo ya le dije lo que pienso de eso… ni se le ocurra…!

–Pus a mi si se me ocurre mi reina… jajajajaja… pero descuida yo si cumplo con los acuerdos que adquiero y no como otras… jajajaja…!!! -Andrea solo se dio a seguir tomando su té, el asqueroso de don Pricilo ya se estaba comenzando a comportar de lo mas odioso y pelado como era tan característico en el, se decía para ella misma. –Bien… solo vine a decirte que por ahora estás libre… jejejeje, o sea no te ocuparé como quisiera, además que tu hija me tiene con los testículos exprimidos, jejejeje…

–No se preocupe, ya me lo imaginaba así que por ahora estoy ocupando una habitación de invitados…

–Mmmmm… si pero no será por mucho tiempo mi putita de sangre azul, recuerda que nosotros tres somos una sola pareja, es solo que ya para mañana te diré cual será tu castigo por andar prestando la zorra sin permiso, jejejeje…!!

–Mañana…!?, pensé que me daría unos días para prepararme sicológicamente ya que sus ocurrencias no son del todo normales…

–Si, también lo pensé así por un momento, pero el problema es que ya para este fin de semana llega el flacuchento del Urias, jejejeje… solo hace un rato me llamo al celular, dejará al maricon que tenías por marido otros días más por allá para según el ganar algo de tiempo, el jura de guata que llegará a acostarse contigo, jajajaja…!!!

–Mmmm… entiendo, pero del asunto con don Urias es Usted quien debe encargarse… tal como lo hemos acordado, lo recuerda no?

–Si mi yegua, lo recuerdo perfectamente, tú no te preocupes por nada, es por eso que para mañana te diré que es lo que debes hacer para que así salgamos de ese problemilla, recuerda que tu falta no puedo dejarla pasar por alto, te imaginas? Si lo hiciera así, tu hija me perdería el respeto, y eso si que no podría tolerarlo…

–Ok… ok… haré lo que Usted me pida, pero recuerde nada de andar haciendo cosas raras con animales, porque o si no…

–Descuida putona… que no será así, -le corto el viejo agradeciéndole a los cielos que la rubia nuevamente no le estaba haciendo problemas por sus aprovechadas ocurrencias, esas mujeres sí que le pertenecían al estar en un estado totalmente carente de afecto en el cual se las había dejado el tal Eduardito se decía al mismo tiempo, por lo que se dio a seguir dándole instrucciones, –Pero como ya te he dicho rubia… tu deberás aprender la lección, así que para mañana al medio día te quiero bien arregladita, tal como lo estás ahora, jejejeje… e intenta ponerte las prendas intimas mas pequeñitas que tengas, jejejeje…

–No se preocupe… haré todo lo que pueda, -le dijo finalmente Andrea llevando su verdosa mirada hacia otra dirección ya que los ardientes ojos negros del vejete nuevamente la ponían nerviosa.

Luego de esa exótica conversación entre Andrea Rojas Ex de Zavala, y don Pricilo Tomisticles, el vejete sin más se fue a la cocina a rastrojear en el refrigerador para luego desaparecer.

En la soledad de la habitación de invitados Andrea ya acostada intentaba no pensar en lo que se le venía para el día siguiente, sin embargo a ello habían momentos en que contradiciendo a lo que se había propuesto igual se daba a pensar y tratar de adivinar que era lo que quería el viejo que hiciera ella, lo que si sabía era que algo referente al sexo tendría que ser ya que por algo le había solicitado arreglarse y ponerse prendas interiores minúsculas, meditaba que lo más seguro era que el viejo la haría mantener relaciones sexuales con su hija, ya que recordaba muy bien la cara de desquiciado que había puesto este el día en que a ella la situación se le fue de la manos terminando completamente encuerada y revolcándose como una verdadera fulana con Karen en forma impúdica y sin ningún tipo de censura.

Ya en el limbo de la somnolencia pensó que aquel castigo que ella imaginaba tal vez no era tan malo, además que todo esto que le estaba ocurriendo de alguna forma le ayudaban a superar el trauma sicológico que le causaron las mentiras y las desilusiones al descubrir quien era su marido en la realidad y de las intenciones que tenía este de apoderarse de sus bienes, hasta que por fin se rindió a los brazos de Morfeo, mañana seria otro día.

Andrea a penas se despertó aquel día se puso nerviosa, había dormido demasiado ya que el reloj que estaba en el velador marcaba las 11 de la mañana en punto, además que sabía que ahora se venían las demandas del horrendo vejestorio que tenía por yerno por lo que decidió levantarse al instante para ir a prepararse.

Una vez que bajo la escalera envuelta en una bata de levantar escuchó que su hija con el viejo estaban jugando Call of duty en la sala, era la chica quien le estaba explicando al jardinero a como cambiar de armamento y todo eso, por lo que la rubia rápidamente se dirigió a su habitación para encerrarse en ella y así poder acicalarse tal como le habían dicho.

Estando ya al interior de su recamara ex matrimonial se dio a estar más de dos horas encerrada en el baño, se dio una larga ducha en donde enjabonó y enjuagó su tremendo cuerpo de Diosa por tres veces seguidas, para que una vez de ya haber secado todas sus curvas y sus cabellos proceder a aplicarse lociones y cremas en todo su cuerpo, en el maquillaje de su rostro solo hizo lo justo y lo necesario para hacer resaltar su genuino atractivo tal como solo ella lo sabía, para finalmente tomar sus cabellos completamente hacia atrás dejando su cara totalmente despejada de estos tomándoselos con un pañuelo para dejarlo más o menos parecido a como lo tuvo el día anterior ya que creyó haber notado que a don Pricilo así le había gustado.

Luego se dio a escoger el vestuario que iba a usar para este día, recordó que su ropa interior debía ser de la más minúscula que pudiera según las instrucciones del caliente vejete, por lo que buscando y buscando se decidió por un diminuto conjunto color blanco el cual ni lo dudo para ajustárselo a su potente cuerpo dorado.

La imagen de aquella divinidad hecha mujer era para pegarse un tiro en la cabeza ya que según se podía apreciar el pequeñito calzón apenas le lograba cubrir lo justo y lo necesario, pero Andrea era tan perfecta que a pesar de lo minúsculo que era esa pieza de ropa esta misma no dejaba ver ni siquiera un solo de sus finos bellitos dorados que adornaban su vagina.

Finalmente y para terminar escogió un sobrio vestido de color celeste con tirantes.

Una vez que ya estuvo lista la rubia salió de su habitación de la forma más natural posible para ir a ver en que estarían su hija con don Pricilo.

La reunión entre la pareja de a tres no tuvo muchas novedades que digamos, Karen ya había preparado el almuerzo, como siempre para ella y su madre una dieta basada estrictamente en vegetales y ensaladas, y para el vejete un tremendo costillar de cerdo al horno con papas cocidas y ají, con litros y litros de mayonesa, Kétchup y mostaza con su buena botella de vino tinto descorchado, y todo en la amena conversación por parte del macho quien totalmente entusiasmado por el juego de consola que le habían enseñado a manejar les narraba a ambas mujeres de sus mejores tiempos en que él había estado en la milicia siendo todo un boina negra según él, que en su regimiento por las noches se aparecía la novia sin cabeza, que una vez cuando él estaba de guardia un soldado se había matado por amor con el mismo fusil que le habían pasado, y de las tres medallas con las cuales a él lo habían condecorado por merito al valor, y así muchas cosas más, la rubia como que no le creía mucho pero el viejo era muy bueno contando anécdotas.

Una vez que el jardinero terminó de zamparse el costillar dejando en el plato solo los huesos se dio a ponerse de pie para ir a sentarse al living y desde allí proceder a dar sus instrucciones, claro que después de que sus mujeres terminaron de levantar los platos y demases.

–Bien… bien… otro día les narraré de los tiempos en que fui futbolista y que casi me compran el pase para España, pero como ahora ya estamos listos con la merienda dediquémonos a lo nuestro, jejejeje, acércate rubia quiero revisarte…

–Revisarme…!?, y que es lo que tiene que revisar…!?. –le consultó Andrea con algo de preocupación por lo que se le venía, las historias del vejete claramente ya quedaban atrás.

–Pus tú ya sabes mi reina… déjame echarle un vistazo a lo que tienes para ofrecer ahí debajo de tu ropita, jejejeje…, -el viejo se mantenía con una pierna arriba y con ambos brazos extendidos en el respaldo del sofá, la escena era tal cual como si la hembra estuviese en un casting para filmar alguna película porno.

–Quiere que me quite el vestido… es eso…?, -la rubia ya estaba con su imponente figura a solo un metro de donde estaba el vejete…

–Pus si…, jejejeje… vamos yegüita… enséñame la mercadería que posees, jejejeje…, -demandaba el aprovechador vejete mirándola con su cara poblada de verrugas y con su sonrisa ennegrecida,

Andrea nuevamente presa por la vergüenza se dio a quitarse el vestido delante del jardinero.

Mientras esto ocurría Karen estando vestida con unos ajustados y juveniles jeans de color celeste que le dificultaban tanto sus movimientos como su cadencioso caminar dando la impresión que estos en cualquier momento se reventarían en la parte de sus muslos, y que a su vez los combinaba con una semi ajustada camisa tipo vaquera pero si muy femenina ya que esta le llegaba justo hasta el nacimiento de sus caderas, ella en la misma mesita de centro le estaba sirviendo un buen trago de licor a su macho, para luego de encender un cigarro y pasárselo al viejo encender otro para ella dándose finalmente a preparar el juego de consola que tanto le había gustado a don Prici.

Por su lado Andrea en el momento en que ya estuvo semi encuerada al viejo casi se le salían sus ojos de batracio estudiándola y recorriéndola, mientras más miraba aquel poderoso e imponente cuerpo dorado mas se le iba resquebrajando su caliente mirada, no se explicaba de cómo era posible que esa suave piel brillara habiendo tan poca luz adentro de la lujosa estancia, por otra parte el conjunto íntimo era realmente minúsculo se decía para el mismo pasándose la lengua por sus asquerosos y gruesos labios, a la misma vez que estudiaba el diminuto triangulo blanco que resguardaba la íntima entrada al placer que tenia la rubia justo al medio de sus bien proporcionados muslos, el caliente y escrutador vejete hacía sus salidas apreciaciones sobándose la verga descaradamente delante de ellas.

Andrea por su parte aguantaba el magreo de ojos lascivos lo mejor que podía, aunque ya encontraba que todo esto estaba bastante extraño, no se explicaba que hacía ella ahí casi encuerada mientras su hija preparaba un juego de Xbox en donde a todas luces el viejo jardinero se iba a poner a jugar con ella (con Karen), en eso fue que don Pricilo la sacaba de sus contradicciones.

–Mmmmm… no está mal… rubia, te ves muy tentadora, pero ese vestidito no me gusta, espera aquí que yo iré a verte algo más apropiado para la ocasión, jejeje.

Mientras el viejo desaparecía para ir a buscarle quizás qué tipo de ropa llevándose también su vestido celeste Andrea se quedó tal como la habían dejado intentando descubrir que era lo que el viejo deseaba ahora de ella, y justo cuando le iba a consultar a su hija de lo que andaba tramando el viejo se dio cuenta que este nuevamente ya venía de vuelta.

–Mira ponte esta chaqueta…, -el jardinero le extendió una corta chaqueta tipo impermeable color café claro que estaba hecha de una tela delgada y especial para contener el agua en días lluviosos, de esas que traen un cinturón en la parte de la cintura, obviamente la prenda era de mujer e ideal para hembras que trabajaban en oficina.

–Pero esa chaqueta es de invierno y se usa con pantalones…, -le dijo la rubia a la vez que con su manita temblorosa se la recibía.

–Solo póntelo putaaa…!!!, -exclamó el feroz jardinero de un solo gruñido asustando a la semi encuerada ninfa, –O acaso quieres que te pegue para que entiendas…!?

–Ok… ok… si no es para que se enoje tanto…, -terminó diciéndole la temerosa hembra a la misma vez que con sus manos abría la delgada chaqueta para ponérsela, abrochando sus botones y para terminar ajustando el cinturón delantero en su cintura, esta le llegaba justo hasta la mitad de sus muslos.

–Excelente mi yegua…!!!, así te ves mas tentadora aun, Jejeje…

–Pero y cual es la idea no entiendo…!!!, -Andrea cada vez se confundía mas. ¿Para que este horrendo viejo la quería vestida en tales condiciones?, se preguntaba una y otra vez.

–Ya lo entenderás pedazo de zorra…!, ahora vamos a subirnos al carro que tú y yo iremos a dar una vuelta, Jejeje… y tu putilla espérame con el juego listo… voy y vuelvo, Jejeje…!!

La rubia a sabiendas que no sacaba nada con contradecir al vejete se había subido al automóvil sin oponer ningún tipo de reparo, el vehículo en estos momentos ya estaba cruzando la ciudad y mientras este mas avanzaba Andrea mas se iba alterando a la vez que se preguntaba qué era lo que en realidad quería don Pricilo que ella hiciera en tales condiciones, hasta que su mente le dio ciertas alternativas y cuando al fin pudo tener algo más claro con espanto quedó mirando al asqueroso hombre para luego decirle en forma escandalizada,

–Oiga…!! Escúcheme bien…!!!, si Usted está pensando en la posibilidad de prostituirme le digo que yo ni loca accederé a ello, además le digo…

–Ja…!, y quien te dijo que yo pensaba en hacerte putear rubia, -le cortó el vejete de una, –Yo no necesito el dinero de nadie, ya me basta con todo lo que tú más has dado, Jejeje… así que tranquilita primor que yo nunca te haría tal cosa, -terminó diciéndole el jardinero con una mano en el volante y con la otra dándole unas palmaditas a aquellos soberanos y relucientes muslos suaves y casi al desnudo.

Andrea un poco más tranquila se comenzó a fijar que prácticamente ya habían cruzado la ciudad entera, ahora nuevamente estaban saliendo de ella por el otro extremo de donde habían venido, vio que por la ruta que tomó el vejete se estaban acercando a un gran complejo industrial que estaba al otro lado de un ancho riachuelo de aguas asquerosamente turbias y que en su escaso cauce y corriente abajo se veían dar vueltas numerosas bolsas de basura negras, forros de neumáticos y todo tipo de desperdicios, y por más que se acercaban a este la rubia mas se confundía.

Hasta que una vez que ya cruzaron el precario afluente por un puente hecho de bloques de cemento el cual ni siquiera contaba con barandas, y cuando al fin ingresaron en aquel desolado lugar nuestra ya muy asustada rubia cayó en cuenta que estaban al medio de una gran zona de industrias abandonadas, solo se veía que por las solitarias calles de la tan devastada ciudadela fabril deambulaban numerosas jaurías de flacuchentos perros callejeros en busca de comida, mientras el vejete ahora a lenta velocidad mas se internaba en aquellos suburbios, la ciudad capital había quedado varios kilómetros atrás.

–Y porque hemos venido a este lugar…!?, si estamos prácticamente al medio de la nada…, -balbuceaba la rubia debido a la impresión y temor que le causaba la desolación imperante,

–Jejejeje ya lo sabrás zorrita… no te me impacientes… Jejeje…, -el jardinero seguía internándose por callejuelas abandonadas.

La rubia ahora veía que en ciertos puntos del complejo habían numerosos grupos de vagos que se entretenían bebiendo a destajo en los abandonados asientos que alguna vez debieron ser ocupados por abnegados trabajadores en sus horas de descanso, vio también un cine abandonado que en sus paredes habían pegados propagandas de productos antiquísimos y que ya ni siquiera existían en el mercado, como también vio inmensos galpones que estaba cerrados con gruesas cadenas y candados oxidados.

Mientras más avanzaban por esos deshabitados y grises parajes de cemento el triste paisaje se ponía cada vez mas escalofriante debido a lo lúgubre y al tremendo basural que se veía por donde se le mirara, y una vez que el carro llegó a lo que parecía ser una desierta plazoleta fue cuando se detuvieron.

–Bien rubia hemos llegado a destino, -le dijo don Pricilo a la extrañada mujer a la vez que se la quedaba mirando.

–Hemos llegado…!?, y que hacemos ahora…!!??, -la ninfa aun no se explicaba que era lo que estaban haciendo en ese horrendo lugar.

–Pus bajemos del carro y te lo explico… Jejeje…

Andrea totalmente confiada y a sabiendas que el vejete andaba con ella abrió la puerta del copiloto y se bajó para quedarse mirando en forma desconcertada aquel arruinado paisaje sub urbano al cual la habían llevado, en eso cayó en cuenta que el viejo en vez de bajarse del carro puso el motor de este en marcha para darse la vuelta, por lo cual la hembra pensó que el vejete se estaba acomodando para estacionar, en eso lo vio bajar el vidrio y que le decía:

–Ves esta plazoleta abandonada?, -el vejete mientras le consultaba se dio a observarla por última vez, que tentadora se veía la mujer con ese chaquetín que le llegaba hasta la mitad de sus bien ponderados muslos dorados, y que se le ajustaba a la perfección en cada curva de su cuerpo al estar anudado a la altura de su cintura, fue la hembra quien lo sacaba de sus pensamientos.

–Si… la veo…! y que tiene esa plazoleta…!? Oiga y Usted no se bajará?, -le preguntó finalmente la ya más que preocupada mujer, algo en su mente le hizo presagiar que algo malo le estaba a punto de ocurrir.

–Bien… escúchame con atención pedazo de zorra… pasado mañana como a esta misma hora te vendré a buscar a este mismo lugar, jejejeje…

–Queeee…!!???, Que me está diciendo…!!??, -las dudas de la ahora nuevamente escandalizada ninfa acababan de ser aclaradas, el viejo abiertamente le estaba notificando que se proponía a dejarla sola en aquella tenebrosa ciudadela industrial abandonada.

–Lo que escuchas preciosa… Jejeje, este es tu castigo por haberme hecho quedar en ridículo delante de mis amigos, te quedarás aquí hasta pasado mañana, jejejeje…

–Oiga…! Usted no puede hacerme esto…!! Si aquí no hay nada…!!, ni siquiera sé donde estoy parada… y está lleno de vagabundos…!!!

–Bueno ese es tu problema, la cosa es que tendrás que valerte por ti misma para sobrevivir estas dos noches que se te vienen, jejejeje…

–No lo creo…!, -le contesto finalmente mirándolo con sus ojos verdes bien abiertos, y con su carita totalmente despejada de sus rubios cabellos al haberlos traído tomados con un pañuelo, pero la rubia seguía con sus palabras llenas de incredulidad, –No creo que de verdad me este haciendo esto…!!!, este lugar está lleno de hombres o acaso usted no los vio cuando veníamos!?

–Pus si lo estoy haciendo desgraciada, y claro que está lleno de vagos y maleantes, y lo mejor que puedes hacer sobre todo por tu bien será que les prestes a ellos todos tus agujeros para poder subsistir de aquí hasta dos días más, jejejeje, total… eso es lo que a ti te gusta no?,

–No…! don Priciloooo…!!!, -Andrea ya caía en cuenta que esto no era una broma de mal gusto, sino que era su castigo por la falta cometida, –Por favor no me deje aquí…!, no se vaya…!!, espere…!!!, -le seguía implorando y siguiéndolo a un lado mientras el vejete lentamente ya comenzaba a avanzar con el carro.

–Pasado mañana a esta misma hora y en este mismo lugar… suerte zorraaa… nos vemos el jueves, jajajajaja…!!!!

Y así finalmente el viejo aceleró perdiéndose con el vehículo por las solitarias callejuelas del inmenso complejo industrial abandonado dejando a la rubia sola y a su suerte.

Andrea se quedó parada mirando como el viejo desaparecía en uno de sus propios vehículos. Aun no daba crédito a lo que estaba sucediendo, su corazón le latía a mil por hora, no sabía si largarse a llorar de impotencia o mearse ahí mismo al verse abandonada en aquel siniestro lugar donde todo era de lo mas sombrío y tétrico, hasta que por fin tragando saliva y limpiándose unas tímidas lagrimas que asomaron desde sus ojos se dio a ponerse a pensar de lo que iba a hacer ahora.

(Continuará)sex-shop 6

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (2)” (POR BUENBATO)

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me daríasAsalto a la casa de verano (2)

Sin título– ¡No! – rogó Leonor, comprendiendo a qué se refería – ¡Por favor! ¡Ellas no!

Pero el hombre no le prestó atención. Llamó a su secuaz, Lucas, y le ordenó que atara a la mujer. Leonor, en su desesperación, trató de salir corriendo de ahí, como último recurso para pedir ayuda. Pero, tan pronto como aceleró, cayó de culo al tropezarse con sus propias bragas, que aún seguían al nivel de sus pies. Lucas la alcanzó y la pateó, evitando que pudiera incorporarse de nuevo; la piso, manteniéndola boca abajo, mientras la esposaba rápidamente y la terminaba de desnudar de la parte inferior, dejándole sólo la delgada bata de dormir, tan corta que apenas le cubría media nalga.

Leonor ya no pudo hacer nada; se sentía agotada y perdida. Ni siquiera pareció enterarse cuando el tal Lucas la sentó sobre la silla, atándola de la misma forma que habían atado a sus hijas. Con los pies atados a las patas delanteras de la silla y ella recargada de pecho sobre el respaldo, con sus manos sostenidas tras su espalda.

Seguía con el rostro cubierto con los restos seminales del sujeto de la camisa azul, pero ya no lo veía. Sólo se encontraba Lucas, con el arma empuñada. Este la miraba lujurioso y con una malicia inmensa; burlón, se acercó hacia las muchachas, sabiendo que Leonor lo miraba. A cada una de ellas les sobó el culo y les magreo las tetas, asegurándose de que Leonor no perdiera detalle, primero a Sonia y luego a Mireya.

Leonor lo miraba con odio, pero al mismo tiempo le imploraba que las dejara en paz. Sólo tras cinco minutos, la figura del sujeto de azul descendió de las escaleras, secándose el área de su entrepierna con una toalla rosa que le pertenecía a Mireya.

– ¡Por favor! – comenzó a implorar, al verlo bajar – ¡No les haga nada! ¡Haga lo que quiera conmigo!

– Amordaza a esta perra escandalosa. – dijo el sujeto de azul

– Ustedes dijeron…

– ¡Nosotros no dijimos nada! – gritó – Sólo le avisamos que haríamos lo que quisiéramos por las buenas, o por las malas; y que no veníamos a seguir ninguna orden.

– ¡Por favor! Por lo que más qui…– insistió Leonor, antes de que Lucas la tomara por el cuello para amordazarla.

La mujer ya no pudo decir nada; y no le quedó más opción que ver cómo aquel sujeto, completamente desnudo a excepción del pasamontañas, se acercaba como una fiera a sus indefensas hijas. De pronto tuvo que observar aquello sólo con un ojo, porque en el otro le había entrado esperma. Lloraba, de impotencia, dolor y humillación.

Miró como se acercaba a sus hijas; lo vio pasear por detrás de ellas, que se encontraban completamente aterrorizadas. Él les desató los pies y las hizo ponerse de pie. Comenzó con Mireya, que se mantuvo de pie frente a su silla; miraba de reojo a su madre, pero mantenía más que nada la vista al suelo.

– Muy bien, muy bien… – murmuraba el sujeto de azul.

Después desató a Sonia; esta si intentó oponer resistencia, pero no duró mucho su arrebato de rebeldía puesto que bastó una patada seca de aquel hombre para hacerla caer de rodillas. Tomó un cojín del sofá y lo tiró a un lado de dónde se encontraba Sonia.

– Arrodíllate ahí – ordenó a Mireya, señalándole el cojín.

Mireya no supo cómo reaccionar. El sujeto perdió la paciencia, se acercó a ella, la tomó de los hombros y la empujó hacia abajo, obligándola a arrodillarse en el cojín. Cuando por fin ambas quedaron de rodillas, las acomodó de manera que quedaran juntas.

Se agachó tras de Sonia, con las llaves de las esposas, pero sólo para volverla a esposar con las manos tras su espalda. Sonia pensó en huir en aquel momento, pero el miedo la había invadido de tal forma que no se atrevió. Después hizo lo mismo con Mireya, quien menos aún pensó en cualquier posibilidad de escapar.

Una vez hecho esto, se colocó de pie frente a ellas, desnudo como estaba, y con la verga levantándose poco a poco hasta llegar a su erección total.

Sonia y Leonor adivinaron de inmediato de qué se trataba todo aquello, pero Mireya parecía no entender mucho, hasta que el sujeto comenzó a hablar.

– Vamos a jugar un juego – dijo – Se llama “Salvando a mamá”. ¿Quieren jugar?

Ninguna de ellas se atrevió a decir nada.

– ¡Respondan! – gritó, asustándolas – ¿Quieren jugar?

– Ss..si – respondieron ambas, temblorosas

– ¿Sí qué?

– Si queremos jugar – respondió Sonia por ambas

– Perfecto. Las reglas son muy sencillas; hacen lo que les ordene y a su madre no le pasará nada. ¿De acuerdo?

– Sss..ss..si.

Sonia y Mireya eran muy similares. Sonia, la mayor, tenía una tez morena, heredada de su padre, y un cuerpo de infarto gracias a su madre. Media unos 165 centímetros, y lo que más destacaba de ella era, sin duda, el redondo y hermoso culo que decoraba su cuerpo. Sus tetas también eran preciosas, redondas y bien formadas.

Tenía un cabello lacio y negro; que caía a veinte centímetros bajo sus hombros. Su cara era más fina que la de su madre, a excepción de la nariz de su padre, pero conservaba sus labios hermosos y carnosos.

Mireya, por su parte, era aún más bonita, quizás por la edad. Era similar a su hermana, pero con los ojos ligeramente rasgados, como su madre. Su boca era pequeña, pero sus labios eran gruesos y carnosos. Su nariz, mucho más bonita que la de Sonia, estaba ligeramente respingada. Sus cejas, afinadas hacia poco en una estética de la capital, eran dos líneas finas y densas que la hacían parecer a su rostro más mayor de lo que en realidad era.

Era una chiquilla, apenas, de modo que en sus pechos no había más que pequeñas tetitas de adolescente. Su culo, sin embargo, ya tenía las formas redondas y voluminosas de cualquier mujer bien dotada; y con su gusto por la natación, no había hecho más que acentuarlas.

Ambas chicas estaban arrodilladas frente a aquel invasor, que les apuntaba con su verga erecta hacia sus rostros. Sus manos, atadas tras su espalda, las ponían en una situación incómoda y de indefensión.

Sonia lloraba, pero Mireya parecía más desorientada que triste. Entonces recordó lo que su madre había sido obligada a hacer, y sólo entonces comprendió lo que le esperaba. Tragó saliva.

– Pues bien, lo primero que tendrán que hacer es besarme aquí – dijo, señalando el glande de su verga – ¿entendido?

Pero sólo recibió un largo silencio. Ambas chicas se miraron, pero ninguna se atrevió a llevar a cabo lo que el hombre les ordenaba. Simplemente era algo que no querían hacer por nada del mundo.

– Que feo – dijo el hombre – eso es no querer a su mamá.

Iba a ordenar algo a Lucas cuando de pronto la voz de una de las chicas lo interrumpió. Era Sonia, la hermana mayor, que lo miraba desde abajo con ojos de cordero.

– Está bien – dijo, con la voz quedita – Lo haré. Pero, por favor, deja ir a mi herma…

Una bofetada cayó sobre su rostro, haciéndola llorar de inmediato. Mireya también lloró al ver aquello, pero se concentró en mirar al suelo. Su madre, amordazada desde la silla en la que estaba atada, también comenzó a llorar; tanto así, que sus lágrimas comenzaron a limpiar parte de su rostro manchado de esperma.

El sujeto de azul tomó con su mano la barbilla de Sonia y la hizo alzar el rostro, llorosa como estaba.

– A mí no me vengas con que qué debo hacer – dijo, con firmeza – A mí sólo me vas a obedecer. Así que vas a besarme la verga en este instante o la siguiente cachetada es para tu madre, y, si insistes, la que sigue es para tu hermanita.

La soltó, pero el rostro de Sonia se mantuvo en alto. Tragó saliva, lo pensó un poco mientras el hombre la esperaba. Entonces, cerró los ojos, apretándolos muy fuerte, y comenzó a acercarse.

Sus labios apenas tocaron el glande del sujeto, alejándose inmediatamente, pero aquello siguió siendo terriblemente repúgnate.

– Ahora es tu turno – dijo el hombre de azul, dirigiéndose a Mireya

– ¡Por favor! – insistió Sonia – Deja…

Otra bofetada cayó sobre ella. Ella intentó, instintivamente, detener aquella mano con las suyas, pero estaba atada, y a veces lo olvidaba. Su rostro se había enrojecido, y sollozaba con la mirada hacia el suelo.

– Repito, es tu turno. – volvió a decir el sujeto, dirigiéndose a Mireya – ¿O también te pondrás necia?

La muchachita alzó la vista, y movió la cabeza negativamente.

– Perfecto – dijo el hombre – Te espero.

Pero no esperó demasiado, Mireya se acercó rápidamente y besó el glande del hombre para después retirarse inmediatamente. Era como si hubiera besado una llama de fuego. Leonor no tuvo más remedio que ver cómo, después de aquellos rápidos besos, el hombre iba exigiendo más y más, y sus hijas iban cediendo más y más.

Pronto les pidió que lamieran la punta de su verga, y ambas se negaron en un principio; pero cuando Sonia volvió a recibir una bofetada, ambas volvieron a acceder a los deseos. Después de aquellas lamidas, el hombre pidió que le chuparan el glande, y esta vez hubo menos resistencia y ninguna bofetada.

El hombre continuó y continuó; a veces, apretaba la quijada de Sonia, cuando esta le hacia alguna mueca. Otras veces empujaba a Mireya por la nuca, obligándola a no pensar tanto sus movimientos. Y las muchachas comenzaron a ceder a cada cosa que el hombre les decía, por que sabían que ninguna opción tenían si no querían ser lastimadas. Eso lo entendió perfectamente Mireya, cuando se detuvo para rogar compasión a aquel sujeto; entonces recibió su primera bofetada, y ya no volvió a desobedecer.

Sonia aun se ganó tres bofetadas más; y cinco pellizcos en sus pezones; y Mireya, en un momento de repugnancia en el que simplemente no quería tragarse la mitad de aquella verga, provocó que su madre recibiera cinco manotazos en el rostro.

La regla se volvió muy simple: someterse, o pagar las consecuencias. Leonor ya no sabía qué era peor; tanto ver a sus hijas siendo castigadas como verla mamándole el falo a aquel sujeto, le dolía verdaderamente en el alma.

Con el paso de los minutos, aquello pareció convertirse en cualquier escena barata de una película porno. Leonor se horrorizó con la facilidad con la que aquel sujeto había terminado por someter a sus hijas. Estas ni siquiera se quejaban ya; se habían rendido, y preferían obedecer las palabras y los movimientos de manos de aquel sujeto a ganarse uno de los castigos.

Su madre comprendía todo esto; y tampoco quería seguir viendo cómo las abofeteaban, pero en el fondo deseaba que se negaran, aunque sea un poco, que no se rindieran a los deseos de aquellas bestias. Pero nada podía hacer, sólo llorar.

Y en verdad que sus hijas ya no se quejaban; aquel hombre jugaba con ellas como si se trataran de un par de títeres. Con la mano derecha, detenía o empujaba hacia su verga la boca de Sonia, y con la izquierda tenía el mismo poder sobre Mireya.

La más chica era la que más injusticias se había llevado; Sonia debía tener cierta experiencia, por que el sujeto jamás la reprendió durante la felación. Pero la pobre Mireya, que no tenía la menor idea de aquello, había cometido los errores comunes de meter dentelladas o atragantarse sola.

Dos bofetadas, y un par de indicaciones ladradas por el sujeto de azul, parecieron suficientes para no repetir aquellos errores, aunque debía concentrarse demasiado, preguntándose si aquella o tal forma era la correcta, a sabiendas de que algún manotazo caería de nuevo sobre ella si se equivocaba.

No habían perdido aun el asco a chupar aquel horroroso y apestoso pellejo; pero si habían perdido la esperanza de cualquier alternativa. Sonia y Mireya, las pobres hijas de Leonor, no tenían más opción que evitar que todo aquello empeorara.

Por si fuera poco, el tal Lucas se acercó tras ella y comenzó a manosearla.

Conforme las hijas de Leonor mejoraban su desempeño, sin embargo, más les exigía el hombretón aquel. Comenzó a lastimarles el cabello; primero a Mireya, a quien jaloneaba de los pelos, atrayéndola hacia su verga, mientras de un empujón en la frente alejaba a Sonia, que sacaba aquella verga de su boca entre saliva y líquido seminal. Entonces la pobre chiquilla abría bien la boca, tomaba aire y cerraba los ojos antes de que aquella verga venuda invadiera su boca.

A veces el sujeto le permitía moverse sola pero, cuando se le antojaba, la mantenía atragantándose con aquel falo dentro de su garganta. Entonces la pobre chica se desesperaba, respiraba lo que podía por la nariz y sentía unas ganas insoportables de vomitar. Sólo cuando comenzaba a gorgotear fuertemente, aquel hombre la liberaba empujándola y entonces tomaba de los cabellos a Sonia y repetía lo mismo con ella, mientras Mireya sollozaba en silencio.

Repitió aquello varias veces, en lo que era lo más humillante que ellas habían tenido que soportar hasta entonces. Pero ya nada las sorprendía, cada cosa que él les hacía se convertía en lo más denigrante jamás vivido. Se preguntaban qué más seguiría después de todo eso.

– ¡Oye! – interrumpió Lucas, que estaba de pie tras Leonor – ¿Ya puedo…?

– ¡Si! – respondió molesto por la interrupción el tipo de azul, mientras mantenía a Sonia tosiendo con su verga dentro – ¡Sólo sabes qué parte me toca a mi!

– Perfecto – asintió el chico de amarillo

Leonor sintió entonces las manos de Lucas sobre su espalda y su culo; la abrazó por detrás para alcanzar a manosear sus tetas bajo la bata, ella intentó poner resistencia, creyendo que aquel sujeto sería suficiente, pero un jalón de cabello la regresó a su triste realidad.

– ¡No hagas tonterías – dijo Lucas, directo al oído de la mujer – maldita zorra!

Y Lourdes ya no hizo tonterías; ni cuando él la siguió manoseando, ni cuando comenzó a pellizcar sus pezones, ni cuando la obligó a besarla en la boca, sintiendo como la lengua del sujeto invadía su boca.

Tampoco hizo tonterías cuando él se agachó tras ella y comenzó a besar sus nalgas; ni cuando aquellos dedos comenzaron a magrear su coño, obligándola a excitarse; ni siquiera cuando la verga erecta de Lucas sobó por sobre la línea de su culo antes de penetrarla por el coño. Los dieciocho centímetros de aquel falo se clavaron en lo profundo de su húmedo coño; pero ella no hizo tonterías porque estaba llorando, había estado llorando mientras miraba a sus hijas siendo sodomizadas por el otro sujeto.

Pronto el muchacho comenzó a bombear su coño, y Leonor tuvo que perder de vista a sus hijas para enfrentarse a su propio destino. Más pequeña que la anterior verga, aquella de todos modos la hizo gemir de placer. El muchacho era joven y ágil; y todo aquello agitaba a aquella mujer que, a sus 42 años, todavía era muy capaz de sentir las delicias de una buena follada.

Se sentía sucia; pero su mente no dejaba de confundirse entre sentir asco o goce. Aquella posición sobre la silla la mantenía con el culo bien abierto, permitiendo el libre paso al pene de aquel ágil hombre. La cogía una y otra vez; hasta el fondo, sacando su verga por completo y volviéndosela a clavar.

Leonor ya gemía escandalosamente, sin poder evitarlo; inundando el silencio incomodo que reinaba en la sala. Se sentía una idiota, pero no quería que aquello se detuviera, no en aquel justo momento cuando su interior se estremeció y un chorro de placer pareció recorrer su circuito sanguíneo. Entonces gritó, porque su mente estaba tan inundada de sensaciones que aquel orgasmo se sentía distinto a cualquier otro.

El sujeto ni siquiera dejó de bombearla, aún a sabiendas del orgasmo de la mujer y, hasta que no descargó su leche dentro del coño de Leonor, no paró de embestirla. Esperó a que su pene perdiera

Cuando Leonor regresó la vista al frente, miró de frente a sus hijas. Cruzó miradas con Mireya y después con Sonia; ambas estaban arrodilladas de frente, con el sujeto de azul detrás de ellas, tomándolas de los hombros y obligándolas a observar a su madre.

Leonor se ruborizó; deseaba estar en otra parte, desaparecer de ahí para siempre. Pero su realidad era otra; un extraño le había provocado un orgasmo, y había chillado como cerda frente a sus propias hijas. Entonces el teléfono sonó.

Sonó una vez, y otra, y ambos sujetos se pusieron alertas, aunque el de azul parecía relajado y el chico que la follaba ni siquiera había sacado su pene de su coño. Siguió sonando, hasta que el tono paró. Leonor comprendió, eran las diez y media de la mañana, y a esa hora su esposo y padre de las niñas marcaba todos los días desde el crucero.

– ¿Es él? – dijo la ronca voz del hombre de azul

Leonor asintió; ya no le sorprendía que aquel sujeto lo supiera.

– Pues va a volver a marcar, seguramente; aquí espérenme putitas – dijo, dirigiéndose a las chicas que seguían arrodilladas, mientras se alejaba hacia la mesita del teléfono.

Tomó el teléfono inalámbrico y se acercó a Leonor.

– Cuando conteste – dijo a Leonor, que lo miraba de reojo – vas a hablarle con toda normalidad. Le dirás que estas bien, que tus hijas están bien y que no existe problema alguno. Cualquier idiotez que cometas – dijo, al tiempo que tomaba una de las pistolas – provocará una situación decepcionante. ¿Me has entendido?

Leonor no contestó de inmediato; la sola posibilidad de provocar que dañaran de esa manera a alguna de sus hijas la hizo estremecerse, porque no estaba segura de guardar las apariencias ante su esposo en aquella situación. Entonces el teléfono volvió a sonar.

– Lo haré – dijo Leonor – No te preocupes.

El sujeto de azul le entregó el teléfono a Lucas, quien contestó y alargó su brazo para que Leonor contestara; ni siquiera sacó su verga de ella, y hasta parecía haber vuelto a ganar dureza.

– Bueno – dijo Leonor, tras una extraña pausa

– …

– Si, lo sé – dijo, tratando de normalizar su voz – Estábamos desayunando y dejamos los celulares en los cuartos.

– …

– Si, todo bien, despertamos a eso de las nueve de la mañana – continuó, y en aquel momento vio cómo el sujeto de azul regresaba hacia donde se hallaban sus hijas

– …

– ¡Ah! Que bien, ¿entonces llegan mañana a Puerto Rico?

– …

El sujeto de azul regresó a sus hijas a la posición anterior y, como si nada estuviese pasando, volvió a obligarlas a chupar su verga. Primero Mireya, quien estuvo obligada a realizarle aquella felación durante medio minuto, y luego Sonia otro rato; para después continuar aquel juego de turnos en que él metía su verga bruscamente en la boquita que más se le antojaba hacerlo.

Leonor escuchaba los relatos de su marido, y agradecía no tener que decir nada, puesto que su garganta se había ennudecido.

– Muy bien – dijo, cuando tuvo que responder – Pues yo creo que las niñas y yo vamos a quedarnos en la casa, a menos que salgamos por la tarde al pueblo.

– …

– Si, me parece bien, si los encuentro los compro – respondió, en el momento en que, por fin, Lucas sacaba su verga de ella, provocando que se le escapara un ligero gemido.

– …

– No, nada, me lastimé la espalda durmiendo, yo creo, y me ha estado doliendo un poco.

– …

– Si, lo haré, no te preocupes. – continuó, con la leche de Lucas corriéndole por los muslos, emanando de su concha.

– …

– Si, yo les digo. Igualmente, cuídate.

Entonces colgó; Lucas le arrebató el teléfono y lo colocó en su lugar.

– ¡Lo ves! – dijo el sujeto de azul, mientras masturbaba su verga frente a los rostros de las hijas de Leonor, a quienes había obligado a pegar sus mejillas una al lado de otra y a mantenerse inmóviles, a la espera de su eyaculación – Eres muy buena actriz a pesar de tener una verga dentro.

Leonor hubiese querido verlo reventar en aquel mismo momento; pero se limitó a bajar la vista, ocultando el dolor de su mirada.

Ya no miró cómo aquel individuo mantenía entre amenazas y groserías los rostros de sus hijas aglutinados, esperando con los ojos cerrados el momento en que aquella verga escupiera semen sobre sus rostros, como hacía unos minutos había sucedido con su propia madre.

La espera era eterna, especialmente porque no querían que nada de aquello sucediera; de modo que, finalmente, el escupitajo de esperma las tomó por sorpresa. El primer chorro cayó sobre la frente de Mireya, y un segundo disparo llegó a la nariz y boca de Sonia. Azotó su pene sobre la cara de Sonia, manchándola lo más posible de su leche, pero ya la mayor parte había caído sobre Mireya, que empezaba a tener problemas con los ríos de semen corriéndole cerca de los ojos hasta comenzar a invadirlos.

– ¡Váyanse a bañar! – les gritó, mientras empujaba a Sonia para que se pusiera de pie, misma cosa que no tuvo que repetir con Mireya, que ya se incorporaba – Lucas, sube con ellas.

Lucas tomó su arma y las hizo subir.

– ¡Lucas! – gritó, mientras el muchacho subía – Acuérdate de lo que te dije.

El hombre de amarillo asintió, y siguió su camino. El individuo de azul se quedó solo con Leonor, quien seguía fija al suelo. No se podía saber si lloraba o si se había desmayado de tantas emociones. Le alzó el rostro, y se encontró con una mirada perdida y desesperanzada.

Se agachó, a un lado de ella, acariciándole la barbilla. El esperma de Lucas aun goteaba desde su coño, cayendo al suelo.

– Mira nada más que desastre – dijo el tipo, asomándose hacia el culo de Leonor – eres tan puta que ya dejaste un charco de mugre acá atrás.

Llevó su dedo bajo la concha de la mujer y una gota cayó en su dedo; se incorporó e impregnó la gota de esperma en la nariz de la mujer, que lo miraba con una extraña combinación de odio y miedo.

– En fin – continuó – Te puedo adelantar que esto es sólo el principio – dijo, agachándose de nuevo frente a ella, acercándose a su oído.

– ¿Qué más quieres? – preguntó Leonor, con una voz destrozada

– Todo, follarte, follarte hasta que me canse. Y follarme a tus hijas también; romperle el culo a Sonia, desvirgar a tu adorada Mireya; lanzarles mi leche sobre sus culos y atragantarlas con mi verga. Eso quiero.

Las lágrimas de Lourdes corrían silenciosamente por sus mejillas. Miraba al suelo, pensativa, mientras escuchaba las sandeces de aquel individuo que no dejaba de parecerle familiar.

– ¿Quién eres? – preguntó

Alzó la vista y mirándole los ojos a través de aquel pasamontañas. El hombre la miró; se quedó pensando un largo rato hasta que, por fin, decidió quitarse el pasamontañas.

– ¿No me recuerdas? – dijo

Ella no lo recordaba; no sabía quién era. Lo miró; y trató de recordar aquel rostro y aquella voz. Pero nunca había conocido a alguien como él. Estaba a punto de preguntar hasta que una idea le cruzó por la cabeza; entonces lo recordó.

– Benjamín – dijo, completamente segura

– El tipo al que le rompiste el corazón.

CONTINUARÁ…sex-shop 6

 

Relato erótico: “Robando la leche de su madre al hijo de mi criada” (POR GOLFO)

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JEFAS PORTADA2Robando la leche de su madre al hijo de mi criada.
Sin títuloLa historia que os voy a narrar tiene su origen en una conversación con un amigo. Tomando unas copas con él, me comentó que se había enterado que me había dejado tirado mi criada y me preguntó si andaba buscando una.
-Estoy desesperado, mi casa parece una pocilga- reconocí.
Al oírme se le abrieron los ojos y sin dar mucha importancia a lo que iba a decir, me preguntó:
-¿Tienes alguna preferencia en especial?
Conociendo que, para las mentes bien pensantes, Manuel era un pervertido, comprendí que esa pregunta tenía trampa y por eso le respondí en plan gallego:
-¿Por qué me lo preguntas?
Captando al instante mis suspicacias, con una sonrisa contestó:
-Te lo digo porque ayer mi chacha me comentó si sabía de algún trabajo para una compatriota que acaba de llegar a Madrid. Me aseguró que la conocía desde hace años y que pondría la mano en el fuego por ella. Por lo visto es una muchacha trabajadora que ha tenido mala suerte en la vida.
No tuve que exprimirme el cerebro para comprender que esa respuesta era incompleta y sabiendo que Manuel se andaba follando a su empleada, me imaginé que iban por ahí los tiros:
-¿No la has contratado porque Dana no está dispuesta a compartir a su jefe?
Soltando una carcajada, ese golfo me soltó:
-¡Mira que eres cabrón! No es eso.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí:
-Entonces debe ser fea como un mandril.
Viendo que me tomaba a guasa esa conversación, mi amigo haciéndose el indignado, respondió:
-Al contrario, por lo que he visto en fotos, Simona es una monada. Calculo que debe de tener unos veinte años.
«Será capullo, no quiere soltar prenda de lo que le pasa», pensé mientras llamaba al camarero y pedía otro ron. Habiendo atendido lo realmente urgente, le comenté entre risas:
-Conociendo lo polla floja que eres, algún problema debe tener. No creo que sea por el nombre tan feo- y ya totalmente de cachondeo, pregunté: -¿Es un travesti?
-No lo creo- negó airadamente. –Hasta donde yo sé, los hombres son incapaces de tener hijos.
Al escucharle comprendí que esa era la cuestión, la chavala tenía un bebé. Como comprenderéis al enterarme, directamente rechacé la sugerencia de Manuel pero entonces ese cabronazo me recordó un favor que me había hecho y que sin su ayuda hubiera terminado con seguridad en prisión. No hizo falta que insistiera porque había captado su nada sutil indirecta y por eso acepté a regañadientes que esa rumana pasara un mes a prueba en mi casa.
-Estoy seguro que no te arrepentirás- comentó al oír mi claudicación: -Si es la mitad de eficiente que su hermana, nunca tendrás quejas de su comportamiento.
El tono con el que pronunció “eficiente” me reveló que se había guardado una carta y por ello, directamente le pedí que me dijera quien era su hermana.
-¡Quien va a ser! ¡Dana mi porno-chacha!

Simona aparece en mi vida.
Al día siguiente amanecí con una resaca de mil diablos, producto de las innumerables copas que Manuel me invitó para resarcirme por el favor que le hacía al contratar a la hermanita de su amante. Por ello os tengo que reconocer que no me acordaba que había quedado con él que esa cría podía entrar a trabajar en mi chalet desde el día siguiente.
-¿Quién será a estas horas?- exclamé cabreado al retumbar en mis oídos el sonido del timbre y mirando mi reloj, vi que eran las ocho de la mañana.
Cabreado por recibir esa intempestiva visita un sábado , me puse una bata y salí a ver quién era. Al otear a través de la mirilla y descubrir a una mujercita que llevaba a cuestas tanto su maleta como un cochecito de niño, recordé que había quedado.
«Mierda, ¡Debe ser la tal Simona!», exclamé mentalmente mientras la dejaba entrar.
Al verla en persona, esa cría me pareció todavía más jovencita y quizás por ello, me dio ternura escuchar que con una voz suave me decía:
-Disculpe, no quise despertarlo pero Don Manuel insistió en que viniera a esta hora.
-No hay problema- contesté y acordándome de los antepasados femeninos de mi amigo ya que a buen seguro lo había hecho aposta para cogerme en mitad de la resaca, le pedí que se sentara para explicarle sus funciones en esa casa.
«Es una niña», pensé al observarla cogiendo el carro y demás bártulos rumbo al salón, «no creo que tenga los dieciocho».
Una vez sentada, el miedo que manaba de sus ojos y su postura afianzaron esa idea y por eso lo primero que hice fue preguntarle por su edad.
-Acabo de cumplir los diecinueve- respondió y viendo en mi semblante que no la creía, sacó su pasaporte y señalando su fecha de nacimiento, me dijo: -Léala, no le miento.
No queriendo meter la pata y contratar a una menor, cogí sus papeles y verifiqué que decía la verdad, tras lo cual ya mas tranquilo, le expliqué cuanto le iba a pagar y sus libranzas. La sorpresa que leí en su cara me alertó que el sueldo era mayor del que se esperaba y con lágrimas en los ojos, me rogó:
-Según Don Manuel, puedo tener a mi hijo conmigo. Se lo digo porque apenas tiene tres meses y le sigo amamantando.
Al mencionar que todavía le daba el pecho, no pude evitar mirar a su escote y os confieso que la visión del rotundo canalillo que se podía ver entre sus tetas, me gustó y más afectado de lo que me hubiese gustado estar, le respondí que no había problema mientras en mi mente se formaba un huracán al pensar en cómo sabría su leche.
-Muchas gracias- contestó llorando a moco tendido: -Le juro que es muy bueno y casi no llora.
Que se pusiera la venda antes de la herida, me avisó que inevitablemente mi vida se vería afectada por los berridos del chaval pero era tanto el terror destilaba por sus poros al no tener un sitio donde criar a su niño que obvié los inconvenientes y pasé a enseñarle el resto de la casa.
Como no podía ser de otra forma, comencé por la cocina y tras mostrarle donde estaba cada cosa, le señalé el cuarto de la criada. Por su cara, supe que algo no le cuadraba y no queriendo perder el tiempo directamente le pedí que se explicara:
-La habitación es perfecta pero creía que… tendría que dormir más cerca de usted por si me necesita por la noche.
Al escuchar su respuesta, adiviné que esa morenita creía que entre sus ocupaciones estaría el calentar mi cama como hacía su hermana con la de mi amigo. Tan cortado me dejó que supusiera que iba a ser también mi porno-chacha que solamente pude decirle que, de necesitarla, ya la llamaría.
Os juro que aluciné cuando creí leer en su rostro una pequeña decepción y asumiendo que la había malinterpretado, la llevé escaleras arriba rumbo a mi cuarto. Al entrar en mi cuarto y mientras trataba de disimular el cabreo que tenía porque me hubiera tomado por un cerdo, la cría empezó a temblar muerta de miedo al ver mi cama.
No tuve que ser un genio para asumir que Simona daba por sentado que iba a aprovecharme de ella y por eso me di prisa en enseñarle donde se guardaba mi ropa para acto seguido mostrarle mi baño.
Al entrar, la rumanita no pudo reprimir su sorpresa al ver el jacuzzi y exclamó:
-¡Es enorme! ¡Nunca había visto una bañera tan grande!
Reconozco que antes de entrar en la tienda, yo tampoco y por eso al ver expuesto esa enormidad, me enamoré de ella y a pesar que era un lujo que no necesitaba, la compré. Quizás el orgullo que sentía por ese aparato, me hizo vanagloriarme en exceso y me dediqué a exponer cómo funcionaba.
Simona siguió atenta mis instrucciones y al terminar únicamente me preguntó:
-¿A qué hora se levanta para tenerle el baño listo?
Sin saber que decir, contesté:
-De lunes a viernes sobre las siete de la mañana.
Y entonces con una determinación en su voz que me dejó acojonado, me soltó:
-Cuando se levante, se encontrara todo preparado.
No sé por qué pero algo me hizo intuir que no era solo el baño a lo que se refería y no queriendo ahondar en el tema, le pedí que me preparara el desayuno. Nuevamente, surgió una duda en su mente y creyendo que era sobre qué desayunaba, le dije que improvisara pero que solía almorzar fuerte.
Mi sorpresa fue cuando, bajando su mirada, susurró muerta de vergüenza:
-Ya que no me ha dado un uniforme, me imagino que desea que limpie la casa como mi hermana.
Desconociendo a qué se refería, di por sentado que era en ropa de calle y no dando mayor importancia al tema, le expliqué que tenía un traje de sirvienta en el armario de su habitación pero que si se sentía más cómoda llevando un vestido normal podía usarlo. Fue entonces realmente cuando comprendí el aberrante trato que soportaba su hermana porque con tono asustado me preguntó:
-¿Entonces no debo ir desnuda?
Confieso que me indignó esa pregunta y queriendo resolver de una vez sus dudas, la cogí del brazo y sentándola sobre la cama, la solté:
-No te he contratado para seas mi puta sino para que limpies la casa y me cocines. ¡Nada más! Si necesito una mujer, la busco o la pago. ¿Te ha quedado claro?
Al escuchar mi bronca, los ojos de la mujercita se llenaron de lágrimas y sin poder retener su llanto, dijo:
-No comprendo. En mi región si una mujer entra a servir en casa de un soltero, se sobreentiende que debe satisfacerlo en todos los sentidos…- y antes que pudiese responderla, levantándose se abrió el vestido diciendo: -Soy una mujer bella y sé que por eso me ha contratado. Dana me contó que usted insistió en ver mi foto para aceptar.
La furia con la que exhibía esos pechos llenos de leché no fue óbice para que durante unos segundos los recorriera con mi vista mientras contestaba.
-Tápate. ¡No soy tan hijo de puta para aprovecharme de ti así! Si quieres trabajar en esta casa: ¡Hazte a la idea! ¡Tienes prohibido pensar siquiera en acostarte conmigo!
Tras lo cual, la eché del cuarto y lleno de ira, llamé a Manuel y le expliqué lo que había ocurrido. El tipo escuchó mi bronca en silencio y esperó a que terminara para muerto de risa, soltarme:
-Te apuesto su sueldo de un año a que antes de un mes, Simona se ha metido en tu cama.
Que en vez de disculparse tuviera el descaro de dudar de mi moralidad, terminó de sacarme de las casillas y sin pensar en lo que hacía, le contesté:
-Acepto.

Simona pone las cartas sobre la mesa.
No pasó mucho tiempo para que me diera cuenta del lío en que me había metido porque nada más colgar, decidí darme una ducha y mientras lo hacía, el recuerdo de los rosados pezones de la rumana volvió a mi mente.
¡Hasta ese momento nunca había visto los pechos de una lactante!
Por eso y a pesar que intentaba no hacerlo, no podía dejar de pensar en ellos, en sus aureolas sobredimensionadas, en las venas azules que las circuncidaban pero sobre todo en la leche que los mantenía tan hinchados y en cómo sabría. Lo quisiera o no, la certeza que ante un ataque de mi parte podría descubrir su sabor, me afectó y entre mis piernas, nació un apetito salvaje que no pude contener.
«¡Ni se te ocurra!», me repitió continuamente el enano sabiondo que todos tenemos y que yo llamo conciencia y otros llaman escrúpulos, «¡Tú no eres Manuel!».
Aun así al salir del baño a secarme, mi verga lucía una erección muestra clara de mi fracaso y creyendo que era cuestión de tiempo que se me bajara, decidí vestirme e ir a desayunar. Nada mas entrar a la cocina, fui consciente que iba a resultar sencillo que bajo mi pantalón, todo volviera a la tranquilidad porque Simona me había hecho caso parcialmente y aunque se había metido las ubres dentro del vestido gris que llevaba, no había subido la cremallera hasta arriba dejando a mi vista gran parte de su busto.
«¡Ese par de tetas se merecen un diez!», valoré impresionado al observarlas de reojo.
Tras ponerme el café, la rumanita se me quedó mirando de muy mal genio. Se notaba que estaba cabreada.
«No lo comprendo, debería estar contenta por librarla de esas “labores” y tenerse que ocupar solamente de la casa».
Como no retiraba sus ojos, decidí preguntar el motivo de su enfado y os juro que me había imaginado todo tipo de respuestas pero jamás me esperé que me soltara:
-Es lógico que esté molesta, me ha quedado claro que no piensa usar sus derechos sobre mí y también que piensa satisfacer sus necesidades fuera de casa. Pero… ¿Y qué pasa conmigo?… Cómo ya le he dicho, soy una mujer ardiente y tengo mis propias urgencias.
Casi me atraganto con el café al escuchar sus palabras.
¡La chacha me estaba echando en cara no solo que no me aliviara con ella sino que, por mi culpa, se iba a quedar sin su ración de sexo!
Durante unos segundos no supe que contestar hasta que pensando que era una especie de broma, se me ocurrió preguntar qué necesitaba aplacar sus urgencias. Sé que parece una locura pero no tuvo que pensárselo mucho para responder:
-Piense que llevo sin sentir a un hombre desde que tenía seis meses de embarazo… Creo que si durante una semana, me folle cuatro o cinco veces al día, luego con que jodamos antes y después de su trabajo me conformo.
La seriedad de su tono me hizo saber que iba en serio y que realmente se creía en su derecho de exigirme que aparte del salario, le pagara con carne. Sé que cualquier otro hubiese visto el cielo pero no comprendo todavía porque en vez de abalanzarme sobre ella y darle gusto contra la mesa donde estaba sentada, balbuceé:
-Deja que lo piense.
Luciendo una sonrisa y mientras se acomodaba en el tablero, me replicó de buen humor al haber ganado una batalla:
-No se lo piense mucho. En mi país, las mujeres somos medio brujas y si no me contesta rápido, tendré que hechizarle.
El descaro de su respuesta, sumado a que con el cambio de postura, uno de sus pezones se le había escapado del escote y me apuntaba a la cara, hicieron que por primera vez temiera el perder la apuesta. Me consta que lo hizo a propósito para que se incrementara mi turbación pero sabiéndolo, aun así consiguió que la presión que ejercía mi miembro sobre el calzón se volviera insoportable.
«Está zorra me pone cachondo», no pude dejar de reconocer mientras me colocaba el paquete.
Reconozco que fue un error porque mi movimiento no le pasó inadvertido y con un extraño brillo en los ojos, se arrodilló ante mí diciendo:
-Deje que le ayude.
Sin darme tiempo a reaccionar, esa mujercita usó sus manos para acomodar mi verga al otro lado, al tiempo que aprovechaba para dar un buen meneo a mi erección. Peor que el roce de sus dedos fue admirar sus dos pechos fuera de su vestido y que producto quizás de su propia excitación de sus pezones manaran involuntariamente unas gotas de leche materna.
«No puede ser», exclamé en silencio al tiempo que contrariando mis órdenes, mi instinto obligaba a una de mis yemas a recoger un poco de ese alimento para acto seguido, llevarlo a mi boca.
Simona, lejos de enfadarse por acto reflejo, se mordió los labios y gimiendo de deseo, me rogó que mamara de ella diciendo:
-Ayúdeme a vaciarlos. ¡Con mi hijo no es suficiente!
Durante unos segundos combatí la tentación pero no me pude contener cuando incorporándose, ese engendro del demonio depositó directamente su leche en mis labios. El sabor dulce de sus senos invadió mis papilas y olvidando cualquier recato, me lancé a ordeñar a esa vaca lechera.
Las tetas de la rumana al verse estimuladas por mi lengua se convirtieron en un par de grifos y antes que me diera cuenta, esa muchachita estaba repartiendo la producción de sus aureolas sobre mi boca abierta. Muerta de risa, usó sus manos para apuntar, a mi garganta, los hilillos que brotaban de sus senos y que no se desperdiciara nada.
Desconozco cuanto tiempo me estuvo dando de beber, lo único que os puedo asegurar que a pesar de mis esfuerzos, no pude tragar la cantidad de líquido que me brindó y por ello cuando de pronto, retiró esas espitas de mi boca, mi cara estaba completamente empapada con su leche.
Afianzando mi derrota, se guardó los pechos dentro de su ropa y mientras su lengua recorría mis húmedas mejillas, me soltó:
-Si quiere más, tendrá que follarme- y aprovechando que desde su cuarto el niño empezó a protestar, terminó diciendo antes de dejarme solo:- Piénselo pero mientras lo hace, recuerde lo que se pierde…

«¿Por qué lo he hecho? ¿Cómo es posible que me haya dejado engatusar así?», mascullé entre dientes mientras subía uno a uno los escalones hacia mi cuarto.
Si mi actitud me tenía confuso, la de Simona me tenía perplejo. Ya que cuando llegó a mi casa, había pensado que me tenía terror. Luego al oír el trato que sufría su hermana, creí que su nerviosismo era producto por suponer que su destino era servirme como objeto sexual. Pero en ese instante estaba seguro que si su cuerpo temblaba no era de miedo sino de deseo y que cuando me enterneció verla casi llorando al ver mi cama, lo que en realidad le ocurría era que esa guarra estaba excitada.
«¿Qué clase de mujer actúa así y más cuando acaba de tener un hijo?», me pregunté rememorando sus exigencias. «¡No me parece ni medio normal».
La certeza que la situación iba a empeorar y que su acoso pondría a prueba mi moralidad, no mejoró las cosas. Interiormente estaba acojonado por cómo actuaria si nuevamente ponía esas dos ubres a mi alcance.
«Esa mujercita engaña a primera vista. Parece incapaz de romper un plato y resulta que es un zorrón desorejado que aprovecha su físico para manipular a su antojo a todos», sentencié molesto.
Seguía torturándome con ello, cuando mi móvil vibró sobre la cama. Al ver que quien me llamaba era Manuel, reconozco que pensé que ese capullo se había enterado de lo cerca que estaba de ganar la apuesto y quería restregármelo.
-¡Qué quieres!- fue mi gélido saludo, porque no en vano ese cerdo era el culpable de mis males.
Curiosamente, mi amigo parecía asustado y bajando la voz como si temiera que alguien le escuchara, me dijo que necesitaba verme y que me invitaba a comer. Su tono me dejó preocupado y a pesar de estar cabreado con él, decidí aceptar y nos citamos en un restaurante a mitad del camino entre nuestras casas.
-No tardes, necesito hablar contigo- murmuró.
La urgencia que parecía tener y mi propia necesidad de salir corriendo de casa para no estar cerca de Simona, me hicieron darme prisa y recogiendo solo la cartera, salir de mi cuarto rumbo al garaje.
Al pasar frente a la cocina, vi que la rumana estaba dando de mamar a su bebé. La tierna imagen provocó que ralentizara mi paso y fue entonces cuando descubrí que el retoño era una niña por el color rosa de su ropa. No me preguntéis porqué pero al enterarme de su sexo, me pareció todavía más terrible la actitud de su madre.
«¡Menudo ejemplo!», medité mientras informaba a esa mujer que no iba a comer en casa.
Su respuesta me indignó porque entornando los ojos y con voz dulce, se rio diciendo:
-Después del desayuno que le he dado, dudo mucho que tenga hambre hasta la cena.
El descaro con el que me recordó mi desliz y su alegría al hacerlo, me terminaron de cabrear y hecho un basilisco, salí del que antiguamente era mi tranquilo hogar.
«Me da igual que sea madre soltera, cuando vuelva ¡la pongo en la calle!» murmuré mientras encendía mi audi y salía rumbo a la cita.
Durante el trayecto, su recuerdo me estuvo torturando e increíblemente, al repasar lo ocurrido llegué a la conclusión que era un tema de choque de culturas y que a buen seguro desde la óptica de la educación que esa jovencita recibió, su actuación era correcta.
«Al no tener pareja, esa jovencita ha visto en mí alguien a quién seducir para que se ocupe de su hija», concluí menos enfadado al vislumbrar un motivo loable en su conducta.
«Entregándose a mí, quiere asegurarle un futuro», rematé perdonando sin darme cuenta su ninfomanía.
Para entonces había llegado a mi destino y aparcando el coche en el estacionamiento, entré en el local buscando a Manuel. Lo encontré junto a la barra con una copa en la mano. Que estuviera bebiendo tan temprano, me extrañó y más que tras saludarle, yo mismo le imitara pidiendo un whisky al camarero.
Ya con mi vaso en la mano, quise saber qué era eso tan urgente que quería contarme. Lo que no me esperaba es que me pidiera antes que pasáramos al saloncito que había reservado. Al preguntarle el porqué de tanto secretismo, me contestó:
-Nunca sabes quién puede oírte.
Mirando a nuestro alrededor, solo estaba el empleado del restaurante pero no queriendo insistir me quedé en silencio hasta que llegamos a la mesa.
-¿Qué coño te ocurre?- solté al ver que había cerrado la puerta de la habitación para que nadie pudiera escuchar nuestra conversación.
Mi conocido, completamente nervioso, se sentó a mi lado y casi susurrando, me pidió perdón por haberme convencido de contratar a Simona.
-¡No te entiendo! Se supone que estabas encantado de haber conseguido un trabajo para la hermanita de tu amante- respondí furioso.
-Te juro que no quería pero ¡Dana me obligó!
Que intentase escurrir el bulto echando la culpa a su chacha, me molestó y de muy mala leche, le exigí que se explicara. Avergonzado, Manuel tuvo que beberse un buen trago de su cubata antes de contestar:
-Esa puta me amenazó con no darme de mamar si no conseguía meter al demonio en tu casa.
Qué reconociera su adicción a los pechos de su criada de primeras, despertó todas mis sospechas porque, además de ser raro, era exactamente lo que me estaba pasando y con un grito, insistí en que me contara como había él contratado a su chacha.
-Me la recomendó un amigo.
Su respuesta me dejó tan alucinado como preocupado y por eso, me vi en la obligación de preguntar:
-¿Dana acababa de tener un hijo?
-Una hija. ¡Esas malditas arpías solo tienen hijas!- la perturbada expresión de su cana incrementó mi intranquilidad y por eso le pedí que se serenara y me narrara el primer día de Dana en su casa.
-Joder, Alberto, ¡tú me conoces!- dijo anticipando su fracaso- siempre he sido un golfo y por eso desde el primer momento me vi prendado de los pechos de esa morena. ¡Imagínate mi excitación cuando se quejó de que le dolían y me rogó que la ayudara a vaciarlos!
«¡Es casi un calco de mi actitud esta mañana!», me dije.
Manuel, totalmente destrozado, se abrió de par en par y me reconoció que la que teóricamente era su criada, en realidad era algo más que su amante:
-Me da vergüenza decírtelo pero es Dana quien manda en casa. Lo creas o no, si quiero salir con un amigo, tengo que dejarla satisfecha sexualmente con anterioridad y eso ¡no resulta fácil! Ese demonio me exige que me la folle hasta cuatro veces al día para estar medianamente contenta.
Ni siquiera dudé de la veracidad de sus palabras porque esa misma mañana Simona me había dejado claro que esas eran sus pretensiones.
-¡Su hermana es igual!- confesé asumiendo que por alguna razón tanto ella como Dana eran unas ninfómanas. -La mía me ha echado en cara que es una mujer joven y que necesita mucho sexo para estar feliz.
No acaba de terminar de decirlo cuando se me encendieron todas las alarmas al usar ese posesivo para referirme a “mi” rumana. Si ya eso de por sí me perturbó, la gota que provocó que un estremecimiento recorriera mi cuerpo fue el escuchar a mi amigo, decir aterrorizado:
-¡No te la habrás tirado!
-No- respondí sin confesar que lo que si había hecho era disfrutar del néctar de sus pechos.
Manuel respiró aliviado y cogiendo mi mano entre las suyas, me aconsejó que nunca lo hiciera porque las mujeres de su especie eran una droga que con una única vez te volvía adicto.
-Sé que es una locura pero necesito ordeñar a Dana mañana y noche si quiero llevar una vida mínimamente normal.
Fue entonces cuando caí en que al menos esa mujer llevaba cinco años conviviendo con él y me parecía inconcebible que siguiera dando pecho a su hija.
-Esas brujas utilizan su leche para controlar a sus parejas. ¡A quien da de mamar es a mí! porque la abuela se hizo cargo de la niña al mes de estar en casa – contestó cuando le recriminé ese aspecto.
Por muy excitante que fuera el tomar directamente de su fuente la leche materna, me parecía una locura pensara que era una sustancia psicotrópica. De ser así el 99,99% de la gente sería adicto a la de vaca y al menos el 60% de los humanos a la de su madre.
«Nunca he oído algo así», pensé compadeciéndome de Manuel, «al menos, habría miles de estudios sobre como desenganchar a los niños de las tetas».
Sabiendo que era absurdo, deseé indagar en la relación que mantenía con su criada para ver si eso me aclaraba la desesperación que veía en mi amigo y por eso directamente, le pregunté si al menos era feliz.
Ni siquiera se lo pensó al contestar:
-Mucho, esa zorra me mima y me cuida como ninguna otra mujer en mi vida. Según ella, las mujeres de su aldea están genéticamente obligadas a complacer en todos los sentidos a sus hombres… pero, ¡ese no es el problema!
-No te sigo, si dices que eres feliz con ella. ¿Qué te ocurre?
Me quedé alucinado cuando su enajenación le hizo responder:
-Sé que no me crees pero debes echarla de tu vida antes que te atrape como a mí- y todavía fue peor cuando casi llorando, me soltó: -No son humanas. ¡Son súcubos!
Confieso que al oírle referirse a esas rumanas con el nombre que la mitología da a un tipo de demonios que bajo la apariencia de una mujer seducen a los hombros, me pareció que desvariaba. Simona podía ser muchas cosas pero las tetas que me había dado a disfrutar eran las de una mujer.
Convencido de su paranoia, no quise discutir con él y dejando que soltara todo lo que tenía adentro, le pregunté:
-¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Manuel en esta ocasión se tomó unos segundos para acomodar sus ideas y tras unos momentos, me respondió:
-Esa zorra no ha envejecido un día. Sigue igual que hace cinco años. Cuando le he preguntado por ello, Dana siempre esquiva la pregunta apuntando a sus genes. No me mires así, sé que no es suficiente pero… no te parece extraño que al preguntarle por la gente de su aldea, parece que no existan varones en ella, siempre se refiere a mujeres.
Durante unos minutos, siguió dando vuelta al asunto hasta que ya casi al final soltó:
-¿Te sabes el apellido de Simona?
-La verdad es que no- reconocí.
-Se apellidan Îngerulpăzitor, ¿Tienes idea de que significa en rumano?- por mi expresión supo que no y dotando a su voz de una grandilocuencia irreal, tradujo: -¡Angel custodio! Esas putas se consideran a ellas mismas como nuestras protectoras.
Dando por sentado que definitivamente estaba trastornado, dejé que se terminara esa y otras dos copas antes de inventándome una cita, dejarle solo rumiando su desesperación…

Simona me recibe asumiendo en casa que es mi pareja.
Tal y cómo había predicho Simona, no tenía hambre y por eso me dediqué a deambular por la ciudad durante horas. Sin dar crédito alguno a las palabras de mi amigo, me ratifiqué en la idea inicial que la actitud de esa mujercita escondía únicamente su instinto de madre.
«Lo demás son tonterías», sentencié mientras sin darme cuenta, me dirigía de vuelta a mi hogar.
Fue cuando me vi frente al chalet cuando me percaté que había conducido hasta allí.
«¡Qué raro!», me dije y no dándole mayor importancia, aparqué el coche y entré.
Justo cuando iba a meter la llave para abrir, la rumana abrió la puerta y con una sonrisa en sus labios, me dijo:
-Le esperaba más tarde- para acto seguido, susurrarme: -Me imagino que por la hora ya ha comido. Se lo digo porque mi niña no ha mamado lo suficiente y me duelen mis pechos de tanta leche.
Hasta ese momento no me había fijado que iba en camisón y habiendo captado mi atención, dejó caer los tirantes y me mostró que decía la verdad.
-Mire que hinchadas las tengo.
No pude mas que obedecer y admirar esos dos monumentos.
«Está buenísima», maldije interiormente al advertir un par de gotas decorando sus enormes pezones.
Mi estómago rugió con renovados bríos, recordando que no había ingerido nada desde las doce. Al comprobar que mi apetito había vuelto al admirar sus tetas, temí fugazmente que Manuel tuviese razón.
Simona, viendo que me quedaba prendado en su escote, dio un paso más cogiendo esas ubres entre sus manos y con una sensualidad estudiada decirme:
-Se lo juro, no aguanto más. ¿no podría ayudarme?
Al pedirme que me pusiera a mamar, involuntariamente dí un paso acercándome pero entonces recordé que esa había sido la estratagema de Dana con mi amigo y por ello, me contuve diciendo:
-Deberías usar un sacaleches.
La cría al escucharme soltó una carcajada antes de contestar:
-No me hace falta estando cerca de mi dueño.
Tras lo cual se pellizcó esas rosadas areolas y de improviso, de ellas brotaron dos chorros de ese manjar.
«¡No es posible!» dije impresionado al observar que no paraba de manar leche de esos senos. Para entonces mi pene lucía nuevamente una brutal erección y era yo el que necesitaba descargar.
El bulto de mi pantalón era muestra clara de lo que ocurría en mi interior y siendo ella consciente que me moría por obedecerla, me dijo:
-La culpa de todo la tiene usted. Desde que le conozco, cuando está a mi lado mi cuerpo reacciona a su cercanía y mis pechitos se ponen a producir como locos. Le prometo que me duelen. ¡Ayúdeme!
Su voz sonaba tan excitada que estuve a punto de sucumbir pero entonces sacando fuerzas de quien sabe dónde, me senté en el sillón y contesté:
-Si tanto lo necesitas, llena para mí un par de vasos y te juro que me los bebo.
El disgusto que mostró rápidamente se transmutó en una fiera determinación y cogiendo dos copas grandes del mueble bar, la depositó sobre la mesa para acto seguido empezar a rellenarlas con su leche sin dejar de mirarme.
-Mi dueño es malo. Su vaquita prefiere que sea él quien la ordeñe- protestó mientras desde mi asiento veía cómo iba subiendo el nivel de líquido ante mi atento escrutinio.
«No va a poder. Son demasiado grandes», pensé muerto de risa asumiendo que se había equivocado al coger ese tamaño de copa.
Fueron unos minutos eternos los que esa criatura tardó en dejar hasta el borde esos dos cálices. Lentamente su leche fue colmando las copas mientras yo observaba acojonado. En un momento en que parecía que había dejado de brotar más leche de sus pechos, esa zorrita se levantó la falda y se puso a pajear, provocando que de sus tetas manara nuevamente sendos chorros.
-Entre mis paisanas, el deseo azuza nuestras glándulas mamarias- comentó riendo.
Habiéndolas llenado por completo y con un brillo en sus ojos se acercó a mí y me dijo:
-Yo he cumplido. Ahora le toca a usted, cumplir con su palabra- tras lo cual, depositó las dos copas en mis manos.
«Debe ser más de un litro», dictaminé al sentir su peso. «No me extraña que la niña no pueda con todo».
Asumiendo que había perdido esa extraña apuesta, llevé la primera a mis labios y le di un primer sorbo. Reconozco que me encantó su dulzura y mientras mi nueva criada no perdía ojo, rápidamente di buena cuenta de esa primera copa y decidí pasar a la siguiente.
Todavía no había cogido la segunda cuando de pronto sentí que el calor me dominaba y creyendo que era la temperatura de la casa, me desabroché un par de botones. Atenta a mi lado, esa mujercita me soltó:
-Como usted lo dejó a mi elección, he decidido ir desnuda por la casa. Y antes que pudiera decir nada, dejó caer su vestido en mitad del salón y comprobé que si los pechos de Simona era impresionantes, su trasero era quizás mejor.
-¡Dios! ¡Qué belleza!- exclamé casi gritando al ver sus formidables y duras nalgas sin ningún impedimento.
Mi verga reaccionó a esa visión adoptando un tamaño que nunca había presenciado y mientras me pedía que la liberara de su encierro y la enterrara en esa maravilla, la rumanita me soltó:
-Todavía no ha empezado con la segunda.
Como un autómata me bebí el resto y tirando el vidrio contra la chimenea, me acerqué a donde Simona estaba. Mi voluntad había desaparecido y a pesar de las advertencias de Manuel, me despojé de mi ropa.
La mujer al ver que mi erección y que esta apuntaba a su trasero, decidió estimular aun más si cabe mi excitación, advirtiéndome:
-Si me toma, seré eternamente suya.
Hoy sé que esa frase tenía un significado oculto y que lo que esa criatura me quiso decir es que yo también sería de ella. Abducido por la calentura que amenazaba con incendiar mi cuerpo, llegué hasta ella y sin mayor prolegómeno, hundí mi pene en su interior. Su vulva era tan estrecha que me costó entrar. Si eso ya era de por sí curioso al ser una madre reciente, lo realmente impactante fue encontrarme cuando ya tenía mi glande incrustado al menos cinco centímetros dentro de su coño con un obstáculo insalvable.
Simona al ver mis dificultades, tomó impulso y con un brusco movimiento de sus caderas, consiguió que todo mi miembro se adueñara de su interior.
-Duele pero es mejor de lo que decían las ancianas- rugió descompuesta como si esa fuese su primera vez.
Por mi parte, estaba aterrado. Si bien sabía que esa mujer había tenido un hijo, me parecía que acababa de desvirgarla.
«No puede ser, estoy imaginándolo todo», murmuré a pesar que había sentido como su himen se desgarraba.
Los berridos de la rumana no sirvieron para apaciguar mis temores porque cada vez que experimentaba la cuchillada de mi verga en su interior, esa mujer incitaba mi galope diciendo:
-Demuestre que es el único dueño que voy a tener, montándome como merezco.
Sus palabras y el reguero de sangre que descubrí cayendo por sus muslos, incrementaron mi pasión y actuando como si estuviera domándola, agarré su melena. Tirando de ella hacía mí, profundicé mis estocadas. Simona al sentir mi extensión chocando contra la pared de su vagina, se volvió loca y aullando poseída de un nuevo frenesí, me reclamó que acelerara.
-Te gusta, ¿verdad puta?- pregunté al tiempo que descargaba un azote sobre una de sus nalgas.
La dureza de esa caricia interrumpió sus movimientos y cuando ya creía que iba a intentar zafarse de mi asalto, la rumana se corrió diciendo:
-¡Qué gusto!- y cayendo sobre la mesa, su cuerpo colapsó mientras a su espalda yo buscaba mi propio placer.
La humedad de su coño era total y sobrepasando sus límites se desbordó fuera. De modo que a cada penetración por mi parte, su flujo salpicaba a su alrededor, empapando mis piernas. Si ya de por sí eso era brutal, imaginaros mi impresión al ver que sus pechos se habían convertido en dos fuentes, dejando un charco blanco sobre el tablero.
«¡Es increíble!», comenté en mi interior al comprobar el efecto que tenían mis incursiones.
Espoleado por sus gritos, seguí machacando su vulva sin pausa durante más de diez minutos. Estaba tan imbuido en mi papel que no me percaté que era imposible que no me hubiese corrido con tanto estímulo mientras, entre mis piernas, Simona unía un clímax con el siguiente.
-¡Necesito tu semen!- bramó agotada.
Sin dejar de follarla, comenté a esa mujer que eso intentaba pero que no podía a pesar que mi verga parecía una estaca de hierro al rojo vivo y mi cuerpo el mazo con el que la martilleaba. Fue entonces cuando pegando un berrido, me chilló:
-Muérdeme el cuello.
Su grito, mitad angustia, mitad deseo, me obligó a agachar mi cara y abriendo mi boca, soltar un duro mordisco junto a su yugular.
-Deja la señal de tus dientes en mi piel- aulló con su voz teñida de lujuria.
Obedeciendo su deseo, cerré mi mandíbula sobre los músculos de su cuello. Al hacerlo, como por arte de magia, las barreras cayeron y exploté derramando mi semilla en su interior mientras la muchacha se veía sacudida por el placer con mayor intensidad.
-¡Me has marcado! ¡Ya soy tuya!- chilló con alegría al tiempo que usaba sus caderas para ordeñar esta vez ella mis huevos.
El orgasmo que sentía iba en crescendo y no paraba. Cada vez que eyaculaba era mayor el gozo y por eso al sentir mis testículos ya vacíos, caí sobre ella totalmente agotado. Desconozco si me desmayé, lo único que puedo deciros que cuando me desperté o al menos tuve conciencia de lo que ocurría, estaba tumbado sobre el sofá con Simona a mi lado sonriendo.
-Te prometo que a mi lado, serás feliz- me soltó mientras en su cara se dibujaba una sonrisa. –Desde que Dana me habló de ti siendo una niña, supe que mi destino sería protegerte.
-¿Quién eres?- todavía bajo los síntomas del placer, pregunté.
Muerta de risa, me besó hundiendo por primera vez su lengua en mi boca y contestó:
-Sé que has hablado con Manuel. Mi hermana le ordenó que te lo dijera antes.
-¿Qué eres?- insistí preso de terror.
Sus ojos brillaron al decirme:
-Ya lo sabes. Soy una Îngerul păzitor, ¡tu ángel custodio!sex-shop 6

 

Relato erótico: “Jane VI” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 26

Sin títuloLo bueno de la lluvia era que los mosquitos habían desaparecido, lo malo era que no se había sentido totalmente seca desde que empezó a llover. La lluvia llegaba todas las tardes puntualmente y lo empapaba todo. Ni siquiera el techo improvisado que Tarzán construía todos los días encima de su nido resistía durante mucho tiempo la intensa cortina de agua. Mientras duraba el chubasco aprovechaba para enseñarle los rudimentos del inglés al salvaje y éste se mostraba como un alumno aplicado. En pocos días sabía nombrar casi todo en su entorno y pronunciar frases simples. Eso sí, había sido incapaz de hacerle comprender el concepto del pasado y el futuro. Debido a su convivencia con los animales, sólo vivía y entendía el tiempo presente y sus tiempos verbales se reducían al infinitivo.

Cuando cesaba el chaparrón, normalmente ya entrada la noche, Tarzán hacía un nuevo nido con ramas y hojas más o menos secas y se dormía abrazado a Jane. La joven agradecía el calor que el hombre le proporcionaba pero la excitación que sentía al verse envuelta en aquellos brazos fuertes e ingenuos la sumía en sueños confusos calientes y preñados de culpabilidad.

Los días amanecían cargados de una bruma espesa que lo volvía a empapar todo y que no despejada hasta bien entrada la mañana. Cuando finalmente el sol ganaba la batalla, todos aprovechaban para subir a la parte más alta de la bóveda forestal para tomar el sol y secarse un poco. Al principio Jane se sentía torpe, sus pies reblandecidos por la humedad y acostumbrados a unas botas que no había vuelto a ver desde su baño, le torturaron durante unos días hasta que finalmente se endurecieron y pudo avanzar al ritmo de un chimpancé de seis días de edad.

También consiguió asir una liana por primera vez. Afortunadamente había tomado la precaución de hacerlo sobre el estanque y la consecuencia de no poder soportar el peso de su cuerpo con los brazos sólo fue un refrescante chapuzón.

Al mediodía las nubes empezaban a levantarse y era el momento en que toda la tropa bajaba y se dirigían al árbol más cercano cuya fruta hubiese madurado. Jane seguía a Tarzán por la espesura y él la ayudaba en los lugares difíciles. Cuando llegaban al árbol en cuestión, Tarzán hacía un nido sencillo en diez minutos y exhibiendo una agilidad y una fuerza comparables a la de cualquier otro simio recogía fruta y la traía al nido dónde la comían juntos.

Esos momentos eran los más activos del día. Todos los chimpancés querían los mismos frutos que obviamente eran los más maduros, pero en la mayoría de los casos la competencia se resolvía sin problemas. Los mejores se los quedaban Idrís, Shuma un viejo macho y Tarzán. En ocasiones dos chimpancés se querían apropiar del mismo fruto y se ponían agresivos. La primera vez que vio el revuelo que formaron dos de ellos se asustó, pero luego cuando vio que dos hembras se acercaban a ellos y se ofrecían para copular, se quedó de piedra. El efecto fue instantáneo, los dos machos se agarraron a las hembras se las follaron con apresuramiento y evidentes muestras de placer y se largaron dejando el fruto colgando del árbol*.

Pronto Jane se dio cuenta que las hembras controlaban y dirigían al grupo sutilmente por medio del sexo. Cada vez que surgía un problema o había un brote de agresividad ellas intervenían convirtiendo el episodio en una fugaz y vocinglera orgía. Cuando esto ocurría lanzaba una mirada a Tarzán y veía en él un rastro de decepción ya que en el fondo desde joven había sabido que era distinto y nunca podría participar de esas divertidas reuniones de comunidad. En esos momentos Idrís no tardaba en aparecer y lo reconfortaba con una larga sesión de espulgamiento.

La relación entre Tarzán e Idrís era tan íntima que cuando el hombre aprendió la palabra madre y la señaló no tuvo ninguna duda de lo que quería expresar. La vieja mona siempre estaba cerca de él y trataba de protegerle cuando surgía un problema aunque ya no fuese necesario. Esa actitud no pudo dejar de recordarle a su querido padre empeñado en tratar a Jane como si aún tuviera siete años.

Mientras veía a Tarzán interaccionar con sus compañeros de tribu como uno más no podía dejar de preguntarse de dónde podía haber salido.

Kampala era una población pequeña que había crecido en torno a un fuerte que la compañía de África oriental había construido a las orillas del lago Victoria. Al estar a Casi mil doscientos metros de altura el clima no era tan opresivo, aunque en la época de lluvias las calles se convertían en un mar de barro salpicado de pequeñas casas y chozas más o menos ruinosas y atestadas.

El centro de la ciudad lo ocupaban diminutas mansiones ocupadas por funcionarios y militares y el único hotel de la ciudad y por extensión de toda Uganda. Patrick había agradecido la invitación de Lord Farquar para que pasase en su mansión todo el tiempo que quisiese, pero la había declinado amablemente. En pocos días se había dado cuenta de que aún sentía la presencia de Jane en la mansión y no lo podía soportar.

El hotel, sin ser gran cosa, era el mayor edificio de la ciudad por detrás del fuerte, el palacio del gobernador y la iglesia del reverendo Wilkes. Tenía ocho habitaciones y estaba regentado por la viuda del que había sido el primer comandante del fuerte. Como habría hecho su marido, regentaba el establecimiento con mano de hierro y mantenía a sus huéspedes sujetos a una férrea disciplina. Los clientes debían presentarse puntualmente a las comidas y estaba terminantemente prohibido fumar en otro lugar que no fuera el gran salón que había habilitado para ello. Su rostro adusto y curtido por el sol africano reflejaba el fuerte carácter de la mujer, que no tenía ningún reparo en echar la bronca a cualquier inquilino que llegase borracho a altas hora de la noche o que intentase colar una prostituta en su cristiano hogar.

El resultado era que el Hotel Reina Victoria era el único lugar de paz y orden de toda África oriental. Patrick tomó posesión de una amplía habitación en el ala este con vistas al lago Victoria. Con frecuencia se apoyaba en la balaustrada del balcón y se quedaba mirando la ingente masa de agua meditando sobre su futuro sin llegar a ninguna conclusión. Lo único que le causaba algún placer era coger un guía y salir de caza durante todo el día.

Casi siempre daba con algo apetecible que ofrecía a la Sra. Bowen a cambio de la habitación.

En la época de lluvias había poco movimiento y sólo compartía el hotel con un funcionario de agricultura y con la mujer de un sargento que servía en el fuerte. Las veladas nocturnas las compartía con el funcionario, en silencio, con un vaso de ginebra y un puro. Mr. Hart no era muy hablador pero estaba muy bien informado y era un hombre más inteligente de lo que parecía. Con su rostro cuidadosamente afeitado su cuerpo enjuto y sus gafas redondas y pequeñas tenía aspecto de ratón de biblioteca.

Más por educación que por necesitar su compañía Patrick le había invitado esa tarde a acompañarle a una cacería pero el hombre había declinado la oferta alegando que no era un hombre de acción, aunque no dejó de agradecerle la mejora que había sufrido el menú del hotel desde que Patrick estaba alojado.

La tarde era oscura y lluviosa como todas las anteriores, pero eso no detuvo a Patrick que cogió su rifle envuelto en una bolsa de hule y se encontró con Mbasi que le esperaba preparado para marchar a la sabana. El hombre le esperaba pacientemente bajo la lluvia y le guiaba en busca de presas sin hacer preguntas. Mbasi no sabía que lo único que él quería era tener la mente preocupada en cualquier cosa que no fuera Jane y no le importaba. No tenía ni idea de que cada vez que acertaba en el corazón de una pieza él sonreía recordando a los dos facinerosos que había ejecutado en la aldea. Eso le daba un poco de paz, pero al día siguiente tenía que volver a salir de caza, tenía que volver a matar.

Con la práctica y el paso de las semanas había aprendido a seguir un rastro y no necesitaba al pistero, pero lo seguía llevando por precaución ya que en cualquier momento podía ocurrir un imprevisto y un par de manos y ojos de más podían significar la diferencia entre la vida y la muerte. Mbasi se mantenía en un discreto segundo plano, contento con la espléndida paga que Patrick le abonaba al final del día y sólo intervenía para corregir a Patrick las raras veces que éste se equivocaba.

Se dirigieron al oeste alejándose de las orillas pantanosas del lago y se internaron en una pequeña meseta que se elevaba sobre la planicie circundante. El suelo estaba más seco y firme y avanzaron con más rapidez. Patrick no sacó el rifle de su funda hasta que tuvieron a una manada de cebras a la vista. Los dos hombres se quedaron parados mientras los animales miraban en derredor olisqueando el ambiente nerviosos. Afortunadamente la lluvia ahogaba sus ruidos e impedía que su olor llegase hasta los animales por lo que la aproximación fue fácil. Se pararon a unos ciento treinta metros y se tumbó preparado para disparar.

Las cebras parecieron presentir algo ya que levantaron la cabeza y miraron dirección a los hombres. Fue ese el momento que eligió un viejo león solitario para lanzarse sobre los animales desde el lado contrario. El ataque fue fulminante y en unos segundos una cebra estaba pataleando inútilmente en el suelo mientras el león buscaba su garganta con sus mandíbulas.

El resto de los animales huyeron en estampida mientras el viejo león comenzaba a comer el hígado de su víctima. Patrick levantó el rifle y apuntó al león dispuesto a cobrarse ese trofeo pero Mbasi con un toque en el brazo le señaló un tumulto a la izquierda y le dijo por señas que esperara.

De entre la espesa cortina de agua surgieron tres hienas acompañando su llegada con sus típicas risas.

El león levantó la cabeza y rugió con fuerza tratando de intimidarlas, pero estás no se dejaron amilanar y se acercaron al cadáver aún caliente. Ante la irada sorprendida de Patrick vio como tres hienas se atrevían a disputarle la presa a un león de más de doscientos kilos.

-¿Cómo han llegado tan rápido? –pregunto Patrick en un susurro.

-Su olfato es finísimo, y son muy inteligentes bwana. No me extrañaría que hayan estado siguiendo al león para arrebatarle la comida.

-¿No van a esperar a que termine el león? Yo creí que eran unos cobardes carroñeros.

-No bwana, en realidad comen de todo, aunque es verdad que no desdeñan ningún cadáver por podrido que esté, arrebatan la caza a otros depredadores e incluso cazan ellos mismos aprovechando las horas más oscuras de la noche.

Mientras los dos hombres hablaban, las hienas habían flanqueado al león y comenzaron a acosarle aprovechando la superioridad numérica. El león se revolvía e intentaba alcanzar alguna pero los bichos le esquivaban fácilmente. Tras unos diez minutos de acoso y unos cuantos dolorosos mordiscos en los cuartos traseros el león se rindió y abandonó la presa.

Patrick no disparo al león, ya no le parecía un trofeo tan majestuoso. Con un gesto de resignación recogió el arma y acompañado por Mbasi tomo el camino de Kampala.

-Nunca hubiese creído eso de las hienas, todos los libros de zoología que he leído están equivocados.

-Los libros no son útiles Bwana, Mbasi no necesita leer para conocer la naturaleza. –dijo orgulloso. –Las hienas son animales muy inteligentes. En algunos lugares incluso llegan a un acuerdo con los hombres, que les entregan su basura y sus cadáveres a cambio de que no les ataquen a ellos o a su ganado.

-¿Algo así como si fueran perritos? No me lo creo.

-Incluso unos pocos han conseguido domesticarlas con la ayuda de unas pociones secretas.**

-¡Cuentos de viejas! –exclamó Patrick despectivo.

-También hubiese dicho lo mismo de lo que acaba de ver si no hubiese sido usted testigo Bwana. –replicó el guía con una sonrisa dentuda.

Después de tres noches encerrados en el camarote sudando, gimiendo, chupando, mordiendo y acariciando, habían subido a cubierta y estaban disfrutando de la puesta del sol tropical tumbados en sendas hamacas. Avery no se podía imaginar de dónde podía haber salido esa furia sexual pero no recordaba haber disfrutado nunca tanto del sexo. Mili era una amante experta y complaciente y su cuerpo joven y exuberante le hacía olvidar durante sus sesiones de sexo maratonianas la pérdida de Jane, pero el resto del tiempo sólo pensaba en su niña, en los ratos buenos y no tan buenos que le había hecho pasar…

-¿Estás bien, Avery?

-Oh si sólo estaba pensando…

-En Jane, -le interrumpió Mili cogiéndole de la mano y apretándosela con cariño –yo también pienso a menudo en ella. Lo pasábamos tan bien juntas, era todo vitalidad. Pero hay que seguir adelante la vida es demasiado corta y Jane querría que disfrutases de ella al máximo.

-Sí, Jane disfrutaba de todo lo que la vida podía proporcionarle. Sus estallidos de furia eran formidables pero nunca la veía enfadada por mucho tiempo, decía que estar enfadado era una pérdida de tiempo, que no se ganaba nada con ello. –Dijo Avery –Aún recuerdo la rabieta que pilló cuando le dije que te iba a traer para que fueras su dama de compañía. Dos días antes la había pillado en el establo besándose con el mozo de cuadra.

-Entre repentinamente en el establo y allí vi a ese joven rufián metiéndole la lengua hasta el gaznate, sobando a mi niñita y haciéndola jadear de deseo. El chico era mayor de edad y sólo las súplicas de Jane impidieron que llamase a la policía. Aquel día tuve una bochornosa charla sobre el sexo con mi hija. Creo que me aturullé tanto en mi explicación que la pobre salió de la biblioteca más confundida de lo que lo estaba antes de entrar. –Continuó Avery con una sonrisa nostálgica – Afortunadamente tuve la genial idea de traerte a casa. La bronca fue monumental, tengo que decir que en buena parte fue culpa mía, hasta ese momento jamás había impuesto mi voluntad y se lo tomó como un atentado contra su libertad. Lo curioso es que tres días después se acercó a mí y me dio las gracias. Creo que hasta ese momento no se había dado cuenta de lo sola que se sentía en la mansión.

-Me acuerdo perfectamente del día que llegue Hampton house. Me costó ganármela un tiempo pero cuando vio que la diferencia de edad entre nosotras no era un obstáculo y se dio cuenta de que no estaba allí para vigilarla sino para evitar que hiciese algo de lo que pudiese arrepentirse toda la vida, me aceptó y me quiso como a una hermana. Espero que no sufriese mucho. –Dijo Mili compungida –No puedo dejar de pensar en ella, allí sola, en medio de la espesura, rodeada de animales salvajes dispuestos a despedazarla.

-No hables de eso por favor –dijo Avery con la voz entrecortada –hablemos de cosas divertidas. Es la mejor forma de recordarla.

-Lo siento pero estoy tan triste por ella que necesitaba compartirlo…

-Lo sé, lo sé, querida. –dijo apretando su mano cálida y suave y besándosela.

Los labios de Avery se demoraron más de lo normal y bastó el aliento del hombre y el calor de su boca para provocar el deseo de Mili. Él se dio cuenta de cómo el suave bello del brazo de Mili se erizaba y se sintió complacido y excitado a la vez. Con una mirada pícara, Mili metió la mano por debajo de la manta que lo abrigaba de la fresca brisa del ocaso y comenzó a acariciarle el paquete. Avery miró nervioso alrededor pero le dejo hacer a la mujer.

Le abrió los botones y le bajo la bragueta con habilidad y con una sonrisa juguetona comenzó a acariciarle el miembro duro y caliente. Mientras jugaba con el pene de Avery arrancándole roncos suspiros de placer Mili sentía que estaba perdiendo el control. Se estaba enamorando de aquel hombre y eso no había entrado en sus planes, eso no le gustaba. Mientras le pajeaba fantaseaba con tenerle otra vez dentro empujando salvajemente y haciéndola vibrar. Con una mueca de sus labios deseó que ese viaje no terminara nunca. Cuando llegasen a Inglaterra Avery recobraría la cordura y embarazada o no, volverían a ser amo y sirvienta y no estaba segura de poder soportarlo. Lo que le había parecido una buena idea al principio, darle un hijo para poder quedarse en Hampton house como ama de llaves y tener una vida desahogada ahora no le parecía tan buena… Ahora lo quería todo.

Avery tomo el gesto de Mili como una invitación y la besó. La lengua de él interrumpió sus cavilaciones y cogiéndole de la mano le levantó y le guio de nuevo al camarote.sex-shop 6

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (3)” (POR BUENBATO)

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me daríasASALTO A LA CASA DE VERANO (3)

Sin títuloEra él, definitivamente; pero lo veía tan cambiado. Físicamente parecía haberse desarrollado más; siempre había sido un muchacho robusto. Pero jamás se hubiese imaginado que él fuera capaz de cometer algo como aquello; nunca lo hubiese creído.

Habían sido novios durante una corta temporada; ella tenía 16 años y él 19, pero era apenas una chiquilla, los cinco meses que salieron juntos no significaron gran cosa para Leonor, quien hubiese salido con quien fuera que la invitara. Que se tratara de Benjamín o de cualquier otro era lo de menos.

Ella siempre había sido muy bonita; y sin duda era la mujer más bonita en aquella colonia. Benjamín era un muchacho serio, trabajador y extremadamente responsable; hubiesen seguido como novios de no haber sido por la necesidad de alejarse.

Él entró a la Escuela Militar de Medicina, le prometió a ella que volvería y ella juró que lo esperaría. Se escribían cartas; él escribía dos cartas por cada una de las que ella le enviaba. Pero con el tiempo se fueron reduciendo aún más; a veces él tenia que esperar dos meses y dieciocho cartas para que ella le respondiera, cada vez con menos cosas que decirle. “Suerte”, era lo único bonito que ella le escribía.

Ella se hubiese enterado del amor que aquel sujeto le tenía, si tan sólo se hubiera tomado la molestia de leer aquellas cartas. Pero, siendo bonita como era, no tardó en regresar a una vida social atrabancada, en la que los más muchachos más galantes y populares acaparaban su tiempo y su atención. Guardaba las cartas en una cajita; y después las tiraba a la basura cuando estas se acumulaban.

Llegaba a leer algunas, pero le parecían escritas por un pobre necio que no entendía que las relaciones a distancia no tenían futuro. Decidió entonces escribirle la carta más corta de todas: “Basta ya, Benjamín, no te he escrito en meses por que deseo que me dejes en paz. Esto ya murió hace mucho. Suerte.”

Aquello funcionó, tras dos años y medio de correspondencia apasionante, ella no volvió a recibir ninguna carta. Un alivio del que se olvidó pronto. Habían pasado más de 25 años desde entonces; y apenas y había podido recordar su nombre.

– Lo lamento – dijo Leonor, tratando de comprender aquella situación – Pero lo que estas haciendo no solucionará nada. No puedes culparm…

– No te estoy culpando – dijo él – Es sólo venganza.

– No puedes hac…

– Lo estoy haciendo; ¿crees que tus disculpas me harán decir “muy bien, sólo eso necesitaba; me voy, hasta nunca”? – dijo, burlón – Planeé esto desde hace muchos años; no voy a dejarlo ir por unas falsas disculpas.

– Son sólo unas niñas. Hazme a mi todo lo que te venga en gana, pero los que les hiciste hace un momento a ellas es realm…

– El principio. – interrumpió

– No puedes ser tan malo, Benjamín

– Eso mismo creía de ti – concluyó, alejándose

Subió las escaleras, seguramente hacia el baño, donde el otro sujeto y sus hijas se encontraban. Cuando se sintió sola, intentó zafarse de sus amarres. Pero era inútil; las esposas la inmovilizaban completamente, y no encontraba manera alguna de desatarse los amarres de los pies. Sus intentos de desatarse la hicieron caer de espaldas, cayéndole encima la silla. Lloró de impotencia; se sentía una idiota, desnuda ahí sin poder hacer nada por defender a sus hijas.

Arriba, en efecto, Lucas supervisaba a las chicas mientras se lavaban el rostro, cabello y cuerpo bajo la regadera. Les había quitado la blusa y la playera, recortándolas con unas tijeras. Ahora Mireya vestía sólo con el traje de baño de dos piezas, y su hermana Sonia sólo iba cubierta por sus bragas.

– ¡Que bonitas! – dijo el socarrón de Benjamín – ¿Ya se limpiaron bien la carita? Vi que a la chiquita le entró un poco en el ojo.

Lejos de responderle, las chicas lo miraron con rencor. Como si, debajo de la regadera, pudieran estar a salvo. Pero no era así; apenas cerraron la llave y se acercaron a tomar sus toallas; el gorilón de Benjamín las empujó hacia la plataforma de la regadera, haciendo que resbalaran y chocaran sus cuerpos entre ellas.

– Les hice una pregunta, pendejas, ¿creen que estoy jugando?

Las muchachas se asustaron de nuevo, y cualquier espíritu de rebeldía se esfumó. Movieron la cabeza negativamente.

– ¿Entonces por qué no responden? ¿Se limpiaron la cara? Si recuerdan, ¿no? ¿Recuerdan cómo les llené la cara de leche? ¡¿Eh?! ¿Lo recuerdan?

– Si – dijeron ambas, al unísono

– ¿Les gustó?

Ambas se miraron mutuamente, estaban tan asustadas que ya no lo pensaban dos veces.

– Si – respondieron

– ¡Que putas! No me sorprende en lo absoluto. Me acabo de follar a su madre y ha quedado encantada. ¿Les gustó ver cómo nos las follamos mi amigo y yo?

– Si – respondieron las pobres chicas

– ¿Si qué, putitas?

– Si nos gustó ver – respondió Sonia, por ambas

– A ti – dijo señalando a Mireya – ¿Te gustó cómo te eché mi leche en tus ojitos?

Mireya estaba tan asustada que apenas y pudo entender la pregunta. Trató de pensar rápido, incluso Sonia la apuraba con suaves pellizcos para que respondiera; Benjamín se estaba desesperando cuando por fin la chiquilla se atrevió a responder.

– Si – dijo entonces, como si lo hubiera tenido ensayado – Si me gustó, mucho.

– ¿Mucho? – repitió el hombre – Vaya que eres una perrita al natural, a ti te voy a enseñar muchas cosas.

Aquello la asustó, pero no dio tiempo de ello; Benjamín dio indicaciones a Lucas, y entre ambos las tomaron de los brazos y las hicieron levantarse, mojadas aún como estaban. Benjamín llevaba a Sonia, que a pesar de los intentos de arrebatos era incapaz ante aquellos fuertes brazos. Menos aún pudo poner resistencia Mireya, a quién Lucas jaloneaba con el menor de los cuidados. Entraron a la recamara de ellas.

Las lanzaron sobre los colchones de sus camas, exactamente donde cada una de ellas dormía; ya fuera por casualidad, o por que conocían bien cómo se llevaban a cabo las cosas en aquella casa.

Cayeron sobre las camas; pero no tuvieron tiempo de incorporarse por que, de forma casi sincronizada, ambos hombres se les encimaron para inmovilizarlas boca abajo. Les volvieron a colocar las esposas, y sacaron unas cuerdas con las que ataron, por desde la mitad los cuellos de las chicas, y después cada uno de los extremos a las patas superiores de las camas.

Aquello estaba, evidentemente, más que planeado; en menos de dos minutos ambas muchachas estaban completamente inmovilizadas boca abajo sobre sus camas. No podían moverse mucho en aquella posición y con aquellas ataduras. Si existía un secuestro bien planeado, era aquel.

Las dejaron solas, o al menos eso les hizo creer. Benjamín miraba satisfecho todos los intentos de las chicas por escapar, por si existiera algún defecto en su plan; pero no lo había, por más que ambas intentaron, no podían moverse demasiado. Cualquier movimiento forzado las hacia ahorcarse a ellas mismas con las ataduras. No podían hacer otra cosa que mantenerse en aquella posición.

Lucas y él bajaron a la sala; descansaron, especialmente Benjamín, quien había eyaculado más veces. Era uno de los inconvenientes que veía, deseaba follárselas sin parar. Lucas hubiese continuado, pero estaba bajo las órdenes de Benjamín, y las parecía obedecer al pie de la letra.

Miraron algo de TV y comieron algo en el cuarto de la cocina; de vez en cuando hacían rondines por la casa. Lourdes había terminado por rendirse; y lo poco que lograba era arruinado por alguno de ellos, que reforzaban los amarres.

Lo mismo sucedía con Sonia, quien de vez en cuando se retorcía sobre la cama esperando escapar, pero de igual manera era inútil; y cuando era descubierta en pleno intento, lo único que conseguía era una buena nalgada.

Mireya, sin embargo, había terminado por dormirse. “La más lista – pensó Benjamín – Con todo lo que le espera”. Se acercó a ella y le acarició suavemente el culo; ella no despertó. La contempló un rato; ya sabía que ella nadaba, pero sólo hasta entonces comprendió las ventajas de aquel ejercicio.

El trasero de la muchachita era precioso, redondo y voluminoso; junto con su cintura delgada le otorgaban un cuerpo precioso. Si bien era, en parte, heredado, pues su madre y hermana también se cargaban un buen par de nalgas, la más chica no había perdido el tiempo y, mientras nadaba, iba marcando aún más su bello cuerpo.

El traje de baño era muy bonito; tenía holanes de colores sobre la tela rosada, era claramente un traje de baño de tipo infantil. La parte superior no estaba hecha para cubrir gran cosa, y es que en verdad las tetas de la chiquilla eran insignificantes. La parte inferior, por su parte, sí que estaba apretujada sobre sus voluminosas nalgas. Las tocó otra vez, esta vez con más ahínco, y Mireya despertó. Debió haber estado soñando algo lindo, porque el regresó a la realidad no pareció caerle bien.

Benjamín regresó de la última ronda con su compañero. Había sido un descanso de tres horas; Lucas lo aprovechó para revisar las computadoras. Había revisado la laptop de Mireya, pero nada le llamó la atención, y también revisó el celular de Sonia, al cual le dedicó casi una hora, y la tablet de Lourdes, dónde no encontró nada interesante.

– ¿Algo importante?

– Nada – respondió Lucas, mostrando su aburrimiento – Parece ser que sus vidas aquí no tienen mucho de interesante.

– Pues ya va siendo hora de cambiar eso; subamos.

Lucas sonrió, entusiasmado, y caminó tras Benjamín. Este se acercó rápidamente a donde se hallaba Leonor, y acercó su boca a su oído.

– Sólo para avisarte que ya les llegó la hora a tus hijitas.

– ¡Púdrete! – espetó Lourdes

– Gracias – respondió Benjamín, alejándose – eso me alienta.

Subió a la alcoba de Sonia y Mireya, seguido de Lucas. Las muchachas los esperaban, atadas sobre sus camas.

– Pasará esto, Lucas – dijo al muchacho – Comenzaremos con la mayor; sólo quiero penetrarla un poco, después será toda tuya. ¿Te parece?

– Perfecto – dijo Lucas

Las chicas podían escucharlos pero, ¿Qué importaba eso? Se dirigieron a la cama donde se hallaba Sonia; comenzaron a bajarse los pantalones, quedando completamente desnudos, con sus vergas erectas y listas.

Sonia temblaba de verdad; sintió las manos de Benjamín sobre sus piernas, pero estaba tan trabada que ni siquiera pudo alejarse. Vestía sólo sus bragas blancas; pero estas no tardaron en irse, cuándo Benjamín las arrancó de un solo jaloneo.

Ella tenía un cuerpo precioso, dónde los rasgos africanos y latinos no se limitaban a su tono de piel morena. Tenía un par de tetas preciosas que ya todos conocían, redondas y altivas, con el tamaño adecuado para competir con las de su madre. Debajo de su pecho, comenzaba una curva que disminuía para formar su cintura y, más abajo, la curva volvía abrirse para dar paso al culazo que siempre lucia.

Era un culo corriente, por así decirlo. Grande por naturaleza, vibraba como cama de agua con cada movimiento brusco. Sus caderas eran anchas, pero no tanto para la abundancia de nalgas con el que contaba. Un hombre podía sobrevivir un mes sin problemas alimentándose de ellas.

No parecía ejercitarse tanto, como su madre y su hermanita, pero aquello no tenía importancia con el cuerpazo con el que contaba en ese momento. Eso lo supo Benjamín quien, abalanzando su cuerpo sobre ella, la acarició desde abajo hasta arriba. Lanzó algunas nalgadas a la chica, poniéndola nerviosa; pero es que aquello era inevitable, su trasero mismo invitaba abiertamente a lanzar manotazos sobre la superficie de sus culo.

El hombre alzó con sus brazos las caderas de Sonia, obligándola a arrodillarse sobre la cama y abrir sus piernas. Pronto sintió la lengua de aquel sujeto restregándose entre su coño, saboreando su culo y besuqueando sus nalgas. Aquello era repugnante, y lo peor es que de cierta forma comenzaba a sentir sensaciones placenteras.

Su coño era un bollito oscuro e hinchado, rodeado con unos vellos oscuros y medianamente crecidos. Era evidente que la chica no veía a su novio desde hacía unas semanas, y había dejado de rasurarse el área de su concha. La parte interior de su almeja rosada comenzó a excitarse, provocada por los dedos mañosos de aquel sujeto que abrían paso a su asquerosa lengua.

Se sintió estúpida cuando su concha comenzó a llorar jugos de placer. La dura lengua y los labios de aquel sujeto chupándole su coño comenzaban a provocarle inevitables efectos. No tardó, contra lo más racional de su voluntad, a restregarse ella misma contra el rostro de aquel individuo.

Benjamín sonrió satisfecho, al ver cómo aquello sobrepasaba el carácter de la chica y la hacía sucumbir al deseo sexual. Dio un último beso a los labios vaginales de Sonia, y alejó su rostro, llevándose adheridos algunos vellos en sus mejillas.

– No tardaste mucho en calentarte putita – dijo Benjamín, limpiándose el rostro con las bragas de Sonia, al tiempo que se colocaba de rodillas tras ella.

– Déjeme por favor… – intentó pedir Sonia, pero una bofetada la acalló.

Era Lucas, quien se estaba acomodando frente a ella, apuntándole con su verga erecta. El muchacho se acomodó para que la pobre chica le chupara la verga, pero Sonia se negó de inmediato. Mala idea, una mano le alzó la cabeza por los cabellos y recibió cinco bofetadas seguidas que la regresaron a su triste realidad, y entonces tuvo que ceder a los deseos del muchacho. Abrió la boca, y se dejó llevar por la mano de Lucas hacia su verga.

No había terminado de llevarse aquel falo a la boca, cuando la verga de Benjamín la penetró. Su coño estaba tan húmedo que no costó gran trabajo clavársela hasta el fondo. Ella gimió de dolor, pero ni siquiera para eso pudo sacarse aquel otro pedazo de carne de su boca. Apenas y tenía permiso de respirar; y las embestidas de Benjamín le aceleraban tanto la respiración que era desesperante tener la verga de Lucas en su boca.

Este la obligaba a tragarse completamente su falo; y aunque este no era tan grande como el de Benjamín, era suficiente para hacerla sentir que perdía la respiración. De modo que la muchacha tuvo que implementar una estrategia que le permitiera tomar un poco de control. Comenzó a moverse como pudiera, de manera que no fuera necesario que Lucas le moviera la cabeza.

Él comenzó poco a poco a soltarla, cuando se dio cuenta que ella misma se encargaba de mamarle la verga. Lucas se recargó sobre la cama y se limitó a disfrutar de aquella felación; a Sonia, por su parte, esto le permitía respirar en los momentos adecuados. Con el tiempo, aprendió a coordinarse entre chuparle el falo a Lucas y recibir las embestidas que Benjamín le propinaba a su coño.

Pero no tardó mucho tiempo en volver a perder el control, y es que Benjamín no la taladraba con su verga completa, pero cuando comenzó a hacerlo el éxtasis hizo sucumbir a la pobre muchacha. Entonces Lucas volvió a azotarle su boca sobre su verga, sin que pudiera hacer nada, puesto que apenas y tenía las fuerzas necesarias para soportar el placer que se le estaba acumulando desde la espalda hasta sus caderas.

Entonces, con todas las fuerzas que tuvo, se alzó lo suficiente para sacar el falo de Lucas, tapizado de su saliva, al tiempo que su coño reventaba de placer con la verga de Benjamín adentró. No había podido evitarlo, había experimentado el primer orgasmo del día.

Benjamín se detuvo, lanzó unas cuantas embestidas más, lentas y pausadas, y entonces sacó su verga chorreante de los jugos vaginales de la muchacha. Le propinó una sonora nalgada que le hizo lanzar un gritito.

– Toda tuya – dijo Benjamín, poniéndose de pie – La zorrita se ha venido y debe querer volver a disfrutar una buena follada.

Y es que era verdad, aunque Sonia no quisiera admitirlo, su coño extrañó de inmediato aquella sensación que le habían provocado los encontronazos de Benjamín. Se sintió idiota, sucia, se sintió una verdadera zorra y comenzó a llorar; y sin querer se encontró en la misma encrucijada moral que su madre. Pero no iba a permitir que aquellos pensamientos la doblegaran, y mucho menos exteriorizarlos.

– ¡Ya basta! – dijo, con las fuerzas acumuladas – Déjenme en paz.

Pero Benjamín no le dirigió la palabra; todo lo contrario, le dio la espalda y se alejó hacia la cama donde el cuerpo tembloroso de Mireya aguardaba.

– La más preciosa de las tres – murmuró Benjamín, mientras se acomodaba de rodillas sobre la cama, tras la menor de las hermanas.

Colocó sus manos sobre el culo de Mireya, y esta se estremeció tanto que pareció perder temperatura. Poco le importó eso a aquel sujeto, que ya masajeaba con sus manos las pronunciadas nalgas de la chiquilla.

Se agachó a darle un rápido beso a su culo, e inmediatamente se dejó caer sobre ella, repegándole su pecho sobre su espalda, su verga entre sus piernas y sus labios a su oreja.

– Eres mi favorita – dijo – Eres un poco más negrita, pero tienes la misma cara que la zorra de tu madre cuando tenía tu edad. Me recuerdas mucho a ella, ¿sabes?

La chica temblaba; sentía el olor del coño Sonia emanando de la boca de aquel sujeto, sentía la verga de él deslizándose húmeda sobre sus piernas, su pecho sudoroso sobre su espalda y sus labios endurecidos chocando con sus orejas.

– A tú madre nunca me la follé en ese entonces, pero creo que tú harás un mejor papel que ella, ¿no crees?

La niña no respondió, porque quería creer que nada de aquello estaba sucediendo.

– ¡¿Lo crees o no?! – se alteró él, al tiempo que rodeaba a la chica con sus manos para tomarle los pechos a través del sostén del traje de baño – ¡Responde!

– Sí, señor – dijo ella, finalmente, con una voz tan tierna que la verga de Benjamín se endureció más de lo posible

– Lo sé putita; mira nada más que tetitas tienes acá. – continuó, apretándole lo poco que ella tenía de senos – ¿Eres una putita verdad? ¡Dilo! – insistió, estrujándole aún más las chichitas

– Si – dijo ella, con la voz entrecortada por el llanto acumulado

– ¿Si qué? Dímelo.

– Soy una putita – dijo ella, limitándose a repetir las palabras de él

– Sí que lo eres, y hoy lo descubrirás.

Se alejó de su oído y de su espalda, soltó sus tetas y pareció irse. Ella sintió una extraña calma hasta que, de pronto, una fuerza le hizo descender el bikini de su traje; sacándolo por los pies. Ni siquiera había tenido tiempo de voltear hacia atrás cuando las manos de Benjamín sostenían fuertemente su cintura y su boca se deslizaba entre sus nalgas.

Intentó alejarse de aquellos labios que besuqueaban entre la falla que partía sus nalgas, pero le era imposible. Benjamín le hizo abrir las piernas, con la fuerza de su cuerpo. Mireya se quejó, gritó un poco hasta que lo consideró inútil; estaba a punto de darse por vencida cuando sintió la horrible lengua de aquel sujeto sobre la entrada de su ano.

Apretó sus nalgas inmediatamente, y estas eran tan firmes y fuertes que lograron detener a aquel individuo. Pero aquello no duró mucho, y no se sorprendió cuando una tras otra de fuertísimas nalgadas cayeron sobre su culo. Aquel sujeto no se detenía, incluso cuando ella rogaba que parara.

– ¡Está bien! ¡Está bien! – lloriqueaba la muchacha – ¡Ya por favor!

– ¡No vuelvas a hacer idioteces! – gruñó aquel hombre, que le había dejado enrojecida la nalga izquierda a la pobre de Mireya.

Volvió a besar el culo de la chica, e inmediatamente dirigió su lengua al anillo de su ano; esta vez Mireya tuvo que tragarse su orgullo, moral, decencia e integridad. Benjamín le chuparía el culo y no había remedio.

Él parecía disfrutar realmente de ello; el olor de la mierda que ella había cagado en la mañana aún era perceptible, pero parecía un aroma perfumado por aquella situación tan erótica. Su lengua, hábil en aquellas labores, no tardó en provocar que la chiquilla cerrara los ojos y respirara más profundamente.

Las sensaciones venían del esfínter de su ano, pero era su virgen coño el que progresivamente se iba mojando por dentro. Comprendió, a pesar de su edad, que se estaba excitando; no sabía, en aquella confusión, si lo que la calentaba más era la lengua de Benjamín en su culo o los gemidos de Sonia mientras era montada por Lucas.

Vio cómo el muchacho detenía sus movimientos, con la verga clavada en su hermana y sus manos apretujándole las tetas. Era claro que estaba eyaculando dentro de ella. Aquello también estimuló su coño; parecía no tener control sobre su propio cuerpo.

La lengua sobre su ano se interrumpió, Benjamín parecía haberse ido, y sólo quedaba en el cuarto los sonidos de Sonia y Lucas suspirando. Pero, entonces, un par de manos le volvieron a alzar el culo, y un objeto se posó sobre su coño. Era Benjamín, que estaba a punto de robarle su virginidad con su verga de veinte centímetros.

Pensó en gritar, pero lo descartó; pensó también en retorcerse y tratar de evitar aquello, pero también lo consideró inútil. Pensó en rogar, pero comprendió que aquellos sujetos no tendrían oídos para sus súplicas. Decidió entonces ceder, y esperar a que aquello terminara.

El hombre acomodó su verga; Sonia ya no gemía, y entonces Mireya volteó para ver qué sucedía. Lucas estaba frente a ellos; con una cámara en la mano, apuntando a ella y a Benjamín.

– ¿Ya? – preguntó Benjamín

– Ya, estoy grabando.

– Aquí tenemos a esta putita – comenzó a narrar Benjamin, mientras Lucas se acercaba a grabar el rostro de ella, que volteó la mirada hacia otro lado – ¡Saluda a la cámara putita! – le recriminó Benjamín, volteándole bruscamente la cabeza

– Perdón – dijo ella

– ¿Cómo te llama putita?

– Mireya

– ¿Te gusta mamar vergas?

– Si – respondió ella, para no arriesgarse a nada

– Mira a la cámara putita. ¿Cuántas vergas has chupado?

– Una – dijo ella

– ¿Una nada más? ¿Quién fue el afortunado?

– Usted

– ¡Ah sí! Lo recuerdo. Me imagino que quieres chupar muchas vergas, ¿verdad?

– Sí, señor – dijo ella, aguantando las ganas de llorar

– Chupa la de mi amigo – dijo Benjamín, mientras alargaba el brazo para sostener la cámara

Lucas no perdió tiempo alguno; y enseguida se colocó de rodillas frente a Mireya. La hizo alzarse, y ella se dejó llevar como una simple muñeca de trapo. Le intentó alzar la cabeza jalándola de los cabellos, pero ella prefirió incorporarse sola, colocándose sobre sus rodillas, con tal de no sentir dolor en su cuero cabelludo.

Cuando estuvo frente a frente con la verga de Lucas, se limitó a abrir la boca; el glande de aquel falo estaba impregnado de restos de esperma, y el olor del coño de su hermana Sonia era penetrante. Y sin embargo prefirió no pensar en aquello, y limitarse a abrir la boca. Pero la bestia de Lucas le metió su falo completo, sosteniéndola de la cabeza.

La fustigaba con violencia hacia su verga, y la chica simplemente trataba de no ahogarse con todo ese ajetreo. Benjamín reía mientras grababa la cruel escena. El muchacho sacó y metió salvajemente su verga una docena de veces, y para entonces las lágrimas de la chica recorrían silenciosamente sus mejillas.

Benjamín no paraba de lanzar risotadas. Grababa aquella situación con su mano izquierda, mientras que con los dedos de su mano derecha palpaba el coñito velludo de la muchachita. Eran unos vellos gruesos ya, aunque no tanto como los de Leonor o Sonia; eran negros y parecían crecer como un bosque no muy denso sobre toda el área de aquella conchita.

Su coñito no era el bollo que caracterizaba a Sonia y a su madre, sino una apertura en medio de un vientre bajo plano, apenas perceptible el discreto cañón curvo por el que se llegaba a sus entrañas. Cuando los dedos de la mano de Benjamín estuvieron los suficientemente mojados, decidió continuar con lo suyo.

– Basta ya – le dijo a Lucas – Toma la cámara.

Lucas liberó la boca de Mireya, y se despidió de ella golpeándole las mejillas tres veces con su verga; tomó la cámara y la apuntó hacia Benjamín, que ya se acomodaba tras de la muchachita.

– ¿Te gustó mamársela? – preguntó Benjamín, todavía riendo, mientras Mireya tosía

– Si – respondió ella, recuperando el aliento

– Me alegra – dijo él, palpando la entrada húmeda de aquella conchita con el glande de su pene – Porque eres muy zorrita, ¿no es cierto?

– Si – respondió ella, que se comenzaba a acostumbrar a aquellos diálogos

Dejaron de hablar, porque la dura verga de Benjamín comenzaba a empujar entre los labios vaginales de la chica. Mireya comenzó a gritar; nunca se imaginó que la entrada de aquella gruesa verga fuese a resultar tan doloroso. Golpeaba el colchón, tratando de soportar el dolor. Apenas habían penetrado tres centímetros de glande.

El hombre siguió avanzando, lento, como si quisiera recabar cada detalle de aquel momento. Lucas acercaba el zoom de la cámara a la zona en la que la chica estaba siendo penetrada.

– ¡Uy! – dijo Benjamín – Ya siento la telita de esta perrita – anunció, refiriéndose al himen intacto de Mireya.

El coño de Mireya se contraía, intentando inconscientemente evitar aquello; pero aquello no molestaba en lo absoluto a aquel hombre, y sólo intensificaba el dolor de la muchacha.

Siguió penetrándola, con la firme idea de reventarle el himen; pero este había resultado bastante flexible, y permaneció sin romperse aun cuando media verga de Benjamín estaba clavada en la muchacha.

– ¡Vaya putita! – exclamó él – No quiere romperse.

Siguió penetrándola, como si aquello fuera una especie de reto, mientras ignoraba por completo los gritos y retortijones de la pobre muchacha, que intentaba moverse para sacarse aquello de su coño, aunque esto era inútil ante la enorme fuerza de los brazos que la sostenían.

Entre más se expandía su resistente himen, más era el dolor que sentía. Quería que aquello terminara de una buena vez, pero no fue hasta que Benjamín la penetró más, que aquella telilla se desgarró, provocándole un dolor aún más espantoso.

La niña lloró y siguió retorciéndose entre gimoteos, pero Benjamín no hacía más que posar ante la cámara al tiempo que mostraba el hilillo de sangre manchando su verga. Pronto el dolor fue disipándose, los gritos de dolor atenuándose y las lágrimas secándose; la pobre chica había sido arrebatada de su virginidad, y ya no había nada que hacer.

En ese momento se dejó someter. Se convirtió auténticamente en la muñeca inflable que aquellos sujetos veían en ella. Cuando Benjamín la comenzó a bombear, ella se limitó a soportar las embestidas. Cuando él la hacía alzar el culo, ella se dejaba llevar, y mantenía la posición en la que lo colocaba. Lloraba, por momentos, pero a nadie más que a ella parecía importarle.

Se limitaba a obedecer sumisamente los antojos de aquellos sujetos; cuando Lucas se acercaba a ella, para grabar su rostro, ella hacia un esfuerzo inútil por sonreír. Pero no era su sonrisa lo que deseaba grabar, sino sus gemidos, los cuales comenzaron una vez que el dolor se disipó para dar lugar al regodeo que le comenzaban a provocar las cada vez más veloces embestidas de Benjamín.

Lucas grababa el rostro enrojecido, los ojos apretados y la boca abierta por la respiración agitada de Mireya; la naricita de ella parecía ser demasiado pequeña para mantener el acelerado ritmo de sus quejidos y su exhalación.

Benjamín no la penetraba completamente, colocaba una de sus manos como tope, y sólo dos tercios de su verga bastaron para provocar el primer orgasmo en la vida de Mireya. Ella gritó y se retorció de placer; su coño generó unas contracciones que Benjamín se detuvo a disfrutar. Aquel coño era cálido y apretado; y era sin duda una fortuna poder penetrarlo.

Pasaron todavía varios minutos y dos orgasmo más. La sensación del tiempo había perdido importancia. El tercer orgasmo lo había experimentado al tiempo que mamaba la verga de Lucas, que había regresado por una nueva ración de sexo oral.

A los pocos segundos de aquel último éxtasis, sintió cómo un chorro cálido invadía el interior de su coño. Hubiese llorado de la vergüenza, pero aquello se sentía tan bien que sólo se limitó a cerrar los ojos y disfrutarlo al tiempo que chupaba el glande de Lucas, como si se tratará de una paleta.

Pero este se puso de pie y comenzó a masturbarse; Benjamín permaneció dentro de ella hasta que su pene recuperó la flacidez. Segundos después, Lucas se colocaba tras ella y la penetraba. No tardó mucho, con unos cuantos movimientos, su verga comenzó a lanzar escupitajos de esperma.

Benjamín miraba satisfecho su obra. Lucas terminó de descargar su leche, y los restos impregnados en su verga los restregó sobre las hermosas y morenas nalgas de Mireya.

– ¿A poco no te sientes una verdadera putita? – preguntó, concluyente, Benjamín

– Si – respondió la chica, recuperándose, como si hubiera estado enterada de aquella pregunta

– Excelente, ¿te gustó tu regalo de cumpleaños? Por qué no creas que no nos acordamos.

– Si – respondió Mireya; después suspiró – Gracias.

Las hicieron caminar hacia el baño después de desatarlas de la cama. Estaban entumidas de las piernas. A Sonia le chorreaba el esperma de Lucas por las piernas; y a Mireya le brotaba en aún más cantidad de su coñito, atiborrado de la leche de aquellos dos sujetos.

Completamente desnudas, las hicieron bajar ante su madre. Ella las miró desconsolada; como si quisiera pedirles perdón sin palabras. Las ataron de nuevo. A Mireya la dejaron esposada con las manos en la espalda, al pasamanos de la escalera; a Sonia, con los pies atados y esposada de espalda con espalda a su madre, a quien habían liberado de la silla sólo para volver a atarla a su propia hija.

Pasaron así el día; hasta que, alrededor de las tres y media de la tarde, el timbre de la casa sonó y todo mundo se puso alerta.

CONTINUARÁ…sex-shop 6

 

Relato erótico: ” Jane VII” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 27

Sin títuloEl señor Hart estaba disfrutando como siempre de su puro y su coñac vespertinos cuando Patrick entró en el salón con su rifle aún humeante. Lo apoyó abierto y descargado sobre uno de los sofás orejeros y se sirvió una copa.

-Es usted afortunado –dijo el Señor Hart con una sonrisa–la Sra. Bowen ha ido al mercado y eso le libra de una buena reprimenda.

-Sabía que esa vieja bruja no estaba, por eso lo he hecho y haz el favor de tutearme así podré hacer yo lo mismo.

-¿Ha habido suerte hoy?

-Desde luego Philip, mañana habrá estofado de facóquero para comer. –respondió Patrick.

-Estupendo, me muero por algo parecido a unas chuletas de cerdo. –dijo el funcionario abriendo un ejemplar del London Times que sólo había llegado con nueve días de retraso.

-Tengo entendido que conoces a todo el mundo aquí en Kampala –intervino de nuevo Patrick antes de que el hombre se enfrascara en la lectura de la crónica política de la capital.

-Tarde o temprano todos los habitantes de este lugar dejado de la mano de dios necesitan pasar por mi oficina para pagar los impuestos o pedir alguna ayuda gubernamental. ¿Hay algo que desees saber?

-Mi pistero me ha contado una entretenida historia sobre hechizos y brujos y ha despertado mi curiosidad. Me gustaría averiguar un poco más. Este lugar es bastante aburrido y no voy a estar constantemente de caza.

-La verdad es que es un tema fascinante. La religión de esta zona, antes de que viniéramos a enseñarles lo equivocados que estaban, –dijo el funcionario mitad en serio mitad en broma – era una mezcla de animismo e islamismo. Es sorprendente la capacidad que tiene esta gente para asimilar cultos nuevos y adaptarlos a sus creencias.

-Ya lo creo Philip, el caso es que me gustaría tener datos de primera mano. Quizás pueda escribir algo sobre ello cuando vuelva a Londres. ¿Conoces a algún brujo que viva por aquí?

-Tienes suerte, no la conozco personalmente pero el dueño de una plantación me habló de ella. La encontró por medio de uno de sus criados y la contrató para encontrar agua y en dos días tenía tres pozos manando agua a menos de dos metros de profundidad. –dijo Hart apartando el periódico.

-¿Una mujer? –preguntó Patrick extrañado.

-Joven y preciosa, por lo que dijo el hombre. Y con un gran poder según el criado del hacendado.

-¿Sabes algo más de ella?

-Algo sé. –Dijo Philip sacándose las lentes y limpiándolas con un pañuelo no muy limpio -Sé que nació en Etiopia, que escapó de allí cuando era adolescente para evitar la ceremonia de la ablación. Vago por la sabana medio muerta de hambre y sed, pero sobrevivió y llegó a una aldea al norte de Uganda. El viejo hechicero de la tribu reconoció inmediatamente su poder, las bestias y la sabana la habían respetado, así que la acogió bajo su tutela. En pocos años se convirtió en la hechicera más importante de Uganda. Hace un par de años se instaló en Kampala y aprendió el inglés. Sirve tanto a los negros como a nosotros, solo que a nosotros nos cobra diez veces más por sus servicios.

-¿Sabes dónde puedo encontrarla?

-Los negros la adoran y la temen a la vez. Acuden a ella siempre que tienen un problema pero no se acercan a ella ni entablan relación ninguna más allá de la profesional. –continuó Philip. Vive en una pequeña cabaña a unos seiscientos metros de la ciudad en el camino de Nairobi. Allí realiza sus ritos sin que nadie la interrumpa.

-¡Vaya yo que creía que la única mujer temida de Kampala era la señora Bowen! –replicó Patrick dejando la copa vacía y recogiendo el rifle al oír entrar a la dueña del hotel en el edificio…

La cabaña estaba justo donde le había dicho el funcionario. Era más amplia y sólida que las habituales chozas de las afueras de Kampala, estaba hecha a la manera tradicional con arcilla y estiércol pero el tejado era sólido y tenía un par de amplias ventanas cosa inusitada en la vivienda de un nativo.

Antes de que Patrick llamase a la puerta una voz femenina le invitó a entrar en la casa.

-Bienvenido –dijo una mujer con la piel del color del ébano y una belleza felina.

Patrick esperaba que fuese joven, pero no tanto. No podía creer que esa chica de apenas diecinueve años fuese la hechicera más poderosa de los alrededores. Ella notó la duda del hombre en sus ojos e hizo un mohín pero no dijo nada.

El interior de la choza era amplio, tenía dos estancias, la más grande hacía de cocina salón y oficina y estaba separada por lo que debía ser el dormitorio por una cortina de vivos colores. Tenía un hogar con una especie de trébede donde estaba cocinando algo a fuego lento, una mesa con cuatro sillas y un par de cómodos canapés. Los muebles eran cómodos y vistosos, nada que ver con las toscas sillas de madera y los jergones de paja habituales.

Subumba era casi tan alta como el, vestía una túnica y un turbante color índigo que resaltaba sus cuerpo esbelto y grácil. Sus ojos oscuros, almendrados y un poco separados, junto con su nariz pequeña y ancha, sus pómulos salientes y sus labios gruesos y oscuros le daban el aspecto de una pantera esquiva y enigmática.

Sin decir palabra se dio la vuelta , con movimientos elásticos e insinuantes se reclinó sobre el canapé y quitándose las sandalias subió los pies al tapizado mientras invitaba a Patrick a sentarse.

-En que puedo ayudarte –dijo ella en un inglés casi perfecto.

-Dicen que eres una bruja poderosa, -dijo él yendo al grano -¿Es eso cierto?

-Dicen que el Dios del hombre blanco es poderoso, sin embargo, cuando estáis en problemas no recurrís a él, me llamáis a mí. –dijo ella desdeñosa. –El poder es relativo. Dime lo que quieres de mí y te diré si puedo complacerte. –sentenció la joven moviéndose en el canapé haciendo que Patrick se fijase en sus pechos firmes, que se movían libremente sin la prisión de un corsé o un sujetador.

-Quiero domesticar una hiena –dijo él sin tapujos.

La hechicera se le quedo mirándole, un ligerísimo rubor se adivinaba en su suave piel color café. Sin decir nada se le quedó mirando con intensidad unos momentos valorando la situación hasta que finalmente habló.

-Puedo hacerlo, pero no es tan sencillo. Una Hiena no se domestica, se forja una alianza con ella. Tú la modificas a ella, pero ella también te modifica a ti. Ya no serás el mismo, serás un hombre hiena. Se necesita un temple especial para lograrlo, no todo el mundo es capaz. –dijo ella acercando la mano y cogiendo la barbilla perfectamente rasurada del hombre con sus dedos largos y suaves para escrutar su rostro.

-Veo que eres un hombre con el corazón roto… -dijo ella con una voz extraña –Eso está bien. La ausencia de vínculos emocionales hará más fácil la transición.

-¿En qué voy a cambiar? –dijo él sintiéndose desnudo ante aquella mirada.

-No temas, no es nada físico. Ella se llevara la peor parte, la tendrás totalmente dominada y estará bajo tus órdenes. Tus cambios, sin embargo serán más sutiles, pero no dejan de entrañar cierto peligro. Tu olfato y tu vista nocturna mejoraran en incluso si te concentras podrás ver lo que vea tu acólita, pero también reaccionaras de forma más brutal e instintiva a los estímulos que te exciten o te irriten. Si no te controlas puedes cometer actos salvajes, impropios de un ser incivilizado.

-Entiendo los riesgos pero quiero seguir delante de todas formas. –Dijo él sin apenas intimidarse por las palabras de la mujer.- ¿Qué tengo que hacer?

-Lo primero que debes hacer es capturar una hiena. –Dijo ella –una hembra preferiblemente, son más grandes y más seguras de sí mismas, además la atracción entre sexos opuestos ayudará en el proceso.

-De acuerdo, mañana mismo volveré con una.

-¡No! –dijo ella levantando la voz. –Es importante que la captures de la forma adecuada. Las hienas van a comer a los basureros todas las noches. Debes ir allí y ofrecerles comida hasta que te ganes su confianza y logres establecer un vínculo con ella. Una vez lo hayas conseguido impregnarás la comida con una droga que voy a preparar y me la traerás para realizar el resto del ritual.

-De acuerdo, vendré mañana por la poción. –Dijo él echando la mano al bolsillo -¿Una guinea será suficiente por tus servicios?

-De momento bastará –dijo ella acercándose con una sonrisa enigmática para recoger la moneda de las manos del inglés. El aroma de Subumba, una mezcla de sándalo y sudor despertó por un momento en él deseos aletargados desde la desaparición de Jane. Patrick rompió el contacto apresuradamente y salió de la cabaña sacudiendo la cabeza intentando concentrarse en su nuevo objetivo.

Le encantaba moverse por la selva, atravesar la espesura y jugar con los monos. En pocas semanas había conseguido establecer una relación de confianza con los chimpancés. La relación que mantenía con ellos no era tan íntima como la que tenían con Tarzán pero casi. Con los gorilas era diferente. Su tamaño le intimidaba y aunque no temía que la atacasen prefería mantener las distancias.

Una tarde Tarzán desapareció y volvió con pedazos de piel curtida que según le contó había “recogido” en una aldea de pigmeos cercana. Con ayuda de un cuchillo que siempre llevaba consigo el salvaje, Jane recortó una banda alargada de unos veinte centímetros de ancho y otra en forma de reloj de arena.

Aprovechando una ausencia del salvaje, se quitó la ropa sucia y ajada y se colocó la banda en torno a los pechos para sujetarlos y protegerlos de golpes y arañazos y luego se puso la otra pieza en las ingles cerrándola con dos lazos en ambas caderas. El uniforme era escueto pero mucho más práctico y la suave piel evitaba que se le produjesen escoceduras o erupciones.

Al fin las tormentas les dieron una tregua y los chimpancés lo celebraron con una ininterrumpida serie de juegos y gritos. Aquel día incluso Jane se atrevió a participar tímidamente en los juegos. Ahora ya se movía con bastante soltura y no necesitaba la constante ayuda de Tarzán para avanzar aunque aún no podía seguir el ritmo de los más jóvenes. Era ya casi de noche cuando un ligero chasquido puso a toda la tribu en alerta. En dos minutos todos salieron disparados en dirección contraria al origen del ruido y desaparecieron. Jane más curiosa que atemorizada se quedó intentando escudriñar entre la espesura.

En ese momento apareció un gatazo grande y oscuro moviéndose en total silencio. Cuando la detectó, fijo su mirada en la joven y con un rugido se lanzó sobre ella. Jane pegó un grito de pánico y salió corriendo. Atravesaba la espesura con la rapidez que le proporcionaba el miedo, pero la pantera, segura de que iba a cobrar su presa, recortaba la distancia que la separaba poco a poco. Finalmente llegó a un claro y con la fuerza que le daba la desesperación pegó un salto asiéndose a una liana que estaba a más de tres metros de distancia. Esta vez se sujetó sin problemas y aprovechando el impulso aterrizó en la seguridad de los brazos de Tarzán que le esperaba al otro lado del claro.

-Nunca quedar sola en la oscuridad –le dijo Tarzán – la noche ser el reino de Blesa.

-¿Temes a la pantera? –preguntó ella aún temblando en los brazos de él.

-No, Blesa temer a Tarzán –dijo antes de dar un fuerte alarido y golpearse el torso con sus puños como lo hacían habitualmente los gorilas.

La pantera había bajado al claro con la evidente intención de continuar la persecución pero al oír el grito y ver a Tarzán, soltó un rugido de frustración y agachando las orejas huyó internándose en la espesura.

Jane suspiró y se apoyó en el torso del salvaje, el efecto de la adrenalina había pasado y se sentía exhausta. Tarzán la cogió en brazos y ella se dejó llevar apoyando su cabeza, agradecida, en el pecho del hombre .

Cuando llegaron al claro, Tarzán hizo rápidamente un nido y le trajo a Jane un poco de fruta. Jane mordió el jugoso fruto y poco de jugo rezumó escurriendo por su barbilla y su pecho. Tarzán la miró a los ojos, acerco su mano y con su dedo índice recogió varias perlas del dulce líquido de su pecho y se lo llevó a la boca. El suave vello de la joven se erizó inmediatamente.

Jane suspiró quedamente y le devolvió la caricia excitada.

-A Tarzán gustar Jane. –dijo el hombre con una mirada en la que se mezclaba la excitación y la inocencia.

Jane sonrió y metió la mano en el taparrabos de Tarzán acariciando suavemente su polla. El miembro reaccionó instantáneamente y se puso duro entre sus dedos como una piedra.

A partir de ese momento Jane no tuvo ningún control sobre la situación.

De un tirón Tarzán le arrancó la banda que sujetaba, sus pechos. Estos libres rebotaron excitando aún más al salvaje que los magreó con dureza. Jane notó como sus pezones se endurecían y todo su cuerpo se enardecía ante la brusquedad con la que el hombre le estaba tratando.

Con un aullido ronco levantó a Jane en vilo y la tumbó de cara al suelo del nido. Con dos tirones le arrancó el taparrabos y poniéndole el culo en pompa la penetró sin contemplaciones.

Jane gritó y notó como su cuerpo reaccionaba con lujuria ante el maltrato. Sin darle tiempo a colocarse, Tarzán la agarró de las caderas y comenzó a penetrarla con tal fuerza que con cada empujón todo su cuerpo, estremecido de placer, se separaba unos centímetros de la superficie del nido. Los movimientos del hombre se hicieron más rápidos y sus gemidos roncos enmascaraban los más débiles de Jane. En pocos segundos con un último empujón brutal, dejó su polla incrustada en lo más profundo de la vagina eyaculando con fuerza e inundando su coño mientras erguía su torso pegaba un ensordecedor alarido y se golpeaba satisfecho el pecho con los puños.

Antes de que pudiese darse cuenta Tarzán se separó de ella y empezó a correr y a dar saltos desapareciendo en la espesura dando alaridos de satisfacción, mientras ella se quedaba allí tumbada con el sexo rebosante de semen y frustrada por no haber sido capaz de retener al hombre hasta que le llevase al clímax.

Jane se acarició la vulva aún excitada por la salvaje cabalgada de Tarzán. Cerró los ojos y sin cambiar de postura introdujo sus dedos en su coño rebosante con la leche del salvaje. Saco sus dedos y saboreó el semen de Tarzán mientras seguía masturbándose con la otra mano libre. Un sabor intenso a fruta invadió su boca haciendo que se corriese. Jane se acurrucó con una mano en la boca y la otra en su coño mientras todo su cuerpo se agarrotaba con las sucesivas oleadas de placer que la recorrieron.

Cuando abrió los ojos, Idrís la observaba desde una rama unos dos metros por encima de ella y se acariciaba imitando los movimientos de Jane. Tras ella el viejo macho, Shuma, apareció, se acercó y comenzó a copular con ella. En unos pocos minutos Jane se vio rodeada de dos docenas de monos envueltos en una orgía desenfrenada.sex-shop 6

 

Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 5La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2
Sin títuloEsa noche y a pesar que me lo rogó, Lara mantuvo su culito intacto. La razón por la que me abstuve de rompérselo no fue tanto su estado mental sino su físico. Todavía convaleciente de la operación, no creí necesario forzar sus heridas sodomizándola. Aun así nos pasamos toda la noche follando y solo el cansancio logró que esa mujer dejara mi verga en paz y se durmiera.
Habiéndose diluido el efecto de las copas, la certeza que había abusado de su enfermedad volvió con más fuerza y las horas que pasamos haciendo el amor se convirtieron en una pesadilla.
«Soy un cerdo», pensé apesadumbrado, «he pagado su amistad aprovechándome de ella». El recuerdo de la tersura de sus labios me estuvo martirizando hasta que finalmente me quedé dormido.

Sobre las diez de la mañana, un gemido me despertó y sabiendo que procedía de mi compañera, entreabrí mis ojos para observarla sin que ella supiera que la miraba.
«Dios mío, ¡es peor de lo que pensaba!», sentencié al descubrir a Lara masturbándose a mi lado.
Alucinado que después de la ración de sexo de la noche anterior necesitara otra dosis de placer, esa mujer tenía un consolador incrustado dentro de su coño mientras con la mano libre se pellizcaba un pezón.
«¡No puede ser! ¡Definitivamente está enferma!», medité.
Ajena a mi examen, la morena seguía metiendo y sacando el enorme aparato de su coño como si estuviera poseída. La lujuria que manaba de sus ojos me confirmó que ese día sin falta tenía que llevarla a hacerse las pruebas.
«Ahora, ¿qué hago?», me pregunté al verme entre la disyuntiva de seguir disimulando o hacer que me despertaba. Decidí callar y quedarme observando.
Pero entonces acelerando sus caricias, vi cómo se daba la vuelta en la cama y abriendo sus nalgas, intentaba introducirse el aparato por su entrada trasera. El gritó que pegó al ver forzado su ojete, hizo inviable que siguiera durmiendo y abriendo los ojos, le pregunté qué hacía. Muerta de vergüenza, me confesó que se había levantado bruta y como no quería que lo supiera, había decidido masturbarse.
-Sabes que no es normal- cariñosamente contesté.
Al oír mi tono, Lara se echó a llorar y tapándose la cara con sus manos, buscó ocultar su bochorno:
-Pensarás que estoy loca- desconsolada comentó- pero al verte desnudo a mi lado, recordé el placer que habíamos compartido y no he podido evitarlo.
-Tranquila, no pasa nada- respondí intentando quitar hierro al asunto, aunque interiormente estaba acojonado y tratándola de consolar la abracé.
Lo malo fue que ella malinterpretó mi gesto y pegando su cuerpo al mío, comenzó a rozar su pubis contra mi miembro. Por mucho que intenté no verme afectado, entre mis piernas volvió mi apetito y sin yo quererlo tuve una erección. Mientras en mi mente se abría una disputa entre mi conciencia y mi calentura, Lara creyó ver en ella mi consentimiento y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se subió sobre mí y se empaló.
-¡Espera!- grité tardíamente porque cuando quise reaccionar, mi pene campaba dentro de su chocho. Haciendo oídos sordos a mis quejas, la antiguamente dulce e ingenua doctora comenzó a montarme con una velocidad de vértigo. Su urgencia era tal que sin haberla tocado ya estaba excitada y su vulva empapada.
Ni siquiera llevaba diez segundos saltando sobre mí cuando noté que Lara estaba a punto de correrse. Queriéndolo evitar, la abracé y la obligué a quedarse quieta.
-Por favor, ¡lo necesito!- sollozó al tiempo que intentaba profundizar en su asalto moviendo sus caderas.
Reconozco que estuve a un tris de dejarme llevar y soltarla para que pudiera satisfacer su hambre pero desgraciadamente no hizo falta porque de improviso su cuerpo colapsó y temblando sobre mí, Lara se corrió empapando con su flujo mis piernas.
-¡Te amo!- chilló al tiempo que seguía intentando zafarse.
Lo creáis o no, a pesar de tenerla inmóvil, encadenó durante diez minutos un clímax con otro hasta que agotada se desmayó. Si me lo llegan a contar, jamás hubiese creído que fuera posible:
¡Esa muchacha había sufrido orgasmos múltiples al tener mi verga dentro!
Su dolencia era evidente, no necesitaba pruebas médicas para asumir que algo no funcionaba en su cerebro, por eso aprovechando que estaba KO, saqué de su interior mi falo todavía erecto y decidí darme una ducha.
«Me servirá para pensar», resolví avergonzado al admitir que esa mujer me traía loco. Mi calentura se incrementó al recordar sus pechos mientras el agua caía por mi cuerpo. Inconscientemente, cerré los ojos al rememorar las horas que habíamos pasado y no pude evitar que mi mano agarrara mi pene.
«Es maravillosa», rumié con la imagen de su cuerpo desnudo en mi cerebro, «pero no puedo».
El convencimiento que esa no era mi amiga sino el producto de un trauma, evitó que siguiera masturbándome y molesto conmigo mismo, salí a secarme.
«Tengo que curarla, aunque eso suponga perderla», determiné con el corazón atenazado por el dolor.
Ya de vuelta a la habitación, me encontré a Lara llorando como una magdalena. Al acercarme, me miró con lágrimas en sus ojos y me soltó:
-¡Ayúdame!

El neurólogo.
De común acuerdo, llegamos a la conclusión que no podíamos postergar el escáner cuando me reconoció que algo no funcionaba bien en su mente.
-Sigo cachonda- confesó hundida al darse cuenta que era incapaz de dejar de mirarme el paquete.
Sé que os sonara absurdo pero ni siquiera podía abrazarla porque sabía que mi cercanía era suficiente para que sus hormonas se alteraran. Por eso decidí llamar a Manuel Altamirano por ser el mejor neurólogo que conocía y un buen amigo.
Esa eminencia escuchó pacientemente los síntomas que le describí y al terminar me dijo:
-Por lo que me cuentas, comparto tu dictamen pero para estar seguros, necesito revisarla.
-¿Podrías hacerlo hoy?- pregunté sabiendo que era sábado.
Mi conocido comprendió las razones de mi urgencia y quedamos en vernos en dos horas en su clínica. Agradeciéndole de antemano sus atenciones, me despedí de él y colgando el teléfono, informé a Lara que esa misma mañana iba a tener que someterse a largas pruebas.
-Lo comprendo- contestó con tono triste como si una parte de ella le gustara la zorra en la que se había convertido.
Aceptando que secretamente a mí también me encantaba su nueva personalidad, no quise profundizar en el tema y ordenándola que se vistiera, fui a preparar el desayuno.
«Estás haciendo lo correcto», tuve que repetirme varias veces porque en mi interior había dudas. «Si una vez curada sigue queriendo ser mi pareja, estupendo. Si por el contrario huye de mí, tendré que dejarla partir»
Cuarto de hora después, Lara entró con paso lento en la cocina y pidiéndome un café, se sentó en una silla. Su desamparo era total y aunque todas las células de mi cuerpo me pedían que la consolara, me abstuve de hacerlo y la dejé rumiando sus penas. Se la notaba nerviosa y triste.
Al cabo de un rato, rompió el silencio que se había instalado entre nosotros, diciendo:
-Quiero que sepas que llevo años amándote. En ese aspecto, sigo siendo yo. Sé que tengo un problema pero por favor, ¡no me abandones! ¡No podría soportarlo!
Su dolor me encogió el estómago y por eso, la contesté:
-Yo también te quiero. No me he dado cuenta hasta ayer.
La alegría de sus ojos al abrazarme se transmutó en ira al darse cuenta que bajo su blusa sus pezones se le habían puesto duros con ese arrumaco y fuera de sí, lloró:
-No puedo acercarme a ti- y ya a moco tendido, me preguntó si le ocurriría lo mismo con todos los hombres.
Nunca lo había pensado y la idea que esa monada se viese atraída por otras personas me hundió en la miseria. Aterrorizado y muerto de celos a la vez, intenté quitarle importancia diciendo:
-Dentro de poco lo sabremos…

Llevarla hasta el hospital de mi amigo fue otra dura prueba. Encerrados en los pocos metros cúbicos del habitáculo del coche, le resultó una tortura porque como me reconoció tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar sobre mí porque mi olor la ponía loca.
-Te pido un favor- me suplicó- no quiero que me acompañes durante las pruebas.
Comprendiendo sus motivos, acepté dejarla sola y por eso en cuanto mi amigo nos recibió, me despedí de ambos y salí del edificio a dar un paseo.
Recorriendo los alrededores, no pude abstraerme y dejar de pensar en ella. Me parecía inconcebible que hubiese tenido que ocurrir ese accidente para que mis sentimientos por Lara afloraran y más aún que lo hicieran con tanta fuerza. Reconociendo que estaba obsesionado, el miedo a perderla era quizás superior al terror que sentía con su enfermedad.
«Lo primero es que se cure», acepté a regañadientes justo cuando mi móvil sonó. Era Manuel el que me llamaba y aunque le pregunté cómo había resultado el escáner, no quiso decírmelo y me pidió que fuera a su consulta.
Temiéndome lo peor, salí corriendo de vuelta y por eso, llegué con la respiración entrecortada a su despacho. En él, mi amigo me esperaba con gesto serio y sin dejar que me acomodara en la silla, dijo:
-Cuando Lara llegó, todos sus parámetros estaban desbocados. Su corteza cerebral estaba sobre estimulada pero se fue tranquilizando y al cabo de cuarto de hora, parecía normal.
-¿Eso es bueno?- pregunté emocionado.
El medico frunció el ceño antes de responder:
-No he encontrado ningún daño importante pero te puedo asegurar que algo no cuadra… por eso quiero comprobar una teoría.
-¿Qué teoría?- insistí menos seguro.
En vez de contestarme, me pidió que lo acompañara y tras recorrer una serie de pasillos, entré con él en la habitación donde estaba Lara. La tranquilidad de la muchacha me dio nuevos ánimos pero al acercarme leí en su rostro que su excitación volvía. Ella misma se dio cuenta y echándose a llorar, me rogó que me fuera.
Absolutamente bloqueado por lo sucedido, dejé a Manuel que me llevara frente al ordenador que proyectaba las imágenes de lo que ocurría en el cerebro de mi amiga. No tuve que ser un experto para comprender que tanto color rojo no era normal.
-¿Qué le ocurre?- pregunté.
Durante un minuto, organizó sus ideas y sin darme vaselina con la que el impacto fuera menos duro, me soltó:
-Realmente, no lo sé. Pero es claro que eres tú quien la altera- y midiendo sus palabras, me dijo: -Creo que no es un tema neurológico sino psiquiátrico.
A pesar de ser cirujano, los intríngulis de la mente eran un terreno desconocido para mí y por eso muerto de miedo, insistí que me explicara qué pasaba. Manuel escuchó mis preguntas con paciencia para acto seguido comentar:
-Exactamente no sé la causa, puede ser el golpe, la anestesia o quizás que después de tantos años ocultando lo que sentía por ti, sus sentimientos se hayan visto desbordados pero lo que es evidente es que hay un problema…. Si quieres que lleve una vida normal, ¡deberás mantenerte lejos de ella!
Si hubiese sido imparcial, esa noticia debía haberme llenado de alegría pero al oír que debía desaparecer de su vida, algo se quebró en mí y me eché a llorar.
Mi conocido me dejó desahogarme en silencio durante unos minutos. Minutos que aproveché para decidir que lo único que podía hacer era darle la razón y habiendo tomado la decisión de alejarme, le pedí que se la explicara a Lara. Tras lo cual sin despedirme de ella, hui de ese lugar…
Me siento culpable.
Lo consideréis lógico o no, me da igual. Al salir del hospital me sentía hecho una mierda. La sensación que el destino me estaba castigando por mis pecados, nublaba mi entendimiento y por eso deambulé sin rumbo fijo durante horas.
«Es culpa mía», continuamente me echaba en cara, «fui yo quien al masturbarla, fijó en su cerebro esa atracción y ahora me he quedado sin ella».
Los pensamientos de culpa se acumulaban sin pausa, uno encima de otro. Cuando no era el haberme acostado con ella, lo que venía a mi mente era el remordimiento por no haber advertido su enamoramiento.
Destrozado entré en una vorágine de auto escarnio que me iba llevando de un lado a otro cual zombi. Desconozco cuantos kilómetros pude recorrer hasta que de pronto me vi aparcado frente a su casa. Al percatarme me pregunté dónde y cómo estaría, pero reteniendo el impulso de tocar en su telefonillo, reanudé mi marcha sin saber dónde me llevaría.
«Tengo que olvidarme de ella», medité furioso con todo, exagerando mi responsabilidad con lo ocurrido.
Tan impotente me sentía que llegué a plantearme el ir a un prostíbulo para que entre los brazos de una fulana, olvidarme de lo que sentía por Lara. Afortunadamente, deseché esa idea y en vez de ello, entré en un bar.
-Un whisky- pedí al camarero nada más aterrizar en su barra.
El alcohol diluido en esa copa no consiguió apaciguar mi dolor y bebiéndomela de un trago, pagué la cuenta y salí del local, nuevamente a torturarme frente al volante con el recuerdo de esa morena.
La angustia de sentirme solo me estaba volviendo loco. Por ello, intenté contactar con algún amigo pero el destino no debía de estar de acuerdo porque por muchas tentativas que hice, no me fue posible hablar con ninguno.
-¡Mierda!- grité en la soledad de mi coche mientras descargaba mi frustración contra el salpicadero.
Cualquier viandante que se hubiera fijado en ese cuarentón golpeando como un energúmeno, hubiese llegado a la conclusión que era un perturbado. ¡Y tendría toda la puñetera razón! Porque en ese momento, todo se volvía en mi contra.
«Llevo toda mi vida soltero, ¡puedo vivir sin ella!», me recriminé cuando sin ver otra salida, tonteé con la idea de tirar el coche por un terraplén y así acabar con mi sufrimiento.
La impresión de descubrir en mí esos pensamientos destructivos, me indujo a pedir ayuda y encendiendo el motor, me dirigí a mi antigua escuela. Aunque no soy creyente, entre esas paredes, vivía un cura que siendo un niño me había ayudado a centrarme, de manera que veinte minutos después llegué hasta sus muros.
Don Mariano era el superior de esa orden y a pesar que le había caído sin previo aviso, no tuvo inconveniente en recibirme. Tras expresarme su sorpresa por la visita tras tantos años, como viejo zorro que era, dio por sentado que necesitaba su consejo y por ello, directamente me preguntó qué era lo que me pasaba:
-Padre, tengo un problema- contesté y preso de la desazón, le expliqué de corrido la situación.
El sacerdote se escandalizó por el detalle con el que le conté el problema pero cuando ya creía que me iba a despedir con cajas destempladas, comprendió que era un alma en pena y me rogó que continuara pero que me abstuviera de ser tan conciso con respecto a la cama.
Reanudando mi relato, expliqué a Don Mariano le dilema en el que me encontraba. Por una parte, Lara estaba enferma y debía dejarla en paz, pero por otra me descomponía la idea de nunca volver a disfrutar de su presencia.
El cura esperó a que terminara para hacerme una pregunta:
-¿No crees que esa jovencita tiene algo que opinar?
-Padre, si no puedo estar junto a ella, ¿Cómo se lo puedo preguntar? Y si al final lo hago, ¿no cree que su respuesta se vería afectada por lo que le ocurre a su mente?
El viejo meditó unos instantes sobre la problemática y abriendo la puerta, me soltó:
-Confía en la providencia. Rezaré por ti y Dios proveerá…
Vuelvo a casa
Jodido y hundido, volví a mi casa. Habiendo buscado ayuda, me encontraba todavía más sólo. Ni los amigos, ni la iglesia, ni el alcohol me habían dado una respuesta a mi problema. Si antes de la visita al neurólogo creía que el problema de Lara se circunscribía a ella, ahora sabía que yo estaba involucrado. Era un tema de ambos, pero igualmente insoluble.
Acababa de tumbarme en el sofá cuando escuché mi móvil. Al mirar en la pantalla, vi que me llamaban de mi oficina y por eso contesté. Era mi secretaria que quería informarme que la doctora se había encerrado en el despacho y que no quería abrirle a nadie.
-Inténtame pasar con ella- contesté sin saber realmente que decir ni cómo actuar.
Lara tardó unos segundos en descolgar pero en cuanto escuchó que era yo quien estaba al otro lado del teléfono, llorando a moco tendido me preguntó dónde estaba y porqué la había dejado sola.
-Creí que era lo que deseabas- respondí sintiéndome una piltrafa.
-Te necesito. Aunque sé que estar junto me afecta, no puedo soportar pensar en vivir lejos de ti.
Tras lo cual me preguntó si podía ir por ella.
-Dame veinte minutos.
Lo creáis o no, su llamada me alegró al escuchar de ella que le urgía estar a mi lado y por eso cogiendo nuevamente el coche, fui por ella. Durante el recorrido, intenté acomodar mis ideas para cuando me presentara ante ella tener algo que decirle. Desgraciadamente, todas mis previsiones se fueron al carajo al llegar a mi despacho al encontrarme a Lara de pie en mitad de la calle.
Nada mas verme, entró en el coche y saltando sobre mí, comenzó a besarme como loca mientras me decía:
-Prefiero ser una puta insaciable contigo que una pobre infeliz sin ti.
Deteniendo sus caricias, la obligué a sentarse en su asiento diciéndola:
-Primero tenemos que hablar. ¿Puedes esperar a llegar a mi apartamento?
-Lo intentaré- respondió hundiéndose en su sillón.
Durante apenas tres semáforos, la otrora ingenua y dulce doctora consiguió retener sus deseos pero al llegar a la Castellana, noté su mano recorriendo mi pantalón.
-¿Qué haces? ¿No te ibas a quedar quieta?
Poniendo la expresión que pondría una niña a la que le han pillado robando un caramelo, me contestó:
-Déjame, solo un poquito.
Asumiendo que si le permitía seguir ese poquito terminaría en una mamada en mitad de la calle, me negué y acelerando busqué llegar cuanto antes a mi hogar. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su tanga. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo.
Durante unos minutos, Lara combatió el picor insoportable de su entrepierna hasta que ya con lágrimas en los ojos, me rogó que al menos la dejara masturbarse.
-¿No puedes aguantar un poco? Ya casi llegamos- Insistí tratando de poner un poco de cordura.
-Ojala pudiera- respondió mientras se acariciaba los pechos por encima de su vestido.
La necesidad que consumía su cuerpo hizo que olvidando que me había perdido un permiso que nunca llegó, esa mujer separara sus rodillas y retirando su tanga, comenzara a torturar el hinchado botón que surgía entre sus pliegues.
-Lo siento- gimió avergonzada.
Incapaz de aguantar sin tocarse, la morena incrementó ese toqueteo metiendo un par de dedos dentro de su coño. El olor a hembra insatisfecha inundó el estrecho habitáculo del coche mientras la miraba de reojo. Su calentura creció exponencialmente hasta que pegando un berrido, se corrió. Para entonces, me había contagiado de su lujuria y dentro de mi calzón, mi pene me pedía a gritos que lo liberara.
«No puede ser», pensé al pillarme deseando sus labios en mi verga, «¡nos verían los demás conductores!».
La zorra en que se había convertido descubrió el bulto entre mis piernas y a pesar que acababa de disfrutar de un orgasmo, pegando un grito me bajó la bragueta diciendo:
-Tú también lo necesitas.
Sin darme tiempo a opinar, sacó mi falo y agachando su cara, abrió su boca y comenzó a devorar mi pene mientras entre sus muslos volvía a masturbarse.
-Lara, ¡tranquila joder! ¡Podemos matarnos!- protesté inútilmente porque para entonces esa morena ya se lo había introducido hasta el fondo de su garganta.
Alzando y bajando su cabeza, prosiguió la mamada a pesar de mis protestas. Parecía que la vida le iba en ello y mientras yo intentaba no estrellarnos, ella buscaba con un ardor inconfesable el ordeñar mi miembro. Aunque intentaba acercarme lo más rápido a mi hogar, ese trayecto tantas veces recorrido se me estaba haciendo eterno al notar no solo la acción de sus labios sino la de una de sus manos sopesando y estrujando mis huevos.
-Si no paras, ¡me voy a correr!- avisé asumiendo la cercanía de ese clímax no buscado.
Mi alerta lejos de apaciguar el modo en que estaba mamando entre mis piernas, la azuzó y ya convertida en una cierva en celo, aceleró sus maniobras.
-Tú te lo has buscado- contesté dándola por imposible y aparcando de mala manera en segunda fila, paré el coche y presioné su melena para hundir mi verga por entero en su boca.
La morena estuvo a punto de vomitar por la presión que ejercí sobre su glotis pero reteniendo las ganas, continuó con esa felación todavía más desesperada.
-Serás zorra. Te pedí que esperaras pero ahora te exijo que te tragues todo mi semen y no dejes que se desperdicie nada- le ordené al sentir que estaba a punto de eyacular.
Mi mandato aceleró su segundo orgasmo y mientras esperaba con ansias la explosión de mi miembro dentro de su garganta, su cuerpo se sacudió sobre el asiento producto del placer que la consumía. Para entonces, yo mismo estaba dominado por mis hormonas y cogiéndola de las sienes con mis manos, como un perturbado usé su boca como si de su coño se tratara, levantando y bajando la cabeza de la morena clavé repetidamente mi verga en su interior hasta que el cúmulo de sensaciones explosionó en su paladar.
-¡Bébetelo todo!- exclamé al notar que era tanto el volumen de lefa que Lara tenía problemas para absorberlo.
Mi orden la excitó aún más y mientras se corría por tercera vez, puso todo su empeño en obedecerme. Durante unos segundos que me parecieron eternos, Lara ordeñó sin pausa mi verga hasta que ya convencida de haber cumplido mis deseos, levantando su mirada y sonriendo me soltó:
-Gracias por ser tan comprensivo.
-No soy compresivo- respondí. –En cuanto lleguemos a casa, te pienso dar una tunda para que aprendas quien manda.
Soltando una carcajada y como si hubiese sido algo normal lo que le acababa de decir, se acomodó en su asiento y me explicó que al salir de ver al neurólogo había pedido opinión a un psiquiatra.
-¿Qué te dijo?-pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-Me confirmó mis sospechas. Siempre he sido un poco furcia pero como nunca he tenido un hombre a mi lado, no pude darme cuenta. Ahora lo sé y si tú me lo permites, seré tu puta.
-No entiendo- respondí viendo por primera vez después de casi un mes a Lara sosegada y tranquila.
Descojonada, la morenita me espetó:
-Según el psiquiatra, desde que te conocí, no solo me enamoré de ti sino que aunque no lo supiera, deseaba que además de mi jefe y amigo, fueras mi dueño.
-¿Tu dueño?- insistí no creyendo realmente lo que acababa de oír.
Sin dejar de reír, Lara me contestó:
-Amor mío, al decirme que ibas a hacerme aprender quien mandaba, he comprendido que puedo serte sincera. Ese especialista me ha dicho que mi estado es raro pero menos infrecuente de lo que parece al principio entre las personas sumisas. Por lo visto, hay un pequeño porcentaje de nosotros que cuando conocemos a nuestro amo y este todavía no nos ha aceptado, no podemos controlar nuestra excitación.
-Sigo sin pillarlo- reconocí.
Sacando de su bolso un collar, lo puso en mis manos y con tono dulce, me informó:
-Al salir de la consulta, me lo he comprado. Para ponerme bien, solo necesito que lo coloques en mi cuello.
-¿Y qué significa que lo haga?
-En cuanto lo cierres, seré tuya por siempre. No me podré negar a obedecer todos tus caprichos.
El brillo de sus ojos translucía una mezcla de alegría y esperanza de la que no fui inmune. Quizás eso fue lo que finalmente despertó una vertiente desconocida dentro de mí. Sin conocer realmente cómo me iba a cambiar eso mi vida, contesté:
-No te negaré que me atrae la idea pero no encuentro ninguna ventaja, ahora te follo cómo y cuándo quiero.
Mi respuesta destrozó los débiles cimientos de esa recién renacida tranquilidad en la mujer y con gran nerviosismo, me rogó que no la rechazara.
-Si te he entendido bien, al ser mi sumisa, tu voluntad sería la mía.
-Sí- contestó todavía aterrorizada.
Queriendo obligarla a reconocer en voz alta los límites de su entrega, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Si quisiera preñarte, ¿pondrías alguna objeción?
-No, mi amo. Estaría dichosa de llevar en mi vientre su descendencia- ya más segura pero sobretodo nuevamente ilusionada me informó.
El rubor de sus mejillas y la sonrisa de sus labios me hicieron comprender que Lara había captado mis intenciones y por eso cuando dando un pellizco en su pezón izquierdo, la advertí que si al final accedía a ser su dueño iba a obligarla a andar desnuda por la casa, me contestó:
-A partir de que me coloque el collar, esa será mi única vestimenta para que así pueda hacer uso de su propiedad.
Para entonces, ya habíamos llegado a la casa. Sin decir nada salí del coche, entré en la casa, pasé al salón y me senté en el sofá mientras Lara me seguía a pocos metros. Mi silencio empezó a hacer mella en ella y cayendo postrada a mis pies, me rogó que le hiciera caso.
Ejerciendo mi nuevo papel, la miré y sin alterar mi voz, dije:
-Convénceme que merece la pena ser tu amo- y viendo su confusión, la ordené: -Cómo estás en venta, quiero comprobar la mercancía.
Mi amiga asumió que debía de mostrarse tal cual era y poniéndose de pie, se bajó los tirantes de su vestido. Sonreí al ver esa tela deslizarse y caer al suelo. Con Lara desnuda, me dediqué a comprobar la perfección de sus medidas mientras ella permanecía inmóvil.
-Reconozco que pareces tener unos pechos de ensueño.
Al escuchar mi piropo y sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador, se lo quitó. Con satisfacción observé que esas tetas con las que soñaba se mantenían firmes y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Mi antigua enfermera y después compañera tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que al cabo de unos segundos ya estaba completamente desnuda.
-Acércate- le ordené.
La morena creyendo que así me complacía, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies donde esperó mis órdenes.
-Quiero ver tu trasero.
Con una sensualidad innata y no estudiada, Lara se giró y separando sus nalgas, me enseñó esa entrada todavía no cruzada. El sudor que recorría su pecho, me confirmó que estaba excitada y queriendo maximizar su agonía, metí un dedo en su rosado ojete al tiempo que le decía:
-Si al final te acepto, deberás mantenerlo limpio y siempre dispuesto.
-Así lo haré, amo.
Dándole un azote, le exigí que se diera la vuelta. Mi ruda caricia acervó su calentura y pegando un gemido, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi examen. Cómo ya sabía al estar completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.
-Separa tus labios- ordené interesado en averiguar hasta donde podría llevar a esa muchacha.
Obedeciendo sin demora, Lara usó sus yemas para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, descubrí que la humedad lo tenía encharcado y mientras ella me miraba con deseo, me levanté del sofá y fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes. Una vez allí, sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi futura esclava que se incorporara. La muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada.
Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé para acto seguido y usando mis manos fui recorriendo su suave piel.
-Amo, le deseo- sollozó mi cautiva.
La mujer comprendió mis intenciones. Al estar cegada, iba a ser incapaz de anticipar mis caricias y eso la pondría más bruta. Sin más dilación, fui tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de esa morena hasta que sus muslos se empaparon con el rió de flujo que salía de su coño.
-Tienes prohibido correrte- susurré en su oído mientras le mordía los pezones.
No tardé en observar que de los ojos de Lara brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración. Necesitaba alcanzar el clímax pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con un dedo su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, sollozó diciendo:
-Mi culo es suyo.
Muerto de risa, contesté:
-Lo sé -y sin dejarla descansar, metí el segundo en su ojete.
Durante unos instantes, la morena se quedó petrificada porque jamás nadie había hoyado ese lugar pero asumiendo que no podía contrariarme, permitió que continuara jugando con los músculos circulares de su trasero. Totalmente entregada, concentró su esfuerzo en no correrse y viendo que no podía aguantar mucho más sin hacerlo, se mordió los labios.
Decidí que era el momento de cumplimentar sus deseos y recogiendo el collar del suelo, volví al sofá y la senté de espaldas en mis rodillas. Lara que no era consciente que tenía esa gargantilla en mi poder, gimió al sentir mi verga rozando su culito. Al colocársela alrededor de su cuello, comprendió que la estaba aceptando y llorando me pidió qie la tomara.
-Tienes permiso de correrte- accedí premiando su constancia mientras la empalaba por detrás.
La morena al sentir su entrada trasera violentada por mí, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual, le quité las esposas y el antifaz. Lara, al sentir libertad de movimientos, llevó mis manos hasta sus pechos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:
-Siempre he sido tuya.
Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo lentamente, de manera que pude sentir claramente como mi pene forzaba ese orificio una y otra vez.
-Duele pero me gusta- chilló disfrutando de esa ambigua sensación.
Los gemidos que brotaron de su garganta fueron una muestra clara que mi zorrita estaba disfrutando. Eso me permitió ir poco a poco acelerando el ritmo con el que machacaba sus intestinos hasta que la llevé otra vez al orgasmo. Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, me pidió que me corriera.
Soltando una carcajada, contesté:
-Una esclava no decide donde y cuando su amo se va a correr.
Por mi tono, mi dulce y sumisa compañera comprendió que aunque yo no quisiera hacerlo pronto no me quedaría más remedio y por eso restregando su cuerpo contra el mío, buscó acelerar lo inevitable. Lo que no se esperaba fue que cambiando de objetivo, sacara mi verga de su culo y poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, se lo incrustara en el coño mientras le decía:
-A partir de ahora, usaré tu útero para correrme- y ya explotando en su interior le confirmé mis intenciones susurrando: -Al menos hasta que te deje preñada.
Mi amenaza lejos de aterrorizarla, la hizo chillar de alegría y moviendo su pandero con renovadas fuerzas, terminó de ordeñarme…sex-shop 6

 

Relato erótico: “La fabrica (26)” (POR MARTINA LEMMI)

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Sin título3LA FÁBRICA 26

Sin títuloSiempre con su mano sobre la base de mi espalda, el oficial me fue guiando a través de un largo corredor y, para mi vergüenza, me hizo pasar nuevamente por delante de casi todo el personal policíaco que se hallaba en ese momento en funciones en aquella dependencia. De pronto salimos al aire libre y me encontré cruzando un patio con piso de ladrillos; la tarde ya estaba bastante avanzada, por lo cual el sol ya prácticamente no daba allí sino que quedaba oculto por detrás de altos muros que rodeaban el patio. Fue en ese momento cuando descubrí que, desde un precario ventanuco enrejado, unos famélicos ojos que eran pura depravación me devoraban de arriba abajo.

“Mmmm…. Mamita, ojalá te pongan en mi celda, ja. Te meto la verga por el orto y te la saco por la boquita”

Lo asqueroso del comentario me hizo revolver el estómago; aguzando un poco la vista a los efectos de lograr entrever en las sombras tras los barrotes, llegué apenas a distinguir los rasgos del inmundo rostro de un tipo de edad bastante indefinida. Con repugnancia, giré instintivamente la vista en sentido inverso, pero sólo fue para encontrarme con otro ventanuco de dimensiones parecidas, el cual se hallaba casi exactamente enfrentado con el anterior. Tras los barrotes, descubrí otro rostro algo macilento y oculto entre las sombras; hubiera jurado que se trataba también de un hombre, pero en cuanto habló, me percaté de lo contrario:

“No, no, no. Seamos justos, oficial – se oyó desde dentro una voz que, a pesar de su fuerte sesgo varonil, se reconocía a duras penas como femenina -: los nenes con los nenes, las nenas con las nenas, je… Ese pimpollo hoy duerme conmigo… Mmmmua…”

La mujer arrojó al aire un par de besos que sonaron con desagradable chasquido y yo, sin más remedio, sólo pude bajar la vista al piso.

“Cálmense ustedes dos – les impelió el oficial, de manera imperativa -. No es ni para uno ni para el otro, así que vayan pensando en algún modo de autosatisfacerse”

El tipo del calabozo a mi derecha gritó un par de insultos al uniformado a la vez que me dedicaba una nueva sarta de piropos procaces. Noté que otras voces parecían sumársele, por lo cual me vi tentada a espiar de reojo y así descubrí que detrás de los barrotes ya no había un solo par de ojos sino tal vez dos o tres; uno de los reclusos aullaba como lobo en celo.

“Parece que te han golpeado, hermosa. En cuanto salga de acá, voy y los mato” – voceó alguien; la cara se me puso de todos colores, pues caí en la cuenta de que las marcas que Evelyn me había dejado debían ser distinguibles a simple vista. Me hubiera gustado cubrirme con las manos la parte de la cola que mi falda no cubría, pero la mano que tenía sobre la espalda me seguía llevando casi como una pluma y no me dejaba demasiado margen de maniobra.

“¿Quién se atrevería a golpear a una chica con un culo tan lindo?” – intervino otro.

“No sé pero en unas horas estoy fuera de acá y me encargo de ellos…”

El último sujeto, quienquiera que fuese, insistió varias veces en esa cuestión de su pronta e inminente libertad; era lógico, ya que los detenidos en comisarías sólo lo están de manera temporal hasta tanto se disponga su traslado a alguna unidad penal o, caso contrario, se los libere. Un estremecimiento me recorrió el cuerpo al pensar que esos tipos bien podían estar en la calle en cuestión de horas; fue tan fuerte la impresión que, en rechazo maquinal, volví a girar la cabeza hacia el otro lado, lo cual sólo me sirvió para encontrarme otra vez con la mujerona lesbiana, quien ahora, de modo repulsivo, asomaba y hacía bailotear su lengua por entre los barrotes.

Cuando finalmente llegamos a destino, no puedo describir el impacto que me provocó el lugar con el que me encontré; hacia el final del patio había un pequeño cuarto de puerta estrecha y un burdo boquete en la pared que, obviamente, oficiaba como “ventilación”: no era difícil darse cuenta de que se trataba de un cuarto de baño… o algo que pretendía serlo. El oficial abrió la puerta y, con una caballerosidad que no cuadraba con la situación ni el lugar, se apartó a un costado para dejarme paso. La imagen no pudo ser más desoladora; en efecto, se trataba de un baño sucio y maloliente, presumiblemente para “caballeros”. Las paredes lucían gruesas manchas de humedad que no habían sido removidas en meses o tal vez años, en tanto que, en el extremo opuesto a la puerta, se veía un inodoro sin tapa, con los costados chorreados de mugre. Las náuseas, incrementadas, volvieron a mí.

“¿Q… qué se supone que vamos a hacer ahí dentro?” – pregunté, con el rostro teñido de incredulidad y cubriéndome la boca con una mano.

“Tengo que revisarla” – respondió, con toda naturalidad, el hombre; a lo lejos, los insultos y aullidos recrudecían: no era difícil darse cuenta que, a los ojos de los presos, ese tipo sólo me llevaba a ese cuartucho para darme una cogida dentro; y lo peor de todo era que yo misma empezaba a dudar si no sería realmente así. El lugar, por lo pronto, era un asco a ojos vista.

“¿A… ahí?” – pregunté, contrayendo el rostro en un gesto de repugnancia.

“¿En dónde sino? – repreguntó, con una ligera sonrisa y las palmas de las manos hacia arriba -. Lo siento; quizás esté acostumbrada a cosas más finas y delicadas, pero es lo mejor que tenemos aquí”

Haciendo grandes esfuerzos para no vomitar, avancé tímidamente hacia el interior del cuarto; apenas lo hice, sentí en el pie que llevaba descalzo el frío y la humedad del piso de cemento, lo cual contribuyó a aumentar el escalofrío que ya, de por sí, mi cuerpo sentía: nunca como entonces extrañé mi zapato faltante. Una aprensión difícil de describir en palabras se apoderó de mí cuando el tipo entornó la puerta sin cerrarla del todo, pues ni siquiera tenía picaporte. Él quedó ubicado a mis espaldas y yo quedé inmóvil sin saber exactamente qué esperaba que yo hiciese. Un incontrolable temblor me subía por las piernas.

“Bueno – dijo, en tono resuelto -. A ver esas marcas”

Recién entonces, al girar mi cabeza ligeramente por sobre el hombro, noté que el tipo tenía una cámara en la mano, en realidad un teléfono celular oficiando como tal: poco profesional para una inspección exhaustiva que se preciase de serlo. Se hincó detrás de mí y, sin incorporarse, fue girando en torno a mis piernas para fotografiar aquellas zonas en donde el color rosado se hacía más intenso por los golpes que Evelyn me había propinado con el zapato. Me sentí tan ultrajada como si me estuviese manoseando, pero lo peor aún no había pasado.

“A ver – me dijo, adoptando pretendida voz de experto -. Levante un poco esa falda; mucho no necesita, je”

Lo mordaz del comentario no encajaba en absoluto con alguien que, se suponía, estaba haciendo una revisión a efectos policiales y, tal vez, hasta judiciales. Temblorosa, llevé arriba la falda hasta descubrir mi cola entangada y él me siguió fotografiando una vez que esa zona quedó también al descubierto.

“Le han dado de lo lindo” – dijo, en un jocoso dictamen que, una vez más, distaba de sonar profesional -. Quítese esa tanga, por favor, señorita… hmm… ¿O señora?”

Me giré. Lo que menos me importaba, por cierto, era el tratamiento que él fuera a darme en relación con mi situación conyugal; en todo caso, saltaba a la vista que el tipo lo mencionaba tan sólo para dejar en segundo plano el denigrante pedido que me había hecho, casi como si lo diera por obvio o natural.

“¿Qué?…” – pregunté, con la cara teñida de confusión.

“¿Le tengo que decir señorita o señora?” – insistió, siempre hincado y sosteniendo en una mano el celular que usaba como cámara.

No podía creer que, detrás de tan impostada caballerosidad, se comportara con tal insolencia. Di un paso hacia atrás y trastabillé al tener un solo pie calzado; a punto estuve de perder el equilibrio e ir a dar con la nuca contra el hediondo inodoro, pero él me tomó por una mano; lo hizo suavemente, pero lo suficiente como para ayudarme a mantener la vertical. Una vez que más o menos me sostuve en pie, comencé a sacudir frenéticamente mi mano buscando desprenderme de la suya con repugnancia.

“No… me refiero a eso – dije, con fastidio en la voz -. Llámeme como se le cante, no me importa. Lo que pregunto es… ¿qué es lo que me pidió?”

“Ah, eso – dijo él, con toda naturalidad y fingiendo un aire distraído -. Ja, perdón, entendí mal; la tanga, por favor: quítesela”

Le clavé una mirada que destilaba todo el desprecio del mundo.

“¿Está hablando en serio?”

“Por supuesto. Es más – agregó, extendiendo hacia mí la mano que tenía libre -: démela”

Llené de saliva mi boca y estuve a punto de escupirlo, pero finalmente me contuve: la tragué.

“Esto es totalmente irregular – protesté, tratando de sonar convencida y convincente -. Muéstreme en qué manual procedimental o cómo carajo ustedes lo llamen, figura que…”

“No sea ridícula, Soledad – rió, desdeñoso y sacudiendo los hombros -. ¿A quién puede ocurrírsele que en algún lado va a decir algo sobre una tanga? Los procedimientos se hacen sobre la marcha y de acuerdo a las necesidades del momento…”

“Explíqueme entonces cuál es la necesidad de que me quite mi prenda y se la dé”

“Bueno… – se encogió de hombros -: eso depende mucho de quién se lo pida y para qué, jeje… Si se lo pide alguna de esas cucarachas – indicó con el mentón en dirección a los calabozos -, está más que obvio que es porque quieren verla desnuda y… bueno… en fin, usted ya sabe”

“Y usted no, ¿verdad?” – ironicé, mientras mi frente se poblaba de arrugas.

“Soledad… – dijo, en un tono que, aunque paternal, rezumaba cansancio -. A nadie puede escapársele que usted es una mujer hermosa y, de hecho, creo que usted lo sabe bien o no andaría por el mundo vestida así. Pero, en lo particular, bien… esto es mi trabajo simplemente”

“No hay marcas debajo de mi tanga” – protesté, negando con la cabeza y crispando los puños; el tono de mi voz también revelaba cansancio.

“Eso es lo que usted dice, pero hay muchas mujeres que niegan ser golpeadas por sus maridos y yo no puedo dar por sentado que usted no sea una. Además, hay que revisar la prenda para ver si no hay manchas de semen…”

“Nadie intentó violarme. Y además… está hablando de mi marido”

“La figura de violación existe más allá del vínculo que pudiera haber entre las partes, señorita Moreitz – explicó él, volviendo a presumir de leguleyo -: poco importa el que ese vínculo sea conyugal o no: para hablar de violación, alcanza con que exista violencia física y falta de consentimiento por parte de…”

“Usted sabe bien que todo eso es una mierda – repliqué, airadamente -. Mi… esposo no hizo absolutamente nada”

El hombre, siempre hincado, asintió y frunció la boca.

“Esto es una escena clásica – dijo, impertérrito -: no sólo niegan el abuso sino que además protegen a sus abusadores”

Hervía por dentro; hacía esfuerzos sobrehumanos por no reventar.

“De todos modos – dijo, incorporándose -, será como usted diga. Ya mismo le voy a decir a su amiga que usted no desea colaborar”

El comentario, desde ya, me sacudió. Ya de por sí, detecté un deje irónico muy particular al momento de decir “amiga”; no sabía en ese momento si era mi imaginación o qué, pero me daba la sensación de que el desgraciado ya había captado bastante bien que Evelyn tenía un fuerte ascendente sobre mí. En principio, su amenaza de ir a contarle no debía preocuparme en lo más mínimo ya que ella misma se había opuesto a que se me sometiera a ese escrutinio. Pero en cuanto lo pensaba bien, eso había sido cuando aún Evelyn ignoraba que yo ya no tenía el consolador en la cola y, por lo tanto, temía que el objeto fuese descubierto. Ahora que ya estaba al tanto de que no era así, poco y nada podía importarle que me revisaran o incluso manosearan y, de hecho, me había llenado el cuerpo de marcas precisamente a tales fines. Así que, por lo tanto, pude ver rápidamente la escena en mi mente e imaginé a Evelyn venir hecha una furia para reprenderme y ordenarme sin delicadeza alguna que me sometiera sin protesta a lo que fuese que el policía quisiera hacerme. Mi embarazo lo sobrevolaba todo… Ella tenía en sus manos la llave para dejarme de patitas en la calle y yo no tenía duda alguna de que, llegado el caso, la usaría: no debía irritarla.

“¿Le digo?” – preguntó burlonamente el policía al notar que yo dudaba.

“N… no, se lo r… ruego por favor” – balbuceé, bajando la vista.

“Nos vamos entendiendo – dijo, sonriendo y asintiendo con la cabeza -: ahora dese la vuelta nuevamente y deme esa tanga”

Resignada y degradada, me fui girando despaciosamente y, con dedos temblorosos, deslicé mi tanga piernas abajo haciendo esfuerzos, desde luego inútiles, para que no se me viera demasiado la cola mientras lo hacía. Podía adivinar los ojos lascivos del oficial clavados sobre mis nalgas; más que adivinarlos, casi podía sentirlos, hiriendo mi carne y taladrándola. Sin volverme hacia él (era tanta mi humillación que no podía mirarlo a los ojos), le extendí la prenda interior, que él tomó sin decir palabra. Un instante después me pareció escucharlo aspirar exageradamente y, al mirar de soslayo por sobre el hombro, descubrí al puerco pasándose la tanga por la cara y olisqueándola del modo más repugnante que se pudiera imaginar; más que olerla, era como que quisiera impregnarse en mis olores.

“Mmmm – dijo, casi en un susurro -. Me gustan las mujeres que se perfuman la ropa interior. Sólo ocurre con quienes se la tienen que quitar seguido, jeje”

“No la perfumo” – repliqué, levantando la voz con hartazgo y con el odio bullendo dentro de mí. Sabía, de todos modos, que era bien posible que Tatiana sí perfumase su ropa interior, pero no estaba dispuesto a seguirle el juego a ese degenerado.

“¿Ah, no? Mmm, entonces supongo que es su perfume natural. Tanto más atractivo”

“Creo que ya es suficiente, ¿verdad?”

“¿Perdón, señorita Moreitz?” – preguntó él en tono de sorpresa y sin dejar ni por un momento de restregarse la tanga por el rostro.

“Que ya puede devolverme la prenda. Supongo que ya comprobó lo que necesitaba comprobar”

Puse la mayor ironía del mundo en el tono, pero él no pareció inmutarse; por el contrario, soltó una risita:

“Je, es un trabajo fino, señorita Moreitz; no se puede hacer así nomás, a la ligera. Pero… sí, se advierte que no hay olor a semen”

“Fue lo que le dije al principio”

“Salvo que, justamente, haya sido perfumada a fines de ocultarlo”

La sagacidad que pretendía mostrar me tenía harta.

“Devuélvame la tanga” – ladré.

“Me temo que no”

“¿Perdón?”

“Es… evidencia – respondió, con tono sorprendentemente tranquilo, pero a la vez ladinamente burlón, y se notaba a las claras que, ahora, estaba improvisando -. Tendrá que quedar aquí en la comisaría por un tiempo”

“¡Eso es un disparate! – aullé -. ¿Evidencia de qué?”

“Gírese”

“¿Qué?”

“Gírese”

El tono me irritaba en lo más hondo, desde ya, pero por otra parte esperaba que me lo pidiese en algún momento y, a decir verdad, ya estaba harta de darle la espalda sin saber a qué me exponía. Di media vuelta sobre el taco del único zapato que tenía. Lo miré fijamente a los ojos: lo míos despedían odio; los de él, sólo burla. Su rostro lucía una mueca divertida de lo más desagradable.

“Muéstreme las tetas” – me espetó a bocajarro.

Si seguía habiendo lugar para la incredulidad, yo estaba ya muy pero muy cerca de encontrar el límite. No podía entender cómo no le estrellaba un puñetazo en la boca.

“Usted es un… depravado de mierda” – barboté, casi escupiendo las palabras por entre los dientes.

“Todos lo somos – dijo, con tranquilidad -. ¿O acaso usted es tan santurrona?”

La respuesta, por cierto, estuvo lejos de ser la que yo esperaba. Nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro durante algún rato mientras mis puños se seguían crispando y en mi interior dos Soledades se batían nuevamente a duelo: la que quería golpearlo y la que sabía cuánto necesitaba cuidar el trabajo que tenía. Él no dijo palabra y mantuvo esa desagradable mueca que tanto asco me provocaba: combinada con los nauseabundos olores que poblaban el lugar daban por resultado un absoluto revoltijo dentro de mi estómago. Yo tampoco decía nada y, al parecer, eso le produjo aun más placer o, al menos, eso fue lo que creí interpretar de la expresión de su rostro: el desgraciado sabía que, con su pregunta, me había turbado o descolocado de alguna manera; en otras palabras, era él quien tenía el jaque…

“Usted fue encontrada una noche desnuda en una calle oscura de la periferia, ¿ya se olvidó? – espetó, aprovechando mi silencio -. Ahora se aparece con una falda cortísima y deshilachada, además de un solo zapato. ¿Y pretende hacerme creer que es una chica de su casa, fiel a su marido y que va a la iglesia todos los domingos? No, señorita Moreitz, eso nadie se lo cree”

La furia crecía en mi interior y las ganas de golpearlo o, cuando menos, escupirlo, también. Seguía paralizada, a la vez que incapaz de objetar palabra alguna, cosa que a él parecía envalentonarlo para continuar con su discursillo:

“Yo no soy tonto, Soledad: usted no tenía marcas cuando entró en la seccional”

Abrí los ojos grandes y lo miré, con una mezcla de pavor e incomprensión.

“Usted no tenía la cara marcada como la tiene ahora – continuó; acercó un dedo índice a mi rostro para indicar lo que decía y me hice hacia atrás instintivamente -; ésos son golpes y está más que claro que de su amiga. Tampoco tenía marca alguna en los muslos porque… se los miré bastante bien, jeje”

“No… comprendo – balbuceé -. ¿Está usted diciendo que… fue Evelyn quien me golpeó?”

“Su amiguita, sí, la colorada. No se haga la tonta, Soledad”

“Pero… y si lo sabe, ¿por qué todo esto? ¿A qué viene toda esta revisión para incriminar a… mi marido?”

“Justamente – dijo él, con una sonrisa -; de eso se trata: de incriminarlo”

¿Aun… sabiendo que no fue él?”

“Aun sabiéndolo”

Yo ya no entendía nada; con expresión confundida miré hacia la mugrienta pared tratando de encontrar alguna respuesta en las manchas de humedad.

“No entiendo” – dije, finalmente.

“Soledad – dijo él, adoptando un tono paciente y paternalista, casi como hablándole a una chiquilla -. Usted necesita sacarse a ese tipo de encima. Su amiga ha puesto su parte para que pueda lograrlo y a mí solamente me queda terminar el trabajo. ¿No está claro?”

Mis sienes se arrugaron mientras mi mente intentaba darle vueltas al asunto.

¿Ustedes… dos están de acuerdo?”

Lanzó una carcajada.

“Ni siquiera la conozco, Soledad, pero… siento que su amiga quiere protegerla de ese tipo”

“Pero está diciendo que ella me golpeó” – repliqué, cada vez más confundida.

“Para protegerla, sí”

“¿Me golpeó para protegerme?”

“¿Usted no lo cree así?”

Una nueva pausa se produjo y un pesado silencio flotó en el lóbrego y hediondo ambiente del cuarto de baño.

“Si ella me golpea, entonces ella es la abusadora – dije, quedamente, aunque poniendo especial énfasis en cada palabra a los efectos de que no quedaran dudas -. ¿Por qué no la detiene?”

“¿Usted quiere que lo haga?” – me retrucó.

Estocada letal. Sentí un sacudón: desfilaron por mi cabeza miles de imágenes y, entre ellas, una y mil veces, la de ese niño que comenzaba a gestarse dentro de mí. Yo no podía ir contra Evelyn y lo sabía, como también lo sabía ella y por eso mismo se permitía jugar conmigo.

“No… – musité -; le ruego que… no lo haga”

“Porque le gusta, ¿verdad?”

Arrugué el rostro por completo; no podía creer la osadía y desvergüenza del tipo. Ensayé una protesta que no llegué a cerrar:

“¿Q… qué… está…?”

“Soledad, está bastante claro que esa chica la domina y que a usted le gusta. Si la golpeó de la forma en que veo que lo hizo, eso sólo fue porque usted le permitió que lo hiciera”

“No… diga tonterías” – protesté entre dientes, furiosa pero también visiblemente tocada.

“Estoy seguro de cuál es la razón por la cual no quiere mostrarme las tetas – soltó él, como si ignorara cada una de mis réplicas -. Seguramente debe tenerlas también marcadas”

“¡Eso es… totalmente falso!”

“No lo creo” – respondió él con absoluta tranquilidad.

“No… me golpeó allí. Es más: ni siquiera me golpeó… ¡En ninguna parte! ¿Por qué insiste en que sí?”

“¿No la golpeó? – preguntó, con fuerte aire irónico -: mire usted. Dígame, Soledad, ¿disfrutó mucho mientras su amiga le azotaba las tetas?”

“¡No lo hizo!” – mi protesta era cada vez más airada y, como tal, iba ganando en volumen.

“Yo estoy seguro que sí” – replicó él, asintiendo varias veces con la vista clavada en mi pecho.

“¡Le estoy diciendo que no!” – grité, al tiempo que, de un solo manotazo, abría mi blusa dando cuenta de algún que otro botón para, luego, levantar el sostén y enseñarle mis senos, blancos e intactos.

Una sonrisa se le dibujó en el rostro y, casi al instante, disparó la cámara de su teléfono celular. Recién entonces me di cuenta de cuán idiota había sido y cuánta razón tenía Rocío al decir que yo era una estúpida. Una chica con dos dedos de frente y dos gramos de cerebro no hubiera caído nunca en una treta tan infantil como la que me había preparado ese oficial depravado. Las sienes se me hincharon al punto que las sentí a punto de reventar; resoplé con fastidio y volví a bajar mi sostén para cubrir, ya algo tarde, mi pecho nuevamente.

“Tiene razón – dijo el hombre, sin dejar de sonreír y ahora, además, guiñando desagradablemente un ojo-. No tienen marcas…”

“Creo que… ya tiene lo que quiere. Vámonos de aquí” – farfullé, tratando de lucir lo más íntegra posible, cosa ya para esa altura bastante irreal.

“¿Y usted tiene lo que quiere?” – me preguntó él, a bocajarro.

Las rodillas me temblaron. Sentí un pavoroso frío recorrerme la espalda pues, en ese momento, me di cuenta de que estaba prácticamente encerrada y a su merced ya que él me bloqueaba el camino hacia la puerta. Si de sus palabras podía inferirse que estaba pensando en violarme, mal podría yo escapar y no sabía hasta qué punto alguien podría escucharme allí, en ese baño maloliente; y, aun de hacerlo, ¿vendría alguien en mi auxilio? ¿Quién? ¿El resto de los efectivos que allí se desempeñaban? ¿O los reclusos cuyos rostros había entrevisto por entre los barrotes al cruzar el patio? Yo estaba sola: de acuerdo al trecho que habíamos recorrido para llegar hasta ese apestoso lugar, Evelyn se hallaba lo bastante lejos como para no oír nada. Y, por otra parte, qué paradójico: yo esperando ayuda de Evelyn; estaba claro que, inconscientemente, ya le estaba adjudicando sobre mí un cierto rol de dueña y, como tal, de protectora. Tampoco había allí sereno, ni antiguo ni nuevo, que acudiese en mi ayuda; miré hacia todos lados y sólo vi enmohecidas paredes y un inmundo boquete, poco más grande que un melón, oficiando como ventilación: no había escape posible. Por una u otra razón, volvía siempre yo a caer en situaciones parecidas y comenzaba a preguntarme si el policía no tenía, después de todo, algo de razón al decir que era yo misma quien iba en busca de las situaciones.

Mirándome siempre fijamente con esa expresión ladina, se acercó un paso hacia mí y yo intenté caminar hacia atrás, pero fue inútil: me capturó con fuerza por la muñeca. Presa de la desesperación y la angustia, forcejeé tratando de liberarme, pero fue en vano; sólo lograba cansarme y que él se divirtiera, tal como lograba entrever cada vez que, entre mis frenéticos movimientos, podía ver su cara. Le arrojé, con el pie calzado, un puntapié que no llegó a destino, pues él lo esquivó muy hábilmente y, de hecho, mi zapato salió disparado hacia adelante estrellándose la puntera con gran estruendo contra la rústica y oxidada puerta de metal. Ahora estaba descalza por completo, sobre un piso que era una ignominia de suciedad. A él, se notaba, le divertía sobremanera el verme luchar como una fiera acorralada y no dejaba de sorprenderme la fuerza y habilidad con que lograba tenerme atrapada sólo por una muñeca. Grité pidiendo ayuda; no sé si alguien me escuchó o no, pero de todos modos fue inútil.

“Es lo que te gusta, ¿no?” – reía él, entre dientes -. Te gusta el juego rudo, ¿verdad? Me di cuenta apenas te vi. He tratado con muchas putitas como vos…”

“P… por favor – balbuceé, casi sin aliento de tanto forcejear -, s… se lo ruego: no voy a decir nada…”

Ignoró totalmente mis palabras. Dejó caer el celular al piso junto con mi tanga y así, habiendo liberado su otro brazo, me rodeó con él la cintura hasta apoyar mi mano sobre mi vientre y, de ese modo, forzarme a doblar mi cuerpo hacia adelante. Una vez más, todos mis esfuerzos por zafar de su abrazo fueron infructuosos y, casi al instante, restalló el seco chasquido de la pesada palma de una de sus manos estrellándose contra mi cola. Un intenso dolor se apoderó de esa parte de mi cuerpo y, aun sin verla, pude sentir cómo se enrojecía.

“Te gusta, putita, ¿no” – me repetía, volviendo a golpearme una y otra vez.

Recién entonces caí en la cuenta de que su plan no era violarme sino zurrarme. A eso se refería cuando hablaba de “juego rudo” y cuando se jactaba de, sólo con verme, saber mis preferencias. Fue extraño, pero lo soez de sus palabras combinado con el dolor en mi cola me produjo una sensación insólitamente excitante. Sin poder evitarlo, entrecerré incluso los ojos para entregarme al momento. Y, como ya era habitual, una fuerza interior pugnaba por resistirse y no doblegarse tan fácilmente.

“Venga para acá” – dijo él, mientras se sentaba sobre el hediondo inodoro y me llevaba consigo hasta ubicarme boca abajo y cruzada por sobre su regazo, erguida mi cola y expuesta a sus designios.

La pesada mano cayó una y otra vez sobre mi carne, y mientras lo hacía, yo podía sentir cómo mi sexo se iba humedeciendo; lo peor, en tal sentido, era que no tenía ropa interior y, por lo tanto, temía que él fuera a darse cuenta en cuanto sintiera mojado su pantalón. Cada golpe caía con más fuerza que el anterior y arrancaba de mi garganta un alarido aun más quejumbroso, mientras mis pies, en el aire y sin control, no paraban de patalear sin que pudiera yo darme cuenta si era por la impotencia o por la excitación. Quizás ambas cosas…

Fue inevitable que acudiera a mi mente el recuerdo de la zurra recibida en la oficina de Evelyn, lo cual, una vez más… me excitó. Me di cuenta entonces de que había extrañado su mano en mi cola después de ello y, de algún modo, ese tipo asqueroso y degenerado me estaba supliendo esa ausencia…

Una vez que se cansó de zurrarme (de hecho fue exactamente así: se cansó, tal como lo demostraba su respiración jadeante), quedé cruzada sobre sus piernas y, abatida y dolorida, dejé caer manos y pies hacia el sucio suelo mientras mi cabeza pendía como sin vida; también a mí me costaba recuperar el aliento y lo cierto fue que cuando la pesada mano del oficial dejó de castigar mis nalgas, una parte de mí sintió un enorme alivio mientras que otra lo lamentó. Podía, por otra parte, sentir que el tipo tenía su verga erecta clavándoseme en el abdomen; me dio asco, desde luego, pero era tal el estado en que me hallaba que me provocó un cierto ardor interior el saber que se había excitado con la paliza que me había propinado. El mayor ardor, no obstante, estaba, obviamente ubicado en mi cola y, por cierto, me costaba reunir energías para ponerme en pie aun cuando, al parecer, él ya no me retenía. ¿O era acaso yo quien no quería moverse de allí? Me odié, una vez más, por tal pensamiento y estaba ya a punto de incorporarme cuando sentí sus toscos dedos deslizarse desde atrás por el hueco entre mis piernas e ir en busca de mi sexo. De inmediato capté cuál era su perversa idea: el muy pervertido quería comprobar si yo me había mojado y lo peor de todo era que yo bien sabía que era así. Cerré instintivamente las piernas como mecanismo de defensa pero ya para ese entonces era tarde y lo único que conseguí fue aprisionar sus dedos que, sin embargo, siguieron moviéndose cómodamente una vez que hallaron mi sexo y se deslizaron por sobre el mismo como si fueran gruesas lombrices asquerosas y libidinosas.

“Jeje, está mojadita – rió entre dientes -. Qué puta: me lo imaginaba”

Me quise morir; si algo no quería en el mundo era que él se diese por enterado de mi enferma y perversa excitación, pero ya había ocurrido y no había mucho más que hacer. Me removí como tratando de zafar de sus dedos pero lo único que lograba al moverme era hacer que éstos se deslizasen aún más serpenteantes dentro de mi vagina. Involuntariamente, dejé escapar un gemido y el tipo, por supuesto, se anotició rápidamente de ello y así me lo hizo saber con satisfacción:

“Mmm… ah, putita. Y pensar que se hacía la arisca, ¿no? Conozco muy bien esa clase de mujeres, je, son todas iguales”

Siguió hurgando en mi sexo y yo me contorsioné aun más; arqueé la espalda y levanté la cabeza abriendo mi boca cuan grande era en expresión de enfermo placer mientras pataleaba el aire frenéticamente. Él rió una vez más: disfrutaba enormemente el saberme entregada de tal forma. Era una locura la rapidez con que las cosas cambiaban e invertían su sentido: hasta hacía pocos minutos yo estaba allí mismo temblando de la cabeza a los pies ante la eventualidad de ser (una vez más) violada… y ahora, sólo deseaba que ese tipo desagradable y asqueroso… lo hiciera de una vez. Mi batalla interior recrudeció como nunca pero, también como nunca, la Soledad que pretendía conservar algún reminiscente atisbo de dignidad, estaba perdiendo por desastre. Él seguía jugueteando y jugueteando dentro de mi vagina mientras mi desesperación iba en aumento. ¡Dios! ¿Acaso no iba ese desgraciado a cogerme nunca? Pero… ¿Qué? ¿Cómo era posible que yo estuviera no sólo pensando eso sino también deseándolo? ¿En qué clase de ruina humana estaba convertida para esperar ser violada en el mugriento baño de una seccional de policía?

Súbitamente, y contrariando mi enfermizo deseo, su mano se retiró bruscamente de mi sexo y, propinándome en las nalgas una palmada supuestamente cariñosa, me impelió a incorporarme:

“Vamos – dijo, secamente -. Su amiga la está esperando y se va a impacientar”

Otra vez la furia hizo presa de mí, pero esta vez por un motivo diametralmente opuesto. ¿Realmente iba ese hijo de puta a dejarme así? ¿Sólo iba a contentarse con una zurra en lugar de ir más allá y darme una buena cogida? ¡Dios! No podía creer que yo albergara tales pensamientos en mi cabeza; de hecho la sacudí de un lado a otro, creyendo ingenuamente que, al hacerlo, quizás lograría expulsar de ella esos pensamientos enfermos y decadentes. Error: nada de ello ocurrió. Me puse en pie. Él, aun sentado sobre el mugriento inodoro, estiró el brazo para tomar del suelo su celular, el cual juntó en dos partes ya que se había abierto al caer y la tapa se le había desprendido, con batería y todo. Fue en ese momento cuando yo me apresuré a tomar mi tanga, la cual yacía junto a su teléfono; me turbaba la posibilidad de que, tal como él mismo había sugerido, ese hijo de puta tuviera en mente quedarse con ella. Para mi sorpresa, no la reclamó: estaba bien claro que lo que quería era su celular y no era para menos: allí se hallaban almacenadas las imágenes con las que seguramente, luego, se jactaría ante amigos y compañeros de trabajo. Se puso en pie y me miró; ya no sonreía.

“Vamos” – me repitió.

Se hizo a un lado como para dejarme pasar. Yo me incliné para recoger mi zapato, pero vacilé al momento de salir de ese cuarto y, de hecho, no lo hice; quedé estática, mirándolo.

“¿Qué le pasa?” – me preguntó.

¡Dios! ¿Cómo podía decirle que NECESITABA urgentemente una cogida? ¿Que no podía salir de aquel lugar en el estado en que estaba?

“¿Le pasa algo?” – insistió.

“Es que… ¿es esto todo?”

Me miró con extrañeza; frunció el entrecejo.

“No entiendo”

“Claro… es que… ¿no hay nada más?”

Juro que sentí a mi lengua moverse por cuenta propia; yo no la gobernaba.

“¿A qué se refiere?” – preguntó él, con gesto de no entender o, al menos, fingiendo que no lo hacía.

“Es que…” – bajé la cabeza hacia el piso; la lengua se me trababa y las palabras no salían. Internamente, dos Soledades diferentes estaban librando otro de sus ya acostumbrados duelos.

“¿Es que qué?” – me indagó.

No respondí; me mantuve con la cabeza gacha y expresión compungida. Estaba al borde del sollozo; me sentía mal, realmente muy mal de sólo pensar en lo que estaba a punto de sugerirle o incluso pedirle y no podía creer que eso estuviese por ocurrir. Me tomó por el mentón y me alzó la cabeza. Obligadamente, lo miré a los ojos.

“Dígamelo – me impelió, en tono firme -. ¿Qué es lo que quiere?”

¡Dios! Yo quería bajar la cabeza pero él no me lo permitía. Cada vez que amagaba hacerlo, me la volvía a levantar por el mentón; imposible alejar mi mirada de la suya.

“Dígalo” – insistió, alentándome con un asentimiento de cabeza.

Tragué saliva y sentí que se me trababa en la garganta y no bajaba, máxime al tenerme él con la cabeza levantada de ese modo. Mis ojos, nerviosamente, bailoteaban huidizos, tratándose de alejarse de su mirada pero el tipo siempre se las arreglaba para direccionar nuevamente mi cabeza del modo que él quería.

“Dígalo”

Despegué los labios. Gotas de sudor me perlaron la frente y, poco a poco, lo mismo fue ocurriendo con el resto de mi cuerpo; podía sentir la transpiración correr por mi espalda.

“Q… quiero…”

Me trabé. No pude decir nada. Él me dio un violento tirón por el mentón.

“¿Qué es lo que quiere?”

Era tan inmunda la situación que se hacía totalmente intolerable. Lágrimas comenzaron a deslizarse desde mis ojos pues no podía yo creer que estuviera a punto de pedirle a un tipo totalmente asqueroso, repugnante y sin escrúpulos que me cogiera allí mismo y en ese momento.

“Q… quisiera una cogida”

No sé cómo lo dije, pero lo dije. Los oídos me zumbaron apenas lo hice y podía escuchar el corazón latiéndome a mil por la tensión y la excitación. Él se sonrió y ladeó ligeramente la cabeza como para acercar burlonamente el oído a mi rostro.

“¿Perdón? No la escucho”

Me vino a la cabeza el recuerdo de Evelyn y Rocío obligándome a preguntar qué debía hacer en caso de querer hacer “caquita”. ¡Dios! ¿Tenía yo acaso un imán para los sádicos y perversos? Por alguna razón, parecía como que todo el mundo se complaciera en humillarme al extremo.

“Quisiera una cogida”- repetí.

Lo dije algo más resueltamente que antes y, por lo que se notó, esta vez él escuchó bien, aunque, creo yo, también lo había hecho antes; sin embargo, no pareció darse por satisfecho. Levantó una mano hacia mi rostro y pude ver que lo que tenía a centímetros de mis ojos era su teléfono celular en función de filmadora o grabadora.

“¿Qué es lo que quiere?” – insistió, y puedo asegurar que el tono de su pregunta fue el más depravado que hasta entonces hubiera oído.

La presencia del celular me inquietó y temblequeé. Al parecer, él se sintió obligado a dar alguna explicación al respecto:

“Lo lamento, señorita Moreitz, pero comprenderá que no puedo exponerme a que me acuse por abuso o violación; necesito tener testimonio de su consentimiento para estar protegido”

El muy hijo de puta actuaba con tal seguridad que estaba más que claro que había hecho lo mismo mil veces antes: sabía cómo extorsionar pero también como estar a resguardo; esa grabación ni siquiera iba a mostrar que había habido consentimiento sino, peor aún, que yo lo había provocado. No podía, de ningún modo, repetir un pedido tan indigno delante de su celular: me mordí los labios y tensé cada músculo; no podía, no podía y no podía. Y, sin embargo, lo hice:

“Qui… siera una cogida”

Y así, mi voz y mi rostro quedaron registrados como testimonio de mi más brutal decadencia. El tipo sonrió de oreja a oreja y apagó la cámara de su celular.

“Sus deseos son órdenes, señorita Moreitz. Ya mismo…”

CONTINUARÁ

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Relato erótico: “La madre y el negro” (POR XELLA)

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POLICIA portada3LA MADRE Y EL NEGRO

Sin títuloAlicia bajó a desayunar harta de oír a su madre.

– Ya es hora de despertarse, ¿No crees? – Le dijo ésta cuando llegó a la cocina.

Alicia se llevó la mano a la cabeza, la noche anterior había sido muy dura y tenía una resaca de caballo, lo último que necesitaba oír eran los sermones de su madre. Se sentó al lado de su hermana y comenzó a marear los cereales con la cuchara.

– ¿Demasiada fiesta ayer? – La chinchaba Claudia, en voz baja, para que su madre no la oyera – ¿O también te sentó mal la cena?

– Oh, cállate. – Dijo, dando un manotazo a su hermana en el hombro.

– ¿Cuantos cayeron anoche? – Seguía la chica. – Cubatas, digo, chicos ya se que ninguno.

Alicia, cansada, volvió a lanzar un manotazo a su hermana, esta vez dirigido a su cara pero ésta, más fresca y espabilada, lo detuvo con rapidez.

– ¡Chicas! ¿No podéis estar un minuto tranquilas? – Las reprendió su madre. – Venga, acabad el desayuno que tenemos muchas cosas que hacer.

La chica mandó una mirada de reproche a su hermana y siguió dando vueltas a su tazón, esperando que desapareciera mágicamente. No entraba nada en su estómago.

Alicia se llevaba bien con su hermana, pero eso no evitaba que siempre se estuvieran peleando. Claudia era unos años más pequeña que ella pero siempre se las daba de marisabidilla, siempre tenía que quedar por encima de Alicia. Realmente se parecían bastante, físicamente Claudia era una fotocopia de su hermana, muchas veces las confundían, lo que exasperaba a la mayor. Ambas morenas, castañas, ojos marrones y estatura media, algo más bajita Claudia. Tenían un cuerpo bien formado pero no exuberante. En cuanto a su forma de ser, a ojos de Alicia su hermana era bastante irritante a veces, y muy inmadura. A ojos de los demás (su madre, por ejemplo) eran tan parecidas cómo en el físico.

La madre de ambas, Elena, no se parecía demasiado a ellas, salvo en su bien formado cuerpo que mantenía a base de dieta permanente y gimnasio. Elena era rubia, blanca de piel, unos ojos verdes preciosos y más alta que sus hijas. Estaba claro que habían salido a su padre.

Su padre… Su padre era un cabrón. O había sido un cabrón, por lo menos. Las abandonó cuando las chicas eran pequeñas, dejándolas sin un duro y sin nadie que las pudiese mantener. Elena tuvo que doblar turnos en el trabajo para poder dar de comer a las niñas. Pero la situación mejoró. Un día, el padre apareció muerto, parece ser que fue un infarto. Ni siquiera fueron al funeral de ese infeliz pero, al estar todavía casados, el dinero y la pensión que correspondía gracias al seguro de vida que poseía el hombre, recayó por completo en Elena y sus hijas, lo que las permitió vivir de manera desahogada.

– ¿Por qué tuve que salir ayer? – Se dijo a si misma Alicia, cuando llegó a su cuarto.

Sabía perfectamente que hoy iba a ser un día duro, venía el último camión de mudanza y tenían que colocar todas las cajas. Si ya de por sí no era una tarea agradable, con la resaca que llevaba encima se convertía en un pequeño infierno.

– Pues por que quieres comerte un buen rabo por fin. – Dijo Claudia. No se había dado cuenta que había subido tras ella.

Alicia nuevamente intentó golpear a su hermana pero, igual que antes, esta consiguió esquivarla.

– Admitelo, cometiste un error al dejar a Gonzalo. – Continuaba la pequeña, a una distancia prudencial. – Te comieron la cabeza, creíste que ibas a ser la reina de la noche y ahora no te comes un colín.

– No tienes ni idea de lo que hago o dejo de hacer.

– ¿Ah, no? Entonces, ¿Mojaste anoche? ¿Te quitaron las telarañas?

Alicia se puso roja cómo un tomate. No, no “le quitaron las telarañas” pero no lo quería admitir ante su hermana. Realmente pensaba que haber dejado a Gonzalo fue un error, al menos visto desde la distancia. Era su novio desde los 15 años, y había descubierto todo con el, la trataba genial pero…

Pero sus amigas le comían la cabeza. Que si se habían ligado a uno, se habían tirado a otro, que “¡Que sosa eres, Alicia! Solo has probado un hombre”. Le decían que a poco que se soltarse y dejase al chico, le iban a llover los amantes. Y allí estaba. Llevaba 6 meses de sequía.

– ¿A ti que te importa? Vete a jugar con las muñecas, ¡Niñata!

Salió tras ella y Claudia saltó por encima de la cama para evitarla. Cuando estaba en la puerta de la habitación dijo:

– A lo mejor necesitas que te presente algún amigo… Creo que Manolo te caería bien.

Y salió de la habitación.

Alicia, harta de las burlas de su hermana y del dolor de cabeza, se dio una ducha. Cuando salió, había una camita encima de su cama con una nota.

Este es mi amigo Manolo, cuídalo bien 😉

Decía. Al abrir la caja y ver el interior no pudo evitar sonrojarse. Dentro había un consolador rosa, de buen tamaño. Desde que lo había dejado con Gonzalo no había tenido sexo, pero tampoco se había masturbado. Le parecía que el sexo era algo para compartir con alguien y que masturbarse era rebajarse de alguna manera.

Levantó a Manolo y vio que tenia un pequeño botón en la base. Lo pulsó y el aparato comenzó a vibrar. Una fugaz escena de ella usando aquel juguetito hizo que un escalofrío fruto de la excitacion recorriera su espalda. ¿Lo habría usado mucho su hermana? Y parecía tonta…

– ¡Chicas! ¡Ya está aquí el camión! – Gritó su madre desde la planta de abajo.

Del susto Alicia dejó caer el vibrador. Rápidamente lo recogió y lo guardo en un cajón de su mesita.

– Lo siento Manolo, creo que no eres mi tipo. – Dijo, se vistió rápidamente y bajo con su madre.

Cuando vio la cantidad de cajas que había se desanimó. Habia pensado tener la tarde libre y parecía que se iban a tirar allí una eternidad.

– ¿Quieres que recojamos todo esto en una mañana? – Le preguntó a su madre.

– ¿Que esperabas? Venga anda, deja de quejarte y empieza a subir cosas.

Alicia resopló y cogió una caja. Casi se le cae cuando le vio entrar.

Un chico negro de su edad acababa de entrar por la puerta de casa cargando una caja.

– Buenos días, Ali. ¿Fue muy dura la noche de ayer? – Apuntó, después de ver la cara de resaca que llevaba. Después se echó a reír, dejo la caja y volvió a salir hacia el camión.

– ¿Que hace EL aquí? – Preguntó furiosa a su madre. – Sabes que no le soporto.

– No digas tonterías, ¡Si le conoces desde que erais críos! Además, si es majisimo.

– ¿Que tiene que ver desde cuando le conozca? ¡Es insoportable! Siempre se está metiendo conmigo.

– Te lo tomas todo muy a pecho, está de broma. Sabes que ha tenido una infancia difícil, siempre ha estado sólo… Y también siempre nos ha echado una mano cuando se lo hemos pedido. Además, ¿No te quejabas de que era mucho para nosotras solas? Con el aquí tardaremos menos.

– Preferiría tirarme todo el día cargando cajas pero no tener que verle la cara… – Rezongó la chica.

– Deja de refunfuñar y comienza a coger cajas, ¡Venga!

Alicia obedeció de mala gana, estaba siendo un día estupendo.

Frank, el chico negro que las estaba ayudando, había ido a clase de Alicia desde que eran pequeños. Siempre se habían llevado mal. Frank se metía con la chica a la mínima posibilidad y, lo que más rabia le daba era que parecía que el resto del mundo no se daba cuenta de lo imbécil que era.

Era verdad que había tenido una infancia difícil, había perdido a sus padres muy temprano y había ido siempre de una casa a otra. Ya de muy joven comenzó a hacer algo más que trastadas pero, debido a su situación, la gente parecía pasarlo por alto.

En cuanto llegó a la edad de dieciséis años, en los que no es obligatorio asistir a clase, dejo el colegio. Empezó a hacer trabajos de mantenimiento a conocidos y de esa forma había salido adelante. La madre de Alicia siempre se había comparecido de él así que, para desgracia de la chica, siempre que surgía la ocasión le llamaba, e incluso a veces le había invitado a comer.

Esas cosas hacían que Alicia le odiara todavía más, puesto que, a diferencia de con ella, con su familia era un santo.

Pero había algo más que molestaba a la chica. Con el paso de los años y el despertar de sus hormonas, no se le pasaba por alto las miradas que Frank dedicaba tanto a su madre como a su hermana. Y seguro que a ella, cuando no se daba cuenta, también. Aprovechaba la mínima excusa para tener un roce, un contacto más íntimo…

Solo de pensarlo le entraban ganas de vomitar.

– ¿Que haces aquí? ¿Intentas escaquearse? – Le dijo a Claudia cuando la vio zanganeando en la habitación.

– Estoy colocando las cosas, estúpida. ¿O es que la resaca no te deja ver bien?

– Pues aquí tienes otra caja más. – Dejó la caja en el suelo. – ¿Has visto que mamá ha llamado al imbécil de Frank?

– No se que problema tienes con el chico… Siempre que puede nos echa una mano.

– ¡Ahhggg! Tu también con lo mismo no, por favor.

– ¿Que os ocurre, chicas? – Preguntó Frank, entrando por la puerta. – ¿Me echabais de menos?

– ¡Hola Frank! – Saludó Claudia. – Gracias por venir a echarnos una mano.

– Siempre es un placer estar rodeado de chicas guapas. – Replicó, guiñando un ojo. – Y… De ti. – Dijo, mirando a Alicia.

Claudia se echó a reír ante la ocurrencia del chico.

– Pffff… No estoy para discutir. – Contestó Alicia. – Por lo menos estando tu aquí acabaremos antes, necesito echarme a dormir un rato.

– Que pasa, ¿Ya te has olvidado? – Claudia miraba con cara de reproche a su hermana y, ante su falta de entendimiento añadió. – ¡Hoy venías conmigo al cine! Nadie quiere ver la nueva de American Pie conmigo y tu te ofreciste a acompañarme.

Era verdad, maldita sea su buena voluntad. Por lo menos se podría dormir en la sala…

Una vez acabaron con todo, Alicia llevó a su hermana al centro comercial.

– ¡María! ¿Que haces aquí? – Gritó su hermana al llegar a la cola. – ¿No decías que no querías venir?

– Ya lo se, tía, pero Adrián se ha empeñado en invitarme. – Dijo la chica, señalando a un chico que estaba un poco más adelante en la cola. – Menos mal que has venido, no sabia como decirle que no… No me apetece quedarme sola con el, pero ha insistido tanto… Si estáis aquí se cortará un poco.

– Si está. – Cortó Alicia. – Si ya tienes con quien ver la película yo me voy a dormir. Te espero en casa.

Dio un beso a su hermana y se fue, sin oportunidad de dejarla replicar y con su cómoda y confortable cama en mente.

Llegó rápidamente a su casa. Esperaba poder descansar tranquila puesto que su madre había dicho que iba a ir a comprar, y Frank, aunque se iba a quedar a mirar un grifo que goteaba, ya debería haber acabado.

Subió las escaleras directa a su cuarto, pero a mitad de camino se detuvo. Había oído algo. Llegaban ruidos desde el salón. ¿No se había ido Frank todavía?

Se acercó a la sala con la intención de decirle que se diese prisa o, por lo menos, que no hiciese ruido, pero nada mas verle se quedó muda.

El chico estaba de pie, sin camiseta. Tenía tanto odio hacia su persona que nunca se había dado cuenta del cuerpo tan definido que tenía el chico. Estaba tras el sofá y Alicia no veía mucho más pero, tras situarse para ver mejor, la chica casi se cae al suelo de la impresión, ¡Estaba completamente desnudo! Y no solo eso, ¡No estaba sólo!

En un primer momento no se había fijado en la cara de Frank, pero no había duda. Los ojos cerrados, la cara alzada, como mirando al cielo, la boca entreabierta, respiración agitada… Estaba claro lo que le estaba haciendo su acompañante… Alicia no la veía bien, solamente la coronilla por encima del sofá, pero le debía estar haciendo una mamada de campeonato.

Frank acompañaba los vaivenes de su amante con la mano sobre su nuca, marcándole el ritmo.

– Eso es, zorrita… Trágatela entera… – Farfullaba el chico.

¡Ese cabrón se había traído a una zorra a casa! Aprovechando que iban a estar todas fuera… Cuando su madre se enterase iba a poner el grito en el cielo,por lo menos no volvería a ver a ese infeliz. Alicia estuvo a punto de entrar y ponerse a gritarle pero en el último momento se detuvo, aunque le costase admitirlo, la situación era muy morbosa lo que, unido a sus meses de abstinencia, la estaba poniendo muy cachonda.

Podía escuchar la respiración agitada de Frank, así como el húmedo sonido de roce producido entre la polla de él y la garganta de ella. De vez en cuando parecía que la chica se atragantaba, hacía un sonido como de arcada ahogada y continuaba con la faena.

– Has mejorado mucho desde la última vez. – Decía él. – Ahora te cabe entera.

Al decir eso empujó la cabeza de su “zorra” contra su polla y la obligó a mantenerla hasta dentro durante varios segundos. La chica se agitó un poco, debía costarle respirar y, cuando Frank la soltó, tragó una enorme bocanada de aire.

– Esa es mi zorrita, estás hecha una verdadera traga-pollas. Me has echado de menos, ¿Verdad?

Como respuesta, la chica volvió a meterse el rabo de Frank en la boca y, por como sonaba, lo hacía con ansia. Estuvieron unos minutos más, hasta que Frank la ordenó que parara.

– Para un poco, zorra. Antes de correrme quiero follarte como la puta que eres. Tiéndete aquí.

Cuando comenzaron a moverse, Alicia se apartó de la puerta con miedo a que la descubrieran.

– Veo que has sido obediente y te has depilado el coño como te ordené. Ahora prepárate que vas a recibir tu premio.

Alicia volvió a asomarse, con cuidado, intentando no dejarse ver. Por suerte, Frank estaba de lado, y su pareja estaba con los pies en el suelo y el cuerpo sobre el brazo del sofá, lo que dejaba su sexo expuesto e imposibilitaba que viera a Alicia.

Pero la chica no se fijó en eso, no podía apartar la mirada del monstruo que tenia delante. La polla de Frank se mostraba enhiesta entre el y su víctima, era de un tamaño descomunal. “¿Piensa meterle eso? ¡La va a partir en dos!” Pensaba Alicia. Su novio (EX-novio, tuvo que recordarse) la tenía de buen tamaño, pero era una miniatura en comparación de aquella monstruosidad.

Frank se la agarraba, agitándola, golpeando con ella las nalgas de la chica. Ésta, como obedeciendo una orden, se las separó con sus manos, dejando a la vista del chico su coño y su culo. Alicia pudo comprobar que no tenía un sólo pelo en su entrepierna.

Mientras veía como el chico iba introduciendo centímetro a centímetro su enorme polla en el coño de su amante, Alicia comenzó a restregar sus muslos uno contra otro. La excitación que le producía esa situación iba en aumento, y no pudo evitar que una de sus manos descendiera a su entrepierna.

El chico comenzó a bombear, primero lentamente, dejando que el coño su acompañante se adaptara a su polla. Después comenzó a aumentar el ritmo.

Un rítmico PLAS PLAS PLAS al chocar los dos cuerpos llegaba a oídos de Alicia, acompañado de los gemidos de la chica, que parecía disfrutar de la enorme polla que la penetraba. Alicia acompasó también los movimientos de sus dedos al ritmo de los amantes, imaginando que estaba participando en la acción.

El contraste del negro cuerpo del joven con la pálida piel de la chica era impresionante, su polla, negra y enorme desaparecía una y otra vez en un movimiento hipnótico que tenía atrapada a Alicia. Sus dedos se movían rápidamente en su sexo, acelerando su respiración, trasladándola a un inevitable y ansiado orgasmo.

La zorra que se estaba follando Frank comenzó a gritar, las piernas le temblaban y pedía más. Estaba al borde del orgasmo. Cuando Alicia oyó sus gritos notó como un escalofrío le recorría la espalda, pero pensó que era debido a la excitación del momento. Ella también estaba al borde del orgasmo.

– Ven aquí, puta. – Dijo Frank. – Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.

La chica, obediente, se dio la vuelta y se colocó de rodillas ante Frank, agarró la enorme polla con las dos manos, abrió la boca y comenzó a pajear al chico poniendo una cara de lascivia que Alicia nunca había visto antes.

Alicia se había quedado petrificada. Aún tenía un par de dedos dentro de su coño, pero ya inmóviles. La boca estaba entreabierta, pero no para dejar escapar los silenciosos gemidos de placer de hace unos segundos, si no de pura estupefacción.

La “zorrita” de Frank… Era su madre.

Contempló impertérrita como el chico derramaba su semen sobre la cara de su madre, que lo recibía con deleite, intentando atrapar con su boca la mayor cantidad posible.

Una vez acabó, Elena limpió con sonoros lametones el enorme miembro que tenía ante ella, y comenzó a recoger con sus dedos los chorretones que se habían escapado hacia su cara o sus tetas. Después, mirando con lascivia al chico, se llevó los dedos a la boca.

Alicia, tras ver a su madre de una manera que jamás había pensado, se dio la vuelta e intentó salir de la casa sin que la oyeran. No se podían enterar de que los había visto, debía parecer que llegaba ahora.

Esperó en la calle unos minutos y después llamó al timbre, se negaba a volver a entrar de improviso.

Frank abrió la puerta. Estaba sin camiseta todavía.

– Hola, ¿Ya habéis salido del cine?

Alicia se quedó clavada en el sitio. Aquél cabrón acababa de follarse a su madre. A su “zorrita” como la llamaba él. Inconscientemente, la mirada la chica se detuvo en su entrepierna, estaba algo abultada. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo levantó la vista, azorada, sólo para encontrarse la mirada fija de Frank, adornada con una ligera sonrisa.

– ¿Que pasa? ¿Tengo monos en la cara? – Dijo, con sorna.

– Quítate de en medio.

Alicia subió a su cuarto, esta vez sin interrupciones ni sorpresas, cerró la puerta y se tiró en la cama. Necesitaba descansar, había sido un día demasiado agitado.

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Relato erótico: “EL LEGADO (22): El cumpleaños” (POR JANIS)

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SOMETIENDO 5EL CUMPLEAÑOS.

Sin títuloNota de la autora: Pueden escribir para cualquier comentario u opinión a janis.estigma@hotmail.es

Siento haber tardado más, pero he estado de cocinera en los carnavales.

Hoy es el día. Un día de prueba y respuesta.

Hoy me dispongo a llevar a Katrina a visitar a su padre, a enfrentarla a la mansión y a la vida de lujo y desenfreno que llevaba allí. Hoy es el día para comprobar cómo reaccionará y, así, hacernos una idea de cuanto tiempo necesitara aún para doblegarse.

Porque, la verdad, a estas alturas, ya tengo mis dudas sobre si puedo conseguirlo, porque las cosas no han cambiado demasiado.

Han pasado tres meses desde que hice la primera recaudación y, ayer mismo, acabé la segunda. Víctor dio el visto bueno a la mayoría de peticiones de los clubes y, naturalmente, lo dejó todo en mis manos. Las peticiones del palacio de Godoy fueron las más fáciles de solucionar. Me puse en contacto con el propietario de una tienda de artículos teatrales y lo envíe a Aranjuez con varios muestrarios de disfraces. Así mismo, Víctor me presentó a un constructor de su total confianza, con el que discutí algunas ideas para techar la piscina del palacio, así como mejorar sus jardines.

Dos semanas después, iniciaron las reformas y me aseguró personalmente que estarían acabadas para el verano. También implementé el sistema de calderas de La Villa, en Basauri, de lo que se hizo cargo un cuñado del propio gerente. Todo quedó en familia.

Con el TNT, Víctor se ocupó de nombrar un nuevo gerente, al cual envié con la consigna de cambiar la instalación musical, al completo, del club. También envié una furgoneta llena de juguetes sexuales al castillo de San Marçal, desde Barcelona. Todo eso solo me ocupó una semana de preparativos y llamadas telefónicas.

Sin embargo, el problema de personal que tenía La Mordaza fue harina de otro costal. La verdad es que no podíamos enviar a más chicas para un par de días a la semana. Los gastos se disparaban y se trataba de un negocio, no de una obra social. Comentando el caso en casa, con las chicas, – decidí contarles todo sobre mi nuevo trabajo – Katrina hizo un comentario que me llevó a una solución.

― Sería ideal que usaran a los propios clientes para cubrir demanda – dijo, esperando que Maby le diera un pedacito de lo que tenía en su plato. – Podrían hacer un concurso o un casting…

La miré y se hizo la luz en el fondo de mi mente. Bueno, debo decir que Ras echó también una mano, susurrando perrerías. Recompensé a mi perrita con un sonoro beso en los labios y salí de estampida, con una idea a medio cocer.

Se la expuse al jefe, y le dimos forma. Entonces, llamé a Mauro. Necesitaba que alguien metido en ese ambiente la acabara de moldear.

― ¿Mauro? Soy Sergio, el agente contable…

― Si, dime, Sergio – repuso, al otro lado de la línea, con su acento mejicano asfixiado por la máscara.

― He tenido una idea para incrementar la participación del público y así cubrir el déficit de chicas o chicos, en los momentos de más afluencia de gente.

― Soy todo oídos.

― Tú conoces mejor que yo la excitación que genera el club y su ambiente. Sabes que la mayoría de público que acude, está loco por tener una experiencia inolvidable, o encontrar a su media naranja sadomaso…

― Si, algunos se acaban arrastrando, aferrados a mi bota – se ríe.

― ¿Qué te parecería crear una especie de base de datos de la clientela? Una ficha con foto, un sobrenombre, sus aficiones, sus metas, sus gustos…

― ¿Y que se emparejen ellos? ¿Cómo una agencia matrimonial? – la verdad es que el cabrón lo cogió a la primera.

― ¡Eso mismo, pero con trajes de cuero! – me reí. – Si logramos emparejar, aunque sea solo para una noche, a sádicos con sumisos, y a pervertidos con curiosos, quitaríamos un montón de presión a nuestro personal.

― Es una buena idea. Tendré que adecuarla a los gustos del club, pero sería un buen reclamo.

― No solo un reclamo. Puede generar dinero… Verás, se crea la base de datos gratuitamente. Fotos, carné, y lo que se necesite, pero las fichas estarán desactivadas a no ser que paguen. Es como una cuenta en cualquier web, no tienes acceso hasta que no te registres o pongas la contraseña. Solo de esa manera, pueden acceder y fisgonear en la base de datos: ¿Quién está en el club en ese momento? ¿Quién está disponible y quién ha encontrado pareja o amo, o cómo coño se diga?

― Joder… incluso se podrían generar citas entre ellos, sin contacto personal, tipo “Estoy en el calabozo 23, te espero.” – se entusiasmó Mauro.

― Claro. Todo ello, por un módico precio, pero que, al final de la noche, puede significar un buen pellizco, sin gasto alguno.

― Esa base de datos podría estar activa veinticuatro horas, funcionando en la red. Ni siquiera tendrían que ir al club para dejar dinero…

― Bueno, eso ya se vería, depende de cómo funcione. Ahora mismo, nuestra prioridad es dotar al club de refuerzos voluntarios.

― ¡Jajaja! Buena terminología… “Refuerzos voluntarios”, me gusta. Me pongo a ello inmediatamente. Pediré opiniones y ya te llamo con lo que surja.

― Está bien, Mauro. Confío en ti.

― Sergio…

― ¿Si?

― Tío, es un placer trabajar contigo – se despidió, dejándome sorprendido.

Tuvimos suerte. La base de datos, a la que Mauro bautizó como “Carnolista”, fue todo un éxito. No solo la usaron aquellos que buscaban un asuntillo o una pareja, sino que cada cliente que entraba, acabó activando su ficha, por el precio, casi simbólico, de cinco euros. Mauro instaló monitores con teclados, integrados en casi cada pasillo, desde los cuales los clientes podían revisar posibles mensajes dejados en sus fichas. Un mes y medio tras instaurarla Carnolista, se llegó a batir el record de calabozos ocupados, en una velada de sábado.

Ni que decir que Víctor está muy contento conmigo.

En esta segunda recaudación, apenas he tenido reclamaciones de las chicas, y si buenas sugerencias de cómo aumentar o mejorar ciertos aspectos del negocio. El jefe tiene razón, las chicas son las mejores consejeras, y, ahora, las tengo a todas contentas.

Giro el cuello y miro a Katrina, sentada a mi lado en el Toyota. Tiene las manos en su regazo, los dedos entrelazados, y mira la carretera. Está cada día más guapa, ahora sin tantos artificios como solía llevar. Lleva el largo pelo recogido en una sencilla cola, sujeta con un gran pasador chino. El cinturón de seguridad pasa justo por entre sus pechos, erguidos y desafiantes, libres de cualquier sujeción, bajo la bonita blusa de manga bombacha.

Contemplo lo bien que le sienta el collar de perra que porta desde hace algunas semanas. Le he comprado varios, de distintos colores y dimensiones. Ahora, lleva uno rojo vivo, con dos aros metálicos a los lados. En el centro, una chapa dorada lleva inscrito su nombre. Estamos llegando al aparcamiento de la mansión. Cuando le he comunicado mi decisión de llevarla a casa, Katrina se ha mostrado muy feliz de poder ver a padre, y me pidió poder cabalgar un rato. Le he dado permiso.

La verdad es que se ha portado bastante bien, durante este tiempo, pero aún no estoy satisfecho. Se muestra mucho más sumisa y obediente con las chicas que conmigo. Para ellas, no hay miradas de desafío, ni poses de rebeldía. Sé que las admira y las quiere. Si se hubiesen conocido de otra manera, hubieran sido amigas, las cuatro.

― Es una cuestión personal, entre tú y ella. No se rendirá a ti, aunque reviente. Está dolida, muy dolida contigo.

― Si, puede ser, pero, aún así, cederá – murmuro.

― ¿Si, Amo? – Katrina gira su rostro hacia mí, creyendo que le he dicho algo.

― Nada, solo que te portes bien. Tu padre ha preguntado siempre por ti, a cada vez que he venido. Te quiere. Lo sabes, ¿no?

― Si, Amo – asiente, mirándome.

Aparco al lado del minibus que está a disposición de los primeros huérfanos que han llegado, unas semanas atrás. Katrina se quita el cinturón y le paso el dorso de mi mano por una mejilla. Ella me mira de reojo, esperando mis órdenes. Viste unas sandalias y unos jeans que Pam le ha dejado. Katrina no dispone de ropa alguna en casa, pero está bellísima con cualquier cosa que se ponga. Puedo notar el bultito del piercing que lleva en el pezón derecho. Apenas lleva tres días con él y se siente muy orgullosa de que las chicas se lo hayan regalado. Ahora, las cuatro llevan el mismo piercing en el mismo pezón. Casi como una marca de casa, me gusta pensar.

Nos bajamos del Toyota y caminamos hacia la escalinata de entrada. No queda ninguna evidencia de las obras emprendidas en el piso superior. Basil nos espera, sosteniendo la puerta abierta.

― Señorita Katrina, Sergio – nos saluda, tan tranquilo como si la hubiera visto el día anterior. Es tan eficiente como un mayordomo inglés, solo que menos flemático. Al menos, conmigo se ríe.

― ¡Katrina! ¡Mi bella criatura!

Víctor aparece, desembocando en el vestíbulo desde la galería trasera. Camina rápido, abriendo sus brazos. Una franca sonrisa curva sus labios. Katrina me mira y yo asiento.

― ¡Papá! – exclama ella entonces, arrojándose en sus brazos.

― ¡Oh, cuanto te he echado de menos, mi ángel!

― ¡Yo también, papaíto!

¡Joder, casi se me saltan las lágrimas! Esto parece el reencuentro de Heidi.

― ¿Cómo estás? — le pregunta Víctor.

― Estoy bien, papá. Sergio me trata tal y como me merezco.

― ¿Si? – pregunta, desviando su mirada hacia mí.

Me encojo de hombros. Ya lo hemos hablado, él y yo, en varias ocasiones. Lleva sus dedos al collar de perra y lo manosea un instante. Después, suspira y sonríe de nuevo, clavando sus ojos en los de su hija.

― Cuéntame algo de tu nueva vida.

― Pues… sirvo a Sergio – me mira, sin saber si puede llamarme así. – Me ocupo de la casa y he aprendido a cocinar…

Se siente particularmente orgullosa de eso, por lo que sonríe plenamente.

― ¿Sabes cocinar? – se asombra su padre.

― Si, papá, y me gusta. De verdad. Ah, y he empezado otra vez a estudiar, a distancia.

Víctor, quien no sabe nada de todo esto, me lanza una mirada de agradecimiento, que no pasa desapercibida para Katrina.

― Oh, querida, has regresado – la voz de Anenka resuena desde la escalinata. Baja como una estrella de cine, solo le falta el foco central.

Viste una sencilla falda tubular, de una mezclilla jaspeada, que le sienta como un guante, y una camisa de seda anaranjada. Sus movimientos, sobre los altos tacones que porta, son seguros y sensuales, como siempre. Une las mejillas a las de su hijastra, en una muestra de afecto totalmente hipócrita.

― Espero que te quedes con nosotros – se interesa la rusa.

― No, querida madrastra, solo es una visita – responde Katrina, con toda educación, pero puedo ver las chispas que surgen entre las dos. Hay que apartarlas cuanto antes.

― Sergio, querido, te veo muy bien. ¿Has vuelto a ganar peso? – me dice, al acercarse para besar mi mejilla.

― No, Anenka, peso lo mismo – le contesto. – Dejé de preocuparme de eso.

― Querido, ¿pasamos al comedor? – le pregunta a su esposo, colgándose de su brazo y dejándome con la palabra en la boca.

― Por supuesto. ¡A comer!

Katrina se ha marchado a ponerse unas botas de Anenka para cabalgar. Supongo que ahora mismo estará trotando por algún sendero de la finca, feliz a lomos de su yegua. Víctor, Anenka, y yo estamos sentados en el jardín, a una mesa donde nos han servido café y algunas pastas, teniendo una charla de sobremesa.

― Me parece increíble el cambio que muestra Katrina – dice Víctor, dando un pequeño sorbo de su taza.

― Si, es impresionante – recalca su esposa.

― El golpe que la rindió fue saber que su propio padre la había entregado como esclava – explico. – Después de eso, ha tenido pequeños brotes de rebeldía, sobre todo conmigo, pues su orgullo aún está intacto. No se siente una esclava, es más bien una prisionera que espera su oportunidad.

Víctor menea su cabeza, soltando la taza.

― ¿Cómo se porta en tu casa, con las chicas? – me pregunta.

― Muy bien, la verdad. Con ellas, no tiene ningún problema. Las sirve con placer y se siente hermanada. En una ocasión, me dijo que le gustaría trabajar con ellas, como modelo.

― Deberías pensar en montar tu propia agencia – sonríe, despectiva, Anenka. – Cuatro modelos en casa, sirviéndote…

Víctor carraspea, cortando una posible respuesta mía.

― ¿Cuánto piensas que tardarás aún, Sergio? ¿Podré tener de nuevo a mi hija en casa?

― Ya queda poco, Víctor.

― ¿Qué pasará cuando Katrina vuelva a disponer del lujo y del poder? – comenta Anenka, con una sonrisa. — ¿Crees que toda esa instrucción servirá de algo? Volverá a comportarse igual, o incluso peor.

― Me encantan los ánimos que das, querida – susurró Víctor, molesto.

― ¿Cómo va el orfanato? – pregunto, por cambiar el tema.

― Ah, bien, bien. He empezado a llamarlo La Facultad.

― Buen nombre – le felicito.

― Ahora mismo, hay cinco niños, tres chicas y dos chicos. La más grande tiene doce años, el más pequeño ocho. A finales de mes, recibiré otro envío.

― ¿El personal?

― Juni está a cargo, como gobernanta. Su hija se ha adaptado al programa a la perfección. Dispongo de dos entrenadores, un hombre y una mujer, que se hacen cargo, ahora mismo, de sus comportamientos y sus conocimientos básicos. Sobre todo, idioma y base cultural. La semana que viene, se incorporará un experto psicólogo adoctrinador.

― Te veo decidido a ponerlo en punta, jefe.

― Digamos que me lo tomo como una contribución para mi imperio.

― Ten cuidado, esposo. Tu ego puede jugarte una mala pasada, como a Napoleón, y verte exiliado – bromea Anenka.

― Espero no tener que enfrentarme a mi Waterloo – responde Víctor, sin ninguna chanza, mirando a su esposa.

― ¿Y todo eso para criar hombres más leales, Víctor? ¿Y qué harás mientras crecen? ¿Quién vigilará tus espaldas? – critica ella.

Me doy cuenta que Anenka no conoce los planes reales de su marido. Víctor no se fía de ella y parece que le ha contado proyectos insustanciales. ¿Una escuela de guardaespaldas? Buena jugada.

― Lo que estamos haciendo, querida. Retraer nuestras fronteras y atrincherarnos. Hacernos fuertes en nuestro territorio.

― Pero eso limita las ganancias, mientras que los demás abarcan todo el mercado – gruñe la esposa.

― ¿Preferirías una guerra? ¿Dónde estarían entonces las ganancias?

Anenka se calla. Evidentemente, no puede discutir eso. Aún me asombro de cómo mi moral está cambiando. Hace menos de un año, todos estos chanchullos me hubieran parecido ofensivos e inaceptables. Hoy, Ras se ha ocupado de cambiar mi moral. Ya no sé donde está la línea que separa lo bueno de lo malo; lo que considero justo y lo que aún me sigue pareciendo un crimen.

― No te preocupes por eso. Solo estás impregnándote de mis impulsos, de mis deseos, de la angustiosa avidez que siempre ha embargado mi alma. ¿Quién sabe lo que sentirás dentro de unos años? Quizás te conviertas en alguien aún más perverso que yo – juraría que el cabrón se está riendo.

Basil se acerca y se inclina junto a su patrón, murmurándole al oído. Víctor se levanta de la silla, disculpándose para atender un visitante. Yo le imito y prefiero esperar a Katrina fuera, para no quedarme a solas con Anenka. Al salir, me cruzo con una mujer que sube la escalinata. Puedo admirarla con atención, en su trayecto, y es digna de ella.

Camina con un paso elegante, sobre tacones ejecutivos, balanceando sus caderas a la perfección. Debe de estar en la treintena de años, con ropa de calidad, sobria y de buen gusto. Traje de chaqueta y falda a la rodilla, de un tono celeste pálido, con una blusa de satén malva. Pero su pelo atrae aún más mi atención. Está pelada a lo garçon, con el cabello muy corto, con un gracioso flequillo que cae sobre una de sus blancas cejas. También su cabello tiene el mismo tono, blanco puro. No es rubio, sino níveo. ¿Será albina? No puedo verle los ojos, pues los lleva ocultos bajo unas negras gafas de sol, pero sus rasgos son hermosos y llenos de decisión.

La saludo con una inclinación de cabeza, a la que ella responde, pero no intercambiamos una sola palabra. Me pregunto quién será esa mujer y de qué tendrá que hablar con Víctor.

¿Tendrá que ver algo conLa Facultad? ¿Una nueva educadora? Ya llegará el momento de saberlo, me digo. Me alargo a la caballeriza, donde me encuentro a Katrina cepillando a su yegua.

― ¿Has disfrutado de tu paseo? – le pregunto.

― Si, Amo. He hecho galopar a Tintara. Está engordando – me responde, con una sonrisa. – Me gusta cepillarla…

― Y a mí – murmuro, sobándole una nalga.

Katrina agita su culito, pero ya no sonríe. Deslizo mis manos por su cintura, subiendo por su vientre, hasta abarcar suavemente sus senos.

― ¿Cómo me vas a agradecer esta visita, esclava? – le digo al oído.

― Como desees, Amo.

― No, lo dejo a tu elección. Demuéstrame tu agradecimiento, perrita – mi voz suena ronca y deseosa.

Katrina se desabrocha el jeans, bajándolo seguidamente. No lleva bragas, pues no dispone de ropa interior. Se aferra al costado de la yegua, apoyando su mejilla sobre el cálido pelaje del animal, y me ofrece su bella grupa.

― Amo, toma mi culito, por favor… — responde, cerrando los ojos.

Al abrir la puerta del apartamento de Dena, las sorprendo cantándole “feliz cumpleaños”. Patricia está sentada a la mesa de comedor, ante una tarta artesana, con quince velitas encendidas. Antes de soplarlas, me ve acercarme y sonríe. Cierra los ojos y sopla hasta apagarlas. Estoy casi seguro de cual es el deseo que ha formulado. Viste un delicioso vestidito que me hace recordar los dibujos de Alicia en el País de las Maravillas, en un tono pastel y blanco, muy poco habitual en ella.

Allí está su madre, unas cuantas vecinas, un par de niños de corta edad, mis chicas, e Irene. Katrina se ha quedado en casa, esperando que le suba un pedazo de tarta.

Es la primera vez que puedo contemplar a placer a Irene y a Patricia, juntas. Su complicidad salta a la vista, enseguida. La forma de abrazarse, de besarse en las mejillas al felicitarse, las rápidas miradas de reojo, revelan a un ojo experimentado, el tiempo que llevan acostándose juntas.

Irene viste un pantalón pirata amarillo, que le está un tanto ancho, así como una blusita rosa que deja al aire su ombligo en cuanto se estiraza un poco. Sus pechitos son meros montículos pujantes, pero posee un rostro atractivo y dulce, bajo sus morenas trenzas. Patricia, en cambio, ha desarrollado más su cuerpo en estos últimos meses. Sus senos se han hecho más puntiagudos, más plenos en sus redondeadas bases. Sus caderas han ensanchado, generando curvas que antes no existían, y ha crecido unos centímetros. Sigue manteniendo los mismos pucheros en su expresión y sus claros ojos parecen devorarme, al mirarme.

Esperaba encontrarme con algunas amigas del colegio, pero no ha invitado a nadie, más que a Irene. Pienso que esta niña tiene que abrirse algo más, no puede seguir tan retraída. Si no fuera por las vecinas que su madre ha invitado, o porque mis chicas han acudido a felicitarla, no habría nadie para su fiesta, salvo Irene, claro.

Ha llegado el momento de abrir los regalos, así que me acerco a ella, le doy un casto beso en la frente, y le entrego mi regalo. Patricia me sonríe, muy emocionada, y, cuando se dispone a abrir el pequeño paquete que le he entregado, le digo que lo deje para el final. Asiente y toma otro, al azar. Irene, sentada frente a mí, clava sus ojos en los míos. Enrojece cuando comprueba que ha atraído mi atención y aparta los ojos, pero no deja de mirar de reojo, a la menor ocasión. Seguramente, Patricia le ha contado lo que va a suceder, y eso la intriga, o la preocupa, aún no lo sé.

Patricia no para de reír y chillar cada vez que abre un regalo. Ya ha destapado el diario forrado de suave pelo que le ha regalado una vecina, el MP5 que su madre le ha prometido, una tarjeta por valor de 300€ para un salón de belleza que le ha enviado su tía… un par de libros y unas deportivas Nike, rosas… Maby le ha regalado un precioso conjunto de lencería, de esos que solo se ven en las pasarelas, que le ha sacado los colores. Pam y Elke le han regalado artículos de maquillaje muy especiales, así como un perfume carísimo. Las cabronas siempre quedan bien, porque consiguen artículos que no suelen estar a la venta o son muy caros, y encima gratis o a un precio reducido. Ventajas de ser modelos.

Irene le ha regalado un cuadro electrónico, con fotos de ellas dos, que se cambian cada treinta segundos, lo que ha hecho que Patricia derramase un par de lágrimas. Le toca el turno a mi regalo. La caja de cartón trae en su interior un sobre con su nombre, y una cajita de joyería. Patricia lee la nota con mucha atención, que dice:

“Patricia, hoy es el día en que te harás mujer, y, como tal, puedes elegir ser lo que deseas. Al igual que te entrego mi regalo, obtendrás tus símbolos de Ama, pero eso queda para la intimidad. Sergio.”

Abre la cajita, que contiene un fino cordón de oro blanco, en el que va inserta una fina banda delantera, grabada con su nombre. Se escuchan las exclamaciones de admiración, y el cordón pasa de mano en mano. Patricia se cuelga de mi cuello y me besa fuertemente en las mejillas. Yo creo que si no hubieran estado allí las vecinas, me hubiera morreado con pasión. Le ciño el cordón al cuello, dejándola extasiada.

Una hora después, poco a poco, las vecinas se fueron excusando y se marcharon a sus propias casas. Mis chicas le subieron un trozo de tarta a Katrina, y solo nos quedamos, sentados a la mesa, Dena, Irene, Patricia, y yo, mirándonos. Es el momento de entregar el resto del regalo. Traigo una bolsa que he dejado en la entrada. Con los ojos chispeantes, Patricia desenvuelve el papel de regalo de la caja de cartón, y saca dos estrechos collares de perro, uno turquesa y el otro fuscia. El primero lleva una chapa con la inscripción: “Dena de Patricia”, el segundo, “Irene de Patricia”.

― Para tus perritas – le digo.

Esta vez si me mete la lengua hasta el esófago, saltando sobre mí y sentándose en mi regazo.

― Oh, Sergio, te has acordado – me dice.

Comentó, cuando vio el collar de perrita de Katrina, que le encantaría poner algo así en el cuello de su madre y de Irene.

― Pónselos – la animo.

― Si… si.

Su madre sonríe cuando le pone el collar, complacida por el extraño amor de su hija. Irene se inquieta. No está segura de poder regresar a casa con él puesto.

― Tranquila, perrita, solo te lo pondrás cuando estés aquí, conmigo – la tranquiliza Patricia. – Pero serás mi perrita de igual forma, ¿verdad?

― Si, Patricia.

Con rapidez, le atiza una sonora cachetada, que toma a Irene por sorpresa.

― Te he puesto el collar, perra, ¿cómo tienes que llamarme?

― Lo siento, amita – se disculpa Irene, tocándose la mejilla.

― Venga, ayúdale a mi madre a recoger todo esto. Después podéis divertiros un rato, entre vosotras.

― Gracias, mi preciosa Ama – responde Dena, levantándose de la silla.

― Tú y yo vamos al dormitorio, que tenemos algo pendiente desde hace meses – me señala, con una mohín pícaro.

Patricia muestra mucha ansiedad por ser mujer. Casi me lleva empujando hasta el dormitorio de su madre. Ya hace meses que madre e hija comparten cama. Se afana en desnudarme, aprovechando cualquier porción de piel que descubre para depositar húmedos besos. Se demora un buen rato sobre mi pecho, una vez que me quita la camisa, besando y mordisqueando mis pezones. Se deleita paseando la lengua sobre los marcados abdominales, al igual que si fueran escalones que descendieran hacia regiones más profundas.

Se arrodilla para bajarme el pantalón y aprovecha para introducir su mano por una de las holgadas perneras del boxer, acariciando la parte interna de mis muslos y la suavidad de mis testículos. Consigue que me estremezca.

Me despoja de los zapatos, y, finalmente, me quita los pantalones; primero una pierna, luego la otra. Sin pausa, desliza el boxer por mis piernas, contemplando como mi miembro queda al descubierto.

― Ooooh, Sergi… creo que es demasiado grande – se muerde un labio, como si no quisiera pronunciar esa frase. – No me va a entrar todo eso… por Diossss…

― Tranquila, canija, si no se puede entera, pues solo la mitad, ¿no crees?

― Si…

― Pero tú, hoy, dejas de ser virgen, te lo prometo.

― Gracias, Sergi – responde, mirando hacia arriba, desde su posición arrodillada y frente a mi miembro.

― Una promesa es sagrada, Patricia.

― Si – susurra ella, alzándose sobre las rodillas y bajándose los tirantes del vestido, con lo cual, sus deliciosos pechos quedan al aire, sin necesidad de sujetador. — ¿Te gustan?

― Ya lo creo. Parecen muy sabrosos – alargo una mano y pellizco un pezón. – Joder, me encantaría poner aquí uno piercing.

― Pues hazlo – dijo ella, con una diabólica sonrisa.

― No, eso es solo para mis sumisas. Tú no lo eres, ni lo serás.

― Es una lástima, ¿no? – comenta ella, abrazándose a mi miembro, que queda sujeto entre sus suaves senos, el glande apuntando al suelo.

― No, es la naturaleza. No tienes alma de sumisa.

― No creo someterme jamás a persona alguna – se mece, con los ojos cerrados, sintiendo el calor de mi pene, engordándolo con el tacto de su piel. – Pero te amaré siempre, mi príncipe.

― No me lo merezco, canija. Ponte en pie, quiero hacer algo que siempre he deseado.

Con ojos interrogantes, suelta mi miembro y se pone en pie. Paso mis manos bajo sus axilas y la levanto a pulso, muy alto.

― Pasa tus piernas por mis hombros.

Como suele ser habitual, no lleva bragas. Solo las usa cuando va al colegio o tiene la regla. Ella misma se remanga la falda del vestido, con una mano. Rodea mi cabeza con sus muslos, contagiándome su calor en orejas y mejillas. Cuando siente mi lengua en su sexo, se inclina hacia delante, aferrándose con un brazo a mi cabeza y apretando los tobillos en mi espalda.

― ¡Jodido comedor de coñoooos… — gime, cerrando los ojos, mientras le sujeto las nalgas con mis manos.

Bebo como si fuera de una fuente. Está tan mojada que no puedo contener su flujo. Se derrama por mi pecho, en un oloroso reguero que no tardará en secarse sobre mi piel caliente. Patricia agita sus redondas nalgas con fuerza. Está a punto de correrse, demasiado excitada. Necesita soltar un poco de vapor para poder disfrutar de lo que le espera.

― Ay… que me corro… ay, Dios, que me corro… que me corro… Sergi… que me corro… — balbucea, sin parar, mientras agita sus caderas con total desenfreno.

Mis dedos notan el estremecimiento que recorre su espalda y acaba desmadejándose entre mis brazos. La bajo con cuidado y la deposito en la cama, la cual no hemos aún tocado. Me mira, los ojos entornados, una floja sonrisa en los labios.

― Me encanta correrme en tu boca – me susurra.

― Sabes a melaza sin azúcar – bromeo, mientras acabo de quitarle el vestido, y deslizo mis dedos a lo largo de sus piernas, de sus caderas y flancos. – Estás cada día más hermosa, Patricia.

― He rellenado ciertos huecos, ¿verdad?

― Si – contesto, tironeando de un pezón. – Ahora, tienes que humedecérmela muy bien…

― Si – se retuerce hasta ponerse de rodillas y atrapar mi miembro con ambas manos. Me apoyo con las rodillas en el lateral de la cama, los pies en el suelo.

Se mete cuanto puede en la boca, produciéndose arcadas que generan verdaderos vómitos de saliva babosa, que no duda en restregar por toda la superficie de mi pene, y, sobre todo, sobre el glande. No deja de escupir en sus manos, creando un perfecto deslizamiento que me pone el vello de punta.

― Así… lo estás haciendo muy bien, putilla…

― ¡Vamos! ¡Métesela ya! ¡Empálala!

“Calla ya, degenerado. No pienso hacerle ningún daño a Patricia.”

― ¡Joder! Me encantaría follarme sus tripas mientras agoniza…

“¡Coño, Ras! Se te va la olla por momentos, ¿no?”

― Lo siento, es que se me ha venido a la cabeza un recuerdo a la cabeza… Ya me callo…

― Ya está bien, Patricia, déjame a mí ahora – le digo, arrodillándome en la cama y tomándola en brazos.

Me siento sobre mis talones, dejando sobresalir parte de mi miembro entre las piernas. Una parte queda entre mis muslos, oculta. Manteniéndola en el aire, le abro las piernas y punteo sensualmente su sexo, colocando mi glande sobre su perineo. Ella echa sus manos a mi cuello, intentando mirar entre sus piernas, pero apenas puede ver nada.

― Ssshhh… tranquila, confía en mí.

― Siempre, Sergio, siempre confiaré en ti – musita, mirándome a los ojos.

― Te haré descender muy lentamente… me avisarás cuando quieras que me detenga, ¿vale?

― Si, mi príncipe…

El glande está ya buscando, casi por su cuenta, el camino milenario. Admiro su rostro tenso, mientras la dejo caer sobre mi polla, centímetro a centímetro. Se muerde el labio en un gesto tan sensual que casi me desconcentra.

― ¿Lo notas? – le pregunto en un susurro. – Estoy apoyado contra tu himen.

― Si… adiós, himen – sonríe.

Empujo y, usando sus manos en mi cuello, se pega a mí, asfixiando un quejido.

― Sigue… sigue – me anima, con un jadeo.

Unos centímetros más y me detengo. La dejo recuperarse, sintiendo como los músculos de su vagina buscan acomodarse al intruso, y, con ello, presionan la parte de miembro que le tengo metida. Beso a Patricia, degustando el intenso sabor de su boca.

― Voy a seguir, canija…

― Si, semental… sigue metiendo polla, hasta que me revientes – gime en mi oído.

Sonrío por el exabrupto. Creo que se está calentando otra vez. Sigo hasta que introduzco la mitad de mi miembro. Tiene el rostro enrojecido y jadea entrecortadamente. No he llegado a su tope, pero creo que con eso, por el momento, es suficiente. Ya habrá tiempo de seguir metiendo rabo.

Le echo el rostro para atrás, admirándola de nuevo. Tiene los ojos lagrimosos. Lamo sus mejillas y ella saca también su lengua, buscando el contacto con la mía.

― Voy a follarte – le digo.

― ¿Me la has metido toda? – pregunta, casi con sorpresa.

― No, la mitad.

― ¡Jesús! Me noto a punto de reventar…

― Por eso mismo. Por ahora, suficiente. Iremos ensanchando esas paredes poco a poco…

Asiente y apoya la planta de los pies sobre el colchón, quitándome gran parte de su peso. No es que pesara mucho, pero ahora es una pluma. Le coloco las manos en las nalgas, subiéndola y bajándola a mi antojo, marcando el ritmo. Su coñito parece estar hecho para follar, ya que se traga mi polla con ganas.

A cada empujón, Patricia suelta un quejidito, coincidiendo con un movimiento de su cadera, casi una contracción. Suena dulce y tímido a la vez, pero me está volviendo loco. Le meto la lengua en la boca para callarla y ella la succiona con mucha fuerza. Siempre me ha dicho que le encanta mi lengua, que es tan ancha que podría lamer dos vaginas a la vez. Cosas de crias.

Retiro hacia atrás mi rostro, dejando fuera mi lengua, y Patricia sigue el movimiento, colgada de ella, mordiéndola suavemente con sus dientes. Es de lo más morboso que me han hecho. Su cuerpo está totalmente compenetrado con el mío, unido a mi miembro. Si me muevo, ella ondula en el sentido del movimiento, sin despegarse ni un centímetro.

― Cariño… déjame cabalgarte – me susurra, una vez que ha soltado mi lengua.

Me dejo caer hacia atrás, apoyando mi espalda en las sábanas, y, sin sacar mi pene del estrecho estuche, la tengo a horcajadas sobre mí, con las manos apoyadas en mi pecho, y las rodillas contra el colchón. Deja salir un hilo de baba de su boca, que cae sobre mis labios. Me relamo y, como respuesta, le atizo un pellizco en un tierno pezón. Hace un delicioso puchero y, de repente, cambia el ritmo con el que nos agitamos.

Se impulsa hasta sacar casi todo mi miembro de su vagina, para luego empalarse con fuerza, llevando la perforación a más profundidad. Sus quejidos ahora son más fuertes, más intensos. Sin duda, está sufriendo al mismo tiempo que disfruta. ¡Qué difícil es, a veces, la mente femenina! Llevo todo el rato procurando que no le duela nada de esto, y va ella, y se empala sola.

Sin embargo, sus ojos no se han apartado de los míos, salvo en las ocasiones en que los ha cerrado. Yo también la observo, mirando sus diferentes expresiones de placer: cómo gotea la saliva de su entreabierta boca, como se contraen las aletas de su naricita, como brotan las lágrimas de sus ojos, cuando profundiza con su vagina…

― Ya… no puedo… más… cariño mío – jadea, con todo su cuerpo temblando.

Saca totalmente mi polla de su vagina y se tumba sobre mi pecho. Sin embargo, sus caderas no se quedan quietas, sigue restregando su coñito contra mi miembro, con una asombrosa precisión. Su mojado coñito sube y baja contra el duro tallo de mi polla, restregando tanto la vulva como el clítoris, en largas y absorbentes pasadas, cada vez más frenéticas. Ella las canta con un largo quejido.

― Uuuuhhhhmmmm… — inspira al contraer las caderas, haciendo subir sus labios menores por mi miembro.

― Aaahhhaaaaaammmm… — expira el estirazarse, bajando y apretando su coñito contra mi falo.

De esa manera, descansando de la penetración, Patricia se estremece con un largo, pleno y anhelado orgasmo, que la deja temblando, abrazada a mi pecho. Le acaricio el cabello y noto como se agita en pequeños hipidos.

― ¿Estas llorando, Patricia?

― Si…– gime ella, sorbiendo la humedad de su nariz. – Es que soy muy feliz.

― Tontita – le digo, con todo cariño, besando su coronilla.

― Me has hecho mujer y me lo has hecho sentir como nunca…

La escucho y quiero contestarle, pero hay algo que me lo impide.

― Mamá me ha hablado de esto, muchas veces… pero no creo que ella lo haya sentido así, jamás…

¿Qué me pasa? No puedo controlar mis manos. Intento moverlas, intento levantarme de la cama, pero ningún miembro me respondo. Tampoco mi boca, ni mi lengua. Mis ojos se agitan, enloquecidos, pero, lentamente, se aquietan, quedándose fijos en la cabecita de Patricia.

“¡NO! ¡NO PUEDE SER!”

― Lo necesito… tengo que hacerlo…

“¡RASPUTÍN! ¡MALDITO PUERCO, HIJO DE UNA PUTA SIFILÍTICA!”

― Lo siento, Sergio… solo será un momento de nada… intentaré no hacerle daño… pero… tiene que ser mía…

Mi cuerpo se retuerce, se agita bajo un control extraño. Tomada por sorpresa, Patricia suelta un exclamación y cae de bruces contra el colchón. Siento como mi cuerpo cae sobre su espalda, aplastándola, sujetándola con firmeza. Ella intenta debatirse, ver qué ocurre, pero tiene la mejilla pegada a la sábana y no puede ver más que de reojo.

― ¡Sergio! Sergio, ¿qué ocurre?

― Tranquila, niña. Solo es otra posición…

― ¡Sergio…! ¿Qué le ocurre a tu voz? ¡Por Dios, que me estás asustando!

― Solo te la voy a meter bien, hasta los huevos, niña…

― ¿Estás loco? ¡Me estás aplastando! ¡Sergioooo!

― Sergio ya no estáaaaa…

Siento como Ras empuja contra las nalgas apretadas de Patricia, haciendo que el glande se encastre en el pliegue de su coñito, abriéndose camino con pericia. A pesar de que es mi cuerpo, parece manejar mi pene mucho mejor que yo.

“¡La vas a rasgar, cabronazo!”

No me escucha. Ya se ha decidido.

― Sser…gi…ooo… — exhala Patricia, traspasada por más de medio pene.

La obliga a abrir las piernas. La chiquilla no puede ni gritar. El glande llega al final de su vagina, que consigue tragar hasta la tercera parte. Se queda allí, presionando la cerviz, empujando el útero. Patricia tiene la cabeza alzada, buscando aire; los ojos vueltos por la impresión y el dolor. Entonces, Ras comienza un ritmo frenético y enloquecido, que yo jamás he adoptado. La cabecita de Patricia se bambolea con los embistes, barboteando un quejido que es medio interrumpido por el acusado movimiento. Los fuertes dedos de mis manos aferran las esbeltas caderas de la jovencita, alzándole las nalgas hasta una altura óptima para un mejor acople.

― Así… así… ¡Así, putaaaaa! ¡Voy a sacarte el capullo por la garganta, putita!

“¡La vas a reventar, Ras! ¡Déjala!”

― ¡Me da iguuuaaaalll! ¡Después iré a follarme a su madre y las enterraré juntassss!

A las exhortadas exclamaciones de Ras, se une el largo e intermitente quejido de Patricia, mezcla de dolor y de miedo, formando un contrapunto que produce en mí una reacción inesperada. Es como tirar de unas riendas, poniendo toda mi fuerza, toda mi determinación, toda mi rabia en esa acción. Consigo sujetar a Ras lo suficiente como para sacar la polla del interior de Patricia, pero no puedo hacer nada más. El miembro, totalmente lleno de lefa y algunas gotas de sangre, queda apoyado sobre las redonditas y tiernas nalgas de la chiquilla. Ras sigue moviéndose, con el mismo ritmo, frotándose fuertemente contra ellas, sin tener conciencia de que ya no está empujando en la vagina.

Liberada de la presión, Patricia, no sé si concientemente o no, empuja sus nalgas, apretándolas contra la enloquecida polla, consiguiendo, de esa manera, que alcancemos un tremendo orgasmo.

― ¡Joder! ¡Mierda! ¡Hijoooosss de putaaaaa! ¡ME CORROOOOOO…! ¡OOOH… DULCE SEÑOOOOORRRR! – aúlla Ras, descargando un increíble chorro de semen, que salpica nalgas, espalda y cabello de Patricia. Después, como un arma incontrolada, lanza varios salpicones más, en todas direcciones.

Mi cuerpo cae, sin fuerzas, volviendo a aplastar a Patricia, pero, en esta ocasión, siento como voy recuperando el control, junto con el aliento. Ella intenta salirse de debajo de mi cuerpo. Consigo alzar una mano y le acaricio el cabello, tranquilizándola.

― Soy yo, canija… no te asustes… — logro decir.

― ¡Me has hecho daño, Sergio! – lloriquea ella. — ¿Qué te ha pasado?

― No… lo sé… — Ruedo sobre mí mismo, dejándola libre.

― Me… ¡Me has forzado! – explota ella, recogiendo sus piernas y abrazándolas.

― Lo siento, pequeña… no era yo…

― ¿ENTONCES, QUIÉN?

― Un fantasma…

En ese momento, la puerta del dormitorio se abre, y la figura desnuda de Irene entra, silenciándonos.

― ¿Estáis bien? – pregunta. – Dena me envía a ver que son esas voces…

― Oooooh… Irene – se lamenta Patricia, extendiendo sus brazos hacia su sumisa amiga.

La jovencita parece darse cuenta, por la expresión de su amiga, de que algo no va bien, y se sube a la cama de un salto, abrazándose con Patricia, quien estalla en lágrimas.

― Amita… ¿qué sucede? ¿Por qué lloras?

He recuperado suficientemente el control de mi cuerpo como para poder alzarme sobre mis brazos. ¿Qué puedo decirle? ¿Cómo explicar la presencia de Ras? No puedo hacerlo. Ya ha sido muy difícil decírselo a mis chicas, como para involucrar una más ahora. Me pongo de rodillas y alargo las manos, aferrando a cada una por el pelo. Las obligo a girar sus rostros hacia mí, las obligo a mirarme.

Hay que recurrir a la mirada de basilisco.

Irene es muy fácil de convencer. Los gritos que ha escuchado han sido solo a consecuencia de un feroz orgasmo. Todo está bien. Su ama está feliz, perfecta.

Patricia cuesta algo más. No puede olvidar el dolor que le he causado, así que tengo que modificar su percepción de los hechos. Ese dolor que recuerda pasa a componer el instante de su desfloramiento y, finalmente, olvida el tono de voz de Ras, así como sus palabras. El recuerdo que guardará de su desfloramiento será ambiguo, con mucho dolor y mucho placer. ¡Que se le va a hacer!

Las chicas quedan, desnudas y abrazadas, ante mí. Irene felicita a su ama por su gran paso, y la llena de besitos. Con el control de la situación en mi mano de nuevo, me enfrento mentalmente al viejo y jodido Ras.

“¿QUÉ COJONES HA SIDO ESO?”

― No… lo sé, Sergio.

“¿Cómo que no lo sabes? ¡Has violado a Patricia!”

― Lo sé… pero no quería…

“¡Me has inmovilizado! ¡Has pasado por encima de mí!”

― Joder, Sergio… lo siento, yo no quería actuar así, pero…

“¿Pero QUÉ?”

― ¡Necesitaba hacerle daño!

“¿Cómo? ¿Daño?”

― ¡Si! He estado reprimiéndome mucho tiempo… consiguiendo migajas que apenas me satisfacen… tengo que calmar mis ansias de dominación, el clamor que recorre mi espíritu… mi obsesión por controlar… por corromper…

“¿Y cuando pensabas contármelo?”

― Lo he intentado, Sergio. Todas esas puyas, las insinuaciones, los consejos… no podía decírtelo de sopetón… no lo hubieras aceptado… antes.

“¿Antes? ¿Y ahora si?”

― Puede.

“¿Qué me has hecho? Me has manipulado, ¿verdad?”, le digo, contemplando como las chiquillas se están besando con más fervor, acostadas de lado y abrazadas.

― He cambiado un tanto tu moral, tu forma de ver las cosas.

“¡Joder! ¡Muchas gracias, cabrón!”

― Apenas te afectará, ya tenías una moralidad bastante dilatada, no creas. Solo me aseguro que harás lo que debes hacer para quedar en pie, solo eso…

Me llevo la mano a la cara y respiro profundamente, hasta calmarme.

“Está bien, está bien. A partir de ahora, no quiero más secretos, ¿vale?”

― Si, Sergio.

“Cuantos sientas la necesidad de dañar, violar, o tirarte pedos, me lo haces saber”.

― Si, Sergio.

“Y si vuelves a hacer esa gilipollez de anularme… ¡Te juro que encontraré la forma de atarte o de arrancarte! ¿Entiendes?”

― Si, Sergio… ¿Podemos tirarnos ya a esa Irene?

Dejo escapar el aire, tapándome la cara con una mano. Tengo que reconocer que Ras siempre acaba descolocándome. Tengo que morderme el labio para no reírme, a pesar de que sigo enfadado. Pero tiene razón, este no es momento para lamentos.

Me uno a ellas, metiendo mi rostro en medio, buscando los labios de ambas. Patricia enseguida atrapa mi mengua, pero Irene no se atreve. La mano de su ama empuja su nuca hasta hacerle probar mi saliva.

― Por lo visto, nuestra lengua también es lo suficientemente ancha para sus dos boquitas.

No hago caso y me dedico a dar un buen repaso, son dedos y lengua, al cuerpo de Irene. Cuando la tengo enloquecida, la alzo en mis brazos, solo para depositarla sobre el cuerpo yacente de su ama, las cuales vuelven a enfrascarse en besos y frotamientos, cada vez más intensos. Teniéndolas de esa forma, una encima de la otra, me tumbo en la cama, entre sus piernas, abriéndolas más con mis manos. Observo como los coñitos, ambos bien recortaditos y cuidados, buscan el mayor contacto entre ellos, las pelvis rotando y bailoteando a un ritmo cada vez más parejo. Paso de uno a otro con la lengua, ahondando cuanto puedo. Dedico unos diez segundos, más o menos, a cada uno, sorbiendo, lamiendo, succionando… Solo me falta masticarlos. Los gemidos se han duplicado y, sobre todo, las nalguitas de Irene se alzan hacia el techo con fuerza, cada vez que atrapo su clítoris con la lengua y los dientes.

― Amita… amita… me va… a matar – se queja en la boca de Patricia.

― Estás gozando, eh… cerdita mía – jadea Patricia.

― Mucho… no creía que… esto… fuera tan… tan…

― Dilo…

― Tan bueno, amitaaaaa… aaaaaaaahhh…

― Espera un segundo… ¡Espera, no te corras!

― Ama… casi no puedo…

― Espérame… yo también… me voy a correr… un solo… segundooooo… ahoraaaaaaaaaAAAAAAAAAAAAHH…

Uso el índice de cada mano para aplicarlos a sus clítoris, permitiéndome así poder contemplar como sus coñitos se deshacen, se licuan, entre fuertes contorsiones de sus caderas. Perladas gotas de almíbar femenino salpican mis manos y las sábanas, vertidas junto a deliciosos suspiros que acaban de inflamar completamente mi pene.

― ¿Alguien necesita que la desflore? – bromeo, mordisqueando el cuello de Irene.

― Quieto, campeón – se ríe Patricia. – Ya desfloré a mi perrita, hará un mes. Usé el consolador de mamá…

Irene, riéndose por las cosquillas que le hago con mis labios, asiente.

― Pero… amita… me gustaría probar como es una de verdad… al menos cómo sabe… ¿puedo?

― Sergio está aquí, ¿no? Vamos, las dos juntas.

Las dos chiquillas se incorporan, obligándome a tumbarme de espaldas. Patricia le enseña cómo se debe manipular una polla y, sobre todo, cómo hay que mamarla. El trato que esas dos brujitas le dan a mi engrasado falo, es digno de mención, ¿qué digo? De todo un diploma.

Se pasan mucho rato atareadas sobre mi glande. Han descubierto el divertido juego de besarse, manteniendo en medio de sus bocas y lenguas, el hinchado capullo.

― Ensalivadme bien la polla, que vais a hacer un sándwich con ella, niñas…

― ¿Un sándwich? – pregunta Irene, aún novata en esas lides.

― Ya verás que bien – le dice Patricia. – Saca la crema lubricante.

La morenilla suelta mi polla y salta de la cama, abriendo el cajón de la mesita de noche. Regresa de nuevo a nuestro lado, trayendo un tubito.

― Unta de crema tu pubis y tu entrepierna – le digo. – Haz lo mismo con Patricia.

Patricia se alza sobre sus rodillas para que su sumisa pase la mano por entre las piernas.

― Límpiate las manos en mi polla – le digo e Irene desliza sus dedos por todo el tallo.

La atrapo por la cintura y la giro con facilidad. Me tumbo de costado, colocando mi cabeza sobre la almohada. Irene queda pegada a mí, su espalda contra mi pecho. Deslizo mi embravecido miembro entre sus piernas, pasándolo por delante de su mojado coño.

― ¡Ostias, perrita! ¡Parece que te ha brotado una polla! – exclama Patricia, mirándola y riéndose.

― Venga, Patricia, acomódate y explícale a Irene cómo te corres frotándote solamente contra un manubrio como este – la apremio.

Patricia se coloca de costado, su rostro encarando a su amiga, y desliza su cuerpo hasta que su entrepierna conecta con mi tallo. Enrosca una de sus piernas con la de Irene, y sus manos se aferran tanto a mi costado como el de su amiga.

― Ahora, vamos a frotar nuestros coños contra esa barra de carne – le dice, mirándola a los ojos tras besarla. – A mi ritmo, perrita…

¡Por todos los santos! ¡Es una delicia!

No solo es la increíble sensación de sus calientes y húmedas vaginas, frotándose contra mi pene, lentamente, sino sus pieles aceitadas, la presión de un muslo, el obstáculo de un vientre… Patricia no deja que Irene incremente el ritmo. Es lento y diabólico, preciso para disfrutar de todas las sensaciones.

Pero no todo es sensación y tacto. Mi olfato atrapa el olor de sus cuerpos sudados, de la esencia que escapa con sus fluidos, el aroma de sus champuses, la pasión en sus alientos. Las veo besarse entre ellas, lamer labios que se quedan secos. Contemplo las turbias miradas que parecen contener mensajes híper secretos que solo ellas conocen.

Las escucho gemir con cada movimiento de caderas que las lleva más cerca de la gloria. Oigo sus murmullos de amor y lujuria, mientras sus ojos se devoran, mientras sus manos reparan en cada rincón digno de ser acariciado.

Cada sentido es sublimado y apaciguado con ese movimiento lento y eterno que han adoptado. Alargo una mano, atrapando las nalgas de Patricia. Sé que está a punto de correrse. Lo leo en su expresión, en sus labios fruncidos, en la caída de sus párpados, en el tembleque de sus nalgas.

― Aaahhhaaaa… que placer de estar… aquí… con las personas… que más quiero… del mundo – susurra, entregándose al espasmo que la acalla, que la arranca de este mundo, para hacerle cabalgar el cielo.

Irene la sigue de cerca, nada más contemplar el éxtasis en el rostro de su amada. Empieza un febril baile de caderas que acaba implicándome en el orgasmo. Riego con mi semen sus vientres y pechitos, con fuertes borbotones de blanco semen. Irene alza sus brazos, agarrándose a mi nuca y se estira totalmente, con el último espasmo de su goce.

― Soy feliz – murmura.

Creo que así es como nos sentimos los tres, abrazados y medio adormilados.

― Los cuatro… los cuatro.

Llevo esperando casi una hora, sentado en la antesala del despacho de Víctor. Aún es temprano, apenas las diez de la mañana, pero ya hace dos horas que el jefe me llamó por teléfono, sacándome de la cama. Basil me ha enviado un buen desayuno con una vieja conocida, Niska. La joven Romaní, vestida como las demás doncellas de la mansión, se alegra de verme y se atreve a darme dos besos.

Le pregunto dónde está Sasha y me responde que también está en la mansión. Por lo visto, el señor Vantia decidió integrarlas en el servicio, a la espera del regreso de su hija. Pregunta por Katrina, con un poco de temor.

― Por ahora, la tengo desnuda en casa, durmiendo a los pies de mi cama – sonrío, al ver como desorbita sus ojos. – La he convertido en mi esclava.

― ¿No volverá?

― No lo sé, Niska, pero, aunque vuelva, las cosas serán diferentes.

Asiente, como comprendiendo algo que ni yo mismo conozco, pero se tranquiliza. Me quedo solo y me dedico a mi desayuno. Me han dicho que Víctor está reunido, pero no sé con quien, ni con qué motivo. Ni Víctor, ni Anenka suelen madrugar, así que la cosa debe de ser urgente.

Finalmente, la puerta del despacho de Víctor se abre, y él mismo aparece, dándole la mano a la mujer del pelo blanco.

― Descuide, señor Vantia, tendré una respuesta definitiva en un día o dos. Le llamaré con lo que sea, enseguida – dice ella, con un curioso acento nasal.

― Confío en usted, señorita Tornier. Sé que buscará la mejor salida para todo este asunto – le dice Víctor, en un tono serio y medido.

Esta vez, la mujer viste con un traje de chaqueta y pantalón, de un marrón oscuro, muy sobrio y elegante. Lleva corbata roja y negra, sobre una camisa salmón. El pantalón le hace un culito soberbio.

Ahora si puedo verle los ojos, justo cuando se gira para marcharse. No hay duda, es albina en un cierto grado, aunque no tiene la palidez cadavérica de otros albinos. Sin embargo, sus ojos son tan grises que parecen transparentes.

Me pongo en pie y saludo al jefe, quien parece bastante serio. Me hace pasar a su despacho.

― ¿Quién es esa mujer? Es la tercera vez que me cruzo con ella, en la mansión – pregunto, señalando con el pulgar por encima del hombro.

― Mi abogada, Denise Tornier. De eso quería hablarte, Sergio.

― Usted dirá, Víctor – me siento a una indicación suya.

― Esto parece serio.

― Verás, Sergio, uno de mis máximos competidores en el seno de la organización es Nikola Arrudin, el hombre a cargo de la zona francesa. Cuando se hizo evidente que no se conformaba con lo que le había tocado, saqué a Katrina de la residencia privada en la que estaba, en París, y la traje conmigo.

― Entiendo, no quería dejarla desprotegida y que pudieran controlarle a través de ella – dije.

― Exacto. Así mismo, aprovechando la ocasión, cerré diversos asuntos en aquel país, retirándome de la escena. Pero Nikola ya había movido sus piezas y me vigilaba de cerca. Dispone de unas grabaciones en las que entrego ciertos maletines a un conocido político francés y a un juez del Tribunal Superior.

Suelto un corto silbido.

― Esas grabaciones han sido entregadas a las autoridades, hace cinco meses. He esquivado los requerimientos de la justicia gala todo lo que he podido. De ahí, el por qué de tener una abogada francesa. La señorita Tornier es una especializada abogada criminalista, perteneciente a uno de los mejores bufetes parisinos. Ella me representa ante las autoridades francesas y, por eso, viaja frecuentemente hasta aquí, para explicarme todo con detalle.

― Pero la cosa se ha complicado, ¿no? – creo comprender.

― Si. Las pruebas son indiscutibles. Se ha solicitado mi extradición a las autoridades españolas. Voy a hacer un trato con la fiscalía francesa. Entre tres y cinco años de cárcel, a cambio de que facilite la lista de implicados, tanto míos como de Arrudin.

― ¿Se va a entregar?

― No me queda más opción. Si huyo, pierdo cuanto poseo aquí, y tendría que volver a Bulgaria o internarme aún más en el este. No, no es algo que desee. Con suerte, me pasaré tres años o cuatro en una cárcel de mediana seguridad, en una celda privada y acondicionada. Seguiré manejando mis negocios desde allí. Pienso portarme como un bendito y salir cuanto antes. Serán como unas vacaciones, ya verás.

― Si usted lo dice. ¿Quién sabe esto?

― Mi esposa y Basil, nadie más. Por eso mismo, quería hablar contigo, Sergio. No quiero dejar a Anenka a cargo de las cosas cotidianas. Dios sabe lo que haría… Confío en ti y te tengo estima. Eres el único que has sabido decirle no a mi hija… Sé que no solo eres el novio de Maby, sino que proteges a varias chicas y que demuestras la capacidad de hacerlo.

― Bueno… yo solo…

― Siempre he sabido que te veías con Anenka – me suelta, a bocajarro.

¡Coño, que susto! Me mira a los ojos y no veo malicia en su mirada.

― No soy tonto, Sergio. Sé con quien me he casado. He soportado otros amantes, otros caprichos, pero, en verdad, estaba preocupado por ti. Eras demasiado joven para disponer de una experiencia que te escudara. Pero, afortunadamente, has sabido escabullirte de sus devaneos.

― Me retiré en cuanto pidió mi lealtad – le confieso.

Asiente, conocedor de la situación, quizás.

― El caso es que te he elegido a ti para que actúes de colíder, junto con Anenka. De esa forma, no podrá tomar decisiones partidistas y arbitrarias. Tendrá que contar contigo, así la alianza se mantendrá. Cualquier decisión importante, me deberá ser comunicada y yo la tomaré, ¿entendido?

― Si, Víctor.

― Otra cosa. Tendrás que trasladarte a la mansión. No me sirve de nada que estés en tu apartamento, alejado de las medidas de protección y vigilancia.

― Comprendo.

― Te traerás a Katrina y a las otras chicas, si lo deseas. Tienes palacio de sobra para instalarte. Además, quiero que busques un sustituto para tu puesto de agente contable.

― Si, señor. ¿Cuándo se marchará?

― No depende de mí, pero en los próximos cinco días, seguramente. La señorita Tornier ha marchado a hacer los preparativos. Ah, una última cosa…

― ¿Si?

― Ocúpate personalmente de La Facultad. Tú conoces todos mis planes y deseos. No dejes que Anenka meta sus narices en eso.

― Descuide, Víctor. Todo estará igual a su vuelta.

― Eso espero, Sergio, eso espero – me dice, palmeándome los hombros.

Deseos vanos e inocentes palabras. El Destino no respeta hombre alguno, ni promesa, por muy férrea que sea.

CONTINUARÁ…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/

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DE LOCA A LOCA PORTADA2

Sinopsis:

Un universitario al entrar a vivir en una pensión que le eligió su madre, descubre que las únicas personas que viven ahí son la dueña y su hija. La primera es una viuda estricta y religiosa mientras que la segunda es una rubia preciosa. Lo que no sabe es que ambas creen que su llegada a la casa es un regalo de Dios y que su misión será sustituir al difunto en la cama de la primera.

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

Mi vida dio un giro de ciento ochenta grados cuando me mudé a Madrid a estudiar la carrera. Acostumbrado a la rutina de un pueblo de montaña, me costó asimilar el ritmo de esa gran ciudad pero sobre todo cuando el destino quiso que cayera en esa pensión regentada por una cuarentona y una hija de mi edad.
Como cualquiera en su lugar, al saber que me pasaría cinco años estudiando fuera de casa, mi madre se ocupó de seleccionar personalmente donde iba a vivir. Aunque os parezca increíble se pasó una semana recorriendo hostales, residencias y hasta colegios mayores sin encontrar nada que fuera acorde a sus rígidos conceptos morales y ya cuando creía que se iba volver de vacío, visitó una coqueta casa de huéspedes ubicada muy cerca de mi universidad.
-No sabes la suerte que hemos tenido- recalcó mi vieja al explicarme las virtudes del lugar. –Resulta que acaban de abrir y son muy selectas a la hora de elegir quien se puede alojar con ellas. Para aceptarte, tuve que aguantar un largo interrogatorio, durante el cual se querían asegurar que eras un muchacho de una moralidad intachable.
-¿Y eso?- pregunté extrañado que se pusieran tan exigentes.
En eso, mi queridísima progenitora se hizo la despistada al responder:
-Creía que te lo había comentado. La dueña de la pensión es una señora que se acaba de quedar viuda y que debido a su exigua pensión se ha visto obligada a alquilar cuartos para llegar a fin de mes.
Oliéndome la encerrona, insistí:
-¿No me estarás mandando a un campo de concentración?
Ni se dignó a contestar directamente a la pregunta sino que saliéndose por la tangente, me soltó:
-Un poco de disciplina no te vendrá mal.
Sus palabras junto con la religiosidad de mi madre me hicieron saber de antemano que mis sueños de juerga aprovechando los años de universidad se desvanecerían si aceptaba de buen grado vivir ahí. Por eso, intenté razonar con ella y pedirle que se replanteara el asunto amparándome en que necesitaba vivir cerca de la facultad.
-Por eso no te preocupes, está a una manzana de dónde vas a estudiar.
Sin dar mi brazo a torcer, comenté mis reparos a compartir cuarto con otro estudiante:
-Te han asignado un cuarto para ti solo- y viendo por donde iba, prosiguió: -La habitación es enorme y cuenta con una mesa de estudios para que nadie te moleste.
«¡Mierda!», mascullé pero no dejándome vencer busqué en el precio una excusa para optar por un colegio mayor.
-Es más barato e incluye la limpieza de tu ropa…
Mi llegada a “la cárcel”.
Cómo supondréis por mucho que intenté zafarme de ese marrón, me resultó imposible y por eso me vi maleta en mano en las puertas de ese lugar el día anterior a comenzar las clases. Todavía recuerdo las bromas de mis amigos sobre el tema. Mientras ellos iban a residencias “normales”, a mí me había tocado una con toque de queda.
-Recuerda que me he comprometido a que entre semana, llegarás a cenar y a que durante los fines de semana la hora máxima que volverás serán las dos de la madrugada.
-Joder, mamá. Si en casa llego más tarde- protesté al escuchar de sus labios semejante disparate.
A mis quejas, mi madre contestó:
– Vas a Madrid a estudiar.
Cabreado pero sobre todo convencido en hacer lo imposible para que esa viuda me echara en el menos tiempo posible, miré el chalet donde estaba ubicada la pensión y muy a mi pesar tuve que reconocer que al menos exteriormente, era un sitio agradable para vivir. Desde fuera, lo primero que pude observar fue el coqueto jardín que rodeaba la casa.
Aun así, la perspectiva de convivir con una mujer tan mojigata como mi vieja seguía sin hacerme ni puñetera gracia.
«Menudo coñazo me voy a correr», pensé mientras tocaba el timbre.
Al salir la dueña a abrirme y a pesar de ser una mujer atractiva, mis temores se vieron incrementados al salir vestida con un traje completamente de negro y cuya falda casi le llegaba a los tobillos.
«¡Sigue de luto!», titubeé durante un segundo antes de presentarme.
La mujer ni siquiera sonrió al escuchar mi nombre. Al contrario creí ver en su gesto adusto una muestra más de la incomodidad que para ella representaba que un desconocido invadiera su privacidad. Asumiendo que mi estancia sería corta, decidí no decir nada y cogiendo mi equipaje la seguí al interior. Apenas traspasé el recibidor, me percaté que ese lugar denotaba clase y lujo por doquier, lo que afianzó mi idea que en vida de su esposo a esa bruja no le había faltado de nada. Y en vez de alegrarme por las aparentes comodidades que iba a tener, me concentré en los aspectos negativos catalogando a esa señora como “una ricachona venida a menos”.
Tampoco pude exteriorizar queja alguna de mi habitación porque además de su tamaño, estaba decorada con muebles de diseño de alto standing pero fue la cama lo que me dejó impresionado:
«Es una King size», me dije nada más entrar.
Mi sorpresa se incrementó cuando la cuarentona me enseñó que por medio de una puerta tenía acceso a un lujoso baño con jacuzzi pero entonces bajando mis expectativas, Doña Consuelo me informó que tendría que compartir ese baño con ellas. No queriendo parecer un caprichoso, me abstuve de informarle que según mi madre iba a tener baño propio.
«No creo que eso sea problema», me dije al ver que tenía pestillo mientras me imaginaba disfrutando de esa enorme bañera llena de espuma.
Fue entonces cuando con tono serio, mi casera me informó que la comida estaba programada a las dos y que se exigía un mínimo de decoro para sentarse en la mesa. Asumiendo que no era bueno causar problemas desde el primer día, pero como desconocía a qué se refería con ello, se lo pregunté directamente:
-Somos una familia clásica y por ello deberá llevar corbata.
Comprenderéis que para un muchacho actual esa prenda era algo que jamás se pondría para comer y por eso comprendí medio mosqueado que mi madre hubiese insistido en meter una en la maleta.
«¡La jefa lo sabía y se lo calló!», maldije en silencio mientras me retiraba ya cabreado a mi habitación.
Me sentía estafado al no saber qué otras cosas me había ocultado para que aceptara a regañadientes vivir allí. Cómo comprenderéis me esperaba cualquier otra idiotez y reteniendo las ganas de mandar todo a la mierda, me tumbé en la cama a descansar.
«Al menos es cómoda», murmuré al disfrutar de la suavidad de las sábanas de hilo y lo mullido del colchón.
Sin darme cuenta y quizás porque estaba cansado por el viaje, me quedé dormido. Durante casi una hora disfruté del sueño de los justos hasta que un pequeño ruido me despertó. Al abrir los ojos, me encontré con la que debía ser la criada de la pensión deshaciendo mi maleta y colocando mi ropa en el armario.
«No debe haberse dado cuenta que estoy en la habitación», pensé mientras disfrutaba del estupendo cuerpo que alcanzaba a imaginar tras el uniforme que llevaba. «Tiene un culo de infarto», sentencié ya espabilado al contemplar las duras nalgas que involuntariamente exhibió frente a mí mientras se agachaba a recoger uno de mis calzoncillos. Fue entonces cuando de improviso, vi que esa rubita se llevaba esa prenda a la nariz y se ponía a olerla con una expresión de deseo reflejada en su rostro.
«Joder con la cría», me dije al comprobar que bajo la tela de su camisa dos bultitos reflejaban la calentura que le producía husmear mi ropa interior. Reconozco que me pasé dos pueblos al querer aprovechar ese momento:
-Si quieres te dejó oler uno usado- le solté señalando mi entrepierna.
La muchacha, al oírme, se giró asustada y al comprobar que no solo el cuarto estaba ocupado, sino que el huésped había descubierto su fetiche, huyó sin mirar atrás. Esa reacción me hizo reír y por primera vez pensé que no sería tan desagradable vivir allí si todo el servicio se comportaba así…

Conozco a Laura, la hija de la dueña de la pensión.
Sobre las dos menos cuarto, decidí que ya era hora de cambiarme de atuendo y ponerme la dichosa corbata. Había pensado en seguir vestido igual y anudármela sobre la camisa que llevaba pero la visita que había recibido en mi habitación, cambié de opinión y deseando dejar un regalito a la criada, me puse otra muda dejando el calzón usado colocado en una silla.
«Espero que le guste», murmuré, tras lo cual, bajé al comedor a enfrentarme con la siguiente excentricidad de Doña Consuelo.
La señora se estaba tomando un jerez en el salón, haciendo tiempo a que yo bajara. Al verme entrar, me preguntó si deseaba algo de aperitivo antes de comer.
-Lo mismo que usted- respondí.
Luciendo una extraña sonrisa, abrió un barreño y sacando una botella, rellenó una copa mientras por mi parte, echaba una ojeada a las innumerables fotos que había en esa habitación. La presencia en todas ellas de un tipo, me indujo a pensar que era el difunto marido de esa cuarentona. Siendo eso normal, lo que me extrañó fue que en ninguna aparecía nadie más.
«Parece un homenaje al muerto», resolví y no dándole mayor importancia, recogí de sus manos la bebida que me ofrecía.
Curiosamente al llevármela a los labios, la viuda se quedó mirando fijamente a mi boca y creí vislumbrar en sus ojos un raro fulgor que no comprendí. Medio cortado al sentirme observado, alabé la calidad del vino.
-Era el preferido de mi marido. Juan siempre se tomaba una copa antes de comer. Me alegro que sea de tu gusto, es agradable tener nuevamente un hombre en casa que disfrute de las pequeñas cosas de la vida- contestó saliendo de su mutismo.
La inesperada expresión de felicidad que leí en su hasta entonces hierática cara, despertó mis dudas del estado mental de esa mujer pero cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, vi entrar a la criada al salón. Las mejillas de esa chica se ruborizaron al advertir que aprovechaba su llegada para dar un rápido repaso a su anatomía. No queriendo que su patrona me descubriera admirando las contorneadas formas con las que la naturaleza había dotado a esa cría, dirigiéndome a Doña Consuelo comenté:
-Aunque mi madre había alabado esta casa, tengo que reconocer que nunca creí que iba a vivir entre tanta belleza- ni siquiera había terminado de hablar cuando me percaté que mis palabras podía ser malinterpretadas. Había querido ensalzar el buen gusto de la decoración pero, aterrorizado, comprendí que podía tomarse por un piropo hacia ellas.
No tardé en advertir que la cuarentona lo había entendido en ese sentido porque, entornando en plan coqueto sus ojos, me respondió:
-Gracias. Siempre es agradable escuchar un halago y más cuando llevaba tiempo sin oírlo.
Sabiendo que había metido la pata, me tranquilizó comprobar que no se había enfadado, me abstuve de aclarar el malentendido. Justo en ese momento, la uniformada rubia murmuró:
-Mamá, la cena ya está lista.
Mi sorpresa fue total y mientras trataba de asimilar que una madre humillara a su hija vistiéndola de esa forma, la cuarentona respondió:
-Gracias- y pidiéndola que se acercara, me presentó diciendo: -Laura, Jaime se va a queda a vivir con nosotras.
La cría, incapaz de mirarme a la cara, bajó sus ojos al contestar:
-Encantada de tenerle en casa.
«¡Qué tía más rara!», reflexioné al notar que se dirigía a mí de usted siendo más o menos de mi edad. «Debe de estar cortada al saber que conozco su secreto».
No queriendo parecer grosero, fui a darle un beso en la mejilla pero retirando su cara, alargó su mano y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:
-El placer es mío.
La reacción de la chiquilla poniéndose instantáneamente colorada me indujo a pensar que me había malinterpretado y que veía en esa fórmula coloquial, una velada referencia a su fetiche. No queriendo prolongar su angustia, pregunté a la madre si pasábamos a comer.
La cuarentona debió ver en esa pregunta una galantería porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo como antiguamente se colgaban las damas de su pareja al entrar a un baile y sin mayor comentario, me llevó al comedor.
«¡No entiendo nada!», mascullé sorprendido.
Si estaba pasmado por el comportamiento de esas mujeres, realmente no supe a qué atenerme cuando ya sentados a la mesa, Doña Consuelo bendijo la comida diciendo:
-Señor, te damos las gracias por los alimentos que vamos a tomar y por haber escuchado nuestras oraciones al permitir nuevamente la presencia de un hombre en nuestro hogar.
«¿De qué va esta tía?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”.
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar y más nervioso de lo que me gustaría reconocer pronuncié “amen”, mientras todos los vellos de mi cuerpo se erizaban. Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa señora me estaba mirando con deseo y no queriéndome creer que fuera verdad, esperé a que comenzaran a comer antes de atreverme a coger los cubiertos.
Afortunadamente, Laura rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al preguntar qué iba a estudiar. Agradeciendo su intervención, le contesté:
-Ingeniería Industrial.
Al oírme, dio un suspiro diciendo:
-¡Cómo me hubiese gustado estudiar esa carrera!
Desconociendo que iba a pisar terreno resbaladizo, cortésmente, le pedí que me dijera porque no lo hacía pero entonces de muy mal genio, su madre respondió por ella:
-Esa no es una carrera para una dama. Laura debe centrarse saber llevar una casa para así conseguir un buen marido.
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa respuesta un grotesco machismo pasado de moda pero sabiendo que no era un tema mío, me abstuve de hacer ningún comentario y mirando a la muchacha, le informé con la mirada que no estaba de acuerdo.
Al darse cuenta, la cría sonrió y al pasarme la panera aprovechó para agradecérmelo con una caricia sobre mi mano. La ternura de sus dedos recorriendo brevemente mi palma tuvo un efecto no deseado y bajo mi bragueta, mi pene se desperezó adquiriendo un notorio tamaño. De no estar sentado, estoy seguro que la hinchazón de mi entrepierna me hubiese delatado.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé excitado.
Doña Consuelo, o no vio la carantoña o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a enumerar las costumbres de esa casa:
-Como ya sabes, somos una familia tradicional. Comemos a las dos y cenamos a las nueve. Si algún día no puedes venir, deberás avisarnos para que no te esperemos…
-No se preocupe- dije molesto al recordar el estricto horario que debería cumplir durante mi estancia allí. –Si por algún motivo me retraso, se lo haré saber con tiempo.
La mueca de la cuarentona me informó que no le había gustado mi interrupción y me lo dejó meridianamente claro al seguir diciendo:
-Tu madre me informó que tus clases empiezan a las ocho y media de la mañana por lo que diariamente, te despertaremos a las siete para que así te dé tiempo de darte un baño y desayunar antes de salir de casa…
«¡Qué mujer tan pesada!», sentencié mientras escuchaba las reglas por las que se regía esa casa.
-Todas las mañanas, Laura recogerá tu ropa y arreglará tu cuarto para que al llegar, encuentres todo listo.
Acostumbrado a valerme por mi mismo, le expliqué que no hacía falta y que desde niño me hacía la cama pero entonces casi gritando, la cuarentona me soltó:
-En esta casa, ¡Un hombre no realiza labores del hogar!- y dándose cuenta que había exagerado, cambió su tono diciendo: -Queremos que te sientas en familia y no nos gustaría que pensaras que somos de esas feministas que no saben ocupar su lugar.
«Esta mujer sigue anclada en el siglo xix», me dije alucinado por lo rancio de sus pensamientos justo cuando ya creía que nada me podía sorprender, Doña Consuelo exigió a su hija que se pronunciara al respecto:
-Laura, ¡Dile a Jaime qué opinas!
La rubia, mirándome a los ojos, contestó:
-Don Jaime, lo que mi madre quiere decir es que mientras viva en esta casa, nos ocuparemos gustosamente de satisfacer todas sus necesidades.
Os juro que fui incapaz de contestar porque mientras la hija hablaba, un pie desnudo estaba recorriendo uno de mis tobillos.
«¡Cómo se pasa teniendo a su madre enfrente!», rumié mientras mis hormonas se alborotaban al sentir que esos dedos no se conformaban con eso y que seguían subiendo por mis muslos.
«Va a conseguir ponerme bruto», temí cuando noté que se hacían fuertes entre mis piernas y comenzaban a rozarse contra mi pene.
Preocupado por las consecuencias de tamaño descaro, retiré ese indiscreto pie y mientras lo hacía, devolví la caricia regalándole un cómplice apretón con mi mano. Laura debió decidir que había captado la idea porque no volvió a intentar masturbarme durante la comida.
Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a Doña Consuelo. No tuve que ser un genio para comprender que se había dado cuenta de lo ocurrido al ver que, bajo la tela negra de su vestido, los pezones de la viuda mostraban una dureza que segundos antes no tenían.
«¡Lo sabe y no le importa!», proferí en silencio una exclamación mientras pensaba en lo extrañas que eran esas dos mujeres. «Exteriormente se comportan como unas mojigatas pero algo me dice que son un par de putas», sentencié ilusionado. Ya creía que sin saberlo mi madre me había colocado en mitad de un harén cuando la cuarentona pidió a Laura que bajara el aire acondicionado porque tenía frio.
«Era eso», mascullé mientras me recriminaba lo imbécil que había sido al pensar que Doña Consuelo se sentía atraída por mí.
Asimilando mi error, todavía me quedó la certeza que al menos la hija era un putón desorejado y sabiendo que tendría muchas oportunidades de calzármela, decidí tomármelo con calma:
«¡Ya caerá!».
El resto de la comida transcurrió sin nada más que reseñar y por eso al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando recordé las normas de la casa y girándome, informé que en media hora me iba de la casa.
-Señora, he quedado con un amigo pero no se preocupe, volveré antes de la nueve.
-Te estaremos esperando- contestó la viuda mientras ordenaba a su hija que recogiera los platos.
Y en mi habitación, vi el calzoncillo que había dejado en la silla y recordando las caricias de la rubia decidí premiarla con otro regalo.
«Estoy seguro que le gustará», sonreí y cogiéndolo, me puse a pajearme mientras me imaginaba a la muchacha entrando en la habitación maullando como una gata en celo.
Era tanta la excitación que me había producido su magreo durante la comida que no tardé en descargar mi simiente sobre la prenda. Satisfecho cogí un boli y un papel para escribir una dedicatoria:
“Zorra, dejo mi leche para tu boquita”.
Tras lo cual la escondí en su interior y devolví el calzón a la silla de donde lo había cogido. Sin nada más que hacer, me quité la corbata y salí a recorrer Madrid como el muchacho de dieciocho años que era….

 

Relato erótico: “Sus ojos” (POR VIERI32)

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portada criada2Nota: el relato ha sido retirado de la web y vuelto a enviar para realizar los cambios pertinentes. Se aclara que la escena erótica sucede entre adultos.

I

Sin título—La profesora me prestó un libro, Lucas. —A mi hermana menor, Pilar, le gustaba hablar mientras caminábamos por la calle, rumbo a casa. A mí me daba algo de vergüenza hacerlo porque, tomados de la mano como íbamos, podríamos parecer una pareja. Pero a ella no le importaba, o mejor dicho no parecía importarle demasiado el mundo a nuestro alrededor. Pese al año de diferencia entre ambos, me daba la sensación, que se iría prolongando mientras crecíamos, que ella era la más madura.

—La próxima pregúntale si no tiene unos cuantos para mí —respondí, resoplando sonoramente. En el pueblo en donde nos mudamos no había mucho que hacer. Yo acababa de cumplir trece y menudo regalo me deparó: un cambio de vida radicalmente distinto a la de la gran ciudad, una auténtica experiencia infernal que me costó asimilar.

Era un lugar mucho más tranquilo, pero odiaba la tranquilidad; el aire y el paisaje natural contrastaban con el ritmo rápido y el gentío ruidoso de la urbe en donde habíamos crecido. Extrañaba la música aparatosa por doquier, a los coches pasar una y otra vez, a los edificios destacando a lo lejos. Aquí era distinto, todo era más pequeño, más que asfalto había caminos de tierra, todos te miraban. No había tantos coches, levantabas la vista y no había rascacielos rompiendo la monotonía del cielo; y la música… prefiero no mencionarla.

—Pero tú no sabes braille, Lucas —respondió, girando su cabeza hacia mí para mirar un punto indeterminado de mi rostro, con esos ojitos apagados. Me sonrió pícaramente, creyendo que se lo había dicho en broma.

—Eso es verdad.

—Puedo leértelos yo —dijo, tirando de mi mano.

La razón de la mudanza era más que evidente, pese a que mi madre no lo había mencionado nunca. Es decir, yo era un crío pero no implicaba que fuera tonto. Pilar no se había acomodado a la vida de la ciudad, le desesperaba ese agolpamiento de sonidos y prefería pasarla sola en el departamento antes que dar un paseo, y, si estaba de buen humor, íbamos al parque que teníamos cerca del edificio. Aquí, en cambio, la situación era muy distinta. Pilar reía, hablaba mucho, estaba en el paraíso.

Pero yo en el infierno…

La condición de mi hermana la llegué a considerar como un castigo, no sé si para ella, que nunca mostró el más mínimo atisbo de que aquello le superara, sino para mí. Egoísta, sí, pero era pequeño aún. Me convertí en lo que siempre había detestado: en un niño que tiene una carga de un adulto sobre los hombros. Porque debía estar a su lado siempre, prestarle atención en todo momento. Lo odiaba. Ese mundo a mis espaldas que me ligó unas cadenas que comenzaban en las extremidades de una niña de rostro angelical y cuya mirada siempre se perdía en la nada.

Como todos los días, al terminar mis clases, iba a buscar a Pilar, que esperaba pacientemente en un banquillo de su colegio, un flamante y recién estrenado centro de educación especializado. Cuando ella oía mis pasos o, mejor dicho, cuando reconocía el ritmo presuroso de mis pasos sobre la hierba, extendía su brazo con una sonrisa para que le agarrara la mano, desconocedora completamente de mi rostro desganado.

El trayecto desde mi hogar hasta mi colegio demoraba algo menos de quince minutos, pero al desviar mi camino para buscar a Pilar y traerla conmigo perdía casi una hora. Mucho tiempo entre el silencio y el olor a campo.

Y odiaba también eso. Es decir, yo tenía una facilidad asombrosa para odiarlo todo. Era largo camino hasta casa porque también estaba repleta de curiosos, niños que nos miraban durante nuestro andar. Todo era nuevo para mí, pero de un modo pesimista, no era como el gentío apático de la ciudad, que va y viene sin detenerse a mirarte. En la urbe iba a mi bola, y estaba acostumbrado a ir así, pero en el pueblo de vez en cuando tenía que lidiar con las miradas y con la curiosidad de los chicos más entrometidos.

—¿Ustedes son novios? —preguntó un niño frente a nosotros dos, botando un balón de fútbol con sus manos, con un grupillo de sus amigos tras él. Solían jugar en un terreno por donde pasábamos. Ese día, al vernos, dejaron su juego para cerrarnos el camino.

—No es mi novia —respondí, soltando a Pilar, quien inmediatamente extendió su brazo en señal de que necesitaba que se la tomara. Resoplé y volví a agarrar su mano.

El chico no pareció hacerme caso y amagó lanzar el balón a mi hermana. Pero fue solo eso, un amago.

—¿Ves? —preguntó a su grupo—. No puede ver.

Apreté el puño, ese que no sostenía de la mano a Pilar. Fue el primer día que sentí algo en el pecho que oprimía el corazón y revolvía cosas en el estómago. Yo, en cierta manera, odiaba a Pilar, pues era por ella que nos habíamos mudado, era por ella que mi vida había dado un vuelco. Y tenía el derecho de odiarla: la ciudad, mis amigos, mi rutina, la música, todo se había desvanecido para dar lugar a una nueva responsabilidad. Pero ellos… ellos no tenían la más mínima idea.

Y la sangre me hervía.

—Pero yo puedo ver —respondí. Era valiente, pero adentro me lamentaba por haber abierto la boca.

—Claro. Si los dos fueran ciegos, estarían dando tumbos por la calle —asestó otro, causando alguna risilla suelta.

—Es bueno tener una novia ciega —continuó el primero, mirándome ahora—. Así no va a ver esa nariz tan fea que tienes.

Fue el día en el que todo cambió. Sí, ese fue el momento en el que absolutamente todo tomó un rumbo distinto. Era una completa tontería pero éramos niños, ¿qué iba a hacer? ¿Cómo iba a reaccionar? La sangre bullía y solo deseaba hundir mi puño en su rostro sonriente. Había un par de chicos grandes tras él, tal vez no podría contra ellos.

—Lucas, no sabía que los burros podían hablar —dijo Pilar, mirando hacia mi rostro.

Hubo varias carcajadas y aquello disipó el ambiente denso. Fue inesperado. Le reí la gracia, más por estar nervioso y porque necesitaba quitarme de cualquier manera toda la tensión. Luego miré al grupo de chicos: uno se tapó la boca para no carcajear, otro no fue tan astuto y soltó una risa muy larga para que el chico del balón torciera su rostro.

—¿A quién llamas burro?

—A ti —respondió desviando su mirada hacia él: todos dieron un respingo de sorpresa o susto. Era como si pudiera verlos con esos ojos vacíos, aunque en realidad se guiaba por el sonido—. Solo un burro pensaría que unos hermanos pudieran ser novios.

Hubo más risas. Pero esta vez me quedé callado porque estaba asombrado. ¿Y esa niña respondona de dónde había salido? ¿O simplemente yo nunca le presté demasiada atención, o no pasaba el tiempo más que el mínimo con ella? Porque lo admito, éramos de mundos distintos pese a que en la ciudad vivíamos en el mismo departamento. Ahora, en un nuevo lugar, un nuevo mundo, teníamos que estar unidos y por lo tanto estaba descubriendo una faceta interesante de Pilar.

—Solo una ciega podría concluir esa tontería —devolvió el niño.

Solté la mano de Pilar dispuesto a ir a por él hasta que, de pronto, la niña chilló y nos paralizó a todos. Cuando la miré, se agachó y rebuscó con su manita por algo en la hierba. Se irguió sosteniendo una piedra pequeña, levantándola triunfante. Realmente parecía que miraba al asombrado chico a los ojos.

—¡El último niño que maté era más grande que tú, labios gruesos!

Me asusté, pero no duró más que un par de segundos. No sé cómo hice para no tumbarme sobre el suelo y reírme a carta cabal al contemplar la reacción de los chicos, no solo porque retrocedieron lentamente sin soltar la mirada de esos ojos cristalinos de Pilar, no conocían su capacidad de percepción (ni yo, en ese entonces); el chico del balón incluso soltó la pelota para taparse la boca, ocultársela, mejor dicho. Fue el primero en huir despavorido sin mirar atrás. Cuando, supongo, mi hermana oyó los gritos y pasos alejarse, lanzó la piedra hacia ellos en un movimiento torpe.

Pareció hinchar su pecho de orgullo. Volvió a extender su brazo para que la tomara de la mano.

—Lucas —susurró—. ¿Acerté a uno?

Agarré su mano. ¿Esa niña era Pilar? Era tan brava como yo. Podría decir, dadas las circunstancias, incluso más valerosa que yo. Sentí en ese instante que el mundo dejó de ser tan pesado, allí instalado sobre mis hombros; sentí esas cadenas, no sé si desligarse, pero sí que las percibí más largas, es decir, ahora daban más margen de maniobra. Había quedado más que claro que mi percepción de la frágil niña se había desvanecido. Y esa manita que yo sostenía… ¿qué decir? No la quería soltar más.

—No acertaste —dije, mirando de reojo aquella piedra que había caído hacia unos arbustos a un costado—. Pero casi.

—¡Hmm! —gruñó, cabeceando en un acto de orgullo—. No planeaba acertar a nadie. Vamos a casa. Y no te preocupes, no es verdad que haya matado a nadie.

Anochecía cuando salí al jardín y vi a Pilar, sentada sobre la hierba, en el punto donde la tenue luz amarillenta de la casa ya no tenía alcance, convirtiéndola en prácticamente un bulto oscuro. Lo bueno del campo es que, lejos de los apartamentos agolpados, aquí las propiedades eran inmensas, más de lo que hubiera imaginado. Contábamos con una gran parcela que se extendía en hondas de hierbas que se agitaban al viento, y mucho más adelante, cuando ya terminaba la propiedad (pobremente delineada por un vallado), cruzaba un pequeño riachuelo, y acompañaban a este unos pinos. Un cerro no muy lejano remataba el cuadro.

Me acerqué y noté que Pilar estaba leyendo su libro. Era extraño aquello, la de ver a alguien leyendo en la casi absoluta oscuridad. “¿Cómo puedes leer de noche?”, pensé en decirle, y de hecho también estaba a punto de comentarle que hacerlo en la oscuridad le haría daño a la vista. Fue solo un lapsus. De haber pasado más tiempo con ella tal vez no estaría pensando eso; naturalmente, me iría acostumbrando a esa peculiar escena de una niña o joven leyendo en la más absoluta negrura.

—Mamá ya preparó la cena, Pilar.

—Bueno —respondió con voz apagada, probablemente más concentrada en su lectura.

—¿Qué estás leyendo? —pregunté sentándome a su lado.

—Es el libro que me prestó la profesora.

—¿No serán consejos sobre cómo matar a otros niños?

—¡Ja! —negó enérgicamente con la cabeza—. ¡No! Es sobre un niño que cayó del cielo, que vino de las estrellas.

—Habrá sido una caída muy dura.

—Hmm —gruñó, negando más suavemente—. Vino en su nave espacial.

—¿Para invadir?

—Aún no lo sé.

Se dispuso a continuar su lectura mientras yo me limité a recostarme sobre la hierba y mirar el cielo perlado de luces. No quería interrumpirla, pero extrañamente también quería hacerle compañía, tal vez para compensar el tiempo que no habíamos compartido en la ciudad, así que lo mejor que concluí fue estar allí hasta que ella decidiera conversar. La odiaba en cierta forma, por ser la causante de mi cambio de vida. Pero… es un odio distinto, ¿saben? Porque imaginaba que ella también estaba consciente de ello, y sufría a su manera porque era una niña inteligente, sabía, o percibía, que el cambio de aires arrastró para todos nosotros cosas buenas y cosas no tan agradables.

—Lucas —dijo luego de un rato, cerrando el libro. Cuando la miré, noté que extendía su brazo.

—Aquí estoy —tomé su mano.

—¿Cómo… —preguntó, girando su cabeza hacia mí—… cómo son las estrellas?

—¿No lo dice el libro?

Torció el gesto.

—El libro da por descontado que sé cómo son.

—Bueno… son como los… agujeros que sientes en las hojas. Son agujeros, sí, que brillan en el cielo. No brillan muy fuerte, pero lo hacen. En este pueblo hay pocas luces, no es como en la ciudad, entonces se pueden ver más estrellas aún, y… hay… una especie de franja apenas brillante que cruza en mitad del cielo.

—Ah, sí. Es la Vía Láctea.

—Eso.

—Por cierto, no creo que tengas una nariz fea.

—Bueno… gracias —sonreí con los labios apretados. Lo habría dicho para reconfortarme, pero solo me hizo recordar el encontronazo con los chicos esos, y claro, el insulto a mi nariz—. Pero… no sabes cómo la tengo.

Extendió su manita hacia mi rostro para palparme toda la cara con dulzura. Era la primera vez que lo hacía conmigo, usualmente lo hacía con nuestra madre, alguna vez con su profesora, a la salida de sus clases. No sé cómo describir ese momento; puede parecer una tontería, pero parecía un ritual y le di su importancia por ser la primera ocasión; era, en cierta forma, como cuando sientes la presión de causar una buena primera impresión. Tragué aire y me tensé, esperando que terminara de reconocerme. Sonrió cuando tocó mi nariz y apretó con los dedos.

—Tienes una nariz bonita.

—Gracias, Pilar.

Así fue como todo cambió.

II

Podrían pasar más y más años, pero el aspecto del pueblo no iba a cambiar en lo más mínimo. Por suerte forjé amistades que hacían que los largos caminos de tierra y hierbajos del campo se hicieran llevaderos. Pero, aún con diecinueve años, mis deseos de huir de aquel lugar seguían tan firmes como cuando era pequeño.

—Solo digo que tu novia es una puta, Lucas —masculló Andrés, compañero de clases y colega. Sincero y rudo como ninguno; caminar a su lado hacía que el tiempo pasara más rápido—. ¡Ya sé, ya sé! ¿Qué clase de colega soy, no? Pero alguien tenía que decírtelo, hará que el dolor de la futura ruptura pase más rápido.

—Hoy estudiaré con las chicas, quedemos mañana, Lucas. TQM… —le leí en voz alta el mensaje de texto que me había mandado mi chica—. ¿Por haberme escrito eso ya es una puta?

—Eso es lo que escriben las putas, ahora estará en una orgía rodeada de negros —No, a mi amigo no le agradaba mi novia, pese a que Sofía era la muchacha más amorosa que podrías encontrar. Ni a ella le caía bien él, pero intentar interceder entre ambos era un dolor de cabeza por el que no quería atravesar.

Andrés inclinó la cabeza, mirando el grupo de chicas que caminaban juntas, a varios pasos delante de nosotros, y apretujó sus gruesos labios.

—Vaya culito, ¿no? La de la izquierda.

—Baja la voz —le codeé—. ¿Me quieres delatar, cabrón?

—Serás… —me devolvió el codazo, bajando el volumen de su voz. Miró de nuevo al grupo de chicas y sonrió—. Tu hermana también está bastante potente.

Aunque Pilar ya pudiera llegar hasta casa sin problemas, y de hecho ya lo hacía en compañía de sus amigas del centro educativo, yo aún sentía la necesidad de ir a buscarla y acompañarla. Y era extraño porque creía que con esa independencia que ella reclamaba vendría mi alivio, porque por fin me desprendería de unas cadenas que odiaba, pero pasó todo al revés. Había aprendido a vivir encadenado a esa muchacha de rostro angelical y ahora no había manera de pensarme sin ellas ligadas.

Pero a Pilar le molestaba que la fuera a buscar. Es decir, ahora quería su espacio, tenía su círculo de amigas. Unas eran más jóvenes, otras un poco mayores, algunas podían ver. Le fastidiaba que yo escuchara sus conversaciones de chicas, incluso que opinara de lo que sea que hablaran; a sus amigas no les incomodaba mi presencia pero mi solución fue sencillamente decirle a Pilar que ya no iría a buscarla.

Pero lo hacía…

Y la “acompañaba” en su camino, veinte o treinta pasos por detrás de ella y su grupillo. Si estuviéramos en la ciudad, el ruido y el gentío serían mi perfecto camuflaje, pero aquí no había nada más que el murmullo lejano de un riachuelo y el viento azotando los árboles. Un tractor venía a veces, otras un coche, poco más. Una de las pocas que lo sabía era una de sus mejores amigas, ella podía ver; miraba hacia atrás y meneaba la cabeza con una sonrisa. Imagino que comprendía, sabía que yo necesitaba comprobar que Pilar estuviera bien y por ello nunca me delató.

—¡Lucas! —chilló Pilar al llegar a casa. Sus amigas ya habían continuado su camino—. ¡No he dicho nada para no molestar a las chicas!

Nos detuvimos. Hasta dejé de respirar, por todos los santos, pero era imposible que oyera mi respiración a tanta distancia. Andrés me miró, y se encogió de hombros porque ni él sabía qué nos había delatado.

—Tal vez fue la mejor amiga… —susurró él—. ¿Ves? No te puedes fiar de ninguna…

—¿¡Te gusta una de mis amigas, no es así!? —continuó Pilar—. ¿¡Es por eso que nos sigues!?

Silencio.

—¿Y estás acompañado de Andrés, no?… O sea, no hay nadie más en este pueblo que tenga un ringtone de La Guerra de las Galaxias.

—Ya… —sonrió él, pasándose la mano por su cabellera—. Tienes muchas cosas que explicar, campeón —me palmeó la espalda, para volver sobre sus pasos.

—¿Adónde vas?

Pilar extendió su brazo a un costado, silbando la cancioncita de marras.

—Tienes amigas muy bonitas, pero no me gusta ninguna —respondí, acercándome para tomar de su mano.

—No tienes solución —suspiró, aunque no tardó en esbozar una sonrisa bobalicona—. ¿Y Sofía?

—Está estudiando con sus compañeras.

—Deberías pasar más tiempo con ella —tiró de mi mano mientras que con la otra palpaba nuestro portal; de otro tirón, me guió hasta dentro de la casa. El camino se lo sabía a la perfección a partir de allí. Lo sabía todo. Mi lugar en la mesa, el suyo, incluso me servía un vaso de agua, que nunca me acostumbré al fuerte sol y ella lo percibía debido a mi respiración agitada o el ritmo lento y cansado de mis pasos.

—¿Vas a beber? —preguntó, sentándose frente a mí, tamborileando la mesa nada más acomodarse. Estaba demasiado ansiosa y pronto sabría por qué.

—Estoy bien.

—¿Y bueno… ? —torció el gesto—. ¿Cómo te ha ido?

—¿El qué?

—El cartero me saludó esta mañana, Lucas.

No se le escapaba ningún detalle. Suspiré, trayendo mi mochila sobre mi regazo para buscar la beca universitaria metida entre los libros y cuadernos. Pero luego recordé que no había necesidad alguna de mostrársela, por lo que, mirando para un lado de la cocina, me preparé para decírselo. Ella no podía ver mi expresión, lo cual era en cierta forma un alivio, pero percibía mi voz, mi tono, y con ello, mi estado de ánimo. En ese aspecto Pilar veía mejor que yo.

—¿Te han rechazado, es por eso que estás así?

—Me han aceptado, Pilar.

Dejó el tamborileo.

—Es tu sueño, pues. Volver a la ciudad.

La miré detenidamente. No había nada extraño en su rostro salvo una ligera sonrisa. Podría ser alegría por mí, aunque también podía ser una expresión falsa para enmascarar sus verdaderos pensamientos. Era una incógnita total; a veces deseaba tener sus ojos para verlo tan claro como ella.

—Voy a extrañar a mamá —dije.

—¡Hmm! —levantó sus manos hacia mí—. Y a mí que me coma un animal.

—A ti también —las agarré.

—¿Y si no quiero que te vayas?

—¿Cuánto me ofreces, Pilar?

—¡Ja! ¿Cómo se te ocurre pensar que te voy a dar dinero? ¿Cuándo te vas?

—En dos meses.

Ahora sonrió. Y de verdad.

—Bien —cabeceó—. Dame tiempo y te convenceré de quedarte.

—Ajá. Buena suerte con eso.

—Es más que suficiente para convencerte. ¿Crees que no lo conseguiré?

—Lo dudo. ¿Apostamos? Porque si no me convences, quiero que tú te vengas a la ciudad conmigo.

—Ah… —Tragó saliva inmediatamente. Solo nuestra madre y yo sabíamos cuánto ella odiaba la urbe, en el fondo seguía siendo la niña de siempre. Pero, inesperadamente, cabeceó, como aprobando aquello, mirándome con esos ojos apagados—. Está bien. Es una apuesta.

—Solo estaba bromeando, Pilar.

—No —apretó mis manos con fuerza—. Yo hablo en serio. Si consigo que te quedes, ganaré la apuesta.

Ahora fui yo quien tragó saliva; el imaginar aquello era ridículo: repentinamente estábamos allí, apostando nuestras vidas, nuestros futuros. De solo pensarme en ese pueblo por más tiempo hacía que un escalofrío me recorriera la espalda. Había ofertas de trabajo y posibilidades de estudios terciarios, pero no era lo que tenía en mente. ¿Acaso había algo en este mundo que me haría convencer de quedarme en un lugar donde el mugido de las vacas era una constante?

—Ya me lo agradecerás —se mordió la lengua—. Le haré un gran favor a Sofía si consigo que te quedes.

—Andrés dice que Sofía me está poniendo los cuernos.

—¿Andrés? También me dijo que los ratones son cuadrados.

—Es un buen amigo, le gusta bromear.

—Debí haberle acertado esa piedra cuando lo conocimos.

Me hizo reír, pero en el fondo pensaba en lo que me propondría Pilar. El niño que una vez fui me rogaba escapar del campo, y de hecho había una parte de mí que también estaba de acuerdo, pero la situación cambió. Ahora tenía dudas de mí mismo. Temía que si Pilar iba en serio, tal vez pudiera convencerme. Pero pensé luego que tal vez su propuesta no era sino un divertimento para ambos.

—Pilar, ¿y qué te daré yo si me convences de quedarme?

—Dinero… —sonrió maliciosamente—. Mucho dinero.

III

Sofía estaba sentada sobre el capó de mi vetusto coche cuando tiró de mi mano para sacarme de mis pensamientos. La fiesta en la plaza del pueblo estaba terminando, eran pasadas las dos de la madrugada, y aunque la música no me seguía agradando, había aprendido a asimilarla a veces, neutralizarla otras. Pero todo volvió, la música y la realidad, cuando mi chica me acercó su latita de cerveza mientras que con la otra tiraba de mí para que me acercara.

—Sé en qué estás pensando, Lucas.

Enarqué mis cejas en el momento que me atenazó con sus brazos. Sofía, al igual que mis demás amigos, tomaron la noticia de mi inminente ida de una forma sorprendentemente serena. Era como si supieran que tarde o temprano yo sería el primero en irme del pueblo, y de hecho me lo decían sin reparo alguno: “Tenía que suceder, Lucas, te vamos a extrañar”. Y sí, tenía que suceder, pero no así; uno espera más cariño y algún que otro “No te vayas”. Y lo peor era que, en el caso de Sofía, yo no dejaba de sentirme algo contrariado porque de todas las personas no esperaba que justamente ella se mostrara tan tranquila.

Me maldije recordando lo que me había dicho Andrés, porque ahora pensaba que tal vez había otro chico saliendo con Sofía, y por lo tanto mi marcha sería un problema menos para ella. Mi novia no podía ser de ese tipo de persona, desde luego, pero con alcohol somos capaces de pensar un sinnúmero de desvaríos.

Puto Andrés.

—No pareces muy triste —dije medio en broma, medio en serio, bebiendo la cerveza.

—Aquí no hay mucho para ti —respondió mientras yo miraba hacia un lado de la plaza, donde varios jóvenes bailaban y reían—. ¿Quieres que te pida que te quedes y te dediques a la plantación de maíz o algo así?

—No, eso no. Ganadería, tal vez, he visto que se gana mucho dinero así —bromeé. Su padre era uno de los comerciantes más importantes de la zona aunque dudo horrores que él me quisiera tener cerca.

—Qué gracioso. ¿Y qué te ha dicho Pilar?

—Se lo ha tomado bien.

—¿Y? ¿Qué más?

—Y nada más, se lo ha tomado bien.

Me tomó del mentón y giró mi cabeza hacia ella para que la mirase a los ojos.

—Ella es la que debería pedirte que te quedes, Lucas. ¿No lo crees? Es la que más te necesita.

—Pilar sabe cuidarse sola.

—Y sin embargo no dejas de vigilarla todo el rato —miró hacia donde los chicos bailaban. Pilar estaba allí con una amiga, abrazada a ella, tal vez algo borracha, riéndose escandalosamente. Le gustaba la música.

Sofía me había pillado. Yo sabía que no era ni medio normal fijarme en mi hermana de esa manera, y mucho menos aún en presencia de mi novia. Pero mi chica lo sabía, y no sé si sufría en silencio por tener que aguantar ese lado mío, celoso y atento a Pilar todo el rato. No fueron pocas las veces que había ido de noche a mi casa, sentándose sobre la hierba para acompañarnos, y quedaba como mera espectadora de nuestros diálogos sobre las estrellas, nuestro día a día, los libros que leíamos y un sinfín de temas.

Había un mundo en el que Sofía no podía acceder. Y nunca supe si aquello le causaba celos, o simplemente una fascinación o curiosidad inusitada debido a que ella no tenía hermanos.

—¿Ves? —preguntó, reponiéndose para acercar sus labios húmedos a los míos. Tras un beso largo que supo al último de esa noche, resopló—. Siempre sé en lo que piensas.

—Solo… la estaba controlando. Es la primera vez que Pilar está bebiendo.

—Y cuando ella no está cerca, a veces miras las estrellas. ¿Crees que no sé? Yo sé. Eres especial, Lucas —guardando las manos en los bolsillos traseros de su vaquero, se alejó a pasos lentos.

—¿Adónde vas?

—Volveré a casa con mis amigas, tú tienes a alguien más importante a quien atender —apreté los dientes, no supe si fue una pulla. Volví a maldecir a Andrés para mis adentros pues ahora no podía dejar de pensar que realmente había otro chico… pero, de nuevo, Sofía no podía ser ese tipo de chica—. Si quieres que sea sincera, Lucas, espero que te quedes.

—Haces bien —ironicé, dándole un último sorbo a la cerveza antes de lanzar la lata a un costado—. ¿Ni siquiera un regalito de despedida? Así no hay quien me convenza de quedarme.

—Le dejo la labor a Pilar.

—¡Pst!

—Si lo logra, sí habrá regalito —dijo, dándose una palmada a su trasero—. Y seré yo quien te muestre otras estrellas.

IV

Había una frustración con las pocas personas de mi entorno. Creo que eso afectó mi situación. Sumó, restó, como sea, pero el resultado confabuló para que necesitara de consuelo que me costó admitir que quería. Mi cara no habrá sido de muchos amigos cuando me abrí paso entre los chicos de la plaza, acercándome a Pilar para tomarla de la muñeca, no de su mano como era de esperar.

—Nos vamos, Pilar.

—Volveré a casa con mis amigas —respondió con un tono de voz extrañamente altivo; se notaba que había bebido de más.

—No así. Vienes conmigo, y se acabó —yo era el mayor. Por más que solo hubiera poco más de un año entre ambos, por más que la realmente madura era ella. Pero no había otra opción esa noche. Ni yo estaba de buen humor, ni ella parecía estar en condiciones de discutirme nada.

Pilar gruñó, tirando su brazo para que le soltara la muñeca. Y acto seguido, me tomó de la mano. “Vamos”, respondió altanera, imagino que tratando de no quedar como la hermanita menor y obediente ante sus amistades. Era extraño verla así, el rol de rebelde era mío.

Estaba todo oscuro cuando llegamos a casa. De hecho, cuando estacioné el coche en el garaje y llevé a Pilar hasta la entrada, fue ella quien me advirtió de la curvatura que tomaba el camino hasta la entrada, de las piedrecillas que podrían delatarnos si íbamos con paso rápido, de los seis escalones que había que subir, y de entrar descalzos para no hacer ruido alguno porque el suelo de la entrada chirriaba mucho; todo lo necesario para entrar desapercibidos, no fuera que nuestra mamá pillara el estado de ebriedad de su adorada y ejemplar hija.

—Listo —dije al entrar a la sala.

—No, Lucas… escúchame, por favor —respondió, buscando mi mano en el momento que la solté. Su voz se había vuelto extrañamente sumisa. Parecía que lejos de sus amigas, ya no tenía por qué ir aparentando dureza—. Lucas, ¿quieres que te prepare un café?

—Estoy bien. Ve a dormir.

—No es eso… Lucas —no me quería soltar la mano—. Llévame hasta mi habitación.

—¿Ya te olvidaste del camino o qué?

—Sé el camino, pero ahora mismo creo que voy a caerme si doy un paso sola.

Iba a reírme, pero, como ella si lo supiera, tapó mi boca con su mano y negó con la cabeza; se la notaba preocupada, si nuestra mamá se enterara que la buena y angelical Pilar estaba en esas condiciones no traería nada bueno para ella. Era la consentida, la mimada, la sobreprotegida de la casa; su libertad la estaba ganando poco a poco, y se hacía evidente que no quería perder esa confianza que se había labrado.

Subimos por las escaleras y luego atravesamos lentamente el pasillo camino de su habitación. Era muy extraño aquello, porque ella seguía guiándome en la oscuridad. El ciego era yo.

—¿Quién me va a rescatar si vuelvo a beber? —preguntó cuando llegamos hasta su puerta.

—Tienes que conseguir un novio, Pilar.

—No sé. Los chicos que conozco son feos —dijo para que ambos riéramos con los labios apretados, tratando de no forzar ningún ruido.

—Entonces no te queda otra que no volver a beber.

—Sería más fácil que te quedaras.

Solo la luz azulada de la luna iluminaba su habitación. Se sentó en el borde de su cama mientras yo, recostado contra su puerta, trataba de encajar un par de piezas que en esa noche se me habían escapado. Pilar era una chica lista, era la madura, era la que siempre se anticipaba a todo con su sola percepción. Esa chica borracha frente a mí no podía ser ella y creía saber por qué.

Levantó su rostro hacia mí.

—¿Aún estás aquí, Lucas?

—¿Te has emborrachado a propósito, no?

—¿Qué dices?

—¿O ni siquiera estás borracha?

Se tumbó de espaldas sobre su cama, soltando una risilla. Levantó sus manos al aire y jugó con sus dedos. No me había fijado mucho durante la noche, pero Pilar llevaba una falda que ahora se había corrido más de lo necesario. Normalmente se daría cuenta enseguida y se la pondría bien, aunque el hecho de que ni lo notara revelaba que realmente había bebido de más.

—¿Emborracharme adrede? ¿Por qué habría de hacerlo, Lucas? —retorcía las piernas al hablar. Las tenía bonitas. Largas, torneadas. Relucían especialmente en esa noche azulada.

Pero no le respondí. Se burlaría si dijera lo que sospechaba, que todo aquello no era sino parte de su plan para hacerme ver cuánto yo era necesario en su vida. ¿Acaso era esa su magnífica idea para convencerme y ganar esa ridícula apuesta?

—Oye, Lucas… —se repuso, palpándose la camiseta que llevaba. Torció el gesto cuando se tocó los senos—. ¿Puedes verme?

—¿Pero qué te pasa?

—¿Está oscura la noche? ¿Puedes verme, Lucas?

—Apenas te veo.

—Toma —se quitó la camiseta y me la lanzó. De no tener unos senos más grandes que los de mi novia, hubiera agarrado su ropa al vuelo, pero lo cierto es que aquella imagen imprevistamente sensual, de sus enormes pechos apenas contenidos por el sujetador, me dejó inmóvil. Su camiseta fue hasta mi hombro izquierdo pero no hice nada para detener su caída hasta el suelo.

Tampoco agarré su sujetador que cruzó volando por la habitación hasta mi rostro. Es que la caída suave de sus senos, cuando se la desprendió, me dejó con los ojos abiertos como platos.

Lo admito. Todo lo que pudiera estar pensando en ese momento se desvaneció. Se me desarmaron mis pensamientos, mi cabreo, mi decepción, mis preguntas. Había una preciosa hembra allí bañada por la luz de la luna, apenas con un trapito arremangado en su cintura de manera vulgar pero que a la vez la hacía ver atractiva. El cabello desmadejado, algo sudada, la boca ligeramente entreabierta; parecía como si toda su imperfección se sumara para demolerme.

—Por favor, Lucas, llévalas al cuarto del lavarropas, ocúltalas debajo del canasto. Mañana las lavaré —dijo mientras se inclinaba hacia adelante, haciendo esfuerzos para quitarse la braguita. Tragué saliva y, lo admito también, una erección se hizo presente cuando pensé que también me lanzaría ese pedacito de tela.

Pero no lo hizo, lo tiró a un costado de su habitación.

Volví a la realidad. Me agaché para tomar la camiseta y el sostén, para luego echarlos sobre el hombro. Aguantándome la respiración, no fuera que pillara algún maldito estado de ánimo mío, miré sin ninguna sensación de culpabilidad esos senos y luego ese atractivo vello púbico que se percibía apenas en la oscuridad.

—¿Qué te pasa, Pilar?

—Derramé algo de cerveza sobre mis ropas. Si mamá… —se tumbó de nuevo sobre la cama—. Si mamá se entera…

Creo que se durmió.

V

Aún me encontraba adormilado cuando noté que Pilar estaba sentada al borde de mi cama. Un aroma de café inundaba mi cuarto y las luces del sol entrando por la ventana acuchillaban mis ojos. No había bebido mucho la noche anterior, en la fiesta de la plaza, pero mi cabeza estaba abombada.

—Buen día, Lucas —dijo señalando una taza sobre la mesita de luz—. Te he traído el desayuno.

Bueno, esa era Pilar. Normalmente me lo dejaba en la mesa en la cocina todos los días. Insistirle en dejar de hacerlo era misión imposible. Era como si quisiera ser la hermana mayor en la casa y, sinceramente, a mí me daba igual.

Pero, salvando mis cumpleaños, nunca me lo había llevado hasta mi habitación.

—¿A quién has matado, Pilar?

—Vamos a dar un paseo —se levantó, buscando meticulosamente con el pie por algunas de mis ropas tiradas. Se agachó para recogerlas. Y no, no serviría de nada insistirle en que dejara de hacerlo—. Ponte guapo, ponte perfume, luego de llevar las ropas a lavar vendré a buscarte.

—Gracias, pero paso —me tumbé en la cama para mirar el girar del ventilador del techo.

—No tardaré.

Me froté la frente. No podía negarle nada y ella lo sabía. Llámese culpabilidad por todo lo que hacía por mí, llámese obligación porque era cierto que yo ya no estaría dentro de poco y no estaría de más pasar un tiempo juntos.

Eso sí, cuando se fue de mi habitación, una pregunta no dejaba de molestarme. “¿Pero no debería tener resaca?”.

El riachuelo murmuraba y el viento azotaba con fuerza los pinos. El domingo había amanecido bastante caluroso, pero no al punto excesivo que me desagradaba. Me acomodé al lado de Pilar, quien, sentada sobre la hierba y recostada contra el tronco de un pino, musitaba una canción. Sonreía, era feliz así, en ese lugar tan tranquilo y natural; aquel pinar sobre todo era un lugar especial en el que pasábamos mucho tiempo durante nuestra infancia.

—¿Crees que mamá estará viéndonos desde la casa?

—La casa está demasiado lejos —dije girando la cabeza por sobre el hombro. No se notaba a nadie viéndonos desde nuestro hogar, y si lo hubiera, no nos encontraría fácil entre el pinar—. No creo que se despierte pasado el mediodía —reí.

—Bien —cabeceó, llevando su mano hacia mí.

—Aquí estoy —se la agarré.

—Soy… —mordió sus labios—. Soy egoísta, Lucas.

—¿Qué?

Entonces, apretó tan fuerte mi mano que me asustó.

—No quiero que te vayas. Pero tampoco quiero retenerte aquí porque sé que no eres feliz.

—Soy feliz.

—¡Puf! —probablemente pilló mi mentira en el ligero tono de voz—. Yo… yo lo he intentado. No soy tonta, veo las cosas muy claras. Yo sé desde el primer día cuánto odiabas estar aquí.

—Bueno… tampoco es que disimulara.

—No es eso —negó con la cabeza y miró hacia mi rostro—. Puedo deducir que incluso me odiabas a mí por ser quien nos trajo hasta aquí, ¿no?

—Nunca dije algo así —y no lo hice, ni a nuestra madre ni siquiera a mis cercanos. A los ojos de todos, yo adoraba a Pilar. Pero los ojos de mi hermana veían, aparentemente, lo que los demás no. Y eso siempre asusta a uno; que alguien desnude secretos sin mucho esfuerzo.

—No, nunca dijiste algo así… Pero… tú apretabas fuerte mi mano cuando ibas a recogerme. Siempre apurabas el paso y no querías conversar mucho.

—Estás pensando demasiado.

—Sufrías, Lucas. Y mamá no se fijaba en ti porque la carga era yo y tú no eras más que alguien que debía cuidarme en todo momento. Es por eso que siempre he querido ser yo quien te cuidara y se preocupara —dejó de apretarme la mano, inclinando su rostro de tal manera que pudiera oír mejor el murmullo del riachuelo que tanto le gustaba—. Quería dejar de ser una carga para ti, así que aunque yo siempre deseaba que me buscaras y me llevaras hasta casa, prefería que tú vivieras tu vida, que no pensaras tanto en mí.

Quedé sin palabras, un par de piezas empezaban a caer en su lugar cuando ella se apartó del tronco para tumbarse sobre la hierba. Levantando ligeramente las piernas, y utilizando sus pies, se deshizo de sus calzados. Se tomó del vaquero y fue quitándoselo ante mis atónitos ojos.

—Ehm… Te has vuelto loca, Pilar.

Con una risita, lo lanzó hacia mí. Era preciosa así, solo con una camiseta y braguitas de colores que no combinaban; era como si esa imperfección sumara en favor de su encanto. Aunque me mataba no poder verlo claro como ella. ¿A qué diantres se debía todo eso? Su confesión, sus acciones. Ojalá pudiera percibirlo.

Cuando se levantó, se dirigió al riachuelo. De paso se retiró la camiseta mientras yo me deleitaba de la vista. No se equivocaba Andrés cuando hablaba de los atributos de Pilar, de su perfecto culo, de esas caderas que invitaban a acariciar dulcemente, de esa cabellera larga y lista. Me incomodaba hablar de aquello con mi mejor amigo, pero estando solo ella y yo, la cosa era distinta: ahora disfrutaba del “paisaje” y no sentía remordimiento alguno al observarla; nadie lo sabía, que disfrutaba de sus curvas, de sus encantos, ni siquiera ella misma.

—Oye —dijo en su lento caminar, plisando la parte posterior de su braguita—. ¿No me vas a acompañar?

“Acompañarla”, pensé. Me faltaba sensibilidad y me sobraban hormonas, para qué mentir. Mil pensamientos asomaron y ninguno propiciaba algo decente cuando me propuso ir con ella al riachuelo. Pilar se giró hacia mí, con los brazos en jarra y una sonrisa cándida, y mi corazón repentinamente se instaló en mi garganta.

Es que estaba sin sujetador. Sus pezones rosados, madre mía, parecían rogar que alguien los probara y se deleitara con ellos por horas. Meneé la cabeza para aclararme los pensamientos.

—¿Te acuerdas aquella primera tarde que la pasamos aquí? —preguntó, jugando con el borde de su braguita—. Éramos niños y… creo que fue la primera vez que te oí reír conmigo desde que llegáramos. Por eso me gusta este lugar.

—Aquella… vez… llovía… —¿Por qué la chica con mayor tamaño de senos en todo el pueblo debía ser justamente mi hermana menor?

—¿Vas a venir o no?

No recordaba que fuera tan incómodo estar metido en ese riachuelo, ni mucho menos recordaba que el agua fuera tan fría. Cuando era niño todo era más divertido, pero ahora no dejaba de otear en derredor en búsqueda de algunos curiosos, pero era más un acto reflejo que otra cosa porque dudaba que hubiera alguien. Nunca había nadie.

Pilar tiraba de mi mano para entrar juntos. El agua en ese tramo llegaba hasta arriba de los tobillos y el murmullo del arroyo era ahora tan fuerte como sus risas. Cuánto estaba acostumbrado, en privacidad, a ese rol de hermano “menor” que se deja llevar por la “mayor” para realizar alguna travesura; ella me guiaba por el riachuelo, conocía cada desnivel, lo tenía memorizado mejor dicho.

Me soltó la mano y se agachó para salpicarme el agua.

—¡Quítate la remera!

—¡Frío, maldita! —le devolví el gesto.

—¡Uf! —retrocedió un paso entre risas. Se pasó la mano sobre su larga cabellera—. Descríbeme el cielo.

—Despejado, ni una sola nube —mis ojos no se despegaban de sus senos mientras me quitaba la camiseta.

—Parece hasta obvio —dijo levantando el rostro hacia ese fuerte azul sobre nosotros—. Se siente el calor. Y… ¿el pinar?

—No ha cambiado mucho desde la última vez, siempre hay montones de pinos.

Entonces se acercó. Su cuerpo se había cubierto de gotitas centelleantes del sol, la braguita mojada la hacía tan apetecible pero no dejaba de darme martillazos a la cabeza porque esa chica era la niña con quien yo había crecido, mi querida hermana, mi protegida, mi “mayor”. Tal vez ella no pudiera verme de esa manera, benditos ojos suyos, y por eso reía y jugaba conmigo, pero yo era un caso diametralmente distinto.

—¿Y yo, Lucas? ¿Cómo soy?

Nunca me había pedido eso. Que la describiera a ella misma, que calificara, que ponderara su rostro, su cuerpo. Nunca, ni cuando éramos niños. Se tocó los pechos y luego se palpó la curvatura de su cintura, remojándose esos labios y fijando esos ojos apagados en mi rostro.

—Eres guapa. Pero yo que tú me pondría un sostén.

—Hmm —negó con la cabeza—. Cuéntame, descríbeme.

—No es mi especialidad. Pero… ojalá encuentre una chica en la ciudad tan guapa como tú —le salpiqué el agua para que no se le subieran los humos.

—¡Ja!… Ya veo. Pues ojalá mi novio sea guapo como tú —dijo, acercándose un par de pasos para poder palpar mi rostro.

Sus senos hicieron presión contra mi pecho, el roce de sus pezones mojados y endurecidos por el frío del agua me hizo estremecer. Quería seguir allí porque era una sensación deliciosamente abrumadora, su cuerpo, esa complicidad entre ambos, pero también deseaba huir porque en pocos segundos podría hacer algo que no debía. De hecho, en un acto reflejo mis manos quisieron posarse en su cintura pero recordé que esa muchacha era mi pequeña hermana, por lo que se detuvieron a mitad de camino.

Su pubis se pegó al mío; Pilar habrá sentido el bulto que mi bóxer ya no podía disimular pero su gesto no revelaba nada. Necesitaba separarla de mí pero eso implicaba tener que tocarla. Meneé la cabeza y me aparté.

—No puedes verme, Pilar. Entonces idealizas.

—No te alejes—torció el gesto y volvió para palparme los labios—. Eres guapo.

Avanzó otro paso pero su pie se enganchó al mío; terminó resbalando pero la sujeté fuerte de la cintura, aunque una mano fue demasiado cerca de su culo y de hecho un dedo entró por debajo de la tela de su braguita. ¿Por qué Pilar resbaló si conocía tan bien el lugar? ¿Estaba tan nerviosa como yo? ¿O acaso aprovechó la situación para que la sostuviera? Porque yo estaba siempre allí para socorrerla, mi instinto se sobreponía siempre a la razón y a la excitación, ella lo sabía.

Pero cuando ya estaba segura en mis manos me di cuenta que yo tocaba donde no debía. Pilar rio, ¿cómo era posible que yo estuviera a punto de reventar, metido en mi mundo de tensión sexual mientras ella solo percibiera travesuras? Volvió a su extraño asalto; se repuso, pero con movimientos algo torpes, como para que mis manos no dejaran de sujetarla.

Me tomó de la cabeza con ambas manos, de nuevo pegó su cuerpo al mío, como queriendo estar segura a mi lado, pero es que el roce de sus muslos me podía, ese maldito vientre húmedo contra el mío, esa sensación de tener nuestros sexos tan cerca pero solo apartados por pedacitos de tela; no podía pensar con claridad, ¿quién podría hacerlo en esas condiciones?

—Pensé mucho sobre ti, Lucas. Contigo lejos habrá un vacío grande en la casa que no estoy dispuesta a soportar. Estoy como… atada a ti, ¿no piensas lo mismo?

Dio en el clavo. Atados el uno al otro, eso pensaba ella de ambos.

—Como cadenas… —dije en un susurro.

—Sí, eso es. Necesito a mi protector. Por eso te digo que soy egoísta, porque no me importa lo que tú quieras, solo quiero tenerte conmigo. Puedo soportar que no vayas a buscarme porque tendré la certeza de que estarás en casa esperándome, pero si te vas…

Ojalá yo pudiera tener ese dote suyo, el de hablar y describir con facilidad ese aquello que nos aflige. Parecía que me leía el pensamiento, y estaba tan sorprendido viendo aquel rostro angelical confesándome algo que yo había sentido con exactitud durante toda mi vida.

—Entonces ven conmigo, Pilar.

—Hmm —negó con la cabeza—. ¿Y dejar de percibir tu respiración, tus pasos, ese perfume que te pones para Sofía y que a mí me encanta? Allá en la ciudad siento que te perderé y romperé esa cadena de la que hablas. Y tú, ¿qué piensas, Lucas? Ahora mismo estoy tan nerviosa —dijo con una risilla, ladeando su rostro a un lado, pero nunca apartándose de mí—, tanto que ya no puedo percibir lo que sientes.

¿Cómo decírselo? ¿Cómo expresarme tan bien como ella? De niña me pedía que le describiera los amaneceres, las estrellas, la lluvia, la hierba, el pinar, el cerro a lo lejos, pero ahora parecía que esperaba otro tipo de descripciones de mi parte, de esas que ni yo mismo podía ver. ¿Cómo decirle, sin que se riera de mí, acerca de la belleza de su rostro o su propio cuerpo, y de estas nuevas sensaciones saliendo de mí? Ahora lo puedo escribir, mis letras lo pueden contar, sobre su boca entreabierta, sobre esos labios mojados, sobre su mirada de ojos cristalinos, sobre la fría humedad en su piel, sobre sus muslos que acariciaban los míos.

Sobre esa maldita sensación en el pecho que me exigía que no la apartara de mí.

Lo puedo escribir ahora con claridad, pero en ese momento todo era demasiado espeso para siquiera pronunciar una jodida palabra.

—A nadie le gusta estar encadenado, Pilar —respondí al fin, tomándola de la cintura para alejarla un poco—. Pero me alegra que del otro lado de la cadena estés tú.

Sonrió, pero inmediatamente volvió a ponerse seria, pegándose otra vez a mí para mi martirio. Casi volvió a resbalar, aunque se sostuvo de mi muslo, acariciando de paso mi verga contenida tras mi ropa interior. Di un respingo de sorpresa, creo que ella también, no me fijé muy bien en su rostro en el momento que me la tocó.

—¿Es una chica la razón por la que quieres volver, Lucas?

—No… Claro que n… ¿Qué estás haciendo?

Sus manos palparon mi pecho mientras se remojaba sus labios. Detuve mi respirar mientras sus dedos bajaban hasta llegar a mi bóxer. Tomó de este, susurrando un “No te muevas” y, lentamente, me lo retiró hasta medio muslo.

Y no me moví. Todo se aceleraba dentro de mí. Mis pensamientos, los latidos, la respiración, pero, ¡mierda!, no me moví. Todo era surreal y vertiginoso como para pensar con claridad. Ahora mi verga estaba al aire libre, balanceándose un poco para luego apuntar firme y orgullosa a la culpable de su despertar.

—Oye… —dijo susurrando, se sostuvo de mis piernas para arrodillarse y así poder agarrar hábilmente mi sexo; sonrió al comprobar mi dureza, apretando sus labios— Descríbemela.

—No me jodas, Pilar… Es… —sus dedos cálidos eran la octava maravilla. No sé por qué todas mis alarmas se apagaron y me dediqué a disfrutar de sus caricias. Tal vez porque Pilar dejó un momento de ser quien era para mí, y esas encantadoras caricias a mi sexo revelaron una hembra viciosa—. Es una maldita verga… —carcajeé, pasándome las manos por mi cabello.

—Es enorme —cerró sus manos sobre la carne, blandiéndola de un lado a otro.

—Sí, bueno… —enarqué las cejas—. ¿Lo dices en serio?

No me hizo caso, solo rio. Sentí inmediatamente sus labios abrigar con fuerza mi sexo y tuve que limpiarme los ojos para creerme lo que estaba viendo. Porque era imposible que aquello realmente estuviera sucediendo, no porque Pilar resultara ser alguna chica experta cual estrella porno, porque no lo era, era torpe aunque su lengua pusiera muchas ganas; era imposible porque se trataba de ella, justamente ella la que estuviera lamiendo y chupando. Era terrible la sensación al principio, como si la culpa de su inesperada corrupción la tuviera yo, pero luego lo innatural se convirtió en natural, pues más que hermanos sentí que éramos dos personas que habían sufrido y cuya única manera de sortear nuestras angustias era estando juntos, unidos, atados, encadenados.

Porque así crecimos. Así se sentía natural. Los extremos condenados y unidos por una cadena irrompible, eso éramos.

Cuando fuimos hasta la orilla y la acosté en la húmeda arena volví a tener dudas; recordé a Sofía, recordé quién era la chica frente a mí, pero parecía que ella lo percibía en mí por lo que se abrió de piernas para revelarme su deseo de hacerlo. Pero por más que ambos lo deseáramos, siempre hubo algo dentro de mí que me obligaba a ser más delicado con Pilar, como si aún frente a mí estuviera esa niña frágil por quien debía velar cada segundo de mi vida. Suspiré, dándole un beso a su vientre salado y húmedo mientras le retiraba la braguita, causándole un gracioso respingo.

—¡Ah!, Lucas, ven, por favor —dijo retorciendo las piernas. Al parecer ella también luchaba consigo misma sobre si hacerlo o no. Cuánto deseaba degustar ese sexo que acababa de revelar, sonrosado, parecía algo hinchado, como invitando a buscar su agujero entre los bultos de sus labios, pero Pilar tomó de mi cabellera dolorosamente y me obligó a llevar mi cara hasta la suya.

—¿Estás… estás bien? —pregunté. Me soltó e inmediatamente palpó mi rostro, como si quisiera reconocerme de nuevo, memorizar mi expresión o simplemente descubrir esa nueva faceta mía que ahora afloraba.

Y sonrió.

—Quiero hacerlo —susurró.

Yo también lo quería, pero cuando lo dijo, con su voz, con su rostro, con sus dedos ahora peinándome… la culpa cayó otra maldita vez sobre mis hombros. Era Pilar, mi pequeña hermana mayor, permítase oxímoron. Creció, sí. Era atractiva, desde luego, pero en algún rincón de mi cabeza algo se negaba a aceptar esa realidad, se negaba a que pusiera otro dedo más sobre ese ángel de cristal.

Vista mi poca pericia, su mano llegó hasta mi palpitante miembro y, tomándolo, lo guió hasta el encuentro con su sexo, dejándolo allí, carne trémula contra carne trémula, como esperando que yo diera el siguiente paso. Que se la restregara, que la hiciera suspirar, que penetrara poco a poco. Me susurró más palabras de aliento, de esas que uno no espera que salga de su pequeña hermana, pero lo hizo, y todo dentro de mí la fricción de mi sexo contra el suyo aumentó más aún si cabe.

Entonces, cuando sus piernas atenazaron mi cintura, empujé.

Boqueó, y mi corazón se aceleró, no solo por estar haciéndolo con ella sino porque lo último que esperaba es que sufriera por mi culpa. Era virgen, era obvio, había una barrera allí que impedía que entrara más. Me abrazó y hundió sus uñas en mi espalda, me miró con sus ojos vacíos y sonrió de lado cuando pasaron unos segundos.

—No te asustes —dijo—. El murmullo del agua me tranquiliza. Es por eso que vine aquí.

—No estoy asustado, Pilar —mentí.

—Bueno, pues yo estoy algo asustada —frunció el ceño, pero luego volvió a boquear deliciosamente cuando empujé un poco más. Sonrió segundos después—. Pero… de todas las personas en el mundo, es con mi “pequeño hermano mayor” con quien más segura me siento.

¿Tenía que decir “hermano” en plena faena? Y otro empujón más; parecía que todo su sexo se hundía conforme el mío intentaba abrirse paso suavemente a través de la barrera. No había desvirgado nunca a nadie, Sofía ya lo había hecho antes que yo, así que estaba algo preocupado pero no se lo iba a decir, no esperaba que ella tuviera tanta resistencia.

Otros besos, otras palabras de aliento, la punta de mi sexo se posaba sobre el suyo, presto a empujar otra vez, acariciando, deleitándose del tacto húmedo y caliente; el río rumoreaba, el viento aullaba fuerte.

Y luego, naturalmente, todo pasó. Aquello era algo distinto, no como con mi chica (¿Y qué hacía yo comparándola con mi novia y pensando en ella en un momento como ese? Pues así somos). Estaba dentro de ella; dentro de Pilar, ahora el que sentía sus secretos y dibujaba mentalmente sus jugosas y apretadas entrañas era yo, disfrutaba de su olor a hembra, de sus gemidos ahogados, de sus dulces balbuceos que pedían que tuviera más cuidado pero que a la vez no me detuviera; era un mundo de sensaciones nuevas, un mundo visto desde sus ojos.

Lo supe entonces, lo descubrí como un golpe tan apabullante como un orgasmo; que sus gemidos eran mejor sonido que los ruidos despampanantes de la ciudad, eso era algo por lo que valía la pena detenerse a oír. Y la visión de su rostro sudado, gozando, boqueando, mirándome el rostro con esos ojos vacíos, pues eso era mejor que la vista de incontables edificios rompiendo la monotonía del cielo.

Y sus deliciosos pezones duros, ese sexo apretado, mojado, que se contraía involuntariamente y parecía jugar con mi verga era una sensación que, algo me decía, no la encontraría en ninguna de las sombras que conforman el apático gentío de las urbes.

Pilar de alguna manera lo sabía porque sus ojos lo veían más claro que yo; esa tarde en el pinar me lo descubrió.

Sus uñas dejaron de clavarse en mi espalda y se dedicaron a acariciarme, consolando las heridas que me había propinado minutos antes. Luego, enredando sus dedos en mi cabellera, me invitó a probar de su boca. Su lengua penetraba sin técnica pero con fuerza, como buscando desesperadamente la mía para unirlas. Saliva contra saliva, cuerpo contra cuerpo, los dedos se hundían en la piel mientras tratábamos de descubrir más de ese lado que nos habíamos escondido el uno del otro.

Cuán delicioso fue todo, la culpa siendo absorbida por el placer, su cuerpo reaccionando ante mi suave ir y venir, su rostro torciéndose de placer cuando le mordía sus pezones, su interior apretándome con fuerza inusitada, como si no quisiera dejarme ir y exprimírmelo todo. ¿Quién mierda me iba a decir que pecar supiera tan delicioso? ¿Acaso habría otra persona en el mundo que me pudiera ofrecer todas esas sensaciones azotándome el cuerpo de manera apabullante?

Cuando, más tarde, nos bañamos entre risas, nos hicimos con nuestras ropas y nos dispusimos a volver a casa. Me hubiera encantado quedarme con la braguita pero fui obligado a devolvérsela… y ponérsela. Acabábamos de hacer una tontería, un pequeño juego tórrido, una aventurilla sin muchas consecuencias que mejor no decírsela a nadie, de esas que no iba a encontrar en ningún otro lugar. Era eso o hundirse en la culpabilidad por haber hecho algo que no debíamos aunque lo necesitáramos.

—Lucas —Pilar levantó su mano hacia un costado.

—Aquí estoy.

—¿Gané la apuesta? —preguntó nada más agarré su mano.

Suspiré, enredando mis dedos entre los de ella, mirando esos preciosos ojos suyos. Los eslabones de una cadena irrompible: eso éramos, así crecimos, esa tarde en el pinar lo descubrí. Y éramos felices así. Yo indicaba el paso de día, ella de noche. Yo describía el cuadro, ella percibía el fondo. Pilar lo supo siempre y me lo hizo ver.

Cuando ella parece mirarme a los ojos, entiendo perfectamente que la tortura de vivir encadenado puede ser un yugo delicioso.

—Volvamos a casa, Pilar.

Y sonrió.sex-shop 6

 

Relato erótico: “Jane IX” (POR ALEX BLAME)

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todo queda en familia4Aquel hombre, con su mezcla de ferocidad e inocencia, le volvía loca. Sin títuloAhora se pasaba la mayor parte del día desnuda sólo para exhibirse y provocarle. Y a él le encantaba mirarla. Cuando Jane se movía Tarzán la miraba sin disimulo disfrutando del joven y elástico cuerpo de la mujer esquivando obstáculos o pegando pequeños saltos.

Tarzán no se separaba de ella y constantemente intentaba tocarla o acariciarla, al principio lo rechazaba pero poco a poco se iba excitando hasta que sus instintos más primarios se imponían y hacían el amor apasionadamente. Como con su salvaje familia, cualquier excusa era buena y Jane se veía follando varias veces al día en cualquier sitio y a cualquier hora. A veces Tarzán, en medio de la noche y sin dejar de abrazarla la penetraba y la follaba suavemente, ella se dejaba hacer y simulaba seguir durmiendo, soltando quedos gemidos que le volvían loco hasta que se corría en su interior llenándola con su calor y con su deseo.

La vida en Londres quedaba ahora muy lejos. Sabía que las posibilidades de volver a casa eran muy pocas y apenas pensaba ya en Patrick más que como un querido amigo. Deseaba con todas sus fuerzas que la olvidase y fuese feliz con otra mujer aunque conociendo el carácter ligeramente obsesivo de él, temía que esto nunca ocurriese. A quién echaba más de menos era a su padre. No podía imaginarse lo mucho que debía estar sufriendo. Esperaba que Mili le ayudase e hiciese su pérdida más soportable.

La temporada de lluvias estaba dando sus últimos coletazos. Por la mañana había caído un violento chaparrón pero a mediodía el viento arrastró las nubes lejos hacia el oeste dando paso a una tarde espléndida. Tarzán y Jane estaban jugando en la laguna salpicando a Idris y peleando con dos jóvenes chimpancés cuando en cuestión de segundos se vieron envueltos por un rio de mariposas que ascendían por el arroyo y desaparecía de su vista al remontar la cascada.

-¿Qué significa esto? -preguntó Jane asombrada por el espectáculo.

-Ocurrir todos los años por esta época. -respondió él -las mariposas necesitar campo despejado para poder exhibirse y aparearse y no poder hacerlo en la espesura de la jungla, así que remontar ríos y arroyos hasta que la tierra volverse roca donde arboles no poder crecer. En un pequeño claro juntarse más mariposas que gotas de agua haber en estanque.

Jane se quedó mirando las Mariposas maravillada. Eran bastante grandes y de color anaranjado con las nervaduras de las alas de un vivo color negro. No eran las más bonitas que había visto pero su número y su vuelo vacilante pero decidido la maravillaron.

-¿Queda muy lejos el claro? -Preguntó Jane.

-Si salimos ahora estar allí a media tarde. ¿Querer ir?

-Sí por favor…

La parte más difícil fue sortear la cascada luego se subieron a los arboles hasta que con la altura y la disminución del suelo fértil ralearon tanto que tuvieron que bajar y desplazarse por el suelo. Cada paso que daban y cada arroyo que se juntaba aumentaba el numero de Mariposas hasta que cuando llegaron a lo alto de la loma de piedra era tal la magnitud del numero que se sentía en medio de un torbellino aleteante.

Jane rió y bailó dando vueltas extasiada en medio de aquella nube de colores brillantes, que se le enredaba en el pelo, mientras Tarzán ajeno a todo aquello miraba moverse a la joven embobado. Poco a poco el marasmo fue calmándose a medida que las mariposas se posaban en el suelo para aparearse.

-¿No te parece maravilloso? -dijo Jane tumbándose al lado de Tarzán mientras apartaba un par de parejas de insectos que pretendían usarla como lecho nupcial.

-Sí, tu ser maravillosa -dijo el acariciándole un pecho con su mano callosa.

Jane detectó inmediatamente el deseo en los ojos del salvaje y no le hizo esperar. Incorporándose ligeramente se agarró a su cabellera y le besó dejándose llevar por la lujuria. El hombre reaccionó inmediatamente alargando sus brazos para acariciar su cuerpo pálido y turgente dejando marcas de fuego en su piel.

Con un brusco empujón que hizo levantar el vuelo a varios cientos de mariposas sorprendidas lo tumbó de espaldas y le sacó el taparrabos. Su polla ya estaba erguida y dura.

Con sorpresa Tarzán vio como Jane comenzaba a lamer y a chupar la punta de su polla. El salvaje gimió y se dejo hacer mirando a un cielo poblado de mariposas.

Jane agarró la verga de Tarzán y con suavidad fue metiéndosela poco a poco en la boca hasta que sólo los huevos asomaron de ella. Tarzán excitado comenzó a moverse con suavidad en la garganta de Jane soltando roncos gemidos hasta que ella no pudo más y se separó para coger aire jadeante. Tarzán tiró de Jane y la colocó sobre su regazo besando y recogiendo el hilo de saliva que había quedado conectando la boca de Jane con su polla.

Jane restregó su culo contra la polla que latía hambrienta bajo ella y dejó que el hombre magreara y chupase sus pechos y sus pezones hasta hacerla gritar, pero cuando él intentó penetrarla se separó y con sus labios fue recorriendo el cuerpo del hombre hasta llegar de nuevo a sus ingles. Desoyendo las torpes suplicas de Tarzán le cogió la polla y acariciándosela con suavidad comenzó a chuparle los huevos.

Cuando la respiración del hombre comenzó a hacerse más anhelante Jane levanto la cabeza un momento y le sonrió mientras le golpeaba la polla con sus pechos. Cuando la volvió a bajar se metió la polla en la boca y comenzó a subir y bajar por ella chupando con fuerza, deleitándose en el sabor del miembro de Tarzán que no tardo en correrse llenándole la boca con su semilla.

Cuando terminó se tumbó encima del salvaje exhausta y satisfecha sólo con el placer que había experimentado su hombre. Poco a poco sobre las dos figuras yacentes comenzaron a posarse mariposas buscando el sudor salado que exhalaban sus cuerpos hasta quedar cubiertos totalmente por una capa de insecto bullentes.

Cuando llegó a la cabaña con la hiena, no sabía cómo pero Subumba ya le estaba esperando. Había despegado la habitación principal y sólo persistía el hogar en el que estaba hirviendo el contenido de una olla. En el centro había dibujado una serie de tres círculos unidos en línea cada uno con otros dos círculos concéntricos en du interior. Sobre el suelo había dispuestas en las esquinas cuatro lámparas de aceite que iluminaban la sala con una luz cálida y vacilante.

Patrick depositó la hiena con delicadeza en el suelo y salió fuera para dejar la carretilla. Cuando volvió a entrar, Subumba le estaba esperando más majestuosa que nunca. Totalmente desnuda excepto por un minúsculo taparrabos su cuerpo brillaba con los afeites que se había aplicado como el bronce bruñido. Su pechos grandes y firmes, su fantástica figura en forma de reloj de arena y sus costillas marcándose en cada respiración excitaron a Patrick que casi inmediatamente se sintió culpable por verse seducido por una salvaje.

Subumba sonrió despectivamente al percibir la reacción de Patrick pero no dijo nada y se limitó a acercarse al hogar. Metió una cuchara de madera en la olla y olfateó su contenido haciendo un gesto de satisfacción.

-Acércate -dijo la hechicera con una voz ronca y sensual.

Patrick se aproximó a la olla y la mujer, le cogió la mano izquierda y con un movimiento rápido y fluido le dio un corte rápido en la palma con una daga de hueso. Patrick se quejó e intentó retirar la mano pero ella se la sujetó unos segundos dejando que la sangre escurriese y cayese dentro de la marmita borboteante.

Sin decirle nada mas cogió un pequeño tazón de arcilla y se puso a cantar mientras hacía también un pequeño corte en la pata de la hiena. Recogió la sangre en la taza y la añadió a la pócima.

Sin parar de cantar la salmodia le indicó a Patrick que colocase al animal a un lado del los tres círculos mientras que él se tuvo que tumbar desnudo en el otro.

En pocos minutos los cánticos se volvieron más sincopados y estridentes. Subumba se contorsionaba cubierta de sudor suplicando a los dioses que le ayudara a Patrick a controlar el alma indómita de la hiena.

Subumba cogió de nuevo el tazón de arcilla y bebió un pequeño sorbo. Luego le dio un poco a la hiena que permanecía inconsciente y finalmente le obligó a Patrick a apurar el resto.

El sabor era nauseabundo y el liquido hirviente le quemó la lengua. Con grande dificultades consiguió evitar vomitarlo justo antes de perder el conocimiento.

Patrick nunca supo cuanto tiempo permaneció inconsciente, las pesadillas febriles se sucedían casi sin solución de continuidad sólo interrumpidas por pequeños lapsos de agotada lucidez. Cuando finalmente despertó descubrió a la hiena despierta y alerta olfateándole. Un ruido desvió su atención y Subumba pudo constatar con satisfacción como hombre y animal movían la cabeza en su dirección totalmente sincronizados.

-Ella es Damu. Ahora es tu hermana. Aceptará todas tus órdenes y te será más fiel que cualquier ser humano. Nunca la traiciones y ella nunca lo hará.

Patrick hacia unos segundos que había dejado de escuchar a la hechicera, lo único que oía era el correr de su sangre apresurada y excitada por aquella mujer hermosa y brillante de sudor.

Ante la mirada atenta del animal, Patrick se abalanzó sobre la mujer que no pudo reaccionar sorprendida por lo fulgurante del ataque. La tumbó en el suelo y sujeto sus muñecas por encima de su cabeza. Le dio un beso salvaje y ávido. La mujer abrió la boca y la lengua de Patrick la exploró con violencia. Aún podía saborear el acre aroma de la poción que le había transformado. La mujer se mantuvo dócil y ni siquiera se quejó cuando Patrick le mordió el labio hasta hacerla sangrar.

El sabor de la sangre de la mujer inundó la boca enardeciendo aún más a Patrick que arrancó el taparrabos a Subumba de un tirón y la penetró.

Subumba no pudo reprimir el gemido cuando el miembro duro y caliente se alojó profundamente en su vagina. Con cada salvaje empujón, todo el cuerpo de Subumba se estremecía y ella se agarraba a aquel hombre disfrutando del poder que emanaba aquel hombre blanco que había sido capaz de domar a la jefa de un clan de hienas.

Patrick sentía como su lado animal le dominaba y mientras se follaba a la hechicera, cedía a la necesidad imperiosa de lamer pellizcar y morder su cuerpo. Subumba gemía y gritaba poseída por el mismo frenesí arañándole con sus largas y afiladas uñas.

Con dos últimos embates se corrió en el interior de la mujer, que se apretó contra él al sentir al hombre derramarse en su interior.

Patrick no se paró sino que siguió fallándosela tan duro como antes. Subumba jadeaba y clavaba sus ojos color miel en los de él incomodándole con su seguridad, demostrándole que no le tenía ningún miedo.

Con la polla aún dura y palpitante se separó contrariado. Subumba abrió sus piernas mostrándole su sexo húmedo y congestionado, mirándole sin miedo, con la vista cargada de deseo…

Con un grito de frustración la levantó en el aire y empujando su cuerpo contra la pared separó sus piernas y le hincó la polla en su culo.

Subumba pegó un gritó y todo su cuerpo se estremeció cuando Patrick le metió su miembro duro como la roca en su estrecho ano. Los primeros empujones casi no pudo resistirlos y gruesos lagrimones corrieron por su cara pero poco a poco el dolor empezó a ser acallado por el placer.

En pocos segundos notó como la joven separaba un poco más las piernas y se ponía de puntillas tensando su prodigioso culo. Patrick excitado la agarró por el cuello y sin poder contenerse más se corrió de nuevo en medio de los gemidos y gritos de placer de la mujer que se corrió a su vez al sentir el semen de Patrick inundando su culo.

Cuando finalmente se separó, Subumba se dejó caer jadeante, en posición fetal, acariciándose el pubis con sus manos y vertiendo finos hilillos de semen por sus aberturas.

Sin decir nada más Patrick se vistió y tiró unas monedas al lado de la mujer que yacía desnuda y desmadejada en el suelo y que le miraba con la misma seguridad y majestad con la que le había recibido.

Cuando salió, la luz del sol empezaba a insinuarse por el horizonte. La hiena soltó un corto aullido seguido de una risa. Patrick le dio unas palmadas en la cabeza y se llevó a su nueva amiga a casa.

5 meses después

El día era el típico de principios de verano en Inglaterra, húmedo, plomizo y oscuro, pero a Mili le parecía espléndido, estaba sentada en el comedor principal esperando a Avery para desayunar. Al descubrir su embarazo, Avery se había mostrado encantado y agradecido y no sólo le había proporcionado la seguridad que ella esperaba sino que, totalmente enamorado de ella compartía casi todos los aspectos de su vida con él como si fuese su esposa.

Sabía que nunca podría casarse con él, y sentía una pequeña punzada de insatisfacción pero era realista y se sentía feliz sabiendo que su hijo heredaría todo lo que le rodeaba.

Avery entró en el comedor con gesto serio y una carta en la mano.

-Hola querida. -dijo besando a Mili y acariciando su incipiente barriga.

-¿Qué ocurre querido? ¿Malas noticias?

-Me temo que sí. -dijo tendiéndole la carta a Mili.

Querido Amigo:

Espero que a la recepción de esta misiva te encuentres en buen estado de salud y recuperado en lo posible de la terrible perdida que has sufrido. Todos los días pienso en tu joven hija y rezo por su eterno descanso.

La temporada de lluvias a acabado este año antes de lo normal y creo que nos espera un año de sequia y privaciones, pero en fin no te he escrito para contarte mis problemas. Me dijiste que velara por Patrick y eso he tratado de hacer estos meses aunque confieso que sin demasiado éxito.

A los pocos días de irte tú, Patrick abandonó la mansión y se alojó en un hotel de Kampala, el resto de lo ocurrido lo conozco por medio de el señor Hart un funcionario de Kampala, viejo conocido que se vanagloria de estar al corriente de la vida de casi todos los habitantes de la ciudad.

Según parece Patrick ha abandonado el hotel y vive en una pequeña plantación arruinada a las afueras. No se relaciona con ninguno de los británicos de la colonia y se dedica a recorrer la sabana cazando, acompañado de una hiena gigantesca.

También me dijo que la única persona a la que visita con regularidad es un hechicera, según los nativos, la más poderosa de toda África. Los negros dicen que mantiene relaciones sexuales con ese súcubo.

Soy consciente de todo lo que has sufrido pero me temo que ese joven está perdiendo la razón y creo que tu eres el único que puede convencerle para que deje este ambiente malsano y vuelva a la civilización. Si aún le estimas como a un hijo debes venir y hablar con él.

Sé que es difícil pero creo que un alma está en juego. Espero tu respuesta y ya sabes que mi casa es tu casa.

Tu compañero y amigo:

Lord Farquar

-¿Vas a ir? -preguntó Mili temiendo la respuesta.

-No tengo más remedio, me siento responsable y no pienso consentir otra muerte en mi conciencia.

-Pero, ¿Y el bebe? -dijo Mili aterrada.

-Tú te quedarás y darás a luz aquí. Con un poco de suerte estaré de vuelta antes de que esto ocurra.

-No te vayas, por favor -dijo Mili tirándose a sus pies -tengo un mal presentimiento…

-Basta ya Mili, es mi deber de caballero. Ya lo he decidido y no pienso hablar más de ello, ahora desayunemos de una vez -repuso Avery untando una tostada.

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